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Spanish Pages 168 Year 1971
Libertad y necesidad introducción al estudio de la sociedad Joan Robinson
Economía y demografía
Aranda, S. La revolución agraria en Cuba. 248 pp. (2a. ed.) Bairoch, P. Revolución industrial y sub desarrollo. 416 pp. Barkin, D. y King, T. Desarrollo econó mico regional. 280 pp. Castro, A. y Lessa, C. Introducción a la economía. 184 pp. (4a. ed.) Cibotti, R. y Sierra, E. El sector público en la planificación del desarrollo. 280 pp. (Texto del ILPES) Dagum, C., y Dagum, Estela M. Bee de. Introducción a la econometría. 264 pp. Furtado, C. Teoría y política del desa rrollo económico. (3a. ed.) 280 pp. Furtado, C. La economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la Revo lución cubana. 312 pp. (2a. ed.) Hirschman, A. El comportamiento de los proyectos de desarrollo. 192 pp. (2a. ed.) Huang, D.S. Introducción al uso de la matemática en el análisis económico. 368 PP. Jalée, P. El Tercer Mundo en la econo mía mundial. 208 pp. Jalée, P. El imperialismo en 1970. 304 PP. Jaguaribe, H„ Ferrer, A., Wionczek, M.S. y Dos Santos, T. La dependencia políti co-económica de América Latina. 320 pp. (2a. ed.) Kozlik, A. El capitalismo del desperdicio. 376 pp. Lange, O. Introducción a la economía cibernética. 200 pp. (coedición con Siglo XXI de España). Lé Cháu. Del feudalismo al socialismo: la economía de Vietnam del Norte. 440 PP. MancH, E. La formación del pensamiento económica de Marx 272 pp. (3a. ed.)
el mundo del hombre ECONOMÍA Y DEMOGRAFÍA
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Libertad y necesidad por JOAN ROBINSON
traducción de FRANCISCO GONZÁLEZ ARAMBURU
siglo veintiuno editores sa MÉXICO
ARGENTINA ESPAÑA
siglo veintiuno editores, sa
1*5
GABRIEL MANCERA, 65 MÉXICO 12, D. F.
siglo veintiuno de esparta editores, sa RUBÍN, 7 [%ci EMILIO MADRID -16, E8PAÑA
siglo veintiuno argentina editores, sa TACUARÍ1271 BUENOS AIRES, ARGENTINA
primera edición en español, 1970 segunda edición en español, 1971
©siglo xxi editores, s. a. primera edición en inglés, 1970 © george alien and unwin ltd. título original: freedom and necessity
derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en rr.éxico printed and made in mexico
ÍNDICE
PRÓLOGO
I
3
I
EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
n
ECONOMÍAS AISLADAS
m
TIERRA Y TRABAJO
38
IV
RAZA Y CLASE
50
▼
COMERCIO Y NACIONALIDAD
63
rr
EXPANSIÓN CAPITALISTA
71
vn
INTERMEDIO DE CONFUSION
88
vzn LA INDUSTRIA Y EL ESTADO
101
n
EL NUEVO MERCANTILISMO
109
X
.ABUNDANCIA SOCIALISTA
116
XI
OTRO CAMINO
123
xn
EL TERCER MUNDO
129
m: FALSOS PROFETAS
139
xrv CIENCIA Y MORALIDAD
M7
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PRÓLOGO
El presente libro, más que dar una simple información, pretende provocar inquisiciones. Me parece que una in terpretación económica de la historia es un elemento in dispensable para el estudio de la sociedad; pero éste es sólo un elemento. En los niveles inferiores están la geo grafía, la biología y la psicología, y en los superiores la investigación de las relaciones política y social, y la his toria de la cultura, el derecho y la religión. El libro ofrece un rápido bosquejo del nivel central, con la esperanza de dar un cuadro general en el que es tudios especiales puedan ser elaborados. El esquema del tiempo es un cono invertido. Sucesivos capítulos tratan de edades, de milenios, de centurias y décadas. Después, cinco capítulos dan una visión de la escena contemporánea. Los dos últimos comentan la enseñanza de la ciencia social. Inapreciable crítica y consejo, para el capítulo primero, los he recibido del profesor Thorpe y de la señora Alison Jolly. Debo bastante, para el capítulo segundo, al pro fesor George Dalton, de la Northwestern University; Edmund Leach, rector del King’s College, el profesor Meyer Fortes y el profesor Postan me previnieron de ciertos errores en los posteriores capítulos. Sin duda que aun quedan errores; en todo caso abundan puntos de vista disputables. He sido influida, de entre los contem poráneos, por las ideas del recientemente fallecido Karl Polanyi, Ester Boserup, Barrington Moore, J. K. Gal-
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PROLOGO
braith y Gunnar Myrdal. Todos ellos escritores de po lémica; además no estarían de acuerdo con mis ideas o no apoyarían lo que he hecho de su trabajo. El estu diante no debe tomar nada de esto como algo absoluto. Ofrezco, solamente, un ángulo de vision que, espero, pueda iluminar inquisiciones posteriores. JOAN ROBINSON
Cambridge Junio de 1969
EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
Piénsese en los perfiles de un delfín y de un arenque. Su semejanza consiste en que cada uno de ellos se presta muy bien a la natación. La relación evolutiva que media entre ellos es extremadamente remota. Tal vez la línea genealógica del delfín se desvió de la del pez en la era paleozoica y, a su debido tiempo, optó por la vida de sangre caliente en la tierra. Al retornar al agua, las extremidades de los antepasados del delfín se convirtieron en aletas y el chato perfil de un cua drúpedo se afiló. En el pez y en el delfín, la misma situación técnica (las exigencias de la vida acuática) produjo resultados semejantes, aunque se hicieran con un material muy diferente. Tenemos muchos ejemplos de este proceso en las seme janzas que existen entre los animales de Australia y de otros continentes. Aislados en Australia, los marsu piales dieron lugar a un conjunto de especies muy diver sificadas en las que figuran los ratones, las ratas, los osos hormigueros, los lobos y muchos más, cada uno de los cuales se parece mucho a la criatura que lleva el mis mo nombre entre los animales placentarios y se adaptó a la utilización de alimentos semejantes. (Australia, sin embargo, produce un tipo también propio; tal vez en una tierra arida el único animal grande que podría sobre vivir tendría que tener un amplio radio de acción y una gran capacidad para desplazarse rápidamente.)
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
La plasticidad que hace posible la adaptación no de pende principalmente de mutaciones en los genes que go biernan la herencia. (Las más de las veces causan mas perjuicio que bien a la especie.) Cuando la reproduc ción es sexual, el mismo número de genes se transmite con permutaciones y combinaciones continuas que pro ducen pequeñas variaciones en cada camada de vastagos. La mayoría de las especies produce un determinado nú
mero de hijos cada año, en tanto que, para mantener la población estable (en la cual las proporciones sexua les son de uno a uno) a cada hembra le deben sobrevivir dos a lo largo de toda una vida. Los supervivientes de cada generación son aquellos que tienen una constitución genética propicia para la supervivencia, es decir, se pres tan a encontrar alimento y eludir enemigos en el am biente particular en donde crecen. Así, la presión de las condiciones técnicas ha forjado la multiplicidad de criaturas que nos parecen estar tan maravillosamente bien “diseñadas” para la vida que hacen.1 Para una especie la variabilidad misma es propicia, con algunos límites, para la supervivencia. Las especies capaces de adaptación son, en su mayoría, las que han sobrevivido hasta nuestros días, aun cuando hay algunas que han tenido éxito con muy poca variación. Los hábitos de una especie están tan sujetos a la presión de la evolución como su forma física. En la na turaleza existe gran variedad de tipos de vida familiar: monogamia, poligamia y matrimonio colectivo, asocia ción continua, apareamiento durante una temporada de reproducción limitada o apareamiento fortuito. El estiloi i Véase Sir Alistair Hardy, The Living Stream. En el libro esta opinión se expresa como si fuera herética, pero en la actua lidad parece ser, generalmente, aceptada.
EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
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de vida de una especie debe concordar con su manera de ganarse la vida. Así, por ejemplo, cuando el abasteci miento de alimentos está dispersado y se necesita habi lidad para encontrarlo o para capturarlo, la unidad fami liar consta de una pareja que cuida a los jóvenes hasta que se dispersan para valerse por sí mismos. Son ejem plos conocidos los del león y los del petirrojo. Cuando el suministro de alimentos está más o menos uniforme mente distribuido sobre grandes zonas, se hace posible un estilo de vida gregario; los herbívoros de las prade ras generalmente viven en rebaños; el alimentarse de plancton les permite a las ballenas hacer vida en grupo. El problema de la supervivencia no consiste sólo en comer, sino también en evitar ser comido. Los animales cuya defensa en contra de los depredadores consiste en ocultarse, en adoptar hábitos nocturnos o en dotarse de una coloración protectora son, por lo general, solitarios. Las aves que se juntan en el invierno, cuando pueden confiar en el vuelo, se dispersan para hacer sus nidos. Los rebaños de las praderas no pueden ocultarse y se valen de precauciones colectivas o de una defensa en grupo. Las grandes colonias de aves marinas de diver sas clases ejemplifican ambos principios a la vez, pues cuentan con un abundante suministro de alimentos y acantilados o islas seguros para anidar.2 Para que una especie sea viable, sus hábitos de vida deben armonizar con su hábitat, pero en el mecanismo de la evolución hay un elemento que, hasta cierto pun to, parece escapar a la presión puramente económica, el de la selección sexual. En algunas especies, particular mente en las que son polígamas, se establece una compe2 Este pensamiento me lo sugirió Alison Jolly.
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
tencia entre los machos para poder obtener a la mayoría de las hembras y para estimularlas más eficazmente. Les da valor para la supervivencia el plumaje esplen dido, el cual sin embargo es peligrosamente conspicuo, o un complejo aparato para ejecutar peleas rituales, como el de las astas de los ciervos, que es inútil para la de fensa e incrementa las necesidades individuales de nu trición. La necesidad económica, por asi decirlo, pone freno a tales extravagancias y las mantiene dentro de límites, pues una especie que fuera mas lejos, en la di rección que su ambiente le permite, acabaría por extin
guirse. El ejemplo más notable del principio de que las seme janzas entre especies son más resultado de la preside de las circunstancias que de la herencia es que algu nas de las analogías más coincidentes con la sociedad humana se encuentran entre las hormigas.3 Tienen pro fesiones especializadas. Algunas mantienen animales do mésticos para obtener alimentos. Otras capturan a ks jóvenes de especies afines y los ponen a trabajar come esclavos para ellas; entre éstas, algunas de las más do minantes han degenerado y dependen totalmente pa.1 sus vidas de sus esclavos; en algunas, estallan guerras entre colonias de la misma especie cuando se estorba en sus respectivos caminos, fenómeno que no se cona= en otros animales, con excepción de las ratas y del hom bre. Es evidente que esto nada tiene que ver con a herencia. La relación evolutiva entre las hormigas y ra hombres es más remota aún que la que existe erra
peces y delfines. Menos razón aún hay para suponer que las hormiga 3 Véase C. P. Haskins, Of Ants and Men, capítulos viu
E- 03JGEN DE LA SOCIEDAD
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experiencias subjetivas parecidas a aquéllas de las ~->jes tenemos conciencia en nosotros mismos. Pero en-
36 ios animales de sangre caliente y tal vez, incluso =nre algunos peces, al parecer los hábitos que requiere i supervivencia están controlados por un aparato de =xoones. Es poco probable que llegue a existir jamás s. menor posibilidad de encontrar testimonios directos 3e ja conciencia subjetiva de otro ser, pero incluso el más de los solipsistas filosóficos en su vida diaria = por supuesto que otras personas tienen sentimientos. ~ ~cc un tiempo que se consideró sentimental y anticien■r*-atribuir sentimientos a los animales, pero ahora xai cambiado las cosas y se considera más sentimental scrcmer que el hombre es, por todos conceptos, totalznrmt diferente de sus prójimos mortales.4 Pan considerar que nuestros sentimientos tienen sus acs en un aparato biológicamente determinado se neun determinado grado de “despego”. Tomemos e eremplo del hambre. Creemos que deseamos comer — alimento es necesario para la vida; pero no es gaciio. Deseamos comer porque estamos dotados » m aparato que nos hace sentir hambrientos, y tenews ese aparato porque una especie que careciera de él w crcria sobrevivir. En algunas enfermedades, el pasizic una falta total de apetito; entonces, ingerir 11 _l externas no solo resulta molesto, sino verdaaborrecible. Una percepción intelectual de ■«■r - lümento es necesario para la vida es que no basta
—1 —- •,ez mas evidente la relación de la superviven-*■ * especie con la atracción sexual y la devoción -•z-
mi
H- Thorpe, “Ethnology and Consciousness” en Caasdotts Experience, comp. John C. Eccles.
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materna. Aun en este aspecto, la semejanza entre los humanos y las demás especies ha sido moldeada de nuevo, por así decirlo, por las exigencias de la supervi vencia, y no heredada directamente. Así, por ejemplo, en muchas sociedades humanas la vida familiar está organizada en torno a la posesividad y celos del macho. Esto puede observarse entre las aves, en cualquier jar dín. Lorenz lo ha descrito plenamente en relación a los gansos.0 Pero nuestros primos, los chimpancés, son aparentemente inmunes a dichos celos.56 En lo que respecta a los hábitos, la presión que se ejerce sobre el individuo, para que se ajuste a las espe cificaciones, es menos estricta que la relativa al físico. Para los gansos de Lorenz la norma es la monogamia por toda la vida, pero no pocas parejas dejaron de infrin girla, lo cual hizo exclamar al investigador: ¡después de todo, los gansos son muy humanos!7 A veces, al pa recer por accidente, se formó una pareja de dos machos. Siendo más fuertes y más impresionantes que una pare ja de ganso y gansa, estas parejas se desenvolvieron muy bien. Desde el punto de vista de su vida individual, fueron un éxito, pero una especie, a la que esto ocu rriese muy a menudo, se extinguiría. La existencia de alguna variación entre individuos no sólo es tolerable, sino que puede resultar realmente ventajosa para la especie, ya que individuos inconfor mistas suelen descubrir hábitos útiles. En cada grupo hay unos que son más atrevidos, más aventureros y más curiosos que otros. Después de probar 5 Lorenz, Aggression. Véase capítulo xi. 6 Véase Verun y Francis Reynolds en Primate Behaviour, Editor Irven DeVore, p. 420. 7 Lorenz loc. cit., p. 167.
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esto y lo otro, un determinado genio descubre, por ejem plo, una nueva fuente de alimento y el descubrimiento se disemina por imitación. Esto tiene que haber ocurrido a menudo en los tiempos históricos, como por ejemplo cuando las gaviotas aprendieron por primera vez a seguir al arado en busca de gusanos o a buscar promisorios donadores de pan en los jardines de Londres. Muy re cientemente se ha producido un ejemplo de esto. Desde que comenzaron a dejarse en los escalones de entrada botellas de leche cubiertas con una tapa de estaño o de cartón ligero, los pajaritos han encontrado la manera de beberse la crema. (La primera observación regis trada se hizo en Inglaterra en 1921; en Holanda, el habito desapareció durante la guerra por falta de bote llas de leche y surgió de nuevo después de 1948.) Al parece, en diversos lugares diferentes, determinados individuos descubrieron que las botellas de leche eran fuente de alimento agradable, a veces, unos cuantos años después de que comenzaran a ponerse en uso. Desde cierto número de centros independientes el hábito se propagó en círculos cada vez más amplios, probable mente porque las masas se pusieron a imitar a los pre cursores en cada vecindario y transmitieron el nuevo conocimiento de una generación a la siguiente.8 La difusión de cierta adicción a las drogas se observa en el caso de los verderones ingleses. Se alimentan de las bayas de un arbusto ornamental de jardín que tienen un efecto intoxicante. Se cree que el hábito lo inició un solo precursor en los Midlands. Se ha venido propagando 8 Véanse James Fisher y R. A. Hinde, “The Opening of Milk Bottles by Birds” en British Birds, vol. xlii, noviembre de 1940, y “Further Observations on the same subject”, vol. xlix, db ciembre de 1951.
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
por el norte y por el sur a razón de unos cuantos kilometros al año, durante más de un siglo.9 Aunque las aves al parecer tienen un aparato de emo ciones parecido al nuestro y ciertos episodios, como el de aprender a robar de las botellas de leche, podrían dar a entender a primera vista que los animalitos poseen la capacidad de discernir la naturaleza de un problema, el aparato conceptual de las aves es muy diferente del nuestro. Están equipadas para responder a determina dos estímulos, no para analizar una situación. Así por ejemplo, un puñado de plumas rojas, atado a un palo, provocará en un petirrojo toda la hostilidad adecuada para un macho rival. Cuando comenzaron a usarse botellas de leche con tapas de colores diferentes los pajarillos de diversos suburbios se especializaron en algún color determinado (presumiblemente, aquel que el precursor de cada distrito había descubierto primero) y no tocaron las botellas que tenían tapas de otros colo res, colocadas en los mismos escalones. Esto parece des cartar la posibilidad de un verdadero discernimiento en este tipo de descubrimiento. Más bien, el proceso con siste en un ensayo y error, siendo fuerte la propensión a hacer nuevos ensayos tan sólo en una pequeña pro porción de la población y muy general la capacidad de imitar los ensayos exitosos. La originalidad y el individualismo son útiles para la especie con tal de que no se pase de algunos límites. Por regla general, es preciso imponer a todos la acep tación de un conjunto de hábitos que ha demostrado su viabilidad. Por esta razón, una infancia prolongada y desvalida, que en sí misma hace vulnerable a una espe9 Véase W. H. Thorpe, Lanning and Instinct in Animals. i9fi3, PP- 355-6-
EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
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cié, condujo indirectamente a la vida social y a un sis tema de aprendizaje de la conducta correcta, lo cual constituyó un gran salto hacia adelante en el proceso de la evolución. Los marsupiales tuvieron mucho me nos necesidad de él que los placentarios. En ellos la madre y la criatura son una unidad independiente; hasta una edad avanzada, el animalito puede meterse de nuevo en la bolsa cuando se siente en peligro. Ade más, Australia no produjo ningún carnívoro grande hasta que entró en escena el hombre, de manera que la lucha por la supervivencia fue más débil que en otros continentes. Al aparecer el nacimiento placentario y ser necesarios varios años de crecimiento antes de alcanzar la madu rez, la vida en grupo se hizo necesaria. En algunas especies, el grupo es una “familia nuclear” de una pareja con sus vástagos; en otras, un gran rebaño o tropel de muchas familias. “¿Por qué existe el grupo? ¿Por qué no vive solo el animal, si no todo el año, al menos gran parte de él? Hay muchas razones, pero la principal es la del apren dizaje. El grupo constituye la sede del conocimiento y experiencia que sobrepasan, con mucho, las capacidades del individuo. En el grupo se junta la experiencia y se vinculan las generaciones. La función adaptativa de la prolongada juventud biológica da al animal tiempo para aprender. Durante este período, mientras el ani mal aprende de otros miembros del grupo, éstos lo pro tegen. El desarrollo lento en aislamiento simplemente sería un desastre para el individuo y extinción de la especie. El hacer hincapié en la importancia de la conducta aprendida, de ninguna manera reduce la importancia
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
de la biología. Por cierto, el aprendizaje puede inter pretarse útilmente dentro del contexto adaptativo de la biología evolutiva. La biología de una especie se expresa a través de la conducta y limita lo que puede apren derse. A través de la selección, la evolución ha puesto la base biológica para que muchas conductas se aprendan fácil y casi inevitablemente”.10 El elefante de la India, evidentemente, posee más elevado desarrollo social e inteligencia para resolver pro blemas que el lémur, por ejemplo. Pero la evolución ha dotado a los lémures de visión estereoscópica y de un par de manos. El adelanto consistió en el desarrollo de la inteligencia en este físico. Los lémures parecen tener un aparato emocional muy desarrollado que cons tituye la base de la vida social en grupos grandes, pero no pudieron competir con los monos inteligentes; ac tualmente viven tan sólo en la isla de Madagascar, que los monos no invadieron.11 La vida económica de cada especie consiste en la adaptación de la población al suministro de alimentos. A menudo esto se consigue mediante el establecimiento de la propiedad sobre un territorio. El territorio es de fendido por la familia o el grupo contra otros de la misma especie, pero no contra miembros de otras espe cies cuya dieta es diferente.12 Mediante esto, cada es pecie se extiende sobre toda la región habitable para ella y cada familia tiene a mano sus medios de sustento. Este mecanismo se observa en muchas clases de aves y mamíferos, incluso insectos. Esto nos proporciona tes10 Sherwood L. Washburn y David A. Hamburg, en Primate Behaviour, p. 613; véase también p. 620. 11 Véase Alison Jolly, Lemur Behaviour. 12 S. L. Washburn y D. A. Hamburg, en Primate Behaviour, p. 615.
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timonios claros de adaptación a las necesidades técnicas de la vida, más que de una herencia común. Por ejem plo, los petirrojos cumplen estas normas muy estricta mente a lo largo de todo el año,13 en tanto que muchas otras aves sólo en la temporada de reproducción. Cuan do los alimentos son abundantes y los enemigos raros, como ocurre, por ejemplo, con los gorilas, las concepcio nes de territorio son por demás vagas.14 Son muy diversos los métodos de defensa de un terri torio. El petirrojo da a conocer sus pretensiones can tando, y ataca furiosamente a un intruso de pecho rojo. Los monos aulladores desafían al invasor para una pelea con gritos, y los lémures los desafían para un encuentro con hediondeces. En cada caso la pelea tiene una suerte de carácter ritual. Los de casa siempre ganan y los in vasores reconocen su derrota. Una especie que luchara hasta morir se expondría a extinguirse a sí misma. Una vez que se ha poblado completamente la región habitable, es preciso encontrar un mecanismo para fre nar el aumento numérico. Una especie que aumentara sin límites, tarde o temprano» destruiría los suministros de alimentos y sería víctima del hambre y de las luchas intestinas. Pero antes de volverse catastrófica, la escasez de alimentos pone freno a la multiplicación e incre menta la mortalidad infantil. Además, cuando una es pecie aumenta numéricamente, proporciona una dieta mas abundante a sus depredadores, y así se mantiene el equilibrio de la naturaleza”. Se ha observado que entre .os leones, que tienen pocos enemigos poderosos, los celos del padre estorban la alimentación de los cachorros, de manera que sólo unos cuantos de los más fuertes 13 David Lack, The Lije of the Robin. 14 Washburn y Hamburg, loc. cit.
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
logran desarrollarse. Entre algunas clases de cocodrilos, los jóvenes recién nacidos son un plato favorito del macho. Entre los animales sociales, al parecer, el territorio no tiene sólo una importancia económica: “Las ventajas adaptativas del vivir en una zona cono cida se ponen de manifiesto en el caso de un mandril que cambió de grupo. Los dos grupos habían sido estu diados antes del cambio y se conocía a este mandril como de un grupo. Había en él cinco machos adultos que lo dominaban y lo arrojaban a la periferia del gru po cada vez que trataba de entrar en él. Se pasó al otro grupo y derrotó a su único macho. En éste, por consiguiente, era el primero de los machos, por lo que toca al dominio, pero en un grupo nuevo. El grupo al cual se había trasladado deambulaba por el parque ale daño a las Cataratas de Victoria. Tal vez era el grupo más manso de toda África y sus miembros estaban acos tumbrados a los seres humanos. El nuevo macho domi nante tenía miedo a los humanos, se escondía detrás de arbustos y no se atrevía a comer el alimento que el resto del grupo estaba consiguiendo. Con el transcurso del tiempo, aprendió a distinguir unos humanos de otros y saber cuáles debía evitar, a robar mangos y escoger entre senderos. Seis semanas más tarde, cuando el es tudio terminó, este macho seguía aprendiendo la con ducta adecuada al grupo en donde era el macho más dominante. ”La base económica es un determinado espacio, pero para explotarlo el grupo tiene que aprender cuáles son las condiciones, peligros y oportunidades locales. Aun que aquí se hace hincapié en la adaptación local a través del aprendizaje, hay que recordar que las clases
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de aprendizaje están tan limitadas por la biología de la especie como por las condiciones y oportunidades lo cales. La cacería humana, por ejemplo, no podría lle varse a cabo dentro de la pequeña esfera de acción ca racterística de todos los primates no humanos, pero la recolección humana abarca también amplias superficies y el hombre puede ajustarse a cambios de estación mejor que cualquier otro primate. La importancia que tiene la amplitud de radio de acción se comprende mejor cuando se toman también en cuenta algunas caracterís ticas pertinentes del sistema nervioso central”.15 Vivir en grupo y aprender una conducta correcta requiere disciplina social. Los jóvenes no deben correr peligros. Aprenden las destrezas necesarias para la supervivencia mediante el juego, pero no deben molestar a los adultos. El grupo debe seguir a un jefe reconocido al ponerse a buscar alimentos, deben hacerse alguna clase de ejer cicios de entrenamiento para evitar o desalentar a ene migos, el grupo tiene que actuar de consuno para de fender su territorio contra grupos rivales. El mecanismo que alimenta a la necesidad de disciplina es el estableci miento de una jerarquía de rangos. El rango queda determinado, ante todo, por categorías generales. Co múnmente, la edad (hasta llegar a la senilidad) es su perior a la juventud; en algunas especies las hembras son superiores, y en muchas inferiores a los machos. Dentro de estas clases generales se jerarquiza a los individuos. Se ha observado este sistema en las aves, y en lengua inglesa la expresión “orden de picoteo” ha pasado a ser de uso común. Se ha observado entre los grajos que el orden de picoteo se establece por los ma 15 Ibidem, pp. 616-7.
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
chos y que la compañera ocupa un lugar en la jerar quía por matrimonio.16 El procedimiento común para establecer el dominio de un individuo sobre otros es el mismo que se usa para la defensa del territorio. Así, por ejemplo, entre los lémures, que marcan su territorio mediante olores, uno desafía al otro a una pelea con hediondeces, y el ganador establece su dominio cuando el perdedor reco noce su derrota. Lorenz ha señalado la importancia que tiene un ritual de rendición, así como el mecanismo que inhibe al vencedor para seguir atacando cuando aparece la señal de rendición. (Las palomas, que por lo común no pelean, carecen de este mecanismo, de ma nera que cuando, por encontrarse accidentalmente en jauladas juntas, pelean, lo hacen hasta morir.)17 Un relato curioso confirma que la respuesta consisten te en reconocer el dominio de un superior es tan innata como el impulso a procurar dominar a un inferior. Por accidente, el lémur de una especie fue aceptado por un grupo de otra especie. No tenía su clase particular de glándulas pestíferas o la capacidad de reconocer su pestilencia. De manera que nunca supo cuándo había sido derrotado y por eso logró ocupar una elevada posi ción de dominio entre ellos.18 Se supuso que el objetivo principal del sistema jerár quico era la reproducción: el gran viejo conseguía el mayor número de esposas. Tal vez sea así entre los gallos y los ciervos, pero no, al parecer, entre los monos superiores. Los chimpancés machos, que en otros aspectos 16 Lorenz, King Soloman's Ring, p. 147 ss. 17 Lorenz, Aggression, p. 207 y King Soloman’s Ring, pp. 183-518 Jolly, op. cit., p. 123.
EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
17 tienen mucha conciencia de las categorías, se ponen amistosamente a hacer cola para aparearse con una hem bra en celo sin prestar la menor atención al rango.19 Las relaciones familiares y sociales (los cuidados de la madre, los juegos y rivalidades con los compañeros de edad) son necesarias para nutrir y desarrollar el apa rato emocional del individuo, lo cual, a su vez, hace que sea posible para él la vida social. (Se ha observado en monos privados de contacto un desarrollo con defor maciones psicológicas.) La vida social requiere comunicación. Los monos su periores se comunican mediante gestos, muecas y soni dos. Sus emisiones de voz, las más de las veces, trans miten estados de ánimo y actitudes más que infor mación. “Con mucho, la mayor parte del sistema total de co municación parece consagrarse a la organización de la conducta social del grupo, al dominio y la subordina ción, al mantenimiento de la paz y cohesión del gru po, a la reproducción y cuidado de los pequeños. Las relaciones entre individuos son muy complejas en los monos, tanto inferiores como superiores, que requieren un sistema de comunicación que posea esta elevada com plejidad. Pero el sistema de comunicación no tiene ma yor aplicación para acontecimientos que no interesan in mediatamente al grupo, más allá de la existencia de señales que indican peligro potencial”.20 Ademas, los monos superiores no parecen tener la capacidad, tan desarrollada en los pájaros cantores, de imitar sonidos y aprender a repetirlos.21 Sus señales no •9 Jane Goodall, en Primate Behaviour, p. 455. 20 Peter Marler, en Primate Behaviour, p. ^84. 21 Véase W. H. Thorpe y M. E. W. North, "Origin and
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EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD
pueden desarrollarse hasta formar un lenguaje regular que podrían enseñar a sus descendientes. Independientemente de que los monos superiores se apartaron del tronco principal de la evolución, las exi gencias de la vida social produjeron en ellos muchas características que reconocemos en nosotros mismos y nos hacen pensar en sentimientos de amor, ambición, fidelidad y hostilidad contra los extraños. La vida social requiere la transmisión del conocimiento y de la des treza mediante el aprendizaje; da origen al problema moral fundamental (un conflicto de intereses entre el individuo y el grupo) que se resuelve mediante la capa cidad de someterse a un código de conducta aceptado. En cualquier grupo se observan notables diferencias de capacidad y temperamento entre individuos; hay una ca pacidad para el juego y para divertirse y se observa un gusto elemental por el adorno. Se definió al hombre como animal productor de herramientas, pero ahora se ha descubierto que los chimpancés construyen herra mientas para determinados usos.22 La característica dis tintiva de la humanidad es la invención de un lenguaje que transmite información de cosas que no están pre sentes y permite especular cosas no conocidas. Los monos superiores tienen modales, es el lenguaje el que hace hombre al hombre.
Significance of the Power of Vocal Imitation”, 'Nature, vol. covín, N9 5007, 16 de octubre de 1965. 22 Reynolds en Primate Behaviour, p. 380, y Jane Goodall, ibidem, p. 440.
II
ECONOMÍAS AISLADAS
Cuando el hombre se percató del pensamiento concep tual, valga la expresión, probablemente contaba ya con un nivel de organización social que era, por lo menos, igual al de los chimpancés. Sabía lo que debía comer y dónde encontrar su alimento. Estaba acostumbrado a aceptar algunas reglas de conducta y reconocía las rela ciones familiares. Tal y como los marsupiales que han sobrevivido en Australia y los lémures de Madagascar nos permiten comprender en parte la etapa de evolución física a la que habían llegado cuando se separaron del tronco prin cipal, así algunas comunidades humanas, que han que dado al margen de la marcha de la historia, nos per miten entender algo del desarrollo social del hombre primitivo. Estas sociedades mismas no son primitivas. Los marsupiales que viven hoy han evolucionado muy -argamente por su propia rama cuando se vieron libres de competidores placentarios. Los lémures cuentan con una estructura de vida social muy desarrollada y dife renciada, aunque se apartaron del tronco principal antes que la inteligencia se desarrollase mucho. De manera semejante, las comunidades que han sido estudiadas por .os antropólogos tienen lenguajes y costumbres muy complejos y trabajados lo que las pone a una enorme dis tancia de los chimpancés. Cada una se ha desarrollado a su manera. Las que
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están en contacto entre sí (amistoso u hostil) consideran a los extraños como individuos que “no son como noso tros,” :on un habla diferente e ideas distintas de lo que es una conducta adecuada. Los accidentes geográficos los han mantenido, más o menos, completamente aisla dos de la influencia de las grandes civilizaciones que poseen el alfabeto, lo cual ha permitido que proporcio nen a nuestra época, que tanta conciencia de sí tiene, ejemplos de la gran variedad de soluciones que se han podido encontrar para los problebas de la existencia hu mana. (Un modo de caso “fronterizo” entre el aisla miento y la conexión nos lo proporcionan sociedades, como algunas tribus islámicas de África, que nominal mente adoptaron algunas de las grandes religiones mun diales sin permitir que ejerciera mayor influencia en su modo tradicional de vida.) Probablemente nunca podrá descubrirse el modo de evolución del lenguaje, por más cráneos de antropoides que se desentierren. La observación de que los monos superiores carecen de la capacidad de imitar sonidos nuevos (de la que están dotados las aves y, quizás, los delfines) hace pensar que se produjo un gran salto en el camino de la evolución después de que el camino la teral, que condujo hasta los monos superiores, se había separado de la línea principal. El lenguaje y las inno vaciones sociales y técnicas, que hizo posibles, evidente mente tuvieron valor para la supervivencia. No hay ra zones para dudar que el lenguaje evolucionó sometido a la presión de la selección natural, como todas las de más capacidades, como la inteligencia para resolver pro blemas de los monos que se impusieron a los lémures. Pero una vez que se llegó al pensamiento conceptual, demostró encerrar posibilidades enormes que, por así de
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cirio, constituían un excedente respecto de las necesi dades de la existencia física. El juego recíproco de la conciencia y ambiente, de la libertad y la necesidad, ca racterístico de la vida humana, fue consecuencia de la adquisición del lenguaje muy por encima de las ventajas técnicas para la supervivencia. Esto se puede observar en la rica elaboración de las formas del lenguaje y usos que les han dado los pue blos de los que conocemos algo (y son una fracción di minuta de todos los que han existido). Se observa que tienen una imaginativa concepción de la vida; dan cuenta y razón de sus propios orígenes y de los fenóme nos naturales que los rodean en leyendas poéticas y han inventado una gran variedad de dioses y espíritus. Es sin duda importante, para la cohesión de una sociedad, el tener sus propios mitos, pero la necesidad no impuso el contenido particular del mito; pudo tomar cualquier forma que la imaginaión tuviera a bien forjar o que las necesidades interiores sugirieran. De manera seme jante, en muchas especies de aves los machos exhiben un brillante plumaje de dibujo y textura particulares al cual sólo las hembas reaccionarán; no importa cuáles sean los colores, con tal que sean los colores de esa especie y no otros. Los psicólogos observan cierto número de temas comunes en la mitología, que parecen corresponder se con elementos de la vida emocional del indivi duo.1 Aquí, por otro lado, las semejanzas se pueden explicar mejor por la coincidencia de circunstancias que por la transmisión de una herencia común de tra diciones. Las comunidades aisladas que sobrevivieron y pudieron 1 Véase Anthony Storr, Human Aggression, p. 48.
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ser estudiadas por antropólogos, sobrevivieron solamen te porque su modo de vida se adaptó a su ambiente, pero los relatos que cuentan de sí mismas no tienen mucho que ver con asuntos económicos. Hasta en los anima les se ha observado actividad que no tiene carácter eco nómico. Los pelícanos, cuya vida económica se realiza por completo a ras del agua, se pasan horas volando a gran altura en compañía de las grullas. La complejidad del sistema de dominio en muchas especies parece ser mayor que la necesaria para la disciplina social; da a las criaturas, por así decirlo, un objeto en la vida, aparte del mero conservar la existencia. En las comunidades aisladas, al parecer, la actividad económica no perseguía fines económicos. Los métodos acostumbrados de producción satisfacían las necesidades diarias; las necesidades eran sólo indirectamente necesi dades de subsistencia; directamente estaban gobernadas por un sistema de obligaciones religiosas y familiares, forjado con gran variedad de formas distintas. En todas estas comunidades (y por cierto, en la civilización his tórica) hubo un fuerte hincapié en el parentesco, en los tabúes contra el incesto y en las relaciones familiares. El apareamiento, la paternidad y las relaciones fraternas son las mismas para toda la humanidad; gracias a la capacidad de reflexión, que el lenguaje le proporcionó, el hombre forjó numerosas estructuras de conexiones por nacimiento y por matrimonio; la vida económica quedó entretejida en cada estructura en forma de un sistema de derechos y obligaciones. Además, era preciso hacer ofren das a los sacerdotes, a los mayores o a los jefes. Aun cuando se consideraba que tales regalos debían redistri buirse entre la gente, parte de ellos, por lo común, se quedaban en poder de los recipiendarios, pero no se veía
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mal, pues al honrar a los jefes o a los dioses la gente, valga la expresión, se honraba a sí misma.2 Es imposible definir, con precisión, un excedente de producción respecto de las necesidades de subsistencia, porque es imposible definir con precisión la subsisten cia. Las necesidades, como sabemos de sobra, aumentan a la par con el incremento de los medios con que conta mos para satisfacerlas. De todas maneras, en cualquier sociedad existe alguna noción que permite distinguir entre el pan de cada día y algún extra para un huésped, para una fiesta o para pagar un tributo a quien se le debe rendir. La exigencia imperiosa de producir un so brante es útil para la simple supervivencia. Da un mar gen para servirse de él en tiempos de escasez. Lo bastante es demasiado poco. Tal y como se necesita el incentivo del hambre para hacernos comer, así el incentivo del buen nombre y de la conducta propia es necesario para mantener en marcha una economía. En las llamadas sociedades civilizadas, son los pobres quienes se pasan la vida buscando ansiosamente medios de subsistencia y son los ricos quienes se dedican a acti vidades gratuitas; pero cuando comparamos sociedades ricas y sociedades pobres, observamos también lo con trario. Cuando se descubrió a las comunidades aisladas y se las metió en el marco de referencia del “ingreso nacional per capita" se tuvo que colocarlas muy abajo en la escala, y sin embargo, en muchas de ellas la propor ción de energía, destreza y agilidad mental dedicadas a fines no económicos era mucho mayor que lo que es común en nuestras sociedades. Esto alcanzó su apogeo en algunas islas de los mares 2 George Dalton, en Tribal and Peasant Economies, (editado por él mismo), p. 73.
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del Sur, donde no se necesita mucho trabajo para cul tivar ñames o recoger cocos. Diversas comunidades de sarrollaron ahí sistemas muy complejos de calificación social en torno a objetos que carecían de utilidad directa. El más famoso de éstos era el kula observado por Malinowski.3 Cierto número de archipiélagos (sin ex ceptuar a las islas Trobriand) forman una especie de círculo; las personas que los habitaban se valieron de esto para desarrollar un sistema de asociaciones a través de las cuales se distribuían regalos entre las islas y más allá del mar. Un conjunto de collares de cuentas rojas se enviaba en redondo, es el sentido de las maneci llas del reloj y un conjunto de brazaletes blancos se hacía circular en dirección contraria a las manecillas del reloj. No era un trueque directo lo que constituía las relaciones entre los socios. Cada uno daba sin recibir algo a cambio inmediatamente, pero confiaba en obte ner, a su debido tiempo, un regalo equivalente. Los regalos iban dando la vuelta al círculo, de manera que una pieza en particular reaparecía en cada isla una vez cada diez años. En el dar más que en el recibir, se fun daban el honor y el prestigio de los individuos y de su tribu. La noción de que es honroso dar y que el recibir un regalo implica aceptar una obligación desempeña un gran papel en muchas sociedades. Los intercambios de armaduras y tesoros entre los héroes homéricos obede cen a esta pauta.4 (Entre nosotros pueden observarse ciertos vestigios, por ejemplo, en la costumbre de de volver invitaciones a comer o de pagar rondas de be bidas.) 3 Malinowski, Argonauts of the Western Pacific. * Véase M. I. Finley, The World of Odysseus. Capítulo in.
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25 Aunque los intercambios de kula no tenían finalidad económica, sí daban lugar a importantes consecuencias económicas. Los isleños tenían que invertir en canoas y almacenar alimentos para avituallar los viajes y agasa jar a los socios visitantes. (A menudo los viajes eran de rentos de kilómetros, que requerían un espíritu aven turero y un saber náutico, esto llevó a Malinowski a bautizar con el nombre de argonautas a los isleños.) Cada tribu tenía un motivo para adquirir un sobrante y una manera aceptable de consumirlo. Además el co mercio económico se efectuaba bajo el ala protectora de ¡os intercambios rituales. Los viajeros llevaban consigo artículos que no existían en la isla que visitaban y los trocaban por productos que se necesitaban en su propia casa. Entre los pueblos de Oceania hay muchos ejemplos de vida económica organizada en torno a fines no eco nómicos. Entre los pueblos de Malekula, en la Nueva Guinea, existía un culto a los colmillos de cerdo." El diente superior que normalmente rozaría con el colmillo se extirpaba; el colmillo crecía en espiral. Algunos pagos, como el que se debía hacer por una novia o como com pensación por un adulterio, sólo podían hacerse en cer dos con los colmillos arreglados; se podían tomar présta mos y pagarse con intereses en forma de un incremento del tamaño del colmillo. El culto a los colmillos propor cionaba un incentivo para la comunidad económica, pues era preciso alimentar a los cerdos y se proporciona ban festejos rituales. Así, pues, la comunidad producía un sobrante respecto de sus necesidades inmediatas y lo consumía para incrementar su honra entre los hombres y los dioses. 5 Véase, John Layará, Stone Men oj Molécula.
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En la isla Rossel8 había un sistema que a nosotros nos parece todavía más gratuitamente complicado, aunque sin duda a sus practicantes les pareciera natural y obvio. Existían dos clases de monedas-conchas, cada una de ellas tenía una jerarquía de rangos que determinaban los valores de cambio de cada una de las piezas, pero estos valores se ejercían tan sólo en determinadas transac ciones. En el momento del matrimonio, había que dar una determinada clase de moneda. Otra clase se debía dar a los parientes de un hombre muerto para un festín caníbal, y así sucesivamente. Había un sistema de prés tamos con interés, pero cada tipo concreto de moneda tenía su tipo particular de reembolso, de manera que no estaba establecido un valor de cambios entre las diversas clases de monedas. Algunos objetos útiles o rituales po dían cambiarse por unas cuantas monedas de baja cate goría, pero, en su mayor parte, el juego consistía en ad quirir prestigio más que riqueza física. El concepto de ascender por una pirámide de rangos sociales mediante la adquisición de riqueza, la heren cia de la riqueza y posición, el concepto de interés re lacionado con el valor y duración de un préstamo, la aparición de una profesión de financieros para negociar entre quienes daban y quienes recibían los préstamos, parecen al observador moderno rasgos antecedentes de nuestra propia vida económica; sin embargo, las institu ciones y motivaciones de los isleños eran muy diferen tes de las nuestras. No se conocía el empleo del trabajo de otros para la obtención de ganancias: la inversión en medios de producción, como son las canoas y los apa• Véase Loccaine Baric, Capital, Saving and Credit in Ptasant Societies (comp. Raymond Firth y B. S. Yamey), y George Dalton, Tribal and Peasant Economies.
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rejos de pesca, se limitaba a lo que podía usar la familia de un hombre, o a lo que los miembros de un grupo que se ayudaban entre sí podían usar cooperativamente. El juego se hubiera arruinado de haber existido un proceso de acumulación en una sola dirección, en virtud de la cual unas pocas familias hubieran poseído toda la riqueza ceremonial. El ritual de los cambios, como el de los pagos por matrimonio, las celebraciones mortuo rias o la costumbre de distribuir la acumulación de un hombre en el momento de su muerte para asegurar a su espíritu una satisfactoria existencia en la otra vida, con tribuía a mantener la riqueza en circulación. En la isla Rossel la acumulación de riqueza econó mica (por contraposición a las monedas con las que se adquiría un rango) se mantenía a raya gracias a la costumbre de que un hombre retaba a otro a dar una fiesta. Entonces surgía una competencia para ver cuál de los dos podía disipar más riqueza. Un sistema muy desarrollado, consagrado a la acumu lación continua y enérgica, que no se contrarrestase a sí misma mediante una contracción progresiva de la riqueza, se observó entre los indios del noroeste del Canadá.7 Un hombre podía adquirir un lugar en una jerarquía fija de títulos honrosos por nacimiento, ma trimonio o liquidando en batalla al anterior tenedor de los mismos. Validar la sucesión a un título exigía un potlatch, ceremonia consistente en un festejo opulento, en el cual se llevaba a cabo la mayor distribución posi ble de riqueza a las tribus reunidas. Cada potlatch cons tituía un desafío para los huéspedes que se veían en la necesidad de llevar a cabo, a su vez, una distribución 7 Véase Helen Codere, Fighting With Property, Monografías de la American Ethnological Society, número 18.
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mayor. La hazaña culminante de la competencia con sistía en la destrucción de artículos de valor. Algunos discos de cobre encarnaban el colmo del prestigio (como las monedas de más alto rango en la isla Rossel); un jefe podría derrotar a otro arrojando al fuego su disco más apreciado. Para respaldar a su propio jefe y librarlo de la vergüenza, cada tribu se entregaba a la acumu lación de existencias; y la gente del común daba potlatchs para celebrar acontecimientos en sus propias familias; de tal manera se requería un gran gasto de energía y la actividad productiva se mantenía a gran ritmo. El contacto con los traficantes en pieles permitió a las tribus la obtención de riquezas fáciles y las mantas de fábrica se convirtieron en la moneda principal del potlatch. Al mismo tiempo se desalentaba la guerra como medio sustituto de establecer el prestigio social. El sistema del potlatch se hipertrofió y la distribución y destrucción de riqueza se fue volviendo cada vez más extravagante. El gobierno canadiense proscribió el potlatch en nom bre de los buenos principios económicos, pero se nece sitó un siglo para desarraigar la práctica e inducir a los orgullosos indios a ganarse la simple subsistencia en los rangos inferiores de la sociedad civilizada. Lo anterior nos proporciona ejemplos de cómo puede preservarse la racionalidad económica en una comuni dad a manera de producto derivado de creencias y emo ciones de los individuos que no tienen el menor signi ficado económico. Hay también ejemplos de comunida des aisladas en las cuales la actitud respecto de los asun tos económicos era mucho más directa. Por ejemplo, se nos ha ofrecido el relato siguiente de la tribu Bushong del África central. “Para el bushong el trabajo es el medio para la obten-
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don de riqueza, y la riqueza lo es para la obtención de un rango. Hacen gran hincapié en el valor del esfuerzo y realizaciones del individuo, y están dispuestos tam bién a colaborar colectivamente durante un periodo pro longado cuando es necesario elevar la producción. ”E1 bushong habla y sueña constantemente de la ri queza y con la riqueza y a menudo salen de sus labios proverbios qué dicen que es el escalón conducente al rango elevado. La riqueza, el prestigio y la influencia en la corte están explícitamente asociados”.8 En este caso el término riqueza tiene el significado liso y llano de cosechas alimenticias y de bienes caseros, aunque pre sumiblemente el beneficio principal por ella proporcio nado era la capacidad de hacerse merecedor de respeto de sus parientes y clientes. Estos pueblos fueron observados después de haber adquirido algún conocimiento de la economía del mer cado, a través del gobierno del Congo (Belga). Es muy variada la reacción de los diversos pueblos al entrar en contacto con el mundo capitalista. Los que se adap taron más fácilmente a la vida comercial, fueron, tal vez, quienes contaban con algún elemento correspon diente en sus propias instituciones. Es notable que los vecinos cercanos de los bushong, los lele, que parecen estar emparentados con ellos, posean nociones de dignidad y prestigio totalmente opuestas, que no dan cabida a la adquisitividad.® A partir de la gran variedad de cultura que pueden ser estudiadas en tiempos modernos podemos llegar a la conclusión de que la combinación de tradiciones ex 8 Mary Douglas, en Markets in Africa, comp G. Dalton, pp. 200-1. 0 Ibidem.
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presas, con una capacidad de aprender a partir de los experimentos de individuos originales, dio a la humani dad una gran libertad para forjar instituciones que no estaban estrechamente ligadas por la necesidad física. Sin embargo, al mismo tiempo, los hábitos de cada comuni dad se arreglaban de manera que se ajustasen a las exi gencias de su hábitat. Las comunidades aisladas del Pacífico se sustentaron principalmente mediante el cultivo de verduras: proba blemente llevaron consigo, en sus viajes, a los cerdos. Australia fue poblada en una etapa anterior de desarro llo durante la cual los hombres como los monos, vivían de lo que podían recoger y capturar de entre las plan tas, insectos y animales de su medio ambiente. En el Ártico central no hay verduras. Allí el hombre se dio un género de vida que dependía en su totalidad de la caza.10 No era primitiva, en el sentido de asemejarse mucho a la de los monos. Presumiblemente, los antepasados de los esquimales llegaron del Asia, y estaban acostumbra dos a una dieta mixta, pero quedaron aislados, en la edad de hielo, en una región en donde la supervivencia los obligó a adoptar costumbres adecuadas. De manera semejante, el puñado de humanos que ha sobrevivido en el desierto de Kalahari ha tenido que adoptar una vida de dureza y austeridad, la única que permite el desierto, aun cuando sus antepasados compartieron con los leones la caza abundante de África. El sistema territorial lo mismo para el hombre que para las demás criaturas, fue una necesidad económica. La superficie necesaria para sustentar a un grupo de10 Véase R. L. en Man the Hunter, comp. R. B. Lee y I. De Vore, p. 42.
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rendía de lo que ella suministraba; en la árida Australia, an hombre, al igual que un canguro, tiene que andar mucho para encontrar el sustento. Donde abunda el ihmento, se hace posible vivir cerca de otros. A veces la misma zona proporcionaba territorio trasplante para comunidades distintas, que establecieron una simbiosis con base en los diferentes métodos de explotar sus re cursos.11 Los animales territoriales defienden su espacio vital con toda una variedad de métodos propios de la he rencia biológica de cada especie particular. El hombre, liberado por el lenguaje de normas fijas de conducta, ha forjado la concepción de la propiedad, de la legítima tenencia. Entre los nativos de las regiones áridas de Australia, por ejemplo, en donde la vida económica es casi nómada, cada clan tiene su patria querida. El miem bro individual del grupo la considera como su lugar de nacimiento, aun cuando su madre se haya encontrado viajando fuera de él en el momento en que nació. Sin embargo, el espacio en donde se podía recolectar alimen tos no era exclusivo. Se consideraba virtuosa la gene rosidad y hospitalidad con los demás clanes.11 12 Algunas tribus desalentaban la invasión de sus tierras liquidando a los grupos de intrusos en cuanto los descubrían.13 Pero reconocían la legitimidad de zonas amortigua doras entre sus pretensiones y las de sus vecinos.14 Otro método pacífico de guardar las fronteras (del cual hay ejemplos en la India) consistía en que cada tribu inter cambiaba mujeres con sus vecinos de manera que toda 11 12 13 14
Véase John Turnbull, Wayward Servants. Véase L. R. Hiatt, en Man the Hunter. Op cit., Discussion, p. 158. Ibidem, p. 157.
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una zona quedaba cubierta por una red de parentesco perfecto que respetaba los derechos territoriales de cada una.1516 Una sociedad humana que habitaba en una zona donde no se podía satisfacer alguna necesidad, como la sal, necesitaba de algún intercambio internacional para sobre vivir, pero se lo explicaba a sí misma de manera muy diferente o, como era el caso de los kula, el comercio necesario puede haber estado incidentalmente relacionado con deberes rituales. Además, el comercio no se limi taba a lo necesario. Los habitantes de Norfolk, durante el neolítico, manteían un comercio de exportación de hachas de pedernal y al parecer la utilidad principal que obtenían era la de importar ámbar del Báltico.18 Presumiblemente los re cursos locales bastaban para atender las necesidades; un comercio muy voluminoso o pesado no habría podido desarrollarse sobre tan grandes distancias; el hermoso material exótico tenía quizá un significado ritual o daba acceso a un rango social. Nunca sabremos cómo se llevaban a cabo los cambios. Pueden haber surgido a partir de algún sistema de regalos, como el que vimos en el Pacífico, o haber expre sado un culto religioso. Sin embargo, al parecer em pezó a funcionar una especie de comercio, pues las hachas se convirtieron en moneda.17 Es una falacia de los manuales de economía que el trueque exige una coincidencia doble, es decir, que yo tenga una hacha de más y quiera ámbar precisamente cuando otro se en cuentra en situación opuesta. Cualquier objeto duradero 15 Véase, B. J. Williams, en Man the Hunter. 16 Véase, J. G. D. Clark, Prehistoric Europe, p. 264. 17 Ibidem, p. 250.
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33 del que exista deseo general es vehículo del poder de compra. Con el ámbar se podían adquirir más hachas de las necesarias para el uso propio, y con ellas comprar otros bienes que se deseasen, o guardarlas como depó sito valioso para hacer compras más tarde o adquirir el prestigio de poseedor de riquezas. Uno de los primeros usos del cobre fue hacer hachas simbólicas que se con virtieron en moneda corriente, con piezas de denomina ciones diferentes.18 Otra clase de relación internacional, que evidentemen te se desarrolló muy pronto, fue la guerra. El lenguaje y la tradición son cohesivos dentro de un grupo, pero diferenciadores entre grupos. Todos los hombres son de una misma especie y (desgraciadamente para algunos de ellos) pueden cruzarse y tener descendencia. Grupos separados durante milenios adquirieron conjuntos de genes que produjeron características adecuadas a sus con diciones de vida (pieles más obscuras y una mayor ca pacidad de sudar tal vez fueron adaptaciones a la vida en climas calientes) así como muchos rasgos que no parecen tener un uso determinado. Estos grupos am plios se escindieron en innumerables fragmentos dife renciados por el habla y la mitología, y entre algunos de ellos las armas, que, presumiblemente se forjaron primero para capturar alimentos o para defenderse de los animales depredadores, comenzaron a utilizarse para pelear. Entre los pueblos que han sobrevivido y han sido estudiados por los antropólogos se han observado dos claros tipos de guerra. El primero es la guerra como si fuera deporte. Entre los cazadores de cabezas de Bor18 Ibidem, p. 264.
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neo, los jóvenes tenían que demostrar su valor yéndose en expedición para traerse la cabeza de un individuo de una tribu vecina, cosa que el ritual exigía cuando moría un jefe. En Malekula, una isla se dividía en dos bandos y sus disputas se solían zanjar peleando; y entre los pueblos de las islas pequeñas y los de las regiones costeras de la isla grande también había guerras. La re gla que gobernaba estas guerras era que en cada bando debía quedar un número igual de muertos (por lo común dos o tres). Así, pues, eran ambos vencedores los que corrían peligro después de cada batalla y cuando la guerra (que tenía como consecuencia también arrasar los huertos de los adversarios) se volvía muy peligrosa, los vencedores voluntariamente entregaban uno de sus propios hombres para que los otros lo sacrificaran y co mieran, con lo cual se llegaba a un acuerdo y se hacía posible la paz.19 El sistema se desequilibró cuando un bando adquirió armas de fuego de los comerciantes blan cos y casi barrió del mapa al otro. Fue éste un grave error, del que los vencedores se arrepintieron amarga mente cuando descubrieron hasta qué punto había echa do a perder su modo de vida.20 En la Nueva Guinea se descubrió, en un valle monta ñoso, a un pueblo de la edad de piedra que había vi vido aislado hasta 1961.21 Para ellos, la guerra entre tribus adyacentes era algo continuo, y consistía en ba tallas en toda forma y en incursiones subrepticias. Des pués de la muerte de un enemigo se celebraba un triun fo ceremonial y después de cada muerte se llevaba a cabo un complejo funeral y se hacían planes para el desquite 19 Layará, op. cit., p. 599. 20 Ibidem, p. 603. 21 Véase, Peter Mathiesson, Under the Mountain Wall.
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ia venganza. El rango se establecía en relación a la rapacidad de dar muerte a otros hombres. Existía una categoría de hombres “sin ningún valor”, que eran los que no querían o les daba miedo pelear. No se les obli gaba a ir a la guerra, pero se les menospreciaba y se jes podía robar con impunidad. La guerra carecía de motivo económico; había tierras suficientes para todos; la población se mantenía a raya mediante el aborto de las mujeres.22 El botín de guerra consistía en armas capturadas, que proporcionaban más gloria que rique za.23 Se censuraba el asesinato y el ataque contra hom bres de la misma tribu.24 Entre otros animales, las luchas por el territorio y □or la posición o rango rara vez terminan con la muer te, y cuando tal cosa ocurre es por accidente. Un meca nismo de la rendición inhibe al vencedor.25 El aparato emocional que permite al hombre disfrutar del dar muerte, sin duda hunde sus raíces en la capacidad de ira con que otros animales defienden su territorio, pero se ha desarrollado muchísimo más. Los estudiosos de la psicología patológica vinculan la capacidad de odio con la frustración debida a una infancia desvalida prolon gada.26 Cualesquiera que puedan ser sus raíces emociona les, parece ser que el lenguaje y la racionalidad dieron origen al concepto de enemigo. Bien puede ser que la guerra sea la determinante del odio y del sadismo, en vez de que sea el odio la causa de la guerra. Las cualidades desarrolladas en la guerra como de-
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Op. cit., p. 27. Ibidem, p. 86. Ibidem, pp. 31 y 76. Véase p. 16. Storr, op. cit., p. 44.
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porte se utilizaron para fines más serios en otro tipo de guerra, la de conquista. Un pueblo que por su tec nología o su disciplina y organización superiores podía vencer a los otros, arrojaba a los débiles de sus tierras, los esclavizaba o les imponía un tributo. En varias re giones de África y China una pequeña imagen de la dominación racial sobrevivió independientemente de las grandes civilizaciones imperialistas. La primera clase de guerra, como el comercio en obje tos rituales o las ceremonias del potlatch, permite a los individuos de una sociedad competir para obtener pres tigio. Exige la producción de un sobrante y proporcio naba maneras de consumirlo. (Los esquimales no podían entregarse a este tipo de actividades, porque su vida era demasiado dura.) La segunda clase de guerra es el medio por el cual un grupo puede quitar un sobrante a otro grupo. Ambos elementos se hallan presentes en nuestra propia historia. De los multiples y variados tipos de organización social ideados por la humanidad, pocos han sobrevivido o han quedado sometidos a la curiosidad moderna. Los que han llegado hasta nuestros días, presentan una gran variedad, pero muchas semejanzas. Los hombres que los hicieron tenían un aparato emocional muy semejante e igual capacidad para desarrollar la inteligencia me diante el lenguaje. Todos se enfrentaron al mismo con junto de problemas: poner firmes bases económicas, regular la vida familiar, establecer reglas de conducta propia y transmitirlas de generación en generación. Estos tres conjuntos de problemas (económico, procrea tivo y político) el hombre los comparte con los monos superiores. Es exclusivo de él un cuarto conjunto, el de la organización de la guerra.
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Para cada problema existió una variedad de soluciones pesióles (tal vez se ensayaron muchas que no resultaron rabies); toda solución descubierta fue recamada de ra cionalizaciones imaginativas, que enseñaron a quienes la aceptaron, o tuvieron que aceptar, que era la única so lución correcta. Las semejanzas que se observan entre varias sociedades a veces pueden atribuirse a la heren cia de una tradición común, pero en su mayoría pare cen provenir, como la semejanza entre el perfil de un reptil y el de un pez, de las exigencias de la situación en donde surgieron.
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La primera forma de agricultura tal vez se descubrió por accidente. Quizá cuando el incendio de un bosque des truyo la vegetación y espantó la caza, la gente descu brió que entre las cenizas crecían semillas; en todo caso, la quema se convirtió en un sistema regular de desmonte de terreno. De un mismo suelo pueden levantarse dos cosechas y luego es necesario trasladarse a otro campo. Con un territorio suficiente un pueblo podía sustentar se, plantando las mujeres y cazando los hombres, con muy poco trabajo. En términos modernos, la producción por hectárea era muy baja y el producto por hombre-hora de trabajo, muy elevado.1 El ingreso total, como en las islas de los mares del Sur, estaba constituido por lo ne cesario para satisfacer el estándar común de consumo, con un sobrante (si no para la guerra) para sustentar a un jefe, a sacerdotes y honrar a los dioses. (Los pue blos que viven de esta manera hoy en día figuran entre los mas pobres; en contraste con el nivel de consumo que otros alcanzan trabajando muchísimo más.) Para restaurar toda la capacidad productiva de una par cela del bosque se requieren unos veinte años de bar becho. La vegetación secundaria es más fácil de des montar que el monte virgen; el mayor rendimiento por unidad de trabajo se obtenía cuando había territorio su1 Este razonamiento y el siguiente están tomados de la obra de Esther Boserup, Conditions of Agricultural Growth.
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¿dente como para permitir que una quinta parte de él k cultivara al mismo tiempo y cuando toda la zona había sido trabajada por lo menos una vez. La destreza y el ingenio del hombre trastornaron el ‘equilibrio de la naturaleza”. Fue capaz de tener y ali mentar niños en número mayor que el necesario para mantener estable la población, de manera que su densi dad en un determinado territorio fue aumentando gra dualmente. Al principio el problema del aumento nu mérico pudo resolverse incorporando nueva superficie de □osques virgen al ciclo de los cultivos, pero cuando se agotaron estas tierras la reutilización de cada lote co menzó a acelerarse y el período de barbecho a reducir se. de manera que las quemas se hicieron demasiado frecuentes como para permitir la reaparición del bosque. El bosque quedó destruido y convertido en matorrales o praderas. Ya sea por esta razón o por un cambio de clima, los hombres tuvieron que aprender otra manera de ganarse el sustento. Un desarrollo más o menos semejante, pero del cual sabemos mucho menos, presumiblemente fue el que condujo desde la cacería de rebaños de bestias, como los búfalos o los renos, hasta su domesticación y cría. Donde hubo agua, la agricultura, y la cría de animales fueron unidas a través del arado y el cultivo sedentario se convirtió en base de la vida. Entonces apareció en la conciencia el concepto de la propiedad de la tierra. Incluso en el sistema de cultivos migratorios, era conveniente que cada familia tuviera su propio huerto dentro de la superficie quemada, pero cada una podía tomar toda la tierra que su trabajo y su simiente le permitiesen cultivar; la zona que había de quemarse se elegía de manera que todo el mundo en-
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contraía acomodo. No había motivos de conflicto y el sistema legal (de que cada familia tenía derecho a la cosecha que había cultivado) sin duda parecía ser tan obvio que no valía la pena mencionarlo. Esta base eco nómica podía ajustarse a una gran variedad de sistemas de parentesco y redes de obligaciones mutuas, como las observadas entre las sociedades aisladas. Al llegar el ara do el sistema legal tuvo que ajustarse a nuevas condi ciones técnicas. Algunas tribus de África mantienen, hasta nuestros días, un sistema de propiedad común. Teóricamente, la tierra pertenece al jefe, que la distri buye para ser trabajada en proporción a la mano de obra disponible. La herencia familiar, sin embargo, era una noción bastante obvia, y demostró tener ventajas técnicas, puesto que puso en juego al fuerte motivo de los sentimientos familiares como estímulo para trabajar o ahorrar. La herencia matrilineal era el sistema más claro y directo (es sabio el que conoce a su propio padre) pero donde todavía existe es causa de inconveniente para un hombre el tener que contribuir al ingreso de los hijos de su hermana y no de los suyos propios. Cuando la cria de animales sustituyó a la caza y el arado reemplazó al palo para cavar, la posición económica de los hom bres pasó a ser dominante y se puso en boga la herencia patrilineal. En la Europa medieval se desarrolló un sistema de barbecho de tres años; los animales que pastaban en los barbechos los abonaban. Este sistema requería que toda una aldea trabajara conforme a un plan común; cada familia tenía algo de tierra en cada zona, de ma nera que podía levantar una cosecha cada año. Según la ley hebrea, la tierra debía trabajarse indivi dualmente, pero todo el mundo tenía que respetar un
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sabbath” que establecía un barbecho de un año por cada siete. Esto debe haber traído consigo la acumu lación de existencias del producto de seis años de trabajo. La gran densidad de población en algunas regiones de Asia hizo necesario el cultivo anual; con tal que haya riego y abonos, el arroz puede cultivarse continuamente en un mismo campo. Los animales tienen que alimen tarse mediante plantas cultivadas. (Las horas-hombre que se necesitan para alimentar a las bestias tienen que descontarse de los cultivos para el consumo humano.) En algunas partes de China, la intensidad del cultivo era tan grande que ni siquiera se usaban animales. El arado cedió su lugar al azadón, los desechos humanos y el cieno de los ríos se utilizaron como abono, en al gunas regiones se levantaron dos y hasta tres cosechas. En la India, la gran explosión de población comenzó en fechas recientes; un par de bueyes se consideran aún como el mínimo de equipo indispensable. En las condiciones asiáticas, el cultivo individual cons tituía la norma, aunque se acostumbraba en algunos lu gares la ayuda mutua en temporadas de gran trabajo. La tradición y el prudente apego a los métodos cono cidos impusieron tanta uniformidad como el programa común requerido por el sistema de tres campos. En algunas regiones de la América precolombina, con el azadón se sostuvo una población densa; no se cono cían los animales de tiro, ni la rueda. Dados la geografía y el clima, un aumento de la po blación, en cualquier región, requería un aumento de la producción por hectárea a expensas de reducir la pro ducción por hombre-hora de trabajo. (La población que no podía adaptar su técnica al aumento de la pobla ción quedaba aniquilada o emigraba para conquistar
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otras tierras.) Los cambios que el aumento de la den sidad de población requiere pueden dar lugar a una revolución fundamental de la sociedad, así como de su técnica, como fue la adopción del arado, por ejemplo, o pueden llevarse a cabo mediante una presión continua gradual, como fue la fragmentación de las tenencias, que culminó en que los animales de tiro cedieron su lugar a un trabajo humano cada vez más intensivo. A lo largo de la historia registrada los campesinos han sido la presa de la civilización, y en fechas recien tes son pocos los que todavía no han sido incorporados al sistema económico del mercado, o a una economía socialista, pero a partir de algunos restos dispersos, que aún subsisten, es posible reconstruir el proceso por el cual evolucionó una sociedad libre de cultivadores. Podemos suponer que cuando el tamaño de las tierras era proporcional a la técnica conocida, el factor limita dor era el trabajo. Cada familia no realizó más trabajo que el necesario para abastecer sus propias necesidades, así como para cumplir sus obligaciones, entre las que fi guraban contribuciones a gastos públicos reconocidos para la administración y religión. Con tal economía, la producción de las familias, casi en su totalidad se destinaba a su propio consumo. La acumulación podía consistir en abrir nuevas tierras, au mentar el número de cabezas de ganado, construir edifi cios y hacer herramientas. Por lo que respecta al ganado, la acumulación exige abstenerse del consumo (criar un ternero en vez de matarlo), pero otras clases de inver sión requerían más de trabajo extra que abstención del consumo; por cierto requerían un consumo extra, ya que un trabajo más duro exige más calorías. Incluso en los tiempos neolíticos, existían evidente-
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mente especialistas; la minería y el hacer armas y herra mientas de pedernal requerían conocimientos y destreza, como también acceso a determinados recursos natura les. (El que determinados individuos se hayan conver tido o no en especialistas de tiempo completo tiene que haber dependido del tamaño de la comunidad. En un grupo pequeño los especialistas dedicarían parte de su tiempo a trabajar como los demás en los campos.) La especialización trae consigo el cambio. Adam Smith con sideró que entre iguales, los bienes se cambiarían a razón de las cantidades de trabajo necesario para producirlo, pero una cantidad igual de trabajo no tenía sentido allí donde, por la naturaleza del caso, cada clase de tra bajo era diferente. Desde los más remotos tiempos, in dudablemente, las diversas clases de servicios se valoraron por razones diferentes (el sacerdote era más apreciado que el barbero) y el pago en granos por la destreza del herrero o del cestero tuvo que fijarse a un nivel que les permitiera alcanzar lo que la comunidad consideraba un adecuado estándar de vida. Puesto que los rendi mientos varían según las diferencias de clima en distintos años, tales pagos quizá se hicieron en una parte de la cosecha más que en forma de una cantidad concreta de granos. El saber y las herramientas del especialista se debieron transmitir de padres a hijos conforme a un sistema semejante al de la propiedad de la tierra. Son posibles distintos tipos de herencia: sucesión del hijo mayor a la muerte del padre (o al retirarse en búsqueda de la salvación, práctica común en las sociedades bu distas y conocida también en otras partes). La herencia mancomunada de los hijos, división de la propiedad entre hijos varones o entre todos los hijos. El matrimonio puede requerir un pago a la familia de la novia o una
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dote de su familia. Las sociedades patriarcales, por lo común, tienen el concepto de bastardía o de esposas su periores e inferiores. Los bastardos y los hijos menores eximidos de la herencia, a no ser que existiera otra ma nera de ganarse la vida, tenían que servir a sus parien tes y ser alimentados por ellos. En sociedades más complicadas, fue la ansiedad de un hombre en averiguar si sus herederos eran sus propios hijos lo que condujo, al parecer, al culto de la virginidad femenina y al concepto del “honor” de una hija, hermana o esposa. “La casti dad de las mujeres —como dijo el doctor Johnson—, tiene enorme importancia puesto que toda la propiedad depende de ella.”2 También puede haber tenido otras raíces en las nociones mágicas de los pueblos primitivos. En algunas sociedades se convirtió en la base de una clase de deporte, como el que se pinta en las comedias de la época de la Restauración en Inglaterra, de seducir a las mujeres de otros hombres y proteger las propias. En la mayoría de las sociedades, estuvo acompañada de la institución de la prostitución, para reconciliar la se xualidad masculina sobrante con las exigencias del sis tema de familia. Los problemas de la familia están vinculados no sólo con la base económica de la vida, sino también con la organización social. La propiedad de tierras y ganado es un vehículo para la competencia de posición so cial. Hasta nuestros días, decimos que es grande el hombre que tiene muchas posesiones. A través de la propiedad las relaciones familiares entraron en lucha. Donde se acostumbraba pagar un precio por la novia las cifras eran un bien apreciado; donde se requería 2 James Boswell, Life of Dr. Johnson (edición Allen and Unwin), vol. n, p. 86.
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dar dote constituían una carga para los recursos de la familia. Para un hombre era una ventaja tener muchos hijos con los cuales trabajar la tierra, pero era un in conveniente tener muchos hermanos que la compar tiesen con él. En cualquier sistema de herencia, los azares de la vida familiar determinaban cambios en la relación de la propiedad de tierras con el trabajo existente para trabajarla, de manera que algunas familias llegaban a tener mas tierras que las que podían cultivar, en tanto que otras se encontraban con menos tierras. Además, también entraron en juego diferencias de temperamen to. Unos hombres son industriosos y adquisitivos, mien tras otros son descuidados, ociosos o desprendidos. Existe alguna tendencia a frenar la acumulación. La familia mas rica casa a sus hijos temprano, de manera que el numero de personas aumenta más rápidamente y la su perficie por cabeza se reduce en la tercera generación. Pero esta tendencia, por lo general, ha sido demasiado débil para contrarrestar las fuerzas que obran en contra de la igualdad. En una sociedad en la que está permitida la desigual dad de posesiones entre familias, ésta se perpetúa. Quie nes tienen un sobrante de tierras, pueden hacer uso del trabajo de otros, ya sea empleándolos a cambio de un salario o alquilándoles las tierras a cambio de una parte del producto. De ambas maneras, la propiedad se con vierte en fuente de ingreso, independientemente del trabajo de sus propietarios. Cuando los cultivos son de temporada, surge otra fuente de ingreso de la propiedad. Incluso cuando exis ten tierras que puedan abrirse al cultivo, para aprove charlas un hombre necesita semillas, herramientas, tal
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vez animales de tiro y, sin duda, medios de subsisten cia durante el período que habrá de transcurrir entre la siembra y la cosecha. Quienes no tienen lo suficiente para vivir hasta la cosecha siguiente, pueden mantenerse tomando un préstamo que prometen pagar cuando se levante la cosecha. De esto surge naturalmente el con cepto de interés, o de pago de una cantidad mayor que la tomada en préstamo. Así, la familia que tiene un excedente respecto de sus necesidades puede aumentar su ingreso todavía más prestando con interés. Pero el in terés máximo que puede obtenerse es la diferencia entre lo que un hombre puede producir en un año de trabajo en la tierra de que dispone, y lo que consume para vivir. Dentro de esos límites, la tasa puede ser establecida, por costumbre, en números redondos. Entre los hausa, antes de ser incorporados a la moderna economía monetaria, “dos fardos de grano de guinea pagaban, en la época de la cosecha, cada uno de los tomados en préstamos, en la temporada de siembras o, si el prestamista era generoso, tres fardos pagaban dos tomados en présta mo”.3 Así, un hombre que tuviera dos veces más gra nos que los que necesitaba para consumir podía comerse una parte y prestar la otra. Luego recibiría las dos partes a la siguiente cosecha, prestaría la mitad de nuevo y así podría seguir indefinidamente sin volver a trabajar o ahorrar, utilizando tan sólo su “ingreso no devengado”. El prestamista generoso que pedía el 50%, en vez del 100%, probablemente, era un terrateniente que no que ría aprovecharse completamente de la pobreza de sus 3 Firth, op. cit., p. 30. El profesor Firth, que razona en tér minos de mercado, sostiene que el valor del reembolso que daba cancelado por la baja en el precio del grano después de la cosecha, pero esto en nada afecta a la generación del in greso procedente de la propiedad en términos de grano.
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vecinos. La prohibición del interés y el año de jubileo en el que todas las deudas se cancelaban según la ley hebrea tenían como objeto frenar la acumulación pro veniente de esa fuente. Del sistema de préstamos nació el sistema de dar la tierra en prenda. Esto permitió a las familias ricas adquirir las tierras de los deudores incumplidos. Las familias que habían perdido sus tie rras tenían que convertirse en asalariados o en aparce ros. Puesto que la vida familiar estaba vinculada a la propiedad, pudo establecerse una clase de terratenientes dentro de la cual se concertaban los matrimonios, y una clase de trabajadores que lo único que podían dejar de herencia a sus hijos era la pobreza. En muchos idio mas se han compuesto relatos románticos del conflicto trágico entre el amor y el deber. Una familia independiente, que tuviera tierras sufi cientes para mantenerse, podría trabajar sólo lo que con siderara necesario. (Esta libertad quedaba limitada cuan do los cultivos tenían que hacerse en común, como en el sistema de tres campos, pero aun en él unos habrían de preocuparse más que otros.) Al trabajar más durante el año, la familia obtenía un producto mayor, ya sea cultivando una zona más amplia de sus tierras o em pleando trabajo más intensivo, por ejemplo, desyerbando. Se propondrían como meta producir todo lo necesario para vivir, sin agotarse en el trabajo. Para decirlo a la manera de los economistas, equilibrarían la utilidad del ingreso con la desutilidad del trabajo. La familia que no tuviera tierras tendría que trabajar mucho más. El aparcero que entrega la mitad del producto bruto de una parcela para tener derecho a trabajarla, tiene que producir dos veces más que una familia libre que tenga un terreno igual, para poder comer tan bien como
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ésta. (Y más de dos veces, puesto que entrega la mitad del producto bruto y tiene que sacar de su propia mi tad las simientes.) Para obtener dos veces el producto, necesita trabajar más de dos veces. Para decirlo como los economistas, después de un determinado punto, apa recen rendimientos decrecientes del trabajo aplicado a una determinada superficie, dentro de una técnica agríco la dada, de manera que, por ejemplo, un 10% extra de hombre-hora trabajado durante un año rinde me nos del 10% del producto extra. Dependiendo de la naturaleza del suelo y de la técnica que use, tal vez le resulte imposible producir lo suficiente para mante ner el mismo nivel de vida que la familia independiente, de manera que no sólo trabajará más, sino que comerá menos. La familia dueña de muchas tierras, por otra parte, puede consumir más que la familia libre y trabajar menos. El primer uso que dan al sobrante que están obteniendo consiste, por lo común, en apartar a las mu jeres del trabajo en los campos. Después emplean cria dos y esclavos domésticos de manera que sus mujeres tampoco tienen que trabajar en el hogar, y por último los hijos también se libran del trabajo. Se utilizan agen tes y matones para asegurarse de que los aparceros pa garán, y el sacerdote, que recibe una parte de sus beneficios, predica la resignación a los pobres. En todo momento, el nivel de las rentas y de los intereses se fija por costumbre y mediante el uso de números redondos, pero en las situaciones se puede observar un elemento vasto de oferta y demanda. Cuan do la población está aumentando, crece la demanda de tierras. El terrateniente puede obtener aparceros para lotes más pequeños, de manera que les es preciso tra-
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bajar más para vivir. El producto total de una super ficie dada se eleva y con él el ingreso del terrateniente. Aun cuando haya tierras para nuevas colonizaciones, los pobres no pueden utilizarlas si sólo cuentan con sus manos. Los terratenientes suelen establecer nuevas al deas y prestar a sus hombres lo que necesiten hasta que deban comenzar a pagarlo. O como dicen los econo mistas, el aumento de la población reduce el producto marginal del trabajo y eleva el producto marginal de la tierra, de manera que el ingreso medio baja en tanto que la riqueza del terrateniente se eleva. Malthus sobresaltó al humanitario siglo xvni con la doctrina de que el aumento de la población supera en todas partes al incremento de los suministros de ali mentos y encontrará su freno en la miseria y el ham bre. Según el análisis anterior de las consecuencias de la propiedad familiar de las tierras, es claro que la mi seria malthusiana surgiría (con la técnica existente) cuando la cantidad máxima de trabajo que un hombre puede efectuar en un año no fuera capaz de rendir lo suficiente para el sustento de su vida. Pero enton ces, no tendría excedente que entregar al terrateniente o al usurero. Se vería reducido a la miseria, mucho antes de llegar a esa etapa, por sus exacciones. Pero si no hubiera terratenientes no habría excedentes, pues las familias libres no tendrían qué producir más de lo necesario para su consumo.
IV
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El entrelazamiento de la propiedad con las relaciones familiares tal vez pudo dar origen a una clase de terrate nientes en circunstancias de paz, pero su origen más fre cuente ha sido la guerra. No sabemos si la guerra se desarrolló primero como un deporte o como una forma de cacería al tomar a otros hombres como presa cuando escaseaban los animales; lo que sí sabemos es que nin guna parte del mundo (con excepción del círculo ártico) ha sido inmune a ella en alguna de sus formas. Allí donde los vecinos se encuentran al mismo nivel técnico y las armas no son demasiado poderosas, como es el caso de los pueblos de la edad de piedra observados en Nueva Guinea,1 la guerra puede proseguir indefini damente. Cuando se eleva el nivel técnico gracias al uso de metales surge el sistema de clases al que, con alguna vaguedad, se le llama feudalismo. Los caballeros pelean y organizan la guerra, en tanto que los agricultores se ven obligados a sustentarlos suministrando un sobrante agrícola de su propio consumo y a permitir que sus hijos sean reclutados para llenar las filas de los ejércitos. Los agricultores de cada zona tienen sobrados motivos para mantener a sus propios caballeros, a fin de que los caba lleros de otras partes no los ataquen y asesinen. Cuando un grupo puede aplastar a otro, por superio ridad numérica, por una mejor organización, por la 1 Véase p. 34.
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51 aparición de un jefe poderoso o el alcance de un nivel superior de eficacia en armamentos y tácticas, entonces la guerra se convierte en conquista. En muchas partes, durante épocas perdidas para la historia, unos pueblos expulsaron a otros menos bien equipados para la guerra, de sus tierras y se establecieron en ellas. En fechas recientes, esto se observó cuando los bantúes quitaron Sudáfrica a los bosquimanos y cuando los cristianos se apoderaron de América del Norte. Más a menudo, el pueblo conquistado siguió traba jando y entregando sus excedentes a los nuevos amos. Cuando los conquistadores estaban organizados ya en una jerarquía social, tierras y cultivadores para traba jarlas se distribuyeron a los caballeros y los rangos in feriores se elevaban por encima del nuevo orden más bajo integrado por los antiguos habitantes del país. Otro uso económico de la guerra fue la captura de esclavos. El sistema de utilizar esclavos para cultivar la tierra mientras los caballeros se dedican a la guerra pudo observarse en muchos reinos africanos. Su ejemplo más famoso (aparte de los tiempos modernos) fue el impe rio ateniense. (Esparta dependía menos de los esclavos capturados que de una población nativa a la que utiliza ba como hilotas.) Sin embargo, una sociedad no puede estar integrada únicamente por señores y esclavos. Tiene que existir una población libre de rangos inferiores, su ficientemente numerosa, que se ponga del lado de los caballeros y les ayude a tener a raya a los esclavos. En Atenas constituían la aristocracia aquellas familias que poseían tierras y esclavos suficientes para mantener a sus hijos como caballeros armados, en tanto que forma ban la infantería agricultores dueños de pocos esclavos, que trabajaban por sí mismos. Los capataces y vigilantes
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necesarios para administrar las grandes fincas eran a menudo esclavos ascendidos por los caballeros con el objeto de mantener a sus prójimos trabajando. Los es clavos domésticos, como el Tío Tom, se portaban bien sin mucho uso de la fuerza. La guerra continua era ne cesaria para mantener los suministros de nuevos cau tivos.2 En otro tipo de organización, el gobierno central con trolaba tanto los asuntos militares como los civiles; el poder y la autoridad estaban encarnados en la persona heredera de una dinastía principesca (un faraón o un inca), a quien se le debía pagar tributo directamente, tributo cuyo excedente distribuía después entre sus fun cionarios administrativos y sus jefes militares. Un centro de poder militar puede aumentar su in greso de otras dos maneras. La primera consiste en so meter a los gobiernos de países vecinos y dejarlos en el poder, para poderles sacar un tributo que están obliga dos por su parte a sacar del excedente de su propio pue blo. La segunda consiste en establecer colonias para do minar a los nativos de regiones remotas, o para cultivar sus tierras (con esclavos o con el propio trabajo de los colonos) y exigir envíos a la Madre Patria. Estas cuatro maneras (feudalismo, administración central, imperialismo y colonización) de que se han va lido unos hombres para extraer el excedente agrícola en beneficio de una clase dominante, se han repetido, con diversas combinaciones y permutaciones, a todo lo largo de la historia, desde los tiempos neolíticos hasta nues tros días. Independientemente de que la tierra fuera trabajada 2 Véase, M. I. Finley en Slavery in Classical Antiquity, edi tado por él mismo.
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53 por esclavos, por siervos o por campesinos, y se queda sen con el excedente caballeros independientes o los fun cionarios de un monarca, o de una potencia imperialis ta, los rasgos principales de las relaciones económicas fueron los mismos. El sobrante se consumió, en parte, en el mantenimiento de un instituto armado y en parte para mantener el estándar de vida de la clase de los ca balleros. El gasto de sus hogares condujo a un gran au mento de la producción artesanal. Las armas, los vesti dos, los muebles, los vehículos, así como las obras de arte consagradas a los dioses, requirieron destrezas espe cializadas. Los artesanos poco numerosos y sencillos, de las aldeas libres, se mantenían mediante contribuciones de los agricultores; después, los artesanos fueron clien tes de los ricos y obtuvieron una parte de sus rentas dan do satisfacción a sus necesidades de poder marcial, de comodidad y de ostentación. Cuando unas cien familias están pagando la mitad de su producto a un solo terrateniente, la familia de éste no quiere comer cien veces más granos que la de un culti vador (además, carne, fruta y miel se entregarán tam bién a la casa del amo en forma de contribuciones ex traordinarias). Una porción de su parte de granos se destina al sustento de productores de materias primas agrícolas (cera, algodón de lana) y de los mineros y .eñadores, y el resto para sustentar a sus clientes. De en tre éstos, quienes son constructores y manufactureros sa tisfacen parcialmente sus mutuas necesidades. De tal manera, el grano de que el cultivador se desprende, a través del arte y de la destreza, se convierte en gran riqueza y esplendor. Crecieron ciudades en torno a los fuertes donde las personas y ganado se podían retirar en caso de ataque, y
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alrededor de los templos y palacios. Se establecieron en tre los agricultores y los terratenientes clases interme diarias de artesanos, comerciantes, traficantes en dinero y oficinistas que atendían al cuidado de las necesidades de las casas ricas y de los sacerdotes y eruditos que com partían sus beneficios. Cuando se logró preservar la paz durante mucho tiem po, enormes aglomeraciones de población formaron gran des ciudades, abastecidas por los excedentes que los cul tivadores, de una o de otra manera, estuvieron obligados a producir y a ceder. La proporción entre hombres de ciudad y cultivadores dependió de la fertilidad de la tierra, de la productividad de los métodos agrícolas conocidos (en particular, del control del agua) y del nivel de consumo asignado al cultivador. Allí donde la cosecha es de temporada pudieron or ganizarse ejércitos de obreros (alimentados con el pro ducto de su propio trabajo) en la época ociosa del año, tanto para la construcción como para la guerra. Entre las castas marciales de la India, el festival de otoño ce lebraba la inauguración de la temporada de campañas. Presumiblemente, de esta manera los valles del Nilo, del Indo, de los ríos de Mesopotamia y del Mekong fueron dotados de los espléndidos monumentos cuyos escasos restos nos sorprenden hoy. Además de la conquista, en el comercio exterior exis tía una fuente de riquezas. La acumulación de un so brante agrícola en el palacio, en el templo o en las casas de los terratenientes dio lugar a un mercado en lujos exóticos. Podían producirse intercambios de artículos de primera necesidad para el consumo de las masas entre tribus vecinas dotadas de recursos diferentes, entre caza-
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55 dores y cultivadores, por ejemplo, pero cuando los viajes eran difíciles y peligrosos el comercio sobre largas dis tancias solo podía consistir en artículos que tuvieran un valor elevado en proporción a su volumen. (Esto es tan cierto no solo cuando a los cambios se les daba un sig nificado ritual o político, sino cuando se hacían para ob tener una ganancia.) El costo en granos de un artículo importado consiste en los granos necesarios para susten tar a los trabajadores que producen la exportación por la cual se cambian y para sustentar y defender al emi sario que los lleva. Templos, palacios y casas ricas pu dieron adornarse con productos o artículos exóticos fa bricados con materias primas exóticas porque, de alguna manera, los pudieron comprar con granos. Herodoto observó que en las ciudades persas no había mercados.3 El suministro de alimentos y materias primas a una comunidad urbana podía organizarse mediante la recaudación de contribuciones, almacenamiento de ellas y su distribución en forma de salarios, honorarios y ofren das llevadas a cabo en nombre del jefe del Estado. Inter cambios semejantes de bienes y servicios dentro de la comunidad urbana y los valores a razón de los cuales teman lugar, podían ser regulados por la costumbre y jerarquías asignadas a las diversas ocupaciones. El con cepto del comercio para la obtención de utilidad presu miblemente surgió de los intercambios entre pueblos que se consideraban mutuamente extranjeros, y quedaban fuera de las reglas y obligaciones de la sociedad nacio nal. El comercio sobre largas distancias, llevado a cabo por intermediarios, era libre, así en el punto de salida como en el de llegada. Los fenicios y árabes, que se es3 Véase, Karl Polanyi, en Trade and Market in the Early Empires (editado por él mismo y otros), p. 16.
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pecializaron en el transporte por mar, no estaban some tidos a obligaciones rituales en ninguno de los extremos de sus viajes. Aristóteles se lamentó de la actividad con tranatural de los que hacían dinero, la cual había que dado establecida en su tiempo en comparación con la actividad natural de satisfacer las necesidades del propio hogar y de la comunidad.4 El comercio mercantil dio origen a un medio de cam bio. Esto permitió vender un conjunto de bienes sin tener que comprar otro inmediatamente. Además era conveniente expresar los valores en función de alguna medida común. El oro (usado por primera vez en la colonia griega de Libia) resultó ser un material exce lente para estos fines. Desde el comercio exterior, el dinero penetró en la economía doméstica o nacional; muchos intercambios de bienes y servicios comenzaron a realizarse por intermedio de los pagos en dinero. Los precios en dinero, los salarios en dinero y los impuestos en dinero pasaron a sustituir al sistema de pagos en especie. El concepto de inversión para la obtención de una ganancia nació también del comercio exterior. El co merciante necesitaba financiamiento para sufragar los gastos representados por el transporte en barco, la ca ravana de camellos o de cargadores, así como para pagar los bienes cuya venta reembolsaría lo gastado en su fi nanciamiento con un sobrante adecuado para recompen sarlo por los riesgos y molestias incurridas en el comercio y permitirle emprender un nuevo viaje en escala mayor. El interés, al que se había tildado de usura cuando sur gió de las necesidades de los cultivadores, cobró ahora un aspecto diferente y comenzaron a usarse cálculos más 4 Ibidem, p. 64.
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57 sutiles que los de un reembolso de 100% común en el tráfico de granos. Ciudades enteras florecieron gracias al comercio, y apareció la profesión de financiero. Esto también pasó del comercio exterior a la producción in terior, pero hasta los albores de la Edad Moderna, en Europa, y hasta nuestros días, aun en aquellas socieda des que la cultura europea aún no absorbe, la penetra ción del motivo de la ganancia en la producción interior
se mantuvo a raya mediante regulaciones basadas en el status y en el concepto de un precio justo que daría a cada hombre un estándar de vida adecuado a su posición en la sociedad. Una sociedad jerárquica tenía que justificarse a sí misma. Las mas de las veces, el dominio de un grupo de familias respecto de las demás se racionalizó en fun ción de la nocion de “raza”. El concepto de “nosotros” y de “los otros”, vinculado a reglas acerca de las perso nas con las que era propio unirse en matrimonio, surgió donde pueblos de idioma y hábitos diferentes entraron en contacto. Cada uno de ellos pudo experimentar un sentimiento de superioridad respecto del otro. Luego la superioridad se volvió asimétrica. Mejor alimentados, educados para cultivar la fuerza y el valor, o dedicados a un sutil conocimiento, los beneficiarios del sistema po dían considerarse diferentes de los esclavos o de los cam pesinos que les daban sustento y podían confiar en que se les reconocería como tales. Las reglas matrimoniales se hicieron cada vez más se veras para impedir que su “sangre” se mezclara con la de sus inferiores. En la mayoría de las sociedades, esta -egla era valida para las mujeres de las familias superio res; los hombres podían tener bastardos y mestizos, y, a veces, elevar a una belleza al rango de esposa. Algunos,
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como los hebreos, en Palestina, y los brahmanes, en la India, enseñaron que tanto para el hombre como para la mujer era un delito mezclar las sangres (aun cuando las prácticas no por fuerza se ajustaran al precepto). El concepto de “raza” quedó reforzado cuando se observó alguna notable diferencia en la apariencia de los pue blos superiores e inferiores. La más común ha sido el color, pero cualquiera otra cosa ha servido para ello. Los japoneses menospreciaban a los peludos ainos no por ser blancos, sino por dejarse la barba. Aristóteles sostuvo que los esclavos eran seres inferiores, aunque muchos de ellos descendían de prisioneros capturados en guerras entre las ciudades griegas, de la misma raza que sus amos. El concepto de clase, como algo que está en el orden de la naturaleza, se transmitió a lo largo de los siglos feudales hasta los tiempos modernos en Europa. Shakespeare, que nos pinta a Enrique V como rey de mocrático, pone en sus labios estos sentimientos:
¡Adelante, adelante, nobles ingleses, que tenéis en vuestras venas las sangre de los padres probados en la guerra,... ¡Servid hoy de modelos a los hombres de sangre menos noble, y enseñadles cómo hay que batirse! ¡Y vosotros, bravos "yeomen”, cuyos miembros fueron fabricados en Inglaterra, mostradnos aquí el vigor de las comarcas que os crían; forzadnos a jurar que sois dignos de vuestra raza. El concepto de rango por nacimiento alcanzó su más
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59 alto desarrollo en el sistema de castas de la India, donde quedó vinculado a una preferencia “racial” por la piel clara de los invasores asiáticos respecto del color oscuro de los nativos. El nacimiento podría establecer el poder, pero tam bién era necesario el talento, pues un Estado necesita de una burocracia y de un sistema legal. Para esto re sulta muy conveniente la escritura, aunque no sea in dispensable. En la organización por demás compleja de los incas, la información se transmitía mediante nudos practicados en una cuerda. En el reino de Dahomey, que floreció en el siglo xvm, gracias a la exportación de esclavos capturados a los pueblos vecinos, anualmente se llevaba un censo de cada aldea y un registro de su capacidad impositiva mediante un sistema de cuentas con guijarros.5 El gran imperio que nos dejó una historia registrada continua desde la edad de bronce hasta el siglo actual llevó el desarrollo de la burocracia a su máximo nivel. La pregunta que le hizo un erudito al primer empera dor Han: “Conquistaste este país desde un carro de guerra; ¿lo podrás gobernar desde el carro de guerra?”, se repitió en todas las épocas de la historia china. (La conquista mongol constituyó una brutal interrupción de la continuidad, pero Kublai Khan se apropió del sistema chino de administración y otro tanto hizo la dinastía manchó que presenció el final de esa historia.) Durante mil quinientos años, el personal de la admi nistración (el servicio civil, los funcionarios judiciales y la corte) se reclutó mediante un sistema de exámenes escritos. El tema de estudio eran los textos clásicos, que Véase, Karl Polanyi, Dahomey and the Slave Trade, capíalo ni. ' H
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inculcaban principios morales en vez de alguna rama particular del conocimiento técnico. Este sistema reco noció más mérito a la erudición que la pericia militar; gran parte del sobrante se consagró al cultivo de las
artes civilizadas. En China, la clase no se fundaba en nociones de “raza”. Los Han consideraban que todos eran una sola raza; los terratenientes reconocían en los campesinos de sus al deas a sus prójimos; en teoría, cualquiera podía llegar a ser mandarín. Pero para aprenderse los caracteres y estudiar los clásicos había que incurrir en grandes costos por concepto de enseñanza y contar, ademas, con la po sibilidad de eximirse del trabajo durante años. Si se pro venía de un hogar analfabeto, hasta los mas aplicados no podían ir más allá de los primeros pasos en materia de erudición; se decía que se necesitaban tres generaciones para poder pasar los exámenes nacionales. Asi, la erudi ción y las manos suaves no acostumbradas al trabajo se convirtieron en prueba de superioridad. En el Japón de la dinastía Hei, en la corte del padre del príncipe Genji, las artes se cultivaron a imitación de China y la delicada aristocracia consideró a los campesinos (todavía mas que Enrique V a sus labradores) como criaturas de sangre menos fina. En la India el concepto de “raza” abarcaba incluso al erudito; hasta nuestros días es común creencia que los brahmanes son más inteligentes que las personas de otras castas. En la Europa feudal, los caballeros analfabetos recu rrían a la Iglesia para obtener su personal instruido; la institución de un clero nominalmente célibe permitió reclutar talentos de las capas más bajas de la sociedad sin afectar a la estructura familiar de la clase feudal.
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Todas las grandes religiones que la humanidad ha in ventado han lanzado anatemas contra la veneración de la riqueza y el poder, pero todas han llegado a una com ponenda con los mismos, y la iglesia o el templo han dado su apoyo a la autoridad secular o se han estable cido como autoridad por propia cuenta. La combinación de la religión con el concepto de ran go por nacimiento ha dado lugar en numerosas ocasio nes a la institución del monarca divino, que es, a la vez, el jefe titular de la administración y el intermedia rio de su pueblo con los dioses. Un jefe de Estado que diera unidad al mando era necesario, sobre todo para los gobiernos impuestos por conquista, y la noción de un monarca que transmitiera el poder a su hijo mayor surgió naturalmente cuando quedó establecida la heren cia patrilineal. Se han conocido monarcas electivos (los jefes de algunas tribus africanas, los reyes de Polonia, el sucesor de Hamlet y de los jefes del Sacro Imperio Ro mano), pero incluso en este caso los candidatos no po dían ser más que los que tenían “sangre real”. Cuando la sucesión familiar era la regla, no se podía tener la seguridad de que un heredero adecuadamente dotado de talento apareciera en cada generación. A ve ces se encontró una solución conveniente manteniendo el carácter ritual del monarca y quitando de sus ma nos el poder. En el Japón, por ejemplo, una sola dinastía que remonta su genealogía hasta el Sol ha reinado a todo lo largo de la historia escrita, en tanto que durante largos períodos (interrumpidos por guerras feudales) alguna de las grandes familias administró el país. Una pauta semejante, en menor escala, establecieron los Ra mas en Nepal, los cuales enseñaban al rey a creer que era una reencarnación de Visnú.
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En China, cada dinastía afirmó la divinidad de su estirpe; pero la filosofía política china contenía el prin cipio del “mandato del cielo”, que daba al pueblo el derecho legítimo de derrocar a una dinastía cuyo go bierno hubiera degenerado. Tal vez, el que el Imperio romano de occidente no encontrara un buen principio de sucesión contribuyó a su decadencia y caída.
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El comercio y las manufacturas constituyen una fuente de riqueza que no depende directamente de la propie dad de tierras, aun cuando depende indirectamente del gasto del sobrante agrícola. En diversos centros del glo bo, desde China hasta el Perú, surgió una burguesía, es decir, una comunidad de habitantes de las urbes, que obtenía sus ingresos dedicándose a actividades comercia les y gozaba de una más o menos grande independencia respecto de la corte y de los poderes feudales. Los más afortunados daban empleo a trabajadores, en calidad de artesanos, cargadores, marineros, artistas del espectáculo y servidores, de manera que se estableció una jerarquía fundada en el ingreso monetario y un mercado en el cual los productos agrícolas pudieran venderse por efec tivo. En la Europa occidental, la economía monetaria in vadió gradualmente la agricultura feudal. En Inglate rra, el feudalismo se había superpuesto a comunidades aldeanas sajonas que practicaban el cultivo conforme a un sistema de campo abierto. El señor dueño de una tierra solariega (y a veces también de algunos lotes en los campos comunales) obtenía una renta ordenando que la cultivaran gratuitamente. Los cultivadores eran siervos vinculados a la tierra. Pero el trabajo servil es ineficaz y difícil gobernarlo. Los terratenientes poco a poco fueron descubriendo las ventajas que tenía el em
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plear trabajadores de tiempo completo en las mejores partes de su solar (a lo cual sumaban los servicios de los aldeanos en el momento de la cosecha) y alquilar el resto de sus tierras, en forma de una conmutación de contribuciones expresada en términos de trabajo. Además, por causa del comercio en lana, junto a este sistema, nació una economía monetaria. Comunidades burguesas de industriales de Italia y de los Países Bajos importaban lana inglesa. Los señores mantenían gran des rebaños y los cultivadores ponían a pastar unas cuan tas ovejas en las tierras comunales. En el siglo xm, al parecer, un aumento de la pobla ción dio origen a una escasez de tierras. La oferta y la demanda favorecieron a los terratenientes. Por diversos medios, la parte de la producción correspondiente a los cultivadores se fue reduciendo. Familias hambrientas, sin tierra, se vieron arrojadas a los más bajos escalones de la estructura social. (La “alegre” Inglaterra comenzó a mostrar todos los rasgos deprimentes de la India mo derna.)1 El alivio de estos males se consiguió de manera te rrible. A una disminución prolongada de la población se superpuso la catástrofe de la peste negra, que se llevó a cerca de un tercio de las poblaciones que atacó.1 2 En Inglaterra la servidumbre feudal, que ya se estaba des integrando, quedó destruida para siempre. Los campe sinos rebeldes profirieron el grito inmortal de:
Cuando Adán cavaba y Eva hilaba ¿quiín era caballero? 1 Véase M. Postan, en Cambridge Economic History, vol. 1, pp. 552 y siguientes. 2 Ibidem, p. 609.
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En la Europa occidental, por lo general, la despobla ción aceleró la influencia liberadora del dinero en el marco del feudalismo. Pero al este del Elba los terratenientes pu dieron recuperar su posición y ataron el yugo de la servi dumbre a los cultivadores más firmemente que antes/ En Inglaterra, el comercio de la lana desempeñó un gran papel para la disolución final del feudalismo y su transformación a un sistema comercial. La peste negra redujo la superficie cultivada que se necesitaba para la subsistencia, y se dejó lugar a los pastos, a la vez que la pérdida de rentas inclinó a los terratenientes a buscar otra forma de conseguir que sus propiedades produjeran ingresos. Además, cayó en desuso el estilo feudal de con sumir los excedentes en las luchas por la herencia de títulos. Gracias a la paz interna que la monarquía Tu dor impuso a la belicosa nobleza, la tierra comenzó a estimarse como fuente de riqueza calculada en dinero y ya no como la posibilidad de armar y llevar a la batalla a un ejércjto integrado por clientes y servidores.34 Las ovejas valían más que los hombres. La población fue aumentando poco a poco, pero los terratenientes ya no procuraban como antes conseguir colonos. “Durante el siglo xvi, los ‘cercamientos’ más impor tantes fueron ‘invasiones’ realizadas por los señores, o por sus colonos, de las tierras a las que la población del señorío tenía derechos comunes o quedaban situadas en las tierras labrantías comunales.” Impulsados por el aci cate de las ganancias que se podían obtener, ya sea vendiendo lana o bien alquilando sus tierras a quienes 3 Véase L. Genicet, en Cambridge Economic History, vol. 1, P- 7394 Lo que sigue está tomado de Barrington Moore Social Ori gins of Dictatorship and Democracy.
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criaban ovejas y de tal manera aumentar sus rentas, los señores descubrieron toda una variedad de métodos le gales y semilegales para privar a los campesinos de sus derechos a cultivar las tierras comunales y también de sus derechos para usar los pastos y bosques comunales para apacentar sus animales, recoger leña, etcétera... “Evidentemente, una considerable cantidad de tierras anteriormente sometidas a normas consuetudinarias que prescribían los métodos de cultivo se estaban convir tiendo en tierras que habrían de usarse a discreción del individuo. Simultáneamente la comercialización de la agricultura trajo consigo un cambio desde el señor feu dal, que en el peor de los casos era un tirano arbitrario y en el mejor, un padre despótico, hasta un señor que tenía todas las características de un sagaz hombre de ne gocios que explotaba los recursos materiales de sus tie rras en función de la ganancia y con suma eficiencia... ’’Quienes fomentaron la ola del capitalismo agrario, y los principales vencedores en la lucha contra el antiguo orden, provinieron de la clase de los labradores acomo dados y todavía más de las clases superiores latifundistas. Las principales víctimas del progreso, como de costum bre, fueron los campesinos comunes y corrientes.”5 De esta manera, el comercio invadió la economía nacio nal. Al mismo tiempo, el desarrollo del poderío naval, las primeras colonias del Nuevo Mundo y las grandes ga nancias que dejó el tráfico de esclavos proporcionaron al mercantilismo un poderoso sostén desde ultramar. La guerra civil inglesa ha sido considerada como un ataque contra el último bastión del feudalismo.6 El he5 Barrington Moore, op. cit., pp. 9-11. La cita del primer pá rrafo está tomada de Tawney, The Agrarian Problem, p. 150. • Barrington Moore, op. cit., capítulo 1.
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cho de que se haya dirigido contra la Corona puso a Inglaterra en el camino del capitalismo democrático. La Restauración no pudo volver las cosas atrás. Comercio y libertad quedaron asociados. Los cercamientos del siglo xvi redujeron el trabajo rural. “Las ovejas comen hombres.” En el siglo xvni cambió la corriente; los cercamientos, entonces, se con virtieron en un medio de introducir técnicas de trabajo intensivo. Se produjo un aumento de la población. (Se cree que se debió, ante todo, a una disminución de la tasa de mortalidad, lo cual, sin embargo, no se ha ex plicado satisfactoriamente.) Inyectadas en un sistema en el que la agricultura ya estaba comercializada en gran parte, puso en uso la rotación de cultivos y la estabula ción del ganado para eliminar el barbecho trienal y cul tivar casi toda la tierra labrantía año tras año.78 Para aplicar estas técnicas se necesitaban los cercamientos. Los grandes latifundios heredados de las épocas feudales se arrendaron y fragmentaron en granjas, y los campesinos se convirtieron en asalariados privados de todos sus an tiguos derechos.
Bastante malo es, en hombre o mujer, Robarse un ganso del común; Pero más malo aún es, y sin excusa, Despojar de su ganso a un hombre del común.3
La destrucción del feudalismo en Francia siguió otro camino, el cual dejó la agricultura en manos de campe sinos propietarios.* 7 Véase Boserup, op. cit., p. 38. 8 Véase Oxford Bool^ of Quotations, p. 527b. 8 Véase Barrington Moore, op. cit., capítulo 11.
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El desarrollo de los pueblos y ciudades convirtió a los alimentos en artículos de comercio tanto en Francia como en Inglaterra, pero mientras que los cercamientos habían elevado la productividad agrícola en Inglaterra, no se observaron mayores cambios en Francia. “Salvo por la introducción del maíz, en el siglo xvi, como pien so para los animales, lo cual aumentó grandemente la cantidad de trigo que podía llevarse al mercado, no se introdujeron innovaciones técnicas importantes. La agri cultura" siguió efectuándose, en lo fundamental, dentro del mismo marco técnico y social que había existido durante la Edad Media... los nobles utilizaron el marco social y político existente para sacarles más granos a ios campesinos y venderlos.”10 Los campesinos apoyaron a las turbas parisienses que fueron la vanguardia de la Revolución francesa para aplastar a la aristocracia, destruir los privilegios feudales y dividir los latifundios de la nobleza y de la Iglesia en pequeñas propiedades independientes. Aparte de eso, no quisieron saber nada de las ideas radicales. La libertad, la igualdad y la fraternidad se convirtieron en la carta constitucional de la propiedad privada. En la Europa central las rebeliones campesinas del siglo xvi fueron vencidas y ahogadas en sangre.11 En la Alemania oriental el feudalismo se modernizó, pero no aflojó su lazo; se introdujo la servidumbre en Rusia. En la Península ibérica el feudalismo quitó las tierras a los moros y se lanzó a crear imperios en ultramar. Sus ves tigios sobrevivieron para derrocar a la República espa ñola de 1935 y conservar hasta nuestros días los últimos imperios africanos. En Suecia, el feudalismo nunca arrai10 Barrington Moore, op. cit., p. 53. 11 Ibidem, p. 466.
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gó, por lo que se necesitó de una revolución para ins taurar la democracia. En la Alemania occidental y en Italia surgieron sociedades burguesas en torno a las cor tes de los príncipes o gracias a las ganancias procedentes del comercio. En este pequeño continente, muchísimas maneras se descubrieron de transformar el sobrante agrícola en fun damento de la riqueza y el poder nacionales y cada una de ellas dejó su huella en la historia nacional. El sentimiento nacionalista vinculado a un país, más que a una ciudad o a un barrio o vecindario, crecía a la par que menguaba el feudalismo. La guerra hizo co brar conciencia de él. Los intentos realizados por la Coro na inglesa para hacer valer sus títulos en Francia, y que comenzaron siendo un deporte feudal, terminaron por dotar al populacho de los dos países de un sentimiento de nacionalidad.12 El simple hecho de que exista un gobierno sobre una determinada superficie da origen a un centro en torno al cual puede cristalizar el patriotismo. Hoy en día vemos cómo surgen sentimientos nacionalistas en los rectángulos perfectamente arbitrarios que los imperios europeos trazaron sobre el mapa de África. Un gobierno tiene que interesarse, por fuerza, en los asuntos econó micos de sus súbditos, aunque sólo sea para establecer la base de la imposición fiscal. El poderío nacional se ha usado siempre (aun tras el disfraz del laissez faire) para velar por los intereses nacionales. Sin embargo, el sentimiento patriótico no es directamente “egoísta” para el individuo. En tiempos de guerra, ha logrado impo ner los mayores sacrificios, y en la esfera de los asuntos 12 Ibidem, p. 418.
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económicos de la masa de la población, a menudo, ha significado una preferencia por ser explotado y man dado por personas del mismo idioma y color, sin mayores ambiciones de ventaja personal. Tal vez la propensión a identificar el yo con un grupo mayor que la familia tiene sus raíces en el mismo aparato emocional que da cohesión social a un grupo de monos superiores, pero es puramente humana la ca pacidad de vincularla a concepciones abstractas. El señor Ardrey13 ha explicado la intensa rabia que sintió al en terarse del ataque contra Pearl Harbor atribuyéndola a un instinto territorial, pero no fue un instinto primitivo el que lo llevó a identificar su territorio, estando en un piso de la ciudad de New York, con la isla de Honolulú. Sea como fuere, es evidente que el patriotismo nacio nal se desarrollo y sistematizó en la Europa occidental a la par que la comercialización de las relaciones socia les, y dio a los gobiernos nacionales un gran apoyo en sus proyectos de expansión económica a través de la conquista y del comercio que no tardaron en poner a todo el mundo a sus plantas y al final, por repugnancia, propagó el sentimiento nacionalista al resto del mundo.
13 The Territorial Imperative, p. 230.
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Bajo cierto punto de vista, la historia humana desde el neolítico hasta el siglo xvni se puede tomar como un solo período y desde la revolución industrial hasta nues tros días, como otro. Muchas cosas semejantes se repiten. El imperio británico tuvo algo en común con el roma no; la destrucción de Grecia, por guerras intestinas que dieron lugar al dominio de Macedonia, se repitió en este siglo con las guerras europeas que condujeron a la hege monía de los Estados Unidos. Pero la Edad Moderna tiene tres características que la distinguen del pasado: la hipertrofia del estado nación (que no han frenado mayor cosa algunos intentos modernos de internacio nalismo), la aplicación de la ciencia a la producción y la penetración de los valores monetarios en todas las esfe ras de la vida.1 El cambio no puede atribuirse a una sola causa. Fue como si una chispa hubiera caído sobre un gran montón de yesca que se hubiera venido acumulando durante siglos. Requirió un gran desarrollo de la ciencia, no sólo en cuanto al conocimiento del mundo material sino tam bién con lo científico. La ciencia y las matemáticas se desarrollaron en Babilonia y Egipto, con menos éxito en China, para preparar del estudio de los astros un 1 Véase E. J. Hobsbawm, Industry and Empire.
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calendario, a fin de regular la observancia de las cere monias religiosas y los trabajos agrícolas. Pero en su mayor parte, el género humano, todavía hoy, no da ma yor importancia a la distinción entre “lo que es” y “lo que no es”; los mitos, las supersticiones y lemas pu blicitarios les bastan. La lógica, la indagación mediante experimento y la concepción racionalista de la historia se desarrollaron mucho en Atenas, pero siendo ocupa ciones de nobles, los métodos de producción no se vieron mayormente afectados por esos conocimientos. En Roma, Bizancio y Europa medieval se perdió el hilo. El Rena cimiento, y después la Reforma, prepararon el camino para el resurgimiento del nacionalismo. El protestantismo fue una importante condición pre via de la revolución industrial, no tanto por causa de las doctrinas particulares que proclamó, sino porque constituyó un rompimiento con la ortodoxia y el obscu rantismo. Por una razón técnica, las matemáticas del mundo antiguo no se aplicaron mayormente a la tecnología. El álgebra y la geometría se desarrollaron como parte de la filosofía especulativa, pero el torpe sistema de nú meros estorbó los usos humildes de la aritmética. Los árabes tomaron de la India, que otro sistema de refle xión racional había descubierto, las naciones de cero y notación posicional. En el siglo xiv, la Iglesia luchó con todas sus fuerzas en contra de la introducción de este sistema en Europa,2 pero sus ventajas prácticas eran demasiado grandes. Sin él, la ingeniería nunca habría avanzado mucho. Otro elemento del montón de yesca que se incendió en la Revolución industrial fue la in2 Véase, Tobias Dantzing, Number, the languaje of science, P- 33-
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traducción de la imprenta inventada en China y la di fusión del alfabeto entre los laicos. ¿Por qué fue Inglaterra, en particular, la escena de estos acontecimientos? El desarrollo de la industria exi gía un aumento del sobrante agrícola para sustentar a una creciente población urbana. Los nuevos métodos agrícolas introducidos en el siglo xvm produjeron tal excedente. Además, los cercamientos convirtieron a los campesinos en jornaleros sin tierras. Ya no se podía dar acomodo a los nuevos miembros de la familia frag mentando la propiedad familiar. Los agricultores ca pitalistas emplearon tantos jornaleros como les convino contratar de acuerdo con los salarios en uso. La pobla ción incrementada creó una “oferta de mano de obra” para la industria. En Inglaterra, donde el comercio exterior se desa rrolló grandemente gracias a la protección que le dio la conquista de la India, se habían acumulado grandes cantidades de capital mercantil. Por último, el sistema social de Inglaterra estaba do minado por una aristocracia muy pagada del rango social y sin embargo, al mismo tiempo, existía alguna movili dad social. Valía la pena ganar dinero para hacerse de una posición que pudiera contrarrestar las pretensiones de la gente de alcurnia. Tal vez fue esto último el ingrediente principal que faltó en China. Ésta había avanzado a Europa en todas las artes útiles. Estaba bien establecida una clase mercantil y en algunas partes había surgido un sistema fabril embrionario.3 Pero la ambición y energía intelec 3 Mark Elvin describe métodos de producción y “promoción” de los negociantes chinos del siglo xvi que suenan a cosa muy
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tual se orientaban hacia el estudio de los clásicos, que era la manera de ascender en sociedad. Sea como fuere, la chispa cayó en Inglaterra y no en China. La chispa que cayó sobre toda esta yesca fue la del comercio en tejidos de algodón. Los comerciantes habían descubierto un buen mercado para esta nueva mercan cía, en el propio país, por causa del aumento del ingreso agrícola, y en el exterior, por intermedio del transporte por mar. Descubrieron la conveniencia de comenzar a organizar la producción en vez de comprarla simple mente a los artesanos; dejando sin trabajo a quienes operaban los talleres familiares, desarrollaron fábricas y dieron empleo al trabajador asalariado. Artesanos y aldeanos sin tierras ni propiedades, arrui nados por la competencia que les hacían las fábricas, se vieron obligados, por necesidad, a convertirse en asa lariados.* Vemos hoy repetida su desorientación y mi seria en Asia y África, dondequiera que la industriali zación invade a una sociedad tradicional. Como hoy en día, la miseria no impidió el aumento numérico, pero existió una enorme diferencia entre la explosión demográfica del siglo xix y la que se está efectuando hoy. La explotación del Nuevo Mundo, los mejoramientos revolucionarios del transporte y manu facturas, que se podían cambiar por productos agríco las, proporcionaron un amplio abastecimiento de alimen tos. Este episodio histórico no se repetirá. El desarrollo del sistema de fábricas dio origen a un nuevo conjunto de relaciones económicas y sociales. Lo moderna. The Failure of Traditional China to Create Indus trial Capitalism (inédito). • 4 Véase Christopher Hill, “Pottage for Freeborn Englishmen", en Socialism, Capitalism and Economic Growth, comp. Feinstein.
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mas importante fue la gran expansión del trabajo por un jornal. En una economía de campesinos y artesanos, el trabajador controla los factores materiales de la pro ducción que lleva a cabo. El trabajo asalariado se había tragado a la agricultura campesina y la había absorbido en el sistema agrícola inglés; ahora se amplió para tra garse a las manufacturas artesanales. Comenzó siendo una pura explotación: familias que no contaban con otras maneras de ganarse la vida eran empleadas pagandoles sólo el salario de subsistencia y se les hacia trabajar mucho más de lo que hubieran querido de haber contado con su tierra y herramientas propias. El producto podía venderse a precios inferiores a la producción artesanal y la diferencia entre el jornal y el ingreso del artesano pasaba a constituir la ganancia del patrono. La ampliación de la ocupación trajo consigo una ex pansion correspondiente a la inversión para equipar fabricas y suministrar capital monetario para pagar jor nales y comprar materias primas por anticipado res pecto de las ventas. (Por esto el sistema recibió el nom bre de capitalismo.) El patrono capitalista necesitaba poseer energía, ambición y buena cabeza para los ne gocios. Estas cualidades lo llevaron a trascender la pura explotación. En un determinado método de producción, existe un límite de las ganancias que pueden obtenerse por hombre empleado. Elevando la producción per capita, se podían elevar las ganancias; el capitalismo rápidamente puso en marcha el progreso técnico. A este respecto, las cualidades específicas del algodón desempeñaron un gran papel. El sistema había llegado casi a su apogeo con las telas de lana un siglo antes, pero la lana no es tan uniforme ni se presta tanto a la
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producción estandarizada como el algodón; y al nivel existente de rentas y salarios, el algodón crudo por metro de tela era mucho más barato que la lana cruda, de manera que daba un margen mucho mayor para la ma nufactura lucrativa. Durante mucho tiempo, el carbón se había venido extrayendo como artículo de consumo. Para sacar agua de las minas se había comenzado a utilizar la máquina de vapor. La aplicación del vapor a la producción fabril convirtió al carbón en la fuente de energía. Aún se seguían haciendo descubrimientos científicos a consecuencia de la búsqueda del saber por el saber mismo, pero el motivo de la ganancia propor cionó órganos digestivos que los absorbieron en la tec nología productiva. La acción espiral del desarrollo téc nico comenzó a ponerse en movimiento y desde entonces ha estado girando con velocidad cada vez más vertigi nosa. Bajo el punto de vista de los capitalistas, el objeto del ejercicio era hacer dinero, pero el dinero se necesitaba primero y ante todo para hacer dinero. El hombre de negocios que tenía éxito ampliaba sus necesidades reinvirtiendo sus utilidades con fines de expansión. Sus gas tos domésticos constituían una parte no muy grande de sus ganancias, aunque se elevaron a un gran nivel de lujo espléndido, a medida que la magnitud absoluta de lo asignado a ellos aumentaba proporcionalmente a sus negocios. No fue únicamente la productividad superior lo que determinó el aumento de la riqueza capitalista. Se explo ró el mundo entero en busca de recursos. No sólo los dominios ultramarinos que las naciones europeas habían estado adquiriendo y por los que habían librado guerras desde el siglo xvi, sino también otras partes, se desarro-
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liaron grandemente para suministrar materias primas a la industria. Los conocimientos técnicos, las finanzas y los mercados permitieron a los que andaban en bús queda de ganancias extraer productos animales, minerales y vegetales en todos los continentes. Se encontró de diversas maneras la mano de obra necesaria para explotarlos. En las regiones templadas, pobladas princi palmente con hombres de las Islas Británicas, y en al guna medida, en América Latina, se organizaron los ca pitalistas locales y los trabajadores locales (complemen tados mediante la emigración continua) primero me diante inversiones de origen inglés y más tarde gracias a su propia acumulación. Trigo, carne, madera, algodón y lana se cambiaron, en parte, por ganancias e intereses sobre las finanzas que proporcionaban transporte y otras inversiones necesarias para ponerlos a disposición de los consumidores, y, en parte, por importaciones de manu facturas. Los minerales se encontraban allí donde la geología los había colocado, pero el cultivo de vegetales, como el hule y el té, se trasladó de una región a otra. En África, la mano de obra se reclutó mediante la fijación de impuestos que obligaron a los hombres a abandonar sus tierras tribales y ganar jornales en dinero. La contraparte de las exportaciones minerales estuvo cons tituida casi totalmente de las ganancias. En los estados meridionales de los Estados Unidos, en el Caribe y en Brasil la mano de obra se había conseguido ya mediante la importación de esclavos y la emancipación no cambió mayormente las cosas. En Australia prosiguió el tráfico de esclavos, con el nombre de blacJ^ birding? practican do incursiones en las islas del Pacífico para conseguir 8 Literalmente, caza de nativos.
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mano de obra, pero la población que se podía capturar no era adecuada. En la India, Indonesia, Indochina y las factorías coloniales de la costa de China, era posible reclutar en abundancia hombres necesitados, dispuestos a trabajar por un jornal de subsistencia; y allí donde el campesinado local, como en Ceilán y Malasia, vivía desahogadamente, conforme a sus propias normas, como para negarse a tan indigno trato, hindúes y chinos fueron llevados bajo contrato, forma de ocupación intermedia entre la esclavitud y el trabajo asalariado. Para mantener la “ley y el orden” que permitieron crear un ambiente adecuado a la generación y extracción de la riqueza, las naciones capitalistas imperialistas tu vieron que crear una administración en muchos países que trajo consigo muchas guerras de conquista, pero la tecnología industrial les había proporcionado una fuerza irresistible, de manera que no les costó mucho imponer su voluntad. Al principio, las demandas de los obreros nacionales para la obtención de una parte de las utilidades de la creciente productividad se sofocaron severamente, pero las ligas obreras fueron adquiriendo poder; en Inglaterra, la ampliación del derecho de voto, los sentimientos humanitarios y el egoísmo ilustrado de los patronos crearon una legislación que protegió a las mujeres y niños, redujo la jornada de trabajo, propagó la educa ción y elevó los salarios reales. Los patronos descubrie ron que los obreros bien alimentados y elementalmente instruidos no sólo eran mejores para la producción de artículos, sino también constituían un mercado para ven derlos. De esa manera, la clase trabajadora industrial, aunque aparentemente luchaba en contra del sistema, de hecho, quedó absorbida en él. (Este fenómeno fue
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79 ‘ observado por primera vez, a mediados del siglo xix, en Inglaterra, por Engels, cuando señaló que “ésta, la más burguesa de todas las naciones, aparentemente persigue una finalidad ultima de poseer una aristocracia bur guesa, y un proletariado burgués, lo mismo que una burguesía”.)6 Esto fijó la norma a la que se ajustó el capitalismo triunfante en todas partes. Los trabajadores industriales y nacionales se beneficia ron del imperialismo de tres maneras. En primer lugar, las materias primas y los alimentos eran baratos en com paración con los productos industriales que mantenían el poder de compra de sus salarios. El té, por ejemplo, de ser un lujo de la clase media se convirtió en necesi dad indispensable de los ingleses pobres. En segundo lugar, las grandes fortunas realizadas en la industria, en el comercio y en las finanzas se derramaron sobre el resto de la comunidad en forma de impuestos y de obras de beneficencia, en tanto que la inversión con tinua mantuvo a la demanda de mano de obra a la altura del aumento de la población (aunque los habi tantes de alguna región, como Irlanda y las tierras altas de Escocia, tuvieron que emigrar para ganarse la vida). Por último, dándose aires de señores por el mundo ente ro, como súbditos de las naciones dominantes, pudieron nutrir su amor propio con ideas de superioridad racial. Los principales beneficiarios, por supuesto, del sistema fueron las clases medias. Tal y como los gastos de la renta servían para mantener a artesanos, comerciantes, burócratas e intelectuales, así las ganancias, en escala incomparablemente mayor, dieron origen a nuevas pro fesiones de ingenieros, contadores y tratantes en crédi6 Marx-Engels, Correspondence, pp. 115-6.
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to, además de ampliar los alcances de las antiguas pro fesiones: artistas, artesanos y gentes de oficio pudieron medrar atendiendo los gustos de los ricos. Además, las demandas de financiamiento realizadas por la industria (así como el desarrollo de la Deuda Nacional) proporcionaron un margen ilimitado al prés tamo de dinero con interés. Esto se desarrolló todavía más por la institución de la responsabilidad limitada, que permitió a todo dueño de riqueza adquirir acciones en una compañía que le darían derecho a la obtención de ganancias sin ninguna otra responsabilidad. Este sis tema condujo a un divorcio gradual entre la propiedad nominal de las empresas capitalistas y su control real; un número cada vez mayor de acciones quedo en poder de los dueños de riquezas, adquiridas por ahorro o he rencia, y que no tenían contactos con los negocios en los que invertían, pues el gran atractivo de las acciones fue precisamente el de no vincular a un tenedor a los ladrillos o al acero que producían las ganancias, no obs tante, podían venderse en la Bolsa de valores cada vez que necesitara dinero en efectivo o se temiera una per dida de su valor. En efecto, se convirtieron en una es pecie de propiedad de rentista. La concepción original fue que, de esta manera, se podían canalizar los ahorros hacia el financiamiento de la industria, pero la mayor parte de los negocios de una Bolsa de valores consiste en negociaciones de segunda mano en papel, que repre sentan finanzas invertidas hace mucho tiempo. Puesto que el precio de una acción depende mucho de las pers pectivas de la empresa de que se trate, o mas bien de lo que el mercado considera sus perspectivas, se pueden hacer fortunas escogiendo “ganadores”, sin contribuir, en lo más mínimo, al financiamiento de la industria. En
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torno a esta rama de los negocios, creció un grupo im portante de profesiones de la clase media. La exaltación de hacer dinero por el dinero para la respetabilidad, incluso para el dominio, en la sociedad, fue el nuevo rasgo del sistema capitalista que lo distin guió de todas las civilizaciones anteriores. Sin duda, una inclinación temperamental a la avaricia, o a la generosi dad, está distribuida estadísticamente de manera muy semejante en todas las poblaciones humanas. No hay razón para suponer que las pasiones naturales cambia ron en el siglo xix. Lo que ocurrió, más bien, fue el desarrollo de una sociedad en donde la ambición y el apetito de poder se podían satisfacer mediante la acumulación de riquezas, y esto se encontró con las con diciones técnicas e históricas que le permitieron no sólo crecer y florecer, sino alargar sus tentáculos sobre el mundo entero. El concepto racial de clase (de la superioridad innata de los latifundistas respecto de los aparceros y jornaleros) quedó minado por la nueva riqueza. En Inglaterra subsistió. La novelas victorianas nos hablan de los dere chos de las clases profesionistas de considerarse caballe ros y de que los caballeros no pueden rebajarse a comer ciar. Hasta hace cuarenta años, este sentimiento era vigoroso. El último vestigio de la moralidad feudal fue la noción de que el rango era algo innato que no podía comprarse. Privados del derecho divino, los capi talistas tuvieron que presentarse como benefactores de la sociedad. “Daban empleo”, creaban la riqueza de la nación y llevaban la civilización cristiana a tierras de bárbaros. Mientras la prosperidad duró, pudieron hacer caso omiso de todos los que dudaban de sus títulos a ser considerados como idealistas y chiflados.
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Desde que los primos de los monos superiores apren dieron a hablar, se explicaron el mundo en el que se encontraban, en función de espíritus y de dioses. Cada una de las grandes religiones que se desarrollaron en las civilizaciones preindustriales forjaron una explica ción del mundo, así como de la vida y de la muerte del individuo, anunada a una enseñanza moral, un vehículo para la contemplación mística y un sistema de ritua les para dar forma y gracia a la vida diaria. Durante el siglo xix el “movimiento clandestino” del escepticismo intelectual que probablemente siempre existió, y que había venido creciendo constantemente desde el resurgi miento del pensamiento especulativo griego, durante el Renacimiento, salió a la luz del día gracias a la propa gación del conocimiento científico, y sobre todo por obra del reconocimiento de que el hombre era una especie animal, afirmado por Darwin. (La psicología humana que encuentra satisfacción en la religión no parece ha berse alterado, pero los intentos de revivir los demás aspectos de la religión sin sus contenidos intelectuales no han tenido mayor éxito.) Al decaer la creencia en la inmortalidad individual, el concepto de progreso pasó a proporcionar la ideología adecuada al sistema del ca pitalismo industrial. Esto tiene dos ramas. Cuando el capitalismo comenza ba a avanzar a grandes pasos, Ricardo trató de captar su sentido en función de lo que llamaríamos un “modelo”. “El producto de la tierra, todo lo que se deriva de su superficie gracias a la actividad conjunta de la mano de obra, de la maquinaria y del capital, se divide entre tres clases de la comunidad; a saber, el propietario de las tierras, el dueño del capital necesario para su cultivo y los trabajadores por cuya industriosidad se cultiva.
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’’Pero en diferentes etapas de la sociedad, las propor ciones del producto total de la tierra que se asignarán a cada una de estas clases, con los nombres de rentas, utilidades y salarios, serán esencialmente diferentes, y dependerán, principalmente, de la fertilidad real del suelo, de la acumulación de capital y de la población, asi como de la destreza, el ingenio y los instrumentos empleados en la agricultura. ’’Determinar las leyes que regulan esta distribución, constituye el problema principal de la economía polí tica”.7 Los capitalistas empleaban mano de obra a jornales de subsistencia y rentaban las tierras. La competencia entre los mismos fijó las rentas a un nivel que igualaba los costos de producción en tierras mejores y peores. El exceso de la producción por hombre empleado, después de pagar la renta, sobre los salarios constituía la ga nancia. Los terratenientes, herederos de las tradiciones feudales, consumían sus rentas; los capitalistas ahorraban la mayor parte de sus ganancias para invertirlas en la ampliación de la producción y de la ocupación. Ricardo abogó por que se efectuaran cambios en las leyes y en la política que favorecieran a los capitalistas (en par ticular, la importación de trigo sin limitaciones), lo cual bajaría el nivel de las rentas y estimularía la acumula ción. Las políticas procapitalistas triunfaron y la acumu lación avanzó a grandes saltos. Marx descubrió una clave para la interpretación de la historia en esta adaptación de las “relaciones de produc ción” (en particular, el sistema de emplear mano de obra para obtener ganancias) a las “fuerzas de producción”. Las posibilidades técnicas del sistema industrial estaban 7 David Ricardo, Principles of Political Economy, prólogo.
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“elevando el nivel productivo del trabajo social como si creciera c*i invernadero”. Imbuido de nociones hegelianas de racionalidad, interpretó la sucesión de los sistemas económicos como una adaptación de la sociedad a las exi gencias de la tecnología. Sacó en conclusión que el pro ceso de acumulación, gobernado por el motivo de la ga nancia, era una fase que se cumpliría a sí misma y llega ría a su fin; tal y como la burguesía había suplantado a la aristocracia, así los trabajadores industriales qui tarían el poder a la burguesía y utilizarían la capacidad productiva que el capitalismo había creado para satis facer sus necesidades materiales de manera racional. “El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan por fin a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Ésta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.”8 Estas nociones, naturalmente, no fueron del agrado de los industriales y financieros, ni de las gruesas capas de rentistas y profesionistas de la clase media que habían ido aumentando e interponiéndose entre ellos y los asa lariados industriales. Marshall ideó una versión más agradable de la doctrina del progreso. A través del sis tema de la ganancia, el amor al dinero quedaba some tido al servicio de la sociedad. La demanda del mercado guiaba la producción de manera que se atendía a las necesidades y los gustos de los consumidores. Las eco nomías provenientes de las operaciones en gran escala 8 Karl Marx, El capital, p. 648.
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México, 1946, vol. 1, cap. xxiv,
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y de los progresos técnicos reducían los costos de pro ducción y la competencia garantizaba que los precios bajaran con los costos, de manera que los salarios reales se elevaban. La propagación de la educación limaba las diferencias de clase; cualquier familia, que tuviera ca rácter suficiente para “renunciar a las satisfacciones in mediatas” y ahorrar, llegaría a hacerse de una parte de la ganancia. “El problema de los fines sociales cobra nuevas formas en cada edad: pero por debajo de todas ellas hay un principio fundamental, a saber, que el progreso de pende principalmente de las fuerzas más fuertes, no sólo las más elevadas, de la naturaleza humana y pueden utilizarse para el aumento del bien social. Hay algunas dudas acerca de lo que es verdaderamente el bien social; pero no son lo bastante penetrantes para poner en peli gro los cimientos de este principio fundamental. Pues siempre ha existido un sustrato de acuerdo, según el cual el bien social estriba principalmente en ese sano ejercicio y desarrollo de las facultades que da lugar a una felicidad sin mengua, porque alimenta al respeto de sí mismo y vive de la esperanza. Ninguna utiliza ción de los gases de desperdicio en los altos hornos pue de compararse con el triunfo de lograr que el trabajo por el bien público sea agradable en sí mismo, y estimu lar a hombres de todas las clases a la realización de grandes esfuerzos por otros medios que no sean esa evidencia de poderío que se manifiesta en gastos opu lentos. Debemos patrocinar el trabajo excelente y las nuevas iniciativas mediante el hábito cordial de la sim patía y apreciación de aquellos que verdaderamente los entienden; debemos desviar el consumo por caminos que fortalezcan al consumidor y pongan a contribu
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ción las mejores cualidades de aquellos que abastecen el consumo. Reconociendo que parte del trabajo que debe mos hacer no es ennoblecedor, debemos procurar apli car el conocimiento creciente y los recursos materiales del mundo para mantener dicho trabajo dentro de lí mites estrechos y extirpar todas las condiciones de vida que son en sí mismas humillantes. No se puede llevar a cabo un gran mejoramiento repentino en las condi ciones de vida del hombre; pues las forma tanto como ellas lo forman, y él mismo no puede cambiar rápida mente: pero debe dirigirse sin tregua hacia la meta dis tante en que las oportunidades de una vida noble serán accesibles a todo”.9 Es extraño que Marshall haya publicado estas pala bras en 1919.10 Era demasiado viejo para advertir que su agradable predicción había quedado desmentida. En Alemania, el capitalismo se desarrolló antes que el feudalismo se desplazara de la agricultura, y las nociones feudales de que la guerra es el camino natural que conduce al honor no habían sucumbido ante la moralidad de una nación de tenderos. Los industriales acudieron a los militares para que les conquistasen una porción de la riqueza del mundo y los militares fomentaron la aplicación de la técnica industrial a la producción de armamentos. La rápida victoria de 1870 pareció probar la validez de esta fórmula. Las democracias se vieron arrastradas a una carrera armamentista y a una guerra que cambió radi calmente el carácter del sistema. El imperialismo capi talista, por supuesto, había dependido del poder militar, pero se había dirigido únicamente contra pueblos que se B Marshall, Industry and Trade, pp. 664-5. 10 Aunque las redactó por primera vez mucho antes.
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encontraban a un nivel técnico muy inferior v fueran fácilmente vencidos. (Los ingleses, por cierto, utilizaron en gran medida soldados de la India para las guerritas con las que amplió y mantuvo el sistema, y cargó la mayor parte de los gastos al presupuesto de la India.) La guerra entre las potencias industriales fue una cosa muy diferente. Desde entonces, la aplicación de la tec nología científica a los medios de destrucción, cada guerra comienza un poco por encima del nivel donde terminó la anterior, ha transformado la plácida visión de Marshall de una industria al servicio de la humani dad en una pesadilla de terror.
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I VII
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Comentando el pasado, en 1938 el profesor John Hicks observó que “no puede uno menos de pensar que, tal vez, la Revolución industrial de los últimos doscientos años no ha sido sino un vasto auge secular . Un auge, en este sentido, es una situación en que los negocios, por influencia de las perspectivas de ganancia, han dado origen a una elevación de la tasa de inver sión en construcción, equipo y existencias. La inversión requiere que los hombres se dediquen a la producción de bienes y que en esta producción se obtengan ingresos que contribuirán a obtener ganancias en el futuro. Mientras tanto, no están llevando nada al mercado. Los ingresos que se pagan actualmente en rela ción a ellas, representan una demanda de bienes ya exis tentes y proporcionan ganancias para los negocios que los suministran. Hay un “mercado de vendedores cuan do la demanda ha aumentado más que la capacidad de satisfacerla. De esa manera, una elevación inicial del gasto de inversión eleva el nivel de utilidades y hace atractivas nuevas inversiones. Así pues, un auge es una situación que se contradice a sí misma. La inversión es estimulada por ganancias generadas por la misma inversión. Cuando la nueva capacidad de producción creada por la inversión entra en uso, compite con la 1 Hicks, Value and Capital, p. 302, nota.
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antigua, el mercado de vendedores llega a su fin, las perspectivas de ganancias futuras se reducen, los nuevos planes de inversion son insuficientes para ocupar el lugar de los que se han completado y se produce una baja de la ocupación y de los ingresos. La industrialización capitalista puso en marcha un auge tras otro para iniciar la explotación de nuevos territorios y de nuevas inversiones. Cada gran oleada de inversiones fue seguida de una recesión, pero siempre se presentaron nuevas oportunidades lucrativas. Las re cesiones fueron tan solo un aquietamiento trasitorio dentro de un aumento continuo de la ocupación y de la acumulación de riqueza. La sugerencia de Hicks que esto era simplemente un auge secular significa no ser un proceso racional que se regula a sí mismo, y que, de pendía de un accidente histórico que, probablemente, no se repetiría. Esta opinión refleja la experiencia de la gran depresión de la década de 1930. También esta depresión puede interpretarse como un accidente histórico, como una acumulación de yesca sobre la cual cayó una chispa. La guerra acelero la tendencia, que ya se desarrollaba en varios países, de establecer industrias para satisfacer las propias necesidades y reducir la dependencia respecto de exportaciones de las economías ya desarrolladas, du plicando, así, la capacidad productiva, surgió una oleada de mejoramientos técnicos en la producción de materias primas que llevó a la oferta mucho más allá de la de manda. El mundo capitalista, en su conjunto, se estaba hundiendo en la condición de un mercado de compra dores. Pero, en los Estados Unidos, poco después de un auge y una recesión de postguerra, se levantó una nueva oleada de inversiones. La inversión, el consumo
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y el ingreso nacional se elevaron más o menos continua mente desde 1921 hasta 1929; ola de prosperidad, ex cepcionalmente prolongada, que dio origen a la noción de que los Estados Unidos eran diferentes, de que no se trataba de un simple auge, sino de una nueva era. Había algunas señales de que la expansion industrial estaba comenzado a frenarse en 1929, pero la reacción no hubiera sido tan violenta de no ser por el auge financiero. Los precios de las acciones e® la Bolsa de valores, dependen, como vimos anteriormente, de lo que el mercado espera que sean. Se había producido un in tenso auge de postguerra por la reconversión de la industria a los usos civiles, seguida de una aguda rece sión, que hizo bajar los precios de las acciones. Des pués, la inversión cobró nuevos ímpetus y el poder ad quisitivo de los activos reales, que las acciones repre sentaban, fue aumentando constantemente. Comenzó una devaluación de las acciones, que al principio coin cidió con un sereno cálculo de las ganancias esperadas. Pero el auge de la Bolsa de valores no tardó en iniciarse por propia cuenta y elevarse muy por encima del auge industrial. “Hasta los comienzos de 1928, incluso un hombre de espíritu conservador hubiera podido creer que los precios de las acciones comunes iban alcanzando al in cremento de las ganancias de las empresas, a la pers pectiva de nuevos incrementos, a la paz y tranquilidad de los tiempos y a la certeza de que el gobierno, firme mente establecido en Washington, no se quedaría con más ganancias que las necesarias en forma de impues tos. A principios de 1928, cambió el carácter del auge. La evasión en masa al mundo de la fantasía, parte fun-
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damental de la verdadera orgía especulativa, comenzó en serio. Era necesario aunar seguridades a quienes necesitaban algún vínculo, por tenue que fuera, con la realidad... ’’Sin embargo había llegado el momento, como en todos los períodos de especulación en que los hombres no querían ser persuadidos de la realidad de las cosas, sino encontrar pretextos para evadirse al nuevo mundo fantástico”.2 “El colapso del mercado de valores, en el otoño de 1929, estaba implícito en la especulación que le pre cedió. Lo único que cabía preguntarse, en lo tocante a esa especulación, era cuánto tiempo duraría. Tarde o temprano, la confianza en la realidad a corto plazo del aumento creciente de las acciones comunes se debilita ría. Cuando esto ocurriese, unas personas venderían, y esto destruiría la realidad de los valores crecientes. El retener acciones, con la esperanza de un aumento, co menzaría a perder sentido; la nueva realidad sería la baja de los precios. Se observaría una avalancha, una estampida de gente dispuesta a vender. De esta ma nera habían terminado anteriores orgías especulativas. Fue la manera en que se llegó al fin, en 1929. Es la manera en que la especulación terminará en el futuro”.3 Entretanto, el auge había estado socavando sus pro pias bases. En una fase anterior se había puesto de moda en los Estados Unidos comprar obligaciones ex tranjeras. Esto había alimentado la inversión en varios países, particularmente en Alemania, donde permitió fi nanciar los pagos por reparaciones de guerra, sin acumu lar un correspondiente sobrante de exportaciones, y seguir 2 J. K. Galbraith, The Great Crash, pp. 23-4. ’ Ibidem, p. 152-3.
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llevando a cabo la inversión interior. La atracción de la especulación en Wall Street secó la fuente de los em préstitos extranjeros y metió a varios países en dificul tades financieras. La Gran Bretaña padecía problemas crónicos, exacerbados por un retorno al patron oro a una tasa de cambio sobrevalorada.45 La crisis de 1931 finalmente trajo consigo algún alivio, pero en el en tretanto la desocupación siguió aumentando. Australia y la América Latina estaban sintiendo los efectos de la baja de los productos primarios, los cuales, tan pronto como aflojó la actividad industrial, bajaron hasta nive les ruinosos. Así pues, nadie se pudo sostener, y la de presión norteamericana arrojó al mundo capitalista en una pronunciada pendiente de ganancias, actividad y ocupación decrecientes. Las doctrinas de las finanzas saneadas, según las cua les el primer deber de un gobierno consiste en equili brar su presupuesto, constituía la ortodoxia dominante, especialmente en Alemania, que había sufrido la expe riencia traumática de un derrumbamiento completo del sistema monetario durante la gran inflación de 1921-3. Un cambio en la teoría económica, que ha llegado a conocerse con el nombre de Revolución Keynesiana (aun cuando Myrdal y Kalecki deberían compartir el titulo, llegó demasiado tarde como para tener efectos prácti4 Véase J. M. Keynes, The Economic Consequences of Mr. Winston Churchill. Este título es un poco injusto con Churchill, que entonces era ministro de Hacienda y se vio obligado a aceptar consejos por los que sentía gran desconfianza; vease también D. E. Moggridge, The Return to Gold, 1925. Depart ment of Applied Economics, Cambridge, Occasional Paper 19. 5 Véase Gunnar Myrdal, Monetary Equilibrium, y Michal Ka lecki, Studies in the Theory of Business Cycles, obras ambas (en su idioma original) anteriores a la Teoría general de Keynes.
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eos, y el Nuevo Tratado de Roosevelt fue confuso e ina decuado. Haciendo a un lado las desdichas y las hu millaciones, el desperdicio de simple producción ma terial queda ejemplificado en que el estallido de la guerra aumento el consumo de los civiles, para alimentos y ropa, en los Estados Unidos, en cerca del 30 por ciento. AI parecer, se estaba cumpliendo el diagnóstico de Marx de que al capitalismo le había llegado su hora e iba a ser reemplazado, pero la historia se guardaba to davía muchas sorpresas en la manga. En Italia se había descubierto una nueva fórmula. Cuando un movimiento obrero era lo bastante fuerte una grave amenaza para los terratenientes e industria les, la clase media inferior de tenderos, oficinistas y profesionistas de vida dura sintió que se encontraba entre dos fuegos. Encontraron un campeón que descu brió la posibilidad de reclutar un ejército de descon tentos y que tolerando y cultivando el sadismo que, al parecer, existe potencialmente en toda población, se po día montar un aparato de terror para quedarse con el poder. Las clases respetables se sintieron no sólo inti midadas sino agradecidas por su defensa en contra de una revolución izquierdista. De manera semejante, las respetables naciones capitalistas, en virtud de una mezcla de miedo y simpatía, permitieron al nuevo régimen sa lir adelante. Hitler se lanzó a aplicar esta fórmula en Alemania. La desdicha de la desocupación en masa, así como la amargura irremitente de la derrota pasada, le dieron apoyo y se lanzó a encontrar remedio a ambos padecimientos iniciando de inmediato preparativos para la guerra. Entretanto, la historia había hecho una jugarreta a Marx. El movimiento obrero internacional que debería
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haberse impuesto al capitalismo internacional se des barató cuando los trabajadores de cada nación se pu sieron con fervor patriótico al lado de sus gobiernos en 1914. Pero el colapso de la desvencijada autocracia del zar, durante la guerra, proporcionó la anhelada opor tunidad a los creyentes en el marxismo y se encontraron dueños de un imperio en el que el capitalismo, lejos de estar pasado de maduro y pudriéndose por dentro, apenas había empezado a echar raíces. Resulto que el socialismo no era una etapa más allá del capitalismo, sino otra manera de llevar a cabo la industrialización. Después de unos tanteos8 las autoridades soviéticas advirtieron que su tarea consistía en industrializar la economía que les había caído en las manos. Sin capi talistas que hicieran el trabajo y sin contar con el motivo de la ganancia para guiarse, el Estado tuvo que forjar órganos nuevos para la planeación y administración de todas las actividades económicas. En el espacio de vein te años, la urss había realizado una acumulación apro ximada igual a la de la inversión que se había venido acumulando en el mundo occidental en el espacio de doscientos años. Para hacer esto, el nuevo sistema gozaba de algunas ventajas. En primer lugar y ante todo, la tecnología se había desarrollado ya bajo el impulso de la búsqueda de ganancias y lo único que se necesitaba era adaptarla a las nuevas exigencias. El capitalismo había partido del mercado, vendiendo a precios inferiores a los de la pro ducción artesanal y gradualmente había ido retroce diendo hacia las industrias fundamentales. En el nuevo 6 Véase, E. H. Carr, “Some Random Reflections on Soviet In dustrialization”, en Socialism, Capital and Economic Growth (comp. Feinstein).
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95 sistema, lo lógico era levantar primero las industrias fundamentales y tomar un atajo a través del proceso de acumulación. El motivo de la ganancia se había ori ginado en la propiedad privada. Los hogares de los capitalistas exigían consumir una parte de las ganancias, lo cual apartaba recursos de la inversión. Además, un gran aparato de crédito y finanzas se había desarrollado principalmente para tratar los asuntos de la propiedad y esto, aunado a las ventas y a la publicidad, absorbía gran parte de la fuerza intelectual del mundo capitalista en actividades improductivas. Este desperdicio del so brante invertible podía eludirse mediante la organización de una administración que hiciera únicamente lo nece sario para mantener en marcha la economía. En el mundo capitalista existía una marcada división entre los bienes y servicios proporcionados por el Es tado y los proporcionados por la empresa privada. Todo lo que pudiera venderse en paquetes o trocarse por di nero era una oportunidad de hacer ganancias. La ad ministración general y las fuerzas armadas, así como algunos servicios urbanos, tenían que pagarse a partir de los impuestos. (Al principio hasta los caminos y carre teras eran servicios que formaban parte del sistema de ganancias, pero como los peajes constituían evidente mente una enorme molestia, este servicio se trasladó al sector fiscal.) Se piensa que los impuestos son una carga, o incluso un robo, en tanto que no se considera lo mismo de las ganancias ocultas en los precios de los artículos. El pú blico, en general, aceptó la ideología de los hombres de negocios y les dio su apoyo en sus propósitos de mantener lo más amplia posible la esfera del mercado. A medida que fue aumentando la productividad, hasta
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los ingresos más bajos ofrecieron un mercado para una cantidad creciente de producción para las masas, pero los servicios más importantes (de salubridad y educa ción) sólo podían suministrarse adecuadamente a las fa milias de la clase media que los pudieran pagar. En el sistema soviético no se plantea la distinción entre im puestos y ganancias. La totalidad del monto necesario para pagar los ingresos de quienes trabajan en la ad ministración, en las fuerzas armadas, en la inversión y en los servicios gratuitos se recauda de una vez y se gasta conforme a un plan coherente. Los servicios de salubridad y educación se prestan a toda la población, lo cual, además de contribuir al mejoramiento del es tándar de vida, tiene la ventaja de permitir al sistema industrial hacer uso de los talentos de cada una de las generaciones. El sistema de impuestos de los países capitalistas tiene otro inconveniente. Los sentimientos democráticos exi gen que a los ingresos de la propiedad, que es perma nente, se impongan impuestos más elevados que a los del trabajo, que menguan por enfermedad y edad avan zada; y exige que los ingresos elevados parezcan estar, por lo menos, fuertemente gravados. El resultado es que el ingenio y el dinero gastado en abogados para eludir el pago de impuestos a menudo producen ganan cias mayores que las que podrían ganarse contribuyendo a la producción real. “Hay que mencionar específicamente un elemento de estos costos. Consiste en la absorción de la capacidad por actividades meramente protectoras. Una parte con siderable del trabajo total realizado por los abogados se dedica a la lucha de los círculos de negocios con el Estado y sus órganos. Da lo mismo que llamemos a esto
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inmoral obstrucción del bien común o defensa del bien común en contra de una obstrucción inmoral. En todo caso, subsiste el hecho de que, en una sociedad socia lista, no habría necesidad de esta parte de la actividad legal ni margen para llevarla a cabo. El ahorro resul tante no se mide satisfactoriamente por los honorarios de los abogados dedicados a tales actividades. Esto no no es muy importante. Pero sí lo es la pérdida social causada por tal ocupación improductiva de muchos de los mejores cerebros. Considerando la gran escasez que hay de buenas cabezas, el que se dediquen a otras ocu paciones tiene una importancia que no puede calificarse de infinitesimal.7 La Revolución rusa abolio el ingreso de la propiedad (aparte de una pequeña cantidad por concepto de inte reses devengados por los ahorros) y el impuesto sobre la renta se aplica únicamente a unos cuantos casos anó malos. La mayor parte de la población activa recibe el ingreso qup se considera que le corresponde. No se ne cesita una compleja organización que dé dinero con una mano y lo quite con la otra. Cuando la propiedad privada de los medios de pro ducción se ha abolido, la totalidad del ingreso nacional pertenece a todo el pueblo. Las ganancias de un traba jador no son salarios en el mismo sentido de un régi men capitalista; son la parte que les corresponde de la gran empresa cooperativa. Sin embargo, para mantener la disciplina y proporcionar un incentivo al trabajo, re sultó indispensable establecer un sistema de pagos que no se distingue de los salarios; el socialismo trajo mu chos cambios en la vida diaria de un trabajador indus7 Véase, Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and De mocracy, p. 198.
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trial que lo que habían prometido los visionarios. Para el gerente de una empresa si fue diferente. En vez de tener que usar su juicio para encontrar la manera de ob tener ganancias para su empresa, recibió instrucciones en forma de normas de producción, de costos, etc., por las cuales tenía que arreglárselas para ejecutar su tra bajo de la mejor manera posible. La diferencia más importante introducida por el so cialismo en la economía consistió en el control de la inversión. En vez de quedar dividido por accidente his tórico entre el gobierno, las autoridades locales, cierto número de empresas en gran escala motivadas por la ganancia e innumerables pequeñas empresas con cuyas utilidades se sustentaba una familia, y sin que existiera una concepción generalmente aceptada de los objetivos, un plan general de inversión, para forjar el poderío de la nación, se constituyó ahora en la preocupación princi pal del gobierno central. Los planificadores tenían a su disposición grandes re cursos naturales inexplotados y gran parte de su tarea consistió en organizar la producción de materias pri mas. Un plan general exigía el equilibramiento de la oferta de cada una de las clases de productos animales, vegetales y minerales con su uso en la construcción y las manufacturas. Se fue forjando un sistema de plani ficación de los insumos y productos físicos y un sistema administrativo para llevar a cabo el plan constituido a través de la asignación a las empresas de materiales, energía y un fondo de salarios para reclutar mano de obra. Este sistema comenzó a operar para modernizar e industrializar el imperio heredado de los zares lo mas rápido posible. Un sistema sin “capital”, en el sentido de propiedad privada de las finanzas, tuvo un gran éxito
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por lo que toca a acumular “capital” en el sentido de equipo industrial. Pero el sistema soviético tuvo varios inconvenientes graves. En primer lugar, la industrialización se inició antes de la Revolución agrícola que la había precedido en el mundo occidental. En el transcurso de la revolución y la guerra civil, los campesinos de Rusia se habían apoderado de la tierra; y, en el Asia central, jefes tribales habían recuperado sus antiguos poderes. La renta, que anteriormente había servido para extraer el excedente agrícola, no estaba siendo pagada, y, como la industria no podía ofrecer nada a su poder de compra, los campesinos no tenían motivo para producir un excedente vendible. Stalin abrió una vía de escape a este callejón sin salida me diante el establecimiento de granjas colectivas, a las que dotó de estaciones de máquinas y tractores, con el objeto de incrementar la producción, y estableció por ley las entregas obligatorias de granos y otros productos agríco las. La sanguinaria brutalidad con la que se llevó a cabo la colectivización produjo la desafección de los campesinos y fueron pocos los gerentes enviados para di rigir los trabajos de las granjas que supieron encontrar la manera de hacerlas trabajar bien. (En las repúblicas del Asia en donde se había sometido a los cabecillas, el nuevo sistema trajo consigo una elevación del están dar de vida por encima de su misérrimo nivel anterior y de esa manera se conquistó el apoyo popular. El mal funcionamiento de la agricultura puso un vigoroso freno al desarrollo de la industria soviética. La fe que había hecho posible la revolución se esderotizó y se convirtió en dogma; éste fue el segundo gran inconveniente del sistema. El marxismoleninismo (con-
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iradamente a las intenciones de sus creadores) se convir tió en una religión oscurantista, intolerante y perse guidora. La física y la ingeniería tenían demasiada im portancia como para asfixiarlas, pero los problemas de la biología, la lingüística, la psicología, la estética y, so bre todo, la economía y las ciencias sociales se resolvieron por decreto. La contradicción entre la amplia difusión de la educación, sobre todo en el campo de las ciencias naturales, y la prohibición de una vida intelectual de in dagación y crítica libres produjeron una tensión que aún no se ha resuelto. Por último, estando rodeado por la hostilidad de las naciones capitalistas, que consideraban incluso al fas cismo como un mal menor, el gobierno soviético se vio obligado a orientar primordialmente hacia la producción de armamentos su industria y a vigilar atentamente toda disensión interna. Para llevar a cabo el programa en su totalidad se necesitaba un poderoso control central que se hipertrofió y trocó en la tiranía de Stalin. Las relaciones de producción se ajustaron a las fuerzas de producción en virtud de una violencia dolorosa. Al final, Hitler convirtió a los rusos y a los occiden tales en aliados, pero cuando la guerra terminó reapa reció la vieja hostilidad y comenzó la era de la guerra fría.
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Después de la guerra, el capitalismo sufrió una impor tante mutación. El auge de la reconstrucción efectuada en la posguerra no fue seguido de una recesión posre construcción. Durante más de veinte años, no se pre sentó ninguna recesión importante. Nadie sabe decir cuanto durara esta nueva época, pero ha durado ya lo suficiente como para pensar que es una fase nueva de la civilización industrial. El elemento predominante del mundo capitalista son hoy los Estados Unidos; allí tenemos que buscar el me canismo del nuevo sistema. Hubo dos elementos prin cipales, que se hicieron el juego uno al otro. En primer lugar, la era del capitalismo personal, en la que los “va rones ladrones” amontonaron grandes fortunas, había llegado a su fin (aun cuando subsistan algunas esferas en donde se puede operar a la antigüita). Los suce dieron grandes aparatos burocratizados, adaptados a la aplicación de los métodos científicos a la tecnología, a la gerencia y a las ventas. En segundo lugar, la esfera grandemente ampliada de intervención del Estado en los asuntos económicos que había comenzado durante la depresión y había aumentado durante la guerra, siguió creciendo durante la semipaz. Las grandes empresas heredaron los fines y actitudes de los capitalistas particulares, pero existen importantes diferencias en su modo de operación. Una vez creada
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e iniciada su actividad, no dependen para su financiamiento del ahorro individual. Cada una de ellas con siste en un fondo que se perpetúa y se amplía a sí mismo, controlado y atendido por un cuadro de geren tes y técnicos que se perpetúa a sí mismo. La tecnoestructura, como la ha bautizado Galbraith, consta de “todos los que aportan conocimientos, talento o experiencia a la toma colectiva de decisiones”.1 Ningún individuo tiene más poder que el de un engranaje de la máquina, pero la máquina, en su conjunto, controla un imperio de millones de dólares y de miles de vidas. Existe una vigorosa propensión en la naturaleza hu mana (arraigada, tal vez, en los instintos que dan co hesión social a una banda de monos) a sentir fidelidad por cualquier institución en la que un individuo se en cuentra. El capitalismo gerencial requiere de su personal un elevado grado de apego a la empresa. Por supuesto, hay en esto, también, algo de interés propio, pero el puro interés propio daría lugar a una gran movilidad entre las empresas y a revelar los secretos celosamente guardados por ellas. La fidelidad que vincula al ego del individuo con su empresa es un rasgo esencial del sistema. A nadie le toca preguntar “¿cuál es el objeto de toda esta actividad?” Para los servidores de cada empresa es natural y obvio que tengan que trabajar para el éxito de la misma. Nominalmente, los dueños de una em presa dan empleo a su gerencia y los dueños legales del negocio son sus accionistas. Pero éstos (rentistas par ticulares, compañías de seguros, etc.) no tienen voz en la dirección del negocio; sus títulos no son sino co locaciones de su dinero, una forma conveniente de man1 The New Industrial State, p. 71.
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tener la propiedad y hacerla producir un ingreso. Los gerentes se esfuerzan sin cesar en incrementar las ga nancias mediante inversiones que reducen los costos a fin de mejorar su poder de venta. Esto permite elevar ’.os salarios reales sin reducir la tasa de utilidades. La mayor parte de esta inversión se financia con las ga nancias y el poder de producción de utilidades del ca pital así creado es propiedad de quienes posean las ac ciones. Así pues, la posición del accionista es anómala. “Es un personaje pasivo y sin funciones propias, no table sólo por su capacidad de compartir, sin esfuerzos, incluso sin riesgos apreciables, en las ganancias prove nientes del crecimiento por el cual la tecnoestructura mide su éxito. Ninguna concesión de privilegio feudal puede equipararse, en lo que respecta a los beneficios obtenidos sin esfuerzo, con el del abuelo que compró y transmitió a sus descendientes un millar de acciones de la General Motors o de la General Electric. Los beneficiarios de esta previsión se han vuelto y siguen siendo ricos, sin ejercer más esfuerzos ni desplegar más inteligencia que la necesaria para tomar la decisión de no hacer nada, que abarca la decisión de no vender”.2 Este sistema garantiza a las gerencias una elevada independencia respecto de los banqueros y gobiernos y, por esa razón, toleran la mengua de los recursos de la empresa representada por la necesidad de pagar divi dendos suficientes para mantener su buena posición en la Bolsa de valores. El capitalismo de las grandes sociedades anónimas ha demostrado poseer cualidades idóneas para aplicar los descubrimientos de las ciencias físicas a la producción y los descubrimientos de la psicología y de investigación 2 Ibidem, p. 394.
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social para crear demandas de sus productos, pero no ha podido por sí mismo administrar adecuadamente la economía nacional. Existe un consumo constantemente creciente de pro ductos industriales por parte de la clase media, agri cultores acomodados, pequeños negociantes, profesio nistas, entre los que figuran el personal de la misma tecnoestructura y la parte de la clase trabajadora que ha quedado absorbida por el sistema; a este sistema se le ha dado el nombre de “sociedad de consumo”. Pero esto no constituye una base suficiente que permita en contrar una salida a la pura masa de dinero invertible que el sistema genera. Además, la inherente inestabi lidad de la inversión, que la economía de la empresa privada había manifestado antes de la guerra, está ahora aunada a una potencial inestabilidad de consumo. (Si todo el mundo decidiera conservar su automóvil un año más, la industria moderna, y no sólo en los Estados Unidos, entraría en una espantosa recesión.) Sin embargo, el sistema ha estado marchando sin ma yores fluctuaciones. Los gastos del Estado han propor cionado un elemento equilibrador, en forma de deman da, para preservar la casi estabilidad del crecimiento continuo en el mercado de bienes. El renglón de gastos que le es más fácil utilizar al Estado es el de la lla mada defensa. “Proporciona contratos de larga duración, que re quieren gran inversión de capital en esferas de tecno logía avanzada. No existe el riesgo de una fluctuación de precios. Existe también protección plena en con tra de todo cambio en las exigencias, es decir, todo cam bio en la demanda. Si un contrato se cancela, la inver sión de la empresa queda protegida. Respecto de ningún
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otro producto puede la tecnoestructura plantear con tal certidumbre y seguridad. Dada la inestabilidad de la planeación, tienen mucho atractivo aquellas circunstan cias en las que puede llevarse a cabo tan bien. ’’Esto lleva a la tecnoestructura a identificarse estre chamente con las metas de los servicios armados y, no infrecuentemente, con las metas concretas de un deter minado servicio, ejército, marina o fuerza aérea al cual presta servicios más íntimamente. La simple asociación, como en el caso de individuo y organización, da sostén a esta tendencia. En consecuencia, la tecnoestructura siente el mismo apremio por la inversión en nuevos ar mamentos, la misma seguridad en razón de la superio ridad técnica, las mismas justificaciones de un determi nado sistema de armamentos, las mismas ventajas de una misión más amplia para la fuerza aérea o para la marina, por ejemplo, que siente y entiende el arma particular de que se trate. Los miembros de la tecno estructura sienten para estos fines la misma devoción que los oficiales de las distintas armas.”3 Tal vez haya habido algunos consejeros guberna mentales de amplia visión que han descubierto en la carrera armamentista una solución al problema de mantener la estabilidad económica, pero parece plausible su poner que esta fórmula tuvo como origen la convergen cia de toda una variedad de fuerzas. Los militares y todas las autoridades que se habían elevado a posiciones de poder y prestigio, durante la guerra, no querían re nunciar a ellas. Cierto número de industrias importantes habrían sufrido una acusada mengua de su producción de haberse reducido los gastos en armamentos. Los cien tíficos consagrados a la creación de la bomba atómica no 3 Ibidem, pp. 310-11.
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deseaban creer que era innecesaria; los políticos, los je fes de las finanzas y los industriales temían que la simpatía por el pueblo ruso pudiera fomentar el des arrollo interior del comunismo; grandes masas de traba jadores blancos, de pequeños hombres de negocios, de miembros de la tecnoestructura y de intelectuales com partían todavía el credo propuesto por Al Capone: “este sistema norteamericano nuestro... da a todos y cada uno una gran oportunidad con solo que la sepamos coger firmemente con ambas manos”,4 y estaban dispuestas a salir en su defensa a la menor insinuación de peligro. Cualesquiera que hayan podido ser sus causas, la con secuencia de la guerra fría fue encontrar una salida al gasto gubernamental que no compitiera con la em presa privada y no saturara la demanda, produciendo algo que el público pudiera consumir. El sistema fue reconocido rápidamente: “Los planificadores del gobierno creen haber encon trado la fórmula mágica para los casi interminables bue nos tiempos... la guerra jr'ta es el catalizador. La guerra fría es un pistón de bomba automática. Se da vuelta a una llave y el público clama en favor de mayores gas tos en armamentos. Se le da vuelta a otra y el clamor cesa. La confianza de Truman, sus alardes se basan en esta ‘fórmula Truman’. Los buenos tiempos de Truman, se le dice al Presidente, pueden ir mucho más allá de 1952. Las demandas de la guerra fría, si se explotan al máximo son casi ilimitadas.”5 Los intereses creados de todos los que dependen para 4 Véase más adelante, p. 42. . 5 Citado de U. S. News and World Report en Baran y Sweezy. El capitalista monopolista, Siglo xxi Editores, México, 2? ed., p. 170.
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las ganancias o para la ocupación de la industria de ar mamentos (sin exceptuar a una gran parte de las univer sidades e institutos de investigación) le dieron firme res paldo y la cruzada por la “libertad” le fijó un noble fin. Este sistema ha demostrado ser notablemente exitoso, no para librar guerras, sino para mantener un continuo lucro y permitir, de esa manera, el constante crecimiento de la industria, la cual, como producto derivado, valga la expresión, podría ampliar, sin cesar la producción y el consumo de bienes vendibles en el mercado. Las relacio nes de producción se adaptaron a las fuerzas de la tec nología científica mejor que en cualquier época anterior. Como vivió en una época que llegó a su fin en 1914, Marx supuso que existía necesariamente un tipo de ra cionalidad en cada adaptación; ahora comenzamos a des cubrir lo contrario. Las armas atómicas, químicas y bio lógicas han destruido, finalmente, no sólo la guerra como oportunidad para probar la honra y valor de los hom bres, sino que la han convertido en algo demasiado peli groso para ser utilizado como medio de engrandeci miento nacional. La racionalidad exige que el fin pri mordial de la política debería consistir en convertir en obsoleta la guerra y descubrir otras maneras de tratar los problemas que le dan origen; pero es, precisamente, el éxito económico del complejo militar industrial (aunque se haya pasado de la raya en Vietnam) lo que levanta el obstáculo principal que impide la realización de dicho intento. Para mantener la ocupación casi plena, no basta pre servar la estabilidad. Es necesario que el número de em pleos ofrecidos por la economía aumente al mismo ritmo de la población trabajadora. El progreso técnico reduce continuamente el número de hombre-horas de trabajo ne-
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cesario en un año para obtener la producción del año anterior. Al mismo tiempo, cuando la población va en aumento, un mayor número de personas busca empleo más en el presente año que en el anterior. Para evitar la desocupación es necesario que la demanda de trabajo vaya a la par que la oferta. Una tasa adecuada de incremento de la producción to tal; junto con una reducción en hombre-horas de trabajo por hombre-año y una prolongación del período de edu cación permite al sistema digerir el cambio técnico gra dual y ampliamente difundido por la industria, aun cuan do no parezca tener la menor lógica permitir que el accionista “pasivo y carente de función” disfrute una gran parte del beneficio. Pero el motivo de la ganancia no contiene un mecanismo para asegurar que el progreso técnico cobre formas digeribles. La mecanización de la agricultura en los estados anti guamente esclavistas de los Estados Unidos, combinada con la automatización en la industria y la atrofia de los transportes públicos, ha impedido que gran parte de la mano de obra no calificada pueda ser aprovechada por la industria lucrativa. La concentración del consiguiente desempleo en la gente de raza negra está creando un problema aterrador. El capitalismo moderno se presta a la producción de fabulosos éxitos técnicos, pero no para proporcionar los fundamentos de esa vida noble accesible a todos que Marshall había soñado.
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El capitalismo con una ocupación casi plena alcanzó tam bién grandes éxitos en la Europa occidental. Mientras los armamentos proporcionaron el volante que mantuvo el equilibrio la economía del mercado, el desarrollo más notable se observó en las naciones derrotadas, la Ale mania Occidental y el Japón (éste forma parte hoy del “mundo occidental” de la industria capitalista), a las que, al principio, no se permitió recrear su industria militar, de manera que tuvieron que dedicar toda su inversión y todo su herido orgullo nacional a la producción civil. Incluso en Inglaterra, país con menos éxito en la prác tica del capitalismo moderno, se observó una notable elevación del nivel de consumo de productos industriales y la destrucción de muchos lugares agradables que suele acompañarla. Un importante producto, derivado de la prosperidad capitalista, fue la gran ampliación del sistema de servi cios sociales que habían encontrado sus precursores en Inglaterra, a principios de siglo, y habían sido grande mente desarrollados, a manera de emulación, por los soviets. En la realización de esto, las demandas de la demo cracia y sentimientos humanitarios se sumaron al interés propio ilustrado de los círculos de negocios. Un ciuda dano que se encuentra en la miseria constituye un bal dón para la economía y no tiene ningún valor para ella
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como trabajador productor, o como mercado que absorba bienes vendibles; la mala salud es un desperdicio y la educación pública se necesita para producir a los traba jadores calificados y a las capas inferiores de la tecnoestructura. De esta manera, el capitalismo moderno se orienta hacia lo que se ha llamado “estado benefactor”. Este sistema se ha desarrollado, como en ninguna otra parte, en Suecia, que no sufrió la guerra. Las demás naciones pretenden justificar su atraso, respecto de este último país, diciendo que los suecos se sienten terrible mente aburridos. Gunnar Myrdal, distinguido economista y sociólogo sueco, dice que esto es simplemente, una mentira.1 “Suecia ha logrado establecer una economía en la que la desocupación masiva está desapareciendo del ho rizonte: existe un servicio público, cada vez más eficaz, para ayudar a aquellos individuos que corren el peligro de perder su empleo en una industria que va quedando rezagada, de manera que, incluso, se ha reducido el riesgo de desempleo excepcional; todos los ciudadanos, en caso de enfermedad, disponen de servicios médicos baratos; pueden confiar en obtener una pensión de vejez que, en valor estable, ascenderá a dos tercios de su in greso en sus mejores quince años; el estado garantiza un estándar de vida decente a los niños, las viudas, los in válidos y los impedidos; la ley prohíbe quitar el empleo a una mujer que vaya a tener un hijo; las mujeres que trabajan en la burocracia gozan de licencia con goce de sueldo, antes y después del alumbramiento, y a todas las mujeres se les ayuda a sufragar ¡diversos costos relacio nados con el parto; todas las escuelas son gratuitas y a los 1 “What is Wrong With the Welfare State?” New Vor^ Times Sunday Magazine, 30 de enero de 1966.
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alumnos y a sus familias se les va aliando gradualmente de la necesidad de encontrar la manera de sufragar los costos de la vida; grandes esfuerzos se están realizando para ayudar a las familias de escasos recursos a obtener una casa decente en donde vivan; y así sucesivamente.” 2 Una de las supuestas pruebas de la frustración y tris teza de los suecos son las estadísticas de suicidios, más elevadas que las de algunos otros países, debido, en gran parte, porque en Suecia no es un delito el suicidio, no se publica en los periódicos, las familias, por consiguiente, no tienen motivos para esconderlo o callarlo. “Otra idea muy difundida en el exterior es la difusión del ‘pecado’ en Suecia, por lo cual se entiende la libertad sexual. Lo primero que se piensa es cómo puede este tipo de ‘pecado’ dar testimonio de frustración y tris teza.” 3 Myrdal, acostumbrado a desempeñar un papel en la escena mundial, confiesa que él se siente algo aburrido en una sociedad en donde no existen grandes problemas, pero a la mayoría de sus compatriotas les parece por de más satisfactorio. “Indudablemente, la elevación del bienestar material y seguridad de las masas no ha ido acompañada de un notable mejoramiento de la participación cultural que, según creimos, sería resultado de las reformas sociales en los tiempos en que tuvimos que luchar por ellas. Sin duda creimos, por ejemplo, que las vacaciones pagadas de cuatro semanas se utilizarían de manera algo diferente a como se utilizan hoy. Pero fue un error de nuestro aná lisis de las cosas futuras. No se debe entender como si demostrase el malestar de la gente. Al parecer, no sienten 2 Ibidem, en la cita se ha hecho un pequeño cambio verbal. 3 Ibidem.
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tantos deseos de una cultura superior como nosotros creimos románticamente, pero sí son felices con una pe queña aunque creciente participación de ella.”4 Se puede argumentar que, en Suecia, la opinión pú blica democrática se ha impuesto a los industriales y los ha convertido en sus servidores, mientras que, en los Es tados Unidos, el Estado se ha convertido en servidor de los industriales. Otros países occidentales ocupan una posición intermedia entre los mencionados: Suecia y Estados Unidos. Cuando se acepta como fin de la política gubernamen tal preservar una ocupación casi plena y un “crecimiento económico”, lo cual satisface al respeto propio nacional y mantiene contenta a una democracia permitiendo un creciente nivel de consumo a la mayoría de sus ciuda danos, entonces, evidentemente, las gerencias de las em presas industriales y los sindicatos forman parte de la administración de la economía nacional a igual título que el servicio civil; al mismo tiempo, la democracia carece de medios directos de control sobre ellos; se les debe conquistar y ofrecer cosas que les interesen o ame nazarles con prohibiciones, para conseguir que hagan lo que requieren los fines políticos. Cada una de las nacio nes capitalistas ha creado una diferente pauta de rela ciones entre el gobierno, las industrias y los servicios nacionalizados y las empresas privadas; y una pauta di ferente de distribución de los beneficios entre las clases y sectores de la economía, de acuerdo con la fuerza y las pretensiones de los respectivos intereses.5 Aburrido o no, el Estado benefactor ha suavizado considerablemente la aspereza del capitalismo crudo y ha desempeñado un gran 4 Ibidem. 5 Véase, Shonfield, Modern Capitalism.
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TI3 papel en salvarlo, hasta ahora, de la suerte que Marx le pronosticó hace cien años. Además de la tecnología industrial, un segundo ingre diente del elevado estándar de vida de las naciones des arrolladas ha sido el control de la natalidad. En el si glo xviii, hasta las mujeres de las clases acomodadas padecían lo que la señora Thrale: “trayendo al mundo y perdiendo constantemente niños que desgarran el cuer po y el espíritu tan terriblemente”.6 Los avances médicos redujeron la tasa de mortalidad infantil y después vino la limitación de los nacimientos. Una prolongada lucha en contra del prejuicio no ha sido aun completamente victoriosa, pero ha tenido éxito suficiente para dar lugar a un cambio revolucionario en la vida familiar de las so ciedades industriales prósperas. La libertad a la que hace referencia Myrdal es una adaptación de los usos y costumbres a una nueva situa ción técnica, aun cuando la generación joven, acosada por vestigios de puritanismo, por una parte, y por la vul garización comercial de la vida sexual, por otra, ha trope zado con graves dificultades para establecer una actitud psicológica aceptable y un código de conducta viable. Bajo el punto de vista de la vida privada, la aceptación del control de la natalidad ha sido una gran liberación, aun cuando el descenso de la tasa de natalidad, a conse cuencia de los mejoramientos crecientes en los métodos técnicos y legales, muestra, todavía, la existencia de gran número de nacimientos indeseados. Bajo el punto de vista de la economía, el movimiento no se ha extendido demasiado. Una interrupción del aumento numérico en una economía preocupada por el bienestar público, que haya alcanzado la ocupación casi plena, hará posible una 6 Citado de memoria de una carta aparecida en Thraliana.
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elevación más rápida del estándar medio de consumo, con una menor destrucción de los elementos ecológicos que son el agua, el aire y el espacio. Todas las naciones in dustriales capitalistas padecen aún por consecuencia del aumento numérico de la población; y los humanitarios se ven ante el cruel dilema entre rescatar de la pobreza a los niños que logran nacer y el miedo de que esto es timule a sus padres ha tener más hijos. El estado benefactor, lo mismo que las necesidades de la “defensa” fomenta al nacionalismo. Cada gobierno se preocupa por sus propios ciudadanos y la política no alcanza a distinguir entre los beneficios de aquellos que son independientes y los que se alcanzan a expensas de otros pueblos. Como señala Myrdal, el estado benefactor democrático de los países ricos del mundo occidental es, por su misma naturaleza, proteccionista y nacionalista.7 Las grandes diferencias del estándar de vida y el ni vel de ocupación, que existen entre diversas partes, crean una demanda de inmigración en las economías más prós peras. En la medida en que los inmigrantes llevan a cabo el trabajo más duro y difícil, a cambio de los sa larios más bajos del sistema, contribuyen a elevar el están dar de vida de la gente originaria del país, pero una vez establecidos y quieren compartir los beneficios del Estado benefactor se convierten entonces en una amenaza para esa población. Se ha encontrado una solución ideal (des de el punto de vista de los capitalistas autóctonos) en la Alemania Occidental, donde acuden trabajadores de países más pobres, ya preparados para su uso sin haber gastado un solo centavo en su enseñanza, encuentran trabajo cuando la industria está floreciente y lo pierden, vol viendo a sus países, cuando se siente una amenaza de 7 Véase Beyond the Welfare State.
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II5 desocupación. En tales circunstancias, se da por cosa sabida que al gobierno nacional sólo le preocupa el bien estar de los autóctonos, independientemente que el sis tema ofrezca o no ventajas para algunos extranjeros. El egoísmo nacional de capitalismo moderno se obser va claramente en la esfera del comercio internacional. El mundo capitalista (salvo cuando hay una gran guerra) es un mercado de compradores. La capacidad produc tiva sobrepasa a la demanda. Las exportaciones rinden utilidades y las importaciones (aparte de las necesarias materias primas) significan una pérdida de ventas ante los competidores. Además, es más fácil fomentar la in versión interna, es más fácil también luchar contra la inflación y resulta más practicable manipular el cambio extranjero en una situación de balanza de pagos favo rable, es decir, un exceso de las exportaciones respecto de las importaciones. De esa manera, cada una de las naciones compite por alcanzar un “crecimiento de las ex portaciones”, mientras cada una de ellas procura defen derse en contra de las exportaciones de las demás. La combinación de la cuasiplaneación nacional con el caos internacional (el cual no han logrado suprimir los acuer dos sobre comercio y finanzas concertados después de la guerra) estalla, de vez en cuando, en una crisis inter nacional. Las exigencias del Estado belicoso y del Estado be nefactor coinciden en la exportación de armamentos, que mantiene la prosperidad de la industria de los países ex imperialistas y permite que la existencia de enemista des entre países ex coloniales, paralizadas al nivel de los arcos y las flechas o de los mosquetones, se expresen con tanques y bombas.
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En el lado soviético, gran parte de la acumulación rea lizada durante veinte años tuvo que efectuarse de nuevo, por causa de la destrucción provocada por la guerra, y, encima de esto, fue más necesario que nunca orientar la ciencia y la industria hacia la defensa. Comenzó un segundo período de inversión a toda costa. Los arreglos, de hecho, a que se llegó, al final de la guerra (que nunca han sido regularizados), dieron a los soviéticos una es fera de influencia en la Europa central hasta la línea de los ríos Oder-Neiser y los Balcanes con excepción de Grecia; Checoslovaquia (quizá para parar un movimien to del otro bando) se les incorporó en 1947. El sistema ruso se trasplantó a todos estos países, sin exceptuar su tiranía y su injusticia. A pesar de todo, el efecto poderoso del desarrollo planeado ha elevado la producción (sin exceptuar los armamentos), de toda la zona hasta el nivel que se ha vuelto posible una política menos tensa y se han vuelto insistentes las demandas públicas en pro de algunas compensaciones a sus esfuerzos y abstinencias. La era de la abundancia potencial cogió por sorpresa a los planificadores soviéticos. Durante el período de la acumulación intensiva se consideró como “ley del socia lismo” que la proporción de inversión anual consagrada a ampliar las industrias de inversión debía ser mayor que la proporción destinada a incrementar la capacidad de las industrias de producción de bienes de consumo. De
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II7 ese modo, la proporción de la inversión en el ingreso nacional debería ir aumentando y acelerándose la tasa de acumulación. Fue preciso reconocer, entonces, que no era “ley” sino una fase del desarrollo. Cuando la pri mera fase de la industrialización llega a su fin, la econo mía puede ajustarse a la tasa de crecimiento dada por una proporción de inversión constante, y ésta no tiene que ser la mas alta proporción alcanzada durante el pro ceso de aceleración. Durante el periodo de aceleración de la acumulación, los planificadores forjaron una especie de ideología anti consumidor. Sólo se tomaba en serio a la industria pesa da. El sistema soviético demostró ser muy eficaz para producir satélites artificiales, pero muy ineficaz para atender a las necesidades diarias de las amas de casa. Estrecheces innecesarias se impusieron al consumidor, por ejemplo, al no proporcionar servicios tales como los de reparación de zapatos y relojes, aparte de las estrecheces necesariamente impuestas por una elevada acumulación y una economía dominada por la preocupación de la defensa. El método de controlar la industria a través de órdenes de la superioridad, a menudo incompatibles entre sí, la expresión de los planes de un producto bruto que dio pie a un uso desperdiciador de materiales, así como un sistema de precios arbitrarios, causó ineficacia en la producción. El sistema económico que había demostrado su capacidad de acelerar la acumulación se estaba convir tiendo en un impedimento para el disfrute de sus frutos. Las relaciones de producción tenían que adaptarse a una situación nueva. Comenzaron a analizarse esquemas de reforma poco después de las denuncias en contra de Stalin, en 1956. Después de haber llevado una vida latente durante diez
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años, salieron a la luz nuevas críticas y experimentos. La lucha entre las ideas nuevas y la autoridad vieja hizo crisis en el levantamiento político de Checoslovaquia, en 1968. La intervención soviética impuso un tremendo retroceso a la liberalización política y a la libertad de opi nión. Queda por ver hasta qué punto pueden funcionar las reformas económicas sin la discusión franca y críticas en cuyo seno se concibieron. Los reformadores navegan por mares desconocidos. Han influido en ellos, hasta cierto punto, la exposición que del capitalismo se ofrece en los manuales occiden tales y parecen suponer que “el mercado” y “la elevación al máximo de las ganancias” darán solución a sus pro blemas. Sin duda, podrán sacar mucho partido de la ine ficacia del antiguo sistema. Obligando a los gerentes de las empresas a producir bienes que se vendan al público, en vez de soltar en las tiendas los productos que nadie quiere, se podrá llevar a cabo una elevación inmediata del poder adquisitivo real del ingreso de los consumidores. Pero los manuales sólo hablan de recursos dados para satisfacer necesidades dadas. Cuando los re cursos van aumentando, los consumidores no saben lo que desean hasta que alguien se los ofrece. En Occi dente, sobre todo en los Estados Unidos, se lleva a cabo mucha investigación de mercados, pero se consagra prin cipalmente a descubrir los métodos más eficaces de ven tas y publicidad. Una industria avanzada, auténtica mente consagrada a “lograr la satisfacción máxima de las necesidades materiales y culturales constantemente crecientes de toda la sociedad”1 es algo que el mundo aún no ha conocido. 1 Véase Stalin, Economic Problems of Socialism in USSR, P- 45-
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La noción de los manuales de que el objetivo de ele var al máximo las ganancias de una empresa garantiza que la eficiencia es también muy superficial. Hasta los libros de texto reconocen hoy que las empresas capita listas sopesan la finalidad del crecimiento a largo plazo contra la finalidad de las ganancias a corto plazo, y tienen que tomar en consideración las buenas relaciones con los trabajadores y una buena reputación entre los consumidores para decidir sus políticas, de manera que el lucro no es un simple criterio de éxito carente de ambigüedad. Existen evidentes ventajas en proporcionar a los ge rentes socialistas instrucciones simplificadas. Cuando se han racionalizado los precios, una recomendación en relación a las ganancias permite abrirse paso a través de la maleza de “indicadores del plan” que anteriormente existía, sin embargo, no se ve con claridad de qué ma nera podrá funcionar esto en la práctica. El segundo gran problema de los reformadores con siste en conquistarse la lealtad de los trabajadores. Es el caso que los reformadores que pertenecen a la tecnoestructura del socialismo son expertos y administradores inteligentes e instruidos, algunos de los cuales pertenecen al Partido Comunista, en tanto que otros no. Conside ran justo y necesario proporcionar a la tecnoestructura independencia, autoridad y un conveniente estándar de vida. No pueden representar a la revolución como el triunfo de los humillados y ofendidos. (En Checoslo vaquia, en 1968, los rusos provocaron una poderosa oleada de sentimiento nacionalista en contra de sí mis mos que dio apoyo popular a los reformadores.) En Yugoslavia, que se sacudió la ortodoxia stalinísta en 1950, la participación en las utilidades de cada em
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presa se concedió a sus trabajadores cuando el nuevo sistema se introdujo. Designaron a sus propios geren tes y decidieron qué parte de las entradas netas debería pagarse como salarios, usarse en diversos servicios y pres taciones o invertirse en mejorar la capacidad productiva. Esto tuvo gran éxito a causa de imbuir en los trabaja dores comunes y corrientes esa clase de lealtad a la em presa, común en los niveles de administración más ele vados, pero muy pronto trastornó el plan general dentro del cual tenía que operar. Los demás reformadores están tratando de encontrar una manera de captar la energía y la buena conducta de los trabajadores mediante pagos de incentivo, mientras conservan el dominio sobre la economía en su conjunto. A este respecto, también, queda por verse qué es lo que resultará de las reformas en la realidad concreta. Tal vez, el logro más importante del sistema sovié tico fue el desarrollo de la instrucción pública que al canzó niveles muy superiores que los del capitalismo be nefactor-. y dio oportunidades a los talentos de todos los pueblos de la Unión Soviética. Esto fue acompañado por una estratificación del ingreso y del status, de acuerdo con el nivel educativo requerido por las diversas clases de trabajo. Durante mucho tiempo, las necesidades de personal entrenado para la administración de la indus tria (incluyendo armamentos y viajes espaciales) y los servicios sociales, sin exceptuar a la educación misma, fueron muy adelante de lo que el sistema podía propor cionar; recientemente se descubrió que la oferta había alcanzado a la demanda, de manera que comenzaban a existir más aspirantes calificados que plazas con los pri vilegios que esperaban disfrutar. Durante la persecu ción firmemente utilitaria de la producción máxima, el
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concepto de educación como fin en sí mismo se había perdido. Se sugirió, incluso, la idea de limitar el acceso a la educación superior de manera que hubiera un nú mero suficiente de trabajadores obligados a permanecer en los estratos inferiores.2 ( La aparición de algunas señales de la existencia de una “sociedad de consumo” en el mundo soviético ha dado origen en el Occidente a una discusión en torno a la convergencia de los dos sistemas económicos. Es ver dad que en el lado capitalista se ha observado una ten dencia a la planeación nacional y en el socialista hacia el uso de los indicadores del mercado; es verdad, tam bién, que empresas que utilizan las mismas técnicas tie nen un tipo de organización interna muy semejante. Sin embargo, la manera en que los dos procesos de in dustrialización tuvieron lugar ha dejado diferencias im portantes. Los problemas a que se enfrentan los soviéticos para adaptar su sistema a la abundancia potencial son muy distintos de los que afectan a los gobiernos capitalistas modernos cuando tratan de controlar a las empresas pri vadas. El comercio controlado puede ser torpe y despil farrador, pero no puede surgir un problema de pagos cuando las importaciones se mantienen al nivel que pueden pagar las exportaciones. La eliminación de las negociaciones en torno a los salarios permite mantener la ocupación plena sin la molestia de estar elevando con tinuamente los salarios y precios. Se evitan cambios de vastadores repentinos en la demanda de mano de obra al introducir la automatización con toda la rapidez que permiten sus consecuencias. La eliminación de una pro piedad rentista (aun cuando no haya creado una socie2 Véase, Kyril Tidmarsh, The Times, 9 de octubre de 1968.
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dad sin clases) impide la mengua del excedente inver tible y las deformaciones de la estructura de la demanda que se deben al consumo de lo que nuestros recauda dores de impuestos califican tersamente de “ingreso no devengado”. En ambas partes, la industrialización se llevó a cabo bajo el estímulo de gobiernos nacionales. La esfera so viética, más aún, en algunos aspectos, que el capitalismo de bienestar, está dominada por el nacionalismo econó mico. A los países socialistas europeos les ha resultado difícil cooperar en un plan común de desarrollo. El co mercio es controlado principalmente mediante intercam bios bilaterales que anulan gran parte de las ventajas potenciales de la división internacional del trabajo y cada economía se ve restringida por limitaciones a su capacidad de importar. Por otra parte, la esfera del co mercio planificado se mantiene inmune a las crisis recu rrentes que afectan al mundo capitalista. La tesis de la convergencia se utiliza en el Occidente para paliar el odio ciego contra el comunismo , y en China, con el título de “revisionismo”, para acusar a los soviéticos de haber abandonado los principios del socia lismo. Pero, entretanto, la sombra de la guerra fría pende aún sobre la escena. Por una parte, esto permite a las autoridades sobreponerse a las objeciones que se levantan en contra de la carrera armamentista y por otra permite a las autoridades sofocar la discusión libre por el temor de que las críticas puedan trocarse en deslealtad.
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En China, lo mismo que en Rusia, el socialismo está de mostrando que es la manera de fomentar la acumulación e instalar la tecnología científica en una economía pre industrial, pero allí ha cobrado una forma nueva. Con los principios del marxismo-leninismo, Mao Tse-Tung concibió una revolución que velaría realmente por los intereses del pueblo. En China, la gran mayoría estaba constituida por aldeanos empobrecidos. Para beneficiar los, la primera tarea de la revolución consistía en la transformación de la agricultura. Inmediatamente después de la intauración de la Re pública Popular, una reforma agraria cabal (que ya se había ensayado en las zonas ocupadas durante la pro longada guerra civil) liberó a los agricultores de la opre sión y de la inseguridad, elevó a la gran mayoría al rango de campesinos medianos, es decir, de los que tenían tierras suficientes para trabajarlas ellos mismos y ganarse así el sustento. Pero un campesinado de ese nivel no podía constituir la base del desarrollo industrial moderno. Los lotes eran diminutos, las herramientas y los animales deficientes y la técnica primitiva. Para poner en marcha la espiral, era preciso trasladar un excedente a la industria, la cual, a su vez, proporcionaría los medios de modernización de la agricultura. Además, el desesperado espíritu adquisi tivo del campesino, que durante tanto tiempo se había
OTRO CAMINO 124 debatido al borde de la penuria, no casaba con los idea les del socialismo. Mediante una serie de pasos graduales, la tierra se colectivizó; por etapas, el campesino dejó de ser formal mente campesino y se convirtió en miembro de un equipo de la comuna agrícola. (Hay también algunas granjas estatales cultivadas con trabajo asalariado.) Por lo que toca a sus métodos de trabajo también, el campesino cambió su estilo de vida. Se racionalizó el trazado de los campos y la asignación de tareas; la inversión en re gulación del agua, cría de animales, electrificación y, por último, mecanización elevó el nivel de producción por hombre y por medida de superficie. (Los comunis tas chinos reconocen que durante este proceso se come tieron crasos errores, pero una serie de ocho años de buenas cosechas generales indica que los deben haber corregido muy bien.) Las relaciones económicas del campesino también se han transformado. El equipo, en efecto, tiene propiedad so bre la tierra que se le ha asignado y sobre el ganado que ha adquirido, así como sobre un fondo de acumulación y un fondo para el bienestar social alimentado con sus ganancias. Han desaparecido la renta y la usura. El ingreso derivado del producto del equipo, en es pecie y en efectivos, se distribuye conforme a los puntos trabajo que cada individuo ha obtenido. La producción se lleva a cabo todavía, principalmente, para la autosubsistencia. En términos amplios, si el 80% de la mano de obra trabaja en la agricultura, sólo necesita desprenderse del 20 % de su producto neto para alimentar al resto de la población al mismo nivel que el del consumo campe; sino. (Anteriormente, las exacciones del terrateniente frecuentemente ascendían al 5°% del producto bruto.)
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125 El excedente se compra a precios fijos (aparte de un impuesto agrícola basado en rendimientos nacionales, que está dejando de tener importancia puesto que las co sechas reales se están elevando.) Cada equipo concierta con las autoridades encargadas de las compras las can tidades que se venderán cada año. Los acuerdos tienen como objeto dejar al equipo lo suficiente para alimen tarse, de manera que el excedente se recoge sobre todo cuando los rendimientos son los más altos. Para hacer que la población rural tenga interés en ganar dinero, se le ofrece en venta bienes de consumo. Por último, en su actitud mental, el campesino está dejando también de ser campesino. La generación joven, que ha crecido pensando en el trabajo colectivo y en la propiedad colectiva de los medios de producción como la cosa más natural del mundo, está perdiendo interés en los lotes particulares que se toleraron como conce sión a las maneras antiguas de pensar y se preocupa, principalmente, por aprender técnicas nuevas y adquirir nuevo equipo. La gama de ocupaciones rurales se va ampliando, año tras año, a medida que aumenta la meca nización y se instalan en las comunas cada vez más industrias pequeñas. La educación y la discusión polí tica meten al aldeano en la corriente de la vida nacional. Dada una seguridad económica completa, indepen dientemente de su sencillez, así como perspectivas convin centes de mejoramientos futuros, el ex campesino puede responder al llamado de la revolución cultural: comba tir el egoísmo y suprimir el privilegio. Por razones obvias, el desarrollo de la industria no puede ser tan diferente del modelo soviético, aun cuando las relaciones humanas en la fábrica son mucho más de mocráticas en China y los chinos parecen haber desper-
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tado un entusiasmo mayor aún que los yugoslavos por la producción y el progreso técnico sin apelar a incenti vos monetarios. Los planificadores chinos, desde un principio, presta ron tal consideración al consumidor que sólo ahora se está poniendo en boga en la Unión Soviética. Evitaron quedarse atollados en una rigidez centralizada mediante un expediente muy sencillo, que fue el controlar la pro ducción y la venta, al por menor, desde el nivel del mayoreo. En las ciudades costeras, un determinado numero de capitalistas autóctonos (sobre todo en los textiles) había logrado desarrollarse bajo el ala protectora de las conce siones extranjeras. Cuando estas ciudades se liberaron, se incitó a estas empresas a seguir produciendo; se les pro porcionaron materiales y su producción se compró a pre cios fijos. Este método se extendió sobre la mayor parte de la industria ligera cuando quedó absorbida en el sis tema socialista. Una oficina del Ministerio del Comercio Interior arregla contratos entre las empresas en diferen tes etapas de la producción (por ejemplo, los suministros de un fabricante de hilos a uno de tejidos) y entre el productor final y las tiendas que venden al por menor. El contrato gobierna la confección del producto, su di seño, las fechas de entrega y los precios. El vendedor al menudeo trasmite a la oficina las demandas del mer cado y los contratos para el período siguiente se modifi can de acuerdo con eso. De esta manera, las necesidades del consumidor gobiernan a la oferta, en vez de ocurrir lo contrario. Es verdad que el consumo de las masas en China se encuentra todavía a un nivel muy sencillo, pero no parece haber razón para pensar que este sistema deje de funcionar con éxito cuando dicho consumo se
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eleve. Un sistema de contratos con las comunas circun dantes asegura el abastecimiento de carne, frutas y verdu ras a los pueblos y ciudades. La concepción más original y sorprendente de Mao tiene que ver con la relación de la administración y las profesiones con los simples trabajadores. Mao observó en Rusia que el status se convierte en la base del privi legio cuando la propiedad ha sido abolida y, a través de la educación privilegiada, puede volverse hereditario y constituir el fundamento de una clase. Un partido comu nista organizado según la tradición stalinista crea un abismo entre los gobernantes y los gobernados. Además, en China, una tradición milenaria exaltó la erudición y menospreció el trabajo manual. Las raíces del espíritu de clase, en la administración y en las profesiones, que daban vivas en el suelo, después de haber suprimido ja propiedad, y no tardarían en echar brotes de nuevo. El movimiento en pro de una educación política, ba sada en el pensamiento de Mao Tse-Tung, tiene como propósito desenterrar las raíces del privilegio, convertir en honroso al trabajo, hacer desaparecer las desigualda des y establecer el derecho del hombre común y corriente a criticar al partido y a la administración en todas las esferas de actividad. En un país pobre no puede establecerse una igualdad en el consumo. Si no hay suficientes zapatos de cuero, para todos, unos llevarán calzado de cuero y otros alpar gatas. Hay grandes diferencias de ganancias entre las comunas ricas y las pobres, incluso entre un equipo dies tro y un torpe dentro de una comuna. La finalidad es llegar a la igualdad elevando los estándares desde abajo. Entretanto, todo el mundo debe trabajar para saber lo que es el trabajo; la educación no debe proporcionar al
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individuo un cómodo nidito, sino permitirle “servir al pueblo” de alguna manera determinada; todo el mundo debe aprender a valorarse en función de lo que da a la sociedad, y no en proporción a lo que toma de ella. De esta manera el socialismo chino se propone resolver el dilema entre democracia e incentivos individuales, a que se enfrentaron los reformadores checos, mediante una transformación de la moral. Para esto, la historia pasada ofreció un apoyo indispen sable. Durante tres mil años, el lento cambio de la po blación, en la cual la clase nunca se basó en la “raza”, ha embebido a todos sus miembros en la civilización china, y esta civilización se ha basado siempre en el concepto de conducta correcta. (“Podemos ser pobres, pero sabe mos distinguir el bien del mal”.) Es mucho más fácil modificar el contenido de una conducta correcta en per sonas educadas en tal concepción de la vida que introdu cir ese concepto en personas viciadas moralmente e im pregnadas de ambición competitiva. El socialismo chino es algo nuevo en el mundo. Los reformadores checos pretendieron establecer un socialis mo de rostro humano. Los chinos se han lanzado al proyecto, mucho más ambicioso, de efectuar el desarrollo económico con un sentido humano de los valores. Se encuentran todavía en el resplandor de una revolución triunfante, en el que contrastan las recientes memorias de la miseria y de la corrupción que dejaron atrás. Otros veinte años nos mostrarán si la humanidad es capaz o no de llevar a cabo tal programa.
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En la acepción original del termino, colonia quiere decir poblaciones de familias del propio país que arraigan en ultramar. En los dominios imperiales, una población autóctona o importada es gobernada por administradores y queda abierta a la penetración de hombres de em presa y misioneros que no se convierten en residentes per manentes. (En Inglaterra, a las colonias se les llamó do minios, y a éstos, colonias.) Las zonas de poblamiento inglés y francés en el Nuevo Mundo, sin exceptuar los Estados Unido, ingresaron en la corriente del desarrollo capitalista (los poblamientos de blancos en África constituyen un caso especial y anó malo). Las colonias de España y Portugal en la Amé rica Latina desarrollaron un capitalismo con menos éxito y las naciones que emergieron de ellas se clasifican hoy junto a los estados herederos de los imperios, inglés, fran cés, y holandés, entre las economías subdesarrolladas. (Sólo los portugueses en África tratan todavía de man tener posesiones imperiales a la antigua usanza.) El concepto de “subdesarrollo” se establece por con traste con el de economías “desarrolladas”, que son un fenómeno reciente y localizado. La característica econó mica fundamental del subdesarrollo, que ha sido el estado normal del mundo, en todas partes y en todo tiempo hasta la actualidad, es un bajo nivel de producción de alimentos per capita (bajo en comparación con lo que
EL TERCER MUNDO 13° es posible obtener ahora) de manera que la proporción de población que puede vivir del excedente agrícola es muy pequeña. Lo esencial del “desarrollo” es la aplica ción de la energía a la producción y al transporte, que eleva el producto por hombre-hora de trabajo por encima de lo que el músculo humano (auxiliado algo por el músculo animal) puede alcanzar. Así, pues, un progra ma de desarrollo encierra un programa de industriali zación que se necesita tanto para aumentar la producción agrícola como para la minería y la producción fabril. El intento del desarrollo se realiza dentro de una gran variedad de regímenes políticos: dictaduras personales, algunas supuestamente benevolentes, otras de terrible brutalidad; juntas militares, dinastías reales, democracias parlamentarias, que datan del siglo xix o que se han formado de carrera para suplantar a un poder imperia lista que se ha visto obligado a renunciar. El papel de los Estados Unidos en el mundo actual se puede resumir en un viejo chiste soviético: “¿cuál es el problema mayor al que se enfrenta el presidente de los Estados Unidos? Si es posible realizar el capitalismo en un solo país”. A cada movimiento nacionalista nuevo, o a todo partido político reformista del Tercer Mundo, se le pega la etiqueta de “comunista” y se le echa del po der, por la fuerza si es necesario, para que estos regíme nes (con una o dos excepciones precarias), de buen o de mal grado, mantengan sus economías abiertas al co mercio y a la inversión que convenga a las empresas capitalistas y, en muchos casos, para poner su territorio y sus fuerzas a disposición de la estrategia norteameri cana. La revolución cubana logró escapar y se vio obliga da a arrojarse en brazos de los soviéticos. De tal manera se confirma a sí mima la hipótesis de que la jefatura
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de cualquier clase de rebelión en contra de la opresión tiene que ser “comunista”. La obligación de respetar las reglas del juego del mer cado mundial levanta toda una serie de obstáculos en el camino del desarrollo. El primer requisito del desarrollo es movilizar un sobrante invertible. Va contra las reglas expropiar a los terratenientes y hacer uso de las rentas. Las utilidades de la industria nacional se consumen, en gran parte, en el sustento de un estándar de vida de clase media. Gran parte de las ganancias producidas por la explotación de los recursos naturales de estos países va a parar a manos de empresas extranjeras que efectuaron la inversión para organizar la explotación de materias primas para sus mercados nacionales, antes de que surgie ran capitalistas autóctonos que la emprediesen; una gran parte también de las ganancias generadas en la industria, en el comercio y en las finanzas va a parar a manos de empresas extranjeras.1 Para completar sus ahorros insu ficientes de origen interior, muchos de estos países reci ben donativos y empréstitos por concepto de “ayuda”. En algunos casos muy especiales, esto ha logrado fomentar el desarrollo de un capitalismo autóctono lo suficiente como para poder caminar éste sobre sus propios pies; en la mayoría de los casos, ha dado lugar a una dependencia que más que fomentar el dearrollo lo ha inhibido; en tonces, el pago de intereses va incremetándose año tras año; una cantidad cada vez mayor de la nueva ayuda se destina a pagar una ayuda ya recibida. El segundo problema del desarrollo es el de dirigir la 1 Véase H. W. Singer. “The Distribution of Gains Between Investing and Borrowing Countries”, American Economic Re view (Papers and Proceedings), mayo de 1950. Reimpreso en International Development: Growth and Change.
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inversión de los excedentes que existan por los canales que más se presten a fomentar el crecimiento continuo. La agricultura es el fundamento.” El primer paso para salir de la pobreza milenaria consiste en elevar la producción per capita de alimentos. La falta de una re forma agraria efectiva estorba al desarrollo no sólo por que permite que el excedente representado por la renta se consuma en el ocio, sino porque frena el aumento potencial de la producción al mantener subutilizada la tierra y conservar técnicas anticuadas que desalientan al cultivador y, a menudo, lo mantienen a tan bajo nivel que no puede dedicar mucha energía al trabajo, aun cuan do cuente con incentivos para hacerlo, y de tal manera estorba la movilización del tiempo de trabajo sobrante que ha resultado ser tan efectiva en China.2 En México, y recientemente en la India, se ha llevado a cabo un importante desarrollo de la agricultura capi talista que está produciendo un sobrante y contribuyendo al crecimiento; al mismo tiempo, crea un formidable pro blema social y político, pues las masas campesinas no obtienen mayores beneficios. La inversión industrial, conforme a las reglas del jue go, se lleva a cabo cuando está a la vista un mercado, principalmente para la venta de bienes de consumo a la población urbana. El grado en que este mercado ha pa sado a poder de firmas extranjeras ha dado origen a la expresión de cocacolonización; pero también se ha producido un desarrollo del capitalismo autóctono en este campo, gracias a diversas clases de proteccionismo. La inversión que permite ahorrar importaciones pone en marcha, hasta cierto punto, la espiral del desarrollo. El 2 Véase Myrdal, Asian Drama, capítulo xxii.
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133 reducir importaciones ahorra las ganancias provenientes de las exportaciones o la ayuda para la inversión; una nueva inversión en ahorro de importaciones aumenta los recursos para la inversión y así sucesivamente. Pero este proceso llega a un callejón sin salida cuando cierto nú mero de industrias ineficaces en pequeña escala se han establecido en cada país y todas las ganancias provenien tes de las exportaciones se necesitan para pagar materia les y partes que les permitan seguir funcionando. El gran desiderátum es aumentar las exportaciones. Muchos de los productos animales, minerales y vegeta les, desarrollados dentro del imperialismo, proporcionan ahora una útil fuente de ganancias de las exportaciones a las naciones recientemente independientes. Aun cuan do gran parte de la ganancia se va al exterior, existe no obstante una utilidad, pues lo obtenido por las ex portaciones permite, también, pagar los salarios y cubrir las ganancias retenidas. Pero en este caso también existen límites estrechos a las posibilidades de crecimiento. Cuan do la producción de estas mercancías comenzó a des arrollarse, los empresarios se guiaron por las perspectivas del mercado de los países industriales. Ocasionalmente, se pasaron de medida y entonces se produjeron recesio nes devastadoras, como en la década de 1930, pero en términos generales la oferta se ajustó a la demanda con el objeto de mantener el lucro. En la actualidad, las economías nacionales que las han heredado ansian au mentar sus ganancias provenientes de las exportaciones en cuanto pueden hacerlo, de manera que existe una pre sión constante para aumentar la producción, y un país o un continente compiten con los demás para quedarse con una parte de las entradas. Está en la naturaleza de estos mercados el ser inelásticos, es decir, un aumento
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de la oferta abate el precio más que proporcionalmen te, de manera que el resultado es una tendencia crónica a crear un mercado de compradores. Puesto que esto no es de ninguna manera inconveniente para los compra dores (las industrias de las naciones desarrolladas) los vendedores no conmueven mayormente a los comprado res cuando les piden ayuda para poner remedio a la situación. Las exportaciones fabriles son la siguiente esperanza. Dados los salarios bajos, pueden competir en textiles y en otras esferas de producción que empleen intensiva mente mano de obra. Cuando los ingleses vendían más barato que los productores artesanales, fueron fervientes defensores del libre comercio, pero en la actualidad las naciones desarrolladas no quieren que se venda por de bajo de los precios de sus industrias; los mercados abier tos a las naciones que supuestamente se están desarro llando se encuentran muy apretadamente limitados. Pero incluso la elaboración de sus propias materias primas se mantiene a raya mediante acuerdos arancelarios que protegen a las industrias de transformación que se esta blecieron en los países imperialistas contando con las materias primas coloniales. 3 Las grandes empresas internacionales, que actúan como compradoras de los productos primarios o establecen fábricas en el territorio de las naciones ex coloniales, con tribuyen mucho al desarrollo de sus economías. Traen técnicas avanzadas de ventas y producción, entrenan tra bajadores y miembros de los niveles subsidiarios de la tecnoestructura y sustentan el crecimiento de empresas loca les dependientes de la suya. Pero la espiral del desarrollo Véase, Singer, loe. cit.
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no puede ponerse en marcha de esta manera. El sobrante se saca del país en gran parte en forma de ganancias. Cuando se hace reinversión para la ampliación de la em presa del lugar, se hace una contribución también al des arrollo, pero hay que pagar por ella un alto precio. El capital nuevo creado en el lugar es propiedad legal de la compañía extranjera y tiene que pagar dividendos a los accionistas extranjeros. Las compañías internacionales, con toda corrección des de su propio punto de vista, arreglan sus inversiones en el mundo y manipulan el flujo de producción de un centro a otro según vaya conveniendo a las exigencias de su propio lucro, y no para fomentar la viabilidad o el crecimiento de determinadas economías nacionales. Ade más, ejercen una poderosa influencia a través de las po líticas de los Estados Unidos, de las potencias ex impe riales y de los intereses de los capitalistas autóctonos alia dos con ellos, para impedir que el gobierno local ejerza control sobre la administración de su economía por los impuestos, aranceles o por otros expedientes, sobre todo la nacionalización, a fin de que el país quede abierto para las actividades de la libre empresa. A este sistema se ha dado el nombre de neocolonialismo, porque priva a los nuevos gobiernos nacionales de la independencia que se les concedió nominalmente cuando se establecieron. La “ayuda” sin duda (especialmente la técnica) ha hecho algo, en algunos países, por fomentar el creci miento económico y, sin duda, ha contribuido a preser var la existencia de regímenes que de otra manera se hubieran venido abajo. Pero esto ha ido acompañado de una enorme desventaja para desarrollar las fuerzas de “defensa”. La curiosa idea de armar al Pakistán, para servir de baluarte en contra de la Unión Soviética, im
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puso a la India (que sabía el destino de las armas ad quiridas) una pesada carga de gastos militares. Cuando China fue elevada al rango de enemigo principal del mundo libre, la posición se invirtió y el Pakistán se sintió obligado a ampliar su esfuerzo militar para igua lar los armamentos que se le estaban suministrando a la India. La Unión Soviética se sumó también al juego y volvió en contra de ellas el cinismo de las potencias capitalistas “amantes de la paz”. A pesar de todo, se está llevando a cabo en el mundo un desarrollo. En casi todas partes, el ingreso nacional estadístico se está elevando año tras año. Los beneficios, sin embargo, están siendo anulados en gran parte por el aumento de la población. En muchos países ya se es taba efectuando un aumento rápido (sobre todo en el subcontinente de la India) durante el período colonial, y los servicios médicos (por ejemplo, al desterrar el palu dismo) aceleraron el incremento después de la guerra. No obstante algunos mejoramientos de la nutrición y ocupación, la cifra absoluta de niños que pasan hambre y no reciben educación aumenta año tras año y muchos países parecen estar llegando al punto en que el ingreso medio general per capita deja de elevarse y comienza a bajar.4 Marx, con toda razón, criticó el razonamiento de Mal thus como ilógico y reaccionario.5 Por desgracia, con cluyó de esto que el aumento numérico no constituye una amenaza para el bienestar. En la Unión Soviética, la enorme zona con recursos naturales por desarrollar y la grandes pérdidas, a causa de la guerra, convirtie ron en objetivo político el aumento demográfico. Com4 Myrdal, Asian Drama, capítulo xxvn. 5 Véase p. 44.
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binado con la enseñanza de Marx, se convirtió en dogma que la planeación familiar es contraria al socialismo. Sin embargo, se proporcionó el aborto médico como servicio social (salvo durante algún tiempo, en la era de Stalin). Tanto en la Unión Soviética como en las democracias populares el coeficiente de natalidad urbano ha ido dis minuyendo muy lentamente. Las autoridades chinas, al principio, se atuvieron a la enseñanza ortodoxa, pero (aunque sigan repudiando a Malthus) durante años han venido llevando una cam paña en pro del matrimonio tardío y de familias poco numerosas. Su red de servicios de salubridad y el con tacto íntimo de la administración con toda aldea y ca serío permite la rápida difusión de la información y la propaganda por todo el país. En la India y Pakistán la planeación familiar es hoy política oficial, pero no hay una manera fácil de lle varla al pueblo. En África y América Latina, el senti miento nacional hace desconfiar de una doctrina predi cada por los blancos yanquis, y lo implícito en algunos de los argumentos utilizados, de que después de todo fue una lástima desterrar enfermedades como el palu dismo, exacerba, naturalmente, la desconfianza. Después de veinte años perdidos y a pesar de la- alian za de la ortodoxia católica con la marxista, la opinión mundial está, actualmente, en favor, por lo general, de hacer todo lo posible por reducir la tasa de natalidad. Se están mejorando las técnicas de contraconcepción; pero, aun cuando se llegue a encontrar el método perfecto e inofensivo, no será fácil hacerlo de uso universal. Incluso si la tasa de natalidad se llega a reducir marcadamente en el futuro cercano, la composición por edades de la población que ya ha nacido impedirá que el número
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total de adultos deje de crecer y producirse durante largo tiempo. Se necesitará todavía un esfuerzo enorme en materia de desarrollo económico para efectuar una ele vación apreciable en el estándar de vida. La experiencia china ha mostrado lo que se requiere para el desarrollo. Meter a toda la población, de buena voluntad, en el esfuerzo económico y organizar la ocu pación para que todos puedan contribuir; aumentar la productividad de la agricultura para poder extraer un excedente sin tener que usar métodos brutales; frenar la desigualdad para no desperdiciar recursos en consumo innecesario y socavar la moral al generar la envidia; ele var el nivel general de salud e instituir el control de la natalidad; poner las bases de la industria pesada para poder modernizar la producción lo más rápidamente po sible, y, entre tanto, estimular la mecanización de las artesanías mediante “técnicas intermedias”;8 propagar la educación y desarrollar la dependencia de sí mismos en todos los niveles, desde el arrozal hasta el laboratorio atómico, mediante la aplicación del método científico de experimento en todas las actividades. Queda por ver si alguna prescripción demuestra su utilidad. Entretanto China, junto con Rusia y Japón, ejempli fican también la enorme inercia de la historia. Los re volucionarios del mundo entero están sacando inspira ción del pensamiento de Mao Tse-Tung pero no les proporcionará ninguna fórmula ya preparada y útil para solucionar la gran variedad de problemas particulares que la historia y la geografía han creado para ellos. 6 Véase E. F. Schumacher: “Intermediate Technology —a new Approach to Foreign Aid”. Advance, 2 de abril de 1967. (Uni versity of Manchester, Institute of Science and Technology.)
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Al contemplar este panorama amenazador, los apologistas del capitalismo moderno han perdido la confianza en si mismos. No pueden ofrecernos sino la doctrina del mal menor. “Defender lo malo contra lo peor”1 no sirve de inspiración a una juventud generosa. La rebe lión de la generación, que creció a mediados del siglo xx,
es en gran parte el rechazo de la escala de valores en carnada en la ortodoxia aceptada. La ortodoxia aceptada está muy impregnada de la en señanza de los economistas que, combinada con el pa triotismo, hace del “crecimiento del ingreso nacional” el fin político y el criterio del éxito. Las estadísticas del ingreso nacional total no prestan atención a la distribución del consumo entre las familias o a la composición del flujo de bienes y servicios al cual mide. La composición del producto está en gran parte determinada por lo que les resulta lucrativo vender a las empresas. En el apo geo de la ortodoxia económica, esto se presentó como el mayor mérito del sistema: las ganancias dependen de la satisfacción de la demanda, y la demanda expresa la libre elección del consumidor acerca de lo que quiere 1 La frase de C. Day Lewis “¿dónde están los poetas de la guerra?” se refiere a la defensa del Imperio británico en contra del fascismo. En muchos países, Grecia es el ejemplo más recien te, el problema consiste, actualmente, más bien en defender lo peor contra lo menos malo.
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hacer con su poder adquisitivo. (El poder adquisitivo no se distribuye, reconocidamente, según las necesidades, pero se encontró la manera de que esto no echara a per der la brillante exposición.) Se describió la economía como el estudio de la con ducta humana, como una relación entre fines y medios escasos a los que puede darse diversos usos. La orto doxia, basada en esta concepción, se vino abajo espectacu larmente durante la gran depresión, cuando la persecu ción de las ganancias no logró hacer uso de una gran parte de los recursos con no importa qué finalidad. Se ha dicho, a veces, que Keynes salvó al sistema ca pitalista convenciendo a los gobiernos que podían y de bían preservar la ocupación casi plena. Sea como fuere, lo cierto es que salvó a la ciencia de la economía. Sin él, esta ciencia, en el mundo de habla inglesa, se habría desacreditado por completo y la política se habría con vertido en dominio de charlatanes y empíricos. Sin embargo, la enseñanza ha ido resbalando, en grado notable, hacia los viejos surcos de antaño. Es verdad que la doctrina de que lo lucrativo es lo mejor se ha modificado grandemente en virtud de la política social del Estado benefactor. Se acepta ahora que la inversion en hospitales y escuelas satisface una necesidad más im portante que la inversión en fábricas de automóviles, y se lleva a cabo una gran cantidad de discusiones de los problemas que representa mantener una economía al nivel de ocupación casi completa, administrar el sistema monetario nacional, tomar disposiciones para evitar la inflación, manipular las cotizaciones de divisas y con trolar la balanza de pagos en las condiciones del nuevo mercantilismo, y así sucesivamente.
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Pero la enseñanza central de los economistas acadé micos ha cambiado muy poco. El meollo de la teoría es todavía la exposición de la operación de un mercado perfectamente competitivo que asegura la asignación óp tima de determinados recursos entre diversos usos posi bles. Las doctrinas económicas vulgarizadas, que nu tren la corriente de la opinión pública, proclaman toda vía el efecto benefactor del libre juego del motivo de la ganancia. La noción de que la persecución del interés propio in dividual produce mayor beneficio a la sociedad en su conjunto se puso de moda al mismo tiempo que la misma economía moderna. Dio la nota la Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las na ciones de Adam Smith. Entre animales, el individuo se las sabe arreglar solo. Pero los hombres tienen casi constantemente necesi dad de la ayuda de sus prójimos y en vano confiarán en obtenerla tan sólo por benevolencia. Un hombre con seguirá lo que quiere con más probabilidad si puede inte resar en su propio favor el amor propio de los demás, y si puede mostrarles que les conviene hacer por él lo que les está pidiendo... No es por la benevolencia del car nicero, cervecero o panadero que esperamos obtener nuestra comida, sino por la atención que presten a sus propios intereses.” El argumento de la riqueza de las naciones ofrece to davía un fundamento para la racionalización de una version exagerada de las doctrinas del laissez faire. Para Adam Smith el laissez faire era sólo un programa. Vi viendo en un sistema en donde la autoridad intentaba controlar la vida económica de acuerdo con una con
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cepción del interés nacional y del orden adecuado de la sociedad, que según vio estaba en desacuerdo con las crecientes “fuerzas de producción” de su tiempo, abogó por la supresión de restricciones al libre juego del mer cado y predijo que la confianza en el motivo de la ganancia conduciría a un gran aumento del sobrante económico. Para él, en la riqueza de las naciones no figuraba el estándar de vida de los trabajadores; los sa larios formaban parte de los costos de producción por lo mismo que lo formaban los piensos para el ganado. Los economistas del siglo xix reconocieron que los sa larios formaban parte del ingreso nacional, pero no ad virtieron suficientemente cuán radical era el cambio de interés que esto requería. Por cierto, Wicksell, en la introducción a sus Lectures, declaró: “Tan pronto como se empieza a considerar seriamente el fenómeno económico en su conjunto y a averiguar las condiciones del bienestar de todos, tiene que surgir la consideración por los intereses del proletariado; y de aili a la proclamación de derechos iguales para todos no
hay más que un breve paso. ”E1 concepto mismo de la economía política o de la exis tencia de una ciencia de tal nombre, por tanto, implica, estrictamente hablando, un programa completamente re volucionario.” Pero su propia manera de tratar la teoría económica no hizo nada por socavar el presupuesto de que el lucro es la guía adecuada para la producción. Así también, Marshall tampoco pudo aceptar la des piadada amoralidad del puro laissez faire, pero calmó su conciencia con la necesidad de que “no sólo las más al tas, sino las más vigorosas fuerzas de la naturaleza hu-
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143 mana”, se utilizasen para el bien social; es decir, cuando llegó al grano, aprobó con los demás que el interés pro pio y el deber público coinciden. En esta doctrina hay una falacia evidente. Si la perse cución de la ganancia es criterio de conducta correcta, entonces no podemos distinguir entre actividad produc tiva y robo. Claud Cockburn nos ha contado la entre vista que tuvo con Al Capone el “asesino millonario”. Cuando Cockburn pretendió expresarle su simpatía por las duras condiciones de la infancia de Al Capone en los barrios bajos de Brooklyn, éste se enfadó. “Oiga —le dijo—, no se le ocurra pensar que yo soy uno de esos malditos radicales, ni piense que estoy insul tando al sistema norteamericano. El sistema norteame ricano. ..” Como si un presidente invisible le hubiera so licitado unas cuantas palabras, inició una perorata sobre el tema: ensalzó a la libertad, a la libre empresa y a los pioneros. Hablo de “nuestra tradición”. Se expresó con ira cargada de desprecio respecto del socialismo y del marxismo. “Mis negocios —repitió varias veces— se lle van con principios estrictamente norteamericanos y los seguiré llevando de esa manera... "Este sistema norteamericano nuestro —gritó— lláme lo norteamericanismo, llámelo capitalismo, llámelo como quiera, da a todo y a cada uno de nosotros una gran oportunidad con solo tomarla con las dos manos y sa carle todo lo que podamos.”2 Trazar una linea arbitraria por ley e imponerla por la fuerza es, a la vez, caro e ineficaz. El sistema del laissez faire, bueno para la acumulación a toda costa, no proporciona ninguna norma para el disfrute de los fru 2 Cockburn, 1, Claud, pp. 118-9, Penguin.
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tos; por cierto, su culto del interés propio y de la com petencia ha creado la muchedumbre solitaria de otros perseguidores de la posición social en contra y por en cima de los demás, que no les parece nada satisfactoria a los científicos de la sociedad. Cuando Keynes advirtió, por primera vez, las posibi lidades de la acumulación continua, concibió que (dan do por supuesto que no haya guerras importantes, ni un aumento importante en la población) el problema económico podría resolverse finalmente. “Ahora es verdad que las necesidades de los seres humanos pueden parecer insaciables. Pero quedan com prendidas en dos categorías: las que son absolutas por experimentarlas, independientemente de la situación de nuestros prójimos, y las relativas, por experimentarlas únicamente cuando su satisfacción nos levanta por en cima de nuestros prójimos y nos hace sentir superiores a ellos. Las necesidades de esta segunda clase, que dan satisfacción al deseo de superioridad, podrán ser verda deramente insaciables; pues cuanto más elevado es el nivel general, tanto más lo son ellas. Pero no puede decirse otro tanto de las necesidades absolutas; no tar dará en llegarse a un punto, mucho antes quizá de lo que pensamos, en que estas necesidades encontrarán sa tisfacción en el sentido de que preferimos dedicar nues tras energías sobrantes a la consecución de fines no económicos... ’’Por consiguiente, veo que estamos en libertad de vol ver a algunos de los más seguros y ciertos principios de la religión y de la virtud tradicional: que la avaricia es un vicio, la exacción de la usura una maldad, el amor del dinero algo detestable, que quienes más seguramen-
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145 te andan por los caminos de la virtud y sólida sabiduría son quienes menos piensan en el mañana. Una vez más apreciaremos los fines por encima de los medios y pre feriremos el bien a lo útil. Honraremos a quienes nos pueden enseñar a desgranar el tiempo y emplear el día virtuosamente y bien, a las encantadoras personas que son capaces de disfrutar directamente de las cosas, los lirios del campo que no se afanan, ni hilan.”’ No obstante las guerras y el crecimiento de la pobla ción, el capitalismo con ocupación casi plena ha logrado producir un nivel de consumo impensado en siglos an teriores, pero no se ha puesto de manifiesto ese cambio en nuestro sentido de los valores por el que abogaba Keynes. Por el contrario, consideraciones comerciales se tra gan cada vez más esferas de la vida social, de manera que quienes desean pedir, por ejemplo, mejoras de la salud pública, consideran político indicar las pérdidas de producción debidas a la enfermedad, y aquellos a quienes les interesa la educación la aprecian en función de los salarios que pueden ganar las personas instruidas. En Europa, el sistema comercial se desarrolló dentro del marco de una aristocracia. Bajo cierto punto de vis ta, la noción de rango basada en la riqueza adquirida, no heredada, fue democrática, pues constituyó una pro testa en contra de la “cuna”. Trasplantada a los Estados Unidos, sin el cascarón de las tradiciones aristocráticas, creció y floreció poderosamente. Ahora ha regresado para reinar no sólo en la Europa occidental, sino también en el capitalismo autóctono que creció al abrigo de los im3 Keynes, “Economic Possibilities for our Grartdchildren”, Essays in Persuasion, p. 358 y siguientes.
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perios europeos, de tal manera que “libertad” ha pasado a ser sinónimo de libertad para hacer dinero. (Pero en los mismos Estados Unidos, la caricatura de aristocracia instalada en los estados esclavistas ha dejado un torpe legado.)
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La insaciable curiosidad intelectual del hombre mo derno ha convertido a la misma humanidad en objeto de estudio. La ciencia moderna, que comenzó con el estudio de lo más remoto (la astronomía), busca ahora descubrir los mecanismos de la personalidad individual y hallar las leyes que gobiernan la conducta social. El gran prestigio de las ciencias naturales y la impresionan te tecnología fundada en ellas hace concebir la esperan za de que, con sólo aplicar el método científico al es tudio de la sociedad, podremos encontrar una solución a los terribles problemas que penden hoy sobre nues tras vidas. Todavía, nada nos puede llevar a pensar que tan mag nífico programa pueda llevarse a cabo. Los métodos, a los que las ciencias naturales deben su éxito (experi mento controlado y observación exacta de fenómenos continuamente recurrentes), no pueden aplicarse al es tudio de los seres humanos. Hasta ahora, no se ha su gerido otro método igualmente exitoso para el estable cimiento de leyes naturales confiables. Es indudable que las ciencias sociales no deben ser acientíficas. Quienes las cultivan no deben lanzarse a sacar conclusiones precipitadas, fundadas en datos insu ficientes e inadecuados, ni hacer proposiciones circula res, que son verdaderas por definición, como si tuvieren
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algún contenido fáctico; cuando no están de acuerdo no deben recurrir al insulto como los teólogos y los críticos literarios, sino deberán ponerse tranquilamente a inves tigar la naturaleza de la diferencia y a proponer un plan de investigación que permita zanjarla. Norbert Wiener nos habla del uso, en la economía teórica, de la matemática adecuada para la física clásica. “El éxito de la física matemática llevó al científico social a sentir celos de su poder, sin entender del todo las actitudes intelectuales que contribuyeron a la consti tución de este poder. El uso de las fórmulas matemáticas acompañó al desarrollo de las ciencias naturales y se con virtió en moda de las ciencias sociales. Tal y como los pueblos primitivos adoptan los modos occidentales de un vestir desnacionalizado y del parlamentarismo, en virtud de un vago sentimiento de que estos ritos mágicos y estas vestiduras los pondrán inmediatamente en posesión de la cultura y técnica modernas, así los economistas han contraído el hábito de envolver a sus ideas, más bien imprecisas, en el lenguaje del cálculo infinitesimal.”1 Actualmente, las pretensiones de los economistas han impresionado a algunos de los que se dedican a cultivar otras ramas de las ciencias sociales, que están copiando como monos a los economistas que éstos, a su vez, lo hicieron con los físicos. Otros, asqueados por el espec táculo, rechazaron totalmente la economía y tratan de explicar la sociedad tan sólo mediante principios psico lógicos. Pero aun si los científicos de la sociedad pudieran me jorar sus metodologías y elevar su nivel de disciplina intelectual, no les sería posible levantar un fundamento 1 Wiener, God and Golem Inc., p. 91.
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para la “ingeniería social” equivalente al que los físicos han preparado para la ingeniería espacial. La razón es obvia. El objetivo de un programa de ingeniería le es dado al ingeniero; en el caso del científico de la so ciedad, es el objetivo del programa, precisamente, lo que tiene que considerar y discutir. No tiene caso ex plicar a la gente lo que ella misma es como si fuesen autómatas. “Todo hombre tiene tareas y deseos.” El cien tífico no puede actuar como si pretendiera ser un ser superior eximido del cumplimiento de las leyes que está exponiendo. Los lectores podrían replicar al autor “si somos autómatas, ¿usted qué es?” La función de la ciencia social es muy diferente de la de las ciencias naturales, consiste en proporcionar a la so ciedad un órgano que le permita tomar conciencia de sí misma. Todo grupo de seres humanos que vivan en relación recíproca necesita una ideología, es decir, una concep ción de la manera propia de conducirse y de la pauta permitida de relaciones en la vida familiar, económica y política. Hasta los monos superiores tienen una idea de lo que “no se hace”. La chimpancé corre a apartar a su crío cuando lo descubre jugando con un mandril. En el caso de los humanos, emancipados de instintos fijos y establecidos para siempre, las ideologías son muy maleables. Existe una analogía, que es algo más que una metáfora, entre la capacidad de aprender un len guaje y la capacidad de aprender un código de conducta correcta.2 El cerebro humano, evidentemente, contiene un aparato que permite al niño llegar a dominar no sólo un vocabulario, sino las reglas de cualquier estruc2 Vcase, Joan Robinson, Economic Philosophy, pp. 8-11.
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tura gramatical por más complicada que sea, sin dedicar un esfuerzo consciente a la tarea. (Sería por demás con veniente descubrir una hormona que mantuviera viva esta capacidad a una edad avanzada.) La capacidad es común a todos los humanos, pero el lenguaje que el niño aprende depende de la comunidad en que nació.3 Así también hay una capacidad, no njenos indispen sable para la vida social, de adquirir una conciencia, o sentido de los valores morales, aun cuando el contenido del código varíe según las diversas comunidades y según las diversas clases de una misma comunidad. (En las bandas de delincuentes, el respeto estricto del código es todavía más importante que para los honrados burgue ses, la policía no sabría qué hacer si de vez en cuando no pudiese sobornar soplones.) Es mucho más fácil aprender un lenguaje que aprender un código de va lores morales, y los criterios de corrección gramatical, en cualquier lenguaje, son más precisos que los criterios de validez de los principios éticos. En cada grupo, lo que puede y lo que no puede hacerse se va aprendiendo penosamente en generaciones sucesivas. Esto se advierte claramente en el requisito fundamental de toda organi zación social, a saber, el del código que regule las rela ciones entre los socios. En todo tiempo, en todas las tribus y naciones, a los jóvenes de cada generación se les ha atormentado con las reglas arbitrarias impuestas a ellos por las tradiciones en las que sus mayores se han sentido obligados a educarlos. 3 Una reseña de esta concepción se encuentra en Naom Chomsky, “Current Issues in Linguistic Theory”, en The Struc ture of Language, comp. Jerry A. Fodor y Jerrold J. Katz. Véase también Eric H. Lenneberg, “The Capacity for Language Acqui sition”, en el mismo volumen.
I5I Explicaciones precientíficas de la sociedad, en térmi nos de religión, historia y “raza”, han desempeñado un papel muy importante en la formación de una ideología, en el mantenimiento del orden en una sociedad y fo mento de un patriotismo para fortalecer a un pueblo en contra de otros. Esto constituyó la conciencia social de los individuos en su primer grado, según se ha dicho. La tarea de la ciencia social consiste ahora en elevar esa conciencia al segundo grado, en descubrir las cau sas, el modo de funcionamiento y las consecuencias de la adopción de ideologías, para someterlas a crítica ra cional. Demasiado a menudo supuestos científicos ope ran todavía en el primer grado, y se dedican a propagar ideologías que sirven a intereses particulares, tal y como la doctrina del laissez faire de los economistas sirvió a los intereses de las empresas capitalistas. Se han producido muchas controversias confusas en torno a la cuestión de los “juicios de valor” en asuntos sociales. Todo ser humano posee concepciones ideológi cas, morales y políticas. Pretender no tener ninguna y ser puramente objetivo tiene que ser necesariamente un autoengaño o una manera de engañar a otros. Un autor sincero expondrá claramente sus concepciones previas y permitirá al lector hacer caso omiso de ellas en caso de no aceptarlas. Esto se refiere al honor profesional del científico. Pero eliminar los juicios de valor de la ma teria de estudio de las ciencias sociales es tanto como eliminar esa materia misma, ya que como se ocupa de la conducta humana tiene que interesarse en los juicios de valor que los seres humanos hacen. El científico de la sociedad (independientemente de lo que pueda creer en su intimidad) no tiene derecho a pretender saber, CIENCIA Y MORALIDAD
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mejor que sus vecinos, cuáles son los fines que se de berían perseguir en sociedad. Lo que la incumbe es mostrarles por qué creen lo que dicen creer (en la me dida en que lo pueda interpretar) y mostrar la influen cia que tienen las creencias sobre la conducta. Pero tal y como existen algunos elementos fundamen tales que fijan límites a las estructuras posibles de los lenguajes4 así también existe un meollo de valores co munes en todos los códigos morales. Nuestra mente se niega a concebir un lenguaje que carezca, de alguna manera, de una distinción entre nombres y verbos que refleje la distinción entre objetos y acciones; igualmen te, nuestro cerebro se niega a admitir la posibilidad de una sociedad que admire la cobardía, por ejemplo (aun que pueda apreciar la prudencia) o prefiera la crueldad a la bondad con los de su propia clase. Si añadimos a esto el principio de que es preferible la moralidad que posea la mayor “inclusividad”, tenemos una base sufi ciente para la formulación de juicios morales sobre sis temas morales. Un negro sabra, por experiencia personal, que el ra cismo blanco es cruel y repugnante; o un hombre des empleado, que el sistema económico es duro y arbitra rio. No es acientífico que un observador de la sociedad use esos adjetivos en el transcurso de una descripción o de un análisis (siempre que los adjetivos no sean mera mente un sustituto de la observación). La gente honesta puede llegarse a entender aun cuando sus ideas se hayan formado en tradiciones totalmente diferentes. El científico de la sociedad que reconozca a su materia de estudio como íntimamente ligada a la consideración de 4 Ibidem.
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los valores humanos, propenderá a hacerse una idea de masiado optimista de la influencia práctica que puede ejercer, pues los intereses de grupo, que las ideologías de grupo defienden, no se pueden reconciliar fácilmente gracias a su principio general. Probablemente, ya que ha puesto su fe profesional en el poder de la razón y posee, en general, un sentido humano de los valores, espere que, cuando la gente en general pueda entender el problema según lo expone, actúen como él cree que deberían hacerlo. Keynes sos tuvo que cuando se comprendiese la operación del sis tema capitalista, su gran poder productivo se utilizaría para suprimir la pobreza y para crear condiciones en las que preferiríamos dedicar nuestras energías sobrantes a la realización de fines no económicos. Myrdal, en su obra titulada E7 dilema norteamericano, afirmó que al poner al descubierto el carácter mítico del racismo, la ra zón ayudaría a limar los prejuicios raciales y a establecer un régimen de igualdad ante la ley en los estados del sur de los Estados Unidos. Todavía dista mucho de ha berse cumplido estas esperanzas. No quiere esto decir que no haya tenido ningún valor descubrir las causas de la desocupación o presentar la situación de los negros como un dilema para los nor teamericanos blancos que pretenden creer en la demo cracia. Todo el que escribe un libro, por más melancólico que sea su mensaje, es necesariamente un optimista. Si los pesimistas creyesen realmente lo que están diciendo, no tendría caso decirlo. Los economistas de la escuela del laissez faire preten dieron suprimir el problema moral mostrando que de
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la persecución del bien propio, por parte de cada indi viduo, se desprende un beneficio para todos. La tarea de la generación que ahora se encuentra en rebelión consiste en reafirmar la autoridad de la moralidad sobre la tecnología; incumbe a los científicos de la sociedad ayudarlos a ver cuán necesaria es dicha tarea y cuán difícil será llevarla a cabo.
impreso en litografíes ingramex, s. de r. 1, centeno 162 - méxico 13, d. f. 23 de diciembre de 1971 tres mil ejemplares
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libertad y necesidad JOAN ROBINSON Partiendo de las analogías existentes entre los agrupamientos animales y la sociedad humana, y del estudio acerca de las sociedades aisladas, la profesora Joan Robinson discurre hasta los orígenes de la organización social, de la agí ¡cultura, del derecho de la propiedad y de la necesidad de producir para satisfacer el estándar común de consumo y un sobrante (excedente) para la clase dirigente el sacerdote, el caballero, el industrial, el capitalista. Cuatro métodos ideados por el hombre han servido para producn este excedente El leudalismo, la administración central, el imperialismo y el colonialismo El comercio y las manufacturas nacen, indirectamente, de este excedente La marcha del capitalismo hacia el progreso técnico eleva la producción per cápita obteniendo así más ganancia (excedente). ¿Y qué pasa con las relaciones entre la industria y el Estado? El examen se dirige a estudiar la industrialización soviética, los proyectos chinos para acelerar el desarrollo económico con un sentido humano de los valores, los titubeos de un Tercer Mundo cuyo primer paso para salir de la pobreza es elevar la producción per capita de alimentos Todo un bosquejo rápido y brillante de la evolución de las estructuras de las economías del mundo y de las ideas que las sustentan De Joan Robinson hemos publicado Introducción a la economía marxista v El fracaso de la economía liberal