Lecturas del legado español en la Europa ilustrada 9783954870899

Frente a la concepción historiográfica tradicional, se muestra cómo en los principales países europeos existió un notabl

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ÍNDICE
LEYENDANEGRAY LEYENDA ROSA
APOLOGÍAS, IDENTIDAD NACIONAL Y EL DESPLAZAMIENTO DE ESPAÑAALA PERIFERIA DE LA EUROPA“MODERNA”
TRANSLATIO IMPERII, TRANSLATIO STUDII: EL GUSTO ESPAÑOL EN LA POLÉMICA CLASICISTA ITALOFRANCESA DEL PRIMER SIGLO XVIII
MONTESQUIEU Y VOLTAIRE: SUS VISIONES DE ESPAÑA
LECTURAS SOBRE LA CULTURA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII FRANCÉS
NO SOLO POLÉMICAS. LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA ESPAÑOLAEN LA ITALIA DE LA ILUSTRACIÓN
RE-PRESENTARSE ANTE EUROPA: LA PRODUCCIÓN TEATRAL DE LOS JESUITAS EXPULSOS EN ITALIA
IL MAGAZIN (1780-1782) SPAGNOLO DI FRIEDRICH JUSTIN BERTUCH E IL SUO CONTESTO
LIBROS, HISTORIAS Y BIBLIOTECAS. LA CULTURA ESPAÑOLAY LARUMANÍAILUSTRADA
VERSOS ESPAÑOLES EN LA EUROPAILUSTRADA. LA POESÍA ESPAÑOLAEN ANTOLOGÍAS EXTRANJERAS
IMPORTANCIA DE LOS MATERIALES PARALITERARIOS EN LA IMAGEN DE ESPAÑAEN EL SIGLO XVIII
LA CULTURA LITERARIA ESPAÑOLAEN EL PRIMER COTIDIANO NOVOHISPANO: EL DIARIO DE MÉXICO
SOBRE LOS AUTORES
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Lecturas del legado español en la Europa ilustrada
 9783954870899

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José Checa Beltrán (ed.) LE C T U RA S DE L L E G A DO E S PA ÑOL E N L A E U ROPA I L U S T RA DA

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LA CUESTIÓN PALPITANTE LOS SIGLOS XVIII Y XIX EN ESPAÑA Vol. 19 CONSEJO EDITORIAL Joaquín Álvarez Barrientos (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid) Pedro Álvarez de Miranda (Universidad Autónoma de Madrid) Philip Deacon (University of Sheffield) Pura Fernández (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC, Madrid) Andreas Gelz (Albert-Ludwigs-Universität Freiburg) David T. Gies (University of Virginia, Charlottesville) Ana Rueda (University of Kentucky, Lexington) Manfred Tietz (Ruhr-Universität Bochum)

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LECTUR AS DEL LEGA DO ES PA Ñ OL EN LA EU R OPA I LU S T R A DA

José Checa Beltrán (ed.)

Iberoamericana



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Este libro es resultado del proyecto de investigación FFI2008-01870, concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación español y dirigido por José Checa Beltrán.

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2012 Amor de Dios, 1 E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2012 Elisabethenstr. 3-9 D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-700-2 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-751-0 (Vervuert) Diseño de la cubierta: a. f. diseño y comunicación

Depósito legal: M-32452-2012 The paper on which this book is printed meets the requirements of ISO 9706 Impreso en España

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ÍNDICE

Leyenda negra y leyenda rosa José Checa Beltrán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Apologías, identidad nacional y el desplazamiento de España a la periferia de la Europa “moderna” Jesús Pérez-Magallón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

13

Translatio imperii, translatio studii: el gusto español en la polémica clasicista italofrancesa del primer siglo XVIII Manuel Garrido Palazón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

41

Montesquieu y Voltaire: sus visiones de España Françoise Étienvre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

67

Lecturas sobre la cultura española en el siglo XVIII francés José Checa Beltrán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

105

No solo polémicas. La difusión de la cultura española en la Italia de la Ilustración Maurizio Fabbri . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

139

Re-presentarse ante Europa: la producción teatral de los jesuitas expulsos en Italia Patrizia Garelli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Il Magazin (1780-1782) spagnolo di Friedrich Justin Bertuch e il suo contesto Giulia Cantarutti y Silvia Ruzzenenti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

185

Libros, historias y bibliotecas. La cultura española y la Rumanía ilustrada Oana Andreia Sâmbrian . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

217

Versos españoles en la Europa ilustrada. La poesía española en antologías extranjeras Miguel Ángel Lama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

241

Importancia de los materiales paraliterarios en la imagen de España en el siglo XVIII Fernando García Lara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

263

La cultura literaria española en el primer cotidiano novohispano: el Diario de México Esther Martínez Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

279

Sobre los autores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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LEYENDA NEGRA Y LEYENDA ROSA José Checa Beltrán

En enero de 2009, un grupo de investigadores de distintas universidades y centros de investigación comenzamos a trabajar en un proyecto sobre lecturas del legado literario-cultural español en la Europa del siglo XVIII. La historiografía tradicional ha subrayado la vigencia y circulación de la “leyenda negra” antiespañola en la Europa ilustrada. Sin compartir la sistematicidad y universalidad de esas lecturas negras sobre España, este grupo de investigación adoptó como hipótesis de trabajo que, junto a las lecturas negativas, existió entonces en el continente una corriente de pensamiento que debía de reconocer la aportación española a la literatura y cultura universales. Tres años después, y tras el análisis de un buen número de textos europeos del siglo XVIII, podemos confirmar la existencia de una corriente de “lecturas rosa”, favorable a España. Por otra parte, como subtítulo de dicho proyecto hicimos figurar tres conceptos, canon, nacionalismo e ideología, que, a nuestro juicio, podrían haber marcado esas “lecturas” del título. Algunos trabajos de este volumen confirman que esos tres elementos condicionaron los juicios que los letrados europeos del siglo ilustrado hicieron sobre España y su aportación histórica a la cultura occidental. En el primer capítulo de este volumen, el profesor Pérez Magallón reflexiona sobre las implicaciones de la llamada “leyenda negra”, la identidad nacional y el nacionalismo. Los cambios en la situación geopolítica de la Europa occidental determinaron que desde mediados del siglo XVII la propaganda antiespañola ya no busca atacar a la mayor potencia de esa zona, sino a una país que se encuentra en la periferia

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de una Europa moderna en vías de construcción. De ahí que en el siglo XVIII los ataques europeos a España se concentren en su atraso, ignorancia y rechazo al progreso y a la modernidad. Ello determinó que los letrados de nuestro país redactasen una serie de escritos sobre España, autoapologéticos o autocríticos, que constituyeron la base de un “programa” nacional de futuro. Las opiniones acerca de la literatura española en la polémica que, sobre el barroco, sostuvieron autores franceses e italianos (casi todos jesuitas) a comienzos del siglo XVIII es el tema del capítulo redactado por el profesor Garrido Palazón. La hegemonía española en Europa, definitivamente perdida en el ámbito político durante la segunda mitad del siglo XVII, desapareció igualmente en la dimensión simbólica y cultural. Aquella hegemonía intelectual detentada por Italia durante el Renacimiento y por España en su Siglo de Oro pasó entonces a Francia. Los franceses fueron depurando la imagen propagandística del “Siglo de Luis XIV” y estableciendo una influyente oposición entre el buen gusto francés y el mal gusto español e italiano. La “galicanización del gusto” planteada por Bouhours en 1687 (también por Boileau y Rapin, entre otros), y la consiguiente descalificación de españoles e italianos, generó una réplica italiana, determinada por una epistemología tan racial como la de sus adversarios franceses. No hubo respuesta española en aquellos años de principios del XVIII, marcados por la guerra de Sucesión. Camillo Ettorri, Gian Gioseffo Orsi, Girolamo Baruffaldi, Ludovico Antonio Muratori y Gravina, principalmente, respondieron a los franceses reflexionando sobre el propium de la poesía, defendiendo la tradición poética italiana y declarando la opinión que los italianos tenían sobre la poesía española y su “agudeza de ingenio”, mostrándose tibiamente favorables o desfavorables a España, indiferentes o, fundamentalmente, neutrales. Siguen dos capítulos dedicados a la recepción de España en Francia. La profesora Étienvre revisa el tópico historiográfico sobre las lecturas de los filósofos franceses acerca de España, supuestamente muy negativas. Lo primero que llama la atención es que tanto Montesquieu como Voltaire prestan mayor atención a la España americana que a la peninsular. Dicho esto, la visión de los dos autores franceses sobre España es, en efecto, muy crítica cuando se enjuicia el papel de la Inquisición y ciertos episodios del pasado político español, sobre todo la colonización de América (a pesar de ello, para Voltaire la

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conquista fue cruel pero también heroica e inteligente por parte española). Pero, si bien estos juicios son severos, sus lecturas sobre España buscan, en el caso de Montesquieu, hallar principios teóricos sobre la economía, el comercio y el “carácter” de las naciones, además, por supuesto, de criticar cáusticamente la intolerancia religiosa y la mentalidad de los españoles. Voltaire, más historiador que teórico, demuestra una mejor información sobre España, sus juicios son bastante ecuánimes y es capaz de elogiar el legado español —también el cultural— cuando corresponde, a pesar de su desinterés por la España contemporánea, todavía fuertemente inquisitorial. Si a lo dicho se añade que otros filósofos, como Diderot y Rousseau, nunca hablaron de España, debe concluirse que la maledicencia de Masson de Morvilliers fue un caso extremo en el ámbito “filosófico”. El segundo capítulo sobre Francia ilustra textualmente que, efectivamente, aquellos tres conceptos que identificábamos como hipótesis de trabajo —canon, nacionalismo e ideología— condicionaron las lecturas francesas sobre el legado español. En este trabajo, mío propio, se desvela, además, cómo en la Francia dieciochesca existió una red de letrados interesados en establecer canales de comunicación con España y en postular el valor de la aportación española a la cultura occidental. Se muestra, así, que en el siglo XVIII francés no solo hubo ignorancia y desprecio de la cultura española, tal y como la historiografía tradicional ha defendido mayoritariamente, sino que también hubo intelectuales interesados en estrechar las relaciones culturales francoespañolas y en reivindicar el papel histórico de España. Frente a los “philosophes”, quizás más críticos con España, este otro grupo de letrados pertenecían a un pensamiento más conservador, aunque ni mucho menos reaccionario. Se corrobora de esta manera el papel de la ideología en los juicios de unos países sobre otros: los “philosophes” franceses no podían “leer” positivamente a una España supuestamente anclada en el pasado y todavía dominada por la la Iglesia y la Inquisición. Por el contrario, era lógico que los intelectuales políticamente moderados vieran con mayor simpatía a una España que no participaba de las radicales ideas filosóficas que triunfaban en Francia. En ello podría radicar, en parte, su visión positiva sobre el legado literario-cultural español —determinada también por la alianza diplomática franco-española—, atenuada en ocasiones por cuestiones nacionalistas o estéticas.

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El profesor Fabbri y la profesora Garelli centran su investigación en el ámbito italiano. Fabbri pasa revista a las polémicas italo-españolas en las que se discutía sobre el origen del mal gusto barroco. El imaginario italiano estaba contaminado negativamente por la huella que el dominio político español había dejado en territorio italiano. De esta manera, a finales del setecientos se reforzó en Italia la idea de la culpabilidad española sobre el origen del mal gusto. Las respuestas a este tipo de lecturas italianas (sobre todo de Tiraboschi y Bettinelli) fueron redactadas por jesuitas españoles exiliados en Italia. Las de Llampillas y Masdeu tuvieron poco éxito en Italia, debido a su posición excesivamente apologética y nacionalista. Sin embargo, Juan Andrés, que hizo una convincente, moderada e imparcial defensa de la imagen de España, mereció el reconocimiento de la intelectualidad italiana. El profesor Fabbri estudia también a Giambattista Conti, que tradujo y divulgó en su país la obra de los mejores líricos españoles. Andrés y Conti demostraron que los tópicos antiespañoles estaban basados en el desconocimiento del legado español. Sus propuestas favorecieron la conclusión de una querella literaria larga y estéril. La profesora Garelli ilustra con una amplia documentación la producción dramática en italiano de los jesuitas españoles exiliados en Italia. Son obras compuestas a finales del siglo XVIII, un teatro laico, “democrático”, centrado en los problemas más actuales de la época, relativos a la vida privada y pública de los ciudadanos. Gracias a su posición ideológica, moderadamente ilustrada, alejada de la que dominó en el teatro barroco español del Siglo de Oro, aquellas creaciones tuvieron una buena acogida pública y contribuyeron a rectificar los prejuicios y valoraciones negativas que la Italia del siglo XVIII mantenía aún sobre el teatro español. Las profesoras Cantarutti y Ruzzenenti se ocupan de la recepción del legado español en Alemania. El autor elegido es Bertuch, empresario cultural, traductor del Quijote y del Fray Gerundio; gracias a él, Weimar se convirtió en un centro mediador de la cultura española en Alemania. Su Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur (1780-1782) intentó dar a conocer en su país la literatura española, “tan estimada y seguida” en la Alemania de los siglos XVI-XVII, aunque bastante desconocida en el siglo ilustrado. Pero este capítulo no se limita al Magazin de Bertuch y a la relación germano-española, sino que ilumina una compleja red de relaciones entre intelectuales de distintos

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países europeos y ofrece una rica mina de datos inéditos sobre traducciones, sinergias y autores que operaban en la Europa del siglo XVIII. En esa red, la anglofilia de los ilustrados alemanes —muchos de ellos, masones— favoreció su hispanofilia. Incorporamos en este libro un interesante capítulo sobre la recepción de la cultura española en Rumanía, un país sobre cuyas relaciones culturales con España sabemos muy poco. La profesora Sâmbrian, experta en esta línea de investigación, ofrece datos inéditos sobre la presencia española en la Rumanía del siglo XVIII. Una presencia que viene de atrás, pero que en la época de la Ilustración adquiere una dimensión más profunda. Lo comprobamos gracias al estudio de las bibliotecas de Constantin Cantacuzino y del Museo Brukenthal —ambas con un significativo número de libros españoles— y gracias al análisis de las traducciones al rumano de libros españoles. La profesora Sâmbrian completa su aportación con unas reveladoras páginas sobre el primer lexicón rumano, cuyo autor fue el español Hervás y Panduro. El profesor Miguel Ángel Lama ha centrado su contribución en el ámbito de la lírica. Con diferentes ejemplos, sostiene que la imagen de la poesía española en la Europa del siglo XVIII coincidía con la defendida en las antologías sobre ese género publicadas en España. Los antólogos españoles tuvieron como objetivo primordial seleccionar los mejores poetas españoles así como sus mejores obras; pero su finalidad no fue solo la de darlos a conocer en España, sino exportar esa selección al extranjero. En efecto, en los paratextos de dichas antologías se constata que entre los fines de sus autores figura el de corregir la visión que de la literatura española tenían los extranjeros. El profesor Lama, así pues, estudia la recepción de los líricos castellanos en varias publicaciones españolas y europeas y ofrece un útil cuadro sinóptico sobre la presencia de esos poetas en las referidas colecciones. Las controversias entre naciones que se producen a lo largo del siglo XVIII no se libraron únicamente en los campos de batalla o en la competencia entre grandes producciones artísticas y literarias. Sobre ello trata el trabajo del profesor García Lara: una literatura secundaria o paraliteratura, escrita al mismo tiempo que aquellas otras reconocidas como canónicas y dedicada en principio a la lectura privada, fue abriéndose paso de lo privado a lo público, alimentando un influyente imaginario sobre la identidad española. Confluyendo unas veces y confrontándose otras, las cartas, relatos de viajeros, enciclopedias, tratados geográficos

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o científicos, etc. esperan su turno para completar el contradictorio recorrido de la imagen de España en los demás países europeos. Finalmente, incluimos un capítulo que transgrede geográficamente el título de este libro, pero cuya inclusión confiere a este volumen un valor añadido: el trabajo de la profesora Martínez Luna trata sobre la recepción de la cultura literaria española en una España, la trasatlántica, que muy pronto va a dejar de serlo. El capítulo sobre el Diario de México pone de manifiesto las consistentes influencias que la Nueva España recibe de la metrópoli, pero también la peculiar adaptación que hace de ellas. Sin negar la presencia de las autoridades intelectuales españolas, a veces intermediarias de la cultura francesa o inglesa, comprobamos cómo las elites letradas mexicanas “leen” el legado peninsular en clave novohispana, lo encajan en su entorno geográfico y social y lo interpretan de la manera más abierta y moderna posible.

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APOLOGÍAS, IDENTIDAD NACIONAL Y EL DESPLAZAMIENTO DE ESPAÑA A LA PERIFERIA DE LA EUROPA “MODERNA” Jesús Pérez-Magallón McGill University (Montreal) A la memoria de François Lopez, cerebro chispeante, lengua acerada, investigador eximio e irrepetible

Mi punto de partida en esta exploración tiene que ver, cómo no, con la consideración de la leyenda negra, opuesta y compatible con la leyenda rosa (o dorada —amarilla— o blanca, según el gusto de cada historiador). Y tiene que ver porque, en mi opinión, la expresión leyenda negra se aplica de modo automático e indiscriminado para referirse a todo aquello que critica o censura a España (su cultura, su política, sus actos…) en cualquier momento de la historia. Por supuesto que fue el difusor de la expresión —apuntada ya en Pardo Bazán y Blasco Ibáñez— y el primer explorador de sus dimensiones el que lo estableció de ese modo. En efecto, Julián Juderías afirmaba: En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que, habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional (1974: 28).

El problema con el estudio de Juderías —y su interpretación por José Mª de Areilza al prologar la edición de 1954— es que parece necesario responder a quienes habían injuriado a España, planteamiento inservible

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en los días que nos tocan. Por tanto, indico ya desde ahora, que a mí no me preocupan las injurias o la defensa de eso que llaman honor nacional porque creo que nada de eso está realmente en juego. Objetivos como el de “rehabilitar el buen nombre de España” (según dice Areilza [1974: 17]) están fuera del alcance de mis palabras. Siguiendo, pues, el enfoque fundacional de Juderías, Christine Matthey, de la Université de Genève, define la leyenda negra como una “vision mêlant tous les aspects négatifs attribués à la péninsule ibérique” (2008: 413). Prueba evidente de lo que digo es, además, por ejemplo, el libro de Miguel Molina Martínez La leyenda negra, de 1991, donde el autor se concentra exclusivamente en el papel que en dicha leyenda desempeñó la conquista y colonización de América. Incluso Greer, Mignolo y Quilligan, en la “Introducción” a un conjunto de trabajos que reconsidera el papel de la raza y el racismo en la construcción discursiva de la leyenda negra, le otorgan la misma función epistémica al hablar de los revivals de la misma durante las guerras de Independencia o la crisis de 1898 (2007: 6). Y Joseph Pérez, en una entrevista a propósito de su reciente libro La leyenda negra, afirmaba en El País: “La leyenda negra se construye para debilitar el poder de la Casa de Austria, pero cuando viene su declive, a partir de la paz de Westfalia en 1648, el argumento es el de una España rendida al oscurantismo del papado frente al progreso de las luces. A finales del XIX, las naciones anglosajonas miran con desprecio a las latinas. La leyenda negra seguía presente”. Con absoluta razón habla Joseph Pérez en su libro de las razones que motivan la articulación demagógica de la leyenda negra; pero sigue aferrado a la visión de que todo es leyenda negra, hasta el extremo de dedicarle cinco páginas al siglo XVIII en su libro. No era, pues, casual que Areilza, en la órbita del franquismo, partiendo de la muy famosa y burlesca obsesión franquista con una conjura universal de masones, judíos y marxistas contra su régimen, afirmara que en sus días se daba una continuidad de la misma leyenda, “como si fuera una nueva fase ampliada del mismo proceso histórico” (1974: 17). De ahí la importancia de matizar. Y esa es en parte mi intención.1 Pero lo más importante es insistir en las raíces de su surgimiento: en primer lugar, la posición hegemónica de España en la política eu1

No es preciso recordar todos los trabajos dedicados a este asunto, pero —junto a algunos que se citarán a lo largo de estas páginas— conviene mencionar las obras de Sverker Arnoldsson publicadas en 1960 (ver bibliografía).

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ropea occidental y en la explotación “exclusiva” junto a Portugal del mercado colonial americano; en segundo lugar, las pretensiones geopolíticas y expansionistas hacia América de Inglaterra, Holanda y Francia; por último, los movimientos independentistas del calvinismo de los Países Bajos, con el funcionamiento indiscutible de una red de contactos que vincula a hugonotes, calvinistas holandeses y puritanos ingleses —así como a las comunidades judías— en posiciones de poder. Acertadamente escribía Pierre Chaunu que si se estudia el discurso antihispánico de las luces se verá que “il sort directement de la version protestante et hollandaise de la fin du XVIe et du début du XVIIe siècle” (cit. en Lopez 1976: 320). Esos factores generales estarán en la base de la guerra entre España y las Provincias Unidas (1568-1648); de la guerra anglo-española entre 1585 y 1604; de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y de la guerra con Francia (e intervención inglesa) entre 1635-1659; de la guerra con Inglaterra entre 1655 y 1660, cerrada con el acceso al trono inglés de Carlos II. Después de la batalla de Las Dunas (1658) y de la Paz de los Pirineos, de 1659, la hegemonía española ya no es tal. Pero sigue siendo una potencia que, además, controla el imperio americano, lo que explicaría el énfasis que pondrán algunos intelectuales del XVIII en la cuestión americana. Ahora, fijémonos un momento en cómo presentan los constructores de la leyenda negra la España de los siglos XVI y XVII. Como un país violento y bárbaro, barbarie encarnada en el poder destructor y violento de la Inquisición, en la brutalidad, crueldad y atrocidades denunciadas por Las Casas respecto a la conquista y colonización de América, en los actos criminales de sus reyes (el “asesinato” de Carlos por Felipe II) o sus aristócratas (el duque de Alba en los Países Bajos), en la avaricia insaciable de sus hombres, en la utilización de la religión (del papismo) para encubrir esa avaricia, en la intolerancia de sus creencias religiosas, en la cruel tiranía de su vida política, en la soberbia de sus individuos, en la utilización de la religión como excusa para sus fines avariciosos y paganos, su sometimiento a la oscuridad del papismo, su barbaridad en forma de unos inventados instrumentos de tortura embarcados en la Gran Armada con la intención de aplicar los recursos de la Inquisición a los pacíficos ingleses.2 Y, por último, en la imagen de otra raza distinta de los auténticos eu2 Puede verse la síntesis de temas y motivos articulados en la leyenda negra (y contrapuestos a la versión paralela según la leyenda blanca) en Gibson (1970: 18-27):

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ropeos, más oscurillos por culpa de la mezcla entre hispanos de origen godo y moros o judíos —idea que está en Guillermo de Orange y en los panfletistas ingleses—. Idea, también, a la que alude desde otra óptica Forner en la Oración apologética al referirse al “quebrado color” (1997: 139) de Marco Porcio Latro. En ese sentido, creo discrepar de Michael Iarocci cuando este afirma que ya a fines del XVI o principios del XVII “The idea that the Spaniards were naturally ignorant and barbaric, along with the unspoken correlate —that northern Europe was not— would remain a central feature of anti-Spanish discourse” (2006: 14). En realidad, el barbarismo de que se acusa a los españoles —no su ignorancia, que yo no la he encontrado— se relaciona o justifica con su crueldad (asesinato de millones de indios, saqueos en Roma o Amberes con violación de mujeres y jóvenes varones, matanza de embarazadas y sus bebés, etc.). La ignorancia está por venir.3 No ha sido todavía incorporada al discurso antiespañol. Lo mismo sucede con la Inquisición: su rasgo esencial es la brutalidad (los tormentos, las confesiones forzadas, la aceptación de cualquier testimonio), pero no todavía la relación entre ausencia de libertad de pensamiento e ignorancia. A diferencia de esa visión, perfectamente manipulable en las estrategias retóricas contra la mayor potencia política y militar del momento, al finalizar el siglo XVIII la visión de España se ha modificado. Según resumen Greer, Mignolo y Quilligan, España se recorta como “a backward country of ignorance, superstition, and religious fanaticism that was unable to become a modern nation” (2007: 1). Es evidente —por cuestiones de pura cronología— que la imposibilidad de convertirse en una nación moderna no podía formar parte de la estrategia antiespañola del siglo XVI o primera mitad del XVII. Y no lo formaba. El énfasis puesto en la crueldad, la tiranía, la ambición, la arrogancia, la avaricia, a los que se añadió —tras el episodio de la Gran Armada en 1588— la cobardía y la incompetencia, no tenía nada que ver con la capacidad de España y su imperio de convertirse en una nación moderna. Francis “Spanish Decadence, Authoritarian Government, Political Corruption, Bigotry, Indolence, Cruelty in the American Conquests, Native American Civilizations, Indians in the Established Colony”. 3 Por ejemplo, Henry Thomas Buckle, en 1861, escribía: “The ignorance in which the force of adverse circumstances had sunk the Spaniards, and their inactivity, both bodily and mental, would be utterly incredible, if it were not attested by every variety of evidence” (1970: 135).

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Willughby escribe hacia 1664 que la situación en España es terrible por 1) su mala religión; 2) la tiránica Inquisición; 3) la multitud de prostitutas; 4) la esterilidad del suelo; 5) la vagancia de la gente; 6) la expulsión de moros y judíos; 7) las guerras y plantaciones (1970: 64). El que uno de los panfletistas del siglo XVI, en su traducción inglesa, calificara sin mayor desarrollo a los españoles de demi-barbarians (Maltby 1971: 85) apunta uno de los hilos que se retomarán más tarde. Pero el mismo Maltby señala, con cierta sorpresa, una muy curiosa omisión, que es la completa indiferencia respecto a los “Spain’s intellectual achievements or lack of them” (ibíd.: 133). Así, al margen de la alusión de Thomas Gage, en la leyenda negra inglesa, en el sentimiento antiespañol articulado e inventado por los panfletistas isabelinos, no hay ningún lugar para el juicio sobre la producción cultural española. ¿Y para qué? Maltby trata de explicar esa “omisión” en función de que “there was a change in the anti-Spanish writers themselves” (ibíd.: 133), pero aquí nuestra opinión se orienta en otra dirección. No es que hubiera un cambio en los escritores ingleses, es que se ha producido un cambio trascendente en la situación geopolítica de la Europa occidental. Y ello puede servirme para proseguir mi reflexión. Porque, ¿tiene la misma función, es lo mismo, lo que se dice o escribe en Europa —seamos precisos, en Francia e Inglaterra esencialmente, con la aportación de Holanda— a lo largo del XVI y hasta mediados del XVII que desde mediados del XVII y todo el XVIII? ¿Puede compararse o, peor, identificarse la utilización de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias entre los siglos XVI y XVII con la formulación sintética con que Masson de Morvilliers vendría a resumir toda una percepción —pero también la intencionalidad de un programa cultural y político preciso sobre el que volveré después— de ciertos países de Europa en su tantas veces repetida pregunta sobre qué se debe a España? Confieso desde este momento que sé condenado al fracaso mi intento de clarificar algo el asunto. Y lo confieso porque tengo la impresión de que la gente, y entiendo por gente a muchos y muchas colegas, parece satisfacerse con lo que ya creía saber, con ese recurrir a los lugares comunes, de modo que la visión caricaturesca se impone y de poco, de muy poco sirven los escritos que aspiran a modificar en algo esa visión. Anticipo algo que pertenece a Juan Pablo Forner, y es que él —lo mismo que el conde de Aranda y tantos otros— era tan escéptico sobre la posible efica-

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cia de sus palabras como yo. En efecto, al adjuntar su Apología de la literatura y artes de España, primer borrador de lo que sería la Oración apologética, escribía: “si Europa no lee las apologías italianas, cuya lengua es más común que la nuestra, fío poco el fruto de mis conatos” (cit. en Lopez 1976: 363). Las palabras de Oliver Cromwell en la apertura del Parlamento el 17 de septiembre de 1656 son clarificadoras de lo que podemos calificar un cambio de tendencia: España es la tierra de la superstición y de la sumisión a la Santa Sede de Roma (2005: 392), por lo que es el enemigo natural de los ingleses, sobre todo a causa de su desprecio por todo lo que es de Dios, o sea, del Dios puro de Cromwell y los suyos, lo cual justifica convertir a España en el enemigo de los ingleses. Cromwell, en cierto sentido, recicla un antiespañolismo muy démodé, completamente diferente, por ejemplo, de la actitud con que Francis Bacon justifica ante el rey Carlos I la necesidad de una guerra contra España. En efecto, Bacon no duda en plantear dicha necesidad como resultado de la necesidad y posibilidad de que Inglaterra, lo mismo que hicieron Roma y España, llegue a construir su propio imperio. Sin embargo, muy pronto se empieza a articular otro tipo de discurso. Me refiero a lo que, por ejemplo, representan las palabras de Chapelain, traductor del Guzmán de Alfarache, quien en 1662 escribe: “Il y a quarante ans que je suis éclairci que cette brave nation [España] généralement parlant n’a pas de goût des belles lettres et que c’est un prodige lorsqu’elle produit un savant entre mille avec quelque idée de la raison pour les compositions justes” (cit. en García Cárcel 1998: 59; en Bray 1966: 30). O a las de Bertaut, que no duda en calificar a Calderón de ignorante porque dice que sobre las reglas poéticas “il ne savait pas grande chose” (ibíd.: 30). Más interesante todavía es Saint-Evremond, quien relaciona la irregularidad de la poesía española —es decir, la prueba concreta de su ignorancia— con la influencia de los moros: “il y reste je ne sais quel goût d’Afrique, étranger des autres nations, et trop extraordinaire pour pouvoir s’accomoder à la justesse des règles” (ibíd.: 31). Empiezan, pues, los comentarios que van a ir construyendo una imagen de la cultura española —en primer lugar— como fuera de los cánones que la Académie y su presunto racionalismo recién descubierto erigirán en criterio central para considerar una cultura como moderna o no. El cuestionamiento generalizado del valor de la cultura española ocupa las actividades de antiguos y modernos, pero se des-

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arrolla mayoritariamente en la Académie. Recordemos lo que escribirá por ejemplo Boileau sobre Lope y dejemos de lado los juicios que Lesage dedica al Quijote de Cervantes para llegar a Montesquieu o incluso a lo que Lopez ha calificado como la coyuntura corta del reinado de Carlos III, “le moment le plus important de la campagne philosophique contre l’Espagne” (1976: 323). Podríamos incluso extendernos en algunos episodios poco conocidos. Porque aunque mucho se ha escrito sobre la famosa polémica desatada por el artículo de Masson de Morvilliers a partir de su “Espagne” en la Encyclopédie méthodique (1782), Ricardo Pascual ya señaló el papel del botánico José Quer (1695-1764) en su respuesta a Linneo, quien había incluido en 1736 un comentario despectivo sobre el bajo nivel de la botánica española. En 1762 publicó Quer una apología sistemática de la ciencia española en el primer volumen de su Flora española (1762). Pero aun antes Quiroz llamó someramente la atención sobre un primer debate respecto a la percepción que los extranjeros tienen de España: el caso de Pierre Régis, que bien merece nuestra atención como anticipo de otros debates posteriores en los que se ventilan diferentes percepciones de la identidad nacional (López Piñero 1979: 18-27). El arranque de la polémica contra Pierre Régis se sitúa en una frase que este incluye en el “Prólogo” que antepuso a su edición de las Opera posthuma de Malpighi (Amsterdam, 1698): “Nisi essent Hispani, Lusitani & Moscovitae, qui in tenebris, adhuc versantes, eas inepte fovent”. Alvar Martínez Vidal y José Pardo Tomás han vuelto exhaustivamente sobre el debate que desencadena Régis: Las palabras de Pierre Régis no pasaron inadvertidas para algunos médicos españoles, que al verse igualados con los rudos “moscovitas” en las obras póstumas de una figura de tan reconocido prestigio en toda Europa, decidieron responder de una manera pública y notoria. En concreto, fueron destacados médicos de la corte madrileña afines al movimiento novator quienes acusaron recibo y respondieron a la invectiva de Régis (1995: 305).

En otras palabras, la serie de polémicas que se multiplican en el XVIII tiene su arranque en esta primera defensa científica que hacen los novatores frente al ataque de un francés, de poca envergadura intelectual, dicho sea de paso. Y no solo eso, sino que en esta primera polémica prevalece, como han señalado ambos autores, “un discurso apo-

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logético y legitimador en el que la defensa entusiasta de la medicina española se confunde con su adhesión a la causa borbónica, esto es, a la corona personificada por Felipe V” (ibíd.: 305). Lo más significativo, por tanto, es que podemos aventurar que, desde mediados del siglo XVII en adelante, ya no estamos ante un programa de propaganda para combatir a la mayor potencia de Europa occidental. El proceso que arranca entonces, y que está sin duda ligado en el plano de los recursos retóricos a la fase anterior, es el que podemos calificar como desplazamiento de España y su imperio a la periferia de una Europa moderna en vías en construcción. Y en esta fase, que tiene lugar preponderantemente en el siglo XVIII, será cuando se pondrá el acento en el carácter atrasado, bárbaro e incivilizado de España y su imperio. En cierto sentido, algo así expresa Antonio de Capmany al aceptar que “nosotros somos de los que menos hemos contribuido para hacer la Europa moderna, tan superior a la antigua” (cit. en Marías 1963: 201-202). Y François Lopez anticipa intuitivamente ese proceso del que hablamos al asegurar que “L’Espagne est devenue l’idéal repoussoir d’une Europe qui se définit elle-même comme la civilisation du progrès et de la libre pensée” (1976: 325). Lo anticipa para, refiriéndose a las frases más citadas de Masson, interpretarlas de modo perspicaz y profundo: “C’était en quelques mots faire disparaître toute une nation de la carte de l’Europe civilisée, réduire à néant sa contribution à la marche des idées et au progrès des connaissances” (ibíd.: 347). En efecto, el valor simbólico del texto de Masson —vulgar y sin originalidad— radicaba exactamente en eso: en poner por escrito, y en una obra de previsible gran difusión europea, la desaparición o amputación simbólica de España —o, como dice Lopez, la “bannisait de l’Europe civilisée” (ibíd.: 348)— del curso que había conducido a la modernidad racionalista y civilizada, y, en consecuencia, de la modernidad misma (a la que pretendería renunciar la siguiente modernidad que se llamaría a sí misma posmodernidad). Podría decirse que era la verdadera y auténtica solución del problema español para las que habían sido sus potencias rivales, o la auténtica y satisfactoria venganza de los nuevos poderes imperialistas.4

4 Roura i Aulinas sostiene que el artículo de Masson ha sido “très mal compris, même aujourd’hui et, qui supposait la culmination de la critique de l’histoire de

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Pero, sobre todo, me parece esencial la explicación general que da Lopez de las modificaciones que tienen lugar en las posiciones antiespañolas: Suivant les époques, en effet, la légende anti-hispanique a été diversement modulée, en fonction des affrontements politiques et des crises religieuses qui ébranlaient l’Europe, et à un niveau plus profond de la conjoncture économique et des variations axiologiques entraînées par la transformation interne des sociétés (1976: 319).

En esa diversa modulación hay que recordar 1) la ocupación por la corona de Aragón del espacio mediterráneo que los italianos habían monopolizado; 2) las críticas lascasianas de la colonización americana; la guerra con los calvinistas holandeses; 3) la guerra con los protestantes ingleses, con la expedición de la Armada como punto culminante; 4) la consolidación de una diáspora calvinista junto a una diáspora judía en Holanda y especialmente en Ámsterdam; la guerra de los Treinta Años y los conflictos con Francia; 5) la renovación de la guerra con Inglaterra a mediados del XVII. El problema no es que quien escribe o habla de España revele, como dice Matthey a propósito de Montesquieu, “une ignorance flagrante de la réalité culturelle espagnole” (2008: 417). Ya Pierre Chaunu había indicado con perspicacia que “la légende noire est le reflet d’un reflet, une image doublement déformée, parce que doublemente reflétée” (cit. en Lopez 1976: 325). Y mucho menos que lo digan así los españoles tratando de defenderse de las agresiones culturales del exterior. Porque los lugares comunes, las meras opinones, las doxa, se construyen precisamente sobre el desconocimiento y la ignorancia más absoluta. Tampoco tiene significación alguna que el objeto de la leyenda trate de demostrar “objetivamente” la falsedad de las acusaciones. El verdadero problema radica en cómo se incorporan esos lugares comunes en una campaña que tiene objetivos estratégicos más importantes,

l’Espagne et de l’Empire espagnol, non seulement par son caractère radical, mais aussi par sa prétention de complicité avec les secteurs critiques des hommes des Lumières à l’intérieur de l’Espagne” (2005: 108). Se atribuye así una homogeneidad a los sectores críticos que nunca se dio en España y se interpreta el texto de Masson olvidando la obvia dimensión antiespañola que manifiesta.

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para lo cual todo texto, toda intervención, desempeña un papel significativo y significante. Tiene razón Julián Marías cuando afirma: “Entre todas las críticas acumuladas sobre España por parte de extranjeros durante el siglo XVIII, hay dos que tuvieron resonancias excepcionales” (1963: 23). Se refiere, obviamente, a las de Montesquieu y Masson. No voy a hablar de Montesquieu ni me voy a detener demasiado en Masson de Morvilliers, cuyo “mensaje” antiespañol se caracteriza, sobre todo, por su falta de originalidad. Obviamente, de los comentarios de Montesquieu se deriva en buena lógica que España “c’est peut-être la nation la plus ignorante de l’Europe” (García Cárcel 1998: 158), aunque Masson se aventura a asentar que “les arts son éteints [...] les sciences, le commerce!” (Lopez 1976: 353). De Voltaire y su Dictionnaire philosophique proviene la idea de que en España hay que esperar “d’un moine la liberté de lire & de penser” (García Cárcel 1998: 158). De varios lugares, el odio a la Inquisición y achacarle ser la responsable de crear un pueblo de esclavos e hipócritas. Tampoco es suya la imagen de que toda Europa, incluida Dinamarca, Suecia, Rusia y Polonia —por no hablar de Italia, Inglaterra, Alemania y Francia— “ennemis, amis, rivaux, tous brûlent d’une généreuse émulation pour le progrès des sciences & des arts!” (ibíd.: 158). En ese contexto brota la formulación sintética más precisa del papel que se le ve y se le da a España en la génesis de la Europa moderna: “Mais que doit-on à l’Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis dix, qu’a-t-elle fait pour l’Europe?” (ibíd.: 158). Pero no se detiene ahí Masson en su euforia retórica, y creo que poco interés se ha mostrado por esta parte del retrato que traza de la cultura española y del mundo hispánico. La posición de España ya no pertenece a Europa, ni siquiera al nivel de Rusia o Polonia. En efecto, “Elle ressemble aujourd’hui à ces colonies faibles et malheureuses, qui ont besoin sans cesse du bras protecteur de la métropole” (ibíd.: 158-159), idea sugerida por Montesquieu en L’Esprit des lois. España se ha convertido simbólicamente en una colonia por su estado de menor edad —“peuple enfant” lo llama Lopez (1976: 353)—, por su ausencia de cultura y civilización, de modo que todo, absolutamente todo, tiene que proporcionársele desde la metrópoli.5 Y si eso se piensa y dice de España, no es precisa gran ima5

No todos los escritores, intelectuales o artistas de Francia e Inglaterra compartieron tales puntos de vista, como bien han mostrado Schaub respecto a Francia y Howarth y Paquette para Inglaterra.

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ginación para suponer lo que se piensa y dice de su imperio. Pero esa parte conecta con las políticas neoimperialistas de la época, que tratan de desacreditar definitivamente a España como gestora de un poder para el que —según sus rivales— nunca estuvo preparada, a diferencia de sus potenciales sustitutas. Me parece erróneo, sin embargo, deducir de ahí lo que recientemente Alberto Medina ha llamado la “orientalización” de España “que continuará a lo largo del siglo siguiente” (2009: 33). La amputación de España de la modernidad racionalista y empírica no alcanza a su identificación plena con un África vista como la encarnación misma del atraso. Evidentemente, la resonancia de los comentarios de Masson no fue probablemente más allá de los españoles que leyeron el artículo. Por eso es esencial retener una idea: Masson no hace más que sintetizar y bordar las ideas que intelectuales de verdadera envergadura y prestigio habían ido diciendo a lo largo del siglo. Una de las repercusiones del artículo de Masson es, al margen de toda la literatura apologética que se produce en España y en otros lugares, el debate que tiene lugar —y sobre el que Matthey ha llamado muy acertadamente la atención— entre intelectuales españoles que se posicionan a favor o en contra de las opiniones vertidas por Masson. Porque ese debate forma parte de las numerosísimas intervenciones efectuadas a lo largo del siglo XVIII por los intelectuales españoles en relación estrecha con la nación y la identidad nacional. En cierto sentido, ese es el objetivo de Antonio Feros al afirmar: “I am interested in understanding in what senses these critiques, and Spanish responses, helped Spaniards to define themselves, their history, their culture and ultimately their character”. Antes de proseguir se impone una breve digresión sobre la identidad nacional por dos razones. La primera es que varios críticos han cuestionado el uso de dicho concepto —pensemos en Rogers Brubaker y Frederick Cooper en “Beyond Identity”, o en Jorge Orlando Melo en el artículo “Contra la identidad”—, sin embargo, nadie hasta ahora ha podido proscribirlo. Entre otras razones porque, siempre que se precisen los márgenes o límites de su empleo, sigue teniendo una utilidad indiscutible. Y todavía más en particular cuando se habla del pensamiento conservador, porque ha sido el conservadurismo político —por no hablar del reaccionarismo radical— el que se ha aferrado a una determinada visión de la identidad nacional para justificar sus demagogias y sus programas de gobierno. La segunda es porque clarificar el senti-

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do de ese concepto también permitirá entender —e incluso aceptar— el uso anacrónico del mismo al aplicarlo al siglo XVIII, cuando las expresiones con que se alude al mismo varían entre el ser nacional, el ser español, etcétera. Y como última precisión digamos que yo no voy a entrar en las diversas naciones que constituyen el estado español y, por tanto, en la multiplicidad de identidades que podrían diferenciarse. Teniendo en cuenta los procesos históricos, culturales e ideológicos que la han configurado, la identidad nacional no puede verse desde un punto de vista esencialista, que prefiere considerarla como algo que existe en sí y por sí de modo atemporal, en vez de tenerla como una construcción puramente artificial. Como escribe Robert Foster: “Neither the nation-as-community nor, therefore, national culture has any essential properties [...] Nations, and national cultures are artifacts” (1991: 252). Uno de los aspectos clave de la identidad nacional es que es capaz de provocar un apego sentimental, psicológico y afectivo en el individuo, lo cual es esencial para comprender cómo se ha manipulado en función de intereses y objetivos políticos contrapuestos. Y ello explica también la tendencia conservadora a recurrir al esencialismo: si siempre hemos sido lo que somos, parece más fácil implicar afectivamente a la gente. Según Eric Hobsbawm: “Nationalism requires too much belief in what is patently not so [rational]” (1990: 12). Además, a menudo se logra provocar en los miembros de la nación el sentimiento de pertenecer a una misma comunidad que comparte algo a pesar de todas las diferencias de clase, ideología, raza o religión que los separan. En ese sentido, el amor a la nación suscitado en el individuo por complejos mecanismos de psicología social se pone siempre por encima de cualquier resentimiento causado por las injusticias y desigualdades dentro de la sociedad (Anderson 1994: 7; Foster 1991: 247). De ese modo, la identidad de cada uno se ve “sustituida” por una identidad colectiva que no es nada más que una creación artificial que sirve para manipular más fácilmente a la sociedad en su conjunto. Al mismo tiempo, y en un proceso concomitante, al lado del amor hacia “lo nuestro” y del apego afectivo a la propia nación se genera y fomenta el odio y el rechazo de todo lo que se ve como ajeno, extraño, extranjero, otro. Ya que al crear el mito del carácter o la identidad nacional se les adscriben a todos y cada uno de los representantes de la nación las mismas características y los mismos valores y aquellos que

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viven fuera de las fronteras de la nación —geográficas y/o psicológicas— y no comparten los mismos rasgos identitarios se ven como “lo/el otro”. Ahí se origina la animosidad que siente un pueblo frente a las otras naciones, porque ha sido manipulado para experimentar ese sentimiento. Por otra parte, también se puede producir y se produce ese tipo de animosidad entre los diferentes grupos dentro de un mismo país, cada uno de los cuales pretende representar y defender la visión verdadera y auténtica de cómo es el carácter nacional —y, por tanto, el nacionalismo— en términos que excluyen toda otra visión alternativa. Según plantea Stuart Hall “identities can only function as points of identification and attachment only because of their capacity to exclude” (1996: 5). Así se produce la reacción de lo que Edward Said ha definido como “uncritical condemnation of outside enemies” (1994: 252), que se traduce en la convicción de que “lo nuestro” es siempre mejor que lo ajeno y en el deseo de defender a cualquier precio los valores supuestamente antiguos, demostrados por la tradición y compartidos por todos, aunque ese “todos” sea una abstracción, una invención o una imposición. Uno de los mecanismos empleados para crear el sentimiento de comunidad espiritual o cultural reside en el intento de construir una versión determinada del pasado histórico que todos los miembros de la nación pueden y deben compartir. Las representaciones hegemónicas del pasado de una sociedad determinada constituyen las versiones de ese pasado que sirven para mantener las relaciones de poder existentes. Como escribe Paul Connerton: “Images of the past commonly legitimate a present social order. It is an implicit rule that participants in any social order must presuppose a shared memory” (1989: 3). Para configurar el sentimiento de nación y, por tanto, construir la base emotiva, psicológica e ideológica del nacionalismo, es imprescindible insertar en la memoria individual los elementos clave que la vinculan con una memoria colectiva creada a través de ese proceso de exclusión y manipulación interpretativa de los datos. Manipulación es palabra que alude a la función intencionalmente mitificadora de la imaginación (creadora) puesta en contacto con el sueño de una nación. La formación de la idea de la nación, por tanto, no se puede llevar a cabo sin suprimir o inventar cierto tipo de historia nacional, además de crear un conjunto de símbolos, prácticas e iconos que, al ser mencionados o simplemente aludidos, deben provocar siempre una reacción de ape-

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go sentimental a la nación y a las ideas y actitudes vinculadas con esos símbolos. Escribe Anthony Smith que: National symbols, customs and ceremonies are the most potent and durable aspects of nationalism. They embody its basic concepts, making them visible and distinct for every member, communicating the tenets of an abstract ideology in palpable, concrete terms that evoke instant emotional responses from all strata of the community (1991: 77).

El papel que desempeñaron los intelectuales, en España como en el resto de Europa y el mundo occidental, para la creación del mito de la identidad nacional fue fundamental: “A las academias —Real Academia Española, Real Academia de la Historia, Real Academia de Bellas Artes— se les encargaron tareas y responsabilidades que equivalían [...] a la elaboración de la propia identidad nacional” ha escrito Juan Pablo Fusi (2000: 147). Por otra parte, lo que llamamos la Ilustración —corriente coetánea del dominante barroco europeo— representó en todos los países la continuidad y profundización de una ruptura con el pasado en cuanto a la manera de pensar y concebir el mundo. Por todas partes se entabla una lucha entre los que apoyan los cambios y el progreso y los que se ven amenazados por esos cambios y siguen aferrados a los modelos antiguos de vivir y pensar. Se ha señalado que el nacionalismo fue “inventado” por los núcleos intelectuales que estaban tratando de llegar al poder por medio de esa manipulación político-cultural, aludiendo claramente a quienes intervinieron en la génesis de las revoluciones burguesas (inglesa, francesa, americana, española). Así, Smith plantea que el nacionalismo es “a ‘movement of intelectuals’ excluded from power and bent on acquiring it through leadership of ‘the people’ whose cultural definition they have themselves supplied” (1991: 95). En efecto, el enfrentamiento entre diversos grupos de intelectuales se produce acerca de la cuestión de quién tiene el derecho legítimo y la autoridad de representar a “la nación” y expresar —o en realidad crear— la “verdadera” idea de la identidad nacional . En España la necesidad de autodefinirse en términos identitarios se agravó por la crisis de adaptación a su nueva posición en el mapa geopolítico del paso del siglo XVII al XVIII; pero, sobre todo, hay que tener en cuenta la importancia para el desarrollo de la identidad nacional

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del proyecto de unificación española que forma parte del programa político de la nueva dinastía borbónica señalado por Gonzalo Anes (1998: 223). La necesidad puramente política de lograr la unificación del país va acompañada del deseo de forjar una identidad que incluya a todos los españoles. Juan Pablo Fusi ha afirmado que “fue el centralismo borbónico, el reformismo ilustrado, el que terminaría por crear el sentimiento de nación” (2000: 130). Y, como había escrito Maravall, “en España la empresa de la guerra de la Independencia hubiera sido inconcebible sin esa etapa ilustrada previa de ‘nacionalización’ de la sociedad’” (1991: 257), idea que comparte Antonio Elorza y ha seguido, más recientemente, Francisco Sánchez-Blanco. Así, pues, es el siglo ilustrado, el siglo XVIII, el que va a contemplar y protagonizar el proceso de articulación de una visión de la identidad nacional que será cuestionada y replanteada en épocas posteriores, sin duda, pero que permanecerá como una referencia irrenunciable. Al hablar de los apologistas solemos —y solían— meter en la misma cesta una variedad de enfoques y aproximaciones que difícilmente podrían soportar la proximidad. Pongo un ejemplo: Leandro Fernández de Moratín escribe en su Viaje de Italia: “Hice noche en medio de estos montes en un lugarcillo infeliz, en cuya posada hallé una buena sopa, una excelente tortilla, pichones, pollos, jamón, un guisado de vaca, manteca, queso, barquillos y vino tinto y blanco. Apologistas, ¿se halla esto en Villaverde a las once de la noche?” (2008: 1012). Nótese cómo Moratín ha desplazado el ámbito de las apologías iniciales a esferas que prácticamente no tienen ninguna presencia en los textos apologéticos: la comodidad de la vida, la satisfacción de placeres de la gastronomía o de la bebida. Por eso me parece necesario hacer un poco de selección en esa cesta. Primero, porque hay diversos “ataques” culturales en el XVIII (dejo aparte el tiempo anterior) que provocan diferentes respuestas “apologéticas”: desde Pierre Régis o Montesquieu hasta Du Perron du Castera, Fleuriot de Langle y su Voyage de Figaro en Espagne o el colector del Teatro español contra el que reacciona Vicente García de la Huerta. Podemos mencionar los ataques de los jesuitas italianos (Tiraboschi y Bettinelli) contra los que reaccionan Lampillas, García de la Huerta, Juan Andrés y Francisco Masdeu, entre otros y que hasta cierto punto modificará las opiniones de aquellos. Podemos aludir a los textos de Raynal, Robertson y De Pauw que dan origen a las respuestas de Nuix Perpiñá y otros muy agudamente estudiados

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por Jorge Cañizares-Esguerra. Por lo tanto, y ese es el segundo matiz que se impone, ante esa diversidad es imprescindible acotar el terreno en el que trabajar: aquí tomo como punto de referencia la publicación del artículo de Masson —que, como he dicho en otro lugar, me parece simbólico del cambio de paradigma en que se sitúan los ataques de otros países europeos contra España— y, en consecuencia, me voy a concentrar en algunos textos que se publican como reacción al de Masson. Así, también, debo justificar la ausencia de Carlo Denina, pues en su apología no puede encontrarse el tipo de referencias a la identidad nacional que aparecen en los demás. Empezaré, pues, por Antonio José Cavanilles, que en 1784 publica en francés y París sus Observations de M. l’abbé Cavanilles sur l’article Espagne de la Nouvelle Encyclopédie. En la traducción castellana —que utilizo para este trabajo— el traductor advierte contra quienes “parece que tienen interés (aunque nacidos en España) en el abatimiento y deshonra de la nación, como lo indican sus continuas alabanzas a Mr. Masson” (1784: 1). Lo curioso es que el calificativo que utiliza contra esos españoles es el de “hispano-gálicos” —sinónimo de antipatriota—, que otros autores habían empleado y emplearían contra los ilustrados, como lo haría Erauso y Zabaleta contra Nicolás Fernández de Moratín. Pero aquí se da la circunstancia de que Cavanilles es un ilustrado (un “hispano-gálico” él mismo) como lo es, por ofrecer un nombre, el Censor, que publica un discurso en el que defiende la percepción expuesta por Masson. Frente a esos “hispano-gálicos”, Cavanilles es, según el traductor, un “buen patriota” (ibíd.: 2), de modo que elementos clave de la retórica de la época se vuelven perversamente contra quienes los emplean con sentido radicalmente opuesto. Y no he mencionado casualmente al Censor, porque en sus diferentes intervenciones —algunas muy dirigidas contra Forner y su Oración, sobre las que volveremos en otra ocasión— demuestra la coincidencia de puntos de vista con lo que expresa Cavanilles. Es más, este inicia sus observaciones reconociendo que “los españoles confiesan ingenuamente que todavía no son lo que deben ser” (ibíd.: 18), donde muy discretamente muestra cierta convergencia de criterios tanto con Masson como con el Censor. Y, en línea con una historiografía borbónica que establece como marca de identidad un foso de separación entre la dinastía en el trono y los Austrias, sostiene que antes “todo era olvido y abandono [...] en España apenas quedaban algunas semillas para fecundar de

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nuevo los espíritus, era precisa una nueva creación” (ibíd.: 19-20); refiriéndose más adelante a una situación en que “un gobierno sin vigor había abandonado las ciencias, las artes y el comercio, cuando todo era ignorancia, pobreza y desorden” (ibíd.: 30). Y del texto de Masson, el párrafo, o los detalles del mismo, en que se detiene Cavanilles son los siguientes: “les Espagnols [...] sont indolens, paresseux [...] cette oisive gravité [...] fait le caractère distinctif de l’Espagnol” (1784: 25). En efecto, cuando entre otros rasgos identitarios Masson se detiene en considerar al español indolente, perezoso y de ociosa gravedad, en cierto sentido está consolidando una visión prejuiciada y excluyente, ya adelantada en el siglo anterior, que dividía Europa en un norte —productivo, eficaz, blanco, más bien rubio, etc.— y un sur —perezoso, improductivo, de tez más bien oscurecida, pelo negro, etc.—, confiriendo y que confiere al español brevemente la característica que justificaría o explicaría un atraso del que jamás podría salir sin la ayuda de una potencia del norte (en el que Francia se ubica por voluntarismo más que por realidad, ni geográfica ni étnica). Así, Cavanilles se propone “probar con hechos que la ociosidad y pereza no son el carácter distintivo del español” (ibíd.: 63). Contra la visión de Masson, Cavanilles ofrece una percepción de la nación en la que, junto al reconocimiento de ámbitos en los que se podría haber avanzado más —verbigracia, la agricultura en Andalucía, lo que le permite insinuar con sutileza una reforma agraria todavía por llegar al afirmar que la productividad podría aumentarse “por la subdivisión de las grandes posesiones” (ibíd.: 66)—, muestra con orgullo los progresos que se han llevado a cabo y apunta a la vez los pasos que todavía faltan por dar. En síntesis, la postura de Cavanilles es la misma que la de tantos otros ilustrados, como hemos apuntado al comienzo. La “apología” de Cavanilles es la defensa ardiente de la labor desarrollada por los ilustrados desde la primera mitad del siglo, que nos habla muy específicamente del proceso intelectual, científico, cultural en que él mismo está inmerso y del que forma parte. Cavanilles no habla del pasado —como veremos hace Forner—, del patrimonio antiguo, del legado cultural, sino del presente vivo, de un proceso de restauración cultural y científico protagonizado —según el propio Cavanilles— por la dinastía de los borbones y, más particularmente, por Carlos III, de modo parecido a lo que hará Juan Sempere y Guarinos en su Ensayo de una biblioteca de los mejores escritores del reina-

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do de Carlos III. En síntesis, pues, Cavanilles trata de resaltar en público las realizaciones de una ilustración española a la que pertenecen o en la que participan otros muchos (el Censor entre otros, lo mismo que otros antiapologistas). Y, si eso es así, la pregunta que se impone, aunque sea marginal, es: ¿qué podían reprocharle los demás ilustrados? ¿Acaso no era esa la visión que todos ellos tenían de la realidad presente, una realidad marcada por los esfuerzos de un sector de la sociedad por avanzar el progreso de su país? ¿Se trataba acaso de poner en duda los límites del proceso mismo de la Ilustración? ¿De reforzar con una postura crítica a los sectores políticos que estaban por la labor ilustrada en oposición a quienes no lo estaban? A pesar de no haber sido publicado, el texto de José de Vargas Ponce, presentado a la Real Academia de la Historia en 1785, es el segundo escrito apologético en el que voy a detenerme. Probablemente el modo en que Vargas Ponce —que ingresaría en la Academia de la Historia el año siguiente al de redacción de la Apología— se aproxima al asunto apologético no parezca plantearse casi ni cercanamente al tema que a mí me preocupa —u ocupa— y que es la reflexión sobre la identidad nacional (el ser nacional, el ser español). Pero, conociendo los códigos y mecanismos que utilizan algunos intelectuales de la época, podríamos arriesgarnos a interpretar la función que el siglo XVI desempeña en su defensa de la cultura para afirmar que es significativo y revelador, y por ese camino veremos cómo reflexiona sobre la identidad nacional. Especialmente cuando el mismo autor se refiere al siglo XVI como una “ilustrada época” (Vargas Ponce 1783: 58). Para Vargas está claro que hasta el ascenso al trono de Luix XIV en Francia y el gobierno de Cromwell en Inglaterra o el acceso de Carlos II al trono inglés —por no hablar de una Alemania casi ausente de la vida cultural de la Europa occidental— solo las dos Hesperias —Italia y España— descuellan en el XVI. Hay, por tanto, una proyección intencional de las preocupaciones contemporáneas (del XVIII) en la visión que articula del siglo XVI: por ejemplo, Isabel de Castilla (la Católica) es modelo como “protectora de los sabios” para Luis XIV (1783: 61). Más enraizado en el nacionalismo dieciochesco, Vargas plantea su Apología como la respuesta a una petición de desagravio que pide no una institución, sino “la madre común, la nación entera, España misma” (ibíd.: 2). Así, su discurso apologético es resultado de un patriotismo que obra prodigios. Y, sin vacilar, apunta a las dos naciones que han desencadenado

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los ataques frontales contra España —Italia y Francia— en la medida en que España es, según sus críticos, la única que no se consagra a “las doctas ciencias, a las obras agradables de imaginación, a las bellas artes” (ibíd.: 3). En consecuencia, su texto está claramente dividido en dos bloques: uno en el que responde a los italianos (hasta la página 110) y el resto en el que ataca a Masson. Vargas sostiene que a fines del XVI comenzó una degeneración nacional y habla del “calamitoso siglo XVII” (ibíd.: 93) calificándolo como “siglo desgraciado” (ibíd.: 107), con lo que se suma a la visión catastrofista articulada paulatinamente por los historiógrafos borbónicos en un reciclaje selectivo y malintencionado de comentarios puntuales del siglo anterior; no es casual que hable de que “una alta providencia con un dichoso trastorno reanimó la España amortecida” (ibíd.: 110) haciendo posible el acceso al trono de Felipe V, de modo que se pone el acento en el carácter providencial de la nueva dinastía. Y al establecer silogísticamente que la decadencia político-militar conduce o acarrea inevitablemente la intelectual, científica y literaria, su diagnóstico resulta claro; porque, para él, por un solo siglo, el XVII, se ha juzgado toda la aportación de España —y eso que no olvida a los novatores, aunque indicando que, en una situación de decadencia completa, “aun se distinguieron algunos sujetos” (ibíd.: 100)—. Para Vargas, fue la realidad cultural y científica española a lo largo del XVII la que dio origen a la visión tanto del país como de los españoles que articulan (van articulando) los europeos. Y así concluye: “se hizo una especie de axioma histórico nuestra desaplicación e ineptitud para las ciencias, y obligó a muchos a buscar las causas en el carácter de la nación, en el genio de sus individuos, en los influjos del clima, en el sistema de gobierno, hacinando extravagancias” (ibíd.: 106). En otras palabras, Vargas rechaza frontalmente la percepción de la identidad nacional que expresan los demás europeos (italianos y franceses en particular). Sin embargo, luego acusa al desinterés español y a “la misma grandeza de alma de los españoles” (ibíd.: 107) el no haber salido en defensa de sus propias aportaciones. Escribe Vargas: No deberíamos quejarnos cuando en la repartición de dotes adoptadas por todos se denomina al español en las ciencias teólogo, en el carácter grave, si con estas cualidades eminentes nos dejaran en el grado que nos corresponden las demás, y si a estas inclinaciones no buscaran causales in-

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juriosas, como cuando Rousseau halló el legítimo resultado que éramos los más virtuosos de Europa por el ridículo y mentiroso motivo de ser los más ignorantes (ibíd.: 70).

Pero las antinomias de su visión identitaria se acentúan al rastrear las causas de un modo de ser que, en cierto sentido, coinciden con las que ha parecido rechazar y atribuía a los rivales de España. Señala Vargas Ponce que, debido a Carlos V y a sus empresas europeas y americanas, tuvo lugar el “origen verdadero de nuestra lastimosa despoblación y de aquel orgullo no mal fundado en unos hombres que llevaban la victoria pendiente de sus lanzas” (ibíd.: 95-96). Y prosigue: “Las mismas prosperidades de los dos siglos anteriores viciaron de algún modo el carácter de los españoles” (ibíd.: 96). Las posibilidades que le abría el imperio, en Italia, Flandes o América, intensificaron un rasgo de carácter marcado: Esto que tan frecuentes experiencias se lo mostraban tan hacedero exaltaba hasta el entusiasmo el amor de la gloria connatural a los españoles, les hacía desdeñar el arado y la labor, tener en poco la heredad de sus abuelos, no estimar otra herencia que la de la espada que había obligado a los moros a repasar el mar, que había paseado en triunfo la gloria española por toda la Europa hasta las fronteras de Turquía y que en un hemisferio, en más de dos mil leguas de costa, había adquirido muchos reinos. La sabia economía, la actividad, la industria, el amor constante al trabajo, todo iba desapareciendo uno detrás del otro, y por consiguiente sus resultados, la abundancia, la fertilidad, la población, el comercio; porque, reputando aquellos españoles por indigno de sus manos triunfantes el humilde cultivo de la tierra y las tareas de las artes más útiles, empezaron a mirar el resto del género humano con desdén, a considerar las naciones como nacidas para materia de sus triunfos o de su fausto, a no aspirar a otras riquezas ni a otra reputación que a la de dictar leyes a los pueblos atónitos (ibíd.: 96-97).

Así, pues, lo que viene a reforzar su análisis de la evolución seguida por España y los españoles son precisamente las acusaciones de Masson, en lugar de rebatirlas. Sin embargo, en su ataque a Masson Vargas Ponce deja el tono de explicaciones con que ha respondido a los italianos y establece desde el comienzo el terreno de juego: el texto de Masson “ultraja con avilantez una nación íntima, aliada, hermana de mil modos con la suya;

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sin estimar lo que debe como filósofo a la crítica, se arroja sin examen a divulgar especies falsas, injuriosas, disonantes, sin apoyo, sin motivo y sin verosimilitud” (ibíd.: 110). De nuevo se impone una profesión de fe patriótica: “el patriotismo que me guía, la sinceridad que me tranquiliza en el interior de mi espíritu, me consolarían fácilmente de los ultrajes de la murmuración” (ibíd.: 111). Y ahí se adentra en lo que califica de “apología de nuestra edad” (ibíd.). Pasa revista a la erudición con Mayans, la tipografía, la elocuencia, la poesía, el teatro, los astilleros, la armada, las academias, los observatorios, las ciencias exactas “ciencias tan necesarias para la felicidad y opulencia de una nación” (ibíd.: 129) y cita a Tosca, a Benito Bails, Tomás Cerda, la astronomías (ibíd.: 130), cultura (Feijoo), revistas (Diario de los Literatos), botánica, en fin, todo lo que ha fomentado la nueva dinastía. No por casualidad pone el acento Vargas en las reformas educativas y, particularmente, en la ampliación de la educación de la nobleza. Pero en ningún momento retoma el asunto de la identidad nacional, como si no mereciera la pena o como si aquella hubiera cambiado. Y, si es así, estamos —desde otra perspectiva— en algo que he analizado al hablar del gusto en el teatro: la profunda convicción de los ilustrados —como la tendrán después los miembros de la Institución Libre de Enseñanza— de que no hay datos inmutables de la realidad, de que todo, en particular cuando se habla de los seres humanos, puede modificarse. Muy especialmente, cuando para ese cambio se cuenta con los instrumentos que proporciona la educación. De ese modo, la identidad, alterada como consecuencia de los éxitos de imperio hispánico en la fase de su constitución, se ha modificado desde que la nueva dinastía ha puesto en práctica políticas de recuperación económica, social, política y cultural. Pero a nivel de la identidad, Vargas ha manifestado su rechazo de las percepciones de los otros europeos, ha reforzado con sus argumentos historiográficos esas percepciones y, por último, ha vuelto a rechazar las ideas de Masson sin prestar atención a las inconsecuencias de su propia postura. Y si en algún apologista merece la pena ahora detenerse debe ser en Juan Pablo Forner. Desde luego, después de la profunda, minuciosa e insuperable investigación que le dedicó François Lopez, lo que yo puedo hacer es tal vez añadir algún detalle y darle un pequeño giro a su magnífico enfoque para ajustarlo al asunto que a mí me interesa. Ante todo y sobre todo, es preciso repetir algo que Lopez dejó asenta-

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do, a mi modo de ver, definitivamente: que Forner no es de ninguna manera un espíritu reaccionario al que el ultraortodoxo y ultraconservador Menéndez y Pelayo trató de situar en su genealogía histórica. Como demostró Lopez, toda la axiología forneriana es plenamente ilustrada y que, como otros ilustrados, “s’est toujours défié [...] de l’esprit de système et des mondes imaginaires” (1976: 383), por lo que su texto retórico constituye sobre todo una exaltación del pensamiento útil, capaz de modificar e influir en la conducta del individuo, frente a los sistemas imprácticos que califica de novelas. No solo eso, sino que Lopez apuntó también a la lectura de Rousseau y su Discours sur les sciences et les arts como subtexto de la Oración apologética. Y, sintetizando, Lopez sostuvo acertadamente que Forner “avait taché de démontrer philosophiquement, suivant le goût du siècle, les mérites littéraires de l’Espagne” (ibíd.: 381). Lopez insiste en que “jamais l’auteur ne plaide pour l’Inquisition ni pour la censure ecclésiastique, et que ce sont toujours les prérogatives, la puissance de l’État qu’il défend” (ibíd.: 383). En consecuencia, la Oración apologética “est une œuvre tout à fait typique de la Ilustración, et ne contient, n’annonce rien qui ressemble à la réaction que provoquera quelques années plus tard la Révolution française” (ibíd.: 384). La libertad sabia se contrapone en el pensamiento de Forner articulado en la Oración apologética a la libertad que justifica el atropello de “los principios más sagrados de la religión y la sociedad” (Forner 1997: 69), sobre todo porque esa libertad, convertida de hecho en libertinaje o más bien en desenfreno (ibíd.: 71), conduciría al mundo a convertirse en “un teatro horrible de violencias, de guerras, de usurpaciones y de maldades” (ibíd.: 69). Frente a esa libertad propone Forner pensar siempre “en la verdad y la virtud” (ibíd.). Y ese doble enfoque caracteriza toda la Oración. Porque al hablar de la prohibición de leer ciertos libros, Forner parece estar a favor de la política gubernamental: “Ni debemos tampoco sonrojarnos de confesar que se nos prohíbe la lectura de aquellos libros que, sin que se les prohíba, dejan de leer los hombres que desean conservar incorrupta la pureza de sus costumbres” (ibíd.: 70). No debe olvidarse, sin embargo, que Forner —lo mismo que numerosos intelectuales de la época— demuestra que ha leído todos esos libros. Al reaccionar contra las críticas exteriores —y a pesar de compartir una percepción muy parecida a la que tienen los extranjeros y otros ilustrados críticos y antiapologistas sobre el estado de la cultura en la

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España del momento— los intelectuales españoles que asumen la defensa y exaltación del patrimonio cultural español, y en particular Forner, avanzan o exponen una visión más o menos coherente de la identidad nacional en proceso de articulación. Sin embargo, debo señalar que, como podría suponerse, no hay un análisis minucioso y detallado del asunto. Por tanto, lo que puede hacer el crítico es leer con cierto cuidado los textos y deducir las posibles connotaciones o implicaciones que afirmaciones tal vez emitidas con otra finalidad pueden tener con respecto a esa visión de la identidad nacional. Por poner un ejemplo, y así entro ya en mi materia, respondiendo al comentario de Voltaire de que en España no se piensa porque no hay libertad de pensar y solo puede hacerse después de que un fraile dé permiso, Forner responde: Así es, no se piensa en derribar las aras que la humanidad necesita [...] no se piensa en conturbar el sosiego de la paz pública [...] no se piensa en arrancar del corazón humano los naturales sentimientos de la virtud [...] no se piensa en elogiar las culpables inclinaciones de que ya por sí se deja llevar voluntariamente la fragilidad de nuestra naturaleza. En nada de esto se piensa en España (ibíd.: 68).

¿Qué podemos deducir de aquí respecto a la visión que parece apuntar Forner sobre cómo es el español, sobre el carácter del español, sobre la identidad nacional? Las aras que la humanidad necesita alude claramente a la religión, en cuya defensa sale una y otra vez el autor de la Oración. El primer rasgo que destaca, por tanto, es el de la religiosidad. ¿El segundo? El respeto del orden establecido —no conturbar el sosiego de la paz pública—, lo cual, en su momento, significa o puede traducirse como la lealtad al soberano y sus gobernantes. ¿El tercero? La virtud. ¿El último? Parece un complemento del anterior: las culpables inclinaciones de la naturaleza humana remiten de nuevo a la virtud. Así, se comprende que resuma su postura afirmando que en España no se tiene por ocupación digna “investigar defensivos al vicio, a la impiedad y a la sedición” (Forner 1997: 68). El español es, para Forner en esta ocasión, religioso, o sea, católico, leal a la monarquía, o sea, monárquico, y virtuoso. Como he dicho, la defensa de la religión cristiana es constante, lo mismo que su apoyo al orden social y político: “Sin orden no hay perfección; sin leyes no hay orden; y el hombre sin leyes se-

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ría la criatura más despreciable del universo” (ibíd.: 109). En cierto sentido, podría aventurarse aquí que poco diferencia a Forner de lo que había dicho Cadalso en su Defensa o incluso de lo que incluiría en Los eruditos. Mas en la Oración propiamente dicha, escribe Forner: “Tal contemplador de las cosas divinas puede haber que sea al mismo tiempo mal juez, mal padre, mal marido, mal ciudadano” (ibíd.: 111). Por supuesto que el modo en que reproduce estas palabras y el contexto en que las sitúa son más bien confusos, oscuros. Tratemos de aclararlos. Forner está hablando de quienes contemplan “lo que se debe a su Criador” (ibíd.), es decir, de quienes viven religiosamente; pero para sostener que eso no es incompatible con “ejercitar los oficios de su orden respecto de sí, respecto de sus semejantes” (ibíd.), o sea, que no hay que enajenar al hombre de su naturaleza sea a favor de la contemplación divina o del estudio de la sabiduría. Por tanto, lo que está afirmando Forner es que el hombre puede y debe ser buen juez (o bueno en el oficio que ejerza), buen padre, buen marido y buen ciudadano, sin que actuar de ese modo excluya la religiosidad o la dedicación a los estudios. Esas palabras recordarán a algunos las de Cadalso en las Cartas marruecas; me refiero al famoso epitafio que Ben-Beley querría ver puesto en su tumba: “Aquí yace Ben-Beley que fue buen hijo, buen padre, buen esposo, buen amigo, buen ciudadano” (Cadalso 1983: 157). Y si falta la noción de buen amigo en el caso de Forner no es porque este no acreditara a lo largo de su vida la importancia que otorgaba a la amistad. ¿Entonces? Si no había gran distancia entre Cadalso y Forner en la percepción de la identidad nacional que veíamos antes (en el párrafo anterior), tampoco aquí parece haber gran diferencia. Por supuesto, la pregunta que se impone es: ¿qué relación hay entre lo que algunos han calificado como el ideal humano de Cadalso y el ideal identitario nacional? Joaquín Arce anotó en este lugar: “Sintéticamente queda expuesto el ideal de vida del hombre ilustrado, que a sus cualidades personales y familiares tiene que unir virtudes sociales, amistad y ciudadanía” (Cadalso 1983: 157). Nicolás Marín López, comentando el epitafio latino que Cadalso le envió a Iglesias de la Casa en 1775 y comparándolo con el de Ben-Beley, afirma que en ambos Cadalso quiere “advertir la necesidad de dar a conocer las virtudes del nuevo hombre que sueña” (Marín López 1982: 85). En último término, la descripción que hace Ben-Beley de sí mismo en ese desea-

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do epitafio no es sino la imagen del hombre de bien dieciochesco. ¿Y no se resume el programa utópico de los ilustrados precisamente en el objetivo de convertir a sus compatriotas en hombres de bien? O, formulado de otra manera: ¿no es acaso el ideal de los ilustrados el hacer del hombre de bien la imagen icónica de la identidad nacional? Así, si tenemos presente la sugerencia de Lopez de que el hispanista debe preguntarse cuáles han sido las transformaciones de la conciencia nacional provocadas por la imagen negativa que la elite letrada de Europa tenía y expresaba sobre España, la posición de Forner —tanto como las de Cavanilles y Vargas Ponce— nos aporta una respuesta que tal vez podría resumirse en el título que Antonio Mestre puso a uno de sus libros sobre la historiografía dieciochesca: Apología y crítica de España. Porque, en efecto, en ese terreno preciso se sitúan estos “apologistas”: en el de quien contempla la realidad con los ojos críticos que le proporciona la mezcla (muy mayansiana) de la tradición humanista nacional y el pensamiento racionalista y sensista de la época, a la vez que desarrolla un programa de reivindicación apologética del legado cultural nacional, no incompatible sino complementario con el espíritu crítico, que debe entenderse como la base de un nuevo modo de concebir el ser nacional.

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TRANSLATIO IMPERII, TRANSLATIO STUDII: EL GUSTO ESPAÑOL EN LA POLÉMICA CLASICISTA ITALOFRANCESA DEL PRIMER SIGLO XVIII Manuel Garrido Palazón Universidad de Almería

A finales del siglo XVII, la pelea por el dominio en Europa la había perdido ya España en favor sobre todo de Francia, también en la dimensión simbólica y cultural de ese dominio. Fue en el tiempo de lo que Paul Hazard llamó “la crisis de la conciencia europea”, entre 1680 y 1715. Entonces “la hegemonía intelectual”, que había sido italiana en “los tiempos del Renacimiento” y luego española “en su siglo de oro”, pasó a Francia (Hazard 1975: 51). Para lograrlo, los franceses, al tiempo que iban depurando la imagen propagandística del Siglo de Luis XIV, fueron emborronando la de las otras dos “hijas de Roma”, en especial, la de la más poderosa políticamente, España, a la que, después de su derrota sancionada en la Paz de los Pirineos, acabaron persiguiendo por el mal gusto español, al que el buen gusto francés debía ahora imponerse para salvar la herencia común de la familia latina. Es “el siglo XVII ” de Francia (Rousset 2009: 9), contra el siglo barroco de España, si los miramos, frente a frente, desde la larga perspectiva secular posterior, cuyos orígenes vamos ahora situar en los años indicados por Hazard entre dos siglos, que, por ampliarlos un poco para incluir la fecha de publicación de alguna obra y, sobre todo, por seguir una coherencia historiográfica con “le premier XVIIIe siècle” francés y con “il primo Settecento” italiano, los dos periodos nacionales en que se investiga, proponemos acotar como “primer siglo XVIII” (Juderías 2003: 104-105).

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La datación histórica circunstancial de esos orígenes, los cuales posteriormente casi parecen haberse tipificado, se manifiesta al observar que en pleno siglo XVII francés no dominaba aún la imagen literaria antiespañola consolidada desde finales de ese mismo siglo. Antes bien, hasta su mitad, “todo era español en Francia”, como dijo luego Philarète Chasles, uno de los primeros hispanistas decimonónicos franceses (cit. en Juderías 2003: 104-105). No obstante, ya en 1638, el libertino La Mothe Le Vayer critica nacionalistamente un modelo de elocuencia ligado a España, el pesado y rotundo del marqués boloñés Virgilio Malvezzi, que no era español, pero sí un vasallo de la Monarquía Hispánica, con la responsabilidad, por tanto, de representarla en la polémica de “le style ” contra “le style ” que se desenvolvió como una de las primeras institucionalizaciones literarias de “La France et l’Espagne en guerre”.1 Esta guerra no fue solo militar, sino también y más tiempo, literaria, porque Francia necesitaba consolidar su imperio político con el cultural: imperio en el sentido que le había dado Nebrija a esta palabra al asociar su labor gramatical a la fundación imperial española. Se repetía ahora el tema clásico por él presupuesto de la “translatio imperii” como “translatio studii”, desde Roma a sus hijas. Claro que, a finales del siglo xv, para Nebrija, aunque su imperialismo literario mira a España, el modelo ideal era italiano. Ya que Italia no había tenido imperio propio, políticamente hablando, pero sí intelectualmente. Y su hegemonía en este terreno, como primera destinataria de la translatio studii, acabó correspondiéndose con la hegemonía política de España, al amparo de la mMonarquía hHispánica, en una relación como la de Grecia y Roma. “Romanos del Cristianismo” había de llamar luego a los españoles Chasles (cit. en Juderías 2003: 105). Por eso ya La Mothe criticaba “le mauvais goût” español en un escritor italiano y por eso, con todas las dificultades que esa relación tuvo en sí, pues los italianos, a su vez, habían atacado a los hispani ferini, Italia y España siguieron ligadas para los franceses desde el punto de vista interesadamente reductivo de su estrategia propagandística en cuestiones estéticas e intelectuales. 1

Véase Colomer (1991). La pesadez y rotundidad que critica La Mothe son las mismas a las que se refiere Chasles dos siglos después cuando cuenta: “A principios del siglo XVII el diccionario español nos invade y carga con el peso de sus sonoras palabras nuestro lenguaje flexible” (cit. en Juderías 2003: 105)

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I. Así lo volvía a demostrar en 1687 el jesuita francés Dominique Bouhours en su libro La manière de bien penser dans les ouvrages d’esprit, una serie de cuatro diálogos en que, observando críticamente los “pensées en matiére d’ouvrages d’esprit”, que “sont les histories, les poëmes, les piéces d’éloquence” y desenvolviéndose entre la lógica y la retórica, “tout ensemble”, se propone distinguir “le bon gout”, que él entiende aún al modo jesuítico como armonía entre el ingenium —convertido a esas alturas en el francés esprit— y el judicium.2 Para ello, partiendo en principio de la universalidad del humanismo católico, no tendría por qué utilizar criterios nacionales en esa distinción —ya distintion del gusto siglos antes de Bourdieu—, pero lo cierto es que lo hace desde que, al presentar a los dos interlocutores, “Eudoxe & Philanthe”, dice que el primero “a le goût très bon, & rien ne lui plaît dans les ouvrages ingénieux qui ne soit raisonnable & naturel”, por lo que, claro está, “il aime fort les Anciens, sur tout les Auteurs du siècle d’Auguste, qui selon lui est le siècle du bon sens”—como lo será “le Siècle de Louis XIV”, el suyo—; mientras que, para el segundo, “tout ce qui est fleuri, tout ce qui brille, le charme”, a lo que le asocia la siguiente correspondencia historicocrítica, implícitamente negativa: “Les Grecs & les Romains ne valent pas à son gré les Espagnols & les Italiens. Il admire entre autres Lope de Vegue & le Tasse”. En fin, aunque “il est honnête homme”, nada se dice del gusto de “Philanthe”, pero queda calificado en el contexto de disputa, en el que “ils se reprochent leur gout à toute heure”, siendo el de Eudoxio expresamente el bueno, así como eran por entonces más autorizados “ses Heros”, “Ciceron, Virgile, Tito Live, Horace” (Bouhours s.f.: 1-2). Y no hay duda de la galicanización del gusto que hace Bouhours cuando presenta su obra como una retórica que no es del todo una lógica, puesto que “le but que l’on se propose ici n’est point d’aprendre à concevoir de simples idées”, pero sí lo es en parte al centrarse en “des

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Bouhours (s.f.): “Avertissement” (sin paginar. En todas las citas francesas e italianas antiguas respetaremos la grafía original). Para la armonía del ingenio y del juicio cf. Fumaroli (1994). Aunque muy temprano respecto a nuestra delimitación cronológica habría que tener en cuenta también a Bouhours (1671). En general, sobre la historia de la idea del gusto véase el estudio y la antología de Russo (2000).

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jugemens ingénieux qui se raportent à la seconde opération” de “les trois operations de l’entendement selon la methode d’Aristote, ou plûtot selon les principes de Descartes”. Pero se dirá que eso es racionalización, no galicanización, si no advertimos enseguida que Bouhours se explica así en referencia expresa a la “Logique François” de L’Art de penser cartesiano de Port Royal (Bouhours s.f.: “Avertissement” s.p.). Lo razonable y lo natural que defiende el portador del buen gusto han dejado de ser potencialmente universales, como venía siendo en la tradición mejor del humanismo racionalista aristotélico y ciceroniano, y van a acabar reduciéndose a una “lógica” y una retórica francesas ilustradas en la lengua literaria, pero también en la lengua cortesana, la lengua del Rey, “l’Eloquence royale”, como última instancia valorativa dentro del Paraíso de la Razón que quería ser Francia.3 Y si, en el horizonte universal humanista, la corriente ciceroniana más extendida y oficial, que ahora se apropiaban los franceses, se había desarrollado ya en tensión con las corrientes senequista y tacitista, esta tensión dialéctica mantenida siempre, hasta la segunda mitad del siglo XVII, dentro de la unidad católica, y que permitía cohonestar al francés Nicolás Caussin S.J. con Baltasar Gracián S.J., se rompía ahora cuando Bouhours ve en las obras del español “quelque chose de si sombre, de si abstrait, & de si opposé au caractere des Anciens” (Bouhours s.f.: 49492), de un modo que casi parece negarle la legitimidad de heredero latino al que había sido su correligionario, pero que ahora es, antes que otra cosa, un escritor español.4 Como en el fondo lo es también el propio Séneca cuando Bouhours lo critica porque su estilo “est un stile rompu, sans nombre, & sans liaison” y sus pensamientos “bien plus diffuses que celles de Ciceron”, mientras que la verdad es “qu’il y a plus à aprendre dans une page de Ciceron que dans cinq ou six de Seneque” (ibíd.: 401). El patrimonio legítimo antiguo estaba tasado y, en 1687, no era la primera vez que se achacaba a los autores romanos de Hispania los mismos males estilísticos que a los españoles modernos.5 Sin ir más lejos, contemporánea3

Cf. Macchia (1972). Sobre “l’Eloquence royale” véase Fumaroli (1994: 647ss). Sobre ciceronianismo y senequismo humanistas véase también Mouchel, 1990. 5 Ya Jean Chapelain, hablando del exceso irracional de imaginación en los escritores de España, decía en 1662: “Nous le voyons même dans les vieux poètes latins qui en étaient originaires et dans los ouvrages desquels l’imagination étouffe partout le jugement” (Cit. en Collard 1971: 91). 4

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mente estaba siendo autorizada la clasificación georracial de la literatura española en autorrepresentaciones como la de Nicolás Antonio, que tuvo eco rápido en Francia, igual que en toda la Europa literaria.6 Lo que no quiere decir que Bouhours afirmase siempre un origen ancestral del estilo porque, de nuevo a propósito del de Gracián, lo iguala por sus exageraciones con el de los declamadores latinos criticados por el otro Séneca, el padre, que tambien era hispánico (aunque ahí está hablando “Philanthe”, el defensor de los españoles). Otras veces achaca a los franceses algún vicio estilístico, pero casi como salvedad respecto a la práctica habitual de los otros países en liza; así, por ejemplo, niega que “les Italiens & les Espagnols soient les seuls qui mettent leur esprit à l’alambic”, pues “les François le font aussi” y, en particular, “Balzac y est un grand maître” (Bouhours s.f.: 329 y 451). El racionalista Eudoxio critica por la poca naturalidad de sus pensamientos a este autor, Jean-Louis Guez de Balzac, que, después de todo, quedaría como modelo de la excepción barroca francesa. Ahora bien lo hace puntualmente sin generalizar como cuando la misma voz resuelve sus críticas a Lope o a Góngora en categorizaciones como la siguiente: “Les beaux Esprits de ce païs-là, répondit Eudoxe, son sujets à être un peu obscurs, & on ne leur en fait pas un crime” (ibíd.: 483). Es recurrente la utilización del sujeto colectivo, “los italianos y los españoles”, “los bellos espíritus de este país”, ante predicados sobre el alambicamiento, la oscuridad u otros vicios, más que literarios, lingüísticos. Así, en otro lugar se añade: “Il est naturel aux Espagnols, dit Philanthe, d’avoir de hautes idées des succés de leur Monarchie”. De ahí parte la crítica de la exageración vanidosa en unos versos de Lope sobre el papel de la “fiera Gente” española en su Jerusalén conquistada. La crítica estilística se convierte inmediatamente en crítica política de Eudoxio cuando, después de una ironía sobre el orgullo de “un Poëte d’Espagne” ante “une fiére Nation” como la suya, sentencia así con otro sujeto colectivo: “Les Castillans sont un peu extremes, sur tout quand ils parlent d’eux” (ibíd.: 332-333); o cuando, discriminando el 6 Véase, por ejemplo, la larga reseña sobre “Bibliothecae Hispanae Veteris Tomus I, complectens Scriptores Hispanos omnes, qui ab Octaviani Augusti imperio usque ad annum M floruerunt, Autore D.Nicolao Antonio, Hispalensi J. C.Ordinis S. Jacobi Equite &. Romae ex typogr. Antonii de Rubíes, 1696. in fol. Constat Alph.5.plag.20”, en Acta eruditorum, 1697, n. VI (Junio): 241-254; y Bibliothecae...Tomus II...”, n. VII (Julio): 297-306.

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uso de determinadas “imaginations... toutes frivoles, toutes outrées qu’elles paroissent”, conforme al subgénero en que se haga, pone como ejemplo negativo, “dans une histoire, ou dans une relation qui doit étre simple & naturelle”, la descripción de “l’Entrée de la Reine d’Espagne dans Madrid”, con tal insidia que la crítica de la extremosidad descriptiva acaba pagándola también irónicamente la propia imagen descrita de la reina (ibíd.: 446). Así, a lo largo de la serie de análisis retóricos concretos en que se va desplegando la manera de bien pensar en las obras de ingenio, Bouhours va asociando rasgos estilísticos, que para un gramaticalista como él son esencialmente rasgos de uso lingüístico, a los caracteres nacionales: los positivos, que acabarán siendo clásicos, sobre todo a los franceses, y los negativos, luego barrocos, a Italia y, en especial, a España. De estos, las citas anteriores nos han mostrado algunos, lo florido, lo brillante, lo abstracto, lo roto, lo alambicado, lo oscuro... Todos ellos, como “vices de l’Eloquence”, obedecen a unas figuras retóricas específicas como la metáfora, la antítesis, la agudeza o la delicadeza (“delicatesse”), que Bouhours ejemplifica minuciosamente en los autores señalados. Gracián es, quizás, el autor al que dedica más espacio. Góngora, en cambio, que acabaría dando nombre al estilo gongorino como sinónimo del mal gusto, incluso para los galoclasicistas españoles del siglo XVIII, aparece solo una vez, quizás porque ni “les Espagnols”, aun siendo aficionados a la oscuridad, lo entienden “& c’est peut-être pour cela qu’ils lui donnent le surnom de merveilleux”. “Maravilloso Luys de Góngora” resalta irónicamente Bouhours en español, insinuando que ni siquiera merece la pena criticarlo cuando los propios castellanos “disent de même, Escuro como las soledades de Góngora, pour faire entendre qu’une chose est obscure”. Entre tanto, Lope sí le ofrece más posibilidades críticas, pues hasta “les Castillans disent communement, es de Lope, pour marquer qu’une chose est excellente”; aunque no deje de recordar maliciosamente la supuesta anécdota de que ni el propio Lope sabía explicarle un soneto suyo a un obispo francés (ibíd.: 483-484). Ya hemos visto que Lope acompañaba a Tasso en las preferencias de “Philanthe”, y, en general, es frecuente que los juicios sobre los versos de uno y otro se complementen. Por otro lado, una crítica de Tasso, cuando “Philanthe” lo defiende de demasiada sutilidad o delicadeza, lleva a los supuestos versos de Cervantes que comienzan “Ven muer-

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te tan escondida” (ibíd.: 448-449).7 Salvo que estos versos no son cervantinos, como aclararía, según veremos, el boloñés Orsi en su respuesta a Bouhours. Pero lo que resalta es la igualación entre españoles e italianos que hace el francés. Si no es Lope y Tasso, o Tasso y Cervantes, es “un Poëte Castillan” de cancionero y Graziani “dans Le Conquista di Granata”, ambos criticados por las tonterías (“sotises”) en unos símiles de los ojos femeninos (ibíd.: 442-443).

II. La reacción española a la crítica de Bouhours prácticamente no existió, pues la primera que podríamos considerar como tal, la de Pedro Verdugo, Conde de Torrepalma, en 1716, es más bien una respuesta indiscriminada a todo el racionalismo clasicista francés; y, en todo caso, no es asunto de este estudio. La reacción italiana no fue inmediata, pero sí tan amplia y contundente que, al responder a Bouhours, los italianos no solo se defendieron, sino que atacaron para recuperar il Primato de Italia en la herencia humanista. Para lo cual tuvieron que separar la primacía cultural suya de la primacía política española con la que habían tenido que contar hasta finales del siglo XVII. Pero como ahora España estaba perdiendo su poder en pro de Francia también en los reinos españoles de Italia, la liberación política facilitó la otra liberación respecto al gusto español, como señala Franco Croce al hablar de “il primo Settecento” en Nápoles, donde el gusto literario “sfarzoso e arguto” comenzaba asociarse al retroceso neofeudal seicentista (Croce 1979: 447). Luego recordaremos la escasa presencia española en uno de los principales intelectuales —valga el anacronismo— racionalistas del Mezzogiorno, el calabrese Gian Vincenzo Gravina. Mientras tanto, donde se dio la respuesta más rápida y completa al creciente imperialismo de “le classicisme louis-quatorzien”, con sus obreros zapadores como Bouhours,8 y donde como resultado de ello quedó también conjurado the spanish specter —en antigua expresión inglesa—, fue sobre todo en 7

Sobre la fortuna de la canción del Comendador Escrivá cf. Ravasini (1990). De “ouvriers du classicisme” habla Lanson (1909: 391ss.). Sobre “le classicisme louis-quatorzien” cf. Dubois (1995: 61-80). 8

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Bolonia, en la Colonia Renia, es decir, en la sección boloñesa de la academia clasicista conocida como la Arcadia. Uno de sus maestros, el también jesuita Camillo Ettorri, publicó ya en 1696 una obra titulada, precisamente, Il Buon Gusto ne’ Componimenti Rettorici. En ella, se muestra acorde con los principios clasicistas de su correligionario francés, del que parte, apelando a la Naturaleza, los Maestros y las Reglas del Arte, pero moderando las críticas francesas a los conceptos o agudezas, a las que aún defiende como “forme del ben dire”, siempre “che riescano secondo il vero Buon Gusto”. Para ello se apoya aún en el máximo representante del clasicismo barroco, o barroco moderado italiano, el padre Sforza Pallavicino y su “libro dell’arte dello Stile” de 1647, como saltando por encima de la ruptura de la unidad retórica jesuítica que se había atrevido a hacer, por razones nacionalistas (o la Razón nacionalista por antonomasia, la “Logique Françoise”), el padre Bouhours, al enfrentarse violentamente a Gracián y, aunque con más moderación, al propio Pallavicino (Ettorri 1696: 57 y 217ss.).9 Ettorri, por su parte, no parece querer polemizar en el terreno de la pasión nacional cuando ni siquiera nombra a Gracián, pese a que había sido el otro gran teorizador más cercano del buen gusto, fuese cual fuese el sentido de su concepción. Los españoles que nombra no son los utilizados por Bouhours, sino a Huarte de San Juan, en una alusión polémica a través de Pompeo Caimo y su tratado Dell’ingenio de 1629, para rechazar la equiparación huartiana de la retórica con la ignorancia y defender, en contra, el enciclopedismo retórico ciceroniano, que era uno de los instrumentos principales del sistema de la Ratio studiorum. Y nombra también, de modo destacado, como autoridad retórica, a “l’eruditissimo Benedetto Arias Montano”, del que da una larga cita sobre la relatividad de la elocuencia humana, frente a lo absoluto de la elocuencia angélica y divina (con unas imágenes de sabor borgiano sobre el uso humano de los mapas y la cronología que habría que comentar en otro lugar) (ibíd.: 88-89 y 113ss.). Por lo demás, Ettorri ni siquiera entra apenas en la defensa de la poesía italiana, con remitir el uso poético de las sentencias ingeniosas a Platón y Cicerón, para no tener que decantarse entre “gli accusatori, e i difensori di Lodovico Ariosti, di Torquato Tassi, di Giovan Battista

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El libro de Pallavicino aludido es el Arte dello stile publicado en Bolonia en 1647.

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Guerini”, ante los que no toma partido si no es de un modo indirecto y, por tanto, abarcador, al mencionarlos en el contexto de discusión del aristotelismo poético moderno, del que no quiere salirse como el otro límite intelectual, junto con el ciceroniano, de su “ecumenismo católico” (ibíd.: 54).10

III. En este marco, recibieron la enseñanza de Ettorri, como maestro de retórica en las escuelas jesuíticas de Bolonia, varios de los autores que iban a integrar la Colonia Renia, entre ellos su máximo representante poético, Carlo Maria Maggi, y, por otro lado, su mejor defensor teórico y crítico, Gian Gioseffo Orsi. Este volvió a leer a Bouhours ya de un modo mucho más polémico en sus Considerazioni sopra un famoso libro franzese intitolato “La manière de bien penser”, publicadas en Bolonia en 1703 y que constituyen la base de partida de la llamada “Polémica Orsi-Bouhours”, que, de 1703 a 1735, se convirtió en un eje central, no solo de la defensa de la tradición poética italiana, sino de un debate de más alcance teórico “sul propium della poesia, specie cimentandosi nell’ardua ricerca di ciò che la distingueva dalla prosa, e nella rivendicazione della natura intimamente transuntiva e fantastica della prima rispetto della seconda”, en palabras de Alfredo Cottignoli (1988: 55). Unos términos teóricos que de inmediato nos llevan a pensar en una poesía especialmente “trasuntiva y fantástica” como era la española, aunque su desenvolvimiento real lo tuvieron como una “diatriba italo-francese”, que a veces consistía en “una battaglia municipale”, pero otras “seppe poi riconquistare un orizzonte europeo”, junto con “la sua valenza teórica” (ibíd.: 54). Y en esta dimensión teórica europea cabe situar, respecto a nuestro asunto, la defensa que hacía Orsi de “le arguzie” o “argutezze”, los frutos de la llamada “agudeza de ingenio” en español, al pedir que no se condenasen todas, puesto que “questo nome d’argutezza per sé medesimo non mi par condannabile”, sino solo las “verbali o le stiracchiate o frivole”. Así hablaba en 1703, pero no en su libro, sino en unas cartas a Ludovico Antonio Muratori, el

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La expresión “ecumenismo católico” es del profesor Andrea Battistini.

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otro defensor principal de la tradición poética italiana, sobre todo porque fue el que más aportó a dicha dimensión de la defensa, cuando la planteó en un tratado intelectualmente tensado hacia el ideal de una perfecta poesía, cuyo manuscrito es el que da pie a la petición de Orsi (Muratori 1984: 130).11 En él, Della perfetta poesia italiana, Muratori coronaba en 1706 su defensa e ilustración de la poesía italiana de un modo que tuvo consecuencias en toda la poesía europea y, en especial, en la española, donde todos sabemos que su influjo fue decisivo luego en la Poética de Luzán.12 Y con él concluiremos nosotros también la valoración externa de la literatura española, que por lo que respecta a Muratori ya ha sido estudiada,13 de ahí que lo que añadamos será dentro de la “placida battaglia” contra Bouhours.14 Ya hemos dicho que el estratega de esa batalla, Orsi, defiende la literatura italiana de los ataques franceses, y al hacerlo también hace comparecer la imagen francesa del gusto español refractándose siempre en los matices de la construcción patriótica del canon italiano, como podemos observar si seguimos adentrándonos en su correspondencia con Muratori de la que hemos citado la discriminación sobre las agudezas. Aunque, para ser exactos, en la carta de marzo de 1703, al hablar de ellas, Orsi no se refiere a la literatura española en acusación histórica específica de las causas nacionales. Habla en general, para dirimir un principio retórico y poético, de “poetica moderna”, cuando no ya incipientemente estético, pues mira también en esas cartas a la “belleza poética”, siempre en conversación con el tratado muratoniano, aún manuscrito. Por eso, autoriza determinadas agudezas como “un de’ tre generi che commenda Cicerone”, siguiendo el método humanista de legitimación retórica aprendido en profesores como Ettorri; e incluso, para difuminar los enfrentamientos nacionales, apela a un gramático moderado francés, “monsieur Ménage, il qual dice che prima di condannarle è necesario distinguerle” (Muratori 1984: 130). O sea que, en todo caso, Orsi no responsabiliza a la literatura española, ante la que, si seguimos leyendo sus cartas a Muratori, además de las Considerazioni iniciadoras de la polémica con Bouhours y las de11

Cf. Cottignoli (1981: 427). Cf. Froldi (1992). 13 Véase, entre algún otro, Mazzocchi (1987). 14 Cf. Lugli (1950). 12

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más respuestas suyas en esta, la actitud predominante fue de neutralidad, como si él, igual que le ocurrió a la mayoría de los demás polemizadores italianos contra los galoclasicistas, quisieran defender su literatura y, en el fondo, a sí mismos fuera de la lucha francoespañola, para no perder la ocasión de recuperar su primacía dentro de la translación también literaria del poder que se venía produciendo desde hacía décadas. Al fin y al cabo, ellos habían sido los griegos, frente a los romanos modernos. Y el imperio de estos se jugaba su última partida justamente en esos mismos años de planteamiento de la polémica literaria. Nos referimos, claro está, a la llamada Guerra de Sucesión de España, que se había declarado oficialmente en mayo de 1702, aunque ya desde septiembre de 1701 se estaban realizando movimientos de tropas en los reinos españoles de Italia; en primer lugar, de las tropas austriacas al mando del príncipe Eugenio de Saboya, ante lo cual los príncipes italianos crearon un ejército significativamente llamado “Neutralità di Italia”, que, aún así, sería costeado por el nuevo rey francés de España, Felipe V, como dueño de Milán y Nápoles, y apoyado por importantes destacamentos franceses. Sea como sea, los diversos estados italianos fueron, en efecto, intentando todo tipo de equilibrios entre las distintas potencias, no solo entre las de los dos bandos sucesorios, sino, especialmente, en el bando borbónico, entre las potencias francesa y española, muy enfrentadas desde el principio como denuncia la correspondencia del embajador español en Venecia.15 Este principio, en fin, de neutralidad fue el que caracterizó también la conducta italiana en el terreno civil y cultural y, por eso, proponemos tomarlo, frente a la abierta hostilidad francesa de un Bouhours, aunque no necesariamente de otros franceses,16 para sintetizar la ima15

Cf. Vegazo (2010). No queremos detenernos en ello, porque alargaría mucho el trabajo, pero sí dar alguna indicación sobre cómo no todo en Francia era antiespañol —no digamos políticamente—, cuando dados los acontecimientos históricos de la Sucesión española era esperable ya en 1701 “l’avidité dans laquelle est maintenant le Public sur tout ce qui regarde la Monarchie d’Espagne”, como proclamaba el redactor del Journal de Trevoux en 1701, a propósito de una traducción del padre Mariana (véase Journal de Trévoux 1969, I: 171). Incluso en el terreno literario los padres también jesuitas de Trévoux solían ser más benevolentes que Bouhours, aunque a veces con una cierta condescendencia, al reseñar libros españoles; como cuando, en una reseña sobre una nueva “Grammaire et 16

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gen literaria de España que adoptaron sus contradictores italianos, sobre todo en la zona nórdica, más cercana a la guerra militar, en la que vivían Orsi, Muratori y los demás combatientes en esa otra guerra literaria. Una y otra guerra no estaban tan lejanas si nos atenemos a los testimonios de Muratori, que, en carta, no a Orsi, sino a Giovanni Artico, cuenta cómo “ritornato alla patria nell’ 1700”, “a due anni vidi immersa la medesima patria mia in varie calamità per la guerra insorta in tutta la Lombardia”; por lo que, aunque “fra l’armi sogliono tacer le lettere”, “non sapendo io stare colle mani alla cintola, presi a trattare della Perfetta poesia italiana”. Porque cree él “che l’erudito abbia da aver sempre in capo varie vedute (...) adattandosi al luogo, al tempo e alle congiunture”. Y por eso —añade también en la misma carta, refiriéndose a una obra posterior, que completaba sus dictámenes poéticos— “appunto riuscì a me di comporre la maggior parte delle mie Osservazioni al Petrarca a Minerbio e a Villanuova sul Bolognese, villegiando” (entre otros literatos como Giuseppe Bolognesi, también participante en la polémica con Bouhours) “presso il mio riveritissimo signor Marchese Orsi” (Cit. en Fubini 1975, I: 85-86). De modo que, en la paz en la guerra, y en estrecha cercanía material incluso, fueron desarrollando sus ideas poéticas, en primer lugar, como defensa de la poesía italiana, pues lo que al final sería una poesía perfecta en sentido general, nacía como perfecta poesía italiana, es decir, con una clara restricción histórico-cultural que, a la postre, era política, la mejor arma política propia que podían esgrimir los italianos en su patria en guerra ajena. De ahí que eviten confundir su poesía con cualquier otra, bien sea integrándola al integrarla en la dimensión más segura de un gusto europeo, como Dictionaire François & Espagnol, nouvellement composez par Monsieur de Maunory suivant l’usage de la Cour d’Espagne, a Paris...1701”, destacan la actualidad al año siguiente del citado Mariana y, en especial, de Gracián, al que no dejan de defender de la acusación de envejecimiento lingüístico que le hace el gramático con advertir: “non pas qu’il a vieilli, mais que le stile familier & ordinaire de la conversation differe du stile noble & élevé qui convient aux matieres qui Gratian a traittées[sic]”(en Journal de Trévoux 1969, II: 71). Pero es que Gracián, después de todo jesuita, también había sido abiertamente defendido por su escritura en el otro gran periódico literario francés, el Journal de Savans, en una reseña de la traducción de El Criticón, en que ni “l’elevation des pensées”, ni “la brieveté de son stile, & l’obscurité qu’il afecte n’empêchent ni de l’entendre, ni de le faire entendre en une autre Langue”—según se afirma como respondiendo a las críticas de Bouhours (en Journal de Savans 1696: 333)—.

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veremos hacer al propio Muratori, bien sea cuidándose al cuidarse de distinguirla de la española ante el ataque indistinto francés. Esto último fue lo que hizo, diplomáticamente, el marqués Orsi, como no podía ser menos en su caso de aristócrata provincial que representaba aún la literatura académica y áulica —si en Bolonia hubiese habido corte— característica del Antiguo Régimen. De hecho, además de unas Rime publicadas en 1735, dejó manuscritos un Dizionario Caballeresco y más de cien Pareri e Aggiustamenti Cavallereschi.17 Si bien lo que le dio fama ya tardía, pues había nacido en 1652, fue su respuesta a Bouhours, sobre todo desde que, a partir de 1707, suscitó muchas adhesiones, aumentadas también por el ataque profrancés que había recibido de otro noble romañolo, Francesco Montani. Por ejemplo, en respuesta a este, se defendía a Orsi en su afán de “atterrare il mal Costume del passato Secolo”, porque “adoperava uno stile tutto da se, pieno di inezie, e di freddure,, d’ampollosità, e di cose inutili”, de tal manera que “tanta forza avea questo mal costume che già quasi tutta l’Italia n’era appestata, en palabras de unas Osservazioni critiche que se integran en el bando orsiano de la batalla literaria.18 Y para ello su autor, el doctor Girolamo Baruffaldi, tampoco culpa a España, ni a ningún otro país; al contrario, alude a lo español favorablemente, sirviéndose, además, de una cita de Orsi, cuando define “il Genio, che con frase Spagnuola noi chiamiamo Buon Gusto” (1735, II: 250).19 Una equiparación esta del genio y el buen gusto que, dejando a un lado su singularidad (porque lo habitual era ligar el buen gusto al ingenio, equilibrado con el juicio, como vimos en Bouhours y, apoyándose en él, repetía Ettorri20), vuelve a convocar el espectro gracianesco que Ettorri había querido ahuyentar en aras de la Pax Cristiana, pese a que se lo recordase con frecuencia Bouhours. Orsi, en cambio —dejando ya a su seguidor—, quizás se percató de la particular inquina que el jesuita español provocaba en el francés, quien, como vimos, casi le negaba la co17

Los datos los extraemos del propio Muratori en sus Memorie intorno alla Vita del Marchese Giovanni Gioseffo Orsi publicadas al final de Orsi (1735, II: 551-537). Es el penúltimo escrito de la edición; el último los constituyen las mencionadas Rime (ibíd.: 575-648). 18 Estas Osservazioni del también doctor boloñés Girolamo Baruffaldi se recogen en Orsi (1735: II: 200ss). 19 La cita de Orsi va en cursiva en el original. 20 Cf. Marzot (1944).

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mún herencia latina, y aprovecha para enfrentar a este con su bête noire en una de las pocas pero significativas referencias españolas que encontramos en las Considerazioni. Ya al comienzo, Orsi recuerda a Gracián en una cuestión importante, la traducción italiana de la Manière, planteada en relación con “la difesa del Tasso, e di altri nostri italiani”. Se refiere irónicamente a esta defensa como “un campo troppo vasto”, porque en realidad era el problema nuclear de toda la polémica con Bouhours. Y, quizás por ello, intenta obviarlo volviendo contra el crítico francés, antes de entrar en razones retóricas y epistemológicas, “la censura” que en sus diálogos “avrete letto contro la traduzione dell’Oracolo manual del Graciano fatta in lingua franzese col nuovo titolo dell’Uom di Corte da M. d’Amelot”. Pues, si Bouhours se había burlado de esa traducción francesa de un “Scrittore oscurísimo, ed incompresibile”, sin admitir las disculpas tacitistas del traductor y si, por otra parte, había rechazado sin más “la voglia” de traducir la Agudeza “per conocer ch’in suo idioma sarebbe comparso un Mostro”, a la inversa, se le puede advertir al traductor italiano de La manière —que aparece como uno de los personajes de las Considerazioni— “de’ molti pericoli che a voi sovrastano nell’adempimento di vostro disegno” de traducción, ya que el propio Bouhours podría endosarle las oscuridades de su obra, tanto más “quanto più intriqata della Política del Graciano è la Rettorica de la Maniera”. Así concluye Orsi devolviendo socarronamente las acusaciones de Bouhours. Además le afea su modo contradictorio de enjuiciar a Gracián, cuando lo considera un ingenio (“bon esprit”) que a veces es incomprensible y que va bien encaminado “in un luogo, e non in un altro”; a lo que Orsi responde que si por diferente lugar entendemos diferente materia lo admite, “ma il punto sta che il Trattato del Graciano ne concerne una sola, la quale è política, e che di ottimo senno in generale ha egli [i.e. Bouhours] una volta confessato lo Spagnolo”. Va así intentando enredar a Bouhours, pero, más que por defender al español, por atacar al francés, y para denunciar en seguida sus juicios envenenados en materia italiana, sobre todo cuando en ellos interfiere la literatura española, que se apresura a separar. Concretamente, cita en nota en francés al comienzo uno de los emparejamientos que hace Bouhours sobre “les passages Espagnols & Italiens (...) qui fornissent des exemples de plus d’une manière tantôt bons, & tantôt mauvais”, pero en el cuerpo textual ya italiano borra la alusión española.

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Eso seguirá haciendo habitualmente en el resto de las Considerazioni (Orsi 1735, I: 23-25) cuando comparezcan ejemplos españoles, lo que ocurre muy poco pese a que en la tabla incluya una engañosa entrada general sobre “Spagnuoli biasimati in materia d’Eloquenza dall’Autor della Maniera &c.(...) e del P. Rapin”. No hablamos ahora de este otro obrero, también jesuita, del clasicismo francés, por la limitación cronológica que nos hemos impuesto, aunque sus obras de retórica y poética siguieron leyéndose polémicamente en el primer siglo XVIII; como muestra digamos que en Les reflexions sur la poétique de 1674 y 1675 elogia el Quijote como sátira, pero condena precisamente a los destinatarios de esa sátira por “trop d’esprit” y porque, junto con los italianos, “cherchent toujours à dire les coses finement” (Rapin 1709: 191).21 pp. 623-627, Estas juntas son las que impacientaban a Orsi y son las que se esfuerza en deshacer respondiendo, más que a Rapin, a su sucesor, del que partimos. Hay una fugaz alusión a “il de Castro” en relación con Le Cid de Corneille, autor al que los italianos tomaron como cabeza de turco para devolver a los franceses las acusaciones racionalistas de delicadeza e inverosimilitud, a veces complicando en ellas también a los españoles, a veces exonerándolos (Orsi 1735, I: 277). Pero la otra alusión española, después de las gracianescas, donde Orsi se demora, es en la que indicamos arriba que hacía Bouhours a los supuestos versos cervantinos de “Ven muerte tan escondida” en el contexto de una crítica a unos versos de Tasso, “Tempo fu ch’io ti chiesi pace e vita”, por exceso de delicadeza, que en el correlato español Bouhours considera que pasaría “de la delicatesse au rafinement” y, con pega no ya retórica sino gramatical tan frecuente en su argumentación, “du rafinement au galimatias” (Bouhours s.f.: 448449). Por su parte Orsi comienza corrigiéndole el error de atribución de los versos españoles para caer en otro, al atribuirlos a Calderón, aunque, en autocorrección rápida, advertir que “potrebbe anche darsi ch’ambedue l’avessero tolto a più antico Poeta”. Pero lo que le interesa realmente no son esas precisiones filológicas, que, por otro lado, son las únicas que se encuentran en la otra fuente de que estamos surtiéndonos, su correspondencia con Muratori, al traer a colación también a Calderón y a Cervantes. Lo que lo empuja es burlarse del doble consuelo que supondría para los italianos que la equiparación conceptis21

Cf. Collard (1971) y, en relación con Cervantes, Bardon (2010).

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ta que Bouhours hace entre Tasso y el supuesto Cervantes se viese doblada además con Calderón: “Ecco dunque, che ponendo ancora da un canto l’aver Calderon adoperato il medesimo sentimento, sempre doppia rimarrebbe questa consolazione per noi”, concede irónicamente, con esta salvedad que es clave: “quando da noi si volesse accettare”. Y con ella ya se desata contra cualquier intento de conexión italoespañola, procurando, no obstante, no ofender a España. Así continúa a lo suyo, reticente: “Io non dimando che si esamini se abbiano i Poeti Spagnuoli tanta ragion di amare un tal Concetto (...) perchè non è nostro ufizio lo scandagliar poesie forestiere”. Y aunque sí se atreve a hacerlo en cartas privadas, públicamente insiste: “quel che più importa al nostro propósito, non so a modo alcuno capire che né punto né poco abbiano che fare i Passi di Cervantes con quello di Tasso; onde conchiudo che quanto fondamento ha la supposta conformità tra la Sentenza Spagnuola e l’Italiana, altrettanto e non più n’avrà contro di questa l’opposizione franzese” (Orsi 1735, I: 318). Sea como sea, Orsi se cuida de desbaratar la oposición francesa quitándole el argumento de conexión histórica, si no, realmente, de autoridad: no por la autoridad poética de España sobre Italia, que nadie hubiera supuesto en la Arcadia; sí por la otra, más pesada aún entonces, en aquellos años de guerra. Parece como si Orsi se acogiese también, en su ámbito retórico-poético, a la Neutralità di Italia planeada militarmente por los príncipes vecinos, por más que el suyo era el Papa. Esta táctica se revela tanto más al comprobar que lo español que acabamos de ver apartado con prudencia lo apreciaba abiertamente en privado hasta reconocerle el 23 de abril de 1703 a Muratori: “Certamente mi sarebbe piacciuto il rinvenire fondatamente i tempi del vivere di Cervantes e di Calderon” (Muratori 1984: 135). Es la culminación del interés puntual, pero sostenido, que, en su correspondencia erudita con Muratori, muestra particularmente por disponer de “Don Quixote” para sus investigaciones eruditas en lo studiolo. En cambio, la clara urgencia política de la reticencia patriótica que mueve su conducta crítica en las prensas se confirma al mostrarla no solo ante España, pues cuando defiende a Emanuele Tesauro, otra bestia negra, junto a los españoles, del mal gusto conceptista según Bouhours, lo hace “se pur quei della sua Provincia voglion’essere annoverati fra gl’Italiani”, según advierte con otro deslinde extraliterario (Orsi 1735, I: 377). Quizás porque tiene presente que los piamonteses, la nación de

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Tesauro, tenían a uno de sus príncipes, Eugenio de Saboya, a la cabeza del otro ejército en guerra en Italia. Orsi, pues, no quiere filiaciones comprometidas contemporáneamente. No las quiere en ningún frente, ni siquiera en el de supuesta paz que, por encima de las cuestiones del gusto, formaban Francia y España, aliadas, a la postre, en esos momentos. Por eso, al dar noticia a Muratori, el 16 de febrero de 1705, de dos tragedias recitadas en Bolonia, una francesa, Ciro, del padre de la Rue S.J., que compara con las de Racine y Corneille, y otra de Calderón, “tradotta e raffazonata dal p. Bellati con il titolo di Casimiro”, le comenta discriminando con equilibrio concienzudo: “Questa [la calderoniana] è la più bizzarra, la più ingegnosa, e la più vivace cosa del mondo. Quella, la più eroica, la più patética, ch’io abbia veduto”. Y salta a generalizar en la dimensión geocultural, con la neutralidad consabida: “Chi volesse dar saggio del valore tanto diferente dell’una e dell’altra nazione non potrebbe scierre [sic] se non questi due capi d’opera, tanto eminenti ciascuno in suo genere, e tanto fra loro diversi” (Muratori 1984: 224-225). Cada teatro ostenta la eminencia en su género, y remite, en segunda instancia, a los diferentes valores nacionales. Igual que para justificar retóricamente determinadas agudezas Orsi apelaba aún a Cicerón, porque contaba con la retórica y la lógica jesuíticas, ahora disuelve cualquier competencia en el relativismo lingüístico-intelectual aprendido también en las escuelas de la Compañía. De hecho, las obras teatrales del último ejemplo habían sido traducidas y representadas en ese ámbito boloñés, en el Colegio de San Luis. Así se amparaba, en última instancia, en la autoridad universal del clasicismo humanista y cristiano, con el que podía dialogar mejor la reforma poética arcádica, sin los sobresaltos de las incipientes jerarquizaciones nacionalistas al calor de la polémica del gusto. Y a este respecto es significativo que la réplica francesa a Orsi en esta polémica la ofreciesen los jesuitas de Trévoux, con toda la cortesía conversable y la moderación cristiana de esa herencia universal que intentan mostrar, salva la justificación de los juicios de Bouhours (y de Madame Dacier, la otra participante francesa), en las amplias reseñas que dedicaron a Orsi en 1705 y 1706, donde, por cierto, no reclaman ni siquiera un ejemplo español, quizás también ya por neutralidad coyuntural.22 22

Véase Journal de Trévoux (1968, V: 71-80, 114-122, 211-215, y VI: 152-155).

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IV. Después de todo, los valores graduales de “il gusto sano”, “il buon Gusto”, “l’ottimo Gusto” o bien del “vicioso Gusto”, el “purgatissimo gusto”, el “gusto cattivo” e “il pésimo gusto”, se habían manifestado en varias épocas, desde el siglo XIV con Petrarca al siglo XVIII y en todas las literaturas en liza, tal y como argumentaba Muratori, autor de esas expresiones de matiz, también en polémica incidental con los franceses, para restituir “l’onore all’Italica Poesia”, pero mirando, sobre todo, a “la riforma della Poesia” que eliminase “false bellezze” para llegar a “laborar sul vero”; sin rechazar nunca la verosimilitud fantástica e ingeniosa, o el “ingegnoso raziocinio” que reconocía, sin ir más lejos, en un soneto del propio Orsi al final del tratado donde planteó esa reforma hacia la perfecta poesía (Muratori 1971: 68-77). Hemos dicho que se trataba de fijar lo propio de la poesía, su verdad y su falsedad específicas, que no podían ser las mismas que las de la escritura puramente discursiva y denotativa, prosística, que defendían los franceses, en la que “la raison pour marcher n’a souvent qu’une vie”, como había sentenciado Boileau en 1674, quizás no casualmente el año en que recibía una pensión real de Luis XIV; por lo que no es de extrañar que, en nombre de esa vía, que es la del “bon sens”, denunciase sus supuestos extravíos, es verdad que algunos también franceses y menos “delà les Pyrénées”, solo aludidos a propósito de las libertades teatrales posiblemente de Lope, que contra Tasso y, en general, “l’Italie” y su “eclatante folie” por “tous ces faux brillants” estilísticos.23 Discerniendo, en cambio, “il vero e il falso dei poeti”, frente al reduccionismo de Boileau, Muratori, que cita expresamente ese verso de L’Art poétique, buscó un criterio más equilibrado y complejo, el cual, por un lado, lo lleva a admitir aún la crítica lógico-retórica de Bouhours a la afectación paradójica de la canción de Escrivá, cuya “Immagine d’un’Autore Spagnuolo” —según dice, cuidándose de no relacionarla con la paradoja tassiana que había sido el principal objetivo del francés— pone como ejemplo de “la sottigliezza del pensiero” por “troppo ricercata, ed Inverisimile”, pero sin cebarse en estas imágenes “alquanto men palesemente viziose, cioè che portano qualche apparenza di bellezza” (Muratori 1971: 387). Matiza, porque las citas que trae a colación no pretenden ser polémicas, sino solo muestras de un ideal su23

Son versos de L’Art poétique de 1674 en Boileau (1859: 186 y 175).

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perior de conocimiento poético, en el que son necesarias las imágenes fantásticas y las imágenes ingeniosas del tipo de la española aducida. Esta la critica porque lo es en exceso, pero como puede serlo “un’Ottava Siciliana” que le viene a la memoria a través de ella, o como puede igualmente serlo, devolviendo las criticas a Francia —según solían hacer los arcades en la polémica de Orsi—, una “ragione immaginata dal Tragico Franzese” Corneille. Muratori critica también en el mismo sentido a Quevedo y en seguida a Racine, en estos casos no por inverosimilitud, sino por forzar maravillosamente “le Veritá naturali”, “per accrescerle, ornarle, e dare ad esse nuova faccia col soverchio Ingegno” (Muratori 1971: 387-390).24 En otra muestra de imparcialidad, anteriormente ha criticado una imagen de “Giovanni Perez da Montalbano”, después de una de Ronsard y otra latina de “Cestio Declamatore” y antes de una de Marino, todas ellas como pruebas de “Immagini Fantastiche che non saran formate secondo il buon Gusto, cioè che saranno adoperate senza il consentimento dell’Intelletto, o sia del Giudizio” (ibíd.: 242-244). Pero ya decimos: es siempre buscando el equilibrio del ingenio y de la fantasía frente al juicio en las imágenes poéticas. Por eso a la inversa, cuando lo encuentra, Muratori no deja de elogiarlo, entre los españoles con ejemplos de Villamediana, para “Immagini di Riflessione, o sieno Sentenze” ponderadas, y, en especial, de Garcilaso (ibíd.: 318-320).25 Aún así, pese a su esfuerzo de moderación crítica —sobre la que él mismo reflexionaría en una obra posterior—, la incumple alguna vez al generalizar, ya en el título del capítulo sobre los excesos en las imágenes intelectuales, con un epígrafe sobre “Sottili sentimenti de’ Poeti Spagnuoli” que lo lleva a señalar “gran copia di pensieri assai ricercati, raffinati, e sottili” sobre todo en “le Poesie di molti famosi Autori Spagnuoli”, de los que nombra a Góngora, Lope, Quevedo y, después de haberlo elogiado, a Villamediana. Y en este caso no se conforma con la crítica lógica en el nivel retórico y estético, sino que la trasciende en una explicación de abierta epistemología racial como la de sus adversarios franceses, “perché essendo gl’Ingegni 24 Todas estas citas pertenecen al capítulo octavo del libro II “Dell’Affermazione de’ pensieri troppo raffinati, ricercati”, que como diremos en seguida dedica un apartado especial a los poetas españoles. 25 De la segunda “Immagine di Riflessione” que cita de Villamediana, aún subrayándole “l’Artificio” no duda en considerarla “alquanto somigliante” a una de Petrarca (ibíd.: 320).

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Spagnuoli naturalmente nello stesso ragionamento famigliare acutissimi, penetranti, e sottili, stimano essi per conseguente molto piú lecito l’esser tali ne’ versi, che sono un ragionamento studiato”. Parece querer relativizar así, por el genio nacional, la afición de los españoles a “ragioni sottilissime, che noi chiameremmo bene spesso troppo acute, inverisimili, ed oscure”, porque tales serían para los italianos, aunque “tali forse non paiono ad essi”. O sea, generaliza racialmente para buscar un principio de justificación, pero este resulta efímero ante la evidencia de los criterios universales del gusto, a los que vuelve inmediatamente al dudar que esos “certi sentimenti manifestamente Sofistici, o troppo spiritosi” habituales entre los españoles no debían de ser, sin embargo, aprobados “né pur da’ Poeti più valorosi di quella Nazione” y, en particular, “certo dovean molto dispiacere a Garcilasso della Vega, Autore d’ottimo Gusto in quel Parnaso”. La convalidación universal de este, que acentúa por contraste con otra cita de Quevedo, no le impide seguir hablando de la existencia objetiva “del Gusto de gli Spagnuoli”, hasta el punto de acabar explicando por él unos versos castellanos de Pietro Bembo, quien en su estancia en nuestro país “vestí egli cosí bene il genio della Poesia Spagnuola, che alcuni di que’ versi possono parer troppo cautamente pensati”. Tanta sería la fuerza de la que considera también “l’aria Spagnuola in compor versi” que podía complicar y oscurecer hasta al “gran Bembo” (Muratori 1971: 393-396). Con todo, después de este paréntesis de retórica gramatical y nacionalista, en el que Muratori se deja llevar por sus oponentes al apelar al génie de la langue, quizás el principio institucionalizador de toda la crítica galoclasicista, vuelve a sus argumentos universales al apelar a la autoridad de Quintiliano contra la oscuridad para concluir ese mismo apartado en el que ha tenido la tentación de endosárselaarla demasiado a España (ibíd.: 396-397).26 Es solo una fluctuación restrictiva en su actitud dinámica dominada por la visión equilibrada y estéticamente trascendente con que suele encarar el gran problema del mal gusto producido por el exceso de agudezas y conceptos, lo que luego, pero no aún en el periodo inicial que estamos explorando, se

26 Sobre el patrón del “Génie de la langue française” como institución literaria cf. Fumaroli (1992: 213-314).

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llamó en Italia conceptismo y, en una reducción historiográfica, seicentismo. Por eso, al delimitar el problema, como punto de partida de su tratado Della perfetta poesia italiana, y concretando en “le Argutezze, gl’Equivochi, i Concetti falsi, e il raffinamento de’ pensieri”, entiende que “questo diluvio fu universale in Europa, né da esso furono esenti la Francia, la Spagna, l’Alemagna”; sin descontar, por supuesto, a Italia, cuya responsabilidad en el diluvio es lo que está intentando desmentir ante las acusaciones de Boileau, Bouhours y Rapin. El mal gusto conceptista sería, pues, europeo, pero, en este panorama general, tampoco deja de cargar un poco más de responsabilidad histórica sobre España, aunque sea en un giro rápido: Dica poi a suo senno il detto Signor Boileau, che tal mercantanzia passò d’Italia in Francia, perchè senza autorità io non gli crederò. Quanto a me so, che Lope di Vega, promotore di tal gusto, nacque tra gli Spagnuoli, prima che fra gl’Italiani venisse alla luce il Cavalier Marino, Poeta da noi considerato come il primo, che metesse in riputazione le Arguzie viziose, e il falsi Concetti (ibíd.: 74).

Rompe la neutralidad italiana un momento en daño de España pero solo por su exigencia primera de exculpar a Italia en el que, por encima de todo, fue un diluvio europeo contemporáneo que hizo que estuviesen “sommerse ancor quelle Provincie dalla piena de’ falsi concetti”. El alcance internacional del fenómeno había sido tal que, ante él, las grandes naciones, “la Francia, la Spagna, l’Alemagna”, además de Italia, no son más que las provincias de una república europea, la literaria, cuyos problemas, una vez delimitados geoestilísticamente al comienzo de Della perfetta poesia italiana, son encarados en el resto de la obra en su naturaleza gramatical, retórica y epistemológica, respecto a la cual las comparaciones nacionales son solo eso, provinciales, subsidiarias; salvo en algún que otro rebrote contra el gusto español como el que hemos señalado, igual que podríamos haberlo hecho con el francés. Pues Muratori no es menos fiel a la neutralidad italiana que caracterizó a sus corresponsales en la polémica dirigida por Orsi. Si nos atenemos a los que participaron directamente en ella, según recoge la edición final de 1735 no tendríamos nada más que decir sobre el asunto de este trabajo. Pero como esta polémica comprometió también a “i maggiori eruditi e letterati del tempo”, en las palabras

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siempre autorizadas de Andrea Battistini, querríamos recordar antes de acabar la participación de dos de ellos. Uno, Scipione Maffei, porque, después de haber sido de los primeros que contraatacó a los franceses en sus Osservazioni sulla la Rodoguna de 1700, al criticar el concepto francés de verosimilitud en lo que llamó “meraviglioso popolare” de esta tragedia de Corneille, acabó considerándose además el verdadero liquidador de la polémica Orsi-Bouhours, por lo menos en el campo de la poesía teatral como inventor de un tipo de tragedia ni demasiado lírica ni demasiado prosaica, que supo realizar en su Merope de 1713. Su ejemplo nos sirve a nosotros de un modo negativo para volver a ilustrar, si no la neutralidad, por su relativa combatividad con los franceses, sí la reticencia italiana respecto al papel de los españoles, a los que no tiene prácticamente en cuenta en sus textos de reflexión teatral desde 1700 hasta mediado el siglo; como tampoco los nombra ni siquiera cuando se atreve a defender una lírica no literal sin caer en lo “strano” ni en lo “stravagante” con la autoridad de Marino, con la que, “parlando di mensa pastoreccia”, llegó a rebatirle al mismísimo Voltaire en 1749 (y todo ello pese a que Maffei, en cambio, sí estuvo muy presente entre los clasicistas españoles ya antes de 1750, pero eso es otra cuestión) (Maffei 1988: 11 y 95).27 Maffei quizás no se dispersó más de lo polémicamente necesario en las acusaciones nacionales porque miraba al plano conceptual del racionalismo literario moderado como Muratori y, en su caso, como Gian Vincenzo Gravina, el otro gran erudito italiano coetáneo al que queríamos recordar también como ejemplo de neutralidad, o de reticencia o, sencillamente, de indiferencia hacia lo español en el contexto estudiado. Pues en este Gravina tampoco recurre a los españoles ni para bien ni para mal. Aunque sí los menciona respetuosamente a otro propósito, al hablar del renacimiento italiano en “humaniores literae” en un texto temprano De conversione doctrinarum, donde admite: “Hispanias, ne singulos attingam, e tenebris eripuerint hi celeberrimi restitutores: Nebrissensis, scilicet, Pincianus, Ludovicus Vives, vir in judicando acutissimus ac in dicendo elegantissimus et Franciscus Sanctius, grammaticorum cum novorum tum veterum princeps” (Gravina 1973: 147). Y a Vives vuelve a recomendarlo en una oración

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Cf. Accorsi/Graziosi (1989: 108).

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De instauratione studiorum (ibíd.: 338). Pero no aparece ningún español en su tratado principal Della Ragion Poetica, donde, después de tres capítulos teóricos introductorios “Del vero e del falso, del reale e del finto”, “Della eficacia della poesia” y “Del verisimile e del convenevole”, aplica estos conceptos en muchos capítulos de sesgo histórico sobre autores, géneros e incluso obras determinados, si bien solo griegos, latinos e italianos, con los franceses igualmente descartados del todo (ibíd.: 195ss). Este planteamiento, ahora ya sí constatación irreversible de que “únicamente España había cesado de resplandecer” (Hazard 1975: 51), es más despectivo hacia la literatura y el gusto españoles modernos que el de Bouhours y los demás clasicistas franceses, quienes, por lo demás, ya hemos señalado con ejemplos periodísticos, que desde la alianza francoespañola volvieron a ser habitualmente respetuosos, aun sin dejar cierto tono de superioridad, en el primer siglo XVIII; al menos hasta llegar a 1721 con las Lettres persanes. Entre tanto, con los italianos como Gravina, la reforma neoclásica de la Arcadia llegó a una altura tan idealista en las cumbres “della ragion poetica”, como titulaba su tratado ya redactado en 1706, que ante la “idea eterna” de la poesía solo quedaban cara a cara los antiguos grecolatinos y los italianos, ya reconquistado intencionalmente su imperio literario, por lo menos como guía utópica en sus permanentes dificultades ante el imperialismo político. La cuestión literaria se subsumía en la cuestión cultural y política para este “allora giovane intellettuale venuto dal Mezzogiorno” que era Gravina, cuando se enredó también en la polémica del gusto (Carpanetto/Ricuperati 1990: 107). No podía ser menos para quien la preocupación poética quedaba subordinada a un pensamiento general iusnaturalista, entreverado, por otra parte, con matices quietistas, “for reform in moral and daily life”.28 Desde una perspectiva abstracta semejante, dejando los distintos desarrollos políticos, recordemos para acabar que Muratori en seguida trasladó el problema del gusto del plano poético al enciclopédico

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Sobre la participación de Gravina, y “graviniani”, en la Arcadia, así como sobre la de Muratori y, en general, sobre la polémica Orsi-Bouhours en el contexto más amplio de “la muerte del barroco”, con atención especial de todo ello a su resonancia en las bellas artes, aunque sin ninguna mención española salvo la de dos nombres europeos como son Vives y Molinos, cf. Minor 2006 (la cita en p. 123).

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del “Buon Gusto nelle Scienze e nell’Arti”, como rezaba ya en 1707 el título de la primera parte de su otro gran tratado de reforma cultural italiana, primero, y finalmente europea. En él, no solo las críticas recíprocas, sino todas las determinaciones nacionalistas han quedado superadas, aun cuando las siga aludiendo en un capítulo sobre la “Diversità de gl’Ingegni in quanto ai luoghi, e in quanto ai tempi”, pero entendida esta diversidad conforme al tópico climatológico que iba desde Huarte de San Juan hasta Montesquieu; esto es, como una causa más, dentro de “i primi disegni della Repubblica Letteraria”, en el diagnóstico previo al establecimiento del “Buon gusto”, que ya no es solo el criterio humanista de equilibrio del ingenio y el juicio, sino el organum preilustrado mucho más potente de unión de “l’erudizione” y “la Filosofia”: y dentro de este la retórica, la poesía o la gramática solo ocupan su lugar enciclopédicamente respectivo con todas las demás disciplinas; por supuesto, ya sin responsabilizar a nadie de su situación, y menos en la poesía, en la que “veggiamo restituito l’ottimo Gusto del Poetare”, después de los “cattivi Maestri, e peggiori esemplari” del “Secol prossimo passato”, como concluye en 1715, sin condenas nacionales específicas, ni francesas ni españolas (Muratori 1736, II: 280-281).29 Estas en Italia volverían más de medio siglo después ¡y de nuevo con jesuitas o exjesuitas!

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Para el juicio muratoriano sobre la poesía francesa cf. Jornard (1961).

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Cuando se evoca la visión que Montesquieu tenía de España, muchas veces se hace referencia a la Lettre persane LXXVIII, que provocó la airada Defensa de la nación española de Cadalso. Como bien se sabe, dicha carta trata del genio y de las costumbres de los españoles y portugueses, de su pobreza a pesar de su imperio colonial, de la poca calidad de las letras españolas (exceptuando al Quijote) y de la Inquisición. Lo mismo que en las demás cartas, se combinan las burlas y las verdades y se observa una tendencia a la caricatura, la búsqueda de expresiones chistosas, destinadas a divertir al lector, aun en en el caso de temas serios, que no faltan en la obra. A dicha carta no se resume, ni mucho menos, la reflexión de Montesquieu sobre España que, en otros escritos, toma un cariz muy distinto. Muchas veces citada y comentada ha sido la frase: “Le seul de leurs livres qui soit bon est celui qui fait voir le ridicule de tous les autres” (Lettre LXXVIII), aunque la paradoja le sirve al escritor sobre todo para lucir el ingenio. En realidad, no hay más alusión al Quijote en la obra de Montesquieu, ni más juicio sobre la literatura española (salvo inadvertencia mía). Tan solo apunta en Mes pensées1 (1949: I, 995-996, § 73 y 78) su intención de leer el De Rege Regis Institutione de Mariana y la

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Mes pensées consisten en unos apuntes y reflexiones, de temas y formas variables, consignados por Montesquieu en unos cuadernos que Barckausen clasificó y publicó en 1899 y 1901 (2 vols.). El número que sigue la indicación de la página corresponde al que tiene el fragmento en esta primera edición.

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Corona Góthica de Saavedra Fajardo,2 es decir, obras de índole jurídica y política que tanto le interesaban. La Corona Góthica no era el escrito más conocido de Saavedra y, además, no se había traducido al francés, lo que hace aún más notable la curiosidad de Montesquieu. Otro autor español, al que leyó con atención y de cuyas teorías se aprovechó, es Juan Huarte; pero no deja de sorprender que, al referirse a un escritor traducido a varios idiomas y cuyo examen de ingenios tuvo tanto éxito en Europa, escriba que no lo conocerán mejor cuando él lo haya citado (1013, § 181). ¿Sería un indicio de que la fama de Huarte había ido decayendo en Francia a lo largo del siglo XVII? Por otra parte, resulta difícil saber qué conocimiento tenía del pensamiento de Luis Vives, dado que solo se encuentra una alusión a los comentarios que este hizo acerca de La Ciudad de Dios de San Agustín (1951: II, Spicilège, 1278).3 Otro gran nombre que aparece muy fugazmente bajo la pluma de Montesquieu es el de Gracián. Está mencionado, de memoria, en una disertación leída en la Academia de Burdeos el 25 de agosto de 1725, titulada De la considération et de la réputation. En estas reflexiones filosófico-morales, complejas y sutiles, se insertan perfectamente, aunque con brevedad, las máximas del ilustre jesuita acerca de la conducta que suponen el mérito y la reputación (I, 123-124). Mucho más frecuentes y extensas son las referencias a autores que tratan de la conquista o colonización de América. Entre ellos destaca Antonio de Solís y su Historia de la Conquista de Méjico, cuya rápida traducción al francés (1691) volvió a imprimirse cinco veces en los cuarenta años siguientes. Es un texto que bien conoce Montesquieu, quien tenía la intención de redactar un examen crítico de la obra (Mes pensées 1000, § 104). No llegó a hacerlo, pero dicha Historia está muy presente en las numerosas páginas que dedica a las Indias, lo mismo que los Comentarios del Inca Garcilaso y, en menor grado, los escritos de Bartolomé de las Casas y de Francisco Gómez de la Gómara, que también se tradujeron rápida y repeditamente al francés. Por lo tanto, no era muy amplio el conoci2

L. Díez del Corral (1976) señala que Montesquieu tenía en su biblioteca este escrito de Saavedra. Es el primer investigador español (que yo sepa) que examinó de manera pormenorizada la presencia de España en la obra de Montesquieu. 3 El manuscrito del Spicilège quedó inédito hasta 1944, fecha en la que lo publicó André Masson. La parte que nos interesa reúne extractos de gacetas, notas de lectura, ecos detallados de conversaciones con personas muy variadas, a menudo acompañados de comentarios de Montesquieu.

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miento que el barón de la Brède tenía de las letras españolas, pero llegó a considerar como referencias ineludibles a unos cuantos autores en razón del interés que representaban sus teorías o mensajes para el desarrollo de sus propias ideas. Entre sus temas predilectos figura el estudio del “carácter general” de cada nación, que procede a la vez de “causas físicas” (en particular, el clima) y de “causas morales” (leyes, religión, costumbres, influencia de la Corte…). Es un tema que trata en varios escritos, aplicando sus teorías a diferentes países europeos. En la Lettre persane ya mencionada, destaca la gravedad como atributo distintivo de los españoles y de los portugueses. Lo que podría tomarse como una broma aparece de nuevo en otros textos, pero con un tono muy diferente. Así es como en el Essai sur les causes qui peuvent affecter les esprits et les caractèrescaracteres,4, reflexiona sobre la complejidad de las causas que constituyen el carácter de un pueblo, y llega a evocar la importancia otorgada en España al honor de las damas, origen de “une chevalerie grave et respectueuse”. Añade luego: De plus, comme le point d’honneur est entré dans toutes les conditions, chaque particulier de la nation voulant être honoré de tous les autres, la gravité a été universellement choisie; d’autant mieux qu’elle est plus facile à acquérir que le mérite réel, et que le peuple peut plus aisément décider de la gravité d’un homme que de son esprit et de ses talents (II, 59).

La ironía ha sustituido a la broma en esta frase construida con la apariencia del rigor, pero que destila cada vez más veneno conforme se acerca el fin de la frase. Por lo tanto, la gravedad, que allí infunde el respeto, sería en no pocos casos una mera fachada que podría encubrir el vacío. El tema del exceso de pundonor entre los españoles vuelve a surgir, de manera a priori sorprendente, en De l’Esprit des lois, obra que su autor define como “de pure politique et de pure jurisprudence”.5 Estudiando la

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El Essai solo se publicó en 1892. De fecha desconocida, se supone que es anterior a De l’Esprit des lois. 5 La edición consultada no reproduce el texto de la primera edición (1748), sino el de 1757, corregido y completado por Montesquieu. Después del número del libro, está indicado, en cifra árabe, el capítulo.

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relación entre el clima y las leyes, se remonta, en el caso de España, a los visigodos (¿de ahí su interés por la Corona Góthica?). Afirma que, al llegar a tierras donde las pasiones eran más fuertes que en Germania, estos instauraron leyes que daban paso a la imaginación, lo que les llevó a estrechar la vigilancia en la relación entre ambos sexos. Como ejemplo de los extremos a que se llegó en España por una concepción tan rigurosa del pundonor, aduce el caso del conde don Julián que consideró que la conducta del rey Rodrigo con su hija “demandait la perte de sa patrie et de son roi” (II, Libro XIV, 14, p. 488). Ni siquiera expresa Montesquieu una duda acerca de la realidad de los hechos evocados. Al contrario, a continuación, cierra el capítulo asegurando que, si los moros se establecieron fácilmente y permanecieron tanto tiempo en España, fue por una gran “conformité de mœurs”. ¿Otorgaría algún crédito a Alberoni, cuando este le declaró en Roma que “à Tétouan, il y avait encore des Maures qui avaient la clef de leurs maisons à Grenade ou à Alicante” (Spicilège 1408)? Cuesta trabajo creerlo, pero lo cierto es que apunta las palabras del cardenal sin comentario. Aún más sorprendente resulta que, en una obra de tanta ambición intelectual como L’Esprit des lois, pueda definir el carácter español a partir de una leyenda o de unas afirmaciones chistosas. En otro libro de la misma obra, Montesquieu examina la influencia que pueden tener unos rasgos del carácter nacional en la marcha de un gobierno. Considera que la vanidad constituye un eficaz resorte, mientras que el orgullo es peligroso. Justifica la aserción enumerando los buenos efectos de la vanidad —que relaciona con el lujo, la industria, la moda, el gusto— y los malos del orgullo, que presenta unido a la pereza, la pobreza, la desidia, la destrucción de la misma nación. En la conclusión del párrafo, se aclara el blanco de esos principio generales: “l’orgueil d’un Espagnol le portera à ne pas travailler; la vanité d’un Français le portera à savoir travailler mieux que les autres” (L. XIX, 9, p. 561). Esta sentencia lapidaria se presenta como una consecuencia lógica de lo que precede y resulta, desde luego, muy favorable a los franceses. Como si no bastara, los párrafos siguientes reúnen las nociones de pereza y gravedad : “Toute nation paresseuse est grave ; car ceux qui ne travaillent pas se regardent comme souverains de ceux qui travaillent” (561). España no es nombrada, pero no hace falta que lo sea para verla retratada en la frase. La creencia de que la pereza es un rasgo congénito del español ya se había expresado en textos anteriores, como el del viaje por Italia en el que declara: “Le Milanais est

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assez bien cultivé pour un pays qui a été à l’Espagne”, añadiendo luego: “j’ai ouï dire que, depuis que Minorque est aux Anglais, elle rapporte quatre fois plus qu’auparavant. Le Gouverneur publia: que ceux qui laisseraient leurs biens sans les cultiver les perdraient, et qu’ils seraient donnés à d’autres”.6 Con los años, el prejuicio no se atenúa. Ni siquiera cuando España se ve atribuir una virtud sale beneficiada, como lo muestra otro capítulo del Esprit des lois, en el que primero recuerda el autor la buena fe de los españoles, reconocida por todos y ya atestiguada en textos de la Antigüedad. Pero —porque siempre hay un pero— aquella cualidad unida a la pereza constituye una mezcla con efectos dañinos. En particular: “Les peuples d’Europe font, sous leurs yeux, tout le commerce de la monarchie” (L. XIX, 10, p. 562). Se volverá más adelante sobre el tema del comercio, al que Montesquieu otorga mucha importancia. De momento, cabe subrayar cuán poco favorecida sale España de un análisis supuestamente objetivo de su carácter nacional. Desde las Lettres persanes, ha cambiado la forma; pero, precisamente porque ahora se trata de plantear principios universales en materia jurídico-política, el resultado es peor para España cuya imagen se carga de tintes poco halagüeños. Fuera de unas rápidas evocaciones de la presencia visigoda y mora en la Península, se hallan pocas referencias a la historia de España en la obra de Montesquieu, exceptuando la cuestión americana. Su principal fuente sería la Histoire générale d’Espagne de Morvan de Bellegarde (1723), a quien remite en varias ocasiones. El único texto que ofrece una reflexión algo desarrollada está incluido en un breve escrito, titulado Réflexions sur le caractère de quelques princes et sur quelques événements de leur vie.7 Se brinda al lector una serie de retratos de unas cuantas figuras históricas (españolas, francesas, inglesas), esbozados sin miramiento. Desmonta el autor los resortes que, según él, permiten entender, o caracterizar, la conducta de aquellos príncipes. Carlos V aparece rápidamente, en compañía del papa Pablo III, presentado como un político más hábil que el emperador, cuando les tocó vivir la ofensiva de la Reforma. Lo que distingue a Carlos, es “une grande ambition”, y Montesquieu le acusa de haber amparado la religión católica solo por interés (I, 523). 6

Voyage de Gratz a la Haye (la primera parte es sobre Italia): I, 595. Tampoco se conoce la fecha de composición de las Réflexions, publicadas por primera vez en 1892. 7

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Ese juicio sumario contrasta con la atención prestada a Felipe II, objeto de un capítulo entero (el III), que toma la forma de una demostración implacable, sentada en premisas generales que luego se aplican al monarca español. Al principio, está presentado como alguien dotado de paciencia, inflexibilidad, filosofía, ambición (520), características que no son todas nefastas en un príncipe. Pero recuerda el autor, como lo había hecho con el carácter nacional, que, según la naturaleza de las virtudes y de los defectos, su mezcla tiene consecuencias opuestas: “il arrive que des gens qui semblent nés pour faire de grandes choses n’en font point, et que d’autres, qui paraissent ne devoir être que des hommes médiocres, font de si grandes choses” (521). Felipe II pertenece a la primera categoría, y los siete párrafos siguientes procuran demostrarlo con firmeza, merced a frases breves y percutantes, que juegan con la oposición de términos para evidenciar lo que hubiera podido ser y que no fue: Toujours roi et jamais homme, toujours sur le trône ou dans le cabinet, sa dissimulation, qu’il ne sut pas cacher, lui fut peu utile; mais son inflexibilité lui fut nuisible. […]Toujours dans l’excès de la justice, il ne laissa jamais expier le crime. Il cherchait la punition comme les autres cherchent le repentir. […] Il avait de la lenteur, et non pas de la prudence; le masque de la politique, et non pas la science des événements; l’apparence de la sagesse même, avec un esprit faux, qui infecta tous ses conseils (521).

A una excesiva inflexibilidad se añaden, pues, importantes carencias de sentido político. Para dar cuerpo a tan graves acusaciones, aduce Montesquieu una actuación desacertada en los Países Bajos y, también, la incapacidad de darse los medios, o de elegir las buenas opciones, para llevar a cabo grandes proyectos, en Francia o en Inglaterra. La sentencia final es inapelable: “Ainsi, il ne mérita les louanges d’un prince pacifique, ni celles d’un prince guerrier. Il affaiblit ses forces et laissa à ses enfants les mêmes terres, et non pas la même monarchie” (522). La extensión del imperio no correspondería, por lo tanto, a la fuerza real de la monarquía, debilitada por la forma de ser y de ejercer el poder de Felipe II. Aunque no evoca en su obra a los monarcas del siglo XVII, Montesquieu parece convencido de que España entró entonces en decadencia. Lo afirma claramente en Mes pensées cuando, al ponderar la

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importancia de la toma de La Rochelle por Richelieu (1628), declara: “La prise de cette ville changea la face de toute l’Europe. Le génie de la France s’éleva, dès ce moment, contre celui de l’Espagne. […] Le ministère du comte-duc d’Olivarez [sic] fut une perpétuelle décadence” (1120, § 595). Conviene puntualizar que esta visión del destino opuesto de ambas naciones no se debe a una ciega admiración por el cardenal, odiado por Montesquieu, quien le acusa luego, lo mismo que a Olivares, de haberse dejado llevar por el orgullo, olvidándose del bien de la patria y de los pueblos. También se debe recordar que, a diferencia de Voltaire, a menudo se muestra crítico con Luis XIV. En particular, parece dudar del beneficio que Francia puede sacar de la presencia de un Borbón en el trono de España. Ve en ello la mera consecuencia de la voluntad del Rey Sol de afirmar su potencia en Europa a pesar del agotamiento de su propio país, provocado por las continuas guerras de su reinado. En cuanto a Felipe V, solo he encontrado una mención en forma de broma, que confirma su reserva contra la guerra de Sucesión: “Je disais que Philippe V devait sa couronne aux chevaux de d’Andalousie, que montaient ses Espagnols, et au vin d’Espagne, qui tuaient les Anglais” (Mes pensées 1381, § 1577). Por lo tanto, no existe en la obra de Montesquieu una reflexión sobre la historia global de España, sino la afirmación de una convicción (su decadencia en el siglo XVII) y una notable atención por la figura de Felipe II, condenado —sin muchas pruebas— como hombre y como político. En esto, sigue la corriente que desde hacía más de un siglo cargaba con tintas negras la imagen de aquel monarca. Sin embargo, se niega a incluir en su retrato elementos más o menos fantásticos, como el fin de don Carlos, al que alude en Mes pensées (1109, § 595), pero que, finalmente, considera como una fábula (Spicilège 1401). En cambio, no duda en condenar, como totalmente opuesto al honor, a la moral y a la religión, las recompensas (dinero y ennoblecimiento) ofrecidas por el soberano al que matara a Guillermo de Orange (Esprit des Lois XXXIX, 17, p. 880). Le resulta fácil subrayar la contradicción entre tan extremado deseo de venganza y el hecho de presentarse, en semejante circunstancia, como “serviteur de Dieu”. Esa referencia a Dios y a la fe cristiana para justificar crímenes también se encuentra cuando Montesquieu aborda el tema de la Inquisición, trátese de la española o de la portuguesa. Conocidos son los sarcasmos punzantes de las Lettres persanes (L. XXIV y LXXVIII):

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ahí están denunciados, con vigor e ingenio, el carácter despiadado de la institución, la aceptación de testimonios más que sospechosos, la inexistencia de lo que hoy llamamos la presunción de inocencia, la hipocresía que permite disimular la crueldad y, por fin, la codicia. Hacía tiempo que se venían esgrimiendo en Europa esas denuncias. Con todo, cabe subrayar que era un combate en el que el filósofo participaba con energía y de manera continua, variando el tono y los argumentos. Así es como adopta una perspectiva seudohistórica cuando afirma: “Nous devons au code des Wisigoths toutes les maximes, tous les principes et toutes les vues de l’Inquisition d’aujourd’hui” (Esprit des Lois XXVIII, 1, p. 792), lo que equivale a tachar dicho tribunal de bárbaro, en el sentido histórico de la palabra. La misma idea está desarrollada en la “Très humble remontrance aux Inquisiteurs d’Espagne et de Portugal”, supuestamente redactada por un judío, después del auto de fe al que fue condenada una correligionaria suya en Lisboa (XXV, 13). Estas páginas constituyen un auténtico pleito, cuya vehemencia y rigurosa construcción sirven para demostrar la incoherencia de los que se proclaman superiores a los judíos y a los mahometanos, cuando ni siquera son cristianos, puesto que su comportamiento es totalmente ajeno a la doctrina de Jesucristo. Además —y aquí asoma el hombre de las luces— están presentados los inquisidores como hombres fuera de su época y que llevarán la responsabilidad de que el siglo XVIII sea percibido como bárbaro en el futuro. En otro lugar (XXVI, 11), situándose en el terreno político, Montesquieu llama la atención de los monarcas sobre el peligro que representa admitir en sus reinos a la Inquisición, dado que no puede sino fomentar la existencia de delatores y traidores. Por otra parte, razonando como jurista, denuncia el abuso que representa condenar al que no reconoce su culpa, y librar del suplicio al que la confiesa. Según Montesquieu, “une pareille distinction ne peut concerner les tribunaux humains” (XXVI, 12, p. 762). En esos casos, solo la justicia divina es competente para emitir un juicio, puesto que es la única capaz de conocer la verdad de los pensamientos. ¡No se puede razonar de manera más lógica y más ortodoxa! Con estos pocos ejemplos puede comprobarse la variedad de argumentos usados por el filósofo para que su mensaje cale más hondo. No solo no descarta el sarcasmo, sino que también recurre al espíritu cristiano, a la humanidad, al tribunal de la historia, a la política y al dere-

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cho para no dejar ningún espacio al odiado tribunal en la Europa de las Luces. Pero sería erróneo interpretar su actitud como una manifestación más de inquina a España. Tampoco se le puede reprochar, a él ni a ningún filósofo francés, olvidarse de lo que pasó en su propio país. Muchas veces recuerdan las guerras de religión o la SaintBarthélémy para denunciarlas como abominaciones que nunca deben repetirse. De no abrigar la Inquisición, ni España ni Portugal estarían nombradas en los numerosos escritos que entonces se publicaban en defensa de la tolerancia en materia religiosa. Más aún que a la Inquisición otorga Montesquieu mucha importancia a la relación de España con América, enfocada desde un punto de vista ético, político y económico. Cuando evoca el descubrimiento de aquel nuevo mundo, no minimiza en absoluto lo que representaba para la potencia de Carlos V: “pour lui procurer un nouveau genre de grandeur, l’univers s’étendit, et l’on vit paraître un monde nouveau sous son obéissance” (Esprit des lois XXI, 21, p. 642). Tampoco disimula el asombro que causó ver sometidos dos grandes imperios y otros estados importantes por fuerzas armadas reducidas. Subraya las repercusiones que tuvo aquello en toda Europa, con los nuevos derroteros que se abrieron a su actividad comercial. El tono cambia cuando se refiere a la conquista, en cuya evocación a menudo remite al Inca Garcilaso y a Solís. Ya en las Lettres persanes estaba denunciada la crueldad de los españoles que, dada su inferioridad numérica, decidieron exterminar a las poblaciones indígenas para conservar las tierras recién descubiertas. Su actuación representa un grado extremo de barbarie, al mismo tiempo que un horrible designio puntualmente ejecutado. El mismo tema vuelve en el Esprit des lois y en Mes pensées, donde los conquistadores están presentados como unos bandoleros movidos por la codicia, llenos de perfidia y de crueldad. Para comprobarlo, solo hace falta pensar en su actitud con Montezuma, o con su sucesor Cuatemozin (sic) y Atahualpa. Montesquieu recuerda, en particular, cómo el soberano inca, a pesar de consentir a todo lo que se le pedía (oro, bautismo), fue condenado a muerte y estrangulado, lo que califica de “noir assassinat” (Mes pensées 1143, § 617). Otra vez insiste, indignado, en la contradicción que existe entre los actos cometidos y el cristianismo, cuya difusión en América, bendecida por el Papa, sirve de justificación a la lucha contra los indígenas. La fuerza y

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la convicción de esos ataques no bastan para que se distingan de los que corrían por Europa, esencialmente fundados en las revelaciones de Las Casas. Algo más original se muestra Montesquieu cuando emite hipótesis sobre las causas de la poca resistencia de los indios. Sin duda les faltó lo que él considera como una virtud fundamental, cuando es bien entendida: el amor a la patria (1143, § 617), y también la fe en sus propias fuerzas. Sobre todo, el filósofo pondera el peso de la superstición en semejante abdicación ante hombres o fenómenos nada sobrenaturales. Como es usual en él, de los ejemplos mexicanos y peruanos saca una conclusión de alcance más general: señala que puede ser peligroso abusar de los milagros y portentos para impresionar al pueblo y hacerlo más dócil, puesto que engendra una serie de prejuicios destructores. De ello se valieron los emperadores aztecas e incas para ser venerados como divinidades por sus súbditos; pero, las mismas creencias hicieron que estos interpretaran como una señal de irritación de los dioses el hecho de que los españoles se apoderaran de sus soberanos, quienes se convirtieron entonces en víctimas de las ciegas creencias que habían fomentado (1134-1137, § 614). Lo que pasó en aquellos imperios le permite a Montesquieu proclamar su fe en la filosofía, la mejor arma contra la superstición y sus funestas consecuencias: Si un Descartes était venu au Mexique cent ans avant Cortez; qu’il eût appris aux Mexicains que les hommes, composés comme ils sont, ne peuvent être immortels; qu’il leur eût fait comprendre que tous les effets de la Nature sont une suite de lois et des communications des mouvements; qu’il leur eût fait reconnaître dans les effets de la Nature le choc des corps, plutôt que la puissance invisible des Esprits: Cortez, avec une poignée de gens, n’aurait jamais détruit le vaste empire du Mexique, et Pizarre, celui du Pérou (1134-1137, § 614).

En otros momentos, se sitúa en uno de sus terrenos predilectos: el de los derechos universales. En una ocasión, explicando por qué no deben aplicarse leyes políticas a lo que pertenece al derecho de gentes, no encuentra mejor ilustración que la suerte reservada al infortunado Atahualpa (Esprit des lois XXVI, 21 y 22). Por otra parte, al examinar la concepción del derecho de conquista que, en el siglo XVIII, se conforma al derecho de gentes, enumera una serie de principios generales (X, 3).

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En particular, afirma que ya no se admite que la conquista conlleve el derecho a destruir hombres y sociedades. Reconoce que reducir a esclavitud a un pueblo puede resultar necesario para confirmar una conquista, pero hay que emplear todos los medios para que dure lo menos posible esa situación. No se menciona en esas páginas a España, cuya actuación en América tuvo lugar con anterioridad; pero, en el capítulo siguiente que trata de los beneficios que el conquistador puede proporcionar a los vencidos, toma a España como ejemplo de lo que no se debe hacer. La construcción del periodo, fundada en un juego de oposición o inversión de términos muy frecuente en Montesquieu (y muy eficaz), refuerza aún la severidad del juicio que contiene una condena jurídico-moral: Quel bien les Espagnols ne pouvaient-ils pas faire aux Mexicains? Ils avaient à leur donner une religion douce; ils leur apportèrent une superstition furieuse. Ils auraient pu rendre libres les esclaves; et ils rendirent esclaves les hommes libres. Ils pouvaient les éclairer sur l’abus des sacrifices humains; au lieu de cela, ils les exterminèrent. Je n’aurais jamais fini si je voulais raconter tous les biens qu’ils ne firent pas, et tous les maux qu’ils firent (X, 4, p. 381)

Ni siquiera se le puede objetar que todo ello es pura retórica y que presenta un ideal inalcanzable, puesto que, en otro lugar, considera la acción de los jesuitas en Paraguay como la exacta ilustración de lo que hubieran debido hacer los españoles en América: Il est glorieux pour elle [la Compañia de Jesús] d’avoir été la première qui ait montré dans ces contrées l’idée de religion jointe à celle de l’humanité. […] Elle a retiré des bois des peuples dispersés; elle leur a donné une subsistance assurée; elle les a vêtus: et, quand elle n’aurait fait par là qu’augmenter l’industrie parmi les hommes, elle aurait beaucoup fait (IV, 6, p. 269).

En realidad, cuando ya no se trata de la conquista sino de la colonización, la obra de Montesquieu contiene menos ataques concretos contra el comportamiento de los vencedores. Además de su crueldad, que sigue siendo denunciada casi por sistema, está señalada su incapacidad para respetar costumbres distintas de las suyas. El hecho de imponer a los indios que se casen muy jóvenes para aumentar el nú-

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mero de contribuyentes es una manifestación de esa supuesta intolerancia, contraria a libertades fundamentales del ser humano (XXIII, 7). En otra ocasión, la dureza del gobierno americano es ilustrada por la reacción de las mujeres indígenas que prefieren abortar antes que entregar sus hijos a amos tan crueles (XXIII, 11). Montesquieu indica claramente que saca ambos ejemplos de Thomas Gage, cuyos recuerdos de su experiencia por México y América Central tuvieron mucho éxito.8 Sin embargo, el testimonio de ese inglés católico, que estudió en España, se fue como misionero a América y, a su regreso a Inglaterra (1637) optó por la doctrina anglicana y luego presbiteriana, no era muy de fiar. Aunque pretendía escribir a partir de apuntes personales, el recurso a fuentes ajenas, en particular Gómara, es evidente. Además, criticar la riqueza de la Iglesia romana en el Nuevo Mundo y la crueldad de los conquistadores católicos, amparados por el papa, no podía sino agradar a sus lectores protestantes y disminuir las prevenciones que tendrían en contra del recién convertido. Otro par de ejemplos del mismo tipo, también utilizados en el Esprit des lois, proceden, según declara el autor, de la Bibliothèque anglaise, cuyo redactor, Michel de la Roche, era probablemente un hugonote francés, gran admirador de Pierre Bayle, que pidió la nacionalidad inglesa en 1701.9 No puede ser casual que Montesquieu recurriera, para ilustrar su demostración, a dos escritores que tenían una relación difícil con la Iglesia católica y que pertenecían, por nacimiento o por elección, a una nación nada indulgente con la monarquía española. En un libro reciente, Pablo Fernández Albaladejo (2009) recuerda de manera muy acertada la importancia de América en la vigorosa crítica de España que se desarrolló a raíz del Tratado de Madrid, firmado con Inglaterra en 1670. La ambigüedad de algunas cláusulas, respecto a la soberanía de uno y otro país en el continente americano, originó en Gran Bretaña un animado debate sobre la libertad de estableci8

Gage publicó en 1648 la relación de su viaje, cuya traducción al francés (1676) fue objeto de multiples reediciones en el siglo XVIII. Hubo que esperar a 1838 para que se publicara una versión española, y fue en París, en la Librería Rosa. La relación de Gage sigue despertando interés, a juzgar por ediciones recientes tanto en francés (1979) como en español (2008). 9 No tuve la posibilidad de consultar dicha Bibliothèque anglaise ou Histoire littéraire de la Grande Bretagne, publicada entre 1717 y 1728, y que sería una gaceta según los datos proporcionados por Le gazetier universel (base de datos sobre la prensa antigua).

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miento de los súbditos ingleses en aquellas posesiones españolas. Entonces fue cuando, con la ayuda de pensadores tan destacados como Locke, se fraguó una nueva doctrina, así resumida por Albaladejo: Ellos sentaron en realidad las bases doctrinales de un orden imperial nuevo, definido por sus autores como protestante, comercial, marítimo y libre. […] Un flamante empire of preservation se oponía al empire of conquest de los españoles. Mientras Inglaterra era presentada como un ascendiente imperio de virtud, la monarquía aparecía como un imperio dominado por la ambición del metal precioso e instalada ya en plena decadencia (2009: 481).

Montesquieu, casado con una protestante, hijo de un católico poco conformista, había vivido tres años en Londres (1728-1731) y, a pesar de sus reticencias iniciales ante la obsesión por el negocio, le había acabado gustando esa sociedad de espíritu abierto, donde abundaban los debates de fondo. No extraña, por lo tanto, que su visión de España tenga bastante parentesco con las teorías inglesas. La decadencia española que, para él, también es indiscutible, le fascina a causa del contraste con la pasada grandeza, y lo que le interesa es buscar las causas concretas, como lo había hecho con Roma. ¿Por qué España no sacó mejor provecho de las Indias y por qué se fue estancando y hasta empobreciendo? No era el primero en señalar tal paradoja. Él mismo evoca en Mes pensées (1455, § 1895) y, sobre todo, en Spicilège (1277-1278) al satírico italiano Boccalini, quien, en la Pietra del Paragone político (1615), había imaginado un juicio ante Apolo para evaluar la potencia respectiva de las monarquías españolas y francesas. De manera sorprendente, el fiel de la balanza, usada para zanjar la cuestión, se inclina cade vez más por el lado de Francia conforme van añadiéndose en el platillo de España posesiones suyas, incluidas las Indias. Montesquieu tenía, pues, presente en la mente la metáfora, e intenta convertirla en lenguaje racional merced a una larga reflexión, centrada esencialmente en aspectos económicos y cuyo primer fruto son las Considérations sur les richesses de l’Espagne.10 Se trata de un texto breve, trasladado luego, casi íntegramente, al Esprit des lois (XXI, 22).

10 Las Considérations fueron redactadas alrededor de 1728 y permanecieron inéditas hasta 1910.

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Antes de exponer sus observaciones sobre la política ecómica de España con las Indias, Montesquieu establece unas normas generales sobre la relación entre metrópoli y colonia, y ya denuncia un error de España: Les Espagnols regardèrent d’abord les terres découvertes comme des objets de conquête: des peuples plus raffinés qu’eux trouvèrent qu’elles étaient des objets de commerce, et c’est là-dessus qu’ils dirigèrent leurs vues. Plusieurs peuples se sont conduits avec tant de sagesse, qu’ils ont donné l’empire à des compagnies de négociants, qui, gouvernant ces États éloignés uniquement pour le négoce, ont fait une grande puissance accessoire, sans embarrasser l’État principal (Esprit des lois XXI, 21, p. 643).

Se expresa, en este párrafo, una doctrina muy afín a las ideas inglesas ya mencionadas, y el contexto deja suponer que, entre dichos “peuples raffinés” figuran Inglaterra, Holanda y Francia. En el capítulo siguiente, titulado “Des richesses que l’Espagne tira de l’Amérique”, Montesquieu analiza por qué España sacó menos provecho de América que otros países europeos, como lo demuestra —según él— la sonada bancarrota ocurrida en tiempos de Felipe II, inicio de una progresiva decadencia. Para entender una situación a priori paradójica, el pensador francés desarrolla una teoría económica muy coherente. Considera que el oro y la plata son “une richesse de fiction ou de signe”, que se oponen a bienes naturales (el trigo, el vino, las telas…). Estos se consumen rápidamente, cuando aquellos perduran y, al multiplicarse, forzosamente disminuye su valor. El teorema es aplicado luego a España. La conquista y la explotación de las minas de México y Perú permitieron a los españoles traer a Europa cada vez más oro y plata, provocando la inflación de metal y un alza paralela de los precios. Con el tiempo, el coste de la explotación minera y del transporte marítimo no dejó de aumentar, lo que redujo aún más los beneficios para España. Además, la creación por varias naciones de bancos y compañías comerciales introdujo nuevas riquezas ficticias, de modo que “le crédit public leur tint lieu de mines, et diminua encore le profit que les Espagnols tiraient des leurs” (XXI, 22, p. 648). Así es como España acabó siendo víctima de los metales preciosos en cuya abundancia había puesto tantas esperanzas. A esa espiral infernal se añaden otros problemas conexos. Las riquezas mineras llevaron a los

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españoles a olvidarse de las riquezas naturales o manufacturadas y, a la hora de abastecer a las Indias, tuvieron que recurrir a otros países, quedándose con una mínima parte de las ganancias generadas por tan importante comercio. En fin, aparentemente compartía Montesquieu la creencia entonces generalizada, incluso en la Península, de que la emigración a América había causado la despoblación de España (Lettres persanes, CXXI). Tal vez rectificara su parecer cuando el marqués de Brancas,11 buen conocedor del país vecino, le certificó que “l’Espagne n’est pas si dépeuplée qu’il paraît” (Spicilège 1382). Todo ello hace que, en el plan económico, las Indias se conviertan en lo principal y España en lo accesorio, para usar el vocabulario de Montesquieu. El remedio consistiría en concentrar los esfuerzos en el territorio peninsular y desarrollar sus ventajas naturales, que son muchas: L’Espagne n’a point besoin de places, point besoin d’une grande armée: elle se défend toute seule; la plupart de ses côtes de l’Océan sont inaccessibles, comme celles de la Galice, etc.; celles de la Méditerranée sont éloignées des grandes puissances de mer. Richesse surprenante qui lui vient des Indes. Elle ne doit rien; elle a des laines, dont tout le monde a besoin, huiles, vins, fer, soudes, mines dor et d’argent; si elle voulait, autant de soie qu’elle voudrait, autant de blé qu’elle voudrait, etc. Elle pourrait épargner autant de son revenu qu’elle voudrait, pour faire les établissements qu’elle voudrait. Elle n’a besoin de rien au dehors; il faut que tout le monde vienne à elle (Mes pensées 1456-1457, § 1900).

No dejará de sorprender esta visión idílica de España bajo la pluma de Montesquieu. Corresponde a los argumentos que podrían incitar al gobierno español a cambiar radicalmente su relación con América. Entonces, “au lieu d’un grand trésor, on aurait un grand peuple”, según la fórmula altisonante que cierra el capítulo 22 del Esprit des lois. Otro punto relevante que el filósofo aborda con prudencia en el capítulo siguiente es el monopolio del comercio con América instituido por España. Preconiza que se atenúen las trabas, porque la competencia entre las naciones interesadas provocaría una disminución del precio de las exportaciones. Así podría equilibrarse mejor el flujo de los metales y 11

Louis de Brancas participó en la Guerra de Sucesión y fue luego embajador de Francia en España. Montesquieu consigna escrupulosamente, pero sin comentarlo, su testimonio argumentado.

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de las mercancías; pero insiste en el hecho de que solo es una propuesta que ha de examinarse tomando en cuenta los inconvenientes que él mismo señala. En un fragmento de Mes pensées, se expresa libremente sobre el mismo tema, evocando abiertamente el fraude existente en Cádiz y las pérdidas que supone para España. Expone las ventajas que podría sacar el soberano español de una apertura del comercio americano, esbozando un auténtico programa de gobierno. Sin embargo, indica en una nota: “je doute, et peut-être qu’il vaut mieux pour l’Espagne laisser les choses comme elles sont” (1495, § 1990). Esta duda explica la prudencia manifestada en el Esprit des lois, y también revela la frase que sus consideraciones no son dirigidas contra España, sino que corresponden a una construcción teórica fundada en la observación del caso español. El interés de Montesquieu por el comercio atlántico se manifiesta otra vez en unas reflexiones redactadas el 20 de diciembre de 1749, a propósito de unas medidas planeadas por Ensenada para hacer efectivo el monopolio español del comercio desde Cádiz y acrecentar los beneficios (Mes pensées 1498, § 1997). A los planes del ministro, “qui a de grandes vues”, opone varias posibilidades de contraataque, que van desde la maniobra económica a la amenaza de contrabando. En este caso, España aparece como una nación que toma la iniciativa en defensa de sus intereses, y Montesquieu procura imaginar la respuesta, como lo exige el juego competitivo inherente a la actividad comercial. Como lo ha señalado Díez del Corral (1976: 440-442), es cierto que la teoría cuantitativa del dinero expuesta en el Esprit des lois procede de Bodin, pero no es el aspecto más interesante de la demostración. Lo importante es que Montesquieu consiguió adaptar esta herencia a su tiempo y proponer una explicación coherente para un fenómeno paradójico. Claramente relacionadas con una economía política principiante, sus consideraciones nutrieron la reflexión de muchos políticos españoles, como lo muestran —y no es más que un ejemplo— las Reflexiones sobre el comercio español a Indias (1762) de Campomanes. Que Montesquieu fuera, en el siglo XX, vilipendiado por Schumpeter y alabado por Keynes (Del Corral 1976: 444), no hace sino confirmar que propuso una auténtica teoría económica, discutible como tal, cuyo alcance iba más allá del caso español. El barón de la Brède fue un gran viajero, como otros muchos europeos de su época. Entre 1728 y 1731 estuvo en Austria, Hungría, Italia, Alemania, Holanda e Inglaterra, pero nunca cruzó los Pirineos, mu-

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cho más cercanos a su Gascuña natal. Por lo visto, España no entraba en el “grand tour”. Significa que tenía un conocimiento indirecto del país vecino. Por una parte, libresco, a través de unos cuantos escritores españoles, de historiadores franceses confirmados y, también, de relatos ingleses mucho menos fiables. Por otra parte, tuvo la oportunidad de conversar con actores de la vida española contemporánea: Alberoni, al que escuchó primero con interés y que acabó cansándole por su egocentrismo; el mariscal de Berwick y su hijo, afincado en España, quienes le informaron sobre la Guerra de Sucesión y, con toda probabilidad, sobre la realidad de una tierra que bien conocían. Incluso pudo escuchar los comentarios de un español sobre el estado general del país. Le interesaría la conversación, puesto que la consignó de manera detallada en el Spicilège (1434). No da la fecha de la entrevista, ni el nombre del interlocutor, presentándole como “un colonel espagnol”. Lo mismo que Díez del Corral (1976: 413), pienso que se trataría de Aranda, que era coronel de infantería y había llegado en 1752 a París, donde entonces residía Montesquieu. Lo cierto es que dicho coronel intentó demostrarle que España estaba en vía de recuperación y progresaba en muchos dominios (manufacturas, hacienda, educación…). Le certificó que la Inquisición era menos temible, salvo en la censura de los impresos, y que había perdido prestigio entre la población. También subrayó los méritos y el éxito de “un Bénédictin” —por lo visto, tampoco memorizó Montesquieu el nombre de Feijoo— que combatía en sus escritos la superstición y difundía lo mejor de las publicaciones extranjeras. Al barón de la Brède le pareció exagerado tal alegato a favor de España, a juzgar por su comentario: “Je crois que le colonel surfait beaucoup sa marchandise” (Spicilège 1435). Aún más despectivo se muestra con la obra del benedictino: “Je crois que les livres dont il parle sont très bons pour l’Espagne et seraient misérables dans des pays plus éclairés”. En realidad, consideraba España y Portugal, tierras de la Inquisición, como menores de edad, que necesitaban una tutela política y cultural para integrar los valores que habían permitido a otras naciones europeas madurar y progresar. Es, a lo menos, lo que queda plasmado en esta terrible frase suelta de Mes pensées: “Les Espagnols et les Portugais sont encore en tutelle dans l’Europe” (1382, § 1579). A pesar de todo, seguía con interés la evolución política y económica del país vecino, como lo muestran los apuntes, extractos de gacetas y demás reflexiones de Spicilège o Mes pensées,

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lo que permite relativizar sus declaraciones perentorias. Tenía muy presente en la mente lo que había sido España, y ya se sabe: el ave fénix siempre ha de renacer… La obra de Montesquieu manifiesta una clara predilección por el manejo de las ideas, el establecimiento de principios y leyes, que le permiten elaborar, paso a paso, sistemas bien estructurados. La obra de Voltaire es mucho más diversificada, puesto que no hay forma de escritura que no haya ensayado. La imagen de España, muy presente en ese caleidoscopio textual, es variada en sus representaciones y constante en el fondo. El Essai sur les mœurs,12 publicado en 1756 y que incluye entonces Le Siècle de Louis XIV, es un conjunto que contiene las páginas más pensadas sobre España. Fundándose en una abundante y variada documentación, Voltaire historiador (había sido nombrado en 1744 historiador oficial del rey de Francia) quiere analizar “l’esprit de la nation”,13 es decir, una realidad escondida que permite aprehender la unidad existente en la historia de cada pueblo, más allá de la diversidad y de los cambios aparentes. La amplitud que caracteriza el Essai, trátese del número de las naciones o de los siglos estudiados, hace más difícil y desigual la consecución del objetivo, tal vez más logrado en Le Siècle de Louis XIV. En todo caso, el Essai permite descubrir, siglo tras siglo, los hechos y personajes fundamentales en la construcción de las naciones consideradas, así como la opinión del autor que, a pesar de la prudencia que se impone al historiador, a menudo da su punto de vista. En los primeros capítulos dedicados a España (XXVII y XLIV), que abarcan desde el siglo VIII hasta principios del XII, está evocada la llegada de los moros a la Península, y se nota que está descartada, por ser muy sospechosa, la leyenda del conde don Julián. Voltaire alaba la civilización árabe, lo mismo que la mansedumbre de una población que convive sin dificultad con los cristianos. No impide que ensalce, en el 12

El título exacto es Essai sur l’Histoire générale et sur les mœurs et l’esprit des nations depuis Charlemagne jusqu’à nos jours. En 1762, Voltaire publicó una nueva versión ampliada (Essai sur les mœurs et l’esprit des nations…). Le Siècle de Louis XIV (1751) fue corregido y aumentado hasta la edición definitiva de 1775. A pesar de presentarse, a partir de 1756, como un complemento del Essai, siguió teniendo pues su autonomía. 13 Es de recordar que De l’Esprit des lois sale a luz cuando Voltaire está elaborando las dos obras citadas.

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campo adverso, la figura del Cid: “il gouverna Valence avec l’autorité d’un souverain, recevant les ambassadeurs, et respecté de toutes les nations. De tous ceux qui se sont élevés par leur courage, sans rien usurper, il n’y en a pas eu un seul qui ait autant de puissance et de gloire que le Cid” (Essai sur les mœurs I, XLIV, 482). En la presentación de los soberanos españoles, el lector puede apreciar, en muchos casos, una singular capacidad para condensar los rasgos esenciales de un personaje y su valoración. Fernando III (pp. 623627, I, LXIV), comparado a San Luis, es el prototipo del rey sabio que, además, supo liberar su patria. Alfonso X es calificado de “grand philosophe” y de “très grand roi”. Al elogio de las Partidas, que siguen siendo en Castilla “un des fondements de la jurisprudence”, se suma el de las Tablas: “pp. 623-627, Ses tables alfonsines font encore aujourd’hui sa gloire, et la honte des princes qui se font un mérite d’être ignorants; mais aussi il faut avouer qu’elles furent dressées par des Arabes” (645). Esta puntualización no corresponde a un deseo de rebajar al rey, sino al de recordar la calidad científica de los árabes y su aportación a España también en ese dominio. Más matizada es la evocación de Isabel y Fernando, hábil mezcla de realidad histórica y de visión personal de la famosa pareja, unida primero —según Voltaire— por un interés político bien entendido: Ils vivaient ensemble, non comme deux époux dont les biens sont communs sous les ordres du mari, mais comme deux monarques étroitement alliés. Ils ne s’aimaient, ni se haïssaient, se voyant rarement, ayant chacun leur conseil, souvent jaloux l’un de l’autre dans l’administration, la reine encore plus jalouse des infidélités de son mari, qui remplissait de ses bâtards tous les grands postes; mais unis tous deux inséparablement par leurs communs intérêts, agissant sur les mêmes principes, ayant toujours les mots de religion et de piété à la bouche, et uniquement occupés de leur ambition (II, CII, 55).

Librar la patria de la dominación árabe era un mérito; pero la creación del tribunal de la Inquisición y el papel creciente de la religión en la política de aquellos reyes, católicos por antonomasia, no podían hacerles del todo admirables para el autor del Essai. Llega el Renacimiento y con él Carlos V cuya presentación inicial, a la vez concisa y elocuente, expresa el asombro causado por un destino excepcional hasta el fin:

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En Espagne, en Allemagne, en Italie, on voit Charles-Quint, maître de tous ces états sous des titres différents, soutenant le fardeau de l’Europe, toujours en action et en négociation, heureux longtemps en politique et en guerre, le seul empereur puissant depuis Charlemagne, et le premier roi de toute l’Espagne depuis la conquête des Maures: opposant des barrières à l’empire ottoman, faisant des rois et une multitude de princes, et se dépouillant enfin de toutes les couronnes dont il est chargé, pour aller mourir en solitaire après avoir troublé l’Europe (II, CXVIII, 133).

Luego, a lo largo de seis capítulos, Voltaire da vida a la rivalidad que mantuvieron en todos los dominios Carlos V y François Ier, figuras preeminentes en Europa, cuya relación compleja queda muy bien resumida en esta frase: Ce qui caractérise davantage les démêlés de Charles-Quint et de François Ier, et les secousses qu’ils donnèrent à l’Europe, c’est ce mélange bizarre de franchise et de duplicité, d’emportements de colère et de réconciliation, des plus sanglants outrages et d’un prompt oubli, des artifices les plus raffinés et de la plus noble confiance (II, CXXV, 197).

Si se le puede acusar a Voltaire de parcialidad cuando escribe a propósito de François Ier que fue “moins heureux, mais plus brave et plus aimable” que Carlos V, de modo general presenta con objetividad la conducta de los dos monarcas, señalando los aciertos y los errores del uno y del otro. Los elogios que tributa al emperador y a su altura de vista política contrastan fuertemente con la evocación del final de su vida: On prétend que son esprit se dérangea dans sa solitude de Saint-Just. En effet, passer la journée à démonter des pendules et à tourmenter des novices, se donner dans l’église la comédie de son propre enterrement, se mettre dans un cercueil et chanter son De Profundis, ce ne sont pas là des traits d’un cerveau bien organisé. […] Tout montre dans sa famille l’excès de la faiblesse humaine (II, CXXVI, 206).

Voltaire sigue claramente la corriente historiográfica que veía en la retirada a Yuste la manifestación de una perturbación mental genética, presente en el abuelo Maximiliano y en la madre Juana (la Loca). Como suele hacerlo, toma posición sobre un punto debatido, sin que

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haya forzosamente una intención maligna de su parte; pero es cierto que esa evocación final empaña el brillo del retrato inicial. A Felipe II y a su actuación en Europa dedica cuatro capítulos, pero, desde el principio, se nota mucha reserva en Voltaire, quien recuerda una y otra vez la necesidad de distinguir entre la potencia y la gloria: “Philippe II joua le premier rôle sur le théâtre de l’Europe, mais non le plus admiré” (II, CLXIII, 431). A continuación afirma, con evidente subjetividad, que la posteridad estimó mucho más a unos coétanos suyos (Isabel de Inglaterra, Enrique IV de Francia, el príncipe de Orange), que además eran sus enemigos. Al mismo tiempo insiste en las precauciones que ha de tomar un historiador cuando trata de un personaje tan controvertido ya en su época. Reconoce la dificultad de regir posesiones tan extensas y separadas, rememora sus numerosas victorias y no le niega capacidad política ni constancia en el trabajo. En cambio, muchas veces le reprocha manejarlo todo “du fond de son cabinet”, a diferencia de su padre y de otros muchos reyes que se ponían al frente de sus tropas. Sobre todo denuncia su crueldad, a menudo disimulada bajo la máscara de la religión, y un uso abusivo del poder. Comparte, por lo tanto, la visión de Montesquieu; pero, puesto que escribe un ensayo histórico, no se contenta con afirmar, sino que ilustra con ejemplos concretos su punto de vista. A su juicio, la voluntad de Felipe II de ser un soberano absoluto también en los Países Bajos, la brutalidad de su actuación y de la represión, originaron en esas provincias sumisas el deseo de emanciparse: “son despotisme sanguinaire fut la cause de leur grandeur” (II, CLXIV, 439). Así también provocó que se irguiera frente a él Guillermo de Orange, cuyo asesinato recuerda Voltaire, pero añadiendo que lo mismo se hizo entonces en Francia con el almirante de Coligny. El fracaso de la Armada Invencible, relatado sin el menor sarcasmo, el ataque frustrado de Ginebra, bajo el pretexto de defender el catolicismo, las infructuosas intrigas contra el todavía protestante Henri IV, mermaron aún más la riqueza del monarca. Al contrario, la conquista de Portugal, facilitada por la debilidad del adversario, le permitió acrecentar sus posesiones en las Indias (occidentales y orientales) y así afianzarse como el primer monarca en Europa. Si Voltaire recuerda que llamaron a Felipe “le Démon du Midi, parce que du fond de l’Espagne, qui est au midi de l’Europe, il troubla tous les autres états” (II, CLXVI, 463), reconoce que “l’Espagne fut de son temps toujours tranquille et toujours heureuse” y que, además, a lo largo del siglo XVI,

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“les Espagnols eurent une supériorité marquée sur les autres peuples: leur langue se parlait à Paris, à Vienne, à Turin; leurs modes, leur manière de penser et d’écrire, subjuguèrent les esprits des Italiens; et depuis Charles-Quint jusqu’au commencement du règne de Philippe III, l’Espagne eut une considération que les autres peuples n’avaient point” (462). Voltaire presenta, pues, un balance político equilibrado, bien historiado y globalmente objetivo del reinado de Felipe II. En cambio, cuando considera al hombre, ve “un maître dur et défiant, un amant, un mari cruel, et un père impitoyable” (462). Ilustra estos severos calificativos con un ejemplo único, el de su relación con su hijo Carlos, que fue sin duda lo que más alimentó la leyenda negra en torno a la figura de Felipe. Con cierta complaciencia, Voltaire se hace eco de todos los rumores y comentarios que suscitó —y seguía suscitando— la muerte del príncipe. Incluso va más allá cuando estima posible la tesis del parricida y verosímiles los amores entre Isabel de Valois y don Carlos. También señala que nadie refutó las acusaciones formuladas por Guillermo de Orange. Aunque, finalmente, remite al juicio de la posteridad, indica hacia qué lado se inclina al escribir a modo de justificación y de conclusión: “Ce ne sont pas là des convictions entières, mais ce sont les présomptions les plus fortes; et l’histoire ne doit pas négliger de les rapporter comme telles” (464). En este caso, la duda no beneficia al acusado. Si necesitó Voltaire diez capítulos para presentar la monarquía española en el siglo XVI, uno solo le basta para evocar a los reyes del siglo siguiente: una diferencia cuantitativa que corresponde a la fuerte disminución de la hegemonía española en Europa.14 Como la mayoría de sus coetáneos, sitúa el inicio de la decadencia española en los primeros años del reinado de Felipe III, pero da un paso más concretando la responsabilidad que le incumbe al rey: “la faiblesse de son caractère se répandit sur toutes les parties de son gouvernement” (II, CLXXVII, 626). Dicha debilidad, que no existía en sus antecesores, unida a la superstición, “ce vice des âmes faibles”, tuvo graves consecuencias, en particular la expulsión de los moros, considerada como una falta polí14

Cuando Voltaire integró Le Siècle de Louis XIV al Essai sur les mœurs, para evitar repeticiones traspasó a la segunda obra gran parte del capítulo dedicado, en la primera, al estado de España antes de la época del Rey Sol.

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tica por Voltaire, ya que eran inofensivos y “laborieux dans la pays de la paresse”. La adopción del cliché que hacía de la pereza un elemento del carácter nacional, revela que el autor del Essai a veces recurre a tópicos, indignos del historiador que pretende ser. El paralelo que establece entre dicha expulsión y lo que pasó en Francia con los protestantes, forzados a emigrar, muestra sin embargo que no hay en él la voluntad de criticar sistemáticamente a España, sino de probar que las mismas causas (en este caso la intolerancia religiosa) producen en cualquier parte los mismos efectos. La situación empeoró durante el reinado de Felipe IV que fue “un enchaînement de pertes et de disgrâces” (629), y lo demuestra Voltaire enumerando los fracasos militares y las pérdidas que provocaron, en particular la de Portugal. Si achaca la máxima responsabilidad a Olivares, a su imprudencia, negligencia y decisiones erróneas, no hace del valido una crítica despiadada, concediéndole mala suerte en varias ocasiones. A esos desastres se suma, según él, un empobrecimiento económico notable, debido primero a la ausencia de industria, a pesar de un buen clima y de riquezas naturales, desgraciadamente sin explotar. Otro factor desfavorable, unido a los anteriores, es el despoblamiento señalado por el mismo Uztáriz, calificado en el Essai de “homme d’État, qui écrivait en 1723, pour le bien de son pays” (631).15 No estaría del todo ajeno a los elogios de Voltaire el hecho de que Uztáriz denunciaba que el número de monjes españoles, en cambio, no disminuía. A pesar de todo concluye Voltaire afirmando que la monarquía española seguía siendo una gran potencia territorial y que fue un adversario temible para Francia hasta la Paz de los Pirineos (1659). No parece muy interesado por la regencia de Mariana de Austria, época en que “l’Espagne fut très malheureuse” (633). Se centra en la figura del jesuita Nithard, “confesseur de la reine, et grand-inquisiteur”, motivos suficientes para que afile la pluma y haga del confesor una presentación mordaz. Con la evocación del itinerario de Nithard termina la de España en el Essai, tomando el relevo Le Siècle de Louis XIV. A diferencia del Essai, historia universal, Le Siècle de Louis XIV se centra en la situación de Francia en Europa en tiempos del Rey Sol. Eso explica que España, como las demás naciones, aparezca en la parte 15 Jerónimo Uztáriz (1724). Theórica y práctica de comercio y de marina, [s. l.], [s. n.]. Se hizo una traducción al francés en 1753, a partir de la segunda edición (1742).

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propiamente histórica en función de su relación con el país vecino. De hecho, se presta atención a la monarquía española solo cuando se aborda el delicado problema de la sucesión de Carlos II. Voltaire ofrece una relación pormenorizada, bien documentada y globalmente objetiva de los hechos, de las fuerzas en presencia y de sus cálculos, de la irresolución de Carlos. Son de destacar los comentarios que le inspira la partición de los dominios españoles, planeada por Francia e Inglaterra, en los que opone a intereses particulares de monarcas la voluntad de la nación: Ces partages imaginaires, ces intrigues, ces querelles, tout cela n’était qu’intérêt personnel. La nation espagnole était comptée pour rien; on ne la consultait pas; on ne lui demandait pas quel roi elle voulait. On proposa d’assembler las cortes, les états généraux; mais Charles frémissait à ce seul nom (Œuvres historiques de Voltaire XVII, 798).

No muestra la misma elevación de vista, ni la misma objetividad cuando encomia la habilidad del duque de Harcourt, embajador de Francia en Madrid, y celebra con mucho entusismo la nueva unión francoespañola: Ce fut lui qui le premier fit changer en bienveillance cette antipathie que la nation espagnole nourissait contre la française depuis Ferdinand le Catholique; et sa prudence prépara les temps où la France et l’Espagne ont renoué les anciens nœuds qui les avaient unies avant ce Ferdinand, “de couronne à couronne, de peuple à peuple, et d’homme à homme (799).

La decisión final de Carlos II, favorable al duque de Anjou, no modificó la poca estima en que le tenía Voltaire, a juzgar por este epitafio inmisericorde: “Charles d’Autriche, après avoir signé la ruine de sa maison et la grandeur de celle de France, languit encore un mois, et acheva enfin, à l’âge de trente-neuf ans (1er novembre 1700), la vie obscure qu’il avait menée sur le trône” (801). Como si no bastara, añade una anécdota en la que Carlos, unos meses antes de su muerte, manda abrir el sepulcro familiar en El Escorial: “Il baisa ce qui restait de ces cadavres, soit qu’en cela il suivît l’exemple de quelques anciens rois d’Espagne, soit qu’il voulût s’accoutumer aux horreurs de la mort, soit qu’une secrète superstition lui fît croire que l’ouverture de ces tombes retarderait l’heure où il devait être porté dans la sienne” (802) A este ejemplo de su-

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perstición, denunciada en otros reyes españoles, y de relación mórbida con la muerte, añade un broche final: “Ce prince était né aussi faible d’esprit que de corps, et cette faiblesse s’était répandue sur ses États” (802). Son las últimas palabras dedicadas a un Habsburgo español en la obra. La guerra de Sucesión, calificada de guerra civil,16 ocupa cuatro capítulos del Siècle. Lo que sobresale, en el relato muy detallado del conflicto, es el papel otorgado al supuesto amor de los castellanos por su nuevo rey. La fidelidad, la buena fe de la que se mofaba Montesquieu, se convierten ahora en virtud: “Aucun des grands qui avaient juré d’être fidèles ne fut traître” (XXI, 848). De tal constancia en el apoyo vino la victoria final, ya que “il est difficile de donner un roi à une nation malgré elle” (848). A pesar de tan bella fórmula, el historiador que quiere ser Voltaire no puede silenciar la hostilidad de una parte de la nación. La resistencia catalana es evocada de manera puntual e imparcial, y alabada la virtud guerrera de la población. Es más: añade Voltaire una presentación idílica de la tierra catalana y de sus riquezas naturales, oponiendo su fertilidad a la aridez castellana, y concluye con la siguiente hipérbole: “La Catalogne enfin peut se passer de l’univers entier, et ses voisins ne peuvent se passer d’elle” (XXIII, 884). El desconocimiento de las fuentes de Voltaire dificulta la explicación de tal simpatía por una tierra hostil a Felipe, pero ahí está la expresión de un aprecio ajeno al rencor político. La relación cronológica que constituye la primera parte del Siècle de Louis XIV termina lógicamente con la muerte del rey (1715) y continúa en el Précis du Siècle de Louis XV, publicado por primera vez en 1768 junto con el Siècle. La obra, que relata los acontecimientos diplomáticos y militares europeos hasta la muerte de Louis XV (1774), no contiene ningún juicio particular sobre España, presentada como una aliada natural de Francia, a pesar de momentos difíciles en tiempos de la Regencia de Philippe d’Orléans y de una antigua hostilidad pronta a aflorar, aunque —según Voltaire— existía más entre los pueblos que entre los reyes: “L’antipathie ancienne se réveillait quelquefois entre les peuples, quoique l’intelligence fût entre les rois” (Œuvres histori-

16 Significa, para Voltaire, que dicha guerra no solo dividió a los españoles, sino que enfrentó a varios príncipes cristianos.

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ques de Voltaire VIII, 1350). La muerte de Felipe V da lugar a un breve paréntesis para presentar un balance más bien positivo de su reinado, empezado en condiciones difíciles: “s’il n’avait pu rendre à cette monarchie la splendeur où elle fut sous Philippe II, il l’avait mise du moins dans un état plus florissant qu’elle n’avait été sous Philippe IV et sous Charles II” (XIX, 1407). Los problemas vigentes con Inglaterra se veían compensados por los éxitos en Italia, en beneficio de sus hijos. Por lo tanto, España estaría en vía de recuperación, pero nada dice el Précis sobre la evolución de la monarquía en los decenios siguientes. Un filósofo francés que pintara entonces a España sin mentar la Inquisición no sería un filósofo. Voltaire no se olvida del tema y dedica al Tribunal (español y portugués) un capítulo del Essai sur les mœurs y un par de artículos en el Dictionnaire philosophique,17 sin gran interés respecto al Essai sobre el tema. En dicho capítulo esboza una historia general de la institución, añadiendo unas observaciones muy críticas sobre su funcionamiento y supervivencia en la Península, que relaciona con el carácter nacional de aquel entonces: Il faut que le génie des Espagnols eût alors [después de la toma de Granada] quelque chose de plus austère et de plus impitoyable que celui des autres nations. On le voit par les cruautés réfléchies dont ils inondèrent bientôt le nouveau monde. On le voit surtout ici par l’excès d’atrocité qu’ils mirent dans l’exercice d’une juridiction où les Italiens, ses inventeurs, mettaient beaucoup plus de douceur. Les papes avaient érigé ces tribunaux par politique; et les inquisiteurs espagnols y ajoutèrent la barbarie (Essai II, CXL, 296).

Entre estos inquisidores, naturalmente destaca a Torquemada, acusado de dar a dicha institución “cette forme juridique opposée à toutes les lois humaines, laquelle s’est toujours conservée” (298). Muestra cómo, primero, los españoles pudieron sentir indiferencia ante un tribunal que solo condenaba a los mahometanos y a los judíos. Con la persecución de los protestantes, ya se acercó el peligro y, luego, nadie estuvo a salvo, puesto que: “On ne confronte point les accusés aux dé-

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El contenido del artículo Inquisition procede del Manuel des Inquisiteurs (1762) del abate Morellet que, para España y Portugal, acudió a las obras publicadas en el Siglo XVI por Nicolás Eymeric y Luis de Paramo.

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lateurs, et il n’y a point de délateur qui ne soit écouté” (298). De ahí una sociedad en la que reina la desconfianza y el miedo, incluso entre amigos y parientes, llegando Voltaire a afirmar en una de esas frecuentes extrapolaciones suyas: “C’est de là que le silence est devenu le caractère d’une nation née avec toute la vivacité que donne un climat chaud et fertile” (298). Menos extraña, de su parte, es la relación que establece entre la Inquisición y “cette profonde ignorance de la saine philosophie où les écoles d’Espagne demeurent plongées, tandis que l’Allemagne, l’Angleterre, la France, l’Italie même, ont découvert tant de vérités, et ont élargi la sphère de nos connaissances” (298). No olvida que muchas de las naciones citadas también conocieron la intelorancia con las guerras de religión, “mais enfin les guerres finissent, l’inquisition une fois établie est éternelle” (300), como lo muestra su instauración en América. Hasta llega a pensar que la persistencia de la Inquisición en la Península refleja la oposición entre los países del Norte, donde predomina la libertad de pensamiento, y los del Sur, aún sometidos al fanatismo católico, simbolizado por el Tribunal de la fe (Dictionnaire philosophique, art. Liberté de penser). A pesar de todo, admite que se imputaron sin fundamento algunos crímenes a la Inquisición, y da unos ejemplos. También reconoce que los autos de fe son menos frecuentes en el siglo XVIII, pero “la raison qui perce avec tant de peine quand le fanatisme est établi, n’a pu les abolir encore” (299). A modo de ilustración evoca, en nota, la supuesta acción de Aranda que, a buen seguro, hubiera preferido evitar semejante publicidad: “Le célèbre comte d’Aranda a détruit en 1771 une partie de ces abominables abus, et ils ont reparu depuis”.18 Esas reflexiones histórico-filosóficas se prolongan en varios textos de ficción, más particularmente en las novelas y cuentos que representan un complemento muy eficaz en la denuncia del Tribunal. La Inquisición española y la portuguesa aparecen en ellos como un ejemplo, entre otros muchos, de lo que ya no se puede admitir en un siglo que ha hecho de la tolerancia una prioridad. En este caso, lo que im-

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Al final del art. Inquisition del Dictionnaire philosophique, se halla otro elogio de Aranda: “Enfin le comte d’Aranda a été béni de l’Europe entière en rognant les griffes et en limant les dents du monstre; mais il respire encore”. Un tercer elogio, en términos parecidos, se halla en el cuento alegórico Éloge historique de la Raison (p. 488 en la edición de 1958 de Romans et contes).

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porta no es la verdad histórica, sino el desmoronamiento del objeto de la sátira, arma principal de estos escritos. El ingenio inventivo de Voltaire recurre a la caricatura, la exageración, la ironía, la risa más o menos atrevida para, de un modo muy sui generis, divertir enseñando al lector.19 Los inquisidores son siempre hipócritas, implacables, ávidos de dinero, a menudo concupiscentes, dotados de nombres pintorescos y evocadores: don Jerónimo Bueno Caracuracador se llama el inquisidor en Historia de Jenni, anthropokaies (o sea, quemadores de hombres), los de La Princesse de Babylone. Las víctimas son judíos, pero también cristianos de dudosa culpabilidad, o extranjeros, víctimas de su ignorancia de las normas inquisitoriales. El auto de fe está representado con la escenografía habitual, a veces solo evocado y, en un caso, invertido, cuando el héroe de La Princesse de Babylone (cap. XI), Amazan, echa al inquisidor y a sus acólitos a la hoguera preparada para su bienamada princesa. El valor simbólico del acto es evidente, como lo son también las palabras del monarca de la Bética que aparece entonces y confiesa que no se había atrevido con el Tribunal por temor a la reacción del pueblo. Unos cuentos traen motivos de esperanza bajo la forma de alegorías, como la que evoca el viaje de la Razón, en compañía de la Experiencia y la Tolerancia: “Quand elle a passé sur les frontières de l’Espagne et du Portugal, elle a béni Dieu de voir que les bûchers de l’Inquisition n’étaient plus si souvent allumés”.20 La filosofía y la ficción andan, pues, de la mano en unas novelas y cuentos cuyo valor militante es bien conocido. Lo mismo que Montesquieu, otorga Voltaire mucha importancia a América en la historia de España y de Europa. Dedica tres capítulos del Essai sur les mœurs a la evocación del descubrimiento, de la conquista y de sus consecuencias. Siente una gran admiración por Cristóbal Colón (le conserva su apellido italiano, Colombo), por su audacia, su perseverancia y fuerza mental que permitieron la revelación del Nuevo Mundo, “espèce de création nouvelle” (II, CXLV, 330). Aunque pueda sorprender, Hernán Cortés le inspira un sentimiento parecido. Le asombra lo que considera como una hazaña: “Ce simple lieutenant de gouverneur 19

La sátira de la Inquisición se encuentra en: Histoire des voyages de Scarmentado (1756), Candide (1759), La Princesse de Babylone (1768), Les Lettres d’Amabed (1769), Histoire de Jenni (1775). Es un tema tocado por Roland Desné (2002). 20 L’Homme aux quarante écus (1768), p. 337 en la ed. consultada de Romans et contes (1958).

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d’une île nouvellemnt découverte, suivi de moins de six cents hommes, n’ayant que dix-huit chevaux et quelques pièces de campagne, va subjuguer le plus puissant État de l’Amérique” (II, CXLVII, 347). Estima que necesitó para ello suerte, valentía, sentido estratégico y capacidad de mando. Explica su comportamiento brutal con Montezuma por los ataques que sufrió. Recuerda que él no estaba presente cuando sus tropas degollaron alevosamente a muchos mexicanos. En cuanto a la dureza de la batalla final en torno a México, solo da más lustre al vencedor. Lo único que le reprocha es que haya intentado convertir a Montezuma cuando este se estaba muriendo. No extraña, por lo tanto, que reproche a España un reconocimiento insuficiente del valor excepcional de Colón y Cortés. La presentación de los conquistadores del Perú parece traducir mayor sombro aún: “Vers l’an 1527, deux simples aventuriers, Diego d’Almagro et Francisco Pizarro, qui même ne connaissaient pas leur père, et dont l’éducation avait été si abandonnée qu’ils ne savaient ni lire ni écrire, furent ceux par qui Charles Quint acquit de nouvelles terres plus vastes et plus riches que le Mexique” (II, CXLVIII, 354). Sin embargo, la relación de su actuación pone de relieve su codicia y su brutalidad, manifiesta hasta en sus respectivos asesinatos. De ahí la opinión ambivalente de Voltaire: “On ne sait si on doit plus admirer le courage opiniâtre de ceux qui découvrirent et conquirent tant de terres, ou plus détester leur férocité: la même source qui est l’avarice, produisit tant de bien et tant de mal” (358). Esta frase resume perfectamente la posición de Voltaire, más matizada que la de Montesquieu. Ambos filósofos habían leído prácticamente los mismos autores españoles: Las Casas, el Inca Garcilaso, Solís, a los que añade Voltaire, Herrera y Agustín de Zárate; pero no los utilizan del mismo modo. Para Montesquieu son testigos de cargo contra los españoles. Voltaire introduce matices o expresa dudas. Así es como, después de citar largamente al obispo de Chiapa, da su opinión: “Je crois le récit de Las Casas exagéré en plus d’un endroit; mais, supposé qu’il en dise dix fois trop, il reste de quoi être saisi d’horreur” (II, CXLV, 339). En el fondo no le quita valor al testimonio, pero ha manifestado el espíritu crítico del historiador. En cambio, denuncia con la misma virulencia que Montesquieu el proselitismo religioso asociado a la crueldad o el tratamiento inhumano infligido a los indios y, luego, a los negros en Potosí y en las islas antillanas. Respecto a los vencidos, también procura ser objetivo, analizando sus reacciones y mostrando

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sus errores. Al mismo tiempo, expresa su admiración por las civilizaciones azteca e inca, relativiza la crueldad de los sacrificios humanos de unos y subraya el carácter pacífico del culto al sol de los otros y llega a afirmar: “La nation du Pérou était peut-être la plus douce de toute la terre” (II, CXLVIII, 361). Estas consideraciones contrastan con el calificativo de estúpidos aplicado a los peruanos por no saber aprovechar las divisiones internas de los españoles, lo que le lleva a proclamar, de manera algo incoherente, la superioridad del hombre europeo: “tant la nature a donné en tout la supériorité aux Européens sur les habitants du nouveau monde!” (359). A pesar de ello, es cierto que la posición de Voltaire respecto a los conquistadores y a los conquistados resulta mucho más compleja y menos maniquea que la de Montesquieu. En cambio, cuando expone las consecuencias económicas de la conquista para España y Europa, sigue las teorías expuestas en el Esprit des Lois (aunque no lo menciona), añadiendo detalles o anécdotas de poca monta. También celebra el establecimiento de los jesuitas españoles en Paraguay, calificado en varios aspectos de “triomphe de l’humanité”, y que parece “expier les cruautés des premiers conquérants” (CLIV, 387). A lo largo de un capítulo explica cómo desarrollaron su labor civilizadora, ya evocada por Montesquieu, y llegaron a crear una especie de microrreinado, solo en apariencia sometido al rey. Esta alabanza de una colonización modélica no impide que Voltaire denuncie un abuso de poder por parte de la Compañía, que combate en Paraguay a los reyes de Portugal y de España, cuando en Europa sus miembros son los confesores de aquellos príncipes. Aplaude la decisión de expulsar los jesuitas de Portugal, Francia y España, por una vez reunidas en el mismo elogio. Los jesuitas de Paraguay y la guerra de Sacramento vuelven a aparecer en Candide, muy bien integrados en la acción de la conocida novela. Cuando Candide llega a Paraguay con su criado Cacambo, que ya vivió en el país, el juicio que este emite sobre los padres parece proceder directamente del Essai. Luego, cuando penetran los dos personajes en la tierra de Eldorado, presentada como la cuna de los incas, provocan la risa de los habitantes por el valor que dan al oro y a las piedras preciosas presentes por todos lados. Se marchan cargados de lo que es para ellos un tesoro y que van a perder en la prosecución de su viaje. La metáfora es fácil de descifrar, pero es interesante observar

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cómo el trabajo del historiador nutre la ficción que, a su manera, da otra vida y otros lectores a la materia histórica. En otras novelas o cuentos, son hechos concretos de la conquista de América los que se integran en la narración. Así, en Historia de Jenni, un joven inglés, ateo y perdulario, para demostrar la inexistencia de un Dios todopoderoso y bondadoso toma el ejemplo de la conquista, denunciada con palabras violentísimas. Su interlocutor, un sabio capellán inglés, atenúa la arremetida contra los españoles con esta advertencia: Tous les Espagnols éclairés conviennent qu’un petit nombre de leurs ancêtres abusa de cette liberté [la que Dios les ha dado] jusqu’à commettre des crimes qui font frémir la nature. Don Carlos, second du nom, […] a réparé, autant qu’il a pu, les atrocités auxquelles les Espagnols s’abandonnèrent sous Ferdinand et sous Charles-Quint (Romans et contes: VIII, 537).

En este caso donde se mezclan historia y filosofía, se nota una clara voluntad de presentar una visión equilibrada de España y de su relación con América, sin falsear los datos, pero con un evidente deseo de moderación y de no confundir todas las épocas. América está también presente en una tragedia de Voltaire, Alzire ou les Américains, representada en enero de 1736, cuya acción tiene lugar en Lima, en tiempos de la conquista. Se trata de una tragedia corneliana con un fuerte trasfondo histórico, ya que a la heroína inca, Alzire, se le presenta el dilema de elegir entre el deber filial (su padre quiere casarla con don Gusman, nuevo gobernador del Perú) y su amor por Montèze (capturado por los españoles). Gusman, al principio, encarna el típico conquistador, que quiere imponer su autoridad y su Dios por el hierro y la sangre. Su padre, don Álvarez, contrariamente es el símbolo del perfecto cristiano que pide a su hijo respetar con los vencidos los principios de la fe que profesa. Alzire y, más aún Montèze, son seres orgullosos, indomables, que no aceptan el yugo español. La tragedia, sin embargo, no sirve solo para llevar a la escena los abusos de los conquistadores. A los hechos históricos se superpone una lección moral, puesto que al final, Gusman, herido de muerte por Montèze, le perdona, enseñándole la diferencia entre sus dioses, que piden sangre y venganza, y el suyo, que es misericordia. In fine, comprende que hay otra manera de conquistar, y da otra imagen de España. Es curioso observar cómo, al transformarse en tema de fic-

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ción, la conquista americana da lugar a inesperadas ampliaciones, como la de demostrar “combien le véritable esprit de religion l’emporte sur les vertus de la nature”, según lo declara Voltaire en el “Discurso preliminar” a dicha tragedia.21 No cabe duda de que Voltaire llegó a tener un buen conocimiento de la historia española, mucho mejor, en todo caso, que de la sociedad y de las artes de este país. El gran viajero que era no conocía España, y cuando escribe —poquísimas veces— sobre el país y sus costumbres, lo hace ensartando tópicos más propios de las Lettres persanes que de una obra histórica como el Essai sur les mœurs: al evocar lo que hoy se llama el Siglo de Oro, compara la tierra española a los desiertos de Arabia y la condición de la mujer a la de África. Todo el mundo toca la guitarra y, sin embargo, la tristeza reina; la actividad de los ciudadanos se limita a las prácticas religiosas. Una frase resume, no lo que él piensa, sino lo que se decía sobre España: “On disait alors que la fierté, la dévotion, l’amour et l’oisiveté, composaient le caractère de la nation” (II, CLXXVII, 633). De manera sorprendente, a continuación, como si quisiera restablecer el equilibrio entre los clichés y la realidad, vuelve el historiador para mostrar una España entonces menos bárbara que Francia o Inglaterra: Il n’y eut aucune de ces révolutions sanglantes, de ces conspirations, de ces châtiments cruels, qu’on voyait dans les autres cours de l’Europe. Ni le duc de Lerme, ni le comte Olivarès, ne répandirent le sang de leurs ennemis sur les échafauds; les rois n’y furent point assassinés comme en France, et ne périrent point par la main du bourreau, comme en Angleterre. Enfin sans les horreurs de l’Inquisition on n’aurait eu alors rien à reprocher à l’Espagne (633).

Cuando presenta el estado de las letras y las artes españolas en la misma época, se mezclan de nuevo los elogios y los reparos, algunos de estos sorprendentes. “Les Espagnols, depuis le temps de Philippe II jusqu’à Philippe IV, se signalèrent dans les arts de génie” (632). Esta alabanza inicial se justifica luego por la calidad del conjunto de la literatura española en aquel entonces. En cambio, y no es una sorpresa, 21

Sobre la presencia creciente de la conquista americana en la literatura francesa del siglo XVIII, véase el sugestivo artículo de Isabel Herrero y Jean-Marie Goulemot (2002).

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considera que la Inquisición impidió el desarrollo de las ciencias y de “la saine philosophie”. Más extraño es el juicio negativo sobre las Bellas Artes: “Ils eurent quelques peintres de second rang, et jamais d’école de peinture. L’architecture n’y fit point de grands progrès” (632). Se recordará que Voltaire consideraba que la fama de un pintor dependía del precio de sus creaciones en el extranjero (Le Siècle de Louis XIV, “Artistes célèbres”, 1217). No era, desde luego, el caso de El Greco o de Velázquez, cuyo reconocimiento internacional tardó mucho en concretarse. No traduce, pues, el juicio de Voltaire un desprecio personal, sino ignorancia y, tal vez, poco interés por el arte español. Es muy significativo que en el capítulo XXXIV del Siècle, titulado “Des beaux-arts en Europe, du temps de Louis XIV”,22 Voltaire se olvide totalmente de España, lo que revela más que todo una información deficiente que dificultaba la inclusión de la nación vecina en este panorama cultural. En el estricto dominio de las letras, su ignorancia no era tan supina. Ya se han mencionado los escritores españoles que le ayudaron (¿de primera o segunda mano?) a tratar de la conquista. También remite en el Essai a las obras de Antonio Pérez. Por otra parte, como dominaba el latín, pretendía entender el español. Lo cierto es que tenía en su biblioteca una edición del Quijote en castellano (también una versión francesa), y que tradujo la comedia de Calderón En esta vida todo es verdad y todo mentira, comunicada por Mayans. No es nada extraño que le interesara el teatro, el que tanto aspiraba a descollar en este dominio. Varias veces en su obra hace referencia a la comedia española. Reconoce sin reticencia las deudas de los escritores franceses, en particular la de Corneille que nunca la negó (Le Siècle de Louis XIV, cap. XXXII, 1010-1012). En el Essai, afirma la supremacía del teatro español en los siglos XVI y XVII, y su influencia en Inglaterra y en Francia (II, 632). Admira a Lope de Vega, a quien califica de “génie égal, pour le moins, à Shakespeare” y reproduce (traducidos) unos veinte versos de su Arte nuevo, aunque sea para reprocharle sacrificar al gusto del vulgo (1829: Dissertation du traducteur sur l’Héraclius de Calderon). En cambio, Calderón no goza del mismo aprecio. El interés de Voltaire por la comedia ya mencionada procedía de una disputa li22

Por beaux-arts, Voltaire entiende las creaciones que dependen únicamente del espíritu (letras, filosofía, matemáticas…). Utiliza la palabra arts para lo que hoy llamamos Bellas Artes.

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teraria sobre quién, Corneille o Calderón, se había inspirado en el otro. La Dissertation administra un auténtico varapalo a Calderón, cuya obra muestra “une imagination effrénée”, “une démence barbare”, y carece de verdad, de verosimilitud y de natural. Por lo tanto, una comedia tan particular no puede copiar a ninguna otra y, además, le han dicho a Voltaire que Calderón no sabía francés (ni historia, ni latín). Cuando, finalmente, deja entender que pudo Corneille tomar algunos versos de Calderón, se las arregla para insultar al autor español: “Il est bien naturel que Corneille ait tiré un peu d’or du fumier de Calderon; mais il ne l’est pas que Calderon ait déterré l’or de Corneille pour le changer en fumier”. La violencia del tono es característica de las disputas literarias de aquellos tiempos, y en absoluto corresponde a la opinión que tenía Voltaire del teatro español en general. Más allá de la gran difusión que tuvieron las obras de Montesquieu y Voltaire, sus observaciones sobre España y América tuvieron, a través de la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert una magnífica caja de resonancia. En efecto, y no son más que unos ejemplos, las consideraciones de Montesquieu sobre la riqueza española se trasladan al gran Dictionnaire; la mayor parte del artículo Espagne procede del Siècle de Louis XIV, y Voltaire inspira también la presentación de los Habsburgo, así como la de los descubridores y conquistadores de América.23 No todo, es cierto, era favorable a España, y el éxito de dichas obras hizo que se llegara a denunciar con frecuencia una inquina a España en el bando de los filósofos franceses. Es de notar, primero, que Rousseau nunca se refiere a España y Diderot tampoco, excepto en una frase de apoyo a Olavide cuando tuvo problemas con la Inquisición. Luego, queda por averiguar si la supuesta inquina procedería del rencor por la grandeza pasada de España, del deseo de mantenerla, en cierto modo, bajo la tutela de Francia, o de un sentimiento de superioridad que podían manifestar aquellas figuras de las letras. En los textos examinados no se halla nada que justifique la primera interpretación. Las otras, en cambio, podrían fundamentarse en algunos textos o frases de Montesquieu, más displicente que Voltaire respecto a España. La utilización que hace el primero de los supuestos 23 Sobre la presencia de España en la Encyclopédie, me permito remitir a un artículo mío (2002).

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rasgos del carácter nacional español no está desprovista de malevolencia, mientras que, en el segundo, más bien forma parte de un juego literario en el que no quedaba a salvo ningún país. En cuanto a los ataques a la Inquisición, tanto española como portuguesa, y, por extensión, a la evangelización forzada en América, corresponden a una actitud militante a favor de la tolerancia, heredada de Montaigne, que ya denunciaba la alianza de cristianismo y colonización sanguinaria. Por otra parte, ambos escritores revelan un conocimiento mínimo de la literatura y de las artes españolas, que contrasta con su interés por Italia e Inglaterra. En cambio, en las obras históricas, tomando en cuenta lo que era entonces aquella disciplina, se muestra Voltaire bien informado y ecuánime con España, a la que presta en el Essai la importancia que merece, según las épocas, entre las muchas naciones consideradas. Montesquieu, que tenía un espíritu más sistemático que Voltaire, de modo general practica una crítica más cáustica de España; pero la influencia que tuvo su análisis del uso equivocado de las riquezas americanas no debe llevar a la conclusión de que se ensañaba con España: otras muchas naciones están examinadas bajo varios aspectos en el Esprit des lois, y el caso español no es más que el punto de partida de un ejercicio intelectual con aplicaciones político-económicas. Lo cierto es que ni a Montesquieu, ni a Voltaire se les hubiera ocurrido formular las impertinentes preguntas de Masson que, de ningún modo, puede considerarse como un heredero suyo. A pesar de las lagunas señaladas, ambos habían leído y reflexionado sobre España; sabían y decían lo que había sido: una potencia hegemónica en Europa. Si Voltaire no parece muy interesado por el presente de España, después de la guerra de Sucesión (¡seguía siendo la tierra de la Inquisición!), hasta el final de su vida (1755) Montesquieu estuvo atento a la evolución política y económica del país vecino, que nunca condenó a la decadencia perpetua.

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LECTURAS SOBRE LA CULTURA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XVIII FRANCÉS José Checa Beltrán Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC)

INTRODUCCIÓN. NACIONALISMO, CANON E IDEOLOGÍA Estas páginas se ocupan de examinar la imagen de la cultura española en la Francia del XVIII, de analizar las “lecturas” que los letrados franceses de la época hicieron de nuestro país. En la historiografía al uso domina la idea de que la Francia del siglo ilustrado no solo mantuvo vigente la supuesta leyenda negra antiespañola, sino que despreció a España, ignorando o subestimando su legado histórico, y manifestando poco interés por conocer la actualidad de su cultura. Según mis investigaciones, estas opiniones merecen una rectificación. La historiografía ha repetido y subrayado las negativas opiniones sobre el papel histórico-cultural de España que expresaron Montesquieu, Voltaire o algunos otros autores franceses, así como la enorme carga negativa del imaginario francés sobre España.1 Hay mucho de cierto en

1

Por citar solo una fuente que resume ese imaginario, digamos que Lydia Vázquez (1997: 426) concluye que “les philosophes et écrivains français” del XVIII estimaban que los españoles (y también los portugueses) eran “superstitieux, insensibles aux raffinements des arts et des lettres, ne sachant composer que de mauvaises comédies (et ce, malgré leur passé littéraire glorieux) et des couplets à chanter devant les rejas des fenêtres, bigots, Portugais et Espagnols sont des représentants de nations opposées par tradition aux Lumières, comme le montrent les nombreux et atroces autodafés qui ont lieu en terres péninsulaires. Ce n’est pas pour rien qu’ils ont été appelés les ‘cafres’ de l’Europe”.

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que los “philosophes” franceses fueron muy críticos con España, a quien se asimilaba invariablemente con la Inquisición, el fanatismo eclesiástico, la superstición, la crueldad en las colonias americanas, etc. Sin embargo, no existen estudios monográficos sobre la existencia de corrientes de opinión francesas reconocedoras del papel histórico de España y de sus aportaciones a la cultura occidental. Tampoco existen, que sepamos, estudios sobre la existencia de medios franceses interesados en establecer canales de comunicación con los españoles. Indagar en esa línea es objetivo de este trabajo. En los últimos años he tenido la oportunidad de examinar un buen número de textos dieciochescos franceses que, creo, nunca habían sido analizados con la citada perspectiva y que, como digo, desmienten o puntualizan esa idea de una Francia absolutamente despreciativa con todo lo español. Todo lo contrario se desprende de algunos importantes periódicos y libros franceses de la época, que demuestran la existencia de una corriente francesa reconocedora del legado cultural español, coexistente con otra, la de los “philosophes”, muy crítica al respecto. Ello no significa que los autores favorables a España militasen en el campo de la antifilosofía o de la reacción política. En general, militaron en el campo reformista, algunos fueron masones y compartieron en gran medida el pensamiento enciclopedista. Pero su carácter independiente, su cercanía al gobierno y el hecho de no pertenecer a grupos de poder “filosóficos”, le alejaron de estos, con quienes algunos mantuvieron sonadas polémicas. Caso aparte es el de las Mémoires de Trévoux, cuyo acercamiento a España se produjo en unos años en que el filosofismo aún no había cobrado fuerza en Francia. A falta de ulteriores investigaciones que amplíen y profundicen mi campo de análisis, podemos sostener que en el siglo XVIII francés hubo ciertos periódicos interesados en mantener contactos con la intelectualidad española, bien predispuestos para enjuiciar el legado de nuestro país, bastante elogiosos con la aportación cultural española y críticos con sus compatriotas “philosophes” por su desinterés o excesivo rigor en sus juicios sobre el legado histórico español.2 He estudiado para este trabajo los siguientes: 2

Sin embargo, y en contra de la opinión historiográfica más extendida, la profesora Étienvre muestra en las páginas de este libro cómo Voltaire fue con respecto a España menos crítico de lo que siempre se ha dicho.

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Mémoires de Trévoux. Memoires pour (servir a) l’histoire des Sciences et des Beaux-Arts, 1701-1767). Journal étranger (1754-1762). L’année littéraire (1754-1790). L’Espagne littéraire (1774). Además, existen otros periódicos de la época en que se dieron noticias de España sin reseñables prejuicios en contra: por ejemplo La Gazette Littéraire de l’Europe (1764-1766), Variétés Littéraires, (1768-1769), o Nouvelles de la république des lettres et des arts, publicado entre 1777 y 1788 (Étienvre 1973).3 De gran interés son los vínculos que existen entre los editores de tres de estos periódicos, Journal Étranger, L’Espagne littéraire y L’Année littéraire, cuyas líneas editoriales comparten explícitamente su positiva estimación sobre el legado español, así como la conveniencia de darlo a conocer en Francia. Pero no solo en la prensa hallamos esa actitud favorable a España: la Bibliothèque universelles des romans (1775-1789) hace una extensísima apología de la producción novelística española. Modelo de ecuanimidad es el Tableau de l’Espagne Moderne, de J. Fr. Bourgoing, que gozó de varias ediciones en francés en el paso del siglo XVIII al XIX. Entre otros, L.S. Mercier supo reconocer algunos méritos del legado “barroco” español en De la littérature et des littérateurs (1778).4 El carácter sintético de las próximas páginas no me permitirá detenerme en algunas cuestiones que merecerían un mayor desarrollo: por ejemplo, el desconocimiento francés del legado español era mayor por lo que respecta a la producción española de las útimas décadas del siglo XVII y siguientes. En efecto, la aportación cultural de España en su

3

La profesora Étienvre ha estudiado este periódico desde la perspectiva que aquí nos interesa. En él aparecen más noticias sobre España que en L’Année littéraire y el Journal étranger; sin embargo, son simplemente noticias sobre el ámbito cultural español, sin comentarios al respecto (1973: 328). Con posterioridad al asunto Masson, las Nouvelles demostraron su simpatía por la causa española (1973: 331). 4 Naturalmente, existen otros textos favorables a España mejor conocidos por la historiografía. Entre otros, el libro de Jean de Vayrac, Etat présent de l’Espagne (1719), cuya descripción geográfica e histórica de España es claramente apologética; escrito contra “algunos autores modernos” que “en parlant des moeurs et des usages du Gouvernement des Espagnols” le atribuyen defectos que no tiene. Asimismo, sus opiniones sobre las costumbres y el carácter de los españoles es muy positiva.

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etapa de gran potencia mundial era más conocida y apreciada en Francia. Por otra parte, la comunicación francoespañola creció paulatinamente durante el siglo XVIII. Asimismo, es innegable que cuando la Francia del siglo XVIII dirigía su mirada al extranjero, estaba interesada principalmente en Inglaterra, menos en Italia y Alemania, y algo menos aún en España.5 Finalmente, el hecho de que muchos autores franceses del XVIII conocieran y enjuiciaran las aportaciones culturales españolas consolida la idea de la existencia de una cultura europea común, cuyo sustrato colectivo no se diluye porque una nación antes fuerte entre en decadencia, ni desaparece por disensiones ideológicas o guerras. Junto a las discrepancias coyunturales, los distintos países participan de un legado común europeo, cuya valoración sufre los vaivenes derivados de la política o de los cambiantes gustos estéticos, pero cuya existencia y difusión en Europa permanece a los largo de los siglos. Nuestro examen será muy sintético y tendrá un doble propósito. Primero: el de subrayar que en la construcción de un imaginario nacional (aunque en cada nación puedan coexistir diversos imaginarios, como es nuestro caso) juegan un papel determinante tres elementos: un omnipresente nacionalismo político-cultural, el canon estético dominante en cada país, así como la ideología e intereses particulares de los distintos escritores. Segundo: el de ilustrar estas páginas, aunque brevísimamente, con diversos ejemplos relativos a la positiva recepción francesa del legado español, muy desconocida hasta ahora. Obviamente, en tan pocas páginas no puede darse cuenta detallada de un asunto tan complejo, cuyos diferentes aspectos necesitarían ser investigados de manera monográfica, atendiendo a cuestiones como la cambiante relación diplomática entre ambos países, las variaciones en el paradigma estético, las alteraciones en la ideología e intereses coyunturales de los autores, etc. Me conformaré, por el momento, con ofrecer un panorama general lo más representativo posible, y ofreceré en publicaciones posteriores detalles más precisos de cuanto aquí presento de manera panorámica y resumida.

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Todo ello dependía, lógicamente, del ámbito cultural al que Francia dirigía su mirada. Por ejemplo, Italia fue una referencia de primer orden en el campo de la música y las bellas artes.

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Permítaseme una última reflexión antes de comenzar mi exposición: el llamado “imaginario nacional” sobre otra nación supone una representación que condensa sucesivas “lecturas” históricas —determinadas por la relación política, militar y cultural entre países—, que en cada momento encarnan la opinión mayoritaria de un país sobre otro. Una opinión que incluye valoraciones sobre la historia, el legado cultural y el carácter de una nación. Para empezar, he de subrayar que en casi todos los textos franceses que he leído (incluidos los favorables a España) subyace la idea, más o menos explícita, de que España ha estado dominada históricamente por la Iglesia y la Inquisición, con resultados nefastos para sí misma y su entorno. Pero, como digo, además de esta idea existen en muchos textos estimaciones muy positivas sobre la contribución española al legado occidental. Opiniones, como he adelantado, pasadas por el filtro nacionalista, estético e ideológico. Los textos examinados pertenecen preferentemente al ámbito literario-cultural, aunque su significado solo podrá entenderse situándolos en su marco político y social. Obviamente, su grado de nacionalismo dependerá de la lucidez, objetividad, cultura, capacidad autocrítica e intereses personales de cada autor, pero merece subrayarse que el nacionalismo está presente incluso en los letrados más cosmopolitas, autocríticos y abiertos al exterior. En nuestro caso, habremos de referirnos en este punto a la conocida como “leyenda negra”. Por otra parte, cada país profesa mayoritariamente un canon cultural que, aunque en determinados momentos históricos sea parecido al del grupo de países de su entorno, siempre posee caracteres propios que lo distinguen. En nuestro caso, y concretamente en los ámbitos literario y artístico dieciochescos, podríamos señalar el acendrado clasicismo de la cultura institucional francesa, frente a las vacilaciones españolas entre un canon barroco o neoclásico. Finalmente, como elemento decisivo que aglutina y personaliza los anteriores, hallamos la ideología, militancia política e intereses personales de cada autor. Ello condiciona e individualiza decisivamente las “lecturas” de cada autor. Obviamente, cuando la actitud ante España es negativa por motivos ideológicos ya a priori, el canon y el nacionalismo refuerzan el descrédito del legado cultural español. Por otro lado, hasta los autores franceses mejor predispuestos con España modificaron esa buena pre-

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disposición cuando en sus juicios interfieren cuestiones de gusto y patrióticas. Considero que dichos elementos deben ser sopesados en la presente investigación, cuyo objetivo es, como digo, mostrar que, en contra de la historiografía al uso, en la Francia del siglo XVIII existió una corriente de acercamiento a España que valoró el legado cultural español y que estuvo interesada en crear redes de contactos que permitieran a los franceses conocer mejor la historia cultural y literaria de España, así como las novedades literario-culturales que iban apareciendo en nuestro país.

CANALES DE COMUNICACIÓN Como apuntábamos, muchos autores franceses conocen relativamente bien la cultura española hasta mediados del siglo XVII, pero no sucede igual con la producción española de finales del XVII y del siglo XVIII, que es deficientemente conocida. Asimismo, existen en la Francia del XVIII autores con escaso interés por mejorar su conocimiento del legado histórico español, por ejemplo los “philosophes”. Pero también existen, como sostengo en este trabajo, letrados franceses del siglo ilustrado que enjuician ese desinterés como una limitación para Francia; se lamentan del desconocimiento que existe en su país de la cultura española reciente y consideran conveniente una mejor información al respecto. Se quejan también de que muchos escritores franceses enjuicien negativamente la literatura castellana cargados de prejuicios y sin apenas conocerla. Existen, así pues, en la Francia del XVIII medios periodísticos y autores verdaderamente interesados en acercarse a España, mediante la traducción de obras españolas y el establecimiento de contactos permanentes para estar al día de su producción intelectual. Su actitud es verdaderamente cosmopolita, desprejuiciada, con un auténtico deseo de conocer lo que se publica en otros países, lo cual no es tan fácil si no cuentan en ellos con corresponsales. Por ello, esos periódicos manifiestan explícitamente, como vamos a comprobar, su deseo de mantener corresponsales en España que les mantengan bien informados de sus novedades editoriales y sus acontecimientos culturales.

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Disponemos de numerosas pruebas sobre las deficiencias en la comunicación cultural francoespañola durante la primera mitad del siglo XVIII. Muestra de ello es la reseña que en 1747 (VIII, 1432-1441) publicaron las Mémoires de Trévoux acerca de la Carta latina de Ignacio Philalethes a los P.P. de Trévoux sobre lo que se dice en las Memorias del mes de marzo de 1742 acerca de las cosas literarias de España (Zaragoza, 1743). El hecho de que esta Carta, escrita por Luzán y en la que los memorialistas estaban directamente concernidos y criticados, se publicara en España en 1743 y de que los franceses solo tuvieran conocimiento de ella cuatro años después, es sintomático de la falta de agilidad en la exportación de noticias culturales de España a Francia (no sucedía así en el caso contrario). Los memorialistas se lamentan de ello. Dicen que solo ahora (en 1747) han tenido conocimiento de este escrito publicado en España hacía ya cuatro años. Esto justifica, dicen, lo que ellos mismos afirmaban en marzo de 1742 (XXII, 1432): que los franceses “sommes communément assez peu instruits de ce qui concerne la littérature d’Espagne” [contemporánea]. Los monjes franceses, deseosos de acabar con esa incomunicación, desean mantener con España una comunicación permanente: “Finissons par un projet de paix entre nos Mémoires et tout ce qu’il y a de gens de lettres dans les Royaumes d’Espagne. Les conditions du traité seraient que des deux côtés” haya estima y cortesía. Según ese acuerdo, los sabios españoles procurarían a los autores de Trévoux los medios para conocer las obras que se impriman más allá de los Pirineos, las cuales serían reseñadas por los periodistas franceses con tanto cuidado como equidad.6 A propósito de esta necesidad de canales de comunicación, las Mémoires de Trévoux publican otra reseña (1753: XV, 2685-2704) sobre un libro editado por David Clément, Specimen bibliothecae hispano-majansianae, o Idée d’un Catalogue critique des Ecrivains Espagnols. Dice el reseñador que los bibliográfos de todo el mundo necesitan unos de otros para darse a conocer los libros raros que les interesan. “M.Clément a su qu’il y avait en Espagne un docte personnage qui s’était fait une belle et nombreuse collection de livres; il a recherché sa connoissance, et l’union a 6

Era lógico, por otra parte, que los jesuitas franceses tuvieran esa buena disposición con la patria de San Ignacio, donde, por ejemplo, monjes de su orden eran confesores de los reyes.

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été bientôt faite. Ce Savant est d. Gregorio de Mayans”, del que, dice, ya hemos hablado con ocasión de la Biblioteca de Escritores del Reino de Valencia. En el Journal étranger (1760: enero janvier, XXXVI) se dice que en este periódico desean dar a conocer a los buenos escritores y hombres célebres de todas las naciones, por lo que instan a sus “voisins” “à nous faire parvenir des Mémoires” y retratos de hombres ilustres. La respuesta desde España llega en una carta anónima datada el 13 de febrero de 1760 y escrita probablemente por quien va a ser el corresponsal español, Gaspar de Montoya (Pageard 1959: 388 y 393). Publicada en mayo de 1760 (“Lettre sur la Littérature Espagnole”, 188-202) y dirigida a los editores del periódico, el autor dice que no puede informar de todas las obras que se publican en España, pero sí de las que pueden servir para que en Francia se conozca mejor al país vecino. Sin embargo, es cierto que muy avanzado el siglo XVIII, y a pesar del esfuerzo de algunos medios franceses por acercarse a la cultura española, España seguía siendo en Francia menos conocida que otros países europeos, lo que equivale a decir que se le había prestado menor atención. En 1774 (I, 2), en el Prospectus de l’Espagne littéraire, con que se inicia esta publicación dedicada a España y a Portugal, se dice que en Francia se han traducido y se conocen las mejores obras de Inglaterra, Italia y Alemania, pero “une seule mine nous restait à exploiter”, la de la literatura española, bien digna de “fixer nos regards et d’interesser notre curiosité”. L’Espagne littéraire publica (1774, IV, 3-22) un texto donde el corresponsal en España del periódico (M. d’Arévalo) subraya que la literatura española fue en los siglos pasados muy bien acogida por los autores franceses, que no desdeñaban beber de ella, “d’y puiser”. Es un hecho que la lengua española estaba de moda, no solo en Francia “mais ailleurs”. Después, cuando el español ha pasado de moda y no se usa el latín, todo ha cambiado, “les canaux de Communications ont été interceptés” y las producciones de los españoles no se exportan. Por eso en Francia se las ignora y se cree que no existen. De ahí la necesidad de restablecer los antiguos canales de comunicación. En este artículo se da una explicación política a la escasa presencia de España en la Francia y la Europa contemporáneas. El hecho es que la literatura española no es suficientemente estimada hoy por las otras naciones: “quelques changements dans l’Ordre politique de l’Europe

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ont pu y contribuer”; cuando reinaba en España la Casa de Austria y poseía en Europa amplios territorios, la literatura española estaba más extendida. Los españoles frecuentemente imprimían sus obras en Milán, Nápoles, Bruselas, Amberes, Ámsterdam, etc. Ahora todo ha cambiado, pero es necesario restablecer una comunicación fluida con España. El deseo de instituir canales con España se advierte también en la Bibliothèque universelle des romans, donde el editor (1776: juillet, premier volume, III, 1-17) solicita ayuda para acceder al conocimiento de la novela española contemporánea, peor conocida que la de siglos pasados: “nous ne sommes pas en état de nous expliquer sur l’état actuel des Romans en Espagne. Nous ne savons à quel genre les Auteurs modernes de fiction s’attachent aujourd’hui, et s’il y a même de la fertilité chez eux. Nous serions reconnaissants si l’on voulait nous donner des éclaircissemens à ce sujet. Ils rendraient plus utile et plus abondant l’usage que nous nous proposons de faire des Romans de cette Nation, et contribueraient beaucoup au plaisir et à l’instruction de nos lecteurs”. Así pues, si bien es constatable la escasez de canales de comunicación entre España y Francia durante gran parte del siglo XVIII, también es evidente el interés de ciertos medios franceses por entablar contactos. Ello iba acompañado de una actitud muy positiva en sus “lecturas” del legado español.

ELOGIOS AL LEGADO ESPAÑOL. DEUDAS FRANCESAS CON ESPAÑA La buena predisposición hacia España de ciertos medios periodísticos franceses incluye el reconocimiento de sus pasados méritos culturales y científicos, así como de sus progresos contemporáneos. Para los críticos franceses, normalmente de gusto clasicista, los principales logros de los españoles en el ámbito literario son aquellas obras que se enmarcan en esa estética. Pero, además, esos críticos se muestran muy comprensivos y elogiosos con obras españolas que escapan a ese gusto. En el campo del pensamiento literario, el decidido clasicismo de la Poética de Luzán proporciona a las Mémoires de Trévoux la oportunidad de hacer una sincera y consistente apología de una obra española. En

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efecto, en 17487 (995-1027; 1248-1280; 1438-1471) publicaron una larga reseña sobre este tratado de Luzán, con enfáticos elogios para el autor español, cuyos principios literarios coincidían con el clasicismo francés y cuya obra supuso una gran sacudida antibarroca en las mentes de los españoles. “L’Ouvrage que nous annonçons au Public est le fruit d’une lecture immense et d’une étude profonde. Il semble que M. de Luzan soit de tous les Pays de l’Europe, tant il est au fait de la littérature de chaque peuple. Il en connaît tous les bons Auteurs”, exceptuando los ingleses. “Pour l’honneur de M. de Luzan, nous souhaiterions que la Langue Espagnole fût aujour-d’hui à la mode en France. Il ne manque à cet Ouvrage que des Lecteurs”. Y acaban felicitando “très sincèrement l’Espagne d’avoir produit un Art Poétique aussi parfait que celui de M. de Luzan” (996-998). Como pueba de una España actualizada en el conocimiento científico, las Mémoires de Trévoux (1753: 2925-2929) reseñan una obra titulada Thèses de philosophie spéculative et expérimentale, soutenue dans l’Université de Cervera, publicada en Cervera, en 1753, sin nombre de autor. Estas tesis, se dice, nos instruyen del estado de las ciencias filosóficas en España: “le goût de la nouvellle Philosophie y perce sensiblement; à l’Electricité près, on y trouve les systèmes et les découvertes les plus récentes…”. Se conoce a Newton y se le estima —dice el recensionista— sin mirarlo como el oráculo de la Naturaleza. Se dice que el autor español ha incluido en su obra la historia de todas las sectas filosóficas, y demuestra que le atrae especialmente la Física. El articulo “Inventions dues aux Espagnols dans différents genres” (1774: II, 83-99) es una muestra del reconocimiento del periódico L’Espagne littéraire a las aportaciones españolas a la ciencia y las letras: tomando como base un artículo del Teatro Crítico de Feijoo sobre este tema, enumera y explica algunos descubrimientos que los españoles han hecho en navegación, máquinas mineras, medicina, etc., así como el carácter modélico de sus libros en el ámbito del Derecho y la Historia. La conclusión es: “et que d’autres Nations se sont attribuées pour la plupart, sans faire nulle mention des premiers inventeurs”, los españoles. 7

Nótese que han pasado once años entre la publicación de la Poética (1737) y la aparición de esta reseña en las Mémoires, muestra de las carencias en la comunicación entre ambos países.

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L’Espagne littéraire insiste en la positiva evolución que ha experimentado España en las últimas décadas. Sus ciudades, el carácter de sus habitantes, sus costumbres, sus progresos culturales, etc. Sus academias y sociedades literarias no son inferiores a las francesas, los españoles son graves, confiados y solidarios, el espíritu industrioso de sus habitantes se ha desarrollado, también la limpieza y belleza de sus ciudades y casas, España cuida las artes, el comercio y la industria, etc. En el primer número de L’Espagne littéraire (1774: I, 18-35) aparece un artículo titulado “Lettres Espagnoles pour l’instruction des étrangers”, escrito por el corresponsal del periódico en España, don Pedro Pérez de Arévalo. Allí se dice que “Madrid est devenue une des Villes les plus propres de l’Europe. Toutes ses rues sont larges, droites bien alignées; les maisons spacieuses et commodes”. El comercio exterior e interior de España “s’accroît de jour en jour”. Aparecen también elogios a las distintas Academias españolas: la de la Lengua, de Historia, de Medicina, de Bellas Artes. Este periódico se erige como defensor de la imagen de España al hacerse eco (1774: IV, 346-350) de una publicación en forma de cartas escritas desde Madrid en los años 1760-1761 por el doctor Clarke, de la Universidad de Cambridge, que vivió en España durante dos años. El articulista dice que en estas cartas —muy críticas—, sobre las finanzas, marina, agricultura, comercio etc. en España, no ha encontrado ningún detalle que no sea o falso en el fondo, o desfigurado por su autor. Cuando Clarke habla de literatura española lo hace casi siempre de manera negativa, a pesar de haber reconocido que solo conoce la lengua española de manera superficial. Todo ello demuestra la ignorancia del autor inglés, que comete un gran número de errores e inexactitudes. Además, esta publicación muestra su constante preocupación por que los libros españoles sean traducidos o conocidos en Francia. Así sucede, por ejemplo, cuando se reseña la Historia literaria de España de los Mohedano. El recensionista escribe: “elle mériterait bien l’honeur de la traduction” al francés (1774: IV, 138). La defensa de los progresos españoles se sigue registrando en los años ochenta. En un discurso de Claude Camille François, titulado “Discours sur l’histoire, le gouvernement […] de plusieurs nations de l’Europe”, y publicado en L’Année littéraire (1783: I, 190-209) se dice que “Le Roi d’Espagne, qui non content de vouloir le bien, cherche encore à le faire, a réprimé beacoup d’abus”. Para disipar la ignorancia y

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eliminar las malas costumbres en su imperio, ha instituido una ‘Sociedad de amigos de la Patria’, cuyo fin es favorecer la agricultura, las artes y los oficios. Gracias a él se han construido puentes, canales, caminos, etc. Además, y ello prueba la ideología reformista del periódico, el autor francés dice que el rey se ha rebelado contra los fastos de los señores de la corte, contra los derechos de los grandes de España. En la Bibliotheque universelle des romans (1781: novembre, 3-40), a propósito de El Conde Lucanor, junto a notables elogios a esta obra y a su autor se escribe: “Nous ne pouvons nous refuser au plaisir d’observer ici, que, dans un temps où la Noblesse de L’Europe se piquoit du singulier mérite de ne savoir pas signer son nom, il y avoit en Espagne de grands Seigneurs, des Princes du Sang et des Rois qui faisaient des livres”. El Tableau de l’Espagne Moderne de Bourgoing es una de las obras francesas que más espacio dedica a comentar, con una gran objetividad, el carácter y las aportaciones culturales y políticas españolas, dedicando una especial atención a los cambios que se registran en la segunda mitad del siglo XVIII. Bourgoing habla de los prejuicios con que se ha enjuiciado a España. Y sostiene que el progreso, aunque lento, de las luces y de la filosofía bien entendida, ha dulcificado sensiblemente las costumbres. Las huellas de la antigua barbarie desaparecen sucesivamente (1807: II, 335). En efecto, J. Fr. Bourgoing comienza su excelente Tableau de l’Espagne Moderne explicando que su objetivo es rectificar errores y prejuicios “dont l’Espagne est encore l’objet pour le reste de l’Europe” (1807: I, V). No quiere ofender a España ni a la verdad, motivo por el que estará en guardia con el tono de sus elogios y de sus sátiras (1807: I, VIII-XIX). El propio Voltaire, en un artículo titulado “Anecdotes sur Le Cid”, publicado como anónimo8 en Variétés littéraires (1768-1769), defiende la generosidad de los españoles frente a la envidia de los franceses, que criticaron a Corneille por sus faltas a las reglas y a la moral: Cependant les auteurs espagnols n’essuyèrent aucun reproche, et les ennemis de Corneille l’accusèrent de corrompre les moeurs. Telle est parmi nous la fureur de l’envie. Plus les arts ont été accueillis en France, plus ils 8

Pageard lo atribuye a Voltaire (1959: 398): se trata de un artículo que se publicó primero en La Gazette littéraire de l’Europe (1764: juillet, II, 229) y después en las Variétés littéraires (1768-1769), de Arnaud y Suard.

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ont essuyé de persécutions. Il faut avouer qu’il y a dans les Espagnols plus de générosité que parmi nous. On ferait un volume de ce que l’envie et la calomnie ont inventé contre les gens de lettres qui ont fait honneur à leur patrie (Variétés 1804: III, 274-282).

Voltaire también manifestó su reconocimiento por la cultura española de tiempos pasados. En su Ensayo sobre las costumbres sostiene que los españoles tuvieron una clara superioridad sobre los demás pueblos: su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milán, en Turín; “sus modas, sus formas de pensar y de escribir, subyugaron a las inteligencias italianas y, desde Carlos V hasta el comienzo del reinado de Felipe III, España tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos” (Perez 2010: 46). Son innumerables las ocasiones en que bastantes autores franceses reconocen las copias, imitaciones o deudas de la literatura francesa con respecto a la española, sobre todo en el ámbito del teatro y de la novela. A veces consideran que los originales españoles son más valiosos que las copias francesas, y a veces estiman lo contrario. Pero en todos los casos reconocen en las obras españolas valores como la imaginación y el genio. En general, sitúan las principales aportaciones culturales de España durante el siglo XVI y parte del XVII, época en la que reconocen que España fue un modelo digno de seguir. Una de las publicaciones que más contribuyó en Europa a la dignificación literaria de la novela como género literario fue la Bibliothèque universelle des romans, que se publicó en 112 tomos entre 1776 y 1789. En ella se trataba de novelas francesas, pero también de las extranjeras vertidas al francés, y contiene una clara apología de la novelística española, en muchos casos de la traducida al francés, y en otros muchos de la imitada o plagiada por los franceses, según la propia Bibliothèque reconoce. Tras los dos primeros volúmenes de la colección, dedicados a las novelas griegas y latinas, en el tercer tomo (premier volume, tome 3, 216) se dice que ha llegado el momento de aproximarse a los tiempos modernos, “à l’Europe Romanciére”: en la colección se harán extractos de las novelas europeas, que irán precedidos de algunas reflexiones sobre el genio y el carácter de la nación tratada, porque este género “tout frivole qu’il est, caractérise peut-être mieux l’esprit de chaque nation qu’aucun autre”. A continuación, se manifiesta que se seguirá

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un orden en el uso de las riquezas novelísticas europeas. Es decir, asignarán un rango a cada nación, “en employant leurs productions. Cet ordre nous est inspiré par la justice. Nous pensons que les Espagnols doivent avoir le pas sur tous les autres peuples étrangers, par le caractère, par l’abondance et par l’ancienneté de leurs fictions”. Y efectivamente, España es la primera de las naciones modernas que ocupa el interés de esta excelente colección. La Bibliothèque (8) reconoce que España es una nación orgullosa por naturaleza, muy valiente (courageuse), galante y voluptuosa, bien dispuesta para los celos, con un clima caliente (brûlant), cuyo ardor da más actividad a sus cualidades estimables, y más fuerza a sus pasiones; una nación de este tipo parece hecha para proporcionar al género novelesco más héroes y autores que ninguna otra. La nación española —continúa— ha aprovechado en este sentido todas sus ventajas. Si ella no ha inventado todos los géneros de novelas, los ha perfeccionado todos, y se ha ejercitado en todos con el mayor de los éxitos. Su lengua le es favorable; es noble, sonora y se presta fácilmente a las inflexiones que expresan la ternura. La poesía española, sea heroica o galante, no tiene necesidad de buscar sus expresiones fuera del lenguaje ordinario. Se necesitaría mucho espacio para transcribir aquí los innumerables y entusiastas elogios que los redactores de la Bibliothèque dedican a la narrativa española. Por sus páginas desfilan auténticos panegíricos de los diversos tipos de novelas españolas: de caballerías, históricas, de amor, políticas y morales, cómicas y satíricas, picarescas, novelas cortas, etc. Asímismo, se subrayan las innumerables deudas que los franceses tienen con España en este género, que a veces traducen, otras imitan y otras plagian de los españoles. Por otra parte, cuando los críticos franceses enjuician el teatro español, señalan como su principal defecto la inobservancia de las reglas clásicas, sobre todo la mezcla de géneros y las infracciones en torno a la regla de las tres unidades. Pero la predisposición de los medios franceses que estudiamos es tan favorable a España que incluso en este terreno están dispuestos a matizar sus principios clasicistas. En todos estos periódicos hallamos enfáticos elogios al teatro de Lope, Calderón, Moreto, Guillén de Castro, Rojas, Solís, Matos Fragoso, Bances Candamo, etc. Asimismo, subrayan los beneficios que resultarán para la literatura francesa con las traducciones al francés de

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obras dramáticas españolas. Todos reconocen que cuando el teatro francés estaba naciendo, el género dramático ya estaba muy desarrollado en España, por ello los autores galos bebieron frecuentemente de los dramas españoles. Igualmente reconocen que en los tiempos de Corneille y Scarron los franceses construían sus obras siguiendo el gusto español: cuando Molière y Corneille pusieron las bases del teatro francés, no dudaron en tomar prestados de los españoles los materiales necesarios para su construcción. Algunos añaden que gracias al estudio de los antiguos y de los españoles, el teatro francés ha superado al de sus vecinos españoles. Puede leerse también que todavía en el XVIII los autores franceses pueden seguir enriqueciéndose con la lectura del teatro español del XVII. A veces se sostiene que, en contra de lo que se cree en Francia, el teatro español de las últimas décadas del XVIII goza de muy buena salud. En general, se reconoce al drama español capacidad de invención, genio, riqueza de asuntos, buena pintura de caracteres, comicidad, imaginación brillante y fecunda, habilidad para atraer la atención del espectador, talento para hallar intrigas complicadas y el mejor desenlace, etc. Se considera injusto juzgar el teatro de los españoles según las normas de Boileau. Algunos aconsejan a los autores franceses que lean el teatro español, entre otros motivos porque de él podrán extraer nuevos argumentos para sus obras.

REDES. IDEOLOGÍA Sosteníamos que los juicios de cualquier autor sobre las aportaciones culturales de otro país estaban determinados esencialmente por tres elementos: nacionalismo, canon e ideología. Acerca de esta última, la actitud y la opinión de los “philosophes” franceses sobre España fueron predominantemente negativas. El motivo principal de tan adversa predisposición fue su idea de una España fanática, inquisitorial, intolerante y enemiga del progreso. Ello determinó sus juicios y su falta de interés por conocer el legado español. Sus prejuicios ideológicos obstaculizaron un verdadero acercamiento a la cultura española para, llegado el caso, revisar o puntualizar sus tan negativas estimaciones sobre todo lo relacionado con España.

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Pero, por otra parte estamos hablando de una corriente de opinión francesa favorable con España. Con los datos de que disponemos, sabemos que ninguno de los medios periodísticos favorables a España fueron políticamente cercanos a los philosophes. Sin embargo, no compartieron tampoco la orientación reaccionaria de los antiphilosophes. No todos poseyeron idéntica ideología política, pero sí podemos afirmar que en su mayoría fueron reformistas, moderadamente contrarios al Antiguo Régimen, aunque también a la “secta filosófica”. Y sabemos que en cierta medida algunos coincidieron ideológicamente con los enciclopedistas y militaron en la masonería. La posición política de todos ellos, progubernamental, explicaría decisivamente su buena disposición con respecto a España, en sintonía con los intereses diplomáticos de Francia, aliada de España durante gran parte del siglo. El hecho de dirigir periódicos cuyo contenido implicaba la necesidad del conocimiento de la cultura extranjera completaría su posición. Por otra parte, su oposición a los “philosophes” pudo empujarles a discrepar con ellos también en la cuestión sobre España. Asimismo, sus intereses y gustos personales terminarían de explicar su ubicación proespañola. La excepción conservadora estaría constituida por el periódico jesuita Mémoires de Trévoux (1701-1767). Pero su dogmatismo religioso y su defensa de la monarquía están acompañados frecuentemente del apoyo al progreso de las artes y las ciencias. Por ejemplo, cuando los memorialistas reseñan un libro —ya citado— sobre filosofía especulativa y experimental y subrayan positivamente la llegada a España de la “nouvelle philosophie” o la ponderada admiración española por Newton y por la física. Asimismo, en las Mémoires son abundantes las reseñas de libros de Feijoo y los elogios a su empeño por acabar con las supersticiones en España. Hagamos un rápido repaso9 al resto de defensores de la imagen de España, en cuyas publicaciones podemos comprobar una clara posición reformista, así como una decidida oposición al fanatismo religioso, a la superstición y a la intolerancia. François Arnaud (1721-1784) fue entre 1760 y 1762 director del Journal étranger (1754-1762),10 en co9

La mayor parte de estos datos biográficos proceden de las entradas sobre Arnaud, Fréron y Bricaire de la Dixmerie del Dictionnaire des journalistes, de Jean Sgard (1999). 10 Este periódico tuvo varios directores, entre ellos Prévost (entre febrero y agosto de 1755), Fréron (de septiembre de 1755 hasta septiembre de 1756) y Arnaud (entre

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laboración con su amigo Jean Baptiste Suard. Entre 1764 y 1766 dirigió la Gazette littéraire de l’Europe (1764-1766) y después la Gazette de France. En 1777 aparece el Journal de Paris, donde colabora con numerosos artículos. “Il était l’ami des philosophes” (Sgard 1999: 21-23): cuando dirigía la Gazette littéraire tuvo un fuerte enfrentamiento con el arzobispado de París. Resulta que “ce Journal déplaisait aux dévots pour son approche trop philosophique”. Los teólogos encontraron en él proposiciones “répréhensibles” que desvelaron en un escrito de denuncia. Los autores de la Gazette littéraire encargaron a su amigo el abate Morellet que respondiera al ataque de los teólogos. Morellet compuso un pequeño folleto anónimo que dio a conocer a Voltaire, muy interesado en este periodico donde escribió numerosos artículos. Voltaire mandó imprimirlo. “Les conséquences auraient pu être très graves pour Arnaud et Suard, cependant ils ne furent pas poursuivis par le pouvoir”. Elie Fréron (1718-1776), de personalidad muy independiente, fue admitido en 1744 como “franc-maçon” en la logia de l’Union de Procope. Desde 1750 “il s’ouvre a toutes les influences étrangères” (Sgard, 1999: 414-417). Luchó a favor de la “saine littérature”, fundada en la naturaleza y en los grandes modelos, “pour l’honneur des poètes; contre le bel esprit et le superficiel, contre Voltaire”. Entre 1755 y 1756 dirigió el Journal étranger. L’Année littéraire11 (1754-1790), uno de los más importantes periódicos franceses del XVIII, fue creado en 1754 por Fréron, que lo dirigió hasta 1775; suspendido varias veces, sobrevivió a los ataques de los filósofos. Fue protegido por altos miembros de la monarquía y la aristocracia, así como por sus hermanos masones. En 1752 polemizó con los enciclopedistas: Fréron, “qui au fond partage leurs idées et vise le même public, dénoncera surtout leurs manoeuvres”. Contribuyó a acreditar en la opinión pública la existencia de un partido de filósofos organizados. Defendió la “filosofía práctica”, la suya, contra la ideología subversiva, la de ellos, que calificará de

enero de 1760 y septiembre de 1762). Véase el artículo de Pageard (1959), que relaciona las entradas sobre España aparecidas en el Journal Étranger. 11 Van Tieghem (1917) estudia la presencia en este periódico de distintas literaturas europeas. Sin embargo, presta escasa atención al caso español y no es exhaustivo en su relación de entradas sobre España. Sí lo es, por el contrario, Dante Lenardon, que publicó unos utilísimos índices de este periódico (1979).

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“philosophisme”. Mantendrá un duelo con Voltaire, que afectará a L’Année littéraire. El año 1760 señala el punto más alto de la batalla entre Fréron y los filósofos. Fréron se cree acosado por un complot filosófico y defiende a Rousseau. Fue ardiente defensor del trono y del altar, contra los filósofos y enciclopedistas. Pero su posición progubernamental no le impidió criticar los abusos del Antiguo Régimen y de proponer reformas fiscales, sociales y económicas para mejorar la suerte de los campesinos franceses. “Quoique Voltaire ait pu dire de lui, il a un esprit réformateur”. Su pecado fue criticar a los filósofos en general y a Voltaire en particular. Nicolas Bricaire de la Dixmerie (1731-1791) fue miembro de la sociedad masónica de los “Neuf-Soeurs” (Sgard, 1999: 115). En 1779 escribió una “Memoria” de dicha logia y, también ese año, pronunció un elogio de Voltaire. Trabajó en varios periódicos: L’Observateur Littéraire, Mercure de France, Avant-Coureur. Dirigió L’Espagne littéraire12 (1774). Trabajó también en la Bibliothèque universelle des romans. El prologuista de Lettres sur l’Espagne (Bricaire de la Dixmerie, 1810), que se presenta como C.P., prologa este libro con una elogiosa biografía de Dixmerie. Dice que no fue partidario de la Revolución francesa, y no porque perdiera su pensión en el Mercure a consecuencia de ella, sino porque era muy sensible ante la sangre y las atrocidades que vio. Añade que fue, sin duda, un filósofo. Dixmerie murió pocos días después de que Pancoucke, dueño del Mercure, cerrara el periódico y retirara su salario al propio Dixmerie. J. Fr. Bourgoing, otro de los autores citados en este trabajo, fue embajador en España en los años 1792-1793. Poseyó un pensamiento político indudablemente ilustrado. La lectura de su Tableau demuestra su posición muy crítica con la práctica de la tortura en España, con la Inquisición, con la extremada riqueza de clérigos y monjes, con el fanatismo religioso y sus seguidores, etc. Las buenas relaciones entre los tres periódicos citados (Journal étranger, L’Année littéraire y L’Espagne littéraire) permiten hablar de una 12 Se publicó solo durante 1774. Su único director fue Nicolas Bricaire de la Dixmerie. En 1810 apareció el volumen Lettres sur l’Espagne (Bricaire de la Dixmerie 1810), donde se recogen muchos de los artículos aparecidos en aquel periódico y donde el prologuista, C.P., manifiesta que Dixmerie le pidió días antes de morir que publicara en libro los artículos que él había escrito para L’Espagne littéraire, los cuales el propio Dixmerie le señaló.

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“red” periodística francesa interesada en dar a conocer en Francia la cultura española: sus respectivos editores se conocen, se aprecian y comparten su estima por el legado cultural español. Veamos una muestra muy significativa. En L’Année littéraire de 1774 (122-142), bajo el título de “L’Espagne littéraire. Année 1774; premier volume de 360 pages”, aparece una carta sin firma, dirigida al director del periódico (Fréron). El autor de la carta (muy probablemente Arnaud, ya que menciona su época como director del Journal Étranger) se felicita por la reciente aparición del periódico titulado L’Espagne littéraire, a cuyo director, Bricaire de la Dixmerie, dedica notables elogios: este periódico, dice Arnaud a Fréron, es uno de los mejor hechos y de los más interesantes que se puedan imaginar. Tras diferentes alabanzas, manifiesta que M. de la Dixmerie, escritor estimable “à tous égards”, y cuyo nombre es muy apropiado para dar valor a una empresa literaria, es el redactor de los materiales que entran en la composición de este periódico. A propósito de la oportunidad y la conveniencia de este periódico, ocupado exclusivamente de las cosas de España (y en pequeña medida de Portugal), y de la necesidad de dedicar un espacio monográfico a España, dice Arnaud que cuando él estaba encargado de la dirección del Journal étranger, encontraba el proyecto de ese periódico muy bello, pero su objetivo era demasiado amplio. Es decir, era imposible dar noticia en doce pequeños volúmenes por año de la literatura del mundo entero. Es mejor, dice, que para dar una idea de las riquezas literarias de los diversos países de Europa, haya un periódico para cada nación. Es lo que va a hacer L’Espagne littéraire, cuyos autores se proponen dar a conocer las “Mémoires” de las academias españolas y portuguesas, los escritos de los literatos ligados a estas academias (por resúmenes y análisis, o por traducciones completas), extractos sobre la vida de autores muertos u hombres célebres que han honrado a estas dos naciones. Además, este periódico se ocupará de diferentes ciencias: moral, jurisprudencia, física, etc. etc., y particularmente de lo que concierne a las bellas letras, es decir, el teatro, las novelas, las “piezas fugitivas” y otras obras de gusto, tanto en prosa como en verso. Por otra parte, añade, sus autores anuncian que en cada número habrá una lección sobre la lengua española, “leçon fort abrégée”, pero clara, precisa, propia para facilitar el estudio y el conocimiento de esta lengua.

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De esta manera, el que fuera director del Journal étranger, Arnaud, escribe al director de L’Année litéraire, Fréron, para congratularse de la aparición del periódico L’Espagne littéraire, a cuyo director, Bricaire de la Dixmerie, dedica grandes elogios. En la carta se advierte la voluntad de los tres periódicos —que se publicaron entre los años cincuenta y setenta— para dar a conocer en Francia la producción cultural española de los últimos tiempos.13 En los años anteriores esa tarea de difusión fue asumida por las Mémoires de Trévoux. En el volumen de L’Année de 1775 hay otra carta (nuevamente de Arnaud) sobre L’Espagne littéraire, referida esta vez al tomo II (1774: 29-52) de dicha publicación. Su autor menciona aquella primera carta y continúa diciendo que los artículos que aparecen en el periódico de Dixmerie contribuyen a “jeter le plus grand” luz sobre la historia actual de las costumbres y la literatura de España, pueblo estimable que, hasta el presente, no había atraído demasiado nuestra atención. A continuación pasa revista al contenido de este volumen, donde dice que se encuentran excelentes extractos de obras españolas, traducciones de poesías, etc. Reproduce algunos fragmentos y cita a Feijoo. Acaba con la valoración de que hay pocos periódicos tan instructivos y agradables como este y de que el trabajo de sus redactores merece el apoyo más grande, tanto por su objeto como por la manera en que este se lleva a cabo.

NACIONALISMO. DIPLOMACIA POLÍTICA No puede negarse la vigencia en la Francia dieciochesca de numerosos tópicos antiespañoles, muy ligados a las lecturas nacionalistas entre países. Tomemos como ejemplo el libro Lettres juives, ou correspondance philosophique, de Jean Baptiste Boyer d’Argens, publicado en 1738. En él se resumen todos los tópicos antiespañoles, algunos con una base real y otros procedentes de una manipulación política de siglos.

13

Françoise Étienvre (1973: 320) señala que en otro periódico de la época, L’AvantCoureur, Anne-Gabriel Meusnier de Querlon (amigo de Dixmerie) se felicita por la aparición de L’Espagne littéraire, que viene a remediar el hecho de que España sea para los franceses “plus étrangère qu’aucune autre [nation] et la plus ignorée en France”.

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Es incontestable, así pues, que existen numerosos textos franceses que acreditan una lectura muy negativa de España: la crítica de su historia político-militar, de la colonización americana, de la Inquisición, de su resistencia al progreso, los tópicos acerca del carácter y costumbres de los españoles, etc. Junto a críticas fundadas, es inobjetable que muchas de esas opiniones antiespañolas estaban desprovistas de una base sólida. Son muchos los juicios franceses que muestran un gran desconocimiento sobre España. En muchos casos es evidente, además, el escaso interés por una mejor información al respecto. Los españoles son conscientes de ello. Escribía Quintana en el periódico Variedades: “la ignorancia y la inconsideración con que por lo general hablan los franceses de nuestras cosas, son males incurables en ellos”. Fundados en muchos errores, dictaminan “resultados políticos, morales y literarios” referidos a España (Variedades de ciencias, literatura y artes 1803: I, 248-249). También algunos franceses advierten este hecho: decía Bricaire de la Dixmerie en L’Espagne littéraire (1810: carta I, 59-65) que va a intentar conocer un país, España, que parece a los franceses tan extranjero como la China, a pesar de la poca distancia que los separa. No es este el lugar para tratar esos textos franceses demostrativos de ese nacionalismo despreciativo con lo español. Solo me detendré, muy sintéticamente, en los textos de autores y periódicos favorablemente predispuestos con España, para mostrar que, cuando se suscitan comparaciones entre países, esa positiva disposición también se ve interferida —aunque no anulada— por actitudes nacionalistas. La buena disposición hacia España de las Mémoires de Trévoux se vio entorpecida a veces por cuestiones de patriotismo. Prueba de ello es la reseña que se dedica (1743: XLIII, 478-492) al “Paralelo de lenguas” del Teatro crítico de Feijoo. Esta recensión intenta conciliar el nacionalismo francés con una actitud contemporizadora con España y elogiosa con sus autores, en este caso con Feijoo. Para empezar, los padres de Trévoux enjuician favorablemente a Feijoo como imparcial mediador entre los dos bandos existentes entonces en España: “Toujours sincère et toujours raisonnable, notre Espagnol zélé refute ici deux erreurs qui régnent en Espagne sur la langue françoise; les uns la méprisent trop, les autres l’estiment trop”. Feijoo “combat ces deux excès, 1º) il venge la langue françoise de ceux qui la méprisent, et leur en fait connaître le prix, 2º) il rend a la langue castillane les avantages qu’on lui ôte”.

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Pero después se transcribe la opinión de Feijoo de que los franceses tienen una pronunciación más dulce y los españoles, más fuerte; la lengua francesa es más “coulante”, la española más “frappante”. Y Feijoo concluye a favor del castellano, porque “c’est qu’une force mâle est une qualité plus noble, qu’une douceur efféminée”. El nacionalismo de Feijoo es respondido por Trévoux con idéntico nacionalismo, esta vez jugando a la defensiva y cargando las culpas a un tercer país, para no enfadar a los españoles: “Le P. Feijoo me le pardonnera si je dis qu’il n’a pas une idée trop juste de la Langue Françoise, qu’il prend une langue pour une autre, l’italienne pour la françoise. L’italienne peut avoir ce défaut, mais la français ne l’a point”. Esta ama la propiedad, y “elle ne hait rien tant que l’affectation […], elle n’a point ces diminutifs fades, ni ces terminations doucereuses, que la langue italienne aime tant”, el francés tiene dulzura, pero natural, no artificial, una dulzura que se parece a la del griego, y que nunca fue una dulzura afeminada. Continúa el reseñador afirmando que el estilo del español es más ampuloso, pero no más armonioso que el francés. Y no es cierta la idea de Feijoo de que la lengua castellana es tan fecunda como el mismo latín, y que ninguna otra lengua, a excepción del griego, la iguala. Dice el reseñador que Feijoo subraya tanto la riqueza del castellano para reprochar la pobreza del francés, pero está equivocado, porque la lengua francesa es más rica y más abundante de lo que Feijoo piensa, y pone ejemplos. Concluye el periódico francés parafraseando al Padre Porée: lo que señala definitivamente la gloria de la lengua francesa es que se habla en todas partes; se habla en España, Inglaterra, Alemania, Italia, en todas las cortes de Europa; se extiende por todos los sitios; la lengua castellana “n’a pas fait encore tant de conquêtes”. Como vemos, la mejor predisposición —de Feijoo ante Francia y de las Mémoires ante España— se tambalea ante las servidumbres nacionalistas. También L’Année littéraire fue un periódico bien predispuesto con España. Pero, igualmente, su actitud favorable se atempera cuando los españoles vierten contra Francia acusaciones que considera injustas. Se advierte en la recensión sobre la “Dissertation sur les tragédies espagnoles” (1754: tome III, lettre II, 27-41). Su anónimo autor reseña concretamente una traducción francesa del Discurso I de Montiano así como de su tragedia Virginia. El recensionista es demoledor con las ideas del discurso, así como con la tragedia que lo acompaña. Critica a

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Montiano por suscribir la opinión de Nasarre de que “los españoles tienen más comedias perfectas y según las reglas que los franceses, los italianos y los ingleses juntos”. Afirmación esta que al reseñador le parece, justamente, una fanfarronada. El reseñador critica después que Montiano quiera adjudicar a los españoles ser los primeros en escribir tragedias modernas, cuando los ejemplos que aduce son simples traducciones del teatro griego: el hecho de que Montiano cite estas dos obras como “monuments glorieux pour la littérature espagnole” demuestra la escasez de tragedias en el teatro español. Pero a pesar de las críticas a Montiano y al traductor francés, la buena disposición del periódico le determina a reconocer las deudas con España del teatro francés, concediendo, eso sí, la primacía a este último: “Nos Corneilles et nos Molières ont pu sans doute puiser avec succès dans cette source. Mais il y a une grande différence entre imiter avec génie quelques endroits d’un ouvrage, et traduire avec scrupule ce même ouvrage rempli de défauts”. Incluso hace algunos elogios a Montiano, quien —dice— merece los más grandes elogios por el vivo deseo de demostrar que en su nación existe amor a las reglas. Además, debe ser elogiado por no limitarse a predicar la práctica del clasicismo: Montiano pasa a la acción escribiendo la Virginia, donde esas reglas están pulcramente observadas, aunque no tan bien como piensa Montiano, según el crítico francés. La recensión concluye sosteniendo que a pesar de los defectos de la disertación y de la tragedia, estas “anuncian” un hombre de genio, original y conocedor de los buenos modelos, “qui crée par lui-même et qui connoît les bons modèles”. Es decir, Montiano es un buen seguidor del clasicismo francés. En la reseña se elogia también al traductor francés por haber incluido un catálogo con noticias sobre los autores de los que Montiano habla en su discurso. Gracias a él —dice— tenemos una noticia adecuada de gran parte de la literatura española, mostrando así el deseo del periódico de poseer una mejor información sobre el legado cultural español. El Journal Étranger nos proporciona otro ejemplo para este asunto. En el “Prospectus du nouveau Journal Étranger” (1760: janvier) afirma Arnaud que el distinto genio y carácter de los pueblos se ve sobre todo en sus obras y en su lengua. El discurso, centrado en la comparación del italiano, francés y español, realiza variadas y ecuánimes consideraciones sobre los caracteres de cada lengua, y reparte elogios para to-

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das ellas. Tras haber afirmado la “nobleza y elevación” del español, así como su mayor sobriedad y moderación en comparación con el italiano, concluye que Francia dio al francés orden, método, claridad, precisión, y elegancia (XXVII). Estas apreciaciones reaparecieron después en las Variétés Littéraires (1768-1769), también de Arnaud, donde se añade que la lengua francesa “procède comme la pensée et l’observation, la langue française, en un mot, devoit donc nécessairement devenir la langue dominante de l’Europe” (Variétés 1804: I, 18) Es decir, el carácter esencial de la lengua francesa la predestinó para ser la lengua europea principal. También Bourgoing, tan ecuánime con todas las cuestiones españolas que trata, participa de ese inevitable nacionalismo. Critica, con toda la razón, la desafortunada frase de Nasarre ya citada —que, evidentemente, tuvo repercusión en Francia—, así como a García de la Huerta. De este dice que se pronunció de manera muy severa e injusta —en su discurso preliminar al Theatro español (1785)— sobre obras maestras de la literatura francesa: cómo es posible, se pregunta Huerta y transcribe Bourgoing, que el fuego divino de la poesía pueda animar a gentes nacidas y educadas en tierras “marécageuses”, desprovistas de “soufre, de sels et de substances”, poco favorecidas por el calor y el sol. De aquí deriva la mediocridad de gran parte de las obras francesas, según Huerta, que sigue con críticas al Cid de Voltaire, a la Atalía y Fedra de Racine, así como a Molière. Airado contra Huerta, escribe Bourgoing que los extranjeros conocedores de la escena española son quienes deben decidir si “l’aveuglement ou la mauvaise foi a dicté les jugements de cet impitoyable censeur. Mais sans vouloir lui rendre injure pour injure, nous nous bornerons à dire que tous ceux qui ont une apparence de goût, tant en Espagne qu’au dehors, conviennent que toutes les pièces espagnoles, à quelques exceptions modernes près, sont pleines des plus choquantes défectuosités” (II, 389). Junto a estos moderados desahogos antiespañoles, movidos por su nacionalismo, y también por su gusto clasicista, Bourgoing no deja de elogiar a Huerta y alaba la actuación de los españoles neoclásicos: los españoles modernos se ocupan de la regeneración de su teatro, desde hace mucho tiempo fecundo en producciones “qu’avouait le génie, mais que réprouvait le bon goût”. Algunos de sus autores han estudiado con fruto los buenos modelos y el público es cada vez más capaz

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de apreciarlos (II, 382). Termina reconociendo las deudas del teatro francés con el español: su influencia en Molière y Corneille. Ecuanimidad y desprejuiciamiento, pero también mesurado nacionalismo cultural. Y, por supuesto, la conciencia de que los franceses eran los depositarios del buen gusto en cuestiones de teatro y estéticas en general. Por otra parte, es innegable la influencia que la diplomacia política tiene en el imaginario nacional y en el nacionalismo cultural. Si dos países mantienen una alianza política, los autores y medios —–sobre todo si son progubernamentales— atemperarán su inevitable nacionalismo. El debate francoespañol que tuvo mayores repercusiones en el ámbito político y cultural fue el provocado por el célebre artículo de Masson de Morvilliers en la Encyclopédie Méthodique. En aquel debate se advierte de manera paradigmática la imbricación de cultura y política; cómo una cuestión puramente cultural puede tomar una u otra deriva sociopolítica dependiendo del estado de las relaciones diplomáticas entre países. Las reacciones a dicha publicación fueron variadas, pero muchas de ellas —así como las consiguientes decisiones políticas— estuvieron determinadas por la alianza francespañola de aquel momento. Si la relación entre los dos países hubiera sido otra, las reacciones de los medios políticos y culturales también habrían sido otras. En el mundo cultural francés bien predispuesto con España hubo respuestas moderadas y ecuánimes, como la de Bourgoing, quien dice que Masson prodigó sin mesura las más graves inculpaciones a una nación que mantiene estrechas relaciones con Francia. Tras resumir los episodios del caso, Bourgoing —diplomático francés— censura al gobierno español por liderar la respuesta a Masson: así dio todavía más publicidad al asunto. Tras las críticas a la actuación española en este asunto, y quizás para compensar esas censuras, Bourgoing enumera para los lectores franceses la versión española sobre la aportación que España ha hecho históricamente a Europa, motivo desencadenante de aquel conflicto cultural y diplomático. Critica a Cavanilles por su exagerada apología de España, “il était encore plus prodigues en éloges que l’auteur français ne l’avait été en reproches graves” (II, 308), y además añade: “A-t-il rempli son but?” (II, 313). Bourgoing no responde a su pregunta.

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Si Bourgoing adopta en el asunto un papel equidistante entre las versiones que minimizan, una, o maximizan, otra, el valor del legado español, L’Année littéraire (1784: VI, 304-317) se decanta definitivamente a favor de la apología española escrita por Cavanilles y manifiesta explícitamente un dato muy significativo en la cuestión que nos ocupa: Masson fue la voz de los “philosophes”. El periodista sostiene que los franceses no comparten las opiniones de Masson, “qu’à l’exception de quelques philosophes, dont cet ecrivain s’est rendu l’écho. Tous [los franceses] sont pénétrés d’estime pour les Espagnols et renden hommage” al mérito de una nación que “est devenue comme notre alliée”. Evidentemente es una opinión interesada: ni todos los franceses estimaban a España, ni Masson era portavoz de los philosophes: además de que no existen datos sobre una posible relación entre ambos, no pueden atribuirse a todos los philosophes franceses unas opiniones tan extremas como las manifestadas por Masson. En cualquier caso, es interesante que el periódico interprete las opiniones de Masson como representativas del parecer de los philosophes. Veamos otro ejemplo, en este caso perteneciente a la primera mitad del siglo y relativo a la polémica sostenida por Luzán y los diaristas de Trévoux, cuando los franceses acudieron precisamente a la alianza político-militar entre Francia y España para solventar sus diferencias y para subrayar que los dos países navegaban en un mismo barco. Es el caso de la reseña que en 1747 (XCVII, VIII, 1432-1441) publican las Mémoires de Trévoux sobre la Carta latina de Ignacio Philalethes a los P.P. de Trevoux (Zaragoza, 1743), ya citada. Se trata del texto que escribió Luzán para protestar contra las opiniones expresadas anteriormente por los memorialistas, en las que se desmerecía a España. El memorialista afirma que lo que las Mémoires dijeron entonces es que en Francia se tiene tendencia a pensar que en España no se hace nada en ciencias digno de la atención francesa. Pero, añade ahora el periodista, las Mémoires de Trévoux no tomaban partido por esa opinión, sino que la consideraban un prejuicio. Se lamentaba Luzán de que no se reconociese el mérito literario de España. El de Trévoux le responde que esa rivalidad pudo existir hace cien años, pero ahora, cuando hay una estrecha alianza entre las dos ramas de los Borbones, los franceses miramos, dicen las Mémoires, la gloria de España como un bien que nos interesa, que nos atañe, como una especie de herencia que queremos defender con la pluma y la es-

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pada. “Les François et les Espagnols semblent n’avoir maintenant qu’un seul et même intérêt. Les Littérateurs des deux Nations doivent être aussi unis que leurs guerriers; et si les armes de ceux-ci bravent avec avantage les efforts de l’Europe conjurée, ceux-là peuvent au moins balancer les Littérateurs des autres Nations, et établir sur le Parnasse l’équilibre qu’on cherche depuis un siècle à introduire dans le Systeme de l’Europe”. Aliados en la espada y aliados en la pluma. El nacionalismo debe desaparecer —o convertirse en un nacionalismo francoespañol— en estas ocasiones históricas en que dos naciones aliadas se convierten en una sola.

CANON. GUSTO FRANCÉS Y ESPAÑOL Los juicios franceses sobre la literatura española estuvieron condicionados por el canon entonces hegemónico en Francia, el clasicista, el “francés”. Es una estética defendida como propia, particularmente francesa. Quienes no la comparten son vistos, de manera más o menos explícita, como gente de gusto poco refinado. El gusto barroco es criticado por los clasicistas franceses, que censuran gran parte de la literatura española, la barroca, donde la imaginación se desborda y las reglas se incumplen. Escribía Bourgoing que la diferencia de gusto entre los españoles y franceses se basa en sus diferentes lenguas y en sus distintas actitudes ante la imaginación y el juicio: los españoles encuentran nuestras poesías, dice Bourgoing, “froides et timides”: “acostumbrados a la exageración y la redundancia, no pueden apreciar el mérito de la justeza y la precisión” (II, 372). Lo más frecuente en los autores franceses es la minusvaloración de toda obra que no sea fiel a la “estética francesa”, al clasicismo, cuyas reglas deben cumplirse inexorablemente. Los franceses más moderados en este asunto pueden llegar a ser permisivos con el incumplimiento de algunas reglas, pero no con las faltas contra “la Regla”: es el caso, por ejemplo, del Journal Étranger (1760, janvier) de Arnaud, que en el “Prospectus du nouveau Journal Étranger” parece defender un punto de vista intermedio entre los universalistas y los relativistas. Sin embargo, su distinción entre Regla y reglas manifiesta claramente su

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adscripción universalista: “Il ne faut pas confondre la Règle avec les Règles”. Obviamente, el depositario único de la Regla es Francia. Podría decirse que el nacionalismo llevado al terreno de la estética exige a los franceses la defensa del clasicismo, asunto sobre el que existe un gran consenso nacional en Francia. El nacionalismo estético español requería la defensa del barroco, pero en la España del siglo XVIII no existía en esta cuestión el consenso que mostraban los franceses, dada la división de los españoles en clasicistas y barrocos. Los clasicistas españoles sostenían que el mejor patriotismo español es el que preconizaba la adhesión al gusto europeo, el francés, el clasicista. Excepcionalmente existen autores franceses, como Mercier, que con una lúcida autocrítica desenmascaran la manipulación del concepto de buen gusto que cada nación lleva a cabo en su propio provecho. Los pueblos civilizados —dice— relacionan el “gusto” con lo que suponen que es lo más perfecto de sus propias producciones artísticas. El orgullo de cada nación ha utilizado esta palabra en su propio provecho; cada nación la aplica para proscribir con mayor autoridad aquello que no entra en sus usos, o lo que choca con sus hábitos (1778: 71). Mercier critica las “reglas sagradas” del teatro francés y el rechazo del teatro bárbaro, el español, el de Shakespeare… Y arremete contra “los tiranos de la República de las Letras” que imponen esas reglas, sobre quienes se pregunta si no serán ellos los bárbaros, que rechazan a escritores que nunca han leído, que no entienden, que no quieren entender, que se burlan de otras naciones cultas. Porque, esto es exactamente —dice— lo que se ha hecho en Francia cuando se ha examinado a Shakespeare, a Lope de Vega, a Calderón. En fin, Francia, sostiene, es una nación que no se molesta en sospechar que el arte es susceptible de otras formas (1778: 137-138). Pero, como digo, lo más frecuente en los autores franceses es la asunción y defensa sin fisuras del gusto neoclásico. Por ello les resulta muy difícil conciliar este principio con la defensa de literaturas extranjeras ajenas a “la Regla”. Esto es lo que sucede a esos autores y periódicos tan bien predispuestos con España, cuyos juicios sobre obras españolas de gusto barroco difícilmente pueden llegar a ser positivos. Su deseo de elogiar la literatura española es difícilmente conciliable con sus principios estéticos. El moderado Journal Étranger nos sirve como paradigma ilustrativo de las citadas opiniones de Mercier. En la presentación de Fréron a los

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lectores de este periódico, se dice (“Avertissement de M. Fréron” 1755: 125-148 y 149-160) que Europa debe ser vista hoy como una gran república literaria. El objetivo de este periódico es recoger todas las riquezas literarias dispersas por el mundo entero. Porque a pesar de que existe un “beau universel”, también hay una belleza local, muchas bellezas locales, ya que las costumbres de los países son distintas. Pero este reconocimiento de la diversidad, del relativismo estético, es solo una apariencia, porque, en realidad, el norte del periódico será, según dice Fréron, el de restaurar ese gusto universal, basado en la razón y en la naturaleza y perdido en algunas partes. Sin embargo, lo que me importa subrayar en este apartado es que, a pesar de ese dogmatismo francés en cuestiones de estética, existen autores y periódicos franceses que muestran una buena disposición y una gran comprensión con el “gusto español”, intentando, a veces, conciliar lo inconciliable. Las Mémoires de Trévoux conceden una especial atención a las letras españolas, sobre todo en los años cuarenta y cincuenta, cuando el debate entre clasicismo y barroco adquiere un gran relieve entre los autores españoles. Los memorialistas franceses defienden, como la generalidad de los letrados galos, el gusto clásico y, consecuentemente, elogian las publicaciones españolas que se adhieren a esta estética. En una reseña de 1738 al Extrait de plusieurs pièces du théatre espagnol (1737), de Du Perron de Castera (Mémoires de Trévoux 1738: XXXVIII, 1834-1846) hallamos una buena muestra de la adscripción clasicista del periódico, pero al mismo tiempo comprobamos que no desean molestar con sus juicios estéticos a los vecinos españoles. Tras defender un gusto universal, y quizás como prueba de su buena inclinación hacia la literatura española, sostiene el reseñador que el buen gusto puede encontrarse en distintos lugares, lo cual literalmente significa que no se encuentra solo en Francia. Efectivamente, puede hallarse también en España, pero, tal y como defiende la conclusión final, no en su literatura barroca y sí en su literatura clasicista, en la literatura que se adapta a la estética francesa: “nous ne voulons pas dire que tous le goûts soient bons, et que le goût en géneral soit arbitraire. Il n’y en peut avoir qu’un bon; indépendant des climats; des temps et des moeurs. C’est un point decidé par la nature…”. Vemos así, de qué manera este periódico quiere conciliar su pensamiento estético clasicista, universalista, con una actitud amistosa con España. El resultado es un

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discurso ambiguo, aparentemente equilibrado y contemporizador, pero al borde de la contradicción. Existe en los autores que estamos manejando una moderación ante España que casi llega a justificar las “infracciones” dramáticas de los españoles, o que duda sobre la conveniencia de atenerse estrictamente a las reglas, como hacen los franceses. Algunos concluyen que debe llegarse a un punto intermedio entre la relajación y el rigor excesivo, o bien estiman que cada nación puede elegir legítimamente su propia opción.14 Cuando los autores franceses enjuician el teatro español, señalan como su principal defecto la inobservancia de las reglas clásicas, sobre todo la mezcla de géneros y las infracciones en torno a la regla de las tres unidades. Pero la predisposición de los citados críticos franceses es tan favorable a España que incluso en este terreno están dispuestos a matizar sus principios clasicistas. Ejemplo de ello es la reseña de L’Année littéraire (1771: tome septiéme, 3-52) sobre el Theâtre espagnol de Linguet. Los clasicistas franceses criticaban el teatro español porque sus obras no eran ni tragedias ni comedias, sino tragicomedias. Quizás para justificar la práctica española, el reseñador explica que la palabra “comedia” en España se toma “indiferentemente para el título genérico de todas las piezas de teatro y responde también a la de “drama” entre nosotros”. Aunque esto sea cierto, también lo es que los españoles distinguían pefectamente la tragedia de la comedia, motivo por el que nuestros neoclásicos censuraban tantas obras españolas que bajo el título de comedia o de tragedia eran en realidad tragicomedias. Pero la benevolencia del reseñador francés no acaba ahí. A continuación intenta justificar las infracciones españolas contra la unidad de tiempo, interrogándose sobre la conveniencia de que en Francia se replantee este asunto. Dice que en España, las obras dramáticas en lugar de estar divididas en actos, lo están en jornadas, “en sorte que la durée de l’action est de trois jours au lieu d’être de vingt-quatre heures”. Los españoles defensores del barroco nunca tuvieron esta ocurrencia teórico-literaria para justificar las “infracciones” contra la unidad de tiempo. 14 Como es sabido, el teatro francés del siglo XVIII también buscó fórmulas dramáticas alejadas del clasicismo.

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El recensionista francés añade que quizás esta división es, al menos, tan razonable como la nuestra. El ingenio no necesita esfuerzo para introducir “une action qui s’accomplit dans cet intervalle de temps; et l’on ne voit sans cesse les auteurs dans une contrainte puérile pour rassembler dans l’espace d’un jour un tas d’évènements” que muy frecuentemente no podrían suceder en el espacio de tres meses. Y concluye que si la división de los españoles fuera aceptada entre nosotros “nos pièces de Théatre y gagneroient du côté de la vraisemblance”.

CONCLUSIÓN En conclusión, con este trabajo estoy identificando la existencia en la Francia del siglo XVIII de una importante corriente de opinión favorable a España. Importante porque varios de los periódicos que integran esa corriente figuran entre los principales de la Francia ilustrada. No se puede seguir sosteniendo la idea de que en la Francia dieciochesca solo existió ignorancia y menosprecio hacia las cosas de España. Posiblemente esa fue la actitud más frecuente en los “philosophes”, pero no en autores más moderados políticamente. No estamos hablando, ni mucho menos, de que la corriente proespañola militase en las filas de la “antifilosofía”, en la cual posiblemente también existiese una posición proespañola. No; la corriente simpatizante con España que hemos identificado en este trabajo se sitúa mayormente en el terreno político del reformismo ilustrado, cuya posición progubernamental y alejada del rupturismo revolucionario, era sin embargo crítica con las estructuras del Antiguo Régimen, la Inquisición y el fanatismo religioso. Algunos de sus autores eran masones y casi todos podrían considerarse cercanos al enciclopedismo. Puesto que los periódicos, autores y textos examinados aquí pertenecen al ámbito literario-cultural, su predisposición proespañola se traduce en una defensa del legado literario y cultural español. Pero también se advierte su identificación con el reformismo español de la época, el político y el literario. Este último es el que ocupa un mayor espacio en este trabajo, dado el carácter del corpus de publicaciones estudiado. Espero haber mostrado, así pues, que en el siglo XVIII francés existió un grupo de intelectuales y medios periodísticos —algunos de ellos

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conectados entre sí, integrantes de una “red” que sufrió los ataques de los “philosophes”— interesados en reabrir o reforzar los canales de comunicación con España, y comprometidos en una interpretación positiva del legado histórico español. Tan positiva como permitían a los autores franceses las servidumbres que suelen interferir en estas cuestiones entre países: el nacionalismo, el canon clasicista francés y, finalmente, la ideología y circunstancias personales de cada autor.

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NO SOLO POLÉMICAS. LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA ESPAÑOLA EN LA ITALIA DE LA ILUSTRACIÓN Maurizio Fabbri Università “Alma Mater Studiorum” di Bologna

En 1772 y 1775 se publicaron en Módena y en Bassano dos obras de historiografía y crítica literarias que gozaron de amplia y debatida difusión: me refiero a la Storia della letteratura italiana de Girolamo Tiraboschi y al ensayo Del risorgimento d’Italia negli studi, nelle arti e nei costumi dopo il Mille de Saverio Bettinelli. Unos juicios poco benévolos y ciertas omisiones gratuitas que contenían para con la cultura española contribuyeron a reavivar la polémica que ya hervía en la república literaria italiana en torno a varios temas, como la responsabilidad ibérica en la difusión del mal gusto barroco, las relaciones entre secentismo y spagnolismo, así como la decadencia de las letras después de Augusto debida al influjo corruptivo de Marcial, Séneca y Lucano, naturales, como es sabido, de la Península ibérica (Mari 1988: 228-279). La disputa había nacido dentro de un marco histórico-social muy desfavorable para España, cuya imagen, en la memoria colectiva de los italianos, no podía no estar condicionada por la desagradable huella dejada por su prolongado dominio en varios de sus territorios y la conducta de sus hombres de gobierno y de armas, por las fechorías de la Inquisición y el fanatismo del clero —jesuitas y dominicos en primer plano— que habían brutalizado y oprimido al pueblo. Era convencimiento muy difundido que el dominio español había sido el peor entre todos los extranjeros que se habían sucedido en la Península. De estos prejuicios y tópicos se adueñó la comedia del arte donde la figura estereotipada del soldado español, fanfarrón, cruel, andrajoso y co-

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dicioso constituía una presencia muy agradecida por el público. El mismo Carlo Goldoni recurrió al tópico en el personaje satírico de don Álvaro de Castilla de su comedia La vedova scaltra, estrenada en Módena por primera vez en 1748. Se pueden encontrar ecos de dichas prevenciones aún en el siglo XIX, como manifiestan ciertas páginas de la obra maestra de Alessandro Manzoni, I promessi sposi, mientras que, ya en el umbral del siglo XX, el gran poeta Giusuè Carducci, Premio Nobel en 1906, liberal y republicano, exhumando casi el antiguo anatema de Masson de Morvilliers,1 no dudó en afirmar que España nunca había tenido alguna “egemonia del pensiero” (Carducci 1889-1909: XXV, 374), sino que más bien podía considerarse cuna del despotismo, nodriza de una perversa alianza entre Monarquía e Iglesia, fomentadora de violencia y de pereza. Una síntesis exhaustiva de su (mal)pensamiento puede leerse en la poesía Canción de cuna para Carlos V, en la que el niño emperador, envuelto en una atmósfera goyesca de ensueño y de tragedia, con rasgos grotescos y caricaturales, aparece como un odioso tirano portador de desgracias para sí mismo y víctima, a su vez, de una inexorable némesis histórica.2 En el ámbito cultural, la convicción de que al barroco español se lo debía considerar la causa primera de la pérdida del buen gusto en las letras y las artes, se reforzó en torno a las últimas décadas del XVIII, cuando en Italia se empezó a meditar sobre las causas de su decadencia civil y se puso en marcha aquel complejo movimiento ideológico y político que conduciría en pocos años a su Risorgimento y a la conquista de la unidad territorial. La unificación de la diáspora política-territorial italiana no admitía presencias e interferencias de otras culturas, tanto españolas como francesas, y reivindicaba la autonomía de la literatura nacional frente a las extranjeras. Bien se puede comprender la legítima reacción de los literatos españoles, documentada por el abate Giacinto Ceruti, ya jefe de la re1

Nicolas Masson de Morvilliers sostuvo en el artículo “Espagne” de la Encyclopédie methodique (1782: I, 554-568), que el progreso de la humanidad poco o nada debía a España: “Mais que doit-on à l’Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis dix, qu’a-t-elle fait pour l’Europe?”. 2 Giosuè Carducci (1996: I, 644). La Ninna nanna di Carlo V pertenece a las Rime nuove y ocupa las páginas 645-649 del volumen aquí citado. Sobre la recepción en España de la obra de Carducci, cf. M. Fabbri (2009).

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dacción de las Effemeridi Letterarie de Roma y sucesivamente profesor de matemáticas en Cartagena, quien escribía, en el año 1783, que en la Península ibérica “bolliva più che mai l’ira degli spagnoli contro Tiraboschi e Bettinelli” (Cian 1896: 220)3 y de unos jesuitas expulsos que se opusieron al descrédito de su nación contestando aquellas desagradables insinuaciones con sus escritos. Pero, de esa manera, alimentaron aún más la querella ya que a la animadversión de tipo cultural se añadió la hostilidad de la llamada “corriente antijesuítica”, hija del espíritu antieclesiástico y a veces irreligioso característico del siglo XVIII, tan difundida en Italia, donde contaba con personalidades como Quadrio, Parini, Muratori, Botta, Gioberti, Settembrini, Foscolo,4 y que tenía su cualificado portavoz en el periódico milanés Il Caffè. Entre los más apasionados expulsos que se aplicaron en la fervorosa defensa de la cultura y de la lengua nacionales van recordados Tomás Serrano, Esteban de Arteaga, José García de la Huerta, Eximeno, Juan Francisco Masdeu y Javier Llampillas, quienes entablaron acaloradas polémicas sobre literaturas antiguas y modernas, historia del teatro y cuestiones musicales, ciencias matemáticas y astronómicas enfrentándose sobre todo a Tiraboschi y Bettinelli, Paolo Frisi, Napoli Signorelli y Clementino Vannetti. Sus disputas se manifestaron a través de varios géneros literarios —ensayos, monografías, panfletos, cartas, disertaciones, discursos— y gozaron de largo espacio en las páginas de importantes gacetas como las Effemeridi Letterarie de Roma, el Nuovo Giornale dei Letterati de Módena y el Giornale Enciclopedico de Vicenza (Cavazzuti 1923). A Llampillas y a Masdeu se debe la labor más compleja y orgullosa. El primero publicó en Génova, en los años 1778-1781, los seis tomos y dos partes de su Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola contro le pregiudicate opinioni di alcuni moderni scrittori italiani, pronto traducido al castellano por Josefa Amar y Borbón. Con este largo ensayo quiso contestar a las afirmaciones de Tiraboschi sobre el origen español de la antigua y moderna corrupción del gusto literario, atri-

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Escribe Belén Tejerina (1987: 65), que Ceruti había sido “compañero de Giacomo Casanova” y había “compartido con éste en Roma algunas escaramuzas amorosas”. 4 A propósito del antijesuitismo en la Italia del siglo XVIII, véase Vittorio Cian (1896), en particular el cap. II, pp. 6-12.

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buyéndolas “alla ignoranza”, como escribió en el “Prefacio”5 y a las “calunnie” y al “disordine, sconvolgimento di cose per oscurare le fama degli Spagnuoli” del mismo autor sobre escritores ilustres como el filósofo Séneca (Cavazzuti 1923: 295-296). Para darle mayor peso a su exaltada celebración añadió en el tercer tomo una antología de líricos españoles del Siglo de Oro traducidos en verso italiano por Juan Francisco Masdeu, precedida por una elogiosa introducción del mismo Llampillas. Se trata de una obra rebosante de espíritu apologético y patriótico, a menudo ambicioso y paradójico, escrita con “tono inventivo y desorbitada impugnación”, como ha señalado Miguel Batllori en su importante estudio dedicado a sus cofadres expulsos (Batllori 1966: 38-39), donde todavía no faltaban perspicuas noticias sobre la literatura de España. Juan Francisco Masdeu, ya autor de un conspicuo número de publicaciones literarias, editó en 1786, en Foligno, la Storia critica della Spagna e della cultura spagnola, con la cual pensaba silenciar las injustas críticas y colmar el muy imperfecto conocimiento de la literatura española que tenían los literatos italianos ya que se proponía estudiar todas las manifestaciones del progreso humano, como señala el binomio historia y cultura presente ya en el título.6 En el Discurso, que forma el primer tomo, afirma que su intención era la de “escribir una historia completa del estado político de España, y de la cultura de sus naturales en todas suertes y en todas las edades” (Masdeu 1783-1805: I, 16). Esta metodología pretendía unir búsqueda objetiva de la verdad y rigor analítico en el uso de las fuentes y por eso José Antonio Maravall pudo escribir con razón que “Masdeu intenta la gran síntesis de la Historia crítica de la cultura española que tan plenamente responde a la novedad del planteamiento historiográfico de la Ilustración” (Maravall 1991: 114). Dando demostración de un amplio conocimien5

Francisco Javier Llampillas (1778-1781: 5). Un análisis del contenido de la obra y de las contestaciones de Tiraboschi puede leerse en Cavazzuti (1923: 46-55). 6 A este próposito léase la opinión de Roberto Mantelli (1982-1983: 212): “In the Llampillas edition, the anthology is preceded by an introduction by Llampillas himself in wich the translator is praised beyond any decent measure. Vittorio Cian, suspecting that Masdeu himself suggested the laudatory tone of the introduction, labels him as complacent and conceited”. En 1786, Masdeu publicó en volumen, en Roma, su florilegio con el título Poesías de veinte y dos autores españoles del siglo décimo sexto traducidas en lengua italiana.

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to de las fuentes, de relevantes intuiciones e interesantes motivos para la investigación, Masdeu delinea en el primer tomo el contenido de la obra, a partir del clima de la Península (y entablando una polémica con las teorías de Montesquieu) y de su influjo sobre el “genio nacional” entendido como “industria” y “literatura”. Analiza después la España árabe hasta llegar a la romana y a los siglos XVI-XVIII, con especial atención al teatro y la poesía. Desafortunadamente, la obra, concebida en italiano y para italianos, no pudo seguir publicándose en esa lengua porque, como afirma Batllori, “su pasión antiitaliana malogró su obra en Italia”, mientras que, continúa el crítico, “su exagerado nacionalismo español y su desaforada crítica truncaron, en España, su magna empresa” (1966: 42), empresa que, por su insistido cesaropapismo y la actitud crítica para con la Iglesia de Roma, le granjearon también la condena al Índice. Que la obra no haya despertado el interés de los eruditos italianos lo admitió, compadeciéndose amargamente, el autor mismo en el prólogo “A los ilustres literatos de España” que antepuso a la edición madrileña de 1783 del tomo preliminar: “Hace un año que publiqué en italiano mi primer tomo, y puedo contar con el dedo los literatos de Italia que han tenido la paciencia de leerlo. Es libro de glorias de nuestra nación, y esto basta para que lo miren con náusea y de reojo” (Masdeu 1783-1805: I, 10). La conclusión es evidente y desconfortante: la obra de Masdeu, así como las de los autores ya citados, no obtuvieron aquel amplio público de lectores que esperaban, sino que más bien suscitaron en Italia las mayores críticas y protestas y consiguieron el efecto opuesto: enfatizar más todo tipo de polémicas en contra de España, agraviando tensiones y prejuicios. Mayor éxito tuvieron en la patria, donde es probable que las iniciativas literarias de los jesuitas expulsos fueran instrumentalizadas por el poder político deseoso de restaurar la imagen del país. Esta es la opinión de Santiago Navarro Pastor (2004: 904-905) para quien esto “explicaría también la pronta aparición en español del Ensayo histórico-apologético de Llampillas y el temprano comienzo de la publicación de la traducción española de Dell’origine de Andrés”. Sin embargo, entre tantos gritos, acrimonias y acusaciones, hubo quienes, entre los italianos y los españoles, laicos y religiosos, se comprometieron a volver a un clima de pacífica discusión y de concordia intelectual prodigándose, como voluntariosos bomberos, en apagar o

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reducir llamas y chispas polémicas y en difundir una visión meditada y documentada de la cultura literaria española. Me refiero, en especial, a Juan Andrés, jesuita valenciano expulso, y a Giambattista Conti, poeta y traductor véneto.

JUAN ANDRÉS No es posible realizar aquí el análisis de la célebre obra maestra del valenciano, Dell’origine, de’ progressi e stato attuale d’ogni letteratura, editada en Parma por Bodoni entre los años 1782-1799, y traducida al castellano en 1784-1799.7 Sería empresa vana, pues, tanta es la amplitud y complejidad de los temas tratados en los ocho largos tomos de aquella enciclopédica historia universal de la literatura, donde son constantes las referencias a la cultura española antigua y moderna, expuestas siempre con imparcialidad de juicio, sutil perspicacia, facilidad de expresión, acribia bibliográfica. Me limitaré a comentar dos escritos de menor extensión pero que en mi opinión confirman las dotes de inteligencia, capacidad de juicio y moderación que Andrés ya había revelado con ocasión de la diatriba entre Llampillas y Tiraboschi, diatriba en la que él intentó mediar sin éxito pero que le mereció los públicos elogios del escritor italiano, el cual en su contestación a Llampillas escribió: “[…] dico che la causa degli spagnuoli non si sarebbe potuta difendere meglio […] dico che la Lettera dell’Abate Andrés vale assai più che tutti i tomi dell’Abate Llampillas”.8 La Carta a la que hace alusión el abate italiano corresponde al primer ensayo que hemos elegido, es decir, a la Lettera al Sig. Commendatore Fra Gaetano Valenti Gonzaga, sopra una pretesa cagione del corrompimento del gusto italiano nel secolo XVII.9 La publicó Andrés en 1776 con el propósito de refutar la tesis que Tiraboschi y Bettinelli sostenían en sus obras atribuyendo a la influencia del gusto español, introducido con “la potenza, e l’armi”, la decadencia y corrupción de las letras latinas después de Augusto y de las

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La obra tuvo diez reimpresiones en Italia y fue traducida al español por su hermano Carlos (Madrid, Antonio de Sancha, 1784-1786), al francés y al alemán. 8 La carta de G. Tiraboschi está incluida en la edición de la Storia della letteratura italiana, Venezia, G. Antonelli, 1824, t. VIII, p. II, p. 776. 9 Traducida al español por Francisco Borrul (Madrid, Antonio de Sancha, 1780).

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italianas en el siglo XVII. En particular quiere confutar las críticas dirigidas a Lope de Vega injustamente reconocido —escribe Andrés— como quien “introdusse in Italia la scena licenziosa, e depravò la letteratura italiana facendola divenire spagnuola” (1776: 6). Andrés se detiene algo brevemente en las acusaciones dirigidas a Lucano, Séneca y Marcial, haciendo notar, con simples y sensatas observaciones incluso de tipo cronológico, la imposibilidad por su parte de haber dañado la literatura latina porque el decadente “nuovo gusto dominante” (ibíd.: 8) ya estaba en auge en Roma y tuvo en Asinio Pollione y en Ovidio sus promotores. En cuanto a las acusaciones hacia Lope, Andrés se entretiene más difusamente, ya que la cuestión presentaba aspectos complejos. Al inspirarse en los juicios expresados por Muratori y Crescimbeni, observa que en sus escritos nunca hablan de autores españoles y menos aún de Lope. Más bien recuerda que ellos reconocen en Giambattista Marino al responsable del decaimiento del gusto y a este propósito cita a Muratori —“Dopo il 1600 la maggior parte degl’Italiani Poeti seguirono le vestigia del Marino”—, y cita a Crescimbeni, quien es aún más riguroso en su juicio escribiendo: Al Marino adunque si debbe la libertà del comporre, mentre il bollore dell’ingegno suo non capace di star ristretto dentro alcun limite, ruppe affatto ogni riparo, né altra legge volle soffrire, che quella del proprio capriccio, tutta consistente in risuonanza di versi, in accozzamento di bizzarrie, ed arguzie, in concepimento di argomenti fantastici, in affettare il fraseggiamento de’ latini […] ed in somma in dilettare con finta, e mentitrice apparenza di ricercata e falsa bellezza (ibíd.: 11).

De todas formas señala, basándose en la autoridad del célebre erudito Gregorio Mayans, que en España los iniciadores del mal gusto debían considerarse Hortensio Félix Paravicino, en la prosa, y Luis de Góngora en la poesía, excluyendo a Lope sobre quien, en Italia, tanto se insistía en dar una interpretación errónea. Pero, como los críticos italianos conectan las influencias literarias con la ocupación militar española10 —“comandando gli Spagnuoli, nell’Italia, il gusto spagnuolo colla potenza e l’armi della Nazione andava occupando le città e provincie” había escrito Tiraboschi y refiere Andrés—, el escritor exiliado

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Véase Maria Grazia Profeti (2007: 730).

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propone una serie de ejemplos, históricamente comprobados, de virreyes y gobernadores castellanos que, ya a partir del siglo XVI, en los territorios italianos de su pertinencia habían protegido y favorecido, y por supuesto no corrompido, las letras y las artes. Enumera así, con diligencia, las importantes empresas culturales (universidades, academias, bibliotecas, museos, escuelas, colegios, conservatorios) realizadas en el Milanesado, en Nápoles y en Sicilia por Gonzalo de Córdoba, Pedro de Toledo, Diego de Mendoza, el conde de Fuentes, el duque de Alcalá, Alfonso d’Avalos y otros más, mecenas y estimadores de ilustres literatos, poetas, historiadores, dramaturgos, como Gian Vincenzo Gravina, Battista Guarini, Paolo Giovio, Sperone Speroni, Carlo Maria Maggi, Francesco De Lemene, Cristoforo Landino, Luca Contile, y de poetisas como la célebre cortesana honesta Tullia d’Aragona y Laura Terracina, Vittoria Colonna, Costanza Dávalos, Elisabetta y Eleonora Montalvo, Margherita Sarrocchi. Y tampoco Ariosto, Tasso, Sannazaro, Castiglione o Navagero encontraron ningún obstáculo en el dominio español y les fue posible expresar libremente sus ideales estéticos, morales y humanos, la mayor parte en conflicto con el gusto del siglo XVII. Así, Andrés considera que no hubo ninguna opresión estética o política y que, al contrario, sería legítimo afirmar: “Anzi con maggior giustizia pretendo io che si debba al Governo Spagnuolo l’onore di aver fatto fiorire i più bei Giorni d’Italia” ( 1776: 17-18). Por lo que se refiere a Lope de Vega, el acusado por excelencia del crimen de la difusión del mal gusto en Italia, Andrés procede de esta manera: considera la condición del teatro español y de la lírica en la época anterior a la aparición del “Fénix de los ingenios” y ve que “la lira spagnola poteva gareggiare colla italiana, e che il secolo XVI non fu meno felice per la Spagna, che per l’Italia” (ibíd.: 26-27), así que autores de tragedias y comedias como Agustín Montiano, Juan de la Cueva, Lupercio Leonardo Argensola, Fernando Pérez de Oliva, Cristóbal de Mesa, Miguel de Cervantes, Cristóbal Virués, Esteban Manuel de Villegas, bien podían competir con Trissino, Rucellai o Maffei, los cuales, a su vez, anota Andrés, ejercieron una fuerte influencia en su estilo. Hubo sí, en el siglo XVII unos “mostruosi parti delle sregolate fantasie dei seicentisti spagnuoli” (ibíd.: 33), pero, se pregunta el jesuita expulso, ¿quiénes obligaron a los italianos a represen-

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tarlas o a imitar los disparates, despropósitos, tonterías y los muchos defectos de ciertas obras españolas que, subraya Andrés, “se fossero rappresentate in Ispagna tirerebbono addosso a’ comici le sassate?” (ibíd.: 35). Los versos de Lope de Vega, influidos por autores italianos como Sannazaro, nada tienen que ver con los de Góngora o de Marino, Achillini o Girolamo Preti, ya que resultan claros, naturales, amenos, nítidos, mientras que sus comedias, que gozaron de gran éxito de público, denuncian la existencia de defectos ya presentes en el teatro italiano, como la renuncia a las reglas y el exceso de caprichosa fantasía.11 Cita unos párrafos de Maffei y de Quadrio y concluye afirmando que Lope no fue insensible a la actuación de los cómicos de la comedia del arte y al “recitare d’improvviso” tan difundido entre los actores italianos y por lo tanto la corrupción del teatro español le parece posterior a la italiana pero motivada por las mismas razones, así que —cito— “criticamente parlando prendersi piuttosto dovrebbe la perversione spagnuola dall’italiana che questa da quella” (ibíd.: 53). En cuanto a la poesía lírica y épica y a la prosa, él no registra significativas diferencias estilísticas entre las españolas y las italianas porque se limita a examinar solo a unos autores, a pesar de que el intercambio civil y literario entre los dos países fue amplísimo, favorecido por la presencia del Concilio de Trento y por la actividad de una benemérita institución como el Colegio de San Clemente de Bolonia. Así, entre poetas, literatos, comentaristas, tratadistas, traductores de las dos Penínsulas se había establecido una fecunda colaboración, de modo que a Andrés le parece lícito escribir que no se puede inculpar a los españoles de la perversión del gusto porque “tutti i Letterati di Spagna comunemente procuravano di venire in Italia, madre allora, e madre sempre della bella letteratura”, mientras que “Alla Spagna pure andarono de’ più eccellenti Italiani che potevano far sempre più grata agli Spagnuoli la Italiana letteratura” (ibíd.: 41). El segundo ensayo lleva el título Della letteratura spagnuola dell’Ab. Gio. Andrés al compilatore dell’Ape, y consiste en una larga carta que Andrés envió a Ottavio Ponzoni, compilador de la revista florentina L’Ape, don11

Afirma Andrés: “Onde si può osservare, che la scena licenziosa era già introdotta anzi generale, e comune in tutti i Teatri dell’Italia per tutto il secolo XVI. Ma nella Spagna io ne scorgo i principi solamente alla fine del secolo XVI, ed al principio del XVII” (1776: 54).

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de se publicó en 1804.12 Consiste en una exposición general sobre la cultura literaria y científica española de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, escrita con el propósito específico de informar a los lectores de la revista sobre cuanto se iba estudiando, experimentando y publicando en su país. Historiadores, filólogos y glotólogos, juristas, arqueólogos y numismáticos, bibliógrafos, viajeros, naturalistas, economistas, nombres ilustres como Flórez, Feijoo, los dos Mayans, Velázquez, Pérez Bayer, Jorge Juan y Antonio Ulloa, Piquer, Campomanes, Sempere y Guarinos, Cavanilles, Ortiz. Igualmente detallada y puesta al día es la ilustración del panorama literario, aunque el autor proteste porque después de 35 años de forzada ausencia de la patria, y por los obstáculos que rendían difícil la adquisición de los textos, sus conocimientos le parecían limitados. Entre paréntesis hay que considerar además que Andrés había llegado a los 65 años de edad y ya sufría los trastornos progresivos de la vista que unos años después se convirtieron en completa ceguera. A pesar de estas dificultades, sabe proporcionar noticias y datos, enriquecidos con su personal juicio, sobre los escritores contemporáneos que sobresalían en diferentes ámbitos literarios. Son tantos los autores que él recuerda, que me limito a citar a Antonio de Capmany, Jovellanos, los dos Moratines, Tomás de Iriarte, Ramón de la Cruz, Diego Rejón y Silva, Viera y Clavijo, Samaniego, Cadalso, Cienfuegos, Quintana, María J. Amar y Borbón, Nifo y Cavanilles. Pero su incondicional preferencia va a Meléndez Valdés, quien en sus variadas composiciones, en las “epistole, discorsi o sermoni, elegie ed egloghe, e in tutto s’è fatto vedere poeta; la lirica nondimeno è sopra tutte le sorti di poesia quella che più lo distingue, e dove meglio ha fatto spiccare il suo genio poetico; l’eleganza, e cultura, l’armonia, e sonorità de’ versi rendono più nobili e maestosi i lirici suoi voli. Ma particolarmente nelle canzonette erotiche o anacreontiche è superiore a se stesso, né so in verità che abbia l’eguale in altre nazioni” (Andrés 1804: X, 522). Concluye la reseña recordando a los más representativos compatriotas que se manifestaron como literatos en el exilio italiano y ofreciendo una concisa información sobre las Sociedades Económicas de

12 L’Ape. Scelta d’opuscoli letterari, e morali, IX (28.4.1804, pp. 439-448) y X (26.5.1804, pp. 514-528).

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Amigos del País y sus benéficas actividades, sobre las universidades y bibliotecas de Madrid, Barcelona y Valencia y los principales diarios y revistas literarias, así que el cuadro general del estado de la cultura en España resulta bien delineado aunque de forma sintética, como requería la revista florentina.

GIAMBATTISTA CONTI El segundo autor que hemos elegido, el conde Giambattista Conti, a la sazón joven de 28 años y poeta, residió durante casi cuatro lustros en el Madrid de Carlos III y Carlos IV, donde ya vivía un hermano suyo y donde encontró a su futura esposa, Sabina. La provechosa asiduidad con la que frecuentaba la Fonda de San Sebastián, uno de los círculos literarios más cosmopolitas de la capital y núcleo principal de las tendencias neoclásicas españolas, le proporcionó la estima y amistad duraderas de personajes de relieve como los dos Moratines y le permitió tomar parte activa en las experimentaciones literarias en las cuales participaban brillantes ingegni españoles e italianos, como los Moratines, los Iriartes, Ayala, Cadalso, Pietro Napoli Signorelli, Mariano Pizzi, médico y arabista y el mismo dueño del café, Ignacio Bernascone.13 Con su presencia se acentuó la importancia de la corriente latinoitálica que, según Menéndez Pelayo (1944: X, 364), prevalecía sobre la clasicista de inspiración francesa. Petrarca, Frugoni, Filicaia, Chiabrera, con Boiardo, Ariosto y Tasso, Scipione Maffei y Metastasio fueron los modelos casi obligados en los ejercicios de traducción y de análisis crítico. El aprendizaje poético de Conti se perfeccionó en aquella férvida fábrica de ideas y debates en torno a la lengua española y a la italiana, sobre problemas relativos a la composición en rima y a la traducción y sobre afinidades e inarmonías de sensibilidad y gusto. La investigación teórica no se agotaba con las definiciones de principios y reglas, ya que encontraba aplicación concreta en los ejercicios líricos que cada contertulio debía desarrollar. Por ejemplo, Nicolás Moratín se enfrentó con versiones, imitaciones y composiciones en italiano, como atesti-

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Para más noticias, veáse José Miguel Caso González (1992: 172-184).

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guan los sonetos que se conservan manuscritos en la Biblioteca Nacional de España.14 Leandro Moratín, Cadalso, Tomás de Iriarte, Ayala se empeñaron en volcar al castellano el celebérrimo soneto de Giovanni della Casa, O sonno, O de la queta, umida, ombrosa / Notte, placido Figlio, sugerido por Napoli Signorelli.15 Incluso Leandro Moratín tradujo unos poemas de Conti dedicados a los generales José Solano y Bernardo Gálvez, con motivo de la conquista de la Florida (Cian 1896 : 54). A su vez, Conti rindió en italiano unas poesías de Juan y Tomás de Iriarte (ibíd.: 113) y dedicó un soneto italiano a Nicolás Moratín para celebrar la publicación de su tragedia Hormesinda impresa en Madrid en 1770 con prólogo de Ignacio Bernascone.16 Del profundo interés de los españoles hacia la cultura literaria italiana y de la activa labor de difusión desarrollada en ambas direcciones por Conti, se hallan pruebas en las cartas que había enviado a Bodoni, custodiadas en la Biblioteca Palatina di Parma, Carteggio Bodoni (Fabbri 1994: 196-198, 200). Llevan fechas diferentes, de 1785 a 1790, y revelan su empeño en buscar obras de autores clásicos y contemporáneos italianos para obsequiar a personajes ilustres como Campomanes, Floridablanca y Llaguno, o bien en confirmar al impresor la puntual entrega de las publicaciones que le enviaba a España. Finalmente, se propuso divulgar en su país y en la misma España las mejores páginas de la lírica castellana, reproducidas en su integridad y traducidas en versos italianos. La empresa, placentera y útil al mismo tiempo, había tomado inspiración de la conciencia, madurada durante la asidua asistencia a las tertulias literarias en los dos países, que aquella poesía, tan acremente criticada en Italia, en realidad no era adecuadamente conocida fuera de las fronteras ibéricas y, por consiguiente, era casi ignorada por los detractores y por la exigua minoría de los admiradores. El prestigio y las influyentes amistades de las que gozaba en la corte, le proporcionaron los medios económicos para dar a la imprenta el amplio material que había recogido con rigor filológico y ponderada

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Cf. C. Gómez Ortega (1994) y Fabbri (1994: 39). Cf. E. Cotarelo y Mori: Iriarte y su época (1897: 119). 16 N. Fernández de Moratín (1770). El “Prólogo” de Bernascone ocupa las páginas 2-21. Vienen después un epigrama de Ortega y el soneto de Conti “S’apron le scene, e di dolcezza pieno / Mentr’ode il vulgo forsennati amori...”. 15

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selección. Aparecieron así, entre 1782 y 1790, los cuatro volúmenes de la Colección de poesías castellanas traducidas en verso toscano, editados en Madrid con el patrocinio real.17 En la Colección, al lado de autores del siglo XVI —los Argensolas, Boscán, Garcilaso, Herrera, Luis de León— aparecían otros poetas y obras pertenecientes a los primeros siglos de la literatura española, como el Cantar de Mío Cid, aunque en versión reducida, y Berceo, Juan de Mena, Santillana, Sá de Miranda. Sin embargo, los autores eran aún más numerosos, Lope de Vega incluido, y habrían debido formar otros dos volúmenes que, desafortunadamente, por razones que ignoramos, nunca fueron publicados.18 Las composiciones van en las dos lenguas, con notas explicativas precedidas por una presentación biobibliográfica de cada autor, presentado en orden cronológico. Los capítulos introductorios del primero, tercero y cuarto volumen forman una interesante sinopsis crítica de la producción lírica española desde su primera aparición hasta el siglo XVIII. En el “Prólogo” al primer volumen, Conti manifiesta con claridad las motivaciones que le habían instado a dedicarse a una tarea de tal envergadura y que residían en la constatación de que “las más apreciables obras […] no se difundieron por medio de la imprenta todo lo que era menester, y por consiguiente no son conocidas de las otras naciones”, añadiendo que de su desconocimiento había nacido “el juicio poco favorable que pronunciaron los abates Tiraboschi y Bettinelli” y también la “viveza y elocuencia” con las cuales Llampillas y otros es17

G.B. Conti (1782-1790). Los dos primeros volúmenes fueron imprimidos hacia la mitad de 1782, el tercero a finales de 1783 y el cuarto en 1790. El título de la obra, el prólogo y los textos en prosa y en verso van en las dos lenguas. Vittorio Cian (1896: 256), que tuvo la afortunada posibilidad de consultar los dos tomos manuscritos ya listos para la imprenta, “presso gli eredi della famiglia de’ Conti”, afirma que contenían composiciones épicas, líricas y dramáticas de Cetina, Espinel, Gil Polo, Cervantes, Lope de Vega y otros poetas. 18 Una buena parte de esos textos, solo en la versión italiana, fueron recuperados por Conti en los dos volúmenes de la Scelta di poesie castigliane que dio a la imprenta en 1819, los cuales dotó de compendios métricos y biográfico-literarios, y de un apéndice de composiciones originales suyas. En los dos volúmenes Cervantes está representado con sonetos y una égloga, tomados de la novela pastoril La Galatea y del Viaje del Parnaso. Más amplio espacio ocupa la lírica de Lope de Vega, que Conti considera “meraviglioso poeta” y “prodigioso ingegno nella poesia teatrale”, no obstante su constante violación de las reglas del arte, con canciones, églogas, elegías, epístolas, odas y veinticinco sonetos.

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pañoles defendieron la poesía de su nación (Conti 1782-1790: I, XXVII). Más adelante insiste en el valor estético y civilmente formativo de la poesía, revelando así una valencia político-cultural directamente conectada con la problemática de la Ilustración. Escribe: Es, pues, la Poesía la verdadera maestra del pueblo; y como tal, debe ser muy importante objeto del cuidado del Gobierno, porque si bien su principal fin es instruir deleitando, y purificar y encaminar a buen fin las acciones humanas, no ha faltado en todos siglos y naciones quien la haya tomado por instrumento para verter perniciosas doctrinas, lisonjear las preocupaciones populares, y fomentar el desarreglo de los apetitos. (Por tales motivos procurará con su obra) fomentar el arte y el buen gusto con la colección de Poesías que emprendo traducir é ilustrar, pondré todo mi cuidado en que el entendimiento y el corazón de los Lectores, lejos de recibir en ellas daño alguno, puedan instruirse y rectificarse (ibíd.: I, LXXIII, LXXXIX).

Si los primeros destinatarios de la colección debían ser los italianos, no menor era la ventaja de que podían disfrutar los lectores españoles quienes adquirirían con facilidad “conocimiento del lenguaje poético de Italia, siendo la lengua Toscana la única de las muertas, y de las vivas de que pueden los Escritores Castellanos sacar utilidad en lo que pertenece al arte métrica” (ibíd.: I, XXXII). Las tesis adelantadas por Voltaire, Condillac y D’Alembert sobre la cuestión de la lengua y el problema de la fidelidad y de la libertad al traducir tanto a los clásicos como a los modernos, que en Italia habían suscitado amplia discusión, estaban bien presentes en Conti. En los párrafos conclusivos del “Prólogo” explica los criterios utilizados en su tarea: “He puesto y pondré todo mi cuidado en que la traducción sea fiel intérprete de los Autores; y si en ciertos lugares se halla alguna diferencia, los inteligentes en las dos lenguas y en la Poesía conocerán la razón que para ello ha habido, ya sea leyendo sólo el texto, o ya riflexionando el todo de la obra”, y en seguida añade: “Y pues que en el mismo volumen se publica el original y la versión, podrá el lector atenerse a aquel, siempre que la diferencia hecha en ésta no le satisfaga” (ibíd.: I, XLI-XLIII). Al esforzarse en conservar las formas métricas originales y en respetar el pensamiento del autor y sus fuentes de inspiración, Conti intervino cuando la complejidad del verso y su particular composición lo necesitaron. Sustituyó a veces el metro original por

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el verso libre y la octava, e interpretó libremente los pasajes más oscuros del texto, adaptándolos al gusto clasicista de su tiempo. Pero, como ha evidenciado Cian en su citado ensayo, al cual remitimos para la comparación minuciosa de los textos, las versiones contianas resultan ejemplares por armonía y elegancia en la versificación, finura en las imágenes e inteligente lectura de los originales. En la predisposición de los materiales para la Colección, se acogió a las sugerencias lingüísticas y prosódicas de Llaguno y de Ortega, como ya había ocurrido con ocasión de la traducción garcilasiana de 1771. En la elección de autores, piezas y límites cronológicos entre los cuales situar la obra, influyó de manera considerable Leandro Moratín, también él convencido partidario de la escuela clasicista, quien asistió constantemente al amigo con sus consejos. En el ambiente cultural español e italiano, la aparición de la antología provocó un inmediato interés, no menor del que había acogido un anterior trabajo del conde lendinarese, es decir, la primera versión italiana de la Écloga primera de Garcilaso de la Vega, publicada en Madrid en 1771, con rico cortejo de elogios líricos de ilustres poetas19 y laudatorias reseñas en periódicos italianos.20 En España, la Colección suscitó un coro de felicitaciones. Leandro Moratín dedicó a Conti el soneto Febo desde la tierna infancia mía; Pedro de Estala, como recuerda Cian, estimó grandemente la obra del “ilustre extranjero de exquisito gusto” (1896: 348), así como Juan Sempere y Guarinos (1785: II, 226-228) y Manuel Quintana (1807: I, VII). José Cadalso, en las Cartas marruecas, recuerda con admiración la antología y la honradez intelectual del preparador, quien supo obrar “criticando con tanto rigor a los malos como aplaudiendo con desinterés a los buenos” (1978: 275-280). En Italia la antología gozó de éxitos importantes. Muchos eruditos felicitaron a Conti con reseñas, cartas y comentarios, y él mismo quiso agradecérselos en las Noticias antepuestas al tercer volumen. Aquí nos 19

Ídem: La célebre écloga primera de Garcilaso de la Vega, con su traducción italiana en el mismo metro. Por el Conde D. Juan Bautista Conti: la da a luz con el Prólogo, Resumen de la vida del poeta, y algunas observaciones del Dr. D. Casimiro Gómez Ortega, Madrid, Joaquín Ibarra, 1771. Juan de Iriarte, Ignacio López de Ayala, José Guevara Vasconcelos, Pietro Napoli Signorelli, Ignazio Bernascone le dedicaron poesías en italiano, latino y castellano. 20 Véase L’Europa Letteraria, 4 (1772) pp. 56-60.

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limitamos a citar a Giuseppe Maria Pagnini, poeta, helenista y traductor, quien le dedicó palabras de franca apreciación;21 a Giacinto Ceruti quien escribió una reseña muy favorable, en 1783, en las Effemeridi Letterarie romanas (Cian 1896: 348); al ya citado Juan Francisco Masdeu, quien, lo recordamos, fue también colector de un florilegio de poesía española traducida, que publicó en Roma con la intención, más que de colmar la laguna presente en el mundo cultural italiano e invitar a la reflexión y al diálogo, de afirmar, en términos de revancha patriótica, la excelencia de los españoles también en la poesía,22 y así reconoció los méritos de Conti escribiendo que de él se debían admirar: “El divino furor, la invención poética, el hermoso estilo petrarquesco, i otras sublimes calidades” (1786: 23). El interés de literatos y lectores hacia la Colección perduró durante mucho tiempo y ediciones completas o limitadas o fragmentos de las traducciones de Conti siguieron publicándose en plena época romántica hasta 1845.23 Pues bien, a Andrés y Conti se les debe reconocer el mérito de haberse portado con honradez intelectual, con la moderación y tolerancia de los super partes, rehuyendo las fáciles acusaciones y los estériles prejuicios que habían intoxicado las relaciones entre Italia y España en un momento histórico complejo, muy ideologizado y agitado por violentos patriotismos. Ambos, el español italianizado y el italiano españolizado, vieron claramente cómo en la base de tantas equivocaciones y animosidades estaban principalmente la ignorancia y la falta de conocimiento del objeto de la contienda, es decir, del patrimonio cultural español. Obraron, pues, componiendo obras historiográficas, traducciones comentadas y artículos periodísticos, pensados y realizados

21

Véase la carta del 2 de agosto de 1782 a Eugenio Llaguno y Amírola, director de la Real Academia Española (Gómez Ortega 1994: 213-214). 22 En la Prefación a Poesías de veinte i dos autores espanoles del siglo décimo sexto (1786: 12), Masdeu pretende acabar con los prejuicios en contra de los españoles: “Los Poetas españoles no gozan al presente en Europa de toda aquella estimación que les es debida por sus excelentes obras. Se cree comunmente, que sus calidades características son el desorden de la imaginación, el hinchazón en el hablar, y la agudeza en los pensamientos. Esta falsa idea ha enagenado a muchos hombres cultos de la lectura de aquellos poetas, y la continuada falta de esta leyenda los ha confirmado siempre más en aquella falsa opinión”. 23 Consúltese el artículo de Luigina Marangon (Fabbri 1994: 65-69).

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con función didáctica y divulgativa pero sustentadas por su profunda cultura, rigor crítico, fina sensibilidad interpretativa y excelente lenguaje. Una vasta gama de lectores, desde el erudito y el especialista hasta el intelectual aficionado a la prensa periódica, volvieron así a dialogar, a comprenderse, favoreciendo la conclusión de una querella no solo literaria, que había sido demasiado larga y en sí misma estéril.

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RE-PRESENTARSE ANTE EUROPA: LA PRODUCCIÓN TEATRAL DE LOS JESUITAS EXPULSOS EN ITALIA Patrizia Garelli Centro Studi sul Settecento Spagnolo Alma Mater Studiorum-Università di Bologna

Entre los numerosos jesuitas españoles expulsos a consecuencia de la Pragmática Sanción de Carlos III de Borbón, que, en Italia, adonde fueron deportados desde 1767 con sus cofrades hispanoamericanos y filipinos, se demostraron literatos —empleo la palabra en su significado dieciochesco de conjunto de todas las disciplinas—, un corto, pero selecto grupo, formado por Juan Bautista Colomés, Manuel Lassala, Bernardo García, todos ellos valencianos, como Juan Andrés (Andrés 2006: II, 813). Juan Climaco Salazar, murciano, se dedicó al teatro, en el que ya se había dado a conocer antes de la expulsión, componiendo, en idioma italiano, tragedias y comedias originales. Pedro Montengón,1 ya en el ocaso de su vida, vertió al español piezas de Sófocles y de Alfieri, mientras que Antonio Gabaldón2 tradujo al español Orestes y 1

Pedro Montengón (Alicante, 1745-Nápoles, 1824), formó parte de la Compañía de Jesús en 1759, pero nunca hizo profesión. El decreto de expulsión le cogió en Onteniente y desde aquí pasó a Ferrara y Venecia. Tras una breve estancia en España (1800), tuvo que volver a Italia y se quedó durante algún tiempo en Roma. Después, se estableció definitivamente en Nápoles. La producción literaria de Montengón, —poemas épicos y odas—, destaca sobre todo por sus innovadoras novelas, como Eusebio (1786-1788) y Eudoxia o la hija de Belisario (1793). A él se deben además varias comedias como El zeloso arrepentido y Los ociosos, de las cuales solo quedan los títulos. Para más noticias sobre su vida y su obra, vid. Fabbri (1972). 2 Se tienen pocas noticias de Antonio Gabaldón (1748-¿?), nacido en la provincia de Cuenca. El decreto de destierro lo alcanzó mientras que estudiaba Filosofía en el

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Agamenón, tragedias del citado Vittorio Alfieri y Aristodemo y Cayo Graco de Vincenzo Monti, que no llegaron a editarse (Barbolani 2003). En detalle, Juan Bautista Colomés,3 que, tras la expulsión, vivió en Bolonia, escribió las siguientes tragedias: Cayo Marzio Coriolano (1779), Inés de Castro (1781), Henriqueta de Suffolk, que no se editó, y Scipione in Cartagine (1783), dramma per musica. Manuel Lassala,4 que residió en la misma ciudad, compuso las tragedias Ifigenia en Aulide (1779), Ormisinda (1783), Lucia Miranda (1784), Sancio Garcia (1793), Giovanni Blancas (1793), Roberto y Berenice, que no llegó a terminar, y, en época imprecisa, la comedia Il filosofo moderno. Bernardo García5 escribió las Colegio de Murcia. En Italia, su actividad principal fue la pintura, y también escribió tratados sobre la pintura y la escultura. Como traductor, al español y al italiano, además de traducir a Alfieri y a Monti, realizó, entre otras, la versión del Poema de la Religión de Racine y de L’Arte Poetica de Horacio (Barbolani 2003: 168-169). 3 Juan Bautista Colomés (Valencia, 1740-Bolonia, 1808), estudió Filosofía y Teología. Entre 1765-1767 enseñó Letras Humanas en Orihuela donde cuidó también de la Congregación mariana de los estudiantes. Además de obras teatrales, publicó breves escritos religiosos y ocasionales, y otros de meteorología, arqueología y filosofía. Entre 1798-1801 tuvo una estancia en España, componiendo Poesías castellanas en honor de San Vicente Ferrer (1801), Diálogo sagrado y Adoración de los pastores, ambos en música (Batllori 2001). 4 Manuel Lassala (Valencia, 1738-1806). Estudió Filosofía y Teología en el Colegio de San Pablo en Valencia. Fue docente de Letras Humanas en Calatayud y profesor de Retórica en el Colegio de Nobles de San Ignacio. Después de una estancia en Ferrara, desde 1773 se estableció en Bolonia donde estudió Álgebra, Astronomía y Física y fue conocido como poeta de ocasión en latín e italiano. Antes de la expulsión manifestó su vena de dramaturgo al escribir Josef descubierto a sus hermanos (1762) y Sancho Abarca (1764). Volvió a España en 1798 (Batllori 2001). Para más noticias sobre su producción, véase: Lassala (1990: 15-21). 5 Bernardo García (Valencia, 1749-Venecia, 1800), en 1766-1767 cursó tercero de Teología en Barcelona. Tras la expulsión, vivió en Ferrara, para trasladarse, después de la supresión de la Compañía (1777) a Venecia, donde fue ayo del hijo del patricio y senador Giovanni Bragadin. También fue maestro de moral y oratoria en los PP. De San Felipe Neri. Fue buen amigo de Antonio Conca, que se empeñó en dar a conocer el teatro de su cofrade en Florencia (Batllori 1966: 502; Escalera 2001: II, 1571-1572). De la producción literaria no teatral de García se recuerdan: El hombre desnudo de accidentales adornos (1774) que debido a la cesura de José Cevallos no se editó; el Elogio funebre d’un illustre filosofo detto da un amico dell’uman genere a giusti pensatori, Venezia, Gaspare Storti, 1778; Elogio del principe e vescovo di Ginevra San Francesco de Sales, Venezia, Giuseppe Rosa, 1785 (Aguilar Piñal 1986: IV, 68-69). Además, escribió un Discorso contro i filosofi moderni y un ensayo dedicado a ensalzar el ingenio y las dotes de las mujeres, que no nos han llegado.

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tragedias Tarquinio il Superbo (1782) y Bruto (1758), traducción de Voltaire; los dramas Marcella, ossia L’innocenza salvata e la calunnia punita (1786) y Gonzalo della Riviera, ossia il giudice del proprio onore (1789) y La zingana (1791), “comedia de carácter”; Juan Clímaco Salazar,6 que pasó su exilio en Cesena, es autor de Mardoqueo, tragedia en idioma castellano, que se editó en Madrid (1781). Se trata, pues, de una conspicua producción, a la que Maurizio Fabbri, entre los primeros en darse cuenta de su valor, ha dedicado numerosos ensayos (Fabbri 1974, 1984, 1985, 2010), ineludibles para cualquier estudioso del argumento (Sala Valldaura, 1994a, 1994b, 2005), pero que ha sido estudiada más en ámbito trágico que cómico. Contribuir a colmar esta laguna es el propósito de mi ensayo, cuya primera parte se centra en el estudio de las tragedias originales de tema español, para continuar con el de las comedias. Resulta evidente la predilección de los exiliados por el teatro trágico, que se justifica debido a varias razones. En primer lugar, encaja perfectamente con las ideas pedagógicas de la Compañía de Jesús, que desde su constitución había asignado a este género, por su aspecto retórico y didáctico, un rol fundamental en su Ratio studiorum (Peyronnet 1976; Elizalde 1990), mucho antes de que lo prescribieran las poéticas clasicistas. Sin embargo, las ‘tragedias italianas’ que acabamos de citar, no se escribieron pensando en un destinatario escolar o para algún certamen, como, por ejemplo, Hermenegilda de Colomés, compuesta en vísperas de su exilio, y tampoco para representarse en selectos salones particulares y en las prestigiosas academias italianas en las que sus autores fueron acogidos, aun cuando se leyeran en ellas. Como atestiguan las reseñas en periódicos y gacetas de la época, consta que se estrenaron en las tablas de los teatros públicos de diferentes ciudades, cosa que manifiesta el intento de darlas a conocer a espectadores de estado social muy vario, no solo cultos y preparados —en prevalencia nobles y burgueses, si no por condición, por mentalidad—, para que los italianos, aunque de diferente cultura, sensibilidad y costumbres, pudieran apreciar, de visu, la calidad del teatro español y juzgarlo con objetividad. Todas las poéticas, antiguas y modernas, habían puesto de relieve su valor estético y ético, y justamente en el siglo XVIII, debido al auge 6 Juan Clímaco Salazar tras la expulsión residió en Cesena y colaboró con Hervás y Panduro (Batllori 1966: 53).

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del canon clasicista en toda Europa, la tragedia seguía siendo el género teatral más apreciado y debatido por tratadistas y críticos, que, aunque con algún reparo, coincidían en reconocer la superioridad de la tragedia francesa, sobre todo de Corneille y Racine. Las opiniones sobre la tragedia española, en cambio, no solo eran negativas, sino que hasta se negaba a los dramaturgos españoles cualquier aptitud para practicar este género. En Italia, el rechazo a la tragedia española, debido en particular a sendos trabajos de Tiraboschi, Storia della letteratura italiana (1772-1773) y de Bettinelli, Saggio sul risorgimento d’Italia negli studi, nelle arti e nei costumi dopo il Mille (1775), formaba parte del general desprestigio en que se tenía a toda la literatura española, en particular la del Siglo de Oro, acusada por haber corrompido, con su mal gusto barroco, a la italiana. A estas críticas se opusieron algunos jesuitas exiliados: Francisco Masdeu, Tomás Serrano, pero especialmente Javier Llampillas, que vivía en Génova. En su Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola este afirmó que los italianos no conocían la literatura española, o la conocían a través de malas traducciones. Por lo tanto, su juicio negativo nacía de prejuicios, y no solo literarios, contra la nación entera (Llampillas 1778-1781). El jesuita, debido a su intento polémico y nacionalista, muy diferente del que otros españoles, especialmente Andrés, adoptaron enfrentándose con la misma cuestión, exageraba: por ejemplo, en algunas ciudades italianas, especialmente en Venecia, el teatro español, sobre todo cómico, se conocía desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, hay que reconocer que los intelectuales italianos no estaban al tanto de los esfuerzos hechos por los españoles para mejorar su teatro, en particular por el conde de Aranda, ministro de Carlos III, que, en 1767, había encargado a ilustres literatos españoles la traducción de piezas francesas y la adaptación de algunas comedias barrocas al canon clasicista, abriendo los teatros de los “Reales Sitios” para darles la máxima difusión. Tampoco conocían la intensa actividad de la tertulia de Pablo de Olavide en Sevilla para la reforma del teatro (Aguilar Piñal 1966), y el amplio debate que esta había suscitado, y seguía suscitando, en la prensa. También es verdad que España tenía escasa consideración en Europa, como prueban, por ejemplo, varios pasajes de las obras de Voltaire y el famoso artículo de Masson de Morvillers, editado en la Encyclopédie méthodique (1782), que muestra ignorar los progresos y adelantos de la España ilustrada en todo terreno, cosa, que, dicho sea entre paréntesis, ha empezado a

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apreciarse por historiógrafos y críticos internacionales solo a partir de los años sesenta del siglo XX: a este propósito, quiero recordar, entre todos, a Rinaldo Froldi, pionero en Italia del redescubrimiento de la literatura del Siglo ilustrado. Para cambiar la situación señalada por Llampillas, algunos de sus cofrades se empeñaron en dar a conocer varias obras españolas contemporáneas —por ejemplo, Antonio Conca, que dio en italiano el Discurso sobre el fomento de la industria popular de Campomanes; José García de la Huerta, que tradujo al mismo idioma la Raquel, tragedia de su hermano Vicente; Francisco Javier Peirolón que vertió El delincuente honrado de Jovellanos—. Por su parte, el italiano Pietro Napoli Signorelli, contertulio de la Fonda de San Sebastián durante su larga estancia en Madrid, dio a conocer a sus compatriotas El sí de las niñas de Moratín hijo. Colomés, Lassala, Bernardo García, Salazar, en cambio, dejando a un lado las traducciones y las disertaciones teóricas, eligieron sumarse a la defensa de la literatura española de manera directa —así como lo hicieron otros cofrades exiliados, al escribir poesías, tratados de música, obras de lingüística, de crítica, novelas, etc.—, confeccionando tragedias originales capaces de mostrar concretamente al público italiano, y también europeo, no solo los adelantos españoles en el arte dramático, sino también sus progresos políticos, civiles y morales. Para conseguirlo, siguiendo los preceptos expresados por Ignacio de Luzán en su Poética (1737), les pareció oportuno centrar prevalentemente sus tragedias en personajes de la más antigua historia de España: de la época romana, como es el caso de Scipione in Cartagine —hoy Cartagena— y, sobre todo, de la Reconquista, como Ormisinda y Sancho García, personajes históricos bien conocidos en España también gracias a las tragedias Pelayo (1769) y Hormesinda (1770), respectivamente de Jovellanos y de Moratín padre, y Don Sancho García (1770) de Cadalso, pero poco notorios en Italia. También se empeñaron en rescatar del olvido a figuras poco conocidas por los mismos españoles, como Juan Blancas, que, como el más afamado Guzmán el Bueno, ya protagonista de tragedias y melodramas españoles, dejó que su hijo muriera a manos del enemigo franco, en vez de ceder a su chantaje. En cambio, la mítica Ifigenia, Cayo Marzio Coriolano, Tarquinio il Superbo, Mardoqueo e Inés de Castro no pertenecen a la historia de España, aunque esta última está relacionada con la Península ibérica por haber sido la desdichada esposa del rey Juan II de Portugal. Se trata sin duda del personaje más conocido entre los evoca-

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dos por los jesuitas dramaturgos.7 Lucia Miranda, en cambio, se inspira en un hecho narrado por Ruy Díaz de Guzmán, primer historiador de Argentina (Díaz de Guzmán 1998), entrado a formar parte del folclore guaraní: el rapto de una joven colona española por parte de un cacique de los timbúes. Se trata de la única ‘tragedia italiana’ de tema americano que nos ha llegado, aunque sabemos que también Bernardo García tuvo la intención, declarada en el prólogo de su drama Don Gonzalo della Riviera (García 1786: 7), de editar su Fernando Cortes, conquistatore del Messico, del que también escribió un elogio, ambos lamentablemente perdidos. La elección del argumento americano, en aquellos años en boga en España (Sala Valldaura 1995), por parte de los jesuitas expulsos nació de la voluntad de desmentir la leyenda negra que, alimentada por las obras de Pauw, Raynal y Robertson, se había esparcido por Europa a propósito de la conquista y de la colonización española del Nuevo Mundo, en contra de la cual salieron el jesuita Juan Nuix de Perpiñá, autor de Riflessioni imparciali (sic) sopra l’umanità degli Spagnoli nelle Indie (1780) y, más tarde, Mariano Llorente y Raimundo Diosdado, que escribieron respectivamente el Saggio apologetico degli scrittori e conquistatori spagnoli (Parma, 1804) y L’eroismo di Ferdinando Cortese contro le censure nemiche (Parma, 1806). Los prólogos de las tragedias compuestas o traducidas por los jesuitas en Italia, en especial el de Montengón a su versión de las de Sófocles,8 así como sus memorias, disertaciones y epistolarios, en particular el de Andrés, recientemente editado por Livia Brunori (Andrés 2006) y sus Cartas familiares, que Fabbri acaba de verter al italiano, con puntuales anotaciones (Andrés 2007-2011), muestran la profundidad de sus conocimientos teóricos y la lectura directa de textos antiguos y modernos, revelando su saber enciclopédico, en particular de la histo7 Inés de Castro, desde tiempos remotos, había suscitado el intéres de varios autores, no solo españoles, y seguía gozando de cierta fortuna, como muestran varias tragedias del siglo XVIII centradas en ella: entre ellas tuvo el mayor éxito Inés de Castro de Houdart de la Motte (Apraíz Buesa 1911; AA. VV. 1999; Statello 2004). 8 En este prólogo, el jesuita afirma su intento de dotar a la dramaturgia española de traducciones fidedignas, hechas directamente sobre las fuentes griegas, y revela su pensamiento a propósito de la polémica entre antiguos y modernos, manifestándose en favor de los antiguos por lo que se refiere a “la natural majestad del estilo griego” y a los modernos por su “ingeniosa grandilocuencia y severa conducta” (Montengón 1992: 8).

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ria, de la política y del derecho. Para darse cuenta de ello, basta con leer la Lettera a un amico intorno al giudizio dato dalle Efemeridi Romane del dramma intitolato Scipione in Cartagine, donde Colomés, respondiendo a las críticas dirigidas a su obra, demuestra no haber mistificado la historia, apoyándose en un gran número de testimonios antiguos que la relataron (Colomés 1784). Las múltiples competencias de los jesuitas bien justifican su rol de interlocutores privilegiados de los más destacados representantes de la cultura italiana, que, en aquella época, intentaba renovarse en campo teatral, trágico y cómico, buscando su propia originalidad, más allá de influencias extranjeras, sobre todo francesas. La importancia de la aportación de los dramaturgos jesuitas en este debate queda comprobada por el hecho de que Andrés, en su Dell’origine, de’ progressi e stato attuale d’ogni letteratura, habla positivamente de sus tragedias en la sección dedicada al teatro trágico italiano y no español (Andrés 1786: II, 1, 372). Desde el punto de vista formal, las ‘tragedias italianas’ siguen los preceptos del clasicismo dominante, que se concreta en el respeto a las afamadas unidades, y en su división canónica en cinco actos. También se nota en ellas un moderado empleo del soliloquio, mientras que los coros solo aparecen en Scipione in Cartagine, justificándose por tratarse de un melodrama, nacido bajo el influjo del “cantor del Istro”, Pietro Metastasio, al que Colomés dice apreciar sin reservas (1791: X). En prevalencia, la gestualización, la expresión del rostro y el movimiento se sugieren a los actores indirectamente, a través del diálogo entre los personajes y la escenografía. Sobre todo en las tragedias de Lassala, es minimalista, sobria y austera, probablemente para evitar que la magnificencia y la excesiva decoración, tan utilizada por los dramaturgos franceses, distrajeran la atención del público de la acción y de los caracteres de los personajes. El lenguaje, respecto a la grandilocuencia propia del género, es menos aúlico, menos rico de tropos, para resultar comprensible a espectadores de diferentes niveles culturales. Siguiendo a Luzán, cuya Poética “determinó toda la crítica y la teoría que se realizó en España durante el siglo XVIII” (Checa Beltrán 1998: 54), el objetivo de las tragedias citadas es el de ofrecer a los espectadores ejemplos que los estimulen a practicar la virtud en cualquier ocasión de la vida, pública y privada. Pero, si, según Luzán, siguiendo a Aristóteles, los medios para conseguirlo eran “el terror y la compasión” (Luzán 1977: 432), los jesuitas evitan las escenas sangrientas, ya

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se trate del asesinato de un reo, ya de un inocente. Lo comprueba Lucía Miranda, donde Lassala hace que el público se entere tanto de la muerte violenta de los malvados indios Zamoro y Lautaro, como de la de sus víctimas, Lucía y su esposo, de manera indirecta, a través de la narración de un personaje, ‘cronista’ de los hechos. No se trata, en mi opinión, de una elección debida solo al decoro estético: si la vista de la sangre puede tener un instantáneo impacto en el público, la narración le permite ‘recrear’ personalmente los hechos según su propia sensibilidad. A esto parece tender el relato del sacrificio de Alonso, hijo de Giovanni Blancas, hecho por su amigo don Fernando, que, en sugerentes endecasílabos —versificación utilizada en las ‘tragedias italianas—, narra así: Con lenti passi, ascolta orribil cosa / Degli armati custodi cinto / Altero giunge: là de bianco lino/ Velato i lumi, e genuflesso attende / Il fatal colpo: tosto al noto cenno / Le ferree canne a lui drizzate incontra / D’ardente piombo scaglian densi globi :/ Egli piagato il capo, il collo, il petto / Si cade estinto, e fa vermiglio il suolo / di largo sangue (Lassala 1793: V, 6, 62).

Sobre todo al tratarse de mujeres, los jesuitas evitan toda acción violenta, como puede verse, por ejemplo, en Sancio Garcia y en Inés de Castro, cuyas protagonistas sí mueren en las tablas, pero sin derramamiento de sangre, puesto que han sido envenenadas. Conservar el decoro es imprescindible para los dramaturgos expulsos, sobre todo al presentar delicadas relaciones, como entre padres e hijos, que, en particular se encuentran en Sancho García y en Inés de Castro. En la primera, el protagonista se enfrenta con su madre y reina doña Alba, condesa de Castilla, cuyas bodas con el moro Almanzor no aprueba; en la segunda, el infante Giovanni tiene que defenderse de su padre, que, ignorando su boda con Inés, quiere casarlo con la princesa por él elegida. En ambos casos, a pesar de su joven edad, los dos personajes mantienen una actitud firme, pero siempre respetuosa de la autoridad moral y política de sus padres.9

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En el prólogo a Inés de Castro, Colomés explica su opinión a este propósito: “non amo affrontare un figlio col genitore [...] o arrivare con lui a quelle scene [...] che l’umanità volle sbandire” (1781: nota 1, 13).

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La educación de los jóvenes, ya sean estos varones o mujeres, interesa mucho a los jesuitas, puesto que en sus tragedias no dejan de aconsejar a los padres cómo portarse con sus hijos. Lassala y Colomés coinciden en condenar toda forma de autoritarismo: Giovanni Blancas, por ejemplo, deja que su hijo busque la ansiada gloria en el campo enemigo, aunque preocupado por su incolumidad y Rodrigo, padre de Inés, que, con su hijo Fernando se ha aprovechado de la joven para medrar en la corte, al reconocer su error, así avisa: “Tremate o padri che severi un dritto, / A voi dal Cielo non concesso, sovra / Il cuor de’ figli vi usurpaste. Scusa / Il fallir mio non ha.” (Colomés 1783: IV, 3, 56). El mismo decoro mantenido por los jesuitas al tratar las relaciones familiares, se observa también en las amorosas, donde buscan el justo medio entre los excesos de la pasión y los “importuni amoreggiamenti d’idilio” (Colomés 1781: VIII), típicos de la contemporánea tragedia francesa. Cosa que, sin embargo, no impide que en Inés de Castro se utilice a los niños, aunque solo para hacer más patética la escena final, donde la protagonista muere a la vista de sus hijos, para resaltar su triste destino de reina y, sobre todo, de madre desdichada. Estas tragedias proponen un nuevo tipo de héroe —reflejo de una nueva sensibilidad y del influjo del melodrama de Metastasio en la tragedia española—, que, a pesar de mostrarse valiente guerrero, no se avergüenza por manifestar públicamente sus sentimientos y emocionarse, hasta llorar en las escenas, como es el caso de Giovanni Blancas, que, al rechazar rescatar a su hijo, confiesa: “[...] non arrossisco / Del mio dirotto lagrimar; che giusta / Troppo ne è la cagion [...]” (Lassala 1793: II, 7, 28). De tal manera, el personaje llega a ser un modelo más asequible para el público que, compartiendo su desgracia,10 logra identificarse con él. El comportamiento de Escipión, en la homónima tragedia, bien ejemplifica a este nuevo héroe, ‘humanizado’ y más moderno: al renunciar a Arminia, permitiendo que se reúna a su prometido, el dux afirma que su acción es más heroica que las que hicieron gloriosos a sus antepasados: “E i Catoni ed i Fabbj / Invidi già della 10 A este propósito, Colomés, dirigiéndose a lo dramaturgos, los invita a mostrarse en sus obras “più sensibili alle disgrazie dei loro simili che al miserabile piacere d’intartenere l’ozio della porzione più inutile degli uomini con bagatelle sonore” (1781: VIII). Lassala, por su parte, en la dedicatoria a Ormisinda, recuerda: “le anime bennate e veramente sensibili, nell’ascoltare, nel compiangere les venture degl’infelici, ritrovano il più fino e squisito piacere […]” (1783: 6).

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marzial mia gloria, / Emuli ancor farò di mia vittoria” (Colomés 1783: II, 14, 70). Las mujeres, aun cuando no son protagonistas, tienen un papel muy importante en estas tragedias: ya no son figuras sometidas al hombre, sino que deciden y actúan autónomamente, como es el caso de Elvira, esposa de Giovanni Blancas, que, para evitar que su hijo vuelva al campo enemigo, subleva al pueblo contra su marido, que se lo permite. En algunas ocasiones las mujeres también muestran una apertura mental, una sensibilidad y una intuición superiores a las del hombre, como es el caso de la reina de Portugal, que aprueba el matrimonio de Inés con su hijo, aunque plebeya, y de Lucia Miranda, que se da cuenta de la deslealdad de Zamoro mucho antes de que su marido se entere de ella. Es evidente que los jesuitas, que en Italia alternaron con numerosas mujeres cultas, versadas en muchas ramas del saber (Garelli 2011), se percataron de los cambios en proceso en la sociedad de su época y apoyaron a las mujeres en su empeño para ver finalmente reconocidas sus cualidades e independizarse. Los temas de las ‘tragedias italianas’ no difieren de los señalados por Sala Valldaura en su estudio de la tragedia clasicista española, al ser, prevalentemente, la política y el amor en sus diferentes declinaciones —pasión, amor conyugal, filial, fraterno, etc.— (Sala Valldaura 2005), mientras que las cuestiones dogmáticas o de fe están ausentes, salvo en el Mardoqueo (Fabbri 1985: 410). Por lo que se refiere al primer argumento, que casi siempre se combina con el segundo, se evidencia en ellas la firme condena a todo abuso del poder por parte de los reyes, que, a menudo, esconden detrás de la Razón de Estado sus intereses particulares. Las leyes, justas y ciertas, en opinión de los jesuitas, son el instrumento capaz de frenar el despotismo: por lo tanto, en Agnese di Castro,11 aconsejan a los reyes que las respeten los primeros, si quieren que también sus súbditos —en una época tan cercana a la Revolucción francesa, más bien ciudadanos—, convencidos por su ejemplo, acepten someterse al poder.12 Solo de esta manera, como se 11 Alfonso IV, así lo expresa: “Io delle lggi / Non sono il distruttor, sono il custode. / E al mio popolo è noto, ch’io medesimo / Che altrui le impongo, ad osservarle il primo / Sono; […]” (Colomés 1781: III, 5, 49). 12 En Scipione in Cartagine, el condotiero, recién conquistada Cartagena, aclara: “L’amor non si comanda; e ad un nascente / E soggiogato regno / Son giustizia ed amor base e sostegno”(Colomés 1783: I, 2, 14).

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avisa en Scipione in Cartagine,13 es posible garantizar la paz del Estado, permitiendo, al mismo tiempo, la conservación del Antiguo Régimen, al que, en todas sus tragedias, los jesuitas parecen respaldar, en contraste con las ideas de Vittorio Alfieri, que, por aquella época, utilizaba a los héroes de sus tragedias en función anti-tiránica y liberal. Las ‘tragedias italianas’ apoyan una concepción ética del poder —entendido, sénecamente, como officium y no como privilegio—, que considera el castigo y la represión menos eficaces que la clemencia para ganarse el favor de los súbditos, puesto que, como afirma Alfonso IV, “Siede al rigore / La crudeltà vicina: e la clemenza / È il maggior vanto del Monarca eterno” (Colomés 1781: V, escena última, 88). Así, el perdón que Escipión le concede al rebelde Lucio, su rival en amor, no es señal de debilidad, puesto que es consciente de que su castigo no sería un acto de justicia, sino una venganza. La renuncia al interés particular —incluso a los afectos más sagrados—, cuando se oponen al bien de los súbditos, la clemencia, y el recto ejercicio de la justicia, en estas tragedias no solo tienen un valor político, sino también moral, que vale tanto para los reyes como para todo individuo que anhele al título de ‘hombre de bien’ y es garantía de felicididad, tanto pública como privada. La confianza en la virtud como fuente de satisfacción, que le hace exclamar a Escipión “Quanto è mai puro, o Numi / Di virtude il piacer! (Colomés 1783: II, 14, 80), está presente en casi todas las obras mencionadas, en las cuales se insiste en que la razón debe siempre dominar los instintos y pasiones del hombre, en particular, la ambición y la sed de poder, causa constante de perdición moral y civil.14 Así lo reconoce Escipión: “[...] di me stesso, / Nel soggiogare altrui, / Io lo schiavo farei” (ibíd.: III, escena última, 99). Y todo hombre, si realmente lo quiere, puede subyugar sus propias pasiones, porque, en palabras del mismo personaje, “Sui pro-

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“Rotte le leggi / E’ inutile l’impero. E ove il furore / L virtù non rispetta; / La maestade offende; e infin calpesta / D’umanitade il dritto […] (Colomés, 1783: III, 6, 88). 14 En la dedicatoria de Ormisinda, Lassala afirma: “l’amore, quella dolce passione, che è forse il più soave vincolo dell’umana società, quando non viene regolato dalla ragione, è l’amara inesausta sorgente delle più funeste sventure” (1783: 3). La idea se confirma en la tragedia, donde la protagonista sentencia: “L’uom senza consiglio / Di passioni impetuose in preda / Precipita, allorché il superbo freno / Della ragione scuote” (ibíd.: I, 1, 18-19).

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pri affetti / Non han gli astri nimici / Forza o poter. / Liberi al pari sono / Nel tugurio i pastori. I Re sul trono” (ibíd.: II, 2, 46). La virtud, y no los títulos nobiliarios, se considera el único criterio para juzgar al hombre: en Agnese di Castro, don Pedro defiende, frente a la oposición de Alfonso IV, su elección de una esposa plebeya, pero honesta y, al mismo tiempo, se denuncia el cinismo y la falta de sensibilidad de los nobles, en particular de don Álvaro, que para conseguir su objetivo de prevalecer en la corte sobre la familia Castro, no duda en matar a Inés, su miembro más débil e indefenso, tras haberse deshecho de un mensajero, cómplice de sus fechorías, justificándose así: “Quando a noi / Frale strumento più non giova, è d’uopo / D’inutil peso disgombrar la terra. / Il volgo è per noi fatto” (Colomés 1781: II, 1, 17). En las tragedias basadas en la Reconquista y la colonización, los jesuitas sacan a la luz el papel, normalmente silenciado por la historiografía oficial, que en ellas tuvieron las mujeres, dando prueba de un valor no inferior al de sus más celebrados héroes. Entre ellas, Ormisinda, la hermana de Pelayo, que rechaza firmamente, como goda y cristiana, casarse con el renegado Maurilio, ambicioso de poder, y sobre todo, Lucia Miranda, ejemplo de virtud, de fidelidad conyugal y de coraje. Pero, en particular, esta tragedia de Lassala, ambientada en Paraguay —lugar conocido por los jesuitas que desde el siglo XVII tuvieron allí varias reducciones y en aquella época estudiado por Félix de Azara en su Descripción e historia del Paraguay (Azara 1847)—, quiere dar a conocer las dificultades y los peligros encontrados por los españoles, que aceptaron dejar su patria para transferirse a “lidi / Inospiti e selvaggi” (Lassala 1784: II, 2, 27), teniendo que confrontarse con mentalidades, creeencias y costumbres diferentes de las suyas. Confutando la acusación de falta de humanidad con la que la historiografía europea tachaba a los conquistadores, el dramaturgo sostiene que los colonos se empeñaron en vivir en paz con los indígenas,15 y que sus eventuales acciones violentas contra ellos solo se llevaron a cabo para defenderse de su comportamiento, siempre hostil y desleal. En el cuento de las peripecias de Lucía Miranda se invierte la leyenda negra a propósito de las violencias sufridas por las mujeres 15

Así se expresa el colono Nugno Lara “[...] io non amo / Il piacer di macchiar l’ultrice destra / Dell’umano sangue e d’innalazar l’impero / Sopra le altrui ruine” (Lassala 1784: II, 5, 5).

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indígenas, puesto que aquí la violación la sufre una mujer española y casada. Lassala encuentra las razones del rechazo de los indígenas a colaborar con los españoles, a los que definen “[...] raminghi stranieri, vil rifiuto / Dell’onde abbandonato in queste spiagge” (1784: II, 7, 32), en su diferente axiología. Así, por ejemplo, Lautaro no comprende que Lucia lo rechace, cuando siempre se ha mostrado cortés con él, tomando su recato por orgullo; no entiende que el matrimonio, para los españoles, sea un “sacro / Solenne nodo” (ibíd.: IV, 7, 66), y tampoco admite que Urtado, hombre y valiente, pase el mayor tiempo posible con su mujer. El jesuita intenta justificar la colonización al sostener, como Cadalso en sus Cartas marruecas (1970), que los españoles se empeñaron en civilizar a los bárbaros indios, pero evita cualquier referencia a su objetivo de cristianizarlos, ciertamente porque, según los detractores de la conquista, este objetivo había sido utilizado por los españoles para justificar los crímenes perpetrados en el Nuevo Mundo. La conclusión de Lucia Miranda parece negar la posibilidad de cualquier comunicación entre españoles y nativos: en efecto, la protagonista y su esposo perecen, así como Zamoro y Lautaro. Pero, más allá de su trágica conclusión, el episodio que Lassala ha dramatizado consigue rescatar el proceder de los españoles en el Nuevo Mundo, no sin que el dramaturgo, para demostrar que el sacrificio de Miranda no ha sido inútil, exprese el auspicio que pueda llegar un día en el que pueblos distintos vivan finalmente en paz y armonía,16 disfrutando de los beneficios de la civilización. Pasando al teatro cómico de los jesuitas expulsos, menos practicado que el trágico, ciertamente por considerarlo de menor prestigio, encontramos, como ya he dicho, a Lassala, autor de Il filosofo moderno, y sobre todo a García, cuya decidida vocación cómica se patentiza también en su tragedia Tarquinio il Superbo, que bajo ciertos aspectos —hechos curiosos, escenas de amor, celos y agniciones—, recuerda la comedia de amor de Goldoni (Fabbri 1973: 34-35). Il filosofo moderno es una breve pieza, casi un sainete, centrada en un único tema: la peligrosidad de ciertos petimetres, en este caso Lelio, 16

Gonzalo, jefe de los colonos, así cierra la obra: “ […] alta vendetta / Fia ch’il Monarca Ispano a queste spiagge, / Volgendo gli anni, porti, e in alma pace / Innalzi e stenda un vasto eterno Impero” (Lassala 1784: V, escena última, 84).

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que alardeando de sus viajes, su conocimiento de las lenguas, y, sobre todo, de su cultura filósofica, seducen a las mujeres, proporcionándoles obras como las de Rousseau y de Voltaire, que atentan a su moralidad y religión. A pesar del argumento, ya utilizado por muchos autores españoles del siglo XVIII, a partir de La petimetra de Moratín padre, la pieza revela la admiración del jesuita por Goldoni, ya apreciado en toda Europa debido a las múltiples versiones (Calderone 1997). Lo comprueba su ambientación veneciana, sus personajes, cuyos nombres no eran extraños para público de la ciudad lacunar, sus costumbres — entre ellas, la de aspirar tabaco picado, y de la “conversazione” (reunión de personas conocidas en una casa particular, parecida a la tertulia española)— y, sobre todo, su lenguaje, cálido, cordial, y no exento de una pizca de ironía.17 Las comedias de García, es decir Marcella, ossia la innocenza salvata e la calunnia punita, Gonzalo della Riviera, ossia il giudice del proprio onore y La zingana, se editaron en Venecia y se representaron con gran éxito18 en los teatros públicos de la capital de la Serenísima República, donde, desde hacía tiempo, se llevaba a cabo una efervescente vida teatral, sumamente apreciada por un público amplio y heterogéneo, como testimonió, entre tantos, Leandro Fernández de Moratín en su conocido Viaje de Italia.19 Como se ha visto, el teatro español, pese a la opinión expresada por Llampillas en el Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola (1778-1781: VI, 199), en parte compartida por Andrés,20 era conocido en Italia ya desde el seiscientos. Por lo que se refiere al siglo Dieciocho, 17 En la pieza se utilizan palabras y frases típicas del habla veneciana, como, por ejemplo, “sior/siora” (señor/señora), “nissun” (ninguno), “compatisca” (disculpe), “son di questo sentimento” (soy de esta opinión) y “seguiti a far pulito” (continúe actuando bien). 18 Gonzalo de la Riviera se representó durante nueve noches, para subir después, con el mismo éxito, a las tablas de Turín, Milán y Bolonia (García 1789: 6). El éxito de la pieza se comprueba por su acogida en la afamada colección Teatro moderno applaudito (García 1800). 19 El comediógrafo anota: “Venecia se cita como la capital de Italia en que más se ha cultivado la poesía dramática representativa, o a lo menos donde los theatros de representación son más en número, más concurridos y donde se ven más piezas nuevas” (Fernández de Moratín 1988: 412-437). 20 En Dell’origine e de’ progressi..., así observa: “Il più grave pregiudizio del teatro spagnolo è stato l’esorbitante sua ricchezza; tutte insieme le nazioni europee non han-

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numerosos dramaturgos venecianos fueron deudores del teatro español del Siglo de Oro. Carlo Gozzi, por ejemplo, se inspiró en él (Fido 1992: 63-65), a pesar de señalar algunas extravagancias suyas. Sobre todo, aprovechó su técnica teatral en sus propias piezas que “fueron determinantes para fomentar el interés italiano hacia la comedia áurea” (Profeti 2007: 171). También Elisabetta Caminer Turra vertió al italiano comedias del Siglo de Oro, aunque desde traducciones francesas, y más tarde Pietro Andolfati reelaboró varias comedias barrocas, entre las cuales destaca el Alcalde de Zalamea de Calderón (Tejerina 1996). Incluso Goldoni, reconocido renovador de la comedia en Italia, en el prefacio a sus comedias, no silenció sus deudas para con los dramaturgos del Siglo de Oro, y, en particular, para con Lope de Vega (Goldoni 1993: 29). Por su parte, Bernardo García, al escoger temas españoles para sus piezas, pensó en Calderón (El alcalde de Zalamea), en Juan Pérez de Montalbán (La Gitanilla) y en Antonio Solís (La Gitanilla de Madrid) que, para decir la verdad, eran la reelaboración escénica de la homónima novela de Cervantes (Vaiopulos 2003). De esta manera el autor sabía que podía contar con el interés y la curiosidad de los espectadores, en cierta manera ya acostumbrados al teatro español-veneciano.21 El juicio negativo expresado por los ya citados Bettinelli y Tiraboschi, y, en parte, por Pietro Napoli Signorelli (Napoli Signorelli 1777), a propósito de la comedia aurisecular, se basaba en su falta de regularidad, inverosimilitud, lenguaje áulico y comicidad chabacana. Si esta opinión había cundido entre los literatos italianos, parece haber contagiado en menor mesura a los dramaturgos y al público venecianos. Es evidente que, por razones estéticas —el clasicismo, que prevalecía en toda la Europa del siglo XVIII—, y debido a las transformaciones

no forse composti tanti drammi, quanti ne abbiano di solo la Spagna: e chi sarà il dotto e paziente osservatore, a cui basti l’animo di leggere tante migliaia di volumi, per trovare alcuni drammi passabili, che compensino molti difetti con alcune virtù [...]” (Andrés 1786: II, 1, 300). 21 A este propósito, al recordar el rechazo de Boileau a los imitadores de los comediógrafos españoles del Siglo de Oro, Chasles afirma que “[...] vers la fin du XVIII siècle, la verv puissante de ce gran peuple semble por toujours effecèe; un phénomène contraire et tres-curieux m’a fait veoir la renassance momentanée d’un drame moitié espagnol-moité venitien, suscité par le génie fantastique et cependant raissonable de Charles Gozzi” (1847: II-III).

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políticas y culturales en proceso en la sociedad de la época ilustrada, la comedia áurea no podía subir intacta a las tablas con el mismo éxito que había conseguido en España en su momento (ibíd.: 278).22 Sin embargo, la práctica de muchos dramaturgos, y no solo italianos, desmentía que no pudiera aprovecharse, descartando sus defectos y aceptando sus innegables cualidades. Opinión que compartían también numerosos clasicistas españoles, mucho menos apegados a las reglas pseudoaristotélicas de lo que cierta crítica ha afirmado (Urzainqui 1983). Según Llampillas, las críticas al teatro barroco no iban dirigidas a sus mayores representantes —Lope, Calderón, Tirso, Moreto, etc.—, sino a los traductores y adaptadores de la comedia áurea que, en vez de ensalzar sus mejores prendas, la desfiguraban, aumentando sus defectos, echando a perder sus mejores aciertos;23 para no hablar de la irresponsabilidad de los cómicos, capaces, como testimonia Moratín hijo, de adulterar una obra excelente con sus improvisaciones, frecuentes, sobre todo, en las tablas venecianas, acostumbradas a las máscaras (Fernández de Moratín 1988: 418). García, que conocía a fondo el teatro de su nación, estaba al tanto del repertorio teatral italiano y, por experiencia directa, de los gustos del público. Compartiendo la opinión de Llampillas, actúa en Italia, en cierta medida, como vehículo del teatro aurisecular, adecuándolo a los nuevos ideales estéticos y éticos y a los valores vigentes en la sociedad del siglo XVIII, con el objetivo de rescatarlo, y, sobre todo, de hacer constar que el arte cómico en España no se había estancado, sino que había sabido renovarse y merecer una justa consideración en el ámbito europeo, como, tras las piezas de Tomás de Iriarte, comprobaban las obras innovadoras de Leandro Fernández de Moratín. García explica las razones que lo habían llevado a adaptar El Alcalde de Zalamea y a escenificar La gitanilla de Cervantes. En primer 22 La opinión de Napoli Signorelli “Per giudicare diritto un autore comico, bisogna trasferirsi nel di lui secolo” (1777: 278) es plenamente compartida por García, que, a propósito de las comedias de Calderón, escribe: “Le commedie originali di questo insigne autore piacciono solo se rappresentate in Spagna. Se fedelmente tradotte si rappresentassero in altri paesi, non piacerebbero a nessuna di quelle nazioni che preferentemente sono avezzate a una scena esatta nei saggi, e nei difficili precetti dell’Arte” (1789: 6). 23 El jesuita escribe: “[…] io penso che una delle sorgenti de’pregiudizi troppo universali in Italia contro il teatro Spagnuolo, siano le stravaganti trasformazioni, che delle commedie Spagnuole fecero gl’Italiani del secolo scorso, e fanno ancora oggidì” (Llampillas 1778-1781: VI, 215).

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lugar, la belleza y el interés de sus temas, en cuya creación los dramaturgos españoles son, en su opinión, excelentes, tanto que estimulan a sus colegas italianos a utilizarlos (García 1789: 6-7); en segundo lugar, porque sus fuentes desmienten, por lo menos en parte, la acusación de irregularidad que se había hecho al teatro barroco. Sin embargo, las historias del alcalde Pedro Crespo, que para rescatar el honor de su hija Isabel, mata a su violador, y de Preciosa, la gitanilla que descubre ser hija de un noble, constituyen para García, que se define de “fervida immaginazione”, una sugestión de la que su fantasía creadora arranca para confeccionar enlaces diferentes, hasta llegar a presentar como originales sus obras. El dramaturgo, caso singular entre los adaptadores teatrales de la época, no connaturaliza —para usar el término iriartiano—, sus piezas al ambiente italiano, haciendo que se desarrollen en pueblos españoles, es decir, Miliana y Valencia. Sin embargo, elimina las referencias históricas presentes en El Alcalde de Zalamea, y atribuye nombres italianos a casi todos los personajes. Las dos comedias, Don Gonzalo de la Riviera y La zingana, se ciñen a las reglas aristotélicas, pero no de una forma obsesiva —por ejemplo, el comediógrafo no respeta la unidad de lugar—, puesto que, rechazando la idea de “un’arte medicata”, opina que sí son importantes, pero no garantizan la excelencia de una obra. Particularmente hábil se muestra en la división de los actos — cinco en ambas piezas— y de las escenas, cortadas magistralmente para mantener en vilo la atención del espectador. Las acotaciones, escasas respecto a la escenografía, son copiosas y detalladas respecto a la gesticulación de los personajes, a sus movimientos y expresiones (Tejerina 1998: 592-593), pero porque, haciéndose director de escena, García quiso imponer su voluntad a los actores. En La zingana, el dramaturgo adopta dos recursos típicos del teatro áureo y de comprobada eficacia para complicar la trama: la agnición y el disfraz. En realidad, llega a manejar, con gran soltura, hasta cuatro agniciones (en el último acto, la gitanilla Graziosa y su hermano Mario descubren ser hijos del Viceré; Alonso y Lucrezia, que se creen hijos de este último, encuentran en el gitano Aurelio su verdadero padre), mientras que el cambio de trajes entre el noble Alessandro, amante de Graziosa, y Mario, produce un divertido equívoco metateatral, seguramente grato al público veneciano, tan aficionado a su célebre carnaval.

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Ambas piezas resaltan la vocación pedagógica de García: convencido de que la tarea del teatro es educar, el jesuita dedica especial empeño en construir los personajes, principales y secundarios, dándoles auténticos caracteres —con particular atención a la personalidad femenina—, en los que cualquier espectador puede identificarse, puesto que, representados en su complejidad humana, actúan y hablan según su psicología y condición social. Quizás por eso el papel del gracioso, presente en las citadas comedias de Montalbán y de Solís, no aparece en las adaptaciones del jesuita, casi para demostrar que la comedia podía gustar también sin la comicidad y los lazzi a los que el público italiano estaba acostumbrado (Fernández de Moratín 1988: 448). El carácter de cada personaje se revela a través de un lenguaje que muestra un dominio perfecto del idioma italiano, en el que priva la claridad y el vigor del pensamiento, sin que le falte elegancia. Al concebir el teatro como escuela de moralidad y buenas costumbres, el comediógrafo cambia los enlaces originales, puesto que el teatro del Siglo de Oro, aun transmitiendo ideas y usos de su época, no tenía una explícita función didáctica, faltando así al decoro estético y ético, tan recomendado por las poéticas clasicistas. Esta falta de decoro, según Napoli Signorelli, había contribuido a crear algunos estereotipos sobre el carácter y la mentalidad de los españoles que seguían vigentes en el siglo XVIII así que se cortejaban a las damas por las rejas y se respondía con la espada a la menor ofensa al propio honor (1777: 287). 24 Es sobre todo el tema del honor, fundamental en El Alcalde de Zalamea y en mucha parte del teatro barroco, el que brinda al jesuita la posibilidad de subrayar que la España de los dramaturgos barrocos ha progresado en el camino de la civilización —así como de la filosofía, de las ciencias, de la literatura—, tanto como las otras naciones europeas. Calderón, de acuerdo con las normas sociales de su época, hace que el villano Pedro Crespo, ofendido en su honor, mate a don Álvaro, su ofensor, para restablecer su honra. Si es necesaria la intervención del rey Felipe II para ratificar el delito, esto se debe al hecho de que el

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También la anónima reseña de Gonzalo de la Riviera corrobora este juicio, al afirmar, a propósito de las dudas del noble Alessandro en hacerse gitano por el amor de Graziosa, que este comportamiento es propio de un español, puesto que “il vero carattere nazionale, grave per la sua nobiltà” (García 1791: 73), no le permite actuar diversamente.

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violador de Isabel es un noble. García, en cambio, hace que don Gonzalo perdone al capitán Lisardo, aunque hay que precisar que Silvia no ha sido violada como la heroína calderoniana, sino raptada: el expediente permite atenuar la gravedad de la acción, y respetar el decoro escénico, norma ineludible para el jesuita. Además, hecho muy importante, don Gonzalo, que en la adaptación es juez, y no alcalde, intercede por Lisardo frente al tribunal militar que lo juzga. Como religioso, Bernardo no puede aceptar la venganza, porque al hombre no le está permitido quitar la vida a sus semejantes. Sin embargo, más allá de la justicia divina, el jesuita reconoce y apoya la necesidad de la justicia terrena, a través de las leyes del Estado, a las que todo hombre, noble o plebeyo, debe someterse, aunque haya sido perdonado por el ofendido. Si Gonzalo perdona a Lisardo, eso no significa que no considere su propio honor, sino que ha conseguido, a través de la razón, dominar sus instintos, cumpliendo, en opinión de García, una acción heroica,25 benéfica para el ofendido, que encuentra en ella su sosiego, y aun más para el ofensor, que en la adaptación tiene muchos rasgos del don Juan tirsiano, puesto que Lisardo, bajo la fuerza del ejemplo, termina reconociendo su error y enmendándose. Así, la pieza calderoniana, peligrosa por su potencial subversivo que utilizarán ampliamente muchos dramaturgos europeos en contra del status quo político vigente (Sullivan 1983), se transforma, en una época que bien conocía los horrores de la Revolución francesa, en un mensaje de conciliación y legalidad. Aunque es evidente la condena a la aristocracia, altanera y prepotente, puesto que, García, que sigue el ideal ilustrado, la verdadera nobleza consiste en la rectitud de las acciones,26 en la obra resalta la necesitad de no ceder a los impulsos irracionales y vengativos que empujan al hombre a hacer justicia por sí 25 Así don Gonzalo lo explica: “Io ho innalzato nel mio interno un rettissimo tribunale sulle passioni tumultuanti di rancore e di vendetta che mi fremevano intorno; e dopo d’averle vinte coll’impero della ragione, ho riflettuto che l’umanità e la clemenza fanno il piacer, le delizie degli eroi […]” (García 1789: V, 9, 100-101). 26 En palabras del Colonnello, tío de Lisardo, sentencia: “L’onestà del costume e la rettitudine del cuore sono quelle adorabili qualità che innalzano l’uomo, quantunque di volgar nascita, al rango de’ veri eroi” (García 1786: II, 1, 27). El concepto se repite en La zingana, donde se afirma que “Spesse volte sotto ricchissimi abiti, e gloriosissimi titoli si nascondono gli spiriti più falsi e più vili: al contrario, sotto rozzi panni e vilissimi nomi s’occultano talora le anime più sincere e sublimi” (ibíd.: II, 5, 25).

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solo, como comenta el Solitario, un curioso personaje, no citado en el reparto, posible alter ego del jesuita: “Il sangue de’nostri Simili si deve sparger sempre con somma economia, e negli estremi bisogni, non mai con profusione e vendetta” (García 1786: V, 1, 87). La necesidad del respeto a las leyes que disciplinan la vida social se evidencia también en La zingana, donde el jesuita, diferentemente de Cervantes, Montalbán y Solís, más atentos al aspecto folclórico del ambiente gitano, manifiesta sin reservas su reprobación hacia tal manera de vivir, robando, estafando y raptando a los niños. Así lo expresa Alessandro, dudando hacerse gitano por amor: “E diventerò forse spettacolo di terrore alla sbigottita plebe sopra un patibolo spaventoso?” (García 1791: II, 3, 34). Otros varios temas están presentes en las dos piezas, que el espacio asignado no permite profundizar. Por ejemplo, la necesidad de que los padres sean ejemplo para sus hijos, porque, como dice don Gonzalo en la comedia homónima: “L’uomo fa poco assai nel generare un altro uomo, se dopo avergli fatto il misero dono d’un corpo, non gli forma un bel cuore, e un’anima virtuosa” (García 1786: II, 1, 28). Así mismo en La zingana, se precisa que, más allá del hecho biológico, debe considerarse padre el que “forma il retto costume dell’uomo” (García 1791: V, 7, 76). En contra del libertinaje de la época, que consideraba la desvergüenza una prenda, la educación de la mujer, para el dramaturgo, debía fundarse en el recato y la modestia, porque, como amonesta a su hija Gonzalo de la Riviera: “Colla tua onoratezza può idolatrarti un Monarca, ma col tuo disonore può rifiutarti un bifolco” (García 1786: I, 10, 22). En La zingana el dramaturgo reivindica el amor como eficaz nivelador social, pero no permite que se utilice para ascender socialmente a través del matrimonio. Esto corresponde a su firme defensa de la igualdad de los hombres, que en La zingana matiza con decir que “la natura ha fatto simili tutti gli uomini. L’uomo è uguale all’uomo nel suo proprio essere” (García 1791: V, 2, 60). El jesuita no pone en tela de juicio la división de la sociedad en estamentos, ignorando los efectos sociales de la Revolución francesa: así la juiciosa y honesta Graziosa, cuando todavía se cree gitana, no alienta el amor del noble Alessandro, al recordarle que “una persona nobile non merita di essere tale quando non sostiene il carattere della sua nascita” (ibíd.: I, 2, 5-6), y su consenso a casarse con él, tras ser raptada, poco

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tiene de revolucionario, puesto que, poco después, descubre su origen aristocrático.27 En la misma pieza, el dramaturgo se detiene para tratar el tema de la libre elección en el matrimonio y manifiesta su pensamiento de forma explícita e inequívoca, como atestiguan las palabras con las que Lucrezia, que no quiere casarse con Alessandro, el esposo que su padre le ha destinado, expresa su oposición: “Noi due soli siamo padroni del nostro cuore; e su questo particolare possono giustamente i nostri padri dare a noi un suggerimento, ma non mai farne una violenza” (ibíd.: IV, 2, 45). Las adaptaciones de García, aunque no critiquen el poder monárquico, aconsejan a los soberanos que moderen su autoridad a través de leyes justas; que castiguen a los malvados, de cualquier condición social, que intentan destruir la paz y la armónica convivencia civil, base de la prosperidad del Estado. Pero el jesuita se muestra consciente de que tampoco las leyes pueden garantizar el orden civil si el ciudadano no toma consciencia de sus deberes, renunciando al individualismo y al egoísmo en pro del bien común, según las sugerencias de la Ilustración. Para que esto pueda concretizarse era necesario educar al hombre, sobre todo ofreciéndole buenos ejemplos: el teatro puede ser el instrumento más apto al poner la tradición en sintonía con la nueva situación política y social. Aunque no sea de tema español, alguna consideración merece también Marcella que se inspira en la afamada novela de Richardson, Pamela, cuyo argumento ya había sido dramatizado por Voltaire en Nanine (1749) y por Goldoni en Pamela, o sia la virtù premiata (1750). La obra se representó con éxito en Venecia y en otras ciudades italianas, con el título Jevre y Antibal (García 1786: 2).28 La pieza, que se desarrolla en las cercanías de Londres, y cuya trama presenta muchas características propias de la comédie larmoyante —agresiones, desmayos, tentativas de robo, agniciones, etc.—, se basa en las vicisitudes encontradas por Marcella, a la que el noble Antibal, después de haberle ofrecido casarse con ella, ha secuestrado en su propia casa, négandose a 27

En la misma pieza, García, prudentemente, evita precisar si Lucrecia, después de descubrir que es una gitana, se casa con Mario, que ha descubierto ser noble. 28 Curiosamente, Jevre es el nombre de la gobernanta que, en la comedia de Goldoni, apoya los derechos de Pamela a casarse con lord Bonfil.

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cumplir su promesa, a causa de los chismes del secretario Mainam, otro enamorado suyo. Amenazada por Antibal, que planea encerrarla en una residencia secreta, Marcella, con la ayuda de su padre, del criado Drinch y del hermano de su perseguidor, Enrico, que, correspondido, la quiere, consigue finalmente recuperar su libertad, casándose con su enamorado. El tema fundamental de la obra es la libertad de la mujer, tenazmente reivindicada por Marcella, no solo apoyándose en la humanidad, sino en su libre arbedrío, y la defensa del matrimonio por amor, como argumenta el autor en el primer acto: “Una moglie per forza è una vittima ritrosa, che lentamente si strugge, detestando sempre più il suo barbaro sacrifizio [...]” (ibíd.: I, 6, 17). Elementos de mayor novedad se encuentran en la relación entre Antibal y Enrico, y, sobre todo, en la defensa de la dignidad, honradez y buen sentido de los criados, cuyo trabajo se reconoce injustamente infravalorado por sus dueños, evidente reflejo de la Pragmática con la que, solo tres años antes, Carlos III había rescatado los trabajos manuales y mecánicos, hasta aquel momento considerados viles. Enrico, oponiéndose a la práctica del mayorazgo, rechaza someterse a su hermano, y hasta se permite criticar su comportamiento: “Ora il fratello maggiore impari dal suo minor fratello a frenare le passioni, e a rispettare più le leggi della natura e del sangue” (ibíd.: IV, 7, 76-77), mientras que Drinch, cuyo leal proceder contrasta con el del orgulloso secretario, comenta y avisa: Eh, se non vi fossero nelle famiglie alcune lingue cattive contro i poveri servitori, i nostri Padroni ci tratterebbero con più umiltà; e non ci mancherebbe spesso quel pane che ci guadagnamo con tanti sudori [...] (ibíd.: V, 9, 96-97).

He llegado así a la conclusión de mi estudio del teatro italiano de los jesuitas expulsos del que he intentado demostrar la calidad artística y la riqueza temática, y solo me quedan algunas reflexiones. Se trata de una producción que, más allá del temperamento y de las capacidades de cada autor, se muestra compacta y unitaria respecto a los temas, y a los ideales estéticos y éticos que quiere comunicar al público, cosa posible debido a las relaciones que los jesuitas siempre mantuvieron en Italia, aunque residiendo en ciudades diferentes, tanto que no me parece absurdo, a pesar de que no tenga ningún testimonio para confirmarlo, que

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pueda haberse originado de un proyecto acordado por los jesuitas exiliados. Además, cosa que sorprende por tratarse de obras compuestas por religiosos que, a pesar de la supresión de la Compañía no quisieron salir de su estado, se trata de un teatro laico, puesto que se centra en algunos de los problemas más candentes del siglo XVIII, que afectan a la vida pública y privada de todos los hombres, ofreciendo soluciones immanentes, según la ideología ilustrada, sin considerar la salvación eterna. También quiero resaltar su carácter ‘democrático’, puesto que se dirige a todos, sin distinción de sexo, nacionalidad y, por lo dicho arriba, de religión. Además, dio a conocer a personajes y situaciones de la España antigua y moderna, al ofrecer al público italiano obras que contribuyeron a modernizar el teatro mismo a través de las innovaciones técnicas y estéticas, como la mayor atención hacia las pasiones humanas, anticipando la transformación de la tragedia en drama, empleando un lenguaje correspondiente a la evolución de la lengua y a la mayor cultura de los espectadores. Sabemos que el teatro de los expulsos gozó de buen éxito de público y que de alguna manera pudo influir en la renovación de la escena italiana y tal vez contribuyó a rectificar las ideas negativas y los prejuicios sobre la literatura española, en particular del Siglo de Oro, tan querido después por los románticos.

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IL MAGAZIN (1780-1782) SPAGNOLO DI FRIEDRICH JUSTIN BERTUCH E IL SUO CONTESTO1 Giulia Cantarutti y Silvia Ruzzenenti Università di Bologna

1. INTRODUZIONE Per i germanisti Friedrich Justin Bertuch (1747-1822) è, se non proprio un Carneade di manzoniana memoria, certo un minore. Nelle mille pagine dedicate al Settecento nella Storia della letteratura tedesca di Ladislao Mittner è appena menzionato “fra gli scrittori che vissero a Weimar” (Mittner, 1964: 485). A New History of German Literature uscita quarant’anni dopo, a cura di David Wellbery, per i prestigiosi tipi della Harvard University Press non lo contempla neanche nell’indice dei nomi. La grandezza di Bertuch – nato e vissuto a Weimar salvo una breve parentesi dagli anni di università al 1773 – non sta in ciò che scrive come autore, ma nella sua opera di imprenditore culturale e di mediatore della cultura spagnola. Il teatro della sua attività è il ducato di Weimar-Sachsen-Eisenach: un ducato che con un numero complessivo di abitanti pari a quelli dell’odierna Cadice vantava alla corte di Weimar una irripetibile concentrazione di autori sommi della letteratura tedesca, Wieland, Goethe, Herder, più tardi Schiller… Il suo raggio d’azione è singolarmente ampio e costituisce un’eclatante conferma del ruolo cruciale delle riviste ai fini della comunicazione all’interno del Sacro Romano Impero, connotato da un’estrema frammentazione politica; al contempo proprio il “caso Bertuch” mostra con esem1

I paragrafi 3, 4, 5, 9 e 10 sono di Giulia Cantarutti, 1, 2, 6, 7 e 8 di Silvia Ruzzenenti.

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plare chiarezza che il transfert culturale non avviene bilateralmente, ma sempre in una rete di scambi europea: Francia, Inghilterra e nel caso specifico anche Italia sono punti di riferimento ineliminabili per un’opera di mediatore che presenta tuttora molti fili segreti.

2. IL CASO BERTUCH Quanto è rimasto vivo, storiograficamente, del notevolissimo apporto di questo weimariano come ispanista avant la lettre? Un buon sismografo è costituito dalla Neue deutsche Biographie, disponibile in usatissima versione online e provvida di informazioni bio-bibliografiche anche per i rappresentanti meno noti della cultura tedesca. Di Bertuch viene correttamente ricordato ciò che concerne la biografia, fra cui l’apprendimento dello spagnolo negli anni 1769-1773, ovvero nel periodo trascorso come precettore dei due figli di un esponente dell’assolutismo illuminato, Ludwig Heinrich Bachoff von Echt, che era stato al servizio della corte danese ed aveva soggiornato a Madrid come ambasciatore riportando dal soggiorno madrileno una notevole raccolta di libri, oltre che la passione per la cultura spagnola. La passione trasmessagli dal barone Bachoff von Echt si concretizza subito nell’attività di traduttore dallo spagnolo che nella Neue deutsche Biographie appare in termini fortemente svianti, virata, cioè, secondo parametri romantici e limitata alla traduzione più importante di Bertuch: quella del Quijote di Cervantes cui viene aggiunta la “continuazione” di Avellaneda (che “Mayans esagera a trovare priva di ogni merito”, Bertuch, 1775: XI). Questa traduzione in sei volumi, uscita a Weimar e Lipsia tra il 1775 e il 1777 per i tipi dell’editore Caspar Fritsch, intitolata Leben und Thaten des weisen Junkers Don Quixote von Mancha, è la prima traduzione in tedesco fatta non di seconda mano, dal francese, ma in base all’originale spagnolo, ovvero “aus der Urschrift von Cervantes” – come avvisa già il sottotitolo. Ha un successo pieno, documentato da almeno due edizioni-pirata, nel 1776-1778 e poi a Karlsruhe nel 1785, a cinque anni di distanza dalla riedizione ad opera dell’autore. È una traduzione che segue criteri agli antipodi di quelli esemplarmente formulati da uno Schleiermacher: porta il testo ad lectorem, con i tagli e le modifiche ritenute funzionali allo scopo, e fa parte di un discorso diverso da quello romantico; un discorso che

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Il Magazin (1780-1782) spagnolo di Friedrich Justin Bertuch

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Bertuch conduce su molteplici piani, ai fini di una restitutio della letteratura spagnola che diviene restitutio di una cultura e del suo ruolo europeo. Ecco invece in quale ottica viene – rappresentativamente – giudicata la sua traduzione del Don Quijote dalla Neue deutsche Biographie: Nel 1775-77 uscì la traduzione del Don Quijote di Cervantes ad opera di Bertuch in sei volumi. Era la prima traduzione completa. Certo Bertuch si è permesso vari interventi: opera dei tagli per dare maggiore vivacità all’azione, sottolinea i tratti comici e rende la parte in versi in una forma legnosa, inadeguata linguisticamente e metricamente. Essa però, ad onta di tutti gli sbagli e le manchevolezze, è stata la traduzione in base alla quale il Classicismo e il Romanticismo si sono inizialmente formati la loro immagine di Cervantes (NBD).

Questa ottica “teleologica” induce, nel senso proprio del termine, una aberrazione: deforma il profilo di un illuminista che non traduce affatto alla garibaldina (basterebbe leggere quanto scrive in data 4 marzo 1776 all’illustratore del Don Quixote, lo “Hogarth tedesco”, il più rinomato fra gli incisori del Sacro Romano Impero, Daniel Chodowiecki),2 ma che legge il Quijote secondo modalità ben diverse da quelle proprie degli Schlegel o di Tieck. Se nella rivista Athenäum Friedrich Schlegel deprecava la totale mancanza di “poesia” nella traduzione di Bertuch e Tieck da parte sua sosteneva che chi lo aveva preceduto come traduttore del Quijote era semplicemente incapace di comprendere il romanzo cervantino, un critico-giornalista di grande autorevolezza, Christian Friedrich Daniel Schubart, esponeva il punto di vista dei contemporanei lodando Bertuch come traduttore “all’altezza dell’originale” (Deutsche Chronik 1774: p. 599). Questo attivissimo figlio dell’età dei Lumi che, come scrive a Chodowiecki, era “quasi tutti i giorni assieme a Goethe, Wieland e un paio di altri amici”3 ricoprendo (dal 1775) il duplice ufficio di segretario privato del Duca e di amministratore della cassa di corte, non va giudicato secondo parametri che gli sono alieni.

2 “Ho disegnato i caratteri con la più scrupolosa fedeltà; non manca tratto alcuno, neanche il più sottile, che possa conferire ai personaggi individualità ed espressione. Quel che è stato possibile tradurre, l’ho tradotto; e di certo in più di un passo e in più di un periodo non si vede che ci sono stato sopra due o tre ore per modellarli” (Lettera del 4 marzo 1776; Chodowiecki 1919: 153). 3 Ibidem, p. 151.

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3. RISULTATI EVINTI E NUOVE PROSPETTIVE Una prospettiva corretta, critica rispetto alle stigmatizzazioni ad opera dei Romantici, è principalmente merito storico, in Germania, di Dietrich Briesemeister:4 il suo contributo – contenuto nella corposa raccolta, uscita nel 2000, su Bertuch come editore, scrittore e imprenditore che lo riabilita dal frequente dileggio ad opera dei Grandi di Weimar,5 – si pone come punto di partenza di ogni ricerca che intenda allargare il discorso dell’ispanistica nel senso dei transferts culturali. Il merito fondamentale di Briesemeister è di avere riconosciuto che grazie a Bertuch Weimar diventa uno dei “centri di studi e raccolta di cose ispaniche come Gottinga, Amburgo, Kiel o Lubecca” (Briesemeister 2000: 146). Questo fondamentale dato viene ribadito dall’ispanista tedesco a conclusione del suo articolo, dove si rileva en passant un duplice parallelismo cronologico: uno riguarda le “relazioni con l’Italia”, l’altro l’operato di Christoph Gottlieb von Murr (1733-1811) come autore di una rivista di storia dell’arte e di letteratura che ospita anche contributi dedicati alla

4

Una pietra miliare è segnata dal suo rendiconto del 1984 sulla ricezione della letteratura spagnola nella Germania settecentesca (Briesemeister 1984), che tesaurizza risultati di Manfred Tietz e Franco Meregalli. Il recente articolo di Carmen Rivero Iglesias, che nomina le traduzioni di Bertuch solo dal punto di vista delle immagini che la corredano, sostiene la confluenza fra la prospettiva romantica e quella illuminista “nella misura in cui l’interpretazione illuminista attribuisce al Quijote una dimensione seria e quella romantica una comica” (Rivero Iglesias 2011: 119). A ben guardare si ripropone nello specchio del Quijote il rapporto fra Illuminismo e Romanticismo. Proprio per questo è essenziale tenere presente il dibattito sulla traduzione del termine inglese Humor con Laune, ad opera di autori che gravitano tutti attorno alla Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, dibattito che Rivero Iglesias non tocca. Cfr. nota 15. 5 Il volume, a cura di Kaiser e Seifert, presenta Bertuch primariamente in rapporto ai suoi grandi contemporanei; lo studia inoltre come autore di teatro e di letteratura per l’infanzia, come editore dal vivacissimo programma editoriale, nonché come appassionato di giardinaggio e di scienze naturali. Indagini monografiche riguardano il suo ruolo in Der Teutsche Merkur, il suo Journal des Luxus und der Moden (1786-1827), la sua Allgemeine Literatur-Zeitung (1785-1804) e la sua rivista London und Paris (1798-1803), significativa fin dal titolo dell’anglofilia di Bertuch (cfr. il § 7), non però il suo Magazin spagnolo, Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur (cfr. § 6) Colpisce, ma non stupisce, che siano due soltanto i contributi su Bertuch ispanista avant la lettre, quello di Briesemeister (ripetuto identico nella silloge Briesemeister 2004) e quello di Heymann.

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Spagna, il Journal zur Kunstgeschichte und zur allgemeinen Litteratur. Vale la pena citare esattamente tutto il passo: Con Bertuch Weimar è divenuta un centro di mediazione della letteratura spagnola in Germania. Nello stesso periodo si intensificano anche le relazioni con l’Italia. Nel commercium linguarum del suo Industrie-Comptoir non è un isolato nella Germania della propria epoca. A Norimberga Christoph Gottlieb von Murr si impegnava a diffondere notizie letterarie concernenti la Spagna con il suo Journal zur Kunstgeschichte und zur allgemeinen Litteratur (1775-1789) e in seguito con il Neues Journal zur Kunstgeschichte und allgemeinen Literatur, naturalmente senza raggiungere la dimensione commerciale e l’ampio programma di Bertuch (Briesemeister 2000: 156).

Ora la “dimensione commerciale” concerne una fase posteriore a quella che qui maggiormente interessa. Qui interessa infatti primariamente ciò che conduce a un unicum nel fittissimo panorama di riviste (assai diverse per circolazione, durata e tipologia) del Sacro Romano Impero di nazione tedesca: un Magazin, una rivista progettata secondo il modello dei magazines inglesi che Bertuch dedica in modo esclusivo alla letteratura spagnola e portoghese, all’epoca considerate inscindibili, il Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur (1780-1782) stampato dall’editore Hoffmann di Weimar. Il Bertuch cui si riferisce Briesemeister è quello che l’Encyclopaedia Britannica chiama “the father of the German periodical” (Britannica, 2011): il fondatore dell’Industrie-Comptoir e di un autentico impero nell’ambito dei media. “Le Comptoir industriel de Friedrich Justin Bertuch”, registra il Dictionnaire du monde germanique alla voce Weimar, “stimule l’économie et l’edition”, specificando che “le Comptoir de Bertuch publie l’Allgemeine Literatur-Zeitung, le Journal des Luxus und der Moden, le Teutscher Merkur” (Dictionnaire 1997: 1212). All’epoca di queste attività giornalistico-manageriali Bertuch, divenuto anche Hofmeister e Consigliere di Legazione, rappresentava agli occhi di Herder, alto prelato luterano, gli aspetti più odiosi dello spirito della propria epoca; e non è difficile immaginare le ragioni per cui i proclamatori degli ideali estetici del Classicismo mostravano tanta insofferenza nei confronti di chi – parallelamente a loro, ma, diversamente da loro, con un enorme successo – pubblicava dal 1786 un Journal der Moden (secondo il modello del Cabinet des modes) avendo già benissi-

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mo intuito i meccanismi di ciò che oggi si chiama “edonismo del consumatore”. Il Magazin si colloca anteriormente a questi sviluppi che faranno di Bertuch l’uomo di gran lunga più ricco di Weimar. L’interrogativo che si pone è: esiste un mero parallelismo cronologico con l’intensificarsi delle “relazioni con l’Italia” e con l’operato di Christoph Gottlieb von Murr?

4. SPAGNA E ITALIA A WEIMAR Nella Germania dei Lumi, dove all’estrema frammentazione territoriale fa riscontro un numero di periodici di gran lunga maggiore di quello di ogni altra nazione e si registra la massima apertura cosmopolita nella storia tedesca, già nel 1756 si ha una Brittische Bibliothek, dal 1777 un Brittisches Museum für die Deutschen, dal 1782 una Russische Bibliothek; a Lipsia, la “piccola Parigi” tedesca, appare perfino un Magazin specializzato in letteratura francese contemporanea, Magazin der neuern französischen Literatur (1780-1781), redatto da uno dei tanti corrispondenti di Bertuch, Wilhelm Gottfried Becker, all’epoca all’estero. Sono tutti periodici paralleli nella finalità, ma non nella scelta della letteratura. Ciò che Bertuch offre con il suo Magazin – due volumetti seguiti da un terzo nel 1782 – è un prodotto che oggi chiameremmo “di nicchia”, immaginabile solo a Weimar, non a torto chiamata la corte e culla delle Muse: “Musenhof”. In un ambiente in cui i contatti interpersonali sono costanti, opera dal 1775 il più celebre mediatore della cultura italiana in Germania, Christian Joseph Jagemann (1735-1804): un ex frate agostiniano vissuto lungamente in Italia, fattosi in seguito luterano e divenuto bibliotecario della Duchessa Anna Amalia.6 Nel caso di Bertuch/Jagemann i contatti sono anche professionali: gli onorari a Jagemann venivano prelevati dalla cassa di corte cui sovraintendeva Bertuch, direttamente responsabile anche della raccolta ducale di incisioni, quadri e antichità. Ciò che l’attuale parcel6 Il recente volume collettaneo a cura di Albrecht e Kofler su Jagemann e l’italianistica nella Weimarer Klassik non tratta il tema se non dal punto di vista dell’operato di Johann Georg Keil (1781-1857), mediatore della cultura italiana e spagnola. Cfr. Wentzlaff-Eggebert 2006. Keil pubblica una Biblioteca spagnola e una Biblioteca italiana e traduce, tra l’altro, la Vida del gran tacaño, llamado don Pablo di cui il Magazin, II, pp. 5246, offre una primizia.

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lizzazione degli interessi ha oscurato è che Bertuch e Jagemann pubblicano presso lo stesso editore, Carl Ludolf Hoffmann, un Magazin ciascuno, per ampliare le conoscenze letterarie dei tedeschi relative rispettivamente alla penisola iberica e all’Italia. Il Magazin di Bertuch e il Magazin sulla letteratura e le arti italiane, Magazin der Italienischen Litteratur und Künste (1780-1785), di Jagemann, i cui primi quattro volumi vengono pubblicati a Weimar, sono simili anche nella veste editoriale.

Le loro prefazioni sono datate rispettivamente “5 marzo 1780” e “29 dicembre 1779”. Prima del suo Magazin però Jagemann pubblica la sua traduzione-rielaborazione della Storia della letteratura italiana di Tiraboschi e le sue lettere sull’Italia, Briefe über Italien, che iniziano ad apparire dal febbraio 1775 nella rivista mensile fondata da Wieland, Der Teutsche Merkur. Questo mensile – il più longevo oltre che forse il più influente dell’età di Goethe7 – ha come collaboratore di primo piano dal 1773 Bertuch (divenuto in breve responsabile della stampa e di 7 Cfr. Starnes, 2000. Der Teutsche Merkur, che si richiama al Mercure de France, dura dal 1773 al 1789 e viene continuato da Der neue Teutsche Merkur. Starnes cita una lettera

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tutta la corrispondenza). È significativo che nell’elenco dei contributi concernenti l’Italia vi siano casi di attribuzione incerta – Jagemann o Bertuch? – e che la dettagliatissima presentazione del Magazin der Spanischen und der Portugiesischen Literatur, Herausgegeben von F.J. Bertuch in Der Teutsche Merkur del maggio 1780 (pp. 180-187) preceda immediatamente quella del suo fratello italiano (ibidem: 187-192). Motivi di spazio impediscono di entrare nel merito delle due presentazioni e dei vari contributi di argomento spagnolo, a partire da quello, così significativo, costituito dall’analitico giudizio sulla prima grande impresa del Bertuch ispanista avant la lettre, la traduzione della Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas alias Zotes con il titolo Geschichte des berühmten Predigers Bruder Gerundio von Campazas sonst Gerundio Zotes.8 Basti dunque segnalare l’esistenza di questi contributi che risultano caratterizzanti per il profilo di Bertuch e, rispettivamente, di Jagemann come mediatori della cultura spagnola e italiana. Il loro insieme costituisce lo sfondo più immediato dei due argomenti in apertura al Magazin spagnolo: la vocazione storica dei tedeschi al ruolo di api che suggono il miele delle letterature straniere e la necessità di porre fine alla negligenza nei confronti delle letterature degli italiani, dei portoghesi e degli spagnoli. Merita citare l’intero passo perché programmatico: Da sempre, fin da quando i nostri progenitori hanno dato albergo alle arti e alle soavi Muse noi tedeschi siamo stati le api di letterature straniere. In nessuna nazione sono altrettanto diffuse e altrettanto amate le lingue di tutte le altre nazioni e si sono esplorati con altrettanto piacere i tesori della loro erudizione. No, non è stata la nostra povertà a spingerci a farlo, ma il

di Bertuch del 7.11.1774 in cui questi descrive con esattezza quanto grava sulle sue spalle e mette in luce l’apporto determinante del weimariano alla rivista nonché il difficile rapporto con Wieland. 8 Questo analitico giudizio, Beurtheilung der Geschichte des berühmten Predigers Bruder Gerundio von Campazas, sonst Gerundio Zotes è pieno di apprezzamenti per il romanzo di Francisco de Isla e le modalità secondo cui Bertuch lo adatta al lettore tedesco: cfr. Der Teutsche Merkur 1773, vol. 3, pp. 195-202, che prende l’abbrivio dall’opinione di Orazio sulla forza del ridicolo; segue ibidem, 1773, vol. 3, pp. 195-202 la recensione alla traduzione del Discurso sobre el fomento de la industria popular di Pedro Rodriguez Campomanes; il saggio su “uno dei più amabili poeti spagnoli”, Villegas, Versuch über Don Estevan Manuel de Villegas (ibidem, 1774, vol. 5, pp. 237-256); Altisidorens Liebeslied dal Don Quijote (ibidem, 1777, vol. 3, pp. 27-30).

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desiderio di apprendere e il nostro alacre spirito nazionale. Lo zelo con cui, specie in questo secolo, ci siamo rivolti alle letterature straniere non si è distribuito però in modo equilibrato. Abbiamo lasciato ai margini le letterature di determinate nazioni quali quelle degli italiani, dei portoghesi e degli spagnoli, rivolgendo invece tutta la nostra voracità a quelle dei francesi e degli inglesi (Magazin, I: III).

Con il pragmatismo che lo contraddistingue, Bertuch nota che già Johann Andreas Dieze nella sua traduzione delle Origenes de la poesia castellana di Luis José Velázquez ha “raccomandato infinite volte con tutto il calore possibile la letteratura spagnola e portoghese; sono passati però già dieci anni” – la traduzione di Dieze uscita con il titolo Geschichte der Spanischen Dichtkunst è infatti del 1769 – “e la sua parola ha portato frutto solo in pochissimi casi” (Magazin, I: V). Di qui la decisione, esposta con piglio volutamente antiaccademico, come risultato di discorsi fra amici (coinvolti come collaboratori), di percorrere una via diversa: offrire “prove e frammenti dei migliori scrittori delle due nazioni [spagnola e portoghese], prosatori e poeti” (Magazin, I: V). La decisione farà scuola. Venticinque anni dopo, nel 1805, proprio uno dei collaboratori al Magazin, Ernst August Schmidt,9 compagno di Bertuch all’Università, pubblicherà sempre presso la stessa casa editrice Hoffmann una Coleccion de varias piezas en prosa y en verso, sacadas de los mejores Autores Españoles oder Spanisches Lesebuch mit einem erklärenden Wortregister begleitet, dedicata “al muy ilustre Señor, Cosejero de embaxada, Señor Bertuch, el meritisimo Promotor de la Literatura Española en Alemania”. La congruenza con l’intento di diffondere la conoscenza della letteratura italiana non chiama in causa solo Jagemann. A Weimar, dove la Duchessa Anna Amalia era notoriamente italianisant, era familiarissimo il modello offerto da Johann Nikolaus Meinhard (1727-1767) con i suoi Saggi sul carattere e le opere dei migliori poeti italiani, Versuche über den Charakter und die Werke der besten italienischen Dichter

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Ernst August Schmidt (1746-1809) è autore del Diccionario Aleman y Español oder Handwörterbuch der Spanischen Sprache für die Deutschen, Leipzig, im Schwickertschen Verlage 1805 ed è in contatto epistolare con Juan Andrés ovvero Giovanni Andrés, il celebre autore di Dell’origine, progressi e stato attuale di ogni letteratura, in 7 volumi, uscita nel 1782 a Parma dai prestigiosi torchi di Bodoni (Cfr. Juan Andrés 2006).

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(Braunschweig 1763-1764): la loro continuazione, ovvero il terzo volume, appare proprio a Weimar ad opera di Jagemann nel 1774. Già Meinhard, parlando introduttivamente dei pregi della poesia italiana, accomuna le caratteristiche degli italiani e degli spagnoli (Meinhard 1763, I: 10-11); il suo progetto di pubblicare “Notizie sulla poesia spagnola e portoghese”, “Nachrichten von der spanischen und portugiesischen Poesie” viene frustrato dalla morte (Jördens 1811, VI: 735). L’intento non stupisce sapendo che questo poliglotta tanto apprezzato dai suoi contemporanei è un collaboratore alla rivista all’avanguardia nella diffusione della letteratura spagnola: la Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste (1765-1806).10 Suo editore fino al 1782 è Christian Felix Weiße con il quale Bertuch entra in contatto già durante il periodo in cui è precettore in casa di Ludwig Heinrich Bachoff von Echt. Su questa rivista sassone – stampata da uno dei principali editori massonici, Johann Gottfried Dyck, e con tipiche predilezioni massoniche – esce già nel 1766 un cospicuo articolo di Notizie concernenti lo stato della letteratura spagnola – Einige Nachrichten, den Zustand der spanischen Poesie betreffend – dell’amburghese Daniel Schiebeler.11 Ipotizzare che Bertuch abbia guardato ai volumetti di Meinhard per l’impianto del Magazin non è solo una plausibilissima ipotesi. La lettera di Weiße a Bertuch del 26 gennaio 1772 (la lettera citata da Häseler nel suo articolo sulla letteratura spagnola, nella rivista lipsiense come documento determinante per stabilire la paternità di Einige Nachrichten, den Zustand der spanischen Poesie betreffend)12 contiene un’esortazione esplicita a seguire per i poeti spagnoli la via seguita da Meinhard per i poeti italiani:

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Cfr. Jördens 1811, VI: 731, 733 e 735. Sulla rivista lipsiense considerata il pendant del Jornal étranger cfr. Sächsische Aufklärung 2001. L’articolo di Häseler sulla letteratura spagnola nella Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste (nella quale i contributi concernenti nazioni straniere spesso predominano percentualmente su quelli tedeschi) non cita Meinhard e cita Bertuch in nota per la lettera di Weiße a Bertuch del 28 gennaio 1772 contenuta nel fondo Bertuch del Goethe- und SchillerArchiv di Weimar con segnatura GSA 06/2093. 11 In Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, 1766, vol. 1, St. 2, pp. 209-234. Su Schiebeler cfr. Häseler 2002, che giustamente cita l’importante accostamento fra l’Orlando furioso e il Quijote (p. 142). 12 Cfr. nota 10.

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Traduca da alcune eccellenti opere di questa nazione [la Spagna] e infonderà in noi un desiderio ardente di conoscerle meglio. Non vi sarebbe forse metodo migliore che quello usato dal defunto Meinhard per i poeti italiani: e cioè fare un saggio di poeti spagnoli in cui, dopo aver corredato criticamente le loro principali virtù e difetti, si possa mettere uno specimen dei loro più importanti scrittori assieme a una traduzione dei passi più eccellenti e più belli con sotto gli originali: in tal modo i lettori riceverebbero subito una piccola biblioteca spagnola. (GSA 06/2093)

5. UN ALTRO INTRECCIO TEDESCO-SPAGNOLO-ITALIANO Un’altra variante di questo tutto settecentesco intreccio tedesco-italiano-spagnolo è costituita dal rapporto con Murr: rapporto che, lungi dall’essere di mero parallelismo cronologico, ha la sua documentazione scritta sia nelle lettere dell’erudito poligrafo di Norimberga a Bertuch, conservate nel fondo Bertuch del Goethe- und SchillerArchiv di Weimar, sia nel Journal zur Kunstgeschichte und zur allgemeinen Litteratur.13 Nel transfert culturale italo-tedesco questo “Giornale delle arti”, come si chiamava in Italia abbreviatamente, è secondo per importanza solo alla rivista di Weiße. Murr vi accoglieva spesso lettere di amici (per lo più amici-confrères), dando notizia perfino, indirettamente, di progetti non realizzati. Così nel 1783 annuncia la sottoscrizione per le Altspanische Romanzen (ovvero antichi romances spagnoli), un’opera che Bertuch progettava come sviluppo dell’assaggio di Romances offerto dal Magazin. Il progetto non va in porto per mancanza di sottoscrittori – con grande rammarico di Hamann.14 Le iniziative di Bertuch vengono annunciate prima della loro realizzazione e come fatto di dominio pubblico: “È noto che il Signor Bertuch a Weimar ha intenzione di pubblicarne [del Don Quijote] una traduzione tedesca in base all’originale”, si legge nel Journal zur Kunstgeschichte und zur allgemeinen Litteratur del 1775 (1. Th.: 124), con una significativa aggiunta: “Io sostengo che bisogna essere stati in Spagna per essere in grado di rende13

Cfr. Journal zur Kunstgeschichte und zur allgemeinen Litteratur 1783, XI, p. 289 e nel Goethe- und Schiller-Archiv in particolare la lettera dell’11.3.1780 in risposta all’esortazione di Bertuch nel suo Magazin a “inviargli notizie di libri spagnoli” (GSA 06/5472). 14 Cfr. in particolare le lettere di Johann Georg Hamann a Herder del 11.801782 e del 19.4.1783 (Hamann, IV: p. 413 e V: p. 37).

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re nella nostra lingua con la maggior fedeltà possibile la forza espressiva dello spagnolo e il quasi inimitabile humor nazionale15 di questo capolavoro” (ibidem, 1775, I: 214). Nella corrispondenza privata a questo articolo corrisponde una lettera di quattro facciate in data 28 novembre 1774 nella quale Murr consiglia a Bertuch, fra l’altro, di tradurre preventivamente la vita di Cervantes di Mayans e i “rarissimi Trabajos de Persiles y Sigismunda; historia setentrional, en Valencia 1617”: Quest’ultima sua opera in Germania e in Francia è ancor meno nota. Ne conosco solo una traduzione inglese. Possiedo l’originale […] forse ne darò un saggio” (GSA 06/1333).

A buon diritto Johann Friedrich Butenschoen che nel 1789 traduce Persiles y Sigismunda pubblicando in appendice un Saggio sulle belleslettres spagnole (Versuch über die spanische schöne Literatur) nomina la rivista di Murr nell’elenco delle fonti principali per conoscere la letteratura spagnola.16 E si può ben aggiungere che il coltissimo norimberghese che nel 1757 aveva “studiato a Londra per sei mesi spagnolo, letto tutti i buoni scrittori e frequentato intensamente spagnoli in Inghilterra, Italia e Spagna”17 funge da mediatore della cultura spa15

Nell’originale di Murr il termine è Laune (qui nella parola composta Nationallaune): un’autentica parola-chiave ricorrente in pressocché tutti i giudizi sul capolavoro cervantino e cruciale nell’estetica dell’Illuminismo tedesco. È oggetto di una trattazione specifica ad opera di due amici e collaboratori di Weiße alla Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, Christian Garve e Daniel Schiebeler (Über das Wort “Laune” appare ibidem nel vol. 3, St. 1., 1766, pp. 1-12). Nell’entourage di Weiße gravita anche [Christian] Friedrich von Blanckenburg: l’amico e corrispondente (GSA 06/185) di Bertuch tocca il tema nel suo anonimo saggio sul romanzo del 1774, Versuch über den Roman, “noi adesso forse a torto si usa la parola Laune per Humor” e rimanda alla definizione che dà Home. 16 Butenschoen 1789: LII. Su J.F. Butenschoen (1764-1842) cfr. Hönsch 2002, senza accenno alcuno a Murr (mai nominato nell’intero volume) o a Bertuch. 17 Così nella lettera a Bertuch del 28.11.1774 (GSA 06/1333) dove Murr specifica: “io però non mi azzarderei a tradurre il Quijote; come Shakespeare o il Tristam Shandy di Sterne, è stato finora tradotto in modo assai miserevole, sebbene vi si siano cimentati Wieland e Eschenburg”. Johann Joachim Eschenburg (1743-1820) è anche l’autore di uno dei più diffusi manuali di poetica e retorica, Entwurf einer Theorie und Literatur der schönen Wissenschaften, Berlin und Stettin, bey Nicolai 1783, dove a p. 118 le indicazioni bibliografiche sui romances sono aperte dal rimando a Luis Joseph Velásquez nella

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gnola anche nella Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, la rivista che dal 1782 avrà una rubrica autonoma dedicata alla Spagna, conformemente a quanto deplorato fin dal 1763: “nessuna storia della letteratura è meno familiare di quella spagnola” (Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, 1763, X: 66). Nella rivista sassone all’avanguardia nel fare conoscere la letteratura spagnola Murr pubblica nel 1773 le Notizie di letteratura spagnola fornitegli da Antonio Capodevila – Einige Nachrichten von der Litteratur Spaniens. Aus einem spanischen Sendschreiben18 – e Bertuch l’avviso del suo Magazin, datato Weimar 20 maggio 1779, dove sollecita la collaborazione di “amatori e conoscitori della letteratura spagnola e portoghese che ancora non conosco”.19 Alla luce delle relazioni, come quasi sempre non biunivoche, di Bertuch con Murr e Weiße – entrambi epistolografi indefessi, entrambi, come Bertuch, massoni – segnatamente alla luce della lettera di Weiße del 28 gennaio 1772 non vi è né da dubitare che il progetto fosse di antica data, né da stupirsi per la tempestività del suo annuncio sulla rivista lipsiense.

6. IL CAMPO DI FORZE, IL FILTRO INGLESE E LE SINERGIE Agli inizi della sua attività di traduttore Bertuch non può vantare l’intensa frequentazione di spagnoli di cui Murr gli parla nella sopra ricordata lettera del 28 novembre 1774: né ha mai l’opportunità di soggiorni all’estero come quello che permette a Weiße, l’amico di Lessing, di stringere a Parigi rapporti preziosissimi con la piccola colonia tedesca, in primo luogo con Michael Huber, collaboratore del Journal étranger:20 rapporti che continuano a dare frutto anche molto dopo il ritraduzione di Johann Georg Jacobi (1767); gli spagnoli vengono al primo posto nell’elenco dei fondamentali romanzi moderni con Cervantes, Quevedo e Diego Husta (Eschenburg 1783: 269); ibidem, p. 278 sugli storici spagnoli e italiani. 18 Come specificato nel titolo, Alcune notizie della letteratura di Spagna. Da una lettera spagnola del Signor Professor Antonio Capdevila al Signor Christoph Gottlieb von Murr, l’articolo nella Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, vol. 15, St. 1., 1773, pp. 164-164 si configura come una delle tipiche lettere settecentesche destinate alla pubblicazione. 19 Ibidem, vol. 23, 1779, pp. 325-326. 20 Cfr. Michel Espagne 2001, p. 162.

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torno a Lipsia. Tuttavia Bertuch è aggiornatissimo su ciò che avviene sulla scena europea. Quando Weiße gli dà notizia in data 10 settembre 1774 (GSA 06/2093) che “a Parigi si pubblica un Journal sulla letteratura spagnola [l’Espagne littéraire], per lo meno l’ho trovato annunciato nelle settimane scorse in un giornale francese”, ritiene probabile che lui ne sia già al corrente. Ed è probabilissimo che Bertuch conoscesse già “la Critical e la Monthly Review” di cui Weiße gli parla nella sua lettera del 7 luglio 1772 (GSA 06/2093) raccontandogli di avere attinto la sua conoscenza del Frey Gerundio dagli estratti contenuti in tali riviste. Bertuch infatti, ascritto alla loggia Anna Amalia dal 1776, era in rapporti assai stretti con uno dei massimi traduttori dall’inglese e dal francese, l’amburghese Johann Joachim Christoph Bode (a Weimar dal 1778): “Sarò lieto di farle arrivare da Londra i giornali che Lei richiede”, scrive ad esempio Bode a Bertuch in data 16 dicembre 1773 (GSA 06/197). Pochi mesi prima il weimariano aveva iniziato la sua collaborazione a Der Teutsche Merkur, dove nel 1785, recensendo England und Italien, affermerà senza mezzi termini che “l’Inghilterra è l’ideale dell’autore [di questo articolo]”.21 In questa professione di fede nella cultura e nell’assetto politico-sociale di un paese in cui la borghesia, cui Bertuch apparteneva, aveva uno spazio inimmaginabile a Weimar e in genere nelle piccole corti tedesche, un particolare apprezzamento andava alla quintessenza dell’Illuminismo inglese: le riviste. Lo mostra la tipologia stessa del Magazin, palesemente sul modello di settimanali o mensili quali The English Magazine: una tipologia che Bertuch caratterizza con grande consapevolezza come inconciliabile con un impianto sistematico.22 La sua prima traduzione di ampio respiro, nel 1773, è proprio la ricordata traduzione – dall’inglese – del romanzo di Francisco de Isla. Come spiega l’iniziale Resoconto del traduttore tedesco (Vorbericht des deutschen Übersetzers), rivelando una perfetta co-

21

Così nell’Anzeiger di Der Teutsche Merkur del settembre 1785, p. CXLIV: “dato che l’Inghilterra in tutte le quattro parti del mondo è forse l’unico paese in cui, vigendo il più alto grado di cultura della nazione, hanno più valore gli irrinunciabili diritti dell’umanità e non vi è legge che non si basi su di essi”. England und Italien di Archenholtz (o Archenholz) esce a Lipsia nel 1785. 22 Cfr. nelle pagine introduttive al Magazin: “non saprei darle [a questa raccolta] titolo più adatto e più pregnante di Magazin. Non cercarvi dunque, caro lettore, né sistema, né successione cronologica o scientifica, né ordine” (Magazin, I: p. V).

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noscenza delle vicissitudini di questo romanzo, il gesuita spagnolo aveva affidato a un amico straniero la prima parte della sua Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas alias Zotes prima che essa scomparisse, tolta dalla circolazione dall’intervento oscurantista di alcuni ordini monastici, nonché la seconda parte ancora in manoscritto. L’amico straniero, che Bertuch individua in Giuseppe Baretti, tornato a Londra, traduce o fa tradurre in inglese l’opera spagnola; è tale testo in inglese, divenuto a questo punto l’originale, a servire di base alla traduzione di Bertuch in due volumi. Le pagine introduttive sulla ricezione del romanzo nel paese di origine – “tutti gli spagnoli ragionevoli e colti avevano dato il meritato applauso” – spezzano, significativamente, una lancia per gli Inquisitori: “gli Inquisitori stessi avevano incoraggiato la pubblicazione”.23 Il tribunale dell’Inquisizione, era, come noto, la grande bestia nera, l’argumentum dei negatori dei Lumi ispanici; e squisitamente illuministica è anche l’indignazione di Pater Isla per “l’orrendo abuso che si faceva del pulpito nella sua patria” con il conseguente “lodevole proposito di sgominare la banda dei miserabili predicatori, con la frusta di Cervantes in mano, e aprire gli occhi alla propria nazione sulle loro imposture”.24 L’immagine della “frusta di Cervantes” e le parole-chiave Witz e Laune che la corredano, legano fra di loro le due imprese traduttive immediatamente precedenti al Magazin e indicano la comune segnatura. Il filtro inglese non potrebbe essere più evidente: nel suo dettagliato Resoconto preliminare Bertuch traduce alla lettera, citando la fonte, il passo incentrato sulla “truly humorous performance” di Isla tratto dalla prima puntata dell’articolo The History of the famous Preacher Friar Gerund de Campazas; otherwise Gerund Zotes: We will not say that this is entirely a faultless work; bur we declare that we have read it with great pleasure. It is a truly humorous performance; the Autor has intermingled diverting raillery and sheer wit with many judi23

Vorbericht des deutschen Übersetzer ( Resoconto del traduttore tedesco) in Geschichte des berühmten Predigers Bruder Gerundio von Campazas sonst Gerundio Zotes, pp. IV-V: “È (dice uno dei censori dell’Inquisizione) uno di quei felici mezzi che il più profondo disappunto ed estrema necessità offrono quando mezzi meno drastici non hanno più alcun effetto e noi non biasimiamo che la dose di sale caustico e corrosivo sia un po’ forte, perché il cancro non si cura con l’acqua di rose”. 24 Ibidem, p. IV.

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cious reflections, and a great deal of good sense; and, at the same time, he discovers a considerable share of learning. There are a few instances in which his drollery, though accomodated to the particular circumstances and subject, descends too much into the low and vulgar strain.25

Non si potrà mai stabilire con sicurezza da chi/come Bertuch – accusato da Goethe di farsi sempre bello con le penne altrui – sia venuto a sapere dell’articolo sulla Monthly Review del marzo 1772 di cui cita il giudizio-chiave né quale sia stata la prima sua fonte per idee congruenti in ultima analisi con l’esortazione espressa da Melchior Grimm nella sua Correspondence littéraire quando appare nel 1754 il Journal étranger: riunire con intelletto e gusto tutto ciò che di piacevole e utile avevano prodotto la letteratura italiana, spagnola, inglese e tedesca. Esattamente questo infatti è anche l’impianto della rivista di Weiße, dove la recensione-estratto della traduzione ad opera di Dieze delle Orígines de la poesia castellana occupa una ventina di pagine.26 Citando Dieze nelle pagine introduttive del Magazin (p. V) Bertuch segnala la condivisione degli intenti con l’erudito di Gottinga, che aveva voluto “salvare l’onore dei poeti spagnoli” e “aprire un campo nuovo e ancora sconosciuto della letteratura dove [i tedeschi] potrebbero fare scoperte così importanti e sorprendenti”,27 ma seguendo una diversa strategia: è convinto infatti della maggiore efficacia degli esempi rispetto a testi teorici. In tutto il suo operato conferma un fenomeno diffuso presso gli illuministi tedeschi, all’epoca quasi sempre comprovatamente massoni e per lo più di estrazione borghese: l’“anglofilia” favorisce l’“ispanofilia”. Il filtro inglese che indirizza l’ottica di lettura secondo l’asse Humor/Laune è visibile fin dalla prima pagina del Vorbericht des deutschen Übersetzers alla traduzione del Fra Gerundio, tanto caldeggiata da Weiße (GSA 06/2093, lettera del 7 luglio 1772): vengono nominati Edward Clarke, l’autore delle Letters concerning the spanish Nation written at Madrid during the years 1760 and 176128 (1763) e 25

Ibidem, pp. IX-X, originale in The Monthly Review, 1772, vol. XLVI, dove la citazione tradotta in tedesco è alle pp. 228-236. 26 Su questa recensione-estratto cfr. Häseler 2002: 144-145. 27 Vorrede (Prefazione) di Dieze alla Geschichte der Spanischen Dichtkunst, p. 3. 28 “Il primo che nelle sue Letters concerning the spanish Nation ci abbia fornito una sia pur brevissima notizia di questa opera divertente” (Vorbericht alla traduzione del Fra Gerundio, p. III).

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Giuseppe Baretti, l’autore di A journey from London to Genoa (1770), opere entrambe tradotte prestissimo in tedesco.29 Sarà Bertuch stesso a tradurre con il massimo di tempestività assieme ad Albrecht Christoph Kayser (1756-1811) l’opera che – nell’ambito dei resoconti di viaggio, dove quelli inglesi segnano una svolta – costituisce un punto fermo, un “Meisterwerk”, un “capolavoro”: il Tableau d’Espagne del barone francese Jean François Bourgoing.30 L’epiteto di “Meisterwerk”, “capolavoro”, verrà dato all’opera di Bourgoing nel 1809, nelle Allgemeine geographische Ephemeriden (p. 173), nel corso di una panoramica di resoconti di viaggio che, redatta in occasione della ristampa di Joseph Townsend, illumina icasticamente la differenza di personalità e di intenti dei due viaggiatori. L’impresa del Magazin intesa, “offrendo prove e frammenti dei migliori scrittori”, a “rendere attento il nostro pubblico alla loro letteratura” (Magazin I, p. V) andrà dunque vista in un arco cronologico amplissimo. Essa sottende una intensa “conversazione” – usando il termine in senso settecentesco – di Bertuch con chi condivideva i suoi intenti: una “conversazione” che si estendeva ben al di là della cerchia dei collaboratori diretti alla sua rivista.

7. IL MAGAZIN Basterebbero già le pagine introduttive all’opera definita da Giuseppe Baretti “la più ingegnosa cosa che sia stata scritta in questo secolo”31 per mettere in guardia da una lettura “ingenua” dell’allocuzione al lettore – Ein Wort dem Leser, alla lettera Una parola al lettore – in apertura al Magazin. Bertuch non solo riconduce la mancanza di ordine cronologico e di connessioni tematiche alla tipologia di rivista prescelta ma, sottolineando la “grande difficoltà di trovare in Germania libri spa-

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Clarke nel 1765, Baretti nel 1771-1772 presso l’editore Fritsch, in base all’edizione londinese (1770). 30 Su Jean François de Bourgoing (1748-1811) dal 1777 al 1785 segretario d’ambasciata a Madrid che a Parigi raccoglie fra il 1785 e il 1787 la documentazione necessaria a pubblicare nel 1789 il suo Nouveau voyage en Espagne (con riedizioni aumentate nel 1803 e 1807 con il titolo Tableau de l’Espagne moderne) cfr. Geneviève Espagne 2010. 31 Il giudizio è citato da Franco Meregalli (Meregalli 1965: 421).

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gnoli, e proprio quelli che uno cerca” (Magazin, I: V), dichiara di rinunciare a ogni pretesa. “Forniamo ciò che abbiamo e che ci sembra meritevole di stima”, scrive introduttivamente: Sono prove32 che forniamo senza presunzione e intolleranza. Se piacciono al pubblico, se intrattengono e divertono, se [il pubblico] impara a giudicare in modo più equo e con maggiore stima i suoi antichi alleati con i quali un tempo era sotto il medesimo scettro e se destano in qualche giovane la voglia di attraversare coraggiosamente anche i Pirenei, abbiamo raggiunto tutto quanto desideravamo.

Si avverte una sicura capacità giornalistica nella volontà di “offrire qualcosa a ogni tipo di lettore” senza “escludere alcuna branca del sapere da cui si possa apprendere qualcosa di interessante in riferimento a entrambe le nazioni o il colorito locale [das Lokale] dei paesi” (Magazin, I: VI). Il rifiuto dell’arrangement d’école in nome del principio della varietas si estende alla modalità seguita nel tradurre: Chi cerca esercizi scolastici, vada dal maestro di lingue. So che in lavori del genere ci si fa spesso un merito del fatto di tradurre fedelmente, cioè di tradurre alla lettera: un tipo di traduzione che però nella maggior parte dei casi è assai a sproposito. Una cosa è tradurre un documento giuridico, un atto notarile, un’altra è tradurre un’opera di genio, gusto e humor [Laune]. Spesso si nuoce al proprio autore con un eccesso di esattezza che non ha altro effetto se non aridità e noia (Magazin, I: VI-VII).

Il fattore riconosciuto come determinante è “renderlo [l’autore] piacevole al gusto nella nazione [di arrivo], il che significa: provvedere alla gloria dell’autore stesso” (Magazin, I: VII). Traduttologicamente, è un pezzo da manuale; insieme, è una conferma di una consapevolezza strategica che guida anche le scelte dei testi. Il disegno è dettato dalla volontà di un capovolgimento rispetto ai pregiudizi dominanti e si articola secondo due assi:

32 In originale: Versuche. Il termine corrisponde anche a essais ed equivale al latino tentamina.

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1) guardando al passato quando, “ai tempi del nostro Opitz [15971639], la letteratura spagnola era tanto stimata e adoprata in Germania”;33 2) riconoscendo che proprio in Francia, il paese che più alimenta la ben nota leyenda negra antispagnola, la letteratura spagnola viene invece saccheggiata. L’osservazione, nello spirito del proverbio che in italiano suona “chi disprezza, compra”, è tanto più interessante perché fa capire che Bertuch sa bene che dietro la “enorme carga negativa del imaginario francés sobre Espagna” (J. Checa Beltrán) c’è un appropiarsi del suo “legado” e proprio ad opera di “buoni scrittori” (Magazin, I: IV). Il Magazin offre nel primo volume un ritratto di Lope de Vega cui corrisponde nella rubrica finale, Biographien, quella dell’autore della Gatomaquía, che è al quarto posto nell’indice del primo volume. Eccolo: I. Volks-Romanzen [Romances] II. Der Denker [El pensador]; von Clavijo III. Der Traum vom jüngsten Gerichte [El sueño del Juicio final]; von Quevedo IV. Die Gatomachia [Gatomaquía]; von Lope de Vega V. Das wunderthätige Puppenspiel [Retablo de las maravillas] von Cervantes VI. Briefe des Ritters von Spahrguth [Cartas del Cavallero de la Tenaza]; von Quevedo VII. Fragmente aus der Geschichte von Granada [Historia de los bandos de Zengríes y Abencerrajes] VIII. Proben aus Camoes [Estratti/saggi da Camões] IX. Biographien [Biografie – Lope de Vega]

Il secondo e il terzo volume contengono il ritratto rispettivamente di Camões e di Quevedo. È obbligatorio almeno un cenno alla scelta nel primo volume dei Romances e del Pensador. Non stupisce trovare Romances in apertura. 33

Magazin, I, p. IV: “La letteratura spagnola, che ai tempi del nostro Opitz era tanto stimata e adoprata in Germania, che più di un buono scrittore francese saccheggiva in segreto e che, accanto a quella portoghese, possiede tesori così ricchi in quasi tutti gli ambiti delle scienze, è così estranea, così sconosciuta che perfino nutriamo pregiudizi nei suoi confronti”.

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Ciò che dice Bertuch introducendo questi “Volkslieder” (Magazin, I: 1), ovvero che “Spagna e Portogallo sono fra tutti i paesi i più ricchi di romances” è infatti un topos. Quanto a Cervantes e Lope de Vega, essi vengono nominati già in un articolo della Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste del 1763 come sufficienti a indurre chiunque a volere “conoscere lo stato attuale delle arti e delle scienze” del loro paese.34 Acutamente Bertuch rimarca le differenze fra antichi e moderni “Volkslieder” usando per questi ultimi la terminologia spagnola: “Coplas, Sequidillas, Tonadillas ecc” (Magazin, I: 2). Intreccia, come d’uso, un ricordo personale, la consultazione del “Cancionero de romances” nell’edizione di Philippo Nucio uscita ad Anversa nel 1568 e fra i Romances presentati include quello “di cui Cervantes fa menzione nel Don Quijote, per rendere più chiari ai miei lettori quei passi” (Magazin, I: 4). Anche qui dunque un rimando a Cervantes, che riappare nel terzo volume con La cueva de Salamanca (tradotto con Die Teufel aus der Kohlenkammer). Il Don Quijote è l’opera che “ha fatto tanto del bene agli spagnoli”: “quanta venerazione merita un uomo che fa migliorare tutta la propria nazione. Ma l’utilità di questo libro non si estende solo a questa nazione, ma va a tutto il genere umano”35 è il giudizio della rivista di Weiße; gli fa riscontro in Der Teutsche Merkur un apprezzamento altrettanto grande che Bertuch cita e sottoscrive appieno nella premessa alla sua traduzione del Don Quijote, fornendo l’esatta indicazione bibliografica: “nella III parte del T[eutscher] Merkur, p. 120”. Si tratta del Vorbericht zum Anti-Cato (Resoconto preliminare all’Anti-Cato) che si trova effettivamente nel III volume, del 1773, della rivista wielandiana, alle pp. 99-126. Il pezzo citato da Bertuch recita: Tuttavia ci sono pochi libri al mondo che meriterebbero di venire letti più seriamente e più spesso del Quijote; ci azzardiamo anzi a sostenere che un professore che venisse ingaggiato per tenere lezioni pubbliche sul Quijote sarebbe di gran lunga più utile alla gioventù che studia e al bene pubblico che un professore che insegna Aristotele. 34 “Vale […] la pena conoscere lo stato attuale delle arti e delle scienze in un paese che ha avuto un Cervantes e un Lope de Vega”: recensione anonima a Edward Clarke, Letters concerning the spanish Nation, London, Becket & de Hondt 1763, in Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, vol. 10, St. 1, 1763, pp. 66-87. 35 Neue Bibliothek der schönen Wissenschaften und der freyen Künste, vol. 1, St. 2, 1766, p. 232.

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L’effetto benefico esercitato sul teatro spagnolo dall’autore della “Farsa” Retablo de las maravillas vale ad assicurargli il posto nel Magazin. “L’ironia”, aggiunge, “è spesso molto fine e nascosta tanto in profondità che molti, all’epoca, non l’hanno neanche colta” (Magazin, I: 214): Cervantes era anche costretto ad avere mano leggera e non poteva rendere la sua satira (Satyre) esplicita come nel Don Quijote; aveva infatti contro di sé il troppo potente partito di Lope de Vega, dei suoi discepoli e di tutti gli autori taetrali allora di moda; e per giunta era vecchio e povero (ibidem).

A questa lettura squisitamente settecentesca di Cervantes corrisponde la presentazione del Pensador secondo l’amatissima modalità epistolare. Quasi di sicuro è opera di Bode. El Pensador – che Bode pubblicherà per ampi estratti in tedesco a Brema l’anno successivo con il titolo tradotto letteralmente, Der Denker36 – viene presentato assieme a La Pensadora unendo il serio e il faceto con grandissima abilità. Pertanto merita citare per intero il testo, così rappresentativo del registro stilistico auspicato e felicemente perseguito: Estratto di una lettera all’editore. Dunque, nonostante io non riesca ad avere una giusta visione del suo progetto, le mando come campione alcuni pezzi del Pensador; e vi unisco il non celato proposito di vedere quanto questo scrittore spagnolo piacerà nella mia versione al lettore tedesco? Niente di strano! Bene, così il resto della traduzione resta manoscritto come fondo di magazzino. Ma se solo si è dell’idea che valga la pena di vedere che cosa potesse pensare di stampare un uomo di spirito e di buon gusto negli anni dal 1762 al 1767 in quel paese dove l’inquisizione aveva il suo trono più glorioso, allora pubblico con l’occasione sia il Pensador, sia la Pensadora37, tralasciando soltanto i pezzi che il Señor Clavijo ha tradotto quasi letteralmente dall’inglese, senza farli propri. Si propongono comunque al pubblico tedesco già così tanti cibi riscaldati che non ci sarebbe da meravigliarsi se alla fine, a forza di doversi accontentare, provasse disgusto.

36

Der Denker. Eine Wochenschrift, aus dem Spanischen des Hrn Jos Clavijo Faxardo auszugsweise übersetzt, 1781. 37 La Pensadora Gaditana: por Doña Beatriz Cienfuegos; La pensatrice di Cadice, un settimanale che apparve a Cadice nel 1762, un anno dopo il Pensador di Madrid.

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Twiss dice infatti nel suo Travels through Portugal and Spain, a p. 448 dell’edizione originale: “entrambe le opere [il Pensatore e la Pensatrice] meritarono di essere tradotte in inglese”. Non sembrano essere di minor valore anche per la Germania. Noi abbiamo infatti poca dimestichezza con i costumi, con il mutato modo di pensare degli spagnoli, e così via; quest’ultimo, si dovrebbe almeno credere, lo si potrebbe imparare al meglio da un Moral Weekly, che vuole e deve agire a questo scopo. Solo che Twiss si può sbagliare, proprio come me. D’altra parte il successo che si manifesta con il rapido smercio di un libro, è, se pur non con certezza, almeno nella visione dell’editore, molto più probabile. Garantire per la mia traduzione? Dio ce ne scampi e liberi, caro Bertuch! Di certo io non garantisco neanche per una parola. Ma non pretendo minimamente che Lei debba spremere anche solo una gocciolina di inchiostro per mia difesa o scusante. Se uno o l’altro dei nostri compatrioti, che, come me e Lei, abbia avuto occasione di avere un paio di ore libere da dedicare allo spagnolo (da questo è chiaro che non si tratterà di uno di quei critici di professione barbuti e brontoloni che, salvo che a imparare, sono occupatissimi), pensa che valga la pena confrontare la traduzione con l’originale e trova, secondo lui, degli errori, deve avere il diritto di segnalarli nel modo che preferisce. A che serve difendersi se ha ragione! E a quelli che gridano solo per gridare chi vorrà replicare? In una seconda edizione, così almeno penso io, si deve tenere conto delle critiche fondate, e gettare nel cestino quelle insignificanti. Una volta ho deciso di non fare stampare il mio nome sotto nessuna traduzione. Si può vedere questa decisione come superbia o come timidezza! Forse non è nessuna delle due. Io ritengo però che il tradurre sia non tanto un peccato mortale, quanto un lavoro della più meritoria santità (Magazin, I: 35-37).

8. UN SUCCESSO EDITORIALE? Che successo di vendita ha avuto il Magazin? Non vi è dubbio che si tratti di un’impresa coraggiosissima proprio perché rivolta non a un pubblico accademico-erudito, ma al lettore non specialista per emanciparlo “tramite prove e dati di fatto” (Magazin, I: III) dal pregiudizio secondo cui la letteratura spagnola sarebbe “rigida come un antico abito da cerimonie di corte e di gala dei tempi di Carlo V” (ibidem). Briesemeister, che nel citato suo contributo dedica al Magazin solo un paio di pagine di tipo in buona sostanza descrittivo, non solleva il problema.

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La testimonianza basilare sul successo del Magazin la fornisce Christoph Martin Wieland: l’autore del Don Sylvio38e del ricordato Vorbericht zum Anti-Cato, grandissimo estimatore di Cervantes, è colui che inizialmente prende sotto la sua protezione l’assai più giovane Bertuch e lo invita a collaborare a Der Teutsche Merkur. La collaborazione inizia con l’arrivo a Weimar. I rapporti personali, inizialmente ottimi, divengono in seguito assai difficili. Premetterlo è indispensabile per non prendere per oro colato ciò che dice Wieland in una sua lunghissima lettera del 16 aprile 1780 (indirizzata a Johann Heinrich Merck, egli pure, come Bertuch, importante collaboratore di Der Teutsche Merkur): Il Magazin der italienischen Literatur di Jagemann dà una massa di notizie e troverà plauso e smercio. Solo con quello che il suo Magazin spagnolo gli rende in un anno Bertuch si costruisce una bella casa nuova nel suo giardino. Lui sì che sa far soldi. […] Giacché i cari Tedeschi (Dio li benedica!) si sono ficcati in capo che lui è uno scrittore classico e l’ideale di un perfetto traduttore, non trovano esagerato dargli per il suo Magazin quattro talleri imperiali l’anno; e lui vende 1500 esemplari (Wielands Briefwechsel 1992: 278).

Quanto c’è di vero in queste asserzioni? Il fatto che Bertuch non avesse raccolto sottoscrizioni per il Magazin fa ritenere che fosse piuttosto sicuro di riuscire a trovare lettori, come era avvenuto con il Fray Gerundio e il Don Quijote. D’altra parte, trascorrono due anni fra l’uscita dei primi due volumi e quella del terzo. Dall’introduzione a quest’ultimo appare evidente l’intento di continuare le pubblicazioni. L’intento è documentatamente attestato da una carpetta di materiali nel Goethe- und Schiller-Archiv intitolata Zum 4. Bande des spanis. Magazins, ossia Per il 4. volume del Magazin spagn. (GSA 06/5472). Ciò vanifica la tesi di Heymann.39 Si aggiunge quanto scrive Bertuch stesso nella Einleitung (Introduzione) al suo Manual de la lengua 38

La satira scritta da Wieland nel 1764, otto anni prima di trasferirsi a Weimar come precettore del Duca, Sieg der Natur über die Schwärmerey oder die Abenteuer des Don Sylvio von Rosalba viene tradotta in francese nel 1770 con il titolo Le nouveau Don Quichotte. 39 Heymann 2000: 157. Nel suo articolo sulla Allgemeine Literatur-Zeitung dal punto di vista della mediazione della letteratura spagnola in Germania il romanista tedesco sostiene infatti che “probabilmente a Bertuch mancò la fornitura di adeguato materiale letterario e bibliografico per riempire le pagine del Magazin”.

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española oder Handbuch der Spanischen Sprache del 1790. Il manuale, dal sottotitolo “una raccolta di esercizi tratti dai migliori prosatori e poeti spagnoli” (Eine Sammlung Übungsstücke aus den besten Spanischen Prosaisten und Dichtern), si apre con la rievocazione dell’impresa di dieci anni prima: “Quando nell’anno 1780 iniziai a pubblicare il mio Magazin der Spanischen und Portuguesischen Literatur…”. Nella pagina seguente, dopo avere ripetuto, citando le parole del 1780, gli intenti del Magazin, fa un bilancio, positivo, della diffusione delle muse spagnole e “promette seriamente” di continuare il Magazin. Questa promessa non si realizzerà mai. Il segmento di mercato degli acquirenti di una rivista di questo tipo era, evidentemente, troppo ridotto.

9. L’APPREZZAMENTO DELLA CRITICA L’apprezzamento della critica è invece esemplarmente documentabile in quella roccaforte dei Lumi che è la rivista di Friedrich Nicolai e nel Versuch über die spanische schöne Literatur, collocandosi nell’alveo di una convinzione ribadita in infinite varianti: All’uomo illuminato appartengono tutte le nazioni […] è una doppia vergogna essere così ignavi da non volere conoscere la geografia delle province spirituali dell’Europa (Anhang ADB, 1785: 1737)

Questo topos viene espresso nell’Anhang ai volumi 37-52 della più nota e longeva rivista dell’Illuminismo berlinese, la Allgemeine deutsche Bibliothek, segnalando il Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur, herausgegeben von F.J. Bertuch come “Un’impresa utilissima, degna dell’onore tedesco e dell’alacrità tedesca!” La pagina successiva, la p. 1737, è occupata da un dettagliatissimo indice, sinteticamente commentato, dei due primi volumi. Il primo contributo del secondo volume, la Historia y vida del gran tacaño (ossia Leben des Gran Tacanno, von Quevedo) viene ad esempio definito “un eccellente romanzo comico (abbastanza ampio), di cui gli spagnoli sono assai ricchi, e che noi dovremmo studiare con impegno e imitare” (Anhang ADB, 1785: 1737). Palese l’analogia con quanto registra il Saggio sulle belles-lettres spagnole di Butenschoen: “Sono stati applauditi in particolare i suoi [di Quevedo] scritti satirici e giocosi perché sono pieni di Witz e Humor” (Butenschoen

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1789: LXXXIX). E immediatamente si rimanda al Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur: I lettori tedeschi possono imparare a conoscerlo [Quevedo] dal Magazin della lett[eratura] spag[nola] dove nel I volume a pag. 97 è tradotto uno dei suoi Sueños, a pag. 241 le sue Cartas del Cavallero de la Tenaza e nel II [volume] la sua Historia y vida del gran Tacaño. I suoi Sueños o Visiones sono molto celebri, il cosiddetto Philander von Sittewald nei suoi Gesichte li ha spesso copiati e ancor più spesso ampliati e guastati.40

Ai rimandi al Magazin in snodi significativi41, che fanno del Versuch del 1789 un ottimo esempio dell’irradiazione del Magazin fuori Weimar, si aggiunge la sicura conoscenza di una bibliografia internazionale, dalla Bibliotheca Hispana Vetus e, rispettivamente Nova, apparse a Roma l’una nel 1696, l’altra nel 1672, alle Letters from a english Traveler in Spain on the Origin of Spanish poetry del 1785, dalle Origines le la poesia castellana di Luis Velásquez “eccellentemente tradotte e arricchite di preziose note da Johann Andreas Dieze”42 alle Observations sur l’article “Espagne” de la nouvelle Enciclopédie di Antonio José Cavanilles “tradotto da Biester, Berlino 1785”43. Quale grado di rappresentatività ha questo pubblicista venticinquenne lettore così attento del Magazin?

40

Butenschoen 1789: LXXXIX. Philander von Sittewald è lo pseudonimo di un contemporaneo di Opitz. 41 Si veda ibidem, LXVII, parlando della Historia de los Vandos de los Zegries […] di Ginéz Pérez de Hita: “A me non è riuscito di reperire notizie di lui e della sua opera perché mi mancano gli strumenti per farlo. Nel frattempo alcuni miei lettori avranno già imparato a conoscere il piccolo libro, interessante come pochi altri, dal terzo volume dell’eccellente Magazin der Spanischen und Portugiesischen Literatur” (p. 275; cfr. Anche ibidem, p. LXXVIII. 42 Ibidem, LI. A p. XLI riferimento al Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola di Lampillas, con esplicita stoccata gallofobica; ibidem, XLVI-XLVII su Bettinelli e Tiraboschi. 43 Biester 1785.

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10. IL MANUAL E IL CONFRONTO CON BOURGOING Mentre l’attività del traduttore letterario si precisa nel 1788 con le Litterarische Fabeln di Tomás de Iriarte (traduzione anticipata da alcune Fábulas literarias tradotte a partire dal 1784 in Der Teutsche Merkur), si apre un nuovo spazio di interesse quando “varie province della Germania […] iniziano un commercio attivo con la Spagna” (Bertuch 1790: IV). Bertuch conquista questo spazio con un Manual dove usa “i migliori prosatori e poeti spagnoli” come eserciziario. Il lettore moderno rimane stupito di trovare in un tipo di testo con finalità tutt’altro che letterarie pagine tratte dal Del Origen y Progressos de la Poesia e Del Origen de la Poesia vulgar di Luzán44 e proposte di lettura che vanno dalle Maximas selectas di Juan Carlos Bazan Marques de San Gil a testi di André Gonzales Barcia, Isla, Cervantes, Quevedo e, in misura altrettanto abbondante, Clavijo y Faxardo (Bertuch 1790:139-193). Nella Parte poetica (ibidem: 235-531) dominano le Fábulas literarias di Tomás de Iriarte che si ricollegano direttamente all’attività traduttiva di Bertuch; i romances e la Gatomachía costituiscono ulteriori evidentissime marche della continuità di contenuti. La continuità con gli intenti del Magazin porta contemporaneamente, nel 1789-1790, alla già ricordata traduzione dell’opera di Bourgoing con il titolo Neue Reise durch Spanien vom Jahr 1782 bis 1788 (ovvero Nuovo viaggio attraverso la Spagna dall’anno 1782 al 1788), che è preceduta da una nota introduttiva dei due traduttori tedeschi, Bertuch e Kayser, secondo l’incipit: La presente opera è senza dubbio il libro migliore, più utile e più affidabile che sia mai stato scritto da stranieri sulla Spagna, questo paese così importante (Vorerinnerung, Bourgoing, I, 1789: III).

La lode tributata a Bourgoing è lode all’uomo dei negotia, che osserva con acuto sguardo diagnostico “nella situazione più favorevole”. La sicurezza di “avere fatto un dono prezioso al nostro pubblico con quest’opera così significativa” sia grazie all’appendice di Tychsen, sia grazie all’accuratezza della traduzione è ben basata. La corrobora l’opera del recensore. Bertuch infatti dà un contributo assai efficace

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Cfr. José Checa Béltran, Introduzione.

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alla diffusione di Bourgoing recensendo con straordinaria tempestività già l’edizione francese.45 Nel nr. 185 della Allegemeine LiteraturZeitung, la rivista fondata nel 1785 con Christian Gottfried Schütz, in data 22 giugno 1789, praticamente in tempi reali rispetto all’uscita del Nouveau Voyage en Espagne ou Tableau de l’etat actuel de cette Monarchie presso l’editore parigino Regnault, viene spiegato quale è la superiorità di Bourgoing, “attualmente ambasciatore francese ad Amburgo”, rispetto agli altri autori di descrizioni di viaggio: “possiamo dunque raccomandare i suoi Viaggi assolutamente a ragion veduta come l’opera fondamentale sulla Spagna” (Allgemeine Literatur-Zeitung, 1789: 666). Nel nr. 113 del 1790 viene recensita la traduzione tedesca. Questa recensione in data 23 aprile 1790 meriterebbe di essere citata integralmente. Basti l’incipit: Il giudizio espresso dando conto dell’originale francese (ALZ 1789, Nr. 185), [ovvero] che esso deve considerarsi l’opera principale sulla Spagna e che le fonti da cui fino ad ora abbiamo attinto le nostre notizie spagnole devono essere interrogate d’ora in poi solo in singoli casi, giacché ciascuno può istruirsi sullo stato presente di questo regno in modo più approfondito ricorrendo a un’opera così classica [=quella di Bourgoing] lo possiamo non solo confermare pienamente recensendo la presente traduzione, ma dobbiamo anche confessare che questa [traduzione] ha acquistato rispetto all’originale notevoli vantaggi, il che solo raramente si verifica (Allgemeine Literatur-Zeitung, 1790: 178).

L’acquisto davvero significativo è costituito dall’appendice al secondo volume: una trattazione Über den gegenwärtigen Zustand der Literatur in Spanien (ovvero Sullo stato presente della letteratura in Spagna) di Thomas C. Tychsen nata dal dialogo con la panoramica offerta da Bourgoing.

45 Né questa recensione, né quella della traduzione tedesca sono menzionate da Heymann (Heymann 2000).

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Il professore di Gottinga integra la traduzione tedesca di Bourgoing, la Neue Reise durch Spanien, fornendo notizie di tipo eminentemente letterario su un “popolo nobile e pieno di spirito, che è così equo verso gli altri”. Con questi fogli in cui non si troverà “né apologia, né satira” (Bourgoing, 1790, II: 344), Bertuch passa il testimone. Il bilancio lo trae Tychsen ed è davvero conclusivo: L’opinio communis spesso ripetuta secondo cui la Spagna sarebbe un luogo delle tenebre e dell’ignoranza e che sessant’anni fa poteva essere poco esagerata non vale più per i tempi presenti (ibidem: 292).

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LIBROS, HISTORIAS Y BIBLIOTECAS. LA CULTURA ESPAÑOLA Y LA RUMANÍA ILUSTRADA Oana Andreia Sâmbrian Academia Rumana, Craiova

En la Rumanía del siglo XVIII, la presencia cultural de España ya no constituía una novedad, sino el comienzo de la culminación de un proceso que se había originado siglos atrás. A partir del siglo XVI y a lo largo de todo el XVII, la cultura escrita rumana reflejó una determinada imagen de España a través, sobre todo, de las crónicas o documentos oficiales de las cortes valacas y moldavas que difundían noticias sobre los principales acontecimientos político-militares del reino ibérico. Más allá de la presentación de los aspectos contemporáneos, las crónicas rumanas se centraron también en la Ilustración de una España histórica, rememorando sus raíces, desde los episodios íberos, pasando por la España romana, goda o árabe.1 Los rumanos del siglo XVIII poseían todo tipo de conocimientos sobre España, desde su posición geográfica hasta sus más destacados episodios históricos. La presencia de militares españoles en territorio rumano, como Diego Galán en el siglo XVI o Diego de Estrada en el XVII, unida al intento de colaboración militar entre los dos espacios en la época de Carlos I determinó un interesante acercamiento. Asimismo, algunos personajes históricos que desempeñaron su actividad en Transilvania (el príncipe Segismundo Báthory, Juan de Huniadi), la re1

Para más detalles sobre la imagen de España en los países rumanos en los siglos véase Oana Andreia Sâmbrian (2010), “Imaginea Spaniei la cronicarii români (secolele XVI-XVIII)” en Modele culturale si , realita ,ti cotidiene în societatea româneasca (secolele XV-XIX), ed. Claudiu Neagoe, Bucuresti, , Editura Ars Docendi, pp. 111-138.

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gión oeste de la actual Rumanía, fueron retratados en el teatro del siglo XVII de Lope de Vega, Luis Vélez de Guevara, Francisco de Rojas Zorrilla, Agustín Moreto o Juan de Matos. La imagen de España en Rumanía se construyó poco a poco mediante crónicas que relataban los eventos políticos europeos (La crónica de Azarie (1551-1574), las Historias de Moldavia de Miron y Nicolae Costin (1674), Dimitrie Cantemir (siglo XVIII), Grigore Ureche (16421647), Constantin Cantacuzino (1716), Ion Neculce (1662-1743), La crónica de los Ghika (1695-1754), Radu Popescu, o la Crónica anónima de Valaquia (1688-1717), así como a través de traducciones de libros españoles que a partir de la Ilustración se empezaron a realizar. Otra vertiente importante mediante la cual la cultura española se difundió en Rumanía fue la circulación de libros en algunas de las bibliotecas de nobles rumanos, en cuyas colecciones vamos a hacer hincapié a continuación.

LA BIBLIOTECA DE CONSTANTIN CANTACUZINO Constantin Cantacuzino fue uno de los nobles valacos más importantes del siglo XVIII. Su cargo de “stolnic”, palabra de proveniencia eslava que correspondía aproximadamente al oficio de senescal, lo convirtió en uno de los mejores conocedores de los eventos de su época, debido a su proximidad a la corte valaca. Su obra, Historia de Valaquia desde sus comienzos (1716) constituye una valiosa contribución al conocimiento del gran flujo de la historia, ya que sus fuentes no se limitan a las crónicas de los antepasados, sino que se enriquecen con autores bizantinos y occidentales. Asimismo, el mapa de Valaquia del noble rumano se publicó en el año 1700 en Padua y fue utilizado posteriormente por Anton Maria del Chiaro, secretario para las lenguas occidentales del príncipe valaco Constantin Brancoveanu (1688-1714) en su Istoria delle moderne rivoluzioni della Valachia, publicada en Venecia en 1718. Además de su importante obra, Constantin Cantacuzino, buen conocedor del latín y del italiano, fue también poseedor de una impresionante biblioteca, una de las más destacadas del siglo XVIII, estudiada tanto por investigadores rumanos, como extranjeros (el italiano Mario Ruffini). Su biblioteca se construyó paso a paso, a partir de la

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contribución del padre de Constantin, quien atesoró sus primeros libros, muchos de ellos traídos de la corte de los emperadores bizantinos a su dominio de Ma rgineni. La formación intelectual de Constantin Cantacuzino se inició en Valaquia y posteriormente en Brasov, bajo los cuidados del rector del Colegio Evangélico, Martin Albrich, doctor en Filosofía y Teología (Dima-Dra gan 1967, 3-4). Seguidamente, el noble valaco marchó para Edirne, Constantinopla y Padua, con tal de perfeccionar su cultura griega y latina. Tras regresar a su país, Constantin Cantacuzino siguió enriqueciendo su biblioteca con nuevas adquisiciones, con la ayuda de sus muchos amigos extranjeros que lo mantenían al tanto de las novedades bibliográficas europeas. A pesar de ser muchos los libros recibidos como regalo, estos no representan una categoría significativa dentro de la biblioteca del stolnic, cuyas adquisiciones siguieron las líneas principales de sus intereses científicos y culturales. El más notable de todos, demostrar la latinidad del pueblo rumano mediante las fuentes extranjeras que mencionaban esta información. Los militares traían de sus alejadas campañas libros o manuscritos hallados en los castillos que tomaban, en los monasterios o en los colegios. La mayoría de las veces, estos libros llegaban a formar parte de la biblioteca de los Cantacuzino de Ma rgineni. Los libros del stolnic pertenecían a distintas áreas de interés, como la filosofía, la medicina, o la teología y el inventario de la biblioteca acabó desvelando un número significativo de libros españoles. De las obras filosóficas destacan dos volúmenes de Aristóteles, comentados por Averroes, cuyo sistema filosófico intentaba reconciliar la filosofía de Aristóteles con el islam, al distinguir dos maneras de alcanzar la verdad: la filosofía y la religión; según Averroes, no había incompatibilidad alguna entre los dos sistemas. Los tomos que Constantin Cantacuzino poseía en su biblioteca eran Quartum volumen Aristotelis De physico auditu. Libri octo cum Averroes variis in eosdem comentariis (Dima-Dra gan, 1967 129) y Stagiritae Peripateticorum principis universam illam scientiam complectens, quam Methaphysicam covant vel sapientiam, quattuordecim digestam libris (ibíd.: 129). El primer tomo tenía 508 folios y el cosido del libro en pergamino. Actualmente, se puede consultar en la Biblioteca de la Academia Rumana, donde se encuentra registrado bajo la signatura I 42633. El segundo volumen tiene 404 folios. En el colofón del libro puede leerse “Venetiis Apud Cominum de Tridino

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Montisferrati. MDLX”. En la página del título aparece la inscripción “ex libris Constantini Cantacuzeni”, mientras que el segundo folio contiene la dedicatoria “Iulius Manardus medicus et philosophus”. La filosofía española se encuentra también representada por la obra de fray Domenico Bánez, confesor de Santa Teresa de Ávila, Commentaria et quaestiones in duos libros Aristotelis Stagiritae de generatione et corruptione (Ruffini 1973: 102). El libro de Bánez, de 420 folios y el cosido en pergamino, está relativamente deteriorado. El ex libris de Constantin Cantacuzino de la página del título fue posteriormente tachado por el nuevo propietario del libro y reemplazado por “Georgii Roguezeij. nunc autc”. Tras el cerco de Viena de 1683, otro libro vino a parar a la biblioteca del Cantacuzino, cuyo autor fue Francisco Murcia de Llana, filólogo, médico, filósofo y traductor que estudió Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares y fue catedrático de Filosofía de la misma universidad. Posteriormente, fue nombrado corrector de libros de su majestad, al corregir la primera parte del Quijote. Según Francisco Rico, había sido “sujeto tan descuidado como para perder el original de la Vida y hechos del capitán García de Paredes (Rico 2005: 93). El ejemplar del libro de Cantacuzino, Selecta circa libros Aristotelis de Coelo subtilioris doctrinae, quae in Complutensis Academia versatur, miro quodam ordine disposita, et in dilucidam methodum redacta. Per licentiatum Franciscum Murcia de Llana in insigni eiusdem Academiae Collegio Theologorum Collegam. Ad Deiparam Virginem de los Hoyos inter montes et rupes Conchenses circa oppidum de Pliego constitutam. Anno M. DC. XXI (1621) Cum gratia et privilegio Caes. Majest. Mon< aste >ri Ingolstadii, Typis Wilhelm Ederi se había publicado en Ingolstadt en el año 1621 (Ruffini 1973: 109; Dima-Dra gan 1967: 139140), mientras que la princeps era de 1604 y se había publicado en Madrid. En la página del título se puede leer la inscripción: Monri B M V ad S. Ordinis Cistercensis Catalogo inscripta N. 3. De los libros medicales, sobresale De luminaribus et diebus criticis del judío español Abraham Abenhezra, con múltiples signos de lectura de Constantin Cantacuzino (Ruffini 1973: 63). El estilo epistolario, ampliamente utilizado por Cantacuzino, está representado por Scelta di lettere italiane, spagnole e francesi de diversi classici autori, overo il Segretario alla moda, E proprio all’uso d’oggi, Che contiene un tratato in torno alla Prattica del Secretario, le Formole d’ogni genere di Lettere, col modo

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di spedir Patenti per gli Officiali, e Governatori et altre particolarità. Dedicato all’Illustriss. Sig. Capitano Giuseppe Mirto Signoro dell’Olmo nello Filette, Patrizzo d’Eboli etc. In Napoli 1699. Nella nuova Stampa di Michele Luigi Mutio. Con licenzia de’ Superiori, una edición napolitana del año 1699, que recopilaba epístolas y escritos oficiales emitidos por la corte o el gobierno (Ruffini 1973: 89). El libro de 192 folios se encuentra hoy en día en la Biblioteca de la Academia Rumana y tiene la signatura I 12.105. La categoría de libros españoles mejor representada en la biblioteca ilustrada del noble valaco incluye sin lugar a dudas los escritos teológicos de jesuitas, dominicos y franciscanos. Asimismo, encontramos la obra Prediche per le Domeniche dell’avvento, editutte le altre fino a Quaresimi insieme con alcune Feste più principali. Del padre Emmanuel di Naxera della Compagnia di Giesu; prima Lettore di Sacra Scrittura nel Collegio della Compagnia nella Universita di Alcalà, e poi di Politica nell’Imperial di Madrid. Transportate dalla lingua Spagnuola nella Italiana dal Sigr Girolamo Brusoni. Al Reverendissimo Padre D. Paolo Carrara Preposito Generale della Congregazione di Somasca. In Venetia, per li Baba. M.DCLVIII (1658). Con Licenza de superiori e privilegio de Emmanuel de Naxera, publicada en Venecia en 1658. Nacido en el año 1623, Naxera fue catedrático de Teología de la Universidad de Alcalá de Henares. Inicialmente, publicó entre 1648 y 1649 un volumen de sermones en Madrid, con el título Panegíricos en los festividades de varios Santos (Ruffini 1973: 229). El libro más antiguo de la colección dieciochesca del noble rumano según su fecha de publicación pertenece a la homilética jesuita: Orationes duodeviginti de fray Petrus Ioannes Perpinanus, editado en Ingolstadt en 1582 (ibíd.: 157). Pedro Juan Perpiñán, nacido en Elche, solía firmar sus libros como Valentinus, es decir, “El valenciano”. Entró a formar parte desde muy joven de la Compañía de Jesús, estudió en Coimbra y viajó por Francia para defender el dogma católico de los protestantes. El libro de Constantin Cantacuzino, Orationes duodeviginti. Nunc primum in Germania in lucem editae. Permissu superiorum. Ingolstadii, Ex Officina Typographica Davidis Sartorii. Anno Domini M. D. XCII (1592), tiene 560 folios y contiene la dedicatoria “Franciscus Bencius ex Societate Jesu, Odoardo Fornesio Principi, S. P. D”. La introducción está firmada por Horatius Tursellinus. El cosido es antiguo, en piel marrón, con ornamentos, pero parcialmente deteriorado. En la cubierta superior hallamos un estema en un medallón y la si-

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guiente inscripción: “Dei Gracia Episcopus Olomucenis Stanislaus Pawlowsky”, que demuestra la pertenencia del volumen al obispo de Olomouc, Stanislas Pawlowski. En la página del título encontramos el ex libris del Cantacuzino, a la vez que una inscripción parcialmente destruida por la humedad, que demuestra que el libro había pertenecido a un monasterio cisterciense de los alrededores de Viena, de donde había sido traído por los soldados rumanos en 1683: Beatissimae Virginis Mariae ad Sanctam cru]cem Ordinis Cisterciensis Catalogo inscripta N. 4 (Ruffini 1973: 159-160). Orationes duodeviginti incluye el sermón De Deo Trimo et Uno et Ecclesiae confessione, presentado en Roma en 1553 ante el papa Pío IV, al que le siguen otros seis, declamados en París en contra de los protestantes en julio-agosto 1566 (ibíd.: 245). El libro del franciscano Diego de la Vega, Conciones quadragesimales super septem Poenitentiales psalmos, Auctore R.P.M.F. Didaco de la Vega Toletano Ordinis S. Francisci, Provinciae Castellae, et in Conventu S. Ioannis Regum Eiusdem Civitatis Sacris Theologiae Lectore. Nunc recens innumeris quibus antea scatebant mendis purgatae, varijsque et utilissimis ad marginem notis illustratae, Indice copiosissiomo Rerum memorabilium, Locorum communium, et Sententiarum, adornatae. Permissu Superiorum. Venetiis, M.D.C.III (1604) Apud Societatem Venetam, publicado en Venecia en 1604, tras la edición princeps de 1595, entró también a formar parte de la biblioteca del stolnic a principios del siglo XVIII (ibíd.: 160). De la Vega perteneció a la diócesis de Castilla de los Hermanos Menores Franciscanos. Su libro contiene un Prologus ad Lectorem, un índice y 682 páginas. Este ejemplar adquirió una importancia notable, debido a una inscripción fechada el 8 de mayo de 1696 que afirmaba nuta

que su razón de ser había sido “comprobar que el jupan2 Stefa

, lo , había utilizado en la casa del fraile Damaschin, el 8 de mayo de 7204 (ibíd.: 160)”. Queda por tanto comprobado que Damaschin, quien se convertiría más adelante en obispo de Buza u y Râmnic, había conocido una obra de la homilética romano-católica. La biblioteca de Constantin Cantacuzino incluye además un volumen de sermones del dominico Luis de Granada, Conciones de tempore quae a Pascha dominicae resurresctionis ad festum usque sacratissimi 2 Título de proveniencia eslava, utilizado en la Edad Media rumana para referirse a los más insignes nobles valacos y moldavos.

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Corporis Christi habentur, editado en Lyon en 1598. Destaca también un volumen de obras que había pertenecido al arzobispo de Toledo, Alfonso Fonseca, con una dedicatoria de Erasmo de Rotterdam: “Reverendissimo in Christo patri, eidemque clarissimo principi, Alfonso Fonsecae Archiepiscopo Toletano, totius Hispaniae primati” (ibíd.: 205). La muerte del stolnic Constantin Cantacuzino y de su hijo, el príncipe Esteban, en 1716 en Constantinopla, marcó el comienzo de un largo periodo de persecución de la nueva familia reinante de Valaquia, los Mavrocordat, en contra de los Cantacuzino. El nuevo príncipe de Valaquia, Nicolae Mavrocordat, gran bibliófilo, se apoderó de los libros y manuscritos más valiosos de las casas de Ma rgineni, que se habían quedado sin dueño tras la muerte de los Cantacuzino. Todas estas obras fueron incorporadas a la biblioteca del monasterio de Va ca resti , (Dima-Dra gan 1967: 11). Al verse perseguido por sus acreedores, Constantin Mavrocordat, quien fuera por seis veces príncipe de Valaquia, enajenó muchos de los valiosos libros y manuscritos que habían sido reunidos por la familia Cantacuzino en más de un siglo. Una pequeña parte de los libros de la biblioteca de Va ca resti , pasaron a la biblioteca de la Mitropolía, y de allí, en 1836, a la biblioteca del Colegio Nacional “Sf. Sava” de Bucarest. Tras el saqueo de la biblioteca de los Cantacuzino en los primeros años tras la muerte de Constantin y Esteban, poco quedaba de la gran herencia cultural de esta familia, salvo unas cuantas centenas de manuscritos, trasladados al monasterio de Ma rgineni. Salvadas de la destrucción en el año 1839, los 315 tomos del monasterio de Ma rgineni fueron incorporados al fondo general de la Biblioteca Nacional, junto a los libros procedentes de la Mitropolía (Dima-Dra gan 1967: 12).

LA BIBLIOTECA DEL MUSEO BRUKENTHAL Además de la biblioteca dieciochesca de Constantin Cantacuzino, en Transilvania, se fundó en la misma centuria una importantísima institución cultural, patrocinada por el barón Samuel von Brukenthal. El barón fue gobernador de Transilvania durante 1777-1787, cuando Transilvania se hallaba bajo el dominio de los Austrias. Dadas sus excelentes relaciones con la capital del Imperio Habsburgo, el barón ad-

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quirió libros raros para su biblioteca —que hoy forma parte del Museo Brukenthal—, algunos de ellos, ediciones tardías del siglo XVIII de obras como El Quijote (Ittu 2009: 209). De las cuatro ediciones del Quijote que la biblioteca Brukenthal atesora, dos de ellas pertenecieron a la colección privada del barón, es decir, que llegaron a formar parte de la colección baronial de la biblioteca cuando Von Brukenthal todavía vivía: 1. Leben und Thaten des weisen Junkers Don Quixote von Mancha, aus der Urschrifft des Cervantes, nebst der Fortsessung des Avellaneda, in sechs Bänden [La vida y los hechos del sabio caballero Don Quijote de la Mancha, del original de Cervantes, junto con la versión de Avellaneda, en seis volúmenes]. Zwoote Ausgabe mit Kupfern [edición con grabados], Leipzig, 1780–1781; (Signatura CB I 389).3 2. Vida y hechos del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, Compuesta por Miquel de Cervantes Saavedra, Nueva edicion, corregida y ilustrada con 32. differentes estampas muy donosas, y apropiadas a la materia. Parte I-II, En Amberes, Por Juan Bautista Verdussen, M.D.CC.XIX [1719], Con Licencia y Privilegio (CB I 402). Además de estas dos ediciones, la biblioteca Brukenthal incluye también: 3. Leiden zweyer edlen Liebenden nach dem Spanischen des Don Miquel de Cervantes Saavedra, nebst dem merkwürdigen Leben dieses berühmten Spaniers und einem Versuche über die Spanische schöne Litteratur von Johann Friedrich Butenschoen [Los sufrimientos de dos nobles amantes, traducción del español de la obra de don Miguel de Cervantes y la vida memorable de su famoso español, con un ensayo sobre la literatura española de Johann Friedrich Butenschoen] Heidelberg, bei Friedrich Ludwig Pfähler, 1789 (Signatura V I 12047), y 4. Leben und Thaten des weisen Junkers Don Quixote von Mancha, Neue Ausgabe, aus der Urschrifft, nebst der Fortsessung [Fortsetzung?] des Avellaneda. In sechs Bänden von Friedrich August Bertuch, Weimar un Lepzig, 1775 (Signatura VI 12706). La biblioteca Brukenthal solo posee los primeros dos volúmenes de esta edición.

3 Según las normas de la biblioteca Brukenthal, CB se utiliza para designar la colección privada de libros del barón Von Brukenthal.

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TRADUCCIONES DE LIBROS ESPAÑOLES AL RUMANO El reloj de príncipes La Ilustración rumana conoció además de la biblioteca de Constantin Cantacuzino y de su interesante colección de libros españoles, la primera traducción de un libro español al rumano. La traducción se realizó en Moldavia por el noble Nicolae Costin4 alrededor del año 1711 y el libro elegido para ser compartido con los lectores moldavos fue El reloj de príncipes del renacentista Antonio de Guevara. El reloj de príncipes fue indudablemente un best seller de su época. Es un libro didáctico que recoge varios consejos que cada príncipe cristiano debía seguir para convertirse en un ejemplo para los súbditos. Guevara aconsejaba que los príncipes fueran auténticos miles Christi, llenos de virtudes como la compasión, la humildad, la justicia o la honra. La primera edición de El reloj de príncipes se imprimió en España en 1529. Dos años más tarde se imprimió la edición francesa. En 1540 fue publicado en italiano, en Venecia, y en 1544, apareció en alemán, en Múnich. En 1606, el libro fue traducido al latín por el humanista alemán Johannes Wanckelius, bajo el título Horologii Principum sive de vita M. Aurelii imperatoris, libri 3 de lingua castelana in latinam linguam traducti y, a partir de ese momento se difundió en todos los países católicos (Cartojan 1980: 259). De este modo, el libro de Guevara llegó a Polonia en su versión latina. En 1612 se imprimió en Piotrkow y entre 1615 y 1636 en Cracovia (Strempel 1976: xxxiv). En 1684, Nicolae Costin llegó con su padre a Polonia, donde se quedaron durante un año y donde conocieron el libro de Guevara. Hasta el año de su muerte, el escritor moldavo tradujo 81 de los 153 capítulos de El reloj de príncipes, pero cambió la sintaxis y depuró el lenguaje de todos aquellos elementos fraseológicos latinos que la hacían inasequible para los lectores no latinos (ibíd.: 345). 4

Para más información sobre la actividad cultural de Nicolae Costin, así como sobre sus conocimientos sobre España, véase Sâmbrian (2011), “La España del espejo: la imagen de España en los escritores rumanos Miron y Nicolae Costin”, Rilce. Revista de filología hispánica, 27.2, pp. 463-476.

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La traducción de Nicolae Costin es clara, dinámica y mantiene en el ritmo de la frase algo de la armonía y la cadencia del original, lo cual ocasionó que un investigador pensara que Nicolae Costin había traducido algunas partes de la obra en verso (ibíd.: 342-343). La versión rumana de El reloj de príncipes no se publicó hasta 1976 y en su época circuló en manuscritos, de los cuales se siguen conservando cinco; cuatro de ellos son copias del mismo original, mientras que el quinto difiere por la sistematización de los capítulos, la presencia de los prefacios y la ausencia del final (Strempel 1976: xli). El manuscrito principal, según Strempel (ibíd.: xli), pertenece a los fondos de la Biblioteca Central de Iassi. El volumen es grande, tiene 207 folios, numerados mecánicamente. El título del primer folio revela que el manuscrito perteneció a un príncipe moldavo, Ion Grigorie Ghica, quien pagó para que se hiciera la copia en 1737 y, por tanto, el libro pudo haber sido utilizado para la educación de los príncipes. Falta la numeración original del copista. Este numeró sin embargo los cuadernos desde la hoja 25 hasta la 207; cada cuaderno tiene aproximadamente 10 páginas, a excepción de los últimos cuatro, que tienen ocho. Las páginas normales tienen 33 líneas cada una (ibíd.: xli). El manuscrito se copió para el uso del príncipe Grigore II Ghica durante su primer reinado en Moldavia (1726-1733). El nombre del copista se desconoce y la firma Ion R. no nos aclara mucho. Sin embargo, su letra se parece a la de Ioan Pavel Gramaticul, un copista que se encargó de reproducir especialmente la obra de Nicolae Costin (Strempel 1959: 123-125). El segundo manuscrito no indica ni el título, ni el año cuando se realizó la copia. La hoja normal tiene 30 líneas. No poseemos conocimiento de la biblioteca a la que perteneció; lo único que sabemos es que en 1898 fue comprado para la biblioteca de la Academia Rumana (Strempel 1976: xliii). El tercer manuscrito posee muchos elementos codicológicos en el nivel textual. Según el título, el manuscrito fue copiado por Ioan Pavel Gramaticul en 1736. Los títulos iniciales están escritos en tinta roja. La primera letra está decorada de forma muy bonita, con motivos populares. En el frontispicio colorado se encuentra en un medallón la figura del emperador romano Marco Aurelio, vestido a la manera de los príncipes moldavos, con corona y barba. Como colores, predominan el naranja, el negro y el rojizo. En el interior del medallón, aparece el

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nombre del emperador: Mr Av. En la segunda cubierta interior se menciona un año, 1776, la firma de un lector y la maldición de uno de sus dueños, dirigida a aquellos que se atrevieran a robar el libro (ibíd.: xliv). El cuarto manuscrito no tiene valor codicológico, ni artístico alguno. Perteneció al bibliófilo G. T. Kirileanu, de cuya biblioteca fue adquirido por la Academia Rumana en 1961. Es un manuscrito tardío, sin fechar, de finales del siglo XIX (ibíd.: xlv). Todos los manuscritos descritos fueron copiados según el mismo original. El quinto y último manuscrito que conocemos pertenece a los fondos de la Biblioteca Universitaria de Iassi y fue copiado en 1713. La particularidad que contiene es la palabra dirigida a S. M. el Príncipe. Las razones por las que Nicolae Costin pudo haber traducido El reloj de príncipes son varias: por un lado, a finales del siglo XVII, en los países rumanos Valaquia y Moldavia se habían puesto muy de moda los libros de carácter didáctico, utilizados en Bizancio (Papacostea 1996: 207). Por otro, a partir del año 1711 en Moldavia, y 1716 en Valaquia, los príncipes rumanos fueron reemplazados por los fanariotas, príncipes griegos que provenían del barrio Fanar de Constantinopla y a los que los rumanos percibían como una prueba más del incremento del dominio turco en sus países. A través de un libro que alababa a los príncipes cristianos, Nicolae Costin pudo haber enviado un mensaje de conservación de las tradiciones cristianas rumanas.

OTRAS TRADUCCIONES Tras la traducción de Nicolae Costin de principios del siglo XVIII, otras obras españolas se adentraron en el espacio rumano. En la primera mitad de la centuria, la novela mística Espejo de religioso, redactada en el siglo XVI, se tradujo bajo el título Desiderie. Tal como ocurrió con El reloj de príncipes, la obra se difundió primero en Polonia, mediante una versión latina y fue traducida al polaco por el médico de la corte de Nicolas Radziwill, Gaspar Wilkowski (Mihail 1964: 457-466). Dada la costumbre de la época de que los intelectuales moldavos estudiaran en Polonia, el fraile Basilio, procedente de un monasterio cercano a Buza u hizo una copia del manuscrito traducido del polaco al eslavo en 1688. El manuscrito de la novela se inserta en otro más grande. Espejo de religioso ocupa

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los folios 38-112 (ibíd.: 459). En la segunda mitad del siglo XVIII, la novela fue traducida al rumano. El libro es mencionado por la Formolarnica Vedomostie a Manastirii Dobrusca pe anul 1809 en la hoja número 19, como libro rumano: “Un libro escrito a mano, Desiderie” (ibíd.: 462). La razón por la que la novela se tradujo a tantos idiomas, adentrándose en espacios religiosos distintos, tuvo que ver con el hecho de que su contenido no era especialmente católico, sino místico. A pesar de esto, el manuscrito se convirtió en un buen mensajero de la cultura y la civilización españolas en Rumanía (Denize 2006: 40). Moldavia constituyó sin duda la cuna de las traducciones al rumano de los libros españoles, puesto que fue aquí donde en la misma centuria también se tradujo El Criticón de Baltasar Gracián, bajo el título Critil y Andronicus. La traducción se llevó a cabo en el año 1794, debido al apoyo del moldavo Iacov Stamate, y se publicó en Iassi. La versión rumana utilizó una fuente griega, la del noble Ioan Ralis, quien en 1754 había traducido El Criticón al griego, mientras consultaba la versión francesa de Maunory de 1696 (Simionescu 1942-1945: 45-56). De la versión de Ralis se conservan todavía dos ejemplares manuscritos en la Biblioteca de la Academia Rumana (BAR ms. grecesti, , 62 y 68). La versión rumana de 1794 reproduce nueve capítulos de la primera parte del Criticón, según se señala en el título del libro.5 Más adelante se tradujeron cuatro capítulos más de la primera parte (BAR ms. grecesti, , 5654), así como la segunda parte del libro de Gracián, teniendo como fuente una versión alemana. La segunda parte del libro de Gracián se conserva todavía en rumano en una copia manuscrita, trascrita el 17 de mayo de 1827 por el copista Ilie Ioan (BAR ms. grecesti, , 1794). Para acabar el listado de obras literarias españolas traducidas en el siglo XVIII, cabe destacar que en el año 1800, el conocido escritor rumano Costache Negruzzi tradujo, junto con un personaje anónimo, La Celestina, conservada en la Biblioteca de la Academia Rumana en tres copias manuscritas.6 En conclusión, debemos advertir que el siglo XVIII supuso un incremento significativo de la presencia de España en Rumanía, una pre5

Critil si , Andronicus (Iassi, 1794). B.A.R., ms. 452 [Selestina. Poveste ispanioleasca ], ms. 474 [Telestina] y ms. 4365 , [Celestina]. 6

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sencia que se difundió, no solamente a través de las informaciones que los cronistas rumanos recibían sobre este país, sino también mediante la traducción, lo cual suponía una manera más directa y personal de acercamiento al universo español. Los libros hallados en las bibliotecas nobiliarias de la época dan fe de los gustos literarios de los nobles rumanos, así como de las lecturas que estos príncipes pudieron haber conocido durante su formación intelectual. La circulación de los libros de los Cantacuzino por las manos de dos familias reinantes, Cantacuzino y Mavrocordat, atestiguan la importante formación teológica de los miembros de estas dos familias, cuya amplia visión se tradujo en la tolerancia hacia los demás cultos. Prueba de ello está el hecho de que bajo el reinado de los Mavrocordat, Valaquia y Moldavia no conocieron intentos de supresión de su fe ortoxa, lo cual bien podría haber ocurrido bajo el mando de príncipes fanariotas. La traducción al rumano de algunos de los libros fundamentales del Siglo de Oro español como La Celestina o El Criticón comprueba el elevado gusto estético de los rumanos, quienes habían hallado en la Ilustración las semillas de su innegable proceso de modernización. En la segunda mitad del siglo XIX, los revolucionarios rumanos convirtieron a Don Quijote en una figura emblemática para representar la guerra justa. A partir del año 1839 cuando se publicaron los primeros capítulos de la novela cervantina en rumano, Don Quijote fue coronado como símbolo del guerrero-aventurero, así como de las aspiraciones históricas de independencia del pueblo rumano.

LORENZO HERVÁS Y PANDURO Y EL PRIMER LEXICÓN RUMANO La sección que da comienzo aquí no estaba prevista cuando comencé este trabajo, presentado en el seminario “Lecturas europeas del legado español (1700-1808)”, pero su idea surgió durante los interesantes debates llevados a cabo con el profesor Maurizio Fabbri en los días que compartimos en Bolonia. La pregunta del profesor Fabbri tenía que ver con la existencia de lexicones rumanos en los siglos XVIII-XIX, y está muy relacionada con el asunto que nos ocupa. Esta es mi respuesta: En el volumen III parte 1 de su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división, y clases de éstas según la diversidad de sus idiomas y dialectos, el lingüista y filólogo español Lorenzo Hervás y

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Panduro (1735-1809) dedicaba el capítulo IV a las “Naciones y lenguas de la antigua Dacia, que comprehendía los países que hoy se llaman Transilvania, Moldavia y Valaquia”, para cuya redacción se había servido en más de una ocasión de los relatos que el transilvano Laurentiu , Toppeltin había publicado en Origines et occasus transilvanorum (Lugduni, 1667), así como de la obra de Nicolaus Olahus, Atila, sive de originibus gentis, regni Hungariae, impresa en Viena en 1763. Sobre la Dacia, el antiguo nombre recibido por el territorio rumano, Hervás y Panduro afirmaba que era una parte de Sarmacia que seguía la ribera del Danubio y se extendía algo hacia el norte. A esta parte de Sarmacia, los romanos habían llegado a establecerse en tiempos del emperador Trajano, al que, en memoria del establecimiento que fue poco duradero, habían dedicado la gran columna de Roma. La Dacia antigua, dice Abraham Ortelio7 citando a Esteban Broderitho, comprehendía los países que hoy se llaman Transilvania, Moldavia y Valaquia. “En estos países se hallan hoy cinco naciones diversas que hablan otras tantas lenguajes diferentes y todos estos a su vez se hablan también en Transilvania, que es la Babel no solamente de las lenguas, sino también de las religiones, pues apenas hay secta europea que no se halle en ella” (Hervás y Panduro 1802: 246). Por tanto, los conocimientos que Hervás y Panduro poseía sobre los países rumanos al final del siglo XVIII reiteraban parte de los conocimientos del siglo XVI cuando estas tres regiones empezaron a identificarse con la Columna de Trajano debido al amplio estudio realizado por el arquitecto Alfonso Chacón en Historia utriusque belli Dacici a Traiano Caesare Gesti (1576).8 Sin lugar a dudas, el libro de Chacón había alcanzado de esta manera un gran éxito, mientras que las imágenes de los bajos relieves de la Columna de Trajano reproducidas por su libro habían convertido al monumento romano en uno de los símbolos con los que los países rumanos se identificaban en la mentalidad europea de la época. Las noticias que llegaban a Occidente, la mayoría de ellas sobre Transilvania, demostraban asimismo la existencia de un es-

7

Abraham Ortelio (Amberes, 1527-1598) fue un cartógrafo de Flandes que en el año 1564 publicó un mapa del mundo en ocho hojas que llegó a tener un inmenso éxito. 8 Más informaciones sobre el contenido de esta obra se podrán leer en mi libro, Convergencias rumano-españolas desde el Renacimiento hasta la Ilustración, pendiente de publicarse a comienzos del año 2012 en la editorial Sitech de Craiova.

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pecial interés hacia un Commonwealth religioso, ya que Transilvania era el único enclave católico en territorio rumano, siendo los demás ortodoxos. Hervás y Panduro mencionaba a continuación las tres naciones dominantes en Transilvania: los alemanes, los húngaros y los rumanos, afirmando que estos últimos “descienden de colonias italianas y hablan un lenguaje que es dialecto latino” (1802: 247). En la sección dedicada a Transilvania, Hervás aludía a los nombres con los cuales los húngaros y los alemanes hacían referencia a ella —Erdely y Siebenburgen respectivamente—. A este discurso le sigue un debate sobre la segunda denominación recibida por Transilvania por parte de los alemanes —Muesr—. El jesuita español rechaza la explicación de Toppeltin, quien asimilaba el nombre al “monsieur” francés. Sin embargo, según Hervás, el nombre Muesr provenía de la voz Moesia, mientras que las palabras Decen, Detsen y Detschen, también utilizadas por los alemanes para aludir a Transilvania, provenían sin duda alguna de la voz latina Dacia (ibíd.: 249). Sobre el origen de los alemanes de Transilvania, Hervás y Panduro seguía la fuente de Antonio Bonfini, al que consideraba un ilustre letrado, que era de la opinión que los teutones pertenecían a las colonias alemanas enviadas a Dacia y a Panonia por Carlos el Grande. No es de extrañar que Hervás y Panduro cite las afirmaciones de Bonfini en su trabajo, puesto que en España era muy conocida la obra del italiano, Rerum Ungaricum decades, incluida en la lista de libros del importante humanista y bibliófilo español Cristóbal de Salazar (Lasperas 1983: 7). El libro de Bonfini ocupaba la posición 410 del Memorial de los libros que Christoval de Salazar tiene y se començo a hazer en 27 de Marco de 1577 en Venetia. Asimismo, el historiador y humanista italiano mantenía una estrecha relación con la segunda esposa de Matias Corvin, ya que había sido ella quien lo había traído a la corte húngara para modernizar el reino de su marido. Las fuentes de Hervás y Panduro sobre la Dacia incluían sobre todo a Plinio con su libro, Historia naturalis y a Iordannes, al citar la idea de que los getas era el nombre que los griegos utilizaban para aludir a la población a la que los romanos llamaban dacos, opinión compartida también por el lexicógrafo Stephanos Byzantios. Las alegaciones de Iulio Capitolino, Aurelio Victor e Iordannes, según los cuales los getas

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eran el mismo pueblo que los godos, están recogidas también en el Catálogo (Hervás y Panduro 1802: 254) . El Catálogo dedica a la lengua valaca el artículo titulado “Nación y lengua valaca: etimología del nombre valaco: varios nombres y descendencia de la nación valaca”, donde el autor afirma que el rumano se hablaba en Valaquia, en casi toda Moldavia y en gran parte de Transilvania, concluyendo tras analizar la gramática del idioma, que el rumano pertenecía al grupo de lenguas latinas. Asimismo, el jesuita español, al que la lengua rumana le resultaba más lejana que el italiano, el francés o el español explicaba este hecho a través de una multitud de factores —“porque los rumanos están entre naciones de muchos y diversos lenguajes, porque han estado y están sujetos a algunas de ellas, y porque habiendo caído en profunda ignorancia han carecido del conocimiento y lección de los libros latinos. Tantos motivos de corrupción como ha tenido el lenguaje valaco han faltado en las naciones italiana, francesa y española para que se corrompiesen sus respectivas lenguas, que son dialectos latinos como la valaca”— (ibíd.: 260). A continuación, reproducimos el cuadro comparativo del Catálogo al que aludimos anteriormente (ibíd.: 260-262):

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Acerca de estas palabras, el lingüista español afirmaba que eran formas derivadas del latín, modificadas en mayor medida que en italiano o en español, pero menos que en francés. No obstante, Hervás y Panduro confesaba que a pesar de hablar español, italiano, francés y latín, no conseguía entender ni la mitad de los textos redactados en rumano debido a las palabras de origen ruso y búlgaro (ibíd.: 263). El autor apoyaba sus aserciones de que el rumano pertenecía al grupo de idiomas latinos utilizando también otros argumentos. Por ejemplo, la población autóctona no se denominaba a sí misma valaca, sino rumana (rumenos). El transilvano Toppeltin afirmaba que los rumanos se denobinaban a sí mismos rumein, es decir romano (ibíd.: 264). El Catálogo prosigue con detalles sobre el origen del nombre valaco, la enumeración de los autores antiguos que escribieron sobre ellos, empezando por Diocles Presbiter e Ioannis Cinnami, de los que dice que fueron los primeros en insinuar la descendencia de los valacos de los romanos, seguidos por Ana Comnena y Nicetas Choniates (ibíd.: 270). En el capítulo “El rumano y el Vocabulario de Lorenzo Hervás” de su libro, La lengua rumana de cara a Occidente, Eugenio Coseriu expresa su pesar de que el Vocabolario Poliglota (1787) de Hervás, otra obra del lin, güista español que incluye una serie notable de palabras rumanas, no haya sido demasiado debatido por la lingüística románica ni tampoco por la rumana (Coseriu 1994). Asimismo, ni Istoria filologiei române (trad. , Historia de la filología rumana) de Laza r Sa

, ineanu, ni Schita

, de istorie a lexicografiei române (trad. Esbozo de historia de la lexicografía rumana) de Mircea Seche mencionan el Vocabulario, aunque esta última obra sí cita el Catálogo (ibíd.: 87). Según Coseriu, el estudio del Vocabolario resulta de , un auténtico interés, puesto que aclara las razones por las que el jesuita dedicó su atención al rumano, de la misma forma que utiliza un material lingüístico sumamente valioso (ibíd.: 87). En el Saggio Prattico delle Lingue (1784), su autor considera el rumano denominado “valako” un idioma románico, al mismo tiempo que reproduce siete versos del Padre nuestro en rumano, texto que contiene sin embargo múltiples errores de transcripción fonética (ibíd.: 89). El mismo trabajo recoge un intento de transcribir el vocablo român bajo la forma rumuin, así como la transcripción de palabras rumanas, presentadas siempre con su equivalente italiano. He aquí algunas de ellas:

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acqua anima animale anno bianco bocea braccio capelli capo casa chiaro cielo ciglio collo corpo coscia cuore demonio dente Dio dito dolce donna faccia fronte fulmine fuoco

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akua suffletul dobitok annul albos gura mu dna palane cap casa chiar cer sprincen ghit trupul — inima dracul dinte Domnezeu daktil dulze femeja obra s frunt dettun fok

Las palabras rumanas registradas por el Saggio y el Vocabolario representan el más antiguo lexicón rumano, así como el más antiguo glosario italiano-rumano impreso. A pesar de sus dimensiones reducidas, la sección de palabras rumanas puede considerarse —si hacemos caso omiso de las listas de palabras redactadas por Lucio Troester, Del Chiaro y Griselini— el primer lexicón daco-rumano impreso, por lo menos en lo que a vocabulario usual se refiere, puesto que el Vocabolario apareció dos años antes que el pequeño diccionario rusorumano de M. Strilbitki , 1789), considerado hasta el momento el , (Iasi, primer lexicón no terminológico del rumano. La misma sección también puede considerarse el primer lexicón comparado del rumano, puesto que en el Vocabolario, las palabras rumanas aparecen junto a sus equivalentes de otros idiomas románicos.

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Para Eugenio Coseriu, las listas de palabras de Hervás y Panduro , son “sorprendentes e interesantes. Primero porque tienen como fuente principal la información recibida de forma oral, directa, a través de la interrogación de los informadores. Hervás no podía haber recurrido a los diccionarios rumanos, puesto que en aquel entonces, simplemente no existían” (1994: 89). Nos encontramos por tanto ante un texto cuyo contenido puede interesar tanto a los lingüistas, como a los historiadores. Para los historiadores, aparecen elementos de mucho interés que tienen que ver con las fuentes citadas por Hervás, como los trabajos del transilvano Laurentiu Toppeltin o de Nicolaus Olahus, lo cual demuestra las vías de transmisión de la información sobre los países rumanos en los países de la Europa occidental. La cultura española se difundió asimismo en nuevos y alejados espacios y se integró en un nuevo ambiente cultural, contribuyendo a su desarrollo y convirtiéndose en una de las distintas chispas que encendieron el proceso de su modernización formativa.

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VERSOS ESPAÑOLES EN LA EUROPA ILUSTRADA. LA POESÍA ESPAÑOLA EN ANTOLOGÍAS EXTRANJERAS Miguel Ángel Lama Universidad de Extremadura

La imagen de la poesía española en la Europa del siglo XVIII fue principalmente la imagen que de la poesía española se dio en España en sus antologías más celebradas y difundidas. El XVIII fue “el primer gran siglo de las antologías” (François Lopez 2007: 742) y a nadie se le escapa la importancia que las colecciones o florilegios tuvieron en la difusión y divulgación de los grandes autores clásicos españoles. Antes que las ideas de Luzán y sus autoridades citadas en su Poética viesen la luz en letras de molde, Gregorio Mayans —en la introducción a su edición de las Cartas morales, militares, civiles y literarias de varios autores españoles— escribió sobre la necesidad de difundir en antologías o colectáneas lo mejor de nuestra tradición poética: Diría también que pues la Poesía es más seria de lo que piensan muchos, supuesto que vemos que la Religión consagró su uso, celebrando con sublimes cánticos las maravillas de Dios, aun antes que el mundo tuviese Libros Sagrados, que es lo mismo que decir, antes de la memoria de los libros; sería muy útil, que de tantas piezas poéticas como tenemos en español, se entresacaran las mejores, para que en cada género de composición se tuviesen a la vista las ideas más perfectas, así de las poesías profanas (pero nada provocativas a liviandad) como de las sagradas. Pocos meses ha que hice un apuntamiento de lo que tenemos traducido en español, así de cánticos y salmos, como de poetas griegos y latinos: y sería muy útil

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para unir el provecho con la recreación recoger estas traducciones, en dos, o tres volúmenes en cuarto (Mayans 1734: LIV-LV).1

Aunque quizá no específicamente sobre las antologías y sí sobre colecciones de textos de un mismo autor, Mayans, un poco antes, en el segundo de los diálogos de El orador christiano, de 1733, había subrayado la importancia de componer un Parnaso español, “fundado en una rigurosa selección”, en palabras de Françoise Étienvre (2007: 689), que consideró al erudito valenciano uno de los primeros, si no el primero, en proponer un proyecto así: Bastará leer a Garcilasso de la Vega, a Christóval Virués en su Monserrate, al padre maestro frai Luis de León, a los hermanos Leonardos, i a tal qual otro cuyas plumas no se ayan manchado en suciedades; i alabaría yo mucho al que entresacasse las mejores poesías de los más aventajados poetas españoles i nos diesse una media docena de libros en que no huviese cosa que desechar (Mayans 1984: 96).

La empresa antológica de mayores pretensiones y de más calado en la conformación del “buen gusto de la Nación” fue el Parnaso español o Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos (López de Sedano 1768-1778), publicada en nueve volúmenes a lo largo de más de diez años y que en las primeras líneas de su primer prólogo —llevó uno por cada volumen— afirmaba claramente el sentido patriótico que sustentaba una amplia muestra de nuestros más clásicos poetas “no tan solo capaz de exceder a los modernos de las naciones vivas, sino de competir con los antiguos de Grecia y Roma” (López de Sedano 1768: I, 1). El espíritu comparativo de la antología de Sedano y Cerdá la saca de nuestras fronteras para ser también tenida en cuenta en la historia de la recepción fuera de España de la poesía española a través de las colecciones poéticas. Al poco tiempo de aparecer el proyecto del Parnaso, Cerdá y Rico escribía a Fernando de Velasco, en carta reproducida por Rodríguez-Moñino (1971: 19) y parcialmente por François Lopez (2007: 716-717, n. 12), sobre el “mucho vuelo” que la colección estaba adqui1

Precisamente, parte de esta cita le sirvió a José Simón Díaz para introducir el capítulo dedicado a antologías de la poesía española de su magna Bibliografía de la Literatura Hispánica. Modernizamos grafía y puntuación, excepto en la cita siguiente, donde seguimos la edición mayansiana de Antonio Mestre, que las mantiene.

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riendo y el favor con el que estaba siendo recibida —en marzo de 1770, fecha de la misiva, el tomo II estaba ya concluido aunque no publicado— “dentro y fuera de España”. Bastantes años después de aquel aludido desiderátum de Mayans y cuando aún no había terminado de publicarse el Parnaso español, un notable escritor del momento, José de Cadalso, cerraba la breve introducción que escribió para la edición de sus poemas en 1773 con las siguientes palabras alusivas a la tarea de Sedano: El erudito patriota que hace a la nación el servicio de publicar los extractos de nuestros poetas antiguos nos da una noticia muy exacta del nacimiento y fortuna de los príncipes de nuestro Parnaso; y su lectura nos muestra evidentemente que los poetas verdaderos, aun en nuestros siglos más gloriosos, no tuvieron menos nombre en la república civil que en la literaria (1773: [6]).

El mismo autor de las Cartas marruecas, que consideraba al colector un “patriota” y que enfatizaba su servicio a la nación al “publicar los extractos de nuestros poetas antiguos”, se propuso elaborar “un Parnaso español de poetas hoy vivos” en el que quiso involucrar a sus amigos Nicolás Moratín, Tomás de Iriarte, Iglesias de la Casa, Meléndez Valdés o Juan Pablo Forner: Me han encantado las noticias que Vmd me da de los progresos hechos por nuestros académicos, y de haber aprobado mi proyecto de publicar un Parnaso Español de poetas hoy vivos. Vmds. vayan haciendo acopio de sus más selectas poesías, después de pasar muchas limas sobre cada composición. Lo mismo haremos Moratín, otro amigo y yo (en caso de no haber guerra o volver yo de ella). El invierno que viene estaré en Madrid, haré las diligencias necesarias para la impresión, recogeré las de Salamanca, yendo a pasar ocho días allá. Convendremos en el prólogo, notas o crítica, y se logrará lo que deseamos (Cadalso 1979: 113).

Palabras de Cadalso, escritas desde Montijo en la primavera de 1775 a su amigo Iglesias de la Casa, que dejan ver el interés que para el inquieto escritor tenían estas muestras de poesía selecta, idóneas para un primer conocimiento de un autor, en este caso, contemporáneo. Justo al concluirse la colección de Sedano, y en el contexto de la polémica por la consideración de la literatura española en Francia o en

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Italia,2 apareció el Saggio storico-apologetico della letteratura spagnuola contro le pregiudicate opinioni di alcuni moderni scritori italiani, del abate Lampillas (1778-1781), traducido en español por Josefa Amar y Borbón poco después en el Ensayo histórico-apologético de la literatura española (Lampillas 1782-1786). En el tomo tercero, correspondiente a la parte segunda sobre la literatura moderna, Lampillas ofreció una muestra de la poesía española que, sin darse en una obra previamente concebida como una antología, sino como un ensayo, constituye uno de los ejemplos más patentes de textos agavillados para demostración de los valores literarios de España en una publicación fuera de sus fronteras. Una de las claves de esta singularidad está en que no fue el jesuita impugnador Lampillas el autor de las versiones publicadas, sino Juan Francisco Masdeu. Fue una selección muy representativa de poemas de los siguientes autores: Boscán, Garcilaso, Camões, Luis de León, Francisco de Figueroa, Fernando de Herrera, Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Quevedo, Lope de Vega, Esteban Manuel de Villegas, Cristóbal de Virués, Juan de la Cueva, el Príncipe de Esquilache y el Conde de Rebolledo, confrontados a los nombres de Sannazaro, Bembo, Ariosto, Trissino, Tansillo, Bernardo y Torcuato Tasso, Luigi Alamanni, Guarini, Chiabrera, entre otros (Lampillas 1778-1781: III, 202).3 La lista salía fundamentalmente del Parnaso de Sedano, como se verá más abajo en las traducciones, luego sí, publicadas en solitario por Masdeu (1786).4 En el Ensayo de poesías españolas que antecedía a aquella pequeña antología de textos, Lampillas precisó con claridad el objetivo de difundir en Italia a “nuestros poetas” vertidos a la lengua de Dante y volvió a referirse al injusto descrédito de la literatura española en el extranjero, y cómo una antología también podía tener un efecto contrario al extractar tan solo lo malo interesadamente: 2

Ver en este mismo volumen el capítulo redactado por el profesor Maurizio Fabbri “No sólo polémicas. La difusión de la cultura española en la Italia del Iluminismo”, que parte de la publicación en Italia de las obras de G. Tiraboschi (1772-1782) y S. Bettinelli (1775) en el origen de la referida querella. 3 Lampillas citó en su relación a Alonso de Ercilla, pero no incluyó textos de él en su antología. 4 Hemos elaborado un cuadro sinóptico con la relación de autores: partimos de los incluidos en el Parnaso Español de Sedano, con mención y textos en cada una de las antologías consultadas.

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me ha parecido del caso […] añadir un Ensayo de poesías Españolas, traducidas en versos italianos, porque siendo nuestros poetas poco conocidos en Italia; y no hallándose en estado la mayor parte de los italianos de leerlas, o entenderlas, a causa de la ignorancia de la lengua, pudieran recelar que yo había exagerado el mérito de ellas, y no se persuadirían fácilmente que hay no pocos poetas nuestros que han sabido competir muy de cerca el buen gusto de los antiguos griegos y latinos, como asimismo de los más excelentes italianos. Añádese a esta ignorancia la mala fe de algunos extranjeros, que cuando tratan de nuestros poetas ponen a la vista solo los defectos, callando las buenas calidades; y si alguna vez presentan al público algún trozo de poesía española, es de tal clase que la desacredita con aquellos que ignoran el mérito, y vienen a hacer de ella el mismo juicio que de “ciertos retazos y muestras que se cuelgan a vista de todo el mundo, manchados tal vez con alguna tacha de que ninguno se exime”, según escribe Ceba. (Lampillas 1782-1786: V, 196-197)5

En otro registro, el poético, el jesuita, al tiempo que elogiaba a Masdeu (Lampillas 1789: 200) en el soneto con el que remataba su ensayo, cantó las bondades de verter al italiano los versos españoles. La geografía prosopopéyica del texto ilustra bien el afán nacionalista de la empresa: Menos soberbio ya, menos ufano está el Trace cantor, desde que mira trasladado, Masdeu, por tu lira, en medio de la Italia, el Pindo hispano. Ya oye el hinchado Mincio menos vano, y el Eridino más templado admira plectro de Iberia, que a ceñirse aspira verde corona a vista del toscano. No crece, no, el laurel solo en Pirene, dice Apenino, alzando su cabeza: el Betis, Tajo, Turia y Ebro tiene tanto cisne, tan dulce y peregrino, que pueden competir en la destreza con los del Tíber, Arno, Po y Tesino. 5

Citamos en esta ocasión por la traducción española. Lampillas menciona al jesuita Tommaso Ceva y su Memorie d’alcune virtù del signor conte Francesco De Lemene con alcune riflessioni sulle sue poesie, publicada en Milán en 1706.

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El escolapio Estala abundaría en los valores de la labor de recuperación de los textos poéticos de nuestra tradición en las palabras preliminares del primero de los tomos de la Colección de poetas castellanos de Ramón Fernández, nunca editada bajo ese título que es el que más se ha difundido, y salida de la Imprenta Real entre 1786 y 1798 (Andioc, 1988). No se trató de una antología, sino de una biblioteca selecta de grandes autores como los Argensola, Herrera, Jáuregui, Lope, fray Luis de León, Góngora o Francisco de Figueroa (François Lopez 2007: 733-742); por ello la recogemos, pero no la consideramos como ejemplo de difusión editorial selecta de autores y textos. La cita de Estala figuró en el volumen que recogía las Rimas de Lupercio Leonardo de Argensola en 1786, en alusión no del todo generosa, además, al precedente del Parnaso español: Una de las principales causas del mal gusto que se advierte en la mayor parte de las poesías de nuestros días es la escasez de los buenos originales, que puedan servir de modelo a la juventud estudiosa. Al mismo tiempo que las multiplicadas ediciones de los corruptores de nuestro Parnaso, andando en manos de todos, mantienen y perpetúan el mal gusto. Porque sabida cosa es, que la suerte de la mayor parte de los ingenios depende por lo común de los autores, que por casualidad llegan primero a sus manos. Raros son los que para dedicarse al estudio de la Poesía, toman por guía a un inteligente que los sepa conducir por la verdadera senda; y rarísimos los que, habiendo ya hecho algunos progresos en el error, lo reconozcan, retrocedan de sus extravíos, y empiecen de nuevo por el camino derecho. Los más, según es la condición de los hombres, se preocupan a favor de lo que presumen saber, se les hace duro emprender de nuevo una carrera, en que ya se creían muy adelantados, y desistir en la edad madura de lo que aprendieron en su juventud. Para remediar este daño no hay medio más a propósito que hacer comunes con repetidas ediciones los excelentes modelos de buena poesía, en que abundó nuestra Nación en el siglo XVI, y principios del siguiente. De estas fuentes se debe sacar la pureza, abundancia, y magnificencia de nuestro lenguaje poético, desconocido sin duda por los que andan mendigando las galas poéticas de los extranjeros, ignorando las bellezas propias de nuestra poesía, que en esta parte compite con la antigüedad, y excede a las demás de la Europa. Sobre estos modelos se han formado los pocos que al presente ilustran nuestro Parnaso, y mantienen el honor de nuestra poesía; cuyo estilo puro, elegante y majestuoso muestra bien cuánto estudio han hecho de los autores clásicos del siglo de oro de nuestra lengua y poesía, por la mis-

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ma razón que tienen los que escribiendo en verso o prosa latina procuran imitar el estilo y lenguaje del siglo de Augusto […]. Con este objeto se debió de emprender la Colección del Parnaso Español; obra, que a haberse dispuesto con otro método y gusto, hubiera sido de las mas útiles, y nos hubiera excusado el trabajo de emprender de nuevo esta; en la cual nos proponemos seguir muy distinta idea (Fernández 1786: 1-4).6

Podríamos continuar taraceando estas páginas con juicios que subrayan la importancia de la edición o reedición de los grandes modelos literarios; sin embargo, lo que nos interesa destacar aquí es cómo en estas antologías de incuestionable peso en España, y, más concretamente, en el propósito de Estala —o del “editor” que redactó ese prólogo citado— de mejorar lo que hasta el momento se había hecho para difundir los grandes autores clásicos españoles, hay una declarada intención de ofrecer una imagen de España fuera de España. En efecto, en ese “Prólogo del editor” no solo se critica que determinados escritores busquen sus modelos entre los extranjeros, sino que se afirma que una de las razones para publicar estos textos en antologías como las que estudiamos es corregir la visión que de la literatura española tienen en el extranjero. Así que no se debe dudar, que haciéndose común la lectura de los buenos modelos, volverá a florecer nuestra poesía, y se desterrarán insensiblemente todos los vicios, con que el mal gusto del siglo pasado, y principios del presente la ha corrompido; y sobre todo la frialdad, sequedad y desaliño, con que al presente la envilecen los que aprenden el habla castellana en las obras francesas. Se logra también con esto hacer una completa e irrefragable apología de nuestro Parnaso, tan injustamente calumniado por los extranjeros, ya por malignidad, ya porque de nuestros poetas no conocen otros que los corruptores de nuestra poesía (Fernández 1786: 3).

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Mucho más duro con Sedano será Tomás de Iriarte que, molesto por las críticas negativas del colector a su traducción del Arte poética de Horacio, de 1777, escribirá su Donde las dan las toman. Diálogo joco-serio sobre la Traducción del Arte Poética de Horacio que dio a luz D. Tomás de Iriarte y sobre la Impugnación que de aquella obra ha publicado D. Juan José López de Sedano al fin del Tomo IX del Parnaso Español..., en el que dirá que el Parnaso de Sedano no es “colección, sino montón de poesías; y resulta, por consiguiente, que el Sr. Sedano, a quien se ha honrado con el título de colector, merece más bien el de amontonador o hacinador” (Iriarte 1778: 234, n. 1).

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Este editor, por fin, será muy claro y directo unas líneas más abajo, cuando enumere algunos criterios en la selección de sus autores y explique que solo recogerá lo mejor de estos, y no, como se le achacó a Sedano, composiciones defectuosas: las cuales no tendrán lugar en nuestra colección, porque no es nuestro ánimo aumentar volúmenes con desdoro y oprobio de nuestros poetas, sino publicar únicamente lo que pueda servir de modelo a los nuestros, y dar una alta idea de nuestra poesía a los extranjeros (ibíd.: 4-5)

Y subrayamos lo de “dar una alta idea de nuestra poesía a los extranjeros”, pues parece evidente esa dirección hacia fuera de los intentos de recopilación de la literatura desde España, esa finalidad apologética al tiempo que didáctica o formativa para el lector español. Intentos considerados muy benéficos para esa labor de divulgación, como se constata en las Nouvelles de la République des Lettres et des Arts, de Lablancherie, en donde se cita la colección de Ramón Fernández/Estala (el 15 de febrero de 1786, núm. XI) como “un buen recurso para demostrar a los extranjeros la excelencia de la poesía española” (Étienvre 1973: 330). De ahí la apreciación al comienzo de que la imagen de la poesía española en Europa en el tiempo de la Ilustración es la imagen que de la poesía española se dio en España en las antologías más difundidas desde España y desde fuera de España, como veremos a continuación. Pero no sin antes aludir a uno de los ejemplos más notables de antología bilingüe, como fue la Scelta de Giambattista Conti (1782-1790),7 una muestra con un pie puesto en Italia y otro en España, una empresa “dilettevole e utile ad un tempo” (Fabbri 1994b: 27).8 Conti, que ya había traducido la égloga primera de Garcilaso (1771), se confirmaba como uno de los principales nombres dedicados a acreditar fuera la poesía española, y como tal le había señalado el farmacéutico y botánico Casimiro Gómez Ortega en el “Prólogo” que antepuso precisamente a esa edición de la égloga garcilasiana: 7

Fuera de los límites de nuestro trabajo, pero considerable para una futura contribución, queda la edición decimonónica de la Scelta de poesía del siglo XVI (Conti 1819). 8 Fabbri (1994: 27, n. 22) anota que los dos primeros volúmenes fueron publicados hacia la mitad de 1782, el tercero al final de 1783 y el cuarto en 1790. No nos detendremos mucho en la reseña de esta antología, dado que es objeto de análisis, como hemos dicho, en este mismo volumen por Maurizio Fabbri.

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[…] continuando este Erudito en cultivar la misma inclinación que actualmente manifiesta por nuestra Lengua Castellana, y prosiguiendo en el designio que se ha formado de hacer, y publicar la versión de otras muchas piezas primorosas, que tenemos en España; dará a conocer a toda la República Literaria, por medio del idioma toscano, que en nuestra Península no faltan excelentes poesías, que podamos contraponer a las composiciones métricas de las naciones más cultas (ibíd.: 11)

Aparte los juicios y fragmentos que Conti dedica en una parte introductiva a poetas anteriores al siglo XVI —Gonzalo de Berceo, el Marqués de Santillana y Juan de Mena—, su muestra es muy selectiva y exigente, y se reduce a siete nombres: Boscán, Garcilaso, Herrera, Hernando de Acuña, Luis de León y Lupercio y Bartolomé Leonardo Argensola; pues resulta evidente la distinta categoría en la que cabe incluir a otros poetas recogidos en noticias muy compendiadas y representados con unos pocos textos, como es el caso de Saa de Miranda y Diego Hurtado de Mendoza en el tomo III y de Pedro Padilla, Juan de la Cueva y Francisco de Figueroa en el tomo IV. Incluso cabe considerar al italiano como un solvente divulgador de la literatura de su tiempo, sobre la que llamó la atención en las “Noticias acerca de los mejores poetas castellanos que nacieron antes de los Argensolas” que antepuso a la antología de los poemas de los dos autores aragoneses: En este, que podemos nosotros llamar siglo Borbónico, se verán los efectos de un gobierno sublime, aun en lo tocante a literatura amena. Los españoles, naturalmente dotados de fantasía vivísima, no se olvidan del arte y del buen gusto. Las Fábulas morales de Don Félix María de Samaniego para el uso del Real Seminario Vascongado, y las Fábulas Literarias de Don Tomás de Iriarte, autor del Poema de la Música y de otras obras, están compuestas con toda la gracia y sencillez propia de semejantes escritos. Los versos de Don Gaspar Melchor de Jovellanos están hechos con mucha madurez y elegancia. Don Leandro Fernández de Moratín es asimismo poeta de fecundo número y buen gusto. Don Francisco Gregorio de Salas en su Observatorio Rústico nos presenta hermosos cuadros campestres. En los Discursos Filosóficos sobre el hombre de Don Juan Pablo Forner, donde va unida la Filosofía a la Religión, se hallan rasgos de robusta y noble Poesía. He oído también celebrar algunas piezas teatrales, las cuales estoy esperando con impaciencia. Mediante el favor del Abate Juan Andrés, escritor muy celebrado por su vasta doctrina y erudición, y por la nobleza, claridad y elegancia de su estilo, he leído con mucho gusto el

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Poema didáctico de Don Diego Antonio Rejón de Silva sobre la Pintura, y las dulces anacreónticas de Don Juan Meléndez Valdés, y no hay obra tan grande que en tan felices tiempos no deba esperarse de la nación Española (Conti 1782-1790: IV, xi-xv).

La tarea de antólogos y traductores como Conti contribuyó además —y no en vano fue alguien que convivió y trabó amistad con destacados intelectuales españoles— a comenzar a difundir el estado actual de la literatura con nombres que conformarán el canon poético más conocido fuera de España. Lo prueba el efecto que en el carmelitano traductor de Teócrito Giuseppe Maria Pagnini tuvo la lectura de los dos primeros tomos de la Colección contiana que le facilitó Eugenio Llaguno, a quien escribió desde Parma en agosto de 1782: No es pequeña gloria para la ingeniosísima nación española poder hacer alarde de escritores tan excelentes de su lengua en un tiempo en que las otras vivas de Europa se hallaban aun casi del todo incultas y descuidadas (Fabbri 1994a: 213).

Y ha de notarse que en muchos de los juicios más autorizados latía siempre un sentimiento nacionalista —o filonacional, como el que parece deducirse de las letras cordiales y solidarias de Pagnini— cuyo contexto fue la contienda por unos cuestionados valores literarios y culturales de España en el ambicioso marco de la Ilustración europea, y la interesada convicción de que las antologías eran un medio eficaz de dirigir el gusto. Un testimonio coetáneo al citado anteriormente y muy destacable es la ya aludida selección poética bilingüe propuesta por J. F. Masdeu (1786) y publicada en Roma bajo el título de Poesie di veintidue autori spagnuoli del Cinquecento. La antología de Masdeu presentaba un notable carácter apologético y tomaba como base de su selección —Baltasar del Alcázar, Lupercio y Bartolomé Argensola, Balbuena, Boscán, Figueroa, Camões, Gutierre de Cetina, Ercilla, Garcilaso, Góngora, Herrera, Fray Luis de León, Lope de Vega, Villegas...— el Parnaso Español de Sedano, que encontraba así una vía de difusión fuera. Los Poetas españoles no gozan al presente en Europa de toda aquella estimación, que les es debida por sus excelentes obras. Se cree comúnmente, que sus calidades características son el desorden de la imaginación, la hin-

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chazón en el hablar, y la agudeza en los pensamientos. Esta falsa idea, que esparcieron desde el siglo pasado los enemigos de las armas españolas, ha enajenado a muchos hombres cultos de la lectura de aquellos poetas; y la continuada falta de esta leyenda los ha confirmado siempre más, en aquella falsa opinión. No deja sin embargo de haber en todas las naciones hombres grandes, que conocen y estiman el verdadero mérito de los poetas españoles. […] Yo, en el tomo preliminar a la Historia critica de España, he defendido largamente a los poetas de mi nación de los sobredichos defectos, que se les suelen atribuir. Mas creo, que la mejor defensa es la de presentarlos en traje Italiano, para que la Italia los lea, y los conozca. Los Italianos no hallarán en las poesías comprendidas en estos tomos, como tampoco en las que podré publicar en adelante en mucho mayor número, ni imaginaciones locas, ni hinchazón en las frases, ni falsedad en los pensamientos. Antes bien encontrarán una noble simplicidad, y una delicadeza admirable; encontrarán pensamientos grandes e ingeniosos, expresiones nobles y justas, invenciones hermosas y bien dispuestas (Masdeu 1786: I, 12 y 16).

La reseña que de la antología de Masdeu hizo un estudioso como José Cebrián no deja lugar a dudas sobre la deuda que el jesuita expulso contrajo con López de Sedano y su Parnaso Español para confeccionar su antología, en palabras de Cebrián (1996: 571): “verdadero libro matriz de nuestro antólogo”. Aquí, pues, tenemos un caso confirmativo de esa proyección de una imagen de dentro afuera, una especie de reflejo complementario de los ecos del proyecto de Sedano en forma de muestra selecta de poetas españoles fuera de España. El canon del Parnaso español se veía confirmado y reforzado con una docena de autores, entre los veintidós recogidos, que —salvo el caso de Quevedo— venían ya incluidos por Sedano y, bien por Lampillas, bien por Conti, o por ambos, como ocurrió con Boscán, Francisco de Figueroa, Garcilaso, Fernando de Herrera y los Argensola. El resto de la lista quedaba constituida por el Príncipe de Esquilache, Hurtado de Mendoza, fray Luis de León, Quevedo, Lope de Vega y Esteban M. de Villegas. Es interesante comprobar cómo los nombres de este selecto parnaso se ven confirmados en otros repertorios de textos poéticos publicados con posterioridad, ya a finales del siglo o en los primeros años del XIX, límite cronológico de nuestro trabajo, por el momento. Así ocurre en la Colección de piezas selectas de varias obras españolas en prosa y poesía, publicada en Leipzig (Colección 1796) por el editor de El Quijote, Juan

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Sommer, que difunde la poesía española con piezas de Esteban Manuel de Villegas, del Quevedo de la canción “Oh, tú que con dudosos pasos mides”, de Lope de Vega y su conocido romance “A mis soledades voy” y alguna canción, de Pellicer de Velasco, Cristóbal Suárez de Figueroa, Jorge de Montemayor, los sonetos de Cervantes, los poemas de Boscán y una canción de Garcilaso. Estos dos últimos, junto a Francisco de Figueroa, Quevedo, Lope de Vega y Villegas se confirman en su pervivencia en las diferentes antologías desde el referente que tomamos como punto de partida, es decir, el Parnaso de López de Sedano. Por su parte, en otra selección publicada en el extranjero (Ravizzotti 1800), junto al Príncipe de Esquilache, vuelven a repetirse Francisco de Figueroa, Quevedo y, particularmente —como se indica en el título de la colección— Garcilaso; y, sin embargo, quedarán ausentes Lope de Vega y Villegas; que, empero, volverán a aparecer en el Tesoro Español o Biblioteca portátil que se editó con pie de imprenta de Londres en 1802 (Jossé 1802). Esta última es una curiosa miscelánea que incluye a autores como Bartolomé Leonardo de Argensola, Quevedo, Alonso de Ledesma, en una significativa selección de textos clásicos entre los que están las Coplas de Jorge Manrique; pero que destaca por la importante muestra de poetas contemporáneos, es decir, del siglo XVIII recién dejado atrás. Así, Meléndez Valdés, Vaca de Guzmán, el Conde de Noroña, Iriarte o Cadalso. Del mismo modo, es destacable la información que ofrece en sus páginas preliminares sobre los puntos de venta de la obra, aportando así un dato de interés sobre la difusión de la literatura española en el Reino Unido a comienzos del siglo XIX.9 La consulta del cuadro que hemos elaborado nos permite comprobar que los autores con más presencia en estos repertorios que ofrecen una imagen selecta de la España poética son Garcilaso de la Vega y Francisco de Figueroa. Quizá pueda sorprender el nombre del escritor alcalaíno, que en muchas ocasiones ha quedado fuera de la lista principal de los modelos del buen gusto neoclásico recuperados en nuestro siglo XVIII, y que se han ido repitiendo en diversos estudios: fray Luis, 9 Son nueve librerías de Londres y algunas más de otras localidades inglesas, como Oxford, Cambridge, Bristol, Bath, Liverpool, Edimburgo y una librería, la de Sánchez, en Madrid, otra en Dublín y otra en Hamburgo. Además, dice, en casa del Autor: Nº 27, Kirby-Street, Hatton Garden, y, más abajo: “N.B. En casa de Dulau y Comp. se halla el surtimiento más completo de Libros Españoles”. Se refiere a la Librería de Dulau y Comp. Quadro de Soho, que va al pie de la portada, bajo la referencia a Londres.

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Garcilaso, Bartolomé Leonardo de Argensola y Esteban Manuel de Villegas (Palacios 1983: 527). Sin embargo, la preeminencia de Figueroa se verifica y, además, se apuntala si tomamos en cuenta la publicación de sus Poesías por Ramón Fernández (1785), cuya historia editorial en la colección es digna de una atención (François Lopez 2007) que certifique su pertinencia —estaba en el Parnaso de Sedano y lo incluyó luego Conti— no solo en 1785, sino como tomo XX de la serie de Estala en 1798, y su reimpresión también en la Imprenta Real en 1804 (Arenas Cruz 2003b: 161), pero también porque generó un interesante debate sobre la crítica poética en el siglo XVIII (Arenas Cruz 2003a) que obliga a reconsiderar a este poeta para el garcilasismo neoclásico, con el más que interesante matiz de una “habitabilidad italiana” (Prieto 1988: 80-81) que quizá no tuviese poco que ver con su difusión en aquellas antologías, colectáneas o traducciones que surgieron con la mirada puesta en la cuna de Petrarca, pues el propio Conti recogió entre los textos de Figueroa la elegía compuesta en italiano y español que comienza “Montano, che nel sacro, e chiaro monte” (Conti, 1782-1790: IV, xxxviiixliii) como muestra de la gran afinidad de las dos lenguas, y que el propio Conti recuerda. Aparte de Figueroa, sí están, obviamente, los nombres citados en los puestos siguientes, en los que aparece Bartolomé Leonardo de Argensola con seis inclusiones —nótese que las mismas que Francisco de Quevedo—, con cinco Lupercio Leonardo de Argensola, el Príncipe de Esquilache, Boscán, Lope de Vega y Villegas; mientras que con cuatro apariciones quedan Hurtado de Mendoza y fray Luis de León. Finalmente, aunque los tres volúmenes de la recopilación de Quintana (1807) Poesías selectas castellanas, desde el tiempo de Juan de Mena hasta nuestros días se publicaron en España, la hemos tomado como una última referencia del establecimiento de un canon poético en nuestro recorrido, porque, además, nos permitirá prolongar el análisis de la recepción de la poesía española en el extranjero a través de las diferentes reediciones que la obra conoció más allá de los Pirineos —“antología cabal, modélica”, para François Lopez (2007: 742)—, en su tercera y definitiva edición de 1835-1838. Otros testimonios hay que contribuirán a completar los ecos de la literatura poética española en la Europa del primer tercio del XIX, como podrá estudiarse, por ejemplo, en los trozos publicados en Burdeos de la historia y colección de José Marchena (1820), o en la Espagne Poétique de Juan María Maury

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(1827), y que abordaremos en el futuro, en el nuevo tramo de una investigación en curso que llegará hasta 1833.

CUADRO SINÓPTICO DE LA PRESENCIA DE LOS AUTORES ESPAÑOLES EN ALGUNAS DE LAS PRINCIPALES ANTOLOGÍAS (1768-1802) PE Hernando de Acuña

X

Baltasar del Alcázar

X

Argote de Molina

X

Juan de Arguijo

X

L

C

M

JS

X

Q X X

X

Barahona de Soto

X

Fray J. Bermúdez

X

F. Borja-Esquilache

X

X

Juan Boscán

X

X

X X

X X

X

X

X

X

José de Cadalso

X X

L. de Camões S. del Campo

J

X

Bernardo de Balbuena

F. de Calatayud

R

X

X

X

Carlos II

X

N. Carranza

X

F. de Castilla

X

Cayrasco de F.

X

Cervantes

X

Pablo Céspedes

X

Gutierre de Cetina

X

Juan de la Cueva

X

Ldo. Dueñas

X

Alonso de Ercilla

X

Vicente Espinel

X X X X

X

X X X

Pedro Espinosa

X

Alonso Ezquerra

X

X

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PE

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M

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Francisco de Figueroa

X

X

X

X

X

X

X

Damasio de Frías

X

Garcilaso

X

X

X

X

N. Fdez. de Moratín

X

Cosme Gómez de Tejada

X

Góngora

X

Hernández de Velasco

X

Fernando de Herrera

X

J. A. Herrera

X

Hurtado de Mendoza

X

X X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

X

Juan de Iriarte

X

Tomás de Iriarte

X

Juan de Jáuregui

X

Pedro Laínez

X

A. de Ledesma

X

Fray Luis de León

X

B. Leonardo Argensola

X

L. Leonardo Argensola

X

Lomas Cantoral

X X X

X

X

X

X

X

X

X

X X

X

Ignacio de Luzán

X

X

X

Jorge Manrique

X

Luis Martín

X

Martín de la Plaza

X

Medina Medinilla

X

B. E. de Medinilla

X

X

X X

X

Diego Mejía

X

Meléndez Valdés

X

Juan de Mena

X X

A. Mira de Amescua Mor de Fuentes

X

X

López de Zárate

Cristóbal de Mesa

Q

X X

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PE J. de Montemayor

X

Juan de Morales

X

Gregorio Morillo

X

L

C

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JS

R

J

X

Q X

Conde de Noroña

X

Antonio Ortiz M.

X

Francisco Pacheco

X

Pedro de Padilla

X

Pantaleón Ribera

X

H. F. Paravicino

X

Pellicer Velasco

X

Andrés de Perea

X

Pérez de Oliva

X

X

X

Jorge Pitillas

X

X

Gaspar Gil Polo

X

X

S. Polo de Medina

X

F. de Quevedo

X

B. de Rebolledo

X

Rey de Artieda

X

Francisco de Rioja

X

F. Saa de Miranda

X

Salas Barbadillo

X

Miguel Sánchez

X

X

X

X

X

X

X X

X

X X

Marqués de Santillana

X

Soto de Rojas

X

C. Suárez de Figueroa

X

Agustín de Tejada

X

X

Francisco de la Torre

X

X

Luis Ulloa Pereira

X

X

X

Vaca de Guzmán

X

X

Ldo. Juan Valdés

X

Lope de Vega

X

X

X

X

X

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PE Verdugo y Castilla

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C. Villarroel

X

Esteban M Villegas

X

Cristóbal Virués Luis Zapata

L

C

M

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R

J

Q X

X

X

X

X

X X

PE: (López de Sedano 1768-1778); L: (Lampillas 1778-1781); C: (Conti 1782-1790); M: (Masdeu 1786); JS: (Colección 1796), publicada por Juan Sommer; R: (Ravizzotti 1800); J: (Jossé 1802); Q: (Quintana 1807).

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IMPORTANCIA DE LOS MATERIALES PARALITERARIOS EN LA IMAGEN DE ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII Fernando García Lara Universidad Pablo Olavide (Sevilla)

El 16 de mayo de 1786 escribía desde Mantua el padre Juan Andrés a su hermano Carlos: ¿Con que quieres absolutamente dar a la imprenta las cartas de mi viaje? Mira bien lo que haces. Tú sabes que no las he escrito para el público, sí solo para ti, y los parientes y amigos como me las pediste. Para dar al público la relación de mi viaje debía haber tenido yo esta mira antes de emprenderlo (…) hubiera puesto más atención en las mismas que observaba, y hubiera notado y apuntado cuanto creyese que pudiera ser de alguna instrucción, o de algún gusto del público para quien había de escribir […]. Pero como sólo pedías noticias de mi viaje para ti, y los parientes y amigos, creí poder satisfacer tu afecto, y el de los otros que las deseaban, sin perjuicio de mi reputación (Fabbri 2009: 89).

En esta carta, editada tan pulcra como diligentemente por Maurizio Fabbri, podemos apreciar el tipo de material con el que fueron construidas a lo largo del siglo XVIII muchas de las imágenes que determinaron el inconsciente y la apreciación que muchos pueblos hicieron sobre sus vecinos. Un material no destinado en principio a cumplir necesidades estéticas, pero que, como tantos otros, sirvieron para poner en marcha imágenes en las que fueran quedando fijadas características con las que conocer costumbres, conductas y maneras de vecinos o de pueblos remotos que nos los aproximaran y distinguieran. Materiales de carácter paraliterario —siempre y cuando por

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tal término no presupongamos algo peyorativo sino algo simultáneamente conflictivo y dialógico respecto a lo literariamente canónico y clásico— con los que se alimentó frecuentemente la imagen y el estereotipo de unos pueblos respecto de otros. En la misiva del padre Andrés, aparte de la fundamental distinción entre la misiva pública y la privada, con peculiaridades y características propias que bien conocía su autor, se contienen elementos esclarecedores sobre la naturaleza de las epístolas dieciochescas en tanto que cauces de comunicación cultural, vehículo de noticias y conocimientos, ilustración del ansiado “viaje útil” a que todo ilustrado aspiraba y plasmación de la necesidad acuciante de toda la ideología ilustrada por justificar y autolegitimar el mundo de novedades que a través de la carta el emisor descubría a su corresponsal. Quizá resulte conveniente reparar en que estamos ante la carta de presentación del conjunto epistolar del abate con su hermano Carlos y que, por tanto, se trata de un ejercicio retórico y un intento de ficcionalización con el fin de atraer y persuadir al lector, un ente supuestamente ajeno a la escritura del epistolario, según convenía a las intenciones de su redactor. Podríamos pensar que el tema de fondo es la misma comunicación epistolar, la celebración de esta como espacio de encuentro entre voces distantes, en el que tiene cabida un mundo entero, desde lo anecdótico a las más excelsas circunstancias y realizaciones públicas, pasando por los textos ajenos, pero en todo caso, ante un material secundario o marginal respecto del canónico cultivo de las letras. Los tratados de epistolografía desde el Renacimiento venían insistiendo en el carácter dúctil, proteico y libérrimo de la carta, a la manera en que había sido propuesto por Erasmo de Rotterdam en su De conscribiendis epistolis frente a la concepción escolástica del ejercicio epistolar. Como eslabones de una interminable y reiterada cadena, como cruce de preguntas y respuestas, como conversación franca y libre, se venía concibiendo la misiva humanística por medio de la noción de sermo absentium, subrayando y destacando el carácter viajero y evocador de la epístola, hecho que daría pie a desencadenar la comunicación, originariamente producto de la amicitia, y extenderla a los fines y ámbitos más diversos. Es en virtud de esta apertura a la imaginación por lo que la carta se abre en un grado u otro al universo de la ficción y lo que explica que el nacimiento de la novela moderna, la gran novela anglosajona del XVIII, se genere y desarrolle como un ejercicio de inter-

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cambio epistolar. Pero es también así, cerrando ahora el universo de la ficción, manteniendo la ilusión de no ficcionalidad, como el escritor real puede intercambiar su carta privada para dirigirse a lectores anónimos y desconocidos con el fin de trasladarles noticias y acontecimientos extraordinarios, repletos de opiniones y juicios, hasta conformar su nuevo destino: la epístola sigue llegando a su destino, pero con su publicación dicho destino ha pasado de ser uno a ser múltiple. Por ello la queja del padre Andrés no deja de ser sino una retórica justificación que esconde, sin embargo, el deseo de promover una segunda esfera para la recepción de sus misivas. Este viaje de ida y vuelta, esta calculada ambigüedad entre lo ficticio y lo real, esta condición fluyente y libre de corsés académicos, es lo que convierte, a partir del siglo XVIII, a la misiva en el primero y más precioso artefacto paraliterario. A la altura de 1786, cuando el padre Andrés justifica la aparición de sus misivas familiares en la esfera de lo público, son ya muchos los modelos epistolares que han adquirido carta de naturaleza literaria entre los ilustrados. A mediados del XVIII diversos autores recomiendan modelos de cartas diplomáticas, como las del cardenal Arnauld D’Ossat (1537-1604), negociador entre la Santa Sede y el rey de Francia; el de madame de Maintenon, que el propio Andrés recomendaba por la “discreción y juicio con que están escritas” y, sobre todo, el modelo de la marquesa de Sévigné que Voltaire elevaría a deseable modelo epistolar ilustrado. El propio abate Andrés dedicaría en el volumen V de su reconocida Origen, progreso y estado actual de toda literatura unas oportunas consideraciones sobre el desarrollo histórico del género epistolar, empezando por la Antigüedad clásica, sobre todo el modelo ciceroniano, y acabando por el de madame Sévigné, en el que vislumbran las virtudes propias de su propio tiempo: sencillez, gracia natural, facilidad de estilo…, es decir, todo aquello, que favoreciera la libertad epistolar y rechazara los corsés que suponían la vana retórica, la afectación y la falsa erudición. Pero es necesario situar este conjunto de apreciaciones en el contexto de la transformación cultural de la Europa de las Luces, para delimitar otros cuantos artefactos paraliterarios y para fijar, aunque sea solo a grandes rasgos, el marco histórico y sociológico que hemos de transitar.

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Sobre el problema de la existencia y el alcance de una hipotética Ilustración española, bastará con señalar la incomodidad que supone trasladar y comparar las consecuciones culturales del mundo anglosajón y el hispánico. Los cien años de preponderancia española hasta la Paz de Westfalia (1648) fue inmediatamente suplantada por Francia, sin que ello supusiera acallar las poderosas voces que acusaban a España de querer perpetuar un estado de cosas anacrónico. Lo que se desploma tras 1648, según preclaramente señala Joseph Pérez, es “la idea de una comunidad basada en la unidad de la fe. En adelante lo que había en común ya no era la religión, sino la cultura, las ideas y valores: la secularización del pensamiento, el progreso científico y técnico, los temas de la civilización, la tolerancia, la justicia, la universalidad, el derecho a la felicidad y la paz” (2009: 9). Para muchos pensadores españoles, España se había excluido del nuevo orden europeo en su afán de defender hasta el final la idea de cristiandad. Su incapacidad para adaptarse a las condiciones de la economía moderna, después de haber derrochado las riquezas del Nuevo Mundo, corría parejo a su retardo científico y cultural, en donde la Inquisición y el fanatismo eclesiástico pretendían mantener al país en la rutina, el obscurantismo y la intolerancia. No hará falta recordar el episodio de aquel oscuro plumífero, Masson de Morvilliers y su Enciclopedia metódica, para hacernos una idea de las posiciones defensivas y apologéticas con que los más atentos ilustrados españoles hubieron de abordar la comparación de España con el resto de Europa. El proceso cultural esbozado aquí se proyecta sobre un determinado contexto sociológico: la aparición de un nuevo público lector que empieza a tomar posiciones al margen y por igual de la férrea tradición escolástica y de las pasadas tradiciones culturales. A lo largo del siglo se despierta un creciente interés por acceder a la nueva cultura literaria, entendiendo por ella lo que se entendía entonces, y auspiciando una nueva clase de letrados cuyo primer esfuerzo irá encaminado a aclimatar las novedades de otros países y a desarrollar las nuevas modalidades literarias. En este sentido resultará esencial el conocimiento de las Cartas persas de Montesquieu en la temprana fecha de 1721. El modelo de Montesquieu, el de la carta literaria, resultará a la postre esencial, como digo, pues en él se concentran cuestiones que en buena medida y lógica resultaban ajenas o indiferentes a los lectores. En primer lugar, por lo restringido y anecdótico con el que se da noti-

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cia de novedades y circunstancias sucedidas al autor. Pero también por lo extraordinario de aquello que se comunica: costumbres y paisajes de lugares desconocidos para el lector, noticias y anécdotas realmente sucedidas, personajes y sucesos conocidos solo por la fama, etc., conocimiento, en fin, de una nueva realidad hecha a partir de la cierta privacidad en la que se mueve originariamente la carta. Maurizzio Fabbri, que ha hecho un atento recorrido por las relaciones culturales entre Italia y España a lo largo del XVIII, no encuentra más enjundia en la comunicación cultural que se establece a través de las grandes manifestaciones artísticas, sean estas la ópera o el teatro, la música o la poesía, que la que se encuentra en aquellos relatos de viajeros, con los que tan emparentada está la escritura de cartas, hasta el punto de confundirse y solaparse, siendo común que todo viajero español por la Italia del XVIII dejase alguna muestra epistolar de su visita. Leer estas relaciones epistolares supone, pues, el descubrimiento de la existencia de otra realidad, de otro modo de estar en el mundo y una invitación a su acercamiento y comprensión. Quizá la muestra hispánica de mayor interés del modelo de carta literaria, a la manera de Montesquieu, sobre la oportunidad del conocimiento de otra nueva realidad por medio de la oportuna comparación, sea las cartas que a lo largo del año 1789 fue desgranando Cadalso bajo el título de Cartas marruecas, aunque el ejemplo hubiese cundido antes y siguiera vivo a lo largo del siglo: sabemos de las muy conocidas relaciones que, al respecto, escribieran Leandro Fernández de Moratín o el abate Juan Andrés. Pero hay otras muchas que merece la pena airear y estudiar con atención a la luz de las nuevas interpretaciones que los estudios epistolográficos nos vienen entregando. Aparte de esta implícita invitación a exhumar estos materiales se dieron otros muchos que tienen que ver con la geografía, la historia, la política, etc. que alimentaron también esa mirada con la que España fue conocida a lo largo de un siglo tan cambiante y fundamental para establecer el nuevo paradigma, el de su modernidad. Si hemos de dar por buena la muy generalizada creencia de que el intento de normalización ilustrado a partir de 1700 no logró transformar las imágenes y estereotipos creados por la Leyenda Negra y que estaríamos, por tanto, en un periodo de transición entre el fuerte impacto que supuso la Leyenda Negra y la no menos poderosa visión de la España romántica, habríamos de plantear el asunto a través de la

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doble visión que sobrepone la realidad histórica de la nación española durante la larga centuria que desemboca en 1808 y la imaginería, fluyente de tantos sitios y abarcadora de tantos factores, que desembocó en esa imagen decadente y enferma de un imperio antes temido y respetado. Habremos de unir a eso las importantes diferencias que el distinto ángulo de visión mostraba. No es lo mismo la imagen británica que la francesa o la italiana, ni siquiera se interesan por las mismas cosas, ni el grado de preparación o los prejuicios de los que parten los encargados de trazar esa imagen son coincidentes. De tal forma que nos encontramos con un mosaico de opiniones que solo su fragmentada naturaleza vendría a dar razón de su existencia. La hipótesis que manejo es la de que la imagen europea de la España ilustrada responde a una superposición de imaginarios que no consiguieron una unificación ni una densidad tales como para trasladar esa imagen fuerte y generalmente compartida que el romanticismo sí llevó a cabo en la posterior centuria. Ayudó a ello el hecho de que en muy gran medida los instrumentos para construir esa visión política y cultural —los relatos de viajeros, las impresiones de transmisión epistolar, las descripciones de los nuevos tratados de geografía, etc.— procedieran en buena medida de noticias precedentes que habían construido un imaginario popular que en ocasiones se trasladó a las elites sociales como debate y conflicto intelectual, alentado las más de las veces por los propios ilustrados españoles, como bien da cuenta el largo debate sobre la decadencia que inaugurara el conde de Campomanes en su Educación popular o en su Industria popular al recomendar la publicación de libros que pusieran de relieve nuestros yerros políticos. Hay que tener en cuenta que en el ambiente de la cultura europea del XVIII con respecto a España late primordialmente el ataque a lo que había constituido el ideal básico de la nación española: el catolicismo y la tradición de la Iglesia, y que las acometidas, por necesidades de la polémica, iban a ir encaminadas a demostrar el pernicioso influjo del catolicismo en la civilización y vida de los pueblos. En todas las grandes polémicas sobre la cultura española que se producen a lo largo del siglo palpita ese trasfondo, llegando a veces hasta a los Gobiernos. Este será el caso de Aranda y de la expulsión de los jesuitas, pero también es observable en aquellas otras polémicas aparentemente más alejadas de ese núcleo ideológico, como es el caso de Juan Pablo Forner y su Apología o en la más virulenta y extendida por sus connotaciones

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hispanofóbicas de la Enciclopedia y el artículo “España” de Masson de Morvilliers. Otra expendeduría de tópicos sobre el carácter español proviene de los intentos por trazar unas características antropológicas para cada pueblo. Con su pretensión de objetividad y su interés por alejarse de la polémica, los primeros pasos de la disciplina antropológica que inaugura Kant, intenta dar a conocer el interior del hombre a través de su apariencia; y aunque no parece que estuviese el filósofo alemán muy acertado en la descripción del carácter español, que únicamente recoge ideas antiguas sobre la cortesía o la caballerosidad, sí que vinieron a constituir la base de opiniones y descripciones que epistolarios y viajeros difundieron hasta la saciedad. Los ejemplos abundan, pues la bibliografía sobre viajes y la literatura epistolar es tan abundante que nos rebasa, pero de nuevo encontraremos en España la más acertada visión al respecto en las Cartas marruecas de Cadalso, al reconocer las virtudes y vicios de la nación para afirmar inmediatamente que los caracteres de los diversos pueblos de la Península son tan distintos entre sí que incluso cabe el odio entre ellos. Pero está además, y por otra parte, la propia realidad histórica del país, que a lo largo del siglo se muestra bullente a veces, paralizadora en otras ocasiones y contradictoria siempre. Así, se irá cambiando el sentido institucional, virando de un estado patrimonial hacia aquella otra idea que tanta sangre derramará en el siglo siguiente por la consecución de un estado nacional, con todos los cambios y transformaciones que ello conlleva, desde el régimen de la propiedad de la tierra, único elemento productivo durante las primeras décadas, hasta la instalación de nuevas fuentes de riqueza en la incipiente industria, pasando por la colonización interior, como otro elemento creador de riqueza, y alcanzando incluso una tímida reorganización de la base social, mediante la pérdida de un cierto poder por parte de la nobleza, no tanto en el caso de la Iglesia, y la emergencia de nuevos grupos con nuevas demandas provenientes del comercio, la industria naciente y hasta de la burocracia, modernizada incipientemente por las reformas administrativas en marcha. Que los viajeros del XVIII por España no estuvieran pendientes de estas mudanzas y que en su mayor parte reiteraran la imagen predominantemente negativa de sus antecesores, parece un hecho innegable. Como dice Ricardo García Cárcel “abundan los impostores litera-

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rios o falsos viajeros como Argens —1734—, Prevost —1738—, D´Arnobat —1756—, Delaporte —1772—, Volmank —1785— y el famoso “manuscrito encontrado en Zaragoza del conde polaco Jon Potocki (2008: 8). Pero como es bien sabido, no siempre ni todos parten de los mismos prejuicios ni barajan las mismas ideas. La hispanofobia francesa, por ejemplo, parte de las memorias que el duque de Saint-Simon publicara en 1788 en donde muestra una visión digamos que favorable frente a las que destilaron otros paisanos suyos como Étienne de Silhouette, que viajó hacia 1730, o Charles-Frederic Merveilleux (1738), difusores estos de los peores vicios que pudieran atribuirse a los naturales de un país. La explicación se encontraría quizá en el hecho de que las memorias del duque no verían la luz hasta 1788. Igualmente, los viajeros italianos, si bien en un tono más neutro, cultivaron las descalificaciones hacia los españoles, mientras que los ingleses, fijados sin duda en otros intereses, fundamentalmente diplomáticos y científicos, contribuyeron a fijar una visión más positiva y simpática, llegando alguno de ellos como Swinburne a tomar en consideración lo que Cadalso pedía en sus Cartas, la distinción entre los diferentes pueblos que convivían en la Península. La conmemoración del bicentenario de la constitución de 1812, la independencia de los países latinoamericanos y su antecedente de la guerra de la Independencia ha animado la publicación de textos inéditos que sin duda están contribuyendo al enriquecimiento de este ya de por sí desmesurado género (Las Memorias sobre la guerra de los franceses en España de Albert-Jean-Michel Rocca editados por J.R. Aymes y Natthalie Bittoun-Debruyne, o el volumen de Soledad Porras dedicado a los viajeros italianos en Cádiz pueden servir de someros y recientes ejemplos). Pero frente a esta consideración del problema desde una exclusiva perspectiva antropológica, que nos ha entregado una visión global y uniforme de la imagen de España, considero que habría que volver sobre los pasos que se fueron dando en el momento originario, en el momento de verter la opinión o de emitir el juicio, es decir, a una consideración parcial o fragmentaria que fue la que realmente conformó lo que después destacaría como uniforme imagen del país y de sus habitantes. Por ejemplo, sabemos que durante el siglo XVIII la geografía fue en Gran Bretaña una disciplina de moda y que produjo una cantidad ex-

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traordinaria de publicaciones hasta el punto de superar la periclitada literatura de sermones. Tal fue el negocio que se montó que surgieron negociantes si escrúpulos dispuestos a publicar todo tipo de enciclopedias de viajes o geográficas sin más información que la que tenían a mano y sin mayores comprobaciones. La avidez informativa primó una vez más sobre el rigor de una disciplina que se suponía hija de la ciencia y de la erudición y empezaron a editarse todo tipo de resúmenes de libros de viajes, de síntesis ordenadas por países y continentes, tomando de aquí y de allá, de lo que se resentiría la visión de España. Este cambio de perspectiva respecto a la visión de las cosas —la introducción del principio científico tan caro a los ilustrados— tendría en el estudio de la naturaleza su principal objeto, y de igual modo que la crítica al barroco de clasicistas italianos y franceses alentó el lento cambio de rumbo de nuestro clasicismo, un principio que discurriría paralelo a la demanda de alteridad, al descubrimiento de lo otro, y del exotismo que derivaría con el tiempo en pintoresquismo, fue el vehículo crucial para transportar muchos de los tópicos nacionales en que se instalaron los divulgadores del siglo y cuyos libros —de geografía, de historia natural, diccionarios, enciclopedias, etc.— constituyeron la fuente informativa de viajeros y redactores de literatura científica. El cambio de perspectiva al que aludo no se llevó a cabo de modo inmediato. Fueron muchos los factores que condicionaron el largo proceso de una visión sobre España desde la Europa ilustrada. El imaginario propende a alimentarse de creencias seculares —mitos, leyendas, fabulaciones— que a su vez condicionan opiniones y juicios de valor que nada tienen que ver con el tiempo presente, dando lugar a la difusión de tópicos y patrañas. Ocurre además que, al estar en los dominios del pueblo y transmitirse por cauces diversos, dicho imaginario tiene tendencia a alimentarse mutuamente, de forma que la imagen que figuraba en un tratado de historia natural o de geografía pasaba a un libro de viajes en cuyo origen estaba la lectura de estos tratados, del mismo modo que sesudos tratados científicos se hacían eco de leyendas o mitos seculares que nada tenían que ver con la realidad presente. Un caso paradigmático fue el ocurrido con los tratados de geografía que durante el siglo XVIII se editaron en Inglaterra con gran profusión y éxito de público y que condicionaron la visión de los viajeros por España, hasta el punto de que buena parte de estas publicaciones

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perpetuó toda clase de tópicos sacados de fuentes del siglo anterior, que solo se enmendó a partir de los últimos años del siglo. Geografías, enciclopedias y diccionarios geográficos mantuvieron tal desinterés por la Península ibérica durante la mayor parte del siglo que la marginó de los circuitos de viajeros anglosajones, el conocido como Grand Tour. Solo cuando las nuevas corrientes románticas empezaron a valorar el exotismo y la diferencia, revisión que tendrá lugar en pleno siglo XIX, contaremos con los espléndidos relatos que nos dejaron los curiosos impertinentes, como los muy conocidos de George Borrow o Richard Ford, cuya culminación se materializará en el espléndido hispanismo anglosajón del que aún somos deudores. La popularización de los tratados geográficos cambió no solo los significados míticos de los antiguos relatos de viajes, sino que estableció nuevas coordenadas desde donde observar la realidad. Durante buena parte del siglo XVIII el sur se relacionó con la pobreza y el atraso, con la suciedad y la falta de “luces”, mientras que poco después, con el romanticismo, esa visión negativa se trocó en una especie de ensoñación y misterio que aceleró los ánimos por conocerlo, desplazando el interés desde el centro nórdico a la periferia sureña. Ese recorrido desde un centro conocido y propio hacia una periferia extraña e ignorada caracterizará en buena medida ese doble movimiento de ida y vuelta desde un centro, que en el siglo XVIII es el espacio cultural de la Europa ilustrada, hacia una periferia vista como inaccesible y peligrosa. Fue aquí donde se fraguó el aspecto especular de los relatos de viajeros que desde lo inane y unidireccional del XVIII pasaría a confrontar ese yo superior con el descubrimiento del otro diferente, dando lugar al replanteamiento de ese yo superior, interesado ahora en explicar la diferencia y en traducir a su propia cultura la del otro. Es lo que sucede con los viajeros que visitan la atrasada España de entonces: la superioridad del centro desde donde se emprende el viaje suele actuar como un mecanismo de poder mediante el cual se busca y, finalmente, se encuentra la confirmación de dicha superioridad. Otro importante factor que cambió durante el siglo XVIII la imagen de España en el centro ilustrado europeo tuvo que ver con los acontecimientos políticos que se dieron. Si bien es cierto que desde 1648 España se había convertido en la periferia europea, la guerra de Sucesión de los primeros años del setecientos, así como la política de

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reformas emprendida por los Borbones inmediatamente después, acaparó el interés no solo de los círculos políticos, diplomáticos y cortesanos, sino del común de las gentes. España volvió a ser motivo de curiosidad general. Los viajeros que recorren las angostas vías de la complicada geografía española, aparte de diplomáticos, militares y demás obligados a viajar por su profesión, suelen ser nuevos burgueses ilustrados que vienen a cerciorarse de las novedades introducidas y a comprobar lo que aún subsiste del pintoresquismo reflejado por los viajeros del siglo XVII. Un autor de ascendencia española, Álvarez de Colmenar, que publicó en Holanda una guía del país titulada Les delices de L’Espagne & du Portugal (Leiden, 1707), viajó en las faltriqueras de buena parte de estos viajeros, como demuestran las abundantes citas que le hacen. Se reitera aquí el tópico de la España diferente y pintoresca y se insiste en las peculiaridades que tanto desdén y odio hacia España habían suscitado tiempo atrás en Europa: la Inquisición, las corridas de toros, la Leyenda Negra…, aunque también se descubren aspectos más simpáticos que se difundirán entre nuestros viajeros: el pasado islámico y los bailes y músicas —el fandango— genuinas. Pero entre las visiones negativas y antiespañolas —que bien puede representar el Viaje de Fígaro a España (1786) firmado por Jean Marie Jèrôme Fleuriot, marqués de Langle— y las más comprensivas y bondadosas —como sucede con la visión contenida en las citadas memorias del duque de Saint-Simon— la mayoría de los testimonios publicados ven a nuestro país en un sentido muy próximo al reclamado por Cadalso: un país diverso, cuyas costumbres, lenguas y gentes son diferentes según los territorios o regiones que se visiten, hasta el punto de que entre un castellano, un catalán, un gallego o un andaluz pueden encontrarse idénticas diferencias o similitudes a las que pudieran darse entre las distintas regiones de cualquier otro país. Un distinto sesgo tienen los visitantes italianos. En realidad, la numerosísima población que llegó a España a lo largo del siglo vino, antes que como burgueses ilustrados en busca de color local, como consecuencia de la actividad política y económica que inauguran los Borbones tras la guerra de Sucesión y el posterior enlace de Felipe V con Isabel de Farnesio en 1715. La guerra de 1700-1714 implicó el fin del dominio español en Nápoles, Sicilia y Cerdeña, así como el des-

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mantelamiento de las estructuras administrativas y de las gentes que las servían con los Habsburgo. Llegaron entonces familias enteras de fidelidad borbónica que ocuparon el vacío dejado y que empezaron a influir y a medrar como nuevos cortesanos en las actividades artísticas, políticas y económicas de los nuevos monarcas. Desde la perspectiva económica y demográfica fue un momento de especial movilidad y buena parte de nuestro litoral mediterráneo y de la Corte fueron invadidos por artesanos, agricultores y artistas procedentes de los más variados sitios de Italia, dicha movilidad pronto afectó a las más diversas materias artísticas: arquitectura, literatura y música. Las reacciones que contra este predominio se produjeron a lo largo del siglo, de entre las cuales el Motín de Esquilache es el más conocido episodio, muestran a las claras el sentido nada viajero de estos visitantes. La ambigüedad de la imagen de España en Italia, con manifestaciones tanto a favor como en contra hay, pues, que buscarlas antes en la alta cultura cortesana, como muchos de los trabajos aquí contenidos demuestran, que en visiones o creencias populares. Otros elementos interfirieron en la creación de las imágenes de España en los viajeros de entonces que aparecen ligados en este caso con la historia natural (de hecho, los libros de viajes mediaron entre el discurso científico y el público lector), con la ideología política (como queda demostrado por el lugar central que ocupará Francia como portadora de los nuevos valores políticos y culturales), con los intereses comerciales (germen del neoimperialismo) y, en fin, con la ciencia, sobre todo con la ciencia de la naturaleza, que consiguió transformar a las elites europeas en aventureros y exploradores de ignorados y remotos continentes (sobre todo, su interior, frente a los viajeros anteriores que más bien concentraron siempre su atención en el litoral). El caso es que la ciencia natural, la que el naturalista sueco Linneo plasmó en su Sistema Naturae para clasificar plantas, se convirtió en un nuevo dogma en la Europa de entonces, influyó en cada viajero por la facilidad en la aplicación del nuevo orden científico, y su ánimo clasificador fue parte inspiradora de buen número de viajes, así como de las fantasías de los viajeros, que cambiaron su espada conquistadora o sus cartas de navegación por una humilde libreta y una bolsa: la primera para anotar y clasificar lo nunca visto, la segunda para guardar las muestras y extender el conocimiento a los demás. En este contexto es donde el viajero cambia de perspectiva para conver-

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tirse en un observador neutral, alguien que despliega su mirada para relatar la verdad e incorpora así lo hasta entonces ignorado o desconocido a las ideas dominantes. El sueño del hombre ilustrado de adueñarse de la naturaleza, el objetivo de domesticar el orden social y el natural, implica la conversión del viaje en vehículo para nuevos conocimientos. Descubrir no es entonces conquistar sino dar a conocer a los demás algo que permanecía oculto. Buena parte de la labor dominadora de entonces estuvo animada por estos afanes y España llegaría a ser, después de que el propio Linneo se refiriera a la barbarie botánica que había en nuestro país, en preciado objeto para nuevos descubrimientos. Una de las variantes de estos estudios cobrará caracteres educativos y esta consideración de la naturaleza como elemento de educación civilizada dará lugar a los museos de historia natural, que proliferarán por todos los países como señal de cultura ilustrada. Las menciones de algunos viajeros al que se construyó en Barcelona da idea de su riqueza y variedad. Pero hay otra variante de este interés por la naturaleza, que derivará en visión estética y que enriquecerá las observaciones de los viajeros: el paisajismo. Las observaciones sobre el paisaje pueden integrarse en una especie de diario de ruta, como en el caso de Richard Twiss (Viajes por Portugal y España, 1773) o Peyron (Nuevo viaje a España, 1778), o bien convertirse en el obligado escenario en el que discurren los descubrimientos artísticos que se relatan, como sucede en la imponente contribución de Ponz, Viage de España (1771-1792). Sabemos del lugar central que ocupó Francia en la Europa del XVIII, de la fuerza de su cultura y de la extensión que llegaron a alcanzar su lengua, su literatura, sus costumbres y demás prácticas sociales. Desde esta posición de dominio e influencia se generaron muchas opiniones que corrieron como verdades absolutas respecto al estado de postración y barbarie en el que subsistía la nación española. En el concreto territorio de la literatura, la normativa neoclásica que los autores franceses proponen como tinte de racionalidad y buen gusto fue motivo de envidia e imitación. Aunque no siempre fue así, y en ocasiones dicha dominación dio lugar a resistencias que defendieron un legado cultural propio. Nuestra historia literaria del XVIII es la de esta tensión entre los que aceptaron y defendieron las modas neoclásicas importadas de París, los afrancesados, y aquellos otros que se aferraron a una identidad y a una historia nacionales como medio de defenderse de

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una hegemonía cultural vivida como una imposición. Con el tiempo, muchos de los autores que no se doblegaron a los dictámenes del neoclasicismo francés por considerarlo humillante, recularon hacia posiciones más puras o incontaminadas en su defensa de lo nacional y trataron de encontrar una identidad colectiva que hallaron en la cultura popular. La tensión que vive la literatura española a lo largo del siglo entre quienes imitan al pie de la letra el buen gusto universal emanado de las letras francesas y la apropiación de los asuntos propios y nacionales, tiene su punto de inflexión en el intento por parte de nuestros dramaturgos por erigir una tragedia de inspiración nacional que, aunque siguiera las pautas de la estética neoclásica, incorporara asuntos y temas de la historia nacional española. En defensa de esta doble fidelidad ciertos autores como García de la Huerta decidieron escribir obras que respetaran las estrictas normas del neoclasicismo, al tiempo que actualizaban la genuina tradición de nuestro siglo áureo. Así, frente a la avasalladora influencia del país vecino, lo español comienza a identificarse con las más típicas manifestaciones de la cultura popular, ya sea rescatando formas métricas mantenidas entonces solo en la cultura popular, como el romance, o bien reivindicando lo autóctono de dicha cultura, desde los sainetes y tonadillas hasta las canciones populares y los toros. Prolongación de este intento por nacionalizar la literatura, por integrar lo moderno y lo español, será la revitalización que adquiere en relación a España el naciente orientalismo europeo que había puesto de relieve la importancia que la cultura árabe había tenido para la modernización de Europa en tiempos pasados. Desligada de su vertiente religiosa y hasta étnica, la cultura musulmana se convertirá en valioso aliado para los defensores de nuestra independencia a la hora de reivindicar el buen nombre de la nación. Y claro, al lector de la literatura canónica del siglo le sonará esto lo mismo que cuando lo que lee son relatos de viajes o cartas de viajeros. El predominio de la cultura francesa produce en nuestro país una serie de reacciones, como sucede también en Italia o Alemania, que vendrán a confluir en la marcada defensa que algunos autores hacen de la idiosincrasia de nuestra nación, valorando el carácter propio y genuino de nuestra literatura popular. Con independencia de la posterior configuración del romanticismo —cuyos resultados fueron tan

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dispares: nuestro anémico romanticismo siguió pendiente de Francia, mientras que el alemán o el inglés se erigieron en sistema alternativo al neoclasicismo francés— la identificación que muchos de nuestros visitantes hacen en sus cartas y relatos de España como país atrasado e ignorante está, aparte de en la línea de los juicios tópicos que se arrastran desde el siglo XVII, en la propia reacción que tal actitud despierta. Frente a la humillación recibida de parte de una cultura que se juzga superior e incontestable, un repliegue hacia lo que se considera más genuino y puro: la cultura popular. Fue ahí donde se produjo la confluencia de esa doble imagen que España proyectó de su sociedad en el siglo XVIII: en la gran literatura, la dependencia que se vive como expresión conflictiva y que en muchos casos se repliega hacia territorios sin prestigio; en la literatura secundaria o marginal, produciendo rasgos e imágenes que sirven igualmente para caracterizar las particularidades de esa realidad histórica.

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LA CULTURA LITERARIA ESPAÑOLA EN EL PRIMER COTIDIANO NOVOHISPANO: EL DIARIO DE MÉXICO Esther Martínez Luna Universidad Nacional Autónoma de México

I. Resulta problemático hablar de legado español durante los primeros años de siglo XIX en México cuando todavía esta nación formaba parte de la comunidad política encabezada por la Corona española. Al margen del problema de una comunidad trasatlántica, sí podemos comentar acerca de los escritores españoles que tuvieron una presencia constante en el primer cotidiano de la nueva España, el Diario de México y, por consecuencia, formaron parte del capital cultural de las elites letradas novohispanas. En las siguientes páginas más que hacer una relación o lista detallada de autores y obras, me propongo comentar algunos ejemplos significativos publicados en el Diario de México que nos muestran la circulación de ciertas ideas dominantes, así como la presencia de los escritores que determinaron parte del debate literario en los primeros años del siglo XIX y que conformaron la cultura literaria novohispana. Me refiero a los vínculos sistemáticos de la institución literaria de México al declinar el siglo XVIII y comenzar el XIX con la teoría literaria propia del neoclasicismo; particularmente el neoclasicismo español, que ha venido a revelarse como el arquetipo cultural de este periodo de la cultura letrada novohispana. Hablo de un periodo que mostró mucho menos interés en Rousseau y Voltaire que en Tomás de Iriarte y José Cadalso. Los colaboradores-lectores del Diario de México fueron obser-

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vadores muy atentos y estaban al día de cuanto ocurría en los círculos intelectuales de la metrópoli, estos hombres se esforzaban como pocos por estar al corriente de cuanto salía de las prensas del periodismo ilustrado de España, de las plumas de sus traductores más notables, de sus disputas y, en fin, de sus círculos literarios en pugna, los de Moratín y Quintana.1 Así, la clase letrada novohispana incorporó lecturas y autores que destilaron en su propio beneficio las aspiraciones racionales de un orden cultural que podemos reconocer en sus debates. El orden racional y el ideal cívico de un neoclasicismo flexible y crítico es la base común de las polémicas que nos atañen. En consecuencia, esta diversa y compleja clase letrada instauró en las páginas del Diario un régimen de debate público referido a la cultura que imprimió un sello indeleble en la institución literaria de nuestro país por mucho tiempo. Sin duda, este modelo de sociabilidad literaria se abrió paso entre los colaboradores del Diario de México en virtud del conocimiento que tenían acerca del periodismo ilustrado español. Las prácticas propias de este periodismo comenzaron a incorporarse en el cotidiano novohispano, cuyos rasgos (por ejemplo, la regularidad en la aparición, las características de los formatos y la extensión de los textos) determinaron su carácter inédito respecto a lo que había sido la prensa hasta entonces en la Nueva España. Estamos ante un periodismo mucho menos vinculado con José Antonio Alzate o José Ignacio Bartolache que con Francisco Mariano Nipho o Luis García de Cañuelo y El Censor. En este aspecto, la prensa ilustrada du1 Los estudios universitarios acerca de la Ilustración española han conocido un auge inusitado durante los últimos cuarenta años. Actualmente se tiene una idea mucho más compleja y cabal de la densidad del proyecto ilustrado que se desarrolló en la España de los Borbones, particularmente en la corte de Carlos III. En ese contexto, la Ilustración americana se ha ido perfilando ante nosotros como algo más, mucho más, que un mero instrumento de dominación colonial. En verdad estamos frente a una reforma cultural de gran alcance que se empeñó en la modernización y en la racionalización de todos los aspectos de la vida humana y la organización política. Es bien sabido que las elites políticas de la Nueva España no permanecieron al margen de esta vigorosa corriente renovadora que sacudió la Administración del virreinato. De ese interés procede, por cierto, la formulación de la teoría política moderna que conduciría las acciones de los abogados criollos a partir de 1808. Sin embargo, es necesario insistir que las elites literarias tampoco resultaron ajenas a este fenómeno, así en sus lecturas como en sus prácticas.

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rante el régimen modernizador de los Borbones en la España del siglo XVIII resultó ser el modelo más adecuado para la conformación del Diario de México.2 Como sabemos, uno de los hábitos más comunes del periodismo europeo consistió que en el primer número del periódico aparecía un discurso inicial o prólogo que se dedicaba, entre otras cosas, a hacer un retrato de sí mismos por parte de los propios escritores, es decir, un “retrato imaginario” para ofrecer a los lectores “una suerte de tarjeta de visita acompañada del currículum con que el autor ficticio se presenta ante el público [para abordar] los más diversos asuntos con tono generalmente satírico y moralizador, y voluntad educativa y divulgadora” (Uzcanga 2005b: 10).3 Estos “autorretratos” eran necesarios para establecer puentes de comunicación con los lectores; se trataba de una máscara textual que ponía en movimiento una plataforma enunciativa necesaria para expresar un discurso de índole didáctica cuya materia era la crítica de prácticas sociales relativas a la ignorancia y explotación. La máscara textual de la cual venimos hablando también se encuentra en el repertorio de los recursos retóricos de las elites letradas de la Nueva España, particularmente de quienes editaban el Diario de 2

Mencionemos aquí algunos de los periódicos españoles a los que se hacía referencia en el Diario de México: El Censor, Diario de Madrid, Memorial literario, Diario de los literatos, El Conciso. Incluso, algunos artículos de estos periódicos llegaron a ser frecuentemente materia de una nueva publicación entre los mexicanos. Para conocer la importancia de esta tradición periodística peninsular, véase el artículo de Inmaculada Urzainqui (1995). 3 Véase el prólogo y edición a El Censor de Francisco Uzcanga: “Siguiendo la costumbre de The Spectator, muchos de los periódicos dieciochescos españoles se personificaban y salían a la luz con el nombre del autor fictico: El Pensador, El Apologista Universal, El Corresponsal del Apologista...” (2005b: 61). Agreguemos que el primer periódico español que siguió los pasos de Addison fue El Duende especulativo en 1761 cuando apenas había arribado al trono Carlos III. Tonia Raquejo (1991: 98-99), por su parte, nos dice respecto de El Pensador de José Clavijo y Fajardo: “Para empezar, el autor español, siguiendo la técnica de Addison, comienza por hacerse un autorretrato psicológico de sí mismo a modo de representación. Además, los objetivos que se propone Clavijo vienen a ser idénticos que los de The Spectator. En primer lugar El Pensador ante todo, pretende educar al público para erradicar la ignorancia del país y, en segundo lugar, las connotaciones propias de la filosofía ilustrada presente en los artículos de Addison (y ejemplificadas de manera muy representativa en su Cató), son aprovechadas por Clavijo al manifestar una decisiva voluntad de reforma, no ya sólo en el sistema educativo, sino en todos los ámbitos de la sociedad española”.

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México, muy atentos al periodismo europeo, cuyas prácticas se transferían naturalmente al Anáhuac como rasgo de una comunidad cultural trasatlántica. Por ejemplo, El Censor (1781-1787) representó el punto más alto del periodismo crítico en virtud de su carácter netamente ilustrado. En su primer número, aparecido el 8 de febrero de 1781, podemos notar la importancia que se dio tanto a la descripción física como al retrato moral del escritor. En esta personificación literaria encontramos los rasgos más relevantes de un hombre ilustrado: “racionalismo, libertad de pensamiento, espíritu crítico, utilitarismo público” (Escobar 1971: 486). El tono general en que se presenta el editor de El Censor respecto del editor del Diario de México es mucho más desenfadado, su comunicación es una charla íntima en cuyas palabras cuenta con gracia su incursión por el mundo de las letras, y las referencias a su posible lector son abundantes; al mismo tiempo, insiste en expresar su disgusto con el mundo que lo rodea. Sin embargo, a pesar de los procesos de transferencia cultural propios en diversas latitudes de una comunidad política que hemos señalado a propósito del periodismo, cabe señalar que no sucede lo mismo en el caso de nuestro editor novohispano, cuyo temperamento es más mesurado y equilibrado. Su autorretrato se detiene en describir de manera minuciosa las lecturas que deben primar en todo hombre culto e informado y, por el contrario, no se detiene en la descripción física de su persona como sí lo hacen sus antecedentes de ultramar.4 4

En el retrato que hace de sí mismo el colaborador del Diario de México figuran las autoridades clásicas y dieciochescas de la retórica, les philosophes, los clásicos castellanos, los temas relativos a la administración pública estudiados por los padres fundadores de las ciencias sociales y políticas, la necesidad de leer en varias lenguas, tanto clásicas como modernas. El testimonio intelectual del “Proyectista” evidencia que puede participar del debate público sostenido por una comunidad profundamente afectada por los bienes de la cultura letrada que implica el ejercicio de las facultades intelectuales más refinadas para lograr el “bien común”, pero desde una trinchera pública donde se puede participar activamente en la reforma de todos los ámbitos de la esfera social y cultural, de un modo en apariencia “sutil” para no inquietar a la autoridad virreinal. Señalemos asimismo que el “Proyectista” reclama el reconocimiento de los miembros de la sociedad virreinal que basan su prestigio en sus conocimientos, y que la riqueza material o los títulos nobiliarios han pasado a un segundo término como instrumentos únicos de reconocimiento, poder y promoción en la comunidad. Para mayor amplitud del tema véase Esther Martínez Luna (2011: 11-13).

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Si bien suele decirse que este tipo de presentación del autorretrato tiende a desaparecer después de 1791 y no se vuelve a presentar hasta los años treinta del siglo XIX dentro de los usos y costumbres de la prensa española, mencionemos que nuestro “Proyectista” (Jacobo de Villaurrutia), como firmaba el editor novohispano, se autorretrata en el Diario de México en octubre de 1805 por la necesidad que aún tiene, junto con sus colegas, de tomar conciencia del papel que desempeña esta sociedad letrada en formación dentro del complejo mundo novohispano. La vigencia novohispana del autorretrato del hombre de letras, tal y como se puede corroborar en el primer cotidiano del virreinato, prohijó un verdadero género de la escritura sobre cuyos rasgos formales y componentes culturales se descargó la necesidad de hacer explícito el ethos de un sujeto cultural emergente. La vigencia de este recurso identitario es tal que años más tarde José Joaquín Fernández de Lizardi retomaría los elementos sustanciales de la práctica periodística de El Censor de Cañuelo y El Pensador de Clavijo y Fajardo, como puede advertirse en la plataforma retórica del famoso folleto El Pensador Mexicano (1812-1815). En estas páginas también encontraremos la recreación de elementos literarios como la construcción de personajes ficticios, el desdoblamiento de la voz enunciativa del periodista en diferentes personas autorales de cartas y, en la más firme tradición barroca, la formulación de sueños. Todos estos recursos se encuentran abundantemente desarrollados, años antes, en el riquísimo aparato expresivo del Diario de México.

II. Para hablar de cultura literaria en el Diario de México es necesario conocer las discusiones suscitadas en las páginas del cotidiano y las constantes referencias a los manuales de poética, retórica y preceptiva publicados a lo largo del siglo XVIII en España con la obra de Luzán a la cabeza. Dada la efervescencia de publicaciones de este tipo no es de extrañar que la literatura de esa época buscara que los letrados novohispanos se sometieran a reglas y preceptos, y en consecuencia se articulara una incipiente crítica literaria con un carácter normativo y preceptivo, es decir, una crítica sujeta a leyes que pretendidamente extraían su imperio de la razón.

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Sabemos, sin embargo, que no todos los manuales que se publicaron a lo largo del setecientos español tenían una misma identidad ni problematizaban sobre los mismos autores y conceptos. Una revisión muy general de los principales manuales de retórica, preceptiva y poética, nos lleva a concluir que estos se modificaron con el paso de los años y flexibilizaron sus exigencias respecto de la normatividad en los diferentes elementos de la versificación, o en la primacía que se otorgaba a unos géneros en relación con otros. Esto ocurrió hacia los últimos años del siglo XVIII. Este hecho es explicable dado que las expresiones literarias se habían modificado y alejado de la concepción barroca que había sido la causa de su origen. Es así que el papel que desempeñaron en un inicio los manuales adquiría otras características; características que, por el momento, basta referir como flexibles con respecto del rigor que había primado en las discusiones que configuraron durante la primera mitad del siglo XVIII el proyecto neoclásico español.5 En cualquier caso, la clase letrada novohispana reunida en torno del Diario de México leyó y asimiló este pensamiento teórico, adoptó sus problemas y sus orientaciones y, sobre estos, trazó su propia doctrina mediante las polémicas literarias a las cuales me he referido. Como ya lo hemos dicho, en España la Poética o reglas de la poesía (1737) de Ignacio Luzán fue pionera y tuvo una influencia considerable a lo largo del siglo XVIII y bien entrado el XIX al imponerse con su afán normativo y preceptivo.6 También La Retórica (1757) de Gregorio 5

Utilizo el término neoclasicismo flexivo o heterodoxo acuñado por el estudioso José Checa Beltrán (1998b). Por su parte, R. Froldi nos dice: “En la España de la segunda mitad del setecientos se advierte con claridad la llegada de una realidad cultural decididamente nueva. Su realización se debe a un grupo de aristócratas, juristas, políticos y literatos, favorecidos en gran parte por la política de Carlos III. [...] Resulta difícil coincidir con quienes proponen una visión unitaria del siglo, en la segunda parte del cual se recogieron los frutos nacidos y cuidados en la primera. [...] En el caso del siglo XVIII español nos parece que en su segunda mitad prevalecen motivos de cambio y, con frecuencia, de una verdadera ruptura” (1984: 66). 6 Rinaldo Froldi (1977) no considera la publicación de la Poética relevante, por el contrario, la considera anacrónica en el contexto cultural europeo más moderno, con pocas aportaciones respecto a lo que habían dicho otros preceptistas y muy alejada de las nuevas ideas que circulaban y que tenían su origen en una vasta y hegemónica cultura inglesa. Cita a Quintana y a Moratín como testigos históricos que sostuvieron que la Poética se leyó poco y que para 1760 ya nadie se acordaba de ella. Si bien el estudioso es certero en sus consideraciones, maticemos recordando que el propio Luzán llegó

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Mayans y Siscar se leyó con entusiasmo, ya que sus preocupaciones reformadoras y críticas encontraron un cauce normativo y sistemático. Lo mismo sucedió a lo largo del XIX con Arte poética fácil (1801) de Juan Francisco Masdeu,7 y Principios de retórica y poética de Francisco Sánchez Barbero (1805); este último, incluso, llegó a ser un libro canónico dentro de la enseñanza superior al ser el texto exigido dentro del plan de estudios en la Península.8 A pesar de que México estaba supeditado en más de un aspecto a los designios de la Corona española, resulta curioso el hecho de que los preceptistas españoles no fueran las únicas autoridades trasatlánticas en las discusiones entre la clase letrada novohispana. La presen-

a decir que su poética no contenía “novedades”, sino que su tratado era una reelaboración de las teorías literarias clásicas más destacadas (señalemos que el “carácter” de un tratado de poética es esencialmente su falta de originalidad, justamente por atenerse a la tradición; el rasgo de “época” de la destacada, influyente y poco anacrónica Poética de Luzán, fue su antibarroquismo). En efecto, los usuarios de esta clase de libros y manuales no acudían a sus páginas en busca de “novedades”, sino de una organización metódica y sistematizada de un repertorio de problemas más o menos estable y firmemente tradicional. Así es que Luzán pudo ser una autoridad influyente aun cuando se le juzgue poco original. En consecuencia, este arribo tardío de Luzán al pensamiento estético resulta comprensible si se considera el atraso general en el que se encontraba toda España con respecto de las fuentes de la cultura de la época. 7 Juan Francisco Masdeu. Arte poética fácil. Diálogos familiares en que se enseña la poesía a cualquiera de mediano talento, de cualquier sexo y edad. Valencia. En la oficina de Burguete, 1801. Esta poética resulta interesante por un par de hechos: el primero es que en abril de 1806 uno de los miembros de la Arcadia ya la citaba y recomendaba para su consulta en una discusión pública en las páginas del Diario de México. Segundo, la manera en cómo la concibió el jesuita Masdeu, en forma de diálogo, resulta destacable: maestro y discípula (Metrófilo y una mujer, Sofronia) conversan a lo largo de nueve diálogos en un tono claro, ameno y didáctico sobre temas como la gramática, la métrica y la retórica, todas estas juntas, algo que las poéticas de la época no solían hacer. Además, el hecho de dar voz a una mujer le otorgó cierto carácter moderno y protofeminista, pues Sofronia es una lectora con una educación ilustrada. Para una visión de esta poética (desde una perspectiva “feminista”) véase el artículo de José Checa (1998a). 8 Francisco Sánchez Barbero, entre los árcades Floralbo Corintio. Principios de retórica y poética. Madrid. Imprenta de la Administración del Real Arbitrio, 1805. Para conocer con mayor amplitud el papel que desempeñó la poética del árcade Sánchez Barbero consúltese Esther Martínez Luna (1998), así como M. J. Rodríguez Sánchez de León (1992) y Emilia de Zulueta, “La literatura nacional en las poéticas españolas” (1968-1969: 408-412).

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cia de los preceptistas franceses rivalizó fuertemente con los españoles; pero, más aún, el inglés Hugh Blair fue el más citado, por su obra Lecciones sobre la retórica y bellas letras (1783), traducida al castellano en 1798 por José Luis Munárriz (Blair 1798-1801).9 Este hecho, sin duda, merece nuestra atención, pues, por un lado, indica la presencia, en el Valle de México, de una de las autoridades del pensamiento literario inglés, tan fructífero para la postulación teórica del Romanticismo, y, por otro, señala la autoridad del pensamiento español como mediador de las adquisiciones teóricas llevadas a cabo en los dominios extrahispánicos. Por otro lado, simplemente recordemos que la literatura inglesa en la cultura española estuvo presente de manera amplia (Ossian, Addison, Pope, Thompson, Young)10 y que la traducción de la obra de Blair llegaría a los hispanohablantes con un texto considerablemente distinto de su original, ya que las licencias del traductor fueron varias. Cabe recordar que estas “licencias” eran prácticas comunes en las traducciones que se hacían en la época. Señalemos solo algunas de las “licencias” de Lecciones sobre la retórica y bellas letras más relevantes: Munárriz omitió los ejemplos de los textos de los escritores ingleses seleccionados por Blair y los sustituyó por los de poetas y escritores españoles que creyó expresaban con sus composiciones los conceptos vertidos por el profesor escocés. A su vez Munárriz dedicó la lección IX al origen y desarrollo de la lengua castellana (“Estructura del lenguaje. Lengua castellana”). El resultado es un Blair “traducido” que se ocupa de dos monumentos como Miguel de Cervantes y Diego de Saavedra, un Blair que diserta con amplio conocimiento sobre la lengua española y no la inglesa, un Blair que se detiene en las tragedias de Álvarez de Cienfuegos y en las tramas de Calderón, en una palabra, un Blair cas9

De la versión en inglés hay una edición moderna hecha por Harold F. Harding, y con una introducción de David Potter (Blair 1965). 10 Sabemos, por ejemplo, que varios hombres de ciencia tuvieron abundantes contactos con Inglaterra y que formaron parte importante de la Royal Society inglesa. Asimismo, escritores como Leandro Fernández de Moratín, Gaspar Melchor de Jovellanos, Juan Meléndez Valdés, José Cadalso, Bernardo y Tomás de Iriarte, Cándido María Trigueros y los jesuitas como el P. Andrés y el P. Arteaga, además de conocer la lengua, se interesaron por la cultura anglosajona. Los contactos con diplomáticos y comerciantes también son dignos de consideración.

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tellanizado. Creo que nunca se ha aplicado tan certeramente el adagio traduttore-traditore.11 Tenemos entonces que las Lecciones sobre la retórica de Blair fueron un manual adaptado tanto a los intereses como a las necesidades sociales y culturales de Munárriz y su grupo intelectual. Lo curioso del hecho es que esta “traducción” fue tan gratamente acogida que, en la capital de la Nueva España, el sábado 8 de noviembre de 1806 en el Diario de México se publicaba un aviso invitando a los lectores interesados a suscribirse para reimprimir la obra de Hugh Blair: Llegó a esta ciudad una remesa de las Lecciones sobre la retórica y bellas letras escrita en inglés por el célebre orador Hugo Blair, traducidas al castellano por D. José Luis Munárriz e impresas en Madrid el año de 1799, en cuatro tomos en octavo. Aunque no era conocida en México esta preciosa obra, se extendió muy luego su crédito porque los literatos conocieron y dieron a conocer su gran mérito. En efecto, si no es la mejor en su clase tiene poquísimas que puedan ponerse a su lado, y así se despacharon en poco tiempo los ejemplares, vendiéndose a 12 pesos y a mucho más los que se habían dado a 4 y a 6, encuadernados a la rústica antes de conocerse, y en el día no se encontrará un ejemplar por menos de 40 pesos (Diario de México 1806: t. IV, núm. 404, pp. 277-278).

El aviso de la suscripción continúa elogiando la calidad y utilidad de la obra, al tiempo que se informa a los lectores sobre el precio de cada uno de los tomos, la ubicación en Puebla, Querétaro, Guadalajara y Durango para suscribirse y toda la información útil para acceder a esta reimpresión. Por si esto fuera poco, los editores del Diario publicaron, ese mismo día, el prólogo casi completo de Munárriz a la obra de Blair: “para que las personas que no han visto la obra puedan formar concepto de su mérito y del de la traducción se da por vía de muestra o prospecto el prólogo del traductor.” (Diario de México 1807: t.VI núm. 664, p. 343).

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Señalemos que las lecciones XX-XXIII estaban dedicadas a la escritura periodística de Addison y a la obra literaria de J. Swift. El tema de Blair-Munárriz, Bateux-Arrieta ha sido estudiado de manera amplia por destacados dieciochistas, como Inmaculada Urzainqui (1989), María José Rodríguez Sánchez de León (1993), Isidoro Montiel (1974). O, en el ámbito de la retórica, por Don Paul Abbot.

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Por los datos de que disponemos hasta el momento, al parecer, la obra no logró convocar a los suscriptores necesarios para reeditarse, pero los ejemplares de la edición de Madrid continuaron circulando entre los hombres letrados de la Nueva España.12 Las páginas del Diario de México así nos lo atestiguan; por ejemplo, fue recurrente que se publicaran anuncios que informaban sobre la venta de algunos tomos de las Lecciones sobre retórica o anuncios de personas que solicitaban ejemplares en préstamo para su consulta por unos días, y sobra decir que en las discusiones entre los letrados el nombre de Hugh Blair estaba presente como autoridad renovadora en el campo de la estética por sus destellos de originalidad critica, y se le otorgaba un lugar privilegiado respecto al propio Luzán, ya que al español se le consideraba más rígido en sus juicios sobre el arte de escribir. Las Lecciones sobre retórica y bellas letras del profesor escocés Hugh Blair fueron una fuente importante en el conocimiento de la poética, la preceptiva y la retórica entre los letrados mexicanos, pero sin duda la libre traducción de Munárriz determinó una circulación más amplia al haber adaptado los conceptos innovadores de Blair al uso particular de las características inherentes de la lengua española. No en vano se hacía referencia en las páginas del Diario al “sabio traductor” y su “profundo conocimiento” del origen de nuestra lengua.13 Recordemos que simultáneamente a la publicación de Lecciones sobre retórica y bellas letras vio la luz Principios filosóficos de literatura o curso razonado de Bellas letras y Artes (1746-1748) del abate Batteux, esta última traducida y comentada por Agustín García de Arrieta (179712 En el Diario de México se avisa de la suspensión de la edición de Blair porque no se logró reunir el número suficiente de suscriptores el sábado 25 de julio de 1807 en el t. VI, núm. 664, p. 343. Por su lado, Albert Dérozier (1978) comenta que se publicó una edición en España en 1804, en 4 volúmenes, y otra más en 1816-1817. En el Manual del librero hispanoamericano, Palau da la información de una edición en México en 1815: Compendio de las lecciones sobre retórica y bellas letras, por don José Luis Munárriz, Imp. de Ibarra, 1815, 8º. 13 A. Dérozier en su ya clásico libro Quintana y el nacimiento del liberalismo en España nos comenta respecto de este hecho: “En esta traducción hay que ver uno de los acontecimientos más importantes del mundo literario de la época. Los periódicos comentaron durante mucho tiempo el esfuerzo meritorio del traductor. [El periódico] La Minerva, por la pluma de Don Simplicio Boca de Verdades le consagró todavía algunas páginas en 1806” (1978: 302-303). Además agreguemos que Manuel José Quintana realizó una reseña sobre Blair en Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, t. III, núms. 16-17.

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1802). Ambos manuales se disputaron la primacía entre los grupos literarios españoles de la época (por un lado el que lideraba Quintana, y por el otro, el de Moratín). El que se utilizara o recomendara entre la sociedad letrada cierto manual, se debía a la ponderación que hacían los traductores sobre ciertos escritores españoles. Por ello, resulta relevante el hecho de que, por su parte, los Principios de literatura del abate Batteux traducidos por Agustín García de Arrieta no corrieran con la misma suerte que la obra de Blair-Munárriz, a pesar de que en la dupla Batteux-Arrieta este último también añadió textos y notas sobre literatura española, además de incluir ciertos géneros literarios no considerados por el francés como la novela (historia ficticia o romanesca) o literatura miscelánea (gramática, prensa, crítica). Sin embargo, este manual, su traducción y sus agregados no merecieron por parte de la clase letrada de la Nueva España mayor interés. Su presencia en las páginas del Diario de México fue prácticamente nula. Las elites ilustradas novohispanas se inclinaron en favor de una doctrina más flexible —frente a la concepción de literatura de Batteux, apegada al concepto de imitación y a un clasicismo tradicional, que el mismo Blair cuestionó—, abierta a los problemas planteados por una poesía lírica en la cual la imaginación y los sentimientos luchaban por abrirse paso y cobrar una identidad teórica. Si bien el papel desempeñado por Hugh Blair y su correspondiente traducción fue preponderante en la doctrina literaria del periodo, el modo específico de hacer poesía también generó un nuevo gusto y una forma de escribir literatura. Por ejemplo, no debe olvidarse que el poeta español Manuel José Quintana tendría una participación activa y de gran peso en las transformaciones expresivas y teóricas dentro del campo literario. Por ejemplo, en su “Prólogo” a la Colección de Poetas Españoles discurrió de manera apasionada en contra del soneto como forma de expresión que limitaba la capacidad creadora del poeta,14 y al

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Quintana escribe así acerca del soneto: “¿Cuándo se acabará de desterrar este género de poesía artificiosa y pueril, donde la imaginación encadenada no puede volar ni extenderse, y donde apenas hay otro mérito que el de la dificultad vencida? Jamás un soneto ha podido compensar con sus bellezas, el tiempo y el trabajo que se malgasta en componerle”. Señalemos también que Quintana junto con Meléndez Valdés y Cienfuegos fueron defensores del verso suelto, aunque aclaremos que el verso libre para estos poetas, más que una actitud romántica era una actitud antiacademicista, un

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mismo tiempo en sus propias composiciones buscó una expresión más libre. Quintana fue uno de los poetas españoles que con más vigor defendió el verso suelto, porque a su decir “la rima por sí sola no producía ningún placer”. Algo parecido sucedió con Meléndez Valdés y Jovellanos, ambos atentamente leídos, y aun imitados, por los poetas de la Arcadia de México.15 Por todo lo anterior, estamos en condiciones de aseverar que los poetas españoles que nutrieron la cultura literaria de la clase letrada novohispana tuvieron una concepción más flexible de la composición y esta se vio reflejada en los poemas que se publicaron en el Diario de México. Quiero lector que sepas antes de leer mis versos que has de hallarles a todos muchísimos defectos; porque yo como muchos poetas de acabo presto y vamos que ya es tarde y pongo lo que quiero, no los sujeto a reglas porque no las entiendo (Diario de México, t. XI, núm. 1482, p. 463).

Las discusiones entabladas por nuestros letrados tendieron a defender posturas más abiertas, cuyos juicios por ende avalaban conceptos teóricos que pretendían alejarse de la rigidez formal y ortodoxa de un neoclasicismo dogmático. Para corroborar lo dicho, veamos la forma de argumentar de uno de los polemistas del Diario de México que critica la forma en cómo se escribió un soneto:

signo de rebelión en contra de los dogmas neoclásicos. Véase Quintana, “Introducción histórica a una colección de poesías castellanas”, en Obras completas (1946: 356). Subrayados míos. 15 Consignemos que el mayoral de la Arcadia de México (primera asociación literaria mexicana), fray Manuel Martínez de Navarrete, cultivó la anacreóntica adaptando ciertos rasgos de las composiciones de Meléndez Valdés y, por ejemplo, en su largo poema “La inocencia”, que es una suerte de arte poética es posible reconocer la figura de Jovellanos, a quien rinde homenaje bajo el nombre pastoril de Fabio.

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De modo que estos términos no sólo se conforman y son compatibles en la elocución poética y prosaica […]. Usted todo lo quiere conformar por sus reglas “limitadas y mezquinas”, sin consultar siquiera la propiedad de las voces, y por lo mismo no puede calificar: quid deceat, quid non, quo virtus, quo ferat error [“qué conviene y qué no, a dónde lleva la virtud, a dónde el error”] (Martínez Luna 2011: 181).

En consecuencia, la relectura que se emprenda de los escritores de los primeros lustros del siglo XIX mexicano deberá considerar que los preceptos neoclásicos que defendieron tenían una fuente más abierta y flexible de lo que comúnmente se suele creer respecto de sus modelos y de algunos grupos literarios peninsulares, pues la ortodoxia neoclásica española —hacia finales del XVIII— había sido hecha a un lado o, mejor dicho, se había modificado para dar paso a un neoclasicismo heterodoxo, menos dogmático y rígido, más abierto a los cambios ocurridos en un ambiente más flexible.16 Los escritores que asimilaron y defendieron las elites letradas de la Nueva España y en quienes se puede advertir ciertas “novedades” en la forma de escribir y concebir la literatura fueron, sobre todo, Juan Meléndez Valdés, Gaspar Melchor de Jovellanos, Manuel José Quintana y el propio José Luis Munárriz, quienes fueron leídos atenta y constantemente por el círculo reunido alrededor del Diario de México. En esta mención de autores, claro está, no podemos dejar de lado la presencia de los españoles más conservadores —y enfrentados al grupo de Quintana— como Leandro Fernández de Moratín, Juan Bautista Arriaza y Juan Pablo Forner, que también formaron parte del universo cultural de la clase letrada organizada en torno del Diario de México, pero estos tuvieron un impacto bastante menor en la Nueva España, pues así nos lo demuestran las escasas referencias a estos escritores. Por otro lado, también resulta pertinente comentar que no solo los escritores del siglo XVIII estuvieron presentes las páginas del Diario, sino también los escritores de los siglos XVI y XVII, como Garcilaso de la 16 No podemos dejar de comentar que la poesía de los hombres ilustrados que colaboraron en el Diario de México, además de acusar formas y temáticas tradicionales sancionadas en la época, también elaboró formas nuevas de los modelos grecolatinos que transmitían un nuevo contenido ideológico y moral. Para mayor amplitud y conocimiento sobre las características del neoclasicismo ortodoxo o heterodoxo, consúltese Checa Beltrán (1998b: 307 y ss.).

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Vega, Pedro Calderón de la Barca, Esteban Manuel de Villegas, Francisco de Quevedo, los Argensola, Lope de Vega, Miguel de Cervantes, fray Luis de León e incluso cierto Góngora. Como recordamos, estos autores habían sido sancionados por algunos preceptistas y escritores peninsulares como modelos de “buen gusto”, por ello su natural aceptación y asimilación al repertorio de lecturas canónicas en la Nueva España, pues, en estos escritores, se ponderó su claridad y precisión en el lenguaje, rasgos estimables para el código neoclásico y en contraposición con la estética barroca. Como es de suponerse no todos los escritores arriba mencionados fueron vistos con la misma simpatía ni referidos con la misma constancia por parte de nuestros letrados; simplemente señalemos que sus composiciones poéticas se glosaban, su obra literaria se anunciaba para su venta, además de que a estos escritores se les citaba como autoridades para discutir temas de “asunto grave”, así como para ilustrar situaciones cotidianas o chuscas, tal es el caso de unos versos donde se hace referencia a Quevedo.17 Más vale saber chistes del gran Quevedo, que no chilindrinillas del bajo pueblo. Vaya este lapo a cierto tocayito que habla en el Diario (Diario de México 1810: núm. 2553, p. 626).

III. Finalmente, otro aspecto que nos interesa señalar es la práctica de la sátira; la sátira ilustrada ocupó las páginas del cotidiano novohispano como una forma de ejercer la incipiente crítica literaria y bajo el lema de ridetem dicere rerum. Al igual que en España, la discusión en torno

17

En el caso de Garcilaso de la Vega fue tanta la atención que se le brindó al toledano que incluso se publicó en el Diario un largo artículo donde se hablaba de su prematura muerte y se hacia un balance laudatorio de sus égloglas y sonetos.

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de la sátira hizo correr ríos de tinta por la preocupación que existía para desentrañar su concepción dentro del género del discurso. El espectro conceptual de la noción de sátira, en el discurso ideológico de las polémicas entre los letrados novohispanos, amplió su registro y se utilizó más allá de los meros epítetos adversos a la personalidad de los escritores o a los chistecillos acres. Su uso comenzó a tener un carácter más cercano al discurso propiamente ilustrado que privilegiaba la utilidad y el provecho sobre la injuria; un discurso más preocupado por la rectificación y el mejoramiento de la conducta social de los hombres. En este sentido, la sátira a la que recurrieron nuestros polemistas ilustrados iba más acorde con el concepto de corregir los actos humanos reconduciéndolos a la senda de la razón y, en consecuencia, asegurar su utilidad para la sociedad. Sin duda, este propósito de índole cívica debe destacarse porque la utilización de la sátira en las páginas del Diario de México se relacionaba directamente con la “rehabilitación del género satírico” que habían buscado los escritores durante el siglo XVIII en Europa. En el caso español, sobre todo, se sabe que la rehabilitación de la sátira “se expresa en reflexiones teóricas que se hallan desperdigadas en ‘escritos menores’ de la más variada índole: prólogos, advertencias, comentarios, cartas, discursos, versos sueltos” (Uzcanga Meinecke 2001: 458), cuya esencia va de la mano con la instauración de un nuevo orden social. Esta rehabilitación del género dio como resultado una “sátira ilustrada” capaz de promover el bien público en un amplio espectro social, que se comprometía con la nación novohispana y no se limitaba —reitero— a señalar los vicios individuales. Hablamos de una sátira preocupada por contribuir al progreso social. El papel que vendría a desempeñar este tipo de sátira dentro de los debates periodísticos fue el de servir de motor para dar movimiento a la sociedad, generando ideas nuevas que incitaran a los lectores de este género a mudar sus conceptos y hacer a un lado las concepciones obsoletas o supersticiosas. Los objetivos de reestructuración y progreso a los que me refiero se dan en el ámbito literario, pero están estrechamente ligados con el compromiso y la conducta social del escritor. Veamos un ejemplo en esta décima publicada en el Diario. Señor tocayo de Clarita: si usted no es poeta plagiario,

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ni ensucia tampoco el Diario, por ser su musa exquisita; no con crítica inaudita, zahiera a los pobretones sus humildes producciones, pues si más no les da Dios, mucho menos podreis vos cambiarlos en cicerones. Bueno es que el sabio critique con finura, Mas sin escarnio (Diario de México 1811: núm. 2108 p. 41).

Es conveniente, además, resaltar que los ilustrados novohispanos se inclinaron por la sátira que defendió Tomás de Iriarte, más cercana al good natured satirist de los ingleses, quienes habían intentado rehabilitar la figura del satírico.18 La crítica en general, según Iriarte, debía ser desempeñada por un sujeto con talento, erudición, madurez, imparcialidad y juicio capaz de representar la imagen simbólica de autoridad. Estas ideas enarboladas por el escritor canario fueron tan convincentes que provocaron que los colaboradores del Diario de México refirieran constantemente sus fábulas literarias para señalar los yerros y vicios de los colaboradores del periódico. Iriarte se convertiría así en una de las autoridades de los novohispanos y presidiría las discusiones donde el triunfo favorecería a quien con mayor oportunidad y precisión citara los preceptos implícitos en sus fábulas literarias.19 En este apretado recorrido por las páginas del Diario de México hemos comentado fundamentalmente tres puntos: la práctica del periodismo ilustrado y la influencia de El Censor en nuestro primer cotidia18

Evidentemente me refiero a Richard Steele, que fue el creador del término y cuya aparición de este concepto se dio a conocer en el número 242 de su The Tatler. En esas páginas se entiende a la sátira como un tipo de crítica que intenta huir de la injuria y la grosería personal. 19 Entre las fábulas que más constantemente citaban los novohispanos en el Diario del México se encuentran “El sapo y el mochuelo”, “El erudito y el ratón”, “La víbora y la sanguijuela”, “El cazador y el hurón”, “La avurtada”, “El caminante y la mula de alquiler”, “El naturalista y las lagartijas”, “El oso, la mona y el cerdo” y “La criada y la escoba”, por mencionar solo algunas.

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no; las autoridades sancionadas en relación al mundo de la preceptiva y la traducción literarias; y, finalmente, la sátira de corte ilustrado que privilegiaba la utilidad sobre la injuria personal. Sin duda, se han dejado en el tintero muchos otros aspectos relativos a temas como la educación femenina, las figuras sociales como los currutacos o las petimetras, el teatro, los cuadros de costumbres, el mundo del impreso y su circulación, etc. No obstante este “ajustado” recorrido, podemos identificar y reconocer a las autoridades intelectuales que contribuyeron, fundamentalmente por medio de los debates literarios, a conformar el bagaje cultural de los que llamamos elites letradas de la Nueva España. Durante este periodo que nos ocupa, como decía al inicio de estás páginas, México formaba parte del Gobierno peninsular, sin embargo este reducido grupo de intelectuales reunidos en torno del Diario de México fue capaz de expresar sus opiniones fuera de los canales oficiales de la sociedad virreinal y abrir una nueva forma de conversación pública. Si bien su patrimonio cultural, como lo hemos aquí expresado, tuvo como fuente la ilustración y el neoclasicismo peninsulares, nuestros hombres de letras buscaron construir un modelo de autoridad moral e intelectual que terminaría por caracterizar a un nuevo sujeto letrado interesado en cumplir nuevas funciones sociales y políticas más acordes a su entorno geográfico (americano) para cimentar el incipit de la literatura mexicana. Concluyamos destacando que la apropiación de las autoridades literarias y culturales españolas por parte de los letrados novohispanos redituó en una asimilación cuya recreación no negó a su madre, pero sin duda originó una nueva concepción cultural más acorde a los tiempos que estaban por venir. Las reformas modernizadoras ocurridas en la Península bajo los Borbones impactaron de manera vigorosa el mundo cultural, político y social de la Nueva España; las elites letradas así nos lo confirman.

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SOBRE LOS AUTORES

GIULIA CANTARUTTI (1946) es catedrática de Literatura Alemana en la Università di Bologna. Sigue dos líneas principales de investigación: formas breves y transfert cultural entre Alemania y “Romània”, en el sentido de H. R. Curtius. Ha estudiado La fortuna critica dell’aforismo nell’area tedesca (1980), Aphoristikforschung im deutschen Sprachraum (1984), la recepción de la literatura moral francesa y española, así como las interferencias entre moral y antropología en el siglo XVIII alemán. Ha publicado, tanto en italiano como en alemán, estudios sobre la prosa ensayística y aforística desde Lichtenberg a Canetti. Fundó en 2001 la colección “Scorciatoie”, en la editorial Il Mulino. Se ha interesado particularmente por la figura de mediadores culturales, como Denina, Bertola, Andrés, G. L. Bianconi, F. Soave, Jagemann, para quienes la actividad periodística es básica. Con Stefano Ferrari (Accademia degli Agiati di Rovereto) ha editado los volúmenes: Il Settecento tedesco in Italia (2001), Paesaggi europei del Neoclassicismo (2007), L’Accademia degli Agiati nel Settecento europeo. Irradiazioni culturali (2007), Traduzioni e Traduttori del Neoclassicismo (2010), Illuminismo e protestantesimo (2010). JOSÉ CHECA BELTRÁN es doctor en Letras por la Università di Bologna y en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Es investigador científico del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC, Madrid), director de la Revista de Literatura, miembro del Conseil Scientifique de la Casa de Velázquez (París-Madrid) y del Comitato Scientifico del Centro Studi sul Settecento Spagnolo (Bolonia). Ha dirigido varios proyectos de investigación internaciona-

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les. Actualmente dirige el titulado “Canon y nacionalismo: lecturas europeas del legado español (1788-1833)”. Ha sido profesor en la Università di Bologna (1982-1987) e invitado en la McGill University de Montreal, la UNAM de México, la Université de Montreal y la Sorbonne Nouvelle Paris-III. Dieciochista, especializado en historia del pensamiento literario y prensa cultural, es autor de numerosas publicaciones. Entre sus libros destacan Razones del buen gusto. Poética española del Neoclasicismo (1998), Pensamiento literario del siglo XVIII español (2004) y Romancero oral de la comarca de Martos (2005). FRANÇOISE ÉTIENVRE es catedrática emérita de Literatura y Civilización Española (siglos XVIII-XIX) en la Sorbonne Nouvelle. Ha asumido la codirección del Centro de Investigación sobre España Contemporánea de dicha universidad, cuyas actividades y publicaciones pueden consultarse en el sitio del Centro (). En su investigación ha sido central la figura de Antonio de Capmany y de su entorno histórico-cultural (edición de Centinela contra franceses, 1988; reed., 2008. Rhétorique et patrie dans l’Espagne des Lumières. L’œuvre linguistique d’Antonio de Capmany (1742-1813), 2001). Entre los demás temas que ha privilegiado en sus publicaciones destacan la historia literaria, la traducción, la fortuna del Quijote en el siglo XVIII, la imagen de España en la Francia de las Luces y la escritura de la Guerra de Independencia. MAURIZIO FABBRI, catedrático de Literatura Española de la Università di Bologna, ha dirigido su interés, preferentemente, a las problemáticas literarias e ideológicas del siglo XVIII español, deteniéndose sobre todo en los siguientes géneros: crítica literaria, poesía épica y lírica, narrativa y literatura testimonial, teatro, literatura de viajes, traducciones, ediciones críticas anotadas de textos inéditos o raros. Sus intereses se han dirigido también hacia otros aspectos y épocas de la literatura española: del siglo XVI ha estudiado, en particular, la épica culta; en el ámbito contemporáneo ha investigado sobre el teatro, la narrativa, el ensayo y sobre las relaciones literarias entre Italia, España y otros países europeos. Desde hace tiempo el profesor Fabbri se dedica al estudio de la formación y de la tipología de soportes e instrumentos lingüísticos: en el ámbito de la lexicografía ibérica ha publicados tres amplias bibliografías de diccionarios, glosarios, listas terminológicas monolingües, bilingües y políglotas que abarcan el dominio lingüístico ibérico.

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Sobre los autores

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FERNANDO GARCÍA LARA, doctor en Filología Románica, es catedrático de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla), donde es vicerrector de estudios de postgrado. Fue vicerrector de la Universidad de Granada. Sus investigaciones se han ocupado de autores y asuntos de los siglos XVIII al XX: novela del siglo ilustrado, literatura erótica, autores del 98 y del 27, etc. Entre sus publicaciones destacan las ediciones críticas de las Obras completas de Ángel Ganivet y de las Obras de Eusebio de Pedro Montengón. PATRIZIA GARELLI es doctora en Materias Literarias por el Alma Mater Studiorum-Università di Bologna (Italia), con una tesis sobre “El teatro de Tomás de Iriarte”, dirigida por el profesor Rinaldo Froldi. Es catedrática de Lengua Española en la misma universidad (Facultad de Ciencias de la Formación). Es directora del “Centro Studi sul Settecento Spagnolo”, fundado por el profesor Froldi y anteriormente dirigido por el profesor Maurizio Fabbri. Pertenece a varias sociedades de hispanistas y dieciochistas. Sus investigaciones se han centrado en la literatura española de los siglos XVIII y XIX. Ha publicado diferentes estudios sobre la recepción de la literatura española en Italia y viceversa: la difusión del melodrama de Metastasio en España a través de numerosas adaptaciones y arreglos, la visión de Italia en la literatura de viaje de los jesuitas expulsos, la recepción italiana de las Fábulas literarias de Iriarte, etc. Entre sus ediciones destacan: El mal hombre de Iriarte, la primera edición crítica de la tragedia Egilona, de Trigueros, así como diversas obras de Bretón de los Herreros. Es autora, además, de varias entradas (Iriarte, Trigueros, Saviñón, Metastasio) del Diccionario Histórico de la Traducción. MANUEL GARRIDO PALAZÓN, doctor en Filología Hispánica y Dottore in Lettere, es profesor titular de la Universidad de Almería. Fue becario del “Colegio de España” en Bolonia. Su ámbito preferente de estudio comprende los siglos XVII y XVIII. Desde la perspectiva de la historia intelectual se ha ocupado concretamente del enciclopedismo jesuítico del siglo XVIII, el conceptismo italiano y español de los siglos XVII y XVIII, la retórica, la historia literaria, etc. Entre sus libros destacan La filosofía de las Bellas Letras y la historia literaria en España (1777-1844) (1992) e Historia literaria, ciencia y enciclopedia en el literato jesuita Juan Andrés (1995).

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MIGUEL ÁNGEL LAMA es profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Extremadura. Ha publicado estudios y ediciones sobre la literatura española de los siglos XVIII y XIX, de autores como Vicente García de la Huerta (Poesías, 1997), Juan Meléndez Valdés (Discurso de apertura de la Audiencia de Extremadura, 1991), el Duque de Rivas (Don Álvaro o la fuerza del sino, 1994), Nicolás Fernández de Moratín (La petimetra. Desengaños al teatro español. Sátiras, 1996, en colaboración con David T. Gies), Nicasio Álvarez de Cienfuegos, Manuel José Quintana o José de Cadalso, sobre quien ha escrito algunos artículos y ha ultimado una edición de próxima publicación (Ocios de mi juventud). ESTHER MARTÍNEZ LUNA es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 1996 se desempeña como investigadora de tiempo completo del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Responsable del Proyecto: “Representaciones, discursos y tradiciones intelectuales del hombre de letras en el ámbito hispánico. Siglo XIX. Estudios y documentación crítica”. Sus publicaciones, tanto nacionales como internacionales, se relacionan con la historia de la prensa y el mundo cultural y literario de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Bicentenario del Diario de México. Los albores de la cultura letrada en el México independiente (2009). A B C Diario de México un acercamiento (2009) y El debate literario en el Diario de México 1805-1812 (2011). JESÚS PÉREZ-MAGALLÓN obtuvo su licenciatura en Filología Española en la Universidad de Barcelona y el doctorado en Lenguas Románicas en la University of Pennsylvania. Es catedrático de Estudios Hispánicos en el Departamento de Lenguas, Literaturas y Culturas de la McGill University. Entre sus publicaciones figuran En torno a las ideas literarias de Mayans (1991), El teatro neoclásico (2001), Construyendo la modernidad. La cultura española en el tiempo de los novatores (1675-1725) (2002) y Calderón. Icono cultural e identitario del conservadurismo político (2011). Recientemente ha dado a la luz las Obras completas de los Moratines (2008) y ha editado La dama duende (2009) y El médico de su honra (2012), de Calderón. Ha editado y coeditado varios volúmenes sobre materias de cultura hispánica. Su investigación se orienta hacia problemas del

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Sobre los autores

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Barroco y la Ilustración, cultura e identidad nacional y apropiaciones del legado cultural, para la que ha recibido numerosas becas. Forma parte del Comité Ejecutivo del proyecto “El Barroco Hispánico”. Colabora regularmente en revistas académicas de Europa y América sobre temas del Barroco, la Ilustración y la cultura contemporánea. Es director de la Revista Canadiense de Estudios Hispánicos; ha recibido el Premio de la Alta Distinción en la Investigación de la Facultad de Artes de McGill y la medalla de la Encomienda de la Orden del Mérito Civil (2010). SILVIA RUZZENENTI, doctorada con lode en Lenguas y Literaturas Extranjeras Modernas (Università di Bologna), está terminando el Dottorato di Ricerca in Scienze della Traduzione/Translationswissen-schaft en la Università di Bologna y la Humboldt-Universität de Berlín, con una tesis sobre la traducción de las formas breves de la literatura alemana contemporánea, desde el ejemplo de Durs Grünbein, de quien ha traducido algunos ensayos para la revista Comunicare y la colección “Scorciatoie” (Il Mulino). Ha publicado en diferentes medios, entre los cuales destacan Euphorion, Rassegna Iberistica, Lumières, Zeitschrift für Germanistik, Annali Queriniani y Forum für Fachsprachen-Forschung (Frank&Timme). OANA ANDREIA SÂMBRIAN, investigadora titular de la Academia Rumana, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de Craiova, Rumania. Sus campos de investigación giran en torno a los estudios de historia cultural, teatro histórico, teatro español del Siglo de Oro y relaciones rumano-españolas. Directora de la revista Hispania felix, la primera revista rumano-española dedicada a la cultura y civilización de la España del Siglo de Oro. Directora y colaboradora de varios proyectos nacionales e internacionales de investigación, coordina desde el año 2008 hasta 2010 un proyecto de investigación dedicado a la evolución de las relaciones rumano-españolas en los siglos XVI-XVIII. Ha impartido conferencias invitadas en las universidades de Alcalá de Henares, Burgos, Navarra, Valencia, Universidad Carlos III, Instituto Cultural Rumano de Madrid. En el año 2012 recibió el premio de calidad para “Artículos de investigación”, otorgado por el Consejo Nacional para la Investigación Científica (CNCS) de Rumania.

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