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Spanish; Castilian Pages 296 Year 2006
La Poncella de Francia La historia castellana de Juana de Arco Victoria Campo Víctor Infantes (eds.)
MEDIEVALIA HISPANICA Editado por Maxim Kerkhof Vol. 3
La Poncella de Francia La historia castellana de Juana de Arco Edición, introducción y notas de Victoria Campo y Víctor Infantes (eds.)
Segunda edición
Iberoamericana • Vervuert • 2006
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PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
Discípulos complutensis
pucellae
Siempre es grato escribir unas líneas cuando un libro va a ver de nuevo la luz. Hace ahora nueve años que esta historia se ponía al servicio de los lectores y, éstos, parece que han cumplido de sobra con su misión de leer las andanzas medievales de La Poncella de Francia; se reedita, entonces, con el convencimiento de ampliar esa congregación a más interesados en acercarse a la figura de Juana de Arco. Nos caben dos satisfacciones que no queremos dejar de transmitir a los nuevos compañeros de aventura libresca. El extenso trabajo de la búsqueda de las fuentes documentales y bibliográficas, la lectura crítica de las aportaciones anteriores, así como la fijación del texto y la anotación pertinente para su entendimiento se ha visto recompensado por unas cuantas reseñas que, en conjunto, han elogiado estas tareas con el beneplácito de una labor cumplida con el máximo rigor filológico y, también, con toda la devoción literaria por una obra que se editaba modernamente por primera vez. Es, por tanto, de ley dejar constancia de nuestro agradecimiento, a pesar de alguna saludable y menuda disensión, a José Manuel Lucía Megías, "Crítica textual e imprenta. I. Reflexiones textuales al hilo de una nueva edición", Incipit (Buenos Aires), XVII (1997), pp. 47-81; P[edro], Ruiz Pérez, Analecta Malacitana. Revista de la Sección de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras (Málaga), XXI, 1 (1998), pp. 363-365; Ivy A. Corfis, La coránica. Spanish Medieval Language and Literature (EE. UU.), 27, 1 (1998), pp. 275-278; Alberto Varvaro, Medioevo Romanzo (Nápoles), XXII (1998), p. 307 y Angela Bartens, Zeitschrift fur Romanische Philologie (Tübingen), 116, 3 (2000), pp. 567-569. Colegas todos comprensivos, pero en nada tolerantes, cuando hay que juzgar los resultados impresos; sus autorizadas opiniones quedan ahí, disponibles para los interesados, en las páginas de algunas de las mejores revistas de la filología medieval.
La satisfacción postrera venía precedida de un temor, en parte, justificado. Ningún editor está seguro de que posteriormente no aparezca un testimonio nuevo o desconocido que cambie sustancialmente las conclusiones a las que ha llegado en el momento de dar por terminada la investigación o, mucho peor todavía, que haya dejado en el camino, por pereza o por negligencia, algún testigo documental que anule la tarea realizada. Afortunadamente, ni lo uno ni lo otro tiene cabida a la hora de volver a ofrecer de nuevo la obra, con el mismo convencimiento de entonces y con la misma seguridad del trabajo concluido hasta donde llegaron nuestros saberes, que, parece, que por el momento no han sido enmendados. Por supuesto que se han seguido publicando estudios, artículos y monografías sobre Juana de Arco, pero o vuelven a ofrecer esa visión impresionista y rara vez de revisión histórica rigurosa o no tienen en cuenta el significativo lugar que a la fuerza ocupa el texto castellano en el conjunto de la transmisión literaria de su figura. La comprobación de suficientes páginas nos reafirma en las mismas conclusiones de hace algunos años, al menos en lo que atañe a su historia en las letras españolas. Hora es por tanto, de iniciar de nuevo la lectura de La Poncella de Francia y de sus grandes fechos en armas. Victoria Campo y Víctor Infantes
Introducción
1. La figura de Juana de Arco Casi siempre es necesario empezar por el principio. Nuestra intención como editores de La Poncella de Francia es ofrecer al lector un texto fiable con el que acceder a la obra y esbozar una presentación suficiente de la misma. Se hace necesario, entonces, para abordar esa tarea, acercarse, siquiera brevemente, a los hechos históricos que dieron lugar a la creación de una leyenda que ha recorrido y recorrerá la cultura de muchos y diversos países. Desde la historia, aunque traída aquí a "vuela pluma" y con la sola intención de refrescar las memorias, podrá el lector valorar ciertos aspectos de la versión medieval castellana que ahora ofrecemos1. Dada la necesaria brevedad de nuestra incursión en la historia de Juana de Arco y Carlos VII de Francia, creemos conveniente entresacar, del intrincado bosque bibliográfico referido al asunto, algunos títulos orientativos para quien tenga interés en profundizar en los diversos factores y aspectos de la historia que nos ocupa, facetas variadas de una historia que ha atraído la atención del estudioso desde muy diversas perspectivas y a la busca de muy diferentes noticias. Así, quien antes de abordar otros planteamientos prefiera ir a las ñientes, puede consultar algunas piezas historiográfícas como la Chronique officielle de Saint Denis de J. Chartier, la Chronique de la Pucelle, la Chronique normande de P. Cochon, o, aunque mucho más fantástica y, no obstante, sin duda de gran interés, la Chronique de Lorraine. Para un panorama histórico general véase Vallet 1862-1865. A partir de ahí, el número de las biografías es más que abundante y de entre ellas mencionamos a continuación las más conocidas o importantes, así las de Defoumeaux, Dunand, Wallon, Lang, France, Hanotaux, Calmette, Pernoud 1956, Pemoud 1961, Thomas, Bossuat, L. Fabre, Bourassin, Pemoud/Clin, Moinot, Sepet y SackvilleWest, entre muchas de las que podrían citarse. Sobre las características físicas de la heroína puede consultarse el estudio de Bouteiller/Braux 1879a y sobre su capacidad militar el trabajo de Lancesseur. Casper aporta los documentos y trabajos habidos hasta 1983 y Lanery una bibliografía razonada y analítica de los principales estudios y obras literarias sobre la Doncella desde el siglo XV y hasta 1970. Hay que señalar también que el Centre Jeanne d'Arc de Orléans publica un Boletín donde se recogen las obras y los artículos aparecidos anualmente. En 1979, para conmemorar el quinientos aniversario de la liberación de Orléans, un coloquio internacional de historiadores se reunió en esta ciudad, del 8 al 12 de octubre; las comunicaciones allí presentadas han sido objeto de unas actas, véase Jeanne d'Arc, publicadas por el CNRS. Así mismo puede consultarse el volumen dedicado al quinto centenario de la rehabilitación organizado en Rouen en 1956, véase Conmémoration. Un aspecto importante que no conviene descuidar es el de la recepción de esta historia en Inglaterra, para lo que pueden consultarse los trabajos de Scott y Lorenzi. Algunos estudiosos españoles se han acercado también a su figura, como el padre Llanos, entre otros. Y hay quien se ha ocupado de las relaciones de Juana de Arco y otros países, vid. Bloy y Enklaar. Finalmente y por no alargar más, algunos de los protagonistas de la historia
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Para calibrar en su justa medida la realidad y la leyenda de la figura de Juana de Arco hay que tener presente necesariamente la historia de Francia inmediatamente anterior a su aparición en escena. Juana de Arco vio la luz en un país absolutamente dividido, pues divididos estaban los franceses y dividido estaba el trono entre dos pretendientes. Hacía más de setenta años que la guerra, entre los de dentro y con los de fuera, reinaba en Francia. Recordemos la situación. Por un lado estaban las pretensiones de los reyes ingleses al trono francés, que se basaban en su descendencia de Guillermo el Conquistador; además y a través de diversos matrimonios, los ingleses poseían territorios como Maine, _ Anjou, Poitou, Lemosín, etc. Por otro lado, se producía una constante intervención de Francia en los asuntos de Escocia y de Flandes inaceptable para Eduardo III de Inglaterra. Los flamencos, que tenían los mismos intereses que los ingleses, llegaron a sugerir al rey de Inglaterra que reclamase la corona de Francia; no obstante, como eran vasallos del rey francés, para oponerse a él necesitaban un motivo justificado: había que declararle "usurpador" del trono. Así las cosas, Eduardo III, apoyado entre otros por el emperador de Alemania, hizo oficiales sus pretensiones. Daba comienzo de este modo y en 1337 la Guerra de los Cien Años. Hasta 1420 esta guerra discurrió entre acuerdos, batallas y treguas, pero en esa fecha tuvo lugar el Tratado de Troyes, en el que se adoptaban varios acuerdos. Así, Enrique V de Inglaterra tenía que tomar el título de regente y heredero de Francia y casarse con Catalina, hija del rey francés Carlos VI, para acceder al trono y unificar Francia e Inglaterra. También se acordaba prescindir de Carlos, el Delfín, hijo de Carlos VI de Francia. No se podría llegar a ningún acuerdo con él sin el consentimiento de los tres firmantes: reyes de Inglaterra y Francia y duque de Borgoña. El matrimonio se celebró ese mismo año, pero tanto Carlos VI como Enrique V murieron dos años después. Entonces pasó a ser rey Enrique VI, de nueve meses, y regente su tío, el duque de Bedford. Falta, para dejar la situación definida, recordar que los franceses estaban divididos entre el bando borgoñón, partidario del duque de Borgoña, y el bando armagnac, partidario de Bernard d'Armagnac. La disputa de estos bandos tenía su origen en la vieja rivalidad entre los duques de Orleans y Borgoña, agravada por el asesinato en 1407 de Luis de Orleans por obra de Juan de Borgoña. Cuando se produjo el han tenido especial interés y a ellos se les han dedicado monografías como la de Clin para Richard Beauchamp, conde de Warwick, y la de Prevost-Bouré para Jean de Luxemburgo.
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enfrentamiento de Francia e Inglaterra el bando borgoñón se alió decididamente con los ingleses. Tiempo después, en 1419, muere asesinado Juan de Borgoña en Montereau cuando iba a ver a Carlos, el Delfín. Los borgoñones consideraron culpable al Delfín y el nuevo duque de Borgoña, Felipe, juró que nunca sería rey de Francia. Consecuencia de ello fue el citado Tratado de Troyes, tratado que, por lo demás, había conseguido que la reina dejara planteada una gran duda sobre la legitimidad al trono del Delfín (era hijo de la reina, pero no estaba nada claro que lo fuera del rey): podía, por tanto, ser considerado bastardo y carecer, así, del derecho a reinar. Siendo ésta la situación de Francia, nuestra historia tiene que trasladarse a Domremy, un pueblecito del valle del Mora, donde tuvo lugar el nacimiento de Juana de Arco, el 6 de enero de 1412, hija del agricultor Jacques d'Arc, hombre de posición respetable y con ciertas responsabilidades civiles a su cargo2. De sobra es conocido el comienzo de la historia. La propia Juana, en el proceso al que sería sometida tiempo después, declaró que con doce años recibió la voz de Dios a través de San Miguel, Santa Margarita y Santa Catalina, quienes le encomendaban salvar a Francia de la dominación inglesa. Así, en mayo de 1428 Juana, con 16 años, intentaba por vez primera hablar con el Delfín. Un año después, en enero de 1429, con 17 años, se marcharía de Domremy para siempre sin confiarle a nadie su determinación. La Pucelle consiguió no sólo llegar a Chinon, sino también tener allí audiencia con el Delfín, quien, aun disfrazado y entre público numeroso, fue reconocido por la Doncella, a pesar de que nunca antes le había visto. Los dos personajes tuvieron una larga conversación en la que Juana le reveló pensamientos suyos que sólo él conocía en su conciencia. Sobre estas confidencias, fundamentales para la consecución de las historia, pues consiguieron para Juana la credibilidad que buscaba, se ha debatido bastante. Así, se ha querido ver la oportunidad de Juana, al saber aprovechar las preocupaciones del Delfín: la posibilidad de ser bastardo, sin derecho al trono de Francia, debía atormentarle desde la firma del famoso Tratado. Se ha querido Sobre la familia de Juana de Arco son de consulta interesante los trabajos de Bosler y Boucher. Algunos aspectos relacionados con la familia de la Doncella han sido especialmente debatidos por los historiadores, así, por ejemplo, todos los que han tenido la ocasión de abordar la cuestión de los orígenes de Juana de Arco han rectificado la vieja explicación de que Juana era en realidad bastarda de la familia Orleans; el lector interesado sobre este asunto encontrará todos los argumentos y tesis diversas, confrontados con los textos auténticos y pasados por una criba histórica, en los trabajos de Grandeau y Pemoud 1970. Véanse también las aportaciones a los orígenes familiares de Juana de Arco de Luce, Bouteiller/Braux 1879b y Quicherat 1856.
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interpretar, también, que, a pesar de todo, pudo no tratarse de una revelación milagrosa, ya que al Delfín, personaje inseguro, le importaba mucho esta cuestión, y así, cuando Juana llegó con sus tranquilizadoras noticias, es decir, cuando le dijo "Os digo en nombre de Nuestro Señor que sois el verdadero heredero de Francia y el hijo del Rey", como es lógico, se interesó por la muchacha. En palabras de una de sus biógrafas:
... no puede haber duda en cuanto a que el famoso «secreto del rey» revelado por Juana se refería a la cuestión de su legitimidad. Por qué se consideró un secreto es lo que no puedo entender, y, sin querer ser o parecer innecesariamente cínica sobre este ejemplo de los presuntos poderes sobrenaturales de adivinación de Juana, encuentro difícil de comprender por qué se considera la revelación del secreto del Rey tan milagrosa como generalmente se supone. A mí me parece mucho más un ejemplo de su sentido común, que era una de las principales características de Juana; su sentido común favorecido por su instinto femenino. ¿Hay nada más evidente que el hecho de que Carlos estaba morbosamente obsesionado con esta cuestión, que era motivo de continuas habladurías? ¿Hay nada más evidente que esas noticias tranquilizadoras eran lo que él más deseaba? Además, debe recordarse que Juana misma estaba absoluta y sinceramente convencida de que él era el verdadero Rey. Ella no le estaba engañando con sus noticias: no le estaba diciendo más que lo que ella creía y lo que ella acertadamente adivinaba que era lo que él más deseaba saber3.
Sin embargo, parece lógico pensar, si hay que explicar el efecto que produjo en el Delfín la conversación con Juana (parecía que le hubiera visitado el Espíritu Santo), que realmente Juana le reveló el contenido de sus pensamientos y le aseguró su legitimidad, ambas cosas causarían sin duda el efecto mencionado4. No obstante, en Chinon tuvo que pasar ciertas pruebas antes de llevarla a la vecina ciudad de Poitiers para someterla a unas pruebas todavía más rigurosas. Entre tanto continuaba vestida de hombre, tal y como salió de Domremy al iniciar su misión. Pero ahora habían de aceptar sus palabras y darle su confianza, de tal modo que podría ir al 3 4
Cf. Sackville-West, p. 132. Ibidem.
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sitio de Orleans a pelear con los franceses para recuperar la plaza. El 4 de abril de 1429, fecha de la llegada de Juana a Orleans, dicha ciudad llevaba sitiada unos seis meses. Cabe decir sobre el sitio que no fue tan férreo como tenemos tendencia a imaginar. Para esa fecha muchos ingleses habían desertado; el duque de Borgoña, después de una disputa con el duque de Bedford, había retirado sus tropas, y un contingente de vasallos normandos se había vuelto enojado a Normandía. Aunque podían entorpecerla y dificultarla, los ingleses no podían impedir del todo la entrada de hombres, alimentos y dinero en la ciudad. Debe recordarse que los ingleses no habían cerrado el círculo completo alrededor de la ciudad, sino sólo en tres cuartas partes: por el norte, el sur y el oeste5. No todos los caminos de entrada estaban interceptados y no había un peligro inminente de que la plaza fuese a rendirse a causa del hambre, pero era una situación sería, pues Orleans era una plaza clave como para abandonarla a la ligera. No obstante, la "verdadera proeza de Juana no fue la liberación de Orleans, sino la regeneración del alma de una Francia languideciente"6. El 4 de mayo los franceses consiguieron capturar su primera fortificación inglesa, en Orleans, levantando a partir de ahí el sitio el día 8 del mismo mes7. De Orleans a Reims y de Reims a París, se fueron ganando posiciones y allí se coronó, el 17 de julio de 1429, al Delfín como Rey de Francia, a partir de entonces Carlos VII. Pero en Compiégne finalmente la Doncella cayó prisionera. Su captura produjo inmediatamente un gran alboroto. ¿A quién pertenecía realmente la prisionera? Su apresador era un arquero al servicio del Bastardo de Wendonne, que, a su vez, servía a Juan de Luxemburgo, quien, aun siendo vasallo del duque de Borgoña, estaba al servicio del rey de Inglaterra. El rey de Inglaterra tenía derecho de retención de los prisioneros franceses. Por otro lado, el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon, que siempre había sido partidario de la causa inglesa, podía reivindicar que, como a Juana la habían hecho prisionera dentro de su diócesis, tenía derecho a reclamarla y a dirigir el juicio. Esto implicaba que legalmente podía ser entregada a la Iglesia. Así las cosas, los borgoñones iniciaron negociaciones para vendérsela a los ingleses, que era, precisamente, lo que Juana más temía y lo que le llevó a lanzarse desde la torre del castillo en que permanecía como prisionera, sin consecuencias mayores para su integridad física. Finalmente la entregaron en noviembre de 1430 y llegó a Rouen en diciembre de ese mismo año. Vid. Jollois para más detalles sobre este particular. 6
Cf. Sackville-West, p. 153.
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Para un acercamiento más detenido a la toma de Orleans véase Pernoud 1969.
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El juicio comenzó el 9 de enero de 1431 bajo la dirección de Pierre Cauchon, obispo de Beauvais. El resultado es de sobra conocido: Juana fue excomulgada y, el 30 de mayo de ese mismo año, quemada en la hoguera. Casi 20 años después, en 1450, empezaron los interrogatorios de los testigos para la rehabilitación bajo la dirección de Guillaume Bouillé. Este proceso acabaría en la revocación de la sentencia por parte del Papa Calixto III en julio de 1456. Ya en nuestro siglo, en febrero de 1903 se incoa el proceso de canonización, con varios momentos: en 1904 el Papa Pío X le concede el título de Venerable, el 11 de abril se da el Decreto de beatificación para que, el 16 de mayo de 1920, sea canonizada por el Papa Benedicto XV8.
2. La Poncella de Orléans en España La recepción de la historia de Juana de Arco en las letras españolas se tiene que encuadrar necesariamente dentro del marco general de las relaciones franco-castellanas de la Edad Media y la imagen que Francia y Castilla tenían una de la otra, materias éstas sobre las que se han escrito a estas alturas un buen número de estudios. Así, se ha hecho hincapié en la importancia que para el proceso de la creación de una "conciencia nacional" en la Península Ibérica tuvo la comparación con Francia, porque la identidad Sobre los procesos seguidos tanto para la condena como para la posterior rehabilitación de Juana de Arco se han escrito, como es fácil de imaginar, numerosas páginas. Entre ellas y para el lector interesado, conviene destacar los trabajos más importantes y conocidos en torno a esta materia. La obra capital para el conocimiento de la vida de Juana de Arco y, desde luego, para el de los procesos seguidos contra o a favor de ella sigue siendo Quicherat, Procès. La obra de este estudioso abarca cinco volúmenes, el primero contiene el proceso de condena, los volúmenes segundo y tercero el proceso de rehabilitación, el volumen cuarto contiene la mayoría de las crónicas del siglo XV que relatan los hechos y el quinto reúne diversos documentos, tales como cartas, extractos de cuentas, tratados, testimonios de los poetas del siglo XV, documentos relativos a la institución y a las primeras celebraciones de la fiesta del 8 de mayo, aniversario de la liberación de Orléans, documentos sobre la "falsa" Juana de Arco aparecida entre 1436 y 1440, itinerario de la heroína, etc. Posteriormente, la Sociedad de la Historia de Francia dio ocasión a una reedición de los dos procesos, nos referimos a las de Tisset/Lanhers y Duparc, aunque son de sobra conocidas otras obras, como la de Champion. Sobre esta cuestión, de interés inigualable, pueden consultarse otros trabajos, remitimos así a Doncoeur, Doncoeur/Lanhers, Pernoud 1979, las traducciones de los procesos al francés, como las de O'Reilly, Oursel, J. Fabre 1884, J. Fabre 1888 o Vallet 1867; al alemán, como la de Zurbonsen; al inglés, como las de Barrett o Douglas, y con interés en cuestiones más particulares Mary y la reproducción facsímil de Marchand.
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nacional española se forjó contra ella, contra una Francia que simbolizaba para España toda Europa, puesto que era la única nación europea con la que Castilla consideraba que se podía medir a partir de un cierto grado de igualdad, aunque a fin de cuentas Castilla/España resultase siempre tras la comparación muy superior9. No obstante, este proceso de creación de una conciencia castellana/española irá evolucionando hasta finalizar la Edad Media, al menos en lo que a Francia se refiere. A finales del siglo XV los mitos no serán los únicos vehículos de la imagen de Francia como enemiga de España. Las relaciones múltiples establecidas a lo largo de la primera mitad de ese siglo llevarán a un mejor conocimiento de la nación vecina: "A la fin du Moyen Age, les Français auront remplacé la France, et les jugements psychologiques ou sociaux auront pris le relais des mythes"10. Si nos acercamos ahora a la figura de Juana de Arco y a la repercusión de su hazaña en este lado de la frontera, hay que señalar que en esa segunda mitad del siglo XV su historia era fácilmente asimilable y suficientemente atractiva para los lectores castellanos, por las evidentes concomitancias que la Francia de Juana de Arco podía tener con la Castilla de entonces. Además, existían lazos de unión suficientemente fuertes entre ambas coronas ya desde el siglo anterior. Castilla había tomado parte en los acontecimientos franceses, pues por ejemplo en 1372 una flota franco-castellana contribuyó a tomar La Rochelle, episodio que, si bien fantaseado, tendrá lugar fundamental en las distintas obras que recogen de alguna manera la historia de nuestra heroína en Castilla. En el curso de los veranos de 1377, 1378 y 1380, las flotas aliadas franco-castellanas llevaron la guerra a lo largo de las costas meridionales de Inglaterra. Seguidamente, después de una serie de operaciones a lo largo de Portugal y delante de la Flandes levantada, los franco-castellanos realizaron también en 1385 un desembarco en las costas de Escocia. Francia había conseguido a través de sus alianzas con Castilla hacer enemigos de ésta a sus propios enemigos. Esa unión pervivirá al menos hasta la segunda mitad del Cuatrocientos11. Por otra parte, es obvio que cualquier acontecimiento con una cierta importancia que tuviese lugar en Francia tendría repercusión en Castilla. Desde diversas coordenadas Este planteamiento queda suficientemente demostrado a partir de diversos textos medievales en Rucquoi 1989, pp. 685-687. 10
Ibid., p.687.
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Hasta el decenio de los setenta no comienzan a producirse fallas en la alianza franco-castellana, vid. Rucquoi 1988. En Campo 1994b puede leerse un texto de 1477 que da testimonio de las alianzas de los Reyes Católicos y Borgoña frente al enemigo común Luis XI de Francia.
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puede explicarse la resonancia de "lo francés" en nuestra cultura. Por un lado, ya lo hemos mencionado, en el siglo XIV Francia y Castilla hubieron de llegar a una alianza basada en la necesidad francesa de contar con el poderío naval castellano, sellándose ésta con el Tratado de Toledo en 136812. Esta alianza tendrá diversos momentos de más o menos cooperación, pero precisamente algunos de los hechos más destacados del primer período (1367-1389), el más fecundo de la alianza de los dos países, son las tomas de La Rochelle y la Guyenne gracias al apoyo de la flota castellana13, episodios, ya lo hemos dicho, que sí han tenido repercusión en nuestras letras. Por otro lado, el intercambio cultural entre ambas potencias es un hecho demostrado desde diversas perspectivas y que puede justificarse a partir de algunos datos fundamentales. Sin ir más lejos, cabe señalar el hecho de que obras en francés o traducidas circulasen por la Península a finales de la Edad Media, a juzgar por la información que arrojan las bibliotecas nobiliarias del siglo XV. Así, por ejemplo, Don Rodrigo, cuarto Conde de Benavente, mandó a sus hijos a estudiar a París, algo bastante habitual en la época14, y, además, se hizo traducir del francés una Coronación del Rey de Francia en Reims El Marqués de Santillana poseyó, entre otras obras en francés, el Arbre des Batailles 16, algunas obras de Alain Chartier y varios ejemplares del Román de la Rose de Jean de Meung17. La biblioteca de Isabel la Católica, a quien se dedicó nuestra obra, albergaba también un buen número de libros en francés, entre otros, una Leyenda de los Santos, la obra de Cristina de Pisa De las tres virtudes para enseñamiento de las mujeres18, tres Cancioneros y el Libro de las maravillas de John Mandeville19. Por último, también la obra que aquí nos interesa, La Poncella de Francia, aparece recogida en inventarios de la época, como el de! Marqués del 12
Vid. Suárez Fernández, pp. 19-30, Daumet y Ladero. 13
Vid. Rucquoi 1988, p. 402.
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C/Mathorez, p. 41-66.
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Cf. Beceiro, p. 255. Fue traducido dos veces al castellano en la segunda mitad del siglo XV, por Antón Zorita para el Marqués de Santillana y por Diego de Valera para Alvaro de Luna, véase Alvar, p. 27. Vid. Schiff, p. 368-379.
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Cristina de Pisa vivió la epopeya de Juana de Arco sobre la que escribió un Ditié en l'hormeur de Jeanne d'Arc, véase Pemoud/Clin, pp. 107-109, 314 y 328. Puede consultarse la obra en Pisan, Oeuvres y en Pisan, Ditié. Vid. Sánchez Cantón 1950, pp. 17-88.
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Cenete20, el de Fadrique Enríquez de Ribera21, el de Fernando de Rojas22 y en el inventario de los libros del primer Conde de Oropesa23. No es extraño por tanto que hubiera un "libro de la Pon