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Spanish; Castilian Pages 803 Year 2021
Líneas de fuga Ciudadanía, frontera y sujeto migrante
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Líneas de fuga Ciudadanía, frontera y sujeto migrante
Mabel Moraña
Iberoamericana – Vervuert Madrid – Frankfurt 2021
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Derechos reservados © Iberoamericana, 2021 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2021 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-197-4 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-124-4 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-125-1 (e-book) Depósito Legal: M-1401-2021 Diseño de la cubierta: Carlos Zanora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
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Migración Todo el día una línea y otra línea, un escuadrón de plumas, un navío palpitaba en el aire, atravesaba el pequeño infinito de la ventana desde donde busco, interrogo, trabajo, acecho, aguardo. La torre de la arena y el espacio marino se unen allí, resuelven el canto, el movimiento. Encima se abre el cielo. Entonces así fue: rectas, agudas, palpitantes, pasaron hacia dónde? Hacia el Norte, hacia el Oeste, hacia la claridad, hacia la estrella, hacia el peñón de soledad y sal donde el mar desbarata sus relojes. Era un ángulo de aves dirigidas aquella latitud de hierro y nieve que avanzaba sin tregua en su camino rectilíneo: era la devorante rectitud de una flecha evidente, los números del cielo que viajaban a procrear formados por imperioso amor y geometría. Yo me empeñé en mirar hasta perder los ojos y no he visto sino el orden del vuelo, la multitud del ala contra el viento: vi la serenidad multiplicada
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por aquel hemisferio transparente cruzado por la oscura decisión de aquellas aves en el firmamento. No vi sino el camino. Todo siguió celeste. Pero en la muchedumbre de las aves rectas a su destino una bandada y otra dibujaban victorias triangulares unidas por la voz de un solo vuelo, por la unidad del fuego, por la sangre, por la sed, por el hambre, por el frío, por el precario día que lloraba antes de ser tragado por la noche, por la erótica urgencia de la vida: la unidad de los pájaros volaba hacia las desdentadas costas negras, peñascos muertos, islas amarillas, donde el sol dura más que su jornada y en el cálido mar se desarrolla el pabellón plural de las sardinas. En la piedra asaltada por los pájaros se adelantó el secreto: piedra, humedad, estiércol, soledad, fermentarán y bajo el sol sangriento nacerán arenosas criaturas que alguna vez regresarán volando hacia la huracanada luz del frío, hacia los pies antárticos de Chile. Ahora cruzan, pueblan la distancia moviendo apenas en la luz las alas como si en un latido las unieran,
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vuelan sin desprenderse del cuerpo migratorio que en tierra se divide y se dispersa. Sobre el agua, en el aire, el ave innumerable va volando, la embarcación es una, la nave transparente construye la unidad con tantas alas, con tantos ojos hacia el mar abiertos que es una sola paz la que atraviesa y sólo un ala inmensa se desplaza. Ave del mar, espuma migratoria, ala del Sur, del Norte, ala de ola, racimo desplegado por el vuelo, multiplicado corazón hambriento, llegarás, ave grande, a desgranar el collar de los huevos delicados
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que empolla el viento y nutren las arenas hasta que un nuevo vuelo multiplica otra vez vida, muerte, desarrollo, gritos mojados, caluroso estiércol, y otra vez a nacer, a partir, lejos del páramo y hacia otro páramo. Lejos de aquel silencio, huid, aves del frío hacia un vasto silencio rocalloso y desde el nido hasta el errante número, flechas del mar, dejadme la húmeda gloria del transcurso, la permanencia insigne de las plumas que nacen, mueren, duran y palpitan creando pez a pez su larga espada, crueldad contra crueldad la propia luz y a contraviento y contramar, la vida. Pablo Neruda
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A boundary is not that at which something stops, but as the Greeks recognized, is that from which something begins as presencing. Martin Heidegger, «Building, dwelling, thinking» Capitalist development must negotiate a knife-edge between preserving the values of past commitments made at a particular place and time, or devaluing them to open up fresh room for accumulation. Capitalism perpetually strives, therefore, to create a social and physical landscape in its own image and requisite to its own needs at a particular point in time, only just as certainly to undermine, disrupt and even destroy that landscape at a later point in time. The inner contradictions of capitalism are expressed through the restless formation and re-formation of geographical landscapes. This is the tune to which the historical geography of capitalism must dance without cease. David Harvey, The Geopolitics of Capitalism In the United States, academic, intellectual and aesthetic thought is what it is today because of refugees from fascism, communism, and other regimes given to the oppression and expulsion of dissidents. Edward Said, «Reflections on Exile» Los ricos son globales, la miseria es local. Zygmunt Bauman, Globalization: The Human Consequences La identidad del nómade es un inventario de huellas. Rosi Braidotti, Sujetos nómades The twenty-first century will be the century of the migrant. Thomas Nail, The Figure of the Migrant La pasión identitaria es una cuestión de miedo: el miedo indeterminado que encuentra sobre el cuerpo del otro su objeto. Jacques Rancière, «Política, identificación y subjetivación» what specific love went bad here? What instance of the common has been corrupted? M. Hardt y A. Negri, Commonwealth If this is globalization, then we understand retrospectively why resisting it has always been the only solution, why the colonized have always been right to defend themselves. Bruno Latour, Down to Earth. Politics in the New Climatic Regime
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ÍNDICE
I. Presentación................................................................................................... 15 II. Subjetividades, espacios, movimientos Fronteras líquidas.................................................................................................. 33 Matrices estatales, heterotopías y producción del espacio social............................. 49 Subjetividad postcolonial, diferencia, intersticio.................................................... 66 III. Migración/expulsión Transversalismo global, mirada al sesgo.................................................................. 79 La condición migrante: instancias, deslindes, teorías.............................................. 85 Antropología de la migración y enfoques sociológicos........................................... 93 La crítica cultural y el problema de la migración.................................................... 108 Turbulencias, imperceptibilidad y políticas del becoming (volverse otro)................ 116 Autonomía de las migraciones............................................................................... 131 IV. Sobre el desensamblaje de lo nacional Formas y contenidos de lo nacional....................................................................... 141 (Des)centralizaciones............................................................................................. 149 La nación-Estado y sus líneas de fuga.................................................................... 158 Lenguaje, nomadismo, etnopaisajes....................................................................... 167 V. Sujeto al límite Teorías del sujeto................................................................................................... 183 El sujeto nacional (-popular)................................................................................. 191 Sujeto subalterno y sujeto migrante....................................................................... 197 Sujetos nómades.................................................................................................... 201 Heterogeneidad, sujeto migrante y entre-lugar...................................................... 204 La doble conciencia............................................................................................... 218
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VI. Exilio, desarraigo y discurso securitario Sicología del desarraigo: adentro/afuera, allá/acá, entonces/ahora.......................... 231 Trauma, exilio, nacionalismo, escritura.................................................................. 241 Memoria, «narraciones expatriadas» y el mito del retorno...................................... 246 Política y sicología del discurso securitario............................................................. 258 Infraestructura de las migraciones y cultura material.............................................. 281 VII. Ciudadanías, cosmopolítica y necropolítica La ciudadanía nacional y postnacional: transformaciones y debates....................... 293 Los derechos humanos como campo de guerra...................................................... 308 Transnacionalismo y cosmopolítica........................................................................ 314 Cosmopolítica y ciudadanía (flexible, cultural, racial, universal, etc.)..................... 325 Demarcaciones necropolíticas................................................................................ 333 Deportaciones....................................................................................................... 339 VIII. Migración/biopolítica/tanatopolítica Migraciones indígenas: estrategias de supervivencia y el derecho a la fuga.............. 351 Gubernamentalidad y desplazamientos forzados.................................................... 364 Desterritorializaciones: el caso de Colombia.......................................................... 371 Sobre el concepto de diáspora................................................................................ 381 Biopolítica, refugiados y asilo político.................................................................... 397 La comunidad y lo común en contextos globales.................................................... 422 IX. Sobre la noción de frontera Habitar/pensar el límite......................................................................................... 437 La frontera como cuerpo (apropiaciones)............................................................... 456 La frontera como herida abierta............................................................................. 463 La frontera como paradigma.................................................................................. 476 Frontera y confín................................................................................................... 488 La frontera como capital simbólico (representaciones)........................................... 494 X. Muros, coyotes, embudos, caravanas Inclusión diferencial, tecnologías del muro y el espectáculo de la frontera.............. 521 El muro fronterizo México/Estados Unidos........................................................... 535 Coyotaje................................................................................................................ 542 El acorralamiento y «la caza del otro».................................................................... 551 Caravanas.............................................................................................................. 566 «La Bestia» y las patronas. Trayectorias y representaciones...................................... 574 Campos de refugiados: paradigma heterotópico..................................................... 582 XI. Migración marítima Lampedusa y el «nomos de la tierra»....................................................................... 601 Barcos a la deriva, náufragos, polizones.................................................................. 608 El giro oceánico. La hidrocrítica y las líneas de agua.............................................. 615
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Muros intangibles y cementerios marinos.............................................................. 621 El Mediterráneo y el Caribe................................................................................... 627 XII. (Po)ética de la migración Notas para una (po)ética deleuziana del sujeto migrante........................................ 643 La frontera como evento (ensamblajes).................................................................. 652 Debates sobre la tolerancia.................................................................................... 657 Hospitalidad/fraternidad/solidaridad..................................................................... 668 El rostro, los ojos, la piel del Otro......................................................................... 682 El dueño de casa, el extranjero y la ética del pacto social........................................ 695 Políticas del afecto y la frontera............................................................................. 714 XIII. Consideraciones finales........................................................................... 725 Bibliografía........................................................................................................ 737 Índice onomástico............................................................................................. 783 Índice de conceptos........................................................................................... 789
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I PRESENTACIÓN
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Líneas de fuga En las páginas que cierran Políticas de la enemistad (2018), Achille Mbembe señala que el siglo xxi se abrió con el reconocimiento de la extrema fragilidad de todo (de todos, del Todo), afirmación que podemos desglosar como la inestabilidad, cercana al quiebre, del mundo natural en que vivimos, que por la acción humana parece irse disolviendo en el aire. Esa fragilidad alcanza a la experiencia de la libertad y de la democracia; a la práctica real de la política, en sociedades vaciadas de liderazgos y utopías; a los principios de la ética, capaz de incorporar a la futilidad de la vida una trascendencia palpable y cotidiana, pero actualmente devaluada. Líneas de fuga. Ciudadanía, frontera y sujeto migrante tiene que ver con ese sentimiento de inestabilidad y vulnerabilidad generalizada, en un espacio global marcado por grietas en las que caen millones de individuos expulsados desde/por el colonialismo a la exterioridad del sistema. Inmensos sectores de la población mundial fueron destinados, tanto por las empresas imperiales como por las estrategias de desarrollo desigual del capitalismo, a enclaves atravesados por la precariedad y la violencia, la marginación y las plagas, los desastres naturales y las expoliaciones territoriales. El debilitamiento de la nación-Estado y el agotamiento de las hegemonías (el descentramiento de Europa, la corrosión de la supremacía de los Estados Unidos), las imposiciones del biocapitalismo, la extenuación de los modelos de desarrollo, integración y alianzas político-económicas transnacionales, han dejado como saldo un espacio social desestabilizado y escéptico, que en el pre-
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sente se debate en busca de nuevas formas de concebir y activar lo político más allá de los modelos tradicionales consolidados en la modernidad. La migración se despliega, en estos panoramas, como un agenciamiento colectivo en busca de nuevas formas de territorialidad y de sustento para el desarrollo digno de la vida. Hablar de este modo de la cuestión migratoria no significa, de ninguna manera, englobar en esa referencia, de una manera reduccionista y niveladora, un fenómeno multitudinario y multifacético, que se caracteriza por su extrema heterogeneidad, sus tensiones internas y sus numerosas y con frecuencia dramáticas ramificaciones y formas de expresión. De modo que, al tiempo en que se mantiene la atención en la singularidad (regiones, formas de represión fronteriza, motivaciones, estilos de movilización, características etnoculturales, religiosas, de género, sexualidad, etc. de los migrantes), también es importante aspirar a una visión de conjunto. Por esta razón, este trabajo se mueve, pendularmente, entre individualidad y colectividad, sujeto y comunidad, individuo y movimiento colectivo. El presente estudio se introdujo casi furtivamente en mi agenda de trabajo. Se abrió paso por la urgencia de una temática que, a todas luces, incluye, pero también rebasa los bordes de las humanidades, y hasta excede los límites de las ciencias sociales, sus modelos cuantitativos y sus paradigmas heurísticos y metodológicos. Frente a la cuestión migratoria, otros proyectos resultaron para mí inmediatamente carentes de prioridad y relevancia, y esperan ahora, pacientemente, en un segundo plano. El tema de los desplazamientos humanos, por las características y la gravedad que estas dinámicas han asumido en el mundo de hoy, demostró enseguida tener una dimensión prácticamente inabarcable y, al mismo tiempo, imposible de ignorar, tanto por la conmovedora relevancia de los casos singulares, como por el alcance global que el fenómeno ha llegado a adquirir. En efecto, la migración se presenta como un complejo ensamblaje de actores, procedimientos, dispositivos y relaciones de poder que interactúan apretadamente y que requieren, por lo mismo, aproximaciones capaces de captar este despliegue de energía social transponiendo fronteras disciplinarias y categorías ya instaladas de análisis social. Se trata de una malla intrincada que se define por su funcionamiento y por su efecto deconstructor de mitos y sistemas, en la que cada elemento impacta y moviliza a todos los demás, y en la que ninguna fibra puede ser separada de su contexto. El desafío de enfrentar la cuestión migratoria, tanto en las formas múltiples de su implementación como en sus consecuencias políticas y sociales, ha sido un acicate para la investigación, el intercambio de ideas y la exploración de temas, textos y estudios poco recorridos por mí en años anteriores. La experiencia actual de los desplazamientos forzados, las diásporas, las transmigraciones y las travesías marítimas obligan a abordar tanto el dominio de la etnografía como el
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de los estudios sociológicos y culturales, tanto el espacio del pensamiento ético como el de la historia, en cuyo transcurso, nómades, exiliados, apátridas y refugiados fueron, a lo largo de siglos, protagonistas principales de algunos de los más determinantes procesos de la Humanidad. Como señala Nikos Papastergiadis, el tema de los desplazamientos humanos y de las disrupciones y beneficios de la migración fue advertido por Marx, Durkheim, Weber y otros autores como parte del análisis de la lógica de internacionalización de las relaciones de trabajo y de la circulación del capital. Si el capital se expande y se contrae de manera imprevisible, el trabajo debe constituir un recurso asimismo adaptable y elástico, cuya flexibilidad permita responder a las demandas y las retracciones del mercado. Marx conceptualiza este aspecto de la producción refiriéndose al trabajo de los migrantes como un «ejército de reserva» que no solo responde a las demandas de la producción, sino que ayuda a mantener bajo el costo de la misma. Durkheim enfoca el aspecto subjetivo de la migración a medida que la sociedad tradicional va dando lugar a la sociedad urbanizada caracterizada por la movilidad social, advirtiendo las presiones recíprocas que se registran entre estas dinámicas y el individualismo moderno, así como el impacto de los desplazamientos humanos sobre los valores sociales, la familia y la comunidad nacional. Ambos autores advierten la vulnerabilidad del migrante, que al tiempo que se une a la fuerza de trabajo, es considerado ajeno a las redes sociales que la sustentan. «The stereotyping of migrants as politically suspect and the intellectual ambiguity of their social identity, is symptomatic of a deeper uncertainty that surrounds the relationship between migration and modernity» (Papastergiadis 64). Max Weber advertirá la ambigua valencia de la migración, que si por un lado abre al sujeto a nuevos horizontes de autodescubrimiento y transformación social, por otro absorbe la vida total del individuo, su sentido de pertenencia y de comunidad, llevándolo a la anomia señalada por Durkheim y a formas variadas de enajenación respecto al sistema. Se trata de la implementación biocapitalista que toma posesión del sujeto total, su fuerza física y emocional, su territorialidad y familiaridad con el entorno, su identificación con la cultura y la lengua materna. Aquí es donde se inserta la reflexión de Georg Simmel sobre el extranjero, a la que se presta atención en uno de los capítulos finales de este libro. Ensayo sobre la cualidad emocional y sicológica de la extranjería tanto del lado del extranjero como de quien lo define como tal desde su posicionalidad de dueño de casa, «El extranjero» se concentra en los flujos entre exterioridad y percepción emocional, y en los quiebres de los hábitos que marca la presencia del Otro. Como en otros aspectos del fenómeno migratorio, la dualidad, la ambivalencia y la «doble conciencia» caracterizan el escenario de interacciones que tienen al forastero como protagonista, y las relaciones entre identidades y
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diferencias, pertenencia y ajenidad, comunidad y exterioridad, a que da lugar su inserción en nuevos contextos sociales. Las razones por las cuales el tema migratorio es tan complejo tienen que ver con los aspectos que esa problemática moviliza a todos los niveles: económicos y políticos, sociales y culturales, filosóficos, ideológicos y laborales. Asimismo, a pesar de los proliferantes aspectos en que se manifiesta, la cuestión migratoria no está fuera de nosotros, en otra parte, en otras latitudes. El tema ha venido a buscarnos, ha golpeado a la puerta, se ha instalado en nuestros jardines y en el patio de atrás, va a las mismas escuelas que nuestros hijos, se sienta a nuestra mesa, revuelve nuestras historias familiares y nos entrega múltiples genealogías y relatos que habíamos olvidado. Porque, ¿quién es nosotros? Nosotros somos ellos. Hijos o nietos de emigrantes, extranjeros trabajando en países diferentes de aquel en que nacimos, en lenguas y en paisajes que en nuestra infancia considerábamos clara y definitivamente ajenos. Identidad y extranjería eran términos que formaban entonces parte de un vocabulario conocido; hoy parecen conceptos inadecuados, que designan posiciones que no se adaptan plenamente a nuestras realidades, que las parcializan, sin dejar ver sus superposiciones y sus matices. ¿Quién que es, no es migrante, en algún grado o de alguna manera? ¿Quién no ha abandonado un país, una región, una lengua, una tradición, un espacio simbólico, un ser amado, una forma de vida? La experiencia migrante de nuestros días radicaliza y extrema esas vivencias, las multiplica, las expande y las convierte en problema humano (también humanitario) de primer orden, que interpela directamente a la conciencia burguesa. Como el tema central del que se ocupa, Líneas de fuga. Ciudadanía, frontera y sujeto migrante, se fue extendiendo, por sus propios impulsos, en todas direcciones. No he querido que en este libro proliferaran las fronteras interiores, que abundan y se multiplican en el mundo real. Lo he dejado expandirse hacia numerosos campos, no para agregar datos ni metodologías al excelente trabajo de antropólogos, politólogos, filósofos, sociólogos y especialistas en crítica cultural que me precedieron, sino para proponer una forma integrada y necesariamente tentativa de pensar el fenómeno de la migración, en el cual se articulan prácticas concretas y sus correlativos procesos de subjetivación y conciencia social. El libro aborda movilizaciones de distinto tipo, en sus puntos comunes y en sus divergencias: nomadismo, diásporas, (trans)migraciones, exilios, situaciones de refugio y de asilo político, desplazamientos forzados y desterritorializaciones indígenas. Lo que une tan distintas maneras de des/re/territorialización es la pérdida o la renuncia al lugar de origen, y la elaboración del duelo individual y colectivo que cataliza esa experiencia extrema. En efecto, el abandono forzado o voluntario de la naturaleza considerada propia, el alejamiento de la ciudad, el paisaje, la comunidad, la tierra de los antepasados, los saberes locales, las lenguas
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y creencias originarias, hacen parte de un proceso intrincado de enajenación y extrañamiento que moviliza no solo el espacio profundo de los afectos, sino la cognición del entorno, la relación con la memoria y las proyecciones de la imaginación histórica. Asimismo, esos desprendimientos activan formas intensas e imprevisibles de conciencia social, en las que ruptura y sutura, abandono y recuperación, desgarramiento y reapropiación, impulsan una dinámica creativa que sigue la dirección necesaria de la supervivencia, la asiste y consolida. Temas teóricos relacionados con la noción de sujeto, con el desarrollo y debilitamiento de la nación-Estado, con nociones como transnacionalismo, cosmopolitismo, cosmopolítica, bio/necro/política, gubernamentalidad, tercer espacio, comunidad, etc., reaparecen a lo largo del libro porque ilustran el (re) surgimiento de términos y categorías a partir de los cuales sea posible pensar experiencias que no encuentran una nominación adecuada en los glosarios de la modernidad. Nuevas formas de ser y estar en sociedad exigen la movilización de campos de significación distintos de los propuestos hace décadas desde las conocidas compartimentaciones disciplinarias o, por lo menos, resignificaciones a veces radicales de tales territorios cognitivos. La atención al aspecto subjetivo, es decir, al surgimiento de subjetividades diferenciadas derivadas de la experiencia social de la desterritorialización, no significa una concentración idealista, romantizada o esencializada en los procesos analizados, ni una inmersión en la interioridad o en el aspecto empírico personalizado de la movilización migratoria que impida captar los grandes planos en los que esas vivencias se inscriben. Me interesa, sobre todo, la posición ambigua del sujeto migrante, su cualidad transicional, los procesos a partir de los cuales individuos y comunidades que atraviesan esas circunstancias, desarrollan formas de afectividad vinculadas a la movilización, el tránsito y las alternativas de la asimilación cultural, operando a partir de otros usos de la memoria y de la imaginación, otras modalidades cognitivas, formas nuevas de conducta social, de interpretación y representación de la experiencia, que se diferencian claramente de los del ciudadano. Asimismo, este estudio tiene como uno de sus núcleos principales la noción de frontera pensada como límite, como cuerpo apropiable, como paradigma, como herida abierta, como confín y como capital simbólico, es decir, como punto de intensificación de dinámicas sociales, laborales, económicas, políticas y culturales que, aunque comprometen a la sociedad total, se acentúan y radicalizan en la delimitación fronteriza. Digamos que este libro acepta la perspectiva relacional que Sandro Mezzadra y Brett Neilson proponen en Border as Method, or, the Multiplication of Labor (2013), en la que la frontera, definida como institución social compleja y como dispositivo gubernamental, funciona como generadora de significaciones y de formas específicas de conocimiento y de acción política. En palabras de estos autores, «Insofar as [the border] serves at once
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to make divisions and establish connections, the border is an epistemological device, which is at work whenever a distinction between subject and object is established» (16). Aunque el libro no se limita a América Latina, porque sigue un propósito conceptual y teórico más amplio, la cuestión fronteriza, sobre todo entre México y Estados Unidos, alcanza un lugar prominente, no solo porque constituye un punto de referencia obligado a nivel global, sino porque permite desplegar un amplio espectro de ocurrencias, personajes, funciones y artefactos que concentran las lógicas securitarias que se registran, con variaciones, en muchos otros sitios. Se analiza, entonces, la significación de construcciones fronterizas (muros, alambradas, vallas, torres de vigilancia, tecnologías de identificación y detección de cuerpos, controles oceánicos), las formas materiales de obstaculización del movimiento (desvíos territoriales o marítimos, embudos, corredores) y las mediaciones humanas (coyotes, polleros, y otras formas de intermediación) que sirven para canalizar el flujo humano. Se exploran, además, aspectos vinculados a los procesos de «inclusión diferencial», la frontera como performance, y los campos de refugiados como paradigmas heterotópicos. Se examinan dinámicas como las de expulsión, acorralamiento, caravanas, deportación, retorno y transmigrancia. Se presta especial atención a cuestiones de representación estética, en la literatura y las artes, donde en el registro de lo simbólico se revelan aspectos y connotaciones que a veces no llegamos a captar en los casos concretos. La práctica, la teoría y la representación de la migración es, en todos los sentidos, un campo experimental, evasivo y de bordes imprecisos, atravesado por simulacros, tretas, tácticas y rituales, donde la doble conciencia desempeña un papel central en la construcción de la subjetividad y de la praxis migratoria, y en sus formas de representación simbólica. La tesis central de este libro se basa en la idea de que, de la misma manera en que el concepto de ciudadano/ciudadanía constituyó una de las plataformas principales para organizar y pensar la modernidad, la noción de sujeto migrante (la figura que nombra esa expresión, la posición que marca ese concepto, los procesos de producción de significados que articula) constituye el lugar (al menos uno de los principales lugares) desde donde evaluar el capitalismo globalizado, sobre todo en cuanto a su costo eco-social. Otros autores han destacado ya, desde diversas perspectivas, el protagonismo de la figura del refugiado como núcleo político de nuestro tiempo. Desde perspectivas convergentes, aunque diferenciadas, autores como Hannah Arendt, Giorgio Agamben, Zygmunt Bauman, Slavoj Žižek, Michael Hardt, Tony Negri, Arjun Appadurai, Wendy Brown, Sandro Mezzadra, Brett Neilson, Saskia Sassen, Edward W. Soja, Nicholas De Genova, Iain Chambers, William Walters, Thomas Nail y muchos otros, ven al migrante como una unidad biopolítica
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capaz de revelar, con su misma existencia y activación colectiva, la radical debilidad sistémica, en su torsión neoliberal y necropolítica. Este libro quiere llamar la atención sobre el proceso por el cual la plataforma social, política y legal de la ciudadanía (y los conceptos de soberanía y nación-Estado) van siendo desarticulados por el fenómeno migratorio, el cual genera procesos de re-significación política y social, jurídica y cultural, que desmontan los mecanismos de poder y las estrategias de control de la modernidad. Este es un libro, entonces, no solo transicional en sí mismo, por la provisionalidad de los escenarios que analiza y por la misma metodología tentativa que utiliza, sino, además, enfocado en una transición política y social, que se expande desde las categorías y escenarios de la modernidad a la desagregación político-territorial postmoderna, recorriendo instancias cruciales de un espacio-tiempo que se va descomponiendo ante nuestros ojos en un caleidoscópico proceso de fragmentación y rearticulación de lo social y de lo político a nivel planetario. No se trata de anunciar un recambio contundente, una mutación categórica, política y social, o un avatar inédito de la implementación democrática y de la organización de la sociedad civil que, como un advenimiento, venga a salvarnos del statu quo. Se trata, más bien, de registrar indicadores de un proceso en el que las relaciones de poder y los pilares político-ideológicos de la modernidad se van desmantelando ante movilizaciones multitudinarias que desestabilizan los escenarios anteriores, sin necesariamente cancelarlos de una vez para siempre. Se trata de observar las superposiciones de diversos regímenes de verdad y de sus variadas formas de manifestación, de advertir la existencia de nuevas lógicas y nuevas estrategias, nuevos sujetos y nuevas agendas, que emergen sin que los anteriores hayan llegado a desaparecer. Este libro se ocupa de las tensiones, ambigüedades, paradojas, contradicciones y luchas de poder, de los enfrentamientos y resistencias a que dan lugar estos procesos. La noción de líneas de fuga apunta a los movimientos centrífugos que la migración, como movimiento social, impone al (des)orden de la globalización. Líneas de fuga alude a desplazamientos, movilizaciones y relocalizaciones, a las dinámicas de descentramiento, reagrupamiento, desterritorialización y reinserción que señalan una energía social que desborda los parámetros de la nación-Estado. Expone, asimismo, la intervención que el migrante realiza en los protocolos de la modernidad, a partir de la utilización de modalidades otras de enfrentar la territorialidad real e imaginada. Diferenciada, pero intrínsecamente vinculada al concepto de «derecho de fuga» desarrollado por Sandro Mezzadra y otros, la expresión «líneas de fuga» apunta, en el uso que recibe en este libro, no ya al ámbito abstracto y general del reconocimiento de uno de los dominios de la libertad, aquel por el cual el sujeto puede decidir sobre su residencia, sus procesos de des/re/territorialización y sus formas de desplazamiento, sino que
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enfatiza el movimiento en sí, desde la perspectiva de la subjetividad migrante y de sus formas de inserción y defección de las relaciones de poder. La expresión líneas de fuga así usada no intenta desmaterializar de ninguna manera la migración como fenómeno, acción o práctica social, como movimiento colectivo de profundas repercusiones políticas, y como reacción y respuesta a situaciones de expulsión, marginación, precarización, violencia, invisibilización, etc. que forman parte de la historia del capitalismo occidental desde el colonialismo y se agudizan con la globalización. Mucho menos se pretende deshistorificar la migración, intentando entenderla como un fenómeno cuyas causas resultan ilegibles. Se trata más bien de enfatizar cómo las condiciones reales de existencia creadas por los impulsos de acumulación y reproducción del capital y por sus formas de manipular el trabajo vivo, se manifiestan en dinámicas centrífugas que marcan líneas de energía política y social que, a partir de los centros consagrados y consolidados en la modernidad, se lanzan hacia un afuera aún incierto del neoliberalismo. Tales líneas de fuga tienen, a no dudarlo, una dimensión emancipadora, fundacional, aunque aún difusa e inorgánica, adjetivos que conectan con la caracterización que hiciera Antonio Gramsci del subalterno, cuando al referirse al concepto de hegemonía en los Cuadernos de la cárcel habla de esa forma de sujetidad (en su momento, forma alternativa de referirse al proletario, pero que al mismo tiempo excede esos parámetros) aludiendo a sectores excluidos de las instituciones sociales y políticas, las cuales tienen como objetivo invisibilizar, cooptar y acallar la resistencia. Aunque la migración puede ser concebida, desde una perspectiva postcolonial, como una de las formas que asume la subalternidad, su radical heterogeneidad hace imprecisa esta adjudicación, que difumina la especificidad del fenómeno migratorio al englobarla en una categoría ya de por sí problemática de análisis social. La noción de línea de fuga, tal como aparece usada en este libro, dialoga con la concepción deleuzeana que asocia a esta expresión los conceptos de deseo y resistencia. En este sentido, las líneas de fuga a través de las cuales se disgrega el centralismo de lo nacional y se lanza a la exterioridad una fuerza política y social multitudinaria se manifiestan como un devenir que subvierte el orden de la dominación capitalista y neoliberal, rasgando el tejido social y llamando a un reordenamiento radical de sus tramas políticas, sociales y económicas. Si las fronteras constituyen las demarcaciones del poder, la pulsión del deseo las intercepta, desafía y atraviesa. La fuerza de lo subjetivo aparece como energía política que no puede ser desarticulada por efectos de la codificación securitaria. Deleuze y Guattari hablan de los flujos cambiantes del capital y de los circuitos que reproducen mundos periféricos no solo en los márgenes del sistema sino en su mismo interior, barrios del tercer mundo en las ciudades más desarrolladas, formas de pauperización que hacen proliferar sujetos fuera-de-lugar,
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sin casa, sin trabajo, sin Estado, en medio de la abundancia de las ciudades, que criminalizan la precariedad y reproducen la «irregularidad» de los sujetos que han caído en los entrelugares de la sociedad y sus discursos. Se trata de sectores sociales que escapan a toda clasificación, que han sido conceptualizados como anómalos, desechables, consumidores fallidos, anti-ciudadanos, daños colaterales del sistema, sujeto-objetos reciclables al servicio de los vaivenes del mercado laboral, cuerpos residuales y multitudes en fuga vistas por los Estados como conjuntos donde la identidad, la singularidad y la individualidad de la vida misma han dejado de tener relevancia. Ante las interpretaciones macroestructurales del sistema global, las líneas de fuga tienen un valor micropolítico hasta que se descubren como formas articulables de resistencia y de defección, en las que se reivindica el deseo a explorar y nutrir un afuera del neoliberalismo desarrollando una pulsión liberadora y fundadora de nuevas formas de conceptualizar la socialidad, la pertenencia y la acción política. En este sentido, la migración se afirma como instancia transicional, transnacional, translocalizada, transregional, transoceánica, en tránsito, fijando en el prefijo trans- su condición móvil, desde-hacia, donde la subjetividad, es decir, el cuerpo, la cognición sensible e intelectual, los afectos, la creencia, la socialidad (familia, inserción comunitaria, etc.), la memoria y la imaginación son los elementos a partir de los cuales se materializa el avance, el cruce y la reinstalación del sujeto en nuevos territorios existenciales. Si el derecho de fuga señala una fundamental reivindicación frente al Estado en el orden jurídico y social, la noción de «línea de fuga» constituye una acción política, a la vez un statement y una forma de ejercer agencia, una pulsión del deseo y una estrategia de experimentación de la exterioridad de lo nacional fuera de los parámetros ya codificados por la modernidad. La línea de fuga es el lanzamiento del sujeto individual y colectivo hacia un más allá de la nación-Estado, entendiendo por esta nominación la unidad político-administrativa que predetermina al sujeto desde el punto de vista geocultural. La idea de nación es concebida en relación con las ideas de fraternidad, igualdad, «solidaridad en gran escala» y «plebiscito diario», bien resumidas por Ernst Renan en 1882 como base para el pacto social de la modernidad. A partir de Foucault y de Deleuze, la subjetividad es entendida en este estudio como proceso, transcurso y construcción, es decir, como potencia que se va definiendo a partir de las luchas que involucran al sujeto y de las formas de resistencia que este desarrolla como (re)acción ante esos choques y como respuesta a sus propias pulsiones de avance y duración. Toda línea de fuga es, para Deleuze, agenciamiento de deseo, una direccionalidad objetivo-subjetiva que atraviesa la sociedad y que da lugar a posibles «bucles», «remolinos» y recodificaciones. Este libro explora, entonces, esos pliegues, y los vectores de energía política y social que impulsan
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las dinámicas que hacen posible la resistencia al sistema y sus posibles redimensionamientos. En el avance de la argumentación que aquí se ofrece, reaparecen constantemente conceptualizaciones alternativas de la ciudadanía que señalan direcciones posibles para rearticular los elementos constitutivos de la nación-Estado, amenazada por los escapes de energía social que resultan de los flujos desterritorializadores. Se advierte, desde las perspectivas ciudadanistas, que las coordenadas espacio/temporales vigentes durante los procesos de formación y consolidación de la nación-Estado se llenan de nuevos sentidos en el mundo global, muchos de los cuales apuntan a la fragmentación, la heterogeneidad y la democratización radical. El tema del espacio, en sus múltiples manifestaciones, reales y simbólicas, relacionadas al territorio y al amplio dominio de los derechos, a los lugares de residencia y a la libertad de movimiento, es esencial para la comprensión de la situación migratoria. Ciudadanía y sujeto migrante constituyen posicionamientos en pugna en torno a la problemática de la justicia espacial (referida, como Edward W. Soja señala, tanto a la espacialidad de la (in)justicia como a la (in) justicia de la espacialidad). Por eso la coordenada espacial aparece elaborada desde el comienzo del libro, como apertura hacia una de las dimensiones a partir de las cuales deben ser estudiados los desplazamientos humanos y los dispositivos que intentan contenerlos. Junto a las múltiples formas que asume la migración por tierra, se realiza en este estudio una aproximación a la movilización marítima, la cual funciona a partir de sus propios actantes y dinámicas. Náufragos, polizones y guardacostas, así como formas específicas de vigilancia, detección e intercepción de embarcaciones, forman parte del escenario marítimo, oceánico y fluvial, que cuenta ya con su propia poética y con su larga historia de desastres cotidianos. En tierra, como complemento necesario de las travesías marítimas, centros de detención se multiplican en islas aledañas a las costas. Campos extracontinentales de refugiados constituyen asimismo parte de ese microsistema de vigilancia y expulsión cuyos registros de rescates, muertes y deportaciones es mucho menos visible que en los casos de migración terrestre. El Caribe y el Mediterráneo se analizan, en este sentido, como núcleos álgidos de movilizaciones que han venido realizándose y cambiando de signo a través de los siglos, y que forman por sí mismas corrientes de sentido que se entronizan en distintas etapas históricas, desde las travesías colonizadoras y esclavistas hasta las formas modernas de expulsión y desplazamiento de sujetos. Pero, por cierto, en medio de este amplísimo espectro de temas y problemas vinculados a la migración, el ojo del huracán señala los descalabros del capitalismo, durante siglos de marginación y deshumanización de amplísimos secto-
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res humanos no asimilados al ethos productivista y consumista del capitalismo global. Este libro enfatiza cuestiones de método, intentando mostrar la amplia gama de aproximaciones que se realizan desde la sociología, la antropología, la sicología, la historia laboral y las ciencias políticas al tema migratorio, entendiendo que solo materializando el análisis de los procesos de producción, trabajo y distribución de la riqueza puede llegarse a comprender la pulsión tanática que hoy atraviesa el mundo globalizado y que se expresa con dramática elocuencia en los desplazamientos humanos. Este aspecto, quizá el más importante de esta constelación crítico-teórica, requiere una cala profunda en el funcionamiento económico del capitalismo tardío, en las estrategias del biocapitalismo y en las formas de control poblacional en nuestro tiempo. Una parte importante de este libro está destinada al pensamiento filosófico que enfoca la cuestión del espacio y del lugar en relación con el movimiento, no solamente en la orientación cinética trabajada por Thomas Nail, sino también desde la perspectiva de la justicia espacial abordada por Edward W. Soja y otros autores. La noción de etnopaisaje es importante en este sentido, y aparecerá utilizada en varios momentos del desarrollo de este estudio. Asimismo, no podía dejar de analizarse la detención, inmovilización o reversión de las dinámicas migratorias que imponen los campos de refugiados y los procesos de deportación. Este no es un libro antropológico o que eche mano del método etnográfico, por lo cual los análisis hacen referencia somera a casos, situaciones o circunstancias específicas, pero buscando siempre la manera de conceptualizarlos, para tratar de entregar un paradigma a la vez categorial y reflexivo de aspectos que en general se tratan parcialmente y desconectados unos de otros, en estudios más estrictamente disciplinarios. Me interesó particularmente analizar debates ético-filosóficos sobre los tópicos de la tolerancia, la hospitalidad, la fraternidad, la solidaridad y otros, vinculados con la imagen del migrante, y con las formas en que este se vincula a la otredad y la diferencia. La figura del migrante se conecta, así, con las del extraño, el extranjero, el forastero, el huésped y el recién llegado, así como con la posición del anfitrión, el dueño de casa, la sociedad receptora y la ciudadanía. Debe reconocerse, sin embargo, que lejos de responder a una dinámica binaria, la relación migratoria es siempre fluida, cambiante, ambigua y multifacética, haciendo de las posicionalidades mencionadas apenas estaciones transitorias y superpuestas en recorridos espacio-temporales complejos y siempre singulares. En este plano de la reflexión, los conceptos de deseo, becoming y doble conciencia, son esenciales como elementos psicológicos y afectivos que configuran la subjetividad migrante y que tienen en el performance corporal y en las conductas un correlato directo. La perspectiva deleuziana ocupa un lugar fundamental en este estudio, ya que ofrece una serie de nociones que son centrales para el
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estudio de la movilidad migratoria, como las de territorialidad, nomadismo, ensamblaje, evento, agenciamiento y línea de fuga. De este nivel de abstracción surgen direcciones importantes para pensar las implicancias éticas, estéticas e ideológicas de la desterritorialización, y para comprender lo que expresa la dinámica rizomática de los desplazamientos humanos sobre las distribuciones espaciales de la modernidad, los dispositivos del poder y las formas de funcionamiento del panóptico global. En el plano del pensamiento filosófico sobre la migración se notarán las referencias frecuentes a Roberto Esposito, Slavoj Žižek, Rosi Braidotti, et al., pensadores cuyas reflexiones sobre las cuestiones de subjetividad, biopolítica y espacialidad son imprescindibles para el tema de este libro. Las ideas de Bauman y Lévinas, me resultaron particularmente útiles para el enfoque abierto del mismo, que tiene como principal objetivo introducir el tema de la migración, sin duda uno de los tópicos más álgidos y relevantes del siglo xxi, a nivel amplio y exhaustivo, como modo de contribuir a la crítica que se enfrenta a los desplazamientos humanos desde el campo de las humanidades y las ciencias sociales. La retórica securitaria es un importante aspecto que debe considerarse como parte de los procesos discursivos a partir de los cuales se intenta una legitimación de la represión fronteriza, sobre todo de las medidas de militarización que son la causa determinante de la mayor parte de las muertes que se registran en mar y en tierra en los intentos por efectuar el cruce de fronteras sin documentación. La historia de pasaportes, pases de salud, autorizaciones y otras formas de permisos, salvoconductos y credenciales es importante para captar la progresión y los condicionantes políticos que impulsaron el surgimiento de tales formas de control, las cuales han venido refinándose tecnológicamente sobre todo desde las últimas décadas del siglo xx, adquiriendo especial relevancia a partir del 9/11. El tema de la migración compromete, sin duda, el campo económico y social, pero es, quizá, ante todo, un tema esencialmente ético y político, que es imposible enfrentar de manera puramente objetiva y desapasionada. Este libro espera, ante todo, poder encender en el lector estos sentimientos de identificación personal con el tema y de pasión por una problemática que está en la raíz misma de lo que somos y del mundo que queremos construir. Este libro debe mucho al diálogo con colegas que me acompañaron en un congreso internacional que coordiné en Washington University in St. Louis en octubre de 2019. Bajo el título de «Fronteras líquidas/Liquid Borders» un grupo excepcional de académicos internacionales, algunos de ellos también activistas en temas migratorios, y representantes de muchas disciplinas, compartieron sus investigaciones, sus hipótesis y posiciones teóricas y políticas en un intercambio que, al menos en mi caso, nutrió meses de reflexión sobre estos asuntos. El lector
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interesado podrá acceder a esos trabajos en el libro que bajo el título de Liquid Borders verá la luz próximamente. El manuscrito de este libro, que estaba ya muy avanzado cuando tuvo lugar este congreso, recibió muchos cambios y agregados a partir de lo que estos colegas aportaron al diálogo colectivo, por lo cual expreso a todos ellos mi admiración y sincero agradecimiento. A la School of Arts and Sciences de Washington University en St. Louis, mi gratitud por el constante y generoso apoyo a mi investigación. MM
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Fronteras líquidas El rostro del planeta está cambiando aceleradamente. Un recorrido rápido por países europeos permite percibir la multiplicidad étnica que se va insertando, con diferentes grados de integración e intensidad, pero con consistente aceleración, en sociedades ya de por sí cosmopolitas. A pesar de su inherente diversidad cultural, estas ciudades aparecen hoy, más que nunca, como un caleidoscopio humano cuyos fragmentos se destacan con una nitidez desconcertante. Los grandes centros urbanos, y aun las ciudades de menor población, se ven atravesados por flujos de individuos que resaltan sobre el telón de fondo de las poblaciones nacionales y del movimiento flotante de viajeros que por placer o por trabajo se incorporan a diario a los espacios públicos. El viajero establece una relación superficial e «instantánea» con el entorno ya que el viaje, dice Marc Augé, «construye una relación ficticia entre mirada y paisaje», en la que el observador es más importante que lo observado. «El espacio del viajero sería, así, el arquetipo del no lugar» (Los no lugares 91).1 Pero no es la tradicional dinámica turística, ni el familiar cosmopolitismo del Viejo Continente lo que se destaca hoy en día en los países europeos, sino el movimiento errático de heterogéneos integrantes de un movimiento inorgánico y multitudinario, que no va guiado 1 Para una visión poética del viaje y de las dimensiones que se le asocian (cosmopolitismo, extraterritorialidad), véase Onfray, cuya perspectiva plantea el placer del desplazamiento sensorial, gratuito y placentero, contracara de los fenómenos de migración y desterritorializacion analizados en este libro.
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por la jouissance que anima el recorrido de cruceros, excursiones y otras formas del ocio organizado, sino por las imposiciones de la necesidad. En palabras de Zygmunt Bauman, la experiencia de nuestros tiempos líquidos es la de «humanity on the move»: desplazamientos, desalojos, expulsiones, nomadismos, exilios, diásporas y destierros. Bauman describe en términos dramáticos uno de los más impactantes componentes del paisaje social del nuevo milenio: Tribal wars and massacres, the proliferation of «guerrilla armies» or bandit gangs and drug traffickers masquerading as freedom fighters, busy decimating each other’s ranks yet absorbing and in due course annihilating the «population surplus» in the process (mostly the youth, unemployable at home and denied all prospects); this is one of the twisted and perverse «local quasi-solutions to global problems» to which latecomers to modernity are forced to resort, or rather find themselves resorting. Hundreds of thousands, sometimes millions of people are chased away from their homes, murdered or forced to run for their lives outside the borders of their country. Perhaps the sole thriving industry in the lands of the latecomers (deviously and often deceitfully dubbed «developing countries») is the mass production of refugees (Liquid Times 33).
El panorama incluye, como se ve, una multiplicidad de formas y niveles de movilización humana, donde diversas formas de agresión se combinan con la violencia sistémica. La heterogeneidad de los agentes sociales se recorta contra el telón de fondo de una desigualdad social que se hace más visible en un mundo donde las coordenadas de espacio y tiempo parecen apretarse, dando un sentido de sofocante compresión a la experiencia colectiva. La pérdida del valor de la vida, que adquiere visos dantescos sobre todo en los países del Sur global, obliga a replantear la reflexión sobre el costo social de la modernidad (incompleta, desigual, excluyente) y el sentido de la globalización, en cuyo seno formas de primitivismo y luchas ancestrales coexisten con los avances tecnológicos y con las narrativas que celebran la democratización por el consumo.2 A las catástrofes naturales derivadas del desequilibrio climático se suman las crisis nacionales o regionales creadas por la devastación extractivista, los desequilibrios económicos en los países periféricos, la pérdida de vigencia de la política tradicional, el vaciamiento del Estado y la ausencia de nuevos liderazgos, el aumento de la separación entre los privilegios de raza, clase y género, y la desposesión de los 2 En
International Migrations Khalid Koser se apoya en la siguiente definición de globalización, tomada del libro Global Transformations, de David Held: «Globalization may be thought of as a process (or set of processes) which embodies a transformation in the spatial organization of social relations and transactions —assessed in terms of their extensity, intensity, velocity, and impact— generating transcontinental or inter-regional flows and networks of activity, interaction, and the exercise of power» (Koser 25).
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sectores oprimidos, cada vez más alejados de toda posibilidad de participación igualitaria en el mundo globalizado. En Down to Earth. Politics in the New Climatic Regime (2017) Bruno Latour ha indicado elocuentemente que el nuevo régimen climático abarca tanto las migraciones como las explosiones de desigualdad y la crisis ecológica. Los tres fenómenos son síntomas de una misma transformación del mundo que se manifiesta a todos los niveles. Para Latour se trata de una nueva universalidad que nos transmite la sensación de que el suelo cede bajo nuestros pies, en todos los sentidos. Según el pensador francés, las luchas por apropiación del espacio son centrales en este proceso, que a nivel social se presenta bajo la forma de una contra-conquista de territorios por parte de aquellos que se vieron privados de tierras y recursos por el expansionismo colonialista, y que devuelven ahora a los usurpadores de antaño el desasosiego de sentirse invadidos y amenazados en la que consideran su territorialidad. The great novelty for the modernizing peoples is that this territorial question is now addressed to them as well as to the others. It is less bloody, less brutal, less detectable, perhaps, but it is indeed a matter of an extremely violent attack destined to take away the territories of those who had up to now possessed land —most often because they had taken it away from others during wars of conquest (7).
Entre las metaforizaciones a las que han dado lugar estos fenómenos se cuentan numerosas imágenes que buscan comunicar el avance constante e imparable de los cambios que nos agobian, que parecen invadir nuestra capacidad de reacción y de interpretación social. Como la mareas, las plagas, los tsunamis, los terremotos, parece que una fuerza sobrehumana se ejerce sobre la realidad conocida para desnaturalizarla y someterla a fuerzas que solo parcialmente podemos comprender. La noción de lo líquido popularizada por el filósofo polaco Zygmunt Bauman desde el comienzo del nuevo milenio gira en torno a las ideas de volatilidad, variación permanente, inconstancia, fluidez y ligereza, que pueden aplicarse a lo privado y a lo público, a lo interior y a lo exterior, a lo social tanto como a lo económico y a lo político en el mundo de hoy. Para Iain Chambers, la noción de lo líquido en Bauman indicates the latest phenomenological forms of global capital, the unstable contours and forces of an object of sociological analysis, but the instability of waves and currents can also suggest critical depths («Maritime Criticism» 679).
Seducido por su propia metáfora, Bauman ilustra la condición líquida de nuestro tiempo con una redundancia letánica: todo es líquido, la modernidad, el amor, el miedo, el tiempo, la identidad, las formas de la muerte, la residuali-
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dad de lo humano y la espacialidad que nos contiene. Sentimos esa condición líquida en nuestra experiencia cotidiana, en el contacto con los otros, en los discursos oficiales: todo se nos escapa entre los dedos, se filtra y se dispersa. Este libro no explora, sin embargo, prioritariamente, esta futilidad, sino el drama que la acompaña —también objeto de la reflexión de Bauman—, sus raíces, sus manifestaciones y su ineludible materialidad. La migración aparece, en este panorama interpretativo, como un ejemplo paradigmático de la movilidad que caracteriza a nuestro tiempo, no solo en cuanto al permanente cambio de lugar de sujetos, ideas y mercancías, sino también en lo que tiene que ver con las transformaciones que los sujetos imprimen de manera constante en las que parecían estructuras estables de la modernidad. Esta acción recíproca es uno de los ejes de reflexión en este libro: la interacción como forma de desplegar formas colectivas y no tradicionales de agencia, que subvierten el (des)orden mundial, removiendo sus bases, sus estructuras, sus principios y formas de funcionamiento. ¿Qué elementos constituyen el paisaje de nuestro tiempo? ¿Qué acciones, que actores, qué proyectos lo caracterizan? ¿Quién interpela al observador? ¿Qué procesos desafían sus modelos de interpretación, sus categorías, sus valores? Contingentes nomádicos se diseminan en los centros urbanos o en áreas marginales de países mediana o altamente desarrollados, en las zonas históricas o fronterizas, buscando una inserción, aunque sea provisional, que resuelva las urgencias cotidianas. Los sonidos, imágenes y sabores de la ciudad se van diversificando por los aportes de culturas otras, que catalizan reacciones variadas, casi siempre teñidas por la emocionalidad y el recelo, e invariablemente condicionadas por la necesidad. El migrante, el extranjero, el desplazado, el refugiado, el Otro, constituyen figuras intrigantes, liminales, que inquietan y que alteran los espacios conocidos, incorporando atuendos, expresiones y conductas inusuales y en ocasiones desconcertantes, al repertorio de la vida diaria. La manifestación de lo que ha dado en llamarse intimidad cultural (cultural intimacy) deconstruye al Otro y al Yo que lo mira, materializando el paisaje humano con un misceláneo repertorio de elementos que evidencian lo que Michael Herzfeld denomina «poética social»: el conjunto de hábitos, conductas y expresiones que caracterizan a una cultura y que «invaden» el espacio colectivo.3 El extranjero se introduce, así, en la privacidad familiar de la naciónEstado, entendida como el hogar de sus habitantes naturales, lo cual provoca reacciones que interpretan la presencia del Otro como una intromisión o una 3 Véase al respecto Herzfeld, Cultural Intimacy, particularmente los capítulos titulados «Introducing cultural intimacy» and «The geopolitics of cultural intimacy». Agradezco a Mina Karavanta la referencia a este concepto.
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invasión de la que es necesario defenderse. El que llega utiliza, al insertarse en una nueva comunidad, un estilo propio, que denota procedencia, clase, creencias y valores, y es a partir de esta especificidad que su presencia debe ser aceptada e integrada. Para Herzfeld, el extranjero toca así puntos clave de la sensibilidad colectiva en la sociedad receptora, la cual despliega, a su vez, sus propias actitudes y tendencias. Este intercambio de miradas críticas sobre la intimidad comunitaria a la que llega el extranjero y desde la cual este es observado, no se da al margen de relaciones de poder, y es uno de los elementos cruciales en el intercambio intercultural que se produce en torno al fenómeno de la migración. La presencia múltiple y nutrida de los migrantes, en todas sus formas, cataliza en la población más o menos estable que los recibe el despliegue de un amplio espectro afectivo a partir del cual se expresa desconfianza, temor o rechazo ante el recién llegado, reacciones que pueden dar lugar a actitudes de conmiseración, curiosidad y condescendencia.4 En otros casos, es posible que diversas formas de intolerancia y violencia intenten legitimarse como estrategias defensivas a través de las cuales se quiere preservar los límites y privilegios de sujetos y posicionamientos sociales heredados de la modernidad. En Estados Unidos, las regulaciones que intentan limitar la inmigración ilegal han incorporado una dosis letal de xenofobia en escenarios sociales ya marcados por la prepotencia política, el elitismo y el debilitamiento general de valores cívicos. Alentados por la arrogancia conservadora, grandes sectores de la sociedad civil apoyan las políticas discriminatorias del régimen de Donald Trump, que está logrando fracturar las bases éticas de una sociedad postcolonial y multicultural que no logra reconocer su rostro y hacer paz con su propia naturaleza y con su propia historia. Deportaciones masivas, separación de familias, explotación de trabajadores ilegales, persecuciones y naturalización del prejuicio racial van solidificando la contracara perversa del pensamiento «políticamente correcto» cuyo llamado a la hipocresía social y a la condescendencia cultural insuflara rencor en los sectores privilegiados que se sintieron obligados a reprimir sus odios y a participar en una ficción de integración y tolerancia a escala nacional. La cuestión migratoria se ha convertido, así, en un índice inocultable de la crisis general de valores y principios sociales que acompaña la ideología del «America First». En los países latinoamericanos el fenómeno migratorio se manifiesta de un modo más regionalizado, generalmente concentrando inmigrantes en áreas 4 La
expresión «recién llegado» es utilizada frecuentemente en castellano, como referencia casi eufemística al extranjero, migrante o refugiado. Con esa expresión se trata de excluir elementos discriminatorios o denigratorios expresos, aunque los mismos aparecen muchas veces subsumidos en el contexto, cuando se indica, por ejemplo, «esa zona es peligrosa porque la han ocupado los “recién llegados”».
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marginales, en barrios populares o en cinturones de pobreza que rodean a las ciudades más prósperas o menos afectadas por crisis económicas y/o políticas. Como si se tratara de avenidas de tráfico caótico, en una dirección circulan amplios sectores que ubican en el Norte la utopía del progreso, y que emprenden recorridos inhumanos a través de territorios y fronteras, con la esperanza de alcanzar un espacio de vida en los grandes centros del capitalismo tardío. Al mismo tiempo, llegan a algunas naciones latinoamericanas individuos provenientes de países limítrofes o cercanos afectados por crisis político-económicas que hacen imposible la subsistencia e imponen condiciones de violencia a todos los niveles. La presencia masiva de estas corrientes migratorias representa de modo elocuente uno de los efectos de la globalización, que radicaliza las exclusiones de la modernidad y expresa una de las caras más oscuras y dolorosas de los procesos de mundialización, glorificados por algunos como movimientos de integración democratizadora. La presencia del otro modifica de manera implacable el mundo conocido, dejando al descubierto un cúmulo de afectos contradictorios, deseos incumplidos y necesidades apremiantes cuyo espectáculo atormenta —o debería atormentar— la conciencia burguesa. La desterritorialización y la precariedad son elementos que hacen parte del común denominador que articula a estos contingentes heterogéneos y desposeídos. Estos pasan a integrar la nueva «clase» que parece ir sustituyendo al proletariado: la del precariato, noción que aglutina a todos aquellos que viven marcados por la carencia y la inseguridad, y cuya voz recién comienza a ser percibida.5 En todo caso, conviene tener en cuenta una serie de puntualizaciones realizadas por especialistas en fenómenos migratorios, entre ellos Saskia Sassen, cuyas contribuciones al estudio de la globalización y también de los procesos de desterritorialización son fundamentales. Coincidiendo con otros investigadores, Sassen tiende a ver en los inmigrantes y refugiados la figura de «los colonizadores de hoy» («today’s settlers»). A partir de un análisis histórico y sociológico de los fenómenos de movilización masiva de población a través del planeta, y de las formas en las que estos desplazamientos alteran los conceptos de identidad y otredad en los imaginarios colectivos, Sassen enfatiza la interpretación del migrante como imagen en la que se condensan nuevas ideas sobre formas alternativas de habitar el mundo y de redefinir sus fronteras: […] I call immigrants and refugees «today’s settlers» to indicate that old concepts of belonging do not fit present realities. Migrations are acts of settlement and of habitation in a world where the divide between origin and destination is no longer
5 Sobre
el tema del precariato, véanse Standing, Wacquant, Xenos, Foti y Moraña («Escasez y modernidad»).
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a divide of Otherness, a world in which borders no longer separate human realities (Guests and Aliens 6).
Sassen sostiene que la migración no es algo que simplemente sucede a nivel global, sino que se trata de un fenómeno producido, que se desarrolla de acuerdo a patrones de desenvolvimiento que pueden ser analizados y hasta previstos siguiendo, por ejemplo, las fluctuaciones laborales. Tales desarrollos se producen en fases históricas que están en relación con las estructuras políticas, económicas y sociales a nivel global. Existe, en este sentido, una geopolítica de la migración que permite entender que este fenómeno no puede ser tomado por una invasión poblacional, sino que forma parte del sistema económico global (Guests and Aliens 155-156).6 Debe reconocerse, para comenzar, que la situación se ha ido desencadenando con rapidez e indudable dramatismo a nivel planetario. En Europa, a las crisis político-económicas, al estancamiento del crecimiento demográfico, al «terremoto financiero», a los peligros del terrorismo y a la amenaza de una escisión de la Unión Europa, se agrega en las últimas décadas el flujo migratorio como una embestida que remueve las bases mismas de la civilización occidental y, según muchos, pone en peligro las garantías de bienestar social y seguridad pública en los países desarrollados. Este flujo humano continúa, aunque con nuevo signo, el proceso iniciado con la caída del Muro de Berlín, ampliando el espectro de culturas diaspóricas, así como el volumen de los contingentes migratorios. En un premonitorio ensayo de 1993 traducido al inglés como «The Borders of Europe» Étienne Balibar hablaba de «la vacilación de los bordes», refiriéndose a los múltiples factores que ya entonces hacían tambalear el concepto de «nación territorial». Tanto el diseño como la funcionalidad de las fronteras presentaban signos de deterioro que, a su vez, afectaban de manera directa los pilares que sostuvieron durante la plena modernidad la identidad europea. Esta comenzaba un proceso de deconstrucción (revisión (auto) crítica vinculada a los fenómenos de fragmentación social y desgaste político-económico) que aún continúa. La crisis de representación de la noción misma de frontera territorial y la falta de certeza acerca de las funciones que este dispositivo debía cumplir en los escenarios que emergieron a partir de 1989, caracterizados por movilizaciones masivas hacia Europa occidental provenientes del mundo árabe, países del derrumbado 6 El trabajo de Sassen no tiene solamente una intención teórica o analítica sino, como indica
la propia autora, con sus consideraciones sobre el tema de la migración espera poder influir en la configuración de políticas públicas y en la regulación de los criterios de admisión y asimilación de migrantes tanto en Europa como en Estados Unidos, demostrando que el fenómeno no es nuevo, que está sujeto a ciclos previsibles y que existen formas prácticas de racionalizarlo y de canalizarlo en el presente.
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bloque socialista y de naciones africanas, produjo lo que Balibar interpreta como un «brutal cortocircuito de las dimensiones empíricas y trascendentales del concepto de frontera» (217; mi traducción). Según el filósofo francés, las nociones de adentro y afuera, aquí y allá debían ser resignificadas tanto a nivel teóricofilosófico como a nivel político. Todo esto apuntaba ya entonces, de acuerdo con el análisis de Balibar, al hecho irreversible de que el Estado nacional, como institución, estaba perdiendo vigencia. Balibar menciona una serie de factores clave en el proceso de descomposición de la nación-Estado y, por tanto, de descaecimiento de la noción, funcionalidad, y representabilidad de la frontera: la intensificación de los medios de comunicación internacional, que disminuye notoriamente la relevancia de los puntos de entrada a los territorios nacionales; la aceleración de los intercambios monetarios (sobre todo la circulación de capital financiero); el hecho de que muchos factores comunes a toda la humanidad sean incontenibles. Como ejemplo de esto último puede mencionarse la contaminación nuclear, los virus, las imágenes televisivas, los nuevos instrumentos bélicos, las luchas derivadas de la desigualdad y la exclusión, el poder de las lenguas dominantes, la imposibilidad de concentrar el poder político, económico, etc. en un solo lugar; y la transferencia de poder jurídico, político, etc. a instituciones supranacionales. En todos estos casos las fronteras resultan anacrónicas y superfluas: dispositivos del pasado que no están a la altura de los volúmenes migratorios, ni de la ubicuidad y diversificación que caracterizan el mundo de hoy, en todos los aspectos. Ninguno de estos factores puede ser detenido por la frontera, ya que está en su naturaleza misma la expansión a nivel planetario. Los bordes se han vuelto imposibles de localizar y de representar y, lo que es peor, como Balibar indica con acierto, no funcionan de la misma manera para todas las personas, sino que su aplicabilidad y rigor varían según la procedencia del individuo, su status social o legal, su raza, su poder adquisitivo, etc. Junto con el descaecimiento de la noción, representabilidad y funcionalidad de la frontera, se debilitan también los conceptos de nacionalidad y de ciudadanía. Pero la vacilación de la frontera no implica su desaparición. Paradójicamente, los bordes proliferan a medida que pierden sus funciones. Ya no son una línea, sino una zona, un territorio que puede ser habitado, es decir, utilizado como residencia y no solo como pasaje: «The quantitative relation between “border” and “territory” is being inverted». Habitar (en) el intersticio se ha convertido para muchos en una forma de vida. Al tiempo que las líneas limítrofes son el objeto de disputas y reforzamientos, las políticas comunitarias se extienden transnacionalmente. En este punto Balibar emite un juicio premonitorio, que anuncia agudamente los tiempos que corren al final de la segunda década del siglo xxi:
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[…] borders are no longer the shores of politics, but have indeed become —perhaps by way of the police, given that every border patrol is today an organ of «internal security»— objects or, let us say more precisely, things within the space of the political itself (220).7
Para Balibar, el debilitamiento de las líneas fronterizas en Europa ha resultado en un desbordamiento de esta, en su proliferación más allá de sí misma, fuera de todo reconocimiento. This is why I will suggest that today around the world there are many other Europes that we do not know how to recognize […] Europe is everywhere outside of itself, and that in this sense there is no more Europe —or that will be less and less of it. But in this dissemination without recourse, there is never more to be lost than to be gained —not in terms of the essence or substance of Europe, but in terms of the capacity of thinking and the project of governing oneself that it also represented (226).
Como es bien sabido, la situación analizada por el filósofo marxista hace un cuarto de siglo no ha hecho más que agudizarse. El panorama necropolítico de nuestro tiempo ha transformado el rostro de Europa —al igual que el de otras partes del planeta— deshaciendo los mitos que llegaron a confundir humanismo con humanitarismo, occidentalismo con universalismo, cultura con racionalidad, política con ética. Filósofos actuales, que se irán revisando a lo largo de este libro, han vuelto al panorama percibido por Balibar, a veces recordando explícitamente sus palabras, a veces creyendo descubrir, ellos mismos, los rasgos de una crisis civilizatoria cuyos orígenes colonialistas no todos reconocen. En cualquier caso, el carácter biopolítico de la situación migratoria y la agudización de las condiciones que subyacen a los fenómenos diaspóricos ha penetrado las fronteras generalmente bien resguardadas de la filosofía, permeándola con problemáticas éticas y políticas inaplazables. Roberto Esposito es uno de los bipolíticos italianos que ha reflexionado sobre estas cuestiones, que tocan directamente la problemática inmunológica que ocupa buena parte de su producción filosófica. En palabras de este autor: El número creciente de cuerpos, vivos o muertos, que desde hace algún tiempo la corriente del Mediterráneo empuja hacia las costas meridionales de Europa, junto
7 El movimiento que Balibar detecta en cuanto a las fronteras en la última década del siglo xx
es, ya entonces, paradójico: combina un proceso de subdeterminación (el debilitamiento de hecho de la funcionalidad de la frontera) y un proceso de sobredeterminación por el cual los bordes nacionales se identifican con las fronteras de una cultura, concepto que sirve a la distribución de espacios no solo nacionales sino civilizatorios, cuya importancia se proyecta a nivel planetario (220).
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al simultáneo ataque lanzado por el fundamentalismo islámico, expresan en toda su urgencia la entidad del giro que está en marcha […] De golpe es como si un telón hubiera sido rasgado, revelando así un paisaje que los habitantes de Europa han tardado en percibir y que ahora se muestra en su entera complejidad ante sus miradas atónitas. La que de forma eufemística ha sido llamada «emergencia humanitaria» presenta las características de una conmoción estructural destinada a cambiar los rasgos de la Unión en la composición de sus propios pueblos (Desde fuera 11).
El carácter bio/necro/político de la crisis es inocultable: Las drásticas opciones que se han presentado a los gobiernos europeos en relación con la inmigración de masas han puesto a la política, quizá por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial, en contacto directo con la vida biológica de millones de seres humanos que huyen de sus territorios devastados por la guerra y el hambre […] El destino de nuestro continente, de manera similar al del resto del mundo, se juega en el margen incierto que, en la implicación directa entre la política y la vida biológica, separa una biopolítica afirmativa de una crisis tanato-política de dimensiones desconocidas (11-12).8
Esposito propone, para enfrentar esta situación que compromete definitivamente la prominencia ya casi fantasmal del Viejo Mundo, romper de una vez con la actitud introspectiva que caracterizó al pensamiento europeo, y relacionar la filosofía con su «afuera». Excesivamente auto-centrada, la reflexión filosófica no pudo percibir hasta ahora, según el pensador italiano, el grado de esta crisis que anuncia «el final irremediable de la centralidad de Europa» (13). Y es este debilitamiento de la hegemonía el que impulsa el reconocimiento de la necesidad de un cambio radical en la perspectiva social y filosófica. Como señala el filósofo italiano, los cuestionamientos de esa centralidad fueron propuestos hace tiempo, desde posiciones bien dispares y lejanas en el tiempo, por autores como Dostoievski y Tocqueville. El conocido ensayo de Paul Valéry sobre la crisis del pensamiento europeo, publicado en 1919, esboza ya el comienzo de una deriva que no ha hecho más que radicalizarse. En su texto, el poeta prevé una caída 8 Volviendo
a la noción de Foucault de biopolítica de la cual derivan elaboraciones posteriores, recordemos que el concepto es definido como el reconocimiento de la humanidad desde el Poder, que privilegia esa condición como cualidad inherente a la especie y por tanto como elemento sujeto a regulación y manipulación política. Foucault define esa primera concepción de la biopolítica como «el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder; en otras palabras, cómo, a partir del siglo xviii, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana» (Seguridad, territorio, población 15).
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similar a la del Imperio romano o babilónico, ya que toda civilización cumple un ciclo de vida similar al de la existencia humana. La centralidad europea es interpretada como una especie de joya en la corona del occidentalismo. Valéry verbaliza así una versión poética, aunque crítica, del eurocentrismo: [e]n el momento actual una cuestión capital se nos plantea: ¿logrará Europa mantener su superioridad en todos los géneros? ¿Europa se volverá acaso eso que es en realidad, es decir, un pequeño cabo del continente asiático? ¿O Europa seguirá siendo eso que parece, es decir, la parte preciosa del universo terrestre, la perla de la esfera, el cerebro de un vasto cuerpo? (Valéry, Essays 35, cit. por Esposito 34).
La disyunción entre realidad y apariencia apunta a los imaginarios europeos en los cuales el colonialismo desempeñó un fundamental papel, no solo como impulsor del aludido y celebrado centralismo continental, sino como expresión de un predominio biopolítico desbaratado en la modernidad.9 Aunque los movimientos poblacionales no son nuevos, su proliferación e intensidad han aumentado notoriamente desde las últimas décadas del siglo xx, así como también la conflictividad que acompaña estos fenómenos. La reflexión sobre estos escenarios que se asocian estrechamente a los debates sobre globalización, neoliberalismo, posmodernidad y otros conceptos centrales en el análisis cultural de las últimas décadas, es inseparable de las elaboraciones que están teniendo lugar a distintos niveles sobre la situación europea y el rediseño de las cartografías políticas, económicas y sociales que rigieran en Occidente hasta el fin de la Guerra Fría. Estos temas, que en el contexto del capitalismo tardío tienen en el proceso de descentramiento de Europa uno de sus puntos más álgidos, derivan de inmediato hacia áreas problemáticas de fundamental importancia. Entre ellas, debe mencionarse el incremento de la violencia transnacionalizada, las condiciones de extrema precariedad que aquejan a inmensos sectores poblacionales en diversas regiones del planeta, y las formas represivas y reguladoras que se implementan para enfrentar la movilización masiva de contingentes humanos a través de fronteras. Este último fenómeno es el que, en indudable relación con los demás, ocupa las páginas que siguen, en las que se busca trazar un recorrido conceptual de tipo biopolítico a través de los escenarios de la globalización con particular atención al tema de la construcción de la subjetividad migrante. Como es obvio, la noción de sujeto migrante, que funciona como eje conceptual de las reflexiones que organizan este libro, constituye una abstracción teórica, una categoría de análisis que, como las demás, se elabora sobre la base de 9 Esposito
hace referencia a las ideas de Valéry, publicadas bajo el título de «Essais quasi politiques (Variété)», donde el autor francés diagnostica la crisis terminal del espíritu europeo.
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incontables particularismos, a los cuales pretende englobar, perdiendo en el proceso aspectos importantes de la especificidad socio-cultural del fenómeno analizado. Se trata, sin embargo, de explorar un problema eminentemente empírico y de dramáticas consecuencias sociales a través de conceptos que permitan inscribirlo en contextos mayores. En enfoques de carácter sociológico, los estudios sobre migración distinguen, a partir de una larga serie de criterios clasificatorios, factores de carácter histórico, social, político, económico y cultural, que intervienen en la movilización migratoria. Realizan, así, deslindes entre migrantes legales e ilegales, ocasionales o permanentes, voluntarios o forzados. Se diferencia, asimismo, según el sexo, la raza, los países de origen, los motivos principales de la migración, la condición familiar, los tipos de relación que se mantienen con el lugar de origen y que se establecen con los nuevos espacios sociales, etc. Las particularidades de estas numerosas formas de migración no son en sí mismas el objeto de este análisis, en el que se intenta más bien estudiar el denominador común de subjetividades que surgen de los procesos mencionados y las formas de inserción del sujeto migrante en los imaginarios convulsos y multidireccionales de nuestro tiempo. El objeto de las páginas que siguen se define, más bien, en torno a los problemas y espacios políticos, ideológicos y sociales que acompañan la experiencia de des/re/territorialización, intentando explorar la modificación que estos fenómenos catalizan en los horizontes de sentido consolidados durante la modernidad, y ahora erosionados por el impacto del neoliberalismo y el avance del biocapitalismo. Me interesa sobre todo indagar sobre los cambios que estos fenómenos promueven en el campo de la crítica cultural, particularmente en las categorías de análisis, metodologías y definición de objetivos de la investigación, con miras a la comprensión de un mundo en acelerado proceso de transformación donde los efectos de la necropolítica van alcanzando todos los rincones del planeta y todas las dimensiones de la vida individual y colectiva.10 10 Como
es sabido, el concepto de necropolítica ha sido elaborado por Achille Mbembe a partir de la idea foucaultiana de biopoder, que el crítico africano modifica como necropoder, enfatizando así el control de la vida y la muerte que caracteriza los regímenes políticos en distintas épocas. Se refiere, por ejemplo, a la esclavitud, el nazismo, las plantaciones, etc. Habla, asimismo, acerca de la «gestión de multitudes», por medio de la cual se controla desde el poder grupos humanos en situaciones de rebeldía, carencia radical, victimización bélica, etc. La lógica de exterminio ha sobrepasado, en la contemporaneidad, la impuesta por regímenes coloniales, que funcionaban aún dentro de ciertos parámetros controlados desde el poder político y religioso. En el presente la diseminación de poderes y la industria de la guerra dominan los escenarios transnacionales. El factor de racialización de esas estrategias necropolíticas es fundamental. La lógica del mártir y la lógica del superviviente coexisten como estrategias alternativas para infligir destrucción, la primera sacrificando al agresor y la segunda creando los mecanismos para que sobreviva a su ataque. En cualquier caso, la muerte ocupa un lugar fundamental en el capitalismo tardío como criterio de organización y regulación del sistema global.
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Achille Mbembe, al señalar las limitaciones de la biopolítica para dar cuenta de los fenómenos actuales relacionados con el exterminio o expulsión poblacional, habla de las «políticas de la muerte», expresión que mejor sirve, según este autor, para hacer referencia a la zombificación del ser humano que el mundo contemporáneo crea en su obsesión por la destrucción, la expulsión del otro y el arrasamiento de los espacios de vida. El filósofo de Camerún analiza la relación entre resistencia, sacrificio y terror, elementos que constituyen el centro mismo de la necropolítica. Frente a los poderes que deciden quién vive y quién muere dependiendo del modo en que se van articulando proyectos económicos y grupos de interés, las poblaciones quedan sometidas a enfrentamientos bélicos, atrapadas en la lucha de sectores sociales, militares o civiles, tribus o pueblos limítrofes, que se identifican con religiones o con grupos étnicos o políticos antagónicos. Grandes sectores terminan lanzados al nomadismo que los convierte en materia residual, en excedente humano que transita por tierras de nadie. Desde las últimas décadas del siglo pasado, pero siguiendo un proceso de largo alcance, se modifica sustancialmente el valor de la vida y la muerte, así como las nociones de trabajo, explotación, propiedad, familia, frontera e identidad. Estos cambios tienen enormes repercusiones sociales, culturales e ideológicas. Según Mbembe, la lógica de la supervivencia y la lógica del mártir pertenecen al dominio de los mundos de la muerte que la necropolítica administra. En ellos el cuerpo es apenas una mediación transitoria y sufriente entre la existencia y la desaparición. La materia corporal se carga de nuevos simbolismos y funciones, convirtiéndose en arma, trinchera, escudo y fortín. Sirve no solo para resistir y agredir, sino para dar testimonio, con su capacidad de resistencia, de la fuerza de las creencias que guían al sujeto, de su capacidad de sacrificio, del valor, del amor a la vida, de la importancia de la comunidad, la familia y el instinto de supervivencia. El concepto de territorio existencial trabajado por Félix Guattari resulta fundamental para entender el tipo de subjetividad que corresponde al sujeto migrante. El autor de Caósmosis define subjetividad del siguiente modo: Conjunto de condiciones por las que instancias individuales y/o colectivas son capaces de emerger como territorio existencial sui-referencial, en adyacencia o en relación de delimitación con una alteridad a su vez subjetiva (Guattari 20).
La noción de subjetividad que interesa a nuestros efectos es la que Guattari considera al enfatizar la dimensión colectiva y múltiple de lo subjetivo, la cual se despliega más allá de la individualidad, «del lado del socius». Esta conceptualización abarca instancias transindividuales, interacciones institucionales, y distintos universos de referencia o producción de sentido que contribuyen en la construcción de imaginarios y formas específicas de subjetividad. La intención
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de Guattari que interesa rescatar a los efectos de este estudio es la de llegar a construir «una concepción más transversalista de la subjetividad, que permita responder a la vez de sus colisiones territorializadas idiosincráticas (territorios existenciales) y de sus aperturas a sistemas de valor (universos incorporales) con implicaciones sociales y culturales» (14). La idea de territorio existencial puede resultar paradójica al ser aplicada a contingentes humanos desarraigados, flotantes y desplazados, pero es justamente la ausencia de territorialidad concreta la que crea la posibilidad de un afincamiento otro de lo subjetivo ligado a las experiencias del desarraigo, la supervivencia, el tránsito, la incertidumbre, y a la gran constelación afectiva que acompaña la trayectoria del migrante. Ese es el (no-)lugar afectivo, intelectual y axiológico en el que habita aquel que está sujeto a una multiplicidad de vectores imaginarios (en el sentido de construidos, ausentes, recordados, etc.) que lo vinculan a comunidades de origen, espacios futuros, lenguas desconocidas y destinos inciertos, es decir, a situaciones de pérdida y a formas posibles de (re)construir comunidades, vínculos, espacios de cotidianeidad y estrategias de supervivencia. Las comunidades funcionan, así, como redes basadas en la reciprocidad y cohesionadas por elementos comunes de tipo identitario, étnico o geocultural que brindan sustento emocional y material a los individuos que las integran. La noción de sujeto migrante abarca una serie de rasgos comunes que pueden ser aplicados a los procesos de subjetivación de refugiados, desplazados, exiliados, etc. Ese repertorio de experiencias compartidas incluye los avatares geoculturales de la des/re/territorialización, las frecuentes condiciones de explotación a las que el migrante es sometido, los factores de discriminación o racialización, las dificultades y variables grados de asimilación al nuevo entorno, las formas de relación del migrante con las comunidades y espacios de pertenencia y/o de adopción. Estos aspectos permiten penetrar, aunque aún de manera precaria, en la compleja trama del fenómeno migratorio y en el impacto que este causa tanto en los espacios sociales que se dejan atrás como en los que se perfilan como posibles lugares de reinserción y asimilación cultural. Como se ha venido adelantando, el elemento espacial es fundamental en la constitución de la subjetividad migrante. La noción de territorio funciona como la plataforma conceptual sobre la que se articulan las ideas de movilidad, variación y reinserción geocultural. La trayectoria migrante implica «cartografías de movimiento» que se inscriben en la continuidad histórica. Es, en efecto, este aspecto dinámico, incesante, siempre renovado, el que mejor caracteriza el desarrollo migratorio, definido por la lucha constante por la defensa de la vida. Esta movilidad contrasta duramente con la fijeza de las instituciones, la inflexibilidad de leyes y fronteras, la impasibilidad de las formas burguesas de ciudadanía y
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las nociones de pertenencia, propiedad, identidad y nación que la modernidad erigiera como bastiones de los proyectos nacionales. En Mil mesetas, Deleuze y Guattari se refieren a las líneas de fuga y a los devenires como elementos dinámicos, que implican transformación social y búsqueda de nuevos espacios que se conciben como contrarios al unitarismo estatal. El caso del migrante ilustra ejemplarmente estos vectores que se alejan del centro y del origen sometiéndose a cambios y reinserciones, es decir, a formas variadas de movilización y de desplazamiento, dando lugar a diversas modalidades de existencia y de materialización socio-cultural. Por lo tanto, como indica Kylie Message al definir la noción deleuziana de territorio, ese término no debe ser entendido, en este contexto semántico, como una zona de sedentarismo y de bordes inamovibles sino, por el contrario, como un lugar de paso, maleable y reinventable, y como un ensamblaje que mantiene la organización interna a pesar de su heterogeneidad constitutiva (275). Las nociones de desterritorialización y reterritorialización expresan, justamente, esta movilidad, a partir de la cual se generan formas inéditas de subjetividad y de interrelación social. Los autores que definen la subjetividad en el artículo titulado «New Keywords: Migration and Borders» agregan al concepto otro matiz de importancia, que permite distinguirlo de la noción de agencia.11 Si la subjetividad es el espacio conceptual que permite comprender el conjunto de aspiraciones y deseos, frustraciones e impulsos que guían al migrante, constituye asimismo una zona que oscila entre una comprensión del sujeto como subyugado por el poder y la percepción de ese mismo sujeto en su potencial resistente y creativo, el cual le permite superar las condiciones de sujeción en las que está situado. Como se explica en el artículo citado, las tecnologías de gobierno y las de auto-emergencia del sujeto son inseparables y existen interconectadas. En ese sentido, This recognition of subjectivity avoids the voluntaristic and individualistic undertones that haunt the notion of agency. More precisely, the framing of migrants as atomized individual rational-choice actors confronting external structures (83).
En primer lugar, se destaca el principio de que la práctica migrante, las experiencias y luchas que le son propias, no pueden ser consideradas aparte de los discursos, dispositivos, leyes e instituciones que rodean y constituyen el fenómeno migratorio. En segundo lugar, al estudiar las fronteras y la ciudadanía como 11 «New
Keywords: Migration and Borders» constituye un trabajo colectivo en el cual colaboran Maribel Casas-Cortes, Sebastian Covarrubias, Nicholas De Genova, Glenda Garelli, Giorgio Grappi, Charles Heller, Sabine Hess, Bernd Kasparek, Sandro Mezzadra, Bret Neilson, Irene Peano, Lorenzo Pezzani, John Pickles, Federico Rahola, Lisa Riedner, Sephan Sceel y Martina Tazzioli.
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máquinas de diferenciación, se entiende que las mismas generan posiciones de sujeto y sistemas de relacionamiento que solo son concebibles de manera interrelacionada: la ciudadanía es tan contingente como la extranjería contra la cual se define. La migración define así al sujeto nacional, al cual se contrapone, de la misma manera en que la otredad es el afuera constitutivo de las identidades. En tercer lugar, los autores resaltan la dimensión performativa de estos regímenes de subjetivación. La «tecnología de la ciudadanía», al igual que la teatralización de deportaciones y formas de control y registro de migrantes, transmiten la ideología que rodea los principios de inclusión/exclusión que sostienen a la nación como proyecto moderno. La subjetividad delimita el espacio afectivo en el que se inscriben tanto la cuestión migratoria en general, como «el espectáculo de la frontera» en particular, en su carácter de zonas liminales de la nación-Estado. A nivel subjetivo, individual y colectivamente, es como se define la dimensión emocional de la gubernamentalidad y del poder biopolítico que la sostiene. Como se verá en las páginas que siguen, la subjetividad está también inextricablemente vinculada al espacio social, con respecto y al interior del cual la interioridad y la conciencia social del sujeto se va recortando y configurando como constructo social. Tales espacios son hábitats, lugares intermedios y transitorios o ámbitos de residencia y desarrollo estable de la socialidad, campos de comunicación y de encuentro virtual, campos de guerra, zonas de intercambio, convivencia o antagonismo, intersticios, fisuras del sistema, resquicios de la ley, grietas del territorio, aperturas en muros, vallas y alambrados, heterotopías, lugares de emplazamiento o ensamblaje, sitios improvisados o redimensionados, públicos o privados, existentes o imaginados. La noción de lo líquido caracteriza, según Bauman, la totalidad de la experiencia social en el mundo actual. En el espacio de la «vida líquida», nada parece mantener su solidez, su permanencia o su estabilidad, sometiendo al individuo a mutaciones que crean una constante sensación de obsolescencia y de vértigo. A la precariedad real y duradera de grandes sectores de la población mundial, se agrega la precariedad existencial de los privilegiados, cuya vida, centrada en la persecución del objeto, parece ir perdiendo dimensión día a día. El rápido tránsito por espacios diversos (de residencia, trabajo, gestiones o placer) aumenta la sensación de futilidad y aceleración imparable. El sentido de lo comunitario parece, en algunos contextos, un concepto antiguo y hasta retrógrado comparado con las promesas de las interacciones transitorias y los éxitos fugaces. Si «las ciudades —como indica Jeremy Seabrook— se han convertido en campamentos de refugiados para los desahuciados de la vida rural» (cit. por Bauman, Vida líquida 110), campamentos reales, para migrantes realmente desahuciados de la vida, pueblan islas y territorios fronterizos en todas las regiones del planeta, alojando a millones de individuos que en medio de la liquidez dominante pa-
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recen suspendidos en un espacio/tiempo estático y endurecido, que los abarca como un enclave de deshumanidad sin esperanza. Para una inmensa porción de la población planetaria, a la fluidez infinita del mercado se opone la dureza tenaz de la miseria, la marginación y la violencia. Matrices estatales, heterotopías y producción del espacio social Uno de los giros más importantes que ha tenido lugar en el campo de la crítica cultural de las últimas décadas es el que se ha concentrado en el estudio de la producción, construcción y distribución de espacios sociales, entendidos como resultado de procesos y de regulaciones públicas, de obvias connotaciones políticas, económicas y culturales. El tema del espacio social sobrepasa enfoques disciplinarios y desafía particularismos, instalando gran parte de su problemática en el nivel de los imaginarios, es decir, en los modelos y criterios a partir de los cuales se concibe la vida en sociedad. El espacio se proyecta así en relación con el mundo de los objetos, los diseños, las relaciones y dinámicas sociales, y la organización geocultural. Si la civilización se asimiló siempre a la imagen del espacio poblado y domesticado, es decir, colonizado, controlado por el Poder y puesto a su servicio, la modernidad propuso sus propias formas de disciplinamiento y totalización espacial, definiendo a la sociedad como un mundo regulado y orientado a partir de la distribución de ámbitos de producción y de reproducción del capital. Tales distribuciones implican a su vez compartimentaciones en el mundo del trabajo, diferenciaciones en los sistemas de acumulación y divisiones en los dominios cognitivos. Considerada un aspecto fundamental de la geografía humana, la cuestión del espacio revela aspectos clave de la organización social, vinculados a la urbanización, el desarrollo, las comunicaciones, la implementación del poder, las jerarquías sociales, las relaciones inter-regionales y los valores dominantes. Espacios de vida o muerte, de asentamiento o de disipación, de castigo, culto o vigilancia, aparecen como fragmentos bien diferenciados del constructo social concebido como una totalidad ordenada, instrumental y productiva. Entendiendo la dimensión espacial como plataforma para el logro del orden social y el progreso económico, la modernidad realizó compartimentaciones pragmáticas de territorios reales y simbólicos, de carácter político-administrativo, institucional o vinculado a la estratificación social y a los ejes del trabajo y del ocio. Se diferenciaron así diversos dominios para el desarrollo de lo social, siguiendo tradiciones que venían desde la antigüedad. De acuerdo a sus funciones, accesibilidad y propósitos, fueron fundamentales los deslindes entre espacio nacional e internacional, público y privado, rural y citadino, propio y ajeno. Se distinguió entre
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las áreas asignadas a razas privilegiadas o a los sectores subalternos; se separaron las áreas de la intimidad, el trabajo y el ocio; se dedicaron ámbitos específicos para el entrenamiento y el despliegue militar, para la tarea educativa y para la función religiosa o política. Se caracterizaron de distinta manera los ambientes destinados a actividades masculinas o femeninas, a niños y ancianos, a los negocios, al relajamiento, a la seguridad pública, a la cultura, a las instituciones, a los intercambios comerciales, al erotismo, la clandestinidad, la curación y la guerra. En El nomos de la tierra (1950) ensayo de larga influencia en el pensamiento centrado en los temas de nación, territorio y orden mundial, Carl Schmitt hizo referencia con esa expresión al ordenamiento geopolítico a partir del cual se establece una distribución de los espacios como consecuencia de la negociación de poderes en cada época. Según indica, el nomos de la tierra surge [d]el acto fundamental divisor del espacio, esencial para cada época histórica; se trata de la coincidencia, estructuralmente determinante, de la ordenación y el asentamiento en la convivencia de los pueblos sobre el planeta que entretanto ha sido medido científicamente. Este es el sentido en el que se habla aquí del nomos de la tierra; pues cada nuevo período y cada nueva época de la coexistencia de pueblos, imperios y países, de potentados y potencias de todo tipo, se basa sobre nuevas divisiones del espacio, nuevas delimitaciones y nuevas ordenaciones espaciales de la tierra (62).
Ser humano y territorio constituyen una unidad indisoluble, pero de relación variable, que se ha ido modificando a medida que la técnica ha ido permitiendo mediciones del espacio global. A cada ordenamiento geopolítico corresponde un determinado régimen económico, político y jurídico, así como formas distintas de socialización. Se considera, sin embargo, que a pesar del empeño en compartimentar y distribuir de modo práctico y eficiente el espacio social, desde el punto de vista del pensamiento filosófico y de la representación simbólica, la modernidad privilegió más bien el tema del tiempo como foco de sus indagaciones y perspectivas críticas. Desde fines del siglo xix las ciencias sociales y humanísticas problematizaron eminentemente cuestiones vinculadas a la historicidad, la periodización y la longue durée de la trayectoria humana, sus logros, sus conflictos y sus etapas. Los temas de la memoria, la corriente de la conciencia, el monólogo interior, la escritura de la historia y la retrospección, constituyeron tópicos prominentes en la literatura y las artes de la modernidad. La temporalidad fue, en todos esos casos, el elemento principal. Por su parte, a nivel crítico y teórico, los estudios del espacio se enfocaron en los temas de la naturaleza, el paisaje, el medio ambiente, la ciudad como ámbito de socialización y de intercambios materiales y simbólicos, y las características de las diversas regiones, como variantes de importancia
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en la aplicación de los proyectos modernizadores. El espacio tuvo sobre todo una dimensión paisajística, como escenario de las acciones transformadoras del ser humano, es decir, como enmarque y celebración de la cultura. Sin embargo, tanto las perspectivas sociales y filosóficas liberales como el materialismo histórico continuaron enfatizando la dimensión temporal como la coordenada crucial para el conocimiento y comprensión de lo social. En la postmodernidad es cuando se produce el giro hacia la hermenéutica espacial, que pone en el proscenio el análisis de las compartimentaciones sociales (territoriales, ciudadanas), viendo en ellas puntos nodales de la articulación de subjetividades colectivas. Esta tendencia se acentúa claramente desde las últimas décadas del siglo xx. Es como si, respondiendo a los impulsos de la globalización, se intentara efectuar un corte transversal capaz de desmontar materialmente, aunque de manera fugaz y tentativa, el territorio del saber/poder de nuestro tiempo, tal como esta relación se manifiesta en la construcción del hábitat individual y colectivo y en las movilizaciones humanas, para des(en) cubrir irregularidades en el terreno, lugares críticos de concentrada significación e irradiación de sentido.12 Localidades, regiones, zonas marginales o fronterizas, centros y periferias, circuitos clandestinos, fluctuaciones y rearticulaciones del espacio nacional, internacional y transnacional surgen como categorías que se resignifican en el contexto de la globalidad. Junto a la reconceptualización del espacio social, y como parte del desarrollo cultural, económico y político que se reorienta desde el fin de la Guerra Fría, se percibe un reconocimiento más explícito de la diferencia (étnica, cultural, de género, etc.) que fuera negada o invisibilizada en la modernidad. Los espacios se crean y desarrollan también en razón de tales diferencias, es decir, como modo de albergar, si no de celebrar, la heterogeneidad, sin renunciar a la perpetuación de posicionamientos fijos y ordenamientos jerárquicos. Todos los factores que vienen mencionándose contribuyen al desarrollo y redefinición del campo de las antes llamadas ciencias geográficas, el cual ha pasado por una serie de transformaciones, expansiones y compartimentaciones, en buen grado relacionadas con la necesidad de dar cuenta de los nuevos diseños impulsados por el capitalismo global, así como de las reconfiguraciones de Estados nacionales, cambios en el medio ambiente, variaciones demográficas y, por cierto, movimientos migratorios. En este sentido, la geografía humana (cuyos iniciadores fueron Carl Ritter y Élisée Reclus) trabaja, muchas veces en asociación con la antropología, aspectos que interactúan e incluso catalizan y 12 Dos ejemplos de esta nueva tendencia son las elaboraciones de James Anderson y Edward W. Soja, que servirán de base a algunas de las aproximaciones de este libro sobre la cuestión del espacio.
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determinan los desplazamientos humanos, como el clima, la demografía, la distribución poblacional, las características del terreno, las variantes etnoculturales, etc. Estas disciplinas generan un conocimiento y una metodología que permite comprender el trazado de rutas seguidas por migrantes por tierra o mar, la ubicación de corredores, desvíos, y variaciones territoriales en las distintas estaciones, los ritmos de las mareas oceánicas, corrientes y procesos de inundación o sequía que son fundamentales para la movilización migratoria, en todas sus instancias de tránsito, cruces fronterizos e incluso implementación de deportaciones o detención en campos de refugio. La que actualmente se reconoce como geografía crítica trabaja también, a partir de nuevas perspectivas, no solo la cuestión del espacio, sino aspectos de género, por ejemplo, de clasificación de migrantes, de corporización de la migración, de ecología y de desplazamientos por razones de catástrofes naturales o pérdida de territorios originarios.13 En Postmodern Geographies (1989) y, años después, en Thirspace. Journeys to Los Angeles and Other Real-and Imagined Places (1996), Edward W. Soja se ocupa de relevar las instancias principales en el desarrollo de los estudios sobre espacio social, marcando la transición desde el énfasis moderno en la historicidad hasta los trabajos actuales, orientados hacia la construcción de una «ontología espacializada», alternativa pero convergente con las perspectivas modernas de la temporalidad. Entre los principales hitos de este proceso, Soja destaca las opiniones de Michel Foucault, quien observando la movilidad que caracteriza la contemporaneidad, señaló que la crítica de la cultura había tratado el espacio, tradicionalmente, como «estático, muerto y anti-dialéctico». Los fenómenos de yuxtaposición, dispersión, intersecciones y simultaneidad, aparecían al filósofo francés como datos ineludibles de nuestro tiempo, que debían ser enfatizados como parte de la crítica del historicismo. Aunque Foucault elaboró ampliamente, en su propio trabajo, la dimensión temporal (arqueológica, genealógica, historiográfica), reconoció también en los espacios una dimensión multifacética, capaz de materializar, de una manera icónica, aunque a veces solo en instantáneas figuraciones, redes de significación referidas a contextos mayores, en los que el espacio y sus formas de uso material y simbólico constituyen signos inequívocos de los imaginarios colectivos. El espacio fue entendido por Foucault como el terreno ineludible para el despliegue del performance del poder y de la resistencia, y para la manifestación de las dinámicas eminentemente relacionales 13 Para
un enfoque de geografía crítica, véase Mitchell et al., Handbook on Critical Geographies of Migration. Para una aproximación a la migración donde se utilizan enfoques regionalizados y se estudia la migración por áreas geo-culturales, Gold y Nawyn, Routledge International Handbook of Migration Studies. Asimismo, véase Fiddian-Qasmiyeh, et al., The Oxford Handbook of Refugee and Forced Migration Studies.
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de la cultura. La tríada espacio-conocimiento-poder constituirá, así, una de las dimensiones más productivas de su trabajo filosófico.14 Soja rescata la noción foucaultiana de heterotopía, definida por el autor de Las palabras y las cosas (1966) como el espacio heterogéneo donde se desarrolla nuestra vida.15 Foucault señala explícitamente que se trata de sitios que están afuera de cualquier otro lugar, aunque puedan ser puntualmente localizados («Of Other Spaces»). En términos generales, la heterotopía no hace referencia a un vacío que se pueda ir llenando de elementos de un modo paulatino; sino más bien, a un espacio pleno en el que se despliega una red de relaciones complejas constituidas por vínculos de poder, jerarquías, funciones y discursos. Estos lazos estrechos conectan sitios específicos y bien diferenciados, cuyas funciones se intersectan, al tiempo que cada ámbito mantiene su particularismo: la iglesia, el cementerio, el teatro, la cárcel, el burdel. El lugar de la heterotopía no es el de la utopía ni el de la distopía (lugar ideal y deseado, en el primer caso y, antinómicamente, lugar indeseable, donde colapsan los valores y el orden, en el segundo). La heterotopía es el ámbito de la diferencia, donde lo otro se manifiesta fuera de los antagonismos mencionados, para alojar más bien relaciones alternativas, híbridas, es decir, espacios potenciados por las funciones a las que está destinada cada una de esas distribuciones, y por las regulaciones que la rigen. Esta concepción atraviesa la idea de temporalidad, la interviene, incorporando una nueva dimensión a la comprensión de lo moderno.16 La heterotopía instala la otredad a nivel cultural, institucional, social y discursivo, como si un sistema de significaciones se insertara en otro. Un cementerio, un burdel, una prisión, un barco, constituyen ejemplos que ilustran tales operaciones, en las que el sentido se complejiza y prolifera tanto en los espacios acotados como en la totalidad que los contiene. Asimismo, Foucault ve en la heterotopía una dimensión relacional que conecta unos sitios con otros. Pero en esta pluralidad espacial, el filósofo francés reconoce algunos sitios que tienen la propiedad de estar en relación con todos los demás y que logran neutralizar o invertir las relaciones que ellos reflejan. Un ejemplo son las utopías, el no lugar o lugar irreal que puede llegar a invertir las relaciones reales. El otro ejemplo son las heterotopías, que Foucault describe como contra-sitios (counter-sites) en las que se concentran, representan, oponen o invierten todos los otros sitios de la cultura. Esto marca en las heterotopías una diferencia esencial que las destaca e iconiza. Ejemplos de estos sitios de intensa concentración simbólica son, como bien se percibe en la obra de Jorge Luis Bor14 Véase,
al respecto, Soja, Thirdspace 15 y 154-163. se refiere también al concepto foucaultiano de heterotopología a lo largo de sus elaboraciones teóricas en Tercerespacio. 16 Foucault desarrolla muy brevemente estas ideas entre 1966 y 1967, en una conferencia dictada para un grupo de arquitectos franceses y en el prefacio de Las palabras y las cosas. 15 Soja
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ges, el jardín, el teatro, la biblioteca, el cementerio, el barco. Entre la utopía y la heterotopía pueden concebirse como posibles elementos mediadores el espejo y el mapa, que al tiempo que reproducen lo real, lo hacen proliferar y (con)funden con la imagen original (Guarrasi). La idea de heterotopía se complementa, en este sentido, con el concepto de Marc Augé de los no lugares, que son propios de lo que este autor llama la sobremodernidad. Augé indica que «el no lugar es lo contrario de la utopía: existe y no postula ninguna sociedad orgánica» (Los no lugares 114). Los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta (Los no lugares 41). Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de «lugares de memoria», ocupan allí un lugar circunscripto y específico (Los no lugares 83).
Las pioneras consideraciones de Foucault acerca de la cuestión espacial convergen con las perspectivas abiertas por otros estudiosos de la cuestión social, entre ellos por el reconocido sociólogo marxista Henri Lefebvre, cuya obra constituye un momento crucial en la incorporación de la dimensión espacial al materialismo, el cual estuvo siempre asentado en la construcción e interpretación de lo histórico. Según el autor de La production de l’espace (1974), […] the social relations of production have a social existence only insofar as they exist spatially: they project themselves into a space, they inscribe themselves in a space while producing it. Otherwise, they remain in ‘pure’ abstraction, that is, in representations and consequently in ideology or, stated differently, in verbalism, verbiage, words (152-153 cit. por Soja, Postmodern Geographies 127-128).17
17 Soja señala asimismo los aportes de autores como Gaston Bachelard (La poétique de l’espace, 1958) y Michel de Certeau (L’invention du quotidien, 1980) quienes enseñan a leer el espacio (arquitectónico o natural) desde otras perspectivas. En el caso de Bachelard, sus estudios sobre espacio revelan elementos simbólicos, poéticos y estéticos en general relacionados con espacios como el ático, los sótanos, etc., que tienen connotaciones sicológicas y afectivas. De Certeau analiza la vida cotidiana en tanto espacio material y simbólico en el que se registran relaciones de poder y resistencia de importante significación en la subjetividad colectiva. Deben mencionarse
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Lefebvre considera que toda experiencia y construcción de lo social se basa en la articulación de nuestra percepción de los espacios reales, sus representaciones simbólicas y las prefiguraciones que el individuo imagina como modo de alterar los lugares existentes y proyectar en ellos el deseo, es decir, la posibilidad de otras dimensiones de lo real que puedan alojar nuevas interacciones humanas. Lo que Lefebvre llama «la producción del espacio social», noción de inmensa influencia en los procesos de urbanización, análisis de la vida cotidiana y conceptualización de los ámbitos públicos, institucionales, etc., conduce al concepto, muy útil a nuestros efectos, de justicia espacial (spatial justice), que conecta las ideas sobre justicia social al tema de la distribución y asignación de espacios sociales, los cuales deberían ser administrados en base a los derechos de los individuos, sus necesidades, y los propósitos de la sociedad. El problema reside en la definición e interacción entre estos niveles de lo social. Lefebvre se apoya en una definición de justicia social que el mundo global parece desconocer: Justice is essentially to be thought of as a principle (or set of principles) for resolving conflicting claims. These conflicts may arise in many ways. Social justice is a particular application of just principles to conflicts which arise out of the necessity for social cooperation in seeking individual advancement (Postmodern Geographies 97).
A toda forma de poder corresponde una cierta geografía, es decir, estrategias específicas de apropiación, distribución y utilización del espacio, a través de las cuales se asegura la perpetuación de estratificaciones sociales y de valores que se ven consagrados o desplazados según el lugar material que se les asigne en la organización del espacio social. Todas estas consideraciones sobre el espacio, sobre todo la noción de heterotopía (que tendrá en los campos de refugiados una ejemplificación paradigmática) y de justicia social, son esenciales para la comprensión de los procesos migratorios en sus múltiples aspectos e instancias (exclusión, movilización, confinamiento, deportación, etc.). En su libro Estados amurallados, soberanía en declive (2010) Wendy Brown cita las consideraciones de Carl Schmitt en el ya mencionado estudio El nomos de la tierra, donde el jurista alemán, teorizador de lo político, se refiere a los logros de las culturas europeas. De acuerdo con este pensador, las mismas no solo crearon un sistema jurídico internacional, sino que «civilizaron» la guerra al definirla como un conflicto bélico entre Estados soberanos. Europa avanza, así,
también los importantísimos aportes de Walter Benjamin al estudio de la dimensión espacial en la modernidad, la cual informa buena parte de la reflexión crítica sobre la cultura moderna.
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hacia el racionalismo y la secularización, elementos centrales de la modernidad. Tales principios se corresponden, según Schmitt, con nuevas formas de concepción y delimitación del espacio: Cada nuevo período y cada nueva época en la coexistencia de pueblos, imperios y países, de potentados y potencias de todo tipo, se basa sobre nuevas divisiones del espacio, nuevas delimitaciones y nuevas ordenaciones espaciales de la tierra (cit. por W. Brown, Estados amurallados 63).
El poder del Estado se expresa, entonces, a través de las distribuciones y usos del espacio tanto territorial como social, y de las estrategias que se utilizan para consolidar y retener el control de ese espacio y las corrientes humanas y mercantiles que lo atraviesan. El nomos (noción que significa, aproximadamente, ley, regulación o principio de división) es el poder constitutivo por el cual se delimita un espacio real y simbólico. Es, en este sentido, el muro que rodea y contiene el poder, y al hacerlo, lo institucionaliza como el lugar de la autoridad y la soberanía. Sin esta delimitación el poder no puede constituirse, se dispersa y termina por diluirse. Para Schmitt esta delimitación es conditio sine qua non para el establecimiento del orden político. «Todo nomos es lo que es dentro de su valla» (cit. por W. Brown, Estados amurallados 68), expresión con la que el principio de ordenamiento sociopolítico se identifica con la construcción amurallada que lo rodea. Como Brown señala, la conciencia de la importancia del elemento espacial/territorial se encuentra explícitamente establecida en la obra de Locke y de los filósofos de la Ilustración, así como en Vico, Machiavelli, etc., que ven justamente en la ocupación de tierras y en su demarcación el principio constitutivo de la soberanía.18 De este modo, existe una conexión estrecha entre lo social, lo político y lo espacial, y como Soja indica en Spatial Justice. Globalization and Community (2010), una relación dialéctica entre sociedad y espacio, niveles que se condicionan mutuamente y cuya interrelación tiene mucha importancia para la comprensión de la cuestión migratoria y de las políticas de contención y represión de flujos humanos a nivel transnacional. Los análisis cartográficos entregan una gran cantidad de información sobre posibles conexiones, tránsitos, rutas, y espacios geoculturales que la migración conecta, a veces en recorridos impensados, creando mediaciones, pasajes y enclaves que responden a cambios económicos, variaciones en los mercados de trabajo y en los sistemas de seguridad, aduanas, 18 Wendy Brown entrega en su libro una sofisticada argumentación relacionando la delimitación de espacios sagrados y de espacios políticos (la constitución de soberanía, elaborando la correspondencia entre la proliferación de murallas y delimitaciones territoriales militarizadas de nuestra época con el declive de la soberanía política).
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etc. Para muchos estudiosos de la migración, este fenómeno es esencialmente geográfico. Sin embargo, la dimensión territorial constituye apenas la plataforma sobre la que se desarrollan los ritmos y patrones de comportamiento y movilización de los contingentes humanos que se trasladan de una región a otra. Movimientos laborales, económico-financieros, informacionales, ecológicos, etc., tienen no solo una espacialidad sino una historia: suceden en una temporalidad que excede la fijación cartográfica la cual, considerada por sí sola, congela el dato y la localización sin contemplar las constantes transformaciones del paisaje humano en movimiento.19 Aunque como Soja reconoce, muchos especialistas en geografía humana continúan priorizando los factores de clase, raza y género como determinantes en los procesos de creación de espacios públicos, asignación de territorios, urbanización, etc., el giro espacial que ha logrado imponerse como perspectiva transdisciplinaria entrega otro ángulo a la interpretación del conflicto social y a sus posibles resoluciones. Tal perspectiva promueve nuevas formas de conciencia del hábitat y del territorio que habitamos, las cuales pueden traducirse en una praxis concreta de democratización de recursos y de resistencia a las restrictivas políticas de exclusión que se despliegan en torno a los conflictos migratorios, ecológicos, extractivistas, etc. […] exploring the spatiality of justice and its expressions in struggles over geography is not just an academic exercise but has more ambitious political and practical objectives. Seeing justice spatially aims above all at enhancing our general understanding of justice as a vital attribute and aspiration in all societies. It seeks to promote more progressive and participatory forms of democratic politics and social activism, and to provide new ideas about how to mobilize and maintain cohesive coalitions and regional confederations of grassroots and justice-oriented social movements (Soja, Seeking Spatial Justice 6)
El giro espacial, que como explica Soja, surge contra el grano de las perspectivas temporales dominantes hasta mediados del siglo xx, afecta tanto las formas de conceptualizar el espacio a nivel ontológico y epistemológico, como las maneras de pensar esta categoría en términos empíricos y de aplicación práctica, sin subordinarlo necesariamente al pensamiento histórico (Seeking Spatial Justice 15). Si algunos teóricos de orientación marxista, siguiendo a Lefebvre, enfatizan sobre todo la materialidad del espacio, otros comienzan a concentrarse, sobre todo en las últimas décadas del siglo xx, en las formas de imaginarlo y abstraerlo conceptualmente. Mientras que, según el propio Lefebvre, el primero es el espacio percibido, el segundo es el espacio pensado o concebido, es imprescindible reconocer que 19 Véase
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al respecto Russel King, «A Geographer’s Perspective».
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el ser humano es a la vez temporal y espacial, por lo cual enfoques materialistas e idealistas tienden a complementarse en la comprensión de la dimensión espacial como coordenada que define el territorio existencial. En el ya citado artículo póstumo titulado «Of Other Spaces» (1984), Foucault habla de su aproximación al tema del espacio como una heterotopología, noción que se refiere a la variedad de sitios en los que el poder geopolítico da lugar a luchas por el espacio real y por el espacio social, en las que se enfrentan los regímenes de opresión e injusticia social con las posibilidades emancipadoras. En esta concepción en la que se articulan espacio, conocimiento y poder, reside el terreno en el que se dirimen las luchas por la justicia social y por la territorialidad (Soja, Seeking Spatial Justice 103).20 Los términos justicia territorial, justicia del medio ambiente (evironmental justice), justicia geográfica o urbanización de la justicia son también utilizados por estudiosos del espacio social, el medio ambiente, la urbanización, etc. Las políticas espaciales en general han sacrificado la justicia a la eficiencia, agregándose a esto el problema de privilegios e intereses sectoriales, la discriminación de clase y el racismo, la desigualdad de acceso a discapacitados, personas mayores, etc. Es según estos criterios excluyentes de clasificación y selección como el espacio social es distribuido, compartido, privatizado, prohibido o dilapidado. Inspirado también en los trabajos de Lefebvre y en las importantes contribuciones de David Harvey sobre desarrollo geográfico desigual («uneven geographical development»), así como en los conceptos ético-políticos presentados por John Rawls en su influyente libro A Theory of Justice (1971), Soja se refiere en su libro Seeking Spatial Justice a cuestiones de discriminación geográfica, zonas de exclusión, áreas de contaminación tóxica, espacios privatizados y regiones en las que se registran modalidades de apartheid o segregación étnica.21 En tales casos la justicia espacial se enfrenta a restricciones jurídicamente legitimadas que deben ser combatidas o, convergentemente, requiere de la ley para la eliminación de las barreras que limitan esos espacios sociales o que impiden el acceso de determinados sujetos a ciertas áreas. El tema de la frontera y de la migración requiere la incorporación de estos conceptos al debate actual, ya que los mismos están directamente vinculados 20 Para
un análisis más detallado de la noción de heterotopología en Foucault, y de su relación con el concepto de «tercer espacio», véase Soja, Thirdspace, «The Principles of Heterotopology» 159-163. 21 De orientación neokantiana, y como replanteamiento del contrato social, Rawls entiende que el concepto de justicia se basa en los siguientes principios: «First Principle: Each person is to have an equal right to the most extensive total system of equal basic liberties compatible with a similar system of liberty for all. Second Principle: Social and economic inequalities are to be arranged so that they are both: (a) to the greatest benefit of the least advantaged, consistent with the just savings principle, and (b) attached to offices and positions open to all under conditions of fair equality of opportunity» (266).
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a la formulación de políticas públicas y a la circulación poblacional en tiempos globales. Es justamente en nombre de las estrategias de integración global como la relación espacio/movilidad/soberanía debe ser repensada en nombre del más abarcador concepto de justicia social, ya que es justamente en el vacío de este principio, en las agudas situaciones de desigualdad y explotación de sujetos y territorios, donde se origina la problemática de los desplazamientos masivos. La compleja red de problemas que se asocian con migraciones y fronteras, la cual constituye el foco de este libro, está íntimamente ligada al análisis de la geografía humana y del espacio social. En efecto, en las diagramaciones de la territorialidad pueden leerse las formas de implementación biopolítica que impactan a grandes sectores de la población contemporánea y sus lugares de asentamiento, pasaje, emplazamiento, persecución, filtración, etc. En este estudio se analiza el espacio en relación a los movimientos migratorios que atraviesan el mundo globalizado y que forman parte de una amplia gama que comprende migrantes legales o ilegales, exiliados, expatriados, desplazados, refugiados, sujetos nomádicos, diaspóricos, en busca de asilo político, etc. Los contingentes migratorios se mueven en espacios liminales, prohibidos, marginales, restringidos o monopolizados por el poder; espacios de tránsito y detención, registro e inspección, vigilancia y castigo. La narrativa de la migración y la frontera es el núcleo a partir del cual se puede desarrollar una reflexión en torno a las políticas territoriales y a la movilización intra y transnacional que desafía sus reglamentaciones.22 En este libro se dará prioridad a aspectos vinculados a la formación de subjetividades que resultan de la violencia estructural que expulsa y desarraiga a individuos y comunidades, empujando a un nomadismo que revela, con más elocuencia que las categorías de asentamiento territorial, una de las claves de nuestro tiempo. Enzensberger recuerda en La gran migración (1992) que el nomadismo fue la forma primaria de existencia humana y que, bajo distintas formas, tales desplazamientos atraviesan toda la historia, ya sea a través del colonialismo, 22 La importancia pionera de los trabajos de Lefebvre es fundamental para la valorización del espacio fronterizo y la comprensión de su potencialidad epistemológica. Como Soja destaca, «Lefebvre always maintained a deeply peripheral consciousness, existentially heretical and contracentric, a special consciousness and geographical imagination shaped in the regions of resistance beyond the established centers of power» (Thirdspace 30). Estas son justamente las cualidades que valoran los estudiosos de las culturas de frontera, como elementos diferenciales de lo que Mignolo llamara «border gnosis». Desde estas perspectivas se considera que es justamente en las zonas periféricas desde donde es posible impugnar la autoridad y centralismo del discurso hegemónico, y experimentar formas de concebir la identidad, la nación, el papel de la lengua, y la construcción de subjetividades de acuerdo a valores y estrategias alternativos a las dominantes.
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el comercio esclavista, los exilios y destierros, las deportaciones, etc.23 Desde tiempos inmemoriales, la figura del migrante ilumina el recorrido humano por espacios anónimos y ajenos. En el caso de inmigraciones irregulares, a partir del tránsito migratorio adquieren prominencia zonas heterotópicas de fuerte intensidad, aunque impersonales, contradictorias y perturbadoras —como las áreas fronterizas, los centros de detención, los refugios provisionales, etc.— donde la población expulsada de sus lugares originarios y lanzada a la deriva detiene provisoriamente e involuntariamente su camino. Tales espacios pasan en general desapercibidos para el ciudadano común. En ellos rigen otras lógicas y formas de negociación específicas según el tipo de poder y a los agentes que allí se movilizan. El sujeto migrante, exterior a la ciudadanía, se mueve en zonas transicionales e inestables, habitando temporalmente los bordes o fisuras del sistema, los cuales metaforizan su posición civil, así como los conflictos identitarios y las formas de vida que derivan de tales circunstancias. Procedentes, en su gran mayoría, de sociedades postcoloniales, los sectores migratorios buscan formas de inserción primaria en el sistema global, vale decir, enclaves territoriales que posibiliten el trabajo, la alimentación, el resguardo y la seguridad. Los grandes contingentes poblacionales que se movilizan en nuestro siglo arriesgando la vida en trayectos azarosos y deshumanizados, encuentran en las compartimentaciones del espacio y en las imposiciones de la ley algunos de los mayores obstáculos para la preservación de la vida. De ahí que sea imposible abordar el tema de la migración sin atender a las formas actuales de consolidación y de implementación transnacional del poder, a nivel económico, político, jurídico y social. El estudio de la migración hace necesaria una hermenéutica de la espacialidad (Soja) que permita comprender los vínculos entre territorialidad y subjetividad migrante, entre espacio y política, así como la transición que estas relaciones están indicando entre la estabilidad y fijeza del sujeto nacional, afincado en lo que Nicos Poulantzas llamara «la matriz espacial del Estado», y la existencia fluctuante e insegura del sujeto migrante, entendido como signo de una nueva época de des/re/territorializaciones materiales y simbólicas. Tal transición señala asimismo el paso de la noción moderna de identidad que constituyera uno de los pilares de la ciudadanía, a la concepción de diferencia cultural entendida como formación inestable, múltiple y transgresora. Soja 23 Según
Enzensberger, el conflicto entre sedentarismo y nomadismo se encontraría plasmado en el mito de Abel y Caín (pastor y agricultor, respectivamente). Paradójicamente, como resultado del conflicto territorial entre los hermanos que desencadena el asesinato de Abel, el ya sedentario Caín es condenado a vagar errante por la tierra, en condición de vagabundo. El nomadismo es así impuesto como castigo, metaforizando la condición existencial del que se colocó al margen de la ley divina, en el espacio del pecado y la desprotección.
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evoca las ideas del pensador franco-griego sobre las políticas espaciales que el capitalismo implementa como forma de control social y manipulación de la diferencia y de la otredad, operaciones que, como se irá viendo en este libro, se radicalizan en torno al sujeto migrante, particularmente en la experiencia de la frontera: Separation and division in order to unify; parcelling out in order to encompass; segmentation in order to totalize; closure in order to homogenize; and individualization in order to obliterate differences and otherness. The roots of totalitarianism are inscribed in the spatial matrix concretized by the modern nation-state —a matrix that is already present in its relations of production and in the capitalist division of labour (Poulantzas 107 cit. por Soja, Postmodern Geographies 128-129).
La cita de Poulantzas enfatiza el tema de la fragmentación del espacio social como estrategia de desagregación y control en el contexto de la nación-Estado, espacio político-administrativo que se basa en las delimitaciones internacionales e interregionales tanto como en la consolidación de políticas fronterizas, regulación de los derechos del ciudadano y control de límites entre naciones. Como se verá, lo que está en juego en el estudio de la subjetividad migrante y del tema de la frontera es justamente la política del espacio nacional como estructuración moderna que se ha visto rebasada por la realidad social, particularmente en la postmodernidad, cuando la otredad se moviliza fuera de los espacios a los que ha sido relegada, transgrediendo los límites de la nación-Estado. Desde esta nueva posicionalidad móvil, la otredad migrante posibilita una mirada exotópica, exterior, sesgada, sobre la realidad social, permitiendo percibir los efectos de la biopolítica en la gran escala de la globalidad. Se revelan así, a través del migrante, formas nuevas de protagonismo social, aun inorgánicas pero multitudinarias, que apuntan hacia una transformación del espacio tanto a nivel global como nacional, regional y local. En nuestros días el movimiento migrante está siendo interpretado, tanto por su impacto cuantitativo como por las características que asume su despliegue espacial, como generador de formas de conocimiento y visualización de lo real-social desde los bordes, a partir de la perspectiva que abre la posicionalidad subalterna como consecuencia de los tránsitos nomádicos y del rebasamiento de los límites. El migrante contradice el ethos de la ciudadanía: explora el ámbito que es exterior a la institucionalidad nacional, se hunde en lo provisional, riesgoso y desconocido, atraviesa zonas liminales, quedando suspendido en estados intermedios; habita fisuras, lugares, lenguas y temporalidades que no llega a apropiar de manera total y respecto a las cuales experimenta sensaciones de enajenación y desamparo.
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En nuestro tiempo, nos explica Augé, lo social está constituido por una superposición de espacios subjetivados. En muchos casos, estos arrastran una carga social y afectiva que los satura de significado; en otros casos, tales lugares parecen afectados por una notoria carencia de sentido que incrementa la sensación de transitoriedad, anonimato y no-pertenencia. Pero lo realmente importante es la constante interacción social que tiene lugar vinculando esos hábitats que son asiento de nuestras acciones y nuestras fantasías. En la realidad concreta del mundo de hoy, los lugares y los espacios, los lugares y los no lugares, se entrelazan, se interpenetran. La posibilidad del no lugar no está nunca ausente de cualquier lugar que sea. El retorno al lugar es el recurso de aquel que frecuenta los no lugares (y que sueña, por ejemplo, con una residencia secundaria arraigada en las profundidades del terruño). Lugares y no lugares se oponen (o se atraen) como las palabras y los conceptos que permiten describirlas (Los no lugares 110).
El migrante existe en estos dobleces espacio-temporales que no llegan a desplegarse del todo, pero es justamente esta oblicuidad la que le permite observar lo social, testimoniarlo, desde un punto de mira al que no accede aquel que disfruta de la permanencia y del asentamiento, o que está condenado a un sedentarismo forzado. Al mismo tiempo, en la situación del sujeto migrante (exiliado, nómade, desplazado, etc.) se produce una abstracción de lo social que aparece como temporalmente suspendido. El individuo que habita el no lugar de la intermediación territorial vive, para usar una expresión de Augé, una «contractualidad solitaria», sin organicidad ni previsibilidad (98). Soja resume su posición con respecto al tema de la espacialidad indicando que el espacio es, al mismo tiempo, el medio y el resultado de la acción social. Es a través del espacio que se define lo social, incluidas las relaciones de clase. La espacialidad es, así, la arena en la que se dirimen luchas por el control territorial, la soberanía, la propiedad privada y la naturaleza, enfrentando posiciones que pugnan por el mantenimiento de las distribuciones espaciales existentes o por su reestructuración y resignificación radical. La temporalidad está anclada en la contingencia espacial, de la misma manera en que esta se afinca en la historicidad. En este sentido, la interpretación materialista de la historia y de la geografía humana son concomitantes e inseparables (Postmodern Geographies 129-130). Estas consideraciones son fundamentales para el análisis de la subjetividad migrante, tema enfocado en el protagonismo de un tipo de sujeto que se define por la transgresión espacial, la cual puede tomar la forma de recorridos abiertos, legales o clandestinos por el ámbito global, o manifestarse como peregrinajes, diásporas o tránsitos nomádicos. En un mundo supuestamente integrado, el migrante es con frecuencia visto, en cualquiera de sus formas, de una manera
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adversa, promovida por los discursos estatales y los medios de comunicación, que lo presentan como un invasor que amenaza los sistemas de bienestar social y el equilibrio del statu quo. En muchos casos, las sociedades receptoras de migrantes, ante el advenimiento de contingentes masivos que buscan reinserción económica y social, temen perder sus privilegios y ver superados los límites del sistema social que protege al ciudadano como núcleo de la sociedad civil. Este tipo de situaciones obliga a revisar los fundamentos éticos y políticos de la nación-Estado y la racionalidad de las fronteras que compartimentan y regulan la territorialidad, así como los valores y principios humanitarios que se definen como el fundamento mismo de la ciudadanía. Los planteamientos de Soja sobre el espacio social como constructo deliberado, teleológico y productivo que converge con la historicidad, permiten materializar el estudio de la migración y la frontera entendiendo a esta última como un punto nodal para la resignificación de políticas públicas y de categorías modernas de análisis social. El sujeto migrante aparece, a esta luz, desplegando una forma de agencia dirigida hacia horizontes transnacionales y quizá postnacionales que empiezan a vislumbrarse en toda su dimensión política y social.24 Dinámicas constantes de continuidad y ruptura, integración y segmentación, se registran en el plano social que enmarca las migraciones, ya que estas reposicionan legados, tradiciones, valores y costumbres, al tiempo que, paradójicamente, las interrumpen o intervienen con la integración de nuevos elementos incorporados por las culturas en contacto. Vale la pena mencionar que el concepto mismo de integración es, en sí mismo, polémico, ya que, en el caso de los migrantes, y sobre todo de aquellos considerados «irregulares», tales procesos siempre implican una posición de superioridad de parte de la sociedad receptora, que impone su perspectiva, sus valores y formas de vida como el modelo «nacional», a quienes no están en posición de rebatirlo ni compensarlo con el propio. En palabras de Mezzadra, se trata de la implementación de un «nacionalismo metodológico» («Capitalismo, migraciones» 167) que enajena al otro en nombre de su asimilación al sistema que lo recibe. El tema de las identidades está estrechamente ligado a estos fenómenos, ya que la constante transformación social obliga a crear nuevas estrategias de adaptación y de compensación, y a establecer negociaciones entre lo individual y lo colectivo, entre el yo y el otro, en un mundo donde lo provisional se ha normativizado. La frontera o mejor aún, los procesos de fronterización constituyen, en este sentido, tanto a nivel material como simbólico, aspectos que suscitan un alto grado de conflictividad por la presencia que adquieren las diferencias de cla24 El término «postnacional» es acuñado por Arjun Appadurai en Modernity at Large para hacer referencia a los procesos de desterritorialización, que este autor percibe como una de las fuerzas más poderosas de la modernidad (387).
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se, raza y género, los antagonismos político-ideológicos y la ausencia de justicia social, elementos todos intensificados por la situación-límite de la borderización necropolítica. En la turbulencia fronteriza se expresan y concentran las más dramáticas contradicciones de la modernidad: la desigualdad, los excesos del Poder, la arbitrariedad, la corrupción, la ineficacia de los estados nacionales, la arcaización de las instituciones, la violencia estructural, la exclusión. También en las compartimentaciones intangibles (fronteras lingüísticas, religiosas, étnicas, etc.) los procesos de subjetivación, lejos de fluir, se desarrollan como pugnas entre las formas culturales hegemónicas y las subalternas, las centrales y las marginales, las dominantes y las dominadas. En sí misma, la frontera es un espacio de lucha, un campo de guerra en el que se enfrentan formas de poder / saber y se ponen a prueba los límites espaciales, que se corresponden con formas relegadas de existencia social. Como indica Néstor García Canclini en La globalización imaginada, como «laboratorios de lo global», las zonas fronterizas crean un microcosmos en el que se concentran las contradicciones sistémicas y el biopoder se expresa en todo su rigor. Las luchas fronterizas no se mantienen acotadas en el espacio periférico, sino que se interiorizan en el cuerpo social, integrándolo, transformándolo y enfrentándolo a su propia conciencia, a sus consuetudinarias nociones de orden social, civilismo y ciudadanía. Sin lugar a dudas, las transformaciones del espacio social tienen enormes consecuencias a nivel epistémico, en la medida en que posibilitan posicionamientos inéditos para la deconstrucción de los mitos de la modernidad y para la experimentación con nuevas formas de entender lo social y lo político en el mundo de hoy. El valor gnoseológico de la frontera ya ha sido elaborado por el pensamiento decolonial, en varias de sus manifestaciones. Las formas específicas de saber-poder que Walter Mignolo denominara border gnosis (conocimiento desde el borde), antes mencionadas, se encuentran asociadas a categorías espaciales (frontera, borde, límite, linde, etc., entendidos en sus connotaciones materiales y simbólicas), las cuales dan lugar a saberes que emergen de tales localizaciones ex-céntricas. El concepto de border gnosis alude al conocimiento situado, idea que resalta la importancia crucial del lugar de enunciación para la interpretación de los discursos y de las conductas sociales.25 La posibilidad de una «hermenéutica pluritópica» también desarrollada por Mignolo a partir del concepto de Raimundo Panikkar apunta asimismo a la pluralización y diversificación de la 25 Iris
Zavala trajo a colación el concepto de exotopía en un corto, pero seminal ensayo, «La noción de frontera», donde analiza el concepto de frontera o límite en varias formas de manifestación, incluyendo el análisis de textos literarios, pero principalmente como concepto de demarcación territorial de connotaciones políticas. Allí menciona el término border gnosis acuñado por Walter Mignolo en Local Histories/Global Designs, donde se desarrolla la idea de border thinking, que se estará aludiendo en el presente libro.
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mirada crítica, afincando el conocimiento (la episteme) en un concepto abierto de espacialidad donde el poder de la mirada se ejerce desde posicionalidades multicentradas (o descentradas) que incluyen e incluso privilegian la perspectiva subalterna, fronteriza, marginal.26 Todos estos conceptos potencian el estudio de migraciones y fronteras al asignar valor y agencia al sujeto desplazado y a la dura experiencia de relocalización territorial. En «Habitar los dos lados de la frontera/teorizar en el cuerpo de esa experiencia», Mignolo y Tlostanova desarrollan la idea de la frontera como metáfora del límite epistémico, enfatizando que, en lugar de una línea divisoria que separa, por ejemplo, civilización de barbarie, o modernidad de primitivismo, la frontera puede ser concebida como un espacio constituido por dos lados o territorios adyacentes, pasibles de ser habitados al mismo tiempo. Las interacciones entre estos espacios (que articulan formas distintas de saber, de ser, de existir) permiten formas de conocimiento alternativo al que fuera fundado a partir de los criterios clasificatorios y jerárquicos de la modernidad, heredados del colonialismo. A lo que Mignolo aludiera, en otros trabajos, como border gnosis o conocimiento del borde constituiría la base para un pensamiento de/desde la exterioridad, que en lugar de estar fundado en los modelos consagrados desde la Antigüedad clásica y reformulados en el Renacimiento y en la Ilustración, «está enraizado en las experiencias de las colonias y los imperios subalternos» (221). Este pensamiento de la exterioridad niega el privilegio de las humanidades y las ciencias sociales, abriéndose a formas transdisciplinarias y no-disciplinarias de organización del saber. Políticamente, se orienta más allá de lo postcolonial, en el territorio teórico de la descolonización, concepto de valor emancipador orientado hacia la concepción de un mundo distinto, liberado del autoritarismo de paradigmas euro/anglocéntricos y volcado hacia la reivindicación de culturas sometidas desde el colonialismo. En elaboraciones como esta, la noción de frontera sirve para discutir no solamente aspectos geopolíticos, sino también epistémicos, afirmando así un valor metafórico que no niega —o que no debería negar ni disminuir— la fuerte y dramática materialidad de los procesos, subjetividades y conflictos que tienen lugar en torno a las fronteras nacionales en distintas latitudes. Es útil, asimismo, la discusión del tema de la frontera en relación con la experiencia de expansión imperial europea y norteamericana, que diera lugar a formas de dominación 26 Según Mignolo, «Thinking pluritopically means […] to dwell in the border. Dwelling in the border is not border crossing, even less looking and studying the borders from the territorial gaze of the disciplines. Today “border study” became fashionable, even in Europe. Scholars studying borders are in general not dwelling in them. Who dwell in the border are the migrants from Africa, West Asia and Latin America, mainly. That’s what I learned from Anzaldúa. Chicanos and Chicanas are migrants and queers, migrants or not, are always dwelling in the border» («On Pluriversality» s/p).
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territorial y procesos de colonialidad del poder y del saber consolidadas en la modernidad y entronizadas en la postmodernidad globalizada. Al hablar de frontera en ese sentido, es importante destacar la importancia del lenguaje no solo como fundamento cultural e identitario, sino también como elemento de poder. Tal hegemonía comunicacional se revela, por ejemplo, en el predominio de ciertas lenguas y la subalternización o borramiento de otras, consideradas como inferiores y no productoras de conocimiento. En la medida en que «el lenguaje está entrelazado en el cuerpo y en la memoria (localizada geohistóricamente) de cada persona» (222), la exterioridad epistémica antes mencionada reivindica, junto a los lenguajes autóctonos, corporalidades, narrativas e historizaciones que fueran negadas o invisibilizadas por la modernidad.27 Todos estos conceptos permiten vislumbrar nuevos horizontes de sentido y la posibilidad de construir categorías que puedan abarcar y orientar el análisis de los cambios que se están produciendo en el mundo de hoy. Las ideas de fragilidad, inestabilidad, volubilidad y desgarramiento identitario que Bauman asociara a la cualidad de lo líquido, son nociones fundamentales para el estudio de las nuevas formas de sujetidad que el fenómeno de la migración está generando en un amplio espectro de escenarios diaspóricos: desde las relocalizaciones que corresponden al exilio político-económico, hasta los desplazamientos originados en crisis ecológicas, luchas religiosas, precariedad, guerras internas o persecuciones étnicas. Subjetividad postcolonial, diferencia, intersticio Lo anterior, centrado en la espacialidad y en la noción de liquidez, configura un espacio crítico-teórico desde el que pueden comenzar a vislumbrarse una serie de aspectos relacionados con el fenómeno migratorio y con las formas epistémicas que va movilizando la dinámica de relocalización poblacional en su proceso expansivo y reivindicativo. Sin embargo, la noción de lo líquido puede tener, en algunas interpretaciones, connotaciones que enfatizan en exceso el carácter supuestamente inevitable —necesario— de los procesos de reterritorialización, con la imagen del agua que toma naturalmente la forma de los ámbitos en los que se extiende, adaptándose a los obstáculos que encuentra 27 Mignolo
y Tlostanova hablan de una geo-corpo-política del conocimiento, capaz de recuperar aspectos étnico-raciales, sexuales, físicos, etc. en los cuales se expresa la diferencia colonial. Tales rasgos bio-culturales habrían sido marginados o invisibilizados por el predominio de modelos y valores «superiores» de corporalidad (estimación de ciertas habilidades, orientaciones, paradigmas de belleza, costumbres etc. que formaban parte del universo del dominador).
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en su camino y anegando las superficies hasta saturarlas. Conviene, por tanto, matizar tales connotaciones, trayendo a colación otros elementos que ayudan a problematizar el panorama migratorio, introduciendo una perspectiva historificadora y al mismo tiempo autonomista (desde una perspectiva diacrónica y no determinista) que ve la migración como un posicionamiento políticamente cargado, beligerante y revulsivo, ante los efectos del biopoder transnacionalizado. En The Location of Culture, bajo el título de «Border Lives: The Art of the Present», Homi Bhabha se refiere a la noción de frontera como el indicador polisémico de un posicionamiento heterotópico, es decir, como el punto crucial en el que convergen categorías, espacios y temporalidades. Sin llegar a desplazarse mutuamente de manera total y definitiva, las fuerzas que se encuentran en la frontera configuran un entre-lugar fértil, no convencional, híbrido y maleable, donde proliferan los significados y donde es posible resignificar las relaciones sociales y los conceptos a partir de los cuales estas son expresadas a nivel discursivo. La noción de hibridez es obviamente insuficiente para captar estas dinámicas, aunque describe la cualidad básica de estas operaciones. Bhabha utiliza como acápite de sus reflexiones la frase de Heidegger que antecede a estas páginas, ya que en ella la idea de borde o límite se asocia no al final de algo, sino a su advenimiento, a su presencia. La frontera es, entonces, pensada, en este caso, desde una perspectiva positiva, como un espacio icónico de manifestación del ser y como un lugar de comienzo, que presenta la posibilidad de reescribir el mito del origen y de reimaginar el futuro. A propósito de las posicionalidades liminales, Bhabha elabora la noción de intersticio, la cual evoca el concepto de no lugar antes aludido, que Augé acuñara para referirse a sitios sin historia ni identidad, vaciados de sentido, los cuales, por su naturaleza anónima y despersonalizada, evocan lo que falta. Pero «intersticio» implica también un espacio apretado entre realidades distintas —o manifestaciones diferenciadas de la misma realidad. Se trata de una grieta que divide un territorio común, una oquedad en la superficie, una perturbación y un desafío. Es como si el espacio vacío o la línea divisoria que anuncia un momento de crisis, constituyeran el signo de una ausencia ineludible e intrigante. La noción de frontera funciona, así, como un shifter capaz de desencadenar simultáneamente temor, desasosiego, esperanza y melancolía, victimización y resistencia. Toda grieta debe ser zanjada, ocupada por el propósito de traspasarla, por la voluntad de cruzarla. Para Bhabha, el campo semántico que contiene las nociones de borde, límite, demarcación, linde y frontera, hace referencia a la (des)territorialidad, a la localización intermedia donde se rearticulan historias, posiciones, valores y relatos alternativos a los dominantes. Se trata, entonces, de la significación de un vacío, de la plenitud de una ausencia que es signo inequí-
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voco de los tiempos que corren. ¿Qué hay en el intersticio o la fisura sino la evocación de la materia ausente? ¿Qué hay en la frontera sino la ausencia de la ciudadanía, el vaciamiento del derecho, la remoción de lo nacional, el borramiento de las identidades, la posibilidad de un nuevo origen, el desencadenamiento de oscuros intercambios materiales, los tráficos legales e ilegales de mercancías, cuerpos y significados, la hibridación lingüística, el simulacro, la ambivalencia y la violencia de la ley? Sin embargo, esa ausencia no es una ausencia «vacía», sino plenificada por el Otro, que al hacerse visible da sentido al espacio e impugna sus distribuciones. La frontera constituye, desde esta perspectiva, un punto clave de redefinición que nos aleja de las raíces y de las certezas de la territorialidad (la identidad, la patria, las redes familiares, la etnicidad, la clase) dejando el campo libre para el despliegue de otras tecnologías del yo, es decir, de nuevas formas de subjetividad vinculadas a paradigmas inéditos de socialización y de auto-re-conocimiento, a nuevos valores, a nuevas apropiaciones del espacio y del tiempo, y a formas específicas de otrificación. El pensamiento de nuestra época es un pensamiento del límite, en el límite, para el límite. Así lo registra la política, la diplomacia, la jurisprudencia y la filosofía, y así lo representan las artes visuales, la literatura y el cine. Lo que trata de conceptualizar la noción de límite es justamente esa sensación de clausura que acompañó la vuelta del siglo y el clima de descreencia, futilidad y deshumanización que atraviesa el planeta.28 Our existence today is marked by a tenebrous sense of survival, living on the borderlines of the present, for which it seems to be no proper name other than the current and controversial shiftness of the prefix ‘post’: postmodernism, postcolonialism, postfeminism… (The Location 1, énfasis en el original).
Podrían haberse agregado a la serie, entre otros, los términos de posthistoria, posthumanismo, y postidentidad. Lo cierto es que las cambiantes condiciones de existencia a nivel global han cancelado en gran medida la vigencia de los modelos interpretativos y las categorías que habían guiado el análisis social en la modernidad. La conciencia de la multiplicidad de posiciones de sujeto que nos constituyen ha dado por tierra, como indica Bhabha, con la pretensión de concebir identidades fijas, gestionadas desde los aparatos del Estado para la perpetuación del orden social que rigiera en siglos anteriores. La diferencia cultural, su activación y potencialidad liberadora, constituyen rasgos fundamentales en el escenario global. 28 Sobre
diversas formas de manifestación cultural e ideológica del límite, véase Moraña, La escritura del límite.
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What is theoretically innovative, and politically crucial, is the need to think beyond narratives of originary and initial subjectivities and to focus on those moments or processes that are produced in the articulation of cultural differences. These in-between spaces provide the terrain for elaborating strategies of selfhood —singular or communal— that initiate new signs of identity, and innovative sites of collaboration, and contestation, in the act of defining the idea of society itself (The Location 1-2).
Como teorizador de la subjetividad (post)colonial, de los desplazamientos, las estrategias mímicas y los descentramientos epistémicos, Bhabha se pregunta cómo se forman sujetos en ese entre-lugar, a partir del exceso de significación (y de la significación del exceso). Su reflexión se encamina hacia el interrogante de cómo funciona la adición de diferencias de clase raza y género, y cómo es posible conciliar intereses conflictivos y hasta antagónicos en esta construcción de subjetividades. Se trata, sin lugar a dudas, de territorios existenciales eminentemente inestables y precarios. Las fronteras que activa la diferencia cultural no existen solo entre alta y baja cultura, entre la esfera pública y privada, entre legalidad e ilegalidad, sino que tienen que ver, asimismo, con expectativas, necesidades y deseos, es decir, con agendas dispares que deben conciliarse. Me interesa abordar desde este punto la cuestión del sujeto migrante, concepto que se refiere a un lugar/sujeto desplazado, sin centro, desde el cual es posible deconstruir los dualismos de la modernidad, la posición autoasignada del sujeto racional, euro-etnocéntrico, asentado en la territorialidad nacional(ista), en el institucionalismo gubernamental y en los discursos de superioridad etnoracial, de género y de clase. Varios autores han sugerido, en distintos contextos, que la figura del migrante, el refugiado, el desplazado, el nómade, el sujeto diaspórico, representan mejor que la del ciudadano, la movilidad errática, pero fermental de nuestro tiempo. Han visto en estas posicionalidades la posibilidad de miradas oblicuas sobre el mundo global, las cuales, por su descentramiento, pueden abrir un campo de observación distinto al que predominara en los protocolos ópticos de la modernidad. Este libro se propone insistir sobre esta premisa y desarrollar sus propuestas, ya que es justamente la errancia del migrante, su deambular exploratorio, su pulsión de vida, su capacidad de denuncia, lo que permite percibir una nueva plataforma crítica para la desmitificación de la modernidad capitalista, fundada en procesos de colonización, esclavitud y marginación poblacional, de la cual derivan muchas de las estructuras de dominación que aún sobreviven y aún se intensifican en el mundo global. Es la perseverancia transgresora y multitudinaria de ese sujeto exterior a la ciudadanía la que describe un nuevo ciclo de vida a nivel planetario: la que expone y resiste los embates de la necropolítica, problematizando y reapropiando el espacio global.
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Bhabha se refiere por la vía metafórica, como hará Augé en su propio registro, a lugares arquitectónicos liminales —el descanso de las escaleras, el cuarto de máquinas, el ático, el ascensor, el aeropuerto, la sala de espera— espacios intersticiales de interacción simbólica, de flujos materiales e inmateriales, de inestabilidad y conexión, donde tienen lugar encuentros fortuitos e imprevisibles, a partir de los cuales se gestan cambios significativos. Estos son los ámbitos transicionales que existen, como puentes, entre las identificaciones fijas —las temporalidades, los nacionalismos, los espacios privados, los eventos— dando lugar a ensamblajes e hibridaciones donde la diferencia (variable, inestable, plural, dinámica) presenta relaciones desjerarquizadas. Esta condición desesencializada, impura y líquida de nuestro tiempo, que se metaforiza en espacios intermedios y en subjetividades desestabilizadas, es la que Bhabha ve como un lugar de articulación por excelencia, donde orden y contra-orden se enfrentan, donde conflictos, prejuicios y antagonismos suben a la superficie, donde la ley encuentra su violación y el sistema enfrenta a sus fantasmas. It is in the emergence of the interstices —the overlap and displacement of domains of difference— that the intersubjective and collective experiences of nationness, community interest, or cultural value, are negotiated (The Location 2, énfasis en el original).
En este sentido, y agregando a lo anterior la una perspectiva deleuziana, podría afirmarse que el migrante es diferencia pura, a pesar de su esencial integración en la categoría universal de humanidad, cuya misma extensión difumina sus significados concretos. En su materialidad (histórica, cultural, económica, social) el migrante es diferencia, no ya solo porque se contrapone a la noción homogeneizadora de ciudadanía, sino porque encarna el amplísimo espectro de lo humano-concreto (las singularidades de las lenguas, las creencias, los hábitos culturales, los valores, las formas de vida, las tradiciones, los orígenes). Asimismo, encarna la diferencia porque, a pesar de su innegable identidad e individualidad, es constantemente diferente a sí mismo: su estado no es una condición sino un modo-de-estar-en-el-mundo, un momento en el becoming que acompaña su tránsito. «Difference is usually understood either as “difference from the same” or “difference of the same over time”. In either case, it refers to a net variation between two states» (Stagoll 72). Asimismo toda diferencia contiene en sí el potencial de la diferenciación: es decir, todas las cosas que son diferentes (en conjunto) de otras, también son diferentes entre sí. Dentro de los grupos migrantes, que se distinguen por sus rasgos de otredad, desterritorialización, desposesión, etc., cada individuo mantiene su singularidad. Esta unicidad dentro de la diferencia es esencial, ya que resalta la sujetidad como una cualidad irrepetible en su especificidad, aunque, como tal, común a todos.
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Del mismo modo en que el estatus del migrante cambia en relación a la estructura estatal (ciudadano de su propio país, emigrante, transmigrante, expatriado, refugiado, asilado, deportado, inmigrante, etc.) varía también con respecto a sí mismo, en sus modos de definir la patria, la pertenencia, la territorialidad, el movimiento, el cruce. Se trata de una variación existencial y afectiva, intelectual y perceptiva, racional e instintiva. Se mimetiza a otros o se mantiene idéntico a sí mismo, instancias todas esencialmente relativas y cada una inestable y provisional, ligadas al espacio-tiempo rizomático de la movilidad y la des/re/territorialización. La subjetividad migrante está compuesta de todas estas líneas de fuerza, que se tensionan poniendo a prueba la fortaleza y tolerancia del sistema. Es en la frontera real y metafórica, en la línea divisoria real e imaginada, donde comienza a manifestarse la posibilidad de formas otras de agencia y subjetividad. Volviendo a la cita de Heidegger que antecede a estas páginas, esta permite al autor de The Location of Culture enfocar las situaciones diaspóricas como paradigmáticas, ya que estas ejemplifican la naturaleza misma del sujeto desterritorializado, siempre en estado de ajenidad respecto a la modernidad capitalista. La historia del colonialismo y por cierto la del sujeto postcolonial es una historia de desplazamientos y diásporas, que se inicia con los viajes transatlánticos de conquistadores, misioneros y traficantes de esclavos y se prolonga en las migraciones que poblaron las repúblicas americanas en distintas oleadas, haciendo de las naciones espacios eminentemente heterogéneos. La migración de ideas, proyectos, mercancías y sujetos es inherente al proyecto civilizatorio en el que la frontera es el signo de la regulación de territorios propios y ajenos, públicos y privados. Sin embargo, esta distribución no es «natural» ni «legítima», sino construida de acuerdo a relaciones de fuerza, proyectos de explotación, formas de apropiación y despojo. El momento en que la naturaleza se convierte en territorio y en que este se concibe como propiedad cambia sustancialmente y para siempre la relación del ser humano con el medio, con los otros y consigo mismo. Contemporáneamente, la intensificación y el significado político que han adquirido esos flujos humanos incorporan elementos inéditos a la interpretación de la práctica migrante, que es inherente al surgimiento y desarrollo de la sociedad. Como señala Arjun Appadurai, The story of mass migration (voluntary and forced) is hardly a new feature of human history. But when it is yuxtaposed with the rapid flow of mass-mediated images, scripts, and sensations, we have a new order of instability in the production of modern subjectivities (Modernity at Large 4).
Aunque la idea del límite y la práctica de la demarcación preceden y hacen posible, como señala Thomas Nail, el surgimiento de la nación-Estado (y no a
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la inversa), su resignificación moderna forma parte de la necropolítica del capitalismo, que en tiempos de globalización reactiva los debates sobre soberanía, derechos humanos, territorialidad y ciudadanía, y sobre el control estatal, biopolítico, sobre la vida y la muerte. Los procesos migratorios construyen redes inter e intranacionales, rebasan los espacios asignados y transgreden regulaciones. Se atienen, por tanto, a lógicas de supervivencia que contradicen las estrategias biopolíticas de la modernidad, haciendo que el escenario postcolonial resulte inseparable de los fenómenos de des/re/territorialización. De ahí la importancia fundamental, física y epistemológica, de la frontera, a la que Bhabha confiere un papel fundacional: For the demography of the new internationalism is the history of postcolonial migration, the narratives of political and cultural diaspora, the major social displacements of peasant and aboriginal communities, the poetics of exile, the grim prose of political and economic refugees. It is in this sense that the boundary becomes the place from which something begins its presencing […] (The Location 5, énfasis en el original).
Como expresión de contramodernidad, el contingente migratorio habita el intersticio y se dirige hacia un beyond, un más allá que sin ser trascendente en un sentido religioso, mítico o idealista, constituye un espacio de intervención desde el cual interrogar y deconstruir el proyecto moderno, no para proceder a la reinvención de la premodernidad o del primitivismo, sino para concebir, en el sentido dusseliano, una (trans)modernidad alternativa, inclusiva y desjerarquizada. Tal concepción es incompatible con la supuesta estabilidad y homogeneidad de la nación moderna. Esta, más bien, se ve enfrentada a la necesidad de reconocer cada vez más su heterogeneidad esencial, constitutiva, que el republicanismo, el pensamiento liberal y los discursos totalizadores, universalistas y euro/etno/ céntricos intentaron regularizar y naturalizar, cuando no negar y/o encubrir ideológicamente. Comentando la obra de Guillermo Gómez-Peña, conocido autor méxicoamericano que tematiza, por medio del performance y la escritura, la dinámica de la frontera real y simbólica (imaginada, cultural, representada estéticamente) entre México y Estados Unidos, Bhabha señala que «the Western metropole must confront its postcolonial history, told by its influx of postwar migrants and refugees, as an indigenous or native narrative internal to its national identity». Lo que se revela como «nuevo» a partir de esta producción fronteriza, no solo reevoca el pasado, sino que, según Bhabha, lo reconfigura como espacio intermedio, in-between, «that interrupts the performance of the present» (The Location of Culture 6-7).
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Es en este sentido como se intenta, en el presente libro, pensar la relación de (dis)continuidad entre sujeto nacional y sujeto migrante, proponiendo una aproximación al nomadismo de nuestro tiempo entendido como una tácita intervención en las lógicas del capitalismo tardío y de la globalización, en el fundamentalismo identitario y en los mitos de la nacionalidad, en la biodominación (realizada a partir de las políticas laborales, el consumo, el control del movimiento poblacional, etc.) a partir de la activación de una contramodernidad itinerante, inorgánica y omnipresente.29 La práctica migrante (nomádica, diaspórica) expone las heridas abiertas del sistema global y da testimonio de la existencia de una sujetidad alternativa, que quizá anuncia formas nuevas de conciencia social y de conceptualización de lo político. Convergentemente, la frontera, real y simbólica, territorial y epistémica, da lugar a nuevas interacciones, nuevas subjetividades, nuevos sujetos. De acuerdo con las puntualizaciones de Bhabha, la problemática de la frontera y de sus transgresiones, es decir, de las múltiples formas de compartimentación, migración, y reterritorialización que se registran a nivel transnacional e incluso intranacional, reclaman hoy en día una hermenéutica y una política del límite que se haga cargo de su ambigüedad, de su opacidad y polisemia. Debe entenderse, como indica este autor, que la producción de sentido requiere que la comunicación atraviese un tercer espacio: ni un territorio ni otro, ni un sujeto ni otro, ni una ley ni la ausencia de esta, ni una ni otra cultura, sino una zona de integración o de encuentro simbólico donde las jerarquías y el monopolio de los espacios queden abolidos, dejando el campo libre —el campo de la creación, de la lengua, de las prácticas sociales— para nuevos itinerarios, nuevos sujetos, nuevas agendas. La frontera ejemplifica este espacio de posibilidades ya que es a partir de su entendimiento, de su reformulación, su abolición y/o su resignificación, que nuevas formas de ser-en-el-espacio (en el espacio social, en la historia, es decir, en el tiempo) pueden ser posibles: It is that Third Space, though unrepresentable in itself, which constitutes the discursive conditions of enunciation that ensure that the meaning and symbols of culture have no primordial unity or fixity; that even the same signs can be appropriated, translated, rehistoricized and read anew (37).
Bhabha indica que la exploración de este tercer espacio, es decir, la intervención que podamos realizar en él desde una perspectiva crítica, emancipadora, 29 La noción de (dis)continuidad apunta a enfatizar, junto al movimiento de procesos históricos que marcan el paso de unas formas de sujetidad (la ciudadanía) a otras (las de des/re/territorialización), las rupturas y quiebres que se perciben en esta trayectoria, caracterizada por escisiones, saltos y yuxtaposiciones que complican el panorama político y social con la experiencia de la simultaneidad.
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puede permitirnos eludir nuestras polaridades, y emerger renovados, liberados, otros.30 Para otros autores, como se verá a lo largo de este libro, la noción de tercer espacio, con sugerir adecuadamente las áreas intermedias, transitorias e inestables desde las que eventualmente puede rehistorizarse el espacio político y social, tiene la desventaja de descontextualizar excesivamente los procesos que allí se sitúan. Aunque se comprende la relevancia estratégica del concepto y su funcionalidad teórica, en algunas de sus aplicaciones se hace necesaria la materialización de ese espacio social, histórico y político, la referencia concreta a la particularidad de los conflictos que lo caracterizan y de los actores que en él se movilizan. La construcción de subjetividad tiene, en efecto, aspectos culturales, sociales, sicológicos y políticos que se entrecruzan formando apretadas tramas de sentido, e interrelaciones que solo pueden ser entendidas desde la contingencia cotidiana de intercambios materiales y simbólicos a través de los cuales distintas formaciones sociales se (re)conocen e identifican. Tal materialidad o intimidad cultural desempeña un papel fundamental en la construcción de la subjetividad migrante y en las interacciones —hacia adentro y hacia afuera— que la caracterizan. Michael Herzfeld, quien acuñara el concepto antes aludido de «cultural intimacy» en 1997, describe esa noción en su libro Cultural Intimacy: Social Poetics in the Nation-State como the recognition of those aspects of a cultural identity that are considered a source of external embarrassment but that nevertheless provide insiders with their assurance of common sociality, the familiarity with the bases of power that may at one moment assure the disenfranchised a degree of creative irreverence and at the next moment reinforce the effectiveness of intimidation (3).
El concepto de intimidad cultural se vincula así a la formación de estereotipos que reducen la complejidad identitaria a algunos de sus rasgos más salientes los cuales, elaborados como clichés, son utilizados a nivel popular o apropiados por el discurso político, convirtiéndose en dispositivos ideológicos, generadores de falsa conciencia. Tales elementos son esenciales, como demuestra Herzfeld, en la elaboración del nacionalismo y, en general, en los imaginarios colectivos. La intimidad cultural se considera uno de los componentes emocionales e ideológicos de la nación y de las formas identitarias que la caracterizan a lo largo del tiempo, a pesar de las variantes que se van produciendo en las condiciones de vida y en las interacciones internacionales. La nación se hace reconocible a través 30 Para una discusión de la noción de tercer espacio en Homi Bhabha, véase Soja, Thirdspace
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de esos rasgos que van adquiriendo un sentido representativo y simbólico. En algunos casos, los elementos de identidad cultural dan lugar a procesos de otrificación que escalan hasta alcanzar los grados del racismo y la xenofobia. Hábitos regionales, prácticas comunitarias y costumbres colectivas, constituyen formas que muchas veces asumen un carácter folclórico y que parecen no integrarse en la modernidad, al funcionar como vínculo vivo con el pasado y con sus tradiciones, resistiendo la tendencia homogeneizador y renovadora de la modernidad. La perspectiva de la intimidad cultural se inscribe dentro de la antropología del nacionalismo, y se extiende claramente hacia el campo de la migración y la experiencia multicultural, es decir, hacia una antropología y, como Herzfeld propone, hacia una poética social de la frontera. Jelena Subotic y Ayse Zarakol analizan el papel de la intimidad cultural en las relaciones hacia adentro y hacia afuera de las fronteras, considerando que los Estados desarrollan identidades diferenciadas a nivel doméstico e internacional. Según las autoras, algunos de los rasgos de la intimidad cultural nacional pueden resultar embarazosos como imagen externa, proyectando negatividad, retraso o resistencia a los procesos supranacionales de modernización y universalización de valores y costumbres. En los encuentros culturales derivados de la migración, tales elementos emocionales se intensifican tanto del lado de la sociedad receptora como de los contingentes extranjeros, haciendo que las interacciones expresen intenciones defensivas de aquellos rasgos que se consideran propios y distintivos. La prensa con frecuencia exacerba las imágenes públicas reduciendo los conflictos a términos puramente emocionales. Como Subotic y Zarakol señalan, los Estados pueden llegar a ser concebidos de una manera personalizada, como poseedores de una memoria y de una conciencia colectiva que se manifiesta en el habitus nacional. Sentimientos de culpa o vergüenza se asocian, por ejemplo, a situaciones de victimización por parte del Estado, o, contrariamente, sentimientos de orgullo nacional pueden manifestarse cuando una nación desea incorporar a su imagen pública las cualidades de condescendencia respecto a otras naciones menos desarrolladas, dando la bienvenida a los visitantes.31 En convergencia con lo anterior, la crítica cultural ha explorado construcciones lingüísticas, retóricas e ideológicas, como elementos que integran los imaginarios populares y que están en la base de los aspectos afectivos vinculados al fenómeno migratorio, tanto del lado del sujeto que se reterritorializa como de aquel que lo recibe en la dinámica de la relocalización poblacional.
31 Subotic y Zarakol se refieren específicamente a Serbia y a Croacia en su estudio sobre intimidad cultural, mostrando las formas diversas en que ambas culturas manejaron la imagen pública en relación con los conflictos bélicos. También analizan el caso de Holanda y sus reacciones ante críticas internacionales.
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Transversalismo global, mirada al sesgo La noción de expulsión, utilizada por Saskia Sassen en el libro que lleva justamente por título Expulsions: Brutality and Complexity in the Global Economy (2014), es de fundamental importancia para nuestros propósitos. Para Sassen, tal concepto constituye el eje de una exploración cuidadosa e imprescindible sobre el «borde sistémico» del capitalismo global, ya que comunica la violencia de la exclusión y el carácter involuntario y compulsivo de los desplazamientos que esa expulsión cataliza. En sus propias palabras, el término expulsión se refiere a «people, enterprises and places expelled from the social and economic orders or our time» (Expulsions 1). El borde sistémico aludido por Sassen no coincide con ninguna frontera nacional o geocultural ni se aplica de manera privativa a sujetos o a comunidades, sino que se refiere a una serie de opciones y estrategias que se implementan en diferentes campos, desde la economía hasta la organización social. La expulsión, que impacta directamente los cuerpos, la emocionalidad y las relaciones interpersonales, y que está directamente relacionada con el desplazamiento de fuerza laboral, forma parte de las estrategias del biocapitalismo global. Este se ejerce como control y explotación de la materialidad humana y de las formas de emocionalidad, memoria, imaginación y deseo que le son correlativas. Sassen menciona una serie de catalizadores que han causado fenómenos de desterritorialización en distintos niveles y que se vinculan con la transición que se ha venido registrando en el mundo occidental y también en China, India, etc., del keynesianismo (economías de mercado con alto grado de privatización
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reguladas por el Estado, sobre todo en períodos de recesión o depresión económica) a la globalización (macro-diseños con un alto grado de desregulación). El brusco cambio de las dinámicas de incorporación a las dinámicas de exclusión da como resultado el aumento de la desigualdad y el desbalance en la distribución global de recursos. Como ha sido indicado para el caso de Europa, por ejemplo, el tema de la desigualdad es inescapable como elemento clave para cualquier interpretación de la migración y de la relación ético/política en torno a ese tema, ya que las cifras de distribución de recursos muestran un desbalance radical, de inmensas consecuencias sociales. Como indica Bertrand Badie en su estudio sobre migración y mundialización, «La mecánica social en sí misma es temible: si, por ejemplo, Europa representa el 32% del PIB mundial y solamente el 6% de la población del globo, ella se convierte evidentemente en un polo de migración» (10, cit. por Yuing s/p). El «borde sistémico» al que aluden muchos especialistas en globalización remite a la existencia de condiciones extremas, económicas y sociales, algunas de las cuales tienen un curso subterráneo, difícil de percibir. Por esta razón, colocar el punto de mira en ese límite permite una visión sesgada, y también intensificada, que ilumina aspectos poco visibles de los fenómenos globales. Según Zygmunt Bauman, estamos presenciando «la globalización de la desigualdad», y confirmando que esta última no es solamente una cuestión de clase: Class is only one of the historical forms of inequality, the nation-state only one of its historical frames, and so «the end of national class society» (if indeed the era of the «national class society» has ended, which is a moot question) does not augur «the end of social inequality». We now need to extend the issue of inequality beyond the misleadingly narrow area of income per head, to the fatal mutual attraction between poverty and social vulnerability, to corruption, to the accumulation of dangers, as well as to humiliation and denial of dignity… (Collateral Damage 21).
Como señala Sassen, el periodo de decadencia que ha extremado las condiciones socio-económicas comenzó en la década de los años 80, cuando los Estados de bienestar y las organizaciones sindicalistas fueron devastados en diferentes puntos del mundo occidental. Si el periodo que sigue a la segunda postguerra estuvo caracterizado por proyectos de incorporación de vastos sectores poblacionales al mainstream económico y social, hacia el fin de siglo tales procesos retroceden de manera notoria. El creciente poder de las corporaciones limita el margen de intervención estatal y los programas de servicio social ceden significativamente, desprotegiendo a grandes sectores. Las clases medias y medias-bajas sufren disminución de la seguridad médica, empobrecimiento de la educación pública y colapsos en los planes de vivienda. El aumento del hambre y las crisis del mercado laboral, el corte de programas para ancianos y el
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incremento del vagabundaje y de la violencia política, provocan la expulsión de grandes sectores fuera de sus regiones y territorios nacionales. Sassen ve en estas dinámicas tendencias sistémicas a las que se suman cuestiones ecológicas que causan pérdida de territorios de cultivo y vivienda, problemas de toxicidad del aire y del agua, y desastres climáticos. Existen, asimismo, los desastres que tienen la apariencia de catástrofes naturales (inundaciones, sequías, ciclones, etc.) que causan daños inmensos de vida humana, propiedad y recursos naturales, y las consecuentes expulsiones poblacionales de las zonas afectadas. Muchos de esos desastres, en realidad responden a carencias estructurales y falta de planes y recursos para impedir o minimizar esas devastaciones, en muchos casos predecibles. Tal precariedad estructural, imposibilidad de prevención, desamparo poblacional, etc., afecta mayormente a regiones y sectores sociales ya de por sí precarizados o abandonados por las políticas sociales. De este modo, las expulsiones, en sus múltiples y diversos orígenes, apuntan a las formas de distribución del poder y la riqueza en el capitalismo avanzado, y a las consecuencias sociales de tales desbalances. Además de la presencia global de estas crisis, y de sus claras connotaciones políticas, económicas y sociales, la autora de Expulsions percibe un problema disciplinario, intelectual y metodológico en las ciencias sociales, que puede resumirse en las referencias al descaecimiento progresivo de las categorías que fueran utilizadas en las últimas décadas en el análisis social, y que resultan ya claramente insuficientes para dar cuenta de situaciones que se proyectan más allá de los límites de la nación-Estado: My argument is not that the destructive forces I discuss are all interconnected. Rather, it is that these destructive forces cut across our conceptual boundaries —the terms and categories we use to think about the economy, the polity, the diversity of nation-states and ideologies from communism to capitalism. But they do so in ways that are invisible to our conceptual eye. In that sense, then, I describe them as conceptually subterranean. Complexity is part of the condition here. The more complex a system is, the harder it is to understand, the harder it is to pinpoint accountability, and the harder it is for anyone in the system to feel accountable (215).
El propósito de Expulsions es el de captar tendencias transversales que se registran a nivel transnacional y que no pueden ser explicadas desde la perspectiva exclusiva de la nación-Estado. Sassen se pregunta qué espacios ocupan a nivel global los expulsados por las condiciones políticas, económicas, ecológicas, etc. y cómo pueden ser visibilizados y conceptualizados. La misma pregunta puede formularse respecto a tierras infértiles que, a causa de la toxicidad del ambiente, han sido también eliminadas (expulsadas) de las cartografías de productividad y
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asentamiento humano, permaneciendo fuera de consideración, como territorios muertos sin reconocimiento conceptual: More generally, the spaces of the expelled cry out for conceptual recognition. They are many, they are growing, and they are diversifying. They are conceptually subterranean conditions that need to be brought above ground. They are, potentially, the new spaces for making —making local economies, new histories, and new modes of membership (222).
Las dislocaciones que Sassen percibe en el sistema global demuestran, en efecto, tanto en el nivel del macrosistema como en las ocurrencias concretas a nivel regional o local, el incremento de procesos de destrucción ecológica (territorial, humana) de propiedades, de ámbitos urbanos y naturales, recursos y proyectos. Se evidencian así los efectos múltiples de una depredación generalizada que se extiende a nivel planetario, desterritorializando elementos productivos, vitales y civilizatorios de sus espacios naturales. La problemática del migrante se manifiesta en una de sus aristas principales en la conformación paulatina de una subjetividad lanzada al nomadismo y el desamparo, aunque obviamente la situación varía cuando se trata de migrantes laborales, por contraposición a nómades consuetudinarios, refugiados, desplazados, etc. Ubicado en los bordes sistémicos del capitalismo tardío, para utilizar la expresión de Sassen, el migrante es el sujeto individual o colectivo expelido de su ámbito originario por circunstancias que lo condenan a la exterioridad, obligándolo a describir un movimiento transversal inabarcable desde las nociones de identidad, ciudadanía, territorio y nacionalidad que sirvieron como pilares de los discursos y proyectos nacionales en siglos anteriores. Se advierte así el advenimiento de dinámicas masivas, de inmensa capacidad transformativa en los paisajes sociales, económicos y políticos de nuestro tiempo. Observar y analizar al sujeto migrante, e intentar conceptualizarlo como uno de los más ilustrativos y dramáticos protagonistas de nuestro tiempo, es una tarea urgente y de profundas implicancias. Mirar desde los bordes mismos del sistema, es decir, desde las fronteras, eludiendo la centralidad de valores y discursos consagrados y privilegiados, permite fundar una posición epistémica distinta, que tome como punto de partida las posiciones de marginalidad, subalternidad, victimización y resistencia. Estas permiten relativizar formas modernas de subjetividad, como la del sujeto nacional, protagonista de la historia republicana, burguesa y liberal, al menos cuando tal categoría identifica al ciudadano como unidad mínima de la sociedad civil. La mirada fronteriza, analizada ya desde distintas vertientes del pensamiento decolonial, es indispensable para la deconstrucción de los discursos de legitimación de jerarquías, ex-
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clusiones y marginamientos de la modernidad capitalista, y como herramienta de recuperación y visibilización de las retóricas que proliferaran a partir de la implementación del neoliberalismo. Como Sassen indica, en las ciencias sociales —y en las humanidades— faltan categorías y criterios para relevar estas situaciones de expulsión que lanzan fuera de los parámetros de la nación-Estado a sectores que pasan a constituir una especie de residuo o de material desechable que, en un recorrido errante y diaspórico, atraviesa e interpela las cartografías de la globalidad.1 El criterio de expulsión es también utilizado por Thomas Nail en Theory of the Border para referirse al proceso de expansión por expulsión que el capitalismo implementa, a costa de la desposesión de grandes sectores, en su avance económico y financiero. Así lo ejemplifican las políticas extractivistas, en distintos contextos: Expulsion does not simply mean forcing people off their land, although in many cases it may include this. It also means depriving people of their political rights by walling off the city, criminalizing types of persons by the cellular techniques of enclosure and incarceration, or restricting their access to work by identification and checkpoint techniques. Expulsion is the degree to which a political subject is deprived or dispossessed of a certain status in the social order […] The border is the material technology and social regime that directly enacts this expulsion (The Figure of the Migrant 23).
La subjetividad migrante se configura, entonces, a partir del proceso violento de la expulsión política, económica, religiosa, etc. y como resultado de la interacción entre sujeto y frontera, territorio e identidad, espacio, capital y trabajo. Tal subjetividad surge y se desarrolla en el borde, no solamente físico y territorial sino también simbólico, que produce el afuera como contracara del hábitat privilegiado de las identidades nacionales. Nail aplica el término expulsión sobre todo a la exclusión que enajena al sujeto de la vida civil. Se trata de la negación de un status, de la remoción del sujeto de un determinado orden que lo rechaza, demostrando así la saturación del sistema y, en última instancia, su 1 Según
Sassen: «These expulsions don’t simply happen; they are made. The instruments for this “making” range from elementary policies to complex techniques requiring specialized knowledge and intricate organizational formats. And the channels for expulsion vary greatly. They include austerity policies that have helped shrink the economies of Greece and Spain, and environmental policies that overlook the toxic emissions from enormous mining operations. Historically, the oppressed have often risen against their “masters”. Today, despite movements of resistance around the globe, such opposition is often prevented by the way, in which the oppressed have been expelled and survive at a great distance from their oppressors (“The Language of Expulsion”)».
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esencial precariedad constitutiva. Lejos de limitarse exclusivamente al individuo, tal proceso involucra a la esfera pública: Expulsion is a social movement that drives out, the deprivation of social status. Social expulsion is not simply the deprivation of territorial status (i.e. removal from the land), it includes three other major types of social deprivation: political, juridical, and economic. It is not a spatial or temporal concept but a kinetic concept insofar as we understand movement extensively and intensively. Social expulsion is the qualitative transformation of deprivation in status, resulting in or as a result of extensive movement. Furthermore, the social expulsion of the migrant is neither essentially free nor forced. In certain cases, some migrants may decide to move but they are not free to determine the social conditions of their movement or the degree to which they may be expelled from certain social orders. Nonetheless, expulsion is still a driving out insofar as it is not freely or individually chosen, but socially instituted and compelled. […] Expulsion is a socially and collective process because it is the loss of a socially determined status, even if only temporarily and to a small degree (The Figure of the Migrant 34).
Siguiendo los conceptos de Foucault relacionados con las «tecnologías del yo», podría hablarse aquí de «tecnologías de la otredad», ya que la expulsión otrifica al sujeto al desterritorializarlo. El individuo es lanzado a espacios en los que la condición de ajenidad y forasterismo se manifiesta en relación a lenguas, espacios, costumbres, creencias, etc. con respecto a las cuales el sujeto solo puede desplegar, performativamente, su alteridad. De acuerdo a las definiciones de Foucault, esta producción del Otro resultaría de la implementación de estrategias de sometimiento y objetificación, así como de la imposición de conductas, formas de ser, pensamientos y necesidades que, como condición de supervivencia, lo obligan a un tránsito constante, territorial y existencial. Tal forma de dominación y «producción» del sujeto migrante corresponde principalmente a los aspectos mencionados por Foucault en tercer y cuarto lugar en la cita que sigue, aunque involucra también aspectos aludidos en los numerales previos: As a context, we must understand that there are four major types of these «technologies», each a matrix of practical reason: (I) technologies of production, which permit us to produce, transform, or manipulate things; (2) technologies of sign systems, which permit us to use signs, meanings, symbols, or signification; (3) technologies of power, which determine the conduct of individuals and submit them to certain ends or domination, an objectivizing of the subject; (4) technologies of the self, which permit individuals to effect by their own means or with the help of others a certain number of operations on their own bodies and souls, thoughts, conduct, and way of being, so as to transform I themselves in order to attain a certain state of happiness, purity, wisdom, perfection, or immortality.
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These four types of technologies hardly ever function separately, although each one of them is associated with a certain type of domination («Technologies of the Self» 17).2
La condición migrante: instancias, deslindes, teorías Como es sabido, la condición migrante es propia de la especie humana y puede rastrearse en todas las culturas y periodos históricos. Se trata de una experiencia al mismo tiempo individual y colectiva, local y global, pre y (post) moderna. Tan antigua como la humanidad, la búsqueda de nuevos territorios ha seguido siempre el impulso de la necesidad, tanto de la necesidad natural de asegurar la supervivencia como de las necesidades falsas o impuestas, creadas e incrementadas por la voluntad de conquista de nuevas tierras, apropiación de recursos naturales y expansión de mercados. Nos ocupa aquí, sobre todo, el modo en que el fenómeno se manifiesta en décadas recientes y la estrecha relación existente entre migración y capitalismo, sobre todo en lo que tiene que ver con América Latina y Europa. Lo que sigue no es, entonces, una historización del proceso migratorio, sino una somera referencia a instancias que pueden reconocerse como momentos clave, representativos de la activación de flujos migratorios, en diversos contextos culturales. Debe aclararse que aquí, como en otros momentos de la reflexión que se despliega en este libro, hablar de la extensión histórica y global de los procesos migratorios, o de la «condición» migrante, no implica ni naturalizar ni trivializar ni esencializar la crisis migratoria actual, ni tampoco deshistorizar la experiencia de diásporas, exilios, expatriaciones, destierros, etc. considerándola un elemento constitutivo de la experiencia humana y, por tanto, poco significativo. Se trata más bien de hacer resaltar, sobre el etnopaisaje de la movilidad humana, las 2 Foucault
inscribe sus reflexiones sobre «tecnologías del yo» dentro de sus estudios hermenéuticos sobre formas de dominación que resultan en prohibiciones relacionadas con la sexualidad. En estas estrategias de poder se articulan relaciones éticas, políticas y filosóficas que dan lugar a diversas formas de dominación y manipulación del conocimiento. Respecto a las tecnologías del yo que se aluden en el párrafo citado, Foucault aclara: «Usually the first two technologies are used in the study of the sciences and linguistics. It is the last two, the technologies of domination and self, which have most kept my attention». Este concepto es aplicado por el filósofo al análisis de prácticas y saberes sobre sexualidad en etapas tempranas del cristianismo. Es obvio que al utilizar el concepto en el contexto de este ensayo sobre migración se está apelando libremente a la perspectiva foucaultiana, en relación a contextos contemporáneos de dominación y producción de la otredad. No obstante, el ejercicio del poder sobre individuos y sectores sociales, el proceso de producción de subjetividad, la importancia de la noción de prohibición y los efectos que derivan de la expulsión de sujetos fuera de fronteras autorizan esa extensión, que mantiene los casos analizados dentro del amplio espectro de la biopolítica.
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formas específicas y las causas precisas que catalizan el impulso migrante tanto en su dimensión individual como colectiva, sectorial o masiva, organizada o improvisada, legal o clandestina, elegida o impuesta. Se trata, asimismo de recortar, contra el telón de fondo de la globalidad, los particularismos, los efectos, implicancias y proyecciones de la migración, para detectar el modo en que esta forma de vivir el espacio y el tiempo de la contemporaneidad se corresponde con el estado actual del capitalismo y con las formas de resistencia que este ha ido engendrando. Se intenta, al mismo tiempo, explorar las formas en que la movilidad migrante dialoga, de una manera tensa, con conceptos esenciales en la modernidad: ciudadanía, soberanía, gubernamentalidad, territorialidad, identidad social y derecho a la vida. Lo mismo puede ser afirmado con respecto a la dimensión teórica que se pretende relacionar con la experiencia histórica de la migración. Las categorías, modelos de interpretación o paradigmas epistémicos que se elaboran a propósito de la experiencia migratoria no buscan de ninguna manera negar la materialidad de los procesos, su dimensión humana, su dramaticidad y arraigo en la corporalidad, en la historia y en la afectividad de los sujetos involucrados en esta polifacética experiencia del desarraigo. Mucho menos aún se quiere minimizar el carácter contingente, y siempre singular, del fenómeno estudiado. Abstraer nociones, conceptos, criterios y valores a partir de la consideración de la materialidad empírica no significa desconocer la especificidad de los casos, sino comprometerse con una interpretación capaz de orientar la conciencia social al conceptualizarla, abriendo así la posibilidad de encontrar formas de comprensión de la experiencia social y, eventualmente, soluciones, alternativas, a los problemas tratados. Para ello, resulta crucial asumir el desafío de considerar el fenómeno migratorio como una estrategia infrapolítica que desde la imperceptibilidad y la dispersión va logrando, por acumulación de prácticas y de energía social, modificaciones sistémicas, adquiriendo así la relevancia de un movimiento social, de denuncia y transformación estructural. Para historizar el fenómeno migratorio habría que señalar que la colonización de territorios reconocidos como un Nuevo Mundo, implementada en el marco del colonialismo, constituiría la etapa fundacional de una temprana modernidad asociada con el descubrimiento de la que sería «América». Tal período se corresponde con la instalación de redes mercantiles monopólicas que, a partir del siglo xvi, inscriben los espacios transoceánicos dentro de la órbita cultural, económica y política del occidentalismo. El mundo colonial se funda y desarrolla sobre la base de tránsitos migratorios protagonizados por conquistadores, colonizadores, exploradores, misioneros y viajeros científicos que llegan desde las metrópolis europeas con distintos, pero convergentes proyectos de apropiación y de asimilación cultural. A estos se suma el tráfico esclavista al servicio del plan de extracción de riquezas de los territorios de ultramar y de traslado y
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distribución de mercancías, operaciones en las que la des-re-territorialización de seres humanos y productos llega a constituir un fenómeno clave, de envergadura histórica. La cartografía desempeña en estos procesos un papel fundamental, como registro territorial, recurso representacional y base para procesos de apropiación de tierras y recursos naturales y humanos. La constante redefinición de los perímetros que marcan el alcance de la propiedad privada es parte de los procesos de acumulación de capital, extracción de riquezas y explotación laboral. Como Michel de Certau señala al analizar el tema fronterizo, el mapa solidifica la concepción de la nación como territorialidad acotada, y reifica los bordes. «El mapa coloniza el espacio» (121), colocándose así en el centro de la conciencia moderna y de la imaginación histórica. Pero tal reificación deja fuera los tránsitos y modificaciones que sufren los territorios al ser atravesados. Tampoco allí figura el costo humano de tales recorridos, donde el desposeído es quien con más frecuencia sucumbe a los rigores de la naturaleza. El diseño cartográfico tradicional, como subraya el crítico francés, presenta un escenario, un teatro en el que tienen lugar las acciones, que son desplegadas como una totalidad en sí misma, sin que aparezcan representados los procesos, las causas o efectos que de ellas derivan. Nevzat Soguk retoma estas ideas de De Certeau para resaltar que, como compensación de esa documentación estática, se produce también una «geografía transversal», que da cuenta de los desplazamientos y movilizaciones humanas. Esta forma de notación geográfica desmiente la fijeza del mapa tradicional, al perfilar rutas invisibles pero persistentes sobre el trazado de perímetros nacionales o continentales, desestabilizando los regímenes de control del espacio geográfico (Soguk, «Border’s Capture» 286-289). Tal registro de la movilidad altera los diseños de poder/saber, resaltando la agencia de sujetos activos, inestables y multitudinarios, que impactan tierra y mar con tránsitos y tráficos incesantes. Tránsito y frontera son aspectos interrelacionados de un mismo fenómeno que arraiga en el concepto de propiedad y poder. En cualquier contexto, el proceso de borderización es enfatizado como un procedimiento relacional, hecho de tensiones, conflictos y antagonismos y, al mismo tiempo, marcado por la ambigüedad: The frontier functions as a third element. It is an «in-between» —a space between… It privileges a logic of ambiguity through its accounts of interaction. It turns the frontier into a crossing, and the river into a bridge. It recounts inversions and displacements: the door that closes is precisely what may be opened; the river is what makes passage possible; the tree is what marks the stages of advance; the picket fence is an ensemble of interstices through which one’s glances pass (De Certeau 127, cit. por Soguk 288).
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Es, justamente, tal ambigüedad la que hace posible que en la frontera se gesten y desarrollen acciones como las de buscar asilo o refugio, que Soguk considera verdaderos movimientos insurreccionales que cortan la sintaxis espacial afirmada en la territorialidad y el afincamiento nacional. Al definir «la frontera como método» Sandro Mezzadra y Brett Neilson reconocen el papel que tuvieron en los contextos del colonialismo las imágenes cartográficas y la noción de límite o frontera, ya que esas formas de demarcación se asocian desde siempre con la guerra y la usurpación. Entienden, asimismo, la función simbólica de estos dispositivos a partir de los cuales se ordena el conocimiento del mundo, la interpretación de los espacios conocidos y la imaginación de los confines que se extienden más allá de la experiencia histórica.3 Con la delimitación fronteriza se construye, como indican estos autores, lo que se ha dado en llamar «metageografía», es decir, los encuadres que servirán a las disciplinas (sociología, historia, antropología, economía, política y ciencias naturales) para organizar los saberes.4 La época actual y particularmente el fenómeno migratorio, han reactivado la ansiedad cartográfica, alentando debates sobre su utilidad real, las formas de control biopolítico a que dan lugar, su viabilidad en un mundo globalizado y atravesado por la desigualdad, y su carácter rígido y determinista, que contradice la supuesta fluidez del capitalismo tardío. Las nociones de ganancia, territorio, mercado, trabajo y frontera se encuentran así interconectadas de manera estrecha, aunque tal vínculo material y simbólico se va reformulando históricamente. Las transformaciones en los sistemas de poder van viéndose representadas en la cartografía, que expone las formas que asumen la hegemonía y la marginalidad en la distribución territorial a nivel planetario, particularmente en lo que tiene que ver con la distribución territorial. Cada gran instancia de cambio social —las Guerras Mundiales, el comienzo y fin de la Guerra Fría, las revoluciones— resulta en una redistribución de los espacios y en una nueva forma de cartografiar el lugar de los vencidos y de los vencedores. De este modo, las delimitaciones territoriales, la fijación o impugnación de las fronteras y las movilizaciones migratorias, forman parte de una historia violenta,
3 Véase
al respecto Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Mezzadra y Neilson ofrecen a su vez un excelente análisis de los cambios que registra la cartografía y de las relaciones entre las distintas instancias de desarrollo del capitalismo y las correlativas concepciones del espacio (regionalismo, continentalismo, distribución del conocimiento a partir de la definición de áreas estratégicas, globalización, etc.). Sobre estos puntos, véanse, en la obra de estos autores, particularmente los capítulos 2 y 3. 4 Mezzadra y Neilson citan la definición de metageografía de Lewis y Wigen: «the set of spatial structures through which people order their knowledge of the world: the often unconscious frameworks that organize studies of history, sociology, anthropology, economics, political science, or even natural history» (Mezzadra y Neilson 27).
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en constante desenvolvimiento, de la que estamos viendo en la actualidad una de sus más álgidas instancias. En consecuencia, va quedando claro que el mito de la integración total que elaboraron ciertos propagandistas de la globalización se va desmoronando, dejando en su lugar una experiencia de fragmentación de los imaginarios y de disolución de la sociedad civil intra y transnacional. Si el colonialismo fue una instancia clave para los tráficos migratorios esclavistas y extractivistas, la Revolución Industrial constituiría otro de los momentos cruciales del desenvolvimiento y redefinición del capitalismo y de sus dinámicas intrarregionales. Las transformaciones económicas, sociales y políticas que ese evento desencadena, produjeron procesos migratorios que fueron esenciales para la formación y consolidación de la nación-Estado en el mundo americano del Norte y del Sur. [e]n Europa, es el despegue de la revolución industrial el elemento que visibiliza el problema migratorio. Lo que emerge, en rigor, es la internacionalización de un mercado de trabajo administrado por los Estados y que comienza a disponer de la posibilidad de movilizar a la población de «trabajadores libres» […] Se asiste, entonces, a un éxodo masivo de campesinos que, llevados por las garantías y los beneficios de la urbanización, se abalanzaron sobre las ciudades en busca de trabajo en las industrias. Era de esperar que dicho proceso trajera complicaciones: finalmente las oportunidades no alcanzaron para todos, y un mar de trabajadores —en muchos casos con sus familias— quedaron a la espera de nuevos lugares para ir a cumplir sus expectativas. El desarrollo industrial dejaba su primer saldo de humanidad sobrante en calidad de errantes: «Ella [la industrialización] ha contribuido a poner en el mercado de trabajo a millones de personas salidas del mundo campesino, que las diferentes economías nacionales no pudieron absorber más» (Barou, 2001, p. 25). Por cierto, este desajuste entre la oferta y la fuerza de trabajo disponible —añadido a un vertiginoso crecimiento demográfico— provocó los primeros movimientos migratorios desde Europa hacia los Estados emergentes de América Latina, África y Asia (Yuing s/p).
Es importante mantener en la mira la relación constante entre el desarrollo del capitalismo y la movilidad poblacional, que sigue los ritmos y procesos de distribución de la riqueza y de organización del trabajo a nivel mundial. La reorganización de los espacios públicos tanto a nivel nacional como transnacional, redefine los imaginarios, y va acompañada por un reordenamiento del espacio político, que va desarrollando nuevas estrategias para atender a las demandas del mercado, cada vez más intensas y diversificadas, y a los procesos de tecnificación, urbanización, comunicaciones, etc., que le son correlativos. En su libro Questions of Travel. Postmodern Discourses of Displacement (2000) Caren Kaplan reconoce en el tema del viaje y en el concepto más abar-
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cador de desplazamiento uno de los tópicos centrales de la modernidad, en el que se expresan formas de experimentación y experiencia del espacio social, a partir de las cuales la subjetividad se va moldeando al articularse a diversas coordenadas espacio-temporales, y a múltiples condiciones políticas, económicas y culturales. Estas van reemplazando las nociones de fijeza territorial, historia y lengua común que fueran consideradas la base de las identidades nacionales. Las metáforas del viaje (y su contraparte, las imágenes que aluden a la localización sedentaria de los ciudadanos, el hogar, las instituciones, etc.) forman parte de la necesidad de afincar la subjetividad en arraigos estables. Esto se intensifica en tiempos de transformaciones profundas de las formas de vida y de aceleración temporal, despersonalización de la experiencia urbana y modificación de las estructuraciones sociales que fueran características de la sociedad tradicional. A este escenario general en el que se vinculan modernidad y viaje (o, de otra manera, territorialidad y desplazamiento) corresponde también la idea de experiencia, y el horizonte utópico que acompaña la idea de cosmopolitismo. El desplazamiento (migración, viaje, exploración, etc.) está así en la base de la formación de naciones. Las sociedades de aluvión se constituyen a partir de procesos migratorios que van llegando en distintas oleadas, dando lugar a complejas dinámicas de intercambio material y simbólico por medio de las cuales tanto sujetos como culturas de muy variadas tradiciones se combinan con componentes autóctonos. Desde las tempranas etapas de la modernidad, la desigualdad en la distribución de la riqueza impone condiciones de carencia y dependencia a amplísimos sectores de la población occidental, provocando flujos migratorios constantes de los países menos industrializados y políticamente inestables hacia los centros del capitalismo. Las grandes corrientes de inmigrantes que llegan en distintos periodos a América pasan a integrar, con mayor o menor grado de asimilación e impacto cultural, las nuevas naciones, insertando en los imaginarios republicanos costumbres, lenguas, creencias y estructuras políticas, económicas y sociales que revelan numerosas vertientes europeas, asiáticas, africanas y de otras procedencias. Hacia fines del siglo xix los procesos modernizadores y particularmente los de expansión industrial sustitutiva de las importaciones atrajeron a las ciudades latinoamericanas grandes contingentes humanos interesados en las posibilidades de trabajo en los puertos y centros urbanos. Se estima que entre 1840 y 1940 unos 55 millones de migrantes llegaron a América desde Europa y 2,5 millones, desde Asia. De estos, un 65% se instaló en Estados Unidos, mientras que el resto se distribuyó entre Argentina, Canadá, Brasil y Cuba.5 5 «Human
migration». New World Encyclopedia, .
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Asimismo, la afluencia de migrantes intranacionales se percibe sobre todo en ciudades y cinturones industriales que reciben el impacto poblacional proveniente de zonas campesinas (creando movimientos de «éxodo rural») o de áreas marginales carentes de oportunidades laborales y servicios primarios.6 Las Guerras Mundiales catalizan diásporas político-económicas de grandes proporciones que impactan el mundo occidental de manera profunda, cambiando su fisonomía, su estructuración político-económica y, por supuesto, su constitución demográfica.7 Tales flujos se dirigen hacia zonas que brindaban seguridad política y posibilidades económicas, donde los prejuicios étnicos, religiosos, e ideológicos no parecían amenazantes. En esos tránsitos se sigue, como es obvio, la dirección del capital y de los más prometedores mercados laborales. En América Latina, cada región desarrolla estos procesos de acuerdo a sus propias particularidades geoculturales, dando lugar a cruces transfronterizos, que van cambiando de sentido según los avatares económicos y políticos de las distintas regiones, por ejemplo entre países centroamericanos, entre Colombia y Venezuela, entre Uruguay, Argentina y Brasil, etc.8 En estas trayectorias van definiéndose rasgos específicos. Como indica un informe de la CEPAL, La migración intrarregional en América Latina y el Caribe presenta, además del crecimiento de su magnitud absoluta, especificidades cualitativas que adelantan un examen de las consecuencias de los procesos migratorios: la feminización de los flujos, una mayor concentración en zonas urbanas, el aumento de la migración de personal calificado entre los países, y las menores incidencias en el grado de carencias habitacionales entre los extranjeros nacidos en la región, en contraste con las personas nativas de los países de destino. Estas características seleccionadas, permiten profundizar en los significados económicos y sociales de la migración intrarregional (2006, 87).
Un capítulo aparte merecería el constante y siempre doloroso flujo migratorio desde Latinoamérica hacia Estados Unidos, el cual daría lugar a la población latina, de origen latinoamericano, mayormente mexicano, caribeño o centroamericano, que se va estableciendo paulatinamente, en distintas regiones. De acuerdo con el censo de 2010, de los 323 millones de habitantes de Estados 6 En el mundo andino, que fuera receptor de una importantísima corriente migratoria asiática, los flujos internos se registran en distintos momentos de la historia regional, de la sierra a la costa, dando lugar a desbalances poblacionales, económicos y culturales que desarticulan el mundo conocido. 7 Sobre la migración forzada después de la Segunda Guerra Mundial y su impacto en las sociedades receptoras, véase Ruiz y Vargas-Silva. 8 Sobre cuestiones de migración en América Latina, véase, por ejemplo, Blanco, así como Baily y Míguez; sobre el área del Caribe, Pellegrino y Pastor.
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Unidos, el 17% (55 millones) sería actualmente de origen latino y el 12,6%, afroamericano.9 La historia de explotación, persecución, y discriminación de los migrantes latinoamericanos es extensa y estremecedora, encontrándose actualmente en un momento culminante debido a las crisis económicas en países latinoamericanos, y al recrudecimiento de situaciones de violencia relacionadas con el crimen organizado, el debilitamiento de los Estados nacionales y los mismos impulsos provenientes de las políticas neoliberales y de la adopción de nuevas formas de trabajo e intercambio comercial. Las amenazas del régimen de Donald Trump, y las medidas que comenzaron a implementarse con severidad ya durante el gobierno de Barak Obama respecto al tema migratorio, han recurrido a ensañadas persecuciones, separación de familias y deportaciones masivas, que van incrementándose. En el mundo globalizado, particularmente marcado por la implementación del neoliberalismo, esas dinámicas se han radicalizado, tanto a nivel transnacional como regional y subregional, dependiendo de las posibilidades de movilidad de los distintos sectores que se lanzan fuera de sus países de origen o lugares de residencia en busca de oportunidades de mejoramiento económico o, simplemente, de supervivencia. Si los procesos de formación y consolidación nacional estuvieron marcados por los aluviones migratorios que tenían como objetivo la reinserción en espacios promisorios de prosperidad y paz social, la situación actual inscribe en escenarios mucho más antagónicos y desiguales similares impulsos expansivos hacia las áreas de mayor desarrollo. Esto, sin dejar de lado que las condiciones económicas y políticas que rodean e impactan el fenómeno migratorio han variado sustancialmente, afectando las configuraciones nacionales de manera profunda e irreversible. Conviene revisar someramente las metodologías e interpretaciones que las distintas disciplinas han venido elaborando con respecto al fenómeno migratorio, ya que actualmente, aunque los aspectos teóricos relacionados con migración y frontera están muy desarrollados, sobreviven muchas de las orientaciones anteriores, dando así lugar a enfoques híbridos, que poseen diversas cargas ideológicas y políticas. 9 Como
es sabido, la migración latinoamericana hacia Estados Unidos es muy heterogénea, habiendo dado lugar a un gran espectro de identidades en las que se combinan elementos de las culturas autóctonas con los del país de adopción. La mayor concentración de latinos en Estados Unidos se encuentra en California, donde viven cerca de 15 millones de personas cuyas raíces los vinculan con esta etnicidad. Le siguen Texas con casi 10 millones y Florida, con 4,5 millones de latinos. La contribución de estos sectores a la economía, a la cultura y a la vida política del país receptor es incalculable. Sobre el carácter heterogéneo de la población latina, véase Mazzotti, The Other Latinos. Acerca de la historia de la migración hacia Estados Unidos en general, véase Daniel.
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Antropología de la migración y enfoques sociológicos Desde las diferentes disciplinas, los enfoques sobre la migración han variado a lo largo de las décadas no solamente en cuanto a las categorías de análisis utilizadas y a los métodos de interpretación del material empírico, sino también en lo que tiene que ver con los encuadres o contextualizaciones. En algunos casos, los estudios se orientaron hacia el análisis de los factores socio-históricos o político-económicos que supuestamente actuaban como catalizadores de la movilización social. En otros casos, se asumieron enfoques estructurales centrados en las conductas desplegadas por los actores migratorios de acuerdo a los modelos (patterns) de comportamiento social. Históricamente, los estudios migratorios también han solido variar sustancialmente según se refirieran a situaciones de desplazamiento transnacional, o a movilizaciones regionales (de la sierra a la costa, del campo a la ciudad, o entre países limítrofes). Las correlaciones con las diversas instancias de desarrollo del capitalismo global y periférico, con ser esenciales y evidentes en el estudio de los desplazamientos humanos (relación capital/trabajo, procesos de industrialización, urbanización y desarrollo regional, etc.) no fueron siempre sometidas a escrutinio ni apropiadamente explicitadas. Si por un lado la fuerza productiva de la inmigración fue esencial y determinante en las llamadas sociedades de aluvión, no por ello dejó de levantar resistencias, prejuicios y reacciones colectivas por considerarse que, a nivel poblacional, el factor exógeno desnaturalizaba los contextos autóctonos. En los casos de los desplazamientos del campo a la ciudad, se consideró con frecuencia que el impacto negativo de los usos y ritmos urbanos desarticulaba las bases mismas de la sociedad tradicional, que priorizaba el arraigo territorial y el contacto con la naturaleza. Si el ámbito rural motivó todo tipo de idealizaciones y el espacio urbano dio lugar a desconfianzas y rechazos apasionados, también lo contrario fue cierto. Sobre todo, a partir del avance de los procesos modernizadores, las áreas más alejadas de las ciudades comenzaron a ser consideradas lugares de retraso, conservadurismo y ahistoricidad, y los centros urbanos zonas de progreso, refinamiento y experimentación social. Según Hans Magnus Enzensberger, el aumento cuantitativo en la movilidad social sería uno de los factores que caracterizan las migraciones de nuestro tiempo. El desarrollo del comercio, los avances en las formas de transporte terrestre y marítimo, la pluralización de mercados y la aceleración de los flujos de capital a nivel mundial superaron ya desde hace siglos fronteras continentales, regionales y luego nacionales, buscando formas de expansión económica, religiosa y cultural en nuevos territorios. Asimismo, la necesidad de circulación de mano de obra, y las guerras y catástrofes ecológicas, constituyeron también causas determinantes de movimientos y desplazamientos voluntarios y forzados, a través de las épocas (23-24).
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Michael Kearney señala en sus estudios sobre aspectos antropológicos de la migración, que esta consiste en desplazamientos humanos por un espacio geográfico. La problemática de la movilización poblacional se inscribiría así, desde esta perspectiva, dentro del campo de la demografía. Asimismo, Kearney reconoce que el tema de la reterritorialización de sujetos y comunidades está estrechamente ligado a los problemas de desarrollo desigual. Citando a Michael Todaro, afirma que «The causes and consequences of continued internal as well as international migration lie at the heart of the contemporary development problem» («From the Invisible Hand» 331). La teoría de la modernización es utilizada, en efecto, como paradigma principal para evaluar, desde la perspectiva antropológica y sociológica, el tema migratorio.10 En «Antropología de la frontera», Everardo Garduño señala varias etapas en los procesos de interpretación sociológica y antropológica de la migración, los cuales cambian notoriamente de signo en la segunda mitad del siglo xx. Según este autor, entre 1950 y 1960, «la migración fue […] asumida como un factor de solidificación de los vínculos de parentesco extendido más que de deterioro de la cultura tradicional de los migrantes» (67) ya que los grupos de inmigrantes trataban de robustecer y reorganizar sus costumbres y valores como modo de salvaguardar su especificidad cultural en los nuevos contextos sociales en los que se insertaban. En los años 70 se utiliza la teoría del costo-beneficio a partir de la cual se evaluaba lo que el migrante ganaba con su reinserción social por oposición a las pérdidas que esta significaba en otros aspectos de su vida. Kearney también señala que en esa misma década los grupos de migrantes eran considerados sectores progresistas que impactarían el desarrollo con ideas nuevas y saberes innovadores que reducirían el tradicionalismo. Robert Redfield era entonces una de las figuras principales en el estudio de la migración individual, familiar o de pequeñas comunidades, desde una perspectiva que privilegiaba los espacios urbanos. La posición difusionista que predominaba en esa época asumía que los centros urbanos, más expuestos a los empujes del progreso y el cosmopolitismo, insuflarían nuevos bríos a las regiones rurales, que se consideraban retrasadas y resistentes al cambio (Kearney, «From the Invisible Hand» 333-334). Otros antropólogos, sin embargo, sostenían que el impacto de la modernización aten10 Vale la pena recordar, sin embargo, que el tema del desarrollo económico tiene en el mundo postcolonial connotaciones muy diversas a las que se registran en espacios centrales del capitalismo. Briggs, McCormick y Way señalan al respecto: «The Word development itself is a product of the transnational, capitalist culture industry —a word that straddles a paradoxical mix of unquestioned acceptance and fierce contestation in Guatemala, where neoliberalism was imposed by genocide, torture, and war on a country only allowed to return to “democracy” when the left wing of the body politic had been effectively clipped by violence (“Transnationalism: A Category of Analysis” 136)».
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taba contra las costumbres y valores de los sectores campesinos y comunidades autóctonas al incorporar procesos de transculturación, aceleración y despersonalización de las formas de vida. Estas posiciones críticas, y las combinatorias que se utilizan en aplicaciones eclécticas, giran, en todo caso, en torno a los dos polos de interpretación del fenómeno migratorio, tanto en la migración interna como internacional. Por un lado, se usa la perspectiva del microanálisis, que parte del estudio de casos individuales y, por otro, se apela al macroanálisis, para explorar la incidencia de factores históricos, cambio social y modificación de estructuras políticas y/o económicas en las sociedades analizadas. Garduño observa la incidencia que tuvo en contextos académicos la influencia de la teoría de la dependencia, los conceptos de colonialismo interno y la postulación del sistema-mundo teorizado por Wallerstein. Como indica este autor, tales modelos de interpretación consideraban los procesos migratorios a partir del esquema centro/periferia: En términos generales, estas conceptualizaciones consideraban a la migración como parte de un flujo de mercancías que tenía lugar de los sectores precapitalistas de la economía de un país hacia sus sectores capitalistas, o como parte de una transferencia de excedente económico de los países subdesarrollados (la periferia) hacia los países desarrollados (el centro). Desde este punto de vista, el papel designado a la periferia dentro de la división internacional del trabajo de origen colonial es el de proveer al centro no sólo de materia prima sino también de fuerza de trabajo barata («Antropología de la frontera» s/p).
Las posiciones dependentistas resultaban en realidad una inversión de la teoría de la modernización ya que enfocaban el problema del desarrollo, y por tanto el de las migraciones, desde el punto de vista no de las naciones más avanzadas en términos tecnológicos, socio-culturales, etc. sino desde la perspectiva de los países menos desarrollados. Las ideas de André Gunder Frank tienen gran fuerza en América Latina, ya que permiten entender el fenómeno de «generación de subdesarrollo» como un efecto derivado del colonialismo. De estos procesos de dominación colonial habría surgido la interdependencia ciudad/campo, así como relaciones de condicionamiento de las economías periféricas por las dinámicas macroeconómicas, situación que en la época colonial se correspondía con la relación metrópolis/ colonia. En la época moderna, los efectos de la desigualdad entre centro y periferia terminaban beneficiando a los grandes núcleos del capitalismo occidental, como se ve con los movimientos migratorios que surgían como resultado de las desigualdades económicas y de las tensiones políticas que estas provocaban. Esos desplazamientos abastecían a los centros de mano de obra barata, favoreciendo sus procesos de producción, pero debilitaban la situación laboral en los países
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menos desarrollados. Como Kearney resume, «Modernization theory is esentially psychologistic, individualistic, microeconomistic, and ahistoric; dependency theory theorizes historic macroeconomic relationships and processes at national and international levels» («From the Invisible Hand» 338). Mirada desde cada una de estas perspectivas críticas y teóricas, la migración aparece con distintos sentidos y valores sociales y políticos. Hace décadas que el modelo bipolar del dependentismo (centro/periferia, ciudad campo, norte/sur) ha caído en desuso, ya que postula una relación demasiado mecánica y definida entre esos puntos entendiéndolos como espacios antagónicos y fijos, sin atender demasiado a los flujos, variantes y desequilibrios que forman parte de los procesos socioeconómicos. Asimismo, la interpretación binaria también desconoce la capacidad de los migrantes de desarrollar agencia, viéndolos como sectores victimizados y estáticos, sometidos a los vientos del desarrollo y a las variables del mercado laboral, factores que, siendo ineludibles en estos procesos, también funcionan a través de los filtros de resistencias culturales, institucionales, transnacionales, etc. que inciden en las dinámicas de desplazamiento poblacional. El migrante se perfila cada vez más, como afirma Garduño basándose en los estudios de Kearney, como un nuevo sujeto social que responde a formas actuales de división del trabajo a nivel global y regional, y que funciona también a partir de elementos etno-raciales, de género y diferencia cultural, que no pueden desconocerse. Esto ha intensificado la insistencia de la antropología en una serie de tópicos que la ocuparon tradicionalmente, como los de la diversidad y las relaciones entre género (y cuestiones de parentesco), constitución comunitaria y desplazamientos territoriales. A estos temas se agregan hoy día, como señala Steven Vertovec en su introducción al monográfico «New Directions in the Anthropology of Migration and Multiculturalism», de Ethnic and Racial Studies, el estudio de políticas públicas gubernamentales y no gubernamentales, relaciones multi e interculturales, estudios comparativos, análisis del impacto nacional de las migraciones, creolización, transnacionalismo, relaciones entre macro-contextos y micro-prácticas, etc. El mismo Vertovec incorpora al repertorio de la antropología de la migración la noción de super-diversidad, que permitiría enfocar de manera multi-dimensional los fenómenos de desplazamiento y relocalización poblacional. Señala al respecto que […] over the past decade […] a range of immigration patterns and variables have fundamentally altered the composition, distribution and statuses of immigrant communities in Britain. Summarized by the notion of ‘super-diversity’, I stress the need to re-evaluate conceptions and policy measures surrounding diversity by way of moving beyond an ethno-focal understanding and adopting a multi-dimensional approach (including country of origin, migration channel and legal status,
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consequent social profiles, spatial distribution, transnational practices and local policy responses). Appreciating the confluence of factors will lead to a better understanding of the highly differential composition, social location and trajectories of various immigrant groups today. In these ways super-diversity and the facets of complexity it entails pose significant challenges for policymakers, practitioners and social scientists alike («Introduction» 10).
A estas perspectivas, la sociología agrega puntos de vista que complementan miradas etnográficas, o que orientan los debates en otras direcciones. Desde el punto de vista sociológico, se ha insistido en la búsqueda de paradigmas teóricos y de consistencias conceptuales que permitan abordar el fenómeno migratorio como una movilización multidimensional y de fuerte influencia a nivel global, cuya incidencia social y económica pueda ser evaluada dentro de visiones amplias sobre desarrollo, productividad, análisis poblacional, movilizaciones humanas, etc. Visto desde este ángulo: Las migraciones, por su cuantificación y significación socio-económica y cultural en el mundo actual han de ser consideradas procesos sociales totales —esto es, procesos transversales y transversalizadores que afectan a todos los ámbitos y planos de la vida en sociedad— por lo que la búsqueda de paradigmas cognoscitivos y de significación generales forma parte activa del quehacer científico en torno a ellas (Ortín 9).
Esos paradigmas parten de la existencia de «consistencias conceptuales» que permiten descubrir constantes y sacar conclusiones sobre diversas formas de migración. Entre las consistencias más notorias se encuentra la condición misma de migrante […] construida en torno a los procesos de nacionalización de territorios y convertida en categoría de distinción social idearia en las relaciones no sólo entre Estados sino también entre comunes. Es, pues, una condición basada en la consideración estructural del otro —y quizá menos en un estado de la cuestión—; en este caso, en torno a las ciudadanías nacionales (9).11
La segunda consistencia tiene que ver con lo que Ortín llama «las escalas locales», es decir, «el tipo de estructuras, interacciones, prácticas y estrategias socio-económicas, tanto formales como informales de interconvivencia sociocultural migratorias». La tercera consistencia alude al «grado de discrecionalidad con la que se van conformando los procesos migratorios en su formulación micro». Como se ve, la sociología se apoya en este tipo de información 11 Sobre
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la perspectiva sociológica, véase también Arango.
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empírica para categorizar la situación migrante, pudiendo distinguir, en base a constantes y variables, la situación laboral, residencial, nacional, comunitaria, por país, etnia, religión, cultura, caracterizada por la movilización regular o irregular, individual o reagrupada, etc. (10). Se llega así a conclusiones como la siguiente: El migrante actual es más global, más transnacional, está más presente en la mundialización económica y financiera, en la división internacional del trabajo, es más partícipe en procesos de codesarrollo… que en toda la historia de las migraciones. Tiene incluso otra cosmovisión del hecho migratorio, la que le procuran unas nuevas formas de intercomunicación más relativizantes de las culturas (10).
El tipo de migración aquí enfocado se inscribe, como se ve, dentro del ámbito de la legalidad y de la inserción laboral productiva, creando «paradigmas conceptuales de referencia» (11) que no entran en cuestiones de subjetividad, sino que analizan aspectos «objetivos» imprescindibles para la comprensión del fenómeno migratorio en algunas de sus manifestaciones, principalmente económicas. Lo que hay que enfatizar es que estos estudios enfocan sobre todo la relación migración-trabajo, elaborando hipótesis acerca de los tipos de inserción laboral, pero dejando fuera otras consideraciones. Los aspectos culturales del fenómeno migratorio, por ejemplo, son muy poco abordados, o simplemente relevados como variantes de la situación laboral. Comparativamente, hay en esas aproximaciones muy poca teorización de las nociones de desterritorialización según sean por migración, refugio político, desplazamiento forzoso, etc., aunque esta dirección de los estudios ya comienza a desarrollarse. Desde la perspectiva de la sociología se ha trabajado también prioritariamente la relación entre migración y modernidad, interpretando a la primera como una interrupción de los flujos modernizadores por la inserción de dinámicas socio-económicas ajenas al proceso nacional, las cuales, acompañadas por valores que corresponden a otras etapas de desarrollo, constituían fuerzas que obstaculizaban el progreso. Según Nikos Papastergiadis, The dynamic of displacement is intrinsic to migration and modernity; however, the links between them have been largely overlooked. Migration was often interpreted as a transitional phase within modernity. As a consequence, the earlier sociological models, which shared the founding assumptions of modernity, have tended to represent migration in terms of trauma and disruption. The emphasis given to tracking the harsh economic, desperate political, or brutal military forces that push people away from their homes, has often obscured the less tangible desires and dreams for transformation which give migration its inner heading (12).
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Como explica el investigador australiano, la concepción de la migración en el pensamiento sociológico ha ido cambiando, y también los niveles de análisis observados para la comprensión del fenómeno migratorio.12 Si tradicionalmente se estudiaron los grados de asimilación del migrante a la sociedad receptora y las formas de estratificación social en las que se integraban, luego se comenzó a hacer énfasis en los conflictos y tensiones que se registraban entre migrantes y ciudadanos. Migration was thus seen as either a necessary addition or an unwelcome burden to this system. The impact of migration was reduced to a temporary feature, rather than an ongoing constitutive process within modernity. However, as the postmodern critiques of the social have attempted to redefine the boundaries and processes which shape society, there has been a further opportunity to reconceptualize the relationship between migration and modernity (12-13).
La modernidad puede ser entendida en relación con la migración, como el aliciente principal de los desplazamientos, en la medida en que se la identifica como un espacio de oportunidades y servicios, libertad y posibilidades de ascenso interclase o, por lo menos, de estabilidad y progreso relativo. La visión del espacio laboral como un mercado abierto que a su vez abre otras puertas de integración socio-económica es vista como una superación definitiva de las restricciones del subdesarrollo y de la marginalidad cultural. La importancia de la tecnología tiene, en este sentido, una importancia casi icónica como indicador de horizontes de convivencia y circulación libre. Refiriéndose a las interrelaciones entre medios de comunicación y migración, Rey Chow señaló hace ya más de 25 años, que los avances electrónicos habían comenzado a introducir formas hasta entonces impensadas de utilización y explotación de mano de obra transnacionalizada, la cual se ha venido integrando de manera creciente en el mercado laboral del mundo desarrollado. The latest irony to mediatized culture is the electronification of migranthood itself. It is now possible to have surplus humans working for speed technology without physically crossing borders. A recent report indicates that computer companies in the US have discovered a cheap means of data entry by employing «electronic immigrants» from countries like India and the Soviet Union where there exists a large number of well-trained but jobless technical professionals. These immigrants require neither resident permits nor health care insurance. Their labor is communicated through long-distance phone lines to the US in a way that is free of import 12 Para
un desarrollo de las diversas formas de entender las relaciones entre migración y modernidad desde perspectivas sociológicas, véase Robin Cohen, Sociology of Migration.
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duties. Even though the use of humans rather than scanners means that more errors are likely to result, these «immigrants» cost so little (always much less than minimum wage in the US) that the companies can pay them to enter the same data twice in order to eliminate the errors and still realize a higher profit than by using advanced scanning machinery (179-180).
La relación capital/trabajo/territorialidad se ve así radicalmente desarticulada por procesos de descentramiento que evitan los arduos enfrentamientos de los trabajadores extranjeros con las leyes de inmigración de los Estados Unidos, y aún permiten a empleadores y empleados una acción coordinada, sin duda desigual, en detrimento de los trabajadores. Las compañías encuentran la manera de beneficiarse con una mano de obra despersonalizada (descorporeizada), transformada en dispositivo anónimo y de bajísimo costo al servicio de la producción transnacional, autonomizándose con respecto a las regulaciones gubernamentales en cuanto a trabajo foráneo, beneficios sociales, impuestos, etc. Nos encontramos así en una instancia nueva de la dominación biopolítica, donde la valorización del trabajo aparece determinada, de manera muy evidente, por los procesos de precarización. Lo que algunos autores reconocen hoy como biocapitalismo constituye una articulación donde la cuestión del trabajo se relaciona estrechamente con la movilidad (permanente, transitoria, legal o irregular, zafral, etc.) y con condiciones de extrema necesidad. Como explica Andrea Fumagalli, This derives from the fact that nomadic individualities are put to work and the primacy of private rights over workers’ rights brings about a transformation of the contribution of individualities —especially if characterized by cognitive, relational, and affective activities— into contractual individualism. Labor relations based on precarious conditions, that is to say, the temporal limit and spatial mobility of labor, are the basic paradigm in which the relationship between capital and labor takes place. Precarity then becomes a structural, existential, and generalized condition. An essential character of cognitive biocapitalism is the dematerialization of fixed capital and the transfer of its productive and organizational functions to the living body of labor force (6).13
Estas situaciones, en las que se redefine la relación trabajo/territorialidad/ corporalidad/subjetividad, constituyen un desafío para enfoques tradicionales 13 El
concepto de biocapitalismo señala formas nuevas de apropiación y producción del valor, que involucran elementos cognitivos, afectivos y mentales, o sea, formas de producción de conocimiento y, en general, de trabajo inmaterial, que expanden el concepto de explotación laboral. Para un tratamiento exhaustivo del tema del biocapitalismo y la bioeconomía, véase, por ejemplo, los libros de Codeluppi y de Fumagalli. Para la relación entre biocapitalismo y migración, véase Trigo «The Transnacional Migrantion».
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sobre la relación entre desplazamiento transnacional y mercado laboral. Tales estudios están frecuentemente reducidos a la recopilación de datos y a la elaboración de estadísticas que registran los grados en que se produce el fenómeno migratorio, sus zonas álgidas y su constitución demográfica. La perspectiva sociológica, siendo de utilidad para el estudio del cambio social a nivel transnacional y en relación con otros temas, como el estado del mercado laboral, los cambios poblacionales, los efectos del trasplante de familias, las mezclas étnicas, etc., tiende a concentrarse en cuantificaciones y estudio de constantes y variables, nivelando, a veces en demasía, los fenómenos abordados, y llegando a generalizaciones que poco dicen sobre aspectos menos visibles de las situaciones analizadas. Sociología y economía fueron utilizadas como perspectivas combinadas para el análisis de los beneficios que la inmigración podía entregar a la nación que acogía al trabajador extranjero. Basándose en las ideas del economista estadounidense Richmond Mayo-Smith (1854-1901), Enzensberger destaca la falta de reconocimiento del hecho de que «el auténtico valor como factor de producción lo constituye el propio inmigrante» (cit. por Enzensberger 35). Según el economista americano, el «valor» de un inmigrante podía estimarse, a finales del siglo xix, como similar al que se atribuía a un esclavo adulto (800-1000 dólares). Estimando los jornales que el inmigrante podía llegar a ganar durante su vida y restando los supuestos gastos de manutención, podía tenerse una idea de lo que esa persona aportaría al país que lo recibía. Asimismo, otro aspecto destacado por Enzensberger, también a partir de la obra de Mayo-Smith, principalmente Emigration and Immigration (1890), es el hecho de que durante mucho tiempo fue más bien el problema de la emigración (vaciamiento poblacional, pérdida de mano de obra calificada, fuga de cerebros, etc.) lo que suscitó en Europa y otras partes del mundo reacciones políticas y preocupación a nivel social, ya que la población nacional se consideraba una fuente de riqueza. Existían, así, leyes y regulaciones para controlar los flujos centrífugos de población nacional, y la emigración clandestina o ilegal era castigada con severidad. En el artículo «Enfoques conceptuales y teóricos para explicar las migraciones» el sociólogo español Joaquín Arango reconoce que se carece de una teoría abarcadora y convincente sobre la migración; más bien se cuenta con una serie de modelos que proponen diferentes enfoques. Recién en la segunda mitad del siglo xx se habría empezado a contar con esfuerzos más exhaustivos, como intento por comprender el rápido crecimiento económico de ese período y los procesos de internacionalización en sociedades en vías de desarrollo, herederas, en general, de la dominación colonialista. Como Arango señala, el modelo neoclásico, uno de los más divulgados, interpreta sobre todo economías «duales», donde la modernización coexiste con
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formas de explotación de recursos naturales de tipo tradicional. Entre el sector modernizador y el tradicional se produce una gran desigualdad de salarios, y también un desbalance en la oferta laboral, que causa migración de trabajadores en busca de mejores condiciones laborales a través de fronteras. Al desplazarse, este flujo poblacional centrífugo alivia el mercado de trabajo local, con frecuencia afectado por un exceso de mano de obra. En este sentido, la migración ha sido considerada tradicionalmente un mecanismo de control y regulación socioeconómica. Indica al respecto Jacques Barou: Se encuentra desde [la época clásica] el doble rol que jugaron las migraciones en el curso de la historia de las naciones modernas de Europa: permitir importar del exterior una población cuya presencia se ha vuelto necesaria por ciertas insuficiencias de la población nacional, y exportar al exterior, en otros períodos, una parte de la población nacional considerada excesiva y que pone en riesgo el orden existente a nivel político, social y económico. Las migraciones aparecen, así, como un elemento regulador del que el Estado puede intentar disponer a fin de resolver ciertas tensiones internas (Barou 17).
La relación de la situación migratoria con el tema del trabajo y las formas que va asumiendo el capitalismo en su desenvolvimiento contemporáneo son entonces de principal importancia para la comprensión del sujeto migrante. Según se ha anotado al respecto, La consolidación del modelo económico capitalista a escala planetaria propio del siglo xx no fue ajena a una evidente división internacional del trabajo; el colonialismo, las guerras mundiales, la concentración económica, entre otros factores, han marcado una diferencia considerable entre oferta y demanda laboral entre los países. En este sentido, cuando las migraciones se transformaron en un hecho global, los Estados no dudaron en calcular la rentabilidad de este proceso y su impacto en la productividad. Por este motivo, entre otros, los Estados impulsaron inevitablemente toda forma de control y observación a la circulación de los cuerpos desde y hacia sus territorios (Yuing 17 cit. por Acosta Olaya 99). Arango considera, con razón, que la interpretación neoclásica explica un modelo de desarrollo sin llegar a constituir una teoría total o comprensiva de la migración. En todo caso, el elemento de la disparidad salarial y la búsqueda de un aumento de ingresos ha sido durante mucho tiempo uno de los más recibidos argumentos para explicar la migración, que es considerada, desde esta posición, como «un acto individual, espontáneo y voluntario». Aunque elementos como el desarraigo, las distintas maneras de enfrentar el cambio social y las repercusiones de la des/re/territorialización, pueden ser considerados factores comunes que impactan al sujeto migrante, el hecho de que la observación esté ligada
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al elemento del trabajo como forma de integración y aceptación social aparta esta forma de migración de los dramáticos casos de los refugiados políticos, las víctimas de desplazamientos forzados y los desterrados por razones de «limpieza étnica» o crisis ecológica, quienes atraviesan casi siempre circunstancias particularmente duras, marcadas por el peligro y la desprotección. Esto demuestra que el fenómeno migratorio tiene una diversidad intrínseca que impide generalizaciones, aunque estas puedan servir, como se intenta en este libro, para conceptualizar los rasgos más salientes de un proceso que a pesar de sus innumerables matices, presenta denominadores comunes que no pueden ignorarse y que sirven para captar el significado del fenómeno más allá de sus especificidades regionales, o de las interacciones sociales que estén manifestando, ya sean estas de tipo ideológico, étnico, cultural, político, religioso, etc. En la segunda mitad del siglo xx se desarrolla en América Latina el modelo dependentista, que interpreta los procesos sociales en términos de lucha de clases y conflicto de intereses: En los decenios de 1960 y 1970, esta inspiración histórica-estructural, con su fuerte colaboración marxista, quedó plasmada en la teoría de la dependencia, que postulaba que la evolución del capitalismo había dado lugar a un orden internacional compuesto por un núcleo de países industrializados y una periferia de países agrícolas unidos por relaciones desequilibradas y asimétricas (Arango 35).
Se entiende, sin embargo, que estas direcciones predominantes de interpretación de procesos migratorios presentan carencias y desajustes sobre todo en escenarios actuales, teniendo en cuenta el cambio de situaciones en el mundo globalizado y las formas de configuración de los mercados de trabajo, los desequilibrios de ingresos y recursos y los procesos de transnacionalización en el capitalismo tardío. Mientras que la teoría de la dependencia no se concentra en problemas de migración a nivel internacional sino más bien en movilizaciones nacionales o regionales, la perspectiva neoclásica no alcanza a explicar cuestiones vinculadas a las diferencias que se perciben en los procesos migratorios en distintas regiones, tanto en los países emisores como receptores de migrantes. Los aspectos políticos y puramente culturales relacionados con este fenómeno también quedan fuera del sistema explicativo de estas teorías. El economicismo que domina estas aproximaciones desatiende los matices y repercusiones socioculturales que los flujos humanos presentan en su movilización. Otro aspecto poco analizado, pero de creciente interés en los estudios migratorios, es el papel de los estados nacionales, sobre todo en cuestiones vinculadas a regulación de fronteras, cuotas de admisión, tasas aduaneras, seguridad, jurisdicción y medidas punitivas para combatir la inmigración ilegal. Las pers-
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pectivas biopolíticas han ayudado a reorientar estas reflexiones sobre todo en cuanto a cuestiones de trabajo, salud pública, redefinición de derechos de la ciudadanía y asistencia internacional a los migrantes, así como para clarificar el papel que los gobiernos de cada país cumplen al respecto. Como Foucault indicara en Seguridad, territorio, población, el Estado no es una entidad fija sino un conjunto de prácticas gubernamentales que históricamente se van redefiniendo en torno a la categoría principal de pueblo. Paulatinamente, la familia va dejando de ser el principal núcleo social, y la política se enfoca, cada vez más, en las necesidades, movilizaciones y regulaciones del conjunto poblacional. Este es el proceso de «gubernamentalización del Estado», el cual requiere estrategias específicas, procedimientos y sistemas de disciplinamiento social. Foucault explica el sentido de la palabra gubernamentalidad del siguiente modo: [c]on esta palabra aludo a tres cosas. Entiendo el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, los análisis y las reflexiones, los cálculos y las tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica, aunque muy compleja de poder, que tiene por blanco principal la población, por forma mayor de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad. Segundo, por gubernamentalidad entiendo la tendencia, la línea de fuerza, que en todo Occidente no dejó de conducir, y desde hace mucho, hacia la preeminencia del tipo de poder que podemos llamar «gobierno» sobre todos los demás: soberanía, disciplina, que indujo, por un lado, el desarrollo de toda una serie de aparatos específicos de gobierno y, por otro, el desarrollo de toda una serie de saberes. Por último, creo que habría que entender la gubernamentalidad como el proceso, o mejor, el resultado del proceso, por el cual el Estado de justicia de la Edad Media convertido en el Estado administrativo durante los siglos xv y xvi, se gubernamentalizó poco a poco (136).
El proceso histórico-institucional descrito por Foucault es esencial para comprender la refuncionalización del Estado, entidad que tiene una importancia crucial en el manejo de las regulaciones migratorias, los derechos de asilo, la legalización de inmigrantes, etc. La relación entre problemas poblacionales y cuestiones de gobernabilidad analizadas por el filósofo francés, aunque ya presentes desde mucho antes en el pensamiento occidental, han permitido grandes avances tanto en el plano social como en el filosófico, particularmente en el terreno de la ética y la teoría política. La migración se manifiesta como una dinámica que se propaga a nivel comunitario. Sus repercusiones político-económicas, y las transformaciones sociales que se registran a partir de la movilización de esos flujos humanos a nivel global, revelan la existencia de una verdadera «cultura de la migración».
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Esta incluye no solamente las medidas tomadas por los Estados nacionales en cuanto a la regulación de entradas y salidas de individuos, sino también la socialización de estrategias de los sectores movilizados, que van desarrollando formas de resistencia y cohesión relativa a nivel sectorial. En términos generales, se va produciendo «una distribución perversa del capital humano» a nivel global, ya que el migrante se convierte en mano de obra disponible y sin derechos, cuando logra penetrar en los territorios desarrollados.14 Los críticos del fenómeno migratorio reconocen que, en el siglo xx, y más aún en lo que va del xxi, las movilizaciones humanas han cambiado de signo, presentando rasgos distintos a los que se percibían en escenarios anteriores: Entre otros, la composición de las corrientes es más global y heterogénea. Asia, África y América Latina han reemplazado a Europa como principales regiones de origen. Han cambiado tanto el volumen relativo como la naturaleza de la mano de obra en las sociedades receptoras. Además, las políticas restrictivas de admisión han proliferado, y así, predominan ahora nuevas formas de migración basadas en derechos reconocidos por la ley, a la vez que han aumentado las corrientes ilegales y el tráfico clandestino. La integración en la sociedad receptora se ha hecho menos lineal. Por último, han surgido espacios y comunidades transnacionales. Hay indicios que sugieren que la migración internacional puede estar entrando en una nueva era; y, como las teorías por lo general se formulan después de que ocurran los hechos, puede que estos cambios sean también el preludio de una nueva era en las formas de reflexionar sobre la migración (Arango 37-38).
La comunicación por medio de redes sociales brinda una posibilidad de cohesión y permite entender el modo en que las comunidades dispersas se conciben —se imaginan— como grupo, y se expresan a través de ciertos modelos de comportamiento, valores y objetivos. Garduño señala de qué modo facilitan, también, la «migración en cadena» y exponen modelos de adaptación y conceptualización de la experiencia migratoria. Como el mismo crítico indica, esta forma de comunicación y de elaboración de las vivencias cotidianas, así como las metas y procedimientos de los migrantes, impiden seguir considerando la migración como un fenómeno bipolar, que se orienta linealmente de una localidad a otra. La transmigración y los cambios de itinerario son hoy característicos de la experiencia de desplazamiento social. La orientación de estos procesos es multidireccional, y sigue los vaivenes del mercado, respondiendo asimismo a las condiciones de recepción en distintos países. Pero también el movimiento migratorio tiene sus propias dinámicas, no siempre sobredeterminadas por las 14 Véase
al respecto Massey, Arango, Hugo et al. Worlds in Motion, particularmente «New Migrations, New Theories», 1-16.
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condiciones del entorno. Esto hace del migrante un sujeto social específico, sin una necesaria localización territorial, ubicuo, inestable y en muchos sentidos desgarrado por esa misma multiplicidad que, en otros aspectos, ensancha sus horizontes y le abre posibilidades, siempre dentro de un escenario general de precarización e inseguridad. Ya sea a través de las formas de comunicación virtual o por medio de modalidades más tradicionales que tienen que ver con la transmisión oral, la literatura, las tradiciones, etc., la construcción comunitaria depende siempre de narrativas que elaboran y socializan la experiencia individual. Es a partir de estos relatos y del trabajo de la memoria, que se crean redes de conocimiento, se transmiten prácticas y creencias, se comparten contactos y recursos que no solamente representan, sino que construyen y formalizan a la comunidad como sujeto colectivo. En ese sentido, la frontera funciona como una institución, cuya mera existencia promueve y establece interacciones, dando así sentido al cambio social y facilitando la adaptación a sus transformaciones.15 Los relatos comunitarios funcionan, así, como parte del proceso de «distribución del poder social». Junto a elementos iconográficos, símbolos, tradiciones, etc., tales narrativas configuran el paisaje social e ideológico que va moldeando las identidades en sectores sociales que residen tanto dentro como fuera de la nación, pero siempre en relación «imaginaria» con la frontera, que marca sus destinos individuales y comunitarios. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, el énfasis actual de los estudios sobre migración está puesto en la problemática transnacional y en la incidencia del neoliberalismo y de los procesos globalizadores en las dinámicas de expulsión de habitantes de sus territorios originarios. Dados estos desplazamientos y la constante reinserción de sujetos en culturas diversas, el concepto de comunidad adquiere nueva fuerza, porque permite hacer referencia a sectores acotados, cohesionados por valores, objetivos y formas de comportamiento social que demarcan un perfil colectivo dentro de conjuntos mayores. En relación directa con el tema migratorio, se habla de comunidades expulsoras y comunidades anfitrionas o receptoras, según se esté enfocando uno u otro polo del proceso migratorio, el cual, en muchos casos, es laberíntico e imprevisible. Los procesos de des/re/territorialización son interpretados en la actualidad como resultado de las exclusiones de la modernidad y de la descolonización de sociedades que fueran sometidas a dominación imperial, y que al emanciparse debieron enfrentar inmensos desequilibrios estructurales tanto a nivel de desarrollo interno 15 Anssi Paasi señala, por ejemplo: «Boundaries are therefore one specific form of institution. The major function of institutions is perhaps to establish stable structures for human interaction and thus to reduce uncertainty and increase ontological security» (75).
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como en sus relaciones internacionales. En este sentido, como varios autores han señalado, los análisis sobre migración, y particularmente los modelos teóricos, no aciertan a explicar por qué razón, dadas las condiciones globales y los agudísimos desniveles de vida y trabajo que se registran en distintas regiones, la migración es tan poca, en relación con la que podría o debería darse si se consideran las profundas desigualdades que presenta a nivel político-económico el sistema mundial.16 La aplicación de los principios del sistema-mundo desarrollado por Immanuel Wallerstein ha contribuido en gran medida a la explicación de los desequilibrios transnacionales que están en la base de las movilizaciones humanas. Se considera que las contradicciones inherentes al sistema de producción capitalista repercuten en las periferias con un impacto imposible de ser absorbido por las precarias economías que existen en los márgenes del diseño global. Las expulsiones migratorias funcionan en este sentido como una válvula de escape que alivia la tensión de las agobiadas economías nacionales. De este modo, la migración es un síntoma de los efectos que producen las contradicciones y exclusiones del sistema total y las formas de distribución desigual de la riqueza. Para quienes no comparten la visión materialista de la historia ni las críticas al capitalismo, tal modelo explicativo resulta, para decir lo menos, reduccionista y generalizador, y resiste cualquier tipo de verificación puntual. Para aquellos que participan de esta materialización de los procesos sociales y económicos, la comprensión de la migración actual, sus causas, efectos y formas de implementación, se vinculan estrechamente a la crítica de la modernidad y al análisis del sistema capitalista, particularmente en su etapa neoliberal, aunque, como en toda teoría, las particularidades de la realidad social superan los límites y principios del modelo. Un caso claro es el que tiene como víctimas de los desplazamientos a poblaciones indígenas, que suman a la marginación cultural, económica y política, la pérdida de territorios que forman parte de sus identidades y formas de supervivencia. Muchos de los factores que impactan a estos grupos deben ser analizados desde la posición decolonial y en razón del lugar que ellos ocupan el espacio nacional en el que están inscritos. Resulta evidente, de todos modos, que tal consideración de las dinámicas del sistema-mundo no pueden ser analizadas como condicionamientos directos, como influencias que causan, de manera necesaria y mecánica, ciertas reacciones poblacionales. Estas explicaciones, al igual que las del modelo dependentista, muy popular hace algunas décadas en América Latina, deben ser sometidas a fuertes matizaciones ya que el capitalismo globalizado 16 Como Arango señala, es también cierto que el énfasis de la investigación privilegia en la actualidad los casos de migración voluntaria y los lugares de origen más que los puntos de llegada del migrante, en cualquiera de sus modalidades.
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presenta, sobre todo en su torsión neoliberal, particularidades que escapan a los esquemas bipolares centro/periferia. En todo caso, aunque el fenómeno migratorio, en cualquiera de sus formas, resiste una conceptualización totalizante y rechaza cualquier intento de homogeneización, la aproximación a la constitución de la subjetividad que va formándose en relación con los procesos de desplazamiento poblacional parece no solamente pertinente sino necesaria para comenzar a comprender las derivas sociales de los flujos humanos y el significado que estos tienen como líneas de fuga del proyecto nacional y como instancia en la que se originan formas nuevas de resistencia y de agencia social. A partir de la perspectiva que brinda la exterioridad del migrante y de los desafíos que esa posicionalidad presenta a las categorías modernas utilizadas para el análisis de la cultura política y de la sociedad postcolonial, puede advertirse la emergencia de nuevos imaginarios donde la movilidad, el desarraigo y las diversas formas de expulsión y asimilación social constituyen los ejes de formas fluidas de identidad individual y colectiva. Estas se presentan como alternativa a y reemplazo de las identidades nacionales, y como un punto de resistencia a los conceptos modernos de cultura nacional, sujeto nacional (-popular), ciudadanía, frontera y otros que acompañaron la formación y consolidación de la nación-Estado. Esas categorías aparecen como constructos en proceso de transformación y, en algunos casos, de descaecimiento; su significado moderno, resulta insuficiente para dar cuenta, por sí mismo, de los profundos cambios sociales, políticos y culturales de nuestro tiempo. El sujeto migrante incorpora al debate nuevas formas de concebir los procesos de (auto)reconocimiento social. En la actualidad, la antropología cultural estudia la formación de la conciencia migrante como parte de los procesos de transnacionalización y también como laboratorio cultural en el que se producen tráficos simbólicos, intercambios y luchas intensas por la supervivencia de las culturas subalternizadas por el proceso de movilización social. El sujeto migrante se diversifica en cuanto a comportamientos, valores y discursos, manipulando el performance de las identidades para navegar las rutas de la reinserción social. Las estrategias que despliega no solo constituyen procedimientos de adaptación al medio sino también formas de resistencia ante las diversas formas de rechazo, discriminación y explotación que forman parte de su experiencia cotidiana. La crítica cultural y el problema de la migración En el campo de la crítica cultural y también de la teoría política, el fenómeno migratorio ha adquirido, en las últimas décadas, un protagonismo innegable. El carácter inherentemente transcultural de estos procesos, su impacto al mismo
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tiempo global y local, sus formas multitudinarias de expansión y expresión y los efectos transformadores que imprimen sobre los mitos de la modernidad (identidad, territorialidad, nación, ciudadanía), han sido suficientes para que las movilizaciones humanas a nivel inter e intranacional hayan sido identificadas como uno de los problemas de más clara emergencia en nuestro tiempo, en el doble sentido de urgencia y surgimiento. Sin lugar a dudas, como se ha venido indicando y como será desarrollado a lo largo de este estudio, el ímpetu desafiante con que los flujos migratorios desestabilizan las bases mismas del sistema jurídico, la seguridad cívica, las distribuciones territoriales, los privilegios del mundo desarrollado y el equilibrio por demás precario del capitalismo tardío, impactan fuertemente el dominio multifacético de las ciencias humanas. La cuestión migratoria delimita un espacio álgido de experimentación crítico-teórica, ya que demuestra la progresiva pérdida de vigencia de categorías y de metodologías anteriores para la evaluación de los nuevos escenarios. Estos constituyen campos de enfrentamiento biopolítico, cuya intensidad y significación cuantitativa desestabiliza las bases mismas de la civilización occidental y el ethos supuestamente democratizador y progresista que muchos atribuyeron a la globalización. El tema de la migración viene a insertarse en el proceso de transformación de la crítica cultural, donde varios giros teóricos han ido modificando, en las últimas décadas, la aproximación a los temas de la subjetividad, el cambio social, la relación identidad/otredad, el Poder y la resistencia popular.17 La crítica de la modernidad y de la Ilustración, la activación de nuevos agentes sociales y políticos (mujeres, homo/transsexuales, indígenas, negros, discapacitados, etc.), la proliferación de estudios críticos sobre el capitalismo tardío, la globalización y el neoliberalismo y sobre sus efectos en áreas periféricas, han creado también un espacio de reflexión profunda y de crítica aguda de las políticas a partir de las cuales se intenta contener la migración, interpretada como un evento incontenible que se inserta en el corazón de la sociedad occidental. En este panorama, han decaído enfoques anteriores concentrados en tópicos como cultura nacional, identidades y sociedad civil, y en relaciones oposicionales del tipo centro/periferia, Norte/Sur, Oriente/Occidente, conceptos que sin desaparecer del repertorio crítico resultan insuficientes y reductivos, para comprender la compleja situación actual, caracterizada por la multipolaridad, la dispersión y la simultaneidad. Metodológicamente, la problemática migratoria desautoriza enfoques que asumen lo nacional como la plataforma principal del análisis social, y los espacios urbanos como los centros más representativos de 17 Sobre
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estos nuevos «giros» crítico-teóricos, véase Poblete, New Approaches.
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las dinámicas sociales, ya que tales nociones invisibilizan áreas rurales, espacios fronterizos y movimientos transnacionales. Asimismo, el tema del racismo, que nunca desapareció de los estudios sociales, se ha reposicionado como fuerza inocultable en los discursos a partir de los cuales se intenta legitimar prácticas de contención y rechazo del inmigrante. Alentada por los discursos oficiales y los medios de comunicación masiva, la problemática racial integra la imagen dominante de lo social, donde el conflicto, el antagonismo y la defensa de la identidad nacional han relegado los horizontes conciliadores del consenso, la solidaridad y el humanitarismo. Como Alejandro Grimson y Menara Guizardi han señalado en su Introducción a Las fronteras del transnacionalismo (2015) refiriéndose a los discursos sobre migración en Argentina, Brasil y Chile, la idea del inmigrante como «invasor» distorsiona la interpretación y comprensión del fenómeno social. Ambos países [Argentina y Chile] tienen hoy menos inmigrantes en términos proporcionales que hace un siglo atrás, la Argentina muchos menos. No se trata sencillamente de que ahora haya más migrantes llegando. Se trata del cambio de migrantes europeos bienvenidos, a migrantes desde países muchas veces despreciados. Y se trata de que ahora se haya roto el proceso social de invisibilización de la migración. La pregunta debería centrarse no en las causas de un supuesto aumento de la migración […] sino en los condicionantes contextuales que han permitido que la migración pasara a ser socialmente visible y elaborada como un problema de orden público (Grimson y Guizardi 20).
Estas consideraciones son aplicables a todos los contextos en los que la migración está adquiriendo una presencia inocultable y enfrentando reacciones por parte de las poblaciones autóctonas. Más que la cantidad de migrantes, lo que levanta las mayores resistencias es su otredad étnica, su raza, sus costumbres, su procedencia de naciones y culturas consideradas inferiores a las del mundo desarrollado. Si, como Jameson señalara, la postmodernidad reivindica teórica e intelectualmente la diferencia como la identidad de nuestro tiempo, a nivel social y ante la supuesta amenaza a los privilegios del mundo desarrollado la discriminación y jerarquización de culturas, naciones, razas y clases intensifica sus efectos, pasando a ser uno de los elementos principales esgrimidos, a veces eufemísticamente, por el discurso del poder. A esto se refieren los autores mencionados cuando hablan de la existencia de «fronteras de alteridad» (24). Estas constituyen obstáculos poderosos —aunque intangibles— para la aceptación del Otro, al representar al migrante y a las comunidades nacionales como grupos opuestos, guiados por intereses antagónicos e irreconciliables. Aunque no podría escribirse la historia de ninguna nación del mundo que no incluyera los flujos migratorios que la formaron, y aunque, como Grimson
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y Guizardi señalan, sería imposible no encontrar en la genealogía de cualquier ser humano un pariente o un antepasado migrante, los sentimientos xenófobos, legitimados desde los discursos del nacionalismo de Estado, pasan a constituir parte esencial de una retórica fuertemente emocionalizada de negación y desvalorización del otro, olvidando que esa misma otredad es parte de nuestra propia historia individual y colectiva. La necesidad de reposicionar lo político, de integrar formas de conocimiento alternativo a los saberes consagrados, y de analizar el lugar de nociones tradicionales de la crítica materialista, como el vínculo capital/espacio/trabajo, han adquirido, en vista de los procesos migratorios actuales, nuevo sentido y nuevo ímpetu. En el mismo sentido, la integración de la perspectiva del afecto al análisis de procesos sociopolíticos, la atención a las formas de representación simbólica de la territorialidad y del tránsito, el reconocimiento de la importancia que asumen el performance que acompaña tanto las movilizaciones humanas como las conductas institucionales y los métodos de contención, represión y expulsión de migrantes, alimentan hoy día la aproximación crítica a estos fenómenos. La teoría biopolítica ha brindado, en este sentido, un ángulo notoriamente productivo para la comprensión de las movilizaciones poblacionales a nivel planetario. La filosofía política, la ética, la antropología cultural y las ciencias políticas han abierto asimismo espacios fundamentales de análisis y de interpretación. Se advierten, asimismo, los vínculos del fenómeno migratorio con los temas de la gubernamentalidad, la soberanía, la eugenesia, el derecho, el cosmopolitismo, el multiculturalismo, los derechos humanos, el nacionalismo, y muchos otros. Sin embargo, queda claro que se hacen necesarios nuevos modelos interpretativos para abordar la problemática de relocalización poblacional. Mezzadra y Neilson indican, por ejemplo, que «neither the category of governmentality nor that of sovereignty as developed by Agamben and others, can fully account for the complexities of the system of differential inclusion that characterizes current migration regimes» (24). En todo caso, la utilidad, aunque sea relativa, de los modelos biopolíticos ha prestado rendimiento teórico en muchos aspectos propios de los escenarios migratorios y de los sistemas de poder de los que emergen y de las inflexiones actuales que asume lo social. Otro aspecto que señalan los autores de Border as Method es el surgimiento de nuevas formas de regionalismo crítico, que se van desarrollando en el espacio altamente heterogéneo del mundo globalizado. La producción de subjetividad que va teniendo lugar en bloques regionales se corresponde con la producción de nuevos espacios y con la correlativa redefinición de lo político. Nuevos actores interactúan entre sí y con el poder estatal y transnacional, tanto a través de la creación de nuevas instituciones como por efecto de la confrontación que se produce entre las nuevas subjetividades regionales (fronterizas, binaciona-
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les, transmigratorias, etc.) y las que ya existen afincadas en lo nacional y en el sedentarismo de la sociedad tradicional, es decir, aferradas a la importancia de la lengua, el territorio, la identidad y la historia común como certezas de la ciudadanía. Nuevas instituciones gubernamentales van surgiendo para regular y administrar los contingentes migratorios, con gran profusión de instancias de disciplinamiento, castigo y expulsión. Proliferan espacios de detención, albergues provisionales, campamentos, dispensarios médicos, refugios humanitarios, áreas de custodia y examen corporal, aduanas, etc., donde el biopoder se apoya en el principio panóptico y en los estereotipos que se van creando como legitimación de la persecución del Otro, en razón de su supuesta condición de sujeto insano, contagioso, delictivo, oportunista, traicionero, fraudulento, improductivo y de malos hábitos, nociones que sustentan un discurso eugenésico en gran escala. Junto a tales espacios gubernamentales se desarrollan también sitios alternativos de carácter humanitario, centros religiosos, observatorios para elaboración de datos y oficinas vinculadas a ONG. Tal despliegue policial, tecnológico y en algunos casos también militar, médico y administrativo, va acompañado de formas de trabajo informal y también de modalidades clandestinas que usufructúan de la situación de inestabilidad e incertidumbre que constituye la atmósfera habitual de las fronteras. En resumen, Borders are becoming increasingly governmentalized or entangled with governmental practices that are bound to the sovereign power of nation-states and flexibly linked to market technologies and other systems of measurements and control. They are sites where multiple governmental actors come into play (Mezzadra y Neilson 176).
Esta «gubernamentalización de las fronteras» implica la interrelación de actores de variada naturaleza y extracción social y política, con distintos intereses, estrategias y finalidades, que ejercen diferentes formas de poder sobre los sujetos que circulan en los bordes de la nación-Estado. Estas fuerzas actúan a veces mancomunadamente con el Estado nacional, o en oposición a él, desafiando sus regulaciones, creando una verdadera red micropolítica que en gran medida funciona sin hacerse visible y que no está exenta de problemas de corrupción, manipulación ilegal de recursos y abusos de poder. Una serie de conceptos se han reactivados como efecto de la intensificación migratoria, y han adquirido nuevas significaciones al ser utilizados en contextos actuales, de alta tensión político-ideológica. Para comenzar, la noción de gubernamentalidad sirve para identificar el momento en que el concepto de estrategia política surge como designación de las formas de control poblacional
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que se utilizan ya a partir del siglo xviii, en el mundo occidental. Como indica Foucault, teniendo como antecedente los polémicos escritos de Machiavelli, particularmente El príncipe (1532), la estrategia política es concebida como una forma de proteger el principado, entendiendo por tal tanto el espacio sociopolítico en el que se administra la voluntad y necesidades de los súbditos, como el ámbito territorial, su extensión, integridad y soberanía. En la época moderna, tal elaboración se aplica a la nación, como proyecto que tiene en la protección y autonomía territorial uno de sus asientos principales y que, por tanto, interpreta los flujos migratorios como una transgresión que ataca el cuerpo político nacional, al modo de una invasión, una catástrofe natural, una plaga o una contaminación peligrosa. La centralización estatal, el desarrollo de identidades nacionales bien diferenciadas y el fortalecimiento de mercados internos constituyen, como se sabe, elementos que resumen idealmente el modelo nacional en Occidente. La estrategia política que se desarrolla para salvaguardar esos pilares de la república burguesa va orientada, entonces, hacia la protección de la integridad nacional y la preservación de sus modos de vida, tradiciones y niveles de bienestar social. Tal concepción supone homogeneización social relativa, cohesión, continuidad histórica y autodefensa territorial como requisitos fundamentales para salvaguarda del proyecto nacional. Estos son justamente los aspectos que la migración supuestamente afecta, al superponer a los valores y asientos materiales de la ciudadanía, formas otras de ser-estar en sociedad, reclamos considerados ilegítimos, presencias y situaciones de hecho que afectan el statu quo y que, incluso, llegan a impugnarlo y a comprometer su perpetuación. En estos escenarios, la noción de soberanía tiene un papel principal, en la medida en que legitima las estrategias aludidas otorgando al poder político (representado, en distintas épocas, por el soberano, el Estado, el pueblo) el derecho de preservar la independencia y la seguridad de la población.18 Según Foucault indica en sus conferencias en el College de France sobre el nacimiento de la biopolítica, la crisis de la noción de soberanía da lugar al concepto de gubernamentalidad, que se dirige sobre todo al control de la población —y 18 Como
es sabido, la noción de soberanía va variando históricamente, desde la elaboración de Jean Bodin en Los seis libros de la República (1576), hasta la de Thomas Hobbes, quien en su Leviathan (1651) consagra la figura del soberano como núcleo del Estado absoluto. Tal poder, según Hobbes, a pesar de su dimensión descomunal, monstruosa, no dependía de la ley divina, sino de la unión de voluntades individuales que se identificaban con el bien común. Para Hobbes, el Estado es la res pública (término que da lugar a la palabra república), y se articula a la noción de pacto social, que tiene en este filósofo un desarrollo incipiente. Este concepto fundamental de la política moderna será desarrollado en la segunda mitad del siglo xviii por Jean-Jacques Rousseau, quien en El contrato social (1762) definió la soberanía como poder del pueblo.
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no ya del ciudadano individual— concebida como el sujeto/objeto del poder político. Ya que la noción de soberanía no resulta suficiente para abarcar la complejidad de la vida moderna y las formas políticas que la caracterizan, el concepto de gubernamentalidad encuentra aplicaciones tanto en los diversos niveles de la vida individual como en los grandes planos de organización intra y transnacional. Las técnicas de gobierno regulan las conductas en todos los niveles, desde el funcionamiento de la familia hasta la institución militar. Se moldean, consecuentemente, formas específicas de subjetividad, dependiendo de las funciones sociales, la relación del sujeto con la ley, con el cuerpo y con las instituciones y valores consagrados. Se definen los perfiles del discurso médico y político, las figuras del individuo normal o patológico, del estadista y el criminal, del ciudadano y el extranjero, así como las estrategias orientadas hacia los fines de vigilancia y castigo. La idea de que la sociedad debe ser defendida, desarrollada por el filósofo francés para explicar, entre otras cosas, el concepto de biopolítica y gubernamentalidad, sugiere la existencia de formas de salud y enfermedad, inmunidad y contagio, que en la modernidad pasan a ser parte del dominio del biopoder que administra y depura la energía del cuerpo social. Ya que las relaciones de poder resultan ineludibles, estas, según Foucault, deben ser «navegadas», es decir, atravesadas y negociadas por el sujeto, tanto a nivel individual como colectivo. En otra vuelta de tuerca del concepto de gubernamentalidad y biopolítica, Giorgio Agamben se detiene en lo que entiende como la espectacularización del poder en la sociedad contemporánea. La «máquina jurídica» que sostiene al Estado tiene la capacidad de tornar la vida del ciudadano en vida nuda, carente de significado social e importancia política. La irracionalidad de la razón de Estado —valga la paradoja— resulta en el ejercicio necropolítico, es decir, en el despliegue de una violencia sin lógica ni límite que administra la muerte, creando un estado de indiferenciación entre la norma jurídica y su violación, entre la interioridad del Estado de derecho y su radical exterioridad, desarticulando el pacto social. Para Agamben la máquina del poder gubernamental tiene dos caras, una que se manifiesta en las estrategias políticas utilizadas para regular la res pública; otra, que remite a las formas ceremoniales y monumentalistas —«litúrgicas», según Agamben— a partir de las cuales ese poder se manifiesta como «paradigma providencial». Para este filósofo, el verdadero problema reside no en el plano de la soberanía, sino en el del gobierno. Una de las críticas realizadas a Agamben es que su perspectiva termina por ontologizar la noción de soberanía y por reducir a esos términos el derecho mismo. Otro cuestionamiento señala que el concepto de vida nuda también se expande hasta llegar a representar la vida misma, en todas sus formas posibles, como si las absorbiera por su propio peso teórico.
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Es importante recordar que Foucault, particularmente en la lección que titula La gubernamentalidad (1978), reconoce que el Estado moderno no es necesariamente el núcleo político que acapara y monopoliza el poder, o que lo detenta con exclusividad, sino que apenas constituye uno de los lugares institucionales desde los que se ejerce el control poblacional. Aparte de la plataforma estatal, el poder es también ejercido desde instituciones legales, educativas y religiosas que regulan las conductas colectivas, modelan los valores que las rigen y definen las metas de la comunidad. Como Wendy Brown aclara pertinentemente, con el concepto de gubernamentalidad Foucault está intentando, en los años 70, integrar una serie de preocupaciones vigentes en la época: la problemática de la soberanía, el descentramiento de las nociones de capital y Estado como núcleos de la historia moderna, la importancia de las normas y el disciplinamiento como vehículos para la implementación del poder, y los factores que contribuyen a la construcción del sujeto moderno. En otras palabras, el filósofo analiza no solo los instrumentos, sino también la lógica del poder que subyace a las diversas formas de manipulación de la vida. El concepto de biopoder nombra, entonces, el ejercicio de control por el cual la energía humana, el deseo y las conductas son organizados de una manera consistente con la finalidad que se persigue. La vida, en todas sus formas de existencia y desarrollo, puede ser dirigida, orientada, controlada, reprimida o transformada, siguiendo los lineamientos de un poder pastoral que permea todos los dominios sociales, estatales y no-estatales, desde los discursos médicos a los de orden jurídico, desde los religiosos a los que se entronizan en los imaginarios populares secularizados.19 Sandro Mezzadra indica que, en nuestro tiempo, las políticas migratorias consisten, sobre todo, en una «producción de irregularidad» que se enmarca dentro de las profundas transformaciones que ha venido sufriendo la noción de soberanía. En ese sentido, «los regímenes migratorios afectan aspectos clave de la soberanía, tanto desde una perspectiva histórica como contemporánea. Su función consiste en controlar las fronteras, distinguir entre ciudadanos y extranjeros y decidir a quién se admite en el territorio nacional» («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 168). La reconfiguración del poder muestra que «la lógica de la soberanía se entrelaza con la lógica de la gobernabilidad neoliberal». Mezzadra recuerda la consideración de Saskia Sassen de que la soberanía «sigue siendo una propiedad sistémica, aunque su inserción institucional y su capacidad para legitimar y absorber todo el poder legitimador, es decir, para ser la fuente de la Ley, se ha tornado inestable» (Sassen, Territory, Authority, Rights 415, cit. por Mezzadra, «Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 169). 19 Véase
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al respecto Brown, 79-84.
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Los propios sujetos de soberanía son cada vez más cambiantes y heterogéneos. El régimen migratorio global en desarrollo constituye un claro ejemplo al respecto: se trata de un régimen del ejercicio de la soberanía con una estructura híbrida y mixta (Mezzadra, «Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 169). Neither the category of governmentality nor that of sovereignty as developed by Agamben and others can fully account for the complexities of the system of differential inclusion that characterizes current migration regimes (Mezzadra y Neilson 24).
El concepto de «inclusión diferencial» resume bien las políticas selectivas del capitalismo tardío, a todos los niveles, pero capta sobre todo las técnicas fronterizas y sus efectos sociales sobre las amplias masas migrantes y también sobre las poblaciones nacionales, amparadas por la ciudadanía. Se trata de la traducción gubernamental del espíritu del capitalismo y de sus aplicaciones biopolíticas, que se agudizan a partir de la caída del mundo socialista y la pérdida de vigencia del sistema bipolar que rigiera durante el periodo de la Guerra Fría. Las movilizaciones transversales de población marginal hacia los espacios privilegiados de Occidente rebasan no solamente las delimitaciones nacionales, sino las fronteras simbólicas de la modernidad, dejando en su lugar un espacio social arrasado que avanza hacia la indistinción territorial, aunque aún se manifiesta aferrado a categorizaciones que se han ido vaciando de sentido y que no encuentran un reemplazo que garantice privilegios y jerarquizaciones. Turbulencias, imperceptibilidad y políticas del becoming (volverse otro) Si algún acuerdo puede verificarse en los estudios migratorios de hoy es la clara conciencia de que la migración solo puede ser aprehendida, tanto en sus formas de manifestación como en su significado social, cultural, político y económico, desde una perspectiva global, que la inscriba dentro de las dinámicas transnacionales, las oscilaciones del gran capital y los procesos ambientales a nivel planetario. Esto, sin negar de ninguna manera la tríada de condicionantes locales, regionales y nacionales que impactan de manera directa las corrientes migratorias. En segundo lugar, parece obvio asimismo que ninguna teoría puede dar cuenta por sí sola de los multifacéticos aspectos de los desplazamientos humanos y de los procesos internos a estas corrientes multitudinarias, que desarrollan en su interior formas específicas de relacionamiento y de funcionamiento colectivo. De ahí la necesidad de realizar un abordaje al tema migratorio desde diversas perspectivas convergentes, que permitan inscribir las movilizaciones humanas dentro del gran escenario de la globalización.
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Uno de los aspectos que ha llamado la atención de la crítica es la multiplicidad de modelos que siguen los movimientos migratorios, tanto en cuanto a las rutas y trayectos como en lo que tiene que ver con las formas en que los mismos se relacionan con el tema del trabajo y con las instituciones transnacionales y nacionales. El comportamiento «tumultuoso» de los desplazamientos masivos ha sido interpretado como caótico, irracional, espontáneo, errático y enmarañado, por diversos autores, quienes manifiestan su preocupación ante la imprevisibilidad de tales dinámicas poblacionales, tanto en cuanto a su dimensión numérica como en cuanto a las conductas colectivas, componentes demográficos y expectativas de los grupos movilizados. El concepto de «turbulencia» ha sido utilizado para abordar la pluralidad direccional de los comportamientos colectivos, introduciendo de manera implícita o explícita la noción de exceso o excedente como uno de los rasgos de los desplazamientos masivos, que desestabilizan la relación entre mercado de trabajo y ciudadanía (Mezzadra, «Capitalismo, migraciones» 168). Varios autores retoman el concepto aplicándolo a la migración, en el intento por apartarse de modelos mecanicistas, que atribuyen patrones de tránsito y comportamiento a los grupos humanos movilizados transnacionalmente. En The Turbulence of Migration: Globalization, Deterritorialization and Hybridity (2000), el investigador australiano Nikos Papastergiadis muestra un extenso panorama cultural y teórico, de gran utilidad para la comprensión de las redes y movimientos migratorios. Su objetivo principal es comprender estos fenómenos como procesos liberadores de energía, que impactan los espacios sociales y generan nuevas formas de relación entre movimiento, identidad y pertenencia. Para este autor, Turbulence is not just a useful noun for describing the unsettling effect of an unexpected force that alters your course of movement; it is also a metaphor for the broader levels of interconnection and interdependency between the various forces that are in play in the modern world. The flows of migration across the globe are not explicable by any general theory. In the absence of structured patterns of global migration, with direct causes and effects, turbulence is the best formulation for the mobile processes of complex self-organization that are now occurring. These movements may appear chaotic, but there is a logic and order within them. An analogy can be drawn with phenomena that were once thought to lack any structure like turbulent flows, and which are now understood as possess in intricate patterns of interconnections (4-5).
En el libro titulado Escape Routes: Control and Subversion in the 21st Century (2015), Dimitris Papadopoulos, Niamh Stephenson y Vassilis Tsianos presentan lo que se considera una nueva mirada, o una nueva sensibilidad, para la interpretación del cambio social. Parten de una crítica de la posición historio-
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gráfica dominante que considera que las transformaciones sociales se producen a partir de eventos significativos, los cuales causan una ruptura en la continuidad histórica y la emergencia de una nueva verdad. Según los autores mencionados, tal mirada, que está fijada en la interpretación del pasado (todo evento solo puede ser observado a posteriori, después de que ha ocurrido), obnubila las prácticas concretas del presente, las formas en que individuos y comunidades navegan y negocian sus circunstancias, creando estrategias que van transfigurando lo real aun antes de ser percibidas como fuerzas transformadoras. A partir de estas nociones, desarrollan la idea deleuziana del becoming, que desenfatiza elementos tradicionales en la comprensión de la migración, sobre todo de tipo irregular (la noción de mediador o intermediario, el problema de la comunicación o la traducción cultural, etc.), señalando que son las transformaciones que se van efectuando en el nivel primario de la subjetividad y corporalidad de los sujetos desterritorializados lo que mejor expresa la pulsión migratoria. Según indican Dimitis Papadopoulos and Vassilis Tsianos: Becoming is the inherent impetus of migration. Migrants do not connect to each other by representing and communicating their true individual identities, nor by translating for others what they possess or what they are. Migrants do not need translation to communicate, migration does not need mediation. Migrants connect to each other through becomings, through your own gradual and careful, sometimes painful transformation of your existing bodily constitution, they realise their desire by changing their bodies, voices, accents, patois, hair, colour, height, gender, age, biographies. Starting from the forms one has, the subject one is, the organs one has, or the functions one fulfils, becoming is to extract particles between which one establishes the relations of movement and rest, speed and slowness that are closest to what one is becoming and through which one becomes. This is the sense in which becoming is the process of desire (Papadopoulos y Tsianos, «The Autonomy of Migration» 226).
Según los autores, Escape Routes trata no sobre subjetividades (aunque esto es debatible) sino sobre experiencias, no sobre eventos sino sobre prácticas sociales y políticas. La noción de escape señala justamente una dinámica que aun siendo imperceptible y mínima en sí misma, marca una ruta transformativa de carácter subversivo (una turbulencia) que se expresa a través de acciones que generan una energía revulsiva, de cambio profundo, que va desarrollándose en el presente.20 La movilización migratoria, al igual que otras prácticas sociales, 20 El mismo concepto de turbulencia es utilizado por Enzensberger al referirse al constante movimiento de la humanidad, que da lugar a «continuas turbulencias», ya que «[s]e trata de un proceso caótico, que desbarata cualquier intención planificadora, cualquier pronóstico a largo plazo» (12). Véase, asimismo, Papastergiadis.
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desafía las configuraciones de la sociedad de control. Pero para percibir estos cambios y comprender sus implicancias debe desarrollarse una mirada que se desprenda de los supuestos del pasado, a partir de los cuales se concebía (y se concibe aún) el cambio social como resultado de actos heroicos y excepcionales, eventos políticos, militares o filosóficos de relevancia histórica, que se combinaban para crear condiciones transformadoras en el macronivel del sistemamundo. El concepto de imperceptibilidad es aquí crucial, ya que afecta el aspecto epistémico, de captación y elaboración del dato empírico y de reconocimiento del cambio social. La imperceptibilidad dificulta la identificación de esos fenómenos, y se opone a las políticas de localización e individuación que son características de la sociedad disciplinada: Becoming imperceptible is an immanent act of resistance because it makes it impossible to identify migration as a process which consists of fixed collective subjects. Becoming imperceptible is the most precise and effective tool migrants can employ to oppose the individualizing, quantifying, and representational pressures of the settled, constituted geopolitical power (Papadopoulos y Tsianos, «The Autonomy of Migration» 228-229).
Esta idea de imperceptibilidad y auto-borramiento, no es privativa de la migración ni tampoco constituye un rasgo original de las migraciones actuales, sino que acompaña todo intento de no-asimilación a condiciones represivas que requieren clandestinidad, mimetismo, ocultamiento, infracción, simulación, camuflaje, disimulo, etc., para lograr la supervivencia. Papadopoulos y Tsianos señalan que tales tácticas que se resumen en el desideratum «Prefiero no ser» fueron prominentes en las entradas a Estados Unidos a través de la icónica isla de Ellis, donde se fraguaron identidades, nombres, documentaciones, etc., para lograr la admisión al país. Podrían recordarse similares intentos masivos de «auto-borramiento» durante la resistencia al fascismo, particularmente en el curso de los tránsitos ilegales para huir de los territorios dominados por esta y otras formas de totalitarismo. Es en este sentido que estos autores, en contra de la perspectiva presente en los discursos públicos y académicos de orientación identitaria, proponen ver la migración no tanto como una crisis humanitaria sino como un movimiento social y como un laboratorio en el que se exploran formas nuevas de subversión de las políticas (neo)liberales. Dicho de otro modo, los autores sugieren to approach migration as a constitutive moment of the current social transformation, a moment which is primarily sustained by cooperation, solidarity, the use of broad networks and resources, shared knowledge, collective anticipation. This
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understanding of migration puts the issue of citizenship directly on the agenda of post-national polity […] (230-231).
En el presente, a las formas de gobierno transnacional (transnational governance) corresponden nuevas modalidades de experiencia social y nuevas estrategias de escape, de subversión tácita y gradual del orden establecido y de reconfiguración de las relaciones sociales, políticas y económicas, cuya ocurrencia resulta en progresivas alteraciones del sistema. Papadopoulos, Stephenson y Tsianos enfatizan la importancia del tratamiento cambiante de la vida en el contexto neoliberal y, en relación con esto, la fundamental primacía de los regímenes de movilidad social en el mundo globalizado. Se refieren a la diseminación, en el espacio europeo, de «instituciones liminales porocráticas», las cuales se van adaptando a la variabilidad de las políticas fronterizas y de las movilizaciones poblacionales, manteniéndose más allá del control democrático y administrando la porosidad de los bordes nacionales (de ahí lo de porocrático). Las dinámicas migratorias son interpretadas así no como resultado de condicionantes estructurales sino como prácticas de evasión de las regulaciones de la subjetividad por medio de estrategias innovadoras que van generando gradualmente cambios políticos, sociales y económicos. Desde estas bases, la posición crítica desarrollada por estos autores interpreta las prácticas sociales y micropolíticas no desde la perspectiva del Estado y sus instituciones sino a partir de movilizaciones que no se enfrentan directamente a las estructuras de poder ni buscan necesariamente la inclusión en el sistema, sino que canalizan sus escapes como formas de subversión paulatina de ese mismo sistema. Las nociones de salida, fuga, escape, etc. constituyen, desde este ángulo crítico, mucho más que un apoyo empírico-conceptual para la interpretación de las corrientes migratorias y de la relación que estas mantienen con las diversas formaciones sociales, de emisión o recepción de individuos. Señalan un posicionamiento epistémico que analiza indicios de interrupción de circuitos de control y de funcionamiento de regímenes administrativos, físicos o jurídicos, en su carácter de emergencias micropolíticas o de perturbaciones sistémicas que anuncian desbalances y reacomodos estructurales, es decir, modificaciones profundas del espacio social y de las relaciones que lo atraviesan. En relación con lo anterior, en «The Autonomy of Migration: The Animals of Undocumented Mobility», Papadopoulos y Tsianos desarrollan la idea deleuziana del becoming para explicar los escapes o fugas del sistema y su impacto social: The concept of becoming seeks to articulate a political practice in which social actors escape their normalized representations and reconstitute themselves in the
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course of participating in, and changing the conditions of their material existence. Becoming is not only a force against something (against, primarily, the ubiquitous model of individualism and the sovereign regimes of population control), but is also a force which enables desire. Every becoming is a transformation of one multiplicity into another; every becoming radicalizes desire and creates new individuations and new affections. Becoming is a drift [but] the end of all becomings is not the proliferation of diversity and difference, but its disappearance (223).
En una elaboración filosófica que abarca y también sobrepasa el problema de la migración, los autores mencionados vuelven a la noción deleuziana de nomadismo que se resume como «tú nunca llegas a alguna parte» («You never arrive somewhere»), indicando que el movimiento humano transterritorial no es unidireccional ni teleológico. El desplazamiento nomádico no consiste solamente en movimiento —aclaran— sino en apropiación y reconstrucción del espacio, ya que el nómade no tiene un punto de llegada, un destino. No importa los lugares que atraviese o las barreras que supere, ya que lo que define ese desplazamiento es el acto de ocupar el espacio entre dos puntos, no de llegar o haber partido. Migration is not the evacuation of a place and the occupation of a different one, it is the making and remaking of one’s own life on the scenery of the world. World-making. You cannot measure migration in changes of position or location, but only in the increase in its inclusiveness and the amplitude of its intensities. Even if migration starts sometimes as a form of dislocation (forced by poverty, patriarchal exploitation, war, famine), its target is not relocation but the active transformation of social space (225).
Rosi Braidotti, por su parte, entiende el becoming deleuziano como el antídoto contra el capitalismo, en el sentido de que el fluir del volverse otro incorpora la fuerza del deseo de movilidad en los procesos de acumulación de capital y mercancía, es decir, la energía molecular desestabilizadora de los ciclos y estructuras molares del sistema: Like the insatiable appetite of the vampire, the capitalist theft of «the present» expresses a system that not only immobilizes in the process of commodity over-accumulation, but also suspends active desiring-production in favour of an addictive pursuit of commodity goods. In response, Deleuze posits «becoming» as an antidote: flows of empowering desire that introduce mobility and thus destabilize the sedentary gravitational pull of molar formations (Braidotti, «Schizophrenia» 239).
Contra las identidades fijas gestionadas desde el Estado, contra la estabilidad consumista del capitalismo y sus regímenes de acumulación y reproducción
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infinita, el becoming inserta lógicas alternativas en las que se despliega la afectividad y el deseo que definen al sujeto y que solo encuentran realización a través de constantes relocalizaciones, tránsitos, cruces, corporeizaciones otras, simulacros, mímesis. En The Politics of Borders. Sovereignty, Security, and the Citizen after 9/11 (2018) el politólogo Matthew Longo señala la frontera como un lugar de heterogeneidad y contradicción, un palimpsesto en el que se acumulan y estratifican significados, tiempos y personas. Asimismo, [i]t is a place of absolution, of proving-one’s worth and proving one’s-notworth-wasting-time-with. Of homogeneity-as-purity, security-as-omnipotence. And odd bedfellows: you should trust the system, but question your neighbour […] (xi).
Este es «el centro del mundo político» de nuestro tiempo, un espacio donde la ambigüedad y el simulacro se convierten en recursos de supervivencia y de cruce. Longo cita las palabras del escritor indo-británico Salman Rushdie en la conferencia titulada «Step Across This Lane», donde el autor de los Versos satánicos (1988) expresa: At the frontier our liberty is stripped away —we hope temporarily— and we enter the universe of control. Even the freest of free societies is unfree at the edge […] we submit to scrutiny to inspection, to judgment. These people guarding these lines, must tell us who we are. We must be passive, docile. To be otherwise is to be suspect, and at the frontier to come under suspicion is the worst of all possible crimes… We must present ourselves as simple, as obvious: I am coming home. I am on a business trip. I am visiting my girlfriend. In each case, what we mean when we reduce ourselves to these simple statements is, I’m not anything you need to bother about… Truly, I am simple. Let me pass (Longo 13).
En la zona liminal de la frontera, «identities are not just filtered, but created, modified and destroyed» (xvi): Here at the border is like a funhouse mirror: we are reduced to a self play-acting at normalcy, a normalcy that is itself revealed as artifice. To act «normal» means to vanish into the undifferentiated mass of what is expected of us —i.e. to be the antithesis of anything security would concern itself with (Rushdie’s «I am simple, let me pass») (xv).
Ser imperceptible, ser otro, ser el que se quiere que uno sea, son formas de abstraer y relativizar en lo posible las trazas de identidad tanto corpóreas como
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afectivas e ideológicas, ya que cualquier elemento perceptible que revele creencia, orientación sexual, procedencia, clase social, preferencias estéticas, afluencia económica, inclinación política, etc., puede resultar acusatorio, comprometer el cruce de fronteras y, eventualmente, poner en peligro la vida. Así, el simulacro se instala como una estrategia de resistencia que incluso facilita la operación de filtrado migratorio a los oficiales de aduana. Uno de los problemas principales que afectan el estudio de la migración es el de la representación de actores, acciones y agendas migratorias, ya que a la problemática de la movilización masiva se superpone el discurso de criminalización que presenta esos movimientos como una ruptura violenta del orden y la seguridad pública. En tales narrativas se destacan dos posiciones protagónicas: la del migrante irregular o indocumentado y la del coyote o mediador-criminal que facilita su pasaje. En la escena fronteriza se destaca, entre todas las narrativas implícitas a esa escenificación, la necesidad de preservar el cuerpo jurídico de la nación cuya importancia y «legitimidad» sobrepasa la relevancia de la vida misma, la cual es puesta en juego en el proceso de reterritorialización migratoria. Como señalan Papadopoulos y Tsianos, la terminología que se utiliza para hacer referencia a estas dinámicas apela a la animalización («coyotes» o «polleros», para el caso México/Estados Unidos, «tráfico de ovejas», en Turquía, etc.) lo cual indica el estatus y tratamiento de la corporeidad en tiempos de «ilegalidad forzada» (226). Se trata de un tema identitario donde, nuevamente, el volverse imperceptible cumple una función principal. Tal forma de borramiento de lo humano es incorporada también por los migrantes que queman sus documentos al cruzar el Mediterráneo para que el gobierno español no pueda devolverlos a sus países de origen. Al efectuar ese acto de des-identificación el individuo rompe el lazo entre cuerpo y nombre, entre existencia física y existencia legal. «A body without a name is a non-human being; an animal which runs» (Papadopoulos y Tsianos 227). En una aproximación convergente al tema de la migración y a sus formas de discriminación poblacional, Brad Epps analizó hace ya tiempo las relaciones entre migración e identidad, a propósito de las formas de documentación que acompañan los procesos de clasificación migratoria y que son requeridos para la admisión legal en territorio estadounidense. «Tarjetas verdes, visados, pasaportes y otros “papeles” (ahora a veces informatizados hasta la virtualidad) constituyen, si no nuestras señas de identidad, al menos nuestros “documentos de identificación”» (308). Tales elementos funcionan como dispositivos que confieren o suponen atributos, capacidades y hasta valores culturales, personales o grupales. Forman parte integral no solo de la parafernalia burocrática de frontera, sino también del performance que tiene lugar como parte del rito de pasaje, en el que se combina un repertorio de conductas, apariencias, usos de la lengua y
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demás elementos que transmiten una imagen a partir de la cual el individuo puede ser clasificado, aceptado o rechazado, perseguido o autorizado. Es a partir de los signos que transmite la apariencia del sujeto (su acento, su léxico y sus actitudes) como se realiza el escrutinio que marcará su destino y, quizá, hasta su supervivencia. Este complejo identitario y performativo que se pone en práctica ante los controles aduaneros incluye los factores de raza, clase, género, religión, nivel de educación, nacionalidad, sexualidad, salud, edad, etc. El individuo debe aparecer con una identidad estándar, no amenazante, no particularmente peculiar y capaz de eludir las exclusiones que, según las épocas, formaron parte de la regulación de extranjeros. En su momento, anarquistas, comunistas o activistas considerados «sediciosos» y considerados indeseables, en muchos casos no recibían autorización para entrar a los Estados Unidos. En otros momentos, las personas debían declarar si eran o habían sido prostitutas, proxenetas, polígamos, traficantes de narcóticos, alcohólicos, «débiles mentales», criminales o tuberculosos, etc. Con posterioridad, la homosexualidad fue considerada también, si no causa expresa de descalificación moral, sí motivo para «exclusión médica», como lo fue, supuestamente por extensión, la condición de enfermo de sida. Aunque muchas situaciones concretas demuestran que estos eran los criterios vigentes, solían no figurar en las regulaciones escritas, dependiendo más bien de la discrecionalidad de los funcionarios o de la articulación de tales condiciones con los factores de raza, clase, etc., antes mencionados.21 Ante las variaciones, arbitrariedades y violaciones de las regulaciones migratorias, el performance de la frontera resulta esencial para ambas partes. Del lado del poder, los rituales de paso formalizan el proceso que se presenta como despersonalizado y estricto, apoyado en evidencia objetiva y de carácter claramente kafkiano, guiado por lógicas incomprensibles para los sujetos que deben someterse a interrogatorios, registros y sospechas. Del lado de los migrantes, la teatralización aduanera consiste en la presentación de una máscara con suficiente verosimilitud y credibilidad como para permitir el paso al otro lado. Brad Epps ha realizado un interesante desarrollo del rito del hacerse pasar, expresión polivalente que puede aludir, en primer lugar, a los procedimientos por los cuales el individuo es conducido por otro (funcionario, coyote o pollero etc.) a través de la línea divisoria, como al fingimiento de rasgos identitarios 21 Epps trae a colación, siguiendo las ideas de Robert J. Foss, algunos hechos clave en la historia de la inmigración, como la regulación conocida como «Alien and Sedition Act de 1798» surgida luego de la Revolución francesa, señalando la relación entre los cambios de políticas migratorias y las crisis nacionales. Otras instancias se producen con la Revolución rusa, la Primera Guerra Mundial y la Guerra de Corea. En algunas épocas se recrudece la exclusión racial, como en el caso de los haitianos diagnosticados como seropositivos de VIH que fueron internados en Guantánamo en 1993. Véase al respecto Creola Johnson, citada por Epps.
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que supuestamente favorecerán su imagen. En otras palabras, el sujeto se «hace pasar» al ponerse en manos de alguien que efectúa ese tránsito por/para él o ella. Pero «hacerse pasar» tiene asimismo el significado de pretender ser otro, es decir, las connotaciones de fingimiento, simulacro, engaño y astucia, actitudes que se despliegan para burlar a la autoridad, asumiendo o sugiriendo una identidad estandarizada y no sospechosa. Indica Epps que Para pasar una frontera uno «se hace pasar por» alguien «digno» de pasarla. Con «hacerse pasar» quiero expresar, entre otras cosas, los actos discursivos y físicos por los cuales una persona se relaciona con otra, los actos, por ejemplo, por los cuales el «otro» examinado pretende hacerse pasar por el mismo —o casi el mismo— que el examinador. Lo que se hace, lo que se dice, la manera en que se hace y se dice, cuándo, dónde y a quién, son cruciales. El individuo que así actúa, diciendo y haciendo, pasa, o pretende pasar, no sólo límites topográficos sino también discursivos e identificatorios (314).
Se trata, explica Epps, de «una estrategia o táctica engendrada en el miedo, en la inseguridad y en la relativa falta de poder» (315). Vale la pena señalar, en este nivel del performance de las identidades fronterizas, el papel que desempeña la lengua, sobre todo sus usos coloquiales, que connotan clase, nacionalidad, raza, educación, grados de integración al sistema, etc. y que, al ir acompañados por gestualidades, apariencias y simulacros, se convierte en una de las vías de manipulación de códigos culturales y de exploración de alternativas al orden dominante. Los actos de pasar movilizan señas y contraseñas de la identidad. Incluyen los eslóganes, lemas, modismos, muletillas, expresiones afectistas, o formas de hablar por los que un miembro de un «grupo» es identificado y excluido (o admitido) por un miembro de otro; pero también incluyen poses y posturas tanto gestuales como corporales (Epps 315).
Tales discursos, usos lingüísticos, actitudes y rasgos culturales son parte de la compleja narrativa identitaria y de su puesta en escena ante las autoridades migratorias. Tal narrativa acompaña al migrante y revela, como elemento esencial en el proceso de construcción de sujeto, la posicionalidad vulnerable del migrante y la asimetría de poder que caracteriza los ritos de pasaje que se vienen aludiendo. Estos constituyen una instancia de iniciación, un ritual, que en muchos casos está destinado a ser repetido, alterado y perfeccionado después de las deportaciones o de los regresos voluntarios, tantas veces como sea necesario para lograr el objetivo de la re-implantación territorial y la defensa del derecho a la vida.
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Claire F. Fox recuerda que la investigadora Susan Buck-Morss señaló en un ensayo titulado «Passports» los antecedentes de este documento, remontándose a las plagas medievales, frente a las cuales se intentaron diversos métodos de filtración de extranjeros en las ciudades, por miedo al contagio. Según BuckMorss, el pestpass fue un antecedente del pasaporte, constituyendo una autorización que aseguraba la salud del extranjero y lo autorizaba a entrar en los centros urbanos durante los períodos de contagio. Similar método fue utilizado luego para controlar la deserción de los ejércitos. De modo que el extranjero ha estado tradicionalmente asociado al temor a la destrucción del cuerpo social, a la contaminación y al peligro. Sería después de la Primera Guerra Mundial cuando los pasaportes toman su forma actual, por el miedo que desata en el mundo industrializado la expansión del comunismo. By creating a place of passport control and a practice of passing through it, it gave the appearance that state boundaries were substantive, that they really existed —that a particular state apparatus «owned» a part of the world, in the same way that a private citizen his home, a capitalist his business, a farmer his field, a person his or her own body— except that the state owned all of these first (BuckMorss cit. por C. F. Fox 65).
La documentación funciona así también como dispositivo del poder en el ámbito político-administrativo, formando parte de la parafernalia del control poblacional. John Torpey ha realizado a su vez un exhaustivo análisis de la historia del pasaporte en relación con las nociones de vigilancia y de ciudadanía, afirmando que tal documento funciona como un dispositivo de apropiación y monopolio de los derechos legítimos de movimiento humano por parte del Estado. Según Torpey, States have successfully usurped from rival claimants such as churches and private enterprises the «monopoly of the legitimate “means of movement”» —that is, their development as states has depended on effectively distinguishing between citizens/ subjects and possible interlopers, and regulating the movements of each. This process of monopolization is associated with the fact that states must develop the capacity to «embrace» their own citizens in order to extract from them the resources they need to reproduce themselves over time (2).22
El origen mismo del pasaporte y las manipulaciones a que se presta, como Epps señalara, el control fronterizo, ejemplifican el poder biopolítico, que apar22 Sobre
el tema, véase Torpey, capítulo 1 «On the State Monopoly of the legitimate “means of movement”», 5-25.
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te de sus formas burocráticas y militarizadas, también se presenta en la dramatización fronteriza, donde los papeles del controlador y el controlado, el poder policial y los sujetos criminalizados, el individuo legítimo y el ilegal, se representan a través de rituales, escenografías y movimientos escénicos que constituyen un verdadero teatro de la frontera. Nicholas de Genova y otros autores se han referido a estas formas de espectacularización, donde la exclusión es dramatizada por medio de los castigos ejemplares a los transgresores, o incluso a quienes son sospechosos de serlo o cumplen con los perfiles físico-culturales de posibles «ilegales». Los migrantes son ubicados en conjuntos abigarrados, que sugieren promiscuidad frente al orden social dominante, que supuestamente intentan transgredir. La legalidad, por su parte, se premia con el privilegio de la re-territorialización, la cual se corresponde con imágenes de éxito y privilegio. La inclusión, es decir, la autorización a penetrar en el espacio preservado del desarrollo económico, se reserva, en general, a hombres de negocios, profesionales, turistas, estudiantes, miembros de instituciones militares, empresariales, etc., es decir, a sujetos ya integrados al sistema. Este tipo de migración es representada como «gobernable» y asimilable al statu quo: Images of crowded ships, documentation of deaths at the border, deployments of border guards in so called «hot spots» of border regions and the recourse to military imagery and language all serve to enact the spectacle of the border and deepen the architecture and practices of the border regime […] In this sense the border as social relationship mediated by images, is a key site (but not the only one) in which contestation and struggle among a diverse range of actors produce particular forms of representational drift (De Genova et al., «Border Spectacle» en Mezzadra, De Genova y Pickles, «New Keywords» 67).
En «Spectacles of Migrant “Illegality”: The Scene of Exclusion, the Obscene of Inclusion», De Genova se refiere a ese complejo representacional y performativo indicando que el mismo está compuesto por lenguajes, retóricas, imágenes, insinuaciones, acusaciones, actos y rituales destinados a configurar una escena en la que los actores del conflicto fronterizo, como se ha venido indicando, son caracterizados tendenciosamente: in systematic and predictable ways, asylum regimes disproportionately disqualify asylum seekers, and convert them into ‘illegal’ and deportable ‘migrants’. All such officially ‘unwanted’ or ‘undesirable’ non-citizens are stigmatized with allegations of opportunism, duplicity, and undeservingness […] The scene (where border enforcement performatively activates the reification of migrant ‘illegality’ in an emphatic and grandiose gesture of exclusion) is nevertheless always accompanied by its shadowy, publicly unacknowledged or disavowed, obscene supplement: the
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large-scale recruitment of illegalized migrants as legally vulnerable, precarious, and thus tractable labour(2).23
Estos debates, que tocan los temas de desterritorialización, identidad y políticas gubernamentales, involucrando las relaciones entre ética y política, alcanzan uno de sus puntos de intensidad en la obra del filósofo y representante de la teología radical, John Caputo, autor del influyente libro Against Ethics. Contributions to a Poetics of Obligation with Constant Reference to Deconstruction (1993). Este autor aboga por un abandono del trascendentalismo metafísico intentando recuperar la dimensión de la carne (la materialidad biológica del ser humano, su vulnerabilidad material), reaccionando contra concepciones que enfocan el tema del sufrimiento a partir de argumentos teleológicos, utilizando la idea de Dios como un más allá que relativiza la circunstancia del dolor. Caputo alega asimismo contra el pensamiento de Lévinas, por las posiciones espiritualistas que se encuentran en la obra del filósofo francés. En diálogo con Kierkegaard, Nietzsche y otros representantes de la tradición ético-filosófica occidental, Caputo afirma la inmediatez del sufrimiento y el concepto de obligación que debe conllevar el dolor de los otros, prescindiendo de las complejidades argumentativas del pensamiento teológico y de las concepciones ético-filosóficas que complican y oscurecen la respuesta a los padecimientos humanos. Para Caputo, el sufrimiento es un «unbecoming» que requiere respuestas proactivas e inmediatas. Flesh is soft and vulnerable. It tears, bleeds, swells, bends, bums, starves, grows old, exhausted, numb, ulcerous. Flesh smells (158). What is suffering if not this very vulnerability of the flesh, this unremitting unbecoming. This liability to suffer every breakdown, reversal and consumption? (203).
Analizando los aportes de Caputo, John Connolly relaciona sufrimiento, justicia, y lo que llama «the politics of becoming» alegando por la necesidad de volver a vincular de manera estrecha ética y política, para no dejar el deber de la solidaridad en el plano dominio de la subjetividad de aquel que enfrenta la tragedia del Otro. Como Connolly indica, la obligación ante las víctimas de ataques o de marginación es concebida por Caputo como independiente de la razón y de la mística, y separada de cualquier imperativo categórico. El argumento del Caputo es que siendo la carne lo que todos los seres humanos tienen en común, la respuesta ante el dolor, el sufrimiento y la agresión debe ser in-
23 Véase
al respecto De Genova: «Migrant “Illegality” and Deportability in Everyday Life» y Working the Boundaries: Race, Space, and ‘Illegality’ in Mexican Chicago.
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mediata, es decir, sin mediaciones argumentales, institucionales, o doctrinarias. Connolly recuerda que las necesidades de la carne son palpables, asistemáticas e ineludibles. Buscando elaborar la idea de la inminencia con la que se despliega la materialidad vulnerable del cuerpo, Caputo expresa que aquel que sufre no puede provocar reacciones especulativas que difieran la acción: «Flesh fills metaphysics with anxiety» (200). Suffering exists on the underside of agency; it is as important to ethics as agency. The experience of suffering is never entirely captured by the ethical, political, medical and spiritual categories in which it is represented. Perhaps an engagement with suffering can open up hidden connections between these domains (Connolly 251).
El sufrimiento requiere, por tanto, una posición minimalista, una «metaphysics without the meta-event, a kind of decapitated metaphysics» (Caputo 222, cit. por Connolly 254). Connolly se pregunta, sin embargo, ¿qué sucede cuando aquel que se supone que debe reaccionar sintiendo la obligación de identificarse con el que sufre, no comparte ese sentimiento, inclinación o mandato moral? No debe olvidarse, señala Connolly con razón, que en muchos casos el que sufre no es una víctima pasiva sino alguien que ha sido definido por las instituciones dominantes como amenazante, contagioso, peligroso, etc., en contextos donde existe una clara asimetría en las relaciones de poder. Este autor resume su crítica a Caputo indicando, categóricamente, que «To simplify obligation in an era of political pessimism, Caputo has quietly emptied ethics of its political dimension» (Connolly 255). Por tanto, la corrección que el crítico reclama es la de la repolitización de la ética, la consolidación de «un ethos político de compromiso crítico» (255, mi traducción). La política del becoming que Connolly sugiere tiene lugar cuando aquel que está culturalmente marcado intenta modificar la relación identidad/diferencia. Podemos pensar, por ejemplo, en la situación del migrante indocumentado, que trata de cambiar su situación penetrando de todos modos en un espacio que le ofrece más oportunidades. Cuando este intento es ineficaz o no tomado en cuenta, se requiere, según Connolly, algún movimiento políticamente militante que abra una «línea de fuga» para el Otro, aunque esas acciones perturben sus propios intereses. Da como ejemplo las luchas de indígenas, feministas, esclavos, judíos, homosexuales, etc. Nuevas identidades surgen, entonces, como consecuencia de la recomposición social que se produce a partir del sufrimiento y de las energías liberadas por aquellos que se empeñan en una transformación de las condiciones que fueron creadas por el desbalance existente en las relaciones de poder. Para Connelly, becoming es tan importante como ser. La dinámica social implica entonces la modificación de lo que aparecía como estático: más que
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un ser definitivo y estable, se requiere un llegar a ser fluido, contingente y «en fuga» con respecto a las restricciones y estereotipos consolidados del statu quo. En palabras de Connolly, «To exemplify and think the politics of becoming is to call into question the sufficiency of existing paradigms of morality» (251). Este movimiento de cambio permanente expresa el proceso siempre inacabado de producción identitaria y de interacción social. En el espacio dominado por los poderes establecidos, el que sufre interpela al que recibe el espectáculo del dolor y el llamado a la intervención ética (práctica) que Connolly denomina «critical responsiveness». Poder, víctima y sujeto colectivo son entonces los puntos salientes de la estructuración sociopolítica en lo que tiene que ver con la subyugación del cuerpo, su sometimiento, explotación e invisibilización. Solo a través de una ética politizada o de una política articulada al pensamiento ético puede visibilizarse el cuerpo del que sufre como parte integrante y esencial del cuerpo social. En la interpretación que hace Prem Kumar Rajaram de estas políticas del llegar a ser, las mismas se alinean con las de Rancière en cuanto a la expansión del espacio político: A politics of becoming […] is a politics that disavows a search for essences and homes. It is a politics of movements and flows, of identity games and fragments. It is a politics centered on the possibilities of and at the border, from whence disruptive claims, communities and identities may extrude onto the happy settled home: «the politics of becoming […] sow disturbance and distress in the souls of those disrupted by its movement» (Kumar Rajaram 279).
En el caso de Connolly, las políticas del llegar a ser tienen que ver con la producción de identidades que emergen de la transformación de energías ya existentes, pero también atiende al surgimiento de nuevas subjetividades que perturban el statu quo. Este constituye un proceso productivo, removedor y desestabilizador, que anuncia y alienta la posibilidad del cambio: By the politics of becoming I mean that paradoxical politics by which new cultural identities are formed out of old energies, injuries, and differences. The politics of becoming emerges out of the energies, suffering, and lines of flight available to culturally defined differences in a particular historical constellation. To the extent it succeeds in placing a new identity on the cultural field, the politics of becoming changes the shape and contour of established identitites as well. The politics of becoming thus sows disturbance and distress in the souls of those disrupted by its movement. In a (modern?) world where people are marked and known through their identities, difference and becoming are ubiquitous. If each positive identity is organized through the differences it de-
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marcates, if differences circulates through it as well as around it, if movement by some of these differences compromises its quest to present itself as natural, transcendent, complete or self-sufficient, then the politics of becoming imperils the stability of being through which dominant constituencies are coddled and comforted (261-262).
Creo que la subjetividad migrante puede ser interpretada a partir de estos parámetros teórico-filosóficos, que atienden a la transformación de energía social y su reorientación ético-política. La capacidad del movimiento migrante para generar nuevas formas de conciencia social no solamente hacia adentro sino también hacia afuera, hacia los espacios sociales que hoy se identifican con el nacionalismo y la ciudadanía, señala el valor productivo del volverse otro: de precarizado a migrante, de deportado a reincidente, de expelido a refugiado, transformaciones todas que desestabilizan productivamente al sistema, demostrando su liquidez intrínseca, así como la precariedad de sus consolidaciones y de sus jerarquías. Autonomía de las migraciones Papadopoulos y Tsianos desarrollan las ideas antes expuestas dentro de una interpretación autonomista del fenómeno migratorio, intentando interpretar estos movimientos no como resultados más o menos directos y previsibles de factores que laxamente pueden ser calificados como infraestructurales, como los vinculados al sistema económico, el mercado laboral y las variaciones demográficas o ecológicas, sino como modalidades de cambio social que se van produciendo cuando los sujetos imprimen modificaciones acumulativas y consistentes en los regímenes gubernamentales. La perspectiva crítica articulada en torno al concepto de autonomía de las migraciones constituye una posición diferenciada dentro de los enfoques actuales sobre los aspectos conflictivos del fenómeno migratorio, sobre su misma definición, y sobre la interpretación de su impacto social, a nivel nacional y transnacional. Estos aspectos problemáticos no son entendidos a partir de una posición determinista, como fenómenos necesarios y previsibles que se producen a partir de factores desencadenantes, sino como prácticas de subversión tácita y desafío al sistema imperante. Dicho de otra manera, la migración es vista como un movimiento social que es generado creativamente y no solo como respuesta reactiva a las restricciones sociales, económicas y políticas que afectan a individuos y comunidades en distintos contextos. El concepto de autonomía no indica entonces descontextualización del fenómeno migratorio, sino atención a sus formas propias de emergencia, desarrollo y funcionalidad política y social, así como a
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las formas específicas de transformación que tal movilización genera en el curso de su desenvolvimiento. Estos autores señalan el carácter imprevisto, arbitrario y des-individualizado de los flujos migratorios, negándose a ceder a interpretaciones marcadas por el determinismo de la oferta/demanda de capital humano, la cual guía muchas elaboraciones tradicionales sobre este fenómeno social. Asimismo, destacan los cambios que la migración impulsa en el concepto de soberanía y en las formas en que se distribuyen modalidades y grados de participación social en poblaciones estratificadas según los tipos de acceso a los derechos de la ciudadanía a nivel nacional y transnacional. A partir de la noción de soberanía se regula la relación entre población y territorio, las formas de incidencia política, y la distribución de bienes y beneficios. Consecuentemente, se asignan también niveles diferenciados de capital simbólico a los diferentes estratos, así como formas diversas y jerarquizadas de representación política y social. La discriminación racial o de género, el prestigio de clase, el tratamiento a migrantes, legales o no, la discriminación de lenguas no dominantes, o por razones de edad, religión, preferencia sexual, etc., son todos elementos que cuentan en esa asignación verticalista de participación política y social que se asocia con la ciudadanía. Los autores de «The Autonomy of Migration» lo explican a través de la metáfora visual y organicista del Leviathan: So from the very first moment of its existence, the power of national sovereignty is that it can always erect borders in its own corpus; it can perform surgical operation on its own body, on the society of the people. While national sovereignty is the all-inclusive and all-digesting belly of Leviathan, the state of exception which results from the state’s erection of borders within its own society, is the moment when Leviathan empties its belly, throwing out of its body that which is destabilizing it. Modern national sovereignty is thus, simultaneously, both the organizing agency which grants rights and secures access to symbolic power, as well as its antithesis: a power which systematically nullifies and restricts representation (232, mi énfasis).
Por su parte, Sandro Mezzadra reconoce la necesidad de dar prioridad a las prácticas subjetivas, deseos y expectativas de los migrantes, y de incorporar estos elementos en una evaluación general del fenómeno migratorio. Refiriéndose a la posición identificada como autonomía de las migraciones, indica: El enfoque en cuestión muestra cómo la misma «política de control» se ve forzada a establecer un acuerdo con una «política de movilidad» que exceda estructuralmente sus prácticas de (re)fronterización. De hecho, permite analizar
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la producción de irregularidad no como un proceso de exclusión y dominación, administrado por el Estado y las leyes, sino como un proceso tenso y basado en conflictos, en el que los movimientos subjetivos y las luchas relacionadas con la migración son un factor activo y fundamental («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 160).
Contrariamente al enfoque que interpreta que el migrante está alentado por el deseo de convertirse en ciudadano, la perspectiva autonómica entiende que el migrante ya actúa como ciudadano, y de alguna manera ya lo es, si es que podemos flexibilizar los marcos políticos y legales existentes y redefinir el concepto mismo de ciudadanía y sus parámetros jurídicos.24 Dicho de otro modo, el concepto de ciudadanía, como el de soberanía, se ha ido transformando, no a partir de un momento histórico o evento significativo que provocara un cambio en las relaciones de poder, sino a partir de las prácticas mismas de los sujetos, que van empujando los límites y las categorías de análisis social y político. Según el crítico italiano, La ventaja especifica de la tesis de la autonomía de las migraciones consiste entonces en la posibilidad que ofrece de reconstruir un cuadro de las transformaciones del capitalismo contemporáneo desde el punto de vista del trabajo vivo y de su subjetividad (Derecho de fuga 149).
El punto que reivindica Mezzadra es de carácter diacrónico, ya que destaca la importancia de analizar la movilidad poblacional y la producción de subjetividad migrante dentro del desarrollo histórico del capitalismo. De ahí que su libro Derecho de fuga comienza por analizar la interpretación de Weber a dos procesos convergentes en las décadas finales del siglo xix: la migración de alemanes hacia centros urbanos e industriales, y la llegada de olas de campesinos polacos que se movilizan masivamente para desempeñar los trabajos agrícolas en las tierras que habían quedado vacantes. La lección de Weber es que, sin caer en un análisis puramente economicista, entiende la subjetividad de los 24 Véase
al respecto Isin, cit. por Mezzadra en «Capitalismo, migraciones y luchas sociales», 162 n. 3. Isin analiza la genealogía del concepto de ciudadanía y lo estudia como otredad, viendo la ciudad como una máquina generadora de diferencia a partir de la distribución del trabajo, a partir de la cual se compartimenta lo social (artesanos, esclavos, prostitutas, campesinos, vagabundos) atribuyendo distintas formas de pertenencia y participación a los diversos estratos. La ciudadanía constituye una construcción histórica en constante proceso de transformación. Isin ve en las «tecnologías de la ciudadanía» una línea de desarrollo histórico que articula, en las distintas épocas, las formas de distribución del espacio social, el trabajo y los grados de participación política, es decir, como un proceso de diferenciación y jerarquización que es esencial para el mantenimiento de la soberanía.
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migrantes, sus motivaciones sociales y sus configuraciones sicológicas, que los hacen abandonar, por rechazo al despotismo y la injusticia social, el sistema de posesión de la tierra, dejando atrás un sistema patriarcal de privilegios y clasismo y efectuar la movilización hacia lo que será el capitalismo industrial, donde la lucha de clases adquirirá nuevas características. Sin embargo, frente a la masiva inmigración de polacos, tal interpretación cede ante la idea de la superioridad alemana, viendo en los recién llegados individuos aptos para la subalternización que los alemanes no habían querido soportar. El punto de vista dominante se impone, como en la actualidad, donde oficialmente se asume la posición defensiva de los estados nacionales, es decir, de las sociedades receptoras. El crítico italiano propone fijar la mirada no solamente en el contexto europeo, como aparece en el libro de Papadopulos, Stephenson y Tsianos, sino en otros espacios geoculturales que presentan variables étnicas y económicas muy notorias, como es el caso, por ejemplo, de la migración Sur-Sur. De todos modos, la centralidad que da la posición autonomista a la subjetividad migrante es de suma importancia, ya que permite analizar las transformaciones que se registran en las formas de vida, valores y hábitos de las comunidades movilizadas. Como Mezzadra indica, no hay capitalismo sin migración, ya que la movilidad social responde a las variantes del mercado laboral. La migración constituiría, en este sentido, un excedente que desestabiliza la relación entre mercado de trabajo y ciudadanía: «En torno de este excedente se pone en juego en forma continua la redefinición de los dispositivos de explotación y dominación, cuyos efectos se irradian hoy sobre todo el trabajo vivo y sobre toda la ciudadanía» («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 168). Metodológicamente, como se ha visto, las posiciones autonomistas rechazan la tendencia muy generalizada de entender la política a partir de las nociones de ruptura o de evento, concibiendo así el cambio social como efecto de un acontecimiento que corta el fluir histórico dando lugar a una transformación estructural. Mezzadra subraya más bien, desde una posición que él mismo califica de democrático-radical, la importancia de reconocer «la temporalidad de prácticas materiales que crean las condiciones para que sea posible la insurgencia a través de procesos de confrontación y solidaridad» («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 177). En el caso de la migración, tales prácticas se desarrollan de modo progresivo, impactando los regímenes laborales del neoliberalismo y las formas de subjetividad que lo acompañan. Esto no quiere decir que el migrante deba ser visto, según los autonomistas, como el representante de una nueva «vanguardia revolucionaria», pero sí como un actor social cuyas prácticas impulsan cambios políticos de importancia, por la acción erosionante y acumulativa que desarrollan sobre las estructuras de dominación y sobre los sistemas de control del
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capitalismo tardío. Otro elemento importante en este sentido es el que tiene que ver con la direccionalidad de los flujos migratorios, que no se da exclusivamente de sur a norte, sino en todas direcciones: un seguimiento atento del flujo migratorio actual no puede detenerse en una espacialidad norte-sur, porque ya no es posible trazar confines precisos, absolutos, entre un área llamada primer mundo y un área llamada tercer mundo […] siempre se habla de migraciones sur-norte, o este-oeste, pero hay migraciones que son muy importantes y que son sur-sur, o este-este, y que influyen también decididamente en la actual geografía (Mezzadra, Derecho de fuga 24).
Asimismo, las corrientes migratorias ya no representan de manera exclusiva determinadas culturas, nacionalidades de origen, etc., sino que constituyen un movimiento inherentemente heterogéneo, en todos los sentidos, lo cual no impide que en su interior se nucleen determinadas comunidades, o grupos de afinidad cultural, étnica, religiosa, etc., que coexisten, a veces de manera tensa y competitiva, con muchos otros. Los trabajos de Nicholas de Genova adhieren también al concepto autonómico, señalando la importancia de analizar la mirada epistémica a partir de la cual se aprehende el fenómeno migratorio y se interpretan acciones, subjetividades y problemas relacionados con esta forma de movilidad social, dando primacía a la propia dinámica del movimiento, y no tanto a los factores exteriores. Su concepto de «migrant metropolis» tiende justamente a la captación de las formas diferenciadas y al mismo tiempo proliferantes de socialidad migrante, entendiendo por tales formaciones sociales en proceso de constitución y en situación de desplazamiento espacial. De Génova define el concepto de migrant metropolis como objeto epistemológico, es decir, como categoría que establece un punto de observación a partir del cual se hacen evidentes las relaciones entre capital, territorialidad y nación. What I call the migrant metropolis becomes the premier special formation in which we witness the extension of borders deep into the putative «interior» of nation-state space through immigration law enforcement that increasingly saturates the spaces of everyday life. Simultaneously, the migrant metropolis also epitomizes the disruptive and incorrigible force of migrant struggles that dislocate borders and instigate a re-scaling of border struggles as urban struggles («Border Struggles» 3).
En la introducción a The Borders of «Europe». Autonomy of Migration (2018) De Genova comienza por enfatizar el hecho de que la cuestión migratoria, tematizada, en una de sus vertientes, como «la crisis europea», necesariamente remite a una compleja red en la que participa un elevado número de actores: no
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solamente las naciones europeas como unidades supuestamente diferenciadas, sino la organización supranacional de la Unión Europea y otros organismos de injerencia mundial, como Naciones Unidas, a los que se suman empresas transnacionales, redes de desplazamiento humano legal e ilegal, organizaciones religiosas y humanitarias, ONG, etc. Cada uno de estos componentes actúa según sus propias perspectivas, agendas e intereses, utilizando diferentes metodologías de aproximación a la cuestión migratoria y desarrollando una discursividad particular en cuanto a derechos, recursos, procedimientos de control, intervención, etc., que se aplican al tema del migrante (refugiado, exiliado, solicitante de asilo, etc.) entendido como sujeto desencadenante de la movilización masiva. La denominación misma de la cuestión migratoria como «crisis» autoriza y legitima medidas de excepcionalidad en cuanto a administración y control de fronteras, represión de movilizaciones, criterios de admisión o rechazo, regularización, detención o deportación de migrantes, concesión de asilo, distribución de ayuda humanitaria, etc. Al concepto de crisis, que aísla y excepcionaliza la situación migratoria, se suma la utilización de un vocabulario catastrofista que habla del desplazamiento masivo como plaga, epidemia, invasión y amenaza, nociones que parecen justificar procesos muchas veces violentos de resguardo aduanero, militarización de las fronteras, uso de alambradas, muros, barricadas y dispositivos electrónicos de detección humana, así como formas de exclusión social (restricción en el uso de servicios públicos a los migrantes, por ejemplo) destinados a contener el avance de la «barbarie», la dislocación sistémica y el caos que la migración estaría causando en la sociedad occidental. La cuestión migratoria queda así definida como un tema de defensa pública y seguridad nacional, que justifica el uso de la fuerza e incita a la xenofobia. Tal situación obviamente rebasa la zona y las dinámicas de la frontera, alcanzando todos los aspectos de funcionamiento social, político y económico en las sociedades receptoras, que comienzan a interiorizar, literalmente, la problemática de las naciones emisoras de migrantes. Las políticas antiterroristas se internalizan y re-convierten en contra del migrante, cuya imagen se (con)funde con muchas otras figuras delictivas, creando una imagen imprecisa y adversa del desplazado, exiliado, migrante, refugiado, haciendo imposible su (re)conocimiento como sujeto y, por tanto, dificultando la comprensión de su posicionalidad, conflictos y derechos en el contexto de las luchas sociales, políticas y económicas de su tiempo. Thus, nebulous and spectral affiliations are invoked to encompass refugees, («illegal») migrants, smugglers, sexual deviants, religious fundamentalists, criminals, homegrown and international terrorists, and «foreign fighters» along an inchoate continuum of suspicion and contempt: the «fake» asylum-seeker therefore reappears now not only as the actual (duplicitous) economic migrant, but also as the (deviant) rapist whose culture or morals are simply inimical to the «European»
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way of life, or as the (devious) terrorist who conceals himself among the genuine refugees in order to wreak havoc on Europe. Above all, migrant and refugee mobilities and subjectivities have instigated for European authorities an epistemic and governmental dilemma regarding an amorphous mob composed simultaneously of people «in need of protection», shadowed by the spectre of predators or enemies against whom Europe itself must be protected (De Genova, The Borders of «Europe» 17).
De este modo, uno de los primeros y principales problemas de orden epistémico tiene que ver con la posibilidad de percibir y conocer la especificidad de la subjetividad migrante más allá de los estereotipos y parámetros impuestos por perspectivas tradicionales que ven en este tipo de sujetos una víctima pasiva del sistema, sin advertir las formas de agencia y el potencial que estos movimientos van desarrollando. Papadopoulos y Tsianos destacan, en ese sentido, la importancia de llegar a captar el movimiento de sectores sociales antes que el movimiento del capital, la movilidad antes que el control, sin desconocer la interrelación entre esos pares. Solo a partir de este cambio de mirada se puede llegar a comprender la entidad, naturaleza e impacto de la migración, y a desarrollarse una ontología alternativa que haga posible una cabal interpretación política y social (185). Es importante notar, como señala Mezzadra, que lo que debe ser analizado a nueva luz es el capitalismo mismo en sus formas actuales, teniendo en cuenta que los campos de lo político, lo económico y lo cultural han ido perdiendo su delimitación tradicional al fluir unos en otros en el espacio globalizado. Este rasgo del sistema indica que ya no es posible hablar de la explotación del trabajo y la valorización del capital sin plantear de inmediato el problema que consiste en comprender las transformaciones de la ciudadanía y las «identidades», y que tampoco se puede hablar de clase trabajadora sin tener en cuenta, al mismo tiempo, todos los procesos de desintegración en el plano de la pertenencia. Es en estos procesos donde encontramos la huella indeleble de la subjetividad del trabajo vivo, que configura irreversiblemente a la clase trabajadora como multitud («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 176).
Este autor considera que el migrante actúa, en este sentido, como un ciudadano, «con independencia de su estatus jurídico de ciudadanía». Esta «dimensión activista de la ciudadanía (el derecho a reivindicar derechos), impulsada entre otros por el movimiento francés sans-papiers en 1996, constituye en mi opinión una importante contribución al debate teórico de ciudadanía y migración», como se desprende de los trabajos de Engin Isin y otros analistas citados
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por Mezzadra, quienes enfocan la acción migratoria como una forma estratégica que ejercer una «ciudadanía desde abajo» (176).25 Creo que el tema de la insistente utilización del paradigma de la ciudadanía como elemento de evaluación e interpretación del movimiento migratorio es discutible, y promueve una fijación en categorías modernas en franco declive. Más bien, la contraposición de la subjetividad ciudadana y la subjetividad migrante me parece teórica y políticamente más productiva. Pero obviamente, esta cuestión es opinable y requiere análisis más detallados de los que pueden realizarse en esta ocasión. Sin embargo, la discusión de la migración requiere una toma de posición clara y fundamentada respecto al beneficio de estos apoyos discursivos e ideológicos para la comprensión de fenómenos nuevos que exceden los modelos anteriores. Es justamente por esto que Border as Method entrega un innovador desafío a este campo de estudios, al proponer no ya siquiera un «nacionalismo estratégico», sino una inversión de la mirada crítica que, desde el borde, percibe los espacios de acción social de otro modo, quizá intraducible a los términos consolidados en la modernidad, en etapas del desarrollo capitalista sustancialmente diferentes de las que atravesamos.
25 Sobre
el concepto de «ciudadanía desde abajo», véase, por ejemplo, Rygiel, Governing Through Citizenship, y Mimi Sheller.
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Formas y contenidos de lo nacional Al analizar la conflictividad inherente a la nación-Estado, no puede dejar de recordarse que las formas de relación entre los conceptos de nación, Estado y territorio están muy lejos de encontrarse claramente definidas o de contar con significados estables.1 El concepto mismo de nación es, como se sabe, polisémico, varía históricamente y designa diversas formas de organización y participación política. De la misma manera en que existe un concepto liberal de nación guiado por los principios del racionalismo, la libertad, la igualdad, etc., es decir, heredero de la Ilustración, existen visiones románticas de la nación como materialización institucional del espíritu de un pueblo, conceptos socialistas, fascistas y postmodernos de las formas en que lo nacional debe ser entendido de acuerdo a posicionamientos político-ideológicos muy diversos, que involucran distintas formas de definir las nociones de pueblo, soberanía, Estado, etc. La idea del origen es uno de los elementos que se consideran fundamentales para fijar un punto simbólico de emergencia de la nación como entidad dife1 La
palabra nación proviene del latín natio (derivado de nascor, nacer), que significa nacimiento, pueblo (en sentido étnico), especie o clase. Indica pertenencia y se ha usado también para identificar grupos que hablan una misma lengua, sectores de comerciantes, o cualquier otro conjunto de personas que se cohesiona en torno a un elemento común. La palabra era también utilizada, antiguamente, para hablar de animales que pertenecían a una misma clase (ej. «la nación porcina»).
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renciada. Nación deriva del latín natio, nationis, «lugar de nacimiento», elemento semántico de fuertes derivaciones político-ideológicas, ya que lo nacional es entendido como determinante de sentimientos de pertenencia, que excluye por definición a los extranjeros, y que incluso hacia dentro es menos inclusiva de lo que la palabra parece sugerir, ya que grandes sectores de la población, a pesar de su nacimiento en territorio nacional, no han sido históricamente incorporados con plenos derechos a la ciudadanía, con lo cual se ve desde el comienzo que la relación nacionalidad, ciudadanía y derechos individuales es problemática y variable. Al hablar de «nación» en general se hace abstracción de estas diferencias históricas que deben ser recuperadas para un análisis más pormenorizado. En la Edad Media las nationes eran exteriores a la civitas (grupos de bárbaros a los que no se reconocía valor civilizatorio). En otros usos la idea de nación se apoyaba en criterios étnicos, lingüísticos, etc., y respondía a la necesidad de guiar prácticamente procesos de distribución o clasificación poblacional. El concepto de nación podía ser usado como «clase» (y aplicado a animales de la misma especie), a tribus, y otros agrupamientos por similitud. La palabra nación es registrada en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias de 1611 como término que superpone su sentido al de patria y que se aplica a individuos que comparten una cultura (una lengua, una serie de hábitos, etc.). Un siglo después, el Diccionario de autoridades, de 1726, registra como uno de los usos de la palabra nación el que hace referencia a los extranjeros, volviendo a la idea antes mencionada que distinguía a los miembros de las naciones de los que pertenecían a la civitas. Desde el punto de vista cívico, la nación se define en el siglo xviii como el conjunto de los ciudadanos que constituyen al Estado como entidad soberana. En efecto, es a partir de la obra de Rousseau que la idea de nación se liga indisolublemente a la de soberanía como parte del establecimiento del pacto social que es uno de los pilares de la modernidad. Desde posiciones esencialistas, se habla del espíritu o el alma de un pueblo otorgando un contenido abstracto y ahistórico de valores, principios y sentimientos que serían la base de la socialidad nacional. Las constantes de raza, lengua, historia común, tradiciones, rasgos geoculturales, etc. se invocan como elementos unificadores de lo nacional, noción que a veces asume un sentido marcado desde el punto de vista étnico, religioso, etc. Las nociones de pueblo y ciudadanía están estrechamente ligadas, aunque son claramente distinguibles. La voluntad ciudadana emerge como uno de los elementos que marca la diferencia con el Antiguo Régimen y apunta al republicanismo y a la democracia, los cuales serán, de todos modos, sistemas de participación limitada. Como es obvio, la noción de exclusión es esencial para marcar esa diferencia como rasgo identitario a nivel colectivo, haciendo entonces que los parámetros
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de lo nacional funcionen como fronteras ideológicas que defienden a la nación factores desnaturalizantes que puedan difuminar su singularidad y desdibujar su sentido histórico. En estos procesos, el nivel discursivo es esencial como recurso constituyente de lo nacional, que se funda tanto en hechos simbólicos consagrados (batallas, actos inaugurales, figuras heroicas, elementos icónicos, etc.) como en retóricas de legitimación de la diferencia que caracteriza a la totalidad nacional. Se discute si la nación es resultado de los nacionalismos (posición sostenida por Gellner, Hobsbawm, etc.), o viceversa, y si se trata de un constructo o artefacto cultural datado, es decir, que emergió por las necesidades sociales, políticas y económicas de una época (últimas décadas del siglo xviii) y que está destinado a verse superado por nuevas formas de organización político-administrativa cuando nuevas condiciones lo requieran.2 Para Gellner, las naciones responden a una necesidad universal, ni existen en todas las épocas y en todas las culturas, ya que se observan en diversos contextos formas dispares de organización comunitaria. Incluso, es evidente que los contenidos concretos que se dan a la nación difieren en muchos aspectos en Europa, África, las Américas, Asia y otras partes del mundo, de modo que no puede asumirse que los imaginarios nacionales o los nacionalismos son equivalentes ni en sus principios ni en sus horizontes políticos y sociales. De la misma manera en que existen Estados sin nación (ej. el Vaticano), existen naciones sin Estado (la nación del islam), o naciones sin territorio (ej. los palestinos, los gitanos, los armenios en Turquía). El concepto de nación se apoya, en estos casos, en las ideas de pertenencia a una misma cultura, historia compartida, elementos religiosos, étnicos, identitarios, etc., que no se vinculan necesariamente a un asentamiento territorial concreto.3 El caso de Estados Unidos se cita como ejemplo de una nación que se independiza de Inglaterra a pesar de que la lengua, religión y valores culturales se reconocen como iguales a los de la metrópolis, pasando a diferenciarse de esta solo por la forma de gobierno que la nueva nación asume a partir de la independencia. La India y Bolivia son de2 Véase
al respecto Anthony Smith, Nacionalismo y modernidad. Smith define la nación como «una comunidad humana con nombre propio, asociada a un territorio nacional, que posee mitos comunes de antepasados que comparten una memoria histórica, uno o más elementos de una cultura compartida y un cierto grado de solidaridad, al menos entre sus élites» (Nacionalismo, 28). Es conocida también la definición de Benedict Anderson, de que la nación es «una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana», que se imagina a sí misma como unidad en base a una historia común y a la coexistencia de los ciudadanos en un mismo contexto territorial. Reconoce, como se sabe, la importancia de la imprenta (lo que llama printed capitalism) como factor de unificación o cohesión, lo cual deja fuera a las comunidades que funcionan en lenguas no dominantes, analfabetas o basadas en el predominio de la oralidad. 3 Anthony
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finidos, a su vez, como Estados pluri o multinacionales. Suiza presenta también las características de una multinación, y Canadá, los rasgos de un Estado binacional, donde inglés y francés coexisten como lenguas oficiales. En esos países, las diferentes culturas que comparten el territorio nacional no ocupan un espacio de residencia fijo o segregado, ni se rigen por una forma común y diferenciada de organización política, comunitaria, etc. Como ha indicado el filósofo canadiense Will Kymlicka respecto a los estados multinacionales y poliétnicos, One source of cultural diversity is the coexistence within a given state of more than one nation, where «nation» means a historical community, more or less institutionally complete, occupying a given territory or homeland, sharing a distinct language and culture. A «nation» in this sociological sense is closely related to the idea of a «people» or a «culture» —indeed, these concepts are often defined in terms of each other. A country which contains more than one nation is, therefore, not a nation-state but a multination state, and the smaller cultures form «national minorities» The incorporation of different nations into a single state may be involuntary, as occurs when one cultural community is invaded and conquered by another, or is ceded from one imperial power to another, or when its homeland is overrun by colonizing settlers. But the formation of a multination state may also arise voluntarily, when different cultures agree to form a federation for their mutual benefit (Multicultural Citizenship 11).4
Los casos de Ecuador, Perú y Guatemala pueden citarse también como espacios en los que coexisten comunidades que en muchos casos no reconocen el papel centralista y auto-consagrado de la nación criolla y del Estado que la representa. Tales comunidades tampoco se identifican, necesariamente, con los demás sectores marginados, con los que a veces no pueden ni siquiera comunicarse a través de una lengua común, o cuya existencia les resulta inaprehensible y remota, como es el caso de grupos amazónicos sin contacto con el mundo exterior. Tal diversidad no es óbice, sin embargo, para que estas comunidades no cultiven un fuerte sentimiento de cohesión, y pertenencia hacia adentro (es decir, hacia el interior de la comunidad) e incluso para que participen en muchos niveles de la cultura dominante, a la cual reconocen como claramente diferenciada y, en muchos casos, beligerantemente opuesta a la propia.5 Estas cuestiones son esenciales para entender la migración interna tanto a nivel nacional como regional. 4 Kylmicka
da como ejemplo los Estados Unidos, que incluyen a los pueblos indígenas, a Puerto Rico, a la población chicana que desciende de los pobladores de Texas, Nuevo México y California, territorios que fueran anexados después de la guerra con México 1846-1848, los nativos hawaianos, los chamorros de Guam, y poblaciones de otras islas del Pacífico. 5 Sobre los vínculos entre nación y Estado como una relación no necesaria, véase Butler y Spivak, Who Sings the Nation-State?
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Debido a la existencia de tal diversidad, la asimilación del migrante transnacional a las condiciones socioculturales y político-económicas de la nación receptora tiende a variar según las regulaciones de cada país y la disposición de los sectores que se integran a él. Uno de los temas cruciales es el manejo de la lengua nacional y la voluntad del migrante de asimilarse a la cultura de adopción. En algunos países se espera que la asimilación a la nueva nación implique una cancelación de identidades precedentes, que se entiende podrían desestabilizar la cultura nacional. Este modelo asimilacionista fue dominante en el mundo anglosajón, según Kymlicka, hasta 1960. A partir de entonces la situación fue liberalizándose. Los países receptores tienden a favorecer hoy en día el modelo que apoya una forma más abierta y tolerante de comportamiento identitario por parte de esos sectores, a los que se estimula a mantener lazos y costumbres relacionados con sus propias tradiciones en cuanto a alimentación, creencias y costumbres. Sin embargo, esto varía según los casos ya que, respecto a la migración árabe, por razones políticas y a causa de los actos de terrorismo, se han adoptado medidas más restrictivas que se han manifestado en un amplio espectro que va desde el rechazo xenófobo generalizado, hasta formas estrictas, pero más dignas, de regulación migratoria. La construcción y manipulación de estereotipos, la nivelación cultural que niega diferencias culturales, políticas, religiosas, etc. entre migrantes de países o regiones consideradas «peligrosas», así como la tipificación racial (profiling), son procesos convergentes que varían caso por caso, de país en país, y que van modificándose constantemente en cuanto a sus grados de intensificación y aplicabilidad.6 Como es sabido, la nación-Estado representa claramente el orden social de la modernidad. Me refiero, con esta expresión, al régimen económico, político y cultural burgués, liberal y capitalista, que surgiera a partir del desmantelamiento de la estructuración estamental del Antiguo Régimen. Desde la Revolución francesa el concepto de nación se populariza y amplía su sentido. Los principios que guiarían la formación de repúblicas y los «derechos del hombre y del ciudadano» pasan a constituir pilares para la organización social. Supuestamente, los mismos abarcarían igualitariamente clases y razas bajo las categorías de lo nacional, lo civil y lo popular. Si en épocas anteriores «lo nacional» designaba prioritariamente el proyecto y el espacio político de las élites, en el período postrevolucionario pasó a incluir y a subsumir los significados del término pueblo, absorbiendo sus connotaciones ideológicas, referidas primariamente a los sectores populares, hasta entonces políticamente inactivos, invisibles y necesitados de representación. 6 Véase
al respecto Kymlicka, Multicultural Citizenship, sobre todo el capítulo 2, «The Politics of Multiculturalism» (10-33).
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A través de complejos procesos, el centralismo estatal fue reemplazando la disgregación feudal y el absolutismo monárquico. La nación-Estado se convirtió en el núcleo desde el cual se organizaron las sociedades secularizadas que avanzaron hacia el robustecimiento de las economías de mercado y la consolidación de sus soberanías. Como bien resumiera Guillermo O’Donnell, el Estado y la sociedad capitalista se encuentran en una relación de complicidad estructural, y se refuerzan mutuamente. No obstante, esta connivencia no alcanza para salvar a la nación de sus crisis internas, que terminan por desbaratarla o, al menos, por convertirla en una versión debilitada de lo que quiso ser.7 Los principios que guiaron desde el comienzo el proyecto nacional (producción de identidades fijas gestionadas desde los aparatos ideológicos del Estado, homogeneización sociocultural, unificación territorial, centralismo político) se manifestaron prontamente como un desideratum utópico y mayormente irrealizable. Este fue particularmente el caso en sociedades multiculturales, marcadas desde sus orígenes por los efectos devastadores del colonialismo. Los conceptos de territorialidad, lengua, religión, historia común y tradición compartida no pudieron contrarrestar, a pesar de su innegable fuerza emocional, la inherente e irrenunciable heterogeneidad de las sociedades postcoloniales. Las ideas de «solidaridad en gran escala» y de «plebiscito diario» que Ernst Renan invocara en su célebre conferencia de la Sorbonne (1882) para contestar a la pregunta de «¿Qué es una nación?», y que tuvieran tanta resonancia en el mundo occidental, resultan hoy claramente anacrónicas. Las pugnas identitarias, los conflictos de intereses, la diferenciación cultural y la desigualdad económica han terminado por minar de modo irreparable el concepto de nación como totalidad unificada y orgánica, manteniéndolo como remanente de imaginarios que van quedando atrás. Incluso las élites, que fueran adalides de lo nacional por considerarlo plataforma esencial para el robustecimiento de sus privilegios, apuestan ahora a la dimensión transnacional y a la global, donde intereses anónimos y fantasmales sobrevuelan la realidad doméstica, reproduciéndose con una impunidad y una aceleración antes desconocidas. Para muchos, tal situación confirma claramente la idea de que la nación constituyó desde sus inicios un emprendimiento quimérico, históricamente datado e implementado de espaldas a las realidades a las que se aplicaba, sobre todo en sociedades postcoloniales y multiculturales. Analizando el significado ético de la nación-Estado en el mundo globalizado, Peter Singer hace referencia a la actitud defensiva con la cual se rechaza
7 «El Estado garantiza y organiza la reproducción de la sociedad qua capitalista porque se halla respecto de ella en una relación de complicidad estructural […]. La sociedad capitalista es un sesgo sistemático y habitual hacia su reproducción en tanto tal: lo mismo es el Estado, aspecto de ella» (Citado por Dussel, El último Marx 281, nota 112, mi énfasis).
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a los extranjeros en favor de los conciudadanos, trayendo a colación la idea, de larga tradición en Occidente, de que las formaciones nacionales constituyen la versión extendida de la familia: un espacio acotado y considerablemente homogéneo, que comparte una historia, un lugar, un lenguaje, unas creencias y un estilo de vida. Vale la pena recordar que ya en los textos fundacionales en los que se apoyaron los proyectos nacionales, la idea de la familia política estaba presente como matriz para la organización de vastas poblaciones en torno a la figura patriarcal (protectora y también autoritaria) del Estado. Ese diseño, consecuente con la imagen hobbesiana del hombre como lobo del hombre debía contrapesar, a partir de la figura del Estado (Leviatán) la violencia inherente en las formaciones sociales, ofreciendo un espacio de convergencia, control y productividad para todos. Concebido como la entidad administradora de la riqueza, distribuidora de privilegios y escarmientos, proveedora y disciplinadora de la ciudadanía, el Estado presidía la organización nacional que debía funcionar como un espacio regulado de confluencia, solidaridad y productividad, organizado y orientado al progreso.8 Entendida, así, como una hermandad extensa que respondía al proyecto utópico de homogeneización, unificación y centralización político-administrativa, desde sus inicios la nación construyó y defendió la identidad colectiva expresada en esencialismos destinados a vencer la contingencia histórica y los avatares de la política. Como todo constructo identitario, los nacionalismos desplegaron su carácter eminentemente excluyente y estimularon la lealtad entre conciudadanos y la defensa contra lo foráneo. Relegaron a sus afueras múltiples formas de diferencia, cuya inclusión en el proyecto nacional habría debilitado, desde la perspectiva de las élites, la precaria fortaleza de los imaginarios nacionales y de sus estructuras de organización y poder, contaminando la supuesta pureza de lo propio. Tradiciones, legados históricos, costumbres y valores propios de la «comunidad imaginada» fueron defendidos como cualidades inherentes y como privilegios exclusivos, definiéndose contra la imagen incierta y desconfiable del Otro: el vecino, el invasor, el extranjero, el inmigrante.9 Con frecuencia, la misma xeno-
8 Sobre
el concepto de nación, véase, entre otros, Trejo Amezcua. Este autor cita las contribuciones del abate Emmanuel Sieyès al proceso de introducción del término «nación» en los debates políticos franceses de finales del siglo xviii. 9 Kenneth Mignone señala en su estudio sobre el nacionalismo que este «es un movimiento político que procura alcanzar y defender un objetivo al cual podemos denominar integridad nacional. Busca la libertad, pero este término puede referirse a muchas cosas. El reclamo de libertad ya implica la sugestión de que los propios nacionalistas se sienten oprimidos. De este complejo de ideas sobre la libertad y la opresión podemos extraer una descripción general del nacionalismo: es un movimiento político que depende de un sentimiento de agravio colectivo contra los extranjeros» (Mignone 38 cit. por Trejo Amezcua, s/p, mi énfasis).
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fobia también ha venido operando de manera regionalizada dentro de un mismo territorio nacional, expresándose en la ciudad como beligerancia contra los individuos provenientes del campo, en la costa respecto a quienes llegan de la sierra, y viceversa, tomando como puntos de apoyo elementos raciales, lingüísticos y culturales en sentido amplio. Rita Segato se ha referido en La nación y sus otros (2007) a los temas de identidad y diferencia y a los componentes étnicos, principalmente culturales y religiosos, y habla de la «formación nacional de alteridad», viendo en el surgimiento de estas nuevas formas de (auto)reconocimiento social la tensión entre localidad y globalidad: «Emergencias de subjetividades localizadas se oponen a las identidades politizadas que circulan por circuitos globales y […] acaban captando y reformateando, en cierta medida, por su retórica y su disponibilidad e inteligibilidad planetaria, emergencias de raíz local» (28). La utilización de términos, categorías, clasificaciones, etc. superpone a las realidades locales elementos ajenos que crean «deslizamientos de sentido» de fuertes connotaciones político-ideológicas dentro de un escenario simbólico que excede los parámetros de lo nacional. Para Segato, el «escenario nacional […] da unidad de sentido —escenográfica— a los discursos que en él se encuentran y se confrontan» (30). Desde el siglo xix, factores como el multilingüismo, las migraciones, exilios y diásporas político-económicos y las discriminaciones de clase, raza y género (en otras palabras, los fenómenos derivados de la desigualdad económica y de la diferencia cultural) impidieron el desarrollo de una ciudadanía compacta y funcional que reconociera en el Estado su ámbito legal y en la ley el principio regulador capaz de asegurar gobernabilidad. En el caso de América, las repúblicas se implementan entonces más que como un proyecto democratizador e igualitario, como un sistema de participación limitada que ratificó, bajo nuevo signo, el sistema de exclusiones implantado ya con la dominación colonial. La colonialidad (del poder, del saber, del ser, es decir, la perpetuación de los sistemas de poder colonial en la modernidad), concepto acuñado y teorizado por Aníbal Quijano y expandido por otros autores, corroe indefectiblemente la entraña republicana. Con la nación-Estado se institucionalizan muchas de las modalidades de dominación colonialista: la encomienda persiste transformada en latifundio, el sistema de castas se reformula como discriminación racial, el patriarcalismo se adapta, sin atenuarse, a las modalidades de los nuevos tiempos, los privilegios de la antigua nobleza reencarnan en aristocratismos y plutocracias, el desbalance colonizador reaparece en los binarismos modernos: ciudad/campo, nacionalismo/cosmopolitismo, primitivismo/progreso. Múltiples proyectos sociales habitaron y continúan habitando el espacio tenso y plural de la nación-Estado, compitiendo por lograr predominio a nivel colectivo o, en muchos casos, apenas visibilidad y supervivencia. Será con los
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procesos de activación social y política que atraviesan el siglo xx (insurrecciones, revoluciones, movimientos de liberación nacional, movimientos sociales y formas de manifestación infrapolíticas) que se irán definiendo nuevos sujetos y agendas orientados a la representación de sectores desposeídos, desaventajados, marginados, subalternos y excluidos, por distintas razones, de la vida civil. Se hacen visibles así sujetos colectivos ignorados por la república burguesa, marginados del proyecto estatal y a veces en franca beligerancia respecto a este. Como ejemplo pueden citarse comunidades indígenas o afro-descendientes vinculadas, en mayor o menor grado, con la nación criolla o que existen sin relación, o con contacto mínimo, con el mundo civilizado. Puede pensarse, asimismo, en grupos de inmigrantes más o menos integrados a la sociedad de adopción, en contingentes desplazados de sus territorios por la violencia estatal, el narcotráfico o las luchas políticas, en individuos sin casa y/o sin trabajo, que recorren nomádicos los espacios públicos intra y transnacionales. Estos sectores, que tienen en común su ubicación periférica y subalterna respecto a las culturas dominantes, comparten, cada cual en su contexto, condiciones de vida, historias, tradiciones, sentimientos, conductas y posicionamientos que los definen y al mismo tiempo los mantienen en tensa relación con el resto de la sociedad. Son en muchos casos indocumentados, hablantes de lenguas no dominantes, integrantes de subculturas urbanas, etc., condiciones heterogéneas que resultan insuficientes como base para la creación de alianzas duraderas o de estrategias productivas. Por todo lo anterior puede afirmarse que entre las numerosas crisis políticas y sociales que hicieron eclosión en las últimas décadas quizá ninguna ha sido tan notoria y de implicancias tan profundas como la que resulta del reconocimiento de las fisuras, contradicciones y anacronismos que acompañan a la categoría de Estado nacional. Los conceptos de nación, nacionalidad y nacionalismo, que a pesar de sus múltiples sentidos y concreciones históricas y culturales funcionaran como pilares aparentemente inamovibles de la modernidad, constituyen hoy día remanentes del sueño burgués. Las nociones que tradicionalmente acompañaron la idea de nación (patria, identidad, pueblo, ciudadanía) no alcanzan tampoco a explicar la realidad política y social de nuestro tiempo, que rebasa categorías y modelos originados hace siglos, bajo muy diversas condiciones históricas. La deconstrucción de la nación-Estado constituye, más bien, un síntoma de los tiempos que corren, impulsados por las dinámicas totalizadoras del capitalismo tardío. (Des)centralizaciones ¿Cómo se traduce esta situación en términos sociales, poblacionales, biopolíticos? ¿Cómo se perfilan las que Arjun Appadurai llamara «dimensiones cul-
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turales de la globalización»? Por un lado, numerosas comunidades habitan en los márgenes de los espacios ganados por la modernización y por los procesos de urbanización, los cuales redujeron al mínimo el hábitat natural de culturas asimiladas en diferentes grados al proyecto occidentalista. Grupos indígenas o afrodescendientes existen, en múltiples regiones del mundo (como enclaves de «primitivismo», barbarie o premodernidad, según distintas interpretaciones), separados de otras culturas, testimoniando el costo social de la modernización, que reinventa ahora, a dimensión global, sus estrategias de dominación. Paralelamente, grandes sectores sociales sobreviven, también, en el corazón mismo de las grandes ciudades o en áreas periféricas, deficitariamente articuladas al proyecto nacional, funcionando como subculturas hibridizadas, en lenguas minoritarias, participando mínimamente de los privilegios de la ciudadanía. Si estas modalidades de exclusión pueden ser explicadas a través de la noción de colonialismo interno10 (González Casanova), es decir, como estrategias de dominación biopolítica ejercidas por la nación criolla desde sus orígenes, otras formas de alteridad que se contraponen a lo nacional y desafían su ethos homogeneizador están representadas por sectores expulsados de sus espacios naturales por la violencia sistémica, política, económica y social, del capitalismo. Flujos desbordantes de individuos buscan así, en sus propias regiones o todo a lo ancho del espacio global, un ámbito solidario que los acoja. Desterrados, expatriados, migrantes, parias, desplazados, tránsfugas, refugiados, apátridas y asilados, son algunos de los nombres con los que, con diversos matices de sentido y distintos grados de valorización, se reconoce estas formas de ser y de habitar la globalización desde los espacios exteriores o aledaños a la nación-Estado. Se trata de contingentes diaspóricos, desarraigados, precarizados y «desechables» (en diversos grados y medidas), considerados residuos o excedentes indeseables en un mundo implacablemente excluyente y ajeno. Esta crisis sistémica, civilizatoria, que constituye, sin lugar a dudas, uno de los grandes dramas de nuestro tiempo, demuestra que la categoría moderna de sujeto nacional resulta ahora si no com10 La noción de colonialismo interno tiene como punto de partida las situaciones coloniales en las que las poblaciones autóctonas que sobreviven a la conquista imperial pasan a un estado de sometimiento bajo el control de las élites republicanas. Los sectores subalternizados permanecen reducidos al estatus de minorías étnico-culturales o subnaciones, con respecto a las cuales el Estado se comporta como lo hicieran las metrópolis sojuzgando económica, política y culturalmente a esos sectores de la población, los cuales pierden su autonomía y recursos naturales. Quedan así reducidos a dependencia y desigualdad respecto a las poblaciones dominantes. Generalmente estos sectores minoritarios no tienen representación política y son discriminados por razones de raza y clase por los miembros de la cultura dominante. Casi siempre son hablantes de lenguas consideradas subalternas, las cuales caen en procesos de debilitamiento o extinción. Véase al respecto González Casanova («Colonialismo interno: una redefinición» 3).
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pletamente obsoleta por lo menos claramente insuficiente como elemento para la comprensión de conflictos actuales. En los casos mencionados, el tema de la territorialidad (entendida, ampliamente, como pertenencia o asentamiento espacial) será fundamental como base para la formación de identidades sectoriales, de sus reclamos y de sus formas de comportamiento. Al mismo tiempo, los grandes contingentes formados por migrantes político-económicos continúan, desde una multiplicidad de espacios culturales, sintiéndose parte de los países de origen. Tal pertenencia se materializa en la constante incidencia de esos sectores en las economías y políticas nacionales, a través del envío de remesas, la participación en actividades a distancia, el mantenimiento de vínculos familiares, políticos, empresariales, etc.11 Esto, aunque tales grupos funcionen, cotidianamente, en contextos muy distintos de los originarios, comunicándose en lenguas diferentes a la lengua materna y sujetos a las relaciones de socialización y producción que imponen los espacios de adopción. En la época actual, las cifras demuestran no solamente un incremento notable del fenómeno, sino una diversificación extraordinaria, que no se prevé que vaya a decrecer en las próximas décadas. Según el informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) la cantidad de migrantes internacionales se estima en 270 millones en 2019, siendo los Estados Unidos el principal punto de llegada, con casi 51 millones. Esto permite deducir que nuevas formas de subjetividad están surgiendo en estrecha relación con las transformaciones que se viven a nivel global y con los tránsitos poblacionales que de ellas derivan. El sujeto nacional, protagonista de los procesos de formación y consolidación de la nación-Estado, va dejando lugar así a otras formas de agenciamiento, para usar aquí el concepto deleuziano, es decir, a otras modalidades de articulación social y política, de ocupación del espacio-tiempo global, y de elaboración de agendas reivindicativas y políticas relacionadas con la supervivencia y la distribución de recursos a nivel planetario. En palabras de Arjun Appadurai, The story of mass migrations (voluntary and forced) is hardly a new feature of human history. But, when it is juxtaposed with the rapid flow of mass-mediated 11 Las
remesas se han transformado en uno de los rubros más importantes de la economía en muchos países del llamado Tercer Mundo. Las Naciones Unidas las reconocen como uno de los más significativos factores en la lucha contra el subdesarrollo y la disminución de la pobreza (Koser 1). La OIM ha calculado que el total mundial de remesas alcanza la cifra de 680.000 millones, siendo India el país que recibe mayor cantidad de dinero de los emigrados ().
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images, scripts, and sensations, we have a new order of instability in the production of modern subjectivities (Modernity at Large 4).
Aunque especialistas actuales en temas de migración aseguran que las diásporas que tuvieron lugar en la vuelta del siglo xix hacia el xx fueron, para ese momento histórico, numéricamente más significativas que las actuales, señalan que lo que diferencia ambos fenómenos son las situaciones críticas de las que tratan de escapar los emigrados, su mayor calificación laboral y sus lugares de origen. Es interesante anotar que, para comenzar, se ha invertido la dirección del flujo migratorio. Mientras que en los siglos xix y xx Europa fue expulsora de emigrantes, los países europeos son ahora algunos de los principales receptores de contingentes provenientes de países del Este, África y países árabes.12 En América Latina este fenómeno de reversión migratoria es también conocido. El caso actual más claro es el del flujo de venezolanos hacia Colombia, país este último que fuera tradicionalmente el que producía grandes sectores de emigrantes por razones político-económicas. La exportación de pobres es, como ha sido notado por la crítica, uno de los rubros más populares en los países del que fuera llamado Tercer Mundo. Desde comienzos del siglo xx hasta los inicios del xxi las motivaciones del fenómeno migratorio también han cambiado. Ya no se trata de respuestas espontáneas a crisis políticas o económicas coyunturales, sino de movimientos directamente relacionados con la estructuración actual del capitalismo, en el que los dramáticos contrastes entre desarrollo y subdesarrollo parecen insuperables. A los factores objetivos se suman, por supuesto, motivaciones subjetivas. Como indica Javier Colomo Ugarte, Estas [motivaciones subjetivas] nacen de la persistencia en el tiempo de los desequilibrios internos nacionales y la desesperanza de los ciudadanos en resolver sus problemas dentro del espacio nacional y en un futuro inmediato. A la vez, la creciente percepción de un mundo globalizado contribuye a considerar el planeta como un único ámbito de referencia político-económica, por lo que se termina conside12 Según
datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Agencia de Naciones Unidas, 110.669 inmigrantes y refugiados llegaron a Europa a través del Mediterráneo en 2019, cifra que indica una reducción de casi 5% respecto a 2018. La ruta más peligrosa fue la región central entre África e Italia. Desde 2014, la OIM estima que se han registrado más de 19.000 muertes por naufragio en esa zona. Se estima que en 2019 1 de cada 33 personas murió en el intento de cruzar el Mediterráneo. Entre enero y octubre de 2019, llegaron 27.400 refugiados y migrantes a España, sobre todo a través de Marruecos. Más de 2.000 llegaron a Italia solo en el mes de octubre, procedentes de Libia, Túnez y Turquía. En cuanto a Grecia, entre enero y octubre de 2019 llegaron 57.000 migrantes por tierra y mar, un 32% más que el año anterior (UNHCRoctubre 2019).
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rando la emigración a los centros desarrollados como la única vía de cumplir las expectativas de desarrollo de los ciudadanos (s/p).
Pertenencia, territorialidad e identidades colectivas forman una tríada conceptual fundamental para el análisis de la cuestión nacional, pero cambian de significación en el contexto de la globalización. Las políticas identitarias de la modernidad ya son insuficientes para definir y administrar la diferencia cultural en el espacio transnacional.13 Aunque todas las modalidades que venimos mencionando fragmentan y dispersan lo nacional, no debe desconocerse que esta dimensión, aun en su estado actual de debilitamiento y de transformación, no ha desaparecido, y continúa siendo la plataforma primaria, aunque ya no la esencial, para la definición de la vida cotidiana y de los conflictos sociales. En efecto, la vida diaria, el mundo del trabajo, la socialización y la cultura, siguen estando regidos mayormente (aunque no ya en todos los niveles) por leyes, disposiciones, espacios y valores nacionales que moldean la cotidianeidad. Solo que esa red es a su vez determinada por impulsos mayores que la penetran y condicionan en un grado muy superior al que se experimentara en la modernidad. El nivel de lo nacional, debilitado y superado por las fuerzas económicas y financieras que se mueven a nivel transnacional, sobrevive en una posición prácticamente de servicio con respecto a la circulación del gran capital, logrando así una forma relativa y sesgada de incidencia en el mundo globalizado. Boaventura de Sousa Santos se pregunta, al respecto: ¿El Estado nacional será una unidad de análisis en vías de extinción o, por el contario, es hoy más central que nunca, aunque bajo la forma tendenciosa de su descentralización? (De la mano de Alicia 17).
Por su parte, Saskia Sassen ha advertido el peligro de considerar que el Estado nacional ha sido completamente borrado del mapa de la postmodernidad globalizada. En lo que Sassen llama la «nueva geografía de la centralidad», y a pesar del indudable predominio de la dimensión transnacional, los estados nacionales son instrumentales en la producción de los nuevos regímenes legales capaces de regular el flujo del capital globalizado. Según Sassen: The new geography of centrality is transnational and operates in good part in electronic spaces that override all jurisdiction. Yet, this proposition fails to underline a key component in the transformation of the last fifteen years: the formation of 13 Rita Segato ha llamado la atención sobre los procesos de reificación de la diferencia y sobre el modo en que ideologías como la del multiculturalismo manipulan, aplanan y homogeneizan la diferencia cultural.
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new claims of national states to guarantee the domestic and global rights of capital. What matters for our purposes here is that global capital made these claims and that national states responded through the production of new forms of legality. The new geography of centrality had to be produced, both in terms of the practices of corporate actors and in terms of the work of the state in producing new legal regimes (Globalization and Its Discontents, xxvii).
Siendo esta la situación que afecta el flujo global de capitales, el complejo sistema de fuerzas centrífugas y centrípetas que tiene aún en lo nacional un núcleo a la vez de atracción y rechazo, se define, asimismo, en otros niveles, cultural o culturalistamente. En este sentido, naciones otras se manifiestan a través de las pugnas por la territorialidad y por la reivindicación del derecho a la cultura propia, la lengua y las creencias, exponiendo los quiebres y tensiones del capitalismo en su instancia de consolidación globalizada. Esta etapa ya no puede ser explicada, como se indicara antes, a partir de los binarismos Norte-Sur, EsteOeste, centro-periferia, que tuvieran sentido durante el periodo de la Guerra Fría. En este sentido, Sassen insiste en el hecho de que los flujos transnacionales en el mundo global no se atienen tampoco a la dualidad global/nacional o global/local, ya que las interacciones, complicidades y complementaciones entre ambos niveles crean más bien una intrincada red que resiste cualquier tipo de polarización. Resumiendo, puede afirmarse que si la nación-Estado constituyó una plataforma imprescindible para el desarrollo y consolidación de las elites y para la solidificación de los mercados nacionales desde las últimas décadas del siglo xix, con los procesos de transnacionalización primero y de globalización después, la relación nación/Estado/capital se hará mucho más inestable en el capitalismo tardío. Un ejemplo claro es la transformación del vínculo entre capital y trabajo (ej. la imposición de regímenes laborales flexibles, que eluden reglamentaciones, remuneraciones, impuestos y restricciones «nacionales» al relocalizarse globalmente —extra-nacionalmente— con prescindencia de imposiciones estatales, sindicatos y cualquier forma jurídica de protección del trabajador). Estos regímenes reemplazan al antiguo proletariado por el llamado precariato, nueva «clase social» analizada por Guy Standing, que reúne a todos aquellos que viven en situación de carencia, y que son, más que ciudadanos, meros habitantes o «residentes» de la sociedad, en constante proceso de pérdida de derechos antes considerados inalienables, como el de sobrevivir de una manera digna y mínimamente protegida por el Estado.14 Otros autores, como Alejandro Moreano, 14 Véase al respecto Standing, quien trabaja sobre esta categoría, definida de la siguiente manera: «Those in the precariat have lives dominated by insecurity, uncertainty, debt and humiliation. They are denizens rather than citizens, losing cultural, civil, social, political and economic
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proponen nomenclaturas alternativas, como la de «superproletariado mundial», conectando también migración y trabajo, y atendiendo a las condiciones de miseria y explotación laboral a las que se somete a millones de excluidos que pasan a formar parte de contingentes nomádicos en busca de formas de supervivencia fuera de sus países de origen. Según indica Moreano en El apocalipsis perpetuo: La categoría de superproletariado mundial en gestación nos parece imprescindible para comprender la fuerza negativa, crítico-revolucionaria, que está creciendo en el centro de la periferia y en la periferia del centro (451, cit. por Handelsman 209).15
De esta manera, ante el debilitamiento de lo nacional, las lógicas regionales recuperan vigencia, ya que permiten explicar el sentido de ciertas reconfiguraciones de nuestro tiempo (las rutas del narcotráfico, el flujo de contrabando de mercancías y de inmigrantes ilegales, etc.). Se rediseña el mapa supranacional siguiendo las dimensiones de lo global y los procesos de recentralización económica que son propios del capitalismo tardío. Como es obvio, tales procesos impactan la categoría misma de ciudadanía y las relaciones entre lo que solía identificarse con el nombre de pueblo y la idea de patria, de fuerte contenido emocional. Según indica Appadurai, el horizonte de lo postnacional responde a una fragmentación de las agendas sociales y a una redistribución y reagrupamiento de los agentes. Agendas y agentes sociales y políticos ya no responden a las compartimentaciones nacionales o nacionalistas, sino que se expanden a través de fronteras. Por lo mismo, la identificación afectiva con el lugar de origen va siendo reemplazada o complementada con la adhesión a espacios en los que se plantean las luchas que nos definen. It may be time to rethink monopatriotism, patriotism directed exclusively to the hyphen between nation and state, and to allow the material problems we face —the deficit, the environment, abortion, race, drugs, and jobs— to define those social groups and ideas for which we would be willing to lie and die […] Buy many of these new sovereignties are inherently postnational (Modernity at Large 176).
Appadurai reconoce y analiza los términos que marcan el deterioro de lo nacional, aunque insiste en el hecho de que, coexistiendo con los signos que anuncian su superación, lo nacional continúa teniendo presencia en una multiplicidad rights built up over generations» (The Precariat x). Consúltese asimismo mi artículo «Escasez y modernidad: de la precariedad al precariato». 15 Sobre el tema de las características y efectos de la migración en Ecuador, véase Handelsman, particularmente el capítulo 8, que incluye testimonios y se refiere al papel de la mujer en los procesos de diáspora económica.
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de aspectos que van desde la administración de la vida de los ciudadanos hasta las modalidades de mediación que crean y regulan las formas de consolidación de la globalidad en niveles económicos, jurídicos, financieros y culturales en sentido amplio. Lo principal es, entonces, registrar los cambios del sistema, sus profundas transformaciones de funcionamiento, objetivos, agendas y recursos, e intentar percibir las repercusiones que tales modificaciones tienen en el nivel de los imaginarios colectivos y en las formas de comportamiento y movilización social. En un análisis macro-estructural, puede advertirse cómo han variado de modo radical los puntos de referencia y los núcleos principales a nivel transnacional, situación que revela no solamente cambios de hegemonía y reconfiguraciones geopolíticas distintas con respecto a las que fueran vigentes en la modernidad, sino también perspectivas de análisis y criterios de evaluación de las dinámicas transnacionales. Fernando Coronil explicó el proceso que ha desencadenado la globalización, resumiéndolo en la transición del eurocentrismo al globocentrismo.16 Para Coronil, «la actual fase de globalización implica una reconfiguración del orden mundial capitalista y una reorganización concomitante de la cartografía geopolítica y cultural de la modernidad» (89).17 Dentro de este proceso, que algunos entendieron, sobre todo en un primer momento, como una instancia de integración y democratización de recursos, se vislumbran ya claramente nuevas formas de hegemonía y marginación, polarizadas desigualdades y modalidades inéditas de resistencia y de «desobediencia civil».18 En estos panoramas cam16 Para
Renato Ortiz, la transición se produce desde una versión incompleta de la modernidad (tal como Habermas la concibe) a una modernidad mundializada. 17 Coronil describe la transición hacia el globocentrismo de la siguiente manera: «Por un lado, la globalización neoliberal ha homogeneizado y ha hecho abstractas diversas formas de “riqueza”, incluyendo la naturaleza, que se ha convertido para muchas naciones en su ventaja comparativa más segura y su fuente de ingresos; por otro lado, la desterritorialización de “Europa” o el Occidente, ha conllevado su reterritorialización menos visible en la figura esquiva del mundo, la cual esconde las socialmente concentradas pero más geográficamente difusas redes transnacionales financieras y políticas que integran a las élites metropolitanas y periféricas» (103). Como indica el mismo crítico, «la imagen del globo prescinde de la noción de externalidad» (194), lo cual hace de esa figura una especie de ícono de fuerte contenido ideológico, en el que predominan las notas de autocontención, cerramiento a un «afuera» que no es percibido como autosustentable y rechazo de todo influjo que no confirme los elementos que a partir de los cuales se configura el nuevo imaginario. 18 En general se entiende que la globalización comenzaría al final de la Guerra Fría caracterizándose principalmente por la integración de las economías locales, nacionales y regionales al mercado mundial, y por el impacto de la revolución informática en todos los niveles. La «sociedad de consumo» asimilaría los impulsos de la multiculturalidad, cuyas incontables aristas convergen en la orientación hacia el objeto, la competitividad y el inmediatismo. Los problemas relacionados con la crisis ecológica, los regímenes de trabajo, crimen organizado y la migración también se globalizan, extendiéndose y robusteciéndose a través de fronteras. En los últimos treinta años los debates acerca de las características, costo social y problemas inherentes a la globalización han
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biantes, la migración es uno de los factores que permitiría una interpretación histórica (económica y política) del capitalismo y de las formas sociales que este ha generado «desde los bordes», como sugiere Coronil, y no ya a partir de los centros mismos del sistema, revelando el lado oscuro de procesos originados en las experiencias colonialistas y modernizadoras. El antropólogo venezolano hace alusión, en su estudio sobre globocentrismo, al análisis realizado por el Subcomandante Marcos, líder del movimiento zapatista, quien interpreta la globalización neoliberal como «una nueva guerra de conquista de territorios», la cual habría dado iniciación a la IV Guerra Mundial (siendo la III la que recibió el nombre de Guerra Fría). Caracterizado por una extrema fragmentación, el mundo actual estaría ahora globalizando la explotación, redistribuyendo la pobreza y radicalizando la desigualdad, siendo la migración «una pesadilla errante» que responde al desempleo y a las condiciones de inseguridad y carencia en el llamado Tercer Mundo, así como a las guerras locales que asolan los territorios de mayor indigencia del planeta (Coronil 96).19 Como es obvio dada la tradición de discriminación racial que ha marcado la historia occidental y en particular la relación capital/trabajo, la migración y los grados y modos de asimilación de contingentes foráneos en distintas regiones constituyen procesos indudablemente racializados. Así, etnicidades y religiosidades se instalan en el proscenio de la postmodernidad con la fuerza virulenta de elementos siempre presentes pero reprimidos e invisibilizados en la historia moderna. Estas energías sociopolíticas sepultadas pero vibrantes, vuelven por sus fueros, radicalizando escenarios ya marcados por fuerzas antagónicas de integración y de disgregación, de accesibilidad y de marginación. La ilusión de cercanía y simultaneidad incrementada por los avances de las comunicaciones y la tecnología digital promueve, paradójicamente, el incremento de la enajenación, la indiferencia y la deshumanización. Lo que algunos críticos y políticos interpretan como un retorno del primitivismo converge con la aceleración del avance científico, creando una proliferación tensa y caótica de proyectos, estrategias y visiones del mundo que se disparan como fuerzas centrífugas más allá
proliferado, variando sustancialmente según las perspectivas disciplinarias y las regiones o aspectos a partir de los cuales se realice la evaluación del proceso. Gran parte del trabajo crítico sobre la globalización ha recaído sobre las nuevas formas de dominación que este proceso ha impuesto y las formas también inéditas de subalternización que conlleva, así como sobre los modos de victimización de sujetos a partir de elementos de raza, clase y género. Véase al respecto Ortiz, Coronil, Bauman, Ianni y Giddens. 19 Coronil registra un fenómeno de gran importancia: con la globalización la polarización de las desigualdades se realiza no solo entre naciones y regiones del planeta sino en el mismo nivel de las metrópolis, creando una división entre los sectores internacionalizados y las poblaciones domésticas (96 nota 12).
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de los espacios conocidos y de los parámetros imaginados por el humanismo burgués, en sus sueños y en sus pesadillas. ¿Qué pasa, en estos escenarios de descentralización constante y progresiva, con el tema de la soberanía? Imposible no advertir en estos procesos el debilitamiento continuo de esa noción, que en algún momento consolidó, con la fuerza de un mandato divino, las formaciones sociales en distintos contextos históricos y geoculturales. La nación-Estado y sus líneas de fuga El aumento cuantitativo de los flujos migratorios constituye, hoy por hoy, una de las principales líneas de fuga del proyecto nacional, el cual, desde las últimas décadas del milenio anterior, ve significativamente recortados sus dominios reales y simbólicos. Las coordenadas espacio-temporales en las que se inscribe la idea de nación se ven profundamente trastornadas por el cruce de lógicas diversas, que corresponden a proyectos simultáneos, que coexisten, en intensa tensión, dentro de los límites político-administrativos que cada país definiera en siglos anteriores, a partir de horizontes políticos, culturales y económicos muy distintos de los actuales. Las fuerzas centrífugas representadas por flujos migratorios, exilios y desplazamientos forzados, tanto como las minorías marginadas desde siempre del espacio acotado de la ciudadanía, desarticulan la pretendida unicidad de lo nacional, dejando al descubierto sus fragmentos y sus simulacros. Tamsin Lorraine define el concepto de línea de fuga, dentro del sistema filosófico deleuziano, de la siguiente manera: A «line of flight» is a path of mutation precipitated through the actualisation of connections among bodies that were previously only implicit (or «virtual») that releases new powers in the capacities of those bodies to act and respond (145).
Si, como explica Lorraine, todo ensamblaje es territorial, estando atravesado por líneas de fuerza y conexiones que lo definen, en él existen también fuerzas desterritorializantes que se proyectan hacia sus afueras. Son justamente las líneas de fuga las que poseen el potencial de transformar el territorio, afectando su estructuración y su segmentación interna y dando lugar a nuevos paradigmas de subjetividad. El sujeto migrante está constituido por una multiplicidad de pulsiones, proyectos, trayectorias y metas, no pudiendo ser reducido a ninguno de estos elementos en particular. Resulta evidente que su proyección centrífuga lo aleja de la fijeza y modelización de la ciudadanía. Como sujeto del Estado, como sujeto al Estado, y en su estado de sujeto, el ciudadano constituye un mo-
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delo abstracto en el que se sitúan cualidades paradigmáticas relacionadas con la centralidad del aparato estatal y la soberanía. Por contraposición al ciudadano y al sujeto nacional (-popular), el migrante constituye un salto hacia adelante y hacia afuera de la territorialidad políticoadministrativa que sirve de plataforma a la nación-Estado. El migrante surge ya no solo como línea de fuga, sino como fuerza de resistencia a las condiciones impuestas por el entorno. Emerge en las fisuras del proyecto nacional y en las grietas del fracaso de la ciudadanía. Su trayectoria comienza por resignificar el territorio geocultural originario apropiando sus afueras, relativizándolo y, al mismo tiempo, absolutizándolo como territorio existencial en el cual se despliegan la carencia y el desamparo. Tal resignificación que avanza de la precariedad a la esperanza de plenificación, debe ser entendida como una forma de impugnación y de interpelación desde el margen y desde la otredad de las condiciones impuestas por el statu quo. Estas dinámicas implican una redefinición de los cuerpos, tanto a nivel individual como colectivo, ya que el cuerpo se encuentra sometido a condiciones de pérdida de base territorial, des-identidad, enajenación, necesidad, agresión y distanciamiento, viéndose reinscrito de manera constante en coordenadas espacio-temporales inestables e imprevisibles. Por lo mismo, el cuerpo social requiere de manera creciente nuevas dimensiones de análisis que tomen en cuenta estos procesos de des/re/territorialización que afectan no solo a los sectores migrantes, sino a las comunidades que quedan atrás y a las que se van convirtiendo en espacios de adopción temporal o permanente. Como consecuencia de esta situación que se verifica a nivel global, la investigación y el análisis social han ido recayendo, con creciente intensidad, en las relaciones migratorias, en el nomadismo y en las movilizaciones masivas, ya que estos fenómenos revelan aspectos fundamentales de la estructuración y las lógicas del capitalismo tardío. El reconocimiento de la estrecha articulación entre neoliberalismo y fenómenos migratorios ha dado lugar a lo que se reconoce como el giro transnacional.20 De ahí que la consideración de la nación-Estado como categoría primaria de análisis social en la modernidad haya dado lugar en la etapa postmoderna al estudio de las interacciones entre economía global y movilización de poblaciones a través de fronteras, con todas las derivaciones que estos movimientos suponen a nivel económico, político, social y cultural. Siguiendo la idea de Roger Rouse acerca del surgimiento de «cartografías alternativas del espacio social», la territorialidad transnacional es vista como una 20 Véase
al respecto Gutiérrez y Hondagneu-Sotelo, quienes vinculan este giro transnacional a la crisis económica global de los años 70, la declinación del fordismo y el ascenso de la economía neoliberal (1). Estos autores citan los trabajos de Randolph Bourne, William I. Thomas, Florian Znaniecki y Paul Schuster Taylor como pioneros en el estudio de las relaciones sistémicas entre capitalismo global y regulaciones nacionales de trabajo y migración.
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«comunidad imaginada» multi-situada, cuyas fronteras se extienden abarcando dos o más naciones (Gutiérrez y Hondagneu-Sotelo 2). Al tiempo que la categoría de lo nacional va viendo debilitado su potencial heurístico, otras nociones, como la de «translocal», «bi-local», «transestatal», «transmigrante», etc. vienen a hacerse cargo de las nuevas condiciones sociales y de las nuevas perspectivas de análisis social. El giro transnacional impulsa no solamente transformaciones metodológicas en las distintas disciplinas sino asimismo el surgimiento de formas nuevas de percibir las relaciones sociales, los vínculos nación-trabajo, los avatares estructurales del capitalismo y el saldo de los procesos modernizadores, no tanto en los aspectos de crecimiento urbano y tecnologización, ya tan analizados, como en lo relativo a las estrategias de exclusión, colonización interna, explotación y discriminación que la modernidad consolidara y naturalizara a nivel planetario. Una de las primeras variantes que se registran en este proceso de debilitamiento de la nación-Estado como categoría primaria de análisis social es la que tiene que ver con los crecientes procesos de regionalización, los cuales resultan fundamentales para el análisis de flujos migratorios. No solo las áreas fronterizas se manifiestan hoy día como una de las principales espacializaciones del conflicto social multinacional; las regiones que abarcan varios países comprendidos dentro de determinadas coordenadas geoculturales revelan también lógicas económicas, políticas y sociales que entregan panoramas mucho más ricos que los que ofrece la dimensión nacional por sí sola. Tanto a nivel regional inter/transnacional como en las áreas fronterizas, surgen nuevos actores sociales y nuevas formas de subjetividad que responden justamente a las dinámicas interculturales y a los flujos humanos que circulan a través de los bordes ya desdibujados de la nación-Estado. Actores nacionales, «subnacionales» e internacionales son los protagonistas de movilizaciones complejas, que se producen en un amplio espectro, que abarca tanto la traslación de individuos como la movilización de proyectos, capitales y mercancías.21 Se registran formas translocales de actuación política, que favorecen el desarrollo de ciertas áreas de las economías nacionales a través del Estado o con prescindencia de él, por medio de la intervención de ONG u otras formas de mediación. A nivel social, las redes de parentesco son fundamentales tanto para la asistencia emocional o práctica al migrante como para la canalización de recursos que el familiar lejano puede proporcionar (prin21 Según
Levitt y Jaworsky, Keoahane y Nye notaron hace tiempo que las relaciones a través de las fronteras eran fundamentales para el análisis social transnacional: «[…] international relations had to rethink its basic conceptual categories to capture cross-border relations between non-state actors and subnational actors» (Levitt y Jaworsky, 130). Esta distinción en las formas de agencia que se hacen presentes a la observación regional es fundamental para la comprensión del sujeto migrante y de sus formas de subjetividad individual y colectiva.
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cipalmente a través del envío de remesas), lo cual permite a las comunidades originarias sobrevivir y a veces mejorar su nivel de vida. Algunos autores reconocen el potencial emancipador del transnacionalismo con respecto a las limitaciones de la nación-Estado. Según Michael Kearney Transnational migrants move into and indeed create transnational spaces that may have the potential to liberate nationals within them who are able to escape in part the totalizing hegemony that a strong state may have within its national borders (274).
Es sus reflexiones sobre la nación moderna Homi Bhabha señaló, hace ya tiempo, que los sectores nómades que atraviesan la cartografía de nuestro tiempo y que ilustran la idea de disemiNación dejan al descubierto la muerte-en-vida de la nación como «comunidad imaginada» (B. Anderson), haciendo emerger en su lugar una nueva narrativa que todavía no podemos decodificar (Nation and Narration 315). Como Bhabha indica, el espacio de la nación moderna no es nunca simplemente horizontal, sino que está afectado por una duplicidad de tiempos y lugares que se intersectan de modo ambivalente. El lenguaje y el habitus de la modernidad, el ideal del progreso y el peso a veces agobiante de las tradiciones, constituyen el doble tiempo de la nación. De manera jánica, esta mira al mismo tiempo hacia etapas pretéritas y hacia el futuro, intentando abarcar el sentido paradójico de la historicidad postcolonial. El espacio de la nación, igual que su dimensión histórica, resiste polarizaciones (adentro/afuera, nosotros/ellos, aquí/allá) simplemente porque no puede dejar de producirlas y debe incorporarlas a su ethos como espacios de significación y de generación de sentido. En palabras de Bhabha, The «locality» of national culture is neither unified nor unitary in relation to itself, nor must it be seen, simply, as «other» in relation to what is outside or beyond it. The boundary is Janus-faced and the problem of outside-inside must always itself be a process of hybridity, incorporating new «people» in relation to the body politic, generating other sites of meaning and, inevitably, in the political process, producing unmanned sites of political antagonism and unpredictable forces for political representation (Nation and Narration 4).
Al mismo tiempo, como Appadurai señalara, la dimensión del mundo globalizado no puede ser reducida a las coordenadas espaciales, reservando a la cuestión de la temporalidad y a la historicidad el papel de atributos inherentes a la modernidad. Por el contrario, como se viera al comienzo de este libro, tanto en un caso como en otro, ambas coordenadas se combinan. La aparición de «esferas públicas diaspóricas» es un ejemplo de ello:
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We cannot simplify matters by imagining that the global is to space what the modern is to time. For many societies, modernity is an elsewhere, just as the global is a temporal wave that must be encountered in their present. Globalization has shrunk the distance between elites, shifted key relations between producers and consumers, broken many links between labor and family life, obscured the lines between temporary locales and imaginary national attachments (Modernity at Large 9-10).
Para el caso de Europa, otras perspectivas encuentran en la contradicción entre particularismo y universalismo uno de los puntos de origen de la crisis actual de la nación-Estado y, específicamente, de la Unión Europea como inestable articulación supranacional. Tal como indica Roberto Esposito, solo desde puntos de vista des-centrados («desde afuera») puede llegar a vislumbrarse el significado pleno de estos fenómenos. Para el filósofo italiano, la posición excéntrica del fenomenólogo checo Jan Patočka (1907-1977) fue la que permitió a este pensador concebir la posibilidad de una post-Europa, que las actuales migraciones estarían precipitando, al demostrar que las circunstancias transnacionales rebasan los parámetros nacionales. Según Esposito, «Patočka colocó la génesis de la crisis de Europa en el hiato, todavía abierto, entre sus pretensiones universalistas y sus repliegues nacionalistas». Sin embargo, según el autor de los Heretical Essays in the Philosophy of History (1975), solo la memoria de esos ya agotados imaginarios «podrá constituir el presupuesto de una humanidad poseuropea capaz de recuperar los valores universales que Europa, enceguecida por la luz desplegada de su razón, ha traicionado durante mucho tiempo» (Esposito 15). Los temas de lo nacional y de la ciudadanía se vinculan estrechamente al concepto de pueblo y a los debates sobre multitud, que en los estudios sobre migración llevan a reflexiones acerca de la posición que el sujeto migrante y el movimiento migratorio en general, guardan con el espacio de lo nacional, y con el Estado como principio de articulación política, ideológica, administrativa y jurídica. Respecto a este amplio dominio de pensamiento, es interesante incorporar, aunque más no sea como una referencia que merecería más desarrollo, las ideas de Paolo Virno con respecto a la noción de éxodo, la cual aparece utilizada en Gramática de la multitud (2003). El uso de la noción de éxodo es en este contexto claramente metafórico, pero retiene las connotaciones de desterritorialización (no —necesariamente— de un territorio material, sino de un espacio simbólico-ideológico, de un dominio de conocimiento y acción). El éxodo, así entendido, constituye una línea de fuga de lo nacional en el sentido de que indica una forma de resistencia, de no aceptación y de beligerancia con respecto a un statu quo vivido como opresivo, represivo, injusto, excluyente y explotador. La noción de éxodo representa aquí una forma de desobediencia civil que cambia radicalmente los términos del debate. Según Virno,
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Caldo de cultivo de la desobediencia son los conflictos sociales que se manifiestan no sólo y no tanto como protesta, sino más bien como defección —para decirlo como Albert O. Hirschman [Exit, Voice and Loyalty, 1970]—, no como voice, sino como exit. Nada es menos pasivo que una fuga, un éxodo. La defección modifica las condiciones en las que la protesta tiene lugar antes que presuponerlas como un horizonte inamovible; en lugar de afrontar el problema eligiendo una de las alternativas previstas, cambia el contexto en el cual se inserta el problema. El exit consiste en una inversión desprejuiciada que altera las reglas del juego y hace enloquecer la brújula del adversario (Gramática de la multitud 72).
Ideológicamente, el tema del éxodo conlleva un alto grado de indeterminación, en la medida en que se trata de una noción abstracta que trata de capturar una pulsión social y política que puede ser multidireccional, ya que es esencialmente afectiva y técnicamente aprogramática. La imprevisibilidad del éxodo no cancela la eficacia teórica de este concepto como línea de fuga, es decir, como dinámica hacia los márgenes, como una desterritorialización que constituye, ante todo, un gesto y una acción de resistencia y una potencialidad que debe ir abandonando su ontología simbólica y materializarse a partir de una transición efectiva hacia formas concretas de acción transformadora que se orientan a un más allá de la nación-Estado. El éxodo no es nostalgia, pero considerar al Estado Nacional como un refugio sí es nostálgico. El éxodo no es un retroceder, sino un salir de la tierra del faraón; la tierra del faraón fue, hasta hace una o dos generaciones, el Estado Nacional, hoy la tierra del faraón es el Estado Mundial y los Estados Nacionales son como caparazones vacíos, como cajas vacías y, por eso, sobre ellos se hace un investimento emotivo pero que, naturalmente, es muy peligroso porque corre el riesgo de transformarse antes o después en xenofobia o, de todas maneras, en una actitud rabiosa y subalterna al mismo tiempo: rabia y subalternidad juntas («Entrevista a Paolo Virno» s/p).
Es interesante notar que la noción de éxodo caracteriza una forma de acción social por auto-remoción del sujeto de la situación que impide el desarrollo y mantenimiento de su vida, utilizando una imagen que tiene que ver con abandono del territorio y salida hacia otro contexto simbólico. El éxodo se expresa como la auto-supresión del espacio «propio» y el reemplazo de este por la incertidumbre de lo que pueda venir luego de abandonarlo. Esta virtualidad es presentada como una «abundancia potencial» de posibilidades que Virno duda en calificar como resistencia en cuanto tal, confiriéndole un significado más abierto, de valor e intención emancipadora, que no consiste, sin embargo, en un cambio de manos del poder, sino en una transformación de las subjetividades y de la imaginación política. La imagen del éxodo presenta la acción social como
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ausencia, defección, evasión, abandono, desapego, distanciamiento, abstención, es decir, como la búsqueda decidida de un territorio existencial de dignidad y supervivencia. El éxodo, la defección […] se enclava en una riqueza latente, en una exuberancia de posibilidades, en el principio del tertium datur. ¿Pero cuál es, para la multitud contemporánea, la abundancia virtual que apela a la opción-fuga en detrimento de la opción-resistencia? Obviamente, no está en juego una «frontera» espacial, sino el exceso de saberes, comunicación y el virtuoso actuar concertadamente implicados en la «publicidad» del general intellect. La defección da una expresión autónoma y afirmativa a este exceso, impidiendo así su «transferencia» al poder de la administración estatal, o su configuración como recurso productivo de la empresa capitalista. Desobediencia, éxodo. Es claro que se trata sólo de alusiones a lo que podría ser el virtuosismo político, no servil, de la multitud (Gramática de la multitud 72-73).
En la obra de Virno el concepto de éxodo es, obviamente, inseparable del de multitud, concepto de múltiples significados, y, como este pensador comienza por reconocer, esencialmente ambivalente, como el de toda experiencia política que adquiere su sentido y su definición en la práctica misma, donde la teoría se materializa en políticas en los procesos de definición de subjetividades. Virno señala, por ejemplo, que la multitud no es sólo un sujeto social, sino que es esa forma de ser humana en la cual la condición ontológica emerge explícitamente en el plano empírico, en el plano social. Multitud es sólo la otra cara del éxodo: los hombres y las mujeres que no quieren conquistar el poder, sino que en todo caso lo quieren extinguir, anular; no quieren construir un nuevo estado, lo quieren extinguir, anular. La multitud tampoco tiene las características unitarias del pueblo. Posee, como categoría política, aspectos antropológicos y ontológicos. Entonces, pienso más en Hobbes que en Spinoza. En Hobbes la multitud es entendida no sólo como categoría política, sino también como categoría ontológica porque para él en la forma de ser de los muchos, de lo múltiple, emerge la condición humana en cuanto tal («Entrevista a Paolo Virno» s/p).
En «Paolo Virno, lector de Marx: General Intellect, biopolítica y éxodo», Antonio Gómez Villar aborda el tema del éxodo siguiendo el razonamiento de Virno de que no se trata de una forma (tradicional, habría que indicar) de resistencia. Tal posición cae, a mi criterio, en una innecesaria oposición entre defección y resistencia, como caminos diferentes y alternativos de acción social, cuando en realidad resulta claro que la defección funciona como una forma de resistencia llevada a cabo por nuevos sujetos. No hacer es una forma de ac-
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ción, de la misma manera que no estar es marcar una ausencia, un rechazo, una disyunción. Con el razonamiento de Virno parecería que el éxodo conduce a un espacio vaciado de poder, donde se logra desafiar y debilitar al poder, aunque sin querer asumir la posición de detentarlo. Pero haberlo desafiado en primer lugar, y haberlo debilitado, implica ya de suyo una transformación en la relación de fuerzas y un viraje a favor de desertor. ¿Pero cuál es, para la multitud contemporánea, el antagonismo que apela a la opción-fuga en detrimento de la opción-resistencia? Por éxodo se entiende la articulación de un nuevo tipo de esfera pública no estatal que revierta los procesos de explotación del trabajo asalariado y la subjetividad que son propios del capitalismo postmoderno. Por tanto, se sitúa lejos del modelo de las revoluciones que quieren tomar el poder, construir un nuevo Estado, un nuevo monopolio de la decisión política; al contrario, se trata de defenderse del poder y no de tomarlo. El éxodo, por tanto, como el camino de fuga y emancipación (Gómez Villar 313).
En todo caso, vale la pena retener el valor liberador del éxodo, que Virno destaca al indicar que «sólo el que abre una línea de fuga puede fundar» y que el éxodo constituye no una forma de pasividad sino «una sustracción emprendedora» (cit. por Gómez Villar 313). Para Gómez Villar, la noción de éxodo no tendría connotaciones espaciales, en el sentido de una huida fuera de la jurisdicción estatal, sino un sentido temporal de suspensión. «En nuestra opinión, la potencia negativa es la forma propia de esta temporalidad del éxodo» (313) y la meta la construcción de nuevas relaciones sociales. Sin embargo, éxodo connota desterritorialización, y esta dimensión es perfectamente compatible con la temporalidad de la defección del sistema. El «derecho de fuga» que tan bien desarrolla Mezzadra, ha sido trabajado por múltiples autores, como demuestra el ensayo de Benítez Eyzaguirre, implicando que se trata del ejercicio de la libertad del sujeto que elige abandonar situaciones de violencia, explotación, precariedad, etc., cuando tiene las posibilidades de hacerlo. A través de los desplazamientos humanos se expresan, como ya se indicara, las dinámicas de expulsión que el sistema implementa a distintos niveles, pero también, en muchos casos, la voluntad y la necesidad de sujetos que ese mismo sistema no articula productivamente a la totalidad. La libertad de movimiento contrarresta las dinámicas de control y muestra la posibilidad de autonomización y de potenciación política de las masas explotadas y excluidas. Obviamente tales líneas de fuga de los sistemas que rigen a nivel nacional, regional, etc., desequilibran el statu quo, visibilizando sectores que, de otro modo, permanecerían fuera del radar de la atención pública y de los organismos de ayuda humanitaria y de organización política. Como se desarrolla a lo largo
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de este libro, tales experiencias, voluntarias o no, de desterritorialización, crean configuraciones nuevas de la subjetividad, marcadas por la desterritorialización, la vulnerabilidad, la resistencia, la incertidumbre, las imposiciones de la clandestinidad, la existencia al margen del Estado y sus instituciones, el alejamiento familiar y comunitario, etc. Se trata de subjetividades que, contrariamente a la definición liberal de las identidades que representan la configuración supuestamente sólida del constructo nacional, emergen de la inestabilidad, buscando navegar estas condiciones de inseguridad e incertidumbre como forma de lucha frente al sistema que los oprime. Imposible, entonces, analizar estas construcciones de subjetividad al margen de las imposiciones del biocapitalismo que apropia, además de la fuerza de trabajo de los sujetos, sus formas de vida, existencia, residencia y relacionamiento con el mundo. Muchos autores trabajan, entonces, la subjetividad migrante en relación con las oscilaciones laborales, pero también ven en ellas expresión de proyectos emancipadores representados en el desplazamiento y en la voluntad des/re/territorializadora. Estas dinámicas desdibujan los enclaves del poder y sus dominios simbólicos, que son penetrados por otros agentes para- y trans-nacionales, y acosados desde las fronteras y desde las comunidades de trabajadores extranjeros que se instalan en los centros urbanos y en las áreas rurales. La homogeneidad, centralismo y voluntad unificadora de la nación-Estado están entonces sujetas a presiones constantes y múltiples, ya que todos estos nuevos agentes diversifican étnicamente el paisaje social, introduciendo elementos religiosos, culturales, raciales e ideológicos que la concepción tradicional de lo nacional estima como disolventes y fragmentadores. Cada cultura defiende sus principios, valores y formas de comprender la relación entre individuo, comunidad y Estado, entre cuerpo y trabajo, entre vida social y vida laboral, abriendo un abanico de reclamos, propuestas y resistencias que el Estado entiende que debe combatir, o al menos administrar y controlar. Se habla en estos contextos de «ciudadanía global», de «ciudadanización del migrante», de «ciudadanía desnacionalizada» y de «globalización desde abajo», expresiones que se superponen en muchos puntos pero que también divergen en otros, apuntando a distintos aspectos del fenómeno migratorio y de su inserción dentro de los parámetros de la nación-Estado.22 Por un lado, la migración abandona el territorio nacional; por otro lado, tiende hacia otros territorios similares, de modo que la relación subjetiva con la idea de Estado, ciudadanía, comunidades nacionales, etc. son bidireccionales y, en muchos sentidos, paradójicas. Lo
22 Véase, en este sentido, Benítez Eyzaguirre, quien hace una revisión rápida de múltiples posiciones críticas al respecto, refiriéndose a Appadurai, Augé, Spener, García Canclini, Hardt y Negri, Virilio, Mezzadra, entre otros, quienes coinciden en la consideración del concepto de «derecho de fuga».
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que queda claro es que la relación subjetividad/espacio/movilidad/frontera es imprescindible para comprender las formas nuevas de cognición y relacionamiento con el espacio real y simbólico de lo social por parte del migrante, y sus repercusiones ideológicas y afectivas. Como resalta Benítez Eyzaguirre, varios autores han destacado la importancia fundamental que tiene en estos contextos la comunicación electrónica y las redes sociales, que contribuyen a fortalecer una «comunidad imaginada» dispersa y fragmentada por medio de la circulación de imágenes, información, mensajes, contactos etc., que generan vínculos y transmiten la idea de que lo local e individual se encuentra inserto en contextos más amplios y convergentes. La participación del sujeto en el «paisaje mediático» (Appadurai) contrarresta con el flujo sin fronteras de los mundos virtuales la compartimentación de la territorialidad política. La inserción mediática cumple así tanto con objetivos prácticos como con afectivos, facilitando intercambios de dinero, información personal, datos sobre rutas, cuestiones climáticas, situaciones de seguridad fronteriza, etc. Lenguaje, nomadismo, etnopaisajes Los aspectos jurídicos, políticos y sociales vinculados a la ciudadanía, los cuales afectan directamente la situación de los migrantes que buscan incorporarse a sociedades de adopción, tienen una contraparte fundamental en el nivel cultural, donde las subjetividades tanto de los individuos que habitan sus propios países como de los que llegan, se expresan a través del registro simbólico, lingüístico, visual o performativo. El tema del lenguaje es de fundamental importancia no solo por las obvias consecuencias comunicacionales e integradoras de la lengua sino por el significado simbólico y afectivo de la misma como elemento de identidad, canalización de afectos y referentes de socialización. Aunque algunos autores han exaltado la confluencia lingüística como uno de los beneficios de la globalización y de la movilidad poblacional, que diversifica y pluraliza los encuentros culturales, lo cierto es que en muchos casos el migrante habita un espacio babélico que contribuye a exacerbar los sentimientos de enajenación y des-identidad que resultan del alejamiento de la tierra natal o de los espacios de residencia anteriores a la migración. Lenguajes hibridizados, tensados por la frustración, la urgencia y la desconfianza, crean una atmósfera espesa entre desconocidos que coinciden, de manera casual y en condiciones de precarización, en el espacio público. La hibridación se vuelve extrema no solo por la combinación espontánea de recursos léxicos provenientes de muy diversas lenguas, sino por la convergencia de palabras y gestos, y por la apelación implícita a experiencias compartidas que puedan incorporar elementos comunes a
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situaciones que no pueden ser abarcadas solo por el repertorio lingüístico.23 El disfrute de la diversidad se ve así con frecuencia obnubilado por la incomunicación, la desconfianza y la inseguridad. Bhabha habla del silencio desolado del migrante, del «vacío oral» y del «discurso críptico» que acompañan su melancolía y que desarticulan el espacio social, evidenciando la opacidad insalvable del lenguaje, residuo identitario intraducible que metaforiza la ajenidad del Otro y que resulta en el descentramiento radical del sujeto. Para Rosi Braidotti, el lenguaje desempeña un papel fundamental como signo del nómade. La modalidad lingüística del nómade es la poliglosia. En la versión metafórica del nomadismo, el sujeto vive en el resquicio y en el borde, entre muchos sistemas comunicativos, compuestos de gestos y de lenguas, de hábitos, rituales y vertientes culturales. El nómade es justamente aquel que niega la estabilidad de los signos y pone en entredicho la supuesta transparencia del lenguaje, la cual revela siempre, de algún modo, al sujeto enunciador. El nómade vive en la opacidad y se opone al lenguaje comunicativo y referencial tanto como al jurídico, que es el vehículo del orden normativo en el que se apoya el sujeto nacional. Separado de la lengua materna, el lugar del nómade es un espacio de hibridación e improvisación, una apertura tentativa y generalmente falaz hacia el mundo de los significados. Braidotti desafía con esta figura la «metafísica de la presencia» logo/falo/céntrica que sirvió como pilar del edificio racionalista sobre el cual se construyó la nación-Estado. El nómade es por naturaleza ajeno a esas definiciones de orden y racionalidad. Es un migrante radical, permanente, no-territorializable. Para el nómade todas las lenguas son foráneas y apropiables, transnacionales y locales, individuales y colectivas. Lingüísticamente, el nómade es intersticial, igual que es marginal o fronterizo con respecto a los territorios que provisionalmente habita. La lengua constituye para el nómade el principal territorio simbólico. Como usuario fluctuante, el nómade entra y sale de la lengua como si se tratara de una geografía accidentada y solo a medias conocida. La lengua materna tiene una historia y una genealogía, una temporalidad civilizatoria y una dimensión emocional con las que el nómade no puede identificarse ni a la cual puede restringirse, ya que lo suyo es la exterioridad y la distancia. El nómade es, en este sentido, un shifter, un articulador, un catalizador y un vector que señala la dirección de la fuga, una evasión definitiva, quizá involuntaria, pulsional, de lo nacional, una ex-pulsión sintomática, que lo victimiza y, de alguna manera, paradójicamente, lo libera. Respecto a la(s) lengua(s), el nómade vive «en estado de traducción» (Braidotti, Sujetos nómades 41). Encarna, en este y otros sentidos, una forma de resis23 Como
ejemplo de estas hibridaciones no solo lingüísticas, sino culturales, véase el análisis de Debra A. Castillo sobre latinos en Nueva York.
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tencia a la unidad y homogeneidad de la cultura nacional, del sujeto moderno, de la razón instrumental y de la territorialidad nacionalista. Se encuentra situado en un punto exterior, distanciado de ajenidad e (in)diferencia. En ese afuera, él es un sujeto situado, que traza su propia cartografía: La identidad del nómade es un mapa de los lugares en los cuales él/ella ya ha estado; siempre puede reconstruirlos a posteriori, como una serie de pasos de un itinerario. Pero no hay un triunfante cogito supervisando la contingencia del yo; el nómade representa la diversidad movible; la identidad del nómade es un inventario de huellas (45).
Con todo lo anterior, debe tenerse en cuenta que la condición nómade, o la movilidad que caracteriza al desplazado o al exilado, no puede ser tampoco apropiada por la filosofía o por la crítica cultural como un concepto que se presta a romantización, idealizaciones o apologías. En muchos casos esa movilidad, aunque no lo parezca, constituye un privilegio en comparación con el sedentarismo forzado de quienes, aun queriéndolo, no logran trasponer los límites de la localidad, la provincia, la ciudad o la nación, quedando sometidos a situaciones de extrema precariedad y peligro. En esas ocasiones, es el sedentario la verdadera víctima del sistema, aquel que no puede dejar atrás las condiciones que lo oprimen. David Morley se refiere, en ese sentido, al hecho de que la crítica tiende a generalizar lo que se considera ser «la experiencia de la postmodernidad», descontextualizando procesos, situaciones e implicancias de ciertas prácticas sociales, sobre todo en lo que tiene que ver con la vivencia de la compresión espacio-temporal que se asocia con esta etapa del desarrollo social, sobre todo en Occidente. Como señala Morley, ya que el acceso a diferentes formas de capital cultural y económico varía en distintos sectores de la población, las nuevas tecnologías comunicativas y de transporte ofrecen oportunidades de interconexión y de movilidad que se materializan de muy distinto modo según la clase, género, etnicidad, religión, sexualidad o capacidades físicas de los sujetos. Mientras que para algunos los horizontes se amplían y diversifican, para otros el panorama vital se estrecha hasta resultar angustioso y sofocante. De ahí que la dualidad globalización/ localismo sea considerada más como un antagonismo que como una dinámica, más como un destino que como una opción.24 All of that is to suggest that we must be very cautious when applying any abstracted notion of postmodernity, and must resist the temptation to generalize our theories 24 Morley da como ejemplo la película Boyz’N the Hood, dirigida por John Singleton (1991), donde se representa a las minorías negras o latinoamericanas como capturadas por el barrio al que pertenecen y del cual no perciben formas de salir (329).
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in such a way as to ignore the continuing significant differences in the experience of this era, by people in different social and geographical locations (Morley 329).
El panorama de nuestro tiempo nos enfrenta, así, a la experiencia de la simultaneidad, donde identidad y diferencia, nomadismo (movilidad, en general) y sedentarismo, territorialidad y diáspora, coexisten en el espacio inestable y proliferante de la globalidad. En todo caso, muchos autores entienden que aún en la estabilidad territorial y en la fijeza de las localizaciones se detectan formas dinámicas, sobre todo por la presencia de flujos acelerados de información y traslación virtual, que atenúa, de alguna manera, la permanencia en un solo lugar. Para Nail, el sedentarismo no debe ser confundido con la inmovilidad: «[I]t is the redirection of flow, the creation of junctions, and the maintenance of social circulation. Sedentarism is movement achieved by other means» (47). Con tal afirmación este autor alude a formas metafóricas de cambio y reposicionamiento que, cuando se trata de individuos sometidos a circunstancias adversas, económicas, políticas y sociales, no llegan a aliviar las condiciones materiales de existencia que oprimen al sujeto o a las comunidades. Como es obvio, los valores que se asignan tanto al sedentarismo como al nomadismo están necesaria y estrechamente ligados a las situaciones concretas que marcan la relación del individuo con su territorio y con sus condiciones de existencia. Como indica Nail al comienzo de su libro, We live in a world of borders. Territorial, political, juridical, and economic borders of all kinds quite literally define every aspect of social life in the twenty-first century. Despite the celebration of globalization and the increasing necessity of global mobility, there are more types of borders today than ever before in history. In the last twenty years, but particularly since 9/11, hundreds of new borders have emerged around the world: miles of new razor-wire fences, tons of new concrete security walls, numerous offshore detention centers, biometric passport databases, and security checkpoints of all kinds in schools, airports, and along various roadways across the world (1).
Tal proliferación encierra al migrante en la paradójica prisión del espacio abierto: intemperie, ajenidad, exterioridad, margen. Su territorio existencial es intersticial, clandestino, afín a las nociones de desamparo y soledad, que muestran al migrante, en algunas versiones, como una víctima sacrificial que la celebrada integración de la globalización ha condenado a la exterioridad. La condición migrante, igual que el sedentarismo, tiene una realidad y una densidad mucho mayor que su potencial metafórico, y encierra en general un dramatismo que poco tiene que ver con las idealizaciones del tránsito permanente como fuente de aventuras y de experiencias múltiples y enriquecedoras o,
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contrariamente, del arraigo fiel al terruño que nos vio nacer como base y garantía de una identidad estable. Respecto al nomadismo y a la condición migrante, Braidotti advierte contra la idealización de la movilidad, bastante frecuente en algunos autores, posición a partir de la cual se descuidan aspectos cruciales para el individuo y las comunidades, como la pérdida de lo propio, la ausencia de todo sentimiento de pertenencia, la des-familiarización, la incertidumbre y la ansiedad constante que acompañan al expatriado, en casi todas sus manifestaciones. Braidotti se pregunta: ¿No es demasiado etnocéntrica la altanera metáfora del exilio planetario? En este fin de siglo, cuando Europa y otras partes del mundo se ven obligadas a afrontar el problema de los refugiados del este y del sur y los movimientos de poblaciones enteras que huyen de sus países de origen desgarrados por la guerra, cuestiones tales como el exilio y el derecho a pertenecer, el derecho de entrada, el derecho de asilo, son demasiado serias para ser utilizadas meramente como metáforas de un nuevo ideal (Sujetos nómades 57).
Las distinciones que introduce Braidotti entre nómade, migrante y exiliado son fundamentales. Mientras que el migrante mantiene «un estrecho vínculo con la estructura de clase», ya que en general pertenece a los sectores económicamente más desaventajados, el exiliado remite casi siempre a situaciones políticas y suele pertenecer a clases menos carenciadas, aunque el aspecto económico siempre está presente. En cuanto al nómade, constituiría más bien una «unidad sin clase» (Sujetos nómades 58). Es un merodeador de sistemas, un habitante permanente de la exterioridad que se define por el cambio, la transitoriedad y el desapego. Aunque pueda seguir rutas previsibles, lo propio del nómade es la repetición, la persistencia del movimiento por encima de la voluntad de asentamiento, razón por la cual constituye una figura rizomática que se extiende territorialmente, llegando a posiciones siempre provisionales. Como Braidotti señala, por esta razón es el nómade el que «sienta bases móviles para una visión posthumanista de la subjetividad» (59). Ya que el nómade representa el distanciamiento (detachment), la exterioridad, la renuncia a cualquier forma de afiliación, es visto como signo de los tiempos que corren. Es de ese modo que lo teorizan también Deleuze y Guattari, entendiendo que nuestra época está representada mucho más por la figura errante de quien se autoexpulsa de la nación moderna a la que, en muchos casos, ni siquiera ha llegado a pertenecer, que, por la categoría del ciudadano, sujeto sedentario, domesticado y protegido por el sistema jurídico. La exterioridad del nómade con respecto al Estado lo convierte en un elemento que forma parte de la máquina de guerra, que asuela al aparato político administrativo de la nación moderna, desestabilizando sus principios, al instalar
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la excepción en el corazón mismo de la normatividad nacional(ista). Desde el punto de vista epistémico, su posicionalidad marginal abre una perspectiva imprevista e imprevisible en el conocimiento del mundo y en la comprensión de las relaciones sociales, la función de las instituciones y la ética de los derechos humanos. La figura del nómade, en oposición a la del exiliado, nos permite pensar en una dispersión y una diseminación internacional de las ideas, no sólo sobre el modelo banal y hegemónico del turista o el viajero, sino también como formas de resistencia, como modos de preservar ideas que de otro modo podrían haber sido condenadas al olvido voluntario o a una amnesia producida colectivamente (Sujetos nómades 60).
Si la relación con el espacio y el lenguaje son elementos fundamentales en lo que hemos englobado con el nombre de subjetividad migrante (noción que nombra, como se ve, una serie de figuras que pertenecen a campos similares de experiencia social, aunque con diferencias sustanciales), el elemento de la temporalidad es también crucial para señalar la impronta que cada una de estas formas de desterritorialización inscribe en la historia y en el devenir de lo social. Uno de los principales puntos a señalar en este sentido tiene que ver con la relación que cada grupo establece con el origen, con el punto inicial de referencia que puede ser biográfico/familiar, comunitario, nacional, étnico, mítico, religioso, histórico, etc. Diversas formas de evocación y de nostalgia caracterizan el pensamiento nómade y la rememoración del exiliado o del migrante, ya que los motivos y formas del alejamiento son distintos y remiten a experiencias diversas. Para Braidotti, la narrativa del origen desestabiliza el presente del migrante, quien se encuentra suspendido entre la pérdida de lo propio y la incertidumbre de lo que vendrá. Se trata de un sujeto marcado por el deseo de pertenencia, por la nostalgia del asentamiento y por la melancólica evocación de lo pasado. Estos sentimientos se manifiestan a través de una «definición fosilizada de la lengua que marca la persistencia del pasado en el presente» (61). Tal vínculo simbólico canaliza modos de decir, de sentir y de expresar que no encuentran asilo en lenguas foráneas. Mientras que el migrante desea y necesita reinserción territorial (social, laboral, etc.) el nómade describe una trayectoria cíclica, que sigue los ritmos de las estaciones, los cambios climáticos y las trayectorias de otros grupos humanos. Se define así por la transitoriedad y el cambio permanente. El suyo es un descentramiento radical, post-dualista, en la medida en que ya ha superado las oposiciones centro/margen, hegemonía/subalternidad, ciudad/ campo, yo/otro, y se sitúa en un espacio-tiempo en el que tales polos disuelven sus fronteras y dejan de tener sentido. El nómade constituye y habita un tercer
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espacio, es decir, una posicionalidad exógena, una exterioridad radical que se vive como definitiva, porque los tiempos modernos, convencionalmente entendidos como sucesión de etapas y linealidad cronológica, han sido reemplazados por la uniformidad del ciclo, las repeticiones, las reincidencias, la simultaneidad y la permanencia del cambio. El nómade se mueve en una periferia sin centro, en un espacio no territorial, abierto e ilimitado. ¿Cómo puede, entonces, hablarse de la subjetividad del nómade, de su condición de sujeto, noción que parece someterlo a límites cognitivos que contradicen su naturaleza? ¿Cuál sería la identidad del nómade si su ser-estar resiste toda forma de fijación y arraigo epistémico? Aquí es que se manifiesta claramente el valor metafórico del nomadismo, su densidad categorial. Más que del nómade hablamos de lo nómade en la subjetividad migrante, es decir, de los aspectos de la migrancia que remiten a una radical exterioridad desde la que puede desmontarse el andamiaje de la modernidad capitalista. Sobre el tema dice Braidotti: La identidad del nómade es transgresora y su naturaleza transitoria es precisamente la razón por la cual puede hacer conexiones. La política nómade es una cuestión de vínculos, de coaliciones, de interconexiones. […] La identidad es retrospectiva; representarla implica que podemos diseñar mapas precisos, pero sólo de los lugares donde ya hemos estado y en los que por lo tanto ya no estamos. Las cartografías nómades deben volver a trazarse constantemente; por cuanto son estructuralmente opuestas a la fijación y, en consecuencia, también a la apropiación rapaz. El nómade tiene un agudo sentido del territorio, pero no de su posesión (Sujetos nómades 77).
La identidad del nómade es la alteridad; no el dispositivo que facilita el auto/re/conocimiento, sino el que asegura el espacio necesario para el desmontaje del sistema, en el que se hace evidente, entre otras cosas, la futilidad de las fronteras. Contra la estabilidad identitaria, contra la propiedad de la tierra y la fijación del sentido, fuera de la nación, de la ciudad y de las categorías de la modernidad, el nómade habita un territorio otro desde el cual el paisaje del capitalismo tardío se percibe en sus contradicciones y en su creciente deshumanización. Hace falta, quizá no pertenecer para poder ver no solo lo que falta, sino aquello que sobra y enturbia la mirada, la experiencia y el deseo. Al mencionar las formas de subjetividad diversas y convergentes que incluimos bajo el concepto de sujeto migrante nos estamos refiriendo, en más de un sentido, a los etnopaisajes (ethnoscapes) que propone Arjun Appadurai como forma de visualizar el perspectivismo de nuestro tiempo, sus desarticulaciones e interconexiones. Según el autor de Modernity at Large, una serie de mundos o dimensiones imaginadas confieren a nuestro tiempo un carácter particular, marcado por diversas modalidades de desplazamiento humano e interacciones espacio-temporales. La intensificación de estas interacciones, que Appadurai re-
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conoce como el rasgo definitorio de la postmodernidad, no se acomoda ya a los dualismos del tipo centro/periferia, Norte/Sur, Este/Oeste, sino que ha adquirido un carácter mucho más inestable y complejo. En este panorama, una de las fuerzas conductoras es «la imaginación como práctica social», no ya en el sentido de mera fantasía o escape de lo real, sino como una forma de negociación entre la realidad y lo posible, una manera organizada de actuar e interactuar en un mundo afectado por lo que Jameson llamara «nostalgia del presente»: «The imagination is now central to all sorts of agency, is itself a social fact, and is the key component of a new global order» (Appadurai 5). Los etnopaisajes son la primera forma que sugiere este autor —junto a las de mediascape, technoscape, finanscape, e ideoscape— como visualización de la dimensión social de nuestro tiempo. No es que estos «paisajes» representen relaciones dadas y objetivas sino, más bien, inflexiones que se relacionan con la posicionalidad que asumen actores sociales tan variados como las instituciones, el Estado, la nación, las compañías multinacionales, las comunidades diaspóricas, los movimientos religiosos, políticos, económicos, barriales, familiares, etc. Estos «actores» tienen, en todo caso, un carácter supraindividual y fluido; de ellos derivan los «paisajes» o imaginarios que atraviesan el espacio social y que tienen una incidencia más concreta que la de la «comunidad imaginada» que Benedict Anderson concibiera a nivel nacional. Tales perspectivas son, asimismo, más compartimentadas, y se vinculan por un principio de complementariedad. En palabras de Appadurai: By «ethnoscape», I mean the landscape of persons who constitute the shifting world in which we live: tourists, immigrants, refugees, exiles, guestworkers, and other moving groups and persons constitute an essential feature of the world, and appear to affect the politics of and between nations to a hitherto unprecedented degree (33).
Siguiendo los flujos del capital, los avances de la producción tecnológica, las políticas migratorias y los cambios en las relaciones internacionales, estos grupos reformulan sus rutas, sus objetivos y sus formas de movilización. La desterritorialización desempeña, en estos «flujos culturales globales», un papel fundamental (38). Aplicada tanto a las dinámicas que surgen de las transformaciones del mercado de trabajo, que impulsa las oleadas de mano de obra de una región a otra, la noción de desterritorialización tiene también que ver con la relocalización de capitales, mercancías y servicios. Toda una industria de comunicación e intercambios se moviliza en torno al envío de remesas y artículos varios, el regreso temporal o definitivo de los emigrantes a los lugares de origen, el consumo de noticias de la tierra natal y el apoyo tecnológico para el mantenimiento de las relaciones familiares, comunitarias, culturales o vinculadas a los
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negocios realizados a través de fronteras. Las articulaciones identidad/otredad, aquí/allá, antes/ahora, nosotros/ellos, son inestables, y se negocian constantemente, siempre desde perspectivas marcadas fuertemente por la afectividad, el deseo y la memoria. Appadurai enfatiza la importancia que adquiere en estos panoramas la disyunción entre nación y Estado, espacios de poder que, lejos de actuar de manera conjunta, se disputan internacionalmente el control poblacional. La ciudadanía no abarca más que a una parte de la población nacional, la cual rebasa las fronteras nacionales. Los Estados enfrentan el desafío de administrar flujos migratorios que reclaman asilo, servicios, trabajo y reconocimiento civil, dentro de un orden jurídico generalmente insuficiente para cubrir las necesidades actuales, tanto de quienes buscan integrarse a la población nacional como de la sociedad civil del país receptor, la cual debe encontrar formas de procesar y de absorber materialmente estos procesos. Appadurai percibe, al mismo tiempo, las repercusiones que tienen los cambios que vienen mencionándose en las disciplinas que estudian los vínculos entre lo nacional y lo transnacional, el ciudadano y el migrante, la identidad y la diferencia. La antropología, la sociología, las ciencias políticas, etc., deben hacerse cargo de los nuevos panoramas de organización sociocultural y de la resignificación de estos procesos en los imaginarios colectivos. La influencia de los movimientos migratorios, junto a los acelerados procesos de intensificación tecnológica que afectan sobre todo el campo de la comunicación, van promoviendo, como indica el crítico, una esfera pública diaspórica. Las identidades, lejos de manifestar las certezas y la estabilidad que se les atribuía en la modernidad plena, dejan ahora al descubierto sus fisuras, multiplicidades y polivalencias, que las hacen al mismo tiempo más frágiles y más dúctiles, menos aferradas a la territorialidad, la lengua y la historia nacional y más abiertas a las dimensiones plurales de un mundo donde la simultaneidad y la virtualidad son rasgos distintivos. Esta nueva forma de la esfera pública requiere una metodología etnográfica actualizada, capaz de captar la amplitud de los nuevos procesos, la proliferación de posiciones de sujeto y de localizaciones que impactan al individuo y a las comunidades, en gran medida desplazadas y reinsertas en nuevos espacios culturales, nuevas lenguas, nuevos horizontes. En este contexto, el trabajo antropológico requiere una etnografía cosmopolita o una macroetnografía necesariamente interdisciplinaria que, liberada de los mitos impuestos por la Ilustración, el humanismo occidental y el universalismo, permita captar las formas que asume la imaginación colectiva. Los nuevos etnopaisajes de nuestro tiempo presentan, como nota principal, problemática de la desterritorialización y las formas inéditas de habitar el espacio, que emergen de las movilizaciones masivas y de las pugnas por el derecho a la reinserción social.
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En el capítulo que dedica a «The Production of Locality», y teniendo en cuenta el debilitamiento de lo nacional, Appadurai se pregunta cuál es el lugar de lo local en un mundo global, esencialmente deslocalizado. Tal interrogante toca un problema central para el estudio de la subjetividad migrante y de las formas en que el sujeto desterritorializado habita los etnopaisajes de nuestro tiempo. Appadurai define la localidad, no tanto a partir de su obvia dimensión espacial, sino en base a su carácter eminentemente relacional y contextual, resaltando tres aspectos principales: la inmediatez social, las tecnologías de interactividad y la relatividad de los contextos (208). Su reflexión apunta, entonces, a la dimensión subjetiva, a las nuevas formas de conciencia social y a las prácticas individuales y colectivas que de ellas surgen. En un sentido convergente con estas propuestas, en Border as Method or, the Multiplication of Labor (2013) Sandro Mezzadra y Brett Neilson hablan de «borderscape» o paisaje de frontera, noción que les permite moverse desde la concepción más tradicional de frontera como borde o línea divisoria, hacia la más abarcadora noción de área fronteriza, entendida como la zona de intercambios reales y simbólicos que se va constituyendo a través de un proceso sociopolítico complejo y paulatino. Esa zona comprende los territorios aledaños a los bordes convencionales, espacios variables, de alta inestabilidad y en constante mutación, en los que surgen subjetividades marcadas por la especificidad del conflicto fronterizo y por las formas de vida que ese entorno genera.25 Otros críticos utilizan el mismo término, borderscapes, para referirse a la heterogeneidad poblacional y sociocultural de la frontera y a las dinámicas que se producen en tales zonas de contacto, donde normas y excepciones, leyes y transgresión, adentro y afuera, son constantemente redefinidos y negociados. Rajaram y Grundy-Warr indican, por ejemplo, en su Introducción a la colección de ensayos críticos publicada bajo el título de Borderscapes: Hidden Geographies and Politics at Territory’s Edge (2007): The border is a zone in between states where the territorial resolutions of being and the laws that prop them up collapse. It is a zone where the multiplicity and chaos of the universal and the discomfits and possibilities of the body intrude. We use the term borderscapes to indicate the complexity and vitality of, and at, the border. […] The term borderscape is an entry point, allowing for a study of the border as mobile, perspectival, and relational. From this entry point, we study practices, performances, and discourses that seek to capture, contain, and instrumentally use the border to affix a dominant spatiality, temporality, and political agency (x). 25 Sobre
la noción de borderscape, véase, asimismo, Rajaram y Grundy-Warr.
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Siguiendo una dirección similar, aunque proveniente de otras fuentes, los autores de Border as Method toman el concepto de Suvendrini Perera quien, en Australia and the Insular Imagination (2009), se refiere a la formación de zonas cambiantes y conflictivas en regiones limítrofes, en las que se superponen distintas temporalidades y emplazamientos espaciales (Mezzadra y Neilson, 1213). Un ejemplo serían los campamentos para detención de migrantes situados estratégicamente con el objetivo de interceptar la llegada a las costas australianas y obturar el acceso a ciertas áreas que facilitarían los pedidos de asilo. Perera explica: Cutting across the conventional classifications into separate «domestic» and «foreign» policy concerns, the notion of a borderscape allows for differentiated understandings of space, territoriality, sovereignty, and identity across this zone. It also opens the way for theorizing emergent formations and practices that are mobilizing in response to the exclusionary assertions and new territorial violences that attempt to overrun the region (73).
La noción de paisaje de frontera se afirma, a la vez, como concepción del borde territorial en tanto espacio geocultural y geopolítico de intermediación, y en tanto ámbito de intercambios simbólicos articulados por las ideas de pertenencia, identidad, otredad, etc. El concepto de paisaje fronterizo connota movimiento y conflicto, ya que remite a los desplazamientos que tienen lugar a través de un terreno ajeno e imprevisible, tanto desde el punto de vista geocultural como en los aspectos jurídico y político-económico. Según estos autores The concept [of borderscape] suggests the dynamic character of the border, which is now widely understood as a set of «practices and discourses that “spread” into the whole of society» […] At the same time, it registers the necessity to analyze the border not only in its spatial but also in its temporal dimensions […and] allows to highlight the conflictual determination of the border, the tensions and struggles that play a decisive role in its constitution (Mezzadra y Neilson, 12).
A partir de la idea de que la metodología construye, a medida que se pone en práctica, su objeto de estudio, Mezzadra y Neilson proponen la idea de frontera como dispositivo epistémico que se pone en marcha toda vez que se establece la distinción entre sujeto y objeto en términos de territorialidad. Para estos autores el proceso de conocimiento que promueve el área fronteriza no está desprendido de los factores geográficos que son característicos de estas regiones. Apartándose de las aproximaciones más conocidas de los border studies, su perspectiva incorpora una concepción de frontera como objeto etnográfico, es decir, como objeto de observación y análisis de un campo en el que intersectan elementos
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geográficos, históricos, jurídicos, lingüísticos, sociales y económicos. Desde el punto de vista etnográfico, se abocan entonces a la investigación de relaciones espacio-temporales y a los desafíos de la traducción cultural, es decir, no solo de las lenguas, sino de los conceptos y categorías que las informan, resistiendo la idea de que la frontera es una línea neutra, preconcebida y sin sentido propio. El paisaje fronterizo, la territorialidad material y simbólica que integra el límite y lo nutre de significados, constituye y moviliza una problemática esencialmente política, donde son fundamentales, además del cuidadoso escrutinio de los mecanismos de control biopolítico que se ponen en práctica, las preguntas sobre las formas de construcción de subjetividad que tales situaciones provocan y las modalidades a partir de las cuales se produce y disemina conocimiento desde y sobre la liminalidad de esas demarcaciones. Mezzadra y Neilson se detienen sobre la forma en que la manipulación del espacio y del tiempo es utilizada en zonas fronterizas como aceleración o enlentecimiento de los cruces de migrantes, a partir de la implementación de dispositivos panópticos y de control corporal y psicológico. Las coordenadas espacio-temporales son, así, trastocadas con la ayuda de dispositivos electrónicos, biométricos etc., que funcionan como métodos de desfamiliarización, objetificación e intimidación del sujeto. Si el espacio es, en estas operaciones, una de las plataformas de enajenación de la identidad migrante, el tiempo constituye, sin duda, la otra coordenada alienante orientada hacia la desnaturalización de las formas de relacionamiento intersubjetivas. Las «temporalidades heterogéneas de la migración» (134) contrastan con la temporalidad homogénea de lo nacional, con su previsibilidad y productividad planificada, creando en el individuo desajustes emocionales y cognitivos. El paisaje fronterizo constituye un territorio inhóspito, donde la diferencia y el performance de la (des)identidad son los rasgos fundamentales de los intercambios legales y clandestinos que allí se desarrollan. Diferencias identitarias, lingüísticas, de intereses, posicionamientos, necesidades y recursos, crean una realidad proliferante caracterizada por el exceso de significado y el rebasamiento de las modalidades tradicionales de ser/estar en sociedad. El sujeto fronterizo es lanzado a una polifonía que satura y sutura su espacio y su tiempo. En esta situación se produce una ruptura profunda de sus enclaves existenciales, que son sustituidos por las dinámicas del tránsito, la ajenidad y la incertidumbre. Los procesos de otrificación son esenciales en el entre-lugar fronterizo; todo signo identitario está puesto bajo sospecha, ya se trate de rasgos corporales, sicológicos, relacionados a las conductas, el gusto, la apariencia, el uso del lenguaje, etc. Se trata, como antes se señalara, en este estudio, de ser imperceptible, de pasar desapercibido, de mimetizarse o convertirse en Otro, de renunciar temporalmente al Yo, de dejar de ser para poder estar. Las nociones de alteridad, otredad,
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marginalidad, subalternidad, etc., tan trabajadas en contextos (post)coloniales, adquieren en la frontera principal y especial relevancia. Asimismo, el tema del Poder se manifiesta de una manera particularmente anónima y monumentalizada, como una fuerza omnipresente, oculta y sórdida, siempre propensa a la corrupción, el abuso y la arbitrariedad. La imperceptibilidad es, por cierto, un recurso transicional, una estrategia de avance. Como se indicara antes, en la movilización migratoria se advierte una voluntad de visibilización, pero como objetivo final, que coexiste con instancias de mimetización y obnubilación de la presencia, de simulacro, performance e invisibilización voluntaria. Esta es otra de las dinámicas paradójicas del sujeto migrante, marcado en tantos sentidos por la doble conciencia, la ambigüedad y la paradoja. La diferencia cultural —concepto protagónico en la postmodernidad— es entonces la noción central y articuladora de la frontera. En los intercambios fronterizos, de un lado y otro del poder, la diferencia se manifiesta como una serie de prácticas de intervención en el mundo del Otro y de interpretación subjetiva de límites, recursos y posibilidades. Negociación de elementos reales y simbólicos, el encuentro con el Otro constituye asimismo un replanteo de la relación que el sujeto mantiene consigo mismo, un reacomodo de su imagen pública y privada y una apertura a la necesidad de modificación de protocolos identitarios y comunicacionales que puedan obstaculizar el tráfico de significados. Esta confrontación implica la aceptación de la ambivalencia como elemento constitutivo de la inter-relación fronteriza y como fundamento de la lógica que impone la heterogeneidad radical que es propia de todo encuentro intercultural e inter-lingüístico. Además de las polaridades y antinomias que remiten a la lógica del amigo/enemigo y que son exacerbadas por el discurso xenófobo, el paisaje fronterizo se presenta como un espacio abierto a la diversificación, las mutaciones y los cambios de posición; se trata de un espacio kafkiano, cuya razón de ser excede los parámetros habituales de comprensión de lo social, requiriendo nuevas categorías de análisis, de interpretación y de respuesta colectiva.
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Teorías del sujeto ¿Qué se entiende por sujeto y qué rendimiento teórico tiene esta noción para la comprensión de la subjetividad migrante en nuestro tiempo? ¿Dentro de qué tradiciones entender esta categoría que ha articulado, en distintos contextos históricos y filosóficos, el pensamiento occidental? ¿Qué hábitos, qué sentimientos y qué expectativas articulan las nociones de sujeto nacional y de sujeto migrante como construcciones diferenciadas y correlativas a diferentes momentos de la organización política y social de la modernidad y de la postmodernidad? ¿Desde qué tradiciones filosóficas pensamos las categorías de subjetividad, territorio existencial, sujetidad y alteridad? Estrechamente ligado a las nociones de id-entidad y agencia, aunque no intercambiable con ellas, el concepto de sujeto (del latín, suiectus, «lo que subyace, lo que está abajo») constituye una de las principales plataformas epistemológicas de la filosofía occidental y del pensamiento político, ya que permite articular las relaciones entre percepción y racionalidad, individualidad y colectividad, pensamiento y acción. El tema del sujeto remite siempre a las preguntas acerca de las formas de vinculación del individuo con el mundo material y con las formas de acción transformadora que el ser humano implementa sobre el entorno. Mientras que al sujeto corresponden las cualidades de la acción, al objeto se atribuye la pasividad: es el polo receptor de la acción subjetiva, lo ya constituido que será captado y apropiado a partir de las percepciones y la racionalidad.
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La noción cartesiana de sujeto, considerada uno de los pilares del pensamiento moderno, postula el yo individual y reflexivo (la conciencia de sí) como la base y fuente del conocimiento. Tal posición será discutida por Martin Heidegger, discípulo de Husserl, quien postula la idea de que el ego cartesiano deja de lado la pregunta por el ser (el sum del cogito). Según el autor de Ser y tiempo (1927), la pregunta por el sujeto cancela la exploración de lo que el sujeto es, del mismo modo en que la cuestión del Dasein (estar ahí o ser en el mundo) excluye la noción mucho más contingente de sujeto, reduciendo la indagación sobre el sentido último de la existencia. Como se ve, la noción de sujeto remite al mismo tiempo a la dimensión ontológica, epistemológica y metafísica, teniendo, por tanto, una cualidad fundante dentro del pensamiento filosófico. De modo principal, la noción de sujeto hace posible enfocar la cuestión de la conciencia, es decir, los procesos de auto/re/conocimiento que constituyen el Dasein, estar ahí o ser en el mundo. Ser/estar ahí implica tanto posicionalidad como apertura, es decir, tanto la afirmación de un lugar específico y delimitado, como la conciencia del/lo otro que permite tal delimitación. Intentando ir más allá de la dicotomía tradicional sujeto/objeto, que ocupa el pensamiento filosófico occidental desde la Antigüedad griega, Heidegger destaca la importancia de la relación entre ambos niveles: no hay mundo sin un sujeto que lo perciba, ni sujeto que pueda concebirse sustraído del mundo que lo contiene. Las ideas de acción, movilidad, transitividad y conocimiento son esenciales para comprender la dimensión no solo ontológica, sino gnoseológica que constituye la noción de sujeto. Para muchos autores, esa noción resulta asimismo inseparable de los discursos que la constituyen históricamente, con lo cual se enfatiza también la relación estrecha entre sujeto y lenguaje. El cartesianismo es también discutido por corrientes que enfatizan, más que la cualidad racional como base para la construcción de la conciencia, la construcción social del sujeto, su carácter escindido, problemático, fluido e inacabado, en constante proceso de constitución y de definición. El conflicto potencial entre unicidad y multiplicidad, así como la tensa relación entre el Yo y su afuera constitutivo, el de la Otredad, son inherentes a las múltiples concepciones del sujeto, que se aproximan de distintas maneras a esas polaridades. Hegel introduce la idea de la negación de la negación como elemento fundamental en la construcción dialéctica del sujeto con respecto al entorno, ya sea el de la naturaleza o el de la sociedad. El sujeto solo puede concebirse como unidad o unicidad al contraponerse a la multiplicidad y a la alteridad contra la cual se recorta como id-entidad irrepetible. El debate en torno a la autonomía o sobredeterminación del sujeto es un punto de contención fundamental entre las posiciones filosóficas idealistas y materialistas, que divergen en la concepción de la sujetidad como punto de partida
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para la comprensión de la naturaleza del conocimiento. La ruptura de la perspectiva trascendentalista del poder permite desmantelar la concepción antropocéntrica del cogito, es decir, la ubicación de la cualidad pensante como centro del mundo, abriendo paso así a una elaboración de los temas de la libertad y la soberanía como signos de una nueva época. Si la modernidad es considerada «la época del sujeto», a la postmodernidad corresponderá registrar la crisis de los principios y discursos que, a partir de la preeminencia de la razón, entregaron relatos totalizadores de la realidad social, económica, política y psicológica (marxismo, Ilustración, psicoanálisis, liberalismo e, incluso, de manera más amplia, cristianismo, capitalismo, etc.). La postmodernidad será entendida, así, como la instancia en la que colapsan convicciones, valores y métodos de conocimiento y de acción intelectual, dejando en su lugar una atmosfera de incertidumbre, escepticismo y fragmentación que promueve la revisión profunda de modelos y paradigmas de conocimiento considerados hasta entonces centrales en la cultura occidental. Para Marx el ser humano es el sujeto de la historia, es decir, el elemento activo y constituyente en los procesos de desenajenación que se van desarrollando históricamente. La idea de que para el marxismo el hombre «hace la historia» se ha prestado a múltiples debates vinculados a los conceptos de libertad y predeterminación, así como a la idea de que el ser social determina las formas de conciencia en distintos momentos históricos. Para comenzar, se cuestiona el sentido estricto del concepto de hombre —¿significado genérico o individual; el hombre (ser humano) como representante de una clase o como integrante de la vanguardia revolucionaria?—. Según Carlos Pereyra, «no es el individuo, no importa la relevancia de su actuación, quien crea las circunstancias y condiciones en las cuales se desarrolla la lucha de clases, sino el desarrollo de la lucha de clases lo que crea las circunstancias y condiciones que hacen posible la acción individual». Dicho de otra manera, «el individuo no es el sujeto de la historia, los individuos no hacen la historia, no son ellos quienes constituyen el proceso, sino el conjunto de las relaciones sociales, en particular para un amplio periodo histórico, la lucha de clases, lo que constituye el campo de posibilidades de la acción individual (77)».
En todo caso, es evidente que la materialización del concepto ha prescindido de la dimensión metafísica de la sujetidad en favor de la preeminencia de lo histórico (variantes políticas, sociales y económicas), nivel que determina formas específicas de conciencia social.1 1 Como Pereyra indica, Althusser ubicará en la masa esa función agónica (alianza de individuos en la lucha de clases). El sujeto adquiriría así una connotación plural, colectiva, eminentemente pública. Pereyra relaciona estos debates a la también discutida definición de clase (clase en sí, clase para sí) la cual está en estrecha relación con la noción de sujeto.
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A partir de una reelaboración del pensamiento de Heidegger y Nietzsche, y también del marxismo, Michel Foucault indica que el sujeto puede manifestarse a través de dos formas. En primer lugar, «sujeto» sería aquel que está sometido a otro, por efecto de ciertas formas de control o dependencia. En segundo lugar, «sujeto» es aquel que está subordinado a la propia identidad, atado a ella por la conciencia o el conocimiento. De modo que existirían formas objetivas y subjetivas de sometimiento. En ambos casos, Foucault define esta acepción general del término «sujeto» elaborando los sentidos asociados de sujeción, dominación, subyugación y sometimiento que pertenecen al mismo campo semántico, reafirmando la idea de que la noción de sujeto es inseparable de las relaciones de poder. El término sujeto sirve, esencialmente, para nombrar un lugar, un posicionamiento, en esas luchas, para situar a aquel que está subordinado a la autoridad y a la fuerza de otro, y que por tanto debe desarrollar estrategias de resistencia y de liberación. Foucault llegará a la idea de la «muerte del sujeto», noción que permite enfatizar las redes históricas, políticas y económicas que crean las condiciones de producción de conocimiento y la formación de la conciencia individual y colectiva. Con esa idea se refiere al descentramiento o disolución de la noción de sujeto unitario y universal manejada en la modernidad como núcleo del conocimiento y de la acción social. La «muerte del sujeto» se abre así a la multiplicidad y a las interrelaciones, es decir, a la visualización de procesos complejos donde el sujeto no es ya el núcleo fijo y unificado, articulador de sentidos, sino uno de los elementos que forman parte de las redes de saber/poder, productoras de significado. De ahí la importancia que adquiere la arqueología cultural, el estudio de genealogías, aparatos de poder y procesos de institucionalización cultural y política en el sistema foucaultiano, así como los estatutos de normalidad, locura, delito, castigo, etc. que permiten captar los recursos y estrategias reguladores de lo social. La acepción y el uso político y legal de la noción de sujeto incorpora al término connotaciones institucionales (ej. el sujeto de la ley) que son esenciales para la comprensión de la función del Estado, la gobernabilidad, las estrategias biopolíticas de control y disciplinamiento poblacional, etc. Esta materialización de la noción de sujeto reactiva las relaciones entre sujeto y sujeción que remiten al nivel de la ciudadanía y que se refieren al sometimiento del individuo y la comunidad a las disposiciones jurídicas y a las formas de micropoder que regulan y administran las relaciones sociales. Resulta interesante observar que Foucault desarrolla la idea de sujeto en relación con la noción, derivada de la matriz cristiana, de poder pastoral y del papel que desempeña el Estado moderno como regulador y guardián del rebaño humano. Ejerciendo una «forma de poder individualizadora y totalizadora», el Estado opera, en su función pastoral, de una manera dual: singularizada y analí-
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tica respecto al individuo, y con una orientación abarcadora y cuantitativa, dirigida al conjunto de la población. Se trata, dice Foucault, de una «doble atadura» a través de la cual se amarran «las estructuras del poder moderno». De esta «doble atadura» derivan las formas dominantes de subjetividad que han prevalecido en la cultura occidental y que someten al individuo a determinados valores, convenciones y horizontes de expectativas. Foucault aplica esta concepción a todos los niveles del desarrollo humano principalmente en la modernidad, desenmarañando las regulaciones vinculadas a la sexualidad, la raza y, en general, los procesos de representación a partir de los cuales se formalizan y naturalizan determinadas versiones de la sujetidad de acuerdo a valores dominantes que constriñen la expresión individual. Para Foucault, uno de los elementos fundamentales vinculados a la cuestión del poder será el de la resistencia, que solo puede ser orquestada cuando el individuo toma conciencia de las relaciones que lo determinan y de los discursos o relatos que legitiman las diversas formas de dominación. A Jacques Lacan se debe la distinción entre ego (imagen del yo que deriva de la fase del espejo y pertenece al orden del imaginario) y sujeto, término que remite en última instancia al inconsciente. Para Lacan, el sujeto está escindido, no constituye una unidad sino, más bien, da cuenta del descentramiento que tiene en el nivel del lenguaje su manifestación más evidente, al desplegar el Yo de la enunciación como distinto del Yo del enunciado. Aunque en diferentes registros, Louis Althusser desarrolla una diferenciación similar en el plano de la ideología, a partir de la idea de interpelación: el sujeto no existe como una entidad previa a la interpelación, sino que es constituido —y, en este sentido, sobredeterminado— por ella. La interpelación ideológica actúa como un llamado o una convocatoria al (auto)reconocimiento, y funciona impulsando en el individuo un salto cualitativo a partir del cual este se convence de haber sido siempre-ya sujeto, es decir, se reconoce como el lugar simbólico de lo político y como protagonista potencial de la acción transformadora. El concepto de sujeto es así inseparable de la idea de agencia, que apunta a su movilización proyectiva. La historia sería, entonces, un proceso —una dialéctica— sin sujeto, ya que este no la precede, sino que surge como efecto de la acción interpelante que lo produce en su carácter de agente potencial del cambio social. En palabras del propio Althusser, Todo individuo humano, es decir social, sólo puede ser agente de una práctica social si reviste la forma de sujeto. La «forma-sujeto» es en efecto la forma de existencia histórica de todo individuo, agente de prácticas sociales (Para una crítica de la práctica teórica 76).2 2 Como Althusser explica a continuación, «La “forma-sujeto” es, en efecto, la forma de existencia histórica de todo individuo, agente de prácticas sociales: puesto que las relaciones sociales de producción y reproducción comprenden necesariamente, como parte integrante, lo que Lenin
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Así, como se estableciera en las perspectivas materialistas, el tema del poder es crucial en la definición de la idea de sujeto, y se manifiesta no solamente a través de las relaciones sociales, económicas y políticas que van variando históricamente, sino asimismo a partir de las redes discursivas, disciplinarias e institucionales que constituyen el contexto de su elaboración y de su implementación. De la misma manera, la noción de sujeto así generada constituye, ella misma, un lugar de poder: el sujeto es consagrado como productor de sentido, es decir, como principio soberano de conocimiento y acción. De ahí que sobre todo en la filosofía postestructuralista una de las avenidas de renovación del pensamiento occidental y de los legados del idealismo se haya concentrado en el desmantelamiento de la idea de sujeto como plataforma autoritaria —de autorización y autoridad— para la producción de sentido y para la conceptualización de lo social. Tanto el marxismo como algunas líneas de la reflexión sociológica (Bourdieu) y del pensamiento psicoanalítico (Kristeva, Lacan) han convergido en la reivindicación de dimensiones éticas y políticas que forman parte de los procesos de construcción de la realidad social y que son fundamentales tanto en la producción y diseminación de discursos como en la administración de legados teóricos que perpetúan visiones acríticas, deshistorizadas y despolitizadas de la categoría de sujeto. En su libro Discerning the Subject (1988) Paul Smith indica, en una aproximación que sirve para resumir lo que viene planteándose hasta aquí, que The «subject» is generally construed epistemologically as the counterpart to the phenomenal object and is commonly described as the sum of sensations, of the «consciousness», by which and against which the external world can be posited. That is to say, the «subject», as the product of traditional western philosophical speculation, is the complex but nonetheless unified locus of the constitution of the phenomenal world. In different versions, the subject enters a dialectic with that world as either its product of its source, or both. In any case, the «subject» is the bearer of a consciousness that will interact with whatever the world is taken to consist in (xxvii).
La posición de Smith es que las nociones abstractas de sujeto y sujetidad cancelan toda posibilidad de resistencia, ya que invisibilizan los sistemas de conoci-
llama “las relaciones sociales [jurídico-] ideológicas” que, para “funcionar”, imponen a todo individuo-agente la forma de sujeto. Los individuos agentes actúan por lo tanto siempre en la forma de sujetos, en tanto sujetos. Pero que ellos sean necesariamente sujetos, no hace a los agentes de las prácticas sociales-históricas el, ni los sujeto(s) de la historia (en el sentido filosófico del término: sujeto de.). Los agentes-sujetos sólo son activos en la historia bajo la determinación de las relaciones de producción y reproducción, y en sus formas» (Para una crítica de la práctica teórica 76-77).
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miento, los mecanismos de poder y las ideologías que los sustentan. «Discernir» el sujeto implica, en este sentido, para Smith, desarticular los significados asignados a esta categoría y deconstruir las redes discursivas que los sustentan. Esto permitiría hacer evidente las estrategias representacionales a partir de las cuales la naturaleza y el lugar del sujeto han sido establecidos en la tradición occidental de acuerdo con regímenes de verdad estrechamente vinculados a mecanismos de dominación económica, política y epistémica. La noción de sujeción transmite, por asociación con la de sujeto, el sentido de control, restricción y autoritarismo que coarta la libertad y constriñe la acción transformadora. Asimismo, tiende a perpetuar la idea del sujeto como categoría única, sólida, totalizante y autocontenida, ocultando la lucha entre control y subversión, poder y resistencia, sobredeterminación y libertad. La trayectoria filosófica que se ha esbozado hasta aquí de manera somera no está, en modo alguno, desasociada del problema que nos ocupa en este estudio: la presencia, cada vez más conspicua, de nuevas formas de manifestación y de conceptualización del ser social que se recortan contra el telón de fondo de expresiones inéditas de historicidad y de movilización poblacional, en sus múltiples concreciones espacio-temporales. Las cuestiones de poder y resistencia, las formas de habitar la historia y protagonizar los procesos de cambio social, las modalidades a partir de las cuales las identidades individuales y colectivas se vinculan a los niveles de territorialidad, historicidad y comunidad, requieren categorías de interpretación de lo social que puedan captar el sentido nomádico de nuestro tiempo y contrarrestarlo con las formas comparativamente más fijas y «territoriales» de la modernidad. La noción de sujeto es esencial para comprender las nuevas formas de existencia social y las modalidades de (auto)reconocimiento social que ellas generan. En la medida en que las coordenadas espacio-temporales van siendo concebidas y actualizadas por el sujeto de maneras distintas, la noción misma de subjetividad varía, pasando a alojar nociones como las de nomadismo, posthistoria, posthumanidad, etc., que comunican la ambigua vivencia de lo social y de lo político, espacios que en gran medida se definen por la dimensión de territorialidad y pertenencia. Las relaciones entre sujeto (sujetidad) y migración constituyen uno de los focos del presente estudio, por lo cual es necesario entender lo que la época actual entiende como bases de la subjetividad social, intrínsecamente vinculada a las nociones de territorialidad y movimiento. En sus reflexiones sobre «Las distintas maneras de migrar», Abril Trigo advierte que, según muchas elaboraciones críticas, mientras el exilio es visto principalmente como «tropo de la modernidad», la diáspora ha sido interpretada como la «metáfora postcolonial» por excelencia. Sin embargo, tal distribución de atributos y nomenclaturas simplifica en exceso fenómenos que son por naturaleza complejos e híbridos. Tal consideración atribuye una serie de cualidades
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y conductas comunes a una y otra experiencia migratoria. El exilio sería visto como un emprendimiento individual y nostálgico, romantizado por los efectos de la distancia entre el sujeto y la tierra natal, la renuncia al regreso o la construcción imaginaria e imaginativa del lugar originario, que adquiere una dimensión idealizada y congelada en el tiempo. Por su lado, las diásporas serían una experiencia postmoderna consistente en movilizaciones comunitarias que mantienen un lazo de apego y lealtad con la sociedad de la que se partió. Tal esfuerzo resulta en la resistencia de asimilación a la sociedad receptora, situación que algunos autores interpretan como una capacidad del sujeto de construirse identidades múltiples, desterritorializadas y «libres» de las ataduras de la naciónEstado, categoría fija y autocontenida. Evidentemente, esta distribución de cualidades que se asignan a una u otra experiencia migrante es simplificadora y desconoce las dinámicas propias de la reinserción social, las cuales demuestran que incluso en una misma experiencia individual puede pasarse de una a otra forma de conciencia social. Asimismo, rasgos que se atribuyen a la migrancia moderna se combinan con formas postmodernas de vivencia de los procesos de des/re/terrritorialización y con nuevas maneras de entender la territorialidad, la residencia y la pertenencia. Uno de los aspectos fundamentales en la consideración de estos fenómenos es la incidencia de los factores de clase, raza y género, que incorporan variantes sustanciales a la experiencia del abandono de la tierra propia y la incursión en otros contextos socioculturales, lingüísticos, etc. Evidentemente, la incidencia de la migración, como muchas otras experiencias sociales, es muy distinta en sujetos de la clase media y del proletariado (noción sustituida, según algunos, por la de «precariato»), en campesinos, indígenas, individuos de sectores aventajadas, profesionales y obreros, habitantes de los centros urbanos, de las zonas rurales o fronterizas; mujeres, ancianos, niños y personas con discapacidades, enfermos, negros, asiáticos, etc. Este corte en la perspectiva crítica es en muchos casos más productivo que la evaluación de la migración —la diáspora o cualquiera de las otras formas de desplazamiento humano y reterritorialización— a partir de categorías afincadas en una concepción universalista de «la humanidad», que desconoce desigualdades de radical importancia en la experiencia social. Resulta obvio que los sectores más afectados por las políticas antimigratorias son los más vulnerables, por ejemplo mujeres, siempre sujetas al peligro de la violación o la captura para prostitución, los niños que abundan en la migración por tierra y mar, los ancianos y los discapacitados.3 Bahia Munem ha estudiado, por ejemplo, la selección que se realiza en Brasil respecto a la posibilidad de los migrantes 3 Sobre
aspectos vinculados a la situación de la mujer a nivel global y en relación con los temas de frontera y ciudadanía, véase Benhabib y Resnik.
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que son considerados para una potencial aceptación en el país, de integrarse productivamente a la sociedad en el mercado laboral y de ofrecer reciprocidad, en ese sentido, a la sociedad que los acoge. El resultado es una selección biopolítica que, en consideración de los costos de servicios de salud, por ejemplo, niega entrada a todos aquellos que pueden necesitarla más y que por tanto serían más onerosos para el país que los recibe. Se trata, así, de un «humanitarismo» que evalúa los beneficios que el sistema puede obtener con la desaventajada situación del Otro. Como indica Munem, The potential for selection increases for an individual if the resettlement proves mutually beneficial, rather than those whose aged and/ or disabled bodies mark them as socially dis-integratable at the outset. The declining capital of aging bodies is considered when determining the possibility of reciprocity in new social and economic contexts («Migration and the Aging Body»).4
El flujo de individuos cuyas circunstancias tienen como principio fundante la precariedad, que enfrentan diariamente el desafío de la desterritorialización, el desplazamiento forzado, la ruptura violenta de lazos familiares, la inseguridad y el desamparo, la discriminación, y existen excluidos de los resguardos de la ciudadanía, exige la puesta en práctica de nociones que abarquen la experiencia transnacional, así como el fenómeno de expansión de la carencia, como elementos comunes a sectores sociales sin voz, sin representación política y sin posibilidad de negociación. Podemos preguntarnos, ¿qué modelos de análisis y evaluación de lo social desestabilizan esta nueva experiencia de relación con el espacio público, con la dimensión transnacional, con los conceptos modernos de cultura nacional, cosmopolitismo, identidad y frontera? ¿Qué modelos de sujetidad y de gobernabilidad reclama el mundo en el que el sujeto migrante constituye uno de los principales desafíos? ¿Cómo modifica la trayectoria del sujeto migrante la formasujeto consagrada en la modernidad? ¿Hacia dónde apuntan las nuevas formas de subjetividad colectiva que este fenómeno cataliza a todos los niveles? El sujeto nacional (-popular) Dentro de la teoría política, la noción de sujeto nacional es en general entendida como una categoría que se utiliza para delimitar formas de agencia individual o colectiva, es decir, para demarcar un lugar ideológico y una posicionalidad en las luchas sociales, a partir de la cual puedan elaborarse proyectos 4 Para dar una visión más amplia de estos temas, y en particular sobre los criterios utilizados en la
clasificación de pedidos de asilo en el Reino Unido véase, por ejemplo, Goodman y Speer, y Lynn y Lea.
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reivindicativos y transformadores. De este modo, agencia, sujeto y estructura social constituyen una tríada en la que se define la acción orientada hacia el cambio del orden existente. Aunque en muchos contextos la expresión «sujeto nacional» ha sido apropiada y resignificada en el contexto de regímenes populistas, el concepto es utilizado de manera más amplia principalmente por sectores de izquierda de orientación gramsciana, para hacer referencia al protagonismo político en contextos de resistencia o lucha revolucionaria. En los Cuadernos de la cárcel, escritos entre 1929 y 1935, Antonio Gramsci echa mano al concepto de lo nacional-popular para referirse al papel de los intelectuales en relación al pueblo, en el contexto de las luchas políticas. En relación con el vínculo que siempre se establece en América Latina, por ejemplo, entre populismo y sujeto nacional-popular, Nora Rabotnikof y Julio Aibar, en su estudio sobre «El lugar de lo público en lo nacional-popular», señalan: «Nacional-popular» es una expresión que ha sido empleada con cierta frecuencia en América Latina para aludir a experiencias políticas que, especialmente entre los años 30 y 50 del siglo pasado en México, Argentina y Brasil, reivindicaron los derechos de los trabajadores y de los sectores más vulnerables de la sociedad; fomentaron la organización de sindicatos fuertes y centralizados; redefinieron el papel del Estado —que pasó a ser rector de la economía, tutor y garante de la organización corporativa de la sociedad— e invocaron la Nación como espacio simbólico e imaginario de unidad (54-55).
El concepto de nación opera, en este sentido, como una totalidad compleja e inestable que comprende elementos históricos, culturales, lingüísticos, religiosos y morales que configuran un sistema de principios y de símbolos a partir de los cuales se fundan y desarrollan los imaginarios nacionales. Como territorio simbólico, la nación fue siempre objeto de pugnas y redefiniciones, constituyendo el espacio utópico que cada proyecto colectivo intenta apropiar y redimensionar de acuerdo a expectativas múltiples y variables. En ese nivel, lo popular representa, a su vez, el estrato más complejo y fluctuante de la formación social nacional.5 Formado tanto por las elites como por la llamada «clase media» y por capas de subalternidad y marginalidad, identificadas o beligerantes con respecto a la cultura dominante, el «pueblo» funciona como un sujeto colectivo en cuyo seno tienen lugar alianzas político-ideológicas de distinto signo (entre Iglesia y sindicatos, entre ejército y partidos políticos, entre el sector obrero y el estudiantil, etc.). Estas alianzas dan unidad a la acción, aunque sea de manera coyuntural y provisional, a partir de la articulación de sectores de diversa condi5 «Lo nacional, en clave de Gramsci, no era el dato inicial que conjunta un territorio determinado con identidades establecidas, sino el campo problemático, “necesariamente obligado del proyecto hegemónico”» (Ratbotnikov y Aibar 58).
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ción social, de diferente formación política y de intereses también dispares, pero eventualmente convergentes. Ernesto Laclau enfatizó, en sus estudios sobre el populismo, que la noción de pueblo remite no a una estructuración o «entidad» preexistente o «dada» en el nivel de lo social, sino a un proceso de construcción, donde el discurso de articulación político-ideológica es el que produce la agencia política, y la lógica que la define. Es un principio articulador de la lucha política, una categoría de significado político flotante que se nutre de la diversidad. Como indica el politólogo argentino, Una primera decisión teórica es concebir al «pueblo» como una categoría política y no como un dato de la estructura social. Esto significa que no designa a un grupo dado, sino a un acto de institución que crea un nuevo actor a partir de una pluralidad de elementos heterogéneos (La razón populista 278).
Todo populismo implica no solo ambigüedad programática, variabilidad e imprevisibilidad, sino también una dosis variable de demagogia. De ahí que el populismo pueda tener un signo democrático o autoritario, según las alianzas o «cadenas de equivalencia» que lo constituyan. Asimismo, el populismo implica siempre una ruptura deliberada con las formas tradicionales de hacer política, y expresa la voluntad de construir, desde nuevas bases, un tipo particular de sujeto o de sujetidad, es decir, una forma distinta, efectiva y aglutinante de interpelación político-ideológica, que conduzca a una praxis transformadora. Por eso, todo populismo supone una crisis de representación, en la medida en que cancela modalidades anteriores de ejercicio de la hegemonía al incluir a sectores generalmente marginales al juego político. Los conceptos de hegemonía, vanguardia, subalternidad, soberanía y resistencia son fundamentales para comprender estas dinámicas, que adquieren un carácter particularmente intenso en los regímenes populistas, en cuyo seno se reformula la noción de lo nacional (-popular) de acuerdo a la orientación que tales regímenes adquieran en distintos contextos.6 6 Como
indicara Ernesto Laclau en múltiples estudios sobre el populismo, este tiene un signo ideológico y político variable y es redefinido según los contextos a los que se articula y los sectores a los que en cada caso representa. Según Laclau, «por “populismo” no entendemos un tipo de movimiento —identificable con una base social especial o con una determinada orientación ideológica—, sino una lógica política» (La razón populista 150). El concepto de lo nacional popular ha sido reactivado, según algunos autores, en Argentina, tanto como en Bolivia, para dar aquí ejemplos bien diferentes del modo en que esta noción es utilizada políticamente. Véase al respecto Svampa y García Linera. «En el orden de los “populismos realmente existentes”, la actualización de lo nacional-popular, realizada a través de la profundización de los antagonismos y la activación de estructuras de inteligibilidad binarias, se halla más cerca de las clásicas versiones organicistas de
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El concepto de lo nacional-popular es utilizado entonces como identificación de una posicionalidad o, mejor, de una sujetidad o posición de sujeto que se vincula con los procesos revolucionarios orientados hacia la búsqueda de una hegemonía alternativa a la existente. Lo nacional popular es para Gramsci una forma de la realidad sociocultural producida y/o reconocida por una articulación entre intelectuales y pueblo-nación que, al expresar y desarrollar un «espíritu de escisión» frente al poder, es capaz de distinguirse de éste (Portantiero y De Ipola 11).7
Se trata, entonces, del reconocimiento de un sujeto de la lucha revolucionaria que es a la vez protagonista y destinatario de la escisión con respecto al poder y de la reconstitución de la relación Estado-pueblo bajo nuevos principios y redefiniciones de las ideas de nación(alidad), igualdad, libertad, etc. Como indican Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ipola, en ese campo de lucha política lo «nacional-popular» se enfrenta a lo «nacional-Estatal»: Ambos conceptos recortan espacios diferenciados: el Estado es una construcción compleja de las clases dominantes (que obviamente penetra a las clases subordinadas) y «el pueblo» es una construcción compleja de las clases dominadas (mucho más fragmentada y dispersa; subordinada). Lo que interesa marcar es que ambos son producciones sociales: así como no hay transparencia en la relación entre clases dominantes y Estado, tampoco la hay entre clases dominadas y pueblo: los sujetos de la acción histórica no se constituyen como tales en las relaciones económicas sino «fuera» de ellas (11). Pero lo nacional-popular no es ni un espacio homogéneo ni un dato metasocial. Por lo pronto, si partimos de la simple idea de que la fortaleza de una dominación se mide por la manera en que se incorpora a los hábitos de la tradición, es impensable la existencia de un reducto de valores, de creencias y de comportamientos en estado de incontaminación. Toda dominación se interioriza de alguna manera en los dominados, que acumulan en sí residuos históricos de la opresión. El terreno donde lo nacional popular se produce es el de esa cultura, de ese «sentido común», como efectiva manifestación de un proceso de constitución de cada pueblo-nación. Pero —y esto lo dice Gramsci— «el pueblo mismo no es una colectividad homogénea de cultura» (12). la hegemonía que de una visión pluralista. No obstante, aunque la matriz nacional-popular puede reclamar hegemonía (asentada sobre todo en una construcción cultural-mediática), se muestra incapaz de aglutinar y contener todos los frentes de conflicto y todas las formas de expresión de lo popular» (Svampa, «La Argentina una década despues», 33). 7 Véanse Gramsci, La política y el Estado moderno y J. C. Portantiero, «Gramsci en clave latinoamericana».
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Portantiero y De Ipola enfocan el problema de las clases sociales como sujetos de acción histórica, es decir, el modo en que las mismas llegan al nivel de politización que les permite adquirir perfil propio y desarrollar agendas específicas en la lucha por subvertir el orden burgués para su reemplazo por otro más justo que privilegie los intereses populares. Es en este contexto donde el tema de lo «nacional-popular» se vincula a la construcción de hegemonía, es decir, al desarrollo de la «capacidad de una clase para la construcción de una “voluntad colectiva nacional popular” sostenida sobre una gran “reforma intelectual y moral”». El tema de lo nacional-popular, desarrollado por René Zavaleta Mercado para el caso de Bolivia, fue también estudiado por Danilo Martuccelli y Maristella Svampa como explicación de formas de populismo «inacabado» en Perú. En ese contexto, los autores definen así el concepto de origen gramsciano: Por modelo nacional-popular comprendemos el «estado» del sistema político propio de una época de industrialización que busca hacer viable el crecimiento hacia adentro, a través de la incorporación política de los sectores populares y el esfuerzo por movilizar las masas de manera «organizada» (esto es, canalizar las demandas sociales a través del aparato político-institucional). A pesar de la variedad de interpretaciones existentes sobre el modelo nacional-popular en América Latina, bien puede decirse que un cierto «consenso» reina entre los sociólogos a la hora de determinar su «época». En general, se trata del período que se extiende desde la crisis de 1929 hasta los años 1959-1964, marcado por la imposibilidad de importar productos manufacturados y el desarrollo de una industria sustitutiva cuyo destino era la satisfacción de la demanda interna. Es en ese contexto económico —acumulación de reservas ociosas durante la Segunda Guerra Mundial y desarrollo de las exportaciones al finalizar ésta— que se produce el cuestionamiento de la dominación oligárquica y la consolidación, en varios países latinoamericanos, de regímenes nacional-populares a través de pactos sociales amplios. El modelo nacional-popular designa entonces, sobre todo, un pacto de gobierno interclasista, que corresponde al momento de constitución de nuevas alianzas entre el capital extranjero y el capital nacional, y a la expansión del mercado interno (s/p).
Como se ve, el concepto de sujetidad tiene en estas construcciones teóricas y políticas una constitución «dura», que permite nombrar el lugar del poder transformador de la sociedad, en vinculación estrecha con la institución estatal. Estos agentes transformadores son interiores a la formación social, es decir, propiamente constitutivos de ella. En contraposición, hablar de «sujeto migrante» implica poner la atención en fuerzas marginales, exógenas a lo nacional, expelidas de ese dominio, que efectúan a su vez —o pueden efectuar— transformaciones en la estructuración misma de la formación nacional. De este modo, la posición interior del sujeto nacional-popular queda relativizada, dejando ver
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su deriva hacia los espacios transnacionales, en los que la forma sujeto-migrante reclama y activa nuevas formas de pertenencia, de relación con el entorno, y de acción social. La presencia y acción del sujeto migrante corroe el pacto social que, saturado por sus propias contradicciones, no logra absorber las demandas que considera exógenas. El carácter heterogéneo de lo nacional que constituyera uno de los mayores desafíos para el avance de los proyectos republicanos desde la independencia, es uno de los rasgos radicalizados por los procesos migratorios, que ejercen una intensa presión sobre los procesos sociales, políticos y económicos en los que se inscriben. Se extrema así la necesidad de repensar los límites de la nación-Estado, la función de las instituciones democráticas, la ciudadanía y los horizontes de una necesaria refundación de lo político a partir del componente imprescindible de la multi/interculturalidad. Dice al respecto, por ejemplo, Álvaro García Linera, refiriéndose al caso boliviano: Lo nacional-popular ha sido en América Latina la construcción de una narrativa que identifica la patria con las mayorías subalternas, que están interpeladas, por tanto, a dirigir una refundación nacional que, frente a los intereses de los países dominantes del Norte y sus oligarquías domésticas asociadas, realice los intereses de «toda» la comunidad. El sentido ideológico que esta construcción tenga depende de los contenidos particulares que el grupo social dirigente le imprima a la narrativa hegemónica (2)
¿Cómo funcionaría la lógica de las equivalencias que Laclau definió como uno de los ejes de la movilización populista, para el caso de formaciones nacionales atravesadas por el elemento exógeno del Otro, que se viene a inscribir en el espacio institucional de lo público-estatal, poniendo a prueba los conceptos de legitimidad, derecho, territorialidad y ciudadanía? Evidentemente nos encontramos en el presente en un momento de rebasamiento de tales estructuras conceptuales, sin que existan aún categorías de recambio político, ni liderazgos articulados para una modificación jurídica, ética y social de los protocolos que la sociedad pone en marcha para salir al cruce de las transformaciones del espaciotiempo social en la postmodernidad. La migración constituye, en este panorama, un espacio de exploración, es decir, un laboratorio en el que se despliegan energías y subjetividades otras que agregan a las nociones que se han venido mencionando de sujetidad la dimensión transnacionalizada. En resumen, expandiendo y particularizando la noción general de sujeto, el aquí llamado sujeto migrante aparece entonces en el panorama de la crítica cultural como una categoría interdisciplinaria que permite hacer referencia a aspectos vinculados al fenómeno de desplazamientos poblacionales masivos y de destotalización nacional a escala global. En particular, esa noción apunta a
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los procesos de subjetivación que derivan de la trayectoria migratoria y de los problemas de inserción de individuos y grupos familiares en contextos sociales de adopción. Resulta obvio que la calificación de «migrante» sugiere una tensión fundamental, relacionada con las connotaciones de movilidad, inestabilidad, cambio, desarraigo, ajenidad, reinserción y asimilación. La noción de sujeto nacional, por su lado, connota más bien pertenencia y continuidad respecto al espacio o territorio con el cual esa subjetividad se identifica. «Sujeto migrante», al problematizar las relaciones entre individuo, identidad y espacio de pertenencia o adopción (tierra natal y/o lugar de residencia), remite asimismo a los procesos sicológicos y afectivos relacionados con la memoria, el deseo y la necesidad, así como a nuevas formas de relación entre individuo, comunidad y aparato estatal. Tal expresión funciona, así, como una constelación de sentido, en la que se conjugan elementos ideológicos, éticos, políticos, económicos, culturales, sociales, etc., dando por resultado una configuración compleja que atraviesa, invade y satura el espacio social con significados inéditos. Con esto, nociones como las de sujeto nacional o nacional-popular se ven radicalmente desestabilizadas y relativizadas, manifestándose como constructos teórico-ideológicos de la modernidad, que los flujos poblacionales incrementados por la globalización neoliberal van debilitando de manera rápida e irreversible. Sujeto subalterno y sujeto migrante Como es sabido, la noción de sujeto subalterno ha sido elaborada, en sus usos actuales, a partir de los conceptos vertidos por Antonio Gramsci en los Cuadernos de la cárcel, como la categoría a partir de la cual el filósofo y activista italiano concibió la lucha social en el momento de la construcción del discurso y de la acción contrahegemónica. La lucha de clases comprendía, en su visión, tanto aspectos político-económicos como sociales y culturales. El proceso de resistencia contra la dominación capitalista y contra el predominio ideológico de la burguesía, a partir del cual se gestionaba y legitimaban las estructuras económicas dominantes, podía ser llevado a cabo a través de la intervención político-cultural de los sectores dominados, es decir, a partir de la consolidación de una conciencia de clase de contenido emancipador que hiciera emerger en la sociedad civil los actores y mecanismos necesarios para el desarrollo de una praxis revolucionaria. Su concepción del sujeto subalterno tiene que ver entonces, directamente, con las ideas que desarrolla en torno a la teoría de la praxis y a la formación de un pensamiento de vanguardia que incluyera el pensamiento común, integrado también por elementos emocionales. La construcción político-ideológica de esa nueva conciencia social correspondía a los que Gramsci
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consideraba sectores dominados, marginalizados o subalternos, principalmente el proletariado de clase explotada y enajenada por el pensamiento burgués y por las metas productivistas del capitalismo, pero asimismo organizado y orgánico, capaz de desarrollar una visión alternativa del mundo y una praxis transformadora de las relaciones de poder. Gramsci percibe claramente la importancia de los modelos epistémicos a través de los cuales los distintos estratos sociales conciben el mundo y las fuerzas que lo controlan. De la misma manera, reconoce que la conciencia social se construye no solamente en relación a intereses y condiciones de vida contingentes y situacionales, sino también a partir de los efectos que ejerce sobre el individuo la cultura popular, la educación, la creencia, el sentido común, etc., como componentes ineludibles en la formación de subjetividades colectivas. El pensador italiano da particular importancia a la cuestión moral, ya que es en el espacio de la ética y de las praxis socio-políticas donde puede desplegarse el proyecto de la liberación. En este plano, la función de los intelectuales es fundamental, en la medida en que por su acción puede llegar a configurarse un discurso que, en lugar de perfilarse a imagen y semejanza del discurso hegemónico, se abriera a formas otras de organización social, de relación del individuo con el Estado y las instituciones, y de imaginación de un futuro de justicia social y humanitarismo. Con estos objetivos, los sectores populares y los intelectuales debían necesariamente orientarse hacia una acción coordinada, ya que ambos representan visiones complementarias de lo social, basadas en los principios de sentimiento y racionalización, componentes imprescindibles de todo posicionamiento contrahegemónico. La lucha del subalterno integra, como enfatizaría también José Carlos Mariátegui, elementos emocionales y míticos; toda revolución es, ante todo, un acto de creencia, que requiere adhesión, sacrificio y pasión. Pero los componentes subjetivos deben siempre ser guiados y controlados racionalmente —políticamente— para no descomponer la unidad revolucionaria y disolver su fuerza de choque.8 El sentido acuñado por Gramsci para el concepto de subalternidad ha sido utilizado en exceso en décadas pasadas, para designar una de los aspectos de la postcolonialidad: el que se refiere a la posición de todo aquel que por implementación de las formas colonialistas de poder o del imperialismo moderno, ha quedado excluido del acceso a los espacios políticos, económicos y culturales dominantes en el capitalismo contemporáneo. Designa así a sujetos excluidos, sin voz ni representación, es decir, exentos de agencia política y social, los cuales solo se hacen presentes a través de la mediación de sectores articulados al sistema. La falta de voz y de capacidad para articular un discurso audible por 8 Respecto
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al tema de la subjetividad en Gramsci, véase Reed.
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parte de los sectores dominantes ha dado lugar a gran cantidad de polémicas, que escapan a los límites del presente estudio. Sin embargo, conviene recordar que algunas de las principales críticas del concepto de subalternidad incluyeron la idea de que se trata de una categoría plana que no solamente registra una posicionalidad, sino que la consolida desde el discurso, es decir, subalterniza al sujeto en el mismo acto de concebirlo como parte de un sector sin posibilidad de autorrepresentación, sin programa de acción política, sin agencia.9 Gayatri Spivak, al igual que Edward Said y Homi Bhabha, como teóricos de la postcolonialidad, trabajan, aunque de manera mucho más matizada de lo que se ve en la crítica más general, la noción de subalternidad. Spivak, por ejemplo, explica que la principal cualidad que percibe en la noción de «sujeto subalterno» es la ambigüedad del concepto (la misma razón por la cual otros críticos, justamente, rechazan ese término): Me gusta la palabra «subalterno» por una razón. Es verdaderamente situacional. «Subalterno» comienza siendo una descripción de cierto rango militar. Luego fue usada para sortear la censura por Gramsci: él llamó monismo al marxismo y fue obligado a llamar subalterno al «proletariado». La palabra, usada bajo coacción, se transformó en una descripción de todo aquello que no cabe en el estricto análisis de clase. Me gusta eso porque no tiene un rigor teórico (cit. en Gago y Obarrio s/p)10
Para Spivak, uno de los efectos de esa «identidad subalterna» sería el de tener un «efecto de sujeto» al configurar «una inmensa red discontinua […] de hebras que pueden llamarse política, ideología, economía, historia, sexualidad, lenguaje, etc.» («Estudios» 44, cit. en Gago y Obarrio s/p), por lo cual «habría que leerlo (al efecto de sujeto subalterno), entonces, como un uso estratégico del esencialismo positivista en aras de un interés político escrupulosamente visible» («Estudios» 45). La discontinuidad entre estas hebras, o efectos de sujeto, aporta la posibilidad de incorporar la variabilidad de perspectivas y, por lo tanto, la capacidad de migrancias identitarias del subalterno.
Spivak siempre destaca la cualidad heterogénea del subalterno, percibiendo la capacidad niveladora de esa noción que en su excesiva inclusividad desparticulariza y descontextualiza las distintas posiciones/situaciones de dominación. 9 Véase
al respecto Moraña, «El boom del subalterno». destacar que la idea de que en los escritos producidos en prisión Gramsci usa el término subalterno para aludir eufemísticamente al proletariado ha sido discutida con la tesis de que la utilización de esa palabra en Gramsci responde a una acepción original y no eufemística. Véase al respecto Green. 10 Cabe
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A los efectos de las relaciones que puedan llegar a establecerse entre sujeto subalterno y sujeto migrante, cabe destacar que la segunda expresión, con ser también teóricamente abarcadora, es más específica que la primera. Subalternidad y migración tienen, obviamente, mucho en común, principalmente el tener como núcleo la problemática global de la exclusión y el borramiento del sujeto colonizado, ya desde las estructuraciones imperiales del poder hasta la modernidad, tanto en lo que tiene que ver con la presencia y acción política, económica y cultural como en lo relacionado con el nivel epistémico (cosmovisiones desplazadas por su «primitivismo», lenguas «menores» destinadas a desaparecer, sujetos explotados, sacrificio de cuerpos, sensibilidades, proyectos, etc. que no refuerzan las perspectivas dominantes, etc.). Se trata de sectores que ocupan estratos sometidos y explotados que el sistema global desconoce y que en muchos casos no coinciden con la jerarquía de clase, como, por ejemplo, en el caso de la mujer, que aun dentro de la alta burguesía sufre procesos de marginación e invisibilización. Por su lado, entre todas las formas de expulsión de individuos, sectores, comunidades, del sistema global, la noción de sujeto migrante apunta a la visualización de la desterritorialización como una de las notas distintivas de los procesos de marginación poblacional, a partir de la cual se gestan dinámicas y formas de (auto)reconocimiento social específicas. También son específicas las formas de relacionamiento de este tipo de sujetos con el Estado tanto a nivel nacional como transnacional. La dispersión y la relocalización causa, a su vez, formas distintas de distanciamiento y apego a la tierra natal, a la historia común, a la lengua perdida y ganada, a los sentimientos familiares, comunitarios, etc. Tales diferencias deben ser matizadas, asimismo, según las distintas formas migratorias. Nomadismo, exilio, desplazamiento forzoso, diásporas por razones económicas, ecológicas, de violencia política o de origen étnico o religioso dan lugar a formas específicas de subjetividad y conciencia social, que no pueden ser englobadas sin más dentro de conceptos destinados a contenerlas y confundirlas. Finalmente, las formas de agencia política y social son también distinguibles y específicas y, como se percibe sobre todo desde la perspectiva de la autonomía de las migraciones, remite a movilizaciones infrapolíticas imperceptibles y acumulativas que implican y desencadenan resistencia y subversión frente al statu quo. Lo que importa señalar, aparte de los deslindes mencionados, es que, junto a las categorías de ciudadanía, soberanía y sujeto nacional, descaece también, como Spivak señala al referirse al caso de América Latina, la noción de lo nacional-popular, ligada, como antes se indicara, a los proyectos de liberación nacional. Indica Spivak: Digamos que yo siento empatía por el proyecto latinoamericano. Creo que mientras que la idea del subalterno, la idea del lenguaje y otras en Gramsci pueden
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ser asombrosamente transformadas, la idea de lo nacional-popular tiene que ser desplazada. Gramsci quería mantener viva esa doble conciencia: sur y norte. Y en cierta medida, de ahí es de donde proviene el concepto nacional y popular, atravesando las clases (Gago y Obarrio s/p).
Más recientemente, Spivak estrecha aún más la relación entre migración y subalternismo al indicar, en «Europa and the Bull Market» que el migrante es el nuevo subalterno: «Gramsci encouraged us to think the subaltern —the paperless immigrant is the new subaltern— as complicit» (34, mi énfasis). Otros autores, como Truong, se han referido también a la emergencia del migrante como el «nuevo subalterno», en este caso debido al hecho de que el migrante «irregular» ha sido privado del derecho al movimiento, y condenado a una territorialidad marginal, desposeída y desestatizada.11 Sujetos nómades Ya que los procesos de migración y sobre todo sus características necropolíticas se acentúan y se aceleran notablemente año tras año, resulta imprescindible asociar la subjetividad migrante cuyo perfil se viene persiguiendo en este estudio, con los rasgos más salientes de la etapa que atraviesa actualmente la cultura occidental. Tales rasgos incluyen, junto al ya aludido declive de la nación-Estado, el reconocimiento de la diferencia —étnica, cultural, política, sexual, etc.— como elementos prominentes en los escenarios globales. Estos aspectos resultan prominentes en el estudio de la migración y de las dinámicas fronterizas. En su libro Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Rosi Braidotti indica: El rasgo distintivo de la postmodernidad es, en efecto, la naturaleza transnacional de su economía en la era de la decadencia del Estado-nación. Se refiere a la mezcla étnica producto del flujo de migración mundial: un proceso infinito de hibridación en un tiempo signado por el creciente racismo y la xenofobia en el mundo occidental (107).
La noción de subjetividad nómade, que en algunos aspectos conceptuales nutre la idea de sujeto migrante, articula una serie de planos que se han venido aludiendo hasta ahora: desterritorialización, racismo, debilitamiento de las so11 Véase al respect Truong, «The Governmentality of Transnational Migration and Security: The Making of a New Subaltern» y Spivak, «Europa and the Bull Market». (Agradezco a Mina Karavanta la referencia a este último texto.)
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beranías e hibridación cultural. Estos elementos conducen a la conformación de una nueva forma de sujetidad que Braidotti asimila al nomadismo como forma de sensibilidad y de comportamiento contra-normativo. Tal categoría señala una forma específica de experiencia del mundo, de la territorialidad y del deseo: El sujeto nómade es un mito, es decir, una ficción política que me permite analizar detalladamente las categorías establecidas y los niveles de experiencia, y desplazarme por ellos, desdibujar las fronteras sin quemar los puentes (Sujetos nómades 30).
Para nuestros efectos interesa retener, sobre todo, la idea de la traslación, la carencia de territorio estable (tanto geográfico como existencial), y la importancia de la movilización masiva, que cancela la fijeza del espacio-tiempo, nociones que la misma autora retoma en otros textos dedicados en los que desarrolla su proyecto de deconstrucción cultural. Atendiendo a los cambios correlativos a la globalización, Braidotti advierte un proceso de «tercermundialización» del Primer Mundo, donde el decrecimiento de los niveles de bienestar social, los conflictos internos y las desigualdades en los grandes centros del capitalismo tardío no impiden, sin embargo, la prolongación de la hegemonía cultural de las naciones europeas y norteamericanas sobre el resto del mundo, donde «proliferan cuerpos desechables y comercializables de todas las categorías y especies, en un modo global de explotación posthumana» (Transposiciones 142). El concepto de nomadismo es utilizado así en un sentido al mismo tiempo estricto y metafórico. Alude, por un lado, a los grandes sectores expulsados de su lugar de origen y destinados a desplazarse sin rumbo fijo buscando una tierra hospitalaria que los acoja. Por otro lado, se refiere a una forma de evasión o de fuga de las formas estables y reguladas de ser/estar en sociedad. En este sentido, el término es utilizado en este libro incorporando aspectos de la inflexión que le otorga Braidotti cuando indica que el nomadismo no está necesariamente unido al viaje sino al acto de subvertir convenciones. Aunque la imagen de los «sujetos nómades» está inspirada en la experiencia de personas o culturas que son literalmente nómades, aquí el nomadismo en cuestión se refiere al tipo de conciencia crítica que se resiste a establecerse en los modos socialmente codificados de pensamiento y conducta (Sujetos nómades 30, mi énfasis).
Las formas clásicas de subjetividad colectiva basadas en una «metafísica de la presencia», en la que se confiere preeminencia al falogocentrismo, es desafiada desde la perspectiva de Braidotti, que ve en la subjetividad nómade una alternativa al centralismo del sujeto moderno. La subjetividad nomádica tiene en el cambio (social, político, cultural) uno de sus elementos fundamentales, ya que se tra-
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ta de una construcción dinámica, que se define por el movimiento, la traslación y la transformación, ilustrando también formas de resistencia que se contraponen a las identidades fijas de la modernidad, gestionadas desde los aparatos del Estado y ligadas a la territorialidad nacional(ista). Braidotti se mantiene cautelosamente al margen de toda esencialización intentando materializar el proceso del cambio nomádico, encontrarle sentido dentro de las condiciones históricas del capitalismo tardío y a partir del descaecimiento de los grandes relatos de la modernidad. Como en toda subjetividad, diversos niveles se articulan, palimpsésticamente, en el sujeto nómade o migrante: los niveles que tienen que ver con su localización material y variable, los que se relacionan con el ámbito de la necesidad y del deseo, los que se refieren a la materialidad de la lengua, las costumbres y el habitus, los que aluden a la posicionalidad epistémica, etc. Se trata, así, de un complejo constructo social y conceptual que va tomando forma a medida que el mundo globalizado incrementa sus políticas de expulsión y deshumanización. Esta nueva forma de sujetidad migrante configura una posicionalidad basada en la fluidez, el desarraigo y la fragmentación, la cual tiene su correlato en el registro comunicativo, es decir, en las modalidades de producción del lenguaje y transmisión de significados. Para Braidotti el nomadismo es «una progresión vertiginosa hacia la deconstrucción de la identidad: molecularización del yo», concepto que se expresa a través de las peculiaridades de la escritura nómade. La autora indica que [l]a escritura políglota, nómade, desprecia la comunicación dominante; el embotellamiento de significaciones que se agolpan esperando ser admitidas a las puertas de la ciudad crea esa forma de contaminación que se conoce como «sentido común». La escritura nómade, en cambio, anhela el desierto, las zonas de silencio que se extienden entre las cacofonías oficiales, en un flirteo con una no pertenencia y una condición de extranjería radicales (Sujetos nómades 48).
El énfasis está puesto en la desconfianza que provoca en el nómade la convencionalidad y transparencia del signo: la versión lingüística del sujeto nómade es el políglota, no en el sentido estrictamente literal del hablante de muchos idiomas, sino como aquel que se convierte en un «especialista de la naturaleza engañosa de la lengua» (Sujetos nómades 37).
Como la propia trayectoria del nómade, el lenguaje es un flujo inestable de resignificaciones, sin-sentidos, residuos de mensajes. El políglota es quien percibe y juega con diversas lenguas incluso en una sola, más aún, ¡cuántos tipos de español puede haber en un tipo de español!; es, pues, para
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quien las palabras nunca pueden estabilizarse absolutamente ya que «van y vienen, persiguiendo estelas semánticas preestablecidas, dejando tras de sí huellas acústicas, gráficas o inconscientes» (Braidotti, 2000: 37).
El cuestionamiento del lenguaje llama la atención sobre la relación cercenada entre Estado y sujeto moderno, ya que el primero reconoce en la transparencia del lenguaje justamente uno de los pilares de la unicidad nacional, el consenso y la comunicabilidad de la ley, como asiento de la ciudadanía. El nómade se abre más bien a lo múltiple y proliferante, dejando atrás el peso afectivo de la «lengua materna» y la fe en la comunicación como elemento socializador y democratizador. Lo suyo es la transitoriedad, la variación, la opacidad. Todo conocimiento y toda comunicación son fragmentarios, parciales, incompletos, balbuceantes, inestables. La identidad del nómade es definida, entonces, como «un mapa de los lugares en los cuales él/ella ya ha estado; siempre puede reconstruirlos a posteriori, como una serie de pasos de un itinerario. Pero no hay un triunfante cogito supervisando la contingencia del yo; el nómade representa la diversidad movible; la identidad del nómade es un inventario de huellas» (Sujetos nómades 45). La identidad nómade es propuesta por Braidotti con un alto grado de abstracción y no oculta su peso metafórico, su valor disolutivo de las certezas de la modernidad y de sus arraigos culturales basados en las formas de saber/poder analizadas por Foucault en escenarios marcados por la relación necesaria entre signo y representación. Aun compartiendo muchos de esos rasgos, la cuestión del migrante adquiere, por contraposición, aristas de dramática concreción que, sin reducir la carga metafórica de la experiencia del desplazamiento transnacionalizado, particulariza sus trayectos y el tráfico de significados lingüísticos, culturales y performativos que acompañan los procesos de movilización y reinserción territorial.12 Heterogeneidad, sujeto migrante y entre-lugar En su conocido artículo sobre el sujeto y el discurso migrantes en el Perú moderno, publicado en 1996, Antonio Cornejo Polar se refiere directamente al
12 Para Braidotti, el nómade forma parte de la máquina de guerra que no se deja asimilar por la estriación del espacio nacional. Como indica Ávila Gaitán, «La veta “macropolítica” que expresa para Braidotti el sujeto nómade es ciertamente potente. Desde su perspectiva, el nomadismo se opone a la territorialización forzada que involucra la máxima expresión del sedentarismo del granjero y la agricultura: el Estado-nación. Así, pues, ante las políticas contra la inmigración, el resurgimiento de los nacionalismos y las ciudadanías únicas, se levantan “gitanos new age”, hippies, campamentos de paz, festivales musicales, happenings feministas e incluso grupos terroristas. Todos se erigen como máquinas de guerra nómades lanzadas contra el Estado» (181).
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fenómeno de la migración, particularmente al que se ha venido produciendo en ese país del campo a la ciudad, pero también de la sierra a la costa, en diversos momentos de la historia nacional. Sus observaciones críticas toman como uno de sus puntos de apoyo la representación literaria de la migración interna en el Perú tal como esta aparece representada en la novela La tía Julia y el escribidor (1977) de Mario Vargas Llosa. La referencia al fenómeno migratorio es introducida en esta novela como un proceso desestabilizador que conecta irreverentemente el «indomable desorden plebeyo» con la sensibilidad del intelectual que, al salir de la Biblioteca Nacional, centro y símbolo de la cultura letrada, se siente invadido por los olores, sonidos e imágenes que llenan la ciudad, provenientes de la masa indígena que va llegando a Lima. Vargas Llosa elabora las impresiones que experimenta el narrador al sentirse absorbido por la multitud pululante que irreverentemente lo relega a una posición de «ajenidad marginal» dentro de su contexto habitual (Cornejo Polar, «Una heterogeneidad no dialéctica» 838). Los factores de clase y raza que separan al observador de las comunidades observadas son de fundamental importancia para comprender el sentimiento de enajenación del personaje. En efecto, «el escribidor» se siente como un turista en su propio entorno: lo familiar le resulta de pronto desconocido, y ese sentimiento de no pertenencia le transmite una sensación de enajenación y zozobra. Lo inesperado se vuelve inquietante; la pérdida del reconocimiento de lo propio lo aqueja como una agresión que el Otro efectúa a su identidad y a su hábitat. La «intimidad cultural» es vivida como exceso, saturación y agresión a los sentidos y al entendimiento. Cornejo Polar analiza los elementos oposicionales que integran la descripción de la novela de Vargas Llosa en varios niveles: biblioteca/mercado, castellano/quechua, silencio/algarabía, orden/caos. Asimismo, no deja de enfatizar el descentramiento y el sentimiento de desfamiliarización que produce la presencia de la masa indígena, su invasiva cercanía, su ineludible alteridad de apariencia, lengua, conducta, estilos de vida, preferencias y valores. El núcleo significativo de esta elaboración se ubica en los términos que resumen la propuesta crítica del crítico peruano: la «heterogeneidad radical». A través de esta noción se hace referencia a «los contenidos de multiplicidad, inestabilidad y desplazamiento que [esta categoría] lleva implícitos y su referencia inexcusable a una dispersa variedad de espacios socio-culturales que tanto se desparraman cuanto se articulan a través de la propia migración» (838). En lo que tiene que ver con la representación literaria indigenista, Cornejo Polar reconoce que el fenómeno migratorio y el carácter de heterogeneidad, con estar vinculados de manera estrecha, no mantienen una relación necesaria, ya que «naturalmente, no toda literatura heterogénea responde a fenómenos migratorios» (838) aunque sí, toda migración implica necesariamente la mencionada heterogeneidad.
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En el esfuerzo por desentrañar el valor hermenéutico del fenómeno migratorio, Cornejo Polar advierte de inmediato el proceso de radicalización de las diferencias que conlleva esa específica experiencia social. La migración incorpora en los contextos sociales un surplus que se mide tanto cualitativa como cuantitativamente y que impacta la totalidad en la que se inscribe, la cual resulta destotalizada, deconstruida, descompuesta en elementos simples, cuya lógica y contradictoriedad quedan expuestas a cuestionamientos y alteraciones. Toma como puntos de referencia la migración interna en el Perú y las reacciones que la misma desata a nivel colectivo. La experiencia migrante se presenta como un fenómeno multitudinario que sugiere superabundancia de individuos, objetos, situaciones y gestualidades, que incrementa la desfamiliarización que esta inserción incorpora en los entornos conocidos, por ejemplo, con la afluencia masiva de serranos en las costas peruanas. Como efecto de la migración, queda expuesta una gran cantidad de aspectos proliferantes y descontrolados: individuos que inundan los espacios públicos, cosas y cuerpos fuera de lugar, superabundancia de datos sensoriales, lenguajes incomprensibles, estímulos que interpelan la conciencia, acciones que pueden ser interpretadas como amenazantes o ilógicas, y que pueden desafiar la tolerancia individual o colectiva, reacciones cargadas de emocionalidad que van desde el rechazo hasta la compasión, desde el temor hasta la indiferencia. Cornejo Polar alude a la retórica de la migración que pone el énfasis en «sentimientos de desgarramiento y nostalgia», en la hostilidad del entorno y en las repercusiones subjetivas que derivan del desarraigo y de la incertidumbre. Con todo esto, el sujeto migrante se va configurando como una construcción identitaria inestable, carenciada, fuertemente afectiva, donde el sentimiento de pérdida es casi siempre dominante, aunque pueda estar contrarrestado por la esperanza o la resignación. Ante la polisemia del signo «migrante», las interpretaciones proliferan cayendo con frecuencia en estereotipos de diferente signo, cuyo significado depende del discurso total en el que se inscribe y de la posicionalidad del sujeto interpretante. Desde algunas perspectivas que romantizan o mitifican la figura del migrante, este es visto, a pesar de su larga presencia en los imaginarios occidentales, como prototipo de la postmodernidad. Se piensa que él encarna los rasgos de desterritorialización, desfamiliarización, desarraigo y liberación de las identidades fijas y los constreñimientos de la ciudadanía. El migrante es visto, en este sentido, como un sujeto lanzado a la conquista de un espacio abierto y apropiable, que brinda la posibilidad de nuevos comienzos, de autore-invención y de emancipación. Es construido, así, como una especie de héroe emancipado de las limitaciones de la modernidad, de sus exclusiones y sus confinamientos territoriales. No obstante, esta es solo una de las posibles posiciones interpretativas. Desde la orilla opuesta, el migrante puede ser concebido como la víctima paradigmática de un mundo deshumanizado, donde la enajenación ha
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alcanzado límites extremos que conducen a la desposesión radical, la soledad y la desesperanza. Cornejo Polar resalta esta mitificada dualidad y advierte contra los peligros de una interpretación voluntarista y radicalizada de la migración: Es importante evitar, entonces, la perspectiva que hace del migrante un subalterno sin remedio, siempre frustrado, repelido y humillado, inmerso en un mundo hostil que no comprende ni lo comprende, y de su discurso no más que un largo lamento del desarraigo; pero, igualmente, es importante no caer en estereotipos puramente celebratorios: también hay migrantes instalados en el nicho de la pobreza absoluta, desde donde opera la nostalgia sin remedio, la conversión del pasado en utópico paraíso perdido o el deseo de un retorno tal vez imposible, aunque hay que advertir —y esto es decisivo— que incluso el éxito menos discutible no necesariamente inhibe los tonos de añoranza. En otras palabras: triunfo y nostalgia no son términos contradictorios en el discurso del migrante («Una heterogeneidad no dialéctica» 840).
Cabe recordar que el referente desde el cual Cornejo Polar piensa en esos años la subjetividad migrante tiene que ver sobre todo con la experiencia de la migración particularmente sierra/costa, campo/ciudad, pero también con la propia experiencia del autor como sujeto des/reterritorializado que teoriza, como otros críticos postcoloniales, su propia situación paradigmática de una de las inflexiones posibles de la migración transnacional. En todo caso, dos conclusiones pueden sacarse de los conceptos analizados hasta ahora en esta sección. La primera, que la categoría moderna de sujeto nacional o nacional-popular va siendo reemplazada, como efecto de los cambios en las nociones de clase, territorialidad y Estado nacional, por la noción más fluctuante y provisional de sujeto migrante. Por contraposición a la permanencia y al protagonismo político asignado en la modernidad al sujeto nacional, la categoría de sujeto migrante captura más bien el ethos nomádico de nuestro tiempo y las formas de subjetividad que tal dinámica desencadena.13 Asimismo, esa noción permite replantear 13 La
Organización Internacional para las Migraciones, antes citada, define «migrante» como «cualquier persona que se desplaza o se ha desplazado a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar habitual de residencia independientemente de: 1) su situación jurídica; 2) el carácter voluntario o involuntario del desplazamiento; 3) las causas del desplazamiento; o 4) la duración de su estancia». El término migración es entendido como un «término genérico que se utiliza para describir un movimiento de personas en el que se observa la coacción, incluyendo la amenaza a la vida y su subsistencia, bien sea por causas naturales o humanas. (Por ejemplo, movimientos de refugiados y de desplazados internos, así como personas desplazadas por desastres naturales o ambientales, desastres nucleares o químicos, hambruna o proyectos de desarrollo)». Esta agencia distingue, asimismo, entre apátrida y migrante, y reconoce diversas clases de migración (facilitada, forzosa, irregular, laboral, ordenada) y distintos tipos de migrante (calificado, documentado, económico, irregular, de temporada, etc.) .
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la pregunta acerca de las formas posibles de agencia que pueden desarrollar los contingentes precarios e inestables que atraviesan el planeta modificando, quizá para siempre, las ideas de frontera, patria y ciudadanía. La segunda conclusión tiene que ver con el desarrollo y redimensionamiento de conceptos básicos y en cierto modo planos, como los de heterogeneidad, hibridez y transculturación, que durante décadas impactaron los estudios latinoamericanos al incorporar perspectivas útiles para la deconstrucción de la noción liberal, sólida, unificadora y centralista de cultura nacional. Tales conceptos aparecen como insuficientes para dar cuenta de situaciones complejas y de formas de subjetividad que deben ser analizadas más allá de la verificación de su diversificada constitución interna, en el aspecto relacional, como parte del mundo globalizado, y como instancias dinámicas y transformadoras. Stuart Hall ha contribuido en gran medida a la crítica de las ideas de identidad y nación, llamando la atención, por ejemplo, sobre el hecho de que las identidades culturales son inseparables de los procesos de representación. Para Hall, la mejor forma de entender esos conceptos, sobre todo cuando se refieren a identidades culturales (colectivas) en la modernidad tardía, es enfocándolas como procesos de producción cultural, siempre en desarrollos inestables e inacabados. Las identidades serían vistas, así, no como un being sino como un becoming, no como un ser sino como un volverse, no como un estado o una condición sino como un proceso de desenvolvimiento y (auto)creación, no como una esencia sino como un posicionamiento social. Estas ideas son particularmente relevantes para el estudio de la subjetividad migrante (diaspórica), que se va produciendo y desarrollando a medida que el sujeto se reinstala en distintos contextos, espacios y situaciones. Por contraste con la pretensión unificadora y homogeneizadora de las identidades nacionales, la subjetividad que se va construyendo en torno a la dinámica del desplazamiento integra como parte de sus elementos constitutivos las ideas de hibridez, heterogeneidad y transculturación ya mencionadas, resignificándolas e intensificando su sentido. En palabras de Hall, «Diaspora identities are those which are constantly producing and reproducing themselves anew, through transformation and difference» («Cultural Identity and Diaspora» 235). Estos procesos de hibridación identitaria no deben ser confundidos, sin embargo, con la concepción plana pluri/multi, que simplemente registra la diversidad como un dato de la realidad social, sin llegar a elaborar sus conflictos. Hoy en día, la compleja movilidad de amplísimos sectores poblacionales rebasa en mucho la visión pluralista que sugiere el concepto de multiculturalismo reclamando, más bien, el enfoque en la interculturalidad. En lugar de limitarse al mero registro de la diversidad cultural, a la fiesta de la diferencia, el enfoque intercultural se enfrenta al conflictivo encuentro de visiones del mundo, intere-
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ses, conductas, valores, apariencias, lenguas, proyectos y creencias que desafían los perfiles identitarios dominantes. El énfasis recae así en las tensiones entre los conceptos de diferencia y de desigualdad, es decir, en el reconocimiento de la radical distancia que existe entre el mero registro de la diversidad y la conciencia de la injusticia social que la acompaña. Mientras que la diferencia puede ser celebrada como parte de la experiencia social, la desigualdad debe ser condenada y destinada a desaparecer. Tanto el tema del sujeto migrante como el problema de la interculturalidad constituyen algunos de los aspectos principales del postnacionalismo que florece en tiempos de globalización.14 Para Hall, la globalización articula dos pulsiones contradictorias, una que tiende hacia la homogeneización y la asimilación, y otra orientada hacia el fortalecimiento de los regionalismos o localismos, quizá como reacción a la primera. Tal dinámica es claramente visible en los conflictos étnicos, religiosos y nacionalistas, que parecían haber desaparecido con la modernidad avanzada y que sin embargo permanecieron en las tramas mismas de lo social, hasta eclosionar de modo virulento. Entre esos impulsos de homogeneización y de diferenciación se producen no solo enfrentamientos, sino también combinaciones diversas. En muchos casos, se registran procesos de «expulsión» forzada o voluntaria de grupos que chocan con las culturas dominantes, volcándose hacia diásporas que reavivan, en plena postmodernidad, dinámicas poblacionales muy antiguas. Estos desplazamientos renuevan experiencias de desidentidad, colocando al sujeto en una posición transicional donde la existencia y la conciencia social están siempre construyéndose, en procesos marcados por un sentido de no pertenencia e incompletitud. De ahí que algunos autores, como Iain Chambers, señalen que la migración, al resultar en una forma de vida in-between, que se mueve entre un pasado perdido y un presente aún no consolidado y apenas entrevisto, constituye la mejor metáfora de la condición postmoderna, identificada con el desarraigo, la inconstancia y la movilidad, condiciones que se registran tanto en las formas de vida como en los imaginarios colectivos. En estos horizontes, lo nacional no desaparece, sino que sobrevive, afantasmado, en la nostalgia, en la xenofobia, en la tolerancia o el rechazo, sentimientos en los que se advierte el resurgimiento de conflictos y de resentimientos ancestrales. En efecto, lo nacional persiste como telón de fondo de los procesos de desterritorialización y en la imaginación de los sujetos fuera-de-lugar; se fortalece en la añoranza, en el apego afectivo al mito de la patria como lugar originario, espacio de la infancia y de los antepasados. Al mismo tiempo, se perfilan formas otras de subjetividad que expandiéndose más allá de los límites reales e imaginarios de la nación-Estado, sugieren nuevas posibilidades de pensar el lugar del 14 Véase
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mi artículo «Imaginarios postnacionales: migraciones del latinoamericanismo».
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sujeto como un territorio existencial no necesariamente apegado al lugar de origen. En palabras de Appadurai: Displacement and exile, migration and terror create powerful attachments to ideas of homeland that seem more deeply territorial than ever. Bur it is also possible to detect in many of these transnations (some ethnic, some religious, some philanthropic, some militaristic) the elements of a postnational imaginary […] In this way, transnational social forms may generate not only postnational yearnings but also actually existing postnational movements, organizations, and spaces. In these postnational spaces, the incapacity of the nation state to tolerate diversity (as it seeks the homogeneity of its citizens, the simultaneity of its presence, the consensuality of its narrative, and the stability of its citizens) may, perhaps, be overcome (176-177).
Sobre la primera cuestión, la subjetividad migrante, el primer problema que se enfrenta, aparte del que presenta la dificultad de abarcar conceptualmente una realidad cambiante que se registra en su variabilidad a todos los niveles económicos, culturales y políticos, es la cuestión de la idealización de que ha sido objeto el tema del desarraigo, por parte de quienes interpretan las diversas formas de migración (diásporas, exilios, desplazamientos forzados, etc.) como una superación de la fijación nacional(ista) y como una conquista libre de territorios existenciales donde el sujeto puede reinventarse. Esta utopía emancipadora ha sido desmantelada por la realidad de los movimientos diaspóricos por parte de habitantes que recorren distintas zonas del mundo globalizado huyendo de la violencia sistémica del capitalismo: hambrunas, luchas entre facciones, represión estatal, desempleo, desastres ecológicos, falta de oportunidades y de acceso a servicios básicos relacionados con la alimentación, la salud, la educación, etc. A partir de su concepto de heterogeneidad no dialéctica, Antonio Cornejo Polar analiza el tema del antagonismo entre la nación criolla y las naciones otras, intra-nacionales, que la habitan en constante tensión, sin subsumirse en una síntesis niveladora. Como teorizador del conflicto social, el crítico llamó la atención sobre el peligro de romantizar la condición migrante indicando que […] el discurso migrante es radicalmente descentrado, en cuanto se construye alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un modo no dialéctico. Acoge no menos de dos experiencias de vida que la migración, contra lo que se supone en el uso de la categoría de mestizaje, y en cierto sentido en el del concepto de transculturación, no intenta sintetizar en un espacio de resolución armónica; imagino —al contrario— que el allá y el aquí, que son también el ayer y el hoy, refuerzan su aptitud enunciativa y pueden tramar narrativas bifrontes y —hasta si se quiere, exagerando las cosas— esquizofrénicas Contra ciertas tendencias que quieren ver en la migración la celebración casi apo-
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teósica de la desterritorialización (García Canclini, Culturas híbridas), considero que el desplazamiento migratorio duplica (o más) el territorio del sujeto y le ofrece o lo condena a hablar desde más de un lugar. Es un discurso doble o múltiplemente situado («Una heterogeneidad no dialéctica» 841).
La condición migrante es, antes que nada, como se ha venido señalando, un fenómeno económico, pero de fuertes connotaciones políticas, emocionales y socioculturales. Nutrido por la nostalgia, el resentimiento, la ansiedad y sobre todo la carencia, el migrante de nuestro tiempo es el signo inequívoco del despojo y de la alienación; es el costo social de la riqueza que se administra desde las que Sassen llama ciudades globales, a partir de las cuales se gestionan y distribuyen capitales reales y simbólicos en un mundo que ha abandonado a gran parte de su población en aras del enriquecimiento de las elites. La trashumancia ilustra la pérdida de coordenadas espacio-temporales en las que el sujeto pueda reconocerse y sostener su identidad. Aunque en algunos casos el migrante puede llegar a integrar una forma alternativa de nación (en el sentido de comunidad dispersa, sin territorialidad), el tema de la pérdida de lo propio y de la inscripción en espacios hostiles resulta en muchísimos casos en la guetización de los extranjeros y en su apego defensivo y radicalizado a elementos que son constitutivos de su cultura originaria. Las estrategias que va desarrollando el migrante para contrarrestar esos efectos no disminuye la negatividad profunda de los procesos de exclusión y deshumanización que se le imponen. Según Cornejo Polar, el fenómeno de la migración requiere, en primer lugar, la creación estratégica de «espacios intersubjetivos o de pertenencia compartida» desde los que el sujeto pueda interrelacionarse con públicos diversos, a partir de variadas formas de inserción social («Una heterogeneidad no dialéctica» 843). En segundo lugar, la naturaleza del sujeto migrante no se presta, por los mismos conflictos que lo atraviesan, a fáciles conciliaciones o a síntesis en las que el antagonismo cultural, político o económico se resuelva en la cooptación individual o colectiva del sector social desterritorializado. Más bien, en oposición al ideal romántico de un sujeto unificado, coherente y definido, el migrante necesita reivindicar el derecho a las formas múltiples de auto-reconocimiento, no excluyentes, situacionales, que le permitan adoptar y adaptar selectivamente los elementos que sean esenciales para su supervivencia, prescindiendo de otros. Siguiendo algunas líneas argumentales de Cornejo Polar, Raúl Bueno Chávez aborda la noción de sujeto migrante a partir de la de sujeto heterogéneo, aunque reconoce en la primera una nueva categoría de los estudios culturales, que él relaciona con lo que denomina la «crisis del modelo radial de cultura». El sujeto migrante produce, en efecto, un descentramiento cultural y político, en la medida en que (se) des-integra (de) lo nacional, permitiendo aflorar formas otras
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de existencia social y perspectivas críticas de la centralidad de la nación-Estado y de las formas de cultura dominante en las que esta se apoya. En este sentido, la noción de subjetividad migrante no solo expande el concepto de heterogeneidad, sino que lo radicaliza. Ilumina, más bien, una instancia de exterioridad que proporciona la distancia necesaria como para percibir la dislocación de la subjetividad o sujetidad nacional en el amplio espacio de la cultura occidental moderna y de su tránsito hacia el postnacionalismo. En este sentido, la noción de sujeto migrante está estrechamente ligada a los debates sobre postmodernidad, transmodernidad y decolonización. La heterogeneidad que, como Cornejo Polar indica, es tanto contextual como interior al sujeto, se inscribiría ahora en el espacio de tránsito que condena al migrante, en muchos casos, a vivir al margen de la legalidad, en las fisuras del sistema global, a expensas de las economías informales, en un mundo marcado por el prejuicio, la persecución y el despojo. Cornejo Polar percibe la radicalidad que acompaña los procesos de desarraigo sociocultural, la experiencia de la des/ re/territorialización migratoria, en la que los elementos plurales y dispares que rodean al individuo extreman su acción desestabilizadora. Por esta razón, creo que el elemento de heterogeneidad resulta adecuado y al mismo tiempo insuficiente para la caracterización de estos contextos de enajenación radical, donde el mismo (auto)(re)conocimiento está comprometido. Entre sujeto heterogéneo y sujeto migrante se registraría así algo más que continuidad e intensificación de la experiencia de no-asimilación socio-cultural. El sujeto migrante constituye, más bien, una categoría que introduce en los debates una alternativa teórica de fundamental importancia. Se trata de un giro epistémico que, en gran medida supera —rebasa, aunque supone— la categoría anterior. Conceptualmente, y liberada ya de la contextualización crítica que requiere la lectura diacrónica de las propuestas de Cornejo Polar, lo que la noción de sujeto migrante desestabiliza son los significados relativamente estables de la continuidad moderna entre sujeto y cultura nacional, la cual fuera esencial para la comprensión del orden social en el mundo occidental a partir de las independencias.15 15 Mirko
Lauer detectó hace tiempo, en El sitio de la literatura, la problemática de la centralidad y las fuerzas centrífugas que esta causara en el Perú donde, a pesar de los constantes desplazamientos poblacionales, el fenómeno no estaba aún suficientemente estudiado y/o representado literariamente: «A pesar de que dos tercios de la población vive aquí, es decir, en ciudades que estallaron desde dentro en la segunda mitad del s. xx para organizar el centralismo, el Perú no ha querido reconocerse hasta en la literatura como un país de migrantes, es decir como un país cuyos espacios centrales todavía deben ser culturalmente tomados —que no es lo mismo que ocupados, que sí es el tema de la narrativa urbana y alguna poesía de protesta social— por sus mayores» (Lauer 73); «Cuando digo que no tenemos una literatura del cambio propiamente dicho, no
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En efecto, la noción de sujeto migrante desarticula las bases mismas de la sujetidad nacional-popular al comprometer los niveles de territorialidad, lenguaje, historia compartida, creencias y costumbres que habían dado base a las identidades nacionales desde la disolución de los conglomerados coloniales. De ahí que la migración se constituya en un dato de fundamental relevancia en los nuevos escenarios sociales y políticos del postnacionalismo y en la visibilización de una territorialidad global conflictiva, excluyente y deshumanizada.16 El tema del desarraigo y los sentimientos de incertidumbre y transitoriedad, ahondados por la pérdida de vigencia de los discursos totalizadores de la modernidad, imprimen a la figura del migrante un carácter mucho más despojado que en épocas anteriores. Asimismo, dentro del marco de los agudos conflictos sociales reactivados y producidos por la globalización, el fenómeno de la migración se ve desde una perspectiva mucho más politizada y conectada con otros puntos álgidos del capitalismo tardío. Se evidencian ahora presiones enajenantes que modifican sustancialmente las bases de la construcción identitaria. La promesa de un planeta global, al mismo tiempo integrado y permeado por la xenofobia y el abandono a los desposeídos, se revela desde esta perspectiva como un discurso ideológico que no logra esconder la realidad de un mundo compartimentado y cada vez más privatizado, donde los espacios transnacionales son regulados por los sectores más aventajados en desmedro de inmensas mayorías. En su introducción a un número especial de la revista electrónica alter/ nativas, dedicado a Nuevos enfoques sobre la migración transnacional y el cambio cultural, Abril Trigo describe la figura del «transmigrante» (el extranjero que cruza un país en su tránsito hacia otro) del siguiente modo: quiero decir que las obras hayan ignorado las situaciones sociales que fueron apareciendo, sino que no han mostrado interés por el movimiento interno de esos cambios, sus causas, sus rasgos, sus límites, sus posibilidades. Los preceden o les siguen, mas no suelen interesarse por su cocina histórica de evoluciones y rupturas» (79); «(e)l secreto es que el acto mágico de la migración aún no ha terminado, y que el país está incompleto, como si hubiera en esta situación una suspensión de juicio sobre lo personal y lo nacional» (80); «[...] el discurso de la migración es más de queja que de protesta; la migración aparece como un discurso más íntimo que público, más de la psicología que de la literatura» (87). 16 De modo similar a lo analizado en el caso de Bueno Chávez, Gracia María Morales Ortiz sugiere que en la crítica de Cornejo Polar se realiza una transición entre la idea del sujeto mestizo y el sujeto migrante, cuando en realidad, a mi juicio, se trata de la exploración de otra forma de manifestación del conflicto social que sobrepasa lo puramente racial. A pesar de que Cornejo Polar la analiza en sus manifestaciones a nivel nacional, la noción de sujeto migrante tiene, por lo mismo, grandes connotaciones en el espacio global y abarca, aunque no se limita, al elemento étnico. Se expande y extrema así el radio crítico-teórico de los anteriores modelos de análisis, incorporando elementos que escapan a los parámetros ya bien conocidos de la heterogeneidad, la hibridez, la transculturación, la traducción cultural, etc., aunque obviamente todos ellos están presentes en la compleja experiencia de la transterritorialidad y el nomadismo.
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Errante en una temporalidad fractal y saturada, y alienado de un espacio siempre ajeno, abstracto, neutro, aunque nunca neutral, el migrante desarrolla poco a poco una suerte de multi-perspectivismo, la capacidad de ver las cosas desde dos puntos de vista simultáneamente, necesaria para negociar cada acto, diseñar estrategias cotidianas y dar sentido a prácticas en las cuales convergen el aquí-ahora de las experiencias vividas con el entonces-allá de las memorias culturales (6).17
El migrante vive así en un espacio-temporal in-between, desde el punto de vista lingüístico, existencial y axiológico, el cual lo suspende en una tierra de nadie, obstaculizando los procesos de asimilación. Esta provisionalidad permanente, paradójica y desconcertante, crea un sentimiento de ajenidad que coloca al migrante en el polo opuesto del flâneur benjaminiano que, al desplazarse, veía la ciudad moderna como un escaparate del deseo. Según Trigo, El riesgo del migrante es terminar alienado de ambos mundos, sumido en un profundo sentimiento de desarraigo, de extranjería, de extrañamiento social, cultural y existencial que le haga sentirse forastero en todas partes, exactamente a la inversa del cosmopolita, quien por definición se siente en todas partes como en su propia casa (Nuevos enfoques 6).
Las reflexiones de Akhil Gupta sobre las «reinscripciones del espacio» en el capitalismo tardío ayudan a penetrar en el problema de la representación de identidades en relación con lugares de asentamiento, rutas de tráfico migratorio y formas de relacionamiento con la patria. El contraste entre la fijación y permanencia del sujeto nacional y las nuevas formas de sujetidad del mundo postmoderno son evidentes. Respecto a la importancia que ha adquirido la dimensión espacial en el mundo globalizado, este autor ha indicado: The changing global configuration of postcoloniality and late capitalism have resulted in the repartitioning and reinscription of space. These developments have had profound implications for the imagining of national homelands and for the discursive construction of nationalism. To grasp the nature of these changes, we need to be bifocal in our analytical vision. On the one side, we need to investigate processes of place making, of how feelings of belonging to an imagined community bind identity to spatial location, such that differences between communities and places are created. At the same time, we also need to situate these processes within 17 A su vez, Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc explican el término de la siguiente manera: «Transmigrants take actions, make decisions, and develop subjectivities and identities embedded in networks of relationships that connect them simultaneously to two or more nation-states» (7). Sobre el tema de la transmigrancia véase Martínez Gómez y Santos Ramírez.
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systemic developments that reinscribe and reterritorialize space in the global political economy («The Song of the Nonaligned World» 6).
Desde el punto de vista espacial, el migrante inaugura rutas, pasajes, puntos de encuentro y de dispersión, descubre lugares solidarios y hostiles, deconstruye los espacios públicos y redimensiona los espacios privados. El viaje transnacional es, en su propia manera, performativo, ya que se adapta a circunstancias, imposiciones y protocolos de muy variada naturaleza: control de documentación, caravanas, tránsitos ilegales, huidas, persecuciones, ritos de pasaje. Está sujeto a todo tipo de mediaciones, que medran con su condición inestable y su precariedad, haciendo de la migración una instancia vulnerable para la comercialización de la legalidad, el abuso y la explotación. Papeles falsos, tráficos clandestinos, intercambios ilícitos, tratos desventajosos, rutas peligrosas y encubiertas, introducen en la órbita del sujeto migrante un ritual de simulacros que lo enajena de la comunidad y de sí mismo. Al deber ser se superponen las imposiciones de la urgencia, la improvisación y el instinto de conservación. En las grietas del proyecto moderno y en los bordes de los proyectos nacionales, el migrante habita el desmantelamiento del orden excluyente y de sus lógicas de preservación de privilegios. Su perseverancia y su necesidad alimentan la máquina de guerra exterior al estado, beligerante e inorgánica. En Nations Unbound, un libro pionero en el estudio del transnacionalismo y basado en investigaciones que tienen como principal objeto de estudio la migración caribeña y filipina, Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc analizan el modo en que los migrantes operan con respecto a las regulaciones de sus propios gobiernos en lo que tiene que ver con la documentación, los derechos de ciudadanía y las formas de participación en los procesos políticos de sus países desde sus nuevas localizaciones. Estas observaciones demuestran que los temas del arraigo, la territorialidad y la integración del migrante con respecto al cuerpo político de la nación de origen deben ser revisados vis à vis experiencias concretas de relacionamiento transnacional. Según las autoras, In contrast to the past, when nation-states were defined in terms of a people sharing a common culture within a bounded territory, this new conception of nation-state includes as citizens those who live physically dispersed within the boundaries of many other states, but who remain socially, politically, culturally, and often economically part of the nation-state of their ancestors (Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc 8).
Como se ve, la nación no desaparece, sino que reformula sus límites político-administrativos y sus imaginarios ante las realidades de la dispersión migratoria y la importancia de las remesas que esos emigrados envían a sus países, las
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cuales llegan a constituir una parte sustancial de los presupuestos nacionales. Los sentimientos de adhesión y fidelidad a la patria continúan funcionando desde lejos: While transnational connections are actualized through the flows of money, material goods, ideas, and ways of thinking across national borders, such connections are reinforced by a language of allegiance and loyalty to nation created by the home states. In this new type of nation building, the idiom of the autonomous nation-state remains intact even though the geographic boundaries of the state no longer can be understood to contain the citizens of the nation-state. […] Postcolonial states are attempting to transform existing multifaceted transnational practices into new loyalties that encompass those living beyond their borders and they are sanctioning these complex relationships with special regulations. The new construct of the ‘deterritorialized’ nation-state is a hegemonic construct representing the interests of the dominant sectors within each nation (Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc 260).
Respecto a este punto, las autoras de Nations Unbound presentan los ejemplos del gobierno haitiano, cuando el presidente Jean-Bertrand Aristide nombra a los integrantes de la diáspora de ese país el «décimo departamento» de la nación, y cuando los migrantes filipinos son celebrados como héroes y heroínas de la patria. Estos «actos constitutivos», que según Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc tuvieron como objetivo reintegrar al menos simbólicamente a los transmigrantes al cuerpo político de sus respectivas naciones, constituyen un ejemplo claro de las múltiples negociaciones que la nación-Estado está llevando a cabo para redefinir una noción de ciudadanía capaz de retener, aunque sea simbólicamente, a los grandes sectores desterritorializados de la población como sujetos que, a pesar de su desplazamiento, aún pertenecen al territorio nacional imaginado. Tales actos ilocucionarios que «hacen cosas con palabras», según la expresión de John L. Austin, robustecen un vínculo social que, entre otras cosas, por la vía de las remesas y otras formas de inversión, aporta grandes cifras a los medrados presupuestos nacionales (267-268). Lo que las autoras ven como una estrategia política para mantener alguna forma de dominación sobre la fragmentada población nacional va sentando las bases para una nueva concepción del Estado como entidad transnacional, en la cual los límites geográficos ya no contienen a la ciudadanía ni a los procesos políticos, sociales y económicos propios de un mundo globalizado. «Deterritorialized nation-state building is something new and significant, a form of postcolonial nationalism that reflects and reinforces the division of the entire globe into nation-states» (269). Tales esfuerzos
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por regular y absorber el fenómeno migratorio como parte de la evolución del sistema político-administrativo nacional, terminan también por debilitar la idea misma de evasión de sujetos, de diáspora o línea de fuga poblacional más allá de los límites de la nación-Estado, ya que como indican las mismas autoras, The concept of diaspora is closely related to that of «nation», which envisions a people with a common past and a biological bond of solidarity who may or may not at any one time have its own state. In counter distinction is the deterritorialized nation-state, in which the nation’s people may live anywhere in the world and still not live outside the state. By this logic, there is no longer a diaspora because wherever its people go, the state goes too (269, mi énfasis).
De este modo, la diáspora sería una especie de «nación» desterritorializada, dispersa pero aún unida por lazos similares a los que crean la «comunidad imaginada» de la que habla Benedict Anderson. Solo que en el caso de la diáspora la movilidad y los desafíos de las reinserciones sociales adquieren un papel preponderante. En todo caso, esta concepción ayuda a pensar en posibles horizontes postnacionales que articulan variables de nuestro tiempo, donde el sujeto migrante adquiere primacía y requiere teorización. A partir de estas transformaciones que están teniendo lugar en el tenso mundo globalizado, las formas de conciencia social y las subjetividades, tanto de quienes viven dentro como fuera de los límites de la nación-Estado, se van remodelando dando lugar a una experiencia de simultaneidad, que hace coexistir el desgarro y la esperanza, la pérdida y la ganancia. La subjetividad se ve sometida a procesos de coexistencia y de bifurcación afectiva a veces demasiado acelerados, a veces demasiado complejos para que la comprensión de los mismos se produzca al mismo ritmo que el cambio social. Tales procedimientos de recuperación simbólica de los emigrados ayudan a que la conciencia del individuo se canalice productivamente, disminuyendo la angustia al proporcionar ciertas certezas, cierta ilusión de pertenencia y de continuidad en vidas marcadas por la ruptura y el desarraigo. Por su lado William Safran ha analizado las complejidades que acompañan a «los mitos de la patria y del retorno» («myths of homeland and return») en el caso de múltiples poblaciones (indios, portugueses, palestinos, turcos, gitanos, chinos, etc.), señalando la enorme cantidad de variantes que intervienen en la construcción de la idea de la patria perdida y de sus posibilidades de recuperación por parte de individuos cuyos hábitos, deseos y expectativas han sido impactados por la vida en el extranjero. El mito de la tierra natal contiene gran cantidad de elementos afectivos, sicológicos e ideológicos que se prestan a manipulación por parte del país de adopción y del país de origen, en los
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cuales los sentimientos de los migrantes cumplen diversas funciones. Safran señala que In sum, both diaspora consciousness and the exploitation of the homeland myth by the homeland itself are reflected not so much in instrumental as in expressive behaviour. It is a defense mechanism against slights committed by the host country against the minority, but it does not —and it is not intended to— lead its members to prepare for the actual departure for the homeland. The «return» of most diasporas […] can thus be seen as a largely eschatological concept: it is used to make life more tolerable by holding out a utopia —or eutopia— that stands in contrast to the perceived dystopia in which actual life is lived («Diasporas in Modern Societies» 374).
Asimismo, las diásporas poseen, por su misma cohesión, una fuerza que otras comunidades migrantes no llegan a alcanzar, poniendo a prueba, como indica Safran, los límites del pluralismo, la libertad de conciencia y la integración (378). Sin embargo, la idea del retorno como objetivo del sujeto diaspórico no puede ser generalizada, sino que depende de las modalidades y causas del desplazamiento. Avtar Brah señala al respecto que «not all diasporas sustain an ideology of return» (16). En muchos casos, el migrante diaspórico pasa a habitar un espacio a la vez disociado y localizado, separado de las vivencias originarias, pero a la vez articulado, en mayor o menor medida, a las nuevas condiciones en las que se desarrolla su existencia. En este sentido, la idea de frontera funciona como un constructo político y, a la vez, como una categoría analítica inseparable de la paradójica localización/dislocación que caracteriza el escenario de la desterritorialización. Para Brah, el espacio diaspórico es un espacio habitado y compartido por el sujeto diaspórico y por las poblaciones autóctonas del lugar al que se llega. En este espacio se entrecruzan las genealogías de la dispersión y de la permanencia, en una dinámica que es parte de las «políticas de la interseccionalidad». La doble conciencia En algunos casos, la doble conciencia se expresa —se «materializa», podría decirse— a través de las prácticas duales que insertan al sujeto migrante en nuevas realidades. Estas, lejos de cancelar las anteriores, las potencian con nuevas formas de acción participativa. La doble nacionalidad es, en este sentido, la forma jurídica que representa la bifurcación de la subjetividad en dos o más rutas de realización. En muchos casos, esta dualidad se expresa a través de la partici-
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pación del individuo en la vida civil de las localidades que quedaron atrás y/o en la sociedad de adopción. Esta simultaneidad demuestra la realidad compleja del sujeto migrante. Por un lado, su desterritorialización cataliza procesos de desfamiliarización y da lugar a la emergencia de trayectorias épicas por medio de las cuales grandes sectores («gentes desprovistas de todo», como caracterizara Colón a los aborígenes del Nuevo Mundo) se lanzan a una (re)conquista de territorios y recursos que puedan asegurar su supervivencia. Por otro lado, no se trata solo de un intento de reconquistar el espacio, sino también de reinscribirse en la historicidad o, mejor aún, de reescribir la historia y la cartografía. Los nuevos escenarios constituyen elementos clave para una geopolítica y, sobre todo, para una ética de nuestro tiempo, que pueda albergar individuos y comunidades, y reconocerlos no solamente como sujetos de hecho, sino también de derecho. Toda simplificación de estos procesos falseará, inevitablemente, su densidad social, cultural y política. De acuerdo a lo anterior puede advertirse que el concepto de doble conciencia se aplica de distintas maneras a la situación migratoria. La construcción de la subjetividad migrante se va desarrollando en relación con la idea de frontera, ya sea en la acepción directa, material y dramática de este concepto, o en el sentido metafórico o simbólico que ve en el límite no solamente un recurso de división social y política llamado a ser transgredido, sino también un momento de articulación de sujetos, discursos, saberes y prácticas sociales. Debora Upegui-Hernández describe así esa duplicidad identitaria: «Living between two worlds, struggling between two identities that at times seem to be mutually exclusive, are also ways in which immigrants describe how they feel about their experiences and their different personal and social identities» (129). Como indica esta autora, cualquier estudio sobre la sicología de la migración debe incluir esta noción de multiplicidad que se manifiesta tanto en el nivel individual como en el colectivo, entendiéndola como un proceso complejo de interconexión entre sujeto y comunidad, y no como manifestaciones separadas de un conflicto vinculado a la desterritorialización. Para Upegui-Hernández, la obra de W. E. B. DuBois provee las bases para el estudio de la doble conciencia, particularmente su obra The Souls of Black Folk (1903). Según se explica en este libro, la idea de la duplicidad, que el autor analiza para el caso de los afroamericanos, se despliega en varias dimensiones: It is a peculiar sensation, this double consciousness, this sense of always looking at one’s self through the eyes of others, of measuring one’s soul by the tape of a world that looks on in amused contempt and pity. One ever feels his two-ness, —an American, a Negro; two souls, two thoughts, two unreconciled strivings; two warring ideals in one dark body (Du Bois 9).
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Similar ambivalencia se expresa en experiencias diaspóricas, en cualquiera de sus formas (exilios, refugio político, etc.) en cuanto al uso de la(s) lengua(s), las opciones sexuales, y/o las narrativas que tematizan el cruce de fronteras. El sociólogo afroamericano enfatiza el costo emocional de estos procesos, indicando el desgarro que producen en la personalidad del sujeto: «[…] from this must arise a painful self-consciousness, an almost morbid sense of personality and moral hesitancy which is fatal to self-confidence» (146).18 Pero lo que más interesa a nuestros efectos es la extensión que Upegui-Hernández propone realizar de ese concepto hacia el campo mayor de formación de las identidades nacionales, donde la doble conciencia pasa a ser un rasgo que unifica a todos aquellos que no se identifican con la ideología o la cultura dominante. En este sentido, «The groups that don’t see themselves represented in the so-called national identity created by the ruling class could be said to hold a double-consciousness of national identity». La autora se adhiere a la siguiente definición utilizada por Ignacio Martín-Baró, quien entiende la identidad nacional como el conjunto de significaciones y representaciones relativamente permanentes a través del tiempo que permiten a los miembros de un grupo social que comparten una historia y un territorio común, así como otros elementos socioculturales, tales como el lenguaje, una religión, costumbres e instituciones sociales, reconocerse como relacionados los unos con los otros biográficamente (Upegui Hernández 139).
Lejos de reflejar una conciencia social unificada, la identidad nacional expresa multiplicidad, antagonismos y conflictos ya que la sociedad de la que emerge está compuesta por subjetividades, agentes y proyectos diferentes y hasta antagónicos. En el contexto de la supuesta unificación propulsada por la globalización, la heterogeneidad de actores y de agendas vuelve a tener visibilidad, dando relevancia a los inmigrantes como un sector social específico, que debe ser estudiado en su particularismo. Tal especificidad no puede ser absorbida exclusivamente en las compartimentaciones étnico-raciales, ya que la complejidad de esas subjetividades incluye, pero también rebasa esos parámetros, distinguiéndose como una forma nueva de integración social que requiere modalidades también inéditas de reconocimiento social y po18 Upegui-Hernández
hace referencia también al trabajo de Mary W. Calkins, compañera de estudios de DuBois en Harvard (donde nunca logra recibir su doctorado, ya que la universidad no lo otorgaba entonces a mujeres). Calkins aplica la idea de la doble conciencia al autoanálisis en el estudio titulado «Psychology as Science of Self II: The Nature of the Self» (Upegui-Hernández, 133 y siguientes).
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lítico.19 Tales ambigüedades ilustran el conflicto propio de subjetividades oprimidas, que deben negociar sus formas de existencia en un mundo hostil y discriminatorio, en algunos casos a través de los siglos. La historia de la diáspora africana analizada por Paul Gilroy es un caso específico, que sin embargo ilustra muchos de los conceptos vertidos hasta ahora, agregando una gran cantidad de particularidades que enriquecen y complican el modelo teórico. En su influyente libro The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness (1992) Gilroy elabora las construcciones identitarias y las formas de conciencia que las acompañan en relación con las diásporas africanas que tuvieron lugar principalmente durante los procesos esclavistas, y que han marcado a fuego también la historia contemporánea de Occidente, elaborada mayormente desde la mirada del dominador. Utilizando como punto de referencia las obras de C. L. R. James, Frederick Douglass, W. E. B. Du Bois y Edouard Glissant, Gilroy desmonta las contradicciones éticas, políticas y filosóficas de la modernidad, analizando el papel que cumplió el pensamiento europeo y particularmente las ideas de la Ilustración en la configuración de la noción de sujeto «universal» y, consecuentemente, en el desarrollo del pensamiento de los intelectuales afrodescendientes. Ya que la diáspora africana tuvo como antecedentes formas de intercambio, tráfico y comercio muy distantes y diferenciadas de las condiciones actuales del capitalismo tardío, su dimensión histórica da al fenómeno diaspórico de hoy una densidad mayor, que no se encuentra en movilizaciones contemporáneas. La gran diferencia cultural entre las sociedades originarias y las de adopción durante el colonialismo constituye un desafío para la comprensión y evaluación de esos procesos. Las condiciones de extrema explotación que caracterizaran la desterritorialización esclavista incorporan parámetros muy distintos de los que se usan para la interpretación de fenómenos actuales. Sin embargo, la comprensión de estos antecedentes históricos es fundamental ya que pueden analizarse elementos comunes, como la pérdida del territorio y la cultural, la discriminación, la experiencia de la vulnerabilidad física, sicológica y afectiva y las condiciones de incertidumbre extrema que incorpora el alejamiento de la tierra natal. Las distancias transoceánicas, el tema de la corporalidad y su función central en la construcción de procesos de (auto)reconocimiento social, los factores de raza, comunidad, creencia, lengua, etc. constituyen elementos esenciales, que Gilroy 19 «In
this framework, national identity regains a place of importance in the study of social identity, especially as it relates to the experiences of immigrants and globalization. Typically, psychologists and researchers have studied the social identities of immigrants using the category of ethnic identity; however, with ever increasing globalization and migration flows, it is necessary to reconsider what national identities continue to mean for immigrants in their hosts countries before treating them as ethnic identities» (Upegui-Hernández 140).
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incorpora en un análisis imprescindible y de gran aplicabilidad en el mundo contemporáneo. El concepto de sujeto universal ha guiado a través de las épocas, como Gilroy señala, la lectura de la historia como unidad coherente, invisibilizando la pluralidad y tensiones que la atraviesan. Al denunciar el esencialismo étnico, la ideología nacionalista, y el uso que se ha dado a las ideas de igualdad, libertad, etc., para legitimar sistemas de opresión y explotación humana, Gilroy observa el impacto que tuvieron las nociones que exaltaron la razón, la ciencia, el progreso y el orden social como horizonte utópico. El océano Atlántico constituye el gran escenario de una historia ininterrumpida de oprobio, saqueo y devastación humana por parte de las potencias europeas. Este espacio de tránsito funcionó como una unidad geocultural caracterizada por la heterogeneidad y mezcla de los elementos sociales y étnicos que fueron esenciales en la configuración económica, política y cultural del sistema-mundo. El tema racial no puede ser considerado incidental en la historia de Occidente. Por el contrario, la raza, en sus complejas articulaciones con las hegemonías de clase y género, constituye el punto crucial para una lectura crítica de la modernidad y de las formas de conciencia que la constituyeron y que, a su vez, esta reproduce. Gilroy destaca el hecho de que además de los tránsitos esclavistas, el Atlántico debe ser pensado como un espacio que los africanos atravesaron también en muchas otras posiciones, como empleados en la marina mercante o militar, como migrantes voluntarios, como turistas, etc., por lo cual se insertan en la modernidad en muchas capacidades y posicionamientos. El fenómeno de las diásporas es visto, de este modo, como una experiencia que potencia, desde muy temprano en la historia occidental, el tema de las rutas marítimas como vehículos de transculturación y de transformación cultural en ambos lados del Atlántico. Los términos hibridez y creolización, con todo su potencial descriptivo y explicativo, no llegan a captar en todos sus matices la complejidad de intercambios, negociaciones y luchas de poder que son inherentes a esas dinámicas. Para Gilroy, esas nociones resultan «rather unsatisfactory ways of naming the processes of cultural mutation and restless (dis)continuity that exceed racial discourse and avoid capture by its agents» (2). La deconstrucción y el postmodernismo constituyen, a su vez, para Gilroy, aproximaciones que terminan por banalizar los profundos antagonismos de la modernidad capitalista al promover un relativismo crítico que evade las consecuencias del ejercicio hegemónico del poder de clase, raza y género en la historia occidental, sin identificarse con los sujetos victimizados por el sistema de dominación. La crítica de Gilroy, que ve en los tránsitos atlánticos un momento paradigmático en la constitución de subjetividades y en la consolidación de regímenes de poder/ saber, ataca por igual los modelos ideológicos etnocéntricos, nacionalistas y uni-
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versalistas. De manera más efectiva, el concepto de «Atlántico Negro» propuesto por este autor permite visibilizar una red de relaciones de poder que vinculan lo local y lo global, y que trascienden los límites de la historiografía nacionalista. Esta trama de vínculos interculturales e interraciales tiene en la movilidad de sujetos, mercancías, ideas y proyectos uno de los puntos clave para comprender el desarrollo del capitalismo, el cual se apoya en diásporas colonizadoras, trayectos esclavistas, tráfico de individuos, bienes y recursos. Asimismo, permite entender la noción de doble conciencia como una problematicidad que, como Gilroy señala, es inherente al sujeto subalterno condenado a mirarse a sí mismo a través de ojos ajenos. Asimismo, la perspectiva de Gilroy permite descentrar los análisis de la consideración de la nación entendida como núcleo sociopolítico de la modernidad. The specificity of the modern political and cultural formation I want to call the Black Atlantic can be defined, on one level, through [a] desire to transcend both the structures of the nation state and the constraints of ethnicity and national particularity. These desires are relevant to understanding political organizing and cultural criticism. They have always sat uneasily alongside the strategic choices forced on black movements and individuals embedded in national and political cultures and nation-states in America, the Caribbean, and Europe (The Black Atlantic 19).
Asimismo, la migración y el tema de la raza que este fenómeno replantea, constituyen una crítica ineludible de la modernidad y de las formas de exclusión que el mundo occidental propiciara para la consolidación de lo moderno. No es que la migración sea un fenómeno exógeno que viene a interrumpir el curso de la civilización, sino que es un elemento inherente al proceso modernizador y, por lo mismo, uno de los procesos que más efectivamente colabora en su deconstrucción político-ideológica. Como señala Iain Chambers refiriéndose a los migrantes que trastornan el statu quo de la Europa de hoy, these ‘aliens’, these foreign bodies are not, of course, foreign; they are intimate partners in the planetary procedures that have made the modern world. For migration is one of the central chapters of modernity. Its violent and structural, not accidental, history proposes a largely unacknowledged critical narrative with which to register modernity. Today, there exists far more than merely a suggestive connection between the slave histories and political economies of the eighteenth-century Black Atlantic and the contemporary counter geographies of migration («Migrating Modernities» 15).
El enfoque sobre los temas de raza, esclavitud, diásporas y otras formas de sujeción y biopoder ejercido a partir de la supremacía del hombre blanco, de-
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muestra que los movimientos históricos han seguido trayectorias que exceden lo nacional y la noción «ilustrada» de subjetividad y racionalidad. El sujeto nacional es la contracara de las formas de subjetividad que proliferan en los márgenes del capitalismo tardío, relativizando a la nación-Estado como plataforma primaria de análisis social. Extrañamiento, enajenación, extranjería, etc., son elementos teóricos que integran la perspectiva crítica que se viene elaborando sobre el sujeto migrante y su doble conciencia, en estrecha relación con las formas de reinserción social que se van generando en los nuevos contextos en los que este sujeto se inscribe. Un nuevo habitus es asimilado por parte de individuos y comunidades que no han abandonado modalidades anteriores de pertenencia e identificación social, sino que experimentan la superposición y mezcla de valores, costumbres, lenguas y vivencias espacio-temporales de distintos entornos. Acerca de las complejas formas de (re)conocimiento social que son propias de la migración, Appadurai se ha referido al mundo actual como espacio «rizomático» y hasta esquizofrénico, para el cual deben elaborarse categorías capaces de dar cuenta de las experiencias del desarraigo, la alienación y la ilusión de proximidad que brindan los avances electrónicos. Enfocando el tema de las nuevas formas de subjetividad y el modo en que los escenarios globales impactan las relaciones familiares, este crítico enfatiza la cuestión de los flujos culturales, cuya aceleración y multidireccionalidad crea desorientación en la definición de valores, metas y formas de comportamiento: What is new is that this is a world in which both points of departure and points of arrival are in cultural flux, and thus the search for steady points of reference, as critical life choices are made, can be very difficult. It is in this atmosphere that the invention of tradition (and of ethnicity, kinship, and other identity makers) can become slippery, as the search for certainties is regularly frustrated by the fluidities of transnational communication (18).
La disyunción es, como se ve, múltiple, ya que se refiere tanto a instancias vinculadas a la territorialidad (de dónde se parte, adónde se llega) como a aspectos relacionados con los imaginarios colectivos (marcas identitarias, cuestiones de parentesco, etnicidad, etc.). Appadurai apunta al proceso de formación de imaginarios postnacionales que puedan absorber la diversidad de formas de ser y estar que han dejado atrás los arraigos de territorio patrio, lengua materna, coordenadas espacio-temporales conocidas, habitus, historia compartida, etc. llegando a configurar narrativas que integren el elemento de simultaneidad que otros autores identifican con la doble conciencia. Identidad/alteridad, territorialidad, doble conciencia, e interculturalidad se configuran, así, como ejes conceptuales en torno a los cuales se orienta la crítica de la migración y el análisis del sujeto
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postcolonial, en esta particular inflexión de su experiencia social en el mundo globalizado. En Nation and Narration Bhabha elabora ampliamente el problema de la otredad y las metáforas y estrategias discursivas a través de las cuales este concepto nutre y delimita el espacio cultural de Occidente, sus bordes epistémicos y las formas de conocimiento a las que da lugar. Sin la noción del Otro es imposible construir, comprender y deconstruir las políticas de la diferencia. Por lo tanto, la filosofía, la crítica cultural y la antropología no cesan de poner en práctica formas de apropiación de los significados de la otredad, campo sobre el cual se implementan las prácticas de la identidad, la dominación y el conocimiento. Para Bhabha, la historia de la teoría crítica descansa sobre la noción de diferencia cultural, concepto que distingue claramente del de diversidad cultural, por entender que solo en el dominio del primero se dirime realmente la autoridad cultural, el intento por dominar al Otro. En este sentido, el conocimiento es esgrimido como como una verdad que se emite desde posiciones de hegemonía epistémica, para el disciplinamiento y control de lo social. Para Bhabha, la diversidad cultural es una forma de conocimiento que se dirige directamente a la verificación empírica, es decir, a la captación de los rasgos que presenta lo real. Es usada comparativamente y parte del reconocimiento de las características de distintas culturas, en cuanto a elementos similares y diferenciales que son elaborados como componentes identitarios a nivel individual y colectivo. Este reconocimiento es la base del multiculturalismo, noción y práctica que al admitir la diversidad implementa modalidades de articulación de los signos a partir de los cuales las culturas se expresan y distinguen. Contrariamente, la diferencia cultural es «the process of the enunciation of culture as “knowledgeable”, authoritative, adequate to the construction of systems of cultural identification» (Nation and Narration, 34, énfasis en el original). Se trata de un proceso de significación por medio del cual puede enfocarse la «ambivalencia de la autoridad cultural», por ejemplo, cuando una cultura intenta dominar a otra que es considerada inferior. Según Bhabha, la enunciación de la diferencia cultural así entendida, problematiza la división binaria entre pasado y presente, tradición y modernidad, dualismo según el cual el pasado es considerado como «artificio de lo arcaico», es decir, como una forma de autorización y legitimación de acciones, ideas, actitudes, regulaciones, etc. (35). El tema del migrante viene a insertarse en el corazón mismo de la problemática de la diferencia cultural, configurando una contranarrativa de lo nacional que desdibuja los límites de esta noción y su ethos totalizador. Bhabha habla de la liminalidad del migrante entendiéndola no solo en relación a la transitoriedad de la experiencia migratoria, sino como un problema de traductibilidad, es decir, como la presencia de un elemento de resistencia que no se deja transferir de un código
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al otro, sino que más bien existe en el intersticio, interrumpiendo la continuidad histórica, y visibilizando esa fisura donde se aloja lo indecible e irrepresentable. The migrant culture of the ‘in-between’, the minority position, dramatizes the activity of culture’s untranslatability; and in so doing, it moves the question of culture’s appropriation beyond the assimilationist’s dream, or the racist’s nightmare, of a ‘full transmissal of subject ‘matter’, and towards an encounter with the ambivalent process of splitting and hybridity that marks the identification with culture’s difference (224).
La presencia del migrante trae del pasado la imagen del colonizado —y, por ende, del colonizador— enfrentando a Occidente con los fantasmas de su propia conciencia histórica, los cuales sobrevuelan el constructo de la nación moderna, que asiste ahora a su propio proceso de descomposición. Bhabha se refiere a migrantes, sujetos postcoloniales, minorías, etc.: wandering peoples who will not be contained within the Heim of the national culture and its unisonant discourse, but are themselves the marks of a shifting boundary that alienates the frontiers of the modern nation […] They articulate the death-in-life of the idea of the ‘imagined community’ of the nation; the worn-out metaphors of the resplendent national life now circulate in another narrative o entry-permits and passports and work-permits that at once preserve and proliferate, bind and breach the human rights of the nation. Across the accumulation of the history of the West there are those people who speak the encrypted discourse of the melancholic and the migrant (164).
El tema de esta multiplicidad que es constitutivo de la conciencia migrante tiene, por supuesto, correspondencias en el nivel del conocimiento y de la producción, difusión y competencia de saberes, ya que todo sujeto es portador de una carga cultural que transmite, intercambia y reelabora en los distintos contextos en los que se va instalando, ya sea transitoriamente o de modo permanente. Desde la frontera se elaboran conocimientos híbridos que desautorizan el monopolio epistémico de saberes centrales, consagrados desde las posiciones de poder consolidadas en la modernidad. El saber que emana de esas zonas liminales deriva no solo de los conflictos que tienen lugar en áreas de pasaje, sino de la experiencia del límite: del límite territorial, pero también de la marginalidad, la subalternización y la invisibilización en tanto bordes existenciales, cognitivos, emocionales e ideológicos. Tal conocimiento articula, entonces, un cúmulo de conceptos, valores y vivencias alternativos a los dominantes, que amenazan por su descentramiento y diferencialidad, la exclusividad y la autoridad de las epistemologías hegemónicas.
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Refiriéndose al pensamiento desde el borde o border gnosis, Mignolo y Tlastonova señalan que este debe hacerse cargo de «la grieta de su propia subjetividad (la doble conciencia)» (230) que tiene en W. E. B. DuBois uno de sus antecedentes. «No puede haber pensamiento desde el borde sin esa doble conciencia. La conciencia del imperio es siempre territorial y monotípica, el pensamiento desde el borde es siempre plurotópico y engendrado por la violencia de las diferencias coloniales e imperiales» (230-231). Junto a la «línea de color» que DuBois identificaba como el punto más conflictivo del siglo xx, Mignolo y Tlastonova proponen la «línea epistemológica», la cual, sin reemplazar la que alude a la raza, plantea el problema de la posicionalidad del saber y de las jerarquías que dominan la producción, divulgación y consagración del conocimiento. Este sería un rasgo crucial de la problemática del siglo xxi. Lo que Mignolo percibe como una «nueva lógica» consistente en borrar la oposición sujeto/objeto, lo conocido y el que conoce, y entender que todo acto de conocimiento implica una inmersión en el objeto, una hibridación que descarta toda pretensión de pureza o esencialismo, permitiendo enfatizar interacciones, intercambios y tráficos de significados. Coincidiendo con Mignolo en este aspecto, y analizando el arte de frontera en el libro Portable Borders. Performance Art and Politics on the US Frontera since 1984 (2015), Ila Nicole Sheren reconoce asimismo en la zona fronteriza un espacio multifacético que incluye localizaciones y dislocaciones, distancia y cercanía, materialidad y ausencia de fisicalidad, y considera que desde las últimas décadas del siglo xx, [p]articularly in the world of visual art, borders came to represent a space of performance rather than a geographical boundary, a cultural terrain meant to be negotiated. This dematerialization of the physical border after the 1980 worked in two opposite directions: the movement of border thinking to the rest of the world, as well as the importation of ideas to the border itself (3).
Así entendido, como zona eminentemente contaminada por saberes, valores y subjetividades, la frontera —en su forma material, geopolítica y simbólica— deja de ser un espacio esencializado, estereotipado y esquemático. Se convierte, más bien, en una constelación de contenidos múltiples que a la vez que emite y disemina sentidos, también es «informada» por formas de conocimiento, vivencias y sensibilidades otras, que integran la cuestión fronteriza en contextos mayores, y en problemáticas más amplias y complejas.
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Sicología del desarraigo: afuera/adentro, acá/allá, entonces/ahora Migración, destierro, desterritorialización, proscripción, diáspora, exilio, condición apátrida, refugio y asilo político denominan, entre otros términos de significado cercano, situaciones diversas caracterizadas por una variedad de elementos objetivos y subjetivos que permiten diferenciarlas. Tienen, sin embargo, una serie de rasgos comunes relacionados, sobre todo, con la pérdida voluntaria o forzada de la tierra natal y muchas veces de la lengua materna, así como de las coordenadas espacio-temporales propias de la experiencia del suelo originario. Intentando deslindar los contenidos de los conceptos de exilio y migración, Luis Roniger señala que Los exiliados difieren de los migrantes en que, al sufrir un destierro, los individuos se ven forzados a abandonar su país, mientras que los migrantes deciden salir a fin de resolver una situación económica difícil. Además, los exiliados tienen prohibido volver, mientras que prácticamente en todo momento los migrantes tienen la posibilidad de regresar. Muchos migrantes no tienen los medios para volver, pero no les es formalmente denegado el derecho a hacerlo. La posibilidad del retorno predetermina los términos en que los individuos se perciben a sí mismos y perciben la patria, separando los proyectos personales de cada uno y encaminándolos a distintos ejes («Destierro y exilio en América Latina» s/p).
Al sentimiento de pérdida propio del destierro, el exilio o las diásporas, se asocian las nociones de trauma, adaptación o rechazo de las nuevas circuns-
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tancias, es decir, los elementos que apuntan a la reinserción del sujeto o las comunidades. La movilidad transregional o transnacional conlleva, asimismo, relaciones reformuladas entre el individuo y las instituciones. La pérdida de la ciudadanía, por ejemplo, genera múltiples niveles de desprotección al individuo al colocarlo en una situación de ajenidad que causa desconfianza en las sociedades de adopción. El exilio constituye, así, una grieta legal y política que separa a los exiliados de los espacios de la ciudadanía y de la nacionalidad. Es imprescindible recordar que el exilio, como otras experiencias socioculturales y político-económicas, requiere cuidadosos encuadres históricos, ya que se manifiesta de distinta manera en diversos períodos, dependiendo de la configuración del aparato político administrativo de la nación emisora y receptora de migrantes, de las causas y estrategias utilizadas en la desterritorialización, y hasta de elementos tecnológicos que impactan las comunicaciones, el transporte y los modos de vida y socialización. Si el exilio y otras formas de transterritorialidad se observan desde la Antigüedad, en el siglo xx esta situación se intensifica y se diversifica. Los desplazamientos humanos que pueden clasificarse como exilios responden a razones políticas, sociales, económicas, religiosas, ecológicas, etc. Asimismo, tales movilizaciones se registran dentro de un sistema económico inter/trans-nacional que las abarca y condiciona de distintas maneras. El grado y formas de estructuración del capitalismo global, así como las formas históricas de organización democrática y de implementación de modalidades de exclusión política, económica y cultural de sectores sociales en base a diferencias ideológicas, étnicas, de clase, género, religión, preferencias sexuales, etc., se manifiestan en distintos periodos con rasgos específicos, haciendo que la expulsión por exilio (voluntario o forzado) adquiera estilos y sentidos muy diversos y estrechamente relacionados con las formas de vida, producción y organización de cada época. En términos generales, los exilios constituyen procesos fuertemente regionalizados y controlados por mecanismos de poder que afectan los motivos y grados de expulsión poblacional. Las formas premodernas de destierro, ostracismo, proscripción, deportación, expatriación, etc. van siendo sustituidas por modalidades más específicas de expulsión, consideradas un importante mecanismo regulador de la acción política (Sznajder y Roniger 8). En el mundo globalizado las identidades nacionales, regionales, religiosas, lingüísticas, étnicas, etc. adquieren un gran protagonismo, y las formas de participación y de expresión política abarcan amplísimos espectros. En el Antiedipo Gilles Deleuze señala que el capitalismo funciona como una máquina de desterritorialización que expele flujos masivos de desplazados dando lugar a un constante estado de precariedad. En distintos grados según se trate de una u otra situación de desterritorialización, individuos y comunidades migrantes pasan a ocupar un espacio exterior a la nación-Estado, de manera
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provisional o permanente. Identidad y otredad se articulan de manera crítica en las experiencias diaspóricas. Los procesos de subjetivación que incluyen la relación con la lengua, los hábitos culturales, las formas de vida, el vínculo con los espacios urbanos o rurales, las formas conocidas de socialización y creencia, y los desafíos de la interculturalidad, se van desarrollando de manera fuertemente emocional. El mundo se presenta como una realidad dislocada, desconcertante e inestable, que requiere respuestas, conductas y procesamientos que el sujeto no siempre está preparado para implementar. Los aspectos antropológicos, políticos, sociales, económicos y sicológicos de este tipo de reinserción cultural han sido ampliamente estudiados en sus variables históricas. En épocas antiguas, el destierro o deportación era una forma de castigo que se imponía a los considerados enemigos internos del sistema (entendiendo por tal la polis, la ciudad colonial, etc.). En otros casos, el destierro funcionó como desplazamiento del individuo a zonas alejadas, generalmente hostiles, y se aplicó como forma de control, disciplinamiento y exclusión social a criminales o a sujetos considerados subversivos o peligrosos por razones de salud mental, fanatismo religioso, etc. Las circunstancias que motivan las experiencias de desterritorialización voluntaria (violencia política, desequilibrios ecológicos, crisis económicas, persecuciones étnico-religiosas, etc.) influyen en gran medida sobre los procesos de subjetivación, incluyendo la relación con el pasado y la proyección de futuro. Por su entidad y características, la diáspora judía ha sido estudiada como caso paradigmático, invocando los rasgos de desapropiación territorial, los aspectos teológicos, políticos, geoculturales, etc. y analizando las formas de reconocimiento y negación de lo humano, así como las estrategias necropolíticas utilizadas para la persecución y el exterminio de esta población. Asimismo, muchos otros ejemplos señalan experiencias colectivas que, aun aproximándose a esta experiencia histórica en algunos sentidos, difieren de ella en muchos otros, requiriendo distintas formas de aproximación crítico-teórica.1 El elemento etnográfico ha sido considerado fundamental para reconstruir aspectos del exilio en cuanto a experiencias de adaptación y repercusiones afectivas, familiares, etc. Los relatos de migrantes se caracterizan por su tono fuertemente personalizado y emocional, que involucra la perspectiva y las vivencias propias sobre el telón de fondo de las condiciones económicas, políticas y sociales que condujeron al abandono de la tierra natal. Al mismo tiempo, tales narrativas implican un trabajo arduo y permanente de la memoria, ya sea como 1 Véanse al respecto, con distintas perspectivas sobre el tema, Solomon Grayzel, A History of Jews; E. Lévinas, Difícil libertad; Alan Wolfe, At Home in Exile. Véanse, asimismo, Sucasas «El exilio, experiencia judía» y Cragnolini, «Ser-en-el-exilio», ambos en Burello, Ludueña et al.
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añoranza o como compromiso con el país de origen y con las familias y las comunidades que han quedado atrás, pero que siguen manteniendo un lugar prominente en la vida de quienes se han ido. La imaginación desempeña también su papel, idealizando lo pasado y construyendo escenarios utópicos de regreso a la patria o de asimilación exitosa a los nuevos entornos. Memoria, imaginación y deseo actúan como operaciones síquicas individuales y compartidas, ya que la experiencia de la migración siempre involucra lazos comunitarios y formas conocidas y nuevas de socialización. El problema de la migración es inseparable del tema del trauma, ya que implica un desgarramiento de las coordenadas de espacio/tiempo que sustentan al individuo, una ruptura de sus mecanismos de (auto)reconocimiento social y una pérdida del habitus y de la familiaridad con el entorno. Como desprendimiento de las comunidades de origen y/o residencia, la migración altera los protocolos de integración personal al medio, de socialización, productividad y compensación afectiva. Se movilizan en el migrante complejos sentimientos catalizados por el desarraigo, la inseguridad, la soledad, las dificultades comunicativas, la ajenidad de los espacios, la diferencia de costumbres y las formas de vida. Al haberse roto el vínculo con la figura convencionalizada del Estado patriarcal, y al producirse el enfrentamiento con nuevas instancias estatales que en muchos casos rechazan la admisión del migrante, la experiencia del rechazo se vive como reincidencia de un destino adverso que demuestra, una y otra vez, la ruptura del pacto social y la ausencia de instancias sustitutivas que puedan servir de apoyo material y emocional en el proceso de reinserción en un medio distinto. Refiriéndose principalmente al exilio político, Luis Roniger señala en su estudio «Exilio, ciudadanía y teoría socio-política», siguiendo a Hannah Arendt, que «el exilio es un mecanismo de exclusión institucional» que revoca «el pleno uso de los derechos de ciudadanía [y previene] la participación del exiliado/a en la arena política nacional» (198). «El destierro se transforma entonces en una fórmula política que permite mantener el control de la esfera pública sin incurrir en los eventuales costos de un creciente ciclo de violencia irredentista» (200). El exiliado se encuentra, así, no solo en un estado de alienación institucional, sino en claro antagonismo con el aparato gubernamental. Cabe mencionar que, en otros casos, los países receptores implementan medidas solidarias con los exiliados, facilitando su reinserción social, con lo cual el impacto de la desterritorialización disminuye, dando la posibilidad al país receptor de beneficiarse con los aportes de quienes se han incorporado a la sociedad. Este fue el caso con muchos emigrados europeos después de la Segunda Guerra Mundial que abandonaron sus países para eludir la persecución política. En el libro Psicoanálisis de la migración y del exilio, León y Rebeca Grinberg analizaron diversos aspectos vinculados con el tema del alejamiento impuesto o
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voluntario del país de origen, mostrando las constelaciones afectivas que acompañan estos procesos tanto en lo que tiene que ver con los que se van como con los que quedan y con quienes los reciben en el nuevo espacio social. Para comenzar, resulta obvio que toda migración implica un elemento de búsqueda y, por tanto, conlleva sentimientos de incertidumbre, esperanza y temor. El proceso de aventurarse hacia nuevos territorios es tan viejo como la humanidad y se encuentra en todas las culturas, estando compuesto por una serie de elementos simbólicos que se agregan a pulsiones personales, miedos, traumas y rasgos de la personalidad individual. Este complejo afectivo se activa en relación con los condicionamientos del entorno, particularmente con respecto a las situaciones de carencia, crisis y peligro, y se complica con sentimientos de culpa, desesperanza, inseguridad y nostalgia, que interfieren con los procesos de adaptación. Los mitos que alimentan la cultura occidental contienen enorme cantidad de referencias a éxodos, destierros, diásporas y desplazamientos individuales o colectivos, referencias que se encuentran también en los libros sagrados, donde el abandono del territorio propio es una situación paradigmática que siempre contiene enseñanzas morales. Según León y Rebeca Grinberg, Los mitos del Edén, de Babel y de Edipo ofrecen la posibilidad de hacer más inteligibles los fenómenos de las partes de la personalidad que tienden al conocimiento y las que se oponen activamente a ese logro. Podemos ver en ello el intento del hombre de «migrar», buscando el conocimiento donde quiera que esté, trasponiendo fronteras prefijadas al mismo tiempo que existe en él una tendencia a obstaculizar ese intento (prohibición), transformando la «migración-búsqueda» en «migraciónexilio-expulsión-castigo», que origina dolor, confusión e incomunicación (4).
La expulsión del paraíso habría sido, entonces, el primer exilio impuesto a los seres humanos como castigo por haber probado el fruto que conducía al conocimiento. Desterritorialización, pérdida del objeto del deseo, imposición del castigo desde una autoridad superior e inapelable, sentimientos de culpa, frustración y abandono, aparecen desde ese momento inaugural asociados de modo estrecho. Como indican los autores de ese estudio, similares situaciones integran los mitos de Babel y de Edipo, donde las situaciones de pérdida, castigo, culpa, rivalidad y condena se repiten en relación con las imposiciones punitivas de abandono del territorio propio y sometimiento a las penurias de la extranjería. En ambos mitos el tema del conocimiento y la ansiedad por acercarse al saber constituyen motivos que se reiteran y catalizan sanciones que alienan al sujeto, como en el caso de Babel, donde la mezcla de lenguas impide la comunicación. En el plano afectivo y sicológico, la migración se asocia con una serie de escenarios y de situaciones traumáticas o de crisis que acentúan el efecto de
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ruptura de la continuidad existencial que aqueja al migrante y la sensación de desamparo que crea el desarraigo. La migración, justamente, no es una experiencia traumática aislada, que se manifiesta en el momento de la partida-separación del lugar de origen, o en el de llegada al sitio nuevo, desconocido, donde se radicará el individuo. Incluye, por el contrario, una constelación de factores determinantes de ansiedad y de pena (9).
Como es sabido, toda situación de pérdida implica un duelo, es decir, un proceso de aceptación de las nuevas circunstancias y de adaptación a ellas, supone pues la necesidad de enfrentar instancias de cambio, aceptación, rememoración y reconstrucción de condiciones de vida y de estabilidad emocional. Este proceso se asocia con sentimientos de nostalgia o de melancolía, de exclusión, de inseguridad y de no pertenencia, que a veces se prolongan durante largo tiempo y que pueden derivar en resentimiento, enojo, tristeza, agresividad o indiferencia. En otros casos, reacciones de entusiasmo pueden constituir una defensa contra la nostalgia o un esfuerzo por transformar la pérdida en placer por lo nuevo. Similares constelaciones emocionales se registran en los miembros de la familia que queda atrás, donde se vive la partida de un familiar como una forma de muerte o como adelanto de la muerte real. Todos estos procesos crean situaciones de desestabilización emocional e identitaria, tanto en los migrantes como en aquellos que los reciben y en ocasiones sienten que son invadidos, amenazados o abusados por el recién llegado, cuya presencia puede llegar a crear desequilibrios a nivel comunitario, familiar o individual, en la medida en que representa una situación nueva de efectos imprevisibles.2 Las derivaciones afectivas analizadas por León y Rebeca Grinberg se registran, en escala supraindividual, con el fenómeno de la migración masiva, donde muchos sectores funcionan como personajes colectivos (ej. grupos de refugiados, desplazados, exiliados, etc.) creando alianzas generalmente transitorias, pero fuertes y funcionales. Este nivel colectivo remite también a la figura real y simbólica del Estado, supuesto padre protector y guardián del orden. El rechazo del padre provoca sentimientos de temor, inseguridad y culpa, repercusiones psicológicas que se suman a la desprotección material (negación del estatus legal, inaccesibilidad de servicios, persecución de individuos ilegales, amenazas de deportación, etc.). Todos estos factores varían, por supuesto, dependiendo del tipo de migración de que se trata, de los apoyos comunitarios 2 Sobre
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la psicopatología de exiliados, migrantes, sujetos diaspóricos, etc. véase Roussos.
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o familiares con que cuenten los individuos y de las políticas públicas que se les apliquen. Asimismo, la imagen del migrante y la reproducción de estereotipos y modelos de «sentido común» respecto a su presencia social, sus reclamos y derechos, están estrechamente vinculados a las formas de representación, tanto en el discurso político dominante como en los medios de comunicación. Al referirse a las cuestiones de identidad e identificación social de migrantes y refugiados en Canadá, Alison Mountz señala que la representación de situaciones relacionadas con la migración muestra al Estado victimizado por presencias foráneas que semejan la fuerza de la naturaleza desbordada: Images of immigration often narrate the story of the emasculated state, rendered powerless by immigration that is out of control, embodied by migrants who materialize in discourse with metaphors of invasion, flood, and waves (Ellis and Wright 1998) (Mountz, «Refugees: Performing Distinction» 263).
El migrante aparece siempre como un cuerpo «fuera de lugar», a veces acusado de ser contrario a toda consideración sanitaria o de vivir hacinado en espacios inadecuados que lo han contaminado, factores que lo convierten en un posible portador de enfermedades que amenazarían a la sociedad por los riesgos de contagio. El sentido simbólico de estas construcciones resulta evidente. El migrante es visto como un cuerpo excesivo y desconfiable que perturba el orden y revela, en su apariencia, actitudes y condición civil, la no-pertenencia a la nación-Estado. Tal noción se ha visto reforzada con estereotipos raciales, sobre todo después del 11 de septiembre de 2001, fecha a partir de la cual la otredad étnica se opone siempre a un núcleo nacional supuestamente blanco, homogéneo e imbuido de los valores nacionales. Como Mountz indica, la migración es siempre presentada en base a binarismos (nosotros/ellos, adentro/afuera, centro/ periferia) y también a través de conceptualizaciones hiperbólicas y vagas sobre la cantidad de individuos que supuestamente asedian las fronteras. El recurso de la demonización y/o criminalización del migrante (que ejemplifica bien la divulgada expresión «illegal aliens») es también un lugar común a nivel global.3 A través de estas designaciones, el recién llegado asume la forma de un sujeto 3 Véase al respecto Mae Ngai, quien discute en Impossible Subjects la historia de las leyes de inmigración que afectaron sobre todo a asiáticos y mexicanos, creando una retórica discriminatoria y racista que sigue prosperando aún en amplios sectores de la población de Estados Unidos, y que se ha entronizado en el discurso político republicano principalmente durante la presidencia de Donald Trump. Véase, asimismo, la elaboración que realiza Greg Grandin en The End of the Myth, donde se estudian aspectos sociales, políticos y simbólicos de la frontera en relación con el nacionalismo y el imperialismo estadounidense.
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de antecedentes peligrosos, carente de escrúpulos y enemigo actual o potencial de la ley y el orden.4 Los términos utilizados para referirse a los migrantes indocumentados enfatizan aspectos negativos que sugieren inmoralidad, suciedad, enfermedad, peligro de contagio, tendencia a la holgazanería, el oportunismo y la criminalidad. Tales atributos negativos varían, obviamente, según las culturas. Los medios de comunicación insisten en la existencia de crisis fronterizas e invasión de indeseables, nociones que van configurando estereotipos que moldean la opinión pública y son utilizados por el gobierno como justificación de políticas represivas y deshumanizantes. Estas consideraciones son frecuentes en todos los contextos donde se experimenta un incremento del flujo migratorio y de las políticas de resistencia o rechazo a estas movilizaciones por parte del Estado. El vínculo entre demonización y/o criminalización del migrante, por un lado, y elementos étnico-raciales, por el otro, es también una constante, verificable en Europa, Australia, Grecia, América Latina, etc., con diferentes grados de intensidad. El migrante vive en una situación de ambigüedad que comienza por la propia definición de su condición y derechos. En Nations Unbound: Transnational Projects, Postcolonial Predicaments and Deterritorialized Nation-States, Linda Basch, Nina Glick Schiller y Cristina Szanton Blanc indican: The word «immigrant» evokes images of permanent rupture, of the abandonment of old patterns of life and the painful learning of a new culture and often a new language […] The popular image of immigrant is one of people who have come to stay, having uprooted themselves from their old society in order to make for themselves a new home and adopt a new country to which they will pledge allegiance. Migrants, on the other hand, are conceived of as transients who have come only to work; their stray is temporary and eventually they will return home or move on. Yet it has become increasingly obvious that our present conceptions of «immigrant» and «migrant», anchored in the circumstances of earlier historic moments, no longer suffice. Today, immigrants develop networks, activities, patterns of living, and ideologies that span their home and the host society (3-4).
De este modo, la condición del migrante respecto a su lugar de residencia y a la legalidad de su estatus se encuentra estrechamente ligada a los juicios que se emiten sobre él en cuanto a su carácter, predisposiciones, capacidad de sociali4 Alison
Mountz cita asimismo el trabajo de Wright y Ellis sobre la metáfora de la balcanización que la migración estaría produciendo a nivel poblacional en Estados Unidos. Los autores analizan las connotaciones negativas de la imagen, que sugiere atomización, pérdida de la unidad, conflicto y disolución, elementos utilizados para demonizar los flujos migratorios que aparecen asimilados a situaciones como la de Yugoslavia, por ejemplo, donde los factores étnicos precipitaran la desaparición de la nación-Estado.
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zación y conducta. La transitoriedad, el desarraigo y la precariedad de su estado tienen directa repercusión en el modo en que se lo evalúa como persona y posible conciudadano. El Estado mismo carece de parámetros que permitan distinguir situaciones y ajustar recursos, oportunidades y derechos a los distintos tipos de individuos que llegan en los flujos masivos disparados por la globalización. El carácter humano y personal se pierde en beneficio de una masificación que permite considerarlo como personaje colectivo de un drama social que, aunque tiene tan conspicua presencia en nuestros días, se piensa todavía como ajeno. En sus Reflections on Exile Edward Said insiste en los sentimientos que acompañan la experiencia de la pérdida de la patria, el alejamiento de seres queridos y la necesidad de reinsertarse en una sociedad nueva, frecuentemente hostil o al menos extraña, donde el sujeto se siente, quizá para siempre, fuera de lugar. La no pertenencia es una forma de deshumanización que se traduce en una soledad radical, difícil de superar o de contrarrestar. Esta forma de estar va acompañada, a veces, por paranoia, ansiedad y melancolía. «Exile is a jealous state», indica Said, refiriéndose a la intransigencia y hostilidad que el exiliado demuestra algunas veces como forma defensiva de autopreservación, que se manifiesta en muchos casos como aislamiento. En casos extremos, el exilio se convierte en un estado fijo, insuperable y omnipresente: There is the sheer fact of isolation and displacement, which produces the kind of narcissistic masochism that resists all efforts at amelioration, acculturation, and community. At this extreme, the exile can make a fetish of exile, a practice that distances him or her from all connections and commitments. To live as if everything around you were temporary and perhaps trivial is to fall prey to petulant cynicism as well as to querulous lovelessness (183).
En el territorio emocional del exilio, la escritura —el arte en general— se potencia y convierte muchas veces en refugio. Ese espacio seguro donde el lenguaje crea una ilusión de comunidad, parece compensar la «vida mutilada» de quien ha perdido la patria, según Said recuerda evocando el subtítulo de Mínima Moralia, escrita en el exilio por Theodor Adorno.5 Al mismo tiempo, la escritura es un espacio de experimentación donde una visión distanciada y reflexiva puede dar lugar a una perspectiva distinta sobre procesos y temas que de otro modo habrían estado absorbidos por el habitus y, quizá por la autocomplacencia. De ahí que Said insista en el carácter contrapuntístico del exilio, en 5 Said cita a Theodor Adorno como ejemplo del exiliado radical, que concibe dramáticamente y sin atenuantes su situación de alejamiento, soledad e incomprensión, considerándola característica de todo intelectual que por su misma vocación crítica vive sumido en la inestabilidad y la autorreflexión (Reflections on Exile)
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su constante oscilar entre estados, lugares y emociones. Desde el punto de vista emocional, el exilio es nomádico, y en esto radica su fuerte dramatismo y su potencial fertilidad. Said no deja de reconocer que, para el intelectual, el exilio posee, además de connotaciones concretas derivadas de la situación de extrañamiento y lejanía, una condición metafórica que expresa la distancia que hace posible ejercer la reflexión filosófica, la representación artística y la crítica social o cultural (Reflections on Exile 52). Es a partir de esa situación ambigua de identificación y distanciamiento como pueden percibirse los matices de aquello que está siendo analizado, sin que los sentimientos de pertenencia o de completa ajenidad interfieran en la exploración del objeto. A veces, lo que el escritor palestino reconoce como los placeres y privilegios del exilio, contrarresta la dolorosa marginalidad del intelectual exiliado, compensando su nostalgia y desasosiego con una constante posibilidad de asombro y redescubrimiento del mundo. En Política del exilio Giorgio Agamben insiste en la necesidad de distinguir entre refugiado y exiliado y en la idea de que tales situaciones deben ser desasociadas del tema de los derechos humanos. Es preciso separar netamente los conceptos de refugiado, exiliado, apátrida, del de «derechos humanos» y tomar en serio las tesis de H. Arendt, quien ligaba la suerte de los derechos a la de la Nación-Estado, de modo que el ocaso de ésta supone el decaimiento de aquéllos. El refugiado y el exiliado deben considerarse por lo que son, es decir, ni más ni menos que un concepto límite que pone en crisis radical las categorías fundamentales de la Nación-Estado, desde el nexo nacimiento-nación hasta el de hombre-ciudadano, y que por lo tanto permite despejar el camino hacia una renovación de categorías ya improrrogable, que cuestiona la misma adscripción de la vida al ordenamiento jurídico (11-12).
Retomando a Arendt, Agamben vuelve sobre la idea de que la conexión entre Estado y derechos del ser humano liga necesariamente a los individuos a la suerte de la nación, cuando en realidad la condición misma del refugiado —su mera existencia— muestra innegablemente la crisis radical de ese concepto. En efecto, cuando se quiebra el vínculo entre individuo y ciudadanía el Estado no puede ya salvaguardar los derechos del individuo. Los derechos se consideran inherentes al individuo, ligados al hecho de su mero nacimiento, sin embargo, la figura legal de la ciudadanía viene a romper esta legitimidad. Como indica Agamben, «la vida natural, que, al inaugurar la biopolítica de la modernidad, viene así a formar la base del ordenamiento, se disipa inmediatamente en la figura del ciudadano, en el que los derechos “se conservan”» (Política del exilio 5). Lo que aquí se deja de lado es que lo fundamental «no es el hombre como sujeto político libre y consciente, sino, ante todo, su vida desnuda, el simple nacimien-
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to, que, en el paso del súbdito al ciudadano, queda investida en cuanto tal del principio de soberanía» (6): el exilio no es, pues, una relación jurídico-política marginal, sino la figura que la vida humana adopta en el estado de excepción, es la figura de la vida en su inmediata y originaria relación con el poder soberano. Por eso [el exilio] no es ni derecho ni pena, no está ni dentro ni fuera del ordenamiento jurídico y constituye un umbral de indiferencia entre lo externo y lo interno, entre exclusión e inclusión (13-14).
La primacía de la vida sobre la legalidad, de la condición humana sobre la ciudadanía y sobre cualquier otra fórmula o categoría tendiente a preservar estructuras políticas como la nación o la soberanía, es un asunto que requiere urgente consideración, ante las variadas formas de desterritorialización que englobamos en este estudio bajo el nombre general de migración. La distinción particularizada entre ellas es, sin embargo, esencial para una comprensión cabal y profunda de cada una de esas circunstancias, y de la relación que guardan con el Estado y con la concepción transnacionalizada de lo humano. Mucho más queda por agregar, sin embargo, en lo que tiene que ver con la condición afectiva e intelectual que el exilio propicia, como distanciamiento socio-cultural y como enajenación de las coordenadas espacio-temporales del sujeto y las comunidades. Trauma, exilio, nacionalismo, escritura En su aproximación psicoanalítica al tema del exilio, Enrique Guinsberg recupera la definición de ese concepto ofrecida por la Enciclopedia Británica: exilio es «una ausencia prolongada del propio país impuesta por las autoridades competentes en calidad de medida punitiva». Se reconoce, sin embargo, que en la actualidad, a diferencia de los tiempos antiguos, rara vez es el Estado el que determina el exilio como castigo de manera directa, constituyendo más bien una opción o alternativa que el sujeto acepta para aliviar la situación que vive a nivel nacional. Sin embargo, en muchos casos son las políticas estatales las que empujan a los individuos, tácitamente, a esta medida extrema, por lo cual las consideraciones de Arendt y de Agamben antes discutidas mantienen plena vigencia. Reconociendo que la voluntad de quien se lanza al exilio está comprometida por las circunstancias que lo rodean, Guinsberg ajusta la definición del siguiente modo: «exiliado es aquel que está obligado a expatriarse por imposición (ya sea ésta declarada o no, elegida o no) del poder político dominante, so pena de ser detenido o de permanecer indefinidamente en prisión, o ser torturado o eliminado (él y/o sus familiares, allegados o amigos)» (162). En el caso
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de las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80, el impacto de los exilios político-económicos fue inmenso, sobre todo en países de menos población y, en general, en la región conosureña, en la cual el proceso de autoritarismo se expandió transnacionalmente con devastadoras consecuencias sociales, políticas y económicas. Guinsberg señala, por ejemplo, que «Uruguay llegó a tener 20% de su población fuera de su país (por exilio o migración) y Chile 10%, mientras que se mencionaba un porcentaje similar a este último para Argentina en tiempos de la dictadura militar» (163). Como es obvio, tal situación afectó de manera profunda no solo a los grandes sectores expelidos de sus países, sino a las familias y comunidades que continuaron residiendo en un contexto socialmente mutilado e impactado por la violencia. La evaluación del daño sicológico de tales escisiones alcanzó, en consecuencia, a amplísimos sectores poblacionales y se extendió a todos los niveles de la vida civil. Al analizar los múltiples traumas que ocasiona la desterritorialización y la pérdida o distanciamiento de la cultura propia, Guinsberg recupera tres de las numerosas definiciones de cultura, que tienen que ver con la dimensión colectiva y la función de autorreconocimiento social que el recuerdo compartido posibilita, sobre todo en aquellos que se encuentran alejados de sus entornos familiares. Las acepciones de «cultura» que el autor considera pertinentes para el caso de exiliados y migrantes son las siguientes: la que entiende por cultura «los procesos de producción y transmisión de sentidos que construyen el mundo simbólico de los individuos y la sociedad»; la que la define como «esa memoria colectiva que hace posible la comunicación entre los miembros de una colectividad históricamente ubicada, crea entre ellos una comunidad de sentido (función expresiva) y les permite adaptarse a un entorno natural (función económica) y, por último, les da la capacidad de argumentar racionalmente los valores implícitos en la forma prevaleciente de sus relaciones sociales (función retórica, de legitimación/deslegitimación)»; y la que la entiende como «... el conjunto de significados que constituye la identidad y las alteridades de un grupo humano [siendo] la visión del mundo y de la vida a partir de la cual los hombres dan sentido a su quehacer y definen su lugar en la historia» (166)6.
Siendo la condición de lo social la de establecerse como una trama relacional afincada en puntos de referencia sobre los que se asienta la cotidianeidad,
6 Para
la selección de estas acepciones de la palabra cultura respecto al problema de exilios y migraciones, Guinsberg se basa en las siguientes obras: José Joaquín Brunner, Alicia Barros y Carlos Catalán, Chile: transformaciones culturales y modernidad; Armand Mattelart, La comunicaciónmundo: historia de las ideas y de las estrategias; y Gilberto Giménez, citado por Delia Crovi Druetta, Ser joven a fin de siglo (Guinsberg 166).
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la escisión del individuo de su entorno tiene repercusiones en cuanto al estatus identitario, el reconocimiento del nuevo contexto en que el individuo se inscribe, y la proyección hacia un futuro incierto. El individuo exiliado vive, en gran medida, un sentimiento de duelo que estimula pensamientos negativos, escepticismo y melancolía. El miedo ante lo desconocido, la sensación de desorden y desestructuración de la relación con el medio, los estados de disociación y/o regresión y los sentimientos de fracaso, culpa y depresión, acompañan habitualmente los procesos de reinserción del migrante y más aún del exiliado. Con el tiempo, los sujetos suelen elaborar estrategias de productividad y recuperación de redes afectivas. Guinsberg señala, asimismo, la importancia fundamental del idioma en la enajenación o en la mayor facilidad de integración al nuevo medio social, así como el papel que tiene el espacio urbano (o, en ocasiones, el rural) en la reinserción del sujeto y en la aceptación o rechazo de las nuevas condiciones de vida.7 En su libro The Empire of Trauma: An Inquiry into the Condition of Victimhood (2009) Didier Fassin y Richard Retchman reconocen que la psiquiatría de la inmigración comenzó alrededor de 1950, dominada por dos imágenes de alteridad: la del nativo y la del forastero. Si la primera se asimila a los tiempos del colonialismo, la segunda se considera propia de la era postcolonial. En medio de ambas, en el período de la modernidad, la figura del inmigrante domina el panorama social, uniendo a las dos anteriores tanto cronológica como sociológicamente. Como los autores señalan, frente al caso multitudinario del inmigrante, la siquiatría debió pasar de los modelos universalistas a los particulares vinculados a las diferentes culturas, con sus características sociales, políticas y económicas, y a los problemas derivados de la etnicidad, cayendo con frecuencia en esencializaciones y estereopitificaciones que recién se empezaron a superar con los procesos descolonizadores. El enfoque etnosiquiátrico estuvo impactado durante mucho tiempo, sin embargo, por nociones racializadas de otredad, que influyeron en los análisis, y que, a partir de críticas severas como las realizadas por Franz Fanon, requirieron nuevas reformulaciones y cambios metodológicos. El análisis del trauma relacionado con la pérdida del territorio y los avatares de la reinserción social revelaron una inmensa gama de problemas y matices, dependiendo de las formas de exilio o emigración, la presencia de distintas formas de violencia, y los grados de dislocación identitaria, que obligaron a replantear los paradigmas de «normalidad» y «victimización». Asimismo, comienza a dis-
7 Como es obvio, en todas estas consideraciones el margen de variación individual es muy grande, incidiendo principalmente aspectos como el éxito laboral, la estabilidad psíquica anterior al exilio o migración, la historia personal, la situación familiar, y las condiciones que ofrece el nuevo espacio de inserción social.
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tinguirse, desde el punto de vista de la atención siquiátrica, entre migrantes y refugiados, exiliados y víctimas de violencia política, posiciones que suelen combinarse. Según Fassin y Retchman, «This dual shift, from migrants to victims of persecution, and from exile to trauma, marks the emergence of what we may call a psychotraumatology of exile» (236). Edward Said se pregunta cómo es posible que siendo el exilio considerado una pérdida terminal para el sujeto que lo sufre, esa experiencia haya sido transformada en un motivo «redentor» tan poderoso y enriquecedor en la cultura moderna. Sugiere que los sentimientos de orfandad, ansiedad y extrañamiento se han interiorizado como parte de nuestra intimidad cultural, llevándonos a reconocer en el exilio una posicionalidad representativa de la contemporaneidad. Coincidiendo con George Steiner, Said indica que, en gran parte, la cultura occidental es resultado del trabajo de emigrantes, exiliados y refugiados, es decir, de la condición extraterritorial. Este hecho no sugiere, sin embargo, que tal situación deba ser idealizada, ignorando o banalizando los sufrimientos que infringe a individuos y comunidades. Como señala el pensador palestino, la experiencia del exilio es «irremediablemente secular e insoportablemente histórica» (174, mi traducción). El exilio arranca a los seres humanos de su tradición, familia y geografía, por lo cual, según Said, cuando se romantiza la idea del desarraigo de la tierra natal como una forma de liberación y de inscripción en los universales de la cultura, se ignora a las verdaderas víctimas anónimas que por millones viven vidas enajenadas, sin derechos ni sentimiento de pertenencia, frecuentemente marginadas y discriminadas. En todo caso, es difícil generalizar acerca de los casos de desterritorialización, ya que numerosas variables intervienen en las formas de readaptación social, donde los factores de clase, raza y género suelen ser fundamentales. El exiliado es un sujeto ex-céntrico por naturaleza, es decir, des-centrado: se ve despojado de sus bases geoculturales y de sus certezas identitarias, de sus sentimientos de pertenencia, del reconocimiento de sus coordenadas de espacio y tiempo como parámetros de su territorialidad existencial, de su identificación comunitaria y de las percepciones cotidianas que constituían sus puntos de referencia y sus anclajes afectivos. De ahí su disparidad con respecto al sujeto nacional, aunque no su total desconexión, ya que son momentos de la subjetividad social que se suponen mutuamente. Said destaca la interrelación estrecha entre nacionalismo y exilio, en la que se reproduce la dinámica del amo y el esclavo: opuestos que se constituyen el uno al otro, y que se afirman a través de la exclusión, condenando al exiliado a la exterioridad. El crítico palestino se pregunta si tanto el nacionalismo (con su exaltación del orgullo patrio) como el exilio (espacio de soledad y nostalgia) tienen atributos intrínsecos o si son simplemente dos expresiones conflictivas de la paranoia social.
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Según Said, el exilio se caracteriza por la interrupción de la continuidad de la vida —la obra, la temporalidad de los afectos—, así como por la necesidad de crear y a veces mitificar la cohesión del grupo al que los exiliados se asocian, estableciendo relaciones que les parecen marcadas por el destino o las circunstancias históricas. De la misma manera, es común que la hostilidad hacia otros sea también exagerada, tanto en el exiliado como en quienes le manifiestan su rechazo. Para el exiliado, tal hostilidad constituye muchas veces una forma de posicionamiento y canalización de los sentimientos negativos que causa en él/ ella el destierro, vivido como castigo. En todo caso, en el exilio la vida cotidiana se organiza como un contrapunto con la vida pasada: «Exile is life led outside habitual order. It is nomadic, decentred, contrapuntual: but no sooner does one get accustomed to it than its settling force erupts anew» (186). En la mayoría de los casos, la situación del exiliado combina grados de adaptación con sentimientos de resistencia y rechazo al medio en que se encuentra. Said realiza deslindes en cuanto a las diversas formas de desterritorialización que se convirtieron en moneda corriente desde el siglo xx, distinguiendo entre exiliados, refugiados, expatriados y emigrados, aunque reconoce que la noción de exilio, de algún modo, engloba a todos aquellos imposibilitados, por una razón u otra, de regresar a su patria de origen: Exile originated in the age-old practice of banishment. Once banished, the exile lives an anomalous and miserable life, with the stigma of being an outsider. Refugees, on the other hand, are a creation of the twentieth-century state. The word «refugee» has become a political one, suggesting large herds of innocent and bewildered people requiring urgent international assistance, whereas «exile» carries with it, I think, a touch of solitude and spirituality. Expatriates voluntarily live in an alien country, usually for personal or social reason […] Expatriates may share in the solitude and estrangement of exile, but they do not suffer under its rigid proscriptions (181).
Otros autores señalan un aspecto adicional muy frecuente en el caso de los refugiados: el hecho de que en gran proporción carecen de formación política y a veces de posicionamiento concreto en las luchas políticas a nivel nacional, no habiendo cometido en realidad ningún acto que pueda considerarse subversivo, ateniéndose a la condición de «refugiados» como estrategia de supervivencia. Según Pamela Morales: La figura del refugiado que es necesario pensar en el actual contexto es aquella que ilumina, en primer lugar, un fenómeno masivo que tiene como protagonistas a aquellos individuos que buscan refugio, en su mayoría sin cometer acto político alguno y desconociendo —en muchos casos— la causa de su persecución, que
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arriban al nuevo país sin recursos económicos para poder sobrevivir en él y que tienen que recibir ayuda de organizaciones internacionales y ser admitidos por la maquinaria burocrática-administrativa de los Estados (en Burello et al. 253).8
Uno de los aspectos más dramáticos del exilio es, obviamente, el carácter multitudinario que ha adquirido en la era contemporánea. Said reflexiona sobre el hecho de que el castigo, que en la Antigüedad estaba reservado a unos pocos individuos de relevancia especial, se ha convertido en una condena que sufren hoy millones de personas, debiendo soportar condiciones de hambre, rechazo, enfermedad y ostracismo. Siendo ya una experiencia tan generalizada, el fenómeno del exilio también se ha diversificado en cuanto a sus causas, protagonistas, orientaciones y propósitos, aunque puede afirmarse que la violencia y la precariedad de la vida (escasez económica, violencia política) continúan siendo las causas más comunes y prominentes. Algunos estudios que trabajan el tema de la relación entre exilio y género, descubren inflexiones liberadoras en las circunstancias de la desterritorialización que permiten a las mujeres, por ejemplo, expresarse con una libertad que las culturas propias a veces niegan o limitan. Algo similar sucede en sujetos que se autoexilian por razones de preferencia sexual, buscando eludir la represión de sus propios entornos sociales y lograr un nuevo comienzo en circunstancias más favorables. Se habla, en estos casos, de «sexilio», situando en la utopía de una dimensión extranacional la esperanza de alguna forma de liberación del prejuicio y la persecución. Memoria, «narraciones expatriadas» y el mito del retorno Como se ha venido indicando, el exilio produce sentimientos contradictorios, de opresión y liberación, de enajenación y encuentro con aspectos negados de la identidad propia, que afloran o se desarrollan ante los desafíos de las nuevas condiciones de existencia. Si el exilio alienta siempre un deseo de recuperación y de reparación, como Amy Kaminsky señala, la idea del posible retorno a la 8 La
misma autora considera, al mismo tiempo, que en el caso de los refugiados «ya no se puede hablar de sujetos sin-derechos» ya que se habrían elaborado muchos instrumentos legales a nivel internacional para su protección (257). Tal consideración desconoce el hecho de que existen millones de peticiones de regularización de migrantes a través de la figura jurídica de quien solicita asilo político, que no son atendidas o son denegadas, por lo cual los individuos que apelan a esa categoría quedan indefinidamente en un limbo legal, en campos de refugiados y con peligro de deportación. Los supuestos derechos que los protegen no son implementados en la mayoría de los casos, habiendo sido superados por la realidad multitudinaria de las migraciones a nivel global y por las disposiciones a nivel nacional que impiden tal regularización.
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tierra natal puede suponer, al mismo tiempo, la eliminación de la línea de fuga que la desterritorialización había facilitado al permitir dejar atrás una realidad restrictiva y conservadora. En otras partes de este estudio se abunda sobre la importancia del tema del lugar con respecto al desarrollo de la identidad y la migrancia, y como elemento esencial en los imaginarios colectivos desde la antigüedad clásica. La presencia de este topos en los libros sagrados, los mitos y leyendas de distintas culturas, lo sitúa como un elemento esencial a la psiquis humana, como un lugar común de la conciencia social y del inconsciente individual y colectivo. Las dinámicas del retorno se dirimen entre dos puntos, el originario y el de llegada, en torno a los cuales se configuran también dos actitudes que dan base a modelos culturales: la vuelta al hogar, representada en la figura de Ulises (héroe de la Odisea), quien tras su largo viaje regresa a Ítaca, y la del abandono de la tierra natal por un destino desconocido, como en el caso de Abraham (Lévinas, «The Trace of the Other» 348). En ambos casos, el territorio es central a la vida de ambos, al igual que la memoria, pero la resolución que dan al tema del regreso y de la pertenencia, es opuesta. La ambigüedad entre las connotaciones negativas y positivas que se atribuyen a la experiencia del exilio es frecuentemente reconocida por la crítica como un elemento que complejiza y también enriquece el sentido de esta experiencia. La memoria funciona como una operación de filtrado y reelaboración de los sucesos, por la cual se reconsideran aspectos del pasado de cara a las vivencias que acompañan la reinserción social. Así lo revela por ejemplo la lectura de En estado de memoria (1990) de la escritora argentina Tununa Mercado, texto autobiográfico elaborado durante el exilio político en México.9 Si el texto de esta autora revela las indudables dislocaciones provocadas por el alejamiento de su país, también comunica la voluntad de retotalizar la experiencia del yo, y las dificultades para conseguirlo. El exilio constituye, en este sentido, una posicionalidad privilegiada para tomar distancia de la realidad cotidiana en la tierra natal, dando la oportunidad de analizar las formas alienantes que el medio imponía entonces al desarrollo de la personalidad y al autorreconocimiento identitario. Pero el exilio es también, a no dudarlo, una instancia de ruptura que coloca al sujeto en una posición de constante transitoriedad, inestable y angustiosa que, sin borrar la frustración del pasado, agrega la incertidumbre del presente y de un futuro que no puede llegar a imaginarse. Al estudiar el texto de Mercado, Joy Logan recuerda la observación de Judith Butler de que todo sujeto es constitui9 Basándose en estudios de Amy K. Kaminsky, Francine Masiello y otros, Joy Logan analiza el texto de Mercado desde el punto de vista de una conjunción de exclusiones enmarcadas por la experiencia del exilio.
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do a partir de la exclusión: «Any position articulated by a subject is always in some way constituted by what must be displaced for that position to take hold» (cit. por Logan 395). La narración de Mercado analiza el palimpsesto de exclusiones experimentadas por su relegamiento como mujer y escritora, su posicionamiento contra la dictadura argentina y su vida en el exilio, como una múltiple marginalidad que se expande a los planos afectivos, intelectuales e ideológicos. La indefinición y la incompletitud son motivos que caracterizan la vida diaria, sometida a desafíos plurales y constantes. La misma escritura de Mercado, como observa Logan, «flota en los intersticios entre autobiografía, memoria y ficción» (398), ilustrando su condición transicional, escindida y eminentemente nostálgica, metaforizando así un estado de espíritu al mismo tiempo resistente y desasosegado.10 El territorio del exiliado es, desde el punto de vista existencial, ambiguo e impreciso, siempre fragmentario, y marcado por la carencia y por la ajenidad. Para el intelectual, y particularmente para el escritor, la producción del texto es una forma de lograr arraigo y permanencia, de crear un lugar en el que el yo, con su afectividad, su memoria y su imaginación, habita y produce, a pesar de los condicionamientos a veces enajenantes del medio en que se inscribe.11 Esto se da también con otras formas de productividad, donde la materialidad de lo que se hace produce en el sujeto una sensación de continuidad, dando al extrañamiento una canalización efectiva, terapéutica y consoladora, que concretiza las emociones a través de la elocuencia de la acción. La filósofa María Zambrano es una de las intelectuales más notorias del exilio español. Su obra incluye una reflexión filosófica sobre el destierro y el modo que este impacta el conocimiento y la acción humana.12 Zambrano ve el exilio como un umbral existencial sin el cual habría sido imposible para ella desarrollar su pensamiento y su propia vida. Como otros autores, asocia exilio y producción, e incluso, «iluminación», en el sentido de que la distancia permite 10 Sobre
el impacto del exilio sobre el trabajo del escritor, véase Brodsky. recuerda, en este sentido, la definición de Adorno de la escritura como casa, es decir, como el lugar donde habitar en medio de la «vida mutilada» por el exilio a la que se refiere en Mínima Moralia. 12 María Zambrano (1904-1991), discípula de José Ortega y Gasset y de Xavier Zubiri, desarrolló la mayor parte de su obra en el exilio, principalmente en México, Cuba, Puerto Rico, Francia, Italia y Suiza. En España, después de haber apoyado brevemente el proyecto de creación de un Frente Español que pronto revelaría su corte fascista, se convierte en ferviente defensora del republicanismo. Su obra filosófica siempre incluyó el compromiso político y la reflexión sobre aspectos religiosos, con matices místicos. La prolífica producción de Zambrano también explora la «razón poética» y el valor de la experiencia, como vías para el conocimiento de lo real, así como las relaciones entre vida y filosofía, desde la Antigüedad. Su demorado regreso a España tiene lugar en 1984. En el último período de su vida recibe importantes reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias en 1981, y el Premio Cervantes en 1988. 11 Said
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perspectivas y formas de conciencia que la cercanía y la represión de la propia patria con frecuencia obliteran. Para la filósofa y ensayista malagueña, en la España franquista la opción era entre exilio y silencio, y ella, obviamente, optó por el primero, abandonando España en 1939, por más de cuatro décadas. El exilio es una experiencia amarga, pero que, al ser apropiada como parte integrante de la vida, la enriquece con nuevas experiencias. Pero el exilio es también, para Zambrano, «abandono», la experiencia de un mundo abierto y desértico, de una vida desnuda, separada del territorio propio, del derecho y la familiaridad del entorno. En este sentido, el exiliado y el refugiado son residuos o sedimentos del sistema.13 Al haber roto la relación nacimiento/Estado, la vinculación biológica del individuo a la nación queda escindida y las personas que han pasado a ocupar el exterior de la vida nacional, pasan a existir en un espacio exógeno que la ley no incorpora. El orden jurídico y el orden biológico (ciudadanía y nacimiento) aparecen así fuertemente unidos desde los orígenes de la nación-Estado y aún antes, en regímenes donde la vida pertenecía al soberano y dependía de sus regulaciones. Son justamente estos lazos los que se ven violentados por la desterritorialización. Zambrano distingue entre exiliado y refugiado indicando que mientras el primero «vive en el abandono», «el refugiado se ve acogido más o menos amorosamente en un lugar donde se le hace hueco». La distinción que establece la filósofa entre ambas condiciones y entre las reacciones sociales que estas suscitan, varía según los distintos contextos históricos, por razones políticas, sociales, etc. y no es siempre tan nítida como Zambrano sugiere. No obstante, su distinción marca un grado importante en cuanto a las formas y grados de enajenación del individuo con respecto al orden jurídico. Zambrano no trata la condición de exiliado como una total excepcionalidad sino como una circunstancia que es prácticamente inseparable de la experiencia humana, un momento esencial e inescapable en el descubrimiento que el individuo hace de sí mismo. En «Amo mi exilio» (1989) dice: 13 Zambrano escribe múltiples ensayos sobre el exilio. Ya en su obra teatral La tumba de Antígona (1967), ambientada en el período de la Guerra Civil, se hace referencia a las experiencias de desterritorialización provocadas por la situación bélica y la persecución fascista. En «Delirio y destino» (1989) escrito en 1952, la autora se refiere a la experiencia del destierro combinando la perspectiva autobiográfica con contextualizaciones socio-históricas y políticas. De modo más directo, se concentra en ese mismo tópico en la «Carta sobre el exilio», escrita durante su estadía en Roma, entre 1953 y 1964. Continúa desarrollando la que ha sido llamada «ontología del exilio» en «El exilio, alba interrumpida» (1988), «El exiliado» (1990), «Amo mi exilio» (2009) y «El saber de la experiencia (Notas inconexas)» (2009). Sobre la relación de la obra de Zambrano con el tema del exilio, véanse Elizalde Frez, Moreno Sanz y Ortega Muñoz. Asimismo, la revista sevillana Aurora dedicó dos volúmenes a la obra de María Zambrano, en 2013 y 2014.
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Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana, pero al decirlo me quemo los labios, porque yo querría que no volviese a haber exiliados, sino que todos fueran seres humanos y a la par cósmicos, que no se conociera el exilio (s/p).
Con esto se hace cargo de la realidad dramática que acompaña a la experiencia social de la desterritorialización, y la transgresión que implica reconocerle algún efecto positivo. Zambrano no quiere caer en una romantización del destierro, pero tampoco desconocer la importancia este que adquiere como «territorio existencial», es decir, como la forma, el tiempo y el espacio que asume la experiencia vital bajo determinadas circunstancias, terminando por moldear al sujeto que lucha denodadamente, desde un nuevo y precario asentamiento, con las imposiciones de su propia historia. El exilio, para Zambrano, es también una experiencia entrañable, de pertenencia y apego, parte indisociable de su identidad. La patria, la casa, la ciudad y las ruinas constituyen parte de paisaje metafórico de Zambrano, utilizado para materializar los sentimientos del exiliado y las experiencias de habitar la ciudad y abandonarla, construirla y asistir a su deterioro, alternativas que tienen su correspondencia en los estados afectivos del sujeto que forma parte de la nación primero, y del exilio luego, como espacios respecto a los cuales debe definir su acción social.14 Asimismo, «Amo mi exilio», escrito cuando Zambrano se encontraba ya de vuelta en España, constituye un alegato contra el olvido o invisibilización de los aportes de los exiliados a la cultura española y como parte de la historia nacional.15 En sus palabras: «El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida pero que una vez que se conoce, es irrenunciable» («Amo mi exilio» s/p).16 Se percibe, entonces, la dimensión a la vez personal pero también histórica y simbólica del tema, que la autora trabaja a través de una serie de metáforas que le permiten desplegar, con motivo del acercamiento a ese tópico esencial en su época, un amplio espacio de problemas vinculados con la existencia humana. Sin duda, su pensamiento sobre el exilio constituye una reflexión sobre la identidad in14 Véase,
al respecto, Luquín Calvo, «Las arquitecturas del exilio en María Zambrano». señala Elizalde Frez, «En los ochenta, la crítica se dirige ya a la sociedad democrática que mantiene esa niebla sobre el exilio español, sin dar oportunidad al pensamiento ni a la acción: no se reflexionaba sobre el exilio, pareciera que la transición hacia la democracia hubiera perdido la reflexión sobre la propia historia presente y quisiera solamente correr hacia delante» (490). 16 Tal consideración sería inaceptable, por ejemplo, para Said, quien tematiza el exilio como instancia traumática, indicando en Reflections on Exile que «to think of the exile informing this literature as beneficially humanistic is to banalize its mutilations, the losses it inflicts on those who suffer them, the muteness with which it responds to any attmpt to understand it as “good for us”» (Reflections 174). 15 Como
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dividual y colectiva, y sobre las formas en que influye la territorialidad sobre la vivencia del tiempo, la distancia y la memoria.17 Complementariamente, en Los bienaventurados, Zambrano continúa su intento por definir desde una perspectiva multifacética, la esencia de esta forma de subjetividad y posicionalidad histórica, que toma en el capítulo «El exiliado» un vuelo filosófico. Como explica Elizalde Frez, El exiliado, sea quien fuere, es objeto de mirada para los demás, pero no de conocimiento. Se halla en el exilio y este es una sucesión de fases, tres pasos claros en el exilio: el destierro, que es la pura expulsión del lugar al que se pertenece; el abandono, donde empieza el verdadero exilio y que define como el lugar donde «solo aparece lo que no se puede llegar a ser como ser propio», en el que se da la «imposibilidad de vivir y de morir», donde el exiliado se «sostiene en el filo», la «identidad perdida que reclama rescate», todas ellas definiciones que nos recuerdan a las que han ido surgiendo a lo largo de su obra, pero con matices nuevos; y el tercer paso es aquel en el que el exiliado toma conciencia de que no es más que eso, su propio paso «sin camino» y es cuando se da la revelación del exilio, pues «regala a su paso lento la visión prometida», el exiliado vive ya «viéndose en sus raíces sin haberse desprendido de ellas» (492).
Esencial en esta forma de desterritorialización es la negociación entre pasado y presente, y el lugar y función de la memoria. Hace ya bastantes años que escribí en «La tumba de Antígona» que «la patria es el mar que recoge el río de la muchedumbre». Esa muchedumbre en la que uno va sin marcharse, sin perderse, el pueblo andando al mismo paso con los vivos, con los muertos. Y al salirse de ese mar, ese río, solo entre cielo y tierra, hay que recogerse a sí mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre. No hay que arrastrar el pasado, ni el ahora; el día que acaba de pasar hay que llevarlo hacia arriba, juntarlo con todos los demás, sostenerlo. Hay que subir siempre. Eso es el destierro, una cuesta, aunque sea en el desierto. Esa cuesta sube siempre y, por ancho que sea el espacio a la vista, es siempre estrecha. Y hay que mirar, claro, a todas partes, atender a todo como un centinela en el último confín de la tierra conocida. Pero hay que tener el corazón en lo alto, hay que izarlo para que no se hunda, para que no se nos vaya. Y para no ir uno, uno mismo, haciéndose pedazos. No hay que arrastrar el pasado, ni tampoco olvidarlo. 17 Antolín
Sánchez Cuervo señala, por ejemplo, que la obra de Zambrano sobrepasa la contingencia del exilio y la seducción por los temas de la subjetividad y el relato biográfico, ya que en ella «aflora la visión discontinua de la vida y de la historia, más atenta a “lo otro” de la razón, a ese logos sumergido que elude y al mismo tiempo sustenta la objetividad de los discursos lineales, y cuya traducción política es la democracia radical; esto es, la unidad elástica y abierta en la que caben todas las diferencias» (175).
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Al final de su ensayo, Zambrano ensalza la experiencia del exilio como una forma de iluminación casi mística, donde en la lucha entre la luz y las sombras termina por imponerse la primera. La luz permite percibir el sentido de la temporalidad y de la vida propia que se inscribe en ella. En mi exilio, como en todos los exilios de verdad, hay algo sacro, algo inefable, el tiempo y las circunstancias en que me ha tocado vivir y a lo que no puedo renunciar. Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos, son más grandes las raíces de las ramas que ven la luz. Es en la obra del amanecer, trágica y de aurora, en que las sombras de la noche comienzan a mostrar su sentido y las figuras inciertas comienzan a desvelarse ante la luz, la hora de la luz en que se congregan pasado y porvenir («Amo mi exilio» s/p).
Los términos con los que Zambrano se refiere con frecuencia al exilio tienden a una posición idealista, que parece situar esa experiencia fuera de la historia, en el dominio atemporal de lo subjetivo. Sánchez Cuervo señala que la perspectiva de Zambrano nos enfrenta a esta paradoja esencial de la experiencia del destierro, en la que convergen su contingencia histórica y su trascendencia. En ese sentido, según el mismo autor, el exilio es «utopía en sentido estricto: es presencia sin lugar, sin topos» (189). La nada del exilio no se pliega entonces a la cerrazón del límite, sino que acoge también la expectativa de su trascendencia. Experiencia liminar radical, es en definitiva el exilio, quicio de una nada que se cierra y se abre. Es negación y posibilidad, extrañamiento e identidad, mudez y palabra, opacidad y blancura. Ser nadie es no poder existir, pero también existir nuevamente. «Pocas situaciones hay como al del exilio» —afirma Zambrano en este sentido— «en las que se presenten como un rito iniciático las pruebas de la condición humana» (Sánchez Cuervo 187).18
La obra de Zambrano constituye una de las «narraciones expatriadas» a que se refería Said, al reflexionar sobre las elaboraciones que, siendo exógenas a lo nacional son también intrínsecas a la construcción de esa categoría, pues van tejiendo una red de versiones/visiones sobre las nociones de país natal, exterioridad, historia nacional y pertenencia que resultan imprescindibles para entender la multifacética dimensión de la nación-Estado, y sus repercusiones en la subjetividad individual y colectiva. La combinación de historia personal e historia 18 Para una aproximación exhaustiva al tema del exilio en María Zambrano, véase la «Presentación» y la «Introducción» a El exilio como patria, a cargo de Eduardo González di Pierro y Juan Fernando Ortega Muñoz, respectivamente.
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«invisible», biografía y vida colectiva, recuerda el sentido unamuniano de «intrahistoria» que permite recuperar la dimensión personal y visualizar los múltiples niveles que se combinan en el acontecer personal, los microrrelatos que se inscriben dentro de narrativas mayores, y viceversa. La filósofa andaluza también reflexiona sobre la relación entre los exiliados y lo que se ha dado en llamar «el exilio interior», indicando que el tiempo y la experiencia del exiliado resultan con frecuencia inasimilables para quien no ha abandonado el territorio nacional. Sobre el tema de la representatividad que adquiere el exiliado con respecto a la nación que debió abandonar, el psiquiatra español Josep Solanes, exiliado en Venezuela, indica en su libro En tierra ajena: El exiliado es el paradigma del hombre. Se considera a los exiliados como hombres por excelencia, y son muchos los pueblos que hacen remontar su linaje hasta algún real o fabuloso exiliado. Es decir, la sociedad rechaza a los que se desvían del modelo escogido para todos, y, una vez ahuyentados los que se desvían, se declara que son ellos precisamente quienes representan a todos (28).19
Para Solanes, el exiliado no solo está desterrado del espacio original, sino también de la historicidad; vive un «destiempo» o un «no tiempo» que se suma a la experiencia de haber perdido su hábitat y sus relaciones más cercanas. El tiempo actúa como una «cuña que al hundirse va separando lo vivido de lo por vivir, distanciando tanto de uno mismo como del país natal. Tiempo que no establece sucesión sino secesión, que en vez de unir divide» (177). Se trata de la idea del exilio como experiencia de la discontinuidad, noción que se encuentra también en Said y en Zambrano. Pero el tema del exilio estaría incompleto sin atender a los desafíos del retorno a la patria, circunstancia que ha sido también designada con el nombre de desexilio, instancia problemática tanto por las actitudes que debe enfrentar el que vuelve, como por la «contra-nostalgia» que se siente por lo que se ha dejado atrás en la sociedad de adopción. Tal proceso varía dependiendo de las causas del exilio, y también presenta características diversas en las distintas generaciones que forman parte de estos procesos.20 En general parte de los desajustes que se crean al regresar tienen que ver con la fijación de una imagen del país que ya no 19 El libro del psiquiatra y ensayista republicano fue publicado póstumamente en Venezuela bajo el título de Los nombres del exilio (1993). 20 El tema del retorno ha sido tratado menos que el del exilio, y en general desde perspectivas empíricas, estudio de casos, enfoques por nacionalidades, en base a datos estadísticos, testimonios, etc., pero requiere aún más teorización. Como ejemplo de esos tratamientos, véase el libro coordinado por Del Pozo Artigas para el caso chileno. Existen libros similares para casi todos los países.
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representa la realidad presente, o con la idealización de las condiciones de vida que se perdieron con el alejamiento de la patria. La obra de Zambrano también elabora esta instancia del exilio que corresponde a su reversión: el momento del regreso y los procesos que lo acompañan, etapa traumática que enfrenta al individuo a nuevas formas de ajenidad, re y autoconocimiento, e interrelación con la «otra orilla» del exilio, que es la afincada en el lugar de origen.21 Tanto en el exilio como en el regreso, el tema de la memoria es esencial para la construcción de las narrativas con las que las nuevas experiencias se integran al correr de la vida, buscando restablecer la continuidad sacrificada con la desterritorialización. En otras elaboraciones, la relación que los intelectuales establecen entre desterritorialización, pensamiento y escritura enfrenta también el tema principal de la lengua, elemento fundamental de identidad cultural y de inserción en el contexto social. El escritor y crítico cubano Gustavo Pérez Firmat ofrece una perspectiva sobre los conceptos de exilio y desexilio, fuertemente influida por su propia inserción en el proceso, como intelectual, académico y escritor instalado en una de las más prestigiosas universidades estadounidenses. En su caso, la visión del exilio está depurada por una escritura profesionalizada, que sabe manejar los matices del concepto e imprimirle sofisticación y distancia, sin excluir toques de calidez, ironía y cierto tono lúdico, adornado por juegos de palabras y consideraciones ingeniosas. En su versión, el tema del posible (des) exilio, después de una carrera exitosa en los Estados Unidos, aparece teñido de tonos ambiguos, que combinan la nostalgia por lo que quedó atrás con los privilegios adquiridos en el país de adopción. No es de sorprender que para este autor la cuestión del exilio y el retorno se traduzca al plano del lenguaje y particularmente de la escritura, en la cual se subliman tensiones y conflictos, y en relación a la cual se estiman pérdidas y ganancias. El tema de la lengua materna que comienza a competir con la lengua adquirida resume la problemática más amplia de lo que el exilio entrega y cancela en la vida del migrante, cuyos procesos de (auto)reconocimiento social se transforman con la reinserción territorial. Siguiendo la idea de Elias Canetti de que la lengua es, ante todo, un lugar en el que se habita, el exilio aparece como un no lugar, un «language loss» (Pérez Firmat 117). Este sentimiento de vacío remeda un estado de intemperie y despojo, el cual introduce al sujeto en una «desigualdad de tiempos» que producen desorden corporal y mental, «destemplanza» y desfamiliaridad. Ninguna lengua constituye ya la totalidad, sino una parte de la identidad dual del exiliado: «Así es la retorcida lógica del exilio, que nos induce a usar otra lengua, pero sólo para rendirle pleitesía a la cultura que dejamos atrás» (26). El refugiado, el migrante, el exiliado, viven un «refugio idiomático», de modo que el desexilio o posible re21 Al
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respecto, véase Llevadot.
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torno funcionaría como una «repatriación lingüística» (47) que en muchos casos puede vivirse como regresión, como un destiempo, es decir, como una instancia inoportuna, fuera de tiempo y fuera de lugar. Sin lugar a dudas, tal interpretación es coherente con la subjetividad del migrante exitoso, que ha encontrado un enriquecimiento en el bilingüismo y ha logrado avanzar proyectos personales y profesionales, lo cual no es, obviamente, un denominador común que se aplique a una gran cantidad de sujetos que prueban suerte en culturas ajenas a las propias y en lenguas que, en algunos casos, no llegan a manejar mínimamente. De ahí que en la consideración de las repercusiones sicológicas de las distintas formas de migración sea imprescindible particularizar las situaciones históricas y los casos específicos de los que se habla. En un ensayo titulado «La riesgosa navegación del escritor exiliado» publicado en la revista Nueva Sociedad en 1978 y recogido luego en un libro del mismo título, Ángel Rama analizó lúcidamente diversos aspectos vinculados con la «fuga de cerebros» provocados por las dictaduras del Cono Sur, pero también por otras situaciones políticas, como la Guerra Civil española. Discute en ese ensayo tanto los antecedentes de las diásporas que han marcado la historia de la región desde el siglo xix, como los avatares que los intelectuales «transterrados», para usar la expresión de José Gaos, debieron enfrentar en sus reinserciones socio-culturales en distintos países y momentos históricos. La expresión «transterrados» indica, como apunta Rama, la condición de «intelectuales que pasan de una a otra región del vasto conjunto de culturas procedentes de la misma o similar fuente, que por lo tanto siguen manejando la misma lengua y poseen una historia común», situación en la que «las normales complicaciones de toda transferencia parecen atemperarse porque se trata del pasaje a culturas de la misma familia cuyas notorias diferencias no destruyen la constancia de la procedencia común, al menos en parte importante» (242). De larga tradición en el mundo hispánico, como en otros contextos culturales, la cuestión de la adaptación cultural a que obliga la experiencia del exilio, así como los temas de la transculturación, la variación de códigos lingüísticos y la idea del retorno que acompañan la «riesgosa navegación» del intelectual y del creador en culturas otras, tiene que ver también con las formas de reinserción y de permanencia que se asimilen a la vivencia transnacional. Rama observa que la palabra exilio tiene un matiz precario y temporero: parece aludir a una situación anormal, transitoria, algo así como un paréntesis que habrá de cerrarse con el puntual retorno a los orígenes. Esto la distingue de la palabra emigración que traduce una resolución definitiva de alejamiento e integración a otra cultura. Pero […] en realidad ambas situaciones se confunden, del mismo modo que se entreveran las causas (económicas y políticas) que les dan nacimiento: del mismo modo que
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muchos exilios se transforman en migraciones, muchas migraciones se acortan por múltiples razones y devienen periodos de exilio en el extranjero (241).
La diversificación de los públicos, las dificultades de la comunicación intercultural, pero también los beneficios de una tanto apertura de panoramas y experiencias culturales como de procesos comunitarios, constituye un espacio fértil y al mismo tiempo difícil de atravesar, en la medida en que pone a prueba no solamente aspectos vinculados al quehacer intelectual sino también variables afectivas que influyen directamente sobre la función creativa. Siempre atento al tema de las poéticas y políticas del exilio y al complejo emocional que este desencadena, el escritor uruguayo Mario Benedetti se refiere a aspectos afectivos del exilio en Andamios (1997), por ejemplo, aunque el tópico atraviesa buena parte de su obra. Allí describe las distintas instancias de adaptación del individuo exiliado a sus nuevas condiciones de vida, y las redefiniciones personales a las que este proceso conduce. Este autor hace una aproximación más cauta y más política que otros escritores al tema del regreso al país en El desexilio y otras conjeturas (1985), previendo los problemas que acarrearía la repatriación de quienes tuvieron que abandonar los países del Cono Sur en los años 70 y 80. El escritor uruguayo enfatiza la importancia de la comprensión de casos y de motivaciones individuales que fueron esenciales a la hora de decidir en favor o en contra del retorno a la patria, cuando esto se hizo posible luego de las aperturas postdictatoriales. Al tiempo que sugiere la necesidad de que quienes no se exiliaron resistan la «tentación del reproche» (40), advierte acerca de la «contra-nostalgia» del desexilio, cuando se echa de menos la cultura y las personas que acompañaron la etapa de reinserción en países de adopción, pasando a formar parte de la vida del exiliado. Asimismo, refiriéndose al proceso de enjuiciamiento a los responsables de la violación de derechos humanos, enfoca el tema de la memoria y la justicia social, aclarando que «amnistía no es amnesia» (193), y entendiendo que con el retorno se inicia una nueva etapa, tan dolorosa y difícil como la que iba, para entonces, llegando a su fin. Otra meditación ensayística sobre el tema fue realizada por el filósofo uruguayo, residente en México, Carlos Pereda, en Los aprendizajes del exilio (2008). Realizando un balance de los significados del exilio, Pereda se remonta a los pasajes bíblicos y a las obras de la Antigüedad grecorromana en las que se aborda esa práctica política. En Roma, por ejemplo, donde el destierro era considerado «pena capital», el extranjero no podía aspirar a la ciudadanía ni a la posesión de tierras, ni a la protección de los dioses. Asimismo, a la tierra se vinculaban directamente los ancestros, que requerían rituales recordatorios, de los que el exiliado quedaba definitivamente excluido, rompiéndose así la continuidad generacional y la conexión con los antepasados, con la cultura y con la creencia. Según Pereda, tres interpreta-
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ciones del exilio resumen sus connotaciones más prominentes: el exilio como pérdida, como resistencia y como umbral, dependiendo de que el énfasis sea colocado en lo que ha quedado atrás y resulta ya irrecuperable, en el destierro como acción política de oposición al régimen opresor, o en la consideración del exilio como instancia que hace posible la iniciación de una etapa de experiencias abiertas al futuro, que comienza con nuevas formas de conciencia y de reflexión. Evidentemente, a nivel subjetivo, estos aspectos se combinan de acuerdo a los temperamentos, las vivencias y las formas de inserción que se logren en los nuevos contextos. Se ha destacado que el exilio tiene una indudable dimensión temporal ya que implica una fisura en la continuidad entre pasado, presente y futuro, así como una compleja suspensión del devenir personal que se registra a nivel de los afectos, la memoria, y la imaginación histórica. Para muchos, el exilio aparece como una suspensión del transcurso histórico que parece haberse interrumpido con el abandono del país natal y que sigue pendiente del posible regreso, que restituirá la continuidad perdida. Hannah Arendt destacó en Los orígenes del totalitarismo la importancia de la cuestión espacial, haciendo énfasis en el tema del desplazamiento y en el sentimiento de no-pertenencia a un lugar determinado. Entre la privación de derechos humanos que se efectúa con el exilio, Arendt señala que la privación de un lugar en el mundo que se pueda considerar propio se cuenta entre los peores castigos, ya que tal deslocalización escamotea al sujeto el significado real de conceptos como justicia, libertad y comunidad. El tema del retorno, como todos los problemas vinculados a la temporalidad, es complejo, y combina un aspecto a la vez contingente y trascendente.22 En la problemática del migrante, implica una idea de corrección de la historia (lo que hubiera pasado si el alejamiento de la tierra natal no hubiera sido necesario), de borramiento simbólico del trauma de la desterritorialización, pero al mismo tiempo implica el concepto de circularidad que connota estatismo, reiteración. Se opone así a la idea de tiempo lineal que en general se asocia en Occidente con la noción de progreso, superación y trascendencia. Volver al país natal puede ser visto, asimismo, como una forma de retroceso, un volver sobre los propios pasos, un subterfugio para anular el tiempo del distanciamiento, recuperar el pasado e imaginar que se puede, en efecto, reescribir la historia y tomar control 22 Existen múltiples aproximaciones al tema del retorno, tanto en lo que tiene que ver con aspectos técnicos (políticos, económicos y administrativos) como desde la perspectiva de los afectos e impactos sicológicos del regreso a la patria. El tratamiento de este tema depende, como es obvio, de las regiones y épocas a las que se dirijan los estudios. Al respecto, con particular énfasis en el Cono Sur, véase, por ejemplo, Sznajder y Roniger, The Politics of Exile, particularmente «The Possibilities of Undoing Exile» (308 y ss.). Consúltese, asimismo, Achugar, y otros trabajos incluidos en Sosnowski, Represión, exilio y democracia. Sobre el caso chileno, Celedón y Opazo; para un estudio exhaustivo sobre España, véase Abellán.
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de la direccionalidad de la vida. Esta es la razón principal por la cual muchos autores tematizan la contra-nostalgia y proponen una valorización del exilio, como aceptación e integración (apropiación) de instancias vitales que no por des-andarse, desaparecen de la biografía del sujeto. El retorno es también, para algunos, una forma simbólica de revisitar el trauma, dinámica que contiene la posibilidad imaginaria de realizar otras opciones distintas a las que se siguieron en realidad. Si el retorno se asocia frecuentemente con el mito es porque implica un proceso de abstracción y de idealización. Se quiere volver a aquello conocido, que en muchos aspectos ya no existe, o no tiene las cualidades que el filtro emocional de la memoria reactualiza como parte de la realidad presente. En todo caso, el retorno simbólico de la memoria es constante e ineludible en el exiliado, el migrante, el sujeto diaspórico y el desplazado. Lo perdido permanece en el recuerdo y en las formas variadas del olvido, en el deseo y en la imaginación, y es parte constitutiva e inmodificable de la subjetividad individual y colectiva. Si en algunos casos el exilio se transforma, luego del retorno, en inxilio, es decir, en una experiencia de alienación o distanciamiento interior por falta de readaptación al medio original, en otros casos el proceso de manifiesta como una prolongación clara de las condiciones de vida fuera de la patria, reproduciendo los sentimientos de ajenidad y desidentificación que caracterizaron la vida en otras tierras.23 En este sentido, algunos críticos de refieren a esta etapa como postexilio, entendiendo que esta fase puede caracterizarse por un retorno total, con distintos grados de readaptación, como una vuelta parcial e híbrida, donde el sujeto alterna estadías en el exterior con otras en el país de origen, o como una práctica nomádica donde la persona se desplaza de un país a otro sin tomar necesariamente una residencia única (Roniger, Senkman et al. 5) Política y sicología del discurso securitario Si a los movimientos migratorios corresponde una «sicología», es decir, un aparato cognitivo-afectivo que intenta aproximarse, aunque de manera necesa23 Algunos
autores hablan también de inxilio para referirse a la experiencia de haber permanecido dentro de la patria durante periodos dictatoriales, refugiados en la interioridad de un país capturado por el poder, y haciendo referencia, al mismo tiempo, al refugio en la creatividad y la reflexión. Véase al respecto, por ejemplo, Paul Ilie, quien distingue distintas formas de exilio: el de tipo territorial (abandono de la patria), el de tipo catastrófico (debido a una guerra, un desastre natural, etc.), el regional (cuando no se abandona el país, sino la zona en la que se vivía), el residencial (cuando sin abandonar la patria se vive la ausencia de los que se fueron), y el exilio interior, que resulta de la falta de identificación del sujeto con la cultura dominante. Para Ilie, el exilio es básicamente una cuestión mental, que afecta las formas de conocimiento de lo real y la afectividad a partir de la cual se conoce el mundo desde una posición desterritorializada.
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riamente tentativa, a la miríada de emociones, reacciones e interiorizaciones del trauma que produce el abandono de la tierra natal (el suelo mismo, las relaciones humanas, las formas de socialización, la lengua), existen también reflexiones que exploran los diversos aspectos de los mecanismos de defensa/agresión que los discursos oficiales elaboran acerca de las áreas fronterizas como contrapartida de la expulsión humana incrementada en el capitalismo tardío. ¿Qué elementos sustentan, en el discurso del poder y en el imaginario colectivo, el modelo securitario utilizado hoy en día por los Estados nacionales que han declarado la guerra a la migración «irregular»? Además del análisis de las manipulaciones políticas del tema de la seguridad pública, ¿qué aspectos de ese discurso responden a motivaciones profundas y no siempre conscientes de la sicología humana que son interpeladas desde la retórica oficial para lograr adhesión popular a proyectos de exclusión y rechazo del Otro? ¿Cómo es utilizado el biopoder para la regulación de los cuerpos, sus formas de expresión, sus desplazamientos, sus impulsos gregarios, sus deseos? ¿Cómo se articula el discurso securitario con los intereses de las élites y del propio aparato gubernamental, que legitima con los recursos retóricos del «estado de excepción» medidas extraordinarias de militarización, apropiación de territorios y recursos y persecución de individuos? Comenzando con los aspectos políticos del discurso de la seguridad nacional, debe indicarse que, sin duda alguna, se trata de uno de los más polémicos espacios en los que el tema de la migración está siendo integrado. Se apoya en una retórica de legitimación de técnicas y metas de la vigilancia estatal, supuestamente en beneficio de la defensa de la soberanía nacional, y se afirma en las ideas del poder del Estado y de su misión de salvaguarda de los derechos de la ciudadanía. Didier Bigo ha analizado los procesos de expansión de discursos y prácticas securitarios y la resultante convergencia que se registra de un plano a otro del espectro social, desde las amenazas internacionales hasta las que, a nivel doméstico, son presentadas como continuidad de aquellas, es decir, como una materialización dentro de fronteras de las luchas y riesgos que se registran en el exterior de la nación-Estado.24 Se hacen coincidir ideológicamente, es decir, en un ejercicio de producción de falsa conciencia, factores exteriores e interiores a la nación sobre la base de sus supuestas equivalencias. De este modo, los agentes e instituciones que tienen a su cargo el manejo de la seguridad pública y lo que ha sido llamado «la construcción social del miedo» (Reguillo) reafirman la legitimidad de sus funciones y hasta el mismo papel del Estado como instancia simbólica de protección de la ciudadanía. Se promueve así una transformación del sentido mismo del concepto de seguridad pública y de las consecuentes lógicas de vigilancia y control poblacional (Bigo, «Security and Immigration»). 24 De
Bigo, véanse, por ejemplo, «Security and Immigration: Toward a Critique of the Governmentality of Unease», y «Migration and Security Issues».
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A través de una serie de estrategias que han sido caracterizadas como una verdadera extensión de las modalidades y objetivos que solían ser aplicados al crimen organizado, al terrorismo y al espionaje internacional, las instituciones y agencias de seguridad pública han llegado a colocar como objetivos principales de su agenda doméstica a los migrantes, los activistas políticos, los refugiados, desplazados internos y extranjeros en general, presentándolos como enemigos potenciales de la seguridad nacional. Tal redefinición del discurso securitario, que por cierto incluye elementos de discriminación racial, de clase, religión, etc., tiene importante impacto a nivel militar, político y jurídico, así como en el plano de los servicios públicos de salud y educación, en los medios de comunicación masiva, en el discurso oficial y ciertamente en la promulgación de leyes y políticas migratorias. Junto a las fuerzas policiales y militares se involucran también en este redefinido dominio securitario, compañías privadas de vigilancia, defensa e inteligencia, con lo cual la seguridad se convierte en una industria privatizada que se autoalimenta. Como Bigo y otros críticos indican, tal estado de cosas promueve la creación de estereotipos que afectan la concepción del migrante y la configuración de formas sobredeterminadas de (auto)reconocimiento social, que van acompañadas de un vocabulario de fuertes connotaciones ideológicas que ya integra la retórica anti-inmigración y forma parte de los imaginarios populares. Jef Huysmans ha enfatizado el hecho de que la identificación del migrante con figuras que representan amenazas políticas mayores (criminales internacionales, terroristas, revolucionarios, invasores, etc.) forma parte de un panorama más vasto y complejo, que este autor vincula a los procesos de identificación de factores que puedan atentar contra la estabilidad e integridad de la sociedad, y con las llamadas «políticas de pertenencia» en Europa Occidental, concepto que puede extender su aplicación a otros contextos geoculturales. Según Huysmans, It is an integral part of the wider technocratic and political process in which professional agencies —such as the police and customs— and political agents —such as social movements and political parties— debate and decide the criteria for legitimate membership of west European societies (751-752).
Por tanto, es imprescindible comprender las dinámicas securitarias que este autor analiza en el caso de Europa, en relación con las presiones del capitalismo global, las tendencias de derechización política y las condiciones de vida que aquejan a grandes mayorías a nivel planetario. Las principales condiciones que impactan la producción de migración como problema securitario tienen que ver con aspectos económicos agravados a partir de 1980, entre los cuales se destaca la configuración de los mercados laborales en el capitalismo tardío, el aumento de la desigualdad, el incremento de la discriminación racial y religiosa, el aumento
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de la delincuencia y del crimen organizado, el deterioro creciente de la política y la activación de muchos sectores que, a nivel global, hacen sentir su descontento y beligerancia con respecto a la situación social, política y económica que predomina tanto en los centros como en las periferias del capitalismo. Para Huysmans: Western European welfare states face a multiplicity of challenges to their mechanisms of societal integration and political legitimacy. These include economic and financial globalization, the rise of poverty, the deterioration of living conditions in cities, the revival of racist and xenophobic parties and movements, the estrangement of the electorate from the political class, and the rise of danger to public order, cultural identity, and domestic and labour market stability; it has been securitized (752).
El problema de la pertenencia incluye una gran cantidad de elementos socioculturales que tienen que ver con la construcción de la otredad, las diferencias entre la ideología del multiculturalismo y los requerimientos de la interculturalidad, y la existencia de situaciones extremas de violencia y precariedad en sociedades adyacentes a los territorios europeos. Tal proliferación de crisis humanitarias, económicas, políticas, ecológicas, etc., impacta directamente a los países más desarrollados, ex metrópolis de imperios en los que se gestaron las situaciones de desigualdad que ahora eclosionan en la postmodernidad. La eficacia y el sentido simbólico de los límites nacionales y continentales son constantemente cuestionados en situaciones tan diversas y extremas como las que se están viviendo en el mundo árabe y también en África a partir de la cancelación formal del apartheid. Huysmans analiza el proceso de securitización de la migración, desde las instancias, en los años 70 y 80 del siglo xx, en que ese fenómeno era asociado primariamente a la formación de facto de un mercado laboral integrado en Europa, hasta llegar a las etapas que siguieron, en las décadas de los 90 y en el nuevo siglo, en las cuales el migrante fue considerado un agente de disrupción social y política, capaz de desestabilizar el sistema de bienestar social al introducir una heterogeneidad perturbadora en la nación-Estado.25 En este sentido, las fronte25 El tema de la heterogeneidad sociocultural entendida como un factor amenazante tiene grandes implicancias y múltiples desarrollos en relación con el tema de la migración, registrándose tanto en los centros del capitalismo internacional como en sus regiones periféricas. Estas últimas, debido a su condición postcolonial, presentan un antagonismo aún más radicalizado entre el supuesto núcleo homogéneo de la ciudadanía y los factores considerados exógenos, que en los escenarios que estudia este libro se asocian a la experiencia migratoria. Como indica Huysmans, la idea de que el migrante desestabiliza con su diferencia el ethos nacional(ista) sustenta muchas de las políticas contra la inmigración y forma parte de los imaginarios populares: «The discourse reproduces the political myth that a homogenous national community or western civilization existed in the past and can be re-established today through the exclusion of those migrants who are identified as cultural aliens» (758).
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ras territoriales y las limitaciones jurídicas contra los inmigrantes son propuestas como medidas de control para enfrentar el avance de elementos supuestamente oportunistas y depredadores, que actúan contra el equilibrio interno y la seguridad internacional.26 El argumento cultural(ista) es también fundamental en estos debates. Una de las principales elaboraciones tiene que ver, en este sentido, con las ideas presentadas por Samuel P. Huntington en torno al choque de civilizaciones. Como es sabido, su tesis parte de la idea de que el período que se abre con el fin de la Guerra Fría estaría caracterizado por la lucha entre distintas culturas cuyas diferencias (lingüísticas, religiosas, políticas, etc.) y cuyo afán de predominio llegaría a causar una crisis profunda en el orden mundial. Como Edward Said indicara en su reacción contra las ideas de Huntington, la idea reificada por este de la existencia de distintos dominios civilizatorios, de contenido y significado histórico claro y distinto, pasa por alto tanto la naturaleza híbrida e históricamente cambiante de todas las culturas, como los inherentes procesos transculturadores que las atraviesan. La tesis del choque cultural alimenta la idea de la homogeneidad como ideal sociocultural y, como contrapartida, alerta contra la amenaza de la otredad en el mundo globalizado. Las versiones más conservadoras del multiculturalismo, e incluso algunas de las vertientes liberales, elaboran el tema de la coexistencia de culturas como tendencia desnaturalizante pero inevitable de nuestro tiempo, sin llegar a concebir y menos aún a implementar políticas interculturales.27 Asimismo, como Huysmans también hace notar, elementos político-económicos aparecen también entretejidos en las posiciones anti-inmigración, fundamentando la idea de que este fenómeno constituye una amenaza al bienestar social. Se elabora así la idea de que el futuro de los sistemas de bienestar social administrados desde los aparatos del Estado, se encuentran en peligro, particularmente desde la segunda posguerra. Los principios de igualdad de oportunidades, distribución equitativa de 26 Por
cierto, los problemas identitarios relacionados con las medidas anti-inmigración tienen distinto sentido en diversas regiones, dependiendo de las experiencias históricas de cada sociedad. En Europa, Huysmans destaca que una de las razones que actúa en contra de la migración masiva es el temor a la fragmentación social, cultural y política que exacerba nacionalismos radicales y xenofobia en la primera mitad del siglo xx, conduciendo a las guerras mundiales. Aunque las actuales circunstancias son muy distintas de las que provocaron, en alguna medida, tales eclosiones bélicas, esos temores son politizados en el presente como apoyo para determinadas posiciones contra la migración motivadas por el racismo, el intento de preservación de privilegios de clase y raza, la resistencia a la liberalización de aduanas y otras medidas democratizadoras. 27 Véase al respecto Said, «The Clash of Ignorance». Said descalifica en este artículo las tesis de Huntington por efectistas e inadecuadamente generalizadoras, «better for reinforcing defensive self-pride than for critical understanding of the bewildering interdependence of our time» (s/p).
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la riqueza y responsabilidad ciudadana no parecen viables cuando el concepto mismo de ciudadanía está siendo cuestionado por resultar, en el contexto de las demandas migratorias, una noción restrictiva y excluyente que no resulta apropiada para enfrentar los desafíos sociales y económicos en el mundo globalizado. Todos estos factores confluyen en percepciones y reacciones defensivas contra la migración, en las cuales se elude un análisis de los problemas de base que han dado lugar tanto a las movilizaciones masivas como a la ineficiencia de los Estados para responder creativa y progresistamente a los desafíos de nuestro tiempo. La crítica del discurso securitario aborda en primer lugar las razones y formas de la convergencia entre la dimensión nacional y la inter/transnacional en cuanto a la elaboración de temas de seguridad, así como las consecuencias que este hecho tiene a nivel político y social. En «Migration and Security Issues», Didier Bigo comienza por reconocer que el primer paso hacia tal convergencia, que ubica la cuestión migratoria como un problema de seguridad pública, responde al modo en que este tema está siendo construido o manufacturado por las agencias de seguridad que compiten en sus funciones de control, y que tratan de consolidar, a través del tema de la migración, sus funciones sociales, su perfil institucional y los fondos presupuestales que las sostienen. La cuestión migratoria es presentada, desde esas perspectivas, como una problemática global amenazante, que requiere principal atención, así como presupuestos extraordinarios y márgenes de acción solo aplicables en situaciones de excepción. Según este autor, el borramiento de las líneas que separan la seguridad nacional de la internacional responde a una serie de intereses: The blurring is created by four elements: the transformation of the social world, the perception of the different agencies towards these ‘changes’, their interests in the competition for budgets, missions, legitimacy, and the way the political, bureaucratic and sometimes mediatic games construct (or not) social change in a political or a security problem («Migration and Security Issues 2»).28
En el estudio titulado «Migraciones y seguridad: dilemas e interrogantes», Luis Herrera-Lazo y Juan B. Artola, especialistas en cuestiones de seguridad nacional y políticas migratorias, aseguran que 28 Bigo
enumera las que son consideradas en los principales países de Occidente las mayores amenazas internacionales: la posesión de armas de destrucción masiva y potencial nuclear, la mafia global, el tráfico de drogas, el crimen organizado, el lavado internacional de dinero, el radicalismo islámico, el terrorismo y sus conexiones con diásporas, violencia urbana, delincuencia e incivilidad, los grandes flujos de refugiados y los ataques a la identidad nacional a partir de la promoción de conductas alternativas («Migration and Security Issues» 3-4).
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La tendencia en algunos países a «securitizar» las políticas migratorias refleja una perspectiva ahistórica de las causas y el desarrollo de las migraciones; además, a veces esconde motivaciones de política interna. Lamentablemente, el discurso que vincula de manera negativa a la migración con la seguridad promueve tanto la criminalización de los migrantes como ciertas expresiones preocupantes de discriminación, chovinismo y racismo (11).
Esto cambia sustancialmente la conceptualización del tema migratorio, que ha estado tradicionalmente vinculado al mercado laboral y a la desigualdad económica a nivel nacional, regional e internacional, cuando no al obvio impacto de situaciones de violencia interna, que impulsan a los individuos a buscar espacios estables para el desarrollo de su vida. Como señalan Herrera-Lazo y Artola: Hasta ahora, en ningún momento de la historia se ha ubicado a la migración económica y social como una amenaza a la seguridad del Estado. La inmigración económica puede ser bienvenida, moderadamente aceptada o incluso repudiada, pero las decisiones suelen tomarse en torno a la racionalidad económica y no bajo paradigmas de seguridad (15). Tampoco existen antecedentes en la historia —salvo extrapolaciones intelectuales o ideológicas— en que una migración importante haya sido motivo de la desintegración o desestabilización de un estado extranjero (21).29
Se indica como razón principal de este giro securitario la puesta en práctica de medidas generales a partir del 11 de septiembre de 2001, a raíz del ataque a las Torres Gemelas, particularmente la imposición por parte de Estados Unidos de que cualquier negociación económica o financiera con este país estaría subordinada a la cooperación de las naciones involucradas en temas de seguridad nacional. Tal cooperación consistiría en la eventual disposición de recursos, inteligencia e incluso apoyo militar, así como en la implementación de medidas capaces de asegurar que, a través de sus territorios, no se filtrarían migrantes ilegales a Estados Unidos. Tal sistema de «cooperación forzada» levantó fuertes resistencias a nivel internacional, pero consiguió fundir la regulación de fronteras con el tema del terrorismo, tanto a nivel de políticas públicas como en los imaginarios populares, como si se tratara de aspectos de la misma problemática (Herrera-Lazo y Artola 18).
29 Herrera-Lazo y Artola citan las opiniones de Peter Heather, quien atribuyó la caída del Imperio romano a la amplitud de sus criterios para aceptación de extranjeros y, de forma similar, las ideas de Samuel P. Huntington, quien expresó que «la ola café» ponía en peligro la seguridad de Estados Unidos (Herrera-Lazo y Artola 21).
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Una de las propuestas más productivas que se realizan a partir de esta perspectiva de la relación entre migración y seguridad es la que sugiere un cambio de énfasis en el tema de la seguridad nacional: pasar de la preocupación ideológicamente manipulada de la seguridad del Estado nacional, a la seguridad de los individuos, haciendo de la persona el sujeto del proyecto securitario. Esto implica no solamente atender al aspecto humanitario en las políticas de control aduanero y en las leyes y regulaciones que las rigen, sino que también se dirige hacia la protección de los derechos del ser humano, y no necesariamente del ciudadano. Esta perspectiva protege particularmente el derecho a la vida, la alimentación, el resguardo habitacional, la unificación familiar, el trabajo y la dignidad. Asimismo, incluye el derecho de todo individuo a ejercer sus libertades, entre ellas la de reterritorialización voluntaria, o sea, el derecho al movimiento. De este modo, el concepto de seguridad humana se impone por encima del de seguridad nacional y seguridad pública, sin cancelarlos. No es difícil predecir que mientras exista la notoria desigualdad económica entre y dentro de las naciones y las demandas de mano de obra a nivel internacional, existirán los flujos migratorios, al menos de orientación laboral. En estos casos será imprescindible una articulación entre demanda y oferta de trabajo, y las regulaciones fronterizas. En el caso particular de las relaciones entre México y Estados Unidos, Herrera-Lazo y Artola señalan que la falta de articulación entre la demanda de mano de obra y las condiciones y regulaciones para la entrada en Estados Unidos es lo que crea mayores problemas de seguridad, ya que ante la falta de coordinación se crean situaciones caóticas acompañadas de diversas formas de oportunismos, mediaciones y cruces clandestinos, con la consecuente proliferación de abusos, situaciones delictivas, corrupción, represión y resistencia. Asimismo, se teme que los grupos de migrantes indocumentados puedan incluir miembros de organizaciones terroristas, por lo cual el rótulo de «ilegalidad» lleva consigo la posibilidad de la violencia organizada, fundiendo en una misma fórmula a quienes se trasladan en busca de trabajo y a los imaginados enemigos internacionales del Estado nacional. Más incisivamente, Bigo señala que la tendencia securitaria está orientada claramente contra las poblaciones del Tercer Mundo, que han sido estereotipadas y fetichizadas como amenazantes e imprevisibles. Según este autor, la mayoría de los países europeos están reinventando sus discursos de estigmatización social sobre la base de la criminalización del migrante («Migration and Security Issues» 6). Estos argumentos apoyan medidas como la militarización de fronteras, el aumento de presupuestos para personal de aduanas, policía, defensa y procesos de detención y deportación. Bigo trae a colación los acuerdos de Schengen (el inicial, de 1985, y los suplementarios, de 1990 y 1995), por los cuales 26 Estados europeos eliminaron el uso de pasaportes y otras trabas aduaneras en sus fronteras, pero compartiendo la idea de que los migrantes del
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Tercer Mundo, considerados invasores, fanáticos y oportunistas, constituían un peligro para la estabilidad europea o, al menos, un agravante para sus problemas internos.30 Según Bigo, el rechazo de la migración y la estigmatización de las personas provenientes de países periféricos ha sido alimentado por la prensa, la cual utilizando estadísticas dudosas sobre delincuencia y migración exacerba la opinión pública en contra del Otro, presentado como intruso, antisocial y usurpador. La construcción del enemigo alcanza también a las agencias que se encargan de temas de seguridad y a la burocracia vinculada a las mismas, ya sea a nivel gubernamental o privado. De la misma manera en que se han borrado las líneas divisorias entre acciones policiales y militares, también se han diluido, explica Bigo, las fronteras entre seguridad interna y externa, creando competencia entre las agencias y ministerios que desean marcar su jurisdicción y adquirir prominencia en la lucha contra la migración. La ambigüedad caracteriza los discursos y la implementación de las políticas antimigratorias, creando una confusión entre extranjeros y no nacionales, aliens e ilegales. It is because immigrant can refer both to the foreigner and the citizen, to internal and external, to the religious and the secular, to the worker and the unemployed, and it is because it crosses identity boundaries, that theses securitarian links are able to exist («Migration and Security Issues 32»).
De este modo, es imposible discutir temas de migración sin que el problema securitario no se interponga como una problemática mayor, que eclipsa aspectos humanitarios y sobre todo análisis de causas y agravantes de las situaciones de desigualdad estructural que están en la base de tales movilizaciones. Como se ha notado, incluso los discursos de integración y de asimilación del Otro tienen como objetivo neutralizar la acción del migrante contra el sistema, de la misma manera que la retórica de la tolerancia esconde apenas los sentimientos de superioridad de quien «tolera», como último recurso. Si lo anterior señala algunos parámetros para la comprensión política del discurso securitario, otros enfoques atienden a las repercusiones subjetivas de tales perspectivas y de sus formas de implementación. Estudios y debates realizados en torno a los aspectos sicológicos relacionados con el sentimiento popular hacia el migrante, el cual puede o no coincidir con el discurso securitario, han notado que uno de los elementos que integran las reacciones populares e institucionales acerca del tema es el tratamiento del migrante como un sujeto colec-
30 Tales acuerdos se realizaron inicialmente al margen de la Unión Europea, ya que no se logró consenso entre todos sus miembros, llegando a configurar en 1995 la llamada «Espacio Schengen».
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tivo, considerado siempre en bloque y a través de esa nominación («migrante» o equivalentes) que va teñida de las connotaciones de no pertenencia, amenaza a quienes tienen un derecho territorial y falta de legitimidad de sus reclamos. En un artículo publicado por The British Psychological Society titulado «The Migration Crisis. Psychological Perspectives», en el cual se informa acerca de los debates que tuvieron lugar en la Society for the Psychological Study of Social Issues (SPSSI-UK) y en Cardiff University, en agosto de 2016, se establece un consenso sobre el hecho de que, cuando se discuten aspectos sicológicos vinculados a este fenómeno poblacional, los tópicos abordados se concentran en cuestiones vinculadas a la aculturación del que llega (su necesidad de adaptarse a la cultura receptora aun a costa de renunciar a aspectos esenciales de su identidad), el prejuicio de la sociedad receptora y cuestiones relacionadas con la salud pública. Es fundamental, en este sentido, la influencia ejercida por los medios de comunicación y por los discursos oficiales, los cuales utilizan la cuestión migratoria para referirse a una «crisis» que ha sobrevenido desde afuera, en lugar de aludir a problemas intrínsecos del país y del sistema, o a cuestiones de planificación laboral, por ejemplo, que permiten abordar los conflictos socio-económicos sin situar la responsabilidad en la presencia de extranjeros, quienes, por otra parte, buscan integrarse al mercado nacional de forma productiva. En las campañas del Brexit, al igual que en el discurso político anti-inmigrantes de Donald Trump, se usó repetidamente el argumento ya mencionado de la criminalidad de los extranjeros. El concepto de «crisis» migratoria está también en disputa, ya que en muchos países se registran actualmente disminuciones de solicitudes de refugio y asilo, e incluso un número de inmigrantes menor al de años e incluso décadas anteriores. Según el mismo informe, en el Reino Unido el número de solicitantes de asilo provenientes de Siria, por ejemplo, ha sido mucho menor de lo previsto, quizá como efecto de las medidas de disuasión migratoria que se han venido utilizando para la creación de un espacio hostil a la migración, capaz de desalentar a posibles solicitantes: In the UK, the Government’s response has been to commit to resettling 20,000 Syrian refugees by 2020. However, thus far only a fraction of that number have arrived in the UK (2,898 up until the end of June 2016) and the political focus has seemingly been on austerity and reducing net migration to the tens of thousands, with the responsibility for integrating resettled refugees devolved to local authorities. However, this is not new. During the New Labour years [desde mediados de 1990 hasta 2010, durante la gestión de Tony Blair] unprecedented legislation on immigration and asylum was issued to create a ‘hostile environment’ aimed at deterring asylum seekers from coming to the UK. Such measures included reducing the amount of support paid to asylum seekers; giving them cashless support only in the form of vouchers which could be used at certain shops; the potential to be
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detained indefinitely; and agreeing to be dispersed to towns and cities outside of London in order to receive accommodation and subsistence support whilst their asylum claims are decided (s/p).
Las medidas anti-inmigración llegan a veces a formas públicas de humillación y discriminación, como las que se describen aquí: The current position in which we have a hostile asylum policy and forced migrants are frequently vilified by both the media and general public was highlighted recently in reports of dispersed asylum seekers’ doors being painted red in Middlesbrough and being forced to wear identifying wrist bands in Cardiff, in both cases leading to an increase in hostility reported by asylum seekers. It seems that a more humane approach is needed in which forced migrants are given the support they need to integrate and their experiences are better understood in order to ensure that they are treated with compassion rather than hostility and are not marginalized (s/p).
Lo que se plantea, tanto en los debates entre aculturación o integración del migrante, como en lo que tiene que ver con los beneficios que este puede llegar a recibir de la sociedad civil receptora, o de las formas de su asimilación a los mercados de trabajo, vuelve sobre el conflicto entre ciudadanos y migrantes en términos de territorialidad real y simbólica, lo cual es otra forma de referirse a la perpetuación de privilegios de los sujetos nacionales por encima de los derechos humanos de quienes llegan desposeídos a buscar formas de reinserción social: For those living in secure affluent countries, the integrity of national borders is imperative. The protection of privilege facilitates the construction of the derogatory category of «economic migrant» which is embraced by hegemonic discourse. By contrast, for the increasing numbers of displaced and desperate people, border regimes are literally killing them. Despots can starve, bomb, and enslave their citizens because they have nowhere else to go. Fences and derogatory categorisations may serve us well but they also beg the question of how long we can continue to shut the world out before we live in a self-constructed prison. If increasing numbers of people are trapped between tyrant leaders, religious fundamentalism, and the fences of the liberal west, the world is likely to become an increasingly dangerous and hostile place (Reicher y Haslam, s/p).
Las nociones de riesgo y prevención (y de «geoprevención»)31 resultan clave para comprender el modo en que se va interiorizando a nivel popular el tema 31 «Geoprevención»
alude a la idea de que el diseño del medio ambiente tiene una correlación con la prevención del crimen. Al respecto, véase Hernando Sanz.
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de la vigilancia (nacional, ciudadana, vecinal, fronteriza), impulsando la privatización de la seguridad pública y convirtiendo a cada ciudadano en vigilante de su vecino, colega, familiar, etc. Esta visión panóptica se aplica en gran escala a nivel nacional con respecto a los posibles «otros» que supuestamente asedian los límites territoriales y el bienestar de la nación-Estado y que pueden infiltrarse en la red social y pasar desapercibidos. La noción de contaminación social está presente en todos estos conceptos, alimentando la idea de prevención o profilaxis que se invoca, con el apoyo del discurso médico-eugenésico, como justificación de las políticas de defensa nacional, tanto domésticas como internacionales. La tecnologización de la vigilancia que ha llegado a invadir todos los aspectos de la vida urbana borrando los límites entre lo público y lo privado, apela a los mismos argumentos. El discurso securitario, que combina aspectos jurídicos, normativos, políticos y sociales, no solo tiene impacto sobre la materialidad urbana, vial, fronteriza y de áreas rurales productivas, sino que se aplica también a todo tipo de políticas públicas, en aspectos relacionados con la planificación y circulación de individuos y mercancías, con el objetivo de desplazar y/o eliminar todo lo que pueda amenazar las lógicas mercantiles. Algunos de los fines que persiguen las formas de geoprevención al realizar cartografías del crimen y analizar las relaciones entre espacio social e incidencia de la criminalidad, tienen que ver, en primer lugar, con el propósito de que la sociedad se vigile a sí misma. Esto se logra, desde la perspectiva del Poder, a partir de la creación de sistemas de vigilancia, detección, delación y sospecha, y contribuyendo a la proliferación de fronteras internas a las ciudades (barrios cerrados por muros o verjas y limitados a los residentes, áreas de la ciudad privatizadas y con vigilancia privada, limitación de acceso a lugares públicos, identificación de personas que solicitan acceso, emisión de formas alternativas o suplementarias de identificación, uso de abundante tecnología del tipo de videocámaras, filmaciones de circuito cerrado, identificación óptica, etc.).32 A estos procedimientos se suman los perfiles estereotipados de ciertos tipos humanos «desconfiables» (profiling), en los que elementos raciales o de identificación religiosa, cultural, etc. desempeñan un papel importante de carácter discriminatorio. P. J. Brendese ha analizado la utilización de la raza y la apelación a metáforas de animalización, enfermedad, y desastres naturales en referencia la inmigración centroamericana y a la presencia de inmigrantes latinos en Estados Unidos como ejemplos de lo que llama «racismo cultural o racismo ético». En este tipo de discursos, y en las políticas que les son correlativas, se utiliza formas descalificativas de lo humano, paradigmas inmunológicos y compara32 Sobre
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este punto, véase Oscar Newman y Hernando Sanz.
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ciones denigratorias que, como señalara Didier Fassin, reducen lo social a lo biológico. The discursive reduction of immigrants raced as Latino/a to animals (i.e. service animals, rats, dogs, etc.), parasites or objects to be manipulated by eugenicist logic, is laden with meaning. In addition to the foregoing images, there is ample evidence that the public imaginary of Latino/a immigration has also been cast along the lines of vengeful war of battle (i.e invasion, Reconquista), and unstoppable natural disasters (a brown tide rising, a wave, a flood), criminal delinquency, infantile/barbaric intruders, and viral epidemics and diseases with the capacity to spread with rapacious fertility (Brendese, 170).
Las nociones de plaga, epidemia, tsunami, invasión, etc., legitiman el tratamiento de la migración como amenaza que justifica el estado de excepción y la utilización de medidas excepcionales de reguardo de la ciudadanía que pueden llegar, y con frecuencia llegan, al ejercicio de la violencia de Estado. Al tiempo que se deshumaniza el fenómeno migratorio se legitima su reducción a través de la militarización de las fronteras y los regímenes de persecución y deportación. La necesidad de detección del mal estimula la delación y fragmenta las tramas sociales para aislar a los sujetos indeseables, proceso en el cual el sentido comunitario pierde sus valores. Las «políticas del pánico» (Brendese 172) normalizan la represión como una forma de restablecimiento de una «normalidad» que consiste en la explotación del trabajador que ha sido ilegalizado abaratando así el trabajo vivo y deshumanizando radicalmente la relación laboral. La seguridad pública se asocia al bienestar y prosperidad de la nación, vinculándose, en este sentido, a la defensa militarizada a nivel internacional. Sin embargo, el tema de la seguridad también abarca hoy en día la preservación de principios ideológicos y salvaguarda de intereses político-económicos que se consideran esenciales para la preservación del Estado. Con la globalización se ha afirmado más el concepto de interdependencia securitaria, que se basa en la ayuda mutua en temas de defensa y ante enemigos comunes. Se entiende que la seguridad depende de la cooperación internacional y no de los Estados nacionales por sí mismos. Se considera que la integridad territorial es uno de los elementos fundamentales para el mantenimiento de la paz nacional y el desarrollo de las condiciones que aseguran prosperidad y orden. Según Richard Ullman, cualquier amenaza directa o indirecta a la ciudadanía cuenta como riesgo securitario, ya que desestabiliza la sociedad civil, perturbando la gestión gubernamental y la libre actividad del sector privado. Para Ullman, el núcleo ético y político de los debates acerca de la seguridad pública, nacional, etc. tiene que ver con la relación entre seguridad y libertad. ¿Cuánta libertad estamos dispuestos a sacrificar para lograr seguridad individual y colectiva? En este dilema, lo fundamental es
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qué definimos como amenaza a la seguridad colectiva, es decir, cómo reconocemos al enemigo y cómo nos situamos ante la diferencia (ideológica, religiosa, cultural, y política) que percibimos en la caracterización del otro al que consideramos un riesgo para nuestra preservación personal. Como es sabido, Michel Foucault se ocupó del tema de la seguridad pública en uno de los cursos que dictó en el College de France en 1978 bajo el título de «Seguridad, territorio, población», donde analiza los mecanismos securitarios y las estrategias tecnológicas utilizadas para el control poblacional. Su foco de entonces era ya la cuestión de la gubernamentalidad y el análisis de las políticas y discursos estatales respecto al tema de la protección, vigilancia y control de la población. Tal perspectiva se inscribe asimismo dentro del campo del biopoder, es decir, de la relación entre vida y política, o, dicho de otro modo, del control que el Estado puede ejercer sobre la defensa de la vida y sus formas de existencia en la modernidad. Este análisis de las relaciones entre mecanismos de control gubernamental, vida y poder sobre los cuerpos, abre un espacio fundamental para el estudio del sujeto moderno y sus relaciones con una nueva definición de lo político. Tal redefinición desenfatiza la importancia y centralidad del Estado, dando prioridad a los mecanismos y relaciones, a los dispositivos y a los actores, a las redes y procedimientos a partir de los cuales diversas formas de poder se entrecruzan e intercondicionan como formas de intervención de la vida pública y privada, individual y colectiva. La relación entre seguridad, territorio y población es esencial al «arte de gobernar», es decir, al conjunto de saberes y prácticas que rigen el control y la seguridad nacional a nivel global. El Estado constituye un punto culminante dentro del conjunto de dispositivos políticos, pero no es el único que debe entrar en consideración, ya que el poder está diseminado en todas las redes de lo social y asume muy diversas formas, y grados de implementación. En general parece estarse llegando a un acuerdo en torno a un concepto que parece irrebatible, y que sin embargo en la práctica se presta a divergencias y enfrentamientos. Se trata de la idea de que la noción de seguridad solo tiene sentido si abarca la seguridad común, es decir, si está diseñada para comprender a individuos y comunidades al margen de sus formas de afiliación al Estado nacional. Tal colectivización de la seguridad pública debe llevarse a cabo de manera concreta a nivel político-administrativo, económico y cultural, más allá de las retóricas de inclusión, es decir, traduciéndose en políticas puntuales de «empoderamiento» de los diversos sectores desde una perspectiva de accesibilidad igualitaria a los recursos de la nación-Estado y a los derechos humanos que esta debe garantizar. De modo que para abarcar plenamente la problemática de la migración y los desafíos que esta presenta a las formas modernas de ordenamiento político, social y cultural organizadas a partir de la nación-Estado, es necesario
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expandir la mirada más allá de cuestiones de territorialidad, líneas fronterizas e integración relativa, y reconocer que es la dimensión ontológica de lo nacional la que está atravesando transformaciones sustanciales. En «The Governmentality of Transnational Migration and Security: The Making of a New Subaltern», Thanh-Dam Truong advierte sobre la identificación de nación y sociedad, y de ambas con soberanía y territorialidad, enfatizando que el concepto de gubernamentalidad foucaultiano ya advierte que las cuestiones de seguridad involucran dinámicas trans-estatales tanto como internas a la nación-Estado. Es asimismo esencial la capacidad del gobierno para adaptar el énfasis del poder, efectuando transformaciones que reemplacen las formas autoritarias y policiales de control y disciplinamiento ciudadano, por un «arte de gobierno» basado en la educación, la salud, la rehabilitación, etc. (Truong 25). La adaptación de la estructura nacional-estatal a la diversidad social y cultural es esencial para el mantenimiento del balance y la elaboración de conflictos internos. La idea de nación como entidad unificada, homogénea e idéntica a sí misma niega la heterogeneidad de sus miembros, su diversidad de proyectos, creencias, culturas, aspiraciones y estilos de vida, preservando desbalances y conflictos que comprometen estructuralmente la seguridad colectiva. Según Troung, una de las maneras de entender la noción de seguridad es la que la ve como un proceso, como un proyecto de orden a través de la justicia social. Esta no consiste en la imposición de modelos o políticas fijas a una realidad cambiante. Es un proceso particularizado, no un estado, y se encuentra en constante desarrollo. Para Truong, migración desarrollo y seguridad constituyen una tríada interactiva, en la que cada uno de los elementos debe contemplar a los demás, y sostenerse mutuamente (24). El tema de la seguridad pública toca directamente el problema de la llamada «soberanía policial» analizada por Agamben en Means Without Ends, quien encuentra en las «fuerzas del orden» un punto polémico en el que intersectan violencia y derecho. Para Agamben, la policía está siempre situada en un espacio similar al estado de excepción donde es difícil distinguir entre los dos órdenes mencionados. Esto confiere al cuerpo policial una forma de soberanía en la que le es dado decidir en cada caso cuándo la violencia justifica una violación de los derechos humanos, en qué grado y en base a la interpretación de qué factores, aspectos que obviamente se abren a la esfera de lo subjetivo. Todo esto problematiza el tema de la seguridad pública y las formas de asegurarla sin caer en efectos más graves, similares a los que se trata de suprimir. Así, el tema de la protección y la defensa está constantemente situado en un ámbito de incertidumbre, sospecha y manipulación, que despierta una amplia gama de emociones, particularmente temores, desconfianza y ansiedad. Achille Mbembe ha señalado que el discurso securitario prolifera solo en un estado de inseguridad:
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If the security state is a structure, the state of insecurity is a kind of passion, or rather an affect, a condition, or even a force of desire. In other words, the state of insecurity is the condition upon which the functioning of the security state relies insofar as the latter is ultimately a structure charged with the task of investing, organizing and diverting the constitutive drives of contemporary human life […] Because the security state presupposes that a «cessation of hostilities» between ourselves and those who threaten our way of life is impossible —and thus also the existence of an irreducible enemy that ceaselessly metamorphoses— this war is henceforth permanent (Necropolitics 54).
Como los críticos del tema de la seguridad pública han notado, uno de los desafíos mayores en la redefinición de esa cuestión en tiempos globales es el de adaptar sus requerimientos a un mundo donde la diversidad cultural y las diferencias identitarias se han hecho prominentes. La complejidad de la política global da por tierra con las definiciones euro/etnocéntricas que prevalecieran durante la Guerra Fría. Sin embargo, es notorio que el discurso y las prácticas securitarias distan mucho de haberse orientado en una dirección más abierta y apartada de estereotipos político-culturales. Para comenzar, no existe acuerdo sobre qué constituye hoy día la seguridad pública, o sobre la definición de términos vinculados a ese tema como los de sedición, o interés público. No se comprenden bien los límites que deben existir entre las intervenciones de la diplomacia y los recursos de las formas militarizadas de seguridad pública. Después de la Segunda Guerra Mundial, y aún más a partir del fin de la Guerra Fría, se ha hecho necesario el replanteo de estas nociones al haber desaparecido la amenaza concreta que supuestamente representaba para Occidente el mundo socialista. Este cambio en el orden mundial mantiene el concepto de seguridad pública en un espacio ambiguo e ideológico, es decir, como un dispositivo político engañoso, que confunde y propone una versión parcial, cuando no completamente ficticia, de la realidad socio-política. Emily Rosenberg ha indicado al respecto que National security, […] was a term that helped construct the Cold War and thus needs to be used carefully and contextually if used as an interpretive device. It incorporated parts of, while replacing, two earlier foreign policy discourses —national interest and collective security— both of which had developed significant negative connotations and oppositional constituencies. Drawing from both of these earlier internationalist traditions and carrying a powerfully emotive linguistic structure, the term «national security» could garner wide support for global involvements and bestow an aura of authority on those who invoked it. Gradually, it became so popular and all encompassing as to lose all definition. Debates over national security have become simply debates over foreign policy in general; national security experts are no more specific a category than foreign policymakers and analysts. In
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the field of national securities studies, and echoed in Jones and Woods’s definition, the term has become a semiotic black hole, sucking in all meanings (s/p).
En las últimas décadas, parece claro que la retórica de la seguridad nacional sirve a demasiados objetivos de control, disciplinamiento social y motivaciones políticas como para representar las exigencias de un mundo supuestamente más abierto e integrado. Por un lado, tal retórica refuerza mitos esenciales para la concepción militarizada de la política, donde la visión hobbesiana del dualismo amigo/enemigo y sobre todo la importancia del miedo como movilizador colectivo cumple con el objetivo de crear un espacio social antagónico y de fácil asimilación en los imaginarios populares. A este nivel, las polarizaciones harían necesarias medidas de control (represión y castigo) capaces de asegurar el papel protagónico de las fuerzas armadas y los discursos conservadores que las respaldan. El papel del Estado se ve asimismo reforzado como el de un poder que cumple funciones trascendentes que más que proteger de peligros concretos, transmiten un valor simbólico marcado por el halo teológico de la soberanía. Esta es, en este contexto, la instancia política en la que encarnan fuerzas mayores, de carácter ideológico, que reemplazan la investidura religiosa que antes se identificaba con el poder del soberano y que ahora persiste, secularizada, en la centralidad que ostenta el dispositivo estatal dentro del aparato gubernamental. Finalmente, el discurso securitario elabora temas de tipo síquico-emocional que movilizan los imaginarios populares en torno a nociones altamente emocionales como las de patria, tierra natal, la nación como familia extendida y la defensa como elemento principal en espacios sociales donde «la construcción social del miedo» (Reguillo) ha sido cultivada como elemento de manipulación colectiva que distrae de conflictos políticos y de problemas sociales. Se crean así, a través del tema de la seguridad, alianzas en los círculos de poder, en las cuales se articulan figuras políticas, fuerzas empresariales y relaciones internacionales, contando muchas veces con el apoyo de intelectuales orgánicos. Tales sectores convergen en el objetivo de reforzar el statu quo, reformulando constantemente su misión dentro de los espacios nacionales, para robustecer sus privilegios y la hegemonía política que los respalda. El gran problema del discurso securitario aplicado a la represión fronteriza y a la persecución de migrantes irregulares es la maleabilidad de esa retórica, que resulta ser, en esencia, una construcción de lenguaje con objetivos ideológicos destinada a legitimar acciones xenófobas y a distraer a la ciudadanía de problemas mayores. Se reafirma así la imagen de un Estado protector, supermasculinizado a partir de los atributos de agresividad, prepotencia, fisicalidad, militarismo y reducción del Otro a la altura de un elemento peligroso pero combatible a partir de acciones «defensivas», patriarcales y supuestamente consistentes con los valores de la ciudadanía. Se deja de lado,
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convenientemente, que como Mbembe ha indicado, una sociedad de seguridad no es necesariamente una sociedad libre: This is why in a society of security, the priority is, at all costs, to identify that which lurks behind each new arrival —who is who, who lives where with whom, and since when, who does what, who comes from where, who is going where, when, how, why, and so on and so forth. And moreover, who plans to carry out which acts, either consciously or unconsciously. The aim of a society of security is not to affirm freedom but to control and govern the modes of arrival (Necropolitics 104).
La condición de «irregularidad» con la que se identifica la falta de documentación que autorice la entrada legal de los migrantes a distintos países es el eufemismo con el que se nombra un proceso de simultánea inclusión/exclusión de sujetos, que como Mezzadra recuerda, McNevin identifica como la producción de «excluidos inmanentes», es decir, personas que no están, en realidad, ni dentro del sistema ni en sus afueras, sino en un estado de vulnerabilidad y disponibilidad que permite explotarlos cuando se los necesita y descartarlos como superfluos cuando ya han sido explotados y el mercado de trabajo prescinde de ellos. Se trata del funcionamiento del biocapitalismo, que utiliza los cuerpos, las mentes y afectos de los individuos que alimentan la máquina de la productividad permanente. El objetivo no es cerrar herméticamente las fronteras de los «países ricos» sino establecer un sistema de diques para producir, en última instancia, «un proceso activo de inclusión del trabajo migrante a través de su ilegalización. [De Genova, “Migrant ‘Ilegality’” 439] Esto conlleva un proceso de inclusión diferencial [Mezzadra y Neilson, “Frontières et inclusion”] en el que la irregularidad aparece como una condición producida y como un aspecto clave en la política de movilidad (Mezzadra, “Capitalismo, migraciones” 171)».
Resulta obvio que el discurso securitario es con frecuencia utilizado hacia adentro para encubrir objetivos económicos o políticos de los gobiernos nacionales, como, por ejemplo, conflictos internos de carácter social, acción incontrolada de actores delictivos (narcos, pandillas, crimen organizado), intereses privados favorecidos por el Estado (expropiación de recursos naturales, apropiación de tierras comunitarias, formas ilegales de trabajo por parte de empresas privadas) o situaciones políticas de autoritarismo que responden a subversión popular y otras formas de resistencia y movilización popular (sindicalismo, movimientos estudiantiles, activación de minorías, etc.). En nombre de la seguridad nacional se adoptan medidas extraordinarias que pueden llegar hasta la disolución de parlamentos y la ejecución de golpes de Estado, situaciones todas
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que se «legitiman» por la necesidad de vencer a un «enemigo» interno que amenaza con desestabilizar el statu quo. De modo que el discurso securitario funciona claramente como dispositivo ideológico (generador de falsa conciencia), que puede resultar efectivo a la hora de buscar adhesión o apoyo tanto en el espacio de la ciudadanía como a nivel internacional. Las fortificaciones fronterizas materializan hacia afuera la retórica securitaria con respecto a enemigos percibidos como exteriores a la nación. Sin embargo, como bien señala Wendy Brown, «el tipo de individuos a los que los muros del Estado-nación occidental ha de impedir el paso se produce paradójicamente, dentro de los mismos muros —otra forma más en la que, sin pretenderlo, los muros subvierten la distinción entre lo interior y lo exterior que deberían subrayar» (Estados amurallados 60). Las repercusiones subjetivas de estos procesos son múltiples, intensas e innegables, y se registran a ambos lados de muros y barreras fronterizas. Los principales efectos son la intensificación de antagonismos y el desarrollo de discursos identitarios defensivos y estereotipados, que se aplican a la sociedad amurallada tanto como a los que quedan «encerrados afuera». La militarización se interioriza como una forma de vida, solidificando valores como el machismo, la jerarquización y clasificación social, el provincialismo, el nacionalismo xenófobo y los fundamentalismos culturales y religiosos. Lo que Brown denomina «el deseo de amurallar», y en particular el tema de la defensa, se vincula a aspectos de la sicología individual y colectiva que recibieran atención en los estudios psicoanalíticos a partir de las reflexiones de Sigmund Freud, expandidas luego por Anna Freud en El yo y los mecanismos de defensa. El padre del psicoanálisis trabaja lo que llama «la psiconeurosis de la defensa» en el contexto de sus elaboraciones sobre la represión sexual. Defensa y represión constituyen mecanismos sicológicos contra la angustia, que puede convertirse en un sentimiento obsesivo, que regresa persistentemente al elemento traumático que la originara. El yo debe protegerse contra las representaciones que lo agreden y que supuestamente lo ponen en peligro, por lo cual se generan conductas y reacciones de resguardo, desviación o sustitución de los elementos perturbadores. En el psicoanálisis, los mecanismos de defensa son estrategias que surgen ante sentimientos, recuerdos o experiencias que hacen que el individuo se cuestione a sí mismo hasta debilitarse, habiendo creado una vulnerabilidad con la que no puede lidiar. En el corto ensayo El porvenir de una ilusión (1927) Sigmund Freud enfoca el papel de la cultura, y particularmente de la religión (que identifica con el concepto de «ilusión»), como defensa que el individuo elabora para defenderse de la fuerza de la naturaleza y de todos los aspectos que considera amenazantes e incontrolables, como la enfermedad, el rechazo, la muerte, etc. En la órbita de lo humano, los mecanismos de defensa aparecen por oposición a los deseos y
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pulsiones condenados socialmente (el incesto, el placer de matar, el canibalismo) que asedian al individuo. La religión funciona como fenómeno de creencia que defiende al ser humano de sus propios impulsos. Hoy diríamos que desde esta perspectiva la religión constituye una especie de discurso o narrativa que desvía al sujeto de esos puntos gravitacionales protegiéndolo mediante la creencia en algo superior, que sostiene esas regulaciones y en el cual se genera la represión. Para Brown, el tema de la construcción de murallas en las últimas décadas, la obsesión con cuestiones de defensa, militarización, vigilancia tecnológica, identificación de sujetos, etc., recuerda en mucho los mecanismos sicológicos que Freud analiza como síntomas de la sicología moderna. Tanto el discurso como la práctica securitaria aparecerían, así, como expresión de formas reprimidas de manifestación del pánico que crea el descaecimiento progresivo del Estado (el padre que protege y provee) y la intensificación de mecanismos supranacionales que minimizan la función de este y que ocupan el lugar del enemigo a nivel global (el crimen organizado, el terrorismo, la migración, el Otro). A esto la autora agrega la pérdida de estatus y de representación política de la clase trabajadora y de la clase media. Las identidades nacionales pierden progresivamente su importancia y valor ante la emergencia activa de la diferencia, y ante el incremento del desmoronamiento social, la violencia y la falta de estabilidad, situaciones que producen desazón a nivel colectivo. Es entonces cuando se fortalece la necesidad de sentirse resguardado tras murallas reales y simbólicas, y cuando la conceptualización del enemigo adquiere mayor importancia. La obsesión histérica es el extranjero, conformado como una única criatura imaginaria a partir del material compuesto por inmigrantes, narcotraficantes y terroristas, que representa la contaminación de las fronteras violadas y la desmasculinización de una permeable subjetividad ciudadana nacional e individual. La fobia es la xenofobia (182).
Brown se pregunta cuáles son las razones por las cuales en la tardomodernidad los amurallamientos siguen siendo vistos por la ciudadanía, en muchos países, como un elemento esencial para la contención del Otro y para la protección poblacional: «¿Hasta qué punto el espectáculo de una valla satisface un deseo de soberanía renovada para el individuo tanto como para el Estado?» (156) Advierte, en ese sentido, que particularmente en las sociedades occidentales el ciudadano es considerado «un sujeto en situación de vulnerabilidad», cuya existencia se corresponde con el notorio declive de la soberanía. Amurallamiento y debilitamiento de la soberanía son, entonces, elementos codependientes que se registran socialmente en relación con la percepción de una inseguridad colectiva supuestamente más aguda que la que se sintió en tiempos pasados. La pérdida
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gradual de soberanía es perceptible por parte del ciudadano común en muchos niveles, lo cual aumenta el sentimiento de desprotección e incertidumbre. El incremento de la seguridad privada en las ciudades, así como de la vigilancia parapolicial y los escuadrones de voluntarios que cuidan las fronteras, son mecanismos que surgen como intento por reforzar la notoria erosión de lo político y su creciente y errática militarización. Estas formas de privatización de la seguridad pública van acompañadas por la pérdida de protagonismo del ejército nacional (lo cual es visto como deterioro de una masculinidad agresiva) y por el vaciamiento progresivo de la función estatal, que va siendo reforzada por el poderío empresarial, los organismos supranacionales y las alianzas regionales que minimizan el ámbito de acción de los Estados nacionales. El tema del muro funciona, entonces, tanto a nivel material como simbólico, como dispositivo político y como «monumento» cuyo esencial arcaísmo —a pesar de la tecnología que lo sustenta— invoca formas desfasadas de poder absoluto y modalidades de ejercicio de la soberanía que no se corresponden con el orden post-hegemónico de tiempos globales. Según Brown, el amurallamiento de los Estados-nación responde en parte a fantasías psíquicas, angustias y deseos, y es así porque generan efectos visuales y un imaginario nacional, aparte de lo que los muros pretenden «hacer». Los muros pueden ser eficaces sirviendo como contención psíquica, aunque fracasen en el intento de interceptar o repeler los flujos transnacionales y clandestinos de personas, mercancías y terrorismo, flujos que son tanto indicio del debilitamiento de la soberanía política como contribución a que este [debilitamiento] se presente (Estados amurallados 157-158).
Desde el punto de vista de los regímenes laborales, el muro constituye un proyecto de consecuencias irónicas, ya que como Brown señala, limita la inmigración de mano de obra desde el Sur, la cual es imprescindible para el funcionamiento de las economías septentrionales. En cuanto al narcotráfico, la autora señala que ya está comprobado que «para reducir las demandas de drogas en el Norte es mucho más rentable el tratamiento contra el abuso de sustancias que la fortificación de las fronteras, cuyo efecto principal es aumentar el precio de la droga» (161). Lo que logran los muros es intensificar la represión a ambos lados de tales construcciones, convirtiendo las zonas fronterizas en áreas violentas en las que se practica todo tipo de procedimientos para penetrar la solidez de esos obstáculos y administrar su porosidad. La autora atribuye la persistencia en la construcción de muros que violan la propiedad privada y los derechos individuales a la influencia de una serie de fantasías vinculadas a la identidad «pura» de la nación que debe ser preservada del poder demonizado del «Otro», a la conversión del pobre, el indocumentado y el extranjero, en enemigos, y a los
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temores de contaminación que la alteridad despierta como representación de todo lo que no somos o pudimos haber sido. El Otro puede implicar un posicionamiento crítico que cuestione nuestros valores o los relativice, haciendo vacilar nuestras convicciones y principios. Una de las estrategias del discurso securitario es la de crear una imagen multifacética y sintética del enemigo que contiene rasgos del extranjero, el ilegal, el delincuente, el terrorista, el apátrida, etc. De modo condensado, las características atribuidas a esas figuras son: oportunismo, falta de escrúpulos, impulsos destructivos, antinacionalismo, criminalidad, primitivismo, etc., es decir, una serie de atributos negativos intercambiables que se combinan y materializan en cualquier sujeto «indeseable» que intente penetrar los límites de la nación-Estado concebida como espacio de positividad, productividad y valores cívicos. Los muros son una pantalla en la que puede proyectarse una figura antropomorfa del otro como causa de los infortunios nacionales, que abarcan desde la disolución de la identidad nacional en su aspecto étnico hasta el consumo de drogas, el crimen y la disminución de los salarios reales (W. Brown, Estados amurallados 170).
Las fantasías de la contención e impenetrabilidad estudiadas también por el sicoanálisis se basan en la idea de que el encerramiento o delimitación real o simbólica de un determinado espacio redunda en sentimientos de seguridad, certeza, orden interior, autosuficiencia, confianza y solidaridad hacia adentro, contrarrestando así cualquier sospecha de debilitamiento del sistema y cualquier temor de llegar a experimentar la desprotección individual o colectiva por parte del Estado. La oposición a un afuera en el que se sitúan todos los valores, prácticas y saberes que no se identifican con el nosotros potencia el adentro como el lugar del Yo, un espacio homogéneo, familiar, limitado y seguro. El muro constituye la línea divisoria entre ambos ámbitos y el límite que sirve de referencia a los imaginarios colectivos para la distribución de emociones, creencias y prácticas que integran sus formas de vida, sus creencias y principios rectores. En la práctica, la separación de ricos y pobres queda invisibilizada tras la profusa argumentación que construye al Otro como una amenaza contra las bases identitarias y los privilegios de quienes representan la esencia de la identidad nacional. En textos como Inhibition, symptom, anxiety (1926) Sigmund Freud identifica los mecanismos de defensa: negación, represión, desplazamiento, sublimación, proyección, intelectualización, racionalización, regresión y otros, aplicados a la relación entre trauma, deseo y acción. Ante ciertas experiencias o recuerdos perturbadores, el sujeto asume formas de expresión que suprimen la causa de tensión emocional transfiriendo la energía negativa de los sentimientos a otros
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planos y objetos a través de los cuales se canaliza la respuesta del individuo y sus impulsos defensivos. Se trata de respuestas que protegen al sistema emocional del efecto indeseado, al desviarlo hacia otros objetos de atención. En el plano de la defensa a nivel nacional y de la elaboración de un discurso legitimador de acciones que tienen en otra parte su motivación principal, la importancia icónica del muro de contención fronteriza niega y reprime la conciencia del debilitamiento del padre, desplazando y sublimando en un objeto arcaico (la muralla) el desasosiego que causa la pérdida de hegemonía. Correlativamente, se hace uso de un discurso intelectualizado, que busca justificar la agresión xenófoba en términos de derechos del ciudadano, protección territorial, defensa del bienestar social y resguardo contra confabulaciones internacionales que ponen en riesgo la salud del organismo social. El muro es el símbolo de la contención del Otro; materializa la proyección que el Yo erige ante el extranjero, figura sintética y paradigmática sobre la que se han proyectado los miedos sociales. Constituye, en este sentido, una línea simbólica que distribuye, a un lado y otro, identidad y otredad, enfrentando de manera simétrica y neutralizada, la profunda desigualdad de cada espacio socio-cultural. Wendy Brown agrega a esta reflexión sobre la sicología de la defensa elementos de género que complementan la idea del Estado patriarcal (proveedor, disciplinador, autoritario) y de la gran familia de la nación, donde los ciudadanos dependen del padre que los protege y eventualmente los castiga: Hay una notable inflexión de género en el amurallamiento como defensa frente a las angustias nacidas de la necesidad, la vulnerabilidad y la penetrabilidad, y en el deseo de contención y protección soberanos contra esa misma vulnerabilidad. La vulnerabilidad y la penetrabilidad están casi universalmente codificadas como femeninas; la supremacía y los poderes de contención y protección soberanos, como masculinos […] [E]n un contexto tardomoderno, el amurallamiento parece defender contra el fracaso soberano en proteger a una nación penetrable (penetrada, y a la que se refiere siempre con un pronombre femenino) […] Este acoplamiento heterosexual de la nación feminizada y del Estado soberano masculinizado no deja de ser importante. Al carecer de la protección de un Estado soberano, la nación se encuentra vulnerable, susceptible de ser violada y desesperada. El amurallamiento restaura una imago del soberano y de su poder protector (190-191).
En este sentido, y teniendo en cuenta la dimensión teológica de la soberanía agudamente señalada por Schmitt, la voluntad de amurallar incluye todavía, según Brown, elementos religiosos. Los muros del Estado nación son los templos tardomodernos que alojan el espectro de la soberanía política. Funcionan desviando la consideración de las crisis de iden-
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tidad cultural nacional, de dominación colonial en una era poscolonial y del malestar causado por el privilegio obtenido mediante la sobreexplotación en una economía política global cada vez más interconectada e interdependiente. Suministran una protección mágica contra poderes incomprensiblemente enormes, corrosivos y humanamente incontrolables, contra la posibilidad de tener que rendir cuentas por los resultados de la explotación y las agresiones llevadas a cabo por la propia nación y contra la disolución de la nación por causa de la globalización (193).
A la fuerza material que impone la muralla se agrega su fuerza simbólica, sus connotaciones supra-humanas, su halo de invencibilidad y omnipotencia, su impulso de trascendencia y su supuesta representación de poderes inmutables, situados, en más de un sentido, más allá de lo humano. Infraestructura de las migraciones y cultura material Junto a estas aproximaciones simbólicas a la monumentalización fronteriza, otras orientaciones críticas destacan más bien aspectos relacionales que se despliegan como elementos básicos que permiten que la migración se lleve a cabo, y que constituyen parte de su apoyo logístico, de su parafernalia concreta y de sus recursos organizativos imprescindibles para la movilidad migrante y el cruce de fronteras. Los estudios migratorios que dan prioridad a la materialidad de los intercambios que posibilitan los desplazamientos de individuos, mercancías o bienes intangibles a nivel transnacional se ocupan de los elementos precisos que aseguran tales flujos (objetos, implementos y dispositivos específicos) así como de las modalidades que asume el movimiento humano: su temporalidad, direccionalidad y formas de circulación. La aproximación que atiende a la «infraestructura de las migraciones» se enfoca en elementos que forman parte de la vida cotidiana y que se articulan a circunstancias ambientales y geopolíticas. Citando ideas de Foucault sobre el nacimiento de la biopolítica, autores como Brian Larkin remiten los estudios infraestructurales al aparato gubernamental: «Infrastructures […] are interesting because they reveal forms of political rationality that underlie technological projects and which give rise to an “apparatus of governmentality”» (Larkin 128). Larkin entiende que el nivel infraestructural ilumina modalidades específicas de producción de lo político ya que da expresión al deseo y a las fantasías de sujetos sociales en relación con el espacio y los modos de habitarlo. En este sentido, «What distinguishes infrastructures from technologies is that they are objects that create the grounds on which other objects operate, and when they do so they operate as systems» (Larkin 329). Algunos aspectos de la infraestructura que afectan a la migración están representados en el diseño de caminos, la elec-
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tricidad, las redes de agua, la fortificación fronteriza, el aparato institucional y tecnológico, así como en los sistemas informales que asisten a los migrantes como mediadores en el proceso de penetración en un nuevo territorio. Tales elementos tienen no solamente una importancia práctica y una funcionalidad biopolítica, sino que son fundamentales como elementos formadores de subjetividad y facilitadores de proyectos y acciones individuales y colectivas. En la medida en que forman parte del espacio público o se insertan en el espacio natural, moldean las expectativas de los sujetos, sus afectos, deseos y posibilidades. Es interesante notar cómo la infraestructura de cada época es índice no solo de una política, sino de una poética, ya que cada material o construcción sistémica apunta a formas específicas de concepción del mundo y de operatividad humana. A la vez, cada material opera a partir de una red de significaciones y simbolismos propios de cada comunidad. Sobre la base de los estudios clásicos de Lewis Mumford (Technics and Civilization, 1934), Larkin analiza la estética y la política que se asocian con diversos materiales (la madera en el periodo preindustrial y el acero o el cemento que la reemplazan), advirtiendo que cada elemento corresponde a formas de vida (rural primero, urbana después), y a ciertas formas de contacto con el medio ambiente, y de relación interpersonal. Cada período da lugar a múltiples proyectos culturales en relación con los espacios y formas de circulación que los materiales permiten. A los siglos xx y xxi corresponderían, como característica infraestructural, más que los materiales primarios, los elementos vinculados a la tecnología, fibras ópticas, cables, derivados del plástico, etc., a través de los cuales se canalizan formas postmodernas de concebir el mundo y las relaciones intersubjetivas e interculturales. Asimismo «if the nineteenth century was built on industrial technologies of enclosure, the twentieth and twenty-first centuries are built on structures of control mediated through the computer» (Larkin 339). En este sentido, el siglo xxi sería también la época de los amurallamientos y divisiones territoriales. Para lograr los objetivos de mantener privilegios, separar el mundo desarrollado de sus márgenes y preservar los derechos de la ciudadanía, elementos de siglos anteriores se combinan como sustento de las funciones de expulsión y exclusión de sujetos. Al margen de los discursos de legitimación que se esgrimen para justificar y racionalizar las políticas estatales, la estética que es correlativa a las regulaciones y exclusiones de nuestro tiempo comunica un sentido de desolación global, deshumanización y persecución del otro. El punto de vista infraestructural analiza los materiales básicos de construcción, comunicación y transporte no solo como base concreta de las interacciones sociales, sino también como facilitadores de formas específicas de intercambio, fijándose sobre todo en los elementos de mediación que moldean las subjetividades de una época. A cada materialidad corresponden formas particulares de
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subjetividad, ya que la relación sujeto/objeto es siempre estrecha y significativa. Esta metodología se aplica al estudio de los desplazamientos y relocalizaciones humanos en la medida en que tales movilizaciones se realizan en un terreno natural específico, también marcado por la incidencia de la acción humana. La presencia de ríos, montañas, zonas selváticas, desiertos, etc., es tan importante infraestructuralmente como los caminos, puentes, vallas, desvíos y fortificaciones construidos por los seres humanos. Los obstáculos para la movilización humana pueden ser preexistentes, pero también manipulados desde el poder, y burlados desde las formas de resistencia popular que se filtran de un lugar a otro a pesar de los impedimentos que se pongan en su camino. La perspectiva de los estudios migratorios que enfatiza la importancia de factores infraestructurales se enfoca, más que en aspectos legales, políticas estatales o cuestiones laborales, en la red de elementos institucionales, tecnológicos y humanos que hacen posible la movilidad territorial o marítima de los individuos. Se trata de una exploración de la importancia y papel que cumplen todos aquellos elementos mediadores que se van transformando, fortaleciendo o debilitando socialmente, dependiendo de causas sociales o político-económicas. Biao Xiang y Johan Lindquist indican, por ejemplo, en sus estudios sobre migración en Asia, «it is not migrants who migrate, but rather constellations consisting of migrants and non-migrants, on human and non-human actors» («Migration Infrastructure» 124). Dentro de los elementos mediadores, los autores destacan la importancia de aspectos comerciales (los intermediarios), regulatorios (documentación requerida), tecnológicos (comunicaciones y transporte) y humanitarios (intervención de ONG y organismos internacionales). Estos niveles interactúan, aunque también divergen, en sus intervenciones específicas en las dinámicas migratorias, demostrando que en los desplazamientos poblacionales interviene una pléyade actores humanos e institucionales que hacen de estas movilizaciones formas complejas de relocalización espacial. Tal estructuración es altamente inestable y cambiante, razón por la cual se prefiere hablar de infraestructuras más que de sistemas migratorios, entendiendo que la migración es multidireccional y se va ajustando a las condiciones de las sociedades emisoras y receptoras de migrantes.33 Desde este punto de vista se considera que junto a los individuos que emigran, se desplazan también las redes que los contienen, las cuales se van adaptando a las necesidades de cada región y cada momento, a 33 Según
los autores citados, «Migration flows can be fragmented and short lived, but infraestructure retains a particular stability and coherence. In other words, we are interested in the internal constitution and modular components of migration rather than in a bounded system. This also distinguishes migration infrastructure from the emerging concept of “mobility regime” that focuses on how mobility is structured by, and in turn becomes part of, hegemonic power relations» (152).
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los cambios del mercado laboral, las imposiciones climáticas y otros factores que inciden directamente en la dinámica entre sociedades emisoras y receptoras de migrantes («Migration Infrastructure» 132). Si estas redes actúan de manera individualizada, el concepto de «industria migratoria», también asociado al nivel infraestructural, se refiere a los servicios que facilitan la migración a gran escala. Tales servicios incluyen agencias legales o ilegales, instituciones de control, vigilancia, rescate, etc. [M]igration industry primarily constructs migration as a form of business and pays less attention to the fact that migration brokers are not simply selling opportunities for migrating overseas, but are also dealing with various components of infrastructure —such as collecting documents, organizing medical tests, or dealing with pre-departure training— which have far reaching regulatory effects («Migration Infrastructure» 133).
La ayuda humanitaria forma parte del aparato total que rodea las reterritorializaciones, en todos sus aspectos. De este modo, como alegan los autores del citado artículo, lejos de ser lineal, la migración es un multifacético espacio de servicios y mediaciones, una constelación social y técnica, infraestructural, que permite captar la complejidad y materialidad de los procesos migratorios y los cambiantes modelos de relacionamiento social que acompañan tales movilizaciones.34 En su estudio sobre la industria de la migración entre México y Estados Unidos Rubén Hernández León estudia la complejidad del sistema de apoyo migratorio consistente en actividades empresariales y recursos infraestructurales que, de manera formal o informal, resultan fundamentales para la relocalización de individuos a nivel internacional. Estas redes realizan un intenso trabajo de comunicación y de negociación entre instituciones estatales de los países involucrados, así como servicios de defensa, asesoramiento laboral y guía social para el migrante. Pero junto a estas formas más visibles e institucionalizadas de apoyo infraestructural a la movilidad migratoria, Hernández León destaca también las actividades menos obvias y muchas veces clandestinas que hacen posible la movilización sobre todo de tipo irregular: La industria de la migración comprende actividades como el financiamiento de la migración, el reclutamiento de mano de obra, el «coyotaje» de migrantes y la prestación de servicios de asesoría legal a los inmigrantes, así como los servicios de 34 Como aplicación metodológica de los principios de la perspectiva infraestructural, véase el artículo de De Xiang y Lindquist «Infrastructuralization: Evolving Sociopolitical Dynamics in Labour Migration from Asia».
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transporte de migrantes, envío de remesas, la venta y promoción de vivienda en destinos migratorios, entre otros (s/p).
Si en el pasado tales redes actuaron como mediadores efectivos entre trabajadores temporales y el mercado de trabajo a nivel internacional, en nuestro tiempo otras modalidades han alcanzado popularidad: «En la actualidad, las agencias que facilitan adopciones y matrimonios internacionales bien pueden ser consideradas como parte de la industria de la migración».35 Hernández León habla de los «mercaderes de migrantes» a que se refirió David Kyle en relación a las prácticas de transporte y atención a los migrantes, asistencia en la que en muchos casos están involucradas instituciones gubernamentales, ONG y empresas privadas, de modo abierto o encubierto. Tal asistencia incluye con frecuencia negociaciones remuneradas, como por ejemplo la intervención de prestamistas, el enganche de guías o mediadores (coyotes), el uso de servicios fronterizos de salud y documentación, los mecanismos para el envío de remesas, la «producción» de documentación, etc. Asimismo, los medios de transporte han sido objeto de estudio por parte de William Walters ya no solamente en relación con el apoyo al proceso migratorio, sino en lo que tiene que ver con los procesos de deportación de migrantes, los cuales tienen que recorrer a veces larguísimas distancias al ser devueltos a sus países de origen o a un destino otro, ubicado en un país que por acuerdos internacionales, opera como campo de refugiados, espacio de espera para solicitantes de asilo o para individuos deportados a quienes sus países no aceptan de regreso. En el artículo «Aviation as Deportation Infrastructure: Airports, Planes, and Expulsion», Walter estudia justamente la función de la aviación en la desterritorialización forzada y en la relocalización obligatoria de individuos que se encuentran en un limbo jurídico y geocultural, como se verá en las páginas dedicadas a la deportación. De la misma manera, conviene señalar que los aspectos infraestructurales también son fundamentales para explicar los tránsitos transfronterizos y las formas de supervivencia que los migrantes irregulares van desarrollando para sostenerse en climas inhóspitos, sin alimentos ni refugio. De esta manera, la atención a cuestiones de transporte, servicios primarios de salud, 35 Al respecto, Hernández León distingue oportunamente entre los conceptos de «industria de la migración» y «economía étnica o transfronteriza», los cuales, aunque tienen elementos en común, se distinguen por la continuidad o discontinuidad cultural de los sujetos desplazados: «No hay duda de que la industria de la migración se monta parcialmente sobre el andamiaje de las relaciones económicas y sociales basadas en la etnicidad. Pero mientras que la noción de economía étnica se centra en la continuidad cultural, el concepto de la industria de la migración está anclado en la discontinuidad geopolítica que los estados y sus fronteras le imponen a la movilidad humana internacional» (s/p).
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higiene, alimentación, vivienda, así como elementos vinculados a la comunicación de los migrantes con guías, amigos, familiares, mediadores, etc. son de importancia crucial para comprender la cotidianeidad de los tránsitos y la construcción de subjetividades que se van moldeando justamente en la concreción de los intercambios y en las formas de vida que son correlativas a los procesos de reterritorialización. En «Disobedient Sensing and Border Struggles at the Maritime Frontier of Europe», Charles Heller, Lorenzo Pezzani y Maurice Stierl se refieren a la utilización de medios de información que facilitan al migrante datos sobre el terreno, el clima y las formas y riesgos de sus travesías. Mencionan, por ejemplo, la creación de una «guía online para migrantes y refugiados» que provee información práctica para viajes migratorios hacia y dentro de Europa. Asimismo, la red WatchTheMed produce panfletos que contienen información sobre los derechos del migrante, las medidas de seguridad y otros aspectos relacionados con el proceso de des/re/territorialización. Señalan que estas formas de asistencia son intervenciones políticas destinadas a simplificar en algo sus trayectos y a permitirles acceso a formas posibles de comunicación y asistencia. the mobility of migrants constitutes an infrastructure of sorts, one that includes not only the footpaths, highways, train lines, or airports through which precarious travellers move; not only the wireless networks that transmit their information, the internet café where they chat with relatives and friends, the mobile phones with which they alert the coastguards and the satellite phone which locates their GPS position; it includes what has also been referred to as «mobile commons», i.e. «a world of knowledge, of information, of tricks for survival, of mutual care, of social relations, of services exchange, of solidarity and sociability that can be shared, used and where people contribute to sustain and expand it» (Heller et al. 8; cita final de Papadopoulos y Tsianos, «After Citizenship» 190).36
La infraestructura de la migración tiene, a su vez, otro lado que corresponde a la elemental parafernalia del migrante, que ha dado lugar a múltiples recolecciones, exhibiciones y trabajos que intentan recuperar el aspecto cultural, económico y relacional de los emprendimientos migratorios a través de los 36 Los autores agregan, por ejemplo, otros elementos de orientación para migrantes que dan evidencia de la solidaridad que despierta, en muchos casos, la experiencia migratoria, como contrapeso de la xenofobia generalizada: «Initiated by a coalition of freedom of movement, human rights, and migrant activist groups, including WatchTheMed, Boats4People, Welcome to Europe, Afrique Europe Interact, Borderline-Europe, No Borders Morocco, FFM and Voix des Migrants, the Alarm Phone was launched in October 2014, with the intention to respond to violent border “protection” practices and the unabated mass dying in maritime spaces around Europe, and to offer travellers alternative ways to make their distress heard» (9).
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objetos que los migrantes llevan consigo durante su viaje. Podría decirse que, técnicamente, estos estudios y recolecciones caen dentro de lo que conocemos como cultura material, es decir, el estudio de objetos, su valor afectivo, simbolismo y funciones en contextos determinados. Obviamente se trata de objetos muy escasos, de valor afectivo o de utilidad práctica, y dependen del espacio geográfico que el migrante tenga que atravesar para llegar al destino territorial que se percibe como lugar de salvación y de nuevo comienzo: botes de plástico, transportes terrestres frágiles e inseguros, documentación falsa o inexistente, ausencia de recursos materiales, cuerpo debilitado, afectos manoseados por la necesidad, el abuso y el caos. En la zona fronteriza entre México y Estados Unidos, los antropólogos se han ocupado de estos elementos significativos, que cubren un amplio espectro que va desde bolsos, mochilas, zapatos y artículos para bebés y niños hasta elementos religiosos como imágenes de Vírgenes, figuras de la cultura popular como Jesús Malverde, y otras que revelan la zona cultural a la que pertenecen los migrantes (la Virgen de la Inmaculada Concepción de San Juan de los Lagos, Jalisco; el Santo Niño de Atocha, Plateros, Zacatecas; o la Virgen de Guadalupe, de más amplio registro). El antropólogo Jason de León ha prestado particular importancia a estos implementos, que ha incluido en exhibiciones, estudios y videos, ya que dan evidencia de las formas elementales en que se enfrenta la experiencia límite de la desterritorialización, y de las condiciones de vida de quienes se aventuran en espacios hostiles por la esperanza de una vida mejor. Son testimonios materiales de la privación, la marginalidad, la injusticia social y la perseverancia de las víctimas del sistema, que eligen oponerse a las normas y burlar sus regímenes de exclusión. En sus viajes exploratorios De León ha recolectado miles de objetos en rastreos en el área de Sonora y otras regiones comúnmente atravesadas por migrantes, muchos de los cuales pierden la vida debido a las dificultades del terreno, las alimañas y las temperaturas extremas de las zonas recorridas. Aparte de los objetos mencionados, de uso cotidiano, indica que es frecuente encontrar Biblias y fotos de familiares y amigos que han quedado atrás, o que han emprendido antes el camino hacia el norte. Muchas veces estos elementos permiten localizar la ruta de migrantes que mueren en el intento o que los familiares desean localizar. Los objetos dan evidencia de las dificultades del viaje, sobre todo la falta de alimentación y de agua, las enfermedades que los migrantes contraen o que ya traen consigo, y sobre todo la perseverancia que los caracteriza. Se encuentran en las rutas más transitadas pequeños altares improvisados, al igual que documentación, listas de contactos posibles, medicamentos, cartas emotivas y demás testimonios de la red comunitaria que ha pasado a formar parte de la memoria de estos peregrinos. De León destaca la importancia de utilizar una metodología arqueológica que permita interpretar
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los elementos encontrados como parte de una narrativa colectiva, pero también como acercamiento a las personas concretas que formaron parte de los procesos de tránsito transnacional y cruce de fronteras. El trabajo etnográfico ayuda a humanizar lo que de otro modo son datos estadísticos en los que se pierde la singularidad de los casos y la individualidad de los migrantes. Asimismo, recursos de la ciencia forense permiten a De León y a otros antropólogos empeñados en el mismo trabajo encontrar sentido a la lucha migrante contra los obstáculos naturales y políticos que se interponen en la esperanza de alcanzar un espacio que permita la continuidad de la vida y el mejoramiento de las condiciones personales y familiares. El tema de la muerte es un leitmotiv inevitable en estas exploraciones, ya que los objetos que deja atrás el migrante en muchos casos señalan el final de su vida. En febrero de 2020 se realizó en el Haffenreffer Museum of Anthropology de Brown University una exhibición que llevó por título Transient Matter: Assemblages of Migration in the Mediterranean, en la cual se recuperó una gran cantidad de objetos desechados por los migrantes marítimos que intentaron cruzar el Mediterráneo provenientes de Siria, Afganistán, Irak, Somalia, Congo y otros países del Medio Oriente, África y Asia. La información de la muestra señala que más de 1,2 millón de migrantes intentaron llegar a Europa a través de este tránsito saliendo de Turquía hacia Grecia, y a partir de allí hacia otros países de la Unión Europea. Esta ruta de muerte, agravada por las estrategias de desvío de los migrantes implementadas por los gobiernos europeos para disuadir a las personas de que inicien el periplo o para apresurar su fracaso, está marcada, además por la discriminación y la violencia, que en muchos casos tiene como víctimas principales a las mujeres, que viajan con sus hijos o padres ancianos, y que son los viajeros más vulnerables. La muestra exhibe, junto a los objetos dejados por los migrantes que cruzaron el mar Egeo, trabajo cretivo de refugiados en campos de detención, y fotografías y videos producidos por los curadores. Los objetos más numerosos son salvavidas, llantas utilizadas para flotación, objetos personales y muchos elementos reciclados que junto a su carácter testimonial y afectivo muestran la voluntad de expresar de alguna manera la experiencia común e individual, al convertir en arte objetos que acompañaron a los migrantes y que son elocuentes acerca de sus objetivos y esperanzas. Elementos de identidad, nación y género documentan instancias de la lucha por la supervivencia y expresan la violencia y las diversas formas de deshumanización a la que son sometidos. Los objetos devuelven de alguna manera la dimensión humana a esos enfrentamientos con la muerte, y entregan una dimensión material y al mismo tiempo espiritual y afectiva de tales experiencias. Los estudios interpretativos realizados de los objetos y de las exposiciones (que incorporan a través de la «museificación» un valor estético al material
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empírico) coinciden en que en los artefactos presentados contienen, junto a la condición residual, un significado político, en la medida en que revelan la condición de sujetos de los migrantes en tanto individuos que participan en una actividad colectiva como respuesta al sistema que los excluye. Resulta obvio que sus acciones persiguen objetivos claros y fundamentados en una situación socioeconómica de larga extensión histórica y profundas repercusiones humanas. Los objetos constituyen implementos intersticiales, literalmente extraídos del entrelugar que el migrante ocupa socialmente, económicamente, políticamente, legalmente y territorialmente (playas abandonadas, zonas desérticas, baldíos, costas a las que llegan restos de naufragios, zanjas cercanas a pasajes, muros o alambradas fronterizas). De alguna manera, tales elementos no solo testimonian una realidad presente, sino que constituyen documentos culturales ligados a la creencia, los sentimientos y la vida diaria, a la permanencia de los afectos y a la transitoriedad de los recorridos. La vida y la muerte están inscritas en esta materialidad precaria que sale de las oquedades del terreno, que parece alegorizar los resquicios en los que se mueve la vida de millones de personas en el capitalismo tardío. Los objetos proveen estabilidad y continuidad en la trayectoria migrante, marcada por la incertidumbre, la variación y la impredecibilidad. Son trazas de identidad, incorporan localismo y humanidad a la hostilidad del paisaje fronterizo, eminentemente ajeno, recordando que quienes lo atravesaron o perdieron la vida en el intento eran seres humanos con vidas concretas, con relaciones familiares, necesidades y sueños. En otras palabras, los objetos de los migrantes hablan sobre los individuos, sus vidas y subjetividades. No son exteriores al sujeto, sino que son el sujeto, su interioridad y relacionalidad materializadas, en alguna forma y medida, en los implementos que lo acompañaron en las instancias límite del tránsito y del cruce de fronteras. Se trata de reconocer al migrante como sujeto histórico, de percibir su agencia y la dimensión política de su trayectoria, y de advertir que la migración permite, de por sí, una lectura otra de la modernidad. Iain Chambers, al reflexionar sobre el lugar del migrante en contextos actuales, afirma que el Primer Mundo, resultado del Tercero (y viceversa), debe ser analizado e interpretado no desde los centros, sino desde sus márgenes y periferias, ya que estas zonas hablan más elocuentemente que los grandes logros y las impresionantes ciudades del mundo desarrollado. The one time objects of anthropological attention and more occasionally of historical and social analysis —the others, the non-Europeans, the migrants— have today to be recognised as historical subjects. They, too, are translators, taking and transforming our languages, technologies and techniques elsewhere, rendering modernity otherwise. They are no longer simply the passive objects of our concerns and concepts. We, in turn, can become objects of an other’s gaze; we, too, that is
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our modernity, can be translated and rendered different, re-routed and renewed. So, and to repeat, this is not so much about thinking of migration and the subaltern south of the world, for example, as thinking with migration and the once excluded world of the migrant, the rural peasant and the dispossessed of the shanty towns that cling to edge of today’s metropolises («Migrating Modernities», 14).
Los objetos desechados por los migrantes y luego rescatados testimonian material y simbólicamente una forma de estar en el mundo, pueden ser considerados dentro de la categoría del residuo, desecho o elemento redundante que Zygmunt Bauman pusiera en circulación para referirse a todos aquellos individuos que parecen «sobrar» en el mundo globalizado. Por su falta de productividad, su desplazamiento espacial (su estar fuera de lugar) estas personas han pasado a ser consideradas descartables, sin valor real o, al decir de Bauman, «daños colaterales» del sistema de privilegios del mundo desarrollado. Sus pertenencias absorben estas connotaciones: son lo que queda atrás, ya sin utilidad concreta, y lo que, sin embargo, persiste como recordatorio de un proceso de deshumanización donde lo material frecuentemente dura más que lo humano.
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La ciudadanía nacional y postnacional: transformaciones y debates En el estudio del migrante como nueva figura política, es decir, como sujeto de acción social portador de formas de conciencia orientadas a la transformación de facto de las formaciones sociales de la modernidad —organizadas en torno al centralismo del Estado, la delimitación territorial y la soberanía nacional— es imposible no considerar al ciudadano como la contracara de la subjetividad migrante postcolonial y postmoderna. Debe considerarse, sin embargo, que con esta y otras categorías, es esencial una historización que tome en cuenta las transformaciones que se han venido produciendo en la escena política y los requerimientos de campos afines al de la política desde los cuales se producen reelaboraciones y desarrollos que conectan con el tema de la ciudadanía. Así, por ejemplo, el tema de los derechos se ha ampliado notoriamente en las últimas décadas, alcanzando aspectos ecológicos, sexuales, de género, vinculados a grupos indígenas, cuestiones territoriales, etc. Los derechos civiles y políticos, sociales y humanos, de la naturaleza y del individuo, tienden a conectarse y a veces a fundirse unos con otros, creando una red intrincada que resiste desgloses y deslindes. Las formas de activismo y manifestación infrapolítica proliferan en distintos contextos y permean la sociedad a nivel nacional y transnacional. En estos escenarios, los conceptos de ciudadano y de ciudadanía nombran formas sociales y políticas complejas y sustancialmente heterogéneas que se han complejizado al verse rebasadas por la realidad social y política de la migración, que desborda los límites de la regulación estatal. A los efectos del análisis, ciudada-
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no y ciudadanía se utilizan como términos planos que sin embargo contienen múltiples niveles de sentido y se refieren a muy diversas formas de acción y representación simbólica. En la figura del ciudadano, tomado como unidad conceptual de la política moderna, se concentra la problematicidad de los regímenes de exclusión y la legitimación de los privilegios de individuos y comunidades que forman parte de la sociedad civil y se articulan tanto a los sistemas de producción como al régimen institucional de la nación-Estado. A partir del aparato jurídico, las interrelaciones sociales están reguladas en el espacio de la ciudadanía para proteger derechos y garantizar el cumplimiento de deberes de aquellos que pertenecen y que se asimilan al régimen de poder político-económico y a las jerarquías que este conlleva. Sin embargo, sería un error considerar a la ciudadanía como un espacio terso y homogéneo, efectivamente centralizado en las instituciones del Estado y orientado sólidamente a la reproducción del capital dentro de los regímenes distributivos del sistema económico imperante. En el interior del espacio ciudadano los conflictos, tensiones y divergencias, proliferan. La definición misma de democracia varía sustancialmente en regímenes políticos diversos, de tendencia oligárquica o populista, socialista, dictatorial, liberal o conservadora, haciendo que la concepción del ciudadano se vea constantemente sometida a redefiniciones que afectan su sentido y espacios de acción. En el contexto de los movimientos migratorios de nuestros días, la noción de ciudadanía ha vuelto al centro de los debates, prestándose a manipulaciones políticas que la utilizan como muro de contención jurídica de los avances de contingentes de no ciudadanos que penetran los límites porosos de la naciónEstado. El ciudadano como sujeto político moderno, y el sujeto migrante en su versión postmoderna, se enfrentan así sobre la base de una interpretación de los derechos «del hombre y del ciudadano» no ya como unidad conceptual, sino como dualidad entre partes que ya no parecen coincidir. El tema de la ciudadanía ha ocupado tradicionalmente el centro de estudios y polémicas en el campo de las ciencias sociales, y se ha expandido hacia espacios académicos afines, relacionados con las humanidades, las políticas públicas, la antropología cultural y otros. Con el concepto de ciudadanía se hace referencia al conjunto de deberes y derechos del individuo en sociedad, y en relación con la institución estatal a partir de la cual se organiza la vida comunitaria. Supone el respeto a leyes de convivencia e interrelación, y regulación de las formas y grados de participación del sujeto en la vida política, incluyendo el sufragio y otras formas de intervención en los procesos de elección de representantes populares. El concepto de ciudadanía remite a la ciudad, es decir, a la vida en sociedad que tiene como punto de referencia la polis, entendida como espacio común de encuentro y acción social. Implica, por tanto, sedentarismo, o al menos fija-
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ción de residencia individual o familiar dentro del territorio nacional y con ello, compromiso del individuo respecto al espacio común y a las instituciones que lo rigen. Sin embargo, hoy en día la relación entre comunidad y ciudadanía no es considerada, por muchos, una relación necesaria, ni un vínculo de continuidad. Se han realizado, al respecto, estudios genealógicos, filosóficos y políticos, con resultados que se irán presentando en las páginas que siguen. Desde La política de Aristóteles, ciudadano es aquel que participa en el proceso de decisiones que atañe a la sociedad que lo contiene. Se considera una condición estable, siempre que el individuo se mantenga dentro de la ley, siendo el aspecto ético de la ciudadanía una de sus más importantes dimensiones. Recién ahora, como resultado de la remoción sistémica de las migraciones y por efectos de las formas de intercambio del mundo globalizado la ciudadanía empieza a percibirse como una condición inestable. Puede afirmarse que el concepto de ciudadanía fue siempre excluyente en alguna medida, distinguiéndose, ya a partir del siglo xviii, entre «ciudadanía civil», «ciudadanía política» y «ciudadanía social», a medida que se fueron incorporando al espacio de la democracia distintos niveles de participación, y distintos derechos. Mujeres, esclavos, jóvenes e incluso comerciantes, en algunas épocas, fueron excluidos de ese ámbito jurídico destinado a la activación de los individuos para la construcción y administración de la polis. La ciudadanía constituyó desde el comienzo, un estatus y una forma de ser en sociedad, es decir, una identidad arraigada en principios y valores comunitarios, vinculada de manera estrecha al territorio. El extranjero, por tanto, fue tradicionalmente considerado exterior a la ciudadanía, aunque esta misma exclusión fue variando, a medida que las formas posibles de incorporación del extranjero a una sociedad de adopción fueron modificándose en las distintas épocas y culturas. La Revolución francesa (1789) establece, sobre la base de los derechos naturales, los derechos universales del individuo y la comunidad, promoviendo una importante expansión del concepto y alcance de la ciudadanía, que pasa a abarcar a sectores sociales más diversos. Se va regulando así la relación siempre fluctuante entre ciudadanía y libertad. En la medida en que se consolida el Estado moderno, la relación entre el ciudadano y este se va haciendo más distante y abstracta, al punto de que algunos autores hablan de la despolitización del ciudadano. Los contenidos éticos que integraban el concepto de ciudadanía, así como el ejercicio de la democracia directa, van siendo reemplazados por intereses políticos y por la maquinaria político-administrativa del Estado. La racionalización y el pragmatismo dejan atrás la dimensión teológica que alentara la noción de civitas desde la Antigüedad, y la búsqueda del consenso, los pactos intersectoriales y las negociaciones internas de la esfera política van autonomizando este espacio de la sociedad, creando en lugar de las relaciones fluidas
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de representatividad comunitaria, una red de normativas y procedimientos que burocratizan el ejercicio de derechos civiles. Ciudadanía y soberanía son, en este sentido, inseparables, y se sustentan mutuamente en el Estado moderno. Este, entendido como el organismo que detenta el monopolio de la fuerza legítima, marca la trayectoria de la naciónEstado, sobre todo durante el siglo xx, periodo en el cual los derechos del ciudadano comienzan a entrar en colisión con los derechos del ser humano. Ley y vida constituyen espacios conceptuales y políticos no siempre articulados, donde el estatus del ciudadano sirve de protección y salvaguarda frente a quienes no gozan de tal forma de integración social, encontrándose, por tanto, en un limbo jurídico. Desde Hobbes la ciudadanía abarca a una multitud que solo puede ser contenida y regulada a partir de la acción del soberano, quien preside y domina la escena política y social de la nación moderna. El temor a la multitud como fuerza de potencialidad extraordinaria y acción imprevisible, domina los imaginarios políticos en diversos periodos. En divulgadas versiones organicistas, la concepción del Estado es pensada como un funcionamiento familiar, paternalista y autoritario, donde el Estado provee, protege y castiga. Esta noción de la ciudadanía concebida como una forma de parentesco aún aflora, como indica Peter Singer, en los debates sobre políticas de inmigración. Este autor cita al respecto a Michael Walzer, quien escribe: Clearly, citizens often believe themselves morally bound to open the doors of their country —not to anyone who wants to come in, perhaps, but to a particular group of outsiders, recognized as national or ethnic «relatives». In this sense, states are like families rather than clubs, for it is a feature of families that their members are morally connected to —people they have not chosen, who live outside the household (Walzer 12 cit. por Singer 191-192).
De acuerdo a esto, la relación entre ciudadanos y migrantes quedaría librada al espacio que abre el mundo de los afectos, las preferencias, los prejuicios y la buena voluntad, aspectos que el discurso político manipula a través de regulaciones, retóricas, dispositivos y disposiciones territoriales y jurídicas. Intervienen asimismo intereses vinculados al mercado laboral, relaciones internacionales, y presiones y resistencias que se despliegan a nivel nacional. Entre democracia y ciudadanía existen, además de vínculos estrechos, innegables tensiones y paradojas, que tienen que ver con los grados concedidos a la acción individual, las formas de participación y las relaciones entre los niveles políticos, sociales, éticos y jurídicos. Richard Bellamy provee la siguiente definición de ciudadanía:
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Citizenship is a condition of civic equality. It consists of membership of a political community where all citizens can determine the terms of social cooperation on an equal basis. This status not only secures equal rights to the enjoyment of the collective goods provided by the political association but also involves equal duties to promote and sustain them —including the good of democratic citizenship itself (17).
Otras formas de organización social compiten con la centralidad del Estado. Familia, comunidades, instituciones paraestatales, redes transnacionales, etc., funcionan como vías de socialización, protección y representación de los intereses de los individuos, aunque lo hacen siempre bajo la supervisión y la regulación estatal. Los derechos de la ciudadanía no deben ser entendidos, así, como una concesión de los Estados, sino como resultado de las luchas sociales y de la participación de los individuos en la construcción y administración de la esfera pública, las instituciones y los sistemas de decisión política. Si el Estado de bienestar exaltó la «ciudadanía social» como la forma de participación en los beneficios del progreso, la justicia social y la democratización educativa, no definió entre sus objetivos, sin embargo, eliminar exclusiones, jerarquías y limitaciones de los derechos del ciudadano. Se fue perpetuando así la ciudadanía como forma de subjetividad regulada, selectivamente incluyente y orientada hacia la legitimación de privilegios y diferencias sociales. De todos modos, lo que podríamos llamar la ideología de la ciudadanía ha sido retomada en décadas recientes como protección contra las líneas de fuga del sistema, que tienden a disgregar los núcleos duros de la modernidad. Hoy en día se habla de ciudadanismo para hacer referencia a una perspectiva que, reforzando el ethos cultural de la modernidad, entiende la democracia no ya solamente como una forma de gobierno, sino como un modo de vida y una posición ética desde la cual se conciben las relaciones sociales. Se registra una «nostalgia por la comunidad perdida» y un deseo de restablecerla por medio de la solidaridad y el fortalecimiento de la esfera pública (Delgado). Habermas se refiere a este espacio ético como «paradigma republicano» a partir del cual se delimitan las formas de gestión y participación política de los ciudadanos, que estarían actualizando los principios universales de la democracia, de acuerdo a la noción de republicanismo y de derechos individuales concebida desde la Ilustración.1 El civismo y la voluntad de los individuos son fundamentales para que tal proyecto ciudadanista sea posible. Como ha indicado Manuel Delgado, el espacio público es imaginado como un territorio de consenso y reconciliación 1 Habermas trata en varias de sus obras el tema de la democracia, el republicanismo, y las formas de legitimación política en el presente. Véanse, por ejemplo, La inclusión del otro, así como Facticidad y validez y Problemas de legitimación en el capitalismo tardío.
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donde el protagonista es el ciudadano, «personaje hipotético» capaz de neutralizar los antagonismos de clase, raza y género en nombre de valores universales. Posiciones críticas advierten acerca del carácter idealista, ahistórico y voluntarista de tal proyecto, en el que no parecen incluirse los efectos de la desigualdad y la violencia, las formas de elaboración del conflicto social, ni las variantes introducidas por las transformaciones sociales. Se ha indicado, por ejemplo, que el ciudadanismo sería el proyecto de unas clases medias que aspiran a humanizar el orden capitalista a fin de ampliar la accesibilidad a los beneficios que éste otorga. Hablamos de sectores sociales para quienes su posición social ya no deriva del campo laboral: habida cuenta de que el empleo deja de ocupar un espacio central en las sociedades posfordistas contemporáneas, los derechos reemplazarían al trabajo como elemento a partir del cual garantizar la integración social, de modo que sea la «exclusión», y no la «explotación», la principal preocupación social (Plana Joya 2).
Se trata, en este sentido, no de la lucha contra el capitalismo, sino de un reformismo de carácter ético-civil capaz de mitigar sus abusos del sistema como modo de evitar que la agudización de las contradicciones termine por debilitarlo.2 El politólogo mexicano Juan Manuel Ramírez Sáiz reconoce cinco dimensiones de la ciudadanía: civil, social, económica, cultural y política, y cuatro ejes estructuradores, a nivel jurídico, estatal, cultural e institucional. Enfatiza la idea de que la ciudadanía es un vínculo o nexo que regula la pertenencia y la participación de los individuos, constituyendo, asimismo, un horizonte utópico hacia el cual, idealmente, se dirige la acción social y la lucha política. El concepto de ciudadanía está lejos de ser estable. Más bien, se ha ido modificando en un proceso caracterizado por encendidas polémicas filosóficas, choque de intereses políticos y presiones sociales. Asimismo, las transformaciones de la sociedad van impulsando otras formas de organización y de interrelación comunitaria, modificando la relación entre ciudadano, esfera pública y participación política. En Historia y crítica de la opinión pública (1962) Jürgen Habermas trabaja el concepto de ciudadanía en relación con la esfera pública. Bajo este nombre analiza el espacio común que se va definiendo en las sociedades occidentales en relación con el desarrollo de la vida burguesa a partir del siglo xviii, correlativamente a los avances tecnológicos que se producen particularmente en el campo de las comunicaciones, los cuales afectan sustancialmente las formas de socialización e intervención ciudadana. En esa misma dirección, se ha explorado la relación entre ciudadanía y ciberespacio, anali2 Sobre
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ciudadanismo, véanse Delgado, «Lo común y lo colectivo».
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zando las formas en que a partir de estos nuevos escenarios pueden construirse subjetividades capaces de intervenir en la esfera global capaces de incidir en la estructuración de las relaciones de poder a nivel planetario y de sustentar agendas igualitarias.3 Es importante recordar, a efectos de la consideración contrapuesta de la subjetividad ciudadana y de la subjetividad migrante, que la relación territorio/ciudadano es fundamental, ya que es en base al lugar de nacimiento que la ciudadanía se otorga como un derecho político, social, cultural y jurídico. De este modo, el territorio constituye un punto de referencia tradicionalmente definitorio del estatus de la ciudadanía en el mundo moderno, el cual implica, entre otras cosas, el acceso a bienes y servicios (el derecho a vivienda, salud, trabajo), elementos que se reconocen como constitutivos de la ciudadanía social. Estudiosos del tema de la ciudadanía analizan, al respecto, la expansión de estos derechos en lo que ha dado en llamarse «ciudadanía cultural», donde tiende a reconocerse el problema de la desigualdad en el acceso a servicios destinados a la preservación de la vida y al bienestar de sectores desaventajados por cuestiones étnicas, religiosas, de procedencia, etc., temas vinculados a la heterogeneidad sociocultural en la época actual. El «derecho a la diferencia» es directamente aplicable al caso de los inmigrantes, lo cual apunta, según Habermas, a la necesidad de una ciudadanía multicultural, que respete tradiciones, lenguas y proyectos sociales diversificados dentro de la nación-Estado, pero también con respecto a los inmigrantes que pasan a integrarla. Los Estados pluriétnicos, multinacionales, multilingües, etc. son un fenómeno no solamente propio de sociedades postcoloniales, sino resultado de dinámicas más recientes, como los movimientos migratorios. Constituyen, en este sentido, un subproducto de la globalización, donde las cuestiones de diferencia y desigualdad convergen y se intensifican (Ramírez Sáiz 21-22) Esto desestabiliza, como se ha mencionado ya en otra parte de este libro, la relación entre ciudadanía y lugar de nacimiento, separando cada vez más los derechos del ser humano y los del ciudadano, hasta hacerlos entrar en colisión. Norbert Lechner habla del proceso inacabado de «construcción del orden deseado» y de la emergencia de «nuevas ciudadanías» que permiten comprender el modo en que la estructuración y contenidos de ese estatus cívico van siendo impulsados a un rápido y profundo proceso de transformación, tanto en los contextos nacionales como a nivel inter/trans nacional. Lechner habla de los cambios de la ciudadanía en el contexto de una transformación de la dimensión simbólica de la política, retomando aquí la idea de que esta se autonomiza y se 3 Véase
al respecto Antony Flores Mérida, quien se pregunta sobre la traducibilidad de la noción de ciudadanía al espacio global digitalizado.
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convierte en una esfera autorreferencial, que debe ser reconectada con el espacio social. Lechner explica así el actual estado de despolitización de lo social: En los últimos años se ha debilitado la dimensión simbólica de la política. Particularmente notorio es el desperfilamiento de las ideologías. El fenómeno tiene que ver con el colapso del sistema comunista, pero especialmente con las profundas transformaciones que caracterizan este cambio de época. De cara a tales procesos a la vez complejos y viscosos, la llamada «desideologización» refleja la erosión de las claves interpretativas que anteriormente otorgaban inteligibilidad a la realidad social. Carecemos de códigos mentales para dar cuenta de los cambios sociales y ello se expresa en las dificultades que tiene la política para «dar sentido» al desarrollo social («Nuevas ciudadanías» 25).
Según Lechner, como resultado de esta pérdida de centralidad y de convocatoria de la política, los conflictos sociales se van neutralizando, apartando a la ciudadanía cada vez más del sistema político, que parece subsumirlo todo bajo la apariencia de que se trata de tensiones y luchas en el interior del aparato de poder, sin mayores proyecciones en los niveles económicos y sociales. Con esto, la subjetividad se aliena de sus propios conflictos, pierde de vista su dimensión política y se va haciendo más privada e individualista, abandonando la política a un estado de des-subjetivización. Por esto, según Lechner, la ciudadanía debe ser resignificada y lo político redefinido a partir del aumento del «capital social».4 Para el sociólogo chileno, la debilidad del vínculo social se manifiesta en la extenuación de la ciudadanía. Lechner aboga, entonces, por una «ciudadanía activa» y, en ese sentido, por una «ciudadanización de la política». Lo preocupa, entonces, una reactivación de la categoría y de la función social de este dispositivo como repotenciación y redefinición de lo político, pero no advierte que los límites de ese concepto, sus perímetros nacionalistas y sus contenidos liberales, están puestos a prueba también desde los límites territoriales y desde las políticas fronterizas, donde un nuevo sujeto político, el sujeto migrante, funciona desde los afueras de la regulación estatal pero también desde una exterioridad con respecto a los imaginarios colectivos construidos a partir de los valores e intereses de la nación-Estado. Estos son los parámetros que deben ser redefinidos y repotenciados. Resultado de luchas sociales que involucran a una diversidad de sectores, la expansión de la ciudadanía y su permeabilidad jurídica y social constituye una 4 El concepto de «capital social» está tomado de Robert Putnam Making Democracy Work (1993) y, según Lechner, se refiere a «ciertos rasgos de la organización social como la confianza social, las normas de reciprocidad y las redes de cooperación cívica que pueden mejorar la acción colectiva» (Lechner, «Nuevas ciudadanías» 28).
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de las vías por las cuales, según algunos autores, la cuestión migratoria puede encontrar formas de canalización relativa. Sin embargo, resulta obvio que, dada la intensificación de flujos migratorios, los grados de politización de los mismos y la postura defensiva de los Estados nacionales que creen ver amenazada tanto su soberanía política como los sistemas de privilegio característicos del mundo desarrollado, es la estructuración misma de la nación-Estado la que debe ser transformada para hacer posible la supervivencia de amplísimos sectores sociales que habitan los márgenes e intersticios del mundo globalizado. La relación entre los derechos de la ciudadanía y la dimensión territorial sigue siendo restrictiva y excluyente, proveyendo una base «material» para el rechazo de individuos de diverso origen, cuyo estatus no puede regularizarse por la penalización que lo mantiene al margen de la ley. Queda claro que el sistema de ciudadanía social que sustentara el Estado de bienestar no es suficiente para abarcar las problemáticas de hoy. El sistema jurídico debe, obviamente, adaptarse a las características de la sociedad postmoderna y globalizada, donde inmensos sectores se han activado desde los espacios necropolíticos que les fueron asignados a partir del sistema distributivo de la modernidad capitalista. A nivel global, el espacio social y político debe ser radicalmente democratizado, colocando los derechos humanos por encima de los derechos del ciudadano, es decir, la vida por encima de las regulaciones jurídicas que, supuestamente, buscan preservarla, pero que en realidad la condenan a la desterritorialización y la deshumanización. Akhil Gupta ha señalado en sus estudios sobre espacio y ciudadanía que esta última forma parte de las narrativas de la nación(alidad) ya que cumple una función cohesiva y organiza la «estructura de sentimientos” que se asocian con las ideas de pertenencia y territorialidad: Citizenship ought to be theorized as one of the multiple subject positions occupied by people as member of diversely spatialized, partially overlapping or non-overlapping collectivities. The structures of feeling that constitute nationalism need to be set in the context of other forms of imagining community, other means of endowing significance to space in the production of location and home («The Song of the Nonaligned World» 73).
Si lo anterior se refiere a los procesos seguidos por la ciudadanía en el mundo occidental hasta décadas recientes, estudios recientes apuntan a una nueva concepción de esta categoría, desprendiéndola de la relación necesaria con el Estado nacional. Saskia Sassen y otros autores, como Yasemin Nuhoğlu Soysal y David Jacobson trabajan la dimensión postnacional de la ciudadanía. Esta transformación de una de las nociones claves del pensamiento y la práctica política de
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la modernidad, se desarrolla como efecto de la globalización, que va cambiando el perfil y autonomía de los estados nacionales. Ante la masiva movilización de múltiples sectores que no se identifican con políticas nacionales, los regímenes internacionales respecto a asuntos de derechos humanos funcionan a través de fronteras, lenguas y culturas. La noción de ciudadanía, sin abandonar la plataforma primaria a nivel nacional, se aplica asimismo más allá de los límites de la nación-Estado, volviéndose un dispositivo que ha adquirido dimensión transnacional. Se revela así un cambio notorio en las relaciones entre ciudadanos y Estado, fenómeno que Sassen conceptualiza en términos de una desnacionalización de la ciudadanía («Towards Post-national and Denationalized Citizenship» 277-278). Similares argumentos son esgrimidos por David Jacobson en Rights Across Borders: Immigration and the Decline of Citizenship (1995) y otros autores, quienes reconocen los cambios en la definición de la nacionalidad, sus contenidos, rasgos y funciones en el mundo global y, por consiguiente, las transformaciones que va sufriendo el concepto y el ejercicio de la ciudadanía, al separarse del espacio y restricciones de lo nacional. Al deconstruir la idea de ciudadanía, Sassen recuerda que, lejos de ser unívoco y fijo, el concepto nombra una cantidad de aspectos distintos en relación a los vínculos entre ciudadano y Estado, siendo la dimensión transnacional la que va aumentando su importancia en el mundo global: The growing prominence of the international human rights regime has played an important role in strengthening post-national conceptions even as it has underlined the differences between citizenship rights and human rights («Towards Post-national and Denationalized Citizenship» 280).
Tal distinción, que es esencial para la comprensión de la situación y alternativas del sujeto migrante, diversifica también las formas de comprensión del estatus multifacético que genera el concepto de ciudadano. Este puede ser comprendido en distintas dimensiones: como estatus legal, forma de identidad, categoría política, dispositivo gubernamental, etc. Debe tenerse en cuenta, a la vez, que la dimensión nacional de la ciudadanía coexiste con el nivel post y transnacional de la misma, integrando los desafíos y problemas de la multiculturalidad. Entre las formas nuevas que asume la ciudadanía postnacional, Sassen destaca las identidades que emergen de la experiencia migratoria, donde el sujeto mantiene vínculos con la nación de origen y con la de adopción, relacionándose comunitariamente a través de redes móviles y en constante transformación. Entendido laxamente, el concepto de ciudadanía se refiere en estos casos a formas de pertenencia y reconocimiento social, así como a lealtades y valores compartidos en los que se articulan múltiples formas identitarias. Para Sassen, estas mo-
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dalidades de identificación y participación comunitaria constituyen contratos sociales informales que regulan la relación entre los inmigrantes indocumentados y las formaciones sociales en las que se insertan, dando nuevo sentido al concepto de ciudadanía y a las prácticas que van formando redes de solidaridad y ayuda mutua, reconocidas en muchos países como camino hacia una residencia legalizada estable. Entendida de este modo, la ciudadanía va siendo producida —y no pasivamente recibida— por aquellos sujetos excluidos que se mueven en una dimensión post y transnacional. Though in very different ways, both globalization and the human rights regime have contributed to destabilizing existing political hierarchies of legitimate power and allegiance over the last decade. These developments raise a fundamental question about what is the analytic terrain within which we need to place the question of rights, authority and obligations of the state and the citizen («Towards Post-national and Denationalized Citizenship» 288).
Al analizar la cultura política de nuestro tiempo, Richard Bellamy señala que una de las pruebas cruciales de la ciudadanía es la forma en que se planteará la admisión de inmigrantes en un panorama marcado por la creciente movilización transnacional. Indica que se estima que hacia el año 2000 la migración alcanzó la cifra de 150 millones, duplicando la cantidad de migrantes de 1965. Tal situación ha reactivado debates en torno a la necesidad de extender la noción de ciudadanía al nivel global, creando mecanismos para el funcionamiento de una ciudadanía cosmopolita, es decir, que abarque a nivel planetario a todos aquellos que tienen derecho a tener derechos, aunque no estén afiliados legalmente a un Estado que pueda proveerlos y asegurarlos a partir de la nacionalidad. En otras palabras, la ciudadanía cosmopolita sería entendida como una forma de intervención humanitaria orientada hacia la protección y preservación de la vida de individuos desterritorializados. Upholding humanitarian rights through the prism of the right to have rights also presents states with a clear obligation to accept asylum seekers and to allow them to naturalize as citizens when either the prospects of their safely returning to their country of origin are remote, or they become established in their host country (Bellamy 96).
De la misma manera en que se entiende que los movimientos sociales constituyen un estímulo para la expansión de los derechos de la ciudadanía, como han sostenido Bryan Turner y Jürgen Habermas, entre otros, el movimiento migratorio empuja los límites geoculturales, políticos y simbólicos de la ciu-
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dadanía y de la nación-Estado, que durante la modernidad tuvieron en el ciudadano la figura icónica y dominante (Ramírez Sáiz 29).5 Sandro Mezzadra y Brett Neilson indican, por su parte: «entendemos los movimientos migratorios en sí mismos como fuerzas políticas que presionan y desafían las arquitecturas políticas y espaciales del territorio y la demarcación, que son a la vez la precondición y el producto de las formas contemporáneas del capitalismo global» (en Estupiñán Serrano 102-103). Según los mismos autores, frente al orden productivo, jerarquizador y excluyente del capitalismo global, «los movimientos migratorios y la fuerza de trabajo que movilizan llegan a ser percibidos como un exceso turbulento que siempre necesita mantenerse a raya. Las tecnologías políticas —detención, deportación, formas cada vez más sofisticadas de monitoreo y programas de traslado— están todas encaminadas a contener este exceso» (Estupiñán Serrano 100). La dinámica dominante es, entonces, entre exceso y regulación, entre movimientos migratorios y normativización ciudadana, entre el sujeto migrante en el tardocapitalismo y el ciudadano, en tanto sujeto político heredado de la modernidad. Los debates se centran, así, en las formas de relación que mantienen las nociones y prácticas de la ciudadanía y de la migración. ¿Son convergentes, divergentes, complementarias, opuestas, coincidentes, paralelas? En «Unpacking Transnational Citizenship», Jonathan Fox se refiere al movimiento migratorio como expresión de «globalización desde abajo», por oposición a las formas dominantes de mundialización que funcionan principalmente en el nivel del capital financiero, a través de la producción y los acuerdos comerciales transnacionalizados.6 El concepto viene circulando desde hace varias 5 Sobre la influencia de los movimientos sociales sobre los procesos de extensión de las funciones y definiciones de la ciudadanía, véanse Citizenship and Capitalism (1993) de Bryan Turner, Citizenship and Social Theory, de B. Turner y «Struggles for Recognition in the Democratic Constitutional State», de J. Habermas (Ramírez Sáiz 29). Otros autores hablan de la noción de «ciudadanía cívica» que fuera puesta en circulación en el año 2000 en la Unión Europea como un periodo probatorio anterior a la ciudadanía plena. Véase al respecto Casellas y Rocha. 6 Estas formas de consideración de la globalización en relación con los modos de resistencia global muestran una interpretación diferente a la que sostienen muchos sociólogos y politólogos, quienes sin negar el fenómeno, enfatizan una acción productiva de parte de muy diversos sectores y a través de prácticas muy diferentes. Ilustrando las posiciones que descreen de la globalización Pierre Bourdieu y Löic Wacqant indicaron, por ejemplo, que la misma representaría la «nueva vulgata planetaria», es decir, una narrativa que intenta totalizar la experiencia social e ideologizarla al presentar los efectos del neoliberalismo y del imperialismo como una etapa «natural» del crecimiento del capital y su reproducción transnacionalizada: «la noción fuertemente polisémica de “mundialización” tiene por efecto, si no por función, disfrazar de ecumenismo cultural o de fatalismo económico los efectos del imperialismo americano y hacer aparecer una relación de fuerza transnacional como una necesidad natural. Al final de un viraje simbólico fundado en la naturalización de los esquemas del pensamiento neoliberal cuyo dominio se impuso hace veinte años gracias al trabajo de los think tanks conservadores y de sus aliados en los campos político
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décadas, enfatizando las formas de resistencia a la organización transnacional del poder posterior al fin de la Guerra Fría, así como la existencia de múltiples movimientos informales que constituyen una respuesta contrahegemónica a la «globalización desde arriba», implementada a partir de los Estados, las corporaciones y las instituciones financieras supranacionales. Según definen Gordon Matthews y Carlos Alba Vega, por ejemplo, la expresión «globalización desde abajo» alude a los flujos transnacionales de personas o mercancías que movilizan una cantidad relativamente baja de capital y siguen un régimen ilegal o semilegal en sus transacciones. Según estos autores, aunque se registran mundialmente, tales movilizaciones se asocian mayormente con los países «en vías de desarrollo».7 Sandro Mezzadra retoma el ya difundido concepto de «globalización desde abajo» señalando que los nuevos movimientos migratorios constituyen un laboratorio que muestra los efectos de impulsos que, surgiendo del nivel popular, se elevan hasta adquirir transnacionalmente un significado que atraviesa fronteras e impacta las estructuras de poder. En otras palabras, experiencias anteriores de diseminación global de movimientos políticos, posicionamientos ideológicos, reacciones populares, etc., constituyen antecedentes de la forma en que se difunde el pensamiento y la acción política en momentos claves de la historia. La globalización sería la instancia más reciente y contundente de difusión de posicionamientos y prácticas políticas a nivel planetario. Los procesos globalizadores surgen ante la necesidad de consolidar a nivel planetario, aún con más fuerza que en etapas anteriores, la lógica del capital, como respuesta a las luchas proletarias y antiimperialistas del siglo xx, pero tal estrategia había sido ya puesta en práctica con anterioridad en procesos transnacionales de diverso alcance: y periodístico, la remodelación de las relaciones sociales y de las prácticas culturales en base al patrón norteamericano, que se operó en las sociedades avanzadas a través de la depauperación del Estado, la transformación de los bienes públicos en mercancía y la generalización de la inseguridad salarial, es aceptada con resignación como el desenlace obligatorio de las evoluciones nacionales, cuando no se la celebra con un entusiasmo ovejuno. El análisis empírico de la evolución a largo plazo de las economías avanzadas sugiere, en cambio, que la “mundialización” no es una nueva fase del capitalismo, sino una “retórica” que invocan los gobiernos para justificar su sumisión voluntaria a los mercados financieros. Lejos de ser, como no se para de repetir, la consecuencia fatal del crecimiento de los intercambios exteriores, la desindustrialización, el crecimiento de las desigualdades y la contracción de las políticas sociales resultan de decisiones de política interior que reflejan la inclinación de la balanza a favor de los propietarios del capital» (Bourdieu y Wacquant, «La nouvelle vulgate planétaire» 6-7). 7 Para explorar diversas perspectivas sobre el tema de la «globalización desde abajo», véanse De Sousa Santos, Della Porta et al. y Matthews, Lins Ribeiro y Rygiel («Governing Through Citizenship»).
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El internacionalismo comunista, las revueltas anticoloniales, la insurrección global de 1968, constituyen en este sentido pasajes fundamentales de la «historia secreta» de la globalización, dibujando al mismo tiempo una perspectiva de unificación del planeta de signo radicalmente distinto en relación a esa hegemonía del capital que ha marcado las dos últimas décadas (Derecho de fuga 49).
Lo importante para nuestros efectos es que tal noción se aplica al tema de la ciudadanía, proponiendo formas transnacionalizadas de pensar, por un lado, la sociedad civil, tradicionalmente limitada al análisis de los estados nacionales, y también de conceptualizar la participación política y la organización social de los migrantes en diversos contextos. Mezzadra reconoce en este sentido la importancia del aspecto de la subjetividad migrante en relación con los conceptos de acción y movimiento, mientras que la ciudadanía se expresaría como subjetividad ligada a las instituciones y la soberanía. Según los autores que sustentan esta posición, descentrar el análisis de la nación-Estado permite concebir modelos otros de ciudadanía.8 Asimismo, «the widespread entry of transnational migrant communities into the public sphere, long distance nationalism, and the rise of dual national identities are provoking sustained debates about distinctions between national identities and civil-political rights» (Fox 173). Creo que es importante, sin embargo, enfatizar la idea de que la migración no es una forma otra de ejercer ciudadanía o formas de acción equivalentes a la ciudadanía. Tal noción cae dentro de los debates en torno a la «ciudadanización» de los migrantes, tema que conlleva discusiones de tipo legal, pero sobre todo político e ideológico. Esta forma de conceptualizar al sujeto migrante y a sus modalidades de acción social revelan un excesivo apego a los parámetros de lo nacional (el Estado, el aparato institucional, la soberanía, la ciudadanía) sin dejar espacio para percibir la migración como un movimiento social que se da al margen o a pesar de la ciudadanía, una forma, entonces, experimental, de apropiar el espacio social y los derechos humanos que no necesariamente coinciden con los del ciudadano. Si la ciudadanía debe ser repensada a partir —entre otros factores— del impacto de la e/in/migración, el movimiento migrante en sí mismo debe ser visto autónomamente, en sus propias líneas de desarrollo, lo cual no quiere decir con prescindencia del Estado, el cual es un elemento clave en la emisión de políticas migratorias y prácticas de expulsión o recepción de migrantes. Sin embargo, la migración se presenta como una línea de fuga que ha adquirido una dirección propia y una capacidad fundante de nuevas formas de realidad social, a nivel transnacional. 8 «The new challenge for political theory is to go beyond a narrow state-centered approach by considering political communities and systems of rights that emerge at levels of governance above or below those of independent states or that cut across international border» (Fox 173).
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La crítica ha enfatizado con razón la cualidad dual de la experiencia migratoria, que coloca al sujeto migrante en una zona material y simbólicamente «fronteriza», marginal, intersticial. Mezzadra habla, en este sentido, de «ciudadanos de la frontera» (Derecho de fuga 100-104), nominación que adscribe al migrante, excesivamente, a mi juicio, en la posicionalidad transicional y material del borde interestatal, cuando en realidad ese es un momento (claramente simbólico) de su condición social. No obstante, creo que el concepto de transnacionalización es más adecuado porque señala que ese mismo intersticio se amplía y convierte en zona, en territorio existencial que sugiere nuevas formas de ser/estar en sociedad y de concebir la comunidad, el trabajo, etc. más allá de los condicionantes de lo nacional. Si la relación con el Estado se traduce a nivel nacional en una forma de afiliación o membresía (membership) cívica o política, que obnubila los movimientos de base, no regulados por el aparato gubernamental, visualizar tales dinámicas permite una visión horizontal de las relaciones de poder. Se advierte así que la ciudadanía, más que un principio abstracto, es un concepto eminentemente relacional, donde lo esencial son los actores y las acciones que estos despliegan para ganar derechos, no solamente para recibirlos y disfrutarlos.9 Pero también lo es la migración, en su propio registro. Tal posición permite detectar que los nuevos movimientos sociales, por informales y carentes de conciencia de sí que puedan ser, están modificando las formas de afiliación cívica y política y también las estructuras y relaciones de poder en el país de origen y en la sociedad de adopción. Lo que interesa desde este punto de vista son los agentes que producen el cambio, y las formas supra/infra/estatales a partir de las cuales ese cambio se transnacionaliza. En este sentido, la migración empuja los límites de la nación-Estado, relativiza sus bordes y su normatividad, y llama la atención sobre la obsolescencia de las formas tradicionales de entender la territorialidad, la identidad nacional, los derechos humanos y la soberanía.10 9 Según
indica Fox, desde la antropología se ha pensado también el concepto de ciudadanía transnacional flexible, noción que señala la posibilidad del sujeto migrante de ir adaptando las respuestas y movilizaciones a las condiciones cambiantes a nivel político y económico. Habría, entonces, una ciudadanía de alta intensidad y otra de baja intensidad, según los grados y formas de participación del sujeto y las modalidades de agencia desplegadas en cada caso (189 y 193). 10 Los autores que se vienen considerando distinguen entre redes, coaliciones y movimientos. De la misma manera, deslindan los conceptos de internacionalismo, transnacionalismo, translocalismo, nacionalismo a distancia y políticas transfronterizas según la relación que guardan los movimientos migrantes, por ejemplo, con respecto a los Estados nacionales. Estas diferenciaciones, que resultan muy útiles para la comprensión de las dinámicas migratorias, han sido aludidas en diversos contextos a lo largo de este libro. Los análisis de Fox y sus ejemplos resultan muy útiles como ilustración de esas ideas.
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Los derechos humanos como campo de guerra Sin lugar a dudas, el tema de los derechos humanos abarca una amplia serie de aspectos problemáticos de la relación entre ciudadanía y migración. Algunos de estos puntos de contención son: la definición jurídica y política de los derechos humanos como campo de acción, su supuesto universalismo, la interpretación de los principios y prácticas que los constituyen, las polémicas a las que dan lugar, y los procesos políticos y reivindicativos que desafían perspectivas tradicionales, restrictivas y excluyentes de esos derechos, en nombre de formas alternativas de percibir la sociedad global y las dinámicas que la atraviesan. El sociólogo australiano Bryan S. Turner, al realizar un «Outline of a Theory of Human Rights» (Citizenship and Social Theory, 1993) reconoce que, a pesar de su importancia central en la teorización y práctica de la política, el tema de los derechos humanos ha sido poco desarrollado por la sociología y las ciencias políticas. Una de las razones es el mencionado aspecto de universalidad, de múltiples connotaciones ideológicas y filosóficas, particularmente éticas. Asimismo, el debate sobre derechos humanos resulta inseparable de las nociones de libertad, bienestar, interés y autodeterminación (162), lo cual disemina el debate hacia campos amplísimos, históricos y políticos. Como explica el mismo autor, la institucionalización de tales derechos a través de Naciones Unidas ha sido vista como una cooptación del dominio de los derechos humanos por parte de la globalización, lo cual hace de ellos un campo de grandes implicancias políticas. No es el caso detenernos aquí en la historia de la reflexión sociológica sobre derechos humanos, que Turner analiza con referencia a los nombres principales de Weber, Durkheim, Parsons, Manheim y otros autores, que discutieron el tema en relación a los conceptos de orden, justicia social, desigualdad, etc. Pero vale la pena recordar que, en el contexto de las críticas de Marx a la sociedad burguesa, el filósofo alemán insiste en el hecho de que los derechos humanos responden al individualismo que caracteriza a la sociedad capitalista, constituyendo por lo mismo una máscara que oculta las desigualdades económicas y sociales que causan la alienación de los seres humanos. Los derechos humanos constituirían, así, un encubrimiento ideológico que busca atemperar los efectos de la desigualdad y la lucha de clases, proveyendo una liberación política parcial e insuficiente al individuo y a las comunidades, que deja en pie los privilegios y los sistemas de explotación (B. Turner 168-169). Aunque según muchos autores el carácter individualista de los derechos humanos no es una condición necesaria de los mismos, y las connotaciones negativas que Marx les asigna podrían ser revisadas, recordando que en su momento histórico Marx respondía a las ideas de Bruno Bauer sobre la emancipación judía en Alemania —es decir, a circunstancias sociales y políticas muy particulares—,
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las críticas realizadas sobre el individualismo y la parcialidad emancipadora de los derechos humanos, han continuado resonando en debates actuales. Según Turner, comparado con el tema de la ciudadanía, el discurso sobre los derechos humanos aparece como mucho más abarcador, contemporáneo y progresista. Las restricciones del concepto de ciudadanía se manifiestan en muchos niveles. La noción de ciudadanía como condición para el reconocimiento de derechos no puede ser aplicada, por ejemplo, a poblaciones aborígenes ni a refugiados, lo cual limita su ámbito de acción. Los derechos humanos se asumen como mucho más amplios e indiscriminados (B. Turner 178). Un argumento universalista aporta, en este sentido, un fundamento incontrastable para la aplicabilidad de esos derechos: el de la inherente fragilidad de los cuerpos, es decir, el que se basa en la necesidad de todos los seres de preservar una vida que es universalmente —ontológicamente— vulnerable, más allá de diferencias de clase, raza, género, nacionalidad, estatus legal, etc., ya que todos los seres humanos están expuestos a la enfermedad, la escasez, la polución, los desastres naturales, etc., aunque sean los sectores desposeídos los que más sufren de hecho tales adversidades. Ya que la ciudadanía está ligada a la nación-Estado, que se encuentra a su vez en un proceso de debilitamiento, una teoría de los derechos que ayude a concebirlos por encima de las instituciones nacionales parece urgente. If sovereignty of the nation-state is eroded by the growth of supranational legal and political institutions, then the debate about rights might begin to replace the debate about citizenship in both academic and political life (187).
En la reflexión sobre estos temas los aportes de Hannah Arendt, inspirados en la situación política y social de la segunda postguerra, siguen teniendo indudable vigencia. En Los orígenes del totalitarismo (1951), donde Arendt estudia cuestiones de racismo, colonialismo y antisemitismo, la pensadora alemana enfoca lo que llama las «perplejidades de los derechos del hombre», llamando la atención sobre el carácter eminentemente abstracto del sujeto político que ese concepto sitúa como receptor de tales principios. Tal grado de abstracción es lo que permite universalizar tales derechos, haciéndolos extensivos a toda la humanidad. Sin embargo, en su aplicación directa, esas garantías han excluido tradicionalmente, y siguen excluyendo, a todo aquel que se encuentra situado en una posición de des-estatización, siendo considerado —como es el caso de los refugiados— exterior al Estado y a la comunidad nacional. Un individuo sin Estado (apátrida) es considerado, indica Arendt, como un ser desprovisto de derechos y, por tanto, privado del reconocimiento de su humanidad. De acuerdo a esto, solo el ciudadano puede gozar de los derechos concedidos por el Estado. Arendt denuncia la exclusión deshumanizante de todos aquellos que se encuen-
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tran situados en una esfera de necesidad, precariedad y vulnerabilidad relegada a la exterioridad de lo político. Se trata de sujetos, indica Arendt, que ni siquiera están oprimidos, ya que ningún Estado o fuerza política está siquiera interesado en oprimirlos. Tales consideraciones son retomadas por Jacques Rancière en «Who is the Subject of the Rights of Man?», donde el autor francés resalta la dramática intensidad de esa subjetividad localizada más allá de la opresión y relegada a una marginalidad jurídica y existencial radical. El análisis de Arendt es reinterpretado por Agamben, quien considera tales formas de exclusión como una estrategia biopolítica de innegable presencia en nuestro tiempo, en los que la figura del refugiado aparece como uno de los núcleos críticos de mayor dramaticidad. Agamben traslada los conceptos de Arendt, de modo explícito, a la esfera del poder sobre la vida, que el filósofo italiano interpreta a partir de su conocida elaboración sobre el estado de excepción. Según Rancière «It is life as bare or naked life, which according to Agamben, means life captured in a zone of indiscernibility, of indistinction between zoe and bios, between natural and human life» («Who is the Subject of the Rights of Man?» 300). El polémico tema de la interpretación de los derechos de la ciudadanía y de su relación con la nacionalidad, es decir, con el lugar de nacimiento —identificación que pareció obvia en otros contextos— llega a un límite con la situación migratoria, que pone en crisis tal convergencia: «The flow of refugees in the twentiethcentury would have split up that identity and made the nakedness of bare life, stripped of the veil of nationality, appear as the secret of the Rights of Man» (Rancière, «Who is the Subject of the Rights of Man?» 300). Según algunos críticos del concepto de ciudadanía por nacimiento (birthright citizenship), esa noción presenta el tema de la ciudadanía como algo heredado, donde el consentimiento del sujeto no tiene un papel. Se trataría de una propiedad intangible (un privilegio) que se transmite por parentesco y a partir de la localización territorial del nacimiento. En contraste, la ciudadanía por naturalización supone una forma de renacimiento del sujeto en la comunidad nacional, una membresía voluntaria que lo habilita a ejercer derechos y asumir responsabilidades por elección propia.11 La ciudadanía por nacimiento supone también afiliaciones de nación, raza y etnicidad, lo cual vincula desde el principio ciudadanía con exclusión, ya que el ser ciudadano se basa en una serie de características consideradas como propias de la comunidad nacional, que la diferencian de las demás. Ciudadanía y nacionalidad constituyen así el fundamento de un proyecto biopolítico selectivo, que vemos funcionar en contra del migrante, el refugiado, etc. (Isin, «Citizens Without Nations» 453). 11 Sobre
las críticas a la ciudadanía por nacimiento, véanse Shachar, The Birthright Lottery, Stevens, States Without Nations, e Isin «Citizens Without Nations».
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Otro de los puntos en debate es la relación entre comunidad y ciudadanía. Engin F. Isin caracteriza a la primera como la formación social que remite a las ideas de pertenencia, cercanía, solidaridad, unidad y cuidados mutuos, siendo el individuo y la familia los elementos fundamentales. Coincidentemente, Boaventura de Sousa Santos señala en Crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia (2000), que la comunidad se caracteriza por un funcionamiento horizontal, basado en la convivencia, la reciprocidad, la deliberación y la negociación. Tales rasgos contrastan con las relaciones establecidas por la ciudadanía, de corte verticalista, consistentes en la aplicación de deberes y derechos preestablecidos, que el sujeto debe acatar, ya que son impuestos coactivamente. Según este autor, El espacio de la comunidad está constituido por las relaciones sociales desarrolladas en torno de la producción y reproducción de territorios físicos y simbólicos y de identidades e identificaciones con respecto a orígenes y destinos comunes. El espacio de la ciudadanía es el conjunto de relaciones sociales que constituyen la «esfera pública» y, en particular, las relaciones de producción de la obligación política vertical entre los ciudadanos y el Estado (316).
La noción de ciudadanía connota, por lo mismo, fragmentación, autonomía, competencia y anonimato. Como deriva del Estado, un criterio de autoridad y poder preside las relaciones de los individuos entre sí, y de estos con las instituciones en el contexto de la ciudadanía. La importancia y presencia del mercado y de las relaciones supranacionales se hace evidente, ya que los gobiernos nacionales están sujetos a presiones e intereses que dominan la escena política. La esfera de la sociedad civil, dominio de la ciudadanía, está compartimentada en funciones, jerarquías y grupos de interés, mientras que la comunidad se presenta como mucho más cohesiva. Vigilancia, coerción, burocratización y autoritarismo caracterizan la función del Estado y la administración de la ciudadanía, que se ha convertido en un dispositivo de exclusión y control poblacional. Sin embargo, Isin enfatiza las genealogías interconectadas de ambos conceptos. Particularmente, señala cómo la filiación o fraternización de individuos desde el nacimiento se transfiere del ámbito familiar al nacional, haciendo que toda nación funcione como hermandad. Solo cuando, en el siglo xix, el Estado y la nación coinciden —situación que Arendt conceptualiza como «la conquista del Estado a través de la nación»— el ciudadano se (con)funde con el sujeto nacional y los derechos del hombre, con los derechos nacionales, es decir, con los derechos del ciudadano.12 La denuncia de Arendt sobre la marginación y la
12 Para
un análisis de las posiciones de Weber, Arendt y Foucault sobre el tema de la relación entre comunidad y ciudadanía, véase Isin, «Citizens Without Nations».
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condena a la inexistencia legal que se aplica a numerosos sectores en nombre de los derechos nacionales (como pasó en su época con judíos, trotskistas, etc.) se proyecta claramente sobre la situación migratoria en el siglo xxi y sobre la desposesión de derechos a sectores ya marginados por el colonialismo interno, la discriminación étnica, religiosa, etc. El nacionalismo se comporta, en este sentido, como una forma encubierta de racismo y de xenofobia a partir de la cual se rechaza a quien no pertenece, por derecho de nacimiento, a la nación-Estado. En el libro titulado Ambiguous Citizenship in an Age of Global Migration Aoileann Ní Mhurchú percibe en la movilización y en la fluidez poblacional un factor transformador ineludible, que indica que la relación entre migración y ciudadanía debe ser enfocada desde nuevas perspectivas. Para esta politóloga, las nociones de soberanía y sujeto autónomo, separado de la comunidad política, van siendo desplazadas; la subjetividad política no puede ser ya concebida necesariamente ligada a las instituciones del Estado y a las distinciones tajantes que este impone entre exclusión e inclusión, particularismo y universalismo, migrante y ciudadano, adentro y afuera. Más bien, superando estos binarismos, la experiencia social se presenta como mucho más ambigua en cuanto a los conceptos de identidad y pertenencia, dando lugar a formas de resistencia y participación que no se adaptan a modelos tradicionales. Muchas de las formas políticas que asume la resistencia migrante, o la migración como resistencia, son prácticamente ininteligibles para muchos críticos porque se deslizan fuera de los parámetros normativos o analíticos que se utilizaron tradicionalmente para el estudio del comportamiento político que refería cualquier movilidad a la centralidad del Estado, ya fuera que esas conductas fueran destinadas a reforzarlo o a desafiar su poder. Hoy en día, muchas formas de participación son en sí mismas modos de resistencia, aunque se desarrollen en el interior mismo de la institucionalidad nacional, y muchas formas de regularización tienden no a reforzar el sistema sino a corroerlo productivamente, creando deslizamientos en las estructuras de poder que pueden conducir a regulaciones más atentas a la inclusividad y a la justicia social. Para esta autora, los conceptos de extranjería, otredad, extrañeza, identidad, etc. son inseparables de la concepción de cualquier comunidad política, aunque esta se defina por oposición a esas nociones. Desplazando el binarismo inclusión/exclusión, pueden visibilizarse interacciones que desafían las compartimentaciones impuestas por lo nacional, iluminando la existencia de formas otras de subjetividad política que presentan alternativas a la conceptualización centralista de la ciudadanía como afiliación necesaria y normativa: «Instead of conceptualising citizenship as a fully equal and democratic concept which some people inhabit and others fail to inhabit, I explore how it can be understood as a story about contestation between understandings of citizenship and non-citizenship which are lived out in people’s
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everyday lives» (2). El enfoque de Ambiguous Citizenship parte de la base de que la identidad actual, por efecto, entre otros factores, de la movilidad migratoria, es actualmente un constructo fragmentado y complejo, en el que se superponen diversas formas de autorreconocimiento y de experiencia social. Para Aoileann Ní Mhurchú la ciudadanía no es una «presencia» sino una traza, una huella (trace) que puede ser captada no a partir del espacio absoluto atribuido por la modernidad a la subjetividad política, sino a partir de las disrupciones y discontinuidades que muestran a la ciudadanía como una construcción, como un proceso que va incluyendo, progresivamente, elementos postnacionales y transnacionales que impactan la formación de la subjetividad política y de sus formas de actuación social, y que inadvertidamente la van socavando. Los vínculos entre ciudadanía y derechos del individuo, sobre todo en el contexto de las migraciones, es un tema ineludible en tiempos de globalización. En las variadas posiciones presentadas se distingue un acuerdo sobre el hecho de que lo político debe ser resignificado, en su sentido general, como campo de acción, y en cuanto a los pilares político-ideológicos que lo sostienen. Asimismo, queda claro que la concepción liberal y moderna de la ciudadanía no puede abarcar los desafíos presentados por nuevas subjetividades cuyas formas inéditas de funcionamiento y despliegue transnacional, y cuyas presiones y reclamos a la nación-Estado y a las instituciones transnacionales, se manifiestan como formas ambiguas y mixtas de resistencia y participación, de exclusión e inclusión relativas, que impiden la utilización de enfoques bipolares. También es evidente que, en momentos de crisis en cuanto a la visión de lo humano, los derechos del individuo deben colocarse por encima de los derechos de la ciudadanía, que en algunos aspectos se superpone a los primeros, y otros, claramente, los rebasa. De ahí que sea importante delinear el panorama de trabajo sobre la cuestión de derechos humanos y ciudadanía más allá de los límites de lo nacional, en ámbitos conceptuales que remiten a experiencias sociales expansivas y trasnfronterizas, que forman parte del paisaje del presente milenio. A tales fragmentaciones y desfases se agregan otros que tienen que ver con la heterogeneidad de nuestro tiempo y con la activación de formas de creencia, identidades etnoculturales y formas de vida que complejizan aún más el panorama sociopolítico y los desafíos a la gobernabilidad. En el libro titulado Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (2014) Boaventura de Sousa Santos plantea el problema de la relación que mantienen los derechos humanos, de matriz religiosa claramente cristiana, con otras religiones, y con la escena política, cuando esta aparece permeada por la problemática religiosa. Según el sociólogo portugués, solo un replanteamiento contrahegemónico de los derechos humanos puede preparar este campo para un escenario global en el que las
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luchas étnico-religiosas han reaparecido, poniendo así a prueba los alcances de la legalidad humanitaria de Occidente. Transnacionalismo y cosmopolítica El transnacionalismo plantea la posibilidad de articulaciones supranacionales que evidencian no solo la superación de las compartimentaciones nacionales y de los sentimientos nacionalistas, sino la posibilidad de desarrollar estrategias paraestatales y al margen de la ciudadanía que permitan enfrentar las globalizadas tecnologías del tardocapitalismo. En su estudio del concepto de transnacionalismo como categoría de análisis sociopolítico, Laura Briggs, Gladys McCormick y J. T. Way comienzan por reconocer que este divulgado vocablo ha sido utilizado con exceso en las últimas décadas, sin que haya quedado completamente claro cuáles son sus relaciones semántico-ideológicas con los conceptos cercanos de globalización e internacionalismo. Otros autores se suman a esta consideración, intentando acotar el sentido del prefijo, explorar los orígenes del término y analizar su funcionalidad en el mundo de hoy.13 El término «transnacionalismo» parece haber sido utilizado por primera vez en las Storrs Lectures pronunciadas en 1955 en la Escuela de Leyes de la Universidad de Yale por Phillip C. Jessup, juez de la Corte Internacional de Justicia bajo el gobierno de Harry Truman.14 El término fue luego incluido en el título de su libro Transnational Law (1956), donde se enfocan temas jurídicos que exceden los límites de lo nacional y se refieren a lo que Jessup entiende como «familia de naciones» o «sociedad de Estados». Para Jessup, ya hacia la mitad del siglo xx quedaba claro que el paradigma de la nación-Estado iba siendo superado por interconexiones globales que el concepto de internacionalismo tampoco lograba abarcar a cabalidad, ya que este sugiere relaciones bilaterales, de una nación a otra, pero no conexiones complejas que tienen que ver con el conjunto de naciones a nivel global y con organizaciones situadas también por encima y con autonomía de los países. Es con este sentido que el término se utiliza actualmente, articulado a las problemáticas que sobrepasan los límites y las jurisdicciones nacionales. Las nociones de transnacionalismo y globalización están, obviamente, interrelacionadas, aunque cada una de ellas apunta a aspectos diferentes en las interacciones entre estados y en cuanto al papel que cada uno de esos conceptos
13 Véase, por ejemplo, Smith y Guarnizo, «The Locations of Transnationalism» en Transnationalism from Below. 14 Este dato es mencionado por Itamar Mann en Humanity at Sea, p. 22, nota 5.
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desempeña con respecto a la reestructuración actual del capitalismo. Como sugieren Briggs, McCormick y Way basándose en el trabajo de Anna Lowenhaupt Tsing, el concepto de globalización remite, ante todo, a la existencia de un sistema imperial unificado, mientras que transnacionalismo permite una penetración conceptual más profunda en los escenarios de nuestro tiempo, consistente sobre todo en el reconocimiento de la diferencia y de los conflictos que acompañan el capitalismo multinacional. De ahí que algunos autores deduzcan que el término transnacionalismo expresa una posición crítica identificable con perspectivas de izquierda, mientras que globalización sería la palabra utilizada para nombrar el universalismo imperial(ista) de la derecha, enfocado de manera concreta en las formas actuales de dominación corporativa y en los sistemas de conocimiento que la sostienen. De este modo, aunque los conceptos de transnacionalismo y globalización se superponen en algunos aspectos, el primero tiene un espectro más restringido. La globalización implica descentralización a nivel planetario, movimiento que genera procesos de macro-integración, por un lado, e inmensas zonas de exclusión y desigualdad, por otro.15 Tal impulso expansivo y descentralizador supone, como indican las autoras mencionadas, la superación del binarismo centro-periferia y su reemplazo por una perspectiva multidimensional que incluye gran cantidad de espacios menores que se relacionan entre sí de modo discontinuo. Por el fenómeno del transnacionalismo se vinculan, de modo más concreto, naciones, Estados, regulaciones, lenguas y procesos socioeconómicos, como sucede en los fenómenos migratorios. Aunque ciertos aspectos de este deslinde pueden resultar útiles para distintos tipos de análisis, es evidente que las situaciones reales son más complejas que las definiciones, y que estas últimas deben adaptarse a innumerables matices que son resaltados desde la perspectiva de diversos autores y a partir de diferentes campos disciplinarios. La emergencia del concepto de transnacionalismo, tan en boga en las últimas décadas, aparece, sin embargo, activamente, hace ya más de un siglo, en un escenario donde obviamente el desenvolvimiento del capitalismo se realizaba en grados y a través de estrategias muy distintos a las actuales. Aplicada a los desplazamientos humanos, la idea del transnacionalismo tiene otros alcances. Debora Upegui-Hernández reconoce que la dimensión transnacional es tempranamente utilizada en los estudios sociales a comienzos del siglo xx en relación con los flujos de inmigrantes mediterráneos, particularmente italianos, que llegaban a los Estados Unidos. Señala, en ese sentido, que tales corrientes poblacionales van cambiando la noción misma de ciudadanía, y apuntando a la necesidad de revisar categorías identitarias demasiado apegadas a la territorialidad nacional 15 Véase,
en este sentido, la relación del transnacionalismo con la teoría del sistema-mundo (desarrollada por Immanuel Wallerstein) en Basch, Glick Schiller y Szanton Blank, 11-12.
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derivada del país de origen. Ya en ese momento surge la idea de una «ciudadanía internacional»: In 1906, Gino Speranza, secretary of the Society for the Protection of Italian Immigrants, affirmed that «the conception of citizenship itself is rapidly changing and we may have to recognize a sort of world or international citizenship as more logical than the present peripatetic kind, which makes a man an American while here, and an Italian while in Italy… The old barriers are everywhere breaking down» (cited by Foner, 2001, p. 35) (Upegui-Hernández 141).16
En un enfoque metodológico que complementa los usos anteriores, Juan Poblete se refiere a las relaciones que el llamado «giro transnacional», guarda con la globalización. Hace alusión, en este sentido, a la forma que asumen los intercambios materiales y simbólicos a nivel planetario, por encima de compartimentaciones nacionales. Este autor sitúa la emergencia de los enfoques transnacionales sobre todo a partir de la caída del mundo socialista, en la etapa de intensificación transdisciplinaria y de incremento de las corrientes migratorias que expresan cambios sustanciales del capitalismo. Según Poblete, Transnationalism and more generally transnational studies emerged in the early 1990s precisely as a methodological, epistemological, and political response to the challenge of thinking the brave new world that globalization had produced. This included the acceleration of flows and time, and the reconfiguration of space, with the concomitant relevance of new scales and scopes, but also the differential rates of the circulation of goods and finance, on one end, and people, on the other (33).17
Por su parte, Smith y Guarnizo se preguntan en Transnationalism from Below, cuál es el lugar que corresponde a lo transnacional. Se trata aquí de otra forma de transnacionalización alternativa que, por la misma movilización transversal de los contingentes migratorios, causa una disrupción del sistema y del orden del capitalismo tardío, interfiriendo con sus lógicas y alterando el espacio/tiempo en el que funciona la nación-Estado. Si el gran capital y las nuevas formas de hegemonía, el trabajo flexible y la movilidad del capital financiero globalizan «desde arriba», la migración, como otras formas infrapolíticas, «globalizan desde abajo», interpelando a las compartimentaciones nacionales con las reacciones populares 16 El
trabajo de Upegui-Hernández toma como referencia la emigración salvadoreña, mientras que sus elaboraciones sobre el nivel transnacional de la doble conciencia se basan en los estudios de Sorensen sobre emigración de dominicanos. 17 Steven Vertovec ha presentado las que fueron, en la década pasada, principales orientaciones antropológicas relacionadas con los temas de migración y multiculturalismo, señalando la importancia actual de las posiciones transnacionalistas. Véase «Introduction: New Directions».
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globalizadas en contra de la desigualdad, de la desobediencia civil y del rechazo de la necropolítica. Tratando de no caer en una idealización del entrelugar, Smith y Guarnizo señalan la necesidad de contextualizar los análisis tomando en cuenta la materialidad de las relaciones sociales en las cuales la migración se desarrolla, y preguntándose cómo conceptualizar la localización de lo transnacional: Transnational practices do not take place in an imaginary «third place» (Bhabha, Soja) abstractly located «in between» national territories. Thus, the image of transnational migrants as ‘deterritorialized’, free-floating people represented by the now popular academic adage «neither here nor there» deserves closer scrutiny. Intermittent spatial mobility, dense social ties, and intense exchanges fostered by transmigrants across national borders have indeed reached unprecedented levels. This have fed the formulation of metaphors of transnationalism as a «boundless» and therefore liberatory process. However, transnational practices cannot be construed as if they were free from the constraints and opportunities that contextuality imposes. Transnational practices, while connecting collectivities located in more than one national territory, are embodied in specific social relations established between specific people, situated in unequivocal localities, at historically determined times. The «locality,» thus, needs to be further conceptualized (11).
Los autores discuten la idea de que las prácticas transnacionales tienen un carácter «evanescente», en la medida en que propician la desvinculación del sujeto migrante o «transmigrante» de las contingencias de lo local. Siguen, en este sentido, la orientación de la etnografía postmoderna, que ha reivindicado la función y densidad de lo local como un espacio dinámico y activo —no retrógrado y estático, como consideraba la antropología tradicional— que permite la elaboración de formas alternativas de cosmopolitismo y de inserción en la historia y en la cultura dominante, generalmente asentada en los centros urbanos y orientada hacia la exterioridad y hacia el contacto intercultural. En este sentido, el sujeto transmigrante reactivaría sus pautas culturales en relación con los contextos en los que se reinserta. Esto se realizaría de modo creativo, lo cual demuestra la existencia de agendas y formas de conciencia que desmienten la noción de que el transmigrante es un ser desprendido de toda relación con el entorno, aislado, pasivo y mero receptor de estímulos y mensajes ajenos a su cultura originaria. De esta manera, la inserción migratoria y las prácticas que de ella se desprenden constituirían un «nuevo rasgo estructural de lo social» en el que las dimensiones local y translocal desempeñan un papel fundamental. Smith y Guarnizo señalan, asimismo, que en muchos casos, la crítica, con demasiada premura, tiende a adjudicar un valor emancipador al transnacionalismo desde abajo, otorgándole un sentido general subversivo y liberador que en realidad no se verifica de tal manera en los movimientos aludidos. Señalan
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que «The totalizing emancipatory character of transnationalism in these discourses [Portes, Bhabha, Kearney] is questionable. While transnational practices and hybrid identities are indeed potentially counter-hegemonic, they are by no means always resistant», ya que pueden ir encaminadas a la acumulación de capital, siguiendo la dirección dominante en las relaciones de mercado (Smith y Guarnizo 5-6). Los autores advierten que «The dialectic of domination and resistance needs a more nuanced analysis than the celebratory vision allows» (6). Sin embargo, queda claro que el descentramiento que produce el transnacionalismo desde abajo potencia las localidades, expande la noción restrictiva de lo nacional abarcando a todas las personas de un país que residen en distintas partes del mundo, dando una versión desterritorializada de la nación-Estado desprendida del territorio originario, y contribuye a la «producción de formaciones sociales transnacionales», elementos todos que deben ser evaluados en los casos particulares. La movilización humana que se registra a nivel mundial desde lo nacional a lo regional, y desde estas dos dimensiones hacia el inter y luego el trans-nacionalismo, sigue el proceso de expansión del capital y las interacciones de sujetos, empresas y mercancías a nivel global, en sus distintas etapas de desarrollo. En contextos actuales, se habla sobre todo de «interacciones globales» para hacer referencia al movimiento de capitales, información, objetos y personas a través de fronteras nacionales (Nye y Keohane 24). Sin embargo, sigue siendo vigente la diferenciación entre dinámicas interestatales y transnacionales. Mientras la relación entre Estados se realiza con la mediación de representantes de los gobiernos nacionales y versa en general sobre asuntos domésticos, respecto a los cuales el aparato estatal de cada país debe canalizar los reclamos de su ciudadanía, la negociación transnacional incluye, por su parte, la intervención de organizaciones y actores no gubernamentales. Según Nye y Keohane: […] «transnational interactions» is our term to describe the movement of tangible or intangible items across state boundaries when at least one actor is not an agent of a government or an intergovernmental organization (25).
De este modo, aunque la perspectiva Estado-céntrica resulta insuficiente para comprender las dinámicas y conflictos transnacionales, la nación-Estado tiene aún innegable influencia en la negociación de aspectos vinculados a los flujos poblacionales, la estructuración de mercados laborales y las regulaciones sobre admisión y regularización de extranjeros, manejo de remesas y demás aspectos vinculados a la población nacional fuera de fronteras. La relación transnacional tiene otras formas de manifestación en relación al fenómeno migratorio. En ese contexto, «transnacionalismo» se refiere a los
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procesos que, rebasando las fronteras de las naciones, continúan relacionando a las poblaciones que emigran con sus sociedades de origen y residencia previos a su partida. Así, el concepto permite abarcar movilizaciones que cruzan bordes geoculturales en tránsitos múltiples y que adoptan muy diversas formas en el contacto con sus comunidades. Uno de los fenómenos más notorios relacionados con la migración es la formación de campos sociales que se expanden más allá de los límites de la nación-Estado y que deben ser estudiados en el nivel de sus interacciones regionales y globales, desde una perspectiva transdisciplinaria y transnacional. El prefijo trans indica no solamente el acto de atravesar, cruzar, desplazarse a través de zonas limítrofes, sino también la referencia a un estado transitorio, de mayor o menor duración, en el que se produce la des/re/territorialización de sujetos, ideas, mercancías, etc. Según Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc, el transnacionalismo sería, en estos casos, el proceso por el cual los inmigrantes crean y sostienen relaciones sociales múltiples con sus países de origen o residencia previa (Nations Unbound 7). La perspectiva crítica de estas autoras parte de cuatro premisas: 1) la migración transnacional está estrechamente ligada a las transformaciones del capitalismo y a las relaciones globales que derivan de tales condiciones, 2) el transnacionalismo que resulta de tales movilizaciones poblacionales consiste en la creación de campos de acción social en distintos países, 3) los conceptos que asocian estrechamente localización espacial, cultura e identidad, tradicionalmente manejados por las ciencias sociales, dificultan o son insuficientes para la conceptualización de los fenómenos transnacionales, 4) los migrantes se encuentran con frecuencia comprometidos en procesos nacionales en más de un país. Sus identidades y prácticas están determinadas por categorías hegemónicas como las de raza, etnicidad, etc., tal como estas son elaboradas en las distintas naciones con las se conectan (22).18 La distinción entre inmigrantes y migrantes tiene aquí total relevancia, aunque la misma ha venido cambiando en las últimas décadas. Los inmigrantes serían aquellos que se insertan en una nueva realidad social (principalmente a nivel laboral, cultural, económico, con frecuencia lingüístico, etc.) a partir de una ruptura con el lugar de origen y un compromiso de permanencia en la sociedad de adopción. Los migrantes, por su parte, han sido concebidos como aquellos individuos o grupos a quienes guía un interés eminentemente laboral 18 La
noción de «campo social» (social field) ha sido usada por Levitt y Glick Schiller para referirse a las redes de relaciones sociales a través de las cuales se produce un intercambio desigual de ideas, prácticas y recursos entre migrantes y comunidades transnacionales. Se trataría de una experiencia de «simultaneidad» bifocal o de fertilización mutua, aunque asimétrica, entre las comunidades de los países de origen y los sectores emigrados (Levitt y Glick Schiller, Conceptualizing simultaneity, en Levitt y Jaworsky 132).
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y cuya estadía en nuevos contextos es generalmente transitoria y variable, con limitada asimilación sociocultural en las sociedades en las que se insertan. El término «transmigrantes», por su parte, se aplicaría a «immigrants who develop and maintain multiple relationships —familial, economic, social, organizational, religious, and political— that span borders» (Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc 7). Los transmigrantes actúan, toman decisiones y desarrollan subjetividades que emergen de redes sociales que los conecta simultáneamente a dos o más naciones. Por lo mismo, ya que la identidad continúa constituyendo un discurso afincado en la pertenencia o adhesión a un país, la identidad transmigrante no llega a concretarse según los mismos parámetros, siendo su dimensión espacio-temporal siempre fluctuante. Tales definiciones demuestran la cercanía de esos conceptos y de las experiencias sociales a las que remiten, razón por la cual han ido borrando sus delimitaciones, del mismo modo en que se van diluyendo las pautas históricamente definitorias de la nación-Estado y la idea de pertenencia cultural y territorial: In contrast to the past, when nation-states were defined in terms of a people sharing a common culture within a bounded territory, this new conception of nation-state includes as citizens those who live physically dispersed within the boundaries of many other states, but who remain socially, politically, culturally and often economically part of the nation-state of their ancestors (8).
Como se ha señalado, la experiencia transnacional no es nueva, como no lo es tampoco la circulación de mano de obra y la explotación de los trabajadores que pertenecen a sectores precarizados de la sociedad o que tienen un status de ilegalidad. Sin embargo, se considera que los procesos migratorios actuales impactan de manera notable aspectos económicos y sociales, intensificando y transformando las formas de explotación, subempleo, trabajo flexible, temporero, etc. La circulación de capitales, la modelación de los mercados, el nivel jurídico, etc. constituyen a su vez niveles «macro» de la transnacionalización, lo cual aumenta el carácter polémico de este concepto. Si para algunos la transnacionalización significa un fenómeno liberador, que permite al individuo vencer las restricciones de su medio y eludir situaciones de escasez, violencia y discriminación, reinsertándose en nuevos espacios, para otros constituye una instancia que demuestra el colapso de la nación-Estado y de los sistemas de bienestar, protección, pertenencia y reconocimiento social que acompañaron ese proyecto en siglos anteriores. El individuo pasaría, así, desde esta perspectiva, de un sentimiento de certeza e identificación con el medio, a un desasimiento constante y progresivo similar a la enajenación. No todos los críticos apoyan, entonces, la perspectiva transnacional, ya que para algunos esta recarga
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el énfasis sobre las dinámicas de superación de lo nacional y de rebasamiento de fronteras culturales, económicas, lingüísticas, etc., como si las relaciones entre países (internacionales) o meramente nacionales hubieran perdido total relevancia y nos encontráramos ya en una instancia en la que esas divisiones político-administrativas han dejado de tener vigencia. Pero las críticas al transnacionalismo no terminan allí. En «Antropología de la frontera. La migración y los procesos transnacionales», Everardo Garduño se refiere a la iconización teórica del concepto de frontera y a las críticas que ha recibido la perspectiva transnacionalista. Según algunos analistas, explica Garduño, las posiciones que se apoyan en este concepto incluyen una más o menos abierta celebración de la globalización. Al hacer de la frontera una zona metafórica, desmaterializada, o simplemente superada por dinámicas que la rebasan, se deja de lado «la noción literal de frontera como artefacto topográficamente localizado», viendo en la delimitación fronteriza solamente un residuo tautológico y mistificador de épocas anteriores. Para otros autores, el discurso transnacionalista «se excede en destacar el carácter nebuloso de las líneas que separan al centro de la periferia y al desarrollo del subdesarrollo».19 Evidentemente, no se valora en estos casos que con el uso del concepto de lo transnacional (como de lo transmigrante, transcultural, transidentitario) se está nombrando una dinámica, una tendencia o una orientación de las movilizaciones actuales, y no identificando una forma nueva de desplazamiento humano, y menos aún una modalidad tan innovadora que pueda ignorar o dejar de lado la problemática fronteriza. De todos modos, y más allá de la perspectiva crítica que se utilice para registrar el fenómeno migratorio, la dimensión nacional se mantiene siempre presente cuando la movilidad humana se produce a través de fronteras entre países, o a través de regiones, para no mencionar las formas intangibles de lo fronterizo, que impregnan toda la experiencia social. Aunque lo nacional constituye una categoría ineludible en la problemática de la migración, su valor simbólico se va debilitando y persiste en los imaginarios colectivos de una manera afantasmada, y en equilibrio inestable, con respecto a otras nociones y horizontes utópicos. Los tránsitos a través de fronteras demuestran, por un lado, la existencia y 19 Garduño explica esta crítica al transnacionalismo indicando que «a pesar de su atinado cuestionamiento a la lógica binaria —que ha prevalecido históricamente en las ciencias sociales— la perspectiva transnacional no demuestra completamente aún que las desigualdades entre Estados-naciones se hayan disipado como sustento central del sistema económico mundial ni que el desplazamiento del capital a lo largo del orbe no tenga por objeto la búsqueda de condiciones óptimas para su reproducción ampliada, suscitando procesos migratorios que siguen siendo la expresión de procesos de extracción de un plusvalor de los países de origen de los sujetos migrantes y de transferencia de riqueza al país de su destino» (s/p).
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funcionalidad político-ideológica que aún tienen esos límites territoriales. Por otro, tales demarcaciones dejan en claro su porosidad y hasta su anacronismo. No puede negarse que la nación sigue imponiendo condicionamientos legales y regulando el tráfico de mercancías y sujetos, con eficacia variable. De ahí que muchos autores prevean la transformación del papel y de las modalidades de control de la nación-Estado más que su desaparición, así como el robustecimiento de ciertas funciones de control militar, regulación de flujos de capitales e individuos, y otros aspectos vinculados al funcionamiento de la sociedad civil y a la definición y formas de participación política de la ciudadanía. En palabras de Fernando Coronil, Sin duda, las naciones permanecerán siendo unidades políticas fundamentales y fuentes de imaginaciones comunales en los años venideros (particularmente las naciones metropolitanas), pero los criterios «culturales» supranacionales y no-nacionales, desde mi punto de vista, jugarán un papel más y más importante como marcadores de las identidades colectivas (particularmente en las naciones del Segundo y Tercer Mundo). Lo que está en juego no es la desaparición del Estadonación, sino su redefinición (104).
Algunos autores resisten la consideración generalizada de que el transnacionalismo es un proceso social característico de la postmodernidad, afirmando más bien que ese fenómeno está presente desde el comienzo de la era industrial, por el mismo impulso que crea en ese momento el tráfico de ideas, mercancías y capitales a nivel mundial. Para Peter Kivisto, por ejemplo, las prácticas transnacionales serían más bien una estrategia propia de los migrantes de primera generación, y tienden a diluirse en las generaciones siguientes (Gutiérrez y Hondagneu-Sotelo 8). En cualquier caso, en el presente se trata de un fenómeno notorio que va intensificándose, en la medida en que las nuevas tecnologías permiten diversificar la comunicación transnacional abriendo canales antes inexistentes de contacto e injerencia a distancia en la vida cotidiana de los países de origen. Por tanto, la novedad de los tránsitos transnacionales tendría que ver, sobre todo, con su frecuencia, intensidad e impacto financiero, político y social, tanto en los países de adopción como en las comunidades originarias.20 Abril Trigo trae a colación el concepto de biocapitalismo para 20 En
su análisis de los méritos y ambigüedades del concepto de transnacionalismo, Peter Kivisto trae a colación los siguientes rasgos del término en cuestión. Indica que «Steven Vertovec (1999, pp. 449-56), who in his capacity as Director of the ESRC’s Research Program on Transnational Communities is an active promoter of the concept, points out several recurring themes that shape the ways the term is employed. He identifies six distinct, albeit potentially overlapping or intertwined, uses of the term: (1) as a social morphology focused on a new border spanning social
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explicar algunos de estos cambios, que tienen que ver con la intensificación globalizada de las lógicas de la biopolítica, implementadas aún con un alcance que engloba todos los niveles no solo de la energía productiva del trabajador sino de sus redes afectivas, deseos y vida cotidiana. Esta enajenación total del individuo constituye lo que Vanni Codeluppi, citado por Trigo, define como la forma más avanzada de evolución del modelo económico del capitalismo tardío. En este sentido, para Trigo, el migrante encarnaría el biocapitalismo, ya que todos los aspectos de su vida son manipulados por el sistema de producción globalizado, que lo expulsa o lo absorbe según las necesidades del mercado de trabajo, con prescindencia de consideraciones de justicia social, laboral, humanitarias, etc.21 En cuanto al tema de la relación entre migración, Estados nacionales y derechos humanos, resulta obvio que se trata de una cuestión urgente que se ha instalado como uno de los ejes de la sociedad transnacional contemporánea, que no da muestras de desvanecimiento sino, más bien, de crecimiento exponencial. La condición migratoria genera una vulnerabilidad específica, que requiere de medidas afirmativas de protección en la forma más integral posible y que lleva a las institucionales nacionales de Derechos Humanos a generar acciones propias y específicas para abordar esta vulnerabilidad (Carrasco 5, cit. por Ripoll y Lara 108).
Es necesaria, entonces, la creación de políticas públicas en todos los países ante el hecho real e inevitable de la migración, ya que la evidencia empírica indica que a corto y mediano plazo estas dinámicas seguirán incrementándose, por lo cual la misión de tutelar los derechos humanos y su más amplia aplicación, debe ser asumida como un compromiso de la comunidad internacional. Tal posición debe fundamentarse, además, en el derecho del ser humano al movimiento y la relocalización, con prescindencia de las formas en que el ejercicio de ese derecho migratorio, que responde en general a casos de extrema precariedad, formation; (2) as diasporic consciousness; (3) as a mode of cultural reproduction variously identified as syncretism, creolization, bricolage, cultural translation, and hybridity; (4) as an avenue of capital for transnational corporations [TNCs], and in a smaller but significant way in the form of remittances sent by immigrants to family and friends in their homelands; (5) as a site of political engagement, both in terms of homeland politics and the politics of homeland governments vis-à-vis their émigré communities, and in terms of the expanded role of international non-governmental organizations [INGOs]; and (6) as a reconfiguration of the notion of place from an emphasis on the local to the translocal» (Kivisto 550). Para Kivisto, la teoría del transnacionalismo quedaría más bien subsumida en la teorización sobre los procesos de asimilación del migrante en la sociedad de adopción. 21 Véase al respecto Trigo, «The Transnational Migrant» y Codeluppi.
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pueda incomodar la territorialidad real o simbólica de los sectores más privilegiados a nivel global. Al resumir los méritos o, al menos, «las promesas» de la metodología transnacionalista, Juan Poblete señala que este enfoque se orienta hacia el estímulo de los diálogos inter y transdisciplinarios, y también hacia un avance en el estudio de las sociedades, que sea capaz de captar dinámicas nuevas, que los modelos tradicionales de institucionalización, ciudadanía y relaciones interestatales no permiten advertir. En este sentido, como ha venido afirmándose hasta ahora en este estudio, la migración radicaliza contradicciones ya existentes en el capitalismo el cual despliega, en la etapa tardía de su desarrollo, y aun en el contexto de la globalidad, dinámicas inter-nacionales y compartimentaciones jurídicas consistentes con el nacionalismo, aunque en otros aspectos demuestra dejar atrás tales paradigmas. Al rebasar la nación-Estado como el núcleo natural y necesario de la organización social, se perciben procesos, agendas y formas de subjetividad propias del mundo globalizado en su modalidad neoliberal. Sin embargo, como el mismo Poblete señala siguiendo observaciones de Nina Glick Schiller y de otros investigadores de la línea transnacionalista, políticas «nacionales» como las leyes de inmigración, deportación, etc. dependen de los Estados nacionales y no pueden ser desatendidas.22 Neoliberalism, then, was responsible for the restructuring of the relations between power, capital, and labor across the world, and thus, for creating the conditions of expulsion that sent the migrants away from their countries, but it also, in any given concrete political scenario, played out as a politics of generalized precarity, a game of blaming the poor for their lot, and immigrants and refugees for their presence, and permanently excluding vast sectors, especially youth of color, from employment and economic participation (Poblete, «The Transnational Turn» 43).
Tales consideraciones sugieren la necesidad de balancear enfoques nacionales y transnacionales para no perder los condicionantes locales que catalizan la migración, la cual en última instancia se remite, inevitablemente, a estructuras globales. También queda clara la necesidad de expandir la noción de ciudadanía y de ampliar los parámetros de análisis abarcando formas territoriales que rebasaron los ordenamientos de la modernidad y que sugieren transformaciones profundas e irreversibles a nivel planetario. Transnacionales por naturaleza, los conceptos de diáspora, exilio, migración, etc., manifiestan así su carácter híbrido, combinando elementos de lo nacional, con rasgos que apuntan hacia 22 Para
una visión crítica de los méritos y limitaciones del transnacionalismo, véase Portes, Guarnizo y Landolt.
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horizontes territoriales, geoculturales y jurídicos de mucha mayor complejidad y diferenciación. Como respuesta, entre otras cosas, al transnacionalismo migratorio, y como mecanismo de integración en muchos de los niveles que forman parte del proceso y del proyecto globalizador y de integración regional, se habla asimismo de formas trans o intergubernamentales tendientes a desarrollar formas cooperativas de acción social a través de fronteras, con miras a la creación de comunidades políticas que, sin cancelar las compartimentaciones y organizaciones nacionales, se agreguen a ellas para regular los tránsitos e intercambios entre regiones, países, continentes, etc. Tal intergubernamentalidad se lograría con la cooperación de gobiernos nacionales, ONG, instituciones civiles y supranacionales que formarían redes institucionales de validez jurídica destinadas a supervisar y controlar aspectos económicos, políticos y culturales vinculados a la movilidad social y a las nuevas formas de agencia y subjetividad que surgen de las dinámicas del desplazamiento. Paralelamente a la atención a problemas de tipo transnacional vinculados con el comercio, las regulaciones fronterizas, etc., se contemplarían asimismo las urgencias que emergen del movimiento migratorio al menos a nivel regional, por ejemplo entre países centroamericanos, en la frontera de México con Estados Unidos, en Europa, en la zona del Mediterráneo, en el Cono Sur, etc.23 Estos «modelos de gestión migratoria» constituyen ejemplos de pensamiento intergubernamental pero se encuentran aún en proceso de desarrollo y dependen en gran medida de la voluntad y capacidad de los gobiernos nacionales y las autoridades locales y regionales para implementar medidas que aseguren no solo el cumplimiento de las regulaciones transfronterizas sino la seguridad de los migrantes y las garantías a sus derechos de movilidad libre y de relocalización comunitaria. Cosmopolítica y ciudadanía (flexible, cultural, racial, universal, etc.) El tema de la necesidad de nuevas formas de ciudadanía atraviesa los estudios sobre migración, de manera explícita o implícita. Se habla, por ejemplo, de ciudadanía multicultural, de ciudadanía europea, de ciudadanía mundial o multinacional y de ciudadanía global, como modos de superar la adscripción del sujeto a las imposiciones de un Estado específico, que coincida necesariamente con su lugar de origen o residencia permanente.24 23 Véase
al respecto Rose et al. de los puntos de referencia sobre el tema de la ciudadanía es un temprano e influyente estudio titulado «Citizenship and Social Class» (1950), del sociólogo inglés T. H. Marshall. Este consideró, en el contexto de la creación del welfare state británico, el tema de los deberes y 24 Uno
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En otros casos se han incorporado las nociones de ciudadanía residencial o ciudadanía regional, como recursos para regular la utilización de mano de obra migrante.25 Se considera, en este sentido, que dados los flujos que caracterizan el mundo actual, los beneficios y los deberes de la ciudadanía deberían acompañar al individuo dondequiera que este establece su residencia, como modo de superar las condiciones precarias que ha dejado atrás. Por cierto, esta nueva forma de adscripción supranacional crea enormes desajustes en los sistemas de bienestar social, servicios estatales, y formas de administración de la sociedad civil, por lo cual la idea permanece como uno de los desafíos que la propuesta cosmopolítica presenta al mundo globalizado.26 Como Will Kymlicka señala en Contemporary Political Philosophy. An Introduction (2001), Citizenship is often assumed to be a status that we should all hold in common, but man groups seek legal and political recognition of their distinct identities, through some form of «politics of difference» or «politics of recognition». This is an issue raised most forcefully by theorists of multiculturalism, but it also raises more general issues of individual versus group rights, nationalism, racism, immigration, and group representation (ix).
En su libro Cosmopolitanism. Ethics in a World of Strangers, Kwame Anthony Appiah sustituye con la palabra cosmopolitanism los conceptos de
derechos del ciudadano, distinguiendo entre ciudadanía civil (vinculada a la igualdad de derechos ante la ley), la ciudadanía política (sufragio universal) y la ciudadanía social (bienestar socioeconómico para todos). Marshall estima que tales derechos constituyen una evolución o sucesión, ya que en la ciudadanía civil están contenidos los demás derechos. Los derechos del ciudadano deben ser merecidos por él, a partir de sus luchas y lealtades hacia la civilización a la que el individuo pertenece. Los derechos sociales se identifican con el bienestar social, y van ligados no a la necesidad del individuo o a su clase social sino a su condición de ciudadano de una determinada nación-Estado. Aunque se considera que en la época actual las consideraciones de Marshall son en buena medida demasiado idealistas e inaplicables debido al elevadísimo número de migrantes que aspiran a regularizar su estatus legal y a volverse ciudadanos en las naciones receptoras —lo cual pone a prueba los recursos y servicios de estas— las nociones presentadas por el sociólogo inglés se basan en criterios que vale la pena incluir en debates actuales. Véase al respecto Lipset y Cohen, así como la discusión de Nancy Fraser y Linda Gordon respecto a la ciudadanía social en Estados Unidos. 25 Sobre el tema de la ciudadanía residencial y regional véase, por ejemplo, Atsushi Kondo, quien analiza el caso de Japón en un estudio comparativo con países como Alemania, Francia, Inglaterra, Suecia, Canadá y Estados Unidos, entre otros. 26 Sobre teorías de la ciudadanía, véase Will Kymlicka, Multicultural Citizenship and Contemporary Political Philosophy, 284-326, así como los trabajos reunidos en el volumen colectivo editado por Kymlicka y Norman, Citizenship in Diverse Societies. La obra de Kymlicka está orien-
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globalización y multiculturalismo, sin querer sugerir que el término que él propone connota superioridad frente al provincianismo.27 Más bien, desea enfatizar la noción de «ciudadano del mundo» como horizonte utópico que pueda orientar los debates y prácticas actuales respecto a la presencia y requerimientos del sujeto migrante. Se trata de una afirmación no solo de la responsabilidad colectiva frente a la presencia masiva de los contingentes migratorios sino también de una exaltación del particularismo frente al sujeto colectivo, es decir, de un reconocimiento de las diferencias que integran el fenómeno migratorio, y de la necesidad de respetarlas. Las preguntas que lo guían son las siguientes: How real are values? What do we talk about when we talk about difference? Is any form of relativism right? When do morals and manners clash? Can culture be ‘owned’? What do we owe strangers by virtue of our shared humanity? (xxi).
Tales interrogantes abarcan y también sobrepasan la experiencia migratoria, refiriéndose a la naturaleza misma de la cultura y de la identidad, y a los principios mismos de la ética como espacio filosófico orientado hacia la praxis en la que se implementan y ponen a prueba valores morales, de conceptualización de la otredad y de interacción social. El libro de Appiah intenta ofrecer argumentos para fundamentar la necesidad de encontrar espacios comunes a través de las diferencias culturales y de recuperar ciertos aspectos universales por encima de los fundamentales particularismos que parecen fragmentar el paisaje humano de nuestro tiempo. El tema de los valores, de las actitudes frente al Otro, de la recuperación de sus especificidades y de la apertura del diálogo es tan importante como la conciencia social de las naciones más desarrolladas respecto al Otro que
tada hacia la construcción de una teoría de la ciudadanía que pueda llenar el vacío de la teoría política, que hacia la década de 1970 experimentara un desvanecimiento del interés en ese concepto clave relacionado con los procesos de construcción democrática y con el tema de la interculturalidad. Más recientemente, se registra un retorno del debate en torno a la necesidad de ampliar las bases filosóficas y políticas de ese estatus, tema que se viene discutiendo desde la Antigüedad griega. Apoyándose en los trabajos de Marshall y Kymlicka, al estudiar los más recientes enfoques sobre migración, Trigo se refiere a la necesidad de nuevas formas de ciudadanía, vinculando el problema al tema de la diferencia, el racismo y la hegemonía estatal. Véase asimismo Aihwa Ong. 27 Cabe recordar aquí la conocida afirmación de Aimé Césaire en su «Carta a Maurice Thorez»: «¿Provincianismo? En absoluto. Yo no me encierro en un estrecho particularismo. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo exánime. Hay dos formas de perderse: por medio de la segregación amurallada en el seno de lo particular y por medio de la disolución en lo universal. Mi concepción de lo universal es de un universal enriquecido por cada particular» (Discurso sobre el colonialismo, 84).
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ha emergido de las empresas colonizadoras y de las exclusiones implementadas por los procesos de modernización. De ahí que el concepto mismo de ciudadanía vaya adquiriendo matices y connotaciones que relativizan su supuesta solidez semántica agregando elementos que flexibilizan y a la vez extienden su sentido. A mediados del siglo xx, el sociólogo inglés Thomas Humphrey Marshall (1893-1981) se refirió al tema de los distintos tipos de ciudadanía en «Citizenship and Social Class» (1950) distinguiendo entre ciudadanía civil, política y social, según el tipo de derechos salvaguardados por cada una de esas formas: «civil citizenship (particularly the ideas of equality before the law and individual rights), political citizenship (particularly universal suffrage), and social citizenship (the notion that all members of a polity ought to enjoy and to share at least a basic level of social-economic and cultural well-being)» (Cohen s/p).28 Hoy en día, con el debilitamiento de la sociedad civil y del Estado como pieza central de la nación moderna, se habla más bien de ciudadanía social, ciudadanía cultural y ciudadanía racial, para hacer referencia a formas posibles y diferenciadas de inclusión/exclusión en el mundo globalizado. Al estudiar distintas modalidades de pertenencia a la sociedad originaria o a la de adopción, Taku Suzuki vuelve a la pregunta, reincidente en los estudios sobre el fenómeno diaspórico, de cuándo es que una localidad particular se siente como hogar propio, y cómo se va definiendo el sujeto diaspórico entre roots y routes, es decir, entre las raíces propias y las rutas —reales y simbólicas— que va siguiendo en su desplazamiento transnacional. Desemboca así en el concepto de ciudadanía cultural, entendiendo por tal la producción de creencias y prácticas necesarias para el arraigo social, señalando que se trata de un proceso racializado, en el que la «inscripción [de lo] corporal» es constantemente presente y negociada a nivel comunitario. Tales formas de ciudadanía incorporan perspectivas complementarias, alternativas y/o sustitutivas de la noción tradicional de ciudadanía política, vinculada a los derechos y deberes del individuo frente al Estado. Suzuki aclara que, según los distintos autores, las mencionadas formas de ciudadanía enfatizan distintos aspectos: ciudadanía social se refiere a la igualdad de pertenencia y derechos frente al Estado, la ciudadanía cultural alude a la incorporación de la diferencia (racial, étnica, lingüística, etc.) con respecto a las formas dominantes a nivel nacional, y la ciudadanía racial se aplica a la inclusión de distintas razas en la totalidad comunitaria o nacional y a la igualdad de derechos de todos los 28 Criticado
por los marxistas por no reconocer los derechos del individuo de controlar los medios de producción y por el feminismo por no incluir los derechos de la mujer y hacer una teorización patriarcal del tema de la ciudadanía, el texto de Marshall es clásico, no obstante, como ensayo de deslinde del concepto político tradicional del ciudadano y por distinguir zonas jurídicas y espacios de acción social en distintos niveles. Véase al respecto Bulmer y Rees.
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sectores sociales (Suzuki 67). La antropóloga Aihwa Ong también se adhiere a la noción de ciudadanía cultural como un elemento fundamental en la construcción de subjetividad migrante y en la negociación de los límites en el plano racial. Al explicar el propósito de su estudio sobre ciudadanía cultural, Ong indica que ella interpreta cultural citizenship as a process of self-making and being-made in relation to nation-states and transnational processes. Whereas some scholars claim that racism has been replaced by «cultural fundamentalism» in defining who belongs or does not belong in Western democracies, this essay argues that hierarchical schemes of racial and cultural difference intersect in a complex, contingent way to locate minorities of color from different class backgrounds. […] I use «cultural citizenship» to refer to the cultural practices and beliefs produced out of negotiating the often ambivalent and contested relations with the state and its hegemonic forms that establish the criteria of belonging within a national population and territory. Cultural citizenship is a dual process of self-making and being-made within webs of power linked to the nation state and civil society. Becoming a citizen depends on how one is constituted as a subject who exercises or submits to power relations (737).
Como Ong explica, se trata de un proceso de «subject-ification» que puede ser entendido a partir de las ideas de Foucault sobre el impacto de las relaciones de poder en la formación de subjetividad a través de los mecanismos de vigilancia, castigo, control y administración de lo social. En estrecha relación con este desarrollo conceptual, la noción de ciudadanía flexible desarrollada por la misma autora, enfatiza el hecho de que la organización social tanto como la composición de los imaginarios colectivos se van reestructurando en el mundo globalizado de acuerdo a lógicas que impulsan a formas más plásticas e innovadoras de concebir la pertenencia y de asimilar la diferencia. La noción de ciudadanía flexible surge después del fin de la Guerra Fría, a partir de la idea de que los individuos que emigran eligen ciudadanía sobre la base no de la adhesión emocional o la voluntad de participación política, sino en consideración a los beneficios económicos que la pertenencia legal a un determinado Estado-nación puede proporcionar. Esta sería, entonces, una de las formas que asume el transnacionalismo. Un caso ilustrativo de esa ciudadanía flexible es el de los turcos en Alemania, a quienes se confieren derechos laborales (permisos de trabajo) desde que en la década de 1960 Alemania experimentó una profunda crisis de mano de obra.29 29 La
población turca asentada sobre todo en Berlín, Colonia y Hamburgo, supera en mucho la del resto de los extranjeros europeos en ese país. La admisión de turcos en Alemania se
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Según Ong, tal flexibilización es, de todos modos, relativa, ya que los procesos de inserción del inmigrante en una sociedad determinada siguen en general modelos oposicionales y estereotipados (racializados) (blancos/negros, por ejemplo, en EE UU) que excluyen o minimizan el impacto de otras comunidades (asiáticas, en el caso señalado por Ong) que no forman parte primaria de tales esquemas distributivos. Según Ong, la noción de ciudadanía flexible resulta de las condiciones creadas por el capitalismo tardío: «Cultural logics of capitalist accumulation, travel and displacement […] induce subjects to respond fluidly and opportunistically to changing political and economic conditions» (Flexible Citizenship 6). El concepto sigue la noción de Appadurai de «globalización cultural» y también las reflexiones de Kwame Anthony Appiah, autores cuyos trabajos intentan determinar la relación que esta nueva forma de cosmopolitanismo guarda con el nacionalismo y la nación-Estado. Ambos autores se preguntan por el sentido que puede tener esta modificación del concepto de ciudadanía como indicio de transformaciones más amplias y profundas en la concepción misma de lo político y de la relación individuo/ Estado.30 Jacques Rancière ha reflexionado sobre el tema de la ciudadanía y los derechos del individuo en relación a la ciudadanía, insistiendo en el concepto de que todo predicado político es, por naturaleza, abierto, como lo es el sujeto al cual tales predicados se refieren. El filósofo alude a lo que considera un giro extraño de la noción de hombre a la de humanidad y de esta al concepto de humanitarismo, lo cual parecería indicar, según el filósofo, que la idea de «derechos del hombre», en su total abstracción, se atiene solamente a lo relacionado con los derechos del ciudadano, a quien se ve como orgánico con respecto a la comunidad nacional, noción restrictiva que circunscribe la idea de derecho a una condición sobreimpuesta por la sociedad civil. A esto se refiere Hannah Arendt en el capítulo incluido en The Origins of Totalitarianism titulado «Perplexities of the Rights of Man» retomado por Rancière.31 En «Who is the Subject of the Rights of Man?» Rancière señala: incrementó después del terremoto de 1999, que devastó muchos territorios y ciudades en Turquía. Muchos inmigrantes turcos reciben la ciudadanía alemana. La diseminación de la lengua turca y del islam es también notoria como resultado de estos flujos poblacionales. 30 Además del libro de Ong sobre ciudadanía flexible, véase Appiah, «Flexible Citizenship». 31 Rancière indica que la crítica de Arendt a la abstracción que informa la idea de «derechos del hombre» es, asimismo, una crítica a la democracia, la cual se basa en la oposición entre libertad política (opuesta a la dominación) y libertad social (opuesta a la necesidad). Los derechos del hombre fueron concebidos, según Arendt, teniendo como sujeto inmediato al individuo privado, pobre y despolitizado, que despertaba la conmiseración de los revolucionarios. El reclamo de los sujetos marginados por la sociedad no era que se reconociera su igualdad ante la ley, sino la denuncia del hecho de que ninguna ley existía para ellos. A partir de Arendt, Agamben llegaría a la
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Man and citizen do not designate collections of individuals. Man and citizen are political subjects. Political subjects are not definite collectivities. They are surplus names, names that set out a question or a dispute (litige) about who is included in their count. Correspondingly, freedom and equality are not predicates belonging to definite subjects (303).
Hasta aquí se han estado considerando la naturaleza y derivaciones políticas y éticas de la hospitalidad y las distintas formas de ciudadanía que se vienen manejando en relación con los conflictos que surgen o se intensifican con la migración. Obviamente, los conceptos y categorías discutidos antes están estrechamente asociados al tema de las fronteras, su delimitación, usos y funciones. Conviene hacer explícito, convergentemente, el hecho de que las fronteras tienen asimismo un fundamental papel económico dentro de la configuración del capitalismo y del mundo contemporáneo, lo cual tiende a explicar en parte la proliferación de límites territoriales en el capitalismo tardío. Este aspecto económico, menos analizado aun por la crítica, condiciona, a su vez, el nivel cultural, social e ideológico. Cuando se analizan los elementos que intervienen en la definición de formas y grados de hospitalidad en el mundo de hoy, Mezzadra y Neilson captan agudamente la función metodológica (organizacional, distributiva, y por tanto estratégica) de la disposición fronteriza, la cual afecta las relaciones laborales tanto como la circulación de sujetos, capitales y mercancías, y la interrelación entre comunidades nacionales y migrantes. Esos autores entienden que, definitivamente, «the border is a method for capital», es decir, uno de los dispositivos del poder y, por lo mismo, uno de los elementos que más claramente se presta a la deconstrucción de las políticas de resistencia que buscan subvertir o, al menos, en algunos casos, deconstruir la lógica de la frontera. De ahí que entiendan que la observación de la frontera «como método» implica justamente enfocar la atención y el pensamiento crítico en uno de los puntos neurálgicos del tardocapitalismo para penetrar desde allí en las necropolíticas que este implementa a nivel global y nacional, y no solamente en áreas fronterizas. Consideran que cuestiones como las de la hospitalidad y las ideas sobre eliminación de fronteras y la reivindicación del derecho al movimiento, deben ser referidas a una comprensión material de la función y razón de ser de los límites nacionales dentro de la lógica del capitalismo: idea de que la democracia es cómplice de una forma de poder biopolítico cuya principal premisa es la preocupación por la vida individual a nivel masivo, y la consecuente afirmación del poder del Estado de regular la vida y la muerte. La vida queda cautiva, así, en un estado de indiscernibilidad, de indistinción ente zoe y bios, entre vida natural y vida humana (Rancière 300).
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We do not think that the fabrication of the common, always and in all circumstances requires or can effect the elimination of borders. Borders will continue to cross the common. And the common will continue to contest borders. What is at stake is not a zero-sum game or a Manichean struggle. The problem for us is not to propose a «softening» or even a «democratization» of borders, because empirically we know that borders are often hardening and softening at the same time. Rather, it is the quality of the social relations that are constituted and reproduced by and through borders that matters. We do not believe that the ethics of hospitality and welcoming can shift the social relation of capital that is invested in every border in the contemporary world. This is why we posed the question of the border as one of method (279). Border as method for us means focusing on the contentious aspects of these productive processes. It means showing how border struggles serve to crystallize the most intense tensions surrounding the social relation of capital and how they are played out in many contexts, often far away from geographical borderlands […] An examination of how these struggles work and how they negotiate an opposite capacity of capital to use borders to its advantage thus provides insights that can assist in the invention of a new politics of the common. Such a politics must extend beyond any rhetorical invocation of a world without borders. It must also renounce any attempt to turn the border into a justice-giving institution (Border as Method 280-281).
El debate sobre ciudadanía, que necesariamente implica el análisis de los elementos exteriores que ayudan a determinar los parámetros de esa categoría, muestra que el concepto se encuentra actualmente tan desarticulado como la realidad a la que se refiere. Refugiados, trabajadores no documentados, solicitantes de asilo, desplazados, etc., están contribuyendo a reconfigurar el concepto y la praxis de la ciudadanía tanto como los sujetos interiores a la nación, que la constituyen desde adentro, y desde una legalidad de bordes cada vez más difusos. Como Mezzadra y Neilson indican claramente, What remains problematic in many contemporary approaches to citizenship is the assumption of a dialectical relation between practices and statuses, which throughout the span of citizenship studies have been understood to provide the two sides of the political figure of the citizen (257).
En el caso de Estados Unidos, es interesante notar que la ilegalización de la migración es un fenómeno relativamente nuevo, ya que hasta fines del siglo xviii no existían en el país regulaciones para quienes quisieran cruzar sus fronteras. Recién en 1790, según señala Benjamin Bruce al ofrecer una genealogía de estos procesos, se restringe la ciudadanía a «cualquier extranjero que sea una persona blanca y libre», entendiendo por tal a todo aquel que no fuera esclavo ni trabajador inmigrante contratado. Lo de «blanco» excluía a personas de origen
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indígena, africano, asiático, italiano, irlandés o latino. Y lo de «personas» dejaba afuera, de hecho, a las mujeres, quienes «no fueron consideradas como “personas” ante la ley hasta mediados del siglo xix» (Bruce 60).32 Demarcaciones necropolíticas Al hablar de las lógicas del capitalismo y al abordar los debates sobre hospitalidad, políticas de la amistad, solidaridad y otros valores sociales que se apoyan en las ideas de humanidad, sociedad civil y comunidad, conviene recordar otros enfoques que perciben la construcción actual de lo social y de lo político desde perspectivas diferentes. El lugar enunciativo desde donde se produce la reflexión —no necesariamente el lugar geopolítico, sino el emplazamiento ideológico que constituye el discurso y el pensamiento del hablante— es, en este caso, de fundamental importancia. Proveniente del mundo que sufrió colonialismo, apartheid, guerras internas, segmentación y migraciones, el pensamiento sobre necropolítica no puede sino representar una visión distinta a la europea y a la anglosajona en cuanto al valor de la vida, la importancia de la corporalidad y las repercusiones del productivismo capitalista en los niveles sociales, políticos, económicos y culturales. Se trata de un pensamiento que reflexiona sobre las relaciones entre vida y poder en espacios marginales, hoy relevantes sobre todo por haberse convertido, como Europa en otras épocas, en emisores de masivos flujos migratorios que se dirigen hoy hacia los centros del mundo desarrollado. El gran aporte de Achille Mbembe al estudio de la gubernamentalidad no se limita, como es sabido, a un cambio de énfasis en la interpretación del diseño biopolítico de la modernidad, ni a la complementación y aggiornamento de las categorías foucaultianas, sobre todo las del último Foucault, que pasa de las tecnologías del yo a cuestiones de control poblacional. El concepto de necropolítica cambia los términos del debate acerca de las formas de gobierno, sobre todo al incorporar procesos político-económicos fundamentales que agregan una den32 Otras fechas que pautan este proceso serían, según Bruce, la Ley Page (1875) para control general de la inmigración, y la Ley de Exclusión de los Chinos (1882). En ese año se promulga la Ley General de Migración y en 1891 se crea una agencia de inmigración para implementar las leyes migratorias. En 1921 aparece el primer sistema de cuotas, intentando «preservar el carácter noreuropeo del país». La primera patrulla fronteriza se crea en 1925. Cuando en 1965 se establece la Ley de Inmigración para restringir la entrada de mexicanos, después del Programa de Braceros, fijándose una cuota anual de 20.000, cuando la cantidad de personas que entraban por año hasta entonces desde México era de 200.000 braceros y 35.000 personas más, para residencia legal o entrada autorizada. Como, por otra parte, la necesidad de mano de obra en Estados Unidos continuaba, a pesar de las restricciones legales de 1965 se intensifica la oleada de inmigrantes indocumentados (Bruce 60-61). Bruce se basa en los trabajos de M. L. Smith y Ngai.
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sidad histórica innegable a las reflexiones eurocentradas del filósofo francés. La consideración de la esclavitud, el apartheid, el racismo, el colonialismo, la migración, los campos de refugiados, etc. incorpora al pensamiento contemporáneo la problemática propia de áreas y sujetos periféricos, invisibilizados por la modernidad. Tales espacios requieren categorías de análisis específicas y más radicales que las que registraran los fundamentales trabajos del autor de Las palabras y las cosas e Historia de la sexualidad. Si bien Foucault no desconoce tales espacios sociales y políticos, muchos de los cuales alude en sus escritos, estos no llegan a constituir el núcleo de sus preocupaciones arqueológico-culturales, genealógicas, vinculadas a la ética política y a los problemas de representación. No se trata solamente, como indica algún crítico, de que la necropolítica constituya el reverso negativo de la biopolítica. Hay en la noción de necropolítica otro basamento epistémico y otra orientación heurística. El giro que propone la noción mbembeniana de necropolítica deja atrás las trazas del obstinado racionalismo ilustrado tanto como las del individualismo que erige la noción de sujeto como categoría articuladora por excelencia del tiempo/espacio del occidentalismo. Mbembe desenfatiza, asimismo, los que fueran pilares ideológicos del pensamiento político moderno: las ideas de soberanía, consenso, ciudadanía, nacionalismo, democracia y Estado, demostrando que en el interior de las mismas sobreviven los principios y mecanismos del despotismo de clase y raza a partir del cual Europa lograra consolidarse como centro político, económico y civilizatorio de la modernidad, imponiendo asimismo sus paradigmas filosóficos, sus valores e intereses como si se tratara de principios de validez universal. Necropolítica analiza las formas actuales de subyugación de la vida y de generación de espacios de muerte a nivel planetario, entendiéndolas como estrategias cosmo-políticas que se organizan a partir del dominio que se ejerce sobre la corporalidad individual y colectiva. Una serie muy larga de figuras y fenómenos sociales señalan en el mundo de hoy la puesta en práctica de una constante implementación y escenificación de la muerte, la cual encuentra en la postmodernidad su escenario más propicio y de menor resistencia. Pensemos, por ejemplo, en la figura del mártir, el refugiado, el sujeto abusado por las fuerzas policiales o militares, y, de igual manera, reflexionemos sobre fenómenos como el resurgimiento y proliferación de los campos de detención y deportación, la prolongación del estado de excepción como forma inexcusable de normalidad, las nuevas técnicas de control biométrico, la invasión tecnológica del espacio privado, la negación de los principios básicos de lo humano, la reproducción de la precariedad, la ilegalidad y la exclusión. Se trata de un universo dislocado por las fuerzas disolventes de la racialización, el sexismo, la borderización (reproducción de fronteras reales y simbólicas), la exclusión, la criminalización y la otrificación que producen en las formas de vida fracturas profundas y duraderas,
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que impiden el funcionamiento del cuerpo social. Esta dislocación, lejos de presentarse de acuerdo a la lógica oposicional de amigos y enemigos propuesta por Hobbes, asume hoy formas de indistinción donde agresor y agredido, víctima y victimario tienden a disolverse una en la otra, creando una atmósfera de ambigüedad política y moral que prolifera a todos los niveles. Según Mbembe, la dinámica amigo-enemigo que Schmitt teorizara como núcleo de lo social y lo político se expresa en los actuales escenarios migratorios con particular fuerza, aunque ninguno de esos espacios se reduce a ella. Achille Mbembe explica en Necropolitics la radicalidad del concepto de enemistad en Schmitt, señalando que «The enemy refers to a supreme antagonism. In both body and flesh, the enemy is that individual whose physical death is warranted by his existential denial of our own being», y agrega: Distinguishing between friends and enemies is one thing; identifying the enemy which accuracy is quite another. A disconcerting figure of ubiquity, the enemy is henceforth more dangerous by being everywhere: without face, name, or place. If the enemy has a face, it is only a veiled face, the simulacrum of a face. And if the enemy has a name, this might be only a borrowed name, a false name whose primary function is dissimulation (49).
Para el autor de Necropolítica, la máxima expresión de soberanía es la que deriva de la capacidad para decidir sobre la vida y la muerte. «Matar o dejar vivir» es la fórmula que concentra la noción foucaultiana de biopoder. Mbembe se pregunta, sin embargo, quién es el sujeto de ese derecho, ya que el concepto de biopoder resulta insuficiente, a su criterio, para explicar el modo en que lo político se condensa en el asesinato del otro, sea bajo la forma de la guerra, la resistencia o el anti-terrorismo. Si la política es el lugar de la guerra, ¿cuál será el lugar de la vida y del cuerpo humano? ¿Cómo es que el orden de poder se ejerce impunemente como reproducción de la muerte a nivel global? Mbembe entiende que el predominio de la muerte a nivel individual y colectivo —y de las formas simbólicas de muerte civil, legal, etc. que derivan de las deportaciones, la ilegalización, los encarcelamientos, la represión securitaria, etc— ha desviado el sentido y objetivos de la soberanía, la cual ha dejado de ser un principio de autonomía para convertirse en plataforma para la instrumentalización de la vida humana y el aniquilamiento masivo (68). En lugar de analizar este panorama desde el principio ilustrado de la razón como verdad humana, Mbembe propone utilizar los conceptos de la vida y la muerte como premisas ético-políticas de análisis social. Más que de biopoder, este autor habla de necropoder, para dar cuenta de las formas actuales de estructuración del terror y de
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la primacía que la eliminación del otro ha adquirido como esencia o ethos del capitalismo tardío. Mbembe sintetiza así su concepción necropolítica: I have argued that contemporary forms of subjugating life to the power of death (necropolitics) are deeply reconfiguring the relations between resistance, sacrifice, and terror. I have demonstrated that the notion of biopower is insufficient to account for contemporary forms of the subjugation of life to the power of death. Moreover, I have put forward the notion of necropolitics, or necropower, to account for the various ways in which, in our contemporary world, weapons are deployed in the interest of maximally destroying persons and creating death-worlds, that is, new and unique forms of social existence in which vast populations are subjected to living conditions that confer upon them the status of the living dead. I have also outlined some of the repressed topographies of cruelty (the plantation and the colony in particular) and suggested that today’s form of necropower blurs the lines between resistance and suicide, sacrifice and redemption, martyrdom and freedom (92).
¿Qué rendimiento teórico puede extraerse de la noción de necropolítica para el estudio de los actuales procesos migratorios y de las formas de gubernamentalidad que se aplican para contenerlos, administrarlos, redirigirlos, explotarlos y, eventualmente, eliminarlos? Resumiendo lo que Mbembe considera la piedra fundamental de las políticas migratorias europeas, el crítico de Camerún dramatiza la situación de la siguiente manera, con marcada ironía: We must close the borders. Filter those who make it across them. Process them. Choose who we want to remain. Deport the rest. Sign contracts with corrupt elites from the countries of origin, third world countries, transition countries. They must be turned into the prison guards of the West, to whom the lucrative business of administering brutality can be subcontracted. These states must become the protectorates of Europe —at once prisons for those seeking to leave and dumping grounds for those of whom it would be better to rid ourselves. And above all, we must make Europeans want to have more children (98-99).
Como este autor reconoce, las políticas anti-migración, al igual que la delimitación fronteriza, son formas de la violencia organizada del capitalismo tardío, e ilustran las lógicas de abandono social y deshumanización que lo caracterizan. Más que de fronteras, debería hablarse, señala Mbembe, de fronterización o borderización, es decir de un proliferante proceso de demarcación que excluye por todos los medios posibles a ciertos sectores de la población, aunque tal exclusión signifique el exterminio de esos sujetos. Se trata de una política de privatización de los espacios a los cuales los indeseables no tienen acceso, aunque de ello dependan sus vidas. Se trata de una guerra, indica Mbembe, contra las ideas
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mismas de movilidad, circulación y velocidad, en una época en que justamente tales prácticas resultan esenciales. Migrantes y refugiados constituyen, en este contexto, entidades vacías de significado, redundantes, excesivas, inconvenientes. Han sido convertidos en figuras anónimas y objetificadas, aglomeradas y promiscuas, una especie de residuo o excreción que debería permanecer invisible, sin voz ni cuerpo que permita registrar, materializar y singularizar su presencia. Como forma de contrarrestar esta deshumanización, Mbembe se refiere a esos sujetos con detenida corporalización, hablando de sus miembros, sus órganos y sus enfermedades. Esta tremenda e ineludible materialidad de lo humano se destaca en un siglo que se caracteriza, según Mbembe, por la fragilidad y la futilidad, y por el vaciamiento progresivo de la democracia. Como para recordar al lector, al final de su libro, que todo ser humano está de paso, muchos fuera del lugar de nacimiento, otros temporalmente aquí o allá, haciendo uso de una movilidad que se niega a tantos, Mbembe se refiere a «la ética del passerby»: el pasante, el transeúnte, el pasajero, una figura fugitiva, siempre en movimiento y en proceso de transfiguración (187). Lo esencial del ser humano no es, señala, pertenecer a un sitio, sino a todos los sitios al mismo tiempo, y en su pasaje ir combinando presencia y desprendimiento, solidaridad y distanciamiento, sin caer nunca en la indiferencia. En un registro diferente referido a la frontera México-Estados Unidos, el antropólogo Jason de León, ya mencionado, aborda en The Land of Open Graves: Living and Dying on the Migrant Trail (2015) el tema de la necropolítica al enfocar las formas en las que los gobiernos politizan los territorios demarcándolos, compartimentándolos y privatizándolos, con el objetivo de dirigir el movimiento humano hacia desvíos, encerronas, trampas y obstáculos que imposibiliten el avance y la efectividad de los cruces fronterizos. Como De León nota, la articulación del concepto de soberanía a estas formas perversas de planificación de la muerte por parte del Estado evoca claramente las ideas de Mbembe, de corte agambeniano, cuando el autor de Necropolítica señala que la última expresión de soberanía se afirma en el poder de dictar quien puede vivir y quien debe morir (67). Sin embargo, tan evidente vínculo entre la demagógica utilización del concepto de soberanía y las políticas de la muerte aplicadas a la migración es siempre velado por las retóricas oficiales: Contrary to the Border Patrol’s sterile language («Prevention Through Deterrence»), feigned naivité («this policy has had the unintended consequence of increasing the number of fatalities along the border»), and deflection of blame («Not a day goes by when we don’t find immigrants who say they were abandoned by their smuggler»), it is the federal agency that has created an infrastructural funnel along the US-Mexico border that intentionally directs people toward the desert (De León 66).
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La utilización de la naturaleza en contra de la vida del migrante es un recurso perverso y eficaz que, supuestamente, evitaría responsabilizar directamente a la guardia fronteriza, a las instituciones o a las disposiciones legales del atentado a la vida de miles de individuos. «[T]he desert is a tool of boundary enforcement and a strategic slayer of border crossers. The federal government doesn’t call the policy killing; they call it deterring, and justify it as the cost of guarding the homeland» (De León 67). En el medio natural de los desiertos fronterizos se mata exponiendo a las personas a las temperaturas extremas, a la sed y el hambre, a las alimañas, a la distancia, al silencio, a la soledad, a la desorientación y al abandono. Luego de la muerte, los cuerpos desaparecen licuados por el calor extremo y atacados por aves de rapiña y otros animales de la región. El desmembramiento del cadáver, su exposición a un mundo vacío y sin testigos, es una última afrenta que alcanza, obviamente a los deudos, expandiendo el ejemplo y estimulando la idea de «disuasión». El Estado es la autoridad ausente de estos crímenes que parecen ejecutarse solos. En este sentido, prácticas represivas, discursos oficiales y argumentos securitarios de legitimación forman una constelación tanática que tiene en el cuerpo de los individuos y en el cuerpo social su espacio de experimentación necropolítica. «Prevention Through Deterrence is necropower operationalized» (68). De León habla también de «necroviolencia» al analizar, entre otras cosas, la extensión del «castigo» más allá de la muerte y más allá del individuo mismo, hasta alcanzar a la familia y a la comunidad. «If the exercise of sovereignty is tantamount to the prerogative of pursuing war on life, then it is equally pertinent to consider its war on the corpse» (Posel y Gupta 306, cit. por De León 68). La necroviolencia se define, de acuerdo a este autor, como la violencia realizada contra el cadáver que se percibe como ofensivo, sacrílego o inhumano (69). Esta prolongación de la tortura a través de la profanación de los despojos constituye una práctica polivalente. Por un lado, completa el proceso de desaparición, lo «remata», como si muchas muertes pudieran efectuarse sobre el mismo cuerpo. Asimismo, produce un borramiento radical, que no deja rastros ni permite identificación. Borrando la materialidad se quiere borrar al sujeto y a lo que representa en la historia. Sitúa la problemática migrante en un campo de guerra en el que «todo vale» y en el que el victimario ha logrado invisibilizarse. Además, constituye, en el caso de la desaparición en el desierto, un crimen que pasa a formar parte del espacio de la naturaleza, que supuestamente no necesita explicación ni legitimación. Finalmente, señala una instancia de intensificación afectiva que excede toda racionalidad: un odio, un rechazo y un distanciamiento excesivo del otro y de la alteridad que representa. Es por estas razones que el tema de la migración se presta a una multiplicidad de análisis no solo en el campo de la ley y de la política, sino en el dominio de la ética y la filosofía, por-
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que devela la violencia sistémica que alimenta las subjetividades colectivas en el capitalismo tardío, donde el espíritu del Leviatán parece reactivarse para volver a potenciar una forma de soberanía en la que el poder reina sobre la vida y sobre la muerte, asimilándolas y reproduciéndolas. Deportaciones Expulsión, repatriación, deportación, se manifiestan como la contracara indeseable de los intentos migratorios, los pedidos de asilo político y la calidad de refugiado. Constituyen el reverso, el lado oscuro de la desterritorialización: el momento en que la pulsión de la re-territorialización es anulada. Se acalla la voz, se desconoce la voluntad del Otro, sus motivaciones, su derecho a la vida, al movimiento y a la residencia voluntaria en la tierra que elija. Como efecto de la deportación, la tierra natal es convertida en prisión y el regreso, en vía crucis hacia el espacio originario que fuera abandonado por la necesidad de evadir el peligro y la precariedad, que probablemente se acrecientan con el regreso forzado. La deportación es, en este sentido, la forma más radical y explícita de la exclusión y del rechazo, el gesto más contundente de autoritarismo territorial y de negación de agencia al sujeto que es reducido a la forma-objeto, a la dimensión de una mercancía «dañada» que debe ser devuelta a su lugar de origen. El tema de la deportación se inscribe en el campo de la gubernamentalidad y la bio/necropolítica, y se asocia estrechamente a los temas de derechos humanos, ciudadanía, transnacionalismo, soberanía y territorialidad. Como campo diferenciado, los estudios sobre deportación surgen alrededor del año 2000 como parte del campo de análisis migratorios y de los discursos y prácticas securitarias.33 Estas áreas de análisis adquieren un nuevo giro y una intensidad sin precedentes luego del 9/11, a partir de la identificación del terrorismo como amenaza global, y como resultado de la guerra que se desatara en distintos frentes, como embestida contra el indeterminado y omnipresente enemigo internacional. Las medidas migratorias adquirieron, sobre todo en Estados Unidos, dimensiones excepcionales contra todo aquel potencial enemigo que pudiera trasponer fronteras o habitara ya dentro de los límites nacionales. Se intensifican así las regulaciones aduaneras, las medidas de seguridad pública, las expulsiones, el profiling, y los discursos xenófobos y nacionalistas que pudieran legitimar los abusos contra los derechos humanos, dirigidos sobre todo contra extranjeros
33 Sobre el tema de la deportación, véase Bibler Coutin, «Deportation Studies», donde se analizan diversos aspectos relacionados con el campo académico y político en el que se manejan los problemas vinculados a la migración, deportación, etc., las diversas aproximaciones crítico-teóricas, etc.
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considerados «irregulares». Proliferaron las deportaciones, que ya tenían historia a nivel nacional, así como las medidas de expulsión desde la frontera, la separación de familias, la negativa de regularizar a trabajadores extranjeros ya en el país con expectativa de residencia, etc. Nuevas regulaciones, leyes, planes de construcción de obstáculos fronterizos, tecnologización de la vigilancia y aumento exponencial de guardias privadas orientadas hacia la detección de extranjeros en zonas cercanas a la frontera norte de México se sumaron al incremento de las medidas de penalización implementadas para asegurar el cumplimiento de las disposiciones anti-inmigrantes. En «The Production of Culprits: From Deportability to Detainability in the Aftermath of Homeland Security», Nicholas de Genova se refiere a los cambios que se produjeron a nivel de la administración de regulaciones anti-inmigrantes en cuanto a la concepción misma del Estado, y en particular en la interpretación de los derechos de la ciudadanía, como justificación para el cercenamiento de libertades civiles. La militarización de la política se interioriza en la (auto)percepción del Estado, que se asume a sí mismo como una institución orientada al condicionamiento de las libertades individuales a los marcos de excepcionalidad que se imponen ejecutivamente, consolidando lo que De Génova denomina Homeland Security State. El Estado es así el que crea, declara y administra la excepcionalidad, autoasignándose una carta blanca para la decisión sobre la creación y aplicación de mecanismos necropolíticos. De larga data, la práctica de las deportaciones ha sido tradicionalmente entendida como una forma de castigo real y simbólico aplicado a enemigos del Estado, y como un recurso de disciplinamiento, es decir, como un dispositivo gubernamental destinado a la purificación de la sociedad civil. Tal medida ha sido implementada en la historia profusamente, por motivos políticos, raciales, económicos y religiosos. Para muchos autores, la deportación es una práctica constitutiva de la ciudadanía, por la cual se demarca el límite entre el espacio propio y el exterior, entendido como irreductiblemente ajeno. Otros analistas de la migración y de sus relaciones con la cultura nacional observan el efecto divisionista y disgregante que estas operaciones acarrean a nivel social, por manifestarse como una extrema y objetable selectividad que, aunque se intenta legitimar como forma de garantizar el espacio de la ciudadanía, es obviamente ajena a los derechos humanos. En un conocido artículo sobre la antropología de la deportación, Nathalie Peutz propone el concepto de deportación —siguiendo a Aihwa Ong— como una «categoría de contraste» que inmediatamente relaciona las prácticas estatales de exclusión con la arena transnacional, mostrando la inmovilidad y opacidad que aplica la globalización neoliberal sobre ciertos sectores, mientras que manifiesta una «flexibilidad» transparente en otros casos.
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Desde el punto de vista de las repercusiones subjetivas de la deportación, valga señalar, para comenzar, que los procedimientos de expulsión y retorno obligado al país de origen homogeneizan a los sujetos colocándolos dentro de categorías que invisibilizan sus motivaciones, situaciones personales y trayectorias, subsumiéndolos en lo que se ha dado en llamar «una comunidad accidental». Tal agrupamiento desvanece trazos identitarios e individualidades, adjudicando, al mismo tiempo, otros supuestos rasgos, de carácter ideológico, religioso, legal, etc. que pueden o no corresponder a las personas que componen el grupo (Malkki cit. por Peutz 219). El individuo deportado es «desaparecido» por el Estado expulsor, de modo tal que este deja de tener responsabilidad sobre él. El individuo ha sido despojado de cualquier estatus legal que pudiera servir de apoyo para un reclamo sobre derechos o garantías personales. Nuevamente, como en otros casos ya analizados, el sujeto entra en la «zona de indistinción» de que habla Agamben, en la cual el «estado de excepción» es la norma. Se convierte en un paria, ya no un sujeto-objeto desechable sino ya desechado, un no-problema legal y, por tanto, un no-individuo, situado en uno de los múltiples puntos ciegos del sistema. Como Peutz señala, se trata de un sujeto doblemente estigmatizado, en su país de origen y en el que infructuosamente intentara relocalizarse. Through the act of deportation […] the state relinquishes all accountability, and the deportee is divested of his legal rights as well as his access to the state apparatus of the deporting state and, in extreme cases, of the «receiving» state (Peutz 220).
Por esta razón, los grados de enajenación y automarginación de los sujetos deportables contrastan claramente con los de los migrantes, quienes una vez instalados en las sociedades receptoras, se movilizan en torno a una serie de reclamos y reivindicaciones culturales. Como ha señalado Hans-Rudolf Wicker en sus estudios de la inmigración irregular en Suiza, «los individuos deportables están colocados en los límites de la “tolerancia” y, conscientes de tal posicionamiento, asumen la invisibilidad como una forma de supervivencia»: Unlike their «legal» counterparts, «illegal» immigrants do not congregate in new social movements aiming at the recognition of minority rights; they do not have a voice to demand the recognition of their own languages or religions; and they do not petition for political participation. From the point of view of their disposition, irregular migrants are reduced to being providers of cheap labor ideally suited to the supply and demand structure of a flexible employment sector (De Genova y Peutz, 240).
El tema de la deportación conlleva una serie de estrategias de identificación de los sujetos y de sus lugares de procedencia, lo cual se realiza por medios tec-
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nológicos, por identificación lingüística, etc. Pero el traslado de seres humanos también constituye un «negocio» del cual se encargan firmas corporativas que procesan las expulsiones. En muchos casos, los «desechables» se intercambian por trabajadores, a través de operaciones auspiciadas por los gobiernos que se alían con empresas privadas para sacar partido de la vulnerabilidad de los deportados y de su aislamiento social y legal. A pesar de las variantes culturales y también de las diversas regulaciones y procesamientos que se aplican en cada país, la situación de los deportados y las repercusiones sociales y afectivas de los retornos forzados son similares en distintas regiones, aunque varían notoriamente las condiciones de seguridad y los grados de precariedad que los individuos deben enfrentar al volver al lugar de origen. Por variaciones culturales, también son diferentes las formas en que son recibidos por las comunidades en la tierra natal, donde muchas veces enfrentan tanto rechazo como en el extranjero. Los procesos de readaptación al país de origen, dependiendo del lapso pasado en el exterior, suelen ser altamente emocionales y corporalizados, ya que es a través de la apariencia física, los gestos, el lenguaje, etc., que los sujetos retornados exhiben su adhesión a la cultura propia o su «contaminación» con la ajena. Ser detectado como un «otro» en la tierra natal no solamente acarrea un fuerte impacto social, afectivo y sicológico sino también riesgos de agresión y enajenación comunitaria. En algunas regiones, los riesgos de ser identificados como pertenecientes a religiones distintas a las toleradas en esa sociedad, cuestiones vinculadas a los medios económicos, la sexualidad, etc. constituyen obstáculos que vuelven a reproducir, ahora en términos en gran parte simbólicos, la intolerancia y la exclusión que la deportación materializó de modo contundente. Los ejemplos trabajados por Peutz en «Embarking on an Anthropology of Removal» se concentran en somalíes que fueron deportados de los Estados Unidos inmediatamente después del ataque a las torres del World Trade Center. A pesar de que estos casos son claramente singulares, demuestran las inmensas dificultades de readaptación a la cultura propia y de acogida por parte de los conciudadanos, familiares y miembros de las comunidades, por la desconfianza que inspira el desconocimiento de las motivaciones que pudieron haber llevado a la deportación y los grados de «contagio» de esos individuos con costumbres foráneas. Jacqueline Bhabha ha trabajado las políticas de la pertenencia (belonging) en relación con diversas formas de (des)intregración social en Europa, señalando la inmensa cantidad de factores que intervienen creando incertidumbre y ambigüedad en los procesos de deportación, debido a diferencias identitarias, religiosas, lingüísticas, políticas, ideológicas, legales, etc. que se agudizan cuando una persona es devuelta forzadamente a su país después de una estadía en otra cultura. Esto ha contribuido a que la supuesta unidad europea se haya ido erosionando:
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The vision of a Union stretching from the Urals to the Atlantic Ocean is real. However, questions about who and what should be included in Europe abound. To some extent these uncertainties are the product of postwar globalization, reflecting an awareness of the interconnections between formerly disparate entities and challenging established notions of center and periphery. These uncertainties also reflect the escalation in labor, refugee, and other forms of diasporic movements that impact on traditional notions of national belonging and complicate the assumed correspondence between territory and population, and between culture, ethnicity, and nationality (595).
Lo mismo sucede en África y en los países árabes, donde los factores religiosos y el riesgo de que quienes son devueltos a sus países por gobiernos extranjeros sean considerados terroristas agrega a los problemas de la deportación torsiones mayores que dificultan la reinserción social. Es evidente que, dados estos factores, la deportación se convierte en una experiencia devastadora, que en general corona una serie de vivencias de abuso, privaciones y temores. La devolución forzada a la tierra natal es, así, una instancia más donde la desconfianza, el rechazo y la agresión pueden ser tan o más severos que en la etapa anterior. En los últimos años se ha comenzado el tema de la deportación ha incrementado su presencia en estudios académicos y debates políticos. En la introducción a The Deportation Regime. Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement (2010) los editores del mismo, Nicholas De Genova y Nathalie Peutz, definen la deportación como la remoción compulsiva de extranjeros («aliens») del espacio físico, jurídico y social de la nación-Estado. Como un régimen —es decir, como una serie de procedimientos que siguen un modelo más o menos previsible— la deportación involucra aspectos relacionados a la ciudadanía, la soberanía, la identidad y la cultura nacional, la nociones y privilegios de clase y raza, etc. Adoptada como recurso securitario y dispositivo para la restauración del orden social supuestamente afectado por la migración, la deportación condena el movimiento libre a través de territorios, la voluntad de relocalización, la búsqueda de espacios de supervivencia y el cruce no autorizado de fronteras. Se trata de un atentado a las libertades individuales presentado como una garantía de bienestar para la ciudadanía. Complementa las medidas de detección, detención, revisación, clasificación, y criminalización de individuos, procedimientos que en general responden a perfiles socio-raciales y étnico-religiosos. Como los editores del volumen señalan, la deportación parte de una división normativa del mundo que distingue la territorialidad «soberana» y legítima (la que protege a la ciudadanía) de los espacios intersticiales en los que caen, como en una grieta legal, económica, social y política, los extranjeros carentes de derechos de entrada y permanencia en los espacios nacionales. La deportación y la deportabilidad constituyen, en este sentido, ámbitos que permiten al Estado reafirmar su poder,
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exponerlo, y teatralizarlo. Al mismo tiempo la relación entre libertad de movimiento y trabajo constituye una variable de gran importancia para entender el modo en que la deportación funciona económicamente y en relación a los mercados laborales, así como en sus vínculos con la privatización de la seguridad nacional y los regímenes de trabajo flexible en el capitalismo tardío. Como De Genova señala, aunque la libertad de movimiento ha sido considerada un derecho esencial, se ha teorizado poco sobre esta forma específica de ejercicio del libre albedrío. En particular, según este autor, no se ha logrado distinguir entre libertad de movimiento y derecho al movimiento, aun cuando esta última estipulación es la que garantizaría el cumplimiento de ese reconocimiento y el ejercicio de esa capacidad, que es inherente al ser humano. Como argumentan varios de los contribuyentes a The Deportation Regime el sistema o régimen de deportación pone en evidencia las consecuencias que emergen de un mundo en el que la territorialidad —es decir, la estatización de los espacios considerados «soberanos»— ha sido ensalzada como un principio inalienable, supra-individual e incluso supra-humano, es decir, como una condición que los estados proclaman y administran para su propia supervivencia, sin importar el régimen de exclusión y expulsión que esto impone sobre personas y recursos. Esta política se corresponde con la idea de un mundo contradictorio, que al tiempo que se globaliza, incrementa sus compartimentaciones y solidifica sus fronteras y paraliza el movimiento humano. Tanto el desplazamiento como del cruce de líneas internacionales pasan a ser instancias de privilegio de unos y discriminación de otros, es decir, procesos de incorporación o de excreción social. Se trata, a no dudarlo, de una estrategia necropolítica, que condena a los sujetos deportados no ya solamente a una exterioridad definitiva de los espacios sociales que podrían posibilitar su supervivencia, sino también a una interioridad que es, posiblemente, tan funesta como el «estar afuera» por los peligros que los aguardan en las tierras que por razones extremas fueron abandonadas en busca de seguridad, trabajo y estabilidad. Desde el punto de vista de la construcción de subjetividades, la deportación agrega un nuevo estrato a la complejidad del sujeto migrante. La manipulación y expulsión de los cuerpos, el abuso de la emocionalidad y la tensión incorporada a los lazos comunitarios hacen del deportado un sujeto dislocado, donde el fracaso de la reterritorialización marca no solo la lectura de la historia pasada sino la comprensión y la vivencia del presente y las posibilidades de imaginar el futuro en relación con algún tipo de territorialidad, material y simbólica. El territorio existencial del deportado es un espacio fragmentado y disperso, material y simbólicamente desagregado. Los sentimientos de culpa, la incorporación de la deportación como castigo, la necesidad de supervivencia sancionada como delito, la extrema vulnerabilidad, la desprotección del Estado y el vacío de la ley
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lo colocan en una categoría aparte, en la que el poder inapelable de las instituciones se materializa de modo inocultable. Los sentimientos de lealtad, patriotismo y pertenencia han sido desplazados por los de abandono, aislamiento y desprotección. Sin embargo, como Nicholas De Genova ha indicado, es la deportabilidad, más que la misma deportación, la que resulta efectiva al convertir a los sujetos en receptores potenciales de la expulsión, reforzando en ellos la constante condición de «ilegalidad». Esto sin duda aumenta la vulnerabilidad del migrante «irregular», dificulta cualquier intento de inserción social o laboral, y lo enajena del sistema receptor. El individuo deportable se convierte en mano de obra desvalorizada, excluida de la ciudadanía, disponible y desechable. Constituye la contracara de la ciudadanía y del trabajador nacional, protegido por derechos y reconocido socialmente. Víctor Talavera, Guillermina Gina Núñez-Mchiri y Josiah Heyman, coautores del artículo «Deportation in the US-Mexico Borderland. Anticipation, Experience and Memory», se preguntan justamente cuál es el impacto de la deportabilidad en quienes aún no han sido sometidos a ese proceso, pero sienten la inminencia o al menos la posibilidad de su cumplimiento. ¿Cómo afecta la deportabilidad al individuo y a la comunidad?, ¿la une o la disgrega? Los espacios prohibidos o de mayor peligro ¿se desafían o se evitan? El tema ha sido analizado desde perspectivas sociales y etnográficas, aparte de sus ramificaciones legales, políticas y económicas (por ejemplo, las repercusiones laborales, familiares, etc.). Uno de los conceptos utilizados para el estudio de estos temas es el que se refiere a los «procesos de entrampamiento», expresión que significa inducción para la realización de una acción delictiva. En muchos casos, los puntos de registro en las rutas (checkpoints) son utilizados para realizar racial profiling, es decir, identificación de posibles sospechosos sobre la base de su etnicidad, lengua, etc. Las constantes redadas en zonas fronterizas tienen la función de hacer sentir inseguros a los migrantes irregulares tanto en áreas públicas como en espacios privados, laborales, etc. Estas situaciones dificultan las relaciones de trabajo, impiden a las personas buscar la ayuda de trabajadores sociales, dispensarios médicos, etc., y se comunica a los niños y ancianos, muchos de los cuales viven encerrados tratando de impedir ser localizados y deportados lejos de sus familias. La incidencia de depresión, ansiedad, paranoia, etc. son frecuentes como reacciones antes estas condiciones de vida. Similares situaciones se repiten en Europa, Australia, etc., donde las rutinas de deportación son permanentes y masivas. Es frecuente ver entre los sujetos deportables estrategias de resistencia y protección mutua, consistentes en la circulación de información pertinente, la organización de movilizaciones comunitarias, ayuda a los familiares de personas deportadas, funciones de vigilancia, etc. Asimismo, es necesario considerar el
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hecho de que, aunque legalmente el acto de la deportación se considera el punto final en un proceso individual que desde el punto de vista del Estado constituye una infracción legal, el deportado en muchos casos reincide en sus intentos, incorporando la experiencia adquirida durante sus intentos anteriores, a incluso los contactos que formaron parte de tentativas previas. Desde el punto de vista gubernamental, esto influye en la evaluación de la conveniencia de la práctica de deportación, cuya inefectividad debe considerarse en adición a los costos económicos, políticos y sociales de estos procesos. Los estudios sobre la relación entre campos de refugiados y deportación demuestran que los primeros sirven en muchos casos para desviar los flujos migratorios, ya que los detenidos están sujetos a la posibilidad de ser redirigidos hacia otros destinos que se encargan de canalizarlos. En «Abject Cosmopolitanism: The Politics of Protection in the Anti-Deportation Movement», Peter Nyers señala: «The camp thus serves to mediate and modulate migratory movements as they continue in multiple directions, at various tempos, and at alternating speeds» (De Genova y Peutz 18). Esto triangula el destino de los migrantes, complicando rutas y procesos y creando «corredores transnacionales de expulsión» (Nyers 414) que forman parte de lo que de un «cosmopolitanismo abyecto», práctica que condena a los sujetos expulsados a una transnacionalización obligada que confirma su falta de pertenencia y su exclusión de la modernidad (Nyers 417). Al mismo tiempo, esas prácticas resultan a la larga inefectivas por la persistencia de los migrantes y la experiencia adquirida en las operaciones de deportación. Al referirse a la diáspora de migrantes criminalizados, sujetos deportables, etc., Peter Nyers utiliza en ese mismo artículo el neologismo «deportspora» (diáspora de deportados) (414), noción que recoge la idea de la movilización masiva (y forzada) de individuos condenados a la exterioridad. Si en la sociedad moderna el cosmopolitismo aparecía como un privilegio resultante del progreso socio-económico y como una forma de adquirir y exhibir «universalidad», en el contexto que se está analizando aquí, indica lo contrario: la sujeción indisoluble del sujeto a su propia contingencia y su expulsión de los beneficios y de las formas de integración de la sociedad moderna. Nyers recuerda que «abyecto» viene del latín abjectus y significa «throw away» señalando así a algo o alguien que está fuera del sistema, que ha sido arrojado fuera de sus límites y que se considera no solo prescindible, sino dañino para la salud de la formación social que lo expele. La noción de abyección califica los resultados de la acción de expulsión sobre el individuo expelido de la totalidad nacional. Implica dislocación y degradación; sugiere una condición desplazada, miserable y oprobiosa, impuesta desde una posición considerada irreconciliable y superior a la del sujeto que es sometido a la ignominia de la deportación. Introduce el problema de la ética en el pacto
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social, y de los sustentos morales que autorizan la distinción entre legalidad y humanidad y ciudadanía. El otro es colocado por la deportación en un lugar de negatividad radical e irrevocable. Tal posicionamiento es parte de la «producción biopolítica de otredad» a la que se refiere Sarah Wellen, la cual constituye una estrategia global que es esencial para los discursos securitarios. Asimismo, el tema de la otrificación que es cualidad imprescindible para la deportabilidad, llama la atención sobre las relaciones de poder y las tecnologías de biodominación relacionadas con la deportación como forma particular de la expulsión social. Tal modalidad concreta de control poblacional se basa en la biologización de los procesos migratorios, la cual se hace evidente en la manipulación (encierro, privación, detención y movilización forzada) del cuerpo y del hábitat de los individuos, de sus relaciones familiares, de su salud y formas de socialización, en la imposición de inmovilidad o traslado, en su localización, utilización o eliminación de los espacios productivos del capitalismo tardío. La humanidad parece convertirse, a través de estas prácticas, en una membresía limitada a los espacios privatizados de la territorialidad nacional. De Genova destaca, citando Homo Sacer de Agamben, este vínculo, que ha sido convertido en necesario, entre vida y orden estatal: Citizenship, in the modern (bourgeois-democratic) era, [Agamben] argues, «does not simply identify a generic subjugation to royal authority or a determinative system of laws» but rather «names the new status of life as origin and ground of sovereignty, and therefore, literally identifies… “the members of the sovereign”» (De Genova, The Deportation Regime 45).
Para De Genova, la situación del sujeto deportable ocupa una zona de indistinción que oscila entre dos polos: la carencia total de estadidad (statelessness) que lo sitúa como vida nuda, y la condición saturada de estadidad que lo vincula a su ciudadanía previa y abandonada. En este sentido, este sujeto existe en un estado de extrema politización (De Genova 46-47). Las estrategias securitarias implementadas por el biopoder estatal reinstauran el dualismo centros/periferias creando tensiones sociales, territoriales, legales, económicas y culturales que inciden negativamente sobre la ciudadanía, el derecho y los dominios de justicia social, incluido el derecho humano a la vida y al libre desplazamiento. William Walters reflexiona sobre las formas actuales de conceptualización de la deportación, práctica que se está convirtiendo en un asunto en el que los Estados nacionales son solamente uno de los actores del proceso, ya que este involucra relaciones interestatales, así como una cantidad de mediadores, y aspectos infraestructurales que tienen que ver con la reubicación de personas, pero también de mercancías, servicios, fondos y personal especializado:
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we should shift from seeing deportation in purely state-centric terms toward recognising that an international deportation system exists which now has its own consistency, its own irreducibility […] one can say there are in fact many mobilities at play within this international system of deportation – not only deportees, but escorts, goods, buses and planes, diplomats, identity papers, medical inspectors, development funds, and so on («Expulsion, Power, Mobilisation» 34).
Según este autor, la deportación está redimensionando los espacios nacionales y los medios de transporte que se usan para el traslado de migrantes, los cuales implican recursos de aire, mar y tierra: We need to think about deportation in terms of its routes, corridors and networks, a system of passages which not only crosses political borders, but which negotiates land, sea and air. Why do we only seem to talk about routes when they are associated with smugglers, or with migrants seeking to circumvent border controls? What about the routes of deportation which states have crafted? (35).
Existe, entonces, una cartografía propia de la deportación: marcas abyectas sobre el mismo mapa que los sujetos no pueden libremente recorrer, ni llegar a habitar, pero que han sido designadas para su utilización en la expulsión territorial y civil de esas personas. Tales espacios, así como los movimientos que sobre estos se desarrollan en la deportación de individuos, están sujetos a una estrategia de visibilidad/invisibilidad que pasa tanto por la espectacularización ejemplarizante de la remoción de los cueros como por los intentos de ocultamiento sistemático de tales prácticas a los ojos del público y de los activistas, académicos, periodistas, etc. interesados en el destino de los deportados.34
34 Sobre
el tema de la deportación, véanse Bibler, Bridget Anderson et al., y W. William, «Deportation, Expulsion».
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Migraciones indígenas: estrategias de supervivencia y el derecho a la fuga En la introducción al libro colectivo titulado Countering Displacements: The Creativity and Resilience of Indigenous and Refugee-ed Peoples (2012), los editores, Daniel Coleman, Erin Goheen Glanville, Wafaa Hasan y Agnes KramerHamstra, señalan el hecho de que los estudios sobre refugiados y los estudios indígenas han estado, en general, desconectados, manteniéndose cada una de estas áreas en dominios separados de investigación y de análisis. Despite the fact that the refugee is, ultimately, a displaced native, these two populations are not often discussed in relation to one another. In public policy and social sciences research, this separation emerges from the fundamental difference between legal categories applied to internally displaced people, who have not left the nation-state within which they live, and to refugee-ed people, who are defined by having crossed an international border (xvi).
En un mismo sentido, el investigador Carlos Yescas señala en un artículo apropiadamente titulado «Hidden in Plain Sight: Indigenous Migrants, Their Movements, and Their Challenges»: Thirty years ago, a report to the United Nations on discrimination against indigenous populations did not cover immigration. Today, however, the internal and international migration of indigenous peoples is an unavoidable topic for
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any academic, government, or advocacy group interested in indigenous peoples’ issues (s/p).
Sin embargo, las migraciones indígenas preceden y rebasan el concepto moderno del refugiado y, según algunos autores, a pesar de las grandes diferencias entre ambos casos, presentan en la actualidad rasgos comunes con la situación migratoria llamada «irregular», que obliga a los sujetos al nomadismo o a la condición de ilegalidad que los margina de la sociedad dominante. Para comenzar, puede mencionarse el hecho de que tanto los desplazamientos indígenas de nuestro tiempo como la situación de los refugiados ilustran una relación de ajenidad, cuando no de tácita divergencia, con respecto a los principios, lógicas y estrategias de la modernidad. Los primeros, como resultado del colonialismo que devastó territorios y recursos naturales, enajenando a los pueblos originarios de su relación con la tierra natal y las formas de vida y relacionamiento cultural que les eran propias. De tales situaciones, agravadas por las políticas de la sociedad moderna, derivan actuales condiciones de desposesión y enajenación cultural. Los refugiados de nuestro siglo dan testimonio, por su parte, de las formas de abandono, explotación y discriminación de las que han sido objeto inmensos sectores de la población mundial en beneficio del gran capital y de las formas de expansión territorial, mercantil y cultural implementadas en el sistema-mundo. Aunque indígenas y migrantes o refugiados contemporáneos han entrado en colisión en ocasiones debido a disputas territoriales, los mencionados editores de Countering Displacements consideran que la figura del nativo y la del refugiado están inherentemente ligadas por la gran narrativa de los desplazamientos territoriales, a lo largo de los cuales ambas formas de existencia social intersectan sus trayectorias. Al enfocar el tema de los desplazamientos como una serie de pérdidas interconectadas (del territorio, la lengua, la cultura, la relación simbólica con la naturaleza, la ciudadanía, etc.) es posible enfatizar las similitudes que permiten aproximar a sectores sociales muy dispares, en base a las vivencias coincidentes del duelo, la enajenación, la extranjería, la falta de reconocimiento a sus derechos, la deshumanización, la desestatización, etc. El caso de los desplazamientos indígenas se destaca por la complejidad de esos procesos y por las formas múltiples en que el fenómeno elude los parámetros críticos y las categorías teóricas utilizadas en general para el análisis de las reterritorializaciones poblacionales que se registran teniendo como punto de referencia la nación-Estado. En general, estas movilizaciones han sido estudiadas por antropólogos que analizan desplazamientos poblacionales e impactos culturales de la desterritorialización en comunidades autóctonas en distintas culturas. Las migraciones indígenas se realizan tanto a nivel nacional (como relocalizaciones de una región a otra) como transnacional, y presentan rasgos
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específicos, de los cuales pueden enumerarse aquí algunos de ellos. En muchos casos, se producen como parte de ciclos propios del desarrollo y de las formas de vida de esos grupos humanos, y dependen de factores naturales relacionados con el medio ambiente, los cambios climáticos, los recursos naturales que impactan la caza, la pesca y la agricultura, o que se relacionan con transformaciones ecológicas. En otros casos surgen como respuesta a agresiones de otros grupos humanos, ya se trate de comunidades étnicas diversas o de la sociedad dominante. Esta última afecta de distintas maneras la vida de los pobladores autóctonos, ya sea por las políticas de deforestación o extractivismo, por la implementación de intervenciones guiadas por objetivos de apropiación territorial, por la puesta en prácticas de medidas de asimilación cultural (alfabetización, catequización, salud pública, etc.), por la posibilidad de que el contacto intercultural funcione como posible apertura de posibilidades comerciales, humanitarias, etc. El desarrollo del capitalismo, la expansión de los mercados nacionales, el colonialismo interno, y la fuerza de los procesos de urbanización, con sus políticas depredadoras y racializadas, han sido algunas de las causas más pujantes en los procesos de desterritorialización indígena. La vulnerabilidad de estos sectores, que viven con frecuencia en los márgenes de la institucionalidad nacional, los coloca en una posición de desventaja frente a los avances organizados del productivismo, en beneficio del gran capital. Los conflictos internos, políticos y económicos, que han caracterizado la historia de la nación-Estado, así como las luchas interétnicas, constituyen asimismo elementos disruptivos que impulsan a los grupos indígenas fuera de sus territorios originarios. Un factor fundamental en la comprensión del fenómeno migratorio indígena tiene que ver con la importancia de la tierra como elemento crucial en los imaginarios comunitarios. Lugar de procedencia y de organización colectiva, la tierra se vincula a los ancestros, a las creencias religiosas, a las narrativas sobre el origen y significación del universo, a la productividad comunitaria y a la supervivencia. Por esta razón, la defensa del territorio constituye una de las constantes en las conductas colectivas de la población autóctona en distintas regiones del planeta. Un aspecto polémico relacionado con este tema es el del reconocimiento de la «propiedad» de los territorios indígenas y de su derecho a continuar habitándolos, cuestión que ha levantado debates y enfrentamientos durante siglos. Además de problemas legales y políticos, estos aspectos vinculados a la territorialidad afectan también la constitución de subjetividades colectivas, proceso que debe incorporar el impacto de los cambios de localización, el contacto con nuevos grupos humanos, las agresiones del sistema y las diversas formas de discriminación que acompañan los contactos interculturales. Siendo el fenómeno más común el del abandono de las áreas rurales por los centros urbanos, los factores de enajenación cultural se multiplican para sujetos fuertemente ligados al contacto a la naturaleza.
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Históricamente, se sabe que las relocalizaciones territoriales se produjeron en el mundo americano prehispánico por razones de supervivencia (abastecimiento de agua o alimentos), cambios del medio ambiente, creencias y enfrentamientos entre culturas por razones territoriales o de otra naturaleza. En todas las regiones se registraron desplazamientos voluntarios o forzados, permanentes o transitorios, hacia zonas más fértiles, más pacíficas o consideradas sagradas. De este modo, los sentimientos de ajenidad y extranjería existieron ligados a la desfamiliarización con respecto a la tierra natal, el distanciamiento de la comunidad originaria, las lenguas y costumbres propias, los orígenes y las alianzas interculturales ya establecidas, que se veían sustituidas por nuevas e imprevisibles relaciones. Con la conquista y colonización, tales sentimientos y experiencias de des/re/territorialización se intensifican, teniendo en la dominación imperial el principal factor desencadenante. La utilización de indígenas para labores de extracción, cultivo o servicios variados a los dominadores creó las condiciones para que la movilidad de poblaciones nativas se hiciera constante. Los procesos de desposesión, explotación y sometimiento cultural acentuaron radicalmente la experiencia de la extranjería entre los habitantes naturales de los territorios conquistados y los colonizadores europeos causando con frecuencia migraciones internas de considerable importancia.1 Numerosos documentos cronísticos dan fe de las constantes movilizaciones de grupos indígenas a través de diversas regiones e incluso a nivel interregional, de un virreinato a otro, en muchos casos como resultado de tráficos de individuos para trabajo forzado, servidumbre doméstica, asistencia en traslados territoriales de comerciantes, expediciones, etc., resultando en relocalización de personas o comunidades en contextos muy diversos de los originarios. Nuevos estudios analizan asimismo movilizaciones transimperiales de las que se tenían numerosas noticias a través de las crónicas, documentos oficiales de la Corona, archivos legales, etc. que demuestran que tales trasplantes fueron frecuentes y de importantes implicaciones. En su libro Global Indios: The Indigenous Struggle for Justice in Sixteenth-century Spain (2015) Nancy E. van Deusen agrega una torsión fundamental al problema de los desplazamientos indígenas forzados, profundizando en una dimensión histórica generalmente ignorada por los estudios coloniales: la que enfoca el tema de la relocalización coercitiva de que fueran objeto pobladores nativos del Nuevo Mundo por parte de los colonizadores. Van Deusen analiza más de cien casos presentados a las cortes de Castilla entre 1530 y 1585 por parte de indígenas que habían sido transportados como esclavos a España y solicitaban su libertad. La autora estudia el problema de 1 Véase
al respecto Mazzotti, «Andean and Amazonian displacements», donde el crítico analiza la situación de los desplazamientos en la región andina en distintos períodos.
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la definición de la categoría de indios que provenían de distintos virreinatos, y también de los conceptos de esclavitud y libertad, que se prestaban a distintas interpretaciones. El foco principal de su investigación se centra en el destino que tuvieron al menos 650.000 indígenas que fueron esclavizados y relocalizados ya sea en distintas regiones del mundo colonial o en el espacio imperial transatlántico. Los primeros en realizar el inconcebible viaje transoceánico navegaron en las carabelas de Colón, quien los trasladó para exhibirlos como testimonio de sus descubrimientos y de las posibilidades que los mismos abrían en los nuevos territorios. Siguieron muchos otros casos similares, que Van Deusen estima que movilizaron a más de 2.000 nativos, que fueron instalados en Sevilla, Cádiz, Madrid, Granada, Toledo, Valladolid, etc. en calidad de esclavos, sirvientes o trabajadores forzados (2-3). Estas operaciones de traslado y desplazamiento intercontinental constituyen las primeras migraciones forzadas en América. El apasionante estudio de Van Deusen ilumina, además, cuestiones vinculadas a las relaciones de soberanía que los tránsitos de indígenas planteaban a los distintos dominios imperiales de España y Portugal, ya que el tema jurídico de la esclavitud, las jurisdicciones territoriales y las relaciones de dominación colonial se entendían e implementaban de distinta manera en diversos espacios. La autora se pregunta: «where did indios fit into the liminal space between geographic imagination, legal treaties, and interimperial comercial enterprises?» (196). Los indios litigantes que analiza Van Deusen siguen una trayectoria compleja por mar y tierra, materializando con sus desplazamientos un nuevo horizonte de subjetividad y agencia subalterna: These indios were mobile border crossers: traveling the world from place to place, with merchants from different nations. They embodied the changing geopolitical landscape by virtue of the seas they had traveled and the continents they had traversed. But they were also residents of Castile and in most cases lived at least part of their lives in the heart of the empire […] In other words, indios crossed borders by virtue of their ethnicity, geographic location, and association with various Europeans, but as juridical subjects in the courtroom, they became symbolic boundary markers of imperial differences for legal advocates, witnesses, and defendants hoping to solidify claims of sovereignty. Indios were emblems of imperial sovereignty (196-197).
Como la autora indica, la formación de subjetividades trasnsimperiales resulta de los intercambios comerciales, los tráficos esclavistas laxamente regulados, los viajes de exploradores, etc. que crean una movilidad de cuerpos y visiones que van cambiando el horizonte del colonialismo al activar sujetos que van tomando conciencia de su constitución heterogénea y de sus posibilidades de presionar los límites de los dominios metropolitanos. A la superposición de
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temporalidades y de espacios, de lenguas y creencias, de ancestros y vertientes culturales, se suma la deconstrucción de los esquemas bipolares centro/periferia, metrópolis/colonia, Europa/América, con la que con frecuencia se enfrenta el desafío de comprender el mundo colonial. Tal descentramiento de paradigmas críticos is also a more useful way to consider knowledge making about colonial subjects as nonlinear, indirect, and fragmented. When we think of mobility, the ideas of changeability, instability, and inconstancy often come to mind. But mobility in an imperial context is also about both creative transformation and the ongoing desire to control others. It is not only about the physical movement of people from one context to another, but also about how perceptions and desires were reconstituted into narratives that established prerogatives, fixed boundaries, and mythologies (230).
Modernamente, el tema de las migraciones indígenas sigue estando, relativamente, fuera del radar de la crítica y de las estadísticas, al subsumirse en categorías englobantes que no distinguen la especificidad de estos sectores ni sus formas particulares de desplazamiento territorial. Uno de los aspectos primarios que no ha encontrado resolución práctica es el del estatus mismo de las poblaciones indígenas dentro del espacio jurídico y social de la ciudadanía y también dentro de los imaginarios de la sociedad civil. La entidad del problema es inmensa, ya que esta forma de reconocimiento e identificación social influye directamente en las formas de integración de estos sectores y en el reconocimiento de sus derechos y de su especificidad cultural dentro de las culturas nacionales. Según indica Yescas: In its 2009 study, the United Nations Permanent Forum on Indigenous Issues reported that there were more than 370 million indigenous people in some 90 countries worldwide. Indigenous communities, such as the various Native American peoples of the United States, are usually treated as a minority in one or many countries. Among the most famous indigenous migrant groups are the Maya from Guatemala who fled their country during the civil war in Central America and have since settled in North America; the Otavalos of Ecuador who migrate to Colombia, Chile, Argentina, and Brazil to seek better economic opportunities; and the Maori of New Zealand who move from rural-agricultural and fishing communities to Auckland and Australia to seek employment and better services (s/p).
Esta consideración de «minoría» invisibiliza a las poblaciones indígenas, atenta contra los esfuerzos de integración igualitaria y coloca a estos sectores en una posición de subordinación sometida a la supuesta buena voluntad o con-
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descendencia de los sectores dominantes. Asimismo, como la definición misma de «indigeneidad» es polémica y varía de cultura en cultura, la invisibilidad de los grupos indígenas y en particular de sus movilizaciones migratorias pasa en muchos casos desapercibida, al ser integrada sin diferenciación a los desplazamientos campesinos. De acuerdo con Yescas, en las Américas la migración moderna comenzó a activarse en los años 50, cuando hombres indígenas comienzan a ser empleados para trabajos de obras públicas en las ciudades en crecimiento. En la década siguiente el programa de braceros atraería a miles de trabajadores mexicanos (purépechas, mixtecas, zapotecas, etc.) hacia Estados Unidos. No sería sino hasta los años 90 cuando las mujeres comienzan a sumarse a la migración indígena masculina, aunque en menores números. Otros casos de migración forzada es el de los niños que fueron y continúan siendo objeto de tráfico para adopción en distintos países. La migración económica de ecuatorianos, muchos de la región de Otavalo, se incrementó en las últimas décadas del siglo pasado, y también la de mayas guatemaltecos y maya-hablantes mexicanos, los primeros principalmente debido a la situación política de los años 80. Todos estos procesos tienen antecedentes muy antiguos, en tiempos coloniales y prehispánicos, aunque las causas detonantes de las movilizaciones contemporáneas son las que han desatado las diásporas mayores que se han registrado en nuestro tiempo. En el caso del Perú, analizado por José Antonio Mazzotti en «Andean and Amazonian Displacements», a la relación entre las comunidades indígenas y la sociedad criolla se agregan, a lo largo del tiempo, otros flujos poblacionales provenientes de África, Japón, China y países europeos, que se integran a la sociedad andina, creando un espectro demográfico y cultural particularmente rico y variado. La economía de extracción minera, las actividades de corporaciones transnacionales, y las prácticas de deforestación causarían modernamente nuevos procesos de superexplotación laboral, contaminación del medio ambiente y desplazamientos poblacionales. A la vez, como Mazzotti señala, diversas formas de depredación e invasión territorial están teniendo fuerte impacto en la zona amazónica: «The fact that many non-contacted groups have to abandon their traditional habitat is also a sign that globalization is taking a heavy toll on the richness of environmental, linguistic, and ancestral knowledge» (s/p).2 Tales dinámicas son, en efecto, esenciales para analizar la singularidad de las migraciones indígenas no solo en relación con movilizaciones ancestrales estrechamente ligadas a la cultura, la creencia y la naturaleza, sino también vinculadas, en tiempos modernos, a la acción del Estado y otras entidades supranacionales 2 Sobre
la situación de los pueblos indígenas en América Latina y su relación con el Estadonación, véase Stavenhagen.
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(corporaciones, por ejemplo) que imponen sus lógicas e intereses desplazando, material y epistémicamente, a los pueblos indígenas ya no solo dentro del territorio nacional, sino, inclusive, fuer de sus fronteras. En estos casos, ¿cómo se reformula la relación entre cultura y espacio, identidad y localización espacial, migración y defensa territorial? El antropólogo Stefano Varese se ha ocupado ampliamente del tema de los derechos indígenas y de los procesos de desterritorialización que los afectan. En «Language of Space. Politics of Indigenous People Remmoval and the Ethnopolitics of Resistance. The Post-Colonial Diasporas», este investigador enfoca lo que denomina «the Oaxaca Paradigm» para analizar las prácticas genocidas implementadas en México contra comunidades indígenas y las formas de resistencia con las cuales tales comunidades han respondido a las ofensivas estatales. También en este caso, como señalara Mazzotti para la situación en la región andina, la globalización ha tenido efectos devastadores sobre los sectores autóctonos, generalmente los más desaventajados, al determinarse que muchas de las tierras ocupadas por las comunidades indígenas constituían espacios de «interés social», lo cual desata, principalmente a partir de los años 70, un proceso de comodificación territorial y privatización de recursos comunales. Una de las respuestas aparentemente paradójicas de los sectores indígenas oaxaqueños ha sido la migración, tanto desde zonas rurales hacia zonas urbanas, como a nivel transnacional, desde México hacia Estados Unidos.3 Tales procesos, aclara Varese, no implican el abandono de sus territorios ni de la resistencia de las comunidades a los avances estatales, sino la práctica de una «pertenencia a distancia» («distant belonging»), que se ha hecho necesaria como forma de supervivencia colectiva. Las ausencias temporales de los indígenas que migran incrementan, según el antropólogo, aunque no lo parezca, el sentido de territorialidad y los lazos comunitarios. La migración indígena se lleva a cabo, en estos casos, a través de ciclos migratorios de partida y regreso de los indígenas, quienes continúan integrados a la producción agrícola de sus ejidos y a las actividades ceremoniales de sus comunidades. De este modo, la des/re/territorialización se efectúa de forma relativa; la migración es periódica y repetitiva, dando lugar a modalidades combinadas de organización de la vida familiar, la integración laboral y la interacción cultural. Tales prácticas plantean preguntas acerca del papel que desempeña, en estos casos, la cuestión espacial, en la constitución de identidades colectivas, y la necesidad de distinguir entre espacio cultural, geográfico, comunitario, territorial, etc. Varese se refiere al concepto de «language of place» (el idioma del lugar): «a language embedded in the locality, in the concrete space where culture is grounded and reproduced in a familiar landscape […]». Cada 3 Sobre
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el tema de la migración mexicana a Estados Unidos, véase Fox y Rivera-Salgado.
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lugar se corresponde con ciertos protocolos, lenguas y conductas: «This is why a paradigmatic shift that accentuates “topos” rather than “logos” is needed to understand indigenous people» (s/p). Tanto en México como en otras regiones latinoamericanas, las comunidades indígenas siguen desprotegidas con respecto a los avances de las políticas neoliberales, por lo cual el investigador señala: «A major question remains: what political institution (national international, global) is accountable for the safeguard of the indigenous people rights to sovereignty». La respuesta que sugiere el antropólogo va por el lado de la resistencia organizada, o de lo que siguiendo a Richard Falk se ha dado en llamar «globalization from below», para llamar la atención sobre la progresiva organización de un nuevo escenario de resistencia integrada a nivel planetario que expresa los intereses y subjetividades de amplios sectores marginales con respecto a la nación-Estado. Estas formas de globalización de la resistencia pueden llegar a contrarrestar las fuerzas aparentemente invencibles de la globalización y/o a crear estrategias de supervivencia y fortalecimiento comunitario. En América Latina, junto a las situaciones mencionadas en la zona andina y mexicana, las condiciones poblacionales en Guatemala son particularmente dramáticas, no solo por la larga sucesión de genocidios que han marcado la historia nacional, sino por la intensa diversidad cultural, lingüística, y socioeconómica que caracteriza a la región centroamericana y contribuye a dificultar la articulación sociopolítica de sectores subalternizados desde la colonia. En «From Genocide to Hieleras: the Never-Ending Maya Genocide», Arturo Arias ha analizado la larga trayectoria necropolítica que ha provocado desplazamientos poblacionales de indígenas mayas en distintas oleadas a través de los tiempos. Si el periodo colonial sienta las bases de una dominación que se extendería durante siglos en una sociedad racializada al máximo, tales estructuras de dominación no se extinguirían con las independencias, sino que persistirían como colonialidad hasta el presente. Las relaciones de poder así fundadas tendrían entre uno de sus principios el de la enajenación de las comunidades indígenas de sus territorios nativos, y de todas las connotaciones culturales, identitarias y epistémicas que la tierra natal concentraba. En Guatemala la apropiación y privatización de las tierras creó resistencias constantes de parte de los mayas dando lugar a genocidios históricos en la región, desastre que se repetiría en los años 80 cuando cientos de miles de indígenas fueron desplazados, muertos o «desaparecidos» por el ejército guatemalteco. Según indica Arias, a consecuencia de estos enfrentamientos, 150.000 personas se refugiaron en México. De este modo, la situación de los indígenas mayas siempre osciló entre la permanencia y defensa de la tierra y el «derecho a la fuga», intentando escapar de la miseria y la violencia política. Contemporáneamente, como señala el mismo crítico, el extractivismo, nueva
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cara del capitalismo racializado, traería renovados niveles de explotación de la naturaleza y de sacrificio humano a Guatemala, sin duda uno de los países más castigados del mundo occidental. The colony is now everywhere. The impulse to flight is presently curtailed by engineered crises shaping conditions for an acceptability of the physical elimination of large sectors of humanity. […] Under those conditions of necropower, we can no longer separate resistance from suicide, sacrifice from redemption, martyrdom from freedom, assassination from justice (Arias, s/p).
En el caso australiano se considera que el contacto con empresarios o misioneros europeos ha ejercido una influencia importante en los esfuerzos de reubicación de aborígenes en reservaciones establecidas fuera de sus territorios originarios. Muchos de estos sectores fueron instados a reinstalarse con el objetivo de participar laboralmente en distintos proyectos industriales y, consecuentemente, en las formas de vida de la sociedad dominante, que al tiempo que utilizaba su trabajo, dificultaba su integración social. Según James C. Pierson, la progresiva pérdida de contacto con las comunidades de origen, con las lenguas y tradiciones propias, impulsaron a muchos pobladores autóctonos de Australia, particularmente a nuevas generaciones, a migrar de las áreas rurales a las ciudades en busca de educación y trabajo. Lo que fueron en un comienzo relocalizaciones organizadas «desde arriba» se ha convertido hoy día en la opción «natural» de poblaciones que han sido alienadas de sus territorios originarios y de su cultura propia. Considerados como minorías en algunos países, o simplemente como población marginal no asimilada —o solo parcialmente asimilada—, los sectores indígenas requieren consideración específica en el plano del derecho, tanto en lo relacionado con desplazamientos internos, forzados o no, como en lo relativo a migraciones internacionales. Tal particularismo tiene que ver con cuestiones culturales, lingüísticas e históricas, vinculadas al colonialismo, el racismo y las diversas formas de organización social que tales comunidades presentan en distintas regiones. Obviamente, nociones como las de ciudadanía, soberanía y nacionalismo no tienen el mismo sentido en el caso de comunidades nativas que responden a muy diversas tradiciones y formas de concebir el mundo, el poder, las relaciones interhumanas y el medio ambiente. Respecto al tema de la ciudadanía y los derechos de los pueblos originarios, los editores de Countering Displacements: The Creativity and Resilience of Indigenous and Refugee-ed Peoples mencionan el hecho significativo de que mientras muchos migrantes buscan asilo político y ciudadanía para regularizar sus situaciones, muchos otros rechazan estos recursos por considerarlos una imposición
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de los Estados nacionales, lo cual demuestra la heterogeneidad del movimiento migrante y sus diversas posiciones y expectativas. Muchos pueblos indígenas resisten la ciudadanía y tratan de retener, en lugar de esta, sus identidades culturales y sus raíces históricas y comunitarias. Su lucha no es por la inclusión democrática en la nación-Estado que los desplazó de sus territorios originarios, sino por una relación igualitaria, de nación a nación, de acuerdo a tratados existentes. James Henderson señala, refiriéndose al caso de los pueblos aborígenes de Canadá, que la oferta de ciudadanía realizada por el gobierno de ese país ignores the fact that the rights of aliens to Canadian citizenship are derived mostly from the Aboriginal sovereign’s conditional permission to the British sovereign to provide for settlements, rather than as is frequently argued, from British sovereignty alone and delegated legislative authority. Aboriginal peoples do not have to join Canada and become citizens; Canada and its citizens have to acknowledge their Aboriginal foundation (419, cit. por Coleman, Goheen Glanville et al. xxi).4
En el libro Indigenous Routes. A Framework for Understanding Indigenous Migration (2008), Yescas utiliza la expresión «transborder indigenous migration» (migración indígena transfronteriza) para hacer referencia a movimientos territoriales que no se ajustan a las delimitaciones de las fronteras nacionales, ya que los territorios ancestrales, divididos por las fronteras de la nación-Estado, se extienden en lo que en el presente pertenece a distintos países. Yescas explica que The term transborder indigenous migration is introduced in this work to refer to the movement of individuals or families from the same indigenous group within its ancestral territory that straddle international borders. The establishment of national borders following decolonization and the creation of modern nation-states divided many indigenous peoples and their lands. These borders now separate single, contiguous indigenous communities, dividing them between the administrative rules of different countries. Some of these separated communities still move within their territory, now straddling an international border. These movements are considered international migration, even when the communities have not stepped outside their own ancestral territories (15). 4 Siendo la soberanía de los pueblos nativos una condición preexistente, no corresponde que
estos asuman la ciudadanía de la nación-Estado que históricamente los desposeyó de sus tierras, recursos y derechos. Similar situación, según señalan los editores de Countering Displacements, se ha presentado en el caso de los pueblos originarios en Estados Unidos y Australia, siendo asimismo invocada por Israel respecto a Palestina, sobre la base del reconocimiento bíblico de la presencia originaria del pueblo judío en los territorios disputados.
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Tal consideración es utilizada también por otros investigadores, ya que el territorio indígena suele no ajustarse a compartimentaciones ni a límites propios de la sociedad occidental o de la organización nacional presidida por un aparato estatal que las comunidades nativas en muchos casos no reconocen. Se trata, así, no solamente de cuestiones político-económicas o sociales en sentido amplio, sino de problemas de desencuentro epistemológico entre las partes en disputa por los derechos territoriales. Asimismo, a nivel jurídico los temas de la ciudadanía y la soberanía se vuelven intrincados mecanismos de «inclusión diferencial» de difícil implementación: The question of citizenship precludes indigenous transborder migrants from the same rights and benefits reserved to nationals of the countries of destination, this is especially problematic for transborder indigenous peoples when they are migrating within their traditional territory but lack the necessary authorization to remain or even enjoy the benefits of their lands. The citizenship of transborder indigenous peoples bestows certain rights and benefits on them as well as certain obligations to the state of their citizenship. Problems arise when indigenous peoples cross international borders to join the rest of their community. Countries of destination may recognize the membership of transborder migrants in national indigenous communities, but this does not confer rights akin to those of nationals or persons legally resident in that country (Yescas, Indigenous Routes 39).
Otro aspecto fundamental en el abordaje de los problemas vinculados a los desplazamientos indígenas tiene que ver con las formas de regulación del fenómeno en el derecho humanitario internacional. El 13 de septiembre de 2007 se aprobó en la Asamblea General de Naciones Unidas la «Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas». Correlativamente, el Foro Permanente de las Naciones Unidas para Cuestiones Indígenas tuvo como cometido analizar y asegurar mecanismos para el cumplimiento de los derechos y bienestar de 370 millones de indígenas en el mundo, cifra actualizada en 2015 a 390-430 millones de personas. Carlos Iván Fuentes señala que los desplazamientos indígenas requieren una perspectiva ético-jurídica particular, y una elaboración filosófica que se preocupe por comprender aspectos identitarios, existenciales y culturales que no se presentan en otros casos. Los lineamientos que deben regir en situaciones de desplazamientos internos es, en general, inexistente o enormemente vago, aunque existen normativas del derecho internacional cuando se trata de conflictos armados. En estas circunstancias las disposiciones de la Convención de Ginebra prohíben deportar o someter a traslado forzado a individuos civiles afectados por tales situaciones, a no ser que sea para proteger la vida de esas personas, en cuyo caso deben asegurarse las condiciones mínimas para su relocalización. Muchos investigadores y especialistas en temas indígenas indican,
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sin embargo, que no existe aún un régimen de protección especial para pueblos autóctonos, a quienes no corresponde aplicar las medidas o regulaciones legales que pueden tener sentido en el caso de experiencias migratorias regulares, si es que tal concepto puede ser utilizado. Fuentes indica que, a pesar de que se reconoce internacionalmente el derecho indígena a la propiedad de la tierra, los derechos propiamente humanos de movilización libre y supervivencia aparecen como menos evidentes, desestimándose el costo social, cultural y afectivo que los desplazamientos conllevan a nivel individual y comunitario. Filosóficamente, el tema de la otredad aflora, intensificado, en el caso de migrantes indígenas, ya que las diferencias culturales y la ancestral marginación convierten a este sector en un sujeto colectivo particularmente vulnerable y difícil de asimilar a contextos sociales identificables con la imagen tradicional del opresor. Citando a Lévinas, Fuentes enfatiza la necesidad de comprensión de la otredad en su singularidad, así como la necesidad de prevenir el sufrimiento del otro sin juzgar su condición. Fuentes pregunta: «¿cómo pretender entender el sufrimiento del Otro en un derecho internacional que gira en torno a un Yo no-indígena?», «¿cómo se construye una legislación internacional consciente del sufrimiento particular?» (335 y 336, respectivamente) La respuesta, según Fuentes, viene por el lado de una ética intercultural en la que se compartan historias comunes y se respeten aspectos culturales específicos. El Otro-indígena como víctima de desplazamiento requiere una normativa que entienda su sufrimiento y que no pretenda igualar su sufrimiento al percibido desde puntos de vista (conocimientos) diferentes. El entender al Otro-indígena desde la perspectiva del yo (compleja ontología interhumana) se basa en la comprensión integral de su relación física y metafísica con la exterioridad (337).
La cuestión de la otredad constituye uno de los puntos de conflicto y debate a distintos niveles, ya que la elaboración de estos aspectos afecta las formas de inserción del Otro en contextos de recepción, proceso que se ve obstaculizado por prejuicios, estereotipos y diferencias lingüísticas, y por la incomprensión o crítica a los hábitos y creencias del extranjero. Según Pilar Cruz Zúñiga, los desplazamientos indígenas transnacionales se intensificaron desde las últimas décadas del siglo xx y en lo que va del siglo xxi. A las tradicionales migraciones de indígenas mexicanos hacia Estados Unidos se sumó la de grupos ecuatorianos y bolivianos hacia Europa, particularmente hacia el sur de España, y hacia otros países latinoamericanos. Resulta obvio que la misma clasificación de los migrantes como «indígenas» es dificultosa, ya que tales sectores han sido delimitados teóricamente o en base a elementos propios de tipo antropológico, que en la realidad se dan combinados con otros, hacien-
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do muy artificial e inexacto el proceso de distinguir indígenas de campesinos o mestizos, debiendo utilizarse las autodefiniciones que tales individuos proveen, la lengua y algunos otros rasgos que varían según el criterio utilizado por cada investigador. Cruz Zúñiga hace referencia al proceso de «latinoamericanización de los flujos migratorios», fenómeno que ha colocado a América Latina en el segundo lugar entre las comunidades de extranjeros más numerosas en España, después de la europea. Los migrantes latinoamericanos, entre los cuales siempre se cuenta un número de indígenas, reconocen a Argentina, Estados Unidos, Brasil y España como destinos preferenciales. Estos países les permiten integrarse al mercado laboral en tareas de construcción, trabajo doméstico, hotelería y agricultura (2). Otro aspecto de la migración indígena es el que se refiere a las formas de discriminación interna sufridas por este sector, provenientes de otros miembros de la sociedad autóctona o de compatriotas ya asimilados a la sociedad receptora, que reproducen dinámicas de exclusión de las que fueron víctimas al comienzo de su residencia en el extranjero.5 Gubernamentalidad y desplazamientos forzados Como se sabe, el concepto de gubernamentalidad surge de los cursos dictados por Michel Foucault en 1977-1978 bajo el título de Seguridad, territorio, población, y se va refinando en los años posteriores, hasta convertirse en uno de los pilares del pensamiento biopolítico. Designando una de las formas que asume el «arte del gobierno», la noción de gubernamentalidad designa una de las lógicas o racionalidades políticas, particularmente la que a partir del siglo xviii se ocupa de la regulación de los movimientos e interacciones poblacionales, así como de los principios y prácticas utilizados para el control y disciplinamiento social. Esto requiere visualizar a la población como algo diferente, aunque superpuesto a la «ciudadanía», noción dependiente del concepto demasiado abstracto de soberanía, donde se pierde de vista la subjetividad colectiva, en sus múltiples manifestaciones. Para el filósofo francés, la gubernamentalidad es un «ensamble» que articula diversos dispositivos de poder. Una compleja red de instituciones, procedimientos, principios y estrategias de implementación o ejercicio de la autoridad y el poder, permite regular las dinámicas colectivas, las cuales no pueden ser reducidas a una mera dimensión abstracta y homogeneizador ni reducidas a lo individual. A través del estudio eugenésico, Foucault percibe el tratamiento no meramente jurídico que requiere la población en situaciones específicas, por ejemplo, la aparición de plagas o enfermedades contagiosas que afectan a 5 Consúltese
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al respecto Sánchez y Cruz Zúñiga.
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un gran número de personas y requieren políticas públicas de contención y sanación colectiva. El gobierno pasa de ser aquel que crea e implementa leyes de carácter universal, a ser el mecanismo a partir del cual se determina específicamente sobre la vida y la muerte de los individuos. Esto implica una nueva «mentalidad» de gobierno, es decir, una manera de entender el derecho del Estado a decidir y normativizar el poder sobre el cuerpo, la sicología y los afectos de la población, entendida esta de manera concreta, no como un abstracto sujeto colectivo, sino a partir de los procesos que marcan su existencia biológica. La gubernamentalidad toma así su orientación biopolítica, proyectándose sobre todos los aspectos de la vida: desde el control de la natalidad hasta la eutanasia, desde las diversas formas de higiene social, la organización de la familia, la prevención de enfermedades y el cuidado de niños y ancianos, hasta los recursos utilizados para el control poblacional a gran escala, en asuntos tales como la regulación de la movilidad social, el castigo del delito y los criterios de criminalización de conductas. Las nociones de biopoder y biopolítica están estrechamente ligadas al desarrollo conceptual de la gubernamentalidad, en la medida en que constituyen técnicas de intervención político-económica, por medios institucionales, discursivos, etc., que se implementan con el objetivo de controlar los flujos, conductas y territorializaciones poblacionales a pequeña y gran escala. El control territorial demarca espacios para la vida y la muerte; define límites, crea fronteras y dispositivos de vigilancia, contención, detención, deportación, castigo e ilegalización que impactan no solo las condiciones de vida en el capitalismo tardío, sino la condición misma de mantenimiento de la vida. Estas demarcaciones se apoyan en la activación de dispositivos securitarios (discursos, acciones represivas, tecnologías biométricas, persecuciones, penalizaciones, etc.) que intentan segmentar los espacios y clausurar el fluir natural de la vida a través del territorio transnacional, regulando en favor del gran capital la relación con la naturaleza, la distribución de la riqueza, los contactos interculturales, etc., a partir de compartimentaciones que permiten la dominación autoritaria y excluyente del proyecto transestatal, redefinido en el contexto de la globalización. El control de los territorios y el control sobre el cuerpo se aúnan en la puesta en práctica de la (ir)racionalidad biopolítica, que ratifica necropolíticamente las segmentaciones nacionales de la modernidad al tiempo que predica la integración global de sujetos, mensajes, capitales y mercancías. Tales estrategias se traducen en una selectiva y autoritaria distribución no solo de recursos, servicios y elementos básicos para la preservación de la vida, sino del espacio/tiempo y en los que se define la existencia de millones de seres humanos. La gubernamentalidad biopolítica asigna espacios, traza líneas divisorias, crea corredores, embudos, empalizadas, muros, campos de retención, administra entradas y sali-
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das, selecciona, discrimina y condena. Igualmente, relega a grandes sectores de la población a nivel planetario a formas primitivas de existencia, a condiciones elementales y carenciadas, que sumen a inmensos sectores de la población planetaria en la precariedad y la desesperanza. Escatima así a millones de migrantes, desplazados y refugiados el tiempo de la modernidad, habiéndolos sustraído ya de formas de vida arrasadas por los procesos modernizadores, desarrollados en beneficio de los privilegiados. Migrantes irregulares, refugiados y desplazados son sometidos, así, a una temporalidad ahistórica: alienada de su pasado, enclavada en un presente irreconocible y enfrentada a un no-futuro que equivale, para muchos, al fin de la historia. Los estudiosos de los desplazamientos forzados coinciden en señalar que los individuos desterritorializados a nivel mundial, debido a condiciones de violencia política, hambrunas, desastres naturales y discriminación racial o religiosa, constituyen sujetos a quienes la condición transicional y precaria ha vuelto superfluos para la sociedad. Según Stephen Castles, Se estima que el número de PDI’s [Personas Desplazadas Internamente] en el mundo entero se elevó de 1.2 millones en 1982 a 14 millones para 1986 y a más de 20 millones en 1997. El número de países con poblaciones PDI’s se incrementó de cinco en 1970 a 34 en 1996 («La política internacional de la migración forzada» 5),
El incremento de estas cifras no se detiene. La situación de los desplazamientos es, por cierto, global, aunque tiene núcleos de intensificación. Los países con mayor número de desplazados internos eran, hasta hace poco, Sudán, Turquía, Angola, Afganistán, Bosnia, Irak y Colombia, territorios donde grandes sectores de la población continúan abandonando sus hogares a causa de la guerra interna, ocasionada, en algunos casos, por luchas étnicas o religiosas, y en otros por cuestiones de orden político o económico que afectan profundamente a la población civil. La distinción entre movilizaciones forzadas y migración o exilio económico no es nítida. En términos generales, la migración es considerada una situación voluntaria —con motivaciones económicas o sociales vinculadas a la necesidad de mejorar las condiciones de vida—, la cual contrasta con la condición de los refugiados, que alcanzan esta posición por haberse visto obligados a abandonar sus países debido a situaciones de violencia que amenazaban su seguridad personal, razón por la cual el regreso resulta imposible. En otras palabras, mientras que la migración es entendida como una movilización de tipo económico, la condición de refugiado se atribuye a causas políticas. Si los desplazamientos tienen lugar de una región a otra del territorio nacional se consideran desplazamientos internos, mientras que si se produce el cruce de fronteras nacionales, se
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habla de refugiados o de individuos en busca de asilo. En la realidad, en muchos casos tales fenómenos se confunden y superponen. Migrantes, refugiados y solicitantes de asilo tienden ser tratados como aspectos de una misma experiencia demográfica, aunque en algunos casos las diferentes clasificaciones hacen una gran diferencia con respecto a las formas de ayuda internacional que reciben los individuos y al modo en que los gobiernos nacionales enfrentan y regulan sus situaciones. De la misma manera, la migración interna tiende a confundirse con los desplazamientos forzados, cuando en realidad hay enormes diferencias que los separan. Castles señala cuatro aspectos principales del fenómeno migratorio a nivel internacional, que se aplican a los desplazamientos forzados: En primer lugar, la migración forzada crece en volumen e importancia como resultado de las endémicas violencia y violaciones a los derechos humanos. En segundo lugar, quienes diseñan las políticas intentan instrumentar políticas diferenciales para diversas categorías de migrantes. Existe una competencia global para atraer migrantes altamente calificados, pero los refugiados, los migrantes no calificados y sus familias no son bienvenidos. En tercer lugar, aumenta la comprensión de que la migración —tanto económica como forzada— es parte integral de los procesos de integración económica global y regional. En cuarto lugar, ha quedado claro que los inmigrantes no simplemente se asimilan en las sociedades receptoras, sino que en cambio tienden a formar comunidades y a conservar sus propios idiomas, religiones y culturas. Finalmente, la migración se ha tornado altamente politizada y es ahora un tema total de la política tanto nacional como internacional («La política internacional de la migración forzada» 3).
Según Stephen Castles, para el año 2000, la Organización Internacional para la Migración (International Organization for Migration, IOM) estimaba que existían 150 millones de migrantes a nivel mundial, lo cual, incluso considerando a los migrantes ilegales, significaba un 2,3% de la población planetaria. Tal cifra no era considerada excesiva, pero estos números se han ido incrementando en lo que va del nuevo milenio. En cuanto a los desplazados internos, los números aumentan a medida que se acrecienta la violencia política, las catástrofes ecológicas y las desigualdades económicas a nivel mundial. Bajo el titular «El mundo alcanzó un número récord de desplazados internos en 2018» Noticias ONU informa el día 10 de mayo de 2019 de que, en lo que tiene que ver solamente con los individuos que caen dentro de la clasificación de desplazamientos internos, es decir, aquellas personas que han sido forzadas a abandonar sus lugares de residencia y a relocalizarse dentro de sus propios países, las cifras han crecido notoriamente: El número de desplazados internos en todo el planeta a finales de 2018 fue el más alto de todos los tiempos con 41,3 millones de personas. La cifra representa
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un aumento de más de un millón de personas desde finales de 2017 y dos tercios más que la cifra global de refugiados. La violencia y el cambio climático son las causas de esos desplazamientos […] La cifra récord es el resultado de años de desplazamientos cíclicos y prolongados, y del alto número de nuevos desplazamientos internos registrados, alrededor de 28 millones, debidos a los conflictos, la violencia generalizada y los desastres naturales que tuvieron lugar entre enero y diciembre de 2018 (s/p).
En 2014, la Agencia para Refugiados de Naciones Unidas (ACNUR) estableció que la cantidad de refugiados a nivel mundial llegaba en ese momento casi a los 60 millones. Las crisis político-económicas en Oriente Medio, África Central y África subsahariana habrían incrementado altamente estos índices en los últimos años. Según el Centro de Observación de Desplazados Internos con base en Ginebra, dependiente de Naciones Unidas, las cifras de desplazados internos a nivel mundial alcanzaron los 38,2 millones en 2014, registrándose principalmente en Siria, Colombia, Irak, el Congo, Sudán, Pakistán, Nigeria y Somalia. Las principales causas son la guerra interna y los problemas económicos propios de países devastados por el conflicto político. Estos países presentan gravísimas situaciones humanitarias, a raíz de las cuales se producen emigraciones masivas hacia Europa y otras partes del mundo. En sus estudios sobre desplazamiento y precariedad global, Habibul Khondker coincide con otros investigadores al señalar que los procesos migratorios causados en distintas partes del mundo por crisis humanitarias, violencia y precariedad extrema, llevan casi siempre aparejados fenómenos de abuso y explotación humana que se suman a la situación que originara la desterritorialización. El trabajo forzado, las formas contemporáneas de esclavitud por deudas, el tráfico humano y la superexplotación laboral, incluida la prostitución, crean un sistema de extrema explotación humana que alcanzó en 2005 a más de 12 millones de personas, siendo los países de Asia y América Latina los de mayor incidencia de este problema. En América Latina, el fenómeno de los desplazamientos internos, tanto a nivel nacional como regional, afectó a los países centroamericanos como consecuencia de las luchas de liberación nacional y la represión estatal. Honduras es uno de los países en los que se registra un constante flujo de emigrantes, debido sobre todo a condiciones de desempleo o subempleo, y a circunstancias vinculadas a la violencia política, el narcotráfico, la acción de maras, etc. En su momento, los salvadoreños también encabezaron las listas de emigración del territorio nacional, estimándose que en la década de los años 80 más de un millón de personas (inmenso porcentaje en un país de poco más de seis millones de habitantes) abandonó su tierra como consecuencia de la guerra civil.
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En Perú se registraron desplazamientos masivos durante el período de actuación de Sendero Luminoso.6 Aunque no existe acuerdo total en cuanto a las cifras de desplazamientos, muertes y desaparecidos, se considera que desde que las fuerzas armadas del Perú se involucran en el conflicto, en 1983, hasta lo que se estima como el final de la guerra interna, en 1992, la cantidad de desplazados superaba los 600.000. Según Francisco Lozano Martínez, El PAR generó una estimación global de 600 mil desplazados internos durante el periodo más representativo del conflicto (1983 a 1992). De este total, se estima que entre 120 mil y 200 mil desplazados se asentaron en Lima durante el mismo periodo. A partir del año 1992 paulatinamente los desplazados fueron regresando a sus comunidades de origen, hasta reducir la cifra a 70 mil desplazados ubicados en diversas zonas de recepción, que representan 11,66% de la población aún en condición de desplazamiento (Cohen y Sánchez-Garsoli, 2001: 41) (44).7
Lozano Martínez analiza, entre otras cosas, los procesos de construcción de ciudadanía y de subjetivación entre los integrantes de los sectores desplazados sobre todo en los asentamientos de Lima y Huanta, en lo que tiene que ver con autogestión, identidad social, organización colectiva, etc., distinguiendo a esos efectos entre ciudadanía e identidad social, y enfocando el problema de la restricción de la ciudadanía a los sujetos que han sufrido desplazamiento forzoso ha sido discutido en distintos contextos nacionales y continúa siendo un tópico de debate. Es posible asumir que la condición de ciudadanía se extiende más allá de una exclusiva idea formal de acceso a los servicios del Estado y las obligaciones cívicas recíprocas de los sujetos; la ciudadanía las contiene, pero a su vez se relaciona con elementos subjetivos de la existencia y la convivencia social. La idea subjetiva de la nacionalidad y ciudadanía se asientan en aspectos identitarios, societales, culturales, políticos, económicos, etc. Restringir la ciudadanía y el acceso a los derechos colectivos a aquellos afectados por el proceso de la violencia política implica aspectos de marginación y exclusión, que son expuestos por la emergencia del 6 Al
respecto, véanse Lozano Martínez y Coral. Martínez incluye la distinción propuesta por Coral entre los desplazados, según su grado de unificación o dispersión: «Dentro de la categorización propuesta en los años noventa por Isabel Coral, hay una diferencia entre los “desplazados recentralizados” y los “desplazados dispersos”. Los primeros son aquellos que salieron de sus zonas de origen manteniendo cierto nivel de coordinación para “recentralizarse” como comunidad y que han permanecido asentados en la zona de recepción; en tanto que los segundos emigraron de manera individual o en pequeñas familias, ubicándose en “espacios abiertos”, dispersándose y mimetizándose entre la población urbano-marginal de Lima y las diversas zonas de recepción en el país (Coral, 1996: 10)» (Lozano Martínez 18, n. 10). 7 Lozano
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desplazamiento y la necesidad de asentamiento en la reestructuración de la vida (sea productiva, laboral, de educación, salud, etcétera). El Estado se convierte en parte en la garantía al acceso de ciudadanía en tanto que intermedia las relaciones sociales y extiende garantías de acceso a los derechos ciudadanos. Pero cuando éste se encuentra limitado o ausente en sus deberes constitucionales, la emergencia da lugar al movimiento, a la organización y gestión por parte de los sujetos. Así, mientras la identidad alude a la esencia del ser, la construcción de ciudadanía implica el hacer: la práctica, las acciones, el movimiento, las gestiones y organizaciones, el trabajo colectivo, etcétera (32-33).
El problema de la restricción o del pleno derecho a la ciudadanía de los sujetos desplazados es de fundamental importancia para consolidar procesos de paz y reintegro a las comunidades, así como para el restablecimiento de las instituciones democráticas, siendo uno de los aspectos que está siendo discutido ante la inmensa cantidad de sectores e individuos desterritorializados que son tratados como extranjeros y aun como delincuentes en sus propios países a partir del alejamiento de sus territorios de origen y de los procesos de precarización que acompañan estas experiencias. El caso de los venezolanos ha venido a sumarse al panorama de migraciones masivas debido a conocidas razones político-económicas, que causan tanto el abandono del país como los desplazamientos dentro del territorio nacional y hacia zonas limítrofes, en busca de situaciones tolerables. La migración venezolana se ha incrementado de manera notoria y dramática, sobre todo desde el comienzo de la presidencia de Nicolás Maduro. Según datos del Banco Mundial, hacia 2015 habrían salido del país más de 655.000 personas. De acuerdo con la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el aumento en el número de solicitudes de asilo por parte de venezolanos habría crecido de modo exponencial si se comparan, por ejemplo, las cifras de 2012 (505 solicitudes) con las de 2016 (34.200). Se estima que casi un millón de personas ha abandonado el país en los últimos dos años, dirigiéndose en la mayoría de los casos a Colombia, México, Argentina y Estados Unidos, dejando en algunos casos a sus hijos en orfanatos, que tampoco cuentan con medios permanentes para alimentar a la población infantil. Los niveles de migración se consideran comparables a los que experimentan Siria o Bangladés. En el caso de México, el incremento del narcotráfico causó asimismo un aumento en las cifras de desplazados por violencia interna. Al respecto, la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) informó que, entre 2009 y 2017, la cifra de desplazados internos ascendió en ese país a 310.527 personas. El caso mexicano es particularmente complejo, ya que el país es constantemente recorrido por todo tipo de flujos poblaciona-
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les, transmigratorios, desplazamientos, migrantes procedentes de otros países, pero también emigraciones permanentes hacia Estados Unidos. Se estima que la cantidad de mexicanos allí residentes ascendía en 2015 a más de 11 millones (aproximadamente un 27% del total de inmigrantes). Debido a la situación migratoria bajo el régimen de Donald Trump tales números han decrecido. A su vez, miles de migrantes centroamericanos solicitan anualmente asilo en México. Los casos de violencia, desapariciones, secuestros, etc. son en el país muy altos, debiéndose también a la acción policial y al crimen organizado.8 Desterritorializaciones: el caso de Colombia En Colombia, la situación de desterritorialización poblacional a la que se viene aludiendo adquirió durante décadas gran visibilidad debido no solamente al número de desplazados internos, sino a las características que asumiera la violencia a nivel nacional desde la segunda mitad del siglo xx. La complejidad de las interacciones entre fuerzas de las FARC, el narcotráfico y los sectores (para)militares ha complicado el estudio y la evaluación política de la situación colombiana, cuya especificidad político-económica ha ido variando a lo largo de los años, siguiendo las alternativas de los cambios en la política nacional y las presiones internacionales, incluyendo la intervención de otras naciones en los procesos internos, entre los cuales se destaca el llamado Plan Colombia, que tuviera profundas repercusiones en el país latinoamericano, a distintos niveles.9 8 Sobre desplazamientos internos en México, véase . Sobre la situación migratoria general en ese país, véase asimismo el informe de INEDIM, así como los boletines del Instituto Nacional de Migración, y Migración en tránsito por México, REDODEM (2015). 9 El Plan Colombia fue un acuerdo diplomático y militar entre Estados Unidos y Colombia (firmado en 2000 bajo la presidencia de Bill Clinton y Andrés Pastrana), con los objetivos de controlar la producción y la exportación de drogas y de sofocar a la guerrilla izquierdista. El apoyo al ejército nacional de Colombia y la eliminación parcial de las plantaciones de coca encubrieron, según muchos críticos, las verdaderas metas de tal intervención: el aumento de la presencia militar en la zona y el control de recursos naturales de la región en beneficio de Estados Unidos y de empresas transnacionales. La vigencia del plan se mantuvo hasta 2015. Los objetivos humanitarios fueron definitivamente obscurecidos por los intereses en juego y por la forma de implementación de las acciones por parte de Estados Unidos, particularmente en el aspecto de las movilizaciones militares y las fumigaciones, que dañaron tierras de cultivo y tuvieron efectos nocivos en la salud de los campesinos. Según Amnesty International «Plan Colombia is based on a drug-focused analysis of the roots of the conflict and the human rights crisis which completely ignores the Colombian state’s own historical and current responsibility. It also ignores deep-rooted causes of the conflict and the human rights crisis. The Plan proposes a principally military strategy (in the US component of Plan Colombia) to tackle illicit drug cultivation and trafficking through
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Esta es una de las razones por las cuales la especificidad del caso colombiano es tan notoria, ya que en él se entrecruzan problemas de política nacional, internacional, fuerzas económicas corporativas y locales, aspectos culturales, étnicos y de clase, problemas sociales relacionados con los desplazamientos, apropiación de tierras, violación de derechos humanos, etc., y características particularmente extremas de ejercicio de la violencia tanto (para)estatal como de los sectores provenientes del narcotráfico.10 Según datos de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), Colombia habría sido hacia 2017 el segundo país, después de Siria, con mayor cantidad de desplazados internos del mundo (casi 8 millones). Michel Agier señala en Managing the Undesirables: Refugee Camps and Humanitarian Government (2008) que su interés en el estudio de la situación migratoria y de los campos de refugiados se inició durante su trabajo de campo en Cali, Colombia, donde quedó impactado por la situación de los desplazados internos. [W]hat shocked me the most was the level of precariousness and danger of the desplazados’ existence. How was is possible to live in such a state of destitution, not just material but also social and literally physical, a total absence of recognition that brought purely and simply the risk or death? (63-64).
El antropólogo colombiano Juan Ricardo Aparicio ha realizado estudios fundamentales sobre la situación de los desplazados en ese país, condición social substantial military assistance to the Colombian armed forces and police. Social development and humanitarian assistance programs included in the Plan cannot disguise its essentially military character. Furthermore, it is apparent that Plan Colombia is not the result of a genuine process of consultation, either with the national and international non-governmental organizations, which are expected to implement the projects, nor with the beneficiaries of the humanitarian, human rights or social development projects. As a consequence, the human rights component of Plan Colombia is seriously flawed». Asimismo, en el mismo documento, se indica que Amnesty International no apoya el acuerdo, ya que: «The human rights assistance component of Plan Colombia is inadequate and largely misdirected. It fails to address the principal causes of the human rights crisis identified by the UN and other international bodies including the root causes of impunity and the need to combat illegal paramilitary organizations. Unless the Colombian government adopts international recommendations and acts on these two key fronts, human rights programs contained in Plan Colombia will be little more than cosmetic». Finalmente, «Humanitarian assistance programs for internally displaced persons fail to address the causes of displacement and are merely designed to mitigate its consequences and thereby reduce the visibility of the internally displaced, including those people displaced as a consequence of the Plan’s military operations» (Amnesty International, Colombia. Public Statement, s/p). Véanse al respecto Petras y Kovalik. 10 El proceso de desplazamiento poblacional comienza en Colombia ya en 1946-1958 en el período conocido como «La Violencia», debido a las luchas políticas entre conservadores y liberales.
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que requirió la formación de instituciones internacionales destinadas a canalizar y asistir a la creciente masa humana que se ha visto obligada, en distintas partes del mundo, a abandonar sus espacios propios por razones de violencia política, económica, catástrofes naturales, etc. Aparicio señala que, debido a los procesos de reterritorialización que tuvieron lugar en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, «tuvo que ser reorganizada la configuración previa nación-Estadosoberanía-ciudadanía heredada de la Ilustración, por la que se garantizaba la protección bajo la jurisdicción territorial del propio Estado, al menos en teoría» (Rumores, residuos y Estado 61).11 Debido a que los desplazados internos permanecen dentro de su país, se consideró durante mucho tiempo (idea que aún se maneja con frecuencia) que se trata de personas cuya problemática debe ser concebida bajo la jurisdicción del Estado nacional soberano, no admitiendo intervención de organismos supranacionales.12 Tal concepto ha sido modificado, dado que es justamente la incapacidad del Estado para atender tales situaciones la que se encuentra comprometida, o la que ha sido causa de que el desplazamiento interno se llegara a efectuar en tales proporciones. Por otra parte, las versiones de los propios Estados no son siempre confiables en sus interpretaciones de las causas de las movilizaciones masivas dentro de los territorios nacionales. El reconocimiento de las categorías de refugiado o desplazado interno permite la activación de organismos humanitarios que han resultado fundamentales, por ejemplo, en países africanos, por lo cual las definiciones, clasificaciones y registros de estas formas de desterritorialización son de suma importancia. Los términos y definiciones que asociamos hoy a las nociones de refugiado, desplazado interno y asilado político no existieron desde siempre, aunque sustancialmente las situaciones sociales y políticas a las que apuntan esos términos son muy antiguas. Serán las dos Guerras Mundiales las que, a raíz de los éxodos masivos que provocan, pondrán sobre el tapete la necesidad de clasificar y definir esas nociones, que servirían para analizar los contextos mundiales afectados por la destrucción social y la debacle económica que sigue a los enfrentamientos bélicos. El Estado moderno deberá incorporar, así, estas «líneas de fuga» de lo
11 En el primer capítulo de su libro Rumores, residuos y Estado, Aparicio provee un documen-
tado rastreo del surgimiento de las categorías de refugiado y desplazado interno a nivel internacional y de su específica manifestación en Colombia. 12 Diener y Hagen definen soberanía como «the exercise of supreme authority and control over a distinct territory and its corresponding population and resources», distinguiéndola del concepto más acotado de jurisdicción, el cual se refiere a un área delimitada de autoridad de una persona, grupo o institución legalmente reconocida. Obviamente, «jurisdicción» es una noción mucho más recortada, mientras que soberanía se aplica a un espacio amplio de gobierno (nacional, por ejemplo) y al control que se ejerce sobre tal territorio, generalmente asociado a la idea de autonomía (7).
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nacional, y atender a los flujos poblacionales que ponen a prueba la gubernamentalidad transnacional. Como señala Aparicio, uno de los hitos en la definición del estatuto de desplazado interno se sitúa en la Conferencia Internacional sobre Refugiados Centroamericanos, que tuvo lugar en Guatemala en 1989, en cuyo «informe analítico» sobre el tema se establece que [s]e considera desplazadas a las personas que han sido obligadas a abandonar sus hogares o actividades económicas habituales debido a que su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por la violencia generalizada, la violación masiva de los derechos humanos, el conflicto prevaleciente u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público, pero que han permanecido dentro de sus países (cit. por Aparicio, Rumores, residuos y Estado 74).
Cuatro años después, la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (1993) incluye a los desplazados internos dentro de la órbita de Naciones Unidas, en la sección que se ocupa de derechos humanos. Esta definición sociológica y jurídica, pero también social y política del desplazado interno, facilita las formas de enfrentar esta situación colectiva tanto desde los entornos nacionales como a través de fronteras internacionales. En todo caso, las medidas utilizadas para enfrentar estas situaciones, así como los marcos conceptuales y discursivos se modifican después del fin de la Guerra Fría. Es a partir de 1990 cuando la cuestión de los desplazamientos internos en Colombia se reconoce como un problema social de gran envergadura. Institucionalmente, la modificación del principio de soberanía surge como una necesidad imperiosa de que la ayuda humanitaria no fuera considerada intervención política por parte de los gobiernos nacionales. Sin embargo, como señala Aparicio, la clasificación de «desplazado interno» se ha prestado a polémicas semánticas y políticas en cuanto al alcance y rasgos definitorios de esta situación social. Para algunos, la categoría de desplazado interno debía incluir a los migrantes económicos y a aquellos campesinos afectados por fumigaciones o por combates paramilitares que los obligaban a abandonar sus tierras. Para otros, era esencial que tales individuos pudieran demostrar la imposibilidad de regresar al lugar de origen (Aparicio, Rumores, residuos y Estado 70, n. 31) Uno de los aspectos a destacar en estos debates es la liminalidad de la posición de sujeto que los desplazamientos provocan, al hacer del individuo y las comunidades, exiliados dentro de sus propios países, seres distanciados de sus tierras y posesiones, alienados en sus mismos contextos culturales, como si de pronto la desterritorialización los hubiera trasladado a un mundo diferente, donde rigen otras reglas y donde los derechos, aun dentro de los límites de su
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propia nación, han sido suspendidos indefinidamente. Es como si se hubiera levantado un muro entre los desplazados y la ciudadanía. En Poética de lo otro. Hacia una antropología de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia (2000), Alejandro Castillejo Cuéllar habla del vacío identitario que se produce en el desplazado, quien ya no puede ser analizado como si se continuara formando parte de una «sociedad» con una organización estable. «No es un grupo étnico, con la connotación que se quiera dar a este último término, ni una comunidad cerrada. Por lo tanto, si asociamos el término “cultura” con “identidad”, como se suele hacer, es fácil llegar a la conclusión de que el desplazado no posee identidad alguna» (27). El rasgo más saliente del desplazado, tanto individual como colectivamente, es su fragmentación. «En la inmediatez de su existencia, los desplazados viven como partículas separadas, a menos que haya un fuerte trabajo comunitario —y esto es un trabajo político» (28). Sin embargo, el antropólogo, el trabajador social y el investigador, que son quienes pueden desarrollar esa labor directamente con las comunidades, es un Otro, alguien definitivamente ajeno a la experiencia cotidiana, marcado por la ambigüedad y por la desconfianza que inspira en sus mismos intentos de crear cercanía. Sin poder superar «el teatro de la presencia» del Otro, según Castillejo Cuéllar, el desplazado solo puede «gerenciar su propia alteridad, usar los mismos mecanismos de representación como guías de supervivencia, jugar de forma estratégica dentro de un contexto determinado, construir de forma coyuntural, en medio de las tensiones de poder que lo definen, una concepción de “identidad” que se elabora en la vida diaria» (34). Segregado y criminalizado, el desplazado constituye una presencia interpretada por la sociedad como perturbadora e incierta, que ilustra la condición de un mundo en el que se ha producido «la eclosión de la alteridad» (35). Ser intermedio entre campo y ciudad, el sujeto desterritorializado habita en general zonas aledañas pero diferenciadas por la precariedad y el abigarramiento, áreas marginales donde el exceso y la carencia se combinan colocando la subjetividad en el límite de lo humano. «Sujeto fronterizo», el desplazado se encuentra en un «período liminar [que] es ante todo un período interestructural», un no-estado donde la transitoriedad se vuelve permanente y el estado de excepción es la regla (103). Castillejo Cuéllar señala que el desplazado interno es un sujeto ambiguo y paradójico, al mismo tiempo conspicuo e invisible, donde la liminaridad se asocia con la suciedad y la contaminación, asociado a lo caótico, al desorden radical, al exceso y a la pérdida. Los desplazados son considerados en muchos casos parias en su propia nación, y vistos como una amenaza para el equilibrio y bienestar de la sociedad civil. Sus derechos son desconocidos por las instituciones o solamente considerados de modo nominal. Las condiciones de des-identidad, precarización e inseguridad favorecen con frecuencia conductas delictivas que
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agudizan su marginación. Al haber sido expulsadas de su medio, en el sentido propuesto por Sassen, estas personas son definidas, sustancialmente, a partir de su precariedad y de los sentimientos negativos que esta trae aparejados, como los de desapego, inestabilidad, indigencia y descreencia. Podría aducirse, además, que el desplazado interno ocupa un entrelugar político, económico y social particularmente provisional e inestable: está situado entre los conflictos armados y la calma relativa de las ciudades, entre la guerra cierta y la paz deseada, entre la productividad de la tierra y la desolación de los arrasamientos militares. Transicional y fluctuante, su situación metaforiza la deriva de la sociedad toda: la pérdida del territorio, la imposibilidad de una clara proyección de futuro, la deshumanización de lo político, la imposibilidad de estabilización del pacto social y del logro de garantías de justicia. En el estudio de lo que denomina «articulaciones del desarraigo», luego de analizar múltiples modalidades de la desterritorialización como por ejemplo el mencionado caso de los desplazamientos forzados y las estrategias que han puesto en práctica en Colombia la llamada «justicia transicional», Wooldy Edson Louidor se pregunta «¿Cómo convertir a América Latina en una territorialidad hospitalaria desde su configuración histórico-estructural de región del desarraigo y de articulación de subjetividades desarraigadas?» (225). La «sociología del desarraigo» pone el énfasis, como indica este autor, en las condiciones subjetivas, experiencias del tiempo, del espacio, del cambio social y de la ruptura de raíces personales y lazos familiares y comunitarios en todos aquellos que se vieron obligados a abandonar sus ámbitos originarios. Reconociendo que el tema del desplazamiento forzado tiene una historia que se remonta a la época colonial, cuando se inaugura la práctica de despojamiento de tierras y recursos naturales a las poblaciones indígenas, Louidor insiste en la necesidad de tomar en cuenta la perspectiva histórica que ha victimizado a amplios sectores de la población americana desde sus orígenes occidentales, particularmente a los afroamericanos, los indígenas y los campesinos: La sociología del desarraigo en nuestra región apunta hacia la urgencia y la necesidad de la construcción de una perspectiva histórica holística e interdisciplinaria para analizar a la vez la(s) forma(s) como nacieron algunos grupos a raíz del desarraigo y las estructuras que han generado nuestras sociedades para producir y reproducir el desarraigo (lo que llamamos las articulaciones del desarraigo en América Latina) (229).
Tales sectores han sufrido despojamientos constantes, expulsiones territoriales y arrasamiento de recursos, elaborando, cada uno a su manera, la experiencia histórica de «subalternización, exclusión social, invisibilización, silencia-
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miento, dominación, y también desplegando historias de resistencia y rebelión contra dichos procesos» (230). Mientras que los sectores afrocolombianos existen conectados imaginariamente al continente de sus ancestros (siendo aún denominados como afros), los indígenas son los «guardianes de la memoria». Los «campesinos errantes» siguen buscando la «tierra prometida» que ningún Estado ha llegado a otorgarles. En los tres casos el motivo de la tierra que falta, que ha sido arrebatada y que solo puede existir como una forma de la imaginación, la memoria o la utopía, es significativo. Louidor ve en estas variantes distintas modalidades de elaboración de la historia de victimización de individuos, la cual se prolonga en plena modernidad. Este antropólogo afrocolombiano se pregunta, entonces, qué formas de restitución, reconciliación y reconstrucción pueden implementarse para lograr una «articulación de articulaciones» que permita resignificar la experiencia social y reconstruir la sociedad civil a pesar de los lastres que han ido dejando el desarraigo y la desposesión. El autor sugiere que, contemporáneamente, el desplazado debe ser visto, más que como una carga social, como «un socio fundamental para la construcción de una sociedad incluyente, abierta y hospitalaria, ya que es portador de experiencias valiosas de resiliencia en distintos contextos» (227). Entiende, en ese sentido, que no solo corresponde al desplazado el esfuerzo de reajustarse a la sociedad, sino que también corresponde a esta la obligación de ajustarse a este nuevo tipo de sujeto, cuyas características lo distinguen del ciudadano común, concebido de manera abstracta, así como de otras formas del desarraigo social. Se trata entonces de una relación de reciprocidad, cuya condición sine qua non es la restitución plena de la ciudadanía. Asimismo, es imprescindible, según Louidor, incorporar la memoria de estos sectores, sus narrativas individuales y comunitarias, como parte de la historia colectiva. Sobre la base de su trabajo etnográfico y de los testimonios obtenidos, Castillejo Cuéllar elabora como uno de los aspectos de la subjetividad del desplazado el lugar simbólico de degradación y deshumanización que este ha pasado a ocupar. El desplazado ha incorporado a la conciencia de sí la convicción de haber llegado a constituir una presencia indeseada, y de carecer de un lugar social legítimo en la sociedad, en la que es percibido como exponente de una enfermedad social capaz de transmitir el mal a la comunidad. En torno a la figura del desplazado se despliega un gran espectro de matices afectivos, donde miedo, paranoia, vergüenza y desconfianza se mezclan con el repudio, la discriminación y la incomprensión. Aunque es indudable que en muchos casos se experimentan también reacciones de solidaridad hacia estos conciudadanos que han perdido su hábitat, las muestras de compasión o respeto no llegan a atenuar suficientemente el aislamiento de estas comunidades flotantes, abandonadas por el Estado, que han vivido en contacto con la muerte y la miseria buena parte
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de sus vidas. En muchos casos, la sociedad reacciona usando estereotipos que hacen de los desplazados un grupo homogéneo y fácilmente descartable, al que le asignan rasgos negativos, como la capacidad de atentar contra el cuerpo social con conductas impropias. Norbert Elias y John L. Scotson —aludidos por Castillejo Cuéllar—, en su estudio The Established and the Outsiders, analizan un patrón de conducta perfectamente aplicable a la situación de asimetría de poder y capital simbólico en la relación entre la sociedad y sus desplazados: Exclusion and stigmatisation of the outsiders by the established group were thus powerful weapons used by the latter to maintain their identity, to assert their superiority, keeping others firmly in their place (xviii).
De este modo, la sociedad se siente fortalecida al otrificar a los desplazados, quienes son presentados como enemigos públicos orientados a asolar el statu quo. Se crea así una reacción de cohesión en quienes se defienden de esa supuesta amenaza y, eventualmente, una complicidad entre los sectores dominantes y el Estado, interesados por igual en descalificar a esos movimientos humanos que revelan las contradicciones y perversidades del sistema (Castillejo Cuéllar 176). Otra consideración de importancia en el caso de los desplazados es que, en muchos casos, campesinos o trabajadores rurales se encuentran aprisionados en una confluencia de fuerzas que no llegan a comprender, y en una guerra que no les pertenece, como ilustra la novela Los ejércitos, del escritor colombiano Evelio Rosero, donde la agresión al campesino proviene de agentes anónimos, despersonalizados, cuya ideología o motivaciones han dejado de importar ante la envergadura de la violencia.13 El desplazado es un sujeto victimizado política y económicamente en razón de su inserción territorial, fatalmente situada en el momento y en el lugar en que se intensifican circunstancias adversas. Tal distanciamiento de conciencia y de acción respecto a los sucesos que lo victimizan, hace del desplazado una presencia nimia e incómoda, inútil y descartable, lo cual no significa que a partir de ese desplazamiento el sujeto y las comunidades no lleguen a desplegar posicionamientos y formas de agencia orientadas a revertir su nueva condición social e incluso a luchar contra las causas que las desencadenaron. Como se ve, dentro del denso panorama de conflictos que han ido marcando a fuego a la sociedad colombiana, el referente de lo nacional, sin desaparecer, se vuelve escurridizo, ambiguo y radicalmente excluyente, a pesar de los múltiples programas de reinserción poblacional que se llevan a cabo cotidianamente, 13 Sobre
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Los ejércitos, véase Moraña, «Violencia, sublimidad».
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y de la gran cantidad de actores no gubernamentales, incluida buena cantidad de intelectuales y académicos de ese país, que intervienen en los procesos de reincorporación de individuos y comunidades a la sociedad. Un concepto de nación que pueda llegar a abarcar como totalidad unificada y funcional a los incontables fragmentos de la sociedad parece una meta, si no utópica, por lo menos difícil y lejana, dado los quiebres que ha venido sufriendo la sociedad civil y el carácter multifacético de la problemática presente. Sin embargo, tal propósito se perfila como el único objetivo que puede concebirse en una situación que oscila entre los polos de la guerra interna y las propuestas de paz, la impunidad y la justicia, los antagonismos y la reconciliación, pero que continúa recayendo frente a obstáculos que impiden la justicia social. Los desplazamientos forzados que crearon una problemática excepcional de exilio interno para millones de colombianos, han dejado un lastre muy difícil de superar. No solamente se ha escindido la concepción y la práctica misma de lo social y lo político, sino que los mismos imaginarios colectivos se encuentran ideológicamente fragmentados y regionalizados por las condiciones de violencia y desamparo a las que fueron sometidas las distintas zonas. Todo esto contribuye al desarrollo desigual de la conciencia social y a una sectorización política guiada por diferentes grupos de interés, sin que lo nacional, llegue a funcionar, más allá del discurso político, como un proyecto de unificación y logro de consensos mínimos para el avance democratizador. Informes que relevan la situación colombiana en los últimos años y a partir del proceso de paz, aseguran que los desplazamientos siguen ocurriendo en gran escala. Para el año 2018, según Leonardo Botero Fernández, la Defensoría del Pueblo registra 17.825 desplazados, aunque esta cifra es elevada a 35.409 por la ONG Codhes. El fenómeno tendría lugar sobre todo en las zonas de Catatumbo, El Nudo de Paramillo y la cuenca el Pacífico (Nariño, Chocó y parte de Cauca), registrándose asimismo ataques a los líderes sociales, sobre todo a los que apoyaron el proceso de paz. Un aspecto específico del fenómeno de desplazamiento forzado es el que se refiere a las poblaciones indígenas que sufren el proceso de des/re/ territorialización por encontrarse establecidas en zonas de conflicto, porque sus tierras han sido arrasadas por la guerrilla, ocupadas por el narcotráfico o sufrido desastres naturales. Tratando de evadir la violencia, la pobreza extrema y los efectos de la desposesión y de la dispersión comunitaria, gran cantidad de indígenas dejan sus tierras para buscar otras formas de asentamiento que les permitan la supervivencia. En otros casos, los grupos indígenas son forzados al destierro por aquellos que tienen interés en el control de territorios y/o de recursos naturales. Como han indicado Suárez Morales y Henao Arcila,
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Poderosos intereses económicos, políticos y culturales están a la base de los procesos de expulsión de comunidades y pueblos indígenas, afrocolombianos, campesinos y colonos. En síntesis, la guerra, como «actor», difuso, oculta actores, sectores, intereses y disputas más concretas. La ubicación estratégica y el correlativo control de territorios en disputa abarcan corredores de tránsito, zonas de retaguardia o avanzada de los actores armados. Pero desde una lectura complementaria al registro de la confrontación armada, la disputa por recursos no menos estratégicos relacionados con la oferta biofísica: diversidad, agua dulce, yacimientos de hidrocarburos, carbón, gas natural, oro, platino, la existencia o posibilidad de expansión de cultivos de uso ilícito, entre otros recursos, hacen parte de los motivos por los cuales se expulsan de sus territorios a indígenas, afrocolombianos y campesinos (1).
Los desplazamientos indígenas se realizan ya sea dentro de los territorios propios, dirigiéndose hacia zonas altas o de difícil acceso, o hacia espacios interétnicos que ofrezcan «zonas de refugio». En casos más radicales, la reubicación comunitaria se orienta hacia áreas extraterritoriales, generalmente urbanas o periféricas, donde la integración se hace más difícil. Asimismo, se produce también la dispersión o el éxodo desorganizado, generalmente como reacción a agresiones puntuales. Citando análisis realizados sobre el tema, Suárez Morales y Henao Arcila indican que Esta situación ha dado lugar a conflictos que se traducen en el desconocimiento de la posesión indígena de su territorio; la concentración de fuerzas e intereses; la violencia física, en especial contra los líderes y dirigentes; el desplazamiento [forzado] de la población; la integración acelerada a la sociedad nacional y, paulatinamente, su arrinconamiento geográfico y cultural. Todo lo anterior, en relación con que aproximadamente el 28% del territorio colombiano ha sido declarado constitucionalmente «territorio colectivo» con carácter inalienable, imprescriptible e inembargable para 91 pueblos indígenas cuya población asciende a aproximadamente 800.000 habitantes, y para cerca de cuatro millones y medio de afrocolombianos (1).
Los autores señalan finalmente lo que llaman «desplazamientos horizontales, verticales o transversales», cuando las migraciones van en busca de ecosistemas similares a los conocidos, tratando de asegurar circuitos de alimentación y contacto simbólico con territorios ancestrales, en una u otra dirección geográfica. La negligencia estatal alcanza en Colombia grados similares a los que se presentan en otros países respecto a la población indígena, reconociendo derechos constitucionales que no se garantizan en la práctica, por lo cual se habla de la existencia de «un contrato simbólico restringido». También como en otras regiones, el fenómeno de migración indígena pasa fundamentalmente desapercibido, siendo difícil recabar información sobre la entidad y características de este problema.
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Desde la época colonial, la resistencia ejercida por las comunidades indígenas es también un denominador común en el caso de muchas poblaciones aborígenes que en el presente continúan siendo expulsadas de sus territorios por distintos motivos. Suárez Morales y Henao Arcila aluden a comunidades que, como los pueblos emberá, en el Chocó, han seguido el modelo del cimarronaje al escapar de la explotación minera y de la tasación, estableciéndose en zonas alejadas o dispersándose por distintas regiones. Todos estos factores que vienen mencionándose en relación con la territorialidad y las expulsiones múltiples de los pueblos indígenas, junto a las formas de discriminación y trato deshumanizante que los acompañan, tienen gran influencia sobre la constitución identitaria de la población indígena, sus formas de socialización y de integración interétnica. El abandono de tierras ancestrales acarrea connotaciones simbólicas de mucha importancia, relacionadas con la concepción de lo histórico, la comprensión de las coordenadas espacio-temporales, la relación con los antepasados y con la naturaleza, las creencias religiosas, la proyección intergeneracional, etc. Muchas de las movilizaciones indígenas van acompañadas de agresiones, enfrentamientos y luchas que dejan sentimientos de rencor y enemistad intergrupal que se perpetúan en tiempos posteriores. El acceso a recursos naturales y el derecho a la posesión de los territorios comunitarios son principios fundamentales e irrenunciables, a pesar de que no existen mecanismos ni garantías que aseguren su cumplimiento. Juan Ricardo Aparicio analiza, al final de su libro, el concepto de victimización a partir del cual se intenta comprender estos procesos que desconocen los derechos del individuo y lo colocan en situaciones de abuso, impotencia y desposesión radical. Aparicio llama la atención sobre la necesidad de re-territorializar social y políticamente a estos sujetos, evitando adjudicarles una posición esencializada y pasiva, que sugiere la imposibilidad de generar conciencia social y agencia política. La contextualización de los casos de desplazamiento forzado debe ser recuperada a través de la etnografía, de la voz de individuos y comunidades, de la reconstrucción de situaciones, de la adjudicación de responsabilidades y de la negación de la impunidad. La necesidad de consenso puede llegar, indica el antropólogo, a «anestesiar» la conciencia social. Debería entenderse que la necesidad de avanzar los procesos de pacificación y justicia social no puede excluir la responsabilidad por los atentados contra los derechos humanos. Más bien implica, necesariamente, enfrentar el pasado como base para la construcción del porvenir. Sobre el concepto de diáspora El espacio es, sin duda, reconfigurado en los procesos diaspóricos. Se habla de que estas movilizaciones han ido creando una proliferación de «esferas públi-
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cas de la diáspora» que pueden ser ya progresistas y transformadoras, ya tradicionalistas, según se abran a formas postnacionales de entender la socialidad y la pertenencia, o permanezcan apegadas, quizá aún con más fuerza que antes de su desterritorialización, a rasgos culturales, religiosos, étnicos o políticos. De modo que, como en otros aspectos del fenómeno migratorio, es muy difícil adjudicar a las diásporas características definitorias, ya que las define la misma pluralidad y la misma ambigüedad que se revela en otras formas de desplazamiento masivo. En gran medida migración y diáspora comparten muchos rasgos comunes vinculados a la afectividad, la importancia de la memoria y la función de la imaginación respecto a los espacios posibles en sociedades de adopción. La subjetividad migrante va tejiendo redes invisibles en territorios reales e imaginarios, redefiniendo límites, abriendo vías de acceso, explorando recursos y subvirtiendo regulaciones relacionadas con el delineamiento de perímetros, estructuras y órdenes. Se trata de una movilización colectiva que actúa, sobre todo, destruyendo mitos, estereotipos y preconcepciones sobre lo social, lo cultural y lo político. Lugares y asentamientos se relativizan, se vuelven intercambiables, complementarios y necesariamente transitorios. A su vez, las formas de tránsito, al igual que los modos de mimetizarse según el medio y las circunstancias, adquieren una dimensión multilocalizada. El individuo en tránsito se convierte en un ser principalmente situacional y relacional, que sustituye las certezas de la pertenencia por la creación de campos sociales (social fields) que se extienden transnacionalmente, es decir, por encima y con prescindencia de la nación-Estado y de sus estructuras políticas, jurídicas y administrativas. Identidades, modos de ser y estar, usos lingüísticos, hábitos, lealtades y creencias se van remodelando, ya sea por medio de distintas formas de reafirmación, ya sea por hibridación o por transformación sustancial. El movimiento a través de espacios culturales diferentes, la falta de certidumbres, la necesidad de improvisación, los contactos humanos renovados, las pérdidas y las adquisiciones, las memorias fraccionadas, suprimidas o exacerbadas, van creando una identidad multiespacial donde los opuestos no se excluyen y las constantes no desautorizan la transitoriedad. Múltiples criterios confluyen en la configuración del concepto de diáspora. Según ha sido establecido por la crítica, en el campo de las ciencias sociales el uso del concepto tiene apenas cuatro o cinco décadas, aunque el término está presente en el horizonte sociocultural y crítico desde mucho antes. De acuerdo con el estudio de Stéphane Dufoix, el término deriva del griego, incluyendo los sentidos de dispersión, distribución y difusión, sin las connotaciones negativas que adquiriría luego, en otros contextos. Siendo una palabra frecuente en textos religiosos para hacer referencia teológica al «pueblo elegido», el término persiste primariamente en relación a la diseminación de los judíos luego de su expulsión
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de los territorios históricos (Dufoix 13).14 La palabra expande luego su significado flexibilizado sus límites conceptuales y aplicándose a contextos seculares, y en referencia a movilizaciones colectivas de muy distinto origen, que resultan en el asentamiento de grandes grupos humanos más allá de la tierra natal.15 Tal es el caso de armenios, árabes, chinos y africanos. Se habla también de la diáspora que se origina en el área del Caribe, particularmente la emigración masiva de haitianos y dominicanos que salen de sus países por cuestiones de violencia política, económica, etc.16 El caso de los puertorriqueños es obviamente peculiar porque, aunque la emigración desde la isla ha sido y sigue siendo masiva y constante, los individuos que se reinstalan en Estados Unidos tienen ciudadanía de ese país, por lo cual su asimilación al mercado laboral, por ejemplo, se ve facilitada. Sin embargo, aspectos culturales, étnicos y políticos pueden de todos modos dar lugar a diversas formas de discriminación y tratamiento de los puertorriqueños como ciudadanos de segunda clase. En un artículo fundacional sobre el tema de las diásporas titulado «Diasporas in Modern Societies: Myths of Homeland and Return» (1991), William Safran sugirió una serie de características que se han venido utilizando para distinguir diásporas y migraciones. Entre ellas, mencionó la rememoración casi mítica de la tierra natal y la constante elaboración del tema del retorno, sentimiento que mantiene viva en los integrantes de los movimientos diaspóricos la voluntad de seguir participando de los acontecimientos y aun de los conflictos de la patria lejana, que continúa integrada a la identidad individual y colectiva. La inmensa proliferación de modalidades, causas y particularidades que va asumiendo la dispersión humana que hoy se engloba bajo el nombre de diáspora llevó a Rogers Brubaker a hablar del uso diaspórico del término («the “diaspo-
14 Hayes Edwards define diáspora distinguiéndola de la noción de exilio: «Often “diaspora” is used to indicate a state of dispersal resulting from voluntary migration, as with the far-flung Jewish communities of the Hellenic period. In this context, the term is not necessarily laced with a sense of violence, suffering, and punishment, in part because Jewish populations maintained a rich sense of an original “homeland”, physically symbolized by the Temple in Jerusalem. […] Very differently, the term “exile” (galut) connotes “anguish, forced homelessness, and the sense of things being not as they should be”. […] Only the loss of a political-ethnic center and the feeling of uprootedness turns Diaspora (Dispersion) into galut (Exile)» (Hayes Edwards se basa aquí en la opinión de varios autores). 15 Como Dufoix señala, algunos sectores sociales se autoidentifican como diaspóricos para enfatizar su carácter transnacional, sus orígenes y ancestros multiculturales o su laxa afiliación a la nación-Estado, como sucede con la población afroamericana. 16 «Dyaspora o Dyas son expresiones comunes en la lengua criolla haitiana, como términos despectivos para referirse a las personas de ascendencia haitiana nacidas en el extranjero, quienes, no obstante, continúan involucradas en los asuntos del país y se identifican a sí mismos como haitianos desde la distancia» (Briceño y Castillo 85).
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ra” diaspora»), ya que bajo esa palabra se alude en general a muchas formas de movilización humana que tienen en común la extensión espacial del fenómeno. También se han realizado deslindes y subclasificaciones para distinguir los desplazamientos que resultan de la victimización política o económica («victim diasporas»), de los que surgen por intereses comerciales («trade diasporas»), por razones culturales («cultural diasporas»), por razones de trabajo («labor diasporas») o como parte de una expansión colonizadora («imperial diásporas»).17 Appadurai señala que, al igual que en el caso de los peregrinajes, las diásporas demuestran las complejas negociaciones que vinculan a los individuos y a los lugares en los que estos se asientan. Citando a Albert Hirschman, el autor de Modernity at Large reconoce la existencia de múltiples modalidades diaspóricas: diásporas inspiradas en la lealtad o diásporas ejecutadas como una forma de salida o evasión de realidades opresivas; diásporas que conducen a un exilio indefinido o que cumplen un sueño de liberación. En todo caso, como el crítico indica, toda diáspora implica un ejercicio de la memoria colectiva y el diseño de nuevos mapas de deseo y pertenencia. Generalmente asociadas a la inestabilidad y la inquietud colectiva, las diásporas muestran la fragilidad de los mitos relacionados con la tierra natal, el territorio ancestral, la lengua materna, la identidad nacional, elementos todos importantes y al mismo tiempo insuficientes cuando las condiciones de existencia obligan a la movilidad y conducen a formas diversas de desamparo y nomadismo. Diasporas today are often camouflaged by other expressions of human restiveness and other instabilities of national politics. Hidden among the movements of tourists and guest-workers (which are often more long-lasting than they are supposed to be) and the instabilities of refugee camps and transnacional ethnic movements, diasporas are no longer easy to spot. Indeed, to speak of diasporas —if by diasporas we mean phenomena involving stable points of origin, clear and final destinations and coherent group identities— seem already part of a sociology for the world we have lost (Appadurai, «“On Moving Targets”. Editor’s Comments» i).
Para algunos autores, las diásporas constituyen constelaciones tanto afectivas como político-ideológicas. Como explican Steven Vertovec y Robin Cohen en su introducción a Migration, Diasporas, and Transnacionalism, toda diáspora implica formas propias de producción cultural y de compromiso político que incorporan la experiencia de la transnacionalización. La dinámica diaspórica va creando así formas hibridizadas y cambiantes de identidad, que integran y al mismo tiempo desafían tradiciones y herencias culturales, orientaciones políticas y religiosas, valores y convicciones, que se van revisando a medida que el 17 Véase
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al respecto Safran, «Comparing Diasporas».
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sujeto asimila vivencias, espacios, lenguas y hábitos propios de los sitios en los que se reinserta. El espacio es, sin duda, reconfigurado en los procesos diaspóricos. La subjetividad migrante va tejiendo redes invisibles en territorios reales e imaginarios, redefiniendo límites, abriendo vías de acceso, explorando recursos y subvirtiendo regulaciones relacionadas con el delineamiento de perímetros, estructuras y órdenes. Actúa, sobre todo, destruyendo mitos, estereotipos y preconcepciones sobre lo social, lo cultural y lo político. Lugares y asentamientos se relativizan, se vuelven intercambiables, complementarios y necesariamente transitorios. A su vez, las formas de tránsito, al igual que los modos de mimetizarse según el medio y las circunstancias, adquieren una dimensión multilocalizada. El individuo en tránsito se convierte en un ser principalmente situacional y relacional, que sustituye las certezas de la pertenencia por la creación de campos sociales (social fields) que se extienden transnacionalmente, es decir, por encima y con prescindencia de la nación-Estado y de sus estructuras políticas, jurídicas y administrativas. Identidades, modos de ser y estar, usos lingüísticos, hábitos, lealtades y creencias se van remodelando, ya sea por medio de distintas formas de reafirmación, ya sea por hibridación o por transformación sustancial. El movimiento a través de espacios culturales diferentes, la falta de certidumbres, la necesidad de improvisación, los contactos humanos renovados, las pérdidas y las adquisiciones, las memorias fraccionadas, suprimidas o exacerbadas, van creando una identidad multiespacial donde los opuestos no se excluyen y las constantes no desautorizan la transitoriedad. Al analizar las relaciones entre los conceptos de diáspora y transnacionalismo, Thomas Faist señala que mientras que el primero se utiliza generalmente para hablar de grupos religiosos o de sectores nacionales que se desplazan fuera de las fronteras de su país, el segundo término se usa con un sentido más estrecho para hacer referencia a migrantes, redes u organizaciones que mantienen lazos en distintas naciones. Según Faist, aunque ambos términos generalmente se usan indistintamente, el primero ha sido politizado incluso por los gobiernos nacionales para obtener apoyo de sectores residentes fuera del país y promover inversiones de expatriados, suponiendo que la noción de diáspora refuerza, por su larga tradición, sentimientos de lealtad y pertenencia a pesar de la distancia, así como formas de hibridación cultural resultantes de los tránsitos poblacionales, en el sentido usado por Bhabha cuando habla de dissemi-Nation. «Transnacionalismo» es un término más reciente y con mayor carga ideológica, siendo usado principalmente desde la perspectiva de las ciencias sociales y particularmente de las relaciones internacionales. Pone el acento sobre procesos y aspectos vinculados a la movilización y socialización de individuos desterritorializados, y a las estrategias de socialización y desarrollo de lazos políticos, comerciales, inte-
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lectuales, etc. Mientras que el concepto de comunidad, también frecuentemente asociado a los ya mencionados, enfatiza la cohesión y centralización del grupo, la idea de diáspora sugiere dispersión, heterogeneidad e hibridación. Más allá de cuestiones de uso o de matices semánticos, casi todos los autores coinciden en señalar que resulta prácticamente imposible sustentar una idea monocromática de la diáspora (Robin Cohen, Global Diasporas 128). Una serie de tópicos se asocian inevitablemente a este vasto y complejo tema: el de la memoria individual y colectiva, el de la lealtad o al menos la nostalgia por el territorio de origen, que funciona como un móvil importante para mantener lazos con las comunidades o instituciones de la patria lejana, y a veces como el factor fundamental para la articulación de proyectos políticos, culturales, etc. El aspecto afectivo que es propio de los movimientos diaspóricos (lealtad al país de origen, nostalgia por territorios y personas, resentimiento, sentimientos de pérdida, escepticismo y enajenación, etc.) dificulta a veces la integración en la sociedad receptora. Briceño y Castillo indican, sin embargo, que aun cuando no exista un compromiso férreo con el país de adopción, y aunque en muchos casos incluso se manifieste una actitud crítica respecto a este, por su carácter compacto y cohesivo las diásporas tienden a impactar a las comunidades receptoras, modificando las redes sociales y culturales en la que se inscriben (87). De todos modos, tanto en el caso de migrantes individuales como de contingentes diaspóricos, la resistencia del sujeto y la del medio de adopción es en general un proceso recíproco, cuyos términos se van negociando con el tiempo. Los grados en los que se produce una integración satisfactoria dependen de las circunstancias de la emigración, del tipo de emigrados de que se trata, del medio en el que se inscriben laboralmente, de las características personales, etc. Abril Trigo ha estudiado distintos aspectos relacionados con la emigración político-económica de los uruguayos durante la dictadura de los años 70 y el papel fundamental de la comunicación interpersonal y transnacional a través del internet, la cual ayuda a configurar lo que el crítico llama «la patria cibernética». Appadurai también considera dentro de sus etnopaisajes la influencia que tiene el elemento comunicacional en la configuración de lazos reales y también en la construcción de mitos y mundos imaginados que acompañan la trayectoria migratoria. Como Briceño y Castillo señalan, es imposible abarcar la cuestión diaspórica —como la experiencia migrante, el nomadismo, el desplazamiento forzoso, etc— con una sola narrativa englobante. Más bien, tal experiencia debe ser captada a partir de múltiples relatos, testimonios, reflexiones y análisis que releven y organicen la experiencia colectiva, ordenándola con criterios provisionales y flexibles, y organizando los datos empíricos para encontrar sentido al fenómeno diaspórico en el contexto de la globalización. El tema de la diáspora casi siempre
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gravita hacia la problemática del nacionalismo y de las relaciones que el sujeto diaspórico mantiene con el país de origen, así como en relación a los intentos que las naciones realizan para mantener a sus ciudadanos en diáspora conectados a la patria, ya sea de manera cultural, financiera, política o social. Como varios autores han anotado, la diáspora es inseparable de las cuestiones vinculadas a la identidad colectiva en sus múltiples niveles y estratos. Según algunos críticos, las identidades diaspóricas constituirían en el presente una forma de conciencia social que responde a las condiciones de un mundo global, representando una posición de sujeto supeditado a los vaivenes del capital, que impone su lógica aun a costa de deshumanizar a los individuos al enajenarlos de sus relaciones sociales, su tierra, su lengua, etc. La palabra diáspora sugiere movilización masiva, desterritorialización y dispersión, pero estos elementos se organizan de distinta manera en las diversas formas de movilización diaspórica. James Clifford provee la siguiente definición: Diasporas usually presuppose longer distances and a separation more like exile: a constitutive taboo on return, or its postponement to a remote future. Diasporas also connect multiple communities of a dispersed populations («Diasporas» 304).
Para Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc: Diasporas are populations that, while dispersed across boundaries and borders, salvage from their common loss and distance from home their identity and unity as «a people» (269).
Paul Gilroy, por su parte, destaca el elemento coercitivo que tiende a estar siempre presente en situaciones diaspóricas, ya sea que estas se produzcan por causas económicas, políticas, ecológicas, sociales, religiosas, etc. Se trata de una red que funciona a la vez como dispersión y como cohesión comunitaria. Para Gilroy Diaspora identifies a relational network, characteristically produced by forced dispersal and reluctant scattering. It is not just a word of movement, though purposive, urgent movement is integral to it. Under this sign, push factors are a dominant influence. They make diaspora more than a vogueish synonym for peregrination or nomadism. Life itself is at stake in the way the word suggests flight or coerced rather than freely chosen experiences of displacement («Diaspora» 293).
Otros autores emplean criterios variados para clasificar los desplazamientos diaspóricos como diásporas propiamente dichas, semidiásporas, etc. dependiendo del modo en que tales movimientos se ajustan a los criterios establecidos, los
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cuales incluyen como punto de partida de la movilización masiva un desastre de orden natural o político. Subrayan, asimismo, la importancia de la memoria colectiva como forma de transmisión de las causas y características de la movilización, y como modo de mantener en torno a temas cruciales de tipo cultural e histórico, la cohesión del grupo y la identidad cultural, que va pasando de generación en generación. Elementos históricos, políticos, económicos y sociales se articulan así en narrativas fuertemente emocionales y en formas de representación de la identidad grupal que expresan sus sentimientos y particularismos. Refugiados, expatriados, (e)(in)migrantes, comunidades étnicas o exiliadas, son algunas de las nominaciones que reciben los protagonistas del fenómeno diaspórico, aunque pueden establecerse importantes matices entre estos fenómenos. Con estos nombres se identifica, a los efectos del análisis, un espectro muy amplio de situaciones y formas de conciencia social. Se estudian tanto las formas de comportamiento colectivo de las comunidades dispersas como sus mecanismos de cohesión; se analizan sus grados de heterogeneidad política, religiosa, económica, lingüística, etc., así como las formas de continuidad cultural y la persistencia de lazos de parentesco y amistad que tales comunidades mantienen a pesar de su movilidad y localización diseminada. Las modalidades de desplazamiento y asentamiento de individuos en diáspora son variadas, ya que en su trayectoria migrante, individuos y comunidades van describiendo rutas y circuitos que observan ciertos ritmos, recorren espacios específicos y tienen determinados tipos de incidencia en las sociedades que atraviesan a nivel transnacional, configurando patterns de comportamiento y desarrollo asimilativo. El sujeto migrante o diaspórico no cae en un no lugar, sino que articula espacios de la misma manera en que combina lenguas y negocia experiencias y temporalidades. Para Appadurai, es justamente en esta combinatoria donde se encuentra la clave de esta forma de subjetividad afincada en la contingencia del tránsito y de la transitoriedad: […] we must not be too quick to leap from the ubiquity of diaspora to an abiding global sense of placelessness and timelessness. For populations involved in the diasporic process continually display the vitality of bricolage. They piece together housing and language, electricity and ethnicity, clothing styles and state entitlements with remarkable energy, in ways tailored to the idiosyncrasies of their new locations. Much of a new sociology of diaspora will have to focus on this bricolage: on how, in the face of so many disjunctures, the everyday miracle of reproduction is achieved («“On Moving Targets”: Editor’s Comments» iii).
Según Clifford, la diáspora se recorta contra las fronteras que imponen las regulaciones de la nación-Estado, por un lado, y las formaciones autóctonas, por otro. Por contraste con los inmigrantes, que buscan un pronto re-asentamiento
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social, las diásporas pueden resultar más difíciles de asimilar ya que se sienten parte de una historia de desplazamientos, rechazos y persecuciones que las vuelven resistentes a la integración social. En este sentido, Clifford distingue entre nación y nación-Estado, enfatizando el hecho de que la primera remite a la idea de patria, a los imaginarios esencialmente afectivos del nacionalismo, aunque también —a no dudarlo— a sus contenidos político-ideológicos, mientras que la segunda alude a una entidad autónoma, soberana e institucionalizada (con ejército, aparato educativo, seguridad pública, medios de comunicación, etc.). Mientras que las diásporas no suelen organizarse bajo la forma de la naciónEstado (ej. Israel) se identifican con la idea de la formación de comunidades y esferas públicas alternativas, manteniendo su diferencia cultural, aunque sin llegar al extremo del separatismo. Comparativamente, los exilios son más individualistas que los movimientos diaspóricos. Estos últimos mantienen un carácter cosmopolita, que a menudo entra en colisión con las identidades que existen in situ, asentadas en lo vernáculo. Thus, the term diaspora is a signifier, not simply of transnationality and movement, but of political struggles to define the local, as distinctive community, in historical contexts of displacement (Clifford, «Diasporas» 308).
El sujeto diaspórico también se distingue por configurar un campo afectivo derivado de la experiencia del desarraigo: sensación de pérdida, persecución, desprotección, incertidumbre, nostalgia por la tierra natal, desprendimiento familiar y comunitario, soledad. Todos estos sentimientos se prestan, como Safran señala, a manipulación ideológica por parte de la nación, donde el mito del origen y del retorno tiene connotaciones y consecuencias político-económicas de importancia. Pero, por otro lado, el sujeto diaspórico también está influido por la relación de pertenencia a un grupo mayor que aun en situaciones de dispersión comparte un imaginario colectivo con puntos de referencia comunes, como por ejemplo la lengua, las costumbres, la memoria histórica, etc., elementos que, aunque se presenten de manera laxa, crean un espacio afectivo que contrarresta, en alguna medida, lo que ha quedado atrás. Uno de los conceptos que han incorporado los trabajos sobre diáspora producidos en las últimas décadas es la idea de que se trata de procesos recíprocos y no de experiencias donde el sujeto diaspórico tiene un papel pasivo, como mero receptor de estímulos, oportunidades o frustraciones que derivan de su tránsito e inserción en medios diversos. Por el contrario, el sujeto migrante o desplazado tiene innumerables estilos de inserción social (laboral, afectiva, etc.) en los nuevos contextos, e influye en ellos de maneras diversas dependiendo de sus habilidades y tradiciones, de las razones de su migración y del tipo de identificación
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que logre desarrollar en las nuevas circunstancias. Aspectos como el dominio de la lengua de adopción, la configuración familiar, su motivación laboral, las costumbres o creencias propias y su posible continuidad o colisión con las del medio al que llega, son fundamentales para marcar diferencias en los grados de pasividad o acción social, rechazo o identificación, que el individuo y el grupo diaspórico puedan desarrollar. Es común que la configuración identitaria del sujeto diaspórico se modifique en relación con el medio, y también que él/ella influya sobre la sociedad receptora, aunque este intercambio suele estar marcado por la ambigüedad, la contradictoriedad y la asimetría, dado que el individuo o grupo que llega a un nuevo medio viene aquejado por la carencia, la nostalgia y la inseguridad del futuro. James Clifford analiza los aspectos ambivalentes de la conciencia diaspórica, particularmente la tensión utópico/distópica, que es uno de los elementos constitutivos de la visión de individuos y comunidades que rearticulan sus vidas fuera de sus patrias de origen. Los sujetos diaspóricos manifiestan un fuerte sentimiento de pertenencia al grupo, que excede lo puramente étnico y lo complementa con un sentido más amplio de comunidad en el que se articulan elementos de tradición, historia común, creencias, etc. Según Clifford, «Diasporic language appears to be replacing, or at least supplementing, minority discourse» («Diasporas» 311). Se recupera así la idea de la doble conciencia y de la ambigüedad antes aludidas en este estudio, las cuales constituyen uno de los ejes del sujeto diaspórico que parece alentado por el deseo de alcanzar una modernidad otra, más inclusiva y democrática que las ya conocidas: Diasporist discourses reflect the sense of being part of an ongoing transnational network that includes the homeland, not as something simply left behind, but as a place of attachment in a contrapuntal modernity («Diasporas» 311).
Por esta razón, Kearney y Cohen consideran a la diáspora «un tipo de conciencia» que se va generando entre comunidades transnacionales, la cual tiene como característica el ser dual o paradójica, ya que está constituida por experiencias negativas (la pérdida del territorio de origen y de los círculos sociales conocidos, la discriminación) y positivas (la posibilidad de identificación con legados culturales más amplios, de tipo religioso, cultural, etc.) (Migration, Diaspora, and Transnationalism xviii). Estos autores también enfatizan la conciencia que el sujeto diaspórico adquiere de su multilocalización («the awareness of multilocality»), condición de la que surge, como señala Stuart Hall, una serie de representaciones variables que dan al individuo y a las comunidades una sensación de «imaginada coherencia» de los rasgos identitarios que los constituyen. Esta funciona como una creación de nuevas cartografías que van orientando el desarrollo
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del individuo en sus nuevas circunstancias de vida. La experiencia de la diáspora se va definiendo, entonces, como una ruptura de la linealidad que crea ansiedad y que enfrenta al sujeto a desdoblamientos sucesivos a nivel espacio temporal. In diaspora experience, the copresence of «here» and «there» is articulated with an antiteleological (sometime messianic) temporality. Linear history is broken, the present constantly shadowed by a past that is also a desired, but obstructed, future: a renewed, painful yearning (Clifford, «Diaspora» 318).
La identidad diaspórica se presenta, así, como una dislocación identitaria (que Emma Patchett, por ejemplo, califica como segmentariedad o multiplicidades fragmentadas) que resiste la dicotomía país natal/país de adopción (homeland/ hostland). La teleología lineal de este dualismo no corresponde a la naturaleza rizomática y antigenealógica de la diáspora, que resiste ser cartografiada y, en ese sentido, contenida por la fijación simbólica.18 A su vez, Vertovec y Cohen entienden la diáspora como un modo específico de producción cultural, caracterizado por la constante reubicación de objetos, transferencias, influencias y negociaciones en cuanto al significado de cosas, lugares, ideas y productos culturales que se asocian emocionalmente con las ideas de pertenencia, distancia y pérdida. Todo lo que forma la experiencia del sujeto está fuertemente cargado de elementos que movilizan la memoria, la afectividad, la imaginación y el deseo. Pero como enfatiza Stuart Hall, las vivencias de la diáspora son siempre eminentemente heterogéneas, híbridas, sincréticas y marcadas por la diferencia, pero también por las evocaciones constantes y a veces idealizadas de rasgos identitarios. Para Hall, el «descubrimiento» del «Nuevo Mundo» inicia la diáspora hacia América al comenzar un proceso de diversificación étnica, cultural, religiosa, lingüística, etc., que es principalmente aprehensible en el Caribe. La narrativa del desplazamiento que es propia de lo americano se caracteriza por un constante deseo de regreso al origen perdido, un inicio que no puede ser alcanzado, que existe solo como tiempo no recuperable, como pulsión y como nostalgia (235). Por su parte, Khachig Tölölyan se refiere a la diáspora como emblema del transnacionalismo, ya que remite inevitablemente al tema de la frontera y a los tópicos que se asocian con la dimensión transnacional: el movimiento masivo de capitales, la práctica del «imperialismo mediático» que contribuye a difundir la cultura de otros pueblos, los enclaves supranacionales de las grandes 18 Véase al respecto la noción de corpus cartography elaborada por Emma Patchett a propósito de la autobiografía American Gypsy (2012) de Oksana Marafioti. Como Patchett indica, la identidad diaspórica representa más una forma de exceso que de contención, al tiempo que expresa los principios de heterogeneidad y conectividad propios de la subjetividad postmoderna.
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corporaciones, etc. Todo esto conduce al reconocimiento de la importancia de interacciones globales, y de los flujos poblacionales que las acompañan, lo cual señala la progresiva relativización de la dimensión nacional, pensada como una formación social de límites precisos.19 Como indica Tölölyan This vision of a homogeneous nation is now being replaced by a vision of the world as a «space» continually reshaped by forces —cultural, political, technological, demographic, and above all economic— whose varying intersections in real estate constitute every «place» as heterogeneous and disequilibriated site of production, appropriation, and consumption, of negotiated identity and affect («The Nation-State» 234).
Esto no significa, sin embargo, que la dimensión nacional desaparezca, como se señalara antes. To affirm that diasporas are the exemplary communities of the transnational moment is not to write the premature obituary of the nation-state, which remains a privileged form of polity (232).20
En «Diasporas in Modern Societies» William Safran ha señalado algunas características de las diásporas contemporáneas que amplían y refinan el significado del término. Se refiere, por ejemplo, a descentramientos que parten de núcleos urbanos hacia regiones periféricas, a la existencia de una memoria colectiva, que incluye mitos compartidos acerca de la madre patria, al sentimiento de alienación respecto a las sociedades en las que esa población diaspórica se va insertando, y a la convicción de que el lugar de origen, al que en general los migrantes desearían regresar, constituye el espacio ideal para el desarrollo de su vida y la de sus descendientes. Elementos tales como las creencias religiosas y la lengua común son fundamentales para consolidar la cohesión de estos sectores poblacionales y otorgar un sentido de comunidad a pesar de las condiciones impuestas por la dispersión territorial. No obstante, la conciencia social y política del migrante no es estática, sino que varía de generación en generación, dependiendo de las formas de arraigo que se consigan fuera de la patria de origen y de los cambios que se vayan registrando en la sociedad receptora y en la sociedad originaria. 19 Sobre
el tema de la diáspora, véase asimismo Sheffer. reafirma la idea de que las diásporas, lejos de rechazar el concepto moderno de nación, en muchos casos colaboran en el fortalecimiento de planes de renovación económica o cultural en la tierra natal. Asimismo, justamente por la proliferación de movimientos infra y supranacionales, los sentimientos de lealtad al ideal de la patria unificada y a los valores nacionales se ven robustecidos (233-234). 20 Tölölyan
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El caso de los gitanos constituye un ejemplo particular y más radical de autoexclusión y rechazo de la vida sedentaria y del proyecto nacional, de las instituciones del Estado, etc. Se trata de contingentes que parten de una tradición de nomadismo y que, por lo tanto, tienen una vulnerabilidad social mayor que la de otros grupos diaspóricos, siendo con frecuencia víctima de estereotipos que incrementan el rechazo social. Su forma de conciencia histórica y los sentimientos de identidad no están ligados al mito del retorno.21 En otros casos, la idea del regreso al país de origen se elabora de distintas maneras según las condiciones de la salida y las posibilidades concretas de reinserción social. Las variantes culturales y político-económicas dan lugar a muy distintas reacciones respecto al tema del alejamiento y el regreso. Aunque la cohesión familiar es muy fuerte en las comunidades latinas en Estados Unidos, por ejemplo, cada comunidad presenta rasgos particulares dependiendo del país de procedencia, del período de que se trate, de los grados de integración que se logren y del estatus de legalidad que puedan obtener. Safran se refiere particularmente al caso de Cuba antes y después de la Revolución, ya que, dependiendo de las convicciones políticas de los migrantes de cada período, el mito del origen y del retorno obviamente fue elaborado de distinta manera. Según el mismo autor, el fenómeno de las diásporas presenta grandes y variados desafíos a la nación receptora, ya que incorpora a esta comunidades cohesionadas por denominadores comunes que pueden operar como elementos de unificación, pero también de resistencia a la nueva sociedad, dificultando la asimilación. Tales elementos ponen a prueba los límites y las condiciones del pluralismo cultural, y llevan a cuestionar sobre el concepto de ciudadanía, su extensión, y funcionalidad en escenarios actuales. Otro aspecto de estos debates gira en torno a la necesidad de crear e implementar políticas de interculturalidad, tanto a nivel nacional como transnacional. La búsqueda implícita de una modernidad alternativa es parte de la conciencia dual del sujeto diaspórico o migrante, ya que lo impulsa a explorar nuevos horizontes, aun a costa del desarraigo y la incertidumbre sobre el futuro. El tema de la doble conciencia ya aludido en este estudio, es un tópico con frecuencia invocado en estudios diaspóricos, siendo central en los trabajos de Du Bois, Fanon, Césaire, Gilroy, y otros. Ese concepto apunta al conflicto interno del sujeto postcolonial, el cual se radicaliza cuando el individuo es expulsado de su lugar de origen y reterritorializado en culturas que lo discriminan o invisibilizan. De ahí que en muchos casos la doble conciencia se convierta en «conciencia 21 Según Safran, «The Gypsies have had no myth of return because they have had no precise notion of their place of origin, no clear geographical focus, and no history of national sovereignty» (87).
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oposicional» como reacción a las condiciones impuestas por los sistemas y regulaciones dominantes. Todos estos elementos politizan a individuos y grupos diaspóricos, razón por la cual muchos autores consideran que se trata más bien de «movimientos sociales» en los que se va desarrollando una conciencia colectiva que responde a las condiciones socioculturales, psicológicas, etc. que acompañan las experiencias de desplazamiento transnacional, la necesidad de insertarse en dos o más culturas y sistemas de producción, lenguas, etc. y la necesidad de desarrollar estrategias de supervivencia que entran en colisión con las poblaciones y gobiernos receptores.22 Para algunos críticos, el sujeto diaspórico es una de las claves para la comprensión de los procesos de construcción de identidades y para la observación del modo en que los factores de clase, raza y género interactúan y se modifican en diversos contextos y situaciones históricas, en un mundo en acelerado proceso de transformación. Puede incluso considerarse que las diásporas dan lugar al surgimiento de formas nuevas de conciencia social y precipitan el descaecimiento de categorías e incluso de conductas modernas aferradas a la territorialidad, el monolingüismo, la tradición nacional, etc. La experiencia diaspórica descalifica cualquier forma de esencialismo, al llamar la atención sobre la importancia de la diferencia cultural y su incidencia en la configuración de lo social y lo político.23 Las diásporas constituyen, asimismo, un momento transicional o alternativo al que marca el dualismo pertenencia/extranjería, mostrando una gama amplia de formas de integración gradual, parcial, etc. y también una concepción más flexible de las nociones de patria y hogar.24 Hayes Edwards señala en su definición del concepto de diáspora que el término dio lugar a polémicas en torno a la concepción misma de la identidad inglesa, que algunos investigadores consideraban al margen de los aportes migratorios y de los contactos con sus colonias. Señala Hayes que In the writings of Stuart Hall and Paul Gilroy, ‘diaspora’ is invoked expressly in a critique of previous scholarship in cultural studies and labor history by Raymond Williams, Richard Hoggart, and E. P. Thompson, among others, which was limited above all by its implicit assumptions about the racial character of Englishness 22 Según
indica Sharon M. Quinsaat en «Diasporas as social movements?», «Using social movement theory, analysis must explain the dynamic interaction of political opportunities and threats in both sending and receiving states; the relocation and reproduction of cultural, political and social resources from the homeland to the host society, as well as their maintenance and the discursive construction of loyalty to the homeland as a foundation of collective identity» (51). 23 Clifford advierte las diferentes articulaciones de los conceptos de diáspora y postcolonialidad en distintos contextos culturales e históricos, donde tales nociones son entendidas de maneras dispares, y remiten a situaciones sociales también diferenciadas («Diasporas» 330 n. 16). 24 Véase al respecto Robin Cohen y Olivia Sheringham, Encountering Difference, 12-14.
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[…] without taking into account the ways in which English identity itself has been defined through the exclusion of a range of «others,» particularly populations of the former British colonies who have been forcibly denied the rights and privileges of citizenship. This critique opened an entire arena of study, as the younger generation of Birmingham scholars began to consider culture within the framework of a diaspora as an alternative to the different varieties of absolutism which would confine culture in ‘racial,’ ethnic or national essences (Gilroy, «There Ain’t No Black in the Union Jack» 155, cit. por Hayes, s/p).25
En efecto, los conceptos de emancipación y modernidad adquieren sentidos muy distintos cuando se los vincula a culturas que sufrieron los efectos del colonialismo, incluyendo las experiencias de discriminación, violencia, desposesión, desmembramiento de familias y arrasamiento de comunidades y recursos naturales. De tales complejos socioculturales (por ejemplo, las culturas afrodescendientes o de origen indígena) emergen formas otras de concebir la modernidad y el cambio social y civilizatorio, sin renunciar a las raíces propias, y a los objetivos de preservación cultural. En estas versiones de la modernidad se integran elementos autóctonos, diferentes concepciones del espacio y el tiempo y de relación con la naturaleza, así como creencias y prácticas que hibridizan las formas dominantes. Se habla en estos casos de modernidades «alternativas», «críticas», «periféricas», «contra-modernidades» o «transmodernidades». Tales visiones forman parte de los imaginarios diaspóricos, que traducen y trasladan culturalmente sus modelos epistémicos a medida que se van reterritorializando. In diaspora experience, the copresence of «here» and «there» is articulated with an antiteleological (sometimes messianic) temporality. Linear history is broken, the present constantly shadowed by a past that is also a desired, but obstructed, future: a renewed, painful yearning (Clifford, «Diaspora» 318).
Como es obvio, la memoria histórica de la esclavitud y los periplos transoceánicos y transterritoriales que tuvieron lugar como sustento laboral del colonialismo constituyen un paradigma omnipresente en los imaginarios contemporáneos, reactualizando el drama de la expulsión y la explotación humana. Clifford advierte, a este respecto, sobre el problema de la esencialización de ciertas condiciones etnoculturales (como de las nociones de africanía o negritud), y sobre la localización de estas cuestiones en núcleos articuladores como por ej. el afro-centrismo, que pueden invisibilizar otras vertientes culturales. Ya que la idea de diáspora sugiere dispersión y des/re/localizaciones múltiples, la noción 25 En
«There Ain’t No Black in the Union Jack»: The Cultural Politics of Race and Nation, de Paul Gilroy, véase particularmente «Diasporas, Utopia, and the Critique of Capitalism», 200-302.
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postestructuralista de sujeto multi-situado parece imponerse, aunque sobreviven los particularismos que son asimismo fundamentales para el análisis del sujeto diaspórico (Clifford, «Diasporas» 319). Diasporic subjects are, thus, distinct versions of modern, transnational, intercultural experience. Thus historicized, diaspora cannot become a master trope or «figure» for modern, complex or positional identities, crosscut and displaced by race, sex, gender, class, and culture (319).
En el caso de judíos y africanos, pueblos cuyas diásporas se cuentan entre las más numerosas y dramáticas, Clifford señala como puntos comunes la forma diferenciada de habitar los espacios y el rechazo o constante aplazamiento del retorno. Alerta, sin embargo, en este y otros casos, contra los peligros de esencialización de atributos que tiendan a configurar una identidad diaspórica, concepto demasiado nivelador que corre el riesgo de desatender las formas específicas de identificación o de (auto)reconocimiento social que estos grupos generan. Tal advertencia tiene plena vigencia en el caso de la noción de sujeto migrante que estamos manejando, en la que resulta fundamental enfatizar el carácter multifacético, cambiante y relacional de ese concepto, cuyo sentido histórico y político varía según las épocas, contextos culturales, etno-raciales, de sexualidad y género, así como dependiendo de las motivaciones de los grupos humanos que se reterritorializan. Muchos autores insisten en el uso político del concepto de diáspora, que a veces se diluye en otras aproximaciones que trabajan con prioridad aspectos socioculturales dejando de lado los contextos concretos de los movimientos diaspóricos y las tensiones que los caracterizan con respecto a la nación-Estado. Hayes Edwards señala, por ejemplo, que «diaspora» tends to be used in American studies and cultural studies scholarship as a term that runs against the grain of any fixed notion of belonging; cultural identity is thereby understood as necessarily «unstable points of identification or suture», as Stuart Hall puts it: «not an essence but a positioning». («Cultural Identity and Diaspora».) This emphasis on diaspora as a politics of process or practice, especially in anthropology and literary studies, has resulted in scholarship investigating the uneven and dialogic interplay of material, ideological, and discursive phenomena in transnational cultural circuits (s/p).
Tales puntualizaciones llaman la atención sobre el hecho de que el fenómeno diaspórico es tanto una ocurrencia objetiva, geográfica e históricamente inscrita, como un posicionamiento subjetivo. Es posible y necesario trabajar sobre la base de un denominador común que permita comprender los procesos
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de des/re/territorialización, con tal de que no se pierdan de vista las especificidades que esa experiencia asume según los factores arriba mencionados. Como en cualquier análisis identitario, la idealización y abstracción son los mayores peligros, ya que congelan el fenómeno estudiado, fetichizando sus cualidades y comportamientos. Las variantes son, así, a la vez objetivas y subjetivas, históricas y geoculturales, temporales y espaciales. Para algunos autores, la dimensión subjetiva incluso sobrepasa la concreción histórica del fenómeno. Tölölyan cita, respecto a esta interiorización de la situación diaspórica las palabras de Lily Cho, que conviene reproducir aquí: Diaspora must be understood as a condition of subjectivity and not as an object of analysis. I propose an understanding of diaspora as first and foremost a subjective condition marked by the contingencies of long histories of displacements and genealogies of dispossession…. Some diasporic subjects are transnational, but not all…. Diaspora emerges as a subjectivity alive to the effects of globalization and migration, but also attuned to the histories of colonialism and imperialism. Diaspora is not a function of socio-historical and disciplinary phenomena, but emerges from deeply subjective processes of racial memory, of grieving for losses, which cannot always be articulated, and longings which hang at the edge of possibility. It is constituted in the spectrality of sorrow and «the pleasures of obscure miracles of connection» (Tölölyan 25, Cho 4).
Un elemento fundamental destacado por Cho es el duelo individual y colectivo por lo que la diáspora ha dejado atrás, es decir, la sensación de pérdida, el trauma que deriva de esta experiencia generalmente ligada a procesos de victimización, y aferrada a la memoria de lo que permanece como parte del pasado. Estos sentimientos de nostalgia, idealización de lo perdido, duelo, etc., no siempre resultan en un deseo o proyecto de retorno, y se combinan a veces con una proyección constructiva hacia el futuro y con la aceptación de formas relativas y necesarias de «olvido» que hacen posible la readaptación del sujeto. Biopolítica, refugiados y asilo político Como es sabido, en la parte final de La voluntad de saber y también en la última sección del curso publicado bajo el título de Defender la sociedad, Foucault expande su noción de poder más allá de la capacidad autoritaria y represora del Estado, reconociendo a partir del siglo xviii el surgimiento y desarrollo de tecnologías dirigidas ya no solo hacia el disciplinamiento individual sino también hacia el control de la población. Esta es entendida como sujeto colectivo que requiere, a nivel masivo, vigilancia e intervención política. Las tecnologías de
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control poblacional son implementadas a través de las formas de biopoder que consideran a la sociedad como un cuerpo cuyas funciones, deseos y tendencias deben ser modelados y mantenidos dentro de parámetros que aseguren la continuidad de rasgos biológicos, sicológicos y sociales considerados «saludables» e ideales para el mantenimiento de la especie. Lo que Foucault llamó «la era del biopoder» resulta esencial para el desarrollo del capitalismo, particularmente en lo que tiene que ver con la expansión de mercados, el control de la relación entre producción y consumo y la competitividad internacional. La torsión biopolítica que caracteriza la implementación del poder a partir de la Revolución Industrial se apoya en el ideal de un cuerpo social dócil y productivo, que pueda ser integrado al sistema laboral y a las dinámicas transnacionales que lo alimentan, aspectos directamente vinculados al tema de la migración. Esto implica la utilización de políticas defensivas contra cualquier forma de vida percibida como peligrosa, amenazante, beligerante, diferente, etc., ya que el despliegue de modalidades alternativas de existencia social es considerado un elemento que podría poner en peligro el desarrollo del proyecto de reproducción del capital y perpetuación de sistemas de dominación.26 De este modo, la relación entre la expansión del capitalismo y la manipulación de los flujos poblacionales resulta evidente. Como estructura hegemónica de poder/saber, la modernidad funciona a través de estrategias excluyentes y fragmentadoras y de tecnologías de «depuración» social que, en un ejercicio de higiene poblacional, desechan o expulsan los elementos considerados anómalos o exógenos con respecto al ideal productivista. Desde la perspectiva foucaultiana que enfatiza la importancia de la articulación entre cuerpo y poder y la relación individuo-Estado, las estrategias actuales de control invasivo del sujeto individual o colectivo considerado objeto de sospecha y amenaza pública, no pueden parecer del todo sorprendentes, aunque signifiquen una intensificación hiperbólica de procesos anteriores. La visión organicista, por la cual la sociedad es vista como un organismo vivo, autoriza la 26 En las primeras décadas del siglo xx, las tendencias eugenésicas fueron populares en los Estados Unidos y Canadá, países que estaban recibiendo gran cantidad de inmigrantes del sur y el este de Europa, que hacían temer una «contaminación» social capaz de desnaturalizar las identidades nacionales. Surge, así, como argumento en contra de la inmigración la idea de que, si se trataba de razas inferiores, la entrada a Norteamérica debía ser restringida, ya que la presencia de esas poblaciones podría llegar a debilitar la herencia genética, aunque en otros casos la mezcla podía ser incluso beneficiosa. De este modo se produjo una verdadera lista jerárquica que daba a los inmigrantes de países nórdicos el privilegio de la entrada a Estados Unidos y Canadá, pero lo negaba a chinos y japoneses. Tales medidas, que en muchos casos se concretan en forma de leyes y regulaciones migratorias, dieron lugar a estereotipos que resumían las tendencias dominantes, creando un sentido común adverso y discriminatorio hacia individuos de nacionalidades y razas «inferiores».
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idea de que es necesario defenderse de elementos foráneos que vienen a atacar la integridad del cuerpo social, a infectarlo, debilitarlo y vencer sus defensas inmunológicas. La idea de «inmigración irregular» viene justamente a reforzar el concepto de anomalía o de patología, que va contra la noción largamente construida de «normalidad» con la cual se identifican los ideales de salud y seguridad colectiva.27 De aquí deriva la concepción inmunitaria que aplica Roberto Esposito, según la cual el organismo social solo puede admitir «dosis» pequeñas, no letales, de la «epidemia» migratoria (Acosta Olaya 103). La figura política, social y jurídica del refugiado constituye uno de los retos más agudos de la contemporaneidad, en la medida en que concentra un afuera beligerante de la ciudadanía, y una forma no regulada de concepción y práctica de lo político, que no puede ser alcanzada por la ley ni responde a la normatividad territorial. Debe aclararse desde el comienzo que al hablar de la figura del refugiado —al igual que el caso del migrante, el deportado, etc.— se está apelando a una abstracción a la vez riesgosa y necesaria. El peligro que comporta es el de la esencialización de una condición que, así enunciada, tiende a hacerse ahistórica y a perder la riqueza de su particularismo social, geocultural, económico y político. Como indicara Nevzat Soguk, ...there is no intrinsic paradigmatic refugee figure to be at once recognized and registered regardless of historical contingencies. Instead... there are a thousand multifarious refugee experiences and a thousand refugee figures whose meanings and identities are negotiated in the process of displacement in time and place (Soguk, States and Strangers 4).
El aspecto necesario de este tipo de formulación es el que tiene que ver con los procesos de conceptualización y reflexión que este libro busca presentar. Digamos que se trata, entonces, de una esencialización estratégica y provisional, que no implica la adjudicación de cualidades identitarias, ni de un lugar fijo dentro de los sistemas dominantes. Más bien, tal formulación apunta al reconocimiento de una posicionalidad impuesta por circunstancias y formas de existencia que los individuos y las comunidades que tuvieron que apelar a la migración, el desplazamiento, el refugio y el pedido de asilo, no determinaron. Esto tampoco significa negar al migrante, al deportado, al desplazado, la posibilidad de desplegar agencia o conciencia social, sino adoptar un concepto que visibiliza el ser social de los sujetos y que permite comprender las relaciones de 27 Acosta Olaya cita asimismo otras nominaciones denigratorias similares a la de «migrante irregular» como las de sujeto «extracomunitario» o «clandestino», a las que sin duda hay que sumar un largo léxico xenófobo que varía en las distintas regiones, lenguas y estratos sociales y también dependiendo de variantes como el género sexual, la etnicidad, etc.
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poder en las que se encuentra situado, y las alternativas (o ausencia de ellas) que tal situacionalidad pone a su alcance. Con el derrumbe estructural del sistema político europeo después de la Primera Guerra Mundial, las inmensas diásporas que recorren el continente buscando espacios estables en los que insertarse se convierten en parte del panorama social del Viejo Mundo, alcanzando incluso los territorios transoceánicos. En su estudio sobre el régimen internacional de refugiados, Randy Lippert señala que antes de esa época la condición de refugiado no era considerada una categoría en sí, aunque el término puede rastrearse ya en documentos del siglo xvi referidos a sujetos que escapaban de persecuciones étnico-religiosas. Pero no será hasta el siglo xx cuando tal concepto comience a circular como parte del discurso político y humanitario que reconoce en las masas migrantes que escapan de la persecución política uno de los problemas principales del Estado moderno. La figura del refugiado se recorta con más claridad a medida que la del ciudadano se establece como paradigma de la organización jurídica de las naciones, pasando ambas nociones a constituir la cara y contracara del concepto totalizador de nación-Estado. Con las Guerras Mundiales y a consecuencia de las inmensas movilizaciones que ellas catalizan, la condición de refugiado es considerada fundamental en la conceptualización de los límites de la ciudadanía y de los desbordes que sobrevinieron a consecuencia de los quiebres políticos causados por la guerra, las experiencias de autoritarismo político, las crisis económicas y las persecuciones étnico-religiosas. El refugiado se convierte en una figura icónica de la modernidad, porque representa dramáticamente su lado más oscuro. Saskia Sassen señala cómo cambian, en la primera postguerra, tanto la función del Estado como la noción misma de «extranjero». Esos serían los inicios de fenómenos que ahora vemos eclosionar bajo nuevas circunstancias históricas, económicas y políticas. Es en esos panoramas de postguerra donde se registran, entonces, los antecedentes de los movimientos actuales de refugiados y solicitantes de asilo a nivel global, modificando lo que había sido hasta entonces la condición de los refugiados. En la Europa de la época inciden una serie de factores históricos, como la consolidación de los regímenes comunistas, el cierre de la inmigración en Estados Unidos, el fortalecimiento del control de fronteras y la defensa de las soberanías nacionales. Ante los reforzados nacionalismos, cualquier extranjero podía ser definido por los Estados europeos como un outsider, es decir, como un individuo ajeno a los derechos de la ciudadanía (Sassen, Guests and Aliens 78-79). Tal situación es particularmente intensa después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se estima que se movilizan cerca de sesenta millones de europeos en busca de nuevos espacios que pudieran asegurar la vida y el sustento familiar. Como Sassen señala, estos hechos convirtieron a Europa en
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un continente emisor de refugiados, título que ahora es aplicable a los casos de África y Asia. En relación con estas profundas transformaciones sociales y con los movimientos poblacionales que las caracterizan, surgen múltiples voces que intentan captar las características de la posicionalidad política y social de esta figura política, situada en los intersticios entre naciones, culturas, lenguas y proyectos políticos. Ante el drama de las diásporas que acompañaron la experiencia del fascismo y en el contexto de sus trabajos sobre ese período histórico y sobre las cuestiones epistemológicas que desencadenó, el ensayo de Arendt que lleva por título Nosotros, los refugiados (1943) constituye un importante alegato sobre el problema humano, ético y político allí enfocado. Arendt señala que en ese momento crucial se hizo necesaria una conciencia histórica distinta, capaz de dar cuenta de la figura ético-política del refugiado, representante de «una nueva condición de la humanidad, sin tierra ni puerto». Los protagonistas de esas diásporas poblaban los océanos en busca de un espacio que los acogiera en su huida del horror de la violencia política, la discriminación y la miseria. El nuevo paradigma político que Arendt identifica entonces, sigue manifestando su dramática vigencia e incluso, su radicalización, en contextos actuales, a pesar de las obvias diferencias tanto en cuanto a las causas de los desplazamientos masivos como en sus características y alcance global. Se considera que, aunque el tema de los refugiados es muy antiguo, los estudios específicos sobre esta modalidad migratoria aparecen recién después de la primera postguerra. En relación con las Guerras Mundiales se analizan las corrientes migratorias en relación con la cuestión del trabajo, y solo en etapas posteriores el análisis se expande al estudio de las concentraciones de refugiados y las formas de organización de los mismos. El campo se define académicamente en las últimas décadas del siglo, combinando el estudio de casos con el tema de las identidades, el examen de las transformaciones de categorías como soberanía, ciudadanía y Estado en sus formas modernas. Se activa asimismo el estudio de los vínculos que guarda el problema migratorio con temas aledaños, como los de frontera, gubernamentalidad, y otros. Correlativamente, comenzó a hacerse urgente la realización de deslindes y matices en las categorías usadas para la comprensión de las distintas formas de migración. Tales intentos clasificatorios y diferenciadores permitieron la aplicación más precisa de regulaciones y enfoques jurídicos, en sus diferentes articulaciones con una gran diversidad de situaciones sociales, económicas y políticas derivadas de los desplazamientos humanos. Sin embargo, las ambigüedades y superposiciones entre diversas situaciones migratorias han constituido un obstáculo tanto para la conceptualización de tales experiencias como para la creación e implementación de políticas específicas, ya que las diferentes modalidades de desplaza-
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miento humano tienden a confundirse y a cambiar de naturaleza a medida que se van desarrollando. Roger Zetter ha trabajado particularmente el tema de la clasificación de migrantes, descubriendo que en muchos casos estas son manipuladas para obtener distintas aplicaciones de la ley o para crear regulaciones que benefician a uno u otro sector. Este panorama, que afecta tanto al campo académico como a las instituciones que tienen a su cargo la elaboración de políticas migratorias, fue logrando criterios más unificados a partir de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los aspectos relevantes de estos procesos de consolidación de los estudios migratorios como campo de trabajo es que de él derivan construcciones identitarias que influyen tanto la opinión pública como las instituciones. Surgen tipificaciones, predicciones, evaluaciones y supuestos que pasan a formar parte de las subjetividades colectivas, con consecuencias concretas en los procesos de recepción de migrantes y en la adaptación de estos a los nuevos espacios sociales. Asimismo, estos procesos clasificatorios están en muchos casos digitados por el Estado, el cual, al clasificar a los migrantes de una u otra manera, los «burocratiza», para lograr ciertos impactos estadísticos que representan la situación nacional con un perfil determinado, manipulando así la opinión internacional, la ayuda humanitaria y la opinión pública a nivel nacional con respecto a la cantidad de desplazados o inmigrantes que se reciben, sus motivaciones, requerimientos y características. Roger Zetter considera las diferentes clasificaciones como metáforas conceptuales que sirven para moldear identidades, prácticas administrativas y políticas específicas. Tales categorizaciones también tienen un impacto directo sobre el reconocimiento legal de ciertos grupos migratorios y sobre la relación que estos pueden establecer con las agencias internacionales. Según Zetter, To the extent that some 14 million or so forced migrants are categorized —labelled— as refugees with an internationally recognized legal status, given credibility by an international agency specifically charged to safeguard their interests, endorsed most powerfully of all by spontaneous philanthropy —the meaning of the label seems self evident («Labelling Refugees» 40).
Como indican Alexander Diener y Joshua Hagen The United Nations define refugees as those crossing borders due to a «well-founded fear of being persecuted for reasons of race, religion, nationality, membership of a particular social group, or political opinion». Refugee status is therefore explicitly conditional upon being outside the country of one’s citizenship and unable or unwilling to rely on protection from that state’s legal system. As a result, refugees are entitled to asylum, or the right to remain in a foreign state without the possibility
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of extradition to their home state. This highlights the harsh reality of differential treatment for those crossing state borders (85).
La definición de la condición de refugiado ha sido tema de debate durante mucho tiempo, ya que remite a un problema crucial en la producción de políticas migratorias y regulación de límites. La dificultad en establecer los parámetros que definen de esa condición vis à vis las nociones de migración y asilo, por ejemplo, se ha prestado a manipulaciones políticas y jurídicas que lo han vinculado a diferentes concepciones de las identidades colectivas y de los procesos que conducen al disciplinamiento de la sociedad civil. Como Zetter explica, «this is more than a taxonomic problem, because far from clarifying an identity, the label conveys, instead, an extremely complex set of values, and judgments which are more than just definitional» («Labelling Refugees» 40). Acerca de la noción de asilo, Enzensberger enfatiza la antigüedad de esta práctica y su origen religioso, que luego daría lugar a variantes político-sociales. La atención que se prestaba al extranjero en la Antigüedad griega se ejercitaba como forma de protección al comercio y a los beneficios que traía aparejada la relación de intercambio con otras sociedades. La misma práctica se registra entre los judíos y en la sociedad medieval. Las iglesias servían como refugio a individuos perseguidos, pero las regulaciones de la sociedad civil, en épocas posteriores, van anulando progresivamente estas formas de amparo individual. Las delegaciones diplomáticas asumieron tal misión en caso de persecuciones políticas, aunque, como indica el autor alemán, esto no se considera un derecho individual del sujeto que busca protección, sino una prerrogativa del Estado que lo acoge en su territorio simbólico. En general, el concepto de asilo ha sido utilizado en el pasado como un recurso político de emergencia en casos singulares y significativos, siendo aplicado sobre todo a personas de notoriedad que corrían peligro por divergencias con los regímenes políticos de sus propios países. Como explica Enzensberger, modernamente, y en relación con la cuestión migratoria, la ambigüedad del principio de asilo ha aumentado, ya que el asilado es visto hoy en términos negativos, siendo difícil incluso para los organismos de protección migratoria, definir quiénes y en base a qué criterios, tal derecho debe ser aplicado (Enzensberger 48-54). El tema de la diferenciación de posiciones de sujeto adquiere, según Mountz, rasgos particulares en el caso de los refugiados, ya que estos se (con)funden con los solicitantes de asilo político. Ambas categorías son resignificadas, según convenga, por los Estados nacionales, los cuales crean un sistema de referencia que tiende a fortalecer la institucionalidad gubernamental a partir de la consideración de un afuera y un adentro de la nación-Estado, que puede ser regulado a voluntad. La ambigüedad con que se manejan los criterios cla-
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sificatorios favorece la arbitrariedad de las regulaciones y la inconsistencia del sistema. La nación, a su vez, va sufriendo sus propios procesos de reconfiguración y redefinición en cuestiones de límites, derechos y soberanía: Nation-states position migrants and refugees paradoxically in order to bolster the tenuous foundations of nationhood and nationalism, if fleetingly. Refugees and asylum seekers are positioned paradoxically in relation to the state: the former in need of protection, the later admonished for their efforts to access protection. The blurring of inside and out are part of the crisis, during which time, distinctions masquerade as exceptions before becoming the rule. Through their alienating utterance, distinctions function to exclude by distinguishing between those inside and outside of the sovereign territory of the modern nation-state. Debates have ensued regarding the ways in which the nation-state is being reconfigured and re-spatialized […] As sovereign territory becomes more dispersed, migrant and refugee categories are blurred, and increasingly, everyone more policed by the state («Refugees: Performing Distinction» 266).
En cuanto a la noción de refugio se plantean preguntas similares, considerándose que refugio y asilo son nociones y prácticas muy cercanas, a veces indistinguibles o superpuestas. La diferenciación de las condiciones necesarias para aplicar criterios de protección a migrantes irregulares lleva a verdaderos procesos investigativos, a largos y onerosos períodos de espera o stand by, y a estrategias clasificatorias arbitrarias y manipulables. Según Alison Mountz, Refugees are persons seeking refuge, made visible as mobile bodies in particular ways. They are a group whose mobility is linked to persecution, displacement, and claims for protection. They are sighted, marked, coded, and forced to move in ways that become encoded in law («Refugees: Performing Distinction» 255).
Como la misma autora, la vigilancia del performance de las identidades y de la ciudadanía se convirtió en uno de los recursos principales de control y represión en la modernidad, situación que se agudiza en el contexto de la «guerra contra el terrorismo», como parte de las medidas de seguridad nacional. La categorización de individuos desempeña en este sentido un papel fundamental y, al mismo tiempo resulta un procedimiento ambiguo y reductivista, ya que tiene como objetivo capturar situaciones complejas y ambiguas, reduciéndolas a definiciones o categorías fijas. Mountz indica, basándose en los trabajos de Dauvergne, Refugee refers to a heterogeneous set of people, yet is a term that others, discursively, materially, and legally. […] Performances of citizenship as distinction in times
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of crisis are central to the policing of bodies, an exercise in sovereignty that blurs inside and out, that links discursive and material locations as a way of keeping those constructed as undesirable, poor, and criminal beyond reaching the rights and privileges that accompany membership («Refugees: Performing Distinction» 256).
En ese sentido, el refugiado representa la exterioridad del Estado nacional, y apunta hacia horizontes no solo trans sino postnacionales. Constituye un límite, un punto de no retorno que obliga a repensar las categorías sociopolíticas de la modernidad y el modo en que la sociedad occidental concibiera, desde Kant y Hobbes, la ética de las relaciones sociales. Por estas razones, el refugiado es considerado un shifter del análisis social y de la cultura política de nuestro tiempo. Junto a los desplazados y migrantes indocumentados, los refugiados constituyen la contracara del proyecto nacional, su lado oscuro: un desafío a las nociones de soberanía, nacionalismo y gubernamentalidad. Como captara Hannah Arendt en sus reflexiones sobre la situación de postguerra, el problema del refugiado requiere un nuevo sensorium y formas innovadoras de conciencia social que permitan elaborar los escenarios existenciales donde millones de individuos viven desterritorializados, rebasando las formas político-administrativas de la modernidad. Tal situación ha llevado a la filosofía política a revisitar los aspectos del pensamiento occidental que sustentaron tradicionalmente el orden jurídico moderno y, particularmente, la concepción del Estado y de los derechos individuales a partir de la Ilustración. En la obra de Agamben y, en general, en el amplio campo biopolítico, importa captar la influencia, aunque por momentos velada, del pensamiento de Schmitt, particularmente sus reflexiones sobre el autoritarismo, sobre la relación amigo/enemigo y sobre el lazo entre vida y derecho (en especial en torno al debate acerca del estado de excepción, antes aludido).28 El tema del ejercicio del poder como control de la vida y la muerte conecta en más de un sentido con la problemática mayor que guía este estudio acerca de la constitución del sujeto migrante y los desafíos éticos y políticos que esta cuestión presenta en los escenarios de nuestro tiempo, donde la fuerza de la ley, la dimensión jurídica del Estado, y la presencia de la multitud migrante crean colisiones que desestabilizan el cuerpo social. La ya aludida identificación del migrante como «enemigo público» es un concepto constante en el discurso político, por el cual se intenta legitimar las estrategias xenófobas conceptualizando la otredad como una amenaza para la supervivencia del «nosotros» y como una razón para eliminar la presencia «invasora» del Otro. En este sentido, para el filósofo italiano, los dere28 Acerca
de la relación entre la obra de Schmitt y la de Agamben, véase el ensayo del filósofo italiano «Un jurista ante sí mismo».
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chos humanos demuestran claramente en este nivel su no universalidad, ya que de hecho tales derechos son defendidos como privilegios propios y exclusivos de la ciudadanía. Esto coloca al refugiado o al inmigrante ilegal en un estatus de exterioridad plena, carente de reconocimiento cívico y de seguridad personal, ya que su humanidad es marginalizada y expelida más allá de los límites de la sociedad civil (de la polis). La existencia de este tipo de sujetos que aparecen como inasimilables, apunta a uno de los aspectos que asume lo postnacional, es decir, a una forma de comunidad expatriada, expulsada fuera de los parámetros del derecho, desamparada y vulnerable. En Medios sin fin. Notas sobre la política (1996), Agamben se refiere a una serie de imágenes, situaciones y conceptos que son aledaños al campo de la política, que lo bordean y lo asedian sin ser considerados, necesariamente, como temas centrales en ese ámbito. Tales conceptos y paradigmas permiten una aproximación crítica a aspectos principales de la crisis del poder en la modernidad. Entre ellos se encuentra el tema del refugiado, figura sobre la que vuelve insistentemente la obra del filósofo, por considerar que ella captura un valor icónico capaz de deconstruir, por sí mismo, la funcionalidad del Estado moderno, la vigencia del concepto de soberanía y los problemas vinculados a la gubernamentalidad. En el artículo titulado «Más allá de los derechos del hombre» Agamben señala que «el refugiado […] al romper el vínculo entre hombre y ciudadano, deja de ser una figura marginal y se convierte en factor decisivo de la crisis del Estado-nación moderno» (Medios sin fin 10). En el mundo de hoy, la nuda vida que «constituía el fundamento oculto de la soberanía, se ha convertido en todas partes en la forma de vida dominante» (16). La figura del refugiado adquiere un valor paradigmático al representar a aquel que aun encontrándose en una situación en la que se niegan sus derechos, en una posicionalidad sin Estado ni territorio ni identidad «legítima», se niega a la asimilación y reivindica su adhesión a la vida transgrediendo fronteras, leyes y territorios. Para Agamben, En la ya imparable decadencia del Estado-nación y en la corrosión general de las categorías jurídico-políticas tradicionales, el refugiado es quizá la única figura pensable del pueblo en nuestro tiempo y, al menos mientras no llegue a término el proceso de disolución del Estado-nación y de su soberanía, la única categoría en la que hoy nos es dado entrever las formas y los límites de la comunidad política por venir. Es posible, incluso, que si pretendemos estar a la altura de las tareas absolutamente nuevas que están ante nosotros, tengamos que decidirnos a abandonar sin reservas los conceptos fundamentales con los que hasta ahora hemos representado los sujetos de lo político (el hombre, el ciudadano con sus derechos, pero también el pueblo soberano, el trabajador, etc.) y a reconstruir nuestra filosofía política a partir únicamente de esta figura (Medios sin fin 21-22, mi énfasis).
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La fuerza de estas afirmaciones señala un momento de crisis de la soberanía y de las formas jurídicas que la ampararon correlativamente a la formación y consolidación del Estado moderno, así como una clara conciencia de la pérdida de vigencia de categorías teóricas que fueron centrales en la filosofía política moderna. Entre ellas, el quiebre que se produce en la figura jurídica y en los imaginarios colectivos de la ciudadanía, constituye una instancia crucial en la recomposición de los escenarios políticos que guiaron los proyectos nacionales desde su fundación. Exiliado y refugiado presentan, según Agamben, un concepto límite, que pone en crisis las bases mismas, filosóficas y políticas, del sistema. Por eso su presencia masiva deconstruye el orden moderno, señalando su declive histórico. Agamben lo señala con claridad cristalina: Si el refugiado representa, en el orden jurídico del Estado-nación, un elemento tan inquietante es, sobre todo, porque al romper la identidad entre hombre y ciudadano, entre nacimiento y nacionalidad, pone en crisis la ficción originaria de la soberanía (26). Por esta razón, es decir, en cuanto quebranta la vieja trinidad Estado-nación-territorio, el refugiado, esta figura aparentemente marginal, merece ser considerada como la figura central de nuestra historia política (Medios sin fin 26-27).
Recordando las medidas de desnacionalización llevadas a cabo en la Alemania nazi antes del exterminio de los judíos, Agamben refuerza la idea de que tal procedimiento político-burocrático tenía un fuerte valor simbólico de desposesión de derechos, lo cual deshumanizaba al individuo de tal manera que este ya, de algún modo, dejaba de existir en el momento en que se cancelaba su ciudadanía. Cuando sus derechos ya no son derechos del ciudadano, el hombre se hace verdaderamente sagrado, en el sentido que tiene este término en el derecho romano arcaico: consagrado a la muerte (Medios sin fin 27, énfasis en el original).
Es sobre esta base que el filósofo italiano propone una nueva conceptualización del lugar y papel del derecho en relación con la figura paradigmática del refugiado, y de la nuda vida que él representa. Para Agamben, el problema principal es que la fuerza real y simbólica del Estado no permite concebir al sujeto fuera de la ciudadanía y de las regulaciones político-administrativas creadas para controlar a la sociedad. El refugiado desafía esas consideraciones al estar situado en un lugar inaccesible para la ley, y asentado en una situación siempre considerada temporal, y destinada a ser sustituida por la re-absorción del sujeto al Estado nacional. Sin embargo, el refugiado no busca rehabilitar su relación con el Estado, sino que representa una vida con derecho a existir en sus propios
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términos. La desterritorialización lo lanza fuera de los parámetros de la protección estatal y lo sitúa en una zona diferente a la de los «derechos humanos», que son considerados como propiedad y monopolio de los ciudadanos. Agamben recuerda las reflexiones de Hannah Arendt acerca del vínculo estrecho que ella percibe entre el declive de la nación-Estado y el de los derechos del hombre y el ciudadano, y llama la atención sobre el hecho de que fuera de la ciudadanía, el Estado no puede concebir lo puramente humano: Es preciso separar resueltamente el concepto de refugiado del de derechos del hombre y dejar de considerar el derecho de asilo (por lo demás en vía de radical contracción en la legislación de los Estados europeos) como la categoría fundamental en que inscribir el fenómeno […] Hay que considerar al refugiado de acuerdo con lo que es, es decir, nada menos que un concepto límite que pone en crisis radical el principio del Estado-nación y que a la vez permite despejar este terreno para dar paso a una renovación categorial que ya no admite demoras (Medios sin fin 27).
La posición de Agamben no solamente resume el problema de nuestro tiempo, sino que señala una vía para enfrentarlo, que comienza por el reconocimiento de la transformación radical que se verifica en el contexto político global con respecto a la modernidad, y con la imposibilidad de enfrentar los conflictos que presentan los nuevos escenarios a partir de categorías insuficientes o claramente perimidas. Un ejemplo es el concepto de soberanía, que con frecuencia dificulta el acceso a quienes necesitan auxilio y protege a Estados que muchas veces son los primeros responsables del despojo y victimización de grandes sectores de la población. Por otra parte, las movilizaciones que atraviesan el mundo global, y que al hacerlo confirman el supuesto ethos de integración intercultural, requieren nuevas políticas fronterizas, territoriales y gubernativas en relación a la vida colectiva a nivel global, más allá del estatus legal, nacionalidad o condición social de las personas. Como Agamben señala, los países industrializados deben enfrentar «una masa residente estable de no ciudadanos que no quieren ser naturalizados ni repatriados», sino que sobreviven en el estado intermedio de denizens, habitantes de un espacio social de adopción, cuyos derechos no están aún regulados y cuyo estatus no ha obtenido todavía reconocimiento, más allá de la verificación de su existencia y de las medidas puntuales que se van tomando a su respecto.29 En lugar de la nación-Estado, Agamben prevé el desarrollo de comunidades políticas donde todo residente se encontraría en estado de éxodo o 29 El neologismo pertenece a Tomas Hammar y designa a los que se ha dado en llamar alien residents, los cuales, a pesar de tener derechos civiles no gozan de inclusión política total. El término se usa para hacer referencia a las formas actuales de exclusión de inmigrantes de los beneficios de una plena ciudadanía.
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en situación de refugio. Recuerda, al respecto, el medio millón de palestinos que viven actualmente entre el Líbano e Israel. El filósofo concluye, con palabras de amplia aplicación en nuestro tiempo: La supervivencia política de los hombres sólo es pensable hoy en una tierra donde los espacios de los Estados hayan sido perforados y topológicamente deformados de aquella manera, y en que el ciudadano haya sabido reconocer al refugiado que él mismo es (Medios sin fin 30),
Tal problemática es nuevamente abordada por Agamben en el breve, pero contundente libro Estado de excepción (2003) donde el autor comienza recordando el concepto que da título a su estudio, tal como lo estableciera Carl Schmitt al indicar que el soberano es aquel que puede decidir sobre ese estado, el cual no ha tenido, ni tiene aún, ni puede llegar a tener, definición legal. El concepto de necessitas legem non habet (la necesidad no tiene ley) repele, por su propia naturaleza, cualquier forma jurídica, ya que se sitúa en el límite mismo entre política y ley. El estado de excepción es, justamente, la situación que desafía toda regulación, que surge como un exceso de realidad que rebasa los límites de la forma-Estado y de sus pretensiones institucionales. Intentando responder a la pregunta «¿qué significa actuar políticamente?» (2), Agamben se interna por los vericuetos político-filosóficos que presentan las circunstancias extraordinarias de suspensión del estado de derecho, reconociendo que el mismo se ubica en el umbral de indeterminación entre democracia y absolutismo. Se trata, claramente, del problema del poder, cuando este se enfrenta a formas de (re)acción popular que lo antagonizan, amenazando su ejercicio hegemónico. Pasando por el análisis de situaciones que se interpretan como rupturas del statu quo dando lugar a respuestas dictatoriales y a la consabida suspensión de derechos individuales, la referencia a la profética observación de Walter Benjamin resulta más que nunca relevante: en los tiempos que corren el estado de excepción es la regla. El desencuentro trágico entre ley y realidad se hace más que nunca dramático, exigiendo una articulación de la ética a las nuevas realidades y a las formas políticas que estas generan. A propósito de Benjamin y de su análisis de Kafka y del tema de la violencia, Agamben se refiere al punto en que la ley se diluye cuando deja de coincidir con la vida y de constituir el camino hacia la justicia. Llega así a una visión utópica post-jurídica: One day, humanity will play with law just as children play with disused objects, not in order to restore them to their canonical use but to free them from it for good. What is found after the law is not a more proper and original use value that precedes the law but a new use that is born only after it. And use, which has been contaminated by law, must also be freed from its own value (State of Exception 64).
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A través de un dramático performance, la migración masiva expone, en sus múltiples manifestaciones, los cuerpos sometidos al desarraigo, la enajenación y la expulsión de individuos que pasan a ocupar un espacio de ajenidad e incertidumbre, fuera de sus territorios originarios. Las estrategias para la contención del fenómeno enfrentan un amplio espectro de formas y de grados de expulsión: migración forzada o voluntaria, destierros, exilios políticos, económicos o sexuales, desplazamientos poblacionales, éxodos, diásporas y situaciones de refugio político, etc. Cada una de estas modalidades tiene sus propias características y condicionamientos. Tomada, así, en conjunto, la trayectoria migrante implica un proceso de pérdida constante, de cambio involuntario y azaroso en el que se juega la supervivencia, la seguridad personal y familiar, el sustento, el pasado, el presente y el futuro. Ante la presencia del fenómeno migratorio, tanto el cuerpo social originario como la sociedad receptora se desorganizan, impactados por rupturas, cambios y procesos variados de desfamiliarización. La sociedad receptora procesa estas situaciones en el intento por reconstituirse, ya sea asimilando, ya sea resistiendo y/o excluyendo a los elementos foráneos, que parecen amenazarlo con la des-identidad y el arrebato de lo que es considerado propio, familiar y privado. Al alterar los hábitos de la comunidad a la que llega, y aspirar a recursos que el dueño de casa disfrutaba como propios, el recién llegado es visto como un intruso y como indicio de un proceso mayor de socavamiento de la soberanía. En el caso de migraciones masivas marcadas frecuentemente por la diferencia étnica, el cuerpo del migrante es visto como una unidad que solo adquiere sentido como parte del enjambre humano que lo acompaña, es decir, como componente de una horda cuyo forasterismo resulta amenazante. El migrante es así imaginado como posible portador de enfermedades desconocidas, creencias maléficas o hábitos sociales inhumanos e incomprensibles. Depositario de estereotipos y temores ancestrales, la figura del migrante inspira en otros casos impulsos de conmiseración y solidaridad, que recuerdan lejanamente un humanitarismo hoy debilitado. Según la conceptualización de Agamben, todo refugiado es una especie de homo sacer, un cuerpo sin valor que puede ser sacrificado, porque solo significa exceso: una hipérbole del sentido que sobrepasa los umbrales de comprensión y tolerancia.30 El 30 Es
importante relevar que, como Walter Mignolo y otros críticos han notado, Agamben no incorpora el concepto de colonialidad a sus elaboraciones sobre la nuda vida, consideraciones que entonces quedan circunscritas a un contexto civilizatorio acotado, a pesar de que el mundo postcolonial provee enorme cantidad de espacios histórico-culturales en los que la categoría de nuda vida y la desechabilidad de los cuerpos que encarna el homo sacer adquieren pleno sentido. Véase al respecto De Oto y Quintana, quienes analizan críticamente la relación entre Foucault y Agamben, los conceptos de homo sacer y nuda vida, y la cuestión del biopoder en contextos postcoloniales. Los autores incorporan, asimismo, siguiendo a Quijano, la idea de colonización del tiempo, que es útil para pensar los temas que se vienen tratando en este libro.
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refugiado o cualquier otra forma de migración radical, constituye un excedente sin organicidad que debe ser desechado para evitar que contagie a la comunidad, la cual debe ir construyendo, para preservarse, formas de inmunidad que la protejan y la bloqueen: muros, cuerpos jurídicos, disposiciones sanitarias, prejuicios, medidas de expulsión, de separación de familias, de persecución, humillación y explotación de individuos que un lenguaje ya olvidado nombraba como «mi semejante». El migrante es redundante, residual, encarna algo que no tiene ubicación, que está condenado a ser/estar fuera de lugar. Es el afuera, la otredad y la culpa que de pronto se inserta en el corazón de la conciencia burguesa. Sin territorio, sin ciudadanía, sin tierra natal, alejado de la lengua materna, del espacio geocultural de sus antepasados, entidad sin futuro ni ley que la proteja, se trata de un sujeto intersticial y prescindible, eminentemente problemático, supernumerario. Su mera presencia sugiere que quizá los bienes de la sociedad burguesa son mal habidos, que los principios de la religión reclaman lo imposible, que la modernidad tuvo un costo social que no puede seguir ignorándose ni legitimándose, que la ética se ha separado trágicamente de la política, que la sociedad orientada hacia el objeto no tiene espacio/tiempo para la subjetividad del Otro, ni tolerancia para su cercanía, ni recursos infalibles para su borramiento. Su existencia demuestra, además, que muchos de los paradigmas con los que se intentara encontrar sentido al mundo moderno han dejado de tener vigencia o requieren profundas redefiniciones: comunidad, democracia, ciudadanía, sociedad civil, derechos humanos, ley, nacionalidad, frontera. Agamben reacciona también contra las estrategias de criminalización del extranjero, que se ejercen encubiertas como medidas de seguridad, sometiendo al migrante a procesos humillantes de identificación, que deshumanizan al individuo y convierten a los migrantes en personas presuntamente peligrosas, portadoras de elementos que pueden perjudicar a la sociedad, propensas a la violencia, afectadas por enfermedades exóticas y tendencias delictivas. Tales procedimientos de otrificación enmascaran la represión estatal bajo la forma de seguridad pública, necesidad de control y defensa nacional. El control biopolítico se ha convertido así en un nuevo habitus político que se considera legítimo como salvaguarda de los derechos del ciudadano. Para ello, es necesario enajenar al otro, convertirlo en enemigo público y en sujeto indeseable, que atenta contra las libertades y derechos de los «dueños de casa». El control sobre los cuerpos, el disciplinamiento y reglamentación de la movilidad poblacional, los criterios para decidir sobre el valor de la vida del otro y el derecho del Estado a disponer la anulación y aun la muerte del otro, construido como amenaza, son algunos de los aspectos que abarca la problemática del migrante, entendida desde la perspectiva foucaultiana.
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En un estudio sobre «Migraciones irregulares y poder. Biopolítica y nuda vida y sistema inmunitario», Cristian Acosta Olaya hace referencia al concepto de Agamben del «tatuaje biopolítico», expresión con la cual el filósofo italiano identifica las prácticas realizadas en las aduanas y fronteras de Estados Unidos, por las cuales se toman huellas digitales, fotografías y escaneos corporales a los extranjeros que solicitan entrada en el país.31 Según Agamben, se trata de un avance de lo que Foucault anunció como el proceso de animalización del ser humano: una invasión del cuerpo y los derechos corporales que son atropellados y degradados por medio de dispositivos electrónicos que van normalizando, en plena democracia, la penetración del Estado en la esfera privada y en la materialidad misma del cuerpo individual y colectivo. En su corto artículo, Agamben denuncia la transgresión de derechos y la transposición del umbral de tolerancia que se debe admitir en nombre de la seguridad. El filósofo señala: Electronic filing of finger and retina prints, subcutaneous tattooing, as well as other practices of the same type, are elements that contribute towards defining this threshold. The security reasons that are invoked to justify these measures should not impress us: they have nothing to do with it. History teaches us how practices first reserved for foreigners find themselves applied later to the rest of the citizenry. What is at stake here is nothing less than the new «normal» bio-political relationship between citizens and the state. This relation no longer has anything to do with free and active participation in the public sphere, but concerns the enrollment and the filing away of the most private and incommunicable aspect of subjectivity: I mean the body’s biological life. These technological devices that register and identify naked life correspond to the media devices that control and manipulate public speech: between these two extremes of a body without words and words without a body, the space we once upon a time called politics is ever more scaled-down and tiny. Thus, by applying these techniques and these devices invented for the dangerous classes to a citizen, or rather to a human being as such, states, which should constitute the precise space of political life, have made the person the ideal suspect, to the point that it’s humanity itself that has become the dangerous class («No To Bio-Political Tattooing» s/p).
Saskia Sassen también sitúa la figura del refugiado en la encrucijada entre soberanía y nacionalismo. Señala que la noción de extranjero ha ido cambiando sustancialmente, particularmente a partir del fin de la Primera Guerra Mundial, con la cual se inician los flujos masivos de refugiados en Europa. Se estima que 31 Según este autor, Agamben expone sus ideas sobre el tema en «No al tatuaje político», publicado en Le Monde el 10 de enero de 2004. Se encuentra en línea en traducción al inglés bajo el título «No to Bio-Political Tattooing».
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en la década que sigue al final de la guerra, nueve millones y medio de refugiados se lanzan a la deriva en un continente arrasado por la violencia (Sassen, Guests and Aliens 84).32 Ya a partir del desmembramiento del Imperio otomano (19081924) y de los nacionalismos que surgen en ese proceso, la diferencia étnica se convierte en uno de los factores que ayuda a definir la condición de extranjero, la cual pasa a constituir uno de los factores a ser dirimidos en el campo de las relaciones interestatales, que deben ocuparse de la administración y legislación de fronteras. El migrante y el refugiado son concebidos como outsiders, como individuos que no pertenecen a la nación-Estado y no pueden acceder a los beneficios de la ciudadanía. Los desacuerdos y formas de implementación de las políticas migratorias causan conflictos entre países y regiones, dejando al descubierto la vulnerabilidad de las naciones. The coupling of state sovereignty and nationalism with border control made the «foreigner» an outsider. The state was correspondingly able to define refugees as not belonging to the national society, as not being entitled to the rights of citizens. Unlike the refugees of an earlier period, who had been outsiders in the same way the transients or vagabonds were, refugees in the twentieth century were identified as a distinctive category; the state now had the power and the institutional legitimacy to exclude refugees from civil society (Guests and Aliens 78).
Esta situación obviamente se radicaliza después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se estima que más de sesenta millones de europeos se vieron 32 El cómputo de refugiados (y de migrantes, en general) varía en los distintos autores, dependiendo de las fuentes y de las variables utilizadas en cada caso, ya que las categorías de refugiado, asilado, migrante ilegal, etc. tienden a superponerse y confundirse. Según Stephen Castles, a partir de los datos de la United Nations High Commissioner for Refugees (UNHCR), «La población global de refugiados creció de 2.4 millones en 1975 a 10.5 millones en 1985 y a 14 millones en 1990. Se alcanzó un clímax después de la Guerra Fría con 18.2 millones en 1993. Para el año 2000, la población global de refugiados ha descendido a 12.1 millones (UNHCR, 2000). Los refugiados venían de países azotados por la guerra, la violencia y el caos. Los tres principales lugares de origen fueron Afganistán (con 2.6 millones de refugiados en 1999), Irak (572 mil), Burundi (524 mil), Sierra Leona (487 mil), Somalia (452 mil), Bosnia (383 mil), Angola (351 mil), Eritrea (346 mil) y Croacia (340 mil) (UNHCR, 2000b)». Una de las principales causas de discrepancia numérica tiene que ver con la definición misma de refugiado, que en algunos casos se limita a quienes huyen de la violencia política y en otros casos alcanza a todos aquellos que escapan también, o primariamente, de la violencia estructural (miseria, crisis humanitarias, desastres naturales, etc.). Además, como Castles aclara, la definición oficial de «refugiado» es bastante restringida desde el punto de vista legal, y debe ser reconocida oficialmente: «De acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas en Relación con el Estatus de los Refugiados de 1951, un refugiado es una persona que reside fuera de su país de nacionalidad, que no puede o no desea regresar debido a un “temor bien fundamentado de persecución por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía en un grupo social particular u opinión política”» («La política internacional» s/p).
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desplazados a consecuencia del enfrentamiento bélico y de sus consecuencias político-económicas. La historia de italianos y alemanes huyendo del fascismo merece un capítulo aparte en cualquier estudio sobre el tema de los refugiados europeos del siglo xx. Como Sassen señala, este incremento, que en la segunda y tercera décadas de ese siglo aumenta más de diez veces los flujos humanos de la postguerra anterior, hacen de Europa un continente de refugiados, concepto que ahora se aplica más bien a África y Asia.33 A su vez, retomando las ideas de Peter Sloterdijk sobre el modo en que el ethos del capitalismo global ha logrado infiltrarse en todos los aspectos de la vida humana, Slavoj Žižek reflexiona, en La nueva lucha de clases, los refugiados y el terror (2016) sobre las compartimentaciones que atentan contra el fluir natural de lo social, en un mundo que se jacta de estar alcanzando los más altos niveles de cohesión y cercanía entre individuos y comunidades. Lejos de estar creando un sistema integrado, abierto y fluido, la globalización estaría llevando a cabo un verdadero enclaustramiento del mundo, en el cual Interior y Exterior están irremediablemente separados. Según Žižek, el alcance global del capitalismo se fundamenta en la manera en que introduce una división radical de clases en todo el mundo, separando a los que están protegidos por la esfera, de los que quedan fuera de su cobertura (12).
En ese libro no exento de contradicciones y de afirmaciones que parecen destinadas a épater tanto a la derecha como a la izquierda europea, Žižek considera que los refugiados son el precio de la globalización, pero también el elemento removedor que apunta al corazón mismo de los modos de vida occidentales. La posición de este filósofo, sin duda de carácter eurocéntrico, manifiesta notorias tensiones entre el intento por defender progresistamente la situación de los refugiados, y lo que este pensador considera el límite necesario que se debe poner a la situación para evitar que desnaturalice completamente la cultura y los valores europeos. Según Žižek, La principal lección que hay que aprender, por tanto, es que la humanidad debería prepararse para vivir de una manera más nómada y «plástica»: los cambios locales o globales en el entorno podrían imponer la necesidad de insólitas transformaciones sociales y movimientos de población a gran escala (117). 33 La
segunda postguerra fue también escenario de grandes migraciones desde países del Mediterráneo y del Norte de África, que se dirigieron principalmente al norte y oeste de Europa, espacios que constituían mercados laborales capaces de absorber grandes contingentes de mano de obra. Sobre cuestiones de políticas públicas y regulación del flujo migratorio en ese contexto véase, por ejemplo, Rogers, Guests Come to Stay y «The Transnational Nexus of Migration».
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A partir de una posición condescendiente y simplista, y que en última instancia se identifica con posiciones de derecha respecto a estos temas, Žižek ve en el movimiento de los refugiados una voluntad de herir la sensibilidad europea. Según él, respecto a aspectos como las condiciones y los límites de la libertad (como, por ejemplo, a las costumbres de las mujeres occidentales), muchos inmigrantes no pueden ser educados, ya que lo que podemos comunicarles «es algo que los inmigrantes saben muy bien, y por eso hacen lo que hacen. Son del todo conscientes de que su actuación es por completo ajena a nuestra cultura dominante y lo hacen precisamente para herir nuestra sensibilidad». Según Žižek, a muchos inmigrantes los guía una «actitud de envidia y agresividad vengativa» (110). Como es obvio, y como se desprende de las opiniones de Žižek recién mencionadas, la aducida división entre interior y exterior es fuente de antagonismos políticos, odios personales y xenofobia generalizada. En base a tal dualismo se radicaliza el tema de la otredad, complicando el verticalismo de clase con intensos sentimientos de discriminación racial, religiosa, de género y cultura, vinculada a los modos de vida, a la sexualidad, a las capacidades físicas y otras particularidades en las cuales convergen diferencia y desigualdad. En términos generales, la reflexión social, política y filosófica sobre el tema de los refugiados ha venido a insertarse en una sostenida crítica de la modernidad y del capitalismo tardío como instancias históricas que han empujado a amplios sectores de la población mundial a la indigencia y la desesperanza. Paralelamente a los avances tecnológicos y a la elevación del nivel de vida de los estratos sociales privilegiados, las formas de exclusión consolidadas durante la época moderna se van profundizando y expandiendo. De forma igualmente paradójica, los impulsos integradores de la globalización van acompañados por una proliferación de fronteras, compartimentaciones, expulsiones, invisibilizaciones y marginaciones de inmensos sectores de la población mundial, provenientes de regiones menos desarrolladas y afectadas por la precariedad, la violencia y la escasez. El biopoder, que es correlativo a la expansión del capitalismo, implementa medidas cada vez más masivas y radicales contra todo aquel que no es parte del sistema productivo y que por su posicionalidad exógena es visto como posible amenaza al ethos productivista y consumista de nuestro tiempo. En un libro significativamente titulado Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (2012) y como parte del concepto de modernidad líquida, Zygmunt Bauman interpreta la figura del refugiado como signo y símbolo de tiempos insustanciales, donde las sociedades más desarrolladas producen deshechos humanos, es decir, inmensos sectores que han quedado excluidos de las diversas formas de integración al sistema imperante. Como si se tratara de una función de higiene corporal, tales sectores han sido lanzados hacia la periferia de los grandes
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sistemas, pasando a constituir un estrato residual que el organismo social debe expulsar para mantener la salud colectiva. La raíz foucaultiana de estas consideraciones es inocultable. La combinación del biopoder con las bien conocidas posiciones organicistas y evolucionistas que ven en lo social una forma(ción) orgánica que nace, crece, se desarrolla y muere, da como resultado un determinismo social que parece legitimar las operaciones de limpieza eugenésica como estrategia de supervivencia del cuerpo social. Si esas operaciones de depuración y preservación del organismo social se han orientado tradicionalmente hacia la regulación de la vida en todos sus aspectos (nacimientos, sexualidad, manejo de la salud pública, las discapacidades, la muerte, etc.), también se implementan como medidas orientadas hacia la contención de las movilizaciones migratorias, las cuales supuestamente vendrían a poner en peligro las metas y valores de las civilizaciones y grupos hegemónicos del mundo «desarrollado». Para Bauman, «[l]a modernidad líquida es una civilización del exceso, la superfluidad, el residuo y la destrucción del residuo» (Vidas desperdiciadas 126). La inmensa cantidad de población «excedente» que las naciones lanzan fuera de fronteras es considerada superflua, inepta, fallida, indeseable, fuera de lugar, prescindible, redundante. Se trata de lo que este autor llama «los daños colaterales de la desigualdad social». Si no son identificados a través de estos términos denigratorios, los sectores expelidos son aludidos a partir de prefijos adversativos: los desempleados, los sin casa (homeless), los ilegales, los improductivos, sans-papiers, underprivileged, etc.34 Se trata de víctimas colaterales de las luchas 34 En marzo de 1996, alrededor de 300 personas sin documentación ocuparon la iglesia St. Ambroise, en París, reclamando que se atendiera a su situación migratoria, y solicitando específicamente el cese de las deportaciones y el nombramiento de mediadores que pudieran ayudar con la negociación de estos individuos, la clarificación de su situación y la regularización administrativa de su estatus legal. Según el testimonio de Ababacar Diop, vocero del movimiento sans-papiers, estas solicitudes fueron denegadas, realizándose la evacuación de la iglesia con colaboración del clero. Otros locales fueron ocupados, al tiempo que se llevaron a cabo huelgas de hambre y otras acciones destinadas a sensibilizar al gobierno, a otras instituciones y al público en general de la desesperada situación de los migrantes. En el mes de junio, y como reacción a las respuestas insatisfactorias del gobierno francés, se ocupó la iglesia de St. Bernard, también en París. El 23 de agosto de ese año, después del fracaso de las negociaciones, el gobierno ordenó que se derribaran las puertas de la iglesia y se desalojara con gases lacrimógenos a las personas que la ocupaban, entre las cuales se contaban niños y recién nacidos. Desde entonces, muchos de los migrantes han sido regularizados y muchos otros han sido deportados. Diop informó en 1997: «We are now at a crossroads. Immigrants have been designated as scapegoats for every crisis in France and in the rest of Europe. By attacking immigrants, the French government is drawing closer to the policy of the National Front (extreme right-wing party) against a background of racism and xenophobia. On the other hand, victories by the National Front in four city council elections have prompted a civic awakening, reflected in massive demonstrations in Paris in February 1997 against the Debré Bill (new laws restricting the rights of foreigners in France) and more recently in Strasbourg aga-
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que tienen lugar en el interior del sistema (pugnas por la acumulación del capital, la apropiación de recursos naturales, los territorios, el poder). Según Bauman Quizá la única industria próspera en los países de los rezagados (tortuosa y engañosamente apodados «países en vías de desarrollo») es la producción masiva de refugiados (Vidas desperdiciadas 97).
En su estudio, Bauman se refiere a esos contingentes diaspóricos como «residuos humanos», como sectores que han sido expulsados del estado de derecho, y se pregunta cuáles son los dispositivos —los «vertederos», dice— a través de los cuales la sociedad desecha esta resaca, a la que se reprocha la saturación de los sistemas de seguridad social, de salud y educación, y cuya presencia atentaría contra los estándares eugenésicos del mundo civilizado y contra la estabilidad y bienestar de la conciencia burguesa.35 En su Ética postmoderna (2005) Bauman sigue desarrollando y deslindando la noción de forasterismo de otros conceptos afines, como el de extraño en base al criterio de proximidad física, y social/cognitiva: Los forasteros aparecen físicamente dentro de los confines del mundo en que se vive. La extrañeza de los extraños deja de ser una ruptura temporal de la norma y un motivo de irritación curable. Los extraños permanecen y se niegan a irse —aunque, en el fondo, se espera que a la larga lo hagan— mientras, tercamente, escapan a la red de reglas locales y siguen permaneciendo extraños. No son visitantes, manchas oscuras en la clara superficie de la realidad cotidiana que podemos soportar, esperando que mañana desaparezcan (aun cuando nos sentimos tentados a lavarlas de inmediato). No llevan espadas ni parecen ocultar dagas bajo el manto; aunque, en realidad, no podemos estar seguros. No son como los forasteros, los enemigos directos que nos instan a sacar la espada (por lo menos, eso es lo que decimos). Pero tampoco son como los vecinos (Ética posmoderna 173).
El refugiado, indica Bauman, es «la encarnación del forastero o forastero absoluto» está fuera de lugar en todas partes, sin estatuto jurídico que lo contemple, sin derechos, sin patria ni futuro. «Una vez que se es refugiado se es refugiado para siempre» (Vidas desperdiciadas 105). No hay nación cuya estrucinst the National Front’s 10th annual convention. And we are only just starting» («Realities of the sans-papiers: realities and perspectives» s/p). Véanse Diop, Freedman, Suárez-Navaz y McNevin. 35 Según Bauman, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) informa de que más de 22 millones caen ya dentro de la categoría de refugiados, número que no incluye a los refugiados que se encuentran bajo el cuidado de otras agencias. De esa cantidad, en el comienzo del milenio, el 40% estaba localizado en Asia, el 27% en Europa y el 25% en África (Vidas desperdiciadas 104).
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turación moderna pueda contener estos flujos sin modificarse sustancialmente y sin revisar las bases de su supuesta estabilidad anterior. Similar análisis puede realizarse en el caso de los inmigrantes, particularmente de los ilegales o «irregulares,» quienes son considerados sujetos inclasificables, resultando así estigmatizados por la sociedad y destinados al ostracismo: [Existe] un conjunto de categorías («extracomunitario», «clandestino», «irregular») que […] estigmatizan negativamente [al inmigrante] como no ciudadano, como no europeo, como no nativo, etc. Los mecanismos sociales, políticos y jurídicos que lo excluyen del reconocimiento de la ciudadanía convierten simultáneamente a quien es objeto de esa exclusión en «no persona». Por eso los derechos humanos, basados en el reconocimiento de una supuesta universalidad de la persona, no pasan de ser una declaración de principios, porque de hecho ser persona es una variable de la condición social (Zamora 147).
En la vida contemporánea, afirma Bauman, «la condición de extraño se ha convertido en una condición permanente» (181). Como el extraño, por su mero volumen numérico, no puede ser eliminado, se intensifican las prácticas sociales para controlar el espacio social y lograr una marginación masiva efectiva. Uno de los recursos es la estigmatización, expresión de lo que Bauman llama proteofobia: aprehensión por todo lo que desafía nuestro conocimiento, sensación que causa confusión, ansiedad, y desorientación. El planeta estaría atravesando, así, «una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos» (Vidas desperdiciadas 17). Tanto los inmigrantes económicos como los solicitantes de asilo son, indica Bauman, «humanos residuales». Los segundos se distinguirían de los primeros por haber supuestamente sido parte de intentos de reorganización del sistema, mientras que los primeros serían «un subproducto de la modernización económica» a nivel planetario (Vidas desperdiciadas 80-81). Los procesos de gubernamentalización de la frontera van resultando en instancias de militarización y en procedimientos que intentan garantizar la exclusión permanente, la ghettoización de los expulsados, su definitiva enajenación social y política. De acuerdo a la perspectiva dominante [l]os refugiados son residuos humanos, incapaces de desempeñar ninguna función de utilidad en el país al que han llegado y en el que permanecen de manera temporal y sin ninguna intención ni perspectiva realista de verse asimilados e incorporados al nuevo cuerpo social (Vidas desperdiciadas 103).
A diferencia del trato que se diera a minorías nacionales, como los negros en Estados Unidos, «los inmigrantes recientes y relativamente recientes […] no son
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residuos humanos localmente producidos; son “residuos importados” de otros países con una persistente esperanza de reciclaje» (Vidas desperdiciadas 110). Las coordenadas espacio-temporales del refugiado, tanto como de aquel que se somete a los largos y frustrantes procesos de solicitud de asilo o de regulación de su ilegalidad, son trastornadas de manera irreversible, ya que como explica Bauman, al estar en los campos de refugiados los individuos allí detenidos no pueden ni regresar a sus países, donde no serían recibidos, ni integrarse a otras naciones, ya que estas en general no desean acogerlos. Su espacio vital ha sido reducido a la prisión, el campamento, las zonas intermedias en áreas fronterizas, las tiendas de campaña, etc., la permanencia provisional en áreas vigiladas, o la circulación restringida con brazaletes de seguridad. Estos no lugares de prolongada transitoriedad no adquirirán nunca el carácter de un hábitat o de un territorio existencial adecuado para el desarrollo normal de la vida. De la misma manera, la temporalidad es distorsionada en la medida en que lo provisional se torna permanente, una sucesión de momentos sin progresión, cargados de incertidumbre e imprevisibilidad. A los obstáculos materiales se suman las fronteras emocionales, sociales y políticas. La movilidad ha sido sustituida por un impasse indefinido. They are separated from the rest of the host country by an invisible, but all the same thick and impenetrable veil of suspicion and resentment. They are suspended in a spatial void where time has ground to a halt. They have neither settled nor are on the move; they are neither sedentary nor nomadic (Bauman, Liquid Times 45).
Según Stephen Castles, cinco millones de solicitantes de asilo entraron a países occidentales entre 1985 y 1995. Solo en el año 2000 se registran 535.500 entradas. Las oscilaciones tienen que ver con los cambios en las leyes de admisión y en los procesos de calificación en distintos países. Se estima, según Castles, que el 90% de las solicitudes de asilo político son rechazadas, aunque los solicitantes suelen quedarse en los países en los que han pedido asilo como migrantes ilegales, situación que tiende a ser beneficiosa para las sociedades que han declinado sus solicitudes, ya que «[d]e hecho, quienes buscan el asilo son una fuente útil de mano de obra que alimenta las crecientes economías informales de los países occidentales» («Las políticas internacionales» 4). La situación de ilegalidad es aprovechada por quienes los emplean ya que se trata de personas sin derechos, en constante estado de necesidad y vulnerabilidad, que trabajan por mínimas remuneraciones y en condiciones muchas veces inhumanas. Una ilegalidad se complementa con otras, que hacen del refugiado o del migrante ilegal una víctima múltiple del sistema global que utiliza su situación en beneficio de la reproducción del capital. Este proceso de «mercantilización de la
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vida» es explicado por Bauman en términos económicos para describir el mundo globalizado, el cual, junto a las promesas de integración y democratización de recursos, sustenta prácticas de victimización colectiva: «exportación de pobres», «producción de migrantes», «generación de residuos humanos». La crisis migratoria va, obviamente, agravándose. La Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas informa de que, entre 2013 y 2016, 4,4 millones de persona solicitaron asilo político en los países industrializados, principalmente Alemania y Suecia. La mayor parte de los solicitantes de asilo provienen de países afectados por situaciones de guerra, principalmente Irak, Siria, Afganistán y Somalia. Más de la mitad de los refugiados en el mundo proceden de los tres últimos países mencionados. En este punto, las diferencias entre la condición de solicitante de asilo y la de refugiado cobra gran significación: An asylum-seeker is someone who has applied for asylum in another country on grounds that they would face persecution if they returned to their home country. If their application is accepted, they then become a refugee. The distinction is important; once people are designated refugees they’re entitled to international assistance and protection. If an asylum-seeker’s claim is denied, they can be sent back to their country of origin (Gramer s/p).
Con todas las distinciones, matices y precisiones que puedan hacerse, el hecho es que la situación migratoria habla no solo del presente y del futuro del mundo, sino también de las circunstancias que en el pasado fueron generando, a través de los siglos, la marginación de inmensas zonas geoculturales por efecto del colonialismo primero y de las formas modernas de imperialismo, después. El pensamiento postcolonial tiene mucho que decir acerca de los factores que han ido preparando la situación actual y acerca de la situación de las antiguas metrópolis y de los países emisores de migrantes de la época moderna, cuyas experiencias políticas y sociales se vinculan de tantas maneras a la crisis actual, a pesar de las notorias diferencias históricas y de las condiciones particulares que impone el tardocapitalismo y su torsión neoliberal. En este sentido, este capítulo de la historia de Occidente y también de la historia universal se inscribe claramente dentro del longue durée de lo que Wallerstein llamara el sistema-mundo, tanto en cuanto a los ya supuestamente superados dualismos centro-periferia, Norte-Sur, Oriente/Occidente, como en lo que tiene que ver con las relaciones de poder impuestas por la globalización y las consecuentes modificaciones de los sistemas productivos a nivel planetario. Si bien estos cambios han transformado los mercados laborales y los regímenes de trabajo, también manifiestan una serie de continuidades que vinculan nuestro problemático presente con las condiciones pasadas de explotación, discriminación e invisibilización de gran
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parte del planeta en beneficio de las clases y los países privilegiados. El racismo, la explotación de mano de obra, la deshumanización de los sectores subalternos, la desigualdad, el patriarcalismo y otras formas de dominación actual tienen sus raíces en sistemas que propiciaron la explosión de los márgenes que se vive actualmente. A tales condiciones de conceptualización y de implementación del poder corresponde el sistema jurídico que hoy cierra las fronteras a los desposeídos, y el sistema filosófico que trata de salvar la centralidad del pensamiento de las civilizaciones que fueron responsables por el colonialismo, las guerras y otras formas de depredación del planeta. La crisis migratoria no es ajena a ninguno de estos niveles, aunque sea presentada, interesadamente, como un fenómeno particular, que puede ser abordado sin que el sistema que lo contiene entre en cuestión. Un punto neurálgico de la crisis migratoria es la ideologización de que es objeto: los estereotipos, las simplificaciones, las falacias y las retóricas del poder que se siente amenazado y que quiere conservar su predominio sin desmontar el sistema total en que se apoya. El problema sin embargo no es eminentemente discursivo, ni exclusivamente cultural, sino económico, político y social, por lo cual requiere un análisis profundo de las estructuras que lo sustentan y de las luchas que emergen de sus perversiones e injusticias intrínsecas. Al hablar de situaciones de refugio y asilo, y de las posibilidades reales de contrarrestar en algo las políticas dominantes, surge el tema del humanitarismo, que ha despertado ya muchas polémicas, tal como se verá más adelante en este estudio. Es también importante mencionar el tema de las ciudades santuario, ya que este enfoca uno de los recursos de apoyo y refugio para los migrantes, al ofrecer un espacio de recogimiento y asistencia, una especie de burbuja de protección en un medio generalmente hostil a la presencia de personas indocumentadas y que buscan refugio de la violencia o de la precariedad de sus países. La noción de santuario proviene de las prácticas eclesiásticas y tiene como primera acepción la de ser un lugar de devoción religiosa. Tradicionalmente han sido las iglesias y espacios conventuales los que han servido para acoger a peregrinos o migrantes en sus largos desplazamientos, causados en otros contextos históricos por la persecución religiosa dentro del cristianismo, el islamismo, el budismo, etc. También fueron albergue para personas perseguidas por delitos. En Estados Unidos el movimiento santuario comenzó en la década de los años 80 como forma de acoger y proteger a migrantes centroamericanos que escapaban de la inestabilidad política y económica de sus países. La primera ciudad santuario fue San Francisco, seguida por Chicago, San José, Nueva York, Washington DC, San Diego, Los Ángeles, Miami, Seattle, Houston, Phoenix, Austin, Dallas, Detroit, Salt Lake City, Minneapolis, Baltimore, Portland, Denver, y todo el estado de Nueva Jersey. Toda ciudad santuario ejerce una forma de resistencia civil a las disposiciones anti-inmigración del gobierno federal, y
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asegura, en distintos grados, el cumplimiento de los derechos de los migrantes, quienes son cobijados y asistidos legalmente. En muchas de ellas se ofrece a los inmigrantes formas de documentación, y se les asegura que se harán todos los esfuerzos posibles para impedir su deportación, así como la separación de familias, discriminación laboral, educativa, médica, etc. Se impide, asimismo, que los inmigrantes sean denunciados o que sean obligados a comunicar su estatus ante instituciones del Estado, empleadores, etc. En algunos sitios se les informa sobre las redadas oficiales de inmigrantes ilegales y se les ofrece refugio en iglesias o lugares solidarios destinados a esos efectos. Con estas posiciones y medidas los gobiernos estatales o los alcaldes de las ciudades desafían las disposiciones federales, cumpliendo solo de manera limitada sus disposiciones respecto a la migración irregular. Por esta razón se han llegado a tomar represalias por parte del Estado, cortando fondos presupuestales a las ciudades o condados que se pliegan a la asistencia como santuario. Asimismo, varias ciudades han denunciado políticas puntuales, como por ejemplo la decisión de Trump de cortar el Programa de Acción Diferida para Arribos Infantiles que beneficiaba a los hijos de migrantes irregulares (conocidos como Dreamers) permitiéndoles permanecer en el país y continuar su educación.36 El concepto de ciudad santuario ha sido adoptado también en Canadá (Montreal, Ontario, Toronto, etc.) y en el Reino Unido. Para el caso de Estados Unidos, como indica Benjamin Bruce, por ejemplo, se trata de una larga disputa entre el gobierno federal y los gobiernos estatales en cuanto a la distribución del poder político y el margen de desarrollo de políticas estatales independientes, lo cual crea diferencias notorias en la capacidad y grados de apoyo al inmigrante, según sea el nivel de gobierno desde el que se implementan las medidas de asilo. La comunidad y lo común en contextos globales Tal como se evidencia en los usos y desarrollos anteriores, el concepto de comunidad va cambiando de signo en el contexto de los actuales procesos migratorios. Las complejidades y conflictos que se registran en la sociedad contem36 El programa conocido en inglés como DACA (Deferred Action for Childhood Arrival) se aprobó durante la gestión de Barak Obama. Donald Trump intentó persistentemente revocarlo. Mientras que el programa de DREAMER (Development, Relief, and Education for Alien Minors Act) abre la posibilidad de la ciudadanía, el DACA no provee ese beneficio. DACA comenzó a implementarse en 2012 y el presidente Obama consideró incluso la posibilidad de expandirlo a inmigrantes indocumentados, pero tal plan no prosperó y el proyecto fue rescindido en 2017. Se considera que más de 700.000 jóvenes se beneficiaron con ese programa.
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poránea llevan a reenfocar la atención en formaciones sociales que integran o rebasan los límites de las sociedades nacionales, funcionando como un grupo relativamente cohesivo en torno a elementos compartidos, sean de tipo identitario o relacionado con objetivos comunes. Se habla así de la comunidad migrante, la cual, aun a pesar de su circunstancialidad, se define en torno a los objetivos de la relocalización territorial y de los desafíos que tal proceso lleva aparejados. Si tradicionalmente la comunidad se definía como una formación social culturalmente diferenciada y afincada en un espacio autocontenido, cohesionado por valores, conductas y tradiciones, esa noción se ha ido abriendo para dar cuenta de las nuevas dinámicas. En general el estudio de las comunidades modernas se remonta a comienzos del siglo xix, cuando los efectos de la industrialización causaron procesos de dispersión social y, al mismo tiempo, recrudecimiento de impulsos conservadores y localistas de resistencia ante el cambio social. Desde el punto de vista de las ciencias sociales y particularmente de la antropología y la sociología, la comunidad constituye una unidad de análisis imprescindible, con respecto a la cual se utilizan básicamente dos estrategias complementarias: se la observa como objeto de estudio, en tanto sistema relativamente autónomo y relativamente estable de valores, relaciones y conductas, y como proceso, es decir, diacrónicamente, en sus modificaciones históricas. Algunos autores, como Floyd Hunter en su clásico libro Community Power Structure (1953), enfatizan el aspecto de estratificación social en la distribución de poder comunitario, mientras que otros consideran más bien las comunidades como espacios fluidos y de fronteras indeterminables. Desde el comienzo vale la destacar que uno de los problemas crítico-teóricos que puede llegar a plantear el concepto de comunidad es el de subsumir y nivelar toda individualidad, todo elemento de singularidad del migrante en sí mismo y de sus circunstancias, condiciones culturales, sociales, políticas, etc., rasgos que se subsumen en una totalidad que los disipa en beneficio de la construcción de un sujeto colectivo. Creo que este puede ser un recurso utilizado estratégicamente para trabajar la migración como movimiento social y como manifestación multitudinaria, ya que entender el conjunto permite sacar ciertas conclusiones acerca de constantes en los estilos de movilización, motivaciones, conductas, etc. que pueden ser agrupadas, clasificadas, etc. Todo esto a los efectos del análisis, dejando en claro que la perspectiva del migrante en su individualidad sigue siendo fundamental, ya que, siendo la migración contemporánea, por naturaleza, un fenómeno multicultural, multiétnico y masivo, parece necesario comprenderlo en sus líneas de articulación, sin por eso desconocer la importancia de la singularidad, que para ser captada e interpretada exige otras formas de observación y análisis. Como en cualquier fenómeno humano, se encuentran dentro del movimiento migrante diferentes tendencias, idiosincrasias,
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posicionamientos políticos, etnicidades y aspiraciones, lo cual crea segmentaciones, antagonismos, competitividad, así como alianzas, lealtades y formas de cooperación. Esta es una de las dinámicas propias de este fenómeno social de fuertes implicancias políticas. Para abordar la idea de comunidad, debe comenzar por recordarse que esta se apoya en el concepto de lo común, el cual ha prestado a polémicas relacionadas con los límites de esta noción, que a su vez conecta con la idea de lo propio. Este principio —lo propio— es utilizado como delimitación de los espacios del Yo con respecto a una exterioridad que puede ser considerada invasiva y, en ese sentido, amenazante. El tema de la comunidad y lo comunitario, que está obviamente relacionado con los avatares del pensamiento y la práctica comunista y comunitarista, se piensa vis à vis los principios de propiedad privada, soberanía, identidad, territorialidad, etc. De ahí que estos debates se vinculen directamente con la situación migratoria, que pone en cuestión los límites entre lo propio y lo ajeno, los alcances de lo común, y las prácticas sociales y jurídicas que se le aplican. El vínculo entre las ideas de lo común y el comunismo doctrinario está, obviamente, presente, pero tenue. Más bien, elaboraciones actuales buscan retener la idea de lo común como una especie de núcleo no contaminado por las prácticas del «socialismo real», es decir, como un principio que sirve para deconstruir las lógicas del capitalismo. Sería la crisis de la modernidad la que desata la necesidad de refundar la política, activando el concepto de lo común desde distintas posiciones teóricas, como manera de pensar la problemática social y política desde un más allá de la soberanía. Esta ha dejado de estar determinada por un territorio definido y de ser aplicada a una población particular. El predominio del trabajo inmaterial (producción de conocimientos, lenguajes, afectos, codificaciones, etc.) excede tanto al dominio de lo privado como de lo público. «Lo común se define así, por un lado, en términos de los bienes que son herencia de la humanidad y, por otro, como todo lo que es necesario para la cooperación social y resultado de la misma» (Saidel 110) Las empresas privadas estarían orientadas hacia la expropiación de lo común. Hardt y Negri manejan un criterio amplio de lo común entendiendo que desde el punto de vista biopolítico alcanza todas las esferas de la vida no solamente humana, sino en sus demás manifestaciones a nivel planetario, por lo cual se habla de una verdadera ecología de lo común. Wheras the tradition notion poses the common as a natural world outside of society, the biopolitical conception of the common permeates equally all spheres of life referring not only to the earth, the air, the elements, or even plane and animal life but also to the constitutive elements of human society, such as common lan-
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guages, habits, gestures, affects, codes, and so forth. Whereas for traditional thinkers such as Locke and Rousseau, the formation of society and progress of history inevitably destroy the common, fencing it off as private property, the biopolitical conception emphasises not only preserving the common but also struggling over the conditions of producing it, as well as selecting among its qualities, promoting its beneficial forms, and fleeing its detrimental corrupt forms. We might call this an ecology of the common – an ecology focused equally on nature and society, on humans and the nonhuman world in a dynamic of interdependence, care and mutual transformation (Hardt y Negri, Commonwealth 171).
En unas cortas reflexiones sobre el concepto de comunidad desde la perspectiva de los estudios culturales, Inderpal Grewal señala que el término «comunidad» denota una articulación clara entre los principios del capitalismo y una versión romantizada de colectivismo, que contradice sus propias bases materiales. Usos actuales de ese concepto, en expresiones tales como «comunidad global» o «comunidad internacional» sugieren, según Grewal, un ámbito homogéneo e integrado transnacionalmente, pero de significado ambiguo. El autor se pregunta: How does one understand these terms as sites of struggle as well as a problem of transnational communication? Do these terms signify a space or a network? How do the terms circulate, and how does their meaning change with their circulation? Who are the actors and actants involved in their production, consumption, and circulation? (332)
Según Grewal, las expresiones «comunidad global» o «comunidad internacional» que se usan actualmente no enfatizan las luchas discursivas que tienen lugar en esos espacios en torno a la producción de sentidos, ni las negociaciones políticas, sociales, etc. que atraviesan tales «comunidades». Los usos ideológicos de «comunidad» sugieren, equívocamente, la existencia de cohesión y consenso, al tiempo que despersonalizan y diluyen las distintas posiciones que coexisten y luchan en el interior de los espacios comunitarios. El concepto de comunidad solía estar asociado estrechamente a la idea de homogeneidad interior y estabilidad. Así lo detecta, por ejemplo, el antropólogo Roger Rouse al hacer referencia a las imágenes dominantes utilizadas por las ciencias sociales para pensar, por ejemplo, el México rural. Rouse señala que esta imagen de permanencia (casi de estatismo) se contrapesaba con el modelo centro/periferia, que incorporaba los elementos de movilidad y cambio, aunque con el conocido mecanicismo que le atribuía la teoría de la dependencia. La migración fue entonces interpretada de manera unidireccional, como movimiento entre espacios demarcados, de contenidos previsiblemente contrastantes. Pero
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como Rouse señala, la complejidad postmoderna rebasa en mucho tal esquematización, requiriendo nuevas cartografías del espacio social («Mexican Migration» 12). Da, al respecto ejemplos de comunidades que han logrado adaptarse a dos formas de vida simultáneas, en el país de origen y en los emplazamientos de la ciudad de adopción, experimentando así una «bifocalidad cultural» que se va transmitiendo a las siguientes generaciones, habiéndose creado así una zona fronteriza en el nivel de los intercambios sociales, costumbres, actividades comunitarias, etc. rica en intercambios e hibridaciones.37 Casos como los que Rouse señala contribuyen a demostrar que la comunidad es mucho menos estática y tradicionalista de lo que se pensaba, al menos en sus formas actuales. En el presente, algunos autores enfatizan el carácter culturalmente construido del concepto de comunidad, el cual constituye uno de los elementos del modelo sociológico. En general, se enfatiza el hecho de que toda comunidad rebasa temporal y espacialmente el lugar y el particularismo del individuo, ya que integra tradiciones, valores y costumbres colectivas que lo preceden y que dan a la comunidad continuidad histórica. Asimismo, una comunidad se extiende más allá de los límites locales, regionales o nacionales hasta alcanzar a poblaciones dispersas que aún se identifican con el ethos comunitario al que alguna vez pertenecieron de manera orgánica. Hoy día se enfatizan sobre todo las interacciones y comportamientos humanos que dan cohesión a la formación comunitaria, así como las expectativas que las caracterizan. Por lo mismo, se considera que toda comunidad tiene un contenido heterogéneo e inestable, que sobrepasa el afincamiento geocultural. La comunidad no puede ser concebida, entonces, como una unidad armónica o coherente sino como un sistema que es más que la suma de individuos que la componen, ya que puede existir, aunque muchos de sus miembros la abandonen, sobreviviendo el paso de las generaciones. La permeabilidad comunitaria permite modificaciones sustanciales de los imaginarios colectivos que la integran, los cuales constituyen elementos identitarios que son propios de determinados sectores y no necesariamente de la comunidad total. De este modo, toda comunidad está integrada por fragmentaciones socioculturales, políticas, económicas, etc., que se vinculan a través de relaciones de poder variables. Toda comunidad cuenta con un nivel de materialidad que la sostiene: instituciones, formas de organización, espacios propios, apoyos tecnológicos, etc. Sin embargo, tal aparato tiene una función relativa en la cohesión y nucleamiento social comunitario, ya que, en ausencia o suspensión de estos elementos, 37 Rouse
da como ejemplo el caso del municipio de Aguililla, en el sudoeste de Michoacán, donde se ha experimentado un desarrollo contradictorio, ya que los migrantes (muchos de los cuales se concentraron en Redwood City, en Estados Unidos), mantienen lazos muy estrechos con su comunidad en México, llegando a constituir un «circuito migratorio transnacional», que el antropólogo interpreta como la contraparte del internacionalismo del capital (12-14).
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la comunidad se sostiene en base a elementos axiológicos, ideológicos, étnicos, religiosos, lingüísticos, simbólicos, etc. La idea de comunidad es inseparable, así, del aspecto afectivo: sentimientos de simpatía, miedo, amor, lealtad, piedad, respeto, orgullo, enemistad, desconfianza, nostalgia, etc. Tales elementos emocionales son inherentes a la construcción comunitaria: crean cohesión, aunque no de una manera total, ya que a veces dan base a fragmentaciones y enfrentamientos internos. Pero comunitariamente, cada fragmento existe en torno y en función a elementos afectivos que lo sustentan y distinguen del resto. Esto indica que el aspecto pasional tiene un importante papel en la definición comunitaria, prestándose tanto a tensiones internas tanto como a (re)acciones más o menos violentas ante ataques exteriores. Algunas de las más influyentes teorizaciones sobre lo común (Esposito, Nancy, Agamben, Hardt y Negri) analizan la idea de que la comunidad se define por un criterio de afirmación de lo propio en contra de lo ajeno (miembros y no miembros), oposición puntual que requeriría un concepto más abarcador e inclusivo. Lo común es definido, entonces, como aquello que pertenece a todos, es decir, que no se presta a selectividades, privilegios o distribuciones excluyentes. Esto ha dinamizado el debate sobre el concepto mismo de lo comunitario/ propio /común en relación con experiencias sociales —como la migración— donde la exclusividad de espacios, servicios y elementos primarios que aseguran la posibilidad de la vida, es puesta en cuestión, ante la movilización masiva de sujetos desterritorializados que existen en condiciones de extrema precariedad y que, según algunos, amenazan «lo común», que por definición les pertenece. Se hace uso aquí de una visión privatizada de lo común, que termina convirtiendo lo común en lo nuestro. La noción de comunidad es calificada como modo de orientar la crítica sobre los alcances y sentidos de lo comunitario. Se habla así de comunidades impropias (Rancière), inmunitarias (Esposito), inoperativas (Nancy) o «por venir» (Agamben), otorgando a cada una distintas acepciones y contenidos. Surgen así los siguientes interrogantes: ¿es lo común opuesto a lo comunitario (ej. a lo que es propio de la ciudadanía)? Desde un punto de vista humanitario, ¿cuándo diferenciar entre lo propio y lo ajeno? ¿Cuál es el límite de la solidaridad, de la fraternidad y la hospitalidad? En The Inoperative Community (1986), Jean-Luc Nancy, analizó las interrelaciones entre los conceptos de comunidad, experiencia y discurso, así como los vínculos entre los niveles de lo individual y lo popular, entendiendo que la principal característica de la comunidad es su potencial de oponerse al poder, es decir, de desarrollar resistencia activa en oposición a las regulaciones gubernamentales. La inoperatividad que el filósofo destaca no se refiere al fracaso o falta de funcionalidad de lo comunitario, sino al carácter endogámico que la
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comunidad parece sostener, en su objetivo de preservarse, resistir el cambio y la hibridación. De este modo, el autor se aleja de las concepciones que idealizan la noción de comunidad o que la imaginan como una utopía que, sobre todo después de la caída del socialismo, parece irrealizable. Para Agamben, la utopía de una comunidad futura es concebida en The Coming Community (1991) como un espacio en el que coexisten todas las singularidades sin que las especificidades de raza, género, religión, clase, etc. puedan imponer escisiones o antagonismos. Para Agamben, la antinomia entre lo singular y lo universal se origina en el lenguaje, ya que, al nombrar, se clasifica y ubica al objeto y al sujeto dentro de compartimientos que les confieren significado a partir de sus atributos específicos. En un intento por pensar la subjetividad fuera de los parámetros de las identidades, afiliaciones y formas de (re)conocimiento social, The Coming Community se ofrece como un aporte a la refundación de la una ética política libre de las imposiciones de la ideología y de los valores centrales de la modernidad. Roberto Esposito desarrolla las relaciones entre los conceptos de comunidad e inmunidad desde una perspectiva biopolítica, también presente en los demás filósofos involucrados en este debate. Como indica Vanessa Lemm en la introducción al libro del biopolítico italiano titulado Terms of the Political: Community, Immunity and Biopolitics (1998), para este pensador la comunidad es a la vez una categoría necesaria (ya que es la forma originaria del ser en sociedad) e imposible, irrealizable, y, en ese sentido «una deuda, un defecto, una carencia» (3, mi traducción). Surgida como forma de protección y alianza contra el peligro, la comunidad es una respuesta a la violencia potencial, es decir, un dispositivo defensivo y excluyente, una de las formas que asume el pacto social aun antes de ser concebido en su forma moderna. En la reciprocidad entre comunidad e inmunidad, en lo que ambas tienen en común (la -munidad, el munus = donación, expropiación, alteración; Lemm 7), Esposito percibe una de las posibilidades de custodia y preservación de la vida. El filósofo italiano enfatiza la oposición entre lo común o comunitario y lo propio. Lo común empieza, según él, donde lo propio termina. Lo común es lo que pertenece a más de uno, a muchos o a todos, es lo público por oposición a lo privado y a lo individual (Lemm, «Introducción» 3). Desde esta perspectiva, la comunidad no es un «cuerpo» o una «corporación», ni un vínculo colectivo de reconocimiento mutuo en el que los individuos puedan confirmar su identidad, sino una interrupción, «un espasmo en la continuidad del sujeto» ya que indica la obligación contraída con el otro, la reciprocidad inherente a lo humano en sociedad (Lemm 7). Para Esposito la idea de comunidad es imprescindible ya que conlleva una dimensión trascendente que no solo se remonta hacia formas pasadas de socialización, sino hacia las posibilidades de un futuro integrado en el cual aquellos
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que no tienen comunidad sean considerados parte de la nuestra, ya que ese nosotros implícito no tiene límites ni rasgos de reconocimiento «propios» o exclusivos. Refiriéndose al concepto de lo común, Michel Hardt lo analiza en el contexto del neoliberalismo y en relación a los procesos de privatización, transnacionalización del capital y cambios en las políticas productivas. Para él y para Negri, es esencial definir lo común como una alternativa a lo comunitario-moderno: Se podría decir, en términos bastante generales, que el neoliberalismo ha sido definido por la batalla de la propiedad privada no sólo en contra de la propiedad pública, sino también —y quizás de una manera más fundamental— en contra de lo común. Aquí es útil distinguir entre dos formas de lo común, ambas objeto de las estrategias neoliberales del capitalismo (y esto puede servir como una definición inicial de «lo común»). Por un lado, lo común es un modo de nombrar la tierra y todos los recursos asociados a ella: la tierra, los bosques, el agua, el aire, los minerales, etc. Esta última acepción se aproxima al uso que se daba en la Inglaterra del siglo xvii al término «the commons». Por otro lado, lo común también refiere, como ya he mencionado, a los resultados de la labor y la creatividad humanas, como por ejemplo, las ideas, el lenguaje, los afectos, etc. («Lo común en el comunismo» s/p).
A partir de una interpretación de los Manuscritos económico filosóficos de Marx (1932), Hardt distingue entre lo privado, lo público y lo común, indicando: La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. ¿Qué significaría que algo puede ser nuestro sin poseerlo? ¿Qué significaría no vernos a nosotros mismos y a nuestro mundo como propiedad? ¿Es que la propiedad nos ha vuelto tan estúpidos que no podemos verlo? Es aquí que Marx recurre a lo común. El acceso abierto y la participación que caracterizan el uso de lo común se ubican por fuera de y son adversos a las relaciones de propiedad. Se nos ha estupidizado tanto que sólo podemos reconocer el mundo como privado o como público. Nos hemos vuelto ciegos a lo común («Lo común en el comunismo» s/p).38 38 A
modo de ilustración de sus conceptos sobre lo común en el neoliberalismo y sobre los procesos de apropiación/privatización, Michael Hardt señala: «En muchos ámbitos, las estrategias capitalistas para la privatización de lo común a través de mecanismos como las patentes y el copyright continúan (a menudo con dificultad), a pesar de las contradicciones. Las industrias de la música y la informática están llenas de ejemplos. También es el caso de la denominada biopiratería, es decir, el proceso mediante el cual corporaciones trasnacionales expropian lo común, por medio del uso de patentes, bajo la forma de saberes locales o información genética de plantas, animales y humanos. Saberes tradicionales sobre el uso de semillas molidas como pesticida natural, por ejemplo, o las propiedades curativas de una planta, son transformados en propiedad privada por la corporación que patenta dichos saberes» («Lo común en el comunismo» s/p).
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Afirmando «la creciente centralidad de lo común», y reclamando la necesidad de una crítica de la economía política que abarque la crítica de la propiedad privada en el capitalismo tardío, Michael Hardt señala que «lo que la propiedad privada es al capitalismo y la propiedad pública es al socialismo, lo común es al comunismo» («Lo común en el comunismo» s/p). Como es sabido, la noción de lo común atraviesa las elaboraciones políticofilosóficas de Michael Hardt y Antonio Negri en Empire (2000) y en Multitude (2004), asumiendo diversas formas y niveles conceptuales que es imposible analizar aquí. En todo caso, valga recordar que lo común y la comunalidad son elementos integrantes de la noción de multitud, con la cual los autores designan al actor colectivo de un nuevo orden social basado en la articulación de particularismos. La multitud es el producto que surge de la dinámica entre singularidad y comonalidad. Esta producción de lo común puede determinar, indican Hardt y Negri, no solo la reforma de los cuerpos sociales existentes, sino su transformación radical en el cuerpo mismo de la multitud. La relación filosófica y política entre multitud y migración merece un estudio aparte, específicamente situado en el nivel de la producción de subjetividades en relación con los temas de territorialidad y comonalidad en el capitalismo tardío. Tal reflexión involucra necesariamente el análisis de los regímenes de trabajo y la relación entre comunidad, sociedad y ciudadanía, partiendo de una redefinición y articulación de tales conceptos con las nociones de soberanía, democracia, gubernamentalidad y Estado, teniendo particularmente en cuenta tanto los niveles ideológico-discursivos como las prácticas políticas que se han venido desarrollando principalmente a partir de la caída del bloque socialista. The multitude designates an active social subject, which acts on the basis of what the singularities share in common. The multitude is an internally different, multiple social subject whose constitution and action is based not on identity or unity (or, much less, indifference) but on what it has in common (Multitude 100).
Se trata de una convergencia articulada de singularidades donde toda diferencia tiene lugar y donde lo propio no tiene espacio ante la primacía de lo común. Los autores señalan que, en esta concepción de la multitud lo común y la comunidad se distinguen claramente, ya que The term community is often used to refer to a moral unity that stands above the population and its interactions like a sovereign power. The common does no refer to traditional notions of either the community or the public; it is based on the communication among singularities and emerges through the collaborative social processes of production. Whereas the individual dissolves in the unity of the community, singularities are not diminished but express themselves freely in the common (Multitude 204).
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Como nuevo sujeto revolucionario aglutinante y eminentemente heterogéneo, la multitud [concepto spinoziano diferenciado tanto de la noción de pueblo como de la de masa] puede sin duda alojar al movimiento migrante como actor colectivo tendiente a expandir y redefinir los límites de lo social y lo político, abarcando las nociones de lo nacional, la soberanía, la ciudadanía, etc., que caracterizaran el orden de la modernidad.39 Ya no se trata de una identidad de clase, etnia, ideología, lengua, etc. como puede ser el caso en las comunidades tradicionales, que terminan siendo cohesivas hacia adentro a costa de ser excluyentes de la exterioridad, sino de una forma distinta e innovadora de concebir lo político y lo social, nociones cuyos contornos han sido quizá para siempre modificados por la evidencia de las limitaciones del capitalismo moderno y tardío y de las formas políticas tradicionales. Tales elaboraciones sobre lo común, así como los cambios conceptuales que se estudian respecto al concepto y a las prácticas de la comunidad, existen en un plano de especulación filosófica, aunque algunas experiencias sociales, como las manifestaciones antiglobalización en Seattle (noviembre-diciembre 1999) en contra de la cumbre de la Organización Mundial de Comercio confirman las posibilidades y efectividad de alianzas puntuales de grupos heterogéneos que, a pesar de sus profundas discrepancias y diversas agendas, se organizan en torno a objetivos comunes. Antonio Negri concibe estas transformaciones de los imaginarios políticos y de las prácticas multitudinarias dentro del horizonte de una altermodernidad que haga posible nuevos flujos biopolíticos. En este contexto, la multitud funciona como un conjunto de «singularidades cooperantes […] una red, un network que define las singularidades en sus relaciones unas con otras» y que permite «ejercer el espacio común» de nuevas formas, a partir de un principio de justicia espacial («La constitución de lo común» 172 y 175, respectivamente). Todos estos conceptos y proyecciones político-filosóficos son obviamente pertinentes para el pensamiento sobre la migración y las disputas territoriales y simbólicas que esta desata. Paralelamente a las elaboraciones conceptuales sobre el futuro de lo común y a la aparición de prácticas que lo actualizan en distintos contextos, formas comunitarias tradicionales (modernas) continúan existiendo y expresando sus reclamos identitarios, sociales y políticos. La comunidad migrante, si con tal expresión se abarca al movimiento migratorio transnacionalizado, tiene rasgos de comportamiento social donde la idea de lo común puede identificarse, aunque las diversificaciones del movimiento son múltiples y profundas. En sus numerosísimas inflexiones, el movimiento migratorio comparte como constantes desafíos los problemas inherentes a la desterritorialización, y la voluntad de re39 Consúltense,
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al respecto, Paolo Virno, Gramática de la multitud y Straehle.
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sistir a los sistemas de exclusión nacionalista que los rechazan y persiguen. Esto no impide que en el seno del movimiento migratorio se registren situaciones de tensión interna, competencia en cuanto a posibles beneficios, y divisiones y luchas intestinas en torno a cuestiones étnicas, religiosas, ideológicas, de género, etc. Sin embargo, la fuerza y potencial del movimiento lo mantiene como una de las principales fuentes de energía política de nuestro tiempo, cuya misma existencia y movilización desafía el orden del nacionalismo a nivel global, así como las estructuras de poder territorial, ciudadanía, soberanía y propiedad, conduciendo a debates como los que se han articulado en torno a lo común. La localización comunitaria se ha dispersado en el presente no solamente en espacios regionales, sino a nivel transnacional, a causa de la movilidad migratoria, las deportaciones y demás fenómenos que fragmentan la unidad de los complejos poblacionales. La transnacionalización quizá es solo un momento en la expansión del movimiento social de la multitud, de acuerdo a lo propuesto por Hardt y Negri. A pesar de sus divergencias, las posiciones de los filósofos antes citados acerca del sentido de lo común, apuntan a la necesidad de percibir formas políticas no tradicionales (no partidistas, no sindicalistas, no parlamentaristas, no lideradas, etc.) que funcionen como modos de acción capaz de potenciar al sujeto político colectivo. Esto formaría parte de la reinvención de una pluralidad habitada por la diversidad, es decir, articulada en torno a la diferencia, es decir, a aquello que reúne a las partes sin fundirlas en una unidad falsamente homogénea. En este sentido, no se trata de negar el conflicto, sino de elaborarlo. Otro elemento fundamental para la comprensión de la constitución híbrida y cambiante de las comunidades actuales es la influencia de las formas tecnológicas de comunicación, que permiten modalidades de coordinación y cohesión poblacional antes desconocidas. Estudiando la migración mexicana en Estados Unidos, por ejemplo, Roger Rouse se refiere a la constante reconstrucción de los límites reales y simbólicos de esas comunidades, viendo en el uso de las redes sociales uno de los factores de tal movilidad, que conduce a la creación del «hiperespacio postmoderno» aludido por Fredric Jameson (Rouse, «Mexican Migration» 8). Michael Kearney también alude a los efectos de la desterritorialización sobre las relaciones de comunidades que al adquirir la dimensión transnacional, incorporan elementos que las sitúan en el «hiperespacio», sustituyendo la localización territorial por la conexión virtual.40 Los reclamos constantes de parte del pensamiento filosófico de nuestro tiempo sobre la necesidad de «reinventar lo político» tienen total resonancia 40 Ver al respecto Rouse, Kearney y Garduño. Este último define comunidad desterritorializada como «aquella entidad que ha escapado de la hegemonía totalizadora del Estado-nación al estar apartada de una localidad específica» (s/p).
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en el contexto de los problemas y elaboraciones aquí considerados. Rancière encuentra, asimismo, repercusiones directas de estas cuestiones en el plano de la concepción de subjetividades. Pregunta al respecto: «¿Que es un proceso de subjetivación? Es la formación de un uno que no es un yo o uno mismo, sino que es la relación de un yo o de uno mismo con otro» («Política, identificación y subjetivación» 2). En ese sentido, «un proceso de subjetivación es así un proceso de desidentificación o de desclasificación» (3) es decir, una forma de concebir el yo-con-otros, una perspectiva relacional capaz de absorber las compartimentaciones étnicas, religiosas, sexuales, etc. sin negarlas. La subjetivación política es una puesta en práctica de la igualdad —tratamiento de un daño— por personas que están juntas y que por tanto están «entre». Es un entrecruzamiento de identidades que reposa sobre un entrecruzamiento de nombres: nombres que conectan el nombre de un grupo o una clase al nombre de lo que está fuera-de-la-cuenta, que conectan un ser a un no-ser o a un ser-por-venir (3).
En este sentido, el sujeto migrante es un sujeto político, un shifter, un intervalo teórica y prácticamente productivo entre el ciudadano como sujeto de la política moderna, nacionalista y afín a la soberanía, y el sujeto post-nacional; un indicio, entonces, de transformaciones políticas que comienzan por deconstruir los mitos y estructuras de la modernidad, y por subvertir el (des)orden global transgrediendo fronteras reales y simbólicas.
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Habitar/pensar el límite El tema del establecimiento y significado de las fronteras se viene estudiando sistemáticamente desde la formación de la nación-Estado. No obstante, en un sentido más amplio, en lo relacionado con la delimitación de territorios, los derechos de propiedad y los valores metafóricos del límite, el tema ocupa la reflexión humana desde la Antigüedad. Se sabe que la noción y la práctica del destierro, considerada uno de los castigos capitales, se basaba en la noción del territorio propio y sus confines, y en la idea de que las líneas divisorias constituían mucho más que marcas convencionales que separaban espacios culturales y políticos. La condena que expulsaba al sujeto más allá de los límites de su tierra significaba, sobre todo, una deshonra y un desgarro en los imaginarios individuales y colectivos, ya que la despatriación iba unida a la enajenación de los ancestros, al abandono de los paisajes de la infancia, con frecuencia también de la lengua materna, a la separación radical de las lealtades políticas y a la pérdida de las pertenencias. Esta ruptura de la continuidad de la vida se consideraba, así, peor que la muerte, ya que la acompañaba la conciencia de la deshonra y el atormentador recuerdo de las acciones que habían conducido al tremendo castigo del despojo, el ostracismo y la desterritorialización.1 A partir de la cultura 1 Una de las formas que asumía el destierro durante la democracia ateniense era el ostracismo, practicado con frecuencia como medida preventiva para evitar subversiones contra el poder político. Era una forma de castigo que prohibía el regreso a la tierra natal por un plazo de diez
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clásica, el tema del destierro recibió constante elaboración literaria, convirtiéndose en un tópico cargado de emocionalidad y sentido simbólico. En torno a las articulaciones realizadas a propósito de los conceptos de límite, frontera, borde, etc., se tejieron gran cantidad de narrativas que romantizaron las alternativas vinculadas con el individuo que era arrojado a los confines de la tierra conocida y obligado a vivir al margen, rodeado de peligros, deshonor y desafíos que, de ser vencidos, lo redimían y glorificaban. El borde al que ese sujeto era condenado era siempre una zona de soledad y desamparo, culpa y remordimiento, que se le imponía por haber desafiado al poder. Héroe o villano, el hombre desbordado por la hybris, había pasado el límite de lo permisible y cruzado la línea de la moderación y la prudencia. Al analizar el término frontière y su significado, Lucien Febvre recuerda en A New Kind of History and Other Essays (1973) que, entre sus varios usos, la palabra designó en la época medieval tanto la fachada de los edificios como la línea delantera en las formaciones militares, la que daba la cara al enemigo. Recién en el siglo xvi asumió el sentido con el que se lo conoce actualmente, como límite, es decir, como la primera línea ya no de un ejército, sino de un país. Es la línea o zona que delimita un dominio, un imperio o una región, pero connota siempre movimiento hacia el enemigo, o el punto de contención de este, es decir, la línea que define las operaciones de defensa o ataque. Pero la frontera, como idea y como práctica, precedió a la palabra, ya que en la antigüedad se asignaba la función de delimitar territorios a elementos naturales (cuerpos de agua, bosques, zonas de tierra baldía, etc.). Cuando se necesita una línea de defensa con respecto a otros pueblos o comunidades hostiles, aparecen diversas formas de fortificación. Después de la Revolución francesa, con la definición de los Estados y el fortalecimiento de la noción de soberanía, la demarcación fronteriza revela la existencia de formaciones sociales con mayor conciencia de sí, las cuales buscan homogeneizar y proteger sus territorios de la incursión extranjera. Como indica Febvre, This is the picture which is generally drawn of the evolution of the frontier, from the broad, sterile and empty separating zone to the simple non-substantial line of demarcation; from the lack of precision of a line which often wantered to the rigorous determination of a mathematically defined contour (212).
Pero como Febvre señala, la frontera solo debería ser estudiada en relación con el Estado que delimita, ya que esta relación es la que puede explicar el senaños, causando deshonra y sufrimientos en el castigado. El cruce no autorizado de la frontera podía ser penalizado con la muerte.
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tido militar y político del límite territorial. Un ejemplo es la territorialidad que resultara en la Edad Media de procesos de acumulación y aglomeración de dominios donde lo estatal y lo individual no se distinguían claramente. Un territorio podía estar regido por varios señores feudales, por ejemplo. Será el concepto de soberanía el que impondrá la necesidad de fabricar el límite y convertirlo en un principio político-militar, de fuertes implicancias sociales, culturales e ideológicas. Se considera que es a partir de finales del siglo xix cuando la problemática de la separación entre Estados, países, regiones, etc., ocupa los estudios sociales, articulando aspectos sociológicos, filosóficos, políticos y culturales. Desde una perspectiva organicista, que interpreta los Estados como cuerpos vivos, compuestos por elementos imprescindibles para el cumplimiento del ciclo vital, los estudios sociales dieron lugar a una incipiente geografía humana que tuvo representantes prominentes en las últimas décadas del siglo xix y comienzos del xx. A partir de la posición positivista que se apoyaba en la combinación de las ciencias humanas y las disciplinas físico-naturales, se dio en analizar la evolución de las sociedades, su emergencia, florecimiento y declive, como si se tratara de los ciclos de la vida humana. En este contexto conceptual, el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, autor de Antropogeografía (1891) y Geografía política (1897), considerado el fundador de la geografía humana, concibe la frontera como la piel que rodea y protege el organismo nacional. Al referirse a la visión de Ratzel, John R. V. Prescott resume así, en The Geography of Frontiers and Boundaries (1965), la posición del estudioso alemán: «The boundary was the skin of the living state and like the epidermis of animals and plants, it provided defence and allowed exchange to occur» (10). Si la delimitación es, así, una abstracción, un concepto, el área fronteriza es «la realidad», un espacio que, según ese autor, se componía de tres zonas distintas: dos periféricas, pertenecientes a los Estados que existían a ambos lados de la demarcación, y una tercera zona de intercambio entre las anteriores. Como Prescott indica, esta concepción sería retomada por P. Lapredelle y aplicada al derecho internacional.2 Según el investigador germano, el estudio de la frontera debía ser inseparable del de los Estados. Asimismo, no debía subestimarse por «periférica» la situación de las zonas limítrofes, ya que en estas se organizaban los ajustes territoriales que determinaban, en última instancia, la situación nacional. Para Ratzel, los Estados más fuertes eran aquellos que mantenían lazos más estrechos con sus fronteras, las cuales eran esencialmente flexibles y capaces de adaptarse al cambio. De hecho, la variación de las fronte2 La noción de frontera, elaborada por Ratzel será fundamental para el desarrollo del concepto de Estado y tendrá directa influencia sobre el geógrafo y politólogo sueco Johan Rudolf Kjellén (1864-1922), quien acuña el término «geopolítica» en 1899.
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ras estaba, para Ratzel, directamente vinculada a los cambios históricos y a las relaciones que se fueran desarrollando con los territorios limítrofes.3 La frontera implicaba, entonces, un relacionamiento caracterizado por la negociación, la flexibilidad y la variación. Hoy día, el tema de la frontera se ha vuelto prominente, y aun obsesivo, en medio de las lógicas de la globalización y de los discursos de integración a nivel planetario. Como indica Thomas Nail, «We live in a world of borders. Territorial, political, juridical, and economic borders of all kinds quite literally define every aspect of social life in the twenty-first century» (Theory of the Border 1). En nuestro tiempo, el concepto de frontera extiende, así, su campo semántico a un plano metafórico que se utiliza para nombrar la cualidad esencial y las múltiples manifestaciones de un mundo compartimentado en todos los aspectos de la vida civil. Las compartimentaciones que dividen territorios reales y simbólicos sirven para afirmar el privilegio y la exclusión, el adentro y el afuera, lo público y lo privado, la identidad y la otredad. El estudio de la frontera, en cualquiera de las formas que asume implica, como bien señala Nail, el análisis del movimiento social y de las estrategias y medios utilizados para regular los flujos y dinámicas sociales. Por definición, la frontera interpone obstáculos físicos, legales, culturales, económicos y políticos a los tránsitos que atraviesan el espacio social, con el objetivo de reorientarlos. La definición de «Borders» elaborada por Mary Pat Brady para Keywords for American Cultural Studies (2014) señala que gran parte de la potenciación crítico-teórica del concepto de frontera tiene que ver con transformaciones político-económicas globales, como la creación de acuerdos comerciales regionales, cambios en el mercado laboral, recesiones económicas en distintos países y ramificaciones de las luchas anticoloniales. Estas situaciones impulsaron estrategias políticas, como la militarización de los límites nacionales, el estrechamiento de los espacios jurídicos de la ciudadanía, la represión de indocumentados, etc. Under a series of new trade agreements, national borders no longer contained national economies as they had in prior decades. This economic shift accelerated a broad new series of global flows of capital, resources, jobs, and people across national and regional borders (35).
Para Brady, en la actualidad, la frontera es más un proceso que un lugar, y una categoría analítica que permite percibir elementos de diferencia de tipo 3 Prescott provee una interesante y documentada discusión del tema de la frontera en la obra de Ratzel, Lord Curzon, T. H. Holdich y otros, mostrando la evolución que van siguiendo las conceptualizaciones de los límites territoriales, las distinciones entre fronteras naturales y artificiales, internacionales e intranacionales, etc.
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racial, nacional y cultural, así como hibridaciones, intercambios transculturales, etc. Sin embargo, las nociones de límite, frontera, confín, no son nuevas, sino que tienen una dimensión histórica que permite analizar diacrónicamente sus significados, usos y transformaciones. William Walters ha trabajado la relación entre el pensamiento de Foucault y el tema de la frontera, observando que, aunque los estudios sobre gubernamentalidad, seguridad y población ocuparon una importante e influyente parte del trabajo de este filósofo, no existen en sus textos reflexiones directas sobre los límites estatales y los regímenes de poder («Foucault and Frontiers»). Aunque se refiere passim y fragmentariamente a los bordes nacionales, resulta claro que el tema no tenía en su momento la importancia que adquiriría después. Esta ausencia del tema fronterizo no ha impedido que el trabajo de Foucault haya sido utilizado intensamente en el tratamiento de los estudios migratorios, las fronteras y los métodos de exclusión, detención y control de migrantes, ya que el concepto de gubernamentalidad y el énfasis en la cuestión poblacional abarcan los demás aspectos que se han ido desglosando en estudios actuales. Asimismo, el enfoque biopolítico que emerge de Foucault resulta imprescindible para abordar el problema de la frontera. Sus conceptos sobre vigilancia (Panóptico), disciplina, control, etc., junto con las ideas sobre poder pastoral y otras las categorías ya mencionadas, forman una verdadera constelación conceptual que constituye muchas de las elaboraciones actuales sobre esos temas. Nail analiza particularmente las formas históricas que ha ido asumiendo la frontera desde el Neolítico: empalizadas, vallas, celdas, cercas, muros, líneas naturales o convencionales, materiales o jurídicas, entre países o estados, entre propiedades privadas o comunales. No obstante, como reconoce el crítico, la frontera no es la separación o el corte en una superficie territorial, sino el espacio que existe entre las partes que esa línea divide y al mismo tiempo conecta, el in-between, la zona de intercambios, tránsitos y negociaciones que se crea en torno a la idea de la separación, y a la necesidad de trascender esta escisión. El tema de la frontera, así, no es solamente histórico, físico o político, sino también ideológico, cultural y simbólico. En palabras del mismo crítico, «What remains problematic about border theory is that it is not strictly a territorial, political, juridical, or economic phenomenon but equally an aterritorial, apolitical, nonlegal, and noneconomic phenomenon at the same time» (Theory of the Border 2-3). El estudio de la frontera permite comprender no solamente las modalidades de dominación, jerarquización y racialización implementadas en las distintas épocas, sino también las formas de resistencia que las imposiciones estatales provocan al reprimir los flujos transnacionales. Desde el punto de vista de la soberanía, ha sido observado que esta mantiene su fuerza política y simbólica en los centros, mientras que se dispersa y
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debilita en las periferias, por lo cual las zonas fronterizas no se sienten regidas de modo tan estricto por este principio. En The Politics of Border Mattew Longo cita a Benedict Anderson, quien señala la tendencia histórica del impacto de la soberanía, de jure y de facto, en los imaginarios nacionales y en las regulaciones mismas de los tránsitos interestatales: In the modern conception state sovereignty is fully, flatly and evenly operative over each square centimeter of a legally demarcated territory. But in the older imagining, where states were defined by centers, borders were porous and indistinct, and sovereignties faded imperceptibly into one another (Imagined Communities 19, cit. por Longo 42).
Como Longo señala, Anderson apunta aquí a la paradoja central del Estado moderno: el hecho de que la periferia es al mismo tiempo su punto más débil y el lugar que lo define. Según Longo, pueden distinguirse en las áreas fronterizas tres zonas diferenciadas. La primera, una zona de vigilancia (zone of vigilance), constituida por la estructura física y tecnológica (muros, torres, vallas, cámaras, censores, radares, etc.), que permite observar el movimiento fronterizo y controlar el cruce. En segundo lugar, una zona de heterogeneidad (zone of heterogeneity), en la que está localizado el trabajo de las autoridades aduaneras estatales y federales, así como fuerzas locales y también militares, y que incluyen puestos de control o alcabalas interiores, que amplían la región fronteriza. En tercer lugar, una zona de control comunitario (zone of vigilance) en la que se involucran pobladores cercanos a la frontera, estancieros, hacendados o vigilantes voluntarios, para la supervisión de las actividades clandestinas. Como es obvio, este tercer estrato de control superpone con frecuencia, como Longo señala, vigilancia y defensa, difuminando el lugar de la autoridad y de la legitimidad represora de la migración irregular, la cual queda sometida a formas prácticamente premodernas de ejercicio de la supuesta «protección ciudadana» (Longo 50). Si este es claramente el diseño de la región fronteriza entre México y Estados Unidos, similar al que existe en otras partes del mundo, la frontera Norte, entre Estados Unidos y Canadá, funciona de acuerdo a un sistema bilateral en el cual colaboran ambos países (13). Este acuerdo fronterizo sugiere la posibilidad de que se establezca una zona de soberanía doble, como la que existe a estos efectos en Europa, permitiendo la administración bipartita de las funciones de vigilancia no solo respecto a la inmigración irregular sino también en cuanto al contrabando, el terrorismo, etc. Longo da ejemplos de arreglos similares en Sudáfrica, y señala que esta forma de co-fronterización (co-bordering) puede contribuir a unir más a países vecinos, y a fundar una estructura supranacional que funcione para ambas partes y que supere las restricciones y «ansiedades» que
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causa una mono-soberanía. Sin embargo, advierte Longo, existe el peligro de que tales arreglos estimulen formas de neoimperialismo: «Co-bordering might enable forms of imperialism between neighbors that we normally associate with the more distant abroad —a form of proximate colonialism or occupation» (15). Matthew Longo parece perder de vista en estas consideraciones, la verdadera naturaleza del problema fronterizo, reduciéndolo a una cuestión de management, es decir, de administración del control y reparto de la vigilancia y control de flujos migratorios. Su reflexión no entra en aspectos éticos y políticos, aunque el tema afecta el centro mismo de la concepción del ser humano y la ciudadanía en los tiempos actuales. Aunque en direcciones diferentes a la mencionada, otros autores también desvían la problemática migratoria, ya sea reduciéndola a la dimensión de un problema de organización aduanera, o expandiéndola hacia planos que, en su misma amplitud, eluden los términos puntuales del debate económico, político, social y filosófico en torno al tema migratorio. El divulgado y polémico libro de Samuel P. Huntington El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996), donde se desarrollan las tesis publicadas en un artículo aparecido en Foreign Affairs en 1993, comienza por reconocer que «E[e]n el mundo de posguerra fría, por primera vez en la historia, la política global se ha vuelto multipolar y multicivilizacional». No obstante, según este autor, el conflicto mundial se define en torno a la importancia de las fronteras no nacionales —aclara—, sino civilizatorias: «La rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de civilizaciones»; «Los conflictos culturales más peligrosos son los que se producen a lo largo de las líneas divisorias existentes entre las civilizaciones» (2). La aplicación del que ha sido llamado «paradigma civilizatorio» tiene como consecuencia una grave simplificación de los complejos procesos del capitalismo tardío, la globalización de las finanzas y la política, los problemas de interculturalismo a nivel planetario y sobre todo el tema de la desigual distribución de la riqueza, que se ha radicalizado a partir de la aplicación de políticas neoliberales. Huntington reduce la conflictividad global al nivel de la construcción de identidades y de la consideración plana de los intercambios interculturales como fenómenos que crean antagonismos sobre todo en el nivel étnico-religioso. Desde una posición organicista y spengleriana, sus tesis se orientan hacia la concepción de las culturas como totalidades monolíticas y de considerable homogeneidad, que se afirman a partir de la universalidad de sus principios y se oponen las unas a las otras en la lucha por el predominio global. Además de brindar argumentos en favor de la xenofobia, de las políticas anti-inmigrantes y de la hegemonía política de las grandes potencias, las ideas de Huntington refuerzan la noción de las fronteras como principios defensivos imprescindibles para la supervivencia de un «nosotros» que se siente autorizado a las más radicales formas de exclusión y exterminio para la preservación de
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sus criterios y privilegios. Tal «reconfiguración del orden global» implica, a no dudarlo, la exacerbación del exclusivismo nacionalista y la profundización de las fisuras entre diversas concepciones del mundo, no ya dentro de los espacios del occidentalismo, sino a nivel planetario. La frontera real y simbólica es, en estos casos, el dispositivo estratégico que hace posible la proliferación de antagonismos y la deshumanización del sistema global. El mundo, sin embargo, parece encauzado hacia la demostración de la necesidad cada vez más urgente de integración intercultural y de redistribución de recursos, objetivos que solo pueden alcanzarse priorizando el reconocimiento al derecho a la movilidad poblacional, es decir, a la transgresión de fronteras y a la reterritorialización en espacios afines a las necesidades de sujetos y comunidades. Guillermo Gómez-Peña resume, a través de los recursos de la acumulación caótica y el cambio de códigos lingüísticos, rasgos de la frontera que carnavalizan la diversidad y las políticas identitarias: BORDER CULTURE IS a polysemantic term… [it] means boycott, complot, ilegalidad, clandestinidad, transgresión… hybrid art forms for new contents-in-gestation: spray mural, techno-altar, poetry-in-tongues, audio graffiti, punkarachi, video corrido, anti-bolero, anti-todo…to be fluid in English, Spanish, Spanglish, and Ingleñol… transcultural friendship and collaboration among races, sexes, and generations…creative appropriation, expropriation, and subversion of dominant cultural forms… (cit. por Soja, Thirdspace 132).
José Manuel Valenzuela Arce se refiere a las «transfronteras» enfatizando con el prefijo las relaciones transfronterizas (y los transbordos, transportes, traspasos, transacciones y transculturaciones) que estos espacios intermedios hacen posible a nivel global. Según Valenzuela Arce: Las fronteras aluden a los confines, a los límites, a lo que se encuentra enfrente. Las fronteras implican posiciones definidas en condiciones relacionales con distintos niveles de asimetría. Las fronteras son espacios liminales, puertas, umbrales o entradas… así como salidas, inicios, otredades y alteridades que nos (re)definen. Las fronteras anticipan, preludian, son proemios geosociales y espacios connotados como geosímbolos que definen Estados y territorios, significan espacios y visibilizan adscripciones o distinciones identitarias, son límites liminales, espacios de certezas y ambigüedades, umbrales de encuentro de elementos que corresponden a tiempos y espacios diferentes (Transfronteras 9).
Según el mismo autor, la frontera indica un más allá y un a través de, pero a uno y otro lado, la cultura y conflictos que se tienen enfrente se filtran y se integran en lo que el sujeto considera «propio». La recomposición de los mapas
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que se observa como resultado de los cambios políticos y económicos que siguieron a la caída del Muro de Berlín y que representan la acción migratoria de nuestro tiempo, nos enfrenta a una serie de procesos transformativos en los que la frontera tiene un lugar icónico, como dispositivo que articula relaciones de poder, asimetrías y dinámicas tanto autoritarias como transgresivas, que revelan la existencia de una multiplicidad de proyectos y de actores sociales. Al mismo tiempo, las zonas fronterizas son áreas de intercambio, empréstitos, hibridaciones, integraciones, negociaciones e innovación cultural y política. También es obvio que, junto a la presencia imponente de la frontera como límite internacional, las fronteras se multiplican en niveles intangibles en el interior de los territorios nacionales, las regiones y las localidades, de modo que el concepto de lo fronterizo rebasa en mucho la función de división internacional que se atribuía tradicionalmente al concepto de borde nacional. La noción y el sentimiento de «extranjería» acompañan la experiencia social en muy distintos niveles, refiriéndose a las vivencias ciudadanas, a las formas de ocupar el espacio público y de relacionarse con los imaginarios colectivos, de representar simbólicamente las identidades, etc. (García Canclini, «El mundo entero como un lugar extraño»). Valenzuela Arce distingue una serie de rasgos que permiten interpretar las múltiples funciones de la frontera en cuanto a sus dinámicas de producción de energía social y subjetividades colectivas, y también en lo que tiene que ver con su papel en los intercambios materiales y simbólicos interculturales. Menciona la dimensión conjuntiva (integración de realidades culturales y socioeconómicas diversas), la dimensión disyuntiva (delimitación y separación de todo lo que se considera propio de la otredad y es resistido como autodefensa identitaria), la dimensión conectiva (que vincula y articula realidades diferentes, como las étnicas por ejemplo, o como los procesos de transnacionalización comunitaria), la condición inyuntiva (referida a la imposición por la fuerza de un orden determinado, político, administrativo, militar, etc.), la condición generativa (que produce procesos sociales diferenciados de los que existen en los espacios nacionales no fronterizos). La correlación de todas estas dimensiones define a las áreas fronterizas como zonas de contacto, y también como zonas de control, dominación, liberación y emancipación, dependiendo del predominio que en cada caso adquieran las fuerzas sociales enfrentadas en el espacio álgido de la frontera (Valenzuela Arce, Transfronteras 39). Mezzadra y Neilson se refieren a la proliferación de la frontera, que ha pasado a constituirse en uno de los lugares políticos de más álgida lucha en nuestro tiempo. La noción de frontera ha adquirido, además, connotaciones simbólicas y referencias inmateriales que la convierten en un concepto espectral de la teoría política, que se ha adentrado en los imaginarios colectivos como desafío, amenaza y representación de un límite a la vez interior y social, material
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e imaginado. En la entrevista realizada por Mary Luz Estupiñán Serrano, los autores indican: Por una parte, los migrantes enfrentan muy a menudo la frontera mucho antes de la demarcación geopolítica lineal que intentan cruzar (en los estudios críticos de frontera este proceso recibe con frecuencia el nombre de «externalización»). Por otra parte, la sombra de la frontera sigue a los migrantes más allá del momento preciso del cruce de esa línea demarcada, modela sus biografías, emerge de formas heterogéneas (como límites [boundaries] urbanos, lingüísticos, étnicos) al interior del mismo espacio que las fronteras geopolíticas deberían supuestamente circunscribir. Tenemos la impresión que, desde este punto de vista, hay una diferencia esencial con respecto a las anteriores experiencias de migración (Estupiñán Serrano 93).
Como Mezzadra y Neilson analizan en Border as Method, y como se retoma en «New Keywords. Migration and Borders», la externalización es definida como el proceso de expansión territorial y administrativa de los bordes y políticas migratorias de un estado hacia otros, con lo cual las responsabilidades del control aduanero se comparten e implementan coordinadamente. Esto implica, como es obvio, una redefinición de la noción de frontera, y una abstracción de su sentido, ya que, con la forma externalizada, la frontera no es inamovible y material, sino que «encuentra» al migrante, con sus requisitos y su tecnología, fuera del territorio al que este se dirige, en una clara flexibilización de la noción de soberanía. Tal estrategia supranacional es entendida como una forma de «nacionalismo metodológico». Sin embargo, como indican los autores de la definición de externalización en «New Keywords», tal medida tiene connotaciones a nivel humanitario, ya que supuestamente impediría que el migrante se coloque en una situación de peligro o de transgresión de los límites territoriales, con consecuencias legales y/o de seguridad personal (73-74).4 Un aspecto importante que vale la pena destacar, es que Estados Unidos ha hecho de la fronterización una industria global, a través de la cual no solamente se exporta y expande un concepto de borderización como proliferación del criterio de inclusión diferencial, sino también toda la tecnología y sistemas que articulan construcciones fronterizas, vigilancia electrónica, sistemas de detección, detención y deportación de migrantes irregulares, etc. Tal propagación global de los principios y sistemas de la seguridad nacional constituye un gran negocio para las compañías especializadas, así como una forma de expansión ideológica que al tiempo que crea delimitaciones y mecanismos de exclusión, 4 Véase Mezzadra et al., «New Keywords», sobre la detección prefronteriza en la costa sur del Mediterráneo, y también el uso de Guantánamo para detención de haitianos antes de que estos pudieran intentar su entrada a Estados Unidos (75).
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permite a los Estados Unidos un conocimiento del terreno y de los conflictos internos y bilaterales de los países, el cual facilita su involucramiento, cuando no su intervención directa, en distintas regiones (Longo 112 y ss.) Como es obvio, estas redes globales de fronterización, se intensificaron y expandieron sobre todo después del 9/11, cuando el discurso securitario comenzó a fundirse con la retórica del terrorismo y muchas empresas redefinieron sus perfiles para medrar con la ansiedad colectiva y el deseo de contención del enemigo invisible. Aunque las fronteras han existido, con diferentes formas y sentidos, en las distintas etapas de desenvolvimiento humano, hoy en día constituyen un elemento clave para la afirmación del poder en un mundo global, donde los espacios se hacen cada vez más accesibles y, al mismo tiempo, más ajenos. Como señala Sandro Mezzadra en «Sealing Borders? Rethinking Border Studies in Hard Times» (2018), durante la Guerra Fría la idea de frontera evocaba en Europa una línea en un mapa, una delimitación que parecía congelada en el tiempo y en el espacio. Como indica el investigador italiano, en Estados Unidos la situación fronteriza ha sido tradicionalmente mucho más activa y perturbadora, sobre todo en relación con la inmigración mexicana y centroamericana en general. Los conflictos que caracterizan esos tránsitos motivados por razones laborales e impulsados por la desigualdad económica entre ambos países se intensificaron, constituyendo en algunas instancias en situaciones álgidas, que se hacían más o menos agudas dependiendo de los requerimientos del mercado laboral. La situación de los migrantes y los avatares sufridos por la población latina, explotada y discriminada en Estados Unidos durante toda la historia de relación entre esas naciones, alertó sobre la problemática fronteriza como espacio particularmente violento y violentado desde los mecanismos estatales estadounidenses, demostrando asimismo que el límite territorial es solo una manifestación material de formas de exclusión que se extienden a todos los niveles tanto en los bordes como en el interior del territorio del Norte. Según Mezzadra, en la Europa occidental los estudios fronterizos se dinamizan a partir de la caída del Muro de Berlín, en lo que fue percibido como un escenario postnacional democratizado. El Acuerdo de Schengen, firmado el 14 de junio de 1985, abolió los controles migratorios en 26 países (que no coinciden necesariamente con los que integran la Unión Europea), permitiendo el flujo de individuos sin visado de una nación a otra.5 La 5 Al Acuerdo de Schengen, firmado en la ciudad de ese nombre en Luxemburgo, reconoce a los países firmantes como una sola jurisdicción a los efectos de los viajes internacionales, lo cual elimina los controles aduaneros para individuos que pasan de un país a otro. Tal acuerdo abarca 420 millones de personas en un área de más de 4.300.000 kilómetros cuadrados. La disposición facilita no solo el tránsito diario de individuos que pasan diariamente de un país colindante a otro por cuestiones laborales, sino también el abastecimiento e intercambio de mercancías, los negocios y las relaciones culturales, etc.
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década de los 90 convirtió definitivamente a muchos países europeos en espacios de tránsito migratorio y a muchos más en receptores de inmigrantes provenientes de África, de Europa del Este y de países árabes. Los discursos securitarios proliferaron intentando racionalizar y justificar las políticas de exclusión que iban acompañadas de argumentos discriminatorios, de demonización del Otro y ensalzamiento de los derechos de la ciudadanía. El tema de la territorialidad adquiere primacía, al igual que las teorizaciones sobre nomadismo, desterritorialización, ciudadanía global, transmigración y otros conceptos que comenzaron expandirse por el espacio académico. Las necropolíticas de la frontera implementan en las líneas divisorias entre países y en los puntos de entrada a los territorios nacionales o a las áreas privatizadas procedimientos que filtran el acceso, discriminando a los sujetos que aspiran traspasar la línea, por razones supuestamente vinculadas a la protección de recursos, la seguridad pública, los requerimientos burocráticos, la etnicidad, etc., haciendo del cruce y la entrada al territorio nacional un privilegio reservado a ciertos sectores, en desmedro de otros, siguiendo las políticas de «inclusión diferencial». Lejos de apoyarse en criterios objetivos y verificables, la operación de filtración migratoria se basa en una constante subjetivización del proceso, que vuelca sobre este estereotipos, prejuicios, arbitrariedades e interpretaciones variables de leyes y regulaciones creadas en épocas pasadas bajo otras condiciones socioeconómicas y que, en muchos casos, han dejado de tener sentido en el mundo global. El individuo tiene en el presente la constante sensación de vivir en un espacio compartimentado según criterios generalmente incomprensibles, anticuados o inaceptables, que limitan su libertad y sus posibilidades de acceder a los beneficios que otros disfrutan y que les brindan oportunidades de desarrollo y mejoramiento de la vida. [L]a frontera siempre ha sido profundamente heterogénea. La mayoría de sus componentes (desde lo simbólico a lo cognitivo, desde lo lingüístico a lo económico) se mantuvieron articulados en la modernidad, para decirlo de manera resumida, por la metáfora del límite [boundary] lineal, que funcionaba como una especie de línea «magnética» (Estupiñán Serrano 93).
La frontera no es simplemente una «cosa», un objeto o construcción material (muro, empalizada, alambrado, valla, cerco o barrera), ni tampoco meramente un concepto o paradigma destinado a transmitir la idea de obstáculo, de lugar de transición, impedimento o límite. Es ambas cosas, pero al mismo tiempo el sentido general de la frontera sobrepasa tales delimitaciones. La frontera es signo y símbolo, presencia, espectáculo, emplazamiento, panóptico. Constituye, sobre todo en su versión moderna, un ensamblaje o conjunto complejo de
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relaciones de poder mediadas por elementos físicos que organizan el filtro material, documental, militar, ideológico, étnico, social, tecnológico, etc., a través del cual se admiten o rechazan sujetos, animales, mercancías, estableciendo un régimen de selección basado en las operaciones de vigilancia y constante amenaza al infractor, sospechoso o transgresor de regulaciones y normas variables y aplicadas selectivamente. De ahí que se hable, en la bibliografía crítica, del «régimen fronterizo»: («border regime») para hacer alusión a la implementación de una lógica reguladora que organiza biopolíticamente la corriente poblacional a través de actos que constituyen, performativamente, el ritual de admisión o rechazo. Lejos de «fluir» de modo natural, la movilización poblacional es obstaculizada con procesos de registro del cuerpo, la documentación y las posesiones, y por impedimentos legales y puniciones destinados a imposibilitar la entrada de individuos considerados indeseables, a quienes se niega el derecho de relocalización territorial. En este sentido, vale la pena traer a colación la crítica que realizan Mezzadra y Neilson a la noción de flujo, cuyas connotaciones metafóricas rastrean hasta Heráclito, en cuanto a la continuidad del tiempo y del cambio, semejantes al correr de las aguas de un río. Como señalan los autores mencionados, la palabra flujo, muy utilizada en los estudios sobre migración por denotar movilidad poblacional constante, no comunica adecuadamente los procesos de segmentación, jerarquización y coordinación logística que caracterizan los movimientos migratorios. Citan al respecto los trabajos de Aihwa Ong y de Anna Tsing, en los que se señala que el lenguaje de la movilidad (flujos, redes, corrientes) ha desviado la atención sobre las formas de flexibilidad que asume el control fronterizo y sobre los contextos de extrema hibridación sobre los que ese control se implementa. Para Tsing, por ejemplo, importa enfatizar la importancia que adquieren los procesos de construcción de objetos y sujetos durante la práctica migrante, y los canales de circulación que se utilizan, sin olvidar la violencia y la forma caótica a través de la cual se producen esos recorridos, nociones que la idea de flujo no comunica, al sugerir un movimiento apacible y continuo, donde la importancia del conflicto no aparece representada. De ahí que esta autora utilice más bien la expresión «conexiones globales», y trabaje la idea de los constantes procesos de heterogeneización y fragmentación espacial correlativos a la migración (Mezzadra y Neilson, Border as Method 209-211). El sujeto migrante desautoriza y pone en cuestión la utilidad y sentido de la frontera, su legitimidad, su eficacia y su ética, demostrando que en torno a la idea misma de límite territorial se dirimen luchas de poder, se crean formas de oposición y se generan movilizaciones de afirmación y negación. Estos vaivenes dan lugar a conflictos políticos sobre problemas de propiedad, ciudadanía, nacionalismo, soberanía, etc., los cuales tienen, a su vez, resonancia a nivel comu-
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nitario. Por estas razones, el campo de estudio de la frontera y de la migración en general no es puramente geocultural o etnográfico, sino que abarca todos los niveles: económicos, políticos y culturales en sentido amplio, incluyendo aspectos lingüísticos, religiosos, sociales, etc. El análisis de la frontera involucra el tema jurídico y militar, tanto como cuestiones de representación. Requiere emprendimientos interdisciplinarios e históricos, ya que la frontera, como las sociedades, cambia de manera constante sus delineamientos y criterios. Es obvio que la noción de frontera se apoya en un principio de orden, persiguiendo la finalidad de la distribución espacial y del control de los movimientos que la atraviesan, la desafían y la transgreden. La porosidad y filtración (leakage) de la frontera la constituyen y la confirman. La frontera parece requerir, sin embargo, una estabilización temporal y relativa de esos procesos que tienden a superar y hasta a destruir los obstáculos que se construyen para detenerlos (Nail, Theory of the Border 13). A nuestros efectos, interesa tanto el aspecto kinésico de la frontera, es decir, su relación con las movilizaciones sociales y su misma constitución inestable y fluida, como su valor epistémico, que permite entender la subjetividad del transgresor, sus motivaciones y estrategias, y las formas de percepción, conocimiento y representación que derivan de la transgresión del límite.6 Interesa entender la frontera como espacio intersticial, de contaminación e intercambio, como signo de la exterioridad y lugar en el que se produce el «cara a cara» entre el Yo y el Otro. Se trata, en definitiva, de captar el momento mismo de la interpelación, y de sentar las bases para una crítica de la alteridad en los contextos interculturales de nuestro tiempo. Los estudios actuales intentan superar las dicotomías que ven la frontera como línea divisoria en la que entran en conflicto las prácticas de flujo y restricción, de modo dicotómico. Más bien, interesa captar la complejidad de los intercambios que se producen en el área fronteriza y las contradicciones y ambigüedades que la rigen.7 Toda frontera, como ha enfatizado la antropología y la crítica cultural, constituye una «zona de contacto» en la cual se producen intercambios y experiencias de transculturación. En relación al contexto colonial en Hispanoamérica, la definición que da Mary Louise Pratt en Imperial Eyes de la «zona de contacto» enfatiza el encuentro e interrelaciones entre opresor y oprimido, colonizador y colonizado. Tales enfrentamientos implicaban, en el contexto de la dominación colonial, no solamente intercambio cultural sino conflictos, formas de coerción, choques y estrategias de control, explotación, 6 Como
indica Nail, «Kinopolitics is the theory and analysis of social motion: the politics of movement. Instead of analyzing societies as primarily static, spatial, or temporal, kinopolitics or social kinetics understands them primarily as regimes of motion» (Theory of the Border 24). 7 Véase al respecto, por ejemplo, Tapia y Parella, quienes analizan las movilizaciones migratorias en las fronteras entre Chile y Perú, y entre México y Estados Unidos.
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etc., en condiciones de extrema desigualdad. Pratt utiliza el término «zona de contacto», según indica, como sinónimo de «frontera colonial,» aunque la expresión zona de contacto invoca mejor el espacio-tiempo en el que los sujetos están copresentes y sus trayectorias intersectan: The term «contact» foregrounds the interactive, improvisational dimensions of imperial encounters so easily ignored or suppressed by accounts of conquest and domination told from the invader’s perspective. A «contact» perspective emphasizes how subjects get constituted in and by their relations to each other. It treats the relations among colonizers and colonized, or travelers and «travelees», not in terms of separateness, but in terms of co-presence, interaction, interlocking understandings and practices, and often within radically asymmetrical relations of power (8).
James Clifford usa también el concepto de zona de contacto para referirse a los espacios en los que se produce la negociación entre culturas, que el antropólogo ve como un proceso de competencia simbólica mediado por una serie de actos performativos. Es en esa zona gris y dinámica que se intercambian signos, símbolos y señales, mercancías, emociones, cuerpos y mensajes, y donde elementos vernáculos y foráneos se mezclan e hibridizan, haciendo imprescindible la traducción no solamente lingüística sino, principalmente, cultural, de conceptos, valores y categorías.8 En distintos contextos la conceptualización de la frontera ha tenido una historia diferente. Levitt y Jaworsky recuerdan, por ejemplo, que ya en la década de los años 50 el folclorista Américo Paredes propuso estudiar las fronteras como una «unidad transnacional», noción que el mismo Paredes aplica en su estudio de los corridos mexicanos y otras formas de la cultura popular en áreas fronterizas (Levitt y Jaworsky 139). Desde entonces, gran cantidad de estudios y teorías se han elaborado no solo para el análisis de flujos económicos, tráfico de mano de obra, mercancías y corrientes migratorias, sino para el estudio del contacto cultural y particularmente lingüístico. Las ideas de hibridación y transculturación se cuentan entre las más divulgadas para la conceptualización de intercambios materiales y simbólicos en los que la noción de frontera va siendo rápidamente reemplazada por otras nominaciones que enfatizan, en términos de Pierre Bourdieu, la construcción de campos culturales transnacionalizados. The «migration melange» or the mixing of cultural traits from the homeland and the culture of residence forms a hybridity continuum, «[a]t one end, an assimilationist hybridity that …adopts the canon and mimics hegemon and, at the oth8 Véase
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Clifford, The Predicament of Culture.
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er…a destabilizing hybridity that blurs the canon, reverses the current, subverts the centers» (Nederveen Pieterse 73 cit. por Levitt y Jaworsky 139).
Apoyándose en Bajtín, Iris Zavala recupera una noción dialógica y móvil de frontera, entendiéndola como el lugar por excelencia de producción cultural, donde las nociones de centro y margen constituyen el desafío, la amenaza del sistema. Asimismo, la frontera es un lugar de enunciación o, mejor aún, una posicionalidad epistémica en la que la diferencia (différence, différand) es protagónica. Se entiende que se trata no solamente de la manera de nombrar un límite político, territorial o geocultural, sino de hacer referencia a un espacio epistémico, de conocimiento, interacciones y productividad simbólica, desde el cual se activa el principio exotópico: la mirada desde afuera. El dominio cultural no tiene territorio interior: está situado en las fronteras —las fronteras le recorren por todas partes, a través de cada uno de sus aspectos. Todo acto cultural vive, de manera esencial, en las fronteras: en esto reside su seriedad e importancia, alejado de las fronteras pierde terreno, significación, deviene arrogante, degenera y muere […] Pero frontera significa muchas cosas: lo que divide y limita. El problema está quién limita y porqué se limita: o dicho en bajtiniano: la frontera rehúye el centro, está en los márgenes, y desde los márgenes pueden corroer el edificio de homogeneización creado por el universalismo centralista, que como fuerza centrífuga o como el ojo del huracán, intenta absorberlo todo, engullirlo para crear una falsa ilusión de igualdad homogénea […] Impera la necesidad de explorar la encrucijada entre la noción de «frontera» y la noción de margen, lo marginal, etc., a veces confusas tan sólo porque en la liminalidad de la frontera el otro está muy cerca. Y de esta cercanía de «el otro» podríamos lanzar la posibilidad de una ontología, una epistemología y una ética fronteriza. Es decir, la frontera como un constructo teórico catalizado por el referente geográfico, pero emplazado teóricamente como un concepto que va mucho más allá de eso. Aquí, alusiones al pensamiento lacaniano y bajtiniano no son gratuitas. Si en el discurso del yo, siempre habla el otro como afirma Lacan, y si según Bajtin todo enunciado presupone un otro, un tercero diferido en un futuro, entonces la constitución del sujeto y el tráfico del lenguaje en el circuito social son «fronterizos», lo cual no es otra sino una manera de reacentuar la exotopía del sujeto y la dialogía del intercambio social. Lacan sostiene lo mismo con otro vocabulario, pero la suya es una propuesta fronteriza, más que fronteriza, recuérdese que significa la descentración del sujeto (I. Zavala s/p).
Ya que la frontera evidencia la relación entre identidad y alteridad tal como esta conexión se elabora, en este momento, en el escenario de la postmodernidad, captar las relaciones que posibilita este locus desterritorializado permite adentrarse en las más hondas fisuras del discurso moderno, en sus contradiccio-
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nes y fracasos, tanto como en las formas de subjetividad que han surgido a partir de la experiencia social y de los antagonismos que la caracterizan. Uno de estos momentos de conflicto o de crisis se sitúa en el nivel de los lenguajes, convertidos en un desafío babélico que el migrante enfrenta y resuelve con el auxilio del idioma alternativo de los gestos, los signos y las miradas. La frontera se sitúa en el límite del lenguaje, o mejor aún, en el agotamiento y repotenciación de su territorio semántico. Las hibridaciones, préstamos lingüísticos, desviaciones de la normatividad gramatical y léxica, contaminaciones y neologismos que se registran como resultado del contacto entre lenguas distintas, dan prueba de la exacerbada necesidad comunicacional y de la forma en que se superan las limitaciones de la palabra y se innova tanto en el nivel de los significados como en el de las formas fonéticas, sintácticas, etc. La frontera es la prueba del exceso, del rebasamiento y del vacío que se experimenta ante la lengua ajena. Se trata de un vacío que se va saturando de sentido, que es al mismo tiempo pleno y abismal, hiperbólico y condicionado por la necesidad. De hecho, varios autores asocian la migración con la idea del exceso, para señalar la dimensión social —poblacional— de movilizaciones que rebasan las normas, los parámetros territoriales y los canales previstos para encauzar los desplazamientos humanos. Asimismo, en situaciones específicas, la migración señalaría también el exceso de mano de obra con respecto al mercado laboral local, y la necesidad de los sujetos de buscar otros horizontes de supervivencia, rebasando el espacio nacional. De la misma forma en que la frontera no admite ningún tipo de monopolio lingüístico, tampoco aloja la verdad en ninguna de sus formas, sino principios múltiples, regímenes de verdad pluralizados, proliferantes, relativos y negociables. La frontera no afirma, sino que interroga e interpela. Pregunta para que la pregunta sobreviva a la respuesta. En la frontera todo es evento, ocurrencia. Es un espacio polivalente, heteroglósico e irrepresentable.9 [B]order thinking is the name for a new geopolitically located thinking or epistemology from both the internal and external borders of the modern (colonial) world-system (Saldívar, «Border Thinking» 152).
Sin embargo, esto no significa que la frontera sea un sitio de neutralidad y de relativismo. Si algo es evidente en el límite fronterizo es la desigualdad, la asimétrica relación de fuerzas, la razón del que busca un espacio donde hacer su residencia y desarrollar su vida, con un adecuado acceso a recursos y a condiciones de paz y respeto social. La frontera, entonces, es el lugar en el que la 9 Véase
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la elaboración que hace Zavala de estas nociones en su corto pero sugerente ensayo.
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razón de Estado se enfrenta a las lógicas de la vida misma, en que la política y la necropolítica se enfrentan y confunden. Por eso es un lugar de definiciones, evidencias, testimonios. Como espacio generador de sentido y productor de prácticas innovadoras, la frontera es también el ámbito en que nuevas formas identitarias y post-identitarias emergen en relación con las formas de conciencia que ese espacio social promueve, y en base a las experiencias específicas que tienen lugar en torno a las vivencias de transitoriedad, rechazo, persecución, resistencia, combinación de culturas, lenguas, costumbres y creencias. En Border Women: Writing from La Frontera (2002), Debra A. Castillo y María Socorro Tabuenca destacan, recordando observaciones de Étienne Balibar, el carácter no recíproco de los intercambios fronterizos, donde los sujetos que atraviesan la línea entre naciones, en el caso de la frontera Estados Unidos-México, parten de posicionalidades radicalmente asimétricas. Esto crea disonancias, desniveles y antagonismos insalvables, y hace de la frontera un espacio inmejorable para el estudio de distintas formas de ejercer el poder y de resistirlo, por ejemplo, a partir de hibridaciones que colonizan los discursos y prácticas hegemónicas infiltrando formas de subjetividad, agendas y procesos sociales que van erosionando la hegemonía del Norte. Bhabha plantea, como recuerdan las autoras, que la frontera obliga a replantear la noción de cultura al presentar un más allá, un beyond, que ya no se corresponde con la supuesta solidez y coherencia de las culturas nacionales definidas en base a su arraigo territorial. With human mobility, migration, or diaspora, either from rural to urban areas, from small cities to large metropolises, or from the Third World to the First, the concept of culture as an internally coherent autonomous universe can no longer be sustained. It is, then, important to rethink our habitat (home, city, country, world) not as a static place with peoples who enjoy fixed identities, but rather as dynamic territories and peoples with multiple identities (Castillo y Tabuenca 4-5).
Es importante recordar, en este contexto, que las reflexiones en torno a la frontera, y sobre todo los testimonios que se recogen de las personas involucradas en las dinámicas migratorias, coinciden en señalar el carácter fuertemente empírico de esta temática, cuya especificidad solo puede ser captada a partir de la experiencia directa que acompaña los procesos de tránsito, revisión y deportación de migrantes, así como las trayectorias ilegales a través de territorios hostiles, marcados por el peligro, la necesidad y el abuso: «the only way to understand the border is to cross it» (Castillo y Tabuenca, 10). Se cuestionan así, desde esta perspectiva, elaboraciones que presentan la frontera en versiones esencializadas, excesivamente abstractas, resaltando solo la importancia conceptual y el valor
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metafórico de la misma, con lo cual se perdería el elemento vivencial de la hibridación cultural, la experiencia del cuerpo, la resonancia del lenguaje, los gestos y costumbres que son propios de esos ámbitos específicos. Castillo y Tabuena se refieren, en este sentido, a la mistificación de la frontera que se advierte en la obra de Gómez-Peña y Anzaldúa, donde la importancia figurativa del borde nacional predomina como elemento generador de significados. Asimismo, la perspectiva subjetiva desde la que se define la escritura de Borderlands/La Frontera parte de un «nosotros» demasiado restrictivo, concentrado en la marginalidad, que no alcanza a otro tipo de subjetividades que, aun estando marcadas por la experiencia fronteriza, residen en territorios reales o imaginados de la naciónEstado, y no necesariamente en la región álgida en la que se realizan los cruces internacionales. In Anzaldúa’s work the border also functions primarily as a metaphor, in that the border space as a geopolitical region, converges with discourses of ethnicity, class, gender/sex, and sexual preference. Nevertheless, Anzaldúa’s book, despite its multiple crossings of cultural and gender borders —from ethnicity to feminisms, from the academic realm to the work of blue-collar labor— tends to essentialize relations between Mexico and the United States. Her third country between the two nations, the borderlands, is still a metaphorical country defined and narrated from a First World perspective (15).
Las objeciones a las estrategias representacionales de Borderlands/La Frontera no terminan allí. Según las mismas autoras, In her book Anzaldúa articulates a cultural and social wall between white Americans and Mexican Americans, again in contrast to the diffusion of borders as observed in Hicks [Border Writing. The Multidimensional Text (1991)] or in Calderón and Saldívar’s work [Criticisms in the Borderlands. Studies in Chicano Literature, Culture and Ideology (1991)]. Gloria Anzaldúa is critical of US authoritarianism, and in her writings she challenges the hegemony of monolithic US discourse. It is in no wise the same, however, to belong to an official minority within the United States as it is in Mexico. Anzaldúa and Gómez-Peña speak from the interstices of US dominant culture and they have self-authorized their hybrid discourse in the social construction of difference (15-16).
Se reivindica aquí el tema del lugar de enunciación, en la medida en que este condiciona la visión de la frontera y las formas de su articulación conceptual y su significado político y social. Los elementos de mistificación de la frontera, la exaltación de su liminalidad y valor metafórico, con agregar matices a la interpretación de una categoría que además de su importancia geocultural y política
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tiene una indudable carga simbólica, resaltan la construcción de estos debates como formas de lucha identitaria. Al mismo tiempo, muestran a la frontera como capital simbólico disputado desde distintas plataformas, en las cuales se elaboran diferentes agendas y se destacan diversos agentes en las luchas sociales. Como contexto de estas polémicas está el tema de la nación como lugar imaginario/originario (Aztlán, México o Estados Unidos), como ámbito simbólico que confiere legitimidad a ciertos discursos y desautoriza a otros, por considerarlos apropiaciones oportunistas o puramente performativas de una realidad cuyo dramatismo parece rechazar el distanciamiento estético. Desde esta perspectiva, la frontera es un lugar concreto, de luchas sociales y políticas cuya entidad y ramificaciones exceden los modelos simbólicos a través de los cuales se intenta capturarlas. La frontera como cuerpo (apropiaciones) En la definición de «frontera» elaborada para el Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos, Marisa Belausteguigoitia señala que más allá del carácter puramente geográfico o geopolítico, las separaciones fronterizas tienen un sentido pedagógico, ya que se vinculan a los conocimientos y prácticas que enseñan al ciudadano los principios de la democracia y la soberanía. Aplicada al campo del saber, la noción de frontera se refiere a la distinción entre esferas del conocimiento de acuerdo a criterios disciplinarios diferenciados y específicos. En ese sentido, toda frontera puede ser cuestionada y transgredida para llegar a conocimientos integrados y conquistar espacios de saber que las compartimentaciones tradicionales no posibilitan. En cuanto a la frontera como límite entre naciones o como marca de delimitación de los perímetros de la nación-Estado, la pregunta que se formula es también una pregunta sobre la integración y la reterritorialización: Desde qué límites discursivos, con qué colindancias transnacionales, a través de qué umbrales de la materialidad y la reapropiación de nuestra historia podemos acercarnos al desarrollo de una ciudadanía inclusiva e intercultural en América Latina? (Belausteguigoitia 106).
Toda frontera invisibiliza lo que deja fuera, exhibiendo más bien el ejercicio del Poder, provocando resistencias y obligando a repensar conceptos restrictivos de identidad. Como señala Belausteguigoitia, en la operación fronteriza queda al descubierto la disfuncionalidad de la globalización y las desigualdades que la acompañan. Al demarcar un límite, la frontera produce resistencias y reapropiaciones,
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transgresiones y redefiniciones del espacio territorial o epistémico que desborda esos límites. La autora de estas reflexiones sobre frontera aborda al mismo tiempo transnacionalidad, transdisciplina y transexualidad, por las similitudes que el prefijo señala en las operaciones de cruce de un lado a otro de espacios que la experiencia social e intelectual ha llegado a conectar, superando delimitaciones convencionales. En el presente libro, sin negar la expansión del concepto de frontera a campos afines, o su utilización metafórica, se intenta concentrar la mirada en la frontera territorial para abarcar los temas de la transgresión, la hibridación y la exclusión, así como los conceptos y prácticas que conducen a formas posibles de integración intercultural. Interesa aquí, sobre todo, el aspecto de la prohibición y el castigo, la victimización y la cuestión del «orden» (social, político, jurídico). Asimismo, se enfatiza la necesidad de revisar los principios de ciudadanía, consenso, identidad, nación, etc., que rodean el tema de la frontera territorial en sus distintas formas de materialización y simbolización del Poder. Se vislumbra así un área de interacciones, hábitos, usos lingüísticos e intercambios simbólicos en los que se mezcla legalidad y clandestinidad, solidaridad y crimen, identidades y otredades, corporalidades y afectividad, lo local y lo transnacional. Aunque se refiere a un espacio polarizado y con frecuencia violento, el tema de la frontera no se resuelve en dualismos reductivos, fijos e insuperables. Sobre todo en algunas localizaciones, es también el lugar en el que se vinculan posicionalidades fluidas y donde, a pesar de la asimetría política, social, económica y cultural, se producen constantes negociaciones y contiendas entre visiones del mundo, intereses, principios y tradiciones.10 En un artículo publicado en 2003 titulado «Centralidad de las fronteras. Procesos socioculturales en la frontera México-EE.UU.», Valenzuela Arce se refiere a una serie de metaforizaciones de la frontera que proponen ángulos analíticos. Muchos de ellos tienen que ver con la corporalización del territorio y las ideas de fragmentación de ese cuerpo social. Desde la pérdida de territorios mexicanos incorporados a los Estados Unidos, se generalizan las imágenes de ruptura, mutilación territorial, herida y fractura, para representar el daño y sufrimiento de esa cesión, y la pérdida y duelo que resulta del Tratado de Guadalupe Hidalgo. Una comunidad imaginada transnacional viene a superponerse a la idea del nacionalismo territorializado. Pero, al mismo tiempo, y como consecuencia de tales situaciones geopolíticas, la frontera se convierte en el límite entre civilización y primitivismo, sofisticación y vulgaridad, desarrollo 10 Interesa
a nuestros efectos, sobre todo, la materialidad de la frontera tal como la entiende, por ejemplo, José Manuel Valenzuela Arce para el caso de América Latina y sobre todo de la frontera entre México y Estados Unidos. En el caso de la región caribeña, pueden verse los estudios de Martínez San Miguel sobre cuestiones de migración de dominicanos, haitianos, puertorriqueños, cubanos, etc., hacia Estados Unidos y dentro de la región insular.
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e indigencia, oposiciones que tematizan la desigualdad y la injusticia social a través de estereotipos racializados y presentados como irreconciliables. Valenzuela elabora no solamente en torno a la frontera en tanto límite internacional, sino respecto a las fronteras interiores, de la clase, la raza, el género, las identidades y los sentimientos hacia la patria y hacia sus afueras. Estas compartimentaciones incluso marcaron a los que iban, a los que regresaban, a los que se identificaban con la cultura del Norte, a los que se mantenían leales a las formas vernáculas, etc. Chicanos, pochos, pachucos, latinos, constituyeron posicionalidades identitarias que fragmentaron la idea de la nación como territorialidad generadora de formas estructuradas y fijas de (auto)reconocimiento social. Fueron los desplazamientos migratorios, en sus múltiples olas y estilos, los que diversificaron la mexicanidad, una expresión esencialista y ahistórica que se fue vaciando de significación. Pero los estereotipos no se limitaron a los individuos en su relacionamiento con la patria o con los procesos de transnacionalización, sino que alcanzaron a los espacios fronterizos en sí, a las áreas de intercambio, cruce y negociación que existen entre una u otra extensión nacional. La frontera misma, como «zona de tolerancia» es vista, como indica Valenzuela, como un espacio promiscuo e improductivo, corrupto y prostituido, lugar de vicios, excesos y conductas delictivas de diversa naturaleza. Serían los discursos y estrategias securitarias los que cambiarían la visión y función de la frontera, la cual pasaría a ser uno de los lugares álgidos de vigilancia y militarización gubernamental. Autores como Lester Langley, citado por Valenzuela, identifican una unidad geopolítica en la región mexicano-americana, la cual tendría sus centros en la Ciudad de México y en Los Ángeles, haciendo que la línea divisoria entre ambos países resulte un concepto más que un dispositivo, es decir, una idea cuyo correlato material es oscilante, permeable y relativo. MexAmérica es el término que da nombre a una realidad rizomática caracterizada por sus líneas de fuga, donde exterior e interior son relativos, interconectados e indistinguibles. Valenzuela se refiere a una serie de «procesos socioculturales de la frontera» (clase y enclasamiento, intersección cultural, vecindad, apropiación cultural, transculturación, innovación cultural, resistencia, inclusión/exclusión, y otras) que serán retomadas a lo largo de este trabajo y que vale la pena revisar en la propuesta original del investigador mexicano. La frontera sería, cada vez más, el dispositivo securitario en el que se radicalizan las diversas formas de exclusión que han caracterizado a los límites territoriales desde sus inicios. Nuevos desgloses y nuevas técnicas interpretativas se han hecho necesarios para enfrentar, sobre las bases indicadas, el fenómeno de la frontera global. Thomas Nail realizó, como se ha venido viendo, un fino trabajo de desglose y redefinición de términos afines, comprendidos en un mismo campo semántico, relacionado con el tema de las delimitaciones fronterizas, y generalmente
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usados como sinónimos. Este crítico diferencia, básicamente, el significado de cuatro conceptos: la marca, el límite, la linde (o lindero) y la frontera (términos que traducen, con suficiente aproximación, los cuales se identifican en inglés como the mark, the limit, the boundary y the frontier. En su análisis, Nail señala distinciones que apuntan a la función específica que cada uno de estos elementos cumple en el redireccionamiento de los flujos de movilización y de desplazamiento que constituyen la «operación kinopolítica» de la frontera. Cada uno de esos términos determina un régimen de delimitación ofensivo, defensivo, unificador o disyuntivo para el encauzamiento de las corrientes que circulan en las áreas limítrofes. Conviene recordar, sin embargo, que la frontera, en sus distintos regímenes, no opone estatismo a movimiento, ni estabilidad a variación, ni orden a caos, sino que señala un punto crucial en la reorientación de los tránsitos de individuos, animales o mercancías. En torno a la frontera existe siempre movilización en diversos sentidos, corrientes de ida y vuelta, giros, tránsitos legales e ilegales, abiertos o clandestinos, individuales o masivos. Asimismo, toda frontera es móvil, provisional, un principio de orden que se aplica de manera relativa, selectiva, desigual, al mismo tiempo convencionalizada y arbitraria. Es sobre todo un punto de referencia, una señal. Toda marca o delimitación, según Nail, constituye un daño, produce una herida, una cicatriz en el terreno, y se materializa de distintas maneras: un símbolo grabado en un árbol, un cartel plantado en la tierra, una roca tallada, las huellas de pisadas que se imprimieron sobre el terreno. Son elementos que crean una transformación y por tanto tienen un carácter ofensivo, constituyen una forma de violencia. En cuanto al límite, este es lo que la marca deja detrás, lo que indica un trayecto que debe ser defendido y preservado, ya que «the border not only requires the initial mark into the earth, but also the defense of this mark through the plugging of the path or gap left behind» (39). La linde (boundary) es la función que junta el afuera con el adentro. La frontera expele objetos y sujetos y al mismo tiempo, compulsivamente, los vincula de manera estrecha. «This is the triple motion of the border that is required for the production of society: expulsion, compulsion, and expansion» (39).11 Finalmente, la noción de frontera, más que referirse a algo exterior y estático (ej. un muro), alude a flujos disyuntivos que se rearticulan, ya que la frontera es en sí misma un elemento dinámico y cambiante. Se trata de una zona de asentamiento en movimiento, de un espacio inestable que excluye e incluye, atrae y rechaza, que puede cambiar su disposición, su ubicación en el terreno, sus señales. De todos modos, la frontera 11 El concepto se explica mejor desde el término en inglés: boundary. «To be bound is to be in the continual process of being socially recirculated and directed through the junctions of society» (Nail, Theory of the Border 39).
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dista mucho de ser solo un obstáculo material. Nail da el ejemplo de los indocumentados en Estados Unidos, cuya presencia crea una frontera interna que los expele y los condena a la inaccesibilidad de servicios y beneficios propios de la ciudadanía, al tiempo que los integra como mano de obra en tareas temporales, de servicio, etc. Tal indeterminación es propia de la frontera, constituyendo uno de los dispositivos o tecnologías que influyen de manera más intensa en la formación de la sujetidad migrante, creando flujos de contradictoriedad e incertidumbre a nivel individual y colectivo. Estos conceptos tienen un carácter abstracto que permite penetrar en la cualidad de lo fronterizo como zona epistémica, que determina no solamente conductas y formas de conocimiento sino también subjetividades: modos de sentir e imaginar el mundo, de concebir y modelar la cotidianeidad, de educar a las nuevas generaciones, de consolidar valores, expectativas y deseos. Además de integrar el campo conceptual de lo limítrofe, la frontera es un espacio donde se materializa el Poder y prolifera la experiencia. Contra la aparente permanencia de la frontera se recortan los eventos cotidianos, prohibiciones, autorizaciones, excepciones, castigos, multas, sobornos, arrestos y expulsiones. Convergentemente, proliferan narrativas jurídicas, relatos personales, testimonios, documentos e intercambios ilícitos que convierten la experiencia fronteriza en un espacio babélico que parece inabarcable. En la frontera afloran muchos elementos que son propios del espacio panóptico: se trata de un sistema de vigilancia continua, que funciona como el ojo de una autoridad omnipresente e invisible, que vigila y sanciona, regula y distribuye. El territorio es la plataforma sobre la que se realizan esas operaciones en las que se atribuyen derechos, se otorgan beneficios y se implementan interdicciones, en un ejercicio biopolítico de dimensión kafkiana. Factores políticos, económicos, sociales, culturales, éticos y religiosos interactúan en zonas fronterizas en una red intrincada de significaciones y de prácticas donde el aspecto humano es atrapado y engullido por el biopoder. A cada lado de la frontera se extienden mundos cambiantes, reales o imaginados, ficciones y sucesos, trampas y beneficios difíciles de evaluar de cara a los riesgos, las pérdidas y los abusos que conlleva la transgresión del límite. De este modo, la frontera es un lugar de tráfico no solamente humano y mercantil sino también inmaterial: de proyectos, necesidades, deseos y expectativas. La frontera es, como todo lugar a partir del cual se ejerce el Poder en gran escala, un espacio estratégico, que termina por demostrar la insuficiencia de ese poder, su control relativo sobre individuos, situaciones y objetos, es decir, su misma paradójica vulnerabilidad. Como indica Foucault, existe una estrecha relación entre las nuevas formas del poder biopolítico y las redefiniciones del concepto de soberanía, dos líneas
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de fuerza que convergen en la frontera. Maurizio Lazzarato enfatiza, siguiendo la línea foucaultiana, la importancia del ejercicio de la resistencia, que él ubica en la tríada gobierno-población-economía (bio)política. Según el sociólogo y filósofo italiano, el carácter eminentemente dinámico que acompaña la implementación biopolítica, no debe ser visto como una imposición que actúa siempre de modo unilateral —aunque indudablemente asimétrico— sino como un sistema de relaciones que puede ser impugnado y, eventualmente, alterado. ¿Podemos entonces leer el desarrollo de la biopolítica no como la organización de una relación de poder unilateral, sino como la necesidad de asegurar una coordinación inmanente y estratégica de las fuerzas? Lo que nos interesa señalar es la diferencia de los principios y de las dinámicas que rigen la socialización de las fuerzas, el poder soberano y el biopoder. Las relaciones entre estos dos últimos pueden ser comprendidas sólo sobre la base de la acción múltiple y heterogénea de las fuerzas. Sin la introducción de la «libertad» y de la resistencia de las fuerzas, los dispositivos del poder moderno permanecen incomprensibles, y su inteligibilidad será inexorablemente reducida a la lógica de la ciencia política, cosa que Foucault expresa de la manera siguiente: «En primer lugar está la resistencia, y ella permanece superior a todas las fuerzas del proceso; ella obliga, bajo su efecto, a cambiar las relaciones del poder. Considero entonces que el término “resistencia” es la palabra más importante, la palabra-clave de esta dinámica» («Del biopoder a la biopolítica» s/p).
En estas situaciones el cuerpo es el lugar de encuentro de fuerzas que se activan en todas las direcciones. Es el lugar de la victimización, la vigilancia, el atropello, la negociación, la violación, el castigo y, en ocasiones, el receptor de la conmiseración, la solidaridad y la tolerancia. De modo que el territorio corporal destaca su carácter fronterizo, inestable, al mismo tiempo vulnerable y resistente. La apariencia, el color de la piel, los indicadores de clase, el género y la sexualidad se vuelven elementos que delatan y catalizan reacciones y procedimientos. La dimensión corporal es la línea que convoca la articulación de política y ética, deshumanización y humanitarismo, donde estos términos se dirimen de acuerdo a intereses y a campos de poder que funcionan a partir de sus propias regulaciones. Es en estos escenarios donde se manifiesta en toda su claridad la fuerza del Poder sobre las poblaciones, el derecho a otorgar la vida o la muerte, a distribuir beneficios, clasificar, jerarquizar, negar y conceder, en un espacio de deshumanización y de exceso donde los derechos humanos y los del ciudadano han terminado por bifurcarse, quebrando el pacto social de modo irreparable. Como espacio, la frontera es física y epistémicamente apropiable, interpretable, definible, por lo cual constituye un territorio simbólico que se presta
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a múltiples y dispares apropiaciones. Es un cuerpo social violado (violentado) por fuerzas masculinizadas (institucionalizadas, militarizadas, hegemónicas, amparadas en la impunidad y naturalizadas por el Poder) que se imponen a través de penetraciones que transgreden los límites de los derechos humanos, la propia corporalidad migrante, sus afectos, deseos y necesidades. Es también apropiable por fuerzas criminales que aprovechan la vulnerabilidad y el despojo de quienes se concentran en torno al cúmulo de posibilidades que la frontera abre, exponiendo sus cuerpos y sus vidas en una lucha desigual e inevitable. Es un espacio ciertamente apropiable por el discurso, el del poder y el de la resistencia, en sus múltiples formas de apertura y relacionamiento de palabra y acción. Cada posicionalidad se apoya en una retórica distinta, cargada de sentidos que es necesario descifrar. La retórica del Poder utiliza los recursos de la legalidad, los tecnicismos y fórmulas del securitarismo, la tradición occidental de la ciudadanía y de la soberanía de los Estados. El lenguaje de la resistencia aparece como babélico, dialectizado, colonizado por jergas, idiolectos, expresión de creencias, supersticiones y memorias, que expresan una racionalidad otra que habla los idiomas de la subalternidad, la resistencia, la cotidianeidad, la precariedad, los afectos, la persistencia, el silencio de quien no tiene nada que perder y todo que arriesgar, y que tiene sus lógicas, sus antecedentes históricos, y sus propias concepciones de éxito, heroísmo, territorio, civilidad y vida. Se trata de un lenguaje marcado por la heterogeneidad y por la hibridación, calibánico y saturado de experiencia, marginación y escarnio. La frontera es también apropiable por los discursos de la ecología, la sociología, las ciencias políticas, la economía y las artes, cada una de las cuales tiene su propio vocabulario para referirse a aquello que por su intrínseca diferencia es realmente inabarcable e irrepresentable, y que sin embargo debe ser conocido, es decir, aproximado ética, política, y epistémicamente, porque concentra una red de tensiones que revelan las contradicciones internas del sistema, sus excesos, sus carencias y sus perversidades. Es un lugar que puede reducirse a números, estadísticas y cartografías, pero cuya naturaleza rebasa esos parámetros. Es justamente en su particularismo y singularidad que lo sustancial de la frontera se revela, en los dos sentidos de manifestarse y de insubordinarse a las limitaciones disciplinarias. Esto no quiere decir que sus paradojas, multiplicidades y contradicciones no puedan ser conceptualizadas, siempre que se recuerde que todo acto de conocimiento siempre se enfrenta al exceso del significado, al desborde inevitable del sentido que nunca se deja capturar del todo. La frontera es un cuerpo territorial, social, político y también un cuerpo humano, constituido por sentimientos positivos y negativos, corrupciones, transgresiones, sueños, oportunismos, abusos y mezquindades que es necesario deslindar y reordenar, también, humanamente.
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La frontera como herida abierta En el contexto latino/americano, una de las más influyentes elaboraciones sobre el tema de la frontera es la que ofrece Gloria Anzaldúa en Borderlands/La Frontera (1987). En este texto semiautobiográfico y, ciertamente, testimonialista, la autora identifica la noción de frontera con la construcción identitaria, la dimensión individual y el proyecto colectivo. Como zona de intercambio e hibridación, la frontera constituye un espacio creativo y abierto, destinado a absorber y reconfigurar influencias, símbolos y significados. No se trata de un límite sino de un espacio transicional, de intercambios y resignificaciones, poseedor de una potencialidad que debe ser desarrollada en los niveles de la existencia, la sensibilidad y el intelecto. La frontera es un espacio y un lenguaje, una nueva forma de sensibilidad y de procesamiento cognitivo; es un borde en el que se dirime la sexualidad y la raza, la clase y el género, donde crece el activismo y prolifera la creencia, donde se construyen formas de conciencia social y se configuran agendas colectivas. Asimismo, la zona fronteriza se corresponde con un campo afectivo, de historias, tradiciones, costumbres y relatos, que la demarcación entre países divide de manera artificial y violenta. Anzaldúa ilustra el territorio existencial de la frontera con las imágenes del alambre de púas y de la herida abierta, ambas directamente referidas al cuerpo dañado, a la agresión física que pone la vida en peligro y deja al descubierto la violencia sistémica y la impunidad que la acompaña. La frontera corona una historia de colonialismo y expansión imperial que llega hasta el presente: surge de la sangre derramada desde la colonia, a ambos lados de la línea que hoy divide México y Estados Unidos. The US-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the First and bleeds. And, before a scab forms it hemorrhages again, the lifeblood of two worlds merging to form a third country —a border culture. Borders are set up to define the places that are safe and unsafe, to distinguish us from them. A border is a dividing line, a narrow strip along a steep edge. A borderline is a vague and undetermined place created by the emotional residue of an unnatural boundary. It is in a constant state of transition («The Homeland» 44-45, énfasis en el original).
La interpretación que provee Anzaldúa propone la idea de la frontera como espacio cultural surgido de la violencia y del sacrificio, enfatizando su carácter antinatural, inestable, separatista y en constante movimiento y variación. La vaguedad e indeterminación del espacio fronterizo se refleja especularmente sobre la subjetividad que lo percibe. Anzaldúa aclara que la zona fronteriza es múltiple y muchas veces, intangible: señala un borde emocional, psicológico,
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sexual, espiritual, que se suma a las formas también múltiples de marginación y discriminación social, política, económica y cultural, de sujetos y comunidades, ya sea en razón de la procedencia, la raza, la sexualidad, la apariencia, la etnicidad, la clase, la lengua, o cualquier otro elemento considerado como indicador de una diferencia insuperable. Tal línea divisoria no solo separa países, culturas, grados de acceso a la riqueza, tradiciones, creencias y formas de vida. También está ubicada en el interior de individuos y comunidades que han interiorizado la fragmentación, la deshumanización y el rechazo de lo diferente, naturalizando tal repudio como un rasgo identitario. El sujeto migrante es ajeno a la lógica del Poder que forma esta demarcación que no responde a cuestiones de seguridad, sino que aparece como la implementación biopolítica de fuerzas vinculadas a la expansión y posesión territorial, que en nada consideran el valor de la vida. El racismo es un factor principal en la demarcación, que Anzaldúa incorpora como un elemento de exceso y de anomalía. En la frontera habitan «los atravesados»: individuos percibidos como defectuosos, perversos, híbridos, problemáticos, «in short, those who cross over, pass over, or go through the confines of the normal» (45). La transgresión del límite se incorpora a la persona, a su valor humano, al sentido social de su presencia. Más importante que la documentación es la apariencia, la presunta encarnación de estereotipos, la diferencia, imposible de absorber a través de los protocolos identitarios de la modernidad. Y ante esa diferencia lo que se instrumenta es la amenaza corporal: «trespassers will be raped, maimed, strangled, gassed, shot» (45). Se trata no solo de una «distribución de lo sensible», sino también de un uso político de la territorialidad entendida como espacio de legitimación de la vida o como plataforma para el ejercicio necropolítico: The only «legitimate» inhabitants are those in power, the whites and those who align themselves with whites. Tension grips the inhabitants of the borderlands like a virus. Ambivalent and unrest reside there and death is no stranger (45). The convergence has created a shock culture, a border culture, a third country, a closed country (49).
El sujeto fronterizo es impensable desprendido de su corporalidad, vale decir, de su vulnerabilidad material frente al Poder. De ahí que proliferen metáforas del cuerpo enfermo, mutilado, sangrante, sacrificado, enajenado y expelido. Para Anzaldúa el aspecto sociocultural que se manifiesta a nivel étnico-racial y a nivel de clase, resume las tensiones económicas y políticas que tienen en la zona limítrofe una de sus más ilustrativas materializaciones. Las imágenes de impenetrabilidad, obstáculo, clausura, marginalidad, choque y agresión producen en
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los textos de Anzaldúa, por agregación, una poética de la frontera que refuerza el argumento político. Esta poética se desarrolla como una potente crítica infusa de la modernidad capitalista, de sus conceptos de orden social, seguridad, derechos y ciudadanía. Desde una posicionalidad des-centrada su visión de la frontera implica la búsqueda de paradigmas otros de interpretación de lo real, provistos de un valor emancipador. Aunque puede ser vista como tierra de nadie, la frontera tiene dueños, guardianes y porteros que administran tiempo y espacio como si se tratara de una forma de propiedad privada que es avalada por el principio de soberanía. En una atmósfera propiamente kafkiana, marcada por la incertidumbre, la despersonalización y la soledad, los sujetos adquieren la posición de víctimas del necrosistema que tiene como base política la nación-Estado y como principio económico la reproducción y la preservación del capital. Entre las víctimas del sistema, Anzaldúa resalta, además del indicador de la raza, el del género, señalando que la mujer está expuesta a peligros mayores que el hombre, debido a las posibilidades de explotación sexual, violaciones y otras formas de agresión, situación que se acrecienta porque en general va acompañada por sus hijos y tiene menos recursos aún que los migrantes masculinos.12 La mojada, la mujer indocumentada, is doubly threatened in this country. Not only does she have to contend with sexual violence, but like all women, she is prey to a sense of physical helplessness. As a refugee, she leaves the familiar and safe homeground to venture into unknown and possibly dangerous terrain (49).13
El elemento mítico no puede estar ausente de esta elaboración porque mito e historia se funden en el imaginario colectivo, donde la hibridación es la característica esencial. El mito del origen y el mito del retorno convergen en la escritura de Anzaldúa en la referencia a Aztlán, dando un sentido trascendente a la migración contemporánea como instancia de recuperación territorial, resistencia identitaria y búsqueda de un afuera de la modernidad capitalista desde el cual pueda vislumbrarse una posicionalidad alternativa a la de las culturas dominantes. La vuelta a Aztlán, tierra originaria de los aztecas, supuestamente situada en el noroeste de México, se asocia desde las narrativas de la conquista 12 Sobre el tema de la mujer en la migración mexicana, véase, por ejemplo, HondagneuSotelo, Gendered Transitions. Abundan los trabajos sobre mujeres en la migración en general y, particularmente, en el caso de las movilizaciones desde Centroamérica hacia el Norte. 13 Muchos autores destacan la desventajosa posición de la mujer en los procesos migratorios, aunque ella es sin duda una de las variantes más visibles en los flujos actuales de población transnacionalizada. Véanse Koser, International Migration, cap. 7 y p. 109, y Salazar Parreñas en relación con el trabajo de la mujer migrante en tareas de servicio.
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con la trayectoria migrante, ya que diversos grupos sociales, principalmente los mexicas, se desplazaron desde este territorio hacia el centro de México, llevando a cabo la fundación de México-Tenochtitlán. En este aspecto de la obra de Anzaldúa se ha notado una nostalgia por la unidad y la cohesión cultural, así como la utilización de la noción de frontera en términos sobre todo metafóricos. De acuerdo a algunos críticos, esta operación figurativa termina abstrayendo la problemática concreta y estilizándola desde una perspectiva del Primer Mundo, en la que se han filtrado elaboraciones académicas, estereotipos que idealizan la resistencia, el margen y las culturas alternativas o minoritarias como muestras de un privilegio epistemológico demasiado acotado y por momentos reduccionista. En la posición de enunciación de Borderlands/La Frontera se detectan las trazas de visiones propias de alguien que vive la «alternatividad» étnica, sexual, etc., desde un enclave privilegiado que incluso permite convertir la denuncia en discurso prominente dentro de las luchas ideológicas contra el patriarcalismo, el imperialismo político, etc. Como en la obra de Guillermo Gómez-Peña, la problemática propia del migrante aparece desprovista de materialidad, aunque efectivamente elaborada en el nivel simbólico. En el caso de ambos autores la popularidad de sus estilizados discursos termina por opacar e invisibilizar otras versiones menos elaboradas desde el punto de vista crítico-teórico, y por iconizar sus propuestas al hacerlas una modalidad más «digerible» y refinada de presentar los temas de la otredad y la desterritorialización.14 Podría indicarse, incluso, que el discurso de ambos autores carnavaliza, en el sentido bajtiniano la cuestión fronteriza, al hacer de ella un performance cultural que integra el drama de la migración en escenarios lúdico-poéticos que lo naturalizan como espectáculo. Para Gómez-Peña la frontera no es una línea divisoria sino una espiral, en la cual el artista se mueve como pensador social, «diplomático binacional», y «cronista alternativo» (cit. por Sheren 20) El modelo espiral comunica la idea de expansión, dinamismo, mezcla y producción constante de significados, mientras que la línea sugiere división, unilateralidad y diferenciaciones contundentes. De acuerdo a lo que viene elaborándose, todo sujeto migrante, más allá de los territorios que recorra o en los que provisionalmente se establezca, es un sujeto multi-situado, tanto desde el punto de vista de las vertientes que lo constituyen como desde la perspectiva epistémica que va configurando en su cambiante experiencia vital. Como es evidente, el estudio de las zonas fronterizas se nutre tanto de las perspectivas del análisis histórico como del método etnográfico, lingüístico, económico y político, involucrando aspectos de cuantificación y estudio de casos. 14 Véanse
al respecto Castillo y Tabuenca, así como Rolando Romero, en quien las autoras antes citadas apoyan algunas de sus consideraciones.
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La cuestión de la raza, el problema de la marginalidad y particularmente la ideología del mestizaje informan la noción de frontera como cualidades contaminantes a partir de las cuales se moldea la subjetividad migrante, referida al sujeto que atraviesa un borde u otro, una frontera más, otro límite, otra clasificación restrictiva y excluyente, otro margen. Asumiendo la forma novelesca, la narración de Anzaldúa titulada La Prieta/The Dark One es, según la autora, un relato que articula elementos de muy distinta naturaleza: [it is] about transformation and metamorphosis, about the relation between nature and culture, between humans and animals. The stories interweave the surreal, unconscious subreality of the inner world of thought, fantasy, and dream and the world of the spirit with the everyday life. All converge at the liminal space I call nepantla, the interface space between all the worlds (cit. en Keating 6).
Aquí, como en ensayos, poemas y textos ficticios, la escritura intenta abarcar el cuerpo y el espíritu, las emociones, los recuerdos y las visiones, los deseos y la necesidad. Se trata del diseño de un territorio existencial que se proyecta como línea de fuga de las formas dominantes, definidas y estables de lo nacional para iluminar un espacio posible, discursivo y utópico, pero sobre todo impuro, atravesado por la diferencia, despojado de todo protocolo identitario gestionado desde el aparato institucional y pedagógico de la nación moderna. Anzaldúa cartografía una subjetividad alternativa, en fuga, que funciona como máquina de guerra con respecto al Estado y a sus aparatos de captura. Se trata de un sujeto proyectado desde los elementos étnico-raciales hacia formas nuevas de construcción de lo real y de inserción en los bordes desdibujados de la cultura fronteriza, en las fisuras mismas de los discursos dominantes, en los afueras del nacionalismo, del mercado y de la academia. Con todas las críticas que ha recibido el enfoque de Anzaldúa y la práctica cultural de Gómez-Peña, no puede negarse que han contribuido, de todos modos, la difundir la temática de la frontera y a llamar la atención sobre las relaciones de poder que allí se dirimen. La dimensión multicultural, postnacional y postidentitaria de Borderlands no deja lugar a dudas. Se trata de un proyecto que rebasa los géneros y que apela a (de)construcciones de sentido independientes del lenguaje ordinario, de sus cualidades expresivas y referenciales. La dimensión epistémica de la propuesta de Anzaldúa ha sido notada y valorada por la crítica como aporte no solamente al campo de estudios identificado como Border Theory, sino también a la crítica cultural de la postmodernidad.15 En efecto, se 15 Sobre el campo de la Border Theory o teorías de la frontera, véase, por ejemplo, WastlWalter, particularmente la primera parte, «Theorizing Borders: Conceptual Aspects of Border Studies».
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considera que, en este sentido, la autora inaugura un nuevo punto de mira que reivindica la hibridez, la ambigüedad y la condición intersticial como una perspectiva oblicua, que permite una nueva visión de lo social y una reconstrucción de lo político.16 En este sentido, la mirada fronteriza constituye una crítica de los discursos centrales de la modernidad, recuperando y visibilizando los márgenes que fueron tradicionalmente ignorados o borrados por el pensamiento hegemónico y por los diseños de una modernidad excluyente. El sujeto que propone Anzaldúa opera no solo desde el margen sino desde un afuera epistémico constituido a expensas de la deconstrucción de sus propios cimientos. Paradójico, desafiante y asentado en su propia y reivindicada ambigüedad, el discurso fronterizo funda un territorio existencial o, mejor aún, lo (re)conoce, lo eleva al nivel de la conciencia. Tal construcción, sin embargo, no está exenta de contradicciones y esencialismos, los cuales se proyectan sobre la construcción identitaria de la «nueva mestiza» y sobre su programa de reivindicación cultural, aspectos que sin duda sirven para demostrar la problemática ambigüedad que recorre el discurso migrante y fronterizo.17 En este sentido, el texto de Anzaldúa es una forma de intervención y de interpelación, una interrupción de las retóricas vigentes, un llamado a la acción y una teatralización discursiva que produce a los individuos como sujetos. De ahí que sea el lenguaje uno de los dispositivos más evidentemente alterados en la escritura de la autora chicana, es decir, un recurso colonizado desde una lengua otra que es tan propia y tan ajena como la lengua materna, lugar de hibridaciones e intercambios, espacio de una herida identitaria abierta que no quiere cerrarse porque constituye la metáfora más expresiva de una subjetividad en crisis, es decir, en profunda y rotunda transformación. El code-switching es el performance que se instala en la escena escrituraria de una postmodernidad asediada por sus fantasmas. La autora apela al lenguaje para enajenarlo, para hacerlo otro, para alienar su comunicabilidad, para volverlo opaco y proponer la babelización como una forma intersticial de impugnación de las lenguas dominantes y de su pretensión de decirlo todo y de capturar la verdad en el axioma. 16 Walter Mignolo señala, por ejemplo: «Borderland/La Frontera no sólo es un momento teórico fundamental para la construcción de categorías geoculturales no imperiales, sino que lo es precisamente por indicar una dirección posible para trascender el occidentalismo no sólo en lo que atañe a las categorías geoculturales sino también en la necesidad de una epistemología fronteriza, posoccidental, que permita pensar y construir pensamiento a partir de los intersticios y a aceptar que los inmigrantes, los refugiados, los homosexuales, etc., son categorías fuera de la ley desde una epistemología monotópica que normaliza determinados espacios (nacionales, imperiales), como espacios de contención y de marginación» («Posoccidentalismo» 692). 17 Véase al respecto Alire Sáenz, quien realiza una crítica tanto de la obra de Richard Rodríguez como de Gloria Anzaldúa desde el punto de vista de la construcción identitaria y del modo en que se manejan los contenidos de la tradición y la relación intercultural.
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Tal desterritorialización es esencial para la comprensión de la subjetividad migrante y de su cualidad postnacional. El cuerpo discursivo de la «nueva mestiza» descentra la posicionalidad patriarcal, la lengua dominante, la heterosexualidad, la jerarquización racial, es decir, los aspectos multifacéticos del discurso del poder, proponiendo un nuevo sujeto desterritorializado, fuera de sí, intersticial, que existe más allá del territorio de sus ancestros y más allá de las definiciones identitarias que le corresponden por género, clase y raza, afirmándose en sus sucesivos devenires existenciales y desafiando, con ellos, la fijeza hegemónica de lo nacional. Tal construcción de la sujetidad fronteriza adelanta la intensificación de ese vector de fuga que es el movimiento migratorio y del nuevo sujeto que habita el intersticio de lo trans/nacional, post/nacional y post/jurídico, y que se mueve por territorios ajenos buscando formas de pertenencia que recuperen la dimensión ética de la política y el objetivo irrenunciable de la justicia social. La idea de la frontera como herida abierta aparece también en la obra de Guillermo Gómez-Peña Warrior for Gringostroika (1993), donde el autor habla de las fisuras invisibles que marcan lo social. The social and ethnic fabric of the United States is filled with interstitial wounds, invisible to those who didn’t experience the historical events that generated them, or who are victimized by historical amnesia. Those who cannot see these wounds feel frustrated by the hardships of intercultural dialogue. Intercultural dialogue unleashes the demons of history. ... Fear is the sign of the times. ... They are scared of us, the other, taking over their country, their jobs, their neighborhoods, their universities, their art. To «them», «we» are a whole package that includes an indistinct Spanish language, weird art, a sexual threat, gang activity, drugs, and «illegal aliens». They don’t realize that their fear has been implanted as a form of political control; that this fear is the very source of the endemic violence that has been affecting this society since its foundation. Border culture can help dismantle the mechanism of fear. Border culture can guide us back to common ground and improve our negotiating skills. ... The border is all we share/La frontera es lo único que compartimos (47, énfasis en el original).18
Gómez-Peña presenta de manera efectiva la interrelación de elementos emocionales (sentimientos de rechazo, reacciones defensivas, prejuicios) con factores sociales (precariedad, dificultades del diálogo intercultural, miedo a la 18 Gómez-Peña
también aplica la idea de la herida abierta a la relación conflictiva entre latinos y estadounidenses: «Bicultural Latinos in the United States (be they Chicanos, Nuyoricans, or others) and monocultural citizens of Latin America have a hard time getting along. This conflict represents one of the most painful border wounds, a wound in the middle of a family, a bitter split between two lovers from the same hometown» (47). Véase asimismo Tabuenca Córdoba, «Viewing the Border».
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violencia) y las estrategias políticas de control que manipulan los imaginarios populares, en torno al tema de la migración y la diferencia cultural. Sin embargo, su perspectiva ha sido interpretada como la construcción de un estereotipo que, fascinado con las dinámicas fronterizas, provee una versión de la frontera for export, reelaborando posiciones intelectuales bajo la forma de un populismo intelectual que explota el tema de las hibridaciones creando un folklorismo en el cual los verdaderos habitantes permanentes o transitorios de la frontera, no se reconocen. Como se indicara antes, estas versiones performativas tienden a borrar la materialidad y el dramatismo real de la frontera sustituyéndolo por un discurso exotista, que vende el simulacro como realidad.19 En «Living Borders/Buscando América: Languages of Latino Self-Formation», Juan Flores y George Yúdice ven en el crossover (el cruce permanente de fronteras geopolíticas, culturales, lingüísticas, es decir, materiales y simbólicas), la expresión más característica del ethos multicultural del latino en Estados Unidos. Señalan, asimismo, que en su diáspora hacia el país del Norte el latino no busca una mera integración o asimilación en la cultura anglosajona sino la creación de nuevas bases para una cultura incluyente, donde las fronteras invisibles de la discriminación y las identidades hegemónicas sean reemplazadas por negociaciones igualitarias. Más que una cultura de resistencia, la cultura latina debe ser entendida, según estos autores, como la producción de un nuevo ethos cultural, no necesariamente antagónico respecto a los modelos dominantes en Estados Unidos, pero sí, ciertamente, alternativo. En este contexto, las apropiaciones, deslices y resignificaciones que se producen en el nivel comunicacional (del habla, de la escritura, de la música, de las artes plásticas) son fundamentales, en la medida en que materializan una concepción multicéntrica, trans-creativa,
19 Véase al respecto Castillo y Tabuenca Córdoba 12-14, 37-38. Las autoras indican, recordando las puntualizaciones de Rosaura Sánchez sobre el valor metafórico de la frontera, realizadas en «Ethnicity, Ideologies and Academia», que el procedimiento de Gómez-Peña es mistificador y colonialista, y que «the performances of Gómez-Peña, rather than offering “alternative reality” or creating an internationalist dialogue, have mistakenly projected the mere image of a migrant while displacing the flesh-and-blood referent» (13). Vale la pena recordar que las críticas a este artista se extienden a sus ensayos, con lo cual abarcan su posicionamiento ideológico-cultural, más allá de lo meramente performativo. El tema se abre a la problemática de la representación, la cual puede apartarse de lo real para su elaboración estética; el debate involucra asimismo la discusión sobre la pretensión testimonial del arte, y sobre los efectos que estas construcciones tienen en los conflictos reales en los que se inspiran. Similares críticas se han realizado a la obra de Anzaldúa convertida en la versión icónica del feminismo de frontera. Es interesante observar, por oposición a estas críticas, la fascinación que ambos autores (Gómez-Peña y Anzaldúa) causan en críticos como Soja, quien indica, por ejemplo, acerca del primero: «Gómez-Peña is the bard of the borderlands, a maestro of mestizaje, a playfully poet-lineate whose “tangential” attitude and posmodern stance cries out for the “borderization of the world” and a continual rethinking of Thirdspace» (Thirdspace 134).
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de la cultura, capaz de dar lugar a un amplio espectro de visiones del mundo y de formas de representación. También desde esta perspectiva la frontera es un espacio abierto a la innovación y al despliegue imaginativo: The border houses the power of the outrageous, the imagination needed to turn the historical and cultural tables. The view from the border enables us to apprehend the ultimate arbitrariness of the border itself, of forced separations and inferiorizations. Latino expression forces the issue, which tops the agenda of American culture, the issue of geography and nomenclature (351).
En Comunidad, inmunidad y biopolítica (2008), Roberto Esposito señala que Étienne Balibar es uno de los primeros pensadores europeos que percibe el papel biopolítico de la frontera, pero sin proponer su abolición, sino más bien su flexibilización y apertura. Según el filósofo italiano, Balibar considera que las fronteras [m]ás bien deben ser democratizadas, esto es, abiertas a aquellos que para huir de condiciones invivibles están constreñidos a traspasarlas. Eso significa responder de modo concreto a los procesos biopolíticos en marcha, sin ceder a las derivas tanatopolíticas que pueden provocarse si se los elude. Solo la conciencia de la irreversibilidad del cambio que está ocurriendo, con los riesgos y los recursos que comporta, puede convertir al continente europeo en un ejemplo avanzado de la democracia en el mundo (Esposito 23).
La notoria centralización del problema migratorio se realiza no en torno a la necesidad de los desposeídos, al reconocimiento ético de su despojada condición social, sino a partir de la meta principal de reivindicar el papel de Europa en el concierto de naciones globalizadas, objetivo que, según Esposito, solo puede realizarse, con un retorno a los conceptos de civilidad que se encontraban ya presentes en Maquiavelo y Vico. Aparte de reafirmar la necesidad de tomar como punto de referencia la configuración supranacional «multipolar» donde se revela «la copresencia de grandes espacios regionales», el retorno a la tradición maquiavélica se basa en el reconocimiento de la fuerza que caracteriza las relaciones sociales, y de las pulsiones antagónicas que son inherentes al conflicto político. Para Esposito, la conciencia de tales tensiones supone el reconocimiento del pueblo como un nivel opuesto a los estratos dominantes, ya que «sólo del contraste político entre partes sociales distintas puede nacer un nuevo orden» (24). La conocida y desgastada noción de pueblo vuelve a hacer su aparición, no necesariamente resemantizada, sino relativamente expandida, dada la «irreversibilidad del cambio que está ocurriendo», circunstancia interpretada como un fatalismo histórico que está dañando la centralidad y hegemonía europea.
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Es notoria en la perspectiva de Esposito, y en la de otros pensadores europeos, la ausencia de reflexión sobre el colonialismo y sobre la relación que la situación global postcolonial tiene con la movilización de inmensos sectores hacia los centros del continente, los cuales se abrogaran, en otro tiempo, el estatuto de metrópolis de inmensos sistemas imperiales basados en la explotación y la exclusión racial. Es como si la recentralización europea pudiera y debiera realizarse al margen de su historia y como si la «irreversibilidad del cambio» que se está realizando con la movilización de los excluidos no tocara más puntos sensibles en el pensamiento europeo que los que se relacionan con el problema de la recuperación de la hegemonía perdida; como si la otredad que asedia las fronteras no hubiera sido producida en el seno mismo del capitalismo que tuviera en Europa su núcleo principal. Este vacío ideológico, político y moral se registra hasta en los momentos más «radicales» del pensamiento que conceptualiza sus afueras como el epifenómeno de una modernidad no inacabada, sino tristemente insuficiente, que por sus propias contradicciones y límites internos ha entregado a nuestro tiempo un paisaje inaceptable para la conciencia burguesa. Para la biopolítica, el cuerpo es la metáfora principal en la que se articula la política moderna como control primordial de la vida y de las formas y regulaciones que rigen su desarrollo. La concepción eugenésica se apoya en la intervención sobre los mecanismos que regulan la vida tanto biológica como social, alcanzando aspectos tan diversos como la esterilización, el control de la natalidad, la eutanasia, la higiene y prevención de enfermedades, la salud mental y la ingeniería genética. Muchas de sus aplicaciones responden a la xenofobia, el racismo, el sexismo y a conceptos retrógrados como los de pureza de sangre y mejoramiento de la especie, que resultaron, como es sabido, en purgas étnicas, genocidios y formas de violación de los derechos individuales y el derecho a la vida. La distribución de la vida y la muerte se convierte así en una de las principales estrategias del poder político entendido como soberanía que se ejerce sobre un nuevo sujeto: la población. Tal concepto, identificado por Foucault y desarrollado por los filósofos biopolíticos posteriores, articula los cuerpos singulares en una totalidad abstracta, colectiva y anónima que es regulada como si fuera un organismo cuya salud o enfermedad, florecimiento o deterioro, puede ser decidido a partir del Estado soberano. Como indica Foucault resumiendo el giro biopolítico: «La soberanía hacía morir y dejaba vivir. Y resulta que ahora aparece un poder que yo llamaría de regularización y que consiste, al contrario, en hacer vivir y dejar morir» (Defender la sociedad 223). El cambio que se realiza es también de carácter cuantitativo, ya que el impacto de esas formas de gubernamentalidad pasa del nivel de individualización social y política, al de la masificación. Según el mismo autor,
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[…] tras un primer ejercicio del poder sobre el cuerpo que se produce en el modo de la individualización, tenemos un segundo ejercicio que no es individualizador sino masificador, por decirlo así, que no se dirige al hombre/cuerpo sino al hombre-especie. Luego de la anatomopolítica del cuerpo humano, introducida durante el siglo xviii, vemos aparecer, a finales de éste, algo que ya no es esa anatomopolítica sino lo que yo llamaría una biopolítica de la especie humana (Defender la sociedad 220).
Esposito desarrolla el concepto de inmunidad extendiendo su aplicación desde el campo de las ciencias biológicas al de las ciencias sociales, para un estudio del modo en que el cuerpo social es «protegido» de las «enfermedades» o «patologías» que, supuestamente, amenazan su integridad.20 Se pone en práctica así un sistema defensivo que comienza por identificar, desde los mecanismos de poder, lo que se supone son factores patógenos, por ejemplo, el inmigrante, entendido como amenaza de invasión y contaminación del sistema social. Lo mismo puede ser aplicado a sujetos que representan una otredad étnica, racial, política, sexual o religiosa y que el poder establecido decide eliminar so pretexto de preservar la salud del cuerpo social. Las metáforas de comunismo como cáncer que debe ser extirpado, de la mutilación de sectores de la sociedad que debe ser llevada a cabo para salvar a los componentes saludables de los elementos patógenos que pueden alcanzarlo, del sida como castigo que condena y busca erradicar la homosexualidad, la noción de la mezcla de razas como una contaminación que degrada la especie, etc., son todas imágenes de la puesta en práctica de estrategias que tienen el poder y el objetivo de controlar el derecho a la vida y las formas que esta debe asumir. El cuerpo social está así siempre en guerra contra los elementos foráneos, como se verifica en las represiones fronterizas de nuestro tiempo, en la voluntad de levantar muros para mantener fuera al otro que amenaza nuestros privilegios y nuestro derecho a decidir quien vive
20 Esposito
sostiene, en este sentido, que el tema de la inmunidad se ha extendido de tal manera en la sociedad moderna, que constituye hoy día una de las claves de los imaginarios occidentales: «[el] dispositivo inmunitario —esta exigencia de exención y de protección, originalmente perteneciente al ámbito médico y jurídico—, progresivamente se ha ido extendiendo a todos los sectores y los lenguajes de nuestra vida, hasta convertirse en un coágulo —real y simbólico— de la experiencia contemporánea. Toda sociedad ha manifestado una exigencia de autoprotección, toda colectividad ha puesto en marcha una pregunta radical sobre la conservación de la vida. Pero mi impresión es que sólo hoy, en el fin de la edad moderna, tal exigencia ha devenido la bisagra en torno a la cual se construye tanto la práctica efectiva como el imaginario de una entera civilización […] se mire donde se mire, todo que lo está sucediendo hoy en el mundo, desde el cuerpo individual al cuerpo social o desde el cuerpo tecnológico al cuerpo político, la cuestión de la inmunidad está en el cruce de todas las trayectorias. Lo importante parece ser combatir por todos los medios la difusión del contagio donde quiera que éste se pueda localizar» (117-118).
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y quien muere en el mundo de hoy. Concebida como «una fortaleza asediada», para la sociedad «[l]o importante parece ser impedir un exceso de circulación y, con ello, de potencial contaminación» (120). Pero las técnicas de preservación biopolítica han derivado, en nombre de la vida, en una negación necropolítica de esta. Como phármakon, al mismo tiempo cura y veneno, dice Esposito, las medidas inmunitarias han terminado por descontrolarse poniendo en peligro la vida misma, el desarrollo social integrado, y el equilibrio de fuerzas a nivel planetario. Quiero decir que el actual conflicto aparece dibujado por la presión conjunta de dos obsesiones inmunitarias opuestas y especulares: la de un integrismo islámico resuelto a proteger hasta la muerte su pretendida pureza religiosa, étnica y cultural de la contaminación secularizadora occidental y la de un Occidente empeñado en excluir al resto del planeta de la posibilidad de compartir sus excesivos bienes. Cuando estos dos impulsos contrapuestos se presionan mutuamente de modo irresoluble, el mundo entero se agita en una convulsión que tiene los rasgos de la enfermedad autoinmune más destructiva: el exceso de defensa contra los elementos extraños al organismo se vuelve contra él, con efectos potencialmente letales. Lo que ha explotado, al mismo tiempo que las Torres Gemelas, ha sido el doble sistema inmunitario que hasta ahora había tenido el mundo (122).
De este modo, la comunitas se debilita, al recibir el impacto negativo de las tecnologías inmunitarias a gran escala, a un grado que va cambiando, aceleradamente, el valor de la vida y la importancia de la muerte a nivel planetario. La migración es, en este sentido, uno de los principales campos de batalla en los que se percibe ese antagonismo y las formas despóticas en que el Poder, en cualquiera de sus formas políticas, religiosas, culturales, y económicas, va distribuyendo el derecho a la preservación de la vida y a las formas de existencia individual y colectiva. Otro ejemplo de pensamiento fronterizo e interseccional es el de María Lugones, quien trabaja el tema del género relacionándolo, en algunas de sus reflexiones, con el de la migración. Lugones señala cómo el pensamiento surgido desde el margen puede conjugar varias posicionalidades o instancias de subalternidad, creando formas complejas e interrelacionadas de subjetividad. El concepto de interseccionalidad, utilizado también por otros críticos, como, por ejemplo, Floya Anthias, enfoca esa conjunción de diversas formas de afiliación con respecto al poder, o de inserción social que, al combinarse, dejan en claro los procesos de opresión y resistencia.21 Se ha estudiado, así, la migración en sus
lity»).
21 Sobre
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interseccionalidad, véase Nash, Macall, Piscitelli y Anthias («Transnational Mobi-
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combinaciones con los temas del género, el trabajo y la etnicidad, dando como ejemplos extremos la prostitución y el tráfico de drogas, prácticas en las que se utiliza el cuerpo de la mujer como receptáculo y como mediación. El cuerpo es, en esos casos, una tierra de nadie, un espacio de exilio, clandestinizado y explotado, que hace de la mujer uno de los más dramáticos cuerpos sacrificiales de nuestro tiempo, continuando así estructuras endémicas de dominación de género arraigadas en la tradición occidental. En Thirdspace Edward W. Soja se refiere a la obra de Lugones como parte de un proyecto amplio y diverso de resignificación de la idea de frontera, viaje y mundo, entendido como una forma particular de habitar y de apropiar el espacio, advirtiendo que por la ruta de un feminismo mestizo se intenta efectuar una apertura radical que hace del sujeto otro (becoming). Según Lugones, «The shift from being one person to being a different person is what I call “travel”» (cit. por Soja 131). Soja atiende a la producción del espacio social que la noción de viaje, en su connotación metafórica, como exposición del sujeto a la multiplicidad de la experiencia, sugiere el descubrimiento y conquista de ámbitos de emancipación individual y colectiva. El viaje es, como indica Norma Alarcón en «The Theoretical Subject(s) of This Bridge Called My Back» es también el del desplazamiento discursivo desde los planos de la etnicidad al del género y de estos a los de la sexualidad, la clase y las coordenadas geoculturales que se abren con la reterritorialización. Refiriéndose al pensamiento fronterizo, sobre todo a partir de los trabajos de Gloria Anzaldúa y Ramón y José David Saldívar, Ramón Grosfoguel indica que [d]icho pensamiento es la respuesta epistémica de lo subalterno al proyecto eurocéntrico de la modernidad. En lugar de rechazar la modernidad para retirarse en un absolutismo fundamentalista, las epistemologías fronterizas subsumen/redefinen la retórica emancipatoria de la modernidad desde las cosmologías y las epistemologías de lo subalterno, localizado en el lado oprimido y explotado de la diferencia colonial, hacia una lucha por la liberación descolonial, por un mundo más allá de la modernidad eurocentrada. Lo que el pensamiento fronterizo produce es una redefinición/subsunción de la ciudadanía, la democracia, los derechos humanos, la humanidad, las relaciones económicas más allá de las estrechas definiciones impuestas por la modernidad europea. El pensamiento fronterizo no es un fundamentalismo antimoderno. Es una respuesta descolonial transmoderna de lo subalterno a la modernidad eurocéntrica (s/p).
Como se ve, la reflexión sobre la frontera se afirma como parte del proyecto de descentralización decolonial, como sitio emblemático desde el cual puede realizarse la deconstrucción de prácticas y discursos centrales, incorporando la visión de quienes, desde el margen, pueden testimoniar acerca de las condicio-
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nes de exterioridad y las prácticas de expulsión que los victimizan en nombre del orden y la supervivencia del sistema. La frontera como paradigma Desde la perspectiva decolonial, lo fronterizo se asimila al campo de los procesos emancipadores, y a la búsqueda de paradigmas «otros», donde otras agencias y otros agentes se expresan y se visibilizan. El «pensamiento fronterizo» sería precisamente el del rumor de los desheredados de la modernidad; aquellos para quienes sus experiencias y sus memorias corresponden a la otra mitad de la modernidad, esto es, a la colonialidad (Mignolo, «Un “paradigma otro”» 133).
Por su misma condición liminal y multifacética, situada entre realidades opuestas y, al mismo tiempo, entrecruzadas a todos los niveles, el concepto de frontera se presta a representaciones simbólicas en las que se expresa una variedad de «mapas mentales» (Giménez), a veces convergentes, a veces antagónicos. Si para algunos la idea de frontera evoca persecución, obstrucción y límite, para otros, señala un horizonte de liberación y prosperidad posible. Constituye, en este sentido, una proyección utópica que compensa las precariedades del presente. La posicionalidad del que mira o conceptualiza la zona fronteriza es esencial para la comprensión afectiva e ideológica de la delimitación internacional. Como señala Gilberto Giménez, «la frontera realmente existente y operante es la frontera representada y vivida (a veces contradictoriamente) por los actores sociales situados de uno y otro lado de la misma» (18). Si la frontera existe como forma de controlar el acceso a espacios definidos como totalidades nacionales, debe asumirse que existe una discontinuidad, ruptura o cesura (política, económica, cultural, religiosa, lingüística, etc.) entre los territorios separados y a la vez unidos por la línea de borderización. Como indica Giménez, eso es lo que distingue la frontera de las subdivisiones político-administrativas en el interior del territorio nacional. Pueden distinguirse, entre otras, fronteras históricas, culturales, religiosas, «naturales» o construidas, terrestres o marítimas (19). Puede enfatizarse la idea de la frontera como línea, y la noción de frontera como espacio intersticial, zona de contacto, área de intercambio, margen, confín, etc. Giménez concede relevancia, sobre todo, a la frontera como territorio de vivencias y subjetivación, como «realidad territorial “interna” y “no visible”» (22), es decir, como territorio representado (proceso en el cual la experiencia se elabora en registro simbólico, subjetivamente, de acuerdo a la afectividad y el
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deseo del sujeto que produce tal representación). Es en base a tales construcciones cognitivas que los imaginarios individuales y colectivos funcionan con respecto a las nociones de territorio e identidad, las cuales guían sus decisiones en cuanto a residencia, planeamiento del futuro, adhesión política, interacciones cotidianas, etc. La noción de paradigma, surgida inicialmente en el campo de las ciencias físico-naturales, se entiende aquí como marco conceptual y conjunto de procedimientos que llegan a configurar un modelo de análisis y de interpretación capaz de absorber y administrar la polisemia que es inherente al campo analizado. El paradigma representa, en este sentido, las formas de conceptualización, los valores y sentidos dominantes a partir de los cuales ciertas experiencias sociales (ciertos lugares, posicionalidades, conductas, desarrollos, etc.) generan y diseminan su significado. Al hablar de la frontera como paradigma se intenta resaltar aquí aquellos rasgos, procesos o articulaciones que hacen del espacio fronterizo un ámbito que da lugar a subjetividades, experiencias y saberes específicos y representativos, que denotan las particularidades del ser social y de las formas de conciencia que allí se desarrollan. La frontera constituiría así un espacio modélico, en el que proliferan, por la misma heterogeneidad e hibridaciones que allí tienen lugar, prácticas, conductas y valores que se distinguen tanto del espacio interior de lo nacional como de la exterioridad que desde allí se concibe y se construye discursivamente. La frontera produce y promueve formas otras de conocimiento y acción. En tanto espacio transicional, como zona de indistinción e indeterminación y, al mismo tiempo, como área de articulación donde exterioridad e interioridad convergen sin llegar a perder su singularidad, la frontera radicaliza los sentidos y acelera el proceso de producción de significados. Es, en este sentido, proliferante, rizomática y derivativa. Es, asimismo, contradictoria y paradójica. Esconde y revela, revela al esconder, transfigura, teatraliza y subsume. Es el lugar del simulacro, donde deseo de vida y pulsión de muerte se presentan con máscaras que sugieren al mismo tiempo transitoriedad y trascendencia. La constante producción de saberes de frontera (cómo sobrevivir, hacerse el muerto, ser otro, devenir o vivir-para-la muerte) constituye una construcción tanto ideológica como social, política y estética, es decir, un posicionamiento epistémico donde ética y política no conocen sus límites. La frontera es un caldo de cultivo en el que proliferan ambiciones, deseos, liminalidades, pulsiones y artificios. Requiere, por lo tanto, aproximaciones capaces de capturar su significación polifacética, sus lenguas, sus corporalidades, sus sombras y silencios. Demanda acercamientos transdisciplinarios capaces de captar y articular sus múltiples sentidos y las formas de representación que estos inspiran. Exhorta a la intuición tanto como a la empatía y a la imaginación histórica.
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En un artículo no exento de momentos polémicos, el conocido antropólogo Michael Kearney analiza las transformaciones que va sufriendo la relación entre el Yo (antropológico) y el Otro (etnográfico), por efecto de los movimientos transnacionales. Estos no solo desdibujan las delimitaciones modernas de la nación-Estado, sino que aceleran el deterioro de las fronteras, tanto en el nivel de los imaginarios populares como en las prácticas sociales, en el caso del límite entre México y Estados Unidos. Kearney estudia el impacto epistemológico de estos cambios en la configuración de identidades nacionales y subjetividades transnacionales, y en el tratamiento que recibe la diferencia cultural desde la perspectiva del poder y desde el punto de vista de las comunidades. Kearneay distingue entre boundaries y borders, entendiendo que la primera noción corresponde a lo que en español se entiende como frontera, es decir, la delimitación legal y espacial entre naciones, mientras que border o borde alude a las zonas o espacios geográficos de contacto cultural. El antropólogo considera que nos encontramos en un período post-nacional donde la nación moderna ha sido superada, siendo los movimientos transnacionales una prueba de ello. Para Kearney, el transnacionalismo se corresponde con el orden político, económico y sociocultural del capitalismo tardío, es decir, con lo que él llama «el fin del Imperio» («the End of Empire») («Boundaries of State and Self» 57). Desde el siglo xx, con el desmantelamiento del colonialismo europeo, la diferencia categorial entre naciones occidentales y sus antiguas colonias desaparece. Similar declive de la diferencia se manifiesta, según Kearney, entre Estados Unidos y sus áreas o países dependientes, fenómeno que se presenta no como reclamo territorial sino bajo la forma de movimientos humanos transnacionalizados que producen una «reconquista» cultural. La frontera se convierte en una zona ambigua, en la que se negocian los flujos migratorios, no para crear una división impermeable sino para regular la admisión de extranjeros sin renunciar a la categorización racial y a la diferencia de clases. Las naciones emisoras y receptoras de mano de obra quedan bien diferenciadas desde el punto de vista del trabajo y del poder económico y social —así como del capital simbólico— que este genera. Pero el movimiento de comunidades a nivel transnacional desdibuja ese diseño económico-laboral en un movimiento interpretado como pérdida de territorio (real e intangible) por parte de la cultura dominante. Como las drogas o el crimen transnacionalizado, la migración es vista desde Estados Unidos como una forma de invasión que ataca los núcleos mismos de la sociedad, por lo cual el discurso de rechazo a la migración se elabora como una argumentación motivada por los principios de la seguridad pública. La frontera nacional, como paradigma de poder, soberanía, orden y legalidad, pasa a ser una zona ambigua y conflictiva de negociación clandestina, tráfico ilegal, simulacros y corrupción. El migrante es representado a la vez como la imagen de la fuerza laboral y como la figura de
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quien llega a adueñarse de recursos que no le pertenecen, privando así de esos beneficios a aquellos que los poseen legítimamente. La construcción de la otredad deriva así del objetivo principal de reafirmar el poder en todas sus formas posibles de existencia y manifestación social. A la distribución diferencial del poder, corresponde un reparto también desigual del conocimiento, y un reconocimiento ideologizado de la racionalidad del otro, de su sensibilidad, derechos y capacidades. Esta es la base de un dualismo que afecta tanto el estudio del conflicto social como la concepción epistemológica de los saberes y de los sujetos que los generan. Espacialmente, el Otro se dispersa en la sociedad receptora; está en ninguna parte. Su distinción del Yo (antropológico) no es clara y distinta, sino que requiere otras estrategias de observación y análisis. La indistinción entre Yo/Otro equivale a la desaparición del Yo moderno, cuya id-entidad solo se define en contraposición a la alteridad que lo rodea. Las áreas fronterizas, indica Kearney, constituyen así espacios liminales y creativos de los que surgen construcciones identitarias que desafían las formaciones culturales de la nación-Estado. Tales procesos producen una crisis de representación como resultado del desvanecimiento de diferencias categoriales que acompañaron en la modernidad la construcción paradigmática de la frontera como límite de la soberanía nacional y del poder que la sustentaba. Según Kearney, [w]hereas the past history of immigration into the nation of the United States has been one or assimilation, the ethnography of the Border Area suggests that its future history will be one of indigestion as the unity of national totemism gives way to the multiplicity of transnational ethnicity (70).
Desde esta perspectiva, modernidad y frontera presentan una dinámica de interrelación necesaria que se corresponde con una etapa ya pasada de desarrollo de la modernidad capitalista, y con la correlativa relación capital/trabajo. Tal relación se altera en la postmodernidad, es decir, en la era donde el fin del imperio da lugar a la estructuración económica, financiera y política del capitalismo tardío, y a los nuevos regímenes laborales que lo caracterizan. Desde el punto de vista cultural, algunos autores ven este proceso estrechamente relacionado al horizonte de la descolonización (del poder, del saber, del ser), que enfoca las estructuras mismas del colonialismo en sus prolongaciones contemporáneas. Dentro del contexto de la crítica que enfatiza la matriz de colonialidad como término central para la deconstrucción de la modernidad capitalista, los espacios intermedios constituyen territorios no captados —al menos no plenamente— por las regulaciones de la territorialidad nacional(ista), donde se reproduce la dominación colonial bajo la forma de colonialidad del poder, del saber, del ser.
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No hubo, no hay, y no habrá, modernidad sin colonialidad. Por eso necesitamos imaginar un futuro otro y no ya la completud [sic] del proyecto incompleto de la modernidad. Un cosmopolitismo no-kantiano, que emergerá del pensamiento fronterizo más que del orden «natural» de los estados-naciones; de la integración de las diferencias más que de la marginación del otro lado de las fronteras, es una posibilidad. Ese cosmopolitanismo deberá ser un cosmopolitanismo crítico, «nepantlesco», es decir, un cosmopolitanismo crítico que no tenga como objetivo «defender el territorio» sino buscar la integración de las diferencias y la socialización del poder (Mignolo, «Un “paradigma otro”» 139).
El concepto de nepantla, de origen náhuatl, significa «en el medio», es decir, señala la posicionalidad que elude el extremo o el borde y se concentra, más bien, en una zona equidistante, considerada más segura. En otros usos, tal ubicación también connota confusión e indeterminación, el quiebre o desgarro de la subjetividad. Asimismo, sugiere los dilemas de la doble conciencia, la perspectiva dual, combinada o divergente, que permite un acercamiento otro a la interpretación de lo real, y a su misma definición de tal. El concepto se usa para hacer referencia a formas de identidad o conciencia social, y se lo entiende como una plataforma ideológica a partir de la cual pueden surgir formas de agencia política de carácter emancipador y transformador. Se asocia con la obra de Anzaldúa, que se sitúa deliberadamente en este lugar enunciativo liminal, que rechaza el statu quo y se abre a la posibilidad de cambio. Como esta autora indica en una entrevista, With the nepantla paradigm I try to theorize unarticulated dimensions of the experience of mestizas living in between overlapping and layered spaces of different cultures and social and geographic locations, of events and realities —psychological, sociological, political, spiritual, historical, creative, imagined (Interviews/Entrevistas 176, cit. por Keating, «From Borderlands and New Mestizas to Nepantlas and Nepantleras» 8, mi énfasis).
El término tiene no solo aplicación en muy diversos campos, sino particulares connotaciones étnicas y políticas. Se lo metaforiza con la idea del umbral: ni adentro ni afuera, sino en el punto en el que tal alternativa se presenta, definiendo al sujeto y promoviendo formas de conciencia que abarcan diversos aspectos de la existencia. La ubicación fronteriza tiene, entonces, en este uso, un valor cognitivo, epistémico, directamente asociado con la idea del cruce de fronteras: Nepantleras are the supreme border crossers. They act as intermediaries between cultures and their various versions of reality. …They serve as agents of awakening,
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inspire and challenge others to deeper awareness, greater conocimiento, serve as reminders of each other’s search for wholeness of being (Anzaldúa, «Speaking Across the Divide» 20).
En el caso de la autora de Borderlands/La Frontera se refiere también a la cuestión del género y a la opción por formas de sexualidad no alineadas a las dominantes y que no aceptan clasificaciones ya establecidas. Como indica AnnLouise Keating, «Nepantleras are threshold people: they move within and among multiple, often conflicting, worlds and refuse to align themselves exclusively with any single individual, group, or belief system» («From Borderlands and New Mestizas to Nepantlas and Nepantleras», 6) Living between cultures results in ‘seeing’ double, first from the perspective of one culture, then from the perspective of another. Seeing from two or more perspectives simultaneously renders those cultures transparent. Removed from that culture’s center you glimpse the sea in which you’ve been immersed but to which you were oblivious, no longer seeing the world the way you were enculturated to see it. From the in between place of nepantla you see through the fiction of the monoculture, the myth of the superiority of the white races. And eventually you begin seeing through your ethnic culture’s myth of the inferiority of mujeres. As you struggle to form a new identity a demythologization of race occurs. You begin to see race as an experience of reality from a particular perspective and a specific time and place (history), not as a fixed feature of personality or identity (Anzaldúa, «Now let us shift» cit. en Keating, 8).
De ahí el énfasis en la movilidad de las fronteras, y en la posibilidad de concebirlas como espacios para un proyecto transformativo a nivel social y a nivel epistémico, y como elemento fundamental en el proceso descolonizador. Las fronteras geográficas, en última instancia, son la expresión material, y también móvil, de dos principios claves de la articulación conceptual e ideológica del mundo moderno/colonial: la diferencia colonial y la diferencia imperial (Mignolo, «Un “paradigma otro”» 141).
En este sentido, el pensamiento decolonial concibe el tema de la frontera y, consecuentemente, los problemas vinculados a la migración, como estrechamente vinculados a los conceptos de nacion(alismo), territorialidad, propiedad privada, seguridad-defensa, individualismo, discriminación y soberanía, que forman parte del sistema político-económico del capitalismo. Los paradigmas de conocimiento que se quiere superar hacen parte de la episteme dominante, por lo cual se considera que el pensamiento fronterizo posee una potencialidad alternativa y libera-
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dora, en la medida en que descentra los modelos del saber occidental, deslegitima o al menos relativiza los centros del saber. El pensamiento de frontera propone una mirada periférica, que permite perspectivas críticas no alineadas con los intereses de las elites, cuyo poder funciona entronizado en los proyectos nacionales. Anzaldúa se preocupa por consolidar su visión paradigmática de la frontera asociándola a un nuevo patrón cognitivo que alude con el nombre conocimiento, el cual propone una aproximación donde la racionalidad se combina con formas de afectividad, deseo y dolor, con los dominios del trauma y la memoria, incorporando el impacto de los desplazamientos geoculturales del sujeto migrante y sus enfrentamientos constantes a las fronteras interiores de la discriminación de raza y género. Conocimiento es una forma de totalización de la experiencia y el pensamiento, la intuición y la imaginación, que se formaliza en narrativas alternativas del sujeto y de la noción de pertenencia. Esta forma de conocimiento mestizo articula la singularidad del individuo con la idea de comunidad y con los conceptos de justicia e igualdad. O sea, se trata de un proceso cognitivo anclado no solamente en la sensorialidad y la razón sino en principios y valores, haciendo que lo objetivo y lo subjetivo aparezcan como una unidad cognitiva inseparable. Según Keating, se trata de un proceso complejo, eminentemente relacional: An intensely personal, fully embodied epistemological process that gathers information from context, conocimiento describes the various ways we gather information from events, emotions, memories, dreams, and other elements of personal experience. Conocimiento is profoundly relational, and enables those who enact it to make insightful connections among apparently disparate events, persons, experiences, and realities. These connections, in turn, lead to action («From Borderlands and New Mestizas to Nepantlas and Nepantleras» 10).
Sustituyendo la noción esencialista de identidad por la de diferencia se logra una conceptualización abierta a otras culturas, otras visiones y otras narrativas que fueran ignoradas o negadas en la modernidad a partir de los valores consagrados por el pensamiento hegemónico. El tema de la frontera y el de la subjetividad migrante conduce así a la zona inestable y fecunda de un nuevo horizonte sociocultural, donde las delimitaciones nacionalistas y las demarcaciones territoriales pueden ceder terreno a otras modalidades de pertenencia y participación en una sociedad civil transnacional. Desde esta perspectiva, la noción de frontera es entendida no como línea divisoria sino como zona de intercambio creativo y como plataforma de lanzamiento de nuevas perspectivas y prácticas sociales. Esto no disminuye la dramaticidad que se va incrementando a medida que el conflicto fronterizo se agudiza y los procedimientos de represión migratoria se hacen más y más severos e inhumanos. La frontera representa, más bien, en este sentido, un espacio dual, al mismo tiempo beligerante y experi-
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mental, en el que se produce la violación sistemática de los derechos humanos y, convergentemente, la persistente afirmación de la vida que se impone frente a la adversidad y frente a los rigores e insuficiencias de la ley. Es esta fuerza vital de poder y resistencia la que es enfatizada en las interpretaciones que ven en las zonas fronterizas el espacio simbólico a partir del cual ir creando otras formas de ser y de estar en sociedad. Estas formas nuevas de ser/estar con otros podrían llegar a reemplazar el tipo de sujeto que existe capturado por el Estado y por regímenes jurídicos que no toman en cuenta las profundas variaciones del mundo actual y la abrumadora presencia de los flujos humanos que lo atraviesan. Esta visión paradigmática de Anzaldúa adquirió pronta popularidad con la publicación de Borderlands/La Frontera en 1987, antecediendo así la gran ola de reinterpretación migratoria que se acelera con la vuelta del siglo y se vincula a las transformaciones del capitalismo después del fin de la Guerra Fría. Por lo mismo, muchas de sus propuestas son consideradas fundacionales por el intento de conceptualizar al sujeto migrante. No obstante, como se ha venido indicando, la perspectiva idealista y abstracta desde la que la autora maneja la problemática de la des/re/territorialización resulta polémica. En todo caso, su visión constituye un obligado punto de referencia, para el estudio de las modelizaciones conceptuales a que la noción de frontera ha dado lugar, y para el pensamiento descolonizador. Debido a la intensificación de los conflictos fronterizos y a la animadversión con que se vienen enfrentando los procesos migratorios, la cultura de frontera tiende a ser vista también como un espacio de liminalidad, discontinuidad, y fragmentación. Si la idea del crossover domina los enfoques sobre la cultura fronteriza realizados desde la década de los 80, el tema continúa reapareciendo en torno a cuestiones problemáticas como la criminalización del migrante, las medidas de represión, encarcelamiento y deportación, la separación de familias y las formas ilícitas que proliferan usufructuando la desesperación de grandes sectores migratorios. Se trata, entonces, de registrar la asimetría de fuerzas que amenazan al migrante y también las estrategias a partir de las cuales este resiste esa represión, aunque en tal resistencia se ponga en peligro la vida, la familia y la libertad. José Manuel Valenzuela Arce ha insistido sobre el tema de la interculturalidad que, más que la idea de hibridación, da cuenta de las dinámicas de intercambio entre epistemes y formas de vida distintas y hasta opuestas, que se desarrollan a uno y otro lado de las franjas limítrofes. La noción de zona de contacto da cuenta de esta dinámica de intercambios y negociaciones de signos y significados que se viene aludiendo. El mismo investigador ha propuesto una serie de ejes conceptuales para el análisis de los intercambios fronterizos, a los que identifica como condiciones conjuntivas, disyuntivas, conectivas, inters-
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ticiales, inyuntivas y generativas, según se quieran destacar distintos vínculos de correlación, incorporación, integración, separación, etc. entre una sociedad y la formación social vecina. La frontera, así, separa y une, crea convergencias y divergencias, adiciones y supresiones, alianzas y contrastes, teniendo asimismo la capacidad de generar sus propios sentidos a partir de complejas formas de apropiación y redimensionamiento cultural, que dan por resultado formas innovadoras y singulares, de simbolización e intercambio (Valenzuela Arce, «Transborders, Migrations and Displacements»). Mezzadra y Neilson enfatizan la productividad de la frontera en términos simbólico-ideológicos, que se suman a la importancia política, económica y social de esa demarcación territorial. Señalan al respecto: En nuestro análisis, la capacidad productiva de las fronteras que tratamos de inscribir en la frase latina fabrica mundi, tiene dos dimensiones inseparables: la producción del espacio y la producción de la subjetividad. Así, entendemos la dinámica de sujeción y subjetivación inherente a los movimientos migratorios tan profundamente implicada en una serie de problemas relacionados que van desde el funcionamiento de la globalización capitalista, los cambios en la estructura del «mercado mundial» y la división internacional del trabajo, hasta los desplazamientos [shifting] de los roles y formas del Estado, la aparición de nuevas geografías de desarrollo y producción, las mutaciones en la expresión del poder político y los cambios en los contornos de la ciudadanía, la clase y la pertenencia política (Estupiñán Serrano 103).
Así, como generadora de subjetividad y productora de espacio social, la región fronteriza da lugar no solamente a posicionamientos geoculturales (formas específicas de habitar el espacio y de reconocerse en él identitariamente), sino a posiciones de sujeto, es decir, a territorios existenciales que funcionan como lugares enunciativos, es decir, como sitios paradigmáticos que generan formas propias de poder/saber a partir de las cuales es posible deconstruir los discursos centrales y los modelos cognitivos de la nación-Estado, que se manifiesta como dispositivo —en el sentido foucaultiano— del capitalismo tardío. En 1997, José David Saldívar indicaba en Border Matters. Remapping American Cultural Studies que su aproximación al tema de la literatura chicana «looks at the recent theorizing about the US-Mexico border zone as a paradigm of crossings, intercultural exchanges, circulations, resistances and negotiations as well as of militarized “low intensity” conflict» (ix). El objetivo de su libro, que pone en práctica un modelo crítico destinado a analizar, según expresa, el modo en que los espacios físicos y discursivos impactan el proceso de producción cultural, se propone como alternativa a los discursos hegemónicos del nacionalismo
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americano y la cultura popular.22 Como elemento fundamental de ese «mapa cognitivo», el autor detecta ya entonces la intensa práctica de militarización de la frontera, proceso ampliamente analizado por Timothy Dunn en The Militarization of the US-Mexico Border, 1978-1992: Low Intensity Conflict Doctrine Comes Home (1996). Tal dimensión cognitiva del paradigma fronterizo es de gran importancia, como se ha venido indicando al relacionarla con la perspectiva del subalterno, y con la subjetividad híbrida de quienes habitan la zona intersticial de la frontera, ya sea en la circunstancia del tránsito o como mediadores en los procesos de penetración territorial. Dentro de tal paradigma, uno de los elementos fundamentales es el que opone fragmentación y continuidad, viendo la frontera en su doble dimensión real y simbólica, funcionando como límite y obstáculo tanto material como ideológico para el desarrollo de la experiencia de vida de acuerdo a coordenadas espacio-temporales fluidas y productivas. El paradigma fronterizo interrumpe tal fluidez con diversas formas restrictivas (detención, increpación, discriminación, prohibiciones, amenazas, ninguneo, etc.) y con dispositivos (alambrados, aduanas, formas biométricas de vigilancia y control de documentación, revisaciones, muros, regulaciones, multas, deportaciones, etc.) que fragmentan la experiencia multiplicando las fisuras, creando una proliferación de crisis, y rompiendo la unidad espacio-temporal del sujeto que ya no reconoce ni el lugar ni la temporalidad en que se mueve. La disgregación identitaria ya analizada en los fenómenos de becoming y en la necesidad de negar la propia identidad (el origen, los propósitos, los medios con los que se cuenta, el estatus legal, la condición física, incluyendo aspectos de la sexualidad, la salud, la lengua, etc.) no solo desnaturalizan al sujeto sino lo deshumanizan, al sustraer las bases de su reconocimiento y al autorreconocimiento social. La frontera actúa así, sicológicamente, sobre el sujeto, colocándolo frente al abismo de una pérdida radical: el territorio conocido, las relaciones personales, las habilidades laborales, el espacio natural, la lengua materna, etc., a lo cual solo puede oponer el beneficio posible pero improbable de la reconstrucción identitaria en una tierra ajena. En su introducción a Border Theory (1997) David E. Johnson y Scott Michaelsen se refieren al espacio fronterizo como el lugar del que emerge una nueva 22 La construcción de la frontera como paradigma debe mucho, como J. D. Saldívar y otros críticos reconocen, a la obra polifacética (literaria, crítica, etnográfica) de Américo Paredes (19151999), quien produce además de obras creativas, recopilaciones e interpretaciones del folklore y de las formas de identidad y representación que surgen en la frontera estados Unidos-México (e. g. Between Two Worlds, 1991, Folklore and Culture, 1993). Paredes advierte la relación entre conflicto cultural, fronteras políticas y resistencia popular, sobre todo de parte de la población de ascendencia mexicana, incluyendo migrantes y chicanos en Estados Unidos. Sobre la obra de Américo Paredes, véase Ramón Saldívar, The Borderlands of Culture.
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producción cultural, «un nuevo mestizaje» en el que identidad y otredad, adentro y afuera, aquí y allá, diversas lenguas, costumbres y experiencias de vida convergen y se combinan, produciendo modalidades inéditas de ser en sociedad, de pensar y moldear lo político. En ese sentido, la frontera genera, por la fertilidad de las hibridaciones que la caracterizan, nuevas formas de capital social capaces de posibilitar una deconstrucción original de los regímenes de productividad y de verdad del capitalismo tardío. A partir de la activación comunitaria la migración moviliza física, afectiva e ideológicamente, sujetos que están modificando, con su misma existencia y activación, el (des)orden de la nación-Estado, los privilegios de la territorialidad y de la propiedad privada, y la concepción burguesa del humanitarismo. Como se señalara antes en este estudio, la importancia del lugar de enunciación ha sido enfatizada en diversas ocasiones, por considerarse que tal posición afecta la metodología del análisis de la problemática fronteriza y la valoración de los distintos aportes críticos y teóricos que se realizan al respecto. Castillo y Tabuenca indican, por ejemplo, que «the border, as perceived from the United States, is more textual and theoretical than geographical, whereas from the Mexican side the geopolitical referent never entirely disappears» (16). Cada contexto socio-cultural y político, a uno y otro lado de la frontera, favorece diferentes enfoques, los cuales tienden a hacerse más abstractos y estereotipados a medida que el crítico va sustituyendo la experiencia por el discurso. Los debates sobre el valor paradigmático de la frontera también dependen de los contextos conceptuales en los que se inscriba esa problemática concreta, ya sean estos locales, regionales, nacionales, globales, etc. John Alba Cutler, por ejemplo, al analizar la literatura de frontera en relación con la perspectiva del transnacionalismo, señala que si bien para algunos críticos, como Ramón Saldívar, la producción estética de estas zonas sirve de basamento para el estudio de las literaturas transnacionales, otros, como José Limón, consideran que este nuevo paradigma fronterizo posee una especificidad regional que lo aparta del campo mucho más vasto y amorfo del transnacionalismo. Según Cutler, críticos de la literatura chicana serían de la idea de que el punto de vista transnacional puede llegar a opacar o relativizar los aportes de escritores locales, probablemente por difuminar la importancia de los contextos específicos de producción cultural, las vivencias en las que se apoyan e incluso las formas diversas de apropiación y utilización de la lengua (Cutler 156-157). Pero hablar de frontera significa algo más que referirse a un tránsito entre naciones, entre sistemas jurídicos, culturas, lenguas y hábitos colectivos. Significa activar un dispositivo sin el cual la necro-lógica de los bordes pasaría
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desapercibida como estrategia autoritaria de exclusión radical, en la que vida/ muerte se articulan selectivamente y se distribuyen desde el verticalismo de la tríada moderna Estado/soberanía/ciudadanía como parte del diseño simbólico del capitalismo tardío. El paradigma fronterizo constituye, entonces, un espacio específico de luchas de poder, en el cual están representadas muchas de las tensiones que atraviesan hoy día el proyecto nacional y la concepción de sujeto que aún se intenta mantener como sustento ideológico de los nacionalismos, a pesar de las transformaciones que en las últimas décadas han afectado el concepto la práctica de lo político. La función paradigmática de la frontera consiste en exponer el exceso del poder que regulariza y legitima la excepción como parte del new normal del nacionalismo, en su etapa de recrudecimiento fundamentalista, donde los sujetos quedan presos en las fisuras del sistema, que el territorio metaforiza con sus desiertos, sus grietas, su sequía, sus alimañas, sus silencios. Analizando la novela de Luis Alberto Urrea The Devil’s Highway (2004) como un ejemplo representativo de algunos de los enfrentamientos que caracterizan los bordes nacionales, donde convergen y antagonizan poder y subjetividad, nación y vida, territorio y subjetividad, Abraham Acosta define la frontera como un particular «objeto de disputa» (111), señalando que para comprender esta contienda es necesario colocarla en relación con la concepción de una «territorialidad negativa» —la vida nuda estudiada por Agamben— la cual revela y esconde, al mismo tiempo, el estado de excepción que se manifiesta a través de las políticas de borderización. Según Acosta, es justamente esta figuración oposicional insalvable de la frontera la que debe ser analizada para entender el movimiento simultáneo de reducción y preservación de los bordes nacionales, es decir, las instancias necropolíticas de afirmación de una soberanía nacional que impide el cruce de un lado a otro y que relega a los infractores a una alteridad negativa. Como «zona de indistinción» entre zoe y bios, la frontera está a la vez dentro y fuera del orden jurídico, convirtiéndose en la región paradigmática donde las dos figuras esenciales teorizadas por Agamben —el soberano y el homo sacer— se enfrentan y definen recíprocamente: «As a result of this doubly exceptional status, homo sacer, being neither animal nor citizen, lives in banishment amidst the juridical order as life belonging neither to zoe nor to bios, as a form of life that can be killed but not sacrificed» (A. Acosta 112). El valor paradigmático de la frontera es, así, epistémico, político y social, estético y jurídico, económico y filosófico, sin que ninguna de estas facetas eclipse a las demás. Más bien, se trata de una constelación de sentidos que irrumpen en la radicalidad del margen, colocando al proyecto nacional ante el abismo de su propia autodestrucción.
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Frontera y confín En su último libro sobre la cultura política en Estados Unidos titulado The End of the Myth: From the Frontier to the Border Wall in the Mind of America (2019), el reconocido historiador Greg Grandin recorre la historia del mito de la frontera —entendida aquí como confín— desde los orígenes de la nación hasta el presente. El autor relaciona esta acepción de la noción de frontier con el espíritu expansionista, de conquista territorial, apropiación de recursos y perpetua persecución del progreso material que constituyera una de las bases principales del autoproclamado excepcionalismo americano. Como parte esencial de la promesa, tempranamente definida, de conquista sin fin de espacios territoriales, modernización interna y liderazgo internacional, el mito de la frontera siempre significó un horizonte utópico a través del cual se celebraba el individualismo, el poderío militar y el aventurerismo como elementos clave de la identidad americana. Las nociones de «constante devenir», «despliegue incesante», «renacimiento perenne» e «insaciable apetito de poder» fueron premisas de los imaginarios de una nación que se pensaba orientada hacia una nueva forma de universalismo, que tuvo en el mito del Oeste una de sus más divulgadas metáforas. Tierra prometida donde esperaba el oro y la conquista de la naturaleza, y donde se afirmaba una utopía social prepotente y masculinista que incluyó desde el principio la ambición y el racismo como elementos inherentes del desarrollo social, el mito del Far West —uno de los nombres del frontier americano— combinaba la idea de tierra libre con la violencia armada y con el desprecio por las consideradas razas inferiores, particularmente indígenas, mexicanos, negros y eventualmente asiáticos —también mujeres y gente pobre— todos los cuales ocupaban siempre posiciones subalternas y eran caracterizados como poseedores de rasgos y costumbres carentes de positividad, fuerza espiritual y potencial civilizatorio. Como Grandin señala con acierto, hablar de la frontera siempre fue hablar del capitalismo. Y si en épocas anteriores la idea de la frontera como confín servía para motivar la conquista del espacio que separaba al héroe de metas lejanas pero excitantes y promisorias, en épocas actuales la imagen de la frontera como borde cerrado entrega la noción de clausura, comunica la conciencia acerca de los límites del capitalismo, la desaparición del excepcionalismo, la presencia del Otro y el comienzo, quizá, de otra etapa de la historia donde los explotados, sometidos, invisibilizados y marginalizados por el desarrollo, vuelven por sus fueros. Grandin agrega un elemento crucial a la discusión sobre límites: el hecho de que, como señala Todd Miller en Border Patrol: Dispatches from the Front Lines of Homeland Security (2014), desde hace décadas, la frontera está situada en todas partes, más allá de las líneas convencionales, no en Texas, Arizona o en el borde
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austral de las transitadas rutas de Tijuana o El Paso, sino mucho más al sur, en el límite entre México y Guatemala: There, Mexican agents, subsidized by Washington, police the first line of a multitiered border against Central American migrants heading north. In fact, all of South America is our «third border», according to one defense analyst, and so, says the Pentagon, is the Caribbean (Grandin 268).
La frontera es, así, ubicua y extraterritorial. Su existencia fantasmática, omnipresente y al mismo tiempo elusiva, variable y amenazante, crea una atmósfera en la que el individuo se siente siempre asediado y objetificado, como si sus desplazamientos fueran ya, de por sí, un delito, y el mundo un territorio foráneo e inhóspito, poblado de peligros. Mezzadra y Nielsen distinguen entre border y frontier, entendiendo que mientras que el primer concepto, que corresponde al término español de frontera sirve, entre otras cosas, para distinguir diferencias culturales, el segundo vocablo se refiere más bien a espacios abiertos y a movimientos expansivos, dando la idea de un «frente abierto», móvil y en continua formación (Border as Method 14-15). La noción de confín comunica en castellano esas mismas connotaciones de apertura e indeterminación. Estos autores indican que, en contextos coloniales, por ejemplo, esta laxa noción de límite coexistía junto a otras divisiones, por ejemplo, entre conquistadores y nativos, líneas imaginarias o materializadas que atravesaban dominios territoriales y culturales más delimitados. En Derecho de fuga Mezzadra explicita las diferencias entre confín y frontera, indicando que, aunque ambos términos son sin duda semánticamente contiguos, Mientras [«frontera»] hace referencia a un «espacio de transición», en donde fuerzas y sujetos distintos entran en relación, se chocan y se encuentran, poniendo en juego (y modificando) la «identidad» de cada uno; el confín, desde su originaria acepción de surco trazado en la tierra, representa una línea de división y protección de espacios políticos, sociales y simbólicos constituidos y consolidados. Es, entonces, el signo de las lógicas de dominio inherentes a la dimensión de la estatalidad, lo que el confín imprime en la experiencia de los migrantes, sobredeterminando y reduciendo bruscamente su estatuto de «ciudadanos de la frontera» (112).
Pero, como Mezzadra advierte, la situación se complica si adjudicamos al confín una cualidad antropológica, «natural» y apoyada en datos etnoculturales o simplemente raciales, utilizados como legitimación de diversas formas de exclusión.
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Si se utiliza la perspectiva histórica, la noción de frontera se amplía y adquiere una dimensión diferente, que hunde sus raíces en el colonialismo, los procesos de transculturación y las etapas primeras de acumulación de capital tanto material como simbólico en las tierras del que fuera llamado Nuevo Mundo. En el libro colectivo coordinado por Fernando Vizcarra, titulado La frontera interpretada: procesos culturales en la frontera noroeste de México (2006), Mario Alberto Magaña aporta un dato fundamental sobre la región fronteriza del noroeste mexicano, el cual permite poner en perspectiva la noción de borde nacional. El historiador nos recuerda que la región fronteriza surgió de hecho en tiempos coloniales como un espacio de delimitación sociocultural entre los indígenas nómades yumanos y la población novohispana.23 Teniendo en cuenta estos antecedentes, resulta obvio que la genealogía de la fronterización entre México y Estados Unidos se lee de otra manera, como una instancia muy posterior a la separación que se trazara entre la cultura yumana originaria y los imaginarios y prácticas del conquistador, particularmente los vinculados a la diseminación del catolicismo, ya que «[a]ntes de ser región fronteriza, este espacio fue frontereño: una forma particular de expansión de la civilización occidental; esto es, una frontera cultural» (46). Como Magaña indica, la línea divisoria sería una «frontera de gentilidad» antes de ser una «frontera binacional». Tal puntualización tiene asimismo un valor metodológico, ya que señala la conveniencia de atender a la dimensión temporal como modo de advertir el espesor histórico de la borderización y las formas de diferencia que, en cada etapa, se intentó regular con los bordes nacionales, en cualquier parte del mundo. Otro tema vinculado al tema de la territorialidad y la inmigración en la época actual es el que tiene que ver con la exteriorización de las fronteras. Puestos de inmigración de los Estados Unidos funcionan en aeropuertos de todo el mundo y son también considerados parte de la frontera. Dentro del país, [f ]ederal agents have «extra-constitutional powers» in what are called «border zones», defined as one hundred miles in from international boundaries, which 23 Los yumanos, considerados uno de los grupos indígenas menos estudiados, parecen haber
emigrado del territorio actualmente norteamericano hacia el sur, ocupando el desierto de Sonora y Baja California. Garduño discute las consideraciones de León-Portilla, quien afirmó que estos grupos autóctonos eran gente de paz, que no había ofrecido resistencia a la colonización española. Según Garduño, los yumanos expresaron de múltiples maneras, pasivas y activas, su oposición al proyecto de pueblo indio llevado a cabo por los misioneros, y resistieron los intentos de sedentarización y de sometimiento a tareas agrícolas, que se oponían al nomadismo de estos indígenas cazadores y recolectores. Tales enfrentamientos están en la base de la delimitación territorial que demarcaba el espacio de estos pobladores autóctonos del de los colonizadores. Véase al respecto Garduño, «Los grupos yumanos de Baja California: ¿indios de paz o indios de guerra?».
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covers as many as two hundred million citizens —about 65% of the country’s population, and about 75% of its Latino residents. […] All of Michigan is a «border zone», as are Hawaii and Florida. It really is kind of a Constitution-free zone, as one policy analyst puts it (Grandin 268).
La idea del muro fronterizo funciona hoy en día más como constante anuncio de un proyecto monumentalista basado en el resentimiento y la recalcitrante adhesión a formas perimidas de nacionalismo excepcionalista, que como concreción de un programa o expresión de una ideología constructiva y viable. Captura, como tal, el imaginario colectivo de una gran masa poblacional cautivada por el espectáculo de biopoder y su capacidad para dirigir los procesos vitales ostentando un autoritarismo militarista, excluyente y apoyado en la discriminación étnico-racial, que se encuentra entronizada en el mito de lo nacional desde la época de la colonización. En este sentido, el muro simboliza un porfiado concepto de supremacía, al tiempo que clausura una válvula de escape destinada a liberar, en alguna medida, las tensiones internas del racismo, la desigualdad y el individualismo. El anuncio del muro, la constante referencia a su potencial capacidad para detener la historia y mantener a salvo los valores providencialistas que sustentaron la idea de una América todopoderosa, funciona así como el recurso final, desesperado, de una nación que busca su lugar en un mundo global que le resulta incontrolable y en gran medida ajeno y hostil, tanto en su exterioridad como en las formas múltiples en que esa ajenidad se interioriza, interviniendo el sueño americano con una dosis letal de realidad política y social. Según Wendy Brown, el efecto del muro es asimismo mucho más sutil que el de separar, intimidar o contener, teniendo una incidencia particularmente aguda en los imaginarios colectivos: Los muros construidos alrededor de entidades políticas no pueden bloquear lo exterior sin cerrar lo interior, no pueden dar seguridad sin hacer del ansia por la seguridad una forma de vida, no pueden definir un «ellos» exterior sin producir un reaccionario «nosotros», aun cuando esos mismos muros estén minando las bases de esta distinción. Psíquica, social y políticamente, los muros convierten de un modo inevitable una forma protegida de vivir en otra encogida y empequeñecida (Estados amurallados 61-62).
Insistiendo en la perspectiva kinésica que orienta su trabajo sobre la frontera, Thomas Nail sugiere que esta debe ser estudiada tomando en cuenta su constante movimiento, los cambios y variables que debe incorporar debido a los factores naturales, tales como la oscilación de los postes fronterizos asentados sobre la arena y sujetos a la fuerza de las mareas, la erosión que esos factores causan sobre los materiales divisorios creando huecos en las empalizadas, el desgaste del cemento que asegura las estructuras, y el deterioro de los materiales en zonas de
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altas temperaturas, lluvias e inundaciones. Asimismo, grupos de interés, como los medioambientalistas hacen presión para que se respeten zonas importantes para la vegetación o fauna local, e indígenas americanos exigen el respeto de las tierras sagradas, obligando a reorientar las cercas o murallas (Theory of the Border 169).24 Propietarios de tierras, milicias civiles, políticos, etc. hacen llegar asimismo reclamos de diferente índole que obligan al gobierno a reubicar las construcciones fronterizas. Estas requieren, a su vez, que el terreno sea modificado para crear una base sólida a las construcciones, lo cual resulta en trabajos de ingeniería y arquitectura que intentan crear un espacio fronterizo que no se preste a penetraciones clandestinas. Nail explica los desastrosos resultados ecológicos de estas operaciones. En un lenguaje deleuziano, concluye que «the border is a material assemblage of various mobile war machines —transported from around the world— into a single war machine» (170). En cuanto al muro en sí, Nail destaca, remitiéndose al relato de Kafka «La gran muralla china», que para ese tipo de construcciones debe comenzarse creando «bloques» humanos y territoriales, fragmentando y seccionalizando el proceso que conduce a la totalidad proyectada. Nail anota que tal operación requiere estandarización, y una división del trabajo que se corresponde con la extracción y utilización de materiales y con las distintas etapas del proceso arquitectónico. Tal segmentarización responde a un centralismo que unifica y controla, es decir, que revela la presencia y el ejercicio del Poder que a través del muro se materializa y monumentaliza. Esta sería la primera función kinésica del muro. La segunda es el ensamblaje de las partes, su ordenamiento y ajustes sucesivos. El muro expresa tres aspectos complementarios: es una marca, un límite y una frontera, siendo sus principales cometidos los de tipo militar: delimitación, defensa y definición de una plataforma desde la cual organizar el ataque (Theory of the Border 68). Responde, entonces, a un proyecto deliberado de consolidación del poder y de reafirmación de hegemonía, y al reconocimiento o invención de un Enemigo que supuestamente legitima el costo económico y social de la muralla, la cual se erige como una cicatriz en el terreno que ya nunca volverá a ser el mismo. Muros, líneas divisorias y zonas intermedias, ámbitos de indistinción y de vacío jurídico, las áreas fronterizas crean la exterioridad que el proyecto nacional necesita para definirse, es decir, delimitan el afuera constitutivo de la ciudadanía y del nacionalismo, y en ocasiones también de la misión civilizatoria, y de los regímenes de verdad que la acompañan y la sustentan. 24 «In
fact, after the US government had waived numerous federal environmental protection laws and built the border fence in 2007, it had to go back in 2009 with $50 million to “assess, restore, and mitigate” the environmental damages the construction had caused. This required the fence, foundation, roads, and valleys to be moved and reconstructed again in order to mitigate erosion, flooding, and other damage» (Nail, Theory of the Border 169).
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En The Devil’s Highway, Luis Alberto Urrea desarrolla la idea de frontera (frontier) como confín, al señalar que la línea que separa Estados Unidos y México es, en realidad, el área en la que se juntan dos ideas de frontier: el Oeste, considerado la región más alejada, el límite, la demarcación última fijada por la imaginación como extremo territorial, cultural y existencial (el Far West de las minas de oro, la aventura y la tierra sin ley) y el Norte, concebido desde el otro lado del río Bravo como horizonte del deseo, lugar utópico para la expansión y la conquista del progreso. Abraham Acosta comenta esta significación dual de la frontera como confín al señalar que el relato de Urrea se ubica en el espacio doblemente marginal que tanto México como Estados Unidos definen como su exterioridad: «[…] as Urrea contends, the US/ Mexico border is, after all, a geopolitical intersection between two historically delimited frontiers»: In North America, the myth tends west: the cowboys, the Indians, the frontier, the wild lands, the bears and wolves and gold mines and vast ranches were in the west. But in Mexico, a country narrow at bottom and wide at the top, the myth ran north. The Mayas pushed north, and the Aztecs pushed north once they’d formed an empire. Later, the Spaniards pushed north. The wide open spaces lay northward. The cowboys and Indians, the great Pancho Villa outlaws, the frontier, lay north, not west. That’s why norteño people are the cowboys of Mexico —not westerners. The Spanish word for «border» is, after all, frontera. The frontier (Acosta 113).
Acosta se refiere, interpretando a Urrea, a las áreas fronterizas de Arizona como «zonas de abandono», donde lo que predomina es el vacío jurídico, incluso el vacío de toda delimitación fronteriza, ya que la materialidad de la frontera ha quedado reducida a «una línea de polvo», al silencio, la ausencia de la voz, la corporalidad librada a sus propios, mínimos y extenuados recursos. The border, understood by Urrea as the threshold between two frontiers, is thus presented as a doubly exceptional figure. If the frontier already always signifies those margins of indistinction within a given state —inside/outside, inclusion/ exclusion, zoe/bios— then the border is constituted by nothing less than that exteriority which has been excluded from both frontiers. Like a demilitarized zone, it is a space that is neither inside nor outside the juridical order, neither inside nor outside the sovereign claims of Mexico or the United States, but instead a doubly constituted state of exception existing between both (113-114).
Matthew Longo llama la atención sobre la antigüedad de la idea de frontier como confín de los imperios, desde el Imperio romano en adelante, y de la rela-
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ción de esa noción con los espacios periféricos, que se potencian por el vínculo que establecen con los centros de poder. Estas zonas alejadas, pero aún consideradas partes del dominio imperial, constituyeron espacios de amortiguación de posibles ataques (buffer zones) confiriendo a los bordes del imperio un espesor mayor, más extendido y más indefinido. Se trata de «fronteras invisibles», espacios dinámicos que siempre debían ser mantenidos en relación con el imperio, ser constantemente cooptados para que pudieran cumplir la función de regular los tráficos, contener ataques y constituir zonas de recaudación de tributos. El confín o frontier adquiere, en este sentido, concreción y función, constituyendo el perímetro impreciso pero activo de los grandes poderes (29-31). La frontera como capital simbólico (representaciones) Hablar de la frontera como capital simbólico implica, en el contexto de este estudio, hacer referencia a modo en que la idea, el lugar y la función de la frontera han ido acumulando significación, a lo largo de siglos, llegando a constituir un repositorio de motivos, imágenes, sentidos y connotaciones ideológicas (políticas, identitarias, etc.) que son consumidas (utilizadas como mercancía simbólica) por los imaginarios populares, el discurso político, la antropología, la crítica cultural, la sociología, etc. El capital simbólico tiene que ver con la adjudicación de valor y con las formas de utilización de ese valor, es decir, con los usos que se hacen de las constelaciones de sentido y con las formas que asume su circulación social. En una aproximación crítica aguda y no exenta de ironía e irreverencia, Carlos Monsiváis analizaba, a comienzos de la década de los 80, «la cultura de la frontera», tema que consideraba inseparable de los de identidad y nacionalismo. Entendiendo la frontera no tanto como área de intercambios sino como categoría cultural, Monsiváis acentúa lo que era la experiencia del límite nacional entre Estados Unidos y México en ese momento histórico, contraponiendo ambos lados del borde fronterizo para captar la idiosincrasia de las poblaciones que habitan cada espacio territorial y, sobre todo, las desigualdades sociales y económicas que las caracterizan. Hacinamiento, explotación, improvisación y desprecio social, en tierras mexicanas, se enfrentan al apogeo del crecimiento y la organización socio-económica en la región estadounidense. Tales binarismos no están exentos de estereotipos que seleccionan elementos en cada uno de esos polos para crear una dramática contraposición de fácil consumo y diseminación masiva. La frontera es «el centro del deseo» para todos aquellos que están dispuestos a arriesgar la vida para conseguir cambiar el desamparo y la inseguridad conocida por oportunidades laborales. Monsiváis entiende por cultura de
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la frontera «las formas de vida, la suma de acciones y reacciones que integran en los lugares clave, una manera de aceptar el pasado y el presente, los métodos para concebir el futuro» (290). Producida hace casi cuatro décadas, esta definición no enfrenta el problema de la manera técnica y sofisticadamente política que se utiliza actualmente para resumir las cualidades ambiguas y proliferantes del nolugar fronterizo y de las fuerzas que lo atraviesan, pero sitúa la problemática en el territorio existencial de quienes ya entonces habían hecho del tránsito transnacional un habitus social y cultural guiado por la precariedad cotidiana, la violencia estructural, y el desequilibrio de las relaciones sociales y políticas. Monsiváis escribe, como en todas sus crónicas y estudios sobre cultura mexicana, desde el interior mismo de los imaginarios populares, atendiendo a los mitos, creencias, tipificaciones y formas de expresión del deseo del ciudadano común, aquel que es ajeno a los privilegios y perspectivas del poder. También atiende primariamente a las causas que han ido moldeando la mentalidad migratoria como una de las formas que asume en México la conciencia del despojo, de la incapacidad estatal, de la dependencia, y de explotación humana que constituyen parte de la historia nacional. Maneja ya entonces la noción la migración como expulsión, idea que Saskia Sassen popularizaría décadas después. Señala, en este sentido, que el fenómeno deriva de factores puntuales: el fracaso de la Reforma Agraria, la sobrepoblación y las acciones de latifundistas y caciques locales que fueron moldeando los imaginarios nacionales a través de las épocas y permeando las que Roger Bartra llamara «redes imaginarias del poder político». También ve la migración como el «exceso» de lo que no cupo en el estado nacional, de lo que fue estructuralmente excluido hasta llegar a concebir en la des/re/territorialización, la única posibilidad de supervivencia. Tales procesos son inseparables de la construcción política y social que acompaña las ideas de identidad colectiva y de nacionalismo. En la idea de mexicanidad Monsiváis percibe la acumulación de una serie de rasgos idealizados en las conductas sociales, creencias, valores y lecturas de la tradición. Asimismo, en la idiosincrasia nacionalista ve, a la vez, un instrumento de la demagogia política y una fórmula utilizada defensivamente a nivel popular, como elemento de cohesión frente a los embates desnaturalizantes y disgregadores de la cultura norteamericana. Como parte del desarrollo cultural de la frontera, el cronista mexicano recuerda que, para algunos, esa área limítrofe constituye una «zona libre» en el sentido económico, social y hasta moral, ya que allí proliferan, como en una tierra de nadie, la prostitución, el narcotráfico y otras formas de contrabando y tráficos ilícitos. A esta forma de vida «libre» se sumarán las circunstancias relacionadas con los regímenes de trabajo flexible, principalmente a nivel industrial. Las maquiladoras sostienen a una población fronteriza en constante tránsito a
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través de las líneas limítrofes (migrantes zafrales). Muchos de estos trabajadores mantienen residencia temporal en ciudades que posibilitan a las empresas «desterritorializar» el trabajo para evadir salarios mínimos, impuestos y beneficios sociales para los trabajadores, quienes aceptan condiciones laborales subhumanas por una mínima entrada salarial. La frontera (Tijuana, Ciudad Juárez y en menor grado Mexicali, Nuevo Laredo, Reynosa) es así definida por Monsiváis como un interregno, un espacio-tiempo variable y acelerado donde reina la improvisación, la mezcla y el simulacro. Al mismo tiempo, a nivel global, las áreas fronterizas en los bordes o en el interior de los estados nacionales (como sucede con los desplazamientos poblacionales o asentamientos marginales de extrema pobreza) crecen desmesuradamente y sin planeamiento, siguiendo las variantes de los mercados laborales, las transformaciones urbanísticas, las cotizaciones de la moneda nacional y las condiciones de seguridad. Néstor García Canclini, quien en Culturas híbridas caracterizó a la ciudad de Tijuana como laboratorio de la postmodernidad, modificó su aserto años después, considerando que sobre todo a partir del asesinato del candidato presidencial del PRI Luis Donaldo Colosio en 1994 en esa ciudad, correspondía más bien reconocer que Tijuana es «el laboratorio de la desintegración sociopolítica de México, como consecuencia de una ingobernabilidad calculada» (Montezemolo 744). En efecto, se dan en la ciudad de Tijuana una serie de agudos contrastes de formas de vida, valores, proyectos y niveles económicos, en relación con la cercana ciudad estadounidense de San Diego. Pero tan prominentes como los contrastes son las formas de hibridación y mezcla, los empréstitos, negociaciones de significados y aleaciones de forma y sentido, que se registran en todos los aspectos sociales, estéticos, ideológicos, etc. Con su valor icónico de ciudad fronteriza, Tijuana está destinada a dar siempre lugar a aproximaciones comparativas y contrastantes. Su valor intrínseco es siempre relativo, con respecto a la otra cara del mundo que se extiende hacia el Norte, y que comienza a partir del ritual del cruce de frontera. Zona de violencia política y clandestinidad, de irregularidades «producidas» y explotadas, donde parecen regir lógicas que incluyen la excepción permanente, el simulacro y el abuso, pero también la solidaridad, la creatividad y la interculturalidad, Tijuana representa, quizá, un paradigma de borderización que se está reproduciendo a nivel simbólico (y no ya solo por el proceso de externalización y proliferación de fronteras), haciendo de toda cultura una cultura fronteriza, en el borde, hibridizada, y crecientemente alejada de fundamentalismos, nacionalismos, homogeneizaciones y esencialismos identitarios. En el libro Visiones de frontera: las culturas mexicanas del suroeste de Estados Unidos (1999) prologado por Carlos Monsiváis, Carlos Vélez-Ibáñez habla de «la distribución de la tristeza» en relación con los constantes tránsitos de mexica-
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nos hacia Estados Unidos a lo largo de la historia, refiriéndose con esa expresión a la desigualdad que caracteriza la relación entre ambos países. Estas condiciones de contrastes notorios a uno y otro lado de la línea fronteriza imponen a los menos privilegiados la miseria, la marginalidad, la violencia del crimen y de la represión estatal, y la precariedad general en las condiciones de vida (seguridad, educación, salud, vivienda). Tales condiciones cristalizan en subjetividades bien diferenciadas, en proyectos sociales antagónicos y, al mismo tiempo, en formas radicales de hibridación y mestizaje cultural. Estas realidades polarizadas que existen a uno y otro lado de la frontera y que se exacerban en los imaginarios populares, han dado lugar a innumerables metaforizaciones del entre-lugar que permite visualizar, desde una posicionalidad límite, los territorios de la riqueza y la pobreza, como si estos rasgos por sí mismos constituyeran espacios concretos, marcados por experiencias intransferibles, codificados de modo diferente y cifrado para todo aquel que no «pertenece» al espacio social del Otro. Asimismo, la experiencia de la violencia de Estado, en sus intrincadas relaciones con el crimen organizado, el delito común, la corrupción y otras lacras sociales, ha contribuido a desarrollar en torno a la frontera narrativas en las que se mezcla testimonialismo y ficción, en intentos por captar el rebasamiento de los límites de la legalidad y la insuficiencia de la sociedad civil para contener aquello que en la frontera desborda el límite. Los escenarios de tortura y muerte elaborados por la literatura y las artes se adhieren a la polisemia del borde territorial, convirtiéndolo en un borde también existencial y necropolítico. El libro Huesos en el desierto (2002) de Sergio Rodríguez González, ha sido uno de los textos de mayor impacto acerca de la situación de violencia en el México contemporáneo. Por su fuerza descriptiva y por el valor documentalista de una narrativa que tiene como base la experiencia del autor en las áreas aludidas, el libro revela no solamente el horror de los crímenes fronterizos sino también las complicidades políticas que los hacen posibles.25 Asimismo, sobre la base 25 La versión supuestamente cronística de Rodríguez González ha sido impugnada por algunos críticos, que consideran que la base empírica del relato de Huesos en el desierto sustituye con imaginación muchos elementos de la realidad. Dice, por ejemplo, Oswaldo Zavala, comparando este libro con el de Charles Bowden, Juárez: The Laboratory of Our Future (1998): «En Huesos en el desierto de Sergio González Rodríguez, la fuerza de la fotografía se reemplaza con una síntesis de géneros periodísticos y literarios mezclados con el parte policial. El libro recolecta entrevistas, noticias de prensa, expedientes judiciales y forenses, en un entramado que omite la atribución específica de cada una de las fuentes. El periodista detalla con precisión múltiples aspectos del fenómeno, pero impide al lector distinguir entre el trabajo original del libro y la información perteneciente a otros periodistas e investigadores. El recuento es caótico y las líneas de investigación, en más de una ocasión, contradictorias. Además de sobrevalorar testimonios de credibilidad dudosa, repite nombres y circunstancias, lo mismo avanza en el tiempo como revierte abruptamente la cronología del libro» (s/p).
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de los testimonios y elaboraciones personales de Rodríguez González, en la novela póstuma 2666 (2004), Roberto Bolaño vuelve sobre la realidad fronteriza situando la acción en la ciudad de Santa Teresa, enfocando particularmente los feminicidios de Ciudad Juárez, en la sección del libro titulada «La parte de los crímenes». De manera prismática, los asesinatos son vinculados a situaciones de narcotráfico, así como a la acción desplegada por bandas fronterizas, la explotación laboral de las maquiladoras, la responsabilidad del Estado y las fuerzas policiales, etc., convirtiendo al propio Rodríguez González en uno de sus personajes. La proliferación de los crímenes de Juárez se presenta como un vaivén siniestro entre la particularidad de los casos individuales y el carácter colectivo de los asesinatos, haciendo que la agencia delictiva se disemine sin singularizarse, con lo cual la culpa parece flotar en un espacio de impunidad y muerte que trasciende las lógicas de la razón y los controles de la ley, ambas insuficientes ante el poder tanático del crimen. Las áreas fronterizas son presentadas como tierras de nadie, como un vacío legal, ético y político que apunta hacia la figura fantasmal del Estado y hacia los diluidos conceptos de soberanía, justicia, igualdad, orden y ciudadanía, que van dejando de tener sentido en una tierra sin ley. Analizando la novela de Bolaño, Jeffrey Gray señala que lo que se persigue en ese texto no es la representación de la culpa o responsabilización de individuos concretos, sino la presentación de una condición ética y política: la de la pérdida gradual del valor de la vida y la instalación de regímenes de muerte que parecen autonomizarse de lo social. Pocos conceptos poseen, como el de frontera, la potencialidad de evocar, al mismo tiempo y con la misma fuerza, referentes materiales e intangibles, afirmando su literalidad en el mismo movimiento en el que se revela su carácter simbólico y alegorizante. La representabilidad de la frontera deriva de su fuerte contenido emocional, que activa pulsiones, deseos y rechazos, e intensifica tanto antagonismos como reacciones de solidaridad, protección y comunicación intercultural. Algunos autores enfatizan la productividad de tales intercambios, mientras que otros señalan la fuerte segmentación y fragmentación que caracteriza el espacio fronterizo. Gilberto Giménez, por ejemplo, al estudiar las representaciones de la frontera norte de México, da prioridad a la noción de multiculturalidad por encima de la de hibridación, por considerar, como Michael Kearney, que las franjas fronterizas presentan una multiculturalidad abigarrada que comporta la multiplicación de los contactos entre culturas diferentes, pero sin que ello implique necesariamente la alteración substancial de la identidad de sus portadores; no la «desterritorialización» sino la multiterritorialidad característica de las culturas de diáspora, que desbordan la frontera geográfica y se dispersan hacia el interior del territorio norteamericano, transportadas por los flujos incontenibles de la migración laboral (labor migration) (Giménez 27).
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Según Giménez, y a pesar de procesos de integración relativa, cada una de las comunidades que se encuentran y se oponen en la frontera conserva sus memorias, valores y principios identitarios, los cuales se proyectan rebasando fronteras territoriales. Debra A. Castillo trabaja, al respecto, la entronización de las identidades, gustos, formas lingüísticas (lenguas, dialectos, idiolectos) que se despliegan en Nueva York, situando la cultura mexicana en el centro mismo de los Estados Unidos. Se trata de un complejo proceso transculturador que relativiza la territorialidad y desarticula las relaciones tradicionales entre espacios geográficos, identidades y formas culturales. En «Mexicanos en Manhatitlán», Castillo observa, a través de la obra y las observaciones de Valeria Luiselli y Carmen Boullosa, el modo en que esa mezcla es vivida e interpretada, como testimonio de la interiorización de una otredad que ya no está delimitada por las líneas internacionales. A nivel representacional, la problemática fronteriza tiene como punto neurálgico los cruces desde México hacia Estados Unidos, a través de los cuales se canaliza una gran cantidad de población caribeña, centroamericana, sudamericana y mexicana. Este fenómeno masivo ha inspirado múltiples esfuerzos de plasmación simbólica de la interacción cultural que tiene lugar en un clima social, político y económico tenso y siempre potencialmente violento. Al tiempo que los arduos procesos de tránsito y cruce son representados en todas las variantes posibles, resaltando peligros y obstáculos a veces insalvables, el mundo fronterizo se presenta también atravesado por dinámicas comunitarias fuertes y solidarias, que coexisten con la violencia de las políticas estatales y con la intensificación delictiva que rodea la situación de precariedad e incertidumbre en los distintos puntos de cruce.26 Los elementos de corte territorial, corporal y emocional que vienen describiéndose, encuentran representación en narrativas literarias y visuales, testimoniales, ficcionales, fílmicas, pictóricas, musicales y performativas. Se ha hecho ya alusión a la relación entre migración y escritura, como convergencia en la que se intenta encontrar sentido al espacio/tiempo de la lejanía y la enajenación, al elaborar los tópicos del alejamiento y el retorno, el aquí/allá, ahora/entonces, que articulan la experiencia migratoria. Se han mencionado asimismo films que trabajan los temas de la distancia, la ajenidad, las alternativas del viaje, las dificultades de la reinserción, el lenguaje, las heridas que marcan el cuerpo y la emocionalidad de los migrantes, las pérdidas, duelos y formas de recuperación y 26 Fernando
Vizcarra pinta elocuentemente los tránsitos identitarios, los vuelos de la imaginación y las imposiciones de lo real en la frontera mexicano-americana en el artículo que titula «En busca de la frontera: identidades emergentes y migración. Apuntes para una aproximación reflexiva», donde logra ofrecer una visión matizada del proyecto fronterizo y de las alternativas que los cruces presentan al migrante.
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resistencia de sujetos que han sacrificado el sentimiento de pertenencia y experimentan formas múltiples de marginación y extranjería. Santiago Vaquera-Vásquez señala que tales representaciones responden a «geografías imaginarias» en las que la experiencia y la imaginación construyen la región fronteriza ya sea como espacio poroso, transicional y teatralizable o como barrera necropolítica. Algunas representaciones integran la visión de inmigrantes que hoy constituyen la población latina en Estados Unidos, donde el mito originario de Aztlán permite desarrollar la idea del origen nutriendo a la frontera de contenidos transhistóricos. En otros casos se desarrollan imágenes y contenidos que emergen de conflictos fronterizos actuales reactivados durante el gobierno de Trump, que hacen de la frontera una zona paradigmática de ideologización y apropiación simbólica, en la que se expresan con particular intensidad los antagonismos que han marcado la historia mexicano-americana y las pulsiones del nacionalismo. Según Vaquera-Vásquez In cultural discourse on the US/Mexico Borderlands, the dominant inscriptions are most often that of the Chicano and that of a global communal space. The region has been variously encoded as Aztlán —the pre-Columbian mythic past which is the cornerstone of the Chicano movement— and more recently as «Borderlands», the universal cultural construct representing the encounter of diverse cultures, genders, social classes, and world-views. As observed by Claire Fox, the borderlands has come to replace Aztlán as «the metaphor of choice to designate a communal space» (61).
La evocación de Aztlán como cronotopo (es decir, como condensación espacio-temporal), por un lado, y las lecturas topográficas de la frontera (como realidad territorial específica, desde el punto de vista geocultural y político), constituyen dos ángulos recorridos ampliamente por la literatura y las artes, en sus intentos por capturar la conflictividad y productividad cultural del borde internacional. Al mismo tiempo, entre ambas posibilidades, se abre un amplio espectro de representaciones en las que los «mapas mentales» intervienen prestándose a diversos grados y formas de documentalismo o ficcionalización. Esas perspectivas muchas veces predominan sobre las representaciones producidas en México, afectadas por otras formas de distanciamiento e intermediación simbólica. Se trata entonces de entender las «geografías imaginarias» como posicionamientos no solo geoculturales, sino estético-ideológicos, donde la noción de frontera funciona como un parteaguas transitorio e inestable, convencionalizado y «construido», cuya materialidad objetiva compite con la dimensión interior que tal noción adquiere en la subjetividad individual y en los imaginarios colectivos.
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Una serie de ejes conceptuales son comunes a las profusas representaciones de la migración en los distintos registros de la literatura y demás artes contemporáneas. Uno de esos ejes gira en torno a los temas del espacio abierto/cerrado como señalamiento de los extremos entre los que se mueve la vivencia de la desterritorialización: enclaustramientos vs. intemperie, celdas o alambrados vs. cielos abiertos, desiertos y baldíos donde el cuerpo humano se constriñe ante lo incontrolable, multitudes vs. individualidades solitarias, cuerpos racializados y sufrientes vs. cuerpos uniformados y presencias militarizadas que son indicio de órdenes de poder dictatoriales y deshumanizados. Otras formas de representación definen sus objetivos estético-ideológicos enfocando la materialidad del trabajo, los sufrimientos corporales, la lucha contra el medio ambiente y las complejidades de la interculturalidad. Se analiza también el proceso de construcción progresiva de la voz propia del migrante o desplazado, como instrumento con el cual traducir al lenguaje vivencias, sentimientos y sucesos que encuentran así formas de socialización que permiten rebatir el estereotipo del migrante como figura pasiva, victimizada e incapaz de generar agencia política y social. Es interesante observar las estrategias que se utilizan para la representación de conflictos y de aspectos de la cultura popular, desde la selección de actores, hasta la escenificación, los usos del color y el movimiento y el trabajo de filmación, que trata de captar las dinámicas espontáneas de una cotidianeidad marcada por el constante estado de emergencia y desesperanza. En las dinámicas fílmicas predominan las versiones dramáticas y el neorrealismo, donde la migración es presentada como una épica atravesada por la domesticidad, el apremio, la precariedad y la contingencia. El mito del «allá» constituye una instancia utópica tan poderosa como la idea del retorno, que se irá convirtiendo en un concepto cada vez más abstracto e idealizado a medida que avanza la temporalidad del destierro. Se trata de explorar objetivos y móviles, elementos desencadenantes de la decisión migratoria y procesos acumulativos de carencia, miedo, incertidumbre y frustración. Ninguna de estas representaciones está libre de estereotipos, y algunas se construyen a partir de los principios del melodrama, pintando a través de contrastes y dramatizaciones, situaciones cuya complejidad es inabarcable, sobre todo en sus connotaciones sicológicas y afectivas. Trauma y duelo, dolor y esperanza, incertidumbre y fe, se combinan en dosis variables. En todas estas formas de plasmación simbólica, es notoria la utilización de una estética híbrida, al mismo tiempo documentalista y reelaborada como relato que se nutre de modelos muy variados sobre movimientos diaspóricos, éxodos interminables, individuos heroicos y antiheroicos, y circunstancias terribles o sublimes que ponen a prueba la fuerza de resistencia, creatividad e instinto de supervivencia de individuos y comunidades. Muchos de estos relatos literarios o fílmicos integran perspectivas etnográficas donde el
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migrante ocupa el lugar del primitivo, el paria, el desclasado, el excluido, el bárbaro, el testigo o el protagonista. El objetivo de estas representaciones es redefinir los lineamientos de narrativas diaspóricas que tienen sus lejanos antecedentes en los relatos bíblicos, y mostrar, en otros casos, que en el ser humano, como en las sociedades, coexisten, como indicara Walter Benjamin, rasgos de barbarie y de la civilización, en inestable equilibrio. Asimismo, en un plano de mayor conceptualización, se elabora el tema de la nación, sus fronteras materiales y simbólicas, la ausencia del Estado protector, los vacíos de la ley, la agresión inherente a la productividad capitalista y la iconización de la mercancía, la ganancia, la privatización y la competitividad, como horizonte contra el cual se recorta la subjetividad migrante. La nación es concebida como el lugar del Otro en el que residen los valores primarios de la vida, la familia y la solidaridad. Aunque tales representaciones simplifican y en algunos casos idealizan procesos y posicionamientos que se presentan enrarecidos y enmarañados en la realidad social, política y económica que rodea el fenómeno migratorio, las imágenes que se producen en este sentido configuran imaginarios colectivos en los que se plasman otros miedos e incertidumbres contemporáneos. En efecto, el panorama migratorio conduce a interrogantes acerca del objetivo final de la globalización, y se vincula con la necesidad de comprender las metas que orientan las prácticas de desposesión que se perpetúan desde el colonialismo. Algunos de los puntos álgidos de esta exploración simbólica tienen que ver con la depredación del planeta y de la humanidad en nombre de la consolidación del privilegio y la persecución de la ganancia, el sentido de la racialización y la culpa de los privilegiados por la expulsión del Otro a una exterioridad implacable e irreductible. Todos estos problemas de orden ético y político no ocupan, ciertamente, la conciencia de todos, pero van emergiendo a medida que la reflexión se profundiza y que la ciudadanía mundial se deja penetrar por el horror de la necropolítica que es prominente en el mundo de hoy, y por la incertidumbre social que diseminan las políticas represivas de los gobiernos nacionales. El arte propiamente fronterizo, creado in situ o directamente enfocado en la problemática migratoria más actual, ha sido objeto de múltiples análisis, como los que incorpora el libro de Claire F. Fox, The Fence and the River. Culture and Politics at the US-Mexico Border (1999) donde se cubre un extenso corpus de productividad estética, que parte de las matrices narrativas que ya hacia mediados del siglo xx dieran lugar a obras representativas, como la novela de Luis Spota Murieron a mitad del río (1948). A pesar de su corte melodramático, la novela de Spota, contiene in nuce muchos de los tópicos que se seguirían revisitando en décadas posteriores en la literatura y el cine: la asimetría económica que separa a México de Estados
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Unidos, los conflictos fronterizos, la precariedad socio-económica, el tema del trabajo, los tipos humanos contrapuestos social, moral e ideológicamente, los binarismos tierra/agua, Sur y Norte, nosotros/ellos, ciudadanía/ilegalidad, vida/ muerte, alejamiento/regreso, etc. Se trata de una novela de denuncia política, fuertemente racializada, que se dice basada en experiencias personales y que explícitamente responsabiliza a los Estados de México y Estados Unidos por no haber podido o no haber querido resolver los problemas que afectan a los sectores más desaventajados. La narración presenta un espacio social, natural y emocional atravesado por la necesidad y afincado en la cuestión corporal como plataforma material y simbólica del escarnio ejercido sobre el cuerpo social. Algunas idealizaciones (el Norte, el trabajo, los sentimientos) se atemperan y complican a lo largo del relato, aunque sirven para articular anécdotas violentas que recorren los temas del género, la sexualidad, la raza, la clase, etc., creando una red intrincada que atrapa a los sujetos. La problemática del nacionalismo y de la desigualdad domina la narración. «El otro lado» que se extiende desde la orilla opuesta del río de la muerte, tiene un potencial degradante y transformador, que desnaturaliza a los seres humanos, enajenándolos de sí mismos y de su identidad cultural. Estar «en mitad del río» significa no solo estar a la deriva en la vida, sino encontrarse desprovisto de todo, en peligro y sin protección de ningún tipo. Foz señala que Spota mismo describe la frontera como «una barrera de agua» o una «frontera líquida» capaz de ahogar a quienes se aventuran a cruzarla (Fox 104). La novela parece intentar redimir la idea de la patria mexicana, tierra natal que, sin embargo, tácitamente, expulsa a su gente, que termina abandonándola para buscar su vida en otra parte y, frecuentemente, para encontrar su muerte. Pero la novela sigue un movimiento cíclico, devolviendo al protagonista al lugar de origen. Igualmente ilustrativa de la narrativa migratoria de fines del siglo xx es la novela de Arturo Islas Migrant Souls (1990), esta producida en los Estados Unidos como reflexión sobre temas de territorialidad y sexualidad, aunque presenta también escenarios y referencias históricas, reconstrucción de relaciones familiares, trabajo de lenguaje, tradiciones y convenciones sociales que aparecen dramatizadas por los personajes y puestas en funcionamiento como características de un mundo que se vive como un entrelugar, como una fisura entre culturas, sociedades y valores en las que muchas veces queda atrapados los individuos. Continuando la atmósfera y la anécdota de The Rain God (1984), Islas persigue en Migrant Souls los vericuetos de la subjetividad de personajes de distintas generaciones, afectados por la desterritorialización y los procesos de asimilación a realidades nuevas. El tema de la identidad ocupa el centro de la narración. Inscrita en la historia colectiva tanto como en la historia familiar, comunitaria e individual, las «almas migrantes» recorren un espectro representativo de distin-
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tas posicionalidades frente a lo nacional, la individualidad, los mitos y rituales del (auto)reconocimiento social, etc., ofreciendo así una elaboración del tema de las fronteras «interiores» (afectivas, psicológicas, intelectuales) que constituyen la conciencia social. Asimismo, Across the Wire. Life and Hard Times in the Mexican Border (1993) de Luis Alberto Urrea es una descarnada pintura de la pobreza radical y de las formas dramáticas de supervivencia en los basurales de Tijuana, ciudad natal del autor. Calificada como etnoautobiografía, Across the Wire muestra un lado oculto de la ciudad fronteriza en una narración asumida como versión subjetivista y exponente del «realismo sucio», de una realidad invisibilizada para el mundo, pero vigente para migrantes, refugiados y marginales que viven en los bordes entre naciones como seres desechables e invisibles. Provenientes de países centroamericanos, los habitantes de este submundo sufren enfermedades, falta de condiciones aceptables para la vida cotidiana y de recursos de todo tipo, carencia de alimentos y de perspectivas de vida. Esta pintura resalta contra el telón de fondo de la militarización fronteriza: At night, the Border Patrol helicopters swoop and churn in the air all along the line. You can sit in the Mexican hills and watch them herd humans on the dusty slopes along the valley. They look like science fiction crafts, their hard-focused lights ranking the ground as they fly (11. Cit. por J. D. Saldívar 136).
Sin embargo, el texto de Urrea que ha capturado la atención de la crítica es The Devil’s Highway (2004), libro de no ficción —aunque sin duda literaturizado— basado en una cuidadosa investigación en archivos públicos y privados, informes policiales, testimonios y versiones oficiales, con el cual queda como finalista del Premio Pulitzer. A través de una escritura poderosamente expresiva, sobria y contundente —aunque, según algunos críticos, demasiado metafórica— Urrea entrega al lector una historia real, que ilumina una realidad poco conocida todavía en esos años, vinculada a la represión fronteriza y particularmente a la situación migratoria en Arizona. La anécdota central de este texto tiene que ver, más que con las míseras condiciones de vida de los migrantes, refugiados, etc., con el caso particular que se enfoca en el tránsito que muchas de estas personas emprenden a través de zonas desérticas, atravesando impensables obstáculos y peligros. La novela se centra en la peripecia de veintiséis hombres que, en mayo de 2001, comienzan un viaje de cuarenta millas desde la empobrecida ciudad mexicana de Veracruz, para alcanzar un punto de cruce hacia Estados Unidos. Catorce hombres mueren al comienzo de la travesía, y doce logran sobrevivir siendo rescatados por las patrullas fronterizas de Wellton, razón por la cual el grupo sería recordado como «the Wellton 26». El viaje del
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grupo se origina en el arreglo de los hombres con un contrabandista de personas quien, a cambio del dinero que logra extraer a los empobrecidos individuos, se compromete a guiarlos hacia el país del Norte. Sin embargo, los abandona en el comienzo del camino, y los desafortunados migrantes se pierden en la inmensidad del desierto. El relato refiere gráficamente no solo las peripecias en las que el ser humano se enfrenta a rigores de la naturaleza (temperaturas extremas, sequía, distancias interminables, desolación), sino asimismo al desafío no menos escalofriante de la naturaleza humana, que asedia a los migrantes y abusa de sus necesidades a través de las figuras de nefastos personajes fronterizos. El narrador, que se sitúa dentro mismo del mundo del relato, se refiere a las condiciones físicas extremas que causan en los migrantes perdidos alucinaciones, locura y deseo de muerte. La historia interioriza al lector de los efectos de las insolaciones que amenazan la imparable pulsión de la vida, y de la lucha entre mente y cuerpo por encontrar un punto de contacto y apoyo. El énfasis en lo corporal constituye en sí mismo un argumento que distingue este libro de otros que privilegian temas más recurridos, como los de la identidad, el mito del capitalismo como salvación y el mito del retorno, las relaciones interculturales, etc. Asimismo, la narración se apoya en numerosos momentos de incertidumbre y conjeturas que comunican el hecho de que los mismos protagonistas de la situación no pueden recordar detalles de su peripecia. Tal imprecisión alcanza incluso al número total de integrantes del grupo, que ninguno de los supervivientes pudo especificar (Acosta 108). Como Acosta señala, Urrea coloca a los migrantes fuera de toda racionalidad, sumidos en una corporalidad tan diezmada por las condiciones extremas del clima y del entorno (frío, sequía, calor extremo, agotamiento físico) que no puede ser absorbida por el discurso. Leída como historia del subalterno, como Acosta sugiere, la narración de Urrea desentraña el sentido biopolítico del suceso, «la territorialidad negativa» que habita el migrante, el abandono social y la violencia implacable del Estado. Como otros libros de los muchos que existen y están siendo producidos sobre el tema migratorio, The Devil’s Highway constituye una intervención política y social a través de la escritura. En ella se resalta el valor paradigmático de la dramática situación fronteriza y su importancia como plataforma para la deconstrucción de temas como la biopolítica migratoria, el resquebrajamiento de la nación-Estado, la separación entre derechos del hombre y derechos del ciudadano y la hipocresía de los discursos oficiales, que tergiversan y/o invisibilizan la situación fronteriza, la cual testimonia ejemplarmente la desvalorización de la vida en el mundo de hoy. Abraham Acosta contextualiza bien la peripecia de los Wellton 26 en particular respecto a la aprobación de la ley que autoriza a conferir status criminal a quienes no posean permiso de residencia en Estados Unidos. Tal amenaza, junto a los riesgos
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de aplicación de perfiles raciales para la persecución de sospechosos de infracción, así como las regulaciones ideológicas aprobadas en contra de la enseñanza de temas que pudieran considerarse contrarios al Estado, crean una atmósfera de temor generalizado y de búsqueda desesperada de alternativas de vida fuera de Arizona. Las «historias de vida» de los migrantes son a esta altura, sin duda alguna, comercializables, y al mismo tiempo instrumentos testimoniales imprescindibles para una humanización de los debates sobre migración, frontera, ciudadanía y derechos humanos a nivel global. Según Cutler, el libro de Urrea ejemplifica la noción de «border thinking» al ofrecer una perspectiva que prescinde de ángulos críticos más académicos, ofreciendo en su lugar un testimonio impactante sobre la experiencia misma de la desterritorialización y el desamparo. Con sus claroscuros y su énfasis en lo emocional y degradante, este tipo de productos culturales demuestra que muchos de los fenómenos que hoy aparecen como característicos de la postmodernidad neoliberal y de la intensificación de la desigualdad en tiempos globales, tienen antecedentes y cursos muy marcados, es decir, una historia propia dentro de los desarrollos nacionales e internacionales que partiendo del siglo xix, eclosiona en el xx, en múltiples contextos históricos y políticos que asociamos con la modernidad. En el ámbito cinematográfico, Claire F. Fox destaca la importancia del film Espaldas mojadas (1953) de Alejandro Galindo, el cual a pesar de sus sobretonos dramáticos y sus maniqueísmos, ha sido reivindicado como un producto fílmico pionero en el género de la representación migratoria. Producido en momentos en que el tránsito de trabajadores de México a Estados Unidos se intensifica, el film se sitúa en la región de El Paso/Juárez pero no se enfoca en los miles de participantes del programa de braceros que en el período 1942-1964 pasan legalmente a integrarse al mercado laboral norteamericano, principalmente al sector agrícola, para cubrir la carencia de mano de obra posterior a la Segunda Guerra Mundial. Más bien, el film se concentra en la contracara en negativo de ese programa laboral: en el tránsito de indocumentados que, sin visas ni contratos de trabajo, hacían también su trayecto hacia el país del norte, aunque en situaciones de desventaja legal y arriesgándose a peligros múltiples. La idea de los mexicanos indocumentados como wetbacks articula la narración, llamando la atención a la vez sobre la desposesión de los individuos y sobre el desprecio de que son objeto. La película acentúa la visión negativa de los intentos de inserción ilegal en Estados Unidos, como si se tratara de amedrentar a aquellos que pudieran considerar tal posibilidad. En este sentido, el film funciona como un dispositivo de deterrence o disuasión a posibles migrantes ilegales. Una vez en Estados Unidos los protagonistas del film sufren condiciones de precariedad, discriminación, humillación, etc. por lo cual el retorno a la tierra natal aparece como una forma de salvación y de advertencia sobre el costo social de la deste-
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rritorialización y de la entrada no autorizada en nuevos espacios sociales. Una historia de amor ocupa el centro de la anécdota, aunque las condiciones socioculturales y particularmente laborales concentran asimismo buena parte del interés narrativo. La cuestión del género y de la raza se entrecruzan. La situación que pinta la película se agudiza en los años 1953-1956, cuando el programa de braceros es suspendido durante un periodo de recesión en Estados Unidos, el cual da lugar a gran número de deportaciones auspiciadas por la «Operación Wetback». Muchos mexicanos que no contaban con fondos para regresar a su lugar de origen permanecen en ciudades mexicanas fronterizas en condiciones de gran precariedad (Fox 100). Como Fox señala, tanto la novela de Spota como el film de Galindo constituyen una meditación sobre la identidad nacional tal como esta es reelaborada fuera de fronteras (115). Los estereotipos identitarios, lugares comunes y esencialismos que se manifiestan en este sentido son propios de la ideología y del discurso del nacionalismo mexicano en la época, que se afirma en una visión maniquea de los cruces y relaciones entre México y Estados Unidos, recayendo constantemente en los elementos de género, raza y clase. Muchos de los elementos básicos de la película de Alejandro Galindo, luego atemperados, integrarán el repertorio temático y las estrategias representacionales de producciones que ven la luz en décadas posteriores, hasta el presente. Para citar solo algunos ejemplos, el film independiente británico-americano titulado El Norte (Dir. Gregory Nava, 1983), ganador del Oscar otorgado al mejor guion en 1985, es considerado un ejemplo paradigmático de las formas de representación de la migración a partir del modelo melodramático, donde abundan elementos de impacto emocional (desgracias, enfermedades, muertes, tránsito por caños llenos de ratas, discriminación racial, abusos, etc.), como ilustración del costo social de la des/re/territorialización y del precio que pagan los migrantes tanto en sus trayectos como en las instancias posteriores de reinserción social, sobre todo cuando carecen de documentación. La película hace un fuerte argumento de denuncia de la extrema situación política guatemalteca que impulsó a tantos habitantes de ese país a buscar nuevos horizontes en Estados Unidos. De la misma manera, el film titulado Sin nombre (Dir. Cari Joji Fukunaga, 2009), enfoca el destino de jóvenes migrantes en busca de una vida mejor. En este caso, la trayectoria comienza en Honduras, y se desarrolla como un road movie, es decir, una narración fílmica que relata las alternativas del tránsito hacia el Norte, teniendo como protagonistas a una joven que intentará entrar a Estados Unidos sin documentación, y a un integrante de la mara Salvatrucha, con lo cual la película hace converger migración irregular, violencia, pandillerismo y crímenes de distinto calibre. La metáfora del tren, como imagen de espacio/
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tiempo acelerado e indetenible, representa la vida misma, con sus peligros y esperanzas, sus situaciones imprevistas y sus dinámicas desterritorializadoras. A su vez, María en tierra de nadie (2011) de Marcela Zamora, presenta a través de la protagonista el tema de la conexión entre género y migración dando otra versión de los peligros específicos que se experimentan en el camino hacia Estados Unidos, sobre todo para las mujeres. Continuando con la misma temática y similar aproximación, Los invisibles (2010) (Dir. Marc Silver y Gael García Bernal) fue un film realizado en colaboración con Amnistía Internacional. En los cuatro cortos que componen esta producción se documentan los abusos a que son sometidos los llamados «migrantes irregulares», incluyendo extorsiones, asesinatos y violaciones. Dentro del género de la comedia fílmica el costumbrismo fronterizo aparece también representado, a través de lugares comunes como el malinchismo, la condición de los mojados, los pelados, y otras formas de caracterización de posicionamientos sociales relacionados con elementos identitarios, en algunos casos directamente vinculados con la experiencia de la frontera, ya sea por los cruces de esta o por las formas de habitar de uno y otro lado del borde territorial y cultural que la frontera marca. Humor, parodia, melodrama, etc. sirven como recursos de deconstrucción ideológica y de exploración estética, donde la frontera representa la situación límite que extrema las reacciones y conductas de los individuos y que pone a prueba sus convicciones y deseos.27 La representación artística de temas fronterizos atraviesa todos los géneros posibles, desde fotografía, cine, telenovelas e instalaciones, hasta videos, música, artesanía y escritura creativa, crítica y ensayística, etc. Los obstáculos de tierra y mar se simbolizan, como señala Claire F. Fox, en «the fence and the river»: la empalizada y el río, elementos que integran todo tipo de escenarios dramáticos. Como indica esta autora, durante la militarización de la frontera en tiempos de la Revolución Mexicana, Norteamérica fue objeto de representaciones antropomórficas. El torso del cuerpo social con figura humana estaba constituido por el país del norte, mientras que la parte baja del cuerpo, era representada por el mapa de México, siendo la línea fronteriza la que correspondía a la cintura. Asimismo, «In the NAFTA era, one essayist [Morris Berman, en “Shadows across the Rio Grande”] recast these hierarchical territories as a “Freudian map” in which Canada was the superego, the United States was the ego, and Mexico was the unconscious» (C. Fox 51). Ese tipo de construcción fue reproducido por Gómez-Peña en el poema «Freefalling toward a Borderless Future» (1985, versión revisada 1995): «Standing on the map of my political desires/I toast to a borderless future/(I raise my glass of wine toward the moon)/With…/Our Alaskan 27 Sobre
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el tema, véase Glenn A. Martínez.
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hair/Our Canadian Head/Our US torso/Our Mexican genitalia/Our Central American cojones/Our Caribbean Sperm/Our South American legs….» (Fox 51, énfasis en el original). Tal asimilación corporal, complementada por el uso de imágenes escatológicas, se divulgó en distintos medios, prestándose a distintas interpretaciones, que van desde la asociación de México con lo instintivo y desechable, hasta la relación con problemas de higiene pública, enfermedad y miseria, con lo primario, carente de sofisticación e incluso de valor civilizatorio, o vinculado a la sexualidad y al machismo. Es imposible referirse al tema del arte fronterizo sin hacer alusión a la larga obra de artistas performativos como Guillermo Gómez-Peña, ya antes mencionado en este estudio. Activista, fotógrafo y escritor mexicano-americano, Gómez-Peña es conocido como fundador y miembro del colectivo internacional Border Arts Workshop/Taller de Arte Fronterizo, con base en el Centro Cultural de la Raza, en San Diego, y como director del grupo performativo La Pocha Nostra. En cualquiera de los géneros en los que incursiona, Gómez-Peña da prioridad a la corporalidad y al lenguaje, utilizando las mezclas idiomáticas del Spanglish —a veces con la inclusión de un habla en tongues— como indicador de los intercambios sociales, la creatividad popular y el valor contracultural de las identidades binacionales y de los procesos transculturadores. En algunos de sus video-performances, los cuales han sido estudiados como ejemplos de «borderología», se ironiza y parodia la idea del inglés como lengua franca, utilizando las mezclas lingüísticas como formas de «contaminación» identitaria. Border brujo (1990), por ejemplo, es un experimento performativo donde se explora el cambio permanente de identidades, tema que el propio artista desarrolla en «The Multicultural Paradigm: An Open Letter to the National Arts Community». En este texto Gómez-Peña impugna la supuesta solidez monolítica de la cultura dominante, contraponiéndole el paradigma de la cultura fronteriza: Despite the great cultural mirage sponsored by the people in power, everywhere we look we find pluralism, crises, and non-synchronicity. The so-called dominant culture is no longer dominant. Dominant culture is a meta-reality that only exists in the virtual space of the mainstream media, and in the ideologically and aesthetically controlled spaces of the more established cultural institutions. Today, if there is a dominant culture, it is the border culture. And those who still haven’t crossed a border will do it very soon. All Americans (from the vast continent America) were, are, or will be, border-crossers. All «Mexicans», says Tomás Ibarra Frausto, are potential Chicanos. As you read this text, you are crossing a border yourself (18-19).
Según Gómez-Peña, «[l]a frontera es lo único que compartimos» (19). Desde esta perspectiva, la frontera/lo fronterizo deja de ser un lugar, una condición, una circunstancia o un dispositivo, para convertirse en una plataforma de lucha,
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es decir, un denominador común a todos los que, de manera real o simbólica, socialmente, laboralmente, políticamente, sexualmente, etc, se sienten y definen como transgresores de un límite marcado por el statu quo, que no los representa. La frontera es, en este sentido, una línea de fuga y un salto hacia adelante, a partir de la cual pueden redefinirse las ideas de identidad, nación, pertenencia, territorio y Estado. Cuando se afirma que la noción de frontera es —o se ha convertido— en una forma de capital simbólico, se está diciendo, siguiendo laxamente a Pierre Bourdieu, que tal noción, elevada por sus usos a la dimensión de categoría crítico-teórica, está dotada del suficiente «prestigio, carisma y encanto» como para suscitar formas de reconocimiento estético-ideológico en el campo de la cultura. En ese sentido, la noción de frontera es un concepto que se apoya en la creencia (illusio) de que tal término denota singularidad, es decir, se refiere a un objeto cuyos rasgos son particulares a él, suscitando, por tanto, formas de conocimiento (intelectual, sensible, etc.) específicas. Bourdieu habla de que el capital simbólico constituye una forma de alquimia o de magia social a partir del cual el objeto evocado por el nombre —frontera, en este caso— emite sus efectos simbólicos. Como Bourdieu enfatiza con frecuencia, el capital simbólico se traduce en capital material, es decir, económico: puede ser explotado, comercializado, utilizado, manipulado, vendido, etc. La frontera entendida como capital simbólico obliga, por tanto, cuando se trata de la interpretación de las formas representacionales, a poner el concepto en relación con el mercado de la política y de la cultura, es decir, a ver el concepto como unidad discursiva de valores variables, cuyo sentido y valencia ideológica y política solo puede ser descifrado en relación con el discurso en el que ese concepto se inscribe. Para algunos, las representaciones de Gómez-Peña trivializan —comercializan, explotan, manipulan— la problemática fronteriza. Para otros, logran diseminar la cuestión migratoria en un lenguaje ligero y alegórico que alcanza un público extenso y heterogéneo, cumpliendo con la función de difundir un tema que la cultura dominante se obstina en invisibilizar. En todo caso, la popularidad de los géneros performativos resulta indudable, y complementa otro tipo de aproximaciones. Sin dejar en ningún momento de abordar los aspectos políticos y sociales, la obra de Gómez-Peña traduce a un lenguaje intermediático el conflicto intercultural, formalizando en una serie de clichés y formulaciones carnavalizadas la problemática migratoria. En cada momento en que su obra se presenta, dependiendo de los contextos políticos y de los debates concretos a los que apunta como intervención simbólica, esa obra adquiere diferente sentido según las preguntas que se estén formulando en cada caso. En «Transculturalidad y borderología: El arte fronterizo de Guillermo Gómez-Peña», Andrea Gremels señala las interrelaciones entre lengua, identi-
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dad e ideología que se elaboran en la obra de este artista. Gómez-Peña pone al descubierto los sentimientos de miedo e inseguridad cultural que subyacen a la discriminación que afecta a la población latina en Estados Unidos, y subraya los problemas de traducción lingüística y cultural como temas políticos, guiado por una intención que el mismo artista califica de «pedagógica». El estilo de sus teatralizaciones es irónico e interpelativo, ya que constantemente se dirige directamente al espectador, requiriendo acciones e intervenciones que lo hacen participar en escenas humorísticas y satíricas que dejan al descubierto prejuicios, estereotipos y hábitos de raza, clase y género que obstaculizan la socialización multicultural. El video-performance Border Interrogation es otro ejemplo de parodia «borderológica», con la que Gómez-Peña ataca las linguas francas (2000: 259) desde el ciberespacio. Este espacio «otro» (re)produce los «dilemas existenciales y políticos» de los indocumentados en los Estados Unidos, especialmente de la población mexicana, para desafiar ante todo las fronteras mentales que predeterminan el contacto entre las culturas. El video responde ante todo a la «xenofobia norteamericana» y a la necesidad violenta de excluir a los otros para demarcar el espacio (nacional) (Gremels 83). Los temas del cruce fronterizo, las culturas nativas exotizadas por las sociedades dominantes, los efectos de la globalización y la tecnología, la marginalidad y el valor alegórico, satírico y paródico del arte, dan a la obra de Gómez-Peña un carácter particularmente elocuente, que hace uso de diversos géneros y medios de comunicación. Algunas de sus obras más representativas son los libros Warrior for Gringostroika (1993) antes mencionado, The New World Border: Prophecies, Poems & Loqueras for the End of the World (1996), Dangerous Border Crossers (2000), Bitacora del Cruce (2006) y Exercises for Rebel Artists (2011), entre otros. Entre sus presentaciones performativas se cuentan Pareja en una jaula: dos amerindios no descubiertos visitan Occidente (con Coco Fusco, 1992-1993), CruciFiction Project (con Roberto Sifuentes, 1994), Temple of Confessions (1995), The Mexterminator Project (1997-1999), The Living Museum of Fetishized Identities (1999-2002), la serie Mapa/Corpo (2004-2009), Corpo Ilícito (2010-2011) y Corpo Insurrecto (2012-2013). La obra de Gómez-Peña y la de otros creadores de arte performativo vinculado al tema de la frontera puede ser entendida, por sus recursos y su divulgación a múltiples niveles socioculturales, como arte popular, aunque la conciencia de los problemas críticos, políticos y teóricos que subyacen a los temas predominantes en esas formas artísticas demuestran una clara conciencia de debates intelectuales, conceptos, categorías y posicionamientos críticos respecto a los temas de migración, identidad, interculturalidad, nación y border thinking. Igual conciencia crítica se percibe en Cherri Moraga, coeditora con Gloria Anzaldúa del conocido libro antológico This Bridge Called My
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Back. Writings by Radical Women of Color (1981), en el que colaboran, entre otras, Gloria Anzaldúa, Barbara Smith, Chela Sandoval, Audre Lorde y Norma Alarcón. Este volumen fue fundamental en la difusión del feminismo chicano y, en general de las mujeres de color, así como en el estudio de las relaciones entre género, migración y frontera. El trabajo sobre el lenguaje y la inserción de elementos autobiográficos es fundamental en el gesto cultural que el libro representa, donde se intenta fomentar un movimiento de solidaridad de género y de raza, definiendo una agenda común que ve en los desarraigos culturales y en las reterritorializaciones uno de los más profundos desafíos de esa época que, obviamente, continúa hasta el presente. La producción musical muchas veces se orienta en la misma dirección al popularizar canciones que tratan explícitamente los temas de la frontera, la migración ilegal, los estereotipos, la partida y deseo de regreso a la tierra natal, la desigualdad y las necesidades y peligros que rodean los tránsitos internacionales. En su introducción al ya mencionado libro Border Matters. Remapping American Cultural Studies, José David Saldívar hace referencia a Los Tigres del Norte, quienes paradigmáticamente pasaron de México a los Estados Unidos a comienzos de los años 70, instalándose en San José, California. A pesar de su estatus indocumentado, la banda de música norteña recibió un Grammy Award en 1988 por el álbum Gracias. América sin Fronteras, ejemplificando así, como señala Saldívar, la fuerza que adquirió esa tradición musical como capital simbólico para la canalización de temas relacionados con la situación social y con el campo afectivo de la migración llamada «irregular». En 1985, el corrido «Jaula de oro» plantea, apelando al bilingüismo, el drama de los migrantes alienados de su cultura originaria y separados por su nostalgia de los hijos que crecen en Estados Unidos. Reelaborando el mito del retorno, igual que muchas películas y obras literarias, a pesar de haber conseguido trabajo y supervivencia en el país de adopción, el migrante lamenta lo perdido y confiesa vivir con el constante miedo de la deportación, demostrando que las dificultades de la reterritorialización no terminan en la frontera física, sino que se reproducen e incluso intensifican en la lucha por la asimilación cultural. Presentando los tópicos de la hibridez cultural, el problema de la lengua, el nacionalismo y los valores del capitalismo, piezas como «Jaula de oro» formalizan lugares comunes que sirvieron durante décadas como puntos de referencia para entender procesos migratorios que hoy en día, aunque conserven rasgos originales, van cambiando de signo, anclados como están en las dinámicas del tardocapitalismo, la implementación de las formas de trabajo flexible y las nuevas estrategias de control y represión migratoria. Unos años después, la película homónima La jaula de oro (Diego Quemada-Diez, 2013) agregaría una dimensión visual a esa vertiente al representar el truculento viaje de dos jóvenes guatemaltecos y una india tzotzil sobre el tren conocido
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como «La Bestia», hacia los Estados Unidos. La película muestra la violencia de las maras, el racismo y, sobre todo, la violencia de Estados nacionales, a la vez cómplices y ausentes, que sitúan a los individuos en «zonas de abandono» político y social. En esta transición desde el sueño utópico hacia la pesadilla de la realidad americana, que impone los rigores de la xenofobia, la exclusión y la persecución sobre los individuos, La jaula de oro desmitifica, tanto en la producción fílmica mencionada como en la versión musical de esa metáfora, los beneficios posibles de la des/re/territorialización transnacional. Como indica Ramón Saldívar al comentar el valor histórico y la importancia cultural de los corridos que se vienen produciendo en México desde el siglo xix, el aporte principal de estas composiciones es el de haber proporcionado a nivel popular una narrativa que permitió leer la migración en versiones que contrarrestaban los discursos hegemónicos: The nineteenth and twentieth-century corridos served the symbolic function of empirical events (functioning as a substitute for history writing) and of creating contrafactual worlds of lived experience (functioning as a substitute for fiction writing) (Chicano Narrative 48 cit. por J. D. Saldívar 40).
En este sentido, la obra crítica de Américo Paredes continúa siendo considerada un ejercicio pionero de interpretación de las diversas formas de producción simbólica en relación con el desarrollo de la cultura mexicano-americana. La fusión de elementos de la cultura popular con elaboraciones de la literatura canónica, con elementos históricos y con información autobiográfica y testimonial da a los corridos, tanto como a otros productos culturales relacionados con la migración y con las formas de la cultura latina en Estados Unidos, un carácter particular. Algunos de los rasgos que sostienen tal singularidad tienen que ver con la cuestión del idioma, con la conjugación de diversas formas de conciencia, y con la elaboración de la experiencia individual y comunitaria como paradigmas de las relaciones hegemonía/marginalidad que vincularon a México con Estados Unidos a lo largo de siglos. Aparte de los corridos, otras formas musicales como baladas y canciones rancheras presentan similar tratamiento de temas socioculturales relacionados con la migración y particularmente con la frontera como punto neurálgico de encuentro y disyunción social. En cuanto a las artes plásticas, muchas obras funcionan como metáforas o alegorías de la situación migratoria y de lo que esta dice sobre el funcionamiento de la nación-Estado y la proliferación de fronteras. Hace ya más de una década Néstor García Canclini se refirió al arte fronterizo destacando la capacidad de los artistas de analizar críticamente el tema de los desplazamien-
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tos poblacionales, al plasmar en artefactos simbólicos imágenes que expresan visual y conceptualmente el conflicto social, político y económico al que se refieren y el modo en que las categorías centrales de la modernidad, como las de nación, Estado, identidad, etc. pueden ser impugnadas. El arte público está particularmente dotado de la capacidad interpelativa, que más allá de las palabras y de las consignas, permite una teatralización de lo político pasible de ser absorbida por amplios y diversificados sectores de la población. García Canclini dio como ejemplo de ese tipo de intervención social el inmenso Caballo de Troya (o Troy-and Horse), hueco y de dos cabezas, construido por Marcos Ramírez Erre y colocado en 1997 justamente en la línea entre San Isidro y Estados Unidos para representar el fenómeno dual de los cruces transfronterizos. Una de las cabezas del caballo se orienta hacia el Norte y la otra hacia el Sur, mostrando la bidireccionalidad de los movimientos humanos, mercantiles e intangibles que se producen de un país a otro. Según García Canclini esa bifrontalidad [e]vita el estereotipo de la penetración unidireccional del norte al sur, y también las ilusiones opuestas de quienes afirman que las migraciones del sur están contrabandeando lo que en EE.UU. no aceptan, sin que se den cuenta. Es un «antimonumento» frágil, efímero y «translúcido, porque ya nosotros sabemos todas las intenciones de ellos hacia nosotros, y ellos las de nosotros hacia ellos». En medio de los vendedores mexicanos circulando entre autos aglomerados frente a las casetas, que antes ofrecían calendarios aztecas o artesanías y ahora «al hombre araña y los monitos de Walt Disney», Ramírez Erre no presenta una obra de afirmación nacionalista sino un símbolo universal modificado para indicar la incertidumbre de un tiempo en que «la única manera de cubrir la verdad es sobreinformando». No es la censura lo que ahora se usa «para ocultar la verdad, como en los asesinatos que hubo por acá»; «cuando ya no hay suficientes guardias de la censura para controlar la avalancha de sospechas y ya no sabe uno dónde quedó enterrada la verdad; cada quien tiene su versión, y ahí comienza el trabajo creador». Una respuesta lúcida a quienes todavía creen posible establecer aduanas rígidas, proteger las ciudades y sus imágenes con decretos («Arte en la frontera México-USA». ANBA. Textos e Ideas s/p).
Asimismo, en «Culture and Communication in Inter-American Relations: The Current State of an Asymmetric Debate», el mismo crítico destaca varias obras visuales referidas a las dinámicas fronterizas, que él considera ilustrativas de una forma específica de acción social a través de lo simbólico. La más notoria es la construcción World Flag Ant Farm del artista japonés Yukinori Yanagi, quien intentó representar la disolución de lo nacional por efecto de las fuerzas de la globalización. Yanagi fabricó una instalación dinámica (de hecho, muchas
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instalaciones, variando las banderas y el diseño que las conectaba) donde los componentes mismos de la obra —las banderas de distintos países armadas con arena de colores— se transforman de manera constante, por acción de hormigas que circulan por tubos transparentes de una a otra bandera, deshaciendo sus contornos hasta convertir los espacios y colores en una mancha amorfa, producto de las persistentes dinámicas internas.28 García Canclini describe la obra, en la versión titulada América, como una pared de 36 banderas de este continente hechas con cajitas de acrílico llenas de arena coloreada. Las banderas estaban interconectadas por tubos de plástico dentro de los cuales viajaban hormigas que iban corroyendo y confundiendo cada una de esas banderas nacionales. Después de dos o tres meses todas las banderas se volvieron irreconocibles. Puede interpretarse esta obra como metáfora de los trabajadores que, al migrar por el mundo, van descomponiendo los nacionalismos («Culture and Communication in Inter-American Relations» s/p).
Uno de los objetivos comunes más explícitos del arte público fronterizo ha sido el de redefinir los bordes nacionales, su funcionamiento político y social y su carácter represivo, que hace de la frontera uno de los principales dispositivos de poder y exclusión en el mundo contemporáneo. Por esta razón Ila Nicole Sheren recupera la expresión «Portable Borders» para expresar, contra la idea de fijeza e inamovilidad, la noción de relocalización, provisionalidad y cambio. En el libro que lleva este título, Sheren se refiere, entre muchos otros, a los proyectos auspiciados por la organización artística InSite, que surgiera como un festival artístico local en San Diego-Tijuana y que se convirtiera en un punto de referencia para el arte fronterizo, gracias a la calidad conceptual y estética de las obras presentadas. Entre estas se cuentan, aparte de las ya mencionadas, One Flew Over the Void (2005), de Javier Téllez, intervención artística que tiene como centro a un individuo lanzado por medio de un cañón humano hacia el otro lado de la línea fronteriza, por sobre bardas decoradas con banderas de los Estados Unidos. Una multitud observa, mientras el cuerpo del hombre vuela contra el cielo despejado. Otra de las creaciones mencionadas es La nube, de Alfredo Jaar. Una «nube» compuesta por globos blancos no identificables a simple vista y contenidos en una red transparente, se muestra suspendida en el cielo. El día de la presentación los globos son liberados, deshaciendo así la nube, cuyos componentes vuelan hacia México. La lectura de un poema y una música de violín acompañan el evento, pensado como memorialización de las vidas perdidas en la frontera en el intento de cruzar hacia Estados Unidos. El lirismo y melancolía 28 Véase,
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de García Canclini, «Culture and Communication in Inter-American Relations».
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de esta instalación contrasta con la ironía de la primera, pero ambas se complementan en el intento de representar aspectos del drama migratorio. Sheren advierte los peligros de cooptación de estas formas de activismo de frontera, que pueden utilizar la problemática de la represión migratoria, como en el caso de la obra de Gómez-Peña, en un repertorio temático-ideológico comercializable que puede servir como instrumento para naturalizar ciertas situaciones sociales y políticas. Como la autora señala, tales prevenciones pueden ser aplicadas al arte político en general, cuyas estrategias realmente adquieren sentido cuando son interpretadas por el público. El circuito producción-recepción simbólica se completa solo en la instancia en que el destinatario le confiere una significación específica y en relación con los distintos contextos socio-culturales en los que la obra se inscribe. Lo cierto es que el arte fronterizo adquiere, como el fenómeno que representa, una innegable notoriedad contribuyendo a hacer de las zonas fronterizas zonas que van desarrollando una voz propia, productiva e interpelativa. Guisela Latorre, autora del libro Walls of Empowerment: Chicana/o Indigenist Murals of California (2008) trabaja la relación entre espacio (superficie) e identidad, así como las formas del nacionalismo que encuentran su expresión en el espacio público. En lo que tiene que ver con el arte fronterizo, esta autora señala la importancia de la obra de Richard Lou, quien viene trabajando en instalaciones y performance desde la década de 1980. Lou aborda sobre todo los temas de marginalidad, discriminación, hibridación, estereotipos culturales y nacionalismo a través de presentaciones que combinan el cuestionamiento de modelos culturales fijos con la ironía que acompaña la deconstrucción de los mismos y la exhibición de sus estrategias etnocéntricas. En particular, se refiere a la obra Border Door (1988), que consiste en una puerta de metal con su marco, situada en la zona fronteriza cerca del aeropuerto internacional de Tijuana. La puerta está abierta hacia el lado mexicano y de la misma cuelgan 132 llaves, simbolizando la posibilidad de una entrada digna en el país del norte. Según señala Latorre en «Border Consciousness and Artivist Aesthetics: Richard Lou’s Performance and Multimedia Artwork», aparte de los más obvios significados de apertura, normalización de los cruces y «buena vecindad», como artefacto, la puerta logra «habitar» un espacio desolado y de alguna manera humanizarlo con un elemento cultural, construido, que perturba la hostilidad de una naturaleza inhóspita que se interpone entre el migrante y sus metas. Por oposición a los muros, vallas y alambrados que se interponen en el camino del migrante, la puerta sugiere la casa, el hogar, los límites previstos de la urbanidad y la vida civil entre espacio privado y exterioridad. El marco de la puerta abierta es un umbral que se abre a la solidaridad y la hospitalidad. En un performance complementario de la obra, Lou distribuyó llaves entre los habitantes de las colonias
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pobres de la zona, con lo cual la comunidad se involucró en la idea de la frontera como «puerta abierta» y en la consecuente crítica que esto supone para los impedimentos oficiales que expelen al migrante y ponen en peligro su vida. Las llaves entregaban control simbólico de la frontera a los habitantes de la zona, que participaban así en un ritual colectivo de paso cordial de un lado a otro del límite internacional. Según Latorre, este tipo de arte fronterizo contribuye a crear nuevas formas de conciencia sobre los temas de la migración y las políticas de exclusión, y a redefinir los términos del encuentro intercultural. La frontera emerge así, a partir de su representación simbólica, como espacio no solamente político y ético, sino también lúdico, es decir, como espacio de experimentación donde la multitud de códigos que confluyen en las regiones internacionales se prestan a un reacomodo caleidoscópico, que deja ver distintas imágenes y que puede ser reconfigurado desde diversas perspectivas. Esto complejiza a la visión simplista de la línea divisoria como disposición que enfrenta y antagoniza situaciones, culturas y sujetos, bajo la pretensión de incorporar un «orden» estático y excluyente, por oposición a la movilidad natural de la vida.
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Inclusión diferencial, tecnologías del muro y el espectáculo de la frontera Como se ha venido señalando hasta ahora, la proliferación de las fronteras, que hacen eclosión en la postmodernidad como efecto de la globalización y las rearticulaciones del capitalismo tardío, ha resultado en una gran propagación del término en todos los campos disciplinarios, y en una notoria pluralización de sus sentidos. La presencia del concepto de frontera registra también su presencia insistente e inquietante en los imaginarios colectivos. Desde las formas más materializadas y agresivas hasta las conceptualizaciones más sutiles, que se refieren a límites intangibles tanto en el dominio territorial como epistemológico, la palabra frontera (límite, linde, borde, confín) se utiliza para aludir a situaciones y formas de contención, delimitación, demarcación, defensa, etc., es decir, a nociones que remiten al lugar real o simbólico en que acaba un espacio y comienza otro, este último ajeno y diferente, lugar de la otredad y la incertidumbre. La noción de frontera remite a la idea de intercambio y obstáculo, poder, exclusión, autoridad, impenetrabilidad y freno; al mismo tiempo, tiene las connotaciones de resguardo, pertenencia y propiedad. En todo caso, se trata de un término que cataliza reacciones afectivas y sugiere disposiciones políticas y territorios existenciales que se corresponden con formas de vida en las que se manifiesta la desigualdad socioeconómica, de múltiples maneras. En un estilo siempre anónimo y despersonalizado, la frontera genera formas de distribución de la experiencia social, roles, conductas y valores. Dependiendo de factores socioeconómicos, la frontera da la bienvenida a sectores privilegiados (personas
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de negocios, turistas, individuos relacionados con intercambios intelectuales, diplomáticos, etc.) o rechaza a otros, considerados sujetos desaventajados, sin autorización legal para pasar de un territorio a otro, provenientes de culturas, etnicidades o sectores «sospechosos», etc. Tal discriminación se basa en estereotipos, regulaciones y medidas puntuales que responden a criterios de variada índole implementados desde el Poder de turno. En su estudio de las delimitaciones territoriales, Diener y Hagen hablan de las fronteras como filtros de porosidad variable (y, en ese sentido, como «fenómenos subjetivos» [65)]) ya que las dinámicas de inclusión/exclusión, lejos de ser un signo de la libertad de movimiento, evidencian la volubilidad de los criterios utilizados y el peso de los intereses generalmente económicos que regulan esas dinámicas: The relativity of border permeability is made equally clear by the ease with which economic elites cross borders in contrast to less educated and less prosperous people. This makes plain that borders function as imperfect filters between types of people, materials, and motives. The concept of border permeability is therefore not necessarily linked to a pursuit of freer movement. Rather, a variable category fluctuates between relative closure and relative openness (66).
En los estudios actuales no se piensa en la frontera como línea divisoria ni como un espacio periférico y marginal separado de la cultura nacional, sino como zona geocultural marcada por intercambios y negociaciones reales y simbólicas que son cruciales para el desarrollo social. En este sentido, las áreas fronterizas siguen acumulando significación de acuerdo a las funciones que se les asignan y a las formas de resistencia a que dan lugar. Los comportamientos que se articulan en áreas fronterizas van desde las formas más reguladas de la imposición burocrática, jurídica y militar hasta las modalidades multifacéticas que asumen la ilegalidad, la corrupción y la infracción delictiva. Algunas formas de representación del límite fronterizo expresan mejor que otras las ideas de solidez, impenetrabilidad y poderío. En general, murallas, fortificaciones y muros cumplieron, tradicionalmente, con distintas funciones, siendo una de las principales la monumentalización del poder político y el performance de la superioridad ante el adversario. En algunos casos, las murallas conjugaron en el pasado el significado religioso con el valor histórico. Pueden mencionarse algunos ejemplos. Con un sentido piadoso y conmemorativo, el Muro de las Lamentaciones cuenta con 60 metros de longitud y se encuentra situado en el barrio judío de Jerusalén, constituyendo parte del antiguo Templo de Jerusalén. Menos conocidas, las murallas de Dubrovnik, en el sur de Croacia, fueron erigidas como defensa de las invasiones marítimas desde el siglo
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vii. La dimensión y solidez material expresa siempre contenidos culturales y espirituales. El monumentalismo de las construcciones, así como la ubicación y la inserción de estas en la naturaleza, dan un sentido casi sublime a estos artefactos arquitectónicos que parecen transmitir valores trascendentes y sobrehumanos. La Gran Muralla China, fortificación de más de 21.000 kilómetros de largo, construida en el siglo v a.C. como protección contra los ataques e invasiones de los nómades de Mongolia y Manchuria ha expandido su significado hasta el punto de representar un logro mayúsculo de la humanidad en cuanto a planeamiento y ejecución. La muralla romana de Lugo, Galicia, de 2.266 metros de extensión, fue, como la construcción china, reconocida también como patrimonio de la humanidad. Contemporáneamente, quizá el mejor ejemplo de la militarización del poder es el llamado Muro Atlántico, construido por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial con el propósito de detener un posible avance de las fuerzas aliadas desde Gran Bretaña. Esta construcción de inmensas proporciones, que en tantos sentidos ilustra la concepción del poder en el fascismo, se comenzó en 1942 y fue concebida como una fortificación integrada por elementos heterogéneos y complementarios, que incluyeron construcciones costeras, edificios militares (murallas, búnkeres, trincheras, refugios de defensa y ataque), túneles, torres de vigilancia, promontorios de piedra y hormigón diseminados cerca de las costas, denominados dientes de dragón, en unas partes, y dientes de Hitler en otras, que servirían como obstáculo ante el avance de tanques y ejércitos enemigos, y otras estructuras de acero y cemento, como vallas y barreras. El imponente despliegue es obviamente correlativo de la ideología que lo concibió, y del proyecto de visibilizar un avance mundial de la Alemania nazi, excepcionalmente agresivo e imposible de contrarrestar. Otros ejemplos recogieron luego los ecos del Muro Atlántico, aunque con una funcionalidad diferente. Este fue el caso del Muro de Berlín, levantado en 1961 como contención de quienes intentaban salir de la República Democrática Alemana durante el régimen socialista. Cuando se produce la caída del Muro en 1989, el efecto simbólico de la destrucción de la materialidad adquiere tanta importancia como el significado original con el que fue erigida. Puede decirse que, en este caso, se celebra la ruina más que la construcción original, lo cual demuestra que toda evaluación depende del posicionamiento histórico y político del observador. En todos estos ejemplos el sentido fronterizo del muro está presente como emblema de un proyecto político y, en algunos casos, civilizatorio, más allá del cual se extendería la otredad, la barbarie o el nomadismo. Se trata de una forma simbólica de custodiar los regímenes de verdad de quien erige la muralla, y de relegar a los márgenes toda posible impugnación de esos principios. Se ha hablado, al respecto, de una «geografía de las fortificaciones», a través de la cual
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se expresa el debilitamiento de la nación-Estado. Las construcciones fronterizas testimonian, asimismo, la porosidad de los límites y la constante voluntad de transgredirlos. Ejemplos son los muros entre India y Pakistán, Arabia Saudí y Yemen, Libia y Lampedusa, en la zona de Gaza, etc. En el caso particular de Israel, la construcción del muro en Cisjordania que fue calificada de ilegal por las cortes internacionales, ha dividido a comunidades y ha ocupado espacios palestinos al ondularse en el terreno, operando como una forma de colonización y ocupación territorial, es decir, como una estrategia de dominación en la que objetivos políticos, económicos y religiosos convergen creando una situación tensa plagada de conflictos violentos. El historiador y crítico Ian Volner realiza en su libro The Great Great Wall (2019) una exhaustiva aproximación al tema de los muros como construcción arquitectónica defensiva, tanto en sus formas elementales como en sus versiones más sofisticadas. El panorama histórico cultural que expone Volner va desde las murallas de Jericó, la ciudad palestina ubicada en el valle del Jordán, considerada el emplazamiento humano más antiguo del mundo (9000 a.C.), hasta el muro entre Estados Unidos y México, incluyendo las divisiones existentes y el proyecto monumentalista de Trump. Tal recorrido se detiene sobre la Gran Muralla China, el Muro de Berlín y muchas otras fortificaciones erigidas en distintos espacios geoculturales y en diversos periodos. El autor trata de develar el significado real y simbólico que encierra la construcción de muros, su funcionalidad y su valor metafórico o, si se quiere, la (po)ética —y la política— que informa sobre la construcción de obstáculos que fragmentan el terreno e interrumpen el flujo natural de individuos y mercancías. Rastreando histórica y culturalmente la construcción de muros como práctica vinculada a la socialización y la defensa, Volner considera estas fortificaciones como elementos esenciales para el surgimiento de la civilización: Be it in songs and sermons, or in bricks and mortar, walls are sui generis among the artefacts of human culture. If not quite a precondition of culture as such, they must count among its first fruits, as elemental (or nearly so) as the sharpened stone and the roaring fire (15).
Los usos a los que el muro es sometido, los miedos que materializa y las formas de penetración que lo transgreden van agregando significados a este dispositivo en principio elemental y enigmático. A la idea del muro se asocian construcciones más amplias en el imaginario colectivo. Entre ellas, en torno al muro se elaboran las narrativas míticas que acompañan la construcción de ciudades y sustentan las nociones de cultura, diferencia y exterioridad, de enemistad, propiedad, identidad y territorio, asociadas a la pared que se levanta estableciendo
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un límite. Asimismo, esta forma emblemática de control territorial va siempre acompañada por una profunda emocionalidad colectiva que se aglutina a ambos lados de paredes o empalizadas y que se expresa como temor, valor, deseo, ira, desasosiego o esperanza. El muro comunica de manera cifrada mensajes sobre el Poder que estas construcciones monumentalizan, como expresión de la obsesión de todas las culturas de mantener al Otro a distancia y de contener y disciplinar a quien se ubica en el espacio interior, resguardado y hostil, que la muralla delimita. Adentro/afuera expresa la tensión que el muro representa, pero el dualismo desdibuja asimismo la complejidad de las dinámicas fronterizas, reduciendo los procesos de negociación a los polos entre los que tales movimientos se van desarrollando. Lo fundamental es la comprensión de la frontera no como línea sino como interregno, posicionamiento y territorio existencial de características peculiares, marcadas por la ambigüedad, la mutación y la hibridez. Por otra parte, como claramente articula Mike Davis al referirse al «gran muro del capital», queda claro que la desigualdad económica y las lógicas del capitalismo son los obstáculos que impiden, más que las construcciones materiales, la integración productiva de los seres humanos. Como Davis señala: When delirious crowds tore down the Berlin Wall in 1989 many hallucinated that a millennium of borderless freedom was at hand. Globalization was supposed to inaugurate an era of unprecedented physical and virtual-electronic mobility. Instead, neoliberal capitalism has built the greatest barrier to free movement in history. The Great Wall of Capital, which separates a few dozen rich countries from the earth’s poor majority, completely dwarfs the old Iron Curtain (27).
Mezzadra y Neilson cuestionan la interpretación de que la frontera (materializada en paredones, vallas o empalizadas, muros de cemento, piedra, adobe o acero, vallas, alambrados y otros tipos de construcciones divisorias) constituye una clara y sólida división territorial que resiste los intercambios culturales, económicos, etc. La aparente inmovilidad del muro es presentada como obstáculo insalvable y permanente, destinado a impresionar al enemigo y a desaconsejar cualquier tipo de transgresión. Los autores mencionados favorecen más bien, como muchos críticos actuales, la idea de que la frontera es una zona permeable que lejos de separar espacios y poblaciones bien diferenciados, produce situaciones de conflicto, transgresión o resistencia que se permean de un lado a otro, sin que la solidez y la homogeneidad puedan evitarlo. Taking the wall as the paradigmatic icon of contemporary borders leads to a unilateral focus on the border’s capacity to exclude. This can paradoxically reinforce the spectacle of the border, which is to say the ritualized display of violence and expulsion that characterizes many border interventions. The image of the wall can
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also entrench the idea of a clear-cut division between the inside and the outside as well as the desire for a perfect integration of the inside […] taking the border not only as a research «object» but also as an «epistemic» angle (this is basically what we mean by «border as method») provides productive insights on the tensions and conflicts that blur the line between inclusion and exclusion, as well as on the profoundly changing code of social inclusion in the present (Border as Merthod viii).
La flexibilidad de la frontera, no solo por su corruptibilidad sino también por sus constantes mutaciones, no se manifiesta en la idea del muro de contención, cuya imagen oculta las constantes negociaciones y prácticas de intercambio que se producen en torno a cuestiones laborales, tráfico de mercancías, transporte de migrantes, etc. El muro comunica nociones de exclusión, fijación, permanencia y contundencia, ocultando el carácter de la frontera como filtro selectivo y discriminatorio de personas y productos. En Multitude. War and Democracy in the Age of Empire, Michael Hardt y Antonio Negri utilizan la expresión «inclusión diferencial» hablando de los migrantes y de la acción que estos llevan a cabo al socavar las fronteras territoriales con sus masivas incursiones. Estos autores señalan que, por esta razón, la actividad migratoria no debe ser enfocada en términos puramente de exclusión sino, más bien, de «inclusión diferencial»: «not as a la matter of exclusion but one of differential inclusion, not as a line of division between workers and the poor nationally or globally but as hierarchies within the common condition of poverty» (134). Mezzadra y Neilson hablan de «inclusión diferencial» en un sentido similar. En «New Keywords. Migration and Border», esa noción se define en términos amplios que abarcan, pero también sobrepasan, el tema migratorio: Differential inclusion describes how inclusion in a sphere, society or realm can involve various degrees of subordination, rule, discrimination, racism, disenfranchisement, exploitation and segmentation. In feminism, it is associated with a theoretical emphasis on difference that prioritizes embodiment and relationality, and informs critical approaches to rights, equality, and power. In antiracist politics, it links to a concern with intersectional forms of discrimination and questioning of the nation-state as the most strategic site in which to fight them (79).
En el caso del análisis de la migración, la noción de inclusión diferencial sugiere «the effects of negotiations between governmental practices, sovereign gestures, the social relation of capital, and the subjective actions and desires of migrants» (Mezzadra y Neilson, «New Key Words» 79). Como señalan estos autores, «Differential inclusion registers how the border has moved to the centre of political life» (80). Asimismo, tal proceso escinde la cuestión migratoria instalando en el seno de este movimiento social tratamientos diferenciados que
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confieren beneficios a algunos sectores de la población migrante, destinando a otros a zonas periféricas y a condiciones de mayor precariedad, dentro de la ya marginal e incierta situación migratoria. De este modo, el procedimiento de inclusión diferencial articula macro y micro niveles de concepción y de funcionamiento de las políticas migratorias, que se complementan con la implementación de la «exclusión diferencial», la cual se aplica a aquellos migrantes que habiendo sido incorporados al mercado laboral, sin embargo son excluidos de otros beneficios de la ciudadanía, tratados como ciudadanos de segunda clase y alienados, en muchos aspectos, del acceso igualitario a servicios sociales educativos, médicos, etc. Un ejemplo de esto lo constituye el ya mencionado programa de braceros que rigió entre Estados Unidos y México desde 1942 hasta 1964, periodo en el cual se realizaron varias enmiendas y ajustes de los términos iniciales. Destinado a cubrir las necesidades de trabajo en el campo de producción agrícola en Estados Unidos, el programa constituyó un acuerdo entre el Departamento de Estado, el Departamento de Trabajo y el de Justicia (particularmente el servicio de inmigración, INS). Se estipulaba que se autorizaría la entrada legal de mexicanos para trabajar en plantaciones con el beneficio de vivienda, condiciones sanitarias y alimentación apropiadas, y con una remuneración de 30 centavos por hora. El controversial programa, que al absorber la mano de obra mexicana desabastecía el campo de trabajo agrícola en ese país, fue implementado en clara violación de las cláusulas del acuerdo, ya que los trabajadores fueron sometidos, en muchos casos, durante su estancia laboral, a explotación, abusos, amenazas y discriminación racial.1 Para Neilson y Mezzadra inclusión y exclusión constituyen no una polaridad sino un continuum atravesado por las prácticas de jerarquización y estratificación. Tales prácticas complejizan las operaciones fronterizas e impiden una simplificación de sus funciones. Basándose en las dinámicas que se producen, por ejemplo, en los bordes entre los territorios ocupados de Palestina y la presencia israelí, los autores indican que el área fronteriza constituye una «geografía elusiva y móvil» (8), una especie de «membrana» porosa que deja pasar algunos elementos mientras bloquea otros, haciendo de todo el territorio, y no solo de la línea que los divide, un espacio fronterizo. La frontera en sí misma sufre constantes mutaciones y prolifera en formas, estructuras, dispositivos y procedimientos, como un proyecto en constante desarrollo, inestable y continuamente negociado. Según Eyel Weizman: The linear border, a cartographic imaginary inherited from the military and political spatiality of the nation state, has splintered into a multitude of temporary, 1 Véase
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al respecto Cohen.
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transportable, deployable and removable border-synonyms – «separation walls», «barriers», «blockades», «closures», «road blocks», «checkpoints», «sterile areas», «special security zones», «closed military areas» and «killing zones» (6, cit. por Neilson y Mezzadra 8).
Las formas biopolíticas que se manifiestan en áreas fronterizas para la monumentalización y escenificación del Poder tienen su contraparte en los subterfugios que se ponen en práctica para burlar los obstáculos que impiden la penetración de sujetos y mercancías de un territorio a otro. El tráfico ilegal o contrabando, las maniobras para facilitar la entrada no autorizada de sujetos o productos, el desarrollo de transacciones clandestinas, y los artificios que se utilizan para burlar la vigilancia o efectuar el soborno de funcionarios, forman parte de una parafernalia performativa que emite una energía fluctuante, ubicua y multiforme. Esta energía desafía la supuesta fijeza y permanencia de la ley, las líneas demarcatorias, y los procedimientos de regulación y «vallado virtual». la frontera no es una «cosa» sino un conjunto complejo de relaciones sociales mediadas por «cosas» (que incluyen muros, vallas, alambrados, tecnologías de control militarizadas y digitalizadas, pero también puentes y pasarelas) (Estupiñán Serrano 94).
Desde las antiguas fortalezas hasta las construcciones modernas, el poder de contención que el muro quiere comunicar se manifiesta en su solidez y aparente impenetrabilidad, en su carácter imponente y en la supuesta permanencia de su emplazamiento. Tanto en los territorios palestinos sometidos a ocupación como en la frontera entre México y los Estados Unidos, el muro aparece utilizado como un ícono de inalterabilidad que simboliza la persistencia de un proyecto político. En ese sentido, se presenta como un elemento extrahistórico e inamovible, capaz de resistir el paso del tiempo, los cambios políticos y hasta los desafíos de la naturaleza. El carácter simbólico del muro se impone como parte del «espectáculo de la frontera» de que habla Nicholas De Genova, dando lugar a un repertorio de acciones y prácticas cuya performatividad ritualiza el pasaje de un territorio a otro, en una especie de ceremonial caracterizado por el autoritarismo y la arbitrariedad. A través de los rituales de pasaje, el panóptico vigila, filtra, amenaza, castiga, reglamenta, controla e intimida, haciendo del cruce fronterizo una instancia cargada de emocionalidad negativa, en la que predominan el miedo, la ansiedad y la incertidumbre. Para Wendy Brown, la importancia y efecto principal del muro fronterizo reside en su visibilidad, consideración que Étienne Balibar analiza en su introducción a Estados amurallados indicando que lo visible se transforma así en una problemática de la fantasía creando un «mecanismo de defensa inconsciente que
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al mismo tiempo que se interioriza profundamente, es esencial para la sensación de seguridad de una identidad “narcisista”, [la cual] se exterioriza en una forma teatral en las representaciones, los gestos, las construcciones del Estado y sus programas militarizados» (Estados amurallados 15). Desde la perspectiva kinopolítica de Nail, que prioriza el tema del movimiento social, tanto en su proceso dinámico como en las instancias de su contención, el muro aparece primordialmente como un elemento de intervención espacial, destinado a orientar el movimiento territorial. Toda frontera es la marca visible de procesos históricos, contiendas territoriales, enfrentamientos políticoeconómicos traducidos a términos territoriales (acuerdos, guerras de límites, colonialismo, luchas regionales étnicas, religiosas, etc.) que persisten en la memoria y se reinscriben en el presente a través de estas materializaciones. En este sentido, la frontera es un recordatorio y una monumentalización del poder sobre el Otro, sobre su tierra, su cultura, su población, sus recursos y sus deseos. Como indica este crítico, «Societies and states are the products of (b)ordering, not the other way around» (Theory of the Border 222). La idea de que la frontera es periférica o marginal respecto a la totalidad del territorio o a sus núcleos urbanos se considera perimida, ya que es en los límites entre estados, regiones y localidades que se establecen los intercambios fundamentales, se consolidan formas de autoridad, soberanía y autonomía relativa, y se regulan las corrientes poblacionales. No obstante, según el crítico, lo importante de la función de las murallas no es solo detener, sino reorganizar la energía: The effect of border walls, for example, are not as much about keeping people excluded or included as about redirecting movements and changing the speed and conditions of crossing (The Figure of the Migrant 26).
Como Nail enfatiza, los muros o vallas fronterizas parecen tener poco o ningún efecto demostrable sobre los migrantes ilegales, a quienes no llegan a disuadir de sus intentos de traspasar las líneas reales e imaginarias que los separan de la oportunidad de perseguir una vida mejor. Lo importante en el muro, entonces, no es tanto su solidez, sino su porosidad; no tanto su capacidad para bloquear, sino su intrínseca vulnerabilidad, que da lugar a constantes transgresiones las cuales son, paradójicamente, parte de su materialidad. Resistencia y vulnerabilidad, ley y transgresión, centralidad y marginación parecen ser, así, algunas de las antinomias que ilustran la noción de frontera y las prácticas a que da lugar. Nail interpreta el surgimiento de las que llama tecnologías del muro como parte del poder político del movimiento (political kinopower) que se manifiesta a través de la expansión y multiplicación territorial, aunque tal fuerza política no se limita a esa forma de acumulación. El centro en el que se concentra la fuerza
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social, la expele a través de un impulso centrífugo hacia la periferia del sistema. El muro evoca siempre el amurallamiento militar, la defensa, la identificación del enemigo como aquel que está afuera, que carece de acceso. The first nondomestic walls appear alongside the first strongly hierarchical and centrally organized cities: Jericho, Ur, Lagash, Eridu, Uruk, and others in Mesopotamia. Together they form a new trinity of centrifugal social force: political-city-wall. The militarily walled city becomes the hierarchical, vertical, and central point unifying and ruling existing territories (The Figure of the Migrant 48-49).
Este movimiento centrífugo de expulsión produce al migrante como bárbaro, al lanzar el adentro hacia el afuera, en un flujo que expele ciertos productos, animales y personas (nómades) como el residuo de lo no-acumulado, noterritorial. La barbarización del migrante, de larga data en Occidente y en otras latitudes, otrifica y demoniza al extranjero, convirtiéndolo en el pretexto para la manipulación del sistema, la explotación del recién llegado y el fortalecimiento de la identidad propia entendida como superior y autolegitimada. El migrante es conceptualizado como carente de razón, buenas costumbres, hábitos de trabajo, dignidad y espíritu familiar, y presentado como un peligro para la seguridad pública y el mantenimiento de los privilegios del ciudadano. Es condenado al nomadismo y sometido a formas nuevas de esclavización y servidumbre. En muchos casos, el inmigrante indocumentado es calificado de «ilegal» como una forma de alienación social. Como Nail indica, se trata de una herramienta de masiva descalificación política: «Never before in history has such a large group of people been labeled as “ilegal people” in this way. As a technical or legal term, the word is entirely void of content. No being is, in itself, criminal. Only acts can be criminal, according to most Western constitutions» (The Figure of the Migrant 200).2 2 Según Caroline Moorehead, «The use of the word “illegals” suggests criminals, people who have done wrong, terrorists, certainly people not entitled to anything. They are seen as “queue jumpers”, stealing the places of the good refugees who have been patiently waiting their turn» (104). Hakim Abderrezak señala, a su vez, basándose en lo que indicara el sociólogo Franck Düvell, que el concepto de migración clandestina data de los años 30, cuando los estados crean leyes para regular la inmigración no autorizada, y las penalizaciones que se aplicarían a los infractores. Introducen elementos tecnológicos como fotografías, pasaportes y visas para regular esos tránsitos migratorios, y prevén el procedimiento de la deportación para los que violaran la ley. El concepto de «ilegalidad» habría sido promovido, según el sociólogo, más bien por los medios de comunicación y el discurso político. Esta noción deshumaniza la problemática de la migración convirtiéndola en delito y oscureciendo los dramas que oculta la movilización masiva transnacional (Abderrezak, Ex-centric Migrations 11). Mezzadra aclara que «el “inmigrante ilegal” como concepto jurídico y como eje específico de las políticas de control y del discurso público sólo cobró notoriedad en Europa con el cambio radical en las políticas migratorias aplicado tras la crisis del petróleo de 1973, y con la crisis del fordismo» («Capitalismo, migraciones» 165).
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Dentro de los dispositivos kinésicos analizados en Theory of the Border, Nail examina las cercas o vallas, los muros, las celdas y los puestos de control o alcabalas (the fence, the wall, the cell y the checkpoint) como un sistema que, durante siglos de existencia y transformación, continúa rigiendo los flujos poblacionales y las prácticas gubernamentales que tratan de contenerlos. La función de las cercas o vallas es de carácter centrípeto: trae la periferia hacia el centro, intentando controlar los flujos así dirigidos. Desde el Neolítico, corrales, empalizadas, etc. tienen esta función, separando en ocasiones el espacio de los vivos y el espacio de los muertos, lo sagrado y lo doméstico, lo animal y lo humano. En cuanto al muro, lejos de ser una reliquia del pasado, tiene en el mundo de hoy una renovada vigencia, a pesar de que cada día se agregan poderosas evidencias del anacronismo e insuficiencia de esta forma de monumentalización del poder y de los principios que la sostienen. Dos aspectos deben ser señalados en relación al muro. Primero, su ya mencionada vulnerabilidad. Segundo, la amplia parafernalia tecnológica en la que se apoya su creación, y a la cual el muro también sustenta y aloja, convirtiéndose en un dispositivo híbrido, al mismo tiempo primitivo y postmoderno, burdo y sofisticado. Respecto a lo primero, los muros constituyen evidencias no solo del poder que los erige sino de la resistencia que los desgasta y de los factores naturales o de acción humana que los erosionan. Por un lado, la constante transgresión de su estructura constituye un constante desafío a los valores que el muro intenta consagrar y defender, demostrando que su supuesta solidez y su mera existencia evidencian una problemática social, política y económica que no puede ser absorbida por la nación-Estado ni por las organizaciones supranacionales. En cuanto a lo segundo, las tecnologías que sustentan el control fronterizo van desde las ya mencionadas vallas, muros, alambrados y alcabalas hasta las torres de control, celdas y espacios de retención y registro físico, e incluyen el uso de múltiples dispositivos electrónicos como cámaras de vigilancia, control de pasaportes, huellas digitales, escaneados corporales de onda milimétrica (cabinas para escaneo tridimensional) o de retrodispersión (uso de rayos beta de mayor penetración y detalle), reconocimiento biométrico (análisis del iris del ojo), y otros procedimientos invasivos y deshumanizantes. En todo caso, vale la pena señalar que el carácter de las construcciones fronterizas ha venido variando en relación a los cambios registrados en las nociones de defensa, ciudadanía, soberanía y territorio nacional, conceptos históricos, que representan los avatares del poder político y las formas en que la nación-Estado interioriza tales variaciones en su administración de la energía social. A nivel global, la idea de una Europa amurallada, por ejemplo, confirma y materializa la voluntad de aislar la pobreza, la otredad, y los testimonios de la violencia y la desigualdad social de aquellos que, provenientes en muchos casos de las antiguas
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colonias, atormentan la conciencia burguesa con su presencia multitudinaria y su precariedad. Como Bauman señala, The developed part of the world surrounds itself with a sanitary belt of uncommitment; it erects a global Berlin Wall. All information coming from «out there» are pictures of war, murders, drugs, looting, contagious diseases, refugees and hunger; that is, of something threatening, revolting or repulsive («The World Inhospitable to Lévinas» 87).
El muro constituye así una especie de esqueleto externo de la población nacional, que sostiene el cuerpo blando que aísla su materia vital y la preserva a partir de estrategias de autocontención y de actitudes ajenas a cualquier forma de solidaridad, empatía, noción de justicia o permeabilidad humanitaria. Esta logística de guerra contra el Otro, que fuera generado como enemigo, en gran medida, por los procesos de robustecimiento de imperios y metrópolis colonialistas, señala transformaciones sociales de las nociones de humanidad/humanitarismo y de distribución territorial y administración de la justicia consolidadas en la modernidad. Muros, empalizadas y procedimientos de vigilancia y control electrónico no han impedido, sin embargo, el incremento en la penetración de extranjeros. Respecto, por ejemplo, a las fortificadas y sin embargo vulnerables fronteras en Ceuta y Melilla, se ha notado que el aumento de entradas ilegales ha crecido en proporción al fortalecimiento de los bordes. Continuando una historia de tránsitos entre el norte de África y España que se remonta a las luchas religiosas entre cristianos y musulmanes durante los ocho siglos de la «Reconquista», esas ciudades recuperan en plena globalización su carácter medieval de centros amurallados, para protegerse ahora de los «bárbaros» generados por la pobreza y la violencia de la civilización europea y la modernidad. Said Saddiki, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Fez indica, refiriéndose a las ciudades mencionadas, el carácter simbólico de estas, donde se concentró históricamente una compleja red de acuerdos, enfrentamientos y alianzas. En estos enclaves se articulan países y espacios culturales vinculados desde el colonialismo, España y Marruecos, cuyos lazos han sido y continúan siendo estrechos debido a la corta distancia que los separa. Se amalgaman, asimismo, el mundo árabe y el europeo, la religión cristiana y la musulmana, las regiones del Magreb árabe y la Europa occidental. El reforzamiento fronterizo fractura alianzas y posibilidades de colaboración y ayuda mutua, exponiendo una beligerancia que reaviva enfrentamientos pasados y procesos de sojuzgamiento y discriminación. In the past, nations viewed walls and fences surrounding their towns and villages from a defensive perspective, as a rampart protecting them from the outside attacks, but dramatic changes in both military doctrine and technology during
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the last century led to a decline in the strategic and tactic importance of border, whether are fenced or not, as a line of defense. On the other hand, the recent increase in boundary walls and fences along both disputed and undisputed bounders show a totally opposite trend to some globalist and trans-national perspectives on a «Borderless World», «The End of Geography», «A World without Sovereignty», «The End of the Nation-State» and so on (Saddiki 1).
La posición estratégica de estas ciudades las convierte en un lugar neurálgico no solo para la comunicación entre España y África, sino para los demás países de Europa, que reclaman el cierre de toda posibilidad de paso para migrantes irregulares. Como explica Saddiki, Ceuta and Melilla are two most important enclaves in Northern Morocco controlled by Spain since the end of «reconquista». Melilla was the first to fall under Spanish rule in 1497, and Ceuta, which had been seized by Portugal in 1415, was transferred to Spain under the Treaty of Lisbon in 1668 (2).
A ambas ciudades se les reconoció oficialmente estatus autónomo en 1995. Sin embargo, dado el financiamiento europeo a las fortificaciones fronterizas, ambos enclaves parecen estarse convirtiendo, como ese autor señala, en la frontera sur de la Unión Europea, la cual habría contribuido con 200 millones de euros a la construcción de las alambradas en torno a Ceuta, y asumido el 75% del costo de la primera etapa del proyecto de fortificación fronteriza entre 1995 y 2000. En los años 90 España habría levantado más de ocho kilómetros de alambrada en Ceuta y doce en Melilla. Ha sido reportado que más de 200 personas son expulsadas diariamente por la policía, que localiza a estos migrantes irregulares cuando se refugian en agujeros cavados en el terreno en espera de la oportunidad de atravesar el Estrecho en sus precarias embarcaciones. Las vallas paralelas que marcan la frontera están construidas como una intrincada red de alambre de acero dejando en medio un espacio para circulación de vehículos y personal de vigilancia. Tecnológicamente, estas alambradas están complementadas con censores electrónicos de ruido y movimiento, luces de alta intensidad, videocámaras y equipos de visión nocturna. Aunque la altura inicial de estas construcciones oscilaba entre los dos y tres metros, actualmente las vallas están siendo llevadas hasta los seis metros de altura, en trabajos de elevadísimo costo para la Unión Europea y para España, en particular.3 3 En «Visualizing the Black Mediterranean», Michelle Murray señala que tales construcciones fronterizas no solo indican las estrategias defensivas del nacionalismo español y europeo en general, sino también la perpetuación de las lógicas coloniales, de acuerdo a las cuales España continúa manteniendo su control en la zona magrebí. La autora se hace eco de la consideración
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Otro de los puntos de reforzamiento fronterizo es la ciudad francesa de Calais, donde se encuentra la entrada al Eurotúnel que conduce al Reino Unido. Debido a desbordes poblacionales hacia el túnel, y como reacción ante los intentos por abordar ilegalmente ferris y otro tipo de embarcaciones para dirigirse a Inglaterra, este país está actualmente construyendo una cerca que lleva el nombre de «National Barrier Asset» en torno a la terminal de Coquelles y reforzando la seguridad por medio de cámaras, videos, alambradas de púas y rayos infrarrojos para la localización de migrantes que logran burlar la vigilancia armada de la zona. Los migrantes provienen sobre todo de Eritrea, Siria, Afganistán e Irak. En las cercanías de Calais se despliegan campamentos para refugiados —principalmente el que se conoce como Calais Jungle— donde existen pésimas condiciones de higiene, alimentación y atención de migrantes. Los campamentos dependen de donaciones o ayuda caritativa para el sustento de miles de individuos, que habitan en esas condiciones durante meses. También en este caso, las medidas restrictivas han resultado en problemas políticos y diplomáticos entre Francia y el Reino Unido, que no logran mitigar la tremenda demanda de asistencia y admisión de las poblaciones que defienden su derecho a la vida.4 Nuevamente se confirma que la globalización ha resultado en una proliferación de fronteras y de formas variadas de violencia sistémica, y no en formas efectivas y humanitarias de integración a nivel planetario, como la narrativa totalizadora del mundo global sugiriera desde fines del siglo pasado. Este reforzamiento por medio de murallas y todo tipo de construcción fronteriza de contención migratoria habla a las claras de la condición misma de la nación, de los conceptos de soberanía, libertad, solidaridad e integración en el mundo globalizado. Wendy Brown considera que los muros constituyen una verdadera iconografía de las condiciones que caracterizan el poder estatal en nuestros días. La barrera, el muro y el reforzamiento fronterizo en todas sus formas, representan no el poderío sino el debilitamiento de la soberanía estatal: «Más que expresión renovada de la soberanía del Estado, los nuevos muros son los íconos de su erosión» (Estados amurallados 34). Son líneas divisorias que intentan separar las partes ricas y pobres del planeta, el privilegio y la marginalidad. El performance del poder que los muros ilustran constituye, según Brown, «el residuo teológico que subsiste en la soberanía del Estado nación», comunicando «un aura de poder soberano» y «un temor reverencial teológico» (36). Ante el notorio debilitamiento de la nación-Estado, los muros generan de algunos autores de que la vuelta a ciertas estrategias coloniales sugiere el surgimiento de nuevas dinámicas de acumulación primitiva en el contexto atlántico. Sobre Ceuta y Melilla, véanse descripciones y fotos en internet: «Muros de Ceuta y Melilla» (14 de mayo de 2015) . 4 Véase respecto a la situación en Calais, Rygiel, «Bordering Solidarities».
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una ilusión de seguridad que sugiere que el enemigo está afuera, y puede ser contenido. El muro fronterizo México/Estados Unidos En The Great Great Wall Ian Volner analiza los conflictos fronterizos entre México y Estados Unidos desde antes de la guerra entre ambos países (18461848), la cual fue provocada por la intensificación del expansionismo estadounidense, que venía registrándose desde 1809, año en que se produce la compra de Luisiana a Napoleón y la cesión que hace España a Estados Unidos de la península de la Florida.5 Tras una historia de negociaciones y acciones militares orientadas a la anexión de territorios, se produce la separación de Texas del estado mexicano de Coahuila, en 1836, y su constitución como república independiente. En 1846, como resultado de un levantamiento de colonos, California se declara también república, siendo nombrada como la República de la Bandera del Oso, aludiendo al emblema que identifica el levantamiento separatista. En ese mismo año, México declara la guerra a Estados Unidos tras la invasión por parte de la nación del norte de la franja territorial al sur de Texas, entre el río Bravo y el río de las Nueces. Tras la invasión de los Estados Unidos, que tuvo como momentos álgidos la toma de Veracruz, de Chapultepec y de Ciudad de México, la firma de la Paz de Guadalupe Hidalgo, redactada en su totalidad por Estados Unidos, ratificaría en 1848 la anexión de los territorios que corresponden a los actuales estados de California, Nuevo México, Nevada, Colorado, parte de Utah, Kansas, Oklahoma y Wyoming, así como Alta California, Santa Fe y la franja disputada al sur de Texas, fijándose la línea fronteriza en el río Bravo. Con este tratado, México perdió aproximadamente 2.100.000 km² (más del 50% de su territorio de entonces). Como Volner señala, hasta 1890 el tránsito migratorio entre los dos países existió sin regulaciones, pero en la vuelta del siglo proliferan las leyes que restringen y penalizan la entrada de extranjeros a Estados Unidos. Estas medidas de proteccionismo laboral informadas por un racismo explícito que predicaba la superioridad étnica del país del Norte y establecía cuotas y regulaciones para el control de entrada de individuos y mercancías. La presencia de inmigrantes y refugiados chinos en México es invocada como uno de los motivos del recrudecimiento de la xenofobia en ambos países, la cual se suma al rechazo de Estados Unidos a inmigrantes latinoamericanos en general
5 La reconstrucción histórica y sociopolítica del proceso que conduce al proyecto del muro fronterizo durante la presidencia de Trump se sigue en esta sección a partir de los trabajos de Ian Volner y Greg Grandin.
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y mexicanos en particular. Muros, empalizadas y divisorias metálicas aparecen en ciudades y áreas fronterizas en las primeras décadas del siglo xx. Una de las instancias más conocidas de las relaciones migratorias y laborales entre Estados Unidos y México lo constituye el ya mencionado Programa de Braceros implementado desde comienzos de los años 40. En 1954, ante los reclamos de México por la fuga constante de trabajadores hacia el país del Norte, Estados Unidos implementaría la Operación Wetbacks, deportando a más de un millón de trabajadores mexicanos, con devastadoras consecuencias para individuos y familias que se habían establecido en territorios estadounidenses en años anteriores. A lo largo de las décadas, las medidas anti-inmigrantes y la discriminación racial continuaría y se incrementarían en algunos períodos, teniendo como contrapartida los movimientos en favor de los derechos civiles, el activismo sindical, el movimiento chicano y la lucha de organizaciones como el Concejo Nacional de La Raza. En 1986 Ronald Reagan firma el Immigration Reform and Control Act, enfatizando la importancia de la ciudadanía en Estados Unidos e implementando medidas para la legalización de inmigrantes establecidos en el país, amnistías y protección a los hijos de inmigrantes que enfrentaran posibilidades de deportación. Tal política fue continuada e incluso ampliada por el presidente George H. W. Bush. Como señala Volner en su cuidadoso trazado histórico, según algunas fuentes Reagan lamentaría al final de su presidencia sus medidas en favor de la inmigración mexicana, considerándola uno de sus mayores errores (75-76). En los años 80 las detenciones en la frontera México /Estados Unidos se duplicaría. La crisis económica mexicana funcionó como un factor determinante del incremento migratorio, el cual fue resistido a través de medidas como la Operación Gatekeeper, por la cual se reforzó el control de fronteras, con relativa efectividad. La construcción de muros metálicos y de otros materiales expresa los intentos por contener el paso de extranjeros, objetivo que da lugar a proyectos fronterizos complementarios del anterior, como la Operación Hold the Line, en Texas, y la Operación Safeguard, en Arizona (Volner 95). Pero será Donald Trump quien elaborará la idea de que México constituye uno de los elementos principales en una especie de complot internacional contra Estados Unidos, siendo su aporte principal el de hacer llegar a este país, por medio del flujo migratorio, lo peor de la sociedad mexicana, causando deterioro social y económico en el país receptor. Con tal perspectiva se formula una imagen criminalizada del migrante que, aunque tiene bases en estereotipos de larga data, se convierte en el núcleo de una xenofobia programática que justifica los despliegues de poderío militar, y que sirve a la retórica de la recuperación de hegemonía, funcionando como uno de los ejes del discurso político estadounidense. Sin embargo, como Wendy Brown anota con acierto, el tipo de personas de quienes
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el muro supuestamente nos protege, ha sido producido dentro de esos mismos muros, en los territorios y sociedades que se extienden a un lado y otro de estas construcciones, con lo cual la distinción entre el adentro y el afuera deja de tener sentido (Estados amurallados 60). Por lo mismo, cabe preguntarse qué efectos contingentes causan [los muros] al moldear los nacionalismos, la subjetividad de los ciudadanos y las identidades de las entidades políticas de ambos lados que ellos separan […] y hasta qué punto los muros contemporáneos funcionan como símbolos de contención colectiva e individual, como fortificaciones de entidades cuyas fronteras reales o imaginarias van siendo borradas por la globalización. Permite preguntarnos si contienen tanto como defienden, si en realidad toda defensa implica contención y toda contención implica defensa (61).
Como parte del «espectáculo de la frontera» la idea del muro es propuesta por Donald Trump como dispositivo que más que contener el flujo humano debe representar la superioridad del país del Norte, para lo cual la construcción debe ser inmensa y hermosa (Volner 129). Servirá, en este sentido, como elemento icónico del discurso securitario que el gobierno de Trump impuso como medida supuestamente defensiva y proteccionista. El monumentalismo metaforiza así el autoritarismo, la prepotencia y la hipocresía del invasor. Tras la muralla, el agresor que usurpara gran parte del territorio vecino, se presenta como el agredido. El muro anuncia la voluntad de fortalecer el proyecto hegemónico que en otros niveles se encuentra amenazado en tiempos globales, en los que nuevos actores eclipsan la prominencia político-económica del antiguo coloso del Norte. En 2017 se abre una licitación para compañías arquitectónicas interesadas en construir prototipos del muro, a la cual se presentan casi 200 firmas, muchas de las cuales eran propiedad de arquitectos latinos.6 Mientras tanto, las discusiones sobre el financiamiento del proyecto y su posible efectividad proliferaron a todos los niveles, desde el Congreso hasta los foros populares, la prensa y la opinión internacional. Los ocho prototipos de acero corrugado y cemento se elevan a una altura de más de nueve metros, además de seis de cimentación bajo tierra, para impedir el cavado de túneles y soportar el peso de la construcción. Los prototipos fueron expuestos por primera vez en octubre de 2017 en la zona desértica de Otay Mesa, California, en las afueras de San Diego, como muestra de la barrera que supuestamente se extenderá 3.200 kilómetros separando México de los Estados Unidos. El costo estimado de esta construcción se ha 6 Las compañías contratadas para la construcción de prototipos fueron Caddell Construction Co., de Montgomery, Alabama; Fisher Sand & Gravel Co.-Fisher Industries, de Tempe, Arizona; Texas Sterling Construction Co., de Houston, Texas y W. G. Yates & Sons Construction Company, de Filadelfia, Mississippi.
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prestado a cálculos muy dispares, que oscilan entre los 8.000 y 70.000 millones de dólares, más un mantenimiento anual de entre 150 y 750 millones por año.7 Desde el punto de vista de la espectacularización del poder, los prototipos constituyen un acto de apertura que supuestamente prepara para el evento mayor, que expresará el rechazo definitivo del Otro, y la convicción de que la protección de lo propio justifica las prácticas detestables de dividir familias, privatizar recursos y decidir, en actos despiadados de biopoder, a quien corresponde la vida o la muerte. La institucionalización y monumentalización de la exclusión que el muro expresaría, se impondría como una inscripción definitiva en la conciencia colectiva, en los imaginarios populares y en las formas de concebir la nación(alidad), el territorio y, en última instancia, el valor de lo humano. En palabras de Volner, If built, the Wall would at once become the concentrated expression of our national values, surrounding us in every sense. Every single American city would then be turned into a sort of bordertown, full of shouts in the night and sordid official crimes, peopled by strangers and doubtful impostors who resembled no one as much as ourselves (199).
El tema del muro, como el de cualquier otra forma material o estratégica de reforzamiento del interior de una nación, apunta sin duda alguna al tema de la crisis de hegemonía, la ideología nacionalista y el problema de la soberanía, nociones que se vienen reformulando, de manera acelerada y profunda, desde el fin de la Guerra Fría a nivel global. En el caso de los Estados Unidos, esta tríada tiene que ver también con su posicionamiento en los escenarios de la política y de la economía transnacional en el capitalismo tardío y con las amenazas que los recentramientos económico-financieros van experimentando, en procesos intensificados, en algunas regiones más que en otras, por la implementación de políticas neoliberales, y el crecimiento acelerado de otras regiones del mundo global que amenazan el predominio de Estados Unidos. En este contexto, el muro es un intento por contrarrestar a través de una iconización del poder, los procesos de debilitamiento de la centralidad estadounidense y su pérdida 7 Según Wendy Brown, «Excluyendo los costes de la adquisición de terreno y los de trabajo, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército pronostica ahora que 25 años de ciclo de vida de la barrera de 1367 kilómetros impuesto por la Ley del Cerco Seguro, costará entre 16.4 y 70 millones de dólares por milla, de acuerdo con la naturaleza de la barrera en las distintas áreas y los daños que reciba por parte de los contrabandistas. La terminación y el mantenimiento de la barrera prevista por la ley podrían costar hasta 60 millones de dólares en 25 años, una cifra que excluye el trabajo financiado con fondos federales y la remuneración a los propietarios de fincas privadas, cuyos terrenos se utilizan para la construcción del muro o el patrullaje de vigilancia» (54-55).
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de control tanto a nivel nacional como internacional. Wendy Brown señala al respecto: Para decirlo brevemente, el muro entre Estados Unidos y México escenifica un poder y un control soberanos que en realidad no ejerce, se construye mezclando la suspensión del Estado de derecho con la irresponsabilidad fiscal, ha multiplicado e intensificado las industrias de la criminalidad y viene a ser un ícono de la combinación de la erosión de la soberanía con un ascenso elevado del nacionalismo y de la xenofobia, ambos cada vez más presentes en las democracias occidentales de la actualidad. El estado de emergencia por el que se autoriza la construcción del muro le otorga a este último una posición política independiente de sus funciones materiales (Estados amurallados 56).
La autora considera que uno de los aspectos distintivos de los muros que se construyen en la actualidad en relación con proyectos anteriores, es que contemporáneamente existe clara conciencia política de que tales edificaciones «representan los efectos disolventes de la globalización sobre la soberanía del Estado nación» (57). Este carácter distintivo se muestra en el hecho de que los nuevos muros se construyen para interceptar flujos de personas, contrabando y violencia, que no emanan de entidades soberanas, y en el hecho de que ponen en ejercicio un poder soberano estatal cada vez más zozobrante y menos viable. Los nuevos muros reiteran, en este sentido, un imaginario político que se desvanece en un interregno global, un espacio de tiempo posterior a la era de la soberanía del Estado, pero anterior a la expresión o a la instanciación de un orden global alternativo (57).
Las diversas formas de división fronteriza ya existentes entre Estados Unidos y México combinan una serie de materiales que se corresponden con diversas funciones y formas de resistencia. En La globalización imaginada (1999), Néstor García Canclini señalaba ya, al estudiar los flujos culturales y la transformación de las diásporas migratorias entre ambos países, que un cambio significativo en los cruces fronterizos se hizo evidente en los materiales mismos utilizados para marcar el límite: La línea de alambre que separaba al territorio de Estados Unidos de los países del sur ha sido sustituida por un símbolo rotundo: las planchas de acero que se usaron para pistas de aterrizaje en el desierto durante la Guerra del Golfo, reconvertidas ahora en kilómetros y kilómetros de un muro apenas un metro más bajo del que hubo en Berlín. Respaldado en los tramos más vulnerables por una segunda barrera de columnas de cemento, por coches de la border patrol y helicópteros, esa frontera aplaca cualquier ilusión de que latinoamericanos y estadounidenses poda-
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mos acabar integrándonos al modo, por ejemplo, de los ciudadanos de la Unión Europea (97).
Aunque el juicio del crítico sobre la efectividad de la integración europea debería ser matizado en atención a la actual situación migratoria e interna en ese continente, el simbólico reciclamiento de materiales al que apunta la cita metaforiza bien la conversión de la frontera en una zona de guerra donde la relación amigo/enemigo toma plena vigencia. Según Nail, las construcciones de acero corrugado, también aludidas por Wendy Brown y por Volner, funcionan de una manera muy distinta a otros tipos de muros, cercas, vallas o alambradas debido a las características del material, la forma en que el acero refleja la luz y los grados de visibilidad que el material permite:8 The corrugated-steel walls of the US-Mexico border should be distinguished in the content and kinetic function from the numerous types of fencing deployed at the border: picket-style fencing, bollard fencing, wire-mesh fencing, decorative fencing, chain-link fencing, and Normandy-style vehicle fencing. While fencing on the border has a largely centripetal function, funneling and caging migrants with cheap, fast, easily reparable, and transparent kinetic features, the corrugated wall made of standardized opaque squares or bricks stacked on top of one another in staggered formation, each marked with a number (188).
El efecto centrífugo de esos muros de acero consiste en que, por oposición a otro tipo de construcciones fronterizas que simplemente retardan al potencial transgresor, tales paredes metálicas redirigen el tráfico humano orientándolo hacia los embudos o cuellos de botella, con un resultado mucho más severo que otras formas de cerca o empalizada. Los muros de acero son los dispositivos que causan más muertes y mayor detención de migrantes. Como señala Nail, la opacidad de tales paredes disminuye la visibilidad tanto para los migrantes como para las patrullas, lo cual se compensa con el uso de iluminaciones de alto voltaje, helicópteros y otras formas de tecnología militar (189-190). Thomas Nail propone que al estudiar las múltiples estrategias de contención y exclusión que se articulan en la frontera México/Estados Unidos, deben distinguirse, siguiendo a Foucault, al menos tres formas de poder: el de la so8 Estos
autores también se refieren al hecho significativo de que las placas de acero corrugado que se utilizaron en ciertos sectores de las vallas actualmente existente entre México y Estados Unidos provienen de Vietnam o de la Guerra del Golfo, habiendo sido utilizadas entonces para habilitar pistas de aterrizaje para helicópteros o aviones de caza (Nail, Theory of the Border 189; W. Brown, Estados amurallados 51; Volner 93-94).
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beranía, que excluye las formas ilegales de vida que penetran en el territorio del Norte, las del disciplinamiento y detención de sujetos que corresponden a la instancia de la vigilancia, y la de circulación biopolítica de la vida migrante. Respecto al muro como dispositivo de poder fronterizo, Nail señala que a pesar de que las fortificaciones fronterizas han sido ineficaces en la reducción de la migración irregular, al menos tres consecuencias «secundarias» han resultado de esa implantación: la duplicación de la muerte de migrantes desde 2005, el encarcelamiento de migrantes sin record criminal, y los excesivos costos de construcción y mantenimiento de muros fronterizos. Lejos de ser resultados «no intencionales», según Nail estas consecuencias revelan los efectos del poder sobre la vida, así como un reforzamiento «militar» de la soberanía y de los mecanismos disciplinarios en la frontera, fenómeno que parece contradecir el hecho de que, siguiendo a Foucault, nos encontraríamos en la era biopolítica, post-soberanía. Según Nail, esta situación demuestra que los tres tipos de poder que arriba se mencionan coexisten y se entrelazan en una misma época. En consecuencia, para Nail, no se trata de que el biopoder predomine sino de la prolongación de la problemática de la soberanía y de algunos de sus rasgos principales en las dinámicas fronterizas: la suspensión de la ley en nombre del estado de emergencia, la implantación del binarismo implícito en la inclusión selectiva, la regulación territorial y el castigo a la transgresión «invasiva» de los migrantes. Lo que Nail llama «la ecología de la soberanía» se extiende también sobre la vida territorial: imposición de cambios en el terreno, anegación de campos, fumigación con herbicidas, cadáveres en los ríos y desiertos, extinción de especies de la fauna regional, etc.: «Sovereign border power creates and secure a territory, a border, and displays the truth of its strength on the condemned migrant bodies as well as the body of the earth itself» («The Crossroads of Power» 117). Nail va más lejos que otros estudiosos del tema al percibir que, si por un lado, la soberanía se debilita en la nación-Estado como resultado del quiebre del pacto político y social que sostiene los proyectos nacionales y por impulso de la globalización como dimensión exterior pero pujantemente presente en el interior de la nación (post)moderna, al mismo tiempo, en áreas fronterizas, quizá como espacios donde el conflicto transnacional adquiere rasgos de arcaísmo (los materiales utilizados: muros, alambrados, vallas, los campos de refugiados que recuerdan a la Segunda Guerra Mundial, las deportaciones como formas de destierro y expulsión del sujeto, que se convierte en un paria criminalizado), las formas clásicas de soberanía reaparecen en forma fragmentada y anacrónica. El «ceremonial de la soberanía» se despliega con un valor performativo y ejemplarizante, mostrando los efectos del disciplinamiento biopolítico:
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Crossing the physical border wall marks an incorporeal criminal transformation of the migrant. It marks the migrant’s exit from one set of institutions (the system of poverty, violence, exploitative labor conditions, and other results of NAFTA in Mexico) into a network of other institutions (the detention camps, work place and school raids, and the racism of the intensifying the criminality of that one brief misdemeanor, «unlawful entry», that now requires their infinite retraining through detention, surveillance, and disciplined behavior in the precarious shadows of US institutions (119).
Aun cuando el migrante logre pasar la frontera y eventualmente insertarse en el mercado laboral de modo irregular (sin documentación), comienza a vivir en constante estado de deportabilidad, situación que crea inestabilidad social, económica, sicológica y afectiva.9 Coyotaje La práctica de la transgresión de fronteras, intensificada por el aumento de la vigilancia en los cruces internacionales desde las últimas décadas del siglo xx, tiene una larguísima historia como parte de la cultura fronteriza global. Frontera y negociación, frontera y contrabando van unidos en una variedad de modalidades y grados y en estrecha relación con la configuración de los mercados internacionales y los flujos poblacionales. Particularmente en los Estados Unidos, esa historia comienza ya en la época de la colonización y la esclavitud, cuando se desarrollaron estrategias de intercambio ilegal para superar los escollos causados por la exclusión, la discriminación y la desigualdad socioeconómica.10 Como indica Peter Andreas en su libro Smuggler Nation: How Illicit Trade Made America (2013), las dos exportaciones más importantes de México quedaron fuera del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, NAFTA en sus siglas en inglés): las drogas ilegales y los trabajadores migrantes, y por esa razón su entrada clandestina en el territorio estadounidense incrementó y perfeccionó, en ambos casos, los procedimientos de penetración y burla de los controles aduaneros. Con variantes, las razones y métodos utilizados por migrantes ilegales en las distintas épocas, coinciden en sus rasgos fundamentales, incluyendo casi siempre la ayuda de facilitadores que, de entonces a hoy, cubren las necesidades 9 Véase al respecto Nicholas De Genova y Nathalie Peutz, The Deportation Regime, particularmente el capítulo 5, de Talavera et al. «Deportation in the US/Mexico Borderlands», 166-194. 10 Véase Andreas, principalmente «America and Illicit Globalization in the Twenty First Century», 330 y ss.
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de quienes optan por el tráfico clandestino. Estos intermediarios medran con frecuencia en tales situaciones y, al mismo tiempo, proporcionan un servicio sin el cual el cruce fronterizo sería imposible para la gran mayoría de la población movilizada. En la frontera México/Estados Unidos un elemento clave en los procesos de movilización y traslado está representado justamente por la acción de coyotes o polleros que cumplen la función de conducción de migrantes a través de las distintas instancias del viaje y cruce fronterizo. Algunos realizan esta tarea desde el origen mismo del recorrido del migrante, otros en algunas de sus etapas, o en la instancia misma del cruce. En algunos casos los mediadores se limitan a proporcionar contactos, o asistencia en aspectos particulares del proceso. Los coyotes han adquirido gran protagonismo en las zonas de pasaje, dando lugar a popularizadas versiones que han ido construyendo una figura estereotipada, a veces funesta, a veces pintoresca, en la que se mezclan el tono picaresco y representación de rasgos negativos y hasta truculentos, aspectos todos de una realidad compleja que forma parte de la subcultura migratoria y de la socialización fronteriza. Muchos relatos testimoniales o ficticios los presentan como sujetos arteros, inescrupulosos y deshumanizados, mientras que otros los reconocen como individuos imprescindibles y de buena voluntad, que han profesionalizado su propia experiencia en la zona fronteriza y que son hábiles en el uso de redes interpersonales a uno y otro lado de la frontera. Según muchos autores, la violencia y sordidez que se atribuye a las prácticas de coyotaje en la frontera México/Estados Unidos han sido exageradas y simplificadas como parte de las campañas estatales de persecución de violaciones fronterizas. Aunque sin duda se registran numerosos casos de abusos y atentados contra la vida de los migrantes, muchos provienen de criminales de frontera, de pandillas locales y aun de oficiales de seguridad. Quienes efectúan contrabando de personas basan su negocio en las garantías que ofrecen a sus clientes durante el transcurso del cruce y en las referencias que estos comunican a futuros migrantes, por lo cual suelen seguir reglas que aseguran seguridad mínima a las personas que confían en sus servicios. Las causas más frecuentes de accidentes muchas veces fatales están generalmente relacionadas, de acuerdo con investigaciones realizadas al respecto, con las áreas por las que los migrantes eligen transitar para eludir los puestos de vigilancia. Según se ha indicado, existe una clara correlación «between migrant deaths and environmental exposure emerging from migrants opting for more remote and isolated routes in order to avoid detection at the hands of law enforcement» (Sánchez, «Critical Perspectives» 18). Junto a los migrantes, los intermediarios deconstruyen las estructuras fronterizas (creando túneles, huecos o medios de escalamiento), obligando a la constante recomposición de muros, alambrados y vallas, dando testimonio de la vulnerabilidad de los sistemas de control y de las políticas migratorias que los sostienen. La dinámica de
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construcción/destrucción de bloques fronterizos es constante y en gran medida demuestra la ineficacia de estos obstáculos para disuadir a los migrantes indocumentados y a los intermediarios que los guían en su tránsito hacia el país del Norte. Cíclico es también el movimiento de los que logran pasar a los Estados Unidos y sufren deportación, iniciando poco después nuevos intentos, en los que incorporan la experiencia acumulada. El estudio de la mediación migratoria clandestina ha recibido la atención de la crítica, aunque recién comienzan a rebatirse muchos de los estereotipos que rodean el tema. Los enfoques han sido sobre todo etnográficos, sociológicos y comparativos. Los medios de comunicación y los discursos oficiales han reproducido estas versiones como forma de criminalizar los servicios que los coyotes prestan a migrantes irregulares. Tales estereotipos pintan a los intermediarios en base a binarismos, donde los coyotes aparecen como contrabandistas inescrupulosos, depredadores y oportunistas, y el migrante como figura débil y desamparada, pasiva y sin conciencia de la situación en que se encuentra ni de las posibilidades o peligros que tiene frente a sí. El caso de la frontera México/Estados Unidos tiene, en este sentido, sus propios mitos y leyendas respecto a los procesos transfronterizos y a sus protagonistas. Luigi Achilli plantea este dualismo como «Hero or Fellon?», analizando vis à vis casos similares en distintos contextos. Sus estudios se concentran tanto en la zona fronteriza del norte de México como en el Adriático y el Mediterráneo, espacios que a pesar de sus obvias diferencias geoculturales, presentan algunos rasgos comunes en cuanto a las dinámicas de represión y a las estrategias de quienes intentan penetrar en territorios que les brinden oportunidades de vida y trabajo. Las funciones de organización, vigilancia, intermediación, guía territorial o asistencia al migrante ilustran sobre la heterogeneidad de tareas que se articulan en torno a las necesidades del movimiento migratorio. Estudios interdisciplinarios parecen demostrar que tales tareas vinculadas al contrabando de personas son llevadas a cabo por redes familiares, sobre bases flexibles y en gran medida improvisadas de organización interna no jerárquica. Si la asistencia para la penetración ilegal del territorio que constituye el destino final o intermedio del migrante tiene relativa autonomía, ocasionalmente tal actividad puede combinarse con otras, como el tráfico de armas o drogas, lo cual permite obtener acceso a rutas territoriales consideradas propiedad de los cárteles, así como protección o financiamiento para el tránsito migratorio. Sin embargo, como demuestran estudios especializados sobre estos temas, la definición misma de «contrabando» y su evaluación como una forma coercitiva es problemática. Jacqueline Bhabha, especialista en temas de protección de refugiados, señala que de acuerdo con el art. 3 del Smuggling Protocol, la noción «contrabando de migrantes» se define como «the procurement, in order to
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obtain, directly or indirectly, a financial or other material benefit, of the illegal entry of a person into a State Party of which the person is not a national or a permanent resident» («Trafficking, Smuggling, and Human Rights» 3). Como indica J. Bhabha, la parte problemática es la referencia a un punto de entrada «ilegal» y al intercambio de beneficio material o de otra naturaleza como parte de la transacción. Pero la criminalización del contrabando de personas o, en otros contextos, el coyotaje, es diferente de la explotación del migrante, que puede o no asociarse con el servicio de guía para entrada no autorizada en un territorio nacional.11 Entra también en consideración el tema del consenso y las condiciones generales en las que se produce tal acuerdo. Ann Gallagher ha indicado que existen diferencias relevantes entre el tráfico y el contrabando de personas: Each year, an unknown number of people are ‘smuggled’ or ‘trafficked’ across international borders. Smuggled migrants are moved illegally for profit: they are partners, however unequal, in a commercial transaction. All going well, their relationship with the smuggler ends at the destination country and they may even manage to survive the ordeal with only financial damage. By contrast, the movement of trafficked persons is based on deception or coercion and is for the purpose of exploitation. The profit in trafficking comes not from the movement but from the sale of a trafficked person’s sexual services or labour in the country of destination. Most smuggled migrants are men. Most trafficked persons are women and children (s/p).
Varios autores señalan, como Achilli, que existe una superposición de roles que difuminan la figura del coyote, ya que en muchos casos los mismos migrantes realizan esta tarea en los trayectos internacionales o en secciones específicas del mismo, utilizando su conocimiento del terreno y de las condiciones de vigilancia, así como contactos preestablecidos que les permiten organizar el tránsito migratorio. Las fluctuaciones de estos servicios tienen que ver principalmente con la necesidad constante de cambiar las rutas dependiendo de los bloqueos o modificaciones del terreno, el clima y otras variables. Tales condiciones se repiten en otras partes del mundo, donde esta función adquiere características locales, pero conserva rasgos comunes. En el contexto del Oriente Medio la situación es similar, aunque en relación con tránsitos por agua. El cierre de unas 11 Enzensberger
señala que «siempre que hay restricciones florece el mercado negro […] De este modo, en todos los países prósperos se ha establecido un comercio ilegal de seres humanos». Como es sabido, los trabajadores ilegales son más baratos, ya que no pueden exigir ningún tipo de justicia social, por tanto, «todo inmigrante dedicado a un trabajo ilegal presupone la existencia de un empresario que opera ilegalmente». Se produce así una proliferación de «ilegalidad» que resulta de la implementación de leyes que van a contramano de las realidades sociales y económicas.
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rutas por parte de las guardias aduaneras resulta en la activación de otros corredores marítimos o territoriales alternativos, así como en la opción por lugares de embarcación y desembarque más peligrosos, pero menos vigilados, y en la utilización de maniobras de escape más riesgosas, todo lo cual aumenta considerablemente el peligro de que los migrantes y facilitadores pierdan la vida en el intento (Achilli, «The Smuggler, Hero or Felon?»). La figura del coyote como intermediario que conduce a los migrantes indocumentados hacia la entrada ilícita en los Estados Unidos ya forma parte del folklore de la frontera y de las elaboraciones que, al contraponerlo a la figura de la víctima, demonizan sus estrategias. Corridos e historias regionales los representan como individuos astutos capaces de burlar la vigilancia del Estado y ridiculizar al régimen de control que opera en contra de los intereses y necesidades populares. El coyote es así visto como una figura ambigua cuyas habilidades están puestas, en última instancia, al servicio de la comunidad, facilitando formas de resistencia popular y canalizando sentimientos contrarios al statu quo. En la situación fronteriza México/Estados Unidos los recursos de mediación son muy diversificados y la figura del coyote, cuando es parte de estos escenarios, mucho más multifacética de lo que sugieren las descripciones de mayor circulación. El análisis de las formas de penetración ilícita demuestra que en muchos casos los migrantes se valen de amistades o parientes que los ayudan por solidaridad, apelan a la utilización de documentos alterados de otras personas, o adquieren documentos falsificados por múltiples medios (agencias de viajes, preparadores clandestinos de documentación falsa, alteración de papeles ajenos, etc.) En otros casos, usan el recurso del matrimonio o el compromiso formal para obtener entrada en los Estados Unidos (visas de fiancée) o entran legalmente con visas limitadas o de turismo permaneciendo ilegalmente en el país luego de terminado el plazo establecido. En la mayoría de los casos (hasta un 90% según Achilli, «The Human Smuggling Industry» 5) los migrantes ilegales hacen uso de este tipo de asistencia, colocándose así en situaciones de alto riesgo personal al ponerse en manos de individuos que controlan las formas y términos del tránsito migratorio, al menos en algunas de sus etapas. En estos casos, la selección del coyote frecuentemente está condicionada a referencias personales o familiares. Ya que se trata de una transacción basada en la confianza, los mediadores intentan mantener una relación de honestidad con sus clientes, aunque no faltan casos de abuso y ataques a la seguridad personal. Se registran asimismo situaciones en los que los migrantes son secuestrados por bajadores, individuos que arrebatan a los migrantes de los coyotes para obtener dinero de familiares como rescate de los rehenes (Sánchez, «Critical Perspectives» 19). Todo esto demuestra la complejidad de las redes de poder y resistencia que se articulan en áreas fronterizas, donde existe una cons-
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tante «producción de irregularidad» como consecuencia de las políticas estatales y de las formas que asume su implementación. La categoría legal de contrabando humano es ambigua y difícil de aplicar en casos específicos. Muchos críticos que analizan cuestiones de frontera afirman que el coyotaje no puede ser considerado en general parte del crimen organizado, ni pertenece a las redes del narcotráfico, aunque haya casos en que estas conexiones existen. Se trataría más bien de una práctica tradicional que forma parte del sistema de negociaciones ilegales que rodea las zonas fronterizas desde el pasado. En el presente, aparte de la provisión de documentación y asistencia en el viaje, forman parte de esta red de asistencia al migrante centros más o menos precarios de atención médica de emergencia, cuidado de niños, comedores y servicios similares dirigidos a individuos de escasísimos recursos y manejados por personas del lugar, lo cual crea en el área de la frontera una activa economía paralela.12 Como Gabriella Sánchez indica, la tarea del coyote requiere no solamente contactos personales y conocimiento del terreno y de las lenguas de la región, sino también apoyo técnico (transporte, principalmente autos, autobuses, camiones y helicópteros, teléfonos, intercomunicadores, manejo de las redes sociales) para facilitar el intercambio de información sobre los traslados y las condiciones de seguridad. Tal tecnificación del proceso ha llevado a los investigadores a hablar de la proliferación de «cyber coyotes» que en muchos casos guían a sus clientes por medio del teléfono celular, manteniéndose lejos de las zonas de más frecuente detención, lo cual redunda en mayor riesgo para los migrantes (Achilli, «The Human Smuggling Industry» 5). Muchos otros «pasadores» utilizan aún la forma más personal de guía, basándose en la larga tradición del contrabando de productos, personas y animales que forma parte de los intercambios fronterizos. En los tránsitos entre Turquía y Grecia los migrantes utilizan guías o coyotes locales solo en algunos tramos del viaje, generalmente en las regiones de cruce marítimo. Los corredores centrales y occidentales del Mediterráneo son los más recorridos, siendo el primero el más peligroso: «The route is based out of Libya and travels across to the Italian and Maltese costs. This route has registered a peak of arrival over the last 15 years, especially between 2011 and 2016, when come 630,000 irregular migrants and refugees reached Italy» (Achilli, «The Human Smuggling Industry» 4). En el caso de México, el mismo autor registra datos estimados que oscilan entre los 200.000 y 400.000 migrantes por año hasta
12 «In fact, reliance on smuggling service can also be interpreted as evidence of how immigration enforcement and control along borders has given place to the continued reliance on alternative, underground if criminalized activities to overcome mobility restrictions, and to the professionalization of smuggling activities (Andreas 2009)» (Sánchez, «Critical Perspectives» 13).
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el año 2000, aunque a partir de esa fecha tales cifras habrían decrecido debido a la inseguridad de los cruces. Sin embargo, los últimos años se ha producido un incremento notorio en razón del empeoramiento de las condiciones económicas y de seguridad política en Centro América, y los problemas de violencia en México.13 En el artículo titulado «Global Apartheid, Coyotaje and the Discourse of Clandestine Migration», David Spener alude a la práctica del coyotaje como «the social process by which migrants hire professional service providers to help them cross international boundaries in the face of states’ attempts to exclude them» (115). Asimismo, en Clandestine Crossings. Migrants and Coyotes on the Texas-Mexico Border (2019) Spener señala la importancia estratégica del coyotaje, intentando contrarrestar los discursos oficiales que a través de un lenguaje denigratorio y criminalizador, hablan más bien de contrabando humano o tráfico de cuerpos, desconociendo que en las formas improvisadas o para-legales de los cruces internacionales se expresan prácticas de supervivencia como respuesta a las formas de violencia sistémica y de violencia estatal ejercidas en contra de los sectores más desposeídos. Para Spener, el cruce clandestino de fronteras constituye una forma de resistencia a la exclusión y a las formas de control y explotación a las que los migrantes son sometidos. La exclusión forzada de los migrantes de ciertos territorios nacionales en el sistema mundial opera como instrumento de control y explotación de la mano de obra, mientras que las prácticas de los cruces clandestinos de las fronteras por parte de los migrantes, representan una forma de resistencia a ese control y explotación («Global Apartheid» 129-130).
Los migrantes son representados por los discursos oficiales como mercancía transportable, como víctimas o sujetos pasivos, sin agencia ni motivaciones racionales, cuando en realidad, desde la perspectiva de este crítico, los procesos migratorios deben ser entendidos como una forma de acción sociopolítica vinculada al mercado laboral y a las condiciones de desigualdad socioeconómica a 13 En
«The Human Smuggling Industry» y en otros artículos, Achilli proporciona muchos detalles sobre la estructura de los servicios de contrabando de personas, la organización de los mismos, las relaciones de los mediadores con grupos criminales o terroristas, las formas de explotación del migrante, concluyendo que quienes trabajan como coyotes tienen un modus operandi incompatible con el de las bandas criminales más estables, en cuanto a métodos, objetivos y procedimientos. Sobre el caso México/Estados Unidos, véase, asimismo, Gabriella Sánchez, Human Smuggling and Border Crossings, quien se expande sobre las percepciones de y sobre los coyotes, sus motivaciones, etc. Sobre el caso europeo, véase Ruben Anderson, Illegality, Inc. Clandestine Migration and the Business of Bordering Europe. Para perspectivas comparativas, consúltese Kyle y Koslowski, Global Smuggling.
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nivel planetario. La migración funciona, así, como una dinámica que converge con las prácticas y necesidades del gran capital, cuyos impulsos globales atraviesan el planeta el planeta a distintos niveles creando flujos transnacionalizados y jerárquicos: Así, como un vector dinámico y transformador, los migrantes disuelven las fronteras, en Occidente se instalan barrios de países del Tercer Mundo, mientras que los negocios, las empresas transnacionales y el dinero de Occidente desestabilizan los lugares más pobres del planeta, hasta lograr la fluidez y la movilidad deseada por el capitalismo (Benítez-Eyzaguirre 18).
En el campo de los viajes y cruces clandestinos de migrantes centroamericanos Noelle Kateri Brigden ha realizado múltiples investigaciones focalizando cuestiones de género, así como aspectos relacionados con las prácticas que los migrantes improvisan como forma de facilitar y aun de posibilitar su movilización. Desde el punto de vista antropológico, la autora de The Migrant Passage: Clandestine Journeys from Central America (2018) releva las interrelaciones sociales espontáneas de los migrantes con otros agentes de la escena migratoria, así como con habitantes de las áreas atravesadas, notando cómo el pasaje transnacional va cambiando las condiciones geoculturales de las regiones atravesadas. Asimismo, enfoca las relaciones que el migrante establece con las cambiantes condiciones del terreno, dando así a los estudios sobre migración un aporte empírico sobre el modo en que las subjetividades se van adaptando a los desafíos del momento, sobre la vida que se desarrolla en la cotidianeidad anómala del migrante y sobre las formas en que su movilización va produciendo saberes que facilitan la memoria migratoria a nivel individual y colectivo. Brigden plantea la acción migratoria a través de la actividad que despliegan distintos actores, como si se tratara de una pieza teatral en la que la improvisación va construyendo las dinámicas de supervivencia y avance.14 Los investigadores que realizan trabajo etnográfico dan una imagen compleja de la realidad del coyotaje y del modo en que son considerados por las personas que usan sus servicios. En «El coyotaje visto desde la mirada de mujeres migrantes centroamericanas», el sociólogo mexicano Simón Pedro Izcara-Palacios informa de que sobre la base de las entrevistas realizadas a ochenta mujeres centroamericanas que utilizaron el servicio de polleros para su llegada a Estados Unidos, más de dos terceras partes de las mismas dieron opiniones positivas sobre estos mediadores, a pesar de que una sexta parte reconoció haber sido engañada por estos individuos, y siete de esas mujeres sufrieron abuso sexual. 14 Véase,
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asimismo, Brigden, «Improvised Transnationalism».
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Este autor da cuenta de «la escisión del discurso académico en torno al coyotaje», fenómeno que va desde las perspectivas más negativas, que asocian esta actividad a la delincuencia, hasta las formas positivas que resaltan la autonomía y el servicio que estos intermediarios brindan a personas que necesitan guía y apoyo logístico en sus desplazamientos. Según Izcara-Palacios, la diferencia de opiniones académicas se debe en gran parte a la metodología utilizada. Las evaluaciones negativas procederían, según el sociólogo, de fuentes secundarias (estadísticas, artículos periodísticos, o entrevistas a personas abusadas), mientas que los juicios positivos recogen testimonios más directos. En general la historia de quienes tuvieron buenas experiencias con los coyotes no son «noticia», de modo que predominan las historias adversas. Asimismo, la presentación de los coyotes como individuos peligrosos y abusivos permite al gobierno justificar presupuestos altísimos para militarización de fronteras, guardias, establecimientos de detención y operaciones de deportación. Los investigadores coinciden en considerar el coyotaje como un negocio global; aunque algunos se inclinan a vincularlo al crimen organizado, otros lo presentan como una actividad pacífica. Los primeros tienden a vincular a los coyotes con casos de secuestro, extorsión y tráfico de sustancias prohibidas.15 También se da con cierta frecuencia el caso de coyotes que abandonan a las mujeres a mitad de camino. Pero versiones más politizadas tienden a resaltar que las víctimas han sido en realidad agredidas por la violencia estructural del sistema, que tanto migrantes irregulares como coyotes intentan burlar y eventualmente subvertir con una alianza de intereses que en general funciona en beneficio del migrante. Según Izcara-Palacios, «[las mujeres centroamericanas] ven a los polleros como sus aliados, porque generalmente las protegen de los delincuentes y evitan que las detengan las autoridades. Las mujeres recurren a los polleros para defenderse de un enemigo común: el Estado y la delincuencia organizada» («El coyotaje visto desde la mirada» 17).16 Con la noción de «apartheid global» Spener alude a los problemas causados por la distribución desigual de recursos a nivel mundial, y a la correlación de tales políticas distributivas con factores de raza y nacionalidad (117). Para Spener, la situación laboral de migrantes mexicanos en Estados Unidos consti15 Sobre
el tema del secuestro de migrantes, por parte de coyotes o del crimen organizado, véase, por ejemplo, Slack, «Captive Bodies». 16 Una situación diferente es la que sufren los migrantes y coyotes cuando son reclutados por la fuerza por narcotraficantes, para trabajar con los cárteles. Los migrantes son víctima de explotación por parte del narcobusiness a través del secuestro, la imposición de cuotas para transitar por ciertas zonas seguras y el reclutamiento de coyotes, por el conocimiento que estos tienen del terreno y de las formas de vigilancia fronteriza, así como por los contactos personales de los polleros con agentes de las guardias fronterizas. Para detalles de las formas de reclutamiento y de sus resultados, véase Izcara-Palacios, «De víctimas de trata a victimarios».
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tuye un ejemplo paradigmático de la forma en que opera el sistema global. La segunda premisa manejada por Spener se refiere al hecho de que los trabajadores de países periféricos habrían llegado a desarrollar sus propias políticas laborales a nivel internacional con prescindencia de planificaciones interestatales. De este modo, la migración es entendida como un movimiento con relativa conciencia de sí, que hace uso de la «industria del contrabando de personas» como forma de eludir restricciones burocráticas y represión estatal. En este contexto, el coyotaje al mismo tiempo desafía y confirma la retórica securitaria ya que demuestra la ineficacia del sistema fronterizo y la necesidad de los Estados nacionales de fortalecer regulaciones y medidas de vigilancia. Para Spener, sobre la base de sus investigaciones en el corredor migratorio que conecta el noreste de México y el sur de Texas, la representación del coyote por parte del discurso oficial y de la prensa es simplista, exagerada y engañosa (122), y sirve principalmente como desviación de la atención pública hacia una figura construida como chivo expiatorio de la sistemática violación de derechos humanos realizada en nombre de la seguridad nacional.17 Luigi Achilli señala, al final de su artículo sobre el contrabando humano, que la solución a este aspecto del problema migratorio reside sobre todo en la reducción de la demanda, es decir, en la apertura de canales legales de entrada y en el reforzamiento de los ya existentes recursos del refugio y asilo. Tales políticas de apertura deberían traducirse, según Achilli, en la creación de visas humanitarias, en la apertura de corredores humanitarios entre países de tránsito y Europa, en la expansión de programas de relocalización en distintos países de esa región, y en el desarrollo de rutas legales alternativas para los refugiados, para atender a situaciones de reunificación familiar, becas de estudio, programas de entrenamiento profesional, auspicios privados y movilidad laboral. El acorralamiento y «la caza del otro» A nivel territorial, la represión fronteriza también se vale de las características del medio ambiente, utilizándolas en contra de los migrantes que logran 17 Según Spener, la visión estereotipada del coyote y de su acción fronteriza se expresa con claridad en el informe titulado A Line in the Sand: Confronting the Threat at the Southwest Border publicado por la Cámara de Representantes, Comité de Seguridad Nacional y Subcomité de Investigaciones, en 2006. En su artículo Spener analiza las acusaciones realizadas a los coyotes, así como algunos de los juicios a que fueron sometidos individuos acusados de tráfico de personas, mostrando los términos de la argumentación legal y planteando el problema de la responsabilidad del Estado en la situación de los migrantes en las fronteras México/Estados Unidos, así como los procedimientos utilizados por las patrullas fronterizas.
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burlar los controles aduaneros, pero que aún debe recorrer clandestinamente grandes extensiones de territorio escarpado, desértico, árido y lleno de alimañas antes de llegar a zonas habitadas. La utilización de las técnicas de entrampamiento que se conocen como el efecto embudo (funnel effect) va canalizando a los individuos como si se tratara de ganado, de espacios abiertos hacia pasajes cada vez más estrechos que desembocan en lugares de captura. El 21 de junio de 2012, por ejemplo, el New York Times reportó, como contrapartida del supuesto «éxito» de las medidas de seguridad fronteriza, los resultados de la aplicación de estos acorralamientos de personas que entraron a los Estados Unidos sin autorización. Según la periodista Ananda Rose, [M]igrants are dying in the desert at the same rate that they have been for years (roughly between 150 and 250 deaths a year), according to statistics compiled by the Arizona Recovered Human Remains Project and the human rights group No More Deaths. In the past 10 years alone, some 2,000 migrants —men, women, children and the elderly— have died this way. Why does this number remain so disturbingly high? Because of the «funnel effect» created by the militarization of the United States-Mexico border: hundreds of miles of physical barriers, high-tech infrastructure, highway checkpoints and other security enhancements have combined to reroute migrants away from highly trafficked and relatively safe urban crossing zones and into remote and perilous stretches of scorching, waterless desert. Fewer migrants may be crossing, but those that do face more treacherous journeys (s/p).
Esta técnica de acorralamiento constituye un procedimiento deliberado para conducir a las personas hacia las zonas de mayor peligro esperando que sucumban a la falta de agua en altísimas temperaturas desérticas durante el día, a los escorpiones y serpientes, a la ausencia de dispensarios médicos, comida, etc., y a los extremos fríos nocturnos. Una de las zonas más peligrosas a estos efectos es, según Nail, la que se extiende entre el este de Arizona y el oeste de Texas. A esos riesgos «naturales» se suman las persecuciones de patrullas fronterizas, agentes antinarcóticos, milicias de voluntarios, etc. Nail indica que By forcing migration from Mexico and creating a funnel-shaped fence, the US-Mexico border effectively becomes the world’s largest centripetal manhunting apparatus. According to federal records, more than six thousand immigrants have died crossing the southern border since 1998 (Theory of the Border 173).
Esta estrategia, que se comenzó a implementar en la década de 1940, conocida como «prevención por disuasión», tendría la función de «convencer» a futuros migrantes no autorizados de no aventurarse en territorio americano. Las
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rutas por las que se dirige a los migrantes hacia su casi segura muerte son conocidas como «corredores», considerándose que el más recorrido es el de Tucson. Los migrantes desembocan en áreas privadas donde encuentran cámaras, censores, cercas electrificadas o alambrados de púas, y son cazados por propietarios armados con derecho a matar a quienes penetran en sus fincas. En The Land of Open Graves Jason de León se refiere a este procedimiento, reactualizado, según indica este antropólogo, en 1993 en la zona de El Paso, Texas, teniendo entonces un sentido preventivo, destinado a exponer los riesgos del paso fronterizo a mexicanos en busca de oportunidades «del otro lado». La consecuencia directa en ese momento fue que los posibles transgresores se desplazaban a otras zonas donde las empalizadas y la vigilancia desaparecían, o eran menos infranqueables. Según De León, la situación cambió a partir de la aprobación del NAFTA en 1994. La crisis agrícola en México lanzó a una multitud de personas a la frontera en busca de cruces fronterizos que abrieran nuevas posibilidades, lo cual impulsó la intensificación de la estrategia del desvío territorial para orientar a los potenciales infractores a zonas de peligro que harían el trabajo de impedir que los intentos multitudinarios tuvieran éxito. De acuerdo a la información provista por De León, «Between 2000 and 2013, approximately 11.7 million people were apprehended while trying to make the illegal pilgrimage to the United States via Mexico» (6). En el estudio de la cartografía que va dibujando la migración masiva no es difícil advertir el valor simbólico, metafórico y alegórico de muchos de los circuitos y dispositivos que sirven al propósito de la canalización de individuos en los saturados mapas de la modernidad tardía. Thomas Nail se refiere al efecto embudo que se produce a partir de un deliberado corte en los muros o cercas de frontera, el cual como propósito dirigir a los migrantes hacia zonas de captura aparentemente «abiertas» en las que se arrincona a los individuos. Como Nail indica, «[t]he funnel effect is a fundamentally offensive border technique that brings a diverse periphery toward a central point for capture» (Theory of the Border 172).18 Los migrantes son canalizados así hacia zonas controlables o corredores, método utilizado desde la antigüedad para el control de animales. El corredor más recorrido de la frontera entre México y Estados Unidos es, según este autor, el de Tucson, Arizona. Los muros fronterizos funcionan, así, no como líneas divisorias sino como aparatos de captura y son complementados con cercas de alambre de púas o electrificadas (174). Se cuenta, asimismo, con grupos de voluntarios o vigilantes armados que cuando no logran capturar a los atravesados los dirigen por medio de obstáculos y 18 De
acuerdo al mismo autor, el «efecto embudo» habría causado más de seis mil muertes entre 1998 y 2013.
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persecuciones, hacia zonas desérticas, donde las temperaturas extremas, los reptiles, escorpiones y la falta de agua terminan por reducir al mínimo las posibilidades de supervivencia. Estos procedimientos de encauzamiento de la población migrante tienen otras formas de aplicación de carácter más «administrativo». La antropóloga Cristiana Giordano analiza el uso del efecto embudo en el caso de Italia, particularmente con respecto a los migrantes africanos que son rescatados de sus travesías marítimas, llegando así a suelo europeo. Según los datos de la organización Internacional para la Migración, citados por Giordano, desde comienzos de 2017 habrían cruzado el Mediterráneo 103.175 personas de las cuales 86.121 habrían llegado a las costas italianas. El resto se habría distribuido mayoritariamente entre Grecia, España y Chipre. De este modo, Italia recibe el grueso de la migración, la cual, al tocar territorio europeo, debe solicitar regularización documental en procesos que llegan a los dos años de espera, durante los cuales permanecen como asilados de hecho, pasando por registros médicos burocráticos, legales, militares y humanitarios. En estos casos, es el puerto mismo el que funciona como embudo que canaliza la afluencia de individuos y regula su entrada a través de dispositivos electrónicos, emisión de documentos e implementación de procedimientos de identificación y clasificación. Se articulan así procesos de gubernamentalidad con estrategias de vigilancia y atención médica, legal, etc. Sin embargo, otras formas de canalización de migrantes logran insertar a muchos individuos en el sistema de explotación laboral sin que sean detectados por las autoridades portuarias, proporcionando así modalidades alternativas de vida y de trabajo a los indocumentados. El desembarco de migrantes, es decir, su entrada en tierra a través de puertos autorizados, y los procesos combinados a los que son sometidos, son vistos más que como el embudo, como choke points (término que significa «cuello de botella» o «punto de estrangulamiento»). Estas instancias en las que se constriñen las condiciones de pasaje de un punto a otro, minimizando las posibilidades de penetración territorial, funcionan como obstáculos y, en algunos casos, como oportunidades. Según Ashley Carse, More than that, [chokepoints] are nodes where sociopolitical, financial, and ecological concerns are negotiated and power dynamics turn expectations upside down. Useful for enacting governmental or economic control, chokepoints are also sites where the dominant become vulnerable, connectivity becomes a liability, and marginalized voices and forms of agency are amplified (2).
Como explica Carse, estos puntos críticos de canalización no se limitan al movimiento migratorio, sino que dan forma a estrategias de regulación y de ordenamiento social aplicables a muchos niveles del funcionamiento social, a
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problemas climáticos, urbanos, financieros, ecológicos, etc., permitiendo visibilizar redes de poder, así como de resistencia colectiva. Constriction can be a mechanism of accumulation (for actors who control bridges, canals, and tunnels) but also surveillance (for regimes looking to regulate the movement of populations, resources, and information) (2).
En lo relacionado con la migración, los cuellos de botella se aplican tanto a la entrada de migrantes a países de adopción como a los sistemas de recepción de remesas, donde la intervención gubernamental reduce el beneficio de los destinatarios en favor del Estado, el cual se apropia de parte de los envíos monetarios de los emigrados. De este modo, el cuello de botella es un dispositivo, es decir, un concepto que se materializa con objetivos de control humano. El control se convierte así en una estrategia omnipresente que regula los tránsitos, movilizaciones y accesos a espacios privatizados o restringidos, incluido el espacio nacional, como modo de asegurar que el filtro de individuos resulte en adiciones beneficiosas para el sistema productivo imperante. Se trata, como muchos autores han señalado, no de un sistema de exclusión sistemática, sino de un régimen de inclusión selectiva que toma en cuenta las necesidades de las sociedades o grupos receptores y los criterios que aseguran su satisfacción. Control poblacional y reproducción del capital han ido tradicionalmente unidos en el proceso de consolidación del mercado, constituyendo uno de los pilares de la gubernamentalidad moderna y de las lógicas del biocapitalismo. El tema de la libertad, inherentemente relacionado a estos procesos, obliga a interpretar las imposiciones que se van naturalizando a través de las épocas en beneficio de supuestos valores e intereses colectivos, los cuales en general representan los de una minoría que se «legitima» como articuladoras de la totalidad. Algunas de las estrategias de control mencionadas, como la utilización de corredores, embudos y choke points permiten visibilizar los objetivos de acorralamiento poblacional en las fronteras, los cuales evocan técnicas tradicionalmente utilizadas con animales para su captura o sacrificio. Otros elementos como las vallas electrificadas o las alambradas metaforizan también la violencia utilizada para controlar las dinámicas sociales y, en general, la vida, en beneficio de la propiedad. Sirven como elementos pensados para asegurar el cumplimiento de las regulaciones jurídicas, o cualquier otro criterio de exclusión que utiliza la fuerza física para su imposición masiva. Achille Mbembe habla de la implantación de una «geografía penitenciaria» destinada a contener al extranjero no deseado en campos para personas desplazadas, migrantes, refugiados; zonas de tránsito, campamentos de emergencia, prisiones, etc. que convierten al indivi-
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duo en un objeto que puede ser redirigido, inmovilizado o destruido (Necropolitics 102-103). Muchos autores se han dedicado, principalmente en la primera década de este siglo, al análisis de elementos icónicos de fuerte significación, material y simbólica en los escenarios necropolíticos de nuestro tiempo. Olivier Razac, por ejemplo, al trabajar el tema del alambre de púas como elemento de represión y exclusión, destaca en Barbed Wire. A Political History (2000) el modo en que ese implemento, siendo tan elemental desde el punto de vista tecnológico, ha permanecido casi sin cambios hasta el presente, desempeñando tantas funciones de protección, contención, aprisionamiento y control del espacio, y con frecuencia siendo esencial en la contención de prisioneros. Políticamente, como señala Razac, el alambre de púas ha desempeñado un papel protagónico en las guerras, los campamentos nazis, el etnocidio de los pueblos nativos de América del Norte y otros contextos de represión y exclusión. Alan Krell presenta, a su vez, una extensa colección de imágenes y representaciones literarias, plásticas, fotográficas, etc. donde el alambre de púas es la pieza central que ilustra escenarios de represión, disciplinamiento y control social. Puede afirmarse, sin embargo, que la fuerte significación represiva de ese elemento nunca ha sido naturalizada, a pesar de su estetización. The Devil’s Rope. A Cultural History of Barbed Wire (2002) constituye, de hecho, un muestrario —una narrativa visual— que recorre los múltiples usos de este dispositivo, el cual alcanza, en algunos casos, una dimensión estética, alegórica e icónica. Como Krell señala, Coming in many different shapes and sizes, its iron knots or razor-sharp blades signalling their intentions, clearly, barbed wire’s transparency of purpose —to inflict injury (sometimes deadly) is violated— and its singular, unchanging function —to control and to confine— has nonetheless invited a wide variety of imaginative engagements that, as we have seen, often calls into question its normative function (181).
En obras de arte que tematizan la sujeción o la emancipación, la censura, la violencia o la resistencia humana, la extrema simplicidad de ese implemento contrasta con la sofisticación de algunos escenarios, o con la belleza que los alambrados encierran o liberan. Krell indica, siguiendo comentarios realizados a ilustraciones que muestran este implemento de represión y marginación, que el alambre de púas simula contener espinas, ya que su manufactura imita, con simplicidad y eficiencia, a la naturaleza. Se trata, así, según expresión de George Basalla, de un naturfact, es decir, un artefacto natural, que se inspira en la organicidad y recursos defensivos del medio ambiente
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(cit. por Krell, 15).19 De acuerdo con este autor, el diseño del alambre de púas evoca la corona de espinas de Jesucristo, parodiada por la corona de rosas de los emperadores romanos (18). Por su parte, en el libro titulado Barbed Wire. An Ecology of Modernity (2004), Reviel Netz analiza el alambre de púas como implemento icónico de la entrada a la modernidad, es decir, como elemento que explicita la instancia en la que se restringe el movimiento de personas o animales a espacios privatizados, infligiéndoles dolor.20 El alambre de púas define propiedades, delimita espacios, marca jerarquías, condena infracciones, previene transgresiones y expresa supremacías. En torno al significado de esta línea de acero y de sus púas es que se instituye la noción de frontera, se privilegia el adentro sobre el afuera, lo mío sobre lo ajeno: With an open line (i.e. a curve that does not enclose a figure), and the prevention of motion in either direction, you derive the idea of border. Properties, prisons, borders: it is through the prevention of motion that space enters history (Netz xi).
Sin embargo, la dinámica dentro/afuera que se instituye con la presencia y funcionamiento del muro, no solo es relativa en sus efectos, sino que tiene, como contrapartida, una clara influencia sobre la configuración de subjetividades y los procesos de reconocimiento identitario. En representaciones de la frontera mexicano-americana, tanto literarias como de arte plástico, los artistas utilizan el alambre de púas, pero también las cadenas, las cuales, aunque son rara vez utilizadas como material de separación fronteriza tienen una fuerte connotación histórica y simbólica de opresión, es-
19 Según Krell, el primero en patentar el alambre de púas fue el francés Léonce Eugene Grassin-Baledans, en 1860, describiéndolo como un entretejido de alambre retorcido erizado de puntas de acero que se levantan en todas direcciones, el cual podía ser utilizado como valla para parques, vías de ferrocarril, jardines, pabellones, etc. (15). Otras patentes del mismo producto fueron emitidas en 1865 en Francia y en 1868 en Nueva York. Según el crítico, no existe evidencia de que unos inventores conocieran a los otros. Sobre patentes, primeras manufacturas y primeros usos, véase Krell 15-45. 20 Agradezco a Tabea Linhard la referencia a este libro. Su propio artículo «Moving Barbed Wire: Geographies of Border Crossing During World War II» ilustra la importancia material y simbólica del dispositivo del alambre de púas con respecto a los territorios fronterizos en tiempos de conflicto bélico. Como Linhard señala con acierto, la cartografía convencional no solamente marca lugares, posiciones de discurso y localizaciones históricas, sino también produce el borramiento de la problemática de tales emplazamientos y no da cuenta de las connotaciones emocionales que caracterizan a las zonas fronterizas, sus procesos de negociación, su vulnerabilidad y precariedad ontológica, sugiriendo más bien la permanencia e impugnabilidad del límite.
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clavitud, ignominia, etc. En el libro The Fence and the River. Culture and Politics at the US-Mexico Border, ya mencionado, Claire F. Fox señala, que Barbed wire is an icon of the alienated indocumentado and the experience of crossing national borders, while the chain-link fence connotes both marginality within the nation and a communal experience focused around the barrio (47).
Estas formas de control espacial son esenciales en la modernidad, para la consagración de los límites territoriales, la soberanía, las políticas de exclusión y el mantenimiento de privilegios y desigualdades. Las púas de acero que se clavan en la carne del infractor expresan el rigor de ese ethos. En muchos países, sobre todo de producción ganadera, el alambramiento de los campos fue impuesto en el siglo xix como un símbolo de progreso y de orden social. Luego, el alambre de púas resultó definitivamente asociado con los campos de concentración, perdiendo así relación con la idea de orden y protección de la propiedad privada. Como Netz señala con razón, es tan importante ver lo que el alambrado encierra como lo que deja fuera. En relación con las fronteras, el alambrado de púas, al igual que los corredores y embudos fronterizos, es un símbolo de hostilidad primaria e intransigente, que coloca a los seres humanos en la posición de animales que son acorralados, repelidos, encaminados a su sacrificio, a partir de un Poder kafkiano, de lógicas remotas, impersonales y despiadadas. Es justamente ese carácter cruel y represivo, defensor más de la propiedad privada que de la vida, el que caracteriza los escenarios de la migración.21 También Johanne S. Liu, en Barbed Wire. The Fence that Changed the West (2009) reconoce la importancia transformadora del alambramiento, a todos los niveles, sociales, económicos y políticos: Barbed wire transformed not only the landscape of the American West but also the lives of its occupants in the last quarter of the nineteenth century. For Plains Indians, barbed wire marked an end to many tribes’ nomadic way of life by accelerating the white man’s grasp on the land. For cattlemen and cowboys, it replaced their traditional life on the open range with ranches. For settlers, it granted the power to control and protect the land they farmed, making homesteading a more feasible endeavor (107).
Siempre al servicio del predominio del hombre blanco y del control del espacio y el disciplinamiento o contención del Otro, el alambrado tiene un valor 21 Netz persigue el uso del alambre de púas no solo en relación a la delimitación de tierras para usos agrícolas y ganaderos, sino también como implemento militar, integrado a la parafernalia de guerra y represión doméstica. La «conquista por hierro» («Conquest by Iron») alude al control de espacios coloniales y al proyecto de dominar masivamente a poblaciones autóctonas (59).
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icónico, falocéntrico y étnicamente supremacista. En el presente, su función se actualiza en la contención de migrantes.22 En lugar de la solidez y permanencia del muro, el alambrado de púas constituye apenas un «esqueleto metálico» (Razac 41) cuya escasa materialidad fue fundamental en tiempos de guerra, ya que hacía imposible percibir tales delimitaciones desde el aire y las trincheras permanecían invisibles para el enemigo. Como este autor indica, el alambramiento separates those who will live from those who will die. More precisely, it produces a distinction between those who are allowed to retain their humanity and those reduced to mere bodies. On the one side, the productive subjects are preserved and covered in the guise of democratic rights. On the other side, the abandoned are deprived of rights —they resemble beasts more than humans (85). The simple act of placing men behind barbed wire produces superimposed images of men and beasts. Barbed wire in the camps functioned as a visual apparatus of Nazi propaganda (89).
Todas estas imágenes de animalización, purificación de la sociedad por exterminio étnico, aglomeración de individuos en masas que crean indistinción y eliminan la dignidad humana, se asocian por continuidad con las de los migrantes convertidos en los perseguidos de nuestra era. El alambre de púas forma parte así del «espectáculo de la frontera», no necesariamente o no solamente de las fronteras materiales entre países, sino de las fronteras intangibles del prejuicio, la discriminación y la necropolítica. Es en este sentido que la materialidad de los alambrados, sobre todo en sus usos militares, y particularmente fronterizos, toca el caso de los migrantes irregulares, en la medida en que los coloca dentro del espacio simbólico de los desechables, los victimizados, pasivos e impotentes habitantes de un sector del mundo global sin derecho a tener derechos, como señalara Hannah Arendt. Esta parte de la población mundial puede ser relegada a la más mínima expresión de lo humano, como se hizo antes en el holocausto, en los campos de prisioneros en regímenes dictatoriales, y en situaciones de limpieza étnica, aprisionamiento ilegal y esclavización. Represión, detención, exclusión, deportación, criminalización, son diversas instancias de una misma implementación necropolítica que coloca el capital, el territorio y los abstractos 22 Razac sitúa en 1974 la fecha en la que el ranchero J. F. Glidden patentó el alambre de púas que había inventado como implemento para ser utilizado en los campos de Norteamérica para la contención de ganado y la delimitación territorial. Esta invención tendría un uso fundamental en la conquista del Oeste. Las virtudes de este material eran su liviandad, su resistencia a los climas extremos, su durabilidad, bajo precio y adaptabilidad a distintas funciones (11-12). La noción de campos alambrados fue rechazada de plano por los indígenas, que consideraron tales demarcaciones una forma clara de hostilidad y agresión a sus formas de vida.
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derechos de una ciudadanía concebida en términos esencialistas y ahistóricos por encima de las necesidades primarias de quienes pugnan por sobrevivir con dignidad en espacios de igualdad y justicia social. De acuerdo a lo anterior, puede verse que el tema de la represión migratoria y las persecuciones fronterizas toca una serie de planos sicológicos, sociológicos, políticos, económicos y antropológicos, que tienen que ver con las relaciones de poder y con las formas en que la supuesta superioridad de unos se impone y legitima en el hostigamiento del otro. Las motivaciones raciales, religiosas, económicas e ideológicas forman parte de un discurso caleidoscópico que en cada época rearticula sus componentes de distintas maneras, redefiniendo un objetivo en el que se concentran los miedos colectivos en gran medida fabricados y manipulados desde el Poder. La sociedad se enfrenta a la fracturación de la concepción sólida y homogénea del nosotros, que busca fortalecerse defensivamente y por compensación, disminuyendo e invisibilizando al otro, cuando no sacrificándolo en beneficio de los privilegios de las minorías. El posicionamiento y componentes de este Yo/Nosotros cultural que se identifica con los discursos nacionalistas responde a intereses, prerrogativas y convicciones que son manipulados como discurso del Poder y utilizados para justificar acciones de deshumanización, acoso e impunidad en la eliminación del «enemigo». Este ha sido configurado como tal por el sistema que lo rechaza. La pobreza, la marginación, la criminalización de conductas no delictivas y las distintas formas de resistencia que el capitalismo genera acuerdo al objetivo de constante (re)producción del capital, constituyen desviaciones biopolíticas de la atención popular y sublimaciones de las causas reales de disconformidad y rebeldía que ocasiona la injusticia social. Los conceptos de protección y defensa de la ciudadanía, el tema de la seguridad pública y las formas en que el aparato del Estado es definido en relación con «el pueblo» dan base a retóricas de legitimación, como el discurso securitario, cuyo carácter eminentemente ideológico (generador de falsa conciencia) moldea los imaginarios colectivos. La larga tradición de pensamiento occidental sobre la función y poderes del Estado, la guerra de todos contra todos teorizada por Hobbes y por el pensamiento político que tiene en Machiavelli uno de sus exponentes principales, informan la práctica de «la caza del Otro», que atraviesa las distintas etapas de desarrollo civilizatorio y que es particularmente prominente en nuestro tiempo. Una reflexión de carácter antropológico y filosófico sobre estos temas se encuentra en Manhunts. A Philosophical History (2019) de Grégoire Chamayou, donde el autor se pregunta cómo se constituye una subjetividad colectiva cuando la dinámica entre el cazador y su presa se manifiesta bajo formas perimidas de dominación, como las de la esclavitud o, más modernamente, en situaciones de persecución de unos grupos humanos por otros, que ubican al contrario en
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el lugar del perseguido, en una relación de asimetría que puede tomar como objetivo a grupos raciales (indios, negros, judíos), económicos (los pobres, los indigentes), sociales (los extranjeros, los ilegales, los delincuentes) etc. Chamayou señala que Although capitalism did not invent xenophobic violence, it has channeled it toward the powerful interpredatory dynamics that characterizes it. In so doing, it has also endowed it with a redoubtable social power (111).
El autor advierte que el concepto de protección se extiende desde la idea del proteccionismo al trabajo y a la producción nacional, por ejemplo, hasta los individuos mismos, transformando la xenofobia popular en programa político. De acuerdo a esto, la demarcación que separa y hasta opone los protegidos de los demás, es fundamental: The founding act of xenophobic politics is the drawing of this boundary line between those who have to be protected and those who can —or rather, must— be excluded from protection. Political xenophobia is defined by this operation of demarcation whose matrix […] was borrowed from the discourse of economics (115).
No es necesario, explica Chamayou, que sea el racismo el que define estas políticas: «National identity is a blank that can be filled in various ways […] xenophobic exclusion as a political program does not presuppose the theory or races: theories of identity determine only secondarily the empty terms in a structure of exclusion that is politically anterior to them» (115). En el análisis del filósofo francés, «Hunting Illegals» constituye uno de los capítulos de esta larga narrativa de la caza humana. El autor se pregunta qué protección puede tener aquél que es expelido del orden protector del Estado. La exclusión legal que se aplica a un individuo marcándolo como apátrida (stateless) no es, como solía ser, indica Chamayou, un castigo aplicado por un crimen, es decir, algo «merecido», sino un status atribuido, de carácter político. No es que la persona haya cometido una infracción; la persona es la infracción. Tal decisión implica que la persona ha perdido el derecho a tener derechos, con lo cual la condición de ciudadano y la de migrante ilegal se ubican como opuestas (simétricas), y constituyen evidencias innegables de la desigualdad del sistema. Because of the practical identification of the rights of man with the rights of the citizens, and of the latter with the rights of those having a certain nationality, their guarantee by the state is conditional on the admission of individuals into the sphere of nationality (Chamayou 136).
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La proscripción de nuestro tiempo, señala Chamayou, es más sutil y metódica que en la antigüedad, ya que es un mecanismo administrativo manejado por las instituciones estatales. As Arendt noted, «society has discovered discrimination as the great social weapon by which one may kill men without any bloodshed […] passports or birth certificates, and sometimes even income tax receipts, are no longer formal papers but matters of social distinctions» (136).23
Como apunta el autor de Manhunts, la situación aludida por Arendt tiene plena vigencia hoy para el caso de los migrantes ilegales, cuya existencia misma (ni siquiera sus acciones) son criminalizadas a partir de una inflación del poder policial, su exclusión del ámbito de los derechos humanos, y la muerte administrativa. Al aplicarse la ilegalidad, todo aquel que ayude a este tipo de individuos comete el «crimen de solidaridad.» Pero como Nicholas De Genova señala, esta forma de exclusión paradójicamente «incluye» al sujeto a través de la ilegalización, ya que al darle un no estatus aumenta su vulnerabilidad dando paso a una mayor explotación laboral, porque ningún derecho se le aplica. Excluded from legal forms of membership, disqualified for citizenship, they are at the same time actively «qualified» for illegal life. Far from returning to a prepolitical condition of a biological order, their lives are actively produced and socially saturated by power (Chamayou 139).
Viejos mitos, como los de la invasión de los bárbaros, el contagio social o el complot internacional son reactivados para mostrar la migración como un ataque a la civilización y al orden social. Una gran red de relaciones, en su mayor parte clandestinas, ilícitas, corruptas y delictivas, se teje en torno al deseo de quienes son representados por el discurso dominante (la retórica política, los medios de comunicación) como seres deseantes e instintivos, inescrupulosos, vulnerables y desprovistos de horizontes alternativos a la migración. El migrante es «producido» así como víctima pasiva, lanzada al nomadismo, flotante y desprovista de conciencia de sí. La ilegalización del Otro funciona como una máquina que va configurando posiciones de sujeto, adjudicándoles conductas, valores, carencias y deseos que legitiman la persecución y la expulsión, el encarcelamiento y la tortura, es decir, la desterritorialización y deshumanización progresiva. A la expulsión de la tierra natal, que ataca a partir de la violencia sistémica, el migrante es rechazado también por los espacios nacionales alterna23 La
Pariah 65).
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cita de Arendt corresponde al caso de los judíos en tiempos modernos (The Jew as
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tivos, expelido del sistema legal y de los derechos de la ciudadanía. Es colocado, entonces, en una territorialidad existencial siempre provisional y precaria, vaciada de arraigo, memoria y perspectivas de futuro, debiendo enfrentar el constante peligro de robos, violaciones, raptos, tráfico humano, explotación, engaño y agresión personal. En sus reflexiones sobre «The Homeland» Gloria Anzaldúa hace referencia a muchas de las figuras y procedimientos que demuestran la penetrabilidad de la frontera, su carácter poroso e inestable, y que ponen en cuestión el tema de la defensa territorial, invocado por los Estados nacionales, noción que ha sido refrendada por los investigadores que trabajan el tema migratorio. Del lado opuesto al que ocupa la policía de frontera, se despliega un espectro de personajes que canalizan clandestinamente el flujo de personas y objetos que se espera reinsertar en un nuevo espacio social. «Smugglers, coyotes, pasadores, enganchadores» ofician de intermediarios en el tráfico ilegal de individuos o mercancías. Anzaldúa describe a los «mojados» o migrantes ilegales como seres deshumanizados por la persecución, el hambre y el miedo, habitantes transitorios en una tierra de nadie donde se encuentran atrapados «entre resistencia y deportación», explotados por los pasadores, a expensas de bandas criminales y víctimas del desprecio social y el prejuicio racial.24 Los indocumentados, los sin-papeles, los atravesados, son otros de los términos que designan la condición de los sujetos en relación a su status y a su situación respecto a la frontera y a los requisitos que esta impone para el paso legal. José David Saldívar también propone una descripción de la costa californiana a la que llama «máquina deseante», ya que constituye uno de los paradigmas que animan las fantasías utópicas de los migrantes mexicanos y centroamericanos. Indica que además de la gran cantidad de indocumentados, this desiring machine also comprises an enormous bureaucratic, political, cultural, and legal machine of coyotes (border crossing guides for hire), pollos (pursued undocumented border-crossers), fayuqueros (food peddlers), sacadineros (border swindlers), cholos/as, notary publics, public interest lawyers, public health workers, and a huge «juridical-administrative-therapeutic state apparatus» […] (Border Matters 96).
Al igual que en América Latina, en Europa, África, Norteamérica, Australia, etc., se desarrolla toda una industria de la ilegalidad destinada a burlar las 24 La expresión «mojados» es despectiva y se refiere a quienes atraviesan el río Grande para llegar al otro lado de la frontera. Se usa, por extensión, para hacer referencia a migrantes ilegales o como calificativo denigratorio dirigido a cualquier persona llegada a Estados Unidos, preferentemente de México o Centroamérica.
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disposiciones migratorias. Si esta industria afecta sobre todo a los cuerpos y a las subjetividades de los involucrados en el problemático tránsito transnacional, se manifiesta también, de manera notoria, en el control del espacio y en las formas abiertas o encubiertas de atravesarlo. Esto implica modalidades múltiples de penetración, violación y avance interterritorial. Pasajes, túneles, huecos en empalizadas y muros, al igual que travesías a través de mares, ríos, montañas, etc., van dibujando una cartografía invisible e intrincada que muestra los laberintos que recorren las personas para atravesar no solo territorios y fronteras físicas sino también inmateriales, como prejuicios, estereotipos, conductas xenofóbicas, abusos físicos y sicológicos, y muchas otras formas de discriminación. Las estrategias de contención del flujo humano cuentan con la tecnología, el Poder del capital, las estructuras de vigilancia y de castigo y la larga tradición de dominación e invisibilización del Otro. Por su parte, el avance territorial se basa en el instinto de supervivencia, la historia de resistencia, la memoria histórica, las narrativas familiares y la fuerza multitudinaria, que por agregación configura un sujeto colectivo de fuerte impacto político y social. Frente al poder y prestigio de la soberanía, la propiedad privada y el nacionalismo, está la invencible voluntad de quien no tiene nada que perder. Esta lucha desigual e inevitable constituye uno de los ejes del mundo globalizado. Como personaje colectivo, el migrante representa al Otro negado por la modernidad, que vuelve a reclamar sus derechos, habiendo reconvertido su energía social en formas y grados variados de beligerancia y organización contracultural. El valor de la vida, la utopía, el progreso, el orden colectivo, el estado de bienestar social, los mitos ilustrados de la solidaridad, la igualdad y la libertad operan como fuerzas subliminales que buscan un afuera desde el que pueda recuperarse la dignidad de lo humano e irse construyendo una nueva plataforma epistémica. El odio hacia el «civilizado», el cristiano, el capitalista, el imperialista, el blanco y el poderoso, forma parte de ese mismo bagaje. Es una reconversión de la misma energía que, nutriéndose de vertientes históricas, ideologías y creencias de muy variada estirpe, lleva a la creación de una subjetividad colectiva que por encima de su extrema diversidad tiene en común un presente vaciado de sentido. Junto al uso de materiales «tradicionales» y que connotan cierto arcaísmo, se presentan los procedimientos tecnológicos de vigilancia y detección. En Europa esos recursos técnicos incluyen métodos kinópticos (de observación del movimiento humano) a través de cámaras de seguridad, videos, fotografías, informantes, etc., que aportan datos para el control de la circulación de individuos, inspecciones preventivas, seguimientos, etc. Nail insiste en señalar que las fronteras no son, como suele considerarse, un fenómeno secundario producido por la nación-Estado, sino un requisito indispensable para que esta exista
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como tal. «Societies and states are the products of (b)ordering, not the other way around» (222). Contra lo que parece indicar el movimiento actual anti-inmigrantes y los dramas que desencadena el cierre de fronteras en múltiples regiones del planeta, según el mismo autor, los bordes territoriales son dinámicos y permeables: Borders […] are neither statist, nor fixed, nor designed to stop human movement. Borders are not permeable membranes that people pass through. They are themselves mobile processes designed to redirect, recirculate, and bifurcate social motion —not stop it. Thus, globalization appears exactly as it is: an intensification of social division through bordered circulation (221).
En Grecia, la migración principalmente siria y afgana ha inundado ciudades como Atenas, considerada uno de los puntos de entrada a Europa más utilizados por quienes huyen de la violencia política y religiosa, y de la extrema pobreza, provenientes del mundo musulmán y de regiones adyacentes. Más de 10.000 migrantes llegaron a Grecia desde Turquía en la primera mitad de 2018 luego de que un millón de turcos realizara esa misma travesía en 2015, a través de rutas hoy clausuradas. De acuerdo a datos de la ONU, los inmigrantes constituyen el 11,36% de la población griega, alcanzando una cifra de 1.220.395 personas, con mayoría de mujeres.25 La mítica isla de Lesbos, llamada ahora por algunos ¨la isla de los hacinados¨, es también uno de los puntos de asentamiento transitorio de flujos migratorios. Se ha reportado que en los meses que van desde el comienzo de 2018, 21.000 personas han llegado desde Turquía a Lesbos y a las islas vecinas de Quíos, Kos o Samos. La cifra de refugiados en este lapso asciende 55.000 personas y muchos más esperan en territorios vecinos poder alcanzar estas tierras que ven como promisorias, aun a riesgo de perder la vida en azarosas travesías por tierra y mar. Puntos de salida, como Calais, en el norte de Francia, también han visto saturada su capacidad de canalizar migrantes hacia el Reino Unido, lo cual ha ocasionado tensiones locales, daños humanos y conflictos internacionales.26 25 El
gran aumento de la migración femenina es notorio en las últimas décadas, habiendo incrementado consecuentemente la investigación del papel y condición de la mujer en los procesos migratorios relacionados a la familia, los tipos de trabajo, los servicios que requiere, las formas familiares transnacionalizadas, etc. Véase al respecto, como ejemplo, Pessar, Calavita y Hondagneu-Sotelo, Gendered Transitions. 26 Según El economista, «Un total de 110.669 inmigrantes y refugiados llegaron a Europa a través del Mediterráneo en 2019, casi 16.000 menos que el año anterior (–5%), en un año en el que la ruta central entre Africa e Italia se mantuvo como la más letal, según un balance difundido por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)» (3/1/2020) .
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Miles de migrantes se dirigen a España diariamente desde Marruecos, particularmente desde Tánger y Tetuán, intentando penetrar por Ceuta, Melilla, y otras ciudades costeras. En ocasiones, aluviones de personas han destrozado las vallas de entrada, desesperados por entrar al territorio europeo para escapar de la miseria y la violencia en sus propios países. Muchos atraviesan el Mediterráneo en trayectos que dejan como saldo cientos de muertos, arriesgándose a ser expulsados del país, si logran penetrarlo. El Observatorio del Norte de Marruecos de Derechos Humanos (ONMDH) estima que solo un 9% de los individuos que lo intentan, logra su objetivo. Según la agencia EFE, de acuerdo a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el 2017 se registró un incremento del 45% de personas con respecto al año anterior, alcanzando una cifra de casi 20.000 personas. Poderosas mafias que explotan la situación de miseria en todo el mundo, especulan con los intentos de migración de miles de personas, dando lugar a un verdadero negocio del traslado ilegal de personas a nivel global, el cual se entrecruza con las redes de la prostitución, las drogas y otras formas de contrabando, incluyendo el tráfico de niños y de órganos. La situación de menores que viajan solos es también uno de los rasgos característicos y sin duda más dramáticos del panorama migratorio actual. La necropolítica se ha globalizado, mientras la tecnología digital, por ejemplo, crece y se perfecciona para los sectores privilegiados, ofreciendo la imagen de un mundo integrado y eficiente. La información mediática sobre las tragedias vinculadas al fenómeno migratorio pasa desapercibida aún para muchos, al resultar naturalizadas por su frecuencia y absorbidas por la aceleración de los ritmos actuales. También es cierto que la comunicación y las redes sociales hacen posible, en muchos casos, la creación de tramas solidarias, registro de migrantes, recaudación de fondos, conexión con amigos y familiares dispersos por el mundo y creación de campañas de apoyo, a cargo de organizaciones no gubernamentales. Todas estas dimensiones de socialización del problema constituyen un paliativo alentador, aunque a todas luces insuficiente para hacer frente a la situación de millones de personas que en condiciones de extrema precariedad, atraviesan el mundo postcolonial. Caravanas Las caravanas de migrantes constituyen otra estrategia de avance migratorio. Semejan formas de peregrinaje y sugieren una extensión infinita, persistente y compacta, que con su movimiento lento y pesado va cortando el territorio como una cicatriz que no se cierra. Recuerdan las caravanas en el desierto, o las que representan los desplazamientos de los gitanos por amplios territorios, expresan-
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do en la apretada composición poblacional la voluntad de muchos unida en un mismo propósito. El movimiento conjunto da forma así a un impulso ofensivo/ defensivo: el avance por un territorio ajeno y la multitud que debe protegerse a sí misma. La caravana muestra el surgimiento de un personaje colectivo, movilizado a través de una ruta marcada por la dificultad y el desamparo. De este modo, la caravana constituye no solo una estrategia de movilización y ocupación de los espacios públicos, sino también una metáfora visual que resalta la importancia cuantitativa de los desplazamientos y de la articulación de un espacio/tiempo condensado de victimización y lucha que se prolonga con tenacidad. Hay en este ordenamiento algo de primitivo, o de arcaico, que remite a las motivaciones primarias de quienes integran la movilización: la necesidad de cubrir necesidades básicas, la realidad del despojo y la carencia radical, la multitudinaria expresión de la desesperanza que habita en el corazón de las naciones, así como en sus bordes, y la búsqueda de la tierra imaginada. La prescindencia de cualquier forma de transporte, la preparación para largas jornadas de alternativas imprevisibles, la resignación y la fuerza, ilustran sobre la existencia de un sujeto social en actitud de agencia/resistencia, eventualmente de conquista, apropiación o expropiación. Iliana Martínez Hernández Mejía y José Manuel Valenzuela Arce, entre otros investigadores, han analizado el fenómeno de las caravanas y ha señalado sus antecedentes histórico culturales, que se remontan, en el contexto del cristianismo, a la tradición católica de los viacrucis celebrados en Semana Santa, como reconstrucción del camino de Cristo hacia su crucifixión. Como explica esta autora, que analiza el fenómeno en el caso de México, Debido a que muchos albergues de migrantes son obras pastorales católicas, los vía crucis migrantes se realizan haciendo un símil de las dificultades del camino de Cristo con el de los migrantes. Una de las celebraciones más conocidas es la que lleva a cabo anualmente el albergue La 72 en Tenosique, Tabasco; su intención es aprovechar los días de reflexión para acercar a la comunidad a la realidad de las personas migrantes y visibilizar los abusos de los que son objeto en esta región fronteriza. También se han realizado en la Ciudad de México y Guadalajara. Probablemente, el que mayor atención ha generado fue el que se realizó en 2014 en Tenosique, ya que quienes participaban decidieron continuar el trayecto hacia la frontera norte (233).
Estas caravanas articulan varios objetivos: la denuncia, la visibilización de su movilización territorial, la importancia numérica de esta y la necesidad de solidaridad popular. Según Martínez Hernández Mejía, en algunos casos las caravanas son demostraciones colectivas que se repiten cíclicamente, como es el caso de la que reúne a Madres de Migrantes Desaparecidos, organizada por el Movi-
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miento Migrante Centroamericano, la cual se ha realizado ya en 13 ocasiones, con distintos recorridos en territorio mexicano. Una demostración similar con menos representantes es la que moviliza a personas hondureñas que regresaron con discapacidades por accidentes durante el proceso migratorio. Las caravanas permiten visualizar la situación de tránsito, cuya entidad numérica no llega a percibirse por la dispersión de los migrantes, lo cual queda transitoriamente zanjado cuando la caravana sirve como estructuración de la multitud, dándole un espacio/tiempo en el que todos sus integrantes adquieren la presencia de un sujeto unificado ante la definición de una meta común. Aunque transitoria, esta imagen de unificación confiere al fenómeno migratorio la imagen de un movimiento social, el cual no es percibido tan claramente como tal cuando los individuos se disgregan, aíslan o distinguen por sus orígenes, culturas, lenguas, conductas o cualquier otro elemento diferenciador. En este sentido, las caravanas también visibilizan el hecho de que México se ha convertido no solamente en país emisor de migrantes, sino en país de tránsito, condición que hace visible la problemática de la frontera sur, por la que entran cientos de miles de transmigrantes centro y sudamericanos.27 Tal situación se vincula a los procesos de regularización migratoria de quienes piden refugio o asilo político en México, ya sea para probar las posibilidades de asentamiento en este país o para facilitar su travesía hacia Estados Unidos. La deficiente respuesta a estas solicitudes da como consecuencia, entre otras, que México se distinga, como Estados Unidos, por la práctica de las deportaciones, las cuales han llegado a superar en mucho las efectuadas por el gran país del norte. Según Martínez Hernández Mejía, Entre 2010 y 2014, aumentó en 50% la deportación, desde México y desde Estados Unidos, de ciudadanos originarios de Guatemala, El Salvador y Honduras. Aunque el flujo ha variado en los últimos años, entre 2010 y 2015, México realizó un promedio de 179.000 repatriaciones anuales al TNCA [Triángulo Norte Centro Americano constituido por Guatemala, Honduras y El Salvador]. Más aún, en 2015, México hizo 86.700 deportaciones, mientras que Estados Unidos llevó a cabo 42.200; es decir que, en ese año, las autoridades migratorias mexicanas deportaron casi el doble de personas procedentes del TNCA que Estados Unidos (237).
En 2018 se realizó una de las más grandes caravanas, la que se dio el nombre de «Migrantes en Lucha», reuniendo aproximadamente 1.500 personas, aunque el número fue variando a medida que algunas personas se separaban o 27 Se considera que además de la frontera norte con Canadá y de la frontera sur con México, Estados Unidos tiene una tercera frontera con la región que abarca el Caribe, Centroamérica y los países del norte de Sudamérica (Longo 89).
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eran arrestadas, mientras otras se sumaban al grupo. La caravana fue anunciada como una movilización pacífica de reclamo por el cumplimiento de los derechos humanos. Se solicitaba particularmente la suspensión de las deportaciones y de la violencia estatal. El grupo inicial salió de Tapachula hacia Tijuana en un trayecto de más de un mes de duración. Mientras que una cantidad de migrantes caravaneros consiguen admisión en Estados Unidos, otros se separan del grupo iniciando huelgas de hambre, y otros son simplemente desoídos en sus reclamos de procesamiento de solicitudes de asilo o refugio. La visibilidad que adquirió esta movilización por medio de la prensa internacional activó la xenofobia del gobierno norteamericano el cual intensificó su propaganda a favor del muro fronterizo y realizó múltiples comunicaciones calificando a los migrantes de peligro público, consideración que fue seguida por el envío de la Guardia Nacional estadounidense a la frontera, lo cual causó reacciones de la sociedad tanto en Estados Unidos como en México y en otras partes del mundo, ya que la situación de los migrantes era de por sí sumamente peligrosa por la inseguridad de los territorios por los que atravesaban. Como señala la investigadora mencionada, entre otros, el albergue «El Refugio», en Tlaquepaque, recibió a los migrantes para asistirlos con alimentos y atención médica. En Tijuana los transmigrantes recibieron asesoramiento para sus trámites de asilo y refugio. Como consecuencia de esta movilización se produjo una intensificación de la prensa negativa que calificaba a las personas, siguiendo los lineamientos del presidente Trump, de individuos inescrupulosos, violentos y de tendencias criminales, y comenzaron a implementarse las políticas de separación de familias como forma de desalentar a los migrantes irregulares de intentar el cruce hacia el país del Norte. Según Amarela Varela Huerta y Lisa McLean, las caravanas constituyen también un recurso de autodefensa y una forma de desobediencia civil, ya que los caravaneros circulan masivamente, sin permiso ni mediadores (coyotes), por terrenos minados por el crimen (narco, maras, delincuentes comunes, guardias corruptos), ejerciendo una forma de «gobierno privado indirecto» (163). Según estas autoras, la situación migratoria que exponen las caravanas forma parte de una verdadera «crisis civilizatoria» que ilustra lo que Boaventura de Sousa Santos llama «sociología de la emergencia», al referirse a prácticas que hacen posible lo que los discursos hegemónicos consideran inviable. Tal crisis civilizatoria involucra niños separados de sus familias, recluidos solos, incluso muriendo, en centros de detención conocidos como hieleras en Estados Unidos, o familias enteras atrapadas en un confín territorial y temporal, esperando en las franjas fronterizas poder entregarse a las autoridades migratorias de Estados Unidos para pedir asilo o, incluso, intentando afincarse en México para preservar la vida (164).
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Las autoras sugieren que las caravanas deben ser estudiadas dentro del marco metodológico de las luchas migrantes, las cuales engloban una serie de fenómenos y conductas sociales relacionadas con la desterritorialización: Por luchas migrantes se alude a un amplio crisol de movilizaciones manifiestas (huelgas de hambre, encierros en iglesias, movimientos, santuarios, manifestaciones o caravanas, motines en centros de detención para migrantes) o latentes (discretas cadenas migratorias para transitar sin permiso un territorio o permanecer sin los papeles en regla en una metrópoli) (165).28
Para estas autoras, utilizando la perspectiva del Ranajit Guha, las caravanas toman el sentido de un movimiento insurreccional a través del cual el subalterno (las víctimas del neoliberalismo en Centroamérica) se moviliza en contra del Estado. Como una forma de desobediencia civil, las caravanas se perfilan como prácticas que no solamente fortalecen la construcción de la subjetividad migrante, sino que también demuestran agencia política y social, interpelando a la ciudadanía, que se polariza entre la xenofobia y la «hospitalidad radical». Asimismo, el movimiento caravanero impulsa a leer «a contramano» la historia nacional, los temas de la ciudadanía y los derechos humanos, al iluminar el lado necropolítico de la nación-Estado, que constituyó desde sus inicios un proyecto excluyente e invisibilizador de la otredad de clase, raza y género. Este fenómeno trae a primer plano, además, a sujetos sometidos por el sistema patriarcal: las mujeres, madres y amas de casa, empresarias informales, así como a los niños, muchas veces lanzados solos a la experiencia migratoria, los ancianos, inválidos y desposeídos. La proliferación de las caravanas que ha tenido lugar sobre todo desde 2018 (pero cuyos antecedentes se registran ya a comienzos de esa década) ha llamado la atención sobre el recurso de la «caravanización» como un procedimiento defensivo que permite a los migrantes desarrollar estrategias de autodefensa, tanto respecto a los peligros a los que se exponen al atravesar territorios minados por diversas formas de violencia regional, como de los polleros o coyotes que asedian a la posible clientela transnacional sometiéndolos a veces a abusos y despojos. Pero la noción de caravanización también ha sido cooptada por las fuerzas represivas que ven en tales manifestaciones una forma de expresión popular que llama a la solidaridad y que debe ser reprimida y criminalizada. Varela Huerta y McLean se refieren también al menos mencionado «derecho a no migrar» que se intenta reivindicar para asegurar que quienes deseen asentarse de modo más permanen28 Sobre
luchas migrantes, véase Varela Huerta, «“Luchas migrantes”: un nuevo campo de estudio para la sociología de los disensos».
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te en las zonas de tránsito, puedan hacerlo sin verse sometidos a problemas de legalización. Como performance multitudinario, la caravana constituye un contradispositivo biopolítico en la medida en que desarticula los discursos hegemónicos, dejando al descubierto el costo social del sistema de privilegios sobre el que se asienta el statu quo, y la violencia que este está dispuesto a desplegar para asegurar su perpetuación. En base a este tipo de consideraciones, Varela Huerta y McLean interpretan esta forma de expresión de la lucha popular migratoria como una articulación múltiple de recursos para-estatales que potencian la resistencia anti-sistema y el reclamo del derecho a la vida y a la movilidad territorial. Entendemos el modelo caravana como un tipo de lucha migrante en la que se ponen en juego saberes y saberes-hacer de una compleja red de agentes políticos con multitud de actores: migrantes y deportados; defensores de los derechos humanos; agencias internacionales responsables de gestionar crisis humanitarias; medios de comunicación y expertos; funcionarios estatales/federales; y poblaciones organizadas o fragmentadas de las comunidades por las que atraviesan estas caravanas (176).
El fenómeno de las caravanas se ha detectado también en Europa y particularmente en regiones cercanas al Mediterráneo, con reclamos y objetivos similares a los ya mencionados en el caso de México. Muchos de sus integrantes provienen de Asia o del Norte de África. Como informó la BBC el 6 de noviembre de 2018: Bosnia y Herzegovina se ha convertido en etapa de una nueva ruta de migrantes hacia Europa después de que la ruta de los Balcanes occidentales, que los llevaba hacia Austria a través de Macedonia, Serbia y Hungría, fue clausurada en 2016 por los líderes europeos. Tal como le dijo a BBC Mundo Neven Crvenković, portavoz de la representación regional del Sureste de Europa del Alto Comisionado de la ONU para Refugiados (ACNUR), este año han llegado a Bosnia y Herzegovina 20.000 migrantes procedentes principalmente de Afganistán, Pakistán, Bangladesh, Irán y Marruecos intentando cruzar hacia el norte de Europa («La caravana de miles de migrantes olvidada en Europa» s/p).
José Manuel Valenzuela Arce y otros investigadores de la migración analizaron en Caminos del éxodo humano. Las caravanas de migrantes centroamericanos (2018) el fenómeno de los desplazamientos masivos de centroamericanos hacia el norte, destacando la paradoja de que, en el mundo globalizado, donde se abren las fronteras al paso de capitales, mercancías, proyectos extractivistas, inversiones e intereses geopolíticos, se clausuran los límites internacionales para aquellos que quieren traspasarlos en busca de oportunidades de supervivencia.
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La fragmentación, la exclusión, la expulsión y la marginación se revelan como elementos inherentes a las dinámicas globalizadoras. Estas funcionan con signo positivo (favoreciendo la integración de agentes y proyectos, la superación de fronteras y la apertura hacia acuerdos flexibles e innovadores) cuando se trata de robustecer la producción y reproducción del capital, y con signo negativo cuando se dirigen a los desposeídos que desde los bordes del sistema reclaman su derecho a la vida. Quienes se lanzan a la experiencia migratoria provienen de sociedades cuyos «entramados sociodemográficos, laborales, y mapas socioculturales» (14), son característicos de los escenarios neoliberales y de la situación exacerbada que se vive en zonas fronterizas. Mitos y estereotipos circulan a propósito de estas experiencias de movilización colectiva y alimentan los imaginarios populares alentados en muchos casos por la prensa oficial y por el discurso político, con el objetivo de crear reacciones adversas contra los migrantes y de justificar la represión de sus acciones.29 Como es obvio, cada región presenta, dentro del amplio contexto de la migración globalizada, sus propias características, vinculadas a las condiciones concretas que afectan a las poblaciones a nivel económico, político y social, y también relacionadas a las costumbres, tradiciones comunitarias, y condiciones concretas del tránsito migratorio desde los espacios originarios a los lugares de destino. En América Latina, el llamado Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) resulta paradigmático como ejemplo del despliegue de acción colectiva que surge como respuesta a severas situaciones de precarización y de violencia interna. En esa región, particularmente en el que se conoce como Triángulo Norte Centroamericano (TNC, el cual incluye a El Salvador, Honduras y Guatemala), la desigualdad, la violencia interna, la discriminación racial y de género y la falta de oportunidades laborales y servicios sociales disponibles, configuran una crisis estructural que impulsa a situaciones migratorias extremas, desarticulando vínculos comunitarios y familiares y creando situaciones de intensa vulnerabilidad. En el caso de Honduras, la migración tiene en el desempleo una de sus causas principales, aunque también influyen factores de seguridad pública y violencia política.30 Según el Instituto de Estudios y Divul29 Valenzuela
Arce hace referencia al documento producido por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), titulado «Mitos y realidades sobre la Caravana Migrante y las personas refugiadas» (2018), en el cual se registran prejuicios y formas de racismo tendientes a degradar la figura del migrante y a representar tendenciosamente sus supuestas intenciones y propósitos (Caminos del éxodo humano 19-20). 30 Según el informe de INEDIM, muchos migrantes hondureños retornaron, voluntariamente o no, al país, debido a las olas de deportaciones desde Estados Unidos, las cuales llegaron a 51.000 en 2016, poniendo a la sociedad en la situación de tener que absorber laboralmente y socialmente a la población reintegrada. Al respecto, véase, por ejemplo, Acuña et al.
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gación sobre Migración (INEDIM) en Guatemala, las tasas de desigualdad son excepcionalmente altas, con un aumento constante en los índices de pobreza, la cual afecta sobre todo a las comunidades indígenas. Casi el 40% de este sector vive en pobreza extrema, en comparación con los sectores no indígenas, donde la pobreza alcanza un 12,8%. Consecuentemente, en el país se registran también tasas altísimas de criminalidad, feminicidios y «desaparecimientos», situación también prominente en Honduras y El Salvador. Muchos de los casos de atentado sobre todo contra mujeres y niños se registran en el paso de transmigrantes de este país a través de México. Pero Guatemala, debido a su posición geográfica, también recibe transmigrantes de otros países centroamericanos, en su viaje hacia el Norte. Desde estos países también es notorio el caso extremo de niños no acompañados, que ascendieron a 80 mil entre octubre de 2013 y junio de 2014, sumándose a la diáspora procedente de México, Guatemala, Honduras y El Salvador (Valenzuela Arce, Caminos del éxodo humano 26). Varela Huerta se refiere a estos hechos y a la movilización de las «madres caravaneras», que salen año tras año a buscar a sus hijos, diseminados en distintos países. La situación de los países mencionados se agudizo notoriamente en la última década del siglo xx como consecuencia de los pasados movimientos de liberación nacional y de las guerras civiles que se desataron dejando como saldo miles de muertos y de desplazados. En los períodos posbélicos y de supuesta transición hacia la democracia los procesos de «acumulación por desposesión» se intensifican en la región con la anuencia y colaboración de las clases políticas locales, facilitando, en el contexto neoliberal, el vaciamiento de recursos naturales y la injerencia de capitales extranjeros en las economías nacionales.31 Esto, sumado a las condiciones de caos y violencia política, crimen y desempleo, crea una situación de extrema precarización y desequilibrio estructural. Las migraciones atraviesan toda la zona centroamericana, orientándose en múltiples direcciones, siendo El Salvador el país con mayor cantidad de migrantes (en un porcentaje estimado del 20%). Un fenómeno interesante de mencionar es que el fenómeno caravanero y en general la movilización migratoria va pasando rápidamente del nivel reivindicativo al nivel político, al desarrollar formas de conciencia social que permiten inscribir las situaciones personales, familiares y comunitarias en un amplio escenario que involucra a la política nacional, continental y global de nuestro 31 Varela
Huerta trae a colación el concepto de «acumulación por desposesión» o «acumulación por despojo», muy popularizado en la crítica actual, indicando que fue acuñado por Pablo González Casanova en los años 70 como parte de los debates sobre dependencia, y retomado luego por David Harvey en The New Imperialism (2003). Harvey entendería ese concepto como la forma contemporánea de la acumulación originaria y uno de los pilares del neoliberalismo (Varela Huerta, 7 nota 10).
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tiempo. El análisis de las estructuras de dominación y las nociones de agencia y subjetividad colectiva, es fundamental para la comprensión de diversas formas de movilización, desarrollo de alianzas (por ejemplo, de los migrantes con la iglesia, con ONG, organismos internacionales, etc.), y para la definición de estrategias binacionales. Asimismo, la importancia de la tecnología y de los medios de comunicación es innegable, ya que tales elementos se convierten en armas de lucha para la divulgación de la problemática migrante y son de gran utilidad para la conexión con la ciudadanía. El tránsito de las caravanas hace visible también la dimensión transfronteriza y translocal de los desplazamientos, ya que cada cuerpo caravanero va siendo formado por acumulación de individuos de distintas regiones, lenguas y espacios, rurales o urbanos, que se suman a la unidad dinámica de la caravana. Mientras algunos componentes de la misma pueden abandonar la caravana en algunos trechos, quedarse en el camino o verse obligados a suspender la marcha por diversas razones, otros se van uniendo a ella, incorporando así a la movilización una energía permanente de renovación y variación de fuerzas, orientaciones y sujetos.32 «La Bestia» y las patronas. Trayectorias y representaciones Entre los dispositivos mediadores que cumplen la función de traslado de migrantes y transmigrantes debe mencionarse «La Bestia», nombre con el cual se conoce el sistema de trenes de carga (entre 12 y 15 unidades) que en trayectos que van desde Chiapas hasta Ciudad de México, transportan pasajeros que abordan ilegalmente el ferrocarril como modo de cubrir la distancia que los separa de la frontera con los Estados Unidos. La estación mexicana de Lechería es el punto de distribución desde el cual los trenes toman distintos rumbos hacia varios puntos de la frontera norte. También llamado, significativamente, «El tren de los desconocidos» o «El tren de la muerte», este medio de transporte de carga (principalmente granos y minerales) es utilizado por aproximadamente medio millón de migrantes por año, a quienes las circunstancias económicas o políticas de sus países han expulsado fuera de sus fronteras, en busca de posibilidades de vida y de trabajo en otras tierras. En algunos casos, los (trans)migrantes huyen de regiones devastadas por desastres naturales. El tren de carga da a los pasajeros ilegales que viajan en su gran mayoría en el techo de los vagones, la posibilidad de eludir puntos de inspección de documentos, centros de detención, etc., aunque al mismo tiempo los expone a terribles peligros derivados de los riesgos 32 Véase,
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al respecto, Valenzuela Arce, «Transborders, Migrations and Displacements».
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de abordaje del tren en marcha, caídas en las vías, asaltos, ataque de las maras, abuso de parte de oficiales corruptos, violación de mujeres, daño a menores de edad, etc.33 Es interesante notar la resignificación del tren, elemento que desde el siglo xix se asociara a las ideas de modernización, tecnificación y progreso. En las circunstancias de los migrantes irregulares el tren más bien desempeña un papel rudimentario y arcaizante, que denota los efectos de la desigualdad y la necropolítica estatal. Como ha señalado José Manuel Valenzuela Arce El recorrido de La Bestia contiene infinidad de abusos, asaltos, extorsiones de policías, pandilleros, «polleros», tratantes de personas o miembros del llamado crimen organizado, ataques con armas blancas o de fuego, vidas y cuerpos mutilados; personas que mueren al caer abatidas por el sueño y el cansancio y son despedazados por las ruedas de hierro o mueren al golpearse con las vías o con las piedras en el camino (21).
En el área fronteriza con Estados Unidos se ponen en práctica diversos recursos para pasar «al otro lado» a los migrantes ilegales. Aquellos que logran ese cruce marcado por abusos y amenazas de toda naturaleza, comienzan otra instancia de peligros a veces más cruentos e inesperados que los que acaban de quedar atrás. Una vez que se ha penetrado en territorio americano, la extrema vulnerabilidad de los migrantes «irregulares» los expone a los riesgos de deportación, explotación laboral, sexual o de otra naturaleza, y a discriminación de clase, raza o género. A esto se suman las dificultades para obtener medios, aunque sea mínimos, de supervivencia, enfrentar problemas con el idioma y orientarse dentro del sistema administrativo estadounidense. Abusos y maltratos por parte de los polleros y coyotes constituyen un problema crónico derivado de las prohibiciones estatales, la corrupción de oficiales de aduana, la falta de escrúpulos de los «pasadores». El Instituto Nacional de Migración informa de que miles de personas son detenidas cada año, provenientes de países centroamericanos, muchas de los cuales son migrantes reincidentes, que vuelven a utilizar el mismo medio luego de haber sido deportados de los Estados Unidos una o varias veces. Todos estos casos son el resultado de las condiciones de expulsión que impone el capitalismo tardío sobre grandes sectores de la población mundial, provocando su gravitación inevitable hacia centros desarrollados. Los (trans)migrantes que abordan «La Bestia» constituyen en muchos sentidos un sujeto colectivo, que comparte similares condiciones de vida, vulnerabilidad, necesidades y deseos, aunque obviamente las particularidades individuales, familiares, de raza y género tienen 33 Pueden
verse al respecto, por ejemplo, los artículos periodísticos de Gayosso, Ultreras y María Cidón y Priscila Hernández, así como el artículo de Riediger-Röhm.
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gran relevancia y no deben ser disueltas en la abstracción de la totalidad. Las circunstancias de las que surgen y a las que se ven sometidos los (trans)migrantes, y las cifras que demuestran la entidad del problema, señalan una situación de inmensas proporciones y de indudables connotaciones económicas, políticas y sociales. Se estima que aproximadamente un 80% de los pasajeros ilegales de los trenes de carga sufre robos, extorsión, violaciones, o secuestros. Lara Riediger-Röhm se ha referido al funcionamiento del tren en relación con la migración centroamericana, y a las formas de medro a que se presta la vulnerabilidad y extrema necesidad de quienes apelan a esta forma azarosa de transporte para llegar al país del Norte. Según esta investigadora, los migrantes son jóvenes en su gran mayoría, y principalmente del sexo masculino. En cuanto a su procedencia, la autora señala que Los migrantes que pasan por México son principalmente de Centroamérica; sólo un pequeño porcentaje viene de América de Sur. Pero también mexicanos se encuentran entre los viajeros, tratando de irse a los Estados Unidos. Guatemala aporta la mayor parte de los emigrantes, con un porcentaje de 76,5%, seguido de Honduras con 15,9% y El Salvador con 7,6%. De cada país la cuota de mujeres es aproximadamente 15% (Ramírez, 2010). En menor medida, también vienen de Nicaragua, probablemente porque el país se encuentra más lejos de México y del destino final. Debido a la buena estructura económica la gente de Costa Rica emigra sólo escasamente (168).
Todos los migrantes son de origen humilde, generalmente campesinos, con bajo nivel de educación formal, a lo cual se suma el problema de la lengua, que dificulta la comunicación entre ellos y también las posibilidades de adaptación en los países de paso o de adopción: Como se trata de grupos campesinos, mayormente indígenas, el nivel educativo es bajo, sólo un porcentaje de 16,4% alcanzó la educación secundaria. Otra característica de los migrantes es que 65,9% sólo hablan español, mientras sólo el 9,5% también sabe inglés. Por otro lado, el analfabetismo es muy frecuente (170).
En territorio mexicano muchos transmigrantes centroamericanos son detenidos en estaciones migratorias que existen por docenas en ese país, presentando condiciones higiénicas, de alimentación y alojamiento muy deficitarias. Nuevas instalaciones parecen haberse construido más recientemente.34 Para los migran34 Según Riediger-Röhm, «en el año 2006 el INM (Instituto Nacional de Migración) inauguró la estación migratoria más grande de Latinoamérica, la cual se ha convertido en referencia por sus instalaciones y su diseño. La estación se ubica en Tapachula y puede albergar a 950 personas, con áreas separadas para mujeres, hombres y familias, recreativas y deportivas» (171).
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tes que no pueden pagar transporte en los camiones o tráilers de los «polleros», «El tren de la muerte» parece la única alternativa para seguir el viaje y evitar la detención. Con esto ahorran larguísimas y peligrosas caminatas, aunque el trayecto sobre el techo del ferrocarril es sumamente riesgoso por los ataques, robos, violaciones, caídas bajo las ruedas del tren, y por las condiciones materiales que se viven en esos espacios atestados de gente, sin agua ni alimentos. En el pasado, los migrantes debían caminar los 275 km de Arriaga, en Chiapas, cerca de la frontera con Guatemala hasta Tapachula. Debido a que las vías ferroviarias estaban destruidas y que la carretera entre Tapachula y Arriaga estaba llena de estaciones migratorias, los migrantes no tenían otra posibilidad que caminar para evitar a las autoridades migratorias y a la deportación. Ese viaje en la clandestinidad podía durar hasta dos semanas. Un largo tiempo en que corrían el peligro permanente de encontrar a asaltantes, violadores o secuestradores con consecuencias que a veces, terminaban en la muerte (172).
Numerosos materiales han sido producidos sobre este capítulo particular de la historia de la migración contemporánea, particularmente en América Latina, el cual, con todo su rigor y especificidad, reproduce los rasgos de muchos otros tránsitos migratorios a nivel global. En el caso específico del tren mexicano, estudios documentales han resultado en libros en los que se exponen los peligros de la travesía y las circunstancias que rodean la opción de los migrantes de aventurarse transnacionalmente, a cualquier costo. La intervención de «las patronas», mujeres habitantes del pueblo La Patrona, municipalidad de Amatlán, en el estado de Veracruz, se ha constituido en un ejemplo de acción social que alivia las dificultades y necesidades del viaje sobre el tren mencionado. Se trata de una forma espontánea y efectiva de solidaridad que consiste en proporcionar comida a los que pasan en el tren en marcha (agua, leche y alimentos básicos como arroz y frijoles), tarea que ha crecido exponencialmente desde sus modestos inicios, y que muestra la sensibilidad popular ante el fenómeno migratorio, drama social que alcanza a todos los centroamericanos, de una manera u otra. Estas mujeres son, además, testigos de la atmósfera de crímenes, abusos y desesperación que sufren los viajeros al verse sometidos a la violencia y la carencia casi total de elementos imprescindibles para la conservación de la vida y la seguridad personal.35 Un testimonio ilustrativo y estremecedor de estos tránsitos se encuentra en el libro titulado La Bestia (2009), del periodista salvadoreño Óscar Martínez. El mismo fue elaborado a partir de la experiencia directa con los migrantes de ese tren y de sus testimonios personales y proporciona imágenes cruentas de los 35 Véase
al respecto Invisible Victims. Migrants on the Move in Mexico, producido por Amnesty International.
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abordajes al tren, los cuales resultan frecuentemente en accidentes y mutilaciones, así como las penurias del trayecto, los robos y abusos de que son objeto los viajeros, y sobre todo el clima de desesperación y carencia total que caracteriza estos recorridos inhumanos. Martínez, quien viajó numerosas veces en el tren y realizó trayectos a pie con los migrantes, basa su narración en la experiencia directa no solamente del tránsito migratorio desde los países centroamericanos, sino del contexto total en el que tal desplazamiento se realiza, incluyendo la acción de pandilleros y mareros, la explotación y abuso de los migrantes por parte de numerosos actores del medio fronterizo, y la tremenda indigencia que los acompaña. El relato, con sobretonos grotescos que no parecen, sin embargo, exagerar las condiciones reales que atraviesan los emigrantes, muestra claramente la situación de las mujeres, violadas sistemáticamente, de niños y personas físicamente desaventajadas, o que sufren accidentes, mutilaciones, torturas, etc. La narración sigue, en distintos momentos, a diversos personajes que organizan la relación de sucesos y las descripciones de espacios y situaciones. La expresión cuerpomátic que se utiliza en esos contextos para hacer referencia al uso del cuerpo como elemento con el cual abrir «crédito» durante el trayecto, da una irónica y amarga visión del modo en que la necropolítica de la migración objetifica a las personas, que deben utilizar lo único que tienen, su propia fisicalidad, para conseguir algún medio de supervivencia en las circunstancias extremas a las que están sometidas. En el capítulo 9 de La Bestia, donde se relatan situaciones acontecidas en las áreas de embudo de Baja California y Sonora, Martínez hace referencia a los árboles que en las zonas desérticas exponen la ropa interior de las mujeres violadas colgando de sus ramas, como trofeos de un machismo desatado que victimiza a los más débiles y que forma parte de la máquina necropolítica de la frontera. El libro da cuenta de la complicidad y también de las luchas territoriales entre narcos, mareros, coyotes y oficiales de las guardias aduaneras o policiales, los cuales se alían y también compiten por el control de territorios, que implican acceso al dinero y a los cuerpos de los migrantes. También «La Bestia» informa sobre tarifas, rutas, perfiles sicológicos y conductas tanto por parte de los sectores en control de las áreas fronterizas y trayectos migratorios como de los desesperados intentos de los migrantes por preservar sus vidas, defender sus derechos y cuidar de sus pares, en circunstancias extremas. El mismo autor publica luego Los migrantes que no importan: en el camino con los centroamericanos indocumentados en México (2010). Según Martínez, los migrantes que lo arriesgan todo para probar su suerte en otros países, no huyen solamente de la miseria, sino también de la resignación, ya que se niegan a aceptar que la vida sea lo que sus países de origen pueden ofrecerles a ellos y a sus hijos. En su reseña del libro, Gabriela Delgadillo Guevara señala el valor
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documental del texto, en el que se articula una narrativa de múltiples voces que describen de manera impactante la vulnerable condición del migrante y los riesgos a los que se expone. Como instancias de descenso hacia un mundo infernal donde el mal prolifera con muy diversos rostros, el viaje del migrante es la profundización del mundo de la miseria, la marginalidad y la pérdida de humanidad. Cada «estación en el infierno» es un avance más en ese tránsito a lo desconocido: Los relatos están ordenados de sur a norte para recrear este viaje migratorio en el que «cada estación tiene su dosis de podredumbre». Comienza con la pesadilla cotidiana en los 262 kilómetros entre Tapachula y Arriaga —donde se «aborda el tren»—, tramo conocido como la Arrocera y punto de la ruta en el que los migrantes se hallan expuestos a la desprotección más absoluta. Después de eso, la travesía en tren, con sus muchos peligros y sus obscuridades diurnas y nocturnas. De ahí, un sin número de atropellos hasta pasar por los territorios donde «el narco manda» y llegar —los que lo consiguen— a la frontera, donde comienza otra odisea (Delgadillo Guevara 103).
El libro ya aludido de Jason de León, The Land of Open Graves: Living and Dying on the Migrant Trail constituye asimismo un estudio documentado de múltiples casos que ilustran el problema migratorio en México y Centroamérica. La tesis del libro, que cuenta con elocuentes e impactantes fotografías de Michael Wells, es que la experiencia migratoria que se está viviendo, con todas sus cruentas características, no es ni casual ni sin sentido, sino una consecuencia premeditada de la máquina de matar (the killing machine) que despliega una serie de recursos y tácticas de «disuasión» para desalentar y hacer fracasar los planes de internarse en Estados Unidos a través de los puntos de entrada más previsibles. El autor se refiere a la utilización deliberada de la aludida técnica del embudo, por la cual los migrantes irregulares son desviados hacia zonas de peligro, con temperaturas extremas y obstáculos naturales casi insuperables, que supuestamente desalentarán futuras tentativas, además de llevar casi seguramente a la muerte a quienes se aventuren por esas áreas. La principal zona de «disuasión» es, como se ve en otros libros como La Bestia, de Óscar Martínez, el desierto de Sonora que, con sus 260.000 kilómetros cuadrados, se extiende, del lado mexicano, en las áreas de Baja California y Sonora y en los estados del sudoeste de los Estados Unidos, California y Arizona. La película Desierto (Dir. Jonás Cuarón, 2016) presenta, con este encuadre, el paso de la esperanza a la desgracia, en una anécdota representativa de la situación migratoria que, bajo la forma del thriller, muestra el protagonismo de la montaña y del desierto como principales obstáculos utilizados como recursos contra el migrante por parte del poder político y del crimen asociado a los
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peregrinajes transnacionales. Como se ve, el concepto de frontera es material y simbólico, concreto y abstracto, construido y natural, elemento de la realidad y dispositivo ilusorio manipulado por el poder y utilizado oportunistamente por criminales que tienen como presa a las mismas víctimas que el Estado persigue con encono. Analizando la película de Cuarón, Josefa Lago Graña trae a colación el informe de la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes (RODODEM), de 2014, en el cual se da cuenta del costo social de estas medidas anti-inmigrantes, del tipo de las que ilustran las implementaciones que llevan los nombres de Operación Hold the Line (denominación que reemplaza al de Operación Blockade), Gatekeeper, Safeguard, Jump Start, Rio Grande, etc.:36 […] en el año 2000, se vio un aumento drástico en las muertes de migrantes: mientras que en 1999 hubo 19 restos recuperados, para el 2000 este número se incrementó a 71 restos. El número de restos recuperados llegó a 225 en 2010. Todas estas cifras se han comparado con el número de aprehensiones en la frontera para mostrar que este número de muertes no fue por un aumento en el número de personas migrando, sino por la consecuencia de usar el desierto como arma en contra del migrante (61, cit. por Lago Graña, 18).37
En The Land of Open Graves, De León señala que la política de «Prevention Through Deterrence» (Prevención por Disuasión) aunque vigente en décadas anteriores, fue utilizada predominantemente a partir de 1993 y con más fuerza desde la implementación del NAFTA, en 1994. Al requerir mayor cantidad de mano de obra, el acuerdo entre México y Estados Unidos estimuló, indirectamente, la inmigración ilegal. Según De León las estrategias de «disuasión» se multiplican, intentando crear una multiplicidad de trampas, castigos y formas de vigilancia y persecución que arrasen con la voluntad migratoria. Las medidas utilizadas para desalentar la migración ponen directamente en peligro la vida de los migrantes, que pasan a constituir una masa amorfa y anónima, sin derechos 36 Sobre
estas operaciones, véase Thomas Neil, Theory of the Border, 184-188. datos adicionales, Prado Graña agrega que «El aumento en el número de agentes fronterizos (apoyados por miembros de la Guardia Nacional) a partir del año 2006, cuando George Bush inicia la operación Jump Start, ha significado un incremento de capturas de migrantes después de cruzar la línea. En 2012 fueron 357.000 y en 2013 414.000 los capturados por ICE, la agencia encargada de inmigración y aduanas en Estados Unidos (Immigration and Customs Enforcement). En estos últimos años, como consecuencia en parte de la crisis financiera de 2008, la cantidad de migrantes disminuyó considerablemente, pero paradójicamente, el número de cadáveres anónimos encontrados en el desierto siguió aumentando. Según los datos publicados por ICE, en 2012 fueron 157, y en 2013, 169». Se piensa que estos datos demuestran la total ineficacia del sistema que causó tantas muertes sin lograr sus objetivos (Prado Graña 18). 37 Como
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ni alternativas. La obra de De León, por su estilo etnográfico, es particularmente informativa y descriptiva de situaciones de alto impacto emocional y humanitario. De una manera mucho más conceptual, otros autores, como Thomas Nail, hacen alusión a estos intentos de disuadir con el ejemplo, refiriéndose al modo en que la misma naturaleza es utilizada como «prisión ecológica», donde a la precariedad e irregularidades del terreno y a la severidad de las temperaturas extremas, se suman la vigilancia electrónica y la presencia de animales depredadores que aseguran la imposibilidad de la supervivencia humana (Nail, «The Crossroads of Power» 120). Por su parte, el film Which Way Home? (Dir. Rebecca Cammisa, 2006) se concentra en el viaje de niños provenientes de Guatemala, Honduras y El Salvador y en los obstáculos que encuentran en su camino hacia Estados Unidos. Enrique’s Journey (2006) de Sonia Nazario, tematiza similares alternativas, concentrándose en el protagonista de once años que emprende su trayectoria hacia Estados Unidos en busca de su madre, quien había emigrado desde Honduras años antes.38 Otro texto literario sobre el tema del «Tren de la muerte» es La Bestia, la tragedia de los migrantes centroamericanos en México (2012), de Pedro Ultreras, libro que sigue a la película documental del mismo autor, La Bestia (2011), donde se ofrece material visual que ilustra los distintos aspectos del trayecto, y las variadas formas de violencia que lo acompañan. Junto a la representación cruenta del destino que corren muchos migrantes indocumentados en su intento de penetración en Estados Unidos, muchos autores insisten en el hecho fundamental de que el migrante, cualquiera sea su estatus, no debe ser tratado como víctima, aunque la documentación de los avatares por los que atraviesa es imprescindible, como lo es la responsabilización de los culpables de abusos de todo tipo (físico, financiero, emocional, etc.) a quienes se encuentran en la situación transicional de la des/re/territorialización. Asimismo, es crucial reconocer los elementos que denotan resistencia espontánea u organizada de parte del migrante o desplazado, incluyendo tanto las formas de solidaridad que manifiestan las poblaciones fronterizas o comunidades cercanas respecto a los migrantes, como las estrategias que estos van desarrollando en sus persistentes intentos de reintegración social y laboral. Un ejemplo lo constituyen las safe houses o casas solidarias y seguras ya mencionadas, las cuales forman una red informal e inestable, pero fundamental de apoyo a los individuos o familias que llegan a las regiones de la frontera con la esperanza de pasar al otro lado. Dispensarios, servicios de comida, cuidado de niños, revisión de documentación, información y asistencia psicológica constituyen una infraes38 El
libro está basado en la historia real del protagonista y fue precedido por una serie de artículos publicados en Los Angeles Times en 2002, por los cuales la autora recibió el Premio Pulitzer.
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tructura elemental y a menudo rudimentaria pero esencial, de tipo humanitario que proporciona asistencia, con un criterio de inclusión total e igualdad de oportunidades, a quien lo necesite. El padre Solalinde, mencionado por Lara Riediger-Röhm, es otro de los benefactores que a través de su albergue «Hermanos en el camino», ubicado en Ixtepec, Oaxaca, ayuda a los migrantes. Un espacio similar destinado a la atención de los heridos en el trayecto transmigrante es, según Riediger-Röhm, el dispensario llamado «Jesús El Buen Pastor del Pobre y el Emigrante», situado en Tapachula, Chiapas, conocido como el «albergue de Doña Olga», adonde llegan muchas personas enfermas o heridas por agresiones, violaciones o accidentes en el «Tren de la muerte». Asimismo, los «Ángeles de la Frontera» («Border Angels») colaboran de distintas maneras con los individuos en tránsito. Estas redes comunitarias son la contracara de los sistemas de vigilancia y detención que deshumanizan, persiguen y eliminan a los seres humanos en situación migratoria en el ejercicio de una necropolítica impune y globalizada.39 Campos de refugiados: paradigma heterotópico Lugar icónico, dislocado y emplazado en la intersección crucial entre ética y política, el actual campo de refugiados, como antes los campos de concentración (aunque con diferencias sustanciales), expresa la relación moderna entre cuerpo y Estado. Se alude aquí a varios tipos de «cuerpo»: el cuerpo social, como organismo regulado por leyes biopolíticas y coordinado desde la «cabeza» del aparato estatal; el cuerpo humano, como fisicalidad sufriente y actante, receptora y productora de mensajes, movimientos, afectos y proyectos; el cuerpo del espacio acotado del campamento como simulacro de sociedad panóptica, pretendidamente autónoma, suspendida en un tiempo que se quiere sustraer de la historia; el cuerpo de la ley, como sistema que intenta regular las relaciones de poder y que con frecuencia legitima sus abusos, vacíos y contradicciones. Situada entre excepción y norma, entre legalidad y delito, entre regulación y exceso, entre pri39 Los Ángeles de la Frontera es una organización sin fines de lucro y exenta de impuestos creada por Enrique Morones, quien además de dirigir la operación fronteriza de apoyo a los migrantes aboga en la prensa y la televisión a favor de los derechos migratorios. Tal organización tiene base en San Diego, y funciona desde 1986 con el objetivo de dar información a los migrantes sobre programas de asistencia legal y sobre las condiciones de los procesos migratorios. Ocasionalmente ayuda en la ubicación de personas perdidas en zonas aledañas, familiares de personas deportadas, encarceladas, etc. Enrique Morones es coautor del libro The Power of One: The Story of the Border Angels (2015), donde se explica la historia y cometidos de la organización. Se menciona también en este libro que la organización coordina una marcha o caravana anual a través del país para llamar la atención sobre la situación migratoria, recordar a los migrantes desaparecidos y apoyar a las familias.
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mitivismo y tecnificación, la territorialidad cautiva del campamento concentra significados múltiples, que apuntan a los numerosos niveles de la (post)modernidad, a sus tensiones internas y a sus estrategias de represión poblacional. El proceso de deshumanización del refugiado (del solicitante de asilo, del migrante irregular, del «apátrida») lo convierte, dentro del régimen conceptual imperante, en un producto desechable, recordando la idea de Hannah Arendt de que el totalitarismo no tiende tanto a la implantación del despotismo, sino a un sistema en el que los seres humanos están de más. Esto no indica necesariamente que el refugiado no pueda desarrollar agencia, dentro de los límites de su situación, y revertir la posición de víctima gracias al desarrollo de formas de resistencia y de organización sectorial. Esta constituye una de las diferencias fundamentales entre los campos de exterminio y los campos de refugiados: el hecho de que estos últimos no son meros espacios para la muerte sino, supuestamente, espacios transitorios que aún admiten el desarrollo de formas de conciencia y acción, aunque sea mínima, en una dirección liberadora. Sin embargo, las condiciones a las que se somete a la población refugiada terminan por limitar al mínimo la capacidad de reacción o de organización de estas personas, que sobreviven milagrosamente en condiciones de carencia total de higiene, alimentación, atención médica y resguardo habitacional adecuados. Lo que antes se analizara en este libro como paradigma heterotópico en general, cuando se abordó la cuestión del espacio social, adquiere nuevo significado en el caso concreto de los campos de refugiados, espacios out-places (valga la paradoja utilizada por Agier, Managing the Undesirables, 180-183) que según el filósofo polaco se identifican con los conceptos de confín, desierto, prisión, es decir, cualquier concepto de lugar que connota la ausencia de toda normalidad. Extraterritoriales por naturaleza y por intención política y social, crean en el sujeto una múltiple exclusión y proliferante sensación de pérdida: del lugar de origen, de los espacios sociales en general y especialmente del lugar al que se quería llegar. Agier destaca además que el campamento está situado en el punto de tensión entre las poblaciones locales y la que habita el campamento, lo cual constituye una fuente constante de conflictos. Asimismo, los bordes del campamento son, en algunos casos porosos, permitiendo un relacionamiento que a veces crea nuevas familias en las que se combinan individuos de la población local y de la población contenida en el campamento. Como Foucault señalara en su momento, en los campamentos los refugiados constituyen una población «encerrada afuera» o «distanciados adentro», expresiones que muestran la dislocación espacial y existencial que esos campamentos crean en el sujeto tanto allí internado como en perteneciente a las comunidades vecinas. Se trata, sin duda, de un espacio límite, excepcional, temporal, inestable y deshumanizado, que corresponden a situaciones de crisis y que agrupa cuerpos desocializados (Agier 182).
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Para Giorgio Agamben, como es sabido, el campamento es el «nomos» moderno, el espacio que se abre cuando el estado de excepción se convierte en la norma. A su extrema facticidad se une su función inmunológica, destinadas a proteger, desde la contingencia de la singularidad humana, el cuerpo político y social de la nación que lo contiene y que al mismo tiempo lo relega, vergonzantemente, a sus afueras. En la última parte de Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, bajo el título «El campo de concentración como paradigma biopolítico de lo moderno» Agamben indica que El nacimiento del campo de concentración en nuestro tiempo aparece, pues, en esta perspectiva, como un acontecimiento que marca de manera decisiva el propio espacio político de la modernidad […] Es significativo que los campos de concentración aparezcan al mismo tiempo que las nuevas leyes sobre la ciudadanía y la desnacionalización de los ciudadanos [promulgadas entre 1915 y 1933] […] La creciente desconexión entre el nacimiento (la nuda vida) y el Estado-nación es el hecho nuevo de la política de nuestro tiempo y lo que llamamos campo de concentración es precisamente tal separación (222-223).
Debe tenerse en cuenta que los campos para refugiados de nuestro tiempo no pueden asimilarse puntualmente a los campos nazis de concentración, aunque muchos elementos conceptuales, políticos e institucionales sean comunes: la concepción del espacio panóptico de contención, disciplinamiento y control, la función de aislamiento poblacional, la categorización homogeneizadora y racializada de los individuos, la sustentación de un vacío legal, las medidas gubernamentales en mayor o menor grado necropolíticas que representan, la «excepcionalidad» del tiempo/espacio de tales espacios, la transitoriedad prolongada de la situación de los sujetos y la incertidumbre de su condición, etc. Como Agamben señala, el campamento constituye una «localización dislocante» que nos alerta sobre la intensificación de ciertas líneas de fuga que no pueden ignorarse, ya que constituyen, según el filósofo italiano, «el nuevo nomos biopolítico del planeta» (224). La relación afuera/adentro materializada en los campos de refugiados expone las perversidades de un sistema represivo y excluyente que, amparado en la retórica de los derechos de la ciudadanía, ejerce su poder bio/necro/político sobre amplísimos sectores a nivel transnacional. En esta operación de contención y de regulación poblacional, el campamento que aloja a los migrantes irregulares sigue una orientación fuertemente racializada. Como indica Foucault, al igual que en la guerra, «it is not simply a matter of destroying a political adversary, but of destroying the enemy race, of destroying that sort of biological threat that these people over there represent to our race» (cit. por Isin, «Citizens Without Nations» 462). Sin embargo, aunque la perspectiva de Agamben ilumina sobre la continuidad histórica de ciertas estrategias de poder y
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sobre la intensificación y reformulación de estos dispositivos, sus ideas han sido matizadas y en algunos casos discutidas por investigadores de la migración por no dejar espacio para el desarrollo de subjetividades que permitan entender el fenómeno de los desplazamientos masivos como un movimiento social de carácter político, generador de nuevas formas de subjetividad y de agencia colectiva. Para Agamben, aún más que para Foucault, el biopoder es la forma que asume la política contemporánea. Tal concepción de lo político solidifica la noción de Poder, haciendo del ejercicio de este una práctica monolítica y homogénea, que no deja lugar para la resistencia. Por todo esto, aunque las consideraciones de Agamben son un punto de referencia imprescindible en la interpretación de los campos de refugiados como dispositivo biopolítico, es necesario pensarlas vis à vis otras elaboraciones antropológicas, políticas y filosóficas que parten de la especificidad del fenómeno migratorio en nuestro tiempo. Michel Agier llama la atención en su ya mencionado libro Managing the Undesirables, sobre las múltiples formas que toma el campamento de refugiados en nuestro tiempo impide englobarlo todo bajo una sola nominación pretendiendo que la misma da cuenta de tales variaciones. Lo que sí puede establecerse es que tal práctica de apartamiento y guetización de refugiados ha causado una división radical en el mundo globalizado de la que no tenemos plena conciencia: The diversification in the forms of camp, the widening of frontier zones, the increased control of wandering populations —all this today adds up to consolidating a partition between two great world categories that are increasingly reified; on the one hand, a clean, healthy and visible world; on the other, the world’s residual remnants’, dark, diseased and invisible (4).
En «El biopoder a prueba de sus formas sensibles» el mismo autor analiza los campos como espacios heterotópicos, es decir, lo que Foucault caracterizó como «un tipo de lugares que están fuera de todo lugar, a pesar de que sean efectivamente localizables» (Agier 489). El antropólogo francés estudia la manipulación de la noción de espacio en relación con el sujeto migrante, destinado a una exterioridad que es más conceptual e ideológica que física o territorial. En Francia, por ejemplo, donde sea que el migrante irregular se desplaza, allí se establece el «lugar de espera» como si estuviera situado fuera del territorio nacional: «Allí donde vaya, el cuerpo del extranjero indeseable se rodea de un “lugar” apropiado que se desplaza con él, fuera de todo lugar» (490). La noción de campo de refugiados se extiende así a cualquier forma que asuma el «territorio existencial» del migrante no documentado, que arrastra con él el campo o ámbito simbólico que lo aísla e incomunica, destinándolo a una zona indeterminada de clandestinidad indefinida.
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Como puede observarse, un régimen político y jurídico de excepción es asociado a esta extraterritorialidad. En efecto, desde el punto de vista del poder soberano que decreta la heterotopía, la ficción del afuera es un puro espejismo sin pensamiento propio ni identidad: su espacio real está ocupado por el «adentro» de otro Estado, o bien por un artefacto material o jurídico dentro del que excluye. Dicho de otra manera, los «encerrados fuera» son de hecho «puestos al margen dentro». Así, es en una doble constricción entre un adentro inaccesible y un afuera sin sustancia que el biopoder constituye su artefacto —los objetos barco, isla o campo— como lugar de confinamiento y lugar de vida («El biopoder a prueba de sus formas sensibles» 490).
La estremecedora predicción de Agier es que «If all this continues, in fact, camps will no longer be used just to keep vulnerable refugees alive, but rather to park and guard all kinds of undesirable populations» (Agier, Managing the Undesirables 3). Como Agier señala en Managing the Undesirables, el recorrido del migrante no documentado pasa de la condición de sujeto vulnerable a la de individuo indeseable, siguiendo un itinerario que lo hace atravesar las instancias de refugiado, desplazado, rechazado, hasta llegar a la posición de paria o de sujeto des-estatizado. El campamento de refugiados es el mejor ejemplo de una forma de «excepcionalismo» que ha pasado a formar parte de la vida diaria (constituye un «excepcionalismo ordinario»). El estudio de Agier de esta realidad excepcional naturalizada en nuestro tiempo (cumpliendo con la observación de Walter Benjamin de que la excepción se convierte en la norma), constituye también una crítica aguda del modo en que se implementa el humanitarismo, que para este investigador se ha tornado en nuestro tiempo una práctica perturbadoramente ambigua, ya que, como acción solidaria y pragmática de «buena voluntad», participa del espíritu policial con el que se maneja en general a la población desterritorializada. Aunque Agier se aparta explícitamente de una voluntad de «denuncia», opina que, bajo la apariencia del rescate y protección de los necesitados y del proyecto de reconstrucción de la paz, el humanitarismo se hace, si no intencionalmente, sí de hecho, cómplice de las funciones de control y exclusión gubernamentales, participando como los gobiernos nacionales y otras instituciones transnacionales, del derecho a decidir entre la vida y la muerte, las prioridades y las formas de enfrentar los conflictos que plantea la atención a los complejos y altamente diversificados contingentes de refugiados. Para Agier, el humanitarismo es una red inestable de acuerdos, liderazgos y valores (Managing the Undesirables 5) que supera los límites de los campos de refugiados, extendiéndose a formas múltiples y extensísimas de acampamiento global. La posición de Agier coincide con la de Hardt y Negri acerca de la complicidad del humanitarismo con el orden global en su aspecto biopolítico ya que al atender a situaciones de emergencia ayudan a fundamentar la idea del estado
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de excepción y a facilitar intervenciones gubernamentales y descalificaciones del movimiento migrante como movimiento social. Del otro lado del debate, William Walters sostiene que, aunque la cooptación del humanitarismo por parte de las políticas dominantes es evidente en muchos contextos, la relación entre Estado y humanitarismo debe ser repensada. Para Walters, lo social es un espacio complejo que no se agota en las relaciones dependientes del Estado, sino que es también capaz de contener elementos que cuestionan e interpelan a las instituciones y políticas estatales. Walters habla de la existencia de una «frontera humanitaria» («a humanitarian border») que consiste en la creación de nuevos espacios para la atención de emergencias en zonas de conflicto en las que se requiere atención inmediata a crisis de alimentación, cambio climático, situaciones de violencia o desamparo poblacional. Se trata de espacios que permiten una intervención inmediata y que en muchos casos coinciden con las fronteras estatales. Este tipo de intervención es «gubernamental» en el sentido de que administra y preserva la vida de individuos en situaciones extremas como principio moral que contrarresta las políticas estatales o internacionales. Walters lo describe como un ensamblaje complejo de asistencia médica, legal, espiritual que instala otra lógica diferenciada de la razón de Estado. Peter Redfield se refiere a estas prácticas como ejemplos de una «biopolítica minimalista» («Foucault and Frontiers» 143) que funciona a un nivel molecular como un espacio «sociolegal» que es móvil desde el punto de vista geográfico, y que es también productor de conocimiento a nivel médico, antropológico, periodístico, tecnológico, etc. Aunque resulta fácil entender por qué este tipo de visiones encuentra resistencia entre investigadores del fenómeno migratorio, es claro también que uno de sus propósitos es, entre otras cosas, descentralizar el debate sobre fronteras del tema del poder y permitir ver otros aspectos menos antagónicos, donde políticas institucionales cumplen papeles complementarios o dentro de un sentido amplio de «gubernamentalidad» y ejercicio biopolítico. La función de los campos es contener individuos considerados perturbadores del orden, ilegales, inasimilables y contagiosos, en el sentido de que pueden reproducir y diseminar formas anómalas de ser-en-sociedad. Contener significa reducir, sujetar o reprimir a través del confinamiento, una energía que de otra manera fluiría fuera de control. Algunos autores han utilizado la expresión «materia fuera de lugar» para referirse a los individuos aprisionados en campos de refugiados, centros o resguardos para personas desplazadas, prisiones, zonas de deportación, «casas de huéspedes», edificios de «espera», registro y detención, espacios para solicitantes de asilo político, etc. Desplazamiento/emplazamiento es el intento por reducir panópticamente fuerzas centrífugas y centrípetas que se presentan como asolando lo nacional y llevando a límites imposibles los principios y las prácticas de la democracia. A pesar de que el propósito expreso de
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muchos de los campamentos para migrantes es de naturaleza humanitaria, su implementación se inscribe dentro de la lógica estatal, nacional y transnacional, del rechazo de la inmigración, xenofobia y defensa de la ciudadanía. El campo de refugiados constituye un espacio de excepción que prolifera como una máquina de deshumanización colectiva que sustituye los ámbitos de lo doméstico y lo nacional por el confinamiento y la marginación. Es una forma estática de la expulsión: como si los engranajes del sistema se detuvieran en un tiempo/espacio sustraído de lo social. Sin embargo, los campamentos están dentro de la historia, forman parte de su desenvolvimiento y de sus pliegues éticos y políticos. Según Nevzat Soguk, los campos de refugiados constituyen, en este sentido, el afuera constitutivo de lo nacional. Es el lugar de la alteridad que refuerza la identidad nacional, el caos que justifica y legitima los principios de orden y las regulaciones gubernamentales. Al extraer de circulación pública al migrante irregular, al desplazado, al solicitante de asilo o refugio político o económico, se restablece la continuidad entre población y Estado, entre nacionalidad y derecho, entre territorio y ciudadanía. Las amenazas aparecen como contenidas por los mecanismos de control y disciplinamiento y por las estrategias biopolíticas del Estado y sus instituciones. La voz del Otro está acallada, su presencia ha sido removida del espacio social, sus acciones están controladas por el Ojo del Poder. Los cuerpos sometidos, invisibilizados e inmovilizados no constituyen ya un riesgo para el sistema; la vida puede continuar como si el Otro no existiera. El campamento es, en este sentido, un entre-lugar extraído del tiempo y del espacio social, un limbo legal, un purgatorio existencial. La inmensa diversificación de situaciones individuales y grupales, sus muy variables grados de intensidad, y la heterogeneidad propia de la cuestión migratoria en aspectos culturales, étnicos, ideológicos, religiosos, lingüísticos, de género, edad, etc. hacen imposible cualquier generalización o conclusión definitiva sobre las experiencias de tránsito o confinamiento de migrantes, permitiendo apenas la identificación de los rasgos más salientes del fenómeno y de ciertas constantes que se presentan a nivel global. Una de ellas es el tratamiento diferencial de las mujeres, a quienes se trata en estos contextos a partir de una perspectiva patriarcal y autoritaria que las coloca en total subordinación con respecto a los hombres, ya pertenezcan a su propio núcleo familiar o al microsistema en el cual las migrantes se encuentran inscritas. Su reducción a lo doméstico, maternal, afectivo, etc., impide que sean vistas como sujetos capaces de desarrollar agencia y de generar reclamos vinculados a su situación específica. La falta de reconocimiento redunda en un incremento de su marginación y vulnerabilidad, y se traduce en riesgos corporales y abusos sexuales, laborales, sicológicos, etc. En este sentido, los campos para refugiados concentran e intensifican esta situación,
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al reducir las posibilidades de desplazamiento e incrementar las interacciones y las situaciones de dependencia. Paralelamente a las diversas modalidades de confinamiento y des-representación del migrante o refugiado, se produce lo que algunos autores han nombrado como «encarcelamiento conceptual», noción que apunta a las formas discursivas que acompañan las estrategias de contención migratoria. Simon Turner menciona la noción de anomalía, a partir de la cual, de manera explícita o implícita, se enfrenta el problema de regulación y represión migratoria. Entendida como «crisis,» o «emergencia», la afluencia de migrantes es tratada como una enfermedad o perturbación exterior al sistema que amenaza su equilibrio, es decir, que atenta contra la salud del cuerpo social de la ciudadanía. Tal situación aparece, así, como un evento que requiere medidas igualmente urgentes, provisionales y contingentes («What is a Refugee Camp?» 140). En States and Strangers. Refugees and Displacements of Statecraft (1999), Soguk aborda el paradigma de la territorialidad y analiza las formas en las que la identidad del refugiado es construida a partir de la privación de voz, movilidad, agencia y (auto)representación. Por contraste, tal situación sostiene el modelo de la ciudadanía como forma legítima de recibir la protección estatal y gozar del espacio social, los beneficios de la nacionalidad y las garantías de la soberanía nacional. Así, el refugiado se convierte en un dispositivo que consolida la institucionalidad gubernamental y el funcionamiento del sistema. En sí mismo, el campamento de refugiados, a pesar de su larga existencia histórica, es considerado aún una medida puntual, tendiente a acotar la energía migratoria para controlarla y regular su canalización. En Un monde de camps (2014) Michel Agier analiza la historia y situación actual de estos espacios indicando que los caracterizan tres condiciones principales: extraterritorialidad, excepción y exclusión. El prefijo ex se repite como una letanía marcando las dinámicas de expulsión, en sus formas más salientes. Tales rasgos tienen que ver no solamente con la espacialidad que los campamentos delimitan sino con las reglas que los rigen en todos los aspectos, desde la atención a cuestiones legales hasta las normas de higiene y salud pública, abarcando las formas de socialización y el trato que se da a los individuos allí contenidos. Al estar al mismo tiempo ligados y separados de la nación en la que los campamentos están inscritos, los mismos gozan de relativa autonomía y administran diferencialmente sus escasos recursos. Por supuesto, tales condiciones varían de región en región. Pero los elementos de disciplina, control, securitarismo y militarización, con mayor o menor grado de visibilidad, están siempre presentes. Exenta ya de todo glamur y romanticismo, la imagen del refugiado, exiliado, migrante «irregular», etc., ha dejado atrás la idealización de que fuera objeto en otros contextos, confundiéndose ahora con las figuras del paria, el ser
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superfluo, el exceso social, el residuo. Estas son, igualmente, esencializaciones en las que los aspectos negativos que se atribuyen al migrante integran visiones sociales estereotipadas, agregando a ellas la del desplazado como ser desechable, On est passé de la grandeur spirituelle de l’exilé à la misère institutionnelle du réfugié, voire de l’étranger sans-papiers. Le réfugié dépend de politiques reconnaissant son statut de demandeur d’asile ou d’assistance. La demande d’accès à cette assistance minimale crée une situation très étrange, humiliante, où l’exilé maintenant en vient à mendier pour avoir un statut de réfugié. D’où la difficulté à penser aujourd’hui la grandeur de l’exil (Agier, «L’encampement du monde», 22)
En la introducción a Managing the Undesirables, el mismo autor señala que la condición del migrante o refugiado ha pasado de la vulnerabilidad a la indeseabilidad. El discurso securitario global ha criminalizado la figura del migrante como si la búsqueda de un futuro mejor y en muchos casos apenas de un presente posible, fuera un delito que se debe pagar con un destierro o expatriación permanente. El adentro y el afuera se han convertido en la dimensión principal de la nacionalidad postmoderna, y el campamento en la metaforización de un mundo que va construyendo la imagen y la narrativa de la extranjerización globalizada. Le campement d’étrangers, comme le camp de réfugiés ou le ghetto, est le lieu même de la frontière, une frontière imparfaite, instable, et épaisse qui, selon les politiques, sera plus ou moins aspirée vers le dedans et vers le dehors («L’encampement du monde», 24).
La retención poblacional en campamentos «provisionales» se ha convertido, como señala el antropólogo francés, en una de las formas de gubernamentalidad a nivel global. La planète comptait également en 2014 plus de 1.000 camps de déplacés internes, abritant environ 6 millions d’individus, et plusieurs milliers de petits campements autoétablis, les plus éphémères et les moins visibles, qui regroupaient 4 à 5 millions d’occupants, essentiellement des migrants dits «clandestins». Ces installations provisoires, parfois qualifiées de «sauvages», se retrouvent partout dans le monde, en périphérie des villes ou le long des frontières, sur les terrains vagues ou dans les ruines, les interstices, les immeubles abandonnés. Enfin, au moins 1 million de migrants sont passés par l’un des 1.000 centres de rétention administrative répartis dans le monde (dont 400 en Europe). Au total, en tenant compte des Irakiens et des Syriens qui ont fui leur pays ces trois dernières années, on peut estimer que 17 à 20 millions de personnes sont aujourd’hui «encampées» (Agier, «La fabrique des indésirables»).
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En su estudio sobre las formas en que el mundo de hoy maneja a los indeseables, Agier se refiere al estado de «emergencia interminable» que hacia 2007 mantenía en campamentos para refugiados a más de seis millones y medio de personas, siendo los más numerosos los de África, donde se refugian docenas de miles de individuos que huyen de la miseria, la violencia y los desastres ecológicos. Se considera que el campo de Dabaad, en Kenia, es el mayor del mundo, con cerca de medio millón de refugiados. Le siguen Nyarugusu (Tanzania), Tamil Nadu (India), Urfa (Turquía), y muchísimos más en Pakistán, Etiopía, Uganda, Sudán, Nepal, Grecia, etc. El caso de Lampedusa es, en este sentido, paradigmático. A esto hay que sumar los refugios ya establecidos o improvisados que proliferan en Argelia, Siria, Libia, Afganistán y Palestina, así como en las zonas marítimas en las afueras de Australia (Nauru, Christmas Island), en las cercanías de Ceuta y Melilla, en la frontera norte de México, principalmente Tijuana, Ciudad Juárez y Matamoros, y en la frontera sur que limita con Guatemala.40 Todas estas áreas están llenas de campamentos donde las condiciones de vida son extremadamente deficitarias, prestándose a la proliferación de enfermedades infecciosas o derivadas de la malnutrición, las dolencias parasitarias y la deshidratación, causando el resurgimiento o acentuación de la malaria y otras fiebres mortales. En el caso de Australia, Suvendrini Perera se ha referido a la delimitación del territorio que separa ciertas regiones como espacios fuera de la ley con el objetivo de aislar y castigar a refugiados en espera de asilo: The technology of excision, by which certain parts of the state’s territory are decreed by law not to be accountable to law, is one of a repertoire of technologies for producing hybrid spaces, what may be described with reference to Giorgio Agamben as spaces of exception, both inside and outside the law. They are designed to isolate, contain, and punish asylum seekers in onshore detention centers, deterritorialized zones, and the offshore arrangements known as the «Pacific Solution» (Australia and the Insular Imagination 54).
En el caso de México, campamentos como el que lleva el nombre de Benito Juárez, en Tijuana, constituyen enclaves que albergan de manera improvisada y precaria a multitud de migrantes, entre los cuales se cuentan miles de niños. A la falta de alimentos y medicinas se suma la carencia de locales apropiados, la inclemencia climática y el acecho de las fuerzas policiales o de pobladores locales que reaccionan con racismo y violencia ante la presencia de los contingentes migratorios. Estos han ido incrementándose a nivel global en la última década: 40 Véase
al respecto Hernández Castillo, «Migración y procesos culturales en la frontera sur mexicana» y La otra frontera.
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De acuerdo con las Naciones Unidas, existen 244 millones de migrantes en el mundo, número que conforma 3,3% de la población mundial y representa un incremento de 41% en relación con el número de migrantes internacionales en el 2000 (Valenzuela Arce, Caminos del éxodo humano 24).
Valenzuela describe el campamento Benito Juárez como «un albergue improvisado y sin techo donde se encuentran cerca de 5.446 migrantes, de los cuales 3.475 son hombres, 1.010 son mujeres, pero también se encuentran 483 niños y 478 niñas», quienes proceden de la caravana originada en Honduras en octubre de 2018 (Caminos del éxodo humano 14). La vida diaria se desarrolla en ese sitio, como indica este investigador, en condiciones de máxima pobreza, enfermedad y frecuente violencia proveniente de guardias o mareros que recorren la zona. La situación «excepcional» que se extiende y acrecienta a nivel planetario, se ha convertido en un recurso gubernamental característico de nuestro tiempo. Como indica Agier, «[e]ach camp is born as a local or national “solution”, but also as part of a global mechanism» (Managing the Undesirables 65). Michel Agier y Simon Turner, entre otros autores, hacen referencia al tema de la temporalidad en los campamentos de refugiados, coordenada esencial para comprender la cultura de esos espacios y de las relaciones que en ellos se genera. Agier señala la notoria e impactante extraterritorialidad de esos sitios, así como la constante y radical precariedad que los caracteriza. En el caso de campamentos de ayuda humanitaria «the life of refugees and the situation of the camps are models of uncertainty». En estas condiciones donde el tiempo está detenido en una espera indeterminada, la provisionalidad se convierte en un modo de vida que se prolonga por larguísimos periodos: «A camp is a humanitarian intervention that has been on “stand by” for months or years» (Managing the Undesirables 72). La espera y la ausencia dominan el espacio del campamento, dispositivo detenido en el tiempo y en el espacio de una exterioridad sin fin. Al mismo tiempo, el autor señala la notoria resistencia que se registra en los campos de refugiados, y las formas de creatividad e impulso transformativo que despliegan quienes habitan en tales circunstancias. Turner reconoce la ambigüedad de los campos de refugiados como una de sus características principales ya que, si por un lado la existencia colectiva se reduce a «vida nuda», básicamente biológica y orientada a la mera supervivencia, por otro lado, el refugio ofrece nuevas posibilidades para desarrollar identidades («What is a Refugee Camp?» 143). También es ambiguo, como la crítica ha anotado, el nivel de politización, porque si bien los refugiados se encuentran aislados y desconectados, también su condición de tales los coloca en el centro de una serie de políticas humanitarias que les da visibilidad como protagonistas de un drama transnacional de alto
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impacto social y político. Se crean así nuevas subjetividades y nuevas formas de concebir la acción y la resistencia. Para Turner, es útil recordar que el término camp, del latín campus (que significa «espacio abierto») se asociaba originalmente a los ejercicios militares. La ubicación periférica y cerrada de tales espacios demuestra su intención de delimitar un espacio vigilado, una exterioridad/interioridad controlada por el Poder. Se trata de una «práctica espacial» destinada a aislar a los elementos perturbadores o «contagiosos» creando un microcosmos artificial protegido y protector. Sin embargo, en la práctica, se trata de espacios vulnerables y porosos, atravesados por el conflicto y las contradicciones. La temporalidad paradójica del campamento, como un estadio intermedio entre transitoriedad y permanencia, condiciona la subjetividad de quienes lo habitan, y sus formas de relacionamiento. Las nociones de identidad, seguridad, movilidad, y supervivencia adquieren un sentido específico, dando lugar a formas de ser y de interactuar constreñidas por las limitaciones materiales y por la heterogeneidad cultural que allí se intensifica. Los solicitantes de asilo son alojados en espacios destinados a quienes están en proceso de obtener ese status, el cual demora a veces mucho tiempo en concretarse. Como Agier indica, en estos casos la extraterritorialidad asume sus propias características: En su vida interna, las formas materiales y sociales sujetas a este principio ambivalente del asilo son lugares de tensión, conflicto o malestar, ya que los protagonistas (acogidos/encerrados y quienes intervienen en el mismo) son mantenidos en una temporalidad suspendida, en la incertidumbre de las reglas comunes de su existencia («El biopoder a prueba de sus formas sensibles» 493).
La politización —cuando no la militarización— del espacio, la construcción de nociones abstractas y manipulables de territorialidad y de exterioridad, la variedad de formas y de grados de humanitarismo que caracterizan los lugares de refugio, asilo, detención, espera y deportación de migrantes, demuestran que la experiencia migratoria asume, en este sentido, múltiples formas, e involucra una gran cantidad de actores institucionales, individuales, estatales, etc. Al tiempo que los campos para refugiados funcionan sustentados y/o administrados por gobiernos nacionales, ONG, organismos internacionales, etc., los migrantes irregulares también se ven obligados a ocupar refugios autoasignados en terrenos baldíos, zonas boscosas, parques, muelles, túneles, edificios deshabitados, etc. donde, en casos extremos, llegan a coexistir con drogadictos, discapacitados, enfermos mentales, personas sin hogar, delincuentes, etc. es decir, con otras formas de otredad y abandono social.
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Una de las críticas que ha recibido la interpretación política de Agamben de los campamentos para refugiados, fuertemente ligada a la noción de soberanía, es que su perspectiva produce una visión de esos espacios que deja poco lugar para la consideración de las posibles formas de agencia política y social que pueden llegar a desarrollarse incluso en situaciones tan deficitarias y extremas como las que se viven en tales sitios. En «The Refugee Camp as a Space of Multiple Ambiguities and Subjectivities», Lucas Oesch observa, por ejemplo, que el «paradigma exclusionario» aplicado por Agamben debería ser complementado con la idea de que los campamentos más bien constituyen «zonas de indistinción» entre exclusión e inclusión. Un ejemplo sería, según Oesch, el de los campos de refugiados palestinos en Jordania, donde los individuos tienen el status mixto de «ciudadanos refugiados». Aunque puede alegarse que la situación de los refugiados palestinos —al igual que la de los campos de concentración para judíos— es sustancialmente diferente de la que viven los actuales migrantes irregulares en distintas partes del mundo, la observación de Oesch es pertinente, al sugerir que las formas de disciplinamiento y las estrategias gubernamentales deben ser analizadas en cada caso para captar los distintos modelos de retención y canalización de migrantes. En La sociedad sitiada Zygmunt Bauman se refiere a la incongruente situación en que están aprisionados los refugiados que pueblan los campos de retención, quienes «se encuentran atrapados entre dos fuegos; más exactamente en una paradoja. Si bien se los expulsa por la fuerza de su país de origen, o se los atemoriza para que huyan, no se les permite la entrada a ningún otro» (143). Estando la periferia del capitalismo global saturada de individuos marginados y considerados «desechables», los campos de refugiados constituyen el espacio alternativo que funciona como un «contenedor» sin regulación legal, ajeno a la protección estatal, pasando a constituir una categoría humana, social y política nueva en el mundo globalizado: la de sujetos que existen en un «afuera» jurídico en el que la condición de «humanidad» que les es inherente resulta irrelevante. Tales sujetos se encuentran situados «más allá de los derechos del hombre» (Agamben, Medios sin fin 21-30), en el espacio de la «impolítica de los derechos humanos» (Balibar, «Impolítica»). Los criminales están, en este sentido, en una situación mejor que la de los refugiados, ya que se los considera integrados —aunque «negativamente»— al sistema, el cual pone a su disposición formas de sustentación alimenticia, sistemas de salud y de recuperación social de las que no gozan los migrantes considerados «ilegales», tratados como culpables de una forma de desviación social que los condena a la exclusión radical y a la clandestinidad, aunque su conducta a nivel comunitario, laboral, etc., sea impecable. Michel Agier registra también la coyuntura en que se sitúa la experiencia de los campos de refugiados, condicionados por dos elementos principales:
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por un lado, las guerras «de baja intensidad» y los éxodos que estas ocasionan en diversas partes del mundo; por otro lado, la respuesta humanitaria y/o las medidas políticas que se implementan para atender a la presencia de diásporas masivas. En «Between War and City. Towards an Urban Anthropology of Refugee Camps», Agier estudia este fenómeno desde un punto de vista etnográfico, considerando los campamentos de refugiados una nueva y degradada forma de lo urbano, es decir, un dispositivo que, aunque surgió como medida de emergencia, ha tendido a perpetuarse y generalizarse en distintas regiones del planeta. Según este autor cincuenta millones de personas integran el sector de individuos desplazados por la fuerza, buena parte de los cuales son considerados refugiados en sentido estricto. Entre seis y ocho millones se encuentran en África, y más de seis millones en Asia, a los que se suman tres millones de palestinos refugiados en países del Medio Oriente entre 1940 y 1960. El antropólogo francés enfatiza el hecho de que estos campamentos, aunque sean de carácter civil, frecuentemente se transforman en campos de entrenamiento militar, siendo controlados por grupos étnicos o religiosos, ejércitos de otros países o autoridades nacionales, dependiendo de la ubicación geopolítica de tales espacios. Del mismo modo en que los campamentos surgieron para proteger a los individuos que allí son alojados, también operan como escudo para separar a estas poblaciones de áreas urbanizadas o de fronteras nacionales. En muchos casos se designan áreas de seguridad como zonas neutrales fuera de los centros de combate, aunque la efectividad de estas medidas para proteger a los refugiados es relativa. Este tipo de campamentos en zonas de guerra son comunes en gran parte de África y Asia y son considerados un fenómeno propio de países con gran precariedad económica y violencia política. Algier se refiere a estos espacios como «campos urbanos» (city camps o camps-villes) organizados solo en algunos casos con suficiente planificación en cuanto a provisión de alimentos, medicinas, etc. El tema identitario ya aludido, se complejiza por la falta de espacio, las situaciones de abuso, carencia, inestabilidad e incertidumbre, y la heterogeneidad cultural. A pesar de la aglomeración humana, Algier habla de los campos como de zonas desérticas, formas del no lugar estudiado por Marc Augé, que se insertan en la exterioridad, es decir, fuera de los dominios de la ley, de lo nacional, de las ciudades, de lo comunitario, de la historia. Constituyen, en este sentido, formas de segregación humana que tienen un fuerte impacto en la subjetividad colectiva y que afectan a los individuos a nivel emocional, psicológico y físico. La falta de propósito, ocupación y perspectivas de futuro son condiciones prominentes, que en algunos casos se intenta contrarrestar con la asignación de tareas y el estímulo a la creatividad. En este sentido, Agier se refiere a la existencia de sistemas de diferenciación social que distinguen a los refugiados según sus funciones y responsabilidades. En cuanto a las identidades, en muchos sitios
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donde las tensiones religiosas o étnicas son intensas, las creencias y procedencias son «negociadas», de modo que los individuos puedan ser considerados parte del grupo por la mayoría (musulmana, cristiana, etc.), lo cual se logra a través del cambio de nombre, vestimenta, religión, etc. Tales «estrategias de invisibilidad» (Agier, «Between War and City» 333) constituyen formas de supervivencia que permiten navegar día a día una cotidianeidad anómala, incierta y potencialmente violenta. En Necropolitics, Achille Mbembe anota que la distancia que separa los campos de refugiados de los basureros o vertederos siempre ha sido muy corta. Refugee camps, camps for the displaced, migrant camps. Camps for foreigners, waiting areas for people pending status, transit zones, administrative detention centers, identification or expulsion centers, border crossings, temporary welcome centers, ones for asylum seekers, refugee towns, migrant integration towns, ghettos, jungles, hostels, migrant homes —the list goes on even further […] The camp, it ought to be said, has not only become a structural feature of our globalized condition. It has ceased to scandalize. Better still, the camp is not just our present. It is our future: our solution for «keeping away what disturbs, for containing or rejecting all excess, whether it is human, organic matter or industrial waste» (Agier, «L’encampement du monde»). In short, it is a form of government of the world (60).
Esta naturalización de la exclusión y de la transformación de la condición humana en producto desechable es sin duda el saldo más notorio de estos procesos, que dejan al descubierto la perversidad del sistema global y el refinamiento de las necro-lógicas del capitalismo tardío. En el caso de los campos de deportados, como en el caso de las prisiones y en general del principio panóptico, el tema del lugar o el enclave al que se somete al individuo es tan importante como las estrategias que se utilizan para su vigilancia y contención. A partir de nociones deleuzianas, Hélène Frichot se refiere al tratamiento del cuerpo en los locales de refugio en Australia. Analiza la relación entre cuerpos y espacios asignados a los refugiados en campos de prisioneros, destacando la imposibilidad de discernir entre espacio y cuerpo. El cuerpo mismo funciona como espacio, compuesto por concavidades, vacíos, orificios y superficies blandas, duras, fluidas, o elásticas, lisas o estriadas. Su materia se va adaptando a las condiciones de des/reterritorialización, hasta resultar indiscernible de la trayectoria espacio-temporal que se le impone (173). Zona de afectos, necesidades, deseos, olores, gestos, movimientos o estatismos (es decir, singularidades), el cuerpo va pasando por un proceso de des/re/composición que, aparte de las transformaciones corporales, causa desajustes emocionales: depresión, intentos o pensamientos de suicidio, auto-mutilaciones y otros esta-
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dos de ánimo actos simbólicos destructivos en el sujeto sometido a la condición de prisionero y víctima del sistema. Frichot ve en la configuración del espacio perforado de Deleuze la posibilidad de conceptualizar un territorio intermedio entre el espacio liso y el estriado, un ámbito que sugiere formas creativas de circulación, pasajes, túneles o rutas subterráneas que pueden adaptarse a la condición de inmanencia del refugiado, más allá de las regulaciones y de las formas codificadas de pertenencia e identificación. Este espacio corporal y existencial sería capaz de contener la diferencia del sujeto —es decir, al sujeto en su diferencia— posibilitando así su continuidad vital. En términos de Agamben, la vida nuda cae entre las fisuras de la institucionalidad estatal instalándose en lo que el filósofo italiano llama aterritorialidad, una forma de liminalidad espacial que puede permitir el desarrollo de resistencias y experimentación. Frichot explica así la noción agambeniana desarrollada en «We Refugees»: This aterritoriality is a space of refuge or exodus for all which is not based on a logic of «belonging» according to the «rights» of the citizen. It is a matter of inventing an alternative to the homogenous, national territory; an alternative that is topologically arranged so that it is pitted with holes of difference, a holey space «where exterior and interior are indeterminate» and where the spaces of States have become «perforated and topologically transformed» (176).
Didier Bigo analiza la situación de los campos de detención europeos, donde se implementan medidas de gubernamentalidad que, de modo similar a lo que estableciera Foucault con la imagen del Panopticón, se basan en lógicas de vigilancia que comienzan por identificar a los sujetos en la condición antes descrita de extranjería radical y deslegitimada. Bigo habla de un banopticon, donde la idea del Panopticón se modifica con el concepto de ban o prohibición.41 El banopticon constituiría así un mecanismo para la identificación y transformación de la otredad. La frontera funcionaría, desde esta perspectiva, como un constructo fluido, que va redefiniendo la alteridad y haciendo de la relación interior/exterior un proceso intersubjetivo inestable y cambiante. Como explica Bigo, si en el caso del Panopticón se trata de una vigilancia cercana donde el escrutinio se ejerce sobre todos los individuos, «the banopticon, on the contrary, deals with the notion of exception, and the difference between surveillance for all but control of only a few» (6). Lo importante no es solo el procedimiento uti41 Según
Bigo, existirían aproximadamente 100 centros de detención de migrantes en la Unión Europea. En el caso de Francia, tales centros habrían comenzado a aparecer en 1936 supuestamente para recibir y proteger a los españoles que huían de la Guerra Civil, pero también como modo de proteger a los franceses de los flujos masivos de extranjeros, que eran considerados una peligrosa invasión poblacional (Bigo 21 y 23).
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lizado sobre la base de un constante estado de excepción, sino el tipo de sujeto que produce: un casi-criminal destinado a los márgenes de lo social. La cualidad de extranjero es vista como una anormalidad social y una patología política que escapa a la soberanía del Estado (5). Dado el hecho de que la globalización ha consolidado las dinámicas transnacionales en todo lo que tiene que ver con movimiento de personas, capitales, mercancías, ideas, etc., la idea de frontera se ha desestabilizado y se vive en el temor de que el afuera penetre en el territorio nacional bajo la forma del terrorismo, por ejemplo, de modos subrepticios para los cuales la nación-Estado no está preparada. Los campos de migrantes demuestran la incapacidad del Estado de lidiar con los desplazamientos masivos que tienen lugar por aire, mar y tierra, y que se cuelan por los orificios del sistema aduanero (y también jurídico y político-administrativo de la nación) colocando a la sociedad en lo que el Estado interpreta como constante estado de emergencia. La «invasión» migratoria es equiparada al peligro terrorista (lo foráneo que amenaza la estabilidad nacional) y tratada de modo similar, dando a las «fuerzas del orden» el derecho de atentar contra la vida del posible enemigo. The state of exception is only the tip of the iceberg, the visible moment of the Ban, the moment where arbitrariness is not a routine. But in the Ban the norm is the routine of the exception. Therefore, the state of exception exists where the state apparatus is strong and well-organized and refuses to tolerate any breach in its claim to having a monopoly of legitimate violence (Bigo 13).
Sin embargo, se olvida el hecho de que los ciudadanos también pueden ser peligrosos, como demuestran los casos de terrorismo interno, los ataques raciales, xenófobos y homofóbicos, la violencia doméstica, etc. El problema puede ser visto desde la perspectiva del Estado como un riesgo de contaminación de la agresión o de pérdida de valores humanos o, en términos de Esposito, como una cuestión de inmunidad social y política (Bigo 29).
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Lampedusa y el «nomos de la tierra» La relación de complementariedad y de conflicto entre mar y tierra fue señalada por Carl Schmitt como uno de los elementos fundamentales del ordenamiento geopolítico mundial en todas las épocas, pero particularmente en el siglo xx, cuando se asiste a nuevas formas de conceptualización y distribución del espacio global. La migración marítima y las tentativas de grandes contingentes poblacionales por alcanzar territorios más prósperos a través de azarosas travesías náuticas recuerda en muchos sentidos las reflexiones del polémico jurista alemán acerca del papel que estas dinámicas desempeñan en las luchas de poder. La reducción del conflicto político-económico al nivel elemental de tierra y mar (lo sólido y lo líquido, lo estable y lo cambiante, lo concreto y lo inapresable) metaforiza el sentido último de las pugnas por alcanzar estabilidad en un suelo hospitalario y productivo, donde la vida sea posible, aun a costa de riesgos y tránsitos inciertos y llenos de peligro. La interpretación de mares, océanos y ríos como muros de agua que al interponerse obstaculizan el tránsito migratorio llama la atención sobre la polisemia del agua, elemento de vida y muerte, fluidez y borrasca, salvación y naufragio. El papel del agua en relación con la migración aparece no solo en cuanto a travesías transocéanicas, sino en múltiples referencias, en la literatura y las artes que trabajan el tema migratorio, a un campo semiótico integrado por ríos, pantanos, lagos, tierras inundadas, torrentes, etc., que representan instancias de prueba y enfrentamiento directo con la naturaleza.
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La migración marítima agrega a los contextos de represión y persecución del migrante el elemento dramático del sujeto fuera de su elemento natural —la tierra— luchando por alcanzar la costa, sometido al rigor impredecible del medio ambiente, sabiendo que el principal enemigo lo aguarda, sin embargo, en tierra firme, donde se impondrán aún más desventuras y abusos a su naturaleza corporal, emocional y sicológica. El nomos de la tierra, es decir la lógica distributiva y de ordenamiento territorial, tiene así uno de sus ejes primarios en la relación mar/tierra, como Schmitt percibiera. El autor alemán señala, por ejemplo: Aparte las muchas peculiaridades que aparecen en múltiple abundancia cuando se hace una confrontación entre el Este y el Oeste en la corriente de la historia mundial, se hace visible hoy una sencilla y elemental diferencia: el conflicto entre tierra y mar (7). Si tierra y mar en el actual dualismo mundial fueran sólo una diferencia polar establecida sobre el equilibrio y el eterno retorno, no sería más que un trozo de naturaleza. Los elementos en el sentido de la mera naturaleza se separan y unen de nuevo, se mezclan y desmezclan (11). En la historia universal, en determinadas épocas aparecen pueblos y grupos capacitados para la acción y la historia, que, en períodos de amistad o enemistad, toman la tierra y la dividen y apacientan y comercian en la parte que les corresponde. De aquí surge el Nomos de la tierra. Quedará privado de su propio aquí y ahora cuando los elementos tierra y mar, de los que nosotros hablamos, sólo signifiquen un trozo de naturaleza y una tensión natural (11-12). el conflicto elemental de tierra y mar queda incluido en el debate. La guerra aparece entonces como guerra de la tierra contra el mar y viceversa. En otras palabras: como una guerra de los elementos entre sí (14). El barco es el núcleo de la existencia marítima de los hombres como la casa es el núcleo de su existencia terrestre. Barco y casa no son antítesis en el sentido de una tensión polar, sino diferentes respuestas de una llamada distinta de la historia. Ambos están edificados con medios técnicos, pero a diferencia de la casa es el barco en sí mismo un vehículo técnico y aplicado a un dominio necesario del hombre sobre la naturaleza. Pues el mar es naturaleza en otro sentido que el continente. Es más extraño y hostil (22).
Refiriéndose a la interpretación que Schmitt hace del orden europeo de su época, Iain Chambers sugiere que se encuentra allí en germen una anticipación del proceso de globalización, donde los poderes de mar y tierra se aúnan para la instalación de nuevas formas de dominación («Maritime Criticism» 680).
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La migración por mar presenta características específicas en las que se combinan las condiciones que el migrante deja atrás en el lugar en el que la travesía se origina, con las que encuentra, si su tránsito es exitoso, en su llegada a tierra firme. En este sentido, los viajes migratorios son siempre mixtos, ya que tienen como objetivo llegar al continente, en el cual están situados los puntos de detención, deportación, registro, etc. pero también las oportunidades soñadas por individuos y comunidades en diáspora. En la mayoría de los casos las detenciones se producen una vez que los migrantes tocan tierra, aunque en otros casos los individuos son interceptados o rescatados por policía marítima, a partir de una articulación de agentes migratorios, policía de aduanas, guardacostas, compañías de transporte marítimo, etc. Mezzadra y Neilson señalan la importancia que los puertos han tenido, desde la época medieval, como lugares de control y filtración de inmigrantes. Ports have been historical holding zones where a multiplicity of techniques for filtering and surveying movements of people and things have been invented and refined, from the migration processing systems that evolved at sites like Ellis Island to methods of quarantine inspection and isolation (207).
Hoy en día, la que puede llamarse «migración marítima irregular» ha capturado la atención mundial al entregar imágenes devastadoras de precarias embarcaciones (botes de pesca, balsas, cayucos, pateras o botes inflables) atestadas de gente, navegantes improvisados, náufragos potenciales lanzados a la deriva en un espacio inconmensurable, sin orientación ni esperanza. El Mediterráneo es una de las zonas conectadas a los llamados corredores de migrantes que limitan con áreas georraciales sometidas a constantes desastres económicos, políticos y ecológicos. En esas regiones estas catástrofes masivas han cobrado innumerables vidas en las últimas décadas, muchas de las cuales ni siquiera forman parte de registros civiles en los países originarios. Este es el espacio fluctuante e imprevisible en que se mueven miles de migrantes clandestinos, desidentificados, que existen en un «más allá de la política», como en el caso del homo sacer, aunque es justamente la política la que determina y define su condición. El caso de la isla de Lampedusa se cuenta entre los más dramáticos dentro del escalofriante panorama de la migración marítima irregular. Lampedusa es una pequeña y rocosa isla italiana de unos trece kilómetros cuadrados ubicada en el Mediterráneo, a 112 kilómetros de Túnez, en una posición más cercana a África que a Europa. Ha estado poblada por unos 6.000 habitantes autóctonos o residentes permanentes, dedicados básicamente al turismo y la pesca. En las últimas décadas muchos de ellos han estado ayudando con sus propios recursos al aluvión de refugiados que llega a este precario territorio, sin haber contado,
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en muchos períodos, con medios oficiales destinados a aliviar la situación. Las operaciones de recepción y ayuda espontánea a los migrantes comenzó en 1998 y aumentó exponencialmente en la década siguiente. 2011 parece haber sido uno de los momentos más dramáticos en la isla, ya que solo en ese año llegaron más de 60.000 personas, provenientes de Túnez, Libia, países subsaharianos y sudasiáticos. Preparada para recibir un máximo de 800 personas a quienes se alojaba en los edificios de una vieja base naval, la isla llegó a contener más de 170.000 personas en 2014.1 Antes de llegar a las costas de Lampedusa, miles mueren de hambre, sed, agotamiento físico, o perecen ahogados en las aguas del Mediterráneo. La mayoría de quienes alcanzan este precario destino llegan en balsas o embarcaciones muy frágiles, con hambre, enfermedades y desesperadas situaciones familiares, esperando poder pasar desde Italia hacia el resto de los países europeos, lo cual causa tensiones políticas y diplomáticas interestatales en el seno de la Unión Europea. Como indica Tony Kushner en «Lampedusa and the Migrant Crisis: Ethics, Representation and History»: There are no definitive figures for those who have died migrating to Europe using the Mediterranean. Using media and NGOs, the monitoring group Fortress Europe argued that between 1993 and 2011, close to 20,000 died en route. Since then the numbers have gone up alarmingly – estimated at 3419 for 2014 and 300 higher for 2015 with the figure likely to be exceeded in 2016 (66).
El aluvión de refugiados puso a prueba, ya entonces, los escasísimos recursos con los que se contaba, creando una crisis humana de repercusiones internacionales, y convirtiendo a Lampedusa en un territorio fronterizo, externo, pero orgánicamente asociado a la Unión Europea, cuyos límites continentales se defendían en medio del «océano azul» del Mediterráneo, a un precio de miles de vidas. Aunque desde entonces se realizaron muchas operaciones de rescate de embarcaciones de migrantes, sus resultados han sido mínimos cuando se comparan con la cantidad de personas que han muerto intentando llegar a tierra. Los atestados campos de refugiados obligan a transferir personas a Sicilia y a otras partes de la Italia continental. Los pedidos de asilo, la necesidad de atender a cuestiones legales, políticas y de salud pública, son constantes. Abundan los niños no acompañados y son frecuentes los ancianos y las personas con graves 1 Refiriéndose
a la historia anterior de Lampedusa, Kushner destaca ciertos antecedentes: «Ominously in relation to its later function as a reception than detention camp for migrants in the late twentieth and early twenty first century, Lampedusa had a pre-history, serving as “a penal colony during the late nineteenth and early twentieth centuries”. In this respect it has a similar history to other remote islands as racialised spaces to relocate those deemed as “matter out of place”» (63).
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situaciones de salud. La falta de recursos y de condiciones sanitarias ha creado en el lugar una situación de emergencia humanitaria, ya que proliferan enfermedades de todo tipo, y numerosos casos de violencia y abuso de migrantes por parte de los transportadores que supuestamente los asisten en el cruce del Mediterráneo. Miles de individuos duermen a la intemperie y no reciben ayuda médica ni pueden avanzar en su intento de alcanzar la Europa continental. Achille Mbembe denuncia el panorama necropolítico europeo como uno de los escenarios más escalofriantes de nuestro tiempo: In an increasingly Balkanized and isolated world, where are the most deadly migrant routes? It is Europe! Who claims the largest number of skeletons and the largest marine cemetery in this century? Again, it is Europe! The greatest number of deserts, territorial and international waters, channels, islands, straits, enclaves, canals, rivers, ports, and airports transformed into iron curtain technologies? Europe! And to top it all off, in these times of permanent escalation —the camps. The return of camps. A Europe of camps. Samos, Chios, Lesbos, Idomeni, Lampedusa, Vinctimille, Sicily, Subotica —the list goes on (Necropolítica 102).
En el mismo sentido, Agamben indicó, refiriéndose a los refugiados, que Europa está enfrentando en el presente una situación que recuerda los campos de exterminio del período fascista, los cuales, según el filósofo italiano, están comenzando a reaparecer. La situación de Lampedusa parece confirmar tal afirmación. En la pequeña isla el valor de la vida y la muerte parece que ha dejado de tener sentido, y la ciudadanía constituye una categoría inoperante. Tales circunstancias interpelan a los gobiernos europeos y a la comunidad internacional, que no tiene respuestas ni propuestas para enfrentar tal situación, la cual ha dado lugar, entre otras cosas, a múltiples debates sobre la condición legal de esas personas, sus derechos, las responsabilidades de los distintos países y de la Unión Europea en su totalidad. Se discute asimismo la definición de la condición de refugiado, asilado, exiliado, migrante, etc., cuestiones terminológicas que aplazan y complican la búsqueda de recursos urgentes para atender a una situación que deja en evidencia los aspectos más siniestros de la globalización.2 Día a día se abren nuevas rutas de análisis y evaluación política, legal y ética, de estos problemas. Una de estas avenidas de exploración académica es la que se vincula al tema de la externalización de las fronteras europeas, y de la transformación (redefinición, extensión, dispersión) de su espacialidad continental, un tema de enormes repercusiones no solamente en relación con la cuestión migratoria sino con los regímenes de trabajo y con la concepción política de «Unidad Europea», que se encuentra actualmente seriamente desestabilizada. 2 Sobre
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el caso de Lampedusa, véanse también Ufheil-Somers, Raeymaekers, Moorehead.
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Según Étienne Balibar, las fronteras ya no existen en los bordes territoriales, sino que han sido transportadas al centro mismo del espacio político (We, the People of Europe? 109) Estudiando el tema de la externalización de la frontera sur del continente, Timothy Raeymaekers reconoce que este ha sido uno de los objetivos de la Unión Europea desde el pasado. El Mediterráneo funciona, según este autor, no como una especie de muro fronterizo (muro de agua) sino como un espacio relacional que a la vez filtra y conecta diversas zonas, individuos y proyectos (167). Desde esta perspectiva, el límite territorial es más que material, conceptual e ideológico. La línea fronteriza es un sistema complejo de relaciones en el que convergen tierra y mar, islas y fronteras continentales, espacios de confinamiento y redes transnacionales. La frontera misma es un cuerpo migrante que toma diferentes formas y que asedia al extranjero, sobre todo al migrante «irregular», multiplicando los obstáculos que se le presentan en tierra firme, si es que logra penetrar al espacio continental. Se trata, entonces, de un dispositivo bio/geopolítico que las cartografías no revelan en sus múltiples ramificaciones y significados. Según Raeymaekers, «the instrumentalization of political disorder in the Mediterranean border complex» ha convertido ese mar en un verdadero archipiélago donde los puntos de detención y registro de migrantes proliferan en un área indeterminada pero determinante del destino de miles de personas, como sucede en las zonas marítimas que rodean a Australia. La gran tumba colectiva del Mediterráneo constituye ya el borde sangriento de Europa, donde se espectaculariza la dislocación del sistema europeo, que deja ver su lado más agresivo y excluyente al sentirse amenazado: The conscious marginalization —and manipulation— of the process of migration control in Lampedusa has generated an increasingly repressive climate, including a series of violent, and sometimes even extralegal, measures to combat what European governments increasingly call the «war» against illegal migration (164).
Resistiendo el análisis de la frontera y de la deportación como metáforas de la condición humana o de la identidad postmoderna en el capitalismo tardío, Rutvica Andrijasevic se refiere al problema de la «desterritorialización de las fronteras» y de la «deslocalización del control» señalando que los bordes o límites territoriales de Europa han dejado de coincidir con una demarcación geográfica fija, ya que pueden estar dentro o fuera del espacio europeo (De Genova y Peutz 153).3 Los controversiales campos para refugiados situados en Lampedusa
3 Andrijasevic considera aquí los estudios de Enrica Rigo, por ejemplo, su libro Europa di confine (2007) y también los estudios de esta autora sobre el agrandamiento o expansión de Europa, y de Didier Bigo.
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ilustran la externalización de los bordes, ya que la isla sirve como plataforma para la redirección de migrantes irregulares, no solo al desviarlos de Europa sino también relocalizándolos en un tercer destino, frecuentemente Libia, donde la detención de estos individuos queda fuera de todo tipo de registro y control. Como es obvio, detención y deportación constituyen dos eslabones inmediatos de la misma cadena, y como indica Andrijasevic, considerados juntos, «[they] point to the limits of the state-centric model of sovereignty and enlarges the analytic framework to a transnational space that exceeds the boundaries of the European polity» (De Genova y Peutz 149). Según Andrijasevic, las masivas deportaciones realizadas desde Lampedusa hacia los campamentos de Libia alcanzaron en cinco meses, entre octubre de 2004 y marzo de 2005, 1.500 personas y continuaron después de ese lapso. A pesar de los reclamos internacionales presentados a Italia respecto a tales operaciones, este país no admitió haber transgredido con ello ninguna política migratoria ni humanitaria, inflando las cifras de migrantes que llegan a la isla con intención de pasar al territorio italiano, como modo de crear la impresión de estar siendo objeto de una verdadera invasión desde el sur y colocar las deportaciones en el marco de un estado de excepción (De Genova y Peutz 152). Andrijasevic insiste en el hecho de que, dadas las circunstancias y volumen de estas medidas, las operaciones de expulsión deben ser interpretadas como un intento espacializado de controlar la movilidad del migrante, al menos de manera temporal. En ese sentido, el objetivo sería la desaceleración de los flujos migratorios, es decir, la intervención en los tiempos y aceleración de los mismos a través del recurso de desviación de su direccionalidad. El caso de Lampedusa es, sin duda alguna, paradigmático, pero no excepcional en la historia de la migración marítima reciente, que es prominente en diversas partes del planeta y que obliga a pensar el tema de los derechos humanos y el humanitarismo, la soberanía y la ciudadanía, a nueva luz. Los migrantes deportados o deportables despliegan una serie de estrategias de supervivencia y resistencia a los dispositivos antimigratorios, a partir de las cuales estos sujetos intentan navegar las aguas turbias y revueltas de la marginación y la precariedad. Kushner se refiere a las formas representacionales que se elaboran sobre los refugiados de Lampedusa y también a las narrativas que ellos mismos producen, tratando de adaptar sus historias a los relatos que parecen conmover de manera más honda la sensibilidad de los entrevistadores que preparan los casos de asilo y aconsejan legalmente a los migrantes. La compra/venta de historias populares de acuerdo a esos objetivos parece ser una de las formas en que los individuos tratan de conmover las bases excluyentes del sistema, enfatizando la situación de los niños, muchos de ellos huérfanos por la reciente muerte de sus familiares en el mar. En efecto, la situación de Lampedusa ha sido tema de películas y narracio-
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nes testimoniales y semificcionales que también intentan difundir la situación y obtener apoyo internacional. El tema de la memoria colectiva respecto a la experiencia migratoria, así como el recuerdo de aquellos que perecieron en el intento de llegar a Europa, tiene también su lugar en Lampedusa, donde se preservan objetos, pinturas y otras formas de representación de la situación colectiva y de expresión personal. Tales representaciones enfatizan la condición extrema de estos sujetos, pero también su sensibilidad, sentido comunitario, miedos y posicionamientos existenciales. Al mismo tiempo, muchas se encaminan hacia el examen de las formas posibles de agencia que individuos en tales condiciones de existencia social pueden llegar a desarrollar. En los estudios sobre estas situaciones se resiste la imagen de estos sujetos como víctimas pasivas de un sistema que no comprenden ni pueden resistir, mostrando sus formas de concebir el presente y el pasado, y las funciones que adquiere la memoria colectiva como elemento cohesivo y motivacional. Se analizan los vínculos con la comunidad, la posición de las nuevas generaciones en los procesos migratorios y el modo en que perciben sus posibilidades reales e imaginadas. Los análisis académicos perciben en el migrante, en cualquiera de sus modalidades, un agente que, con diversos grados de conciencia, está llegando a modificar la configuración real o imaginada de las formaciones sociales de la modernidad, cambiando la noción y operatividad de los límites, la función de las nociones de ciudadanía y soberanía, pensadas desde y para otros horizontes sociales y políticos, la conceptualización de lo común, lo comunitario, lo nacional y lo político, en el capitalismo tardío. To view migrants as actors and agents of the construction of the European community rather than its constituent outside, challenges the demarcation that defines the realm of the political and produces an interruption in the logic of «omnivorous» sovereignty, which reinforces itself and its coherence by incorporating migrants within its boundaries […] What is at stake is a theoretical and political challenge to recognize migration as a constituent force in the production of the European polity and citizenship. Thereby redrawing «the borders of the political» (Neilson and Mitropoulos) and rethinking the modernist dichotomies that still structure the definition and concept of state sovereignty as well as the political forms of belonging (Papadopoulos and Tsianos) (De Genova y Peutz 161-162).
Barcos a la deriva, náufragos, polizones Los investigadores que trabajan el tema de la migración marítima coinciden en señalar que se trata de un aspecto de una movilización humana de nuestro tiempo que no ha recibido suficiente atención por parte de la crítica, principal-
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mente debido a las dificultades para registrar casos y para verificar informes, discrepancias en cuanto a los métodos a utilizar, y ambigüedades en cuanto al status mismo de este tipo de migrantes, que sin embargo, técnicamente, caen dentro de la descripción de refugiados manejada por Naciones Unidas. La migración marítima generó el concepto de boat people, «gente de barco», o «gente en bote», que sin duda tiene connotaciones derogatorias y resta importancia, entidad y dignidad al proceso, casi invariablemente clandestino, seguido por individuos que en general salen de condiciones extremas de indigencia y violencia en sus territorios. En Migration by Boat. Discourses on Trauma, Exclusion and Survival (2016), se reúne una serie de estudios que se aproximan a la problemática de esta forma de desterritorialización, sus métodos, consecuencias y formas de representación. Lynda Mannik, editora del volumen, señala que la conceptualización que se hace del refugiado en general, y que se aplica al caso de los migrantes marítimos, gira entre dos polos: la idea del miedo, que guía a los individuos a tan riesgosa travesía y les impide considerar la idea del regreso a la patria, y las formas posibles y necesarias de protección a que esas travesías dan lugar. Se registra una clara disminución de las medidas humanitarias para migrantes marinos, probablemente porque al carecer de territorialidad fija, el fenómeno se cuela por las fisuras del sistema, desapareciendo de los radares legales y humanitarios. Las formas de representación que el fenómeno recibe en la prensa contribuye a resaltarlo como una ocurrencia catastrófica pero marginal, donde los individuos se someten por sí mismos a situaciones extremas cuyos desenlaces se deben a la fuerza de la naturaleza, eximiendo a los gobiernos del peso de la responsabilidad. Similares conceptos guían la colección de artículos que componen Contemporary Boat Migration: Data, Geopolitics, and Discourses (2018), libro editado por Elaine Burroughs, y Kira Williams, donde la cuestión metodológica es ampliamente debatida, oscilando entre las formas de contacto directo con los migrantes antes y después de las travesías, los modelos de cuantificación de datos, la interpretación de relatos testimoniales y la integración del viaje marítimo como una de las etapas de un proceso transmigratorio más amplio, que integra a veces, además de las frecuentes intercepciones del tránsito marino, la detención en centros para refugiados ubicados en islas cercanas a las costas, y los procesamientos de pedidos de asilo y eventuales autorizaciones de entrada a territorios nacionales, o las deportaciones y regreso a lugares de origen o a localizaciones intermedias. Uno de los aspectos que domina la interpretación de la migración marítima es el del alcance e implementación de medidas humanitarias. En su libro Humanity at Sea. Maritime Migration and the Foundations of International Law (2017), Itamar Mann trae a colación la distinción de Hannah Arendt entre ciudadanía y humanidad, ya que los derechos humanos, postulados como un ejercicio de
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razonamiento despolitizado, ético y dirigido al género humano, siempre han sido aplicados a partir de la identidad del sujeto. En el caso de la migración ilegal, se han seguido procesos de identificación personal que comienzan por registrar la afiliación nacional del individuo, más que sus necesidades y derechos (6). Trabajando sobre la situación de los migrantes que se dirigieron a Palestina después de la Segunda Guerra Mundial, pasando por el caso de los haitianos que llegaron masivamente, en distintas oleadas, a los Estados Unidos, y cubriendo las peculiares circunstancias de los desplazados sirios, africanos, etc., Mann saca una serie de conclusiones acerca de las formas en que el derecho internacional funciona en el caso de migrantes irregulares, particularmente de quienes cruzan los mares, sin poder ampararse en la pertenencia a un determinado estado nacional. Como indica Mann, un individuo sin Estado es un ser anómalo, para quien la ley no ha sido escrita. En este sentido, el autor compara la situación del refugiado con un barco a la deriva en alta mar, sin bandera que lo identifique, y retoma esta imagen más adelante, después de haber analizado múltiples aspectos relacionados con cuestiones legales, éticas y políticas vinculadas con los derechos que deben ser reconocidos a sujetos que se encuentran en este estado de «ilegalidad», al cual han llegado por las circunstancias de injusticia y desigualdad que han impuesto en sus vidas las estructuras existentes de distribución de la riqueza, organización del poder y definición de la ciudadanía. Mann insiste con razón, en que el problema real es el modo en que tales circunstancias han sido manufacturadas, noción que la metáfora del barco a la deriva parece no comunicar, al estar sujeto a la eventualidad de las fuerzas naturales. Lo importante es analizar y enfatizar el lugar originario de responsabilidad legal, ética y político-económica que impulsa, como una mano invisible, la metafórica embarcación, para comprender la posición del viajero no autorizado y de la sociedad que lo contiene. Asimismo, es importante recordar que los derechos no son «naturales» sino conquistados a partir de luchas sociales donde un sujeto individual o colectivo no se (auto)concibe como víctima pasiva, sino que define su propia agenda, y la implementa. Para Mann, el problema ético se desplaza a quienes participan del encuentro directo con el Otro, aquel para quien la ley no ha sido escrita, o cuyos derechos aún no han sido reconocidos. Y concluye con la siguiente observación: Physical movement has become a form of political action. Refugees and migrants whose own states have become sources of danger rather than protection, or have otherwise disintegrated, are moving to seek a like worth living. Before they are in the clear jurisdiction of any other state, they meet individuals who must decide how to respond to them. Human rights law is triggered here —by the experience of obligation toward such people. If no state carries out the duty that must be coupled with the right in order to make it enforceable, the duty falls upon individuals in instances of interpersonal encounter. Even if we do not actually experience in our
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lives such an interpersonal encounter, we need to answer the question. How should agents of our states respond? This question, I have argued, should become the basis for our understanding of human rights beyond the letter of the law (211).
Paul Gilroy encuentra en la figura del barco el cronotopo (una fusión de espacio/tiempo) que condensa las ideas de movimiento y vínculo, transición, comunicación, alejamiento y regreso, dependiendo de su orientación, sus usos y sentidos dentro de un sistema más vasto de significación. El barco constituye un microcosmos y al mismo tiempo un eslabón en un proceso de pasaje. Tiene sus propios personajes, su parafernalia, su lenguaje propio. I have settled on the image of ships in motion across the spaces between Europe, America, Africa, and the Caribbean as a central organising symbol for this enterprise and as my starting point. The image of the ship —a living, microcultural, micro-political system in motion— is especially important for historical and theoretical reasons … Ships immediately focus attention on the middle passage, on the various projects for redemptive return to an African homeland, on the circulation of ideas and activists as well as the movement of key cultural and political artifacts: tracts, books, gramophone records, and choirs (The Black Atlantic 4).
Esa característica mediadora de la embarcación ha acompañado su simbolismo desde las letras clásicas, pero en la modernidad adquiere una fuerza renovada como imagen que agrega a la soledad existencial, la deriva del sujeto en el contexto de una modernidad que lo abandona, en beneficio de la importancia del objeto, el cual orienta las nociones de progreso desde el siglo xix. Según Kerry Bystrom e Isabel Hofmeyr, Ship travel foregrounds movement across national and linguistic boundaries, taking in experiences and ideas from diverse latitudes and longitudes and creating «vernacular cosmopolitanisms» among sailors, merchants, adventurers, and enslaved individuals (2).
Frente a las idealizaciones del mar como liberación y contacto con lo sublime, las autoras mencionadas reconocen la carga necropolítica que incorpora la historia de los tráficos humanos y las diversas militarizaciones oceánicas, que se agregan a la utilización del mar como vertedero de desperdicios y sustancias contaminantes, otro legado de la modernidad capitalista.4 4 Boystrom y Hofmyer recuerdan el caso del bote abandonado en el Mediterráneo en mayo de 2011 sin que ninguna nación respondiera a los pedidos de ayuda, y en el cual murieron 62 migrantes (2).
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Mezzadra y Neilson, basándose en los estudios de William Walters, quien ha analizado sobre todo el tema de la repatriación de polizones (stowaways), es decir, pasajeros clandestinos que viajan escondidos en embarcaciones de carga o de pasajeros, hacen referencia a los llamados «corredores de repatriación», nombre que reciben las rutas identificadas en las distintas costas para la entrega de los migrantes marítimos fallidos (Walters, «Bordering the Sea»). Estos deben ser adecuadamente identificados para poder ser devueltos a los puntos de partida o al país de origen. Compañías de seguros y empresas de transportes marítimos se han convertido en agencias especializadas en la devolución de migrantes marítimos clandestinos, especializándose en la cartografía oceánica y en las características y requerimientos de puertos receptores. Los polizones, particularmente, buscan evadir el costo del transporte y/o pasar inadvertidos en la entrada al país de destino. Walters alude a la figura mítica, heroica y romantizada del polizón, tematizado en la literatura, la pintura y el cine como un aventurero o un pícaro que sobrevive en condiciones adversas y triunfa sobre el infortunio. El autor reconoce que el nombre de stoweaway —o polizón— es solamente una nominación temporal que toma en cuenta una sola etapa del viaje de este tipo de migrante, que al pisar tierra puede convertirse en migrante ilegal, persona en busca de asilo, refugiado, etc., de modo que se trata de una condición temporal que sin embargo señala un caso específico de creciente presencia en los escenarios de nuestro tiempo. Como la piratería, también devuelta a la escena contemporánea y asociada al terrorismo, al contrabando o a formas variadas de delincuencia (robo, secuestros, etc.), el polizón constituye una imagen arcaica y supuestamente anacrónica, que vuelve a adquirir presencia como instancia de excepcionalidad y recurso de supervivencia ante las restricciones de la regulación migratoria. La figura misma del polizón se ha ido transformando a medida como resultado de la variable relación que esta posicionalidad marginal revela con respecto a los flujos migratorios, los procesos legales de admisión, y las formas de penalización de los infractores. Como señala Walters, the figure of the stowaway has undergone a significant transformation: if it was once about escape —the flight from a country, and an intolerable situation— today it is equally, if not more about the transgression of state borders. Stowing away has become a matter not just of escape but unannounced entry («Bordering the Sea» 2).
Si anteriormente el polizón era visto como una persona que transgrede un espacio privado evadiendo el pago correspondiente del pasaje, hoy en día es visto como un riesgo para las compañías que involuntariamente lo transportan, las
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cuales están sujetas a multas y penalizaciones. Constituye, además, un problema político, ya que los estados nacionales no aceptan su desembarco ni quieren pagar su repatriación, y un problema humanitario porque, en muchos casos, los polizones son «tirados por la borda», atacados o asesinados. Sin embargo, según el crítico, la situación de los polizones es aún marginal en los estudios migratorios y no existe legislación internacional para regular y canalizar estos casos. Por tanto, la situación de los polizones es mucho más compleja de lo que parece a simple vista, por la cantidad de actores que involucra, y porque constituye un punto ciego de los estudios sobre estos temas. The case of stowaways should remind researchers in migration that cross-cutting the political field of migration, there exists a series of less visible, but certainly dense and institutionalized technocratic fields. These are located in areas like shipping and railways. Far removed from the official domain of immigration policy, and not explicitly designated as ‘migration’, they may be less visible but they operate as a significant element within the governance of migration (8).
Walters señala el hecho de que existe toda una industria de canalización de polizones, que involucra agencias internacionales, mecanismos de seguridad, compañías de transporte, etc. y que requieren un alto presupuesto para su funcionamiento. Asimismo, el proceso requiere la aquiescencia de los países natales de estos viajeros clandestinos, que generalmente no son admitidos de regreso En «Foucault and Frontiers» Walters recuerda las consideraciones del filósofo francés acerca de que el barco representa la figura de la heterotopía por excelencia, ya que se desplaza en un espacio ilusorio, fluctuante, que escapa a toda realidad, y que Schmitt señalara como un ámbito sin fronteras, ni ley, ni propiedad, ni relación con los Estados. También Michel Agier vuelve sobre la consideración foucaultiana de que los barcos de migrantes constituyen «trozos de espacio flotantes», una heterotopía marítima que suspende a los individuos en un espacio/tiempo de pura exterioridad: Barcos, islas, zones de attente portuarias, hangares, centros de retención, campos de refugiados: el hecho mismo de que estos fuera-de-lugar estén constituidos de auténticos «trozos de espacio» indica la posibilidad de una aglomeración confinada y duradera, mantenida al margen (Agier, «El biopoder a prueba de sus formas sensibles» 490).
En la actualidad, las compañías de transporte son responsables de los pasajeros que abordan subrepticiamente sus barcos sin documentación y están sujetas a grandes sanciones, multas y otras formas de castigo. Asimismo, muchos Estados se niegan a dejar entrar al país a individuos que han viajado clandestinamente,
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de modo que todo viajero debe entrar en el sistema para ser registrado y para que se pueda determinar cómo y dónde debería ser devuelto. Las leyes y regulaciones que legislan cómo proceder en estos casos son confusas, anticuadas o inexistentes, de modo que cada caso se presta a improvisaciones y da lugar a problemas de tipo humanitario difíciles de atender, ya que una de las opiniones prevalecientes es que el polizón representa, sobre todo, un daño financiero. En muchos casos (la mayoría de los cuales nunca salen a luz) los polizones son arrojados al mar, abandonados a la deriva, o asesinados a bordo y luego lanzados al agua. Según Walters, The routine killing of stowaways, coupled with the rarity with which Masters and crews have been brought to justice, suggests that however much the ocean may have been striated by the modern forces of commerce geopolitics and international law, however much it has been rendered predictable, navigable, exploitable, etc., by these interventions, there exist circumstances under which the ancient idea of the high sea as a lawless space beyond sovereignty and justice is capable of being reactivated (5).
El tema de los migrantes clandestinos marítimos y de los polizones vuelve a plantear, desde otras perspectivas, el problema que presentan los conceptos de soberanía, territorialidad, gubernamentalidad, ciudadanía y derechos humanos, que han adquirido en los actuales escenarios una presencia conspicua, justamente porque reclaman revisiones radicales de su sentido y aplicabilidad. Walters habla de «terrestrialidad del gobierno» en el sentido de que la legislación y regulación de movimientos humanos se realiza solo desde y para tierra firme, dejando de lado todo lo que tiene que ver con territorialidad marítima, fronteras, límites, tránsitos y violaciones, en un plano de vaguedad y arbitrariedad que tiene un costo muy alto en vidas humanas, y que va en ascenso. El asunto de los polizones muestra lo que este autor llama la capilaridad de los bordes, es decir, las transgresiones que pasan inadvertidas y que crean problemas de seguridad tanto en el sentido que le dan los estados como en lo que tiene que ver con las personas que quedan atrapadas en estos micro-niveles de la porosidad fronteriza.5 Asimismo, el caso de los polizones muestra uno de los importantes vacíos que los estudios migratorios aún deben ir llenando, por su importancia política, económica, social y humanitaria: Long confined to the margins of border and migration studies, it is time to give the theme of stowaways a more central place in investigations of emerging domains of global migration. As long as human mobility remains a struggle between forces and 5 Puede consultarse al respecto la versión actualizada y revisada de Salvamento en el mar: una guía sobre los principios y prácticas aplicables a refugiados y migrantes, elaborada conjuntamente por la Organización Marítima Internacional (OMI), la International Chamber of Shipping (ICS) y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
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experiences of life and death, wealth and poverty, citizenship and abjection, and as long as the struggle for mobility continues to play itself out around the materialities and spaces of ports, shipping containers, trucks, goods trains and even aircraft, then it seems the stowaway needs to be more fully recognized as a figure of our times (18).
La gran metáfora transhistórica del barco a la deriva ha tomado así, en el capitalismo tardío, nueva vigencia y materialidad, constituyendo una imagen —una realidad— cotidiana en los contextos álgidos de las migraciones que vinculan a las periferias con los antiguos centros del colonialismo. Hans Magnus Enzensberger se refirió en las treinta y tres reflexiones que componen La gran migración (1992) a los mayores interrogantes de nuestro tiempo respecto al problema político y moral de las diásporas, la xenofobia y la precariedad extrema de grandes contingentes humanos que reactualizan de manera dramática la condición nomádica que el escritor alemán reconoce en la humanidad, a través de las épocas. Este autor nos entrega bajo la forma de un supuesto dilema, la perspectiva de quienes pretenden que el problema de la migración no tiene solución: Un bote salvavidas abarrotado de náufragos. Rodeados de fuerte oleaje, más náufragos manteniéndose a duras penas a flote ¿Cómo deben comportarse los ocupantes del bote? ¿Deben repeler o incluso cortar la mano del náufrago que se aferra desesperanzado a la borda? Cometerían homicidio ¿Izarlo a bordo? Provocarían el hundimiento del bote con toda su carga de supervivientes (28).
Lo que desea enfatizar el escritor es, paralelamente a la condición de los náufragos, el comportamiento de los individuos que se encontraban ya en el bote, y que se comportan «como si fueran terratenientes,» y como si fueran ellos los amenazados por la presencia y requerimientos del «otro» (29). Sin embargo, si la nación moderna fuera el bote que articula la alegoría de Enzensberger, habría que poner en cuestión la última frase de la cita, indicando que la nación, a pesar de su actual desestabilización, no flota en el mismo mar embravecido que los náufragos, y que puede/debe admitir tantas modificaciones de su estructuración social, política y económica como sea necesario para poder absorber a todos los que, desde los márgenes, requieran un espacio de supervivencia y dignidad humana. El costo social de esas transformaciones queda eclipsado ante el desafío moral que nuestra época debe enfrentar a nivel planetario. El giro oceánico. La hidrocrítica y las líneas de agua Los estudios oceánicos han llegado a constituir, más allá de las ya conocidas exploraciones de la oceanografía, un campo de fundamental importancia y di-
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mensión transdisciplinaria. Esta potenciación ha venido no solamente desde el ala de los estudios ambientalistas, la biología marina, los análisis del subsuelo acuático, la geofísica y otras ramas de las ciencias físico-naturales, sino también desde el campo de las ciencias sociales, particularmente la política, la sociología y la crítica cultural. Muchos de los fenómenos sociales, políticos y económicos actuales tienen en los grandes cuerpos de agua un escenario de prominente importancia, ya que es a través de mares, océanos y ríos como se organizan tráficos legales e ilegales de mercancías, individuos y productos culturales. Como espacios tradicionalmente utilizados para transporte y comunicación, los cuerpos de agua constituyen, más que los desiertos, junglas o planicies, extensiones inconmensurables, donde no quedan huellas ni aparece marcada la delimitación fronteriza como una línea amurallada, defensiva y excluyente. Ya que el océano sugiere fluidez, deslizamiento y movilidad, se asume que lo rige una lógica más «natural» que la que se percibe en los territorios, donde las huellas del poder son más visibles y contundentes. Sin embargo, los grandes estudios sobre la política y la poética oceánica (Braudel, Gilroy, Glissant, Chambers) desmienten estos supuestos, que la historia se ha encargado también de desarticular a lo largo de siglos. El espacio oceánico, como el territorial, es un campo de guerra, un ámbito marcado por tránsitos económicos, rutas imperiales, emprendimientos colonialistas, tráficos clandestinos y sacrificios innumerables de individuos, culturas y proyectos. Al mismo tiempo, se lo asocia con la idea de la vida, la transnacionalización, la comunicación entre culturas, etc. Romantizado, sacralizado, mitificado y demonizado, el espacio oceánico es tan multifacético como la historia de las civilizaciones. De ahí que como cualquier otro ámbito de la cultura y de sus relaciones con la naturaleza, deba ser historizado y sometido a análisis que releven las formas de su politización, sus usos y funciones. En la introducción a Sea Changes: Historizing the Ocean (2004), Bernhard Klein y Gesa Mackenthun indican: [T]he impact of the ocean in the course of modern history has been as enormous as its roles have been contradictory: the sea has served as an agent of colonial oppression but also of indigenous resistance and native empowerment, it has been a site of loss, dispersal and enforced migration, but also of new forms of solidarity and affective kinship, a paradigm of modern capitalism, but also of its creative reinterpretation, a figure of death, but also of life (3).
El «giro oceánico» o «giro marítimo» de los estudios culturales opera un desvío productivo de las plataformas previsibles de la nación y la territorialidad, conceptos que adquirieran en la modernidad plena vigencia. Como señala Hester Blum en «The Prospect of Oceanic Studies», «an oceanic turn might allow
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us to derive new forms of relatedness from the necessarily unbound examples provided in the maritime world» (cit. por Winkiel 2). La perspectiva que resulta de estos nuevos enfoques enfatiza lo que estudios anteriores ya habían establecido: el carácter necropolítico de los tránsitos oceánicos, asociados a invasiones, colonizaciones, guerras y múltiples oleadas migratorias que cuentan la historia de los sectores victimizados por la modernidad capitalista. El océano mismo es una parte esencial y particularmente castigada del planeta. El aumento de los niveles de agua, el incremento de la contaminación, la extinción de flora y fauna submarina, el derretimiento de los glaciares, todo apunta a señalar al medio marítimo como una de las zonas más damnificadas por la acción humana. De este modo, océano y vida, océano y muerte, son expresiones complementarias, más que antagónicas, de la relación que los seres humanos han establecido con esta parte misteriosa y esencial del planeta. Los estudios oceánicos revelan, en el campo del análisis cultural, un cambio epistemológico que abre nuevas vías y métodos de conocimiento. De la misma manera en que este ámbito de interrelación cultural entrega nuevas categorías y temáticas, moviliza asimismo cambios en el nivel de la representación y de la interpretación de los procesos sociales y de las formas simbólicas a través de las cuales la relación entre espacios marítimos y seres humanos es elaborada estéticamente. El espacio oceánico se revela a la así llamada «hidrocrítica» como una extensión atravesada por líneas de poder, tensiones, intereses y proyectos muchas veces opuestos. El mar puede actuar entonces como espacio de fuga, como ámbito de enfrentamiento y resistencia, de agresión y victimización, y como vacío de poder, donde parecen abismarse las tensiones y obstáculos que se hacen evidentes en tierra firme. El elemento líquido constituye, en este sentido, un ámbito alternativo a la fijeza de los territorios. La inmensidad sugiere las posibilidades de apropiación infinita, la ausencia de fronteras, divisiones y límites; de ahí que se le asocien las ideas de pillaje, expansión ilimitada, y reducción de lo Otro a lo Mismo. El océano es el escenario del colonialismo, de los tráficos esclavistas, los ataques piratas, los contrabandos, guerras y expediciones transcontinentales. Es asimismo el lugar al que, en la antigüedad, se condenaba a los locos, lanzados a la deriva en balsas colectivas, como parias de una sociedad supuestamente «racional» y humanitaria. Pero también funciona como dominio de exploraciones científicas, incursiones turísticas, riquezas escondidas y enigmas milenarios. Por tanto, el medio marítimo invita a formas múltiples e innovadoras de conocimiento, y a paradigmas distintos de interpretación y representación, que son irreductibles a los que rigen respecto a sociedades y territorios. En la antigüedad, tiempo y espacio solían medirse desde el mar mirando las estrellas, utilizando instrumentos específicos para cuantificar la distancia y para conquistarla. La movilidad oceánica era, así, la cualidad inherente del entrelugar
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líquido, intersticio entre territorialidades y civilizaciones, al mismo tiempo grieta y totalidad inabarcable. Desde el principio debe indicarse, sin embargo, que mar y tierra se suponen y determinan mutuamente, aunque puedan analizarse como espacios de relativa autonomía y marcada especificidad. Más allá de sus esenciales diferencias, mar y tierra comparten muchos rasgos. Ambos espacios son teatro de racialización y falocentrismo, de luchas por la hegemonía, la exclusión, la vigilancia, la explotación y el castigo.6 Literariamente, como Elizabeth DeLoughrey ha señalado, el océano sugiere, en sus aspectos negativos, la disolución de la vida y el abismo de la historia. De ahí que las narrativas oceánicas combinen los efectos del bio/necro/poder y permitan percibir la continuidad del horror que transita las aguas desde y hacia territorios colindantes. El esclavismo, el genocidio de los migrantes, la muerte de los balseros caribeños, las empresas imperiales y las intervenciones de las compañías transnacionales, todos tuvieron en la trayectoria transoceánica una instancia esencial para propósitos depredadores y genocidas. Si bien el espacio oceánico fue considerado un ejemplo claro de extra-territorialidad en el que prevalece el estado de excepción, resulta obvio que en los escenarios actuales las aguas se convierten en una extensión imprecisa, aunque marcada aún por la noción de soberanía, principio de legitimación autoritariamente invocado e impuesto por los estados nacionales. El mar actúa como prisión, campo de refugiados, canal de deportación, lugar de condena y tumba colectiva. Deshumanizado y sujeto a una supuesta ahistoricidad, el océano funciona como depósito de desperdicios y como zona fuera de la ley donde cualquier estrategia represiva puede ser implementada impunemente, a pesar de la vigilancia de organismos internacionales, grupos humanitarios, etc. La extensión marítima parece favorecer la imperceptibilidad, la impunidad, la desaparición y el abandono. Al mismo tiempo esa extensión confina al sujeto como si fuera un espacio cerrado y sin escapatoria, una cárcel de agua. El hidrocolonialismo se refiere a la colonización del agua y por medio del agua (Hofmeyer) es decir, a los avances de apropiación imperial que tienen en el medio oceánico la fuente de recursos y el espacio de avance que el proyecto expansionista necesita para la conquista territorial. La militarización oceánica no es, por cierto, un fenómeno nuevo, sino que hunde sus raíces en siglos pasados, como parte de las formas de circulación y comunicación geocultural entre sociedades del mundo «civilizado» y sus periferias «salvajes». Como espacio racializado y altamente jerárquico, el ámbito de océanos y mares se presta a la dominación y al solaz del hombre blanco y a la subyugación, persecución y comercialización de 6 Sobre
el océano como dominio masculino y racializado, propio del hombre blanco, véase Perera («Oceanic Corpo-graphies» 60-61).
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los otros. Cuerpos de agua y cuerpos humanos forman parte, así, de una unidad geocultural específica, cambiante y al mismo tiempo perpetuada a través de los siglos. Suvendrini Perera habla de la constitución de geocorpografías «to bring into focus the violent enmeshment of the flesh and blood of the body within the geopolitics of race, war and empire» («Oceanic Corpo-Graphies» 60). Con este término, Perera da nombre a las formas a partir de las cuales el océano «operates as an arena where bodies and stories are enmeshed with the geopolitical, as they also inscribe their own counter-mappings, poetics and stubborn resistances of relations of territorial and imperial violence» (60). A la movilidad migratoria de sur a norte se suma ahora la transversalidad del sujeto migrante contemporáneo, que atraviesa estados nacionales, desiertos, cuerpos de agua, junglas y ciudades; los océanos se anexan, como indica este crítico, a las zonas fronterizas de la globalidad. En este sentido, mar y tierra entran en una relación de complicidad con el biopoder, aunque ambos pueden presentarse como formas de la liberación a los ojos de quienes los consideran horizontes de oportunidad y de supervivencia. De la misma manera en que Paul Gilroy posibilitó una nueva lectura de las travesías oceánicas al referirse al «Black Atlantic» como al espacio para siempre marcado por el genocidio esclavista, Alessandra DiMaio se ha referido al «Black Mediterranean» para enfatizar no solo las relaciones colonialistas entre Europa y África sino también las diversas formas de explotación laboral de los migrantes que consiguen llegar a tierras continentales, cuando no sucumben en las peligrosas travesías. Michelle Murray ha trabajado el tema del Mediterráneo negro desde la perspectiva abierta por los estudios oceánicos o de hidrocrítica que atienden a los cuerpos de agua como espacios en los que se desarrollan dinámicas específicas de tránsitos poblacionales (exilios, diásporas, huidas, migraciones laborales, etc.) que muestran distintos aspectos de la explotación y la marginación que se exacerban en el capitalismo tardío, reactualizando profundas vertientes históricas. La caracterización del Mediterráneo negro alude tanto a la racialización de tales intercambios como a la torsión necropolítica que los mismos han alcanzado en las últimas décadas, teniendo como lejano antecedente la esclavitud. En el caso de Australia, como en el de Lampedusa, Cuba, Haití, República Dominicana o Puerto Rico, la insularidad cuenta como una condición identitaria que da a las alternativas migratorias tanto como a la vida en tierra firme, sus rasgos principales. La isla, como estructura territorial y como construcción imaginaria, invita a una mirada bifurcada entre territorialidad y océano, entre legalidad y clandestinidad, entre sometimiento y libertad, según sean las circunstancias que engloban esa realidad dual. Al mismo tiempo, tal singularidad territorial ha condicionado las formas de evasión migratoria y los destinos de quienes se aventuran al mar para alcanzar la costa o para dejarla atrás. Desapariciones, naufragios, persecuciones, detenciones en tránsito, son ocurrencias co-
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munes, que se suman a las imágenes estremecedoras de embarcaciones atestadas de personas que, en condiciones de hacinamiento y máximo peligro, parecen representar la alegoría del ser humano ante lo incontrolable de la naturaleza y del poder. De ahí que la figura del náufrago haya pasado a constituir uno de los tropos de la sociedad postcolonial, al representar la extracción del sujeto de la sociedad. El náufrago representa al individuo en estado puro, desasido y desprotegido por el poder político, solitario y autónomo, expresión de precariedad y vulnerabilidad extrema, sujeto al límite. Peter Hulme aproxima la imagen del náufrago a la del refugiado, ya que ambos comparten el desamparo y representan la ausencia del Estado, el ser humano en estado de naturaleza, aunque en el caso del refugiado, su condición de excepción no responde a ningún accidente, sino a la lógica misma del sistema del que ha sido expulsado. Para Iain Chambers «the sea: its liquidity, its seemingly anonymous materiality, resonates with a postrepresentational understanding, an anchorless image loaded with time» («Maritime Criticism» 679). Al mismo tiempo, tal materialidad se impone y parece transformar su substancia, sus funciones y su significado. Chambers se pregunta: «What is the Mediterranean today: a solid sea or a liquid frontier, a bridge or a barrier?». Y responde: «Seen from the north, it turns out increasingly to be a wall, a frontier and a barrier» («Maritime Criticism» 678). Como Winkiel señala, la dimensión oceánica es mucho más que una metáfora, en cuanto es pasible de ser historificada, estudiada desde una perspectiva antropológica, social, lingüística, política, económica y civilizatoria. En las últimas décadas la dimensión oceánica también se ha convertido en un elemento geopolítico, utilizado en la definición del Sur Global (Samuelson y Lavery, cit. por Winkiel 5). Así, aunque lo oceánico, como categoría, exceda sus connotaciones metafóricas y simbólicas, tal proliferación de usos y sentidos se presta también a todo tipo de representaciones y ficcionalizaciones. Lo oceánico (lo líquido, fluido, siempre móvil e inconmensurable) ha sido largamente tratado por la lírica, la mística y las artes visuales, donde la furia de la naturaleza funciona como elemento de sublimidad y trascendencia. Analizando la relación del agua con las normativas sobre migración, Suvendrini Perera se refiere a las políticas de pies mojados y pies secos (wet feet y dry feet). Tales políticas, puestas en prácticas durante la presidencia de Clinton, dispusieron que mientras que los cubanos detenidos en el mar (pies mojados) serían devueltos a la isla, los que llegaran a las fronteras por tierra (pies secos) serían sometidos al régimen de Ajuste Cubano («Oceanic Corpo-graphies» 63). Los detenidos en Guantánamo caerían bajo la primera denominación. Perera observa cómo el elemento del agua es utilizado arbitrariamente como demarcación de derechos, de manera similar a la que se utiliza en Estados Unidos para discriminar a los wet-backs como sujetos despreciables y criminalizables, como
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si el contacto con lo líquido incorporara de por sí una prueba de culpa y transgresión. La línea de agua parece crear la diferencia entre la legalidad y el delito, la vida y la muerte. Muros intangibles y cementerios marinos Refiriéndose a «las fronteras como sistemas y dispositivos político-administrativos de clasificación social», José Manuel Valenzuela Arce alude no solo a los muros de concreto y a los muros metálicos, que forman la parte más emblemática división entre México y Estados Unidos, sino también a los «muros de agua, donde el Mediterráneo devino sepultura masiva de migrantes», y a «los muros invisibles» sustentados por el interés económico, el prejuicio racial, la xenofobia, el sexismo, etc., sentimientos que han incrementado con el capitalismo neoliberal (Caminos del éxodo humano 51-52). Tal distinción conceptual apunta a mucho más que a una proliferación de materialidades: se trata de la propagación multiforme de un ethos anticivilizatorio que arraiga en el objeto-obstáculo las estrategias de la necropolítica, relegando al sujeto que se encuentra marginado de los beneficios de la productividad capitalista, a una siempre-exterioridad de subalternización y deshumanidad radical. En el tenebroso anecdotario que nutre el tema fronterizo relacionado con el límite entre México y Estados Unidos, el cruce del río Bravo (o río Grande, en los Estados Unidos) ha sido objeto de múltiples representaciones, ya que en sus aguas caudalosas han muerto gran cantidad de personas a lo largo de décadas. El río, que se extiende desde Colorado hasta el golfo de México por más de 3.000 kilómetros, se convierte en parte de la frontera a partir de Nuevo México, siendo una de las regiones más peligrosas para el cruce la que corresponde al desierto de Arizona, donde se ha registrado gran parte de las muertes de migrantes. Gran cantidad de personas se lanza a nado por las aguas del río tratando de eludir controles fronterizos. Según informes oficiales de las oficinas de Aduanas y Protección Fronteriza, más de 7.500 personas fallecieron en el cruce del río entre 1998 y 2018. En el capítulo final de su libro La Bestia, titulado «Muerte en el Río Grande: Tamaulipas», Óscar Martínez describe el río como una especie de muro natural animado por corrientes subterráneas, diversas profundidades y altas vegetaciones en los márgenes del Norte, cuya apariencia no revela la fuerza de sus aguas y su capacidad para tragar los cuerpos de quienes se aventuran a cruzarlo. En cuanto al Mediterráneo, este mítico mar ha sido desde la Antigüedad objeto de múltiples leyendas, relatos y travesías de todo tipo: esclavistas, exploratorias, turísticas, científicas y migratorias. En las últimas décadas, se considera que el punto más visible del tremendo iceberg de desastres marítimos lo cons-
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tituye la tragedia del 19 de abril de 2015, en la cual murieron 850 migrantes al naufragar las embarcaciones que supuestamente los conducirían a tierra firme, y desde las costas continentales al interior de territorios capaces de ofrecer esperanzas de vida. Las cifras de muertos, superadas en 2016, dieron base a la idea de que el Mediterráneo es el punto central de un paisaje de muerte (deathscape) que se extiende a territorios en los que se dibujan rutas migratorias igualmente fatales, como las que atraviesan los Balcanes. En esta región, miles de individuos sufren las peores penurias en azarosos tránsitos terrestres, donde muchos mueren sofocados en vehículos atestados de personas y sin ventilación, o afectados por enfermedades, hambre y deshidratación. De este modo, o el espacio marítimo como apertura incontrolable, o la clausura que ahoga por la falta de aire, el migrante es siempre un náufrago, en mar o en tierra, sometido a lo inconmensurable. Observadores de la situación migratoria sobre todo en el área del Mediterráneo concuerdan en reconocer que la intensificación de flujos hacia Europa desde el continente africano tiene que ver directamente con los procesos que siguieron a la descolonización de África y a la implementación de los programas de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Tales programas, junto a la suspensión de la ayuda de Naciones Unidas a los países africanos liberados en la década de los 60 de la colonización, obligaron veinte años después de la emancipación, a la implementación de medidas macroeconómicas de corte neoliberal en las castigadas economías de las excolonias, con el objetivo de reducir el gasto fiscal y eliminar las subvenciones a la salud y la educación. Tales programas se pusieron en marcha en la década de 1980-1990 como parte del proceso de consolidación neoliberal del capitalismo. La reorientación productiva reemplazó la agricultura tradicional con formas dirigidas a la exportación; se estimuló la privatización y se intensificó la extracción de recursos, como parte de un plan de fortalecimiento del mercado, reducción de la deuda externa y del déficit comercial. Tales condiciones fueron impuestas como condición para nuevos préstamos de los bancos internacionales y refinanciación de las deudas ya existentes. La acumulación privada de élites nacionales y el interés de los inversionistas foráneos fue puesto por encima de las necesidades domésticas, con catastróficos resultados. Elementos de necesidad primaria, como el agua, el transporte o los sistemas de salud y educación fueron comercializados a través de la privatización, con notorio perjuicio público. Tales medidas, en el caso particular de África, causaron un deterioro acelerado de la calidad de vida en países ya diezmados por el colonialismo, y catalizaron la migración masiva hacia zonas de mayor desarrollo. Estas formas de «globalización de la pobreza» (Chossudovsky) fueron, sin duda alguna, los elementos que desataron los fenómenos de desterritorialización que hoy son interpretados
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como situaciones de excepción. El tremendo costo social de esos procesos está siendo complementado con el tratamiento que recibe la desterritorialización de migrantes «irregulares», principalmente las medidas de contención, persecución y deportación, que intentan devolver a amplios sectores sin alternativas de vida a territorios devastados por la acción colonial y por el capitalismo tardío. La relación entre migración y espacios tanáticos es también prominente en las ciudades costeras y en puertos de mayor importancia, que reciben torrentes de migrantes en busca de oportunidades de supervivencia, pero sin los medios necesarios para alcanzar un status legal en el continente europeo. Ante esta proliferante situación social, como no podía ser de otra manera, el tema de la muerte se instala en el centro mismo de las representaciones literarias y fílmicas, y atraviesa el discurso político y humanitario que aborda la vasta problemática de la migración contemporánea. Esta reactualiza y también extrema la importancia de los corredores migratorios que desde tiempos premodernos sirvieron en la región mediterránea como conectores culturales y económicos. La migración marítima está asimismo sobredeterminada por las estrategias de disuasión o de desvío geográfico que los gobiernos imponen para dificultar o impedir la llegada de contingentes humanos que buscan asilo o refugio. Las rutas marítimas son cerradas o habilitadas por disposiciones estatales, administradas por guardias aduaneras, restringidas por la piratería y desviadas hacia zonas de mayor peligro donde las precarias embarcaciones, atestadas de personas, sucumben a la fuerza de la naturaleza, a los dispositivos de captura electrónica y a la militarización fronteriza. En el caso de Europa y particularmente del Mediterráneo, la situación ha venido agudizándose desde comienzos del nuevo siglo. Charles Heller, Lorenzo Pezzani y Maurice Stierl resaltan algunas cifras provenientes de la UNHCR, que permiten evaluar la gravedad de la movilización masiva en esa región: In 2015, the phenomenon of migrants seeking to contest their legal exclusion from the territory of EUrope by crossing the sea, reached unprecedented dimensions. More than one million people crossed the Mediterranean Sea, while more than 3.700 people died in the attempt. A year later, also due to novel and reinforced EUropean deterrence measures, crossings via the Aegean Sea dropped dramatically but increased via the Central Mediterranean Sea. By the end of 2016, more than 360.000 people had survived the journey. The official death toll, however, stood at 5.096 – a new harrowing record (1).
Estos autores destacan, asimismo, como manifestación de la «distribución de lo sensible» que caracteriza las operaciones de migración marítima, la coexistencia de regímenes de ocultamiento y clandestinidad («conditions of (dis) appearance, (in)audibility, (in)visibility»), por un lado, y de detección e inter-
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cepción de los tránsitos migratorios, por otro, aunque tales distribuciones no son fijas. En muchos casos, los migrantes quieren ser vistos y oídos para ser rescatados, y las autoridades eligen no percibirlos para no tener que proveer refugio y evitar atender solicitudes de asilo. Precipitan de este modo catástrofes que luego serán comunicadas al público en discursos despolitizados, como si se tratara de resultados inevitables de los rigores de la naturaleza o de las acciones de mediadores inescrupulosos que conducen a sus clientes clandestinos a un final trágico. La «visibilidad» del migrante, al igual que las apelaciones al humanitarismo, son manipuladas como parte de una estrategia de espectacularización que intenta disuadir de la conveniencia de nuevos intentos y, al mismo tiempo, establecer la «sensibilidad» con la que la Unión Europea aborda el problema de las muertes masivas en el Mare Nostrum. Este «régimen de (in)visibilidad selectiva» (4) ha dejado como saldo gran cantidad de muertos que pueden ser sin error atribuidos a la responsabilidad de los gobiernos y autoridades migratorias que deciden no reaccionar a tiempo.7 Pezzani y Heller, a través de una exploración contracartográfica destinada a confirmar lo que en efecto puede ser detectado con la tecnología actual en la superficie marina, descubrieron que las autoridades migratorias deciden, en efecto, ignorar, o «no ver» los casos que no quieren atender, por lo cual puede afirmarse que el mar constituye un espacio de ejercicio necropolítico en el cual los cuerpos y vidas de los migrantes son manipulados, seleccionados y condenados deliberadamente: Through our critical observations and counter-mapping practices of the sea, we demonstrated how a variety of actors and technologies interact to shape this space, and how EUrope actively employs the sea and its forces for the purpose of migrant deterrence. Far from being an empty expanse where migrant tragedies occur seemingly ‘naturally’, the sea forms a deeply political space, where struggles over human movement and its policing are continuously being played out (5).
Cada bote es, como concluyen estos autores siguiendo a W. Walters, un lugar de acción política. De ahí que Sandro Mezzadra y Angela Mitropoulos insistan, como recuerdan los autores citados, sobre la necesidad de resaltar el 7 Un ejemplo que se suma a las muertes en el barco de náufragos de 2011, es el siguiente: «At the height of the NATO-led military intervention in Libya, 72 travellers fleeing Libya were left to drift in the Central Mediterranean Sea for 15 days, despite distress signals sent out to all vessels navigating in this area, and despite several encounters with military aircrafts and a warship. While the testimonies of the nine survivors brought this crime of failing to render assistance that cost the lives of 63 people to light, its perpetrators remained, at first, unidentified» (Heller, Pezzani y Stierl, 4).
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nexo necesario entre movimiento como acción política y movimiento como actividad kinésica, es decir, como desplazamiento de un punto a otro, ya que en la experiencia migratoria ambas vertientes convergen y se sustentan mutuamente. Según informan Gabriela Sánchez e Icíar Gutiérrez en el periódico digital Sin embargo (23 de diciembre de 2018) bajo el título «De la caravana migrante hasta la xenofobia en Europa» la situación de las rutas marítimas del Mediterráneo alcanzó un momento de crisis en 2018. En junio de ese año Italia cerró sus puertos a más de 600 personas que intentaban alcanzar la costa. Varados en el Mediterráneo, donde fueron rescatados por el buque humanitario Aquarius, ese gran número de individuos se mantuvo en espera durante varios días hasta verse obligado a llegar a tierra a través de las costas de Valencia. Desde entonces las patrullas de rescate han dejado de operar en esa región, controlada ahora por Libia, dejando desprotegida el área en la que a partir de ese momento se han registrado miles y miles de muertes en el mar. El salvamento del Aquarius debió ser suspendido ante las medidas aduaneras restrictivas y el avance de los procesos de criminalización migratoria, que han incluido castigos a quienes han colaborado solidariamente en el rescate de personas. Desde entonces, decenas de miles se dirigen hacia las costas españolas, la gran mayoría vía Marruecos. Según informan los periodistas de Sin embargo, «El cierre de las otras dos rutas principales a la UE, Libia-Italia y Turquía-Grecia, es clave para explicar el aumento del flujo por el camino occidental». Asimismo, la discriminación y los malos tratos se dirigen hacia todos aquellos a quienes se considera que pueden ser musulmanes. Hakim Abderrezak ha trabajado la idea del Mediterráneo como seametery, es decir, como punto final o punto de muerte de la migración clandestina, sobre todo de origen africano. Según este crítico, la situación en la región del Mediterráneo comenzó a deteriorarse desde la década de 1990, sobre todo a consecuencia de políticas anti-inmigrantes de parte del gobierno español, que intensificaron el tráfico de migrantes por rutas no tradicionales y de alto riesgo. Las escenas de naufragio y rescate marítimo han provisto inmensa cantidad de material a los imaginarios colectivos, permitiendo visualizar el peligro, la exclusión y la indefensión de grandes contingentes humanos ante las fuerzas de la política y también de la naturaleza, que terminan aliándose como un necroeco-biopoder invencible y devastador. Inmensos sectores se debaten ante alternativas igualmente desalentadoras y amenazantes, sin que se vislumbren vías suficientemente eficaces de asistencia y de superación de las crisis endémicas que los afectan. Las imágenes de desastres marítimos acompañan el discurso humanitario, pero también son utilizadas por el discurso del poder como forma de presentar la migración como una práctica arcaica, irracional, peligrosa y desatada, que pone en riesgo los privilegios de la civilización y el desarrollo de la sociedad oc-
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cidental. Dentro de esta configuración de la escena diaspórica de nuestro tiempo, las políticas migratorias son naturalizadas y legitimadas como un principio de orden que funciona en las dos direcciones: hacia adentro, como reguladora de los procesos de selección, aceptación y legalización del migrante, y hacia afuera, como expulsión (rechazo, deportación y persecución de quienes no han resultado favorecidos en la selección antes aludida). Tanto los procesos de no admisión de migrantes ilegales como los que resultan en la recepción de extranjeros (situaciones que Nicholas De Genova llama «the scene of exclusion and the obscene of inclusion») se nutren del espectáculo de la crisis marítima, multitudinaria y deshumanizada, que promueve la idea de una selección «necesaria» que no oculta su racialización. Tal proceso discriminatorio sirve los intereses de un mercado laboral que explota obscenamente la mano de obra extranjera (devaluada y desregulada) extraída de individuos considerados inferiores con respecto a quienes gozan de una ciudadanía que ha sido esencializada y asimilada, sin más, a las ideas de derecho, legitimidad, orden y productividad. Se trata entonces de una nueva torsión de la relación capital/trabajo que se adapta ahora a los determinantes de una «crisis migratoria» que es apenas el síntoma de profundos desequilibrios y desigualdades endémicas en la estructuración económica (productiva, distributiva, financiera, etc.) a nivel planetario. Lo que importa rescatar de esta elaboración es el hecho de que la figura del migrante ilegal constituye un factor ineludible para la comprensión de la economía de la globalización. Como indica Mezzadra: Podemos decir que el migrante «clandestino» o irregular es la figura subjetiva en la cual la «flexibilidad» del trabajo (que aparece, ante todo, como el comportamiento social del trabajador, expresado en términos de movilidad), choca con el funcionamiento de los más rigurosos dispositivos de control e implementación. Por cierto, no se trata de identificar en el migrante «clandestino» o irregular a una nueva vanguardia potencial en la totalidad de la composición de clase, sino de utilizar esta posición subjetiva específica como una lente a través de la cual se puede leer la composición contemporánea del trabajo vivo («Capitalismo, migraciones y luchas sociales» 171-172).
Es obvio que a pesar de los principios humanitarios que suelen invocarse como parte del discurso oficial dirigido al tema de la migración, y a pesar también de la obviedad de la racialización y de la explotación de migrantes, el tema de la migración es presentado en general como un problema de seguridad pública y de defensa nacional, es decir, como un asunto que compete a las fuerzas militares y a los poderes político-administrativos que se encargan del control de fronteras. A propósito de este punto puede verse, por ejemplo, el enfoque que se da en Estados Unidos al problema migratorio en el caso particular de la migración
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marítima en el área del Caribe, especialmente por parte de migrantes haitianos, cubanos y dominicanos. Estos son enfocados sobre todo como objeto de operaciones de contrabando humano (migrant smuggling), noción que permite una criminalización sin más de los tránsitos hacia las costas norteamericanas y un énfasis en las formas de represión y penalización que distrae de otros aspectos de importancia ética y geopolítica. Un ejemplo se puede ver en el informe de Robert Watts, quien señala, como resumen de la conferencia anual sobre Homeland Defense and Security (2008): Caribbean maritime migration is a concern for the United States in terms of national sovereignty and enforcement of immigration law. But as numbers of migrants taking to the sea increase, maritime migration is increasingly becoming a regional dilemma in terms of the proliferation of smuggling networks from nations throughout the Caribbean and the potential humanitarian crisis in terms of loss of life at sea. The scale of this problem and the unique challenges of the maritime environment require a coordinated strategy that goes far beyond simple interdiction. Deterring migration through an aggressive message will serve to limit the problem significantly; saving lives is obviously of key importance. Caribbean maritime migration will not go away. Addressing the problem now through a coordinated interagency strategy that stresses a multi-layered, holistic approach will be key in preventing a potential crisis in the future (s/p).
Las estrategias propuestas para el control y eliminación de la migración ilegal son la disuasión de migrantes potenciales por medio de diseminación de mensajes intimidatorios acerca del destino que correrán los infractores, y la implementación de métodos variados para interceptar embarcaciones, realizar deportaciones y administrar castigos a quienes logren llegar a tierra americana. El Mediterráneo y el Caribe El Caribe, como el Mediterráneo en su propia dimensión geocultural, son lugares de memoria, espacios romantizados que fueron escenario del colonialismo, de ataques expansivos, de expediciones de saqueo por parte de las metrópolis europeas, y de recorridos que abrieron rutas para el conocimiento entre culturas y para el intercambio comercial. También, constituyeron el punto nodal de proyectos emancipadores y utópicos que naufragaron en las aguas revueltas de la modernidad capitalista. En el caso del Mediterráneo, diversas narrativas lo han mitificado a lo largo de siglos como centro de dinámicas históricas y desarrollos culturales, creando una imagen idealizada que hoy sucumbe ante los efectos devastadores de la tragedia migratoria. El Caribe y el Mediterráneo
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generaron asimismo formas particulares de expresión y representación, marcadas por las huellas de la convergencia multicultural que se plasmó en las artes, en las hibridaciones de las lenguas y en las imágenes poéticas y culturales que hoy transmiten el cine y la literatura. Sin embargo, es imposible no asociar esos cuerpos de agua con la idea del naufragio, y esas aguas con los cuerpos que se hunden o flotan hasta las costas, dando testimonio de las múltiples formas de necro-bio-política que se implementan para controlar el tránsito humano.8 Los dramáticos dualismos que marcan la historia y las percepciones del Mediterráneo, sus múltiples y coexistentes temporalidades y su actual recomposición como espacio funerario, icónicamente lúgubre y saturado de impunidad política, hacen de la región un ámbito particularmente álgido, en el que los recursos de la biopolítica se radicalizan y concentran de manera letal. En las páginas con que se cierra el libro colectivo Critically Mediterranean (2018) Edwige Tamalet Talbayev hace referencia a la figura de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, inmortalizado en Il Gatopardo (L. Visconti, 1963), como imagen en la que se articulan dos rasgos esenciales del Mediterráneo: aristocratismo y migrancia, aspectos que sin duda constituyen ejes principales que resumen una de las numerosas tensiones que atraviesan la zona. Espacio de amasamiento de fortunas inmensas basadas en tráficos de mercancías y de seres humanos, punto neurálgico para el florecimiento de saberes humanísticos y científicos, cruce intercultural de intensidad excepcional, en el que las visiones orientales y orientalistas se enfrentaron al occidentalismo, en todas sus etapas de desarrollo, área de integraciones, invasiones y disputas, el Mediterráneo constituye un espacio de intensificación civilizatoria ya que en él confluyen poblaciones y culturas de Eurasia y África, y compiten nacionalismos e identidades provenientes de los más de veinte países que lo rodean.9 Puede afirmarse, sin embargo, que, a pesar de su densa y compleja historicidad, el Mediterráneo constituye más que un área fija y estable, un ensamblaje cultural, que va siendo modificado y redefinido, en sus funciones y en su dimensión imaginaria, a medida que la historia política plantea nuevos desafíos y activa nuevos actores y procesos. De esta manera, la cartografía europea y mediterránea va cambiando sus contornos simbólicos, según van transformándose las relaciones de poder y las imposiciones del capitalismo. La globalización redimensiona al Mediterráneo por la importancia de su intermedialidad entre el 8 Un
excelente ejemplo de nuevas lecturas sobre el Mediterráneo puede verse en la colección de ensayos publicados por Yasser Elhariry y Edwige Tamalet Talbayev bajo el título de Critically Mediterranean. Temporalities, Aesthetics, and Deployments of a Sea in Crisis. 9 Sobre el Mediterráneo, consúltese principalmente el clásico The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II de Fernand Braudel y, para estudios más actuales, A Companion to Mediterranean History, coordinado por P. Horden y S. Kinoshita.
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mundo periférico y la centralidad de la Unión Europea, que siente amenazados los privilegios del desarrollo que fue hecho posible por las empresas colonialistas y los procesos de sometimiento y explotación de los márgenes. En sí mismo, visto en el claroscuro que visibiliza las constantes de un mundo segmentado y desigual, el Mediterráneo es la frontera entre abundancia e indigencia, modernidad y primitivismo, vida y muerte, y esa frontera debe ser vigilada, fortalecida y preservada por los centros hegemónicos, porque significa el umbral que da acceso a sus zonas de inmunidad y de privilegio. Los amurallados estados europeos son, sin embargo, porosos, vulnerables e intrínsecamente heterogéneos, dada su historia de invasiones, conquistas, diásporas y transculturaciones. El Mediterráneo es la zona en la que se disputan territorios simbólicos, identidades en conflicto, creencias irreconciliables, modelos de dominación civilizatoria y narrativas antagónicas de una historia común. La Unión Europea, como proyecto de articulación de diferencias sustanciales, agudizó, sin lugar a dudas, desafíos anteriores, poniendo en crisis formas de coexistencia, intercambio y gubernamentalidad, que la migración radicaliza. El tema de las nuevas configuraciones cartográficas en Europa es objeto del estudio etnográfico de Liliana Suárez-Navaz en Rebordering the Mediterranean: Boundaries and Citizenship in Southern Europe (2004), donde la autora analiza las operaciones expansivas llevadas a cabo en ese continente a partir de 1980 con el fin de incorporar países del sur a la nueva comunidad imaginaria que tendría como principio el de una sola ciudadanía. Según Suárez-Navaz, el proyecto de fronteras libres incrementó el racismo y la xenofobia contra los migrantes laborales africanos, creando resistencias y conflictos sobre todo en la región de Andalucía. Segmentación social, reducción de los espacios interétnicos e intensificación de las dinámicas de exclusión e inclusión fueron, como indica la autora, rasgos que pasaron a caracterizar a la sociedad europea. A partir de estas consideraciones se analizan en ese estudio diversas formas de convivencia, así como problemas relacionados a la ciudadanía como dispositivo histórico, político y geocultural, cuyo sentido y alcances se van modificando a medida que los imaginarios identitarios van cambiando hasta dar lugar a nociones transnacionales no exentas, también, de problematicidad. En este sentido, las zonas limítrofes se convierten en puntos álgidos de conflictos atravesados por acendrados prejuicios geoculturales, racializaciones, jerarquías originadas en el colonialismo y prevenciones contra todo aquel que pueda amenazar un por demás altamente inestable statu quo. En «The Borders of Europe», Nicholas De Génova señala que el Mediterráneo constituye el epicentro de los más letales cruces transnacionales, que lo convierten en una multitudinaria tumba colectiva (3). Este autor recuerda al respecto la catástrofe del 19 de abril de 2015, cuando 850 migrantes africanos
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embarcados en Egipto perecieron en su intento de cruce, al volcar el barco pesquero que ocupaban. El naufragio, uno de los más horrendos en la historia del Mediterráneo, tuvo lugar cerca de las costas de Lampedusa y de Siria. A partir de entonces, desastres marítimos similares al de 2015 han proliferado en esa zona, aunque muchos intentos de penetración en Europa se reorientaron luego hacia el área de los Balcanes. De Genova señala, como otros investigadores, que los peligros de muerte tienen que ver no solamente con las azarosas travesías, sino con los tránsitos que conectan con ellas, donde muchos migrantes mueren de asfixia, hambre o sed, en contenedores sin ventilación y en otros vehículos inapropiados, modificados para transportar personas clandestinamente. La violencia criminal, la falta de asistencia médica y los ataques provocados por el racismo y por la represión aduanera hacen también su parte. Los migrantes que atraviesan el Mediterráneo han sido calificados como una plaga que invade el mundo occidental. Sin embargo, el movimiento migrante se reorienta y modifica sus estrategias de tránsito y de supervivencia, siguiendo las alternativas de las disposiciones fronterizas. De Génova indica que, durante los meses de agosto, septiembre y octubre del nefasto año 2015, las luchas fronterizas en Europa se fueron relocalizando, en lo que según De Genova constituyó una dramática respuesta dialéctica que los diversos movimientos migratorios implementaron con respecto a las tácticas de «borderización» continental. Las movilizaciones migratorias se reubicaron hacia el interior, desde las costas de Italia, Malta o Grecia, hacia Macedonia, Serbia y Hungría, luego hacia Austria y Alemania. Manifestaciones espontáneas por parte de los migrantes, como rebeliones y caravanas movilizadas en defensa de los derechos de relocalización, lograron en algunos casos cambiar o atenuar el curso de la represión fronteriza. De Genova concluye, entre otras cosas, que [t]he crisis of border control and migration management may therefore be seen to be a crisis of sovereignty that is repeatedly instigated, first and foremost, by diverse manifestations of the autonomous subjectivity of human mobility itself («The Borders of “Europe”» 13).
Iain Chambers resume la permanencia y las transformaciones del Mediterráneo, señalando la marca indeleble que están dejando los cuerpos migrantes que reactivan y reinterpretan narrativas anteriores: Today the mythical Mediterranean is brutally vernacularized in the fraught journeys of anonymous men, women, and children migrating across its waters: Caliban returns as an illegal immigrant, and Prospero’s island, midway between Naples and Tunis in the sixteenth-century drama, becomes modern-day Lampedusa («Maritime Criticism» 690).
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Michelle Murray ha realizado un fino y oportuno análisis de la obra de arte submarino de Jason deCaires Taylor titulada La balsa de Lampedusa (2016), escultura sumergida inspirada en la pintura Le Redeau de la Méduse de Théodore Géricault (1819), en la cual se representa un grupo de migrantes africanos que han naufragado y esperan la muerte en medio del mar (Murray). Construida en cemento y asegurada en el lecho marino, la escultura se va transformando con el paso del tiempo y por el contacto con el medio en el que está inmersa. Como recordatorio de los muertos que dieron su vida por el sueño de una vida mejor, La balsa de Lampedusa memorializa a los miles de personas que, a lo largo de siglos, pero con gran intensidad en las últimas décadas, han sido abandonadas o han naufragado en medio de su tránsito hacia Europa. Según indica Murray, de acuerdo a datos proporcionados por Naciones Unidas, más de 5.000 personas murieron o desaparecieron en el mar en el año 2016, cifras que sin duda alcanzan hoy una dimensión mucho mayor. El Atlántico negro y el Mediterráneo negro, ejemplifican la necropolítica del capitalismo tardío e inundan de sentidos funestos los espacios de privilegio y exclusión del mundo globalizado.10 En Mediterranean Crossings (2008) Iain Chambers se refiere al Mediterráneo como mar múltiple, por las culturas, temporalidades e intercambios que articula, y como punto nodal desde el cual puede proyectarse una mirada desde el Sur sobre la modernidad europea, la cual, a la vez «mira» a la región mediterránea desde el Norte, es decir, desde una posición de supuesta hegemonía económica y cultural. Entre Norte y Sur, Este y Oeste, el Mediterráneo es un lugar de cruces y complejidades, que se ha convertido en un espacio álgido no ya solamente de tránsitos humanos, sino de sus contrarios: el sitio en el que naufragan individuos, proyectos, ideales y visiones del mundo moderno. Yet if maps, movement, and mobility are clearly among the most obvious means for charting modernity, their contemporary restriction and blockage simultaneously also suggest another, darker and more disquieting account. The very right to travel, to journey, to migrate today increasingly runs up aginst the borders, confines, and controls of a profound «unfreedom» that characterizes the modern world […] [This situation leads] to the eviction of so many into a no-man’s land without legal status or even recognition beyond that of being a nameless guest worker or «illegal» inmmigrant, condemned to inhabit the discarded regions of the abject. In the twisted, asymmetrical human economy in which so many are losing their rights, […] today’s walls, fences, surveillance, and detention announce discrimination, apartheid, exclusions and new hierarchies (3). 10 Véase,
asimismo, Solovova, quien trabaja otros aspectos del arte relacionada con refugiados y migrantes en el Mediterráneo.
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Las siempre racializadas y porosas fronteras culturales que se diluían en el Mediterráneo son hoy en día líneas de fuego y agua destinadas a perseguir a Otro siempre elusivo, que asume muchos rostros y que parece asolar los debilitados Estados nacionales, al interpelarlos sobre el costo humano de la modernidad y las herencias del colonialismo. La frontera no es una «cosa», una línea concreta, sino un dispositivo, una materialización del Poder. Asimismo, la frontera es móvil, transportable. Como señala Chambers, suspendido en el punto en que intersectan formas de desposesión económica, política y cultural, el migrante lleva consigo, adonde vaya, la frontera, el recordatorio del límite, la expulsión y el rechazo (7). Olga Solovova señala asimismo la centralidad de los cuerpos, que son constantemente agredidos por las prácticas persecutorias de las naciones europeas y resemantizados en las representaciones simbólicas que se hacen de las funestas travesías que atraviesan el Mare Nostrum. Solovova propone leer el Mediterráneo como an unstable space constantly resignified by both border control devices and processes of subjectivation inscribed in the migratory/asylum seeking experience by both the reorganization of (new)colonial power relations by postcolonial hegemonic institutions and discourses, and migrants and asylum seekers’ micro-narratives and strategies of contrast and resistance against those same discourses and institutions (14).
En el caso del Caribe, centro también de intercambios originarios entre la España imperial y el Nuevo Mundo, la travesía marítima es consustancial a las formas de vida y a las identidades que a través de los siglos incluyeron siempre el tema de la diáspora, los exilios, las expediciones depredadoras, el turismo y muchas otras formas de incursión en las que mar y tierra funcionaron como una unidad indisoluble. El antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot destacó en sus estudios el carácter eminentemente heterogéneo de las sociedades y culturas caribeñas, que se combinaron históricamente en ese espacio geocultural de fronteras difusas. Quizá por esa razón, el Caribe fue pensado durante mucho tiempo como un confín o espacio-límite inalcanzado por la racionalidad occidental, y representado como un espacio intrigante e ignoto, cuyos silencios y misterios siempre han parecido indescifrables. Por su parte, el escritor martiniqueño Edouard Glissant señaló como una de las más importantes dinámicas de las culturas isleñas el tema de las relaciones, es decir, los encuentros, intercambios y mezclas culturales que adquieren en el caso de territorialidades no continentales, una importancia fundamental. Asimismo, indicó que la opacidad, como metáfora de lo intraducible o impenetra-
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ble por el conocimiento, debe ser considerada un derecho del oprimido: el lugar privado en el que reside su diferencia, un espacio introspectivo, de meditación e intimidad, que se niega a ser conquistado o invadido. Para Glissant la transparencia implica claudicación, entrega y sometimiento a esquemas reductivos que sacrifican lo distinto a lo igual. Es de la opacidad que puede partir, según este autor, la resistencia y la subversión del orden opresor. Es en esa zona impenetrable donde se resguarda la alteridad y se preserva el espacio del yo y del nosotros. Su Poética de la relación (1990) es una reflexión sobre los contactos interculturales, siempre marcados por una fuerte carga afectiva de esperanza, miedo, violencia, admiración y odio. Las nociones de creolización y antillanidad tienen en sus raíces los tránsitos esclavistas y colonizadores, las invasiones, diásporas y exilios políticos, de modo que la relación con el mar fue siempre en la región una forma de vivir la nación, de comprenderla y conceptualizarla en relación con las demás islas y con las totalidades continentales. Como expresa líricamente en la sección «El bote abierto», siempre acecha el peligro de la caída, tanto de aquella en la que peligra la vida como de la que hunde al individuo en las profundidades de su propia, problemática identidad. Una perspectiva más actual, directamente vinculada al tema migratorio, se abre con el libro de Yolanda Martínez San Miguel, Coloniality of Diasporas. Rethinking Intra-Colonial Migrations in a PanCaribbean Context (2014), donde la autora estudia la región caribeña como espacio político y geocultural diferenciado a partir de su particular desenvolvimiento histórico y de sus características etno-culturales. Un obvio antecedente de este estudio se encuentra en el conocido libro de Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite. El Caribe y la perspectiva postmoderna (1989), en el que se analizan los procesos de diseminación cultural de valores, prácticas socioculturales, ideologías, etc., de isla a isla, en una forma peculiar de cosmopolitismo insularizado que engloba y rebasa las delimitaciones nacionales. En este libro, Benítez Rojo se refiere a las teorías que engloban las naciones y culturas de la cuenca del Caribe con criterios de unificación y homogeneidad que desconocen especificidades y segmentaciones. El autor destaca como rasgos de la región, particularmente, «su fragmentación, su inestabilidad, su recíproco aislamiento, su desarraigo, su complejidad cultural, su dispersa historiografía, su contingencia y su provisionalidad» («Introducción» s/p). El «puente de islas» que componen la región caribeña corresponde a la noción de archipiélago, en la que se combinan la idea de conjunto y la discontinuidad, que el autor cubano ilustra con la imagen de «condensaciones inestables, turbulencias, remolinos, racimos de burbujas, algas deshilachadas, galeones hundidos, ruidos de rompientes, peces voladores, graznidos de gaviotas, aguaceros, fosforescencias nocturnas, mareas y resacas, inciertos viajes de la significación». A este espacio a la vez caótico y marcado por regularidades y reincidencias, son
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inherentes todo tipo de movilizaciones, desplazamientos y reterritorializaciones que van redescubriendo los «pasadizos inesperados que permit[en] el tránsito entre un punto y otro del laberinto» («Introdución» s/p). Por razones económicas, sociales, políticas o simplemente lúdicas ligadas a la exploración de espacios no conocidos, el turismo o el goce que brinda el contacto con la naturaleza, la historia de la región caribeña ha integrado el viaje interinsular, pero también el que vincula centros y periferias, como una actividad consustancial a las formas de vida en la región. Desde la llegada de los conquistadores, la región caribeña ha sido persistentemente objeto de expoliaciones, diásporas y desastres naturales, que matizan tristemente la belleza y voluptuosidad de la región. Martínez-San Miguel afirma que los conceptos de migración transnacional y global no llegan a abarcar otras formas de desplazamiento migratorio como las que se realizan desde el Caribe insular hacia centros metropolitanos. Tales movilizaciones poblacionales requieren considerar el hecho de que las mismas tienen lugar en el contexto de las antiguas redes coloniales/imperiales, que marcaron a fuego el desarrollo político y cultural de la región. Las conceptualizaciones dominantes en la bibliografía migratoria parten del paradigma de la nación-Estado como punto de referencia para entender los desplazamientos humanos que se orientan hacia una relocalización territorial temporal o permanente. Muchos de los inmigrantes procedentes de Jamaica, Martinica, Puerto Rico y República Dominicana, se han dirigido tradicionalmente sobre todo a Francia, Inglaterra, España y los Estados Unidos, naciones con las cuales estuvieron vinculados en calidad de colonias. Estas formas intra-coloniales de migración producen, según Martínez-San Miguel, formas específicas de marginación y racialización que no son consideradas en general por los estudios de orientación postcolonial. El estudio de esta autora caracteriza estos fenómenos caribeños a través del concepto de colonialidad de las diásporas, derivado de las propuestas del sociólogo peruano Aníbal Quijano, ya que los legados coloniales en temas de género, sexualidad, raza, etc., aún se manifiestan en la movilización migratoria. Dos fenómenos principales son considerados en este enfoque: primero, que la región recibió ya desde el siglo xvi diversas olas migratorias de Europa, Asia y África, que llenaron el vacío dejado por la masiva disminución de población nativa. Como consecuencia, los tipos humanos que se fueron desarrollando —mestizos y mulatos— sustituyeron tempranamente a los indígenas. Segundo, se destaca el hecho de que la región constituyó una especie de «frontera fragmentada» para distintos proyectos imperiales, situación que la distingue de otras regiones, en las que la dominación colonial fue políticamente más consistente y culturalmente menos diversificada. El estudio de Martínez San Miguel permite percibir otra vertiente histórica que funciona como antecedente lejano de los presentes desplazamientos, al
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recuperar una visión del archipiélago caribeño como un espacio siempre ambicionado por potencias europeas. Asolado, en distintos momentos, por flotas francesas, españolas, inglesas y holandesas, recorrido por proyectos imperiales tanto como por tráficos clandestinos y por intercambios comerciales que lograron desestabilizar el sistema monopólico del colonialismo, el Caribe fue tanto potenciado por el interés de viajeros que buscaban nuevos horizontes de libertad, exploración científica o prosperidad económica, como arrasado por los desmanes de la piratería: Buccaneer, corsair, filibuster, pirate, and privateer, are five terms commonly used to refer to the dark side of imperial expansion or to the impulse of the free market in the configuration of the colonial Caribbean as an archipelago where the Spanish, French, British, and Dutch empires collided from the beginning of the seventeenth century. These terms also refer to displacements taking place within colonial/imperial networks that cannot be contained within notions of sovereign states or modern nations (19).
Los tránsitos coloniales a través del Caribe, en los cuales los individuos recorrían las islas como buscando sentido a una cartografía fragmentada y ajena, entregan, en los relatos reales o ficticios de los viajeros una narrativa digresiva, en la que aparecen representadas todas formas de tráfico: cultural, lingüístico, mercantil, simbólico, existencial, legal y clandestino. En ese ámbito se negocian múltiples proyectos sociales y políticos, étnicos, religiosos y comerciales, donde la transgresión de la norma es una constante a partir de la cual se construyen subjetividades alternativas y se corroe el plan totalizante del imperio. El mar es, ante todo, un espacio de heterogeneidad donde el tema de la doble conciencia analizado por Paul Gilroy, entre otros, adquiere plena vigencia. Articulado constantemente a la promesa de territorios reales y soñados, el mar Caribe es asimismo un espacio que parece autónomo, autocontenido, y regido por leyes de la naturaleza que en esta región adquieren visos particularmente intensos. Siempre representado como lugar de belleza indómita en la que proliferan las pasiones y los deseos, el Caribe ha sido también, o sobre todo, a través de los siglos, el ámbito del colonialismo y de las azarosas diásporas, en las que siempre se evidenciaron los efectos de la necropolítica. A lo largo de su historia, el Caribe multiplicó sus «usos» y sus significados. Si conservamos una imagen romantizada y exótica de algunas de sus funciones, como puente entre las islas y como conector de las mismas con diversas costas y territorios continentales, como ámbito de transculturación, intercambios, hibridaciones y exploraciones geoculturales, también es necesario verlo como el espacio en el que se abrieron paso las diversas potencias imperiales y el tráfico esclavista. Más modernamente, el Caribe pasa a constituir el «muro de sal» de
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que habla Iván de la Nuez, en el que flota «la balsa perpetua» de la diáspora cubana. También, la región en que se mueven las fuerzas del imperialismo estadounidense y donde se manifiesta la perversidad del bloqueo económico. Imposible no asociar el Caribe con los tránsitos los balseros y «marielitos», ejemplos de un complejo fenómeno en el que se combinaron motivaciones políticas, económicas y sociales, incluyendo formas de sexilio que merecerían un estudio aparte. Holy Ackerman ha estudiado una de las olas de migración cubana, la que se desarrolla entre octubre de 1991 y junio de 1994, como ejemplo representativo de esa forma específica de desplazamiento marítimo. La autora resume así el período seleccionado para su análisis: Between 1991 and 1994, a total of 45.575 Cuban balseros (rafters) were rescued by the U.S. Coast Guard. Of those, 16.778 entered the United States immediately. The remainder were sent to «safe haven» camps located at U.S. military bases in Guantanamo, Cuba, or Panama. Subsequently, the Panama camps were closed and their residents, as well as thousands of balseros stranded in camps on the Cayman Islands, were consolidated at Guantanamo. Several thousands of those in Guantanamo entered the United States between October 1994 and 2 May 1995 under humanitarian parole based on illness, advanced age, or other reasons. The fate of the majority of the healthy, young, largely male camp population was unclear until 2 May 1995, when the U.S. government assured admission to all but a few criminals as part of a larger policy shift on Cuba. By February 1996 the camps were empty (169-170).
La experiencia de los balseros comienza ya en 1959, con momentos de intensificación, y se prolonga hasta bien entrada la década de los 90. Según Ackerman existen básicamente tres formas de aventurarse en un cruce marítimo hasta las costas norteamericanas: There were three classes of balsero travel. For the very few with money and connections, the «water taxi mode» could be quick, scheduled, and reasonably safe. Second, in the «betting mode», those with access to boats or materials (motors, tubes, rope, plastic, maps, compasses, wood), knowledge of the sea, and a strategy for rescue attempted escape as a dangerous but attractive gamble. Finally, in the «door-die mode», those without connections, a rafting strategy, safe access to boats or shoreline, or the equivalent of several thousand dollars, it was a mode of exit that required sacrifice, planning, secrecy, and high risk. The «do-or-die mode» likely meant imprisonment and postrelease ostracism for those who could not elude Cuban coastal patrols, and death or near-death at sea for many who did (170-171).
Estimaciones tanto de los guardacostas estadounidenses como del gobierno cubano coinciden en señalar que los índices de supervivencia de los balseros que
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se lanzan al mar en precarios flotadores o en botes rudimentarios, no ha superado tradicionalmente el 25%, convirtiendo así también al Caribe en un seamentery, como en el caso del Mediterráneo. Los cálculos indican, según Ackerman, que entre 1959 y 1994 habrían muerto entre 16.000 y 100.000 balseros durante el cruce marítimo. Los meses de agosto y setiembre de 1994 parecen haber sido los de mayor éxodo poblacional y mayor cantidad de fatalidades. En la interpretación de la diáspora cubana, Ackerman destaca la importancia de entender la experiencia de los balseros en términos de una serie de transformaciones sociales y políticas que están teniendo lugar en la isla, sobre todo durante las dos últimas décadas, es decir, como indicio de cambio en la sociedad cubana y en sus comportamientos políticos y sociales. En este sentido, tanto dentro de Cuba como entre los exiliados, las redes familiares y de amistad cumplen un importantísimo papel, tanto en el sustento afectivo de exiliados e inxiliados, como en lo que tiene que ver con el apoyo que se brinda desde afuera al sustento de las personas que viven en el territorio nacional. Se estima que los envíos de dinero a la isla alcanzaron cifras récord en los últimos años: 3.354 millones de dólares en 2015 y 3.444 en 2016. Tales remesas «superan a varios sectores estratégicos de la economía cubana como son la exportación de níquel, azúcar, tabaco, medicamentos y los ingresos derivados del turismo».11 Debido a la diversidad de motivos que ocasionan los desplazamientos de cubanos fuera de los límites nacionales, la complejidad de los distintos recursos legales y no legales que se utilizan para instalarse en otros medios, la extensión temporal de la diáspora y otros factores relacionados con factores de clase, ideología, etc., es muy difícil sacar conclusiones en este caso, como en otros antes analizados, sobre temas como ciudadanía, soberanía, etc. ya que, por otra parte, el proceso histórico cubano está aún en curso, atravesando una transición importante y definitoria. Es fundamental señalar, de todos modos, que, en todas las alternativas de esta historia de colonialismo y nacionalismo tardío, de asedios imperialistas múltiples y de resistencias inéditas, la cuestión transnacional ha jugado y sigue jugando un papel crucial, a todos los niveles.12 En ese plano, la presencia avasallante del mar funciona a la vez como un puente que une y al mismo tiempo separa de modo terminante. El mar ha sido, en muchas de las instancias de la historia caribeña, un dispositivo más de la necropolítica, que habrá que analizar en detalle. También cabe señalar que el Caribe constitu11 Datos
de Cubanet, 06/23/2016, . 12 El libro editado por Damián Fernández ilumina algunos de estos aspectos, que requieren más elaboración. Sobre la diáspora cultural, véase De la Nuez. Sobre aspectos relacionados con lo nacional y la relación entre el componente in situ y el componente diaspórico, véase O’Reilly Herrera.
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ye el elemento clave en los procesos de transculturación y transnacionalización que caracterizan la historia política y cultural cubana. Jorge Duany, al analizar las perspectivas transnacionales vinculadas a la historia de Cuba, señala que el concepto de excepcionalismo ha impedido, en muchos casos, percibir la importancia de las alternativas político-económicas de Cuba en un contexto mayor, y aproximar sus procesos a otros que han venido teniendo lugar en el Caribe durante siglos. Duany recuerda que ya en los escritos de Fernando Ortiz se enfatiza la importancia de los tránsitos marítimos y de las travesías transoceánicas, y el papel que tuvieron en la formación de una cultura híbrida, nutrida por muchas olas diaspóricas hacia y desde la isla, que dan a la cultura cubana su carácter multicultural y su riqueza estética. Asimismo, esta perspectiva transnacional permite comprender la formación y funcionamiento de comunidades y de proyectos vinculados con formas específicas de comprensión de lo nacional, donde la noción de frontera está elaborada a partir de la mirada dual que engloba tierra y agua como parte de una misma realidad indisoluble (Duany, «Networks, Remittances»). En otros casos, como el de Puerto Rico, por ejemplo, la función conectiva del mar ha funcionado con múltiples alternativas y variantes a lo largo de la historia, aunque sin presentar tan notorias catástrofes humanas como las muertes y desapariciones de balseros mencionadas en el caso anterior. La inmensa población diaspórica puertorriqueña que hoy integra los Estados Unidos y otras sociedades del mundo también ha dado lugar a subjetividades condicionadas, en buena parte, por los imaginarios isleños, que asumieron formas de transculturación e hibridación múltiples y complejas, que van desde lo político a lo lingüístico, pasando por un inmenso abanico de formas culturales, sociales, y económicas. Aunque la migración puertorriqueña a los Estados Unidos comienza ya en el siglo xix, tiene un importante desarrollo durante la Segunda Guerra Mundial y luego otro momento de intensificación entre 1960 y 1970. Teniendo como causa principal la gran desigualdad económica y de desarrollo social entre la isla y el gran país del norte, los procesos diaspóricos se extendieron a amplios sectores de la población por motivos diversos, siempre vinculados a la búsqueda de buenas oportunidades de trabajo y mejores servicios sociales. La situación de la diáspora puertorriqueña, al igual que la cubana, está caracterizada por rasgos específicos, dada la articulación política de Puerto Rico como «estado libre asociado» a los Estados Unidos, situación ambigua y problemática que también da un sentido muy singular a las cuestiones vinculadas a la soberanía, la nacionalidad y la ciudadanía. La población puertorriqueña alcanza el 9% de la población hispana en Estados Unidos, y en algunos estados, como Connecticut, Pensilvania, Massachusetts, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Florida, etc., llega a un porcentaje mucho mayor, teniendo considerable incidencia en
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cuestiones de política estatal y en la diseminación de formas culturales hispano/ americanas.13 Tanto en el caso de Cuba como en el de Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Jamaica y otras regiones e islas del Caribe, la conformación de identidades y culturas está intrínsecamente ligada a las dinámicas diaspóricas que comienzan con los procesos de conquista, colonización, e introducción y desarrollo del tráfico esclavista. En «Cultural Identity and Diaspora», Stuart Hall ha llamado la atención sobre estos procesos transoceánicos y sus implicancias en la formación de subjetividades fuertemente impactadas por los tránsitos marítimos, los desplazamientos poblacionales y la precariedad. El elemento territorial funciona como un factor constante que desestabiliza los sentimientos de pertenencia incorporando permanentes cambios en la experiencia vital (a nivel de lengua, formas de socialización, relación con el cuerpo y los afectos, vivencias del espacio y de la temporalidad). El proceso de permanente desmembramiento y rearticulación comunitaria constituye un denominador común en la región caribeña desde la época colonial. A lo largo de siglos, los periodos de relativa estabilidad sociocultural y social se han visto históricamente interrumpidos por los movimientos migratorios (exilios, diásporas, desplazamientos forzados, etc.), ocasionados por circunstancias políticas, económicas, ecológicas, etc., dando como resultado un ritmo de continuidad y discontinuidad que Hall señala como rasgo identitario a nivel colectivo.
13 Sobre
la situación puertorriqueña, véanse De Genova y Ramos-Zayas, Latino Crossings; Grosfoguel, Colonial Subjects; y Duany, The Puertorican Diaspora on the Move.
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Notas para una (po)ética deleuziana del sujeto migrante La poética deleuziana constituye aún otro registro a partir del cual pueden pensarse las relaciones de conectividad y divergencia en el mundo globalizado, así como las líneas de fuga que van liberando una energía centrífuga a partir de los núcleos que la modernidad definiera como constelaciones de sentido y sustentos de la racionalidad occidental y del productivismo capitalista. Si la migración constituye, con su valor icónico y polifacético, manifestaciones, una de las formas por las cuales el ethos biopolítico va siendo desafiado, no es imposible ver en ese fenómeno un evento sintomático de formas multitudinarias y aun dispersas de subversión del sistema. Deleuze y Guattari concibieron las dinámicas de nuestro tiempo en términos espacializados: territorialidades, mesetas, nomadismo, transversalidad, segmentaciones y cartografías en movimiento, y estuvieron atentos a los bordes mismos del sistema, a las fronteras reales y simbólicas, a las formas de transgresión, cruce, exclusión y contención. Sobre todo, atendieron a la desterritorialización como a una fuerza tensionada entre la pulsión nomádica y el tropismo del sedentarismo, entre Eros y Tánatos, entre deseo y muerte, entre aquí y allá, entre lo liso y lo estriado.1 Pero la visión deleuziana no es bi1 Como señala Hélène Frichot, «what interests Deleuze and Guattari in operations of striation and smoothing are precisely the passages or combinations, and how the forces at work within space continually striate it, and how in the course of this striation it develops other forces and emits new smooth spaces» (Frichot 170, Deleuze y Guattari, A Thousand Plateaus, 500).
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naria ni arborescente, sino rizomática, y por lo mismo, relacional, interesada en las variantes y conexiones, en la construcción de redes y transversalidades que encuentran en la migración una práctica paradigmática. Intensidades, singularidades, diferenciaciones y (des)pliegues constituyen una dinámica migrante que permite imaginar una forma-de-ser/estar desterritorializada, en busca de su espacio, una impugnación constante de la realidad y de la idea de frontera, que sujeta y somete a la subjetividad condenándola a la esterilidad y el desamparo. Esto no significa una mitificación del no lugar, sino la identificación de una instancia transicional en la que los arraigos modernos en la nación-Estado y las identidades férreamente territorializadas van dando lugar a movimientos exploratorios donde el otro va marcando su huella en un terreno común y viéndolo no como propiedad sino como hábitat. Para los filósofos mencionados, toda subjetividad es un proceso, un trabajo siempre inacabado, inacabable, nunca un logro, una sustancia o un resultado. Siempre atento a la importancia fundamental del cambio y a la energía de lo distinto, Deleuze indica en Foucault (1986) que la subjetividad moderna se dirime en el campo de la diferencia y la metamorfosis. La idea deleuziana de que el adentro es una función del afuera puede ser productivamente aplicada al caso de la migración, donde el otro, el que llega, forma el adentro con su misma presencia, con sus callados requerimientos; con su interpelación nos convierte en sujetos. El pliegue es la memoria del afuera (Boundas 270). Deleuze y Guattari señalan, dentro de la lógica discursiva establecida en Mil mesetas, que la máquina de guerra ha sido invención de los nómades. Los conceptos vertidos por los autores podrían glosarse así: exterior al Estado, la máquina de guerra lo asedia, ocupando un espacio propio del nómade, quien se define por su movilidad entre puntos que, al ser alcanzados, inmediatamente comienzan a ser dejados atrás. De este modo, lo que persiste en la trayectoria del nómade es el espacio entre esos puntos, el in-between. Por eso, «The life of the nomad is the intermezzo» (A Thousand Plateaus 380). Deleuze y Guattari consideran crucial distinguir entre la trayectoria del nómade y la del migrante. Mientras este último va de un punto a otro, aunque con una direccionalidad incierta e imprevisible, al nómade lo guía una necesidad fáctica. Para él lo importante no son los puntos sino la trayectoria. Por oposición a la lógica del sedentarismo, que compartimenta el territorio, el nómade crea distribuciones en un espacio abierto indefinido. Esta sería una forma de distribución sin bordes ni fronteras ni enclaustramientos. El nómade se opone, así, a la ley y a la polis. Asimismo, la cualidad de los territorios de arraigo y nomadismo es bien diversa. Mientras que el espacio sedentario es estriado, el espacio nómade es liso, con rastros que se van borrando con la trayectoria. Al habitar ese espacio, el nómade lo constituye en su principio territorial. En este sentido, el nómade no se mueve, ocupa el espacio
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como si se mantuviera quieto: «Whereas the migrant leaves behind a milieu that has become amorphous or hostile, the nomad is one who does not depart, does not want to depart…» (A Thousand Plateaus 381). El nómade es eminentemente desterritorializado porque, a diferencia del migrante, no existe la meta de una reterritorialización sino la pulsión de perpetuar ese proceso de movimiento absoluto. La relación del nómade con la tierra no está mediatizada, como en el caso del sujeto sedentario, el cual está condicionado y regulado por un régimen de propiedad, o por el aparato estatal. Para el nómade, la desterritorialización constituye la relación con la tierra, siendo esta su única posibilidad de reterritorialización (la tierra se desterritorializa, proveyendo así al nómade de un territorio). Los nómades permanecen en el lugar liso en que pueden crecer en todas direcciones, y habitan esos lugares, los hacen, tanto como ellos mismos son hechos por los sitios en los que crecen. En este sentido, los nómades hacen el desierto tanto como son hechos por él. «They are vectors of deterritorialization» (382). En el desierto nada separa el cielo de la tierra, no hay distancia intermedia ni perspectiva ni contorno; la visibilidad es limitada y sin embargo hay una fina topología que revela puntos, objetos y relaciones sensoriales. Se trata de un espacio táctil y sonoro tanto como visual. El espacio (del) nómade no está delimitado, no es estriado, no tiene fronteras ni relaciones o direcciones asignadas que lo limiten. Sobre el concepto de nomadismo (nomadicism), Claire Colebrook explica que el mismo tiene uno de sus puntos originarios en la Crítica de la razón pura (1781), donde Kant utiliza la noción de lo nómade como forma de referirse a cierta forma de errancia de la razón que sobrevendría ante la pérdida de los principios rectores del sentido común. Deleuze se opone a esa idea de que la racionalidad debe estar regulada y prefiere el nomadismo como una forma de pensamiento que no conoce límites ya que, para este filósofo, como señala Colebrook, resulta fundamental deshacerse de todo criterio externo o trascendente, aunque manteniendo nociones de jerarquía y ordenamiento. La grandeza de la filosofía consistiría, entonces, de acuerdo a los criterios deleuzianos, no en moverse dentro de un territorio racional delimitado, sino en la creación de un nuevo territorio, de un espacio no sometido a normas ni a usos previsibles. En ese sentido, el espacio sedentario sería el que permanece siendo lo que es, prestándose a divisiones y distribuciones, mientras que el espacio nómade sería el que es producido a través de la distribución, o sea el que emerge de esos procedimientos. Dentro de este contexto conceptual, «la ley es producida en la transversalidad del espacio» (Colebrook 182, mi traducción). La máquina de guerra se reafirma en su exterioridad radical, que está fuera de la órbita de poder del Estado. De ahí su carácter subversivo, que violenta el «orden» y es, por lo mismo, revolucionario y creativo. El poder, entonces, surge del acto de ejercerlo;
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emerge a través de él, no lo precede. El amo y el esclavo no son preexistentes con respecto al ejercicio del poder, sino que la relación amo-esclavo es producida por la distribución de fuerzas que tiene lugar en el acto mismo de la sujeción. La seducción que ejerce lo nomádico viene del modo en que los componentes se organizan en su interior, de manera inmanente. De ahí que Eugene Holland, siguiendo los conceptos de Colebrook, relacione las ideas de nomadismo y ciudadanía. Alude así a la noción utópica y aparentemente paradójica de ciudadanía nómade, con la cual se trata de contrarrestar, en la filosofía deleuziana, el verticalismo del Estado y su control biopolítico sobre las poblaciones. Indica que In this context, the concept of nomad citizenship is created in order to break the monopoly exercised by the State over conceptions and practices of citizenship, and to add or substitute alternative forms of belonging and allegiance (Holland 184).
Esta noción permite concebir modalidades nomádicas de ciudadanía que impliquen formas de lealtad diferentes de las que convencionalmente requiere el Estado, por ejemplo, cuando utiliza la guerra como elemento de cohesión ideológica a nivel nacional, sobre la base del terror a un enemigo común. Liberada de la relación «sedentaria» entre ciudadanía y nación, la idea de ciudadanía nómade busca incorporar un margen de libertad en el contrato social, creando una relación más laxa entre individuo e institución. Como es obvio, las nociones de nomadismo y des/re/territorialización están estrechamente ligadas a la trayectoria migrante. Adrian Parr provee la siguiente definición: [t]o deterritorialize is to free up the fixed relations that contain a body all the while exposing it to new organizations (67).
Toda desterritorialización contiene en sí el vector de la recuperación o apropiación de un territorio que puede ser, en su momento, también dejado atrás, ya que el movimiento es fluido, no oposicional, ni tiende a la fijación en ninguno de sus estados, ni en el de la llegada ni en el de la partida, ni en el del asentamiento ni en el del alejamiento. Asimismo, debe recordarse, como Parr señala, que la idea de territorialización no se remite exclusivamente a territorio como lugar físico, tierra, espacio natural o social, sino que se manifiesta en los campos del arte, la literatura, la música, la filosofía y la política, en relación a los modos de representación simbólica siempre que un vector de producción de sentido se proyecta fuera de los campos regulados y de sus mediaciones. Existen también
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formas relativas o absolutas de desterritorialización. La filosofía ilustraría las segundas, mientras que el capital sería ejemplo de las primeras. Finalmente, debe retenerse la relación estrecha entre des/re/territorialización y capitalismo. Como explica Parr, During the early phases of industrialisation when capitalism was really gaining momentum, a system of deterritorialising flows, prevail: markets were expanding, social activities were undergoing radical changes, and populations moved from rural to urban environments. In one sense, rural labour-power was deterritorialised (factory worker and industrial capitalist). Commenting on capitalism, Deleuze and Guattari insist that deterritorialised flows of code are reterritorialized into the axiomatic of capitalism and it is this connection between the two processes that constitutes the capitalist social machine (69).
Todos estos elementos permiten pensar al sujeto migrante como aquel que, constituyendo un «vector de desterritorialización,» se ve sometido a la trayectoria nomádica, aunque su pulsión principal tiende a la reinserción bajo nuevas condiciones materiales. Su subjetividad está sostenida sobre los inestables pilares de la necesidad, la carencia, el deseo, la nostalgia, la ambivalencia, la alienación y la melancolía. Tal subjetividad se encuentra, por lo tanto, no solo en suspenso sino violentada por los límites que se le van imponiendo al impulso y a la necesidad reterritorialización. Como consecuencia de las corruptas relaciones entre capital y territorio que han caracterizado a la sociedad occidental (feudalismo, colonialismo, encomienda, latifundio y otras modalidades de propiedad privada, desarraigos y desplazamientos forzados y condicionados por circunstancias económicas y políticas) el sujeto migrante sostiene una trayectoria nomádica que impide la realización de su ethos. El migrante aspira a la re/inserción, pero la fuerza del Estado y sus regulaciones territoriales violentan su derecho a ocupar el espacio social, a resignificarlo. Debe enfrentar la expropiación de los espacios públicos, capturados por el poder del capital y compartimentados a partir de la construcción de obstáculos físicos, legales e ideológicos: fronteras, muros, leyes, prohibiciones, vallas, alambramientos, prejuicios, persecuciones, cárceles, jerarquías. De este modo, es la coerción del aparato estatal la que condena al sujeto a un nomadismo que está fortaleciendo la máquina de guerra. Las reflexiones de Deleuze y Guattari tienen un evidente asiento en la cuestión espacial, en el pensamiento de la dimensión en la que se extiende la existencia en sus formas directas, y en que se conciben formas de arraigo material y simbólico que materializan tal existencia, concretándola en ensamblajes variables y combinados. La relación entre sedentarismo y nomadismo se corresponde con la distinción entre espacio liso (smooth) y espacio estriado (striated), formas que, como Deleuze y Guattari enfatizan, solo se dan en combinación, nunca en estado puro.
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El espacio liso, territorio del nómade, es caracterizado como fluido, en cambio permanente de orientación, amorfo, decodificado, pleno de intensidades y de eventos, variable y de extensión ilimitada, como el océano o el desierto. El espacio estriado, que corresponde al sedentarismo, es visto como estático, jerárquico y tendiente a la homogeneidad. Puede ser capturado por mediciones y diseños, como en el caso de la arquitectura, y admite la tecnologización. Remite a la textura gruesa de un tejido de lana, por ejemplo, en el que se percibe claramente la trama, los desniveles y anudamientos. El espacio liso es comparado al fieltro, donde las fibras se entrecruzan de modo imperceptible, ofreciendo una superficie más suave y más compacta. Este es el territorio en el que se mueve la máquina de guerra, siempre asediada por el Estado, que busca conquistarla para afirmar su hegemonía. El ámbito del Estado es estriado ya que responde a distribuciones deliberadas, disposiciones y teleologías. La dinámica que vincula ambos registros espaciales es la expansión. Brian Massumi lo explica del siguiente modo: The space of nomad thought is qualitatively different from State space. Air against earth. State space is «striated», or gridded. Movement in it is confined as by gravity to a horizontal plane, and limited by the order of that plane to preset paths between fixed and identifiable points. Nomad space is «smooth» or open-ended. One can rise up at any point and move to any other. Its mode of distribution is the nomos: arraying oneself in an open space (hold the street), as opposed to the logos of entrenching oneself in a closed space (hold the fort) (6).
En «The Becoming Minoritarian of Europe», Rosi Braidotti analiza los cambios de subjetividad que se están produciendo en Europa como consecuencia de la globalización y de las corrientes migratorias que la atraviesan, las cuales obligan a renegociar constantemente la identidad tanto a nivel individual como colectivo. Basándose en Deleuze y Guattari, Braidotti trae a colación la distinción entre migrante y nómade que los filósofos proponen, y que se corresponde, respectivamente, con los conceptos de lo molar, macropolítico o territorializado, por oposición a lo molecular, menor y micropolítico, en relación a un espacio no ordenado, desterritorializado. En este último caso, el del mundo del nómade, la extensión territorial se abre libremente, sin distribuciones ni compartimentaciones, mientras que el espacio del sedentarismo corresponde a las parcelas agrícolas y otras formas de utilización productiva de la tierra, que se constituye, así, como espacio organizado y regulado. El migrante sería aquel que se desplaza dentro del orden del sedentarismo, buscando cambiar un espacio de asentamiento por otro, aunque en algunos casos se vea impulsado a un nomadismo que es ajeno a su naturaleza y a su deseo. Mientras que en el nómade lo importante es el movimiento, no el lugar que ocupa, en el migrante lo fundamental es
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el principio del asentamiento que el sujeto ocupa antes y después de la jornada, es decir, su naturaleza esencialmente sedentaria donde el territorio es el origen y el horizonte final. El mar es espacio abierto, inconmensurable. El agua ocupa todo intersticio a partir de un movimiento constante. Como en el desierto, la superficie oceánica no se presta a divisiones ni a la fijación de irregularidades, ya que estas varían de manera constante, siendo absorbidas por la condición lisa, que no tiene forma definida y que contiene el mayor potencial. Las grandes superficies fluidas no se dejan capturar por ninguna forma de sedentarismo, sino que respecto a estos espacios todo es transitorio, constante y maleable. Sin embargo, como Deleuze y Guattari señalan, lo liso y lo estriado solo existen combinados, de modo que pueden percibirse los procesos y ensayos de fijación de la forma abierta y lisa en cartografías, cartas de navegación, marcación de rutas y mediciones, que de manera relativa y aproximada intentan aprehender esas totalidades y someterlas. Como indican Lysen y Pisters en su «Introduction: The Smooth and the Striated», Increased navigation of the open water resulted in demands for its striation. Although Deleuze and Guattari note that this took hold progressively, the year 1440, when Portuguese discoverers introduced the first nautical charts, marked a turning point in the striation of the sea. Maps with meridians, parallels, longitudes, latitudes and territories gridded the oceans, making distances calculable and measurable. It meant the beginning of the great explorations – and of the transatlantic slave trade and the expansion of the European State apparatus The smooth and the striated concern the political and politics (1).
Estas consideraciones aproximan filosóficamente el tema del espacio entendido aquí de manera categorial y simbólica, como la extensión en la que el sujeto despliega sus formas de habitar y existir. Aunque el concepto de migrancia puede aproximarse al del nomadismo cuando, de modo general, se enfatiza el tema del movimiento a través del territorio y la prolongación de lo transitorio, que se va convirtiendo en una forma de vida, la perspectiva deleuziana inscribe cada una de esas dinámicas, tomadas de manera más abstracta y pura, en registros distintos, alternativos. El migrante participa así, de acuerdo a este sistema de pensamiento, de la lógica del sedentarismo. Esto nos permite enfatizar, para dar otra cara de la subjetividad migrante, la idea de un tránsito teleológico, fascinado por la idea de la llegada más que por la del retorno, por el arribo más que por el traslado, o la partida. Aun en su estrecha interpenetración, estas instancias pueden ser diferenciadas y negociadas en la experiencia migrante. Durante su recorrido por esta forma específica y fecunda de lo político, el sujeto explora lo abierto, aunque desde un constante deseo de delimitarlo y «poseerlo», de hacer del espacio un lugar, y del mundo un hogar.
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Otra textura que incorpora la teorización deleuziana es la del espacio perforado (holey space), forma intermedia, transicional y combinada que se da entre lo liso y lo estriado, entre sedentarismo y nomadismo. Estas caracterizaciones del espacio están siendo utilizadas para pensar, por ejemplo, el caso de la migración en Australia, donde tierra y mar constituyen espacios desafiantes para el migrante irregular, a veces polizón en embarcaciones comerciales o de carga, a veces precario navegante en botes frágiles destinados al naufragio. Tanto los peligros marítimos como los que se desatan en tierra a partir del poder de las instituciones que condenan a miles de personas a largas permanencias en los campos de refugiados, constituyen un dramático ejemplo de las combinatorias entre espacio liso y estriado, dando lugar a formas de captura para el sujeto que se aventura a traspasar fronteras sin documentación autorizada. Hélène Frichot se pregunta, en referencia al debate australiano «What lines of escape might holey space offer the refugee, who is corporeally stricken by both the smooth and striated spaces of the Australian nation-state and its maritime surrounds?» (170) o, en otras palabras, qué alternativas ofrece el espacio perforado para la salvación de la nuda vida sujeta a los vaivenes y excesos del biopoder? La autora recorre algunas de las instancias de control migratorio que se fortalecieron en ese país a partir de 1992, particularmente la proliferación de centros de recepción, procesamiento y detención de migrantes, que han ido creando una especie de estriación camuflada en el territorio australiano que alcanza al conjunto de islas (Christmas Island, Nauru, Manus) a las que se envía a los refugiados que están siendo evaluados por las autoridades migratorias. Otros campamentos fuertemente controlados por medios electrónicos y resguardos armados se encuentran en la zona lisa del desierto, siendo administrados por compañías multinacionales. Como Frichot describe: The sea and the desert are thus the unruly smooth spaces which have fallen under surveillance and control. From the smooth space of the sea, to the smooth space of the desert. The body of the asylum seeker comes to be almost fully striated in the camp environment. And yet, despite thoroughly striated, they are also emplaced such that all conditions of belonging have been dismantled. Thus their claim to «belonging as such» with no identifiable attributes, is the silent call that all the while haunts the State (172-173).
Agamben apela a la noción deleuziana de espacio perforado en su reflexión sobre los refugiados donde, siguiendo los lineamientos de Hannah Arendt en su famoso ensayo de 1943 sobre el mismo tema, el filósofo propone que la figura de aquel que existe en estado de aterritorialidad y busca asilo en naciones europeas, perfora el territorio y la idea misma de nación. El espacio europeo, afectado por este nuevo modelo de relaciones internacionales constituirá —señala Agamben— un
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ámbito aterritorial o extraterritorial, donde el ser-en-éxodo representará una nueva forma de existencia social, en la que pueblo y nación terminan oponiéndose. This [European] space would not coincide with any homogeneous national territory, nor with their topographical sum, but would act on these territories, making holes in them and dividing them topologically like in a Leiden jar or in a Moebius strip, where exterior and interior are indeterminate. In this new space, the European cities, entering into a relationship of reciprocal extraterritoriality, would rediscover their ancient vocation as cities of the world (118, mi énfasis).
Y refiriéndose a la ocupación territorial como parte del conflicto palestinoisraelí: It is only in a land where the spaces of states will have been perforated and topologically deformed, and the citizen will have learned to acknowledge the refugee that he himself is, that man’s political survival today is imaginable (119).
Pero si la cuestión territorial y, en general, la caracterización de los espacios es fundamental para Deleuze y Guattari, también lo es la reflexión sobre fronteras, ya que las mismas tienen una función conjuntivo-disyuntiva que es esencial para la comprensión de las polaridades y movimientos que integran lo social. Como Verena Andermatt Conley recuerda en «Borderlines», la misma concepción del rizoma expresa una reacción contra el modelo occidental de la arborescencia, ya que la movilidad rizomática enfatiza la horizontalidad, el y… y… y en lugar del esto o aquello. Mientras que la migración es acumulativa y conjuntiva, la frontera es disyuntiva, crea enfrentamientos, es rígida y supuestamente infranqueable. El rizoma representa estos rasgos, ya que es inclusivo, abierto y aditivo. Mientras lo arborescente sugiere el espacio estriado, que prolifera en límites (clase, raza, etnicidad, género), lo rizomático favorece movilidades, transgresiones y cambios (95). De este modo, tanto la idea de suavizar los espacios estriados como de aplicar el modelo rizomático para percibir modos de hacer proliferar las conexiones sobre los límites, parece ser la dirección de un pensamiento emancipador que a partir de las propuestas teóricas de Delueze y Guattari pueda aplicarse a los flujos poblacionales y a las conexiones horizontales y abiertas de un mundo integrado o, al menos, integrable. A propósito del tema de las migraciones, Andermatt Conley señala que en el mundo que se redefine a partir de 1968, los flujos poblacionales y financieros atraviesan el planeta, transformando sus diseños reales y simbólicos. Today, human migrations occur on all continents. They are producing multiple crossings of external borders that in many places have resulted in local resistance,
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and, in reaction, to the erection of more internal borders that inflect new striated spaces in the form of racism and immigration policy. The ultimate goal for the utopian thinker espousing the cause of rhizomatic thinking is smooth space that would entail the erasure of all borders and the advent of a global citizenry living in ease and without the slightest conflict over religion or ideology (96).
Finalmente, la (est)ética deleuziana que se apoya en la noción y en la dinámica de las transformaciones, entrega con la noción del becoming la idea de un procesamiento permanente del estar-en-el-mundo. Toda forma de estar contiene las siguientes y las otras, toda supuesta condición es apenas un estado, un plateau circunstancial que da lugar a otras formas de conexión y relacionamiento, a nuevas modalidades y grados de conciencia, a espacio-tiempos impensados pero potenciales y reales en su misma virtualidad. Es la estabilidad del cambio. En este sentido, el arte es una forma del becoming, una línea de fuga que visibiliza la afectividad y el deseo, y la migración una ilustración del estar rizomático de individuos cuya desterritorialización resiste toda desmaterialización posible, toda evasión de la singularidad y lo concreto. Esto no significa, a mi criterio, la imposibilidad o improcedencia de conceptualizaciones, teorizaciones y representaciones simbólicas. El arte, o la teoría, no son desmaterializaciones del objeto, sino rematerializaciones, formas diversas y legítimas de hacerlo inteligible. La frontera como evento (ensamblajes) En estrecha relación con lo anterior, la noción de evento, trabajada por varios filósofos (Deleuze, Badiou, Žižek) es utilizada aquí en sentido laxo, como ocurrencia, pero también como punto de intersección de múltiples relaciones de fuerza a partir de las cuales se produce un proceso de transformaciones que impactan lo social y lo político tanto como los niveles epistémicos y el dominio de los afectos. Asimismo, el concepto de ensamblaje sirve para hacer referencia a las articulaciones que contribuyen a la producción de la frontera como dispositivo que funciona a partir de la exterioridad, sin contenido propio o fijo que la defina, sino a la manera de un artefacto o elemento maquínico que genera relaciones, becomings y emergencias. Me interesa aquí explorar esta relación entre evento y ensamblaje en la frontera, entendida como lugar de intersección de fuerzas y de generación de sentido. Desde el punto de vista deleuziano, todo ensamblaje constituye una red de relaciones y fuerzas, una disposición de elementos que vinculan contingencia y estructura, cambio y permanencia, cualidades que, en lugar de oponerse, pueden presentarse en forma contradictoria, simultánea o combinada. Como muchos conceptos deleuzianos, el de ensamblaje no connota lo fijo sino lo cam-
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biante y dinámico, lo que es por naturaleza inestable y se mantiene siempre en proceso. Ni colección arbitraria de elementos ni piezas de un rompecabezas que ha desasociado segmentos previamente unidos, el ensamblaje es territorial en el sentido de que es el lugar en el que las piezas de organizan provisionalmente, dándose otra forma, es decir, volviéndose distintas a sí mismas. El concepto de ensamblaje es manejado por algunos autores como sinónimo de agenciamiento, aunque entre ambos hay diferencias que pueden resultar fundamentales en algunos contextos.2 Puede asumirse, en este sentido, que la frontera, que combina particularismo y regulación, diferenciación y permanencia, constituye ese tipo de estructuración del poder, es decir, un dispositivo que hace posible la aplicación de normas que, sin embargo, lejos de comunicar coherencia y regularidad, se prestan a re-disposiciones permanentes, arbitrariedades, alteraciones, excepciones y desvíos. La frontera carece de un significado preciso, y no cumple con un propósito determinado ya que al mismo tiempo incluye y excluye, une y separa, admite y rechaza. Pero la mera existencia del concepto expresa la posibilidad de un orden que constituye la realidad variable que tiene en ese lugar/dispositivo su manifestación más concreta. Hablar de la frontera como evento implica reconocer su capacidad de generar interacciones, síntesis y sentidos, es decir, de alterar significativamente el espacio-tiempo de sujetos y relaciones que, de alguna manera, se organizan en torno a esa línea de intensificación. En The Logic of Sense (1990) Deleuze describe el evento como el lugar que emite energía y dinamismo, es decir, una proyección de fuerzas transformadoras que, aunque son incorpóreas (conceptuales, ideológicas) encuentran expresión en el lenguaje. Cliff Stagoll resalta el elemento de la confluencia de fuerzas que dan lugar al evento deleuziano: «The event is not a disruption of some continuous state, but rather the state is constituted by events “underlying” it that, when actualised, mark every moment of the state as a transformation» («Event» 87). De esta manera, el evento es constitutivo de todo lo que cambia o, dicho de otro modo, todo estado está habitado por el evento, que termina por sacar a ese estado de sí mismo y convertirlo en otro. Los elementos que constituyen la frontera (físicos, tecnológicos, militares, administrativos, etc.) son, en última instancia, irrelevantes, ya que lo fundamental es lo que ocupa los intersticios, es decir, los cuerpos, los afectos, el movi2 Para
nuestros efectos, en esta utilización laxa del concepto deleuziano que aquí intenta iluminar algunos aspectos de la frontera como punto generado de significados, tal distinción no es relevante, aunque puede ser de interés para una profundización del tema desde esta perspectiva. Según Thomas Nail, quien desarrolla esta distinción, «While an assemblage is a gathering of things together into unities, an agencement is an arrangement or layout of heterogenous elements» («What is an Assemblage?» 22).
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miento, que en sus transformaciones conducen el evento a su realización. Toda frontera es, como todo evento, ocurrencia. El sentido transformador de la frontera es fundamental y tiene su correlato en el lenguaje. Transforma a un posible inmigrante en un alien, lo clandestiniza, lo coloca fuera de la ley, lo convierte en otro, impulsando becomings que, como se ha visto en otra parte de este estudio, incluyen el simulacro, la mimetización y la farsa. Al mismo tiempo, la frontera puede ser, para otros, el paso de la extranjería a la ciudadanía, del afuera al adentro. Tal emisión de sentidos se particulariza constantemente como inclusión diferencial que filtra, selecciona, admite y desplaza, en una variabilidad que ninguna ley ni regulación puede estabilizar, y que queda sometida a la subjetividad del que administra la frontera, a su discrecionalidad, sus prejuicios, sus estereotipos, sus principios, su evaluación de apariencias, relatos, entonaciones y temores. Sea cual sea el resultado del cruce la frontera genera transformación, altera cuerpos y espacios, expectativas y deseos. En la frontera ese evento se manifiesta en su impacto sobre la vida de los individuos, que en relación a la idea misma de frontera son designados como deportables, prófugos, refugiados, asilados, irregulares, ilegales, mojados y muchas otras nominaciones. Las funciones que genera la frontera son también una forma de energía teleológica que se agota en sí misma: guardias, vigilantes, coyotes, polleros, pasadores, sacadineros, constituyen una pléyade de posicionalidades que se reorganizan y contaminan constantemente: el migrante se convierte en coyote, el guardia sobornado en pasador, mutaciones que marcan la desracionalización que produce el límite, su babelización. La frontera emite así una constante energía bio/necro-política por el mero hecho de existir, de estar ahí. Como todo evento, entonces, la frontera se define por sus efectos, no por sus objetivos. Aunque se expresa a través del lenguaje y del discurso, de narrativas y relatos, de anécdotas, leyes, disposiciones y decretos, lo que importa no es el lenguaje sino su fuerza ilocucionaria, ese «hacer cosas con palabras» de que hablara Austin, donde la palabra es el comienzo del becoming, su elemento desencadenante. Stagoll señala, asimismo, que en realidad el evento no acarrea un resultado determinado, sino solo abre posibilidades: «Events carry no determinate outcome, but only new possibilities, representing a moment at which new forces might be brought to bear» (88). De ahí que la frontera en realidad no decide nada. Se contradice, es transgredida, burlada, engañada, inconsistente, produce experiencia en el migrante rechazado que regresa a cruzarla una y otra vez, y al mismo tiempo, ella misma cambia, se debilita, se vuelve a fortalecer, se alía con la naturaleza, con el crimen organizado, con el Estado, se modifica para sobrevivir, pero al hacerlo emite energía transformadora en los cuerpos que la rodean y que le dan sentido.
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La frontera no tiene unidad orgánica ya que allí se encuentran y combinan sujetos y proyectos (agenciamientos) muy distintos. Más bien, en ella se intersectan una cantidad de vectores que persiguen distintos objetivos, de un lado y otro, hacia un lado u otro. En este sentido, y de acuerdo con la interpretación que hace Thomas Nail del evento en Deleuze, la frontera constituye más bien un ensamblaje maquínico, definido por las mezclas y adiciones que allí se concentran, y cada combinatoria da lugar a un nuevo ensamblaje donde lo importante es lo que mantiene a las partes conectadas, lo que convierte a la multiplicidad en una totalidad fragmentada. Como expresa Deleuze en diálogo con Claire Parnet, «in a multiplicity, what counts are not the terms or the elements, but what is “between” them, the in-between, a set of relations that are inseparable from each other» (cit. por Nail, «What is an Assemblage?» 23). La máquina no existe sin las relaciones que promueve. El dispositivo no es más que el arrangement (la disposición, el montaje) particular de sus elementos y no tiene existencia fuera de ellos. La máquina de fronterización no es más que un continuum de operaciones de absorción, conexión, expulsión, retención, conjunción, disyunción, dilación, devolución, aniquilación, borramiento. Como Thomas Nail señala, la idea del ensamblaje permite apartarse de la «lógica de las esencias» y de la idea de que existe un producto final: un propósito claro, una estructuración determinada, una lógica racional y aprehensible. La frontera no materializa ningún principio de orden, sino que teatraliza la relación de fuerzas, hace espectáculo de la desigualdad y del protagonismo del Poder, ritualiza posicionalidades y procedimientos, como si ellos expresaran un «régimen de verdad» autolegitimado. La migración es la energía que desestabiliza ese sistema y que impide la solidez de la línea que bloquea el movimiento y distribuye la vida y la muerte. Por la energía desestabilizante de la migración, la máquina de fronterización funciona de manera errática, desmecanizada, accidentada y siempre provisional. Cada caso es singular, implica una negociación específica, está sujeto a distintas formas de excepción, toca diversos puntos neurálgicos, y desata reacciones heterogéneas, no-normativas. En otras palabras, en la frontera cada caso es un «ensamblaje» distinto al anterior, porque depende de diversas relaciones de fuerza, de distinta distribución de los elementos que forman parte del performance del Poder y de la resistencia migratoria. Como todo ensamblaje maquínico, «it is defined only by extrinsic relations and not intrinsic relatios of organic unity» (Nail, «What is an Assemblage?» 25). Pero si la máquina tiene un lado abstracto, relacional, también posee concreción: If we want to understand how an assemblage works, we do not ask what its essence is, but rather what it can do […] For example, who are the allies and enemies of
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the assemblage? What can the assemblage accomplish and where are its limits in some particular instance? Since the concrete elements are always changing along with their conditioning relations, the assemblage is always becoming capable of different things. This requires a constantly renewed analysis of assemblages (Nail, «What is an Assemblage?» 26)
Asimismo, tal funcionamiento es impensable sin los agentes u operadores que lo propelen y que desempeñan roles precisos, producen figuraciones, movilizaciones, diseños y correspondencias. Tal como lo explica Nail, dentro de los tipos de ensamblaje que Deleuze y Guattari identifican en A Thousand Plateaus se encuentran, entre otros, los de tipo territorial, ejemplificados en el espacio de la casa, (segmentada en cuartos con diferentes usos), las ciudades (fragmentadas en el ordenamiento urbano), etc. Esta fragmentación codifica los espacios, que se van expandiendo y que funcionan de acuerdo a lógicas de conexión (que organizan aspectos de la socialización, el parentesco, la comunicación, los intercambios, etc.), de disyunción (límites de las ciudades, prohibiciones, fronteras de lo racial, étnico, genérico, etc.) y de conjunción o redistribución del residuo (por apropiaciones, donaciones, etc.). La perspectiva deleuziana concibe, asimismo, el ensamblaje nomádico, siempre en estado de expansión y cambio. No se trata de individuos on the move, sino de cambios que son inherentes a todos los campos (ciencia, política, arte) y donde los sujetos de manifiestan de manera directa, sin mediación, en formas de auto-gestión que rechazan tanto las jerarquías institucionales como las lógicas del capitalismo. Todo ensamblaje contiene líneas de fuga y elementos que pueden detenerlas, creando así una red de relaciones complejas y desterritorializaciones. «Deterritorialization is the way in which assemblages continually transform and/or reproduce themselves. If we want to know how an assemblage works, we must ask, “What types of change are at work?”» (Nail, «What is an Assemblage?» 34). La frontera materializa y al mismo tiempo conceptualiza ese tipo de segmentación y de distribuciones de sentido (y de agencia, poder, etc.). Como evento, es el espacio/tiempo en el que algo sucede causando una ruptura en el orden de lo real. En Event. A Philosophical Journey Through a Concept (2014), Žižek define el evento como «un efecto que ha excedido sus causas», que rompe la continuidad y genera inconsistencias que de otro modo pasarían desapercibidas. La frontera, en este sentido, visibiliza, radicaliza, coloca sujetos, formas de conciencia y posicionalidades en crisis, es decir, en proceso de cambio. Alan Badiou, por su parte, habla del evento como la interrupción de lo social que desata una «multiplicidad inconsistente» de elementos hasta entonces invisibilizados, reprimidos, excluidos, creando una ocurrencia cognitiva que deja al descubierto
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otros regímenes de verdad, otras formas de subjetivizar lo social, y de politizarlo, que la hegemonía del sistema no permite advertir. El evento es, por naturaleza, antinormativo. Este no es el propósito de la frontera; es su efecto. De ahí que la frontera sea ante todo un punto de intensificación: el lugar del escándalo, del accidente, la excepción y la catástrofe, es decir, el punto en el que se produce el evento que obliga a reconsiderar la lógica y eficacia de la normatividad. De ahí, también que la frontera sea un espacio performativo y dramático, icónico y ritualizado por excelencia, ya que es el lugar de pasaje (de tránsito, de iniciación o finalización) a partir del cual el sujeto y su mundo se convierten en otros. Debates sobre la tolerancia El tema de la tolerancia, que se ha reactivado a nivel académico, filosófico, y como parte de debates políticos en torno a la cuestión migratoria, constituye una de las formas en que la problemática de la des/re/territorialización, el desplazamiento forzado, la transmigrancia, etc., es presentada a la opinión pública. Se supone que esta debe enfrentar el tema de la migración como una cuestión de buena voluntad y de ejercicio de virtudes sociales, con lo cual se desplaza hacia la órbita de la comunidad o la ciudadanía una problemática sistémica, económica y política, que es esencial al funcionamiento del capitalismo y de las formas racializadas y excluyentes que se han agudizado con la globalización. Ya que constituye uno de los leitmotivs del discurso político y de la retórica del humanitarismo, vale la pena revisar algunas opiniones al respecto, que han sido debatidas en otros contextos históricos y que se aplican claramente a la presencia de migrantes en escenarios nacionales actuales. En primer lugar, se entiende que la tolerancia es inherente a la vida en sociedad y se ejerce de modo natural, y más o menos deliberado, en la vida diaria, en multitud de situaciones de convivencia e intercambio cultural. Como cuestión social, fue discutida a lo largo de la historia en relación con las luchas religiosas, y se convierte en un tema popular durante la Ilustración, debido a los procesos de secularización y a los intentos por superar la violencia social y encontrar fórmulas de coexistencia. Son clásicos, al respecto, tanto el Traité sur la tolérance (1763) de Voltaire como A Letter Concerning Toleration (1869) de John Locke, textos en los que se presentan posiciones pragmáticas y racionalistas que estiman sobre todo los beneficios del entendimiento pacífico ante las diferencias de credo, como alternativa a la violencia y a la segregación. Se cita asimismo con frecuencia la opinión más irónica de E. M Foster, autor de A Passage to India (1924), quien en el ensayo «Tolerance» (1941) reconoce que, aunque la tolerancia es una virtud aburrida y sin prestigio social, es mucho más necesaria,
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útil y realista que el amor para asegurar la coexistencia social entre razas y clases, sobre todo en momentos de reconstrucción social, en la postguerra. Aunque las circunstancias que rodearon a estas reflexiones son sustancialmente diferentes de las actuales, en el pensamiento sobre la tolerancia todavía resuenan algunos de los conceptos y atribuciones morales que se dieran a esta forma de enfrentar el conflicto social en situaciones de polarización política, social o religiosa. El concepto de tolerancia mantiene, sin embargo, su ambigüedad y polivalencia, estando siempre en posición colindante con las ideas de habeas corpus, pluralismo, indiferencia moral y absolutismo ético. En el caso de la relación y de las actitudes de la ciudadanía global frente a la migración masiva desde países impactados por la violencia y la precarización, muchos de los elementos tradicionalmente asociado con estos debates vuelven a salir a luz. El libro editado por David Heyd bajo el título de Toleration: An Elusive Virtue (1996), expone muchos de los aspectos polémicos sobre este tema, incluyendo posiciones de marcado escepticismo y de marcada fe en los beneficios que el ejercicio de la tolerancia puede traer a un mundo conflictivo y diversificado. Temas como los de la multiplicidad de identidades culturales, creencias, posiciones políticas, estilos de vida y proyectos sociales pertenecen a una zona de combate filosófico e ideológico en los que siempre se invoca el problema de los límites de los derechos y deberes individuales, sobre todo en casos en los que la defensa del derecho toca la libertad del otro, creándose una territorialidad simbólica en la que los espacios en contienda son difíciles de delimitar. Lo que se enfoca aquí es la noción política de la tolerancia, cuando esta es utilizada como herramienta o estrategia de gobierno o de control de las interacciones sociales, o como elemento regulador que la sociedad se da a sí misma. En este caso, se utiliza esta supuesta virtud social como si tuviera, en sí misma, un valor absoluto, reforzándola ya sea con la promesa de reciprocidad (si eres tolerante con los demás ellos lo serán contigo) o como confirmación de la superioridad de quien la ejerce (el que está en una situación superior, de privilegio, conocimiento, etc., debe ser condescendiente con los demás). Aquí el problema de la tolerancia comienza a mostrar su opacidad, y obliga a plantear el tema de la otredad (cuyo tratamiento en profundidad excede los límites de este trabajo) a la manera de Rancière, Lévinas, etc. Desde tal perspectiva, hay que considerar la posicionalidad de los actores que intervienen en la situación dada, su relación con el tema de la justicia social, y las circunstancias concretas en las que el tema está siendo discutido y/o aplicado. En el caso que nos ocupa relacionado con la relación entre ciudadanía y migración irregular, el tema de la tolerancia resulta inseparable de su apropiada politización, es decir, de la valoración y toma de posición respecto a las circunstancias concretas que han ido consolidando la práctica de la expulsión y las estrategias de control biocapitalista en el mundo
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en que coexisten modernidad y colonialidad. De otro modo, el debate se vacía de contenido histórico y de aplicabilidad. Dicho de otro modo, la relación entre tolerancia y poder es esencial para comprender el efecto que esa práctica social hacia el otro tiene dentro de las relaciones de dominación establecidas, y el modo en que los sujetos se sitúan con respecto al problema de la desigualdad, a los temas de productividad, territorialidad, movilidad y frontera.3 En todo caso, vale la pena revisar algunos de los antecedentes y posiciones de este debate. Una de las voces más notorias que se alza en la década de los años sesenta llamando la atención sobre el problema de la tolerancia es la Herbert Marcuse, quien en un texto titulado «Repressive Tolerance» se adentra en algunos de los aspectos político-ideológicos de este concepto y de las prácticas con las que se lo reactiva en la época moderna. Marcuse aclara que sus consideraciones tienen como contexto histórico la situación política y social de la sociedad industrial avanzada, donde el concepto de tolerancia es utilizado como reforzamiento de la opresión y de la tiranía. «Tolerance is turned from an active into a passive state, from practice to non-practice: laissez-faire the constituted authorities» (2).4 En una sociedad no igualitaria, la práctica de la tolerancia, señala Marcuse, no puede funcionar. Solo podrá tener un efecto positivo cuando es universal, es decir, cuando tanto los privilegiados como los desaventajados la practican. Y aun así, la desigualdad predomina y la justicia no llega a cumplirse. Como se ve, la práctica de una tolerancia universal y su efectividad son inscritas por Marcuse en un espacio utópico donde el predominio de los que tienen más poder esté bajo total control. El filósofo francés analiza el concepto en relación con las nociones de libertad y verdad, en contextos en los cuales el ejercicio de la tolerancia llega a frenar o incluso a clausurar la posibilidad del cambio social, y se preocupa por dilucidar cuál es el lugar de esa práctica en contextos democráticos. Las dificultades para lograr imparcialidad y objetividad en la evaluación de conflictos sociales llevan al filósofo a una especulación más amplia y relacionada con la problemática política del momento histórico en el que el ensayo sobre tolerancia es producido, considerando la relación entre tolerancia y violencia, así como las posibilidades de lo que llama «verdadera» tolerancia, o «falsa» tolerancia. En un postcript escrito para ese mismo ensayo en 1968, durante los álgidos movimientos estudiantiles de esos años, Marcuse va un poco más lejos y declara que en tales circunstancias, «tolerance does not, and cannot, fulfill the civilizing functions attributed to it by the liberal protagonists of democracy, namely, protection of dissent» (13). Indica que se ejerce entonces, particularmente en los 3 Véase, 4 Se
al respecto, el debate entre Wendy Brown y Rainer Forst, The Power of Tolerance. cita aquí a partir de la versión online.
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Estados Unidos, una tolerancia discriminada (y discriminatoria) que es contraria a los propósitos éticos de esa práctica social. Su mensaje final sobre el tema señala un descreimiento radical en el valor de la tolerancia en situaciones de conflicto y en condiciones de extrema desigualdad. La tolerancia debe ser conquistada, indica Marcuse, a través de una intolerancia y de una desobediencia militante: The tolerance which is the life element, the token of a free society, will never be the gift of the powers that be; it can, under the prevailing conditions of tyranny by the majority, only be won in the sustained effort of radical minorities, willing to break this tyranny and to work for the emergence of a free and sovereign majority —minorities intolerant, militantly intolerant and disobedient to the rules of behavior which tolerate destruction and suppression (14).
Sin duda alguna, tales opiniones no deben ser valoradas fuera del politizado y particular contexto de la época. El ejercicio de la tolerancia, como el de otros valores cívicos y prácticas sociales, es siempre contingente, ligado a circunstancias específicas, ya que se trata de una práctica política fácilmente ideologizable. Queda claro que la noción de tolerancia solo puede ser discutida en términos puramente conceptuales hasta cierto punto, ya que la aplicación de esa noción a casos concretos es esencial. La tolerancia no tiene valor en sí misma, más que a un nivel abstracto y muy general. Hay casos en que la intolerancia parece irrenunciable: frente al racismo, frente a la violencia doméstica, etc. la posición de intolerancia se presenta como la única éticamente defendible. En la época actual, uno de los estudios más exhaustivos y rigurosos sobre el tema de la tolerancia es el de Wendy Brown, el cual lleva por título, significativamente, Regulating Aversion: Tolerance in the Age of Identity and Empire (2006), un amplio análisis de las distintas formas posibles de entender el concepto y de las formas posibles de ponerlo en práctica, dentro de un contexto social, político y discursivo que se reactiva en torno a esta noción a partir de los años 80. Como Brown señala con acierto, la intensificación del uso de esta noción de contenido más o menos tibio en etapas anteriores, se debió, entre otras cosas, a la presencia pública de factores que perturbaron el orden liberal. Entre esos factores se cuenta la masificación de las migraciones, los reclamos presentados por movimientos indígenas en diversas regiones, la actividad transnacionalizada del islamismo y otros factores que parecieron atentar contra el statu quo y que constituyeron llamados de atención sobre las posibilidades de conservar la paz y proteger las identidades en tiempos de revulsión social. Junto a los discursos asimilacionistas y las elaboraciones sobre multiculturalismo, la noción de tolerancia fue elaborada como una de las formas de garantizar la preservación de los derechos humanos y absorber la diversidad.
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La práctica de la tolerancia tuvo, por supuesto, diferentes sentidos en distintas regiones y culturas. El libro de Brown, al superponer los términos tolerancia y aversión, comienza por poner en cuestión el significado más común de la noción de tolerancia, sugiriendo que esta es una de las formas que toma socialmente la hostilidad y el rechazo del Otro. La autora vincula el concepto a la política y particularmente al discurso y la práctica de la gubernamentalidad, indicando que la tolerancia produces and positions subjects, orchestrates meanings and practices of identity, marks bodies, and conditions political subjectivities […] not through a rule or a concentration of power, but rather through the dissemination of tolerance discourse across state institutions; civic venues such as schools, churches, and neighborhood associations, ad hoc social groups and political events; and international institutions or forums (4).
Brown se pregunta cuál es el orden social y político que la tolerancia busca preservar, qué sujeto social produce, qué tipo de justicia promete, compromete o definitivamente desplaza. Asimismo, el tema lleva a interrogar sobre qué fatalismo histórico y político hace pensar en la persistencia de diferencias irreconciliables en el cuerpo político, que la tolerancia debería enfrentar para permitir la continuidad de la democracia (Brown 5-6). Para Brown, en su carácter de dispositivo gubernamental, la tolerancia sirve para reforzar el discurso y las prácticas del poder liberal, legitimando los privilegios de un Occidente blanco asentado en su predominio desde el colonialismo y a partir de la violencia de Estado. La tolerancia reafirmaría la retórica del poder terminando por despolitizar los conflictos sociales.5 Si para algunos autores, como por ejemplo Rainer Forst, la tolerancia invita a la reciprocidad, para Brown refuerza la posicionalidad del Otro que aparece colocado asimétricamente y en inferioridad de condiciones con respecto a aquel que, magnánimamente, «tolera». Como se puede ver, y como la autora enfatiza en diversas oportunidades, su crítica no va encaminada a la tolerancia como un ethos o una virtud cívica de convivencia social, que permite navegar desacuerdos personales, conductas, preferencias y gustos diferentes. Brown encamina su critique a la utilización política de este elemento como neutralizador del conflicto social, es decir, como el recurso a partir del cual el conflicto no es elaborado sino negado, desplazado o invisibilizado. 5 Las ideas de Wendy Brown sobre la tolerancia han recibido mucho apoyo, pero también han sido discutidas. Rainer Forst destaca la incidencia histórica de la tolerancia en distintos contextos culturales y las formas en que el ejercicio de esta práctica puede contribuir a la resolución de conflictos y a la justicia social.
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La autora destaca siete perspectivas distintas pero complementarias con respecto a este tema: la tolerancia como discurso de despolitización, como discurso del poder, como suplemento, como gubernamentalidad, como objeto de museo, como construcción de sujetos y como retórica civilizacional. Estas distinciones tienen que ver no con la tolerancia considerada una virtud que puede enriquecer las interacciones y limar asperezas en espacios sociales, sino como un dispositivo que se presta a diversos usos, tácticos o estratégicos, que sirven a programas político-ideológicos donde la coexistencia de perspectivas o situaciones radicalmente opuestas no es una opción viable. Como indica, el mismo posicionamiento de individuos, prácticas, etc. como objeto de tolerancia, los sitúa desventajosamente con respecto a las tendencias dominantes: Almost all objects of tolerance are marked as deviant, marginal, or undesirable by virtue of being tolerated, and the action of tolerance inevitably affords some access to superiority, even as settings or dynamics of mutual tolerance may complicate renderings of superordination and superiority as matters of relatively fixed status (14).
De este modo, indica Brown, la desigualdad, la subordinación, la marginalidad y el conflicto social son presentados como situaciones individuales o personales, o como circunstancias naturales, culturales, etc., no como una problemática sociopolítica o infraestructural que debe ser relacionada con el sistema económico total y que puede ser analizada y eventualmente remediada por acciones concretas que transformen las condiciones conflictivas. Asimismo, al referirse a los impactos emocionales de tales conflictos sobre la vida misma, los procesos de politización sustituyen el vocabulario que apela a los afectos por términos políticos neutros que lo reducen todo a la dimensión de la diferencia. Esto conduce a una culturalización de la política, una estrategia que «eliminates colonialism, capital, caste or class stratification, and external political domination, from accounts of political conflict or instability» (20). Las implicancias del tema de la tolerancia en contextos migratorios y en relación a la problemática biopolítica que desatan las medidas de persecución y deportación de migrantes irregulares, la separación de familias, las detenciones y reclutamientos en campos de refugio, etc., resultan evidentes. La tolerancia no puede resolver ni permite analizar las cuestiones de base que desencadenan las movilizaciones masivas, ni tampoco llega a contrarrestar el discurso xenofóbico que desde los aparatos gubernamentales se filtra en los imaginarios colectivos demonizando al Otro y atribuyéndole todo tipo de rasgos que supuestamente atentan contra los derechos de la ciudadanía. El discurso del poder apela a los intereses y prejuicios sociales en contra del extranjero, haciendo que el ciudadano tema por la pérdida o reducción de servicios sociales o por la reducción de
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los mercados de trabajo a nivel nacional en razón de la presencia de quienes, al estar situados en un limbo legal, no tienen derechos que reclamar ni Estado que los asista. El enfrentamiento ciudadano/migrante orquestado como dispositivo discursivo gubernamental, es incompatible con la retórica de la tolerancia, mecanismo ideológico que retarda y finalmente difumina la razón del Otro convirtiéndolo en un ser inferior a quien solo le queda esperar la condescendencia de los privilegiados. Slavoj Žižek ha colocado también el tema de la (in)tolerancia como foco de sus reflexiones en torno a algunos de los aspectos ideológicos que prosperan en el contexto del neoliberalismo, como por ejemplo la idea de la multiculturalidad como apertura hacia el Otro. Desde el punto de vista de la tolerancia liberal, el mensaje se resume en la idea de que, a pesar del rechazo que el/lo otro pueda causar, hay que aprender a aceptarlo y a soportarlo como uno de los desafíos de nuestro tiempo. En efecto, la noción de tolerancia (del latín, tolerare) significa, ya desde su etimología, soportar. Tolerancia y condescendencia parecen ir juntos en tales posiciones. Asimismo, hay casos en los que la intolerancia es necesaria: ante la amenaza a la vida cualquier ser humano, ante el racismo, los abusos a mujeres y niños, etc., se entiende que se ha sobrepasado la línea de lo tolerable y se entra en la zona del derecho a preservar la existencia. Sin embargo, no siempre existe acuerdo sobre el hecho de que es justamente de tales escenarios cuando se habla al hacer referencia a la migración irregular, los campos de refugiados, la persecución de indocumentados, etc. El problema es, entonces, la relación entre teoría y praxis, y el reconocimiento de situaciones concretas como casos extremos donde la vida misma está amenazada, a nivel masivo. Las definiciones de tolerancia con las que se cuenta enfatizan algunos aspectos que identifican ese concepto con las nociones de respeto social hacia las ideas y acciones que se oponen a las nuestras o se diferencian de ellas, aclarando que tolerancia no implica indiferencia sino, más bien, resignación y transigencia ante aquello que, aunque rechazamos, no podemos eliminar. Como otros autores, Žižek considera la tolerancia una virtud cívica y social que permite la convivencia, admite la diversidad y tiende hacia la comprensión de posicionamientos alternativos a los propios. Se entiende que la tolerancia estimula actitudes contrarias al fanatismo, la discriminación y la agresión, pudiendo evitar represalias y choques por desacuerdos en cuanto a opiniones, estilos de vida o creencias que se interpretan como contrarias a nuestros valores. Sin embargo, como se ha venido viendo, la tolerancia es, asimismo, utilizada como una forma de desconocer e invisibilizar antagonismos reales que revelan injusticia social, desigualdad, prejuicios, etc., y que más bien deberían ser identificados como tales, nombrados, discutidos y analizados.
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En el libro titulado En defensa de la intolerancia (2008), Žižek identifica tolerancia y pospolítica, en la medida en que la capacidad de resignarnos ante situaciones que nos parecen injustas e inmorales, podría lograr diluir el conflicto social, sin llegar a resolverlo, enfrentándolo de una manera superficial y transitoria que deja intactas las condiciones que en primer lugar desataron la crítica. Se reemplaza así con argumentos morales o de «sentido común» un tema estrictamente político, que requiere análisis riguroso de las estructuras económicas y sociales, los sistemas de privilegio y de marginación social, y el régimen jurídico que los legitima. El filósofo esloveno se refiere particularmente al campo del multiculturalismo, donde la tolerancia es promovida como forma de zanjar o minimizar los prejuicios contra el Otro. Según Žižek, la tolerancia que se predica en situaciones multiculturales es una forma de despolitización que representa bien la ideología del capitalismo tardío y de la globalización, en cuyo contexto se ha incrementado el flujo migratorio, sobre todo de sur a norte, partiendo de naciones con menos recursos, situaciones de violencia, etc., hacia otras percibidas como más estables y desarrolladas. Para el filósofo, la situación de fondo que revelan las dinámicas sociales requiere un trabajo profundo de desmontaje político-económico respecto a todos los problemas que ocasionan y catalizan los flujos poblacionales en el presente. En un artículo anterior al libro mencionado, «Tolerance as an Ideological Category» (2008), Žižek sigue las elaboraciones de Wendy Brown en Regulating Aversion (2006), a quien cita al inicio de sus propias reflexiones: The retreat from more substantive visions of justice heralded by the promulgation of tolerance today is part of a more general depoliticization of citizenship and power and retreat from political life itself. The cultivation of tolerance as a political end implicitly constitutes a rejection of politics as a domain in which conflict can be productively articulated and addressed, a domain in which citizens can be transformed by their participation […] (Brown 89, cit. por Žižek «Tolerance» 660).
En la posición de Brown está contenida la perspectiva que interesa destacar a nuestros efectos, y que Žižek extiende trayendo a colación las posiciones de Samuel P. Huntington, Francis Fukuyama y otros para mostrar la erosión de lo político en la era que ha sido diagnosticada como «el fin de la historia». «De ahí —indica Žižek— que crea necesario, en nuestros días, suministrar una buena dosis de intolerancia, aunque sólo sea con el propósito de suscitar esa pasión política que alimenta la discordia […] y apostar por la defensa de una renovada politización de la economía» (En defensa 12). La tolerancia es una actitud que se ejerce desde una posición de superioridad ante aquello que tenemos que aceptar como parte de nuestra esfera individual o
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colectiva, aunque nos desagrade. Esta actitud surge cuando algo ha despertado nuestro rechazo, cuando querríamos eliminarlo, sin poder hacerlo. Ante la persistencia de aquello que se considera indeseable, la tolerancia es un acto de aceptación condescendiente, que en muchos casos genera resentimiento en quien la implementa, por tener que eludir el enfrentamiento con aquello que le provoca repulsión, incomodidad, malestar y fastidio. Tolerar lo que nos disgusta parece demostrar disciplina cívica, amplitud de criterio o, por lo menos, entereza ante situaciones o individuos que consideramos diferentes u opuestos a nuestros valores, creencias, gustos personales, costumbres y formas de ser. Es una traducción del malestar y de la desconfianza en términos «positivos», que reciclan el rechazo a partir de las nociones de deber u obligación que nos impone el medio en que vivimos. La tolerancia siempre implica una especie de pacto implícito de no agresión, que va acompañado de inestabilidad afectiva, es decir que no da garantías de continuidad, ya que se apoya en la subjetividad y en el constreñimiento de la libertad del sujeto de manifestar sus verdaderos sentimientos hacia la situación que lo perturba. La tolerancia, entonces, es una forma de la autocensura, y como tal sumerge los contenidos negativos del rechazo al otro (a lo otro), que se mantienen como sentimientos reprimidos y latentes. De este modo, la tolerancia forma parte de un campo emocional inestable, donde el rechazo inicial no desaparece ante la abstención de expresar los sentimientos reales. Se crea así un falso consenso, que hace imposible examinar las causas del malestar social y las formas posibles de resolverlo de manera abierta y duradera. La invisibilización del conflicto no lo elimina, sino que lo mantiene peligrosamente reprimido en el inconsciente individual y colectivo. Como se sabe, el principio básico de lo político no es la negación del antagonismo ni su reconversión en mera diferencia (we agree to disagree) sino el reconocimiento y elaboración del conflicto, proceso que implica, como condición sine qua non, la identificación del problema y la toma de conciencia acerca de las posiciones desde las cuales se lo enfrenta, incluyendo la asimetría de fuerzas. La tolerancia facilita la perpetuación de los conflictos de fondo al mantenerlos en estado de latencia —reprimidos— impidiendo su politización. En palabras de Žižek, el multiculturalismo, como ejemplo de tolerancia (en el sentido que se viene discutiendo), es otra de las formas por las cuales el capitalismo ejerce su dominación, la cual, bajo nuevas formas, perpetúa los antagonismos de clase, raza y género que se consolidaran con la modernidad. He aquí la verdadera política: ese momento en el que una reivindicación específica no es simplemente un elemento en la negociación de intereses, sino que apunta a algo más y empieza a funcionar como condensación metafórica de la completa reestructuración de todo el espacio social (En defensa 46).
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En nuestra era de capitalismo global, ¿cuál es, entonces, la relación entre el universo del Capital y la forma Estado-Nación? «Auto-colonización», quizás sea la mejor manera de calificarla: con la propagación directamente multinacional del Capital, ha quedado superada la tradicional oposición entre metrópoli y colonia; la empresa global, por así decir, cortó el cordón umbilical con su madre-patria y trata ahora a su país de origen igual que cualquier otro territorio por colonizar (En defensa 55).
Como en muchos debates actuales, Žižek pone el ejemplo del multiculturalismo como coexistencia no necesariamente interactiva de formas de vida, valores e identidades que este ideologema engloba bajo la noción ambigua de diferencia sin prestar atención a las relaciones de poder entre las partes ni a las formas en que unos sectores son manipulados por otros, cooptados o invisibilizados. La forma ideológica ideal de este capitalismo global es el multiculturalismo: esa actitud que, desde una hueca posición global, trata todas y cada una de las culturas locales de la manera en que el colonizador suele tratar a sus colonizados: como «autóctonos» cuyas costumbres hay que conocer y «respetar». La relación entre el viejo colonialismo imperialista y la actual auto-colonización del capitalismo global es exactamente la misma que la que existe entre el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo. Al igual que el capitalismo global supone la paradoja de la colonización sin Estado-Nación colonizador, el multiculturalismo promueve la eurocéntrica distancia y/o respeto hacia las culturas locales no-europeas. Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida, auto-referencial de racismo, un «racismo que mantiene las distancias»: «respeta» la identidad del Otro, lo concibe como una comunidad «auténtica» y cerrada en sí misma respecto de la cuál él, el multiculturalista, mantiene una distancia asentada sobre el privilegio de su posición universal. El multiculturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posición de todo contenido positivo (el multiculturalista no es directamente racista, por cuanto no contrapone al Otro los valores particulares de su cultura), pero, no obstante, mantiene su posición en cuanto privilegiado punto hueco de universalidad desde el que se puede apreciar (o despreciar) las otras culturas. El respeto multicultural por la especificidad del Otro no es sino la afirmación de la propia superioridad (En defensa 56-57).
Los temas de colonialismo/imperialismo, el debilitamiento de la naciónEstado, los campos álgidos de conflicto social en torno a la tríada clase/raza/ género, son aquí enfocados en un intento deconstructor de los argumentos esgrimidos desde el poder y de los discursos que intentan justificar la perpetuación del status quo. En cuanto a los problemas que presentan las reacciones contra la migración, el tema de la (in)tolerancia es fundamental, tanto por los discursos en los que se apoya y por las estrategias ideológicas que despliega para legitimar-
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se, como por las formas encubiertas de negación del Otro, que no osan decir su nombre. El tema de la tolerancia, en combinación con los desafíos de la interculturalidad, es complejo y se presta no solo a especulaciones éticas de largo alcance sino también a debates políticos y a la discusión de aspectos prácticos de difícil manejo. Según plantea Žižek en La nueva lucha de clases, deberíamos evitar quedar atrapados en el juego liberal de «cuánta tolerancia podemos permitirnos»: ¿deberíamos tolerarlo si los refugiados que se establecen en Europa impiden que sus hijos vayan a la escuela pública, si obligan a sus mujeres a vestirse y comportarse de una determinada manera, si conciertan el matrimonio de sus hijos, si maltratan —y cosas peores— a los gays en su comunidad? A este nivel, naturalmente, nunca seremos lo bastante tolerantes o siempre lo seremos demasiado, pues descuidaremos los derechos de las mujeres, etc. La única manera de salir de esta disyuntiva consiste en ir más allá de la mera tolerancia; debemos proponer un proyecto universal positivo que compartan todos los participantes y luchar por él. No sólo debemos respetar a los otros, sino también ofrecerles una lucha común, pues hoy en día nuestros problemas son comunes (115).
Como se ve, frente al tema de la (in)tolerancia los argumentos oscilan siempre entre horizontes utópicos y cuestiones prácticas, donde lo que está en juego es siempre nuestro modo de vida, nuestras convicciones, nuestra conciencia. El tema está destinado a permanecer en el panorama político, social y filosófico mientras la diferencia continúe yendo acompañada de beligerancia, fundamentalismo y afán por la perpetuación de privilegios y de formas de ser en sociedad que no todos tienen por qué compartir. El mayor peligro de estos debates es el de culturalizar excesivamente un tema que comienza por ser político-económico y que tiene esencialmente que ver con las relaciones de poder en la globalización, y con las nuevas formas de hegemonía y marginalidad que el (des)orden mundial genera a nivel planetario. En la obra de Dussel, el concepto de tolerancia adquiere un carácter más relacional y dialógico, y constituye un momento anterior al consenso. En su «Deconstrucción del concepto de “tolerancia” (de la intolerancia a la solidaridad)», el filósofo argentino-mexicano lo expresa de la siguiente manera: La tolerancia es el saber esperar racionalmente (no de manera escéptica ni relativista, sino con respeto por el otro y con plena pretensión universal de verdad, pero sin alcanzar el consenso con el otro todavía) en el trabajo del argumentar, del mejorar los argumentos que tengan en cuenta al otro como otro […] Es un tolerar el noconsenso del otro mientras no se hayan encontrado los argumentos o las circuns-
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tancias propicias para la aceptación de la propia pretensión universal de verdad. La actitud tolerante es propia de un sujeto racional (3).
Para Dussel, la tolerancia es inherente a la razón y, por ende, a la ciudadanía. Históricamente, los límites de la tolerancia se han ido ampliando, hasta considerarse que deben abarcar una amplísima gama de expresiones de otredad y diferencia cultural. La tolerancia se encuentra íntimamente ligada a los temas de la verdad y del Poder. ¿Quién posee la verdad, y en nombre de qué verdad nos situamos frente al Otro para juzgarlo, excluirlo, asimilarlo o denigrarlo? El problema es ético, político, civil y jurídico, como polo opuesto a la intransigencia y el dogmatismo. Dussel destaca que el tema de la tolerancia y de la verdad constituye una forma de acceso «a la cosa misma», sabiendo que esta no puede ser alcanzada en su totalidad. Las pretensiones de universalidad que se atribuyen a las «verdades» arraigadas en la cultura solo revelan el modo en que ciertas razones, conceptos o principios se han actualizado a nivel subjetivo. Otra cosa es la validez intersubjetiva de tales convicciones, es decir, las conductas que se desplieguen en el «momento intersubjetivo». A estos efectos, propone a Bartolomé de Las Casas como ejemplo paradigmático del paso de la tolerancia a la solidaridad. Hospitalidad/fraternidad/solidaridad Siempre dentro del intento de abordar el campo ético-filosófico que rodea el tema de la migración como conflicto político, económico y social prominente en nuestro tiempo, la tríada que aquí se analiza compromete tanto aspectos conceptuales como prácticos, que tienen total vigencia para el estudio de las formas de recepción e integración de individuos y comunidades de variadas procedencias etnoculturales en países desarrollados, que muchas veces coinciden con centros metropolitanos en el contexto del colonialismo. Tanto el tema de la hospitalidad como los conceptos afines de fraternidad y solidaridad pertenecen, sin lugar a dudas, a los dominios del humanitarismo y de la ética. Más allá de leyes, regulaciones, individualismos y prejuicios, como en el caso de la tolerancia, tales conceptos integran el repertorio de virtudes sociales que consagran los libros sagrados y se predican como esenciales en la vida civil. Forman parte de los valores que los aparatos del Estado inculcan en la ciudadanía, como modo de asegurar a la nación como territorio fraterno y abierto. A nadie escapa, sin embargo, que la práctica dista de la teoría, y que los valores son sometidos de manera constante a revisión y a reinterpretación, dependiendo de las condiciones concretas en las que se aplican, de los intereses en juego y de la relación de fuerzas entre quienes sustentan distintas opiniones.
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Según Enzensberger, la xenofobia es una constante antropológica a partir de la cual el grupo defiende sus recursos y cohesión interna. Justamente por esta razón, para evitar continuos baños de sangre, para posibilitar un grado mínimo de intercambio y circulación entre clanes, tribus y etnias, las sociedades antiguas inventaron los tabúes y los ritos de la hospitalidad. Tales mecanismos no suprimen, sin embargo, el status del forastero; al contrario: lo consolidan. El forastero goza de hospitalidad, pero no puede quedarse (15).
Estos son los términos en los que, a grandes rasgos, y atendiendo solamente a aspectos socioculturales, se define la dinámica migratoria aun en nuestros días, como una tensión entre «derechos de piso» y forasterismo, autoctonía y extranjería, obviando el factor fundamental de que todos los países son producto de olas migratorias que desestabilizan tales polaridades. La codificación nacionalista se encamina, sobre todo, a establecer bases para la afirmación de pertenencia (belonging): derecho territorial, propiedad de los recursos naturales, beneficios sociales, etc. La ley tiene como cometido principal la defensa territorial poniendo en primer plano los derechos de la ciudadanía y dejando de lado el hecho de que tal noción alude en todas partes a poblaciones heterogéneas y en algunos casos de gran disparidad. La hospitalidad no es presentada como una obligación sino como una opción, una inclinación moral, no exenta de condescendencia e identificada con la buena voluntad del anfitrión. En el borde mismo de la hospitalidad, la ley observa, con un celo implacable, el momento en que aparece la transgresión y en que la nación, como constructo que se basa en la delimitación de fronteras reales y simbólicas y en la noción compleja de soberanía, comienza a sentirse violentada. Los derechos del anfitrión prevalecen sobre los del (posible) huésped, como modo de preservar el derecho al espacio que, en su momento, puede dar lugar a la hospitalidad. Un punto de referencia en los estudios sobre hospitalidad lo constituye el influyente ensayo de Kant titulado Perpetual Peace: A Philosophical Sketch (1795), en el que el filósofo alemán establece una serie de principios para asegurar la armonía entre naciones, uno de los cuales señala que debería existir una ley de ciudadanía mundial regida por condiciones de hospitalidad universal. Kant concibe que la paz internacional solo puede lograrse a través de una liga de naciones que trabajen coordinadamente sobre la base de principios democráticos que regulen, entre otras cosas, el derecho a la emigración y a la recepción de inmigrantes. Sus ideas sobre el cosmopolitismo conciben al individuo no solamente como parte de una totalidad humana y social sino también como componente de la naturaleza, la cual a su vez forma parte de un diseño metafísi-
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co. Por tanto, la realización racional del ser humano solo puede lograrse dentro del sistema al que pertenece, de ahí que la apertura de la nación al extranjero sea una condición imprescindible de la paz universal. La hospitalidad pertenece al dominio del derecho natural, no al de la caridad o el humanitarismo. Sin embargo, como bien ha observado Karima Laachir, el universalismo kantiano no está exento de discriminación racial, ya que los individuos negros, no importa cual fuera su nacionalidad, no tendrían los atributos para alcanzar ese nivel dentro del sistema concebido por Kant (Laachir, «Hospitality and the Limitations of the National» 179). El universalismo kantiano sería, entonces, una concepción racializada y jerárquica, que desmiente los principios en los que parece apoyarse, ya que implica criterios de exclusión y valorización de los seres humanos de acuerdo a sus características físicas y culturas originarias.6 En la concepción de hospitalidad que Kant sostiene, el huésped que recibe el beneficio de ser acogido por el anfitrión, debe comportarse de acuerdo a ciertas formas de conducta que no violenten al dueño de casa, para garantizar la armonía del encuentro.7 La individualidad no expresa, para Kant, una condición ideal para el despliegue de la racionalidad, sino una forma primitiva y bárbara, previa al dominio de la razón. Esta solo florece dentro del sistema total, abriéndose hacia la sociedad como espacio de convivencia y comunitarismo. Las nociones de sociedad civil y de pacto social apuntan a las condiciones que deben existir en la sociedad para que los sujetos alcancen universalmente un estado de coexistencia armoniosa. El concepto kantiano de hospitalidad va unido así al de reciprocidad, relación que autores posteriores han considerado problemática, dadas las condiciones reales en las que se lleva a cabo el vínculo entre huésped y anfitrión, donde el primero casi nunca está en condiciones de devolver favores a quien lo recibe.8 El tema de la hospitalidad es de naturaleza civil, aunque también, indudablemente, ética, jurídica y política. No obstante, ante todo, muchos autores 6 Respecto a las consideraciones de Kant sobre la raza negra, también desarrolladas en «On the Different Races of Man» (1775) y en Anthropology from a Pragmatic Point of View (1798), véase Gilroy, Between Camps (Laachir «Hospitality and the Limitations of the National» 179, n. 3). 7 Sobre estos puntos, véanse La Caze y Laachir. 8 El tema de la hospitalidad ha derivado hacia campos diversos, entre ellos el del turismo, en el que se analizan las relaciones, comercializadas o no, que se suscitan en torno al viaje de placer. Se ha analizado el hecho de que las fronteras entre turismo y migración son mucho más difusas de lo que parece, por ejemplo, en casos como el de los emigrados que regresan a sus países como turistas. También se han realizado aplicaciones del tema de la hospitalidad al espacio virtual del internet y a la relación entre subjetividad y tecnología, analizando las formas en las que el individuo y las comunidades se insertan en las redes. Véase al respecto Gibson y Germann Molz, Mobilizing Hospitality.
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destacan su dimensión social, particularmente relevante en épocas marcadas por los desplazamientos masivos de individuos, la xenofobia y los procesos de redefinición de fronteras. Tal desglose inicial no llega a cubrir, sin embargo, los numerosos matices que presenta el tema de la hospitalidad, cuestión eminentemente interdisciplinaria y difícil de delimitar, ya que los conceptos de base que informan el campo de investigación que se conoce bajo el nombre de hospitality studies varían según las épocas, las culturas, los contextos religiosos, etc. En el artículo editorial del primer número de la revista especializada Hospitality and Society, los autores del mismo (Paul Lynch, Jennie Germann Molz, Alison McIntosh, Peter Lugosi y Conrad Lashley) señalan cómo, desde las distintas áreas de estudio, se privilegian diferentes aspectos. Así, los antropólogos y los historiadores enfrentan la cuestión de la hospitalidad como un aspecto de la cultura, que los segundos matizan según períodos y circunstancias concretas en el desarrollo de las civilizaciones. La etnografía atiende la relación entre hospitalidad y parentesco, la importancia de la amistad, y las dinámicas en las que hostilidad y hospitalidad se negocian y combinan de distintas maneras. Las ciencias sociales y políticas analizan sobre todo el modo en que la concepción y práctica de la hospitalidad se relaciona con los derechos humanos, los recursos y servicios públicos, y las disposiciones jurídicas. A este esbozo disciplinario, se suman los juicios que merece la hospitalidad como gesto individual o colectivo de reconocimiento del Otro.9 La filosofía elabora la (po)ética de la relación humana y el reconocimiento de aquel que interpela los límites del yo y sus espacios existenciales. Para los autores mencionados, la hospitalidad consiste en el manejo —la administración— de la diferencia, siendo las operaciones de inclusión/exclusión social un punto neurálgico en la organización y el funcionamiento social (6). En este sentido, la movilidad de los individuos, esencial en el estudio de la migración, desencadena la perspectiva del control social, ya que el otro comienza a adquirir una concreción social, política, económica, cultural, etc. en los ámbitos reconocidos como propios del Yo. Esta dimensión empírica, que inscribe al otro en la cotidianeidad, la territorialidad y el espacio de los derechos individuales, llega a constituir un tema problemático y de permanente contienda. Los estudiosos de la hospitalidad atienden a los aspectos de comercialización de las interacciones inter/intraculturales en el turismo, por ejemplo, viendo de qué manera la relación entre huésped y anfitrión se ha convertido en una 9 En
«Theorizing Hospitality», Lynch, Germann Molz et al. destacan que uno de los campos en los que más se trabaja el tema de la hospitalidad es el de los negocios y la administración, ateniéndose en general a los tres principios básicos de la hospitalidad, el de proveer comida, un lugar de reposo y eventualmente protección a quien lo solicite o necesite. No obstante, los temas de identidad, poder, violencia y desigualdad están obviamente presentes en casi todas las formas de entender el concepto y de aplicarlo a las relaciones sociales.
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prestación de servicios de parte del «dueño de casa,» el cual ve al otro como consumidor o cliente. En este sentido, «hospitality as economic exchange locates hospitality as part of the capitalist economy and a concern with profit realization» (10). En esta interpretación, el énfasis obviamente recae —aunque no de manera exclusiva— en la materialidad de los intercambios hospitalarios. Los autores que enfocan el tema desde la perspectiva ética (filosófica) ven en la interacción hospitalaria uno de los ejes de la convivencia humana y de las formas de socialización a nivel planetario. Jacques Derrida, uno de los más incisivos estudiosos del tema, señala, por ejemplo, que «An act of hospitality can only be poetic» (Of Hospitality 2). Debe mencionarse que la noción y las prácticas de la hospitalidad varían históricamente y también según las culturas, las clases sociales, las circunstancias, etc. Asimismo, tales cuestiones pueden ser estudiadas en relación con instituciones, creencias, políticas estatales, costumbres, etc., así como en relación con la tecnología, la situación político-económica, y otras variantes. Finalmente, los debates sobre hospitalidad atienden a las relaciones de esta práctica con valores como la reciprocidad, las formas de intercambio y las expectativas de huéspedes y anfitriones, situando así el tema en el nivel de una verdadera «economía ética» en la cual las conductas interpersonales se vinculan a factores de reconocimiento social, retribución, etc. (Lynch, Germann Molz et al. 9). Las cuestiones de asimetría resultan también obvias en la relación hospitalaria, ya que el huésped aparece frecuentemente como controlado por el anfitrión, sujeto a la posición dominante de este, obligado a cierto sometimiento por gratitud, conveniencia o respeto, aunque a veces tal relación puede llegar a invertirse. En sus estudios de los temas de la ley y el poder, así como de las formas lingüísticas y performativas que asumen las interrelaciones socio-culturales, Derrida analiza el tema de la hospitalidad tal como se presenta en la cultura occidental, comenzando con la literatura y la filosofía griega, y entendiendo que el tema se abre a las cuestiones del espacio, la genealogía, el nombre propio, la proximidad y alteridad del Otro, temas todos que han ocupado muchos de sus textos. Ante todo, Derrida enfoca el problema de la hospitalidad en su aspecto jurídico entendiendo la ley como unidad del sistema de preservación de derechos y como violenta imposición de límites a la libertad. El derecho como norma y como ejercicio del poder, como regulación y como transgresión, toca el tema de la hospitalidad al resaltar en ella aspectos aledaños: la reciprocidad, el papel del lenguaje, y el problema de la extensión que la hospitalidad puede asumir cuando, más allá de los límites individuales, involucra a la familia y a la comunidad. Para Derrida, los temas de la política, la democracia, la amistad y la hospitalidad se encuentran estrechamente unidos. Tal relación temática se manifiesta claramente cuando se intenta pensar el tema de la democracia como
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un horizonte político que se extiende más allá de los límites de la nación-Estado y de la ciudadanía, a nivel transnacional. Si, como Derrida sostiene, la amistad puede ser entendida como uno de los principios cohesivos y organizativos en cualquier comunidad, y como un elemento fundamental para el desarrollo de la experiencia política, ¿puede aplicarse al caso de la migración, a la relación que requiere que ambas partes se encuentren en igualdad de condiciones, no importa su adscripción nacional? La «amistad» que desde los textos clásicos se asocia con la ciudadanía, ¿puede extenderse a los no-ciudadanos como una extensión de derechos que, por ley, no les pertenece? Como el filósofo francés señala, todo parece indicar que los conceptos de lo político, así como las nociones de democracia, amistad y hospitalidad deben ser revisados, para adaptarlos a las nuevas condiciones que presenta el mundo global. Europa no practica, según Derrida, la hospitalidad incondicional que consistiría en abrir las puertas de la casa, el país, la comunidad, al Otro, sin considerar posibles riesgos ni hacer preguntas al recién llegado sobre su condición, creencias, situación personal o familiar. La hospitalidad condicional y limitada no hace sino reafirmar la superioridad y privilegios del anfitrión. Asimismo, respecto al problema no solamente político y cívico, sino eminentemente ético de la hospitalidad, surgen otros interrogantes: ¿Cuáles son los derechos del Otro a la hospitalidad y cuáles son los límites que el dueño de casa (ciudadano, padre de familia, líder comunitario, etc.) puede imponer de manera legítima? ¿En qué elementos o condiciones se basa tal legitimidad? ¿Cómo se vincula la hospitalidad al pacto social en el que se inscribe? Tanto en Of Hospitality (2000) como en On Cosmopolitanism and Forgiveness (2001) Derrida ve en el tema de la hospitalidad una de las claves de la relación transnacional y de los conflictos y desafíos de la interculturalidad. Advierte, sobre todo, el impacto de la delimitación de estos conceptos sobre aspectos pragmáticos actuales, vinculados a la recepción de migrantes y a las formas de acoger al Otro en contextos privados, individuales o colectivos. Partiendo de la discusión de Kant, particularmente del ya mencionado ensayo Perpetual Peace (1795), Derrida destaca la importancia que da el filósofo alemán a la idea de un cosmo-politismo, que dé lugar al desarrollo de una sociedad civil universal que sobrepase los estados nacionales y se expanda a través de fronteras. En efecto, Kant concibe, como una de las bases para la «paz perpetua», una cooperación supranacional supervisada por organismos supraestatales, práctica que respondería no solamente a imperativos éticos sino a consideraciones prácticas de orden sociopolítico. La hospitalidad es entendida como una forma de intervención socio-política y humanitarista. Elaborando sobre estos temas, Gideon Baker se refiere a la «doble ley», o «dualidad legal», de la hospitalidad, y sugiere que el desafío que plantea Derrida es cómo responder al llamado del Otro sin convertirlo en otra versión del Yo («how it might be possible to respond to the call of
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the Other without turning the Other into the Same», 88). La universalización del Otro como categoría del sujeto de la ética invisibiliza todo particularismo. Derrida concibe la hospitalidad como una apertura incondicional hacia el Otro, considerado en toda su singular extranjeridad, con lo cual intenta superar el condicionamiento kantiano de la hospitalidad, al postular que la justicia siempre es singular, abierta a la singularidad del Otro, aunque se presente como universal (Baker 88). Al mismo tiempo, debe considerarse que toda hospitalidad debe ser delimitada. Esto señala, como Baker explica, que la hospitalidad resiste toda dialéctica ya que se basa en esta doble ley, dos imperativos que se orientan en direcciones opuestas. Se plantea así el problema de la indecisión o imposibilidad de decidir, y de los riesgos de caer en la inacción debido a las dificultades para tomar una posición al respecto. Los riesgos de asumir una u otra posición tienen en muchos casos resultados dramáticos en los que se juega la vida o la muerte, lo cual impone la necesidad de calcular los riesgos de la intervención humanitaria. Esto hace evidente que todo universalismo respecto al problema de la hospitalidad debe ser relativizado y sometido a una evaluación concreta de los casos y de las circunstancias que dan lugar a tal intervención. Derrida plantea que la hospitalidad debe practicarse no solamente en casos notorios, de individuos singularmente identificables por su posicionamiento, situación, cualidades, etc., sino de modo general, con respecto a cualquier inmigrante, exiliado, deportado, desplazado o apátrida, teniendo como destinatario al sujeto anónimo que se presenta de modo inesperado, sin invitación ni presentación. Esta es la «ley incondicional de la hospitalidad» que, según Derrida, debe sobrepasar todo cálculo político, jurídico o económico (Baker 91). En términos lévinasianos, cercanos a la teorización de Derrida, se trata de un abrirse al rostro del Otro, a su presencia, a su carácter único e irreemplazable.10 En una entrevista con Geoffrey Bennington (1997) y también en su diálogo con Anne Dufourmantelle, Derrida se explaya sobre estas cuestiones, desarrollando el concepto de lo cosmopolítico, de raíz kantiana, el cual, como se ha visto antes en este estudio, daría nombre a un horizonte de sentido en un mun-
10 Por
cierto, los problemas y debates vinculados al tema de la intervención humanitaria no terminan aquí. En Saving Strangers: Humanitarian Intervention in International Society (2000) Nicholas J. Wheeler se concentra en los procesos de intervención humanitaria por fuerza, que proliferaron a partir de la Segunda Guerra Mundial, durante y después de la Guerra Fría, discutiendo la noción de que se trata de una práctica legítima y necesaria. Wheeler plantea el problema de la «legitimidad» y las formas posibles de establecerla, considerando que la ley, tanto a nivel nacional como supranacional, sirve en muchos casos agendas específicas. Véase también al respecto Noam Chomsky, The New Military Humanism (1999). Desde estas posiciones, el humanitarismo liberal, sobre todo en su forma militarizada, reafirma la hegemonía de una naciones y sectores sociales sobre otros, siendo, en este sentido, contraproductivo (Baker 94).
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do globalizado donde el sujeto nacional va siendo constantemente desafiado por el sujeto migrante: I have to —and that’s an unconditional injunction— I have to welcome the Other whoever he or she is unconditionally, without asking for a document, a name, a context, or a passport. That is the very first opening of my relation to the Other: to open my space, my home – my house, my language, my culture, my nation, my state, and myself. I don’t have to open it, because it is open, it is open before I make a decision about it: then I have to keep it open or try to keep it open unconditionally. But, of course, this unconditionality is a frightening thing, it’s scary. If we decide everyone will be able to enter my space, my house, my home, my city, my state, my language, and if we think what I think, namely that this is entering my space unconditionally may well be able to displace everything in my space, to upset, to undermine, to even destroy, then the worst may happen and I am open to this, the best and the worst. But of course since this unconditional hospitality may lead to a perversion of this ethics of friendship, we have to condition this unconditionality, to negotiate the relation between this unconditional injunction and the necessary condition, to organise this hospitality, which means laws, rights, conventions, borders of course, laws on immigration and so on and so forth. We all have, especially in Europe, on both sides of the channel, this problem of immigration; to what extent we should welcome the Other. So, in order to think of a new politics of hospitality, a new relationship to citizenship, we have to re-think all these problems that I have mentioned in the last few minutes. Let me say just one more thing before I stop on this tradition of the concept of hospitality, given what I have said about citizenship and non-citizenship. We could simply dream of a democracy, which would be cosmopolitical, a cosmopolitan form. There is a tradition of cosmopolitanism, and if we had time, we could study this tradition, which comes to us from, on the one hand, Greek thought with the Stoics, who have a concept of the ‘citizen of the world’. […] But in the concept of the cosmopolitical in Kant there are a number of conditions: first of all you should of course welcome the stranger, the foreigner, to the extent that he is a citizen of another country, that you grant him the right to visit and not to stay, and there are a number of other conditions that I can’t summarise here quickly, but this concept of the cosmopolitical which is very novel, very worthy of respect (and I think cosmopolitanism is a very good thing), is a very limited concept. Limited precisely by the reference to the political, to the state, to the authority of the state, to citizenship, and to strict control of residency and period of stay (Bennington 5-6, mi énfasis).
Derrida advierte la importancia de la hospitalidad como una forma de control sobre el otro, que se radicaliza cuando el Estado regula tales interacciones, convirtiéndolas en relaciones de poder. El concepto de lo cosmopolítico —y no ya de lo cosmopolita— involucra cuestiones de derecho internacional y aspectos vinculados a los límites de las soberanías nacionales. Como Derrida indica, «we
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see that the concept of citizenship, the concept of the border and of immigration are today under a terrible seismic displacement» (Bennington 6). Los binarismos arriba mencionados también se perfilan como uno de los obstáculos que impide la hospitalidad que requeriría el mundo de hoy, marcado por las regulaciones y disposiciones legales que acompañaron la formación de naciones y la preservación de los Estados de derecho en las instancias de su fundación y consolidación político-administrativa. La cuestión de la otredad y las formas contemporáneas de entender el concepto y de relacionarse con las formas reales de la presencia migrante siguen constituyendo la problemática político-filosófica de fondo en todos los estudios que trabajan el tema migratorio, aunque la discusión pueda asumir aspectos específicamente económicos, sociales, etnoraciales, etc. Derrida se pregunta, «¿qué es un forastero?» y responde: It is not only the man or woman who keeps abroad, on the outside of society, the family, the city. It is not the other, the completely other who is relegated to an absolute outside, savage, barbaric, pre-cultural, and pre-juridical, outside and prior to the family, the community, the city, the nation, or the State. The relationship to the foreigner is regulated by law, by the becoming-law of justice. This step would take us back to Greece, close to Socrates and Oedipus, if it wasn’t already too late (Of Hospitality 73).
En Cosmopolitics: Thinking and Feeling Beyond the Nation (1998), Robbins se refiere al término cosmopolítica indicando que el mismo representa el esfuerzo para describir el multiculturalismo «desde adentro» como modo de poder contribuir a la creación de normas comunes de traductibilidad cultural (12-13). Se trata, entre otras cosas, de analizar las derivaciones políticas, ideológicas y culturales del abandono de las formas tradicionales de estadidad y de pertenencia y participación política que la noción de ciudadano capturó durante siglos. La noción de lo cosmo-político intenta instalar nuevas formas de articulación del espíritu en que se basa la noción de ciudadanía, a nivel global. Kwame Anthony Appiah apoya, por ejemplo, el fortalecimiento de una comunidad cosmopolita donde individuos y comunidades de distinta procedencia confluyan a pesar de la diversidad económica, étnica, etc., en condiciones de interrelación y respeto por las creencias de cada uno tanto a nivel religioso como político. En Encountering Difference, Robin Cohen y Olivia Sheringham ven en el cosmopolitanismo la forma social más universal de identidad social, ya que se privilegia la noción de ser humano por encima de cualquier otra categorización social. Citan, al respecto, la frase de Pericles en la que proclama que la ciudad propia debe abrirse al mundo sin excluir jamás al extranjero. Vista desde la perspectiva cosmo-política, la ciudad es el puente que conecta lo global y lo local, tras-
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cendiendo a la nación-Estado. En consecuencia, el ciudadano coexiste con el recién llegado, pasa a componer, con él, una totalidad compleja, hibridizada y cambiante. En su Políticas de la amistad (1994), Derrida vincula fraternidad y justicia, dando así a la virtud social de la solidaridad una dimensión práctica y política. Para este autor, los conceptos de igualdad, libertad, democracia, etc. que a partir de la Ilustración se entronizan en el pensamiento político de la modernidad occidental, tienen su base en el concepto mucho más antiguo de fraternidad, donde resulta esencial la dinámica entre las nociones de amistad y enemistad, que Hobbes convertiría en una de las claves de su concepción de la soberanía. La historia de la humanidad estaría marcada, según Derrida, por el sentimiento de la fraternidad, ya sea en sus formas positivas como en la negatividad (que podríamos llamar «el odio fraterno»), el cual confirma la importancia central de esa conexión (Caín y Abel). Tan fuerte como la oposición entre lo propio y lo ajeno, o lo familiar y lo extraño, o ciudadano/migrante, el concepto de amigo/ enemigo crea una distribución afectiva. A los fenómenos de inclusión/exclusión, de integración o expulsión, subyace la dinámica de la amistad, utilizada como parte de una retórica política que no siempre dice su nombre. En efecto, el discurso de legitimación de la violencia acude a los principios de la fraternidad, la defensa, la preservación, y la unidad y la fraternidad mientras implementa la aniquilación del Otro. De ahí que los argumentos de legitimación y ensalzamiento del nacionalismo incluso en sus formas más excluyente y fanáticas, sean tan similares al del humanitarismo, ya que ambos se encuentran informados por la carga afectiva que también consolida la relación entre Estado y familia, paternalismo y autoritarismo. Las políticas de la amistad comparten, así, la adhesión al halo ideológico de la fraternidad, consolidado por el lazo emocional como vínculo insoslayable.11 Enrique Dussel intenta ir más allá, señalando que el Otro no solo debe ser «tolerado» y tratado con equidad, sino que debe constituirse en una responsabilidad del Yo, quien debe respetar su diferencia. Dussel entiende este momento como una «pulsión de alteridad, un deseo metafísico (E. Lévinas) por el otro que se encuentra en la exterioridad del sistema donde reina la tolerancia y la intolerancia. Es un hacerse cargo […] del otro, reflexivamente…» («Deconstrucción del concepto de “tolerancia”» 5). Al mismo tiempo, se está haciendo referencia a una praxis que no debe ser fragmentaria, selectiva o estetizada: «Con respecto
11 Leela Gandhi menciona en Affective Communities: Anticolonial Thought, Fin de Siècle Radicalism, and the Politics of Friendship (2006) que Horst Hutter publica su libro Politics as Friendship (1978) dieciséis años antes de que viera la luz el libro homónimo de Derrida Politiques de l’amitié (1994), trabajando la genealogía del concepto de fraternidad en la política.
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a la víctima ya la tolerancia no tiene sentido […] La indiferencia negativa de la tolerancia es inapropiada como actitud ante la víctima que sufre los efectos negativos del sistema […] La solidaridad es universal, en referencia a todas las diferencias…» («Deconstrucción del concepto de “tolerancia”» 6). Hospitalidad, solidaridad y fraternidad constituyen, sin duda, una tríada pertinente en relación con la problemática ética, social y política que se activa a partir de los movimientos migratorios, donde la presencia del Otro constituye una interpelación colectiva que desafía las bases y prácticas del pensamiento cívico occidental. Uno de los aspectos principales en la definición y discusión del concepto de hospitalidad y en su comprensión dentro de contextos sociales concretos, es el que se refiere al posicionamiento desigual que se registra entre el que llega y el que lo acoge, es decir, entre el extranjero y el dueño de casa o, puesto de otra manera, entre el yo que debe responder a la presencia y al desafío del otro y el que se atiene a las actitudes de quien lo recibe. Los conceptos de solidaridad y fraternidad tienen, sin duda, connotaciones éticas y morales que no pueden desconocerse, tanto a nivel individual como comunitario. Asimismo, se ha estudiado la importancia de las localizaciones y la espacialidad en la implementación de solidaridad, por ejemplo, la relación entre migración y construcciones (instituciones, edificios, albergues, etc.) y los vínculos entre hospitalidad y espacio abierto. Las dimensiones vinculadas al control poblacional y al intercambio social y económico son consideradas aspectos dominantes en la literatura especializada, que reconoce los límites difusos entre ambos niveles, ya que el control parece producirse de manera casi instantánea e inevitable cuando se ejerce la hospitalidad y se lleva a cabo el intercambio de elementos materiales o simbólicos entre el huésped y el anfitrión. El tema de la hospitalidad, además de su relevancia intrínseca, conecta con situaciones y categorías clave para el análisis del conflicto social relacionado con el tema de la migración y la cuestión de las fronteras reales y simbólicas que atraviesan el mundo contemporáneo. La hospitalidad despierta polémicas en cuanto a las definiciones y contenidos de los conceptos de identidad y otredad, alteridad cultural, racismo, coexistencia, xenofobia e interculturalidad. Se vincula, asimismo, con cuestiones político-económicas tanto a nivel nacional como en el ámbito del ciudadano, sus intereses, derechos y responsabilidades éticas, que exceden sus deberes e interpelan la conciencia social, tanto a nivel individual como colectivo. Aquí surge un nuevo problema: ¿cómo nombrar al otro? ¿Extranjero, recién llegado, huésped, forastero? ¿Hermano, amigo, semejante, intruso? Lynch, Germann Molz et al. recuerdan que hospitalidad y hostilidad tienen la misma raíz (hospes, que significa tanto amigo como enemigo), de modo que la ambigüedad y la bivalencia son inherentes al concepto. Los debates sobre hospitalidad fueron
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un tópico frecuente entre los griegos, al vincularse a cuestiones propias de la polis, relacionadas directamente con el ejercicio de la democracia, el funcionamiento comunitario y la ética En épocas posteriores el tema se prestaría a redefiniciones cuando los conceptos de fraternidad, soberanía y derechos humanos comenzaron a desarrollarse. Por otra parte, tal como reconocen los autores mencionados, una larga serie de dualismos se aloja en la idea de hospitalidad, la cual sugiere dinámicas oposicionales entre amigo/enemigo, adentro/afuera, inclusión/exclusión, aquí/allá, bienvenida/rechazo, deber/placer, anfitrión/huésped, orden/desorden, movilidad/sedentarismo, y muchos más.12 Estas oposiciones se elaboran sobre la base de conceptos extremos, radicalizando las formas de definir la situación social, siempre plagada de matices, particularidades, atenuantes y motivos que sobrepasan los contrastes radicales. En Introducción a los estudios migratorios. Migración y derechos humanos en la era de la globalización (2017), Wooldy Edson Louidor analiza el tema de la hospitalidad en relación con los vacíos de protección al migrante y como una de las aristas que vincula el problema de la desprotección con el estado de excepción, el cual, «convertido en técnica de gobierno», sustituye cualquier forma de gestión planificada de las migraciones en el mundo de hoy. Según Louidor, la percepción del migrante como enemigo o amenaza sirve de excusa para la falta de respuestas estatales y jurídicas a este tema de tan inmensas connotaciones. Según el investigador colombiano, «la falta de hospitalidad es la causa fundamental (o parte de ella) de las tragedias a las cuales los migrantes son sometidos como víctimas en sus intentos de llegar a los países de destino, así como de todos los problemas relacionados con la migración» (Introducción 151). Louidor, como otros autores, aboga por una aproximación ética que informe las decisiones políticas al problema migratorio, entendiéndolo como un tema de justicia social. La humanización de la globalización obligaría, así, a reconsiderar la percepción del migrante como enemigo o como amenaza, siguiendo en esto las ideas de Emmanuel Lévinas y de Enrique Dussel. Desde esta perspectiva, el Otro ese entendido como una (id)entidad que me constituye como sujeto, evadiendo así la posición convencionalmente «humanitarista» de la modernidad, que obliga al individuo a ser «trivialmente compasivo». En su lugar Louidor propone la concepción de la subjetividad que solo puede encontrarse consigo misma al salir de su ser para enfrentarse al que Lévinas propone como el «absolutamente otro» (Louidor, Introducción 151-152). Esta es, así, una forma de la trascendencia y de totalización de la responsabilidad, un «imperativo ético» 12 Lynch, Germann Molz et al. señalan la importancia del libro Hosts and Guests, publicado por Valene Smith en 1970, donde se aborda desde una perspectiva antropológica la cuestión del turismo y la comercialización de la hospitalidad.
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a partir del cual lo político, lo jurídico, lo nacional y lo transnacional, pueden ser reformulados en tanto dimensiones que acogen al Otro como parte del Yo y no como su alteridad o su amenaza. En este sentido, Lévinas indica: «La política debe poder ser siempre controlada y criticada a partir de la ética» (Louidor, Introducción 155).13 En efecto, para Lévinas la hospitalidad no puede reconocer las restricciones que impone Kant ya que el Otro nos interpela desde su infinita otredad, que no puede ser condicionada a particularismos corporales o de otra naturaleza. El Otro debe ser recibido en un acto ético, no —o al menos no puramente— político, razón por la cual la hospitalidad no puede ser monopolio del Estado, ni regulada por este, ya que apela a niveles humanitaristas, emocionales y personales que no son legislados sino inherentes al individuo. Considerando las posiciones de Kant y Lévinas y atendiendo a las masivas migraciones de nuestro tiempo, Derrida señala que la situación requiere «another international law, another border politics, another humanitarian politics, indeed a humanitarian commitment that effectively operates beyond the interests of the Nation-States» (cit. en Laachir, «Hospitality and the Limitations of the National» 182). En Política y hospitalidad. Disquisiciones urgentes sobre la figura del extranjero (2014), Ana Paula Penchaszadeh aborda la cuestión de la hospitalidad en relación con la forma en que se ha configurado el estado moderno. Su libro involucra los conceptos de democracia, soberanía y tolerancia, para aproximarse críticamente al tema de la hospitalidad tal como lo plantea Derrida, sobre todo respecto a los límites que el filósofo reconoce a esa práctica en el mundo de hoy. ¿Cuál es el lugar de la extranjería en un mundo global, y cómo debe entenderse ese concepto en el contexto de las dinámicas de integración que supuestamente caracterizan al capitalismo tardío? ¿Cómo se define la hospitalidad, y cuáles son sus límites, en relación con el principio de la propiedad privada? ¿Cómo se articula la democracia con los derechos humanos y particularmente con la situación del extranjero que se inserta en los espacios propios del estado nacional y requiere el acceso a —al menos algunos— beneficios de la ciudadanía? […] la hospitalidad sólo es posible como derecho en el marco de ciertas regulaciones e instituciones que cada Estado unilateralmente, en tanto cuerpo político diferenciado y autónomo, establece para la entrada y salida de las personas en su territorio. Pareciera, pues, a primera vista, que lo que hace posible la hospitalidad 13 Louidor
recoge, en este punto, la polémica Dussel/Lévinas al indicar que «el papel de la ética o de la hospitalidad como ética no es, tal como Enrique Dussel (2004) critica a Lévinas, “construir un concepto político positivo, creador, liberador, en el ámbito de la exterioridad” (Dussel, “Lo político”, 271) sino criticar a la “política como dominación estratégica totalizada” (271] y, sobre todo, darle sentido a lo político» (155-156).
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como derecho efectivo es la soberanía. Sin embargo, como pone en evidencia Derrida, la hospitalidad, al depender de la soberanía, del derecho que se arrogan los Estados de hacer efectivo el derecho, se ve constantemente aplazada y pervertida (Penchaszadeh, «Hospitalidad y soberanía» 178).
¿Cómo asegurar, sin embargo, que la hostilidad no predominará sobre la hospitalidad? ¿Cómo lograr que esta sea reconocida como un derecho universal? ¿Cómo lograr que esta se implemente sin atentar contra los derechos del anfitrión y cómo regular legalmente estas condiciones en un mundo que se siente amenazado por la creciente presencia del Otro, que pone en cuestión, con su sola existencia, los privilegios y las políticas excluyentes del mundo desarrollado? Tales interrogantes se expanden hacia una concepción abarcadora de la política y de lo político, a partir de la cual puedan construirse nuevas concepciones de pertenencia, nación, ciudadanía, solidaridad, e identidad social, desde perspectivas donde la ética sea un componente ineludible. Evidentemente, es fundamental definir qué sentido se da realmente al concepto de democracia en el mundo actual, dominado por las relaciones de poder a nivel global y por la fuerza del mercado y la propiedad privada. De estos elementos surge una energía social que restringe los espacios de acción individual y colectiva, reforzando las ideas de protección de lo propio, incluyendo los ámbitos individuales y los privilegios y beneficios legalmente asegurados como parte de la ciudadanía. Si en la Antigüedad la hospitalidad era vigilada por los dioses como conducta que sería recompensada después de la muerte, ¿qué elementos de los imaginarios seculares pueden impulsar esa dinámica interpersonal claramente asimétrica? ¿Desde dónde fundar un sistema que reconozca y rearticule el espacio del yo y la exterioridad en el mundo de hoy? La «ética de la alteridad» propugnada por Dussel apunta justamente al corazón de estos problemas. El «paradigma del Alter Tú» intenta recuperar, según este autor, el ser del Otro que ha sido obnubilado por la modernidad y por el principio del Ego como centro racional, cognitivo y sensible de Occidente. Según Dussel, el postmodernismo no ha logrado liberarse, a pesar del post-, del eurocentrismo, las limitaciones de la modernidad, ya que no han establecido aún un verdadero diálogo intercultural en el que se reconozca la otredad epistémica de sujetos diferentemente situados. En este sentido, la postmodernidad no sobrepasa la operación de incluir al otro en lo mismo, es decir, de reducirlo a los parámetros y valores de las culturas dominantes. Desde esta base, es imposible crear las condiciones para que los contingentes movilizados masivamente en nuestro siglo puedan encontrar un lugar legítimo y digno que habitar, desde el cual sean capaces de desarrollar sus formas propias de conocimiento, afectividad y acción social.
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El rostro, los ojos, la piel del Otro Estrechamente ligada a los conceptos de identidad y a los procesos de (auto) reconocimiento social, la noción de otredad constituye el afuera constitutivo del Yo, todo aquello de lo que este se distingue y que, por lo tanto, ayuda a definirlo. De este modo, puede considerarse que la otrificación o alterización, que hoy identificamos como un dispositivo social que conduce a la exclusión, la discriminación y el rechazo, constituye, en principio, un mecanismo sicológico y afectivo natural, constitutivo, a partir del cual el individuo establece la red de relaciones en las que se inscribe en tanto ser social y ser político. El aspecto conflictivo de la construcción del Otro tiene que ver, entonces, con la utilización de este mecanismo como dispositivo ofensivo/defensivo, utilizado para la enajenación de todo aquel que el individuo considera ajeno a su espacio social, a sus hábitos, valores e intereses. Los procesos de otrificación se apoyan en jerarquizaciones, es decir, en formas de clasificación social bien analizadas por Pierre Bourdieu en tanto elementos que movilizan a nivel social distintas formas de capital simbólico de raza, clase o género, atributos que siempre se traducen en términos de poder. La otrificación es, así, una de las formas de ejercer control sobre el entorno individual o colectivo. Asimismo, se trata de un proceso a partir del cual se expresa un cúmulo emocional: miedo, ansiedad, desconfianza, etc., es decir, formas de la inseguridad personal que se transfieren al sujeto/objeto que se ubica en oposición simétrica con respecto al yo. A través de múltiples mediaciones, los procesos de otrificación remiten a estructuras político-axiológicas más generales: a valores sociales dominantes, a preconceptos, a elementos pertenecientes a la memoria histórica que el Otro parece reactivar, a traumas individuales o colectivos, a creencias o a temores catalizados, en muchos casos, por los medios de comunicación, o transmitidos de manera espontánea en los imaginarios populares. Al mismo tiempo, los usos de la otrificación, por más que caigan dentro del dominio de la ética, son también un asunto político, económico y cultural, que involucra intereses concretos y sectores sociales específicos, estando afectado por elementos de racialización y jerarquización de lo social. Marc Augé ha señalado la fascinación de la antropología actual por realizar una historia y una etnografía del presente, de culturas cercanas que se presentan como un campo de investigación de excepcional riqueza, dados los radicales procesos de cambio científico, urbano y tecnológico que han transformado la cultura occidental, e intensificado la aceleración y simultaneidad de la vida diaria. Entre los aspectos más importantes de esta etnografía del presente se encuentra la cuestión del otro, categoría que engloba muchas otras: el otro exótico, el otro étnico o cultural, el otro interno o íntimo, etc., todos los cuales se recor-
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tan contra el telón de fondo de un supuesto nosotros uniforme y autolegitimado. La afirmación de Augé que interesa a nuestros efectos es la que reconoce que «toda representación del individuo es, necesariamente, una representación del vínculo social que le es consustancial» (Los no lugares 26). En otras palabras, toda construcción de identidad/otredad es relativa, relacional, fluida, y abarca tanto la especificidad individual como los rasgos propios de la comunidad a la que el sujeto pertenece. Como indica Augé, Si los inmigrantes inquietan tanto (a menudo tan abstractamente) a los residentes de un país, es en primer lugar porque les demuestran a estos últimos la relatividad de las certidumbres vinculadas con el suelo: es el emigrado el que los inquieta y los fascina a la vez en el personaje del inmigrante (Los no lugares 121).
La filosofía ética de Emmanuel Lévinas se basa, igualmente, en la relación que se establece con el Otro, en el modo en que se lo define y en la manera en que las conductas individuales y colectivas se dirigen a él. La vulnerabilidad del Otro, su proximidad, su presencia, su mera existencia, la intimidad cultural que se establece con él, son los que catalizan la respuesta del Yo. La diferencia del Otro no es óbice para que pueda afirmarse su igualdad respecto al yo, de ahí que el tema de la hospitalidad resulte fundamental para comprender las interacciones sociales a nivel global. Los tópicos de la justicia y de la vulnerabilidad son cruciales para captar los múltiples matices que se registran en las interacciones entre sujetos, comunidades y sectores sociales, como es el caso de los migrantes, que constituyen el foco de este estudio. Las nociones lévinasianas de ética, responsabilidad, «cara a cara», «posicionamiento del rostro,» y vulnerabilidad, son esenciales en los escenarios en los que se plantea el problema político y social de la hospitalidad. Basándose en estas ideas, Stuart Hall señala: [The] look, from —so to speak— the place of the Other, fixes us, not only in its violence, hostility and aggression, but in the ambivalence of its desire. This brings us face to frace, not simply with the dominating European presence as the site or ‘scene’ of integration where those other presences which it had actively disaggregated were recomposed —re-framed, put together in a new way; but as the site of a profound splitting and doubling— what Homi Bhabha has called ‘the ambivalent identifications of the racist world […] the ‘otherness’ of the self inscribed in the perverse palimpsest of colonial identity (233).
El tema de identidad/otredad, esencial para la comprensión de las dinámicas socioculturales de la migración, adquiere así un primer plano al plantear cuestiones éticas y políticas estrechamente unidas a temas psico-filosóficos vin-
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culados al (auto)reconocimiento y a los procesos de alterización. Para Lévinas, la cuestión de la hospitalidad resiste toda tematización; es referida, más bien, de manera concreta, al rostro del Otro, que pone de relieve su particularismo. En el encuentro con el Otro el Yo es sustancialmente alterado ya que el Otro lo sobrepasa y lo coloca frente al desafío de verse a sí mismo desde otra perspectiva, a partir de la cual cambia la cognición de lo social y se perciben las posibilidades de transformarlo. La diferencia se manifiesta como un elemento definitivamente exterior al Yo, e inalcanzable en su totalidad. Pone al sujeto ante el abismo de su propio ser, su finitud, sus limitaciones y posibilidades. La alteridad es esencialmente exterioridad y relacionamiento; no consiste en inscribir lo Otro en lo Mismo, sino en conocer realmente su especificidad, su distancia y su rostro, es decir, su voz particular e intransferible. La hospitalidad cae, para Lévinas, en el campo de la ética, ya que la política asume posiciones tiránicas frente al Otro, que no puede ser aprehendido ni comprendido ya que es infinita heterogeneidad. En Totalidad e infinito (1961) Lévinas se concentra en el tema de la transcendencia del ser. Concibe la ética como no utilitaria sino como una reflexión y una práctica que parte de la experiencia y que la integra, sin dejarse determinar por elementos de poder (control, autoritarismo, manipulación, planeamiento, etc.). La ética consiste en la recuperación de los particulares que nutren construcciones más abstractas. El «cara a cara» constituye para Lévinas, la relación originaria, sustancial, en la que el Yo es constituido. Un aspecto principal de su obra, y el que primariamente interesa a nuestros efectos, es el que toca a la presencia del Otro y el modo en que su mera existencia y su encuentro con el Yo cataliza formas de respuesta que son la base del lenguaje y de la intersubjetividad. El sujeto se define en presencia del Otro y allí adquiere su verdadera dimensión. El espacio en el que se da el encuentro con el otro no es conceptual sino existencial, presencial. Ante la mirada del Otro el Yo expresa su particularismo. Es ese «cara a cara» y no los conceptos o tematizaciones de la subjetividad lo que enfrenta al yo a la interrogación y a los imperativos del Otro, cuya presencia construye al Yo. El rostro es, en el sistema filosófico de Lévinas, lenguaje y conocimiento, una instancia a partir de la cual aflora el problema de la responsabilidad; constituye, así, una forma de sensibilidad de contenido ético y de humanitarismo político.14 Esto no quiere decir que el otro pueda ser reducido a su presencia 14 El
tema del rostro es retomado por otros autores, entre otros, Judith Butler y Enrique Dussel. Butler lo vincula al tema de la precariedad de la vida y a la relación entre representación y humanitarismo. Dussel lo conecta con el tema de la alteridad, analizando la capacidad interpelativa del rostro del Otro que puede desestabilizar las bases cognitivas y conceptuales del Yo creando otras coordenadas a partir del encuentro interpersonal, catalizando la apertura del campo de la responsabilidad.
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ni al reconocimiento que el Yo hace de él, ya que tiene una trascendencia que es anterior al encuentro.15 El Otro crea una interrupción afectiva y expresiva en el Yo, a quien interpela a partir de su rostro. El Otro es un evento que escapa a nuestro control y sobrepasa cualquier definición o expectativa, enfrentándonos a una radicalidad absoluta, similar a la de la muerte, algo que transmite la idea de imposibilidad, que es exterior al Yo y que, en su misma ajenidad radical, le da sentido. Jaramillo y Aguirre indican claramente cuáles son las connotaciones que tiene el concepto de rostro, ya manejado antes por la filosofía, en sistema de pensamiento de Lévinas: […] hasta Lévinas, la pregunta por el rostro se ubicaba en su consideración de rostro-carne, rostro-fachada, rostro-indicio. Con Lévinas, el rostro se entreteje con las urgentes cuestiones éticas contemporáneas: subjetividad, alteridad, responsabilidad. Rostro, en este sentido, es mucho más que cara que se muestra o cuerpo que realiza, es relación asimétrica en la que Mismo y Otro conservan su total exterioridad. De este modo, rostro «no es el color de los ojos, la forma de la nariz, la frescura de las mejillas» (La huella del Otro 280); por el contrario, es desnudamiento que revela y des-anudamiento que despierta al Mismo de su total apresamiento (Jaramillo y Aguirre, 176-177).
Para Lévinas el concepto de trascendencia es relacional, depende del vínculo que se establece con el otro; es, en este sentido, una experiencia fáctica. La presencia del Otro, su rostro frente al nuestro, crea una experiencia afectiva, de sensibilización y comprensión trascendente, que incluye la resistencia que esa presencia impone a mi libertad. Resistencia, vulnerabilidad e interpelación del Yo crean un complejo, afectivo y ético.16 En la obra de Enrique Dussel, particularmente en su Filosofía de la liberación (1977), pero en general en sus reflexiones sobre la ética, este autor elabora ampliamente el tema de la alteridad enfatizando al Otro como víctima de los procesos colonizadores primero y modernizadores después, en la medida en que los mismos se realizaron a expensas del trabajo y sufrimiento de los dominadores, los cuales impusieron no solamente un sistema de explotación económica y de sujeción política sino también de dominación epistémica. En la obra de Dussel el tema de la alteridad (el Alter Tú), así como los procesos de construcción del Yo y la definición del Otro como la víctima, el pobre, el subalterno, el dominado, el colonizado, etc., es inseparable de su noción de exterioridad. La 15 Véase
16 Para
y Aguirre.
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al respecto Dussel, Rorty y la filosofía de la liberación, particularmente 33-42. un desarrollo de estos temas, véanse Córdoba y Vélez-De la Calle, así como Jaramillo
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apertura hacia el Otro por parte del yo, «el cara a cara» del encuentro que permite la manifestación del/lo Otro y que se abre al espacio de la ética, muestra obvias influencias de la obra de Lévinas, con quien Dussel coincide en muchos aspectos, aunque polemiza en otros.17 Dussel elabora el tema de la otredad y del poder desde el «cara a cara» de la conquista de América, que comienza una historia de sujeción, explotación y discriminación que se prolonga hasta nuestros días bajo la forma de colonialidad. Para Dussel, el colonizador impone una relación asimétrica a partir de la cual el Otro es relegado a un lugar en el que la verdad, la justicia y el mismo reconocimiento de su humanidad, no tienen cabida. Se le coloca en el sitio de la negación, fuera de los espacios racionales: La incapacidad de evolucionar, de aprender lo nuevo, de avanzar históricamente, además de ser injusta con respecto a la dignidad del otro como sujeto de argumentación, al haberlo situado «asimétricamente» y, por lo tanto, la «coincidencia», no el «acuerdo» libre y racional con el otro obligado por violencia, no sería racional, sino mera «afirmación» externa del otro acerca de lo que se le impone sin convicción ni validez intersubjetiva. Poder y violencia no dan razones a favor de la verdad; lo que se impone es una «no-verdad» para el otro (Materiales para una política de la liberación, 25).
El concepto dusseliano de exterioridad (radical) apunta al reconocimiento de una perspectiva que sea capaz de tomar la posición del Otro, del que siempre ha estado en una especie de destierro simbólico, el invisibilizado, marginal, periférico, exiliado, expulsado, desplazado, ilegal, desechable, etc.18 Para Dussel, el que llama «el inequívocamente otro» es el excluido, el que ha quedado fuera del sistema político, económico, epistémico, y ya no puede ser «conocido» porque el poder ha eliminado toda forma posible de presencia real, de proximidad existencial.19 Se trata de aquel dotado de una negatividad que lo invisibiliza, a quien la imagen que se le ha sobreimpuesto, le escamotea su humanidad y especificidad. Dussel utiliza el concepto de analéctica, con el cual modifica la noción de dialéctica, al sostener la posibilidad de que el Otro revele Su verdad, su negatividad, 17 Véase,
de Enrique Dussel, «Lo político en Lévinas». Martin Alcoff advierte que «el concepto de exterioridad radical […] necesita permanecer atento a su propio carácter situado y relacional sin llegar a convertirse en un absoluto». El tema de la exterioridad se ha prestado a debate. Puede pensarse como una posición imposible, ya que ser reclama al mismo tiempo como parte del sistema y como exterior a él. Véase al respecto Martin Alcoff. 19 Para una discusión más amplia del problema de la analéctica, de la alteridad y de sus relaciones con el poder, véase Moraña «1492. Contribuciones de Enrique Dussel», donde se realiza también una crítica al «esencialismo estratégico» que Dussel pone en práctica al caracterizar al Otro de una manera quizá excesivamente englobante y niveladora. 18 Linda
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sin verse subsumido en la totalidad.20 Su voz, su versión, su «rostro» emerge así en sus propios términos, sin ser «sintetizado» en/por aquel que lo hace desaparecer, sino utilizando su exterioridad como un dispositivo deconstructor del poder y constructor de resistencia. Tal alternatividad irrumpe, interrumpe e interpela al Yo sin subsumirse en él, reivindicando la diferencia, la singularidad del rostro, en términos lévinasianos. El Otro adquiere dimensión, materialidad, rostro. De ahí que en la obra de Dussel la analéctica sea, más que un concepto o una categoría, un método que conduce a una forma distinta de conocimiento de lo real, social, político y ético.21 Se trata del instrumento conceptual que permite una experiencia de la alteridad al abrir al sujeto a la praxis política y ética, y a la comprensión de formas de conciencia que producen «un cambio de piel», una mirada desde «otros ojos». Implica un «saber oír» la palabra del oprimido, su lenguaje, su cuerpo, ya que «[e]l saber oír es el momento constitutivo del método mismo; es el momento discipular del filosofar; es la condición de posibilidad del saber-interpretar para saber-servir (la erótica, la pedagógica, la política, la teológica)» (Filosofía ética latinoamericana, vol. I. Presupuestos de una filosofía de la liberación, 125). Dussel considera la analéctica como un principio organizador del pensamiento y un articulador de la conciencia social. Es en este sentido que la analéctica constituye también un eje del pensamiento decolonial, de la filosofía de la liberación y de la concepción de las transmodernidad como espacio de confluencia de diversas versiones de lo moderno, a partir de tradiciones, agendas y políticas muy diversas. En palabras del filósofo boliviano Juan José Bautista, La analéctica o ana-dia-léctica, no es otra dialéctica más, sino que es la dialéctica desfondada desde la palabra del Otro como revelación […] el otro no es otro alter ego, sino quien ha sido negado en su humanidad por la totalidad occidental, y cuyo reconocimiento implica el cuestionamiento del carácter colonizador de la Totalidad en su conjunto (24, cit. por Laó-Montes y Vásquez 323).22
20 Sobre
el tema de la alteridad en el caso de la migración indica Rancière que «La objetivación post-democrática del “problema” del inmigrante va a la par con la fijación de una alteridad radical, con un objeto de odio absoluto, pre-político» (cit. por Acosta Olaya 102-103). 21 Sobre la analéctica —concepto desarrollado también por Scannone, Kustch y otros—, véanse Vallega, Mignolo, The Darker Side, Sánchez Rubio y Moraña, «1492. Contribuciones de Enrique Dussel al redescubrimiento de América». 22 Según Laó-Montes y Vásquez, entre las razones por las cuales la analéctica debe ser asumida figura el hecho de que constituye «un conocimiento crítico desde y con las alteridades del pensamiento y la matriz de poder constituyente de la modernidad occidental capitalista o, dicho de otra forma, del sistema-mundo moderno/colonial. Es decir, la analéctica orienta la construcción de conocimiento crítico desde los lugares de enunciación constituidos por las historias y las culturas negadas y subalternadas [sic] por la perspectiva político-epistémica de la modernidad occidental, y, por ende, implica tanto otros contenidos como otras formas metodológicas» (323).
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Para Dussel, la superación de las restricciones y exclusiones de la modernidad eurocéntrica solo puede lograrse desde una distancia que permita analizar y descomponer la totalidad, interviniéndola con los desafíos que presenta la interculturalidad como condición ineludible de nuestro tiempo. El sujeto migrante provee esta perspectiva oblicua que pone en cuestión las nociones de progreso, orden social, democracia, ciudadanía, nación, frontera, etc., llamando a nuevas formas de concebir lo social y lo político en un mundo global. La subjetividad migrante no puede ser sustraída de los contextos de colonialidad/decolonialidad a los que pertenece, ya que surge de las situaciones de opresión colonialista y de las exclusiones normativizadas por la nación moderna, estructuras de dominación que requieren un proceso de desmontaje político, económico y epistémico, y una praxis social de transformación radical. El tema del Otro, del cara a cara y de las formas en que la responsabilidad ética es entendida en épocas de globalización, ha llevado también a revisiones profundas del tema de la pobreza, tanto en su carácter de fenómeno socioeconómico crecientemente radicalizado como en lo que tiene que ver con la problemática de la representabilidad/representación política: ¿cuál es la voz del pobre en la sociedad globalizada? ¿Cuáles sus derechos, sus representantes, su horizonte utópico, su «función» social dentro de los sistemas imperantes de producción y de organización social? El tema toca directamente el problema de la migración en cuanto remite no solo a algunas de las causas más frecuentes de abandono de la tierra natal por parte de grandes contingentes humanos, sino también como la condición que acompaña al migrante en su periplo y que probablemente también se reactualiza en el punto de llegada. En diálogo con las propuestas de Lévinas, Zygmunt Bauman habla de la existencia de un mundo no hospitalario sino hostil e indiferente, en el que el pobre ya no tiene función, en la medida en que ni siquiera constituye un repositorio necesario de mano de obra para los países industrializados, que han ido sustituyendo el trabajo humano por formas automatizadas que desplazan a los individuos y simplifican los procesos productivos. La sociedad actual tiene en el consumo uno de sus ejes principales, por lo cual, todo aquel que carece de un salario y/o un crédito que le permita integrarse a las dinámicas del mercado, es considerado superfluo al sistema, un obstáculo para el progreso social de los demás sectores y una amenaza al orden social. In a book-balancing consumer society, the poor are unequivocally a liability, and by no stretch of the imagination can they be recorded on the side of present or future assets. And so for the first time in recorded history, the poor are now purely and simply a worry and a nuisance. They have no merits that relieve, let alone balance, their vices. They have nothing to offer in exchange for the «taxpayer’s» outlaw of resources. They are a bad investment, unlikely ever to repay, let alone bring profit. They are a black hole sucking in whatever comes near and spitting back
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nothing except, perhaps, trouble. Decent and normal members of society —true consumers— want nothing from them and expect nothing. The poor are totally useless. No one who truly counts, speaks, and is heard, needs them. For them, it is zero tolerance. Society would be much better off if the poor just burnt their tents and left. The world would be that much more pleasant without them. The poor are not needed. They are unwanted. And because they are unwanted, they can be, without much regret of compunction, forsaken (Bauman, «The World Inhospitable to Lévinas» 64).
Para Bauman, esta situación explica la desaparición casi total del Estado de bienestar, y la reducción constante del tema de la pobreza al tema del hambre, tanto en los medios de comunicación como en el discurso político y, en general, en los imaginarios colectivos, como si los aspectos de educación, salud, lazos de parentesco, posibilidades de futuro, derecho a la paz y a la libertad, relación con la tierra y la naturaleza, etc. constituyeran lujos a los que esos sectores ni siquiera pueden aspirar. Representado como un problema de «ley y orden», el tema de la pobreza, superpuesto ahora en los medios masivos y en el discurso político al tema de la migración, señala a sectores de la población global que por una razón u otra terminan siendo criminalizados, considerados ya ni siquiera ciudadanos fallidos, sino sujetos sin derechos ni futuro ya que están, por su propia condición social, situados en una tierra de nadie, ajena a las dinámicas del mercado y de la productividad capitalista. Estereotipados como individuos promiscuos, fracasados, resentidos, delincuentes, holgazanes, oportunistas, traicioneros y sin educación básica ni preparación laboral específica, el migrante y el pobre, fundidos con frecuencia en una misma imagen, resultan elementos desechables —ni siquiera reciclables— en la sociedad neoliberal. El reclamo de Bauman de que la dependencia del Otro es la imagen en el espejo de nuestra propia responsabilidad, termina siendo un enunciado que no rebasa los dominios de la ética, disciplina crucial, aunque de escasa popularidad, y siempre invocada formulísticamente en la retórica integracionista de la globalización. Es interesante notar el uso que hace Achille Mbembe de los elementos de corporalidad en sus elaboraciones sobre necropolítica, dando por medio de ellos otra versión del cara a cara pensado por Lévinas como uno de los pilares de la ética política. Las expresivas alusiones de Mbembe a las víctimas de las guerras, al igual que al caso de inmigrantes irregulares, refugiados, desplazados, etc. parecen intentar devolver humanidad a estas figuras que han sido despojadas de sus derechos, sus espacios vitales, sus historias, sus futuros y hasta de partes de sus cuerpos, por procesos que en última instancia remiten todos a la práctica de la fronterización (borderization). Todas esas catástrofes humanas se refieren, de una manera u otra, a la privación del derecho a la circulación de los sujetos, a la interrupción violenta de su espacio/tiempo y de su voluntad de construir
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y habitar lo común. Mbembe enfatiza que al igual que las bombas, los ataques a migrantes operan de modo indiscriminado y deshumanizado: no apuntan a cuerpos singulares, sino a conceptos que piensan a esos grupos humanos como conglomerados que pueden ser descartados, porque desde ya integran una categoría ajena a nuestra propia materialidad física: The targets of this kind of warfare are not by any means singular bodies whose every organ must be specifically incapacitated in a way that affects generations to come —eyes, noses, mouths, ears, tongues, skin, bones, lungs, intestines, blood, hands, legs, all these maimed people, paralytics and survivors, all these pulmonary diseases like pneumoconiosis, all these traces of uranium on their hair, the thousands of cases of cancer, abortions, fetal malformations, birth defects, ruptured thoraxes, dysfunctions of the nervous system— all bear witness to a terrible devastation. All of the above […] belong to the current practice of remote borderization —carried out from afar, in the name of freedom and security. This battle, waged against certain undesirables, reducing them to mounds of human flesh, is rolled out on a global scale. It is on the verge of defining the times in which we live (Necropolitics 100-101).
En un punto extremo del espectro de la necropolítica, que en tantos puntos intersecta con la subjetividad migrante, Achille Mbembe se refiere a los mundos de la muerte y a la lógica del mártir, encuadre en el que el cuerpo sacrificial y/o desterritorializado adquiere un sentido específico. El cuerpo en sí no tiene poder ni valor, señala el pensador de Camerún. Su significado surge cuando el cuerpo se proyecta en un deseo de eternidad, en un sueño de futuro. El cuerpo no solo es materia maleable, insignificante en sí misma; paradójicamente, su vulnerabilidad es su fuerza; lo que lo eleva por sobre la mera materialidad es justamente la posibilidad de su aniquilación, la forma y el sentido de su muerte. En el caso del mártir, el cuerpo ha perdido su propio territorio carnal, es ajeno a sí mismo, extranjero con respecto a su materialidad y a su impulso de supervivencia. La desterritorialización adquiere en él un sentido radical porque el mártir está desterrado de sí mismo y del presente en el que vive; es ajeno con respecto a sus propias coordenadas espacio-temporales, es un ser-para-la muerte, enajenado en la creencia que lo guía. El caso del migrante es también el de un sujeto lanzado hacia adelante, proyectado más allá de sí mismo, hacia un espacio elusivo, quizá imposible, ciertamente improbable, donde se imaginan formas de existencia que dan sentido al sacrificio. Las alusiones al cuerpo, a su materialidad, su vulnerabilidad, su cualidad sensorial, sus necesidades y proyecciones es un aspecto inevitable e ilustrativo en los estudios sobre migración, porque entrega una visión realista, para algunos
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casi grotesca, de las realidades por las que atraviesa gran parte de la humanidad. Los enfoques etnográficos encuentran así un lugar principal en este dominio del conocimiento, porque proveen una contraparte imprescindible a la categorización y a la especulación teórica. En estas aproximaciones siempre el cuerpo migrante aparece representado como residuo de una fisicalidad adaptada al medio y dotada de las posibilidades de controlarlo y de transformarlo positivamente. La visión del migrante como ciudadano fracasado y como candidato improbable para cumplir con los desafíos de la integración refuerza los estereotipos de la victimización, que anulan toda posibilidad de ver al migrante como sujeto y como id-entidad dotada de conciencia social. En el intento por aprehender la diferencia radical que supone toda alteridad, el lenguaje al que apela la filosofía está nutrido por metáforas corporales, perspectivas organicistas y giros vitalistas, que buscan crear una cierta personalización estratégica en los enfoques y reflexiones. Se intenta, quizá, evitar una idealización del Otro que lo desmaterialice como ser humano y como circunstancia existencial, convirtiéndolo en un problema y/o en una categoría del análisis social. Rostro, piel, ojos, contribuyen a sugerir no solo una presencia semejante a la del Yo, reconocible en su humanidad, sino a señalar equivalencias que sobrepasan las diferencias, y que exponen elementos de re-presentación que comunican dramatismo e inmediatez. Se crea, de este modo, como base de los razonamientos, un sistema constante de referencias al denominador común entre seres humanos, su vulnerable constitución biológica, sensible, frágil y perecible. Esta es la encarnadura del sujeto, su ineludible fisicalidad. El cuerpo es el lugar de encuentro entre identidad y otredad, entre el afuera y la interioridad, los sentimientos y las condiciones objetivas, variables e imprevisibles, que aquejan el trayecto del migrante. Es la plataforma de lanzamiento del yo hacia nuevos espacios y el lugar en el que se dirime la relación entre poder y resistencia, ley y ética, rechazo y hospitalidad. Es, en ese sentido, un campo de lucha que comienza por exponer las trazas de la inserción social: raza, etnicidad, género, procedencia cultural, clase, creencias, etc. El cuerpo constituye un sistema de signos que en la condición migrante interpela más allá del lenguaje. El mestizaje, la negritud, la discapacidad, las trazas de la necesidad, la exclusión y el desamparo, la hibridación, la blanquitud, los grados de salud o enfermedad, la edad y las marcas del género se integran en un sistema comunicativo cargado de tradiciones, historias y relatos, expectativas, luchas y usos culturales. Arrastran, asimismo, el peso de prejuicios, estereotipos y preconcepciones que la experiencia confirma o desmiente en diferentes grados. Tal sistema de signos se presta a ser deconstruido, interpretado, a partir de una hermenéutica de la otredad que no es nunca inocente sino, más bien, una experiencia cultural cuyos condicionantes, conscientes o no, se hunden en la profundidad de los imaginarios colec-
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tivos, en las formas de conciencia social gestionadas desde los mecanismos y discursos del poder, desde los repertorios educativos, las creencias y las costumbres. El cuerpo del migrante, el cuerpo migrante, es siempre fronterizo, intersticial y móvil, aunque no puede considerárselo descontextualizado. Desde ese cuerpo surge una mirada sesgada de la sociedad en la que el sujeto se inscribe, y del paisaje en el que temporalmente se inserta. Esa mirada puede de-construir el edificio de la modernidad en sus aspectos éticos, políticos y económicos. Constituye, en este sentido, una requisitoria contra el statu quo, una interpelación que espera germinar en la conciencia y en las acciones del Otro, que es visto desde los ojos del sujeto marginal/marginado que observa y que moldea lo social. El color de la piel dice su historia de la misma manera en que lo hace el género, la edad, el atuendo, los gestos y conductas. En este sentido, más que fronterizo, el cuerpo es, en sí mismo, frontera: zona de intercambios, tráficos y negociaciones de sentido, de lenguajes, de mercancías reales y simbólicas. Su localización es aleatoria, ya que tales características de la corporalidad migrante lo acompañan en sus diversos tránsitos e inserciones. En el caso del migrante todos los signos corporales se cargan de sentido, con una capacidad de impacto que permea el encuentro con el Otro y precede y prepara sus respuestas. Los signos son leídos como invitaciones a la justicia, el reconocimiento, la conmiseración, la condescendencia, el abuso, la caridad, la hospitalidad, el rechazo, o la indiferencia, dependiendo de los elementos que constituyen al Yo que participa del encuentro y que temporalmente comparte el territorio existencial del migrante. En el sentido que viene elaborándose, el mestizaje metaforiza, mejor que otros rasgos culturales, la cualidad de lo intersticial, indefinible, intermedio, de aquel(lo) que habita, a partir del cuerpo, estados intermedios, fronterizos, que aspiran a una integración de la que son constantemente rechazados. Migración y mestizaje tienen, en ese sentido, mucho en común. Del mismo modo que el cuerpo adquiere una relevancia crucial en la consideración de la subjetividad migrante, el espacio es también resignificado, ya que la relevancia de estas formas de racialización se apoya no en ellas por sí mismas, sino en el lugar que ocupan los sujetos que las representan, en la composición y en las distribuciones sociales.23 El migrante es mestizado al concebírselo como una posicionalidad intermedia entre el ciudadano y el apátrida. Cuerpo y espacio se alían en la construcción de esa subjetividad intersticial que se define en torno a la noción de borde, en el que la frontera es el locus principal, entendida no como el lugar en que hacen crisis las categorías definitorias de la ciudadanía. El cuerpo es, en sí mismo, es23 Sobre
aspectos hermenéuticos relacionados con la significación del espacio en contextos descolonizadores, véase Rivera.
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pacio, de la misma manera en que el territorio y el in-between fronterizo, cuerpo mezclado, desarraigado, desnaturalizado, tierra o agua, bodies of land, bodies of water, cuerpos secos o cuerpos mojados, pero siempre fuera de lugar. En Anzaldúa, por ejemplo, la corporalidad y la espacialidad se interconectan para dar lugar a una reflexión altamente emocionalizada, recorrida por referentes biográficos, míticos, sensoriales, históricos e imaginarios que asocian al concepto de frontera la idea de vivencia y experiencia del límite. Mestizaje, género, sexualidad y heteroglosia forman un apretado sistema en su escritura, en la que la comunicación está opacada —mediada— por el signo, que satura el espacio de los significados. En la obra de Anzaldúa se ha detectado la utilización de por lo menos ocho formas dialectales, dos referidas al inglés y el resto como variaciones del español, con lo cual se metaforiza el tema de la hibridación cultural, la proliferación de contenidos que se resisten al régimen de una gramática cultural restrictiva y «pura», ilustrando más bien la mestización cultural de América Latina, dominada también por el predominio cultural del español, lengua imperial. Los conceptos de hibridez, transculturación, heterogeneidad, traducción cultural, etc. exponen en estos textos rasgos radicales, que apuntan a la existencia de subjetividades igualmente híbridas y contra-normativas. La situación del sujeto migrante se vincula así, de múltiples maneras, con estas posiciones, ya que visibiliza un estado intermedio, una dinámica de búsqueda y un sentimiento de no-pertenencia que parte de la expulsión fuera del sistema en razón de elementos de raza, etnicidad, creencia, clase, convicciones políticas, creencias, etc. La experiencia del migrante es ex-céntrica, porque deja en evidencia la naturaleza del sistema que ha conferido a ese sujeto el carácter de entidad desechable, superflua, ubicua, descartable: deja en evidencia la posibilidad de des-centrar ese sistema, de des-posicionarlo. La falta de territorio propio es un signo de vulnerabilidad y de marginalidad que el migrante (refugiado, desplazado, etc.) lleva consigo, y señala la ausencia de la protección estatal, es decir, un vacío administrativo, jurídico y político, una tierra de nadie. Pero señala asimismo la potencialidad de sus ubicaciones futuras, su capacidad para interiorizarse, entronizarse, integrarse, incorporarse. Del mismo modo que la condición mestiza es tratada en el pensamiento de frontera como catalizador de una serie de mecanismos de dominación epistémica, subalternización sociocultural y discriminación racial, la no-pertenencia del migrante desata una similar discursividad del rechazo en la que se articulan contenidos atribuidos a los conceptos de primitivismo, barbarie, bastardía, premodernidad, extranjería, etc. El migrante es visto como exceso y residuo, como impureza, arcaísmo y desecho, como una inadecuada invasión del afuera que penetra y contamina los espacios civilizados de la modernidad. Al mismo tiempo, constituye un testimonio innegable de la irracionalidad del sistema, de
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su rigidez e inhumanidad. En este exposé implacable, el cuerpo del migrante es la superficie en la que se inscribe la diferencia. Sobre ese cuerpo, las culturas y sectores sociales dominantes creen descubrir rastros de agresividad, enfermedad, peligrosidad, demencia, falta de escrúpulos, inmoralidad, malignidad, herejía, prejuicios reforzados por las instituciones del Estado, los medios de comunicación y el sentido común, formado y manipulado por las diversas formas de manipulación ideológica. Muchos estudios de crítica cultural insisten en la necesidad de corporeizar el análisis, mostrando el daño físico, la vulnerabilidad, los tormentos a los que es sometido el migrante, su desgaste en las largas travesías en climas inhóspitos, donde la fortaleza corporal funciona como su principal capital. Asimismo, las formas del abuso y la explotación laboral, sexual, etc., el riesgo de que el individuo sea sacrificado para el robo de órganos, la venta voluntaria de sangre como forma de financiar aspectos del viaje, son todos aspectos que se prestan al análisis de las formas en que el biopoder actúa sobre los individuos desde lo más primario, minando su corporalidad y, con ella, su afectividad y su capacidad de resistencia emocional. Esto se manifiesta en todos los aspectos, desde las largas travesías por tierra a los cruces marítimos, desde los campamentos de refugiados hasta las degradaciones que los individuos sufren al ser perseguidos, capturados, deportados, etc., situaciones todas en las que es a través del cuerpo que se expresan las relaciones de poder y sus dramáticas asimetrías. El caso de los homosexuales, la prostitución, los transexuales, etc., en las distintas instancias de la transnacionalización migratoria irregular, y la incidencia de esos aspectos en las decisiones sobre refugio y asilo.24 El tema de la salud, de las desventajas físicas, de la sexualidad, la raza, la edad y otras variables tiene en el cuerpo un espacio de manifestación directa e ineludible, que compensa los métodos cuantitativos con los cuales se estudia la migración desde otras perspectivas disciplinarias.25 Se asume que el punto de vista que analiza migración y corporalidad facilita una humanización de la problemática del migrante, que tiene que ver antes que nada con la preservación de la vida y con las posibilidades de avanzar en el proceso de transnacionalización a partir de su apariencia física, sus habilidades lingüísticas, su resistencia corporal, etc. Pero además provee la posibilidad de advertir como las alternativas del movimiento migratorio se viven de distintas maneras dependiendo de la corporeidad. 24 Se
han realizado estudios sobre la relación entre migración y transexualidad a propósito de la adaptación al cine del testimonio de la prostituta transgénero brasileña Fernanda Farias de Albuquerque al cine, por parte de Enrique Goldman, bajo el título de Princesa (2001). Véase, por ejemplo, Bond, y Dalla Torre. 25 Véase, al respecto, por ejemplo, Munem.
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En este sentido, se ha estudiado particularmente el tema de la piel como elemento de frontera, es decir, como el punto en que se unen interioridad y exterioridad, el lugar de lo sensible y de lo visible, donde se instala la legibilidad relativa del Otro, y como el límite permeable en el que se sitúa el comienzo de la inteligibilidad y del contacto. El individuo va archivando en el cuerpo, en sus cicatrices y desgastes, el trauma, el sufrimiento y las alternativas de su desplazamiento. En Writing Migration Through the Body (2018), Emma Bond señala, entre otros muchos aspectos, el tema de la piel como la superficie —el territorio— en el que se acumulan la experiencia y el conocimiento. En la frontera territorial es la frontera de la piel la que establece el diálogo. Bond interpreta la piel como el en/des/cubrimiento de lo subjetivo, como el sobre (envelope), (aquello que recubre al sujeto, al mensaje), y complementariamente, como archivo y como extensión —superficie— imaginaria. Se refiere a los binarismos de género y a su influencia en la evaluación migratoria (como por ejemplo en el capítulo «Crossing Binary Lines»), así como a las diversas formas de la maternidad, cuando esta coincide con los cruces territoriales («Transnacional Mothering»). El tema de la piel se inscribe dentro del campo que Ahmed y Stacey llaman «dermography», término con el que se abarca el registro las marcas de la experiencia y de lo subjetivo en el espacio visible y vulnerable de la piel. El extranjero, el dueño de casa y la ética del pacto social Podría afirmarse que toda reflexión actual sobre el tema del extraño, el extranjero, el outsider, el forastero, el recién llegado y categorías similares, se apoya, tanto desde el punto de vista sociológico como filosófico, en el sugerente ensayo del sociólogo alemán Georg Simmel (1858-1918) publicado en 1908 y traducido al inglés como «The Stranger» en 1921. Gran estudioso de las relaciones espaciales, Simmel define al extranjero como a alguien caracterizado por la movilidad y por los diferentes grados de distanciamiento social que su desplazamiento constante va creando en los medios en los que temporalmente se inserta. A diferencia del extranjero, el vagabundo, por ejemplo, llega y desaparece, sin llegar a marcar su impronta en el medio que atraviesa. De acuerdo con este fundacional ensayo, los contactos sociales del extranjero son incidentales y ajenos a cualquier lazo orgánico de pertenencia, parentesco, localidad, ocupación, etc. Para que se cumpla la cualidad de extranjería, el individuo no debe ser propietario de tierras, ya que este es un indicio de integración orgánica; por eso, la figura del trader o comerciante que se instala al menos por algún tiempo en una ciudad ejemplifica bien ese estar provisional, a la vez dentro y fuera de los entornos sociales. Tal posicionalidad ambigua es intrigante y a veces perturbadora. El origen
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del extranjero siempre intriga a las comunidades y es objeto de conjeturas. Por sus múltiples facetas, la condición de extranjero solo puede definirse aliando características sociales, culturales y sicológicas. El extranjero tampoco es aquel que llega y parte de inmediato, sino alguien que permanece, marcando con su mera presencia el medio en que se inscribe. Su posición al mismo tiempo remota y cercana, asegura la objetividad de sus juicios y, sugiere libertad y hasta rebeldía respecto a la sociedad establecida, por lo cual muchas veces los agitadores son presentados como extranjeros o forasteros que llegan con ideas nuevas desde el exterior, las cuales pueden materializarse en propuestas que no representan necesariamente las costumbres y valores del lugar. A pesar de su distanciamiento inherente, el extranjero puede entonces involucrarse en asuntos locales, haciendo justamente uso de su perspectiva diferenciada de la de los nativos del lugar. Por esa misma razón es que sus acciones son a veces descalificadas y consideradas un ataque foráneo a las formas de vida propias de la comunidad. Simmel distingue al extranjero (sujeto) de la extrañeza o extrañamiento (condición), siendo propia de esta cualidad la idea de que algo o alguien es único, especial e irrepetible. En relaciones humanas esa distancia es necesaria para situar, por ejemplo, al amante frente al amado, en virtud de los rasgos que hacen al Otro alguien distinto a nosotros y a los demás, y cuya distancia de nosotros funciona como aliciente y desafío. Pero esta idea puede disiparse, si el Otro pasa a ser considerado similar a muchos otros, desvalorizando entonces la relación personal con quien era considerado excepcional. La relación cercanía/distancia, adentro/afuera, similaridad/diferencia es esencial en la construcción de la extranjeridad; más que un dualismo se trata de una tensión dinámica y variable. Estos dualismos, que suelen manifestarse en situaciones complejas y menos definidas, ubican al extranjero en un lugar de exterioridad real y simbólica. A la comunidad corresponde, dentro de estos parámetros, cancelar esta perturbación del orden social. No hay forma más radical del rechazo que expulsar al otro de lo más esencial y distintivo. Simmel recuerda el caso de los griegos que negaban a los bárbaros la cualidad de lo humano, creando así una exclusión radical. En el caso del extranjero, la tensión entre cercanía y alejamiento es fundamental para comprender su relación con el ciudadano. Siendo el extranjero ajeno al país, ciudad, raza, nacionalidad, etc. del sitio adonde llega, su pertenencia se define en relación a otros como él. «For this reason strangers are not really perceived as individuals, but as strangers of a certain type. Their remoteness is no less general than their nearness» (148). A pesar de todo, señala Simmel, el extranjero es un miembro orgánico del grupo, aunque su relación con él sea inorgánica. Es el afuera constitutivo de la identidad, y por tanto es imprescindible para que esta se defina. El peligro es, siempre, esencializar o romantizar
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la otredad y la distancia confiriéndole a priori una cualidad necesariamente positiva que niega la conflictividad de toda interrelación humana. Mucho se ha escrito sobre el concepto de extranjería en décadas recientes, y sobre la aplicabilidad de las ideas de Simmel a escenarios actuales, ya que a pesar de las variantes fundamentales entre sociedad moderna y postmoderna el temprano ensayo del sociólogo alemán sigue entregando importantes puntos de apoyo para pensar cuestiones vinculadas a la asimilación/integración de migrantes en sociedades receptoras y a los sentimientos de aceptación/rechazo que se registran al respecto. La noción de extranjero/extranjería ha sido reelaborada por la teoría social, campo en el que se han propuesto una serie de términos y conceptos afines: el «individuo marginal» («the marginal man», Robert Park), el «recién llegado» («the newcomer», Margaret Woods y Alfred Schultz), el «nuevo pobre» («the new poor», Zygmunt Bauman). Estas y otras nominaciones similares son utilizadas en el intento por captar la figura de aquel que, sin pertenecer por nacimiento a una formación social determinada, pasa a insertarse en ella temporalmente. Tal espectro de conceptualizaciones sustituye la figura del judío como el Otro por excelencia, noción de larga data que se radicaliza en la primera mitad del siglo xx.26 Conviene retener varios aspectos de estas elaboraciones en relación con la cuestión migratoria. La primera, que la figura del extranjero moviliza elementos sociales, culturales, políticos, económicos y sicológicos, que pueden incluir factores de raza, religión, sexualidad, género, etc., por lo cual se presenta como una constelación compleja que requiere aproximaciones transdisciplinarias. Asimismo, al tratarse de una presencia al mismo tiempo cercana y ajena, la perspectiva del extranjero, como bien indicara Simmel, conlleva formas otras de percepción y de interpretación de lo real, de modo que el tema puede ser pensado en relación con la hibridación de saberes, modelos y métodos de conocimiento, y con la interpretación del conflicto socio-político, la desigualdad, y muchos otros temas de importancia política, social y filosófica. Es importante recordar que las reacciones sociales y sicológicas revelan siempre relaciones de poder, que Norbert Elias y John L. Scotson estudiaron en términos de los sectores «establecidos» y los «foráneos» (The Established and the Outsiders, 1965) observando las dinámicas de construcción de la otredad (en términos de clase, raza, género, origen, religión, costumbres, lengua, etc.), las posiciones de supuesta superioridad de las comunidades nativas frente a los extranjeros, y el juego de intereses y afectos que las tensiones entre esos grupos movilizan. 26 En
este contexto conceptual, algunos autores colocan al judío dentro del compartimiento de «individuo marginal» definido por Park, quien indica que «The emancipated Jew was, and is, historically and typically, the marginal man, the first cosmopolite and citizen of the world. He is, par excellence, the “stranger”, whom Simmel, himself a Jew, has described with such profound insight and understanding» (892).
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Si bien se ha alegado que la elaboración de Simmel no es directamente transferible a la sociedad postmoderna donde el concepto de identidad se ha hecho mucho más flexible y basado justamente en la movilidad y la diversidad, rasgo que comparten también las comunidades receptoras, los conceptos de extranjero/extranjería/extrañeza son de gran utilidad para el acercamiento a situaciones marcadas por la migración, o incluso para comprender los debates y argumentos a partir de los cuales se contrapone ciudadanía y migración, y se fundamenta la necesidad de fronteras capaces de defender a los estados nacionales de presencias e influencias foráneas.27 Nikos Papastergiadis advierte, entre otras cosas, el valor metafórico de la extranjería, como imagen que permite reflexionar sobre las múltiples formas de transformación, desplazamiento y disrupción que son propias de la modernidad. Ideas sobre el sentido de la pertenencia, acciones que expresan la solidaridad con el Otro, el rechazo o defensividad, la desconfianza y a la vez la curiosidad e interés por la Otredad muestran un prismático escenario propio de las reacciones que causa lo moderno, lo diferente y lo exógeno. Ante el anonimato de la ciudad moderna, la presencia del otro parece particularizar de pronto todos los intercambios. La exterioridad se convierte en un tema personal, que nos interpela en nuestra calidad de sujetos urbanos, habitantes de un tiempo/espacio que se vuelve de pronto común y, como tal, se politiza. El investigador australiano Vince Marotta analiza la importancia de la figura del extranjero en relación con la sociología del conocimiento, volviendo a las ideas de Simmel sobre la objetividad del extranjero y la tensión entre su cercanía (espacial, humana) respecto a la comunidad de adopción, y la distancia que marca su origen, cultura y experiencias. Marotta reconoce en Simmel una dimensión existencial que no es ajena a debates sobre individualismo, alienación, asimilación cultural y aculturación que florecerían décadas después. Tal dimensión es fundamental para entender aspectos esenciales de la modernidad, tales como el espacio, el dinero, etc. Desde el punto de vista del conocimiento, Marotta destaca la importancia que da Simmel a la mirada exterior, oblicua, del extranjero, que no lo inhibe de la participación o del compromiso con el nuevo 27 Como
indica Marotta, S. Dale McLemore, es uno de los autores que ve en el concepto de «marginalidad» una categoría que se relaciona mejor que la de «recién llegado» a las ideas de Simmel. Lesley Harman, por su lado, considera que la calidad de extranjero se ha convertido en una forma de vida que no despierta ya los sentimientos o reacciones que eran propios de la sociedad moderna a principios del siglo xx. Rudolf Stichweh rechaza la idea de que el sistema social funcione como una membresía y afirma que en la sociedad actual el extranjero o forastero o es invisible o es demasiado prominente, sin llegar a representar una clase aparte. Finalmente, Ulrich Beck afirma que las ideas de Simmel son aplicables a una «modernidad simple» y dejan de tener relevancia en una modernidad compleja, caracterizada por otras dinámicas poblacionales y otros valores.
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contexto social, y que le permite una comprensión informada por experiencias y perspectivas diferentes a las de la comunidad, dando lugar a formas originales de comprensión de lo real. Analizando el lugar de la figura del extranjero en la teoría social, Marotta señala la importancia del sentimiento de miedo y la necesidad de control, como factores que impulsan el rechazo del otro, que es visto como alguien caracterizado por la ambigüedad: «Strangers epitomize the ambivalent condition of simultaneously being both an insider and an outsider, and this makes it difficult to categorize them as “friends” or “enemies”» (The Stranger and Social Theory 123). Autores como Ralph Buchenhorst han encontrado que las ideas de Simmel han sido precursoras de muchas consideraciones actuales sobre el sujeto migrante y sobre la resistencia de las sociedades, por ejemplo, en Europa y en Estados Unidos. Desde la perspectiva de la obra total de Simmel, Buchenhorst indica que «el extranjero es producto de la economía dineraria ya desarrollada y de la división del trabajo. En [el ensayo de Simmel] el extranjero es definido como signo de una modernidad que produce al mismo tiempo la individualización progresista y la anonimización», razón por la cual Simmel trabajará esta categoría, en estudios posteriores, en relación con los centros urbanos, lo cual aproxima sus conceptos a situaciones actuales. El tema del extranjero ya no es puesto aquí en relación con grupos definidos a través del origen y la etnia, ya que la gran ciudad moderna vive casi íntegramente de la producción para el mercado anónimo, y la movilidad cotidiana del individuo en el ámbito urbano está marcada por la indiferencia. La extranjería no es configurada ya por oposiciones étnicas o religiosas, ni por la cuestión de la in-compatibilidad de modelos de acción sociales o normativos, sino por la totalidad de la configuración urbana de la vida (Buchenhorst 135).
Con los actuales grados de urbanización podría pensarse, entonces, que en la (post)modernidad que algunos autores llaman «reflexiva», el cosmopolitismo ha ganado la batalla y la extranjería no sería detectada con la dosis de defensividad y el deseo de exclusión señalados por Simmel. Sin embargo, como indica Buchenhorst, Los nuevos movimientos de migración, que exponen a una prueba de resistencia a las sociedades de Europa occidental, parecen ratificar a Simmel. A través de todas las reacciones ante las corrientes migratorias domina un modelo de reacción complejo que no está marcado por la indiferencia sino, por un lado, por una agresividad comunicativa o física y, por otro, por una simpatía sin reservas. La experiencia de lo extranjero no es una experiencia frente a alguien absolutamente distinto que representa un enigma desde la perspectiva cultural o religiosa. Está marcada, an-
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tes bien, por representaciones a menudo difusas, a menudo concretas que se crea el grupo receptor acerca del que ha de ser recibido. Entre las experiencias más concretas se encuentran las de la migración laboral útil y la del impulso extraño estimulante. Entre las pocas reacciones concretas se encuentra el temor ante la afluencia incontrolable de refugiados y la consecuente infiltración de los propios fundamentos culturales (137).
El temor a la desnaturalización de lo local o lo nacional es uno de los argumentos que se invoca en contra de la admisión de gran cantidad de extranjeros en sociedades actuales. Los debates que ese temor suscita ha alentado la antagonización de ciudadanía versus extranjería, problema en el que suele traerse a colación la estimación acerca del tipo y grados de contribución que los inmigrantes pueden hacer a las sociedades receptoras. Este aspecto reactiva el tema de la distancia cultural del Otro, trabajado por Simmel, y de la capacidad del extranjero para involucrarse productivamente en políticas locales, descentralizando el debate de aspectos más polémicos como los de raza, origen, o diferencia cultural. La organización exitosa de diversos estilos de vida que ven lo extranjero como estímulo para la cooperación colocará, en las discusiones específicas, cada vez más en el centro las consecuencias constructivas de los movimientos migratorios y las constelaciones interétnicas. Estas discusiones subrayan más bien los aspectos positivos, no afectados por las diferencias étnicas y religiosas, del aprendizaje social a partir de modos de vida alternativos (Buchenhorst 144).
Tales debates, para canalizarse productivamente, requieren flexibilidad de las partes y consideración de alternativas posibles, una de las cuales puede ser la de entender al extranjero como una categoría que debe ser reelaborada en contextos actuales, donde el simple rechazo al forastero parece una fórmula arcaica y anterior al cosmopolitismo moderno. En Strangers to Ourselves (1991) Julia Kristeva analiza la calidad de extranjero desde los griegos, a través de las épocas, hasta los escenarios contemporáneos, donde el rechazo al otro parece haberse agudizado debido, según Kristeva, entre otras cosas, a la crisis de los constructos éticos y religiosos. Desde una perspectiva sicoanalítica, interpreta las reacciones hacia el forastero como una exteriorización defensiva del «extranjero interior» que vive en nuestra subjetividad y rara vez aflora al nivel de la conciencia. Reconocernos a nosotros mismos como portadores de extranjería mitiga la agresividad hacia el Otro, visto como adversario: «The foreigner comes in when the consciousness of my difference arises, and he disappears when we all acknowledge ourselves as foreigners, unamenable to bonds and communities» (1). Sin embargo el problema no es universal y ahistórico, sino que está anclado en condicionantes que cada época va elaborando
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a medida que cambian las condiciones de vida y sus correlativos imaginarios. Cada época reelabora sus formas de identidad y de otredad, sus estrategias de (auto)reconocimiento social, y las formas en que el sujeto se percibe a sí mismo. «The modification of the status of foreigners that is imperative today leads one to reflect on our ability to accept new modalities of otherness» (2). En Modernity and Ambivalence (1991), estudiando «la construcción social de la ambivalencia», Bauman señala que al dualismo hobbesiano amigos/enemigos (del cual derivan otros: adentro/afuera, positividad/negatividad, bien/ mal, verdad/falsedad) debe agregarse una tercera posición: la del extranjero. El par amigo/enemigo expresa dos modalidades de la otredad, mientras que la posición arquetípica del extranjero puede representar a cualquiera de ellas. En este sentido, el extranjero es el phármakon (remedio y veneno al mismo tiempo), la encarnación misma de la ambigüedad. Apoyándose en Simmel, Bauman ve al extranjero como expresión de la incongruencia, ya que su presencia perturba, de por sí, el orden social, pero no de una manera unívoca sino ambigua y hasta contradictoria. El extranjero es al mismo tiempo «físicamente cercano» y «espiritualmente remoto» y, por tanto, imprevisible y desconfiable. La anomalía y la indeterminación lo definen. Como señala Bauman, pensando siempre en el caso paradigmático del Holocausto, lo primero que se puede hacer con respecto a esa anomalía es suprimirla, como si se tratara de una acción de restablecimiento estético del orden: un acto de edición en el que se borra lo que sobra en el texto (66). La exclusión cultural, la construcción del extranjero como un «Otro permanente» o definitivo, al igual que la minimización de su posible incidencia social, son otras medidas que guían la tendencia eugenésica de lo social que intenta purificarse de elementos extraños. Estereotipos, estigmatizaciones y exotizaciones sirven a estos propósitos. Otro recurso es la asimilación por aculturación, por la cual se borra toda traza de la cultura, valores y creencias del extranjero, desnudándolo de cualquier elemento que pueda mantener su identidad y coherencia como sujeto. Se puede demonizar su origen, su estirpe, sus formas de vida, tradiciones y proyectos, y englobarlo en la categoría de los extranjeros, una especie de tribu donde toda singularidad queda eliminada. Obviamente, la experiencia del nazismo ensombrece los debates sobre estos temas, que continúan siendo parte fundamental de la agenda política y cultural del siglo xxi. Simmel considera que la cancelación de los sueños de totalización constituyo un rasgo principal de la modernidad. La «naturaleza humana universal» es apenas un argumento falaz utilizado en contra de la diferencia y la otredad. Más bien fue el impulso hacia la individuación y el particularismo el que ganó la partida, como expresa Simmel en On Individuality and Social Forms (1972):
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All relations with others are thus ultimately mere stations along the road by which the ego arrives at its self. This is true whether the ego feels itself to be basically identical to these others because it still needs this supporting conviction as it stands alone upon itself and its own powers, or whether it is strong enough to bear the loneliness of its own quality, the multitude being there only so that each individual can use the others as a measure of his incompatibility and the individuality of his world (Simmel 219-223).
Numerosas elaboraciones han desarrollado filosóficamente, desde otras posiciones, este concepto en relación con los procesos de otrificación y exclusión social. Esto ha dinamizado el campo de la ética, produciendo debates de gran interés filosófico e importancia política. Cuando Lévinas, por ejemplo, alude a los rostros del Otro, ve en el extranjero la imagen más reconocible de la alteridad, aunque para este filósofo otredad y extranjeridad no son intercambiables, ya que la imagen del extranjero no agota los sentidos y representaciones posibles de la otredad. Otredad, identidad, extranjería, son conceptos multifacéticos que invocan una gran cantidad de sentidos y que se vinculan por diferentes vías al campo teórico y práctico de lo político, siendo constitutivos de las nociones de nacionalismo, frontera, ciudadanía, soberanía, etc., categorías centrales para la definición del Estado moderno. El sujeto migrante solo puede ser concebido contra el telón de fondo de estas nociones, que informan los términos conceptuales y las diversas formas de implementación del pacto social, entendido como el acuerdo entre gobernantes y gobernados, así como entre los miembros de la comunidad. Tal noción se basa en el principio de que el ejercicio de derechos y deberes debe realizarse preservando tanto la esfera individual como la colectiva; todo derecho puede ser ejercido mientras no infrinja el derecho de los demás, que es el límite de la libertad individual. Este principio es constantemente invocado en relación al tema migratorio, en general para defender políticas de exclusión social amparadas en una tradición larga y en muchos sentidos inaplicable a los contextos de nuestro tiempo, aunque algunos aspectos, particularmente los referidos a la concepción de lo social, sirven aún como guía para una comprensión histórico-filosófica del conflicto social y de la regulación gubernamental. Iain Chambers señala la posicionalidad que adjudicamos al extranjero a través de las estrategias discursivas oposicionales con las que se abordan los temas de la seguridad social: The unknown character and alterity of the stranger, the distrust of the «homeless», the undocumented, and the migrant, evoke the potential disturbance of a «deviancy» that overflows local coordinates of belonging as well as the policed perimeters of a «national» home and people. The foreigner is, above all, considered a potential enemy; his or her presence represents the simultaneous threat to, and
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reinforcement of, the present state by introducing a «them» against whom «we» measure ourselves. The modern migrant draws the unrecognized into the field of vision. The arrival of the stranger exposes the paradoxical political formation of the state when national rights are constituted explicitly by the negation of the rights of others; to be included, others have to be excluded (Mediterranean Crossings 120).
Aunque la figura del extranjero ha estado siempre presente en contextos políticos como contracara del ciudadano o habitante legítimo de la polis, los criterios de exclusión/inclusión han ido cambiando, y democratizándose, a lo largo de siglos, con lo cual la noción de extranjería también debería haberse ido flexibilizando. Pero en tiempos de globalización se nota un endurecimiento de ciertos criterios y sobre todo la utilización de retóricas securitarias e identitarias que encubren las verdaderas motivaciones del rechazo al otro y disfrazan los prejuicios de fondo que los condenan a la exterioridad. Chambers indica, como otros críticos han señalado, que el migrante denuncia con su misma existencia, y aún más con las formas que asume su activación social, la naturaleza paranoica del estado moderno. The modern phenomenon of mass migration is a perpetual reminder that the liberal rhetoric of the free movement of goods, capital, and bodies, has very real cultural, historical, and political consequences —consequences that certainly exceed such idealized settlements as the «melting pot» or «multiculturalism». The physical presence of the migrant stubbornly insists that the world in its extreme diversity and complexity is indeed a global, unified, one. In this sense, the migrant undoes our «self» (Mediterranean Crossings 121).
El extranjero pierde y a la vez conserva su calidad de tal cuando llega a la interioridad de la polis, la ciudad, la casa. Sigue siendo el Otro pero está ya dentro de nuestros entornos, forma parte del paisaje familiar, aunque se distinga por su diferencia. Chambers lo explica con la bella imagen del espacio breve y necesario entre las palabras, ese silencio brevísimo que las hace inteligibles: No longer external but internal, the foreigner, the stranger, the immigrant, like the space between our words —silent but essential for meaning— becomes integral, central, to another conception of the world we all inhabit (121).
Justamente por constituir el afuera constitutivo de las identidades ciudadanas, del nosotros siempre excluyente del nacionalismo, la figura del Otro —que bajo distintas formas siempre se siente como una amenaza contra la integridad de la familia, la comunidad, la congregación, la hermandad, etc.—, ha sido teorizada por todos los pensadores que reflexionaron sobre la naturaleza y los
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límites de la soberanía y del pacto social, por sospechar que tras todo extranjero se esconde un enemigo potencial. El tema del pacto social obliga a recordar ciertas bases de la teoría social y política, a partir de las cuales fueron pensadas la democracia y los proyectos republicanos en la época moderna. Thomas Hobbes (Leviathan, 1651) y John Locke (Dos ensayos sobre el gobierno civil, 1690), desarrollan en distintos registros el concepto de «orden político», definiendo el alcance de la soberanía y la función del Estado como institución que concentra el poder. En el caso de Hobbes, el concepto de monarquía y poder absoluto preside la convicción de que estado de guerra, prominente en la época de este pensador, debía articular el ejercicio de poder sobre el pueblo. Aunque de base cristiana, la concepción de Hobbes racionaliza y seculariza la política, al situarla en la esfera de las decisiones y responsabilidades del ciudadano y las instituciones. Más empírico y orientado a la idea de que el estado natural del ser humano es el de la paz, Locke define la separación de poderes y afirma la importancia de la igualdad como garantía de convivencia y de funcionamiento social. J. J. Rousseau (El contrato social, 1762) regula con mayor amplitud el autoritarismo subyacente en la visión hobbesiana de homo homini lupus y afirma las bases para una concepción democrática, que sitúa la soberanía en el pueblo, quien la ejerce al elegir a sus representantes. La idea de la voluntad general considerada por Rousseau, implica asimismo el reconocimiento de que el individuo debe sacrificar parte de sus derechos en beneficio de la comunidad, abriendo paso tanto a interpretaciones que potencian la capacidad del Estado para apropiar y manipular el interés general, como a la idea de la sociedad como negociación política de los grados y formas de esa cesión de derechos administrados por el Estado. El ciudadano participa de la creación de las leyes y al mismo tiempo se somete a ellas. La civilidad se interpone entre el estado de naturaleza (bélico, instintivo) y el sometimiento del hombre al imperativo histórico (que incorpora una importante dosis de artificialidad a las formas de socialización), constituyendo el entramado de acuerdos, alianzas y negociaciones que permiten a la comunidad articular lo individual y lo colectivo, lo natural y lo construido históricamente, a partir de la mencionada transferencia de derechos a la autoridad política elegida.28 Como es obvio, la noción de Estado, ciudadanía y derechos humanos se va modificando históricamente. Hoy en día la idea del contractualismo como base de la organización social se considera utópica para algunos e, incluso, impracticable e insuficiente para lograr la absorción del conflicto social y los desafíos de la globalización. Como «ilusión» (en el sentido doble de esperanza y espejis28 Sobre
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estos temas, véanse Cruz Prados y Hampton.
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mo) la noción de pacto social aparece contemporáneamente como una visión ideológica y voluntarista que invisibiliza las relaciones de poder, presentándolas como uno de los aspectos «negociables» a nivel colectivo, dejando de lado las desigualdades que impiden la realización de acuerdos igualitarios. Según Pekka Sulkunen, la sociología ha virado, consecuentemente, del estudio de las sociedades como entidades diferenciadas, al estudio de las prácticas sociales y de los aspectos relacionales (hexicología) que permiten analizar las diversas formas de dominación, exclusión y regulación social. Los cambios que se registran hoy en la concepción del pacto social están estrechamente ligados a las imposiciones del capitalismo tardío, a los nuevos requerimientos laborales y a los sistemas flexibles, así como al debilitamiento del nacionalismo en beneficio de formas transnacionalizadas de dominación. Estas transformaciones afectan directamente las políticas aplicadas a la migración, la territorialidad, la ciudadanía y la soberanía, así como a los conceptos de identidad y otredad que han servido históricamente, bajo distintos nombres, para teorizar las relaciones entre gobierno y pueblo, Estado y ciudadanía. Filosóficamente, las conceptualizaciones de la otredad se manejan en un nivel de mayor abstracción, que interactúa de múltiples maneras con las perspectivas y las políticas públicas. Desde la más antigua tradición filosófica, el Otro es percibido como aquel que posee algo extraño, difícil de identificar, que nos resulta ajeno, no familiar y radicalmente distanciado de las raíces mismas, psicológicas, físicas, sociales y afectivas de lo que reconocemos como nuestra id-entidad. Por esta sensación de extrañeza ontológica, lo más saliente del extranjero es su forasterismo, de su ser de otra parte, y su referencia implícita a un sitio (un lugar concreto, una cultura, una ubicación geopolítica, un origen, un espacio, una territorialidad existencial que, simbólicamente, lo contiene) que no compartimos. Pensar lo extraño implica siempre pensar un sitio para su ubicación, aunque se trate de un lugar abstracto, indefinible, que funciona como punto de conexión con otras id-entidades diferentemente situadas. El encuentro de un Uno con su Otro (ya ocurra como choque, convergencia, retorno, etc.) se realiza en relación a un lugar que da sentido a la familiaridad y a la extrañeza: las fundamenta y las materializa. El encuentro del extranjero con el dueño de casa, del migrante con el ciudadano, del recién llegado con el habitante, del colonizador con el nativo, tiene en la territorialidad el lugar material y simbólico en el que el encuentro se desarrolla y define sus características. El extranjero agrega un elemento de ajenidad a un espacio conocido y concebido por alguien como «propio»; el que llega, heterogeneiza, coloniza, contamina o enriquece ese espacio, según la perspectiva que se asuma al considerar la importancia y valor del encuentro. El extranjero ha traspasado una frontera real y/o imaginaria, una serie de límites (físicos, culturales, afectivos, lingüísticos,
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religiosos, etc.) y, al hacerlo, ha modificado el espacio que existía antes de su aparición. Ha operado una apropiación de ese espacio, modificando así la vivencia y el imaginario de quien lo poseía en exclusividad antes de su llegada. Sin embargo, el espacio social se concibe no (solamente) como privatizado sino como común y socializable: como un ámbito destinado a ser compartido y apropiable, donde lo privado y lo público coexisten y se determinan mutuamente. Es de la dinámica entre lo privado y lo público, lo propio y lo ajeno, que se generan las más diversas formas de socialización e intercambio, y asimismo donde surge la mayor parte de los conflictos intergrupales, que se afirman en torno a las formas de concebir y defender la territorialidad, la casa del ser. Una serie de estudios se ocupan particularmente del tema del lugar, y del espacio, en relación con situaciones de hospitalidad, límites y vínculos entre el Yo dueño de casa, y el Otro que llega, solicita, o requiere apoyo solidario, con su mera presencia. En el libro colectivo editado por Richard Kearney y Kascha Semonovitch bajo el título Phenomenologies of the Stranger: Between Hostility and Hospitality (2011) se analiza una serie de aspectos relacionados con el concepto de extranjero y, en general, con el campo semántico que se abre en torno a las ideas de identidad/otredad en contextos migratorios o similares, en los que se requiere la solidaridad del recibimiento y, por tanto, una conceptualización de los espacios reales y simbólicos que corresponden a las partes que participan en el encuentro hospitalario. Desde un punto de vista fenomenológico, los editores plantean como introducción («In the Threshold»), la diferencia que puede establecerse entre el extraño, el extranjero y el otro, señalando que, en tales casos, el punto de conexión se encuentra literalmente «en el umbral», es decir, en el borde que separa lo propio de lo ajeno, la casa y sus afueras, el yo de sus alteridades. Algunos críticos sitúan el tema del encuentro hospitalario justamente en este punto intermedio del umbral, considerando que el conflicto del Otro se vincula estrechamente a la proximidad o la distancia, elemento que emerge ya en los regímenes coloniales, donde la marginación del otro, su relegamiento a zonas física y simbólicamente periféricas, lo situaba en una posición filosóficamente inalcanzable y de ajenidad radical. El problema que se agrava en la postmodernidad tiene que ver con la disminución de esa distancia, que en el presente ha llegado a inscribir esa otredad en el interior mismo de los sistemas de privilegio, aunque manteniendo la desigualdad y creando formas actualizadas de servidumbre y apartheid. Según Iain Chambers, To think of the crucial interrelationship between colonialism, citizenship, democracy and migration in the realisation of Occidental modernity, is to register a historical violence both in the colonial cut and the subsequent postcolonial wound that bleeds into all accountings of the past and the present. Today, this troubled
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and unruly inheritance is augmented by the fact that the controlling distance of a colonial ‘abroad’ is no longer available: Algeria, the Caribbean, sub-Saharian Africa, India are ‘here’ amongst us. Such proximities are the frequently unwelcomed social side of globalisation. It is precisely these proximities, encountered most sharply in the cities, streets, signs, sounds and cultures of the so-called First or overdeveloped World that dramatically accentuate the planetary scale of the cruel interval between justice and the law, to quote the Cameroon intellectual Achille Mbembe. The migrant is always under the law, invariably in a state of illegality, and hence frequently without justice («Migrating Modernities» 16-17).
La transformación de raíces en rutas («roots into routes») ha provocado la cancelación de la distancia física, o al menos su dramática disminución, fenómeno que anuncia el estrechamiento de la fisura legal, la cercanía en cuanto a derechos, la coexistencia en los espacios públicos, la participación en los sistemas de bienestar social, es decir, la (con)fusión de territorialidades existenciales y de distribuciones que fueron consolidadas en el pasado y que resultan ya insostenibles. Edward S. Casey relaciona extranjería, identidad y hospitalidad, dando relevancia al tema del espacio. Toda hospitalidad, señala, tiene lugar en un sitio concreto, en un espacio marcado por la pertenencia, idea con la que coincide, por ejemplo, Brian Treanor al indicar que «hospitality is a virtue of place» (Kearney y Semonovitch, 50). Estos y otros autores enfatizan en estudios de este tipo el carácter liminal de la hospitalidad, que linda con la hostilidad y que se realiza siempre en un borde, un intersticio, un filo inestable y agudo que define la relación entre identidad y otredad, y a veces, entre la vida y la muerte. El tema del lugar, o de los espacios y territorialidades que se vinculan con el sujeto migrante, es esencial para el desarrollo de la cuestión del hábitat, de los espacios para la vida y la desestabilización de las políticas de exclusión que dejan sin lugar (sin territorio existencial, sin tierra productiva, sin libertad de movimiento, sin posibilidad de cruce y relocalización), a millones de seres humanos.29 En el libro Getting Back into Place. Toward a Renewed Understanding of the Place-World (1993), Edward S. Casey analiza filosóficamente la naturaleza del borde como demarcación del fin de algo, de su pronta precipitación en la nada del dejar de ser: el borde de la mesa como el punto (o la línea) que señala su fin (o su principio, según se mire). La noción de borde tiene inmensa cantidad de aplicaciones y sentidos, pero las que más interesan a nuestros propósitos son las que tienen que ver con la demarcación socio-política y con aspectos cognitivos. Casey, también autor de The Fate of Place. A Philosophical History (1997), dis29 Acerca
Parsons.
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de las relaciones entre espacio (y lugar), identidad y migración, véase Linhard y
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tingue edge (borde) de boundary (límite), frontier (confín) y border (frontera), aunque la traducción de los términos es aproximada, y los sentidos tienden a superponerse sobre todo en algunos usos de esos vocablos. Para Casey, mientras que las fronteras (borders) son demarcaciones que distinguen una región o un territorio de otro, las marcaciones que en inglés se conocen como boundaries (que sugiere la idea de límite exterior) son más bien conceptualizaciones que resisten todo tipo de linealización; son indeterminadas, porosas y cambiantes (ej. los límites de una región ecológica). A diferencia de estos perímetros o espacios que delimitan una extensión y que forman parte (estéticamente, conceptualmente) de aquello que delimitan, las fronteras (borders) tienen un carácter instrumental y práctico: son artefactos, construcciones humanas que se (sobre)imponen al espacio y que existen para ser respetadas. Casey da como ejemplo de la porosidad y variabilidad de los boundaries o elementos de demarcación exterior en el caso del río Bravo, cuyo carácter proteico se demuestra en el hecho de que en algunas épocas del año permite, más que en otras, ser atravesado. Fronteras y demarcaciones como las mencionadas (boundaries), tienen una influencia histórica, en el sentido de que determinan, cada una a su manera y de modo cambiante, el movimiento y la propiedad, las percepciones del espacio y del lugar que el individuo ocupa respecto a tales delimitaciones, las formas de pasaje o restricción del tránsito (legítimas, legales, transgresivas, criminalizadas, etc.), las formas de contención, etc. La noción de extranjería es inseparable, así, del concepto de lugar, pero también la noción de lo propio, es decir, el lugar del Yo, está condicionado al sitio que poseo, que considero mío, y sobre el cual creo tener derecho, ya sea la casa, la nación, o el territorio existencial de la ciudadanía. Sin embargo, de acuerdo a Lévinas, estas delimitaciones del lugar propio o ajeno no son fijas e inalterables. La presencia del extranjero, por ejemplo, desafía, por sí misma, mi lugar. Como explica Jolanta Saldukaitytè en «The Place and Face of the Stranger in Lévinas», no es la topología que me define la que causa la extrañeza o extranjería del otro, sino mi vulnerabilidad. Para Lévinas, mi infinita responsabilidad hacia el otro le concede un lugar privilegiado y prioritario, inseparable de la noción de lugar. A pesar de que el rostro del Otro es abstracto e inapresable, él está dotado de una concreción ineludible: una raza, un género, una cultura, una edad, etc. que le son específicos en su materialidad, y que se expresan en su rostro y lo contextualizan, haciéndolo único e irreductible a mi id-entidad. «The face of the stranger, is vulnerable, not reducible to a context, to her place. It is extraterritorial. The face, the stranger is extraterritorial» (Saldukaitytè 10). El rostro dramatiza en Lévinas la tensión relacional que caracteriza el encuentro «cara a cara», el momento en que el Yo se coloca frente al Otro como frente a un espejo, donde lo que se ve es la imagen del Yo/Otro que nos mira. Pero el rostro
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del Otro no es su apariencia, ni sus rasgos o gestos, ya que para el filósofo «el otro es invisible» (Totality and Infinity 6), no puede ser reducido a su concreción o especificidad, porque evade toda representación. What Lévinas really means by the «face of the other» is not his physical countenance or appearance, but precisely the noteworthy fact that the other —not only in fact, but in principle— does not coincide with his appearance, image, photograph, representation, or evocation. «The other is invisible» (Burggraeve 29).
Esto no significa, como algunos críticos de Lévinas señalan, una caída en la abstracción total, sino el reconocimiento de otras formas de concreción de la sujetidad del Otro que, ellas sí, son esenciales para la construcción de la alteridad y que consisten en el lugar que ese otro ocupa con respecto a mi casa, mi lugar, mis derechos, mi territorio. Cualesquiera sean los detalles de su cara, su rostro es el del Otro que me interpela. Saldukaitytè insiste en el concepto de que la casa, la nación o el territorio considerados propios pueden ser siempre disputados por el Otro, que tiene la capacidad de ejercer contra nosotros la culpa que va implícita en el hecho de que todo lugar que disfrutamos como nuestro ha sido arrebatado a alguien: aquel que ha sido oprimido, colonizado, despojado, excluido, asesinado, invisibilizado. Para Lévinas, en el curso de nuestra vida todos matamos a alguien, de alguna manera.30 En este sentido, la culpa nos devuelve la dimensión de nosotros mismos, ya que todos somos usurpadores. Como se ve, la perspectiva levinasiana desestabiliza la noción moderna del pacto social en la medida en que expande la significación del sujeto y el dominio de la individualidad hacia las esferas de la otredad y la solidaridad. Aplicada ya no solo a la territorialidad real y simbólica de lo nacional y de los espacios intangibles de los derechos de la ciudadanía, la estrecha asociación entre otredad y lugar materializa la noción de lo humano por encima de los conceptos de propiedad e identidad, materializándolos, es decir, territorializándolos como sitios de/para lo común. Desde el punto de vista no solo de las formas de clasificación social y de la construcción de la otredad, sino también del modo en que tales formas de alteridad pueden ser empujadas a la exterioridad del sistema, al cual representan en sus contradicciones y en sus fallas, Simmel trabaja también tempranamente el tema del pobre, en 1907. Este es otro de los tópicos que ha regresado al primer plano de los estudios sociológicos en relación con la migración, siguiendo una de las líneas de reflexión sugeridas por Simmel, la idea de la pobreza como exterioridad al sistema. El pobre representa, como en otro nivel, el extranjero, una 30 Sobre
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el mal y la culpa en Lévinas, véase Burggraeve.
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forma de otredad y diferencia que el sistema no puede asimilar completamente, que lleva sobre sí la cualidad distintiva y discriminatoria de su distanciamiento con respecto al orden social. Para Bauman, «Strangers are the people who do not fit the cognitive, moral, or aesthetic map of the world» (Postmodernity and its Discontents 18). La pobreza es pensada en relación con la totalidad, y analizada en base a las relaciones de dependencia con la sociedad, la cual somete al pobre a un proceso de cosificación. Como exterioridad y negatividad del capital, la pobreza constituye una forma de otredad que siempre amenaza al obrero en caso de que no venda su fuerza de trabajo; es el fantasma de la pobreza, o su presencia real, la que impulsa la máquina del biocapitalismo a la que el trabajador se somete y por la cual es sometido. Por ello es fundamental entender la pobreza no solo como una condición o un constructo social, sino también como el producto de una serie de relaciones de dominación que se ejercen tanto en el plano económico, laboral y político como en los distintos estratos sociales, educativos, laborales, etc. El pobre está a la vez dentro y fuera por muy encajado que esté el individuo en la vida del grupo, por mucho que su vida privada esté entrelazada con la vida social, siempre se encuentra frente a esa colectividad, participando de su funcionamiento o sacando beneficio de ella, siendo bien o mal tratado por ella, vinculado con ella interiormente o sólo exteriormente; en definitiva: como separado de ella, como objeto respecto del sujeto que sería el conjunto social del que, sin embargo, es miembro: parte-sujeto, por el hecho mismo de sus acciones y circunstancias, que están en la base de sus relaciones (Bauman, Postmodernity and its Discontents 71).
El afuera/adentro son espacios relativos, formas materiales y simbólicas de expresar un sentimiento colectivo, y la lealtad de las comunidades hacia objetivos comunes de organicidad, cohesión, unificación y defensa de sus fronteras imaginadas. En la ya mencionada obra de Enrique Dussel, la filosofía (de la liberación) se define como la «opción por los pobres», es decir, por el intento de establecer una perspectiva específica sobre la otredad. La pobreza aparece como una excrecencia del sistema, que sin embargo nos permite penetrar en las contradicciones del mismo y enfatizar la corporalidad y su relación con el mundo de los afectos, la creencia y la sociedad. El enfrentamiento con el Otro da al tema de la justicia una dimensión diferente, que siguiendo la línea de Lévinas se basa justamente en la vulnerabilidad y fragilidad del otro que queda entonces visibilizado. Su ser negado es relevante, presente, y tiene un valor interpelativo. Dussel alega acerca de la necesidad de vencer la abstracción de la filosofía en cuanto a la violencia
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sistémica y el daño provocado por la pobreza en el cuerpo y el alma del sujeto, que es expelido de la totalidad. Partiendo de la Filosofía de la liberación (1977) de Dussel, Luis A. Mora Rodríguez señala que «la figura del pobre» emerge como ruptura especifica de ese sistema, como negación propia de lo que el sistema afirma (libertad, democracia, capitalismo). Se trata de un ente que no es como los demás, que literalmente «irrumpe» en la cotidianeidad de la vida. Un ente que no es algo sino alguien. Alguien que claramente interpela con su hambre, su frío, su sufrimiento. Alguien que se recorta del sistema, alguien que nos revela la «exterioridad» (135-136).31
Otras elaboraciones sobre otredad, extranjería, forasterismo, etc. ponen el acento en aspectos vinculados a la distribución de lo social y a la definición de lo político en la sociedad actual. Una forma alternativa a la del extranjero es la del «marginal», acuñada por Robert Ezra Park en 1926 en el artículo «Human Migration and the Marginal Man» para referirse a individuos en los que se combinan dos vertientes culturales o etno-raciales. Según este autor, «The marginal man… is one whom fate has condemned to live in two societies and in two not merely different, but antagonistic cultures… his mind is the crucible in which two different and refractory cultures may be said to melt and, either wholly or in part, fuse» (4). Por contraposición a la figura del extranjero, el marginal está ubicado en una situación de claro conflicto y desventaja socioeconómica, aspecto que está atenuado en la noción de Simmel sobre el extranjero. Para Park One of the consequences of migration is to create a situation in which the same individual-who may or may not be a mixed blood-finds himself striving to live in two diverse cultural groups. The effect is to produce an unstable character-a personality type with characteristic forms of behavior. This is the «marginal man». It is in the mind of the marginal man that the conflicting cultures meet and fuse. It is, therefore, in the mind of the marginal man that the process of civilization is visibly going on, and it is in the mind of the marginal man that the process of civilization may best be studied (881).
Para Park, esta sería la categoría clave para entender los conflictos sociales y políticos de nuestro tiempo. Pero como se ve, se trata de una posición que privilegia aspectos culturales, cuando podría alegarse que la base de muchas formas —si no todas— de rechazo social tienen su origen en el problema de la desigualdad y de las desventajas y formas múltiples de subalternización que ella genera. 31 En
esta misma línea de la filosofía de la liberación, véase Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres.
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Complementariamente, elaboraciones sobre el tema del pobre como la figura crucial para desmontar las contradicciones del sistema imperante son muy abundantes y complejas. También en este caso debe recordarse el libro de Simmel, El pobre (1907), que también sentó las bases para muchos estudios y reelaboraciones actuales sobre la definición de esta categoría y sobre su funcionalidad político-ideológica actual. Asociada a los conceptos de privación, precariedad, miseria, carencia, falta de hogar, etc., la noción de pobre, como categoría de análisis social, es de difícil delimitación. En general se la describe como una condición de indigencia, que puede ser permanente, hereditaria, adquirida, temporal, vinculada o no a elementos como salud mental, falta de educación y habilidades laborales, y en otros casos relacionada con la delincuencia, las drogas, el alcoholismo, etc. Es bien conocido el discurso de criminalización de la pobreza utilizado en general como parte de la retórica oficial de manera más o menos eufemística, por medio de la cual se culpa al pobre por su condición y se lo acusa de pereza, ociosidad, falta de responsabilidad y de disciplina, etc. Seabrook ha observado que el atributo prevaleciente en el pobre de nuestra época es la vergüenza por su condición, que le ha sido insuflada por la noción de quien no prospera en el capitalismo es víctima de sus propias limitaciones y, por tanto, un fracasado, un sujeto deficitario y prescindible. Asimismo, se lo sitúa como un «consumidor fallido» que queda, por lo tanto, excluido del gran espacio común de celebración de la mercancía, que constituye un espacio simbólico de fuerte influencia en la postmodernidad.32 Como en el pensamiento de Seabrook, Bauman atiende al sujeto en que extranjeridad y pobreza coinciden, señalando en The Individualized Society: «The poor are not only made destitute by the global order but their presence is the immiseration of the rest of human society» (116), por lo cual A study of the history of pauperization, or the uses of the poor, is also a study of the meaning of the whole modern epoch, not only because the poor deserve our best intentions and attention, but because in the image of the poor we tend to invest our hidden fears and anxieties, and so looking closely on the way we do this may tell us quite a few things about our own condition (Bauman, Work, Consumerism and the New Poor 81, cit. en Hogan 81).
Como el pobre no cuenta con representatividad política ni con forma alguna de organización, no es considerado un elemento que pueda incidir política32 Sobre el tema del pobre (definiciones, mediciones, clasificaciones), véanse Novak y Himmelfarb. Bauman trata el tema de la pobreza en muchos de sus textos, siendo este uno de sus tópicos principales. Seabrook desarrolla los «paisajes» de la pobreza y el tema de los «no privilegiados» (underprivilege).
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mente ni contribuir a la economía de mercado, sino más bien se lo ve como alguien que puede apropiarse de beneficios pagados por la ciudadanía. Su estatus es también definido por continuidad con respecto a espacios designados como ámbitos naturales de la pobreza: favelas, barrios, cantegriles, guetos, villas miseria, slums, etc. El migrante en muchos casos se integra a este nivel social pasando a ocupar, con frecuencia, un estrato incluso inferior al de los pobres nativos ya que agrega a la precariedad de las condiciones de vida, su extranjería y estatus «ilegal». Varios autores insisten en el concepto de construcción o constitución de la pobreza (Dean), otros trabajan articuladamente las nociones de pobreza, otredad y solidaridad, o inscriben la aproximación a la pobreza dentro de la crítica a la modernidad, el capitalismo y la sociedad de consumo. En este sentido, la mera existencia de la pobreza pone en cuestión el sistema visibilizando sus quiebres y desniveles. Bauman lo ve como elemento paradigmático en «la sociedad individualizada», e indica que «the poor are not only made destitute by the global order but their presence is the immiseration of the rest of human society» (116). Todas estas consideraciones se vinculan estrechamente a la problemática del migrante, a las formas en que es percibido en las sociedades que lo reciben o que temen su entrada, sobre todo cuando se trata de personas sin documentación, en cuyo caso las desconfianzas y estereotipos tienden a robustecerse. Es importante percibir articuladamente aspectos sociales, sicológicos, ideológicos, y, por cierto, político-económicos, para poder tener una idea de la «construcción» de la subjetividad migrante, que pasa por un claro proceso disyuntivo y de fragmentación interior, que refleja la separación de la familia y la comunidad, la incertidumbre del futuro y los temores que causan los avatares del tránsito y los cruces fronterizos. Pero una vez dentro de las comunidades a las que aspiraban o pudieron llegar, los migrantes se enfrentan a desafíos inmensos en cuanto a adaptación, relacionamiento, identificación de valores, modos de vida, hábitos y principios. En ellos se conjugan elementos de pobreza, extranjería, forasterismo y muchas otras de las categorías que se han venido barajando en este estudio como modo de plantear la caleidoscópica realidad afectiva, cognitiva e ideológica que acompaña los trayectos migratorios en sus distintas etapas. Como se ha visto, estas categorizaciones se vienen estudiando desde hace mucho tiempo, y la construcción actual retiene la memoria social de esos conceptos que enfrentan comunidades locales a recién llegados, ciudadanos a «legales», personas establecidas a sujetos nomádicos, etc., creando perturbaciones en el orden social que bien pueden dar lugar a un enriquecimiento mutuo de la experiencia de socialización, o promover conflictos de alto costo social, ético y humanos. Las nociones de solidaridad, fraternidad, tolerancia, etc., que se han venido analizando tienen como base estas consideraciones del Otro y de sus formas posibles de inserción y relacionamiento con «los dueños de casa», figura también ambi-
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gua y problemática, en la que se articulan tradiciones, valores y miedos sociales y políticos, propios de la vida en un mundo a la vez globalizado y fragmentado, que tiende a la cohesión y que, sin embargo, no deja de manifestarse tanto en sus territorializaciones como en sus líneas de fuga. Políticas del afecto y la frontera Las reflexiones anteriores sobre solidaridad, tolerancia, humanitarismo, corporalidad, sufrimiento y becomings se inscriben claramente, en relación con la problemática de migración y frontera, dentro del campo de los afectos o, según algunos autores, de la biopolítica afectiva. Con el concepto de biopolítica o economía afectiva se alude a las estrategias por medio de las cuales el control sobre la vida se ejerce no solo con medidas y acciones específicas, sino también a partir de codificaciones que utilizan el lenguaje de los sentimientos, las emociones, pasiones y deseos, para legitimar y sustentar actos relacionados con conductas sociales. Desde la perspectiva del poder represor de la frontera, la biopolítica afectiva comprende las medidas y discursos de exclusión y rechazo del Otro, presentándolos como tácticas defensivas de lo que se considera propio e intransferible. A través de las dinámicas oposicionales amor/odio, integración/rechazo, seguridad/violencia, valor/miedo, confianza/recelo, etc. la situación migratoria es interpretada como un atentado contra la salud del cuerpo social, como una plaga, enfermedad o evento que viene a perturbar el statu quo y a contagiar a la ciudadanía. La codificación afectiva potencia las prácticas represivas insuflándoles un sentido trascendente que dramatiza elementos de la conciencia colectiva que resultan de fácil reconocimiento a nivel popular. Al mismo tiempo, contribuye a enmascarar tales prácticas ideologizándolas, es decir, creando mecanismos discursivos de falsa conciencia que encubren las motivaciones profundas de la gubernamentalidad, y desfiguran sus efectos. De la misma manera se elabora el discurso xenofóbico, como defensa contra una alteridad considerada amenazante, que desata, en planos convergentes, el racismo, el sexismo, la homofobia y otras formas agresivas contra la otredad, fortaleciendo el lugar del Yo como sitio de autoridad y centro de un régimen inapelable de verdad colectiva. La frontera es una zona de ebullición emocional, donde a la biopolítica afectiva de la represión fronteriza se oponen la emocionalidad directa de la resistencia migratoria. Como zona límite, la frontera coloca a los sujetos en situaciones cargadas de significados que conectan con aspectos pulsionales (Eros/Tánatos, por ejemplo). La cercanía del peligro y la presencia fantasmal de la muerte agudizan estos sentimientos subjetivizando todos los aspectos de la experiencia migrante. Forman parte de este panorama emocional las formas exacerbadas
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de representación subjetiva del poder que tienen su correlato en la presencia de símbolos, rituales de vigilancia, disposiciones y elementos tecnológicos que exaltan la monumentalidad de los recursos estatales, los valores masculinistas de la militarización, el encarcelamiento, la persecución y la represión física en un clima de impunidad y anonimato. El cuerpo es constantemente invadido, penetrado por el poder, si no es a través de la violación sexual es a través de la penetración electrónica, los métodos biométricos, las revisaciones físicas, la negación de la privacidad, los dispositivos electrónicos para regulación de los movimientos, los interrogatorios y disposiciones de exclusión o de deportación. Sentimientos de ajenidad y pertenencia, hostilidad y solidaridad, desprecio y conmiseración, forman parte de la teatralidad fronteriza donde cada sujeto, además de atravesar instancias decisivas de su propia vida, desempeña un papel implícito en la dinámica del cruce transnacional. Los roles se distribuyen de acuerdo a posicionalidades fijas que sin embargo se contaminan unas a otras: unos representan al guardián del orden, otros a los migrantes, a los turistas o a los desposeídos, unos al inocente y otros al culpable, independientemente de lo que constituya la identidad real de cada uno. Cada nacionalidad de las que se aglomeran en el cruce fronterizo tiene su carga de valores, mitos y prejuicios, que al articularse con los múltiples Otros, crean un caleidoscopio babélico de sujetos, lenguas e identidades, falsas o reales, atiborradas e indistinguibles. La retórica de la afectividad biopolítica se despliega entonces tanto desde las estrategias del poder represor como del lado de las resistencias que representa el movimiento migrante, para el cual la necesidad de preservación de la vida arrastra una multiplicidad de sentimientos, emociones y deseos vinculados con el abandono de la tierra natal, la incertidumbre del cruce fronterizo y las posibilidades de un futuro transnacionalizado donde la sensación de pérdida y duelo serán preponderantes. La emocionalización acompaña los tránsitos del cuerpo migrante y sus procesos de reterritorialización. Corporalidad física, cuerpo territorial y campo emocional funcionan articuladamente en torno al eje del deseo, que es constantemente acicateado por la necesidad. Algunos tópicos se reiteran insistentemente en la dramaticidad fronteriza: el tema familiar, por ejemplo, la necesidad de preservar la integridad del cuerpo individual y del cuerpo colectivo, el peso sentimentalizado del nacionalismo (la nación como cuerpo social, como tierra natal, como madre), la identidad como compromiso de lealtad del yo consigo mismo, constituyen núcleos de intensificación emocional que entran en juego, de una manera u otra, tanto en los discursos que legitiman el orden nacional como en los que resisten sus restricciones al estar colocados en una exterioridad excluyente e inestable. La nación como casa, como patria, como espacio de intimidad, representada a través de símbolos, rituales y narrativas míticas, se levanta como un muro invisible ante la
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desprotección de aquel que ha perdido su lugar originario y golpea a las puertas ajenas sin protección estatal de ningún tipo. Las asimetrías entre el sujeto nacional y el sujeto migrante son inmensas y se manifiestan generando todo tipo de reacciones afectivas, ansiedades, miedos y rechazos. El deseo del que llega constituye un espacio de intensificación que puede comprometer la evaluación de circunstancias, posibilidades y alternativas. La nación de llegada es una monumentalidad deseante que al mismo tiempo que atrae, rechaza, reprime y expresa su (bio)poder de manera implacable. La nación abandonada es el lugar afectivo de la nostalgia y la renuncia, con frecuencia de la culpa, la responsabilidad y la frustración. Entre ambas simbolizaciones de lo nacional, el sujeto experimenta la ruptura de sus coordenadas espaciotemporales, de las sensaciones que asocia con el hogar y la familia, las cuales van siendo reemplazadas por la extrañeza de lo no familiar, hostil o por lo menos enigmático. La subjetividad del migrante es interpretada como errática, individualista e inescrupulosa. No se le atribuye la posibilidad de desplegar agencia (conciencia, voluntad y acción política), ni el potencial colectivo que le correspondería como movimiento social capaz de deconstruir las lógicas del capitalismo tardío. Se lo percibe, apenas, como un fragmento desprendido de su totalidad, desamparado y carente de significación individual: el migrante como desgarramiento, residuo, exceso y disturbio. Todo esto tiene directo y profundo impacto en los niveles de construcción y sustento identitario. Autores que trabajan en el campo de lo que se identifica como teoría de las identidades sociales, y que se ocupan de casos extremos de radicalización política y/o religiosa, destacan la importancia fundamental de las experiencias de exclusión social, destrucción de la autoestima del otro, imposición de formas antagónicas de diferenciación grupal y retaceo de la aceptación comunitaria, condiciones que conducen a grados variables de beligerancia y resentimiento social. Aunque, a mi criterio, estas explicaciones simplifican y estereotipifican complejos procesos político-económicos, sociales, históricos, etc., reduciendo casos como los del extremismo político a una serie previsible de (re) acciones psicosociales, no puede negarse que el tema de las identidades es esencial en todo funcionamiento comunitario, ya sea en el reforzamiento de valores dominantes como en cuanto a la resistencia a los mismos. Se considera que los factores de estabilidad, legitimidad y certidumbre socioeconómica son esenciales para mantener al sujeto en un nivel mínimo de funcionalidad tanto respecto a sí mismo y a su círculo más cercano como en relación a la sociedad en la que está inserto. De ahí que el aspecto de la pertenencia, que es central en el caso del sujeto migrante, no pueda dejarse de lado, ya que articula los factores antes mencionados. Del mismo modo, se destaca la importancia de que el individuo
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pueda asociar a los procesos de (auto)reconocimiento social el elemento de la movilidad, tanto física como social, ya que lo contrario sugiere una condición de enclaustramiento que puede expresarse beligerantemente. Estos elementos, que son estudiados como parte de un análisis preventivo de la radicalización política, deberían ser considerados dentro de los argumentos anti-inmigración y a la hora de establecer políticas para casos de refugio, asilo, etc., ya que es a través de los mecanismos de rechazo, cosificación y deshumanización del migrante que se inician procesos claramente contraproducentes no solo para los migrantes mismo, sino inclusive para el statu quo. Un estudio de los binarismos que guían los procesos de clasificación social constituiría un excelente punto de partida para el desmontaje ideológico y político de estos aspectos de la gubernamentalidad contemporánea. La potencia afectiva de la nación-Estado condensa significaciones emocionales: nacionalidad, patria, identidad, poder, cuerpo social, productividad, vida, identidad, orden, familia, constituyen un nucleamiento apretado de valores, creencias y tradiciones que se asienta férreamente en la territorialidad nacional. En su conjunto estos elementos tienen un significado prácticamente sagrado (inalterado, ahistórico, natural, que rebasa lo individual y que no necesita justificación ni admite alteración). El migrante es, contrariamente, representado y tratado como desechable, inoportuno, caótico, instintivo e inasimilable. Sin embargo, el peso afectivo y político de su perseverancia constituyen una energía social opuesta a la máquina estatal. Tal energía genera procesos de subjetivización que movilizan los principios de justicia espacial y reivindicación de derechos humanos que se han venido aludiendo en este estudio. Las disposiciones biopolíticas estatales que deciden sobre la vida y la muerte del migrante operan desde una supuesta superioridad cuyo anclaje en ideales, principios, régimen jurídico y defensa de lo nacional legitima la autoridad que se ejerce sobre la existencia de los individuos y sobre la integridad de la familia, la cual es atacada separando a sus miembros, colocando a los niños en situaciones de precariedad y hacinamiento, arriesgando la vida de todos pero principalmente de mujeres, niños y ancianos, deportando a algunos y manteniendo a otros en campos de detención, etc., como parte de las políticas de deterrence o disuasión con las cuales se busca desalentar a futuros aspirantes al cruce transnacional. De este modo, las estrategias de biopolítica afectiva funcionan a partir del Estado tanto en macro como en microniveles, atomizando los agenciamientos comunitarios, las alianzas, lealtades, prácticas y sentimientos que sustentan la movilización transnacional. Dentro de estas mismas políticas se cuenta la demonización de los coyotes o polleros, presentados como figuras diabólicas que asedian al migrante y ponen en peligro su vida, con lo cual se realiza una transferencia biopolítica desde el Estado hacia otro núcleo de agencia antimigratoria inorgá-
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nica, maleable, informal e incontrolable: el de los traficantes de seres humanos o contrabandistas de personas cuya actividad delictiva es presentada como perniciosa tanto para el régimen estatal como para el movimiento migratorio. Como respuesta a tales estrategias, los becomings, es decir los procesos por los cuales un sujeto llega-a-ser-otro, se transfigura, constituyen, como se ha visto, formas de adaptación y de negociación identitaria que se desarrollan como intentos del migrante por sobrevivir, asumiendo rasgos, conductas y lenguajes que funcionan mejor que otros en la situación fronteriza. La frontera es un área fuertemente racializada, donde las diferencias de género y edad también resaltan porque condicionan situaciones de mayor o menor vulnerabilidad, que conllevan cargas emocionales específicas. La racialización compartimenta al Otro, reduciendo y regulando sus espacios de aceptación social. Superponiendo diversos niveles de rechazo, el individuo se siente múltiplemente asediado (por su color, sus costumbres, su estatus legal, su procedencia, su lengua, sus gustos y necesidades), lo cual va minando los niveles de autoestima y determinación, aunque también, en muchos casos, fortaleciendo la resistencia y creando experiencias que van acumulándose como saberes colectivizados. Autores como Amanda Wise y Selvaraj Velayutham, al estudiar la problemática migratoria australiana, hablan de «afecto transnacional» para referirse al amplio espectro emocional que se asocia con la movilización migratoria. Sentimientos de vergüenza, miedo, culpa, rabia, inseguridad, extrañeza, ansiedad, etc. marcan las relaciones intersubjetivas y las dinámicas socioculturales que rodean las operaciones de cruce fronterizo, detención, deportación, rescate, etc. Se trata de emociones que, aunque se registran de modo similar en distintos contextos, son, en sus contenidos específicos, de difícil traducción cultural. Sus características y formas de manifestación varían según las circunstancias que rodean la relocalización poblacional, situación en la que los vínculos que se establecen a nivel comunitario son incipientes, provisionales y marcados por elementos de interés, desconfianza, competencia, sospecha, etc. El tema de la traducción cultural adquiere plena vigencia en estos casos, pasando del obvio nivel de la lengua al de las costumbres, gustos, valores, prejuicios y creencias, que no encuentran equivalencia puntual de una cultura a otra. Se estima, sin embargo, que el lenguaje de las emociones apela a codificaciones universalizables que permiten la comunicación transcultural en términos de afectividad y experiencia compartida. Estudios etnográficos registran como elementos constitutivos del campo emocional del migrante los contenidos vinculados a la memoria personal y colectiva, así como el deseo o deber de retornar a la tierra natal, donde han quedado familiares y amigos sometidos a circunstancias de precariedad política, económica y social. Estigmas, traumas y sentimientos de pérdida y duelo
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individual y colectivo son factores prominentes que dificultan la asimilación y causan inestabilidad afectiva, la cual a veces impacta seriamente la salud mental. Las coordenadas espacio-temporales se transforman, los hábitos culturales, la comunicación verbal y no verbal, los bagajes vinculados a la tradición nacional o a la memoria étnica, constituyen aspectos de fundamental importancia en la organización de nuevas formas de cotidianeidad, controladas por políticas y regulaciones muchas veces incomprensibles, que colocan al individuo en situaciones kafkianas, de significado inapresable. Asimismo, la incomunicabilidad de los sentimientos que se asocian a las nuevas experiencias crea muchas veces en el sujeto una sensación de soledad y alienación que puede llegar a bloquear sus mecanismos de adaptación. De ahí que en toda experiencia migratoria proliferen diversas formas de mediación (traducción, explicación de regulaciones, interpretación de documentos, facilitación de rutas, asistencia sanitaria, etc.) que constituyen otro estrato en la palimpséstica vivencia de la desterrritorialización. Puede decirse que, en muchos casos, la intervención y utilización de los afectos sentimentaliza lo político dificultando la racionalización de los procesos, la identificación de causas y el reconocimiento de los móviles que subyacen a cada decisión de relocalización territorial. Los afectos integran la conciencia social y moldean los imaginarios colectivos, por lo cual la estrategia de utilizar una economía biopolítica emocional contra el migrante funciona como elemento de control y disciplinamiento social. La manipulación de los aspectos afectivos de la migración y de la represión fronteriza por parte de los medios de comunicación y del discurso político oficial disemina estos elementos filtrándolos en la conciencia colectiva como si fueran datos objetivos de la situación fronteriza. Del lado del migrante, el elemento emocional es uno de los grandes movilizadores de la acción individual y colectiva, que se va insuflando de pasión a medida que los obstáculos la desafían. En la situación migratoria, como compensación de la precariedad en la que tal experiencia suele desarrollarse y de los sentimientos de desvalimiento que con frecuencia afectan a los individuos movilizados, se intensifica la circulación de capital simbólico, creando a veces relaciones comunitarias de estrecha solidaridad y ayuda mutua, y otras veces, sobrecargas de emocionalidad negativa, competitividad, agresividad, desconfianza y temor generalizado entre los sectores movilizados. La construcción de un «nosotros» incluyente y unificado, y de un «ellos» similarmente articulado pero opuesto al sujeto migrante, se resuelve frecuentemente en elaboraciones estereotípicas y provisionales, que se fortalecen en situaciones de agresión, militarización, detención, deportación, etc. Esta densidad emocional del movimiento migrante ha sido bien captada por el arte que intenta representar simbólicamente las trayectorias, sentimientos y avatares del proceso. Tanto en el cine como en la literatura, en el performance
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y en las artes plásticas, los elementos trágicos, sublimes, a veces farsescos o melodramáticos que han formado parte de la representación del destierro desde la Antigüedad clásica son esenciales para la articulación de un relato que intenta aproximarse al mundo interior del migrante como personaje a la vez individual y colectivo. El afecto es entendido como una vía de acceso a lo real, a lo simbólico y a lo imaginario.33 En sus múltiples usos, «el afecto se mueve entonces entre los extremos del control y el exceso. Constituye una fuerza a la vez constructora y deconstructora, cohesiva y dispersante, un punto ciego de la racionalidad moderna y una de sus más nítidas líneas de fuga» (Moraña, «Postcriptum» 324). El proceso de borderización y de implementación de los mecanismos de interrogación, exclusión, registro, detención, deportación, encarcelamiento, etc., tienen como primer efecto la exhibición de un poder superior al humano, capaz de cambiar el presente y el futuro de individuos, familias y comunidades, como si se tratara de un mecanismo kafkiano que se ha puesto en marcha de manera anónima, imprevisible y exenta de racionalidad. En la introducción al libro colectivo Countering Displacements: The Creativity and Resilience of Indigenous and Refugee-ed Peoples antes citado, los editores (Daniel Coleman, Erin Goheen Glanville, Wafaa Hasan y Agnes Kramer-Hamstra) atienden al problema de las emociones y del trauma que se asocia con la objetificación de los individuos sometidos al caos de la desterritorialización: The scrutiny at the border —whether a border checkpoint, airport immigration desk, or immigration office in a refugee camp far removed from any national boundary— unavoidably raises the spectre of fear (xviii).
Al sentir su dignidad agredida, los sujetos son colocados en la posición de «seres humanos en carne viva» o «al desnudo» (in the raw) ya que el sentimiento ocupa el lugar de la deliberación racional. La sensación de una enemistad generalizada devuelve al ser humano «al estado de naturaleza» analizado por Hobbes como condición de lo prenacional. La carencia de orden y previsibilidad, la ausencia de la supuesta protección del Estado, la falta de comprensión de la lógica que mueve el sistema, es interiorizada como arbitrariedad, hostilidad, irracionalidad y peligro. Los individuos colocados en esta situación aparecen, por la misma desorientación que causan los procesos migratorios, como fundamentalmente desvalido y carente de recursos materiales e intangibles (racionalidad, educación, presencia de ánimo, inteligencia, etc.) como para enfrentar las circunstancias en las que se encuentran. Por lo mismo, son vistos como existiendo en un estado de primitivismo radical, como si la negación del territorio 33 Véase
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al respecto Moraña, «Postcriptum» a El lenguaje de las emociones.
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y el distanciamiento con respecto al Estado fuera equivalente a una expulsión definitiva del reino de lo humano. Como los editores del volumen señalan con acierto, tal escenario es similar al que rodeó las experiencias del colonialismo, en las cuales los pueblos autóctonos pudieron ser despojados de sus recursos, su cultura, sus lenguas y sus cuerpos, ya que se consideró que existían en un espacio paralelo y no convergente con el de los colonizadores, una esfera pre-humana o adyacente a lo humano a la que no se aplicaban los mismos valores que regían al mundo civilizado. Sin embargo, de la misma manera en que la emocionalidad e incertidumbre que acompaña la condición del migrante, el desplazado, el refugiado, etc., puede ser considerada un factor debilitante de su agencia social, también es esa misma dimensión emocional la que inspira y sustenta las acciones de resistencia y los procesos de autorrepresentación política, social y cultural de los sujetos desterritorializados. Los editores de Countering Displacements señalan que «Refugees, illegal immigrants, and internally displaced people are increasingly taking up and asserting political subjectivities that are not legitimated by the liberal nation-state system» (xxiii). Según estos autores, tanto el movimiento migratorio como los desplazamientos de indígenas constituyen ya movimientos sociales transnacionalizados que se manifiestan a nivel global y que son en muchos casos apoyados desde dentro de los estados nacionales por ciudadanos conscientes de la situación migratoria. El activismo que se manifiesta como protestas, acciones callejeras y fronterizas y tramitaciones legales, constituye en sí mismo una re-narración que contrarresta las versiones oficiales y que interpela a instituciones e individuos a nivel global. Los movimientos que expresan sus protestas y reclamos antifronterizos operan contra los principios de la soberanía como privatización del espacio público y limitación del derecho al movimiento territorial y a la supervivencia. La crítica ha intentado expandir la noción biopolítica para abarcar, además de las formas de dominación poblacional y estrategias políticas, aspectos vinculados a la formación de subjetividades y a las interacciones culturales, que reorganizan a nivel simbólico los imaginarios colectivos y las formas de concebir e implementar formas de resistencia y movilización popular. El investigador mexicano José Manuel Valenzuela Arce utiliza, por ejemplo, las nociones de biocultura, bionecropolítica y bioproxemia. Indica que mientras la biopolítica hacer referencia a «los dispositivos de poder instituidos e instituyentes de control sobre la vida establecidos desde políticas de Estado», la biocultura identifica «las estrategias y políticas a favor de la vida». Tales estrategias Son formas y praxis asociativas, grupales y comunitarias de resistencia a la bionecropolítica que luchan por abatir las zonas de precarización y muerte y por preservar la vida.
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La biocultura se conforma en la lucha por conquistar espacios de libertad [y] trabaja desde el campo político definido en la relación Estado y sistema de partidos, además de definir otras dimensiones de la política y lo político (Trazos de sangre y fuego 100).
Por tanto, la biocultura puede ser definida como «el conjunto de resistencias construidas desde la tríada cuerpo, vida y emoción, que incluye a la corporalidad, al planeta y a la vida en su sentido más amplio» (Trazos de sangre y fuego 100). Ante las medidas agresivamente restrictivas implementadas por los Estados nacionales sobre cuerpos subalternos, marginados, sin representación política, desterritorializados, etc. (como las disposiciones de esterilización forzada, la prohibición del aborto, la persecución de sexualidades, religiones o estilos de vida no dominantes, la criminalización arbitraria de algunas sustancias, acciones o creencias, la detención sin juicio, etc.) se intenta destacar con la noción de biocultura aquellas prácticas que resisten y organizan acciones defensoras de la libertad, el derecho a la vida, la protección de la naturaleza, etc., aun a costa de un desafío a la normatividad jurídica, las costumbres burguesas y los privilegios de los más fuertes. Los muertos, mutilados y desaparecidos en México y otras partes del mundo, al igual que el tratamiento a los migrantes irregulares en áreas fronterizas, dan testimonio de la necesidad de mantener una alerta permanente, y de visibilizar y apoyar las biorresistencias populares como «respuestas sobre y desde el cuerpo» (102). Valenzuela define las biorresistencias como «conjunto de formas de vivir y significar el cuerpo por parte de personas, actores y grupos sociales en clara resistencia, disputa o desafío a las disposiciones de la biopolítica y la necropolítica». La biorresistencia y la biocultura en general resignifican el cuerpo individual y el cuerpo social, diversificando las percepciones sobre la corporalidad y también las formas de auto-reconocimiento que resisten la normativización y los valores dominantes. Se trata de abrir los horizontes sociales y políticos a nuevas formas de entender y vivir lo corpóreo, así como de re-legitimar el derecho a la supervivencia, la relocalización, la defensa de recursos y derechos, incluyendo el derecho de controlar el cuerpo propio y preservar su salud física y psicológica. Dentro de este mismo ámbito de problemas y propuestas teóricas, Valenzuela habla también de bioproxemia, entendiendo por tal la relación simbiótica cuerpoespacio, «donde destacan procesos intensos de encuerpamiento del espacio y el territorio corporal.» (Trazos de sangre y fuego 104) La proxemia alude a organización e interpretación del espacio y a los usos que hace el ser humano del mismo en relación con el desarrollo de conductas, comunicación y demás interacciones sociales.34 34 El término proxemics fue acuñado por el antropólogo cultural Edward Hall en 1963 para el estudio de interacciones en relación con el espacio cotidiano, la organización del hogar y la ciudad, y el desarrollo de hábitos y lenguajes no necesariamente verbales a partir de los cuales los seres humanos se comunican entre sí y con el espacio que los contiene.
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La bioproxemia refiere a la relación abigarrada entre cuerpo y territorio como elementos que definen los sentidos espaciales: espacios encuerpados y cuerpos habitados, el espacio que nos habita y los sitios que nos contienen, murales tatuados y cuerpos muralizados, cuerpos significados y significantes, cuerpos discursivos y discursos corporales, biosímbolos sometidos o transgresores de la biopolítica (105).
En relación con esta dimensión corporal, los afectos constituyen un elemento ineludible en la experiencia contrahegemónica, por lo cual Valenzuela Arce los incorpora como «dispositivos bioculturales». Miedos, deseo, ansiedad, nostalgia, constituyen, como se ha venido indicando en este libro, un aspecto fundamental en la experiencia migratoria ya que funcionan como móviles de los tránsitos territoriales y como nivel permanente en los procesos de adaptación a situaciones nuevas, (auto)reconocimiento social y proyección intercultural. Las zonas fronterizas son áreas eminentemente emocionales, donde afectos y deseos no siempre se manifiestan abiertamente, aunque son los que vertebran la creatividad individual y colectiva, los que sostienen el cuerpo que desfallece y propelen a los sujetos más allá de sí mismos. La experiencia fronteriza es una mirada al sesgo al capitalismo y los proyectos nacionales, a la modernidad, con sus políticas excluyentes y productivistas, y al poder del Estado como testimonio de instancias pasadas, en las que la nación era considerada una racionalidad pragmática, cerrada y esencializadora, como continuidad de los privilegios y estrategias discriminatorias heredados del colonialismo. La resistencia, en todas sus formas históricas y políticas, es una red de contrapoderes construida desde la memoria y la imaginación, desde la razón y el afecto, desde el cuerpo entendido como herramienta y como plataforma de lanzamiento de acciones individuales y colectivas que re-crean lo social y reactivan o redefinen lo político. El cuerpo es, en este sentido, espacio y territorio, borde y núcleo de los agenciamientos colectivos. El sistema teórico propuesto por Valenzuela integra asimismo el tema de la diferencia como espacio de materialidad anómala que pueden incluir desde las identidades proscritas, a las cuales el rechazo social «monstrifica», considerándolas abyectas, criminales, peligrosas, despreciables y corruptoras. En este contexto, los bioteratos «son cuerpos socioculturalmente construidos que escapan a las categorías normalizadas y normalizadoras, y quedan en el campo de la teratología» (108). Este espacio corresponde también a la demonización del migrante como paria, es decir, como sujeto sin pertenencia, ni protección, ni derechos, chivo expiatorio del productivismo excluyente de los distintos sistemas de poder que han conducido hasta el capitalismo tardío. La trayectoria del migrante fragmenta el espacio, lo cruza, desensambla y rehace de manera constante, segmentándolo para poder hacerse cargo de sus di-
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mensiones y potencialidades. El itinerario que sigue está saturado de no-lugares que constituyen instancias intermedias: locales de refugio, puestos de control, albergues, estaciones para migrantes, lugares de detención, sitios para interrogación y registro corporal de individuos, etc. El fraccionamiento espacial remite asimismo a los posibles riesgos de fragmentación del cuerpo individual y del cuerpo social, es decir, de desagregación de la organicidad comunitaria. No es esto, sin embargo, lo que comunican las trayectorias migratorias, que están contribuyendo a la consolidación de lo común como espacio de convergencia y de resistencia colectiva. Los fragmentos no implican ruptura, sino reacomodo de las partes, que van configurando una nueva figura política y social, que se hace inteligible y audible en sus reclamos y en las acciones que despliega para alcanzarlos. Cuerpo y territorio se re-ensamblan como respuesta a las estrategias necropolíticas del capitalismo tardío; constituyen juntos una unidad ecopolítica en la que se articulan la vida, afecto y proyecto social.
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Ningún estudio sobre migración actual puede llegar a conclusiones contundentes en cuanto a la proyección del fenómeno y a la orientación que el mismo seguirá en las próximas décadas. Pueden avanzarse, sin embargo, algunas intuiciones acerca del futuro que podrían seguir los movimientos actuales, como modo de ir guiando una reflexión colectiva sobre los temas vinculados al desplazamiento poblacional. En primer lugar, parece lógico asumir que la migración continuará ocupando, junto —y en convergencia— con el problema del medio ambiente, un primer plano tanto en los dominios de la praxis social como del pensamiento, principalmente político y filosófico, del siglo xxi. La razón es no solo la expansión y envergadura global del movimiento migratorio, ni su indudable y estremecedora dramaticidad, que demuestran la presencia de móviles contundentes que lanzan al sujeto en busca de nuevos horizontes de vida, sino el hecho de que la movilización multitudinaria (entendiendo por tal los desplazamientos masivos, internos e internacionales, así como otras formas de activación comunitaria, organizada o inorgánica) forma parte de la lógica del sistema y de sus formas de funcionamiento global. La circulación de contingentes poblacionales no asimilados al sistema es no solo inevitable sino imprescindible para el sostenimiento del biocapitalismo, con sus formas de explotación totalizante y discontinua. Constituye, además, un derecho inalienable, que debe ser preservado y ejercido. En segundo lugar, el movimiento migratorio, entendido como movimiento social infrapolítico —en el sentido de que parece continuar existiendo, en gran medida, «debajo del radar», sin que su verdadera significación y capacidad
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transformadora hayan sido aún reconocidos y evaluados en toda su amplitud— parece llamado a continuar desarrollando estrategias operativas y procesos de articulación con sectores de la sociedad civil a nivel mundial, y formas propias y renovadoras de conciencia social. Estas serán fundamentales para impulsar no solamente la flexibilización de las políticas migratorias y la humanización del trato a individuos y comunidades de refugiados, sino también para promover cambios estructurales capaces de afectar la configuración misma de la naciónEstado, su aparato institucional, y las formas de la gubernamentalidad en las próximas décadas. Queda claro que la cuestión migratoria y la administración de fronteras es un problema transnacional que requiere colaboración interestatal, protocolos diplomáticos, acciones no gubernamentales, alianzas, acuerdos, tratados y convenios, orientados hacia formas distintas de justicia espacial, integración política y apertura cultural. Asimismo, parece obvio que nada de esto puede suceder dejando intactas las estructuras consolidadas en la modernidad en cuanto a la distribución de la riqueza, la configuración territorial y la limitación de derechos. De la misma manera, nada puede garantizar, en este panorama, el funcionamiento incambiado de los sistemas de bienestar social en el mundo desarrollado. Esto anuncia conflictos, desajustes, quizá, incluso, un endurecimiento de la necropolítica, dirección gubernamental de larga tradición histórica. La migración constituye un foco de intensidad capaz de desarticular los mitos que aún quedan en pie acerca de las nociones de civilización, mejoramiento de la vida en relación con los avances de la ciencia y la tecnología, democratización de bienes simbólicos en el mundo globalizado y accesibilidad a servicios y recursos para gran parte de la población mundial, en un mundo donde la calidad de vida, según los mitos mencionados, seguiría en aumento. A esto se suma el hecho de que la cuestión migratoria interpela a una inmensa cantidad de dominios disciplinarios, y compromete todos los niveles, económicos, sociales, políticos y culturales, anunciando un cambio civilizatorio cuyas repercusiones son el gran desafío de nuestro tiempo, razones que aseguran el impacto profundo de los desplazamientos masivos no solo en la estructuración social y política a nivel planetario, sino en los imaginarios colectivos y en las formas de conciencia social. En tercer lugar, no es difícil estimar que el pensamiento filosófico, crítico, político y ético de nuestro tiempo registrará, aún con más intensidad de lo que ha hecho hasta ahora, lo que el movimiento migratorio comunica en relación con el estado actual y el futuro posible de la nación-Estado, la soberanía, la sociedad civil, la ciudadanía y aun la democracia, dentro del sistema global. Siendo evidente que la migración reclama, a nivel planetario, ya no tanto políticas de flexibilización sino modelos innovadores y transformativos de las formas de organización política y de distribución de la riqueza, es indudable que tales cambios no podrán ser ni concebidos ni implementados a partir de las catego-
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rías, estructuraciones y relaciones de poder actualmente vigentes. Sin llegar a pensar que el migrante es el nuevo agente revolucionario en la postmodernidad, en el sentido en que fuera concebido el sujeto proletario de la época moderna, al menos por el pensamiento de izquierda, es indudable que la presencia masiva de los contingentes migratorios no puede ser ignorada, ni su impacto político desestimado a nivel planetario. Concuerdo con los autores que estiman que el desmontaje que la acción migratoria produce en el sistema tiene consecuencias removedoras y transformadoras de las estructuras y formas de dominación, pero me aparto de la idea de que tales efectos confirman el heroísmo o el carácter programáticamente subversivo que se atribuye a veces a los sujetos en proceso de reterritorialización.1 La mayormente inorgánica y dispersa movilización migratoria, y sobre todo su persistente forma de resistir e intervenir los límites intangibles y los contornos duros del capitalismo tardío, ha instalado un nuevo régimen de verdad en los escenarios ambiguos y delicuescentes de la postmodernidad, no porque este tipo de movilizaciones poblacionales sea nuevo, sino porque en el contexto actual ha llegado a constituir una verdadera fuerza deconstructora de los pilares ideológicos de la nación moderna. Lo que muchos identifican como la crisis migratoria de nuestro tiempo resulta ser, en este sentido, la intensificación de procesos y formas de experiencia social de larguísima data que, en puridad, no deberían ser considerados como instancias de excepción, ni por su larga trayectoria histórica ni por su densidad geocultural. Toda civilización, toda sociedad, toda nación tiene en su historia procesos migratorios de fortísimo impacto cultural, político y económico. En todas las épocas se registran instancias diaspóricas, exilios, migraciones económicas, flujos laborales, relocalizaciones, voluntarias o no, líneas de fuga catalizadas por cambios en el medio ambiente o por acciones humanas bélicas o depredadoras. Lo que ha variado sustancialmente es la orientación de las corrientes poblacionales desterritorializadas, su direccionalidad (desde dónde, hacia dónde), y el horizonte político que las mismas desestabilizan. Un análisis del capitalismo tardío, de las transformaciones en los regímenes de trabajo, del debilitamiento de las instituciones del Estado y de las configuraciones nacionales mismas, así como del resurgimiento de fundamentalismos etno-religiosos, y de las inestables relaciones de poder después del fin de la Guerra Fría, revela un escenario atravesado por fisuras profundas, grietas sistémicas que han minado la confianza del individuo en los procesos 1 Mezzadra
se refiere, por ejemplo, a la opinión de Hardt y Nagri, quienes en Imperio consideran al migrante como una figura heroica que logra desdibujar los perímetros nacionales. Estoy de acuerdo, más bien, con la idea de Mezzadra, que se desarrolla también a lo largo de mis argumentos, de la ambigüedad esencial del migrante y su movilización inorgánica y dispersa (rasgos que recuerdan la caracterización que hizo Gramsci del subalterno en Cuadernos de la cárcel). Véase al respecto Mezzadra, Derecho de fuga.
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gubernamentales, en el ethos civilizatorio y en los objetivos finales de un mundo en proceso de rápida fragmentación, cuya fe principal se sitúa mayormente en el productivismo/consumismo infinito. Por todo esto, podría sugerirse, en cuarto lugar, que si la problemática de hoy parece estar situada, prioritariamente, en el migrante que se enfrenta a las compuertas que intentan contener los flujos que supuestamente amenazan la integridad de la nación-Estado, en las próximas décadas se deberá dar prioridad al tema del migrante en las ciudades, es decir, a formas nuevas de integración e hibridación social, de aculturación o asimilación, de explotación o reconocimiento de derechos, de comunitarismo y privatización, todo en procesos de inédita simultaneidad, contradictorios y abrumadores, que tendrán lugar en el seno mismo de las formaciones nacionales. Es de suponer, asimismo, que el paradigma de la nación-Estado como centro neurálgico del análisis social irá dando lugar a un pensamiento más descentralizado y transversal: no universal sino pluriversal, como propusiera Enrique Dussel, ni moderno ni postmoderno sino transmoderno, no multicultural sino intercultural, sin que falten los focos de conflicto y antagonización del/lo Otro, que acompañan y refuerzan la sicología social del capitalismo. En cuanto a la noción, la práctica y la conceptualización política de la frontera, creo que llegará el momento en que será analizada, retrospectivamente, como un elemento arcaico, de carácter simbólico, un token utilizado para empujar al Otro al lado opuesto de un territorio existencial definido como el espacio de la identidad, la nación, la casa, la propiedad, la cultura, la lengua, nociones de fuerte valor afectivo que connotan lo seguro, lo íntimo, y lo privado. El carácter eminentemente jánico de la frontera resulta inocultable: funciona como dispositivo securitario, sustentado desde la interioridad de la formación nacional, mientras que, desde afuera, constituye un horizonte de posibilidad que delimita y separa los dominios del deseo y los de la realidad. En ese sentido, si desde algunas perspectivas la migración es pensada como un peregrinaje, y la frontera, utópicamente, como el umbral de un santuario para los caminantes, tal utopía se va desmantelando a medida que se avanza hacia el cruce. Esta función dual de la frontera, cuyas caras miran hacia distintas extensiones territoriales, aunque forman parte del mismo dispositivo, va transformándose según las imposiciones del biocapitalismo. La necesidad de mano de obra abre las compuertas a la migración ilegal, abaratada por el mismo proceso de producción de ilegalidad que el capitalismo promueve. Jano, «el dios de los portales», siempre asociado a los enfrentamientos bélicos, simboliza también, en usos más actuales, la hipocresía, la doble-cara, la dualidad de sistemas de explotación que tienen como reverso el discurso securitario y sus políticas de exclusión. Consistentemente, según la mitología, Jano fue el inventor del dinero, elemento que lo instala en el plano de la acumulación y del antagonismo.
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En este libro se ha intentado articular aspectos muy diversos que forman parte del estado actual del campo de los estudios migratorios, desde perspectivas críticas y teóricas muy dispares, que permiten pensar desde un más allá de la nación-Estado. Creo que las posibilidades que abre el pensamiento de lo transnacional y lo cosmopolítico, así como las categorías de necropolítica, lo común, lo infrapolítico, y las posiciones críticas sobre los grados de fragmentación y expulsión poblacional masiva que se están extremando con el capitalismo tardío, son de enorme utilidad en la búsqueda de nuevas rutas de acceso y desmontaje de la cuestión migratoria como síntoma y a la vez como diagnóstico de nuestro tiempo. La exterioridad estratégica de pensar más allá de los estados nacionales, sin desconocer la persistencia de esa estructuración y su esencial papel en los procesos de producción y administración de otredades desechables, es imprescindible para consolidar una plataforma de observación diferente, capaz de visibilizar factores y dinámicas que la configuración nacionalista no deja percibir, y de alentar formas de acción más efectivas y contundentes. Pero este libro es, primariamente, sobre la subjetividad migrante, es decir, sobre la formación de modos de ser y estar en sociedad, de interactuar, sentir y proyectar la necesidad y el deseo, en espacios marcados por la exclusión, la fragmentación y la deshumanización. El foco de este estudio se concentra, entonces, sobre las formas en que la sujetidad ciudadana, concebida como condición inherente de afiliación del individuo a la nación-Estado, se va viendo contrapuesta y superpuesta a la sujetidad migrante, la cual apunta a nuevas formas de integrar la sociedad global. Si la enajenación no es un concepto nuevo en el estudio de la subalternidad ni de los posicionamientos políticos, económicos y sociales de estratos sometidos y explotados por el capitalismo, el énfasis en la subjetividad y, aún mejor, en la sujetidad del migrante, enfatiza ya no solo el extrañamiento y ajenidad del sujeto migrante con respecto a la configuración nacional, sino sus potenciales formas de agencia y —para usar la expresión de Guattari— de resingularización, es decir, su potencialidad de trascender la noción de territorio como espacio fijo y predeterminado, y de entenderlo más bien como puente o pasaje, como tránsito(riedad), como espacio liso, intersticial y resignificable. Según Deleuze, todo sujeto es un ensamblaje de heterogeneidades, una identidad inestable y siempre en proceso, es decir, un constructo inacabado y multiforme, siendo el movimiento lo que lo define, es decir, las dinámicas de des/ re/territorialización, individuación y acoplamiento social que marcan tanto una impronta sobre el terreno como una huella interna en la subjetividad individual y colectiva. Asimismo, todo sujeto es, «una estructura de afectividad» en constante proceso de cambio interior y, al mismo tiempo, en permanente producción de transformaciones (Braidotti, «Schizophrenia» 238-239). Como recuerda
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Constantin Boundas, para Deleuze «the struggle for [modern] subjectivity presents itself, therefore, as the right to difference, variation and metamorphosis» (269). Todo sujeto es, así, esencialmente disyuntivo (out-of-joint, desajustado, dislocado, inestable), nunca acabado, equilibrado o resuelto. En este sentido, la subjetividad migrante es paradigmática, mientras que la del ciudadano es el principal constructo ideológico del nacionalismo, la condición necesaria para que la edificación del Estado adquiera sentido y legitimidad. Pero si la ciudadanía remite a la territorialización, la fijación y la permanencia, la migrancia, como re-acción al ethos del capitalismo global, sugiere nuevas apropiaciones posibles del espacio real y del territorio simbólico (del espacio político-administrativo de la nación, de la tierra cultivable, de los recursos naturales, del dominio legal de los derechos humanos, de la naturaleza, es decir, del hábitat idóneo para la preservación y reproducción de la vida). Este libro ha impulsado la noción de migración como una energía que incluye, pero también rebasa, el desplazamiento real de sujetos a través de fronteras, límites nacionales, bordes culturales, ámbitos regionales, compartimentaciones de la legalidad o cualquier otra forma de delimitación socio-espacial en el interior de los estados nacionales. Se ha enfocado la migración, más bien, como una concepción de lo humano a partir del derecho al movimiento, como la forma móvil a partir de la cual van demarcándose territorios existenciales. Se ha pensado la migración, ampliamente, como un recorrido en el cual, a través y a pesar de impensables obstáculos, el sujeto colectivo persigue un horizonte de sentido, y desarrolla múltiples estrategias para alcanzarlo, redefinirlo, habitarlo y compartirlo. De ahí los vínculos y las diferencias que han ido sugiriendo entre migración y nomadismo, y los deslindes entre las distintas formas del estar afuera: exclusiones de clase, raza, género, edad, sexualidad, etc., exilios, diásporas, desplazamientos, apartheid, travesías marítimas, relocalizaciones laborales, etc. Todas ellas son formas del desarraigo, en las que la entelequia de la ciudadanía se va difuminando en la corporeidad del migrante; líneas de fuga que conducen del citizen and denizen, sin glorificar ni denigrar ni un estado ni el otro, sino entendiendo a cada una de estas modalidades como formas diferenciadas y exploratorias de la territorialidad y el sedentarismo, enfocando estas formas de ser y estar en sociedad desde el derecho inalienable al movimiento, y no desde la perspectiva que condena al sujeto a un estatismo compulsivo. No hay ninguna legitimidad mayor en el querer irse que en el querer quedarse, de la misma manera en que no hay culpa en el haberse ido o el haberse quedado. Se trata de opciones que son propias de la libertad del sujeto y/o de sus posibilidades reales de acción, y constituyen posicionamientos relativos, tanto desde el punto de vista objetivo como subjetivo. El lugar donde el sujeto está es más bien, a mi criterio, ético, ideológico y afectivo, que geocultural, institucional o legal. Esto, sin negar la
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prioridad de las condiciones concretas, materiales y sicosociales, en las cuales la conciencia y la acción se desarrollan. Todas las formas de estar afuera y recorrer distancias llegan con frecuencia a puntos de crisis: a eventos u ocurrencias que impactan, con los efectos de la necropolítica, los escenarios móviles de la migración: acorralamientos, detenciones, deportaciones, naufragios. En muchos casos, estas instancias interrumpen o cancelan definitivamente los tránsitos. Muchas otras veces, las trayectorias se vuelven a iniciar, restableciendo los ciclos migratorios por tierra o mar, repitiendo los intentos de cruce y el enfrentamiento de obstáculos, des-haciendo la deportación, mientras la subjetividad migrante elabora, desde la memoria y la imaginación, el mito del origen y el lugar de llegada, la idea del retorno, el sueño del restablecimiento de la familia y la comunidad, la vida posible y/o formas otras de socialidad, residencia y pertenencia. Pero, como es sabido, toda experiencia social existe no solo como práctica, sino como discurso. Las narrativas de la migración son plurales y multiformes. Incluyen los relatos de migrantes, los testimonios, memorias, anécdotas y denuncias, al igual que las versiones de operadores intermedios (coyotes, guardias, asistentes humanitarios, antropólogos, periodistas). También el discurso migratorio está integrado por los discursos estatales, la retórica del securitarismo, las leyes, regulaciones y decretos, la política de la xenofobia legalizada, las versiones de organismos transnacionales, ONG y agentes eclesiásticos. Forman parte del relato migratorio, igualmente, los informes cuantificados, las estadísticas, gráficas y cartografías de los tránsitos marítimos y las rutas terrestres, los desvíos, corredores, encerronas y puntos de control, campos de detención, aduanas y diseños fronterizos. Todas ellas son formas discursivas, objetivaciones transitorias, relativas y muchas veces engañosas, del tránsito migrante, de la experiencia directa del traslado y el cruce, de la vivencia del miedo y de la construcción de resistencia. La narrativa migrante contiene también, como parte de la dimensión discursiva, las interpretaciones académicas que, desde la intrincada red de disciplinas, se aproximan a la experiencia migratoria haciendo uso de muy diversos métodos, y desde posiciones políticas también plurales. El discurso histórico entrega elementos imprescindibles para entender la densidad temporal y el desarrollo diacrónico de la movilización humana. La geografía crítica elabora la dimensión espacial de trayectos, desplazamientos, y cruces fronterizos en ámbitos inestables y sobre irregularidades del terreno que determinan, por mar y tierra, la orientación de rutas, desviaciones, emboscadas, corrientes y cambios climáticos, que interactúan con la corporalidad del migrante y con las estrategias que este puede ir desarrollando para sobrevivir. Igualmente, las narrativas migratorias activan una inmensa variedad de representaciones simbólicas que, desde
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la ensayística, la ficción, el periodismo, las memorias y diarios de viaje, las artes plásticas, el cine y la fotografía, se ocupan de canalizar en registros estéticos, escriturarios o visuales, la amplia gama de elementos empíricos, afectivos, ideológicos, sociales, legales, económicos y políticos que rodean a las movilizaciones masivas de nuestro tiempo. La tecnología, el performance, la cultura material, las formas de comunicación y de transporte, crean su propio relato como elementos que cumplen funciones que apoyan o combaten el impulso de reterritorialización. Finalmente, la sicología penetra algunas zonas y modos de entender los desafíos del desarraigo, el abuso, el peligro, la ajenidad, la pérdida y el duelo, así como aspectos vinculados a lo que podría identificarse como el inconsciente colectivo de nuestro tiempo: prejuicios, reacciones, miedos, prevenciones, mecanismos de defensa y formas de agresión que, sin ser nuevos ni privativos de los escenarios del presente, se resignifican al ser pensados en los contextos actuales. La gran narrativa de la migración está compuesta, entonces, de infinitas microhistorias cotidianas, particularizadas y contingentes, accidentes, detalles fortuitos, sucesos y desastres, abusos y actos de solidaridad, triunfos y pérdidas, reglas y transgresiones, así como por la intrahistoria de los protagonistas mismos de estos procesos: historias de vida que se van tejiendo como parte del tránsito, impresiones, relaciones, dinámicas de competitividad y ayuda mutua, de agresión y defensa, en las que desembocan los deseos, emociones y expectativas de quienes forman parte de una inmensa comunidad, real e imaginada, fuera de la nación. Mayormente, se trata de una épica infrapolítica marcada por el duelo y por la persistencia. En estas narrativas, la imagen de la mujer ocupa el centro de un protagonismo real y simbólico: es el migrante de mayor vulnerabilidad física y emocional, el que recibe mayor abuso y de formas más humillantes y personalizadas. Es también la figura que concentra las connotaciones intensas: la patria, la maternidad, la tierra, la productividad, la supervivencia, el dolor, la infancia, la resistencia, la casa. Aunque algunos de estos elementos remitan a rasgos estereotipados, convencionales y tradicionalistas, forman parte aún de los imaginarios contemporáneos. La mujer que cuida de los niños y de los ancianos, que sostiene el hogar, muchas veces por ausencia del hombre, funciona en una órbita de exceso y de rebasamiento que no llegamos a captar en toda su amplitud. Al absorber sobre sí la exterioridad del trabajo y la interioridad de los afectos cotidianos, constituye uno de los núcleos de intensidad del drama migratorio. Sus historias particularizan la gran épica de la desterritorialización, la significan y la rebasan, al poblarla con los microrrelatos que tienen como protagonistas a actores mínimos del movimiento nomádico de nuestro tiempo: niños que viajan solos por mar o tierra para intentar el cruce de fronteras, ancianos que perecen en el tránsito, enfermos que agonizan en trayectos sin pausa ni asistencia, mujeres que pagan con sus cuerpos el derecho de peaje. Las interre-
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laciones con la figura masculina están todavía por explorarse en detalle, en este contexto anómalo y extremo de los tránsitos migratorios. Esta intrahistoria de la movilización colectiva está solo parcialmente estudiada, y forma parte del memorial de agravios de nuestro tiempo. Nuestras conceptualizaciones, categorías y propuestas críticas, toman en cuenta a estos protagonistas ocultos de la gesta migratoria, pero no les hacen justicia. La justicia pertenece a otro dominio de lo humano, que sobrepasa los límites de la teoría.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
A Abraham 247 Acosta, Abraham 487, 492, 505 Adorno, Theodor, Mínima Moralia 239, 248 Agamben, Giorgio, 22, 111, 114, 116, 240-241, 272, 310, 330, 341, 347, 405-412, 427-428, 487, 584-585, 591, 594, 597, 605, 650, Estado de excepción 409 Agier, Michel 372, 583, 585-586, 589596, 613 Alarcón, Norma 475, 511 Althusser, Louis 185, 187 Anderson, Benedict 143, 161, 174, 217, 442 Anzaldúa, Gloria 455, 463-468, 470, 475, 480-481, 483, 511, 563, 693 Aparicio, Juan Ricardo 374, 381 Appadurai, Arjun 22, 63, 71, 149, 151152, 155, 161-162, 166-167, 173176, 210, 224, 330, 384, 386, 388, Modernity at Large 63, 71, 152, 155, 162, 173, 384 Appiah, Kwame Anthony 326-327, 330, 676
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Arango, Joaquín 101-103, 105, 107 Arendt, Hannah 22, 234, 240-241, 257, 309-311, 330, 401, 405, 408, 559, 562, 583, 609, 650 Aristóteles, La política 295 Augé, Marc 33, 54, 62, 67, 70, 166, 595, 682-683 Austin, John L. 216, 654 B Bachelard, Gastón 54 Bajtín, Mijaíl 452 Balibar, Étienne 39-41, 454, 471, 528, 594, 606 Bauman, Zygmunt, 22, 28, 34-36, 48, 66, 80, 290, 415-420, 532, 594, 688-689, 697, 701, 710, 712-713, Modernity and Ambivalence 701; Postmodernity and its Discontents 710 Bautista, Juan José 687 Benedetti, Mario, Andamios; El desexilio y otras conjeturas 256 Benítez Rojo, Antonio 633 Benjamin, Walter 55, 409, 501, 586 Bhabha, Homi 67-70, 72-74, 161, 168, 199, 225-226, 317-318, 385, 454, 683
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Bigo, Didier 263, 265-266, 597-598 Blum, Hester 616 Bolaño, Roberto, 2666 497-498 Borges, Jorge Luis 53-54 Bourdieu, Pierre 188, 304-305, 451, 510, 682 Braidotti, Rosi 28, 121, 168, 171-173, 201-204, 648, 731 Braudel, Fernand 616, 628 Brown, Wendy 22, 55-56, 115, 276-280, 491, 528, 534, 536, 538-540, 659662, 664 Buck-Morss, Susan 126 Butler, Judith 247, 684 Bystrom, Kerry 611 C Cammisa, Rebecca 581 Canetti, Elias 254 Caputo, John 128-129 Casey, Edward S., Getting Back into Place; The Fate of Place 707-708 Castillejo Cuéllar, Alejandro 375, 377378 Castillo, Debra 168, 383, 386, 454-455, 466, 470, 486, 498-499 Castles, Stephen 366-367, 413, 419 Certeau, Michel de 54, 87 Césaire, Aimé 327, 393 Chamayou, Grégoire 560-562 Chambers, Iain 22, 35, 209, 223, 289, 602, 616, 620, 630-632, 702-703, 706 Chow, Rey 99 Clifford, James 387-391, 394-396, 451 Codeluppi, Vanni 100, 323 Colón, Cristóbal 219, 355 Connolly, John 128-130 Cornejo Polar, Antonio 204-207, 210213 Coronil, Fernando 156-157, 322 Covarrubias, Sebastián de 142 Cuarón, Jonás, Desierto 579-580
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D De Genova, Nicholas 22, 47, 127-128, 135, 137, 275, 340-341, 343-347, 528, 562, 606-608, 626, 629-630 Deleuze, Gilles 24-25, 47, 121, 171, 232, 597, 643-645, 647-649, 651-653, 655, 731-732 Derrida, Jacques 672-677, 680-681, Of Hospitality 672-673, 676 DiMaio, Alessandra 619 DuBois, W. E. B. 219-220, 227 Durkheim, Émile 19, 308 Dussel, Enrique 667-668, 677-681, 684688, 710-711, 730, Filosofía de la liberación 685, 711; Rorty y la filosofía de la liberación 685 E Elias, Norbert 378, 697 Enzensberger, Hans Magnus 59-60, 93, 101, 118, 403, 545, 615, 669 Epps, Brad 123-126 Eros 643, 714 Esposito, Roberto 28, 41-43, 162, 399, 427-428, 471, 473-474, 598 F Fassin, Didier 243-244, 270 Febvre, Lucien 438 Foster, E. M., A Passage to India 657 Foucault, Michel 25, 42, 52-54, 58, 8485, 104, 113-115, 186-187, 204, 271, 281, 311, 329, 333-334, 364, 397398, 412, 441, 460-461, 472, 540541, 583-585, 587, 597 Fox, Claire F. 126, 500, 502-503, 506508, 558, The Fence and the River 502, 508, 558 Freud, Anna 276 Fukunaga, Cari Joji, Sin nombre 507 Fukuyama, Francis 664 Fusco, Coco 511
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
G Galindo, Alejandro, Espaldas mojadas 506-507 Gaos, José 255 García Canclini, Néstor 64, 210-211, 445, 496, 513-515, 539 La globalización imaginada 64, 539, Culturas híbridas 210-211, 496 García Linera, Álvaro 193, 196 Garduño, Everardo 94-96, 105, 321, 432, 490 Gellner, Ernest 143 Giddens, Anthony 157 Gilroy, Paul 221-223, 387, 393-395, 611, 616, 619, 635, The Black Atlantic 221, 223, 611 Giménez, Gilberto 476, 498 Glissant, Edouard 221, 616, 632-633, Poética de la relación 633 Gómez-Peña, Guillermo 72, 444, 455, 466-467, 469-470, 508-511, 515, Border brujo 509; Warrior for Gringostroika 469, 511; Dangerous Border Crossers 511; The New World Border 511; Pareja en una jaula 511 González Casanova, Pablo 150, 573 Gramsci, Antonio 24, 192, 194-195, 197201, 729; Cuadernos de la cárcel 24, 192, 197, 729 Grandin, Greg 237, 487-488, 490, 535 Grimson, Alejandro 110 Grinberg, León y Rebeca 234-236 Grosfoguel, Ramón 475 Guattari, Félix 24, 45-47, 171, 643-644, 647-649, 651, 656, 731 Gunder Frank, André 95 H Habermas, Jürgen 156, 297-299, 303304, Historia y crítica de la opinión pública 298 Hall, Stuart 208-209, 390-391, 394, 396, 639, 683
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Hardt, Michael 22, 424-425, 427, 429430, 432, 526, 586, 729 Harvey, David 58, 573 Hegel, Georg Wilhelm Friedrich 184 Heidegger, Martin 67, 71, 184, 186 Herzfeld, Michael 36-37, 74-75 Hobbes, Thomas 113, 147, 164, 274, 296, 335, 405, 560, 677, 701, 704, 720 Hobsbawm, Eric 143 Hofmeyr, Isabel 611 Hulme, Peter 620 Huntington, Samuel 262, 264, 443, 664 Husserl, Edmund 184 Huysmans, Jef 260-262 I Ipola, Emilio de 194-195 Islas, Arturo, Migrant Souls; The Rain God 503 J Jaar, Alfredo, La nube 515 James, C. L. R. 221 K Kafka, Franz 409, 492 Kant, Immanuel 405, 645, 669-670, 673675, 680, Perpetual Peace 669, 673 Kearney, Michael 94, 96, 161, 318, 390, 432, 477-479, 498 Kristeva, Julia 188, 700, Strangers to Ourselves 700 Kymlicka, Will 144-145, 326-327 L Lacan, Jacques 187-188, 452 Laclau, Ernesto 193, 196 Las Casas, Bartolomé de 668 Latour, Bruno 35 Lazzarato, Maurizio 461
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Lefebvre, Henri 54-55, 57-59 Lenin, Vladimir Ilitch 187-188 León, Jason de 287-288, 337-338, 553, 579-581, The Land of Open Graves 337, 553, 579-580 Lévinas, Emmanuel 28, 128, 247, 363, 532, 658, 677, 679-680, 683-689, 702, 708-710, Totalidad e infinito 684 Limón, José 486 Locke, John 56, 425, 657, 704, A Letter Concerning Toleration 657 Los Tigres del Norte 512 Lou, Richard, Border Door 516 Louidor, Wooldy Edson 376-377, 679-680 M Machiavelli, Niccolo 56, 113, 560, El príncipe 113 Maduro, Nicolás 370 Marcuse, Herbert 659-660 Mariátegui, José Carlos 198 Martin Alcoff, Linda 686 Martínez, Óscar 577-579, 621, La Bestia 577-579, 621; Los migrantes que no importan 578 Martínez-San Miguel, Yolanda 634 Marx, Karl 19, 185, 308, 429 Massumi, Brian 648 Mazzotti, José Antonio 357-358 Mbembe, Achille 17, 44-45, 272, 275, 333-337, 555, 596, 605, 689-690, 707 Mercado, Tununa 247-248 Mezzadra, Sandro 21-23, 47, 63, 88, 111, 112, 115-117, 127, 132-135, 137138, 165-166, 176-178, 275, 304-307, 331-332, 445-447, 449, 484, 489, 525-528, 530, 603, 612, 624, 626, 729 Mignolo, Walter 59, 64-66, 227, 410, 468, 476, 480-481 Monsiváis, Carlos 494-496 Morley, David 169-170 Mumford, Lewis 282 Murray, Michelle 533, 619, 631
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N Nail, Thomas 22, 27, 71, 83, 170, 440441, 450, 458-460, 491-492, 529531, 540-541, 552-553, 564, 581, 653, 655-656 Nancy, Jean-Luc 427 Nava, Gregory, El Norte 507 Nazario, Sonia, Enrique’s Journey 581 Negri, Antonio (Tony) 22, 166, 424-425, 427, 429-432, 526, 586 Neilson, Brett 21-22, 88, 111-112, 116, 176-178, 275, 304, 331-332, 445-446, 449, 484, 525-527, 603, 608, 612 Nietzsche, Friedrich 128, 186 O O’Donnell, Guillermo 146 Obama, Barak 92, 422 Ong, Aihwa 340, 449 Ortega y Gasset, José 248 Ortiz, Renato 156 P Panikkar, Raimundo 64 Papadopoulos, Dimitis 117-120, 123, 131, 137, 286, 608 Papastergiadis, Nikos 19, 98, 117, 698 Paredes, Américo 451, 484, 513 Patočka, Jan 162 Pereda, Carlos, Los aprendizajes del exilio 256 Perera, Suvendrini 177, 591, 618-620 Pérez Firmat, Gustavo 254 Poblete, Juan 316, 324 Portantiero, Juan Carlos 194-195 Poulantzas, Nicos 60-61 Pratt, Mary Louise 450-451 Q Quijano, Aníbal 148, 410, 634
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
R Rama, Ángel 255 Rancière, Jacques 130, 310, 330-331, 427, 433, 658, 687 Ratzel, Friedrich 439-440 Rawls, John 58 Reguillo, Rossana 259, 274 Renan, Ernst 25, 146 Rodríguez González, Sergio, Huesos en el desierto 497 Rosero, Evelio, Los ejércitos 378 Rouse, Roger 159, 425-426, 432 Rousseau, Jean-Jacques 113, 142, 425, 704 Rushdie, Salman 122 S Safran, William 217-218, 383-384, 389, 392-393 Said, Edward 199, 239-240, 244-246, 248, 250, 252-253, 262 Saldívar, José David 453, 475, 484, 504, 512, 563 Saldívar, Ramón 455, 475, 484, 486, 513 Sassen, Saskia 22, 38-39, 79-83, 115, 153-154, 211, 301-302, 376, 400, 412-414, 495 Schmitt, Carl 50, 55-56, 280, 335, 405, 409, 601-602, 613 Segato, Rita 148, 153 Sheren, Ila Nicole 227, 515 Silver, Marc y García Bernal, Gael, Los invisibles 508 Simmel, Georg 19, 695-702, 709, 711712, On Individuality and Social Forms 701; El pobre 712 Sloterdijk, Peter 414 Smith, Paul 188-189 Soja, Edward W. 22, 26-27, 51-54, 56-63, 74, 317, 470, 475 Solanes, Josep, En tierra ajena 253
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Sousa Santos, Boaventura de 153, 305, 311, 313, 569 Spivak, Gayatri 144, 199-201 Steiner, George 244 Svampa, Maristella 193-195 T Téllez, Javier, One Flew Over the Void 515 Tánatos 643, 714 Trigo, Abril 100, 189, 213-214, 322-323, 327, 386 Trouillot, Michel-Rolph 632 Trump, Donald 37, 92, 237, 267, 371, 422, 500, 524, 535-537, 569 Truong, Thanh-Dam 201, 272 Tsianos, Vassilis 117-120, 123, 131, 134, 137, 286, 608 U Ulises 247 Ultreras, Pedro 575, 581, La Bestia 581 Upegui-Hernández, Debora 219-221, 315-316 Urrea, Luis Alberto 487, 492-493, 503506, The Devil’s Highway 487, 492, 504-505; Across the Wire 503-504 V Valenzuela, José Manuel 444-445, 457458, 483, 567, 571-575, 592, 621, 721-723 Valéry, Paul 42-43 van Deusen, Nancy E. 354-355 Varese, Stefano 358 Vertovec, Steven 96, 316, 322, 384, 391 Vico, Giambattista 56, 471 Virno, Paolo 162-165, 431 Voltaire (François-Marie Arouet), Traité sur la tolérance 657
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LÍNEAS DE FUGA
W
Z
Wacquant, Loïc 38, 305 Wallerstein, Immanuel 95, 107, 315, 420 Walters, William 22, 285, 347, 441, 587, 612-614, 624 Weber, Max 19, 133, 308, 311
Zambrano, María 248-254, Los bienaventurados 251; El exilio como patria 252 Zamora, Marcela, María en tierra de nadie 507 Zavala, Iris 64, 452-453 Zavala, Oswaldo 497 Zavaleta Mercado, René 195 Žižek, Slavoj 22, 28, 414-415, 652, 656, 663-667
Y Yanagi, Yukinori, World Flag Ant Farm 514
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
A ACNUR 368, 370, 372, 417, 571, 614 adentro/afuera 161, 231, 237, 525, 679, 696, 701 afecto 111, 714, 718, 720, 723-724 Afganistán 288, 366, 413, 420, 534, 571, 591 África 65, 89, 105, 143, 152, 261, 288, 343, 357, 368, 401, 414, 417, 448, 532-533, 563, 565, 571, 591, 595, 603, 611, 619, 622, 628, 634, 707 africanía 395 afro-centrismo 395 agenciamiento 18, 25, 28, 151, 653 agente, agencia 25, 36, 47, 63, 65, 71, 87, 96, 108, 137, 160, 183, 187188, 191-193, 198-200, 207-208, 289, 307, 325, 333, 339, 355, 378, 381, 399, 480, 498, 501, 548, 566567, 570, 574, 580, 583, 585, 588589, 594, 608, 656, 716-717, 721, 729, 731 agua 66, 81, 282, 287, 354, 380, 429, 438, 502-503, 545, 552, 554, 577, 601, 606, 614-622, 628, 632, 638, 649, 693
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alambre de púas 463, 553, 556-559 Alemania 308, 326, 329, 407, 420, 523, 630 alteridad 45, 84, 110, 148, 150, 173, 178, 183-184, 205, 224, 243, 279, 338, 375, 450, 452, 479, 487, 588, 597, 633, 672, 677-678, 680-681, 684687, 691, 702, 709, 714 altermodernidad 431 ambivalencia 19, 68, 179, 220, 225, 647, 701 América Latina, Latinoamérica 22, 85, 89, 91, 95, 103, 105, 107, 152, 192, 195-196, 200, 231, 238, 357, 359, 364, 368, 376, 456-457, 563, 572, 576-577, 693 amistad 333, 388, 602, 637, 671-673, 677 Amnesty International [Amnistía Internacional] 371-372, 508, 577 amnistía 256 analéctica 686-687 ancianos 50, 80, 190, 288, 345, 365, 570, 604, 717, 734 anfitrión 27, 106, 669-673, 678-679, 681 Angola 366, 413 animalización 123, 269, 412, 559 Antiedipo 232
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LÍNEAS DE FUGA
antropología 27, 51, 75, 88, 93-96, 108, 111, 175, 225, 294, 307, 317, 321, 340, 375, 423, 450, 494, 682 apartheid 58, 261, 333, 334, 548, 550, 631, 706, 732 apátrida 19, 150, 207, 231, 240, 279, 309, 561, 583, 674, 692 Aquarius 625 Argentina 90-91, 110, 192-194, 242, 247-248, 356, 364, 370 Arizona 488, 493, 504-505, 536-537, 552-553, 579, 621 arquetipo 33 Asia 65, 89-90, 105, 143, 283, 288, 368, 401, 414, 417, 571, 595, 634 asilo político 20, 59, 231, 246, 339, 360, 397, 403, 419-420, 568, 587 Atlántico Negro 223, 631 atravesados, los 464, 553, 563 Australia 177, 238, 345, 356, 360-361, 563, 591, 596, 606, 619, 650, 718 autonomía (de las migraciones) 131133, 200 Aztlán 456, 465, 500
415-416, 460-461, 491, 538, 541, 585-586, 619, 625, 650, 694 biopolítica, passim Bolivia 143, 193, 195-196 borde 64-65, 67, 79-80, 83, 138, 168, 176-177, 227, 307, 438, 445, 455, 463, 467, 478, 480, 488-489, 494, 496-497, 500, 508, 521, 606, 669, 692, 706-708, 723 borde sistémico 79-80 Border as Method 21, 111, 138, 176-177, 332, 446, 449, 489, 526 border gnosis 59, 64-65, 227 border thinking 64, 227, 506, 511 borderización 64, 87, 334, 336, 446, 476, 487, 490, 496, 630, 720 Borderlands/La Frontera 455, 463, 466, 480, 483 Bosnia 366, 413, 571 braceros 333, 357, 506, 527, 536 Brasil 90-91, 110, 190, 192, 364 Brexit 267
B
Calais 534, 565 campo de guerra 48, 64, 308, 338, 616 campo de refugiados 22, 27, 55, 246, 285, 334, 346, 372, 419, 541, 582-588, 592, 594, 596, 604, 613, 618, 650, 663 Canadá 90, 144, 237, 326, 361, 398, 422, 442, 508, 568 Caósmosis 45 capital 19, 24, 40, 49, 83, 87, 91, 93, 100, 111, 115-116, 121, 135, 137, 153154, 157, 169, 174, 191, 195, 294, 300, 304-306, 316, 318, 321, 323324, 331-332, 352-353, 365, 387, 398, 417, 419, 426, 429, 440, 465, 479, 489, 525-526, 549, 555, 559560, 564, 572, 626, 647, 662, 666, 694, 703, 710 capital simbólico 21, 132, 378, 456, 478, 494, 510, 512, 682, 719
Babel 235 Bahia Munem 190 Balcanes 571, 622, 630 Banco Mundial 370, 622 Bangladés 370, 571 barco, gente de; como metáfora 609 barcos 53-54, 586, 602, 610-611, 613, 615, 624, 630 becoming (volverse otro) 27, 70, 116, 118, 120-121, 128-131, 208, 475, 485, 652, 654, 714, 718 binarismo 148, 154, 237, 312, 315, 494, 502, 541, 544, 676, 695, 717 biocapitalismo 17, 27, 44, 79, 100, 166, 275, 322-323, 555, 710, 727, 730 biopoder 44, 64, 67, 112, 114-115, 223, 259, 271, 335, 347, 365, 398, 410,
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C
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
capitalismo 17, 22, 24, 26-27, 51, 61, 63, 72-73, 79, 81, 83, 85-86, 88-90, 9395, 102-103, 107, 115-117, 121, 133134, 137, 150, 152, 154, 157, 159160, 165, 185, 198, 210, 223, 232, 260-261, 298, 304-305, 315-316, 319, 324, 331, 333, 353, 360, 398, 414-415, 424-425, 429-431, 472, 481, 483, 488, 505, 512, 525, 549, 560, 594, 621-622, 628, 647, 656657, 665-666, 711-713, 723, 730-732 capitalismo tardío 27, 38, 43-44, 82, 88, 103, 109, 135, 149, 154-155, 159, 173, 202-203, 213-214, 221, 224, 259, 260, 289, 316, 323, 330-331, 336, 339, 344, 347, 365, 415, 430, 443, 478-479, 484-486, 521, 538, 575, 596, 606, 608, 615, 619, 623, 631, 664, 680, 705, 716, 723-724, 729, 731 caravanas 22, 215, 566-571, 574, 630 Caribe 26, 91, 383, 391, 457, 568, 627, 632-639 cartografía 43, 46, 81, 83, 87-88, 156, 159, 161, 169, 173, 219, 269, 348, 390-391, 326, 462, 553, 557, 564, 606, 612, 628, 635, 643, 649, 733 catástrofe 34, 52, 81, 93, 113, 367, 373, 603, 624, 629, 638, 657, 689 caza del otro 551, 560 cementerio marino 621 centralismo 24, 43, 59, 146, 166, 202, 212, 293, 492 Centro Cultural de la Raza 509 Centroamérica 91, 325, 359, 368, 465, 504, 563, 568, 570, 572-573, 575, 576, 578-579 Ceuta 532-534, 566, 591 Chiapas 574, 577, 582 chicano/a 65, 144, 458, 468-469, 484, 486, 500, 509, 511, 516, 536 ciudadanía cultural 299, 328, 329 ciudadanía de alta intensidad y de baja intensidad 307
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ciudadanía flexible 329-330 ciudadanía racial 328 ciudadanismo 297-298 civilización 39, 43, 49, 65, 109, 223, 262, 326, 416, 421, 443, 457, 473, 490, 501, 524, 532, 562, 616, 618, 625, 671, 728-729 clandestinidad 50, 119, 166, 444, 457, 496, 577, 585, 594, 619, 623 CMDPDH 370 Colombia 91, 152, 356, 366, 368, 370376, 380 colonialidad 66, 148, 359, 410, 476, 479, 634, 359, 686, 688 colonialismo 17, 24, 43, 59, 65, 71, 86, 88-89, 95, 102, 146, 150, 221, 243, 309, 312, 333-334, 352-353, 355, 360, 395, 420-421, 463, 471, 478479, 489, 502, 529, 532, 615, 617, 622, 627, 629, 632, 635, 637, 647, 661, 666, 668, 721, 723 colonización 69, 86, 106, 160, 212, 354, 410, 490-491, 524, 542, 617-618, 622, 639, 666 comunitas 474 conciencia burguesa, 20, 38, 411, 417, 472, 532 condición migrante 85, 170-171, 210211, 691 confín 21, 88, 135, 206, 251, 417, 437438, 441, 444, 464, 476, 487-489, 492-494, 521, 569, 583, 632, 708 Congo 288, 368 Cono Sur 255-257, 325 conocimiento situado 64 consumo 34, 73, 156, 174, 279, 398, 494, 688, 713 contemporaneidad 44, 52, 86, 244, 399 contra-conquista 35 contramodernidad 72-73 contrato social 58, 646 corporalidad 66, 86, 100, 118, 221, 333334, 462, 464, 493, 505, 509, 689, 692-694, 710, 714-715, 722, 733
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LÍNEAS DE FUGA
corridos 451, 513, 546 cosmopolítica 21, 314, 325-326, 675-676 cosmopolitismo 21, 33, 90, 94, 111, 148, 191, 317, 346, 479, 633, 669, 699-700 coyotaje, coyote 22, 123-124, 284-285, 542-551, 563, 569-570, 575, 578, 654, 717, 733 creolización 96, 222, 633 criminalización 123, 237-238, 264-265, 343, 365, 411, 483, 545, 559-560, 625, 627, 712, 722 crisis migratoria 85, 420-421, 626, 729 cristianismo 85, 185, 421, 567 crítica cultural 20, 44, 49, 75, 108-109, 169, 196, 225, 450, 467, 494, 616, 694 Cuba 90, 248, 393, 619, 636-639 cultura material 281, 287, 734 cultura nacional 108-109, 145, 169, 191, 208, 212, 340, 343, 522 D DACA (Deferred Action for Childhood Arrival) 422 deconstrucción 39, 64, 82, 149, 202203, 208, 222-223, 331, 356, 468, 475, 479, 485, 505, 508, 516, 667, 677-678 democracia, democratización 17, 26, 34, 57, 142, 156, 250-251, 294-297, 330-331, 334, 337, 409, 411-412, 420, 430, 437, 456, 471, 475, 539, 573, 587, 661, 672-673, 677, 679681, 688, 704, 711, 728 demonización 237-238, 448, 717, 723 deportabilidad 343, 345, 347, 542 deportación, 22, 27, 55, 136, 232, 233, 236, 246, 265, 270, 285, 304, 334, 334, 339-348, 365, 422, 446, 454, 483, 512, 530, 536, 544, 550, 559, 563, 568, 575, 577, 587, 593, 603, 606, 607, 618, 623, 626, 662, 715, 718-720, 733
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derecho a la fuga 351, 359 derechos civiles 293, 296, 408, 536 derechos humanos 72, 111, 172, 240, 256-257, 268, 271-272, 301-302, 306-309, 313, 323, 339-340, 367, 370, 372, 374, 381, 408, 411, 418, 461-462, 475, 482, 506, 551, 562, 566, 569-571, 594, 607, 609, 614, 660, 671, 679-680, 704, 717, 732 desarraigo 46, 86, 102, 108, 197, 203, 206-207, 209-210, 212-214, 217, 224, 231, 234, 236, 239, 244, 376377, 389, 393, 410, 512, 633, 647, 732, 734 desarrollo, 17, 18, 21, 27, 46, 48, 49, 51, 52, 58, 71, 88, 89, 92-99, 101, 102, 104, 106, 113, 115, 116, 124, 127, 131, 133, 138, 148, 152-154, 160, 162, 163, 169, 185, 187, 195, 197, 207, 208, 221, 223, 247, 248, 264, 270, 272, 276, 298, 300, 305, 306, 318, 321, 324, 325, 329, 353, 365, 379, 385, 388, 390, 392, 397, 398, 408, 417, 419, 422, 426, 439, 448, 456, 457, 461, 472, 474, 479, 484, 485, 488, 495, 513, 522, 527, 528, 551, 560, 574, 583, 585, 597, 622, 625, 628, 629, 634, 638, 639, 671, 673, 685, 707, 722, 733 descentralización 153, 158, 315, 475 descolonización 65, 106, 479, 622 desecho 290, 693 desempleados, desocupados 416 desexilio 253-254, 256 deshumanización 26, 68, 157, 173, 203, 211, 239, 282, 288, 290, 301, 336337, 352, 376-377, 421, 444, 461, 464, 560, 562, 583, 588, 717, 731 desigualdad 34-35, 40, 58-59, 64, 80, 88, 90, 95, 102, 107, 146, 148, 150, 156157, 190, 202, 209, 254, 260-261, 264-266, 280, 298-299, 305, 308, 315, 317, 321, 367, 415-416, 421, 447, 451, 453, 456, 458, 491, 494,
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
496, 503, 506, 512, 521, 525, 531, 542, 548, 558, 561, 572-573, 575, 610, 626, 638, 655, 659-660, 662663, 671, 697, 705-706, 711 desnacionalización 302, 407, 584 desplazamiento forzado 191, 376, 379, 381, 657 desplazamientos internos 360, 362, 366368, 371, 374 desterritorialización 20-21, 23, 28, 33, 38, 47, 63, 70, 79, 98, 128, 156, 162-163, 165-166, 172, 174-175, 191, 200-201, 206, 209, 211, 218219, 221, 231-235, 241-242, 244247, 249-251, 254, 257, 285, 287, 301, 339, 352-353, 358, 368, 371, 373-374, 376, 382, 387, 408, 431432, 437, 448, 466, 468, 498, 500, 503, 506, 562, 570, 606, 609, 622623, 643, 645-647, 652, 656, 690, 720, 734 destierro 34, 60, 85, 231-235, 245, 248252, 256-257, 379, 410, 437-438, 501, 541, 590, 686, 720 destotalización 196 devenir 24, 47, 172, 257, 469, 477, 488 dialéctica 56, 184, 187, 210, 332, 630, 674, 686-687 dictaduras 242, 248, 255, 386 diferencia cultural 51, 60, 68-69, 96, 148, 153, 179, 221, 225, 389, 394, 469, 478, 668, 700 diferencia de género 51, 96, 132, 718 diferencia étnica 51, 410, 413, 700 disciplinamiento 49, 104, 112, 115, 186, 225, 233, 272, 274, 340, 364, 397, 403, 411, 541, 556, 558, 584, 588, 594, 719 discriminación 46, 58, 92, 108, 110, 123, 132, 148, 157, 160, 191, 221, 260, 264, 268, 288, 312, 320, 344, 352353, 364, 366, 377, 381, 383, 390, 395, 401, 415, 420, 422, 464, 470, 481-482, 485, 491, 506-507, 510,
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516, 522, 527, 532, 536, 542, 559, 564, 572, 575, 625, 663, 670, 682, 686, 693 discurso securitario 258-260, 263, 266, 269, 272, 274-276, 279, 447, 537, 560, 590, 730 dispositivo 21, 39, 100, 126, 173, 177, 273-274, 276, 278, 300, 302, 311, 340, 343, 428, 444-445, 458, 473, 484, 486, 506, 509, 524, 531, 537, 541, 555-557, 580, 585, 589, 592, 595, 606, 629, 632, 637, 652-653, 655, 661-663, 682, 687, 730 distopía 53 diversidad 33, 96, 103, 144-145, 168169, 193, 204, 208-209, 224-225, 272-273, 300, 359, 380, 401, 432, 444, 564, 660, 663, 676, 698 doble conciencia 19, 22, 27, 179, 201, 218-220, 223-224, 227, 316, 390, 393, 480, 635 documento (de identidad) 123, 460, 546, 554, 574, 719 Dreamers 422 droga 263, 278-279, 371, 474, 478, 542, 544, 566, 593, 712 dueño de casa 19, 27, 410-411, 670, 672673, 678, 695, 705-706, 713 E ecología 52, 424, 462, 541 economía afectiva 714 Ecuador 144, 155, 356 Edipo 235 ejército 19, 126, 192, 278, 359, 371, 389, 438, 523, 538, 595 El contrato social 113, 704 El nomos de la tierra 50, 55, 601-608 El Paso/Juárez 488, 506, 553 El porvenir de una ilusión 276 El príncipe 113 El Salvador 568, 572-573, 576, 581 Ellis Island 603
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LÍNEAS DE FUGA
emancipación 165, 206, 308, 395, 445, 475, 556, 622 embudo 22, 365, 540, 552 emigración 101, 153, 243, 255, 316, 368, 371, 383, 386, 669 empalizada 365, 441, 448, 491, 508, 525, 531-532, 536, 540, 553, 564 enajenación 19, 21, 61, 157, 159, 167, 178, 185, 205-206, 212, 224, 241, 243, 246, 249, 320, 323, 341-342, 352-353, 359, 386, 410, 418, 437, 499, 682, 731 enemistad 335, 381, 427, 524, 602, 677, 720 ensamblaje 18, 28, 47-48, 70, 158, 448, 492, 587, 628, 647, 652-653, 655656, 731 entre-lugar 67, 69, 178, 204, 497, 588 esclavos, esclavitud 44, 69, 71, 101, 129, 133, 223, 244, 295, 332, 334, 354355, 368, 395, 542, 560, 619, 646 escritura 50, 72, 203, 239, 241, 248, 254, 455, 465, 467-468, 470, 499, 504505, 508, 693 esfera privada 69, 412 esfera pública 69, 84, 165, 175, 234, 297298, 311 espacio estriado 647-648, 651 espacio liso 597, 647-648, 650, 731 espacio perforado 597, 650 España 152, 248-250, 354-355, 363-364, 532-533, 535, 554, 566, 632, 364 Estados amurallados 55-56, 276, 278-279, 491, 528-529, 534, 537, 539-540 Estados Unidos, passim Este/Oeste 135, 154, 174, 602 estereotipo 74, 112, 130, 137, 145, 206207, 237-238, 260, 273, 363, 378, 382, 385, 393, 398, 410, 421, 448, 458, 464, 466, 469, 494, 501, 507, 511-512, 514, 516, 522, 536, 544, 564, 572, 654, 691, 701, 713 ethos 27, 61, 109, 129, 150, 161, 207, 225, 261, 297, 336, 408, 414-415,
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426, 470, 558, 621, 643, 647, 661, 730, 732 ética 17, 41, 104, 111, 128-130, 172, 196, 198, 219, 297, 327, 334, 337338, 346, 363, 405, 409, 411, 428, 449, 452, 461-462, 469, 477, 498, 582, 605, 610, 627, 668, 670, 672, 674, 678-689, 691, 695, 702 etnicidad 68, 92, 157, 169, 224, 243, 285, 310, 319, 345, 399, 424, 448, 464, 474-475, 522, 651, 691, 693 etnografía 18, 175, 317, 381, 671, 682 etnopaisaje 27, 85, 167, 173-176, 386 eurocentrismo 43, 156, 681 Europa, 17, 39, 41-43, 55, 80, 85, 89, 90, 101, 102, 105, 143, 152, 156, 162, 171, 201, 223, 238, 260-262, 286, 288, 325, 333-334, 342, 345, 356, 363, 368, 373, 398, 400, 412, 414, 417, 442, 447, 448, 471, 472, 530533, 551, 563-565, 571, 603-608, 619, 622, 623, 625, 629-631, 634, 648, 667, 673, 699 evento 28, 109, 118-119, 134, 589, 643, 652-657, 685, 714, 733 exilio, 66, 171, 189, 190, 200, 231-235, 239-258, 324, 366, 375, 379, 383, 384, 475 éxodo 89, 91, 162-165, 235, 373, 380, 408, 410, 501, 595, 637, 651 expansión por expulsion 83 expatriación 85, 232, 590 exploración 18, 73, 79, 90, 125, 184, 196, 213, 240, 283, 288, 502, 502, 605, 615, 617, 624, 634-635 exportación de pobres 152, 420 expulsión, 22, 24, 26, 45, 79, 81, 83-85, 106, 108, 111, 112, 165, 200, 203, 209, 232, 235, 251, 259, 282, 306, 324, 340, 341, 344-348, 380, 382, 395, 410, 411, 459, 475, 495, 502, 525, 530, 541, 562, 572, 575, 588, 589, 596, 607, 626, 632, 655, 658, 677, 693, 721, 731
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
externalización de fronteras 446, 496, 605-607 extractivismo 353, 359 extranjero, 19, 27, 36, 37, 101, 114, 126, 147, 195, 213, 217, 256, 264, 277280, 295, 332, 342, 363, 364, 383, 400, 403, 411-413, 530, 555, 585, 598, 606, 662, 670, 676, 678, 680, 690, 695-706, 708, 709, 711 extraños 417, 474, 701 F falsa conciencia 74, 259, 276, 560, 714 FARC 371 feminismo 328, 470, 475, 511 feminización 91 flâneur 214 Fondo Monetario Internacional (FMI) 622 forastero 19, 27, 214, 243, 417, 669, 676, 678, 695-696, 698, 700 fragmentación 23, 26, 39, 61, 89, 155, 157, 185, 203, 262, 311, 313, 375, 426-427, 449, 457, 464, 483, 485, 498, 572, 633, 656, 713, 724, 730-731 frontera como herida abierta 21, 463, 469 frontera como paradigma 21, 476-478, 484 frontera, passim fronteras internas 269, 460 fronterización 63, 132, 336, 442, 446447, 490, 655, 689 G género, 18, 34, 51, 52, 57, 64, 69, 96, 124, 132, 148, 157, 169, 190, 222, 232, 244, 246, 280, 288, 293, 298, 309, 369, 394, 396, 399, 415, 428, 432, 458, 461, 463, 465, 469, 474, 475, 480, 482, 503, 506-508, 511, 512, 549, 570, 572, 575, 588, 609, 610, 634651,665, 666, 682, 691-639, 695, 697, 708, 718, 732 genocidio 359, 472, 618-619
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geocorpografía 619 geografía 49, 51-52, 55, 57, 62, 87, 135, 153, 168, 244, 439, 484, 499, 500, 523, 527, 555, 733 geopolítica 39, 119, 156, 219, 227, 281, 285, 355, 439, 446, 453, 455, 457458, 470, 486, 493, 595, 619, 627, 705 giro oceánico 615-616 gitanos 143, 204, 217, 393, 566 globalización de la pobreza 622 globalización desde abajo 166, 304-305 globalización, 23, 34, 34, 38, 43, 51, 64, 72, 73, 80, 88, 89, 109, 116, 150, 153, 154, 156, 157, 166, 167, 169, 170, 197, 202, 209, 213, 220, 239, 270, 281, 299, 302, 304-306, 308, 313-316, 321, 327, 330, 340, 358, 359, 365, 386, 414, 415, 420, 440, 443, 456, 484, 502, 511, 514, 521, 532, 534, 537, 539, 541, 598, 602, 605, 622, 626, 628, 648, 657, 664, 667, 679, 688, 688, 703, 704 globocentrismo 156-157 Grecia 152, 138, 288, 547, 554, 565, 591, 625, 630 Guadalupe Hidalgo, Tratado de 457, 535 Guatemala 94, 144, 356, 359-360, 374, 488, 568, 572-573, 576-577, 581, 591 gubernamentalidad 86, 104, 111-115, 271-272, 325, 333, 336, 339, 364365, 374, 401, 405-406, 430, 441, 472, 554-555, 587, 590, 597, 614, 629, 661-662, 714, 717, 728 Guerra Civil española 255 Guerra Fría 43, 51, 88, 116, 154, 156157, 262, 273, 305, 329, 374, 413, 447, 483, 538, 674, 729 guerra interna 366, 368-369, 379 H habitus 75, 161, 203, 224, 234, 239, 411, 494 Haití 619, 639
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hegemonía 17, 24, 42, 66, 88, 156, 172, 193-195, 202, 222, 225, 274, 280, 306, 316, 327, 432, 443, 454, 471472, 492, 513, 536, 538, 618, 631, 648, 657, 667, 674 hermenéutica de la espacialidad 60 heterogeneidad 18, 24, 26, 34, 47, 51, 72, 122, 146, 176, 179, 204-205, 208, 210, 212-213, 220, 222, 261, 272, 299, 313, 361, 386, 388, 391, 442, 462, 477, 544, 588, 593, 595, 635, 684, 693, 731 heterosexualidad 469 heterotopía 48-49, 53-55, 586, 613 heterotopología 53, 58 hibridez 67, 208, 213, 222, 467, 512, 525, 593 hidrocrítica 617, 619 homo sacer 347, 410, 487, 584, 603 homogeneidad 72, 166, 169, 262, 425, 443, 525, 633, 648 Honduras 368, 507, 568, 572-573, 576, 581, 592 huésped 27, 587, 669-672, 678-679 humanidad 65, 70, 83, 85, 89, 118, 162, 190, 235, 289, 294, 309, 330, 333, 347, 401, 406, 414, 424, 475, 502, 523, 532, 579, 594, 609, 615, 677, 686-687, 689, 691 humanitarismo 41, 110, 191, 198, 330, 410, 421, 461, 486, 532, 586-587, 593, 607, 624, 657, 668, 670, 674, 677, 684, 714 I Iglesia 53, 192, 403, 416, 421, 422, 570, 574 Ilustración 56, 65, 109, 141, 175, 185, 221, 297, 373, 405, 657, 677 imaginación 21, 25, 79, 87-88, 163, 174175, 198, 209, 234, 248, 257-258, 322, 377, 382, 391, 477, 482, 492, 497, 499, 723, 733
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impenetrabilidad 279, 464, 521-522, 528 incertidumbre 46, 112, 163, 166, 171172, 178, 185, 206, 213, 221, 235, 247, 272, 278, 289, 342, 389, 393, 410, 419, 460, 465, 499, 501-502, 505, 514, 521, 528, 584, 593, 595, 713, 715, 721 inclusión diferencial 22, 116, 275, 362, 446, 448, 526-527, 654 India 79, 99, 143, 151, 524, 591, 707 indiferencia 114, 157, 206, 236, 241, 337, 658, 663, 678, 692, 699 indocumentados 149, 238, 265, 303, 333, 405, 422, 440, 460, 506, 511, 544, 546, 554, 563, 578, 581, 663 infraestructura 281-286, 347, 662 infrapolítica 86, 149, 200, 293, 316, 734 Inhibition, symptom, anxiety 279 inmunidad 114, 411, 428, 473, 598, 629 integración, 17, 33, 37, 38, 59, 63, 70, 73, 89, 99, 103, 105, 111, 125, 156, 157, 170, 215, 218, 220, 234, 243, 255, 258, 266, 268, 272, 296, 298, 315, 325, 346, 356, 358, 360, 365, 367, 380, 381, 386, 389, 393, 394, 408, 415, 420, 440, 444, 445, 456, 457, 470, 479, 480, 483, 498, 525, 534, 540, 572, 609, 668, 677, 680, 691, 692, 695, 697, 714, 728, 730 intelectual 25, 46, 71, 81, 185, 192, 194195, 198, 205, 221, 239-241, 248, 254-256, 264, 274, 379, 457, 470, 503, 510-511, 522 interculturalidad 196, 208-209, 224, 233, 261, 327, 393, 483, 496, 501, 511, 667, 673, 678, 688 internacionalismo 306-307, 314, 426 internacionalización 89, 101 intersticio 40, 48, 67-68, 72, 226, 248, 301, 307, 401, 468-469, 618, 649, 653, 707 intimidad cultural 36, 74-75, 205, 244, 683 invasión 37, 39, 113, 136, 237-238, 270, 334, 357, 412, 473, 478, 522-523,
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535, 562, 597-598, 607, 617, 628629, 633, 693 inxilio 258 Irak 288, 366, 368, 413, 420, 534 irregularidad 25, 115, 133, 275, 496, 547 Italia 152, 248, 547, 554, 565, 603-604, 607, 625, 630
lógica de exterminio 44 lógica del mártir 44-45, 690 lógica del superviviente 44 Los orígenes del totalitarismo 257, 309 lucha (social, política, de clases), passim lugar de enunciación 64, 452, 455, 486 lugar de memoria 54, 627
J
M
Jerusalén 522 judíos 129, 312, 382, 396, 403, 407, 561562, 594 justicia espacial 26-27, 55, 58, 431, 717, 728 justicia social 55, 58, 64, 198, 209, 256, 272, 297, 308, 312, 323, 347, 379, 381, 469, 545, 560, 658, 661, 679
mano de obra 93, 95, 99-102, 105, 174, 265, 278, 284, 320, 326, 329, 333, 345, 414, 419, 421, 451, 453, 460, 478, 506, 527, 548, 580, 626, 688, 730 Manuscritos económico filosóficos 429 mapas 173, 384, 444, 476, 500, 553, 572 máquina de guerra 171, 204, 215, 467, 644-645, 647-648 mara Salvatrucha 507 Mare Nostrum 624, 632 marginalidad 82, 88, 99, 179, 192, 226, 240, 248, 287, 310, 455, 464, 466, 496, 511, 513, 516, 534, 579, 662, 667, 693, 698 Marruecos 152, 532, 566, 571, 625 masa 42, 116, 165, 185, 195, 205, 373, 400, 408, 431, 490, 559, 580 mayas 357, 359, 493 mediadores, mediación 22, 45, 54, 56, 156, 160, 198, 215, 265, 282-286, 318, 347, 416, 474, 485, 543-544, 546, 548-549, 569, 574, 624, 646, 656, 682, 719 Mediterráneo 26, 41, 123, 152, 288, 325, 414, 446, 544, 547, 554, 565-566, 571, 603-606, 611, 621-623, 625, 627-632, 637 Mediterráneo negro 619, 631 Melilla 532-534, 566, 591 memoria colectiva 242, 384, 386, 388, 392, 608 memoria histórica 143, 389, 395, 564, 682 memoria individual 386 mercado laboral 25, 80, 96, 99, 101, 131, 134, 191, 261, 264, 284, 296, 364,
L La balsa de Lampedusa 631 La Bestia 512, 574-575, 577-579, 581, 621 La jaula de oro 512-513 La Violencia 372 Lampedusa 524, 591, 603-608, 619, 630 Las palabras y las cosas 53, 334 las patronas 577 lengua materna 19, 151, 168, 204, 224, 231, 254, 384, 411, 437, 468, 485 Leviathan 113, 132, 704 liberalismo 185 Libia 152, 524, 591, 604, 607, 625 líneas de fuga 23-25, 47, 108, 158, 165, 297, 373, 458, 584, 643, 656, 714, 720, 729, 732 líquido 34-35, 48, 66 Lo común 424, 427-432, 608, 690, 709, 724, 731 Local Histories/Global Designs 64 local, localismo 61, 82, 85, 97, 102, 109, 148, 154, 167, 169, 176, 223, 289, 317, 323, 389, 453, 457, 592, 651, 676, 700, 702
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383, 440, 447, 453, 506, 527, 542, 548, 626 mercantilización 419 metáfora 35, 65, 90, 132, 171, 189, 209, 225, 238, 250, 269, 402, 448, 464, 468, 472-473, 488, 507, 513, 515, 567, 606, 610, 615, 620, 632, 691 metrópolis 86, 95, 135, 143, 150, 157, 261, 290, 356, 420, 454, 472, 532, 627 México, passim Michoacán 426 migración marítima, 601-627 Mil mesetas 47, 644 minorías 150, 158, 169, 226, 275, 356, 360, 418, 555, 560 MMM (Movimiento Migrante Mesoamericano) 572 modernidad, passim mojado/a 465, 508, 563, 654 mujeres 109, 164, 190, 220, 246, 288, 295, 333, 357, 415, 465, 481, 488, 507, 511, 549-550, 565, 570, 573, 575-578, 588, 592, 663, 667, 717, 734 multiculturalidad 156, 302, 498, 663 mundos de la muerte 45, 690 Muro Atlántico 523 Muro de Berlín 39, 445, 447, 523-525, 532, 539 N nación, passim nacionalismo, 63, 74, 75, 111, 131, 138, 143, 147-149, 237, 241, 244, 276, 307, 312, 318, 324, 330, 334, 360, 387, 389, 405, 412, 432, 446, 449, 457, 467, 484, 487, 490, 492, 494, 495, 500, 503, 507, 512, 516, 533, 539, 564, 637, 677, 702, 703, 705, 715, 732 nación-Estado / nación-Estado, passim NAFTA 508, 542, 553, 580 narcotráfico 149, 155, 278, 368, 370372, 379, 495, 497, 547
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Nations Unbound 215-216, 238, 319 náufragos 26, 603, 615, 624 necropolítica, 23, 44, 45, 64, 69, 72, 293347, 359, 454, 473, 499, 502, 559, 566, 575, 578, 582, 605, 611, 619, 621, 631, 635, 637, 689, 690, 722, 728, 731, 733 necroviolencia 338 neoliberalismo 24-25, 43-44, 83, 92, 106, 109, 134, 159, 304, 429, 570, 573, 663 Nepantla, nepantleras 467, 480-482 Nigeria 368 niños 50, 190, 287, 345, 357, 365, 416, 547, 566, 569, 570, 573, 578, 581, 591-592, 604, 607, 663, 717, 734 no lugar 33, 46, 51, 53-54, 62, 67, 254, 388, 419, 595, 644, 683, 724 nomadismo 20, 28, 34, 45, 59-60, 73, 82, 121, 159, 168, 170-171, 173, 189, 200, 202-204, 213, 352, 384, 386, 393, 448, 490, 523, 530, 562, 643650, 732 nomos 50, 56, 584, 602, 648 Norte/Sur 96, 109, 174 nostalgia 163, 172, 174, 206-207, 209, 211, 235-236, 240, 244, 253-254, 256, 258, 297, 386, 389-391, 397, 427, 466, 512, 647, 716, 723 Nuevo México 144, 535, 621 Nuevo Mundo 86, 219, 354, 391, 489, 632 O Oaxaca 358, 582 Occidente 43, 104, 109, 113, 116, 147, 156, 169, 221-222, 225-226, 257, 263, 273, 314, 420, 474, 530, 549, 661, 681 Océano Atlántico 222 ojos 687, 691-692 ONG 112, 136, 160, 283, 285, 325, 379, 574, 593, 733 ONMDH 566
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
Operación Blockade 580 Operación Gatekeeper 536, 580 Operación Hold the Line 536, 580 Operación Jump Start 580 Operación Río Grande 580 Operación Safeguard 536, 580 Operación Wetback 507, 536 orden social 49, 64, 68, 127, 145, 212, 222, 343, 430, 465, 558, 562, 661, 688, 696, 701, 710, 713 Organización Internacional para las Migraciones (OIM) 151-152, 565-566 Oriente 109, 420 ostracismo 232, 246, 418, 437 Otro, el, passim P pacto social 25, 113-114, 142, 196, 234, 376, 428, 461, 670, 673, 702, 704705, 709 padre Solalinde 582 paisaje 20, 33-34, 36, 42, 50, 57, 82, 106, 166-167, 173-174, 176-179, 250, 289, 313, 327, 437, 622, 692, 703 Pakistán 368, 524, 571, 591 Palestina 361, 527, 591, 610 panóptico 28, 112, 178, 441, 448, 460, 528, 584, 596 particularismo 44, 49, 53, 86, 162, 220, 312, 327, 360, 388, 396, 399, 426, 430, 462, 653, 674, 680, 684, 701 pasaporte 28, 123, 126, 265, 530-531 patria, 68, 71, 142, 149, 155, 196, 208, 209, 214, 216, 217, 231, 234, 239, 245, 249, 250-254, 256258, 274, 383, 386, 387, 389, 392, 394, 417, 458, 503, 609, 666, 715, 717, 734 paz 270, 370, 376, 379, 453, 490, 535, 586, 660, 669-670, 673, 689, 704 performance 22, 27, 52, 72, 108, 111, 123-125, 176, 178-179, 227, 404, 410, 466, 468, 509, 511, 516, 522, 534, 571, 655, 719, 734
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periferia 95-96, 103, 107-109, 154-155, 173-174, 237, 261, 289, 315, 321, 347, 356, 415, 420, 425, 442, 530531, 594, 615, 618, 634 Perú 144, 195, 204-206, 212, 357, 369, 450 phármakon 474, 701 piel 439, 461, 687, 691-692, 695 piratas, piratería 429, 612, 617, 623, 635 Plan Colombia 371-372 pluralismo 218, 393, 658 pluri/multi 208 pobres, pobreza 38, 151-152, 157, 207, 279, 379, 420, 496-497, 503, 516, 531-532, 534, 549, 560-561, 565, 573, 592, 622, 688-689, 709-713 poder pastoral 115, 186, 441 policial 112, 127, 260, 266, 272, 334, 371, 497, 504, 562, 578, 586, 591 poliglosia 168 Política del exilio 240 políticamente correcto 37 políticas de la muerte 45, 337 polizones 26, 612-614 pollero 22, 123-124, 543, 549-550, 570, 575, 577, 654, 717 porosidad 120, 278, 322, 450, 522, 524, 529, 614, 708 posición de sujeto 194, 374, 387 postcolonialidad 198-199, 394 postmodernidad 51, 61, 66, 110, 153, 157, 169, 174, 179, 183, 185, 196, 201, 206, 209, 212, 261, 322, 334, 452, 467-468, 479, 496, 506, 521, 681, 706, 712, 729 Postmodernity and its Discontents 710 postnacional, postnacionalismo 63, 155, 209, 212-213, 217, 224, 301-302, 313, 382, 405-406, 447, 467-468 precariato 38, 154-155, 190 Primer Mundo 135, 202, 289, 466 Primera Guerra Mundial 124, 126, 400, 412 primitivismo 34, 65, 72, 148, 150, 157, 200, 279, 457, 629, 693, 720
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LÍNEAS DE FUGA
privatización 79, 269, 278, 336, 344, 358-359, 429, 502, 622, 721, 730 productividad, productivismo 81, 97, 102, 147, 178, 234, 243, 248, 275, 279, 290, 333, 353, 376, 452, 484485, 498, 500, 502, 621, 626, 643, 659, 689, 717, 723, 730, 734 progreso 38, 49, 93-94, 98-99, 147-148, 161, 222, 257, 297, 346, 487, 492, 558, 564, 575, 611, 688 propiedad privada 62, 87, 278, 424, 429430, 465, 481, 486, 558, 564, 647, 680-681 proscripción 231-232, 562 provincianismo 327 psicoanálisis 185, 234, 276 Puerto Rico 144, 248, 619, 634, 638-639 R racialización 44, 46, 334, 441, 502, 618619, 626, 629, 634, 682, 692, 718 raza, 34, 40, 44, 57, 64, 69, 110, 124, 125, 142, 148, 150, 157, 187, 190, 205, 221, 222, 223, 227, 244, 262, 269, 298, 309, 310, 319, 334, 343, 394, 413, 428, 458, 463, 464-466, 469, 482, 503, 506, 507, 509, 511, 512, 536, 550, 570, 575, 634, 651, 665, 666, 670, 682, 691, 693, 694, 696, 697, 700, 708, 732 recién llegados 37, 134, 713 reconocimiento social 108, 148, 189, 200, 220-221, 234, 242, 254, 260, 302, 320, 396, 458, 485, 503, 672, 682, 701, 717, 723 recursos naturales 81, 85, 87, 102, 150, 275, 352-353, 371, 376, 379, 381, 395, 417, 573, 669, 732 redes sociales 19, 105, 167, 320, 386, 432, 547, 566 Reflections on Exile 239-240, 250 refugiado, 22, 36, 37, 69, 71, 131, 136, 240, 245, 249, 254, 310, 334, 339,
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352, 366, 373, 399, 400, 401, 403, 405-413, 415, 417, 419, 420, 583, 586, 589, 590, 597, 605, 609, 610, 612, 620, 693, 721 refugio 20, 52, 60, 88, 98, 112, 163, 220, 231, 239, 245, 254, 258, 267, 285, 380, 399, 403-404, 409-410, 421-422, 523, 551, 568-569, 588, 591-593, 596, 623-624, 662, 694, 717, 724 Reino Unido 191, 267, 422, 534, 565 relaciones de poder 18, 23-24, 37, 54, 114, 129, 133, 186, 198, 223, 299, 307, 329, 347, 359, 420, 426, 445, 449, 467, 560, 582, 628, 666-667, 675, 681, 694, 697, 705, 729 religión 45, 98, 124, 132, 143, 146, 169, 220, 232, 260, 276-277, 313, 341342, 367, 402, 411, 413, 428, 532, 596, 652, 697, 722 religioso 44, 72, 91, 103, 112, 115, 142143, 148, 166, 172, 174, 192, 200, 209, 233, 248, 276, 280, 287, 340341, 343, 382, 385, 390, 403, 427, 443, 450, 460, 522, 524, 588, 595, 635, 671, 676, 700, 706, 729 remesas 151, 161, 174, 215-216, 285, 318, 555, 637 representación literaria 205, 556, 623 representación política 132, 150, 191, 277, 688, 721-722 representación simbólica 22, 50, 55, 111, 294, 476, 517, 632, 646, 652, 733 República Dominicana 619, 634, 639 residuo, residualidad 25, 35, 45, 83, 150, 168, 194, 203, 249, 289-290, 321, 337, 411, 416-420, 463, 530, 534, 585, 590, 656, 691, 693, 716 reterritorialización 47, 66, 73, 94, 123, 156, 190, 265, 284, 286, 344, 352, 373, 444, 456, 475, 512, 596, 634, 645, 647, 715, 729, 734 retorno 22, 62, 157, 207, 217-218, 231, 246-247, 253-258, 341-342, 383,
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
389, 393, 396-397, 405, 465, 499, 501, 505-506, 512, 602, 649, 705, 733 Revolución francesa 124, 145, 295, 438 Revolución Industrial 89, 398 riqueza 27, 81, 86-87, 89-90, 101, 107, 147, 156, 164, 211, 263, 321, 365, 443, 464, 497, 610, 617, 728 romantización 169, 250 rostro 37, 632, 674, 682-685, 687, 691, 702, 708-709 S salud 28, 104, 114, 124, 126, 191, 210, 233, 260, 267, 272, 280, 285, 299, 347, 353, 370-371, 398-399, 416417, 472-473, 485, 496, 589, 594, 604-605, 622, 689, 691, 694, 712, 714, 719, 722 sans-papiers 137, 416-417, 590 santuario 421-422, 570, 730 Schengen 265-266, 447 sedentarismo 47, 60, 62, 112, 169-170, 204, 294, 643-644, 647-650, 679, 732 segmentación 63, 158, 333, 365, 424, 449, 498, 629, 633, 643, 656 Segunda Guerra Mundial 42, 91, 195, 234, 273, 373, 400, 402, 413, 506, 523, 541, 610, 638, 674 sentido común 194, 198, 203, 237, 398, 645, 664, 694 ser humano 45, 50-51, 58, 71, 111, 128, 183, 185, 240, 265, 277, 296, 299, 323, 337, 343, 412, 443, 501, 504, 620, 663, 670, 676, 691, 704, 720, 722 sexilio 246, 636 sexismo 334, 472, 621, 714 sexualidad 18, 85, 124, 169, 187, 199, 342, 396, 415-416, 461, 463-464, 475, 480, 485, 503, 509, 634, 693694, 697, 722, 732
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sicología 27, 213, 219, 231, 258-259, 276-277, 280, 365, 730, 734 símbolos 106, 192, 451, 463, 537, 715 sistema-mundo 95, 107, 222, 315, 352, 420, 687 socialismo 424, 428, 430 sociedad civil 23, 37, 63, 82, 89, 109, 175, 197, 268, 270, 294, 306, 311, 322, 326, 328, 330, 333, 340, 356, 375, 377, 379, 403, 406, 411, 482, 497, 670, 673, 728 sociedad receptora 27, 37, 63, 75, 99, 105, 190, 267, 364, 386, 390, 392, 410, 479 sociología 27, 88, 97-98, 101, 175, 308, 376, 423, 462, 494, 569, 616, 698, 705 Somalia 288, 368, 413, 420 subalternidad 24, 82, 163, 172, 179, 192193, 198-200, 462, 474, 731 subculturas 149-150 Sudáfrica 442 Sudán 366, 368, 591 sujetidad 24, 66, 70, 73, 183-185, 187189, 191, 193-196, 202-203, 212214, 460, 469, 709, 731 sujeto nacional 48, 60, 73, 82, 108, 150-151, 159, 168, 183, 191, 197, 200, 207, 214, 224, 244, 311, 675, 716 sujeto nacional-popular 108, 159, 191192, 195, 197, 207 sujeto subalterno 197, 199-200, 223 Sur global 34, 620 T Tamaulipas 621 tanatopolítica 349, 471 tecnología 22, 99, 157, 169, 176, 269, 278, 282, 322, 397-398, 446, 460, 511, 528, 531, 540, 564, 566, 574, 624, 670, 672, 728, 734 tecnología de la ciudadanía 48, 133
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LÍNEAS DE FUGA
tecnologías del yo 68, 84-85, 333, de la otredad 84, del muro 529 Tenochtitlán 466 tercer espacio (Thirdspace) 21, 59, 73-74, 444, 470, 475 Tercer Mundo 24, 135, 151-152, 157, 265-266, 322, 549 territorio existencial 45-46, 58, 159, 164, 170, 183, 210, 250, 307, 344, 419, 463, 467-468, 494, 525, 585, 692, 707-708, 730 The Inoperative Community 427 Theory of the Border 83, 440-441, 450, 459, 491-492, 529, 531, 552-553 tierra natal 167, 174, 190, 197, 200, 217, 221, 231, 233, 244, 247, 257, 259, 274, 339, 342-343, 352, 354, 359, 383-384, 389, 392, 411, 437, 503, 506, 512, 562, 688, 715, 718 Tijuana 488, 495-496, 504, 515-516, 569, 591 Torres Gemelas 264, 474 totalidad, totalización 48-49, 53, 87, 143, 146, 165, 192, 206, 254, 328, 346, 379, 423, 443, 472, 476, 482, 492, 555, 576, 618, 633, 649, 655, 668669, 677, 679, 684, 687-688, 699, 701, 710-711, 716 transculturación 95, 208, 210, 213, 222, 255, 444, 450-451, 458, 489, 629, 635, 638, 693 transición, transicional 21, 23, 25, 52, 60, 70, 79, 156, 163, 179, 209, 213, 248, 250, 307, 366, 376, 394, 448, 463, 477, 489, 499, 512, 573, 581, 611, 637, 644, 650 transmigración 18, 105, 448 transversalismo 79 trasnfronteras 444-445 trauma 98, 231, 234-236, 241-244, 250, 254, 257-259, 276, 279, 397, 482, 501, 609, 682, 695, 718, 720 Túnez 152, 603-604 turbulencia 64, 116-118, 633
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turismo 546, 603, 632, 634, 637, 670671, 679 Turquía 123, 143, 152, 288, 330, 366, 547, 565, 591, 625 U UNHCR 413, 623 Unión Europea 136, 162, 266, 288, 304, 447, 533, 540, 597, 604-606, 624, 629 universalidad 35, 308, 346, 406, 418, 443, 666, 668 utopía 18, 38, 53-54, 210, 218, 246, 252, 377, 428, 488, 564, 652, 730 V vecino 147, 269, 417, 442, 537, 565 Venezuela 91, 253 viaje 33, 89, 90, 202, 215, 247, 287, 355, 475, 499, 504, 512, 543, 547, 573, 577, 579, 581, 609, 612, 634, 670, 694, 734 víctima 103, 107, 128-130, 137, 169170, 206, 244, 287-288, 335, 363364, 393, 419, 465, 546, 548, 550, 562-563, 570, 580-581, 583, 597, 608, 610, 678-679, 685, 689, 712 víctimas colaterales 416 victimización 44, 67, 75, 82, 157, 243, 377, 381, 384, 397, 408, 420, 457, 461, 567, 616, 691 Vida nuda 114, 347, 487, 592, 597 Viejo Continente 33 violencia doméstica 598, 660 violencia estructural 59, 64, 413, 494495, 550 violencia política 81, 200, 233, 244, 246, 359, 366-369, 373, 383, 401, 413, 496, 565, 572-573, 595 violencia sistémica 34, 150, 210, 339, 463, 534, 548, 562 visibilidad 148, 348, 357, 528, 540, 592, 624, 645
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ÍNDICE DE CONCEPTOS
vulnerabilidad 17, 19, 128, 16, 221, 275277, 280, 310, 323, 342, 344-345, 353, 393, 413, 419, 460, 462, 464, 529, 531, 543, 557, 562, 572, 575576, 588, 590, 620, 683, 685, 690, 693-694, 708, 710, 718, 734 W Wellton 26 504-505 Which Way Home? 581
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X xenofobia 37, 75, 136, 163, 201, 213, 262, 277, 286, 312, 415, 472, 511-512, 535-536, 539, 569-570, 588, 615, 621, 625, 669, 671, 678, 733
209, 443, 561, 629,
Z zona de contacto 450-451, 476, 483
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