La terapia Gestalt [1 ed.] 8472451712

¿Cómo y por qué encontramos tan poco satisfactorios el sabor de nuestra vida, nuestras relaciones con el mundo, con los

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Spanish Pages 201 Year 1987

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Table of contents :
ÍNDICE

Prefacio.......................... 7

Primera parte
INDIVIDUO SANO, INDIVIDUO ENFERMO ............. 9

1. En relación directa con lo re a l.................................. 11
2. La huida de lo real........................................................ 22
3. Los mecanismos neuróticos de prevención............. 3
4. Angustia y Gestalts inacabadas .................................... 52
5. La neurosis..................................................................... 65

Segunda parte
RESTAURAR LA UNIDAD DEL SER ..................... 75

1. Reintegrar todas las partes de la personalidad........... 77
2. El trabajo del sueño .............................. 91
3. La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas .................................................................... 99

Tercera parte
CAMPO TERAPÉUTICO, CAMPO DE EXPERIENCIAS ................................................................ 111

1. Aquí y ahora: un grupo ............ 113
2. Los grandes temas ......................................................... 131
3. Él terapeuta ........................................... 145
4. Los diversos campos de aplicación de la terapia Gestalt 153

Cuarta Parte
LA TERAPIA GESTALT: UNA TERAPIA DE PLENO DERECHO.......................................................167

1. Fritz Peris, posible fundador de una “ nueva terapia” ...................................................................169

2. Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt ............ 181

Conclusión. La terapia Gestalt: hacia una modalidd diferente de consciencia................................. 200
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La terapia Gestalt [1 ed.]
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K a i r o s

P s i c o l o g í a

MARIE PETIT La terapia Gestalt

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MARIE PETIT

LA TERAPIA GESTALT

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editorial Kairos Numanda, 117-121 08029 Barcelona

Título original: LA GESTALT Traducción: Agustín López Tobajas Diseño portada: Joanot Gabarró y Agustín Pániker © by Les Editions ESF, 1984 y Editorial Kairós, S.A., 1986 Primera edición: Junio 1987 ISBN: 84-7245-171-2 Dep. Legal: B. 23.557/87 Impresión y encuadernación: Indice, A.G. Caspe, 116 08013 Barcelona Foi ocomposición: Edag, S.A. Llagostera, 34 08026 Barcelona

PREFACIO ¿Cómo y por qué encontramos tan poco satisfactorios el sabor de nuestra vida, nuestras relaciones con el mundo, con los demás y con nosotros mismos? ¿Cómo podemos remediar­ lo? ¿Qué soluciones originales puede aportar a este problema la terapia Gestalt? Esta obra intenta responder a estas preguntas fundamenta­ les. Se coloca deliberadamente en la problemática de una per­ sona interesada tanto en comprender aquello que no funciona en su vida, y deseosa de iniciar un cambio, como de familiari­ zarse con lo que en este proceso pueda aportarle la terapia Gestalt. Ofrece al lector una visión de lo que ocurre en el transcurso de un trabajo de Gestalt y de la forma en que ocurre. Da preeminencia a la experiencia vivida, a los hechos con­ cretos. Desde esta óptica, los fundamentos teóricos de la tera­ pia Gestalt, así como la personalidad de Fritz Péris, su creador, vendrán a completar un conocimiento fundado en el «cómo» más que en el «porqué». El lector podrá informarse de ello al final de la obra, o incluso comenzar por ahí, caso de estar más interesado en la teoría que en las vivencias. El planteamiento que la terapia Gestalt propone de «lo que

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Prefacio no va» y de los medios para arreglarlo, para cambiarlo, está subtendido por algunos conceptos particulares. Para una mejor comprensión de lo que sigue, pasaré a définirlos brevemente. En terapia Gestalt se entiende por Gestalt una relación diná­ mica entre un sujeto y un objeto, otra persona, una cosa, un sentimiento, etc. Esta relación está determinada por una nece­ sidad del sujeto y tiende a la satisfacción de dicha necesidad. Una vez satisfecha la necesidad, la relación deja entonces de existir y puede decirse que la Gestalt está terminada. Si, por una razón cualquiera, la relación no puede llevarse a término, se dice que la Gestalt está inacabada o no terminada. La terminación de una Gestalt inacabada va seguida, en gene­ ral, por una sensación de bienestar, de plenitud. Esto explica que los ejemplos de trabajo en Gestalt que más adelante cito terminen a menudo con un «happy end». La noción de excitación, que también utilizo, precisa de ciertas aclaraciones. Subyace en dicho término el sentimiento de interés apasionado, de vitalidad física y psíquica, tal como puede experimentarse en la excitación sexual. No se limita a este único dominio, pero se entronca con lo que ocurre cuando una persona realiza un descubrimiento importante. Contando con estas informaciones previas, creo que al lector le será fácil abordar lo que sigue.

S

Primera Parte INDIVIDUO SANO, INDIVIDUO ENFERMO

Normalmente, en el curso de su evolución, el ser humano se va haciendo cada vez más autónomo. Aprende a tomar de su entorno aquello que le es necesario para su subsistencia tanto espiritual como material. Encuentra en si mismo su propio sostén. Raros son aquellos que llegan a alcanzar esta autonomía. Las frustraciones de la infancia, el miedo a ser abandonado, el sentimiento de no ser suficientemente amado conducen a reac­ ciones de supervivencia que cuajan en comportamientos repeti­ tivos constituyendo la mayor parte de la personalidad del adul­ to. Éste pierde progresivamente el contacto con la realidad, repitiendo incansablemente los mismos esquemas que le impi­ den encontrar su camino.

1. EN RELACIÓN DIRECTA CON LO REAL La terapia Gestalt, según Frederick Péris, su fundador, tiene como objetivo «desarrollar el proceso de madurez y el potencial humano y reparar los fallos de la personalidad para restituir al individuo su totalidad». Se trata más de favorecer un proceso de crecimiento y toma de conciencia que de curar en el sentido de eliminar un síntoma molesto. tr a s esta noción, una idea motriz: la concepción del ser humano que subyace en la psicología humanista en su conjun­ to. Más allá de la satisfacción de las necesidades primarias (hambre, protección, sexo, etc.) existe una necesidad profunda de realizarse, es decir, de utilizar plenamente las facultades creativas. Éstas no toman forzosamente la forma de la expre­ sión artística, pero pueden expresarse en la manera de encauzar la propia vida, en las relaciones con los demás o con el mundo. La necesidad de realizarse, al igual que las demás necesidades, pasa por el contacto: lo que se vive en las fronteras del indivi­ duo, en el presente y en ninguna otra parte.

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Individuo sano, individuo enfermo

1. EL CONTACTO (con los demás, con los seres, consigo mismo) En sí mismo, el contacto es una paradoja. Desde el corte de nuestro cordón umbilical, hemos dejado la relación simbiótica, relación de fusión con nuestra madre, e intentamos reconstruir­ la desesperadamente. Sin embargo, la consecuencia de la separación con el otro es condición sine gua non del contacto. Es esto lo que Perls llama la doble polaridad de contacto y retirada en el ritmo de la vida. A jo largo de toda nuestra existencia, tratamos de realizar este delicado equilibrio entre unión y separación. Es gracias al contacto como puedo tomar de mi entorno aquello que es necesario para mi crecimiento, tanto en el plano biológico como en el plano mental. Recordemos los «niños lobo» de la India, a los que su total aislamiento del resto de los humanos, había mantenido en un estado de imbecilidad irrever­ sible. , Es retirándome en mí mismo como me doy la posibilidad de integrar, de «digerir», las experiencias precedentes y como doy al deseo la posibilidad de experimentar cosas nuevas, la posibi­ lidad de emerger. «Te veo, te hablo, te toco, te doy, te deseo. Tú y yo, somos nosotros, por un momento. Pero si continuamos demasiado tiempo, nos perdemos el uno en el otro. Ya no hay contacto, sino una fusión que a la larga se hace mortal, puesto que me impide instaurar otros contactos necesarios para mi crecimien­ to. Si quiero vivir es preciso que te deje, nos encontraremos más adelante.» (F. Perls.).

2. LAS FUNCIONES DEL CONTACTO El contacto utiliza las funciones motrices y sensoriales. Éstas son los vehículos, los media del contacto, de la misma forma que la memoria es el médium de las imágenes y los recuerdos.

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En relación directa con lo real Su utilización no es forzosamente la garantía de un buen con­ tacto que desemboque en una experiencia intensa, viva. Puedo tragar perfectamente mi comida en una esquina de la mesa sin estar en contacto con el alimento. Puedo también pasar varias horas con un amigo, oír lo que me cuenta, pero no enterarme de nada, perdido como estoy en la inquietud que me causa la búsqueda de mis facturas para mi declaración de renta. El contacto implica una consciencia activa Ésta me permite definirme como una entidad única en mi percepción de mí mismo, de mi cuerpo, de mis sentimientos, de mis sensaciones, de mi ser. Me permite definir al otro (en el sentido amplio del término, ya sea una persona, un objeto, un pensamiento o una imagen) como una entidad separada con la que puedo entrar en contacto. Hay contacto cuando dos figuras bien diferenciadas, definida cada una por sus propios límites, están unidas en su periferia por una relación dinámica Un ejemplo simple es el de la relación que me une a la manzana que acerco a mi boca con intención de comerla. El contacto tendrá lugar después de que yo haya determinado de antemano los límites de la manzana hacia la que el hambre me impulsa. (Sin duda habré tenido en cuenta su color, olor y todas las características que me permiten identificarla en tanto que manzana = objeto comestible.) Límites de su volumen: es grande o pequeña. Límites de su textura: su piel es lisa o rugosa. Si no lo hago, corro el riesgo de que escape de mis manos. Habré circunscrito también mis propios límites, habré loca­ lizado el lugar de mi boca, habré precisado la dirección de mi mirada para asegurarme de la progresión de . los dedos que sujetan la manzana. . Si el estado de vigilancia que me permite situar claramente la relación entre estas dos entidades distintas, la manzana y yo.

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individuo sano, individuo enfermo es insuficiente, corro un inminente peligro de morderme el dedo, como a veces ocurre. Tanto si el contacto tiene lugar con un elemento del mundo exterior como si lo tiene con un elemento del mundo interior, necesita la intervención de una conciencia activa que sitúe los limites, las fronteras de uno y otro objeto. Estaré en contacto con mi tristeza o con mi dolor de estómago solamente en la medida en que lo haya localizado, identificado, y en que haya aceptado conscientemente su existencia. En esta operación de diferenciar una entidad del resto de su entorno a fin de entrar en contacto con ella, interviene lo que se denomina las fronteras del yo.

3. LAS FRONTERAS DEL YO Retomemos el ejemplo de la manzana. Si he sido educado en un país tropical donde las manzanas son desconocidas, a pesar de mi hambre no correré el riesgo de entrar en contacto con la manzana (de comerla) pues mi pasado no me induce a conside­ rar las manzanas como comestibles. Asi, la historia de cada uno determina con qué se es capaz de entrar en relación y qué clase de contacto puede establecerse. Las fronteras del yo son un resultado del conjunto de las experiencias vividas por una persona. Estas experiencias deter­ minan la gama finita de respuestas que dicha persona puede' aportar a una situación dada, así como el tipo de contactos que a sí misma se permite y constituyen la mayor parte de la perso­ nalidad. Algunos se permitirán un contacto verbal, pero no táctil. Otros buscarán el contacto en vacaciones, pero no fuera de ahí, con personas de raza blanca, pero no con otras. Otros darán preeminencia a la proximidad física, pero serán incapaces de expresar sus sentimientos... Trataré de aclarar la noción de las fronteras del yo mediante un ejemplo tomado de uno de los grupos que personalmente he dirigido.

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En relación directa con lo real Eric procede de una familia de provincias, austera y respetuo­ sa con la autoridad. Es profesor de matemáticas en un instituto parisino. Su objetivo al incorporarse al grupo es explorar y mejorar sus relaciones con los demás, que considera poco satis­ factorias. Su compañera le ha dejado hace algunas semanas y Eric no ha llegado a comprender por qué. Al igual que los demás, al comienzo de la sesión, Eric se pone de rodillas, sen­ tado sobre los talones. Su cuerpo no abandona su rigidez más que para cambiar de posición. Sucesivamente, se sienta de lado, luego en medio loto, después otra vez sobre los talones, dirigien­ do miradas a los lados para comprobar si es observado. A mi pregunta: «¿Cómo te sientes, Eric?» Eric respondió que no estaba habituado a sentarse de esta forma, pero que hacía lo mismo que los demás. A continuación me pidió que hiciera una exposición teórica sobre el trabajo en Gestalt. En aquel momento, intervino uno de los participantes: «¿De qué puede servirte eso?». ERIC: «Me siento más a gusto si puedo conceptualizar lo que vivo. Y además... quizás eso me sirva también para retrasar el momento de entrar en contacto con vosotros.» PARTICIPANTE: «¿Te sientes en contacto conmigo?» ERIC: «No. Realmente no. Me da la impresión de que me juzgáis, de que pensáis que no sé quedarme sentado como voso­ tros. Yo prefiero las sillas... También tengo la sensación de que con todas mis preguntas estoy impidiendo al grupo que comien­ ce realmente el trabajo.» PARTICIPANTE: «Yo me siento en contacto contigo. Me gusta tu mirada... Cuando me miras.»

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Individuo sano, individuo enfermo ERIC: (baja los ojos; su actitud, que se había relajado ligera­ mente se torna de nuevo rígida y murmura): «Me molesta que me digas ese tipo de cosas.» PARTICIPANTE: «¿Como qué?» ERIC: «Como... mi mirada... y todo eso. Tengo la impresión de que no lo merezco.» (Me dirige una mirada implorante.) MARIE: «¿Qué pasa?» ERIC: «Ya no sé qué hacer. Me siento acorralado.» Aquí, las posibilidades de intervenir son diversas. Hacer ex­ plorar a Eric dónde se sustenta su malestar, conduciéndole a lo que experimenta en su cuerpo. Llevarle a enfrentarse al otro participante. Sugerirle que se quede con ese sentimiento de frus­ tración y que lo viva plenamente. Por último, la que yo elegí, considerando que se trataba de su primera participación en un grupo y que era preferible para él que a este romper el fuego siguiera una experiencia gratificante, colocándole en un contex­ to familiar en el que se sintiera a gusto. Le propuse imaginar que el grupo era su clase el día del comienzo de curso y le sugerí que dirigiera un breve discurso a la supuesta dase, hablando de lo que él esperaba de sus alum­ nos, con ocasión de este primer contacto. Tras unos momentos de vacilación, su voz se fue hadendo progresivamente más fir­ me. De pie, recobró vida y movilidad mientras exponía la gran­ deza y la dificultad de las matemáticas y la necesidad de un trabajo continuado en casa. Volvamos a los límites del yo. ¿Qué se observa en el trans­ curso de este trabajo? Eric no se permitió buscar una posición más cómoda. Parece poco consciente de lo que pasa en su cuerpo (a la pregunta «¿qué sientes?» responde de una manera vaga). Adopta ya sea la actitud pasiva del alumno aplicado (imita la postura de los demás, aun considerándola desagradable, por temor a ser juz-

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En relación directa con lo reai gado y pide referir su experiencia a datos teóricos), ya sea una posición de superioridad (la del profesor que tiene a la clase bajo su control). No acepta recibir una valoración positiva que juzga inmere­ cida (me gusta tu mirada) ni aventurarse en una relación perso­ nal (en ningún momento responde a su interlocutor). El conjun­ to de estas informaciones permite definir los límites del yo de Eric. Éstos no le dejan referirse a sensaciones o emociones, sino solamente a lo que piensa, a lo que racionaliza. Puede situarse ya sea en la posición del que enseña o en la del que es enseña­ do, pero su registro de comportamientos está restringido y ello le impide todo contacto en pie de igualdad con otra persona. La terapia Gestalt intentará llevar a Eric a ampliar sus lími­ tes, a experimentar primero en el marco privilegiado del grupo, luego en su vida activa, otros tipos de posibles relaciones, Al igual que Eric, cada uno de nosotros reacciona con un nú­ mero determinado de respuestas a una situación dada. Cuando los límites están muy estructurados, cuando son muy rígidos, el individuo se siente aterrado ante la simple idea de ensancharlos. Teme que sensaciones demasiado vivas, que una excitación demasiado intensa, le coloque en peligro de hacerle literalmente «explotar». La amenaza que representa una ampliación de los límites de su yo provoca reacciones de salvaguardia. Así se explican las rigideces en actitudes pasadas que siguen a un trabajo intenso y liberador, como el crecimiento de la angustia que corresponde a la represión de la excitación creciente susci­ tada por la apertura de otras posibilidades. Imaginemos que yo hubiera sugerido a Eric el volver a la persona con la que había entablado diálogo y decirle mirándole directamente a los ojos:

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Individuo sano, individuo enfermo «Me agrada que aprecies mi mirada y quiero estar en contac­ to contigo.» Verosímilmente, la excitación que en Eric habría provocado esta propuesta (que coincidía con su objetivo inicial; mejorar sus relaciones con los demás) le habría hundido. Ha­ bría sido inhibida y reemplazada por una angustia que habría paralizado a Eric. Las fronteras del yo están inscritas en el cuerpo tanto como en la mente. Es tan «peligroso» para Eric arriesgarse a ún intercambio a nivel de mirada o elegir una postura cómoda, como renunciar a su referencia, a la autoridad del grupo y del terapeuta. Este peligro es doble. Reside por una parte en el riesgo de ser inundado por emociones y sensaciones nunca experimenta­ das y, por otra, de perder su propia estima o la de los demás, si se llega a franquear las barreras que garantizan la constancia de la imagen de si.

4. LA CONSTANCIA DE LA IMAGEN DE Sí Mucho hemos tenido que sufrir para ir construyendo a lo largo de nuestra vida una imagen social coherente. La buena madre. El empleado modelo. El mal chico. La niña lista. El intelectual o el militante político... Para hacerlo, hemos eliminado los comportamientos y con­ tactos que nos parecía no «pegaban» con esta imagen ideal, privándonos así de una cierta cantidad de respuestas creativas. Esta amputación ha tenido sin embargo el mérito de garantizar­ nos la consideración de nuestro entorno (o su rechazo, que es también otra forma distinta de situarnos en función de dicho entorno) y una mejor —al menos así lo pensamos— inserción en,1a sociedad. Es solamente cuando nuestra autocensura llega a ser excesi­ va y se convierte en generadora de conflictos y de angustias, o cuando nuestra pareja rechaza esta imagen estereotipada que le proponemos, cuando nos cuestionamos a nosotros mismos. He aquí cómo se plantea el terrible dilema: 18

En relación directa con lo real «Si me permito cambiar, explorar nuevas posibilidades de comportamiento, nuevos modos de conocimiento, ¿podría afrontar el riesgo, que me aterroriza, de abordar a un descono­ cido? ¿Sería abandonado por Jos que me rodean sí dejo de ofrecerles la imagen a que están acostumbrados?» Por miedo a quedar hundidos o a ser rechazados, la mayor parte de nosotros renuncia a utilizar los medios de que dispone. Así, se mira sin ver, se oye sin entender, se habla sin signifi­ car, y se pasa la mayor parte del tiempo de vida sin vivirla. Algunos acontecimientos conducen excepcionalmente a in­ terrumpir las funciones de contacto. Por ejemplo, he podido tom ar la decisión de no sentir ple­ namente la azotaina inflingida por mi padre, o mirar sin ver realmente en toda su intensidad el desamparo del caballo caído entre los varales y al que el arriero intenta poner en pie a fuerza de latigazos. Me he evitado así un sufrimiento inútil. Pero si el temor al sufrimiento me lleva a renunciar al pleno ejercicio de mis facultades de contacto, perderé lo que me ancla en mí mismo y en el mundo. Ya no conoceré ni alegría intensa ní pena profunda, ni color ni oscuridad, ni a mí mismo ni al otro. Inmerso en el ambiente grisáceo que me rodea y del que formo parte, no distinguiré ya mi dimensión de estar-en-el-mundo, no separaré lo real de lo imaginario y cuanto más se con­ fundan ambos, más tenderé hacia la enfermedad mental. Enfermedad mental que Perls definía, no como una entidad mórbida, sino como la disfunción en grados más o menos im­ portantes de las facultades de relación tanto con el mundo como consigo mismo.

5. LA RETIRADA Las dificultades de relación con el mundo no solamente atañen a las funciones de contacto: miedo al rechazo, miedo al engullimiento, sino también a la función de retirada: función que autoriza, una vez satisfecha la necesidad, a alejarse de su objeto, a retomar la medida de su ser, la consciencia de su

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Individuo sano, individuo enfermo totalidad, consciencia que permitirá ocupar su lugar a un nuevo proceso de contacto. Desde su más tierna infancia, la necesidad de retirada que experimenta el aprendiz de hombre se encuentra severamente criticada por su entorno. «¡Ven aquí! ¿Dónde estás? ¿Dónde vas?», puntúan las más inocentes exploraciones del bebé en edad de caminar. «Jamás abandonará a su querida mamá», dice la madre al pequeño. «¡Así que ya no quiere a su yaya!», reprocha la abuela al niño que rechaza las carantoñas para marcharse a jugar con sus cochecitos. «Acaba la sopa, come tu puré», gritan las personas mayores al pequeño que ya no tiene hambre y quiere abandonar la mesa. Y, como se es amable, un poco temeroso y no se quiere hacer daño a nadie, uno «se pega» a su mamá, a su abuela, a su puré y más tarde a su cónyuge. ¡Cuántos habrá que reconocerán este diálogo!: «Tengo ganas de estar solo. —¡Ay, ya no me quieres!» De esta dificultad de retirada nacen el cansancio, el aburri­ miento, el hábito en lo que tiene de más mecánico: el alimento ingerido sin ser saboreado, los paisajes mirados sin ser aprecia­ dos, la promiscuidad que no permite el encuentro, el acto sexual como repetición compulsiva y no como apertura al otro. Un ejercicio corrientemente utilizado en terapia Gestalt pone de evidencia esta dificultad de retirada que tienen la mayor parte de las personas. Se practica cara a cara y ésta es la consigna: Cuando quieras entrar en contacto con tu pareja, dices «sí» en voz alta y abres los ojos. Cuando no desees el contacto, dices «no» y cierras los ojos. Esta consigna es válida para todos. Si el contacto de las miradas provoca ya dificultades (cito aquí los comentarios de los participantes): «...Tengo la impresión de que me juzgas... ...Tu mirada me parece vacía... 20

En relación directa con ¡o reai ...No estás presente... ...Veo cólera en tus ojos...» La ruptura del contacto se acompaña de una intensa culpabi­ lidad: «...Me las arreglo siempre para decir también “ no” cuando tú lo dices, así estoy seguro de que no pensarás que me siento apenado por el hecho de que te hayas negado al contacto... ...No puedo decir “ no” , tengo miedo de herirla... ...He mantenido los ojos abiertos todo el tiempo, aunque con frecuencia haya sentido deseos de cortar el contacto... ...Cuando has dicho “ no” , he sentido fuertes deseos de llo­ rar...» Es sin embargo en la toma de conciencia de su necesidad de contacto o de retirada (ya sea diferida o realizada, según las circunstancias) como una persona puede restaurar su unidad. En el caso contrario, utilizará una parte importante de su energía para bloquear, por ejemplo, su deseo de retirada y encontrarse escindida en dos partes: la que quiere alejarse y la que se lo prohíbe. Es el caso de la persona que he citado precedentemente y que mantenía los ojos abiertos de forma permanente.

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2. LA HUIDA DE LO REAL Sin ser conscientes de ello, utilizamos todos los procedimien­ tos que nos permiten evitar lo real, separarnos de nuestras "emociones y sensaciones, huir al contacto y refugiarnos en el pasado o en el' futuro..

1. EN OTRO LUGAR Y MAÑANA A fin de poner en evidencia hasta qué punto estos procedi­ mientos de prevención son a la vez familiares o inconscientes, relataré aquí media hora de la vida de un hombre semejante a cualquier otro, A primera vista, todo lo que sucede en este relato es banal, cotidiano. Podría tratarse de ti... o de mí... ¡Y sin embargo...! 7,30 h. Marc se levanta, Laurence prepara el desayuno. Marc le da rápidamente un beso en la mejilla mientras piensa: («Debo darme prisa, sólo tengo diez minutos para arreglarme. Laurence y los niños van a utilizar el cuarto de baño.») 7.45 h. Marc se afeita. Sus manos proceden por sí mismas a la operación: agua caliente, crema de afeitar, cortes precisos de la navaja. Demasiado ocupado en vigilar en el espejo la buena 22

La huida de ¡o real marcha de las operaciones, no repara en las diferentes sensacio­ nes sobre su piel. Grita al aíre: «Laurence, otra vez te has olvidado de ir a buscar mi traje a la tintorería.» Desde la cocina, una voz irritada le responde: «De todas formas, no te hace falta. Puedes ponerte el de pana.» Marc está disgustado. Un gesto brusco con la mano y se hace un pequeño corte. («Mierda, mierda, jamás es capaz de hacer las cosas como es debido. Esto no puede seguir así.») Empapa con un algodón mojado en alcohol la gota de sangre que chorrea («¡Ah, cómo escuece!») 8.00 h. Marc entra en la cocina. Laurence y los niños han terminado de desayunar. «¿Qué tal, niños? Stéphane, ¿han Ido bien tus matemáticas?» Sin escuchar la respuesta de su hijo, Marc traga distraídamen­ te su café y mastica a toda prisa una tostada, («¡Oh, Dios, el informe Muller! ¡Con tal de que me dé tiem­ po a prepararlo antes de la reunión de las diez!») «¡Papá, papá!» «¿Qué pasa?» («Siempre lo mismo; este niño tiene la habili­ dad de encontrar siempre algún motivo para hacerme llegar ’ tarde.») «¿Podrás echarme una mano esta tarde para hacer la maqueta?» «Ya se verá. Tu madre y yo tenemos que ir a ver a la abuela.» Laurence interviene: «Oh, Marc, hay una buena película en la tele. Podríamos dejarlo para mañana.» «No. Se sentirá decepcionada si no pasamos hoy. Después de todo, madre no hay más que una; bien se merece algún pequeño sacrificio.» «Bueno, como tú quieras». Laurence, entrechocando las ta­ zas en la pila, añade: «Otra cosa: ¿has pensado en pagar el teléfono?» «No, pero éste no es momento de hablar de ello. Tengo que marcharme, ya voy con retraso,» Todos hemos estado en contacto con alguna experiencia si­ milar. La hemos visto en el cine, la hemos leído en una novela o la hemos experimentado en nuestra vida cotidiana. Parece 23

Individuo sano, individuo enfermo completamente anodina. Sin embargo, s¡ se examina más de cerca el comportamiento de Marc y su familia, si se delimita cada uno de los pequeños hechos que constituyen la secuencia, se observa que en el transcurso de esta media hora se han utilizado sucesivamente la mayor parte de los procedimientos que permiten abandonar el «aquí y ahora» y evitar el contacto consigo mismo. Veamos: Marc da un beso a Laurence en la mejilla, mientras piensa: («No tengo más que diez minu­ tos.»)

Marc se proyecta en el futura y evita así, a pesar de las aparien­ cias, el contacto real con Lau­ rence.

Marc se afeita, Sus manos pro­ ceden por sí mismas a la opera­ ción.

Ha perdido el contacto con su sensorialidad. Su imagen proyec­ tada te sirve de referencia y le pa­ rece más fiable que los mensa­ jes que le ofrecen sus sentidos.

Grita al aire.

Evita la confrontación.

«Laurence, otra vez te has ol­ vidado de ir a buscar mi traje a la tintorería.»

Marc expresa su frustración de forma indirecta. Suscita así, en respuesta, el sentimiento de cóle­ ra de Laurence, que alimentará la suya propia,

«De todas formas, no te hace falta. Puedes ponerte el de pana.»

Laurence no responde a la pre­ gunta ya de por sí indirecta de Marc. Prefiere dar una orden que reforzará el sentimiento de opre­ sión de Marc.

Marc está disgustado.

Un gesto brusco con la mano y se hace un pequeño corte. 24

No tiene en cuenta el senti­ miento de cólera nacido en esta confrontación indirecta que él mismo ha suscitado. Vuelve contra si mismo la có­ lera difusa que siente hacia Lau­ rence (retroflexión).

La huida de lo real («Mierda, mierda, jamás es capaz de hacer las cosas como es debido.»)

Luego le atribuye la responsa­ bilidad de su propia torpeza.

(«Esto no puede seguir así.»)

La vaguedad de la propuesta le permite distanciarse de sus sen­ timientos.

Empapa con un algodón mo­ jado en alcohol la gota de sangre que chorrea («¡Ah, cómo escue­ ce!»)

Las sensaciones corporales de Marc son casi inexistentes. Tan sólo el dolor del corte le pondrá en contacto con ellas.

Entra en la cocina: «¿Qué tal, niños? Stéphane, ¿han ido bien tus matemáticas?»

La pregunta no espera ningu­ na respuesta y no implica ningún deseo verdadeto de comunicar.

Marc traga distraídamente su caté y mastica a toda prisa una tostada.

Marc no está en contacto con el alimento. Se trata de una ope­ ración totalmente mecánica que no genera satisfacción alguna.

(«¡Oh Dios, el informe MuHerí ¡Con tal de que me dé tiem­ po a prepararlo antes de la reu­ nión de las diez!»)

Se proyecta de nuevo en el fu­ turo.

«¡Papá, papá!» «¿Qué pasa?» («Siempre lo mis­ mo; este niño tiene la habilidad de encontrar siempre algún mo­ tivo para hacerme llegar tarde.»)

De nuevo, Marc huye ame el contacto. Justifica su huida me­ diante una generalización referi­ da al pasado.

«¿Podrás echarme una mano...?» «Ya se verá. Tu madre y yo te­ nemos que ir a ver a la abuela.»

Marc evita responder de forma directa. Utiliza un pronombre impersonal que no le compro­ mete. 25

Individuo sano, individuo enfermo «Oh, Marc, hay una buena pe­ lícula en la tele, ¿no podríamos ir mañana?»

Laurence no asume la responsa­ bilidad de su deseo de ver la pelí­ cula.

«No. Se sentirá decepcionada si no pasamos hoy.»

Marc atribuye a su madre su propia decepción de renunciar eventualmente a verla.

«Después de todo, madre no hay más que una; bien se merece algún pequeño sacrificio.»

Se trata de una introyección. Marc ha hecho suyo un adagio familiar sin haber puesto nunca en cuestión su valor obje­ tivo. Esta frase tiene para él un valor de ley.

«Bueno, como tú quieras.» Laurence entrechoca las tazas en la pila.

Laurence evita la confrontación. Vuelve contra los objetos la có­ lera que experimenta contra Marc (deflexión).

«Otra cosa: ¿has pensado en pagar el teléfono?»

Nueva deflexión, Utiliza su pregunta para manifestar de nue­ vo su desacuerdo con Marc.

Al igual que Marc, perdemos el contacto con el jugo de la vida, nuestro potencial energético. Nos sentimos divididos, nos sentimos a disgusto. Proyectamos sobre los demás nuestras an­ sias, nuestros miedos. Nos anexionamos, sin haberlas asimi­ lado, nociones que nos son ajenas. En resumen, estamos en­ fermos. Una de las premisas de nuestra curación es la toma de con­ ciencia de los procedimientos que utilizamos para huir de lo inmediato, del aquí y ahora de nuestra experiencia.

2. LA PÉRDIDA DE CONTACTO CON EL ENTORNO La dificultad de experimentar la realidad Por medio de ejercicios muy simples, Perls demuestra en su 26

La huida de io real obra Gestalt Therapie hasta qué punto es difícil concentrarse sobre lo vivido «aquí y ahora». Un ejercicio familiar a la Gestalt consiste en describir aque­ llo de lo que se es consciente en el momento presente. Tras un cierto número de respuestas no adaptadas a la con­ signa, como por ejemplo: «Soy consciente de que mi padre me ha maltratado terrible­ mente.» (Se trata de un juicio relacionado con el pasado y no con el aquí y ahora de la persona en el grupo...) «Soy consciente de que Jean se refiere aún a su experiencia de la semana pasada» (misma observación). «Soy consciente de que no he terminado de corregir mis ejercicios.» (Proyección hacia el futuro, mal vinculada con la experiencia vivida en el presente. La observación pertinente sería: «Soy consciente de la angustia que siento aquí y ahora al pensar que no he corregido mis ejercicios.») Se llega a respuestas más centradas en las sensaciones ac­ tuales; «...Soy consciente del peso de mis nalgas sobre los talones... ...Soy consciente del rayo de sol que pasa por la ventana... ...Soy consciente de lo que pienso, de lo que va a ocurrir ahora mismo... ...Soy consciente de los latidos de mi corazón, del sudor de mis manos...» ■Se observará la alternancia del material registrado por los exteroceptores (órganos sensoriales que ponen en relación con el mundo exterior) y el suministrado por los interoceptores (órganos sensoriales que ponen en contacto con las vivencias internas). Esta alternancia en la experiencia prefigura lo que Perls denomina el contacto y la retirada en el ritmo de la vida, que consiste en un equilibrio entre los momentos de contacto con el mundo exterior y los de retirada hacia el mundo interior, lo que constituye un importante factor en el equilibrio del ser humano. Estas experiencias son banales. Es esta misma banalidad lo 27

Individuo sano, individuo enfermo que rechazamos, al no coincidir apenas con la imagen ideal que nos hemos forjado de nosotros mismos; para satisfacerla, pre­ ferimos complacernos con una serie de imágenes mentales más halagadoras. Citaré aquí el testimonio del componente de un grupo, que, en mi opinión, aclara bien esta noción: «¿Qué me ha proporcionado (la Gestalt)? Mucho a nivel de las pequeñas cosas. Antes, buscaba grandes emociones, grandes sensaciones, grandes ideas. Las encontraba siempre demasiado pequeñas. He ganado una especie de sutilidad. Un poco como si en lugar de funcionar en blanco y negro, hubiera llegado a sensibilizarme a toda la gama de los grises.»

El apego a los propios estereotipos De una vez por todas hemos atribuido un lugar definitivo en d mundo a los objetos, a las personas y a nosotros mismos. Una mesa es un mueble sobre el que se escribe o se come. Hemos olvidado que una mesa es también algo plano de una materia dada: metal, madera o plástico, sostenido por patas. Que se la puede volcar, darle la vuelta, ocultarse tras ella, utilizarla como escudo o como ariete para abatir una puerta. Que puede ser un nicho, una cabaña. Que es también un volu­ men en el espacio, una mancha coloreada en el entorno, una materia que ofrece sensaciones visuales, táctiles, olfativas, etc. Toda manera de percibir en una mesa algo distinto al soporte tic nuestra comida o de nuestros escritos amenaza la integridad de nuestra representación del mundo. Ocurre lo mismo con relación a los otros o a nosotros mis­ mos, Los hemos asignado un lugar, una función, un carácter, todo ello bien definido, y nos es extremadamente difícil salir de tales estereotipos. A causa de nuestra rigidez mental, nos privamos del contac­ to con los múltiples aspectos de nosotros mismos y también de dar respuestas creativas a los problemas que se nos plantean y

La huida de lo real a Jos que nuestra personalidad estereotipada puede no ser capaz de responder. Un ejemplo ilustrativo de este estado de cosas nos lo propor­ cionan las primeras respuestas de los participantes en un semi­ nario hacia la iluminación1. Ante la pregunta: «¿Quién soy yo?», se desvelan progresivamente los múltiples aspectos de ta persona. A la representación social: «Tengo treinta y dos años, estoy casada, tengo dos hijos, soy ayudante de laboratorio», sucede rápidamente una expresión más libre: «Soy una mujer... una hormiga en el camino... una brizna de hierba llevada por el viento... ansiedad pura inclinada sobre la cuna de mi hijo en­ fermo... soy la alegría... la llama... también la tristeza...» Esta mujer podrá reconocer la parte gozosa y poética de su personalidad, habitualmente disimulada bajo su personaje social.

La desmovilización sensoriai Los sentidos son los medios que tenemos para comunicarnos con el mundo. Las informaciones que nos ofrecen nos permiten desmenu­ zar las cosas y después recomponerlas de nuevo en un todo. Esc todo tomará una coloración negativa o positiva, según nuestras necesidades. Constituirá el objeto del que nos alejaremos o hacia el que nos acercaremos. Se puede explicar en parte la utilización más que parcial que hacemos de nuestros sentidos por tas imposiciones a que hemos estado sometidos en nuestra infancia: «No toques..., no te metas eso en la boca..., no te subas a la silla..., ¿quieres tirar eso?, ¿quieres dejar de mirar?» Estas prohibiciones familiares son tan bien asimiladas que 1. Véase: Jacques de Panafíeu, L 'Illumination intensive (París, Reír. 1979).

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Individuo sano, individuo enfermo llegamos a considerar la utilización de nuestros sentidos como sospechosa, limitándola al máximo. Esta inhibición se verá reforzada en la edad adulta por el código social en vigor: — Prohibición de mirar a los ojos a la persona que os dirige la palabra. — Prohibición de tocar a alguien, salvo si es realmente ínti­ mo; «Oh, perdón», se dice a quien se ha rozado por descuido en la calle, — Prohibición de concentrarse en el placer de la comida cuando se está en sociedad, etc. El resultado de esta desmovilización de nuestros sentidos es que ya no sabemos orientarnos. No llegamos a determinar ni en nosotros n¡ fuera de nosotros, lo que se destaca precisamente como objeto de nuestra necesidad aquí y ahora. Al censurar nuestros sentidos, renunciamos a la intensidad del contacto para acabar viviendo en un mundo totalmente gris.

La negativa a focalizar la atención En nuestra sociedad, la idealización de la atención, es decir, la concentración, es considerada como un esfuerzo coercitivo, como algo que uno se obliga a hacer. Es el reino del terrible «hay que», que escinde la personali­ dad en tres partes: la que ordena, la que se aplica y se esfuerza y la que se siente llamada por una actividad más atrayente. El resultado es que la energía dividida en esta lucha tripartita se pierde y la persona $e ve abocada a una situación de fatiga difusa, de tristeza general, que le hace perder todo interés en la tarea propuesta. De forma muy evidente, la vida social exige un cierto núme­ ro de «hay que» a los que estamos obligados a plegarnos, pero la mayor parte de las veces ejercemos esta coerción sobre noso­ tros mismos cuando ello resulta innecesario. Es muy difícil ir en contra de las leyes propuestas por el entorno. 30

La huida de lo real Hay que ser puntual. Hay que comer correctamente. No hay que rozarse con los demás. Hay que amar al prójimo, etc. En su deseo de conformidad, la persona renuncia a identifi­ car su necesidad propia y a satisfacerla, y se comporta como un robot bien programado. Pierde contacto con la concentración espontánea, aquella que nace de la excitación de satisfacer una necesidad, un interés, y que no precisa más esfuerzo que per­ manecer en contacto con ese sentimiento de excitación. Se vuel­ ve incapaz de utilizar su atención de otra forma que en el contexto de su personalidad dividida.

La palabra: mensaje trucado o mensaje truncado La palabra, función específica del ser humano, al expresarse concreta la conciencia que tenemos de lo que nos emociona, nos conmueve, y sintetiza la suma de nuestras experiencias. Véhicula hacia el otro la expresión de la totalidad de nuestro ser. Es a través de ella como podemos conocernos. Sin embargo, en lugar de expresar (etimológicamente: de sacar hacia afuera) la realidad de lo que somos, de lo que pensamos, la palabra nos sirve muy a menudo de pantalla, de barrera que levantamos contra nosotros mismos y contra los demás. Veamos los principales artificios a que recurrimos para des­ viar la palabra de su función primitiva. Hablar del otro en tugar de hablar de si mismo Muchas conversaciones conducen a un sentimiento de aisla­ miento, de decepción; no expresan directamente ni el sentimien­ to ni la experiencia del que habla, sino que vehiculan una serie de sentencias acusatorias. Veamos: —¿Te ha gustado la obra de teatro? —Bah, he venido más que nada por complacerte. —Sin embargo bien te reías cuando entró el marido... 31

individuo sano, individuo enfermo —¿Y tú? No has dejado de mirar a la chica de la fila de delante, —Estás soñando. ¿Qué querías? ¿Que me cambiara de sitio para que ella no estuviera en mi campo visual? —No te hagas el inocente. Sabes perfectamente que tengo razón. —¡Siempre te las arreglas para hacer un drama de cualquier cosa! En esta conversación, cada uno de los protagonistas devuel­ ve al otro su propio sentimiento de frustración. La utilización de la primera persona habría permitido a cada uno tomar la responsabilidad de sus sentimientos y hubiese conducido a un diálogo más constructivo. —Te siento inquieta y poco satisfecha de la velada. —Es cierto, no me gusta mucho el teatro. Y además estaba celosa de esa chica a la que mirabas. —Para mí es importante mirar lo que tengo ganas de mirar. En cuanto al teatro, si quieres, serás tú quien decida lo que hacemos la próxima vez que salgamos. (O bien: «Me inte­ resa mucho el teatro; si te aburre acompañarme, iré con mis amigos.») Codificar los mensajes Existen muchas formas de distanciarse de las informaciones que se desea emitir. La principal ventaja de esta actitud es que libera a la persona de la responsabilidad de lo que enuncia y la separa de la carga emocional de lo que se dice. 1, Hablar de s i mismo como si se hablara de otro: «Cuando llevas veinte años casado, no encuentras el mismo placer en despertarte al lado de tu cónyuge.» Se trata, sin duda, de la experiencia personal del que habla y de la que se distancia por este medio.2 2, Utilizar el modo impersonal: «...Se debe tener cuidado de no abrir la puerta a cualquiera... Hay que hacer deporte todos los días si quiere uno mantenerse en form a...» Por este 32

La huida de ío rea! procedimiento, comparable al anterior, la persona se aísla de la emoción que está probablemente vinculada a un episodio de su vida en el curso del cual acogió a una persona no grata. De la misma forma, dicha persona oculta tras la segunda proposición el estado de malestar físico que su vida sedentaria le ocasiona. 3. La falsa implicación: Toma la apariencia de una experiencia personal que se presenta a su interlocutor. Se trata en realidad de una orden disimulada. «Es locura lo que siento si no te veo todos los días» (sobreen­ tendido: «Quiero verte todos los días.») «Me siento cansada de sólo pensar en toda esta vajilla» (sobreentendido: «¿No querrás fregar tú la vajilla?») Estos mensajes que no implican respuesta directa bloquean la comunicación. Suscitan en el otro un sentimiento de culpabi­ lidad que aumenta la dificultad de comunicar. Desmentir la palabra con la postura Conservamos de nuestra infancia el temor a expresar nues­ tras emociones. Cuando nos arriesgamos a ello, combinamos nuestro discurso con una mímica destinada a convencer al otro de que no estamos tan furiosos como queremos decirle, que esto no es grave, que pasará, etc. Es la sonrisa fuera de lugar que acompaña a la reflexión: «Realmente, no me gusta que hayas dudado de mi palabra sin hablarme de ello», sonrisa que, con la costumbre, se convertirá en un estereotipo y ocultará toda emoción con su presencia. Es también el caso de una persona muy tiesa, con los brazos rígidos a lo largo del cuerpo y la cabeza ligeramente echada hacia atrás, que dice a otra: «Naturalmente que te quiero», cuando su actitud expresa frialdad o incluso rechazo. Resultado: una gran confusión. ¿Qué se debe creer? ¿La sonrisa, signo habitual de distensión, de buen humor, o el tono cortante de las palabras pronunciadas? ¿Las palabras tiernas o la actitud que las desmiente? 33

Individuo sano, individuo enfermo Sofocar la palabra emocional Por medio de las vibraciones de nuestra voz, transmitimos a los otros y a nosotros mismos informaciones sobre nuestro estado emocional. Las resonancias del lenguaje de las emocio­ nes tiñen nuestro discurso: ruidos roncos y convulsivos de la pena, sonidos temblorosos del miedo, ritmo jadeante de la sorpresa, explosión sonora o modulaciones musicales de la ale­ gría... Estas palabras coloreadas por la emoción, estas palabras que vibran, gimen, se desgarran, se encuentran severamente censu­ radas. Están demasiado alejadas del lenguaje normal con su estructura regular y su elocuencia controlada. Amenazan nues­ tro autocontrol, la buena opinión que de nosostros mismos tenemos. Así nos privamos de la palabra emocional, de esa «función natural del lenguaje que simultáneamente puede descargar las emociones y elaborar su significado»1. Preferir la jerga a la expresión simple de la realidad A medida que el lenguaje se hace más complejo, las palabras pierden su riqueza emocional en beneficio del marco conceptual que les subyace. Un lenguaje tal facilita la comunicación cien­ tífica y la investigación, pero, cuando se refiere a la experiencia sensible de una persona dada, reduce su coloración emocional para no dejar subsistir más que su aspecto abstracto. Se recurre entonces a una jerga que erige una barrera de palabras comple­ jas entre lo que es vivido por el sujeto y lo que expresa. Cada época tiene su jerga. Desde los «humores hipocondría­ cos» del siglo xvii hasta la «actualización del potencial latente» del nuestro, siempre se trata de lo mismo. Los grupos de terapia no escapan a este defecto. Se viven ahí «experiencias muy fuertes», que, a pesar del tono profundo con que se pronuncie la frase, aclaran bien poco sobre la experienI. J. Liis, Débloquez vos émotions, Tchou.

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La huida de lo real cia en sí misma. Se está «groundé», lo que significa que se sienten los pies en el suelo y la unidad del cuerpo de uná forma viva, cálida... Al igual que en otros medios, imperan «la genitalidad, el complejo de castración», etc. ¿Pero no se está más despegado de la realidad si uno se atribuye «un complejo de Edipo mal integrado» que si se con­ fiesa: «Me siento todavía terriblemente dependiente del amor de mi madre»? Parlotear mentalmente La verborrea, una fea palabra para designar el cólico verbal que afecta a ciertas personas. Hablan, hablan, hablan, formu­ lan ellas mismas las preguntas y las respuestas, reactivando permanentemente su discurso. Su palabrería incesante les aísla de lo que ocurre, de sí mismos y de los demás, no existiendo más que a través de su producción sonora casi incesante. Estamos aquejados de verborrea mental, acosados por pen­ samientos mal articulados, sin consistencia, no concluidos, que parasitan nuestra mente. Consideramos este «ruido» como una manifestación de la conciencia. De hecho, no es nada de eso, su función principal consiste en proyectarnos parcialmente hacia el futuro sin colocarnos en él y en desviarnos del aquí y ahora.

Las defensas Estos medios de evitar el contacto con lo real son lo que la Gestalt denomina defensas. Son síntomas de un conflicto inte­ rior entre el deseo de «ir hacia» y la prohibición de satisfacerlo. I.a meta del trabajo en Gestalt es transformar ese conflicto interior exteriorizándolo, hacer tom ar conciencia a la persona de los aspectos contradictorios de lo que, finalmente, la inmo35

Individuo sano, individuo enfermo viliza, la bloquea. Podrá entonces reconocer e integrar sus con­ trarios, liberar la energía que se estanca en el conflicto no consciente y tomar la responsabilidad de sus decisiones. Para una mejor comprensión, cada uno de los métodos de prevención citados ha sido aislado de su contexto. Las manifes­ taciones corporales emocionales e intelectuales de las resisten­ cias han sido tratadas por separado. Conviene no olvidar que el ser humano es un todo y que la dicotomía entre cuerpo y espíritu no corresponde a la realidad de un ser indivisible, lo mismo que una defensa no toma un aspecto específicamente somático, sino que está siempre asociada a lo emocional y lo mental. Una defensa que se expresa en la rigidez de la postura, en la frialdad de la voz, tendrá su equivalente en una prevención a nivel de la palabra: empleo de pronombres impersonales, refe­ rencia a lugares comunes, y estará acompañada de una intelectualización furiosa, así como de una imposibilidad de experi­ mentar e identificar las emociones. Los procesos de prevención del contacto, de huida del aquí y ahora que hasta aquí hemos visto, representan solamente una parte del vasto abanico que se nos ofrece para aislarnos de lo real y de nuestra verdadera personalidad. A éstos se añaden procesos complejos como son la proyección, la retroflexión, la confluencia y la deflexión. Serán el objeto del próximo capítulo.

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3. LOS MECANISMOS NEURÓTICOS DE PREVENCIÓN Trataremos ahora de los procesos repetitivos que todos uti­ lizamos para sustraernos al dolor. Dolor que se resume la ma­ yor parte de los casos en el hecho de ser rechazado, no amado; hipótesis tan aterradora que no es posible arriesgarse a lo que ella implica. Estos procesos tienen su origen en un comportamiento infan­ til, justificado en su momento, pues los medios de que el niño dispone no le permiten actuar de otra forma. Son legítimos en la edad adulta cuando se trata de una situación excepcional en la que pueden constituir la respuesta más adecuada, pero son patológicos cuando se utilizan de manera crónica y repetitiva. Para mayor claridad, los trataremos por separado, aunque no se los suele encontrar en estado puro, sino íntimamente mezcla­ dos los unos con los otros. Son los siguientes; proyección, deflexión, introyección, retroflexión y confluencia.

1. LA PROYECCIÓN Y LA DEFLEXIÓN Jim Simkim observa en The H andbook o f Gestalt Therapy que «desde los tiempos de Freud, parece que la represión ha 37

individuo sano, individuo enfermo sido la defensa más utilizada. Mi propia experiencia clínica me lleva a expresar que la proyección es con mucho la defensa que con mayor frecuencia encontramos». La proyección consiste en atribuir a los demás los sentimien­ tos y deseos propios. Se trata en general de sentimientos o deseos «vergonzosos» (agresividad, cólera, pulsión sexual), que no se quieren reconocer como propios, pues no coinciden con la imagen ideal que se tiene de sf. La proyección es en sí un mecanismo útil. Es proyectándo­ nos en el porvenir como podemos estructurar nuestro presente; es atribuyendo al otro las cualidades que le prestamos, como encontramos la fuerza y el deseo de descubrir realmente quién es él, Pero cuando la proyección deja de ser utilizada temporal­ mente y en circunstancias particulares, cuando es utilizada de forma persistente e inadecuada, se convierte en neurótica. Alain es un solitario. Desconfía de los que le rodean e in­ terrumpe sistemáticamente toda relación amorosa. Se queja de que las chicas exigen demasiado de él: demasiadas deferencias, demasiadas atenciones, demasiada confianza, demasiada ternu­ ra. Poco a poco, la terapia le permitirá descubrir su necesidad de un intenso soporte afectivo y podrá expresarse entonces de la siguiente forma: «No he sido bastante amado y tengo tanto miedo de ser abandonado que, en lugar de poner al descubierto esta carencia, prefiero suponer que tü no has sido bastante amada y tienes miedo de ser abandonada.» Tomará, pues, con­ ciencia de que atribuye a otro su necesidad de ser amado y tranquilizado. Todos utilizamos frecuentemente la proyección en nuestra vida cotidiana, con la intención no confesada de eludir la res­ ponsabilidad de nuestros sentimientos o deseos. Pregunto a mi pareja si no tiene ganas de ver una película, en lugar de comu­ nicarle mi propio deseo de ir al cine. Supongo que la Sra. X me encuentra antipático, cuando en realidad soy yo quien no la aprecia, etc. 38

Los mecanismos neuróticos de prevención En general, el uso de la proyección se hace de manera com­ pletamente inconsciente. Todos conocemos mujeres que se com­ portan de forma perfectamente seductora, lamentándose conti­ nuamente de ser blanco de solicitudes por parte de los hombres. Proyectan sobre ellos la intensidad de un deseo sexual que les es imposible reconocer en si mismas, en virtud quizá de una prohibición familiar (una mujer no tiene deseo sexual), de una incompatibilidad con la imagen desencarnada, pura, que se hacen de sí mismas, o del temor de una concreción a la que temen. He aquí el fragmento de un trabajo de Gestalt que pone en evidencia el fenómeno de la proyección. Martine es una chica bonita y tímida que debe pesar unos cincuenta kilos completamente vestida. En el curso de ün traba­ jo en diada, es decir, de dos en dos, se encuentra enfrente de René, un chicarrón alto, de un metro ochenta y cinco, con una gran barba negra y una risa atronadora. La consigna es tomar conciencia de lo que ocurre en el transcurso del cara a cara y manifestarlo al otro. Martine, frente a René, ataca: «René, tú me das miedo.» RENÉ: «?» MARTINE: «Me das miedo. Te siento brutal» (advirtamos la utilización de la palabra «sentir» para enmascarar un juicio). «Me da Ja impresión de que, si quisieras, me dejarías tan aplastada como un lenguado.» TERAPEUTA: «Continúa, Martine.» MARTINE: «Eres grueso. Eres fuerte. Tienes los brazos pe­ ludos. Me recuerdas a mi padre» (se calla). TERAPEUTA: «¿Qué ocurre?» MARTINE: «Ocurre que no es miedo lo que siento, sino cólera.» TERAPEUTA: «Explica a René lo que sientes.» MARTINE: «Siento una cólera ardiente, apasionada, que sube por mi vientre. Te detesto. Soy yo quien quisiera aplastar­ te, pisotearte, hasta que grites, hasta que pidas perdón.» TERAPEUTA: «¿A quién estás hablando en este momento?» MARTINE: «A mi padre, sin duda, ese puerco, esa bestia que ha martirizado a mi madre durante toda su vida. Quisiera que reventara, quisiera matarle.,.»

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individuo sano, individuo enfermo Evidentemente, Martine ha atribuido a René su propia agre­ sividad (primera proyección). Por otra parte, el parecido físico de René con su padre la ha llevado a desplazar hacia René, respecto al cual no tiene motivo alguno para experimentar sen­ timientos negativos, el sentimiento de odio, la cólera, que siente hacia su propio padre (deflexión). He aquí otro aspecto que puede tomar la proyección. Nos permite desviar sobre una tercera persona los sentimientos que no podemos expresar sin riesgo o ni siquiera atribuir a la per­ sona que los suscita. Esto es lo que se llama una deflexión. El proceso de proyección nace generalmente en la primera infan­ cia. Imaginemos que Martine, a ios tres años de edad, haya sido castigada injustamente por su padre. Siente hacia él un odio incoercible, pero no puede arriesgarse a expresarlo. Por una parte, es demasiado pequeña; por otra, corre el peligro de que deje de amarle, incluso de que le abandone. Un medio para liberarse de su rabia será moler a palos a su oso o a su muñeca favorita (deflexión); otro, será atribuir a su padre su propia rabia. Si le castiga, es porque él siente una cólera terrible contra ella. A pesar de su temor, podrá optar por ir a pedirle perdón. Pero este paso, por eficaz que pueda ser, no bastará para disipar su furor. Incluso aunque aparentemente vuelva la paz, Martine se habrá forjado la imagen de un padre violento y sanguinario, que es importante resolver. En este ejemplo, la utilización que hace la niña de un proce­ so de deflexión o de proyección, le permite resolver en la medi­ da de sus medios una situación de conflicto. En la vida adulta, el empleo de la proyección puede ser en ocasiones de utilidad. Así, por ejemplo, es más eficaz proyectar sobre el granuja que te amenaza tu propio deseo de destruirle. Utilizarás entonces todas tus fuerzas para ponerte a salvo, en lugar de dilapidarlas en un absurdo cuerpo a cuerpo con el que podrías llegar a la conciencia de tu propia agresividad. En el caso de Martine, por el contrario, la proyección de su agresividad sobre René le impide tomar contacto real con él. Es probable que, de una vez por todas, catalogue a los hombres 40

Los mecanismos neuróticos de prevención del tipo físico de René como brutales y agresivos y que la imagen de su padre que ellos vehiculan más o menos veladamente sírva de cortina a toda comunicación verdadera. Para aligerar este capítulo, no expondré aquí la forma en que continuó el trabajo de Martine. Digamos que le permitió asumir de nuevo la responsabilidad de su agresividad y recono­ cer su propia violencia. Además, consiguió identificar lo que, en su relación con René, pertenece a la relación con su padre. Sólo después de esta delimitación pudo Martine aprehender a René en su verdadera realidad..

2. LA INTROYECCIÓN En los primeros años de su vida, el niño recibe el alimento, los cuidados, las caricias que se le quieran dar. No puede sus­ traerse al programa que le es aplicado, ni modificarlo. No elegirá la composición de su puré, como tampoco la hora de comérselo y, para él, el mejor remedio para no entrar en con­ flicto con las decisiones de su madre será admitir de una vez por todas que éstas son acertadas y que coinciden con sus propios deseos. De la misma forma que su comida, se tragará una mezcla de preceptos morales («hay que ser valiente, un chico no llora»), advertencias («no te acerques a la pared, te vas a caer»), prohibiciones familiares («no vayas a jugar con el niño negro») que tendrán por efecto «normalizarle», hacerle tan semejante como sea posible a los deseos de la tradición familiar en la que crece. No sólo registrará los contenidos de tos mensajes verbales emitidos a su entorno, sino también todo lo que compone la realidad de un mensaje (tonalidad y ritmo de la voz, proximidad física, contacto de la mirada, etc.) y que podrá o bien confirmar o bien invalidar el contenido manifiesto de io que se dice. A menudo, entrará en contacto con órdenes contradictorias que de todas formas registrará y que serán res­ ponsables de la fragmentación de su personalidad. Papá dice: «Hay que ser valiente, un chico no llora.» 41

Individuo sano, individuo enfermo Mamá dice: «Mi pobre niño se encuentra mal, llora querido, eso te aliviará.» Y el niño, hecho hombre, tendrá dos actitudes contradicto­ rias de cara al dolor, un estoicismo gélido o bien un desborda­ miento de sollozos que se presentarán alternativamente o se combatirán, en detrimento de su equilibrio psíquico. Sea cual sea la naturaleza de las imposiciones familiares, éstas se aplican a un ser que no está lo bastante maduro para establecer una discriminación y cuyo principal interés es acep­ tarlas por ser las que más le convienen para evitar unos conflic­ tos en los que forzosamente llevaría la peor parte. La introyección es una form a de sentir, de juzgar, de valo­ rar, que hemos tomado prestada de alguien (lo más a menudo de nuestros padres) y que hemos integrado en nuestro compor­ tamiento sin asimilarla nunca. Normalmente, en el curso del desarrollo, el ser humano se desembaraza de un cierto número de imposiciones familiares, cuya validez va poniendo en cuestión. Es mucho más difícil atacar las introyecciones, puesto que éstas form an verdadera­ mente parte de nuestra personalidad y las reivindicamos como nuestras. Concedamos la palabra a Fritz Péris: «Los peligros de la introyección son de dos clases. En primer lugar, el que introyecta jamás tiene posibilidad de desarrollar su propia persona­ lidad, pues está demasiado ocupado en mantener unidos los cuerpos extraños que están alojados en su sistema.» «Cuanto más cargado está de introyecciones, menos espacio tiene para expresar o siquiera descubrir lo que él mismo es. Por otra parte, la introyección contribuye a la desintegración de la personalidad. Si asumes dos conceptos incompatibles, podrás encontrarte desgarrado en pequeños jirones en la tentativa de reconciliarlos. Es una experiencia verdaderamente común en la actualidad.» La «sabiduría de los pueblos» constituye una fantástica co­ lección de introyecciones: «No hagas a los demás lo que no

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Los mecanismos neuróticos de prevención quieres que te hagan los demás... Amaos los unos a los otros.,. Los lobos se devoran entre sí...», etc. La mayor parte de los juicios de valor son introyecciones: «No se puede confiar en las mujeres... Sólo tiene valor lo que resulta difícil... Tengo que ser puntual... Tengo que ser una buena m adre... No se debe molestar a los vednos... No hay que esperar demasiado de los demás...» Estas afirmaciones emanan de una autoridad superior, cuyos preceptos hemos integrado sin plantearnos jamás la cuestión de su correcto fundamento en la situación que nos ocupa. El caso de Nicole ilustra bien cuál puede ser la influencia de las introyecdones de origen familar sobre el comportamiento. Nicole ha sido educada por unos padres mayores, severos y convencionales. Vive en Paris desde hace varios años y sufre por su soledad. Durante una de las primeras sesiones de terapia individual, me habla de las relaciones que ha entablado, las cuales han acabado todas bruscamente. Clásicamente, un «trabajo» de Gestalt se basa en lo vivido aquí y ahora por el paciente, pero a veces, un paciente expresa un fuerte deseo de contar su pasado, de referirse a ¿I. La mayor parte de los terapeutas, y yo me cuento entre ellos, dejan que el relato se desarrolle sin intervenir a fin de que la satisfacción de esta necesidad de expresión oral permita después una escucha de sí más profunda, que, de lo contrario, no habría sido posible. Aunque esta técnica se aleja de las prescripciones de Péris de «trabajar en la frustración» y de «suprimir el parloteo», parece . generalizarse entre los terapeutas Gestalt de la segunda generación. «Durante un cierto tiempo, mi jefe mostró interés por mí. Me invitaba a tomar café y hablábamos de todo un poco. Un día, me invitó al cine, pero le paré los pies. Nunca es bueno tener relaciones con el jefe fuera del trabajo. Después, conocí a un hombre de más edad, inteligente, tierno, pero divorciado, Vn divorcio siempre marca, ¿verdad? Así que, aunque él parecía muy enamorado, espacié nuestras relaciones. Ser la segunda mujer de un hombre no es un buen punto de partida en la vida. Y luego, hubo otro chico, esta vez de mi edad. Desde el primer día, me dijo que le gustaba. Yo me dije: “ Los hombres son todos iguales. Siempre piensan en lo mismo." Cuando me acom­ pañaba a casa, me pidió que nos volviéramos a ver; casi le di con la puerta en las narices.» 43

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Individuo sano individuo enfermo Soltó su historia con una voz monocorde que se apagaba por momentos, recobrando fuerza al pronunciar las frases que he subrayado en el relato. Le pregunté cómo se sentía. Estaba triste, tenia un nudo en la garganta y temblaba ligeramente. Le propuse que repitiera: «Los hombres son todos iguales, siempre están pensando en lo mismo.» Lo dijo con una voz fuerte, fírme, que contrastaba con su voz habitual. Se lo hice observar. Me respondió que se sentía mucho más fuerte, que el nudo en la garganta había desaparecido. Le pregunté quién hablaba con esa voz. «Yo, sin duda», respondió; luego, dudó unos segundos antes de conti­ nuar: «Mi madre, quizás.» Le sugerí que representara alternativamente su propio perso­ naje y el de su madre, cambiando de lugar a cada papel que interpretara. Llegamos al siguiente diálogo: NICOLE (en su papel): «Mamá, estoy triste, me siento sola. Cuando veo a mi jefe, lamento que todo haya terminado.» NICOLE (en el papel de su madre): «Has hecho muy bien en cortar esas relaciones; mantener las relaciones adecuadas con el jefe, siempre supone molestias.» NICOLE (hija) con voz débil y apagada: «Me da pena. Es atractivo y amable. Hemos pasado buenos momentos juntos.» NICOLE: (madre) con voz más fuerte, un poco irritada: «Bueno, no irás a llorar. Sabes perfectamente que quería lo mismo que los otros.» NICOLE (hija): «¿El qué? ¿Qué quieres decir?» NICOLE (madre) colérica: «Acostarse contigo, por supuesto. Hacerte currar para él: preparar la comida, lavar calcetines, coser camisas. Hacerte dependiente. Hacerte hijos que te encadenarán todavía más.» NICOLE (hija emocionada): «No te creo mamá. Me duele no tener más que relaciones de trabajo con él; me siento sola.» NICOLE (madre): «Vale más estar sola, que correr el riesgo de hacer tonterías.» Pido a Nicole que repita la frase. Ella repite: «Vale más estar sola, que hacer tonterías.» Su voz se apaga al final de la frase; sigue un largo silencio. Toma conciencia de que las imposiciones de su madre la condenan irremisiblemente a la soledad. Será necesario un largo trabajo para que Nicole identifique lo que

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Los mecanismos neuróticos de prevención realmente le pertenece y lo que ha aceptado de su entorno, constituyéndose como un cuerpo extraño en el interior de sí misma, un homúnculo maternal que le dicta su conducta y se opone a la realización de sus deseos profundos.

3. LA RETROFLEXIÓN Cuando era pequeña y estaba muy enfadada, tomaba impul­ so y me golpeaba la cabeza con todas mis fuerzas contra la pared más próxima. Una retroflexión consiste en hacerse a sí mismo lo que se desearía hacer a los otros. Evidentemente, me resultaba imposible golpear la cabeza de mi madre o la de mi nodriza contra una pared cuando yo tenía cinco años. El único medio a mi alcance para expresar mi rabia era volverla contra mí misma, con el beneficio secundario si­ guiente: los mayores, temiendo que me hiciese un daño serio al golpearme en la cabeza, accedían en general a mis deseos. Ac­ tuando así, dividía mi personalidad en dos partes, la que se inflingía el dolor y la que lo soportaba apretando los dientes. Me convertía literalmente en «mi peor enemigo». Es imposible vivir sin sentir a veces impulsos asesinos respecto a los demás. Una cosa es reconocerlos y no ceder a ellos. Otra —la retroflexión— volverlos contra sí mismo. El lenguaje del que lleva a cabo la retroflexión es fácil de reconocer, hace del «yo» y del «mí» dos personajes distintos. Cuando una persona dice: «Debo esforzarme para estar de buen humor», o bien: «debo controlarme», su personalidad es un campo de batalla en el que se enfrentan «yo», el razonable, el organizador, eventualmente el dictador, y «mi», al que «yo» obliga a estar de buen humor, a controlarse, y que haría las peores tonterías si se le dejara el campo libre. De hecho, «yo» es el ángel y «mi» es la bestia; ni el uno ni el otro representan la totalidad de la persona; materializan solamente su conflicto interior. Esta dicotomía de la personalidad evoca el super-yo, el yo y el ello descritos por Freud. Si el super-yo freudiano correspon45

Individuo sano, individuo enfermo de a la íntroyección dé las «buenas» imágenes de los padres, al «yo», el «mi» del que realiza la retroflexión es el resultado de la íntroyección de las «malas» imágenes. De hecho, el niño asimila las buenas imágenes, que reinterpreta según sus propias necesidades, incluyéndolas en su personalidad. Por el contrario, no puede digerir las malas imágenes, los comportamientos in­ comprensibles o generadores de pena o de angustia y los enquis­ ta sin poderlos asimilar. En términos de Gestalt, tal personali­ dad está compuesta de una parte «que es yo» y de otra «que no es yo». El trabajo terapéutico consistirá en identificar cada una de estas partes con objeto de eliminar la confusión. Voy a exponer a continuación un caso de retroflexión que, en la actualidad, todavía conserva para mí un fuerte impacto emocional. Llamaré a esta joven, Claude. Tiene diecinueve años. Con su hermana mayor, ha participado de forma continua en un grupo a lo largo de un añó. Es morena, con una magnífica y espesa cabellera y grandes ojos negros. Tras una timidez y una modes­ tia aparentes, se oculta una indudable violencia. La conozco bien. Escenifico este caso de una forma más detallada, pues se trata de un «trabajo» muy especial que no me hubiera arriesga­ do a llevar a cabo de esta manera con una persona que me hubiera resultado menos familiar. Desde el comienzo de la reunión con el grupo, Claude parece triste y molesta, se agita y cae en períodos de abatimiento. Finalmente, hacia el final de la tarde, toma la palabra. CLAUDE: «Marie, no sé qué hacer. Tengo miedo.» Su voz se apaga bruscamente. Nadie se ha movido ni respirado, MARIE: «¿Qué ocurre?» CLAUDE, sollozando'. «Cada vez que cojo unas tijeras o tinas agujas, siento ganas de clavármelas en los ojos. Ahora, lo siento cada vez más fuerte. Me da miedo. Temo llegar a hacerlo realmente y quedarme ciega.» Estamos con el grupo en un amplio apartamento de una amiga. Disponemos de la cocina, que utilizamos a nuestro antojo. Me levanto y voy a buscar un cuchillo, pequeño, muy puntiagudo,

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Los mecanismos neuróticos de prevención con mango de madera negro. Lo lanzo al suelo en dirección a Claude y cae delante de sus rodillas. La tensión en el grupo asciende bruscamente, oigo latir mi corazón. Claude mira el cuchillo, horrorizada, como miraría a una serpiente venenosa. Con infinitas precauciones, aproxima su mano y acaba por cogerlo. MARIE: «¿Qué es lo que sientes?» CLAUDE: «Aquí está. Tengo miedo, mucho miedo, siento ese deseo de pincharme los ojos.» Manipula el cuchillo fascinada. Nadie se atreve a moverse ni a respirar. MARIE; «Continúa diciendo lo que sientes.» CLAUDE: «Sé que esto es muy peligroso. Algo en mí me im­ pulsa...» Un gran trozo de pan ha quedado olvidado tras nuestra pau­ sa. Lo cojo y lo coloco delante de Claude. MARIE: «¿Qué quieres hacer?» CLAUDE: «Quiero clavar, clavar... No sé dónde.» Bruscamente, coge el pan y, sujetándolo con la mano izquier­ da, lo acribilla a cuchilladas. Eso dura casi tres minutos, tres larguísimos minutos. Se podría oír el vuelo de una mosca. MARIE: «Emite un sonido.» Claude emite algo así como el jadeo de un leñador, sin dejar de dar cuchilladas. MARIE: «¿Qué es lo que pinchas?» CLAUDE: «Es a mamá a quien pincho.» MARIE: «¿Qué edad tienes?» CLAUDE: «Seis años. Tengo el sarampión. La Hamo. No viene.» El ritmo de las cuchilladas se hace más lento. Claude se detiene por sí misma al cabo de un instante. El grupo vuelve a respirar, a moverse. Claude sonríe y me dice: «Bien, no valía la pena tener tanto miedo...» Se levanta y viene a abrazarme. La mantengo por un mo­ mento entre mis brazos. También yo me siento aliviada. Pasado el verano, Claude no se reintegró al grupo. Conside­ ró que había llegado suficientemente lejos en su trabajo. Me ha escrito una larga carta en la que expone su proyecto de empezar a coser. 47

individuo sano, individuo enfermo

4. LA CONFLUENCIA Cuando una persona no distingue sus propios límites y los de su entorno, está en confluencia. La confluencia no es forzosamente patológica. En los fetos y niños de pecho es el único medio de contacto. Este último es incapaz de conocer sus límites y los de su madre y vive durante sus primeros meses una relación de fusión. En la edad adulta, la participación en un ritual religioso, en una fiesta, es una experiencia de tipo confluyente. Cada uno pierde la noción de sus «fronteras» para comunicar, para fun­ dirse en la masa de los demás participantes. La confluencia es patológica cuando se hace crónica. «La persona no puede decir lo que ella misma es, así como tampoco puede decir lo que son los demás. No sabe dónde termina ella y dónde comienzan los otros. AI ser incapaz de determinar las fronteras entre sí misma y los demás, no puede entrar en con­ tacto con nadie. Por el mismo motivo, tampoco puede alejarse de nadie. Evidentemente, ni siquiera puede entrar en contacto consigo misma.»1 Se puede estar en confluencia con otra persona. Todos co­ nocemos esas parejas simbióticas, cuyos miembros parecen ca­ recer de personalidad propia y cuyo discurso se formula siem­ pre en primera persona del plural: «Preferimos los spaghetti boloñesa a los spaghetti carbonara. Pasamos siempre nuestras vacaciones en España. Nos gusta ir al cine el sábado por la tarde.» Cuando uno de los dos comienza, por una razón o por otra, a adquirir autonomía, ello significa un drama para el otro. Recuerdo ahora una entrevista que mantuve hace algunos años, con un individuo que quería seguir una terapia. Su timidez era tal que le impedía incluso ir a tomar café con sus compañeros de oficina después de la comida. Para combatir la ansiedad que se derivaba de su timidez, tomaba desde hacía años importantes dosis de tranquilizantes. Su médico de cabece!. I', Perls, The Gestalt Approach and Eye witness to Therapy (Nueva York, liantam Üooks, 1976).

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Los mecanismos neuróticos de prevención ra me lo había enviado pues, at parecer, quería dejar de tomar medicamentos y pretendía afrontar su timidez con mi ayuda. Casado desde hacía quince años, vivía en una pequeña ciudad de provincias y trabajaba en la misma empresa que su mujer. Le pregunté si ella estaría de acuerdo en asumir los cambios que una terapia podía producir en él. Me respondió que ella pensaba que todo esto representaba un gran gasto de dinero y una pér­ dida de tiempo. Además, soportaba mal que él hiciera cualquier cosa sin ella, Me llamó la atención la utilización extremadamen­ te frecuente del pronombre «nosotros» en su discurso. Le pregunté cuáles eran sus distracciones. «Salimos muy poco. Vemos la tele. No nos relacionamos con nadie.» Le pregunté entonces sobre los resultados que esperaba de la terapia. «No lo sé muy bien. Primero los medicamentos... Tengo la impresión de que la cabeza se me nubla por momentos. Y lue­ go... hacer cosas por mí mismo, poder hablar con alguien cuan­ do tenga ganas de hacerlo, no cruzar la calle simulando no verle. No sé... interesarme por los demás.» Le hice tomar conciencia de que sentía deseos de ser más autónomo y que esa autonomía podía ser mal aceptada por su entorno. Quedó silencioso un momento y dijo: «Es verdad, es cargante, mi mujer es muy celosa.» Le propuse reflexionar y hacerme partícipe de su decisión más adelante. Algunos días después me escribió para comunicar­ me que no quería continuar con el proyecto. Admití su decisión. Se trataba, de forma manifiesta, de una pareja en confluencia neurótica. Los celos de uno encontraban su equilibrio en la timidez enfermiza del otro. Si este hombre, al hilo de la terapia, hubiera adquirido una autonomía legítima, la relación de pareja hubiese corrido el peligro de convertirse en un infierno en el que todo acto personal alimentaría incesantemente los celos de la esposa. La independencia que podría conseguir conllevaba el riesgo de tener que ser pagada a un precio muy alto en el estrecho contexto de una pequeña ciudad de provincias, de un lugar de trabajo compartido y de la dependencia mutua que habían forjado durante sus quince años de vida en común. Aparentemente, no estaba dispuesto a asumir el riesgo de una separación. Lo comprendo. La confluencia puede darse también en el seno de un grupo humano, ya sea ideológico, político o religioso. Se instaura en el momento en que un individuo renuncia a su propio modo de

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Individuo sano, individuo enfermo expresión, a sus propios valores, para adoptar los del grupo. I,a Psicología de masas del fascismo de Reich da buena muestra de ello. Finalmente, en el dominio individual, se observa con frecuen­ cia la confusión entre diferentes funciones. Tomemos el ejem­ plo de una inhibición crónica. En varias ocasiones, sientes de­ seos de llorar. Para impedírtelo, contraes los músculos del dia­ fragma con el resultado de que te ves impedido a la vez de llorar y de respirar. Imagina que el esfuerzo voluntario necesario para evitar las lágrimas se hace crónico e inconsciente. La respiración y la necesidad de llorar se confunden y se hacen confluyentes. Has perdido a la vez la capacidad de llorar y la de respirar. Probablemente, has perdido incluso el recuerdo de lo que ocasionaba tu pena y la defensa constituida por iá con­ tracción diafragmática continúa en ti como huésped perma­ nente. «El hombre que está en confluencia patológica, bloquea sus necesidades, sus emociones y sus actividades en un paquete de confusión total hasta que ya no es consciente de lo que quiere hacer y de la forma en que a sí mismo se impide hacerlo. Una confluencia patológica de este tipo se oculta tras muchas enfer­ medades ahora reconocidas como psicosomáticas. La confusión entre respirar y sollozar que antes mencionábamos púede con­ ducir al asma si persiste durante el tiempo suficiente.»1 Los mecanismos de prevención que acabamos de considerar corresponden desde un punto de vista teórico a una noción fundamental de la terapia Gestalt: la noción de asimilación. Para ser asimilada y participar íntegramente en la constitución del ser, una sustancia, ya sea física o mental, debe ser digerida, lo que implica la destrucción de la estructura de la sus­ tancia. El alimento mental mal asimilado se convierte en una introyección cuya presencia puede provocar diferentes tipos de com­ portamiento. Puede ser «vomitada» a intervalos regulares y sus 1. Ibíd. 50

Los mecanismos neuróticos de prevención manifestaciones toman entonces la forma que hemos descrito bajo el término de introyección. Puede ser «delegada» a través de la dinámica de la proyección. Puede ser la fuente de una «indigestión mental» que se manifiesta bajo la forma de obse­ siones. La mayor parte del trabajo de Gestalt consistirá en hacer tom ar conciencia al paciente de lo que ha quedado sin asimilar en él y que le lleva a dar una respuesta estereotipada a cualquier situación.

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4. ANGUSTIA Y GESTALTS INACABADAS 1. LA ANGUSTIA La angustia parece ser una de las «enfermedades» caracterís­ ticas de nuestra época. La vida de cada uno de nosotros está más o menos afectada por la angustia: angustia de afrontar una situación nueva, de hacer frente a lo desconocido, angustia sin nombre, sin rostro... «...M e aterroriza la idea de tomar la palabra en público... ¿Qué ocurrirá conmigo si me quedo sin trabajo...? No puedo cruzar la calle... Jamás podría decirle eso, se me hace ün nudo en la garganta sólo de pensarlo... Estoy completamente angus­ tiado, ni siquiera sé por qué...» Estos comentarios de diversos pacientes muestran bien la. relación entre una situación considerada en un futuro próximo y e! fenómeno de la génesis de la angustia. Goldstein la definía como «el resultado de la espera de catástrofes»; Perls, como «la tensión entre el ahora y el más tarde.»1 1. V’. Péris, Ma C e s S h é r a p i e (París. Tdiou, 1976).

Angustia y Gestalts inacabadas La angustia es un resultado del desequilibrio entre el papel que nos gustaría desempeñar y el que realmente desempeñamos. Perls la compara al nerviosismo de los actores.

El papel que nos gustaría desempeñar Este papel se ha ido construyendo poco a poco a golpe de imposiciones de los padres, de situaciones imaginarias destina­ das a paliar las insuficiencias de la dura realidad de la vida y en las que siempre somos los héroes, de identificaciones infantiles con estrellas de cine o de historietas, de imágenes vehiculadas por los medios de comunicación o por la publicidad, lo que desemboca, como señalaba Perls en una de sus conferencias, en la fabricación del superman, seductor, airoso en cualquier cir­ cunstancia, lleno de humor y de encanto, o de la mujer desea­ ble, a la vez vamp y reina de las buenas cocineras, buena madre y compañera privilegiada, o también de otras variantes indivi­ duales. Entonces... Si mañana por la mañana debo pedir un aumen­ to de sueldo a mi jefe, sé perfectamente que, a pesar de mi deseo, no dispondré de la relajación, de la actitud a la vez firme y segura que podrían garantizar el éxito de mi proyecto. Más bien, me enfrentaré con las mismas dificultades de timidez y culpabilidad que cuando pedía diez francos a mi padre para ir al cine, y me siento angustiado. Mi angustia estará en relación directa con el aumento de la excitación que provoca en mí el hecho de afrontar una situación nueva. Me siento estimulado por la perspectiva de que sean recono­ cidos mis méritos en el trabajo, de tener la posibilidad de inver­ tir en un viaje, en un nuevo coche. Por otra parte, temo que se me niegue el aumento, que esto reactive la situación de depen­ dencia infantil de la que todavía no he salido. Se produce un conflicto entre dos partes de mí mismo. La parte estática, pru­ dente, dice: «No te arriesgues, vas a romperte la cara, deja las cosas como están, sabes bien que no puedes cambiar nada.» La otra, la aventurera, la que desea experiencias nuevas, responde: 53

Individuo sano, individuo enfermo «Nada de eso. Piensa en lo que podrías hacer con el dinero. Corre el riesgo... Bien te lo mereces, etc.» La mayor parte de las veces, la prudencia se impone. La persona rebaja el nivel de la excitación que le movilizaba hacía la acción y el statu quo se instaura acompañado de procesos fisiológicos, identificados desde hace mucho tiempo por el len­ guaje popular.

Los fenómenos fisiológicos de la angustia «...Tengo un nudo en la garganta... Lo tengo atravesado en la garganta...», etc. Como la expresión popular, la etimología misma del término angustia (angustia: paso estrecho) describe bien este fenómeno característico de constricción de las vías respiratorias. «La ansiedad es la experiencia de dificultades respiratorias durante el bloqueo de la excitación», dice Perls (F. S. Perls, GestalPíhérapie, Stanké). La excitación es la mo­ vilización de energía acumulada que interviene cuando hay una fuerte preocupación o un contacto intenso. Esto provoca un aumento de la necesidad de oxígeno, a lo que el organismo reacciona normalmente aumentando el ritmo respiratorio y la amplitud de la respiración. Ko hay nada de patológico en la suspensión momentánea de la respiración que tiene lugar cuando un potente estímulo se presenta bruscamente («me he quedado sin aliento»). Es como si el individuo que tiene necesidad de toda su atención suspen­ diera el ruido y los movimientos musculares que conllevarían el riesgo de distracción. Por el contrario, cuando la constricción de la respiración es causada por un conflicto entre el autocontrol y la excitación intensa, puede constituir un síntoma neurótico. Toda ansiedad posee su matiz peculiar, determinado por la clase de excitación bloqueada. Con frecuencia, se encuentra vinculada al miedo y en ocasiones confundida con él y se acom­ paña también de manifestaciones somáticas concretas. , Así, la persona que teme una excitación sexual intensa, blo54

Angustia y Oestalts inacabadas queará su respiración pero también los movimientos de su peí* vis. El que desea controlar un grito de cólera presentará una constricción de los músculos de la garganta, asociada a una repiración de débil amplitud, así como una dificultad para mo­ ver la parte superior de su tórax. El que tema el juicio de los demás, en su mirada, mantendrá la firmeza de su propia mira­ da. El que quiera retener sus lágrimas o su asco no se servirá prácticamente de su diafragma para respirar y utilizará solamen­ te la parte superior del pecho. La angustia parece ser, pues, el síntoma, íntimamente ligado a la respiración, de un conflicto entre la excitación provocada por la posibilidad de una experiencia nueva y el miedo de afrontar lo desconocido. Puede tomar Tonnas muy diferentes, relacionadas con la manera en que la excitación inicial haya sido identificada en el campo de la conciencia. Por ejemplo, una persona puede fácilmente atribuir su angustia al miedo a la mirada del otro, cuando puede tratarse de un resentimiento cuya intensidad no era soportable y que ha preferido transfor­ mar en timidez. Las angustias no verbal ¡zables, como las que pueden vivirse en el grito primai o por medio de un rebirth, participan de la misma definición: conflicto en el recién nacido entre el miedo intenso a utilizar por primera vez una modalidad respiratoria desconocida y la excitación vital. Quisiera citar aquí el testimonio escrito de una participante en un grupo de Gestalt que evidencia las relaciones entre angus­ tia y respiración, a la vez que pone de manifiesto esa angustia primaria, difícil de vincular a un acontecimiento preciso, pero que evoca sin embargo el primer traumatismo del nacimiento. «Me duele la garganta. Me siento mal. Triste, sola. Tengo la sensación de que por debajo dei bienestar aparente que ha sur­ gido de la danza (los participantes en el seminario habían estado bailando durante la pausa) hay un gran charco de tristeza. Me siento separada de los demás. No sé qué hago aquí. Todo es demasiado difícil.» «Me tumbo de espaldas. Largo rato. Me cuesta concentrarme. Respiro con dificultad en la parte superior del pecho. Siento un 55

Individuo sano, individuo enfermo puente arqueado, son mis costillas. Debajo, hay un río. Siento un hormigueo en la espalda y ardor en toda ia zona de los trapecios. Invierto la respiración.» «Ahora en el vientre. Veo un tubo negro, largo, muy largo, casi sin final, mucho más largo que mi cuerpo...» «Soy un tubo... profundo... negro... mis bordes son blan­ dos... me cuesta trabajo hablar. Me ahogo.» «Mi garganta está completamente cerrada, mi voz no sale. Soy un tubo blando,,. casi sin final,,, un tubo de dolor.» —¿Qué dolor? —No lo sé. Tengo la impresión de una gran masa de dolor difuso, «Soy el dolor que fluye por el tubo. (Estalla en sollo­ zos), No puedo fluir, es demasiado duro. Es pegajoso.» (Marie me da la vuelta hada un lado, las piernas replegadas, fin esa posición, lanzo profundos sollozos, como si fuera un bebé.) «Es un antiguo dolor, muy profundo, muy lejos en mi euer-, po. No puedo identificarlo ni relacionarlo con ningún recuerdo. Mi nariz está tapada. Me sueno.» «Me parece que aquel dolor que era como una tenia en mi cuerpo ya ha pasado. De él sólo queda una parte muy pequeña en mi cabeza. Quizá mis relaciones con los demás... los demás... tos miro. Me siento viva... Tienen aspecto de peces muertos, fies digo que tienen aspecto de estar muertos. Luego, uno por uno, los miro de cerca para ver si están vivos. Están vivos. Me siento bien y agotada.» A lo largo de este trabajo, la participante toma conciencia en el aquí y ahora de sus sensaciones en tanto que imágenes que les están asociadas. Mi intervención se limitó a pedirle que verbalizara lo que ocurría, secuencia a secuencia, después a proponerle que se tumbara de espaldas, que desplazara su respiración del pecho al abdomen y, finalmente, que cambiara de postura. Se advertirá cómo la modificación de las imágenes está ligada al modo de respirar. Ei largo tubo blando y negro evoca el paso difícil en el transcurso del parto, así como la dificultad de verbalizar que acompaña a esta imagen y la angustia que le está unida. Los sollozos provocan, de hecho, un modo respiratorio diferente acompañado de un aumento de la oxigenación, que provoca la desaparición de la angustia. Esto le permite entonces una nueva relación con el mundo exterior que se manifiesta por

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Angustia y Géstales inacabadas su contacto con los demás participantes y su sensación de bien­ estar. Estas modificaciones de la respiración y de la postura tienen como objetivo alterar el entorno habitual, crónico (corta respi­ ración pectoral, postura muy rígida) para permitir que nuevas Gestalts (miedo, ahogo, tristeza, etc.) puedan emerger.

La desaparición de la angustia A veces, la toma de conciencia de un conflicto es suficiente para hacer desaparecer la angustia que lo acompaña. En el caso de Aline, que aquí relato, ha bastado poner en evidencia la dicotomía entre su verdadera personalidad, que quiere vivir y actuar por sí misma, y la introyección de su personaje de buen samaritano, para desbloquear su energía y suprimir su angustia. ALINE: «No puedo más. Me siento completamente acorrala­ da. Mi hermana mayor es una carga excesiva. Me devora. Tuvo la polio cuando era pequeña. (Las lágrimas fluyen de sUs ojos. Deglute penosamente. Su respiración es prácticamente inexisten­ te.) He pasado diez años de mi vida con ella.» MARIE: «¿Y ahora?» ALINE: «Ahora. Vivimos separadas, pero no deja de contro­ larme. No se queja nunca. Pero se las arregla para hacerme saber que está sola, abandonada y que debo volver. Me jala la vida.» MARIE: «¿Está inmovilizada?» ALINE: «No, anda con muletas.» MARIE: «Muestra cómo camina.» Aline duda, un gran dolor se dibuja en su rostro. Atraviesa lentamente la habitación, moviendo al mismo tiempo el brazo y la pierna del mismo lado. Llora. MARIE: «¿Qué sientes ganas de hacer ahora?» ALINE: «No lo sé. No puedo dejar de caminar así.» MARIE {con voz tierna y maternal): «Aline, querida, qué buena eres olvidándote de ti misma para encargarte de tu herma­ na.» ALINE (vociferando): «¡No, no soporto eso! Me hablas como 57

r Individuo sano, individuo enfermo mamá. Toda la vida me han estado viniendo con el mismo cuento. Mís padres, mis hermanos, ¡estoy harta!» MARIE: «Di a tu hermana lo que quieras decirle.» ALINE (caminando ahora con paso normal): «¡Te veré cuan­ do tenga ganas! ¡Tengo mi. propia vida y tengo derecho a dis­ frutarla y vivirla sin ti! ¡Ooooh! ¡Qué bien me siento...! Los movimientos de Aline son más vivos, su respiración es amplia, su mirada vivaz y sus mejillas han tomado color. Es sorprendente el contraste entre su actitud cuando imitaba a la enferma, con sus gestos pesados, y su viveza actual. La desapa­ rición de la angustia se manifiesta también én el comportamien­ to del grupo, que se anima, se agita, mientras que había estado inmovilizado durante todo el trabajo de Aline. El tratamiento de la angustia no puede hacerse más que de forma indirecta. Implica que la persona tome conciencia de su excitación y supere sus resistencias al aceptarla como suya. En el caso de Aline, la excitación está causada por la perspectiva de una salida o de un encuentro con personas interesantes, y la resistencia parte del personaje benefactor que quiere sacrificar­ se. La angustia que le está asociada se ve reforzada por la actitud culpabilizadora de su hermana. Es a menudo difícil llevar a una persona a tomar conciencia de la naturaleza de la excitación que siente. Como he mostrado precedentemente, esta persona se forja toda una serie de com­ portamientos estereotipados que le impiden tomar conciencia de lo que emerge. Por otra parte, ha decidido de una vez por todas que se trataba de sentimientos inconfesables que en ningún caso po­ dían ser suyos. ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a admitir que en ciertas circunstancias hemos deseado realmente la muerte de alguien? Por fin, en la constitución de las resistencias interviene tam ­ bién lo que Perls llama las Gestalts inacabadas. Orientan los comportamientos repetitivos que tienden a reproducir un mis58

Angustia y Gestalts inacabadas mo modo de reacción en lugar de hacer frente a una situación nueva, a una excitación nueva, en una tentativa desesperada por terminar de forma gratificante una Gestalt antigua. Estas Gestalts inacabadas están presentes en la formación de las resistencias y en la estructuración de las neurosis.

2. AQUÍ Y AHORA SE DESARROLLAN SIEMPRE LAS GESTALTS INACABADAS Un niño siente la necesidad de recibir los mimos de su ma­ dre. Se dirige a ella y se sube a sus rodillas. «Deja de estar siempre pegado a tu madre», exclama el padre con su voz terrible. Asustado por la orden de su padre, el niño baja de las rodillas de su madre y sale de la habitación. Aguarda desespe­ radamente a que mamá le llame. Nada sucede. El niño decide entonces volver a entrar y para vivir sin demasiado dolor su frustración, niega su necesidad de ternura. «Soy mayor, no tengo necesidad de carantoñas.» A lo largo de toda su vida, el niño, convertido ya en adulto, intentará torpemente colmar esta Gestalt interrumpida. Ya sea pasando fugazmente de un ser a otro sin poder saciar ja ­ más su vacío, ya sea reproduciendo indefinidamente la res­ puesta de salvaguardia que ha opuesto a la prohibición emi­ tida por su padre: «Soy mayor, no tengo necesidad de caranto­ ñas.» Y sus comportamientos más anodinos evidenciarán su com­ pulsión a concluir de manera positiva esta Gestalt inacabada. «Es posible, dice Pcrts, que la propiedad más interesante y más importante de la Gestalt sea su dinámica, la necesidad que tiene una Gestalt fuerte de encontrar su conclusión. Y esta dinámica se experimenta cada día en numerosas ocasiones. La mejor 59

Individuo sano, individuo enfermo denominación de la Gestalt incompleta es la de situación inaca­ bada,»1 En el curso de un grupo de fin de semana, Monique es presa de un m alestar incoercible. Expresa su deseo de ir a dar una vuelta. Le animo a ello y le propongo que vuelva solamente cuando tenga ganas de hacerlo. Sale de la habitación. Vuelve a entrar unos instantes después. Cuenta que se ha quedado en la entrada, a oscuras, esperando que la llamara o que fuera a buscarla; después, se ha decidido a volver. En unos minutos, ha reproducido uno de los esquemas que rigen su vida. Su incapa­ cidad para solicitar atención por parte de otro la lleva a una falsa salida que tiene por objeto hacer que el otro se interese por ella. Luego, cuando ve que su salida no ha provocado el resul­ tado esperado, vuelve, inconsciente tanto del mecanismo que la ha puesto en movimiento como de la necesidad subyacente en su deseo de salir.

Se trata claramente de una Gestalt no terminada cuyas ma­ nifestaciones se hacen evidentes en el aquí y ahora del grupo. Este comportamiento adulto se corresponde con bastante exac­ titud al del niño citado anteriormente. SÍ se recuerda que en una persona sana las Gestalts emergen libremente del entorno, se comprenderá hasta qué punto una Gestalt no terminada puede obstaculizar este proceso. La necesidad que tiene Monique de ser el centro de mi aten­ ción (trasposición a su presente de la Gestalt: «quiero que mamá se ocupe de mí») la aísla de todas las restantes Gestalts que podrían emerger en ella: interés por lo que pasa en la sala, consciencia de sus percepciones o de sus emociones. Bloquea su campo de posibilidades y como éste no puede ser reconocido, ello engendra el aburrimiento, la fatiga. Por otra parte, abre el camino a un comportamiento repetitivo, que le priva de cual­ quier otra posibilidad más creativa. Todos somos portadores inconscientes de Gestalts inacaba1. F. Péris, in and oui (he Carbage Pail.

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Angustia y Gestaíis inacabadas das que nos dictan nuestro comportamiento en la tentai ¡va repetida de controlar una situación difícil. Los psicólogos alemanes de ta teoría Gestalt: Zeigarnik, Ovsianka, Lewin, habían puesto en evidencia en sus numerosas experiencias la influencia de una tarea no terminada sobre la memorización y el comportamiento. He aquí sus conclusiones: — El choque emocional producido por la interrupción de una tarea la hace permanecer largo tiempo en la memoria, mien iras que es rápidamente olvidada cuando ha sido terminada de for­ ma satisfactoria. — Una tarea inacabada es, en la mayor parte de los casos, espontáneamente retomada. Ello tiene como resultado el disi­ par la tensión que acompaña a su interrupción. — La sustitución de una tarea no terminada por otra que venga a reemplazarla permite liberar parcialmente las tensiones. La Observación clínica hace posible extender estas conclusio­ nes a! dominio afectivo. 1. Una Gestalt no terminada produce una serie de compor­ tamientos repetitivos que tienen por objeto provocar su con­ clusión. 2. Esta búsqueda de conclusión, que es con frecuencia dolo'Tosa, puede ser momentáneamente aliviada por una actividad o un comportamiento sustitutorio. 3. Las Géstales no terminadas influyen de forma determinan­ te en lo.que corrientemente se denomina «carácter». Se puede considerar que la mayor parte de los comportamientos que permiten calificar a alguien bajo las categorías de tímido, colé­ rico, sensible, etc., son tentativas, desarrolladas sobre un regis­ tro único, de completar Gcstalts no terminadas. La función de la terapia será el permitir la conclusión satis­ factoria de las Gestalts no terminadas, a fin de hacer posible que la persona «beba» libremente en el «vacío fértil» de su entorno, tras haberse liberado de las Gestalts no terminadas que impiden la emergencia de cualquier otra Gestalt.

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Individuo sano individuo enfermo Haré más explícito este pasaje un poco técnico mediante un ejemplo que mostrará cómo una Gestalt no terminada (el duelo por la muerte del padre) puede ocultar el campo de posibilida­ des de una persona, y cómo el impacto emocional de esta Gestalt inicial ha sido desviado para ser más soportable (soy demasiado pequeña), pero a costa de bloquear la vitalidad de la persona. Elisabeth, una m ujer pequeña de unos 35 años, delgada, in­ colora, de gestos encogidos, con respiración casi inapreciable, se queja con voz débil de su baja estatura (1,56 m.) que la impide ser tom ada en serio. Le incito a que diga a varias personas del grupo: «No me gusto, soy dem asiado pequeña.» Cumple et mandato con dificultad y luego se queda parada en medio del círculo que forman los participantes. Le pregunto: «¿Hacia que edad te diste cuenta de que no crecerías más?» ELISABETH: «H acia ios 14 o 15 años.» MARIE: «¿Son altos en tu familia?» ELISABETH: «Mi m adre es bastante alta.» Prosigue: «Mi padre...» En este m om ento se siente profundam ente inquieta, las lágri­ mas le vienen a los ojos, sus manos se abren y se cierran espasmódicamente. Aparentem ente, una Gestalt fuerte ha surgido en su interior, cortando nuestro contacto. MARIE; «¿Qué ocurre?» Elisabeth queda m uda por un instante y luego añade con difi­ cultad: «Siempre ocurre lo mismo cuando hablo de mi padre.» MARIE: «¿P or qué?» ELISABETH: «Por qué ha m uerto.» MARIE: «¿C uánto hace de eso?» ELISABETH: «Once años.» MARIE: «Túm bate boca arriba, imagina que estás cu una playa bañada por el sol.»

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Angustia y Gestalts inacabadas Elisabeth se tumba, cierra los ojos, parece distenderse un poco. MARIE: «¿Sientes el sol en tu cuerpo?» ELISABETH: «Sí.» MARIE: «Ahora di a tu padre: "Siento el sol en mi cuerpo” .» Repite casi ininteligiblemente: «Siento el sol en mi cuerpo.» MARIE: «Y tú, ¿no sientes el sol en tu cuerpo?» Elisabeth repite dolorosamente. MARIE: «¿Porque...?» ELISABETH: «Porque... estás muerto.» MARIE: «Y yo...?» ELISABETH: «Y yo, estoy viva.» La muerte del padre constituye para Elisabeth una Gestalt no terminada. Basta su evocación para traer de nuevo a la conciencia esta Gestalt punzante que le impide cualquier otra relación. Se puede suponer que Elisabeth, que no ha podido integrar la muerte de su padre (lo que la había llevado a una Gestalt de este tipo: «Él está muerto, yo siento pena, pero estoy viva»), ha preferido hacer morir en ella una gran parte de sus necesidades vitales. Intenta así reproducir indefinidamente el comportamiento que corresponde a «Está muerto y yo también estoy muerta», chocando permanentemente con la realidad de su existencia. Por otra parte, intenta ocultar la Gestalt incompleta de la muer­ te de sii padre desviándola hacia zonas algo menos dolorosas, como son sus relaciones de inferioridad con los otros a causa de su baja estatura. Toda tentativa de ser feliz y mantenerse en comunicación con la vida chocará con: «No tengo derecho a vivir puesto que mi padre está muerto», o bien con la forma edulcorada, despla­ zada, de la primera proposición: «No tengo derecho a vivir puesto que soy pequeña.» El trabajo terapéutico consistirá en llevar a Elisabeth a que asuma la responsabilidad de estar viva, frente a la imagen de su padre muerto. Deberá favorecer la conclusión del duelo por la 63

Individuo sano, individuo enfermo muerte del padre, la conclusión de la Gestalt, y desembocará en la toma de conciencia: «Estoy viva y tú estás muerto.» «Pero la vida continúa. Del vacío fértil surge otra necesidad, otro juego. Un apetito, una tarea, una herida mal cicatrizada, puesta aparte por el sexo, redam a la atención, nos ruega que la escuchemos. ¡Despiértate, actúa!»1

1. F, Péris, Ma CestaU-THérapie (París, Tchou, 1976).

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5. LA NEUROSIS 1. ¿QUÉ ES UNA NEUROSIS? Todo el mundo habla de la neurosis. Atribuir una neurosis a una u otra persona se ha convertido en ciertos medios en un juego de sociedad. —«...Fulano está neurótico... Después de haber trabajado con X, su neurosis no se ha resuelto...» No es raro que el primer contacto con un paciente consista en un diálogo de este tipo: —He venido a verle porque tengo una neurosis. —Ah, sí. ¿Cómo se manifiesta? —No lo sé muy bien. Mis amigos me dicen que estoy neuró­ tico y que debería hacer algo. Todo el mundo habla de la neurosis. Cierto, Y nadie sabe lo que es. Se supone habitualmente que se trata de una enferme­ dad bien definida, como la varicela o las paperas, debida a la presencia de un germen en el organismo y que se manifiesta por síntomas precisos. En esta situación, se va al psiquiatra o al psicoterapeuta. Éste aplica el tratamiento adecuado y le deja a uno curado, liberado de la neurosis y sus síntomas. De hecho, no existe una neurosis, sino varias clases de neu65

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individuo sano individuo enfermo rosis y aunque la Gestalt rechaza la utilización de términos psiquiátricos para caracterizar desequilibrios que son para ella disfunciones más o menos graves del contacto, voy a recoger aquí distintas definiciones de neurosis a fin de poner de mani­ fiesto sus características. Henri Hey en su Manuel de psychiatrie’ define así las neuro­ sis: «Las neurosis son enfermedades de la personalidad caracte­ rizadas por conflictos intrapsíquicos que inhiben las conductas sociales. Más que alterar su sistema de la realidad, perturban el equilibrio interior del neurótico... [Son] trastornos de las con­ ductas, de los sentimientos y de las ideas [que] revelan una defensa contra la angustia y constituyen respecto a este conflic­ to interno un compromiso del cual el sujeto saca en su posición neurótica un cierto provecho (beneficios secundarios de la neu­ rosis)... [el yol no puede encontrar en la identificación de su propio personaje buenas relaciones con los demás ni equilibrio interior satisfactorio». Laplache y Pontalis en el Vocabulaire de la psychanalysé12 hablan de una «afección psicógena cuyos síntomas son la expre­ sión de un conflicto psíquico que tiene sus raíces en la historia infantil del sujeto y constituyen, un compromiso entre el deseo y la defensa». Maurice Dongier en Névroses et Troubles psychosomatiques1 señala: «El hombre debe transformarse continuamente, adap­ tarse a circunstancias nuevas. El proceso de maduración de la personalidad no termina nunca. Las neurosis indican, pues, detenciones o regresiones en la evolución de las funciones.» Esta observación concuerda con la definición que da Perls en Ma Gestalt- Thérapie: «Llamo neurótico al hombre que se sirve de su potencia] 1. París, Masson, 1974. 2. París, P.U.F. Î, Bruselas, Charles Dessart, 1966.

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La neurosis para manipular a los otros en lugar de hacerse adulto toma el control, ávido de poder moviliza a amigos y familia siempre que se siente incapaz de utilizar sus propios recursos actúa así porque no puede soportar las tensiones y fluctuaciones que van a la par con la maduración,» Y añade: «En la neurosis hay una lucha continua entre el yo y el sí, entre la ilusión y la realidad. La intensidad de la enfermedad mental está en relación directa con la función entre el yo y el sí.» El psicótico dirá: «Soy Abraham Lincoln», y la persona sana: «Yo soy lo que soy.» Situándose en el punto de vista de los fenómenos observados y no en el de la etiología, es decir, de las causas de las neurosis, las grandes líneas que se desprenden de estas definiciones son las siguientes: < Dificultad de contacto consigo mismo y con el mundo exte­ rior; identificación imaginaria con un personaje ideal, manipu­ lación del entorno, angustia.

2. ¿CÓMO SE CONSTITUYE LA NEUROSIS? Cada individuo no tiene más que un objetivo, el de realizar lo que es. Desde su infancia, la sociedad —su familia en prime­ ra instancia— ejerce una presión permanente que impide su proceso de maduración; paso progresivo de la dependencia a la autonomía. El entorno inmediato del individuo pesa sobre él amenazándole con retirarle su amor si lleva a cabo sus experien­ cias propias en lugar de conformarse a la regla general. Le hipnotiza para hacerle ingerir nociones que no tiene tiempo de asimilar. La sociedad le impone sus valores y sus conceptos. A fm de satisfacer las presiones que sobre él se ejercen, el individuo se forja entonces toda una serie de obligaciones.

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Individuo sano, individuo enfermo «Será preciso eliminar, repudiar, rechazar, negar muchos rasgos y fuentes de autenticidad e incorporar, simular, jugar o crear papeles desprovistos de impulso vital, todo ello abocando a un comportamiento artificial en grados diversos. En lugar de la integridad de una persona auténtica, tenemos la fragmenta­ ción, los conflictos, la desesperanza no sentida de personajes de cartón-piedra.» «Para el hombre moderno, el problema se remite a la dife­ rencia —a menudo a la incompatibilidad— entre la realización del yo y la del concepto o imagen que tiene de sí mismo.»1 Estos esfuerzos para adaptar su comportamiento a las de­ mandas del entorno social conducen a la persona a interrumpir el Ubre flujo de su conciencia a la vez mental y corporal. Renuncia a su propio proceso de maduración por temor á su­ frir. Se refugia en sus actividades fóbicas que desvían su aten­ ción en cuanto siente algo desagradable. Este comportamiento se corresponde con lo que Henri Hey, en otros términos, llama «una defensa contra la angustia». El neurótico prefiere imagi­ nar el futuro porque tiene miedo de afrontarlo. Vive en dos niveles. El nivel verificable del comportamiento y el nivel ima­ ginario de los papeles que le gustaría representar. El temor al sufrimiento o a vivir una experiencia nueva conducen ai neurótico a bloquear físicamente las fuentes de su excitación. «Algunos neuróticos, no tienen ojos, muchos de ellos no tienen oídos, otros no tienen corazón o memoria o piernas para mantenerse en pie. La mayor parte de las personas neuró­ ticas no tienen centro.»2 Esto es debido a «la persistencia de actitudes sensoriales y motrices cuando la situación no las justifica o, también puede ser, cuando no hay ningún contacto con la situación, como una mala postura durante el sueño.»3 Como dice Perls, el hombre neurótico de nuestro tiempo 1. F.S. Péris, Ma Gestatt-Thérapie. 1. Ibid. 3, Ibid,

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La neurosis presenta una «personalidad incompleta, insípida, llena de agu­ jeros, sin mensajes adecuados o de valor.». 1 La neurosis añade al «medio específico de producir el vacío», el rechazo descrito por Freud: «Toda clase de escapatorias: retirada de la atención, actitudes Fóbicas, fijación sobre temas fuera de lugar, trastornos de la formación de ia Gestalt, desen­ sibilización, confusión mental, etc.»2 Esto nos lleva al tratamiento de la neurosis: «drenar el siste­ ma de ilusiones, la zona intermedia, el yo, los complejos, y poner esta energía a disposición del sí, a fin de que el organis­ mo pueda crecer y utilizar su potencial de forma adecuada.»*, El sistema de ilusiones corresponde a lo que he descrito anteriormente como medios de prevención: proyecciones, introyecciones, confluencia, etc., que sirven para desembarazarse de actitudes que se consideran tóxicas o perniciosas. La zona intermedia que Péris menciona es la que se pone de amortiguador entre la zona interior —la del ser— y Ja zona exterior —la del mundo manifestado donde nuestro ser encuen­ tra su subsistencia—. Con frecuencia se confunde la zona inter­ media con el pensamiento. En esta zona hablamos en silencio, recordamos, hacemos proyectos, pasamos revista a diferentes elementos. No estamos en contacto con la realidad, pues utili­ zamos la mayor parte de nuestra energía para tratar de com­ prender, prever, calcular, lo que pasa, en lugar de estar simple­ mente presentes a lo que ocurre. El refugio en la zona intermedia nos permite también evitar lo que nos parece doloroso a molesto, desviando nuestra aten­ ción hacia reflexiones interminables que nos impiden finalizar la Gestalt en formación. Que esto sea por mediación de pensamientos parásitos, de síntomas somáticos, de explicaciones o de excusas, «el resulta­ do es siempre el mismo: nos implicamos en nuestra zona inter1. ¡bfd. 2. Ibid. 3. Ibfd,

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Individuo sano, individuo enfermo media en lugar de experimentar y de utilizar nuestra capacidad de crecer y de adaptarnos al m undo.»1

3. LOS CINCO ESTRATOS DE LA NEUROSIS Antes de llegar a la persona real que somos, auténtica, viva, sensible, que no teme ampliar su campo de experiencia, es necesario pasar por la tom a de conciencia de lo que Perls des­ cribe como los cinco estratos de la personalidad neurótica. Más que de una clasificación formal, se trata de una escala teórica que permite situar el campo en el que la persona evolu­ ciona.

7. El estrato de los clichés Por «estrato de los clichés» la terapia Gestalt entiende las relaciones socializadas, superficiales y sin significación que obs­ taculizan nuestra vida cotidiana. «Buenos días, ¿cómo estás?, muy bien, hace buen día hoy, me alegro de verte, etc.» Este tipo de contacto sin contenido real, sin implicación, está totalmente despojado de vida.

2, El estrato de los papeles y los juegos Es aquel en el que representamos el idiota, la buena ama de casa, el enamorado, el patrón, etc. Perls se refiere a él como el estrato de Eric Berne o de Sigmund Freud. Incluye nuestros personajes sociales y la forma en que los escenificamos. Así, si yo juego al terapeuta, tú jugarás al paciente. No te veré en tanto que persona real que sufre y tú tampoco me verás como una mujer que comete errores y que también en ocasiones sufre. Tras un cierto tiempo, ya no dialogaremos como perso1. P. Baumgardner, Legacy from Fritz.

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La neurosis nas vivas, sino como los actores de ese juego terapeuta-cliente y nuestra relación no será portadora de vida, sino que estará vacía. Yo pasaré entonces a los consejos: «Haz esto por tu bien», a las órdenes: «No debes conducirte así.» Tú te instalarás en la dependencia, en la negativa a asumirte a ti mismo. El proceso que se desarrollará entre nosotros quedará esclerotizado, con muy escaso contacto y una mínima vida real. Es esto lo que caracteriza este estrato de juegos y papeles.

3. E l im p asse o estrato neurótico El impasse es exactamente lo que la misma palabra indica. El camino está cerrado. Estamos atrapados, bloqueados, para­ lizados de miedo y de confusión. Por primera vez tenemos conciencia de nosotros mismos con nuestras distorsiones y nues­ tras contradicciones. No sabemos qué hacer para salir de él y nos quedamos arrinconados en ese magma. Existimos en una especie de anti­ existencia, evitamos el peligro real, el amor verdadero, las lágri­ mas auténticas, la felicidad. Nuestras defensas habituales, nues­ tros clichés, nuestros papeles no funcionan ya y no sabemos inventamos otro modo de ser.

4. E l estrato implosivo o estrato de la muerte Aquí, el terror del impasse es vivido en su totalidad. Todas las defensas han sido abandonadas y estamos ahora en contacto con el mundo mortífero, centro de nuestra neurosis. Las fuer­ zas vitales, las necesidades y las emociones que desde hace tanto tiempo hemos negado emergen con toda su potencia, pero toda nuestra energía está reunida para contenerlos en el interior. Nos sentimos contraídos, comprimidos, y nos retira­ mos a ese centro inmóvil de nosotros mismos, percibido con frecuencia como algo semejante a la muerte.

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Individuo sano, individuo enfermo

5. El estrato explosivo o estrato de la vida. Es entonces cuando la energía contenida en nosotros comien­ za a moverse. La implosión se convierte en explosión. Entramos en contacto con nuestro ser real, la parte auténtica de nosotros mismos. Estamos de lleno en la vida. Perls enumera cuatro clases de explosiones de base: el resentimiento, la cólera, el orgasmo y la alegría. A éstas se podría añadir el éxtasis. El resultado es la libertad completa de sentir, de reaccionar, de ser responsable —capaz de dar una respuesta, de responder al amor, al sufrimiento, al trabajo, al juego— sin ocultarse tras un personaje, sin tener ya en cuenta prohibiciones caducas. La sensación de estar vivo, lleno de una libre energía, libre de reír o de llorar, de triunfar o de fracasar. Pocos de nosotros, acaso nadie, se mantiene permanentemen­ te en uno solo de estos estratos de la personalidad. Nos despla­ zamos de uno a otro, a veces en progresión hacia la autentici­ dad, a veces en regresión. Muchos no alcanzan el quinto estra­ to, el de la explosión en la vida; otros no sobrepasan el de los papeles. No se puede «hacer correr más de prisa el agua del río». Cada ser se desarrolla a su propio ritmo. Me parece más importante y más respetuoso hacia la persona que tengo delante dejarle experimentar su propio proceso de toma de conciencia y su propio ritmo de crecimiento y regresión, que intentar lle­ varle artificialmente a una implosión-explosión, que no será capaz de integrar. Sin embargo, la toma de conciencia del modo de contacto con el mundo exterior e interior, la exploración de los miedos y las frustraciones, la puesta en contacto con las polaridades de la personalidad conducen lentamente, a costa de mucha pacien­ cia y a veces de sufrimiento, a este deslumbramiento del naci­ miento de la vida. A mi entender, esta especie de éxtasis que conlleva la toma de conciencia del flujo de la vida y de la participación del ser en dicho flujo no es realmente duradera. Constituye una espe­ cie de jalón luminoso en una realidad que se oscurece de nuevo 72

La neurosis por momentos, pero que ya no podrá ser tan desesperante, tan dramática, puesto que contiene también la citada experiencia. En mi opinión, son necesarios descensos repetidos en el im­ passe, en la implosión, cada vez menos terroríficos, para que se consolide progresivamente una personalidad que se reconstruye a partir de una nueva seguridad ontológica, la de un ser libre en el mundo y en el que la vida circula sin trabas.

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Segunda Parte RESTAURAR LA UNIDAD DEL SER (LAS TÉCNICAS DE LA TERAPIA GESTALT)

Proyectada en el futuro, aislada de sus sensaciones y de sus emociones, abandonada ai sentimiento de vacio de su vida, la persona debe, etapa tras etapa, reencontrar el contacto consigo misma y con lo que la rodea.

1. REINTEGRAR TODAS LAS PARTES DE LA PERSONALIDAD La terapia Gestalt utiliza una serie de reglas y de juegos que son propuestos al participante como experiencias que puede llevar a cabo. Estas experiencias no tienen valor en sí mismas. Puede ser tan enriquecedor sustraerse a ellas como ejecutarlas perfectamente; su utilidad radica en que sirven para desarrollar la conciencia. Estas reglas de la terapia Gestalt atañen a la franja más exterior de la personalidad; la de los clichés, el primer estrato de la' neurosis descrito por Perls. Su observancia conduce al paciente a tom ar conciencia de su falta de autenticidad, de su negativa a asumir la responsabilidad de sus sentimientos, de sus opiniones, de sus necesidades o incluso de su propio cuerpo. A partir de esta toma de conciencia, podrá ir más lejos en su búsqueda. Los juegos que la terapia Gestalt le propone sacarán a la luz los procesos más complejos de prevención: proyección, retroflexión, introyección, etc. Le permitirán poner fin a Gestalts no terminadas y hacer evidentes sus contradiccio­ nes, sus polaridades.

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Restaurar ia unidad del ser Los juegos se presentan como una especie de comentario, lúdico o dramático, una metáfora en la que pueden expresarse los múltiples aspectos de la personalidad. Su objetivo es poner en concordancia las sensaciones, las emociones y los pensamien­ tos. Están concebidos para sacar a la luz las resistencias y conducir a un estado de conciencia superior, para facilitar el proceso de maduración. A menudo provocan un choque en la persona, mostrándole los numerosos y sutiles medios por los que se impide a sí misma experimentar totalmente su ser en su entorno.

1. VIVIR EN EL AQUÍ Y AHORA La idea del presente, de la inmediatez del contenido y de la estructura de la experiencia presente es el principio fundamen­ tal de la terapia Gestalt. Lo que siento, lo que percibo, se estructura en relación a lo que soy aquí y ahora, a mis deseos, a mis necesidades. La Gestalt fuerte, completa, emergerá de su entorno en la medida en que coincida, en mi presente, con mi estado actual. Podrá ser una percepción, una sensación, una emoción, un sentimiento. Entre ella y yo se creará una relación dinámica que tenderá hacia su satisfacción. A partir de esa Gestalt, y en la realidad de ese presente, descubriré los fundamentos de mis relaciones con el universo, y de idéntica forma encontraré en la percepción inmediata de mi cuerpo, la reafirmación de mi estado de estar vivo. En el aquí y ahora funciono como una totalidad y amplío mi campo de conciencia. Un participante describe así esta experiencia: «Lo había visto un montón de veces en mi cabeza, en mi intelecto, pero aquello no era lo mismo. Una explosión en la que todo participa. Mi cuerpo y lo demás. Un conocimiento completa­ mente diferente.» Aun constituyendo una aportación importante y original en el dominio de la psicoterapia, esta focalízación sobre la expe­ riencia inmediata no es patrimonio exclusivo de la terapia Ges-

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Reintegrar todas tas partes de la personalidad talt. Se la encuentra en todas las enseñanzas tradicionales. Como dice el Buda: «Si quieres conocer el pasado (la causa)» conoce el presente (el resultado). Si quieres conocer el futuro (el resul­ tado), conoce el presente (la causa).» En el presente la persona se manifiesta en la totalidad de lo que es. Reproduce los esquemas de comportamiento puestos en funcionamiento en el curso de su historia personal, Pone en juego sus esperanzas, sus miedos, sus reticencias, la representa­ ción que tiene de su cuerpo y su forma de utilizarlo. Es también en el presente donde puede intentar experiencias diferentes. Puede reactivar las «zonas muertas» de su cuerpo, entrar en contacto con aspectos ocultos de su personalidad, tomar conciencia de sus contradicciones, terminar situaciones inacabadas. Vivir en el «aquí y ahora» necesita un nuevo aprendizaje, sobre el que la terapia Gestalt insiste de forma particular. Así pues, el terapeuta subrayará la facilidad con la que el participante abandona ei «aquí y ahora». Sacará a la luz la necesidad de dialogar con individuos ausentes, la pulsión nos­ tálgica hacia el recuerdo, la tendencia a estar preocupado por miedos y construcciones imaginarias que se sitúan en el futuro. «...¿Dónde estás aquí y ahora?... ¿Cómo te sientes?... ¿Qué haces?.,.» Estas preguntas del animador que traen de nuevo a la perso­ na a la realidad de su presente serán pronunciadas con gran frecuencia en el curso de un trabajo de Gestalt.

2. TOMAR CONCIENCIA DEL «CÓMO» MÁS QUE DEL«PORQUÉ» La mayor parte de las terapias clásicas están fundadas en la toma de conciencia del «porqué». Esto puede provocar el deseo de modificar el destino individual, pero con frecuencia el pa­ ciente la utilizará como una justificación de su estado actual, sin provocar ningún deseo de cambio.

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Restaurar la unidad del ser —Si tengo miedo de los hombres es porque mi padre aban­ donó a mi madre cuando yo tenía dos años. —Y luego, dirá la terapia Gestalt, ¿cómo te las arreglas para tener miedo de los hombres y de qué te sirve eso? La toma de conciencia del «cómo» consiste en seguir punto por punto las manifestaciones somáticas de la experiencia psí­ quica mientras ésta se desarrolla. El paciente entrará en contac­ to con los lugares del cuerpo donde están impresos sus miedos y las imágenes y sentimientos que les están asociados.

Apoyarse en las informaciones proporcionadas por la conciencia del cuerpo ...Permite a la persona seguir cada etapa del proceso y,mo­ dificarla si lo desea. Es llevada de nuevo a la base misma de sus experiencias, evitando así las verbalizaciones estériles y las ex­ plicaciones interminables. El terapeuta pregunta: «¿Cómo has hecho para “ cortar el contacto con Alain” ?» —No lo sé. Ah, sí. He desviado la mirada. He mirado a Gilles. He disminuido mi respiración. No sé qué más. Y el grupo añade; «Te has metido en ti misma. Has agitado las dos manos abiertas, como si quisieras poner una barrera entre él y tú.» A continuación del «cómo» vendrá el «porqué»: «Ya no tenía ganas de estar con él, pero no me daba cuenta de ello»; y a continuación de este «porqué», el «porqué» más antiguo, origen del proceso que utiliza esta joven para cortar el contacto. Dispondrá no sólo de los hechos inductores sino tam­ bién de tas etapas destacadas de su comportamiento y descubri­ rá hasta qué punto ese proceso forma parte de ella. Le hace posible dejar de funcionar así y experimentar otro modo de ser más apropiado. A la toma de conciencia de los «cómo» contri­ buye la observación de ciertas reglas simples de semántica que son utilizadas por la Gestalt. 80

Reintegrar todas ¡as partes de la personalidad

Suprimir las palabras parásitas que edulcoran el dis­ curso: «...Pienso que... creo que... me parece que...» De la misma forma, la utilización de adverbios o locuciones sirve muy a menudo al mismo fin: «Me pareció que, probable­ mente, se trataba para mí de una huida de lo real.» El terapeuta recomendará a los participantes que utilicen frases simples, cortas, que les pondrán más en contacto con lo que sienten. Con frecuencia insistirá en una nueva formulación más simple, en el cambio de una frase negativa por su equiva­ lente positiva. Por ejemplo, un participante transformará su primera constatación: «Ño sé donde estoy», por un: «estoy perdido», cargado de una dimensión emocional muy distinta.

Poner en evidencia las falsas preguntas A todo el mundo le gusta plantear preguntas. Ahora bien, existen pocas preguntas que impliquen una necesidad real de información por parte del que las formula. Pueden ser la expre­ sión de su pasividad: «Me pregunto si verdaderamente vale la pena que me esfuer­ ce tanto.» O un medio de manipular al otro: «¿No crees que estás equivocado actuando de esa forma?» O la expresión de su particular visión de las cosas: «¿No crees que en esta situación es mejor no intervenir?» El terapeuta Gestalt —si está atento a responder a las verda­ deras preguntas— estará alerta para descifrar lo que se oculta tras las falsas preguntas y evidenciar el beneficio esperado por el que las formula.

3. ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DE LO QUE SE ES Para la Gestalt, tomar la responsabilidad de lo que se es, se manifiesta también en la utilización del lenguaje. Nos es hab¡81

Restaurar la unidad del ser tual referirnos a nuestro cuerpo o a nuestros actos utilizando el lenguaje distanciado de la tercera persona: —¿Qué ocurre? —dice el terapeuta. —Mi mano se acerca a mi rostro —responde el participante. Por el simple recurso que consiste en pasar de la tercera persona a Ja primera: «Acerco la mano hacia mi rostro», la persona es puesta en situación de concebirse a sí misma de forma distinta a una criatura pasiva a la que las cosas le suce­ den sin ser responsable de ellas. De la misma forma, cuando alguien dice: «No puedo vivir con esta persona», la proposición del tera­ peuta de sustituir «no puedo» por «no quiero» —«no quiero vivir con esta persona»— desencadena una toma de conciencia de la negativa real oculta bajo la inicial declaración de impo­ tencia. La regla de «no chismorrear» obedece al mismo plantea­ miento. No chismorrear, en el sentido de no hablar de un individuo presente, sino dirigirse directamente a él. Muy a me­ nudo chismorreamos cuando nos es imposible asumir (a respon­ sabilidad de los sentimientos que una persona hace nacer en nosotros, Esta regía tiene por objeto provocar la toma de conciencia de esos sentimientos en lugar de evitarlos. —Pienso que Jeanne interviene sin cesar a tontas y a locas. —Dirígete directamente a Jeanne. —Jeanne, tú intervienes a tontas y a locas. Eso me enerva... Creo que estoy celosa de tu facilidad de expresarte. Las actitudes del cuerpo son un lenguaje al mismo nivel que la palabra. La Gestalt hará tomar conciencia al participante de lo que dice su cuerpo y de la coherencia de ese discurso mudo con lo que realmente quiere decir. Muy a menudo, alguien imagina que desea entrar en contac­ to con otra persona, cuando realmente no es así. Se asiste 82

Reintegrar todas las partes de la personalidad entonces a una verdadera distorsión entre la actitud, la mímica, el tono de la voz y el sentido de las palabras pronunciadas, que lleva a una ruptura de la comunicación. Simétricamente, un interlocutor cuya mirada vague por el espacio, cuyo busto esté echado hacia atrás o que se encuentre replegado sobre sí mis­ mo, nos indica, al margen de cuál sea su voluntad consciente, su negativa a escuchar al otro. Una serie de ejercicios —mirarse cara a cara, entrar en contacto con las manos, encontrar la distancia adecuada para relacionarse con el otro, etc.— favore­ cen la tom a de conciencia. Señalamos aquí la importancia del «feed-back» (la verbalización de lo vivido por cada uno) para poner en evidencia todo lo que parasita la calidad de la comunicación. Otro procedimiento corrientemente utilizado en Gestalt con­ siste en considerar como un acto voluntario una percepción puesta de relieve por el continuum de la conciencia. Por ejem­ plo: «Soy consciente de que muevo mi pierna y asumo la res­ ponsabilidad de ello.» Esto, a pesar de su apariencia estrictamente mecánica, deter­ mina que el participante se haga cargo más conscientemente de sus gestos y sensaciones, restaurando su sentimiento de unicidad. La configuración misma del grupo de Gestalt en el que la persona decide sin estimulación externa el momento en que quiere embarcarse en un trabajo personal, colabora también a restaurar la responsabilización individual de cada uno. Los par­ ticipantes no se equivocan en eso: «Lo que me gusta del grupo (de Gestalt) es que nadie te fuerza. O bien se quiere currar y se va a ello, o bien uno no se decide. En este caso, se queda uno como atontado frente a su malestar y se lo tiene merecido.» «Vosotros (los terapeutas) nos habéis puesto en remojo. Real­ mente, yo estaba resentido. Si vengo a un grupo es para que se me diga qué hacer. Me decía a mí mismo: no conocen su trabajo. Y encima pretenden que se les pague. Bueno, al menos os encontraba simpáticos. Más tarde, he comprendido. Soy yo el responsable de lo que hago o dejo de hacer. En el grupo, en mi vida, es lo mismo. Está bien así. Creo que he comprendido.» 83

Restaurar la unidad del ser

4. RESPETAR EL RITMO DE CONTACTO Y RETIRADA La terapia Gestalt concede gran importancia a la polaridad del funcionamiento vital. La inclinación natural a cortar un contacto, que experimentará a veces el participante, no es per­ cibido como una resistencia que deba ser dominada, sino como un ritmo a respetar. La terapia Gestalt sugiere que la necesidad de retirarse de cualquier situación cuyo interés ha decrecido es condición para el restablecimiento de otra situación de interés. Si a veces no es difícil entrar realmente en contacto, es igualmente difícil emprender una retirada. Existe toda una serie de ejercicios en grupo que favorecerá lo uno y lo otro: entrar en contacto con una persona diciendo «sí», luego cortar el contacto diciendo «no». Abrir los ojos cuando se desea el con­ tacto. cerrarlos para cortarlo. Examinar un objeto elegido has­ ta que el sentimiento de interés decrezca, etc. Este ritmo será también puesto en evidencia en la dinámica interna de la persona. Se focalizará su atención sobre el senti­ miento o la sensación con que se encuentra en contacto, así como sobre la forma en que se las arregla para cortarlo. Se intentará hacerle explorar totalmente tanto lo uno como lo otro, a fin de favorecer el estado de «vacío fértil» que sucederá a la finalización de su Gestalt.

5. ACEPTAR LA FRUSTRACIÓN Finalmente, la terapia Gestalt utiliza un planteamiento que no es ni el de las reglas ni el del juego. Tiene por objeto llevar al paciente a soportar un sentimiento de frustración en tanto que tal, sin recurrir a sus trucos habituales para huir de él, disfrazarlo, esconderlo, etc. Esta técnica corresponde a la puesta en evidencia por parte de Perls del papel que juega la huida fóbica en todos tos comportamientos neuróticos. Consiste en 84

Reintegrar todas las partes de la personalidad proponer al paciente que ha traído de nuevo a su conciencia una experiencia particularmente dolorosa, y que está manifies­ tamente impaciente por cortar, lo siguiente: «Trata de quedarte con ese sentimiento.» Se le preguntará entonces cuáles son sus percepciones, sus deseos, sus construcciones imaginarias, a fin de ayudarle a separar lo que imagina de lo que percibe.

6. LOS JUEGOS DE LA TERAPIA GESTALT Los diálogos La terapia Gestalt da la palabra a las personas ausentes, a los síntomas, a las partes ocultas de la personalidad. Frecuen­ temente, un cojín hará de interlocutor imaginario al que se dirige el paciente. Éste interpretará alternativamente dos pape­ les, cambiando de lugar según sea la persona'a la que encarne. Los protagonistas más celebres de los juegos de diálogo son los aspectos de la personalidad que Perls denomina «gran jefe» (top dog) y «pinche» (under dog). El gran jefe es más o menos equivalente al super-yo del psicoanálisis. Moraliza, abunda en consejos: «Debes hacer esto, debes ser aquello» y generalmente es severo y crítico. El pinche resiste pasivamente, se disculpa y encuentra bue­ nas razones para dejar las cosas para mañana. La toma de conciencia de estos dos aspectos contradictorios de la. personalidad hace a la persona más apta para percibir cuál de ellos domina en una situación dada. Se produce tam­ bién una integración de estas dos polaridades, un poco como si a través de la toma de conciencia emergiera progresivamente una personalidad adulta que no tiene nada que ver ni con uno ni con otro a la hora de decidir sobre su vida. Los diálogos ponen de manifiesto los procesos neuróticos de proyección, confluencia, introyección. Por ejemplo, la escenificación de las dificultades entre una participante y su marido, cuyo papel representará ella misma, puede conducir al siguiente diálogo: 85

Restaurar la unidad del ser PARTICIPANTE: «Tengo miedo de que te marches y me abandones.» PARTICIPANTE (encarnando al marido)', «No tengo intención de marcharme, pero, realmente, me gusta­ ría que tuvieras más autonomía.» PARTICIPANTE: «Si tuviera más autonomía, me abandonarías; sin embargo, me fastidia mi dependencia.» PARTICIPANTE (encarnando al marido): «¿Qué te hace pensar que te abandonaría? En absoluto. Me sentiría feliz y orgulloso de tener una mujer adulta.» Etc. Respondiéndose a sí misma en el personaje de su marido, la joven pone de manifiesto que la sanción a su autonomía, el abandono, es completamente imaginaria y le sirve de coartada para no aceptar el riesgo. Se trata probablemente de una introyección familiar: «Si te haces autónoma, te abandonaré», lo que ya no tiene razón de ser, dado que la joven es ya una persona adulta. Ésta podrá, mediante la renuncia a su respuesta infantil, establecer una relación de igual a igual con su marido. La conclusión de lo que pueden aportar los juegos de diálo­ go aparece bien expresada en la carta de un participante, uno de cuyos pasajes citaré a continuación: «...El proceso Gestalt me ha “ permitido” sentir —compren­ der— cómo me ponía en situación, para qué me servía, cómo la soportaba (o no la soportaba). Me sirvo de ello en la vida cotidiana frente a mis reacciones y las de los demás. A veces no tomo para mí lo que otro me dice porque siento que no va dirigido a mí y otras veces digo algo a alguien y sé que no va realmente dirigido a él y poco a poco puedo actuar y hablar más conscientemente.»

El final de situaciones no terminadas Perls se refiere a las situaciones no terminadas entendiéndo­ las como Gestalts incompletas que es importante llevar a su fin. 86

Reintegrar todas fas partes de la personalidad pues son origen de todo tipo de resentimientos. Pueden ser completadas por el diálogo, por el juego imaginario, 0 incluso desarrolladas realmente utilizando a los participantes o los ele­ mentos de la habitación. Recuerdo el trabajo de una participante, Anne, que siendo muy joven había dado a luz a una niña no deseada, y todo el parto había tenido por objetivo la expulsión tan rápida como fuera posible de aquel bebé inoportuno. El entorno hostil, la comadrona reprochando a la joven sus gritos y sus miedos, la ausencia de su marido y de su madre, la habían traumatizado, y aunque su hija ya tenía entonces diez años, Anne jamás había podido asumir su maternidad. Después de un divorcio precoz, el padre se había encargado de la pequeña, cuyas relaciones con la madre resultaban difíci­ les. Con el concurso de la propia madre, que participaba en el grupo, y de Hubert, mi colaborador, que hacía el papel de su padre, Anne revivió el nacimiento de su hija, pero esta vez sin prisas, manteniéndose a la escucha de su cuerpo. Conservo en mi memoria los dolores (reales) que le asaltaron (y que reapa­ recieron por la noche), mis esfuerzos por calmarla y su rostro transfigurado cuando anunció que había traído al mundo una niña, su niña. Esto ocurrió hace aproximadamente un año y desde entonces Anne se ha manifestado como una madre tierna y responsable. H a estructurado un espacio en su vida para su hija y ha abierto la vía hacia el reconocimiento de sus sentimien­ tos maternales.

El juego de la proyección Muchas opiniones y juicios son, en realidad, expresión de las proyecciones del paciente. Así por ejemplo, el participante que, en un grupo, declara no poder confiar en otra persona puede ser puesto en situación de explorar las razones de su falta de confianza y darse cuenta de que son las mismas que le impiden tener confianza en sí mismo. La técnica es simple; se pide al 87

jRestaurar la unidad del ser participante que exponga por qué no puede tener confianza en el otro: «Me parece que nunca estás presente cuando te hablo. No me gusta la forma en que tus ojos huyen continuamente cuando te miro. Tu tono de voz suena falso.» Después de aceptar esto como suyo: «Nunca estoy presente cuando se me habla. Mis ojos huyen continuamente cuando se me mira. El tono de mi voz suena falso. > ■ Ci participante toma conciencia de que atribuye al otro las características de su propio comportamiento y que la persona en la que no puede confiar es él mismo.

Desvelar su secreto Este juego tiene por objetivo explorar los sentimientos de culpabilidad y de vergüenza, así como el apego inconsciente que a ellos se tiene. Se pide a los participantes, colocados de dos en dos, uno frente al otro, expresar sucesivamente al que tiene delante cuál es su secreto y para qué le sirve. Es sorprendente constatar hasta qué punto la revelación deí secreto está acompañada de sentimientos positivos o negativos de una gran intensidad: «Manipulo a los demás para hacer con ellos lo que quiero y no tengo intención de dejar de hacerlo», dice con mucha fuerza y energía un joven anodino. «Mi secreto es que soy frígida desde que mi tío me violó a los trece años y me pregunto sí eso no me lleva a vengarme de esta forma con los hombres», dice entre sollozos una mujer muy joven. «No tengo secretos para nadie y estoy harta de contar todo a todo el mundo», grita una madre de familia. Existen múltiples variantes del juego del secreto. Una de ellas, que suscita tomas de conciencia muy intensas, es ésta: «Por qué he elegido a mis padres tal como son.» 88

Reintegrar todas las partes de la personalidad

Jugar a tos contrarios La terapia Gestalt intenta hacer percibir al paciente que algunas de sus actitudes representan de hecho lo inverso de sus impulsos ocultos. Se pedirá a un tímido que haga de exhibicionista, a un charlatán que escuche atentamente lo que dicen los demás, etc. Al aceptar la entrada en un dominio generador de ansiedad, estará en contacto con esa parte de sí mismo que había negado y rechazado.

Amplificar o disminuir Cuando se le pide a un participante amplificar y llevar hasta el final un incipiente ademán casi imperceptible, una frase cuyo sentido se le ha escapado aparentemente, esto conduce ai de­ sarrollo espontáneo de un sentimiento oculto que se había ex­ presado mediante un gesto truncado o una palabra mecánica. «Me siento acorralado entre el árbol y la corteza», dice un paciente que apretaba su pulgar derecho entre los dedos pulgar y medio de la mano izquierda, cuando presta atención al de­ sarrollo de su gesto. Asimismo, cuando se propone a un pacien­ te de voz atronadora que cuchichee lo que está a punto de decir, se encuentra en contacto con la parte frágil, delicada, de sí mismo, que negaba bajo su aparente energía. Los juegos que cito son los más clásicos de los utilizados en la terapia Gestalt. Cada terapeuta inventa los suyos según la situación. Un día propuse a un participante que declarara sentir deseos de orinar sobre cada mujer con la que quería entrar en contacto, que representara una bomba con là que las mujeres del grupo serían sucesivamente «regadas». Una mujer, para la que cada acontecimiento positivo se acompañaba indefectiblemente de otro acontecimiento negati­ vo, participó en una danza colectiva, refugiándose bajo un paraguas. 89

Restaurar la unidad del ser Así, al afrontar por mediación de estos juegos, los aspectos de sí mismo que no se quieren o no se saben reconocer, se puede entrar en contacto con lo qué se es y, a partir de esta toma de conciencia, tratar de modificar y ampliar la personali­ dad. El objetivo de la terapia Gestalt es llevar al paciente a adop­ tar hacia las experiencias psíquicas y emocionales actitudes tan activas como las que rigen las funciones de la nutrición y que nos permiten asimilar el alimento, como pone de manifiesto Péris en Ego, Hunger and A g r e s s io n La terapia Gestalt esti­ mula la asimilación de las dimensiones emocionales de la vida, a fin de aumentar la capacidad de autonomía del paciente, permitiéndole hacer frente con energía a las inevitables frustra­ ciones de su vida cotidiana.I.

I. Londres, George Alien and Unwin, 1947,

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2. EL TRABAJO DEL SUEÑO La terapia Gestalt considera el sueño como una representa­ ción de nuestra existencia en el momento en que se manifiesta. Incluye, como el comportamiento en el aquí y ahora, la totali­ dad de los elementos y acontecimientos que nos han llevado a ser lo que somos. Como nos encontramos divididos en diferen­ tes partes, todavía no integradas, el sueño comporta también varios elementos distintos, cada uno de los cuales representa una parte de nuestra personalidad. El trabajo del sueño tendrá por objetivo integrar las partes alienadas o dispersas de nuestro ser, para ponernos de nuevo en contacto con su totalidad.

1. EL PLANTEAMIENTO DEL SUEÑO EN TERAPIA GESTALT Cuando una persona cuenta un sueño, con frecuencia hace de él un relato privado de emoción y vitalidad. Es indispensable devolver al sueño toda su realidad y llevar a la persona a revivirlo en su imaginación de forma tan completa como sea posible. En lugar de contar una historia, la persona que lo narra será la heroína de un drama. Para ello se debe emplear el 91

Restaurar la unidad del ser tiempo presente en lugar del pasado: «Estoy en una dudad... pasa esto y lo de más allá...» La etapa siguiente consistirá en la escenificación del sueño por parte del que lo ha soñado. Dispondrá en el espacio sus diversos elementos y se identificará sucesivamente con cada uno de ellos. La finalidad de las identificaciones es doble: —Integrar los conflictos entre las diferentes partes de sí que están representadas en el sueño. —Identificar y volver a tomar posesión de las características que consideramos negativas y que hemos proyectado al exterior. Identificándonos sucesivamente con el demonio y el ángel puestos en escena por el sueño, con el policía y el granuja, tomarnos verdaderamente conciencia de la existencia real de estas polaridades en nosotros, del conflicto que entrañan y de la forma en que estos aspectos de nosotros mismos toman el mando en ciertos momentos, sin que ni siquiera lo sospechemos. Por mi parte, rara vez apelo a la técnica de la puesta en escena utilizada por Perls, salvo cuando se trata de un trabajo de grupo en el que me parece importante que tos distintos miembros participen en tanto que elementos dinámicos del sue­ ño. Prefiero pedir al paciente que pase de inmediato a la iden­ tificación de los distintos elementos. Me ha ocurrido en sesio­ nes individuales retomar el mismo sueño varias veces seguidas. La forma en que el paciente se identificaba con los elementos del sueño, matizada por sus preocupaciones aquí y ahora, varía en cada ocasión y permite la toma de conciencia de facetas enteras de la personalidad que se manifiestan bajo aspectos diferentes. A menudo tomo, de los gestaltistas de la segunda generación, la técnica consistente en sugerir al paciente la continuación del sueño cuando la identificación lleva a un impasse en el que queda bloqueado. La consigna será en este caso mantenerse en contacto con su sentimiento de vacío, de impotencia, y obser­ var lo que surja. Indefectiblemente, tras haber estado en con­ tacto con esta zona de implosión, con esta zona en sí misma 92

Ei trabajo del sueño muerta, el paciente vuelve a encontrar el contacto con sus fuer­ zas vivas, lo que se manifiesta por una conclusión positiva y creativa de la situación bloqueada. Voy a relatar aquí el trabajo de algunos de mis pacientes. He elegido los dos primeros por la claridad casi fotográfica con que ponen en evidencia los diferentes elementos de sus respec­ tivas personalidades. El último muestra lo que puede aportar la finalización imaginaria del sueño, hecho que puede ser conside­ rado como la terminación de una Gestalt inacabada. Habría podido elegir otros, más representativos de conflictos internos, pero he preferido mostrar cómo, a partir del simple mecanismo de la identificación y con muy escasas intervenciones por parte del terapeuta, la personalidad del paciente se va dibujando poco a poco de la misma forma que una obra de arte o un cuadro se va construyendo a partir de utr boceto que previamen­ te se elabora.

2. ANNE: BAMBOLEADA Y ENRAIZADA Anne cuenta su sueño ante el grupo, estimulada por Hubert y por mí. «Estoy en una pequeña isla. A mi alrededor, el mar está encrespado. Percibo una cosa que gira en ese mar embravecido. Observo el movimiento circular de la cosa, el movimiento circu­ lar de las olas. La cosa se bambolea de un lado a otro, no tiene sujeción. Estoy en la isla mirando la cosa sin poder prestarte ayuda, mirando la inasa turbulenta; de repente, el mar, con un movimiento más brusco, envía hacia mí la masa, que cae sobre la isla, ahogada; me precipito hacia ella y le hago la respiración artificial. Recobra la vida. Se mueve. Se mueve. Ese cuerpo que percibo como un cuerpo humano se transfor­ ma en un animal: un gato que sale corriendo y se va.» ANNE añade: «Eso me produce una gran inquietud, pues siento en mi vida ese doble aspecto de torbellinos y de olas y, al mismo tiempo, de enraizamiento.» Hubert sugiere a Anne que se identifique con el cuerpo no­ tante: «Giro y al mismo tiempo que lo hago me siento muy confusa. Soy una masa completamente informe. Giro alrededor 93

Restaurar la unidad del ser de un punto bien delimitado cuyo contorno veo perfectamente. Bien delimitado, en el que veo armonía; sin embargo, no sabría describirlo.» Señalemos que la importancia concedida por Anne a este punto fijo, bien delimitado, habría podido llevar a Hubert a sugerirle que se identificara con el punto y luego a establecer un diálogo entre la masa informe y el punto, diálogo que sin duda habría sido fecundo. No obstante, ha optado por dejar seguir su curso a la experiencia. ANNE contintía: «Alcanzo la orilla tras los remolinos y las olas. La calma es total. Después de esta extrema confusión... Yo soy esta extrema confusión. Soy impulsada a tierra firme. Tengo la sensación de que son los elementos los que me impulsan hacia tierra firme. Me siento anonadada. Sin embargo, el contacto con tierra firme me produce un cambio de estado.» Anne, que hasta entonces estaba sentada frente a Denise, se tumba espontáneamente. Anuncia que va a retomar la secuencia del torbellino, pues se siente desconectada de la situación: «Giro, giro, en todos los sentidos...» Acompaña sus palabras con su cuerpo, girando cada vez más violentamente sobre el colchón. Un giro más violento le proyec­ ta a un metro aproximadamente de! colchón. Se queda inmóvil. HUBERT: «¿Dónde estás?» ANNE: «En la isla, en tierra. Siento todavía en la cabeza la extrema confusión por la que acabo de pasar.» HUBERT: «¿Puedes convertirte en la isla?» ANNE: «Soy completamente lo contrario. Soy firme, con arena fina sobre la que uno se puede tumbar, sobre la que se está bien (solloza). Pero en esta isla no hay nadie. En mí no hay nadie. Soy muy arenosa. En ciertos momentos, está la roca bajo la arena, pero la roca no se ve, está oculta bajo la arena. A veces, se producen heridas en los pies, pues bajo mi arena hay partes rocosas y cortantes que hacen mucho daño, que hacen tanto daño que emprenden la huida para refugiarse en el agua.» HUBERT: «Conviértete en la roca.» ANNE: «Soy la roca. Estoy oculta. Estoy bien sentada en el fondo del agua. Estoy rodeada de agua. Mi cabeza está al sol. Estoy casi absolutamente recubierta de arena. A mis pies, crece un bosquecillo. Soy el relieve de la isla, lo que le da su forma, su personalidad. Al mismo tiempo, hiero. Al mismo tiempo, soy

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Eí trabajo del sueño el lugar en que podría buscar refugio si las olas se hicieran demasiado grandes.» HUBERT: «¿Puedes convertirte en el bosquecitlo?» ANNE: «Son pinos parasoles, de los que hay en el Midi. Se está bien debajo de ellos. La luz pasa a través de mi. Mis ramas son bastante altas. Mí base está bien despejada. Es un lugar agradable al que se puede venir a descansar, donde se puede venir a sentir el olor de los pinos o del mar, donde se puede encontrar felicidad, bienestar...» (Con voz fuerte): «Soy protector.» «Un protector ligero. Tengo una base regular, con raíces que hacen daño, una base musgosa y mullida. Soy un árbol acoge­ dor. No tengo a nadie que acoger y esto me hace sentir triste.» Anne suspira, después abre los ojos. HUBERT: «¿Dónde estás, Anne?» ANNE: «En mi isla, pero vuelvo... (Silencio).,, Me siento triste y mi tristeza desaparece poco a poco.» Se levanta, va a sentarse frente a Denise y le coge las manos. Se sonríen. ANNE: «Me siento como el árbol bajo el que te resguardas.» DENISE: «Me siento como alguien que acaba de nacer.»

3. FLORENCE: LAS DIFICULTADES DE UNA RELACIÓN Al comienzo de su sesión individual, Florence me cuenta su sueño en el que ella interrumpe un diálogo con Michel, su amigo, para ir a la cocina a buscar una olla que cuece a fuego lento. Le pido que se identifique con la olla. FLORENCE: «Soy una olla. No veo más que el interior. Mis bordes son muy lisos. Soy muy alta, de color gris claro. En el fondo, jugo, bueno, tibio. Un asado más redondo por un extremo que por el otro, ¿De qué? De ternera, quizá. Michel está en la olla, al lado del asado. Para subir arriba, tendría que agarrarse a las cuerdas del asado. 95

Restaurar ht unidad del ser Anda a tientas. Trata de ver por dónde puede subir, cómo se hace para escalar una roca.» MARIE: «¿Qué ocurre?» FLORENCE {decepcionada)-, «Michel me parece muy peque­ ño, Esta noche tenía fiebre. Sudaba. Le he dicho: “ Con todo esc sudor, deberías ir a ducharte.” Me ha respondido que tenia la impresión de haberse convertido en una persona completa mente extraña a mí...» MARIE: «Conviértete en el asado, ahora.»

FLORENCE (asado). «Si tuviera patas, tendría la forma de un pollo. Estoy atado —bello— crudo. Si yo fuera Michel, tendría más interés en probar la salsa y el asado que en escalar la olla. Cuantas más vueltas se da, más pequeño se hace él y más grande el asado. Es como si, poco a poco, lucra a recubrir a Michel, liso me hace pensar en los superman de la ciencia ficción, que se vuel­ ven muy pequeños y ya no pueden hacer nada.» MARIE: «Tú eres Michel.» FLORENCE (Michel): «No sé por qué estoy ahí. No se por qué soy tan pequeño. Al principio de estar en la olla, el borde era menos alto y el asado menos grueso. Podría acabar por ahogarme en el jugo. Aunque soy más pequeño que el asado, no me imagino que pueda aplastarme. Por eso pensaba en un po­ llo, porque está vado en el interior.» MARIE: «Conviértete de nuevo en el asado.» FLORENCE (asado): «No tengo la impresión de estar lleno. Pienso en la rana, tan gruesa como el buey, hasta que estalla, Me siento atrayente. Dan ganas de comerme. Es gracioso, si se clava un cuchillo, puedo estallar, completamente agujereado. El cuchillo puede salir por los dos lados. Podría ser uno de esos pollos en una carnicería que llaman la atención de todo el mun­ do y que no son muy buenos cuando se comen. Vaya, las paredes de la olla se bajan hacia el exterior.» MARIE: «Vuelve a la olla.» FLORENCE (Olla): «Parezco un nenúfar. El asado es e| corazón del nenúfar. Michel está sobre un pétalo. Esto me hace pensar en la pista de entrenamiento de los soldados. Cada uno tiene que pasar sus pruebas. Si cae, es como si hubiera fieras para devorarle.»

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El trabajo del sueño

4. CÉCILE: EL RECONOCIMIENTO DEL PADRE En sesión individual, Cécile me cuenta este sueño. Tumbada sobre la alfombra, parece tener dificultades para revivir la rea­ lidad, aunque tenga los ojos cerrados y hable en presente, según yo le habia sugerido: «Visito un asilo de ancianos. Se me con­ duce a una habitación grande y vacía. Al fondo de la habitación, dos acuarios, casi contra la pared del fondo. En uno de ellos, vacio de agua, pero con paredes de cristal muy altas, un hombre acostado en una cama con sábanas muy blancas. Lo creo muer­ to, pero mueve un poco los labios y los dedos. En el otro, también hay alguien. No veo quién.» Cécile levanta ligerameme la cabeza y me mira. «Está ligado a la muerte, a la muerte de mi padre. Todavía tengo el sentimiento de angustia de mi sue­ ño. Esta imagen no me abandona. Me gustaría que mi padre, mi madre también, no murieran antes de que nuestras relaciones hubiesen cambiado.» MARIE: «Quédate en contacto con esta imagen y tu senti­ miento de angustia y ve en qué se convierte.» CÉCILE: «Estoy en la habitación, cerca del acuario de la izquierda. Realmente, no se le parece, pero sé que es el. No puedo hacer nada. Va a morir ahí.» MARIE: «Díseio.» CÉCILE: «No puedo hacer nada por ti. Vas a morir solo. No puedo hacer nada.» Continúa: «En el otro acuario debe estar mamá, pero no quiero verla. Tengo ganas de alejarme.» Detiene su respiración. Pasan unos instantes. MARIE: «¿Qué haces?» CÉCILE: «Entro en el acuario. Estoy en el acuario. Papá y mamá están afuera. Me miran. Las paredes se cíerran.sobre mí. Mamá no hace nada para ayudarme. Papá me mira. Tiene aspecto de estar contento. Realmente, parece feliz de verme. (Sonríe). Mamá se aleja, luego se acerca para mirarme. Parece impa­ ciente. No me quiere. Siempre dice que me quiere, pero no me quiere. Papá está cerca de mi. Quizá va a sacarme de ahí.»

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Restaurar la unidad del ser Ahí sube. Entra dentro (el rostro de Cécile se ha transfigura­ do por el asombro). «No estoy sola.» MARIE: «Dile una palabra, “ Papá” es suficiente.» CÉCILE: «Papá...» Cécile se ve sacudida por sollozos prolongados. La vuelvo de lado. La cubro con una manta. Llora suavemen­ te ahora, largo rato, apaciblemente. Al final de la sesión me explica que volvía a ver las diferentes imágenes de su padre. Aquel padre al que siempre había rechazado porque no tenía estudios. Aquel padre socialmente inferior a su mujer y a su suegra, que no podía decir una palabra en una casa regida por mujeres, detentadoras del poder y del dinero. Me sorprendí de la dulzura del rostro de Cécile. Un poco como si su dulzura se hubiera reencontrado en la aceptación de sus sentimientos de amor hacia su padre. Al transcribir las notas que he tomado sobre este caso, me ha sorprendido la diversidad de posibles intervenciones que me vienen a la mente. Habría podido proponer a Cécile crear un diálogo entre los dos, ocupantes de los acuarios, identificarse con la habitación, luego con los elementos que en ella había, etcétera. Sin embargo, a medida que avanzo en mi práctica terapéutica, me siento cada vez menos atada a las técnicas clá­ sicas, cada vez menos propensa a intervenir. Creo con ello res­ petar el espíritu de la Gestalt, la confianza en los procesos que se desarrollan «aquí y ahora» entre el paciente y el terapeuta, procesos en los que cada uno compromete su intuición, su.ereatividad y su honestidad; y está bien así. Ciertamente, el sueño es una representación fantástica de la persona y el trabajo sobre el sueño es uno de los más excitantes episodios de un proceso psicoterapéutico. Pero no descuidemos por ello los hechos minúsculos en los que se compromete tam­ bién la totalidad del individuo y que tan claramente manifies­ tan, para quien sabe verlas, sus necesidades más primordiales.

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3. LA APORTACIÓN DE LA TERAPIA GESTALT A OTRAS TÉCNICAS TERAPÉUTICAS I. LA GESTALT Y LAS OTRAS TÉCNICAS En Francia, la Gestalt está frecuentemente asociada con otras técnicas, principalmente con la Bioenergía, el Análisis transaccional y, en ocasiones, con el grito primal. Puede ser utilizada a nivel personal o institucional (en em­ presas) e integrarse en sesiones de psicodrama, de sueño des­ pierto. Algunas ramas del psicoanálisis «flirtean» con la Ges­ talt, así como con otros planteamientos de tipo corporal, bus­ cando ensanchar un arsenal terapéutico centrado principalmen­ te en la palabra. No me ocuparé aquí de los puntos comunes y las divergen­ cias entre la Gestalt y otras formas de terapia. El tema ha sido ampliamente abordado en otras obras. Voy a intentar precisar en qué puede resultar beneficiosa la aportación de la Gestalt a otras técnicas. 99

Restaurar Ia unidad del ser ¿P or q u é la asociación d e técnicas tera p éu tica s? Cada modo de terapia engendra resistencias específicas en el paciente, así como un lenguaje calcado de las particularidades de la disciplina por la que ha optado. Así, el paciente hablará de descargas a su terapeuta de Bioenergética, de sueños a su analista junguiano, de deseos de incesto a su analista freudiano, de proyecciones a su terapeuta de Gestalt, etc. La ruptura de ritmo y de lenguaje que en el «ronroneo» de una terapéutica «pura» ocasiona la introducción de otra técnica, amplía sin duda alguna el campo de experiencia del paciente. Ello le permíte aprehenderse a sí mismo desde un ángulo diferente. Este interés por ofrecer a su cliente un espacio de experiencia tan vasto como sea posible, me parece completamente legítimo por parte del terapeuta. Sin embargo, reflexionando sobre ello, ¿so­ bre qué utopía de saber universal se funda? ¿En qué imagen de omnipotencia del terapeuta tiene su origen? Cuando yo, tera­ peuta de Gestalt, utilizo una manipulación de,la bioenergíá (si hago especial hincapié en las inserciones de los músculos motri­ ces de las mandíbulas) ¿es para hacer tomar conciencia a mi paciente de las resistencias materializadas en su bloqueo físico o es porque mi propia impaciencia me impulsa a acelerar su proceso de toma de conciencia? ¿No estaré entonces en contradicción con el respeto al otro y á su ritmo propio? Oigo, veo, a prestigiosos terapeutas esbozar síntesis, experi­ mentar nuevas vías de abordar los problemas. Hay otros que afinan y profundizan una técnica determinada. Respeto sus planteamientos, me parecen coherentes en su diversidad. Pienso que el criterio de validez de la asociación de múltiples técnicas es el mismo que el de la intervención mediante una técnica específica. Es la respuesta personal a la interrogación perma­ nente, lúcida, rigurosa: «¿Quién es el que interviene ahora? ¿Es el manipulador, el que ansia el poder? ¿O es la más auténtica manifestación de mi ser?»

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La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas

Gestalt y Bioenergía Perls, como Reich y Löwen, ve en las tensiones musculares el resultado de .traumatismos del pasado; necesidades no satis­ fechas, contradicciones no resueltas, etc. Éstas impiden la libre circulación de la energía e inmovilizan un potencial energético importante. A nivel psíquico, los procesos de prevención y de rechazo de estos mismos traumatismos movilizan la mayor parte de la actividad de la persona. Estos dos fenómenos están íntimamen­ te ligados y se puede considerar que a la liberación de una tensión a nivel del cuerpo corresponderá un alivio psíquico, de la misma forma que una tom a de conciencia provocará una disminución de la tensión muscular. «En Bioenergía se actúa preferentemente de forma directa sobre el cuerpo por un trabajo en principio físico (posturas de ansiedad) que tiene un efecto sobre la psique y en particular a nivel emocional; en Gestalt se trabaja, desde un principio, so­ bre los tres niveles a la vez: corporal, emocional e intelectual.»1 Así, un paciente hará un trabajo de bioenergía para liberar los extensores de los miembros superiores. Percibirá la predo­ minancia de sus flexores —los músculos que le permiten atraer hacia él, coger—. Su trabajo podrá estar vinculado a una fuerte emoción: «No soy capaz de dar, no sé recibir.» Una vez resta­ blecido el libre juego entre los antagonistas, flexores y extensores, su liberación a nivel del cuerpo se acompañará de una nueva toma de conciencia, acompañada de emoción positiva: «Soy capaz de tom ar y de dar.» Un diálogo Gestalt entre los flexores y los extensores (el tomar y el dar) introducirá elemen­ tos nuevos que enriquecerán cada una de las polaridades. Com­ pletarán la toma de conciencia emocional y corporal por una integración de la experiencia a nivel mental. La conjunción de la Bioenergía y la Gestalt conlleva otra ventaja. 1. J. C. Sée, artículo en Sexpol, «Las Bio-energías», núms. 29-30.

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Restaurar ¡a unidad de¡ ser Permite al paciente expresarse verbal y corporalmente llegar de la forma más completa posible a la profundidad de los sentimientos que expresa. El trabajo directo sobre el cuerpo es también un medio de cortocircuitar la verborrea. Algunos pacientes, aislados de su cuerpo de sus emociones, y centrados únicamente en la palabra, encon­ trarán, por medio de unos sencillos ejercicios de bioenergía, una consciencia corporal y emocional que no podían imaginar. Les habrían sido precisas horas de Gestalt para que emergiera algo más que unos retazos de pensamientos y racionalizaciones. A la inversa, ciertos pacientes de Bioenergía no van más allá del beneficio inmediato que les procura «la descarga». No se plantean ninguna integración de su experiencia; sólo cuenta la sacudida emocional, vivida un poco como un orgasmo solita­ rio, La Gestalt les hace tom ar conciencia de este esquema repe­ titivo y de su responsabilidad personal en esta opción por la repetición, abriendo así la vía hacia una forma más creativa de utilizar la bioenergía.

Gestalt y análisis transaccional La mayor parte de los terapeutas Gestalt piensan, siguiendo a Perls, que basta con que el paciente viva plenamente la expe­ riencia para que ésta se integre por sí misma. Los analistas transaccionales puros postulan que si el paciente recibe suficien­ te información sobre sí mismo, sobre sus estados del yo, sus juegos, sus transacciones y su escenario, será capaz de integrar­ los y tomar nuevas decisiones referentes a su vida. La asocia­ ción de estas dos técnicas hace coincidir el marco teórico y la toma de conciencia de la experiencia para una mejor integración de lo vivido. El análisis transaccional considera que los impasses con que se encuentra el paciente están ligados a órdenes o a contraórde­ nes (contraimposiciones o imposiciones) antiguas, emanadas de su entorno o bien a la incompatibilidad entre los diferentes 102

La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas estados del yo en la consciencia que él tiene de sí mismo. Al utilizar la Gestalt para establecer un diálogo con la persona ficticia que está en el origen de la imposición, o entre los diferentes estados del yo del paciente, éste añadirá a un cono­ cimiento intelectual de lo que en él ocurre, un fuerte efecto emocional que completará su experiencia. Tomará conciencia de la importancia que siempre tiene en su presente e) conflicto que ahora se revela en él. Podrá explorarlo hasta el punto en que se sienta dispuesto —no dispuesto— a modificar sus ele­ mentos (nueva decisión), La Gestalt le permitirá ampliar su campo de conciencia in­ cluyendo en él una dimensión corporal y emocional. De la misma forma, el análisis transaccional le proporcionará un es­ quema de comprensión que pondrá en orden los datos experi­ mentales aportados por la Gestalt. Por ejemplo, una persona cuyo comportamiento esté alternativamente en manos de su gran jefe (top dog) y de su pinche (under dog), podrá recono­ cerse en términos de adulto cuando comience a desprenderse del dominio de uno y otro. Del niño, juguetón e irresponsable, al padre moralizador, el análisis transaccional mediatizará para la persona el aspecto que, al integrar las dos polaridades descritas por la Gestalt, corresponderá á la experiencia de su ser responsable.

Gestalt y sueño despierto El sueño despierto, tal como lo ha planteado Robert DesoiIle, ofrece un soporte metafórico a la imagen que el paciente tiene de sí mismo. Nadie desciende de la misma forma que otro a la caverna, etapa clásica del viaje a que invita el sueño despier­ to. Cada cual hace allí un descubrimiento diferente. Uno se encuentra allí con lo que lleva. La toma de conciencia que provoca esta representación de sí puede ser considerablemente mejorada por la asociación con la Gestalt,

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Restaurar la unidad del ser La persona, identificándose con la caverna, o con cualquier otro elemento significativo del sueño, puede descubrir facetas de sí misma que antes ignoraba. Toma así conciencia de las polaridades que se revelan en el doble aspecto de las representadones. Según Robert Desoille, las imágenes están vinculadas a las palabras y funcionan, en tanto que tales, como un sistema de señales. La desinhibición que se supone conlleva su representa­ ción no puede ser más que reforzada por la añadidura de una técnica destinada a hacer tomar conciencia de la relación exis­ tente entre las imágenes mentales y la representación de si.

Gestalt y psicodrama Perls se ha inspirado en gran medida en el psicodrama de Moreno. Al espacio escénico y a los papeles atribuidos al co­ mienzo, ha preferido la silla vacía, el hot seat, que vendrán a ocupar las proyecciones de cada uno. El psicodrama permite vivir de manera intensa las reacciones emocionales por las interacciones entre los actores del drama y el que representa el papel principal. Ciertamente, la libertad de cada uno de asumir su papel, la posibilidad de proyectarse en él es un factor global de toma de conciencia. Pero incluso aun cuando al comienzo fuera muy evidente que los demás no eran sino comparsas ficticias, en el calor de la acción, la ficción se conviene en realidad. Los héroes del drama pierden de vista que se trata de la representación de sus proyecciones y de las de Sos demás. La representación en Gestalt de un episodio particu­ larmente crucial permite poner en evidencia este doble fenóme­ no, Así, la persona que acaba de vivir en psicodrama el enfren­ tamiento con el participante que representa a su madre podrá reproducir la escena desempeñando alternativamente los dos papeles y reapropiarse de sus propias proyecciones referentes a su madre. 104

La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas Reajustará así a su realidad histórica y personal el descubri­ miento emocional que le proporciona el enfrentamiento con los personajes principales de su vida, representados por los otros.

Gestatt y psicoanálisis Hace mucho tiempo, cuando estaba en psicoanálisis, adver­ tía la parálisis que se producía en mi brazo derecho cuando hablaba del amor. Me parecía que este síntoma constituía un elemento primordial en mi intento por llegar a un mejor cono­ cimiento de mí misma, sin embargo permanecía como letra muerta en el desarrollo del análisis. Este hecho ha sido el motor de mi caminar paralelo hacia las terapias humanistas. «¿Qué dice tu brazo?», habría preguntado la Gestalt. Inmediatamente mi respuesta me habría puesto en contacto con mi miedo de coger, de pedir. No he establecido este contacto sino después de un largo rodeo, al hilo de un discurso que no sabia vincular con aquel miedo. A la tom a de conciencia de la mente, la Gestalt añade la del cuerpo. Lo que el cuerpo dice, lo que se calla, pequeños gestos incontrolados, reticencias, abandonos, son otras tantas infor­ maciones que confirman o niegan lo que dicen las palabras. Decir «me he quedado sin aliento» es una cosa, llegar a ser consciente del bloqueo respiratorio que acompaña cada inmer­ sión .'en lo esencial es otra. En la relación analítica, el analista, según las etapas de la transferencia, es el otro, pero nunca varios otros a la vez. La Gestalt da la palabra a los otros. El paciente podrá sucesivamente representar a su madre, su mujer, su hijo, y entablar diálogo con ellos. Podrá reconocer así sus propios miedos proyectados sobre los personajes que escenifica. Podrá evaluar la situación actual a través de su vivencia corporal, emocional y conceptual. Tomará conciencia a través de ese diálogo ficticio, pero cargado de sentido, de las secuelas de 105

Restaurar la unidad del ser antiguos traumatismos: «Mamá, tengo miedo de ti», o de la ambivalencia de sus sentimientos: «Te quiero y te detesto a la vez porque tengo necesidad de ti». Por medio de las técnicas de (a silla vacía (el hot seat), de diálogos imaginarios, la Gestalt posibilita una rápida toma de conciencia de las proyecciones, introyecciones, confluencias, etc. y de las dificultades de rela­ ción que les están ligadas. Su constante referencia al presente y a las vivencias emocionales y corporales pone las bases de un anclaje en lo real que aumenta la capacidad vital de la persona. Se puede considerar que la Gestalt procede al «desbroce» de los problemas relaciónales, establece a la vez la asunción de la responsabilidad personal y da lugar a un incremento de la ener­ gía y a una nueva relación con lo real, bases indispensables para un cambio perdurable. Puede preparar el camino a un tratamiento analítico o estar asociado a él, en la medida en que las vías de acceso a la toma de conciencia son para la Gestalt muy distintas a las del psicoanálisis.

2. EL ARTE EN TERAPIA GESTALT «La razón por la que el dibujo o la pintura pueden ser “ terapéuticos” es que cuando son experimentados como proce­ sos, permiten al artista conocerse como una persona total en un lapso de tiempo relativamente corto. No es solamente conscien­ te de su movimiento interno hacia una totalidad en la experien­ cia, sino que recibe también una confirmación de dicho movi­ miento en los dibujos que produce.»’ Ya se trate de dibujo, de pintura o de escultura, el proceso se desarrolla en varias etapas. Una primera es la del grounding, la toma de conciencia por parte del individuo de la realidad material en su cuerpo, en sus gestos, de sus tensiones y de sus zonas distendidas, de la forma en que se mueve, de la forma1 1. Creative Process in Gestalt Therapy, p. 236, Joseph Zinker (Nueva York, Brunner Mazel, 1977),

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La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas en que llena el espacio. Toma entonces contacto con la materia y el color de los materiales que va a utilizar para realizar su obra. Toma conciencia de la diferencia entre la percepción de su propio cuerpo y de lo que no forma parte de él. Las tizas de colores, la arcilla, los tubos de pintura y la caja, el entorno. Luego, frecuentemente con los ojos cerrados, transcribe so­ bre el papel lo que siente por medio de figuras simples —sin censura, sin deseo de hacerlo bien— expresando lo que está ahí. En una segunda fase, utiliza el color para animar las super­ ficies ya delimitadas. Perfecciona la forma bruta que ha surgi­ do del bloque de arcilla. Está totalmente inmerso en su trabajo, los intervalos entre las líneas se rellenan, cubiertos por masas de color. La persona está entonces en contacto con sus polari­ dades, sus zonas de sombra y de luz, cuya representación pro­ gresa al tiempo que la realización de la obra. Los pequeños incidentes que acontecen durante el trabajo son representativos. Una determinada persona se lamentará de la gran masa verde oliva que viene a empañar en el cuadro un bonito punto de color carmín. Otra construirá una escultura demasiado frágil y que no podrá sostenerse sobre su base. Ésta no se habrá atrevi­ do a pedir prestada a su vecino la tiza azul que le tentaba; aquélla recogerá cada trozo de la estatua que está realizando para volver a pegarla cuidadosamente. Finalmente, cada obra será expuesta y su autor la describirá en voz alta en tanto que proyección de sí mismo: «Mí alegría de vivir es fuerte y brillante, sin embargo yo la empaño bajo una masa de problemas... Soy una estatua masculina con piernas pequeñas que me sostienen mal y un torso largo que me permite respirar bien y que contiene toda la ternura del mundo...» Los participantes compartirán con el autor sus observacio­ nes sobre el desarrollo del trabajo, sus comportamientos signi­ ficativos y su vivencia de cara a la obra terminada. 107

Restaurar la unidad dei ser A las fases de trabajo, a menudo acompañadas de música, corresponden tres etapas de la toma de conciencia de cada individuo. La primera es la del encuentro con las inhibiciones, las prohibiciones, el miedo a hacerlo mal. La música ayuda a disminuir las inhibiciones, las tensiones, el nivel de energía del grupo crece. A continuación emerge una Gestalt más fuerte, una figura que se destaca del entorno. Finalmente, la persona comienza a experimentar la totalidad de sí misma, representada en su obra. Su energía es más contrastada y apela a sus facul­ tades de conceptuaüzación. Se añaden detalles. Se construyen equilibrios más sutiles. La obra aparece entonces como un con­ trapunto armonioso entre los diferentes aspectos que se habían expresado brutalmente durante la segunda fase. La obra termi­ nada es la confirmación concreta de su posibilidad de ser un ser humano integral, total. La misma técnica puede ser utilizada en grupos de teatro donde una creación colectiva centrada en principio sobre la toma de conciencia de la singularidad de cada uno y su corres­ pondiente expresión, se afirma progresivamente para pasar de una creación en bruto a una obra colectiva en la que intervie­ nen la integración de los conflictos, de las polaridades, una armonía que se construye a partir de la fragmentación, después de la fluidez, y por fin de una totalidad en la que participan los procesos cognoscitivos.

3. LA VIDEO-GESTALT La Video-Gestalt es una técnica diseñada por el terapeuta californiano Barry Goodfield. Su difusión tanto en Francia como en los Estados Unidos sigue siendo restringida, probable­ mente a causa del complejo equipo que precisa. Sin embargo, la Video-Gestalt representa un progreso importante en la detec­ ción de los bloqueos energéticos a nivel del cuerpo. Inspirándose en los primeros trabajos de Barry Goodfield, en Francia la Vídeo-Gestalt utiliza cámaras, colocadas de tal forma que el sujeto se ve en pantallas de televisión en circuito 108

La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas cerrado, tanto en primer plano como en planos más largos, incluyendo a las personas con las que entra en relación. Podrá observarse desde el exterior, tal como los demás le ven y com­ parar esta visión con la percepción interior que tiene de sí mismo. Tomará conciencia de manera instantánea de la contra­ dicción reveladora de conflictos entre su lenguaje y los mensa­ jes no verbales que emite, entre su visión exterior de sí mismo y su visión interior. Por el juego de vuelta atrás, de detención de la imagen, de la cámara lenta, podrá observar detalladamente los movimien­ tos de los ojos, de los párpados, las expresiones de su rostro, los cambios de respiración, las modificaciones de la postura. Asociado a una técnica de concentración, el análisis de las contradicciones entre la palabra y el cuerpo conducirá a una búsqueda en profundidad de las causas iniciales de los trauma­ tismos psíquicos. El terapeuta ayudará al paciente a acceder a un estado de autohipnosis, en el que éste conservará su consciencia del pre­ sente. Así serán explorados los orígenes y la significación de los antiguos traumatismos. La persona revivirá las escenas «prima­ les», origen de los bloqueos, comprendiendo que lo que consti­ tuía una amenaza para el niño de antaño, ya no lo es para el adulto de hoy. Dejando a un lado la utilización de la autohipnosis, la Ges­ talt clásica procede aproximadamente de la misma forma. La aportación más importante de la Video-Gestalt consiste princi­ palmente en ese choque emocional que produce la percepción inmediata de la imagen de sí, tan diferente de la que uno se había imaginado, y en la posibilidad de ver una y otra vez los mensajes del cuerpo en sus menores detalles. En los Estados Unidos, Barry Goodfield ha perfeccionado esta técnica mediante la introducción de aparatos de termografía. Éstos son corrientemente utilizados para la detección del cáncer. Registran sobre una pantalla catódica una imagen diver­ samente coloreada de las variaciones de temperatura de las diferentes zonas del cuerpo. 109

Restaurar la unidad del ser Cuando el terapeuta detecta lugares en que la temperatura es anormal, pide al paciente, en estado de hipnosis, que se concen­ tre sobre esas zonas. Éste regresa entonces a la experiencia traumática que ha afectado esta parte del cuerpo. A medida que avanza en esta experiencia, puede observar sobre la panta­ lla catódica la desestabilización progresiva de la temperatura. Parece que los trabajos de Barry Goodfield ofrecen una prueba concreta de las intimas interconexiones entre cuerpo y psique, y que materializan la noción de bloqueo energético que hasta el presente era considerada más como una metáfora que como una realidad.

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Tercera Parte CAMPO TERAPÉUTICO, CAMPO DE EXPERIENCIAS

El espacio cerrado del campo terapéutico, ya sea éste el del grupo o el de un tratamiento individual, posee características específicas. Constituirán el objeto de esta tercera parte. ¿Cómo se desarrolla un grupo de Gestalt? ¿Cuál es la in­ fluencia de los otros participantes? ¿Quiénes son ellos? ¿Cuáles son sus problemas, sus anhelos, los temas que con más frecuen­ cia evocan? ¿Dónde se sitúa la intervención del terapeuta? ¿De qué ins­ trumentos dispone? Preguntas estas que se plantean a la persona que considera la posibilidad de entrar en esa relación particular de la terapia Gestalt. Preguntas a las cuales espero responder tan completa­ mente como sea posible, antes de tratar de ¡as prolongaciones de este campo terapéutico en otros dominios.

1. AQUÍ Y AHORA: UN GRUPO 1. UNA JORNADA EN LA VIDA DE UN GRUPO Sábado 11 h. Monique nos ha prestado su apartamento en La Celle-SaintCloud, a cambio de su participación en el grupo. Los partici­ pantes, distribuidos según las posibilidades de los coches, han aprovechado el trayecto para conocerse, Se reúnen en pequeños gTupos en la amplia habitación que da al jardín. Algunos fu­ man. No hablan mucho. Me gusta este sitio, más acogedor que otros lugares que como animadora he frecuentado: casa de la cultura en Rennes, escue­ las en Tours y en Montpellier, sala parroquial o centro en París. Hubert, mi habitual colaborador, se sienta con las piernas cru­ zadas sobre un cojín, con la espalda bien pegada a la pared. Los cigarrillos, el mío entre ellos, se apagan en los ceniceros. 11. W h

Comenzamos por una «ronda de nombres». El primero dice sti nombre, el segundo repite el nombre del que le precede y añade el suyo, y asi sucesivamente. Evidentemente, el último del 113

Campo terapéutico, campo de experiencias círculo tendrá que hacer un cierto esfuerzo de memoria. «JaqueUne, Hervé, Monique, Fabienne, Jacques, Hubert, Anne, Elisa­ beth, y yo, Micheline.» A continuación, Hubert o yo, procedemos al pequeño discur­ so habitual: «Vamos a pediros que respetéis un cierto número de reglas. Tienen por función permitimos abordar el conocimiento de no­ sotros mismos bajo una perspectiva un poco diferente de la que estáis habituados. Sobre todo, referios a lo que sentís y no a lo que pensáis. Sentir se sitúa al nivel de las emociones o de tas sensaciones. Es posible que el trabajo de otra persona haga resonar cosas en vosotros. Dad cuenta de ello a la persona en cuestión. Por ejemplo de esta forma: “ Desde que has empezado a hablar de tu madre, siento un dolor en el estómago" o bien: “ He tenido muchas ganas de reir cuando te chupabas el pulgar", pero no: “ Lo que decías de tu madre me ha llevado a pensar que, de hecho, no has digerido bien el separarte de ella.” Se trata en este caso de un juicio y no estamos aquí para juzgar sino para experimentar el máximo de cosas con la totalidad de nuestro ser. Os pedimos también que permanezcáis en el presente y estéis atentos a lo que surge, ya sea una emoción, una sensación, un pensamiento, una imagen, un recuerdo. Podréis decirme que para vosotros un recuerdo pertenece al pasado, os respondería que si se manifiesta aquí y ahora forma parte de vuestro presente. St tenéis algo que decir a alguien a propósito de lo que ha hecho —esto es lo que se llama el “ feedback"— decídselo direc­ tamente. Aceptad vuestra responsabilidad. Evitad: “ Cuando Micheline gime, eso me irrita.” Decid más bien: “ Micheline, me siento irritada cuando gimes.” De la misma forma, implicaos directamente en lo que decís. Suprimid los “ se", las locuciones impersonales: “ no siempre se tiene el valor suficiente cuando hay que hacer daño a alguien". Preferid, aunque os cueste*. “ No siempre tengo el valor suficien­ te cuando puedo hacer daño a mi mujer.” Quisiera recordaros también que sois libres respecto a las sugerencias que Hubert o yo misma podamos haceros. No se trata de ejercidos que deban ser correctamente ejecutados, sino de experiencias que, bien o

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A g u í y ahora; un grupo mal hechas, crean una dinámica que os podrá enseñar algo nuevo. Siempre podéis aceptarlas o rechazarlas. Es posible que algu­ nas de nuestras intervenciones sean significativas para vosotros y otras no; en este último caso, rechazadlas. Nosotros somos, como vosotros, seres humanos con nuestra historia y nuestra particular estructura de comprensión. No somos detentadores de la verdad, sino sólo de un cierto saber que podrá ayudaros a descubrir vuestra propia verdad. Esto es lo que debéis tener en cuenta. Otra cosa, absteneos de fumar durante las sesiones, también el fumar aísla de lo que se “ siente” .» 11.30 h Terminados estos prolegómenos, vamos a pasar a la defini­ ción del objetivo; lo que cada cual desea sacar de este grupo de fin de semana. Es indispensable que éste sea preciso y realiza­ ble. Así; «curarme de mi timidez» es un objetivo irrealizable, mientras que «tomar la palabra y dirigirme a los componentes del grupo cuando tenga ganas» es un objetivo razonable para éstos dos dias. Al comienzo, los objetivos son notablemente vagos. A mi pregunta: «¿Por qué estáis aquí y qué es lo que esperáis de este grupo?» «Estoy aquí porque Teresa me ha dicho que una terapia corporal me vendría bien, no sé qué es lo que espero con preci­ sión», dice Fabienne. Jacques añade: «Me siento a disgusto.» «Tema ganas de participar en un grupo», afirma Henri. «Tengo problemas con las personas con las que vivo», dice Elisabeth. Ana baja la cara y añade: «No lo sé, realmente no lo sé.» Poco a poco, unas exigencias más precisas van saliendo a la luz. Las preguntas de los demás participantes, una reformutacíón atenta de los animadores,- permite que cada uno llegue a fijar un objetivo admisible por el conjunto del grupo. Los escri­ bimos sobre una hoja de papel. FABIENNE: «Quiero aceptar lo que me dice mi cuerpo sin censurarlo.» JACQUES: «Experimentar mi encuentro con el otro.» 115

Campo terapéutico, campo de experiencias HENRI: «Ver lo que se oculta tras la dificultad de relacionar­ me con las mujeres.» ELISABETH: «Llegar a delimitar mi espacio en este grupo sin dejarme avasallar.» ANNE: «Saber cómo me las apaño para que sean los demás los que tomen las decisiones.» Y así sucesivamente. 14 h. La etapa de la definición de los objetivos ha llevado su tiempo. Hacemos una pausa discutiendo unas cosas y otras, mientras compartimos té y sandwiches. 14.30 h Volvemos a nuestros cojines. Hacemos la ronda de lo que sentimos. La pregunta: «¿Cómo os sentís corporalmente?» suscita reac­ ciones diversas: «Me siento ansioso, tengo un nudo en la garganta.» «Tengo ganas de llorar.» «Me siento completamente rígido.» «Tengo la impresión de que los demás me juzgan.» Declara­ ción que será puesta en relación con la vivencia corporal me­ diante la pregunta: «¿Dónde sientes esa impresión?» «Ahí, en el hueco del estómago, me golpea.» Anne estalla en sollozos: «Me siento mal, tengo un peso sobre los hombros, tengo ganas de rodar como una bola en la oscuridad y no ver a nadie.» Ya está, el trabajo ha comenzado. Dejamos la ronda de lo que siente el resto del grupo, para localizar nuestra atención sobre lo que está presente, el dolor de Anne que parece realmen­ te duro de soportar. Yo intervengo: «Déjate ir, Anne, y rueda como una bola si tienes ganas de hacerlo.» Anne rueda como una bola sobre el colchón que Hubert coloca en el centro del grupo. Me acerco a ella. «¿Qué sientes Anne?» 116

A qu í y ahora: un grupo «Me siento pequeña, muy pequeña y sin defensas. Me parece que me encojo.» La observo en silencio. Encogida sobre sí misma, parece efec­ tivamente muy pequeña. Los demás están en silencio. Un mo­ mento que transcurre lentamente. Después, los sollozos de Anne aumentan, sus pies se golpean ligeramente uno contra el otro. MARIE: «¿Qué haces con tus pies?» ANNE: «Los froto.» MARIE: «¿Por qué?» ANNE: «¿Para irme?» MARIE: «¿Dónde estás?» ANNE: «Estoy sola en la oscuridad. Estoy harta. Me voy a tr.» MARIE: «Pues bien, vete.» Anne abre los ojos y sonríe. «Es cierto puedo marcharme.» MARIE: «Repite eso: “ puedo marcharme” ». Anne se sienta y ríe: «Bueno, no tengo necesidad de irme. Estoy bien aquí.» Anne vuelve a su sitio. «¿Cómo os sentís?». Ies digo a los otros. «Me he sentido verdaderamente angustiado cuando Anne era pequeña... Estaba feliz al ver que se podfa marchar...» Pido a los participantes que se diríjan directamente a Anne. Luego, Henri toma la palabra: «Anne, he soportado mal verte tan frágil, tan débil. Para mí, todas las mujeres son así, eso me angustia.» Hubert interviene; «¿Dónde sientes la angustia, Henri?» HENRI: «Aquí en mi pecho, no puedo respirar.» HUBERT: «Quédate en contacto con ese malestar. ¿Puedes describirlo?» HENRI: «Es como un gran peso que me comprime el pecho. Como sí alguien estuviera sentado sobre mí.» HUBERT: «¿Puedes ver a esa persona?» HENRI; «Si, es Edith. Se apoya con todas sus fuerzas.» HUBERT: «Háblate.» HENRI: «Edith, pesas demasiado. No puedo más. Siempre te estás apoyando sobre mi.» HUBERT: «Continúa.» HENRI: «Edith, voy a morir de asfixia si continúas.»

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Campo terapéutico, campo de experiencias HUBERT: «¿Puedes decirle “ déjame aire"?» HENRI: «Déjame aire.» HUBERT: «¿Qué es lo que sientes?» HENRI: «El peso se aligera un poco.» HUBERT: «Sigue diciéndole “ déjame aire".» HENRI: «Déjame aire, déjame aire.» La voz de H enri se reafirm a, aum enta el volumen.

«Déjame aíre.» «Más fuerte», dice Hubert. Henri aúlla literalmente. Luego se calma y concluye: «¡Uf, ahora está bien!» «¿Qué vas a hacer con todo esto?», pregunta Hubert. HENRI: «Bien, ocuparé mí lugar y no dejaré que Edith me asfixie. En el fondo, no es tan frágil.» 16 a 18 h

La jomada va transcurriendo. Cada uno va encadenando con el trabajo del otro. Los participantes intervienen con «feedbacks», Michel describe la imagen de una vieja mendiga. Le ha venido a la mente cuando miraba a Elisabeth, mientras ésta se dirigía a algunos participantes elegidos por ella; «Me gustaría que me amaras.» Elisabeth encadenada sobre su perpetua nece­ sidad de ser amada, con peligro de mendigar ese amor. Françoi­ se comunica su tendencia a no saber nunca si se trata de ella o de la otra Françoise del grupo, incluso cuando es evidente que se dirigen a ella. Duda ligada a la existencia de una hermana gemela a la que cede su sitio para no implicarse en ninguna situación. 18,50 h

La participación de los miembros del grupo disminuye. Que­ damos en silencio durante cinco minutos. ¡Dios sabe lo largos que pueden ser para ciertas personas! La tensión sube, ia siento en mis hombros, pero nadie parece dispuesto a bajar a la arena. Propongo entonces un ejercicio: «Elegid una pareja, tomando conciencia de ia forma en que lo hacéis, de lo que elegís: aquel que más os guste, que os 118

A g u í y ahora: un grupo parezca más fácil... tomando conciencia de si elegís o esperáis ser elegidos... Frente a frente, tomaos cinco minutos cada uno, alternativamente, para describir al otro el momento más feliz de vuestra vida. Durante esa descripción vuestra pareja os respon­ derá ónica y brevemente con su vivencia emocional y corporal. Servios de lo que el otro os diga para verificar si estáis realmen­ te en contacto con vuestra alegría o bien si algunas partes de vosotros no participan en ello.» Hubert y yo nos instalamos de forma que podamos observar las diversas parejas de participantes. La elección de la pareja ha sido bien representativa del comportamiento habitual de cada uno. Monique ha levantado alto la mano de la Françoise rubia a la que Michel se aproximaba vacilante. Anne, en su rincón, se ha quedado sola. Hervé ha elegido, sin dudarlo, a Fabienne, que ha aceptado gustosa. Observo a Françoise, la morena, fren­ te a Jacques; es ella quien habla: «El momento más feliz de mi vida... Bien, es difícil de decir. Hay muchos, creo. Bueno, creo que fue cuando fui un ángel. En la escuela, claro. Había una Fiesta antes de las vacaciones. Cada clase representaba una pieza corta. En la nuestra, había ángeles y diablos. Los diablos iban vestidos de rojo, con gorros rojos y cuernos de papel negro. Los ángeles llevaban Jargas túnicas blancas y coronas de flores artificiales. Yo encontraba aquello realmente bonito. Se hizo un sorteo en un sombrero. Yo estaba nerviosísima. Y el número que salió era el mío.» JACQUES: «Me siento muy bien escuchándote.» FRANÇOISE: «Ah, bueno. Eso hace que también yo me sienta bien hablándote. Ah, sí, los ángeles. Yo era la segunda de la fila. Mamá me había puesto bigudíes. Yo me sentía hermosa, hermosa... y pura.» Su voz se quiebra bruscamente. «Me gustaría tanto ser un ángel todavía...», dice con lágrimas en los ojos. JACQUES: «Me gustaría que fueras un ángel. Me hace dafto verte llorar.» Aconsejo a Françoise que explique a Jacques qué es para ella ser un ángel. Expresa su esfuerzo, su deseo de ser una mujer ideal. Su decisión de comportarse, pase lo que pase, como un ángel y sus desilusiones ante sus accesos de mal humor, su brusquedad con sus hijos. 119

Campo terapéutico, campo de experiencias Jacques subraya la aspereza de su voz alternando con un tono sordo y monocorde, la rigidez de su porte. Él le manifiesta su malestar ante tal exigencia personal. i 8,55 h.

El ejercicio ha suscitado reacciones diversas entre los partici­ pantes. Elisabeth y su pareja parecen llegar al éxtasis. Hervé es vio­ lentamente acosado por Fabienne. Aparentemente, el relato de su momento de felicidad se basa en un episodio dominador que la ha sacado de sus casillas. Hubert le ayuda en el confuso desenmarañamiento de sus sentimientos hacia los hombres, seres superiores a los que con­ cede un poder innegable, pero que, cuando sobrepasan el límite de su poder, se convierten en agresores peligrosos. Ella relacio­ na espontáneamente este esquema de comportamiento con el que tenía en la relación con su padre y utiliza a Hervé como representación de aquél en un diálogo apasionado. 20.20 h.

Nos morimos de hambre y decidimos hacer una pausa. Una gran ensalada y queso. Un poco de música para distraernos. Opiniones, bromas, discusiones también. «¿Por qué has intervenido cuando Anne lloraba?» «...Es increíble que a mi edad todavía no esté desligado de mi padre, ¿tú encuentras eso normal?» «...A mí me gusta más la Bio, es más viva, al menos se hacen cosas.» Hubert y yo explicamos que en nuestra opinión la decisión personal de trabajar sin prácticamente ningún estímulo externo es una mejor garantía de implicación y probablemente de inte­ gración; que nos negamos a tomar, más allá de los límites razonables, el puesto de un padre autoritario o compasivo, y que si a algunos se les ha hecho largo el tiempo, hubiera trans­ currido más de prisa si verdaderamente se hubieran metido en la situación más de lleno. Todo esto entre un bocado de Camem­ bert y un trago de vino tinto y la historia de la pequeña cebra que se quitaba su pijama. 120

A quí y ahora; un grupo 21.05 h. Comenzamos de nuevo. Tres minutos de silencio para volvernos a centrar. Breve char­ la: «Vamos a separarnos dentro de dos horas. Quisiéramos que los que no se sienten bien aprovecharan este tiempo para desha­ cerse de lo que les preocupa. Por otra parte, mañana domingo trabajaremos desde las 11 h., a fin de dedicar el resto del (¡atipo a lo que no os habéis dicho entre vosotros y a lo que haya podido suscitar alguna cuestión que no haya sido terminada, lo que se llama unfinished business.» 2 U S h.

Jacqueline se lanza. Dice que la angustia no le deja desde el trabajo de Fabienne sobre los hombres y sobre su padre. Le sugiero que se tumbe en el colchón en el centro del grupo y que se ponga al máximo en contacto con su angustia... Jacqueline se tumba, apenas respira. JACQUELINE: «No siento nada. Sólo tengo miedo.» MARIE: «¿Dónde sientes el miedo?» JACQUELINE: «No sé. En todas partes.» MARIE: «¿Ves cómo respiras?» JACQUELINE: «Apenas.» MARIE: «¿A qué nivel?» JACQUELINE: «Un poquito en mi vientre.» MARIE: «¿Eso es todo?» JACQUELINE: «Sí, es todo.» MARIE: «Trata de desplazar la respiración para hacerla su­ bir hacia el pecho.» JACQUELINE: «No lo consigo. Tengo la impresión de aho­ garme si lo hago.» MARIE: «Quédate en contacto con esa sensación. Continúa.» JACQUELINE: «Tengo miedo. Tengo la impresión de tener un fuelle en el pecho. Un fuelle que no es mío, que me es ajeno.» MARIE: «Trata de convertirte en el fuelle y de hablar por él: “ soy el fuelle en el pecho de Jacqueline...” » 121

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Campo terapéutico campo de experiencias JACQUELINE (fuelle); «Soy el fuelle en el pecho de Jacque­ line. Soplo como un loco.» MARIE: «¿Para qué sirves?» JACQUELINE: (fuelle): «Doy aire a Jacqueline. La hago vivir; de otra forma, moriría. Pero ella no se da cuenta. No quiere saber nada de mí.» MARIE: «Jacqueline, vuelve a ser Jacqueline y responde al fuelle.» JACQUELINE: «Me fastidias. Haces viento. No tengo nece­ sidad de ti para vivir.» MARIE: «Conviértete en el fuelle y responde a Jacqueline.» JACQUELINE (fuelle): «Es lamentable. Me muero por darte aire y tú no quieres saber nada de mí.» JACQUELINE: «No, no quiero saber nada de ti. No tengo necesidad de aire, no tengo ganas de vivir.» Jacqueline deja de respirar bruscamente. Al cabo de un. ins­ tante, le pregunto qué le ocurre. Su respiración se reanuda. Silencio. Se hace más regular. Por fin, Jacqueline Tesponde: «Acabo de darme cuenta de hasta qué pumo no tengo ganas de vivir. Es duro.» MARIE: «¿Puedes quedarte con ello?» JACQUELINE: «Sí, puedo. Creo que es importante. Bueno, en lo que a mí respecta, creo que hemos terminado.» MARIE: «De acuerdo, yo también.» 22.20 h.

Todos se han sentido conmocionados por el trabajo de Jac­ queline. La atmósfera es densa. Cada uno toma contacto con el punto fundamental de su deseo de vida o de muerte, planteán­ dose ta cuestión de «cómo se las arregla para privilegiar en él esta opción permanente». Nada de «feedback». Unos se acercan a otros, a su calor. Otros parecen acrecentar la burbuja invisible que les aísla del mundo. Es el momento del repliegue, de la reflexión, hacia dentro o hada fuera, según diversos tempera­ mentos. Respetamos esta toma de conciencia de los valores esenciales. «¿Qué es lo que hace que tenga ganas de vivir, de ser, de crecer?» La respuesta vendrá quizá del ejercicio respira­ torio con que terminará este primer día del grupo: pies en el 122

A q u í y ahora: un grupo suelo, bien apoyados, sintiendo el recorrido del aíre a través dei cuerpo. Tomar conciencia de su posición, entre cielo y tierra, de este anclaje en el suelo que permite tanto la conciencia de su ser como de su libertad hacia lo alto. Tomaremos nuestro tiempo para hacer este ejercicio, para reencontrarnos, animadores tanto como participantes. Para se­ pararnos también, pues el momento ha llegado, pero en la cal­ ma, en la verdad de nuestro estar en el mundo.

2. ¿QUÉ SON LOS GRUPOS DE GESTALT? Una mayoría de mujeres, aproximadamente dos tercios de mujeres por uñ tercio de hombres, los participantes vienen de horizontes diversos con motivaciones variadas. De todas las edades, de toda condición, oficinistas, secreta­ rias, albañiles, farmacéuticos, arquitectos, estudiantes, amas de casa, etc. Vienen empujados por una lectura, por un pequeño anuncio, por consejo de un amigo, de un médico a veces. Su proyecto común tiene como objeto liberarse de su malestar generalizado, dar un sentido a su vida. A éstos se añaden tos que yo llamaría fracasados del psicoanálisis o de la psicoterapia de tipo analítico. Durante años, durante decenas de entrevistas, han estado hablando sin que se produzca ningún descubrimien­ to importante, tan sólo una reestructuración complaciente de su historia de acuerdo al esquema proporcionado por el terapeuta. ¿Ausencia de motivación real? ¿Utilización perversa de la tera­ pia para reforzar sus defensas? ¿Técnica mal adaptada a sus necesidades? ¿Insuficiencia del terapeuta?... No me pronuncia­ ré sobre ello. Es muy difícil llevar a alguien a tocar lo auténtico y la dinámica y el soporte del grupo resultan unos valiosos auxiliares. Otra parte de los efectivos integrantes de los grupos está constituida por personas que presentan síntomas dolorosos y molestos. Impotencia, frigidez, timidez enfermiza, fobias, an­ gustias, conflictos agudos con personas próximas, miedo de la propia violencia, etc. 123

Campo terapéutico, campo de experiencias El conjunto de estas personas, cuya demanda está centrada en la resolución de un malestar difuso o de un síntoma, consti­ tuye aproximadamente la mitad de los efectivos del grupo, La otra mitad es más bien gente joven, marginal y de izquier­ das. Uno de mis amigos, sociólogo italiano y terapeuta, formu­ laba ante mí la hipótesis de que quienes frecuentaban sus gru­ pos de Milán eran los mismos que unos años atrás militaban en el P, C, Decepcionados de la política, habían optado por «cam­ biarse a si mismos antes de cambiar el mundo». No estoy lejos de compartir su opinión. Se encuentra entre los grupos a un buen número de «hijos del mayo del 68», de parados también, a los que sus dificultades económicas han llevado a un cuestionamiento radical. En este medio particular, la exploración de sí forma parte prácticamente de una ideología. Parece ser una de las condicio­ nes sine qua non para la construcción de una sociedad mejor, para la reivindicación de una vida más plena, más creativa. Hay quienes viven en comunidad y esperan que la participa­ ción en un grupo mejore sus relaciones interindividuales, evite las tensiones y defina sus límites con relación a los otros. Ex­ plorar sus necesidades y ser capaces de expresarlas constituye en general su demanda inicial, que generalmente se transforma en una búsqueda de conocimiento de sí cada vez más profunda. Algunos antiguos drogadictos o alcohólicos vienen, después o durante su desintoxicación, a buscar el soporte afectivo que les permita afrontar su mal desde sus raíces profundas. Otros, atraídos por las modas de pensamiento oriental, com­ binan su búsqueda espiritual con un caminar hacia el conoci­ miento de sí. Están también los que, comprometidos con una militancia ecológica o no-violenta, intentan por mediación del grupo res­ ponder a las múltiples preguntas que se les plantean y que en última instancia se resumen así: «¿Quién soy yo en mi militan­ cia? ¿Por qué me asusta la violencia? ¿Quién soy yo en mi compromiso afectivo o político? ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo?» 124

A quí y ahora: un grupo Finalmente, quedan aquellos cuya profesión supone una ayu­ da a los demás —médicos, psicólogos, asistentes sociales, pro­ fesores, masajistas, eclesiásticos, etc.— que les pone directamen­ te en contacto con las dificultades de relación, con la necesidad de definirse claramente respecto a sus pacientes o.alum nos. Más que preguntarse «¿quién soy yo?» se preguntan «¿quién soy yo ante este ser que sufre y hasta dónde puedo ir para aliviar su sufrimiento?». Sienten claramente la necesidad de trabajar sobre sí mismos, de conocerse mejor y, si su pretensión pasa a menudo por el rodeo de la búsqueda didáctica, del deseo de experimentar un modo terapéutico distinto, se integran en el grupo tanto como aquellos participantes cuya demanda es más explícitamente terapéutica. De una manera general, se observará cómo en el desarrollo de un grupo de trabajo continuado se van modificando las motivaciones de los participantes. Partiendo del deseo de hacer desaparecer un síntoma, de resolver puntualmente un problema de relación, de dominar una técnica, se va operando un suave desplazamiento hacia la búsqueda de un sí auténtico, que acaba siendo el verdadero motivo de la participación regular en un grupo.

3. ¿POR QUÉ LA GESTALT EN GRUPO? «¿Qué puede aportar una terapia de grupo que no pueda aportar un trabajo individual?» Es la interrogación que se plan­ tea toda persona que considera la posibilidad de participar en un grupo. Voy a intentar explicar aquí en qué medida el trabajo en grupo proporciona un soporte diferente de la relación dual terapeuta-cliente, soporte que para la mayor parte de las perso­ nas se revela extremadamente fecundo. El proceso terapéutico es enormemente complejo. Pone en juego no sólo la motivación de la persona, su deseo real de cambio, su coraje para afrontar situaciones difíciles, proceso que las diversas escuelas han elaborado a partir de su concep­ ción del funcionamiento del ser humano. En lo que se refiere a 125

Campo terapéutico, campo de experiencias la Gestalt: la finalización de Gestalts inacabadas, la restaura­ ción del continuum de la conciencia, el respeto del ritmo con­ tacto-retirada, la integración de las polaridades, etc.; así como las influencias de diferentes condiciones que se pueden calificar de «factores curativos», siendo algunos más bien condiciones favorables al cambio, y otros, mecanismos que conducen al cambio. Estos factores curativos se encuentran en diferentes grados en una terapia individual, pero parece que las condicio­ nes de trabajo en grupo los fomentan con un máximo de inten­ sidad. La esperanza: «Si tú cambias, también y o puedo hacerlo» Todo proceso psicoterapéutico está fundado en la esperanza, Esperanza de cambio, de sentirse mejor, como los resultados de ciertos tratamientos que solamente apelan a la fe en un curan­ dero, como las curaciones producidas por la toma de medica­ mentos-placebo, muestran bien hasta qué punto la eficacia de una terapia pasa por la esperanza y la convicción. Un grupo de terapia está inevitablemente compuesto de per­ sonas que se encuentran en etapas diferentes de su evolución. Los contactos regulares con pacientes que han hecho progresos en el grupo, como los testimonios espontáneos de los partici­ pantes, refuerzan singularmente la esperanza de cambio del nuevo participante. La universalidad: «Creía que yo era el único que tenía esos problemas» Muchos pacientes comienzan una terapia con la certeza de ser los únicos en el mundo en su desasosiego. Sus pensamien­ tos, sus impulsos, los productos de su imaginación, les parecen monstruosamente anormales, inaceptables. Un alivio intenso acompaña a la constatación de que los demás participantes presentan las mismas inhibiciones, cometen los mismos errores. La persona siente disminuir entonces la culpabilidad de ser lo que es y puede tratar de afrontar sus problemas, que finalmente

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A quí y ahora: un grupo parecen ser de patrimonio común. Con frecuencia el trabajo de un participante ilumina a otro sobre una dificultad común y no son siempre los participantes más implicados quienes sacan un mayor beneficio de un trabajo en grupo. Una participante en un grupo continuo de cinco días en el curso del cual nunca, al parecer, se había comprometido personalmente, me dijo una vez terminada la experiencia, que le parecía no haber trabajado nunca tanto y que había sacado un gran provecho de ello. Una mejor información; «Si respiras más fuerte, quizá vas a temblar, es normal» Aunque la mayor parte de los terapeutas no dan explicacio­ nes didácticas, se crea todo un haz de interacciones entre los propios participantes o con el terapeuta, que disminuyen el nivel de angustia ante lo desconocido. Estas informaciones van desde la «receta de cocina» si alguien está muy angustiado —«piensa en mantener la espalda recta y en la respiración»— hasta consideraciones más didácticas —«esto es lo que se lla­ man unfinished business». Las respuestas dadas por el terapeuta, así como los intercam­ bios con los demás participantes, hacen tom ar conciencia al que comienza de que no se trata de una inmersión en lo desconoci­ do, sino del acercamiento a un terreno que posee sus leyes propias con las que los otros están familiarizados. Por mi parte, si el grupo lo desea, estoy siempre de acuerdo en hacer una exposición sobre la Gestalt o sobre algún punto específico de la teoría. De hecho, se percibe que si bien el aspecto didáctico apasiona siempre a los principiantes, a partir del momento en que se está realmente comprometido en un trabajo personal, el interés se desplaza claramente de la teoría hacia la práctica. El altruismo: «No me daba cuenta de que verdaderamente po­ día dar algo a alguien» Muy a menudo, la persona que comienza una terapia está

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Campo terapéutico, campo de experiencias agobiada por el sentimiento de su inutilidad, por una carencia de estima personal que hace que todo cuanto procede de ella no pueda ser apreciado. La experiencia en el grupo le demuestra que tiene realmente algo que dar y que su donación es bien recibida. Puede entonces comenzar a restaurar, con este moti­ vo, una imagen depreciada de sí. Por otra parte, el conocimiento de sí es a menudo confundi­ do con una introspección narcisísta que excluye a los demás. La conciencia de la vitalidad que lleva a compartir algo, sea lo que sea, pone de nuevo en contacto con esa realidad tanto del proceso vital como del proceso terapéutico, de que vale más «experimentar algo que hablar de ello o pensar en ello». La puesta en escena del grupo familiar original; «No me daba cuenta de que te tomaba p o r m i madre» Sin excepción, todos los participantes llevan al grupo la historia de sus experiencias insatisfactorias en el primer grupo social del que han formado parte: la familia. La imagen pater­ na ofrecida por los co-terapeutas, hombre y mujer, las interac­ ciones con los otros participantes, vividos como miembros de la familia, ofrecen un amplio campo que pone en evidencia los esquemas de comportamiento tal como han aparecido en la familia original. Estos conflictos familiares, celos, dependencia, etc., son sa­ cados a la luz y, sobre todo, en la medida de lo posible, revivi­ dos de forma positiva, a fin de permitir asumir el riesgo, en el espacio cerrado y protegido del grupo, de introducir comporta­ mientos diferentes. La enseñanza interpersonal: «Me dejas indiferente, nadie me interesa» Como han mostrado Goldstein, Bowlby y Sullivan, la perso­ nalidad es principalmente el resultado de la interacción con otros seres humanos. Se puede considerar que la necesidad de 128

A q u í y ahora: un grupo estar en estrecha relación con los demás es una necesidad bio­ lógica de base, bien que a menudo los participantes se nieguen a tomar en cuenta la importancia de las interrelaciones con los restantes miembros, resguardándose del grupo tras la indiferen­ cia o el tedio. Esta actitud no dura mucho tiempo. Entonces aparecen la vergüenza, el desánimo, el miedo, el odio, los sen­ timientos que realmente tiñen y hacen tan difíciles sus relacio­ nes en la vida cotidiana y que el grupo pone de manifiesto. La calidad de la experiencia emocional Los principios básicos de la terapia: la importancia de la reacción emocional y el descubrimiento por parte del paciente de las reacciones interpersonales no apropiadas, sometiéndolas a prueba en la realidad, son esenciales en la experiencia de un grupo. El grupo ofrece un número inapreciable de oportunida­ des para vivir experiencias emocionales intensas. El soporte de los otros participantes, su expresión en un nivel alto de emo­ ción, favorecen el desbloqueo emocional, mientras que la con­ frontación en la realidad de las reacciones que conlleva el des­ bloqueo añade a estas experiencias la componente cognoscitiva que permite integrarlas. El grupo, microcosmo social En un momento o en otro, cada miembro del grupo se conducirá de la misma forma que en su vida social. Se percibirá claramente la arrogancia de uno, la timidez del otro. Serán puestos en evidencia los juicios autoritarios, las tentativas de manipulación o de toma de poder. El feedback de los partici­ pantes, sus reacciones emocionales, proporcionarán informacio­ nes preciosas. Permitirán delimitar las etapas del desarrollo del proceso y comprender la dinámica del comportamiento. Por otra parte, si se considera la transferencia como una forma especifica del tinte que adquieren las relaciones interper­ sonales, la transferencia no se llevará únicamente sobre el tera129

Campo terapéutico, campo de experiencias peina sino que cada intercambio con los otros favorecerá unas mínitransferencias que permitirán tomar conciencia de los de­ seos de competencia, de los conflictos en las esferas del sexo, de la intimidad, de la dificultad para dar o recibir, etc. El grupo, amplificador y testigo Una de Jas funciones más importantes del grupo es la de resonador. Resonador de emociones, de penas y de alegrías. El grupo vibra o se adormece en el transcurso del trabajo de una persona, amplificando con su comportamiento mismo el nivel de implicación del participante. En el momento de tomar una decisión, el grupo será testigo. Su gravedad misma hará eco en la del que toma la decisión. Su aprobación le confirmará lo bien fundamentado de su marcha. El estallido de risa colectivo que celebrará la reaparición de un viejo esquema de comportamiento llevará a su autor a una toma de conciencia más saludable que cualquier comentario del terapeuta. La ternura y la atención prodigadas por sus miem­ bros a una persona en una situación difícil serán más gratifi­ cantes que las que podría dispensar el terapeuta, a menudo sospechoso de una especie de «caridad profesional». El grupo, financieramente al alcance de iodos Una ventaja evidente del grupo es su precio relativamente módico en relación al de una terapia individual. Si para algunos es necesario combinar un trabajo en grupo con otro individual, en general, un grupo regular de fin de semana por mes basta para producir una mejora considerable y progresar en el cono­ cimiento de uno mismo.

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2. LOS GRANDES TEMAS Ya sea en un trabajo individual o de grupo, los mismos temas se repiten con frecuencia: la toma de conciencia de estar vivo y de forma completa en el mundo, el dolor tras la desapa­ rición de un ser querido, la dificultad para cortar el cordón umbilical con uno de los padres, incluso en la edad adulta, la amenaza que representa la creciente autonomía de un niño, las dificultades que entraña una relación en pareja, muy a menudo ligadas a la imagen de los padres, el apego indefectible al sufri­ miento, etc. La aparición de cada uno de estos temas está precedido frecuentemente por una intensa angustia y por fenómenos do­ lorosos a nivel corporal, como si la persona se defendiera con tales síntomas de la toma de conciencia de estas Gestalts: «yo y mi ser en el mundo», ,«yo y la muerte de mi padre», «yo y el padre o la madre que he interiorizado», etc. Este capítulo dará una visión general de la forma en que pueden manifestarse estos temas en el transcurso de un trabajo de terapia Gestalt.

1. LA CONCIENCIA DE SER EN EL MUNDO Este fenómeno ha sido descrito por algunos autores bajo el nombre de seguridad ontológica. Se trata de la evidencia de su

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Campo terapéutico, campo de experiencias propia unidad, de su propia vitalidad. Reproduzco aquí las notas tomadas por una participante en un seminario de cinco días en la Alta Saboya. La consigna propuesta por el terapeuta era que cada uno debía encontrar un árbol que le representara e identificarse con él. En este ejemplo, la proyección de la persona en el árbol que la representaba le permite tomar conciencia de las diferentes etapas de su vida y aceptar su muerte futura, así como vivir plenamente la experiencia trascendental de «ser», pues, paradó­ jicamente, la capacidad de «ser» pasa por la de afrontar el «no-ser». «Conviértete en árbol.» «Al otro lado del torrente, dos alerces en la pendiente. De aspecto diferente, uno un poco pesado, el otro más endeble. Descalza, cruzo por el tronco que une las dos orillas —ligero vértigo— mala suerte. Las piedras son afiladas. Pienso en el largo camino que me ha llevado hasta donde ahora estoy. Algo semejante al camino pedregoso que conduce al paraíso, frente al camino llano y arenoso del infierno, del libro encuadernado en teta roja de mi infancia. A veces el suelo es más liso, a veces las láminas de pizarra cortan. Los árboles se acercan. Están en una loma de tierra ligera, pendiente, defendida por un m ontón de ramas secas. Trepo. El grande es casi inaccesible. Las inmediaciones del pe­ queño son más acogedoras. Me dirijo a ét. Su corteza es áspera, agrietada, Su lado norte, abrupto. Paso mis manos extendidas por el tronco. Creo sentir todas las m ar­ cas y las heridas de mi propio cuerpo, de mi rostro sobre todo. Me pego al árbol. Me parece que respiramos al mismo ritm o, mi aliento sube hasta su copa, su expiración pasa por mis pulm o­ nes. Levanto la m irada, veo sus múltiples ramas, un poco agrie­ tadas, un poco torcidas, de las que brotan apelotonadas las agujas de un verde tierno y luminoso. Sobre sus ramas bajas se enrolla una clemátide azul tirando a malva. Su presencia me parece un regalo precioso. Un guiño del destino. Tam bién yo soy capaz de hacer brotar de mi ser trabajado agujas luminosas y clemátides malvas.

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Los grandes semas Regreso lentamente, muy llena de mi árbol, de este árbol que soy yo y que llevo en mí. La planta de mis pies se há ensancha­ do. Me siento más alta. Atravieso de nuevo el torrente. Los otros están en el claro.» Ahora el terapeuta propone recorrer con la imaginación el ciclo completo de la vida. De la semilla al árbol adulto, y luego el ataque del hacha que corta el árbol, el fuego que lo destruye y el renacimiento de la semilla. «Desde la semilla enterrada en el suelo, me alzo lentamente. Mis piernas se hunden en el suelo, enraízan. Es duro crecer. La nieve del invierno me pesa sobre los hombros. Es demasiado pesada. No crezco más. Y luego, el sol que sale entre las nubes me calienta, la nieve se funde, mis agujas nacen. Me balanceo con el viento fresco. Salir de mi árbol, dejarlo donde está, verlo. Ser él, ser yo. Me retiro y avanzo un metro escaso, me siento mal fuera de mi árbol. Le quiero. Él soy yo. Quiero conservarlo dentro de mí. Me siento bien bajo su corteza. Sa­ lir... Me decido á salir al nivel del suelo. Como estoy de pie, me doy una vuelta hacia abajo para sacar primero la cabeza. Salgo reptando por el suelo. Es duro. Un segundo nacimiento. Cortar su árbol, quemar las ramas. Convertirse en las llamas. Esta llama quema, asciende, es luminosa. Luego declina, me convier* to en cenizas. Me hundo en el suelo por el contacto de mi espalda, de mis muslos, de mis brazos, de mi cabeza. De repen­ te, me despliego sin esfuerzo, sin dolor. Me encuentro alta, . firme sobre mis pies, feliz. El viento me resulta dulce. Siento placer al ser atravesada por él.»

2. EL DOLOR POR LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO La participante cuyo trabajo relato perdió a su padre a la edad de tres años. En la actualidad tiene treinta y ocho y aunque varias veces había comentado, en grupo, la angustia profunda que esta muerte le producía, hasta el momento no había conseguido entrar en contacto con la conciencia de la 133

Campo terapéutico, campo de experiencias realidad de su vida, englutida en la muerte de su padre que ella identificaba con su propia muerte. Cito aquí su testimonio: «Una fuerte emoción ha aparecido en mí durante el “ trabajo precedente1’. Tengo una bola en el estómago, ganas de llorar, un nudo en la garganta. Siguiendo la recomendación de Jean, me tumbo sobre la espalda, con los ojos cerrados, exploro el dolor. Todo es negro, como rugoso en el interior. Jean sugiere que en lugar de esta respiración lenta y débil, pase a una respi­ ración pectoral más profunda. Nada ocurre. Luego, de golpe, veo claramente la maqueta del crucero Foch en su botella, rega­ lo de los marineros de papá después de su muerte. Veo el barco de papá en su botella. ¡Oh! Estallo en lágrimas. El barco es mi padre. Durante todos estos años ha estado en­ cerrado en la botella y yo no lo sabía.» —Trata de hacerle salir —dice Jean. «Un corcho obtura el gollete. Con toda la fuerza de mi vo­ luntad trato de abrirlo. El gollete es demasiado estrecho. Con toda su estructura, el barco no puede salir. Sollozo. Mi padre está prisionero y no puedo liberarlo.» JEAN: «No modifiques tu respiración. Continúa.» «Tengo el rostro completamente mojado. Siento convulsiones. Es realmente doloroso. Mi padre está prisionero de su muerte y yo jamás podré sacarle de ahí. De repente, me siento viva. Vuelvo a estar aquí en la habitación. Sonrío.» —¿Qué es lo que ocurre? —dice Jean. —Bien, después de todo, si no quiere salir no tiene más que quedarse en su botella. Tanto peor para él. «Me siento y estallo en risas enjugando mis lágrimas. Es verdaderamente estúpido sufrir tanto por un barco metido en una botella.»

3. LA DIFICULTAD PARA CORTAR EL CORDÓN UMBILICAL Cualquiera que sea la edad y el grado de evolución de la persona, toda terapia pasa por una etapa de confrontación con los padres. Reencuentro con el odio provocado por una negativa 134

Los grandes lemas de gratificación. Terror inspirado por una falta de seguridad. Tristeza por el temor de ser abandonado o rechazado. Contacto con un sentimiento de amor que no ha podido ser expresado. Es reviviendo estas experiencias una a una, experiencias que se sitúan para casi todos en la primera infancia, como lentamente va tomando forma la autonomía real de la persona adulta. Tomará conciencia de que su odio, su terror, su tristeza, no corresponden ya a la realidad de su presente. La terminación de todas estas Gestalt inacabadas aboca en la mayor parte de los casos a la siguiente conclusión: «Te perdono que seas lo que eres y ahora puedo amar lo que hay en ti digno de ser amado». Recuerdo las convulsiones de Marie. Me había expresado su deseo de volver a ser una ñifla y de que yo representara el papel de su madre. Luego, se enfrentó de nuevo con un horrible dolor en los ojos y en el esternón cuando estaba tumbada en el colchón; yo mantenía agarrada su mano. Se retorcía y sus movimientos se hadan cada vez más violemos. Lo mismo sus sollozos. Me rechazó bruscamente gritando: «¡No me toques!» La inmovilicé con todas mis fuerzas. Se debatía gritando: «¡Jamás volveré a confiar en ti!» La lucha duró unos instantes, luego me sonrió, con el rostro apaciguado, y me apretó tiernamente contra ella. Me explicó que luchaba contra su padre y su madre que la habían atado, a La edad de cinco años, para ponerle una inyección. El episodio había sido olvida­ do, pero quedaba grabado en ella el «jamás volveré a tener confianza en ti» que había marcado hasta el presente las relacio­ nes con sus padres. Recuerdo a Michèle, Jacques, Catherine y a muchos otros en esa angustia que producía en ellos la imposibilidad de satisfacer los deseos de un padre autoritario, amado y temido, que quería que sus hijos fuesen perfectos. Siento todavía la inmensa pena que me invadió el ver a Caro­ le, de pie, con los ojos cerrados, andar a tientas por la habita­ ción, gimiendo: «Mamá, no me abandones, no quiero volver a casa de la abuela. Por favor, no me abandones.» Y Jack, partiendo a la edad de seis años hada el colegio inglés, incapaz de comprender de qué espantoso crimen era culpable para ser rechazado de ese modo (tenía cuarenta y cinco años cuando revivía la escena). 135

Campo terapéutico, campo de experiencias Martine, que se prohibía sentir placer puesto que sus padres no lo tenían. La madre de Agnès, que representaba la comedia del amor para destruir mejor a su hija. El padre de Jean, que le rechazaba tras su segundo matrimonio, después de haberte uti­ lizado como medio de chantaje contra su primera mujer, etc. Todos somos portadores de heridas abiertas que condicionan nuestras relaciones con nosotros mismos y con el mundo exte­ rior. Es difícil y dolorosa la toma de conciencia que pone en movimiento la totalidad del ser en el retorno a ese episodio primero que hizo decidir, quizá para siempre: «Nadie podrá quererme nunca... Soy culpable de todo lo que ocurre a mi alrededor. Si no soy perfecto, seré abandonado...» Es necesaria una lucidez siempre vigilante, que a partir de esta primera toma de conciencia permita la no reproducción, una y otra vez, en la situación actual, de los esquemas surgidos en estos episodios dolorosos, que están ya como insertados en la personalidad. Quisiera aclarar aquí mis palabras precedentes con algunos comentarios a partir del trabajo de un amigo: Philippe. Me llama la atención ahora, al utilizar el término «trabajo», que a menudo me ha parecido inadecuado por connotar una realidad desagradable e impuesta, que se lo utilice también para designar un parto. En este caso, el trabajo traerá al mundo a un ser nuevo, diferente. Veo en este trabajo del nacimiento y en la terapia una evi­ dente analogía en la que hasta el momento no había reparado. Se trata realmente de una «puesta en el mundo». Volvamos a Philippe. Philippe, un joven alto, moreno, de unos treinta y cinco años, deplora las difíciles relaciones que desde siempre ha teni­ do con sus padres y que desea mejorar. El animador le sugiere que elija entre los asistentes a alguien que en su opinión pueda representar aceptablemente el papel de padre. Philippe pide a James, alto, fuerte, con barba, que re­ presente ese papel, Philippe comienza el diálogo con voz baja, sorda, qué contrasta

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Los grandes temas con la severidad de su timbre habitual. Su cabeza está inclinada hada delante. Mira hacía el suelo, evitando la mirada de James. Con las manos colocadas sobre las rodillas y la espalda ligera­ mente curvada, da una impresión de fatiga, de pasividad. «Padre, hace mucho tiempo que tengo ganas de hablarte. Ya sabes, me gustaban los paseos en barca que dábamos cuando yo era pequeño. Me llevabas también a pescar, con mi hermano. ¿Recuerdas?» Aunque el discurso de Philippe hace referencia a días felices, nada, ni en el tono de su voz, ni en su expresión, sugiere alegría. En términos de Gestalt, la configuración de la Gestalt Philippe/padre de Philippe no aparecía claramente definida. Los ele­ mentos felices de su infancia, la barca, la pesca, no son realmen­ te vividos como tales sino que aparecen más como parásitos en la realidad de la relación. Philippe prosigue sin cambiar de- tono ni de postura. Su res­ piración es más perceptible. «Sinvergüenza, no eres más que un sinvergüenza. Nunca estás aquí, y cuando estás, nos haces llevar a todos una existencia infernal. No puedo tener confianza en ti. Te vas, vuelves. Nun­ ca se sabe cuándo estarás aquí.» En su actitud colérica, Philippe no es más convincente. Su tono conserva la misma monótona suavidad. Evita siempre el contacto con la mirada de James. También su cuerpo se man­ tiene siempre poco a tono y desmiente con su actitud el vigor de las palabras que pronuncia. Con toda evidencia, la dicotomía entre el sentimiento expresado —la cólera— y la postura del cuerpo —el miedo, la fatiga— muestra que se trata de una .Gestalt todavía incompleta. Los ojos de Philippe se llenan de lágrimas, se queda silencioso. Luego se yergue mirando a James a los ojos. Con una voz que ha encontrado su vigor, le grita: «¡No tengo confianza en ti, pues te has marchado durante un año y yo tenia miedo de morir!» Aparece ahora una coherencia entre la vivacidad del tono, la tonicidad de su postura y la implicación en las palabras pronun­ ciadas. Philippe ha restaurado la relación entre su padre y él. Está ahora al corriente de la Gestalt inacabada que ha cortado la relación con su padre. Aquí está, identificada; «Me has aban­ donado y tengo miedo de morir.» Aparentemente, el sentimien­ to de abandono nunca ha sido identificado conscientemente, ni 137

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Campo terapéutico campo de experiencias vivido, cortando así toda posibilidad de contacto con el padre. Se trata ahora de terminar la Gestalt de una manera satisfactoria. James le tiende espontáneamente el brazo diciéndole: «Estoy aquí ahora.» Philippe se acurruca a pesar de su gran estatura y llora en los brazos de James. Transcurren unos momentos. Phi­ lippe está ahora en contacto pleno con su padre. Revive este período inacabado de su infancia de una manera gratificante en lugar de frustrante. La Gestalt padre/hijo es todo calor y afec­ to; su terminación permitirá la libre aparición de nuevas Gestalts en Philippe. Éste dice a James con voz muy fina: «Júrame que nunca más te irás.» James queda en silencio durante un tiempo. Se miran intensamente, luego James dice: «Mantendré mi liber­ tad de marchar si así lo quiero.» Philippe se queda callado, luego concluye: «De acuerdo.» Estalla en risas y da una fuerte palmada a James en el hom­ bro, disipando de golpe la tensión que había hecho nacer en el grupo la respuesta de James. En términos de terapia Gestalt se puede decir que Philippe ha revivido positivamente esa situación inacabada de abandono, después de haber sido claramente identificada. Su terminación le permite vivir de manera satisfactoria la frustración que con­ lleva el contacto con la realidad, es decir, el deseo de su padre de preservar su libertad. Philippe está capacitado para calibrar en su justo valor la eventual marcha de su padre, que ya no será interpretada como un abandono, sino como el libre ejercicio de su libertad. El retorno inmediato a lo real, denotado por la risa y el contacto amistoso de hombre a hombre con James, parece mos­ trar que el libre flujo de consciencia funciona de nuevo. Philip­ pe puede ahora desviar su atención del sustituto de padre con el que la situación está terminada y ser totalmente él mismo en el presente.

4. LA AMENAZA DE LOS HIJOS QUE CRE­ CEN Padres vampiros. Hijos asesinos. Toda la fantasmagoría es­ pantosa puesta de manifiesto por Mélanie Klein esta ahí. Pre­ sente ante nuestros ojos. 1 Robert no se entiende con su hijo menor. Por turno, varios 138

Los grandes lemas participantes representarán a este hijo indolente y perezoso. Cada uno dará a Robert su imagen proyectiva del hijo tal como la siente. Cuando se corte el hilo entre Robert y su supuesto hijo, otro participante tom ará el relevo. Robert ha montado la escena. Están los dos en la mesa, no hablan, la exasperación de Robert aumenta por momentos. ROBERT: «No lo entiendo. N o haces nada desde hace meses. Te quedas en tu habitación y fum as.» ALAIN: (representando al hijo): «Quiero hacer otra cosa. Pasar por tercera vez mi examen final.» ROBERT (dirigiéndose ai grupo): «N o, en realidad no quie­ re. De hecho, no quiere hacer nada.» Alain, que no siente ya la situación, pasa su papel a (.'luirles. CH A RLES (representando al hijo): «Si me quedo en mi ha­ bitación no es por casualidad. Sí no hago nada, no es por casualidad. Si no te hablo es porque no sé nada de ti.» ROBERT: «Eso no tiene nada que ver. Yo trato de ayudarte, -• hago todo lo que puedo. T rato de hacerte fácil la vida. Haz lo que quieras, pero haz algo.» CHARLES (hablando al mismo tiempo): «P ara m í, tú eres el tipo que trabaja. No me das nada de ti. No tengo necesidad de tus consejos. P apá, ESCÚCHAM E». Robert parece conmovido. Queda en silencio. Charles deja su lugar en el cara à cara con R oben y Mike le reemplaza. Mike permanece inmóvil y silencioso ante Robert. ROBERT: «Bien, decídete a hacer algo. No puedo más. Quie­ ro que estés vivo.» MIKE: «¿Qué es estar vivo?» ROBERT: «Es m archarse.» M ARIE: «Díselo a tu hijo.» ROBERT: «M árchate, lárgate al campo. Haz lo que sea, pero m árchate.» M ARIE: «¿C óm o te sientes?» ROBERT: «N o muy bien. Mi mandíbula está rígida. Tengo ganas de m order.» MARIE: «¿Qué quieres m order?»

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Campo terapéutico, campo de experiencias ROBERT: «El sexo de mi padre. Quiero cortárselo. Escupirle en éí. Desde hace años.» MARIE: «Lo has cortado. Está en el suelo. ¿Cómo es?» ROBERT: «Está ahí, largo, recto, color carne.» MARIE: «¿Cóm o lo vas a hacer para que tu hijo no te corte d sexo? Díselo.» ROBERT: «Jam ás te dejaré hacer eso. Estoy atento. Jamás podrás hacerlo.» {Al grupo): «Es curioso, yo no reaccionaría asi con sus-her­ manos m ayores.» MARIE: «¿Dónde están?» ROBERT: «¡No están aquí!» (risas en el grupo). MARIE: «¿Y qué es lo que haces para proteger tu sexo?» ROBERT: «Le digo a mi hijo que se vaya.»

Este ejemplo pone de evidencia la proyección que hace Ro­ ben sobre su hijo de su deseo de castrar a su propio padre. También, a un nivel menos profundo, pone de manifiesto e! hecho de que su solicitud aparente enmascara un profundo deseo de apartarle de su lado. Parece que los tres participantes que han representado sucesivamente el papel de hijo han pro­ porcionado a Robert elementos que le han estimulado la toma de conciencia de unos sentimientos hasta el presente censurados.

5. LAS DIFICULTADES EN UNA RELACIÓN DE PAREJA Este trabajo evidencia la extraordinaria fuente de informa­ ción que constituyen los pequeños gestos inconscientes. Como si, más allá del discurso racional, se expresara a nivel del cuer­ po una verdad profunda diferente, que sale a la luz a pesar de la censura individual. Se hace patente así la eficacia de la terapia Gestalt para tomar conciencia y resolver situaciones conflictivas a nivel rela­ ciona!. Se trata aquí de una sesión de terapia individual que relataré sin comentarios, pues en mi opinión, habla por sí misma. 140

Los grandes tanas Claire se tumba, con las piernas más levantadas que el cuerpo, los pies apoyados en el radiador. MARIE: «¿Cómo vas?» CLAIRE: «Bastante bien. Tengo la impresión de que después de un período de vaciedad, estoy recuperando las fuerzas. Me doy más tiempo para hacer la multitud de cosas que tengo que hacer. Va bien.» MARIE: «¿Y eso es eficaz desde el punto de vista del traba­ jo?» CLAIRE: «Bueno, evita ponerme demasiado nerviosa o an­ gustiarme.» MARIE: «Estoy sorprendida. Lo que dices parece relativa­ mente positivo. Sin embargo, percibo tristeza en tu voz.» CLAIRE (desde hace un momento mete y saca su anillo por el anular izquierdo): «No es tristeza... creo.., me parece salir de una grave enfermedad, y además el dolor en la espalda es como un puñal que me atraviesa.» MARIE: «¿Qué es lo que estás haciendo con las manos?» CLAIRE: «Meto y saco mi anillo.» MARIE: ¡Ah! ¿Y qué dice el anillo?» CLAIRE: «Dice que la relación con la persona que está sim­ bolizada por él, pesa demasiado.» MARIE: «¡Tiene vocabulario, ese anillo! Empieza por el prin­ cipio.» CLAIRE: «Lo compré cuando comencé mi relación con esa persona y lo llevo desde entonces.» MARIE: «¿Cómo se llama esa persona?» CLAIRE: «Jacques.» MARIE: «Bueno. Siéntate bien derecha. Coloca tu anillo frente a ti y di a Jacques, al anillo, lo que quieras decirle.» , CLAIRE (muy emocionada, con lágrimas en los ojos); «Jac­ ques, no puedo más. No soporto más nuestra diferencia de edad». MARIE: «Eres demasiado viejo.» CLAIRE: «Eres demasiado viejo. Tienes demasiados proble­ mas. Estás agotado y ya no haces nada por salir de ahí. La otra tarde, el sábado, tu rostro estaba descompuesto por la fatiga, (aleja el anillo de la punta del dedo). MARIE: «Continúa.» CLAIRE: «No puedo seguir cargando contigo.» MARIE: «No quiero...» CLAIRE: «Sí, eso es, no quiero seguir cargando contigo.» MARIE: «Porque...» 141

,

Campo terapéutico campo de experiencias CLAIRE: «Porque eso me mata.» MARIE: «Porque tú me matas.» CLAIRE: «Sí, tú me matas. No quiero morir, quiero vivir» (llora dulcemente). (Silencio. Claire se acerca el anillo). MARIE: «¿Qué quieres hacer con el anillo ahora?» CLAIRE: «Quiero volvérmelo a poner. Me parece horrible abandonar a Jacques ahora, cuando él se ha ocupado de mí en los momentos que yo le necesitaba» (se lo pone en el dedo, lo mira y, al cabo de un momento, comienza a sacarlo y meterlo de nuevo, pensativa). MARIE: «¿Qué haces ahora?» CLAIRE: «Lo saco y lo meto de nuevo.» MARIE: «¿Te dice algo?» CLAIRE: «Me dice que tenemos momentos felices y maravi­ llosos y que son esos los que cuentan. Y que cuando él está hundido en sus preocupaciones, en su familia, entonces yo ten­ go que alejarme para no ser arrastrada allí.» MARIE: «¿Cómo te sientes?» CLAIRE: «Bien ahora.» MARIE: «¿Tu dolor en la espalda?» CLAIRE: «Ha desaparecido.» MARIE: «Ponte de pie. Comprueba si sientes bien el suelo.» (Claire se levanta, se planta frente a mí, su cuerpo me parece muy denso, muy compacto.) MARIE: «¿Cómo te sientes?» CLAIRE: «Me siento fuerte. Muy pesada. Me siento viva.» MARIE: «Díselo a Jacques.» CLAIRE: «Jacques, me siento viva.» MARIE: «Y...» CLAIRE: «Y me siento viva contigo cuando tú te sientes vivo.» MARIE: «Pero...» CLAIRE: «Pero si te sientes muerto, yo no te seguiré ahí.»

6. EL APEGO AL SUFRIMIENTO Gurdjieff dice que «lo último que un hombre está dispuesto a a b a n d o n a r son sus sufrimientos».

No se trata solamente del sufrimiento valorado por la tradi­ ción judeo-cristiana, el que permite «ganarse et cielo», «hacerse

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Los grandes temas merecedor del Paraíso», sino más prosaicamente, con mayor frecuencia, del que permite sentir que se está vivo puesto que se sufre. Aquel sufrimiento al que uno se ata después de que el miedo y la angustia hayan anestesiado sensaciones y sentimien­ tos y que queda como único modo de expresión de la vitalidad de un ser. El trabajo de Elisabeth que aquí relato muestra bien este apego al sufrimiento y la dificultad de renunciar a esta relación privilegiada. Elizabeth, sentada sobre sus talones, dice con voz débil y tierna: «No sé cuál es mi objetivo» {al mismo tiempo, su mano derecha dibuja un gesto circular por encima de su mano izquier­ da, abierta, con la palma al aire). MARIE: «Continúa, continúa con ese gesto.» (Amplía su gesto.) MARIE: «¿Qué es lo que haces?» ELIZABETH: «Paso puré.» (Elizabeth continúa.) MARIE: «¿Qué vas a hacer con todo ese puré?» ELIZABETH: «Ponerlo en una cubeta grande, allí, al lado.» (Traza con sus dos brazos una forma cilindrica junto a ella.) MARIE: «Y ahora...» ELIZABETH: «Ahora la cubeta está casi llena, me meto dentro.» (Se levanta, se pone de pie en la cubeta imaginaria y pisa lentamente el sudo.) ELIZABETH: «Me hundo. El puré me llega por las rodillas. Las capas sucesivas han sido de tal forma pisoteadas que son mucho más duras a medida que se desciende hacia el fondo.» (Deja de pisotear.) MARIE: «¿Qué ocurre?» ELIZABETH: «Tengo miedo. Me parece que podría quedar­ me en el puré toda la vida.» MARIE: «¿Qué puedes hacer?» ELIZABETH: «Puedo salir». (Pasa de una zancada el reborde imaginario del tonel y cami­ na de forma pesada y desagradable.) ELIZABETH: «Tengo puré bajo mis suelas. Como cuando se 143

,

Campo terapéutico campo de experiencias camina sobre nieve blanda. Es pesado y eso me hace perder el equilibrio.» MARIE: «¿Qué es todo ese puré?» ELIZABETH: «Son todas mis dificultades, mis cargas, mis problemas.» MARIE: «¿Qué pasa si despegas el puré de tus suelas?» (Elizabeth sacude sus pies. Camina de nuevo con vacilación.) ELÍZABETH: «Nada me retiene en la tierra. Al menos, cuan­ do tenía el puré, sentía su peso.» MARIE: «Puedes repetir: “ me agarro a mi puré porque ello me permite sentir” .» ELIZABETH: «No quiero que sea así.» MARIE: «¿Qué es lo que puedes hacer?» ELIZABETH: «Tirar esa m aldita cubeta.» (Elizabeth da una patada.) «Y ahora puedo saltar.» (Da saltitos sobre la punta de los pies, primero tímidamente, luego amplifica su movimiento.) ELIZABETH: «Me siento bien ahora.»

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3. EL TERAPEUTA h TODA TERAPIA SUPONE Y NECESITA UNA IDEOLOGÍA Toda actuación terapéutica pone en juego de forma velada las ideas del terapeuta o de la escuela a la que éste pertenece. Estas ideas condicionan su actitud y sus intervenciones. Voy a recordar aquí cuáles son los objetivos de la terapia Gestalt. La terapia pretende desarrollar la consciencia y ampliar la gama de los comportamientos posibles del individuo. El proce­ so está destinado a permitirnos examinar el contenido y las dimensiones de nuestra vida interior. Vivimos plenamente en la medida en que disponemos de una amplia gama de medios de expresión que concretan, simbolizan y, de una manera general, dan cuerpo a nuestras experiencias. En otros téminos, si llegamos a «colmar nuestros vacíos», a reactivar las zonas muertas, emocionales, físicas e intelectuales, a asumir el riesgo de responder a una situación dada con otros comportamientos distintos a los que nos son habituales, enton­ ces nos convertimos en sede de un proceso creativo que es la vida misma. La vida es la que cada persona experimenta por sí misma. Es

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Campo terapéutico, campo de experiencias un fenómeno único para cada uno e inmediato en su «aquí y ahora». Más que el deseo de experimentar al máximo las propias potencialidades, más que el deseo de sentir este proceso creador de vida, la terapia tiene frecuentemente como objetivo inicial el deseo de hacer desaparecer un síntoma molesto, de reemplazar un mal-estar por un mejor-estar. Un proceso centrado en un mejor conocimiento de sí no tiene todavía carta de ciudadanía en nuestra sociedad. «No estoy loco... Puedo arreglármelas solo... Ella no está enferm a...» son las reflexiones corrientes de aquellos cuyas dificultades para estar en el mundo podrían conducir perfectamente a emprender una terapia. A ellos, como a otros más familiarizados con esta vía, quisiera aclarar lo que es esta búsqueda de sí, este desarrollo personal que constituye «el viaje de la terapia». «No puedo ayudaros a hacerlo, pero puedo proporcionaros un espacio en el que podréis hacerlo», decía Perls en Esalen. Este espacio es el de los acontecimientos que se presentan aquí y ahora y cuyo proceso de desarrollo está centrado en el «cómo» y no en el «porqué», revelado por el flujo continuo de las Gestalts que van saliendo a la luz. Geográficamente es el espacio cerrado en que el paciente puede efectuar una exploración activa de sí mismo, donde pue­ de vivir toda clase de experiencias sin temor al ridículo ni a un juicio de valor. Es también, antes que nada, la relación con una persona —el terapeuta— que ha pasado por experiencias simi­ lares y cuya presencia y atención son un estímulo para la acep­ tación de los riesgos. Es también el tiempo del «aquí y ahora».

2. EL AQUI Y AHORA Cada ser tiene su propia experiencia del mundo. La dimen­ sión del presente, del aquí y ahora, da a esta experiencia su caráclcr de inmediatez. A q u í y ahora, experimento mis sensaciones, el calor del sol 146

El terapeuta en mi espalda, el sentimiento de excitación que me asalta cuando escribo, la textura de la hierba bajo mis pies. Aunque desde mi más tierna infancia haya adquirido la cos­ tumbre de elaborar intelectualmente mis sensaciones y mis sen­ timientos, asociándoles juicios de valor, hago resurgir la expe­ riencia concreta que ha otorgado su sentido a las palabras que cotidianamente utilizo. Las abstracciones que me son familiares recuperan su realidad. Y, como mi personalidad es probable­ mente el más abstracto de todos los conceptos que utilizo, con su amalgama de juicios de valor, de imágenes ideales sobre mí mismo, de proyecciones y de fantasmas, reencuentro en el aquí y ahora la realidad que está en el origen de toda esta conceptualízación. Aquí y ahora experimento el tiempo de una manera que no me es familiar. Se trata de un tiempo continuo. Bien diferente de mi tiempo habitual que recorto en rodajas centradas sobre el pasado o el futuro y que se me escapa de las manos. Mi tiempo es un tiempo sin rupturas. Su cualidad cambia de forma permanente. Este cambio, lejos de inquietarme, forma parte, por el contrario, del desarrollo y la evolución de mi vida. Aquí y ahora soy el único responsable de las experiencias que configuran mi vida. Nadie puede hacerme sentir lo que no siento. Nadie me hace hacer lo que hago. Nadie es responsable de mi comportamiento, yo asumo la responsabilidad de dicho comportamiento. Quedar en contacto con el proceso interior, la inmediatez del presente, es de alguna manera un acto de fe. Implica que mi experiencia va a conducirme a una totalidad y culminará en un estado más satisfactorio y gratificante que el que tenía cuando comencé. Cuanto más en contacto permanezca con la consciencia de lo que se desarrolla, mayor Será mi posibilidad de aumentar, de ampliar mi consciencia. Para esto, es indispensable que me autorice a mí mismo a vivir la experiencia elemental, concreta, no verbal, en lugar de reducirla a una abstracción, que mi discurso desencarnará todavía más. Abordo esta situación de contacto fecundo con el máximo de conciencia posible. Soy y 147

Campo terapéutico, campo de experiencias asimilo la experiencia del otro sin tratar de suprimir mis pro­ pias reminiscencias y la independencia de mi pensamiento. Con­ fío en las imágenes que me vienen, que se revelarán con frecuen­ cia pertinentes, como representación global de una situación dada. Vi un día a una de mis clientes, encantadora mujer longilí­ nea, de rasgos delicados, sentada de cuclillas sobre una alfom­ bra, con el aspecto de un buldog en actitud de defender la entrada de su caseta. La imagen era tan insólita que solté una carcajada. Le comuniqué mi impresión. Ésta coincidía exacta­ mente con lo que ella sentía en aquel momento. Quería dar una imagen de fuerza, de poder, a fin de impedir que nadie tocara los valores ocultos en la caseta, que ella no tenía el menor deseo de poner en cuestión. A partir de esta metáfora, conseguimos abordarlos. Estoy en contacto con mi risa, con mi alegría, con mi capa­ cidad de maravillarme ante las mil y una astucias del ingenio humano. Puedo también estar en contacto con mis propias trampas: el miedo al fracaso que bloquea mi visión creativa de la situación y me impide confiar en mi intuición, mi dificultad para utilizar la frustración y para dejar que alguien chapotee en una situación difícil, mi reticencia a ejercer influencia sobre los demás. Para otros terapeutas, las trampas serán una indefectible seriedad o una rigidez en el empleo de ciertas técnicas. Otros no confiarán en la riqueza de su imaginación y se dedicarán a la estructuración de objetivos y contactos en detrimento del cono­ cimiento que proporcionan los juegos, las metáforas o los via­ jes imaginarios. Deberé ser capaz de integrar dos modos de conciencia, dos modos de estar en el mundo: ser activo y ser pasivo y receptivo, analizar las particularidades y ver la totalidad, estar controlan­ do y también inmersa en el desarrollo de lo que sucede, estar 148

El terapeuta sería y utilizar mi sentido del humor, del juego, estar segura de mí y autorizarme a improvisar cuando lo crea oportuno. Utilizaré los instrumentos que tengo a mano con rigor pero con flexibilidad, no olvidando nunca que el objetivo que tene­ mos tanto uno como otro, tanto el terapeuta como el cliente, es la amplificación del campo de la consciencia y de las posibili­ dades de éste. No, yo no puedo ayudar a un paciente a «hacerlo», como dice Perls, pero puedo proporcionarle «el espacio donde él podrá hacerlo». Dispongo para ello de una cierta cantidad de instrumentos.

3. LA IMPLICACIÓN PERSONAL Ya sea en una relación individual o en un grupo, yo soy yo —el terapeuta— presente a) otro en mi realidad. No le pido nada, me complazco en aprender, en observar, en comprender su experiencia exactamente como es. Respeto lo que él es. Pue­ de disponer de mi atención, de mi intuición, de mi ingenio para proporcionarle situaciones nuevas que él podrá experimentar. Con frecuencia, de mi compasión y de mi amor. Soy reticente en emplear la palabra «amor». Entiendo por

"

F. Péris posible fundador de una "nueva terapia

de 1967 y 1968 aparecen en 1969 con el titulo de Gestalt Therapy Verbatim1. Es la gloria. Por fin. Fritz vive libremente las dos caras de su personalidad. En sus relaciones personales puede mostrarse grosero, odioso o encantador; en el contexto del grupo es a veces sensible y pa­ ciente, a veces irascible y egocéntrico. Sus grupos pasan de algunas personas a centenares en 1969. Su salud mejora a partir de 1965. Trabaja con Ida Rolf que aúna el masaje profundo con la quiropráctica y libera las ten­ siones musculares para permitir una postura más equilibrada. Pero sus relaciones con los demás residentes de Esalen se dete­ rioran. Está celoso de Bill Schultz, al que reprocha el procurar la «alegría instantánea» a sus discípulos. Baba Ram Dass apa­ rece en televisión. Él no. El Maharisi Mahes Yogui le crispa los nervios. Mezquindades debidas a su legendaria avaricia sobre­ cargan la atmósfera. Sobre todo, quiere desarrollar sus teorías practicando en un lugar dedicado exclusivamente a la Gestalt, su «kibutz». Tras seis años de vida en Esalen, decide fundar el kibutz en Cowichan; será el Instituto de Gestalt de Canadá. En ese antiguo hotel de pescadores, al borde del lago, Fritz se siente verdaderamente feliz. La competencia no le es nece­ saria. Todos obedecen su ley: «Ni niños ni perros», y lo que no dice: «Ni rivales». Barry Stevens describe la vida en Cowichan en su autobiografía D on’t push the river. Fritz disminuye su consumo de tabaco y parece tener más confianza en sí mismo y en los demás. En el invierno de 1969 Fritz parte para uno de sus habituales viajes por Europa. Se siente cansado. Un médico de Londres le diagnostica gripe astática. Cada vez más agotado, dirige sin embargo dos grupos, uno de ellos en casa de los Rubenfeld en Nueva York. llana Rubenfeld recuerda: «Algo extraño ocurrió en la casa. Todas las luces saltaron de pronto durante su traba­ jo. Y dos horas después se volvió a repetir. De alguna manera, I. La Fayette, Ca, Read People Press, 1969,

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho el apagón y el aspecto que él tenía me transmitieron la sensa­ ción de que aquello "era el final” , de que no lo volvería a ver. Después de todo, las luces no se apagan y se encienden de esta forma.» Algunos días después, parte para Chicago donde debe dar una conferencia. Desembarca en el aeropuerto, amarillo como un membrillo. La amiga que había ido a recibirle le lleva inme­ diatamente al apartamento de Bob Shapiro. Allí se avisa a un doctor y éste recomienda trasladarle al Weiss Memorial Hospi­ tal, Algunas horas después pasa a la mesa de operaciones y muere apaciblemente aquella misma noche tras haber hecho rabiar a varias enfermeras. Su autopsia revela un cáncer de páncreas. En Esalen, en Cowichan, se celebran ceremonias en su me­ moria. Paul Goodman, a petición de Laura Perls, pronuncia una oración fúnebre en el curso de un servicio religioso en Manhattan. Tras haberle elogiado, hace referencia a Paul Weisz y a Laura como los mejores terapeutas del grupo neoyorkino de Gestalt, atribuyendo a la insuficiencia de las cualidades intelec­ tuales de Fritz las deficiencias que en él encuentra. Así, incluso después de su muerte, Ja aportación que supone su nueva terapia y la calidad de su personalidad serán todavía discutidas.

I

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2. FUNDAMENTOS TEÓRICOS DE LA TERAPIA GESTALT Es muy difícil determinar con precisión los fundamentos teóricos de la terapia Gestalt. En efecto, se trata más bien de una síntesis, de una nueva Gestalt que emerge y se precisa, al compás de la evolución de Péris y sus discípulos y que engloba varias corrientes actuales de pensamiento. La teoría Gestalt, el psicoanálisis, el existencialismo, las fi­ losofías orientales y corrientes terapéuticas como el psicodrama de Moreno, la terapia rogeriana, el análisis transaccional de Berne y la semántica general de Korsybski, proporcionaron a Perls elementos significativos que, puestos en conjunto, desem­ bocan en una práctica específica. Esta práctica, al menos en vida de Perls, no ha sido lo suficientemente teorizada para que sea posible «devolver al César lo que es del César». Muy a menudo, Perls se ha contentado en sus escritos con citar a los personajes que han tenido una influencia significati­ va sobre su evolución, como Friedlander, Goldstein, Jan Smuts, etcétera, sin precisar exactamente en qué les era deudor. Es so­ bre todo gracias a los escritos de sus continuadores que ha sido posible el intento de sistematización que constituye este capítulo. Una razón «ideológica» preside probablemente este tono tcó-

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho rico «vaporoso» por parte de Péris. Si se vive realmente en el «aquí y ahora», las aportaciones conceptuales que hayan podido proporcionar el contacto con las distintas corrientes de pen­ samiento, son asimiladas, digeridas, y forman una nueva Ges­ talt con el antiguo corpus de conocimiento, siendo más impor­ tante aplicarlo a la realidad, experimentarlo, que investigar sus elementos constitutivos. La obra de Péris, Ma Gestait~Thérapie, viene a confirmar esta hipótesis. En este capítulo pasaré revista a los diferentes elementos tomados de las corrientes que acabo de citar: teoría Gestalt, psicoanálisis, incluyendo en él la influencia determinante de Reich, existencialismo. Filosofías orientales, y puesto que he citado en esta breve introducción el término Gestalt sin expli­ carlo, voy a comenzar por precisar lo que hay detrás de él.

1. LA TERAPIA GESTALT Y LA TEORÍA GESTALT ¿Qué es una Gestalt? El término «Gestalt» ha sido tomado de la psicología alema­ na (la teoría Gestalt). No tiene equivalente en francés. Designa una entidad de percepción, un todo, algo completo. La Gestalt de percepción En su origen, el término Gestalt se refería a las conclusiones de una serie de experiencias referentes a la percepción (Koehler, Koffka, Goldstein). A principios de siglo, éstas dieron origen en Alemania a una teoría de la percepción: la teoría Gestalt. Demostraron que la percepción, contrariamente a lo que se pensaba en la época, no consiste en la respuesta de un determi­ nado sentido (la vista, el oído, etc.) a un estimulo específico (un objeto, un sonido) sino que se organiza espontáneamente en estructuras bien definidas (Gestahs), constituidas por una for~ 182

Fundamentos teóricos de ia terapia Gestalt ma (el objeto percibido) y un fo n d o , el campo de percepción en el que está situado el objeto (su entorno). La percepción depende, por otra parte, de la forma en que el sujeto organiza su campo perceptivo de acuerdo a sus necesidades. De hecho, la cualidad de la percepción depende de las rela­ ciones dinámicas entre la forma, el objeto percibido y el fondo. Si la forma capta con fuerza la atención del observador, la Gestalt será fuerte, bien constituida, y el fondo tendrá una presencia casi inexistente. Luego, cuando el objeto pierda su interés para el observa­ dor, se confundirá con el fondo, del que podrá emerger otra entidad de percepción, otra Gestalt. Por ejemplo: las Gestalts sucesivas nacidas del paisaje de Bretaña en el que he pasado mi infancia, utilizarán los elementos que me rodean, pero cada una tendrá su singularidad propia. El todo es diferente a la suma de las partes Mi paisaje amado de Bretaña es algo más que una vasta pradera descendiendo hacia el mar, sombreada por cuatro ro­ bles verdes y un gran pino parasol, y una gran extensión de agua color de ópalo, sembrada de islas cubiertas de vegetación y salpicada de barcas. Entre estos diferentes elementos se tejen relaciones cambian­ tes. El barco de casco color bermellón que ha levado anclas con la marea modificará con su ausencia la totalidad del paisaje, mientras que antes era el centro alrededor del cual se organiza­ ba mi campo de visión. Mi centro de interés se desplazará. Será, por ejemplo, a partir de la pequeña rama retorcida que se eleva sobre el alcor­ noque de la izquierda como se organizará entonces mi paisaje. Es posible también que mi atención, saturada del panorama, se desvíe para fijarse sobre la hoja de papel colocada ante mí. La hoja de papel pasará a ser entonces el punto central de mi visión; literalmente, no veré más que eso.

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho La Gestalt del comportamiento Con los años y los trabajos de Goldstein y Lewin, el concep­ to de organización del campo de percepción en Gestalts se ha extendido al campo mental. En el psiquismo, los pensamientos, los sentimientos, los recuerdos, se organizan en Gestalts, con una forma dominante que se determinará claramente sobre su fondo. Cuando estoy colérico, mi cólera es la forma fuerte que surge y se destaca claramente del fondo constituido por mis pensamientos habituales, ocupando la casi totalidad de lo que yo percibo de mi campo mental; de la misma forma que el calor de mi rostro y mis puños apretados son la forma que ocupa la casi totalidad de mi campo de percepciones corporales. Cuando mi cólera ha pasado, cuando ha encontrado su modo de expresión, emerge entonces de mi campo mental, como de mi campo perceptivo, otra Gestalt que podrá ser, por ejemplo, el fuerte sentimiento de amor que experimento en este momen­ to por la persona que me ha puesto colérico y que se manifiesta por las lágrimas que asoman a mis ojos y la sensación de bienestar que invade mi cuerpo. Pero si mi cólera, por una razón o por otra, no ha podido expresarse, no ha podido encontrar una salida, quedará engas­ tada, impresa tanto en mi cuerpo como en mi psiquismo. Se tratará entonces de lo que se llama una Gestalt no terminada. Volveré a ello más tarde.

¿Cómo se articulan la terapia Gestalt y la teoría Gestalt? La terapia Gestalt ha tomado dos conceptos de la teoría Gestalt: 1. Su definición de Gestalt, entidad constituida por las rela­ ciones dinámicas entre una forma y un fondo, que permite a la persona organizar sus percepciones en un todo. Concepto que incluye la alternancia de contacto y retirada, y el carácter irina184

Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt to de la necesidad que tiene el individuo de organizar su expe­ riencia según sus necesidades. Perls se refiere a dos niveles diferentes de Gestalt: por una parte la Gestalt de la personalidad, la totalidad que se manifies­ ta en la realización de sí mismo y que necesita la reintegración de las partes que habían sido aisladas de la personalidad. Por otra parte, la Gestalt del comportamiento, la totalidad que emerge cuando una tarea (en el sentido amplio de la palabra) emprendida ha sido llevada a buen término. 2. El concepto de Gestalt no terminada, que implica que una persona no puede estar disponible para otro tipo de expe­ riencia hasta que haya llevado a término las experiencias incom­ pletas de su vida. En tanto la Gestalt no esté terminada, la persona la reproducirá compulsivamente, y constituirá un pat­ tern, un esquema repetitivo de comportamiento. Este concepto de Gestalt expresa bien el proceso de creci­ miento del ser humano. Tiene en cuenta la necesidad del orga­ nismo en su totalidad, su deseo de realización que dará el impulso inicial hacia la relación con el entorno. Este crecimiento implica la participación del individuo en tanto que sujeto consciente. De Gestalt en Gestalt, éste bebe de su entorno lo que es necesario para su subsistencia e integra aquello de lo que tiene necesidad para desarrollar y ampliar su campo de consciencia y de experiencia. La terapia Gestalt considera que una persona sana es aquella en la que se desarrolla de forma permanente y sin trabas un proceso de formación y posterior destrucción de Gestalts.

El ciclo de formación-destrucción de una Gestad El esquema de la página 188 recoge la concepción Gestalt del flujo del organismo, es decir, de la forma en que se desarrolla el proceso dé formación y luego de destrucción de una Gestalt. Este esquema se sitúa sobre dos ejes: uno vertical, que repre­ senta la cantidad de energía desarrollada en el curso del proce185

La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho so; otro horizontal, que representa el desarrollo en el tiempo. La línea sinusoidal muestra el desarrollo del ciclo en el tiempo y las diferentes cantidades de energía puestas en juego. £1 área situada por encima de la línea sinusoidal abarca los diferentes estados del flujo sano del organismo. La que está por debajo, las etapas correspondientes a un flujo perturbado. 1. El primer estadio representa en la persona sana el estado de «vacío fértil», donde el sentimiento «de ser» da lugar a la plenitud. 2. Un déficit del organismo se manifiesta. Por ejemplo, la necesidad de entrar en contacto afectivo con otra persona. 3. Esta necesidad engendra una tensión hacia la satisfacción. 4. Esta tensión engendra a su vez una excitación que movi­ liza tanto la respiración como las funciones sensoriales y motri­ ces: identifico a la persona que puede satisfacer mi necesidad y me dirijo hacia ella. 5. Entro en contacto con dicha persona. 6. Experimento el placer del contacto. 7. La abrazo tiernamente (actúo consecuentemente con mi necesidad). 8. Siento plenamente la satisfacción que se deriva de mi acción. 9. Satisfecha mi necesidad, entro de nuevo en un período de reposo; estoy bien conmigo mismo. El ciclo patológico es el resultado de la interferencia de las experiencias mal asimiladas del pasado, de las Gestalts inaca­ badas. *1234 1. La persona no puede realizar completamente el estado de vacío fértil. Está siempre en contacto con las Gestalts inacaba­ das que se manifiestan por una verborrea mental incesante. 2. La persona entra difícilmente en contacto con su necesi­ dad actual. 3. Esta necesidad reactiva la angustia vinculada a las Gestáis no terminadas. 4. La tensión hacia la satisfacción se transforma en ansiedad que empobrece la sensibilidad y afecta a la respiración.

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Excitación sensorial y motril

La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho 5. Esto conduce a la prevención, a la negativa a aceptar el riesgo de experimentar la satisfacción de la necesidad. 6. Antiguos patterns se interponen entre el deseo y su reali­ zación y se manifiestan bajo la forma de proyecciones (no puedo entrar en contacto con esta persona, estoy seguro de que ella me desprecia) u otros procesos de prevención. 7. La acción será incoherente respecto a la necesidad primi­ tiva (por ejemplo, me pondré a limpiar compulsivamente la cocina). 8. Dicha acción engendrará un sentimiento de frustración y yo interiorizaré mi propio mandato en relación a la necesidad que no habré satisfecho (no hay que dejarse llevar por los sentimientos). 9. Esto me conduce finalmente al impasse, al vacío doloro­ so, en el que me torturo a mí mismo en mi propia impotencia.

2. LA TERAPIA GESTALT Y EL PSICOANÁLISIS El psicoanálisis freudiano proporcionó a Perls —que se con­ sideró un psicoanalista ortodoxo durante más de un cuarto de siglo— un soporte a la vez práctico y teórico para sus reflexio­ nes. Constituyó para él una constante, una especie de patrón al que se refería, le gustara o no. Más allá de la frecuente referencia a Freud, «genio testaru­ do, sano y demonio», Perls distribuye generosamente «indirec­ tas» (Adler) y «expresiones de su admiración» (Federn, Clara Happel, Eric Berne, Karen Horney) sin preocuparse demasiado de basar sus juicios sobre datos precisos. Sin embargo, la in­ fluencia de los psicoanalistas sobre la terapia Gestalt se mani­ fiesta por la similitud de ciertos puntos de vista.

Freud A fin de esclarecer las ambiguas relaciones que Perls mantu188

Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt vo (unilateralmente) durante toda $u vida con Freud, citaré aquí este extracto del monólogo que se nos narra en The Ges­ talt Approach and eye witness to therapy.* Se trata de un trabajo terapéutico de Péris en el curso del cual éste se pone en escena en un diálogo imaginario con Freud. «Profesor Freud... Un gran hombre... muy enfermo... no puede usted permitir que nadie le toque. Usted tiene que decir lo que es y su palabra es palabra de Evangelio. Me gustaría que me escuchara. En cierto sentido, yo sé más que usted. Usted habrá podido resolver el problema de las neurosis. Y yo, heme aquí, un simple ciudadano... que, por la gracia de Dios, he descubierto el simple secreto de que lo que es, es. En realidad, ni siquiera he sido yo quien lo ha descubierto. Ha sido Gertrud Stein. Yo tan sólo lo he copiado. No, copiado no es lo adecua­ do. He seguido el mismo tipo de vida, de pensamiento, que ella. No como un intelectual, sino como una planta humana, como un animal. Y es ahí donde usted se ha mostrado ciego. Usted ha moralizado y prohibido el sexo al sacar todo esto del contacto total de la vida. Así, usted le ha fallado a la vida.» Este texto constituye una síntesis significativa de las relacio­ nes de Péris con el psicoanálisis freudiano. Refleja el inmenso respeto hacia la personalidad de Freud y su pesar por no ser reconocido por el maestro. También su crítica de la intelectualización, de la teorización que deforma la realidad. Se encuen­ tra igualmente ahí la negativa de Péris a tratar el hecho psicoanalítico como aislado del organismo en su totalidad y la aten­ ción que presta al fenómeno «aquí y ahora». Péris se refiere implícitamente a su propia teoría de las neurosis, que considera causadas por una insuficiencia de la consciencia en aprehender lo que es, más bien que por la represión de lo que no puede ser aceptado por ella. Finalmente, Péris pone en duda la preemi­ nencia del instinto sexual, coherente en esto con la posición que1 1. Nueva York, Bantam Books, 1976. 189

La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho había adoptado ya en 1936 en el Congreso de Praga donde subrayaba la importancia de la oralidad en el ser humano. En su obra de 1947, Ego, Hunger and Agression (El yo, el hambre y la agresión) desarrolla la idea de una oralidad que preside el crecimiento del ser durante toda su vida y no sólo durante un período bien definido de la infancia. Idea que recoge la desestructuración, el desmontaje de la experiencia, a fin de integrarla, de idéntica forma a cómo el alimento debe ser previamente destruido para poder ser asimila­ do. Prestando al hambre (la necesidad de asimilación, de creci­ miento) un valor al menos equivalente al de la pulsión sexual, Perls remata la disidencia con Freud y sienta las bases de la terapia Gestalt. Al final de su vida, Perls rechaza el concepto de transferen­ cia. Transferencia en la situación analítica de experiencias ante­ riores que, durante el tratamiento, son reactivadas sobre el terapeuta. Coherente con su planteamiento fenomenologista del «aquí y ahora», ve en la relación terapéutica la confrontación de dos individuos que ponen en juego en dicha relación todas sus características personales. (Parece justamente que sea la puesta en relación de las características personales de cada uno de ellos lo que permite establecer de entrada una relación de transferen­ cia. En esta relación, la expresión parcial de la contratransfe­ rencia del terapeuta limitará la neurosis de transferencia, pero no por ello abolirá la transferencia que seguirá siendo un motor importante del trabajo terapéutico.) El inconsciente Perls ha declarado a menudo en sus escritos que el incons­ ciente no existe. Que basta con quedarse en la superficie de las cosas y observar lo que ocurre para prescindir de una noción que no tenía más razón de ser que explicar lo que no se com­ prende. 190

Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt Jim Simkín1 da una definición del inconsciente que parece corresponderse con el pensamiento de Perls. Contrariamente a la escuela freudiana, que contempla la personalidad como una cebolla constituida por diversas capas sucesivas que hay que ir pelando una tras otra para llegar al centro, Jim Simkín la concibe como una gran bola hueca de caucho, sumergida en su casi totalidad, con una pequeña parte sobresaliendo en la superficie. Más que imaginar un inconscien­ te o un preconsciente (que corresponde a la parte sumergida de la bola), Simkin sugiere que el comportamiento inconsciente es el resultado de una falta de contacto con lo que está ahí, sea porque la persona está sumergida en su entorno, sea porque está englutida en las construcciones de su imaginación. Los sucesores de Freud Aunque los escritos de Perls no hagan referencia explícita a ello, se encuentran en la mayor parte de los disidentes de la escuela freudiana conceptos originales en los que se ha inspira­ do la terapia Gestalt y a los que rápidamente vamos a referirnos.

Jung Según Jung, el aspecto consciente de la personalidad está contrapesado por su contrario: la sombra. Ë1 individuo no estará completo en tanto no haya integrado los aspectos contra­ dictorios de su personalidad. La insistencia de la terapia Gestalt que intenta conducir a la integración de las polaridades complementarias en cada parte, en cada característica de un individuo, se aproxima a la visión junguiana. i De la misma forma, el sueño como expresión rica y comple1. C. Hatcher, P. Himelstein, The Handbook o f Gestatt Therapy (Nueva York, Jason Aronson, 1976).

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho ta a través de la cual se expresa la totalidad del individuo es una idea compartida por junguianos y gestaltistas. ‘ Contrariamente a los freudianos, para quienes se trata de la expresión disfrazada de pulsiones o experiencias angustiosas que hay que sacar a la luz, el sueño es considerado como fenómeno representativo en sí mismo, que remite ya sea a Gestalts no terminadas, ya sea a la expresión más o menos simbó­ lica de las facetas actuales de la personalidad.

Adler Adler describe al hombre como creador consciente de su propia vida, que encuentra el sentido de la misma en el curso de su evolución personal. Péris reprocha a Adler su fascinación por el futuro, pero comparte la concepción del hombre que se crea por sí mismo en la consciencia y la aceptación de lo que es. Como Adler, pone el acento sobre la simplicidad de los términos empleados, la atención concedida a los pequeños he­ chos de la vida y abre la vía a una psicoterapia que toma en cuenta la existencia momento a momento.

Rank Aunque la mayor parte de su obra esté basada en el trauma­ tismo de su nacimiento y sus permanentes efectos sobre la existencia, Rank postula que el combate primero de la vida es la lucha por la individualización. La terapia Gestalt intenta también llevar a la persona a realizarse integrando sus miedos gemelos de separación y unión. La separación que ocasiona la pérdida de contacto con los otros, la unión que entraña la pérdida de la individualidad. Al igual que Rank, la Gestalt piensa que la resistencia crea­ tiva a esta alternativa aterradora conduce a la integración de estas fuerzas opuestas. Por otra parte, el énfasis que Rank pone sobre el desarrollo de la identidad individual lleva a una trans192

Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt formación de ta relación terapéutica. La consideración de las interacciones entre dos personas comprometidas en un proceso terapéutico ha tenido una gran influencia sobre la terapia hu­ manista (Maslow, Rogers, Löwen, etc.) y muy particularmente sobre la Gestalt.

Reich Más que cualquier otro, Reich tuvo una influencia decisiva sobre Perls en el curso de los dos años de tratamiento psicoanalítico de este último. Se podría atribuir fácilmente a Perls esta cita de Reich:1 «En la presentación de mi caso, yo pongo el cómo al lado del qué de la vieja técnica freudiana. Sin embargo, yo sabía ya que el cómo, la form a del comportamiento y de la comunica­ ción, importaba mucho más de lo que el paciente relataha. Las palabras pueden mentir. El modo de expresión no miente nun­ ca. Es la manifestación inconsciente inmediata del carác­ ter. Con el tiempo, aprendí a interpretar la forma misma de la comunicación como manifestación inmediata del incons­ ciente.» t Encontramos aquí uno de los puntos fundamentales de la Gestalt: «Preocuparse del cómo más que del porqué.» Rebelándose contra las implicaciones de la teoría de la subli­ mación en Freud —desplazamiento de pulsiones inadmisibles hacia objetivos más aceptables por la sociedad— Reich consi­ deraba el comportamiento humano en su realidad. Así procede la terapia Gestalt. Reich incita a Perls a interesarse por el comportamiento cotidiano de la persona, a observar sus características lingüísti­ cas, sus posturas, sus actitudes musculares y gestuales. Reich pensaba que las repeticiones crónicas, a cualquier nivel que se 1, W. Reich, £ / análisis del carácter.

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho den, tenían por efecto neutralizar la experiencia, siendo indis­ pensable llevar al paciente a deshacerse de ellas. Perls escribe: «Fue Reich el primero en dirigir mi atención sobre el aspecto más importante de la medicina psícosomática. El funcionamien­ to del sistema motor como una armadura.»12 «Esto, señala más tarde, da un cuerpo a la noción freudiana de resistencia,»: Aunque la terapia Gestalt no se enfrenta, como lo hace la biología, a la armadura muscular desde un nivel puramente somático, la tiene en cuenta en la evolución clínica del paciente y en las modificaciones progresivas que se presentan en un trabajo verbal. El énfasis en la sensación, la experiencia orgástica y la expresión inmediata y directa, hacen de la Gestalt-uno de los herederos espirituales de las teorías de Reich. Añadamos a las influencias básicas de los teóricos que aca­ bamos de citar, la importancia de la estima de sí subrayada por Sullivan, la evidenciación por parte de Beme de los juegos transaccionales en las relaciones humanas y la aportación de Rogers (aunque de inspiración no psicoanalítica) sobre el valor esencial del «feedback». A estas influencias directa o indirectamente derivadas del psicoanálisis se añaden las de la semántica general de Korsybski y el psicodrama de Moreno.

3. LA GESTALT Y LA SEMÁNTICA GENERAL La semántica general de Korsybski pone de manifiesto la ligazón entre la forma en que pensamos y la forma en que nos expresamos. El desorden imperante en la utilización que hace­ mos del lenguaje conlleva un desorden correspondiente de nues­ tro pensamiento, de nuestra reflexión y de nuestra facultad de 1. F. S. Perls, Ego, Hunger and Agression. 2. F. S, Perls, Ma Gestalt-Thérapie.

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Fundamentos teóricos de la terapia Gestad valoración, de la misma forma que la comunicación entre los individuos resulta por tal causa insegura o deformada. Como ha puesto de relieve Korsybski, «el mapa no es el territorio», sino que solamente nos proporciona una represen­ tación convencional con la ayuda de signos. Por otra parte, «el mapa no representa todo el territorio»; su representación es esquemática, los detalles no están indica­ dos en su totalidad. El lenguaje, como el mapa, no puede dar cuenta de la tota­ lidad de los hechos, una palabra no es lo que representa, como tampoco representa todos los hechos. ! Su contenido simbólico varía en función de la persona que la utiliza. «Un mapa representa siempre al cartógrafo.» Lo que se dice a nivel del lenguaje representará la personalidad misma del sujeto. La terapia Gestalt propone, como la semántica general, una nueva actitud respecto al lenguaje; responsabilización de lo que se dice y, a la vez, desidentificación con lo que se dice para buscar la expresión justa que mejor podrá dar cuenta de la totalidad de la persona. La terapia Gestalt ha puesto a punto una serie de juegos semánticos que ponen en evidencia la forma en que evitamos exponernos personalmente en lo que decimos y cuánto proyec­ tamos en lo que decimos.

4. LA GESTALT Y EL PSICODRAMA Del psicodrama de Moreno, Perls sacó la enseñanza de que es más fecundo participar en una experiencia que hablar de ella. Y tomó de él la técnica del intercambio de papeles entre protagonista y antagonista que permite ver lo que puede sentir el otro así como la idea de «puesta en acto» (enactment), repre­ sentación tan fiel a la realidad como sea posible de un episodio imaginario o conservado en la memoria. Abandonó la estructura clásica del psicodrama con su tema 195

La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho dado y sus personajes bien definidos para dejar que la persona represente sucesivamente los papeles de su propia historia.

5. LA GESTALT Y LAS TEORÍAS FILOSÓFICAS El exisiencialismo En su autobiografía, Perls cuenta que estaba demasiado ocu­ pado en el psicoanálisis para interesarse realmente por el existencialismo, y que por este motivo no había tenido contacto con los filósofos de Francfort; Buber, Scheller y TilUch. Sin embargo, tomó de sus escritos estos conceptos básicos: «Cada uno debe asumir la responsabilidad de su propia existen­ cia. En un momento determinado nadie puede ser diferente de lo que en ese momento es.» En la relación terapéutica, la terapia Gestalt aplica lo que Buber ha descrito como una relación «yo-tú», una relación subjetiva donde dos personas muy distintas coexisten, en con­ traposición a una relación de sujeto a objeto en la que el saber y las decisiones son unilaterales. Los escritos de Perls mencionan tres clases de filosofía. Las que hablan de lo que deberla de ser, las que hablan «de» las cosas existentes, y el existencialismo, la única que está realmen­ te «en» lo que existe. Perls considera la terapia Gestalt como una de las tres tera­ pias exístenciales; siendo las otras la terapia de Binswanger (Dasein) y la logoterapía de Frankl. La influencia de la ideolO' gía existencialísta sobre la terapia Gestalt tiene como consecuen­ cia toda una serie de reglas de la práctica terapéutica que pue­ den resumirse en «Tú y yo, aquí y ahora». El holismo de Jan Smuts> Durante su estancia en África del Sur, Perls fue amigo ínti­ mo de Jan Smuts, entonces primer ministro y filósofo, que tomó de los griegos el término holismo, procedente de hoios.

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Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt que significa completo, total, entero, para elaborar un sistema filosófico en el que la evolución reposa sobre la realización de la totalidad del ser. Maslow Maslow no es, propiamente hablando, un filósofo. Sin em­ bargo, sus teorías pretenden desarrollar una ciencia del hombre que tiene en cuenta la conciencia, là ética, la individualidad y los valores espirituales, y que hacen de él el creador de la «psicología humanista». Ésta se basa en una definición especí­ fica de la naturaleza del hombre. Maslow distingue las necesidades de base, como el hambre, la necesidad de seguridad, de afecto, etc., y las meta-necesida­ des como la justicia, la belleza, el orden y la unidad. Mientras que las necesidades básicas tienden a colmar una carencia, las meta-necesidades están fundadas en el crecimien­ to. El desarrollo normal consiste en actualizar la naturaleza esencial del hombre, es decir, en realizar no solamente las nece­ sidades de base sino también las meta-necesidades. La personalidad normal está caracterizada por la unidad, la integración, la coherencia, mientras que la patología, definida por lo contrario, resulta de la distorsión o negación de la natu­ raleza esencial del hombre. Esta concepción del hombre en búsqueda de su realización, como la definición maslowiana de la patología, subyacen en la terapia Gestalt. Friedlander La filosofía de Friedlander contiene dos ideas importantes, la «indiferencia creativa» y el «pensamiento diferencial», que Perls ha incluido en su concepción de la terapia Gestalt. El pensamiento diferencial sugiere que cada acontecimiento tiene un punto cero a partir del cual surge una diferenciación de los contrarios. Estos contrarios muestran en su contexto especifico una gran

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho afinidad entre sí. Quedando vigilantes en el centro, podemos alcanzar la capacidad creativa de ver los dos lados de una posibilidad y completar la mitad que falta. Al soslayar la visión exclusivamente unilateral del acontecimiento, tenemos una pa­ norámica infinitamente más profunda de la estructura. Es la facultad de situarse en el punto cero a partir del cual emerge una experiencia nueva lo que constituye la indiferencia creativa. Podemos traer a colación una imagen que aclara este concepto: la gaviota planea en las alturas entre cielo y tierra, dejándose llevar por las corrientes de aire; sin embargo, cuando un pez emerge a la superficie, desciende rápidamente en picado y lo atrapa.

6. LA GESTALT V EL PENSAMIENTO ORIENTAL La terapia Gestalt reconoce la unidad de la form a y del fondo que no tienen sentido fuera de este contexto. El día no tiene sentido sin la noche, ni el pescado sin el mar. Está próxi­ ma de la idea china del yin y el yang; el universo es un flujo constante de movimientos que se suceden perpetuamente: lo único constante es el cambio. Lo que ocurre a un nivel ocurre a todos los niveles, el macrocosmos se refleja en el microcos­ mos con una interacción total entre la parte y el todo. El Zen enseña a encontrar al Buda que está en cada uno de nosotros. Si el hombre no vive y santifica el presente, corre el peligro de dejar escapar el futuro. Tratar de hacer, de rehacer y de remodelar el mundo, conduce a la incapacidad de vivir ninguna vida, ningún futuro. No hay más mundo qué aquel en que vivimos. Es la forma de estar en el mundo, de estar en relación con los seres y las cosas, y con su naturaleza profunda, lo que da un sentido a la totalidad. Por otra parte, el hombre no se trasciende más que a través de su verdadera naturaleza. Es siendo profundamente yo mismo como creceré, y no siendo diferente. I

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Fundamentos teóricos de ¡a terapia Gestalt El planteamiento de la Gestalt consiste en realizar la expe­ riencia de lo que es, de forma tan total como sea posible. Esta experiencia conduce muy a menudo a diferenciar en sus dos polos un sentimiento primario, indiferenciado. Ahí aparece la experiencia paradójica de la similitud de lo diferente, simboli­ zado en el pensamiento oriental por el yin y el yang, y vehiculada por el Tao. Finalmente, Péris comparte con ei pensamiento oriental la preocupación por no sobreestimar la importancia del pensa­ miento. Es el uso constante del ordenador mental lo que impide realmente ver, oír, gustar, tocar la realidad de la naturaleza. Los sabios orientales dicen que hay que vaciarse para poder llenarse. A Péris le gustaba decir que se debía perder la cabeza para recuperar su correcto funcionamiento.

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CONCLUSIÓN LA TERAPIA GESTALT: HACIA UNA MODALIDAD DIFERENTE DE CONSCIENCIA El acento puesto en el «aquí y ahora», característica de la terapia Gestalt, lleva naturalmente a formular la pregunta:

«¿DÓNDE ESTÁ LA TERAPIA EN NUESTROS DÍAS?» Todo precursor ve cómo su mensaje, su modo de ser, es servilmente copiado por algunos de sus discípulos. Perls no escapa a la regla. Se encuentran actualmente terapeutas que, en una imitación ciega, desprovista de toda creatividad, reprodu­ cen indefinidamente la relación frustrante, sarcástica o humo­ rística del maestro y el paciente, tal como lo muestran las cintas de vídeo de Esalen. Descuidan su «aquí y ahora» para perderse en el «en otra parte y en otro momento» del viejo sabio, y sus intervenciones están privadas de la levadura vital de su implica­ ción personal en el instante concreto.

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Conclusión Por otra parte, la preocupación por ser reconocidos por el gran público ha llevado a los terapeutas Gestalt de la «segunda generación» a formalizar, a estructurar la Gestalt, y han erigido casi en leyes lo que había sido surgimiento espontáneo. A fin de dar prueba de la misma «seriedad» que las restantes escuelas terapéuticas, han opuesto al arsenal de conceptos de dichas escuelas, otros conceptos teóricos. Citaré aquí un pasaje de una cana de Jean Ambrosi que, en mi opinión, pone las cosas en su lugar: «La Gestalt no es una Escuela, sino un estado de espíritu. Además, las reglas y los juegos (que unos señores puntillosos, pero no Fritz, han esta­ blecido) no valen más que por lo que han engendrado,.. y han engendrado muchos continuadores originales. Finalmente, lo que queda de la terapia Gestalt: algunos institutos y el énfasis en el «aquí y ahora». Eso es lo esencial en el sentido propio, es ahí donde Fritz se desmarca de todo lo que le ha precedido... y de todo lo que le ha seguido.» Por su referencia constante al «aquí y ahora», la terapia Gestalt podría inspirar el temor de un estancamiento en una relación primaria con las necesidades biológicas de la persona, consideradas como su solo punto,de referencia. El estímulo, tal como puede ser percibido por el paciente, para vivir y satisfacer inmediatamente su necesidad presente, excluyendo la posibili­ dad de diferirla o incluso de rechazarla, desembocaría en una sociedad de tipo animal, que funcionaría únicamente sobre ba­ ses biológicas. Ahora bien, aunque el hedonismo biológico re­ presente una etapa necesaria para volver a encontrar la realidad vivida, aunque constituye un buen instrumento de conocimien­ to, no es sin embargo un fin en sí mismo. Por otra parte, se podría pensar que la terapia Gestalt redu­ ce a la historia personal lo que puede aparecer como un men­ saje existencial. El trabajo de sueño en terapia Gestalt, cuando me identifico con sus diferentes partes, pondrá el acento sobre el mensaje que se envía de «mí a mí mismo», pero desdeñará lo que puede aparecer como concreción simbólica de un conoci­ miento recientemente asimilado o como emanación de un in­ consciente colectivo. Reducirá igualmente los sentimientos de impotencia, de soledad, de alienación, a manifestaciones de

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La terapia Gestalt: una terapia de pleno derecho infantilismo a las que la frustración, causada por el terapeuta, permite devolver sus justas proporciones. Si, en la mayor parte de los casos, se trata efectivamente de rechazo a asumir la responsabilidad de su propia situación, se llega a veces a lo que Kierkegaard denomina «sufrimiento mortal» y que procede de la angustia existencial. Más allá de una percepción puntual de las necesidades per­ sonales inmediatas o de los conflictos, la focalización de la conciencia en el «aquí y ahora» permite, de hecho, entrar en contacto con el fenómeno en su emergencia bruta y elaborar un yo directamente vinculado a la experiencia. Como tal, la cons­ titución de un yo fuerte es una etapa indispensable en el creci­ miento individual. Permite una reorganización subjetiva del entorno en un mundo más coherente donde cada individuo encuentra su lugar. Ésta es, en mi opinión, la finalidad precisa de toda psicoterapia: volver a dar un sentido a la vida. Incluso siendo cierto que se localizan fases comunes en este proceso de reordenación, se trata en realidad de un proceso personal, sin­ gular, y la elección de uno u otro tipo de terapia no tiene otra justificación que prestar el soporte conceptual o de experiencia que convendrá mejor a la persona. Para mí, la terapia Gestalt no participa solamente en la elaboración de un universo más coherente fundado sobre la realidad de un yo fuerte. A otro nivel, al liberarse de este yo, la conciencia, centrada en el presente, puede acceder al sí, a la esencia misma de las cosas, en una Gestalt total que incluiría a todas las demás, Es quizá lo que Perls quería dar a entender cuando dijo: «Sufrir la propia muerte y renacer no es fácil.»1

I. F. S. Perls. Rêves et existence en Gestalt-Therapie,

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ÍNDICE Prefacio.......................... Primera parte INDIVIDUO SANO, INDIVIDUO ENFERMO ............. 1. 2. 3. 4. 5.

En relación directa con lo r e a l.................................. La huida de lo r e a l........................................................ Los mecanismos neuróticos de prevención............. Angustia y Gestalts inacabadas .................................... La neurosis......................................... ............................

Segunda parte RESTAURAR LA UNIDAD DEL SER ..................... 1. Reintegrar todas las partes de la personalidad........... 2. El trabajo del sueño .............................. 3. La aportación de la terapia Gestalt a otras técnicas terapéuticas .................................................................... Tercera parte CAMPO TERAPÉUTICO, CAMPO DE EXPERIEN­ CIAS ................................................................ 1. Aquí y ahora: un grupo ............ 2. Los grandes temas ......................................................... 3. Él terapeuta ........................................... 4. Los diversos campos de aplicación de la terapia Gestalt Cuarta Parte LA TERAPIA GESTALT: UNA TERAPIA DE PLE­ NO DERECHO.............................................................

7 9 11 22 37 52 65 75 77 91 99

1 113 131 145 153

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1. Fritz Péris, posible fundador de una “ nueva tera­ pia” ........................................................................ 169 2. Fundamentos teóricos de la terapia Gestalt ............ 181 Conclusión. La terapia Gestalt: hacia una modalidd diferente de consciencia.................................................

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