La Revolución mexicana: Miradas desde Europa 9782875741431, 9783035264067

Este volumen tiene como objetivo revisar algunos puntos de vista que han circulado en los países europeos acerca de la R

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Índice
Prólogo
Parte I. Historia
Del hastío a la inquietud. Miradas belgas sobre las revoluciones mexicanas 1910–1930
La izquierda francesa y la Revolución mexicana
¿Pudo el zapatista hablar?
Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana
Parte II. Literatura
Vanguardia británica/Modernidad mexicana. El México posrevolucionario en La serpiente emplumada de D. H. Lawrence
De Múnich a Chiapas. B. Traven y su ciclo novelesco Caoba
“La realidad incomprensible del acontecimiento”. La guerra cristera según Álvaro Pombo
Parte III. Historietas y cine
El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses
Estereotipos sobre la Revolución en los cómics. La serie Les gringos de Jean-Michel Charlier y Víctor de la Fuente
Pancho Villa y la Revolución mexicana en el chorizo wéstern
Érase una vez la Revolución…. Sobre la imagen de la Revolución mexicana en Giù la testa (1971) de Sergio Leone
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La Revolución mexicana: Miradas desde Europa
 9782875741431, 9783035264067

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Kristine Vanden Berghe es profesora de literaturas hispánicas en la Universidad de Lieja. Sus áreas de investigación son la literatura y la cultura latinoamericanas de los siglos XX y XXI. Entre sus publicaciones destacan Intelectuales y anticomunismo. La revista Cadernos Brasileiros (1959-1971); Narrativa de la rebelión zapatista. Los relatos del Subcomandante Marcos; Las novelas de la rebelión zapatista; y Homo ludens en la Revolución. Una lectura de Nellie Campobello.

ISBN 978-2-87574-143-1

P.I.E. Peter Lang Bruxelles

La Revolución mexicana: miradas desde Europa

Por último, la tercera parte que trata de literatura juvenil, cómics y cine permite afirmar que la Revolución mexicana es un terreno fértil para la creación de mitos que, a corto plazo, llegaron a fijar las imágenes más estereotipadas del acontecimiento.

La Revolución mexicana Miradas desde Europa

Trans-Atlántico Literaturas

Kristine Vanden Berghe (ed.)

En la segunda sección, dedicada a temas literarios y más específicamente a novelas de D.H. Lawrence, Álvaro Pombo y B. Traven, se ilustra que los novelistas pueden incluir versiones divergentes e incluso contradictorias sobre la Revolución en un mismo texto.

con la colaboración de Marie Vandermeulen

P.I.E. Peter Lang

Este volumen tiene como objetivo revisar algunos puntos de vista que han circulado en los países europeos acerca de la Revolución mexicana. La primera sección del libro trata de la historia y de la prensa en Bélgica, España, Francia y Noruega. Demuestra de qué manera las interpretaciones con relación a la Revolución mexicana han sido influenciadas por la política nacional y las relaciones de fuerzas europeas.

Kristine Vanden Berghe (ed.),

P.I.E. Peter Lang www.peterlang.com

P.I.E. Peter Lang

Por último, la tercera parte que trata de literatura juvenil, cómics y cine permite afirmar que la Revolución mexicana es un terreno fértil para la creación de mitos que, a corto plazo, llegaron a fijar las imágenes más estereotipadas del acontecimiento.

La Revolución mexicana Miradas desde Europa

Trans-Atlántico Literaturas

P.I.E. Peter Lang

Kristine Vanden Berghe es profesora de literaturas hispánicas en la Universidad de Lieja. Sus áreas de investigación son la literatura y la cultura latinoamericanas de los siglos XX y XXI. Entre sus publicaciones destacan Intelectuales y anticomunismo. La revista Cadernos Brasileiros (1959-1971); Narrativa de la rebelión zapatista. Los relatos del Subcomandante Marcos; Las novelas de la rebelión zapatista; y Homo ludens en la Revolución. Una lectura de Nellie Campobello.

La Revolución mexicana: miradas desde Europa

En la segunda sección, dedicada a temas literarios y más específicamente a novelas de D.H. Lawrence, Álvaro Pombo y B. Traven, se ilustra que los novelistas pueden incluir versiones divergentes e incluso contradictorias sobre la Revolución en un mismo texto.

con la colaboración de Marie Vandermeulen

Kristine Vanden Berghe (ed.)

Este volumen tiene como objetivo revisar algunos puntos de vista que han circulado en los países europeos acerca de la Revolución mexicana. La primera sección del libro trata de la historia y de la prensa en Bélgica, España, Francia y Noruega. Demuestra de qué manera las interpretaciones con relación a la Revolución mexicana han sido influenciadas por la política nacional y las relaciones de fuerzas europeas.

Kristine Vanden Berghe (ed.),

P.I.E. Peter Lang Bruxelles

P.I.E. Peter Lang P.I.E. Peter Lang

La Revolución mexicana Miradas desde Europa

P.I.E. Peter Lang Bruxelles Bern Berlin Frankfurt am Main New York Oxford Wien 











Kristine Vanden Berghe (ed.), con la colaboración de Marie Vandermeulen

La Revolución mexicana Miradas desde Europa

Collection « Trans-Atlántico » n° 6



Agradecemos al FNRS su apoyo a la publicación del presente libro.

Tous les volumes de cette collection sont publiés après révision par des pairs.

Toute représentation ou reproduction intégrale ou partielle faite par quelque procédé que ce soit, sans le consentement de l’éditeur ou de ses ayants droit, est illicite. Tous droits réservés.

© P.I.E. PETER LANG s.a.



Éditions scientifiques internationales

Bruxelles, 2014 1 avenue Maurice, B-1050 Bruxelles, Belgique www.peterlang.com ; [email protected] ISSN 2033-6861 ISBN 978-2-87574-143-1 (print) ISBN 978-3-0352-6406-7 (eBook) D/2014/5678/14 Ouvrage imprimé en Allemagne

Information bibliographique publiée par “Die Deutsche NationalBibliothek” “Die Deutsche NationalBibliothek” répertorie cette publication dans la “Deutsche Nationalbibliografie” ; les données bibliographiques détaillées sont disponibles sur le site .

Índice Prólogo..................................................................................................... 9 Kristine Vanden Berghe Parte I Historia Del hastío a la inquietud. Miradas belgas sobre las revoluciones mexicanas 1910–1930................................................ 17 Francis Balace La izquierda francesa y la Revolución mexicana............................... 51 Alexandre Fernandez ¿Pudo el zapatista hablar?................................................................... 61 Álvaro Ceballos Viro y Alberto Diestro Zorrilla Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana ........................................................................... 75 Juan Pellicer Parte II Literatura Vanguardia británica/Modernidad mexicana. El México posrevolucionario en La serpiente emplumada de D. H. Lawrence............................................................ 99 Maarten van Delden De Múnich a Chiapas. B. Traven y su ciclo novelesco Caoba......... 113 Alexandra Pontzen “La realidad incomprensible del acontecimiento”. La guerra cristera según Álvaro Pombo........................................... 127 Geneviève Fabry

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Parte III Historietas y cine El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses............................................ 143 Hub. Hermans Estereotipos sobre la Revolución en los cómics. La serie Les gringos de Jean-Michel Charlier y Víctor de la Fuente........................................................................... 155 Lieve Behiels Pancho Villa y la Revolución mexicana en el chorizo wéstern........ 173 Fernando Díaz Ruiz Érase una vez la Revolución… Sobre la imagen de la Revolución mexicana en Giù la testa (1971) de Sergio Leone......... 193 Nadia Lie

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Prólogo Kristine Vanden Berghe Universidad de Lieja

Al paseante que en estos días gusta de andar fisgoneando por las librerías mexicanas le llamará la atención la oferta variopinta de novelas históricas recientes cuyos protagonistas pueden ser héroes de la Independencia, Hidalgo o Morelos, mujeres que debían lidiar con una sociedad patriarcal, la Malinche o Sor Juana Inés de la Cruz, y valientes revolucionarios deseosos de cambiar el statu quo, Pancho Villa o Emiliano Zapata. En las últimas décadas se ha venido engrosando, particularmente, el corpus novelesco sobre esos cabecillas de la Revolución que aparecen, a veces, bajo luces posmodernas, burlescas y desacralizadoras. Este es el caso de Escuadrón guillotina (1991), de Guillermo Arriaga, donde un empresario le quiere vender a Francisco Villa una guillotina para hacerle llevadero y eficaz el trabajo de matar. También, según una receta literaria más tradicional, se publican historias donde se enlazan varias épocas, señalando de esta forma que nihil novum sub sole, como ocurre en Las paredes hablan, de Carmen Boullosa (2010) o en Decencia (2011), de Álvaro Enrigue. En las estanterías, estas novedades alternan con reediciones de las obras completas de ‘narradores de la Revolución’, como Martín Luis Guzmán o Nellie Campobello, reediciones que a su vez son coetáneas de una serie de (auto)biografías, biografías noveladas y ensayos sobre las luchas armadas de principios del siglo XX, así como sobre sus héroes más recordados. De esta manera, los libros sobre Pancho Villa, por ejemplo, han venido constituyendo un conjunto nada despreciable donde el personaje histórico se ha convertido en un mito apasionante. Asimismo, destacan las obras sobre el revolucionario sureño Emiliano Zapata, cuyas reivindicaciones y figura volvieron a ocupar las primeras planas gracias a la rebelión (neo)zapatista de 1994, que abreva del imaginario de la Revolución mexicana. Que la lista de novedades y reediciones relativas a la Revolución sea tan larga se explica sin duda por la celebración del centenario y por los intereses comerciales y mercadotécnicos que este tipo de conmemoración 9

La Revolución mexicana

suele despertar. Sin embargo, estos intereses no explican por sí solos la enorme productividad cultural que, como acontecimiento histórico, ha venido manifestando la Revolución mexicana desde hace un siglo. Así, aunque sea difícil cifrar tales datos, en el ámbito hispánico quizás sólo tenga parangón en la Guerra civil española. Desde que Mariano Azuela publicó Los de abajo, se han escrito y se siguen escribiendo novelas, poemas, crónicas, cuentos, historietas y ensayos sobre la Revolución; asimismo, siguen representándose obras de teatro basadas en la misma temática y no se deja de editar películas sobre sus protagonistas y los soldados rasos. Si bien el centro neurálgico de esta producción se ubica en México, los cineastas, escritores e historiadores europeos no han cesado de contribuir a crear el imaginario revolucionario, intrigados a su vez por la pléyade de caudillos que parecían matarse entre ellos y sucederse unos a otros a un ritmo sorprendente. Si la productividad cultural es una primera característica de la Revolución mexicana, la extrema heterogeneidad de las miradas que la han intentado captar y entender es otra: un juego para una niña acostumbrada a la violencia en Cartucho, de Nellie Campobello; una posibilidad de ganar fácilmente dinero en Escuadrón guillotina, de Guillermo Arriaga; una empresa potencialmente emancipadora que ha sido abortada por su institucionalización posterior, según lo ven los (neo)zapatistas; una rebelión eminentemente espontánea e irracional, según cierto punto de vista tradicional, el cual ha sido descartado en fechas recientes desde el campo de los estudios subalternos cuyos investigadores, al contrario, están convencidos de que los mexicanos que decidieron insurreccionarse eran plenamente conscientes de los motivos que tenían para tomar las armas. En fin, pareciera que el término utilizado para hablar del evento fuera el único aspecto de consenso. Sin embargo, ni éste escapa del debate, como lo ilustran, por ejemplo, los comentarios de Karen Cordero Reiman sobre la cultura mexicana de la primera mitad de siglo, en los que descarta el término por la naturaleza fragmentada de las batallas políticas de la década de 1910 a 1920, así como por lo difícil que resulta reunirlas bajo el término homogeneizante de ‘Revolución mexicana’. Por ello, opta finalmente por hablar de contienda armada. Más específico aún de la Revolución mexicana que esta heterogeneidad que, si bien llama la atención, no es privativa suya, es la incomprensión o desorientación que ha suscitado en numerosos observadores. Se resignan a no entenderla bien o la ven como una larga contienda turbulenta y medio primitiva cuyos ideales sociales, metas políticas y principios ideológicos carecen de claridad ya que parecen cambiar de forma constante, variar según las facciones o los hombres que están momentáneamente en el poder y no conformarse con los criterios y los modelos políticos e ideológicos usualmente manejados, sobre todo por los que observan desde fuera. 10

Prólogo

De algunas de estas muy diversas maneras de ver y de entender la Revolución mexicana dejan constancia las contribuciones del presente volumen, el cual constituye las actas del Coloquio Internacional organizado por el Centre de Recherches sur l’Europe et l’Amérique Ibérique (Créamé) los días 1 y 2 de diciembre de 2011 en la Universidad de Lieja con el apoyo de ésta y del Fondo Nacional de Investigaciones Científicas (FRS-FNRS). Si hasta cierto punto son representativas de las miradas europeas sobre la Revolución mexicana, no lo son porque sean exhaustivas –la productividad cultural del evento haría tal proyecto poco menos que ­irrealizable–, sino, precisamente, porque dan una idea de la heterogeneidad de las percepciones existentes sobre la Revolución y del asombro que suscita este acontecimiento que desorienta y que es difícil de entender por cuantos manejan sistemas de análisis europeos más o menos tradicionales o establecidos. De esta incomprensión atestiguan de manera ejemplar las contribuciones referentes a la prensa, a los periodistas y a los (partidos) políticos. Si los textos de Francis Balace, Alexandre Fernandez, Álvaro Ceballos Viro y Alberto Diestro Zorrilla se conectan entre ellos es porque ilustran que los belgas, los franceses y los españoles no siempre entienden lo que está pasando en México y que incluso los políticos menos conservadores y más favorables a los cambios drásticos en sus países europeos respectivos entienden la Revolución mexicana en términos de violencia y de sangre derramada, pensando que en ese país lejano y exótico se mata por placer o por cierto impulso innato. A veces es difícil saber a ciencia cierta si esta incomprensión es genuina, y algunas contribuciones suscitan la cuestión de si no podría tener sus ventajas y permitir, entre otras cosas, que se redefina el acontecimiento en función de intereses nacionales o partidarios, de juegos de poder internos en los países europeos. Que lo que pasa en México se aborda a partir de lo propio se deduce también de la contribución de Alexandra Pontzen sobre B. Traven, ya que argumenta que la percepción que se pudiera tener en las dos Alemanias de las novelas de este escritor enigmático estaba codeterminada por las ideologías que se enfrentaban allí: la del mundo comunista y la del capitalista. Pero no sólo influían en la construcción imaginaria que se hacía de la Revolución, estas ideologías, las circunstancias y las relaciones de poder dentro de los distintos países europeos y entre ellos mismos, sino también la posición e identidad del propio observador individual. La contribución de Juan Pellicer lo ilustra: la pareja diplomática noruega Lie comparte una posición social e ideológica burguesa y eurocéntrica, pero sus lugares de enunciación son distintos; él escribe informes como diplomático y ella cartas como ‘esposa de’, lo cual supone diferencias entre las perspectivas a partir de las cuales describen las turbulencias en México. Además, la contribución de Pellicer nos revela un punto de vista femenino, lo cual no es muy frecuente ya que la 11

La Revolución mexicana

Revolución mexicana ha sido representada en gran parte por hombres, como también queda puesto en relieve en este volumen. Es consabido que México es un país sobre el que abundan los estereotipos y los mitos –los cuales, como ha argumentado Armando Bartra, fueron estimulados por la Revolución, que en primer lugar creó su propio mito– y uno puede preguntarse si la dificultad de comprender lo que estaba en juego en la Revolución no puede haber contribuido a que algunos intentaran abordarla a partir de un arsenal de estereotipos que la hicieran reconocible para un público extranjero. Además, estos estereotipos podían tener la ocasional ventaja de divertir con representaciones hechas de ingredientes exóticos, cómicos y lúdicos. Fuera como fuese, en Europa (como también en otros lugares) la contienda armada ha estimulado la creación y la circulación de imágenes estereotipadas de los mexicanos, las cuales les representan como hombres gordos con bigote, gritando salvajemente sobre sus caballos o, en sus momentos más sosegados, descansando bajo un nopal, sombrero de ala ancha ocultando su cara, o emborrachándose en las cantinas con pulque y tequila. Esta manera de presentar la Revolución en forma estereotipada la encontramos en la historieta, como ilustran las contribuciones de Lieve Behiels y de Hub. Hermans, o en el cine, como demuestran Fernando Díaz Ruiz y, problematizándola, Nadia Lie. Por otra parte, que las interpretaciones del evento a menudo sean indecisas y fluctuantes, o prefiguradas y estereotipadas, no significa que no haya habido intentos y esfuerzos serios por entenderlo. Todo lo contrario. Particularmente en el campo de la literatura se pueden detectar iniciativas interesantes en este sentido, de las cuales Maarten van Delden y Geneviève Fabry comentan dos aquí –The Plumed Serpent, de D. H. Lawrence y Una ventana al norte de Álvaro Pombo. Ambas novelas incluyen evaluaciones ora ambiguas, ora contrastantes, según los distintos personajes que comentan sobre el tema, de tal modo que se demuestra un pluriperspectivismo que se aleja de las representaciones más unívocas del tema. La dificultad de entender los acontecimientos de ultramar y la consiguiente traducción de éstos en términos más familiares son relativamente comunes entre quienes intentan reconstruir la Revolución mexicana y, por consiguiente, ya han sido comentadas ampliamente. Lo que distingue este volumen y hace de él una aportación novedosa son los objetos estudiados y/o las maneras de abordarlos. Esto se manifiesta de forma particular en la contribución de Juan Pellicer sobre los textos de la pareja de diplomáticos noruegos en México, los señores Lie. Es la primera vez que se estudian los informes confidenciales de Michael Lie, que actualmente se encuentran en el archivo del Ministerio Noruego de Relaciones Exteriores en Oslo. Tampoco han sido estudiados con anterioridad, al menos desde la perspectiva que nos ocupa, la novela de Álvaro Pombo que reúne en un 12

Prólogo

registro de ficción a distintas sensibilidades relativas a la Guerra cristera, ni tampoco las historietas sobre la Revolución creadas por Jean-Michel Charlier, Guy Vidal y Víctor de la Fuente, por Marc Sleen y por Jozef van Hove. Las contribuciones de Geneviève Fabry, Lieve Behiels y Hub. Hermans que las analizan, asimismo contribuyen a ampliar el ‘corpus’ analizado sobre la Revolución mexicana. Un objetivo parecido es el de las contribuciones de Fernando Díaz Ruiz, Álvaro Ceballos Viro y Alberto Diestro Zorrilla al centrarse en zonas olvidadas dentro de discursos ya estudiados: por un lado, el chorizo wéstern producido bajo el régimen franquista, que recibe poca atención en los estudios sobre el cine de la Revolución; por otro, el periódico España Nueva, medio de promoción de la Solidaritat Catalana desde Madrid, que apenas ha sido tenido en cuenta por los que han analizado la prensa española que trata el tema y que, contradictoriamente, en sus reportajes sobre México da prioridad a la causa patriótica. Al mismo tiempo, hacemos accesibles a los lectores hispanohablantes perspectivas y temáticas hasta ahora conocidas de forma modesta en francés o en alemán mediante las contribuciones de Francis Balace sobre la prensa belga relativa a la lucha cristera, de Alexandre Fernandez sobre las relaciones complicadas entre los periódicos franceses de izquierda y la Revolución y de Alexandra Pontzen sobre cómo en Alemania y antes, en las dos Alemanias, se percibían las actitudes y los textos de B. Traven. Dos textos analizan un objeto de estudio bastante más comentado anteriormente: La serpiente emplumada de D. H. Lawrence y Érase una vez la Revolución de Sergio Leone. Sin embargo, los enfoques adoptados respectivamente por Maarten van Delden y por Nadia Lie son novedosos: van Delden estudia la novela de Lawrence en función de la relación conflictiva y ambigua que el autor tenía con cierta idea de la modernidad, que aborrecía ya en Inglaterra, y Lie llama la atención sobre la índole multidireccional de la violencia y el carácter transnacional de la película de Leone, que remite a México pero también a Irlanda y a escenas de la Segunda Guerra Mundial en Italia y en Polonia. De hecho, las contribuciones aquí incluidas en su conjunto, así como cada una de ellas tomada de forma aislada, ilustran que la Revolución, aunque sea uno de los temas fundamentales del discurso identitario nacionalista, resulta ser un producto eminentemente transnacional. Ha sido construida no sólo por mexicanos, sino igualmente por personalidades no mexicanas que contribuyeron, por lo tanto, a forjar la idea de lo mexicano dentro y fuera del país, como destaca Mariana Villanueva en sus estudios sobre la música mexicana cuando señala que la idea actual de lo mexicano resulta también de lo que dijeron e hicieron Aldous Huxley, Graham Greene, Antonin Artaud, Jacques Soustelle, Paul Strand, Waldeen, Tina Modotti, Paul Weston, Man Ray, Malcolm Lowry, D.  H.  Lawrence, 13

La Revolución mexicana

Einsenstein y Aaron Copland, entre otras personas. A esta lista quizás habría que añadir, en primer lugar, a los productores radicados en Hollywood, como destaca Fernando Díaz Ruiz. Que el imaginario de la Revolución mexicana trasciende las fronteras nacionales también se deduce de cómo se la presenta, constantemente, mediante comparaciones y contrastes, por ejemplo, entre la Guerra de los cristeros y la Guerra civil española, o entre la Revolución y las distintas sensibilidades ideológicas en Bélgica, Francia, Alemania, Inglaterra y España; mediante comparaciones entre las luchas en México y los campos nazis, en los casos de Leone y Traven; mediante percepciones condicionadas por los intereses diplomáticos noruegos o por los mitos y estereotipos de ‘la modernidad’ y ‘del mexicano’. Si aceptamos la idea de Stewart Hall de que las representaciones de los eventos son constitutivos de los mismos, podemos concluir que la propia Revolución mexicana es un evento eminentemente transnacional. Desde esta perspectiva, el presente volumen no sólo ilustra plenamente este rasgo de la Revolución mexicana al estudiar percepciones europeas que, además, se formaron por contactos y diálogos que sobrepasaban las fronteras nacionales sino que, además, participa en la transnacionalización de la Revolución en la medida en que está hecho por investigadores de origen o lugar de enunciación alemán, belga, español, estadounidense, holandés, francés, mexicano y noruego que escriben sobre el particular. No quisiera terminar estas breves palabras de presentación sin mostrar aquí mi profundo agradecimiento a los colaboradores que participaron en la creación de este volumen y a las personas que le dieron la forma con la que ahora aparece. A Marie Vandermeulen le agradezco el trabajo técnico de la edición y a Lydia Ávila Tejedor, Irene Mateo Herrero, Lydia de Haro Hernández y Valérie Leyh les estoy agradecida por las traducciones al español de textos originalmente redactados en francés o en alemán.

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Parte I Historia

Del hastío a la inquietud Miradas belgas sobre las revoluciones mexicanas 1910–19301 Francis Balace Universidad de Lieja

Si bien la Historia se alimenta de memoria, esta –a no ser que esté afectada por la enfermedad de Alzheimer– lo hace de referencias cronológicas. El historiador encuentra a menudo en lo que se ha convenido llamar celebraciones memoriales o, simplemente, “aniversarios” el caldo de cultivo para sus investigaciones y sus reflexiones. De este modo, hemos sido invitados a estudiar el “centenario de la Revolución mexicana”, una revolución que comenzó en 1910 y que se vería prolongada después, por una especie de convención tácita entre historiadores, por sucesivas y caóticas fases de conflictos particularmente sangrientos y por “Revoluciones dentro de la propia Revolución” hasta los albores de 1920 aproximadamente. Es la época, comprendida entre la caída del viejo dictador Porfirio Díaz y el asesinato de Venustiano Carranza, en que el sillón presidencial se verá en la cuerda floja y en que Mausers, Colts y Remingtons desempeñarán el papel de las papeletas de voto. Para la opinión europea, es esta fase de violencia extrema –¡un millón de muertos en diez años!– la que será impresa y cubierta, posteriormente, por la gracia de la prensa sensacionalista norteamericana, por Hollywood y el cómic, de un barniz de romanticismo salvaje, de idealismo reivindicativo, en torno a los dos líderes campesinos míticos y, sobre todo, mitificados: Pancho Villa y Emiliano Zapata. ¿Acaso en el propio México el nombre de este último no se utiliza aún hoy en día como símbolo en contestaciones y revueltas? ¿Es México un país que institucionalizó a posteriori su Revolución, llegando uno de sus principales partidos a llamarse, mediante un excepcional oxímoron, Partido Revolucionario Institucional?

I.  Una visión pasadista y deformada de México Sin embargo, para los europeos y, en particular, para los belgas de 1911, cuando se pronunciaba el nombre de México, lo que se comentaba 1



Traducido por Lydia de Haro Hernández.

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La Revolución mexicana

o analizaba en la prensa no eran los acontecimientos que estaban teniendo lugar allí, de sobra incomprensibles para ellos, sino el cincuentenario –¡otro aniversario!– de lo que llamaban “campaña de México” y los ­mexicanos, la guerra de intervención, aquella que tuvo lugar entre 1861 y 1867 y que, con la “diplomacia del cañonero” como telón de fondo, enfrentó al presidente liberal Benito Juárez en un primer momento contra las intervenciones militares punitivas e interesadas de Francia, Gran Bretaña y España y, más tarde, de Francia exclusivamente. Agitando quimeras de un “México regenerado” y católico, y aprovechando que los Estados Unidos, divididos por la guerra de Secesión, no podrían amenazar con el fantasma de una pretendida Doctrina Monroe, los conservadores mexicanos habían propuesto a las Tullerías la idea de hacer de su país un imperio (aunque esto les costara la cesión a Francia de las minas de Sonora, que venían siendo uno de sus objetivos económicos desde la aventura del conde De Raousset-Boulbon) y de confiarle el trono del mismo –­completamente ilusorio– al archiduque Maximiliano, cuyo hermano, el emperador Francisco José, por sombrías razones de rivalidad familiar, estaba feliz de apartarlo de la línea de sucesión al trono. La ambición de su esposa, la altiva Carlota, hija de Leopoldo I, provocará la adhesión de Maximiliano, el cual obtendrá en 1864 un país en plena guerra civil, que cobrará pronto el cariz de una verdadera guerra de Independencia contra el extranjero. Ya sabemos cómo continúa la historia: debilidad del gobierno imperial, que no consigue imponerse; anarquía creciente en todo el país; riña de Maximiliano con la Iglesia, que, en nombre de sus intereses egoístas, rechaza sus tentativas de reformas con ciertos tintes de josefismo; fin de la guerra civil americana, lo que permite a Washington concentrar a miles de veteranos aguerridos a lo largo del río Grande; debacle de Bazaine; repatriación del cuerpo expedicionario francés; captura y ejecución en Querétaro, en 1867, del Emperador y de sus dos últimos generales leales, Mejía y Miramón. El desenlace de todo esto será la locura de Carlota, que sobrevivirá hasta 1927, simbolizada en la cruel sentencia de Emile Ollivier “perdió la cabeza cuando al fin pusieron un poco de plomo en la de su marido”.2 Por adhesión dinástica, y puesto que el conflicto en realidad tenía lugar muy lejos de Europa, la pequeña y neutral Bélgica había proporcionado a Carlota dos batallones de voluntarios con brillantes uniformes y sombreros con plumas de gallo (lo que provocará que, entre los mexicanos, se les conozca, más tarde, como los Gallos). A priori la función de estos batallones se iba a limitar a garantizar la seguridad de la Emperatriz. Sin embargo, por la fuerza de los acontecimientos, se vieron arrastrados a la “guerra de verdad” contra los Juaristas. Bajo la dirección del apasionado 2



Emile Ollivier, L’Empire Libéral, t. IX, Le Désarroi. Paris: Garnier frères, 1904, p. 81.

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Del hastío a la inquietud

y autoritario coronel van der Smissen, los belgas conocieron alternativamente tanto la derrota (Tacambaro) como la victoria (Ixmiquilpan y La Loma) antes de ser repatriados, ellos también, en 1867. En lo que respecta al ejército de la Bélgica neutral, a la que, sin embargo, los voluntarios no pertenecían oficialmente, estos hechos de armas lejanos son prácticamente los únicos de todo el siglo  XIX que podrán celebrarse. ¿Quién se acuerda de la columna de Tacambaro erigida en el campo de Bourg-Léopold y de las poesías, de los himnos por su gloria? En 1910, en la World’s Fair de Bruselas, el joven historiador militar Louis Leconte abrió un Museo del Ejército que él mismo creía provisional (y que se constituiría más tarde en el actual Musée Royal de l’Armée et d’Histoire Militaire). Allí figuran en buen lugar uniformes, recuerdos y trofeos de la “legión belga en México”. El público tuvo la oportunidad de comprobar que muchos de esos veteranos seguían vivos y los que aún no lo habían hecho publicaban sus recuerdos de guerra, a cual más pintoresco. La nueva revista La Vie Militaire, creada en 1911, consagraría a la expedición, hasta 1914, numerosas páginas ilustradas con fotografías atípicas e inéditas, con comentarios a menudo laudatorios sobre el carácter caballeresco del general juarista combatido entonces, y que seguía siendo, para desilusión de los mexicanos, el presidente de su país. Queríamos pasar página, reconciliarnos después de cincuenta años con el sueño embellecido y selectivo de las guerras del pasado y, por qué no, en la época en la que en la Bélgica industrial y próspera cantábamos gustosos “si te sientes rebosante de fuerzas y te van a sobrepasar, arrástralas cual río a un mundo nuevo”, reanudar las relaciones comerciales e industriales que, después de 1867, habían sufrido la represalia de un largo destierro. Pero al mismo tiempo, al volver a publicar todos esos textos de los diez años que siguieron a 1860, se volvía a dar vida a todos los viejos tópicos sobre México (insalubre, subdesarrollado, perdido por los europeos ante Estados Unidos, con sus intrigas interesadas) y sobre los mexicanos (groseros, ignorantes, crueles, divididos entre “fuerzas del orden” sanguinarias y bandidos sin fe ni ley, dos categorías que se intercambiaban con mucha frecuencia). Es a través de este prisma deformante o esas gafas del pasado como los belgas juzgan los primeros tiempos de la Revolución mexicana. Conviene también recordar en qué medida la prensa dependía entonces, para sus noticias sobre América Central, de los telegramas y fotografías proporcionados por las grandes agencias de prensa norteamericanas. Estas también alimentaban sólidos prejuicios respecto a todo lo que ocurría south of the border, y amenazaban gustosas con los corolarios Roosevelt y Taft a la Doctrina Monroe, que a Leopoldo I le gustaba llamar “la doctrina del lobo que no quiere que le impidan comerse en paz a la oveja”. La opinión europea volvería a recuperar ese viejo reflejo antiyanqui en la primavera 19

La Revolución mexicana

de 1914, cuando la respuesta militar de los EE.UU., que desembarcaron en Veracruz tras un incidente menor en Tampico, fue vista como absolutamente desproporcionada y, por lo tanto, muy criticada. Después, cayó el telón. Cuando ardían Lieja y Lovaina, cuando el país estaba casi totalmente ocupado por Alemania, cuando el hambre y la miseria azotaban, no era momento para preocuparse de lo que pasaba en México. Máxime, si tenemos en cuenta que ya no había prensa libre, que no existían más que unos pocos órganos censurados y que Alemania mantenía acercamientos prolongados con los sucesivos poseedores del poder en México por diversas razones, entre ellas, una primordial: la de mantener la amenaza sobre los Estados Unidos neutrales. Cuando vuelve la paz, la situación de un país devastado, las deliberaciones de Versalles, las creaciones en cascada de nuevos Estados y de nuevos regímenes socioeconómicos en Europa, los profundos cambios en la vida política belga, por introducción del sufragio universal masculino (¡y del impuesto sobre la renta!), van a acaparar las columnas de los periódicos. Sin contar la popularidad que rodeaba entonces al presidente Woodrow Wilson, demiurgo de la paz, y del que nadie tenía interés en recordar o subrayar el papel que jugó para frenar y apagar los aspectos de insurrección popular y social de la Revolución; su hostilidad a Pancho Villa, que el general Pershing persiguió sin piedad; o que fue él mismo quien dirigía las divisiones de los estadounidenses, que acudían en auxilio de los Aliados en el momento más crítico de la Gran Guerra. Además, el lector medio tenía motivos para no entender nada ya. ¿Quiénes eran esos líderes mexicanos, que se decían todos generales, que combatían ferozmente tras haber sido aliados y que, cuando no, se aliaban tras haber combatido de manera igualmente violenta? ¿Cuáles eran los fines de esa Revolución inclasificable, infinita, recurrente? Para que la franja católica de la opinión belga se interese al respecto, será necesaria una línea de división clara: esta enfrentará a los católicos mexicanos contra los gobiernos anticlericales de los presidentes Obregón y Calles. El entusiasmo de los católicos belgas por los Cristeros y sus actos violentos, llevará por reacción a la izquierda belga a hacerse cargo de la defensa de un gobierno mexicano llamado “laborista”, cuyas desmesuras y el bajo precio que otorgaba a las vidas humanas le asustaban hasta entonces.

II.  Las dos caras de un tirano Nacido en Oaxaca en 1830, Porfirio Díaz, un mestizo, se encuentra a la edad de dieciséis años en el ejército del Supremo Santa Anna para luchar contra los Estados Unidos. Durante la guerra contra los franceses y Maximiliano, fue uno de los principales generales juaristas, apreciado 20

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y respetado por sus adversarios y famoso por haberles vuelto a arrebatar Puebla. Este hombre de aspecto feroz por voluntad propia, con bigote erizado, como una caricatura del general Bum-bum, no se sentía a gusto en tiempos de paz, ya que consideraba que de esa forma sus méritos se veían poco recompensados. A partir de 1871 se alzó contra Juárez y, más tarde, en 1876, hizo lo mismo contra el presidente Lerdo de Tejada. Derrotado y obligado a refugiarse en los Estados Unidos la primera vez, sabrá sacar nuevas fuerzas y vencerá a los progubernamentales en Tecoac el 16 de noviembre de 1876, haciéndose con la presidencia. Gobernará México sin interrupción desde 1876 hasta 1911: primero, de 1876 a 1880, año en el que, para guardar las formas, se ve obligado a ceder la presidencia a otro general; más tarde, de 1884 a 1911, gracias a una reforma de la Constitución introducida en 1890, que le permitía ser reelegido indefinidamente. En un momento en que pasó a ser politically correct sentir aversión por todos los regímenes dictatoriales, resulta difícil hacer un balance justo y bien equilibrado del régimen de Porfirio Díaz. Por un lado, es indiscutiblemente un tirano, que eliminaba de manera brutal a sus oponentes, que domaba la prensa y que, con sus feroces destacamentos de Rurales y su ley de fuga, que les permitía todo tipo de excesos, imponía un terror sangriento entre los campesinos. El “balance globalmente positivo” es, por otro lado, la ordenación de la Hacienda Pública y el desarrollo de la agricultura y de la industria. Los ferrocarriles, que en 1876 no explotaban más que una red de 600 kilómetros, contarán, en 1910, con 25.000 km de vías. Las exportaciones de productos mexicanos se vieron más que duplicadas bajo su gobierno. Todo ello recurriendo a las inversiones extranjeras de capital, procedentes, sobre todo, de Estados Unidos, que poco a poco se hizo prácticamente monopolístico en la economía mexicana, en una ardua competencia con Gran Bretaña. Este éxito económico, que hace de Díaz el padre del México moderno, en opinión de algunos historiadores actuales algo “revisionistas”,3 quedó reservado únicamente a una franja oligárquica y muy reducida de la población: el 1% de esta controlaba el 85% de las riquezas del país. En 1910, el mexicano de a pie vive en peores condiciones que durante las revueltas indias de 1810, que impulsaron el sentimiento independentista. Fue, sobre todo, en la última década del régimen de Díaz cuando la suerte de las clases populares empeoró. Los peones agrícolas, por ejemplo, no ganaban más que 26 céntimos al día en 1910, frente a los 35 al día de 1899. 3



F.  X.  Guerra, Le Mexique, de l’ancien régime à la révolution. Paris: L’Harmattan, 1985; J. Meyer, La Révolution mexicaine 1910–1940. Paris: Calmann-Levy, 1973 y Tallandier, 2010; G.  Bataillon, “Trente ans de révolution”. En: L’Histoire, no. 360, jan. 2011, 42–46.

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III.  De la semirrevolución al golpe de estado Hacia 1910 –año del centenario de la revuelta de Hidalgo y Morelos contra España–, mientras Díaz quiere inaugurar con gran pompa una exposición universal en México para celebrar el centenario del país, mientras que afluyen de todas partes del mundo mensajes de homenaje y delegaciones, la situación política da un giro crítico. También es un año de elecciones a la presidencia y Porfirio Díaz –de 80 años– pretende presentarse una vez más. En caso de desaparición física, cada vez más factible e ineluctable, su régimen se perpetuaría en los productos de su sistema nepotista, como por ejemplo su sobrino, el general Felix Díaz. En un principio, se había organizado una oposición en contra de Porfirio Díaz en el seno de las clases dirigentes, para el establecimiento de un régimen liberal. El más conocido de sus líderes era Francisco Indalecio Madero, al que un mito transformará después en “pequeño profesor” justicialista e igualitario, aun cuando este pertenecía a la quinta familia más rica de México. Nacido en octubre de 1873 en Partas, en el estado de Coahuila, se formó en Francia y en los Estados Unidos. Tuvo las agallas de presentarse con 37 años a las elecciones presidenciales de 1920 contra Díaz, que lo hizo encarcelar y no lo liberó hasta después del escrutinio, el cual lo reinstaló como presidente el 8 de julio. Refugiado en los Estados Unidos, Madero vuelve a México con algunos seguidores y el 20 de noviembre de 1910 alza el estandarte de la revuelta abierta contra Díaz. Su Ejército Libertador no disponía en un principio más que de un centenar de hombres, sin artillería ni ametralladoras. Políticamente, el “maderismo” no es más que una etiqueta, que esconde diversas facciones con fines a veces antinómicos. Están los Maderistas puros, liberales admiradores de las instituciones de los Estados Unidos; están los Magonistas, o rama armada del PLM (Partido Liberal Mexicano), de Flores Magón, que intentó (sin éxito) diversos alzamientos locales contra Díaz en 1908 y 1909 y que tomó las armas en 1911 en Baja California. Y un caso particular: los Orozquistas de Pascual Orozco, conocidos como los Colorados por sus banderas rojas, que representan una tendencia más radical. En las filas de los Maderistas, hay incluso un millar de Cristeros enviados por la Iglesia para hacer olvidar su largo compromiso con Díaz y obtener de Madero la promesa de respetar, en caso de victoria, los privilegios y propiedades eclesiásticos. En febrero de 1911, Madero sufrió una derrota en Casas Grandes, al ser derrotados sus 800 voluntarios sin experiencia por la guarnición local de 403 hombres, que recibió un refuerzo de 500 soldados provistos de artillería. Los rebeldes perdieron un centenar de hombres y centenares de caballos y fusiles. El Ejército Libertador, llamado también “Constitucionalista”, en cambio, crece poco a poco, pero está fragmentado en los diversos estados de México con efectivos poco importantes (5.200 hombres en Chihuahua, 1.500 en Guerrero, 4.000 en 22

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Sonora, 1.500 en Veracruz, 1.500 en Puebla, 1.000 en Yucatán, 1.000 en Coahuila, 800 en Zacatecas y sólo 200 en Nuevo León). En mayo, los Magonistas se establecen en Baja California, toman Tijuana, donde reciben la ayuda de una pintoresca American Legion de aventureros, entre los cuales se encuentra la futura estrella de cine mudo, Tom Mix; el exmountie canadiense Pryce, que se autoproclamó general; y los dinamiteros irlandeses O’Reilly y Creighton. A título individual, Madero va a ver llegar como “consejeros” no solicitados al exgeneral bóer y poeta afrikáner Ben Viljoen, al italiano Peppino Garibaldi (a quien Orozco expulsará), y al francés Lou Carpentier. El 10 de mayo de 1911, los Maderistas toman Ciudad Juárez y la presión internacional empuja a Díaz a abandonar el poder voluntariamente, para evitar una verdadera guerra civil y las pérdidas económicas que esta conllevaría para los inversores extranjeros. Díaz reaccionó mal desde el punto de vista militar, al concentrar en México sus mejores regimientos y casi toda su artillería para garantizar su propia seguridad y dejar a sus adversarios hacerse poco a poco con todo el país. El 21 de mayo de 1911, tiene lugar el Tratado de Ciudad Juárez, que no satisface a nadie. Se autoriza a Porfirio Díaz a abandonar libremente México (morirá en París, completamente olvidado, el 2 de julio de 1915). Su antiguo ministro de Asuntos Exteriores es nombrado jefe de un gobierno provisional. ¿Una transición pacífica? El gran error de Madero fue haber dejado prácticamente intacto el ejército porfiriano, en nombre del patriotismo y del mantenimiento del orden. Hasta los terribles Rurales fueron mantenidos, con el fin de poder ingresar en sus filas a las unidades de guerrilleros campesinos, que Madero se comprometió a desmovilizar a petición de los grandes propietarios. Elegido triunfalmente presidente en octubre de 1911, Madero continúa con esa política de desmovilización, provocando la ira de los líderes del Ejército Constitucionalista, que lo llevaron al poder y que ahora se consideraban traicionados. De hecho, Madero estaba sentado sobre un barril de pólvora: el ejército mexicano contaba, en agosto de 1911, con 16.000 antiguos oficiales y soldados de Díaz, contra 12.000 antiguos rebeldes, de los cuales el nuevo presidente se comprometió a despedir a la mitad. Con estas fuerzas tan poco seguras, es como Madero tiene que intentar hacer entrar en razón a los campesinos del Norte, que se sublevan con Pancho Villa, y a los del Sur, con Emiliano Zapata. En marzo de 1912, el antiguo líder maderista Pascual Orozco se rebela contra su antiguo jefe y emprende la marcha sobre México con sus regimientos de leales Colorados. El 24 de marzo, en la primera batalla de Reluano, los Orozquistas, avalados por unos 7.000 hombres, aplastan a los 3.700 hombres de las fuerzas gubernamentales dirigidos por el general Salas. Pero el 22 de julio, en la segunda batalla de Reluano, les toca a las fuerzas rebeldes de Orozco ser derrotadas por las fuerzas 23

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gubernamentales del general Victoriano Huerta, en el que Madero depositó desde entonces una confianza ciega.4 El año 1913 va a estar marcado por los “Diez Días Trágicos”, del 9 al 18 de febrero. Hay una tentativa de golpe de estado contrarrevolucionario de los Felicistas, llamados así porque intentaban llevar al poder a los generales Felix Díaz, sobrino del antiguo dictador, y Bernardo Reyes. El golpe de estado tiene el apoyo de los cadetes de la Academia Militar de Chapultepec pero, después de algunas peleas callejeras, es sofocado por los hombres de Huerta. Este ve la ocasión de hacerse con el poder y, aunque lo negará después, manda asesinar, en oscuras circunstancias, tanto al presidente Madero como al vicepresidente. El impacto de la muerte del “pequeño profesor” fue inmenso, tanto en México como en los Estados Unidos de Wilson, e incluso en Europa. Francisco, más conocido como Pancho Villa se niega a reconocer el régimen de Huerta y lanza contra este a su División del Norte. Del 23 al 25 de noviembre, los Villistas emprenden contra las fuerzas de Huerta la feroz batalla de Tierra Blanca, que para los Federales se salda con la pérdida del 20% de sus efectivos, de toda la artillería y de todas sus provisiones. Acto seguido, el 8 de diciembre, los Villistas entran en la ciudad de Chihuahua. Para las fuerzas huertistas la serie negra continúa: el 10 de enero de 1914 los Villistas toman la ciudad de Ojinaga en menos de una hora, gracias a una carga de caballería. Del 20 al 23 de marzo tiene lugar la batalla de Torreón: con 15.000 hombres, Villa toma la pequeña ciudad de guarnición, los Federales pierden allí 1.000 hombres y material importante. Los supervivientes volverán a sufrir una derrota el 14 de abril en San Pedro.

IV.  Primera intervención norteamericana Como ya hemos visto, el asesinato de Madero había causado impacto entre la opinión norteamericana. Henry Lane Wilson, el embajador estadounidense en México, había recomendado al presidente republicano William Howard Taft, que pasaba sus últimos días en la Casa Blanca, que reconociera el régimen de Huerta, a cambio de que este satisficiera las peticiones americanas en toda una serie de asuntos económicos pendientes. Y con más motivo aún teniendo en cuenta que Gran Bretaña, Francia y Alemania ya lo habían reconocido. Todo va a cambiar con la inauguración del presidente demócrata Woodrow Wilson, el 4 de marzo de 1913. Este había basado su campaña electoral en el tema del missionary zeal y había entablado nuevas relaciones más pacíficas y más confiadas con América Latina, remplazando la política del big stick de Theodore Roosevelt y la 4



Stanley R.  Ross, Francisco I. Madero, Apostle of Mexican Democracy. New York: Columbia University Press, 1955.

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de no revolution de Taft. El embajador H. L. Wilson, respaldado por funcionarios del State Department, seguía recomendando el reconocimiento de Huerta al nuevo presidente, explicándole que la tradición estadounidense era extender un reconocimiento de facto a los gobiernos victoriosos producto de una revolución o de un golpe de estado, siempre que fueran estables. Woodrow Wilson declara en privado a sus colaboradores que no reconocerá nunca “un gobierno de carniceros” y, más oficialmente, que el reconocimiento de Huerta fomentaría el asesinato como modo de transición política en toda América Latina.5 Woodrow Wilson estableció así una nueva doctrina oficial: Washington no reconocerá nunca y en ninguna parte un gobierno que llegue al poder contra la voluntad del pueblo y violando las instituciones constitucionales del país… En realidad, lejos de estos bonitos principios, en el fondo de todo esto hay un fuerte olor a petróleo, ya que Huerta había emprendido negociaciones con grupos británicos para la cesión, a cambio de cómodas regalías, de la explotación de codiciados yacimientos de petróleo, algunos incluso revalorizados ya por compañías norteamericanas. Es más, a ojos de Wilson, Huerta se encontraba lejos de dirigir un país estable, ya que no controlaba todo el territorio mexicano: al día siguiente de su autoproclamación como presidente, el general Venustiano Carranza desencadenaba una revuelta contra él en el norte de México y levantaba un ejército “constitucionalista”, con la intención de perpetuar las ideas de Madero. Nacido en Cuatro Ciénegas, en Coahuila, en diciembre de 1859, Carranza, oficialmente líder demócrata y “de izquierdas”, de hecho es también un rico terrateniente con una larga barba, a quien Madero hizo gobernador de Coahuila. Va a rodearse de antiguos jefes maderistas como Calles, Obregón o Villa, mientras que, paradójicamente, Pascual Orozco va a poner entre 3.000 y 4.000 de sus Colorados al servicio de Huerta. El presidente Wilson, en un primer momento, ofrece su mediación, pero en términos tales que da a entender abiertamente que pretende eliminar a Huerta. En agosto de 1913, envía a John Lind, antiguo gobernador demócrata de Minnesota, para que encuentre a Huerta y le recomiende la celebración de elecciones presidenciales, pero sin que Huerta pudiera presentarse él mismo. El vencedor estaría, pues, al frente de un gobierno constitucional que los Estados Unidos se comprometían a reconocer. Al mismo tiempo, Wilson envía una circular a los países que habían reconocido a Huerta, pidiéndoles que lo presionaran para que aceptara la “mediación” de EE.UU. y evitar así la guerra civil. Ni que decir tiene que Huerta rechaza las proposiciones de Wilson escudándose en su dignidad

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Howard E. Cline, The United States and Mexico, Cambridge (Mass.): Harvard University Press, 1953, p. 144.

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nacional herida: “Me opondré por las armas a cualquier tentativa de intervención de los Estados Unidos en los asuntos de México”.6 Esta declaración varonil es aprobada con ardor o tácitamente por amplios sectores de la opinión mexicana, que aún se acordaba de la guerra de anexión de 1846 y permanecía hostil a cualquier presión procedente de los gringos del norte. México, recordémoslo, no es ni Nicaragua ni la República Dominicana, donde Wilson podía destronar a un gobierno que no era de su agrado haciendo desembarcar unas cuantos cientos de marines estadounidenses. Lind, el agente de Wilson, opinaba, sin embargo, que con Huerta no se trataba más que de gimnasia verbal y que, cuando este se diera cuenta de que no podía gobernar en contra de la opinión procedente de Washington, terminaría por dimitir de su cargo como presidente. Un wishful thinking, ya que Huerta introdujo en México un régimen de “militarización” semejante en muchos aspectos a una forma de prefascismo: uniforme obligatorio para todos los funcionarios civiles, profesores y alumnos de las escuelas, y ejercicios militares obligatorios todos los domingos. De forma bastante curiosa, Huerta consiguió convencer a numerosos líderes locales maderistas para que se unieran a él con sus tropas (Marcelo Cavarero, Benjamín Argumedo, Cheche Campos y, sobre todo, el jefe de los Colorados, Pascual Orozco). El 27 de agosto de 1913, Wilson se presenta ante el Congreso en sesión conjunta y explica sus planes de mediación, concluyendo que Huerta debe aceptar sus términos y marcharse. Sin embargo, el presidente rechaza plantearse una intervención militar y declara que se valdrá de paciencia y contención. Por el momento, impone un embargo de los suministros de armas y de municiones a todos los asistentes armados. Cada vez se hacía más difícil mantener la paciencia. Dado que no tenía ninguna intención de dimitir, Huerta dispersa el Congreso de México con sus tropas en octubre de 1913 y establece un régimen de dictadura militar. Wilson responde con una nueva circular que envía a todos los países que mantenían relaciones diplomáticas con México, pidiéndoles que retiraran su reconocimiento a Huerta. Dos semanas más tarde, nueva circular: el presidente de los Estados Unidos utilizará todos los medios a su alcance para echar a Huerta. Durante seis meses, Wilson va a utilizar efectivamente todos los medios, excepto la guerra, para deponer a Huerta. Su plan es sencillo: aislamiento diplomático y ayuda a los Constitucionalistas en su guerra contra él. En cuanto a Gran Bretaña, utiliza el chantaje: pide a Londres que escoja entre el petróleo mexicano y la amistad de los Estados Unidos. Por un lado, la Royal Navy lo necesitaba para una guerra contra Alemania que parecía cada vez más inminente, por otro, los Estados Unidos podían, en 6



Huerta, 9 de agosto de 1913. Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the progressive era 1910–1917. New York: Harper & Row, 1954, p. 113.

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caso de guerra, ser el banquero y el arsenal del Reino Unido. Este último termina comprendiendo la situación y retira su apoyo a Huerta. Al límite de su paciencia, Wilson empieza a contemplar poco a poco la posibilidad de una intervención militar junto con las fuerzas de Carranza. Como mexicano patriota, este último se muestra firmemente hostil y asegura que se contentaría con la atribución de los derechos de beligerancia y de su corolario, la compra libre de armas sobre el mercado norteamericano. Wilson terminará por ceder. Reconoce la beligerancia de los Constitucionalistas y, en febrero de 1914, levantará el embargo de armas. Lejos de desestabilizar a Huerta, este tipo de intervención latente, en cambio, va a reforzar su posición. Muchos mexicanos que habían permanecido hasta entonces indiferentes van a unirse al general-presidente como símbolo de resistencia al intrusismo norteamericano. Wilson, que hasta hacía poco no estaba convencido de emplear la fuerza para deponer a su enemigo personal Huerta, terminará por decidirse a hacerlo, al ser la única solución posible. El 9  de  abril de 1914 tiene lugar el incidente de Tampico. El USS Dolphin envía a tierra una chalupa con dos oficiales y siete marineros a comprar gasolina. Al cruzar las líneas de los Federales de Huerta, un coronel mexicano los detiene y los encarcela. Cuando la noticia de la detención llega a oídos del general huertista local, este pone en libertad a los nueve hombres y hace llegar sus excusas personales al almirante Henry T. Mayo, que comandaba la flota americana de Tampico, censurando la conducta de su subordinado. Todo podría haber quedado ahí, si Wilson no hubiera visto en este incidente tan menor la ocasión soñada para intervenir y deponer a Huerta. Por iniciativa propia, el almirante norteamericano Mayo había solicitado un saludo de 21 cañonazos para la Star Spangled Banner. Wilson da su aprobación y hace de ello un ultimátum, transformando un incidente mediocre en un insulto de México hacia los Estados Unidos. Nótese toda la ironía del procedimiento: los Estados Unidos exigen excusas oficiales humillantes de un gobierno “de carniceros” que, por otro lado, se niegan a reconocer. De nuevo escudado en su dignidad ofendida, Huerta respondió que haría gustoso el saludo a la bandera estrellada con 21 cañonazos, si el USS Dolphin hacía lo propio con la tricolor mexicana… Mientras mantenían estas disputas protocolarias bastante pueriles, Wilson envió toda la flota americana del Atlántico Norte a Tampico. El 20 de abril de 1914, pide al Congreso la autorización para emplear la fuerza, precisando que si resultaba una guerra americano-mexicana, él lucharía únicamente “contra el general Huerta, y contra aquellos que se aliaran a él y le dieran su apoyo, y no contra el pueblo mexicano”.7 Mientras los Congressmen ­debatían, 7



Ray S. Baker y William E. Dodd, The Public Papers of Woodrow Wilson, t. I. New York: Harper & Brothers, 1925, p. 64–69.

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llega a Washington la noticia de que el carguero alemán Ypitanga se dirige hacia Veracruz con un cargamento de armas y municiones para Huerta. Wilson decide actuar ya no en Tampico, sino en Veracruz: da la orden a la US Navy de hacer desembarcar a marineros y marines, de tomar el edificio de las aduanas y de interceptar las armas. Finalmente tiene lugar el enfrentamiento. En Veracruz, los cadetes de la Academia Naval y los soldados del batallón 190 de Infantería oponen una resistencia heroica a los americanos, que se salda con 400 bajas, entre muertos y heridos. Toda Veracruz cae el 22 de abril de 1914 a manos de los americanos, que van a ocuparla durante seis meses (hasta el 23 de noviembre de 1914). El Congreso no da su autorización a Wilson para emplear la fuerza hasta la caída de Veracruz, esto es, el 23 de abril.8 El presidente americano se ve atrapado en su propia argumentación: oficialmente solo ocupó Veracruz para hacer respetar la bandera americana y no para acelerar la caída de Huerta. Por otro lado, la opinión pública no lo apoya: ¿cómo arriesgarse a desencadenar una guerra por un “pundonor” discutible y con el que los mexicanos ya han cumplido? El periódico The Economist, de Londres, no duda en escribir: “Si la guerra debe hacerse por un pequeño asunto de protocolo ocasionado por almirantes y generales, y si el gobierno de los Estados Unidos utiliza este ejemplo para volver a prácticas medievales, este será un día terrible para la civilización”.9 En toda América Latina, la prensa y las manifestaciones en la calle denuncian la ocupación de Veracruz como un acto de puro imperialismo, recordando que para vencer a Santa Anna en 1847 la US Army marchó sobre México tras haber ocupado Veracruz. Hasta en los Estados Unidos, numerosos sectores lamentan este asunto y la posibilidad de una guerra. Wilson retrocede ante la perspectiva de una guerra y ordena detener las operaciones militares, escribiendo a un amigo “hemos estado durante tanto tiempo en un callejón sin salida que estoy ­impaciente por escapar de aquí”.10 Es entonces cuando los tres países del ABC (Argentina, Brasil y Chile) intervienen y proponen una mediación, que Wilson y Huerta aceptan. La opinión se siente aliviada, pero una vez más Wilson acepta discutir con un gobierno que sigue negándose a reconocer. Del 18 de mayo al 2 de julio de 1914, los delegados de los estados ABC, de los Estados Unidos y de Huerta se citan en territorio canadiense, en las cataratas del Niagara. Carranza se negó no sólo a enviar delegados, sino también a autorizar a Wilson para que se posicionara como mediador 8

Robert E. Quirk, The Mexican Revolution 1914–15, Bloomington: Indiana University Press, 1960, p. 46 y An Affair of Honor: Woodrow Wilson and the occupation of Vera Cruz, Lexington: University of Kentucky Press, 1962. 9 Link, op. cit., p. 124. 10 Carta de Wilson al Dr.  Jacobus, 29  de  abril de 1914 (Baker y Dodd, op. cit., t. IV. New York: Harper & Brothers, 1927, p. 335).

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en la guerra civil, o a permitir que los delegados de las Niagara Falls determinaran la suerte de la Revolución mexicana. La conferencia no sirve pues para nada, si no es para sacar a Wilson de un gran apuro.

V.  Carranza en el poder Durante este tiempo, los acontecimientos habían tenido lugar en México. El 22 de junio, en Zacatecas, una feroz batalla había enfrentado a 12.000 Villistas contra las tropas de Federales que guarnecían ese nudo ferroviario. Esta guarnición comprendía varias unidades de Colorados partidarios de Orozco que se habían sumado a Huerta desde octubre de 1913 y que sabían que no tenían ningún favor que esperar por parte de los Villistas, que los consideraban unos traidores. La batalla y sus consecuencias inmediatas causaron más de 6.000 muertos a los Huertistas, puesto que Villa hizo ejecutar en serie a todos los oficiales prisioneros y a gran parte de sus hombres (colocados en fila india para que bastara con una sola bala y, así, ahorrar municiones). La caída de Zacatecas abre el camino hacia México. A partir de ese momento todo irá muy rápido: el general “constitucionalista” Álvaro Obregón toma Guadalajara el 8 de julio, Huerta dimite el 17 de julio de 1914 y se refugia en el extranjero. Sin embargo, no es hasta agosto cuando Carranza entra en México con las tropas de Obregón y se autoproclama presidente. Villa llegará más tarde a la capital y se hará nombrar general. Casi inmediatamente tiene lugar la disputa entre Pancho Villa, sus vaqueros iletrados y el muy autoritario Carranza, “Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de la Unión” [sic],11 que desea un estado revolucionario a efectos oficiales, pero dotado en realidad de un régimen autoritario. El 23 de septiembre de 1914, Villa, que junto con Zapata dispondrá de 72.000 combatientes, declara la guerra a Carranza, que no puede alinear más que a 57.000 hombres. El ejército federal es extraño: diez generales de división, 61 generales de brigada, 1.006 coroneles, 2.446 oficiales… para 24.800 soldados. Del otro lado, los galones se distribuyen con igual ligereza. En octubre, Villa llega a un acuerdo (Convención de Aguascalientes) con Emiliano Zapata, líder campesino del Sur, que fue suboficial del ejército de Porfirio Díaz hasta 1910. Al borde del combate igualitario a lo Robin de los bosques y del bandidaje puro y duro, Zapata se unió primero a los Maderistas, con la esperanza de que aceptaran su programa de emancipación campesina, basada en la expropiación de los terratenientes. Decepcionado por la demora de la reforma agraria, llevará durante cinco años una virulenta oposición armada contra todos los gobiernos existentes en México, cualesquiera que 11

Philip Jowett y Alejandro de Quesada, The Mexican Revolution 1910–20. BotleyOxford: Martin Windrow, 2006, p. 9.

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fueran. Tras la Convención de Aguascalientes, Villistas y Zapatistas pasarán a ser conocidos como Convencionalistas, los partidarios de Carranza se quedarán como Constitucionalistas o Federales. Álvaro Obregón consiguió volver a ocupar México en noviembre por algo de tiempo, pero Villistas y Zapatistas entraron en la ciudad en noviembre y Carranza huyó a Veracruz. Ilusionado con el carácter popular del movimiento villista, Woodrow Wilson se apresura a concederle su apoyo teórico, y enormemente platónico. El mes de enero de 1915 es testigo de sangrientas batallas entre ambos campos, seguidas en febrero por la nueva ocupación de México por Carranza. Nueva evolución de Wilson, que proclama su neutralidad y deja exclusivamente en manos de los mexicanos la elección de sus líderes. Es una posición imposible de mantener, puesto que los periódicos estaban llenos de relatos espantosos. El mes de abril de 1915 es particularmente sangriento: – 8 de abril, primera batalla de Celaya entre 12.000 Villistas y el ­ejército semiprofesional de Obregón (6.000 soldados de caballería, 5.000 soldados de infantería, 86 ametralladoras y 13 cañones). – 13 de abril, 2ª batalla de Celaya. Villa reorganiza sus fuerzas que ascienden a 25.200 hombres, pero comete el error de atacar a Obregón, atrincherado en sus posiciones planeadas de antemano. Villa es vencido totalmente y pierde, según él, 3.500 hombres y, según Obregón, 8.000 muertos y 8.000 prisioneros. – Del 29  de  abril al 5  de  junio, batalla de León. Batalla de desgaste entre Villa y Obregón. Los Villistas dejan sobre el terreno a 10.000 hombres –entre muertos y heridos–, 300.200 cartuchos, 6 cañones y 20 ametralladoras (cucarachas). En Estados Unidos, la demanda de una intervención militar que pusiera fin a las pérdidas americanas en vidas humanas y, sobre todo, en instalaciones económicas crecía cada vez más: la yellow press sensacionalista de Hearst, la jerarquía católica preocupada por los ataques e incendios de iglesias… En junio de 1915, cuando Wilson pide a los líderes de ambos bandos que establezcan un alto el fuego e intenten llegar a un acuerdo, Carranza le recomienda que se meta en sus asuntos. El contexto internacional y nacional va a provocar un nuevo cambio de actitud de Wilson. Los ataques de los submarinos alemanes contra los cargueros americanos que transportaban material de guerra a Francia y a Inglaterra corrían el riesgo a cada instante de desencadenar una guerra entre Estados Unidos y el Reich imperial. Ni hablar, pues, en esas condiciones de embarcarse en una intervención y, todavía menos, en una guerra con México, quienquiera que fuese el presidente. Además, 1916 era año de elecciones presidenciales: Wilson tiene la intención de volver a 30

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presentarse y el partido demócrata necesita a todos los electores tradicionales proporcionados por los inmigrantes de origen católico (irlandeses, italianos, polacos, etc.). El nuevo secretario de Estado, Robert Lansing, en agosto de 1915, intenta reunir a los Estados latinoamericanos más poderosos (Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Guatemala y Uruguay), en una nueva proposición de mediación y de llamada a la negociación entre beligerantes. Carranza se niega. En Washington terminan por darse cuenta de que, efectivamente, este controla la mayor parte del territorio mexicano y de que sus fuerzas son victoriosas. Wilson y Lansing deciden, pues, reconocerlo de facto en octubre, arrastrando con ellos a los seis países, ya mencionados, de la Conferencia Panamericana.

VI.  La segunda intervención americana Ya reconocido, a partir de ahora, Carranza va a mantener durante varios meses excelentes relaciones con Washington. El 1 de noviembre de 1915, en la batalla de Agua Prieta, los Villistas atacan con 18.000 hombres las posiciones fortificadas que mantenía el general Plutarco Calles, y son rechazados con grandes pérdidas. En adelante, Pancho Villa, con tan sólo unos miles de hombres, no mantendrá más que la franja de los Estados del norte que limitan con la frontera americana. Furioso por el reconocimiento de Carranza por parte de Wilson, que en otro tiempo le había apoyado a él, Villa va a tomarla contra todo lo que sea yanqui. El 10 de enero de 1916, intercepta un tren en Santa Isabel, captura a 17 ingenieros americanos y ejecuta a 16 de ellos en ese mismo instante. Dos meses más tarde, el 9 de marzo de 1916, 400 de sus soldados de caballería hacen una incursión en la pequeña ciudad de Columbus (Nuevo México), la cual incendian tras matar a 19 ciudadanos americanos. Villa esperaba que eso provocara una intervención vengadora de los Estados Unidos, que desacreditarían el régimen de Carranza. Incursiones de este tipo son lanzadas contra pequeñas ciudades de Texas, de Arizona o de Nuevo México, mientras que tropas regulares y de la National Guard son desplegadas a lo largo de la frontera. Cada vez se hacía más evidente que el gobierno “legal” de Carranza era rigurosamente incapaz de impedir las actividades de los Villistas y cabía temer que, al igual que ocurrió en 1846, la opinión norteamericana volviera a sacar la antigua arma del waving the bloody shirt.12 Robert Lansing terminará por llegar a un acuerdo, el 13 de marzo de 1916, con el representante mexicano en Washington, dando tanto a la US Army como a los Federales el “derecho de persecución” de las bandas villistas en sus respectivos territorios. Dos días más tarde, el general Pershing recibe la orden de efectuar, con 12

Clarence C. Clendenen, The United States and Pancho Villa. A Study in Unconventional Diplomacy. Ithaca (NY): Cornell University Press, 1961.

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una columna que ascendía a 6.000 hombres (entre ellos el joven oficial George Patton), una “expedición punitiva” en territorio mexicano, poniendo el máximo cuidado en evitar cualquier incidente con las fuerzas de Carranza. Ya no surgen escaramuzas respecto a la frontera pues, bajo pretexto de perseguir a los partidarios de Villa, Pershing va a adentrarse unos 450 kilómetros en territorio mexicano. Carranza protesta enfurecido, pues él solo había autorizado unas pequeñas operaciones en la frontera y ahora tendrían que lidiar con un ejército de invasión. Entre los suspicaces mexicanos y los vilipendiosos gringos, se temía que en cualquier momento el más mínimo incidente diera pie a una guerra. Efectivamente, en Parral, a 270 kilómetros de la frontera, el 12 de abril de 1916 tiene lugar un serio combate entre la caballería estadounidense y las tropas carrancistas: mueren cuarenta mexicanos y dos americanos. Por orgullo nacional, la opinión mexicana se alza contra los Estados Unidos y Carranza se siente obligado a apoyar el alzamiento por miedo a perder prestigio. Reclama la retirada de la fuerzas de Pershing. Wilson se niega con altanería, pero sobre el terreno los dirigentes de ambos ejércitos llegan a un entendimiento para calmar los ánimos. En mayo, nueva incursión de Villa en la pequeña ciudad tejana de Glen Springs, asesinando a tres soldados y a un niño. Wilson envía inmediatamente un destacamento de persecución, lo que conlleva una nueva resistencia por parte de Carranza: ¡retirada inmediata o guerra! Se da la orden a los oficiales de los Federales de impedir por medio de las armas que nuevas columnas estadounidenses entraran en México, así como de enfrentarse al ejército de Pershing, si este tomaba un camino diferente al de la retirada por el norte. El 18 de junio de 1916, Wilson moviliza a toda la National Guard de los estados fronterizos y la incorpora a su ejército, llevando a cabo preparativos de guerra muy ostensibles. El día 20, el secretario de Estado, Lansing, previene al gobierno de México: EE.UU. no retirará sus tropas y cualquier ataque contra ellas conllevaría “gravísimas consecuencias”.13 El día 21, dos horas después de la llegada del mensaje de Lansing a México, tiene lugar el enfrentamiento de Carrizal: los Federales matan a diez soldados de caballería estadounidenses y hacen prisioneros a otros veintitrés. Wilson acusa a los mexicanos de haber atacado deliberadamente –lo cual es falso– y prepara un mensaje de guerra para el Congreso; sin embargo, en el último momento, decide no enviarlo. Ni él, ni Carranza deseaban una guerra en ese momento. El general ­mexicano local tiene el “detalle” de liberar a los 23 prisioneros de Carrizal. En el fondo, Wilson se niega a embarcarse en una guerra en un momento en que la amenaza alemana es cada vez más seria. “La gloria de 13

Foreign Relations of the United States 1916. Washington DC, 1917, p. 591.

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Estados Unidos no tendría nada que ganar en una guerra de conquista de México”, declara el 1  de  julio. El día 4, Carranza solicita negociaciones directas con Washington, así como la mediación latinoamericana. Wilson y Lansing prefieren las negociaciones directas. La Comisión de New London (Connecticut) comienza en septiembre de 1916 y termina con una violenta disputa en enero de 1917, sin haber llegado a un acuerdo. Podemos considerar, no obstante, que disminuyó las tensiones y evitó una guerra inmediata. A finales de la primera semana de febrero de 1917, el último soldado estadounidense abandonó el suelo mexicano. Durante ese tiempo, la Convención de Querétaro pudo redactar la nueva “Constitución de 1917” mexicana. Inclinándose ante la tendencia socialista y anticlerical representada por Obregón, jefe de sus ejércitos, el terrateniente Venustiano Carranza fue elegido presidente en marzo de 1917 y de ahí su reconocimiento de jure por Washington y la llegada de un embajador americano a México… Tensiones y desconfianza recíproca subsisten, sin embargo, entre americanos y mexicanos. Y es justamente esto lo que Wilson, reelegido en noviembre de 1916 gracias a un programa pacifista en lo referente a los asuntos transatlánticos, va a utilizar para hacer entrar, seis meses más tarde, a los Estados Unidos en la guerra contra Alemania. A principios de 1917, Alemania declaraba la guerra submarina a ultranza contra el comercio marítimo de los países neutros, pero Wilson dudaba aún si pedir al Congreso que preparara los buques mercantes para la guerra, consciente de que el más mínimo incidente supondría la guerra con los alemanes. La tarde del 24 de febrero de 1917, gracias a los buenos oficios británicos, el State Department recibe el famoso “telegrama Zimmermann” descifrado. Se trataba de un mensaje de radio del ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Alfred Zimmermann, dirigido a von Bernstorff, su embajador en Washington, en el que le rogaba que hiciera llegar dicho mensaje al embajador alemán en México. Berlín ofrecía a México su alianza, si este declaraba la guerra a los Estados Unidos, y se proponía hasta incluir en esa alianza a Japón (que, sin embargo, estaba de parte de los Aliados por su tratado de 1902, de alianza militar con Gran Bretaña). Desencadenando hostilidades contra Estados Unidos, México evitaría que Alemania la emprendiera contra él y recibiría como recompensa, en caso de victoria, algunos de los territorios perdidos en 1836 y en 1848, a saber, Texas, Arizona y Nuevo México. Para Japón, se trataría de las adquisiciones en el Pacífico y, quizás, de algunas bases navales en Baja California. Fue en Bruselas donde la Naval Intelligence británica había sobornado a un técnico austriaco de la estación de radiogramas alemana, para obtener el código que permitía descifrarlos (como anécdota, en lugar de obtener la fuerte suma prometida, el austriaco fue eliminado discretamente por los británicos, con el fin de evitar que Alemania supiera demasiado pronto que habían descubierto su código). A partir del día 26, 33

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Wilson, sin revelar el contenido del telegrama Zimmermann, pidió al Congreso que preparara los buques en nombre de un “ejército neutral”.14 Dos días más tarde, un submarino alemán hunde el paquebote Laconia, provocando la muerte de tres ciudadanos americanos, entre ellos dos mujeres. Todo el mundo esperaba una reacción por parte del presidente, que había prometido actuar si se producía el más mínimo incidente naval. El 1 de marzo de 1917, Wilson hace publicar en la prensa el telegrama Zimmermann, desencadenando una ola de germanofobia, especialmente en el suroeste, amenazado directamente en caso de guerra con México, aun cuando, hasta ese momento, había permanecido completamente neutral en lo que respecta a la guerra con Alemania. Zimmermann va a cometer la metedura de pata de reconocer que tanto el telegrama como sus proposiciones eran auténticos. En realidad, como “aliado”, México no representaba ninguna ayuda concreta para el Reich, sino todo lo contrario, pero son los sentimientos antimexicanos, muy presentes en la opinión americana, los que van a permitir al Congreso votar por el armamento de los cargueros, y después, tras nuevos incidentes navales, declarar la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917.15 Y todo ello a causa de lo que la Literary Digest, refiriéndose al jefe de Berlín, llamaba una “diplomacia de elefante” y el Washington Post, una “verdadera idiotez” de Zimmermann.16

VII.  México sangriento La entrada en guerra de los Estados Unidos, los difíciles meses de junio de 1917 a septiembre de 1918 para los Aliados en el frente occidental, el complicado acuerdo de paz, que prácticamente sometía a Europa a las idiosincrasias, llenas de buenas intenciones, de Woodrow Wilson, van a distraer la atención de ese turbio México, siempre sangriento, que seguía inmerso en una guerra civil entre Convencionalistas y Constitucionalistas/Federales, guerra que, de vez en cuando, venían a perturbar los pronunciamientos militares y las tentativas de insurrección de los últimos Felicistas en los estados periféricos. Los Villistas seguían activos, establecidos en su plaza fuerte del estado de Chihuahua. Sin embargo, incluso ahí, sus tropas, que sufrían la erosión de los campesinos que querían participar en las reformas agrarias de la Constitución de 1917, podían ir de unos 500 hombres a los 2.000 ó 3.000, lo que no representaba ninguna esperanza de victoria, puesto que, sólo en el estado de 14

Baker y Dodd, op. cit., t. II. New York: Harper & Brothers, 1925, p. 428–432. Samuel R.  Spencer, Jr., Decision for War 1917. The Laconia and the Zimmermann Telegram, as Key factors in the Public Reaction against Germany. Rindge (NH): R.  R.  Smith, 1953; Barbara W.  Tuchman, The Zimmermann Telegram. New  York, Ballantine Books: 1958. 16 Spencer, op. cit., p. 75n y 80. 15

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Chihuahua, había 17.000 soldados carrancistas. Otro problema: el mejor general de Pancho Villa, Felipe Ángeles, se pelea con él y le abandona, para ir a refugiarse en Estados Unidos, pero es interceptado y fusilado en 1919 por los Federales. A los Villistas les cuesta cada vez más encontrar reclutas y, sobre todo, armas, ya que a menudo se ven arrinconados contra la frontera norteamericana. El último combate que les enfrentó a la US Army tuvo lugar el 15 de junio de 1919, en torno al puente ferroviario que une El Paso (Texas) con Juárez. Como los Villistas disparaban sobre ellos, los soldados de infantería americanos cruzaron la frontera y tomaron la ciudad de Juárez, para devolvérsela, después, a los Federales. Cuando el gobierno de México le ofrezca una amnistía, el ejército de Villa perderá, en unos días, 40 generales, 5.046 “oficiales” y 11.128 hombres. En cuanto a los Zapatistas del “Ejército Libertador del Sur”, sus efectivos habían fluctuado enormemente: 12.000 hombres en 1912; 25.000, durante la ocupación de México en 1914 y tan solo 5.000, desde finales de 1916. Gracias a costosas ofensivas, el gobierno recupera la mayoría de las aldeas del estado de Morelos (1916–18), pero en la estación de las lluvias, los Zapatistas vuelven a hacerse con ellas mediante incursiones contra las pequeñas guarniciones federales. Este pequeño juego, sin vencedores ni vencidos, habría podido durar mucho tiempo y resultar muy costoso para los Constitucionalistas. Pero el coronel Jesús González va a hacer uso de su astucia. Para convencer a Zapata de que quería que se uniera a él, manda fusilar, en muestra de buena fe, a 50 ex zapatistas que se habían unido a Carranza. Emiliano Zapata cae en la trampa, se presenta el 10 de abril de 1919 en el cuartel general de González para concluir el acuerdo… e inmediatamente es asesinado. Fin del zapatismo. Entretanto, entre Carranza y Obregón hemos pasado de la amistad al odio. Obregón, a partir de 1912–13, se había propuesto politizar su ejército y anclarlo “a la izquierda”, al sumarle a los “Batallones Rojos” (que no hemos de confundir con los Colorados de Orozco). Se trataba de supuestas unidades de choque abastecidas por los sindicatos y las asociaciones obreras de las ciudades, como la COM (Casa del Obrero Mundial). Nos encontraremos con batallones de dependientes de tiendas de Orizaba, obreros de la compañía ferroviaria La Favorita, etc. Obregón es también el único general que movilizó algunas tribus indias, como los yaqui de Sonora, que tenían cuentas pendientes con los mestizos y los blancos. Presidente electo y entronizado oficialmente el 1 de mayo de 1917, Carranza pretende eludir el artículo de la nueva Constitución que prohíbe presentarse a dos mandatos presidenciales consecutivos. Obregón insiste en que se celebren elecciones presidenciales en 1920 y, el 1 de junio de 1919, anuncia su intención de presentarse como candidato, resaltando que Carranza había sido presidente provisional desde 1915 y ya debía retirarse. Carranza ordena su arresto, en abril de 1920, con pretextos y acusaciones falsas, pero Obregón consigue 35

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escapar y se rebela abiertamente contra Carranza el 20 de abril. Se rodea de las fuerzas militares o de izquierdas que le son leales y avanza sobre México. El 7 de mayo, Carranza, al ver perdida la partida, huye de la capital en dirección a la costa. Es asesinado mientras duerme en Tlaxcalaltongo, cerca de Puebla, en la noche del 20 al 21 de mayo de 1920, por su propio escolta. Obregón es, pues, elegido presidente de México, el 5 de septiembre de 1920. Ya sólo queda Villa, que va a caer en la misma trampa que Zapata. El gobierno provisional que sucedió a Carranza le ofreció “un retiro honorable” con una confortable pensión anual, el derecho a conservar 50 guardaespaldas, sus propiedades, etc. Obregón se opuso en secreto a este acuerdo, pero quería poner fin a los diez años de guerra civil. Esperará pacientemente, y en 1923 ordenará a sus secuaces asesinar a Pancho Villa. Así termina la fase puramente guerrera de la “Revolución de diez años” (1919–1920). Se saldó con cerca de un millón de muertos en combate y las ejecuciones en masa de prisioneros, pero sobre todo con el hambre, la enfermedad, el ambiente de miseria y las desertificaciones. La ejecución de los prisioneros, fotografiada e incluso filmada de buen grado por reporteros extranjeros, principalmente norteamericanos, es la imagen que ha quedado en la memoria colectiva. Se estima que, bajo el gobierno de Porfirio Díaz, al menos 10.000 personas fueron ejecutadas por los Rurales, escudados en la ley de fuga. Del lado de los maderistas, se perdonaba la vida a los soldados porfirianos, considerados simples peones tomados para la conscripción, que aceptaban unirse a los rebeldes, pero se fusilaba sistemáticamente a los oficiales de los Federales. Carranza y sus Constitucionalistas van a poner en vigor un decreto de 1862, como ya hizo Benito Juárez, que condenaba a un fusilamiento inmediato a todo aquel que se alzara contra el presidente legítimamente elegido (fue precisamente tomando como base este decreto, que él mismo había mantenido, como el emperador Maximiliano fue fusilado en 1867). Considerando que Huerta y sus partidarios se habían amparado “ilegalmente” del poder, Carranza les aplica esta ley, especialmente a los Colorados de Orozco. Villa ejecutará a 60 de estos últimos, en grupos de tres, con una sola bala; su subordinado, Rodolfo Fierro, matará con sus propias manos a 300 prisioneros en un solo día, parando únicamente para masajear su dedo entumecido y dolorido por la distensión del revólver. Otro jefe villista, Inés Chávez García, degollaba a sus víctimas al son de un gramófono, permitiendo que los condenados eligieran el disco que sonaría durante su ejecución…

VIII.  ¿Un México nuevo? El asesinato militar de los jefes campesinos revolucionarios, la ardua carrera hacia la eliminación de Carranza por Obregón y Plutarco Elías Calles ensombrecieron y retrasaron hasta 1920 la aplicación de las 36

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reformas y del radical cambio social que había establecido la Constitución de 1917: sufragio universal masculino, jornadas de ocho horas, salario mínimo y arbitraje obligatorio en los conflictos laborales. Apoyándose en el principio de la subordinación del interés privado al interés general, la Constitución protegía y reconstituía los ejidos rurales, de ser necesario, incluso a través de la expropiación de las grandes propiedades. El subsuelo (minas, petróleo) quedaba declarado propiedad nacional por el artículo 27 y Carranza –sobre el papel– había decretado la nacionalización del petróleo en febrero de 1918, lo que tarde o temprano conllevaría la desposesión de las compañías americanas. Estimaba que, en un futuro inmediato, los campos petrolíferos y los productos de su explotación ­alcanzarían un gran valor. Los petroleros americanos presionan a Wilson y a su sucesor republicano, Calvin Coolidge. Ambos se negarán a reconocer el régimen de Obregón si México no abole el artículo 27. Obregón se mantiene en su posición, pero las dos partes deseaban un acuerdo y, en agosto de 1923, acepta firmar el Agreement Bucareli que satisfacía parcialmente a las compañías petroleras y obtiene, a cambio, el reconocimiento de Washington. Todo será puesto en tela de juicio por su sucesor, Calles, que no se consideraba comprometido por el Agreement Bucareli, ya que él no había firmado nada. En diciembre de 1925, el Congreso mexicano vota dos leyes sobre el suelo y el petróleo, basadas en el artículo 27, que volvían a limitar los derechos de propiedad de los extranjeros en México. Por otro lado, existe también un contexto internacional que explica esta nueva crisis y enfrenta aún más a México y a Washington. Los marines estadounidenses, como consecuencia de las intervenciones llenas de “celo misionario” de Wilson, ocupaban Haití, Santo Domingo y Nicaragua. En 1925, el presidente Coolidge y su secretario de Estado, Frank B. Kellog, habían decidido retirar las tropas de Nicaragua. Apenas acababan de marcharse, cuando estalla una nueva guerra civil entre el conservador Adolfo Díaz y el progresista Dr. Juan B. Sacasa. México reconocía a este último como legítimo presidente, Washington apoyaba a Díaz y había establecido un embargo sobre las entregas de armas a su rival, Sacasa, al tiempo que a Díaz le concedía créditos para que se procurara armas procedentes de Estados Unidos. A pesar de las presiones de Washington, el gobierno mexicano seguía proporcionando material militar a Sacasa. Coolidge y Kellog acusaban a México de actuar como agente de la Rusia Soviética en América Central. Kellog declara ante la Comisión Senatorial de Asuntos Exteriores que “los jefes bolcheviques tienen muy claro cuál será el papel a desempeñar por México y América Latina en su plan general para una revolución mundial”: el de 37

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“base para sus planes contra Estados Unidos”.17 No obstante, Kellog no puede aportar pruebas de ello. En marzo de 1927, viendo que la opinión estaba poco convencida y no era muy favorable a una nueva intervención militar en México, Coolidge va a enviar al antiguo secretario de Estado, Henry L. Stimson, como trouble-shooter a Nicaragua. Este conseguirá establecer un armisticio entre las facciones rivales, el Tipitapa Agreement, que sólo un tal Augusto Sandino se negará a reconocer… En este contexto de tensiones por el asunto de Nicaragua, se votaron las nuevas leyes petroleras de Calles, que debían entrar en vigor en enero de 1927. El gobierno de Washington tenía que hacer frente a las peticiones de intervención armada en México procedentes de los petroleros y de la jerarquía católica, enfurecida por la política anticlerical de Calles. Este conflicto se fundamentaba, por una parte, en la secularización de la enseñanza pública, emprendida por el ministro Vasconcelos, pero, sobre todo, en las confiscaciones de tierras para permitir la reforma agraria. En septiembre de 1927, Coolidge va a nombrar como nuevo embajador en México a Dwight W.  Morrow, que tendrá como únicas instrucciones evitar una guerra entre Estados Unidos y México. Morrow va a emplearse en ello con tacto, ayudado por una decisión de la Corte Suprema de México que reconocía la validez de las denuncias de algunas compañías. El acuerdo Calles-Morrow sobre el petróleo (1927) conseguirá apaciguar la exasperación de Washington y marcará un giro decisivo en las relaciones americano-mexicanas. Morrow va a instar también a su yerno, el famoso aviador Charles A.  Lindbergh, a hacer un vuelo nonstop Washington-México muy aplaudido por todos, para dar muestra de la amistad entre ambos países. Además, intervendrá con éxito ante la jerarquía católica de los dos países y ante Calles, para suavizar el virulento conflicto Iglesia-Estado.

IX.  La época de los Cristeros El eterno conflicto entre Iglesia y Estado, que causaba estragos en México, se había calmado un poco tras la muerte del presidente Carranza en 1920. Sus sucesores, Obregón y Calles, son fervientes anticlericales y los jefes del ejército a menudo se sienten fascinados por la separación Iglesia-Estado practicada por sus vecinos, los Estados Unidos, y por el protestantismo o, en todo caso, por el anticatolicismo, como motor de progreso. Hemos de reconocer que sus únicas motivaciones eran odios y rencores exacerbados. Plutarco Elías Calles, por su parte, quiere poner fin al ciclo revolucionario identificando revolución y Estado 17

James M. Callahan, American Foreign Policy in Mexican Relations. New  York: MacMillan, 1932; Howard F. Cline, op. cit.

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–el futuro nombre de su partido, el PRI, dará buena muestra de ello–; forjar una “patria mexicana” fundamentada en la escuela, tal y como quería Vasconcelos, lo cual aceleraría la asimilación de los indios; someter a la Iglesia e imbricarla dentro del Estado, de modo que los curas, a partir de ese momento, se verían estrechamente integrados en el Estado, para facilitar los vastos proyectos de reforma agraria y la distribución de 3 ­millones de hectáreas de tierras a los ejidatarios. En el fondo del conflicto se encontraban las disposiciones de la Constitución de 1917, también conocida como “Constitución de Querétaro”, y, en particular, el extenso artículo 130, que, si bien impedía al Congreso tanto reconocer una “religión establecida” como prohibirla, confiaba a los Poderes Federales la misión de llevar una vigilancia exhaustiva sobre el ejercicio del culto y de la disciplina externa. El matrimonio era definido como un “contrato civil” y pasaba a ser competencia exclusiva de los funcionarios. Ninguna personalidad era reconocida dentro de las “agrupaciones religiosas llamadas iglesias” y en cuanto a los sacerdotes, se consideraba que ejercían “una profesión” y, además, debían ser mexicanos de nacimiento. Privados del derecho de voto y de elegibilidad, tenían prohibido criticar durante el culto tanto al Gobierno, como sus leyes. Clásica legislación laicista y anticlerical, incluidas las disposiciones sobre las manos muertas, aunque el artículo 130 iba mucho más lejos, confiando a las legislaturas y a los gobernadores de Estado la labor de determinar “según necesidad” el número máximo de sacerdotes que se autorizarían localmente y el poder de decisión, junto con el gobierno, sobre la construcción de nuevas iglesias. Los estudios realizados en los seminarios no serían homologados. Y, por último, la guinda del pastel: estaba estrictamente prohibida la formación de cualquier agrupación política, cuyo nombre hiciera referencia a cualquier tipo de culto. México no reconocerá, pues, oficialmente a ningún “Partido Católico”, conservador o demócrata, y hasta la Acción Católica de la Juventud Mexicana será considerada anticonstitucional. Gracias a estas disposiciones, Obregón se ganará entre sus oponentes el sobrenombre de “presidente-sacristán”, aunque es Calles quien hará adoptar, el 24 de junio de 1926, los decretos de aplicación del artículo 130, que agravaban la situación: persecución y disolución de las congregaciones religiosas, prohibición de pronunciar votos y prohibición, para cualquier sacerdote, religioso o religiosa, de llevar vestimentas distintivas. Un nuevo decreto del 17  de  octubre de 1926 abolía cualquier jerarquía eclesiástica, los sacerdotes pertenecerían a partir de ese momento al poder civil, y no a sus obispos, y se prohibía severamente cualquier publicación periódica, octavilla o imagen con carácter confesional. Las consecuencias de las medidas tomadas por las autoridades de los Estados locales reducen drásticamente el número de sacerdotes. 39

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En los moderados Estados de Puebla y de Jalisco, el número de curas autorizados a ejercer su ministerio desciende respectivamente de un 330 a un 270 y de 480 a 250. En cambio, en Tamaulipas, no se autorizan más que 12 sacerdotes en lugar de 85; en Colima, 20 en lugar de 65; y en Michoacán, 50 en lugar de 525. La palma se la lleva el Estado de Tabasco, que subordina la libertad de culto y el número de sacerdotes… a la condición de que estos últimos estén casados, por lo que la cifra final es, obviamente, cero… En el Distrito Federal, Calles fijó arbitrariamente en 90 el número de sacerdotes para cada religión, autorizando así a un sacerdote católico para 9.595 fieles y un pastor para 138 protestantes, bastante hipotéticos. Después de 1924, el conflicto se había emponzoñado. La Iglesia comenzaba a ser vista como un verdadero obstáculo, que ponía trabas a los proyectos modernistas de Calles e impedía, según este, que se unieran a él gran parte de los campesinos. Los prelados que protestaban eran detenidos o condenados al exilio, como ocurrió con Mons. Mora y del Río, arzobispo de México, tras leer una carta pastoral de protesta en febrero de 1926; los sacerdotes demasiado “políticos” eran acusados de conspiración antigubernamental y fusilados, o “liquidados” con mayor discreción gracias a la eterna ley de fuga. El papa Pío XI se había esforzado en calmar los ánimos, aconsejando a los prelados mexicanos que organizaran por todas partes secciones de Acción Católica, pero “prescribiéndoles que permanecieran al margen de la política”, prudencia elemental. Lejos de seguir su consejo, organizan una virulenta Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), bajo el lema “Dios y mi Derecho”, que no dejaba ver en su nombre referencia alguna a ningún culto en concreto. Un incidente menor va a echar leña al fuego. Luis Morones, consejero cuya opinión Calles tenía muy en cuenta, y ante todo jefe del poderoso sindicato CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana), destituye y remplaza a un cura, provocando la protesta de los parroquianos que, más tarde, se rebelarán contra él. Obstinado en sus ideas, Morones quiere crear una especie de culto cismático. En algunos Estados, como el ya muy particular Tabasco, los gobernadores llegan hasta a ordenar a los Federales asaltar las iglesias, para ponerlas al servicio de ese neo-culto estatal. El 11 de julio de 1926, en represalia, la Iglesia decreta la huelga de cultos. Es la vieja medida medieval de la Prohibición, que en la mayoría de las ocasiones había conseguido doblegar al poder laico suscitando revueltas entre los que temían nacer, reproducirse y morir sin sacramentos y, por consiguiente, arder en el infierno. El 31  de  julio, el gobierno de México lanza una réplica a través de la suspensión del culto y el cierre de las iglesias, así como mediante la aplicación estricta y puntillosa del artículo 130 de la Constitución, sobre la separación Iglesia-Estado. 40

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El alzamiento armado de los parroquianos se manifiesta prácticamente por todas partes de manera espontánea al grito de “Mejor morir que negar al Cristo Rey”, pero se concentrará sobre todo en las regiones del centro y del suroeste, donde la población sigue siendo indígena o mestiza: Jalisco, Nayarit, Aguascalientes, Zacatecas, Querétaro y Guanajuato. El movimiento se difunde por las mesetas centrales de México, donde se iban sumando a él las poblaciones locales que elegían a sus propios dirigentes entre los vecinos del pueblo, del municipio, con vagos proyectos de organización federativa ulterior. El partido católico de oposición semiclandestino, Unión Popular, incluso llegará a declarar la guerra oficialmente al gobierno. ¿Cómo eran los Cristeros? Algunos autores citan, entre 1926 y 1929, la enorme cifra de 50.000 combatientes agrupados en pequeñas unidades insurrectas, de los que un 95% de los efectivos procedía de la clase rural. Esto explica las dificultades que encontraron los historiadores para censar a aquellos que confesaron, posteriormente, haber tomado partido en el movimiento: no más de 3.600. Cabe destacar que entre esos 3.600 no se han encontrado más que cinco curas. Además, el jefe más famoso de la guerrilla, Enrique Gorostieta, era una especie de jacobino laico. Hemos de resaltar también que las regiones que ahora apoyaban el movimiento son las que, en otro tiempo, habían proporcionado numerosos reclutas a Emiliano Zapata y, por lo tanto, cabría preguntarse si no sería esta, quizá, una manera de seguir combatiendo contra el gobierno federal, es decir, el de los ciudadanos e intelectuales, bajo el pretexto de defender la religión. El movimiento de los Cristeros representa la reacción de las regiones agrarias tradicionales y del México central, las que se habían rebelado contra Porfirio Díaz, contra la estatalización y la oficialización de la Revolución y, al mismo tiempo, la resistencia a la integración de la Iglesia en el Estado y su sometimiento. Se trata de una jacquerie tanto o más que una chouannerie (recordando las revueltas campesinas francesas). El conflicto va a ser, como cualquier período de la Revolución mexicana, un cortejo de abominables atrocidades, con combates violentos que enfrentaban a Cristeros y a Federales. Estos últimos fracasaron durante cerca de tres años y el movimiento Cristero alcanzó su apogeo entre marzo y junio de 1929, mientras que Calles creía haberlo controlado después de octubre-noviembre de 1927. La ciega represión de las zonas y pueblos sospechosos de prestar ayuda a la rebelión podría haberse saldado con al menos 90.000 víctimas entre la población civil.18 18

Sobre la historia general del movimiento de los Cristeros, consultar Jean A. Meyer, La Christiade: l’Eglise, l’Etat et le Peuple dans la Révolution mexicaine (1926–1929). Paris: Payot, 1975; Matthew Butler, Popular Piety and Political Identity in Mexico’s Cristero Rebellion, Michoacan, 1927–1929, Oxford: Oxford University Press, 2004

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Lo que exacerbó el conflicto fue que Calles había llegado al poder en 1924 porque Álvaro Obregón, que era considerado más duro e intransigente que él, no podía ejercer dos mandatos consecutivos. En 1928, Obregón volverá a presentarse y será elegido. Pero, antes de su entrada en funciones, será asesinado por el joven católico León José Toral, el 17 de julio de 1928, cerca de México. Esto va a relanzar la ya conocida espiral de la represión y de la revuelta abierta. A pesar de las persecuciones y de las ejecuciones de sacerdotes, la Iglesia de México permaneció en una prudente expectativa, antes de condenar virtuosamente la violencia y llamar a los insurrectos al abandono de las armas. Mientras el movimiento estaba en su apogeo, el Vaticano emprendió negociaciones secretas, a partir de mayo de 1929, con el gobierno mexicano, influenciado por el embajador norteamericano Morrow. Ambas partes urdieron una hábil treta que les permitía salvar las apariencias: los artículos litigiosos anticlericales de la Constitución y sus subsiguientes decretos permanecerían en vigor… pero no serían aplicados. Tras abandonar las armas, los insurrectos serían amnistiados y la Iglesia levantaría la suspensión o huelga de culto decretada en julio de 1926.

X.  Una Bélgica peleona En Bélgica, los Cristeros y su “¡Viva Cristo Rey!” habían encontrado un amplio eco en los círculos de la Asociación Católica de la Juventud Belga (ACJB), que tenían el mismo eslogan de Christus Rex y estaban dirigidos por Mons.  Louis Picard. La agitación se sustentaba gracias a la ayuda de prelados mexicanos expulsados y refugiados en Europa, sacerdotes y estudiantes que frecuentaban la Universidad Católica de Lovaina o que acudían a seminarios en Bélgica. En un artículo publicado el 1 de mayo de 1926 en L’Effort, órgano de la ACJB, Mons. Louis Picard no había dudado en justificar el recurso a la violencia: “La causa es política; la respuesta también. Lo que los católicos mexicanos deben hacer para salvar la religión […] es derrocar el gobierno por todos los medios legítimos. Y las circunstancias son tales, que la violencia misma se ha vuelto perfectamente legítima”.19 L’Effort va a emprender, pues, una virulenta campaña en favor de los Cristeros, desde el 1 de mayo hasta el 22 de septiembre de 1926, bajo el título de Jusqu’au Sang (Hasta la Sangre). El 1 de agosto, “el mismo día en que Cristo abandonaba las iglesias de México”, la ACJB transmitía un mensaje de apoyo a la ACJM, a través de L’Effort. Después, se organizará y Clément Thibault, “Cristeros”. En: Jean-Clément Martin (ed.), Dictionnaire de la Contre-Révolution XVIIIe–XXe siècle. Paris: Perrin, 2011. 19 De aquí en adelante hemos traducido las citas al francés.

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en Bruselas un mitin de protesta, presidido por el ministro de Estado católico Henry Carton de Wiart, seguido de una campaña de conferencias a través del país. Esta agitación desemboca en la creación del Comité National de Protestation contre la Persécution Mexicaine, que publica un manifiesto firmado por no menos de 280 personalidades en representación de todos los estratos del establishment católico:20 10 ministros en funciones, antiguos ministros y ministros de Estado dirigidos por Henry Carton de Wiart, 35 senadores, 38 diputados, Mons. Ladeuze, rector magnífico de la Universidad Católica de Lovaina y numerosos profesores lovanienses, liejenses y ganteses, magistrados, burgomaestres y ediles municipales, industriales, las “mujeres trabajadoras” Bares y Louise Vanden Plas, la viuda de Godefroid Kurth, el mediático Padre Martial Lekeux, el “monje-soldado” de 1914–18, etc. Cabe destacar igualmente la presencia entre los firmantes de los directores y redactores de los principales periódicos y revistas católicos francófonos: Vers l’Avenir, Le Rappel, La Province, La Revue Générale, La Terre Wallonne, Le Pays Wallon y La Cité Chrétienne. Del lado flamenco, se citan menos nombres conocidos, fuera del mundo parlamentario, pero encontramos representantes oficiales del Davidsfonds y del Boerenbond (dos asociaciones católicas). No se trataba de un manifiesto reaccionario, ya que del lado de “derechistas” tan conocidos como el escritor nacionalista Pierre Nothomb, Paul Crokaert, Charles Terlinden o Luc Hommel, encontramos al Reverendo Padre Rutten, demócrata-cristiano y “nacionalista-flamenco” confirmado y al sindicalista Henry Pauwels de la Confederación de Sindicatos Cristianos (CSC), así como a los Het Algemeen Kristelijk Vakverbond. Los términos del manifiesto, si bien condenaban la persecución y hablaban de “iniquidad legal”, fueron concebidos de tal manera que ofendían lo menos posible la delicada susceptibilidad nacional mexicana: Los ciudadanos de un país en que la paz religiosa reina en el seno de la libertad de culto, de la libertad de enseñanza, de prensa y de asociación, no pueden imaginar sin estupefacción ni dolor que cualquier país del mundo se proclame democrático y prive sistemáticamente a sus nacionales de cada una de estas libertades por el simple delito de creencia religiosa […] Profundamente respetuosos con los gobiernos establecidos y con la dignidad de las naciones libres, no pueden sin embargo sofocar ese grito de su corazón, ni acallar sus anhelos de ver a México restituir pronto, a la inmensa mayoría de su población, el pleno ejercicio de los derechos inalienables de la conciencia.

Será una vez más la ACJB que se encargará de imprimir y difundir, desde Lovaina, seis Dossiers Documentaires sur la Persécution Mexicaine 20

Tanto el manifiesto como los listados de firmantes pueden consultarse en Cahiers de la Jeunesse Catholique, 5-III-1927, p. 150–152; 5-VII-1927, p. 415–416 y 20-IV-1928, p. 223–224.

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producidos por una Union Internationale pour la Défense de la Liberté Religieuse au Mexique, caja de resonancia exterior de la liga mexicana epónima. Paralelamente, los Dominicos liejenses que dirigen las Presses de la Pensée Religieuse del Quai Mativa publican, en 1928, un folleto de 64 páginas, La Crise Mexicaine – Ses Causes – Ses Conséquences, redactado por el padre Michaël Kenny de Mobile (Alabama) y traducido por Larsimont. El compromiso total de la ACJB hacia su equivalente mexicana la ACJM se verá acrecentado aún más por “el caso Pro”.21 El padre jesuita Miguel Pro Juárez, nacido en 1891 en Zacatecas, terminó sus estudios eclesiásticos en España antes de pasar dos años en Bélgica, en la región de Charleroi y de Enghien, donde se especializó en sociología, estudió la organización de la ACJB y participó en los trabajos de fundación del movimiento de acción católica, la Jeunesse Ouvrière Chrétienne (Juventud Obrera Cristiana, JOC), en Fayt, en 1925. Al volver a México, se puso al frente de la dirección de la ACJM de México y de la Liga para la Defensa de la Libertad Religiosa, junto con su hermano Humberto Pro, lo que hizo que fueran vigilados y acosados por la policía del régimen, aún más cuando el padre Pro hacía publicar en Bélgica cartas muy hostiles, escritas por él mismo, en la Revue Catholique des Idées et des Faits (R.C.I.F.).22 El 13  de  noviembre de 1927, en Chapultepec, lanzaron una bomba desde un automóvil al coche de Obregón, sin que nadie resultara herido. Sus guardaespaldas abrieron fuego, cogieron al chófer Lamberto Ruiz, herido, y a un joven indio, Juan Tirado, que había intentado escapar. Cuatro días más tarde, la policía detiene a los hermanos Miguel y Humberto Pro y, después, al ingeniero Luis Segura Vilchis. Segura, Humberto Pro y Tirado fueron declarados autores del atentado; el padre Pro, con la circunstancia agravante de ser miembro de la Sociedad de Jesús, prohibida y disuelta, fue acusado de ser el cabecilla de la trama. El interrogatorio, realizado deprisa y corriendo por el jefe de policía Roberto Cruz, se apoya, tal y como asegurará este, en la confesión realizada por Ruiz antes de morir. El 23 de noviembre de 1927, el padre Pro, su hermano, Segura y Tirado son fusilados, uno detrás de otro, ante un gran público, en la caseta de tiro de la comisaría de México ante el objetivo de las cámaras de fotos y de vídeo. El reportaje dio la vuelta al mundo y ocupó páginas enteras del periódico parisino L’Illustration, en aquel entonces muy conocido en Bélgica, así como en Le Patriote Illustré. La opinión conserva 21

Andrés Barquin, La Tragédie Mexicaine. Jusqu’au Sang… Louvain: Ed. de la ACJB, 1928, p. 177–222: “Le Père Miguel Pro Juarez et ses compagnons”, estudio realizado por el padre J. Clautriau, antiguo director del Collège Saint-Augustin de Enghien. 22 Consultar, especialmente, la carta del 13  de  noviembre de 1926 en la R.C.I.F. del 14 de junio de 1927.

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la imagen del padre Pro poniendo los brazos en cruz en el momento de la salva. En Roma, Civilità Catolica echaba fuego, en Lovaina los Cahiers de la Jeunesse Catholique, en nombre de la Unión Internacional para la Defensa de la Libertad Religiosa en México, consagraban a la ejecución del padre Pro todo un artículo que pretendía sobrepasar las divisiones religiosas y evocar los derechos del hombre: Hemos querido poner por escrito el caso Pro desde un punto de vista puramente jurídico, para estigmatizar, mediante un ejemplo irrefutable, la tiranía policial de la que es responsable el presidente Calles. Tal y como se presenta hoy, la persecución mexicana no atañe únicamente a los católicos, sino que ultraja toda conciencia provista del sentido más elemental de justicia. Es un desafío permanente al derecho, es una ofensa constante a los principios de la civilización.23

El mexicano Andrés Barquin tomará de L’Effort el título Jusqu’au Sang para su libro La Tragédie Mexicaine, publicado en 1929 en Lovaina, por las jóvenes Ediciones Rex recién creadas por Mons. Picard. El mismo año Andrés Barquin se asocia con Giovanni Hoyois, el presidente de la ACJB, para publicar un gran volumen complementario, Sous l’ombre d’Obregón (Bajo la sombra de Obregón), que analiza a través de multitud de fotografías la vuelta a las persecuciones y a las ejecuciones de sacerdotes que habían seguido al asesinato de Obregón. En los movimientos de juventud católicos, estos libros van a conocer una extraordinaria difusión, ya que son distribuidos a modo de premios en los institutos, y constituirán una especie de vulgata partidista sobre las cosas de México. Se volverán a publicar en 1930 en París, en la editorial Giraudon, con una carta prefacio de Mons. Manríquez y Zárate, obispo de Huejutla. También de entre las filas de la ACJB, va a surgir un extraordinario asunto sobre el que nadie ha podido nunca determinar si se trataba o no de una colosal impostura periodística. Un joven estudiante de derecho originario de Bouillon, que contaba 20 años de edad en 1926, un tal Léon Degrelle, ya había arrastrado al periódico estudiantil de Lovaina L’Avant-Garde a polémicas tan conocidas como turbias. Tras interrumpir sus estudios en 1927 para convertirse en “miembro permanente” de la ACJB, toma partido por los Cristeros, como es lógico, siguiendo a su mentor Mons. Picard. A este joven le debemos, en el momento del asesinato de Obregón, un violento artículo que terminaba con “a cada nuevo Toral, gritaremos bravo”, ganándose la ira del periódico socialista Le Peuple, que le acusaba de hacer apología del asesinato político y de instigar a ello. Aún se desconocen las razones (¿falta de dinero? ¿espíritu de aventura?) que le empujaron a marcharse –o a fingir que 23

“L’arbitraire gouvernemental au Mexique. L’affaire du Père Pro”. En: Cahiers de la Jeunesse Catholique, 5-III-1928, p. 115–118.

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se marchaba– a realizar en México un gran reportaje de guerra sobre el movimiento de los Cristeros y las persecuciones de católicos del presidente Calles. Fue contratado como corresponsal por el periódico bruselense Le XXe Siècle, en aquel entonces dirigido por el padre Norbert Wallez, truculento personaje de la rama nacionalista expansionista y, más tarde, partidario del fascismo, llamado “el padre funámbulo” por el vigor y, con frecuencia, lo inoportuno de las polémicas que lanzaba en todas direcciones, como a través del periódico L’Avvenire d’Italia. De creérnoslo, provisto de una documentación falsa en la que acreditaba tener dos años más (¿nos preguntamos por qué?), habría llegado a Hamburgo en avión (¿no había más trenes?) y tomado un barco de vapor regular hacia Veracruz. “La vida en las ciudades es activa y normal. ¿Podría ser que la persecución tenga lugar por la noche? Puede que viva escondida, y caiga cobardemente entre las sombras”.24 Acogido por una familia católica, describe los pocos riesgos que corre su virtud por las sirvientas: “indias fáciles, llenas de manchas como las crêpes” y asiste a una misa clandestina. Pero no puede resistirse a contar algo sobre ella: “al salir, el sacerdote, vestido de civil, nos tendía el cartucho de su portaplumas, en el que la tinta había sido remplazada por agua bendita” [sic].25 Después, el relato comienza a convertirse en una especie de remake mexicano de Tintín en el país de los soviets: “Me acercaba a la gente interesante y les hacía hablar. Aunque me faltaba entrar en las casas y en la intimidad de los revolucionarios. Iba a colarme, haciéndoles bonitas reverencias, besa manos, cumplidos y tomándoles el pelo a mis víctimas”. Con un aplomo extraordinario, afirma haber conseguido hacerse invitar durante algunas horas a la casa del presidente Calles para las fiestas de Navidad [sic].26 Recorriendo los ámbitos principescos de Morones, me acordaba de esos miles de mártires asesinados con tormentos atroces, desollados vivos, arrastrados por camiones, bañados en gasolina y quemados vivos, colgados en los bulevares, expuestos a las mordeduras del tórrido sol y de los mosquitos llenos de heridas. Repasaba esa horrible tragedia, esos chavales asesinados, esas mujeres colgadas como tordos en los árboles de Colima, esas líneas telefónicas con racimos de católicos balanceándose a diez metros de altura […] Dos años bastaron, gracias al apoyo monstruoso de los Estados Unidos, para degollar al catolicismo.

24

Usmard Legros, Un homme… un chef, Léon Degrelle. Bruxelles: Rex, 1937, p. 99. Léon Degrelle, Mes aventures au Mexique. Louvain-Paris, Rex, 1933, p. 50; Legros, op. cit., p. 99. 26 Degrelle, op. cit., p. 54 y p. 59. 25

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Aseguraba haber visitado, “gracias a un alto funcionario de la Revolución”,27 la prisión de Toral y el muro ante el cual se hizo la ejecución. “Cuando me puse delante de esa trágica pared, no pude contenerme, y tuve que bajarme el sombrero. Tenía lágrimas en los ojos. Sin mediar palabra, los oficiales y yo, fuimos andando hasta la puerta de la prisión. Una vez allí, me metí corriendo en un taxi. Nunca he entendido por qué no me arrestaron en ese mismo instante”.28 Y otras muchas exageraciones más: He visitado todos los campos de batalla de los “Cristeros”, en compañía de esos jóvenes admirables, bronceados por el sol ardiente, endurecidos por las pruebas. Del Atlántico al Pacífico, a través de la sabana o de los desiertos, he hecho, en cuatro mil kilómetros, un emotivo peregrinaje. Siguiendo las pistas en las montañas, atravesando las arenas sin fin, donde no hay más que árboles desmedrados y, de vez en cuando, un esqueleto de caballo salvaje, he comprendido cuánto heroísmo necesitaron los “Cristeros” para luchar durante treinta meses, sin pan, sin armas, sin ambulancia, sin apoyo. […] Todo ese heroísmo no fue inútil, pues salvó el honor católico.29

Estos textos inverosímiles eran publicados en Le XXe Siècle junto a las primeras láminas de Tintín, casi uno al lado del otro. Más tarde, fueron recopilados en un volumen, bajo el título Mes Aventures au Mexique, con prólogo de Giovanni Hoyois (que, en absoluto, se jactará de ello después) e ilustraciones de Paul Wellens, por las Ediciones Rex, en cuya portada Mons. Picard había colocado imprudentemente a Degrelle. Tanto el periodista de Le Peuple, Frédéric Denis, como Charles d’Ydewalle, del periódico de derechas La Nation Belge, escribirán que este reportaje había sido “falseado” por completo y que Degrelle lo había elaborado a partir de habladurías y testimonios de segunda mano. Llegaron a decir, incluso, que nunca había estado en México y que había redactado sus artículos lejos de cualquier peligro, en Texas. La controversia existe aún… No conservamos más que dos documentos, extraídos por la justicia del domicilio de Degrelle, en 1944. Uno es un visado de entrada en México, con el nombre y la edad verdaderos de Degrelle; el otro, una carta en español dirigida a Degrelle, que se hospedaba en un hotel de El Paso, en la que un mexicano le decía conservar un excelente recuerdo de su encuentro… sin precisar dónde había tenido lugar. Lo más creíble, de todo lo que se cuenta en los brillantes e hiperbólicos textos del aprendiz de periodista, es que probablemente visitó México (pero, sin duda, sin encontrarse ni con Calles ni con Morones) y que recopiló tranquilamente lo que antiguos cristeros le contaban por 27

Íd., p. 58–59; Legros, op. cit., p. 101–102. Íd., p. 64–65. 29 Íd., p. 102. 28

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medio de intérpretes (ya que –en aquel entonces– no tenía ninguna noción de español).30 Ariscos adversarios de un León Degrelle, que entró más tarde en la arena política, afirmarán que el diputado socialista belga Louis Piérard (muy activo en los Pen Clubs) había aprovechado un viaje a México para buscar los rastros de su paso por el país y que el ministro de Bélgica en México, el conde de Romrée de Vichenet, decía estar convencido de que el joven periodista nunca había puesto los pies allí. Sin embargo, un reciente biógrafo de Degrelle, el funcionario de la Unión Europea Giovanni F. di Muro, afirma que el vizconde Charles Terlinden, célebre historiador de la Universidad Católica de Lovaina, de opinión muy derechista, pero enemigo declarado del movimiento político de extrema derecha Rex de L. Degrelle, le habría confesado personalmente que el conde de Romrée “se había quejado, en la época, de ese pelmazo del que se había tenido que ocupar la embajada, por los problemas que había causado durante su estancia”.31 Problemas, sin duda, poco apremiantes, ya que, según su propio testimonio,32 frecuentó más a los partidarios del gobierno que a los guerrilleros del Cristo Rey. Su biógrafo propagandístico, Usmard Legros, tras haber hablado de “reportaje importante” y haber reproducido numerosas páginas de este, dejará caer lo siguiente, en 1927: En el momento en que abandonó México, se encontró sin dinero. Sin embargo, gracias a su carácter espabilado, encontró a un director de revista americano que le pagó el elevado precio de su reportaje. Se marchó a los Estados Unidos y a Canadá, donde pasó algún tiempo [sic] y, más tarde, cogió el barco de vuelta a Europa. Este viaje le hizo mucho bien. Volvía lleno de proyectos ambiciosos y presunciones [sic].33

30

“Me volví a poner en marcha. De repente, un joven me coge del hombro. ¿Un policía? Un segundo más y lo tumbo de un puñetazo. Pero da la vuelta a la solapa de su chaqueta para mostrarme la insignia de la juventud católica mexicana, que llevaba escondida; y me dice en voz baja: ¿es usted Léon Degrelle? En México, los jefes católicos habían comprendido el cablegrama: amigo belga; Una pequeña foto, en un prospecto de mi obra Les Taudis era toda su información. Habían enviado a Veracruz a este guía que, entre mil viajeros, me había reconocido en plena calle. Allí todo estaba preparado para recibirme, protegerme, permitirme llevar hasta el final mi investigación. Había ganado el primer asalto […] Además, tenía toda la información. Los católicos me explicaron la horrible tragedia, me dieron la clave del conflicto…” (Degrelle, op. cit., p. 41–42). 31 Giovanni F. Di Muro, Léon Degrelle et l’aventure rexiste (1927–1940). Bruxelles: L. Pire, 2005, p. 16. 32 “He vivido con los revolucionarios, estudiado su fracaso agrario y social, visitado sus escuelas, sus prisiones, asistido a sus orgías, a sus desfiles, al agotamiento de su tiranía. En un gran baúl llevo setenta y dos kilos de documentos, ya puedo volver…” [sic] (Degrelle, op. cit., p. 80). 33 Legros, op. cit., p. 106.

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De regreso a Lovaina, a Degrelle le costará mucho acreditar su aventura, insistiéndole a Raymond De Becker, que se había convertido en redactor de L’Effort,34 para que se la publicara, antes de hacerlo él mismo.

Epílogo En México, el presidente Calles obtuvo por mediación de los Estados Unidos y del Vaticano, un cierto alivio teórico del conflicto con los Cristeros. En 1929, funda el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que pasará a llamarse, en 1938, Partido Revolucionario Mexicano (PRM) y, más tarde, en 1946, Partido Revolucionario Institucional (PRI). Al cabo de los años, Calles pasa de la revolución de esquema marxista, a posiciones más nacionalistas y, sobre todo, más conservadoras, pero sin renunciar, no obstante, a un anticlericalismo de principio y de combate, que va a empujar a algunos Cristeros a volver a tomar las armas por un breve período de tiempo, en 1934. El astro creciente de la “Revolución” es ahora Lázaro Cárdenas, nacido en Michoacán en 1895, que luchó contra Huerta cuando apenas había dejado de ser un adolescente, y fue uno de los partidarios y protegidos de Obregón, el cual hizo de él un general del ejército regular en 1928. Bajo la segunda presidencia de Calles, será gobernador de Michoacán, de 1928 a 1932, donde practicará reformas sociales y económicas audaces. Aunque era presidente del comité ejecutivo del PNR de Calles, se apoyaba fundamentalmente en la CTM, Confederación de Trabajadores de México, poderoso sindicato de orientación marxista fundado en febrero de 1926. Su ascenso resulta arrollador: ministro del Interior en 1931, de Defensa en 1933 y presidente de la República en 1934. Acelera la distribución de las tierras a los campesinos (30 millones de hectáreas en propiedad comunitaria en 1940), la nacionalización de las empresas extranjeras, incluidos los ferrocarriles (junio de 1937) y, más tarde, la pura y simple expropiación de las compañías petroleras angloamericanas, en marzo de 1938. Además, proporcionó un total apoyo 34

“Léon Degrelle vivía también en la casa [los locales de la ACJB en el no. 48 de la calle Vital Decoster, en Lovaina, FB]. Ocupaba una especie de gran habitación abuhardillada donde entré, por primera vez, cuando volvió de México. Quería hablarme de su viaje, en aquel entonces muy discutido, y convencerme para que hiciera algún comentario en L’Effort, que se había convertido en el periódico de la J.I.C.  En su habitación reinaba un completo desorden; los libros y los dossiers se entremezclaban con calcetines y camisas; la cama estaba sin hacer y no había vaciado el orinal; tenía una angina y los labios y la lengua se le habían puesto azules por el gargarismo. La atmósfera en la habitación era irrespirable. Pero en ese olor a cerrado y a medicamentos, Léon Degrelle hablaba sin parar, contaba su aventura, se animaba, la recreaba desde el principio y con un entusiasmo realmente convincente. Visiblemente, no se había ocupado más que de lo que quería y no se aplicaba a nada de lo que pasaba a su alrededor si no concernía a sus objetivos…” (Raymond De Becker, Le Livre des Vivants et des Morts. Paris-Bruxelles: Toison d’Or, 1942, p. 71).

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político y material a los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Calles se vio obligado a exiliarse en California hasta 1941, al oponerse a la rapidez de tales reformas. Cediendo el poder a Ávila Camacho en 1940, para respetar la Constitución, Cárdenas se convertirá en ministro de Defensa (1942–45) y comandante en jefe del ejército y empujará a México a declarar la guerra a las potencias del eje (enviando a aviadores mexicanos al Pacífico). Obtendrá el Premio Stalin de la Paz en 1955. El resto de partidos políticos no estaban prohibidos, pero el PRI obtendrá una mayoría colosal en cada elección, hasta el punto de que se podía definir a México como una “democracia de partido único”. ¿Revolución?, ¿Ha dicho Revolución?

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La izquierda francesa y la Revolución mexicana Alexandre Fernandez1 Universidad de Burdeos 3-CEMMC

¿Cómo la izquierda francesa percibió la Revolución mexicana? La consulta de las actas de los congresos anuales tanto del Partido SocialistaSFIO como del Partido Radical no revela ninguna referencia a los acontecimientos mexicanos, lo cual demostraría, de manera indirecta, que esta revolución americana no estaba en el centro de las preocupaciones de los militantes de ninguno de los dos partidos. En cambio, las páginas dedicadas a L’Humanité –diario de la SFIO– y a Hommes du jour –revista semanal bretona de tendencia radical– en la tesis de Meledj Niagne titulado L’image de la Révolution mexicaine de 1910 a 1920 à travers la presse française (1987, 1993), proporcionan una documentación relativamente abundante y bastante fecunda: según los cálculos del autor, México ocupa el 17,4% de la superficie redaccional dedicada a asuntos exteriores, lo cual no es nada despreciable. Sin embargo, en la Encyclopédie socialiste, syndicale et coopérative de l’Internationale ouvrière, publicada en 1913, apenas hay media docena de páginas in-folio dedicadas a México (Compère-Morel 1913: 611–617).

I. Seguro que la izquierda francesa se alegró de la caída de Porfirio Díaz, ya que su prensa, por ejemplo, muestra toda consideración hacia Francisco Madero. Sin embargo, considerando que L’Humanité no puede disponer periodistas sobre el terreno y que la mayoría de los artículos redactados en el diario sobre México vienen firmados por un socialista… español que vive en París: Faba Ribas, ¿podían los recursos disponibles, así como la formación de sus periodistas y de sus militantes permitirle a la izquierda francesa captar los intereses que estaban en juego y el sentido de esa revolución que era, en muchos aspectos, insólita para ellos, tanto por su forma como por la personalidad de sus actores principales? 1



Traducido por Marie Vandermeulen e Irene Mateo Herrero.

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¿Se puede distinguir la actitud de la izquierda francesa de lo que sería la actitud francesa general? Así es si se compara con la de la prensa conservadora francesa2 o con la adoptada por los representantes diplomáticos en la Ciudad de México y por los intereses franceses en México.3 Por parte de la izquierda no hay ninguna descripción apocalíptica, ningún relato espantoso sobre las exacciones hechas por jefes de pandillas incultos y repugnantes, a la cabeza de verdaderas hordas que aterrorizan a la gente honesta y que dejan tras de sí una estela de devastación.4 Compère-Morel (1913) basa explícitamente su evocación del México anterior a la Revolución en los textos sobre México bárbaro que John Kenneth Turner había hecho aparecer en American Magazine casi tres años antes y de los que acababa de publicarse una traducción parcial al francés. Opina que, para la izquierda, la ferocidad de México era la de la dictadura de Porfirio Díaz. Tanto L’Humanité como Les Hommes du jour afirman que la reelección de Díaz sólo fue “pura comedia”. Bajo este punto de vista, y sin ninguna restricción de ningún tipo, la insurrección de noviembre de 1910 era totalmente legítima. Después de la toma de Ciudad Juárez, L’Humanité, entusiasta, proclama: “En México ¡triunfan los revolucionarios!” Algunos días más tarde, el diario da cuenta de la entrada triunfal de Francisco Madero en México (Niagne 1993: 260). Pero ¿cuál es la naturaleza y el contenido de esta revolución? De entrada, L’Humanité tomó la precaución de disipar ante sus lectores la imagen de santo laico que la prensa de la izquierda “burguesa” había dado de Francisco Madero. Independientemente de sus cualidades humanas, Madero no sólo es un representante de la burguesía y, como tal, sospechoso, sino que el contenido de clase de su acción se hizo evidente desde los primeros días del ejercicio de su poder en México. Si tomamos la precaución de apartar al propio Madero de la acusación, el titular del 8 de junio de 1910 anuncia: “Los partidarios de Madero fusilan” a los que el diario 2



3

4



El estudio de M. Niagne trata también de Le Temps, L’Illustration, Le Petit Journal. Por una parte Pierre Py (1991) demuestra cómo estos intereses han podido influir en las apreciaciones y los informes enviados por los diplomáticos y, por otro lado, cuánto –si excluimos el maderismo de uno de los consejeros de Embajada– aquella Francia apoyó en su mayoría primero a Díaz y luego a Huerta: “Madero seguía obstinadamente un camino equivocado. De ahora en adelante la pacificación va a buen paso. Me parece, pues, que en la actualidad los capitales tienen que estar pendientes de lo que ocurre aquí. México tiene una gran capacidad de recuperación; es un país rico que no tendría rival a poco que un gobierno enérgico –un poco como el de Porfirio Díaz– lograra canalizar las ambiciones políticas y los excesos de democracia que acumulan las ruinas desde hace dos años” (el cónsul al Ministro de Asuntos Exteriores, el 1 de marzo de 1913, 1991: 96). De aquí en adelante hemos traducido las citas del francés. Zapata es descrito por el cónsul como un “hombre inculto, de malos antecedentes, tiene bajo su orden a casi todos los delincuentes que han escapado de las cárceles durante la revuelta” (ibíd.: 57).

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se complace en llamar “comunistas libertarios”. Bajo esta denominación, el diario se refiere a Flores Magón y a sus partidarios. Estos últimos, comprometidos desde hace mucho con la lucha contra Díaz, sin ninguna relación con la revolución maderista, habían intentado instaurar una república de inspiración más o menos socialista y más o menos libertaria en Baja California. Frente a la represión maderista, parecen poder contar con la simpatía del diario socialista. L’Humanité publica un extracto muy largo del manifiesto de Flores Magón y hasta el otoño de 1911 se hace eco de los textos y de las tomas de posición de Regeneración. Esta simpatía duró mucho, hasta cuando, según L’Humanité, la ruptura de Flores Magón con el partido socialista de Estados Unidos demuestra la inmadurez del movimiento magonista: Porque si es cierto que una parte del pueblo mexicano, la más atrasada, la que sueña con volver al estado de civilización más primitivo –el único que conoce– los sigue, el proletariado se encuentra con la imposibilidad de hacer lo mismo, porque las fuerzas de opresión de la burguesía –de la burguesía internacional– son demasiado grandes para permitir su expropiación parcial en el territorio de una sola nación. La actitud de Magón y de sus compañeros no está desprovista de belleza ni de heroísmo. Pero, ¡por desgracia!, los idealistas y los soñadores no siempre son los mejores revolucionarios. Por nuestra parte, preferiríamos ver a Magón y a sus hermanos de lucha sacrificarse como revolucionarios que saber que van corriendo hacia un martirio inútil.5

Más que de un cambio de tono, en realidad se anuncia aquí un viraje con respecto a la apreciación política que se hace de los magonistas. Si para Fabra Ribas se trataba entonces de “valientes iluminados”, dos años después Compère-Morel será más expeditivo ante Magón y sus compañeros, a los que califica de “espíritus quiméricos” sin ninguna “cultura teórica”, anarquistas cuya acción, al fin y al cabo, ha sido “nefasta” (Compère-Morel 1913: 613). L’Encyclopédie socialiste reprocha a los magonistas su activismo –la tentativa de crear un “territorio libre” en Baja California sólo se considera como una manifestación de esta incultura y como señal y consecuencia del retraso social y político que, desgraciadamente, iba a caracterizar a demasiados revolucionarios mexicanos. En efecto, ¡no nos engañemos! Aunque “cierto número” de socialistas participan en esta revolución –Compère-Morel da a conocer a sus lectores los nombres de Gutiérrez de  Lara y de Juan Sarabia, acompañado este último de una bonita fotografía cuyo pie dice “socialista mexicano”– ¡la Revolución mexicana no se puede interpretar como una variante de la revolución mundial socialista! (ibíd.). Probablemente no sea necesario decirlo, pero más vale hacerlo. ¿Se trata entonces de una 5



L’Humanité, 29 de agosto de 1910, citado en Niagne 1993: 267.

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La Revolución mexicana

revolución burguesa democrática (una categoría de análisis históricopolítico que los lectores de Compère-Morel saben identificar)? Es difícil decirlo: el movimiento revolucionario constó, a partir del año 1907, de “elementos muy diversos”, de “demócratas con concepciones todavía imprecisas” más o menos agrupados en el partido liberal, pero “dirigidos por Francisco Madero, un gran propietario” (ibíd.). Una vez destruida la oligarquía del antiguo régimen, el camino entre el liberalismo burgués y el aventurerismo anarquista seguiría siendo estrecho para el socialismo en México. Sin embargo, el profundo progresismo ideológico de los socialistas franceses, construido según la idea de perfectibilidad heredada de la Ilustración, domina cuando se trata de evocar a “los socialistas, especialmente a Sarabia”. Por una parte, sin duda, hay que reconocer que nos “faltan elementos para apreciar la importancia y la acción del partido socialista mexicano”. Pero por otra parte, se debe acreditar a estos socialistas mexicanos el hecho de haber “aceptado en gran medida al nuevo régimen” (íd.: 614), es decir, el del gobierno de Madero, cuya índole burguesa había sido señalada por L’Humanité algunos meses antes. Se trata de una dialéctica sorprendente por parte de los socialistas que hace que los que quieren hacer una revolución social valoren positivamente a los que eligen sumarse al orden burgués a condición de que éste sea democrático. Es probable que el conflicto de influencia entre socialistas y anarquistas dentro del movimiento obrero, tanto en Francia como en todo el mundo, explique este análisis llevado a cabo por alguien que se sitúa entre los socialistas franceses más moderados. Precisamente, son estos “moderados” del socialismo francés los que confieren al progresismo toda su “progresividad”, profundamente “evolucionista”. Para ellos es impensable que se acelere el curso de la historia mientras las condiciones no sean apropiadas. Se trata de un evolucionismo optimista que raya la obcecación: “En todo caso, no parece dudoso que, bajo la presión de la evolución económica y de la influencia del gran movimiento socialista vecino de Estados Unidos, una organización seria de la clase obrera mexicana tan explotada se forme tan pronto y se extienda rápidamente (ibíd.). Este evolucionismo demuestra una vez más una desconfianza tenaz hacia las capacidades de los mexicanos, aunque sean revolucionarios y que tengan unos prejuicios apenas implícitos.

II. Estos prejuicios y la incapacidad para entender los retos de la Revolución mexicana dan un tono particular a las lamentaciones sobre las divisiones de los revolucionarios. 54

La izquierda francesa y la Revolución mexicana

Uniéndose, los revolucionarios habrían podido resolver la cuestión agraria, poniendo en marcha sus acciones contra los propietarios de los latifundios. No han sabido o no han querido hacerlo y, por lo tanto, son los primeros responsables de la ruina que amenaza al país que pretenden salvar. (Fabra Ribas, L’Humanité, 15 de julio de 1912)

He aquí un curioso reproche dirigido a los revolucionarios mexicanos por un socialista europeo, mientras que no parece que L’Humanité o Les Hommes du jour hayan evocado la publicación del Plan de Ayala. Se trata de una lección basada en la ideología de la unidad revolucionaria que es comprensible si la dan los radicales, siempre rápidos en comparar todo con la Gran revolución francesa (y para quienes “la Revolución es un bloque”). Sin embargo, es más sorprendente por parte de los socialistas que deberían, si no entender todos los retos de la lucha de las clases en el México revolucionario, por lo menos proponer un análisis que vaya más allá de la simple contraposición de algunos latifundistas a todo un pueblo completamente cosificado. Es probable que el golpe de estado de Huerta y el asesinato de Madero a manos de este último permitan parecer reunir a los revolucionarios en contra de los reaccionarios por un tiempo. La izquierda francesa se encuentra, por lo tanto, más cómoda.6 ¿Qué puede hacer la izquierda francesa por la Revolución mexicana? Seguramente, presentar a Huerta como un (in)digno sucesor de Díaz, como el secuaz de la reacción mundial, de las grandes compañías, de la prensa conservadora de París y de Londres, de los hombres de negocios franceses y de la City, de los gobiernos alemán, francés, británico y de las oligarquías financieras y políticas de América Latina. Apoyar la “lucha histórica del pueblo mexicano”, dar cuenta de las manifestaciones de solidaridad de la prensa y de los partidos socialistas, de las reuniones de apoyo en toda Europa y en América Latina (Niagne 1993: 347 y siguientes). En contra de la gran prensa muy hostil a los revolucionarios –quienes son asimilados a los bandidos de Pancho Villa (recordemos la campaña particularmente violenta en julio de 1914 después de que Tomás Urbina ejecutara a franceses simpatizantes con Huerta)–, en contra de los círculos financieros (el Comité internacional para la protección de los tenedores de valores mexicanos por un lado; Horace Finally y el Banco de París y de los Países Bajos, por otro lado), distinguiéndose de las prórrogas de un gobierno solidario con los británicos favorables a Huerta, el apoyo de la izquierda socialista a la Revolución relanzada por Venustiano Carranza es claro. Es verdad que en abril de 1913 se instaló en París una representación de la 6

Aunque Hommes du jour, pendiente de la retórica anti yankee de Huerta, hubiera dudado en un primer tiempo si desquitarse totalmente con él.

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Junta Constitucionalista que publica un folleto titulado La Révolution au Mexique. Se trata de hacer frente a la publicación La question mexicaine et les intérêts français, que apoya la concesión de un préstamo francés al gobierno de Huerta. Quiere demostrar, en contra de este punto de vista apoyado por la prensa financiera, que Francia y los capitalistas franceses no deben tener miedo de la victoria esperada de Carranza y que, muy al contrario, el mantenimiento de Huerta en el poder sólo tendría como resultado la exasperación y la radicalización de la Revolución. Para los revolucionarios mexicanos, es la izquierda francesa la que está en las mejores condiciones para defender su causa: el diputado socialista Périssoud es abordado por José de Vasconcelos y como consecuencia de una interpelación en la Cámara que hizo Périssoud el 30 de julio de 1913, los delegados de la Junta consiguen un encuentro con el Ministro de Hacienda, Charles Dumont. Este último parece convencido y asegura, después de declarar que Francia no puede dar su apoyo a asesinos y tiranos, que los bonos de deuda Huerta no cotizarían en la Bolsa de París y que ya no saldría dinero de Francia para financiar al ejército de Huerta. Ahora bien, todavía en el mes de octubre, con el fin de conseguir esta suspensión de los préstamos, la Junta vuelve a hablar con Périssoud. Pero esta vez, los partidarios de Huerta levantan un verdadero dique contra otra interpelación posible por parte de Périssoud. Es el ex Presidente provisional Francisco De la Barra quien se encargará de conseguir personalmente que su amigo Léon Bourgeois, Ministro de Trabajo y dignatario político y moral del partido radical, disuada a Périssoud de tomar cualquier otra iniciativa parlamentaria (Py 1991: 112–125). En otras palabras, la izquierda francesa partidaria de la causa de los revolucionarios mexicanos (de manera global, los socialistas) no ha podido hacer mucho a su favor. Aparte de algunas declaraciones que mezclaban consideraciones morales y toma de posición político-ideológica, cualquier acción política concreta –la que podían intentar llevar a cabo los parlamentarios por ejemplo– fue contrarrestada… del modo más eficaz posible por la otra facción de una izquierda francesa (de manera global, los radicales) que estaba, en general, sorprendida o indiferente ante la suerte de México y de los mexicanos. Después de la caída de Huerta, el Doctor Atl, quien había sido uno de los miembros de la representación de la Junta establecida en París, jefe de la sección de información de Carranza, manda un telegrama al Matin, como símbolo de esta gran prensa que hay que convencer de que los revolucionarios mexicanos no son bandidos, y a L’Humanité, indudablemente y más que nunca el diario francés más benevolente: “Importancia social de la revolución constitucionalista desconocida en Europa. Importante interés espíritu francés conocer estado real de México” (Py 1991: 165). 56

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Ahora bien, se entiende que, a partir de 1914, y con más razón, a partir del mes de agosto, la prensa, aun la prensa de izquierdas, no detiene su atención en la Revolución mexicana. La entrada de Zapata y de Villa en México fue apenas anunciada por un simple telegrama (Niagne 1993: 429). Sin embargo, la relación precisa hecha por Niagne muestra que México todavía ocupa un pequeño lugar en las columnas de los periódicos. Pero ahora el tema se trata con abulia, incomprensión e incluso exasperación. Después de la caída de Huerta, los titulares presentan las tomas de posición de los diferentes actores como simples “cambios de alianzas”, a los cuales se pretende no poder encontrarles sentido. Las lamentaciones sobre la nocividad de las divisiones intestinas vuelven a aparecer: ¡qué pena que no consigan ver cuáles son sus intereses comunes! La tentación de oponer lo que algunos se complacen en calificar de diferentes “facciones”, entre otros foros en Les hommes du jour, está clara. La irritación se tiñe de cierto desprecio hacia esos hombres tan diferentes de los europeos y, en el fondo, tan parecidos los unos a los otros –¡hasta tal punto que la leyenda de una fotografía confunde a Villa con Carranza!– en su ceguera política, su obstinación militar y su fascinación por la muerte. Precisamente, cuando se habla de Pancho Villa, es sobre todo para comentar sus líos con ciudadanos británicos o con el ejército de los Estados Unidos. Les Hommes du jour le dedicará algunos artículos largos en el momento de la ejecución de Berton o de la expedición de Columbus. Les Hommes du jour prefiere a Álvaro Obregón, auténtico hombre de Estado ante los ojos del periódico, al semi-desesperado Villa, cuyo título de general es motivo de burla. Para L’Humanité Villa es probablemente un verdadero revolucionario; se recuerda a menudo que ha apoyado a Madero desde el comienzo y que le ha permanecido fiel; pero, por lo que se ve, su pasado de bandido pone en un aprieto a los redactores de los artículos: Niagne subraya cómo la fotografía publicada con motivo del caso Berton en la que los dos personajes aparecen uno al lado del otro no aboga a favor del revolucionario mexicano (íd.: 297). Si, contrariamente a la opinión corriente –y, quizás, exclusiva– de la prensa francesa, Zapata no es para L’Humanité el jefe de una pandilla de bandidos sanguinarios, a pesar de todo el diario se complace en subrayar –sin aportar ningún documento justificativo que apoye su apreciación– la falta de cohesión del zapatismo. Puede que considere que la violencia de los revolucionarios sólo es una respuesta a la mayor violencia de Porfirio Díaz y, luego, de Huerta (íd.: 210). De hecho, se nota que lo que más molesta a los redactores del diario socialista es el uso de la violencia. En efecto, quizá sea precisamente esta obstinada negativa de abandonar las armas la que tanto molestó a los socialistas franceses, desde L’Humanité hasta Compère-Morel. Este último resuelve sencillamente el tema evitándolo: mientras que dedica una parte substancial de la reseña 57

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a recusar el anarquismo de los hermanos Magón, no menciona aquella insurrección zapatista que, en el sur, rechaza con las armas cualquier acomodamiento con el nuevo régimen. Para estos socialistas franceses del nuevo siglo, la revolución ya no puede ser armada, ni en Latinoamérica ni en cualquier otro lugar. Una vez pasado “el acontecimiento revolucionario” destructor del antiguo régimen, se trata de comprometerse en el largo camino de las realizaciones progresivas a partir de la victoria electoral preparada por el partido, y de las mejoras sociales obtenidas por los sindicatos. Ahora bien, tanto para estos reformistas, que constituyen la mayoría del partido, como, de hecho, para la izquierda revolucionaria, el componente proletario de la Revolución mexicana es difícil de entender. Entre burgueses y pequeñoburgueses por un lado y campesinos por otro lado –todos revolucionarios y todos armados– ¿dónde están los obreros? Están en Puebla, en Veracruz, en la Ciudad de México, donde se creó el Círculo Mundial del Obrero en julio de 1912, el cual fue objeto de un informe muy corto en L’Humanité. ¿Cómo dar cuenta, en 1915, de la lucha armada de los obreros de los Batallones Rojos que apoyaban a Carranza contra las tropas de Villa, estando claro que no se trata de obreros “amarillos”, pagados o engañados por los reaccionarios, sino precisamente de militantes de la causa proletaria mundial? Se entiende que los redactores del diario hayan preferido –en el momento en que las batallas de la Gran Guerra causaban estragos– no plantearse este tipo de pregunta.

III. La incomprensión de la Revolución mexicana por parte de la izquierda francesa y, sobre todo, por parte de los socialistas, no nace esencialmente de un eurocentrismo visceral. Desde luego, no se trata de negar este eurocentrismo, ampliamente difundido en aquella época y del cual hemos mencionado algunos rasgos. Sin embargo, bajo el punto de vista de los socialistas, por lo menos, había que contrarrestarlo –y de hecho, a menudo, lo era– por el internacionalismo. Incluso antes del viaje de Jean Jaurès a América del Sur,7 los socialistas franceses habían mantenido relaciones intensas con sus compañeros brasileños, argentinos o uruguayos.8 7



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Hace poco se publicaron los textos de las conferencias que Jaurès presentó desde julio hasta octubre de 1911 en Brasil, Uruguay y Argentina (2010). Sin embargo, José Blanc señala: “Lo entendemos si nos colocamos bajo el punto de vista de los camaradas sudamericanos que quieren incorporar su acción y su pensamiento a un movimiento socialista internacional todavía muy eurocentrista […] pero ¿qué interés tienen los europeos? ¿Qué forma y qué contenido puede tener una revolución proletaria en cualquiera de esos países oligárquicos en estado embrionario? Y ¿cuál es la contribución para el movimiento proletario internacional?” (1996: 63).

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Disponían, además, de medios conceptuales para analizar los acontecimientos argentinos de 1909 o las reformas de Battle en Uruguay: esto atañe a una “evolución coordenada” según la fórmula que el propio Jaurès empleaba ante su público americano. ¿Una “experiencia Madero” lograda habría permitido incluir a México en una categoría de análisis más clara? Sea como fuese, sin duda hubo una incapacidad propiamente política para entender las apuestas fundamentales de la Revolución mexicana y para captar las formas específicas que revistió la lucha de clases en México. Para estos hombres –de los cuales muchos llegaron al socialismo por el republicanismo avanzado (al igual que Jaurès) más que por las seducciones de la herencia revolucionaria de tipo blanquista– revolución armada significaba aventurerismo. En otro nivel, ¿cómo puede un partido proletario apoyar a los zapatistas, cuyo programa político se reduce a la tierra para los campesinos?; ¿cómo puede un radical o un socialista ateo entender a estos hombres que van al combate con el estandarte de la Virgen de Guadalupe? Habrá que esperar mucho tiempo y a un contexto muy diferente, el del tercermundismo, para que la izquierda francesa pueda ver en la Revolución mexicana una forma de expresión revolucionaria auténtica: en el volumen Amérique latine de la serie de obras titulada Les grands révolutionnaires, entre Bolivar y Martí, por una parte, y Castro y Allende por otra, Zapata es el objeto de unas ochenta páginas bastante benevolentes… El título Les hommes à cheval (Los hombres a caballo) (1978) consagra el romanticismo revolucionario para los lectores europeos, ¿pero también hace justicia a lo que fue la Revolución mexicana?

Bibliografía Blanc, José, “Individu, société et transcendance à travers les conférences de Jaurès à Buenos Aires”. En: Cahiers Jean Jaurès, no. spécial Jaurès, l’Amérique latine et la latinité, actes du colloque de Castres (1992), no. 139, 1996, 61–84. Compère-Morel, Adéodat (dir.), Encyclopédie socialiste, syndicale et coopérative de l’Internationale ouvrière. París: Aristide Quillet, 1913. Debray, Régis, Les grands révolutionnaires, vol. 8: Les guerilleros à l’assaut du pouvoir. Les feux de l’Amérique latine. Romorantin: Editions Martinsart, 1978. Jaurès, Jean, Discours en Amérique latine 1911. París: Bruno Leprince, 2010. Niagne, Meledj, L’image de la Révolution mexicaine à travers la presse française. Lille: ANRT, 1993. Py, Pierre, Francia y la Revolución mexicana, 1910–1920, o la desaparición de una potencia mediana. México: Fondo de Cultura Económica, 1991.

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¿Pudo el zapatista hablar? Álvaro Ceballos Viro y Alberto Diestro Zorrilla Universidad de Lieja

La imagen de la Revolución mexicana que se difundió en España ha sido estudiada, entre otros, por Almudena Delgado Larios, Joaquín Beltrán y Rosario Sevilla Soler. Teniendo en cuenta dichos trabajos, se analiza aquí fundamentalmente lo publicado por el diario republicano radical España Nueva entre febrero de 1913 y abril de 1915. Nuestro estudio se detiene en la variada casuística que rodea la construcción del discurso sobre los revolucionarios mexicanos, y conduce a consideraciones generales acerca de las contradicciones de la documentación periodística en aquella España. Son varios, y aun muchos, los trabajos consagrados a la recepción de la Revolución mexicana en la prensa española de la época. Joaquín Beltrán (2004 y 2007) ha revisado El Socialista y constatado que defendió el gobierno de Carranza porque proponía una reforma del estado oligárquico análoga a la que el PSOE deseaba para España. También ha hecho calas en La Vanguardia, Las Noticias, El Imparcial, Carbayón, El Diluvio y El Cantábrico. Rosario Sevilla Soler, por su parte, ha estudiado los ecos de la Revolución en la prensa sevillana (2005). Es, sin embargo, Almudena Delgado Larios quien con mayor sistema y empeño ha revisado cabeceras de vario signo político, desde el diario monárquico ABC hasta el periódico anarquista Tierra y Libertad, pasando por El Debate, El Sol, El Socialista, el semanario España o La Unión Ibero-Americana. Sus investigaciones han dado lugar a trabajos de distinto tipo, que comprenden análisis del discurso y el estudio de la representación de los revolucionarios en los distintos medios. Una de sus principales conclusiones es que la imagen y la valoración de la Revolución [en España] se vio en gran medida determinada por su propio proyecto de Estado para resolver la crisis del régimen español. Si para los reformistas y los socialistas, el régimen porfiriano y el régimen de la Restauración podrían ser equiparados por la presencia de problemas y de “vicios” similares –el latifundismo, el caciquismo, la falta de libertades y el poder de la Iglesia–, la Revolución Mexicana era el 61

La Revolución mexicana

p­ rolegómeno de la revolución que esos mismos liberal-izquierdistas, junto con los anarquistas, soñaban para España (1993: 16).

El objetivo de nuestra contribución no es en modo alguno polemizar con trabajos tan solventes y metódicos como los que acabamos de citar, sino únicamente aportar uno u otro dato complementario a partir de alguna fuente menos explorada, y plantear ciertas reflexiones de fondo que nos parecen interesantes en el marco de esta publicación. Almudena Delgado Larios advirtió la inesperada capacidad de muchos de los comentaristas españoles de principios del siglo XX para discernir y discriminar las diferentes tendencias y objetivos dentro de la larga y complicada Revolución mexicana: “La coexistencia –escribe– de tendencias destructoras, pacíficas, reformistas, legalistas o anárquicas, fue percibida de forma inmediata por la prensa española” (1993: 63). Puede que sea así, pero conviene reparar en lo viciadas que estaban a veces las fuentes de información de esos comentaristas, y la incongruencia entre la línea editorial de algún periódico y el tipo de opiniones que (consciente o inconscientemente) generaba sobre el conflicto transatlántico. En ese contexto nos parece ejemplar el caso de España Nueva. Dicho diario fue fundado en 1906 por el republicano radical Rodrigo Soriano como un medio de promocionar la Solidaritat Catalana desde la capital española (Gómez Aparicio 1974: 287). El periódico sobreviviría a la propia asociación catalanista, y se caracterizaría por su tono populista y bullicioso, por su violenta oposición al republicanismo llamado ‘antisolidario’ de Alejandro Lerroux y de Vicente Blasco Ibáñez y, en su fase final, por un incomprensible giro germanófilo (parece que los servicios diplomáticos alemanes compraron su opinión). Los párrocos de algunos pueblos llegaron a prohibir su venta, o al menos abogaron en ese sentido. Periódico, pues, de una izquierda antidinástica, inclinada a la coalición republicana, pero tampoco exactamente obrerista. De él proceden casi todos los ejemplos que vamos a comentar en las páginas siguientes. Más concretamente, nos centraremos en el análisis de las noticias relativas a México que España Nueva publicó durante el periodo más febril de la Revolución, desde 1913 hasta la victoria de los constitucionalistas en 1917.

I.  Fuentes extranjeras La información sobre México publicada en España Nueva es mucha y frecuente, aunque –como veremos– no siempre relevante. Con frecuencia se incluye en secciones cuyo título contradecía la seriedad del tema: “Los países inquietos”, “Lo de Méjico” e incluso “El ‘fregao’ mejicano”. Ahora bien, en cuanto empezó a haber bajas españolas, los titulares y las secciones recuperaron la compostura para hablar de “La revolución en México” o de “La barbarie mejicana”. 62

¿Pudo el zapatista hablar?

La mayor parte de lo publicado consiste en eso que se llamaba entonces ‘suelto’ o ‘gacetilla’: una información generalmente anónima y copiada de otros medios, o hinchada con imaginación a partir de telegramas de agencia. Los sueltos de España Nueva sobre la Revolución mexicana, firmados casi siempre por una C mayúscula, se anunciaban con excesiva grandilocuencia como envíos “de nuestro corresponsal”; y cabe hablar de grandilocuencia porque ese corresponsal no mandaba sus contribuciones desde Veracruz, ni desde Tampico, ni desde Zacatecas, sino que transcribía informaciones de periódicos franceses, ingleses y estadounidenses, y confeccionaba con ellas sus despachos. De París recibía Le Temps, Le Matin y Excelsior; de Nueva York, el New York Herald, The New York Times y World, que son citados de manera profusa y, seguramente, más a menudo de lo admitido. El carácter defectuoso e indirecto de la documentación fue denunciado por el presidente de la Cámara de Comercio española de México, quien en abril de 1914 le envió al presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Miguel Moya, una carta en la que denunciaba “lo extraviada que está aquí [en España] la opinión respecto á los sangrientos sucesos que se están allí desarrollando [en México], pues que todas las informaciones telegráficas que llegan á España tienen procedencia yanqui y, por consiguiente, son tendenciosas”.1 Ya antes de esa fecha, en febrero de 1913, Alfredo Rivera había denunciado en El Imparcial a “Estados Unidos, por cuyo tamiz pasan las noticias que llegan á Europa, amañadas y tergiversadas”.2 Los Estados Unidos eran efectivamente juez y parte en el conflicto mexicano, y las informaciones difundidas por sus medios carecían de la deseable imparcialidad. Así lo ilustran varias caricaturas publicadas en España Nueva, reproducidas en anexo a este artículo. En la primera de ellas, Estados Unidos es representado por un elegante capitalista que ofrece a los revolucionarios dinero y armas para que puedan seguir llevando a cabo su campaña de destrucción de infraestructuras. Curiosamente el caricaturista o el rotulista atribuyen a Pancho Villa los rasgos de Venustiano Carranza. En la esquina inferior izquierda pueden apreciarse los yacimientos de petróleo que el gobierno de Wilson codiciaba. En la misma sintonía ha de entenderse la gacetilla en verso que Luis de Tapia había publicado en España Nueva el 24 de febrero de 1913: En Méjico, lector mío, sigue el lío. Contra Huerta luchan fieros mil guerreros. 1



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Reproducido en España Nueva, no. 2.872, 17 de abril de 1914. Alfredo Rivera: “La situación en Méjico”, El Imparcial, no. 16.521, 22 de febrero de 1913, s.p. [1].

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Orozco su plan combina… ¡Caspitina! Figueroa quiere coles… ¡Caracoles! Zapata también aprieta. ¡Zapateta! Generales y bandidos, reunidos, luchando están por el mando. Tras combates tan reñidos, ¿quién saldrá allí, al fin, ganando?… Pues… los Estados Unidos.

II.  Testigos españoles y situación de la colonia Pero no sólo de traducciones y telegramas se nutría la opinión de España Nueva sobre el conflicto mexicano. Gran atención y varias columnas se concedieron a los relatos de aquellos españoles que iban regresando de México y que, con independencia de las tareas que hubieran desempeñado en aquel país, ejercían en la península de testigos fidedignos. Con frecuencia desempeñaban estos españoles profesiones más bien folklóricas, y hubieron de interrumpir sus giras en Norteamérica porque sus contratos habían sido rescindidos a causa de lo crítico de la situación. Entre ellos se contaban matadores como Manuel Bienvenida o Francisco Martín Vázquez, cuyo testimonio transcribe España Nueva conservando su pronunciación ceceante, yeísta y apocopada: Zí, zeñó; los zapatistas les dicen, porque er jefe e la partía e un ta Zapata. Zon patrulla de bandido que, según ze decía no zon partidario de naide, zino que z’aprovechan de la revolución pa robá y matá á manzarva, entrando á zaqueo por los poblaos y haciendas, y ar que pillan á mano lo liquidan ezcapao. Y han hecho brutalidae. ¡Jozú! Zi pillaban mujere y niño, á ellas las degoyaban y á la enfelice criatura las tiraban por el arto y las prendían en er aire con las bayonetas é lo fuzile.3 3



“La revolución de Méjico como la han visto un primer actor y un primer espada”, en España Nueva, no.  2.467, 6  de  marzo de 1913. Unas semanas antes, el mismo torero había enviado desde Veracruz el siguiente telegrama: “Suspendidas corridas de toros.  //  Logro embarcar sano salvo vapor ‘Cristina’ regresar España. Zarpamos mañana. En Méjico monumental revolución. Sangrientos combates calles. Muchos muertos y heridos. Compañeros hállanse refugiados capital”; así lo publicó España Nueva, no. 2.451, 18 de febrero de 1913. Agradecemos a Juan Pellicer su ayuda en la identificación de los espadas mencionados.

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Igualmente ejercieron de improvisados corresponsales los banderilleros Machaco, Cantimplas y Camará, o los actores Ricardo López González, Luis Vinder, Manuel Saco León y Enrique Borrás.4 Este último, en una entrevista publicada el 6 de marzo de 1913, decía lo siguiente: “A mí me ha parecido todo aquello[,] más que una verdadera protesta del pueblo, un reto de un caudillo contra otro caudillo; una lucha personal de dos señores feudales que dirimían una contienda, entre la indiferencia de la masa neutral”. El testimonio, escueto y probablemente injusto como es, difiere de la percepción más difundida de la revolución, de acuerdo a la cual el reino de la anarquía habría dejado poco espacio para la normalidad civil, para la neutralidad y aun para la indiferencia. Unos meses después, España Nueva convocaba el testimonio de un “caballero montañés”, recién repatriado, que ya se había publicado en el periódico santanderino El Cantábrico (por cierto, de filiación también republicana). Testigo de la toma de Torreón, el cántabro anónimo refiere los saqueos de que han sido víctimas los españoles asentados en aquella ciudad. En su relato, Francisco Villa es el “jefe de aquella tropa borracha de odio, desenfrenada”, “que tiene algo de sultán, pues se ha casado tres veces”.5 De acuerdo a las informaciones del 14 de abril de 1914 –­reproducidas del Times–, Villa habría “instaurado [en Torreón] un régimen de terror”, y cundiría una “espantosa anarquía”. Torreón sería en lo sucesivo el símbolo de la represión contra los españoles. Cerca de mil habrían sido expulsados, tras serles confiscados sus bienes. El general Villa les habría dicho: Quisiera mataros uno á uno por mis propias manos; pero no lo hago, para que no me llamen carnicero. Hagan ustedes la maleta y márchense á su país, ya que han sangrado de dinero el nuestro. Vayan ustedes á hacer lo mismo á los Estados Unidos.6

Es la única transcripción de palabras de Villa que hemos encontrado en el escandallo realizado en España Nueva, palabras que nos llegan a través del poco imparcial relato de ciertas víctimas suyas, no identificadas. La “persecución villista contra los españoles fue algo innegable”, ciertamente, según recuerda Rosario Sevilla Soler (2005: 103). No obstante, el número de españoles asesinados por los constitucionalistas en Torreón difiere sensiblemente de un medio a otro. Algunos periódicos 4



5 6



España Nueva, no. 2.465, 4 de marzo de 1913. Reproducido en “Los españoles asesinados”, España Nueva, no. 2.741, 9 de diciembre de 1913. “Los españoles son perseguidos en Méjico”, España Nueva, no. 2.867, 12 de abril de 1914.

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recogen el fusilamiento de diecisiete personas, entre ellas un niño de doce años (íd.: 104); El Correo de Andalucía los cifraba en 75; en la misma fecha –octubre de 1913– El Socialista daba la cifra de 175 (Beltrán 2004: 162). España Nueva hablaba también de un mínimo de 75 fusilados, basándose en el testimonio de los pasajeros del vapor Antonio López, sin contar los enterrados vivos, y concluía: “[m]uchos españoles que antes poseían cuantiosas fortunas han quedado reducidos a la miseria”.7 De acuerdo a otras noticias, Villa habría prometido a sus partidarios determinadas horas de saqueo en las poblaciones que cayeran en su poder, régimen bajo el cual las fortunas de los españoles habrían sufrido particularmente: “Este hombre sanguinario y astuto ha difundido entre sus gentes la especie de que los españoles son todos enemigos de la revolución, y es que como los españoles poseen cuantiosos bienes en las ciudades y en los campos y son los verdaderos impulsores de la riqueza mejicana, se necesitaba un pretexto para despojarlos.”8 De aquellos días procede la segunda de las caricaturas reproducidas en anexo, firmada por Manuel Tovar, en la que la matrona hispánica pide ayuda a un uncle Sam vestido esta vez de guardia urbano. Los Estados Unidos pueden cambiar de traje y de consideración en cuestión de semanas, y si un día el yanqui era el capitalista sin escrúpulos que fomentaba la destrucción de sus vecinos, otro podía ser el árbitro altivo a quien su vieja enemiga del año 98 ahora demandaba auxilio. Algo parecido ocurrió por las mismas fechas en el periódico ABC, de acuerdo a lo estudiado por Almudena Delgado: “La gravedad de la situación hizo que este diario superara su sentimiento antiestadounidense y pidiera una intervención de Estados Unidos en México para restablecer la paz y evitar una matanza, pero sin dejar de acusar a Estados Unidos de haber proporcionado armas y municiones a ‘los salvajes’ revolucionarios” (1993: 82). Como es bien sabido, Villa y Zapata recibieron todo tipo de descalificaciones en la prensa española. Isidoro López Lapuya calificaba a este último de “bandolero” en el diario republicano El País;9 La Correspondencia lo llamaba “guerrillero injerto en bandido; ese Espartaco, que parece un Cartouche”,10 y aplicaba a sus seguidores el neologismo de “latrofacciosos”.11 A título de sabrosa anécdota, traeremos 7

Suelto publicado en España Nueva, no. 2.816, 20 de febrero de 1914. “Se agrava lo de Méjico”, España Nueva, no. 2.876, 21 de abril de 1914. “Revolución en Méjico”, El País, no. 9.360, 14 de febrero de 1913. 10 La Correspondencia de España, no. 20.360, 19 de noviembre de 1913. 11 La Correspondencia de España, no. 20.112, 6 de marzo de 1913. 9 8

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también a colación las palabras que un cronista taurino enviaba desde México al semanario El Toreo: El ejército libertador del Sur, como por acá le llamamos, no es sino la horda ansiosa de piratería, subordinada á una infinidad de generales por nombramiento propio, todo uniforme y estupidez, analfabetos en su mayor parte y muy salientes por su odio á los españoles, de que proceden. [Son] despreciables, energúmenos, que ni aun se conocen entre sí; que vulneran la disciplina propia de los ejércitos regulares; que ni saben lo que quieren ni á dónde van; que no están conformes más que en una cosa: en su odio jamás disimulado á los gachupines ó hijos de España, y que siembran altercados para consumar los más atroces crímenes y cebarse cobardemente en las haciendas y en las vidas de nuestros desamparados compatriotas. ¡Qué diferencia entre la hospitalaria nación española y este suelo falso y desleal! Allí [en España] encuentra cualquier extranjero franco albergue, fácil agasajo, protección y ayuda, sinceridad y amor; aquí, solamente la sorna de los pelaos, el odio inmenso de los mestizos, la vaguedad de las autoridades, la confiscación de los bienes conseguidos á fuerza de sudor y trabajo, y el destierro con la iniquidad ó la muerte anónima y soslayada, pues estos pobres diablos ni aun para matar saben ser grandes.12

Hasta aquí la larga cita del cronista. Huelga decir que los toreros españoles también habían perdido el aprecio de que gozaran en aquellas latitudes. La imagen de Villa se rectificó ligeramente al calor de la intervención norteamericana de abril de 1914. El secretario de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, William J. Bryan (escrito a veces “Bryand”) manifestaba que “Villa se ha enmendado mucho en estos últimos tiempos. // Los periódicos yanquis, aun reconociendo que Villa es un bandido, dicen que es preciso prestarle ayuda porque constituye un precioso auxiliar”.13 Ello no impidió que las relaciones entre España y el México revolucionario se agravaran en febrero de 1915, cuando, ya bajo el gobierno de Carranza, fue expulsado el ministro español. Ello conllevaba la ruptura de las relaciones diplomáticas y la lógica desprotección para los súbditos españoles que allí quedasen. España Nueva ironizaba en un entrefilete: “El Gobierno español ampara y protege á los grandes asesinos mejicanos, como Huerta y Blanquet. // En justa correspondencia, el Gobierno mejicano expulsa al ministro de España”.14 En el mismo número, el periódico de Rodrigo Soriano se lamentaba de que se hubiera ordenado el regreso a la península del crucero Carlos V, que fue garante de la seguridad de la colonia española en México durante la dictadura de 12

Martínez “Desde Méjico”, El Toreo, no. 2.480, 22 de febrero de 1915, p. 1. España Nueva, no. 2.890 [según portada; en realidad 2900], 15 de mayo de 1914. 14 España Nueva, no. 3.264, 13 de febrero de 1915. 13

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Huerta. Se evocaba de paso el caso luctuoso de una española que, tratando de regresar a su país, perdió en el cambio las cuatro quintas partes de su fortuna de 20.000 pesos:15 al parecer, la redacción de España Nueva no consideraba de mal gusto presentar como trágica la suerte de quien escapaba con 12.000 pesetas de un país arrasado por el hambre y la violencia.

III.  El pobre gachupín Es, en definitiva, la suerte de los compatriotas asentados en la república mexicana lo que inquieta y galvaniza a los redactores españoles. Sólo su persecución, su peligro o su testimonio consigue despojar a las informaciones sobre la Revolución de su carácter rutinario y hasta desenfadado. Las noticias de la Revolución eran en España Nueva frecuentes pero anónimas y a menudo breves. Sólo tras hechos de aparente hispanofobia, como la toma de Torreón o la expulsión del embajador, se dedican al tema fondos –es decir, editoriales– y columnas de opinión. Quien siguiera el desarrollo de los hechos a partir de periódicos como éste podía llegar a la conclusión de que el español era la auténtica víctima de esa guerra civil, víctima inocente y acaso redentora, si hemos de hacer caso a un artículo de febrero de 1915: “El pobre ‘gachupín’, como allí se llama al español, está hoy como un cristo crucificado entre dos ladrones, entre el cabecilla Carranza y el cabecilla Pancho Villa”.16 En ocasiones se establece un paralelismo con la situación en Marruecos, donde como es bien sabido España había instaurado en 1912 un protectorado. Los revolucionarios mexicanos son tildados de bandidos y salvajes, igual que los cabileños del Rif que se opondrían a la ocupación española con tesón creciente.17 Y otras veces Pancho Villa era asemejado al bandolero español ‘Pernales’, cuya folletinesca persecución había entretenido a la prensa española pocos años antes.18 De forma más excepcional, España Nueva comparó también los crímenes contra súbditos españoles en México con los crímenes políticos y las ejecuciones sumarias que se llevaban a cabo en España, como la de Ferrer y Guardia o la de los 15

Si un peso valía 2,8 pesetas en tiempos de Porfirio Díaz, en 1915 no se cambiaba por más de 70 céntimos; véase lo publicado sobre el cambio de divisas en “Pidiendo la intervención”, España Nueva, no. 3.265, 14 de febrero de 1915. 16 España Nueva, no. 3.264, 13 de febrero de 1915. 17 Véase por ejemplo “Los yanquis se apoderan de Salina-Cruz”, España Nueva, no. 2.880, 25 de abril de 1914. En un entrefilete del número 2.885 (30 de abril de 1914) la comparación servía para exigir mayor implicación en el conflicto africano: “Nos indignamos mucho por la matanza de españoles en Méjico. En cambio, la matanza de españoles en África nos tiene sin cuidado. Así somos”. 18 Véase “Pancho Villa y sus hazañas”, España Nueva, no. 3.325, 15 de abril de 1915.

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sospechosos de anarquismo que habían encontrado una muerte sospechosa cuando estaban bajo custodia de la policía.19 En cambio, la gestión de Porfirio Díaz era comentada de manera positiva, ya que habría beneficiado a los industriales españoles: “D. Porfirio Díaz, que desempeñó tanto tiempo y con tan buen acierto la presidencia de la República”, escribía calamo currente Carlos Gascón;20 pero más claramente explicaba un artículo de 1915 que “nuestra colonia española [tuvo] en Méjico un largo paréntesis de protección y seguridad bajo la presidencia de Porfirio Díaz”.21 Este tipo de opiniones favorables al Porfiriato eran habituales en la prensa dinástica o católica. En cambio, son mucho menos esperables en un órgano de la izquierda republicana, y vendrían a sugerir que el sentimiento patriótico podía ponerse aún por delante de las reivindicaciones democráticas o de la lucha de clases a escala internacional. El españolismo no sólo no era ajeno a la tradición republicana, sino que era uno de los ejes de su discurso; no podría decirse exactamente lo mismo de la cultura anarquista, ni aun de la socialista. En este contexto de exaltación patriótica, honra al poeta Luis de Tapia haber intentado –si bien de forma muy tímida y humorística– una lectura ecuánime de los acontecimientos: De Tampico han sido echados mil de nuestros compatriotas, por ser, de Villa, acusados de irse allí ‘á poner las botas’. Malo es que allí más de cien vayan á llenar el pico; pero Tampico está bien que los echen de Tampico.22

IV.  La verdad sobre México Así estaban las cosas cuando España Nueva publicó una breve serie de artículos titulada “La verdad sobre Méjico”. El autor de dichos artículos era un tal Víctor González, español que declaraba haber residido varios años en aquella república y ser testigo imparcial de los hechos recientes. Su objetivo principal era cuestionar ciertas opiniones que incluso la prensa republicana estaba dando por incontrovertibles. En primer 19

“Los asesinatos”, España Nueva, no. 2.802, 6 de febrero de 1914. “Méjico y los yanquis”, España Nueva, no. 2.740, 6 de diciembre de 1913. 21 “La expulsión del ministro de España”, España Nueva, no. 3.264, 13 de febrero de 1915. 22 “Del día”, España Nueva, no. 2.867, 12 de abril de 1914. 20

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lugar, la consideración del Porfiriato: “al caer Porfirio Díaz se vió que su Gobierno, basado sobre el despotismo, había logrado una paz superficial, pero que el país mostraba llagas tan profundas que la guerra civil actual no son [sic] consecuencia sino de ellas”.23 En otro artículo de la serie, Víctor González explicaba que [a]lrededor de D. Porfirio, partidario de España –según dicen muchos– y del orden y de la tranquilidad, orden y tranquilidad que principalmente redundó en beneficio de él y de los suyos, se habían creado muchos y muy fuertes intereses, algunos de ellos de españoles. No vamos á examinar si fueron legítimos ó no; pero muchos de ellos, fundados en monopolios ó en injusticias, sufrieron grave daño con la revolución triunfante, y, lógicamente, sus poseedores fueron los principales detractores de ella, y continuaron y continúan siéndolo del estado actual de cosas. Este, y no otros, es el fundamento real de lo que ha venido, durante los últimos tiempos, llamándose antiespañolismo mejicano.24

Por primera vez alguien, una firma por completo ajena a la redacción del periódico republicano, aplicaba a la Revolución el argumento –que hoy llamaríamos de resistencia legítima– con que los republicanos españoles habían justificado años antes la violencia política anarquista y las demostraciones de fuerza obreras. Aquellos artículos titulados “La verdad sobre Méjico” distaban de ser, siquiera fuera por su brevedad, toda la verdad sobre México, pero no obstante demostraban excepcional perspicacia al considerar la información española sobre la Revolución mexicana “ejemplo de cómo las noticias se tergiversan, alteran, agrandan, modifican, cambian y se explotan, en beneficio, ya de unos, ya de otros, y las más de las veces en perjuicio de todos”.25 En conclusión: quien estudie la Revolución mexicana debe ocuparse de la información sobre la Revolución, pero también de la desinformación sobre la Revolución. En la línea de recientes reflexiones de Jean-François Botrel, habrá que admitir que también la letra impresa de la prensa incorporaba (y sigue incorporando) un importante elemento de oralidad. Botrel considera cómo la palabra impresa se nutre de la palabra hablada (antes de que la palabra hablada se nutra, a su vez, de la impresa), y llama la atención sobre los rasgos orales de ciertos géneros periodísticos: “sus disfuncionamientos o flaquezas, la acción y los aspectos performanciales, el control o presión de la situación colectiva, inclusive las distintas formas de censura [o] autocensura” (2011: 283). El caso de la información sobre la Revolución mexicana resulta muy ilustrativo, pues una buena 23

“La verdad sobre Méjico”, España Nueva, no. 3.298, 19 de marzo de 1915. España Nueva, no. 3.301, 22 de marzo de 1915. 25 España Nueva, no. 3.298, 19 de marzo de 1915. 24

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parte de lo que entonces se consideró noticia imparcial se basaba, después de todo, sobre el endeble andamiaje de los relatos subjetivos, personales, hiperbólicos y acaso en parte imaginarios de algunos de los testigos de aquellos sucesos. Sólo a partir de 1916 se difundirían los artículos y conferencias de los hermanos González Blanco, quienes “coincidieron en calificar la Revolución Mexicana de guerra social pero encabezada por la clase media” (Delgado Larios 1993: 42), y contribuyeron al debate sobre dicha Revolución con una serie de datos y de reflexiones que superaban el habitual maniqueísmo. No sería hasta muchos años más tarde cuando el poeta Luis de Tapia, colaborador diario de España Nueva, admitiera haber comprendido al fin algo de “[l]a siempre confusa / lucha mejicana” gracias al libro de Ramón J. Sender El problema religioso en México.26 Resulta llamativo que la prensa diaria española no utilizase con más frecuencia para sus informaciones las entrevistas que Pancho Villa concedió a otros medios. Es probable, en cualquier caso, que aún puedan encontrarse en la prensa gráfica e ilustrada nuevos e interesantes datos aplicables al estudio de la imagen de la Revolución en el extranjero.27 También es curioso constatar que un periódico como ABC, monárquico y partidario de Porfirio Díaz, mantuviera corresponsales en México y Nueva York (el humorista Julio Camba, por cierto), y por lo tanto pudiera ofrecer una información más compleja y fiable que muchos periódicos de izquierdas. El título de estas páginas es una reescritura –obviamente lúdica– del de un célebre artículo de Gayatri Spivak, “Can the Subaltern Speak?” (1988). No, desde luego, porque se quiera contemplar la relación de la España del siglo  XX con el México revolucionario desde la perspectiva de los estudios postcoloniales, sino más bien por cuanto la pregunta de Spivak –“¿puede hablar el subalterno?”– tiene de llamada de atención gramsciana sobre los filtros a través de los cuales llega a los medios letrados la información sobre las clases subalternas. Máxime si hay un océano de por medio. En el caso que nos ocupa nos enfrentamos además a particularidades estructurales de la prensa del 1900, a prácticas como el inflado de telegramas, el plagio inverecundo, la débil exigencia de objetividad, la falta de autonomía de la prensa (aun de la que se decía independiente, sujeta al poder a través de las subvenciones a los periodistas) y, no por último menos importante, la posición secundaria que ocupaba generalmente en sus páginas la información internacional. 26

“Mil gracias”, La Libertad, no. 2.694, 7 de noviembre de 1928. Véase, por ejemplo, la novelesca semblanza “Biografía extranjera contemporánea. Pancho Villa”, Alrededor del mundo, no. 780, 10 de mayo de 1914, p. 437.

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Bibliografía Beltrán, Joaquín, “La opinión de la prensa española dinástica, republicana y socialista sobre la revolución mexicana: 1911–1920”. En: Revista de humanidades (Monterrey), no. 16, 2004, 149–174. Beltrán, Joaquín, Visión desde España del México revolucionario: viajeros, diplomacia y prensa. México: Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, 2007. Botrel, Jean-François, “Oratoria pasada por tinta: la difusión de la palabra viva en la prensa política y la opinión pública”. En: José Antonio Caballero López et al. (eds.), Entre Olózaga y Sagasta: retórica, prensa y poder. Logroño: Gobierno de La Rioja/Instituto de Estudios Riojanos/Ayto. de Calahorra, 2011, 277–294. Delgado Larios, Almudena, La revolución mexicana en la España de Alfonso XIII (1910–1931). Salamanca: Junta de Castilla y León, 1993. Delgado Larios, Almudena, “¿Revolucionarios o bandidos? El mito de los héroes revolucionarios mexicanos en la prensa española (1910–1931)”. En: Javier Prades y Gilberto Gutiérrez López (eds.), Ciencias Humanas y Sociedad. Madrid: La Fundación Oriol-Urquijo, 1993, 167–180. Gómez Aparicio, Pedro, Historia del periodismo español. De las guerras coloniales a la Dictadura. Madrid: Editora Nacional, 1974. Sevilla Soler, Rosario, La revolución mexicana y la opinión pública española: la prensa sevillana frente al proceso de insurrección. Madrid: CSIC, 2005. Spivak, Gayatri Chakravorty, “Can the Subaltern Speak”. En: Cary Nelson y Lawrence Grossberg (eds.), Marxism and the Interpretation of Culture. Urbana: University of Illinois Press, 1988, 271–313.

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Ilustraciones

  España Nueva, no. 2.797, 1 de febrero de 1914, s.p.

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  España Nueva, no. 2.870, 15 de abril de 1914.

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Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana Juan Pellicer Universidad de Oslo – Mexicanistas de la Universidad de California

Mi trabajo gira alrededor de las cartas de Margaret Lie y de los informes diplomáticos de Michael Lie, una pareja noruega que vivió en México de 1910 a 1920. En 1929, Michael publicó el libro Fra mit liv som diplomat en cuyo último capítulo transcribe las cartas que ella le escribió a sus parientes noruegos, relatándoles su vida en tan lejano, exótico y turbulento país. Los informes confidenciales de él que obran en el archivo del Ministerio Noruego de Relaciones Exteriores, revelan una muy interesante interpretación de lo que Michael observa directamente. Las perspectivas paralelas de ambos cónyuges dan vida a un significativo contrapunto. A la luz de la historia de esa época, examino las cartas familiares y los despachos oficiales en los que se cifra la mirada de esta pareja noruega, cuando ambos se refieren a las Fiestas del Centenario, a la revolución maderista y a la Decena Trágica. Cuando Michael Lie publicó el libro Fra mit liv som diplomat, en 1929, hacía nueve años que habían concluido sus servicios al frente de la legación noruega en México; a la hora de comenzar a ponerles punto final a los recuerdos, señala que [e]s una lástima que en países tan ricamente dotados por parte de la naturaleza como México, sea tan difícil llegar a condiciones ordenadas y felices, y esto se debe a las luchas internas por el poder y el dinero. Los dirigentes, que deberían ir a la vanguardia y ser el ejemplo para el pueblo guiándolo por el buen camino, han tenido en gran parte la culpa. La política es, en México como en otros lugares, una labor peligrosa. Un sacerdote inglés dijo durante un servicio eclesiástico que la política y el cristianismo van de la mano, y que esto era una de las principales razones del espíritu cívico que animaba a los anglosajones y del progreso tan grande del reino británico en diferentes campos. (292 y 293. En adelante, las citas de Fra mit liv som diplomat indicarán

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su página respectiva de la original versión noruega pero corresponderán, casi siempre, a la excelente traducción de Vitza Manrique Langseth)

La conclusión de Lie es fruto de su experiencia directa, de primera mano, de lo que fueron los primeros diez años de la Revolución que fue cuando estuvo sirviendo a la cabeza de la misión diplomática noruega en la Ciudad de México; dicha conclusión revela inequívocamente su fe religiosa y sus convicciones morales y políticas inspiradas por el carácter burgués y paternalista de su cuna y por su propio contexto cultural eurocentrista en el que creció, se educó y trabajó, todo lo cual determina su perspectiva desde la cual contempla los eventos que le tocó presenciar en México. Su padre, Jonas Lie, es reconocido como uno de los grandes poetas y narradores noruegos del siglo  XIX.  Michael nació en 1863 en Kongsvinger, un pueblo cercano a Oslo y pasó buena parte de su infancia en Italia, Alemania y Francia con sus padres. Se graduó de ingeniero militar y, alrededor de 1893, conoció a Margaret Ann Plathe, una joven noruego-inglesa de su misma edad y de acomodada familia burguesa, casada entonces con el conocido pintor noruego Christian Skredsvig. En 1898, una vez que Margaret se divorció de Skredsvig, Michael y ella se casaron. El libro de Lie está dividido en seis partes; la primera es una introducción; la segunda está dedicada a sus trabajos como ingeniero militar en áreas boscosas de Noruega; la tercera se refiere a Estocolmo donde sirvió como asesor militar en el Consejo de Ministros (antes de que Noruega se independizara de Suecia); la cuarta consiste en una crónica de sus vacaciones en Egipto; la quinta está dedicada a Berlín donde Lie estuvo primero acreditado como agregado militar a la misión diplomática sueca y luego, una vez que Noruega se independizó de Suecia en 1905, fue acreditado, ahí mismo en Berlín, como agregado militar a la legación noruega; la sexta y última parte es la dedicada a México donde fungió como Ministro de la legación noruega, siendo esta última parte la de mayor extensión de las seis (170 páginas). Con excepción de la introducción, cada una de las partes del libro está compuesta, casi en su totalidad, por fragmentos de las cartas que Margaret escribió a la madre de Lie y a sus “parientes más cercanos” (Lie, prólogo) desde los lugares donde estuvieron estacionados. Las cartas de México deben haber sido dirigidas a esos “parientes cercanos” ya que los padres de Lie ya habían muerto, ella en 1907 y él en 1908. El epistolario nos hace evocar al de la Marquesa Calderón de la Barca, también mujer de un jefe de legación en México, fechado a partir de 1839. En realidad, lo que hizo Lie fue juntar y seleccionar las cartas de su mujer, ordenarlas, recortarlas, introducirlas y epilogarlas, es decir, editarlas; cierto, Lie no es materialmente el autor del libro sino más bien dicho, el editor. Tuve noticia de esta obra hace algunos años cuando me 76

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tocó servir como embajador de México en Noruega y recientemente me enteré que la última parte, es decir la que está dedicada a México, había sido traducida por Vitza Manrique Langseth y publicada en México como si se tratara de un libro. Inexplicablemente, la publicación en español, bajo el título de Indómita. Cartas a Noruega sobre la Revolución mexicana, no les reconoce ni a Lie ni a Langseth, ni en la portada ni en la contraportada, sus labores de editor y traductora, respectivamente. Lo que sí se dice en el descuidado prólogo es que Margaret “desde la ciudad de México inició una correspondencia sistemática y amplia con sus suegros” (27), cuando en realidad los dos habían fallecido dos y tres años antes de que su hijo y su nuera llegaran a México. Efectivamente, la voz del libro es, salvo contadas excepciones, la de ella. Por eso me pareció necesario completar el testimonio de la pareja con la voz de él y, con ese objeto, acudí a los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores en busca de los despachos diplomáticos de Lie, los que por su antigüedad, ya se encuentran guardados en el Riksarkivet (el Archivo de la Nación). Tuve la suerte de encontrar buena parte de los informes que Lie envió a su Cancillería. Revisé más de veinticinco cajas en las que obran muchos de los legajos integrados por los informes procedentes de las misiones diplomáticas y consulares que Noruega mantenía en el Caribe, Centroamérica, México y los Estados Unidos durante la segunda década del siglo XX. Por lo que respecta a México, es evidente, por la numeración de los documentos, que hay pocos faltantes. Mi lectura se concentró en tres cajas: la 5.155 correspondiente a 1908–1912 (Gruppe P13, avdeling 0, sak 3/08, Mexico 1908–1912.), la 5.442 correspondiente a 1913 (Gruppe P13, avdeling 0, sak 1/3, Mexico, konflikt Mexico-USA, 1913.) y la 5.694 correspondiente a 1915–1918 (Gruppe P13, avdeling 0, sak 1/15, Mexico 1915–1918.). ¿Por qué? Porque básicamente me interesaban las miradas de la pareja Lie sobre el final del Porfiriato con todo y la celebración del Centenario de la Independencia, sobre el triunfo de Francisco I. Madero, sobre la Decena Trágica, y sobre la transición del gobierno de Victoriano Huerta al de Venustiano Carranza (en el presente trabajo, por razones de espacio, no voy a incluir el período que corresponde a la caja 5.694 relativa a la última parte del gobierno de Huerta y a la primera del de Carranza.) El valor del testimonio de los Lie se cifra precisamente en el carácter de su perspectiva, determinada, como dije al principio, por sus convicciones morales y políticas, burguesas, paternalistas y eurocentristas, como correspondía naturalmente al origen de ambos. Con cada uno de los dos textos a cada lado de mi mesa de trabajo, mi lectura ha intentado contemplar el contrapunto que se va desarrollando mediante el transcurso de ambos relatos que cronológicamente se van 77

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alternando. Desde luego que, como lo sospeché desde antes de que llevara a cabo mis pesquisas en el Archivo de la Nación, el contrapunto no consiste en antítesis y oposiciones sino que más bien se trata del contrapunto que marcan las dos líneas discursivas yuxtapuestas, dos líneas que son diversas pero no necesariamente opuestas, sino complementarias. Se trata del contrapunto natural de un matrimonio en el que el discurso de cada cónyuge tiene su propio perfil. Los Lie viajaron a México en septiembre de 1910 con instrucciones de representar a Noruega en las fiestas del Centenario y de quedarse ahí al frente de la flamante legación de su país. No alcanzaron a llegar a tiempo para asistir a las ceremonias y las fiestas del 15 y del 16 de septiembre, pero al día siguiente de su arribo a la Ciudad de México, el 25 de septiembre, Michael fue recibido por Porfirio Díaz en el castillo de Chapultepec; el ministro le entregó a don Porfirio sus cartas credenciales y la gran cruz de la orden de San Olav y así tuvo la ocasión de conocer personalmente al imponente militar y dictador a quien tanto admiraba y a quien muchos años después, en 1929, recordaría como un militar extraordinariamente hábil –fue él quien entre otras cosas expulsó a los franceses de México–, fue un prominente estadista que conocía perfectamente su país y a sus compatriotas […] fue algo así como un Ramsés II, un Napoleón, un Mussolini, un Primo de Rivera […] México progresó enormemente en todas direcciones: política, económica, técnica y en parte socialmente. De ser un país asolado por bandidos, luchas internas y controversias, se había convertido en un país de cuento, rico, con ferrocarriles seguros […] ciudades bellas –especialmente la capital, un pequeño París– donde la agricultura, las ricas minas de oro y plata y los pozos petroleros podían ser explotados y desarrollados bajo condiciones pacíficas y estables. El país mantenía finanzas ordenadas y gozaba de crédito total […] Se percibía gran riqueza y bienestar. Comercio e industria en completa actividad bajo condiciones florecientes. Todo parecía caminar sobre ruedas. (126 y 127)

El México del Porfiriato contemplado como idílico paraíso dista mucho de lo que fue para la mayoría de los mexicanos; en efecto, “todo parecía marchar sobre ruedas”, pero sólo lo parecía. Por su parte, Margaret llega a admirar a don Porfirio, más que nada, por su apariencia, por su soberbia figura, por su gallardo porte, por su “notable vigor”, por su “recia personalidad”, por su “apostura” y por su “jovial” temperamento, cuando el presidente los recibe en su residencia del Castillo de Chapultepec en unión de su esposa (153). Margaret no oculta su gran asombro, en su carta del 24 de septiembre (134–137), al describir el lujo de la mansión que el gobierno mexicano había puesto a su disposición para que se alojaran en ella durante las festividades: numerosos sirvientes elegantemente uniformados, alfombras rojas sobre pisos de blanco mármol, arreglos florales por doquier, 78

Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana

mobiliario estilo imperio, un carruaje, etc. No es menor la impresión que le causa la elegancia de la mujer del embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, cuyo vestuario describe con mucho gusto; no es tampoco difícil darse cuenta, cuando describe las arboladas calles de la ciudad, qué la atrae más, si los árboles que las adornan o los “admirables almacenes franceses, donde se puede encontrar absolutamente todo”; luego agrega –acaso su primer atisbo de los característicos contrastes de México– que “es todo un espectáculo ver tantas bellas cabalgaduras y gallardos jinetes [en el bosque de Chapultepec]. Más afuera, aquí y allá, pueblecillos indígenas con casas muy primitivas de adobe y piedra [donde se consume] el ‘pulchen’ [sic], una bebida un poco embriagante con un olor detestable…” (139). Durante los dos primeros meses en México que transcurren entre paseos por los pintorescos alrededores de la Ciudad de México –Xochimilco y los volcanes–, Margaret descubre que “gran parte de la población está compuesta de indios” (141) pero naturalmente que será con personas de la alta sociedad y con sus colegas con quienes establezcan amistosas relaciones, principalmente con los diplomáticos europeos y norteamericanos. De pronto, en medio de sus alegres pinitos diplomáticos en México, comienzan a percibir algunos de los primeros síntomas revolucionarios provocados por la reciente reelección de Díaz. En efecto, Michael comienza a redactar informes confidenciales, a partir del 22 de noviembre, que revelan su preocupación por la posibilidad de que el octogenario Díaz y su grupo, que se han perpetuado en el poder, vayan a ser sustituidos, lo que ocasionaría cambios en todo el país. Al advertir la avanzada edad del dictador y referirse a sus posibles sucesores, contrasta la impopularidad del vicepresidente Ramón Corral con el prestigio que se había ganado el secretario de Hacienda, José Yves Limantour, a causa del buen estado que guardaban las finanzas mexicanas. Ante los recientes sucesos de Puebla y la intranquilidad que han provocado en todo el país, sumados a las protestas populares antinorteamericanas por el linchamiento de un mexicano en Texas, Michael advierte el peligro que correrían los intereses económicos y financieros norteamericanos, tan importantes para México, sin la protección del gobierno de Díaz y la posibilidad de un debilitamiento del crédito mexicano. El enviado noruego advierte los síntomas, pero probablemente es su explicable desconocimiento de lo que está debajo del terreno que está pisando lo que le impide elaborar un diagnóstico de la situación. Desde el principio puede advertirse que el discurso de Michael es breve y lacónico, más informativo que explicativo. En cambio, el de Margaret se caracteriza por lo prolijo. Por supuesto que hay que tener en cuenta la diferencia que hay entre el carácter de las cartas familiares y el de los despachos diplomáticos, entre un destinatario y otro, y 79

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también entre los rasgos de una personalidad y los de la otra. En su carta del 27  de  noviembre (142–146), Margaret informa sobre los recientes acontecimientos y los comenta con mayor extensión a partir de rumores, de lo que “se dice”; en efecto, [u]n señor que tiene amistad cercana con el presidente cuenta que han matado a cientos de personas. Aquí se hacen las cosas de otra forma que en Europa. Tal vez tenga que ser así en México, donde la población es tan ignorante y por eso fácilmente se deja instigar y engañar […] La vida humana es una mercancía barata en México. (143)

Y deja que su pluma se haga eco de lo que ve y de lo que oye: que Madero tiene “agentes secretos” en todas partes, que la prensa norteamericana informa que la Ciudad de México está en “estado de sitio”, que Madero promete milagros, que alguien les contó que se han oído disparos en la cárcel, que hubo “una demostración contra los extranjeros, especialmente los norteamericanos, en la que gritan: ‘Abajo los gringos’”, que el refrán es “México para los mexicanos”, que la embajada de los Estados Unidos tiene vigilancia policíaca día y noche, que la Cancillería mexicana les ha comunicado por escrito que “hay calma y orden en todo México”, que a un conocido suyo, partidario de Madero, lo metieron a la cárcel porque “sus baúles eran más pesados que de ordinario. Qué había en ellos, no lo sé”. Inmediatamente alude a los colegas del Cuerpo Diplomático, al ministro francés y a su mujer, “extremadamente amables con nosotros”, a los españoles, “muy agradables”, a los italianos que “tienen una casa hermosísima” y al inglés que “es soltero”. La última parte de la carta está dedicada a los problemas que tiene “un estómago civilizado”, como el de ellos, en México, ya que Michael se había envenenado con algo que había comido, igual que treinta y siete golosos alemanes que se habían despachado alegremente una buena cantidad de salchichas allá en Toluca. Concluye Margaret, confiándole a sus lejanos destinatarios que “(p)ara protegerse de la mejor manera posible contra el tifo, no hay que tocar a los indios, ya que la mayoría de ellos tienen bichos asquerosos que son transmisores del tifo…” (145). Además, según registra con inequívoca condescendencia en la carta siguiente, la del 12 de diciembre, “los indios parecen algo salvajes. Mas por otra parte son tan amables como fieles y hábiles cuando se les trata del modo ­correcto” (150). Mientras que Michael guarda discreto silencio, Margaret sigue descubriendo México (carta del 12  de  diciembre), su clima, su música, su comida, sus flores y sus frutas; deslumbrada, disfruta un día cinco horas de grandiosos paisajes por los que pasa el tren que los lleva a la idílica Cuernavaca; ahí se alojan en el mismo cuarto donde alguna vez se había alojado Maximiliano –“Cuando me desperté en la noche tuve que pensar 80

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en su trágico destino” (148). Asimismo descubre Coyoacán donde vive la ilustre historiadora y arqueóloga norteamericana Zelia Nuttall con quien Margaret pronto establece relaciones amistosas. Pero siguen los disturbios, las batallas y las movilizaciones militares, sobre todo en el norte. Díaz ha sido reelegido y Margaret apunta que el embajador Wilson “ha tenido una posición difícil durante largo tiempo, pero se comporta como ‘un hombre’ y dice lo que piensa sin temor ni debilidad” (150). No dice lo que Wilson dice o piensa, pero cualquiera que conozca su participación en la Decena Trágica, que examinaremos más adelante, puede imaginárselo; lo que me importa ahora es señalar la ingenua admiración que Margaret siente por el machismo del siniestro diplomático norteamericano. Muy pronto, sin embargo, el matrimonio Lie tiene que trasladarse a La Habana donde Michael también está acreditado, con el objeto de presentar sus cartas credenciales; en su despacho confidencial del 7 de febrero de 1911, desde la capital cubana, Lie transmite su preocupación de que el estado de Chihuahua, donde los revolucionarios han derrotado al ejército federal, pueda llegar a separarse de México y unirse a los Estados Unidos como había sucedido con Texas hacía sesenta años. Asimismo, el 30 de marzo, todavía desde La Habana, Lie transmite una noticia aparecida en el Havana Post que informa sobre los cambios que Díaz ha hecho dentro de su gabinete. De regreso en la Ciudad de México, Lie encuentra un panorama muy distinto al que había dejado tres meses antes. Su despacho del 10 de mayo, expresa su preocupación por la inseguridad en la que se vive en México a causa de grupos de bandoleros que nada tienen que ver con los revolucionarios y que asaltan trenes en muchas partes de la república y que en uno de esos asaltos al tren de Cuernavaca, había perdido la vida un conocido botánico sueco, Pehr Olsson-Seffer. Asimismo informa sobre las recientes declaraciones del presidente Díaz en las que manifiesta que no dimitirá mientras exista el peligro de que los “anarquistas” tomen el poder. Lie agrega que el propio secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León De la Barra, le había dicho que el gobierno esperaba que los rebeldes depusieran las armas, pero que si no lo hacían, la guerra se intensificaría. Concluye que muchos extranjeros han abandonado el país y que crece el peligro de que, si la rebelión maderista llega a ser sofocada por el gobierno, los grupos de bandidos aprovecharán la oportunidad para continuar asolando el país. El 25 de mayo, quince días después de que Lie envió este informe y un día antes de que fuera recibido en la Cancillería noruega, Díaz renunció a la presidencia. Y cuatro días antes de la renuncia presidencial, Margaret vuelve a empuñar la pluma, esta vez para relatar, con muchos detalles, su viaje de regreso de La Habana y describir gustosa la lujosa casa a la que próximamente 81

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se van a mudar; pero lo más interesante de la misiva, está al final, cuando revela que la Revolución ha llegado hasta “aquí a la puerta del hotel”, que “los partidarios de Madero […] aprovecharon ‘la libertad’”, que “hubo rumores de que el hotel Genève [donde estaban alojados] sería atacado durante la noche”, que si eso sucedía, tal vez tendrían que “subir corriendo a la azotea. Pero ahí nos arriesgaríamos a que nos empujaran al vacío. En ese caso, yo me hubiera envuelto en la bandera noruega para hacerme lo más ‘diplomática’ posible” (162). ¿Para lanzarse al vacío envuelta en la bandera emulando a los niños héroes de Chapultepec o para que los bandoleros no la tocaran en atención a su inmunidad diplomática? En cualquier caso, me pregunto si estas palabras, tan dramáticas cuanto ambiguas, revelan cierta autoironía o simplemente se trata de humor involuntario. Y el mismo día de la renuncia aludida, Margaret la registra en medio de rumores sobre el reciente allanamiento de una finca danesa en Tlalpan llevado a cabo por bandoleros, pero con un tono grave que no oculta ni su admiración a Díaz ni sus temores en relación con el futuro de México y especialmente con el futuro de los intereses extranjeros: Por fin hoy en la tarde se retiró Díaz como presidente de México, cargo que desempeñó ininterrumpidamente durante más de treinta años. Durante ese tiempo, México ha prosperado constantemente, sobre todo en lo referente a la economía, y en todas partes han reinado la paz y la tranquilidad. El retiro del general Porfirio Díaz es un suceso trágico. No se sabe cuáles serán las consecuencias –tampoco para los intereses extranjeros en México. (163)

La entrada triunfal de Madero a la Ciudad de México el 7 de junio fue precedida, horas antes, en la madrugada, por un recio temblor que echó abajo algunas casas y edificios de la capital. Un día antes, el 6, los Lie se habían mudado a su nueva residencia, en la Calle Berlín de la elegante colonia Juárez, la misma calle donde se encontraba el domicilio de Madero. Ese mismo día Margaret vuelve a escribir con noticias frescas a las que agrega su miedo pues “los revolucionarios son salvajes” y “si los indios se descontrolan, no se sabe bien qué puedan hacer” por lo que Michael “tiene el revólver sobre su mesa así como un fusil con cien cartuchos” (166). Concluye su carta con la información de que León De la Barra ha quedado como presidente interino y el general Bernardo Reyes como secretario de Guerra; indica que el primero “es muy simpático y es una personalidad de primer rango en todos aspectos”, mientras que el segundo es “partidario del viejo régimen y por ello un hombre peligroso para Madero”. Margaret no se equivocó, al menos en lo tocante a Reyes pues no iba a pasar mucho tiempo antes de que el general tapatío se levantara en armas contra Madero. En su informe fechado el 9 de junio, dos días después de la carta de Margaret, Michael apunta que hay rumores de enfrentamientos entre las 82

Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana

tropas revolucionarias y las del gobierno y dudas sobre la lealtad de las tropas rebeldes. Luego de referirse al temblor y al júbilo popular que provocó la entrada de Madero a la capital, aprecia con optimismo las buenas relaciones que hay entre el presidente De la Barra y Madero en lo tocante a la pacificación del país, pero expresa la desconfianza que, como a Margaret, le despierta el general Reyes. Informa también que en una reciente audiencia con el presidente De la Barra, tuvo la oportunidad de conocer al secretario de Hacienda, un tío del “Líder de la Revolución” [se debe referir a Ernesto Madero], quien le manifestó que la revolución ya había costado mucho dinero y que por eso el puesto de secretario de Hacienda no era fácil. El sobrino declaró hace poco que no se había usado dinero norteamericano en beneficio de los revolucionarios. (Las transcripciones de los despachos de Lie han sido traducidas por mí.)

Mientras tanto, Margaret se ocupa de la decoración de su nueva residencia y de asistir a recepciones diplomáticas. En efecto, por su carta del 25 de junio nos enteramos del tamaño, el color y la calidad de las cortinas en cada uno de los cuartos de la casa, de las alfombras, del color de las paredes, de los muebles Luis  XVI, del piano de cola, de la queja porque las cosas cuestan en México casi lo mismo que en París, etc. La crónica social incluye una recepción y una cena; la primera en el Castillo de Chapultepec, ofrecida al cuerpo diplomático, por el presidente De la Barra y su esposa, en la que registra que fueron unos anfitriones extraordinariamente amables y nos atendieron de una manera óptima. Ambos son rubios y casi parecen nórdicos. Yo me puse mi vestido más bonito, un vestido de chifón gris perla bordado con seda y perlas, recién recibido de Europa […] M. tenía a su lado a la esposa del secretario de legación [sic] norteamericano, Mrs. O’Shaughnessy, una señora muy culta y con intereses literarios. (168, mi énfasis)28

La cena fue en la residencia del embajador norteamericano y de la señora Wilson en honor del “nuevo ministro de Justicia, un primo de Madero”.29 Pero entre una y otra función diplomática, Margaret muestra su sensibilidad de clase y de extranjera europea a la vez que atribuye al capital extranjero el progreso económico del país: “Madero es ‘el libertador’ –de aquí en adelante completa libertad y oposición a los extranjeros. Casi todas las empresas están en manos de extranjeros y el 28

Efectivamente, se trata de Edith O’Shaughnessy, la mujer de Nelson O’Shaughnessy, el secretario de la embajada norteamericana; Edith era escritora y con las cartas que le envió a su madre desde México, publicó un libro bajo el título de A Diplomat’s Wife in Mexico, en 1916, en el que, entre otras cosas, justifica el golpe de estado de Victoriano Huerta. 29 Se debe referir a Rafael Hernández quien efectivamente acababa de ser nombrado secretario de Justicia.

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desarrollo ­económico y técnico de México se debe en gran parte al capital extranjero” (170). Por lo visto, no es difícil reconocer con frecuencia en sus cartas, el eco de las conversaciones, casi siempre tan superficiales y salpicadas de prejuicios, de los colegas de Michael que Margaret habrá escuchado con la mayor atención y también el eco de las pláticas que habrá sostenido con las esposas de aquellos. Días después, el 11 de julio, Michael suscribe un reporte confidencial a partir de un encuentro personal con Madero que, porque revela tanto las buenas intenciones de Madero como la perspectiva muy personal del diplomático noruego respecto al ejército, a la educación, al consumo de bebidas alcohólicas, a la personalidad de Madero y a la corrupción del régimen de Díaz, voy a transcribir lo conducente: Francisco I. Madero es hoy quien de hecho gobierna en México. Nada importante sucede sin su aprobación o consejo. El presidente interino De la Barra es sólo un hombre de paja. Los diplomáticos se dirigen a Madero cuando se trata de asuntos importantes […] hace dos días tuve una larga conversación con Madero. Me causó la impresión de que es inteligente y de confiar y de que cree en lo que dice. Dijo que el mayor mérito de la Revolución no es suyo, que el pueblo estaba completamente maduro para ella. Ahora que el estallido inicial se había controlado, podían ponerse en marcha las reformas. En primer lugar había que sanear la administración pública […] El ejército necesita ser fortalecido y mejor organizado. El sistema educativo reformado […] Su intención de combatir el consumo de pulque que provoca daños morales y físicos a la población (el pulque, que se extrae del “agave americano”, se bebe en muchas partes, es una bebida embriagante muy popular especialmente entre la clase baja, los indios, que suman alrededor de 6 de los 15 millones de habitantes). Este es un trabajo extraordinariamente difícil ya que el pulque se contempla como la bebida nacional. Él sabe algo de cómo se trata en Noruega la cuestión del consumo del licor, lo que él quiere estudiar con mayor detalle, lo que sería lo mejor para México. Él profesa, como dijo, la mayor simpatía y respeto por Noruega. Observa la reciente independencia de Noruega como un aceptable modelo y un ejemplo para otros países y como una señal de cómo el mundo avanza. En cuanto a lo que le espera a la situación en México, está convencido que poco a poco va a volver a estabilizarse; y que como ahora diversas situaciones han sido transtornadas por la revolución, hay que tener en cuenta que la turbulencia y las dificultades van a comenzar ahora. Me da la impresión que Madero da por hecho que ahora (en octubre-noviembre) será elegido como Presidente de la República. Francisco I. Madero debe tener entre 30 y 40 años [efectivamente, en octubre iba a cumplir 38]. Pertenece a una familia rica y conocida. Vivió 5 años en París donde estudió la carrera de Comercio. Durante la revolución habrá hecho uso, en alguna medida, de su fortuna. La opinión pública manifiesta que Madero tiene las mejores intenciones de trabajar por su patria; sin embargo, se considera, en cierta medida, un idealista. 84

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La opinión pública reconoce, en voz alta, que durante el gobierno del presidente Díaz se cometieron graves irregularidades en la administración. Los altos funcionarios involucrados se han ido a Europa. Uno de ellos es el general Mondragón, inspector general de la artillería, que “emigró” de inmediato. El general Díaz ya estaba muy viejo para ejercer el necesario control y escoger los individuos idóneos. M. Lie.

En las siguientes cartas, (27 de agosto, 2 de octubre y 7 de noviembre de 1911), Margaret advierte, con frecuencia, un clima de inseguridad, nacionalista y anti-extranjero, en el país; “…llegan ahora continuamente demandas de las diferentes legaciones exigiendo compensaciones por asesinatos o destrucciones ocurridos durante la Revolución” (170). Agrega, refiriéndose a Cuernavaca y sus alrededores, que “es el bandido [mi énfasis] de Zapata que con tres mil indios causa estragos ahí y en todo el estado de Morelos. Se dice que su programa es ‘México para los indios’, es decir, únicamente para la clase baja, y que él no se sujeta al gobierno actual” y concluye su comentario con inequívoco sarcasmo: “Con Madero como presidente se presenta la perspectiva de una época de oro para México: ‘Mucho dinero, poco trabajo, pulche [sic] barato, viva Madero’” (171). Las cartas contienen extensos comentarios casi siempre condescendientes sobre el servicio doméstico, en su mayoría de “indios”, sobre cenas y recepciones en las legaciones europeas y en la propia noruega, y sobre almuerzos con banqueros y con grandes inversionistas ingleses; también hay información sobre la afición hípica de Michael quien tiene su caballo en la caballeriza de la residencia y va a montar todos los días en la mañana. No podía faltar la crónica de la fiesta del grito en Palacio Nacional; Margaret apunta que fue invitado “todo el cuerpo diplomático y la mayoría [sic] de la sociedad mexicana” (176). Pero resulta más notable su relato sobre la toma de posesión de Madero, en su carta fechada un día después del evento, es decir, el 7 de noviembre, principalmente porque se puede apreciar su peculiar actitud frente a un pueblo que le resultaba extraño y, por eso, peligroso y, en buena medida, si no despreciable, sí inferior; he aquí un fragmento de la carta: Ayer tuvimos aquí un día muy atareado […] La razón, el cambio de presidente. A las 9 de la mañana se fue M. en coche, en uniforme de gala, al castillo para despedirse del fino y prestigiado De la Barra. A las 9:45 vino la embajadora norteamericana en su automóvil, según lo acordado, para llevarme a mí y a otras tres damas de la diplomacia a la Cámara de Diputados, donde por invitación íbamos a presenciar la toma de posesión del nuevo presidente, Madero. Pero no todo fue tan sólo divertido. Casi perdimos la vida. Ahora que debería haber completa libertad, y en realidad la hay más de lo suficiente. Cuando 85

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llegamos había ahí un enorme gentío y resultó que la entrada a la Cámara de Diputados estaba ocupada por los “patarrajadas” –como yo llamo a estos indios que siempre andan por todos lados, descalzos o con sus huaraches– de modo que ni pensar que nos atreviéramos a abandonar el coche […] El caos más completo. Ninguna autoridad, todos “iguales” […] Se colgaron del coche gritando chiflando y gritando en nuestras caras: “Fuera los gringos” […] Se acercó a nosotros un señor de frac y sombrero de copa, obviamente un “deputado” [sic] […] aquellos indios con la más feroz de las apariencias permanecieron a nuestro alrededor […] logró aquél abrirnos paso así que a duras penas subimos las escaleras [después] llegaron también los caballeros. A causa del respeto que infunden sus uniformes bordados en oro y sus sombreros picudos con plumas blancas, pudieron pasar más fácilmente […] La galería arriba estaba repleta de indios que aplaudían con furia… (178 y 179)

Parece que Margaret, a diferencia de su marido, tiene mucho que contar: visitas de noruegos, cenas en la Secretaría de Relaciones Exteriores donde se admira de lo musicales que son los mexicanos y de su gran talento artístico pues “los indios, por ejemplo, hacen los más preciosos arreglos florales; son hábiles y maravillosos artesanos”; “una comida exquisita en casa del ministro francés… se siente uno de inmediato en Francia por lo que respecta a su elegante casa, la comida, el servicio y todo… la esposa … pertenece a una vieja familia francesa”; asisten a una competencia ecuestre organizada por la colonia alemana y a la cena en el casino alemán y les llama la atención que, cuando pasean a caballo por los alrededores de la ciudad, los indios los saluden y les pregunten cómo pasaron la noche; los Lie no entienden que es una expresión de cortesía sino que piensan que es porque seguramente los indios, “envueltos nada más que su sarape […] no siempre tienen una buena noche” (181 y 182). En su breve despacho confidencial del 1 de diciembre, Michael informa sobre el conato de rebelión encabezada por el general Reyes que fue sofocado en la frontera con los Estados Unidos, lo cual, a juicio de Michael, revela el gran apoyo norteamericano que recibe el gobierno de Madero. En efecto, Lie también informa que hacía un par de días que el embajador Wilson le había manifestado su “mejor esperanza de que pronto llegarían días normales” y que “si –contra lo que él suponía– Madero no controla la situación, no quedará otra alternativa más que la intervención norteamericana.” Con estas amenazantes palabras pone Lie punto final a su despacho sin ningún comentario; seguramente que el destinatario se habrá quedado con las ganas de oír la opinión de su enviado; cierto, la gravedad de lo transcrito ameritaba –exigía– el comentario correspondiente de Lie. Pero lo que sí queda claro, por el tono de Wilson, es la amenaza implícita que entrañan sus palabras y su arrogante prepotencia, inequívoco presagio del papel que desempeñaría en un futuro nada lejano. 86

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Llegó la Navidad y, con ella, todas las pintorescas tradiciones noruegas ahora escenificadas en la residencia de los Lie, según registra Margaret en las misivas de diciembre, con el mismo entusiasmo con el que se suele cargar el voltaje de esos días y el de sus vísperas en Noruega. La remitente aprovecha la oportunidad para señalar ciertas diferencias que advierte entre noruegos y mexicanos, y el lugar que les corresponde a los sirvientes en la casa: Nuestros sirvientes mexicanos, que entraron cuando se encendió el árbol de navidad, quedaron todos ellos totalmente perplejos. Jamás habían visto algo semejante antes […] Después de que habían recibido sus regalos de navidad, comieron golosinas navideñas en la cocina, donde Elise, nuestra querida cocinera, los había agasajado, y escuchamos que había ahí una atmósfera muy alegre y risas hasta muy entrada la noche. (184)

Pero la situación en México no mejora, sino que, al contrario, parece que la violencia revolucionaria se agrava. El levantamiento de Pascual Orozco da al traste con la esperanza de que pronto volvería la paz y el orden. En su carta del 27 de marzo, Margaret refiere lo que dicen los periódicos: que las tropas de Orozco han derrotado a las del gobierno allá en Chihuahua, que hay rumores de la caída de Madero, que todos los extranjeros que pueden se han ido del país, que Madero es un idealista con buenas intenciones pero que no ha entendido que el desarrollo debe ser gradual, con disciplina y orden para que no fracase, que se siente inseguridad por todos lados, que las finanzas bajo Díaz eran óptimas, que había absoluta confianza, que ahora se encuentran en un estado miserable, que en lugar de los milagros prometidos por Madero a las clases bajas, hoy no hay más que desilusiones, que el comercio está inerte y que los recursos han dejado de ser explotados a causa de las condiciones que prevalecen (192 y 193). Efectivamente, gracias al espíritu democrático de Madero, lo que Margaret estaba leyendo esa mañana, era la inmediata consecuencia del libertinaje con el que comenzaba a manejarse la prensa después de la mordaza con la que la había reprimido el régimen de Díaz; ahora la prensa había vuelto a disfrutar de una libertad irrestricta al grado de que la oposición, sobre todo la porfirista, pudo enderezar campañas contra Madero cargadas y recargadas de calumnias, de mentiras y de rumores y, en el mejor de los casos, de verdades a medias. Por su lado, Michael redacta otro despacho confidencial que fecha un día después de la carta de Margaret, es decir, el 28 de marzo, en el que, para comenzar, reitera que la situación política es todavía muy difícil ya que el gobierno no ha podido sofocar el levantamiento del norte del país en el que el ejército federal había sufrido graves derrotas y donde cundía la anarquía. Lie apunta que se ignora hasta cuándo resistirá el presidente 87

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Madero en su puesto, lo cual le permite hacer ciertas conjeturas respecto al futuro, conjeturas que seguramente tuvieron su origen en conversaciones que Lie habrá tenido no sólo con Wilson sino también con otros de sus colegas. En efecto, Lie presume correctamente que a falta del Presidente y del Vicepresidente de la República, toca al Secretario de Relaciones Exteriores asumir la Presidencia de la República pues recuerda que así sucedió cuando renunció Díaz y León De la Barra, a la sazón Canciller, ocupó la presidencia interinamente. Pero lo que resulta más interesante es lo que sigue en su despacho y que voy aquí a transcribir: Es de mi conocimiento que el actual embajador de los Estados Unidos trabaja denodadamente a fin de que De  la  Barra, quien se encuentra de viaje de regreso de París rumbo a México, sea nombrado secretario de Relaciones Exteriores, en lugar del señor Calero, para que en su caso pueda llegar a ser Presidente interino. El señor De  la  Barra había resultado, cuando fue Presidente interino, muy del “gusto” de los Estados Unidos y, por lo tanto, “persona grata” del gobierno norteamericano.

El reporte de Lie documenta, sin lugar a dudas, que la intervención del embajador Wilson ya estaba, desde entonces, en marcha, es decir, un año y tres meses antes de que efectivamente se llevara a cabo el golpe de estado contra Madero. Pero, como vemos en otra parte del mismo despacho, que transcribo adelante, tampoco quedan dudas sobre el punto de vista genuinamente europeo de Lie, congruente con los intereses políticos y económicos de Europa en relación con los países latinoamericanos frente a la política hemisférica de los Estados Unidos fundada ésta, como es sabido, en la Doctrina Monroe y actualizada entonces, a principios del siglo, por la política de Theodor Roosevelt: En relación con la cuestión de la intervención americana, sobre la cual se habla por todos lados, he hablado con varios de mis colegas. El enviado inglés fue tan amable de leerme un reporte confidencial que había enviado a su gobierno y en el cual trata esta cuestión. Todos están de acuerdo en que una tal intervención podría tener lugar en caso de que hubiera mayores amenazas a los extranjeros o en el caso de que la anarquía se extendiera a tal grado que paralizara el comercio, la industria y otras actividades. Pero para que esto llegara a acontecer habría de pasar más tiempo y habría también de necesitar el beneplácito de muchos mexicanos […] Para Noruega como para los demás países europeos, una intervención americana ocasionaría muchos daños. Hay que recordar la experiencia de Cuba donde la intervención dio lugar a un tratado por el cual los impuestos a las importaciones de los Estados Unidos se redujeron en un 30%. Hay buenas razones para pensar que un tratado de comercio semejante concertado con México para “cubrir los gastos de la guerra”, resultaría ser un gran inconveniente para el comercio y la navegación europeos […] Una intervención americana pondría a toda la América del Norte, desde Canadá hasta el canal de Panamá bajo el dominio político de los Estados Unidos. 88

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En efecto, la posición de Lie refleja la de las potencias europeas que se habían sentido desplazadas en América Latina, a lo largo de prácticamente todo el siglo  XIX, por el expansionismo de los Estados Unidos que, con el pretexto de defender su natural zona de influencia, se asumían como el policía del continente dispuestos a rechazar cualquier intento de intervención europea en cualquiera de las jóvenes repúblicas al sur de su frontera. Obviamente, a Lie no lo movía ningún tipo de interés intervencionista –como tal vez sí sucedía con la Gran Bretaña cuyos capitales estaban involucrados en la explotación del petróleo, las vías férreas, etc.; a Lie le preocupaban los intereses comerciales noruegos representados principalmente por la transportación marítima, central en la economía noruega de entonces, ya que, según los reportes comerciales del propio Lie, sus buques cargaban y descargaban prácticamente a diario en los puertos mexicanos, tanto del Pacífico como del Golfo de México. El informe de Lie, fechado el 6 de abril, revela, entre otras cosas, su formación militar. En efecto, se trata de un despacho en el que hace un excepcional análisis, por lo prolijo, de las diversas estrategias militares que aplican, por un lado, los rebeldes del norte del país y, por el otro, el ejército federal. Lie apunta que algunos aspectos del objeto de su análisis pueden entrañar ricas enseñanzas para los noruegos. Observa que “el terreno donde se desarrolla la guerra es, desde el punto de vista militar, como el nuestro –quebrado y abrupto” y que por lo tanto “se presta óptimamente para la guerra de guerrillas”. Con agudeza de oficio compara el instinto militar de Pascual Orozco, un general sin la educación castrense convencional, con el rígido profesionalismo académico del ejército federal. Lie atribuye las victorias de Orozco y las derrotas de las tropas del gobierno al abismo que hay entre la teoría y la práctica, por un lado, y a la intuición de quien conoce mejor el terreno y puede adaptarse a sus circunstancias y aprovecharlas con ingenio. Este informe de Lie es acaso el más extenso de cuantos encontré, suscritos por él, en el archivo; en efecto, detalla las estrategias militares de ambos bandos con minuciosidad y las ilustra con las batallas que las tropas del gobierno, dirigidas por el general José González Salas, sostuvieron con las rebeldes que habían sido comandadas por el general Orozco; dichos enfrentamientos habían tenido lugar cerca de Torreón, camino de Chihuahua, entre el 22 y el 25 de marzo de 1912. Los datos de Lie incluyen la ordre de bataille del general Salas cuyos cuadros habían quedado divididos en tres columnas –este, centro y oeste– al mando, cada una, de un general; en cada columna, según apunta Lie, van incluidos el número y la clase a la que pertenecen sus integrantes. Lie hace gala de conocimientos en esta materia y también de la información con la que cuenta ya que redacta una crónica pormenorizada de las batallas y de los resultados desastrosos que sufrieron las huestes de Salas. Para concluir, reitera Lie que las enseñanzas de este “nuevo ejemplo que 89

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presenta las ventajas del adecuado uso de un terreno que se presta para la guerra de guerrillas” con pequeñas unidades bien organizadas y adiestradas, pueden ser aprovechables para Noruega. Muy pronto, a fines del mes de abril, los Lie viajarían a Noruega, seguramente a fin de pasar una temporada de vacaciones entre los suyos. Regresaron a la Ciudad de México el 7 de febrero de 1913, sólo dos días antes de que comenzara la Decena trágica. El 11  de  febrero, Lie envió un telegrama cifrado a su cancillería: “Revolution i capital. Lie.”. Los eventos que tuvieron lugar en la ciudad durante esos días fueron muchos, variados y muy complejos, muchos no podían haber sido conocidos por los Lie, otros resultaban quizás increíbles, otros aparecerían bajo las distorsiones propias de los rumores, algunos llegaron a poner en peligro la vida de los Lie; seguramente que por eso y por otras razones, tuvieron que pasar algunos días para que Michael tuviera información más o menos confiable y suficientes elementos de juicio para poder informar debidamente a su cancillería. Además, según Margaret apunta, el correo se había suspendido durante esos días. Por otra parte, ese mismo día, el 11 de febrero, Lie puso en manos del embajador Wilson una nota en la que le pedía que los Estados Unidos protegieran los intereses noruegos en México. Este es el texto de la nota: Monsieur l’Ambassadeur, I have learnt that American warships are sent to different ports of this country for the protection of American and possibly other foreign interests. As Norway has a great shipping to this country I take the liberty to ask for Your Excellency’s kind assistance, for which I would be extremely grateful, in order to obtain, if necessary, protection also for Norwegian interests. I avail myself etc. etc. etc. M. Lie.

La nota revela implícitamente el reconocimiento del poder de facto que ejercía la embajada norteamericana en México. El día 19, Lie manda un telegrama cifrado que, dentro de su brevedad, expresa con elocuencia la médula del significado del golpe de estado, en los siguientes términos: “Presidente y gobierno apresados victoria política americana. Lie.” Sin embargo, Margaret es la primera en redactar su informe sobre la Decena Trágica (a sus parientes, por supuesto), que va fechado el 21 de febrero; al día siguiente fecha Michael el suyo en el que muy escuetamente registra los sucesos, día por día, a partir del 9 de febrero y hasta el 21 del mismo mes. Al final de su reporte, promete que enviará otro en el que comentará el aspecto político de la situación. La carta de Margaret abunda en todo tipo de detalles y así presenta una relación muy viva de lo que les ocurrió en esos días. Como la residencia de la legación había sido vendida durante su ausencia, cuando regresaron se vieron obligados a alojarse en un hotel; y como el hotel Geneve estaba cerrado, tuvieron que alojarse en uno que estaba situado a unos pasos 90

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del Zócalo, el hotel Isabel. Cuando comenzaron los tiroteos en el Zócalo y sus alrededores, en uno de los cuales murió el general Reyes frente a la puerta del Palacio Nacional, les habló el ministro alemán Von Hintze y los invitó a que se fueran a refugiar en su residencia donde podrían reunirse con otros representantes diplomáticos. Tomaron un taxi pero en el camino, como “teníamos que cruzar unas calles que estaban expuestas al tiroteo de la Ciudadela [el chofer] no aceptó continuar y nos regresó al hotel” (201). Pudieron llegar a la legación alemana, al día siguiente, y desde ahí y a partir de entonces, quedaron instalados prácticamente en la zona de fuego debido a su vecindad con la Ciudadela donde se habían parapetado los rebeldes y donde se defendían de los ataques de las tropas del gobierno. “Podíamos escuchar constantemente”, apunta Margaret, “cómo los proyectiles de fusil y de ametralladora pegaban en el muro de nuestro dormitorio…” (202). Un día que estaba “en el gran salón”, después de haber pasado un rato sentada en una banca del jardín junto con otra señora, se oyó una explosión tan espantosa que pensamos que la casa se iba a desintegrar […] resultó que una granada había caído exactamente junto a la banca donde unos minutos antes habíamos estado sentadas […] sacó un árbol con todo y raíz dejando un hoyo grande en la tierra y rompió todos los vidrios de las ventanas […] siguiendo el consejo de Von Hintze, la mayoría bajamos al sótano donde caminábamos sobre pedazos de vidrio. (202 y 203)

También nos enteramos de ciertas peripecias de Michael, por ejemplo, que entre los tiroteos se fue a pie y solo a encontrarse con su banquero porque a él y a su anfitrión Von Hintze ya se les había acabado el dinero; orgullosa del valor de su marido, apunta Margaret que “felizmente M. ­volvió pronto con el dinero en el bolsillo. Había corrido a lo largo de las paredes de puerta en puerta. En su alegría Von Hintze le ofreció de inmediato un whisky con soda” (203). También registra que Von Hintze y Michael habían sido convocados por el embajador Wilson a una junta de jefes de misión en la embajada de los Estados Unidos a la que se dirigieron entre los tiroteos y una “lluvia de granadas”, pero bajo la “protección” de las banderitas de sus respectivos países al frente de sus automóviles. Apunta que los diplomáticos “entre otros asuntos, se pusieron de acuerdo en tratar de lograr la suspensión de hostilidades” (204). No menciona cuáles fueron los “otros asuntos” pero conociendo los reportes de otros diplomáticos asistentes a esas reuniones en la embajada norteamericana, como por ejemplo, los testimonios del ministro de Cuba, Manuel Márquez Sterling, los del ministro de España, Bernardo de Cólogan y el informe confidencial del emisario del presidente Woodrow Wilson, William Bayard Hale, seguramente que el embajador Wilson aprovechó la oportunidad para insistir en la posibilidad de que si no renunciaba Madero, su país intervendría militarmente para proteger los intereses de sus nacionales y para poner término al caos y la anarquía en los que Madero había hundido a México. 91

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El 25 de febrero, Lie envía otro reporte confidencial, que parcialmente transcribo a continuación pues a pesar de su pragmático laconismo, resulta muy elocuente ya que revela su fría e insensible reacción frente a la usurpación de Victoriano Huerta y al asesinato de Madero, hechos que parece aceptar con una cierta admiración que le despierta Huerta: El presidente general Huerta fue el principal actor en el golpe de estado contra Madero. Se ha mostrado como un decidido, enérgico y diestro general. En realidad fueron sus tropas las que derrotaron a los rebeldes en el norte de México. El presidente Huerta me manifestó, entre otras cosas, que sus funciones, de acuerdo con la situación, debía desempeñarlas con mano dura. Que debía, por “todos los medios”, imponer la paz. Huerta entiende que hacerse temido es algo que ahora no debe sopesar.

Sigue la lista de los integrantes del gabinete recién nombrado quienes merecen la aprobación de Lie ya que elogia las cualidades de algunos como León De  la  Barra (Relaciones Exteriores: “inteligente”), García Granados (Gobernación: “educado en Alemania donde recibió un doctorado en Filosofía”), David de la Fuente (Comunicaciones: “comandante de un batallón grande de rebeldes contra Madero en el norte”), a otros solamente los nombra y sólo a uno de ellos se refiere negativamente, el general Mondragón, a quien califica de “desconfiable”. El despacho concluye con el párrafo que sigue, cuya helada brevedad e insignificancia no corresponden ni a la dimensión histórica de la traición de Huerta, ni a las circunstancias de los cobardes magnicidios (¡ni siquiera registra la fecha del crimen!): “El presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados mientras eran transportados desde Palacio donde habían sido hechos prisioneros, hacia la cárcel –supuestamente porque el transporte fue atacado por maderistas que querían liberar de la prisión al ex-presidente y al ex-vicepresidente”. En cambio, con cierta sensibilidad y mayor espíritu informativo, apunta Margaret en su carta del día 28 que el 22 de éste estuvimos en una gran recepción en la embajada norteamericana [¡casi a la misma hora que se cometían los crímenes!] para conocer al nuevo gobierno del general Huerta […] Estaba ya decidido que Madero, con su familia, saldría del país esa misma noche, el 22, por Veracruz. Pero Madero no se presentó [sic] en la estación donde su familia lo estaba esperando. Cuando él junto con el vicepresidente Pino Suárez iban a ser trasladados del Palacio a la cárcel por la tarde, fueron asesinados. Dicen que esto sucedió en tal forma que al ir en camino se les había dado la oportunidad de huir y que les dispararon cuando aprovecharon esta oportunidad –todo preparado de antemano. ¡Todo esto extremadamente espantoso! (208, mi énfasis)

A partir de entonces, Michael ponderará la oportunidad de reconocer al gobierno de Huerta; en su despacho confidencial del 3 de marzo, 92

Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana

sugiere con cautela que el gobierno noruego lo reconozca formalmente en el momento en que lo hagan los Estados Unidos y las potencias europeas. Dos días después, envía otro informe confidencial en el que pronuncia un interesante juicio sobre Madero y sobre su gobierno y también sobre su trágico final: El presidente Madero fue un idealista que creyó que se podía saltar sobre las leyes del desarrollo e inmediatamente poner en marcha reformas modernas y democráticas entre los indios mexicanos, que suman alrededor de 9 millones dentro de una población total que asciende a 15 millones. Al pueblo se le debería reconocer su derecho a la libertad y a la autodeterminación, el sistema electoral debería reformarse, se debería garantizar la libertad de prensa, simplificar y controlar mejor la administración, repartir las tierras no cultivadas entre los campesinos, etc. La libertad fue entendida como si consistiera en el derecho de hacerse justicia por la propia mano y la masa del pueblo mexicano, que con tanto entusiasmo había elegido a Madero como presidente, no vió resultados prácticos en los aspectos materiales, apareciendo así el descontento. La anarquía comenzó a extenderse. Madero tuvo que jalar las riendas. La libertad de prensa tuvo que limitarse, los cuerpos de policía se incrementaron y el ejército fue enviado a sofocar a los rebeldes. Madero se desplazó de un polo al otro y se comportó totalmente como un dictador militar […] las clases acomodadas de mexicanos trabajaron calladamente contra Madero, tanto porque sus propiedades habían sido destruidas por los bandidos como porque estaban en contra de las reformas. También los americanos y otros extranjeros, que tenían intereses económicos en México, se opusieron a Madero debido a que no garantizaba la paz entre las fuerzas del trabajo. […] Los grandes intereses americanos han sido muy perjudicados bajo el gobierno de Madero. Las inversiones se han suspendido y muchos americanos se han ido del país. Es de mi conocimiento que, durante mucho tiempo, el actual embajador americano ha hecho todo lo posible por debilitar la posición de Madero con la finalidad de llegar a tener un presidente que pudiera mantener el orden y que se mostrara más benevolente frente a los intereses americanos. Y ahora, durante la crisis, cuando Madero fue hecho prisionero por sus propios generales, Huerta y Blanquet, el embajador americano estuvo directamente involucrado con ellos. El embajador me dijo personalmente que él tenía información de este asunto con mucha antelación. Las negociaciones entre los generales Huerta y Díaz tuvieron lugar en la propia embajada. Sin la colaboración del embajador americano, Madero seguiría siendo presidente hoy en día. […] El gobierno de los Estados Unidos ha examinado recientemente la equidad de la conducta del embajador americano encaminada a reemplazar a Madero por un nuevo presidente […] El embajador ha mostrado gran afán en que los jefes 93

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de misión apoyen al nuevo presidente provisional, lo cual es natural ya que él mismo colaboró en el retiro de Madero. Pero este afán cesó, en parte, cuando el embajador, tras el asesinato de Madero, recibió un telegrama cifrado de su gobierno en el que le ordena que, en el futuro, no dé ningún paso que el nuevo gobierno pueda interpretar como un reconocimiento formal de parte de los Estados Unidos. El gobierno de Madero tenía la ventaja –si hubiera sobrevivido– de que no se mostraba más favorable a los Estados Unidos que a los países europeos. Con la influencia que los Estados Unidos han adquirido ahora en México, aquella ventaja ya no se espera del nuevo gobierno. (Mi énfasis)

El juicio de Lie me parece interesante porque revela su intención de ser objetivo a la vez que no renuncia a sus convicciones, principalmente las eurocentristas; en efecto, imputar a los “indios” la culpa de que las reformas democráticas propuestas por Madero no funcionaron –como lo han querido hacer algunos hasta nuestros propios días–, resultaba dudoso ya en 1913 y tal afirmación, ya entonces también, despedía un inconfundible tufo racista. No creo que hubiera sido mucho exigirle a Lie que, antes de culpar a los “indios” del fracaso de las reformas democráticas, reflexionara sobre el papel que desempeñaron los terratenientes, los militares, las grandes empresas explotadoras de recursos naturales, los medios de comunicación, los políticos de uno y otro bando, en pocas palabras, la burguesía capitalista aliada con la clase gobernante, en la aplicación de “prácticas modernas y democráticas” antes, durante y después de Madero. La afirmación de que “Madero se comportó totalmente como un dictador militar” es un disparate en el que no valdría la pena detenerse si no fuera porque ahí parece transparentarse una calumnia de la clase de las que gustaba diseminar el embajador Wilson con quien Lie se reunía con mucha frecuencia. En cuanto a la complicidad de Wilson con Huerta y Díaz, el testimonio de Lie viene a sumarse al del ministro cubano y al del ministro español, Manuel Márquez Sterling y Bernardo de Cólogan, respectivamente. También confirma lo que pudo averiguar William Bayard Hale, el agente confidencial que el presidente Woodrow Wilson envió a México para que documentara el papel que el embajador Wilson había desempeñado en relación con la caída de Madero. Por esos días, Margaret se dedicaba en cuerpo y alma a sus labores domésticas en su nueva residencia, a las funciones diplomáticas en las que da la impresión de sentirse como pez en el agua y a disfrutar las delicias del verano y de las comodidades y lujos que les brinda la vida diplomática, en esa “época de rosas” pues “México es encantador a pesar de todo”. En efecto, el 9 de abril apunta que M. se ha hecho de un magnífico caballo para montar que tenemos aquí en las caballerizas, y todas las mañanas sale a cabalgar dando largos paseos con varios de sus colegas, entre ellos, Von Hintze, el secretario de la legación 94

Contrapunto de miradas noruegas sobre la Revolución mexicana

inglesa, Mr. Hohler, la cuñada del ministro inglés, Miss Fraser y otros más. Dice que es una gran experiencia ver tanto y tan radiantemente hermoso al mismo tiempo. Como en otro planeta. (209)

Efectivamente, con frecuencia los diplomáticos parece que viven en otro planeta; sin embargo, la siguiente carta de Margaret (22 de abril) va poblada de muchas preocupaciones por la inseguridad con la que se vive diariamente en la capital, por los rumores de que los ferrocarriles a Veracruz se van a suspender “pues en ese caso seremos simplemente prisioneros”. Pero no todas son preocupaciones ya que “la alta sociedad de aquí, que ha resurgido, da fiestas para los nuevos líderes” y dice que en una de ellas, en honor del presidente, en el Jockey Club, Michael “encontró a Huerta muy simpático, y éste se mostró como siempre a la altura de la situación”. Poco después, hubo fiesta en honor de Huerta en el club británico en la cual pronunció “un discurso jocoso y humorístico […] Hay algo de afable, simpático, inteligente y sencillo en Huerta, lo que hace que nos gane a todos” (211). Los siguientes despachos de Lie que obran en la caja 5442 correspondiente a 1913, se refieren principalmente a la oportunidad de reconocer formalmente al gobierno de Huerta. Mientras que a los jefes de misión europeos –especialmente al inglés– les urgía el reconocimiento a fin de contar con el necesario apoyo del gobierno de Huerta a las inversiones de sus nacionales y, en general, a los intereses económicos de sus países, el gobierno de Woodrow Wilson que acababa de entrar en funciones, contemplaba a Huerta como lo que era, un usurpador y, por lo tanto, se resistió a reconocerlo. Lie parecía nadar entre dos aguas; de pronto insistía en reconocer formalmente a Huerta por solidaridad con los europeos, de pronto opinaba que mejor había que esperar para hacerlo cuando los Estados Unidos lo hicieran. En el archivo se encuentra la nota diplomática del 28 de noviembre de 1913, anexa a la cual la legación de los Estados Unidos en Oslo envió a la cancillería noruega un telegrama del Departamento de Estado que transcribe una declaración del presidente Wilson en el que razona, con lógica impecable, su posición no negociable frente al gobierno de Huerta, sencillamente por tener su origen en la violencia y la usurpación, es decir, por su evidente ilegitimidad. En efecto, a diferencia de las potencias europeas, los Estados Unidos nunca reconocieron formalmente a Huerta ni tampoco hay evidencia de que lo hiciera Noruega entre los documentos del archivo nacional que pude revisar. Finalmente, los Lie concluyeron su misión en México en mayo de 1920, apenas unos días antes del trágico fin de Venustiano Carranza. En 1921 fueron a encargarse de la legación noruega en Roma y de 1922 a 1927, de la legación en Madrid, pero ninguno de estos dos episodios diplomáticos se incluyen en el libro de Lie al cual termina de ponerle el punto final, ya de regreso en la más íntima entraña de su patria –ese sí, idílico 95

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paraíso–, de esta manera: “Después de nuestro largo vagabundeo, estamos ahora pasando el verano rodeados por el gran silencio de la alta montaña, a la vera de la imponente cordillera, donde las mezquinas discordias e intrigas del mundo se desvanecen ante la grandiosa naturaleza” (294). Con la perspectiva de cien años, con la que hoy contamos, enriquecida por la investigación y por otros testimonios documentales de lo que pasó en México durante la segunda década del siglo XX, y a la luz también de la historia del siglo XIX mexicano, estimo que el valor y el interés del testimonio del matrimonio Lie se cifra hoy en el carácter del punto de vista desde el que cada uno de ellos rinde su propio testimonio, es decir, desde donde él emprende su discurso narrativo oficial y desde donde ella lleva a cabo el suyo eminentemente familiar. Valor e interés que se desprenden también del significante contrapunto que ofrece la lectura paralela de los textos de él y los de ella.

Bibliografía Calderón de la Barca, Frances, Life in Mexico. Berkeley: U. of California Press, 1982. Cólogan, Bernardo de, “Declaraciones del ministro de España, mediante las que se pone de manifiesto la intervención de Mr. Lane Wilson”. En: Arturo Arnáiz y Freg (ed.), Madero y Pino Suárez. México: Secretaría de Educación Pública, 1963, 218–228. Hale, William Bayard, “La participación de Henry Lane Wilson”. En: Arturo Arnáiz y Freg (ed.), Madero y Pino Suárez. México: Secretaría de Educación Pública, 1963, 229–246. Lie, Michael, Fra mit liv som diplomat. Oslo: Gyldendal, 1929. Márquez Sterling, Manuel, “Los últimos días del presidente Madero”. En: Arturo Arnáiz y Freg (ed.), Madero y Pino Suárez. México: Secretaría de Educación Pública, 1963, 175–201. O’Shaughnessy, Edith, A Diplomat’s Wife in Mexico. Nueva York: Harper and Brothers, 1916. Plathe, Margaret Ann, Indómita. Cartas de Noruega sobre la Revolución mexicana. Traducción de Vitza Manrique Langseth. México: Conaculta, 2010.

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Parte II Literatura

Vanguardia británica/Modernidad mexicana El México posrevolucionario en La serpiente emplumada de D. H. Lawrence Maarten van Delden Universidad de California (Los Ángeles)

Huyendo de lo que percibe como la decadencia de la cultura europea, el escritor británico D. H. Lawrence llega a México en marzo de 1923, donde se encuentra con un país inmerso en una profunda efervescencia política, económica, social y cultural. Dividida su estancia en tres etapas distintas, Lawrence permanecerá un total de once meses en México, lo que supondrá una experiencia que culminará en la escritura de una de sus novelas más controvertidas, The Plumed Serpent (1926). En esta novela, Lawrence desarrolla una feroz crítica del proyecto revolucionario mexicano, el que rechaza por su materialismo y su igualitarismo; pero, al mismo tiempo, inventa otra revolución que reemplaza pero también refleja –sobre todo en su dimensión indigenista– la revolución real. El artículo analiza la mezcla de atracción y repudio que caracteriza la visión de la Revolución mexicana de Lawrence, relacionando esta postura con las corrientes artísticas de las vanguardias europeas de la época. Uno de los rasgos sobresalientes de las vanguardias artísticas y literarias europeas de finales del siglo  XIX y de las primeras décadas del siglo XX es el interés por las llamadas culturas primitivas (Torgovnick 1990; Barkan y Bush 1995). El rechazo a la modernidad occidental y la mecanización y burocratización de la existencia en los países industrializados impulsa a numerosos artistas de la época a buscar formas alternativas de vida y nuevos modos de expresión fuera de Occidente. En las sociedades primitivas el artista o escritor vanguardista espera encontrar una pureza o autenticidad negada a los habitantes de los países supuestamente civilizados. La influencia del arte primitivo africano en la pintura de Pablo Picasso, el viaje de Antonin Artaud al país de los Tarahumaras, y la estancia de Paul Gauguin en la isla de Tahití son algunos de los ejemplos más conocidos de esta fascinación vanguardista por el mundo 99

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no-occidental. El escritor británico D. H. Lawrence es sin lugar a dudas una figura clave dentro de este movimiento de la cultura europea. Profundamente afectado por la crisis de la civilización europea que había culminado en la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, D. H. Lawrence, junto con su esposa Frieda, abandona el Viejo Continente a principios de los años veinte en busca de un mundo mejor fuera de Europa. Sus viajes lo llevarán a Ceilán, Australia, Nuevo México, y finalmente México, donde entre marzo de 1923 y marzo de 1925 permanecerá un total de aproximadamente once meses en tres etapas distintas (Ellis 1998: 100–121, 130–140, 204–224). Llegará primero a la Ciudad de México, desde donde emprenderá excursiones a lugares de los alrededores de la capital de la nación, como Puebla, Orizaba y Teotihuacán. Más tarde se instalará en Chapala, en la orilla del lago del mismo nombre, en el estado de Jalisco. En su tercera y última visita a México vivirá varios meses en Oaxaca. Dos libros serán el resultado del encuentro de Lawrence con México: una colección de ensayos, Mornings in Mexico (1927), y una novela, The Plumed Serpent (La serpiente emplumada, 1926). Cuando Lawrence llega a México en marzo de 1923, la etapa armada de la Revolución mexicana ya ha concluido. Esto no quiere decir, sin embargo, que el país se encuentre completamente pacificado. Siguen produciéndose levantamientos armados e intentos de golpes de estado. En 1926, un año después de que Lawrence abandone definitivamente México, irrumpe la Guerra de los Cristeros, que enfrentará a militantes católicos y al gobierno anticlerical del Presidente Plutarco Elías Calles (Meyer 1974). Lo que está claro es que Lawrence llega a un país en fermento. México se encuentra a principios de los años veinte en medio de la difícil consolidación de un nuevo orden social, económico, cultural y político, un complejo proceso que implicaba fundamentalmente un esfuerzo por modernizar al país (Meyer 1991: 203). ¿Y cómo reacciona Lawrence ante esta nueva realidad? Veremos que su postura –tal como se refleja en La serpiente emplumada– es altamente paradójica. Por un lado, el autor británico rechaza la Revolución mexicana; por otro lado, inventa en su novela otra insurrección, una revolución ficticia que simultáneamente reemplaza y refleja la revolución real. La novela de Lawrence cuenta la historia de Kate, una mujer irlandesa de cuarenta años, quien ha venido a México después de la muerte de su marido buscando un nuevo comienzo a su vida. En México conoce a Don Ramón Carrasco, un intelectual y hacendado, y al general Cipriano Viedma, un revolucionario indígena, y se involucra en el renacimiento religioso que estos dos hombres están tratando de impulsar en su país. Este renacimiento representa un rechazo tanto de la ideología de la Revolución mexicana como de la tradición católica de México. Como alternativa a 100

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estas dos corrientes históricas, Ramón y Cipriano proponen instalar un nuevo culto a Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, unos de los principales dioses del panteón precolombino (Florescano 1993). En otras palabras, Lawrence utiliza su novela para imaginar una revolución muy distinta a la que realmente tuvo lugar en México entre 1910 y 1920. La revolución que propone Lawrence no es modernizadora, sino primitivista y arcaizante. No se propone implementar cambios sociales, políticos y económicos en el país, sino que busca transformar espiritualmente al país. ¿Por qué Lawrence reacciona con tanta hostilidad ante la Revolución mexicana? Lo primero que habría que mencionar es que el autor británico presenta la Revolución como un fenómeno puramente destructivo. Una y otra vez, el narrador de La serpiente emplumada llama la atención sobre los estragos producidos por el conflicto que había arrasado al país en la segunda década del siglo  XX. En vez de construir un orden nuevo, la Revolución ha dejado un país en ruinas. El narrador alude a “the endless desolation left by the revolutions” (Lawrence 1927: 80) y descubre en México “a revolution broken landscape” (84). En varias ocasiones sugiere que las cosas eran mejores en la época de Porfirio Díaz. Cuando Kate llega al pueblo de Orilla, ubicado en los bordes del lago de Sayula (basado en Chapala), el narrador comenta con nostalgia que en la época de Don Porfirio el lago había empezado a convertirse en la Riviera de México. Pero la historia interrumpe el aparente idilio: “During the subsequent revolutions, Orilla, which had begun to be a winter Paradise for the Americans, lapsed back into barbarism and broken brickwork” (107). En la Revolución mexicana, Lawrence jamás reconoce una lucha contra la opresión, o un deseo de mejorar el país. Al contrario, lo único que ve es el afán de destrucción. Para Lawrence, el impulso destructivo de la Revolución mexicana está firmemente ligado a la aparición de las masas en la escena social y política del país. Es posible que la animadversión que Lawrence sentía por las masas (y la democracia) tuviera que ver con el horror que le produjo la histeria patriótica y militarista del pueblo británico durante la Primera Guerra Mundial (Pichardie 1988: 13–38). Pero cualquiera que haya sido la causa de la actitud del autor británico, no hay duda de que La serpiente emplumada plasma con indubitable fuerza expresiva el desdén que Lawrence sentía hacia las masas de las sociedades modernas o en proceso de modernización. La visión que tenía del pueblo mexicano se refleja claramente en la escena con la que abre la novela. En el primer capítulo de La serpiente emplumada, se describe la visita de Kate a una corrida de toros en la Ciudad de México con sus amigos norteamericanos, Owen Rhys y Bud Villiers. Desde el principio, Kate se resiste a disfrutar del espectáculo, en parte, sin duda, por el rechazo que siente por la gente que la rodea en la plaza de toros. “I really hate common people,” exclama, 101

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al verse rodeada de un público que según el narrador consiste “mostly of fattish town men in black tight suits and little straw hats, and a mixingin of the dark-faced laborers in big hats” (6). Más adelante, el narrador establece de una forma explícita la relación entre el comportamiento anárquico –y para Kate, repulsivo– del público en la corrida de toros y la revolución: “They were the People, and the revolutions had been their revolutions, and they had won them all” (7). En la visión de Lawrence no es el ideal de un país mejor lo que inspira a los revolucionarios; al contrario, el autor británico sólo ve una masa turbulenta (y mal vestida) que busca satisfacer sus instintos más bajos. Incluso cuando llega a conocer más de cerca a una persona que pertenece a la masa anónima, Kate mantiene su actitud de repudio. Al instalarse en una casa en Sayula, con el propósito de estar más cerca de Ramón, obtiene los servicios de una criada llamada Juana. Poco a poco, surge una relación íntima pero a la vez tensa entre la mujer extranjera y la criada indígena. Kate siente que la actitud de Juana es insolente, irrespetuosa. Observando a su criada, llega a la conclusión que en México “it was a crime to be rich, or to be classed with the rich” (233). En otras palabras, lo que explica la actitud de una mujer de clase trabajadora como Juana hacia los ricos es un sentimiento de envidia. Si hay conflicto de clases en México, éste no se debe a la lucha que emprenden las clases populares por la justicia, o en contra de la explotación; al contrario, para Kate (y para Lawrence), el conflicto tiene como raíz el resentimiento de los pobres hacia los ricos. Hay un pasaje en la novela donde el narrador comenta que se siente en el país “an ugly feeling of uppishness in the lower classes, the bottom dog clambering mangily to the top” (87). El deseo de las clases bajas de transformar el orden social es representado en la novela de Lawrence como algo profundamente feo. En otras partes del texto, sin embargo, las objeciones a la Revolución mexicana adquieren un tinte más ideológico y filosófico, menos personal y visceral. Ramón, por ejemplo, expresa una visión explícitamente antipolítica del mundo, la cual explica su oposición al nuevo orden posrevolucionario. En una conversación con Cipriano comenta que “Politics, and all this social religion that Montes has got is like washing the outside of the egg, to make it look clean. But I, myself, I want to get inside the egg, right to the middle, to start it growing into a new bird” (210). ¿En qué se basa el rechazo de Ramón al mundo de la política? Pareciera que, para el líder de los Hombres de Quetzalcóatl, la política sólo enfoca la superficie de las cosas. Ramón piensa que mejorar las condiciones materiales de la vida de los mexicanos en el fondo no sirve para nada: “The more you save these people from poverty and ignorance, the quicker they will die” (210). Según Ramón, la política no responde a las verdaderas necesidades de los seres humanos, las cuales son fundamentalmente de tipo espiritual. Si el 102

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movimiento encabezado por Ramón logra difundirse por todo el país, es porque hay un deseo entre la gente de encontrar respuestas religiosas y no políticas a sus inquietudes. El error de la Revolución mexicana fue el optar por la ruta de la política. La política es un producto de la voluntad humana; lo que se busca es algo que va más allá de lo meramente humano. “There was a strange, submerged desire in the people for things beyond the world,” comenta el narrador. Y añade: “They were weary of events, and weary of news and the newspapers” (285). La Revolución mexicana pertenece a este mundo de los eventos y las noticias que para Lawrence pertenece a un orden inferior que frena el pleno desarrollo de las personas. La resistencia de Lawrence al ámbito de la política también se refleja en su visión del arte posrevolucionario mexicano. El segundo capítulo de la novela incluye una escena en la que Kate visita la Universidad y el antiguo convento jesuita (convertido ahora en una escuela secundaria) para ver los murales que Diego Rivera está pintando en los edificios públicos de la Ciudad de México. A Kate no le gusta lo que ve: “In the many frescoes of the Indians, there was sympathy with the Indian, but always from the ideal, social point of view. Never the spontaneous answer of the blood” (53). El problema para Kate (y para Lawrence, quien en esta escena claramente comparte las opiniones de la protagonista de su novela) es que Rivera se acerca a su tema desde una perspectiva abstracta e intelectual, y no de un modo intuitivo y espontáneo. Para Kate, la pobreza artística de la obra de Rivera se vincula con su tendencia a interpretar la realidad desde un ángulo político: “These flat Indians were symbols in the great script of modern socialism, they were figures of the pathos of the victims of modern industry and capitalism. That was all they were used for: symbols in the weary script of socialism and anarchy” (54). La lectura política de la historia ubica a los indígenas dentro de narraciones prefabricadas, negándoles la complejidad de su ser. Es precisamente esta tendencia ideologizante de los movimientos revolucionarios –tanto en el ámbito sociopolítico como en el de la cultura– la que provoca el rechazo de Lawrence. Aunque Lawrence parece estar más interesado en proponer una crítica filosófica de la Revolución mexicana que en analizar las medidas concretas tomadas por los revolucionarios, hay pasajes en La serpiente emplumada en los que el autor británico comenta algunas de las reformas implementadas por la Revolución. Concretamente, Lawrence incluye en su novela una crítica a la reforma agraria. En un segmento del texto centrado en uno de los hijos de Juana, el narrador parece sugerir que la reforma agraria promovida por lo que llama “el gobierno socialista del país” no tiene sentido ya que las personas que se benefician de esta reforma no poseen una verdadera conexión con la tierra. Cuando Ezequiel recibe 103

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del estado una pequeña parcela cerca de su pueblo, parece no saber qué hacer con el pedazo de tierra que le ha sido concedido: “he had no blood connection with this square allotment of earth and could not get himself into relations with it” (159). El lector atento habrá observado, sin embargo, que en la página anterior el narrador comentaba que a Ezequiel no le importaba trabajar para un patrón. ¿Y por qué no le importaba? Según el narrador, el hijo de Juana “never felt that he was working for a master. It was the land he worked for. Somewhere inside himself he felt that the land was his, and he belonged in a measure to it. Perhaps a lingering feeling of tribal, communal land-ownership and service” (158). Curiosa forma de describir el estado psíquico de Ezequiel: cuando el peón trabaja para un patrón, se siente espiritualmente vinculado con la tierra, pero cuando tiene que labrar una tierra que es su propiedad, de repente pierde ese vínculo. ¿No hubiera sido más lógico suponer un proceso inverso? Hay otras secuencias en La serpiente emplumada en las que el lector puede percibir las dificultades que tenía Lawrence en pensar el proceso revolucionario mexicano de una forma coherente. Veamos, por ejemplo, el pasaje en el que el narrador explica cómo Cipriano Viedma llegó a ser un general revolucionario. De entrada, hay que señalar que la novela contiene una gran paradoja: por un lado, Lawrence se opone a la Revolución mexicana; por otro lado, resulta que uno de los héroes de su ficción es precisamente un general revolucionario. ¿Cómo puede ser esto? Pareciera que el autor quería un protagonista que de algún modo disfrutara de la autoridad, el poder, y el prestigio derivados de su participación en la revolución, pero sin manifestar ningún tipo de compromiso con los ideales del movimiento en el cual se involucró. Esta falta de compromiso se nota en la descripción que ofrece la novela de la trayectoria de Cipriano. Cuando empieza la revolución, el joven Cipriano se encuentra en Inglaterra, donde su padrino, el obispo de Oaxaca, lo ha mandado a estudiar. Según Cipriano, la revolución lo obliga a regresar a México, pero no explica por qué no podría haberse quedado en Inglaterra: “Then when the revolution came, and I was twenty-one years old, I had to come back to Mexico” (73). Simplemente constata la necesidad de volver a su país, pero se niega a ahondar en sus motivos. ¿Fue por motivos personales, políticos, económicos, o quizás por sentimiento nacionalista? No se sabe. Más tarde, cuando explica su actuación como militar, Cipriano evita mencionar cualquier tipo de motivación política o ideológica: “In the revolutions, I tried to help the man I believed was the best man” (74). Lo que se expresa aquí es una ética de lealtad a las personas, no a los ideales. Cipriano es revolucionario casi sin quererlo. El papel de Cipriano demuestra que a pesar de su actitud crítica, Lawrence no expresa en su novela un rechazo total a la revolución. En realidad, una postura dogmática iría en contra del concepto que el mismo 104

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Lawrence tenía del arte de la novela. En un conocido ensayo, insistía en que la diferencia entre el género de la novela y otros modos de expresión humana, como la religión, la filosofía y la política, era que una novela no trata de “fijar” (“nail down”) la realidad, sino que capta la fluidez y complejidad del mundo en que vivimos (Lawrence 1971: 177). En efecto, en La serpiente emplumada, la oposición de Lawrence a la Revolución mexicana, aunque a veces se expresa de una forma muy tajante, nunca llega a ser completamente rígida y carente de matices. Tomemos como ejemplo la relación entre los dos primeros capítulos de la novela. En el primer capítulo, como ya hemos visto, el comportamiento degenerado de la masa que asiste a la corrida de toros sirve para demostrar el rechazo de Lawrence a las nuevas relaciones de poder social y político en el México de los años veinte. Desde cierta perspectiva, pareciera que en el segundo capítulo de su novela el autor británico estuviera ahondando en su crítica a la revolución. En este capítulo, Kate asiste a una reunión en casa de una antropóloga norteamericana residente en México. Parte de la conversación gira en torno a la situación política del país, la cual inspira a varios de los invitados una intensa irritación, dirigida principalmente en contra del nacionalismo y populismo promovidos por el nuevo régimen. Sin embargo, lo que llama la atención en esta escena es que el narrador describe a los críticos de la revolución –en su mayoría extranjeros– como personas profundamente antipáticas. A pesar de que estos personajes parecen estar expresando puntos de vista semejantes a los de Kate, ella termina sintiendo tanto asco hacia ellos como había sentido hacia la masa en la corrida de toros. En resumen, la novela critica la Revolución, pero también a sus críticos. La crítica de Lawrence a la Revolución mexicana y al orden posrevolucionario forma parte de una crítica más amplia a la modernidad. Como ya hemos visto, el autor británico aborrece las masas, lo cual explica su repudio al sistema de gobierno democrático. Para Kate, por ejemplo, la democracia no es un sistema que fortalece la libertad del individuo; al contrario, su efecto es el de aplastar esa libertad. La protagonista de La serpiente emplumada recuerda que durante la Primera Guerra Mundial había conocido “the agony of cold social fear, as if a democracy were a huge, huge cold centipede which, if you resisted it, would dig every claw into you” (149). ¿Y por qué la democracia británica le inspiraba tanto miedo? Para Kate, la democracia promueve el poder de las masas, lo que despectivamente llama “the rabble” (148). Y las masas sienten una profunda hostilidad hacia los individuos: “It was the cold, collective lust of millions of people, to break the spirit in the outstanding individuals” (148–149). La democracia es opresiva, niveladora. No promueve una relación espiritual y elevada con el mundo. Y no permite a los verdaderos individuos vivir sus vidas de una forma plena y auténtica. 105

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Esta crítica de Lawrence a la modernidad puede resultar algo paradójica, ya que para muchos observadores la modernidad es precisamente la época que celebra al individuo. Lawrence no oculta este aspecto de la modernidad; lo que propone, sin embargo, es que el individualismo moderno es un individualismo falso y degenerado. Esta idea del autor británico queda plasmada en la descripción de algunos de los personajes norteamericanos de la novela. Owen Rhys, por ejemplo, es representado como un típico individuo moderno. Es tolerante, abierto a todo tipo de experiencias, y tiene lo que Lawrence llama un “will-to-happiness” (5). Pero todo esto disgusta profundamente a Kate, quien se refiere a la tolerancia de su amigo como un “insidious disease” (24). Considera además que la constante búsqueda de nuevas experiencias delata una relación superficial con el mundo. “Greedy even for the most sordid sensations”, así es como Kate describe el comportamiento de Owen, presentándolo de este modo como una persona incapaz de distinguir el verdadero valor de sus experiencias. Cualquier cosa que le excite, lo dejará contento. El uso de la palabra “sensations” sirve para denigrar aún más a Owen, ya que sugiere que vive su vida de una forma superficial y pasajera. Según Lawrence, el individuo moderno parece disfrutar de una mayor libertad que las personas que viven en sociedades premodernas; en realidad, la libertad moderna encubre un vacío interior. “So empty, and waiting for circumstance to fill him up” (26) –tal es el juicio profundamente negativo emitido por Kate sobre Owen. La crítica de Lawrence a la modernidad no estaría completa sin la inclusión de una serie de reflexiones sobre los temas de la mecanización y la automatización. A la luz de la asociación habitual entre Estados Unidos y la modernidad, no sorprenderá que Lawrence exprese su crítica a la mecanización del mundo moderno a través de sus personajes norteamericanos. En el transcurso de un viaje en barco por el lago de Sayula, Kate se da cuenta de que la persona que la acompaña, su amigo norteamericano Bud Villiers, no muestra ninguna conciencia del ambiente de magia y misterio que los envuelve. Al contrario, lo único que le interesa es ayudar a manejar el barco, cosa que parece provocar en el narrador un tono de menosprecio: “this put Villiers at his ease, to have something practical and slightly mechanical to do and to assert. He was striking the American note once more, of mechanical dominance” (100). Más adelante, el narrador explica que Kate se sentía “weary to death of American automatism” (100–101). Para Lawrence, el interés por los asuntos prácticos de la vida delata una lamentable falta de sensibilidad espiritual. Este rechazo a todo lo que se asocia con ‘lo mecánico’ se expresa también a través del repudio al progreso tecnológico. Sayula, el pueblo donde Kate se instala para poder observar el surgimiento del movimiento religioso indigenista encabezado por Ramón y Cipriano, está lejos del 106

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mundo urbano corrompido, tal como se lo describe en el primer capítulo de la novela, pero esto no quiere decir que la modernidad no haya llegado a este remoto rincón del país. “Sayula”, comenta el narrador, “also had that real insanity of America, the automobile” (122). El narrador también critica vehementemente al ferrocarril, alegando que promueve “the spirit of rootlessness, of transitoriness, of first and second class in separate compartments, of envy and malice” (122). Incluso llega a asociar el ferrocarril con el bolchevismo. ¿Qué puede el lector pensar de este estilo de despotricar en contra de los nuevos métodos de transporte? Quizás habría que señalar que Kate viaja en tren de la Ciudad de México a Sayula, y que cuando se marcha de la corrida de toros pide un taxi que la lleve a su hotel. Lawrence juzga negativamente de la modernidad, pero sin las facilidades proporcionadas por la tecnología ni él ni sus personajes estarían en México. Y cuando la electricidad falla en Sayula, el narrador de La serpiente emplumada se queja, como haría cualquier otra persona. Como ya hemos visto, la crítica de Lawrence a la Revolución mexicana no proviene de una postura inherentemente antirrevolucionaria. Al contrario, el autor británico cree firmemente en la necesidad de una revolución, en México y en el resto del mundo. Los críticos e historiadores que han estudiado la fascinación por México entre escritores y artistas británicos y norteamericanos en la época posrevolucionaria observan que la Revolución mexicana tuvo un papel importantísimo en fomentar esta fascinación (Delpar 1990: 15; Walker 1978: 3). Al mismo tiempo, se ha señalado que en los medios de información masiva y en los círculos del gobierno y la diplomacia, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, predominaba una visión negativa del México posrevolucionario como un país “bolchevique” (Knight 1994: 18–19; Spenser 1999: 25–31). De algún modo, Lawrence se mostró afín a ambas corrientes: en La serpiente emplumada se condenan las tendencias socialistas del gobierno del Presidente Montes, pero al mismo tiempo la novela sugiere que en el pueblo mexicano existe de forma latente una capacidad para llevar a cabo otra revolución, una revolución espiritual y religiosa que no se preocuparía de los temas sociales, económicos y políticos que guiaron a los revolucionarios del periodo 1910–1920 y que seguían dominando la agenda de los gobiernos posrevolucionarios de los años 1920. ¿Cuáles son los rasgos dominantes de la revolución ficticia proyectada en su novela por Lawrence? Lo primero que habría que subrayar es la absoluta prioridad en la visión del autor británico de la dimensión religiosa de la sublevación. Ramón menciona una y otra vez su convicción de que los seres humanos sólo pueden encontrar su razón de ser en su relación con Dios. Según Ramón, “There is only one thing that a man really wants to do, all his life; and that is, to find his way to his God” (278). Toda la dimensión meramente humana de la vida le parece repugnante. El contacto 107

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personal, íntimo, que Ramón asocia con el ámbito de lo femenino, debe ser rechazado. El ser humano tiene que liberarse de las preocupaciones triviales de la vida cotidiana y buscar una relación con el más allá, la única relación auténtica. Una y otra vez, la novela repite esta doctrina de la transfiguración de las personas a través de una búsqueda espiritual. En una escena en la que Ramón discute con un obispo de la Iglesia Católica, la cual está tratando de frenar el avance del nuevo culto a Quetzalcóatl, afirma que los mexicanos morirán sin “a religion that will connect them with the universo”. Añade que “only religion will serve; not socialism, nor education nor anything”. En resumen, lo que Ramón desea impulsar es una revolución con bases completamente distintas a las que fundaron la Revolución mexicana. Pero si la meta de Ramón es promover en el pueblo mexicano una relación religiosa con el universo, ¿qué factores explicarían la elección de un regreso a los dioses precolombinos? ¿Por qué no promover un ahondamiento en el catolicismo mexicano? ¿U optar por cualquier otra religión? Resulta que Ramón expresa una visión sorprendentemente relativista de la función de los símbolos religiosos. En ningún momento afirma que Quetzalcóatl y los otros dioses del panteón precolombino invocados en la novela sean los únicos verdaderos dioses. Al contrario, Ramón considera que Quetzalcóatl representa en primer lugar una estrategia para acercarse a la dimensión espiritual de la vida. Más en particular, piensa que esta estrategia es válida en México, pero no necesariamente en otros lugares. En su conversación con el obispo, Ramón afirma que es necesario hablarles a los mexicanos “in their own language” (289). Los mexicanos son en su mayoría indígenas; por lo tanto, hay que ofrecerles dioses indígenas. Desde esta perspectiva, el catolicismo (a pesar de una presencia de cuatro siglos en el país) sería una imposición foránea que no ha logrado hundir sus raíces en el suelo cultural mexicano. En otra parte del texto, Ramón propone que “different people must have different Saviours” (394). Esta doctrina nativista contrasta directamente con el universalismo de la religión católica, que se concibe a sí misma como la única religión verdadera. Para Ramón, cada pueblo debe encontrar su propio camino hacia la salvación religiosa. Aunque los símbolos religiosos pueden variar, la experiencia religiosa es universal. ¿Y en qué consiste esa experiencia religiosa, ese contacto con la dimensión de lo sagrado en la novela de Lawrence? Lo que llama la atención en la religión que el autor británico inventa es la poca atención que se le otorga a la doctrina religiosa. Ramón y sus seguidores parecen estar poco interesados en explorar temas típicamente religiosos como la creación del mundo, la naturaleza de dios (o de los dioses), los códigos morales que los seres humanos deben seguir, o la vida después de la muerte. En vez de ofrecer respuestas a estas preguntas, el culto a 108

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Quetzalcóatl que se describe en La serpiente emplumada propone antes que nada una forma de relacionarse con el cosmos. Una y otra vez, se habla en la novela del contacto con la dimensión de lo sagrado que se obtiene a través del nuevo culto impulsado por Ramón. Esto explica, sin lugar a dudas, por qué Lawrence pone tanto énfasis en la descripción de los ritos religiosos de los Hombres de Quetzalcóatl –las danzas, la música, los gestos, y las vestimentas. A través de los ritos, los seguidores del culto alcanzan el estado espiritual que Lawrence considera esencial para que se produzca una regeneración religiosa en México. Y este estado espiritual consiste fundamentalmente en un contacto que permite al creyente sentir la energía del universo. “Only in the heart of the universe can man look for strength” (214), comenta el narrador, al describir una ceremonia religiosa sobre la que preside Ramón. Esa fusión del ser con el universo permite simultáneamente a la persona sentirse más cerca de sí misma. Para el narrador, el culto a Quetzalcóatl responde a la profunda necesidad “to collect each man his own soul together deep inside him, and to abide by it” (303). Así pues, los seguidores de Ramón se conectan tanto con el universo como con su propia interioridad. Fundamentalmente, Lawrence propone una visión vitalista del cosmos en la que se entiende que “the earth is alive and the sky is alive” (217) y que los seres humanos deben conectarse con esa corriente de energía que atraviesa el mundo natural. Como ha señalado Ross Parmenter, “el propósito de la religión de la novela es exaltar la vida” (1989: 355). El mundo moderno empuja a los seres humanos a adoptar una lectura abstracta e intelectual de la vida; el culto a Quetzalcóatl es la manifestación de una resistencia a estas tendencias. Por esto, se entiende también por qué la nueva religión tiene una dimensión tan fuertemente sexual. A fin de cuentas, es imposible ignorar que la atracción que Kate siente por el nuevo culto se confunde con el magnetismo erótico no sólo de Cipriano –con quien se casa hacia el final de la novela– sino también de Ramón. En resumen, la revolución preferida por Lawrence es espiritual y no socio-económica, erótica en vez de política, primitivista más que progresista. Pocas veces una novela tan ampliamente reconocida como una obra importante, no sólo dentro de la trayectoria de su autor sino también en el contexto más amplio de la literatura mundial, ha recibido críticas tan insistentemente negativas como es el caso de La serpiente emplumada de Lawrence. En México, los críticos han atacado al autor británico por su falta de comprensión del país que describe en su novela (Valdés 1963; Pacheco 1964; Ruffinelli 1978). La crítica poscolonialista ve en la novela de Lawrence sobre México una proyección de las fantasías de un intelectual europeo sobre la otredad (Castillo 1995: 37). Los críticos que analizan La serpiente emplumada en el contexto de la tradición de la literatura de viajes, se quejan de que Lawrence promulgó una visión estereotipada 109

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de México (Walker 1978), o que extrajo su visión del país de sus lecturas en vez de hacerlo de la realidad (Gunn 1977: 164). Las críticas más duras a la novela de Lawrence se han centrado en la postura ideológica del texto, que en la opinión de algunos lectores linda con el fascismo, por la mentalidad dictatorial que representa (Kinkead-Weekes 2001: 82). Por otro lado, La serpiente emplumada también ha tenido sus defensores. Algunos reconocen en la novela de Lawrence precisamente aquellos elementos que sus detractores echan de menos, como el realismo de su retrato del mundo mexicano (Clark 1964: 127) o sus acertadas intuiciones en torno a los conflictos claves de la sociedad mexicana de la época (Parmenter 1989: 365). Pero ha sido más común defender la novela no por lo que afirma sino por su ambigüedad. Para estos críticos, es evidente que el autor británico no utiliza su escritura con metas propagandísticas, sino que describe en su novela un mundo complejo y cambiante en el que el culto a Quetzalcóatl aparece no como solución a los problemas de México sino como una especie de ‘hipótesis’ que se puede explorar (Pichardie 1988: 260), o como un comentario autorreflexivo sobre la fascinación compartida por autores vanguardistas de la época, como James Joyce y T.S. Eliot, por el lugar del mito en el mundo moderno (Pinkney 1990: 156). Desde esta perspectiva, sería un error juzgar la novela por la medida en que logra (o fracasa en) captar la realidad de México, ya que su tema es, en el fondo, metaliterario. La vanguardia literaria angloamericana de la primera mitad del siglo XX (lo que la crítica en lengua inglesa llama “modernism”) es simultáneamente revolucionaria y reaccionaria. Por un lado, forma parte de lo que Octavio Paz ha llamado “tradición de la ruptura” (Paz 1974). Impulsados por una irrefrenable sed de cambio, los artistas que pertenecen a esta tradición rompen con las formas estéticas establecidas y critican las normas sociales predominantes. Al mismo tiempo, el rechazo de los vanguardistas a la modernidad frecuentemente los lleva a idealizar las estructuras sociales y formas de vida del pasado premoderno. A pesar de que Lawrence tuvo una relación compleja y conflictiva con las vanguardias de su tiempo (Bell 2001; Pinckney 1990), tanto su práctica como escritor como su manera de ver el mundo reflejan este doble movimiento, del cual La serpiente emplumada ofrece un notable ejemplo. Por un lado, es una novela profundamente imbuida de un espíritu revolucionario. En su novela mexicana, Lawrence deja claro que considera que es necesario un cambio drástico en el orden de las cosas. Por otro lado, su visión del nuevo orden que surgirá de la sublevación encabezada por Ramón y Cipriano es claramente reaccionaria, ya que implica un rechazo total a la modernidad, y el regreso a un pasado primitivo. Lo que resulta curioso en la imagen que Lawrence presenta de la Revolución mexicana y de la etapa posrevolucionaria que atravesaba el 110

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país en la década de los 1920, es que el autor británico logró intuir, pero no reconoció explícitamente, que la misma Revolución mexicana poseía una doble vertiente. Por un lado, la Revolución representa un enorme esfuerzo por modernizar al país, creando un estado fuerte, una nueva economía capitalista, y nuevos modos de participación de los ciudadanos en la política (Meyer 1991: 202–203). Lawrence rechaza esta dimensión de la Revolución. Pero otro componente clave de la Revolución es el nacionalismo, un nacionalismo que produce, entre otras cosas, un redescubrimiento del perfil indígena del país. Numerosos lectores –incluyendo al mismísimo Manuel Gamio (Gunn 1977: 164)– han comentado que la insurrección indigenista imaginada por Lawrence tiene muy poca conexión con la realidad de México de los años 1920. Los indígenas mexicanos no eran seguidores de Quetzalcóatl ni de Huitzilipochtli y la verdadera rebelión antirrevolucionaria de la época fue católica, no indigenista. Sin embargo, el indigenismo es una parte integral de ese complejísimo proceso que fue la Revolución mexicana. Al poner de relieve este aspecto de su novela, Lawrence demuestra que tenía mayor afinidad con la Revolución mexicana de la que él mismo creía.

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De Múnich a Chiapas B. Traven y su ciclo novelesco Caoba1 Alexandra Pontzen Universidad de Lieja – Universidad de Duisburg-Essen

Presentamos al escritor de lengua alemana B. Traven y su ciclo novelesco Caoba. Traven no sólo es un autor cuya personalidad sigue siendo misteriosa en nuestros días, sino que también lo conocemos como uno de los raros escritores alemanes que se ha apasionado por la Revolución mexicana. La recepción que se hizo de su obra en la República Democrática Alemana (RDA) y en la República Federal Alemana (RFA) refleja la situación histórica y política específica de Alemania, dividida en cuanto a la relación que tiene con la ficcionalización de los movimientos históricos revolucionarios. Durante los años treinta y cuarenta del siglo XX, México fue lugar de destino para numerosos refugiados políticos que habían abandonado una Europa dominada por el fascismo y el racismo. Las estadísticas estiman la cantidad de refugiados en aproximadamente quince mil personas. Como es sabido, la mayoría de ellos eran republicanos españoles que había dejado su país en 1939 después de la Guerra Civil. De los refugiados acogidos en México, unos tres mil no tenían origen español, y entre ellos había intelectuales y escritores notables alemanes que provenían de la izquierda política, como Egon Erwin Kisch, Anna Seghers y Franz Pfemfert. Además, muchos comunistas alemanes famosos, que después iban a desempeñar un papel importante en la RDA, desarrollaban en México una intensa actividad política tanto entre ellos dentro del país como hacia el exterior (Pohle 1986). Entre esos exiliados alemanes de izquierdas que residieron en México había un escritor cuya fama había llegado a ser mundial, pero al cual sus compatriotas ignoraban completamente: se trata de B. Traven. Hay que admitir que este artista no hizo ni el más mínimo esfuerzo por tomar contacto con ellos; al contrario, hizo todo lo posible 1



Traducido por Valérie Leyh y Lydia Ávila Tejedor.

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por evitar cualquier encuentro: por lo tanto, ninguno de ellos tuvo la ocasión de verlo (Guthke 1987: 490).2 Para empezar, nos gustaría reflexionar en torno a las razones que posiblemente expliquen el comportamiento algo extraño de este autor. Traven es un emigrado precoz: desembarca en México en 1924 y en aquel entonces es un refugiado político perseguido por la justicia alemana por alta traición, es decir, por su participación en la República de los Consejos de Múnich en 1919, República que quería ser revolucionaria y cuyas tendencias eran de extrema izquierda. Cuando llega a México no tarda en abandonar su identidad de actor, periodista y revolucionario. Por lo tanto, abandona la identidad que había asumido hasta esa fecha y de la cual se podían encontrar huellas en Alemania. Además, según dijo el propio Traven, era la identidad bajo la cual habría vivido allí, en Alemania, en calidad de un americano nativo llamado Ret Marut: “The Bavarian of Munich is dead”, escribe entonces en su diario íntimo (en íd.: 255).3 A partir de su época mexicana, se llamará Traven Torsvan, según dice el acta de naturalización mexicana de 1951, o Traven Torsvan Croves, según su certificado de muerte. Pero sus libros los publicará bajo el nombre de B. Traven. Marut, Traven, Torsvan, Croves son pseudónimos, pero están lejos de ser los únicos que ese desconocido, por voluntad propia, empleaba. Durante mucho tiempo, ni siquiera se sabía a ciencia cierta si el ciudadano naturalizado mexicano, el autor B. Traven que murió con grandes honores en 19694 y el actor, periodista y revolucionario alemán Marut, fueron una sola y misma persona. Según dijo su viuda, sólo en su lecho de muerte habría expresado el deseo de confirmar esta identidad ante el mundo. Hasta aquel entonces, había renegado con firmeza de su pasado alemán y es que, según el biógrafo de Traven, éste tenía un miedo desmesurado a que su secreto llamado ‘Marut’ pudiera ser descubierto y revelado a través de contactos con los simpatizantes alemanes en el exilio, miedo hasta tal punto terrorífico que habría empujado a Traven, “el hombre que llevaba una vida de huidas” (Guthke 1987: 497), a huir de los refugiados. En cuanto a las razones por las que este hombre persistió en preservar su anonimato, por las que no dejó de esquivar y de tender pistas falsas 2



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Incluso se abstuvo de cualquier marca de agradecimiento cuando los emigrados alemanes que trabajaban en el teatro contribuyeron en 1941 al éxito considerable de la puesta en escena española de su novela La rebelión de los colgados (ibíd.). Para más datos biográficos, véase Guthke 1987. En el telegrama donde expresa sus condolencias a la viuda de Traven, el jefe del Estado mexicano Gustavo Díaz Ordaz afirma: “Hay pocos escritores que, como Traven, hayan sondeado el alma mexicana y hayan escrito sobre el pueblo de nuestro país con una empatía y una comprensión tan profundas. México le recordará siempre como un excelente escritor y un gran amigo” (en Recknagel 1977: 367, a partir de ahora las traducciones del alemán son nuestras).

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De Múnich a Chiapas

(probablemente hasta incluso en su testamento), y por las que disimuló su origen y su verdadero nombre hasta en la muerte, no las han podido identificar con certidumbre los investigadores5 y los periodistas de notas rojas,6 como tampoco han podido hacerlo los periodistas serios y los filólogos que, hasta hoy en día, continúan investigando el caso.7 El autor de la última biografía válida, el germanista Karl S. Guthke, profesor en Harvard, resignado, formula una conclusión que consiste en sugerir que el propio Traven quizás no conociera todas las respuestas a esas preguntas. De esta manera, el misterio que rodeaba a su persona tuvo durante años un importante efecto de promoción, tanto más cuando, después de una producción asombrosa que duró quince años, su creación disminuyó de una manera muy visible a partir de 1940. Con el apoyo enérgico de dos mujeres de la alta sociedad mexicana8 que favorecieron su comunicación con el mundo exterior, empezó a dedicarse mayoritariamente a la comercialización mediática de su obra, de sus traducciones y de sus adaptaciones cinematográficas. Las cartas (no publicadas) de esa época nos dejan entrever aparentemente a un “autor extremadamente puntilloso, dotado para los negocios y ávido de gloria” (Brenne 2006: 32). La tirada global de sus obras, que han sido traducidas a unas treinta lenguas, ha sido estimada en treinta millones de ejemplares (Hauschild 2009). Traven comenzó a labrar su fama con las novelas El barco de la muerte (1926) y El tesoro de la Sierra Madre (1927). Estas dos novelas, así como 5



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Los investigadores más importantes son Guthke (1987), Recknagel (1977) y Wyatt (1980). De la época más reciente, citamos a Brenne (2006) y Hauschild (2009). Dos hipótesis se enfrentan aquí; la primera, que corresponde a Wyatt, le supone un origen humilde y apunta al nombre de Hermann Otto Albert Max Feige, nacido en Schwiebus, Brandenburgo (hoy Polonia, Swiebodzin). La otra hipótesis (defendida por Recknagel y Brenne) considera que Traven es de origen noble, hijo ilegítimo del príncipe Friedrich zu Hohenlohe-Sigmaringen de la familia de los Hohenzollern. Guthke critica, con mucha razón, que ninguna de las dos versiones es capaz de explicar por qué un joven de 25 años transforma su nombre en Marut en 1907 y afirma en sus documentos de residencia y en otros documentos oficiales haber nacido en 1882 en San Francisco, siendo hijo de William Marut y de su esposa Helene. (Los documentos al respecto fueron destruidos durante el terremoto de 1906). Llegado a México cambia su fecha de nacimiento al año 1890 (ocho años más tarde de la fecha considerada como auténtica) y finge además haber nacido en Chicago y haber emigrado en 1914, como americano de origen escandinavo. En cualquier caso, su inglés está marcado por un fuerte acento alemán y numerosos germanismos, tanto en la lengua oral como en la escrita (Cf. Guthke 2005: 261–291). Con gran ironía, Angelika Machinek afirma que la ‘travenología’ es “realmente un acercamiento interdisciplinario que hace relacionarse a los filólogos con los periodistas, los editores, los criminalistas (fallidos) y los aficionados comprometidos” (1989: 71, traducción nuestra). Se trata de Esperanza López Mateos y, después de la muerte de ésta en 1951, de Rosa Elena Luján, con la que Traven se casó en 1957.

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sus otros textos, que aparecieron hasta 1940 (salvo una excepción que veremos más adelante), fueron publicadas por la editorial Büchergilde Gutenberg. Esta fundación sindical, a la que estaba asociado un grupo de lectura, se mantenía próxima al partido social-demócrata alemán sin que esto significara que sólo editara literatura de tendencia socialista en sentido estricto, sino que además trataba de respetar “los ideales humanistas de los trabajadores” (Guthke 1987: 348 y siguientes). Después de la toma de poder de los nacional-socialistas en 1933, la Büchergilde trasladó su sede de Berlín a Zürich y contó, en un primer momento, con dependencias en Viena y en Praga. Después de los éxitos mundiales precedentes,9 la Büchergilde publicó en 1931 el primer tomo de las seis novelas incluidas en el llamado ciclo Mahagoni o Caoba, la novela titulada La carreta, a continuación de la cual aparecieron las novelas Gobierno también en 1931, Marcha al imperio de la caoba (1933) y La rebelión de los colgados (1936). El último tomo, El general. Tierra y libertad, ya no fue publicado por la Büchergilde,10 lo cual no impidió que ésta, que renació en Alemania Occidental después de 1945, siguiera siendo la editorial alemana principal de la obra de Traven.11 9



Su propio editor afirma sobre el éxito del escritor: “Hace cinco años, Traven era aún un escritor desconocido; hoy, es un escritor de importancia primordial dentro de la literatura mundial. Además de la edición alemana de sus libros en la ‘Büchergilde Gutenberg’, sus obras están o van a ser publicadas en sueco, noruego, danés, holandés, francés, español, yugoslavo, polaco, húngaro, checo y ruso. Las negociaciones para las versiones inglesa y americana han sido anunciadas. Este éxito en tan pocos años sólo puede ser calificado de un verdadero éxito mundial reservado sólo a algunos escritores” (Guthke 1987: 435). 10 Después de esta ruptura, las tensiones que emergieron entre la editorial y el autor alcanzaron su momento culmen a comienzos de 1937, cuando Traven presentó su manuscrito sobre el General y la Büchergilde le exigió un cambio en el texto debido al carácter “demasiado extremo” del mismo. A comienzos de 1939, Traven dejó la Büchergilde de Zúrich; el mismo año su novela se publicó en sueco bajo el título Djungelgeneralen, en la editorial Holmström en Stockholm. Al año siguiente (1940) fue finalmente editada en versión original por la editorial neerlandesa Allert de Lange en Amsterdam, una editorial “del exilio” que publicaba, entre otros textos, obras prohibidas en Alemania. Traven afirma que, hasta este rechazo, todos sus libros habían sido aceptados por la editorial Büchergilde “no con entusiasmo, sino con un suspiro asmático de pequeñoburgués asustado, de personas que se dicen ser los conductores de los trabajadores pero se dejan llevar por todos los vientos”. Y prosigue, “Si el caso se presentara en Suiza, se someterían al fascismo de la misma manera suave en que lo han hecho en Alemania” (Dragowski 1989: 29–30). En cuanto a la disputa entre autor y editorial, se trataba claramente de un comportamiento comercial motivado por razones políticas, un comportamiento que Traven explicó de manera polémica por los reproches hechos al partido social-demócrata por la izquierda radical desde 1914 y por la izquierda revolucionaria y antiparlamentaria desde 1918. 11 Publicó entre 1977 y 1982 una edición completa de sus obras en 18 tomos, edición autorizada por la viuda de Traven. Esta edición ha sido estimada como poco fiable por los críticos que trabajan preferentemente con las primeras ediciones alemanas.

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En comparación con las obras anteriores de Traven, que fundaron los cimientos de su gloria, en el ciclo Caoba, que constituye su obra tardía, ya no se trata de destinos aventureros y del sufrimiento de seres solitarios,12 rechazados, marginados que se sublevan contra el orden y las autoridades. Al contrario, el tema central de este ciclo son sujetos que asocian de una manera ejemplar la insumisión y el combate colectivo contra la injusticia: se trata de la Revolución mexicana, y más concretamente, de los orígenes y comienzos de esta Revolución de 1910 entre los esclavos indígenas explotados, originarios de las selvas vírgenes de Chiapas, en el sureste mexicano. El anarquista de Múnich, el rebelde y revolucionario fracasado de la República soviética de 1919, ha encontrado su tema: la sublevación no planificada o reflexionada, sino espontánea, de las masas, una sublevación que explota con una violencia y fuerza prodigiosas en un lugar tangible, en condiciones concretas. Se interesa por la erupción de la violencia, y no por su desarrollo ulterior, que por lo demás fue particularmente decepcionante. Traven se ha adentrado en este tema de una manera concienzuda y, tendemos a decir, con un profundo respeto. El autor de las dos novelas que apenas acababan de publicarse y que ya eran célebres, escribe así el 18 de octubre de 1927 a la Büchergilde Gutenberg de Berlín: Considero al indígena mexicano y al proletario mexicano, que es para el 95 por ciento indígena, como mi hermano del alma, más próximo a mí que mi hermano de sangre; sé con qué ánimo, con qué ardor y qué sacrificios –­desconocidos y nunca antes vistos en Europa– el indígena proletario lucha por la liberación de México. […] Se trata de una lucha de liberación que no tiene parecido en la historia de la humanidad, ni siquiera en la historia del proletariado en lucha. (citado en Recknagel 1977: 247)

Entre 1926 y 1929, Traven hace varios viajes largos de reconocimiento a Chiapas para obtener el ‘material’ necesario para la novela de su ciclo Caoba; en los intervalos de estos viajes, asiste a clases en la Universidad Nacional Autónoma de México sobre, entre otros temas, la Revolución mexicana (íd.: 175–176). El ciclo novelesco Caoba no es una novela por entregas, sino un ciclo de novelas que eventualmente se podría calificar de saga. Cada tomo puede ser leído y considerado como una novela independiente. A través de unos pocos personajes que reaparecen casi todos de una novela a otra, y mediante una multiplicidad de episodios diversos, los primeros cuatro libros hablan de los orígenes de las disfunciones en la sociedad, la 12

Cf. Max Stirner: Der Einzige und sein Eigentum (1847), obra de referencia del anarquismo propagado por los intelectuales de izquierdas en el umbral del siglo XX. Fue fuertemente criticada por Karl Marx y Friedrich Engels. De manera reveladora, esta obra fue reeditada en 1968.

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economía y la política que han motivado la sublevación: la vida de los peones en los latifundios, el poder del Estado corrupto, los métodos de opresión mediante violencia, la pobreza, la explotación económica, la ignorancia perpetrada intencionadamente y finalmente, el producto infernal de esa sociedad: las monterías, es decir, los campamentos madereros en la jungla. Ayudados por guardias que tienen aspecto de esbirros, los propietarios capitalistas sostienen un régimen autoritario, brutal y cruel. Los trabajadores indígenas encerrados en el círculo vicioso de la servidumbre están a su merced sin medio alguno de defenderse. El quinto tomo, titulado La rebelión de los colgados, reagrupa a la mayoría de los personajes que aparecen en los tomos anteriores y los reúne en la escena de eventos futuros, en la montería ‘La Armonía’. Sin embargo, se trata de nuevo de una unidad narrativa independiente, lo cual habrá contribuido al éxito particular de la obra entre los lectores. Representando la explosión de la rebelión, la novela constituye en el seno del ciclo el momento dramático culmen de la guerra latente entre victimarios y víctimas. Por lo demás, el relato despega lentamente para hacer comprensible y plausible el cambio radical desde la aceptación a la defensa violenta. Las atrocidades cometidas por el clan de los explotadores, puestas en relieve de manera directa y despiadada, no dejan de multiplicarse, y lo mismo ocurre con el sufrimiento de las víctimas que morirán. Este escenario se mantiene hasta que se mutila a un niño, un episodio que revela que se ha llegado a los límites de lo soportable. A partir de ahora, es el contrapoder de los campesinos indígenas el que domina, un contrapoder que, por lo demás, también es representado de una manera radical con cierta pasión por el detalle. Los rebeldes hacen estragos diezmando a los partidarios del enemigo del pueblo, así como a los pequeños burgueses simpatizantes u oportunistas, todos sin excepción alguna. Logran granjear la adhesión de otras monterías y esta tropa que, entretanto, es constituida por varios centenares de personas y que no está tan mal organizada, intenta progresar hacia el norte. Bajo el grito de guerra ‘Tierra y libertad’, combaten a la vez en la jungla y contra la jungla, desplegando esfuerzos heroicos. El último tomo del ciclo, El general. Tierra y libertad, describe los primeros combates militares del ejército de los campesinos indígenas, un ejército cuya manera de proceder es establecida de manera espontánea por su competencia y por la autoridad que inspira. Además, la puesta en relieve de este ejército que combate contra las tropas de la policía regular permite asociar esta narración al ejemplo histórico de Emiliano Zapata. En el contexto de su novela Gobierno, de 1931, Traven comunica a sus lectores (es decir a los miembros de la Büchergilde Gutenberg) que, si ha pasado tanto tiempo entre los indígenas de esa región de México, no ha sido por la simple afición a la aventura, sino “con el objetivo de procurarse datos precisos para el documento histórico, así como para los 118

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documentos futuros”. Desde su punto de vista, no escribe “cuentos para adultos” sino “documentos históricos a los que da forma de novelas para hacer la lectura más fácil” (citado por Guthke 1987: 744). En cuanto al grado de veracidad que tiene la reconstrucción del pasado histórico en sus obras dejamos a los historiadores especialistas juzgar sobre la materia. Pero el lector capta inmediatamente hasta qué punto el interés de Traven por la población indígena está marcado por la simpatía o la afección urgente y sincera. Sus novelas ofrecen innumerables ejemplos que demuestran su esfuerzo por poner en relieve no sólo el drama de la rebelión sino también la mentalidad, la cultura y las tradiciones indígenas.13 Por otro lado, es evidente que las novelas del ciclo Mahagoni, incluso aunque permitieron que Traven hiciera su verdadera “entrada en su patria de adopción” (Guthke 1987: 447), no sean destinadas en primer lugar a un público de lectores mexicanos, que no se trata de historiografía con el objetivo de afirmar y preservar la identidad de los mexicanos solamente. Esto se manifiesta principalmente a través de los numerosos comentarios del narrador que, de esta manera, interrumpen sin cesar la acción y que confieren a su prosa un carácter algo didáctico. De hecho, el autor Traven no se esfuerza por desaparecer detrás del narrador de sus novelas. Al contrario, tiene una vista global y maneja constantemente las riendas de la acción; por un lado cuenta los episodios y hace avanzar la intriga; por otro lado, la interrumpe para integrar explicaciones y comentarios. Esta oscilación entre progreso e interrupción, entre inmediatez (representada por numerosos diálogos escénicos) y distancia es, según los juicios comúnmente compartidos, el rasgo esencial de la escritura de Traven (Dammann 1985 y Brenne 2006); pemite al autor/narrador tener una visión de conjunto sobre los eventos y, al mismo tiempo, integrar su propia visión de las cosas. Las nociones de superioridad y de experiencia provienen, sin embargo, de la biografía personal del autor originario de la lejana Europa. Más concretamente, provienen de su experiencia como revolucionario impregnado del anarquismo de la República de los Consejos de Múnich, República reprimida de manera sangrienta a comienzos del mes de mayo de 1919, después de un tiempo de existencia muy corto y repleto de turbulencias 13

Como ejemplo de la reputación de Traven –todavía vigente en la actualidad– como conocedor del país, Brenne (1987: 40) cuenta una anécdota muy significativa. En el aeropuerto de Chiapas conoce a un hombre enviado a México por la CIA que lleva con él las novelas de Traven, las cuales quería leer como introducción a la civilización del país. Rolf Raasch procede de la misma manera con su obra Traven und Mexiko. Ein Anarchist im Land des Frühlings. Eine politisch-literarische Reise. Espera que la lectura y el conocimiento de la vida de Traven permita “al viajero de México conocer mejor los problemas políticos y sociales de este país” (2005: 7).

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(parte de ellas violentas). Esta experiencia está siempre presente en los comentarios y explicaciones de Traven sobre la Revolución mexicana. En La rebelión de los colgados, por ejemplo, se manifiesta en su desprecio por los políticos (social-demócratas) sin convicción, que destruyen el furor revolucionario y son, por lo tanto, cómplices de los reaccionarios. En cambio, el ideal de Traven era la revolución vivida en cuerpo y alma y buscaba presentarlo a sus lectores a través del ejemplo y del modelo de la Revolución mexicana: la revolución concebida como fenómeno natural en la selva tropical. Porque el mensaje que el “filósofo-revolucionario”14 de la jungla quiere transmitir es el siguiente: de la misma manera que la erupción de la rebelión de las masas oprimidas requiere cólera e indignación ilimitadas para poder irrumpir realmente, de la misma manera, es solamente la violencia sin condiciones y sin escrúpulos la que puede conducir a la victoria. Este mensaje y este procedimiento pueden ser ilustrados a través de un ejemplo. Al final de la novela el narrador nos muestra, primero, que los rebeldes se niegan a pensar en el tiempo posterior a la victoria militar. Después, continúa su discurso con las siguientes palabras: Los muchachos no se preguntaban qué harían ni cuál sería su actitud cuando llegaran a las fincas. Tampoco se detenían a elaborar planes para la victoria sobre los rurales o los federales. ¿Para qué discutir y perder eternidades en palabras inútiles? La revolución triunfaría, el enemigo mordería el polvo. Vencer, derribar al enemigo, eso era lo importante. Una vez logrado aquello, les sobraría tiempo para reflexionar y deliberar. (1999: 311)

Mientras tanto, la Revolución se complace a sí misma: Porque vivir libremente, aunque sólo sea durante unos cuantos meses, vale más que vivir cientos de años en esclavitud. Y si ahora caemos, no caeremos como peones, como colgados fugitivos, sino como hombres libres sobre la tierra, como rebeldes francos, como verdaderos soldados de la Revolución. (íd.: 298)

El último tomo (El general. Tierra y libertad) propone un final alternativo ya que representa una sociedad agrícola idílica denominada Solipaz, es decir, ‘Sol y Paz’: El campamento tenía una apariencia tranquila, entre un pueblo que se afana y que sueña, un pueblo indio común. Había todo lo necesario para fundar y mantener una comunidad. Había un bosque, una pradera muy verde, el monte fértil, inagotable, un largo río inagotable de agua clara y fresca. La gente tenía maíz, frijoles, chile en abundancia, y el tiempo de la recolecta se aproximaba. Tenían caballos, mulas, burros, vacas, ganados, jóvenes animales, cabras,

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Según la viuda de Traven, citada por Guthke (1987: 333).

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ovejas y hasta cerdos. Si les faltaba algo, las fincas de la región debían dárselo, si no voluntariamente, con la ayuda de los carabineros.15

Esta conclusión de la novela nos incita a ocuparnos ahora de la recepción de Traven en Alemania. A primera vista, parece sorprendente que el pasaje que acabamos de citar, al representar un final bucólico pero ligeramente desconcertante por la presencia de los carabineros, haya sido en general mal recibido tanto por los filólogos de la RDA como por los de la RFA. De forma unánime todos han criticado el carácter utópico y demasiado conciliador del desenlace. Esta opinión unívoca, a pesar de las conocidas diferencias ideológicas entre Alemania del Este y del Oeste, necesita una explicación. Comencemos por la RDA. Desde muy temprano, es decir, en los años cuarenta y cincuenta, Traven encuentra allí lectores entusiastas. Sin embargo, las autoridades le consideran sospechoso, razón por la cual sus libros no pueden ser publicados sino en versiones abreviadas, y así hasta los años sesenta (Hohnschopp 1989 y Brenne 2006: 39–40).16 Por una parte se le estimaba como detractor del capitalismo, amigo del proletariado y antifascista impecable –las obras de Traven, por supuesto, estaban prohibidas por los nazis (Brenne 2006: 29, Guthke 1987: 338). Por otra parte, su actitud anarquista e individualista, su aversión extrema hacia los programas, hacia el Estado (sobre todo hacia el monopolio de la violencia del Estado), hacia las instituciones, la organización y el partido disminuyeron la utilidad de su obra y de su personalidad cuando se trataba de contribuir a la educación ideológica.17 Además, su ‘teoría de la revolución’ iba, en algunos puntos, en contra de las ideas marxistas y leninistas, en particular en lo que concierne al papel dirigente del Partido Comunista y el proletariado industrial.18 Si los filólogos ‘políticamente correctos’ de la 15

B. Traven: Ein General kommt aus dem Dschungel. Roman. En: Ders.: Werkausgabe Band 12. Frankfurt am Main: Büchergilde Gutenberg (in Lizenz bei Diogenes), 1982: 295, trad. V. Leyh y L. Ávila Tejedor. 16 Estas versiones no acortadas fueron publicadas sólo a partir de 1964 y están anotadas por un extenso sistema de notas y de comentarios que dirigían, por precaución, la comprensión de los textos. 17 Durante los años setenta, la situación es diferente en Alemania del Oeste. Allí fue publicado un libro de bolsillo que comprendía gran cantidad de textos de Traven y sobre Traven. La portada del libro lleva una inscripción reveladora “Politische Erziehung”, es decir “Educación política”. El autor de una de las contribuciones reconoce en Traven a un precursor de Frantz Fanon en el sentido de que “la euforización de la acción directa y del contrapoder” por parte de Traven funciona en sus textos como un factor decisivo que pone en marcha la revolución en el Tercer Mundo y se aproxima por lo tanto a la toma de conciencia de Fanon sobre la “necesidad de violencia revolucionaria” (Reinicke 1976: 414). 18 Peter Lübbe ofrece una gran cantidad de referencias sobre este punto de vista. Sus observaciones, contenidas en los resúmenes detallados y escritos desde una perspectiva

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RDA admitían que el autor había progresado entre El barco de la muerte y el ciclo de Caoba –del anarquismo individual hacia el anarquismo ­colectivo– “la ilusión del ‘comunismo en miniatura’” que se desprendía del ejemplo de la comunidad indígena en ‘Sol y Paz’ les parecía sin embargo una regresión dentro de esta evolución (Recknagel 1977: 272). El final de la novela es igualmente desaprobado de manera categórica por una tesis doctoral publicada en Colonia hace solamente unos años. En general, el autor de la tesis reconoce en la obra novelesca de Traven “una forma artística y literaria innovadora, una novela histórica persuasiva envuelta en la alteridad de las aventuras exóticas” (Brenne 2006: 329). Pero, desde este punto de vista, estima que el final es “utópico” y por lo tanto “contraproductivo” en el sentido de que ya no es una literatura operativa (íd.: 327), es decir, que no es literatura que desee “ejercer una influencia sobre la realidad del lector, influenciarlo ideológicamente” (íd. 205). Partiendo del hecho de que la obra de Traven apareció después de 1933, a partir de Die Troza en 1936, la idea subyacente a estas dos interpretaciones asociadas respectivamente a la antigua RDA y a la Alemania actual es aquella que supone que Traven habría tratado en su epopeya revolucionaria los “primeros años de dictadura del fascismo alemán” (Lübbe 1965: 245). Desde ese punto de vista, la descripción de los campamentos madereros representaría o anticiparía los campos de concentración alemanes (Brenne 2006, sobre todo 310–313) y Traven habría querido ejercer una influencia directa sobre los hombres de la Alemania nazi, habría querido animarles e incitarles a la oposición contra la dictadura de Hitler. De vez en cuando, los ataques contra el régimen nazi son, en efecto, aparentes pero, en el conjunto, esta interpretación alemana, a la vez solipsista y unilateral, no es satisfactoria porque no logra captar de manera precisa y convincente la razón de Traven para escribir. Es incompatible con esta interpretación, precisamente, la representación especialmente detallada y coloreada de la realidad mexicana en su “alteridad exótica” (Brenne ibíd.). La singularidad y lo salvaje de la situación social en las selvas vírgenes de México descritas por Traven difícilmente habrían podido incitar a los lectores de la Alemania de los años 1933–1936 a la insurgencia (a comienzos del año 1937, el último tomo de la serie estaba ya acabado,19 y en aquel entonces el régimen nazi se encontraba todavía en una fase de consolidación relativamente ‘moderada’. La diferencia, la

marxista y leninista ortodoxa, culminan con el veredicto siguiente: “Los conocimientos y realizaciones del marxismo permanecerán por siempre inaccesibles a Traven” (1965: 289). 19 Ver nota a pie de página no. 9.

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distancia, eran demasiado grandes y Traven debía ser consciente de esto). Se le debe conceder ese mínimo de clarividencia. Pero, ¿qué quería él entonces? Quiso, ante todo, plasmar el pasado histórico todavía reciente de la Revolución mexicana de 1910: por un lado, a causa de su carácter universal y ejemplar –así le parecía a él gracias a su experiencia vital; por otro lado, porque a causa de su heroísmo la Revolución merecía ser contada al mundo exterior. Ahora bien, aquí la personalidad y el escritor anarquista están en sus elementos: Traven no teme la precisión del detalle en las palabras y en la acción (insultos y excesos de violencia), porque todo estaba justificado por el exotismo. En otras palabras: quería describir de manera ejemplar un evento revolucionario apasionante y extremadamente cargado de suspense. Sin embargo, por su sospechosa trivialidad, la literatura cautivadora y entretenida no pudo ser apreciada por los filólogos, sobre todo por los alemanes que –como es consabido– tienen preferencia por la profundidad de espíritu.20 En el caso que nos ocupa, trataron principalmente las cuestiones de por qué (a nivel histórico) y de cómo (a nivel narratológico) las novelas del ciclo Caoba podían ser novelas históricas con un propósito instructivo, edificante u operativo. En la actualidad, la cuestión crucial parece ser si y hasta qué punto las novelas de Traven logran combinar de una manera bastante convincente el ‘delectare y prodesse’, de manera que puedan ser leídas con placer aun en nuestros días e incluso fuera de México. Así, podemos establecer dos cuestiones problemáticas: no solamente el tema de la Revolución ya no está tan de moda en este momento, sino que también los tratamientos con características didácticas, que entonces eran una cuestión de mayor altura, son percibidos hoy como algo anticuado. Además, los criterios ‘no mexicanos’ de algunas reflexiones de Traven problematizan la supuesta autenticidad en la representación de “el evento concreto” (Dammann). Con el creciente desarrollo de los Estudios Culturales, una mirada postcolonial comienza a posarse igualmente sobre la obra de Traven.21 Ciertos estudios que han analizado muy de cerca la representación de la cultura indígena han demostrado que “a pesar de su crítica decisiva a la explotación colonial y neocolonial, el mismo Traven está todavía impregnado de esquemas de pensamiento racista.” Estos se revelaban 20

Es significativo que dos de los trabajos aquí citados evoquen en sus títulos respectivos las palabras “experiencia vivida” (Lübbe) y “aventura” (Brenne) pero en el propio texto le dedican muy poca atención, prácticamente ninguna. 21 En el prefacio de las actas del primer simposio sobre Traven en país germano (24–27  de  septiembre de 2003 en Eutin, cf. nota al pie de página 6), el director de la publicación habla de un “conflicto oculto” entre, por un lado, la reconstrucción filosófico-histórica del anarquismo y de la crítica del capitalismo y, por otro lado, la evaluación crítica del punto de vista intercultural y postcolonial de la descripción de México que hace Traven (op. cit., VI).

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p­ articularmente en las dos últimas novelas del ciclo Caoba donde “la brutalización de los hombres, la violencia y sus estragos son los temas principales. La imagen construida del buen salvaje se convierte en su opuesto, el mal salvaje bárbaro” (Lürbke: 96 y 100). En cuanto a esto, los análisis anteriores de tendencia revolucionaria y anticapitalista –que irónicamente no son originarios de la RDA sino de la RFA– habían elogiado, por el contrario, a Traven por su poder “de detonación”, por su capacidad de “activar y liberar las fuerzas explosivas contra el capitalismo” (Reinicke 1976: 421) narrando las historias y las costumbres “de los pueblos”. Para concluir, volvamos una última vez a la dulce comunidad agrícola de ‘Sol y Paz’ evocada al final del ciclo Caoba. El filólogo alemán Pogorzelski no la considera utópica pero sí una tentativa loable del autor de “representar la aplicación directa y concreta de las reivindicaciones del movimiento agrícola en Morelos” (Pogorzelski 1985: 241). Por lo tanto, no se trata de una ruptura evasiva e idílica con la literatura de compromiso ni de una desviación de la literatura de agitación, sino que muestra la representación pictórica y concreta de un estado altamente deseado. ¿Dónde? Justamente dentro de la nueva patria adoptiva de Traven. Esto ocurre ya que, durante el tiempo de redacción de la novela (1936–1937), un presidente reformista, activo y comprometido llamado Lázaro Cárdenas dirigía el país. ¿Y es de extrañar que, durante su juventud, este hombre de orígenes campesinos fuera oficial en la famosa Revolución?

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“La realidad incomprensible del acontecimiento” La guerra cristera según Álvaro Pombo Geneviève Fabry Universidad Católica de Lovaina (Louvain-la-Neuve)

Entre las miradas europeas sobre la Revolución mexicana, este estudio se propone destacar la que ofrece la novela Una ventana al norte del escritor español Álvaro Pombo (publicada por Anagrama en 2004). La portada del libro nos muestra un fotomontaje donde aparecen dos planos: uno, más cercano, a la derecha, nos presenta una mujer joven y elegante, vestida en el estilo de la ‘Belle Époque’. El segundo plano, más lejano, a la izquierda, nos presenta las caras borrosas de una mujer sentada y un hombre que parece ser un revolucionario, con las municiones cruzadas en el pecho. Los tres personajes miran hacia la cámara, es decir, interpelan con la mirada directamente al lector. ¿Cuál es la relación entre la mujer elegante y la pareja de tez oscura? ¿Qué tiene que ver esta relación con el lector? La novela se propone responder a estas preguntas enfatizando, como deja suponer el fotomontaje, la cuestión de la representación, visual y verbal, de los personajes, y también de la Historia que los lleva a cruzarse desde ámbitos sociales y geográficos aparentemente tan distintos. En este estudio, se intentará pues analizar la representación de la guerra cristera que Pombo lleva a cabo a través del prisma de sus personajes y de la constante problematización de su representación literaria. Esta problematización está vinculada con el estudio de la posición del autor en el texto, tanto el autor implícito como el explícito que sitúa su obra en el marco de un diálogo con la labor propia del historiador. Antes de presentar la novela, vale la pena recordar brevemente la trayectoria del autor, al mismo tiempo muy conocido y relativamente poco estudiado. Álvaro Pombo1 nació en Santander en 1939. La costa 1



Se trata de datos extraídos de los diccionarios literarios coordinados respectivamente por Bonells y Gullón y de la contratapa de la novela. La diferencia entre las noticias de los dos diccionarios de 1993 y de 2009 (de diez líneas a dos páginas) da un indicio del lento proceso de canonización del autor.

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La Revolución mexicana

c­ antábrica aparece una y otra vez en sus novelas, así como la alta burguesía santanderina de los dos primeros tercios del siglo.2 Es licenciado en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y también cursó estudios de filosofía en Londres (Birkbeck College). De hecho, residió en Inglaterra entre 1966 y 1977. La filosofía nunca está lejos de la narración ya que para Pombo, dada la incertidumbre radical que afecta nuestros conocimientos, “La única aproximación teórica […] a la verdad –o a eso que solía llamarse ‘la verdad’ en la Ontología clásica– factible en nuestro tiempo es la fábula” (Pombo 1977 en González Herrán 1985: 99). Lo interesante de la trayectoria de Pombo es que lleva esta convicción a la práctica de forma tardía, ya que aparte de la poesía, publica su primer volumen de cuentos (Relatos sobre la falta de sustancia, 1977), y su primera novela El parecido (1979) alrededor de la cuarentena. En 1983, su novela El héroe de las mansardas de Mansard obtiene el premio Herralde de novela, mientras que El metro de platino iridiado obtiene el premio de la crítica en 1991, y Donde las mujeres obtiene el premio nacional de narrativa en 1996, entre otros galardones. Desde 2003, es miembro de la Real Academia Española. Pombo prosigue su carrera literaria sin que le importen demasiado las modas ni la visibilidad mediática. Según Lynne Overesch-Maister, “A part of Pombo’s uniqueness among contemporary Spanish novelists lies in the fact that his narratives, while apparently traditional, do not belong to any Spanish literary ‘tradition’” (1988: 55). Quizás la aseveración sea algo exagerada y se puedan vislumbrar “parecidos” (es una palabra muy presente en Pombo) con novelistas contemporáneos españoles o anglosajones: por ejemplo, Javier Marías (también se podrían citar Iris Murdoch o Henry James, muy mentados por Pombo). Pero lo que sí es cierto es que cultiva un realismo sui generis, con un estilo inconfundible, que pretende indagar en lo real para intentar desvelar las apariencias y darnos acceso a una verdad siempre huidiza. A pesar del aire de familia que presentan todos sus libros entre sí, se puede vislumbrar una evolución desde los primeros relatos (véase el título del volumen de cuentos: Relatos sobre la falta de sustancia) hasta esta novela reciente. En una entrevista de 2001, Pombo resalta su propia evolución de esta manera: “Durante mucho tiempo tuve la sensación de ser yo mismo un personaje de mis Relatos sobre la falta de sustancia, alguien sin importancia, sin identidad, sin encarnadura. Con los años he ido encarnándome, mi vida ha sido un lento proceso de encarnación” (Pombo 2001: 27). Es visible la mezcla de continuidad y evolución diferenciadora en la escritura de Pombo cuando comparamos Una ventana al norte con la primera novela publicada El parecido. De hecho, Una ventana al norte 2



Recordemos que la familia Pombo desempeñó un papel muy importante en el desarrollo industrial y turístico de Santander a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

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“La realidad incomprensible del acontecimiento”

puede ser leída como el revés de El parecido: la novela de 2004 termina con un elogio fúnebre mientras que El parecido empieza con un elogio fúnebre en homenaje a un joven que acaba de morir accidentado. La protagonista de La ventana se abre al amor y llega a un cierto conocimiento de sí misma, conocimiento que no asoma por ningún sitio en la primera novela,3 donde los protagonistas se quedan encerrados en su mundo, en su medio, tanto en términos sociales, como geográficos y psicológicos. De alguna manera pues, La ventana al norte es la historia de una joven santanderina que manifiesta un proceso de encarnación que es también autoconocimiento. Este proceso es inseparable de la experiencia de lo que Pombo llama el acontecimiento: lo que no hemos escogido y sobreviene y nos altera y “sella [nuestro] destino” (235). Este acontecimiento lleva, en la novela, los rasgos de los cristeros. Veamos paso a paso cómo ocurre esta transformación de la protagonista y qué consecuencias tiene esta manera de plantear la ficción histórica sobre la representación de la guerra cristera.

I.  Una ventana al norte: marco espaciotemporal de la trama Nos dice el narrador al comienzo de la novela4 que Isabel de la Hoz “nació con el siglo […] Falleció en El Paso años antes de comenzar la guerra civil española” (9) y sobre todo, en francés en el texto, que “elle n’est pas comme tout le monde” (11), o sea, tiene una ventana al norte, expresión santanderina que significa que está algo loca. Extravagante y fantasiosa, rechaza el matrimonio de conveniencia que sus padres le han preparado. Quiere vivir una pasión novelesca que le arrebate a la mediocridad de la vida burguesa en Santander que detesta. Esta posibilidad se hace realidad con el encuentro –que ella cree fortuito pero en realidad es producto de un cálculo frío– con el indiano Indalecio Cuevas. Indalecio es un español establecido en México, enriquecido durante y después de la Revolución y que quiere reforzar su posición social y económica al casarse con una española de buena familia. Después de un noviazgo que 3



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Según Lynne E. Overesch-Maister, “El parecido illustrates the impossibility of truly knowing another person. Taking his cue from T. S. Eliot’s statement that ‘Humankind cannot bear too much reality’, Pombo asserts that man lives much of his life on a superficial level, acting according to what he sees, or even worse, according to what he wants to see” (1988: 57). La novela se presenta como un texto continuo: no hay capítulos; blancos tipográficos separan unidades textuales que son también unidades narrativas: los diecinueve bloques así determinados presentan una unidad espaciotemporal cuidadosamente destacada. Entre cada bloque, hay saltos elípticos de un espacio o de un tiempo a otro. En general, cada sesión o bloque se caracteriza por un mismo dispositivo narrativo (predominio de una u otra forma de delegación de la focalización).

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termina desestabilizando a Indalecio, Isabel casi le obliga a raptarla para concretar su sueño de amores pasionales y novelescos. Se casan apresuradamente y se marchan a México donde sus negocios reclaman a Indalecio. Se lo dice así su concejero más próximo, Emiliano Arreola: Pues ahora está pasando entre otras cosas en el propio Guanajuato, y sé de qué hablo, y en Zacatecas y Nayarit y en Jalisco, todo lo que es el centro mismo, el occidente, que los católicos, los integristas, lo que aquí llamáis carlistas, que allá llaman cristeros, a golpes de Viva Cristo Rey están echándose a la calle, hijos de la chingada es lo que son. Tienes que volver a México enseguida, […] tú vas bien, vas bien pero tienes que enterarte, estar encima. (59)

Corre en aquel momento el año 1926. Isabel viaja a México con su marido y toma posesión de la casa que tiene mucho de palacio virreinal. Indalecio lo había adquirido al subasteo “entre la caída de don Porfirio y la revolución” (73). Muy pronto, Indalecio se desinteresa de su mujer, demasiado ocupado por sus negocios y su amante Lupe de la Pita. Isabel no parece sufrir a raíz de la indiferencia de su marido. Se apasiona por lo que descubre en su propia casa: “y es que Isabel se había encontrado, nada más llegar, la primera semana, con una casa que contenía dentro otra casa, que contenía dentro todo un hervidero imaginario y real que atizaba el todavía demasiado núbil fuego de su imaginación” (77). Este “hervidero imaginario y real” se presenta bajo el signo de la duplicación en un juego ad infinitum de cajas chinas. “Es una casa grande, en el centro de Ciudad de México, con un patio andaluz” (72): “había la otra casa anexa, la del patio de atrás y los corrales y las dependencias, por donde entraba todo dios y hasta los novios de las chicas y quién sabe quiénes más”, “que tenía vida propia” (73). “Lo que estaba en Ciudad de México pasando aquellos días, y no sólo en el Distrito Federal, sino en la nación entera, y especialmente en el centro oeste, entraba en la casa a raudales” (77). En realidad, la casa, con sus dos patios y sus dos entradas, los pisos palaciegos ocupados por la pareja, y la cocina con sus dependencias donde se amontona el servicio con “aire indígena” (75)5 es una alegoría espacial perfecta del conjunto del país, de su fractura social, étnica y religiosa. Isabel, por muy loca y extravagante que pueda ser, se da cuenta inmediatamente de esto: “Indalecio no acababa de entender del todo cómo, sin moverse de la casa, había, en poco más de un mes, Isabel entendido tantas cosas mexicanas, muchas de las cuales ni el propio Indalecio, con tener acceso a información muy especial, de última hora, entendía bien del todo” (77). La novela enfatiza la progresiva inversión de los rasgos definitorios de los personajes. La loca, en busca de aventura y de vida, se acerca de la cocina y la gente del servicio le abre las puertas de la ­comprensión ­intuitiva 5



“En lo que se fijó más, sin embargo, fue en el […] servicio […], con su patio de atrás y su aire indígena” (75).

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de la situación en la que está inmerso México mientras que Indalecio, astuto y pragmático, está ciego ante esta misma situación. En la cuarta sección, aparece un nuevo personaje, el cura Ubaldo Zamacois, que Indalecio invita a pasar las tardes en casa, pensando que éste va al mismo tiempo distraer y controlar a Isabel. Mientras que la casa reflejaba la bipolaridad del México postrevolucionario (el pueblo versus la burguesía de los gachupines), el cura introduce en la trama un elemento nuevo, que tiende a romper esta confrontación bipolar. En efecto, la focalización interna delegada nos permite conocer desde dentro, a partir de un individuo particular, toda la problemática de la posición de la Iglesia en el conflicto. Por un lado, Zamacois es directamente víctima del gobierno de Calles ya que vive en el miedo al encontrarse expulsado de su parroquia después del “decreto de suspensión del culto católico del 31 de julio de 1926” (80). Está vinculado con la Liga para la Defensa de la libertad religiosa. Presentará a Isabel uno de los representantes de la Liga en la Ciudad de México, Fabián Ponce. Fabián e Isabel se enamoran y se vuelven pronto amantes, bajo la mirada reprobatoria del cura. Por otro lado, el cura es partidario de un ‘arreglo’, se siente ajeno al entusiasmo de los cristeros y su prontitud a vivir el martirio. Se conoce lo suficiente a sí mismo para saber que “del alma, la conciencia, procede la parte más íntima de todas: la cobardía” (91). De ahí que se opusiera a “la revuelta cristera y a cualquier tipo de defensa armada de la Iglesia”. Su rechazo de la violencia es menos ideológico que pulsional. “Si yo fuera alto y cenceño, piensa don Ubaldo, de musculatura alargada y carnes magras, yo sería valeroso” (91). “La situación era sumamente ambigua. Don Ubaldo se refugió en esa ambigüedad sociológica para disimular su cobardía” (92). Esta ambigüedad culmina cuando don Ubaldo denuncia ante Indalecio el tráfico de armas que se hace en el patio trasero de la casa, promete ante este último intervenir para que cese el tráfico y finalmente viste la sotana y, en vez de hacer uso de su autoridad para alejar a los criados de la causa cristera, hace todo lo contrario y termina celebrando la misa en la cocina. Otra muestra de ambigüedad con la que se reconcilia interiormente al pensar: “sólo la Iglesia sabe pronunciar las palabras rituales que llevan consuelo a los corazones. Incluso al propio corazón de don Ubaldo” (212). Este énfasis en las consecuencias insoportables, para el pueblo, de la prohibición del culto católico, es una constante en la novela, constante que posiblemente echa sus raíces en el análisis de Jean Meyer,6 sobre el cual volveremos más adelante. El personaje de Zamacois presenta otra característica recurrente en la novela: el hecho de presentar las motivaciones de los unos y los otros en un plano más bien sociológico y psicológico, y no político o ideológico. 6



Cf. Meyer 1975: 55–56.

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Los ideales importan menos que el lugar social desde el que se encuentran enunciados y menos que el valor retórico del discurso que los encarna y los dota de una fuerza performativa. Los personajes de Fabián e Isabel ilustran este aspecto fundamental de la representación novelesca de la guerra cristera.

II. El personaje de Isabel: en busca de la conciencia de sí misma La religiosidad católica santanderina no interesa en absoluto a Isabel porque es una de las señas de identidad de una clase que rechaza por su hipocresía y su falta de vitalidad. En cambio, en México, la misma religiosidad, cuya carga barroca es más extrema aún, Isabel la ve encarnarse en los pobres y oprimidos: en el catolicismo mexicano, la impresión de cargazón de la imaginería era aún más intensa [que en Santander]: la única diferencia, a ojos de Isabel, era que, a simple vista, los católicos eran desarrapados de la calle y del campo, mientras que los españoles parecían todos de misa de una en la parroquia de Santa Lucía de Santander. Esta diferencia, que era muy visible, no acababa de tener consecuencias correspondientes claras en opinión de Isabel. (93)

En otros términos, la religión católica es reaccionaria en España y revolucionaria en México: hay que rechazarla en Santander y apoyarla en el Distrito Federal. Este relativismo circunstancial desemboca en un escepticismo radical en cuanto al pensamiento causal en la explicación historiográfica. Según Pombo, la historia es un torrente que arrastra a los seres humanos y los lleva a entrar en contacto con lo absurdo, lo incomprensible, lo que nos ocurre sin que podamos entenderlo. En esta situación, la única exigencia que se pueda mantener es la de la conciencia que cada uno pueda llegar a tener de sí mismo en unas circunstancias dadas. De ahí el tema obsesivo de la identidad y de la autoimagen en la novela. La novela se abre con la descripción de un óleo realizado por “Fernando Álvarez de  Sotomayor,7 muy del gusto de la alta burguesía santanderina de la época” (10). Se trata de un retrato de Isabel de la Hoz, descrito desde el presente incierto de la narración, donde una joven va “posando calmosamente, fríamente, sin la menor ansiedad y también sin pasiones, tan abstraída, en apariencia, como el pasado de donde procede, tan parecida a la chica elegante que todos desearon que fuera y que no quiso ser” (11). Es llamativo en esta descripción el léxico de la apariencia (en apariencia, parecida). Podemos conjeturar que toda la novela va a empeñarse en mostrar que la realidad es opuesta a este retrato de familia que 7



Pintor que existió realmente (Ferrol, La Coruña, 25 de septiembre de 1875 – Madrid, 17 de marzo de 1960).

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niega este deseo de ser diferente de Isabel, que es también un deseo de ser, a secas. La primera parte de la novela insiste más bien en este deseo de ser diferente que Isabel cree poder realizar a través de un bovarismo descabellado. Quiere vivir aventuras novelescas, imagina sus relaciones con Indalecio como si fuera una novela sentimental, lo que le impide en realidad conocerlo y amarlo. Las cosas cambian cuando se enamora de Fabián y se deja contagiar por su mundo, conectado directamente con la sexualidad, las pasiones, los desgarros de clase, la violencia cristera, que le aparece a Isabel como una epopeya muy noble y digna. Isabel sigue siendo rara: no conoce los arrebatos de la pasión carnal, sigue imbuida de sus lecturas sentimentales.8 Pero se nota una evolución. Hay tres momentos en la novela, en los que Isabel está descrita frente al espejo de su tocador, en su dormitorio (116, 188 y 239) y que marcan su progresiva toma de conciencia de sí misma. [L]a figura que contempla es tan delgada, tan vivaz, tan perpleja, que no se reconoce. ¿Soy yo esta persona? Nunca he sido nada. Sólo una original entre gente anodina que era como todo el mundo. Yo no era como todo el mundo. (116) Y se sentía Isabel de buen humor esa mañana, absorta en la imagen de sí misma, que no era sólo una representación visual […], sino también una representación musical, como una voluntad plegada y pura que expresaba a Isabel de la Hoz y a todas sus circunstancias mexicanas en un universal ante rem […] (188–189). [N]o acababa de poder reconocerse a sí misma en la figura de una mujer enamorada: Ésta es la gran dificultad –pensó–, que al verme reflejada en el elegante espejo del vestidor de esta habitación [….] veo una imagen cuajada, codificada, aderezada para ser vista por mí en esa precisa posición […]. Sólo al encontrarse con Fabián […] había Isabel adquirido un método para percibirse a sí misma que no fallaba: aquel método consistía en observar su cansancio, su impregnación, incluso su suciedad […] tenía arraigo (239–240).

Esta última cita muestra cómo se pasa de una representación visual, luego musical a una percepción más corpórea del personaje. Al final de la novela, Isabel piensa en la muerte de Fabián (ya ocurrida) y en la suya (con la que se cierra la novela), lo que de alguna manera completa su toma de conciencia como ser finito y encarnado, “un yo y sus circunstancias” como diría Ortega, cuya mayor dignidad consiste en enfrentar –lo que llama en términos rilkeanos– la “muerte propia” (286). La muerte9 de 8



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“E Isabel de la Hoz le abrazó y le besó, como en los grandes relatos de amor” (224). Cf. el elogio fúnebre de Zamacois: “la muerte no es ni la vacía nada ni es el tránsito de un ente a otro. La muerte pertenece a la existencia del hombre, acontecida, apropiada, desde el despliegue del ser” (303, en cursiva en la novela, cita no identificada).

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Isabel (aparentemente de sobreparto, pero no se nos explican las circunstancias) sella también su entrada en el silencio, ella que había sido siempre una mujer muy habladora, con un lenguaje desconcertante que dejaba perplejo a su entorno. En contraste con ella, los dos hombres de su vida, su marido y su amante, son taciturnos. Cabe detenerse ahora en el retrato de Fabián, el amante de Isabel, y su relación con el lenguaje.

III.  El personaje de Fabián o la seducción del lenguaje Fabián es un “mestizo fuerte” (120) que procede de una familia pobre de Oaxaca. Su adhesión a la causa cristera viene marcada por la misma ambigüedad que caracteriza también a los otros personajes: Fabián, que trabaja sin descanso para la Liga, se siente cada vez menos católico, cada vez más alejado de la fe católica y más próximo a la pura fe en sus hermanos mestizos de todos lados de México. No puede evitar sentir simpatía por el general Calles o por el general Obregón […] Fabián piensa que uno no toma partido por los credos sino por las personas. Pero en este momento mexicano parece que las personas se confunden con los credos, y sus héroes verdaderos, los revolucionarios de 1910, ahora en el poder, los herederos de don Benito Juárez, y los católicos a los que pertenece su familia, sus hermanos, se hallan irreconciliablemente enfrentados, y Fabián ha tomado partido por los suyos, aunque ya casi no crea en sus credos. (120–121)

El líder carismático que busca entre los cristeros, Fabián finalmente lo encuentra en la persona de Enrique Gorostieta, caracterizado por una ambivalencia ideológica y religiosa muy acentuada: Enrique Gorostieta se había encristerado, […] se había dejado arrastrar por sus cristeros más allá de su ateísmo y de su agnosticismo hasta mucho más allá de la fe, hasta la negrura de la valentía y de la muerte de todos los valientes cristeros que decían morir por Cristo y que merecían la gloria, existiese o no existiese Cristo de verdad. (159)

Es interesante esta caracterización del General Gorostieta también porque corresponde grosso modo a la que nos entrega el historiador Jean Meyer: L’attaché militaire américain notait cette absence remarquable au Mexique de tout chef suprême. Le Villisme, le Carrancisme, le Zapatisme se référaient au chef alors que ce personnalisme manquait ici. […] [La Ligue] crut l’avoir trouvé en la personne du général Enrique Gorostieta. […] Personnage assez mystérieux, capable d’exaltation, il embrassa la cause des cristeros, sans partager leur foi. […] Le militaire et l’homme étaient conquis par le Cristero; lui qui avait tellement maudit la médiocrité de l’armée fédérale […]. Il les [les Cristeros] voyait se lever et marcher au feu, se jeter la machette à la main sur les mitrailleuses fédérales, gravir les pitons au sommet desquels de simples paysans commencent à nous apparaitre comme des preux. (61, subrayado nuestro) 134

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Esta cita es notable, por una parte, porque convoca conjuntamente al lector de la Historia y al historiador con un “nosotros” que aparece aquí de forma sorprendente. Por otra parte, la gloria que reclama Gorostieta para sus cristeros corresponde a su calificación de “preux” por Meyer; volveré más adelante sobre esta coincidencia. Hay otra que quisiera ahora recalcar, es el carácter de orador de Gorostieta que intenta obtener el apoyo del alto clero mexicano mediante cartas que tanto Meyer como Pombo citan extensamente. En la novela de Pombo, estas cartas desempeñan un papel clave porque, además de suministrar información histórica precisa (casi siempre con lugar y fecha), se encuentran íntimamente ligadas a la trama de la novela, ya que el general se las dicta a su escribiente, quien es Fabián Ponce, aficionado “desde la escuela a la caligrafía” (119), como subraya el narrador en una de sus primeras evocaciones del amante de Isabel. Tanto Gorostieta como Fabián han dejado de ser católicos pero Gorostieta se deja enganchar por la entereza de los cristeros y Fabián por la elocuencia del general: Fabián Ponce estaba acostumbrado a la elocuencia del general: fue esta elocuencia la que le enganchó desde la primera vez […]: todo era la elocución del general que hablaba interminablemente, porque esto fue ante todo Gorostieta para sus tropas y para los jefes de la Liga y para todo México: una formidable enunciación de toda la guerra cristera de arriba abajo, el general Gorostieta enunciaba una y otra vez en sus cartas oficiales y en sus programas y en su correspondencia particular el conflicto entre la Iglesia y el Estado que tenía ya tres años de duración y que el episcopado mexicano y el gobierno y Pío XI allá en Roma parecían dispuestos a concluir de cualquier modo, y que el general Gorostieta, en buena lógica, lo mismo que los cristeros alzados en armas, no quería concluir de cualquier modo, sino rectamente, como les correspondía, con la victoria […]. [Fabián] repetía lo que acababa de oír decir, lo que acababa de tomar al dictado, fragmentado, posiblemente inexacto, seguramente exagerado, pero musicalmente, melódicamente verdadero. (228)

La verdad que percibe Fabián, a lo largo de los tres combates finales de la guerra, es otra vez ambigua. Por un lado, esta retórica lo “engancha”, lo hace sentirse “en el corazón de la realidad, tan atento a la historia de México” (230), pero por otro lado también se da cuenta de que “había algo energuménico en la gesticulación verbal de Gorostieta, como si su larga carta fuese una declamación en el vacío: Fabián tenía a veces la sensación de que ya estaba todo perdido” (233). Con esta conciencia trágica del final que lo espera, Fabián prosigue con “su voluntad de seguir hasta la muerte a don Enrique Gorostieta Velarde” (231). Ambos enfrentarán su “muerte propia” con los ojos abiertos, sin ilusionarse con los disfraces del martirio porque, como afirma Gorostieta en su última conversación con Fabián: “nadie, ningún hombre, tiene derecho a pedir a otro el martirio” (235). 135

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Esta frase es, por supuesto, una crítica de la apología del martirio que está en el centro vivo del movimiento cristero.10 Una vez más, la novela trata del asunto subrayando su ambigüedad: Gorostieta no cree en el martirio, pero muere en verdadero mártir, asesinado por los callistas el “2 de junio de 1929” (274), así como Fabián (“muerto a tiros en el corral de una comisaría” (282)). En cambio, leeremos una conmovedora evocación del martirio en el elogio fúnebre de Zamacois para Isabel (que no actuó como mártir en el sentido estricto de la palabra). El narrador sugiere que Zamacois, aunque sea responsable muy probablemente de la muerte de Fabián, parece sinceramente apenado por la muerte de Isabel (“solo uno, el más inverosímil, se [siente] abrumado ahora por una pena mayor” (296)). Pronuncia en Santander un sorprendente discurso aparentemente sincero delante del féretro que contiene el cuerpo de Isabel de la Hoz y su feto: ¿os consuela saber que Cristo Jesús murió primero por nosotros y que ahora se haya muerto Isabel en Jesucristo como la cristera que fue, porque Isabel, santanderinos, murió mártir, o no? ¿Quiénes murieron mártires? ¿Sabe alguien de aquí quién murió mártir en esa guerra fratricida que acabamos de pasar en México y que los arreglos no han arreglado porque los arreglos nada han arreglado? (301)

Hay personas de la asamblea del funeral que salen de la iglesia, molestas por este discurso inesperado del cura, entre ellas, destaca el narrador, “quizás un Pombo jovencito que se moría de ganas de fumar un pitillo” (303). Esta aparición intempestiva de la figura auctorial en la penúltima página de la novela no es la primera y conviene terminar considerando esta voz del autor en el (para)texto novelesco.

IV.  La figura auctorial y la verdad de la Historia En el texto novelesco, aparecen varias menciones a un “nosotros” incierto que incluye tanto al lector como al autor. Esta mención, como es el caso de la primera en la novela,11 tiene la intención clara de enfatizar la 10

Cf. Meyer 1975: 197. Véase por ejemplo la página segunda de la novela: “Ahí está la imagen de Isabel de la Hoz, frente a todos ellos, frente a todos nosotros: la gente de Santander que la conoció, que la recordó, que nos habló de ella para que nosotros también la recordáramos” (10). Esta presentación de la trama como intrahistoria de la Historia verdadera corresponde con las declaraciones públicas de Pombo. Véase por ejemplo este fragmento de entrevista: “En otras obras suyas, como Una ventana al norte ya introducía su saga familiar, quizá la más importante de Santander. No. Los Pombo, si se refiere usted a ellos, somos una familia de Santander de toda la vida. Tuvimos un momento de gran esplendor económico y social a finales del XIX y principios del XX. Pero ninguna novela mía tiene la intención de ser una saga familiar. Ese no es un género que yo practique. ¿Era el retrato de su tía María del Carmen Roiz de la Parra? 11

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dimensión de realidad que conlleva la ficcionalización. El autor implícito, además, aparece incesantemente en la distancia que la enunciación instala frente al enunciado, con una permanente sombra irónica que planea sobre los retratos y discursos de los personajes. Hacia el final de la novela, las alusiones se intensifican y se precisan, por ejemplo en esta evocación de los entierros en Santander: “Yo recuerdo aquellos grandes días de entierros, con las carrozas de primera […], que estimularon el incipiente pensamiento sociológico del autor” (294). La oscilación entre el “yo” y el “autor” en esta frase no deja de producir un efecto de extrãneza en el lector, como si la figura auctorial jugara al escondite con él. La novela, ya lo hemos dicho, termina con el elogio fúnebre que Zamacois dedica a Isabel, pero en realidad, el texto no termina del todo ahí ya que se encuentra un “epílogo” cuyo íncipit reza: “Este es mi epílogo de autor. Yo soy el autor” (305). En el epílogo, el “yo” auctorial intempestivo (en 1929, el “joven Pombo” es un anacronismo como figura auctorial) deja lugar a una figura que reivindica el proceso de escritura y composición de la novela como obra propia. El autor destaca algunas fuentes que le han sido útiles a la hora de redactar su novela, “para hacer inteligible su composición” (307). Enseguida el autor explica en qué sentido hay que comprender esta “inteligibilidad”: “es una preocupación antigua acerca del valor de verdad que tienen los textos de ficción, agudizada en mis últimas novelas por el hecho de servirme de ambientes y personajes históricamente verificables” (307). Añade Pombo que, al escribir la novela, ha sentido un doble malestar: “el malestar de no estar haciendo justicia al momento histórico elegido: el trágico conflicto que asoló México entre 1926 y 1929” y “el malestar de estar inyectando más ficción de la imprescindible en la historia real del México de ese momento. […] ¿Qué explican los novelistas que no hayan explicado ya –y mejor– los historiadores?” (308–309). Pombo no contesta esta pregunta fundamental de forma directa sino comentando la bibliografía que le sirvió de base para la novela. Destaca el papel esencial desempeñado en el proceso de escritura por La Cristiada de Jean Meyer: “Sin Jean Meyer, Una ventana al norte se hubiera quedado en una de mis short long novelas […]. La Cristiada de Jean Meyer cambió toda la

Inspirado en ella. En una novela titulada Una ventana al norte. Yo hice que su protagonista tuviera una familiaridad estética con María del Carmen Roiz de la Parra. Ese parecido sólo es estéticamente relevante si se hace la comparación. Para un lector que desconozca el mundo santanderino, Isabel de la Hoz (que es el nombre de mi protagonista en ese libro) tiene que valer por sí misma. La indagación acerca de las correlaciones entre biografía y literatura no dicen en realidad gran cosa. Y, en cambio, inducen a una lectura superficial de textos literarios muy elaborados como son los míos. Isabel de la Hoz tiene que valer estéticamente por sí misma, con independencia de que las personas de Santander la relacionen con su remoto referente real. Las preguntas acerca de los referentes biográficos, cuando se le hacen al autor de un libro, suelen ser más fruto de la curiosidad o del comineo, que del interés narratológico.”

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concepción de mi personaje original” (309). Una vez tomada la decisión de hacer de la guerra cristera el trasfondo histórico de la novela, el autor confiesa haber dedicado un año entero leyendo acerca de la historia de México del siglo XX: menciona varios libros12 y sobre todo un documental de Nicolás Echeverría, donde aparece Meyer junto con sus informantes y que le produce gran impacto: “los relatos que Jean Meyer hace de viva voz en la película son equivalentes a los relatos que todos los españoles de mi edad […] hemos escuchado hacer a nuestros padres, tíos, abuelos de la guerra civil española” (311). La similitud que le llama la atención es pues la del tono, de la actitud o, para retomar un término importante en la novela, la de la elocuencia13 particular del narrador historiador.14 La novela enfatiza la similitud de tono mientras destaca el contraste entre un cristianismo reaccionario e hipócrita de las clases medias y altas españolas que iba finalmente a cuajar en el franquismo, y la sinceridad de los cristeros: “los nacionales en España no tuvieron, creo yo, la sencillez e ingenuidad popular que tuvieron los cristeros: en España hubo una confrontación clasista mucho más turbia”, afirma Pombo (epílogo, 314). Desde este punto de vista, se explica la insistencia de Pombo en la heterogeneidad social de los cristeros: Fabián es un mestizo pobre, Lupe viene de una familia acomodada, las doncellas del servicio son indígenas mixe, etc. Entonces, solo una visión parcial puede llevarnos a ver la guerra cristera como una prefiguración del enfrentamiento entre Estado laico y postura católica conservadora que iba a ser uno de los núcleos conflictivos de la Guerra civil española. Pombo, que es un cristiano convencido (aunque no ortodoxo)15 recupera a través de los personajes de los cristeros y de su general “encristerado” unas figuras cristianas heroicas, épicas y conmovedoras, cuyos equivalentes no encuentra en la España del siglo XX. Para contrarrestar o por lo menos equilibrar la visión muy favorable a los cristeros que se desprende del libro de Meyer, Pombo declara haberse inspirado también en el libro de Krauze, Biografía del poder, en especial las páginas relativas al retrato de Calles. Krauze hace un retrato muy elogioso de Plutarco Elías Calles, un hombre de Estado que quiso “reformar 12

“La verdadera revolución de Alfonso Taracena, el Ulises criollo de José Vasconcelos, los ocho tomos del David […], Biografía del poder: caudillos de la revolución mexicana (1910–1940) de Enrique Krauze” (310, 314). 13 Véase este comentario de Pombo de 1985 citado por Weaver: “Confieso que siempre me interesó más la filosofía por su relación con la elocuencia que por su relación con la verdad… Confieso que la ivresse des profondeurs de ciertos filósofos me ha fascinado siempre más que la profunda humildad de sus logros” (1994: 208). 14 Hay un dato añadido que no es anodino y es que el cassette le viene dado por Juan Villoro. Pombo no comenta la novela El testigo del escritor mexicano que también presenta una reflexión acerca del movimiento cristero y su recuperación en la historiografía contemporánea, especialmente en los medios televisuales. Este tema será para otra ocasión. 15 Cf. su declaración en El Ciervo (Pombo 2001: 27).

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desde el origen” (1997: 317) y “ganó hasta donde podía ganar” (íd.: 348). Lo caracterizaban “la severidad, la reflexión, la entereza de carácter” (íd.: 359); estas virtudes morales y políticas (discutibles, sin embargo) rigen sus decisiones en las cuestiones religiosas. Calles considera que la guerra cristera implica “una lucha entre la idea religiosa y la idea laica, entre la reacción y el progreso” (íd.: 351). Según este punto de vista (generalizado en la historiografía contemporánea), la guerra cristera es reaccionaria. En la novela, se contraponen rigurosamente los pasajes en los que la focalización interna delegada a Zamacois defiende esta visión (mezclada con la debilidad propia del personaje que, además, es cura, cf. supra), y los pasajes donde los monólogos interiores de Isabel, generalmente narrativizados, exponen una visión histórica, directamente influenciada por los trabajos de Meyer, que ve en los cristeros a los verdaderos revolucionarios. Más fundamentalmente, si la lectura de La Cristiada “tiene tanta importancia” (312) para Pombo, es que se da cuenta de que el trabajo documental riguroso del historiador (despojar archivos, entrevistar a informantes y testigos, etc.) no le impide a Meyer una “continua toma de posición personal, una especie de cita con lo individual, con lo inmediato, con aquellos actos humanos, aquellas acciones, que por su intensa singularidad hacen muy difícil la generalización o las visiones de conjunto” (Pombo acerca de Meyer 312). En este punto, aunque con herramientas diferentes, el trabajo del historiador y del novelista coincide, ya que se topan y se sorprenden con trayectorias singulares que ponen en tela de juicio las grandes lógicas causales.16 En la conclusión de su libro, Meyer ­confiesa –lo cito aquí en español ya que la cita pertenece al “epílogo” de Pombo: hemos de reconocer que hacer historia es entregarse al caos, es decir, respetar la verdad, la realidad incomprensible del acontecimiento, tener conciencia de la supervivencia de ese acontecimiento en nosotros, de la modificación aportada por la rememoración. Una época y una guerra casi olvidadas ahora […] nos han hecho abrir los ojos a la conciencia de todo lo que no ha sucedido, de todo aquello a que tendemos eternamente. (312, cursiva de Pombo)

Esta cita encierra la respuesta a la pregunta de Pombo: “¿Qué explican los novelistas que no hayan explicado ya –y mejor– los historiadores?” (309). Si los historiadores empiezan afirmando el orden posible en y por el relato histórico y terminan confesando que se han topado con el caos, el novelista enfrenta directamente el caos y destaca el carácter impenetrable del acontecimiento internándose en él a través de varias conciencias que lo captan, al hilo de un camino totalmente singular en pos de la verdad. Ese camino apunta a una lucidez parcial acerca de las circunstancias que determinan la vida propia y la muerte propia. Desentrañar este enmarañamiento de destinos y exponerlos en su finitud trágica es la verdad que propone el novelista. 16

Véase por ejemplo Meyer 1975: 67.

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Bibliografía Bonells, Jordi, Dictionnaire des littératures hispaniques. Paris: Lafont, 2009. Flores-Gispert, Juan Carlos, “Fui un niño muy guapo y ahora soy un anciano rabino que da bien en las fotos”. [Entrevista con Álvaro Pombo]. En: El Diario montañés, 25 de enero de 2009. Consultado en http://www.eldiariomontanes. es/20090125/cultura/literatura/nino-guapo-ahora-anciano-20090125.html [23 de enero de 2012]. González Herrán, José Manuel, “Alvaro Pombo, o la conciencia narrativa”. En: Anales de la literatura española contemporánea, 1985: 10/1–3, 99–109. Gullón, Ricardo (coord.), Diccionario de literatura española e hispanoamericana. Madrid: Alianza, 1993. Krauze, Enrique, “Reformar desde el origen. Plutarco Elías Calles”. En: Biografía del poder. Caudillos de la Revolución mexicana (1910–1940). Barcelona: Tusquets, 1997, 317–385. Meyer, Jean A., La christiade. L’église, l’état et le peuple dans la révolution mexicaine. Paris: Payot, 1975.17 Overesch-Maister, Lynne E., “Echoes of Alienation in the Novels of Alvaro Pombo”. En: Anales de la literatura española contemporánea, 1988: 13/1–2, Special Issue on the Spanish Novel (1930–1986), 55–70. Pombo, Álvaro, Una ventana al norte. Barcelona: Anagrama, 2004. Pombo, Álvaro, “La revelación aún no ha terminado”. En: El Ciervo, 2001: 50/605–606, 26–28. Weaver, Wesley J., “Novelas sobre la falta de sustancia: El metro de platino iridiado de Álvaro Pombo y sus ‘fabuladores’”. En: Revista hispánica moderna, 1994: 47/1, 194–209.

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Del mismo autor, sin que se sepa si es el mismo texto: La Cristiada (3 vols.), Siglo XXI, 1973. A la edición en español se refiere Pombo.

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Parte III Historietas y cine

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses Hub. Hermans Universidad de Groningen

Al estudiar la imagen de la Revolución mexicana en la literatura neerlandesa, llama la atención su casi total ausencia. Y estudiando las mínimas representaciones de la misma, resulta que esta imagen muchas veces no sólo es estereotipada, sino también engañosa, cuando no falsa. Sin embargo, también puede tener su interés estudiar el impacto, por mínimo y por falso que fuera, de un suceso considerable (como el de la Revolución mexicana) en una literatura minoritaria (como es la neerlandesa, es decir, la flamenca y la holandesa). Resumiendo lo que sigue a continuación no es osado decir que la literatura neerlandesa supera a la mexicana en su capacidad de desdibujar la realidad. Los libros en que se nota un fuerte impacto de la vida mexicana, fruto o no de una estancia de su autor en ese lejano país, muestran casi todos el carácter de una huida romántica, temporal –lo que a veces dice más sobre el estado anímico de su autor que sobre el cruel o exótico país que describe. A pesar de todo ello es interesante comentar estos libros, ya que a veces también el forastero domina bien el arte de la falsificación, mientras que otras veces sabe evitar los estereotipos y los lugares comunes sobre el mexicano o lo mexicano que resultan de la auto-imagen de los mismos mexicanos. A veces incluso sus observaciones de determinadas costumbres y situaciones ayudan a formarnos una idea más completa de lo que podría ser la identidad mexicana. Como es de todos sabido, la autoimagen de un pueblo suele ser más positiva que la imagen que tiene ese mismo pueblo de otro pueblo, aunque igual de falsa. En este texto partimos de la hipótesis de que la imagen que ofrece la literatura neerlandesa de la Revolución mexicana ha ido formando parte de la imagen común, más o menos estereotipada que hasta hoy en día existe en nuestros países sobre México. Pero es evidente que la imagen que nos hacemos de la realidad no siempre coincide con la misma. Mediante el concepto abarcador de ‘imagen’ podemos sintetizar las visiones estereotipadas y los 143

La Revolución mexicana

prejuicios acerca de la mentalidad y la actitud que le atribuimos al ‘otro’ o a una identidad nacional. Estas imágenes suelen ser el resultado de una construcción cultural, articulada mediante ‘textos’. La imagología estudia sobre todo el modo de ver al otro, más que su modo de ser. La investigación imagológica no pretende que las imágenes estudiadas puedan ofrecer una visión fidedigna, ni siquiera representativa de algún pueblo o de alguna nación. El pensamiento que precede en imágenes presenta una estructura antinómica: delimita lo propio de lo ajeno; una contradicción de conceptos impuestos (por ejemplo: nosotros somos trabajadores; ellos son holgazanes). Tan solo la síntesis de varias imágenes mentales lleva a un acercamiento a ‘la realidad’ y es el fruto de una selección de rasgos, considerados como pertinentes (por ejemplo, los mexicanos son bajitos, llevan sombreros, pistolas y son bebedores). La posible cohesión de tales imágenes aisladas les otorga valor. Y como consecuencia de ello estas imágenes coherentes pueden ir formando parte de un conjunto sistemático, incrementando de esta manera su plausibilidad y hasta su fiabilidad. Hay una relación de interdependencia entre la imagen que existe de un pueblo y la auto-imagen (en ambos casos son fruto de procesos de creación y de construcción). En el caso de México, por ejemplo, esta imagen ha sido influenciada fuertemente por el cine norteamericano (el tópico del charro mexicano y de la china poblana) a la vez que por la inteligencia posrevolucionaria (el tópico de una cultura mestiza, con la Guadalupe, la Malinche y el muralismo como ingredientes nacionalizantes). Pero, además de una construcción, esta imagen es dinámica: siempre sujeta a cambios. La imagen también es especular: revela y traduce el espacio cultural e ideológico, en el cual se sitúan el autor (y su público). Es precisamente la imagología la que pretende demostrar la parcialidad, la variabilidad y la contradicción interna de estas imágenes (cf. Leerssen). Así, por ejemplo, la imagen es parcial porque durante largo tiempo la imagen del mexicano holgazán ha sido prototipo del mexicano común. La imagen es variable porque esta imagen no es la imagen que se tenía del mexicano en el siglo XVI, ni tampoco la imagen que se suele tener hoy en día del mexicano. Y finalmente, la imagen ofrece una contradicción interna, ya que al lado de ese mexicano holgazán, también existe la imagen de un mexicano hiperactivo, creativo o pistolero.

I.  El mundo del cómic y la literatura juvenil En Flandes los tres grandes escritores de cómics de la época de la posguerra son Willy Vandersteen, Marc Sleen y Bob de Moor. Marc Sleen (1922) es el dibujante de varias series de cómics. Su cómic de más éxito es la serie Las aventuras de Nerón y Cía, que originalmente se imprimían en un solo color, y tenían tiradas más altas que Suske en Wiske (Bob y 144

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses

Bobet). Sleen era un dibujante muy productivo, trabajando con una enorme velocidad, lamentablemente a veces en perjuicio de la elaboración y la perfección de sus dibujos. Tan sólo uno de sus muchos relatos se sitúa en México: Het groene vuur (El fuego verde, 1965). El protagonista Nero (Nerón) es una figura ligeramente contradictoria: realista a la vez que romántico, conservador tanto como progresista. En esta historia Nerón se va a México, en busca del fuego verde. En la tercera lámina leemos: “¿Con qué derecho nos tira? ¿Es usted acaso bandolero?” “No, el señor que habla es terrateniente. Esta montaña, y todo a sus alrededores me pertenece a mí. De padre a hijo, ya desde Moctezuma”.1 En fin, huelgan comentarios: lo tópico no falta: los sombreros, los nopales y las escopetas dan una imagen cabal de México, que se completa con una alusión al problema de la tierra. La acotación dice: “Poco a poco cae la noche sobre las montañas de Ixtaccihuatl, donde César Escobilla y Nerón encontraron la Esmeralda más grande del mundo”. Pero de pronto sus guardianes mexicanos se convierten de amigos en traidores, y se hacen con la esmeralda. La violencia no falta. Después de que también su último fiel amigo, un burro, decide abandonarle, Nerón se queda a solas, momento en que decide tocar la trompeta. De pronto sale una persona enigmática, que se presenta diciendo: “me llamo Pancho Vanilla, señor” y le ofrece su ayuda. Nerón desconfía. Poco después sale de nuevo el terrateniente con cara de ladrón, amenazándole con sus pistolas. Pero Nerón –puesto de mal humor después de la pérdida de su amigo César, del burro y de la esmeralda– termina brutalmente con su adversario, a lo que éste jura vengarse: “Según me llamo Emil Zapata, ganaré. Voy en busca de un cañón”. Gracias a la intervención de Pancho Vanilla y su hermanita (que resultan ser dos viejos amiguitos de Nerón que, disfrazados, han salido en su ayuda) consiguen finalmente reencontrar el fuego verde –la esmeralda– y se la llevan para casa. Pero, antes de hacer esto, le regalan a Nerón, que sufre un desmayo, una botella de refrescante, que resulta contener otro tipo de fuego verde… Además de este desenlace humorístico, el mensaje también es previsible: los héroes extranjeros consiguen finalmente hacerse con el botín. Los habitantes del país que visitan no son sino seres insignificantes, estereotipados. Los nombres de Villa y Zapata se asocian con sombreros, escopetas y traición, mientras que el problema de la tierra sigue sin resolverse. Al igual que el robo de la esmeralda. A ‘los tres grandes del cómic flamenco’ se añade en los años cincuenta Jozef van  Hove (más famoso como ‘Pom’). Su serie más conocida es Piet Pienter en Bert Bibber (Pedro Despabilado y Alberto Tembloroso). El cómic El rancho grande (título en español, 1957) se sitúa en un país 1



A partir de aquí las traducciones del neerlandés al español son nuestras.

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imaginario: ‘La República San Felipe’ que guarda reminiscencias tanto con Argentina como con México (entre otras la visión estereotipada de sombreros, revolucionarios y estafadores): “Holala. ¡Una muchacha hermosa! Aquí hotel señorita. ¡Mejor hotel de América del Sur! ‘Bistec con papas. Que me siga quien me quiera’” dice la amiga yankee de Piet Pienter y Bert Bibber. Este le entrega sus documentos al policía, acompañados de una carta autógrafa del Sr. Presidente de la República. Pero la documentación no les sirve: “¡Detened a estos muchachos! ¡Son traidores, contrarrevolucionarios! ¡Hacia atrás, y a callarse cuando hablan!” Resulta que el Presidente que había firmado sus documentos ha sido destituido de su cargo el día anterior. La revolución pronunciada por el general Carioca ha triunfado. Nuestros amiguitos son detenidos, y Susan en vano trata de acudir en su ayuda. Esto no es más que el inicio de una larga historia, que en sí es insignificante, pero al mismo tiempo interesante por presentar de nuevo una visión estereotipada. Han encontrado petróleo en El Rancho Grande, que es propiedad de Susan, la amiguita yankee de los protagonistas belgas. Unos estafadores quieren hacerse con el rancho, pero gracias a la intervención heroica de los dos protagonistas ella consigue finalmente quedarse con sus tierras. Otro terrateniente también les presta auxilio: en su deseo de escapar de la Revolución ha abandonado la ciudad. Finalmente el antiguo presidente consigue rehacerse con el poder y se restaura el viejo orden establecido. La conclusión es que el contraste entre buenos y malos es muy grande: los malos son los latinos/mexicanos, casi todos presentados como pobres, poco fiables y poco inteligentes. Alberto Tembloroso también tiene más de tonto que de listo, pero es buen chico, humorístico y fuerte. Pedro Despabilado es un chico inteligente y tranquilo, mientras que Susan, la norteamericana, es rubia, guapa y rica. La Revolución finalmente no triunfa y los terratenientes nacionales y extranjeros se quedan con sus tierras. Op goed geluk naar Mexico (Al azar en dirección a México, 1935) es una de las varias novelas de aventuras para jóvenes, publicadas en los años treinta del siglo pasado por el autor holandés Walter Tomson. Dos chicos se marchan a diestro y siniestro a México y corren aventuras muy diversas. Viajando por todo el país hasta llegan a participar en una verdadera revolución, una lucha armada entre los federales y unos rebeldes. Uno de los chicos, Henk, se siente inseguro ante lo que ocurre, pero su amigo Piet sabe calmarle, diciendo: “Aquí siempre hacen la revolución. Es parte de México, al igual que el calor o la malaria” (65). Estando en Puebla, una ciudad que les parece más norteamericana que mexicana, se encuentran con un comerciante mexicano que se siente amenazado por las tropas rebeldes. Consiguen su puesta en libertad gracias a la ayuda que les presta uno de los rebeldes, que resulta ser de origen frisón, y pariente de uno de ellos. Los chicos van conociendo bien el país y hasta 146

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses

‘españolizan’ sus nombres: Enrico Bota y Pedro Zapato. Pero al final abandonan México y se reencuentran con su salvador frisón, que ahora ha desertado de las tropas rebeldes para afiliarse a los federales. Cosa que les parece prudente. También en este libro las imágenes aisladas que obtenemos de los mexicanos (pistoleros, primitivos, revolucionarios) parecen coherentes y llegan a formar un conjunto sistemático. Un conjunto que forma un vivo contraste con otro conjunto coherente: las imágenes relacionadas con el gran pasado precolombino, el hermoso paisaje y los enormes recursos naturales. El resultado es contradictorio: hombres poco fiables y riquezas poco explotadas. Al final nuestros héroes Enrico Bota y Pedro Zapato se despiden de un país con un gran futuro.

II.  La literatura periodística Nuestra manera de ver al mexicano primero se puso de manifiesto en ciertos libros de viaje. Cabe observar que los belgas parecen ser mucho más viajeros que los holandeses, aunque el tema de la Revolución mexicana brilla por su ausencia, a ambos lados de la frontera. Uno de los pocos libros sobre México, salidos a comienzos del siglo XX es de la mano de un comerciante y diplomático holandés, Hendrik P. N. Muller, y se titula Door het land van Columbus (Por el país de Colón, 1905). Al igual que el periodista Bierce en Gringo viejo de Carlos Fuentes, su autor entra al país desde el norte. En las más de cien páginas que dedica a México hace un repaso de su historia, empezando por la época precolombina, la colonial y el Porfiriato. Analiza la situación económica y política del país, quejándose de la escasa presencia de holandeses –los belgas están mejor representados– en este país de inmensas posibilidades. Interesante es su encuentro con algunos de los holandeses, pero sobre todo con el gran Porfirio Díaz. En el año 1901 Muller es recibido en audiencia privada, y el dictador le fascina, tanto por su aspecto físico como por su firmeza. Compartiendo con él una admiración por la actitud de los Boers en África del Sur, lo describe como sigue: “Es un ejemplo de fuerza viril, raro en la historia de la humanidad, uno de los hombres más particulares de nuestros tiempos” (213). Otro viajero, el periodista Theo De Veer, dedica en 1910 un libro entero a México, titulado Mexico. Reis-studies van een journalist (México. Estudios de viaje de un periodista). Entrando al país por Laredo se enamora en seguida: de los Estados de ‘business’ ha llegado al país de la poesía; del ‘allmighty dollar’ al México de flores y reposo (12). Al igual que Muller, hace una especie de estudio antropológico de los mexicanos, aunque con más pretensiones literarias, y también tiene un encuentro con el gran presidente. Pero el punto de referencia de De Veer no son los 147

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Boers, sino los colonizadores holandeses de la actual Indonesia. Discute en 1908 con Díaz la posibilidad de atraer a ingenieros agrícolas forestales e hidráulicos, y de atraer a inmigrantes de la isla de Java, para concluir que bajo este presidente, con su impresionante cabello blanco, la amenaza de una época de pasiones revolucionarias ha desaparecido definitivamente. A pesar de tales pronósticos equivocados, cabe decir que las descripciones de De Veer, aunque basadas en estudios como el de David A. Wells (A Study of Mexico, 1887), y provistas de excelentes fotografías, aportan material muy interesante para un estudio de la vida mexicana de aquellos años. Otro curioso libro es la autobiografía (1958) del periodista, trotamundos y traductor holandés Apie Prins. En un capítulo añadido posteriormente a este libro describe cómo visita en 1914 al general Villa. El encuentro tuvo lugar poco tiempo después de que Villa hubiera matado con su propia pistola al corresponsal del Daily Herald, un tal Benson, por haberle hecho una pregunta impertinente. El periodista, tratando de esconder su miedo, le hace una pregunta sobre este asunto, cosa que Villa le perdona por considerarle hombre audaz. En el momento, sin embargo, en que Prins le informa sobre Holanda, y sobre la existencia de un Palacio de la Paz en la Haya, Pancho Villa se enfada y termina abruptamente la entrevista. En fin, el relato de esta entrevista no evita los clichés del hombre revolucionario, que es pistolero, tequilero y mujeriego, pero al mismo tiempo es una ilustración bonita de cómo dos mundos diferentes se encuentran, y no se entienden. Karel Jonckheere es tan solo uno de los varios escritores flamencos que visitan México y que nos dejan sus impresiones de viajero en forma de libro. En su novela Tierra caliente (título en español, 1941) hay algunas referencias a la época de la Revolución, pero tan escuetas e insignificantes que aquí no serán tratadas. Desde el punto de vista imagológico este libro no carece de interés, ya que contiene una mezcla de descripciones estereotipadas de la vida y cultura mexicanas, a la vez que alusiones abundantes a la presencia belga en México (Pedro de Gante, Carlota y la Calle Amberes). Apenas más interesante es el relato que los conocidos escritores belgas Hugo Claus y Freddy de Vree publican en 1982. Es un librito para el gran público, titulado Mexico vandaag (México hoy, 1982) un relato bellamente ilustrado, en el que los autores ofrecen una confrontación con la cultura mexicana, a la vez que una breve y amena introducción a la arqueología y las artes y culturas de México. Como también ocurre en varios otros libros turísticos, el tema de la Revolución se limita a una descripción del papel que jugaron los muralistas, con atención especial por Rivera, Kahlo y Trotsky. En la composición y el estilo de este librito 148

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses

se nota que es fruto de charlas radiofónicas. La fama de un escritor no siempre genera literatura auténtica. Más rico en información sobre México es el libro ¡Viva México! Een kroniek (1988) de la escritora holandesa Inez van Dullemen. El libro es una mezcla de relatos periodísticos, crónicas y novelas cortas, ingredientes que tienen en común el deseo de descubrir la esencia de la identidad mexicana. La Revolución mexicana forma parte de esta identidad, y Van Dullemen le dedica un capítulo entero, titulado “La fiesta de las balas”, al igual que el famoso cuento de Martín Luis Guzmán. En este capítulo presta atención especial a la situación de las soldaderas y de otras mujeres revolucionarias. Así dice: El famoso cineasta ha querido dedicarle la última parte de su película sobre la revolución mexicana como oda a las soldaderas, pero como consecuencia de reacciones desfavorables desde EE.UU. y de falta de financiación, no consiguió llevar a cabo su proyecto. (32)

Tierra, muerte y libertad son las imágenes que se asocian con la Revolución mexicana, pero lo que queda es una revolución frustrada. Y aunque en el resto del libro no faltan las casi inevitables referencias a los dioses aztecas y el día de muertos, con un fuerte toque de Samuel Ramos, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Roger Bartra y otros exploradores de la anatomía mexicana, el atractivo de esta crónica de la vida mexicana radica sobre todo en su mezcla de todos estos elementos con una descripción de la vida diaria en México, de antes y de después del terremoto de 1986. Como se habrá notado, en esta sección de libros periodísticos, casi todos los autores tienen la intención de informar al lector sobre determinados rasgos de México y de sus culturas. En muchos casos esta búsqueda de las señas de identidad de lo desconocido, llega a convertirse al mismo tiempo –a veces sin querer– en una confrontación con la propia identidad, la nacional o la personal. El punto de partida sigue siendo la superioridad de lo europeo, a pesar de los intentos –a veces logrados– de parte de escritores más jóvenes, de observar la sociedad mexicana desde ‘dentro’.

III.  Novela, poesía, teatro Hemos reservado una sección especial para aquellas obras literarias en las que el elemento ficticio predomina sobre las referencias a una realidad histórica, o sea, la tradicional literatura ficticia. Dentro de esta sección encontraremos a algunos de los grandes escritores en neerlandés, aunque convendría observar al mismo tiempo que, para historiadores, esta sección será menos interesante, ya que las referencias concretas a la realidad mexicana, nunca son fidedignas: el autor siempre puede esconderse detrás de su máscara de ficción. 149

La Revolución mexicana

Dentro de esta sección ocupa un lugar destacado una novela de uno de los más grandes poetas holandeses, Jan Jacob Slauerhoff, titulada De opstand van Guadalajara (La rebelión de Guadalajara, 1937). La acción de esta novela se desarrolla, como su mismo título indica, en Guadalajara, en los años veinte del siglo XX (con referencias a la Revolución y más concretamente a las Guerras cristeras), aunque también con fuertes reminiscencias a los años finales del siglo XIX (la Guerra de Canudos, relatada magistralmente por Euclides Da Cunha en Los sertones). Slauerhoff, entre otras cosas traductor de La sombra del caudillo, era médico a bordo y un incansable viajero por el mar, con ‘saudade’ de tierra. Uno de los barcos a cuyo servicio estaba, era el ‘Simón Bolívar’, de la Línea Colón, que conectaba con las costas del Caribe y que también le llevó a México. Casi al final de su corta vida redactó la novelita anteriormente citada. La obra trata de un vagabundo, de profesión vidriero, que impulsado por un joven ambicioso cura indígena, es presentado a la población como el nuevo Mesías. En un principio los pobres, apáticos indígenas le consideran como el nuevo, tan esperado Salvador, pero el movimiento religioso adquiere, gracias a las intrigas de los líderes revolucionarios, un carácter marcadamente político. El vidriero poco a poco se va convirtiendo de una figura mesiánica en víctima de los anseosos del poder que le rodean. Al final la rebelión fracasa y el seudo-Mesías es crucificado a medias, para luego convertirse en una especie de atracción turística en la hacienda de uno de los terratenientes. La novela, que presenta una visión muy irónica del poder del clero y de los ricos, es sobre todo un ataque a las fuerzas oscuras del poder, que frustran todo intento de cambiar el mundo. Cualquier alternativa parece estar condenada a priori al fracaso. El narrador auctorial incluso se vuelve sarcástico, al resumir la temática de la novela en la última frase de la manera siguiente: “¿Estarán esperando los indígenas la llegada de otro nuevo, y más fuerte Salvador? Con cada elección presidencial siguen gritando vivas y en cambio reciben una comida y un botijo de chicha, lo que no es de despreciar”. Es evidente que en esta novela la imagen de la Revolución mexicana, pero sobre todo la imagen de los mexicanos es muy negativa. Los mexicanos, y no sólo los indígenas, se dejan engañar fácilmente por la ambición ciega de unos estafadores, disfrazados de fanáticos religiosos o de idealistas revolucionarios. Algo menos pesimistas son las novelas de Albert Helman. Este escritor holandés, nacido en el Surinam, se instala, después de haber participado en la Guerra civil española, en 1937 en México, donde se quedará dos años. Fuertemente impresionado por este país escribe entre 1939 y 1988 una tetralogía dedicada a México, o más concretamente al papel que desempeñan los cuatro elementos en el país. En la primera novela, Het vergeten gezicht (La cara olvidada, 1939) trata del agua y de la tierra; en la segunda, De rancho der X mysteries (El rancho de los diez misterios, 150

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses

1941) de las reformas agrarias; en la tercera, Afdaling in de vulkaan (Descenso al volcán, 1949) del fuego y de la Revolución mexicana; y en la última, Zusters van liefde (Hermanas de caridad, 1988) del fuego y del aire. Aunque en estas novelas la historia y la cultura mexicanas desempeñan un papel importante, son principalmente novelas de aventuras, con tramas bastante complicadas, aunque de una lectura agradable. De este ciclo de novelas, la segunda era en su tiempo un auténtico ‘bestseller’, pero la última –que no lo fue– es la más densa, la más interesante. El problema de la novelística de Helman es su pretensión de querer demasiado: no sólo ha querido oponer Occidente y Oriente –en este caso respectivamente México versus Holanda– sino también las fuerzas todopoderosas de la Naturaleza a las fuerzas destructivas del Estado y de la Iglesia, proporcionando al mismo tiempo al lector todo tipo de información sobre los usos y costumbres del pueblo mexicano. La tercera novela (‘Descenso al volcán’) tiene como trasfondo el fracaso de la Revolución mexicana, cuyas consecuencias se hacen visibles en ‘El rancho de los diez misterios’. Don Salustiano, el antiguo propietario de este rancho ha sido expulsado de sus tierras, y ahora busca el apoyo de otros grupos revolucionarios. Los que se hicieron con el poder, bajo la falsa promesa de repartir las tierras entre los peones, reprimen brutalmente cualquier intento de rebelión. Don Salustiano, ahora uno de los rebeldes, mirando hacia la bandera mexicana, resume así el enfrentamiento entre dos bandos de mexicanos: Nosotros por acá, y por allá los federales y todo aquello que, en contra de nuestra voluntad popular, se llame el Gobierno legítimo. Ustedes han querido perjudicar nuestra revolución, y no con las armas, no con combates honestos, sino con astucia, como una serpiente. Pues bien, el águila –y en este momento se volvió hacia la bandera, en cuyo centro se veía el escudo mexicano– “el águila encima del nopal agarra la serpiente”. (290)

Es decir, la Revolución ha llevado a luchas internas entre los mexicanos y finalmente ha terminado en un fracaso total. Esta novela, al igual que las otras novelas de la tetralogía de Helman, ha ayudado a sus lectores a formarse una imagen de cómo es México y de cómo son sus habitantes. De acuerdo con esta imagen, aspecto que se subraya también en las críticas y reseñas de esta tetralogía, los mexicanos viven cerca de la naturaleza, apegados a la tierra y a la cultura de los ancestros. Sus anhelos de una sociedad ideal son desgarrados por la violencia y las otras fuerzas negativas. En resumen, se trata de una imagen, fiel o no al carácter mexicano, que linda con lo tópico, lo que sin duda no ha sido el propósito de su autor. Helman seguramente ha querido dar a su público lector una imagen del Otro, que él, como hijo del Caribe, pretendía conocer y comprender mejor que la mayoría de sus lectores. 151

La Revolución mexicana

El poeta obrero Freek van Leeuwen fue contemporáneo de Helman, y políticamente muy comprometido. En la revista Links richten (Orientar hacia la izquierda) publica en 1932 un poema titulado “Een Amerikaanse tragédie” que contiene algunas referencias a la Revolución mexicana. “En los yacimientos petrolíferos de México los obreros son acosados sin ­cesar / Europa pide: petróleo / para tanques / para submarinos / camiones / etc. El mundo pide petróleo a gritos […] Urge hacer propaganda / a favor de la represión sangrienta de la Revolución mexicana / a favor de la participación en la Guerra europea”. Es probablemente uno de los pocos poemas en lengua neerlandesa en que se toca el tema de la Revolución mexicana, aunque vista desde una perspectiva europea y en contra del capitalismo americano. No se ofrece en este poema una imagen de los mexicanos, pero sí de lo que ocurre con sus tesoros. Otro poeta holandés comprometido, Bert Schierbeek, dedica un apartado completo de su poemario Vallen en opstaan (Caerse y levantarse, 1977) a México (49–75). En este largo poema, en el que hay referencias a la rica cultura precolombina, la pobreza indígena y la visión de Posada, tampoco falta una referencia a la Revolución mexicana (68). Sin signos de puntuación, pero con la triple repetición anafórica de ‘su’, el poeta parece aludir al gran sueño, jamás cumplido, de la Revolución de Emiliano Zapata. En la obra de teatro, Los muertesitos. ¡Onze geliefde doden! (1988) del dramaturgo flamenco Arne Sierens, la acción parece desarrollarse en Coyoacán, a finales de los años treinta. Los diálogos, entre surrealistas y delirantes, refieren tanto a héroes de la Revolución mexicana como a compatriotas de Trotsky, para llegar a una apoteosis el 20 de agosto de 1940, día del asesinato de Trotsky. Pero las referencias a personas existentes no son realistas: se trata de monólogos y diálogos de nuestros queridos muertos que, como en Pedro Páramo, ya no forman parte del supuesto reino de los seres vivos. En este fragmento se narra la actitud de uno de los muchos revolucionarios, Guajardo, quien al comienzo de la Revolución mexicana, se pasó del bando carrancista al de Zapata, para luego terminar como víctima de las tropas de Obregón. Pues también en esta obrita de teatro se ofrecen contrastes vivos entre idealistas (como Zapata) y traidores (como el asesino de Trotsky), aunque todos son víctimas de una misma revolución. En resumen se podría decir que la Revolución ha tenido un impacto mínimo en la literatura neerlandesa, pero que a pesar de la limitada cantidad de obras en que hay referencias a esa Revolución, resulta una imagen bastante clara de la misma. En casi todos los textos estudiados, aunque en los literarios menos que en los otros, la Revolución se asocia con la búsqueda de un ideal: un mundo mejor, tierra y libertad, o simplemente 152

El impacto mínimo de la Revolución mexicana en la literatura y el cómic neerlandeses

riquezas. Desde el punto de vista imagológico obtenemos a través de este tipo de búsquedas, dos conjuntos opuestos de imágenes. Hay un grupo de imágenes aisladas donde los mexicanos aparecen como pistoleros, primitivos o revolucionarios, formando así un conjunto bastante coherente de personajes. El otro grupo de imágenes aisladas contiene descripciones relacionadas con el gran pasado precolombino, el hermoso paisaje y los enormes recursos naturales, formando así un conjunto también coherente de riquezas. Ambos grupos juntos podrían formar un conjunto sistemático de lo que es México y de cómo son los mexicanos, pero la mayoría de los libros analizados demuestra justamente que la Revolución produce sobre todo imágenes parciales, variables y contradictorias.

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La Revolución mexicana

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Estereotipos sobre la Revolución en los cómics La serie Les gringos de Jean-Michel Charlier y Víctor de la Fuente Lieve Behiels Lessius Hogeschool – Universidad Católica de Lovaina (Leuven)

En esta comunicación nos proponemos presentar y contextualizar la serie de cómics titulada Les gringos, situada en los primeros años de la Revolución mexicana para luego mostrar cuáles son los estereotipos de la Revolución que se vehiculan a través de ella. Esta serie se publicó entre 1979 y 1980 (los dos primeros tomos, con guiones de Charlier) y 1992–1996 (con guiones de Vidal). La calidad de los guiones va bajando conforme avanza la serie, pero el trabajo gráfico de Víctor de la Fuente mantiene su calidad. Aunque se trata de cómics de aventuras, cuyo primer objetivo es hacerles pasar unos buenos ratos a los jóvenes lectores, se observa cierto afán didáctico en unos paratextos y en notas a pie de viñeta. Para el análisis, trabajaremos con algunos conceptos de la imagología. Como los héroes ficcionales son dos norteamericanos, se nos ofrece una visión desde fuera, una hétero-imagen de la Revolución y de sus protagonistas. La caracterización se realiza no sólo a través de los diálogos, sino también a través de la imagen. En ella se puede observar, más allá de los tópicos, una caracterización sutil de los personajes históricos que constituye una gratificación suplementaria para el lector atento. Nos detendremos algo más en la de Victoriano Huerta, el ‘malo’ por excelencia de la serie.

I.  Datos biobibliográficos sobre los autores Los dos primeros tomos de Les gringos, Viva la revolucion [sic] y Viva Villa, publicados en la revista Super-As y a continuación en álbum, en 1979 y 1980, fueron realizados por el guionista Jean-Michel Charlier y el dibujante Víctor de la Fuente. Jean-Michel Charlier (1924–1989) se puede considerar como el Alejandro Dumas del tebeo. Fue piloto profesional antes 155

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de dedicarse a tiempo completo al mundo del tebeo y de la televisión. En 1947, con Hubinon creó Buck Danny, una serie sobre aviadores de guerra en la revista Spirou. En 1963 se convirtió en redactor jefe de la revista Pilote junto a René Goscinny. Volvió al mundo de la aviación con los personajes de Tanguy y Laverdure, dibujados por Uderzo, en 1959. Ideaba aventuras de todo tipo que se desarrollan en varios continentes: así por ejemplo Tiger Joe, dibujado por Hubinon, se sitúa en África, Barbe-Rouge, una historia de piratas igualmente dibujada por Hubinon, en el Caribe y finalmente Lieutenant Blueberry, una serie situada en los años posteriores a la guerra civil en el oeste norteamericano, en colaboración con el dibujante Jean Giraud (Groensteen 2009: 95). Charlier fue el guionista más importante del tebeo realista franco-belga (Gaumer y Moliterni 1994: 131). Víctor de la Fuente (1927–2010) empezó su carrera en España, trabajando para las revistas Flechas y Pelayos, Maravillas y Chicos. Entre 1944 y 1959 residió en Chile donde trabajaba en publicidad y hacía tebeos para el mercado latinoamericano. Dirigió la revista El Peneca. Volvió a España en los años sesenta y trabajó para agencias londinenses. Con Víctor Mora creó el personaje de Sunday. Para la revista Trinca ideó Mathai-Dor y Haxtur, su creación más importante, de la que fue guionista y dibujante. Para la serie Amargo (1975), que se quedó en dos álbumes, se encargó también del guión y de los dibujos. Terminó por establecerse en Francia, trabajando en varios proyectos, entre otros en una Histoire de France en BD (1976) y La Bible en tebeos (1983) para Larousse (Filippini 2005: 741). De la Fuente forma parte del grupo de los grandes ilustradores realistas españoles (Gaumer y Moliterni 1994: 181). Después del segundo álbum, la serie Les gringos no se continuó, a lo mejor porque hubo fricciones entre los dos autores. En una entrevista, Víctor de  la  Fuente declaró que el trabajo en colaboración le resultaba frustrante y que lo que le importaba sobre todo era la autonomía y el control de todas las facetas de su obra (Boom y Drewes 1982: 5). Después de una pausa de doce años, habiendo ya fallecido Charlier, se decidió continuar la serie, ahora con otro guionista, Guy Vidal (1939–2002). En 1963 Vidal entró en la revista Pilote como secretario de redacción, convirtiéndose en reactor jefe en 1974. También fue responsable editorial de las ediciones ‘Humanoïdes Associés’. Como guionista, cooperó con Morris (para La fiancée de Lucky Luke) y con Víctor de la Fuente para la continuación de Les gringos. Pudieron aprovechar el trabajo ya realizado por Charlier para este álbum. El tomo tercero, Viva Adelita, salió con Alpen Publishers en 1992. Esta editorial aprovechó la ocasión para relanzar los dos primeros y cambiar el título del primero a Viva la Révolution en francés; el tomo cuatro, Viva Mexico, vio la luz en 1993 y los dos últimos, Viva Nez Cassé y Viva Zapata, fueron publicados por Dargaud en 1995 y 1996. 156

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Con la desaparición de Charlier la naturaleza de los relatos cambió: mientras los dos primeros episodios, Viva la revolucion y Viva Villa, se sitúan en la tradición del relato de aventuras químicamente puro, en los tomos tercero, Viva Adelita, ya puesto en camino por Charlier, y cuarto, Viva Mexico, se salpimienta la narración con una pizca de erotismo ya que entra en escena una mujer hermosa pero/y traidora. En el tomo quinto, Viva Nez Cassé, el guionista intenta establecer la conexión entre Les gringos y la serie más exitosa de Charlier, Blueberry. Mientras los cinco primeros volúmenes situaban el relato en el norte de México, el último tomo, Viva Zapata, intenta enfocar el sur y el movimiento zapatista. En la contracubierta se justifica el movimiento, haciendo referencia al EZLN: “[…] cet Emiliano Zapata que le sous-commandant Marcos et les Indiens du Chiapas ont remis au premier plan de l’actualité”, una referencia totalmente gratuita porque nada en este cómic permite la asociación con el movimiento del subcomandante Marcos. Estos cambios de enfoque no han podido esconder la paulatina hasta drástica bajada de la calidad entre los primeros tomos y los últimos. El mercado internacional se ha dado cuenta y mientras los dos primeros tomos fueron traducidos al español al año de su publicación en francés, de los cuatro últimos ya no hubo traducciones.

II.  Información visual, información textual Empecemos por el principio, es decir, la cubierta de la primera edición de Viva la revolucion1 y fijémonos en la complementariedad de la información visual y textual. En el centro vemos un dinamitero a caballo que se enfrenta directamente al lector, en un segundo plano a la izquierda, un avión en el aire y a la derecha un mexicano, reconocible por el sombrero y la manta, que cabalga en la misma dirección. La figura central corta la imagen en dos, casi a la diagonal. La inclinación del personaje hacia la derecha y el ángulo recto formado por su brazo y la barra de dinamita que está a punto de lanzar aumentan el carácter dinámico de la imagen. El avión también se inclina y sus alas forman una paralela con la barra de dinamita. El mexicano a caballo galopa encima de una suave pendiente, desviándose un poco y ampliando así el campo. El paisaje no es más que sugerido: un montículo de arena, una pobre vegetación. La sombra del caballo subraya el título del volumen. Tanto el dinamismo de las figuras, 1



Cuando se reeditaron los dos primeros tomos, se hicieron otras cubiertas. La de Viva la Révolution ha cambiado de carácter: en vez de constituir una presentación inicial, es una variante sobre una secuencia situada al final del relato. Se ve a Pete colgando del avión de Chett, a punto de caer encima de un soldado del ejército a caballo. No podemos entrar aquí en el detalle del análisis de esta cubierta compleja, sabiamente construida.

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lanzadas hacia adelante, como el color rojo del fondo sugieren la idea de la Revolución, de modo que la combinación del texto y de la imagen llega a ser pleonástica. Se trata de una cubierta sencilla pero sumamente eficaz, una especie de cartel publicitario cuyo propósito es hacer vender.2 El lector ya sabe que podrá esperar una historia del oeste (o similar), con todos los ingredientes al uso. Presentemos ahora los héroes ficcionales, Pete y Chett: Pete, le brun, est un hors-la-loi, grand spécialiste du maniement des explosifs, qui prétend ne s’intéresser qu’à une seule chose: l’argent. Chett, le blond, est un aviateur et un dandy pour qui seule la beauté des gestes importe. Tout les sépare. La marche tonitruante de l’Histoire –en l’occurrence la révolution mexicaine du début du siècle (qu’anime une sidérante brochette de héros, de canailles et de tueurs)– en a décidé autrement. L’amitié, parfois, réunit des contraires qui font de beaux feux d’artifice (spécialité mexicaine). (VR 6)3

Este breve texto se encuentra en todos los volúmenes de la serie, sea en la página que precede el arranque mismo del episodio, sea en la contracubierta, y se acompaña de un dibujo de los dos personajes frente a un fondo mínimo pero suficiente para evocar un desierto (piedras pardas, arena). La descripción sugiere una complementariedad entre los personajes, no solo visual (uno rubio, otro moreno) sino también funcional (uno dinamitero, otro aviador). Son obviamente norteamericanos (véanse sus nombres y sus pantalones vaqueros) pero están en México (véase el sombrero que lleva Chett atado a la pierna), o sea que son unos gringos en un entorno que descubrirán junto con el lector. Podríamos decir que así los protagonistas asumen la mirada desde fuera del contexto geográfico e histórico que tienen los autores y los lectores de la serie. No se nos presentan como hombres perfectos, ni mucho menos: uno es buscado por las autoridades y es materialista cien por cien, el otro es un dandy (nótese la chalina que lleva al cuello que además, forma parte del atuendo del aviador). Sus especialidades profesionales facilitan su inserción en un relato relacionado con la Revolución mexicana porque había un dinamitero norteamericano entre las tropas de Pancho Villa y Orozco durante el ataque a Ciudad Juárez en primavera de 1911 (McLynn 2001: 95) y que la Revolución fue uno de los primeros conflictos bélicos en los que la aviación desempeñó un papel importante. Estamos, pues, frente a una configuración típica de la novela histórica tradicional, en la que los protagonistas ficticios pueden 2



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Esta descripción ha sido inspirada por el análisis llevado a cabo por Thierry Groensteen de la cubierta de Arizona Love, un episodio de la serie de Blueberry de Charlier y Giraud (Groensteen 2009: 15). Haremos referencia a los distintos tomos de la serie mediante las abreviaturas siguientes seguidas de la página: Viva la Révolution, VR; Viva Villa, VV; Viva Adelita, VA; Viva Mexico, VM; Viva Nez Cassé, VNC; Viva Zapata, VZ. La referencia se hace a la última edición publicada (véase bibliografía).

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acercarse de manera verosímil a los protagonistas de la Historia con mayúscula. El texto enfatiza a la vez la conflictividad (“tout les sépare”) y la amistad de los personajes, mientras que en el dibujo el gesto de Pete cuyo brazo rodea la espalda de Chett es unívoco: forman un dúo, como tantas parejas de héroes de cómics y otros relatos épicos, literarios y cinematográficos. Las frases relacionadas al contexto histórico tampoco tienen desperdicio: la historia se presenta como un proceso convulso y espectacular puesto en marcha por héroes, canallas y matones, o sea que parece anunciársenos un relato épico de ‘buenos’ y ‘malos’. Los ‘fuegos artificiales’, especialidad de México, aluden más bien al carácter explosivo de los acontecimientos que seguirán.

III.  Plano histórico, plano ficcional En lo que sigue presentaremos un resumen de los seis álbumes, distinguiendo el plano histórico del plano ficcional. Las diez primeras páginas de Viva la revolucion sitúan a los dos héroes ficcionales en su presente: marzo de 1912. El punto de partido es El Paso. Pete está huyendo de las autoridades norteamericanas y roba un coche para poder ponerse a salvo, Chett está ganándose la vida haciendo acrobacias espectaculares con su avión y dando bautizos del aire.4 Pete obliga a Chett a punto de pistola a cruzar el Río Grande y a dejarlo a salvo allí. Una vez aterrizados, Peter le pone en antecedentes sobre lo que ocurre en México. Caen en mano de los orozquistas que quieren ahorcarlos, y la única posibilidad de salvación consiste en que Chett vuelva a los Estados Unidos a por dinamita. Lo consigue. A cambio de tres mil dólares, van a detener la avanzada del ejército federal, un convoy de trenes camino hacia el norte. Pete arma una locomotora de dinamita hacia los topes y la lanza contra los trenes federales: la explosión de la máquina loca constituye el punto culminante del álbum. Chett se deshace de Pete porque quiere volver a Estados Unidos pero es hecho preso por la avanzadilla de Pancho Villa, dispuesto a fusilarlo. Éste cambia de parecer porque un aviador siempre puede servir, sobre todo si la lealtad de éste queda atestiguada por el dinamitero gringo de los villistas, Pete. El segundo volumen, Viva Villa, empieza el 6 de abril de 1912. Pancho Villa es nombrado general por Madero. Sus tropas quedan incorporadas en el ejército federal al mando de Victoriano Huerta. El álbum relata, en el plano histórico, el conflicto entre Villa y Huerta que se termina con la condena a muerte de Villa por un tribunal militar. En el plano ficcional, Chett y Pete se han convertido en unos campeones leales de Villa y gracias a sus competencias respectivas deshacen un complot urdido por 4



Jean-François Douvry (1989: 25 nota 1) sugiere que este tipo de héroe aventurero o periodista sorprendido en la tormenta revolucionaria recuerda a John Reed.

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Huerta para que Villa y sus huestes sean aniquilados por los orozquistas. A estas alturas vemos claramente quiénes son los buenos y quiénes son los malos, como en las películas del oeste: los buenos son, además de los héroes ficticios, Francisco Madero y Pancho Villa, y los malos son todos sus adversarios, ejemplificados en el malo por excelencia, Victoriano Huerta. El relato de Viva Adelita empieza en junio de 1912. Gracias a Pete y Chett, el telegrama de Madero para indultar a Villa llega a tiempo, junto con la orden de trasladarlo al Distrito Federal para ser encerrado allí. La acción se desplaza a la capital. El relato se termina en diciembre de 1912, cuando la conspiración que debe llevar a la liberación de Villa está a punto de lograrse. En el plano ficcional se introduce la figura de la joven y sexy Dolores que parece ayudar a los dos amigos para liberar a Villa pero que al mismo tiempo es agente secreta de Huerta. Viva Mexico empieza en el momento en que Huerta ordena el asesinato de Villa y planea el golpe de estado contra Madero. Evidentemente, Villa escapa a los tiros y huye en el avión de Chett. Los dos amigos intentan poner en guardia a Madero contra las intrigas de Huerta, pero en vano. Se encuentran en medio de los horrores de la Decena Trágica. Asisten a la detención de Gustavo Madero al salir de una comida con Huerta y a la del presidente. Van al norte para volver a juntarse a Pancho Villa. La última lámina muestra a Villa que cruza el Río Grande con ocho compañeros, el 23 de marzo de 1913. En Viva Nez Cassé, el plano histórico queda reducido al mínimo. Una vez cruzada la frontera, a Villa le llueven los seguidores. Conforme crece su hueste, toma pequeñas ciudades (San Andrés, Satevo, Santa Isabel) y luego Torreón, gracias a los cañones mandados por Carranza. Se nos presentan algunas de las facetas problemáticas de la actuación de Pancho Villa: las ejecuciones arbitrarias y su afición a las ceremonias matrimoniales. Pero la actividad de los héroes ficcionales, Pete, Chett y Blueberry (alias Nez Cassé, como lo llaman los Apaches) se centra alrededor de la joven Isabel, una india navaja, nieta de la india Chini y de Blueberry. Chini muere en los brazos de Blueberry, Isabel se salva de la persecución del malvado Roberto, con lo cual Blueberry puede salir de la serie. Villa manda a Chett y Pete con un mensaje a Zapata. El plano histórico del último tomo, Viva Zapata, es reducido a un mínimo absoluto. La acción se desplaza de la capital hacia el sur. Asistimos a las crueldades gratuitas del sucesor del general Robles, el general Luis Cartón (llamado Marton en el cómic). El lector es informado sobre el origen del movimiento de Zapata, que planea la toma de Chilpancingo (llamado Chilpancin) pero no vemos al revolucionario en acción. El plano ficticio es sumamente complejo; se añaden varios personajes: un charlatán llamado Pulguita (que narra la historia en un flashback que 160

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comprende todo el álbum), perseguido por alguien que se hace llamar Frank Caribbean y que se dice corresponsal de un periódico alemán, una joven disfrazada de hombre que es la hija bastarda de una india y un rico hacendado, y la esposa de éste.5 Con este batiburrillo de personajes, es evidente que al final del álbum no se han hecho más que las presentaciones. La decadencia de Les gringos se debe a que se ha intentado continuar a la fuerza una serie, cuando en el fondo la inspiración estaba agotada. Aquí “el imperio de la serie” (Groensteen 2007: 21) muestra su lado perverso. Este repaso deja en claro que la serie se limita a los primeros tiempos de la Revolución, concretamente de marzo de 1912 a noviembre de 1913.

IV.  Afán didáctico Desde el inicio se advierte que la ambición de los autores va más allá de la mera diversión. En la primera edición de los dos primeros tomos se incluían dos páginas de explicación tituladas “Un peu d’histoire pour mieux comprendre cette histoire” y compuestas de fotos, dibujos y texto para informar al lector sobre el ambiente en que se sitúa el relato ficticio (Fuente y Charlier 1979: 3–4 y 1980: 3–4). Se nota cierto afán didáctico, además, en la mención de numerosos acontecimientos históricos a veces acompañados de sus fechas,6 en la presencia de notas a pie (por ejemplo “Cette triste fin du Général Sala est rigoureusement authentique”, VR 43), en ciertos diálogos entre los héroes. Es significativo el comienzo de la conversación entre Chett, que lo ignora todo, y Pete, algo más enterado, cuando acaban de aterrizar cerca de la frontera: “Chett: ‘Tous ces bouffeurs de piments s’entretuent depuis deux ans! Eux-mêmes ne sont plus foutus de savoir pourquoi’. Pete: ‘Jugement stupide d’un gringo borné. Tout est pourtant simple…’” (VR 18). Chett representa la posición de un norteamericano que desprecia por principio a los mexicanos, unos primitivos (“bouffeurs de piments”) involucrados en una matanza absurda, Pete la del norteamericano informado que procura sustituir los prejuicios y los estereotipos por la información y el matiz.7 La auto-imagen de Chett, que se considera como un exponente de una civilización intelectual y técnicamente superior fundamenta la 5



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El guionista debe haberse dado cuenta de que se estaban complicando mucho las cosas, ya que hace exclamarse al narrador: “Un homme richissime diminué, une femme en noir inquiétante et grotesque, une domestique à allure de princesse exilée que l’on appelle ‘L’absente’… Vous vous souviendrez?” (VZ 10). Véase la lista en el anexo. Aunque no siempre consigue esta ecuanimidad: “La moitié du Mexique massacre et fusille l’autre. Madero et les ‘Federales’ luttent contre Zapata et Orozco qui, lui, traque Villa, avec ses ‘Colorados’,… de vrais fauves!” (VR 19, en el curso del mismo diálogo).

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hetero-imagen negativa que tiene de la Revolución mexicana.8 La perspectiva desde la cual se ofrece el relato al lector es la que se deriva del contraste, a veces de los enfrentamientos, entre los dos personajes principales, con lo cual se deja espacio a interpretaciones contrapuestas de un mismo acontecimiento y a un acercamiento progresivo a la mentalidad de los revolucionarios. Así por ejemplo, en Viva Villa, Villa ejecuta a un fugitivo de Parral. Comenta Chett: “Cette brute épaisse est un monstre!… Un tueur… Un maniaque dangereux! Je… Je vais lui péter la gueule, tout Villa qu’il est!…” Respuesta de Pete: “Du calme, Chett! Tu ne piges rien aux Mexicains!… Pour eux, Villa a agi justement! Ce fuyard n’était qu’un lâche qui avait abandonné ses frères d’armes!” (VV 10). Y en sus mejores momentos, la serie consigue ir más allá de las generalizaciones. Hasta se puede observar un reflexión metanarrativa en boca del viejo telegrafista de Torreón, que formula el siguiente comentario al asistir a una pelea entre Chett y Pete: “Hum… Faites excuses, señores… Hum… Les indigènes attardés qui se déchirent… en principe… c’est nous, pas vous” (VA 20). Aunque ignoramos cuáles fueron las fuentes textuales y gráficas utilizadas por Charlier y de la Fuente,9 se ve que se han servido al menos de numerosas fotografías históricas, como lo demuestran las fisonomías de los personajes históricos. Queremos destacar una en particular: la de Victoriano Huerta al lado de una niña pequeña. La escena se sitúa en un restaurante y el narrador introduce a un fotógrafo: “Ce soir de novembre 1913, un photographe s’était faufilé –grâce à quelques pesos?– dans la salle à manger de l’hôtel Impérial. Était-ce le fameux Agustin V. Casasola, le photographe de la révolution, je ne sais…” (VZ 4). La viñeta siguiente muestra al ayudante del fotógrafo que se acerca a la mesa del general con una niña. A continuación asistimos a la toma de la foto, y la última viñeta de esta secuencia nos muestra al narrador con una copia de la supuesta foto que comenta: “Cette photo est dans tous les livres d’histoire. Huerta, à qui personne n’a osé dire que les tyrans doivent sourire aux petites filles… surtout… quand il y a des photographes –ce qui est, il est vrai, une idée, elle, tout à fait actuelle– ­ressemble à un personnage de film d’épouvante” (VZ 5).10 La comparación entre la fotografía histórica, en la que figura Huerta rodeado por una decena de personas y las viñetas ilustra una diferencia esencial entre los dos medios: el cómic procede por selección de información visual, por lo cual consigue orientar el mensaje aún más directamente que una fotografía. 8

Véase Leersen 2007 para la teoría que subyace a estos conceptos. Con una excepción: en la presentación de Viva Nez Cassé se hace referencia a la ­biografía de Villa de William D. Lansford (VNC 4). 10 Hasta el momento, no hemos conseguido saber quién es el autor de la foto, que se conserva en la Michigan State University. 9

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V.  Imágenes de la Revolución y de México Los ingredientes clásicos de la imagen estereotipada de la Revolución mexicana –correspondan o no con la realidad histórica– están presentes en la serie. El primer elemento es la violencia omnipresente que puede llegar a ser cruel y sádica. En el primer encuentro entre los gringos y un grupo de orozquistas, estos los consideran como espías al servicio de los federales y quieren ejecutarlos. Mientras Chett va por dinamita, Pete queda de pie en una silla con la soga al cuello, de modo que, si lo vence el cansancio, quedará ahorcado (VR 22). Las diferentes bandas ejecutan a los adversarios que hacen prisioneros, lo cual da lugar a notas a pie de página como “ces atrocités étaient de règle à l’époque” (VV 45), para frenar el eventual escepticismo de los lectores. Villa hace ejecutar a varios presos de un tiro, para ahorrar municiones (VNC 34) lo que da lugar a una nota al pie que reza: “Authentique” (VNC 34). Otro elemento es la presencia de las soldaderas. En Viva Adelita, la bella espía Dolores se hace pasar por tal, y al verla aparecer por primera vez, cuando irrumpe en una cantina pidiendo socorro, Chett exclama: “Une fille-soldat! Une soldadera!” (VA 27), dando la definición antes que el término, con lo cual quedan resueltos los problemas de comprensión. A continuación tenemos una pequeña viñeta con un hombre que canta Adelita acompañándose en la guitarra y la traducción de la letra ‘proyectada’ contra el fondo. Las auténticas soldaderas ya están presentes a partir del segundo episodio, Viva Villa, pero únicamente como parte del decorado (VV 14, 30, 49). En Viva Zapata vemos a un grupo de mujeres activas como guerreras: se trata del grupo de un centenar de mujeres de Puente de Ixtla, lideradas por La China (VZ 35). Es a partir del episodio Viva Adelita cuando se introducen los corridos: el primero es uno llamado Juan Miguel, cuya letra se nos proporciona en francés (VA 21), luego Adelita (VA 28), en Viva Mexico aparece Yo tengo una pistola (VM 19) y la inevitable Cucaracha (VM 48, 50 y VNC 13). Las imágenes estereotipadas que encontramos en estos cómics se relacionan no solo con la Revolución, sino más bien con México en general, sobre todo a partir del cuarto episodio, Viva Mexico. La primera página contrapone las celebraciones de Navidad, llenas de alegría, con los macabros proyectos de Victoriano Huerta. Las siguientes reflexiones del narrador recorren las cuatro últimas viñetas: “Comme souvent, comme toujours, dans ce qui avait été la capitale du fabuleux empire aztèque, avant d’être celle, très belle, des vice-rois espagnols… les rires, les chants et les danses saluaient autant la vie… que la mort!… Sachant bien que l’une est l’ombre de l’autre” (VM 7). Una viñeta de colores vivos en la que descubrimos en un segundo plano a Pete, Dolores y Chett bailando entre músicos, globos y serpentinas, se contrapone a otra, doble, que nos 163

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muestra una máscara de una calavera junto a la mueca de Huerta, con una gama de colores reducida al blanco, negro y gris con un toque de rojo. El efecto es la creación de una relación de causa a efecto: las decisiones políticas de Huerta, planificando la liquidación de Francisco Madero, se explican por la pasión de muerte de los mexicanos. Algo similar se observa al principio de Viva Zapata. El narrador recuerda la figura de Madero y dice: “On lui reprochait de ne pas faire fusiller ses rivaux. Quelle honte dans ce Mexique, dont les habitants ont du mal à oublier Huitzilopochtli, le dieu anthropophage de leurs ancêtres, ce dieu terrible qui exigeait, pour laisser revenir le soleil, que ses prêtres lui offrent les cœurs sanglants arrachés à la poitrine de leurs ennemis” (VZ 4). A la segunda frase de este discurso corresponde una imagen de un sacrificio humano. A continuación pasamos a la secuencia de la fotografía de Huerta. La sucesión parece implicar que en la lógica fatal de la historia mexicana, la figura del tirano se inserta mucho mejor que la de Madero. Otro tópico asociado con México (y con las culturas latinas en general) es el machismo. La ausencia total de mujeres en un papel activo en los dos primeros tomos de la serie puede atribuirse al machismo consciente o inconsciente de Charlier y de la Fuente (o del mundo de la historieta francobelga de la época) que parecen dirigirse exclusivamente a un público lector masculino. A partir del tercer tomo, cuando Guy Vidal se encarga de los guiones, doce años más tarde, las mujeres adquieren un protagonismo algo mayor. Pero Dolores, protagonista de Viva Adelita, es una mujer fatal, espía de Huerta y amante sucesivamente de Chett y Pete a los que parece ayudar con los planes de escape de Villa. El personaje de Dolores se enlaza con otro tema cuya presencia se hará más explícita conforme avanza la serie: la opresión de la población indígena y el racismo. Cuando Chett le pregunta por su extraña simpatía por Huerta, la joven contesta: “C’est un indien” (VA 40), dando a entender que ella también lo es. Su ascendencia se confirma en el episodio siguiente, en un diálogo con Huerta que le reprocha el que Villa haya salido vivo de la cárcel: “Je sais que tu me sers parce que, comme moi, tu es d’origine indienne et que tu hais les blancs, mais tu es une femme…” (VM 21), con lo cual Dolores queda reducida a un ser de segunda categoría o, peor, una herramienta. En Viva Nez Cassé y Viva Zapata vemos un intento de lanzar heroínas femeninas positivas. Aquí el tema de la mujer oprimida se combina una vez más con el tema racial, ya que en los casos de Isabel y Lou se trata de jóvenes de sangre mixta. Mientras Isabel reivindica el amor a la tierra y las tradiciones de su pueblo, Lou lanza un discurso plenamente feminista (VZ 6, 47) y antirracista (VZ 6–7). La Virgen de Guadalupe no podía faltar (VZ 29) y hasta aparece Carlota, con una nota explicando que “Charlotte, princesse de Belgique, ne devait décéder qu’en janvier 1927” (VM 35). Y en cuanto a aspectos 164

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emblemáticos de la naturaleza mexicana, vemos que Chett, en el primer libro, realiza un aterrizaje forzoso en un campo de sisal, lo cual le causa graves destrozos en el avión y en su atuendo, y en una especie de contrapunto, tres libros más lejos, consigue arrancar con un avión demasiado cargado –lleva a bordo a Pancho Villa camino de Estados Unidos– ­descabezando un campo de nopales (VM 17).

VI.  Impacto brutal y sutileza gráfica La historieta es un medio de gran difusión dirigida a un público de adolescentes destinado en primer lugar a procurar un momento de ocio agradable a los lectores. De ahí su eficacia a difundir y perpetuar estereotipos.11 La serie Los gringos cumple este objetivo gracias a unos héroes ficticios simpáticos a pesar de sus defectos (son pendencieros, mujeriegos, interesados por el dinero, etc.) con los que los lectores se pueden identificar. Se adentran poco a poco en el mundo de la Revolución mexicana y los lectores lo descubren con ellos. Los autores partieron del supuesto que sus lectores lo ignorasen todo o casi todo de los acontecimientos históricos y, teniendo en cuenta las leyes del género de la historieta realista, procuraron que los lectores separasen como es debido la verdad histórica de la ficción. De allí la multiplicación de señales en forma de nota con apuntes del tipo authentique, para que los lectores no asimilasen a la imaginación de los autores algunos hechos históricos difíciles de creer. La serie cumple así un propósito didáctico secundario. Los lectores se quedarán con la idea de que la Revolución mexicana estaba dirigida contra la permanencia en el poder de un dictador y buscaba un cambio, no solo en las estructuras políticas, sino también en las relaciones socioeconómicas. El tema de la redistribución de tierras está presente desde la primera conversación seria de Pete y Chett (VR 18). Pero la disposición del público lector a asimilar esta lección de historia, corre parejas, a nuestro entender, con la calidad del guión ficticio, y a este respecto, como ya observamos, los dos primeros tomos son con mucho los mejores, luego los más creíbles. Ahora bien, el discurso de la historieta no se construye únicamente a partir de los diálogos, sino también a partir de los elementos gráficos. Y allí descubrimos un mundo cuyas sutilizas sólo se descubren después de varias lecturas. La construcción de la figura de Madero es gradual, desde el retrato retrospectivo en tonos de marrón y sepia (VR 18), pasando por 11

Dice al respecto Gustav Siebenmann: “Se entiende, por supuesto, que la relevancia de tales fuentes [i.e. libros, periódicos, revistas, cómics, dibujos y grabados, mapas, pinturas, más recientemente las fotografías y las películas] para la imagología está en una relación directa con su difusión. Por tanto, el criterio del éxito de la recepción es más importante que una obra estéticamente valiosa, sólo accesible a una élite intelectual” (Siebenmann 2004: 346).

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Madero posando para un retrato presidencial (con una escultura azteca a su lado, VA 45), hasta cuando le vemos en acción a partir del cuarto episodio de la serie (VM 20). Lo vemos posando para un segundo retrato, esta vez fotográfico, al lado de una estatua de Benito Juárez (VM 27). Aquí no hay explicación de ningún tipo, de modo que se deja al lector el cuidado de preguntarse (o no) por la posible relación entre los dos personajes. La serie permite, pues, varios niveles de lectura. En las viñetas dedicadas al asesinato de Madero se construye un poderoso contraste irónico entre los bocadillos que reproducen la versión oficial (Madero y su vice-presidente murieron bajo las balas del populacho furioso cuando eran desplazados en coche al penitenciario) y las imágenes que muestran a los hombres de Huerta que acaban de matarlos dentro del coche (VM 49). La construcción gráfica del personaje de Victoriano Huerta resulta sumamente interesante. Se introduce en el segundo episodio, Viva Villa. Villa quiere impresionar a Huerta y por ello pide a Chett que sobrevuele el área donde lo espera la plana mayor del ejército a la altura más baja que pueda, de modo que los generales tienen que saltar de sus caballos y se encuentran en el suelo embarrado. A Huerta lo descubrimos primero al fondo de un plano general, saludando a Villa, en la viñeta siguiente visto desde atrás, luego de perfil, luego caído, luego en un plano tomado desde encima del avión, en la página siguiente cuando sus compañeros lo ayudan a levantarse, encharcado, sin gafas, luego con las gafas puestas, una vez más de perfil y con una copa (VV 14–15). El teórico de la historieta Thierry Groensteen distingue dos factores capitales en la definición gráfica de un personaje de cómic: la tipificación, que permite identificarlo inmediatamente gracias a unos rasgos característicos, y la simplificación por sinécdoque (Groensteen 2007: 44). En el caso de Huerta, la tipificación se realiza mediante el retrato en perfil en la que destacan los huesos del cráneo y de la mandíbula del general, que luego se asimilarán a una calavera. Este aspecto será fortalecido por las gafas negras (VV 25, 28, 40, 41, 46, 50, 51, 52). La sinécdoque también está presente desde el inicio: la copa, el atributo permanente del general (VV 16, 25, 26, 28, 29, 40, 41, 50, 51, para limitarnos a este álbum). El tercer álbum, que aparece después de una interrupción de doce años, reintroduce a los protagonistas, de modo que en la primera página vemos a Huerta, una vez más, de perfil, con las gafas negras y una copa (VA 7). Para compensar al lector atento se introducen variantes divertidas, cuando observamos que hasta en su mesilla de noche, el general tiene una botella y una copa (VA 15, 23) y que, en pijama y bata, ya tiene la botella en la mano (VA 17). La caracterización por sinécdoque se completa con los objetos decorativos presentes en el despacho del general: una estatuilla ecuestre de Napoleón a caballo en su escritorio (VA 27, 46), detrás de él en un marco dorado, un retrato de un jefe indio y encima de una cómoda, una estatuilla de un legionario 166

Estereotipos sobre la Revolución en los cómics

romano (VA 46). La decoración es significativa de la imagen de sí mismo que el general desea proyectar. Vidal, Guy, Victor de la Fuente y Jean-Michel Charlier, Viva Adelita. 1ª edición. París: Alpen Publishers, 1992.

VII. Conclusión

Los cuatro primeros tomos de la serie ofrecen una narración coherente en el plano de la ficción, enlazada de manera creíble con hechos destacados de la historia de la Revolución mexicana. Contrariamente a lo que ocurre en otros cómics, no cabe afirmar, como hace Philippe Videlier, que “la bande dessinée déplace l’histoire dans la sphère du folklore” (Videlier 1986: 25). Los estereotipos vehiculados son los que cabía esperar: el clima de violencia generalizada, el papel de los explosivos, las soldaderas, los corridos de la Revolución. Estos estereotipos se vinculan en los dos últimos tomos con otros más generales relacionados a la historia mexicana: el culto a la muerte considerado típico de la cultura azteca. Los estereotipos se vehiculan tanto a través de los diálogos como por medio de las imágenes. En determinadas ocasiones la mirada desde fuera que es la de 167

La Revolución mexicana

los protagonistas ficticios y la de los autores y lectores se hace autocrítica: así se observa y se comenta que los gringos Pete y Chett se comportan muchas veces de manera tan irracional como los revolucionarios. En la representación de determinados personajes, la serie se eleva por encima de la banalidad y ofrece una recompensa al lector atento, como hemos podido observar en la sofisticación con la que se representa a Victoriano Huerta.

Bibliografía Bibliografía primaria: cómics Les gringos 1 Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva la Revolucion! 1ª edición. París: Edi-3-BD, 1979. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, ¡Viva la revolución! [tr. M. Bañolas]. Barcelona: Junior, 1980. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva revolutionen! [tr. C. Jørgensen y J. Jørgensen]. S.l.: Interpresse, 1981. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva la Révolution. París: Alpen Publishers, 1992. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva la Révolution. París: Dargaud, 1994.

Les gringos 2 Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva Villa. 1ª edición. París: Edi-3BD, 1980. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, ¡Viva Villa! [tr. M.  Bañolas]. Barcelona: Junior, 1981. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva Villa. S.l.: Alpen Publishers, 1992. Fuente, Víctor de la y Jean-Michel Charlier, Viva Villa. París: Dargaud, 1994.

Les gringos 3 Vidal, Guy, Víctor de la Fuente y Jean-Michel Charlier, Viva Adelita. 1ª edición. París: Alpen Publishers, 1992.

Les gringos 4 Vidal, Guy, Víctor de la Fuente y Jean-Michel Charlier, Viva Mexico. 1ª edición. París: Alpen Publishers, 1993.

Les gringos 5 Charlier, Jean-Michel, Víctor de la Fuente y Guy Vidal, Viva nez cassé. 1ª edición. París: Dargaud, 1995. 168

Estereotipos sobre la Revolución en los cómics

Les gringos 6 Charlier, Jean-Michel, Víctor de la Fuente y Guy Vidal, Viva Zapata. 1ª edición: París: Dargaud, 1996.

Bibliografía secundaria Boom, Hans van den y Jac Drewes, “Victor de la Fuente: ‘Het individu is voor mij het belangrijkste’”. En: Stripschrift, 1982, no. 155: 4–7. Douvry, Jean-François, “BD Gringos et pays Latinos”. En: Bulles Dingues, 1989, no. 11: 16–25. Filippini, Henri, Dictionnaire de la bande dessinée. París: Bordas, 2005. Gaumer, Patrick y Claude Moliterni, Dictionnaire mondial de la bande dessinée. París: Larousse, 1994. Groensteen, Thierry, La bande dessinée, son histoire et ses maîtres. París: SkiraFlammarion/La cité internationale de la bande dessinée et de l’image, 2009. Leerssen, Joep, “Imagology: History and Method”. En: Manfred Beller y Joep Leerssen (eds.), Imagology. The cultural construction and literary representation of national characters. A critical survey. Amsterdam/New York: Rodopi, 2007, 17–32. McLynn, Frank, Villa and Zapata. A Biography of the Mexican Revolution. London: Pimlico, 2001. Siebenmann, Gustav, “La investigación de las imágenes mentales. Aspectos metodológicos”. En: José Manuel López de Abiada y Augusta López Bernasocchi (eds.), Imágenes de España en culturas y literaturas europeas (siglos XVI-XVII). Madrid: Verbum, 2004, 339–349. Videlier, Philippe, “L’Amérique latine dans le miroir de la bande dessinée”. Le Monde diplomatique. Septembre 1986: 24–25. [Documento consultado en el DVD Le Monde diplomatique 1984–1998. Québec: CEDROM-SNI].

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La Revolución mexicana

Anexo: mención de hechos históricos en Les gringos Viva la Révolution VR 18–19 En un flashback se evoca el levantamiento de Madero, se describen sus partidarios, se relatan su acceso a la presidencia, la rebelión de Orozco en el norte, la de Zapata en el sur. La máquina loca. VR 38–41 Suicidio del general Salas. VR 43 Primera aparición de Villa en Parral. VR 47 Viva Villa VV 9 VV 10 VV 10–11 VV 44 VV 49 VV 50–51

Viva Adelita VA 32 VA 44 VA 45 VA 45

VA 46 VA 47 VA 47 VA 49 VA 49 Viva Mexico VM 9 VM 20 VM 27

Parral recuperado por los orozquistas. Villa ejecuta a un fugitivo de Parral. Introducción de Tomás Urbina, Raúl Madero, Guillermo Navarrete. Ascenso de Villa a general. Villa recibe la orden de dejar el mando y de dirigirse al cuartel general de Huerta. Detención de Villa el 13 de junio de 1912. Condena de Villa por el tribunal militar. Raúl Madero pide su gracia e intenta comunicarse con su hermano.

Villa trasladado de Jiménez a México. “A la mi-juin, Villa comparaît devant un tribunal, assisté d’un avocat commis d’office”. Villa aprende a leer y escribir en la cárcel de Santiago Tlatelolco. “Au cours de l’été, dans la région nord, Victoriano Huerta lance une offensive généralisée contre les colorados de Pascual Orozco. En juillet, il s’empare de Ciudad Chihuahua, et Mexico lui réserve un accueil triomphal. Le président Madero, en personne, nomme le héros du jour, général de division.” Huerta fomenta la conspiración en la que participan Reyes, Mondragón, Ruiz, Félix Díaz. El zapatista Gildardo Magaña enseña a Villa a escribir. Se introduce a Carlos Jáuregui, el secretario de la prisión. Orozco y lo que queda de su ejército cruzan el Río Grande. Félix Díaz, condenado a muerte, recibe la gracia de Madero.

Villa escapa de la cárcel disfrazado de abogado. Intervención del embajador norteamericano. El 5 de febrero Francisco Madero preside una ceremonia en honor de la Constitución Mexicana.

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Estereotipos sobre la Revolución en los cómics VM 30

VM 31

VM 32 VM 41 VM 42 VM 44 VM 45 VM 46 VM 49 VM 52

“Ce qu’on appellerait ‘La Décade Tragique’ venait de commencer. Un parti de cadets de l’académie militaire s’était révolté et avait libéré les généraux factieurs enfermés à Tlatelolco. Bientôt, la fusillade fit rage aux alentours du Palais National.” El general Ruiz es fusilado, el General Villar queda herido. “Autre insurgé tué, le vieux général Reyes. Apprenant la nouvelle, le chef des rebelles, le général Mondragon, accompagné de Félix Díaz (neveu de l’ancien dictateur Porfirio Díaz), se réfugia alors dans la citadelle”. Madero pasa el mando de la plaza de México a Huerta y va a buscar refuerzos a Cuernavaca con el general Ángeles. El 17 de febrero de 1913, Huerta y Gustavo Madero comen juntos en el restaurante Gambrinus. A la salida, el hermano del presidente queda detenido. Francisco Madero detenido por el general Blanquat. Ejecución de Gustavo Madero. Francisco Madero dimite, dispuesto a exiliarse. Madero y Suárez asesinados en el coche que los llevaba a la cárcel. El 23 de marzo de 1913, Villa cruza el Río Grande.

Viva Nez Cassé Villa vuelve a encontrarse con su esposa Luz en San Andrés. VNC 14 “Enfin, une garnison entière, celle de Santa Isabel, commandée par Fidel VNC 21 Ávila, un ancien compagnon de Villa, passe dans le camp des rebelles avec armes et bagages.” Huerta hace asesinar a un diputado. VNC 22 Villa en Satevo. VNC 24 Villa reconoce la autoridad de Carranza para recibir cañones a cambio. VNC 35 Introducción de Rodolfo Fierro, “un tueur impitoyable qui devait être un VNC 37 des plus proches fidèles du chef révolutionnaire”. Batalla de Torreón. VNC 38 Viva Zapata VZ 19 VZ 36 VZ 44

Violaciones en Puente de Ixtla. Venganza de las mujeres de Puente de Ixtla lideradas por La China. Zapata quiere tomar Chilpancín.

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Pancho Villa y la Revolución mexicana en el chorizo wéstern Fernando Díaz Ruiz Universidad Libre de Bruselas – Universidad de Sevilla

Se han organizado revoluciones en torno a ideas o ideales […] La Revolución mexicana constituye una excepción por haberse organizado, primordialmente, alrededor de personajes (Krauze 1997: 19).

La Revolución mexicana y la figura de Pancho Villa han sido el tema y/o el escenario de multitud de películas, fundamentalmente wésterns. La vecindad de México con los Estados Unidos, principal potencia cinematográfica mundial, y su ubicación histórica, pocos años después de la invención del cine y en pleno desarrollo de la industria fílmica estadounidense, explican en buena medida este hecho. A estas dos razones, habría que sumar una tercera no menos importante: el carácter carismático de ‘El Centauro del Norte’, uno de esos ‘personajes’ señalados por el historiador Enrique Krauze en la cita que sirve de epígrafe a este artículo, en torno a los que se gestó y popularizó la Revolución mexicana. Todo esto ha provocado que puedan contarse más de treinta películas sobre él y cientos que sitúan su historia en los tiempos de la Revolución.1 En los seis volúmenes de México visto por el cine extranjero, Emilio García Riera hace un recorrido de casi un siglo (de 1894 a 1988) rastreando la aparición de lo mexicano en la filmografía internacional, fundamentalmente norteamericana. Si bien, el crítico rehúsa realizar una conclusión a su exhaustivo trabajo de visionado y búsqueda en filmotecas y hemerotecas, sí que se permite al inicio de su obra, una reflexión en forma de deseo que viene a ser su equivalente: “ojalá contribuya mi trabajo a dar idea 1



Pancho Villa ha sido considerado por un sinfín de historiadores como el mexicano más famoso del siglo (Monsiváis 2010: 12–15). Asimismo, Friedrich Katz ha remarcado la evidencia de que “el conocimiento general de la Revolución mexicana […] está basado sobre todo en las películas de Hollywood” (citado en De Orellana 1999: 7) y no en las producciones artísticas que ésta produjo ni en la extensa producción literaria y académica acerca de la misma.

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La Revolución mexicana

de cuánto ha privado en nuestro siglo una mezcla de prepotencia, codicia, prejuicios, paranoia, ignorancia, intereses egoístas, condescendencia más o menos caritativa y superficialidad turística en la visión de un país por otros más poderosos” (1987: 13). En su análisis de la filmografía en la que se mira a México y/o a sus habitantes no deja García Riera de abordar las películas europeas, muy especialmente las de Eisenstein (1988a: 29–33) y los spaghetti wésterns (1988a: 148–176), incluyendo en su quinto volumen el análisis de las secuelas y obras menores del género rodadas en la segunda mitad de la década de los sesenta y principios de los setenta. Entre éstas se cuentan dos cintas realizadas en España enmarcadas en tiempos de la primera gran revolución del siglo XX, filmes sin demasiadas pretensiones artísticas que intentaron seguir rentabilizando el auge de los wésterns tras el éxito de taquilla inesperado de las películas de Sergio Leone: Los siete de Pancho Villa de José María Elorrieta (1967) y El desafío de Pancho Villa (1972) de Eugenio Martín, también titulada Pancho Villa.2 Dado que por cuestiones de espacio García Riera se limita a mencionar sin un mayor análisis la temática de la película de Elorrieta (1988a: 163), de la que confiesa no haber visto sino una “sinopsis publicitaria” (1988b: 196), y a hacer una somera crítica sin matices de la de Eugenio Martín (1990: 46), el objetivo principal de este artículo va a ser el de explorar la visión de Pancho Villa, los mexicanos y su Revolución presente en ambas cintas. En este sentido, vendríamos a completar uno de los espacios dejados por un más que meritorio trabajo que, como apuntó en México en 2010, en una mesa de debate celebrada durante la exposición Cine y Revolución, el entonces director de la Cineteca Nacional Mexicana, Leonardo García Tsao: “merece una visión más concreta en lo que se refiere a la Revolución”.3 Todo ello con el ánimo de ver si estos filmes presentan características singulares en su tratamiento de estos hechos respecto a los spaghetti wésterns que Sergio Leone inmortalizara 2



3



Valga recordar que la coproducción hispano-italiana La muerte tenía un precio o Per qualche dollaro in più (1965) de Sergio Leone ha sido durante muchos años la película española más vista en la historia de las salas. La vieron cinco millones de espectadores (Zunzunegui 2006: 22). Las opiniones de García Tsao pueden leerse en el siguiente comunicado de prensa del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México: “Polemizan en torno del tratamiento que el cine extranjero ha dado a la Revolución Mexicana”, 09/06/2010 [en http://www.conaculta.gob.mx/sala_prensa_detalle.php?id =5153]. En el mismo se recoge también su opinión de que, a pesar de que García Riera dedicara varios capítulos de su obra a la mirada a la Revolución y de que fuera acucioso en ejemplos, “sería interesante, hacer una versión mucho más documentada de este catálogo de estereotipos y caricaturas que han formado la visión de la Revolución Mexicana en el cine extranjero”. A esta inquietud, entre otras varias, responde nuestro artículo.

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Pancho Villa y la Revolución mexicana en el chorizo wéstern

y/o las películas del oeste realizadas en Hollywood desde casi el inicio de la propia Revolución. Nuestro objetivo último sería pues saber si estas películas de baja calidad artística y presupuesto, conocidas por cierta crítica hispana como chorizos wésterns,4 confirman el predominio de esa mirada a México y a su Revolución prepotente, paranoica, superficial, llena de prejuicios, intereses egoístas e ignorancia señalada por García Riera, si forman parte de las excepciones, o si introducen algún elemento novedoso o diferencial. Al hacerlo, no olvidaremos el apunte de Bernd Hausberger (profesor e investigador de El Colegio de México) a García Tsao en la mesa de debate ya mencionada apuntando que toda nueva investigación sobre la visión de la Revolución en el cine extranjero no debería partir de los estereotipos (a no ser que fuera para estudiar qué función cumplen porque en su opinión no se crean para denigrar de un país) sino de las películas en el contexto de su producción, lo que daría como resultado una investigación más sobre la historia de Europa y de Estados Unidos que sobre México.5

I.  La España franquista: plató del cine de Hollywood y cuna del wéstern europeo La erección de los estudios del productor Samuel Bronston en Las Rozas (Madrid) a finales de los años cincuenta del siglo pasado constituye el cénit de la producción y rodaje de películas norteamericanas en España. Dichos estudios donde se rodarían superproducciones como El Cid (1961), 55 days at Peking (1963) o The fall of the Roman empire (1964), cuyo fracaso comercial precipitaría el cierre de los mismos y que hoy en día constituyen los Estudios Buñuel de la televisión pública española, no fueron sino la punta del iceberg de un sinfín de producciones extranjeras realizadas en España desde los cincuenta para, entre otras cosas, poder evadir las divisas generadas por la explotación de películas durante la primera etapa del régimen franquista. En todo caso, la gran ventaja de esta estrategia de las productoras extranjeras fue que durante los años cincuenta, sesenta e inicios de los setenta, multitud de profesionales españoles del mundo del cine fueron 4



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Esta denominación de chorizo wéstern ha acabado imponiéndose a otras como butifarra wéstern o gazpacho wéstern, esta última sugerida por Joaquín Romero Marchent (Núñez Marqués 2006: 47), uno de los directores españoles de películas del oeste de buena factura. Otros serían su hermano Rafael o Eugenio Martín. Hausberger no ha sido el primero ni el único en apuntar esto. Por ejemplo, en su contribución al volumen La Revolución mexicana en la literatura y el cine la crítica Zuzana Pick señalaba una realidad tan evidente como a veces olvidada: una película como Viva Zapata! (1952) es “más un film sobre la democracia estadounidense que un film sobre México” (2010: 218–219).

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empleados en filmes rodados en inglés y aprendieron el oficio. Igualmente, dadas la escasez de fondos de las productoras españolas y la mala redacción de la letra pequeña de la política de subvenciones al cine español, en los sesenta abundaron las coproducciones oportunistas (generalmente entre España e Italia o España y los Estados Unidos) en las que la aportación económica nacional era mínima y sólo se justificaba por el interés en cobrar una subvención que no entendía de porcentajes, tal y como señala Casimiro Torreiro en Historia del cine español (2004: 338–339). Dentro de estas la joya de la corona fueron los spaghetti wésterns que tras el éxito de la llamada trilogía del dólar de Sergio Leone6 tuvieron una infinidad de secuelas de mérito muy dudoso y sin demasiadas pretensiones artísticas, en el caso de las españolas, conocidas como chorizos wésterns. En resumen, la necesidad de evadir las divisas generadas por la explotación de las películas extranjeras en España y el descubrimiento de un país con una mano de obra barata y una política estatal e impositiva muy favorable al capital extranjero, atrajeron a las grandes productoras estadounidenses y, posteriormente, europeas, que hicieron del país ibérico un gran plató. Si a esto le añadimos el repunte del gusto de los espectadores por el wéstern, género para el cual España presentaba unos paisajes idóneos (especialmente el desierto de Tabernas en Almería), así como la facilidad para conseguir actores hispanohablantes nativos (los bandidos mexicanos prototípicos, encarnados en muchas ocasiones por el zaragozano Fernando Sancho), no es difícil entender por qué el país se convirtió en los sesenta en la cuna del wéstern europeo y éste copó las carteleras. Un dato significativo de esto último: a finales de la década Italia llegó a triplicar el número de películas del oeste producidas por los Estados Unidos, no obstante, gran parte de ellas fueron coproducciones ítalo-españolas (García Riera 1988a: 149). Más complicado sería explicar el gran interés del público por este género cinematográfico, que en el caso de España queda de manifiesto al repasar el éxito de taquilla de los filmes de Leone, la presencia en cartelera de muchas secuelas de bastante menor calidad y la participación generalizada de productoras y directores españoles en este tipo de producciones. A este respecto, García Riera propone a modo de respuesta la imagen del europeo que asiste a la pacificación de su continente, tan turbulento antes y tan temeroso ahora, que resiste algo así como una nostalgia de la época perdida, que padece una vida demasiado rutinaria, reglamentaria y aun ­protegida, 6



La conocida como trilogía del dólar está formada por las siguientes tres películas protagonizadas por Clint Eastwood: Por un puñado de dólares o Per un pugno di dollari (1964), La muerte tenía un precio o Per qualche dollaro in più (1965) y El bueno, el feo y el malo o Il buono, il brutto, il cattivo (1966).

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y que, metido en el cine, se figura gracias al western, en un liberador trance de violencia, exotismo, anarquía y desaseo. (1988a: 149)

Apuntada la tesis del crítico mexicano, cabe señalar que entre los numerosos filmes que siguieron el modelo sugerido por los spaghetti wésterns de Leone, no todo fue “espurio y puramente imitativo”, tal y como señala García Riera.7 Así, el propio Eugenio Martín, autor de El desafío de Pancho Villa, dirigió una película tan interesante como El precio de un hombre o The bounty killer (1966), hoy en día inserta en la colección spaghetti wéstern editada por Filmax en España (dado el carácter peyorativo del término chorizo wéstern y la coexistencia de filmes dirigidos por cineastas italianos y españoles en la colección, se ha preferido conservar la etiqueta más prestigiosa y universal). Esta película tiene el mérito indudable de presentar durante su primera parte a un héroe antipático, un cazarrecompensas norteamericano más arrogante e insensible que el villano, el típico bandido mexicano que en las primeras escenas parece más víctima que verdugo. Además, si bien la evolución del filme es algo previsible y decepcionante, nadie puede discutir su buena factura ni su originalidad. Más allá de la calidad de la mayoría de estas películas del oeste realizadas por directores españoles, a la hora de efectuar una valoración del idilio entre España y el wéstern, parece claro que éste ayudó bastante a fortalecer y consolidar el medio cinematográfico español de los años sesenta y principios de los setenta. Sin embargo, ¿cómo influyó el contexto de producción y político español de la época en estas cintas comerciales ambientadas en el México revolucionario? ¿Aportó el wéstern hispano (o chorizo wéstern) alguna especificidad a la mirada del mexicano y de su Revolución? ¿Cómo reflejó al caudillo revolucionario por excelencia: Pancho Villa?

II. El wéstern español, México y su más célebre caudillo revolucionario Ciertamente, los lazos culturales entre España y México existentes desde la Conquista, que en el caso del cine se concretaron en la posguerra 7



Hemos de añadir a este respecto que críticos de la talla de Santos Zunzunegui vienen acusando a la historiografía española tradicional –representada por la clásica Historia del cine español de Cátedra donde Casimiro Torreiro escribió su artículo antes citado– de realizar un enmarque dualista y reductor del panorama cinematográfico español de los años sesenta, que viene a presentar un panorama donde aparece un cine español de calidad, pero poco apreciado por el público, “sobre el fondo de una producción estandarizada formada por subgéneros y coproducciones sin más interés que el puramente estadístico” (2005: 8). En este sentido, nuestro artículo viene a traer a la palestra este cine olvidado (a veces de modo injusto) que más allá de su calidad estética es necesario tener en cuenta en cualquier estudio de ciencias sociales.

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en coproducciones protagonizadas por las principales estrellas de la canción popular de ambos países (Jorge Negrete, José Mojica, Lola Flores o Paquita Rico) o en la participación de actores mexicanos en los filmes españoles de Joselito, Rocío Durcal en los años sesenta (García Riera 1988a: 152), podrían presagiar una visión nada paranoica e interesada de la Revolución en los chorizos wésterns. Además, teniendo en cuenta la mirada benevolente del campesino español al bandolero, figura corriente y a menudo apreciada por el vulgo en el siglo XVIII y XIX,8 podría esperarse un tratamiento positivo o no demasiado crítico del caudillismo revolucionario, que tal y como ha apuntado la historiografía mexicana comparte varios elementos con el bandolerismo. A este respecto, la biografía sobre Pancho Villa de Friedrich Katz subraya que un elemento clave en su éxito popular fue adecuarse a una serie de tradiciones e imágenes profundamente arraigadas en el imaginario popular de las clases bajas del país, como la de la encarnación de la imagen tradicional del macho y la del vengador de pobres, tradiciones que Katz considera ligadas a la imagen de bandido social tipo Robin Hood. Sin embargo, la necesidad de franquear la censura del régimen franquista (que veía el elogio de cualquier bandolero o revolucionario como una instigación contra la dictadura), sumada al hecho de que los chorizos wésterns fueran coproducciones destinadas al público estadounidense y europeo menos refinado, objetos de consumo con la exigencia de obtener el máximo beneficio al menor coste, amenazaba con imponer los esquemas simplistas de la mayoría de los wésterns de Hollywood y de los spaghetti wésterns, filmes llenos de prejuicios y errores históricos donde a los mexicanos les había tocado jugar el papel de bandidos y bárbaros. Es hora de ver cuáles de estas circunstancias o condicionamientos se impusieron a la hora de reflejar a Pancho Villa y sus hombres en las películas españolas sobre su figura y si lo apuntado por García Riera sobre la “esquizofrenia” del cine comercial español, que combinaba musicales y películas de niños donde aparecían mexicanos amables que compartían cartel con estrellas españolas, con wésterns plagados de bandidos mexicanos crueles y malvados (1988a: 150–152), se aplica también a los filmes centrados en la figura de Villa o de sus hombres. Para ello, analizaremos los dos que trataron más abiertamente sobre el tema con la intención de 8



La tradición española del aprecio del pueblo al bandolero, presentado como un individuo disidente e incluso subversivo con el poder establecido, queda patente en Llanto por un bandido (1963) de Carlos Saura, una película que perdió gran parte de su fuerza visual y de su mensaje crítico tras sufrir los embates de la censura y un montaje del que el director oscense aún se lamenta. De hecho, Saura la consideró en una entrevista hecha por Antonio Castro y publicada en Dirigido en 1996 una película tan política como La caza (1965) (Willem 2003).

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concluir si se impuso en los mismos una mirada comprensiva de Villa o si éste fue considerado como otro vil bandido mexicano más. Eso sí, sin olvidar que hablamos de dos coproducciones (con lo que esto supone a la libertad creativa de sus directores) sujetas a la censura de las instituciones franquistas y marcadas por el peso de un género tan restrictivo como el wéstern, aspectos no suficientemente remarcados por García Riera.

III.  Los siete de Pancho Villa: sinopsis y análisis Firmada por José María Elorrieta y con un guión de Manuel Sebares Caso, esta coproducción hispano-estadounidense sería una más de las múltiples películas del oeste de Hollywood con un título oportunista, que intenta aunar el magnetismo de la figura legendaria de Pancho Villa con el recuerdo de The seven magnificent (1960) de John Sturges,9 y poco contenido. No obstante, la aparición del caudillo revolucionario al inicio del filme y algunas alusiones históricas interesantes a la Revolución la dotan de una cierta singularidad. Su argumento es el siguiente: herido en una pierna Pancho Villa, que se bate en retirada acosado por las tropas carrancistas y norteamericanas que le persiguen tras su ataque al poblado estadounidense de Columbus (9 de marzo de 1916), se esconde en una cueva. Desde allí, manda a seis de sus hombres, entre ellos, el general Urbina, y a un americano de madre mexicana, Diego Owens (a quien mantiene engañado haciéndole creer que sus padres fueron asesinados por las tropas carrancistas cuando en realidad lo fueron por las suyas), a buscar el tesoro que escondió en una aldea de la frontera ante el acoso de las tropas estadounidenses. Todo ello, con el objetivo de reactivar su campaña revolucionaria. Tras llegar a la aldea (mediado un viaje en el que se topan con soldados carrancistas, con Sierra, un ex combatiente revolucionario que sirvió con Villa en los inicios de la Revolución, y con una bella joven mexicana que genera una pelea entre Urbina y el americano), don Diego acaba descubriendo lo ocurrido con sus padres de boca del alcalde de la localidad, y enfrentándose con los secuaces de Villa. Esto no sorprende ni afecta al espectador que no olvida que éstos habían recibido la orden de su jefe de matarlo una vez que consiguieran el botín. Concretamente, Villa había dicho a su pistolero preferido, Chaves: “Aquí os espero. Como el león en su guarida. Traedme el oro y dadle lo suyo a don Diego” (min. 10). Al ver el diálogo completo se hace evidente que “lo suyo” no es su parte del oro, sino plomo.

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Es de todos sabido que la película de Sturges, tal y como explicita en sus títulos de crédito, se inspira en Los siete samurais (1954) del japonés Akira Kurosawa.

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Al ya comentado oportunismo de presentar a siete jinetes (cifra mágica de pistoleros tras el éxito del filme de Sturges) a la búsqueda de un tesoro, Sebares Caso sumó el de convertirlos en seis hombres de Pancho Villa y un gringo (el héroe) a la búsqueda de nada más y nada menos que el tesoro de Columbus, proveniente del saqueo de la primera población estadounidense atacada por tropas extranjeras desde la guerra de la Independencia y que estaba en el imaginario de hispanos y norteamericanos.10 Todo ello dio como resultado una cinta con un guión maniqueo en el que se repiten todos los prejuicios del cine de Hollywood en su mirada hacia México y los mexicanos señalados por García Riera, pero que tiene el mérito de introducir algunas reflexiones sobre la deriva de los artífices de la Revolución desde una lucha caballerosa por unos ideales hacia la rapiña y el enriquecimiento ilegítimo. Igualmente, el guión se toma la molestia, poco habitual en los spaghetti wéstern de la época y en gran parte de las películas hollywoodenses, de situar la trama ficticia de la búsqueda del tesoro escondido durante un evento histórico real: el ocultamiento de Villa en la primavera de 1916 en la cueva del Coscomate, en la sierra de Santa Ana, en el distrito de Benito Juárez (Chihuahua) tras ser herido en la pierna derecha en un encuentro con la columna del general Bertani en el distrito de Guerrero, por donde venían huyendo tras el ataque a Columbus (Krauze 1992: 95–96). No obstante, la inusual exactitud histórica de la contextualización de la historia del filme falla al presentar a Urbina como el máximo responsable de una expedición ficticia (que por fuerza debió de tener lugar en 1916), cuando es sabido que éste fue ajusticiado por orden de Villa a finales de 1915 (Krauze 1992: 86). 10

El motivo de la búsqueda de un tesoro había sido el leitmotiv de wésterns clásicos como The treasure of the Sierra Madre (1948) de John Huston. Resulta probable que tanto Elorrieta como Sebares Caso tuvieran presente tanto esta cinta como The treasure of Pancho Villa (1955) de Georges Sherman cuando realizaron su película. Fundamentalmente, como modelos sobre los que efectuar variaciones.

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Volviendo a la visión de los revolucionarios presentes en el filme, lo cierto es que tanto Pancho Villa, que aparece en las primeras escenas de la película, como cuatro de sus seis secuaces, reúnen buena parte de los prejuicios que caracterizan para García Riera la mirada a los mexicanos de la mayoría de las cintas del cine de Hollywood añejo y del spaghetti wéstern (1988a: 154–155),11 prejuicios comentados en menor medida por Margarita de Orellana (1999: 162–169).12 Concretamente, el autor de México visto por el cine extranjero destaca que los mexicanos suelen ser presentados como seres crueles, sádicos, traidores, supersticiosos, tiránicos con sus hijos o codiciosos (1988a: 154–155). En este sentido, tanto Juárez, como Chaves (que sería algo así como el Rodolfo Fierro de la película, el pistolero más cercano a Villa) y El Mudo son tremendamente crueles y sonríen con un sadismo indudable cada vez que cometen un asesinato. Además, los dos últimos no dejan de ser presentados como personajes grotescos, con numerosos primeros planos que los muestran con una mirada torva y una sonrisa que sumadas a su fealdad provocan que nos planteemos dudas sobre su inteligencia y humanidad. 11

García Riera no observa grandes diferencias en el tratamiento de México y de los mexicanos en los wésterns norteamericanos de la primera mitad del siglo XX y los spaghetti wésterns del emblemático Sergio Leone. Estos últimos partieron, según el crítico mexicano, de la asunción de la siguiente premisa por parte de su director: “la violencia, la crueldad y el laconismo extremos deben parecer verosímiles por sí mismos, al grado de hacer obviable la verosimilitud histórica o geográfica y muy explotable el sentimiento necrofílico. Un cine así no tenía pues por qué inspirarse en la realidad, sino en otro cine, el wéstern norteamericano: su originalidad consistiría en llevar la imitación al delirio y a la ultranza” (1988a: 152). Estando completamente de acuerdo con García Riera y coincidiendo con él en que la fuente de inspiración del subgénero del spaghetti wéstern no es otra que el wéstern anterior y no la realidad histórica, sorprende que García Riera dé tanta importancia a los prejuicios sobre los mexicanos de las películas de Leone a la hora de emitir una valoración final negativa de las mismas. 12 En realidad, el libro de Orellana se limita a un análisis de las películas norteamericanas sobre la Revolución realizadas de 1911 a 1917.

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A este respecto, podríamos mencionar la escena en que ambos disfrutan ajusticiando a los ya desarmados soldados carrancistas que se habían rendido tras el primer escarceo armado de la película (min. 18) o la expresión de felicidad en las caras de El Mudo, Chaves y Juárez cuando parece que van a tener que torturar a don Diego para que les diga dónde está el tesoro (min. 67). De hecho, Chaves había mostrado su sadismo desde el inicio del filme cuando escupió sobre el cadáver del indio que había traído por la fuerza al norteamericano (min. 7), asesinado a sangre fría por Villa tras las quejas de éste por el trato recibido –si bien, el indio no había hecho otras cosa que cumplir sus órdenes. De igual manera, los villistas son presentados como codiciosos y traidores. La codicia se hace evidente en la filmación del saqueo de las pertenencias de los cadáveres de los soldados carrancistas (min. 17) o en el propio general Urbina, que casi al final de la película pretende escaparse con el oro y María (min. 77) traicionando a su líder. Por su parte, Chaves tampoco es nada ajeno a este obrar traicionero en sus asesinatos. Otro ejemplo del mismo es cómo acaba con María, una mujer desarmada, disparándola cuando ésta se marchaba desencantada con Urbina por su avaricia (min. 78). Anteriormente, el propio Urbina había sido tan traicionero como para estar a punto de matar a don Diego por la espalda, tras ser vencido por éste en la pelea que mantuvieron a causa de María (min. 33). A todo este dechado de virtudes morales, algunos de los revolucionarios villistas suman la de una ignorancia manifiesta que les hace ser supersticiosos, otro de los rasgos que García Riera encuentra en los mexicanos representados en los wésterns hollywoodenses (1988a: 154). Es el caso del sanguinario Chaves, cuya voz delata su pánico cuando Urbina decide pasar la noche en el cementerio (min. 36–37), en una escena que sirve para ver cómo este último y otro de los secuaces no tienen respeto alguno por los muertos. Por su parte, los personajes de Camacho y, sobre todo, del teniente Sierra, son los encargados de matizar esta visión maniqueísta de los hombres de Villa como seres malvados y sin ideales frente a un don Diego que, por ser americano, es buen patriota (min.  8) y adalid de los derechos de los prisioneros de guerra (min. 16) y de las mujeres (min. 23 y 32–33), cualidades a las que se suman las de ser el más fuerte, guapo y educado de todos. De hecho, tanto Sierra como Camacho, que en la escena en el cementerio antes citada expresa la loable opinión de que “a los muertos debemos respetarlos”, se alinean con el americano para defender a la mexicana adoptada por el teniente de la violación a manos de Urbina, el general villista y máximo responsable del grupo (min. 30–33). 182

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Sin duda alguna, la noble actitud de estos dos personajes y, sobre todo, los diálogos y el comportamiento de Sierra son lo más interesante del filme, dotándole de cierta verosimilitud y haciendo que emane un discurso e imagen de la Revolución y de la figura de Pancho Villa como algo que comenzó siendo algo justo y acabó en un bandidaje mal entendido. Así se deduce de la siguiente conversación entre Sierra y Urbina tras el encuentro de ambos en el rancho del primero de ellos y poco antes de que el último le pida que se una a ellos al saber que Villa está vivo: Urbina. – Oye, Sierra, ¿por qué dejaste la revolución? Sierra. – Verá. Mientras me curaba supe que mi causa estaba perdida, luego la pierna quedó casi inútil y la revolución… La verdad, a mí no me importa morir como soldado pero no quiero que me cuelguen por bandido. (min. 25)

El discurso de Sierra propone una crítica del proceso revolucionario que ha acabado por transformar a los revolucionarios en bandidos –transformación que, eso sí, él no puede achacar a Villa, el héroe de la batalla de Torreón (1914) en la que él fue herido (min. 16) y por el que se muestra dispuesto a todo, máxime, cuando descubre que el rumor de que está muerto es falso–, crítica no del todo lejana a la que emana de la lectura de obras como Los de abajo de Mariano Azuela, y que se va a ver respaldada por la actitud diferencial de éste y de Camacho respecto al resto de los hombres de Villa. En este sentido, es más que sintomático que ambos sean los dos únicos hombres de Villa de la expedición que porten uniforme, uniforme que Sierra se pone con orgullo al recibir la visita de Urbina y de sus hombres (min. 23) y por el que Camacho se declara incapaz de matar a un hombre desarmado, aunque sea un oficial carrancista (min. 16). Por supuesto, la actitud de ambos presenta algunas sombras, necesarias para que no puedan equipararse al personaje de don Diego Owens. Así, Sierra deja desamparada a Juana, su compañera, que lo cuidó tras resultar herido en la batalla de Torreón, para unirse a las tropas de Urbina (min. 26–27) y Camacho, bajo los efectos del alcohol, intenta propasarse por dos veces con la viuda norteamericana que alberga el tesoro en su casa (min. 72–73) y que, como no podía ser de otra manera, se ha enamorado de su compatriota. Es pues evidente que el filme alude con simpatía hacia el primer Villa, aquél que fue clave en la derrota de las tropas de Porfirio Díaz y la victoria de Madero (1911), y mucho más aún en la del golpista general Victoriano Huerta en 1914, aquél en el que siguen confiando buenos revolucionarios como Sierra y Camacho, pero que no tiene ninguna piedad ni empatía con el Villa que ante las derrotas frente a las tropas carrancistas y el enfado por el apoyo norteamericano a las mismas ataca Columbus en 1916 transformándose en un bandolero. De ahí su presentación como un hombre 183

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herido y quejumbroso que antes de la llegada a la cueva y de la aparición de Urbina se vuelve paranoico y se cree víctima de un complot de sus hombres para entregarlo a los gringos (min. 3), un revolucionario capaz de asesinar a sangre fría al indio encargado de traer a don Diego ante él sólo para complacerlo (min. 7). A este respecto, Los siete de Pancho Villa presenta una visión del caudillo del Norte y de la Revolución del gusto de las autoridades norteamericanas que en octubre de 1915 reconocieron al gobierno de Carranza y empezaron a promover el descrédito del personaje de Villa (que acabó de dilapidar su buena fama al atacar Columbus medio año después), pero a la hora de concebir el guión de la cinta quizás pesara más en la presentación negativa de Villa y de sus hombres la necesidad de realzar las virtudes de Diego Owens y poder justificar su traición final al otrora héroe de la Revolución. En todo caso, esta visión del caudillo mexicano derrotado y acosado por el ejército carrancista y con unos seguidores desmoralizados corresponde en muchos aspectos a la señalada por algunos de sus biógrafos: Desde fines de 1915, la violencia villista se había vuelto más sangrienta […] Nunca como ahora desconfía del mundo: desaparece en las noches, se sienta de espaldas a la pared, no prueba bocado sin antes dárselo a un lugarteniente, ordena vigilancias y espionajes. Sus pocos seguidores lo llaman El Viejo. No pierden la fe pero sí la identidad: Villa es un proscrito y ellos ¿qué son?: ¿revolucionarios o bandidos? (Krauze 1992: 92)

IV.  El desafío de Pancho Villa: sinopsis y análisis A diferencia del filme anterior en el que Villa sólo aparece durante los diez primeros minutos de la película, en El desafío de Pancho Villa o Pancho Villa de Eugenio Martín (Gene Martin) el personaje del caudillo revolucionario toma carácter protagonista. Se trata además de una producción más ambiciosa y con un mayor presupuesto que la de Elorrieta, realizada por un director de más prestigio que había dirigido otros wésterns de calidad y que narra cómo, tras salvarse de ser ejecutado en 1916, Villa asalta Columbus para ajustar cuentas con un traficante de armas que le ha engañado y con los estadounidenses, que le han dado la espalda para apoyar a Carranza. Sin embargo la película defrauda las expectativas creadas, en gran medida por su guión descabellado, su ambigüedad genérica y la imposición de Telly Savalas, un actor calvo, como Pancho Villa.13 13

Esta calvicie intenta ser justificada al inicio del filme en una primera escena en la que vemos cómo al caudillo mexicano, preso en un tren, le están afeitando la cabeza militares constitucionalistas para que parezca un “recluso” y no “un soldado” (min. 1).

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Esta nueva aparición de un actor rapado al cero como el caudillo del Norte nos lleva inevitablemente a la comparación con Villa rides (1968) donde un Yul Brinner con peluca, siempre con el sombrero calado, interpreta al revolucionario mexicano. Parece evidente que tanto los productores de El desafío de Pancho Villa como Eugenio Martín y el guionista norteamericano Julian Zimet (que firma con el pseudónimo Julian Halevy) conocían la interpretación de Brinner y ello ayudó a justificar la ilógica elección de Savalas para este papel. En todo caso, la representación del caudillo en uno u otro filme no tiene nada que ver: si en Villa rides nos encontramos con un Villa matizado, que, a pesar de poder ser cruel y parecer bárbaro e insensible en algunos momentos (como cuando espera a que las tropas del Porfiriato ejecuten a varios de los habitantes de una aldea para conseguir que muchos de estos pasen de simpatizantes a miembros activos de sus tropas, o cuando permite la ejecución de los oficiales enemigos a manos de Fierro, interpretado por Bronson), tiene ideales y buenos sentimientos.14 En el chorizo wéstern de Eugenio Martín, Villa aparece como un personaje histriónico, más propio de los spaghetti wésterns de Bud Spencer y Terence Hill que de las películas del oeste de Hollywood. Ora asesine a sangre fría a un enemigo político (min. 23), ora se finja enfermo de muerte o aproveche su malestar hipocondríaco para poder desenmascarar a aquellos de sus hombres que quieren asesinarlo (min. 61–63), la manera en que se nos presenta, su lloriqueo y sensibilidad exacerbados ante las desgracias de su pueblo (min. 22) o su religiosidad amanerada (min. 47–48) provocan la risa del espectador, que no lo toma en serio. 14

El ascendente de este Villa interpretado por Brinner sobre el encarnado por Antonio Banderas en And Starring Pancho Villa as Himself (2003) de Bruce Beresford es más que evidente. Se trata de un personaje simpático que lucha por una buena causa, pero con un lado oscuro. En el caso del Villa, interpretado por Banderas, éste aparece casi al final del filme cuando mata a una mujer que lo insulta por haber ejecutado a su marido por error.

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Comparando el guión de ambas cintas, en Villa rides, al final de la película, el protagonista de la cinta (el piloto norteamericano interpretado por Robert Mitchum con el que se identifica el espectador estadounidense) se unirá a Villa para combatir a Huerta, lo que acabará redimiéndolo y ganándole para el bien, que en esta cinta tan poco hollywoodense se opone al totalitarismo, pero también al enriquecimiento y ascenso social que está en la base de la sociedad estadounidense; en El desafío de Pancho Villa, Scotty, el yanqui que acompaña a Villa y se convierte en su mejor amigo y confidente, es un pícaro inteligente sin demasiados valores, un vividor nada puritano que deja que su mujer americana se prostituya en un salón de un pueblo de la frontera mientras se enzarza en un sinfín de aventuras sin futuro y que acaba la película tal y como comenzó. Esta falta de evolución de los personajes y de mensaje moral de la película la aleja no sólo de la atípica Villa rides sino del resto de wésterns hollywoodenses, generalmente puritanos y nacionalistas, y con ello, del filme de Elorrieta, que no deja de ser una versión española de éstos. Y es que la película de Eugenio Martín equipara a los personajes mexicanos y estadounidenses. De hecho, aunque Scotty, interpretado por Clint Walker, parezca por momentos el personaje más audaz, valiente e ingenioso de todos (tal y como lo era Arnold, el piloto norteamericano encarnado por Mitchum o lo es don Diego Owens en Los siete de Pancho Villa), también Villa demuestra serlo en multitud de ocasiones: como en la batalla de Columbus (min. 43–44) o cuando él y Scotty son atacados por los hombres del traficante de armas Mc Dermott en la tienda de éste donde se muestra como un excelente pistolero (min. 46), o en la última escena cuando engaña al mismísimo general Pershing, haciéndose pasar por un camarero mexicano llamado Pancho que conoce sus hábitos como los suyos propios y que le cuenta dónde puede encontrar a Villa, si bien las últimas palabras del general alabando al caudillo revolucionario parecen indicar que al final éste lo ha reconocido. Concretamente, el futuro jefe de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en la Primera Guerra Mundial dice lo siguiente a un Pancho Villa que ya se retiraba y que por la manera de darse la vuelta podemos sospechar que teme haber sido descubierto: “Pancho, si ve alguna vez a Villa, Pancho, dele un mensaje de mi parte: Dígale que todo gran hombre fue alguna vez un bandido”. La segunda repetición de Pancho, innecesaria, deja a entrever que Persing lo sabe todo, estableciendo un alto grado de complicidad entre ambos (min. 85–87). Otro ejemplo del tratamiento ecuánime otorgado a estadounidenses y mexicanos es la camaradería entre Scotty y Villa, una camaradería reforzada por su machismo y carácter mujeriego, inusual en los wésterns de Hollywood tradicionales pero frecuente en los spaghetti wésterns 186

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(latinos) de finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, fundamentalmente en los protagonizados por Bud Spencer y Terence Hill, cuyo They call me Trinity (1970) había sido todo un éxito de taquilla, algo que los productores de El desafío de Pancho Villa tuvieron seguramente en cuenta, tanto como la condición masculina de la mayoría del público objetivo de las películas del oeste. Este machismo y carácter mujeriego se evidencia en que tanto para Villa como para Scotty las mujeres son solamente objetos de usar y tirar por las que no merece la pena discutir ni romper una amistad. Así, durante una proyección particular de una de las películas sobre él, el caudillo echa de la silla en la que se sienta a su acompañante femenina para que se instale allí su amigo Scotty (min. 5). Igualmente, más adelante se deshace de Lupe, su nueva esposa, una ex amante de Scotty que había sido seducida y abandonada por éste, cuando su amigo norteamericano entra en su cuarto y Lupe le pide indignada que lo castigue (min. 25–28). Llegados a este punto, resulta evidente que la película debe verse como una comedia disparatada más que como otra cosa. Y es que a pesar de ser protagonizada por Villa y mostrarle de un modo positivo, la cinta demuestra un total desinterés por la Revolución, bastante más evidente que el de la película de Elorrieta. Este desinterés se hace patente, por ejemplo, al presentar la batalla de Columbus con Villa a la cabeza (cuando es de todos conocido que él no estuvo presente en la misma) como el resultado de una serie de errores en cadena del ejército estadounidense, el último de los cuales es debido a la obsesión por la limpieza del coronel al mando del destacamento del regimiento de la aldea fronteriza, quien mantiene a sus mandos ocupados en matar una mosca que pulula por el comedor de oficiales mientras las tropas de Villa se aproximan. A este respecto, la filmación de esta escena y prácticamente de toda la secuencia de la toma de la aldea es todo un dislate que recuerda los gags de The party (1968) de Blake Edwards. A vueltas con la filmación del ataque de Columbus, hemos de decir que si para algunos satirizar un acontecimiento histórico de esta índole convirtiéndolo en una escena esperpéntica podría ser visto como una falta de respeto a los mexicanos (presentados como un grupo de mariachis armados), no pensamos que haya que llegar tan lejos. La actuación de los militares norteamericanos durante la batalla, especialmente la de su máximo responsable, es aún más ridícula. En este sentido, la presentación de Villa como un personaje histriónico que ya hemos comentado y del ataque de Columbus como una especie de romería no ha de interpretarse como una burla al personaje o a la Revolución, ni como un modo de desprestigiar a los mexicanos, sino como una necesidad diegética de un chorizo wéstern que busca reeditar el éxito de las películas de Bud Spencer y Terence Hill o de las comedias más disparatadas de Edwards. 187

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Al contrario de lo ocurrido con Villa rides u otras películas sobre Pancho Villa, el filme de Eugenio Martín no pretende presentar una imagen fidedigna del caudillo o de la Revolución, sino que responde a un planteamiento cómico donde los dos héroes de la cinta son dos gamberros que pretenden despertar la simpatía de un espectador ajeno a la sacralización de este evento histórico y de sus protagonistas en México, o que sea capaz de reírse de ésta. De ahí que escenas como las del encuentro ficticio entre Villa (disfrazado de camarero) con el general Pershing o la recreación disparatada de la toma de Columbus no deban leerse sino como gags intrascendentes por su escasa carga satírica.

A pesar del tono general de farsa de la película, ésta resulta certera a la hora de atribuir al personaje encarnado por Savalas algunas de las cualidades atribuidas al caudillo por sus biógrafos: su generosidad con los pobres, su afición por las mujeres y sus numerosos matrimonios o su falta de piedad con los enemigos. Aspectos de su personalidad que se plasman en la escena en la que imparte justicia tras recibir en audiencia a mujeres abandonadas, viudas y enemigos políticos (min. 22–25).

V. Conclusiones Después del análisis de los dos chorizos wésterns que tienen a Villa o a la Revolución como protagonistas se hace evidente que nos hallamos ante dos cintas sumamente dispares en su tratamiento de la figura de Pancho Villa y de la Revolución mexicana. A este respecto, quizás su principal aspecto en común sea que, a pesar de ser cintas comerciales olvidadas y sin grandes pretensiones artísticas, ambas deparan sorpresas agradables, al menos en lo relativo a su tratamiento de los acontecimientos o de los personajes históricos que retratan. 188

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De este modo, si en la cinta de Elorrieta los prejuicios hacia los mexicanos parecen dominar la presentación de Villa y de la mayoría de sus hombres, que aparecen como los clásicos bandidos mexicanos del cine de Hollywood de las primeras cuatro décadas del siglo pasado (crueles, sádicos, traicioneros…), el personaje de Sierra y sus diálogos sobre la evolución del villismo en la Revolución y la inesperada búsqueda de la exactitud y de la verosimilitud históricas al enmarcar la historia, elevan el nivel de la película. Y es que a pesar del maniqueísmo evidente entre villistas y norteamericanos del filme, inspirado en los wésterns made in Hollywood de la primera mitad del siglo XX, éste sugiere en un par de diálogos loables una lectura histórica de la actuación del caudillo del Norte en la Revolución tras sus sonadas derrotas posteriores a la convención de Aguascalientes, visión crítica que sorprendentemente para lo que cabía esperar del guión de una producción de este tipo coincide con la de varios de sus biógrafos e historiadores. Por su parte, la cinta de Eugenio Martín no está tampoco exenta de paradojas. Aunque convierte a Villa en su protagonista, un héroe algo histriónico pero simpático que aglutina el favor del espectador, y no es para nada sospechosa de otorgar sus simpatías o una superioridad moral o intelectual a los norteamericanos, presenta un guión y una narración disparatados que acaban por restarle cualquier tipo de verosimilitud histórica a una cinta capaz de incluir comentarios laudatorios del caudillo del Norte como el ya mencionado mensaje del general Pershing para Villa: “Dígale que todo gran hombre fue alguna vez un bandido”. En conclusión, la ‘esquizofrenia’ del cine español con México y los mexicanos apuntada por García Riera, se constata en los dos wésterns analizados, si bien de un modo diferente al señalado por éste, ya que en la cinta de Eugenio Martín los mexicanos no son los malos de la película, es decir, los crueles e inmorales bandidos, sino simpáticos protagonistas. Su chorizo wéstern se sale de lo común porque retoma la imagen de los mexicanos amables de los musicales y películas de niños de los años sesenta para convertir un filme sobre el principal caudillo de la Revolución en una comedia disparatada en que sus vecinos del Norte tampoco se libran de provocar la hilaridad del público. Eso sí, después de analizar esta cinta y la de Elorrieta, lo que resulta evidente es que ambas no se concibieron en función de un interés histórico en la Revolución o en Pancho Villa sino en el de los géneros cinematográficos de la época (la cinta de Elorrieta, rodada en 1967, tiene como referente las películas del oeste clásicas; la de Martín rodada un lustro después se inspira en los spaghetti wésterns de Terence Hill y Bud Spencer, así como en las comedias triunfantes en el Hollywood de finales de los sesenta). Igualmente, pesó y mucho en ambas un indudable interés por amoldarse a los gustos de su público objetivo: varones de mediana edad y con poca formación cultural cinematográfica. 189

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Érase una vez la Revolución… Sobre la imagen de la Revolución mexicana en Giù la testa (1971) de Sergio Leone Nadia Lie Universidad Católica de Lovaina (Leuven)

Los estudios sobre la imagen de la Revolución mexicana en la literatura y el cine europeos suelen inspirarse de la imagología para examinar la interacción entre la imagen del Otro (México) y la del Yo (Europa). Frente a este modelo analítico dual, este artículo plantea la posibilidad de esquemas culturales más complejos al centrarse en un ejemplo del western italiano: Giù la testa de Sergio Leone. En la primera parte se exponen los vínculos de esta película con el género norteamericano del western y sus variantes italianas (el spaghetti western y el zapata western). La segunda parte se detiene más específicamente en la imagen de la Revolución mexicana, relacionándola con los conceptos de violencia y de memoria transnacional. May you not live in interesting times (Ojalá no te toque vivir en una época interesante). Este proverbio de origen chino alude irónicamente a la tensión que puede surgir entre un evento histórico de importancia trascendental –como la Revolución mexicana– y su impacto a menudo dramático y devastador en el plano personal. La película Giú la testa, escrita y dirigida por Sergio Leone en 1971, parece ser una ilustración perfecta de esta idea. Situada en México en el año 1914, la película tiene como trasfondo explícito la Revolución mexicana. El personaje principal, de nombre Juan, se esfuerza a todo precio por mantenerse al margen, pero acaba siendo arrastrado por el curso de la historia, e incluso es proclamado, muy a pesar suyo ‘héroe de la Revolución’. Al final, constata que su vida es un fracaso, ya que no solamente no fue capaz de realizar su deseo más profundo –asaltar el banco de Mesa Verde– sino que además los pocos seres queridos que le acompañaban –sus hijos y su amigo Sean– están muertos por su culpa. Como lo había intuido desde siempre: una revolución no aporta nada bueno –mejor esperar hasta que la tormenta haya 193

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pasado. Giù la testa: agacha la cabeza, y no te metas –es lo mejor que se puede hacer, según él.

I.  Leone y el zapata western La película Giù la testa fue estrenada en varios países bajo diferentes títulos. Dos de ellos son Érase una vez la revolución (Il était une fois la révolution), y A Fistful of Dynamite (Un puñado de dinamita), referencias claras a las películas Once upon a time in the West (1968) y A Fistful of Dollars (1964) con las que Leone inició y consolidó el género del spaghetti western. Este término fue introducido originalmente por los críticos norteamericanos para burlarse de los westerns italianos (y también españoles) que intentaban practicar un género considerado como típicamente norteamericano (Frayling 2006: xxi).1 Sin embargo, el término no tardó en ser adoptado como término neutro y corriente para designar una forma de cine que a la vez celebraba y rebasaba el género del western. Esta actitud ambivalente frente al modelo original, de ‘vaivén’ como diría el especialista de los estereotipos JeanLouis Dufays (2011), se expresa en el caso de Leone, por un lado, mediante la conservación de ciertos aspectos propios del género original –como, por ejemplo, el marco espacio-temporal: los EEUU del siglo XIX– y, por otro, la introducción de elementos nuevos, que esencialmente son dos. El primero es la relativización de la distinción entre los buenos y los malos en el género western, o sea, the good and the bad (Verstraten 1999: 199). Si los malos siguen siendo profundamente malos, los buenos resultan mucho más ambiguos y ambivalentes que sus precursores norteamericanos. Así, en The Good, the Bad and the Ugly (1966), el hombre ‘bueno’ –Clint Eastwood– es introducido mediante una serie de escenas en las que aparece primero como mano derecha de la sociedad civil, capturando un bandido muy peligroso y entregándolo personalmente al sheriff, luego como amigo inesperado de este bandido a quien libera cuando ya tiene la soga alrededor del cuello, y finalmente como un completo oportunista ya que esa liberación en realidad formaba parte de un pacto previamente acordado con el bandido; además, el ‘bueno’ decide anular este pacto en cuanto se da cuenta de que la recompensa por el bandido ya no puede subir. El héroe moral del western norteamericano se encuentra reemplazado así por un héroe oportunista y alejado de los códigos morales de la sociedad civil. Como los malos siguen siendo profundamente malos, el conjunto conduce a una visión bastante cínica de la sociedad, con el dinero como último valor de todos.2 1



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Sobre la polémica cultural que despertó el spaghetti western entre los especialistas: véase Frayling 2006 (cap. IV: “The cultural roots controversy”). La importancia del dinero en tres películas de Leone (For a Fistful of Dollars, For a Few Dollars More y The Good, the Bad and the Ugly) incluso es tal que se las suele designar mediante la expresión ‘the Dollar Trilogy’.

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Una segunda diferencia con respecto al western norteamericano reside en su dimensión intercultural. En el modelo norteamericano, la trama clásica oponía anglosajones a indios, y a través de ellos, ‘la civilización’ a la ‘barbarie’ o ‘el salvajismo’ (wilderness). En el spaghetti western, esta oposición es reemplazada por una distinción nueva: al hombre norteamericano, de claro aspecto anglosajón, ahora se le opone el mexicano (Frayling 2006: 50–51). Como apunta Emilio García Riera (vol. III: 54), los mexicanos, generalmente retratados como personas de una cultura inferior –sucias, ignorantes, violentas o sea greasers–, ya habían prácticamente desaparecido de los westerns norteamericanos a partir de los años cuarenta, como resultado de la política del Buen Vecino, que tuvo en cuenta las protestas del gobierno mexicano contra su representación denigrante en el cine de Hollywood. En los westerns italianos, en cambio, se retorna a la imagen previa del mexicano (García Riera vol. III: 152), generalmente retratado como ‘bandido’ sucio y mal educado, por lo cual recibe el calificativo apropiado de ‘el feo’ en la famosa película de Leone: The Good, the Bad, and the Ugly. Al mismo tiempo, se observa en el spaghetti western una especie de simpatía por este tipo de personaje, cuyo trasfondo latino facilitaba de alguna forma su semejanza e identificación con los italianos. Fuentes externas nos informan de que Leone a menudo dio la instrucción a sus actores de hablar y actuar como si fueran gente romanesca, y varios estudios han acercado estos ‘mexicanos’ a imágenes estereotipadas de los italianos mismos, o por lo menos de los del Sur, zona de la que Leone y la mayoría de los directores de spaghetti westerns, eran originarios (Frayling 2006: 58–59). En palabras del mismo Leone: “No es porque un hombre lleve sombrero, por lo que vaya a ser estúpido también.”3 Sea lo que sea, dentro del género western, estos mexicanos suceden en cierto sentido a los indios como ingredientes fijos del escenario multicultural típico del western, un relevo que incluso encuentra una expresión visual irónica en The Good, the Bad, and the Ugly, donde un tal Tuco –el mexicano, el ugly o feo– prueba su pistola en una tienda de armas contra tres indios de cartón, funcionando como blanco. La (re)aparición del mexicano en los spaghetti westerns también facilitará la apertura de este género al imaginario histórico de la Revolución mexicana.4 Aunque Leone no estará entre ellos al principio, varios 3



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“Because a man is wearing a sombrero, and because he rides a horse, does not necessarily mean that he is an imbecile…” (Leone citado en Frayling 2006: 135). En tiempos más recientes, la Revolución mexicana y el spaghetti western han vuelto a encontrarse en Pancho Villa, aquí y allí (2008), un documental estilo road movie en que Paco Ignacio Taibo II reconstruye la trayectoria física y biográfica de Pancho Villa; en varios momentos, la banda sonora recurre a fragmentos musicales de westerns, e incluso reconocemos el leitmotiv de Erase una vez la revolución (Giù la testa), compuesto por Ennio Morricone. Huelga decir que se trata de un uso irónico: mientras que

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d­ irectores y guionistas de este período, como Damiano Damiani (A Bullet for the General, 1966), Sergio Sollima (The Big Gundown, 1966; Face to Face, 1967) y Bruno Corbucci (A Professional Gun, 1968; Compañeros, 1970) aprovecharon el ambiente de la época, que puso el tema de la Revolución en las agendas políticas de la izquierda. Los directores de cine encontraron, entonces, un nuevo desafío en la asociación directa del género western con el imaginario de la Revolución mexicana.5 No siempre fueron objetivos comerciales los que explicaban este afán: Franco Solinas, por ejemplo, era miembro conocido del Partido Comunista mientras proporcionaba gran parte de los guiones para este cine, y también directores latinoamericanos como Glauber Rocha experimentaban, desde una militancia política, con este acercamiento entre un género popular y un proyecto ideológico: si lo que importaba era llegar a las masas, ¿por qué no intentarlo a través de un producto de la cultura de masas? (Frayling 2006: 242–243) O como se lee en un estudio sobre el tema: cada marxista medianamente interesado en el cine soñaba en esa época con hacer un western sobre la Revolución. Hasta Cohn Bendit –líder de mayo 68– emprendió una tentativa (Frayling 2006: 229). Christopher Frayling (2006: 52 y siguientes) ha detallado el típico plot de esta variante política del spaghetti western, que pronto fue bautizada ‘zapata-spaghetti-western’, por la referencia explícita a la Revolución mexicana. Aunque Frayling establece una larga lista de características, dos me parecen especialmente relevantes para luego situar a Giù la testa. La primera es el uso sistemático de dos personajes en el papel de protagonistas, que durante la historia entablan una relación algo difícil. La dificultad reside en parte en su diferencia cultural, ya que uno es Anglo (u originario del Norte de Europa), y por lo tanto –según lo quiere la oposición Norte-Sur en la gramática intercultural descrita por Leerssen (2000)– frío, racional y taciturno, generalmente especialista de armas o explosivos, mientras que el otro es mexicano, lo cual equivale a decir en este contexto: locuaz, emotivo (y hasta irascible) y sentimental. Esta oposición también se daba en el spaghetti western con cierta frecuencia, pero en el zapata western se convierte, en cambio, en una constante. En segundo lugar, el Anglo tiende a identificarse en el zapata western con el mundo capitalista, o sea con el Primer Mundo, el nuevo término de la época; mientras que el mexicano simboliza al mundo oprimido por el sistema capitalista, o sea al Tercer Mundo, ahora en revolución. Esta dimensión simbólica también se vincula con la caracterización del personaje anglosajón

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la película de Leone ofrece un retrato sumamente cínico de la Revolución (cf. infra), Taibo reivindica la actualidad de sus ideales originales, y de Villa en particular. Véase sobre este tema el cap.  9 (“Spaghettis and Politics”) del estudio de Frayling (2006: 217–244).

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como alguien profundamente materialista, buscando un tesoro escondido o algún botín, mientras que el mexicano simpatiza (o acaba simpatizando) con la causa revolucionaria, poniendo los intereses colectivos por encima de los personales. Esta oposición puede llevar a varios desenlaces: bien el mexicano logra convencer al gringo de la causa revolucionaria, bien lo mata, bien cada uno persigue su camino individualmente. Si el gringo no se deja persuadir al final, la idea de una amistad verdadera entre ellos parece imposible, ya que tampoco era imaginable –desde la perspectiva ideológica dominante– la reconciliación definitiva entre los intereses del Primer Mundo, y los del Tercero. En este contexto, la película Giù la testa aparece no tanto como una película sobre la Revolución mexicana, sino como un intento de reapropiar el spaghetti western frente a los competidores politizantes del cine italiano mismo. A esto se añade una gran desilusión de Leone con la política italiana de su tiempo, marcada por una fuerte radicalización de ambos lados del espectro político, y una rápida sucesión de crisis.6 La reapropiación del spaghetti western como discurso apolítico y más bien cínico pasa por la parodia como juego consciente con las convenciones del género. Las convenciones que Leone retoma del zapata western son la referencia a la Revolución mexicana –ausente en sus películas anteriores–, y el uso de una pareja protagonista intercultural. De hecho, el bandido Juan no tarda en encontrarse con Sean, un irlandés y experto en explosivos, quien –después de mucha resistencia– acepta asociarse con Juan para asaltar el banco de Mesa Verde.7 Sin embargo, al hacerlo, Juan descubre lo que Sean ya sabía: el banco ha sido convertido, por las fuerzas contrarrevolucionarias, en un centro de detención de prisioneros políticos. Al buscar las riquezas escondidas, Juan se topa con grandes grupos de detenidos, quienes –liberados– lo consideran un héroe de la Revolución. Ahora bien, la dimensión paródica con respecto a la pareja de protagonistas consiste en la inversión de los valores que les son tradicionalmente asociados: en Giù 6



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“Politics no longer make any sense in Italy! That’s why I make the films I do. We believed in mankind, and mankind has let us down. Of course, the situation is the same in other countries, but somehow we are the most unlucky. Our hypocrisy and our ‘politics of compromise’ have pitched us into a crisis. As intellectuals, we have resigned ourselves, tired of the battle. What else can we think of but death? After twenty years of Fascism, we are going to have to face it again. Isn’t that the most unbelievable thing in the world? We are the only country in the world to live this absurdity. They are going to win and we act like the man who cuts off his own balls to punish his wife. It’s the purest madness! Given this situation, I am trying to create fables, epics” (Leone citado en Frayling 2006: 231). Esto proporciona el sentido más directo y literal al título Giù la testa: “agáchate” es lo que Sean le grita a Juan cada vez que se anuncia una explosión. Proporcionó también el título para el mercado norteamericano: Duck, you sucker (con la última parte refiriéndose a Juan).

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la testa, el mexicano sólo busca el provecho material, el dinero, mientras que el Anglo simpatiza con la causa revolucionaria. Otra inversión tiene que ver con el final. Si el zapata western solía ilustrar la dificultad para el Primer y el Tercer Mundo de encontrarse, este western de Leone termina con la imagen de una amistad entrañable entre dos hombres que finalmente aparecerán como dobles, como ya lo indica su nombre Juan y Sean, Johnny and Johnny, según suele decir Juan humorísticamente al referirse a su asociación temporaria. La amistad también está basada en el abandono gradual, por parte de Sean, de lo que le quedaba en cuanto a fe revolucionaria. Viendo los desastres que causan los actos de oposición política en los dos campos, Sean, finalmente, afirma que ya no cree en los ideales, sino sólo en la dinamita: “Before, I believed in many things. Now, I only believe in dynamite.” Con la muerte de Sean, Juan queda solo en el mundo, y su convicción más profunda – de que la Revolución sólo aporta cosas malas– parece comprobada. Exit zapata western.

II.  México en Giù la testa Giù la testa es pues ante todo un gesto de reapropiación de un género que el mismo Leone había ayudado a perfilar en un sentido amoral, frente a un uso politizado del mismo. Esto no quita que esta confrontación le haya puesto en contacto con un material nuevo para él, la Revolución mexicana. Si nos detenemos un poco más en la visión que comporta la película frente a este evento histórico, tres aspectos llaman la atención. El primero es la insistencia en la Revolución como un acto de violencia. Esta insistencia no sorprende en el caso de un director que definió la Historia del Oeste como la historia del reino de la violencia por la violencia.8 En este sentido, después de haber recuperado el spaghetti western, incorpora el nuevo material de la Revolución mexicana en su propio imaginario western. La asociación de la Revolución con la violencia explica el foco temporal en el período de confrontación entre las fuerzas de Zapata y Villa y las de Huerta, con los consecutivos actos de oposición-represión y nueva oposición, resultando en un ciclo que parece demostrar que la violencia sólo engendra violencia. La liberación de los prisioneros políticos por Juan, por ejemplo, un acto malinterpretado como indicio de su patriotismo revolucionario, va seguida de un grave acto de represión en la ciudad de Mesa Verde, donde centenares de ciudadanos son echados de sus casas e incluso masivamente asesinados. Cuando Juan más tarde 8



“Ford, because of his European origins –as a good Irishman– has always seen the problem from a Christian point of view… His characters and protagonists always look forward to a rosy, fruitful future. Whereas I see the history of the West as really the reign of violence by violence” (Leone citado en Frayling 2006: 135).

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decide ayudar a Sean a hacer explotar un puente y así interrumpir el paso de las tropas de Huerta, este acto de ‘heroísmo’ exitoso, cometido en el caso de Juan por un sentimiento incipiente de amistad para con Sean, se ve contrabalanceado por el precio que Juan tendrá que pagar a nivel personal: la pérdida de sus propios hijos, asesinados en una caverna donde los había dejado. En realidad, la historia es propulsada por esta lógica de violencia y contraviolencia, oposición y represión, que termina borrando la distinción entre los dos lados de la guerra. La confusión entre los dos lados incluso es presentada como característica intrínseca de la situación revolucionaria: “Revolution is confusion”, dice Sean.9 Simbólicamente, cuando Juan intenta salir del tren en que está viajando para ir a EE.UU., ya no sabe de qué lado salir. La confusión entre los dos lados se combina con escenas que evocan el desgaste inútil de las vidas humanas durante la confrontación. Estas escenas nos recuerdan otras de The Good, the Bad and the Ugly, ­donde Leone integra una historia ficticia en un marco histórico más amplio (aunque menos explícito que en el caso de la Revolución mexicana): el de la guerra de secesión norteamericana. También en esa película el énfasis cae en el carácter gratuito de la violencia, lo cual relega al segundo plano la motivación histórica del conflicto.10 Esta pérdida del sentido de la violencia, de su motivación social, también se observa pues en Giù la testa. Está además explícitamente presente en la reescritura de una cita de Mao Tse Tung, que aparece al comienzo de la película: “La violencia no es un evento literario, no es una cena social, es un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra”. En Giù la testa, la cita termina antes de la última parte, por lo cual la Revolución queda definida como un acto de violencia sin más. El segundo aspecto que Leone aporta a la imagen de la Revolución Mexicana es una dimensión temporal: el personaje de Sean, un hombre ya maduro con experiencias previas en Irlanda, le permite a Leone insertar recuerdos mediante el uso de flashbacks –una técnica probada ya en sus 9



Según Leone, esta frase cayó mal en Italia en la época, por lo cual cambió el título original de C’era una volta la rivoluzione en Giù la testa. Cf. “Leone recalls that ‘it was difficult to say Revolution means confusion –so difficult, in fact, that the Italian partners rejected my title in Italy. I had to change Once upon a time, the Revolution to Giù la testa, which means, in Italian, ‘duck’, but also ‘get out of the way’, so that the title takes on a very precise social connotation” (Frayling 2006: 228). 10 “I began The Good, the Bad and the Ugly like the two previous ones […], but what interested me was on the one hand to demystify the adjectives, on the other to show the absurdity of war. What do ‘good’, ‘bad’ and ‘ugly’ really mean? We all have some bad in us, some ugliness, some good […]. As for the Civil War which the characters encounter, in my vision, it is useless, stupid: it does not involve a ‘good cause’” (Leone citado en Frayling 2006: 172).

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películas anteriores–,11 en claro contraste con el western norteamericano, donde el uso del flashback es muy excepcional (Verstraten 1999: 194). En Giù la testa aparecen cinco flashbacks integrados a la historia, todos relativos a Sean y su pasado irlandés. Al principio, estos recuerdos presentan a Irlanda como un país heterotópico, en el que conocemos a un Sean muy diferente del que atraviesa México en su moto: un Sean más joven y feliz, acompañado de una mujer –su novia– y un amigo, y compartiendo después los ideales de la Revolución con su amigo. Sin embargo, a medida que la historia de la Revolución mexicana va progresando en el transcurso de la trama, con sus altibajos, los recuerdos heterotópicos se acercan al presente, y acaban por contar una misma historia de traición en el campo revolucionario. De hecho, en Irlanda, Sean –supuestamente– fue delatado por su amigo después de que éste había sido detenido por la policía; de la misma manera, Sean ve cómo uno de los líderes morales de las fuerzas revolucionarias en la ciudad de Mesa Verde, el doctor Villegas, acaba por denunciar a sus propios compañeros cuando es detenido por la policía. Coincide la situación, y coincide el sentimiento de decepción profunda que experimenta Sean, quien incluso había matado al amigo irlandés, un trauma que visiblemente no ha superado. Al acercarse estas historias, la del pasado y la del presente, la idea de la Revolución adquiere un matiz suplementario: en vez de evocar la imagen de progreso y de un futuro mejor, empieza a connotar repetición trágica, desilusión cíclica, y confusión –otra vez– entre los puros y los impuros, los héroes y los cobardes. O, como dice Juan, en un momento de furia cuando Sean le recuerda que ahora es un héroe de la Revolución: una revolución siempre termina con la muerte de aquellos que lucharon por ella; y luego, todo vuelve a ­empezar –“And then it starts all over again.” El rescate del pasado irlandés de Sean mediante la memoria acerca aquí también dos países diferentes: México e Irlanda, por lo cual la película cobra un aspecto transnacional. Evidentemente, las condiciones de producción de esta película, que fue rodada en España con un equipo español, bajo la dirección de un italiano que trabajó con un cast internacional, es un ejemplo de cine transnacional. Pero también dentro de la historia, esta transnacionalidad –que constituye el tercer punto que quiero realzar– es puesta de relieve mediante el uso de una memoria cultural plural, que hace que el campo de las fuerzas opuestas evoque imágenes con una connotación histórica.12 Así, por ejemplo, Leone mismo subraya el parentesco entre la escena en que Juan descubre que sus hijos fueron 11

Piénsese especialmente en C’era una volta il West, película enteramente articulada en torno a un recuerdo traumático, pero también en For a few dollars more, donde un reloj trae recuerdos de otro trauma. 12 Esta fe en la necesaria dimensión transnacional del cine también explica el rechazo por parte de Leone de cierto cine político en Italia: “Our political cinema, after all, is

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asesinados en una caverna, y la masacre de las fosas ardentinas (fosse ardeatine) en 1944, cuando más de trescientos civiles italianos fueron llevados por los nazis a una cava para ser matados. La matanza de los mexicanos en Mesa Verde ocurre de tal manera que recuerda la eliminación masiva de los judíos en los pozos de muerte de Dachau y Mauthausen.13 Un joven ingeniero detenido por traición fue escogido a propósito por el parecido entre su cara y la del joven Mussolini. El especialista de Leone Christopher Frayling, por su parte, apunta al evidente aspecto nazi del personaje del general Gunter Ruiz, quien defiende los intereses del campo contrarrevolucionario. El tren en que viajan los refugiados de Mesa Verde fue cambiado de tal forma que evocara los trenes de deportación de judíos a Polonia, y las técnicas de las unidades revolucionarias en la película, con su estrategia de ataque y retiro en la montaña, evoca –según Frayling– el período de la Resistencia de la Segunda Guerra Mundial. Otro estudio evoca incluso la analogía visual entre las escenas de fusilamiento de los patriotas, y los fusilamientos del 3 de mayo de 1808, referidos en el famoso cuadro de Goya, sobre la crueldad de la guerra franco-española (Frayling 2006: 137). La Revolución mexicana pierde así su especificidad histórica14 y se integra en una gran narrativa sobre la crueldad de la violencia histórica, una crueldad que contrasta con el lado espectacular y cinematográfico que suele tener la violencia convencional en el género del western, incluso en la variante spaghetti. O mejor dicho, la Revolución mexicana desencadena en la narrativa un proceso de remembranza que empieza por Sean pero contagia al conjunto y lo convierte en una ilustración de lo que Michael Rothberg (2009) llama ‘la memoria multidireccional’: una memoria que aglutina mediante un juego de contrastes y analogías un espectro variado de experiencias históricas.

too national; its meaning can only be appreciated in Italy. That doesn’t interest me as much” (Leone citado en Frayling 2006: 231). 13 Cf. un procedimiento similar en The Good, the Bad and the Ugly: “I show a Northern concentration camp, but was thinking partly about the Nazi camps, with their Jewish orchestras” (Leone citado en Frayling 2006: 172). Este procedimiento también puede ser acercado al concepto de ‘identidad intersectada’ (intersected identities) tal como lo elabora Erica Segre con respecto al imaginario visual mexicano. “What emerges is a kind of ‘discordia concors’ which yokes together the apparently unlike in order to convert heterogeneity into an enabling, shifting ground for the discussion of the formation of cultural identities in Mexico –a formation which has historically been predicated on a crisis of legitimacy and a pursuit of singularity” (Segre 2007: 2). 14 Cf. también: “the Mexican Revolution in the film is only a symbol and not the Mexican Revolution, only interesting in this context because of its fame and its relationship with cinema. It’s a real myth…” (Leone citado en Frayling 2006: 225).

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III. Conclusión La película Giù la testa fue prohibida por el gobierno mexicano, que la consideró denigrante para el pueblo mexicano y para su Revolución (García Riera vol.  V: 44). García Riera, especialista en la imagen de México en el cine extranjero, implícitamente apoya esta visión, al comentar la película como una representación falsa, inauténtica, y distorsionada de la historia de la Revolución mexicana (García Riera vol. V: 45). Esta visión historicista, que toma a México como juez de las imágenes que se proyectan sobre él, contrasta con la de imagólogos como Díaz Pérez, Gräfe y Schmidt-Welle (2010: 7), que insisten en la necesidad de relacionar las imágenes del Otro, en este caso del México revolucionario, con las de la cultura del Yo, o sea, de la cultura emisora. La imagen de la Revolución mexicana no puede verse como independiente de la Italia de Leone, donde la popularidad del tema de la Revolución repentinamente capturó la imaginación de los directores de cine, y de los exponentes del spaghetti western. Al mismo tiempo, este análisis también indica el carácter limitado de un enfoque imagológico, que se centra finalmente en un modelo dual: Yo y el Otro, Italia y México. No sólo es necesario darse cuenta de que las imágenes de la Revolución mexicana pasan por un filtro genérico que remite a un tercero –es decir, a la cultura norteamericana–, sino también de que la integración misma de la Revolución mexicana en la narrativa de Leone se caracteriza por una fuerte insistencia en su potencial simbólico, como aglutinante de experiencias no solamente mexicanas o italianas, sino europeas y universales. Si algo enseña la obra de Leone, es que la Revolución mexicana, al igual que el western norteamericano, no pertenece a México ni a Italia, sino que es fuente de inspiración universal.

Bibliografía Díaz Pérez, Olivia C., Gräfe, Florian y Schmidt-Welle, Friedhelm (eds.), La Revolución Mexicana en la literatura y el cine. Madrid/Frankfurt/México: Iberoamericana/Vervuert/Bonilla Artigas, 2010. Dufays, Jean-Louis, Stéréotype et lecture. Essai sur la réception littéraire. Bruselas: Peter Lang, 2011 (1994), 2ª edición actualizada e introducida por Vincent Jouve. Frayling, Christopher, Spaghetti Westerns. Cowboys and Europeans from Karl May to Sergio Leone. London/New York: Tauris & Co, 2006. García Riera, Emilio, México visto por el cine extranjero. 6 vols. México DF: Ediciones Era/Universidad de Guadalajara, 1987–1990. Leerssen, Joep, “The Rhetoric of National Character: A Programmatic Survey”. En: Poetics Today, 2000: 21/2, 267–292. 202

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Rothberg, Michael, Multidirectional Memory. Remembering the Holocaust in the Age of Decolonization. Stanford: Stanford University Press, 2009. Segre, Erica, Intersected Identities. Strategies of Visualization in Nineteenthand Twentieth-Century Mexican Culture. New York/Oxford: Berghahn Books, 2007. Verstraten, Peter Wilhelmus, Screening Cowboys. Reading Masculinities in Westerns. Amsterdam: Universiteit van Amsterdam, 1999.

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Collección Trans-Atlántico Literaturas En el panorama actual de la investigación, especialmente en el campo del hispanismo, se afirma la presencia de un nuevo paradigma que toma en cuenta, privilegiándolos, los intercambios y la circulación de modelos. Esta nueva perspectiva ha permitido la emergencia de un nuevo campo de estudios, centrado en las relaciones trasatlánticas, trans­nacio­nales e intercontinentales, que subraya la importancia de los intercambios, migraciones y pasajes que se declinan de diferentes modos entre las culturas de los dos lados del Atlántico, desde hace más de cinco siglos. El título de esta nueva colección Trans-Atlántico / Trans-Atlantique se propone evocar, más allá del vapor de línea que hace la travesía regular entre Europa y América, la novela homónima de Witold Gombrowicz ­– donde aparece justamente el guión –, y las deambulaciones del protagonista entre dos mundos así como los acercamientos posi­bles entre dos lugares diferentes de una misma realidad (Polonia, donde Gombrowicz nació y Argentina, lugar donde reside de manera prolongada). La collección Trans-Atlántico / Trans-Atlantique es un espacio de publi­­cación de obras que se centren en este tipo de abordaje de la literatura como lugar transcultural por excelencia, lugar de diálogo y de contro­­ versia entre diferentes tipos de discurso, lugar de todos los posibles donde se elaboran nuevas prácticas de conocimiento y de creación para dar sentido a lo que está afuera y que, sin embargo, la literatura comprende. Directora de colección Norah DEI CAS-GIRALDI Catedrática – Université Charles-de-Gaulle – Lille 3

Comité científico  Fernando AÍNSA, Escritor y crítico literario Carina BLIXEN, Biblioteca Nacional – Montevideo Manuel BOÏS, Traductor Patrick COLLART, Universiteit Gent Ana DEL SARTO, Ohio State University Carmen DE MORA, Universidad de Sevilla Geneviève FABRY, Université catholique de Louvain-la-Neuve Cathy FOUREZ, Université Charles-de-Gaulle – Lille 3 Rosa Maria GRILLO, Università di Salerno Fatiha IDMHAND, Université du Littoral Lucía MELGAR, Universidad Nacional Autónoma de México Teresa MOCEJKO-COSTA, Universidad Nacional de Córdoba Francisca NOGUEROL, Universidad de Salamanca Lucila PAGLIAI, Universidad de Buenos Aires Kristine VANDEN BERGHE, Université de Liège Christilla VASSEROT, Université Sorbonne Nouvelle – Paris III Bénédicte VAUTHIER, Université de Berne

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