121 36 8MB
Spanish Pages 418 [432] Year 2011
ANEJOS AESPA
ISBN 978 - 84 - 00 - 09345 - 7
XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS (1956-2006). IN MEMORIAM
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA
LX 2011
Josep Anton Remolà Vallverdú Jesús Acero Pérez (Editores)
ANEJOS DE AESPA
LX
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS (1956-2006) IN MEMORIAM
ARCHIVO ESPAÑOL DE
ARQVEOLOGÍA
CSIC
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La gestión de los residuos urbanos en Hispania
Anejos de AEspA LX
Anejos de AEspA LX
INTRODUCCIÓN
ANEJOS DE ARCHIVO ESPAÑOL DE ARQUEOLOGÍA LX
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA
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La gestión de los residuos urbanos en Hispania
ANEJOS
SERIE
DE
ARCHIVO ESPAÑOL
Anejos de AEspA LX
DE
ARQUEOLOGÍA
PUBLICADA POR EL INSTITUTO DE
HISTORIA
Director: Francisco Pina Polo, Universidad de Zaragoza, España. Secretario de Anejos de AEspA: Carlos Jesús Morán Sánchez, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España. Comité Editorial: José Beltrán Fortes, Universidad de Sevilla, España; Manuel Bendala, Universidad Autónoma de Madrid, España; Rui Manuel Sobral Centeno, Universidade de Porto, Portugal; Adolfo J. Domínguez Monedero, Universidad Autónoma, Madrid, España; Sonia Gutiérrez Lloret, Universidad de Alicante, España; Guadalupe López Monteagudo, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Pedro Mateos, Instituto de Arqueología, CSIC-Junta de Extremadura-CCMM, Mérida, España; Manuel Molinos, Universidad de Jaén, España; Ángel Morillo, Universidad Complutense, Madrid, España; Inés Sastre Prats, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Ricardo Olmos Romera, Escuela Española de Historia y Arqueología, CSIC, Roma, Italia; Almudena Orejas, Instituto de Historia, CSIC, Madrid, España; Isabel Rodà de Llanza, ICAC- Universidad Autónoma de Barcelona, España; Ángel Ventura Villanueva, Universidad de Córdoba, España. Consejo Asesor: Dr. Juan Manuel Abascal (Universidad de Alicante); Dr. Michel Amandry (Bibliothèque Nationale de France, París); Dr. Xavier Aquilué (Museu d’Arqueologia de Catalunya, Empúries); Dr. Javier Arce (Université Lille); Dr. Pietro Brogiolo (Università degli Studi di Padova); Dr. Francisco Burillo (Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Teruel, Universidad de Zaragoza); Dr. Luis Caballero (Instituto de Historia, CCHS, CSIC); Dra. Monique Clavel-Leveque (Université FrancheComté, Besançon); Dra. Teresa Chapa (Universidad Complutense de Madrid); Dr. Filippo Coarelli (Universitá degli Studi di Perugia); Dr. Carlos Fabiao (Universidade de Lisboa); Dra. Carmen Fernández Ochoa (Universidad Autónoma de Madrid); Dra. María Paz García-Bellido (Instituto de Historia, CCHS, CSIC); Dra. Carmen García Merino (Universidad de Valladolid); Dr. Pierre Gros (Université Aix-Marseille); Dr. Simon Keay (University of Southampton); Dra. Pilar León (Universidad de Sevilla); Dr. Pierre Moret (Université Toulouse); Dr. Domingo Plácido (Universidad Complutense de Madrid); Dr. Sebastián Ramallo (Universidad de Murcia); Dr. Thomas Schattner (Instituto Arqueológico Alemán, Madrid); Dr. Armin Stylow (Emérito de la Kommission für Alte Geschichte und Epigraphik, DAI München); Dr. Giuliano Volpe (Universitá degli Studi di Foggia).
Anejos de AEspA LX
INTRODUCCIÓN
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JOSEP ANTON REMOLÀ VALLVERDÚ JESÚS ACERO PÉREZ (Editores)
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS (1956-2006) IN MEMORIAM
INSTITUTO DE ARQUEOLOGÍA DE MÉRIDA CSIC - Junta de Extremadura - Consorcio de Mérida
MÉRIDA, 2011
6Reservados La todos gestiónlos dederechos los residuos en Hispania porurbanos la legislación en materia de Propiedad Inte-
lectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
Imagen de cubierta: vista interior del pozo de registro de una cloaca romana en Itálica (foto: A. Pérez, Conjunto Arqueológico de Itálica).
Imagen de contracubierta: detalle de la sección estratigráfica del vertedero romano localizado en el solar de la calle Almendralejo, n.º 41 (Mérida) (foto: J. Acero).
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es/
© CSIC © De los distintos autores NIPO: 472-11-138-3 e-NIPO: 472-11-139-9 ISBN: 978-84-00-09345-7 e-ISBN: 978-84-00-09346-4 Depósito Legal: M. 31.071-2011 Impreso en España, Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible. Imprenta TARAVILLA. Mesón de Paños, 6. 28013 MADRID
Anejos de AEspA LX
SUMARIO PRÓLOGO ...................................................................................................................
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INTRODUCCIÓN .......................................................................................................
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GESTIÓN DE RESIDUOS URBANOS: ARQUEOLOGÍA Y FUENTES Urbanismo y eliminación de residuos urbanos ................................................... CÈSAR CARRERAS MONFORT
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Problemas medioambientales urbanos en el mundo romano ............................. JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA
27
PROVINCIA BAETICA Astigi ...................................................................................................................... SERGIO GARCÍA-DILS DE LA VEGA
53
Baelo Claudia ........................................................................................................ DARÍO BERNAL CASASOLA, ALICIA ARÉVALO GONZÁLEZ, ÁNGEL MUÑOZ VICENTE, IVÁN GARCÍA JIMÉNEZ, MACARENA BUSTAMANTE ÁLVAREZ, ANTONIO M. SAÉZ ROMERO
65
Carmo ..................................................................................................................... RICARDO LINEROS ROMERO, JUAN MANUEL ROMÁN RODRÍGUEZ
93
Corduba .................................................................................................................. JERÓNIMO SÁNCHEZ VELASCO
123
Italica. La red de alcantarillado ........................................................................... ÁLVARO JIMÉNEZ SANCHO
145
PROVINCIA LUSITANIA Augusta Emerita .................................................................................................... JESÚS ACERO PÉREZ
157
Conimbriga ............................................................................................................ MARÍA PILAR REIS, ADRIAAN DE MAN, VIRGÍLIO HIPÓLITO CORREIA
181
Olisipo .................................................................................................................... RODRIGO BANHA DA SILVA
203
PROVINCIA TARRACONENSIS Baetulo ................................................................................................................... PEPITA PADRÓS MARTÍ, JACINTO SÁNCHEZ GIL DE MONTES
215
Barcino ................................................................................................................... JÚLIA BELTRÁN DE HEREDIA BERCERO, CÈSAR CARRERAS MONFORT
233
Caesaraugusta ....................................................................................................... FRANCISCO DE A. ESCUDERO, MARÍA PILAR GALVE IZQUIERDO
255
Carthago Nova ...................................................................................................... ALEJANDRO EGEA VIVANCOS, ELENA RUIZ VALDERAS, JAIME VIZCAÍNO SÁNCHEZ
281
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La gestión de los residuos urbanos en Hispania
Anejos de AEspA LX
Lucus Augusti ........................................................................................................ ENRIQUE GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
297
Valentia .................................................................................................................. ALBERT RIBERA I LACOMBA, NÚRIA ROMANÍ I SALA
313
VERTEDEROS: ESTUDIOS DE CASOS El vertedero del suburbio norte de Augusta Emerita, Reflexión sobre la dinámica topográfica en el solar de la calle Almendralejo n.o 41 ............................ FRANCISCO JAVIER HERAS MORA, MACARENA BUSTAMANTE ÁLVAREZ, ANA B. OLMEDO GRAGERA Estudio arqueológico de tres vertederos imperiales en Legio ........................... BLANCA ESTHER FERNÁNDEZ FREILE
345
361
Un vertedero doméstico altoimperial en el suburbium occidental de la ciudad de Caesaraugusta: C/ Predicadores 24-26 .......................................................... ANA P. GASCÓN LASCAS
369
CONCLUSIONES .......................................................................................................
383
ÍNDICE DE ABREVIATURAS BIBLIOGRÁFICAS ..............................................
387
BIBLIOGRAFÍA GENERAL .....................................................................................
389
PRÓLOGO
In the fell clutch of circumstance I have not winced nor cried aloud. Under the bludgeonings of chance My head is bloody, but unbowed. W. E. HENLEY
Hace cuatro años nos dejaba Xavier Dupré. A lo largo de todo este tiempo se le han sucedido homenajes y recordatorios que sin duda hacían justicia al recuerdo de una persona extraordinaria, pero también de un científico de primer nivel que supo hacer siempre lo más difícil: crear equipos de trabajo que desarrollaran investigaciones de calidad sobre aspectos vinculados con la arqueología romana. Nosotros, desde el Instituto de Arqueología de Mérida, nos hemos unido a su memoria de la única manera que sabemos, pero también la que seguramente le haría muy feliz: trabajar en proyectos conjuntos que desgraciadamente no pudo finalizar y recordarle en nuestras publicaciones y labores científicas. Hace ya algunos años Xavier inició la dirección de tres tesis doctorales que tenían como tema la gestión de los residuos en las ciudades de Tarraco, Augusta Emerita y Corduba. Una de ellas, la dedicada a Augusta Emerita, está a punto de llegar a su destino de la mano de Jesús Acero y bajo la dirección de Josep Antón Remolà. Tanto Jesús como Pep me propusieron la realización de una Reunión Científica
organizada desde el IAM, continuación de la realizada por la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma en 1996 y por la Universidad de Poitiers en el año 2003, en la que se analizara la ciudad hispana desde esa perspectiva, la del conocimiento de la gestión de sus residuos sólidos y líquidos en época antigua y tardoantigua; una manera más de rendir tributo a su impulsor. Los resultados están aquí al alcance de todos gracias al esfuerzo de estos dos investigadores que han sabido recoger el testigo y continuar la labor iniciada por Xavier. Sordes Urbis no es un tema menor de investigación; es un acercamiento al estudio de la ciudad antigua bajo parámetros identificables desde el punto de vista arqueológico que nos aportan una visión socioeconómica fundamental para el conocimiento de la realidad urbana. Esperamos que los resultados de dicha reunión, expuestos en este volumen, consigan satisfacer los objetivos científicos de los organizadores. PEDRO MATEOS CRUZ Director del Instituto de Arqueología de Mérida
INTRODUCCIÓN
En el presente volumen damos a conocer los resultados de la reunión científica que con el título «La gestión de los residuos en las ciudades de Hispania romana», fue organizada en Mérida durante los días 26 y 27 de noviembre de 2009. El acto quería ser un tributo al añorado Xavier Dupré Raventós, quien, además de otros muchos méritos a lo largo de su brillante trayectoria científica, supo ver el interés histórico y arqueológico que se escondía tras el estudio global de la gestión de los residuos en el mundo antiguo. Primero como director del Taller-Escola d’Arqueologia de Tarragona (TED’A) durante los años 1987-1990, entre cuyos resultados se encuentra la edición de la monografía Un abocador del segle V d. C. en el Fòrum Provincial de Tàrraco (Tarragona, 1989), pionera en la publicación de los resultados obtenidos en la excavación de un vertedero bien documentado a través de un sistema de registro normalizado. Y en segundo lugar, dentro de su fructífera etapa como vicedirector de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma-CSIC, coordinó, junto a Josep Anton Remolà, la reunión que bajo el lema «Sordes Urbis. La eliminación de residuos en la ciudad romana», fue celebrada en Roma en 1996. Esta reunión, cuyos principales resultados científicos fueron objeto de una posterior publicación (Roma, 2000), significó tanto una llamada de atención sobre el potencial informativo de esta línea de investigación como un primer planteamiento de las bases teóricas y metodológicas del estudio integrado de la gestión de los residuos. Poco después el proyecto de estudio a nivel hispánico fue objeto de una breve publicación (X. Dupré y J.A. Remolà, «A propósito de la gestión de los residuos urbanos en Hispania», Romula, 1, Sevilla), donde se recogía, si bien aún de forma poco sistemática, la documentación existente para algunas ciudades de la Península Ibérica. Una documentación parcial que ponía de manifiesto la necesidad de contar con estudios globales que afrontaran todos los aspectos concernientes a la gestión de los residuos, centrados, principalmente, en aspectos arquitectónicourbanísticos y económico-sociales.
Ese mismo año, la línea de investigación abierta tuvo continuación en la celebración de un nuevo coloquio, esta vez organizado por la Universidad de Poitiers y el CNRS francés y publicado al año siguiente (P. Ballet, P. Cordier y N. Dieudonné-Glad, La ville et ses déchets dans le mond romain: rebuts et recyclages, Montagnac, 2003), englobando un buen número de estudio de casos dedicados fundamentalmente al tratamiento de los residuos en las ciudades de la Galia. Sin embargo, a pesar de las iniciativas señaladas y de la aparición de algunos estudios parciales, sobre todo procedentes del campo de la ingeniería hidráulica, la bibliografía específica para el tema sigue siendo muy escasa, tanto a nivel internacional como para lo que a Hispania se refiere. Esta circunstancia motivó que, ya tras la celebración de la reunión en Roma, surgiese la idea de promover la realización de tesis doctorales centradas en el estudio de la problemática de la gestión de los residuos urbanos en las distintas provincias romanas, desarrolladas a cargo de Jesús Acero para la Lusitania, Jacinto Sánchez para la Tarraconense y Jerónimo Sánchez para la Bética, aunque diversas circunstancias hayan impedido el cumplimiento del planteamiento inicial. En la actualidad, fruto de las reflexiones surgidas en torno al proyecto de tesis doctoral que se está desarrollando sobre la provincia lusitana (y, especialmente, su capital, Augusta Emerita), nace la intención de celebrar la reunión que ahora presentamos. El objetivo pretendido era el de realizar una puesta al día de la información existente en algunas de las principales ciudades de Hispania, aprovechando los análisis particulares para profundizar en las bases teóricas y metodológicas subyacentes al análisis de la gestión de los residuos urbanos. Para ello procuramos congregar a todos aquellos investigadores y arqueólogos que se han interesado o que han trabajado de forma más o menos directa en esta temática, sabedores del esfuerzo científico que suponía para cada asistente, puesto que, siendo una temática habitualmente poco tratada, las fuentes de información
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La gestión de los residuos urbanos en Hispania
Anejos de AEspA LX
Fig. 1. Programa de la Reunión Científica.
disponibles son muy dispersas y fragmentarias, lo cual obliga a un esfuerzo de localización y organización de los datos existentes para poder trazar una panorámica general en cada ciudad concreta. De hecho, para la mayoría de los núcleos urbanos aquí tratados es la primera vez que se aborda este estudio. Se trata, por tanto, de una iniciativa pionera para el conjunto de Hispania. Para nosotros el interés de esta temática reside en dos aspectos fundamentales. Por un lado, el estudio de los modelos de tratamiento y de gestión de los residuos y, por otro, la interpretación socio-económica que se extrae a partir de los materiales contenidos en los vertederos. En esta reunión, preferimos hacer hincapié en el primero de estos aspectos, es decir, establecer los sistemas y medios de eliminación de los desechos en las principales ciudades hispanas atendiendo a sus implicaciones urbanísticas y topográficas, como medio de conocimiento de la dinámica seguida por las ciudades romanas y tardoantiguas. Así, interesa conocer la distribución de las áreas «contaminantes» (como las instalaciones industriales o incluso las áreas funerarias) y sobre todo, in-
teresa conocer los puntos de deposición de vertidos, el momento de construcción y posterior amortización de las redes de saneamiento, la distribución de las letrinas públicas y privadas, etc. En definitiva, se trata de dar respuesta a una amplia serie de preguntas de hondo calado para valorar el devenir urbano en el mundo antiguo: ¿cómo se organiza la gestión de los residuos sólidos y líquidos en la ciudad romana?, ¿quiénes son los responsables de esta gestión?, ¿podemos hablar de un modelo público y otro privado de gestión de los residuos?, ¿existen pautas comunes para la eliminación de desechos en las ciudades romanas?, ¿cómo explicar la diversidad de técnicas constructivas en las redes de cloacas observadas entre unas ciudades y otras?, ¿en qué medida cambian las pautas de gestión de los residuos a lo largo del Imperio?, ¿cómo explicar el apreciable crecimiento estratigráfico en vertical en época tardoantigua?, ¿cómo interpretar la proliferación de vertederos intramuros en esa época? Desde un punto de vista teórico-metodológico queríamos también que la reunión sirviera para unificar la indefinición de conceptos asociados a los
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INTRODUCCIÓN
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Fig. 2. Foto de grupo antes de la clausura.
residuos. Para los líquidos existen multitud de nombres que designan a una misma cosa o a varias, sin existir una definición clara (cloacas, atarjeas, desagües, albañales, etc.). Más problemáticos son los conceptos relacionados con los residuos sólidos, a los que se asocia una amplia gama de términos cuyo significado debemos intentar diferenciar nítidamente (vertedero, vertido, relleno, nivel de abandono, amortización...). Especial atención quisimos otorgarle a la interpretación y caracterización arqueológica de los vertederos, auténticos protagonistas de la eliminación de los desechos sólidos: ¿qué características debe tener una deposición de estratos para ser considerado como «basurero»?, ¿se pueden clasificar subtipos?, ¿qué lo diferencia de un relleno o de un nivel de aterrazamiento?, ¿cómo se organiza un vertedero?, ¿cuál es el tiempo de su formación? Para intentar dar respuestas a toda esta larga lista de preguntas creímos que el mejor formato era el de una reunión científica tal como habitualmente vienen siendo organizadas por el Instituto de Arqueología de Mérida. La dinámica del encuentro se concreta en un foro de discusión estructurado en intervenciones cortas y seguidas de debates inmediatos que en esta ocasión se mostraron particularmente abiertos y vivaces. El esquema tanto del programa de la reunión como del índice de las actas es muy similar. Ambos han sido compartimentados según la división
administrativa romana altoimperial de Hispania entre la provincia Bética, Lusitania y Tarraconense, y dentro de cada demarcación son abordados sucesivamente los diferentes núcleos urbanos. No obstante, el programa se abre con dos trabajos que sirven de marco general al resto de artículos, en los que pretendemos contrastar el panorama que recrean las fuentes clásicas con lo que la realidad arqueológica demuestra en relación a la gestión de los residuos en las ciudades romanas. Asimismo, en un último apartado incluimos estudios de casos particulares de vertederos que juzgamos de interés, abordados desde diferentes ópticas, pero que en conjunto sirven de complemento al panorama general trazado en los artículos precedentes. No queremos terminar esta breve presentación sin expresar nuestro agradecimiento por la presencia y esfuerzo tanto de los participantes como de los asistentes que con especial interés se involucraron en las intensas sesiones de debate. Asimismo, agradecemos con la mayor sinceridad la colaboración del personal del Instituto de Arqueología de Mérida en la organización de este evento y, especialmente, la confianza mostrada por su director, Pedro Mateos, quien decididamente promovió y apoyó su celebración. Del mismo modo, debemos agradecer la financiación aportada tanto por el Ministerio de Ciencia e Innovación como por la Consejería de Economía,
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La gestión de los residuos urbanos en Hispania
Comercio e Innovación de la Junta de Extremadura, así como la colaboración del Consorcio de la Ciudad de Mérida y de Caja Badajoz, que desinteresadamente cedió la sala de su Obra Social, sirviendo de marco inmejorable a la temática que desarrollamos en esta reunión. Finalmente, agradecemos la aceptación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas para hacerse cargo de la publicación de estas
Anejos de AEspA LX
actas que, confiamos, resultarán de utilidad para la comunidad científica dedicada al estudio del mundo antiguo. JOSEP ANTON REMOLÀ VALLVERDÚ Museu Nacional Arqueològic de Tarragona
JESÚS ACERO PÉREZ Instituto de Arqueología de Mérida
GESTIÓN DE RESIDUOS URBANOS: ARQUEOLOGÍA Y FUENTES
URBANISMO Y ELIMINACIÓN DE RESIDUOS URBANOS CÈSAR CARRERAS MONFORT*
Todas las sociedades urbanas, y en este caso Roma no es la excepción, concentraban una gran parte de su población en un área muy limitada, en donde se ubicaban la mayor parte de servicios de la comunidad. Esta comodidad de tener acceso a la mayoría de servicios con facilidad, tenía como contrapartida una serie de problemas que se dan en cualquier concentración humana, los de higiene y evacuación de residuos. Disponemos de escasa documentación sobre la forma que se organizaba esta higiene y evacuación de residuos en la ciudad antigua, y en general la mejor fuente de información es, sin duda, la arqueología. Aún así, algunos textos clásicos nos proporcionan alguna idea de cómo se organizaba esta evacuación en una ciudad tan poblada como Roma —que se considera llegó a una cifra de un millón de habitantes—. Por ejemplo, Tácito (Annales, XV.43.1) a raíz del incendio de Roma en época de Nerón comenta que: «Las marismas de Ostia fueron escogidas como depósitos de basura y se dieron instrucciones para que las barcas encargadas de traer cereal río arriba fueran cargadas de escombros en su viaje río abajo». Aunque se trata de un suceso excepcional, nos da una idea de que los escombros, o cualquier tipo de residuos sólidos eran normalmente depositados fuera de la ciudad, del lugar de actividad cotidiana. Seguramente, existía un servicio organizado, bien público o privado, que se hacía responsable de esta evacuación de residuos de forma continuada. De nuevo las evidencias son indirectas, pero bien fundamentadas, como la mención de Tácito (Annales, XI.32) sobre la salida de Mesalina de Roma escondida en un carro: «[Mesalina]… subió en una carreta de las que suelen limpiar las basuras de los huertos y tomó el camino de Ostia». A través de una de las cartas de Trajano a Plinio El Joven (Carta, X.32) se interpreta que la eliminación de residuos era una de las tareas más mal con* Institut Català d’Arqueologia Clàssica – Universitat Oberta de Catalunya.
sideradas en el mundo romano que se reservaban a criminales con largas condenas: «… cuando ya han cumplido más de 10 años desde su convicción y son viejos y poco firmes, se les puede distribuir en empleos como forma servitud penal; esto es, bien atender en los baños públicos, limpiar las cloacas comunes, o reparar las calles y las vías…» No tan sólo se preocupaban los romanos por evacuar sus residuos sólidos, sino también sus residuos líquidos a través de una compleja red de alcantarillado que desembocaba en el río Tíber. Pero el propio río no tenía un curso fluido ya que lo obstaculizaban numerosos escombros, por ello el propio emperador Augusto se responsabilizó de su limpieza tal como nos indica Suetonio (Augusto, XXX): «Estableció rondas nocturnas para los incendios, y para prevenir las inundaciones del Tíber hizo limpiar y ensanchar su cauce, obstruido desde mucho tiempo por las ruinas y estrechado por el derrumbamiento de edificios». Si bien seguramente existía una práctica organizada de la evacuación de los residuos líquidos y sólidos en la ciudad de Roma, también hay constancia de prácticas incívicas como la de lanzar residuos desde la ventana a la calle1 tal como nos documentan Cicerón (Agr. 2.3.5), Horacio (Ep. 1.1, 91) y el propio Juvenal (Sátiras 3.268): «Calcula la altura de los tejados desde los que un tiesto hiere los cerebros: ¡cuántas veces, rajadas o bien rotas, saltan desde las ventanas va1 Estas prácticas incívicas de lanzar basuras por la ventana han sido comunes en muchas ciudades europeas hasta los siglos XVIII y XIX, destacan entre ellas París o Edimburgo con numerosas anécdotas recogidas en la ingente literatura sobre estas ciudades.
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Cèsar Carreras Monfort
sijas desportilladas! ¡Qué agujero excavan, con su peso, cómo ensucian en pavimento de sílex! Serás tenido por necio, o por poco previsor de trances repentinos si alguna vez acudes a una cena sin haber hecho testamento… Desea, pues, sólo una cosa muy mezquina, que ojala se cumpla: que se contenten con echarte encima nada más que el contenido de los anchos orinales». Se trataba de una práctica ilegal, generalmente realizada por la noche por las personas más humildes que se alojaban en los pisos superiores de las insulae, y que no deseaban bajar a la calle. Existe una ley conocida como Dejecti effusive actio (Inst. 4.5 § § 1,2; Ulpiano, Digesto 9,3.5; Gayo, Digesto 54.7.5.18) de época altoimperial que hacía responsable al propietario de la vivienda desde dónde se había lanzado el objeto por cualquier daño que pudiera sufrir un transeúnte. Por lo tanto, parece que la ciudad romana tenía una forma de organización explícita de la evacuación de sus residuos urbanos.
1.
URBANISMO: SENDENTARISMO Y GENERACIÓN DE RESIDUOS
La evacuación de los residuos domésticos y públicos se convierte ya en un problema importante con la aparición de hábitats concentrados, ya en el neolítico; y se agrava con el desarrollo de las primeras ciudades. En la medida que se incrementa la población asentada en un mismo lugar, se reducen los espacios para evacuar residuos ya que éstos están ocupados por otras personas (Rathje y McCarthy 1977; Rathje y Murphy 1993). La presencia de basureros próximos a los espacios de residencia crea problemas de salubridad e higiene, que parecen ser detectados rápidamente. Binford (1983, 189) argumenta a raíz de la aparición de las primeras sociedades sedentarias que se requiere del mantenimiento preventivo del espacio usado intensivamente y la limpieza de las áreas de vida cotidiana, lo cual obliga a crear unas pautas de recogida de residuos y de transporte fuera de las áreas de ocupación. Incluso parece que la preocupación por la evacuación de residuos ya sucede en lugares de ocupación limitada como los yacimientos de silos del Neolítico temprano británico (4.000-3.000 a. C.), en que se colmatan los silos con cerámicas una vez amortizados, sin que se documente ningún hábitat estable ni todavía domesticación de plantas. Por supuesto, no será hasta el desarrollo de las primeras grandes ciudades antiguas en Mesopotamia
Anejos de AEspA LX
y Egipto que el problema resulta más acuciante, y por lo tanto requerirán de soluciones más complejas. A partir del estudio de los materiales de las excavaciones de Memfis —la capital del Bajo Egipto— se concluía que la limpieza del barrio residencial denotaba una cierta organización de los residuos, que se veía confirmada con el hallazgo de basureros a una distancia de 5 Km de la ciudad (Hoffman 1974).2 En las excavaciones de Tell-Amarna se documentaba presencia de basureros fuera de murallas, pero próximos a ellas, en rellenos de pozos (estructuras negativas) y en los barrios más humildes. Se trata de una práctica universal que también se ha venido detectando en los grandes yacimientos de las culturas precolombinas como Teotihuacan, en que se reconocen basureros en la periferia de la ciudad, o en distintos ciudades de la cultura maya. En general, con el crecimiento del urbanismo, las sociedades se organizan para gestionar sus residuos, tanto sólidos como líquidos. Esta gestión puede ser a nivel individual, en otras palabras que cada unidad familiar realice la gestión, o a nivel de comunidad; pero en cualquier caso, la gestión debe incluir un proceso de recogida, transporte y vertido final. En el caso de los residuos líquidos y orgánicos, las primeras sociedades urbanas aprovecharon el conocimiento adquirido para el aprovisionamiento de agua para la comunidad, para utilizarlo en la evacuación de estas aguas ya sucias, generalmente con otros restos orgánicos. En este sentido, las redes de alcantarillas ya son bien conocidas en Mesopotamia, Egipto, India,3 Creta y Grecia. Por el contrario, los residuos sólidos urbanos (RSU) tienen una gran heterogeneidad y su gestión resulta sumamente complicada tanto en la recogida como en el transporte y vertido.4 ¿Por qué resulta tan importante gestionar los residuos adecuadamente? Como ya se ha indicado, uno de los problemas más evidentes es el de movilidad, los recursos sólidos amontonados pueden crear dificultades en el tránsito por la ciudad, y generar conflictos entre vecinos. Una segunda razón son los olores, que en zonas de climas cálidos son aún más acuciantes, provocados por la descomposición anaeróbica de componentes orgánicos, como reducir un 2 En este caso la distancia de 5 Km respecto a la zona urbana resulta un tanto sorprendente y excepcional en la antigüedad. 3 En el III milenio se documenta, en la cultura MohenjoDaro, la presencia de una elaborada red de cloacas y canalizaciones asociadas a letrinas y baños (Hobson 2009, 61). 4 El primer libro sobre la evacuación de los residuos sólidos urbanos y su problemática desde el punto de vista ingeniero lo publica H.B. Parsons en 1906 en Nueva York.
Anejos de AEspA LX
URBANISMO Y ELIMINACIÓN DE RESIDUOS URBANOS
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Fig. 1. Zona de baños y cloacas asociadas en la ciudad de Pella (Grecia).
sulfato a un sulfuro de hidrógeno (Tchobanoglous et al. 1996, 102). También los climas cálidos favorecen a que la descomposición orgánica genere la aparición de insectos (en menos de 24 horas) y otros animales como ratas, causantes de la propagación de enfermedades. Otros problemas no tan frecuentes son la contaminación de aguas próximas que puedan ser de consumo humano, y la generación de bolsas de gas metano. Estados Unidos5
España6
Plásticos Maderas Cueros Cartón Papel Orgánicos Metales Otros
7% 2% 0,5% 6% 34% 27,5% 9,5% 13,5%
2-5% 1-2% 1-2% 3-4% 13-14% 40-70% 3-5% 10-12%
Total
100%
100%
Componente
Fig. 2. Tabla comparativa de porcentaje del peso de los distintos RSU.
En los estudios contemporáneos sobre residuos sólidos urbanos (RSU) se reconoce que las socieda5 Datos obtenidos del trabajo de Tchobanoglous et al. (1996, 57) en 1990 para RSU domésticos en Estados Unidos. Ellos mismos precisan que el 20% de hogares americanos disponían de trituradoras de comida, de ahí las diferencias en los residuos orgánicos. 6 Datos de Marimón (1980) para la ciudad de Barcelona.
des más desarrolladas producen un mayor volumen de residuos (Rathje 1974; Rathje y McCarthy 1977; Rathje y Murphy 1993). Así, en la actualidad un país como España produce unos 0,5-1,1 Kg de RSU al día por habitante (Marimón 1980; MOPU 1982), mientras que en un país como Alemania alcanza unos 2 Kg, y en Estados Unidos la cifra es de 4 Kg. Otro detalle interesante actual es la composición de estos residuos, que aunque no sean equiparables a la antigüedad, nos pueden proporcionar algunos paralelos. Con el tiempo, algunos contenedores de productos se han hecho más resistentes y ligeros con materiales como plásticos o cartón, cuya función en la antigüedad estaría principalmente reservada a materiales cerámicos, por lo tanto más voluminosos y pesados.
2.
EVACUACIÓN DE RESIDUOS LÍQUIDOS Y ORGÁNICOS: LA RED DE ALCANTARILLAS
Los trabajos de canalización de las aguas para el regadío en las civilizaciones del Próximo Oriente y Egipto se desarrollan ya desde el III milenio a. C., con lo cual sus conocimientos hidráulicos pudieron fácilmente aplicarse al suministro de agua para las ciudades y el consumo humano. Consta que las casas particulares de Babilonia (siglo VI a. C.) gozaban de agua corriente (Tölle-Kastenbein 1993, 212-216), así como la existencia de fuentes, y ya en época helenística, se documenta la presencia de baños públi-
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Cèsar Carreras Monfort
Anejos de AEspA LX
Fig. 3. Estructura de latrina privada y acceso a la red pública principal a través de atarjeas (se incluye la presencia de tubos de plomo —fistulae— para aguas potables) (Dibujos: Connolly y Dodge 2000, 149 y 132 respectivamente).
cos con un suministro específico de agua (Hodge 1992; Burés 1998). Tal como indica Frontino (Aquaed. II.3) el agua de las reservas no era tan sólo necesaria para la salud, sino también para la limpieza de las cloacas: «Para ello debe existir necesariamente un exceso de agua en las presas, esto es adecuado no sólo para la salud de nuestra ciudad, pero también para usarla en la limpieza de las cloacas». Por supuesto, este aprovisionamiento de agua tenía en cuenta también la evacuación del exceso de agua y de aquellas aguas usadas, grises, o bien con restos orgánicos añadidos. La evolución de esta estructura de evacuación pasó seguramente de realizarse por la superficie o canales abiertos a la calle, a crear una propia red de cloacas en el subsuelo de las vías urbanas. La evacuación de estas aguas usadas utilizaba las inclinaciones del terreno y los principios de los vasos comunicantes para superar desniveles. Seguramente la introducción de estos sistemas de aprovisionamiento y evacuación de aguas en la Península Itálica aparecen a través de las colonias griegas de la Magna Grecia (Jansen 2000a; De Haan y Jansen 2001) y a través del mundo etrusco, que lo transmitirá en época muy temprana a Roma. Cabe recordar que la Cloaca Maxima que sirve para desecar las zonas pantanosas del Forum se construye en el 390 a. C. Inicialmente, la red de cloacas de las ciudades romanas sirve para evacuar las aguas públicas, en otras palabras aquellas usadas procedentes de las fuentes, de los baños públicos, de las foricae (letrinas) e incluso las aguas de lluvia que no son almacenadas en aljibes. Se cree que en el siglo IV d. C. funcionaban en Roma al menos unas 144 foricae (Hobson 2009, 5).
La conducción desde estos pocos puntos concretos era gestionada por la administración pública local, que poco a poco permitió que los particulares pudieran evacuar sus propios residuos líquidos a través de la red pública, únicamente debían construir canales pequeños o atarjeas para que las aguas de la vivienda desembocaran en la canalización principal. Existía legislación sobre quién era responsable de las reformas o reparaciones de cada una de las partes que aparece en el Digesto 43, 23. … Añade el pretor: «Restituirás lo que hayas hecho o metido en una cloaca pública en perjuicio del uso de la misma. Asimismo, daré un interdicto para que no se haga ni meta nada en ella». Este otro interdicto se refiere a las cloacas públicas, con el fin de que no metas ni hagas nada en ellas por lo que se perjudique o pueda perjudicarse su uso. (Dig. 43, 23, 15-16) A nivel privado, existían distintas formas de recoger estos residuos líquidos y orgánicos antes que desembocaran en la red de cloacas públicas. Las latrinae particulares se introducen a partir del siglo III a. C., normalmente como un habitáculo adosado a lo cocina separado por un pequeño muro, que consistía en un pequeño agujero de unos 30 cm de diámetro que desembocaba en un canal que se limpiaba con agua (Martín Bueno et al. 2007).7 En Pompeya se han documentado pocas latrinae particulares con un tanque de agua próximo, por lo que se supone que la 7 Existen un buen número de latrinae particulares conocidas en Hispania que recogen Martín Bueno et al. (2007), pero están especialmente bien conocidas en las ciudades como Herculaneum, Pompeya y Ostia (Jansen 1991; 1999).
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URBANISMO Y ELIMINACIÓN DE RESIDUOS URBANOS
limpieza se realizaría a través de cubos, y se evacuarían por canalizaciones (Hobson 2009, 122). Todos estos residuos líquidos que acababan en la red de cloacas públicas eran evacuados al exterior de la ciudad, y si era posible a algún río o mar cercano. En el caso de Pompeya, se han encontrado pocas concentraciones de residuos sólidos en toda la red de cloacas, tan sólo basura doméstica en puntos como la Regio VI.1 (Hobson 2009, 92). Otra alternativa eran los llamados pozos negros construidos generalmente en el jardín junto a una de las paredes de la vivienda, que podrían ser limpiados ocasionalmente por los stercorarii, y que podían alcanzar profundidades de hasta once metros. En ciudades como Pompeya se constatas aberturas que permiten que el contenidos de estos pozos negros hacia la calle o el jardín (Jansen 2000, 38). Una vez estos pozos eran amortizados, se podían convertir en pequeños basureros de residuos sólidos. Existen dos inscripciones de stercorarii que se interpretan como la limpieza de una latrina, aunque desconocemos si se trataba de una pública (foricae) o privada. Así la inscripción de Herculaneum recoge Exempta ste[r]cora a[ssibus] XI (CIL IV Suppl.3.4.10606) se lee como «se vació de restos orgánicos por 11 ases» (Scobie 1986; Jansen 2000, 43). Otra inscripción en Itálica lee [de] stercora[ndis latrinis] (González Fernández 1991, 567 fig. 322). Cabe recordar que el término stercus (traducido como estiércol) incluía en época romana una gran variedad de restos orgánicos desde vegetales a excrementos humanos y de animales. Para aquellos habitantes de los pisos superiores de las insulae, que ni las latrinae ni los pozos negros eran posibles,8 tenían sólo como alternativa los orinales (lasanae o matellae) que posteriormente se debían limpiar en las cloacas o bien acceder a las latrinae públicas.9 Las latrinae públicas eran edificios próximos a las termas en que los ciudadanos podían realizar sus necesidades en un espacio comunal con asientos para cada individuo, que daban a una canalización común en donde circulaba el agua y se evacuaban los residuos hacia la red de cloacas públicas (Hobson 2009). La proximidad a las termas facilitaba que tuvieran acceso a la red hidráulica, y que se vincularan ambas redes, las de aprovisionamiento y evacuación. 8 Se han documentado en Pompeya canalones que conducían el agua de pisos superiores a la planta baja, por lo que se supone existían algunas toilets privadas en plantas superiores (Hobson 2009, 71-78). 9 Como ya habíamos señalado, tanto las fuentes como la legislación registran el lanzamiento del contenido de estos lasanae a la calle desde los pisos superiores.
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Fig. 4. Foricae anexa a unos baños de la colonia romana de Dion (Monte Olimpo).
Scobie (1986) indica la existencia de unos conductores foricae que serían responsables de la limpieza de las instalaciones, seguramente evacuando los residuos orgánicos (stercus) por medio de carros –de la misma manera que sugieren las inscripciones de stercolarii10 de Herculaneum e Itálica y de la huida de Mesalina de Roma (Tácito, Annales, XI.32)–. Sabemos que había en Roma una puerta conocida con el nombre de Porta Stercoraria en la proximidad del templo de Vesta (Varrón, De lingua latina 6.32), por donde seguramente salían estos carros, cuyos residuos eran reaprovechados como estiércol en los huertos cercanos (Cordier 2003, 21). No era la única forma de reciclaje de los residuos líquidos, las fullonicae situaban una serie de contenedores abiertos (dolia curta, ánforas cortadas por la mitad) en el exterior de sus establecimientos para que los transeúntes pudieran orinar en ellos. Estos orines les permitía fabricar su propio amoniaco, necesario en sus procesos productivos. En Pompeya se han documentado batanerías con estos dolia curta en el exterior11 (Regio I.10.5-6; Regio VI.15.3), en lugares próximos a residencias lujosas como la casa del Meandro o de los Vetii (Hobson 2009, 110). Esto sugiere que los romanos tenían una mayor capacidad para soportar algunos olores a los cuales nosotros no estamos acostumbrados. No obstante, Columella (Agr. I.6.11) sugiere no situar nunca un thermopolium próximo a «… baños, hornos, escombreras y otros lugares sucios que produzcan olores desagradables». 10 Se documenta la presencia del cognomen Stercorosus o Stercorius que vendría a significar rescatados de los excrementos (sinónimo del kopreus griego) y que según Juvenal (Sat.VI.102) se podían a veces hacer pasar como hijos de rico. 11 También en Saint-Romain-en-Gal se encuentran testimonios (Hobson 2009, 109).
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Dados los beneficios que reportaba esta práctica de recoger orines en dolia curta, Vespasiano estableció un impuesto que gravaba sobre las fullonicae por ubicar los dolia curta en el exterior (Suetonio, Vit.Vesp. 23.5). Tal como se señalaba anteriormente, las cloacas desembocaban en ocasiones en ríos, cuya corriente debía fluir sin problemas o de lo contrario, los residuos se estancaban generando problemas de salubridad. En el caso de Roma, los emperadores tuvieron que intervenir constantemente para limpiar el cauce del Tíber (Suetonio, Aug. XXX.1; HA Aurel. XXVII.3), e incluso Tiberio creó una magistratura especial, curatores alvei et riparum Tiberis, para el mantenimiento del cauce libre de residuos.
3.
EVACUACIÓN DE RESIDUOS SÓLIDOS: EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS
En el caso de los residuos sólidos urbanos (RSU), la documentación escrita no resulta tan precisa, y a pesar de contar con textos legislativos, éstos no permiten conocer los detalles de su organización. En este caso, las evidencias arqueológicas de depósitos de residuos sólidos nos proporcionan una documentación alternativa, aunque requiere su interpretación, porque no todos estos depósitos son basureros, ya que los residuos sólidos pueden tener segundos usos. La lex Iulia Municipalis (44 a. C.) que es la base de muchas otras leyes municipales de época Flavia (D’Ors, 1986; González Fernández 1986) indica que existía una doble responsabilidad en la limpieza. Por un lado cada habitante era responsable de su espacio privado, así como el espacio de acera frente a su casa: «(VII) Cada propietario que da a una de las calles de Roma o las calles a 1 Km de Roma, o donde hay continuidad de ocupación ahora o en el futuro, deberá mantener reparada este espacio de calle a la discreción del aedil que tenga jurisdicción en el barrio de la ciudad por esta ley». (Lex Iulia Municipalis, VII) Por el contrario, los magistrados de la ciudad eran responsables de la limpieza de tanto los edificios y espacios públicos como de las calles tal como recoge la misma Lex Iulia. «(XII) No es el intento de esta ley prevenir que los aediles, los quattorviros responsables de la limpieza de las calles de la ciudad, y los duumvi-
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ros a cargo de la limpieza de las calles fuera de las murallas hasta una distancia de una milla, de Roma, cualquiera que sea nombrado después, para tener cuidado de la limpieza de las calles o tener jurisdicción en el tema de acuerdo con las leyes o plebiscitos o decretos del Senado». (Lex Iulia Municipalis, XII) Se desprende que existía un servicio público que limpiaba los espacios públicos y posteriormente transportaba estos residuos al exterior de la ciudad. En el caso de Roma parece que la limpieza abarcaría un radio de 1 Km fuera de murallas, pero la evidencia arqueológica nos demuestra que existen basureros a pie de murallas de ciudades más pequeñas. La propia Lex Iulia nos habla indirectamente de este transporte de residuos: «(XIV) Después del próximo 1 de enero nadie podrá conducir un carro a través de las calles de Roma o a lo largo de las calles en los suburbios donde haya continuidad de viviendas después de la salida del sol o antes de las 10 horas del día, excepto cuando sea para el transporte de material para construir templos para los dioses inmortales, o para trabajos públicos, o para transportar de la ciudad cascotes —rudus— procedentes de la demolición de contratos públicos» «(XVI)… No es la intención de esta ley evitar que carros de bueyes o burros que se han conducido a la ciudad para vaciar o para transportar residuos orgánicos –stercus– dentro de la ciudad de Roma o en un radio de una milla de la ciudad desde la salida del sol hasta las 10 horas del día». (Lex Iulia Municipalis, XIV y XVI) Si tenemos en cuenta que los stercorarii proporcionaban el servicio de recogida de stercus (residuos orgánicos), seguramente ellos mismos u otros se encargaban del transporte de los residuos sólidos no orgánicos. En ciudades pequeñas, los particulares podían ellos mismos transportar sus residuos fuera de murallas, mientras que las autoridades municipales seguramente organizaban el servicio de recogida y transporte. En el caso de ciudades de gran tamaño, seguramente se debían coordinar los privados con las autoridades públicas para organizar un único servicio. Nuestro único testimonio directo procede de la Atenas del siglo IV a. C., en que la basura se dejaba en el exterior, seguramente en puntos concretos de la calle, en forma de montones (Kopron – montón) y lo recogían los kropologoi (Euboulos, Athenaios
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X.417 J-E), que según Aristóteles (Const. Atenas, 50.2) no lo podían verter a menos de 10 estadios (177,6 metros es un estadio). En Egipto, los hijos no deseados se dejaban en estos montones, y cuando se salvaban les daban el nombre de Kopreus, aunque normalmente acaban convertidos en esclavos (Pomeroy 1981; 1986). Eurípides (Ion, 504) proporciona una viva imagen del abandono de estos hijos no deseados en ríos, vías y montones de basuras como «víctimas de pájaros, alimento para bestias salvajes».12 Por analogía, podemos interpretar sucedía en Roma, ya que Suetonio (Sat. 3, 602-603) nos dice que los hijos no deseados se dejaban en los trivia. ¿Podrían ser los trivia o intersecciones de calles los lugares donde se amontonaba la basura? Algunos fragmentos de papiros egipcios como el P.Ross-Georg. II.19.28, hacen referencia a contratos para que el kópros fuera transportado a un huerto – seguramente los restos orgánicos serían aprovechados como estiércol, tal como dice Columella (Agr. X.815) (Cordier 2003, 22). Los propios papiros egipcios registran referencias a prácticas de deposición de residuos ilegal como casas de alquiler sin inquilinos donde los vecinos vertían sus escombros, de forma que incluso podían provocar el hundimiento de sus paredes (P.Berl.Bork. I.3; IX.31; XI.12). Tal vez los animales domésticos o aquellos que rondaban por las calles, consumían algunos de los restos orgánicos de estos montones de basura (Hobson 2009, 98-99). El vertido final de estos residuos sólidos lo conocemos exclusivamente a través de la arqueología, generalmente fuera de las murallas y próximos a las principales calzadas por donde transitarían los carros de los stercolarii. Cuando la ciudad se encuentra en un lugar elevado es normal que los residuos se viertan a las zonas bajas desde las murallas, como parece haber sucedido en Jerusalén (Gehena) o Petra (muralla sur – Kanuté). El caso más normal sería la dispersión de basureros a una cierta distancia de la ciudad como es el caso de Ghirza (Libia) en que se han documentado hasta 7 depósitos, algunos de dimensiones excepcionales (100 × 40 × 6 m) alrededor de las vías. En la propia Roma se dispone de un vertedero excepcional como es el Monte Testaccio, un basurero compuesto casi exclusivamente por ánforas situada fuera de las murallas Aurelianas, y próximo a la pirámide de Sestius. Posiblemente, identificaría al vicus conocido como mundiciei que según el empera12 En un pozo del ágora de Atenas se han documentado un total de 175 restos de infantes lanzados en su interior (Hobson 2009, 98).
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Fig. 5. El Monte Testaccio (Roma).
dor Adriano (CIL VI.9759 se hallaba detrás de la Regio XIII. Su formación es debida a la proximidad del puerto fluvial del Tíber y los horrea Aemilia, en donde se almacenarían estos productos (Rodríguez Almeida 1984). Seguramente la creación de la magistratura curatores alvei et riparum Tiberis, en época de Augusto evitó que estos envases se vertieran en el propio río, y por ello se buscó un emplazamiento próximo para depositarlos. Parece que el Monte Testaccio se comienza a formar a principios del siglo I d.C., aunque se disponen de pocos datos precisos de este momento, y llega hasta época de Galieno. Allí se irán depositando las ánforas predominantemente olearias de la Bética, en su mayoría, y africanas; aunque también existen otras ánforas misceláneas. El Monte Testaccio actual tiene un perímetro de 1.490 metros y una altura de 35 metros en su punto más elevado, y se calcula que todo el monte tendría un volumen de unos 500 millones de m3. Siguiendo estos cálculos, se supone que llegaron a depositarse más de 25 millones de ánforas, que aproximadamente contendrían unos 173 millones de litros de aceite de oliva —una muestra ejemplar de los impuestos a las provincias—. Se cree que las ánforas, una vez transferido su contenido a otros envases o depósitos, era transportada entera hasta el Monte Testaccio, y se subía hasta el lugar en donde se debía depositar. Allí se rompían con un golpe de martillo, para que de esta forma ocuparan el mínimo volumen, y luego se echaba una capa de cal cada tanto para evitara el mal olor de la putrefacción del aceite. A medida que iba creciendo el Monte, y para evitar los deslizamientos de las ánforas, se construyeron muros de contención con ánforas completas rellenas de fragmentos de otras
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ánforas, y que se iban superponiendo entre sí. De esta manera, poco a poco se iba reduciendo la superficie para depositar las nuevas ánforas, y se requería de caminos que bordeaban el Monte hasta alcanzar la cima. Por esta razón, el Monte está formado de hecho por dos o tal vez tres plataformas adosadas. A pesar de que no es el caso de Roma, cuando los municipios se encontraban próximos a ríos o al mar, el vertido más normal de los residuos sólidos era el agua. El drenaje de las aguas de algunos puertos fluviales y marítimos antiguos como Arles, Marsala, Cosa, Sabratha o el golfo de Fos han proporcionado cantidades ingentes de residuos constructivos y cerámicos, que demostraría su uso como vertederos. Eso sí, se debía ir con sumo cuidado para que el vertido no afectase la circulación del agua o las funciones portuarias. Si esta era la práctica más legal de la deposición de residuos sólidos, la documentación arqueológica nos proporciona numerosas prácticas de vertido dentro o incluso en las proximidades de las murallas de las ciudades. En principio, cualquier estructura negativa, desde un pozo, silo, pozo negro, zanja o incluso el foso de la muralla; era un espacio adecuado para la deposición de vertido. Algunas colonias o municipios que originalmente nacieron de un campamento militar como Cirencester, Zugmantel, Exeter, Astorga o Carlisle colmatan el foso con todo tipo de residuos sólidos, en muy breve tiempo, cuando dejan de ser un establecimiento militar y convertirse en un asentamiento civil. En el caso de ciudades con mal drenaje, o con un nivel freático alto, era obligado crear fundamentos con rellenos de material de todo tipo, y en este caso, los residuos sólidos cerámicos eran útiles tanto como relleno o aislante. Algunos ejemplos son el propio puerto de Ostia o Port la Nautique con zanjas y fundamentos repletos de material cerámico fragmentado. Aquí ya entramos en otro tema, que no es ya la deposición de residuos, sino su aprovechamiento o reutilización de éstos para otros menesteres. No siempre es fácil determinar estas segundas utilizaciones, y por supuesto depende del tipo de material, su volumen y dimensiones. De nuevo Pompeya proporciona ejemplos muy ilustrativos, como por ejemplo la excavación de Vicolo di Narciso, que documentó un gran depósito de cerámicas y ánforas en una acera depositado sobre un muro en el lado opuesto de la casa de las Vestales. Se ha interpretado como un posible depósito de residuos seleccionados para su posible reutilización (Hobson 2009, 92). ¿Se trataría de uno de estos montones de basura temporales para un posterior
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transporte a un basurero exterior central o bien para seleccionar materiales? Hasta ahora se había tratado básicamente de residuos domésticos o constructivos, pero ¿qué sucedía con los residuos industriales? En general se debían comportar igual que los otros residuos sólidos, pero teniendo en cuenta que las industrias que trabajaban con el fuego eran ubicadas en las zonas suburbanas. La propia legislación es bien precisa, tal como recoge la Carta de Urso (44 a. C.): «Ninguna persona poseerá dentro de la colonia Iulia centros de producción cerámica o de tegulae de gran tamaño que produzcan más de 300 tegulae diarias». (Carta de Urso, 76) Arqueológicamente la mayoría de hornos cerámicos y metalúrgicos se ubican en las zonas suburbanas —extramuros—, evitando de esta forma el riesgo de incendio y disponiendo de mayor espacio para algunas de sus actividades industriales. Con respecto a sus residuos, que en el caso de las figlinae podían ser muy voluminosos, se vertían en lugares próximos, a ser posible en estructuras negativas. Un caso corriente es que el lugar de extracción de arcillas pudiese convertirse posteriormente en vertedero de las cerámicas fragmentadas o pasadas de cocción. Estos vertederos industriales se encuentran siempre muy próximos a los hornos, en una zona escasamente urbanizada y por lo tanto, en la que estos residuos sólidos no se convertían en ninguna molestia para la movilidad. En algunos hornos anfóricos como Can Peixau o Can Fradera (Badalona) algunas de las ánforas fragmentadas forman muros de escasa altura que parecen delimitar distintas áreas de trabajo dentro de la figlina.
4.
ÁNFORAS: UN RESIDUO SÓLIDO URBANO TÍPICO DE ÉPOCA ROMANA
Tal vez las ánforas es uno de los elementos que mejor se ha estudiado como material reciclado. En principio, las ánforas eran contenedores destinados al transporte de productos agropecuarios por vía marítima o fluvial. Dependiendo del contenido que transportaran, difícilmente podían ser aprovechadas para un viaje de vuelta o incluso para contener otros productos.
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No obstante, se conoce por graffiti post-cocturam (Van der Werff 1989) que algunas ánforas pudieron contener otro tipo de productos como áridos (por ejemplo harina) o incluso líquidos, en los lugares de destino del ánfora. También se utilizaban como dolia curta, tras cortar la parte superior del envase, en las batanerías, o incluso como pequeño horno para fundir algún tipo de metal al ser un espacio refractario. No obstante, la reutilización más común de las ánforas por su volumen era como material constructivo de relleno (ver fig. 6). Servía como fundamento para la construcción de viviendas o para levantar el nivel de los suelos o para facilitar el aterrazamiento de superficies con relieve. Muchas de las ciudades con orografía como es el caso de Baetulo, documentan terrazas artificiales construidas con el material más accesible como podían ser las ánforas. Sin duda, los residuos sólidos urbanos ayudaban a nivelar los relieves naturales de cualquier ciudad, y por lo permitían homogeneizar los suelos.
Fig. 6. Ánforas recicladas como material constructivo (Ostia).
Dentro del reciclaje de las ánforas como material constructivo se podían emplear por su forma circular como canalizaciones, atarjeas o cubiertas de cloaca. Eso sí se debían cortarse perfectamente para que encajasen unas con otras, y que no hubiera riesgos de pérdidas de aguas grises (Laubenheimer 1991). Existen numerosos ejemplos de estos usos, mintiendo la forma de las ánforas o bien fragmentadas. Una de las ventajas de un material refractario como la cerámica, es su capacidad de ser una aislante respecto a la humedad. Por esta razón, se han reutilizado ánforas vacías o llenas de arena como drenaje en lugares próximos a los ríos o a la costa (Laubenheimer 1991). En el valle del Ródano, en lugares
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como Lyon o Saint-Romain-en-Gal, se encuentran superficies de drenaje con ánforas completas o «muros» de ánforas completas a orillas del río Ródano, en ambos casos resulta una barrera para la humedad y las crecidas del río. Existen numerosos ejemplos de estos drenajes con ánforas desde el puerto de Pula (Croacia), Padova, Castro Pretorio, La Longarina, Ostia, Burdeos o Frejús, con distintas combinaciones de ánforas alineadas pero con el mismo objetivo de aislar las viviendas del agua próxima. Como se puede observar, las ánforas resultan un excelente fósil director para reconocer formas de reutilización y reciclaje, así como las pautas de deposición de los residuos sólidos. Al tratarse de un envase voluminoso y pesado, su localización nos ayuda a comprender las razones de la deposición de residuos (función) y también los límites de los lugares habitados (movilidad). Por esta razón, se han venido aprovechando los estudios cuantificados de conjuntos anfóricos de distintas ciudades romanas para intentar entender las pautas de deposición de los residuos urbanos (Carreras 1998). El primer objetivo es determinar si el lugar de hallazgo de las ánforas correspondería a un lugar en dónde se les ha dado una segunda utilidad como material de aterrazamientos, drenaje, relleno de estructuras negativas o nivelación del relieve del terreno. En segundo lugar, las concentraciones de ánforas responderían a la localización de los principales vertederos urbanos. Para analizar correctamente estas concentraciones, además de clasificar las ánforas y cuantificarlas es requisito indispensable estandarizar los valores en función del área excavada, en otras palabras calcular la densidad de ánforas del conjunto (Carreras 2006). Con todos estos valores, y sobre todo, si se dispone de un buen número de conjuntos cuantificados, es posible reconocer pautas de deposición para distintas tipologías anfóricas con una cronología asociada. La fig. 7 ilustra un ejemplo de la distribución de las ánforas Haltern 70 producidas en la Bética en el yacimiento alemán de Xanten (Colonia Ulpia Traiana – Xanten). Resulta interesante observar que la cronología de la Haltern 70 (aprox. 40 a. C. – 70/ 80 d. C.) es anterior a la fundación de la colonia, y que identificaría los límites del antiguo puerto fluvial (civitas Cugernorum) asociada al campamento legionario de Vetera situado a tan sólo 3 Km en Birten. Las concentraciones en el área NO coinciden con los límites de este primitivo asentamiento, que también se reconocen en las dispersiones de terra sigillata, fíbulas, monedas, tumbas y construcciones de madera.
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Fig. 7. Distribución de las ánforas Haltern 70 en Xanten (cgr/m 2).
Una de las mayores concentraciones de ánforas en el extremo NO coincide con la excavación de Ost/ Mauer 76/29, en un lugar donde se localizaría antiguamente un brazo del Rhin y el puerto fluvial, porque éstas seguramente se verterían en el propio río limitando su posterior navegabilidad (Carreras, 2006). En general, las concentraciones de ánforas Haltern 70 se encuentran en el exterior de la zona habitada, siguiendo el comportamiento cívico de verter los residuos urbanos fuera de la ciudad. Sólo existe una única excepción en la zona del templo, en que posiblemente las ánforas tendrían una función secundaria.
5.
PAUTAS DE DEPOSICIÓN EN LA TARDOANTIGÜEDAD
Si bien en la República y el Alto Imperio la arqueología parece documentar unas pautas organizadas de gestión de los residuos sólidos y líquidos, en la Tardoantigüedad se dan fenómenos extraños con la presencia de basureros en espacios centrales de las
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ciudades e incluso en edificios públicos destacados. ¿Cómo se explica estas nuevas pautas de comportamiento con respecto a la gestión de residuos? Normalmente, se ha aducido que responden a un descenso demográfico de la población y un abandono de zonas de la ciudad, por lo cual los basureros responderían a vertidos ilegales en espacios no ocupados. Los ejemplos son numerosos en las principales ciudades del Imperio desde el Circo de Cartago a Vila-Roma en Tarraco o la Crypta Balbi en Roma. Además de la presencia de basureros, en la tardoantigüedad se registra la presencia de inhumaciones en el interior urbano, algo totalmente impensable en el Alto Imperio, y que podría interpretarse como otro signo más de decadencia de las ciudades. Si se considera que estos basureros intramuros corresponden a vertidos ilegales, tal vez las autoridades locales ya no pueden ofrecer los servicios de limpieza o ni tan sólo perseguir estas prácticas incívicas. Al menos se pueden detectar dificultades en los servicios de recogida, si tenemos en cuenta el siguiente texto de Libanio al describir la Antioquía del siglo IV d. C.: «Munus del gobernador de la ciudad de Antioquía para que los agricultores que llegaran a la ciudad en carro se llevaran restos constructivos y residuos fuera de su recinto». Libanio (Oratio, 50) En los estudios realizados a partir de la distribución de ánforas tardías —africanas y orientales principalmente— se observa que en la tardoantigüedad hay mayores concentraciones de ánforas en el espacio intramuros de la ciudad. No siempre estas concentraciones corresponden a basureros, sino que en muchas ocasiones se trata de ánforas reutilizadas como material de construcción para elevar los suelos, aterrazamientos o relleno de estructuras negativas. En cierta medida, esta gran concentración de ánforas como material de construcción indica una actividad edilicia importante, contraria a cualquier signo de decadencia.
PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO JUAN FRANCISCO RODRÍGUEZ NEILA*
La que entendemos como época clásica de Grecia, los siglos V y IV a. C., pese a los grandes logros culturales que hoy nos asombran, no conoció un gran desarrollo de la urbanización, salvo casos concretos como Atenas o Siracusa. Fue durante el inmediato período helenístico, tras las vastas conquistas de Alejandro Magno, cuando empezaron a surgir grandes y bien diseñadas ciudades, que acogieron amplias y heterogéneas poblaciones. Ese patrón de hábitat concentrado fue estimulado luego durante el imperio romano por razones políticas, sociales y económicas. Hubo ya entonces poblaciones enormes, aunque sin llegar a nuestras desmesuradas metrópolis actuales. Pero tras los muros de Atenas llegaron a hacinarse cien mil personas; y Alejandría, una de las mayores urbes de la Antigüedad, llegó a alcanzar en el siglo I a. C. los trescientos mil habitantes libres, lo que supondría aproximadamente, sumando esclavos y metecos, el millón de moradores. Pero Roma llegaría a superar con creces tal cifra en la etapa imperial. Bien es verdad que griegos y romanos idearon modelos teóricos de planificación urbanística, cuyo paradigma ideal sería la Atlántida de Platón, aunque sólo en algunos casos fueron llevados a la práctica. Roma, siguiendo los cánones del urbanismo helenístico, aplicó un concepto «standard» en la planificación de ciudades, basado en el campamento militar, que se encuentra a todo lo largo y ancho de su imperio: un cuadrado rectángulo, rodeado de murallas, con cuatro puertas en los cuatro puntos cardinales, que dan acceso a dos vías principales (cardo y decumano) que se cruzan en perpendicular, marcando el trazado del resto de la retícula urbana. En teoría los propietarios debían adaptar la configuración de sus espacios domésticos a esta planta, que imponía una cuadriculación de los solares a edificar. Esto es especialmente patente en las colonias, donde el esquema ortogonal simbolizaba el poder romano y su ancestral tendencia a racionalizar los espacios. Este * Universidad de Córdoba. Proyecto de Investigación HAR2008-04820-C04-04 (Ministerio de Ciencia e Innovación).
cuidado diseño espacial queda perfectamente complementado con las prescripciones aportadas por el arquitecto romano Vitruvio, que escribió sobre las óptimas condiciones higiénicas de los emplazamientos urbanos.1
1.
PLANIFICACIÓN DE CIUDADES Y ENTORNO ECOLÓGICO
Sin embargo, aquella proliferación de ciudades tuvo notables secuelas medioambientales. Roma creó un imperio basado en el funcionamiento de una pieza básica del engranaje, la civitas como comunidad sociopolítica. Pero este concepto no puede ser entendido fuera de su contexto territorial, del complejo ecosistema en el que se insertaba. Esa ciudad explotaba sus recursos, que le aseguraban su mayor o menor prosperidad. Pero a menudo, en el caso de las más importantes, también captaba materias primas de lugares mucho más alejados, incluso ubicados en ultramar. Por ello muchas ciudades griegas y romanas tuvieron un impacto medioambiental sobre sus espacios físicos circundantes. Y muchos problemas de nuestras modernas urbes ya fueron conocidos entonces en mayor o menor medida. Las ciudades antiguas podían desarrollarse de dos modos: sin planificación, en torno a un lugar elevado, caso de Atenas, con calles estrechas alrededor de la Acrópolis. También Roma creció anárquicamente, sin planificación urbanística, pese a los intentos oficiales por introducir algún orden en ese caos.2 La otra posibilidad era diseñarla «a priori», posibilidad desarrollada en las fundaciones de colonias, la expansión de puertos o la restauración de ciudades asoladas por la guerra. En el caso de una nueva ciudad, se cuidaba especialmente la elección del emplazamiento, rodeándose la fundación de una serie de ritos religiosos. 1 2
Vitruv., De Arch., I, 4. Cfr. Liv., 5, 55, 2-5.
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Algunas metrópolis helénicas fueron proyectadas de antemano. El más famoso «planificador» urbano fue Hipódamos de Mileto. Consideraba que diez mil ciudadanos era la cifra ideal de habitantes de una ciudad. Pero el modelo ideal fue una comunidad pequeña,3 independiente y autosuficiente (la autarquía favorecía su autonomía), de base económica esencialmente agraria. Muchas poblaciones tuvieron un promedio de cuatro o cinco mil habitantes, fueron pocas las que alcanzaron grandes dimensiones, como Atenas o Siracusa, con varios cientos de miles de moradores. Alejandro Magno y los soberanos helenísticos, promotores de muchas ciudades, pudieron planificarlas bajo racionales criterios. Fue el caso de metrópolis como Alejandría y Antioquía, organizadas con anchos bulevares dotados de pórticos y árboles, ubicándose los edificios públicos en lugares que dominaban bellas vistas. El Helenismo fue un período de gran desarrollo urbano, erigiéndose amplias y bien trazadas capitales, que acogieron muy heterogéneas poblaciones. Aunque su desarrollo, que acabó generando notables secuelas medioambientales, estimuló paralelamente la nostalgia de la vida rural. Hipócrates y su escuela, a partir de cuidadosas observaciones sobre el terreno, llegaron a la conclusión de que el clima, los vientos, la calidad del agua, la incidencia de la luz solar o la topografía determinaban decisivamente la configuración física y espiritual de las comunidades humanas. Hay que contar al «padre de la Medicina» entre los precursores de la moderna Ecología. Creía que una orientación hacia el este era la más saludable para establecer una ciudad, la misma opinión expresada por el filósofo Aristóteles.4 Pero es quizás en el tratado del arquitecto e ingeniero romano Vitruvio, De Architectura, donde encontramos una idea más clara y atinada de la importancia de las condiciones medioambientales para hacer placentera la vida de los humanos. Este autor también aconsejaba tener en cuenta el régimen de vientos prevalente al planificar la orientación de calles y emplazamiento de edificios.5 Pero ese prototipo teórico no siempre pudo ser aplicado con rigor. Además los propios procesos de desarrollo urbano iban introduciendo cambios en ese diseño uniforme de las ciudades. Es más la propia Roma, la Urbs por excelencia, la capital del imperio, ubicada junto a un río contaminado como era el Tíber, se fue expandiendo irregularmente en torno a él,6 entre las famosas siete colinas, en medio de una 3 Según Platón cinco mil cuarenta habitantes (Leg., 5, 745 C). 4 Polit.,7, 10, 1. Hipoc., Sobre aires, aguas, lugares, 1, 2-3. 5 Vitruv., De Arch., I, 4, 6. 6 Cfr. Liv., 5, 55, 2-5.
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región pestilente, violando los más elementales principios de salubridad urbana aconsejados por Vitruvio y no respondiendo al modelo indicado. El propio foro, centro de decisiones trascendentales para todo el orbe mediterráneo, fue originalmente una zona pantanosa. Ya desde tiempos remotos hubo que emprender proyectos de drenaje y saneamiento, pero la humedad del lugar fue siempre un problema. Por añadidura, sus barrios fueron creciendo desordenadamente, sobre todo a fines de la República e inicios del Imperio. Excepcionalmente el dirigismo estatal intentó racionalizar la planta urbana. El intento obsesivo de Nerón, cuando tras el gran incendio del 64 d. C. quiso regular su trazado, prueba cómo se consideraba que la «atípica» Urbs debía ser precisamente el paradigma urbanístico. A tal efecto cuenta Tácito: «... se ordenó la alineación de manzanas, se ensancharon las calles, se limitó la altura de los edificios y se dejaron espacios abiertos, construyéndose en ellos pórticos que protegían la fachada de los bloques. Nerón prometió erigir tales pórticos a sus expensas y entregar a sus dueños los solares libres de escombros».7 También algunos emperadores levantaron nuevos foros bien planificados. Pero en definitiva un replanteamiento urbanístico general fue imposible e hizo más acuciantes las consecuencias de la masificación demográfica. Roma se convirtió en la ciudad más poblada de la Antigüedad, llegando a tener sobre un millón doscientos mil habitantes a mediados del siglo II d. C. Aquellas grandes aglomeraciones humanas de la Antigüedad llegaron a impactar negativamente sobre su entorno natural y sus recursos faunísticos y vegetales, alterando el equilibrio de los ecosistemas y generando específicos problemas ecológicos urbanos, que ya presagiaron los que padecemos hoy. Muchas no supieron mantener una relación equilibrada con su propio entorno medioambiental, presupuesto esencial para la supervivencia a largo plazo de cualquier comunidad humana. Trataron la Naturaleza como una inagotable mina, como un imperio sometido a una explotación incontrolada y depredadora, y no como parte de un ecosistema orgánico que incluía la propia especie humana. Agotaron los recursos cercanos y decayeron por ello, acabando por languidecer e incluso desaparecer. 2.
LA CONTAMINACIÓN DEL MEDIO AMBIENTE
El medio ambiente de las ciudades fue ya observado críticamente por algunos autores clásicos, es7
Tac. , Ann., XV, 43, 1-2.
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
pecialmente con respecto a Roma, la mayor urbe del mundo antiguo. Pero también otras grandes poblaciones, como Atenas o Alejandría, sufrieron similares lacras: hacinamiento humano, polución de agua y aire, ruido, acumulación de desechos, epidemias. Un autor satírico como Juvenal nos relata las múltiples incomodidades urbanas de entonces (algunas hoy nos parecen absolutamente modernas), que hacían añorar la vita beata en las villae rurales: congestión del tráfico, incendios, obras públicas que destruían la belleza de los parajes, desechos domésticos arrojados a las calles, e incluso el incremento del vandalismo y la criminalidad como resultado de la promiscuidad humana.8 Cuando había «overbooking» humano en una ciudad los problemas de contaminación surgían, afectando a los espacios físicos, al agua y al aire. La polución no produjo entonces los nocivos efectos de hoy, pero hubo pocos medios para impedir la corrupción de aire y agua. Como para el calor, la cocina y la iluminación se dependía de antorchas, lámparas de aceite o braseros de carbón, los humos producían a menudo una atmósfera irrespirable, a la que se sumaban las emanaciones procedentes de panaderías, hornos de termas, talleres de fundición y cerámica, así como los frecuentes incendios, formándose una neblina familiar a los romanos. Pero también el aire resultaba a menudo irrespirable por los fétidos olores producidos por las cloacas en mal estado.9 Lo demuestra el interdictum de cloacis, que estableció sanciones por los daños provocados por las deficiencias de la red de alcantarillas.10 Frontino, especialista en acueductos, confirma que las aguas de desagüe corrompían el aire.11 Y Cicerón cuenta que Verres, cuando salía en su silla de manos por Roma, se defendía contra el insoportable hedor mediante coronas de flores al cuello y en la cabeza, poniéndose un paño de lino impregnado de perfume de rosas en las narices.12 Quizás sorprenda saber que existen referencias en aquellos tiempos a la contaminación del aire. Las inversiones de temperatura, tan frecuentes en aquellos siglos como hoy, transportaban humo y polvo en suspensión sobre las ciudades. El aire contaminado era familiar a los habitantes de Roma. A ese tufo al que se habían habituado lo llamaban «cielo cargado» o «aire infame».13 Séneca describe su huída de la
ciudad por motivos de salud, diciendo que dejaba a sus espaldas el aire malsano y el olor de las cocinas humeantes.14 Aunque la diferencia entre nuestros «smogs» y lo que respiraban entonces los moradores de la Urbs, radica en la naturaleza química de los modernos contaminantes y sus altos índices de concentración. Junto al aire, otro medio a menudo degradado era el agua. En la Antiguëdad, a causa de sus características, fue asociada más que cualquier otro elemento de la Naturaleza a una serie de valores religiosos, con vistas a garantizar el respeto y protección de todos los ríos y fuentes. Muchos cursos acuáticos, a menudo medicinales, estaban en lugares sagrados y se consideraban intocables por ser patrimonio divino. Los tratadistas antiguos, como fue el caso de Hipócrates,15 ya percibieron claramente la relación entre la pureza de los manantiales y la salud humana. También Vitruvio ofrece una serie de consejos útiles sobre la forma de distinguir la calidad de las aguas degustándolas y de eliminar sus impurezas.16 En una atmósfera en general límpida y respirable como la de aquellos tiempos, libre de los múltiples elementos contaminantes que la afectan hoy, no sorprende que el citado tratadista afirmara que el agua de lluvia poseía cualidades salutíferas. 17 Pero el naturalista Plinio expresa otra opinión, observando que ese agua pluvial, al caer, podía quedar infectada por las exhalaciones de la tierra. No obstante había remedios para purificar el líquido elemento, y todos sabían en su época que el agua hervida era más sana.18 El control del agua fue preocupación importante para los gobernantes. Atenas tenía un funcionario especial para ello.19 Y robarla se consideraba un delito público, que era castigado con multa.20 Roma tenía oficiales llamados aquarii que supervisaban el suministro acuífero. Augusto nombró un equipo de curatores poniendo al frente un procurator aquarum. Y Frontino, autor de un importante libro sobre los acueductos romanos, revistió este cargo bajo Trajano. Una de las primeras medidas de los romanos al ocupar un territorio militarmente o fundar una colonia era asegurar el suministro hídrico. No es de extrañar, por tanto, que el reglamento de la colonia bética de Urso (Osuna), fundada en el 44 a. C. por 14
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Juv., Sat., 3, 6-8. 9 Fedeli 1990, 67, considera que el deficiente sistema de cloacas debió ser la mayor fuente de contaminación. 10 Dig., 43, 23. 11 Frontin., De Aquaed., 88, 3. 12 Cic., In Verr., 2, 5, 27. 13 Frontin., De Aquaed, 88, 3; Tac., Hist., II, 94.
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Sen., Epist. Mor., 104, 6. Hipoc., Sobre aires, aguas, lugares, 7. 16 Vitruv., De Arch., VIII, 3, 6; 4, 1-2; 6, 15. Cfr. Herod., I, 188. Vide al respecto Forbes 1964, 177 s. 17 Vitruv., De Arch., VIII, 2, 1. 18 Plin., NH, XXXI, 32, 40. 19 Arist., Ath. Pol., 43, 1. 20 Plut., Them., 31, 1; Frontin., De Aquaed., 88, 2. 15
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iniciativa de Julio César, incluyera algunas disposiciones al respecto.21 El abastecimiento de agua en las ciudades antiguas era proporcionado principalmente por los ríos y manantiales, que podían variar de caudal, lo que limitaba el aporte necesario. Además en el entorno urbano su polución era otro acuciante problema, ya que las aguas residuales de las cloacas, basuras y desechos orgánicos podían infectar las capas freáticas, ríos y manantiales.22 En Roma la principal cloaca desembocaba en el río Tíber, cuyo curso quedaba por ello plagado de inmundicias. De ahí que sus frecuentes crecidas llegaran a infectar ciertas zonas de la ciudad, como documentan las fuentes antiguas. A ello se sumaba la suciedad derivada de usos entonces muy habituales, como bañarse o lavar en las corrientes de agua. Otros factores ocasionales podían provocar la degradación de los caudales acuíferos, así los sacrificios cruentos o las batallas libradas junto a los cursos fluviales. Tanto Plinio como Estrabón señalan cómo en Olimpia el curso del río Alfeo quedaba enturbiado por la sangre de los numerosos sacrificios allí celebrados.23 La conciencia de la contaminación de los ríos a raíz de grandes batallas estuvo muy viva en el mundo romano. Así lo vemos en el poeta Silio Itálico con relación a las que libró Aníbal en Italia.24 Y aunque los romanos no sufrieron la degradación de sus recursos hídricos al nivel que experimentamos hoy, algunas iniciativas jurídicas señalan una constante preocupación por esta cuestión, esencial para la salubridad humana. Con toda probabilidad los curatores aquarum asumirían también tal responsabilidad. Frontino alude a disposiciones legales que imponían multas a quienes ensuciaran las aguas públicas, y a la vigilancia de las fuentes, para que funcionaran normalmente.25 Por todo ello había que buscar el agua para consumo urbano en fuentes limpias, aunque estuvieran lejos, trayéndola en acueductos elevados o subterráneos,26 costosas y largas construcciones que también tenían su impacto medioambiental sobre las áreas rurales periurbanas, al sustraerles sus reservas acuíferas. Además, las ciudades a menudo crecían, lo que 21
Lex Urs., 79, 99, 100. Frontin., De Aquaed., 89 ss., 97. Plin., NH, XXXI, 55; Estrab., VI, 2, 4. 24 Sil. Ital., Pun., I, 42-54. 25 Frontin., De Aquaed., 97. 26 La planificación de un acueducto exigía notables cálculos de ingeniería hidráulica para conocer la pendiente que debía llevar y mantener un volumen óptimo de corriente, pero también para prevenir rebosamientos y, por tanto, despilfarro del agua..
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aumentaba el consumo, siendo el abastecimiento local insuficiente. El primer acueducto que suministró agua a Roma, el Aqua Appia, se construyó ya en el 312 a. C. A su vez el Aqua Claudia, erigido en el 47 d. C., tenía una arcada de ocho millas. La calidad del aporte hídrico traído hasta Roma por el Aqua Virgo y el Aqua Marcia era tan buena que no era preciso filtrarlo. Pero otros acueductos traían aguas no potables que se usaban solamente para industrias, fuentes ornamentales y limpieza de la red de cloacas. Cuando todos los acueductos de Roma estaban funcionando al unísono, aportaban una corriente de agua al menos un tercio mayor que el caudal medio del Tíber. En el siglo IV d. C. la Urbs necesitaba garantizar el aprovisionamiento de agua para 11 termas públicas, 856 baños privados y 1.352 fuentes y cisternas.27 Una vez en la ciudad gran parte del agua se conducía a depósitos, donde era filtrada y desprovista de sedimentos, garantizándose así su pureza. Desde tales instalaciones era llevada por tuberías a los puntos de abastecimiento: fuentes públicas, cisternas, edificios oficiales, baños, viviendas privadas. Pero las conducciones suponían otro problema. Vitruvio sabía que las tuberías de plomo, de uso frecuente en aquel tiempo, podían ser peligrosas para la salud, y sostenía que debían hacerse de terracota.28 Dicho metal era contaminante si el agua era ácida.29 Por la misma razón había peligro de lento envenenamiento si se consumían productos ácidos preparados y servidos en recipientes de plomo y plata. El examen de restos óseos romanos ha mostrado altos niveles de concentración de plomo en los huesos. La salud humana no sólo se veía afectada por estos factores, sobre cuya peligrosidad no había ideas claras en aquel tiempo. Otras veces la contaminación era provocada de forma más o menos consciente por la adulteración de alimentos mediante diversos procedimientos. Plinio, por ejemplo, señala medios naturales para conservar algunos productos.30 Pero no faltaron métodos para alterarlos con fines de lucro, utilizando sustancias nocivas. Otro apreciable impacto medioambiental procedía de las actividades industriales, que en el mundo romano se concentraban principalmente en las ciudades o su entorno periurbano inmediato. Que la tecnología humana puede dañar nuestro planeta no es
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Hughes 1994, 161. Vitruv., De Arch., VIII, 6, 10-11. 29 Este problema afectaría sobre todo a los habitantes de los centros urbanos, donde el uso de cañerías de plomo era más habitual. Pero la percepción de que el uso del plomo tenía riesgos para la salud no debió estar extendida. Cfr. Bruun 1991, 127-130. 30 Plin., NH, XV, 59-67. 28
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
una idea moderna. Hay algo de ello en el famoso mito griego de Prometeo, que arrebató el fuego a los dioses y lo trajo a los hombres. Era un regalo peligroso en sus manos, de ahí la cólera de Zeus, que le castigó duramente. Pero griegos y romanos estuvieron orgullosos de su tecnología y sus logros, aún sintiendo que acometiendo obras de envergadura retaban a los propios dioses y podían excitar su castigo. Es obvio que el impacto de la tecnología sobre el medio ambiente depende en buena parte de la eficacia de las máquinas usadas y de la magnitud de las fuentes de energía disponibles. El avance tecnológico fue ciertamente lento en la Antigüedad, sólo se dispuso entonces de máquinas simples (palanca, rueda, cuña, eje). Pero la demanda de recursos sí dejó en algunos casos negativas secuelas. En aquellos tiempos la energía necesaria para las actividades artesanales era proporcionada principalmente por la fuerza humana y animal, la del agua (ruedas) y la del aire (velas), así como por la madera y el carbón vegetal, los combustibles más usados. De ahí que la expansión urbana tuviera, por ejemplo, particular incidencia sobre los bosques. Los escritores antiguos señalan que muchas ciudades nacieron donde antes habían existido áreas forestales. Ovidio, por ejemplo, señalaba: «Aquí, donde ahora está Roma, la capital del mundo, hubo una vez árboles y hierbas, unos pocos ganados y escasas chozas».31 Una ciudad no sólo provocaba la deforestación de la zona circundante, sino que se convertía en un centro de intenso consumo de madera, que cada vez debía ser traída de más lejos. Horacio deploraba que la proliferación de lujosas viviendas particulares hubiera causado la desaparición de terrenos cultivables y árboles.32 Y Estrabón señalaba que los bosques cercanos a Pisa, antaño frondosos, habían sido talados para la construcción de barcos, y en su tiempo para la construcción de edificios en Roma y de las magníficas villae aristocráticas que la rodeaban.33 Había una gran demanda de madera para todos los usos, lo que hizo de ella la materia prima más consumida, y uno de los productos más comercializados en el Mediterráneo.34 Aunque para la Antigüedad conviene hablar más que de industria, en el sentido actual del término, de modestas actividades artesanales, sector económico menos importante que la fundamental agricultura, no por ello los talleres dejaban de provocar entonces negativas secuelas para la salud humana y medioam31
Ovid., Fast., V, 93-94. Horat., Carm., II, 15. 33 Estrab., V, 2, 5. 34 Sobre el tema Diosono 2008. 32
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biental. 35 Aunque en comparación con las fábricas modernas, su impacto ecológico no alcanzó entonces los tintes alarmantes de hoy. Así ocurría con las instalaciones destinadas a la extracción de diversas sustancias básicas para la elaboración de cerámica, ladrillos y tejas (arcilla), vidrio (arena), concreto y mortero, fertilizantes, etc. Muchas de ellas estaban en los cinturones de las ciudades, a cuyo entorno ambiental afectaban al exigir la apertura de pozos, túneles, subterráneos, que exponían el paisaje a la erosión y facilitaban el vertido de productos químicos en el agua por encima de lo normal. Todo ello además de provocar humo, polvo y olores que contaminaban el aire, y hacían la vida insalubre e incómoda en ciudades y campos. No se contaba entonces con tecnología medioambiental, aunque se tomaron algunas prevenciones. Por ejemplo en Hispania, como señala Estrabón,36 se construyeron chimeneas altas para alejar los densos y nocivos vapores de los hornos de mercurio. Una de las industrias más extendidas fue la elaboración de productos cerámicos, sostenida por multitud de talleres y hornos. La arcilla fue entonces la materia prima más usual, al estilo de nuestros modernos plásticos, y hoy solemos asociar los yacimientos arqueológicos romanos con la aparición de importantes cantidades de restos cerámicos, que frecuentemente son los vertederos donde tales factorías echaban sus desechos. Sus hornos, que trabajaban sin cesar, necesitaban enormes cantidades de combustible (madera) y mucha agua, evacuada como residual, propiciando la deforestación del entorno, a lo que se sumaban las emisiones de humos. Éste y otros problemas explican una disposición del estatuto de Urso,37 según la cual las alfarerías, donde frecuentemente funcionaban varios hornos, debían emplazarse a cierta distancia fuera de las murallas para evitar molestias. Otra industria urbana causante de polución fueron las batanerías (fullonicae). Conocemos algunas en Pompeya y Ostia. A tenor de los grandes depósitos que presentan, debían consumir considerables cantidades de agua, evacuadas como residuales, que arrastrarían diversas sustancias contaminantes usadas en los procesos de teñido. Estrabón se refiere a las numerosas que existían en Tiro (Fenicia), «de las que la ciudad, a la vez que se convertía en un lugar muy desagradable para vivir, se hacía rica».38 35 Recordemos, por ejemplo, el caso de un taller de quesos cuyos humos molestaban a los locales vecinos. Lo recoge el jurista Ulpiano (Dig., 8, 5, 8, 5). 36 Estrab., III, 2, 8. 37 Lex Urs., 76. 38 Estrab., XVI, 757.
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Muy importante fue el impacto de las labores mineras. Muchas zonas del Mediterráneo ricas en metales fueron intensamente explotadas en la Antigüedad. Una de las más atractivas fue la Península Ibérica, especialmente Andalucía y el Noroeste, cuyas minas fueron trabajadas sucesivamente por pueblos colonizadores como griegos, fenicios y púnicos. Y de hecho fue la codicia de los metales una de las principales razones de la conquista romana de Hispania. Millones de toneladas de escorias atestiguan la importancia de las actividades metalúrgicas romanas en diversos puntos del Mediterráneo.39 Las tareas mineras generaron negativos efectos medioambientales, descritos por Plinio,40 y notables transformaciones paisajísticas, como por ejemplo sucedió en la comarca de Las Médulas en León.41 Provocaban el agotamiento de los filones metalíferos más accesibles y, por tanto, más fáciles de trabajar, y aumentaban la polución del aire y del agua por las emanaciones venenosas fruto de las actividades extractivas, pero también de los procesos industriales, que a menudo se realizaban en talleres ubicados en el entorno urbano. Los operarios de minas y talleres sufrían sus perjudiciales efectos.42 Vitruvio recomendaba examinar con lámparas la atmósfera de las galerías.43 El aire contaminado no sólo era provocado por las bolsas de gas atrapadas en la tierra, sino también por los humos de los fuegos usados para iluminar túneles y quebrar rocas. Tras la extracción los minerales eran procesados para obtener los metales útiles: oro, plata, cobre, hierro, mercurio, plomo, estaño, zinc. Muchas técnicas metalúrgicas exigían hornos con altas temperaturas y grandes suministros de combustible vegetal, que también necesitaban luego las herrerías y talleres de forja donde se manufacturaban objetos de metal. Los humos de esas instalaciones incrementaban la polución del aire. Otro efecto medioambiental de la minería fue la desviación de corrientes de agua, a menudo cercanas a los manantiales montañosos, lo que provocó que muchos cauces se secaran. Esos cursos fluviales, así como muchos acuíferos subterráneos, quedaron además contaminados por sustancias letales, como plomo, mercurio o arsénico, vertidas tanto en la minería hidráulica como en las aguas extraídas al drenar las galerías. Esas aguas podían producir negativos 39
Sobre el tema Domergue 2008. Plin., NH, XXXIII, 21, 68-78. 41 Vid. Domergue 1990, 413-440 y 463-491, sobre la tecnología minera romana, que generaba notables secuelas medioambientales. 42 Tenemos documentado un médico que quizás atendía a los miembros de una societas de trabajadores del bronce (aerarii) de Corduba (CIL, II²/7, 334). 40
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efectos si se usaban para irrigar o beber. A todo ello se sumaba la acusada deforestación de muchas zonas, cuya madera era empleada como combustible de los hornos en grandes cantidades. Recuperar los suelos o replantarlos tras la actividad minera no fueron prácticas romanas.
3.
PROBLEMAS DE MASIFICACIÓN HUMANA
En efecto, en muchas ciudades antiguas la mayoría de la población se aglomeraba en reducidos espacios domésticos, con estrechas y a menudo no pavimentadas calles. Así ocurría en Atenas, con un área urbana muy condensada tras sus murallas donde se acumulaban miles de personas. Cuando Sócrates quería dialogar tranquilamente con Fedro no tenía más remedio que irse fuera de la ciudad.44 Aunque algunas grandes urbes helenísticas, trazadas con amplias avenidas y espacios ajardinados, debieron estar menos congestionadas.45 Por lo que respecta a Roma, los datos disponibles indican una alta densidad de ocupación que se reflejaba, por ejemplo, en el hacinamiento humano que caracterizaba al foro.46 En los Regionarios se indica que a mediados del siglo IV d. C. la capital del imperio tenía 46.602 insulae o bloques y 1.832 domus. Se ha calculado que un tercio de la superficie de aquella gran metrópoli estaba ocupada por viviendas tipo domus, y un cuarenta por ciento por áreas públicas, lo que indica acaparamiento de gran parte del suelo urbano por una minoría acaudalada perteneciente a los estamentos senatorial y ecuestre. Pero aunque nos faltan datos demográficos cuantificables, podemos estar seguros de que la mayoría de la población de la Urbs era gente pobre, que se arracimaba en el escaso suelo habitable disponible, muy reducido por las amplias zonas ocupadas por edificios y monumentos públicos, y que además estaba constreñido por el cinturón verde de jardines que rodeaba la ciudad. Dentro del espacio habitado las viviendas se distribuían en dos tipos. El tipo denominado domus era el más confortable, con una o dos plantas, en torno a un patio con peristilo y jardines, orientadas sus habitaciones al interior, con adecuado acondicionamiento climático. Pero éste modelo humano de «casa mediterránea», como vemos hoy en Pompeya, no se 43
Vitruv., De Arch., VIII, 6, 13. Cfr. Platón, Phaedr., 229 A-E. 45 Aunque Teócrito alude al gran bullicio humano que caracterizaba, por ejemplo, a Alejandría (Idil., XV). 46 Cfr. Horat., Sat., 1, 9. 44
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
pudo aplicar siempre en las urbes más apremiadas por la escasez de espacio. La contrapartida a Pompeya era Ostia, el puerto de Roma, donde las casas tenían varias plantas, las denominadas insulae, y dentro de ellas las familias vivían hacinadas en estrechos apartamentos, lo que afectaba a la salubridad pública y a las relaciones de vecindad. Esta situación también se daba en otras ciudades cuando escaseaba el suelo habitable o se especulaba con él. Así poblaciones como Gades, que ocupaba una isla, y de cuya abigarrada población se hace eco Estrabón,47 quizás tuvieron que densificar sus edificaciones, ganando altura, y buscar un respiro en ampliaciones urbanas como la ciudad «Nueva», creada por Balbo el Menor en época de Augusto.48 Situación similar sugieren algunas fuentes para ciudades como Tiro o Carthago.49 En Roma la población humilde, que era la inmensa mayoría, creció enormemente por el atractivo que la urbe ejercía sobre la emigración rural, constituyendo un peligroso fermento de subversión social dadas sus malas condiciones de vida. Por ello se hicieron intentos oficiales para descargarla de habitantes, fomentando la emigración hacia las nuevas colonias.50 La Suburra era el modelo de un «hervidero humano».51 El poeta Marcial vivía allí y describe la gente que podía encontrarse por aquellos lares, incluidas prostitutas. Esa menesterosa humanidad se amontonaba incómodamente en «bloques de pisos», a veces de más de siete plantas, pagando abusivas rentas a propietarios sin escrúpulos. No todos podían asumir el alquiler de un apartamento, de ahí que a menudo se compartieran. El médico romano Celso aconsejaba: «Hay que residir en una casa muy clara, con aire fresco en verano y sol en invierno».52 Pero en las viviendas populares romanas las condiciones de habitabilidad eran muy deficientes. Para empezar tenemos los problemas de circulación y acceso a las mismas. Sólo las calles principales estaban pavimentadas. Y circular por ellas no era seguro, especialmente de noche, pues en general carecían de iluminación.53 Además se es47
Estrab., III, 5, 3. Cfr. Fear 1996, 233. Insulae aparecen mencionadas en un epígrafe de Carthagonova del siglo I d. C. (CIL, II, 3428= Abascal-Ramallo 1997, vol.3, 132, 24). 49 Cfr. Estrab., XVI, 2, 23; Diod. Sic., 20, 44, 4; Appian., Libyca, 128. Vid. al respecto Saliou 1994, 191 ss. 50 Por ejemplo la colonia fundada en Urso (Osuna) el 44 a.C., según disposiciones de César, fue poblada con urbani procedentes de Roma. 51 Tac., Hist., I, 8, 75; Juv., Sat., 3, 5; 11, 51. 52 Cels., 1, 2, 1. 53 Por ello en Urso el estatuto colonial (Lex Urs., 62) establecía que los magistrados debían ser acompañados por la noche con antorchas y cirios (funalia, cerei) . 48
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taba expuesto al impacto de incontrolados vertidos y accidentales caídas de objetos a la calle. A ello hace referencia Juvenal: «El espacio que queda hasta el nivel de los tejados, desde el que un tiesto te hiere el cráneo cada vez que por una ventana se caen vasijas rotas y desportilladas; mira con qué potencia marcan la losa sobre la que impactan».54 Tales percances, que debían ser frecuentes, así como los daños que podían provocar, son objeto de un título específico del Digesto, que fija las responsabilidades jurídicas pertinentes cuando el hecho se relacionaba con bloques de viviendas, «ya que es públicamente útil que se transite por los caminos sin miedo ni peligro».55 Además aquellas reducidas moradas no disponían de agua corriente, y sus inquilinos debían usar las fuentes y letrinas públicas, siendo penoso tener que acarrear el agua por las escaleras hasta los pisos más altos. Y como se amontonaban en habitaciones apretadas, los ruidos de la calle llegaban con facilidad, siendo difícil dormir bien.56 Su iluminación era deficiente,57 la ventilación escasa, y la evacuación de desechos solía limitarse a arrojarlos por las ventanas a las calles, que eran estrechas y fangosas, y a menudo llenas de inmundicias. Por ello los habitáculos solían estar sucios y malolientes, siendo pasto de insectos y roedores. Muchas habitaciones eran interiores, sin aireación, probablemente dormitorios (cubicula). Las que daban a la calle se usaban como salas de estar. Como se empleaban braseros de carbón vegetal para cocinar y calentarse, y lámparas de aceite para la iluminación, se concentraba en ellas el humo, ya que no había chimeneas en los hogares, que expulsaran tanto dichas emanaciones como las cenizas incandescentes. En esta clase de viviendas había una falta total de intimidad, pues varias familias podían compartir estancias y cocinar juntas.58 Los datos literarios confirman la sensación de una sociedad que vivía «hacia fuera», que pasaba gran parte de su tiempo en los espacios públicos, sencillamente porque no apetecía permanecer mucho tiempo en sus pobres cuchitriles.59 Las ciudades romanas funcionaban humanamente de puertas afuera, y gran parte de sus habitantes, fuera 54
Juv., Sat., 3, 269-272. Dig., 9, 3, 1 y 5 (Ulp.). Mart., Ep., 12, 57, 3-17. 57 Los edificios más altos impedían que la luz solar llegara a las viviendas más bajas. Cfr. Liban., Orat., 11, 226. 58 Mart., Ep., 1, 86, refleja tal promiscuidad, hecho al que aluden igualmente las fuentes jurídicas. Vide Dig., 9, 3, 1, 10 y 9, 3, 5 (Ulp.). 59 Así lo muestra una pintoresca descripción del ambiente callejero de Roma por Plauto (Curcul., 4, 1-7). 55 56
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de sus ocupaciones laborales, pasaba el tiempo en foros, mercados, termas, o asistiendo a manifestaciones colectivas, como desfiles y procesiones, juicios, reuniones políticas, elecciones, funerales, etc. Casi todo se hacía a la vista de todos, pues la gente humilde vivía muy volcada a la calle, y el patio de las insulae funcionaba como foco social, a diferencia de las casas aristocráticas con atrio y peristilo, donde la actividad de sus moradores se orientaba hacia dentro. Los maceteros en las ventanas o las decoraciones pintadas y jardines en miniatura de los «pozos de luz» que vemos en Herculano eran la única forma de presencia del peristilo en las insulae de los menos pudientes.60 Desde este punto de vista el pobre se identificaba con el rico en un mismo deseo: disponer al menos de un poco de verdor, de algo que simbolizara la añorada vida campestre en el corazón de la agitada urbe. Ese hábitat condensado e incómodo, que especialmente debieron sufrir quienes vivían en Roma, era consecuencia de la carestía del suelo y de la feroz e insensata especulación edilicia, de la que se beneficiaron algunos acaudalados, y que suscitó las críticas de ciertos intelectuales. Ese problema, obviamente, se agravaba en las áreas de gran densidad humana, donde se propiciaba la construcción en altura. Horacio, por ejemplo, deploraba que la desenfrenada actividad constructiva, para erigir lujosas viviendas particulares, hubiera provocado la progresiva eliminación de numerosos horti urbanos y áreas públicas, lo que había ido anulando las bellas vistas sobre las campiñas circundantes con las que antaño se habían deleitado los romanos.61 Pero no sólo las insulae de los pobres se aglomeraban en cicateros espacios, que impedían cualquier desahogo. Además su alquiler podía ser caro.62 Juvenal señalaba a principios del siglo II d. C. que el precio de un año de arrendamiento equivalía a la cantidad necesaria para adquirir una casa fuera de la Urbs.63 Además tales bloques de pisos solían estar mal construidos, pues se escatimaban los materiales esenciales para obtener mayores ganancias. La famosa edilicia romana parece haber brillado más en el campo de la ingeniería o los edificios públicos, que en el de las viviendas privadas, sobre todo las de tipo 60
Cfr. Plin., NH, XIX, 59. Horat., Carm., II, 15. Vid. Yavetz 1958, 500-517, a propósito del endeudamiento de la plebs urbana, por la especulación inmobiliaria y los altos alquileres. 63 Juv., Sat., 3, 225 ss. César, con la lex Iulia de mercedibus habitationum annuis (46 a.C.) dispuso una remisión parcial de los alquileres, para beneficiar a los más humildes (Caes., BC, 3, 21; Suet., Caes., 38; Dio Cas., 42, 51). 61 62
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insulae, escasamente conservadas. A ello se añadía otro problema, la peligrosa altura de tales inmuebles, a causa de la especulación del suelo. Tales circunstancias, unidas a la estrechez de las calles, convertían los habitáculos en auténticas encerronas cuando había hundimientos o incendios, catástrofes por lo demás bastante frecuentes.64 Séneca se refiere a las altas «casas de pisos» expuestas al peligro de derrumbamiento.65 Los edificios en mal estado generaban otro problema, agravado si eran de varios pisos y tenían defectos de construcción, pues a menudo debían ser apuntalados o derribados. Los ediles debían vigilar para que no hubiera fachadas ruinosas que pudieran constituir peligro público, obligando a su reparación.66 Esa responsabilidad pudo ser asumida también por tales magistrados en el ámbito municipal, ya que el estatuto de Irni, en la Bética, les asigna el cuidado de las vías y el oppidum en general.67 Los poderes públicos tomaron a veces medidas para prevenir o paliar algunos de tales problemas. Muy antigua era la normativa sobre separación entre viviendas, que quizás remontaba a la Ley de las XII Tablas (siglo V a. C.), y que prohibía que las casas tuvieran muros comunes. Luego cayó en desuso, pero Tácito recuerda una vana tentativa de Nerón por restablecerla, dentro de su plan de reconstruir la Urbs tras el gran incendio del 64 d. C.68 También hubo disposiciones para limitar la altura de los edificios, a fin de prevenir los riesgos de incendios o derrumbamientos, aunque debieron ceñirse a las insulae de Roma.69 Augusto fue el primer gobernante que estableció como altura máxima admisible los setenta pies (unos 20,72 m).70 Pero Trajano la limitó más tarde a sesenta. O sea de un máximo de casi 21 m se rebajó a algo más de 17 m, lo que supondría a lo sumo bloques de seis plantas.71 Tales intervenciones imperiales obedecieron a la necesidad de frenar la especulación edilicia y la actitud fraudulenta y punible de aquellos ricos, que provocaban el derrumbe o incendio de sus moradas para poderlas reconstruir con más belleza. Pero no sabemos si se aplicaron medidas similares en otras ciudades del imperio, donde también se erigieron insulae. 64 Cfr. Sen. Rhet., Contr., 2, 1, 11; Plin., NH, XXXVI, 176; Juv., Sat., 3, 101 ss.; Aul. Gell., NA, XV, 1, 2-3. 65 Sen., Epist. Mor., 90, 8. 66 Dig., 43, 10, 1, 1 (Pap.). 67 Lex Irn., 19. 68 Tac., Ann., XV, 43, 1-2. 69 Sobre esta cuestión Saliou 1994, 211-216. 70 Estrab., V, 3, 7. Saliou 1994, 212, n.12, no cree que ello respondiera a una Lex Iulia de modo aedificiorum Urbis, aplicable a Roma, cuya existencia pone en duda. 71 Aur. Vict., Epit. de Caesar., 13, 12.
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
Lo que sí parece evidente es que en la capital del imperio la actividad constructiva era incesante, a causa del activo mercado inmobiliario, renovado entre otros factores por la oferta de solares surgidos de los frecuentes derrumbes e incendios de edificios.72 El peligro del fuego estaba siempre latente, puesto que en las insulae techos y suelos eran de madera, no había paredes medianeras, y se usaban estufas de carbón y lámparas de aceite. Los más humildes vivían con el permanente temor de que tales accidentes sucedieran. A menudo se quemaban las viviendas y era difícil controlar los incendios, pues se propagaban con rapidez dada la promiscuidad de los edificios y la estrechez de las calles. Las casas no tenían salidas de emergencia. Por tales condiciones los pisos más altos eran los de renta más barata. Las referencias a incendios son frecuentes en la literatura romana, y el tema llegó a ser recurrente para ejemplificar la imprevista mutabilidad de la vida humana.73 Lo mismo observamos en el Digesto, que incluso dedica un título a este tema junto a otros tipos de desgracias.74 Las penas para los incendiarios eran muy duras. La Urbs sufrió muchos en su historia, pero el más famoso de todos fue el que asoló una parte de la ciudad durante el reinado de Nerón quien, según algunas fuentes, lo habría provocado para acometer la remodelación urbanística de una parte del recinto urbano. El historiador Tácito recuerda los enormes daños que dicha catástrofe provocó: «Se dividía la ciudad de Roma en catorce regiones, de las cuales sólo cuatro quedaron intactas, tres asoladas del todo, y en las otras siete algunos restos de las casas en ruinas, y medio quemadas».75 En otro siniestro similar, que tuvo lugar a mediados del siglo II d. C. reinando Antonino Pío, desaparecieron bajo las llamas «trescientas cuarenta manzanas de edificios o casas particulares».76 Augusto estableció un sistema de vigilancia nocturna para los incendios, con una brigada de siete mil «bomberos», pero fue una medida sólo parcialmente efectiva.77 Las cohortes vigilum se responsabilizaron también de prevenir y combatir los fuegos, asignándose a cada una dos distritos (regiones) de Roma. Su personal incluía oficiales y hombres especialmente entrenados como siphonarii (mecánicos de bombas hidráulicas), aquarii (que conocían dónde estaban los puntos de agua), centonarii, que apagaban el fuego
con esteras, falciarii y unciarii, que manejaban los ganchos para demoler, y ballistorii, que manipulaban las catapultas que derribaban los edificios vecinos al fuego.78 Pero este problema no era privativo de Roma, como lo confirma el que Claudio ordenara establecer en Ostia y Puteoli cohortes similares.79 Famoso fue el gran siniestro que padeció la ciudad gala de Lugdunum (Lyon), del que Séneca señala que «aunque en muchas ciudades hiciera estragos un incendio, ninguna había sido destruida por completo».80 Y Vespasiano «hizo reconstruir, más hermosas de lo que eran antes, gran número de ciudades destruidas por terremotos o incendios».81 Aunque muchas de esas catástrofes eran consecuencia de las guerras, como el incendio que sufrió Corduba en la primavera del 45 a. C., cuando fue asaltada y tomada por las tropas de César durante la «guerra de Munda».82 De tales situaciones los especuladores podían obtener mucho provecho. En un pasaje de Aulo Gelio vemos cómo alguien comenta ante la visión de un bloque de pisos ardiendo: «Las rentas que producen las propiedades urbanas son altas, pero los riesgos son mayores aún. Si se pudieran evitar los incendios de que son presa con tanta frecuencia las casas de Roma, me apresuraría a vender los campos para hacerme propietario en la ciudad».83 En la Urbs gran parte del negocio de la construcción estuvo en manos de ambiciosos miembros de la aristocracia senatorial, que se lucraron por tal vía.84 Fue el caso del famoso millonario Craso, quien hizo fortuna acudiendo allí donde los edificios se hundían o incendiaban para comprarlos a bajo precio, junto a los circundantes, incluso cuando el fuego aún no se había apagado. Así pudo convertirse en propietario de una gran parte de la ciudad.85 En el mismo circuito de intereses inmobiliarios se desenvolvió también el gran orador Cicerón quien, cuando se le derrumbaron dos establecimientos comerciales que explotaba, y se fueron el resto de los inquilinos de la casa, escribió a su amigo Ático: «Sin embargo, el proyecto de reconstrucción que me aconseja Vestorio y que él ha imaginado, hará que me sea provechoso este accidente».86 Seguramente pretendería sacar buen partido del solar liberado por tal suceso. 78
Vid. Stambough 1988, 128. Suet., Claud., 25, 6. Sen., Epist. Mor., 91, 2. 81 Suet., Vesp., 17, 2. 82 BH., 34, 4-5. 83 Aul. Gell., NA, XV, 1, 2-3. 84 Vid. Garnsey 1976; Martin 1989, 45 ss. y 52 ss.. 85 Plut., Crass., 2, 5. 86 Cic., Ad Att., XIV, 9, 1. 79
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Estrab., V, 3, 7; Juv., Sat., 3, 7-8. Así Juv., Sat., 3, 190 ss.; Sen., Epist. Mor., 91, 6; Ben., 7, 29; Cons. Marc., 27, 3. 74 Dig., 47, 9. 75 Tac., Ann., XV, 40, 2. 76 SHA., Ant.P., 9, 1. 77 Suet., Aug., 30, 1. 73
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Pero no sólo se hacían negocios con los terrenos, también se especulaba con los materiales procedentes de los inmuebles arruinados a propósito o a raíz de catástrofes. A tal efecto son de especial interés dos disposiciones oficiales, el senadoconsulto Hosidiano de aedificiis non diruendis (44 d. C.) y el senadoconsulto Volusiano (56 d. C.).87 El primero puso límite a la demolición de edificios para traficar con sus materiales. El segundo estimuló la realización de obras, a fin de evitar que el suelo itálico se cubriera de ruinas. Con la intención de contrarrestar tales abusos, controlar la proliferación de solares vacíos y ganar espacios habitables, las comunidades dispusieron de normas sobre la reconstrucción de inmuebles, como conocemos a través de los estatutos de la colonia cesariana de Urso, y de algunos municipios flavios de la Bética, como Malaca e Irni.88 Tales ordenanzas, controlando el tema de las edificaciones ruinosas, cuya reconstrucción debía hacerse a corto plazo,89 debían tener también beneficiosas consecuencias para la estética de las ciudades,90 así como para la higiene pública, al evitar que los solares urbanos se convirtieran en vertederos y basureros, generando suciedad y contaminación. En Roma el río Tíber era el destino de muchos escombros, lo que entre otras razones obligó a Augusto a acometer la limpieza de su cauce.91 Por ello Nerón, tras el incendio de Roma, ordenó echar los residuos en los pantanos de Ostia para desecarlos.92 Evidentemente la actividad constructora, que fue especialmente notable en muchas ciudades romanas, sobre todo en época altoimperial, suscitaba un problema especial, dónde verter los materiales de desecho procedentes de la demolición o derrumbe de los edificios.93 En el caso de las viviendas privadas la responsabilidad de retirar los cascotes recaía sobre el propietario.94 Tratándose de obras públicas, y si el gobierno de una ciudad quería economizar gastos, podía hacerse uso del personal servil a las órdenes de los magistrados,95 e incluso apelar al sistema de 87
FIRA, I, 288-290. 45. Cfr. Lex Tar., 32-35; Lex Urs., 75; Lex Mal.-Irn., 62. En el mismo sentido los edictos de los pretores. Cfr. Dig., 43, 8, 2, 17-18, Ulp. 89 Vid. sobre el tema Garnsey 1976, 133 ss.; Lewis 1989. Las disposiciones al respecto contenidas en Lex Urs., 75 y Lex Mal.-Irn., 62, habrían reflejado normas jurídicas vigentes en Roma. Vid. también Lex Tar., 4. 90 Recordemos la afirmación del jurista Ulpiano en época severiana: «no hay que afear la ciudad con ruinas» (Dig., 43, 8, 2, 17). A lo mismo apunta Dig., 43, 8, 7 (Iul.). 91 Suet., Aug., 30, 1. 92 Tac., Ann., XV, 43. 93 Sobre esta cuestión Liebeschuetz 2000, 51-54. 94 Cfr. Dig., 39, 2, 7, 2 (Ulp.). 95 Cfr. Lex Urs., 62; Lex Irn., 19, 20, 72, 78, 79. 88
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prestaciones colectivas de personas y animales de carga (munitiones), recursos previstos en los reglamentos locales de época flavia.96 Mucho tiempo después, en época del emperador Teodosio, el orador Libanio señala que en Antioquía existía una norma que obligaba a los particulares a prestar sus asnos, a fin de trasladar los escombros fuera del núcleo urbano.97 Ello afectaba especialmente a los campesinos que acudían a la ciudad los cuales, antes de regresar a sus casas, debían depositar los desechos fuera de las puertas. Aunque en otras ocasiones, en lugar de desembarazarse de ellos, los escombros podían ser reutilizados en nuevos proyectos edilicios, como se desprende de los citados estatutos municipales de Hispania.98 Otros efectos catastróficos que dinamizaban el mercado inmobiliario eran los terremotos y las inundaciones. Los movimientos sísmicos podían tener notables repercusiones en la fisonomía de una ciudad, al destruirla total o parcialmente, generando una imprevista y puntual oferta de solares y propiciando replanteamientos urbanísticos. Por ejemplo Corduba sufrió uno en época republicana; otro asoló la zona napolitana en el 62 a. C., como preludio de la gran catástrofe provocada por la famosa erupción del Vesuvio; y fueron frecuentes en el Mediterráneo oriental, sobre todo en las islas.99 Por lo que respecta a las inundaciones Roma, a causa de la deforestación de su cuenca, experimentaba periódicamente los desbordamientos del Tíber, cuyas aguas se expandían por las partes más bajas de la ciudad y anegaban las cloacas.100 En el 69 d. C., por ejemplo, sufrió una grave riada que, además de víctimas, provocó que «al estancarse las aguas se reblandecieran los cimientos de los bloques de viviendas y al retirarse las aguas se vinieron abajo».101 Tácito señala cómo en el 15 d. C. el Senado rechazó emprender obras de acondicionamiento de su cauce para prevenir tales desastres naturales.102 Es un texto muy significativo, porque gracias a él entendemos con qué argumentos se desarrolló el debate sobre la salvaguarda del medio ambiente en época romana. Pero la verdadera causa de las inundaciones, que era la acusada deforestación del valle del Tíber, no fue percibida. Las soluciones a las que alude el 96
Lex Urs., 98; Lex Irn., 83. Liban., Orat., 50. Lex Urs., 75; Lex Mal., 62. Cfr. Cod. Theod., XV, 1, 40, para este uso en época tardía. 99 Salust., Hist., II, 28; Sen., Epist. Mor., 91, 9; Suet., Vesp., 17, 2. 100 Suet., Aug., 30, 1. 101 Tac., Hist., II, 86, 2. 102 Tac., Ann., I, 79. 97 98
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historiador implicaban intervenciones radicales de notable impacto medioambiental. Por ejemplo desviar el curso de los ríos y lagos que alimentaban el Tíber: el Chiana debía confluir en el Arno, el Nera debía ser debilitado diversificándolo en varios canales, mientras que una barrera debía impedir al lago Velino verterse en el río Nera. Contra el proyecto se levantaron los representantes de algunos municipios y colonias. Los habitantes de Florencia temían que el Arno, engrosado con las aguas del Chiana, inundase su ciudad; los de Terni que sus fértiles campos regados por el Nera se transformaran en zonas pantanosas; los de Reate que el Velino, al no tener salida para sus aguas, se desbordara sobre sus campos. Por prejuicios de orden religioso y otras razones no se acometió dicha empresa. El estado respetó la oposición de las comunidades afectadas, y eso que era la propia capital del imperio la que sufría las inundaciones.
4.
LA HIGIENE DOMÉSTICA
Parece evidente que debemos relacionar cultura y civilización con cierto nivel de higiene. ¿Se preocuparon de ello los romanos? La imagen de los grandes acueductos, los establecimientos termales, la red de fuentes urbanas, las cloacas para evacuar los desechos, todo ello parece confirmar la implicación de los poderes públicos en dicha cuestión. Pero otros datos apuntan en sentido contrario. Por ejemplo las reiteradas alusiones en las fuentes literarias al fango y suciedad que llenaban las calles de Roma,103 producto no sólo de los escasos hábitos higiénicos de gran parte de la población, sino en gran medida de los desechos generados por las caballerías y otros animales que andaban sueltos por la ciudad. Esta situación se extendía también a las viviendas, aunque la cuestión cambiaba según se tratara de una domus o una insula. A primera vista la casa romana tipo domus parece hermética hacia el exterior, concentrada en su intimidad. Pero atrios y peristilos tenían, entre otras funciones, permitir la entrada de aire puro y luz. Y aunque las estancias recibían una iluminación tenue y difusa, y solamente se ventilaban a través de puertas, tal disposición tenía sus ventajas: evitaba corrientes de aire; garantizaba cierta protección ante condiciones climáticas adversas; y con un toldo podía cerrarse el compluvium, aislando el interior de los
rigores de la intemperie. Tal era el modelo de vivienda a la medida de lo humano.104 Pero en la Urbs, y también en otras ciudades, la densificación humana y la masificación edilicia impulsaron un modo de construcción adosada tipo insula, que obstaculizaba la cómoda apertura de ventanas en los laterales y parte posterior, al hacer medianera con casas adyacentes de la misma manzana. Sólo quedaba la fachada frontal, a menudo empleada para abrir locales comerciales, e insuficiente para iluminar los interiores. Otra limitación era la reducida dimensión de los vanos de las ventanas, como vemos en las compactas y cerradas casas de Pompeya.105 Una razón, aunque no exclusiva, pudo ser aislar de los ruidos externos o de los cambios climáticos. También se tendría en cuenta la seguridad. Por ello las ventanas eran más pequeñas en las plantas bajas, y sólo aumentaban de tamaño en las altas, por ejemplo en las villae para facilitar el disfrute de las panorámicas. Pero ¿y la ventilación? Aunque la conciencia de esta necesidad higiénica existía, pues la recomienda el tratadista médico Celso,106 no parece haberse tenido muy en cuenta. Por otro lado la planificación axial de la domus, la vecindad de vestíbulo y atrio, invalidan la teoría de la intimidad, ya que desde la puerta podían contemplarse los interiores, que tampoco se ocultaban celosamente, más que nada si sus moradores podían exhibir así los signos de su alto estatus económico. Sin embargo en los bloques de viviendas la situación era diferente, ya que sus amplias ventanas exteriores permitían captar mucha luz en las fachadas, aunque los habitáculos interiores quedaran deficientemente iluminados desde los patios. Así lo constató el tratadista Vitruvio: «En la ciudad, en cambio, la altura de las paredes medianeras o la angostura de las calles, que impiden la entrada de la luz, hacen que las habitaciones resulten oscuras».107 No obstante vivir en un primer piso proporcionaba ciertas comodidades, pues en Ostia tenían balcones, lo que hacía a las primeras plantas más confortables en comparación con los apartamentos más altos, siendo una forma de sanear parcialmente las insulae. También fueron un recurso para aumentar el espacio de una vivienda, aunque a menudo se construían en malas condiciones, e incluso restaban iluminación a las calles. Otra solución eran las terrazas de las casas (solaria). Hay un pasaje de Séneca del que se desprende el cultivo de plantas e incluso árboles en ta104
Vid. al respecto Adam 1996, 319-342. Cfr. Adam 1996, 332 s. 106 Cel., 4, 4, 5; 4, 7. 107 Vitruv., De Arch., VI, 6, 6. 105
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Cfr. Mart., Ep., 5, 22; Horat., Epist., II, 2; Juv., Sat., 3,
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les espacios.108 En el entorno mediterráneo debieron ser entonces frecuentes para tomar el sol. Aunque también podían facilitar la penetración de humedades, de ahí que Plinio indique cómo debían construirse para que los materiales aislaran.109 Otra cuestión importante era la higiene doméstica. Entre los griegos uno de los trabajos de Hércules, la limpieza de los establos de Augias, indica la existencia de cierta conciencia dentro del discurso mitológico sobre dicha cuestión ecológica. Para llevar a efecto tan salutífera tarea el esforzado héroe debió acometer una empresa de gran calibre, nada menos que desviar el curso de un río para baldear tales estancias. Pero en la vida cotidiana romana, como indican por ejemplo las comedias de Plauto, de ambiente popular, las tareas de limpieza en las casas eran propias de esclavos: «¿No te mandé, bandido, retirar esta basura (stercus) de la puerta?, ¿no te mandé quitar las telarañas de las columnas?, ¿no te mandé dar brillo a los clavos de nuestra puerta? ¡Ni caso! Siempre he de andar con un bastón en la mano como si fuera cojo».110 También leyendo a autores como Marcial o Catulo se extrae la conclusión de que para cualquier hombre libre, aunque no perteneciera a los niveles aristocráticos, tener al menos un esclavo o esclava era una necesidad elemental, aunque sólo fuera para tener mínimamente pulcros sus, a menudo, limitados y malolientes habitáculos. Pero las referencias literarias a la higiene doméstica como algo excepcional, que se realizaba sólo cuando se recibían visitas o huéspedes, o se celebraban fiestas, sugieren unas prácticas higiénicas poco metódicas, elementales, meramente coyunturales, para cubrir las apariencias. Agua y serrín bastaban para limpiar. Pero son frecuentes las alusiones a chinches y ácaros,111 cuya proliferación quizás se explique por un tipo de limpieza en seco, limitada a un simple barrido, prescindiendo del fregado con agua.112 Las malas costumbres tampoco facilitaban la eliminación de la suciedad. Por ejemplo en los comedores las sobras de la comida eran arrojadas habitualmente al suelo, pues para recoger las inmundicias estaban los esclavos. Por ello Vitruvio, consciente de tan malsano uso, recomendaba para dichas estancias los pavimentos negros y porosos que disimularan la cochambre y absorbieran la grasa.113 Y hasta en ocasiones los suelos se cubrieron de mosaicos, cuyo tema decora108
Sen., Epist. Mor., 122, 8. 109 Plin., NH, XXXVI, 62, 186. 110 Plaut., Asin., 424-427. 111 Mart., Ep., 11, 32, 1-4. 112 Malissard 1994, 31. 113 Vitruv., De Arch., VII, 4, 1.
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tivo eran precisamente los desperdicios culinarios, para que de tal forma la mugre y la decoración se «complementaran».
5.
LA ELIMINACIÓN DE RESIDUOS URBANOS
Las leyes en Atenas y otros lugares ordenaban que los residuos fueran llevados fuera de las murallas hasta vertederos ubicados a cierta distancia.114 También en el mundo romano un importante problema de «ecología urbana» debió ser desembarazarse de los desechos.115 Es cierto que, a diferencia de lo que ocurre hoy, las ciudades antiguas, incluidas las grandes urbes, producían mucho menos residuos que las actuales, y además buena parte de ellos se reciclaban. Por ejemplo muchos de los escombros se reutilizaban en nuevas edificaciones, o como materiales para terraplenar, y también se usaban en algunas construcciones ciertos tipos de ánforas desechadas. Asimismo se reaprovechaban objetos y componentes de metal y madera, vidrio, etc.116 Pero aún así la eliminación de residuos debía ser un grave problema, especialmente en Roma, pues la capital del imperio, dado su enorme tamaño y gran densidad humana, sin par en la Antigüedad, generaba grandes cantidades y podía potencialmente dañar más su entorno que otras ciudades menores. En aquellos tiempos, además de no existir una «conciencia ecológica», los hábitos higiénicos modernos no estaban arraigados. Una costumbre popular muy habitual era depositar los desechos en cualquier sitio, o simplemente tirarlos por las ventanas a la calle.117 Allí se pudrían lentamente, ensuciaban a los transeúntes y creaban focos de polución. A lo mismo contribuían las aguas residuales y pluviales, que se estancaban cuando las calles no tenían una adecuada pavimentación y no existían sistemas de evacuación y drenaje.118 Por ello estaba prohibido obstruir las vías públicas, a fin de facilitar su limpieza y el libre flujo de aguas e inmundicias hacia las cloacas.119 Evidentemente si se abandonaban en las calles hasta los cadáveres, no extraña que también se tiraran a ellas toda clase de objetos. Un texto del jurista Papiniano en el Digesto refleja la existencia de disposiciones oficiales que prohibían arrojar a la vía 114 Cfr. Arist., Athen. Pol., 50, 2; Polit., 7; Athenaios, X, 417 J-E. Vid. sobre ello Liebeschuetz 2000, 55-57. 115 Sobre el tema Panciera 2000. 116 Vid. al respecto Rodríguez Almeida 2000. 117 Cfr. Dig., 9, 3. 118 Sobre ello Saliou 1994, 153 ss. 119 Dig., 43, 10, 1, 2 (Papin.).
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pública las inmundicias, así como los animales muertos o sus pieles, por el mal olor que despedían y ser fuente de epidemias.120 Esas normas, vigentes en Roma, posiblemente se aplicaron en otras ciudades, cuyos reglamentos municipales observaban la existencia de ediles, que se encargarían de velar por el cumplimiento de tales ordenanzas. Y como con tan incívicas y peligrosas costumbres siempre existía el riesgo de que los viandantes resultaran heridos, e incluso muertos, por el impacto de todo lo que se lanzaba de las casas al exterior, se definieron legalmente las responsabilidades de los propietarios e inquilinos de los inmuebles en tales conductas, pudiendo ser demandados por daños y perjuicios.121 La existencia de tales disposiciones viene, en suma, a confirmar que tales comportamientos eran frecuentes, y que los poderes públicos se mostraban impotentes para desarraigarlos. No obstante desde las instancias oficiales se tomaron algunas iniciativas para facilitar la eliminación de los residuos fisiológicos, por ejemplo instalando letrinas públicas, no siempre gratuitas. Porque no todas las casas, especialmente los bloques de pisos, contaban con dichas infraestructuras, usándose en su lugar recipientes muebles (caccabulae), o vertiéndose los desechos en pozos negros o fosas sépticas que, sin adaptación alguna, pudieron también servir frecuentemente como letrinas. El asunto sería especialmente incómodo para los habitantes de las plantas altas de las insulae, y generaría comportamientos poco higiénicos. Aunque en la parte baja de tales edificios se dispusiera de alguna gran tinaja para tal menester, lo cierto es que había propensión a arrojar desde los pisos orines, detritus y basuras directamente a la calle, donde atraían insectos, ratas y otros bichos y se pudrían lentamente. Para realizar las necesidades fisiológicas, y a falta de instalaciones comunes o privadas adecuadas, se usaban con frecuencia las propias calles, o incluso otros sitios más respetables. Nos han llegado numerosos ejemplos de avisos conminatorios, especialmente en Pompeya, unos puestos por iniciativa particular, otras veces emanados de los poderes públicos, que prohibían verter inmundicias, orinar o defecar en muy diversos lugares, como cursos de agua, fachadas de viviendas, monumentos y edificios oficiales, espacios sagrados y necrópolis. Éstas últimas, al situarse extramuros y estar menos frecuentadas, podían ser usadas como vertederos o letrinas improvisadas, convirtiéndose también tales lugares en focos de epi120 121
Dig., 43, 10, 1-5 (Papin.). Cfr. Dig., 9, 3, 1, 7 y 9, 3, 5, 1-2 (Ulp.).
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demias.122 Esos avisos llegaban a amenazar a los infractores con multas y hasta con castigos «divinos». El reglamento de la ciudad bética de Irni alude entre las responsabilidades del gobierno local al control de las áreas funerarias lo que se haría, entre otras razones, para evitar que fueran ensuciadas.123 A Trimalción, el conocido protagonista del «Satiricón» de Petronio, le preocupaba que su mausoleo fuera pasto de minctores y cacatores, y puso allí una vigilancia especial.124 Ello indica que ni siquiera las áreas funerarias se respetaban.125 Algunas ciudades disponían de espaciosas letrinas públicas, ricamente decoradas con mármoles y mosaicos. Estaban frecuentemente ubicadas junto a las termas, cuyas aguas sobrantes servían para su limpieza, y eran lugares concurridos de conversación y otras actividades sociales.126 Además de las letrinas, grandes tinajas actuaban de urinarios en plena calle. En Roma Vespasiano impuso un impuesto sobre su uso, las primeras «toilettes» de pago que conocemos.127 También se colocaban grandes recipientes en las plantas bajas de los inmuebles de pisos. Y otra posibilidad era ofrecida por quienes poseían talleres, especialmente los bataneros (fullones). Como utilizaban la orina a modo de detergente para la limpieza, colocaban recipientes fuera de su local, para que quienes pasaban por allí pudieran usarlos libremente.128 Los poetas satíricos romanos, quizás con alguna exageración a veces, se hicieron eco de todo este panorama. Marcial alude al lodo y suciedad de las calles, que manchaban piernas, sandalias y togas, concretando incluso la suciedad con que amanecían, tras una noche de incontrolados vertidos.129 Y Nerón se divertía durante sus correrías nocturnas arrojando a los viandantes al cieno de las cloacas.130 Cuando Marcial y Juvenal contraponen los pudientes que se desplazan por la calle en litera a quienes, simples peatones, se ponen perdidos por la porquería viaria, apuntan a un tipo de distinción social en la calle que 122 Así CIL, IV, 3832, 3782, 4586, 5438, 6641, 7038, 7716, 8899; CIL, VI, 29848b. Cfr. Petron., Satyr., 62. Vid. al respecto Panciera 2000, 97 ss., con la documentación correspondiente. 123 Lex Irn., 79: custodia pub[lica] monumentorum. 124 Petron., Satyr., 71. 125 Vid. por ejemplo CIL, IX, 782 (=ILS, 4912); CIL, XII, 2426; AEp., 1985, 358. Y para Hispania un epígrafe de Astigi (CILA, II-3, 759). 126 Se aprovechaba para hablar, leer, escribir o leer grafitos. Vid. por ejemplo Mart., Ep., 3, 44; 12, 61; CIL, IV, 10619. Sobre el tema Hobson 2009. 127 Suet., Vesp., 23. 128 Cfr. Mart., Ep., 6, 93; 12, 48; Lucr., 4, 1029; Prop., 4, 5, 73. 129 Mart., Ep., 3, 36; 5, 22; 7, 33; 7, 61; 9, 73; 12, 29. . 130 Suet., Ner., 26.
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tiene que ver con su cochambroso estado.131 Propercio alude a los «zapatos enlodados» de las mujeres,132 y Séneca critica a los ricos obsesionados por el lujo y limpieza de sus residencias, pero impasibles ante la mugre existente en las calles y las míseras viviendas de los pobres.133 Por eso en Pompeya, para evitar pisar el pavimento cuando se cruzaba de una acera a otra, se instalaron piedras a modo de «pasos de cebra».134 El jurista Ulpiano, refiriéndose a las basuras que solían acumularse en las calzadas romanas, señala incluso que su nivel llegaba a elevarse si tales desechos no se retiraban.135 La general difusión de estos malos hábitos parece desprenderse tanto de algunos pasajes de los poetas satíricos, como de ciertas disposiciones legales que trataban de evitarlos. Pero resulta curioso constatar cómo en el título del Digesto relativo a los objetos que caían de las casas a la calle, y podían lesionar a los transeúntes, estableciéndose penas al respecto, sólo se alude reiteradamente a la seguridad de las calles, pero nunca a la necesidad de mantenerlas limpias.136 El que estuvieran pavimentadas, e incluso en desnivel (como vemos por ejemplo en Itálica), y el que corriera por ellas el agua desbordada de las fuentes, facilitaba ciertamente su limpieza y la evacuación de los residuos. Pero la suciedad callejera, admitida como un hecho consumado, debió ser entonces un problema endémico. Tales espacios debían apestar con frecuencia, por la acumulación de detritus humanos, excrementos de numerosos animales sueltos y aguas estancadas. Sus pestilentes emanaciones se sumaban a los malos olores procedentes de cocinas, tabernas y ciertas industrias, así las batanerías y los talleres de curtido de pieles. Y tampoco era raro encontrar en ellas cadáveres humanos y animales.137 Asimismo algunos espacios urbanos donde se concentraba el ganado destinado al consumo de carne,138 donde se inmolaban las víctimas en los sacrificios religiosos, o donde estaban las áreas de mercado, podían generar específicos focos de suciedad.139 131
Juv., Sat., 7, 131, 3, 239-248. Prop., 2, 23, 15. 133 Sen., Ira, 3, 35, 5. 134 Adam 1996, 304 ss. 135 Dig., 43, 11, 1, 1. 136 Dig., 9, 3. 137 Mart., Ep., 10, 5, 11 ss.; Petron., Satyr., 134, 1; Suet., Vesp., 5, 4 y Nero, 48; Dio Cas., 65, 1. La lex libitinae Puteolana establecía una multa por el cadáver abandonado (I, 2932; II, 1-2). Asimismo el manceps que se hacía con la contrata del servicio de libitina debía encargarse de enterrar a los condenados a muerte y los cadáveres no reclamados (I, 32-II, 11-14). Vid. al respecto Panciera 2000, 96 ss. 138 Cfr. Chioffi 1999, 126-137. 139 A tal efecto los mercados solían estar dotados de equipamientos hidráulicos, que aportaban el agua necesaria para 132
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Incluso nos han llegado inscripciones con advertencias prohibiendo arrojar desechos en las fuentes. Ya el poeta griego Hesíodo advertía en el siglo VII a. C.: «Nunca te orines en las desembocaduras de los ríos que afluyen al mar ni en las fuentes».140 Un grafito ubicado en una fuente de Herculano, situada en el cruce del cardo IV con el decumanus maximus, recoge el edicto de un edil prohibiendo significativamente verter allí stercus, a pesar de que esa zona contaba con alcantarillas.141 Quizás se lavaba en las fuentes, dejando los restos al lado. Los magistrados municipales, de acuerdo con las atribuciones que en tiempos de los Flavios les reconocía la ley de Irni,142 debían vigilar para impedir que éstas y otras punibles conductas afectaran a las vías públicas. Otra muestra de preocupación de los poderes oficiales por la salubridad urbana fueron las cloacas. Estas infraestructuras drenaban las letrinas colectivas, y también algunas grandes mansiones que se conectaban a la red comunal, pero no las insulae por lo general. Por ello la gente vertía al exterior los desechos, o incluso no tenía inconveniente en arrojarlos a los ríos, cuya pureza era esencial para facilitar la higiene humana. Pero en los cursos fluviales acababan todo tipo de residuos, incluso se arrojaban fetos, quedando por ello contaminados y emitiendo fuertes y desagradables olores.143 Es muy ilustrativo de esa extendida falta de sensibilidad ante la higiene lo que tuvo que contar Plinio el Joven, siendo gobernador de Bitinia, al emperador Trajano: «Señor, la ciudad de Amastris es elegante y bella y tiene una avenida muy grande y hermosa, junto a la cual circula una corriente que llaman río, pero no es otra cosa que una inmunda cloaca cuya vista es tan repugnante como pestilente su olor. No importa menos a la salud de los habitantes que al ornato de la ciudad cubrirla con una bóveda, y así se hará si lo permites».144 En el caso del Tíber, el río de Roma, tal hecho debía alcanzar extremos alarmantes. No resulta por ello extraño que solamente se mencione una vez en las fuentes el beber agua del mismo. Y que para bañarse en él fuera conveniente hacerlo aguas arriba del Campo de Marte. Aunque paradójicamente en la Isola el lavado de los productos (fuentes, pozos, cisternas), así como de desagües y cloacas para evacuar los residuos. Incluso algunos tenían letrinas para garantizar la higiene y comodidad del público. Cfr. De Ruyt 1983, 312-315 y 376-378. 140 Hes., TD, 757-759. 141 AEp., 1962, 234. 142 Lex Irn., 19. Cfr. Dig., 43, 10, 1, 5 (Pap., astyn.) y 43, 11, 1, 1-2 (Ulp.). 143 Cfr. Tac., Ann., XV, 18, 2, con relación al Tíber y Roma, y Polib., 5, 59, 11, sobre las basuras tiradas en Antioquía al río Orontes. 144 Plin., Ep., 10, 98-99.
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
Tiberina hubiera un santuario dedicado precisamente al dios de la salud, Esculapio.145 Algunos emperadores, como Augusto y mucho después Aureliano, se preocuparon por tamaña y acumulativa cochinería, dragando su curso.146 Augusto nombró curatores alvei et riparum Tiberis encargados de supervisar el lecho y las orillas. Y Trajano incorporó a su jurisdicción el mantenimiento de las cloacas, poniéndolas bajo la supervisión de un curator alvei Tiberis et riparum et cloacarum Urbis.147 Ante el problema de la salubridad pública también se ponían de relieve los desequilibrios sociales, en un estado que no hizo del bienestar común, y mucho menos de la salud de la población, un objetivo político. Aunque en su haber haya que poner cierta preocupación por la higiene corporal, como lo indica la proliferación de termas, edificios emblemáticos en el urbanismo romano, muchas veces ofrecidos por ricos evergetas, que costeando tales instalaciones, como otras veces fuentes públicas y más excepcionalmente acueductos, querían ofrecer así un servicio realmente útil para la ciudadanía.148 Pero no todos los sectores podían beneficiarse de ello, y hacer frente en la misma medida a las exigencias higiénicas. La desigualdad podía variar según las ciudades, e incluso entre las zonas de una misma urbe, según el nivel económico de sus habitantes. El espectro de posibilidades iba desde la gran domus con letrina y baños propios, agua corriente y esclavos domésticos, y las viviendas modestas, estrechas y mal iluminadas, donde el agua debía ser traída de la fuente más próxima, hasta quienes sin hogar vivían bajo los puentes o en las necrópolis, y hacían sus necesidades en cualquier parte. Pero al final las aguas fecales, bien por las cloacas o arrojadas desde las ventanas, acababan en el mismo sitio, la calle. Las deficientes condiciones higiénicas de las ciudades romanas implicaban otros peligrosos riesgos. La especie humana siempre ha estado acompañada de diversos seres vivos, que se han multiplicado en condiciones específicas afectando a su salud. Muchos de ellos son propagadores de enfermedades: ratas, ratones, moscas, mosquitos, chinches, etc. Pero con la falta de hábitos higiénicos, y los limitados, cuando no inexistentes, sistemas antiguos de eliminación de residuos, esos bichos tenían muchas posibilidades de alimentarse y multiplicarse. Las cloacas eran lugares apropiados para que se movieran y reprodujeran, aunque algunos animales domésticos, como perros, gatos 145 146 147 148
Frontin., De Aquaed., 1, 4. Suet., Aug., 30, 1; SHA, Marc. Aurel., 27, 3. Suet., Aug., 37; Dio Cas., 57, 14, 8. Cfr. Melchor 1994, 154 ss. y 161 ss.
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o comadrejas, podían ayudar a eliminarlos en parte. La proliferación de tales organismos, sumada al hacinamiento humano, convertía las grandes aglomeraciones urbanas de la Antigüedad en un entorno donde podían expandirse fácilmente epidemias y plagas.149 Especialmente grave era la peste, que causó grandes estragos durante aquellos siglos. Una de las más famosas fue la que asoló Atenas durante la Guerra del Peloponeso, de la cual nos dejó una viva descripción el historiador Tucídides.150 El dios griego de la medicina, Esculapio, fue precisamente introducido en Roma en el 293 a. C. para contrarrestar otra. En época romana conocemos algunas gravísimas epidemias. Bajo Nerón hubo una que provocó la muerte de treinta mil personas. Pero la peor acaeció reinando Marco Aurelio. La trajeron los soldados romanos que habían combatido en el frente del Eúfrates, y eliminó a un tercio de la población del imperio.151 Con razón había en la Urbs varios altares consagrados a la diosa Febris (Fiebre).152 La peste, al despoblar los campos, suponía por añadidura una caída de la producción agrícola, lo cual provocaba inmediatas hambrunas. Esencial para la limpieza doméstica y la higiene humana, así como para la salubridad urbana, era que las ciudades estuvieran bien abastecidas de agua. Por ello los romanos consideraron esencial disponer de acueductos, termas y redes de alcantarillado, que cuentan entre las infraestructuras públicas que suscitaron más el aprecio popular, como las fuentes reflejan, y cuentan entre las más impresionantes obras de ingeniería que nos han dejado. Pero no siempre existían. Estrabón, contemporáneo del emperador Augusto, alude a los avances que en esta materia conoció su época respecto al mundo griego.153 Aunque es cierto que Roma estuvo por entonces bajo la supervisión de un curator aquarum excepcional, Agripa, que restauró el Aqua Marcia, erigió nuevas conducciones y reestructuró la Cloaca Maxima. Las crecientes necesidades motivadas por el crecimiento demográfico de muchas ciudades, así como el consumo hídrico de los grandes establecimientos públicos de baño, motivaron la construcción de acueductos, empresas de alto coste sufragadas por el estado, los gobiernos municipales e incluso ricos ciudadanos. El agua era un bien precioso por muchos conceptos, y disponer de ella era también esencial para la limpieza de las cloacas, evitándose así los 149 Cfr. Suet., Ner., 39, 1; Tit., 8, 3, 4 ; Dio Cas., 66, 24. Vid. sobre el tema Scobie 1986; Hope y Marshall 2000. 150 Tuc., II, 47-55. 151 SHA, Marc. Aur., 13; Ver., 8. 152 Hughes 1994, 164. 153 Estrab., V, 3, 8.
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focos de polución y los malos olores. No debe extrañar, por ello, que la construcción y mantenimiento de tales obras comunales se estimara de interés comunal prioritario, como lo demuestra el que fuesen temas tratados específicamente en los estatutos locales de Urso e Irni.154 Lo mismo debió ocurrir en otras muchas ciudades del imperio romano. Y también es significativo que se utilizaran diversos sistemas para tratar de economizar el agua.155 Tales infraestructuras iban destinadas fundamentalmente al abastecimiento público y a atender ciertos servicios urbanos.156 El agua destinada al consumo doméstico se obtenía, en el caso de las viviendas tipo domus, mediante cisternas en jardines, e impluvios en atrios y pozos. Aunque algunos particulares podían obtener permisos oficiales para hacer derivaciones de las conducciones públicas a sus casas, lo que contribuía sin duda a mejorar su salubridad. En Roma tales autorizaciones correspondían al emperador. En Urso, como indica su estatuto, el permiso debía ser otorgado por los duunviros, previo acuerdo de los decuriones.157 Pero cuando se carecía de pozos o cisternas había que aprovisionarse de agua en la red de fuentes públicas. Y aunque en ciertas zonas urbanas podía escasear para el consumo de algunos sectores de la población, una parte del aqua publica se consideraba sobrante (aqua caduca), y se utilizaba para la limpieza de calles y cloacas.158 El sistema de distribución de recursos hídricos lo explica teóricamente Vitruvio.159 Pero ha podido comprobarse en la práctica en Pompeya. Allí, cuando el agua llegaba al gran castellum, desde donde debía ser distribuída por toda la ciudad, se repartía en tres ramales destinados respectivamente al suministro de fuentes públicas, termas, así como viviendas particulares (muchas casas tenían sus propios baños), y negocios que requerían disponer del líquido elemento en cantidad, así las fullonicae.160 También se tenía en 154
Lex Urs., 99; Lex Irn., 82. Vid. Bruun 1991, 110 y ss. Sobre el tema Rodríguez Neila 1988. 157 Frontin., De Aquaed., 88, 2; Lex Urs., 100. Algunas inscripciones reflejan estas concesiones: CIL, II 2/5, 1643 (… et gratuitum aquae usum…); CIL, X, 4654 (… quo commodius in eius domum aqua pura duceretur…), 4760 (… ut aquae digitus in domo eius flueret…); CIL, XII, 5413 (… ipse ea domo viatur aquam g[ratuitam ?]…). Vide al respecto Saliou 1994, 137-141. 158 Frontin., De Aquaed., 88, 3. Para éstas y otras cuestiones relacionadas con el uso del aqua publica resulta excepcional la información aportada por el edictum de aquaeductu Venafrano, de época de Augusto (CIL, X, 4842= ILS, 5743; FIRA, I, 400-403, 67). 159 Vitruv., De Arch., VIII, 6, 1-2. 160 Incluso dos estelas de Antioquía (Siria) del período flavio recuerdan los trabajos de apertura de un canal de catorce 155 156
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cuenta el aprovisionamiento en previsión de incendios. Las termas y los particulares debían pagar un canon por su uso. Pero la primera necesidad, el consumo doméstico, era prioritaria. Por ello, y con el fin de facilitar el acceso de la ciudadanía al suministro, la frecuencia de las fuentes públicas se situaba en torno a una por cada setenta u ochenta metros, un promedio aproximado de unos cuarenta metros de distancia de cada vivienda.161 Mucha información sobre el sistema hídrico de Roma nos ha llegado a través del tratadista Frontino, que fue responsable del servicio bajo el emperador Nerva. En su opinión era fundamental garantizar que los surtidores comunales «fluyesen lo más ininterrumpidamente posible para el servicio público de día y de noche». Incluso la mayoría de las fuentes públicas recibieron dos tomas de diferentes acueductos, por si uno se estropeaba que no se interrumpiera el abastecimiento.162 Respecto a las concesiones privadas, Frontino insiste en la necesidad de vigilar las captaciones ilegales o los calibres de las tuberías superiores a lo permitido en la licencia, la cual debía estar firmada por el emperador. No obstante, la carencia de agua corriente en la mayoría de las casas hubo de limitar sensiblemente su estado de salubridad, especialmente si se trataba de los inmuebles de apartamentos (insulae). Aunque hubiera fuentes públicas cercanas donde abastecerse, costaría mucho esfuerzo subirla a los pisos superiores (había unos aquarii que se encargaban de ello por dinero). En tales casos el consumo hídrico se efectuaría bajo mínimos, como también estaría lógicamente la higiene de sus habitantes. Los acueductos funcionaban en conexión con la red de cloacas, que eran esenciales para asegurar la evacuación tanto de las aguas pluviales, como de las residuales procedentes del ámbito doméstico y de las actividades artesanales. Tales instalaciones, menos frecuentes en el mundo griego, mejoraron notablemente en tiempos romanos, y constituyen otra fehaciente muestra de la preocupación que tuvieron los poderes públicos ante necesidades vitales, como la eliminación de los residuos y la mejora de la higiene de quienes moraban en las ciudades.163 Ventilación y limpieza eran facetas higiénicas que podían resolverse intramuros. Pero deshacerse de los desechos domésticos (aguas de lavado, deyecciones) era una estadios para proveer de agua a los talleres de batanería cercanos (Feissel 1985). Lo que confirma el abundante suministro que necesitaban tales establecimientos. 161 Cfr. Adam 1996, 279 s. 162 Frontin., De Aquaed., 87, 104. 163 Vid. al respecto Liebeschuetz 2000, 57-59.
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PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
cuestión que conectaba la vivienda con los espacios viarios vecinos, pues debían ser expulsados fuera. El circuito de eliminación se iniciaba en la culina.164 Algunas viviendas de Pompeya presentan fregaderos desde donde se evacuaba el agua residual hasta la latrina. Ésta, que a menudo suele estar colindante con la cocina en la casa romana, solía limitarse a un banco de piedra horadado, bajo el cual se abría una fosa séptica o corría un canal de deposición y desagüe, alimentado con las aguas sobrantes de la cocina y demás actividades domésticas, así la limpieza. Por tanto el agua residual se reaprovechaba para facilitar la eliminación de desechos orgánicos. Este interés por economizar el agua se debía a los problemas de abastecimiento hídrico en las casas. Pero tal circunstancia, unida a los humos y los olores de los alimentos, debía hacer de las cocinas romanas un espacio no muy agradable, que solía estar reservado a los esclavos. Apuleyo escribe: «Apártate de mí, que despides el hedor de la más repulsiva letrina».165 La letrina doméstica normalmente no se embellecía y se aislaba del resto de la vivienda. Su función era la de depósito temporal de inmundicias, aguas sucias y excrementos, todo lo cual convenía evacuar al exterior mediante las cloacas.166 Una vez cumplido este trámite, la cuestión afectaba ya a la salud pública, pues las calles eran los primeros y principales receptores de los desechos que llegaban a través de los sumideros domésticos. El derecho a disponer de tales desagües estaba oficialmente amparado por la ley, que no permitía que las cloacas particulares vertieran directamente sobre las calles, ensuciándolas y obstaculizando el paso, pero sí que conectaran con las conducciones públicas, que no debían obstruirse ni ser dañadas. Asimismo estaba prevista una servidumbre de paso (servitus cloacae) para arreglar o desatascar una cloaca privada cuando iba por debajo de una casa vecina. El Digesto menciona el interdictum de cloacis, e indica que tales tareas de limpieza y reparación, consideradas de utilidad común, eran convenientes «para la higiene y seguridad de las ciudades, pues las inmundicias de las cloacas, cuando éstas no se reparan, producen pestilencia y estrago», contaminándose por tanto la atmósfera.167 Las cloacas públicas no sólo evacuaban los residuos procedentes de las viviendas, sino también una 164
Sobre este tema Fernández Vega 1999, 187-217. Apul., Met., 1, 17, 6. 166 Dig., 43, 23, 1, 4 (Ulp.): «Se llama cloaca a una conducción excavada en la tierra para desaguar los residuos». 167 Cfr. Dig., 39, 1, 5, 11-13; 43, 8, 2, 26 y 43, 23, 1 (Ulp.); 43, 10, 3 (Pap.). Vid. también Frontin., De Aquaed., 88, y Plin., Ep., 10, 98-99. Sobre estas cuestiones Saliou 1994, 162-167. 165
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parte de los desechos que se tiraban a las calles, así como los procedentes de las letrinas públicas y las instalaciones industriales. Sin embargo no todas las letrinas domésticas se comunicaban con el exterior. Por ello muchas de las inmundicias de las casas se arrojaban a pozos negros de limpieza periódica, sistema que también debió funcionar en algunos inmuebles de pisos. O bien las basuras se vertían en fosas o zanjas ubicadas en lugares públicos.168 Pero no existieron entonces normas generales en lo referente a la higiene pública y, concretamente, a la evacuación de los residuos domésticos. Aunque sí sabemos que, a nivel local, eran los gobiernos municipales quienes, a través de los ediles, como indica la ley de Irni, debían ocuparse del mantenimiento de las cloacas públicas.169 La limpieza de tales conducciones, un trabajo ciertamente desagradable, y que incluso en ocasiones debía resultar peligroso, podría ser acometida por esclavos públicos, o encargarse a personal contratado. Aunque tampoco cabe descartar que las autoridades recurrieran en ciertos casos a las prestaciones colectivas (munitiones), un sistema de movilización laboral de la población para obras de interés común, que estaba previsto en los reglamentos de la colonia de Urso y el municipio de Irni, lo que sugiere que debió ser habitual en las comunidades romanas.170 Aunque para época más tardía, el siglo IV d. C., sí conocemos el caso concreto de Antioquía, donde eran los tenderos quienes estaban obligados a asumir dicho munus, si bien podían pagar a otros para que hicieran la tarea en su lugar.171 La situación óptima era que la ciudad dispusiera de una red de alcantarillado bajo las calles, como vemos en Italica, Emerita o Corduba, por limitarnos a Hispania. Pero incluso cuando tales infraestructuras existían, como vemos en Roma o Pompeya, eran deficientes y no abarcaban todos los barrios por igual, siendo insuficientes para los miles de moradores de las insulae. Concretamente la Urbs, a causa de su desmesurado tamaño, generaba grandes cantidades de basura, y podía potencialmente dañar más su entorno que otras ciudades. Pero no se adoptaron disposicio168 Liebeschuetz 2000, 57. Los reglamentos de Urso e Irni aluden a la construcción y mantenimiento de fossae entre las responsabilidades de los magistrados locales (Lex Urs., 77; Lex Irn., 82). 169 Cfr. Lex Irn., 19, 82. También a las cloacas públicas y a la responsabilidad de los magistrados locales en su construcción y mantenimiento aluden tanto la Lex Tarentina (5) como el estatuto de Urso, aunque indicando que tales tareas debían efectuarse sine iniuria privatorum (Lex Urs., 77). 170 Lex Urs., 98; Lex Irn., 83. 171 Liban., Orat., 46, 21.
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nes higiénicas a tal efecto. Gran parte de los desechos urbanos eran evacuados hasta el río Tíber a través de las cloacas, y llevados más allá de Ostia hasta el mar. La Cloaca Maxima era el principal desaguadero de la ciudad. Se podía ir andando por algunos tramos, y había equipos de trabajadores para mantenerla. Las conducciones iban a menudo cubiertas, y el agua sobrante del suministro urbano (aqua caduca) se empleaba para mantenerlas limpias. Pero también se sufrían efectos contrarios, pues cuando había crecidas del río Tíber, hecho frecuente a causa de la deforestación de su cuenca fluvial, las aguas ascendían por las alcantarillas e inundaban las partes bajas de la ciudad.172 Por el contrario en Rávena, una ciudad ubicada en medio de áreas pantanosas, era la subida de las mareas la que se llevaba los desechos lo que, como señala Estrabón, hacía muy salubre dicha zona.173 Con el tiempo las infraestructuras que facilitaban la limpieza urbana y la eliminación de los residuos debieron ir mejorando, especialmente en la Urbs, que en época imperial asumió una enorme concentración humana. De ello se hace eco Frontino, que para eso era curator aquarum de Nerva, y tenía responsabilidades en la salubridad de las calles de Roma, señalando que en su tiempo se incrementó el número de obras hidráulicas, depósitos, fuentes y surtidores. Es obvio que tenía que dejar en su tratado una impresión favorable sobre el estado higiénico de la capital del imperio: «Y ni siquiera las aguas de desecho quedan estancadas: se han combatido las causas de la contaminación atmosférica, el aspecto de las calles es limpio, el ambiente más purificado y el hedor (infamis aer), que entre los antepasados dio siempre tan mala fama a la Ciudad, ha sido eliminado».174 Una opinión que, sin embargo, otros testimonios desmienten. En cualquier caso aquellas ciudades que contaban con acueductos que aseguraban el abastecimiento hídrico, y en conexión con ellos una red de cloacas para captar las aguas residuales, podían atender mejor las necesidades de limpieza y evacuación de residuos. Queda una última cuestión, si en el mundo romano se promovieron oficialmente servicios públicos para la recogida de las basuras. Sabemos que por iniciativa de Julio César se definieron las responsabilidades de los propietarios de los inmuebles colindantes y de los ediles de Roma en la conservación de las vías públicas, entre otras razones para que su mal 172 173 174
Cfr. Plin., NH, XXXVI, 105; SHA, Marc. Aur., 8. Estrab., V, 1, 7. Frontin., De Aquaed., 88, 4.
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estado no afectara al normal funcionamiento de los desagües y se estancaran las aguas.175 Aunque la Tabula Heracleensis no indica exactamente que a los vecinos les correspondiera la limpieza (purgatio) de las calles, sino sólo su mantenimiento (tuitio).176 Algunas fuentes parecen confirmar la existencia de servicios nocturnos de limpieza, que sacaban las basuras de la ciudad.177 Por ejemplo había carros (plostra stercoraria) destinados específicamente a tal menester. 178 Y unos stercorarii que recogían una parte de los desechos, que se reciclaban como fertilizantes. También estaban los foricarii, que hacían lo mismo con la orina. Pero no sabemos dónde depositaban tales inmundicias, y si había puntos oficialmente establecidos para hacerlo. Seguramente debían llevarlas fuera de la ciudad, aunque cabía el riesgo de que, para economizar esfuerzo, utilizaran ciertos espacios intraurbanos como estercoleros (por ejemplo solares sin edificar), o simplemente arrojaran directamente su carga al Tíber o a las cloacas.179 En Roma todo ello debió estar organizado oficialmente, funcionando un servicio general de limpieza pública, a cargo de los ediles, y de otros oficiales menores a sus órdenes, quizás organizado por vici y regiones, con puntos oficialmente establecidos dentro y fuera del casco urbano para llevar allí las basuras, servicio ejecutado mediante contratas públicas con empresarios (mancipes).180 Los ediles también habrían velado para que se cumplieran las disposiciones jurídicas que reflejan diversos pasajes del Digesto, tendentes a mantener limpias y seguras las vías públicas. Pero no sabemos si una política similar existió en otras ciudades. En el mundo romano, como antes en Grecia, la recogida de basuras no fue un servicio público asumido por los gobiernos municipales, como se desprende del discurso de Libanio ya citado por lo que respecta a Antioquía.181 Pero sin duda la existencia de magistrados, como los ediles, debió implicar al menos un cierto control sobre la limpieza e higiene públicas. De hecho el estatuto de Irni les asigna el cuidado de viae y vici.182 175 Cfr. Tab. Herac., 20-49 (CIL,I2, 593). Vid. al respecto Nicolet 1987. 176 Como señala Panciera 1999, 98 s. 177 Cfr. Robinson 1992, 122-124. 178 Cfr. Tab. Herac., 66-67. También Val. Max., 1, 7, ext.10; Tac., Ann., XI, 32, 3. 179 Cfr. Panciera 2000, 100. 180 Sobre ello Panciera 2000, 101 y ss. 181 Liban., Orat., 50. Aunque algunas ciudades, como Nicea y Nicomedia, emplearon criminales condenados para la limpieza de calles, baños y cloacas (Plin., Ep., 10, 42). 182 Lex Irn., 19.
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6.
PROBLEMAS MEDIOAMBIENTALES URBANOS EN EL MUNDO ROMANO
LA CONTAMINACIÓN ACÚSTICA: RUIDO Y TRÁFICO
El ruido es uno de los graves problemas que padecen nuestras ciudades, muy especialmente en el ámbito mediterráneo. Pero los romanos ya se quejaban de esta lacra medioambiental, la contaminación acústica no es un «descubrimiento» moderno. En época imperial el poeta Horacio, que deploraba «el humo, la riqueza y el ruido de Roma»,183 se preguntaba si podía ser factible escribir versos en un mundo tan caótico, concluyendo: «Todos los escritores sin excepción aman los bosques y evitan la ciudad».184 Por ello prefería la calma del campo a la ajetreada vida de la Urbs para asegurar su paz interior. A su vez el satírico Juvenal se lamentaba amargamente del trepidante y agotador bullicio de aquella megalópolis: «En Roma muchos enfermos mueren de insomnio... ¿En qué apartamento alquilado se puede conciliar el sueño? En Roma dormir cuesta un ojo de la cara...».185 Una colorista y variopinta catalogación de ruidos urbanos nos la ofrece Séneca, quien residió un tiempo en Bayas, cerca de Nápoles, habitando encima de un establecimiento público de baños, uno de los sitios más concurridos por los romanos: «Imagínate ahora toda clase de sonidos capaces de provocar la irritación en los oídos. Cuando los más fornidos atletas se ejercitan moviendo las manos con pesas de plomo... escucho sus gemidos... Mas si llega de repente el jugador de pelota y empieza a contar los tantos, uno está perdido. Añade asimismo al camorrista, al ladrón atrapado, y a aquel otro que se complace en escuchar su voz en el baño; asimismo a quienes saltan a la piscina produciendo gran estrépito en sus zambullidas. Aparte de éstos... piensa en el depilador que, de cuando en cuando, emite una voz aguda y estridente para hacerse más de notar, y que no calla nunca sino cuando depila los sobacos y fuerza a otro a dar gritos en su lugar. Luego al vendedor de bebidas con sus matizados sones, al salchichero, al pastelero y a todos los vendedores ambulantes... los carros que cruzan veloces por la calle... mi inquilino carpintero... mi vecino aserrador, o aquel que... ensaya sus trompetillas y sus flautas, y no canta, sino que grita...».186 Otro poeta, el hispano Marcial, que tuvo que malvivir en una de las zonas de más concentración y bullicio humanos de la capital del imperio, también
recopiló en uno de sus epigramas todos los tipos de sonidos que se podían escuchar e impedían dormir: «En Roma el pobre no tiene ocasión de pensar, Esparso, ni de descansar. Por la mañana impiden vivir los maestros de escuela, por la noche los panaderos, los martillos de los caldereros durante el día entero; el cambista (...), el batidor de las pepitas de oro de Hispania (...), la turba fanática de Belona (...), el naúfrago charlatán (...), el judío mendicante (...), el legañoso traficante de cerillas (...), cuantas manos de la ciudad golpean objetos de bronce (...). Tú, Esparso, no sabes ésto, pues tienes un campo en la ciudad (...), y un sueño y un reposo no turbados por ninguna lengua, y no hay día más que después que lo has dejado entrar».187 La vida en la masificada Urbs comenzaba pronto. Las horas previas a la salida del sol debían ser de mucho ajetreo y ruido: carros que llegaban de las afueras haciendo entregas para el comercio, transportistas de materiales de construcción, animales que eran conducidos a los mercados de alimentos, la actividad tempranera en las panaderías, los clientes que se trasladaban a casa de sus patronos a cumplir con el ritual de la salutatio, etc. Tras el amanecer la ciudad era inundada por el estrépito producido por la apertura de las tiendas, los esclavos limpiando las calles o reparando los acueductos, y los puestos de venta de comida.188 Aunque las fuentes dan la impresión de que, tras una frenética mañana, las horas de la tarde eran más relajadas y silenciosas, entonces se iba a las termas.También, de modo similar a lo que sucede en nuestras modernas ciudades, aunque lógicamente no en la misma medida, el tráfico en Roma era un problema, por el gran movimiento de caballerías, literas de mano y carruajes de diversos tipos, que provocaban mucho ruido y problemas de circulación callejera, que era lenta y hasta en ciertos casos peligrosa por los atropellos. Transitar por las vías públicas podía convertirse en una auténtica lucha, como recuerdan los escritores satíricos.189 Peatones, carros y sillas de mano se disputaban el paso, y hasta se corría el peligro de que los carros volcaran y su pesada carga aplastara a los viandantes.190 Para aliviar tal congestión en tiempos de Julio César se prohibió la circulación de vehículos pesados entre la salida del sol y la hora décima (cuatro de la tarde), salvo si discurrían con fines procesionales, de celebración del triunfo, de juegos públicos, o bien servían para acarrear 187
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Horat., Carm., II, 15, 1-2; III, 29, 12. Horat., Epist., I, 18, 6-8; II, 2, 65-80. Juv., Sat., 3, 232-235. Sen., Epist. Mor., 56, 1-4.
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Mart., Ep., 12, 57. Mart., Ep., 14, 223; Apul., Met., 1, 18. 189 Cfr. Horat., Sat., 2, 6, 28-31; Juv., Sat., 3, 243-248; Mart., Ep., 3, 46, 5-6. 190 Juv., Sat., 3, 254-261. 188
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materiales de construcción o para sacar los escombros fuera de la ciudad.191 Esta disposición fue extendida a otras ciudades por algunos emperadores, pero cayó en desuso en el siglo III d. C. Pero dicha medida trasladó el grueso de la contaminación acústica a la noche, que era cuando circulaban por la ciudad los vehículos que, procedentes del extrarradio, traían los abastecimientos para los mercados. Entonces el estruendo provocado por el traqueteo de los carros no dejaba dormir, y a ello se sumaba el barullo provocado por borrachos, trasnochadores, golfos, ladrones, patrullas de vigilancia, o los cacharros o cubos de agua sucia tirados a la calle.192 Juvenal enumera todos los altercados nocturnos protagonizados por gente pobre desesperada, ladrones profesionales, esclavos e incluso cuadrillas de gamberros de clase alta aficionados a las emociones fuertes.193 Esta masa acústica reemplazaba en la franja nocturna la pesada carga de decibelios que, originados por diversos focos de ruido (talleres, obras de construcción, mercados o las siempre frecuentadas termas), debían soportar los sufridos habitantes de la Urbs durante las horas diurnas. Y en ellas tampoco era fácil para los peatones circular por tan multitudinario hormiguero humano: «A mí, con la prisa que llevo, escribía Juvenal, me cierra el paso una avalancha por delante, y el gentío que me sigue por detrás formando una cola interminable me oprime los riñones. Uno me larga un codazo, otro me da duramente con una barra, éste me sacude la cabeza con una percha y aquél con un barril. Voy con las piernas perdidas de barro, todo son pisotones...».194
7.
ESPACIOS VERDES URBANOS
El poeta Marcial, en el epigrama ya citado dirigido a Esparso, después de oponer al ruido de Roma la nostalgia del idílico ambiente campestre, acaba su reflexión con estas palabras: «Me despiertan las risas de quienes pasan, y tengo a Roma junto a mi cama. Aburrido con tanto fastidio, cuando necesito dormir me voy a mi villa».195 En la capital del imperio indudablemente faltaba desahogo. Pero no to191 César reguló las competencies de los ediles en materia de policía viaria, con la lex Iulia de viis urbis Romae tuendis et purgandis, cuya normativa se refleja en Tab. Herac., 56-67. Vid. sobre esta cuestión Liebeschuetz 2000, 53 y ss. 192 Juv., Sat., 3, 274-288; Sen., Epist. Mor., 122 (contra los trasnochadores). 193 Juv., Sat., 3, 268-314. Cfr. Suet., Ner., 26, y Dig., 48, 19, 28, 3 (Call.). 194 Juv., Sat., 3, 243-250. 195 Mart., Ep., 12, 57.
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dos sus habitantes tenían la posibilidad de escaparse al medio rural, y menos aún de disponer de una suntuosa villa, como muchos ricos romanos poseían en las zonas suburbanas, mansiones que conocemos bien en las ciudades ubicadas en torno al Vesuvio.196 Por ello desde las instancias oficiales se buscaron algunas soluciones que facilitaran el esparcimiento de la población, especialmente los humildes, que vivían hacinados en las insulae. Una solución fue ganar espacios verdes para el ocio. La abundancia de parques y jardines en las ciudades antiguas, como los testimonios literarios y vestigios arqueológicos indican, demuestra la valoración que en el mundo clásico se dio a tales áreas como auténticos pulmones urbanos. Unos eran privados. Así Teofrasto, cuya vocación «ecologista» conocemos, plantó un arboretum con especies importadas cerca del Liceo ateniense y lo usó para dar clases prácticas a sus alumnos. A su vez el filósofo Epicuro enseñaba en un jardín, y su escuela filosófica se llamó por ello Escuela del Jardín. Pero también hubo muchas áreas verdes de uso comunal, que ofrecían espacios abiertos para descanso y solaz del pueblo, como el jardín de la Academia de Atenas. Algunas de las ciudades helenísticas fueron planificadas con vastas zonas de parques públicos, así Antioquía o Alejandría.197 En los «paradisos» orientales se plantaban especies vegetales exóticas y se protegían otras, como los bosques de cedro de Siria.198 Lo mismo ocurrió en Roma, sobre todo en época imperial. No es casualidad que los grandes siglos del arte de vivir, como observa Grimal,199 hayan sido también las grandes épocas de los jardines. Como si las perfecciones materiales y espirituales de una civilización sólo pudieran alcanzarse plenamente en tales espacios verdes y los deleites que ofrecían. Por ejemplo los jardines de Babilonia y Persia, los descritos en los cuentos de «Las Mil y Una Noches», los italianos del Renacimiento, o los franceses del siglo XVIII. De hecho el gusto de los romanos por los jardines fue otra consecuencia del impacto del Helenismo sobre su cultura. Desde Oriente llegó la moda de los grandes parques reales, que los fascinados aristócratas de la República desearon imitar en sus vergeles privados, inspirándose en las realizaciones del mundo griego, y combinando en ellos arquitectura con recreaciones paisajísticas urbanas. Esa misma integración se proyectó en las pinturas del denominado «Segundo Estilo», que decoraban los interiores de las 196 197 198 199
Sobre el tema Jashemski 1979; Ciarallo 1992. Estrab., XVII, 1, 8-10. Teofr., Hist. Pl., V, 8, 1. Grimal 1969, 5.
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casas con motivos paisajísticos enmarcados en temas arquitectónicos, dando así una perspectiva naturalista a las estancias domésticas. Pero da también la impresión de que, desarrollando esta moda, los romanos hubieran experimentado un reencuentro con profundas necesidades de su alma, con sus viejas raíces de pueblo de agricultores por excelencia. No fue una moda pasajera, y resultó impactante, ya que su propia forma de existencia resultó modificada.200 Aunque no deja de ser sorprendente que, teniendo en cuenta su general indiferencia hacia los peligros de la progresiva deforestación, se preocuparan tanto de cultivar, embellecer y defender sus jardines privados y públicos. Sin embargo no hubo una planificación coherente de los espacios verdes, pues el incontrolado desarrollo edilicio de Roma en los últimos tiempos republicanos implicó el sacrificio de los antiguos horti particulares, que durante siglos habían testimoniado el amor de aquel pueblo por la Naturaleza. Muchos de ellos desaparecieron víctimas de la desaforada especulación urbana. Los que escaparon a su voracidad quedaron, según Plinio, como «el campo (ager) de la gente pobre».201 Además muchos de los antiguos bosques sagrados (luci), especialmente los situados en el centro de la ciudad, sucumbieron ante la voracidad de los constructores.202 Pero también en época imperial, como ocurriría muchos siglos después durante el Renacimiento, Roma llegó a estar rodeada por numerosos horti suburbanos propiedad de grandes familias, a cuya gran extensión aluden autores como Estrabón.203 Tales zonas sobrevivieron a la presión especulativa sobre el suelo desatada al final de la República. Especialmente los horti situados en la orilla derecha del Tíber alcanzaron altos precios, y constituyeron una atractiva inversión inmobiliaria para muchos miembros de la aristocracia. En ellos tuvieron sus villae, donde podían disfrutar del otium, lejos del trajín y masificación del pomoerium, y donde desarrollaron las más refinadas formas de jardinería. El campo era el refugio adecuado para escapar a uno de los más contaminantes elementos que hacían a menudo insoportable la vida urbana: el ruido excesivo que impedía encontrar la necesaria tranquilidad. Y al igual que en nuestras modernas y superpobladas urbes, quienes podían abandonaban entonces las ciudades para retirarse a sus haciendas campestres o marítimas. Muchos ricos aristócratas disfrutaron de magnificen-
tes jardines privados dotados de fuentes, árboles, etc. Así los de Quinto Hortensio. Otros deseaban encontrar paz y reposo en el ámbito rural. Pero sus múltiples negocios y compromisos sociales los retenían en la capital, y debían limitarse a disfrutar de sus jardines urbanos.204 Sin embargo esos grandes horti privados, junto a los edificios y monumentos públicos, ocuparon gran parte del espacio habitable de Roma, lo que incrementó la masificación humana en el resto de su superficie urbana.205 Ello motivó que, a fines de los Julio-Claudios, el régimen imperial se hiciera con muchas de esas áreas por diversos procedimientos, e hiciera accesible su disfrute al pueblo romano. Fue una exigencia motivada por las condiciones urbanísticas de la capital imperial, transformada cada vez más en una inmensa aglomeración de estrechas calles y viviendas incómodas y poco higiénicas, donde se sufría el calor en época estival. A tal situación habían conducido los intereses de los constructores y la voraz demanda de solares, que había amenazado la pervivencia de los antiguos jardines, y la creación de otros necesarios para mejorar las condiciones de vida de los miles de habitantes hacinados en las insulae. Excluidos de las áreas céntricas, cada vez más superpobladas, tales parques públicos sólo podían surgir en las nuevas expansiones suburbiales arrebatadas progresivamente a la campiña romana, como las áreas del Vaticano y el Esquilino. La plebe pudo disponer así de «islas verdes», lo cual impidió que se rompiera totalmente el ancestral vínculo del romano con la tierra. Los emperadores fueron conscientes de que la saturación urbana de Roma, la aglomeración humana en barrios donde la masificación privaba de intimidad e higiene, podían generar conflictividad social, como en los agitados tiempos de fines de la República. Y estimaron que uno de los puntos prioritarios de su política munificente hacia el pueblo debía ser ofrecerle lugares donde oxigenarse. Como reserva de espacio, precaución también tenida en cuenta en medio de las nuevas ciudades, los jardines fueron una forma práctica de sanear barrios inhabitables, y uno de los medios de que dispusieron los arquitectos y urbanistas para renovar la fisonomía de Roma, y resolver en favor del «hombre de la calle» algunos problemas de ecología urbana, ofreciendo sombra, frescor y calma.206 Hubo, pues, una planificación oficial del otium comunitario, y la capital del imperio se fue poblando de alamedas y pórticos, que Vitruvio recomendaba que fueran amplios y provistos de mucha
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Grimal 1969, 8. Plin., NH, XIX, 52. 202 Cfr. Varr., LL, 5, 49-50; Agenn.Urb., Contr. Agr., 48 Th. 203 Estrab., V, 3, 8. 201
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Cfr. Plin., NH, III, 67; Tac., Hist., III, 79. Sobre esta cuestión Jolivet 1997. Grimal 1969, 9.
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vegetación, «porque los paseos al aire libre son muy buenos para la salud, y especialmente para los ojos».207 Y, por añadidura, aquel cinturón de horti públicos sirvió para controlar mejor uno de los más graves problemas motivados por la construcción en altura y la concentración humana, los incendios, pues ofrecían barreras contra el fuego y una reserva de agua que podía ayudar a extinguirlos.208 Fomentando el desarrollo de tales espacios libres y ajardinados los emperadores no hicieron sino retomar un objetivo político ya asumido por algunos de los líderes más significativos de fines de la República. A partir del pórtico de Pompeyo, inaugurado en el 55 a. C., el primero ofrecido a la plebe, y dotado de árboles, fuentes y estatuas, se revalorizó notablemente la zona del Campo de Marte como expansión de la ciudad. A su vez Julio César legó en su testamento al pueblo sus horti en la orilla derecha del Tíber, un regalo valioso conociendo el aprecio de los romanos por los jardines. Su ejemplo fue seguido por Augusto y sus colaboradores (así el famoso evergeta Mecenas), a quienes Roma debió la mayor parte de sus paseos y parques públicos: el pórtico de Livia, el Area Apollinis y los jardines de Agripa.209 También el mausoleo erigido por el heredero de César estaba rodeado de cipreses. Más tarde Nerón, deslumbrado por todo lo oriental, ordenó plantar grandes extensiones de jardines y árboles en torno a su lujosa residencia, la Domus Aurea. Famosos fueron también los bellos vergeles que ornaron la Villa Hadrianea de Tibur (Tívoli), en las afueras de Roma, construida por Adriano. Además las grandes termas erigidas en la Urbs por diversos emperadores contaron con pensiles anejos, atendiendo así tanto las necesidades de esparcimiento como las estrictamente higiénicas. En el diseño de esos espacios los romanos derrocharon imaginación. Junto a las flores y plantas, que la limitada sabiduría de entonces en este tema permitía cultivar, los mayores cuidados en los parques eran dispensados al agua y a los más rebuscados recursos para disfrutarla. Si faltaban corrientes naturales se creaban artificiales mediante las oportunas canalizaciones. Juegos de agua, cascadas, ficticias grutas, fuentes y templetes adornaban vistosamente los grandes jardines romanos. Y ese acogedor ambiente era reproducido en miniatura en los peristilos domésticos de la gente acomodada, como hoy podemos observar en las casas de Pompeya. 207
Vitruv., De Arch., V, 9. Además muchos estaban en sitios donde llegaban los acueductos, lo que facilitaba el control imperial sobre los castella aquarum (Jolivet 1997, 203). 209 Cfr. Estrab., V, 3, 8; Suet., Aug., 100. 208
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Otra posibilidad de disfrute natural la brindaban los bosques sagrados tradicionales. Los antiguos entendieron siempre que había una conexión entre templos y árboles, y todo santuario estaba rodeado de ellos. Los atenienses, por ejemplo, cuando erigieron el Partenón sobre el árido y rocoso suelo de la Acrópolis, excavaron pozos en la roca, los llenaron de tierra vegetal y plantaron allí cipreses. Algunos de esos bosques sagrados eran pequeñas arboledas, pero otros tenían enorme extensión, como el de Daphne en Antioquia, o el de Crisa cerca de Delfos. El santuario de Epidauro, consagrado a Esculapio, dios de la Medicina, famoso centro curativo, estaba también rodeado por amplias extensiones boscosas. El entorno medioambiental de esos espacios sagrados estaba asegurado con severas medidas proteccionistas. Igualmente estaba prohibido cazar o pescar en tales zonas, así como talar los árboles. Estas medidas son recordadas en diversas inscripciones, y los magistrados locales se encargarían de velar por su cumplimiento.210 Por ello muchas de esas áreas conservaron largo tiempo su pureza ecológica, al ser objeto de una explotación «sostenible» de los recursos naturales. Pero también hubo bosques sagrados públicos, algunos de notables dimensiones, cuyos beneficios fueron a parar al estado romano en tiempos de crisis del erario, bien vendiéndolos a particulares, negociando con su madera o alquilando sus tierras para pasto. Ya hemos visto cómo en la propia Roma, ya desde el siglo I a. C., pese al carácter inviolable de tales luci, las necesidades edilicias fueron reduciendo progresivamente su número y extensión. Varrón, por ejemplo, recordaba que en la zona del Esquilino se ubicaban antiguos santuarios, como el lucus Facutalis, el Larum Querquetulanum sacellum y el lucus Mefitis et Iunonis Lucinae, aunque su superficie era ya muy limitada.211 Algunos de ellos acabaron perdiendo su carácter, y en ciertos casos quedaron reducidos a un sólo árbol, venerado y santificado como único testigo de un antiguo bosque.
8.
LA IDEALIZACIÓN DEL CAMPO
La existencia de espacios verdes significó un paliativo, pero no una solución, sobre todo en las grandes urbes, a los males medioambientales ya señala210 Cfr. Lex Urs., 128, sobre nombramiento de magistri al cuidado de templa, fana y delubra. Lex Irn., 79, sobre custodia publica de aedes sacrae, asignándose fondos municipales a tal efecto. 211 Varr., LL, 5, 49.
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dos. Bien es cierto que la contaminación urbana no produjo entonces los nocivos efectos de hoy, pero desde luego hizo incómoda la vida en muchas ciudades, suscitando las amargas críticas de los escritores de entonces, entre quienes una «ecológica» nostalgia del ámbito rural, unida a un no disimulado desprecio de la vida urbana, encontraron fuerte eco como actitud intelectual en todo un género de literatura bucólica. Desde que Teócrito publicara sus «Idilios», las excelencias de la vida rural y pastoril como modelo de existencia acorde con la Naturaleza, y como paradigma de la existencia humana, fueron cantadas y ensalzadas. Un ejemplo de ello es Horacio, que contrapone la mentalidad del «urbanita» a la de quien, como él, añoraba el entorno campestre, que no podía ser sustituido por los horti artificiales de las ciudades, y alababa la vida entre bosques y ríos.212 Conocido es el tópico clásico del locus amoenus, en el que la Naturaleza es idealizada y convertida en un entorno de ensueño como antítesis de la asfixiante 212 Horat., Epist., I, 10: «Yo, amante del campo, saludo a Fusco, amante de la ciudad».
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vida en la ciudad.213 Los escritores latinos siguieron así una corriente que arrancaba de los griegos, proclives a huir de las penalidades del mundo presente imaginando paraísos ficticios de ensueño, como ya hace Homero describiendo la gruta de Calipso o los jardines de Alcinóo. En ese cuadro utópico se integraban una serie de elementos fijos, equilibrio, tranquilidad, belleza, frescos bosques, acogedoras grutas, inmaculados ríos y manantiales. En suma, el paisaje original e incontaminado de los pastores, no el de los agricultores, cuya actividad transformaba artificialmente el mundo, privándolo de su virginal compostura y generando nocivas secuelas medioambientales. Aquellos loca amoena, impolutos ante las servidumbres de la civilización, venían a ser igualmente símbolo de la huída del trepidante mundo, una alternativa a la ciudad y la vida concebidas como compleja y a menudo opresora retícula de relaciones y usos sociales. En ésto, como en algunas cosas más, tampoco nosotros hemos cambiado tanto. 213
Vid. sobre el tema Gómez Espelosín et al. 1994.
PROVINCIA BAETICA
ASTIGI SERGIO GARCÍA-DILS DE LA VEGA*
1.
INTRODUCCIÓN1
Es un hecho contrastado arqueológicamente que la fundación de colonia Augusta Firma se llevó a cabo completamente ex nouo —que no ex nihilo— haciendo tabla rasa de las estructuras indígenas previas, sin que se haya detectado hasta el momento ningún indicio de convivencia entre estructuras turdetanas y romanas.2 Toda edificación o estructura previa quedó totalmente arrasada, por lo que se podría decir que se trató de una implantación traumática desde la óptica de la evidencia material.3 En el plano urbanístico, las primeras actuaciones constructivas que se realizaron en el solar de la naciente colonia fueron fiel reflejo de la naturaleza del contingente poblacional que participó en la deductio, un colectivo vertebrado y organizado de veteranos militares4 de origen itálico,5 con presencia de especialistas cualificados * Universidad de Sevilla. Departamento de Historia Antigua. 1 Este trabajo se ha redactado en el marco del Proyecto de investigación I+D+i «EPIGRAPHIA ASTIGITANA. Instituciones, sociedad y mentalidades en colonia Augusta Firma (Écija - Sevilla) a la luz de la nueva evidencia epigráfica» [HAR2009-08823]. Las excavaciones y noticias citadas pueden reconocerse en la planimetría que acompaña al presente texto a partir de los códigos reseñados entre corchetes, con los que son designados los espacios investigados arqueológicamente en el seno del Sistema de Información Geográfica de la ciudad. Para un listado exhaustivo de dichos códigos hasta marzo de 2006, vid. García-Dils y Ordóñez 2006, 38-49. 2 Lo que descarta la existencia aquí de una dípolis, en la que convivieran la Astigi Vetus indígena con una hipotética Astigi Noua romana, como han sugerido algunos autores. Cf., por ejemplo, la opinión de Hübner en RE 2.1790 s.v. Astigi. 3 El urbanismo de la nueva colonia no respetará ni la red viaria precedente, ni la distribución y orientación de las edificaciones previas. Sin embargo, no hay evidencias reconocibles arqueológicamente de episodios violentos, por lo que no sabemos lo que supuso esto desde el punto de vista humano. Sobre la cuestión de la incorporación o no de la comunidad indígena en la nueva colonia y la posible naturaleza de su integración, vid. Sáez et al. 2008. 4 La deductio colonial se realizó ca. 14 a. C. con veteranos militares, procedentes de las legiones IV Macedonica, VI Victrix y II Pansianao, siendo sus ciudadanos adscritos a la tribu Papiria. Ordóñez 1988, 46-50. 5 Este aspecto, constatado ampliamente en epigrafía —vid. por ejemplo Sáez et al. 2001, en relación con el duovir L.
—canteros, agrimensores, ingenieros— y, verosímilmente, con una importante fuerza de trabajo asociada —tropas auxiliares, esclavos—. Conscientes de la escasa calidad geotécnica del terreno en el que se instalaba la ciudad, en su mayor parte conformado por rellenos aluviales, y el problema real que constituía la confluencia de dos cursos de agua en las inmediaciones —el río Genil o Singilius y el arroyo de Argamasilla—, los nuevos pobladores acometieron un ambicioso programa de construcción de infraestructuras de todo tipo. Así, después de establecerse la delimitación de la futura colonia, se abordará una mejora y regularización general del terreno a poblar, rebajándose y aterrazándose las zonas más elevadas, situadas en el cerro del Alcázar y su entorno, a la vez que se rellenan las áreas más deprimidas, en las que incluso se construyen infraestructuras subterráneas de contención de tierras a gran escala.6 Simultáneamente, se emprende la construcción de la red viaria, saneamiento y —cabe esperar— de la muralla (Fig. 1). La magnitud de las obras acometidas podrían considerarse razón suficiente para que los colonos obviaran por completo el condicionante que hubiera supuesto el respetar las edificaciones y viarios indígenas preexistentes, por lo que su eliminación podría explicarse por cuestiones puramente prácticas, sin necesidad de recurrir a la existencia de algún tipo de poena belli.7 Este primer impulso colonizador marcará el futuro devenir urbanístico de la colonia, hasta el punto de poderse afirmar que, en lo tocante a las infraestructuras principales, lo que no se haga a lo largo del primer siglo de existencia de la ciudad, después no se hará en el futuro. Caninio Pomptino—, está encontrando últimamente también su verificación arqueológica en lo que se refiere a los espacios domésticos astigitanos. Vid. recientemente García-Dils et al. 2009, 539-542. 6 Un buen ejemplo en este capítulo lo constituyen las infraestructuras que se han excavado en la plaza de España dentro del recinto del temenos, destinadas a garantizar la estabilidad de los edificios templarios allí situados. García-Dils et al. 2007, 85. 7 Utilizando la conocida y elocuente expresión ciceroniana. Cic. Verr. 2.3.12.
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Sergio García-Dils de la Vega
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Fig. 1. Localización de las intervenciones y noticias arqueológicas citadas en el texto.
2.
LAS REDES DE SANEAMIENTO
Es bien conocido por la investigación arqueológica el escaso interés que ha despertado hasta fechas muy recientes el estudio de las redes de saneamiento de la ciudad romana, fuera del ámbito de las grandes capitales imperiales y de la propia Roma.8 En este sentido, Écija no ha sido una excepción, lo que se ha manifestado en este capítulo en que una abrumadora mayoría de las excavaciones realizadas en las que se podría haber documentadas la red de cloacas, no han profundizado más allá de la cota de los tramos viarios detectados, bajo los cuales seguramente dis8 Vid. al respecto las diferentes aportaciones presentadas en la ya clásica reunión celebrada en Roma en torno a las sordes urbis (Dupré y Remolà 2000), así como el artículo de síntesis sobre las ciudades hispanas de Dupré y Remolà 2002. La cuestión sí ha merecido, en cambio, la atención de los estudiosos en capitales como Augusta Emerita, por traer a colación un caso pionero (Hernández Ramírez 1998; Acero 2007). En lo tocante a Écija, en la Carta Arqueológica Municipal se presentó por primera vez una visión general sobre el particular (Sáez et al. 2004, 55-57).
currían canalizaciones. Resulta evidente que, en una ciudad como colonia Augusta Firma, donde todas las calles estudiadas arqueológicamente contaban con pavimento pétreo,9 lo mismo que las extensas áreas forenses,10 y con una topografía que no facilitaba en absoluto la circulación de las aguas pluviales,11 la 9 Lo que no implica en absoluto que no hubiera calles con otro tipo de revestimiento, por ejemplo de tierra apisonada o cantos rodados. Sin embargo, si las hubo, o bien no han sido localizadas todavía, o bien no han sido reconocidas en las intervenciones arqueológicas llevadas a cabo. 10 El foro de la colonia, donde se ha detectado su pavimentación de grandes losas cuadrangulares de caliza en todas las intervenciones realizadas, se extendía en una superficie de 17.677 m 2 –en García-Dils y Ordóñez 2006, 28 se publicó la medida de 18.295 m 2, que se corrige ahora después de revisarse la ubicación del límite norte del forum–. No se incluye en este cálculo el temenos (García-Dils et al. 2007), parcialmente ajardinado, ni otras áreas públicas detectadas de delimitación más problemática (Buzón 2009). 11 Para época romana, la máxima diferencia de cota detectada en la colonia es de 10,93 m entre el punto más alto, situado en los pavimentos musivos de la Plaza de Armas del Alcázar de la ciudad [002], a 107,54 m s.n.m. (García Dils et al. 2004), y la salida del Decumanus Maximus en dirección a
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evacuación de las mismas debió forzosamente constituir una cuestión capital. Así, si se analiza la cuestión desde el punto de vista que planteó G. Jansen en tres conocidas ciudades romanas de la península itálica,12 analizando las características geológicas del terreno y el gradiente del área construida, Écija sería una típica población con reducida absorción superficial de las aguas13 y escasas pendientes, lo que la equipararía en este sentido a Ostia.14 De este modo, por ejemplo, tanto en una como en otra se verifica que todos los vertidos de aguas se realizan al subsuelo, y no a la superficie de las calles, de manera que éstas tengan que evacuar solamente las procedentes de precipitaciones. A tenor de la evidencia arqueológica disponible, se puede afirmar que en toda la colonia, a lo largo de las épocas romana y tardoantigua, el vertido de aguas sucias se realizó mediante atarjeas al exterior de las viviendas y edificios públicos, ya sea a cloacas o a la subbase de grava de las calles. Conviene insistir en este interesante aspecto, relevante sobre todo a la hora de estudiar continuidades y rupturas de los usos urbanísticos, ya que en la ciudad no se ha excavado hasta el momento ni un solo pozo negro en el interior de viviendas o áreas públicas de este amplio marco cronológico.15 En este sentido podrían establecerse también paralelos con Ostia, donde el cercano nivel freático del Tíber no hacía viable la construcción de fosas sépticas eficientes,16 a lo que se añadiría también que el abastecimiento principal de agua potable de la ciudad desde época romana hasta prácticamente la Contemporánea ha sido mediante pozos, aprovechando precisamente esa cercanía de las aguas subterráneas. Por eso llama la atención el notable conCorduba, ya extramuros, frente al puente sobre el río Genil, en la plazuela de Giles y Rubio [289], a 96,61 m s.n.m. (Romero Paredes et al. 2006, 376-378). En general, en el núcleo central de la colonia, la cota de uso romana y tardoantigua en espacios públicos y privados se establece en torno a 100,00 m s.n.m., por lo que el desnivel se reduciría hasta poco más de tres metros, en una distancia lineal de unos quinientos hasta el curso fluvial, lo que supone una pendiente del 0,6%. A la hora de considerar la topografía urbana de Écija, no hay que olvidar además que se encuentra instalada en el fondo de una depresión, rodeada de colinas que vierten sus aguas hacia la ciudad. 12 Pompeya, Herculano y Ostia. Jansen 2000. 13 Las extensas áreas pavimentadas y el sustrato geológico de Écija, compuesto por rellenos aluviales del río Genil y con el nivel freático muy cercano, suponían importantes dificultades para la absorción superficial de las aguas pluviales, por no hablar de la eliminación de las residuales. 14 En esta ciudad el desnivel entre los puntos más alto y más bajo es de tan solo 2,5 m (Jansen 2000, 47). 15 En Pompeya, por ejemplo, de las doscientas letrinas estudiadas, tan solo dos vertían a pozos negros (Jansen 2000, 38). 16 Jansen 2000, 45.
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traste que se establece en esta cuestión a partir de la época andalusí y hasta mediados del siglo XX, dilatado período en el que se constata arqueológicamente todo lo contrario: la totalidad de los vertidos de aguas sucias, tanto públicos como privados, se realizan a pozos ciegos, de ladrillo o mampostería, situados a escasos metros de los de abastecimiento. Salvo en el caso particular del foro colonial y su canal perimetral, que serán tratados más adelante, el saneamiento está siempre vinculado al viario, discurriendo la práctica totalidad de las cloacae documentadas bajo los ejes centrales de algunas de las vías,17 ya sean cardines o decumani, de manera que se puede afirmar que, si bien no todas las vías disponen de cloaca, todas las cloacae están cubiertas por uiae. La mayoría de las canalizaciones excavadas están asociadas a decumani y, en las que se ha podido comprobar este dato, se ha determinado que el vertido se realizaba hacia el Este, en dirección al río Genil. Según la bien conocida noticia recogida por Frontino,18 el agua sobrante de las fuentes podía ser conducida a las cloacae para mantenerlas limpias. En Astigi se constata que no solamente vierten a estas canalizaciones las atarjeas con aguas sucias, sino también fuentes y estanques monumentales, lo que se atestigua por ejemplo en el estanque del templo de la plaza de España, cuya atarjea de desagüe vierte directamente a la cloaca del decumanus 8.19 En lo que se refiere a la morfología de las cloacae excavadas, todas siguen un mismo patrón, construidas enteramente con sillares de calcarenita unidos en seco, tanto en la base como en los laterales y la cubierta, esta última invariablemente conformada por losas enfrentadas dispuestas a la capuccina. Solamente se han detectado registros de acceso, todos de planta cuadrada, en las excavaciones en las que se ha podido estudiar las canalizaciones en una mayor longitud, como son el patio norte de la Iglesia Mayor de la Santa Cruz [444] y la plaza de España [272]. Esta última cloaca presentaba un cuidadoso diseño, reforzada con una serie de contrafuertes laterales de opus caementicium que garantizaban la estabilidad de las edificaciones colindantes, una de ellas el peribolos del temenos.20 17 Salvo en el decumanus 3 en la calle Tello nº 2 [281]. Jiménez Hernández et al. 2009, 3191. 18 «Caducam neminem uolo ducere nisi qui meo beneficio aut priorum principum habent. Nam necesse est ex castellis aliquam partem aquae effluere, cum hoc pertineat non solum ad urbis nostrae salubritatem, sed etiam ad utilitatem cloacarum abluendarum». Front. Aquaed. 111. 19 García-Dils et al. 2007, 86-90. En relación con la numeración de cardines y decumani, vid. García-Dils 2010. 20 García-Dils et al. 2007, 79-80.
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En algunos casos se ha observado que los vertidos domésticos se realizaban a pequeñas arquetas, construidas en ladrillo, situadas bajo las calles. Esta circunstancia se pudo estudiar con detenimiento en el cardo 4 en la plaza de España [272], donde el vertido continuado de aguas en las gravas de su subbase produjo el asiento de las mismas y, a causa de ello, colapsos puntuales de las losas de la calzada y problemas de estabilidad en las fachadas de las viviendas que flanqueaban la vía y en los pilares de su acera porticada, lo que hizo necesarias constantes reparaciones. A pesar de ello, nunca se llegó a construir aquí una cloaca para canalizar estas aguas problemáticas. Para terminar, por aportar unas notas cronológicas generales, la red de cloacas —por lo menos en los tramos conocidos hasta el momento— se construye a partir de la época fundacional, hacia el cambio de Era, hasta época flavia, junto con la trama viaria de la colonia. Como ya se ha apuntado, estas canalizaciones públicas siguen en funcionamiento21 hasta las postrimerías de la Tardoantigüedad, pudiéndose destacar como caso excepcional el de la iglesia de la Santa Cruz [444], donde la cloaca se integra en las instalaciones de la mezquita, manteniéndose su limpieza durante toda la época andalusí, para ser amortizada sólo tras la conquista cristiana de la ciudad y la construcción de la nueva iglesia mayor. No puede emplearse en el caso astigitano, por tanto, el tendencioso término «reutilización», sino que hay que hablar en cambio de «continuidad» en el uso de estas infraestructuras urbanas a lo largo de la época tardoantigua. En las líneas que siguen, se presentan individualmente las cloacae estudiadas arqueológicamente en Écija, ordenadas según las uiae a las que aparecieron asociadas.
2.1.
CARDO 4
La canalización fue localizada en la calle Santa Cruz [142],22 entre la plaza de Nuestra Señora del Valle y la calle Garcilaso,23 a 0,66 m bajo el nivel del pavimento del cardo 4. Construida con bloques de calcarenita, su sección consistía en una losa de fon21 Es decir, se siguen realizando vertidos a las mismas, lo que no implica en absoluto que las cloacas reciban un mantenimiento constante. 22 Hernández Díaz et al. 1951, 72; Rodríguez Temiño 1988a, 113; Rodríguez Temiño 1990, 620; Villanueva y Mendoza 1991, 45. 23 Entre estos dos puntos de la ciudad media una distancia de 120 m en línea recta.
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do, sobre la que se situaban sendas paredes laterales, formadas por bloques puestos en pie, coronadas a su vez por una cubierta compuesta por dos sillares dispuestos a dos aguas. Sus dimensiones interiores eran de 0,60 m de anchura por 1,50 m de altura. A esta canalización se unía otra secundaria en el cruce con el decumanus 4. 2.2.
CARDO 7
Siguiendo el eje central de la vía excavada en la plazuela de Santo Domingo nº 5 y 7 esquina a calle Almonas [288],24 se pudo estudiar un tramo de cloaca, construida con sillares de calcarenita y ladrillos, con una altura interior de 0,55 m,25 en la que desembocaban las atarjeas de saneamiento de la vecina vivienda. 2.3.
DECUMANUS 2
Bajo este decumanus, excavado en la intervención arqueológica llevada a cabo en el patio norte de la Iglesia Mayor de la Santa Cruz [444],26 se pudo estudiar con detalle, en una longitud total de 15 m, la cloaca que discurre bajo el eje central de la uia, que sigue la morfología habitual en la ciudad (Fig. 2), con unas dimensiones interiores de 1,48 m de altura por 0,58 m de anchura, presentando un registro de acceso de forma cuadrada. Está construida enteramente con losas de calcarenita, de unas dimensiones medias de 1,10 × 0,58 m y 28 cm de canto, unidas en seco. Sobre una lastra en la base, se disponen dos hiladas de bloques colocados de canto en las paredes, rematando el conjunto sendas losas enfrentadas a la capuccina (Fig. 3).27 Las cotas tomadas en su interior posibilitan afirmar que vertía aguas hacia el Este, en dirección al río Genil.28 Con esta cloaca enlazaría 24 Romero Paredes et al. 2006a; Romero Paredes et al. 2009. 25 Las cotas superior e inferior de la cloaca eran de 97,69 y 97,14 m s.n.m. respectivamente. 26 García-Dils 2009. El autor quiere expresar su agradecimiento a D. Antonio Pérez Daza, cura párroco de la citada iglesia, por su hospitalidad y las facilidades ofrecidas en el transcurso de la excavación. 27 La cota superior de la calzada se sitúa entre 100,13 y 99,96 m s.n.m., mientras que la de la cloaca se ha evaluado entre 99,28 y 99,25 m s.n.m. 28 En el tramo documentado, en la parte afectada por la fosa de cimentación de la iglesia mudéjar, donde se ha podido tomar cotas con precisión en el fondo de la canalización al haber sido desmontada la cubierta de la estructura, éstas son de 97,418 m s.n.m. al Oeste y de 97,390 m s.n.m. al Este. Esto indica que vertía aguas hacia el Este, en dirección al río, con una suave pendiente.
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Fig. 2. Iglesia de la Santa Cruz [444]. Vista cenital de la cloaca en la parte afectada por la excavación de la fosa de cimentación de la iglesia mudéjar (Foto: S. García-Dils).
Fig. 4. Iglesia de la Santa Cruz [444]. Vista general del tramo excavado del decumanus 2, con las estructuras andalusíes vertiendo a la cloaca romana (Foto: S. García-Dils).
rido ubicar aquí.29 En este sentido, una serie de estructuras hidráulicas andalusíes que vertían a la cloaca se han interpretado como posiblemente pertenecientes a una mida’a.30 Este espacio se amortizará definitivamente tras la conquista cristiana, al abordarse la construcción de la iglesia mayor de la ciudad (Fig. 4).
2.4.
Fig. 3. Iglesia de la Santa Cruz [444]. Interior de la cloaca (Foto: S. García-Dils).
muy probablemente la descrita en el cardo 4, en la calle Santa Cruz [142], canalizando sus aguas hacia el río. Desde el punto de vista cronológico, tanto la infraestructura de saneamiento como la calzada se mantuvieron en uso durante toda la época andalusí, formando parte del área de abluciones del patio de la mezquita aljama, que tradicionalmente se ha que-
DECUMANUS 3
En la calle Tello nº 2 [281],31 enterrada bajo el límite meridional del decumanus, apareció una estructura interpretable como cloaca, consistente en dos alineaciones paralelas de sillares de calcarenita y ladrillos cementados con mortero de cal y arena, con una distancia interior entre ambas estructuras de 0,89 m. Este caso se aparta de la norma, ya que en el resto de tramos de saneamiento público registrados en la ciudad, la conducción discurre bajo el eje de la uia. También se aparta de la pauta general en cuanto a técnica constructiva, ya que las demás están construi29 La mezquita, edificada en piedra, con cinco naves y columnas de mármol, según la descripción aportada por alHimyarî (Lévi-Provençal 1938, 21), se ha situado tradicionalmente en el solar de la iglesia de la Santa Cruz, según la hipótesis formulada por Varela y Escobar (Varela y TamaritMartel 1892, 84; cf. Hernández Díaz et al. 1951, 107 y Valencia 1988, 324-325). 30 Agradezco al arqueólogo Manuel Vera sus oportunas observaciones relativas a la interpretación de las estructuras medievales. 31 Jiménez Hernández et al. 2006; Jiménez Hernández et al. 2009.
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Fig. 5. Calle Tello nº 2 [281]. Posible infraestructura de saneamiento (Foto: M. Buzón).
Fig. 6. Calle Almenillas nº 5 [014]. Cloaca (Dibujo: I. Rodríguez).
das enteramente en sillares, con puntuales reparaciones de ladrillo, lo que hace plantearse si se trata de una cloaca de una cronología más avanzada que las demás o, por el contrario, de un tipo de infraestructura diferente32 (Fig. 5).
tenía 0,90 m de altura y 0,59 m de anchura. Los bloques de piedra, por su parte, tenían un canto de 29 cm, salvo la de la base, más fina, que tenía solamente 12 cm. Se pudo determinar en la excavación, asimismo, que la anchura de la zanja abierta para su construcción era de 1,25 m (Fig. 6).
2.5.
DECUMANUS 4 2.7.
El único indicio directo georreferenciable con cierta precisión de la existencia de este decumanus está vinculado al hallazgo fortuito de la ya mencionada cloaca de la calle Santa Cruz [142]. Según una noticia contrastada,33 a partir del actual registro del alcantarillado situado frente a los números 1 y 3 de la calle Santa Cruz, a esta conducción subterránea se le unían por ambos flancos sendas cloacas de menor tamaño y sección rectangular, que permiten proponer la existencia aquí de un decumanus, toda vez que todas las canalizaciones públicas detectadas en la ciudad están vinculadas al viario o las áreas forenses.
2.6.
DECUMANUS 6
Soterrada bajo la calzada excavada en la calle Almenillas nº 5 [014],34 alineada respecto a su eje, se documentó una cloaca construida, como es habitual, con losas de calcarenita, disponiéndose una en la base, una a cada lado, con una cubierta conformada por otras dos colocadas a dos aguas. La canalización
Este decumanus constituía el límite septentrional del recinto de culto documentado en la excavación en extensión realizada en la Plaza de España [272].35 Alineada bajo el eje de la vía, se documentó intermitentemente esta cloaca en una longitud total de 36,80 m. La cota de coronación de la cubierta en el punto más alto era de 99,34 m s.n.m., buzando hacia el Este, en dirección al río, hasta 99,06 m s.n.m. en su extremo oriental. La canalización estaba conformada por dos hiladas de bloques de calcarenita, de en torno a 1,22 × 0,60 × 0,20 m, con cubierta a la capuccina, siendo sus dimensiones exteriores visibles de 1,44 m36 de altura por 1,10 m de anchura (Fig. 7). A esta canalización vertían tanto las domus colindantes como el gran estanque asociado al templo del temenos.37 A lo largo de su recorrido se detectaron sendos pozos de registro, separados entre sí 22,40 m,38 de 1,15 × 1,07 m, constituidos por cuatro bloques dispuestos de canto que configuraban un 35
García-Dils et al. 2007, 79-80. La estructura fue excavada sólo parcialmente, por lo que no se llegó a determinar su altura total ni a documentar su interior. 37 García-Dils et al. 2007, 86-90. 38 Distancia medida entre los centros de los registros de acceso. 36
32 A favor de la interpretación como cloaca, vid. Jiménez Hernández et al. 2009, 3191. 33 Rodríguez Temiño 1988a, 113. 34 Rodríguez Temiño 1988; Rodríguez Temiño 1990, 615 n. 20 y 620 n. 44.
DECUMANUS 8
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acceso cuadrado de 0,60 m de lado (Fig. 8). Desde el punto de vista constructivo, llaman la atención los dos pares de contrafuertes de opus caementicium que se localizaban entre la cimentación del peribolos del temenos y la cloaca, para garantizar la estabilidad del conjunto (Fig. 9). Cronológicamente, se sitúan en el mismo momento constructivo tanto la cloaca como los contrafuertes y el muro septentrional del peribolos, en época flavia.
2.8. Fig. 7. Plaza de España [272]. Coronación de la cloaca, bajo el decumanus 8, con contrafuertes laterales de opus caementicium (Foto: S. García-Dils).
DECUMANUS 10
La uia fue documentada de forma somera en el corral trasero del nº 37 de la calle Merced, actualmente nº 33 [161],39 a unos dos metros por debajo de la cota del cerro del Alcázar. Bajo la calzada, a 1,20 m, se registró un importante tramo de cloaca, construida enteramente de losas de calcarenita, de 1,15 × 0,55 × 0,24 m, con la habitual cubierta a dos aguas
Fig. 8. Plaza de España [272]. Pozo de registro de la cloaca y atarjea de acometida desde la domus vecina (Foto: S. García-Dils).
Fig. 10. Calle Merced nº 33 [161]. Interior de la cloaca (Foto: Hernández Díaz et al. 1951 fig. 74). Fig. 9. Plaza de España [272]. Detalle de contrafuerte lateral de la cloaca y la cimentación del peribolos (Foto: S. GarcíaDils).
39 Hernández Díaz et al. 1951, 71-72; en Rodríguez Temiño 1988a, 107 y 113.
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Fig. 11. Calle Merced nº 33 [161]. Planta y sección transversal del decumanus 10 y la cloaca (Dibujo: Hernández Díaz et al. 1951, 71 dib. 23).
y unas dimensiones interiores en la galería de 0,60 × 1,53 m (Fig. 10). La conducción fue explorada en una longitud de 14 m, detectándose a los 12 m de la entrada, en la parte alta de la pared de la derecha, que se puede entender como el flanco meridional, la acometida de una atarjea lateral (Fig. 11).
2.9.
LA CANALIZACIÓN PERIMETRAL DEL FORO COLONIAL
Fig. 12. Calle Virgen de la Piedad nº 16 [003]. Vista general de la excavación (Foto: C. Romero).
Se trata en este caso de sendas canalizaciones destinadas a la evacuación de las aguas pluviales del foro colonial, cuestión en absoluto baladí si se tiene en cuenta que se trata de casi dos hectáreas de superficie pavimentada con grandes losas de piedra caliza, con una casi nula capacidad de absorción de las aguas superficiales. Dichas canalizaciones, localizadas en las excavaciones realizadas en la calle Virgen de la Piedad nº 16 esquina a calle Regidor y calle Olivares [003]40 (Fig. 12) y la calle San Bartolomé nº 3 [087],41 constituían respectivamente los límites oriental y meridional del forum. Ambas estaban conformadas por paredes construidas en ladrillo y mampostería con mortero rico en árido y bajo en cal, sin revestimiento interior impermeabilizante, sobre una base de losas calcarenita, unidas en seco, en las que se había tallado un baquetón en el contacto con las paredes para facilitar su limpieza (Fig. 13). Los muros laterales eran de entre 0,40 y 0,60 m de anchura, conservándose una altura máxima en algunos tramos de 1 m, teniendo el canal interior de 0,60 a 1 m de latitud. La cubrición se resolvía con una cubierta abovedada por aproximación de hiladas, que no se había conservado, aunque se detectaba en al40 41
Romero Paredes et al. 2005. Cabrera y Carrasco 2005.
Fig. 13. Calle Virgen de la Piedad nº 16 [003]. Detalle del interior de la canalización (Foto: C. Romero).
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gún tramo su arranque. Su cronología se estableció en época flavia. 3.
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS SÓLIDOS
Son realmente escasos los espacios documentados arqueológicamente en la ciudad que puedan calificarse como vertederos de residuos sólidos. Sin entrar a valorar el interés que ha despertado la cuestión en los diferentes directores de las excavaciones respectivas, ni si se ha sabido reconocer como tales las posibles áreas de vertidos, se puede por lo menos extraer una serie de conclusiones generales a partir del análisis global de las intervenciones llevadas a cabo en la ciudad.42 En primer lugar, hay que traer a colación de nuevo la posición topográfica de Astigi, situada en el fondo de un valle fluvial rodeado de áreas más elevadas que la propia ciudad, en una zona prácticamente llana por completo y sin depresiones relevantes susceptibles de ser rellenadas con detritos. En estas condiciones, cabría esperar que los vertidos se realizasen de forma más o menos organizada en las orillas de los cursos de agua que rodean la ciudad, el río Genil, al Este, y el arroyo de la Argamasilla, al Sur, y en efecto, como se verá a continuación, las únicas áreas calificables de vertederos se sitúan precisamente en estos entornos, aprovechando la capacidad del agua para desplazar y alejar los residuos.43 Por descontado, se constatan en la ciudad prácticas bien conocidas en todo el mundo antiguo —y no sólo—, como el reuso sistemático de todo tipo de materiales,44 que no necesita de justificación.45 En el caso astigitano, los ejemplos más evidentes, como es habitual, corresponden al ámbito de los materiales constructivos, cuya reutilización ha dejado un rastro arqueológico más perceptible. En este sentido, hay 42 Sobre estas cuestiones generales, hay que mencionar de nuevo la conocida reunión de Roma en torno a las sordes urbis (Dupré y Remolà 2000). 43 Remolà 2000, 111-112. 44 Rodríguez Almeida 2000. 45 Huelga insistir en aspectos conocidos por la investigación, como el valor que se da a los materiales procedentes de demoliciones, de lo que contamos con un buen ejemplo en Dig. 39.2.7, donde sobre la cuestión de la retirada de escombros, tras la caída de una casa, por parte de su propietario, se establecía que la limpieza debía ser total, incluyendo hasta lo que fuese inútil, «et quae inutilia essent»; si se negaba, se entendía abandonada toda la casa dañante. Cfr. Liebeschuetz 2000, 54; García Sánchez 1975, 82-83. Sobre la demolición de edificios en Roma, con una perspectiva general sobre la cuestión, vid. Robinson 1992, 42-48.
Fig. 14. Plaza de España [272]. Muro tardoantiguo construido con diversos materiales reutilizados (Foto: S. GarcíaDils).
que señalar que la ciudad no crece en cota a lo largo de las épocas romana y tardoantigua, manteniéndose en uso los viarios hasta los comienzos de la época andalusí, en algunos casos incluso hasta la conquista cristiana de la ciudad, lo que supone no tanto un indicio del cumplimiento de normativas urbanísticas destinadas a la prevención de la configuración de espacios degradados intra moenia 46 como de reuso recurrente de los materiales (Fig. 14). Por citar un caso particular, es frecuente en la colonia la reutilización de envases anfóricos, en la práctica totalidad de los casos de salazón,47 especialmente de tipología Beltrán IIb.48 Como dato a tener en cuenta, su presencia es mayoritaria extra moenia, y en mucha menor medida aparecen dentro de la propia ciudad. El primer contexto en el que se detecta ampliamente su presencia es el funerario, tanto como material constructivo en las tumbas como para contener enterramientos infantiles, de lo que contamos con ejemplos en los sectores de necrópolis excavados en la Algodonera I [193],49 la calle Bellidos nº 18 [107]50 (Fig. 15) y la Algodonera II [231].51 En estas inhumaciones en ánfora, el mayor porcentaje de individuos corresponde a fetos, siendo el resto infantiles neonatos.52 El segundo contexto es como material constructivo, destacando el caso particular de la 46
Lex Malacitana 62; Lex Vrsonensis 75. La importante producción local de aceite vinculada a Astigi hacía innecesaria la entrada de ánforas olearias en la ciudad, por lo que apenas se detecta la presencia de las Dr. 20 en contexto urbano, en claro contraste con su omnipresencia en ambas orillas del Genil, aguas abajo de Écija. 48 Rodríguez Almeida 2000,125-126. 49 Tinoco 2004; Tinoco y López 2001. 50 Tinoco y López 2001; Tinoco 2005; López y Tinoco 2007. 51 Aguilar 2004. 52 López y Tinoco 2007, 621. 47
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Fig. 15. Calle Bellidos nº18 [107]. Tres inhumaciones infantiles en ánfora (Foto: Tinoco 2002, 480, Lám. VII).
Fig. 16. Plaza de Puerta Cerrada nº 9 [045]. Estructura construida con galbos y bocas de ánfora Beltrán IIb (Foto: Rodríguez Temiño 1986, 389 Lám. 1).
plaza de Puerta Cerrada nº 9 [045],53 donde se documentó una potente estructura constituida por galbos y bocas de ánfora Beltrán IIb (Fig. 16). En lo que se refiere a los vertederos, siguiendo el esquema esperable, los que han podido ser reconocidos, todos ellos extramuros, se localizan en la orilla occidental del Genil a su paso por la ciudad y en la septentrional del arroyo de la Argamasilla. Aun cuando se nos escapan de momento los mecanismos previstos en cada momento histórico para la evacuación de estos residuos sólidos a las áreas de vertido,54 así como su grado de organización por parte de la administración pública, sí se puede definir una franja más o menos coherente, detectada en las intervenciones arqueológicas que se recogen a continuación.
3.1.
53 Rodríguez Temiño 1986; Rodríguez Temiño 1991, 350; Villanueva y Mendoza 1991, 40. 54 Bien conocido es el caso de Antioquía a finales del siglo IV, recogido en la Oratio 50 de Libanio. Cf. Liebeschuetz 2000: 51-53.
ENTORNO
DEL RÍO
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En la orilla oeste del río Genil han sido detectados posibles vertederos en dos puntos. El primero de ellos, en un solar ubicado en la calle Merinos esquina a callejón de las Huertas [049],55 donde se realizó una intervención arqueológica en la que apareció abundante material cerámico romano y medieval mezclado, incluyendo numerosos fragmentos menudos de ánforas Beltrán IIb y terra sigillata de varios tipos, así como materiales constructivos tales como ladrillos bipedales y columnarios, tegulae, revestimientos parietales de aplacados de mármol y estuco pintado. Tal como se apunta en el informe de excavación, se trataba de un sector periférico de la ciudad, que no fue habitado hasta época moderna, correspondiendo el Estrato III, situado entre las cotas 2,15 y –2,80 m a un vertedero en época romana. 55 Rodríguez Temiño y Núñez 1987, 397-398; Villanueva y Mendoza 1991, 41-42.
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Fig. 17. Avenida Dr. Fleming nº 33-35 [241]. Sección de cotas históricas documentadas en la parcela (Dibujo: Rodríguez Rodríguez et al. 2003, 369, Fig. 4).
El segundo punto, localizado en la avenida Dr. Fleming nº 33-35 y calle La Puente [241],56 constituye un ejemplo más ilustrativo y mejor estudiado. En la intervención arqueológica ejecutada en este solar, se registraron las cotas de uso históricas desde época romana de este sector de la ciudad vinculado al río. Así, aunque actualmente existe un desnivel en la zona donde se ubica el solar de 2,80 m entre la avenida Dr. Fleming y la calle La Puente,57 en época romana seguía su pendiente natural hacia el río desde el vecino cerro del Alcázar (Fig. 17). En las zanjas practicadas se documentó entre las cotas 94,80 y 95,50 m s.n.m. una capa de relleno con materiales constructivos y cerámicos de factura romana, bajo un nivel de uso situado a 95,50 m s.n.m. Se constató asimismo que la zona no fue habitada durante época antigua ni la Edad Media, funcionando como zona de ribera sujeta a las inundaciones del cercano río Genil.
3.2.
ENTORNO
DEL ARROYO DE LA
ARGAMASILLA
En el entorno del arroyo de la Argamasilla se han preservado zonas de vertedero mejor conservadas, 56
Rodríguez Rodríguez et al. 2003. Concretamente, el punto medio de la fachada a Avda. Dr. Fleming se sitúa a 99,90 m s.n.m., y el de la calle La Puente a 97,10 m s.n.m., lo que se debe a sucesivos rellenos bajo la primera vinculados a la pavimentación de la antigua travesía de la N-IV a su paso por Écija.
circunstancia que hay que relacionar con la menor actividad hidrológica de este curso de agua que, si bien se desborda a menudo todavía hoy, su capacidad de arrastre no es en absoluto comparable a la del río Genil. En este sector situado al Sur de la colonia se pueden identificar hasta tres áreas de vertido diferentes. La primera de ellas se localizaba entre el arroyo y un barrio ubicado extra moenia de la ciudad, vinculado a la entrada de la uia Augusta en la colonia, y fue identificada en una excavación realizada en la calle Arroyo nº 8 [282],58 donde aparecieron materiales cerámicos con una amplia cronología, que arrancaba de época prerromana, revueltos en niveles deposicionales aluviales asociados al arroyo. Más hacia el Este, en una vigilancia arqueológica llevada a cabo en una parcela sita en la calle Arroyo nº 33 [198],59 entre las cotas 104,85 y 104,00 m s.n.m., aparecieron abundantes materiales constructivos y cerámica de cronología romana, sin estructuras asociadas. Por último, en la avenida de Andalucía nº 41 y calle Barquete [298],60 fue estudiado arqueológicamente un solar de grandes dimensiones, documentándose niveles deposicionales con materiales constructivos y cerámicos de época romana, cuya cronología se situaba en torno al siglo IV d. C., entre las cotas 96,70 y 97,06 m s.n.m.
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Conlin y Cabrera 2009. Romero Paredes et al. 2001. 60 Vera y Cabrera 2009. 59
BAELO CLAUDIA DARÍO BERNAL CASASOLA* ALICIA ARÉVALO GONZÁLEZ* ÁNGEL MUÑOZ VICENTE** IVÁN GARCÍA JIMÉNEZ** MACARENA BUSTAMANTE ÁLVAREZ* ANTONIO M. SÁEZ ROMERO*
Estamos habituados a imaginar o contemplar la ciudad romana como un modelo urbanístico […] parece que solo cuando tuvo lugar la transformación de las ciudades en el periodo tardío éstas se comenzaron a llenar de residuos, basuras y escombros… (Arce 2000, XI) 1.
INTRODUCCIÓN
A pesar de la ingente producción bibliográfica existente sobre la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia (recientemente sintetizada en Rojas Pichardo 2009), no hay trabajos monográficos relacionados con la gestión de los residuos urbanos y con la problemática del ciclo del agua como indicador directo de la gestión municipal de la ciudad en la evacuación de aguas pluviales y fecales, a excepción de algunos trabajos generales (Alarcón 2002; 2009). Al hilo de la Reunión Científica sobre La Gestión de los residuos urbanos en la Hispania Romana hemos tenido la ocasión de reflexionar sobre esta problemática en una de las ciudades hispanas que suele ser ejemplo cotidiano de urbanismo canónico y de «romanidad» en el sentido más clásico de su acepción. Ante la ausencia de investigaciones monográficas al respecto —no olvidemos que las temáticas más analizadas en Baelo han sido, desde los orígenes de la investigación en la misma, la arquitectura y el urbanismo (una ejemplar síntesis en Sillières 1997 y en las distintas contribuciones en AA.VV. 2006); y los últimos estudios y proyectos de la Casa de Velázquez siguen en esta importante línea de trabajo, como podemos valorar en la reciente edición de la última monografía de la serie Belo, dedicada al santuario de Isis (Dardaine et al. 2008)— es complejo sin trabajos de ** Universidad de Cádiz. Departamento de Historia, Geografía y Filosofía. Área de Arqueología. ** Junta de Andalucía. Consejería de Cultura. Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia.
largo alcance dedicados monográficamente a estas parcelas profundizar sobre el inicio del decaimiento urbano y de las fases de época medio-imperial; especialmente desde época tardo-antoniniana, momentos en los cuales la ciudad ya muestra síntomas claros de agotamiento, que se plasman en el abandono de edificios públicos y en la reorganización de la vida urbana, como recientemente se ha podido plantear para el barrio meridional baelonense (Bernal et al. 2007a, 451-453). Evidentemente, no resulta posible en un trabajo de este tipo acometer un estudio integral sobre el problema del colapso de los sistemas de abastecimiento hídrico a la ciudad y de su gestión; como tampoco valorar íntegramente, a escala urbana, el período de funcionamiento y abandono de las cloacas y colectores secundarios del enclave, pues los datos son totalmente parciales como para dar una idea general de la política de amortización de los mismos en clave cronológica. Máxime si tenemos en cuenta el gran dinamismo urbano, perfectamente constatado en la ciudad, que provoca que algunos sectores sean abandonados mientras que otros siguen a pleno rendimiento, como se deduce de los islotes recientemente excavados en el barrio industrial: como el Edificio Meridional III, que es abandonado a finales del s. II (Bernal et al. 2007a, 421-422), mientras que el relleno del E.M. VIII acontece un siglo después (Bernal et al. 2007b, 466-483). Ello induce, por tanto, a la prudencia, pues no parece representativo a nuestro juicio utilizar los escasos datos disponibles para plantear una dinámica general sobre la incapacidad del ordo decurionum para mantener en funcionamien-
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to los sistemas públicos de salubridad e higiene. De ahí que en las páginas que siguen el lector encontrará, básicamente, tres elementos. De una parte, una síntesis previa de nuestro conocimiento del sistema de captación, administración y gestión de los recursos hídricos en Baelo al hilo de un escrutinio bibliográfico, derivado de las investigaciones precedentes, que evidencia la necesidad de acometer estudios monográficos al respecto en el futuro sobre el reciclado de los residuos líquidos urbanos. En segundo término, se presentará de manera sucinta la fase altoimperial de las excavaciones acometidas por la Universidad de Cádiz y el Conjunto Arqueológico de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en la muralla oriental durante los años 2005 a 2007, con motivo de la remodelación del itinerario de visitas, de la cual se han presentado algunos avances (Arévalo et al. 2006): en ella se han documentado vertederos urbanos de residuos sólidos amortizando la muralla y el bastión norte de la denominada Puerta de Carteia, fechados en momentos muy tempranos (segunda mitad del s. I d. C. e inicios del s. II d. C.), de ahí su interés. Y, por último, realizaremos una valoración de la problemática general del reciclado de residuos urbanos en la ciudad de Baelo Claudia al hilo de la información anteriormente presentada y de otros datos recientes, procedentes en su mayor parte de las actuaciones arqueológicas acometidas en los últimos años en el Conjunto Arqueológico.
2.
DEL INCIERTO ABANDONO DE LOS ACUEDUCTOS Y DEL SISTEMA DE DRENAJE URBANO. UNA ASIGNATURA PENDIENTE DE LA INVESTIGACIÓN
Es evidente que la necesidad de grandes cantidades de agua para atender los usos públicos, privados e industriales, condicionó la elección del espacio que la ciudad de Baelo Claudia ocupó; sin duda se tuvo que tener en cuenta, como en otras ciudades romanas, que el lugar contará con abundancia hídrica o que fuera fácil su captación. La información con que contamos sobre el abastecimiento, distribución y evacuación del agua en esta ciudad hispanorromana presenta grandes lagunas, como ha sido puesto de manifiesto en los trabajos de los últimos años (Alarcón 2002; 2009), ya que la investigación no se ha centrado nunca, de manera específica, sobre estos aspectos. Además, el tipo de material empleado en la fabricación de los conductos de evacuación, rea-
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lizados fundamentalmente en plomo, ha motivado su incesante búsqueda y saqueo al tratarse de un material fácilmente reciclable, lo que motiva la escasez de hallazgos que nos informa sobre este aspecto. Esta situación impide, por el momento, llevar a cabo una presentación de cómo fue su sistema hidráulico de manera integral, por lo que tan sólo expondremos a continuación una síntesis de la información disponible, a espera de que futuras investigaciones completen esta importante faceta de la infraestructura urbana de Baelo Claudia.
2.1.
EL
SISTEMA DE ABASTECIMIENTO DE AGUA:
DE LA DISCUTIDA CRONOLOGÍA DE LOS ACUEDUCTOS Y LA INEXISTENCIA DE DATOS SOBRE SU ABANDONO
El aprovisionamiento de agua dulce a la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia se realizaba a través de tres acueductos, dos de ellos traían el agua de la Sierra de La Plata y el tercero de la falda meridional de la Peña de San Bartolomé, en Punta Paloma (Sillières 1997, 145-152). El más largo de los tres es el que realiza la acometida desde Punta Paloma, a una distancia de la ciudad cercana a los ocho kilómetros. Se trata de una obra realizada en opus incertum que contaba con arquerías en cinco puntos de su trazado, coincidiendo con los cinco arroyos que atraviesa (Conejo, Churriana, Pulido, Alpariate y Chorrera) en su recorrido, casi paralelo a la costa. El resto de la conducción que no iba enterrada, parece, a juzgar por las fotografías de los años veinte del siglo pasado (Paris et al. 1923, 112), y a la luz de recientes trabajos de limpieza, que se construyó en la zona próxima a su captación a base de un canal o specus entallado en sillares de caliza tratados hacia el interior con un revestimiento hidráulico y cubiertos con losas del mismo material de sección curva, formando una semibóveda; en el resto del trazado, visible en las proximidades de la actual Sede Institucional, el specus fue construido con laterales de mampostería revestida al interior por un mortero hidráulico, cubierto por lajas planas de piedra caliza de distintos tamaños. El segundo acueducto en importancia provenía del lugar conocido como «Sumidero», en Sierra Plata. Este acueducto entra en la ciudad por su parte norte, y su trazado es peor conocido que el anteriormente descrito; no obstante, a juzgar por los restos arqueológicos preservados, su parte aérea debió ser mucho menos monumental, ya que se han encontrado en su recorrido elementos de mampostería del tipo opus incertum pero que tan sólo levantan varias decenas de centímetros del suelo. En otros tramos, el reco-
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rrido aéreo se realiza a base de grandes bloques de arenisca rebajados en su interior. No se ha recuperado ninguna de las losas que cubrirían este acueducto, si bien deberían conformar una estructura abovedada. Se conocen de este acueducto varios pozos de decantación y registro, algunos ya dentro de la ciudad o en sus proximidades. El último de los tres proviene de Sierra Plata, pero de un manantial situado más a Occidente. Es el más corto y el de estructura más liviana, tanto que en los sectores conocidos se limita a una simple alineación de pequeños sillares de caliza con una zona acanalada en el medio, trabados unos con otros con mortero de cal. Este pequeño acueducto entra en la ciudad por el oeste, al norte de las termas. En ninguna de estas tres instalaciones hidráulicas se han hecho actuaciones arqueológicas —a excepción de las limpiezas acometidas por el Conjunto Arqueológico en el año 2006/2007—, ni han sido objeto de proyecto de investigación alguno destinado a valorar las fechas de su erección o sus diversas fases de vida. De ahí que su datación haya sido propuesta por diferentes investigadores en función de criterios técnicos y constructivos, y además hace varias décadas. Así, para el acueducto de Punta Paloma, las cronologías ofrecidas por los distintos investigadores son dispares: Fernández Casado (1972) lo data a mediados del siglo I d. C., mientras que A. Jiménez (1973) lo sitúa en la primera mitad del s. III. No obstante, y según Sillières, a tenor de que el período de mayor auge constructivo y de monumentalización de la ciudad corresponde a mediados del siglo I, fecha en la que la ciudad adquiere un gran desarrollo urbano e industrial, es posiblemente en estos momentos en los cuales la misma debió dotarse de un sistema de abastecimiento hídrico capaz de hacer frente a las nuevas necesidades (Sillières 1997, 151); en el caso del denominado acueducto norte o de la Sierra de la Plata, este mismo investigador ha propuesto una datación en época de Augusto (Sillières 1997, 151); aunque según otros investigadores por la técnica constructiva utilizada y por su similitud con el de Punta Paloma bien pudiera pertenecer a época julio-claudia (Alarcón 2009, 185). Por último, contamos con el acueducto noroeste, el cual tiene su nacimiento en la fuente cercana al molino de Carrizales, que debió interconectarse con la ciudad en el sector comprendido entre la puerta occidental del decumanus del teatro y la puerta de Gades. Su construcción se relaciona con la puesta en marcha del complejo termal situado junto a la puerta de Gades, y por lo tanto se fecha en la primera mitad del s. II d. C. (Sillières 1997, 146; Alarcón 2009, 186).
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En los párrafos precedentes se advierte la discordancia existente entre las fechas de construcción propuestas por los diversos investigadores para las tres aquae que abastecieron a la ciudad, y especialmente la recurrencia a analogías constructivas para su datación, sin haber realizado un estudio arqueo-arquitectónico integral sobre todo ello (es decir análisis edilicios con sondeos estratigráficos de apoyo). En segundo término, parece determinarse un décalage para la construcción de los tres acueductos, que aparentemente no habrían sido sincrónicos (erigidos en el s. I o III en el caso del oriental; en el s. I el septentrional; y en el s. II en el caso del occidental). Si las fechas de construcción son dudosas, nada se detalla en las publicaciones citadas sobre los momentos de abandono de estas infraestructuras hidráulicas, por lo que no podemos saber, a esperas de estudios exhaustivos al respecto, hasta qué momento estuvieron los mismos a pleno rendimiento. De ahí que por el momento resulte complejo utilizar este tipo de indicador para valorar el colapso del mantenimiento urbano del ciclo baelonense del agua. Sí queremos plantear, como hipótesis de trabajo, que la técnica constructiva empleada en todos ellos y la dinámica socioeconómica general de vida de la ciudad induce a pensar como hipótesis más probable en una erección de los acueductos en época augustea o en momentos julio-claudios, y su mantenimiento hasta el abandono de los edificios públicos en momentos tardoantoninianos o primo-severianos, aunque como indicamos son necesarias investigaciones arqueológicas exhaustivas al respecto en el futuro que lo verifiquen.
2.2.
DE
LA COMPLEJA RED DE DISTRIBUCIÓN HÍDRICA
URBANA, Y DE SU INCIERTA CRONOLOGÍA
La información con que contamos sobre la distribución del agua en el interior del recinto urbano presenta grandes lagunas. Por un lado la investigación no se ha centrado nunca, de manera específica, sobre este aspecto, como se infiere de trabajos recientes (Alarcón 2002). Desconocemos el punto exacto de llegada a la ciudad del acueducto noroeste; tampoco se ha investigado monográficamente sobre la imbricación en el interior de la ciudad del acueducto occidental; o qué ocurre a nivel de detalle con las aguas almacenadas en la cisterna en la cual desagua el acueducto norte. No resulta posible una vez más sin investigaciones monográficas —ni tampoco es evidentemente nuestra intención en estos párrafos solucionarlo a
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Fig. 1. Planimetría general de Baelo Claudia, con la ubicación de las actuaciones arqueológicas en la muralla oriental, al norte de la Puerta de Carteia, y la propuesta del vertedero urbano (área con trama gris); y principales elementos de la red hídrica identificados hasta la fecha, además de las canalizaciones (según Alarcón 2002; 2009, con adiciones posteriores): — Pozos, del Iseum (P1), del foro (P2), de la cetaria del decumanus (P3), de la Casa del Cuadrante (P4) y de la Casa del Oeste (P5). — Fistulae de plomo, del Teatro (F1), del pilón (F2) y al sur del Isevm (F3), del edificio al norte del macellum (F4) y al este de las termas (F5). — Cisternas, al norte de la ciudad (C1), en el cardo al norte del Conjunto Industrial V (C2) y en el Conjunto Industrial IV (C3). — Fuentes, del frons pulpiti del teatro (FU 1 y FU 2) y del ninfeo del foro (FU 3).
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gravedad facilitaba la evacuación de aguas. Este sistema se documenta magistralmente en el área del foro, en el cual a ambos lados de la plaza central y bajo la pavimentación de las calles de servicio delante de la línea de tabernae (al este) y frente a diversos edificios públicos (al oeste) discurren las canalizaciones, realizadas en mampostería y cubiertas con lajas de caliza, y con notables dimensiones —30 cm de anchura y 40 de altura aproximadamente— (Fig. 2). A ellas desaguan otra serie de canalizaciones secundarias, que parten de la cimentación de otros edificios, como por ejemplo de la citada hilera oriental de tabernae del foro, del propio ninfeo o fuente monumental al norte, o del mercado al oeste (Fig. 3). No obstante, y a pesar de esta red de canales bien estructurada en torno a las calles secundarias —o entre insulae de casas, como parece suceder en el colector en dirección norte-sur que pasa bajo el lateral oriental del peristilo de la Casa del Cuadrante—, la red de saneamiento urbano de Baelo Claudia contó con un problema estructural: la ausencia de cloacas en los ejes viarios este-oeste, como se ha podido documentar al menos en el Decumanus Maximus de la ciudad. Ello provocó que este eje viario tuviese que
Fig 2. Canalización en mampostería entre la basílica y el macellum, en dirección N-S.
vuelapluma— abordar monográficamente la problemática del sistema de abastecimiento hídrico urbano en Baelo Claudia. Con los ejemplos que indicamos a continuación únicamente aspiramos a destacar una serie de aspectos que sí nos parecen dignos de reflexión. De una parte, la proyección planimétrica de los principales elementos destinados tanto a la obtención (pozos), como al almacenaje (cisternas), y a la distribución/saneamiento (fuentes o fistulae de plomo y otros materiales), como se ilustra en la fig. 1, permite concluir que la ciudad tuvo un ciclo del agua muy complejo, dotándose de los principales aditamentos técnicos necesarios y especialmente arbitrando soluciones diversas en cada caso. Un segundo aspecto digno de mención es que da la impresión que el sistema de evacuación de aguas planificado en paralelo al urbanismo de la ciudad, siguió como ejes básicos para su desarrollo la dirección norte-sur (más exactamente noreste-suroeste), aprovechando evidentemente la pendiente de la ladera sobre la cual se situó la ciudad, que únicamente por
Fig 3. Detalle de la red de drenaje en torno al foro (según Alarcón 2002, 467, retocado), con indicación de la sinuosidad del trazado de las canalizaciones entre la basílica y el mercado a su paso por el Decumanus Maximus (zona con elipse discontínua).
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Fig. 4. Vista desde el sur de la canalización que en dirección N-S pasa bajo el cardo situado al este de las termas, discurriendo bajo el enlosado del Decumanus Maximus (crustae en primer término), con detalle de la fistula de plomo ubicada en su interior (junto al jalón).
Fig. 5. Detalle del quiebro irregular del canal que desde el colector entre la basílica y el macellum atraviesa el enlosado del decumanus maximus hacia el sur.
ser atravesado perpendicularmente para permitir la continuidad de la evacuación hídrica hacia el mar, como se documenta especialmente en el cardo al este de las termas (Fig. 4). En otras ocasiones la continuidad hacia el sur de los canales se consigue a través de un sinuoso trazado de los mismos, que debieron seccionar en trayectoria oblicua las summae crustae del Decumanus Maximus, como por ejemplo se advierte en la continuidad del canal entre la basílica y el mercado en su decurso meridional (Fig. 5). ¿Hasta qué punto la constatación actual de su trazado responde a la primigenia o dicha traza irregular es resultado —como parece— de la remodelación del alcantarillado con motivo de la tardía construcción del macellum a finales del s. I d. C., como sería razonable pensar? Este fenómeno (ausencia de cloacas perpendiculares a las de los cardines) provocó que el sistema de evacuación de aguas pluviales fuese por la superficie de las propias calles; y en el caso del Decumanus Maximus en dirección a las puertas de
ambos extremos de la ciudad (de Gades y de Carteia), todo ello facilitado por la pendiente de la citada calle, cuyo punto álgido se situaba en la zona intermedia del mismo —área del macellum—, como han recordado algunos autores en fechas cercanas (Alarcón 2009, 195-197). Recientes actuaciones arqueológicas (2009) han confirmado este hecho con nuevos datos, ya que se han documentado una serie de canalizaciones en el pórtico norte del Decumanus Maximus, a escasos metros al oeste de la Puerta de Carteia, que efectivamente desaguaban directamente sobre las crustae de dicha calle (Fig. 6). Este sistema es muy habitual en las ciudades romanas, que aprovechan las calles para la evacuación de pluviales o de las aguas sobrantes de edificios (como las termas), como está perfectamente constatado en Italia en casos como Pompeya, Herculano y en menor medida en Ostia (Jansen 2000, 37 y 49). Otras disfunciones detectadas permiten valorar la complejidad del sistema hídrico y las sucesivas re-
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Fig. 6. Vista general desde el sur de las canalizaciones insertadas sobre los niveles constructivos del pórtico septentrional del Decumanus Maximus casi en la zona de confluencia con la Puerta de Carteia, recientemente puestas al descubierto (año 2009).
modelaciones de que fue objeto el mismo a lo largo del tiempo, como sucede por ejemplo con la fistula plúmbea localizada en el interior del colector bajo el cardo situado al este de las termas (Fig. 4), aparentemente incompatible con una canalización de tal envergadura en uso. ¿Se instaló la red hídrica en plomo en momentos en los cuales la cloaca estaba semio totalmente cegada?, ¿es la misma resultado de la remodelación del área termal en la primera mitad del s. II d. C. y nos estaría aportando una datación ante quem para dicho cegamiento? Evidentemente son hipótesis a verificar en el futuro, pues la ausencia de datos estratigráficos no permite, por el momento, pronunciarse con contundencia. También podemos inferir indirectamente algunos aspectos de la geografía de la distribución de fuentes, cisternas, pozos y fistulae o tuberías de plomo (parcialmente ilustrada en la fig. 1, a excepción de las canalizaciones en obra). De una parte, que la obtención de aguas, además del sistema público de fuentes y acueductos, se hacía del freático mediante pozos circulares, destinados a nutrir las necesidades en ámbito doméstico —como confirma su existencia en las dos únicas domus excavadas (Fig. 1, P4 y
P5)—, en los recintos fabriles —como en la fábrica de salazón del decumanus (P3)— o en los ámbitos religiosos —Iseum— (P1) o político-religiosos (P2): es decir son elementos muy abundantes en la ciudad, tanto en su zona media como sur, habiendo aprovechado los veneros naturales. Las cisternas conocidas permiten verificar el almacenaje hídrico tras su llegada del/os acueducto/s, como es el caso de la gran cisterna septentrional (C1), que a modo de castellum aquae constituía el gran depósito de redistribución urbana; las demás cisternas se sitúan en relación a las fábricas salazoneras del barrio meridional (C3 con seguridad y C2 con probabilidad), cuya justificación no sería otra que la ingente necesidad de agua para las tareas haliéuticas en estos enclaves fabriles. La vinculación de las fuentes parece limitarse a los edificios públicos y de representación, como sucede con los dos ejemplos del frons pulpiti del teatro (FU1 y FU2) o con el monumental ninfeo del foro (FU3), no estando atestiguadas hasta la fecha fuentes públicas en los ejes viarios de la ciudad o en las plazas, como sucede en otras ciudades hispanorromanas. Respecto al sistema de canalizaciones, no consideramos prudente sin un estudio monográfico incluir
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una propuesta precisa, de ahí que no la hayamos ilustrado gráficamente. Indicar que la mayor parte de edificaciones e inmuebles disponen de una red de saneamiento/drenaje en obra, compuesta por canalizaciones en mampostería de mayor o menor entidad, que suelen desaguar en los grandes colectores que discurren bajo los cardines principales (como en el situado al este de las termas; Fig. 4) o secundarios (como en las calles de servicio entre los edificios del foro citadas anteriormente). Este sistema estuvo en ciertos momentos complementado por una red de tuberías de plomo o fistulae aquariae, del cual se han localizado evidencias en el teatro (F1), dentro del Iseum (F2) o en su entorno (F3), así como en posible relación con el complejo termal (F5) y en torno a un edificio al norte del macellum de finalidad indeterminada (F4). Da la impresión que el empleo de fistulae plúmbeas se asocia en Baelo Claudia, por lo que sabemos, únicamente a edificios públicos (teatro, termas e iseo), dando pruebas de su notable sofisticación y elevado nivel técnico el empleo de «purgadores» perforados de forma troncocónica (Dardaine et al. 1979, 534 pl. XIV) para eliminar el aire interior de las tuberías, ingenios que se localizan de manera excepcional en Hispania, como ilustra el ejemplo tarraconense de Vilanova del Camí, de época altoimperial (Rodà 2004, 215). No podemos por ahora valorar en qué momento se produjo la implementación de este sistema de suministro hídrico en plomo y cuánto tiempo duró en uso; no obstante su manifiesta relación con edificios construidos entre época augustea e inicios de época antonina deja poco margen de dudas respecto a su empleo durante el Alto Imperio, aparentemente de manera exclusiva. La última cuestión y más compleja de todas es la cronología de todos estos ingenios. A pesar de que sería posible establecer un complejo entramado de inferencias ante y post quem en relación a cada uno de los elementos relacionados con el ciclo del agua anteriormente citados, la escasa fiabilidad de los datos cronológicos y la escasa veracidad de muchas informaciones nos ha llevado a no realizar esta tarea de modo exhaustivo. Adicionalmente, y al tratarse de datos dispersos, ¿hasta qué punto el ilustrativo abandono de una estructura puntual sería síntoma del decaimiento del control urbano de la captación y/o suministro?, ¿podrían responder a reformas de los inmuebles, como de facto está probado que así es en determinadas ocasiones como en el caso del macellum? A continuación realizamos una sucinta presentación de algunos de los datos más fiables por el momento, así como una valoración general de todos ellos.
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Da la impresión de que algunas canalizaciones estuvieron claramente preconcebidas desde los orígenes del trazado urbano en época augustea, como sucede con la situada en la zona oriental de la plaza del foro, que recorre tres de los lados de la misma, a excepción del meridional, aunque carecemos de datos estratigráficos que lo verifiquen. En relación a la canalización situada entre la basílica y el macellum, su ortogonalidad respecto al primero de dichos edificios induce a pensar que este canal debió construirse al menos en el momento de construcción de la basílica, que se fecha en época de Nerón (Lancha et al. 1982, 421-425; Sillières 1997, 113), pues el Macellum es algo posterior, al datarse en los últimos años del siglo I d. C. (Didierjean et al. 1986; Sillières, 1997, 120). No obstante, también es muy probable que la misma pueda ser reconducida a fechas augusteas. Más difícil es datar hasta cuándo estuvo en uso, pues la basílica parece que tuvo un derrumbe inicial en los primeros decenios del s. III, aunque luego se vuelve a ocupar la zona, aparentemente con viviendas tardorromanas. Por su parte, las canalizaciones bajo las tabernae interiores del macellum se interconectan con el colector que baja del foro (Fig. 3), siendo también de similares dimensiones internas —30 cm de anchura la más oriental— (Didierjean et al. 1986, 144; Alarcón 2002, 481-482). Al situarse bajo las infraestructuras de las tiendas parece claro que se corresponden con el momento de construcción del macellum, es decir en los últimos años del s. I d. C.; y es lógico pensar que debieron estar el uso hasta el abandono de este edificio, en el cual primero fueron abandonadas las tiendas interiores, al parecer ya a finales del s. II; luego el patio, y por último las tiendas de la fachada, durante la segunda mitad del siglo III d. C. (Didierjean et al. 1986; Sillières 1997, 120). Por otro lado, la reforma del foro y de los edificios aledaños llevada a cabo durante la segunda mitad del s. I y los primeros decenios del s. II conllevó la adopción de una serie de medidas para la correcta evacuación de aguas, entre las cuales parece figurar la instalación de pequeñas canalizaciones, cuya datación precisa no es fácil (Alarcón 2009, 198-199). Algo similar sucede en el caso del teatro, pues diversas canalizaciones se consideran contemporáneas a la erección del edificio de espectáculos (fechada tradicionalmente en los años 60-70 d. C.), a lo que deberíamos unir las fistulae ya citadas anteriormente, quizás relacionadas con las fuentes del frons pulpiti; ¿estuvieron en uso las mismas hasta el abandono del edificio en el s. III d. C.? La valoración general de todo lo comentado en
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este apartado es nuestro incierto conocimiento actual del sistema de drenaje hídrico de la ciudad, disponiendo únicamente de datos parciales al respecto. Parece evidente que buena parte —o todo— el sistema de canalizaciones debió correr parejo a la planificación urbana de Baelo Claudia, acontecida en época augustea, como es lo propio en las deductiones o fundaciones de ciudades romanas, bien ilustrado por las ciudades del Norte de Italia (Gelichi 2000, 1516); y, efectivamente, en estos momentos parecen poder situarse cronológicamente algunas de las evidencias conservadas (red hídrica en torno a la plaza del foro; posiblemente el gran colector entre la basílica y el macellum; y quizás las canalizaciones recientemente excavadas en el pórtico norte del Decumanus, cerca de la Puerta de Carteia). Se constatan reformas diversas en las canalizaciones, no bien datadas estratigráficamente, como ilustra la tubería de plomo inserta en el colector del cardo al este de las termas; algunas parecen claramente de finales del s. I d. C., caso de las situadas bajo las tabernae exteriores del macellum. Mucho más difícil es saber hasta cuando perduran en uso estos canales, ya que no hemos encontrado referencias claras en las excavaciones antiguas a los niveles de amortización de las mismas. Será labor del futuro precisar al respecto, si bien somos de la opinión, conscientes de la dinámica general de funcionamiento de la ciudad, que buena parte de esta infraestructura urbana debió entrar en desuso a lo largo de la segunda mitad del s. II d. C., no más tarde. Ello no es óbice, evidentemente, para que diversos edificios del s. III o bajoimperiales hubiesen contado con sus sistemas propios de evacuación, como se constata por ejemplo en la canalización de desagüe del Conjunto Industrial VI, que discurriendo hacia el este con un trazado curvilíneo penetra bajo el antiguo cardo, en estos momentos amortizado por el acceso a otra cetaria —Conjunto Industrial V— (Bernal 2007c, 139 fig. 56 y 155-173). Por último, recordar que el sistema de evacuación hídrica en Baelo Claudia derivaba los residuos en dos direcciones. De una parte, hacia los cursos de agua que rodean perimetralmente a la ciudad, por el este y el oeste, a través de las puertas de los decumani, como se ha indicado anteriormente —especialmente claro en el caso del Decumanus Maximus—; y posiblemente pero en menor medida a través de canalizaciones que llegasen hasta la cinta muraria, no documentadas con claridad por el momento. Y en segundo término, pero en mayor medida, hacia el mar, zona a la cual tienden a desaguar los colectores principales de la ciudad (como hemos indicado bajo los cardines), que deberían llegar hasta la muralla me-
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ridional. Esta cuestión es también digna de reflexión en relación con el reciclado de los residuos líquidos de la ciudad, pues el vertido directamente hacia la playa de las alcantarillas provocaría pestilencias en el ámbito portuario y quizás encharcamientos de residuos, ya que da la impresión de que los colectores no se proyectaban más allá de la muralla sur, sino que iban a morir en ella, pues los resultados de prospecciones geofísicas al sur de la ciudad dieron resultados totalmente negativos en lo que a la localización de posibles canalizaciones se refiere (Alonso et al. 2007).
3.
DE LA EVACUACIÓN DE RESIDUOS SÓLIDOS URBANOS. EL SINGULAR VERTEDERO DE LA MURALLA ORIENTAL
A partir del año 2005 y de manera discontinua hasta el año 2009 se han realizado una serie de actividades arqueológicas en el ámbito de la muralla oriental de Baelo Claudia, motivadas por el cambio del itinerario de visitas resultado asimismo de la construcción del edificio de la Sede Institucional del Conjunto Arqueológico. Todas ellas tendentes a posibilitar el acceso a la ciudad por parte de los visitantes a través de una pasarela situada en paralelo al lienzo murario oriental, de manera que fuese posible visualizar la zona exterior de la ciudad hispanorromana previamente al ingreso en la misma a través de sus puertas (la del decumanus del teatro y la de Carteia, al norte y al sur respectivamente). Al tratarse de una zona amplísima, de casi 150 m lineales (N-S), con una anchura cercana a los 10 m y con una potencia variable (de entre 2 y 4 m), fue necesario arbitrar una serie de estrategias que permitiesen armonizar los objetivos de valorización de esta zona de la ciudad romana con la investigación arqueológica. Para ello, y de manera integrada entre el Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia y la Universidad de Cádiz, se decidió optar por la ejecución de una serie de sondeos arqueológicos situados extramuros (S1 a S5 y S7) e intramuros (S6 y con posterioridad, durante el año 2009, algunos más, que se sitúan todos ellos entre las torres T-3 y T-4, más al norte, y que no incluimos en este estudio), de manera que fuese posible obtener la secuencia estratigráfica completa de la zona (datación, reformas, abandono de la muralla y fases posteriores), y permitir disponer de más datos para ulteriores decisiones sobre la puesta en valor de este sector, aún en fase de remodelación. Para los objetivos de este trabajo nos interesan especialmente los sondeos extramuros, denominados
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Fig. 7. Detalle del lienzo murario oriental de Baelo Claudia entre la Puerta de Carteia y la del Decumanus del Teatro, con la ubicación de los sondeos estratigráficos realizados (S1 a S7).
respectivamente 1 a 5 y 7, situados todos ellos en el tramo existente entre el bastión norte de la Puerta de Carteia y la torre denominada torre T4 (Fig. 7), sobre cuya problemática y detalles técnicos remitimos al único avance preliminar de esta actuación publicado hasta la fecha (Arévalo et al. 2006, 64-68), además de a los Informes de Excavación y a las preceptivas noticias en los Anuarios Arqueológicos de Andalucía, aún en prensa. Estas actuaciones arqueológicas han permitido obtener multitud de datos de diversa naturaleza, relacionados con las fechas de construcción y reforma de la muralla (augustea, con una importante reparación a finales de época julio-claudia); con el empleo de toda esta zona como área de vertedero urbano desde momentos avanzados del s. I d. C.; con la definitiva amortización de la muralla; y con la instalación posterior de una necrópolis tardorromana (fechada desde el s. V en adelante, de la cual sí se ha publicado un avance de sus resultados, incluyendo el estudio antropológico y paleopatológico, Arévalo et al. 2006, 70-76 y 76-81). Todo ello se encuentra en la actualidad en curso de estudio, estando prevista la
publicación de una monografía con los resultados durante el año 2012. De todo ello presentamos a continuación únicamente un avance de la problemática de la fase altoimperial relacionada con el uso del ámbito extramuros como ambiente de vertedero urbano, a esperas de ultimar el estudio definitivo.
3.1.
EL
GRAN VERTEDERO URBANO EXTRAMUROS
DE ÉPOCA ALTOIMPERIAL. DE LOS
SONDEOS 1
Y
UN
AVANCE
3
Los seis sondeos ejecutados en la zona extramuros (S1 a S5 y S7) han proporcionado una dinámica estratigráfica similar, por lo que nos limitaremos a continuación a presentar los resultados de dos de ellos como ilustrativos de la dinámica ocupacional general de toda la zona extramuros situada entre la Puerta de Carteia y la Puerta del Decumanus del Teatro. Hemos seleccionado en primer lugar el Sondeo 1 porque es aquel que se sitúa más cerca de la Puerta de Carteia, al tiempo que presenta una mayor potencia ya que la ladera desciende en dirección hacia la
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línea de costa. Con unas dimensiones iniciales de algo más de 28 m2 (4,2 m E-O por entre 6,7 y 6,8 m N-S, situado a 13 m al norte del bastión septentrional de la Puerta de Carteia y a 5,5 m al sur de la T2), el sondeo fue posteriormente ampliado hasta generar una amplia superficie de 70,08 m2 (7,3 E-O por 9,6 N-S), por lo que adicionalmente es el que cuenta con una mayor visibilidad resultado de la amplitud de área excavada. Asimismo, su contrastación con el Sondeo 3, con algo más de 7 m2 (4,1 E-O y entre 1,9 y 1,65 m al N y S respectivamente) localizado a 13 m al norte de la T1 y a 8,9 m al sur de la T2, permitirá valorar la similitud de la secuencia en los paquetes estratigráficos vertidos directamente sobre la muralla.
3.1.1.
Problemática estratigráfica y características del vertedero urbano
Desde un punto de vista estratigráfico, la excavación arqueológica ha permitido detectar en ambos sondeos IV fases, que son generalizadas en toda el área de excavación (Fig. 8). A continuación nos detendremos únicamente en la exposición de los resultados de la Fase III, que es en la cual se utiliza todo este espacio como área de vertido de residuos urbanos. En el Sondeo 1 se documentan en la base de la secuencia sendos estratos relacionados con la construcción de una pavimentación coincidente con el nivel de tránsito original por la zona. Se han podido excavar tanto los restos de la propia pavimentación (U.E. 110), conformada por mampostería de reducidas dimensiones (entre 5 y 10 cm ca.), aplanada y con tendencia a la horizontalidad a pesar de su irregularidad, trabada con sedimento arcilloso, que en cota corresponde con la cubrición de la zapata de la muralla (Figs. 9 y 10), por lo que se ha interpretado como un pavimento exterior a la muralla, aparentemente generalizable a toda el área excavada. A él se asocia un nivel de preparación de dicha pavimentación, infrayacente (U.E. 111), cuya principal característi-
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ca era la presencia de multitud de fragmentos pétreos y esquirlas de caliza, lo que unido a su matriz arcillosa y coloración marrón oscura —posiblemente restos del nivel geológico inferior removidos— permitieron interpretar que se trataba de un horizonte constructivo asociado a la muralla, con restos del retallado in situ de los sillares. Como veremos detalladamente en el siguiente apartado, da la impresión de que la construcción de esta pavimentación acontece en torno a mediados del s. I d. C. A continuación la secuencia es continua, caracterizándose por la presencia de multitud de vertidos, mayoritariamente de tendencia horizontal, que responde a descargas de materiales heterogéneos y de diversa naturaleza (sobre los cuales volveremos más adelante), y que hemos interpretado como resultado de la acumulación de residuos vinculados al empleo del área como un vertedero urbano extramuros. La excavación arqueológica del Sondeo 1 ha permitido definir un total de ocho estratos diferenciados de vertido (UU.EE. 102 a 109), sobre los cuales se situaban los niveles de la necrópolis tardorromana y los contemporáneos. Éstos últimos se caracterizaban por una capa vegetal superficial que cubría toda el área de excavación (U.E. 100), datada entre el abandono de la necrópolis en época tardoantigua (¿s. VII d. C.?) y la actualidad; bajo ella los niveles de cubrimiento de la necrópolis tardorromana (U.E. 101) y las propias tumbas tardorromanas (que fueron cuatro las detectadas en planta, aunque únicamente se excavaron tres, las T5, T6 y T7, que imposibilitaban la excavación en profundidad, por lo que tras su exhumación fueron retiradas, habiendo verificado que se correspondían todas ellas con inhumaciones infantiles). Dichas tumbas se excavaron directamente sobre los niveles del vertedero altoimperial, realizando fosas sobre los mismos (UU.EE. 102, 103 y 104), lo que justifica que algunas de estas unidades presenten puntuales intrusiones bajoimperiales (como es el caso de la Hayes 59 de ARSW D aparecida en la U.E. 103). De la secuencia contemporánea, indicar por último la constatación de un nivel vertical en cuña (U.E. 112) que desde la parte alta de la secuencia
Fig. 8. Fases estratigráficas documentadas en los Sondeos 1 y 3.
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Fig. 9. Sección este-oeste de la muralla oriental, a la altura de los Sondeos 1 y 6, con la estratigrafía detectada en ambos.
penetra hasta más de un metro y medio de profundidad (Fig. 9): es resultado del movimiento de las arcillas expansivas del substrato subyacente (entre 20 y 25 cm en dirección oeste-este), cuya movilidad es bien conocida en la zona (denominada localmente
«bujeo»), habiéndose producido dicho puntual desplazamiento de los paquetes sedimentarios hacia el este en fechas posteriores al mundo tardoantiguo, pues también fueron objeto de desplazamiento los paquetes de abandono del cementerio (U.E. 101).
A
B Fig. 10. Paramento exterior de la muralla oriental en el Sondeo 1, con la pavimentación inferior (U.E. 110 —A—); y vista cenital de la misma (B).
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Fig. 11. Sección este-oeste de la muralla oriental a la altura del Sondeo 3, con la estratigrafía de colmatación extramuros y una tumba tardorromana en la parte alta de la secuencia.
Por su parte, en el Sondeo 3 la estratigrafía era muy similar (Fig. 11), habiéndose detectado, de techo a base, un primer nivel de colmatación contemporánea o estrato de cubrición vegetal superficial (U.E. 300), así como una cuña rellena de sedimento en paralelo a la muralla, resultado del «bujeo» por acción de las arcillas expansivas. De la necrópolis tardorromana se excavaron dos tumbas de inhumación (T-1 y T-2), ambas cubiertas por niveles de abandono (U.E. 301 y 302 respectivamente; y relacionados con ellas la U.E. 309); y una de ellas (T-2) construida directamente sobre los niveles del vertedero altoimperial —mientras que la otra fue erigida sobre la U.E. 301—. A partir de ahí la secuencia permitía identificar al menos cuatro estratos (UU.EE. 303 a 306, el primero con algunas intrusiones) de tendencia más o menos horizontalizada de entre 15 y 60 cm de potencia, todos ellos relacionados con detritos domésticos e industriales, que también se han interpretado como parte del gran vertedero urbano situado extramuros. Bajo ellos algunos niveles cubriendo directamente la zapata, con multitud de piedras en su parte inferior (U.E. 307, similar a la U.E. 110 del Sondeo 1), así como el relleno de la trinchera de inserción de la muralla (U.E. 308), cuyo contenido material aboga por una relación directa con la fase constructiva de la cinta muraria (presencia exclusi-
va entre el material datante de TSI, cerámica tipo Peñaflor, paredes finas, y ánforas Dr. 7/11, Haltern 70 y ebusitanas. Destacar que en esta unidad se documentó un «prutah» de Judea emitido en el año 6 d. C. bajo el mandato de Coponio, procurador romano bajo el reinado de Augusto). De la valoración de ambos sondeos, podemos realizar una serie de apreciaciones de carácter general que son válidas para todos los niveles deposicionales excavados, cuya interpretación como indicamos es muy similar: — Matriz heterogénea. Suelen presentar matrices arcillosas, con coloraciones oscuras (mayoritariamente marrones), siendo en general el sedimento de fina granulometría. Suelen ser capas bastante compactadas (especialmente documentado en la U.E. 103), con abundante material arqueológico en su interior (menos la U.E. 108, casi estéril). Suelen presentar inclusiones de piedras heterométricas, de diversa granulometría. — Potencia variable, situándose entre 25 y 50 cm, aunque en el propio estrato los grosores son variables (Figs. 9 y 11). Es muy probable que hubiesen existido muchos más niveles de vertido, cuya identificación arqueológica durante el proceso de exca-
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A
B Fig. 12. Detalles del Sondeo 1 (A) y del Sondeo 3 (B), en los cuales se puede documentar cómo los niveles del vertedero altoimperial amortizan directamente la cara exterior de la muralla oriental de Baelo Claudia.
vación era compleja: el hecho de que durante el trabajo de laboratorio se haya podido confirmar que fragmentos de las mismas piezas procedían de estratos diferentes apunta en esta línea. La secuencia completa permite verificar que el vertedero llegó a tener al menos una altura total de prácticamente 2 m en su zona meridional, y algo más de 1 m al norte. El hecho de que a finales del s. IV o inicios del V las tumbas se excavaran directamente sobre los estratos superiores del vertedero parece indicar que los mismos constituían el techo de la secuencia en dicha época, ya que no hay dato alguno de remociones de tierra en dicha época resultado de amplios procesos edilicios o de otra índole. — Un vertedero «mantenido», como inferimos de la tendencia a la horizontalidad de los estratos. Como se puede apreciar en las secciones este-oeste (Figs. 9 y 11), las capas presentan una tendencia general hacia la horizontalidad, en sus inferfacies superiores e inferiores. En aquellos casos en los cuales no lo parece (UU.EE. 106 y 107 del Sondeo 1) se detecta una complementariedad de los vertidos, por lo que cuando se procedió a su deposición unos colmataban la interfaz superior de los otros (108 a la 107; 105 a la 106), generando superficies horizontales. En algunos casos (UU.EE. 304 y 305) dicha horizontalidad superior ha inducido a dudar durante el proceso de excavación si la en la interfaz superior de algunos estratos nos encontrábamos ante posibles suelos de uso. Por ello, y ante la ausencia de buzamiento claro, no podemos saber con claridad si los vertidos se producían desde intramuros hacia fuera o si se salía por la
puerta y de ahí se disponía al proceso de vertido; aunque tendemos a decantarnos por la segunda de las dos posibilidades. En este sentido, es de gran interés la localización en el Sondeo 1, a mitad de la secuencia, de una pavimentación de cal con fragmentos de cerámica, a modo de opus signinum, que se dejó in situ, de la cual se conservaba una extensión de unos 2 m2 en la zona oriental del sondeo, situada a unos 80 cm por encima de la cota de la zapata exterior de la muralla (Fig. 9). Esta plataforma horizontal ha permitido verificar las apreciaciones ya intuidas en otros casos, y es que los niveles de vertidos eran continuamente aplanados, generando superficies horizontales; y quizás en este caso se trate de una pequeña plataforma de trabajo para facilitar las descargas y vertidos, la cual con posterioridad fue asimismo amortizada por el crecimiento en altura del vertedero. — Amortización de la muralla. Los estratos del vertedero se apoyan todos ellos en la cinta muraria, habiendo procedido a la paulatina cubrición de la misma (Fig. 12). En la zona meridional, cercana a la Puerta de Carteia (área del Sondeo 1), el vertedero altoimperial presenta una potencia máxima de unos 2 m, mientras que hacia el norte su altura va decreciendo, llegando a 1,2 m en el entorno del Sondeo 3. Dicha cuestión es resultado de la pendiente de la ladera sobre la cual se asienta la muralla, que es más acusada hacia el norte, no siendo posible determinar si originariamente el vertedero presentaba las mismas dimensiones en altura a todo lo largo del tramo murario o bien el mismo decrecía en altura conforme
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en la parte baja de la ciudad, destinada al vertido de residuos sólidos urbanos, y que posiblemente en la Antigüedad debió ocupar el espacio entre el curso del Arroyo Chorrera Jiménez, que actuaría de límite natural y la propia línea de muralla. No resulta posible conocer su continuidad hacia el sur, ya que la plataforma situada delante de la Puerta de Carteia fue excavada con anterioridad al inicio de nuestras intervenciones, y de ella no hay documentación disponible (algunas referencias puntuales en Alarcón 2006). No obstante, una revisión de los perfiles existentes frente al bastión norte de la puerta permiten valorar la continuidad del vertedero hacia el este, aunque no resulta posible interpretar su relación con la Puerta de Carteia: es decir, si existieron muros de contención del mismo hacia el sur para dejar un paso diáfano por la vía de acceso a la ciudad o si simplemente existían taludes resultado de la regularización de dichos vertidos en ladera por gravedad.
Fig. 13. Detalle del bastión norte de la Puerta de Carteia, en el cual se advierten los paquetes cerámicos amortizando directamente los sillares almohadillados de la puerta úrbica.
avanzábamos hacia el norte, como parece desprenderse de las estratigrafías excavadas. Es interesante documentar cómo los paquetes del vertedero amortizaban directamente la muralla, como ejemplifica magistralmente el bastión norte de la Puerta de Carteia, en el cual los paquetes plagados de materiales cerámicos ocultan incluso el almohadillado de la sillería de la puerta (Fig. 13). — Amplia extensión: la localización de estos vertidos a lo largo de todo el área excavada, al menos hasta el Sondeo 4, permite plantear para este vertedero extramuros unas dimensiones mínimas de entre 1.000 y 1.400 m2, teniendo en cuenta los 100 m en dirección N-S (distancia entre los sondeos 7 y 5), y los entre 17 al sur y 10 m al norte en dirección E-O (si bien hacia el norte su anchura disminuía, por la mayor cercanía a la muralla del curso del arroyo). Independientemente de las dimensiones totales que no resulta posible estimar con precisión al tratarse de intervenciones arqueológicas puntuales, lo importante es destacar que constituye un área inmensa situada
— ¿Un área de vertido planteada ex professo? Durante el proceso de excavación, especialmente en los sondeos más meridionales (básicamente en los nº 1 y 7, y en menor medida en los nº 3 y 4), se pudo confirmar con claridad una total ausencia de enterramientos altoimperiales en la gran plataforma situada delante de la Puerta de Carteia y en todo su flanco septentrional. Es decir, la necrópolis oriental de la ciudad, conocida de antiguo y excavada por Bonsor y otros investigadores en los años setenta (una síntesis actualizada en Muñoz et al. 2009), comenzaba a varias decenas de metros al este de la Puerta, dejando una amplia zona vacante delante de la misma. Como su cronología de inicio parece situarse en época augustea, lo más lógico es pensar que dicha plataforma diáfana fue preconcebida o planteada desde el inicio de la organización urbana del asentamiento en la época del Princeps. Esta plataforma fue aprovechada como área de vertedero urbano con posterioridad, de lo que debemos inferir su desacralización o el hecho de que el espacio sacro de la necrópolis empezase más hacia el este, pudiendo haber existido en tal caso un cercado funerario que lo delimitase espacialmente, aún no localizado. — Génesis rápida, no paulatina. La impresión general del estudio de los contextos materiales de los estratos del vertedero es que los mismos se debieron formar de manera rápida en el tiempo. En principio destacaríamos de todos los niveles deposicionales su notable similitud, en cuanto a materiales y a características sedimentarias y texturales. Adicionalmente, se ha documentado en multitud de ocasiones cómo
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materiales muebles —especialmente cerámicos— de unos niveles pegan con piezas de otros del mismo sondeo, permitiendo valorar la similar procedencia de los materiales que originaron los vertidos y el escaso tiempo transcurrido entre la génesis de unos estratos y otros. El escaso rodamiento y la reducida fragmentación del material, así como la ausencia de estratos estériles permiten plantear que los vertidos fueron continuos en el tiempo, no dando la impresión de la existencia de periodos de desuso del vertedero durante su periodo de vida. — Composición heterogénea y procedencia de ambientes urbanos diversos. En la fig. 14 presentamos una síntesis de las principales categorías de materiales muebles documentadas en los estratos del vertedero de los sondeos objeto de atención, de la cual se pueden extraer una serie de precisiones. De las 21 categorías genéricas de artefactos definidas, al menos la mitad están presentes en todos los vertidos (menos en la U.E. 108 y en la 305), de lo que se puede concluir que los vertidos no son homogéneos, sino que en ellos se desecharon materiales de diversa naturaleza. Esta apreciación nos puede indicar que es probable que los mismos fuesen acopiados en algún lugar previamente a su traslado al vertedero, pues de lo contrario no se entiende bien esta naturaleza totalmente mixta de los depósitos, que mezclan en prácticamente todas las ocasiones cerámica con vidrio, metales, fauna, ladrillos, materiales pétreos y en menor medida objetos trabajados (industria ósea) o elementos de adorno personal (cuentas de collar o fíbulas). Asimismo, el hecho de que todos los resi-
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duos aparezcan en fragmentos de dimensiones reducidas y en estratos compactados permite plantear la posibilidad de que su envío al vertedero haya sido en un proceso controlado, quizás por operarios dependientes de los magistrados locales. Da la impresión de que los restos orgánicos son francamente minoritarios, ya que la fauna y la malacofauna, no separada preventivamente en otras categorías a esperas de su estudio taxonómico, alcanza únicamente el 1,51% del total (con 65 restos). Quizás los residuos orgánicos fuesen desechados en otras zonas o enterrados, para evitar pestilencias e infecciones. La fosa-pudridero de desechos haliéuticos documentada en Punta Camarinal constituye un buen ejemplo de este tipo de prácticas en la ensenada del Bolonia, en fechas anteriores —s. II a. C.— (Bernal et al. 2007, 324-337). Los restos que conforman la mayor parte de los vertederos son artefactos cerámicos, que constituyen el 78,32% del total de restos (3.375), predominando especialmente dos categorías: las cerámicas comunes y de cocina, que llegan casi al 50% (1997, 46,35%) y en segundo lugar los restos de vajilla, mayoritariamente sigilatas, con casi el 25% del total (1.015, 23,56%). Los restos cerámicos están presentes en todos los vertidos documentados y además nunca están solos, denotando el carácter mixto de los depósitos de procedencia. En prácticamente todas las ocasiones los restos cerámicos (y entre ellos como decimos la TS y las comunes mayoritariamente) parecen aglutinar la mayor parte de evidencias, dando la impresión de que los vertidos proceden del desecho de la vajilla utilitaria de ambientes domésticos.
Fig. 14. Tabla con la síntesis de las principales categorías de materiales muebles documentadas en los niveles del vertedero (Sondeos 1 y 3), por número de fragmentos.
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A
B Fig. 15. Jarra de cerámica común completa aparecida en el Sondeo 1, durante el proceso de excavación (A); y olla de común fragmentada pero completa, de la U.E. 104 (B).
La constatación de algunos individuos completos durante el proceso de excavación, especialmente formas en cerámica común (Fig. 15), lucernas y vasos y copas de sigilata, permite plantear que los ambientes de procedencia de estos ajuares parecen ámbitos domésticos, por la cantidad de vajilla fina y de lucernas (y por el vidrio), muy abundantes (5,78% del total); así como menaje procedente de las cocinas y de ámbitos de preparación de alimentos. Destaca la baja presencia de restos de contenedores de almacenaje y ánforas, que aparecen de manera puntual y episódica en los estratos analizados, por lo que la génesis de los mismos no puede ser relacionada con descargas de ánforas a otros contenedores, o con el reciclado de materiales procedentes de almacenes de mercancías (horrea). Otra de las procedencias a las cuales parece ajustarse el mobiliario presente en los estratos del vertedero es la reparación de viviendas o edificaciones de naturaleza desconocida. Ello permitiría justificar la puntual presencia de material constructivo latericio en la mitad de los estratos (UU.EE. 102, 103, 105, 303 y 304), tanto tégulas como ímbrices y ladrillos, siendo especialmente reseñable la constatación de ladrillos huecos de concamerationes de recintos termales. Efectivamente, además de algunos ejemplares a aislados en la U.E. 303 (4) y en la U.E. 304 (7), se han documentado multitud de individuos en sendos estratos del Sondeo 1 (33 fragmentos en la U.E. 102, unidos a multitud de restos de argamasa y cal que fueron desechados; y 11 en la 103), que además
son estratos que presentan contacto físico entre ellos, por lo que todos estos ladrillos de estancias calefactadas (que constituyen el 50% de la totalidad de ladrillos aparecidos en ambos sondeos) podrían proceder del desmonte de un edificio termal, probando además la existencia de actividad balnearia en Baelo en el s. I d. C., algo que de momento se desconocía por completo. También es reseñable la cantidad de restos de pintura mural polícroma aparecidos, especialmente en los estratos superiores y medios del vertedero del Sondeo 1 (UU.EE. 102 a 107), llegando en algunos niveles a ser importantes desde un punto de vista cuantitativo (83 en la U.E. 104 o 58 en la U.E. 106). Es muy probable que los mismos procedan del derribo de edificaciones con paredes pintadas o de reparaciones en edificaciones que dispusieran de paredes decoradas con programas pictóricos. Algunos de los objetos hallados proceden de áreas en las que se desarrollaban actividades artesanales, o ambientes industriales en los cuales se producían bienes de consumo de diversa naturaleza. Por un lado contamos con evidencias claras de desechos procedentes de actividades metalúrgicas, como ilustran las escorias de hierro del Sondeo 3, relacionadas con una única descarga procedente de una forja o herrería (49 fragmentos diversos de la U.E. 304). La actividad textil está demostrada por el hallazgo de pesas de telar en cerámica de diferente morfología en cuatro estratos diferentes (UU.EE. 103, 106, 109 y 306). Estos pondera debieron ser desechados por su carácter fragmen-
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tario o rotura, procediendo de lugares en los cuales se había estaba tejiendo o elaborando telas o lonas de naturaleza desconocida. Quizás en este mismo contexto podríamos interpretar las agujas metálicas documentadas en la U.E. 104, aunque es cierto que su utilización pudo haber sido otra, siendo bien conocida la polifuncionalidad de este instrumental. También disponemos de desechos procedentes de actividades pesqueras, como ilustran los dos anzuelos recuperados en el Sondeo 1 (U.E. 103 y 106 respectivamente). Adicionalmente, en ambos estratos disponemos de algunos restos de ictiofauna, y en uno de los casos (U.E. 106) los 14 individuos son vértebras de un ¿único? túnido de notable porte, por lo que posiblemente las mismas procedan del despiece puntual de un animal. Por último, destacar el hallazgo de una bola de «azul egipcio» en la U.E. 104, que confirma su relación con un ambiente de preparación de pigmentos, quizás un taller de pintura instalado en el interior de la ciudad. Asimismo, indicar la abundante presencia de clavos, tanto broncíneos como de hierro, presentes en casi todos los estratos, con más de un centenar de atestaciones (105 exactamente), algunos de ellos con las puntas y parte del vástago en ángulo recto, de lo que se deriva su empleo en carpintería para trabar elementos en madera: de ahí que su presencia en el vertedero pueda ser interpretada como restos de maderamen de mobiliario o carpintería desechados, a los cuales se podrían sumar los múltiples elementos metálicos indeterminados, especialmente los férricos. Por último, destacar la presencia de monedas en el Sondeo 1, con 15 ejemplares, frente a su total ausencia en el otro corte estratigráfico: al ser de bronce, salvo un denario de Trajano, deben interpretarse como pérdidas ocasionales de numerario, que habrían ido a parar a la masa de escombros que conformaron el vertedero. — Un área de vertidos limitada al área extramuros (S1-S5 y S7 vs S6). También resulta importante recalcar que esta dinámica detectada de vertidos solamente afecta a la zona extramuros. En este sentido resulta muy ilustrativa la problemática estratigráfica detectada en los sondeos más meridionales, realizados tanto intra (Sondeo 1) como extramuros (Sondeo 6), en los cuales se advierte una diferencia manifiesta (Fig. 9): así, documentamos estructuras tardorromanas de habitación intramuros (U.E. 605), niveles de derrumbe (U.E. 603) o una pavimentación de tránsito altoimperial (U.E. 608), esta última a cota mucho más alta que al exterior; una dinámica similar se
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ha documentado en los sondeos interiores a la muralla realizados más al norte (año 2009), en los cuales hay estancias de los ss. I y II d. C. que generan espacios habitacionales. Todos estos elementos permiten plantear que mientras que el vertedero se fue creando extramuros la dinámica de ocupaciones en la zona interior de la muralla era completamente diversa.
3.1.2.
La cronología del vertedero en época tardo-neroniana/primo-antonina (60-125)
La importancia del vertedero urbano extramuros de Baelo Claudia cobra aún mayor relieve si cabe si planteamos sus tempranas fechas de génesis, que establecemos entre la segunda mitad del s. I e inicios del s. II d. C. Es decir, en unos momentos en los cuales la imagen que tenemos de la ciudad es netamente vitrubiana, de ahí que resulte necesario dedicar cierta atención a los criterios de datación de los estratos excavados, por su importancia y singularidad. La documentación aportada procede de un escrutinio preliminar de los contextos cerámicos, actualmente en fase de estudio. Estos depósitos cerámicos documentados en la muralla oriental de Baelo Claudia se caracterizan por presentar unas facies cronológicas bastante acotadas que parecen situarse con claridad en época avanzada del reinado de Nerón hasta inicios del s. II d. C. Con posterioridad hay materiales puntuales, vinculados a la reocupación del lugar en los ss. IV e inicios del V previamente a la instalación de la necrópolis tardorromana. Especialmente abundante es la vajilla fina de mesa, como ya hemos indicado en párrafos anteriores (Fig. 14), y a la cual vamos a recurrir para las dataciones en esta fase inicial del estudio. Se han seleccionado dos estratos tanto del Sondeo 1 (UU.E. 105 y 107) como del Sondeo 3 (UU.EE. 303 y 304), que son ilustrativos tanto de la parte media y baja de la secuencia (Sondeo 1) como de la parte superior de la misma (Sondeo 3), por lo que ilustran el momento inicial y final de formación de los depósitos. En primer lugar analizaremos el inicio de la acumulación de estos detritos, que creemos que se puede situar con claridad en los momentos finales del reinado de Nerón. Valorando de manera general la tipología de las piezas halladas en cerámica común y de mesa, en primer lugar observamos el predominio de un repertorio formal amplio: servicios cerámicos formados por cuencos y páteras de medianas dimensiones. Todas ellas aparecen manufacturadas en pastas locales y
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Fig. 16. Selección de materiales datantes de la U.E. 105 (Sondeo 1). 1.- Pared de paredes finas béticas con decoración reticulada; 2.- Asa plana de skyphos en paredes finas béticas con decoración zoomórfica; 3, 4.- Bordes de Drag. 18 en TSG; 5.- Borde de Drag. 15/17 en TSG; 6,7.- Bordes de Drag. 27 en TSG; 8, 10, 11 y 12.- Secciones casi completas de Drag. 24/25 en TSG; 9.Borde de Ritt. 9 en TSI; 13.- Variante de Drag. 33 en TSG.
regionales, de coloración clara, con aditamentos de granates y partículas calcáreas de granulometría media. A estos tipos se le unen una serie de piezas de morfología más concreta y aparición más reducida, caso de sartagines, infundibula y opérculos. Por el contrario, los elementos de cocina aparecen en menor cantidad, siendo la forma principal las ollas, todas ellas con claros signos de termoalteración. Las importaciones halladas se caracterizan por ofrecer un circuito de distribución claramente mediterráneo, que se sitúa en los momentos finales del reinado de Nerón. En primer lugar destacamos la elevadísima frecuencia de formas en sigilata sudgálica. En múltiples ocasiones se ha incidido en la importancia del enclave baelonense en la articulación
del comercio sudgálico (Sillières 1977; Bustamante 2007; 2008). Como hito cronológico inicial de los contextos estudiados establecemos el reinado de Nerón por la similitud con los contextos cerámicos hallados en las fosas Du Canal, Fronto así como la Cluzel 15 del complejo alfarero de La Graufesenque, datadas en las postrimerías del reinado de este emperador (Genin 2007, 71 y 109). Al respecto destacamos la aparición de formas Drag. 15-17, 18, 2425, 27a así como las Ritt. 8 y 9, un repertorio tipológico muy similar al ilustrado por la vajilla de la U.E. 105 (Fig. 16). A esto le debemos unir la aparición de sigilla que apoyan esta cronología, como uno del alfarero Nicius, quien desarrolla su producción desde época de Tiberio hasta estos momentos.
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Fig. 17. Selección de materiales datantes de la U.E. 107 (Sondeo 1). 1.- Borde de plato en TSI, variante del tipo Consp. 1.1; 2.- Borde de plato en TSI del tipo Consp. 18.2; 3.- Borde de cubilete Mayet XLIII en paredes finas béticas; 4.- Disco de lucerna con decoración zoomórfica.
También es destacable la amplia presencia de piezas en marmorata, abundantísimas en estos contextos y que se documentan desde la parte inferior de la secuencia (como ilustra su elevado hallazgo en las UU.EE. 109 y 110, así como en la U.E. 306), que de nuevo inciden en este periodo, tal y como se puede concluir a partir de los abundantes hallazgos de la fossa Gallicanus, datada entre el 55 y el 60 d. C. (Genin 2007). Uno de los fósiles cronológicos utilizados para determinar la cronología tardo-neroniana y flavia son las parópsides 35 y 36 (servicio A) con decoración a barbotina con hojas de agua. Estas piezas inician su desarrollo en momentos finales de Nerón (Genin 2007, 317), alzándose como el servicio flavio por antonomasia (Vernhet 1976). Su presencia en los estratos del vertedero es muy abundante, como ilustran por ejemplo algunos ejemplares de la U.E. 303 (Fig. 18, 2 y 3). También son abundantes una serie de formas decoradas características de época preflavia, destacándose las formas Drag. 29 y 30 con decoración fitomórfica y de palissades; por su parte, son escasas pero sí están constatadas las formas 37 en TSG, especialmente en los niveles más modernos de los vertederos (como en la U.E. 303; Fig. 18, 1), las cuales aportan un terminus post quem de época vespasianea. También en estos niveles superiores contamos con las primeras formas de cerámica africana de cocina como la Hayes 197/Ostia III, 267 (Fig. 18, 4), fechadas bien desde la primera mitad del s. II (AA.VV., 1981, 218219), entre el tránsito del s. I al II (Bonifay 2004, 223 fig. 119), o bien desde época flavia, si tenemos en cuenta como en nuestro caso que el ejemplo documentado se corresponde con las variantes más anti-
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guas —con acanaladura bajo el borde— (Aguarod 1991, 281). En los estratos del techo de la secuencia aparecen también las primeras formas de ARSW A, como la Lamboglia 1 A/Hayes 8 A de la U.E. 304 (Fig. 19, 7), que se comienza a fechar a partir del 90 d. C., perdurando hasta mediados del s. II d. C. (AA.VV. 1981, 26). Por su parte los ejemplares en sigilata itálica y tardoitálica, a pesar de constatarse (Fig. 16, 9; Fig. 17, 1 y 2; Fig. 18, 5) son poco representativos cuantitativamente, lo que nos estaría situando en un momento de claro monopolio de la producción gálica, que es propio de época claudia y neroniana, e incluso de momentos algo posteriores. En cuanto a la producción hispánica, destacamos su presencia en momentos medios y altos de la secuencia, como ilustran por ejemplo la forma Hispánica 15/17 de la U.E. 303 (Fig. 18, 6) y otras formas diversas (Hisp. 29 decorada, 18, 8, 36 y 27; Fig. 19, 4 y 8-11 respectivamente), por lo que debemos plantear unas fechas post quem para estos estratos en momentos flavios o post-flavios, teniendo en cuenta los últimos trabajos sobre el inicio de esta producción (Bustamante 2008, 512; 2010). Podemos observar claras similitudes del material aparecido en la Muralla Oriental de Baelo Claudia con los contextos exhumados en la intervención de la necrópolis sureste del yacimiento (Remesal 1979), sobretodo en los niveles concernientes a época claudio-neroniana. De igual modo en lo referido a la sigillata gala observamos claras similitudes con otros
Fig. 18. Selección de materiales datantes de la U.E. 303 (Sondeo 3). 1.- Borde de Drag. 37 en TSG; 2, 3.- Bordes de Drag. 36 en TSG, uno con decoración fitomórfica a la barbotina; 4.Borde de cazuela del tipo Ostia III, 267 en cerámica africana de cocina; 5.- Fondo de plato en TSI con decoración burilada central; 6.- Fondo de Hisp. 15/17 en TSH.
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Fig. 19. Selección de materiales datantes de la U.E. 304 (Sondeo 3). 1.- Borde de paredes finas emeritenses del tipo Mayet LIII, con decoración arenosa; 2.- Borde de Drag. 24/25 en TSG; 3.- Fondo de Drag. 27 en TSG; 4.Pared de Hisp. 29 con dos frisos decorados (superior: composición metopada, con motivos circulares dobles ondulados alternados con motivos verticales ondulados; inferior: composición metopada con motivo vertical bifoliado, flanqueado a ambos lados por dos bastones ondulados, y en el centro elementos zoomórficos sobre cenefa bifoliacea; ambos frisos se delimitan por sendos baquetones lisos); 5.- Lucerna del tipo Dr. 11 con fauno sedente en el disco; 6.- Borde de Drag. 18 en TSG; 7.- Borde de Hayes 8a en ARSW A con decoración burilada en el baquetón exterior del borde; 8.- Borde de Hisp. 18 en TSH; 9.- Borde de Hisp. 8 en TSH; 10.- Borde de Hisp. 36 en TSH con decoración a la barbotina; 11.- Borde de Hisp. 27 en TSH.
contextos del Círculo del Estrecho fechados en momentos finales del segundo tercio del I d. C. (Bustamante 2007; 2008, 508 y 512). En lo referido a la vajilla fina de mesa percibimos que la sigilata gálica es la predominante, documentándose a partir de un momento determinado (¿Vespasiano? ¿o quizás algo más tarde?) la presencia de TSH y de las primeras producciones africanas. Para completar el capítulo destinado al estudio de la vajilla de mesa, es interesante comentar la proliferación de vasos en paredes finas de clara factura bética y con un discurso decorativo monótono (barbotinas, retículas y decoración arenosa), que cuadran bien en momentos de la segunda mitad del s. I d. C. (Fig. 16, 1, 2) o de muy finales del s. I e inicios del s. II d. C. (Fig. 19, 1).
En cuanto al contexto anfórico –no ilustrado–, disponemos tanto de un panorama propio de la segunda mitad del s. I d. C. con la presencia de Dr. 20 olearias, Dr. 7/11 tardías y Haltern 70 (como en la U.E. 105); o un momento algo posterior en el cual las ánforas salazoneras regionales parecen sustituirse por las Beltrán IIA y en menor medida las Dr. 14, siguiendo existiendo multitud de Dr. 20 e importaciones gálicas —G. 4— y orientales (como ilustra la U.E. 304). Por su parte, la mayoría de lucernas clasificables se corresponden con ejemplares de la familia de volutas, y de producción mayoritariamente itálica, siendo entre ellas las Dr. 11 las más habituales (Fig. 19, 5), si bien también se documentan las Dr. 15/16 (en las UU.EE. 105 y 304) y otras formas como la De-
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neauve VG (como en la U.E. 304). Es decir lámparas propias de momentos avanzados del s. I d. C. (notemos la ausencia de Dr. 9) y quizás de inicios del s. II en algún caso. Todo ello nos lleva a plantear que a pesar de que existe una notable homogeneidad formal entre todos los estratos del vertedero, entre la parte baja de la secuencia y la superior se detectan diferencias, siendo las más significativas la presencia en los niveles más modernos de TSH y de las primeras producciones africanas (series de cocina y ARSW de la producción A). La datación inicial de la formación del vertedero la establecemos en época neroniana avanzada por la presencia abundantísima de marmorata —propia de los reinados de Claudio y Nerón— y por la constatación puntual de algunas formas típicamente tardo-neronianas desde los niveles más antiguos, como las del «Servicio A» galo conformado por las copasplatos Drag. 35-36 que inician su desarrollo en estos momentos, a pesar de que su gran eclosión es ya flavia (como en la U.E. 107, donde están constatadas ambas formas). En los estratos intermedios tenemos constancia de multitud de formas de época plenamente flavia, como los boles de la forma 37 en TSG y en general otras formas de TSH. El cierre de la secuencia aparece marcado por la constatación de manera muy tímida de las primeras importaciones africanas, tanto de africanas de cocina como de las primeras formas de ARSW A, únicamente en los niveles de techo del vertedero (exclusivamente en las UU.EE. 102 y 103 del Sondeo 1 y en las UU.EE. 303 y 304 del Sondeo 3), lo que nos induce a proponer la primera mitad del s. II d. C. como periodo máximo, que quizás podamos restringir al primer cuarto del siglo si tenemos en cuenta su escasa presencia y sus características técnicas, propias de las producciones más antiguas (además de la ausencia de otras formas africanas propias de mediados del s. II o de momentos más avanzados de dicha centuria). De ahí que la propuesta de datación del vertedero sea entre época neroniana avanzada (60 aprox.) y e inicios de época antonina (125 aprox.). Cuando se ultime el estudio de materiales en curso de desarrollo será posible precisar más aún, pues adicionalmente contamos con algo de numerario en los estratos analizados, entre los cuales disponemos de varias monedas de Claudio procedentes de las UU.EE. 103, así como un denario de Trajano procedente de la U.E. 102, emitido en Roma entre los años 103-111 d.C. De sumo interés es el «prutat» de Judea, antes citado, localizado en la U.E. 308 relacionada con la fase constructiva de la cinta muraria.
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4.
DE LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN EL FRETUM GADITANUM. REFLEXIONES Y NUEVAS PERSPECTIVAS SOBRE LAS SORDES BAELONENSES
Las actuaciones arqueológicas en la muralla oriental han permitido documentar un vertedero urbano extramuros de notables dimensiones, cuyas características básicas sintetizamos a continuación. Se trata de un área de vertidos de grandes dimensiones, cuyos límites precisos no resulta posible definir al tratarse de actuaciones parciales —y por supuesto por agentes post-deposicionales que han alterado las condiciones primigenias—, pero que al menos se desarrolló a lo largo de una superficie mínima aproximada de unos 1000 m2 (100 N-S entre la Puerta de Carteia y prácticamente la del Decumanus del Teatro; por 10 m E-O, que es la anchura media entre el lienzo murario y el curso del arroyo, que constituyen sus límites físicos; no consideramos que el arroyo hubiese sido utilizado para el alejamiento de los residuos y su desecho, por su escasa capacidad portante y la lejanía del mar). Ello permite hacernos una idea de la magnitud volumétrica de los residuos, valorando una potencia media de los mismos en toda el área de vertedero de 1,5 m: unos 1.500 m3, que teniendo en cuenta un peso específico medio, nos situaría en unas cifras cercanas a las 1500/ 2000 toneladas de basura urbana. A pesar de que el mismo ha sido excavado parcialmente mediante un sistema de sondeos muy espaciados entre sí, pensamos que se utilizó de manera generalizada la totalidad de la plataforma oriental, habiendo crecido el mismo en vertical, no habiéndose realizado acopios progresivos por tramos, de manera que una zona fuese más antigua que la otra —al modo del crecimiento de la plataforma del Testaccio en Roma—. Indicar, asimismo, que no contamos con datos para saber por qué se decidió optar por su localización en esta zona de la ciudad, frente al área occidental u otros sectores periurbanos. No obstante, lo lógico es su ubicación cerca de los accesos a la ciudad, como se confirma para Antioquía a finales del s. IV, a través de la Oratio L de Libanio (Liebeschuetz 2000, 51). A pesar de que son mínimos los contextos comparables en Hispania, verdaderamente desconocemos otros casos parangonables a éste, que podrán ser contextualizados mejor al hilo de las contribuciones en éstas Actas: casos recientes como los del suburbio norte de Emerita Augusta, con los casi 11 m de potencia estratigráfica en la c/ Almendralejo, donde se nos presenta la rápida amortización (en apenas dos décadas) de una necrópolis dotada de edificios mo-
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numentales y la conformación de un gran vertedero en la entrada norte de la ciudad (datos a consultar en este mismo volumen). Son resaltables otros puntos emeritenses situados intramuros, como el de la calle Constantino 14 (Remolà 2000, 112 n.p. 20), o los de Tarraco (Pasaje de Cobos, fechado entre el 15-20/ 55-60, Tarrats 2000, 131-133, y otros altoimperiales), éstos últimos aparentemente de mucha menor entidad cuantitativa constituyen, por el momento, los más similares. Quizás uno de los paralelos más cercanos sean los de Emporiae, que además de ubicarse extramuros se sitúan en relación física con las necrópolis Ballesta y Rubert (Almagro 1955, 19; cita en Remolà 2000, 117-118). En ámbito regional el único ejemplo similar es el del gran tell artificial surgido por las descargas de una figlina periurbana –Villa Victoria– localizada a más de un kilómetro de distancia de la ciudad de Carteia, en lo que pudo haber llegado a ser un vicus o barrio industrial notable, dotado de embarcadero, cetariae y otros aditamentos artesanales diversos (Bernal et al. 2004). Será tarea de los próximos años contextualizar este ejemplo en relación a otras ciudades hispanorromanas, aunque los datos preliminares obtenidos parecen apuntar hacia la singularidad del caso baelonense, de ahí su interés. Pensamos que la misma responde más a cuestiones de conservación, excepcional en Baelo como sabemos, que a la inexistencia de los mismos en los ámbitos periurbanos de las ciudades romanas del Occidente mediterráneo. Respecto a la «tipología» de vertedero ante la cual nos encontramos, también procede realizar algunas observaciones, al hilo de trabajos bien conocidos (Rathje y Murphy 1992). En primer lugar recordar la distinción entre los depósitos de relleno de diversa naturaleza (es decir actividades edilicias de recrecimiento del subsuelo que emplean materiales diversos, generando la apariencia de un falso vertedero) y los vertederos propiamente dichos, en los cuales la intencionalidad —desechar residuos— es la que marca su interpretación, como sucede en nuestro caso. Sobre la tipología de los receptáculos de residuos sólidos urbanos en época romana han sido realizadas diversas propuestas en los últimos años, como los llamados «vertederos de expansión» —situados en áreas sin urbanizar, normalmente extramuros— (como sería el caso baelonense) y los «de recesión», característicos de época tardía, instalados sobre ámbitos urbanos despoblados (Tarrats 2000, 134). Por la naturaleza de los residuos, se han clasificado entre orgánicos e inorgánicos; y también ha sido propuesta una triple división en función del origen y naturaleza de los vertidos, entre vertederos domésticos,
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con «basura» de diversa naturaleza; vertederos artesanales/comerciales, que son resultado de actividades de producción/distribución, siendo los «residuos», sus elementos definitorios; y por último los vertederos constructivos, colmatados completamente con «escombros» (una interesante discusión en Remolà 2000, 109). En el caso de Baelo ya hemos detallado anteriormente el carácter mixto de los residuos, y su posible tratamiento previo a la deposición en áreas previas al vertedero; por el tipo de desechos estaríamos ante un vertedero urbano mayoritariamente de residuos de actividades artesanales/comerciales y/o domésticas. En relación a su carácter mixto, parece ser lo normal, como denotan los ejemplos conocidos, ya que es muy raro que se trate de grandes vertederos especializados, tipo Testaccio o los vertederos alfareros, monográficamente habilitados para recibir residuos de las figlinae —materiales defectuosos, cenizales, adobes de la reparación de hornos, etc.— como en Villa Victoria/Carteia (Bernal et al. 2004); aunque también estos últimos pueden ser cuencas de deposición mixtas, como en las canteras de arcilla del alfar tarraconense del Pasaje de Cobos, colmatadas alternativamente con vertidos con fallos de cocción y con residuos urbanos de diversa tipología (Tarrats 2000, 136). Especialmente importante ha sido la constatación de la escasa incidencia de los residuos orgánicos, plasmados en la episódica frecuencia de fauna, que únicamente constituye el 1,51% del total de fragmentos (Fig. 14): a pesar de que el sedimento no ha sido cribado con mallas finas, lo que habría incrementado exponencialmente la microfauna y los peces, podemos concluir que en relación a los vertidos no orgánicos la fauna es mínima. Adicionalmente, no se han detectado durante el proceso de excavación capas ni de limos grises ni de carbones generalizados, que son las habituales en basureros en los cuales predomina la materia orgánica, como se constata en vertederos contemporáneos (Remolà 2000, 115). Se trata de los estratos «organógenos» bien conocidos especialmente en la Antigüedad Tardía y en el Alto Medievo (conocidos como dark layers o terre nere), resultado de la descomposición de restos orgánicos. Nuestra hipótesis es que los residuos orgánicos eran desechados en otros contextos, posiblemente también extramuros para evitar pestilencias y/o infecciones; quizás eran directamente arrojados a los arroyos circundantes, o incluso al mar, debido a la cercanía de la línea de costa. El único dato fiable al respecto del cual disponemos es la constatación de una fosa-pudridero de desechos haliéuticos en Punta Camarinal, fechada a mediados del s. II a. C. y ale-
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jada un kilómetro de la ciudad (Bernal et al. 2007); esta constatación verifica la costumbre de enterrar los esqueletos de las capturas de las pesquerías en depósitos monográficos situados en ámbito extraurbano, para evitar el olor y la pestilencia de los restos de ictiofauna; lo que por otro lado permite explicar la escasez de restos de peces intramuros (como también ha vuelto a ser documentado en el vertedero de la muralla oriental baelonense). Habrá que esperar a hallazgos en los próximos años al efecto, si bien la hipótesis de varias o múltiples (más que una única) fosas destinadas al entierro de residuos domésticos o industriales es muy elevada (no olvidemos los restos de carnicería del macellum o los desechos piscícolas de las cetariae); posiblemente aparecerán diseminadas por la geografía del yacimiento en los próximos años. Tampoco tenemos constancia evidente de la existencia de fosas de desechos intraurbanas datables en época época altoimperial, como es lo propio en tantos ámbitos urbanos como Pompeya o Herculano (Jansen 2000): los residuos dentro de la ciudad quedaban almacenados en pequeñas fosas en horti y jardines, que de momento no han sido localizados en Baelo Claudia, si bien es ésta una de las posibilidades más interesantes para los trabajos de futuro. También resulta interesante preguntarse sobre la total ausencia de acumulaciones de ánforas u otros envases de transporte, que tan habituales fueron en ciudades comerciales del litoral como la que nos ocupa. Con algo más de un centenar de fragmentos, en el vertedero oriental las ánforas alcanzan únicamente el 2,65% del total de fragmentos desechados: ¿dónde se descartaron los centenares de envases que llegaban por vía marítima?, ¿existieron pequeños «testaccios» periurbanos, cerca de la costa, en los cuales se almacenaron los mismos tras el transvase de las mercancías a toneles, dolios u otros envases? Por el momento disponemos de escasa información al respecto, si bien es otra de las líneas de trabajo a profundizar en el futuro. En tercer término, conviene destacar la temprana cronología del gran vertedero baelonense. Como se ha tratado de argumentar de manera detallada en el apartado 3.1.2, la cantidad de importaciones localizadas en los diversos niveles de vertido han permitido situar la génesis del vertedero de la muralla oriental en momentos avanzados del reinado de Nerón, permaneciendo en uso hasta fechas cercanas al final del reinado de Trajano. Se propone un intervalo entre el 60-125 d. C., aunque sinceramente pensamos que el mismo debió generarse en un lapso de tiempo más reducido, que no somos capaces de precisar por los criterios de datación disponibles, al menos de
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momento (esperamos poder precisar algo más cuando se ultime el estudio de materiales en curso). Esta cronología multiplica exponencialmente el interés de este depósito, pues como evocamos en las atinadas palabas de J. Arce en la cita que reproducimos al inicio de este trabajo, es frecuente en el imaginario del arqueólogo clásico considerar este tipo de depósitos como propios del Bajo Imperio en adelante, fechas en las cuales la «desestructuración» de la ciudad es patente. Tenemos constancia de multitud de vertederos urbanos desde el s. III y IV en adelante en muchas ciudades hispanorromanas –unido al proceso de abandono de la red de alcantarillado–, algo que se acentúa durante el s. V (Remolà 2000, 118, con muchos ejemplos por la geografía peninsular), llegando la presencia de vertederos a convertirse en un elemento caracterizador del paisaje urbano en época vándala, bizantina y visigoda, como ha sido puesto de manifiesto en diversas ocasiones (Vizcaíno 1999). La imagen que debió tener la ciudad de Baelo Claudia desde su construcción en torno al Cambio de Era y durante las dos siguientes generaciones es la ilustrada de manera idealizada en la fig. 20 A: una muralla con sus puertas perfectamente visibles desde lejos, transmitiendo los ideales de la civilitas y la urbanitas asentados desde Augusto. A partir de momentos avanzados del reinado de Nerón (60 ca.) se comenzaron a depositar vertidos frente a la muralla y al menos sobre uno de los bastiones de la puerta oriental (aunque es probable que a todo lo largo de la misma), los cuales fueron progresivamente regularizados, llegando incluso a crear pavimentaciones para facilitar las descargas (Fig. 20 B dcha.), hasta que el vertedero alcanzó, al menos, 2 m de altura (Fig. 20 B izda.). Esa era la imagen que transmitía la ciudad a partir de mediados del s. I d. C. y hasta inicios de época antonina. La siguiente cuestión a plantear es el por qué del surgimiento de esta acumulación de sordes urbis en este momento y solamente durante unas tres generaciones. Nosotros pensamos que una de las posibles explicaciones radica en un cambio en la gestión de la política de tratamiento de los residuos urbanos desde precisamente del reinado de Nerón, fechas a partir de las cuales los residuos urbanos habrían comenzado a depositarse extramuros, en torno a la muralla oriental. La explicación más plausible es que el tradicional terremoto constatado en la ciudad a mediados del s. I d. C., objeto de recientes estudios que lo sitúan entre el 40-60 d. C. (Silva et al. 2005; 2009 10-11 y 22), habría sido el causante de dicha situación. No disponemos de la suficiente información
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Fig. 20. Reconstrucción idealizada de la Puerta de Carteia en época augustea-claudia, con la zona exterior expedita (A); y proceso de crecimiento del vertedero urbano extramuros a partir de época tardo-neroniana (B, izquierda), con los pavimentos de regularización alternantes (B, derecha).
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para poder concluir si el inicio del vertedero fue resultado directo de los efectos del terremoto, es decir que si fue necesario desescombrar algunos de los edificios derruidos, cuyo destino habría sido el vertedero ante la necesidad de disponer de amplias zonas vacantes para rellenar con los residuos: en tal caso, como hemos avanzado anteriormente, el desescombro habría sido controlado y selectivo, procediendo a separar las grandes piedras y los materiales arquitectónicos para posibles restauraciones, desechando lo demás, de manera controlada, en el vertedero. No obstante, la ínfima cantidad de material constructivo latericio (tegulae, imbrices y testae diversos), que no llega al 2% del total de restos (84 fragmentos con el 1,95% exactamente del total, cfr. Fig. 14) no parece abogar en dicho sentido, pues incluso en otros vertederos de residuos urbanos como en el tarraconense de Vila-Romà la presencia de materiales constructivos es incluso mayor que en el caso baelonense (5,28%, Remolà 2000, 109). De ahí que tendamos a pensar que los escombros del terremoto debieron ser desechados en otras áreas o bien reciclados mayoritariamente para las ingentes tareas de reconstrucción. Tenemos constancia en la Antioquía del s. IV de la frecuente reutilización de los escombros para nuevas edificaciones (Liebeschuetz 2000, 51). Contamos, adicionalmente, con otro indicio para descartar dicha hipótesis: los estratos del vertedero amortizan el paramento externo de la muralla, el cual según la propuesta tradicional se corresponde con el lienzo reparado, posterior al terremoto, fechado en torno al 50 d. C., caracterizado por el empleo de paramentos de opus incertum trabados con argamasa. Es decir, ya se habían acometido las obras de restauración de la ciudad antes del inicio de las tareas de vertido al este de la muralla oriental, por lo que su génesis no es resultado directo del mismo. En cualquier caso, como decimos, no es casual la coincidencia de las fechas del terremoto, inmediatamente anteriores (40-60 d. C.) al inicio del vertedero oriental (60 d. C.), por lo que nuestra interpretación es que el ordo decurionum habría procedido a un cambio en la gestión de sus residuos urbanos, habilitando desde época tardo-neroniana una gran plataforma destinada a la evacuación de residuos en la ciudad, quizás por su incapacidad desde entonces para reciclar los residuos, como ¿había hecho hasta entonces?. La segunda cuestión a plantearse es el porqué del aparente abandono del vertedero a lo largo del primer cuarto del s. II d. C. Una de las posibilidades es que la notable altura de la acumulación de vertidos
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en altura (entre 1,2 y 2 m) habría desaconsejado su continuidad, por cuestiones de rentabilidad. No olvidemos que la tendencia del comportamiento humano en relación a la eliminación de los residuos es dedicar el mínimo esfuerzo posible a ello, tanto en la Antigüedad como en la sociedades pre-industriales, como está bien constatado etnográficamente (Remolà 2000, 111). Ello habría dado lugar a la apertura de otras áreas de vertido, actualmente no localizadas. No obstante, también es posible que los síntomas de agotamiento de la potencialidad de los órganos gestores de los municipios a partir de época antonina avanzada hubiera asimismo provocado cambios en el almacenaje de los residuos ciudadanos. Precisamente a partir de la segunda mitad del s. II d. C. comenzamos a localizar en Baelo Claudia áreas abandonadas dentro de la ciudad, que son colmatadas de residuos y que conviven con otras insulae a pleno rendimiento. Así lo tenemos constatado en el barrio meridional, en el cual al menos el denominado Edificio Meridional III se amortizó a finales del s. II, rellenándose de tierra, mientras que otras zonas continuaron en uso (Bernal et al. 2007a). Y no solamente aquí, puesto que otras zonas como el edificio y la cetaria recientemente descubierta en el ángulo noreste del barrio meridional también se abandonan en estos momentos (Bernal et al. 2009). Efectivamente otras zonas intra-urbanas también parecen en estos momentos asistir a un proceso de degradación, como sucede con el tramo oriental del Decumanus Maximus: ha sido propuesto que debe datarse en la segunda mitad del s. II d. C. el momento en el cual se comienzan a acumular detritos urbanos y sedimentos arrastrados por las aguas en las calles de la ciudad; como parece ilustrar el caso del Decumanus Maximus, convertido en dichas fechas en una cuenca deposicional (con una aquilatada datación por la presencia de las formas Hayes 8 A y B en ARSW A y un denario de Antonino Pío fechado entre el 143144); es decir, los estratos de residuos documentados cubriendo la parte oriental de la calle en el entorno de la Puerta de Carteia habrían cubierto totalmente el enlosado primigenio del Decumanus, siendo resultado del sistema de evacuación superficial de aguas siguiendo la topografía natural del terreno (Alarcón 2006, 67); también se ha propuesto que en el otro lateral de esta arteria viaria (tabernae del pórtico norte, al sur del edificio termal) habría acontecido un sistema parecido, que habría provocado la elevación del pavimento del pórtico, llegando a amortizar dos de los escalones de la escalera de acceso a la manzana de las termas (Alarcón 2009, 199-200). Este tipo de áreas urbanas abandonadas o en desuso se cono-
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cen en muchas ciudades romanas, y son denominados loci sordentes, bien atestiguados epigráficamente en Roma (Panciera 2000, 105). ¿Se trata de constataciones puntuales de una dinámica generalizada en la ciudad? Pensamos que a partir de estos momentos (mediados del s. II d. C. en general) la incapacidad de los magistrados municipales para adoptar medidas en relación al mantenimiento de la infraestructura pública de la ciudad, que presentaba claros síntomas de agotamiento, era manifiesta. Y todo ello quizás justificaría el por qué se abandonó el gran vertedero oriental de la ciudad, pues resultaba mucho más operativo y «rentable» acopiar los residuos urbanos en los islotes urbanos abandonados que trasladar los residuos intencionalmente fuera del recinto murario, como acontecía generaciones antes. Aunque será necesario profundizar sobre ello en el futuro a escala regional (en el ámbito del Círculo del Estrecho) otras ciudades romanas muestran una dinámica similar, como es el caso de Rímini, en la cual las áreas de domus abandonadas en la segunda mitad del s. II son usadas como vertederos entre el s. III e inicios del V, momentos en los cuales se vuelve a construir un edificio residencial en la zona; y es precisamente en dicho intervalo en el cual se constata el colapso del sistema de drenaje público y privado (Gelichi 2000, 18-19). Otro aspecto a tener en cuenta es el planteamiento de la organización de los residuos. Una serie de indicios induce a plantear que el mantenimiento del vertedero dependía del ordo decurionum, de ahí que hablemos de un «vertedero mantenido». El hecho de que el mismo amortizase parcialmente una de las puertas de la ciudad, además de buena parte del lienzo de muralla son aspectos que debían contar con el beneplácito de los quattuorviri, magistrados responsables en ámbito urbano de la gestión. Por otra parte, su carácter planificado, a lo largo de un centenar de metros lineales, y su crecimiento a similar altura, denotan que la deposición de vertidos era controlada. Asimismo, la presencia de pavimentos de regularización (como en el sondeo 1) y la posible preclasificación de los residuos para permitir una conveniente compactación (como parece poder deducirse de la matriz de los estratos excavados) son aspectos que únicamente pueden atribuirse a la existencia de un colectivo humano responsable de estas tareas. ¿Quién estuvo encargado de proceder a la retirada física de los residuos procedentes de la ciudad? Carecemos de datos empíricos para saberlo, aunque es interesante la constatación de la recurrencia a los medios de transporte de los campesinos —burros, mulos o incluso camellos— que venían a vender mer-
BAELO CLAUDIA
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cancías a la ciudad, los cuales estaban obligados a colaborar en las tareas de desescombro, como sabemos por Libanio en el 385 ca., que aboga por la abolición de tan onerosa costumbre (Liebeschuetz 2000, 52); y en la Atenas del s. IV a. C. conocemos la existencia de los koprologoi, responsables del traslado al vertedero de los residuos que los particulares llevaban de sus casas a un punto de recogida (Liebeschuetz 2000, 56). En Roma, y a pesar de la escasez de fuentes (Scobie 1986) y tratarse de una problemática sometida a discusión (interesantes observaciones en Liebeschuetz 2000, 54 y 60), los estudios de la última década confirman la existencia de un servicio público encargado de la limpieza urbana, algo siempre intuido por la estructuración del sistema de limpieza en épocas posteriores (excelentes y exhaustivas indicaciones en Manacorda 2000). Básicamente algunas prescripciones contenidas en la Lex tabulae Heracleensis —como las exenciones y privilegios a los carros de basura o plostra stercoraria— hacen pensar que los mismos habrían formado parte de un servicio público de recogida de basura en la Urbs, dependiente directamente de los ediles, a cuyo cargo habrían estado los quattuorviri y los duoviri atestiguados desde época tardorrepublicana y renominados desde Augusto hasta el 260 como quattuorviri viis in urbe purgandis y duoviri viis extra propiusve urbem Romam passus mille purgandis (Panciera 2000, 102-103). Incluso se ha llegado a proponer que esta brigada habría contado con unos 400/500 trabajadores en la Urbs, por analogía con otras épocas (Manacorda 2000, 69-70). Todo ello sin perjuicio de que fuera obligación de los particulares la tuitio (mantenimiento) de las zonas de calles frente a las fachadas de las casas de su propiedad, como indica con claridad la Lex Tabulae Heracleensis de época de César (interesante la discusión sobre la tradicional confusión de ello con la purgatio o limpieza de las calles, lo que ha llevado a muchos autores erróneamente a plantear la inexistencia de un servicio público de recogida de basuras, como ha aclarado recientemente Panciera 2000, 96-98). Para nosotros un dato especialmente importante —si es que estos datos de Roma son extrapolables a la vida cotidiana de los municipia provinciales— es que de estos magistrados dependía la limpieza de una milla en torno a la ciudad, lo que en Baelo se habría traducido inmediatamente en que la gestión del vertedero oriental debió estar bajo su jurisdicción. Es bien conocida la estricta regulación de la relación entre la ciudad y los residuos —incluyendo en ellos a los funerarios—, que cíclicamente ha propiciado una realidad con cambios pendulares, como re-
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Darío Bernal Casasola et al.
cordaba Carandini (2000, 2): dentro de la ciudad en época prerromana; obligadamente fuera del pomerium en el Alto Imperio; de nuevo dentro de las murallas de la Antigüedad Tardía a la Modernidad; y al final, como sucede actualmente, de nuevo alejados del mundo de los vivos. Es también en Baelo Claudia un reto de futuro plantear la relación entre la necrópolis y los residuos, pues aunque ya hemos indicado que se dejó una zona sin enterramientos frente a la muralla, no descartamos en el futuro que el abandono de algunas áreas de las necrópolis altoimperiales baelonenses o el crecimiento desmedido de las áreas de vertido hubiesen amortizado espacios consagrados al mundo de ultratumba. Algo evidentemente prohibido en la Antigüedad, pero que la realidad cotidiana demuestra cómo acontecía en situaciones especiales: en Cádiz contamos con el paralelo de una necrópolis púnica del s. V a. C., que fue amortizada por los desechos de cocción del alfar de Villa Maruja, necesitados de espacio para verter las hornadas defectuosas (Bernal et al. 2003, 93-95). Indicar, asimismo, la notable potencialidad de la datación de los rellenos de las canalizaciones de la red de drenaje y los estratos de abandono de los specus de los acueductos como indicadores indirectos del colapso del sistema público de captación, abastecimiento y reciclado de agua en la ciudad. Habrá que tener en cuenta adicionalmente que dicha información deberá ser tratada de manera global para que verdaderamente aporte información sobre el colapso del sistema hídrico urbano: un canal aislado o el relleno o condena de una canalización o fistula no es suficiente, de ahí que en el estado actual de la investigación hayamos decidido no tener en cuenta los datos disponibles en Baelo Claudia por su parciali-
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dad. Como hipótesis de trabajo a verificar pensamos que posiblemente los abandonos se constatarán a partir de momentos avanzados del s. II d. C. y quizás con cierto décalage hasta el s. III d. C., momentos finales de la vida urbana. Por último, indicar que el estudio del vertedero, en curso de desarrollo actualmente aportará muchos datos de carácter comercial, como la caracterización de las cerámicas objeto de comercio en el Alto Imperio, la vajilla usada en las mesas baelonenses, los programas pictóricos de algunas estancias y un sin fin de temas de gran interés para la ciudad. Otras constataciones como la propuesta de la existencia de un edificio termal ya desde la segunda mitad del s. I d. C., por las descargas de ladrillos procedentes del sistema de calefacción parietal en el vertedero (especialmente las UU.EE. 102 y 103 y en menor medida las 303 y 304) son buena prueba del interés del estudio de los vertederos para el conocimiento de múltiples aspectos de la vida urbana. A pesar de la importancia y del incesante reciclado de todo tipo de materiales en la Antigüedad, lo que sin duda minimizó los residuos a desechar (Rodríguez Almeida, 2000), los vertederos urbanos constituyeron compañeros indisolubles de la dinámica urbana. Y como ha tratado de ser demostrado en éstas páginas, no solamente a partir del Bajo Imperio, sino desde las épocas de mayor esplendor de nuestras urbes durante la dinastía julio-claudia: esto obligará a reflexionar en el futuro, pues forma parte de nuestro «imaginario» fechar todos estos fenómenos a partir precisamente del s. III d. C., no antes (Dupré y Remolà 2000, 144). Al menos, en Baelo Claudia parece que contamos con un ejemplo claramente alejado de la tónica habitual.
CARMO RICARDO LINEROS ROMERO* JUAN MANUEL ROMÁN RODRÍGUEZ**
1.
INTRODUCCIÓN
El objetivo de este artículo es presentar una síntesis de los sistemas de gestión de los residuos urbanos sólidos y líquidos de la ciudad romana de Carmo. Carmona se sitúa, en una comarca rica en recursos agropecuarios, en el extremo noroeste de Los Alcores, sobre una elevación, que domina un amplio territorio y que por su particular orografía permite una fácil defensa. A su posición estratégica une su situación junto a uno de los pasos que salva la elevación de los Alcores, entre la Vega del Corbones y las Terrazas del Bajo Guadalquivir, por el que discurre uno de los principales caminos que conducen desde la costa al interior de la región y que se convertirá en época romana en la vía Augusta. En el caso de Carmona, para comprender la forma y planificación de la eliminación de residuos en época romana es necesario, además de una descripción de las características naturales del sitio, hacer referencia los precedentes históricos que dieron lugar a la formación de una estructura urbana. El sitio que ocupa Carmona se encuentra habitado desde el Calcolítico inicial (Conlin 2003), pero no es hasta el siglo VIII a. C., con la llegada de los colonizadores orientales, cuando se forma un núcleo urbano propiamente dicho, caracterizado por la aplicación de un cierto patrón urbanístico, con el uso de la planta rectangular y la existencia de calles definidas. El núcleo urbano originario se situó bajo el actual barrio de San Blas, donde confluían los caminos que conducían al Guadalquivir. Su extensión aproximada de 4 a 5 hectáreas contrasta con la delimitación coetánea de un perímetro defensivo que deja en su interior un espacio total de 42 hectáreas. En el extremo sur, destaca la existencia de un bastión defensivo, bajo el actual Conjunto de la Puerta de Sevilla, alejado del poblado y unido a éste mediante una muralla que fue documentada en las excavaciones de José Arpa nº 3 (Gil et al. 1987, 361-365), y que refuerza el lado occidental de las defensas. Esta con** **
Director del Museo de la Ciudad de Carmona. Arqueólogo del Ayuntamiento de Carmona.
figuración estratégica, favorecida por el relieve que facilita la defensa y el dominio de los caminos, características del sitio de Carmona, encontrarán su punto culmen durante desde los últimos años del siglo III a. C. hasta fines del I a. C., un periodo dominado por los conflictos militares. La ciudad romano-republicana es continuidad de la turdetana, si bien, excavaciones recientes (Román 2010), parecen indicar un receso de área habitada tras la derrota de los cartagineses y/o el sometimiento de la sublevación de Luxinio del año 197 a. C. La trama urbana y el empleo de técnicas constructivas no presentan novedades con respecto al periodo anterior. Los muros de las casas demolidas se reutilizan como cimientos, y los escombros y basuras quedan sepultados bajo las nuevas edificaciones. El núcleo urbano sigue ocupando una extensión similar al turdetano, 7 u 8,5 hectáreas, mientras que el perímetro defensivo continua inalterado con 42 hectáreas. A finales del siglo I a. C., bajo el reinado de Augusto, asistimos a una profunda transformación de Carmona, ya que se impulsa la urbanización de la mayor parte de la superficie intramuros, que no formaba parte del núcleo urbano, con aplicación de patrones urbanísticos ortogonales y siguiendo el modelo teórico de la capital (Lineros 2005). Este proceso se consolidará a lo largo del siglo I d. C., singularmente en el periodo de los Flavios, prolongándose a la primera mitad del siglo II d. C. Esta intensa actividad edilicia tuvo como resultado un incremento excepcional del consumo, sobre todo de materiales de construcción, y como consecuencia, una mayor generación de residuos. En términos porcentuales el crecimiento registrado durante esta época equivale aproximadamente al 500% sobre lo ya construido. En definitiva, un 80% del total de la ciudad es construido de nueva planta. Este porcentaje nos permitiría hablar prácticamente de una ciudad ex novo, y con mayor razón, cuando su centro de poder, foro, cardo y decumano máximo, al igual que los edificios públicos más emblemáticos, se sitúan en este sector no condicionado por la persistencia de estructuras preexistentes.
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Ricardo Lineros Romero y Juan Manuel Román Rodríguez
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Fig. 1. Plano de localización.
2.
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS SÓLIDOS
Para las ciudades históricas el estudio comparado del relieve es una herramienta esencial para conocer los sistemas de gestión de los residuos sólidos o la planificación de la eliminación de los residuos líquidos, especialmente de los excedentes pluviales. En el caso de los residuos sólidos —el vertido de escombros y basuras ha supuesto habitualmente la modificación de la topografía—, la conjugación del
análisis del relieve en contraste con la planificación urbanística, ayudan a interpretar la intencionalidad o no de los vertidos. Por otra parte, la evacuación de aguas, ya sea en superficie o mediante canalizaciones, tiene como condicionantes previos las pendientes, cauces de arroyadas y demás corrientes de agua. En el caso de Carmona el análisis de la topografía original, anterior a cualquier modificación humana, nos ayudará a interpretar la gestión de los residuos sólidos y líquidos en época romana. Para el objeto de
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nuestro estudio, trataremos de reproducir la topografía cómo era en el siglo III a. C., y las transformaciones que tuvieron lugar durante el periodo romano. Carmona se asienta sobre una meseta situada en el lugar más destacado de la cornisa de los Alcores. Se distingue por estar delimitada al norte, sur y este por un relieve abrupto con pendientes que oscilan entre el 50 y el 100%, Mientras que en el lado oeste las pendientes son más suaves, sobre todo en el extremo meridional, lugar en el que se sitúa la Puerta de Sevilla que queda unida al exterior mediante un istmo, por el que discurre la Vía Augusta, delimitado por dos vaguadas, la de la Alameda y la de Fuente Viñas. Al interior de la ciudad, el espacio amesetado presenta un relieve formado por elevaciones, cauces de desagües y vaguadas. En la topografía original del interior de Carmona se distinguen cinco elevaciones naturales, cuatro de las cuales se sitúan hacia el lado de levante, frente a la vega del río Corbones. En el lado de poniente, el último de los puntos referidos está representado por la elevación de la calle Torre del Oro, con 239 metros de altitud, situado a una distancia similar de la Puerta de Sevilla en su ladera sur, y de la Puerta de la Sedía en la ladera norte. En cuanto a las depresiones naturales, son cuatro de grandes dimensiones, que originalmente constituyeron, junto a la arroyada de la ladera de San Blas, el sistema de desagüe de la meseta. De las cuatro depresiones, tres fueron colmatadas en época romana, desconociéndose antes de la arqueología urbana, su extensión e importancia para el urbanismo de la ciudad. Entre ellas, destaca la vaguada del Albollón, la de mayor extensión, por la que corre el arroyo del mismo nombre. De las otras dos utilizadas como vertederos, una de ellas, la vaguada del Cenicero, se sitúa al sur y delimita el reborde exterior de las defensas occidentales; la otra, la de San Felipe, irreconocible hoy en la topografía de la ciudad, se emplaza en el extremo sureste (Fig.1). Por el contrario, la cuarta depresión, la de la Puerta de Córdoba, mantiene su relieve, al menos hacia el interior de la ciudad, casi inalterado desde época romana hasta la actualidad. Sin duda, son los vertederos los que constituyen el principal ejemplo de modificación de la topografía original.
2.1.
LOS
VERTEDEROS
Una de las prácticas habituales en ciudades amuralladas o con perímetro muy definido es arrojar las basuras al exterior (Remolà 2000). Sin embargo, para el período que nos ocupa la característica más des-
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tacada de Carmona es la acumulación de la mayor parte de los de residuos sólidos en tres grandes contenedores (vaguadas), convertidas así en vertederos. También se han registrado vertederos menores, que, normalmente, reutilizan alguna infraestructura subterránea como pozos y zanjas, pero que en el panorama actual constituyen «excepciones a la regla».
2.1.1.
Vertedero de la vaguada del Albollón
La depresión de la vaguada del Albollón fue el principal y mayor contenedor de residuos sólidos de la Carmona romana. La importancia de esta vaguada, queda reflejada en el hecho de que hasta la actualidad se ha perpetuado en el plano mediante un vacío urbanístico representado por la manzana 69105, ocupada en su mayor parte por el convento de las Descalzas, y cuyo trazado es resultado de la fosilización de la vaguada. Se trata de la vaguada de mayores dimensiones y que más profundamente penetra sobre la delimitación del actual recinto amurallado. Su análisis es del mayor interés, ya que, dependiendo de su extensión, profundidad y de la pendiente de sus laderas, pudo constituir antes de su colmatación, un obstáculo para el trazado propuesto tradicionalmente para el cardo máximo y, en consecuencia, abrir el campo a nuevas hipótesis sobre vías, localización de puertas, defensas y ocupación del espacio. La información arqueológica sobre este vertedero y la vaguada procede de las excavaciones realizadas en el Huerto del Convento de la Descalzas (Cardenete y Lineros 1990, 254) y en un solar contiguo de la Plazuela de Lasso (Cardenete et al. 1992). La intervención arqueológica realizada en el Huerto del Convento de las Descalzas proporcionó datos relevantes sobre la vaguada y su relleno. La excavación profundizó casi 11 metros por debajo de la cota de referencia 231,40 m s.n.m., sin que se alcanzase la roca natural, ni, por motivos de seguridad, se pudiera agotar la estratigrafía. Los sondeos geofísicos realizados posteriormente por la constructora dieron como resultado la inexistencia de la roca en este sector y la documentación de las margas azules como base.1 A la información obtenida en esta excavación se añade la de la realizada en la Plazuela de Lasso, donde se registró la ladera de la vaguada y sobre ésta un complejo alfarero de época turdetana y romano republicana. Los residuos de estas actividades alfa1 El sustrato geológico de Carmona está formado por una base de calcarenita del Mesiniense (Mioceno Superior), de varios metros de espesor que descansa sobre una base de margas grises y azules.
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Fig. 2. Perfiles del vertedero del Huerto de las Descalzas.
reras serían vertidos a la propia vaguada. Posteriormente, durante el periodo altoimperial sobre esta misma ladera se edificaron construcciones de índole doméstica, que amortizaron parcialmente los límites del vertedero (Cardenete et al. 1992). En cuanto al vertedero propiamente dicho, atendiendo al registro arqueológico podemos distinguir cuatro fases principales, que se diferencian por la caracterización de las unidades de estratificación y de los vertidos, así como en la forma en la que se depositaron los residuos.
Fase 1 La fase más antigua documentada está constituida por las UU.EE. 39, 40 y 41. Estas unidades se formaron como resultado de la superposición de vertidos de escombros y basuras domésticas, que presen-
tan una acusada inclinación de entre el 35 y 40% de sur a norte La U.E. 41, la más antigua entre las documentadas, está compuesta por una tierra gris de textura limosa y que contenía gran cantidad de piedras menudas. Se trata de una capa de vertidos depositados en un corto espacio de tiempo con el material poco fragmentado. Algunos de los vertidos que componen esta capa contenían una elevada proporción de materia orgánica y restos de carbón y cenizas. Eran abundantes los restos óseos de fauna consumida y entre la cerámica tiene mayor presencia la doméstica y de almacenamiento. La cerámica de mesa está bien representada y entre ellas se encuentran las formas de T.S.S.G: Drag. 15/17, 18, 27, 24/25, Drag. 30 con decoración de ovas. La UE. 40 presenta una composición limosa de color gris similar a la UE. 41. Su posición muy horizontal en los testigos Norte y Sur, y con pronun-
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ciada pendiente del 35% en los perfiles Este y Oeste, revela que su deposición se realizó desde un punto central del vertedero. Los vertidos, también acumulados en poco tiempo, contenían principalmente materiales de tipo constructivo como mármoles, ímbrices y tégulas. Entre la cerámica, según criterio de funcionalidad, se documentan en mayor cuantía la de provisión y la de mesa. Entre estas últimas se recuperaron algunas de paredes finas y de terra sigillata poco fragmentadas y que, en algunos casos, tenían sellos de alfarero. Entre las T.S.S.G recuperadas en estos vertidos se encuentran las formas Drag. 18, 27,15/17, 24/25 y Drag. 29, 37 con decoración de ovas. La UE. 39 se compone de vertidos yuxtapuestos de escombros y residuos con una pendiente del 40% en sentido Sur-Norte. Durante su excavación se registraron capas de tierra de textura arenosa y color amarillento o anaranjado, otras de color gris y textura limosa y abundante proporción de cenizas, y otras de color verde generada por la descomposición de materia orgánica. En las capas de textura arenosa predominan los materiales constructivos y exiguos residuos de carácter doméstico, mientras que en las limosas existen concentraciones de basuras con restos de carbón y de cenizas. Es significativa la presencia de residuos domésticos entre los que destaca la cerámica común y, en un porcentaje mayor, la provisión. La vajilla de mesa, entre las que se encuentran fragmentos de campaniense y de paredes finas, se encuentra bien representada por fragmentos T.S.S.G. de las formas Drag. 24/25, 18, 29, 15/17, 27, 30, 37, y Marmorata 15/17. La cronología de esta primera fase documentada del vertedero se sitúa entre mediados del siglo I d. C. y el período Flavio.
Fase 2 La segunda fase registrada del vertedero está constituida por las capas de vertidos UU.EE. 38 y 37. La U.E. 38, en contraposición a las pendientes acusadas de las unidades precedentes, regulariza y nivela la superficie del vertedero. Su composición no es homogénea y se distinguen tres sectores superpuestos que presentan características diferenciadas en su constitución. El primer sector se encuentra definido por una tierra predominantemente arenosa y de color amarillento. Se trata sustancialmente de un vertido de escombros, muy degradados, que contenía gran cantidad de fragmentos de argamasa y que adquirió cierta consistencia de forma natural. En este sector se recuperaron numerosos restos de estucos y
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de fragmentos de mármol. El segundo sector, era de color rojizo, probablemente por la descomposición de la gran cantidad de ladrillos de adobe que contenía. El tercer sector, estaba constituido por una capa de color gris, textura limosa, con abundante proporción de materia orgánica, carbón y cenizas. Entre los materiales de estos vertidos hay un variado repertorio de elementos constructivos como placas de mármol y pizarra, ladrillos de adobe, laterculii, y, sobre todo, fragmentos de estucos muy degradados. Entre la cerámica son abundantes la de provisión, de mesa y de cocina. Entre la de mesa se encuentran fragmentos de T.S.S.G. de las formas Drag. 29, Drag. 30 decorada con ovas y motivo animal, Drag. 37 con decoración de águilas y lacerías, Drag. 18, Drag. 27, 15/ 17 y 24/ 25, imitaciones de barniz rojo pompeyano y una lucerna de volutas. Este contexto puede fecharse durante el periodo Flavio. La U.E. 37, tenía una potencia media de 0,60 m, y puede interpretarse como una clausura, o, al menos, un intento de clausurar el vertedero mediante una capa niveladora. Está constituida por vertidos de tierra limosa de color gris a las que parece que se les añadió un pequeño porcentaje de cal como aglomerante y pequeños fragmentos de cerámica. A la inversa que las capas anteriores de vertidos, su superficie presenta una suave pendiente hacia el sur —el interior del vertedero—. En las capas superiores las cerámicas de aprovisionamiento están prácticamente ausentes del registro, mientras que entre las de mesa la terra sigillata es en su mayoría de procedencia sudgálica. En T.S.S.G se pueden reseñar las formas Ritf. 8, Drag. 15/17, 18, 24/25, 27, Drag. 30 con decoración de ovas y motivo cruciforme, Drag. 29 y 37, y las formas Drag. 15/17 y 24/25 en Marmorata. También se recuperaron fragmentos de paredes finas y fragmentos de lucerna de volutas. A mayor profundidad, aumenta el porcentaje de cerámicas de provisión, que aparecen junto a la forma Drag. 27 en T.S.S.G. La cronología asignada a este contexto a partir de sus materiales y disposición estratigráfica, es de fines del siglo I d. C.
Fase 3 La tercera fase está formada por las UU.EE. 36 y 35 y corresponden a un período en el que en el vertedero se registra poca actividad. La U.E. 36, de una potencia media de 0,14 m, está caracterizada por una capa de tierra de color ocre claro y contener cenizas. Presenta consistencia media y su deposición fue rápida. Entre los materiales
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hay que destacar la ausencia de los de tipo constructivo y de restos óseos de fauna consumida, siendo también escasa la cerámica de provisión y de mesa. Entres las escasas formas reconocibles se encuentra un fragmento de la forma Drag. 15/17 en T.S.S.G. Esta unidad se fecha en los inicios del siglo II d. C. La U.E. 35 es una capa de ceniza de poca consistencia, que describe un plano inclinado de noreste a sureste con una pendiente inferior al 4%. Se corresponde con un período de poco uso del vertedero como tal, en el que predominan los vertidos de carácter doméstico. En esta capa predomina la cerámica de provisión y de mesa, siendo escasos el material de tipo constructivo. Entre las formas reconocibles de T.S.S.G. se encuentran las formas Drag. 15/17, Drag. 18, además de fragmentos de ánforas, vidrio, mármol, hierro, etc. La cronología de este contexto se sitúa en la primera mitad del siglo II d. C.
Fase 4 La cuarta y última fase de la escombrera del Albollón corresponde a un repunte de los vertidos antes del abandono definitivo del vertedero. Está constituida por las UU.EE 34 y 33. La U.E. 34 era una capa muy heterogénea de escombros y residuos, con una potencia media de 0,60 m, en la que se documenta una deposición en montículos de una altura máxima de 15 cm. La capa se compone de distintos vertidos, unos de tierra amarillenta con abundante proporción de restos de argamasas muy degradas y restos constructivos, y otros de tierras limosas de color gris o verde con predominio de restos orgánicos y escasa presencia de materiales de tipo constructivo. Su superficie describe un suave pendiente del 10% de norte a sur. La cerámica de este contexto es muy variada, sobresaliendo en porcentaje la común, junto a la vajilla de mesa. Entre estas últimas, se documentan fragmentos de T.S.C. de los tipos A y C,; fragmentos de T.S.H. de las formas Drag. 27, 15/17, 35, 29 y 37; y T.S.S.G. de las formas Drag. 30, 24/25, 18, 36 y 35. Esta unidad de estratificación ha sido fechada en el siglo II d. C. La U.E. 33 presenta una composición homogénea de vertidos de color amarillento, que alcanzan una potencia media de 1,40 m. Entre los materiales recuperados destacan por porcentajes los de tipo constructivo, entre los que se encuentran fragmentos de opus signinum, tégulas, ímbrices, estucos, ladrillo, etc. Entre la cerámica es muy numerosa la de provisión y, en menor medida, las de cocina y mesa. Entre es-
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tas últimas, se hallaron fragmentos de T.S.C.A, de T.S.H. de las formas Drag. 17 y Drag. 37 procedentes de los talleres de Andújar, además de T.S.S.G. de la forma Drag. 18, y algunos fragmentos de lucerna volutas. La cronología para esta capa se sitúa en un momento avanzado del siglo II d. C. e inicios del III d. C.
2.1.2.
El vertedero de la vaguada del Cenicero
El descubrimiento de la amplitud de la vaguada del Cenicero y su uso como escombrera en época romana, constituyó una sorpresa inesperada y de extraordinario interés para interpretar piezas urbanísticas de este sector, especialmente el bastión y la Puerta de Sevilla. El estudio de esta vaguada y del vertedero que la colmata, es igualmente esencial, para describir la función de las estructuras republicanas documentadas en el área de la calle Viga y la Plazuela Romera, el trazado de los viales romanos y el proceso de expansión de la ciudad hacia el sur. No obstante, la información de la que disponemos es muy limitada. Las informaciones proceden de las excavaciones en San Felipe nº 35A (Anglada et al. 1995) y Arellano 2 (Belén et al. 1995) y de la vigilancia de una zanja realizada por la Compañía Telefónica desde la antena del Picacho, a lo largo de toda la calle San Felipe y San Bartolomé, hasta la plaza del Palenque bajo la Puerta de Sevilla. Las dos excavaciones, situadas en solares en el reborde actual del Cenicero, son intervenciones de poca extensión y ofrecen información muy parcial y limitada. En cuanto a la zanja de Telefónica, su interés radica en permitir conocer la posición del reborde occidental de la vaguada y disponer de información sobre un punto al interior, a 45 metros de distancia, en la esquina del edificio de la Biblioteca Pública, en el que se excavó una fosa para un registro de mantenimiento de las líneas, que profundizó más de tres metros, sin encontrar la roca natural y con el hallazgo de cerámicas romanas del siglo I d. C. en el fondo. En las excavaciones arqueológicas en el nº 35A de la calle San Felipe (Anglada et al. 1995) se realizó un sondeo coincidente con la depresión exterior del Cenicero, en el que se pudo documentar la existencia de un extenso vertedero. Las capas de vertidos, con pronunciadas pendientes, se yuxtaponían unas sobre otras, alternando las capas arenosas de colores ocres, anaranjados o amarillos, con alto contenido de escombros y las capas de textura limosa de
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Fig. 3. Perfiles del vertedero de San Felipe 35a.
Fig. 4. Perfiles del vertedero de Arellano 2.
colores grises y oscuros propios de los residuos con alto contenido de materia orgánica. Los repertorios cerámicos estaban constituidos indistintamente de cerámicas de cocina, de mesa y envases para el comercio o el almacenamiento, conservados muy incompletos y fragmentados. La cerámica procedente de las capas de vertidos documentadas perfila una
cronología que oscila entre finales del siglo II y el siglo III d. C. En las excavaciones realizadas en el nº 2 de la calle Arellano (Belén et al. 1995), sobre el reborde oriental externo de la vaguada, se documentaron capas de vertidos de cronología romana republicana de origen predominantemente doméstico, que se super-
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La vaguada de San Mateo no se reconoce mediante el simple análisis del plano y la observación comparativa de calles, construcciones y relieve adyacentes. La primera excavación realizada en un solar de la calle Extramuros de San Felipe permitió documentar una caída de cota del alcor próxima a los 4 metros en relación a la superficie actual. No obstante, hasta la excavación de San Felipe 1A2 se desconocía su verdadera entidad. El barrio de San Felipe se encuentra en la parte meridional del casco histórico de Carmona, en una
de las zonas más elevadas de la ciudad. Durante el año 1999 se realizaron excavaciones de urgencia en el solar nº 1a de la calle San Felipe, justo frente a la Iglesia del mismo nombre. Las previsiones antes de la excavación eran que la estratigrafía alcanzaría aproximadamente un metro y medio de profundidad, aflorando a partir de esa cota la roca base que presentaría pendiente hacia el suroeste debido a la vaguada de San Mateo. En la parte norte de la excavación se constató que la roca se encontraba a la profundidad prevista, sin embargo, algo más al sur, había sido seccionada por un potente y rectilíneo rebaje artificial de más de cinco metros de profundidad. Como resultado de este rebaje la roca presentaba un frente vertical (Fig. 6) similar a los existentes en las canteras y que, en sentido este-oeste, excedía los límites del solar excavado. Aprovechando el frente de la roca se habían excavado una serie de galerías interconectadas que parecen corresponder a un santuario hipogeo fechado entre los siglos II y I a. C. Entre dichas galerías destaca la denominada «D» que conservaba una serie de estructuras relacionadas con el uso del subterráneo: dos hornos, una hornacina y una puerta monumental de sillares que le daba acceso al exterior. El techo de esta galería fue tallado en forma de bóveda de cañón y en su extremo oriental se abrió un pozo que, a modo de chimenea, servía para expulsar los humos generados por uno de los hornos. Otra de las galerías de mayor interés para este estudio sería la denominada «A», que fue excavada directamente sobre el frente exterior de la roca, por lo que su lado meridional hubiera estado abierto hacia el exterior de no ser por un muro cuyo trazado discurría de forma paralela al frente de piedra y cerraba la galería por el sur. Todo el frente de la roca y el interior de la galería A se encontraban cubiertos por capas de vertidos de época romana que habían sido arrojadas desde la zona superior del desnivel y que, en conjunto, alcanzaban más de seis metros de espesor. Esto parece indicar que, hacia mediados del siglo I d. C., después de que el complejo hipogeo fuera abandonado y se clausuraran intencionalmente casi todos sus accesos, se comenzó a usar el desnivel del terreno como escombrera. Los vertidos se superpusieron hasta que el corte del terreno quedó completamente colmatado y nivelado con respecto a la zona superior. Posteriormente, se realizó otra excavación en el solar contiguo por el este, calle Pedro I nº 2,3 donde se regis-
2 J.M. Román 1999: Informe de las excavaciones de urgencia en el solar nº 1a de la calle San Felipe, Carmona (Sevilla). Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía y Museo de la ciudad de Carmona. Inédito.
3 J.M. Román 2002: Informe de las excavaciones de urgencia en el solar nº 2 de la calle Pedro I, Carmona (Sevilla). Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía y Museo de la ciudad de Carmona. Inédito.
Fig. 5. Capas de vertidos y base de la muralla de San Felipe 35a.
ponen a otras de época turdetana y del Final de la Edad del Bronce.
2.1.3.
Vertederos de la vaguada de San Felipe (o San Mateo)
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Fig. 6. Perfil oeste del vertedero y galería A de San Felipe 1A.
traron también estos vertidos. El interior de la galería D también fue usado como vertedero de residuos sólidos que fueron arrojados a través del pozo que le servía de chimenea. Analizaremos a continuación los dos basureros: El vertedero exterior y el de la galería D.
a.
El vertedero
Al haber sido arrojadas desde la zona superior del frente de cantera, las capas de vertidos (UU.EE. 40, 42, 46, 47, 48a, 48b, 48c, 49, 51, 52, 55, 58, 61 y 62) que componen este vertedero presentan una acusada
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inclinación en sentido de norte a sur. En algunos casos, durante la excavación, se optó por diferenciar capas de vertidos superpuestas que, aunque presentaban características muy similares, tenían leves diferencias como en el caso de las capas 48a, 48b y 48c. Algo similar ocurre con las capas UU.EE. 60, 61 y 62, que corresponden a los primeros vertidos en la escombrera y que podrían considerarse como una única unidad. Estas capas contienen fragmentos cerámicos que casan entre sí y que llegan incluso a formar piezas completas, además de un repertorio cerámico de cronología muy uniforme. En la formación de la capa U.E. 58, que se superpone a las tres anteriores en el interior de la galería A, tuvo importancia el desplome y la disgregación de parte del alzado de ladrillos de adobe que cerraba la galería al exterior. Las capas de vertidos tenían variaciones en su coloración, textura y consistencia. La coloración puede oscilar entre tonos rojizos, marrones, amarillentos y grises. La textura suele ser arenosa. La consistencia está condicionada en muchos casos por el tipo de vertido, siendo ésta normalmente escasa donde hubiera una mayor concentración de cascotes. El material de tipo constructivo es, con diferencia, el más abundante en los vertidos que conforman esta escombrera, siendo aún mayor el porcentaje en las capas más recientes. Entre estos materiales abundan los fragmentos de opus signinum, tégulas, ímbrices, ladrillos, estucos, argamasa, adobe, mármoles y piedras. En determinadas capas el porcentaje de un determinado tipo de material es muy alto, como ocurre en la U.E. 48c que contenía una enorme cantidad de trozos de opus signinum, o la capa U.E. 60 que tenía asociada gran número de fragmentos de estucos que parecen provenir de la misma construcción. La cerámica, aunque no de forma tan masiva como ocurre con los materiales constructivos, es también muy abundante en estos contextos. Entre el repertorio cerámico se encuentran gran cantidad de fragmentos de Terra Sigillata, cerámica de paredes finas, lucernas, ánforas y cerámica de mesa y cocina, que aportan unas cronologías bastante precisas y uniformes para el uso del vertedero. Aunque también se encontraron restos óseos de fauna consumida su proporción es escasa en relación al volumen de tierra extraído y con respecto a los otros materiales. Además, aunque en alguna capa como la U.E. 55 exista una relativa proporción de materia orgánica en su composición, no parece que esto pueda extenderse al resto de los vertidos. Por ello, parece que este vertedero no se usó, al menos de forma generalizada, para depositar deshechos de carácter orgánico, que,
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Fig. 7. San Felipe 1ª vista exterior del frente de la roca, galería A y vertidos.
quizás, podrían haber sido reutilizados con otros fines. El resto de materiales asociados a los vertidos corresponde a fragmentos de vidrios, objetos fabricados en hueso, como agujas y bisagras, elementos de hierro y bronce, como clavos y remaches, y algunas terracotas. En una de las capas más antiguas (U.E. 60) se encontraron, además de varias cerámicas completas, cinco monedas y un entalle en cornalina. En cuanto a las cronologías,4 las capas de vertidos UU.EE. 62, 61 y 60 son las más antiguas del vertedero, y, como ya se ha mencionado, podrían unificarse para su estudio. Según la cerámica, las UU.EE. 62 y 61 podrían parecen algo más antiguas que la U.E. 60 al no contener Terra Sigillata Hispánica, al estar ausentes en Terra Sigillata Sudgálica las formas Drag. 35 y Drag. 36 y al documentarse el perfil completo de un plato de la forma Amores 14 en Terra Sigillata de Imitación Tipo Peñaflor con un fin de la producción en torno al 70-75 d. C. Sin embargo, además de que ambas unidades comparten fragmentos cerámicos con la U.E. 60, en la U.E. 61 se recuperó un fragmento de galbo en Terra Sigillata Sudgálica de un cuenco Drag. 37 con un inicio de producción en el año 60 d. C. por tanto ya en la segunda mitad del s. I d. C. En la zona inferior de la capa U.E. 60, directamente sobre el nivel de suelo de la Galería A, se encontraron un entalle de cornalina, conservado en perfecto estado, que tiene grabado un Eros portando una antorcha, y cinco monedas de bronce. Estas monedas, 4 El estudio de la cerámica ha sido realizado por Jacobo Vázquez y su publicación completa se incluirá dentro de la monografía que sobre esta excavación está realizando junto con María Belén Deamos y Juan Manuel Román, todos pertenecientes al grupo de Investigación HUM-650 de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía.
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Fig. 8. Materiales procedentes del vertedero de San Felipe.
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que se hallaron justo en la zona más baja del vertedero, corresponden a un dupondio de Tiberio y tres ases y un cuadrante de Claudio, lo que indicaría que la escombrera no comienza a formalizarse, al menos, hasta mediados del siglo I d. C. Las cerámicas recuperadas en la U.E. 60 permiten aproximarnos mejor a la datación de este proceso de colmatación al documentarse un amplio repertorio de formas. Las urnas/orzas con borde saliente y moldurado al exterior con cuello corto y ancho están presentes en esta U.E. 60 (Fig. 8, nº 31), al igual que en las UU.EE. 47 y 55. También los jarros comunes están bien representados en el registro de la U.E. 60 con varios ejemplares, uno de los cuales (Fig. 8, nº 30) se asimila a la forma Vegas 38. Paralelos de esta forma los encontramos en necrópolis malagueñas (Serrano Ramos 2000) y en el vertedero de la calle Constantino de Mérida, así como en distintos yacimientos de la Lusitania (Alvarado y Molano 1995, 287 Fig. 5). Las cerámicas de mesa importadas desde el taller galo de La Graufesenque se encuentran bien representadas con ejemplares de copa de la forma Dragendorff 27. Una de estas copas (Fig. 8, nº 21) presenta una marca de alfarero con cartela completa de forma rectangular en la que proponemos la marca: AMAN (con nexo A-M-A-N), correspondiéndose tal vez con Amandus alfarero que trabajó en La Graufesenque y Montans durante los principados de Tiberio y Vespasiano, pero no podemos más que dar por hipotética esta propuesta. La forma de copa Drag. 24/ 25 (Fig. 8, nº 22) con decoración a ruedecilla al exterior se encuentra también bien documentada en el estrato con varios ejemplares. Éstos habría que incluirlos dentro de la variante Drag. 24/25b con una datación entre el 40 y el 80 d. C. La forma de plato Drag. 18 es más numerosa que la Drag. 15/17 conservándose un perfil completo (Fig. 8, nº-24). En el fondo interior se conserva parte de una marca de alfarero en cartela rectangular, en la que se lee […]MOFIC. El Servicio A de La Graufesenque característico de época Flavia se encuentra bien representado con copas de la forma Dragendorff 35 (Fig. 8, nº 23) con decoración de gotas de agua a la barbotina en el borde. Los platos de la forma Drag. 36 que forma parte del servicio con la forma 35 se documentan en barniz rojo con algunos ejemplares (Fig. 8, nº 25). La forma Drag. 36 ha sido documentada en la unidad también en marmorata con decoración a la barbotina. Las lucernas son significativas en este nivel documentándose los tipos Deneauve VA, VB, VD, VG y VIIA. Nueve piezas han sido identificadas como lu-
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cernas de volutas de la forma Deneauve VA (Dressel 11). La pieza más completa (Fig. 8, nº 18) tiene un disco que en lo conservado es liso y un sello en la base en doble planta pedis, en el que se lee [.](V)F/ [.]VF. Se han identificado fragmentos de lucernas pertenecientes a las formas Deneauve VB (Dressel 1213), Deneauve VB, Deneauve VD (Dressel 15) (datada principalmente entre mediados del s. I y la segunda mitad del s. II d. C.). La forma Deneauve VG con alerón lateral está presente con un fragmento de lucerna (Fig. 8, nº 19) fechada entre el segundo y el último cuarto del s. I d. C. La forma de lucerna de disco Deneauve VIIA (Dressel 17) datada entre la segunda mitad del s. I d. C. y el s. II, pudiendo llegar hasta el s. III d. C. se encuentra en el estrato 60 con una pieza (Fig. 8, nº 17) prácticamente completa. Los vasos de Paredes Finas se encuentran, al igual que las lucernas, bien representadas en el estrato 60. Entre estos vasos la forma mejor representada es el tipo Mayet XXXV con tres ejemplares con decoración exterior a la barbotina (Fig. 8, nº 29). Con dos ejemplares se documentan las formas Mayet XXXVII con decoración a la barbotina y a la arena, la Mayet XXXVI con decoración a la barbotina (Fig. 8, nº 27) y la forma Mayet XXXVIII con decoración también a la barbotina (Fig. 8, nº 28). También se recuperaron fragmentos pertenecientes a los tipos: Mayet XVIII, Mayet XLI, Mayet XLII y Mayet XXI. El conjunto de materiales perteneciente a esta capa reflejan una datación de época Flavia que se puede centrar en momentos de Vespasiano, o quizás inicios de Domiciano. Esta datación viene dada por la presencia de las formas Drag. 35 y Drag. 36 en Terra Sigillata Sudgálica, la Forma 37a en Terra Sigillata Hispánica (Fig. 8, nº 26) o la marca COPPI[RES] (Fig. 8, nº 16) sobre lucerna, así como por la ausencia de formas en Terra Sigillata Hispánica típicas de fines del s. I-primera mitad del s. II como las Formas 27 o 15/17 de labio indiferenciado y por la ausencia de cerámica africana de cocina y mesa. La U.E. 58 que se superpone a la U.E. 60 presenta la misma datación al haberse recuperado otra marca de alfarero del taller de C. OPPI. RES sobre lucerna. La capa U.E. 55 se superpone a las anteriores confirmando una formación del estrato en momentos de la segunda mitad del s. I d. C. durante la dinastía Flavia. A las formas anfóricas Beltrán IIB (Fig. 9, nº 15) o Dressel 20, se le suma la presencia de los tipos de lucerna Deneauve VG (Fig. 9, nº 4 y Deneauve VIIA (Fig. 9, nº 3), así como las formas de mesa Drag. 27 (Fig. 9, nº 11), Drag. 35 (Fig. 9, nº 12) y Drag. 36 (Fig. 9, nº 13), Drag. 18/31 (Fig. 9, nº 10) y las marcas de alfarero OFPAS (retrograda), OF(IVOLA) y
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Fig. 9. Materiales procedentes del vertedero de San Felipe.
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[…]LVCC5 (Fig. 9, nº 9) en Terra Sigillata Sudgálica. Este conjunto arroja una datación Flavia que se confirma por la presencia de la forma decorada 37a (Fig. 9, nº 14) en Terra Sigillata Hispánica de la Rioja6 que podemos datar entre Vespasiano y los primeros años de Trajano (70-100 d. C.). De nuevo, es la ausencia de productos africanos de mesa y cocina los que permiten concretar la datación del estrato entre Vespasiano y Domiciano y por tanto en momentos Flavios. La capa U.E. 52 que se depositó sobre la U.E. 55, ya al exterior de la Galería A, aportó fragmentos de producciones de mesa en Terra Sigillata Itálica, Terra Sigillata Sudgálica, Terra Sigillata Hispánica y un ánfora Dressel 20 que fecharían el contexto en el tercer cuarto avanzado del s. I d. C. Sobresale la presencia de una Forma 35 o 36 en Terra Sigillata Hispánica que indica una formación del estrato a partir del año 65-70 d. C.7 La aparición de la copa Drag. 24/25b en Terra Sigillata Sudgálica de la Graufesenque, con una datación para la variante 24/25a de la primera mitad del s. I d. C. y para la variante 24/25b hasta aproximadamente el 80 d. C., permiten ajustar la datación del estrato a momentos Flavios tempranos. La cerámica de paredes finas documentadas en el nivel 52 ofrecen dataciones del s. I d. C. caso de la forma Mayet XXXV y del vaso de pasta y superficie gris con decoración burilada al exterior con una morfología cercana a los tipos Mayet XVIII y XXI, y a producciones emeritenses de la segunda mitad del s. I d. C. (Alvarado y Molano 1995, 291-292, fig. 15) como hemos indicado anteriormente al tratar el contenido de la U.E. 52. El taller de Peñaflor está presente con la forma III de Martínez (Fig. 9, nº 2), con una datación que partiendo desde época de Augusto alcanza los inicios del s. II d. C. A tener en cuenta es la presencia en estos niveles del cuenco-lucerna VI-A; la ausencia de producciones de mesa de los grupos I y II de la primera serie de imitación del taller de Peñaflor que se datan entre Augusto y el inicio de 5 Lvcceivs desarrolló su labor alfarera en el centro de La Graufesenque durante el periodo Flavio (Oswald 1931,168169). 6 Por su decoración, esta pieza podría proceder de los talleres de Bezares o de Arezana de Arriba. 7 Las Formas 35 y 36 hispánicas se encuentra estrechamente relacionadas con la forma gálica Dragendorff 35 y 36 con una producción iniciada en el período de transición (60-80 d. C.) del taller de La Graufesenque (Bémont y Jacob 1986). La producción gala de estas formas, forman parte del Servicio A característico de época Flavia, aunque su producción se inicia varios años antes y alcanza momentos posteriores a la dinastía fundada por Vespasiano. La producción hispánica de Andújar de estos tipo se inicia en momentos cercanos a la dinastía Flavia, e incluso ya en momentos Flavios.
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época Flavia (Martínez Rodríguez 1989), así como la ausencia también de cerámica africana de cocina y Terra Sigillata Clara A (ARSW A), ambas importadas a la bética a partir de momentos del último cuarto del s. I d. C. en adelante siendo su hallazgo frecuente a partir de inicios del s. II d. C. De esta manera la cerámica nos indica que la formación del estrato 52 debió acontecer entre el 65/70-80/85 d. C. y por lo tanto en época Flavia; sin embargo su posición estratigráfica nos permite concretar aún más esta datación, ya que en la U.E. 55 que se encuentra justo bajo esta, se recuperó un cuenco de la Forma 37a en Terra Sigillata Hispánica de la Rioja con una datación a partir del 70 d. C. Sobre la U.E. 52 se depositó la U.E. 49A y sobre ésta la U.E. 49 en la que se recogieron algunos fragmentos de Terra Sigillata Hispánica y de cerámica Tipo Peñaflor indeterminada, datándose el estrato entre mediadosfines del s. I d. C. A la capa 49 se le superponen las UU.EE. 48c, 48b, 48a, 47 y 42, que contenían principalmente material de tipo constructivo y que presentan bastante homogeneidad en su repertorio cerámico. Estas capas, sobre todo las más recientes, se encuentran muy destruidas por remociones del terreno en épocas posteriores. Las UU.EE. 48A, 48B y 48C incluyen entre sus materiales Terra Sigillata Sudgálica de la forma Drag. 27, Terra Sigillata Hispánica indeterminada e imitaciones de Barniz Rojo Pompeyano del Tipo III de Martínez en cerámica Tipo Peñaflor. La forma Drag. 27b presenta una producción centrada principalmente entre el 40 y el 80 d. C. llegando incluso a momentos posteriores en su variante 27c. En el caso del plato Tipo III de Martínez, se trata de una forma bastante frecuente en los niveles del s. I d. C. del Bajo Guadalquivir. La deposición de las UU.EE. 48C y 48A debió acontecer en la segunda mitad del s. I d. C., y según se desprende de la secuencia estratigráfica a partir de época Flavia, no alcanzando el s. II d. C. La U.E. 47, depositada inmediatamente sobre la U.E. 48A, presenta de una parte Terra Sigillata Sudgálica de las forma Drag. 24/25, 27 y 15/17, siendo todas ellas producciones del s. I d. C., centradas entre el 40 y el 80 d. C.; y de otra parte Terra Sigillata hispánica de Andújar de la Forma 15/17 cuya confección se inicia en el taller bético a partir de época de Claudio (Fernández y Ruiz 2005). También se ha registrado una lucerna de disco forma Deneauve VIIA (Dressel 27) prácticamente completa (Fig. 9, nº 1) con decoración de diosa Fortuna con cornucopia y timón. En la base de la lucerna se presenta una marca de alfarero algo difusa, pero que parece corresponderse con un doble planta pedis, mientras que en el
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depósito se documenta una marca de molde en relieve. Esta pieza puede fecharse entre la segunda mitad del s. I d. C. e inicios del s. II d. C. La capa más reciente documentada en el vertedero es la U.E. 42. Aunque de la misma se recuperaron pocos fragmentos de cerámica, entre ellos se encontraba el único fragmento de cerámica africana de cocina aparecido en esta secuencia. Este fragmento podría datarse de manera genérica a partir del último cuarto/finales del s. I en adelante, ya que estas producciones alcanzan incluso la Antigüedad Tardía. La uniformidad de los conjuntos cerámicos exhumados en las unidades estratigráficas más antiguas permiten afirmar que el uso de este vertedero comenzó durante la dinastía Flavia, en momentos comprendidos entre Vespasiano (70-75 d. C.) y Domiciano (80/85 d. C.). Los niveles más recientes, al menos los conservados, podrían alcanzar los últimos años del s. I d. C. o, más probablemente, principios del siglo II d. C.
b.
El vertedero de la galería D
Esta galería era la más occidental del complejo hipogeo excavado en la roca a partir del frente de cantera. El acceso desde el exterior se realizaba a través de una puerta adintelada de sillares que se adosaba al frente de cantera. A mediados del siglo I
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d. C, esta entrada quedó cegada por los derrumbes y vertidos que se estaban produciendo en el exterior. La galería quedó entonces hueca y comunicada con la superficie por un pozo tallado en el extremo oriental de su techo. Este pozo, que sirvió de chimenea para uno de los hornos encontrados en la galería, fue aprovechado como vertedero cuando ya gran parte de la escombrera existente en el exterior se encontraba colmatada. La boca exterior del pozo no pudo documentarse durante la excavación, pero se encontraba a aproximadamente dos metros de distancia del frente tallado en la roca, en su parte superior, es decir; prácticamente en el lugar desde donde se tiraban los vertidos a la escombrera. A través del pozo se arrojaron residuos que se fueron acumulando en el suelo de la galería, justo bajo la oquedad del techo. Al crecer el montículo el resto de la sala subterránea se fue rellenando, aunque, cuando los escombros alcanzaron el techo y taponaron el pozo, buena parte de la zona occidental de la galería quedó hueca (Fig. 10). Durante la excavación se extrajo una columna polínica de la secuencia estratigráfica en el interior de la galería que, posteriormente, sería analizada en el laboratorio (Ubera et al. 2002). En los resultados de este estudio pudo constatarse una rápida degradación del paisaje vegetal del entorno, que pasó de una vegetación típica bosque bajo mediterráneo, registrada en los niveles previos a los vertidos, a un predomi-
Fig. 10. Perfil del vertedero en la galería D de San Felipe 1A.
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nio de plantas nitrófilas asociadas a escombreras en los niveles del vertedero. Las capas de vertidos que rellenaban la Galería D presentan, en general, características muy homogéneas. De coloración entre grisácea y marrón, textura arenosa y consistencia media, contenían, a diferencia de las capas del vertedero exterior, una elevada proporción de materia orgánica. Las capas presentaban buzamiento hacia el oeste al haberse depositado desde el techo del extremo oriental de la estancia. Aunque con pocas diferencias entre sí, se identificaron tres capas de vertidos UU.EE. 74, 71b y 71a. La más antigua (U.E. 74) contenía numerosas capas de arena lavada generadas por escorrentías que podrían indicar que la boca exterior del pozo se encontró abierta y que, quizás, el proceso de colmatación fue más lento que en las capas que se le superponen. Las capas 71a y 71b son prácticamente idénticas en aspecto y contenido, aunque entre ambas se identificó una superficie (U.E. 101) sobre la que se encontraban varios esqueletos completos de animales. Estas capas, a diferencia de las que formaban la escombrera exterior, contenían una enorme cantidad de restos óseos de fauna, que, en muchos casos, formaban esqueletos completos de animales. Destaca el hallazgo de los esqueletos de dos équidos que se encontraban justo entre el techo de la galería y la boca inferior del pozo y que, sin duda, contribuyeron a taponar definitivamente el hueco y sellar el vertedero. También se encontraron esqueletos de cánidos, reptiles y pequeños mamíferos. Entre los numerosos huesos de fauna sin conexión anatómica había huesos de cánidos, suidos, bóvidos y ovicápridos, que en determinados casos muestran huellas de consumo humano. Algunos huesos tienen marcas producidas por incisivos de roedores, de los que también se encontraron esqueletos completos. Aunque también había conchas de malacofauna, tanto marina como terrestre, que fueron arrojadas como desperdicios, era muy llamativa la elevadísima concentración (cientos de miles) de pequeñas conchas de caracoles existente tanto en las capas de vertidos como por las paredes y oquedades de la galería. Estas conchas, de color blancuzco y casi traslúcidas, pertenecen a las especies Helix aspersa y Rumina decollata, y sus conchas son en su mayoría de tamaño juvenil (91,7%). Según el análisis realizado por E. y M. Bernáldez,8 pertenecen a un depósito natural de moluscos que murieron donde vivieron, lo cual no deja de ser extraño al encontrarse la galería a varios 8 Bernáldez Sánchez, E. y M. 2001: Estudio Malacológico del Yacimiento romano de la calle San Felipe en Carmona (Sevilla). Inédito.
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metros de profundidad con respecto a la superficie. Por tanto, habría que distinguir los restos óseos de fauna encontrados en el vertedero en dos grupos: los que vivieron en él (caracoles, roedores y, posiblemente, reptiles) y los que fueron arrojados como deshecho, tanto animales completos como huesos sueltos. No hay que descartar que la boca del pozo, en la superficie superior, pudiera actuar como trampa natural por la que cayera algún animal, aunque esto no parece probable en el caso de los dos équidos debido a las dimensiones del pozo. Buena parte de los materiales que contenían estas capas era de tipo constructivo, aunque su presencia aquí no es tan masiva como en el vertedero exterior. Entre estos se encuentran fragmentos de opus signinum, tégulas, ímbrices, ladrillos, estucos, argamasa, adobe, mármoles y piedras. Las piezas metálicas son relativamente abundantes, con presencia de tres monedas (un as de Claudio en la U.E. 71 y otro en la U.E. 74 y un semis del siglo I d. C. en la U.E. 74), numerosos clavos y fragmentos de hierro, objetos de plomo o bronce, fragmentos de fíbulas o broches, pinzas y una pequeña lámina de bronce que conservaba parte de un baño de oro. En estas capas también se encontraron fragmentos de vidrio, objetos de hueso (sobre todo agujas), terracotas y restos de carbones. Revisaremos a continuación los contextos cerámicos:
U.E. 71a Entre las ánforas de esta unidad se encuentra el tercio superior de una forma vinaria gala Gauloise 4, que puede fecharse desde el 80 al 200 d. C. (Fig. 11, nº 44). También se encontró un fragmento de la forma Hayes 3 en Terra Sigillata clara A1 (ARS A1) de época Flavia a inicios del II d. C. (Fig. 11, nº 41) y otro que se asemeja a modelos de la forma Hayes 6 de fines del I d. C. fines del II d. C. Las producciones Hispánica de Terra Sigillata se encuentran bien representadas siendo significativa la presencia de la copa Forma 27 (Fig. 11, nº 34) de Andújar en este nivel con ejemplares que conservan la sección bastante completa (Roca 1976, 39-40). El plato Forma 15/17 (Fig. 11, nº 45) en Terra Sigillata Hispánica de Andújar está también presente con un ejemplar. Las producciones de Peñaflor están representadas con varios ejemplares de la forma de Plato del Tipo III de Martínez (Martínez Rodríguez 1989) (Fig. 11, nº 33). Los jarros están bien documentados en este nivel, y entre ellos se encuentra una
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Fig. 11. Materiales procedentes del vertedero de la galería D.
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Fig. 12. Materiales procedentes del vertedero de la galería D.
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boca (Fig. 11, nº 43) con borde engrosado al exterior mediante un baquetón con cuello estrecho datada con paralelos en la necrópolis de Medellín de la primera mitad del s. II d. C. Entre la cerámica de paredes finas se registraron las formas Mayet XXVII, XXX y XLII. Los materiales lychnológicos se encuentran bien representados con varios tipos identificados como: Deneauve VA, Deneauve VB, Deneauve VG, Andújar 1, que se datan entre el segundo y el último cuarto del s. I d. C. La forma Deneauve VA está presente con un ejemplar con representación de una escena gladiatoria (Fig. 11, nº 32). En la datación de esta unidad cobra importancia la presencia de cerámica africana de cocina, como la tapadera Ostia I, con ejemplares que conservan la sección completa (Fig. 11, nº 37) e incompleta (Fig. 11, nº 39) y, en algunos casos, con el borde ahumado. Las cazuelas también están bien representadas con la forma Hayes 23B en unos casos ahumada y en otros no (Fig. 11, nº 38), y por la cazuela Ostia III (Fig. 11, nº 40). La composición cerámica de la unidad permite datar la unidad entre finales del s. I d. C., y mediados del s. II d. C. siendo más probable una datación en el s. II d. C.
U.E. 71b El material cerámico de esta capa es muy similar al de la anterior. Habría que destacar la cerámica de mesa, entre la que se encuentran dos bordes de copas de Terra Sigillata Hispánica, uno de la Forma 35 con decoración a barbotina (Fig. 11, nº 46) y el otro de la Forma 27 con borde simple (Fig. 11, nº 45) y un fondo de plato de la Forma 15/17 (Fig. 11, nº 47). Entre las importaciones de cocina africana se encuentran una tapadera Ostia I, (Fig. 12, nº 48) y una cazuela Hayes 23B con ahumado exterior a bandas (Fig. 12, nº 49). Al igual que en la U.E. 71a, la composición cerámica de esta unidad permite fecharla entre finales del s. I d. C., y mediados del s. II d. C. siendo más probable una datación en el s. II d. C.
U.E. 74 Entre las ánforas recogidas en esta unidad destaca una Dressel 2-4 completa que debió caer desde el pozo y rodar hasta el fondo de la galería donde se encontró. Por el borde, desarrollo del cuello, los hombros, el tipo de cuerpo estilizado, la forma de apoyo y acodado de las asas, y el pivote macizo con-
Fig. 13. Vertidos en la galería D tras la primera fase de la excavación.
cuerdan con producciones tempranas de dicha forma que podrían fecharse a mediados del I d. C. (Fig. 12, nº 53). Entre las lucernas se recuperó una completa de la forma Deneauve VD (Dressel 15) (Fig. 12, nº 50) con volutas simples y decoración con cornucopia y caduceo, que se fecha entre mediados del s. I y la segunda mitad del s. II d. C. Las importaciones africanas de cocina están presentes con dos tapaderas Ostia I (Hayes 196) ambas con bordes ahumados al exterior (Fig. 12, nº 56) y dos cazuelas Hayes 23B con exterior ahumado (Fig. 12, nº 57). En Terra Sigillata Hispánica de la Rioja se encontraron: un fragmento de base de la Forma 27, un fragmento de la Forma 15/17, un fragmento de borde de plato de la Forma 36 con decoración de gotas de agua a la barbotina (Fig. 12, nº 55) y un fragmento de base de un plato de la forma 15/17. En Terra Sigillata Hispánica de Andújar se documenta un fragmento de borde y otro de cuerpo de la Forma 27 (Fig. 12, nº 54) y un fragmento de base de plato de la Forma 15/17. La cronología asignada a este contexto y, por tanto, al
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inicio del uso de la galería subterránea como vertedero, estaría entre finales del siglo I y mediados del siglo II d. C. La cerámica africana comienza a llegar a la Bética a partir de época Flavia, sobre todo en el último cuarto del siglo I d. C. La no presencia en este nivel de TS Clara A2 y de imitaciones de africanas podría indicar que la deposición de esta capa se produjo entre el 80 d. C. y el 140 d. C.
c.
Resumen
Como ya se ha dicho en el número 1A de la calle San Felipe, se registraron dos escombreras romanas. La primera, a cielo abierto, reaprovecha un escalonamiento del terreno o frente de cantera de cinco metros de altura y cuyos límites desconocemos. La segunda reutiliza una galería subterránea, a partir de un respiradero en su techo, a modo de fosa séptica. En la escombrera, el material predominante es de origen constructivo, en el interior de la galería este tipo de material es menos abundante. Los vertidos en el subterráneo contienen una elevada concentración de materia orgánica y restos óseos de fauna, que, en la escombrera exterior, aparecen de forma casi testimonial. La zona superior de la escombrera se encontraba seccionada por zanjas, fosas y rebajes realizados en épocas posteriores, por lo que desconocemos la altura final que alcanzó y hasta cuando pudo estar en uso. No se documentaron estructuras romanas construidas sobre el nivel superior de los escombros, por lo que no es posible afirmar que el relleno de esta depresión del terreno tuviese fines urbanísticos. El basurero subterráneo quedó clausurado una vez que se colmató el pozo por donde se arrojaban los vertidos. El vertedero exterior comenzó a formalizarse durante la dinastía Flavia, en momentos comprendidos entre Vespasiano (70-75 d. C.) y Domiciano (80/ 85 d. C.). Los niveles más recientes, al menos los conservados, podrían alcanzar los últimos años del s. I d. C. o, más probablemente, principios del siglo II d. C. El vertedero subterráneo comenzó a usarse entre finales del siglo I d. C. y principios del siglo II d. C., estando en funcionamiento durante la primera mitad del siglo II d. C.
2.1.4.
Otros vertederos menores
En otras excavaciones arqueológicas realizadas en Carmona se han registrado vertederos romanos de menores dimensiones que reutilizan pozos y oquedades.
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Calatrava nº 2 En este solar, que se encuentra muy próximo a la Puerta de Córdoba, se documentaron un frente de cantera y unas fosas para la extracción de arcilla de época romana (Román y Vázquez 2005). Las fosas (UU.EE. 15 y 30) se encontraban colmatadas por capas de vertidos (UU.EE. 16, 17, 18, 19, 25, 27) que presentaban, en general, unas características similares, con coloraciones grises y marrones y textura arenosa. Estas capas contenían una alta densidad de materiales, principalmente cerámica, restos de adobes, huesos de fauna, carbón y semillas carbonizadas. Entre la cerámica se encuentran numerosos fragmentos de Terra sigillata itálica, imitaciones tipo Peñaflor, campanienses, ánforas, paredes finas, lucernas, cerámicas comunes, además de algunos materiales constructivos como tégulas e ímbrices. El proceso de deposición de los vertidos parece haber sido rápido, encontrándose fragmentos de cerámica que casan en unidades distintas. De especial interés resulta el estudio de la cerámica de imitación tipo Peñaflor, principalmente platos y copas que aparecieron en este depósito cerrado junto a Terra sigillata itálica, sin presencia de gálicas ni hispánicas. Entre la Terra sigillata itálica se reconocen las formas 18, 18.2.1, 18.2.3, 18.2.5, 7.1.2, 22, 22.1.4, 36.3.1, 3.2.2, 50.3.1, B3.5, B 3.12, B 3.5, B.1.6 y B.1.7 (AA.VV. 1990). Entre las imitaciones de tipo Peñaflor se encuentras copas de la forma IA, IB, IC y ID y los platos IIC y IID (Amores y Keay 1999). También se recuperó cerámica de paredes finas y una lucerna de volutas completa tipo Dressel 9, que, según el perfil de su hombro, corresponde a las primeras producciones de este tipo fechadas a partir de fines del siglo I a. C. Los bordes de ánforas corresponden a los tipos Dressel IB, 2/4, 7/8 y 12, con cronologías que oscilan entre fines del siglo I a. C. y el siglo I d. C. Según las fechas de estos materiales estas capas de vertidos debieron depositarse entre el último cuarto del siglo I a. C. y principios del siglo I d. C., bajo el principado de Augusto o Tiberio.
Calatrava nº 4 Este solar es colindante con el anterior por su lado norte. Durante las excavaciones se constató que los niveles romanos se encontraban casi totalmente arrasados, conservándose sólo algunas infraestructuras como una cisterna y un pozo de finalidad indeterminada y, aunque de cronología algo más antigua, colmatado en época altoimperial (Román y Conlin
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2005). El pozo, que no pudo excavarse en toda su extensión ni profundidad, se encontraba abierto sobre la roca base y tenía planta rectangular y paredes verticales. Alrededor conservaba parte de una rosca de tendencia ovalada y construidas con grandes piedras. Sobre el extremo oeste del pozo se había una gran losa de piedra que lo cerraba parcialmente por ese lado. La infraestructura, fechada entre época turdetana y romano republicana, había sido reutilizada como fosa séptica en época altoimperial, encontrándose totalmente colmatada por una capa de vertidos (U.E. 60). La capa era de coloración grisácea, textura arenosa y contenía una abundante proporción de materia orgánica y carbones y capas de arena lavada generadas por escorrentías. La proporción de materiales en estos vertidos era muy alta, principalmente la de cerámica. Se recuperaron fragmentos de Terra sigillata itálica, gálica, e hispánica, lucernas de volutas, ánforas, cerámica campaniense y de tradición turdetana. También eran numerosos los materiales constructivos como fragmentos de estucos, restos de adobe, opus signinum, ímbrices y tégulas, además de numerosas piedras alcorizas, y, en menor medida, cuarcitas y mármol. Además, se recuperó una urna cineraria de piedra y un fragmento de lo que pudo ser su tapa, que habían sido arrojadas al interior de la estructura. En la zona superior de la capa se encontraba un vertido que contenía una gran cantidad de semillas carbonizadas de aceituna, muy similares en forma y tamaño a la variedad actual zorzaleña. En la parte más baja de los vertidos alcanzada durante la excavación, se encontraron los esqueletos completos y en conexión anatómica de al menos cuatro cánidos, de diferentes tamaños. La deposición esta capa de vertidos debió producirse en la segunda mitad del siglo I d. C.
Carpinteros nº 24 Este solar se encuentra situado extramuros de la ciudad romana, próximo a la Puerta de Sevilla y el área artesanal (Cardenete et al. 1990). Durante la vigilancia arqueológica de las obras se documentó una cisterna, datada probablemente en el siglo I o II d. C., de forma troncocónica y dos galerías excavadas en la base, con una capacidad de almacenamiento aproximada de 14 metros cúbicos. Esta cisterna fue rellenada a finales del siglo II y siglo III d. C. con escombros muy sueltos de textura arenosa y colores amarillos ocres. Los materiales encontrados eran en su mayoría materiales de construcción, cerámicas, escoria y desechos de hornos procedentes de los alfares próximos.
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Hermanas de la Cruz nº 20 Este solar se encuentra en la zona sureste de la ciudad, próximo al actual Alcázar de Arriba. Durante las excavaciones arqueológicas se documentaron una serie de estructuras pertenecientes a un gran edificio público que ha sido fechado entre época de Augusto y, más probablemente, de Tiberio (Román y Vázquez 2005a). Estas estructuras y las encontradas en el solar adyacente de la calle General Freire, podrían haber pertenecido al teatro o a un templo, aunque sería necesario realizar alguna otra excavación en la zona para poder confirmarlo. Entre las estructuras exhumadas en la excavación se encontraba un pozo que tenía un brocal rectangular, con una puerta lateral, y una rosca de losas de piedra de excelente factura. Encajado en la zona superior del brocal, se encontraba un fragmento de un gran capitel corintio que había sido utilizado para sellar intencionalmente la infraestructura. La puerta lateral también fue sellada de forma intencional con un tambor de columna acanalada que la atravesaba transversalmente. El pozo alcanzaba en profundidad la roca base y se encontraba en gran parte relleno por capas de vertidos, aunque, por motivos de seguridad, no pudo ser vaciado por completo. Al no poder ser vaciada por completo, desconocemos la funcionalidad original de esta infraestructura que no tiene paralelos en Carmona. No parece corresponder ni a una cisterna, ni a un pozo de agua, existiendo además uno de la misma cronología a escasos metros de distancia. Tampoco parece probable que fuera un colector o estuviera relacionado con las infraestructuras de alcantarillado, algunas de las cuales discurren cercanas pero a una cota mucho más alta y sin relación directa. En el interior del pozo, antes de este que fuera sellado, se había depositado una capa de vertidos que no lo había llegado a colmatar completamente, quedando algo más de dos metros en hueco en su parte superior. Por tanto, y aunque no parece que esta fuera su funcionalidad original, el pozo había servido en su última etapa como fosa séptica. La capa de vertidos (U.E. 48) era de color gris, textura arcillosa y contenía abundante proporción de materia orgánica. Como ya se ha dicho, por motivos de seguridad sólo pudo excavarse una mínima parte de esta capa, que contenía una alta densidad de materiales. Entre los escasos materiales recuperados había cerámica, huesos, vidrio, piedras y cantos rodados. Entre la cerámica se encuentran fragmentos de importaciones de cocina africana. Los restos óseos de fauna son muy numerosos y, entre ellos, se encontraron algunos de cánidos en conexión anatómica. También se recuperó
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el fémur de un neonato humano. La cronología atribuida a esta capa de vertidos, a partir de los escasos materiales y las relaciones estratigráficas, oscila entre principios del siglo II d. C. y el siglo III d. C. Quizás, la funcionalidad de esta infraestructura podría ser similar a la de los «pozos rituales» documentados en Cádiz (Niveau 2001), en los que se arrojarían, entre otros elementos, perros como ofrendas. No se descarta que los esqueletos completos de cánidos encontrados en interior del pozo de la calle Calatrava (Román y Conlin 2005) y en el interior de la Galería D del complejo hipogeo de San Felipe, pudieran también corresponder a prácticas rituales. Diego Navarro nº 20 Este solar se encuentra en la zona norte de Carmona, en pleno centro del barrio de San Blas. Durante las excavaciones pudo documentarse un edificio tartésico en muy buen estado de conservación, pero los niveles de época romana habían sido casi totalmente arrasados en época moderna (Román y Vázquez 2006). De época altoimperial, sólo se habían conservado la parte inferior de dos grandes fosas (UU.EE. 75 y 137 y las capas de vertidos que las colmataban (UU.EE. 73 y 136). Por la proximidad y las similitudes en la profundidad alcanzada, y las características de las capas de sedimentos, nos inclinamos a pensar que en origen se trataría de una sola fosa y una única capa de vertidos, que fue seccionada posteriormente por un rebaje del terreno moderno. Las plantas de las fosas y sus secciones, documentadas sólo parcialmente, son irregulares. Los vertidos que las colmatan presentan coloración marrón, textura arenosa y estructura poco homogénea. Entre los materiales asociados a estas capas destaca el elevado porcentaje del de tipo constructivo, principalmente fragmentos de ladrillo, tégulas, argamasa y enlucidos. Entre el repertorio cerámico se incluyen fragmentos de Terra sigillata gálica, lucernas de volutas, ánforas, cerámicas comunes y de tradición turdetana. Los restos óseos de fauna consumida son escasos en estos contextos. La cronología de los materiales asociados parece fechar la deposición de los rellenos en el siglo I d. C. El alto grado de destrucción de las fosas y los vertidos, conservados sólo en su cota más baja, dificulta su interpretación, aunque podría tratarse de una fosa séptica.
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destruidos, conservándose sólo algunas infraestructuras como muros de cimentación y un pozo de agua.9 El pozo de agua tenía planta rectangular enmarcada en una potente rosca ovalada de mampostería, y su construcción se fecha durante el siglo I d. C. El interior del pozo se encontraba totalmente colmatado por una capa de vertidos (UE.-10) que había sido depositada una vez que perdió su uso. Por motivos de seguridad y falta de tiempo, el relleno sólo fue excavado hasta una profundidad máxima de 2,20 m. La capa era de color gris, textura arenosa y contenía principalmente fragmentos de material constructivo y restos óseos de fauna. Los materiales constructivos corresponden, en su mayor parte, a fragmentos de tégulas e ímbrices y entre los numerosos restos óseos había algunos en conexión anatómica que pertenecieron a cánidos. La cerámica es muy escasa en este contexto, lo que dificulta su datación. Entre el escaso material cerámico se encuentra un fragmento de Terra sigillata gálica que, con reservas, podría fechar la colmatación del pozo entre los siglos I y II d. C.
3.
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS LÍQUIDOS. LA RED DE CLOACAS
Las excavaciones preventivas y vigilancias de los movimientos de tierra que se vienen realizando en Carmona desde el año 1985 han puesto al descubierto una serie de cloacas y atarjeas pertenecientes al sistema de alcantarillado de la ciudad en época romana. Sin embargo, las limitaciones espaciales y temporales de las excavaciones han provocado que algunos de los tramos de cloacas documentados sean pequeños o que no pudieran excavarse completamente. En determinados casos, las alcantarillas descubiertas durante vigilancias o seguimientos de obras sólo pudieron ser fotografiadas y trianguladas para luego ser situadas en plano. El grado de conservación de las infraestructuras también es variable, encontrándose muchas de ellas parcialmente destruidas por rebajes del terreno o fosas realizados en épocas posteriores. De esta forma, las calles que debieron existir sobre muchas de las cloacas públicas registradas no se habían conservado, siendo, en ocasiones, estas infraestructuras las únicas referencias a la hora de reconstruir el urbanismo romano de la ciudad. Con respecto a las atarjeas o canalizaciones secundarias
San Teodomiro nº 27 En este solar, localizado en la zona noroeste de Carmona, los niveles romanos se encontraban muy
9 J.M. Román 2010: Informe Preliminar de la Excavación Arqueológica Preventiva realizada en calle San Teodomiro nº 27, Carmona (Sevilla). Inédito.
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ocurre algo similar, pues, aunque estas se conserven en buen estado, en muchos casos no quedaba nada de los edificios que se les superponían, lo que dificulta su interpretación. También, se han registrado actividades de expolio del material constructivo con el que se construyeron las canalizaciones, sobre todo las losas de piedra que las cubrían. Algunos de estos expolios se han podido fechar en época romana, una vez que las infraestructuras se encontraban ya fuera de servicio. Se han divido las canalizaciones documentadas en dos grupos: las que consideramos cloacas públicas y las atarjeas menores que serían subsidiarias de las primeras. En algún caso, la ausencia de otras estructuras de referencia impide afirmar con total seguridad si una canalización pertenece a uno u otro grupo, por lo que se ha optado por encuadrarla según su capacidad de evacuación.
2.1.
LAS
CLOACAS
Como ya se ha dicho, la remoción del terreno en épocas posteriores provocó que en muchos casos no se conservasen las calles que se superponían a las cloacas, por lo que no es posible determinar la ubicación de éstas con respecto al eje de aquellas. Cuando se conservaron las calles o existen otros indicios, como los muros de cimentación de las fachadas de las casas, sí fue posible determinar la posición de la cloaca, que, en su mayoría, discurrían bajo el centro de la vía, a excepción del cardo máximo donde parece que existen dos cloacas paralelas a uno y otro lado de la calzada. Las secciones de las cloacas son rectangulares, con el fondo plano y pendiente variable. Para su construcción se abrieron previamente zanjas de sección rectangular en el terreno. Cuando estas zanjas se excavaron directamente sobre la roca base (Fig. 15, nº 1, 2, 3 y 4) no fue necesario añadir estructuras para la construcción de las paredes ni del fondo de la infraestructura. Cuando las zanjas se abren sobre capas de tierra si se construyeron muretes de mampostería y sillarejos para los laterales del caño (Fig. 15, nº 5, 6, 7, 9, 10 y 11). La anchura de los caños pueden oscilar entre 0,45 y 0,77 m, aunque en su mayor parte se encuentran en torno a 0,5 m. La altura interior de los caños es variable, oscilando entre 0,58 y 1,20 m, aunque, la mayoría se encuentran en torno a 1 m. Los fondos de los caños pueden ser: la misma superficie de la zanja cuando están excavados en la roca (Fig. 15, nº 1, 2, 3 y 4), tener un enlosado de piedras (Fig. 15, nº 5 y 7) o una base de tégulas dispuestas longi-
Fig. 14. Sección de la cloaca de Plaza de San Fernando nº 11.
tudinalmente (Fig. 15, nº 9 y 10). Las cubiertas de las canalizaciones se resuelven con lajas y losas de piedra, que, en algún caso (Fig. 15, nº 1), forman parte del mismo enlosado de la calle. Las losas pueden disponerse en horizontal (Fig. 15, nº 1, 2, 4, 9, 10 y 11), quedando el techo del caño adintelado, o a dos aguas (Fig. 15, nº 5, 6, 7 y 8). En el caso de la cloaca documentada en la Plazuela Juan Facúndez (Román 2009) (Fig. 15, nº 2), la zanja excavada sobre la roca tenía sección escalonada en su parte superior, encima de este escalonamiento se construyeron dos muretes laterales de mampostería sobre los que descansaban las losas de la cubierta. La cloaca registrada en la calle Ronda del Cenicero (Fig. 15, nº 2) también estaba excavada en la roca y tenía muretes laterales, pero, en este caso, descansaban directamente sobre la superficie de la roca (Román 2009 e.p.). En ninguna de las cloacas excavadas se han identificado registros para el mantenimiento y limpieza de la infraestructura, ni revestimientos del fondo o de las paredes del caño. En algunos casos, como en la calle Fermín Molpeceres nº 23 (Anglada 2001) y según se intuye en los trazados de las cloacas de San
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Fig. 15. Secciones de las cloacas.
Marcos nº 2 (Gómez Sucedo 2004) y Plazuela Juan Facúndez nº 3 (Román 2009), los encuentros entre las cloacas principales y las secundarias se producen en ángulo agudo, lo que facilitaría el tránsito de las aguas. Aunque existen problemas para fechar algunas de las cloacas, bien porque se han registrado durante vigilancias o, como el caso de las excavadas en la roca, no contienen materiales asociados a su construcción, parece que la mayor parte de la red de alcantarillado en Carmona se construyó entre principios del siglo I d. C. y la primera mitad del siglo II d. C., momentos, en los que se produce la gran expansión urbanística de la ciudad (Lineros 2005). Todas las cloacas se encontraban colmatadas, total o parcialmente, por capas de sedimentos que se fueron depositando en su interior cuando dejaron de ser mantenidas. Estos sedimentos suelen ser de textura arenosa y con elevada proporción de materia orgánica, y, según los materiales que contienen, en su mayoría se deposi-
taron entre la segunda mitad del siglo II d. C. y la primera mitad del siglo III d. C. Estas fechas coinciden también con las de los abandonos y derrumbes de la mayor parte de los edificios romanos documentados en la ciudad, lo que parece indicar que la crisis que afectó en esos momentos al Imperio tuvo una especial incidencia en Carmona.
Calle Prim. Vigilancia 1987. Durante la vigilancia de la apertura de una zanja en la calle se pudo reconocer la cubierta de una cloaca de grandes dimensiones construida con lajas de piedra dispuestas a dos aguas. Orientación: 140º. Se trata de un valor orientativo, ya que al no disponer de un tramo de cierta longitud, se obtuvo la orientación mediante la prolongación del vértice formado por las lajas de la cubierta.
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Plaza de San Fernando nº 11 (Fig. 15, nº 10) En las excavaciones de este solar (Lineros y Domínguez 1987) se registró una cloaca construida en el interior de una zanja abierta sobre capas de tierra más antiguas. En los laterales de la zanja se levantaron dos muretes de mampostería y sillarejos sobre los que descansaba una cubierta adintelada de losas de gran tamaño. El fondo del caño se resolvió con tégulas dispuestas longitudinalmente. Dimensiones interiores del caño: 0,58 m de altura por 0,43 m de anchura. Orientación: 110o Pendiente: hacia el este, entre un 4 o 5 %.
Plaza de San Fernando nº 11 (Vigilancia) (Fig. 15, nº 5) Durante la vigilancia realizada tras la excavación en este solar se detectó otra cloaca cuyo trazado era perpendicular a la anterior. También fue construida sobre una zanja abierta sobre capas de tierra más antiguas, con muretes laterales de mampostería sobre los que descansan losas de alcor dispuestas a dos aguas. Dimensiones interiores del caño: de 0,60 m de ancho por 1,20 m de alto. Aproximadamente a 1,20 m hacia el oeste discurría, paralelamente a la canalización, un muro de cimentación que debe corresponder a una de las fachadas que se abría a la vía. Orientación: entre 0 y 20 grados sexagesimales.
Plaza de abastos/Mercado (Fig. 15, nº 1) Durante la vigilancia de las obras de reforma del edificio se documentó una cloaca que había sido excavada en la roca. La canalización se encontraba cubierta con una losa de piedra dispuesta en horizontal. Esta losa presentaba señales de desgaste por huellas de carro y se encontraba semicubierta por una capa compacta de tierra alberiza, cal, fragmentos machacados de mortero, cerámica y opus signinum, que interpretamos como el pavimento de la calle. Posición de la cloaca con respecto a la calzada: Desconocemos el ancho de la calzada, pero las huellas de rodaduras paralelas en los dos lados de la laja plana que cubre la cloaca, se encuentran separadas unas de otras 80 centímetros. A tenor de la anchura más común para los carros de esta época 1,30
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o 1,40 metros es posible que la calzada tuviese al menos el ancho suficiente para que pasasen dos carros. Dimensiones interiores del caño: 0,58 m de anchura por 1,17 m de altura. Orientación: 20o Pendiente: hacia el suroeste en torno al 5 o 7%.
Arquillo de San Felipe nº 6 (Fig. 15, nº 3) En este caso sólo se conservaba el caño de la cloaca excavado en la roca. Dimensiones interiores del caño: 0,86 m de altura por 0,49 de anchura. Orientación: 18o Pendiente: hacia el suroeste en torno al 6 %.
San Ildefonso nº 4 (Fig. 15, nº 6 y 7) Esta cloaca discurría bajo una calle de albero compactado y cal y fue construida sobre una zanja excavada sobre rellenos previos (Anglada 2004). Para su construcción se levantaron dos muretes laterales de mampostería, sillarejos y ladrillos sobre los que descansan losas de piedras dispuestas a dos aguas. El fondo del caño se resuelve con un enlosado de piedras. Posición de la cloaca con respecto a la calzada: central. Dimensiones interiores del caño: La altura oscila entre 1,24 m y 0,82 m y su anchura entre 0,50 m y 0,64 m. Orientación: 0º Pendiente: hacia el norte, en torno al 3%.
Fermín Molpeceres nº 23 Los niveles romanos registrados en este solar se encontraban muy destruidos, conservándose sólo algunas infraestructuras como una cisterna, varios cimientos, una cloaca y una atarjea (Anglada 2001). La cloaca fue excavada sobre la roca y recrecida lateralmente con muretes de mampostería. No se conservaba la cubierta. La atarjea, también excavada en la roca, desagua en la cloaca en un ángulo de 50º. Dimensiones interiores del caño: 0,54 m de ancho. Orientación: 112o Pendiente: en torno al 1%.
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San Marcos nº 2 (Fig. 15, nº 8)
Diego Navarro nº 1 (Fig. 15, nº 9)
Esta cloaca se encontraba bajo una calle construida con capas apisonadas de albero, cal, arena y fragmentos de cerámica y opus signinum (Gómez Sucedo 2004). La canalización se construyó sobre una zanja escalonada abierta sobre la roca base. En los escalonamientos laterales de la zanja descansa la cubierta de la infraestructura que fue construida con losas de alcor dispuestas a dos aguas. Durante la excavación no se alcanzó el fondo de la cloaca. En esta intervención también se documentó una atarjea, construida con tégulas (Fig. 17, nº 11), que atravesaba el muro de fachada de la casa localizada al sur de la calle y que conectaba con la cloaca en ángulo de 90º. La cloaca registrada en el solar de la Plazuela Juan Facúndez (Fig. 15, nº 2), que se encuentra justo en frente del solar de San Marcos, tenía un trazado que acabaría por conectar, en un ángulo aproximado de 20º, ambas cloacas, siendo por sus dimensiones la de Juan Facúndez subsidiaria de la de San Marcos. Posición de la cloaca con respecto a la calzada: central. Dimensiones interiores del caño: 0,77 m de anchura por una altura máxima documentada de 1,23 m. Orientación: 90º Pendiente: hacia el oeste.
Esta cloaca fue documentada durante la vigilancia de los movimientos de tierra realizada en este solar tras la excavación (Anglada et al. 2010). Para su construcción se excavó una zanja sobre las capas de tierra más antiguas. A los lados de la zanja se levantaron dos muretes laterales de mampostería sobre los que descansaba una cubierta adintelada de losas de piedra. El fondo del caño se resolvió con tégulas dispuestas longitudinalmente. Orientación: 0º Dimensiones interiores del caño: 0,66 m de altura por 0,44 m de anchura. Pendiente: hacia el norte.
Plazuela de Juan Facúndez nº 3 (Fig. 15, nº 2) Durante esta excavación se documentaron, además de varios cimientos y una cisterna, una cloaca y una atarjea y un sumidero que vertían en la anterior (Román 2009). La zanja para la construcción de la cloaca fue excavada en la roca, con sección escalonada en los lados. Sobre los escalones laterales se levantaron dos muretes de mampostería en los que descansaban
Ronda del Cenicero (Fig. 15, nº 4) Los niveles romanos se encontraban en este solar muy destruidos conservándose algunas infraestructuras como dos cisternas, varios muros de cimentación, algunas capas de relleno y dos tramos de una cloaca.10 La cloaca se excavó sobre la roca, que en esta zona presenta una acusada pendiente hacia el noroeste. En uno de los extremos se conservaban parte de los muretes laterales sobre los que habrían descansado, en horizontal, las losas de piedra que cubrieron la infraestructura. Pudo comprobarse que algunas de las losas fueron expoliadas durante época romana, entre los siglos II d. C. y III d. C. De la calle que se superpuso a esta cloaca sólo quedaban restos de capas de albero y tierra compactada. Orientación: 125º Dimensiones interiores del caño: 0,46 m de ancho por una altura máxima documentada de 0,94 m. Pendiente: hacia el este 10%. 10
Vid. nota 11.
Fig. 16. Sección de la cloaca de Plaza de Juan Facúndez.
Anejos de AEspA LX
en horizontal las grandes losas de piedra de su cubierta. No se conservaban restos del pavimento que se le superpuso, pero, entre los muros de cimentación que se conservaban a ambos lados de la infraestructura, quedaba un espacio de sólo 2,20 m. Por la dirección de su trazado, esta cloaca acabaría desembocando en la de mayor tamaño de calle San Marcos (Gómez Sucedo 2004), y el encuentro de ambas formaría un ángulo de 20º. En Juan Facúndez se documento un pequeño sumidero, de sección rectangular, excavado oblicuamente en la roca y que conectaba lateralmente y en ángulo recto con la cloaca. También se registró una atarjea (Fig. 15, nº 12) que vertía directamente en la cloaca, produciéndose el encuentro entre ambas en un ángulo de 80º. Orientación: 70º Pendiente: hacia el oeste.
San Teodomiro nº 51 (Fig. 15, nº 11) En este solar los niveles altoimperiales se encontraban muy arrasados, conservándose sólo una cisterna, varios cimientos y parte de una cloaca (Román y Vázquez 2006). La cloaca había sido construida sobre una zanja excavada en las capas de tierra más antiguas. Sobre los laterales de la zanja se levantaron dos muretes de mampostería y sillarejos que sirvieron de apoyo a su cubierta plana de lajas de piedra. Orientación: 94º Dimensiones interiores del caño: 0,5 m de altura por 0,26 m de anchura. Pendiente: hacia el oeste.
Diego Navarro/San Teodomiro La cloaca aparecida en esta excavación sólo pudo documentarse a nivel de cubierta. Ésta fue construida con lajas de piedra y ripio. Orientación de la cloaca: aunque presenta un trazado algo irregular, se orienta aproximadamente a 33o
2.2.
LAS
ATARJEAS
El número de atarjeas o cloacas secundarias documentadas durante las excavaciones en Carmona, es muy superior al de cloacas públicas. En muchos casos, se habían conservado los muros y pavimentos de los edificios bajo los que discurrían estas canalizaciones, por lo que es posible ubicarlas espacialmen-
CARMO
119
te en los mismos. Prácticamente todas estas infraestructuras fueron construidas entre el siglo I d. C. y el siglo II d. C., y estuvieron en uso hasta la segunda mitad del siglo II d. C. y principios del siglo III d. C. Estas conducciones eran de distintos tamaños y capacidad y sus trazados no siempre son rectilíneos. Para su construcción se emplearon diversos materiales como ladrillos, tégulas, ímbrices, piedras o tubos de cerámica. Muchos de estos materiales, sobre todo ladrillos, ímbrices y tégulas, provenían de «acarreo» y se encontraban fragmentados. En otros casos, las atarjeas se construyen con materiales especialmente diseñados para este fin, como ocurre en dos de las documentadas en el nº 10 de la calle Flamencos (Román 2006 e.p.) para las que se emplearon gruesas piezas de cerámica de sección en U cubiertas con ladrillos dispuestos «a soga» (Fig. 17, nº 1 y 2). En esta misma excavación se registró otra canalización construida con tubos de cerámica machihembrados (Fig. 17, nº 3) dispuestos sobre a una cama de fragmentos de ímbrices y cubiertos con ladrillos y tégulas. En la calle Hermanas de la Cruz (Román y Vázquez 2005a) se encontró el tubo de desagüe del pilón de un pozo que, después de unos metros, vertía en una atarjea de tégulas (Fig. 17, nº 10). El desagüe fue construido con ímbrices superpuestos y encajados entre sí (Fig. 17, nº 4) y cubierto con fragmentos de tégulas e ímbrices. Las atarjeas más frecuentes en Carmona son las que tuvieron un caño de sección rectangular y cubierta adintelada. De este grupo, las más simples tienen paredes laterales fabricadas con piedras o ladrillos dispuestos verticalmente sobre los que descansan lajas de piedra a modo de cubierta plana (Fig. 17, nº 5 y 6). También se han documentado atarjeas con muros laterales y cubiertas de ladrillos completos o fragmentados (Fig. 17, nº 7 y 8) y tégulas, dispuestas longitudinalmente, para el suelo del caño. Para la construcción de los muretes laterales de la atajea localizada en la Plaza de San Fernando (Lineros y Domínguez 1987) (Fig. 17, nº 7) se emplearon ladrillos completos y moldurados hacia el interior del caño. Otro grupo de canalizaciones frecuentes en Carmona son las que constan de muretes laterales de mampostería y cubierta de lajas de piedra (Fig. 17, nº 5) que, como en el caso de la encontrada en el nº 1 de la calle Torre del Oro (Román 2010), pueden tener un fondo de tégulas. Algunas atarjeas fueron construidas con tégulas completas dispuestas «a dos aguas» y con fondo también de tégulas, siendo la sección del caño triangular. En el solar nº 20 de la calle Hermanas de la Cruz (Román y Vázquez 2005a) (Fig. 17, nº 10) las tégulas laterales se dispusieron con sus lados largos en horizon-
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Ricardo Lineros Romero y Juan Manuel Román Rodríguez
Anejos de AEspA LX
Fig. 17. Secciones de las atarjeas.
tal y las tégulas del suelo del caño se solapaban en sus extremos. En el nº 2 de la calle San Marcos (Gómez Sucedo 2004) las tégulas laterales se dispusieron con los lados largos en vertical (Fig. 11, nº 11). Esta última atarjea pasaba por debajo del muro de fachada de una domus y conectaba perpendicularmente con la cloaca de la calle (Fig. 17, nº 8).
3.
VALORACIONES FINALES
Según se desprende de la información arqueológica, el sistema principal para la eliminación de los residuos sólidos en la Carmo romana consistió en el uso de tres de sus principales depresiones o vagua-
das como vertederos. Estas son las vaguadas del Cenicero, la de San Felipe, aún más pronunciada por un corte artificial en su ladera, y, sobre todo, la gran vaguada del Albollón. La cuestión de que si estos vertederos se encontraban situados al interior o al exterior de las murallas es irrelevante en nuestro caso, ya que, si bien estas depresiones constituyen el reborde exterior del perímetro defensivo, a medida que se produce el vertido y la reducción del desnivel, quedan incorporados plenamente a aquellos espacios que podemos considerar como intramuros. La interpretación de estos tres vertederos principales no es sencilla, pues al encontrarse situados en puntos que consideramos estratégicos de la ciudad, podemos inclinarnos a pensar que todos respondieron a una
Anejos de AEspA LX
Fig. 18. Cloaca del Mercado.
planificación urbanística. Un análisis detallado del lugar en que se sitúa cada uno de los vertederos, la relación con los elementos de la estructura urbana que les rodea y que amortización del espacio se realiza una vez colmatados, así como la caracterización de los vertidos y su cronología, son datos que valorados en conjunto podrían indicarnos la intencionalidad urbanística de cada caso. Cronológicamente puede establecerse una periodización en el uso de estos tres vertederos. En primer lugar, los desechos procedentes de los alfares localizados en la Plazuela Lasso serían arrojados, entre los siglos III a. C. y I a. C. a las laderas occidentales de la vaguada del Albollón. Igualmente, desde el reborde oriental del Cenicero, se arrojaron, durante época romana republicana, desechos y escombros al fondo de la depresión. En ambos casos, no podemos considerar que en esos momentos haya una voluntad de rellenar los desniveles, ya que la posición desde la que se realiza el vertido y el volumen de los mismos es incompatible con dicho propósito. Es más, las arroyadas y corrientes de agua con su acción erosiva limitarían considerablemente el impacto de estos residuos. Ahora bien, en una zona de influencia de la depresión del Albollón y en la que las primeras pendientes se hacen notar, las excavaciones arqueológicas en el nº 2 de la calle San Ildefonso (Román y Vázquez 2001) han permitido documentar la deposición, en época romana republicana, de un primer relleno con el propósito de nivelar el terreno. Así parece ratificarlo la cronología aportada por las excavaciones realizadas en el Huerto de las Descalzas, en las que la primera fase documentada (desconocemos la cronología de los primeros vertidos de residuos y la profundidad que alcanzan), se fecha a mediados del siglo I. Si bien, puede proponerse una cronología más antigua para los primeros vertidos tras el análisis de su fase 2, se ob-
CARMO
121
serva como se realizaron trabajos de nivelación con objetivo de amortizar el vertedero a finales del siglo I. Posteriormente, la escombrera siguió funcionando hasta mediados del siglo II d. C. o principios del siglo III d. C., aunque a un ritmo inferior y con depósitos mas reducidos. El vertedero de San Felipe comenzó a usarse en la segunda mitad del siglo I d. C., durante el reinado de los Flavios, y se encontró en uso al menos hasta finales del siglo I d. C. o principios del siglo II d. C. El vertedero del Cenicero sólo fue excavado en su parte más alta, aunque hay indicios de su uso ya en época republicana. Las fechas de los niveles más recientes de este vertedero se encuentran entre los siglos II d. C. y III d. C. Como podemos ver, con todas las reservas por lo limitado de las muestras tomadas en estos extensos vertederos, puede establecerse una cierta seriación tomando en cuenta el periodo de mayor actividad de cada uno de ellos. De este modo, Albollón, San Felipe y Cenicero, se sucederían como vertederos principales, si bien documentamos usos coetáneos.
Fig. 19. Cubierta con losas a dos aguas de la cloaca en San Ildefonso nº 4.
En cuanto a los contenidos de los vertederos no se documenta una especialización de los residuos, a excepción del de San Felipe. En este caso los vertidos que lo componen contienen en su gran mayoría materiales de tipo constructivo, con muy escasa presencia de material orgánico o de restos óseos de fauna consumida. Sin embargo, en el vertedero que colmataba la galería subterránea, localizada a unos dos metros de la escombrera exterior, aunque también había escombros su proporción es bastante menor, y existía una gran concentración de materia orgánica y de restos óseos. Por tanto, parece que en este caso si hay una especialización en los vertidos, diferenciándose el lugar donde se depositarán unos u otros residuos. En los otros vertederos, los desechos se depositan sin distinción entre los de carácter domestico, artesanal, comercial o constructivo yuxtaponiéndose unos sobre otros. No obstante, el
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Ricardo Lineros Romero y Juan Manuel Román Rodríguez
Fig. 20. Posible colector romano en la vaguada del Albollón.
predominio de uno u otro tipo puede poner de relieve el incremento de una actividad económica o cambios de carácter social. En este sentido, los vertidos masivos de escombros coinciden con el auge de la actividad edilicia durante el siglo I e inicios del II d. C. y la clausura de los vertederos con la crisis urbana de finales del siglo II d. C. y el siglo III d. C. Desde el punto de vista del análisis de la estructura urbana, la vaguada del Albollón es la de mayor impacto, por su posición central respecto a la trama urbanística altoimperial, y su extensión hacia el interior, que la convierten en un verdadero obstáculo para el trazado del eje del cardo máximo entre la Puerta de Sevilla y la Puerta de Córdoba. La vaguada del San Felipe se sitúa próxima al trazado del decumano máximo y a una corta distancia de la Puerta Este de la ciudad. Por último, la vaguada del Cenicero, conforma el reborde defensivo oriental del Bastión y Puerta de Sevilla. Con respecto al uso de los espacios, la ladera occidental del Albollón se ocupa con la construcción de una lujosa domus entre finales del siglo I d. C. y principios del II d. C., mientras que en el caso de San Felipe, no hay datos de uso sobre los vertidos, y en
Anejos de AEspA LX
el Cenicero se documenta la construcción de un lienzo de muralla de cronología posterior al III d. C. Del análisis de estos tres grandes vertederos podemos concluir que sólo en el caso del Albollón estamos ante un vertedero que responde a una planificación urbanística previa. Además de los grandes vertederos, se han registrado otros de menores dimensiones que reaprovechan las infraestructuras abandonadas como pozos, cisterna, fosas para la extracción de arcillas e incluso galerías subterráneas. Sólo en un caso, se ha registrado una fosa que pudo servir en origen como pozo ciego, aunque su mal estado de conservación impedía poder confirmarlo con rotundidad. Esta ausencia de fosas sépticas en época romana, contrasta con la enorme cantidad de estas infraestructuras que se documentan en los niveles medievales posteriores. En este sentido, la existencia de una red de alcantarillado y de basureros públicos haría innecesaria la construcción de fosas sépticas. Con respecto a los sistemas de eliminación de los residuos líquidos, se han registrado numerosas cloacas y atarjeas secundarias que formarían parte de la red de alcantarillado de la ciudad romana. En Carmona, el origen de esta red se inscribe en el impulso urbanístico recibido durante el reinado de Augusto, desarrollándose a partir de entonces y, especialmente entre el siglo I d. C. y la primera mitad del siglo II d. C. El trazado del alcantarillado tuvo tendencia ortogonal, aunque con ligeras oscilaciones debido a la topografía irregular de la meseta. Buena parte de las cloacas dirigían su caudal hacia la vaguada del Albollón, siendo esta la principal salida de los residuos líquidos y del drenaje de la ciudad. En este sentido resulta de interés una foto del siglo XIX perteneciente a la colección Bónsor (Fig. 20) donde aparece una enorme construcción de sillares coronada por la boca de un colector que desagua directamente a la vaguada del Albollón. Aunque esta estructura se encuentra hoy sepultada bajo escombros contemporáneos no resulta descabellado pensar que pudiera ser de época romana y que se hubiera mantenido en uso hasta el siglo XIX, e incluso que existiera cierta relación entre la colmatación intencional de la vaguada y la construcción de este enorme colector. La crisis registrada entre finales del siglo II d. C. y el siglo III d. C., tuvo una especial incidencia en Carmona. Según el registro arqueológico la mayoría de los edificios se abandonan y entran en ruina definitiva. En este momento la red de alcantarillado se colapsa, la falta de mantenimiento hace que las infraestructuras acaben por colmatarse con residuos y sedimentos sólidos, quedando inutilizadas.
CORDUBA JERÓNIMO SÁNCHEZ VELASCO*
Dedicado a la memoria de Xavier Dupré, como científico y, sobre todo, como persona. 1.
INTRODUCCIÓN
Debido a la naturaleza de la información, así como a la enorme dispersión de datos (muchos de ellos inéditos o pésimamente publicados) resulta imposible hacer un repertorio completo sobre el tema en cuestión que aquí se trata. Por todo ello, hemos decidido centrarnos en aquellas excavaciones que consideramos más importantes para aproximarnos, siempre de forma provisional, a un estado de la cuestión y a una visión diacrónica de conjunto. Tal vez así, con el apunte de varias ideas, cale en la investigación y publicación arqueológica la necesidad de documentar más (y sobre todo mejor) este tipo de registros arqueológicos tan importantes a la hora de entender no sólo los sistemas de eliminación de residuos, sino aspectos tan variados como la paleotopografía, el urbanismo, la funcionalidad de espacios y edificios, etc. Por idéntico motivo, muchos de los datos que aquí exponemos los hemos recogido nosotros directamente, por lo que en menos ocasiones de las deseadas, nos podemos remitir a referencias bibliográficas publicadas, consecuencia directa de la falta de atención que este tema ha despertado entre la moderna investigación arqueológica.
2.
HISTORIOGRAFÍA
Tan sólo las investigaciones del profesor Rodríguez Neila han tratado aspectos relacionados con la eliminación o gestión de residuos en la Bética, lo que por supuesto incluye la ciudad de Córdoba. Sus trabajos han girado en torno a los problemas ecológicos (Rodríguez Neila 1996), de salubridad pública (Rodríguez Neila 1999a), aquellos relacionados con el uso y eliminación del agua pública (Rodríguez Neila 1988) y todos los derivados de la existencia de * Universidad de Sevilla.
complejos artesanales en las ciudades romanas (Rodríguez Neila 1999). En todos estos trabajos (siempre que es posible) hay referencias explícitas y concretas a las ciudades béticas, que sirven para ejemplificar los datos que aparecen en las fuentes. Salvando esta excepcionalidad, en el panorama bibliográfico aparecen referencias a cloacas y vertederos urbanos, pero siempre en función de las estructuras halladas en las distintas excavaciones, siendo la norma la falta de datos concretos. Incluso cuando las publicaciones son más precisas, existe una finalidad clara: las cloacas indican calles, luego sirven para tratar temas urbanísticos; y los vertederos son importantes en función de la cantidad y calidad de la cerámica susceptible de aportar datos para estudios ceramológicos. Por tanto, no hay ninguna publicación, global o parcial, que aborde el tema desde la perspectiva que se pretende en este trabajo de investigación.
3.
FUENTES HISTÓRICAS Y EPIGRAFÍA PARA EL ESTUDIO DE LA ELIMINACIÓN DE RESIDUOS EN CÓRDOBA
No conocemos la existencia de ningún texto clásico referido a la gestión o eliminación de residuos en las ciudades béticas. Tan sólo en un caso y de forma muy colateral a la cuestión en sí, en el relato de las batallas de la guerra civil entre cesarianos y pompeyanos llevadas a cabo en la Ulterior, se menciona la gran destrucción que sufrió la ciudad de Córdoba a manos de César, que significó el arrasamiento prácticamente total de la población y la muerte de 22.000 personas. Esta noticia aporta datos directos de la gran cantidad de edificios destruidos y cadáveres en putrefacción que, lógicamente, debieron ser eliminados de alguna manera, antes de la llamada refundación augustea de la ciudad. Lo cierto es que el Bellum Hispaniense está plagado de referencias a
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Jerónimo Sánchez Velasco
batallas junto a ríos, lanzamiento de cadáveres desde murallas, envenenamiento de pozos con animales muertos… y todo un elenco de noticias que indirectamente se refieren a la eliminación de residuos orgánicos e, incluso, al uso bélico de sus «cualidades» como materia ponzoñosa y susceptible de emitir enfermedades. Lo cual no puede por menos que relacionarse con las estrictas normativas romanas sobre la eliminación de residuos y el traslado de cadáveres fuera del pomerium de las ciudades. Y es precisamente en estos aspectos legales donde la Bética aporta una gran cantidad de datos, debido fundamentalmente al hallazgo en su territorio de tres de los bronces legislativos más conocidos del Imperio: la Lex Ursonensis (44 a. C.), la Lex Malacitana y la Lex Irnitana (ambas de época Flavia).1 En estas tres leyes se conservan rúbricas específicas que hacen mención a la obligación que tienen los ediles de impedir que nadie construyera nada sin haberse desecho primero de los escombros originados por la eliminación de construcciones anteriores (Lex Urs., 75; Lex Mal./Irn. 62). Además, se incide en la necesidad de que los magistrados velen por el mantenimiento en buen estado de las calles (Lex Irn. 19), que son al fin y al cabo el primer canal de eliminación de residuos urbanos de todo tipo. Los ediles eran también los encargados del mantenimiento en uso de las cloacas, canales y cauces (Lex Urs. 77; Lex Irn. 82), lo que en realidad significaba que debían asumir las competencias de la gestión del ciclo del agua, es decir, tanto abastecimiento como eliminación. La legislación sobre la ubicación de las necrópolis fuera de la ciudad es también explícita y rigurosa (Lex Urs. 73-74), debido a los conocidos efectos que sobre la salud (pública y privada) tenían los cuerpos en putrefacción. También aparecen en estas leyes municipales la regulación de los establecimientos industriales dentro del recinto urbano y la imposición de sanciones (Lex Urs. 76), con dos objetivos claros: la prevención de incendios (en el caso de las figlinae); y el control de las emisiones de humos (figlinae, hornos de metal…) y residuos de origen orgánico o inorgánico (fábricas de salazones, tenerías, talleres de copelación…). El control de estas actividades era, por descontado, un control sobre su capacidad de generar residuos. La epigrafía también aporta importantes datos sobre la existencia de magistrados provinciales que 1 En este punto, hemos seguido los estudios jurídicos recogidos en D’Ors y D’Ors 1988 y en Cruz y osado 2001.
Anejos de AEspA LX
se encargaron de mantener los cauces de los ríos y arroyos viables y practicables, como es el caso del curator Baetis (CIL II2 /7, 97) y del procurator ad ripam Baetis (CIL II 1180) entre cuyas funciones estaría la de evitar el uso de los ríos como meras cloacas y zonas de vertido, especialmente de aquellos que, como el Baetis, tenían una importante función como vía de transporte. La acumulación de residuos en sus orillas podía entorpecer la navegación e, incluso, imposibilitarla si la entidad de los vertidos era lo suficientemente grande como para crear bancos de sedimentos. Además se conoce la existencia de servidores públicos encargados de labores de limpieza y gestión de residuos gracias a epígrafes como la tabla broncínea (CIL II2 /7, 188) hallada en Cañete de la Torres,2 que menciona un collegium corporis fabrorum subedianorum Patricensium Cordubensium, es decir, una corporación profesional compuesta por aquellos trabajadores municipales (fabri subediani) encargados de prestar servicios de muy diverso tipo, desde extinción de incendios hasta limpieza, pasando por el mantenimiento de edificios oficiales, etc (Rodríguez Neila 1999a). Esta misma corporación aparece de nuevo en otra inscripción (CIL II2 /7, 332) fechada en 348 d. C., donde los tres responsables de la misma (rectores) ofrecen el patronazgo de la corporación a Iulius Caninius. Este interesantísimo dato puede hacer suponer que incluso en fechas tan tardías existían servidores públicos encargados de mantener en la medida de lo posible las infraestructuras urbanas que ayudaban a la eliminación de los residuos. De todas formas, lo normal es que estas actividades (especialmente las más ignominiosas) fueran realizadas por esclavos públicos, que también aparecen en estas tablas broncíneas (Lex Urs. 62; Lex Irn. 19, 78). En la Bética existen, asimismo, multitud de inscripciones que hacen referencia a particulares o emperadores que donan acueductos, fuentes o termas, como una de las expresiones más frecuentes dentro del evergetismo (Melchor 1994). La presencia de estas infraestructuras hidráulicas trae aparejada inde2 El texto completo sería: Q(uinto) Marcio Barea / T(ito) Rustio Nu[mmio] / Gallo [co(n)s(ulibus)] / senatus populusque Baxonensis / hospitium fecit cum colonis co/loniae Claritatis Iuliae ipsis / liberis posterisque suis / egerunt leg(ati) / M(arcus) Fabius Q(uinti) f(ilius) Rufus / C(aius) Terentius P(ubli) f(ilius) Macer // Armeni felix / Imp(eratore) [[[Philippo]]] Aug(usto) / et [[Ph[ilippo]]] Caes(are) co(n)s(ulibus) / collegium corporis fabro/rum sub(a)edianorum Patri/ c(i)ensium Cordubensium / Bellum Licinianum se libe/ rosq(ue) suos patronum coopta/verunt postea Bellus Licinia/ nus corpus fabror(um) sub(a)edianor(um) / Cordubensium Patric(i)ens(ium) in / familiam clientelamque suam / recepit.
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CORDUBA
fectiblemente la existencia de otro tipo de instalaciones necesarias para la eliminación de las aquae caducae, ya que en el mundo romano el abastecimiento de agua no es discrecional (salvo en contadas ocasiones), sino indiscriminado y continuo, pues no existe un control regulado del caudal como hoy día. Por eso, es importante constatar estos actos de evergetismo como un dato más a tener en cuenta a la hora del análisis del ciclo de la eliminación de los líquidos. Además, la existencia de baños públicos suele venir acompañada de letrinas públicas. Otros actos evergéticos de los que se tiene constancia epigráfica debieron suponer (sobre todo por un problema de escala) un auténtico foco generador de residuos, a saber: epula, cenae y viscerationes, es decir, banquetes ofrecidos a la comunidad ciudadana en determinadas ocasiones donde se consumía gran cantidad de comida que solía estar compuesta de pan y vino, pero que también podían proporcionar carne y otros tipos de alimentos; a ellos habría que unir munera et venationes, juegos de gladiadores y cace-
125
rías en el circo que debieron contar con un sistema de eliminación de cadáveres y residuos de todo tipo. En la Bética sólo habría un caso en que una inscripción funeraria aluda (eso sí indirectamente) a la prohibición de verter basuras sobre las tumbas. Finalmente, las inscripciones que hacen referencia a actividades religiosas como sacerdocios, flaminados, etc., deben ser tenidas en cuenta porque foros y templos debieron ser, durante las actividades religiosas, focos de generación de residuos orgánicos, debido al carácter sangriento de los ritos en la religión romana. Y todos estos restos debieron ser eliminados de alguna manera.
4.
LA CÓRDOBA DE ÉPOCA REPUBLICANA
La Córdoba romana es una creación del general Marco Claudio Marcelo en una meseta fluvial a escasos 3 km de la antigua población ibérica de Corduba (Fig. 1), por lo que la fundación parece ser ex
Fig. 1. Situación de la Córdoba romana respecto al núcleo indígena.
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Jerónimo Sánchez Velasco
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Fig. 2. Posibles canalizaciones de época republicana halladas en las excavaciones de la c/ Duque de Hornachuelos (Foto: J. Sánchez Velasco).
Fig. 3. Excavaciones en la c/ Sevilla, donde se aprecia la diferencia entre la línea de fachada de un edificio posiblemente republicano y la pavimentación (¿augustea?) de la calle (Foto: L. Aparicio).
novo y la mayoría de las estructuras aparecidas llevan una orientación prácticamente cardinal. La paleotopografía del lugar elegido se explica por su carácter eminentemente defensivo. Se trata de una meseta fluvial de unas 47 ha de extensión que está limitada por el este y por el sur por profundas pendientes, mientras que por el norte la meseta se une al pie de monte de Sierra Morena. Más problemática es la zona oeste, donde se viene sosteniendo que el antiguo cauce del Arroyo del Moro formaba un límite natural, usado como foso defensivo de ese flanco de la ciudad. Pero las pruebas arqueológicas aducidas para esta interpretación, así como para la evolución de dicha zona, no son, ni mucho menos, concluyentes.3 También implica no pocos problemas la separación entre el supuesto muro sur de la ciudad republicana y el río, que sería aproximadamente de medio km, y donde en los últimos años han aparecido gran cantidad de restos fechados en época republicana y que, de forma un tanto automática, se adscriben a una especie de vicus extraurbano.
La ciudad republicana parece que estuvo rodeada de una sólida muralla, de trazado muy problemático y que todavía está por definir en la zona sur.4 Esta muralla se compone de un lienzo exterior de sillares, un agger de tierra y adobes (¿en pendiente?) y un muro más pequeño al interior que sirve de contención de ésta (Murillo y Jiménez 2002). Era una opinión generalizada que la Córdoba republicana no contó con alcantarillado ni calles pavimentadas (Ventura 1996, 126 y 138). Tan sólo en la excavación del nº 18 de la c/ Blanco Belmonte se ha interpretado que una calle republicana estuviera «empedrada» (sic. Ventura y Carmona 1992, 220). La ausencia de pavimento en las calles plantea un serio problema tanto de eliminación de residuos como sanitario. Una reciente excavación en la c/ Duque de Hornachuelos (Ruiz Nieto 2003)5 ha permitido reconocer parte del sistema de evacuación de unas posibles termas de época republicana, basado en dos sillares ahuecados superpuestos (Fig. 2), y que vertían hacia un decumano también detectado en la misma excavación. Lo que ocurre es que, como tendremos ocasión de ver más adelante, las intervenciones de época altoimperial arrasan estas estructuras, instalando en el mismo
3 Es necesario una mayor investigación sobre este tema, ya que según Santos Jener el paleocauce del Arroyo del Moro seguía una dirección noroeste-sureste a unos 500 m de la muralla romana. Y como tendremos ocasión de ver más adelante, ya a mediados del siglo I d. C. toda la zona se amortiza para construir un gran barrio extramuros, supuestamente sobre el lecho de un arroyo colmatado, sobre el que no se indica qué curso toma tras dicha colmatación. Además, se da por segura la existencia de un puente, primero de madera en época republicana y luego de piedra en época augustea, para los que no hay evidencia arqueológica alguna (vid. Murillo et al. 2002). Sin embargo, y en el lugar donde «debía» estar el cauce del arroyo, apareció en 2005, en el transcurso de las obras para un aparcamiento, una vía romana de considerables dimensiones (http:// www.arqueocordoba.com/noved/hemeroteca/2005/200501/ noticias20050122COR.pdf). La vía fue totalmente desmantelada y hoy, en su lugar, se encuentra el aparcamiento público de la Avenida de La Victoria.
4 El trazado de la muralla tradicionalmente aceptado como republicano y, especialmente, augusteo, choca con la falta sistemática de contextos cerrados y claros que aporten cronología precisas. El caso más destacado es, tal vez, la muralla norte (en concreto en el edificio Riyad), considerada augustea pero cuyos cimientos rompen estructuras y mosaicos fechados en el siglo II d. C. y que, al parecer, fueron amortizados con una rápida sucesión de vertidos y escombros, extremos ambos que no están publicados y que aparecen en someramente citados en los expedientes administrativos sobre la intervención. A ello habría que unir que la muralla sur ha sido fechada «a partir de época Tiberiana» (Morena y Botella 1998). 5 Queremos agradecer los datos al arqueólogo responsable de la excavación, D. Eduardo Ruiz.
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b Fig. 4. Plazas de época republicana: a) canal perimetral del hipotético foro de época republicana; b) plaza de tendencia circular amortizada por la construcción del teatro (Foto: J. Sánchez Velasco).
lugar otras termas, ahora con un sistema similar de eliminación de aguas residuales, pero a una cota más elevada, y que claramente vierten a una gran cloaca hecha de grandes sillares con cubierta a dos aguas que se corresponde, asimismo, al momento imperial. Todo parece indicar que estas obras de acondicionamiento de la calle, en época posiblemente de Augusto, destruyeron por completo todo resto de las antiguas calles de época republicana. Este dato se ratificaría con la excavación llevada a cabo en el número 2 de la c/ Sevilla (Fig. 3), donde se aprecia no sólo la pequeña desviación entre la alineación de las calles de época republicana y las de época augustea, sino que se comprueba cómo la realización de éstas últimas implicó un ingente trabajo de ingeniería y de movimiento de tierras que acarrearía, entendemos, la destrucción de la mayor parte de las posibles infraestructuras anteriores, si es que estas existieron. Otro aspecto interesante es que la mencionada cloaca hallada en c/ Duque de Hornachuelos vierte hacia el centro de la ciudad, no hacia la cercana vaguada. Tal vez estemos ante un problema de paleotopografía, ya que la proximidad de este hallazgo al
punto topográfico más alto de la ciudad (Santa Victoria) quizás obligo a construir la canalización siguiendo la pendiente E-O hacia la cota más baja por la que discurría el cardo máximo. O bien, nos encontremos ante una cuestión de jerarquización en la red de alcantarillado. Lo veremos más adelante. Recientes excavaciones en la Puerta del Puente, en la zona sur y supuestamente extramuros, se han hallados restos de una cloaca, una calle y varios espacios habitacionales fechados en época republicana (sin más especificación) y que parecen ponerse en conexión con la existencia de instalaciones portuarias o similares.6 Respecto a las plazas con que debió contar la ciudad, sabemos muy poco. En el cruce de las calles Góngora y Braulio Laportilla se pudo constatar la existencia de un canal (Fig. 4a), realizado en caliza, que marcaría el perímetro de la plaza forense, pavimentada con gravillas y tierras apisonadas (Vaquerizo 2005, 181-182). La funcionalidad de este canal 6 Se pueden consultar los resultados de esta intervención en http://www.arqueocordoba.com/proy/convenio/oficinaarq/ informes/2003667-ptapuente/2003667.htm
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perimetral sería la evacuación de aguas pluviales, no sabemos exactamente hacia dónde, aunque hay quién ha querido ver (Vaquerizo 2005, 182-183) una posible salida de estas aguas hacia un imbornal con su correspondiente cloaca. Esto implicaría necesariamente la existencia de cloacas en época republicana, sin la existencia de calles pavimentadas. Otra cuestión, y mucho más compleja, es saber hacia dónde iba esa supuesta cloaca. Las excavaciones llevadas a cabo en los solares de ampliación del MAECO han dado como resultado el hallazgo del teatro romano de Córdoba. Este teatro se ha fechado en época agustea a través de las estratigrafías obtenidas al levantar alguna losa de las plazas aledañas de acceso al edificio, tema que abordaremos con detenimiento más adelante. Lo que interesa destacar en este momento es que la construcción del teatro supuso la amortización de los restos de una plaza previa (se supone que de época republicana), que posee una forma semicircular idéntica a las plazas augusteas posteriores (Fig. 4b) y que cuenta con indicios de la existencia de algún tipo de canalización sobre y bajo ella, tal vez relacionada con la cercanía a escasos metros de un manantial que, con la construcción del teatro, fue canalizado para el uso del edificio. En cuanto a los vertederos, no hay demasiadas noticias de época republicana. En las excavaciones llevadas a cabo en la actual c/ Blanco Belmonte (Ventura y Carmona 1992) se constató la presencia de un vertedero de escoria de metal muy próximo a un horno, colmatado de ceniza con abundantes fragmentos de Campaniense A y B. El agger de las murallas fue rellenado, en algunos lugares, de potentes estratos de arcillas con abundante cerámica de época republicana. Resulta un tanto sorprendente que dicho horno se encontrara dentro del teórico pomerium de la ciudad. Concluyendo, llama poderosamente la atención la falta de datos publicados, precisos y contundentes, sobre la destrucción y las dimensiones exactas de la Córdoba Republicana. Según las fuentes, la matanza y la destrucción a que sometió César a una Córdoba que no había sabido elegir bando fueron casi apocalípticas: 22.000 muertos, la ciudad arrasada, los supervivientes vendidos como esclavos.... Pero nada de eso ha quedado en el registro arqueológico, al menos si a publicaciones nos referimos. A pesar de que se menciona en numerosas ocasiones a nivel general,7 lo cierto es que la consulta de publicacio7 Estas citas son casi como un lugar común, (vid. Murillo y Jiménez 2002; Murillo 2004, 45), pero es casi imposible ver documentación fotográfica publicada o datos objetivos a nivel estratigráfico.
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nes ceñidas a la interpretación de restos arqueológicos en lugares puntuales resalta, de forma explícita y llamativa, la ausencia de esos grandes restos de cenizas o de destrucción que, en teoría, debieron existir (Jiménez Salvador et al. 1996, 118-119). Es extraño ver cómo los restos de esta ciudad reducida a cenizas y escombros no aparezcan con claridad, cuando lo lógico sería pensar que sirvieron, cuando menos, de cimentación y relleno de las nuevas construcciones, o áreas de vertidos puntuales, con presencia de algún tipo de material constructivo, aunque este tan sólo ha sido hallado, y de forma muy puntual, reutilizado en parte de la muralla de la zona suroeste de la ciudad (Márquez Moreno 1998). Similares problemas plantea la existencia de tantos restos de tanta entidad al sur de la muralla republicana (calles, cloacas, plazas pavimentadas....), extramuros teóricamente, y que con los datos que poseemos actualmente resulta difícil valorar de forma siquiera aproximada.
5.
LA FUNDACIÓN AUGUSTEA Y LA ÉPOCA ALTOIMPERIAL
La primera cuestión sobre la Córdoba posterior a su destrucción cesariana ya ha sido planteada, y radica en un problema que, hoy por hoy, no podemos solventar, y que se resumen en dos preguntas: ¿en qué grado fue destruida la ciudad?, ¿cómo y cuándo fue reconstruida? Si aceptamos el relato de los hechos, la ciudad fue devastada, reducida a cenizas, lo que implicaría necesariamente una acumulación de residuos constructivos de tal magnitud que sería mucho más fácil su amortización que su eliminación/desalojo. Las pruebas arqueológicas en este sentido (ingentes niveles de ceniza) no son concluyentes, en ocasiones porque no aparecen allí donde deberían hacerlo, y en otras ocasiones porque las cotas del proyecto de obra no consiguen dar con los estratos de época republicana, ante la escasa profundidad de las mismas. La otra cuestión es todavía más compleja, pues estriba en saber cuándo fue refundada la ciudad, con la deductio de dos legiones (Fig. 5). Dicho de otra manera, y a efectos de lo que nos interesa en este trabajo, qué tiempo transcurrió entre la destrucción de la ciudad y su reedificación. Este detalle es importante en tanto y en cuanto no es lo mismo una pronta reedificación de la ciudad, sobre la base de su misma estructura, que un abandono más o menos prolongado. Entre la destrucción del 45 a. C. y la posible deductio augustea, entre el 25 y el 15 a. C.,
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Fig. 5. Córdoba en época altoimperial.
y por tanto la consiguiente «refundación» de la ciudad, pasan suficientes años como para plantearse qué pasó exactamente, qué ocurrió con los edificios y qué se hizo con los escombros derivados del incendio de toda una ciudad, mencionado en las fuentes. La presencia, ya en el 44-43 a. C., del gobernador de la Bética, Asinio Polión, se ha querido ver como un síntoma de la inmediata vuelta a la normalidad de la ciudad, aunque a nuestro juicio esta cuestión no resuelve en absoluto el problema de fondo esgrimido más arriba. Lo que no planeta demasiados problemas es que, ya en época augustea, parece que se realizó la gran acometida de alcantarillado y enlosado de la ciudad, aprovechando tal vez la gran destrucción provocada por César al final de las Guerras Civiles, lo que fa-
cilitaría tales obras, que son un alarde de ingeniería y técnica, y que en muchas ocasiones aparecen oscurecidas por una incomprensible falta de estudio, o eclipsadas por los análisis de la construcción de edificios, cuya monumentalidad es, digámoslo así, más vistosa, pero en absoluto más compleja que la realización de estas infraestructuras. Con frecuencia se olvida la ingente planificación y el esfuerzo necesario para crear toda una red de alcantarillado adaptada a una topografía, y que funcione durante siglos. Las cloacas en Córdoba suelen ser de sillares de calcarenita y su cubierta suele ser a dos aguas en las calles principales, dejando la cobertura adintelada para las calles secundarias. La forma de hacer canalizaciones de desagüe constatada en época republicana, como ahuecar dos sillares y superponerlos,
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b Fig. 6. a) Canalización de un venero. Excavación en el Patio Norte del Museo Arqueológico de Córdoba (Fuente: archivo documental MAECO); b) Fotografía aérea del proceso de excavación de una gigantesca cisterna para riego agrícola hallada unos 100 m al sur del Parador Nacional de la Arruzafa, Córdoba, en la zona denominada «El Patriarca», y que se abastecía por la existencia de veneros y del llamado Arroyo de las Cañas (Foto: M. Rodríguez).
continúa siendo usada. Incluso en algunos lugares, cercanos a la muralla sur, usan los propios muros como pared de la cloaca. Tan sólo algunas atarjeas se realizarán con ímbrices o en ladrillo, especialmente aquellas de escasa capacidad y, fundamentalmente, en época tardía. La utilización de grandes sillares de calcarenita para las cloacas es abrumadora. El enlosado de las calles es de losas de pudinga y otros conglomerados, mientras que el de las plazas suele estar constituido por grandes losas de caliza micrítica devónica gris-azulada (piedra de mina). Este sistema será una constante en la época altoimperial. Las calles se verán provistas de pórticos y fuentes gracias a la realización de un acueducto que abastecerá de agua a la ciudad, que antes debía conseguir su suministro de los abundantes pozos que horadaban el freático, rico en veneros. Un buen ejemplo de ello es la gran infraestructura abovedada que se sitúa bajo el teatro de la ciudad, que no es una cloaca, sino un manantial canalizado cuyas aguas son usadas para servicio del propio teatro y del sur de la ciudad. El uso de estos veneros, como parte del sistema de abastecimiento/eliminación de las ciudades debe ser estudiado más a fondo, pues debieron tener gran importancia, ya que también se usan para abastecer enormes cisternas usadas para el riego de latifundios (Fig. 6a y b) próximos a la capital. En cuanto a los trazados de los cardines, el del cardo máximo ha sido constatado en varias excavaciones a lo largo de la ciudad. Se trata de una calle de unos 20 m de anchura, porticada y enlosada, que cuenta (a tramos) con una canalización central o dos cloacas paralelas (Ventura 1996) de más de 1,5 m de altura, con cubierta a dos aguas. La última excava-
ción que ha podido localizarlas8 ha supuesto el hallazgo de una par de canalizaciones paralelas, una con cubierta a dos aguas y otra adintelada. En un momento indeterminado del s. IV d. C., la llamada cloaca que corre al este se amortiza en gran parte de su recorrido sur, saliendo desde un punto de su tramo norte un canal que enlaza con la cloaca oeste, que sigue en uso. Otros hallazgos de cloacas asociadas a cardines se han producido en diversos lugares de la ciudad. Así, en la c/ Rey Heredia (Márquez Moreno 1998a) se localizó una cloaca de grandes dimensiones (1 m de luz) que vertía en sentido NO-SE, cambiando radicalmente la percepción en la red de evacuación de agua que supuestamente existía en esta zona. Esta calle delimitaría la zona sureste de la ciudad y, de hecho, a ella vierte una de las cloacas que corren bajo las plazas de acceso al teatro (vid. infra). Relacionado con el sistema de eliminación de aguas de la zona sur de la ciudad, han aparecido, en sendas excavaciones muy próximas (ambas realizadas en el Paseo de la Ribera) dos cloacas asociadas a calles, que vierten directamente al Guadalquivir, con una fuerte pendiente (Fig. 7). Mantienen, aparentemente, la orientación N-S, pero estas serían ya a partir de época tiberiana (Morena y Botella 1998). Sin embargo, gran parte de la información procede del hallazgo de decumani, que aportan interesantes datos. Gracias a las excavaciones llevadas a cabo en la zona inmediatamente posterior a la del templo romano de la c/ Claudio Marcelo, se ha descubierto una cloaca con cubierta a dos aguas relacionada 8 Según información verbal del arqueólogo municipal, Sr. Murillo, aparecieron varios tramos de esta cloaca, uno de ellos amortizado.
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Fig. 7. Dos tipos de cloacas halladas en la zona sur de la ciudad (a partir de Morena y Botella 1998).
estratigráficamente con la muralla republicana, hacia donde parece verter. Ha sido interpretada como parte de un decumanus, tal vez el maximus de época augustea, por las similitudes que tipológicamente tiene esta cloaca con la hallada en el cardo maximus de la ciudad (Jiménez et al. 1996). Lo cierto es que aparece amortizada con la construcción de lo que sería el Concilio Provincial de la Bética (Sánchez Velasco 2006a), y tal vez esté indicando la existencia de una calle y una puerta, a través de la cual vierta las aguas residuales hacia el exterior, como en otros casos bien conocidos y estudiados.9 El reciente hallazgo de una cloaca romana (¡todavía en uso!) en la confluencia de las calles Alfonso XIII con Capi9 Un magnífico ejemplo de una situación muy similar lo pudimos ver en esta misma reunión científica, en la presentación de los resultados de Lucus Augusti.
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tulares,10 es decir, donde se ubicaba la llamada Puerta de Roma por la que entraba la Vía Augusta a la ciudad, no hace sino apoyar estas hipótesis de trabajo: a) bajo las puertas romanas circularían cloacas de gran tamaño para la salida de los residuos líquidos; y b) es muy probable el traslado del decumanus maximus hacia el norte debido a la construcción del Concilio Provincial de la Bética, complejo que albergaría un templo, varias terrazas, un circo y, tal vez, un anfiteatro. Existen estructuras hidráulicas cuya presencia requieren necesariamente un sistema de evacuación de aguas. Así, en c/ Ramírez de las Casas-Deza (Hidalgo 1993), donde se halló un posible decumano porticado, con cloaca, y una casa. Sobre la cloaca apareció la cimentación de un lacus y, junto a éste, un imbornal de forma cuadrada, de unos 55 cm de lado y estructura de ladrillo, que vertía directamente a la cloaca las aquae caducae de la fuente. Este imbornal estaría posiblemente tapado con una losa calada, del tipo de la que se conserva en el MAECO con el nº reg. 7.328. La excavación ya mencionada en la c/ Duque de Hornachuelos ha facilitado el hallazgo de una cloaca (vid. supra), que vertía en sentido E-O y cubierta a dos agua, encontrándose bajo un enlosado de grandes piedras de pudinga (Fig. 8). La calle bajo la que discurre estuvo porticada en época altoimperial y a ella vertía, desde lo que ha sido interpretado como unas termas. En excavaciones antiguas (1977) de la c/ Saravia apareció un labrum monumental que fue desmontado (MAECO nº reg. 28.590-28.593). Éste apoyaba sobre una estructura cuadrangular de sillares que contaban con un rebaje de media caña a modo de canal perimetral. Junto a estas estructuras aparecieron cuatro enormes columnas de «granito del foro» (originario del Mons Claudianus), que parece sostuvieron la cubierta a cuatro aguas que cubriría la monumental fuente. El ambiente en el que apareció es un tanto confuso, puesto que no apareció pavimentado, ni con cloacas asociadas, ni calles, ni muros… lo que ha hecho pensar en la posibilidad de que se trate de un espacio abierto ornamentado con una fuente monumental, del tipo de un macellum. Lo realmente extraño es que la categoría de los restos conservados fuese tan imponente y hubiesen desaparecido las losas de pavimentación del supuesto ma10 Los datos del hallazgo y de la conservación de los restos pueden consultarse en la siguiente noticia de un diario local: http://www.eldiadecordoba.es/article/cordoba/480733/descubren/una/cloaca/romana/alfonso/xiii/esta/aun/ funcionamiento.html
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b Fig. 8. Cloaca y atarjeas halladas en la c/ Duque de Hornachuelos. Dos vistas de la misma, desde el este (a) y desde del oeste (b) (Fotos: J. Sánchez Velasco).
cellum, un tipo de edificio que por su propia funcionalidad está perfectamente pavimentado para la mejor eliminación de los residuos (De Ruyt 1983), por lo que no es fácil dar una interpretación a esta estructura eminentemente pública.11 Lo que es evidente es que un labrum de esas dimensiones debió arrojar una enorme cantidad de aquae caducae. Otro espacio público del que se tiene constancia de una red de eliminación de las aquae caducae es el foro norte, donde recientes excavaciones han logrado hallar el límite de la plaza, que estaba bordeado por un grueso canal perimetral tallado en las propias losas de caliza micrítica devónica gris del enlosado (Baena 1998). Todo el complejo se ha fechado en época augustea. El considerado Foro Provincial de la Bética (Sánchez Velasco 2006a), que estaría presidido por el templo de la c/ Claudio Marcelo, también contaba con, al menos, un par de canalizaciones seguras, que 11 Existen tres interpretaciones fundamentales de este espacio: a) Ventura 1996, que se decanta por un macellum, aunque yo no conozco ningún mercado romano altoimperial que no esté enlosado; b) en Márquez 1998a piensa que puede ser un templo a Diana de época augustea por la decoración arquitectónica, remodelado posteriormente en el s. III d. C.; y c) en Garriguet 1999, la decoración y las esculturas ratifican la presencia de un «espacio abierto» de culto imperial de época augustea, donde estarían representados Diana, Apolo y gran parte de la Domus Augustana. Lo realmente interesante es la existencia de un espacio tan amplio sin pavimentar en época augustea cuando el foro norte está totalmente pavimentado. Es más, la ausencia de pavimentos pétreos y la presencia de la fuente puede indicar la presencia de un hortus urbano o un lucus, consagrado a alguna de las divinidades cuyas estatuas han sido halladas en las inmediaciones.
parecen correr bajo el pórtico perimetral. Están realizadas con dos sillares de arenisca con un rebaje interior en forma de media caña. La luz es aproximadamente de 30 cm. La primera corre en senti-
Fig. 9. Dibujo ideal, realizado por Samuel de los Santos Jener (1955), sobre los hallazgos de las supuestas termas de la c/ Cruz Conde.
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b Fig. 10. a) muro de opus quadratum con almohadillado que delimitaría el área de la natatio de otras estancias de la hipotéticas termas; b) vista aérea de la zona excavada (Foto: M. Rodríguez).
do S-N y vierte en la otra, de sentido O-E. Es decir, que el sistema de eliminación del foro provincial estaba en función de la vaguada oriental. Sin embargo, recientes excavaciones han constatado la existencia, detrás del foro, de un cardo minor de la ciudad, definido gracias a una alineación de bloques de caementicium que son la base de las columnas del pórtico. Las cloacas halladas que se vinculan a este cardo vuelven a tomar la orientación tradicional N-S y EO, dando la espalda a la vaguada oriental. Los edificios termales son otro foco constante de aquae caducae y Córdoba cuenta con varios hallazgos que pueden ser interpretados de esta manera. En los años 40 del siglo pasado se halló en la c/ Cruz Conde lo que se pensó eran unas termas que, por su tamaño, debieron ser públicas. Junto a la natatio (y en paralelo al muro de la misma), apareció una enorme canalización que fue interpretada por su descubridor como un acueducto que surtía de agua a las termas (Fig. 9). Sin embargo, creemos que puede tratarse de un gran colector ya que se encuentra a la misma cota que el fondo de la piscina, situación parangonable con los hallazgos de la c/ Concepción, que veremos más adelante. Otras termas debieron existir en la c/ Córdoba de Veracruz, bajo la actual sede del INSS. Ya en el proceso de excavación apareció un hipocaustum y, por datos verbales de técnicos que intervinieron en la excavación, varias canalizaciones (algunas de gran tamaño), pero los datos permanecen inéditos y los informes de excavación no aclaran nada. En la intervención arqueológica de urgencia llevada a cabo en la c/ Concepción nº 5 han aparecido
restos de una enorme natatio (Fig. 10), a la que se accedía por unos escalones y que estaba limitada al sur por un gigantesco muro en paralelo de quadratum almohadillado, con la misma orientación que otro muro aparecido en el nº 13 de la misma calle, donde además se hallaron restos de habitaciones con estuco. Es una lástima que la publicación existente apenas si menciona la fase islámica de la excavación (Castillo 2003), y que la fase que nos interesa, la romana, fuera detectada una vez finalizado el expediente administrativo de la intervención de urgencia y concedida la fase de seguimiento. A pesar de la entidad evidente de los restos las obras no se paralizaron y la documentación de todo el conjunto fue absolutamente insuficiente a nivel estratigráfico.12 La piscina limita al norte por otro muro con restos de un haber soportado una columnata. Hemos realizado el estudio de los materiales salidos de esta excavación en su momento. Lo más interesante tal vez sea que aparecen múltiples datos relacionados con la eliminación de aquae caducae (cloacas, sumideros…) y porque la orientación de muros y cloacas, así como las pendientes de desagüe de éstas últimas, pueden suponer un cambio radical en la idea que se tiene del ordenamiento de calles de la Córdoba romana, así como de la red de cloacas supuesta para esta parte de la ciudad, que debería verter hacia el supuesto paleocauce del Arroyo del Moro. Esta información hay que ponerla en relación con una información 12 Queremos agradecer a D. Manuel Rodríguez, técnico arqueológico responsable de parte de la excavación, el habernos ofrecido la posibilidad de estudiar parte de los restos y materiales arqueológicos de esta intervención.
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Fig. 11. Natatio de la fase altoimperial de las termas de la c/ Duque de Hornachuelos (Foto: J. Sánchez Velasco).
verbal que se nos proporcionó sobre la existencia de una gran cloaca en la confluencia de la c/ Concepción con la Pza. de las Tendillas, que se relacionó con el decumanus hallado bajo las estructuras del templo de culto imperial de la c/ Claudio Marcelo, y que vertía aguas hacia el interior de la ciudad, en dirección a las grandes cloacas del cardo máximo halladas en las obras de remodelación de la propia plaza. En un momento indeterminado del s. III-IV d.C. la zona parece convertirse en un vertedero de escombros, pero este dato no es seguro ante la falta de estratigrafías asociadas. Si estas termas, por sus dimensiones, parecen públicas, recientemente se han excavado unas pequeñas termas privadas de posible uso público, halladas en la c/ Duque de Hornachuelos (Fig. 11), compuestas de una natatio de unos 5 m y un hipocaustum asociaciado que están en uso hasta bien entrado el s. IV d. C.13 Los datos, conforme ha ido avanzado la excavación, son interesantísimos. Se trata de un espacio de habitación compartimentado en distintas unidades, de las que la central está ocupada por una natatio de reducido tamaño rodeada de habitaciones (una de ellas el citado hipocaustum) en las que hay una superposición de suelos y canalizaciones que son un auténtico elenco tipológico: a) fase 1 (¿augustea?), suelo de signinum asociado a canalizaciones de sillar adinteladas, de sillar ahuecado, de gran tamaño y a otras de paredes y suelo de ladrillo con cubierta de sillar; b) fase 2 (¿altoimperial?) suelo de spicatum que mantiene red de alcantarillado original; c) refectio del nivel de suelo con un pavimento de elementos reutilizados y mosaicos que parecen fechar el conjunto en el s. IV d. C., y que veremos desarrollado en el siguiente punto de este trabajo. 13
Agradecemos al arqueólogo director de esta intervención, D. Eduardo Ruiz, todas las facilidades que nos ha dado para obtener los datos que aportamos a continuación.
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Los edificios de espectáculos cordobeses también contaron con una importante red de saneamiento y eliminación de aguas, a juzgar por los recientes hallazgos. El teatro es el primer edificio de espectáculos del que se tuvo una ratificación arqueológica. Éste se componía de dos terrazas pavimentadas con losas de calcarenita. La inferior se sitúa en la Sala de Epigráfia del actual Museo Arqueológico, y desde ella se accede a la terraza media a través de una escalinata de tendencia semicircular (Sánchez Velasco 1999). De la terraza media, conocemos sus límites norte y sur. Al norte acaba en un muro de contención perpendicular de opus quadratum, que cuenta con varias escalinatas rectangulares, de diferente desarrollo y extensión, que enmarcan una estructura hidráulica rectangular que se ha interpretado como un ninfeo, posiblemente abovedado. Al sur, la plaza acaba en un gran muro de tendencia circular. La plaza toma, así, una forma trapezoidal. Una tercera terraza, la superior, hoy por hoy desconocida por ubicarse bajo el colegio de Stª Victoria, se presupone por: a) la existencia de escalinatas que comunican la terraza intermedia con la zona superior; b) las cloacas, que parecen recoger aguas de la zona superior; y c) la existencia de un pavimento similar descubierto en las intervenciones de la Casa Carbonell, a una cota parangonable. Todo este conjunto de terrazas parece articularse alrededor de un gran muro de opus quadratum de 7 m de anchura que ha sido interpretado como el muro de cimentación de la summa cavea del teatro de la colonia. A éste acompaña, al interior, otro muro, de 2,2 m de ancho, que parece ser un refuerzo para la cimentación. Lo que sorprende vivamente es que estos cimientos, tan masivos, sean literalmente taladrados por una gran canalización abovedada (vid. supra Fig. 6a), algo totalmente ilógico y sumamente peligroso para la propia estabilidad del edificio. Esta gran canalización, que ya hemos comentado más arriba que está pensada para encauzar el gran caudal de un venero,14 dirige éste hacia el interior del teatro, que cuenta con una compleja red de canales internos que derivan toda el agua hacia una gran cloaca central. Por el contrario, las terrazas que sirven de acceso al teatro, cuentan con una red de cloacas (Fig. 12) muy compleja, pero de menor capacidad de eliminación, que evitan el teatro. Este hecho nos hace pensar que el manantial canalizado hacia el interior del teatro 14 Las dimensiones de la canalización permiten suponer que la cantidad de agua que podía soportar era alrededor de un 75% del caudal total del acueducto agusteo que abastecía la ciudad.
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Fig. 12. Canalización de la plaza intermedia oriental, cuyo recorrido elude el teatro con un brusco giro noroeste-sureste (Planimetría: Laboratorio de Documentación Geométrica del Patrimonio de la Univ. del País Vasco).
sería agua limpia, susceptible de ser utilizada dentro del propio edificio de alguna manera todavía por determinar, mientras que el sistema que podríamos llamar «exterior» serían cloacas propiamente dichas, pensadas para la eliminación de aguas residuales provenientes de la parte alta de la ciudad. En cualquier caso, todo el conjunto (teatro y plazas) está siendo objeto de una profunda revisión, así como de nuevas intervenciones, por lo que es posible que aparezcan datos nuevos que ayuden a definir mejor la que es, sin duda, la parte mejor conservada de la red de saneamiento de la ciudad. El supuesto circo (Fig. 13) también cuenta con dos cloacas (Murillo et al. 2001), una en la arena y otra bajo la estructura del edificio, que parecer verter en sentido oeste-este, siguiendo la pendiente. Su forma es idéntica a las del resto de la ciudad: un gran colector con cubierta a dos aguas y una cloaca secundaria, que vierte a aquel, con cubierta plana. Ambos son realizados con sillares de calcarenita.
Ya extramuros, se halló otro lacus en las excavaciones llevadas a cabo en la c/ Maese Luis 20 (Ventura 1996), donde apareció asociado a una enorme cloaca de más de 1,5 m de luz, que se situaba bajo una calle perfectamente enlosada de orientación NWSE. Se trataría de parte del vicus oriental de la ciudad, ya que asociado a la calle apareció una unidad de habitación con pavimento musivo bajo el cual existía otro pavimento de signinum. A este mismo vicus pertenecerían las cloacas aparecidas en c/ Lucano nº 21, una de ellas de más de 1,5 m de altura, que están asociadas a un edificio de dudosa interpretación (Rodero 2004). El vicus occidental está en fase de estudio, y próximamente un congreso monográfico abordará —en principio— su configuración.15 La excavación realizada en 1999 en plenos jardines de la Victoria lle15 Congreso Internacional: «Las Áreas Suburbanas en la Ciudad Histórica. Topografía, usos, función» (Córdoba, 1921 octubre de 2010).
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Fig. 13. Vista de los restos del supuesto circo romano de Córdoba, con sus canalizaciones (a partir de Murillo et al. 2001).
varon a individualizar de forma definitiva un vicus de gran tamaño que se intuyó en el año 1993 cuando se realizó la excavación de los mausoleos de Puerta Gallegos. Estos mausoleos julio-claudios fueron amortizados por lo que parecía una gran casa del s. II d. C. Unos 50 m más al oeste, en la excavación llevada a cabo en 1999, aparecieron varias casas, una calle y una cloaca. La confirmación definitiva de la gran extensión que debió tener este barrio extramuros de la Córdoba romana se ha producido recientemente en una excavación de grandes dimensiones a unos 400 m de éstas, en la c/ Antonio Maura (Fig. 14), donde se han hallado unas de las cloacas de mayores dimensiones de Córdoba, asociadas a un cruce de calles (una calle de 12,5 m y otras dos de 7,5 m, sin incluir los más que probables pórticos) y a varios espacios interpretados como casas, que parecen tener una cronología de mediados del s. I d. C. Allí ha sido hallado un importante conjunto de tipos de alcantarillado fechado en la segunda mitad del siglo I d. C. (Fig. 15). En concreto, un gran decumano orientado noroeste-sureste (de forma similar a las calles de la llamada ampliación augustea), con 12,5 m de anchura,
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cuenta con un complejo sistema de evacuación de aguas: un sistema de tres grandes cloacas de sillares con cubierta a dos aguas, la central a mayor profundidad que las laterales y que recoge aguas de éstas; a su vez, a las laterales vierten cloacas de menor tamaño de variada tipología (de sillares ahuecados superpuestos, de caja de sillares, tubuli formados por ímbrices...); a las principales se accede a través de enormes registros cuadrangulares. El sistema se completa con las canalizaciones halladas en el interior de las casas, que son de ladrillos o de sillares ahuecados. La excavación no se encuentra publicada y los informes de excavación que hemos podido consultar no definen una secuencia cronológica precisa que permita adscribir un tipo de canalización con una época concreta. Lo mismo ocurre con los edificios porticados de los lados de las calles, a los que no se les da una funcionalidad precisa, que pueda relacionarlos con la gran cantidad de aguas residuales que debieron emitir, a tenor del sistema de desagüe. 16 Todo el sistema vierte hacia el sureste, hacia lo que sería el paleocauce del llamado Arroyo del Moro, cuyos primeros datos fiables aparecen reflejados en el plano de Córdoba de 1811, bastante alejado de la muralla noroccidental de la ciudad y cercano a la zona de la excavación17 (Fig. 16). Se pensó que fue detectado en los años cuarenta del siglo pasado por Santos Jener a unas decenas de metros al sur del emplazamiento de la excavación, pero lo que aparece reflejado en los planos de Santos Jener debió ser algún otro cauce. De hecho, el activo director del Museo Arqueológico pudo hacer el seguimiento de las obras de todo el barrio de Ciudad Jardín, y detectó al menos dos de estos enormes registros a la altura 16 Hoy, prácticamente todos los restos han sido destruidos, y apenas se conserva una mínima parte de lo hallado en los sótanos del edificio construido, tras ser previamente trasladados y reubicados en su lugar, pero a una altura distinta, al finalizar las obras. 17 Con el tiempo, el arroyo cada vez fue alejado más y más de su cauce original. En 1851 todavía aparece con el mismo cauce, pero ya en 1861, se cubre para ampliar el Real de la Feria. En 1884, en el plano que hiciera Casañal de la ciudad, se vuelven a ver modificaciones, una vez ampliado el Real. Sabemos que en 1892 su curso es nuevamente desviado desde el barrio periférico de Las Margaritas (noroeste) hasta El Pago de las Agujas, para que no estorbara en la construcción del cuartel de La Victoria, hoy comandancia de la Guardia Civil en Córdoba. Los constantes vertidos debieron hacerse con aportes de tierra las zonas cercanas, como el propio Paseo de la Victoria, que fue aplanado sucesivamente desde su creación en los años cuarenta del siglo XIX. Todos estos datos son fundamentales para la conocer la paleotopografía de la ciudad, fundamental para entender el por qué las cloacas vierten hacia un lugar o hacia otro. Queremos agradecer explícitamente la ayuda que, para este recorrido histórico, nos ha proporcionado la arqueóloga Guadalupe Gómez.
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b Fig. 14. Dos vistas de la excavación llevadas a cabo en la c/ Antonio Maura, una vertical (a) y otra desde el sur (b). Nótese en la segunda la dimensión del registro de la cloaca central y, a cada lado, la cubierta a dos aguas de sendas cloacas paralelas (Fotos: J. Sánchez Velasco).
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b Fig. 15. Diferentes tipos de canalizaciones y registros de las mismas hallados en las excavaciones de la c/ Antonio Maura (Fotos: Sánchez Velasco).
de la actual plaza de Costa Sol (unos 200 m más al oeste), aunque las interpretó como monumentos funerarios en forma de torre de época ibérica, rellenados de «tierras negras» (Santos Jener 1955). Sin duda, estamos ante una compleja urbanización de un sector muy concreto del suburbium occidental de Córdoba que todavía está por definir, pero que parece bien planificada y de gran envergadura. Respecto a los vertederos, en la bibliografía aparecen muy pocas informaciones sobre los mismos. La mayoría de los datos los hemos conseguido de forma verbal porque casi todas las excavaciones donde se puede suponer la aparición de estos vertederos o están sin publicar o no se interpreta como tal, como un posible vertedero tardorrepublicano y altoimperial de cerámica de paredes finas en la zona de Cruz de Juárez (asociado con unos hornos), del que sólo hay una publicación sobre las tipologías de formas
cerámicas, no sobre el vertedero en sí mismo (Vargas y Moreno 2004). Como conclusión a la ciudad altoimperial, podríamos afirmar que mientras los datos sobre la eliminación de residuos líquidos son relativamente abundantes, los que se refieren a vertidos sólidos son escasos, por no decir casi inexistentes. En este sentido, debemos decir que, tal vez, la eliminación de vertidos sólidos se realizaba a través del río, de ahí quizás la constante necesidad de mantenimiento de sus riberas, ya suficientemente afectadas por las riadas y estiajes tan pronunciados de un río con semejante régimen hídrico. En cuanto a la red de cloacas (Fig. 17), lo cierto es que los datos nos permiten reconstruir, de forma provisional, un complejo sistema de drenaje, realizado a gran escala. Técnicamente, supone un alarde de ingeniería y coordinación, con el movimiento de gigantescas cantidades de tierra donde
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b Fig. 16. Suburbium occidental de Córdoba: a) planos de Santos Jener con indicación de sus hallazgos, comparados con las nuevas excavaciones; b) recorrido del Arroyo del Moro en 1811.
Fig. 17. Esquema provisional del sentido de la red de cloacas de la ciudad de Córdoba.
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introducir los colectores principales, cuyas paredes están hechas con sillares perfectamente escuadrados de gran porte y su cubierta es a dos aguas, usando idéntico material. Llegan a tener estas cloacas principales luces de hasta 2 m, y a ellas vierten cloacas secundarias hechas asimismo con sillares, a veces formando una caja, en otras ocasiones con sillares ahuecados por el centro con una media caña y superpuestos para formar una canalización cilíndrica. Se introducen en los colectores principales a través de huecos hechos ex professo, de forma muy precisa. A su vez, estas cloacas secundarias que aportan las aquae caducae desde los edificios y pórticos hacia los grandes colectores dispuestos bajo las calles, reciben aportes desde distintas partes de un mismo edificio a través de pequeñas canalizaciones de diversos tipos: sillares ahuecados, cajas de sillares, bases cuadradas de sillares cerradas por tapas de ladrillo, canalizaciones de ímbrices engarzados, etc. Esta compleja y bien trazada red se adapta a la paleotopografía del terreno, que aporta no pocas sorpresas. Toda la red intramuros se distribuye, como un árbol ramificado, en función de la cloaca del cardo máximo, que recorre toda la ciudad de norte a sur buscando los acentuados desniveles que llevan hacia el Guadalquivir y aprovechando lo que parece una alargada vaguada natural centrada entre las actuales plazas de San Miguel, Tendillas y Santa Ana.18 Tanto desde el este (c/ Santa Victoria, c/ Duque de Hornachuelos) como desde el oeste (c/ Concepción) las cloacas vierten hacia este eje central, evitando salir hacia las vaguadas naturales que conforma la meseta fluvial donde se asienta la ciudad. Tan sólo en el caso documentado de la antigua Puerta de Roma o de Hierro, existe una gran cloaca que vierte hacia estas vaguadas, aprovechando el hueco en la muralla dejado por este acceso. En la zona occidental ocurre igual, puesto que las cloacas vierten en sentido contrario al que lógicamente cabría esperar si mantenemos las hipótesis actualmente vigentes sobre la existencia de un arroyo paralelo a la muralla oeste y que mencionan incluso un puente del que no hay registro arqueológico alguno. Ya hemos visto que 18 Esta vaguada ya fue intuida por Stylow a través del estudio de planos antiguos (Stylow 1990, 268), y posteriormente descartada (Ventura y Carmona 1992) basándose en excavaciones alejadas de la zona en cuestión (casi 200 m) y con fuertes transformaciones a lo largo del s. XIX, que como en el caso de la actual c/ Claudio Marcelo, se realiza a mediados de aquella centuria y que se encuentra a varios metros por debajo del suelo de uso de época romana. La vaguada central, ubicada en torno a la actual Plaza de las Tendillas, parece que debió existir a tenor de la estructuración del sistema de cloacas. Otra cuestión, aún sin resolver, es su caracterización precisa.
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el paleocauce de este arroyo bien pudo estar muy alejado de dicho tramo de muralla, extremo éste que parece ser la causa del cambio de sentido de las cloacas intramuros y, asimismo, del sentido de los grandes colectores hallados extramuros (c/ Antonio Maura) y que sí desaguarían en este arroyo, pero mucho más al sur. Si a todo ello unimos que, en los años 40 del s. XIX, al hacer el actual Paseo de la Victoria, se producen fuertes arrasamientos para la nivelación del lugar (Martín López 1990), es lógico pensar que las cloacas de la ciudad intramuros siguieran la pendiente natural, y no a la inversa.19 Las implicaciones urbanísticas son, asimismo, evidentes, intramuros y en el suburbium. La ciudad que sale, en el cambio de Era, de la antigua Córdoba republicana, es una ciudad con un alto grado de planificación y una ejecución de grandes infraestructuras que suponen un alarde técnico. En este sentido, es grande la diferencia respecto a la ciudad anterior, y es posible que aquí se pueda ver la acción del poder central de una manera muy evidente, pues las obras de ingeniería necesarias para realizar el circuito de eliminación, así como el acondicionamiento de calles, aterrazamientos y plazas, tienen una envergadura que está lejos de poder ser acometida a nivel local o por los nuevos colonos a nivel particular. Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que la tan repetida «monumentalización» de la ciudad empieza por su subsuelo, sentando las bases de un sistema que todavía estará en uso hasta, al menos, el siglo X d. C. Por eso es tan importante su estudio a nivel arqueológico, pues nos dan pautas a seguir para interpretar, con mayores datos, las posibles funcionalidades de la ciudad que se veía, de los edificios de la época, de los que en muchos casos apenas si contamos con una planta y retazos de sus alzados. Asimismo, nos aporta interesantes datos sobre la evolución de la ciudad, ya que por ejemplo su extremo sur no fue urbanizado hasta época de TiberioClaudio. Precisamente de esta época, a partir de la mitad del siglo I d. C. sería la gran expansión de la ciudad por su periferia inmediata, por el suburbium. Por el este, la construcción de lo que sería el Concilio Provincial de la Bética, dotado de un templo de culto imperial, de un circo y, posiblemente, de un anfiteatro, obliga a la reestructuración de los accesos a la ciudad, a la eliminación de las áreas preexistentes de necrópolis y genera una gran sinergia urbanizadora que terminará 19 Este hecho explicaría el por qué los restos romanos, en toda la zona, están casi a nivel superficial, y apenas aparecen restos de los arrabales y maqbaras islámicos que, por las fuentes, sabemos que existían.
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con la creación de un importante barrio extramuros al sur del complejo de culto, con ricas viviendas detectadas en la plaza de la Corredera, calles pavimentadas en la actual Maese Luis y termas y áreas comerciales en torno a la hoy plaza de El Potro. Idéntico proceso, pero mucho más amplio, se detecta en la zona occidental, donde las necrópolis (con destacados monumentos funerarios) son amortizadas y, sobre ellas, se erige un importante barrio residencial de lujosas y monumentales casas que abarca una extensión considerable, desde la muralla hasta la actual plaza de Costa Sol. Las vías funerarias, de escasas dimensiones (unos 4 m), se convierten en calles pavimentadas de la nueva zona residencial, como ocurre con el antiguo acceso entre los mausoleos circulares hallados en Puerta de Gallegos.20 Y se hacen otras nuevas, como el decumano y los dos cardines hallados en las excavaciones de la c/ Antonio Maura (Ventura 1996), que urbanizan el entorno de lo que parece un anfiteatro de grandes dimensiones. Si ponemos en relación estas edificaciones con las viviendas halladas bajo el Parque Infantil de Tráfico (Castro 2006), podemos hacernos una idea del alto grado de urbanización de toda la zona occidental. A ella se accedería desde la gran vía enlosada descubierta bajo el actual parking de La Victoria,21 que marcha, de norte a sur, paralela entre la muralla y el antiguo cauce del Arroyo del Moro.
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6.
LA CIUDAD ENTRE EL SIGLO IV Y EL VI D. C.
La gran diferencia entre la fase anterior y ésta es, en lo que al tema concierne, la importancia que toman los vertederos, ante el abandono de determinadas zonas de la ciudad. De todas formas, la eliminación de residuos líquidos se puede rastrear en determinadas excavaciones. Tal vez donde mejor se aprecie el mantenimiento de la red de saneamiento sea, de nuevo, en la excavación llevada a cabo en la c/ Duque de Hornachuelos. En la última fase de las termas (Fig. 18), fechada en el siglo IV d. C., se produce una profunda remodelación del sistema de alcantarillado, lo que conlleva la rotura/amortización de suelos anteriores y la inclusión de una nueva red de canalizaciones totalmente de ladrillo, incluso above-
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b Fig. 18. a) Última fase de las termas halladas en la c/ Duque de Hornachuelos. Frente a las canalizaciones de calcarenita, las cloacas del s. IV d. C. son de ladrillo y abovedadas. b) Fase del siglo V d. C. donde se aprecia como un muro de la iglesia que se asienta sobre las termas ocupa el pórtico, la calle y la cloaca (abajo) se repara usando un fuste de columna de mármol blanco (Foto: J. Sánchez Velasco). 20 Se viene sosteniendo que la vía que separa los famosos mausoleos circulares de Puerta de Gallegos es la vía CordubaHispalis a su entrada en la ciudad, que mantendría su sentido funerario hasta casi el siglo III d. C. (Murillo et al. 2002), lo cual tiene poco fundamento a tenor de las medidas existentes y de la construcción de lo que venimos defendiendo como un barrio extraurbano en el siglo II d. C., con calles pavimentadas, abastecimiento de agua por tuberías de plomo y cloacas.
21 Como es tristemente frecuente en la arqueología cordobesa, estos restos se encuentran sin publicar, aunque se puede consultar información periodística en la siguientes webs: http://www.arqueocordoba.com/noved/hemeroteca/2005/ 200501/noticias20050122ABC.pdf; http://www.arqueocordoba.com/noved/hemeroteca/2005/ 200501/noticias20050122COR.pdf
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b Fig. 19. a) Estado del vertedero de residuos sólidos, artesanales y de construcción sobre la terraza media de acceso al teatro romano de Córdoba; y b) diferentes bolsadas y aportes de nivelación para rellenar la terraza artificial creada sobre parte de el graderío, con el muro que reutiliza elementos del teatro (Fuente: Archivo Documental del MAECO).
dadas, una novedad en la ciudad. Finalmente, en el siglo V d. C., la zona se amortiza, se nivela la piscina con escombros (entre los que han salido 4 esculturas casi completas) y se vuelve a realizar otra red de canalizaciones. En todo este tiempo, la calle porticada original, con cloaca a dos aguas de sillares que vierte hacia el cardo máximo, ha sufrido varias remodelaciones, pero la cloaca está en uso hasta época califal, con dos grandes momentos de refacción: uno en época tardorromana-tardoantigua, donde una losa de la cubierta es reemplazada por una columna que ocupa su lugar y posición; y otra, en época califal, donde la cubierta es sustituida por los típicos sillares en hilera. También del siglo IV d. C. serían las cloacas del complejo edilicio de Cercadilla, apenas estudiado en este sentido, salvo la zona de las termas denominadas «privadas», del que se realizó un estudio sobre el sistema de abastecimiento/eliminación (Hidalgo 1996), cuyas conclusiones han sido sustancialmente rebatidas por especialistas en este tipo de edificios en una reciente publicación monográfica (GarcíaEntero 2005), donde por falta de pruebas no se han incluido las llamadas «termas públicas». En la zona norte de la ciudad, en la c/ Ramírez de las Casas Deza, la cloaca detectada perdura hasta el siglo IV d. C., momento en que es amortizada. El único vertedero que parece estudiado en sí mismo como tal e intentado seguir su proceso de creación y evolución ha sido estudiado por nosotros (Sánchez Velasco 1998), y se ubica en las terrazas media e inferior de acceso al teatro de Córdoba (Fig. 19). Durante dos siglos aproximadamente, desde su fundación hasta mediados del siglo III d. C., el teatro mantuvo su estructura, tanto interna como externa, en funcionamiento. Sin embargo, en un momen-
to indeterminado de la segunda mitad del siglo III d. C., y por causas no muy claras, colapsan las estructuras que formaban los muros de contención de las terrazas media e inferior, provocando un corrimiento de tierras que cubrió toda la zona con sillares y restos de muros. El teatro también se vio afectado, pero se mantuvo en pie. A partir de este hecho, el edificio y su entorno sufren un proceso de deterioro irreversible. La ciudad no puede o no quiere costear la rehabilitación de los accesos. De hecho, toda la terraza media se convierte en un vertedero urbano controlado donde se arroja todo tipo de material, como escombros, desechos de un taller de útiles de hueso, vertidos de un taller de mosaicos, etc (Sánchez Velasco 2002). Todos estos residuos sólidos urbanos y de construcción del siglo IV d. C. apoyarían sobre la fachada del teatro, aún completa, y que no sería demolida hasta finales del s. V d. C., cuando elementos de esta fachada estarían sobre los estratos anteriores del siglo IV d. C. Parece ser que en este momento el teatro es sometido a expolio y sus estructuras descarnadas hasta los cimientos, en un afán de reaprovechar hasta el último sillar disponible. Sea como fuere, una vez terminado este proceso de depredación de los elementos útiles, empezó otro proceso no menos interesante, la reutilización del espacio, toda vez que el edificio ya no podía seguir siendo saqueado. La zona pasó a ser un vertedero urbano perfectamente organizado con una finalidad concreta: obtener materiales de construcción y aplanar el terreno para el uso del espacio con otros fines. Por lo tanto, podemos decir que, a partir del siglo III d. C., toda esta zona se convierte en un vertedero urbano que recibe aportes constantes, de todo tipo, desde orgánicos a residuos artesanales, pasando por los de construcción y demolición.
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Ello nos permite suponer que este lugar, por los motivos que fueren, se reservó para este fin, y a nuestro modo de ver, de una manera organizada. Un proceso similar se da en la zona del templo de la c/ Claudio Marcelo, donde aedes y porticus son desmantelados intensivamente, convirtiéndose en una auténtica cantera de mármol al aire libre en una zona periférica de la ciudad ya en tiempos tardíos, en concreto desde finales del s. III d. C. En este caso concreto, el proceso parece ser más acelerado que en el caso del teatro. Igualmente, la zona del llamado Foro de la Colonia empieza a contar con aportes terrizos, que han sido interpretados como una pérdida de la funcionalidad original del lugar y su paso a un área de vertido, algo que es discutible por la naturaleza misma de los vertidos, que más bien parecen nuevas nivelaciones. A modo de conclusiones, debemos decir que todavía falta mucha investigación por realizar para poder dar unas respuestas más o menos seguras sobre la evolución de la ciudad y de su topografía, más allá de datos inconexos, antiguos, dispersos y parciales. Pero con los datos que manejamos, y atendiendo a las escasas fuentes históricas que poseemos, debemos decir que todo parece apuntar a la existencia de fuertes paralelismos entre la ciudad de Córdoba y otras ciudades del occidente del Imperio, asimismo afectadas por las transformaciones arquitectónicas y urbanísticas de una sociedad —la romana— en proceso de fuertes cambios. Nos encontraríamos, pues, ante una ciudad donde algunos edificios emblemáticos, caso del teatro y sus aledaños, son abandonados y convertidos en gigantescos vertederos de escombros y de materiales de desecho domésticos e industriales. De igual forma, plazas públicas —como el foro— y algunas calles son ocupadas por edificaciones de diferente índole, pasando a ser propiedad privada. Sin embargo, y de forma curiosa pero práctica, la red de abastecimiento y eliminación de aguas sigue en uso en su mayor parte, eso sí, con las debidas reformas, e incluso tenemos testimonios de la pervivencia en fechas tan avanzadas como el siglo V d. C. de collegia de profesionales dedicados al buen mantenimiento de la misma. Estos datos, siendo escasos, son relevantes, y desde luego mucho más abundantes que los conocidos para los ambientes domésticos, que son prácticamente nulos. El grueso de la información, tanto textual como arqueológica, hace referencia a edificios religiosos cristianos, ya sean basílicas o baptisterios. Dichos edificios, tienen una evolución arquitectónica y urbanística similar a otros lugares de Hispania y de la Pars Occidentalis. Los más antiguos se localizan extramuros, cercanos
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a vías principales, sobre necrópolis paganas precedentes y cercanas a edificios de espectáculos que pudieron ser lugar de martirio. Aparecen nuevas estructuras que, como el baptisterio ubicado bajo la actual sede de la Diputación de Córdoba (Sánchez Velasco 2006) conllevan nuevos tipos de abastecimiento y, por consiguiente, de eliminación de agua, de cuya existencia en muchos casos apenas si queda la presencia de imbornales decorados gothico modo. A ellos habría que sumar Cercadilla, de fecha discutida para su erección y con importantísimos problemas de interpretación, pero que no iría más allá de los primeros 20 años del siglo IV d. C. De todas estas estructuras extraurbanas nada sabemos sobre su sistema de eliminación de residuos sólidos y basuras de distinto tipo, que debieron existir, a tenor del tamaño de estos complejos, muchos de ellos definidos como monasterios (Puertas Tricas 1975), con lo que ello implica. Intramuros, la ciudad, no empezaría a contar con basílicas al menos hasta bien entrado el siglo V d. C., como parece desprenderse de los hallazgos realizados en las excavaciones de la c/ Duque de Hornachuelos. Por tanto, la situación sería similar a la de la mayoría de las ciudades romanas de la época, donde los centros urbanos, ocupados por el poder civil y religioso pagano, tardaron en ser ocupados y transformados (Krautheimer 2002). A partir del siglo VI d. C., ambas orillas del río cobrarán un protagonismo del que, hasta ese momento, habían carecido. A ambos lados del puente sobre el río Baetis se ubicarán grandes complejos edilicios con restos de gran importancia, que dejarán esta zona convertida en el centro del poder civil y religioso de una ciudad arrasada por constantes guerras que tienen tres protagonistas: las ciudades de la Bética, la monarquía visigoda de Toledo y el Imperio Bizantino. Y aunque sabemos —por fuentes islámicas— que la catedral cordobesa se alzó junto al palacio de lo gobernadores, la cuestión es cuándo y por qué se decide convertir esta zona en el nuevo núcleo de la ciudad, amortizando varios cardines de época romana, en un proceso que parece bien constatado de privatización de espacios públicos. Lo que está fuera de toda duda es que el control del río —no se olvide, navegable aún— y de las vías de comunicación hacia el sureste, sur y suroeste se vuelve prioritario. Por eso se edifica la probable basílica de San Cristóbal, origen sin duda del vicus de Secunda (la Saqunda omeya), en cuyas calles ya no existe infraestructura de eliminación de residuos. Y dentro de las posibles explicaciones, se suele descartar con demasiada ligereza la importancia de la presencia bizantina en el sur de
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la Península, relativizando las fuentes. Recientes hallazgos arqueológicos (Botella y Sánchez 2008) invitan a replantear la situación de la extensión de la presencia bizantina en la Península. Al margen de esto, lo que sí sabemos con cierta seguridad es que la mayoría de los complejos edilicios tuvieron programas de reforma a lo largo del siglo VII d. C. Y esa será la ciudad que se encuentren los ejércitos árabes,
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y que describen posteriormente las fuentes mozárabes: una periferia lejana plagada de monasterios y villas; un suburbium que, a modo de cinturón, rodeaba la ciudad con sus basílicas, tal vez desde el siglo IV d. C.; una ciudad amurallada con importantes iglesias intramuros que serán desmontadas tras la conquista; y un nítido centro de poder basculado hacia el río.
ITALICA. LA RED DE ALCANTARILLADO ÁLVARO JIMÉNEZ SANCHO*
1.
INTRODUCCIÓN
Entre los elementos que definen urbanísticamente una ciudad romana, la red de alcantarillado es sin duda uno de los más característicos, incluso a un nivel muy general las cloacas romanas se han considerado un destacado avance para la mejora de las condiciones de vida de las aglomeraciones urbanas en toda la Historia.1 Sin embargo, a la hora de realizar un acercamiento detallado a esta cuestión resulta evidente que la manera de diseñar, construir y mantener ese sistema de evacuación de aguas residuales varía sensiblemente de unos asentamientos a otros. En este sentido, el caso de Itálica se tiene como referente casi inevitable en los trabajos que tratan la urbanística romana de la Península Ibérica. Así, tanto para aproximaciones generales a la cuestión como para análisis concretos de los sistemas de evacuación de residuos urbanos, la ciudad bética aparece destacada gracias al sistema de cloacas que hoy puede ser observado, y que a su vez identifica la ampliación urbana del siglo II d. C. Sin embargo, al referirnos a la gestión de los residuos urbanos como una línea de investigación2 bien definida, los trabajos sobre las afamadas infraestructuras italicenses apenas superan las descripciones de carácter constructivo, principalmente porque el descubrimiento y vaciado de las mismas se ha venido desarrollando desde finales del siglo XIX, por lo tanto carecemos de estratigrafías interiores que permitan reconstruir usos, mantenimientos, naturaleza de los residuos, abandonos, etc, pero también faltan planimetrías completas de la red o detalles de la misma. Las primeras menciones a las cloacas de Itálica datan de finales del siglo XIX y son breves descripciones de varios tramos que afloraban, llegando a identificarse algunos de ellos con la cloaca máxima.3 No obstante, parece que también se conocían infra* Conjunto Arqueológico de Itálica. Técnico externo. 1 González y Velázquez 2005, 170. 2 Dupré y Remolà 2000; 2002 3 Matute y Gaviria 1827, 51.
estructuras bajo el caserío del pueblo. En el año 1861, Demetrio de los Ríos escribía lo siguiente: … Por último no se debe olvidar en este año la exploración subterránea que se hizo en una larga boveda cuya entrada está en una Casa del pueblo junto a las más conservadas torres de la antigua muralla. Aquí se trabajó siempre con luz artificial, lo que hacia grandemente costosas las exploraciones acarreando las tierras espuerta à espuerta hasta la entrada de dicha bóveda; que supuesta por el que suscribe cloaca de Itálica, crecía de punto en interés arqueológico toda vez que su reconocimiento podría conducir al estudio de la población interior, así como el perímetro determinó la forma, extensión e importancia de la ciudad murada. Pero lo oscuro húmedo ruinoso de la bóveda y lo demasiadamente dispendioso de los trabajos, junto con el natural temor de los trabajadores, à quienes faltaba aire y aun resolucion obligaron à abandonar este curioso reconocimiento à los 20 o 29 ms de longitud y despues de haber extraido como 18 m cúbs de tierras…4 Identificar este hallazgo con restos conservados hoy es complicado, sin embargo, la referencia a «una casa del pueblo» y a las «torres», que aparecerían también en un plano publicado posteriormente,5 nos permiten situarlo en la zona alta del teatro y quizás se trate de la cloaca del mirador que trataremos más adelante. En la década de los años veinte, el Conde de Aguiar, Andrés Parladé, excava en el Anfiteatro, descubriendo varias de las infraestructuras de evacuación del edificio y poniendo de relieve la gran obra de ingeniería que supuso su construcción.6 También trabaja en un sector del caserío, desenterrando hasta cinco manzanas incluidas sus calles perimetrales.7 4 5 6 7
De los Ríos 1867. Fernández Gómez 1998. Parladé 1921, 5; 1923, 5; 1925, 6. Parladé 1934, 20.
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En 1935, Juan de Mata Carriazo limpia y delimita el extremo norte de la cloaca máxima durante las excavaciones en las que se descubre la puerta septentrional de la ciudad.8 Este punto del despoblado se conocía popularmente como la Fuente de la Mora a causa de las surgencias de agua que había.9 A partir de estos trabajos, las referencias a las cloacas se enmarcan en descripciones generales del urbanismo italicense.10 En los años ochenta del siglo XX, J. M. Luzón publica la primera aproximación a la planificación urbana de la Itálica adrianea, entendida como un proyecto unitario y perfectamente diseñado en el que el sistema de cloacas es el primer paso del proceso de urbanización.11 Sin embargo, los estudios más específicos que se han realizado siguen atendiendo sobre todo a cuestiones constructivas aunque clasificando las evidencias según las características formales de los distintos restos.12 Los últimos trabajos13 que han tratado el tema de las cloacas de Itálica presentan una visión de conjunto que continúa la línea de Luzón. Se enfatiza sobre todo la jerarquización de las distintas infraestructuras según las pendientes topográficas y se interpreta que la técnica constructiva de la masa de opus caementicium es una adaptación a las características del terreno (arcillas expansivas). También se pone de relieve cómo el abandono del mantenimiento del sistema incidirá en la ocupación de este sector de la ciudad. Asimismo, se aportan algunos datos más completos, como cuestiones métricas y un mejor repertorio fotográfico. Tras este breve repaso a la historiografía de las cloacas italicenses, presentamos este trabajo que no pretende ser un estudio exhaustivo de las infraestructuras de Itálica ya que no hay nuevos datos para la zona norte. El objetivo es ordenar la cuestión y enmarcarla en su contexto comarcal, comparándola con nuevos hallazgos en el núcleo urbano, entendiendo que el caso de la zona adrianea de la ciudad es absolutamente excepcional en relación con periodos anteriores y con otros casos coetáneos. Hoy en día, la red de cloacas es considerada como un elemento definitorio del yacimiento que es objeto de especial interés en la gestión del BIC. En este sentido, el Plan Director del Conjunto Arqueológico de Itálica, entendido como documento de referencia de gestión de la institución para los próximos diez 8
De Mata 1982, 38 ss. De los Ríos 1867. 10 García y Bellido 1960, 122. 11 Luzón 1982, 81; Blanco Freijeiro 1982, 291-298. 12 Roldán Gómez 1992, 336; 1993, 141-148. 13 Luzón y Mañas 2007; Pérez Paz 2010. 9
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años, recoge específicamente en sus apartados de Investigación y Conservación, el estudio de las cloacas, considerándolo como un sistema integral fundamental para entender las actuaciones promovidas por el emperador Adriano en su ciudad natal, entendiendo así mismo que esta ampliación urbana supuso en muchos casos la ejecución en el extremo occidental del Imperio de las más avanzadas aplicaciones urbanísticas del momento. En primer lugar, es preciso recordar que la Itálica que hoy puede ser visitada, en la que se puede observar la cloaca del cardo máximo o las atarjeas internas de los edificios, es sólo una parte de la ciudad romana. A principio del siglo II, el emperador promovió una nueva expansión urbana hacia el Norte.14 Esta zona no supondrá un traslado del centro urbano. La nueva área urbana destaca por su ordenación reticular con grandes edificios públicos como el Anfiteatro, las Termas Mayores o el edificio porticado con templo central conocido como Traianeum, así mismo se construyeron extensos edificios aparentemente domésticos, aunque algunos se han interpretado con funciones distintas, relacionadas con usos semipúblicos. En definitiva, la ampliación, archiconocida con el término de nova urbs desde su acuñación por García y Bellido,15 es la urbanización de una superficie amurallada de 50 ha, caracterizada por un diseño ortogonal de influencia helenística, funcionalmente complementario del núcleo urbano tradicional. Gracias a recientes excavaciones en el casco urbano de Santiponce se ha constatado que las actuaciones del siglo II también se desarrollaron en la zona nuclear de la ciudad, aplicando las mismas soluciones que en el sector norte. El sector adrianeo se asienta sobre un extenso montículo que está delimitado al norte por la vaguada del Anfiteatro y al sur por la Cañada Honda, límite natural de la ciudad con anterioridad. Esta colina llega al Este hasta la llanura aluvial del Guadalquivir. La topografía del emplazamiento supone que todo el sistema general de evacuación de aguas está diseñado para verter a uno u otro de dichos arroyos, según las pendientes de las calles.16 La planta hipodámica del nuevo barrio17 se organiza a partir de dos ejes principales que se cruzan en la parte más elevada. Las infraestructuras serían los primeros elementos construidos y a partir de ellos, 14
Rodríguez Hidalgo 1994. García y Bellido 1960. 16 Roldán Gómez 1992, 336; 1993, 141-148. 17 Lo que se sabe es el fruto de excavaciones muy dispares desde el siglo XIX, en la actualidad el trazado visible ha sido refrendado por prospecciones geofísicas. 15
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ITALICA. LA RED DE ALCANTARILLADO
147
usados como ejes, se trazarían calles y manzanas. La anchura y orientación de las calles no se corresponde con las dimensiones de las cloacas ya que estas responden a las pendientes.18 Según las cloacas conocidas y en función de cómo vierten unas en otras podemos establecer la siguiente jerarquización comenzando por la red de menos caudal, es decir las canalizaciones de los edificios.
2.
LAS CLOACAS DE ITALICA
2.1.
RED
INTERNA DE EDIFICIOS
Desde el comienzo de las excavaciones, es de suponer que se fueron descubriendo las atarjeas que recorrían el interior de los edificios, sin embargo, no era precisamente un elemento que interesara demasiado frente a otros hallazgos como los mosaicos. Posteriormente, no habido estudios concretos sobre estas infraestructuras desde el punto de vista que se plantean en estas jornadas, lo cual hace de la red interna de evacuación un elemento arquitectónico carente de información relativa a su uso, mantenimiento y abandono. Hoy en día son muchos los tramos visibles de estas canalizaciones en la mayoría de los inmuebles desenterrados en la zona norte. Según estas evidencias, las atarjeas presentan en general características similares. Están construidas íntegramente con ladrillos y presentan cubierta plana del mismo material. En cuanto a los trazados por dentro de los inmuebles, estos son más o menos complejos en función de la cercanía de la estancia de partida a las fachadas. En algunos casos encontramos recorridos sinuosos que van uniéndose con otras canalizaciones, como puede verse en la crujía occidental de la Casa del Planetario. En este sistema de evacuación de las aguas dentro de los inmuebles no se distinguen entre fecales o pluviales, de tal manera que sólo analizando el inicio de cada canalización se podría clasificar la naturaleza del aporte. Sin embargo, hay ejemplos de cómo se conduce el agua de lluvia recogida en el patio central hasta las letrinas para facilitar su limpieza, como sucede en la Casa de los Pájaros. Por lo general, las salidas a la red de la calle no se unifican en acometidas sino que son varias las canalizaciones que atraviesan las fachadas por distintos puntos. Aunque contamos con algún caso contrario como en la Casa del Planetario en la que to18
Luzón 1982.
Fig. 1. Atarjeas de la Casa del Planetario.
das las atarjeas confluyen en una sola que va a la cloaca de la calle. El contacto con la red viaria suele ser en ángulo recto o a favor de la corriente.
2.2.
RED
GENERAL VIARIA
El siguiente nivel está conformado por las cloacas de las calles que discurren por el centro de las mismas y que varían en cuanto a tamaño y a la forma de la cubierta. Todas están construidas con ladrillo y mortero de cal, englobadas en una masa de opus caementicium que rellenaba completamente la zanja abierta para su instalación. En función de cómo van vertiendo unas en otras, según una jerarquización que tiene que ver con las pendientes y con el caudal, podemos distinguir dos subgrupos que no responden a una clasificación basada en cardines y decumani. Para la vertiente norte distinguimos un primer grupo caracterizado por cloacas orientadas Este-Oeste, que tienen una anchura interior de 0,45 m y una altura de 1,5 m. Presentan además cubierta de tégu-
148
Álvaro Jiménez Sancho
Fig. 2. Intersección de la cloaca máxima con canalizaciones laterales.
las a dos aguas. Pero también existen otras de las mismas dimensiones, que discurren Norte-Sur que recogen el agua de estas y enlazan con un segundo grupo, que podíamos denominar generales, que finalmente evacuan al último nivel formado por los dos grandes colectores perimetrales. En la ladera septentrional, las canalizaciones de este segundo grupo tienen una anchura interior de 0,45 m y una altura de 1,7 m. La cubierta es de opus caementicium y tiene forma abovedada. Estas cloacas, orientadas EsteOeste, van por las calles que desembocan en el cardo máximo, aunque también recogen las acometidas de las fachadas por las que pasan. La canalización de la vía principal es conocida por la historiografía como «cloaca máxima». Como hemos dicho sólo es reconocible en la ladera norte. Tiene unas dimensiones de 0,90 m de anchura interior y 1,80 m de altura. En esta zona norte, la topografía está adaptada para que todas las calles y por tanto sus cloacas vayan derivando unas en otras hasta dirigirse al trazado del cardo máximo. Así pues, todas las cloacas que bajan por las calles perpendiculares al cardo vierten al mismo, aunque previamente han recibido los aportes del resto de vías ya sean cardines o decumani. La cloaca máxima cruza la puerta norte principal y desagua en la gran cloaca que sale del Anfiteatro en un punto situado al este de la porta triumphalis. Este diseño de la mitad norte contrasta con la ladera sur donde parece que todas las cloacas de las calles serían iguales en dimensiones. En este sentido, la cloaca del cardo máximo, en su trazado sur, ya no presenta especiales características respecto a las de las calles paralelas, pues todas vierten al colector general de la Cañada Honda. En los cruces de calles hay registros de planta cuadrada.
Anejos de AEspA LX
Fig. 3. Cloaca perimetral exterior del Anfiteatro en la zona sur.
2.3.
GRANDES
COLECTORES
El último nivel de infraestructuras lo definen las canalizaciones del Anfiteatro y de la Cañada Honda. Aunque la información de ambas es muy desigual, el sistema de canalizaciones del edificio de espectáculos es mucho más complejo y supone un elemento independiente dentro de la red general de cloacas. El gran colector de la Cañada Honda se construyó con la ampliación adrianea. Por un lado, encauzaba una vaguada que hoy nace algunos kilómetros hacia el Oeste y principalmente recibe las escorrentías pluviales. Y por otro, funcionaba como cloaca que recogía aquellas canalizaciones que llegaban perpendicularmente por ambos lados, al norte la zona nueva y al sur el área nuclear. Esta cloaca fue descubierta con los movimientos de tierra dirigidos por Luzón que desenterraron el viario de este sector del yacimiento. Hoy en día, los restos del colector sólo son observables a través de algunos de los registros que jalonan el recorrido de la calzada, pero ello permite constatar la gran profundidad que alcanza en el extremo oriental junto a la Avda. de Extremadura. Hasta el momento no se han podido determinar las dimensiones ni las características de su trazado. Para el caso del colector norte, su construcción viene también por la necesidad de encauzar las escorrentías de una vaguada natural cuya depresión es aprovechada para levantar el Anfiteatro. Realmente las cloacas del edificio pueden clasificarse en dos grupos: las que evacuan las aguas de las laderas y aquellas que recogen los aportes pluviales del graderío y la arena. Todo ello se integra en un sistema que se adapta a los distintos aportes hídricos y a variaciones topográficas muy destacables, ajustado a su vez a la planta elíptica del edificio.
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ITALICA. LA RED DE ALCANTARILLADO
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Fig. 4. Cloaca perimetral exterior del Anfiteatro en la porta libitinaria.
Todo el complejo está diseñado para verter hacia el Este, es decir, hacia el río, y se organiza de la siguiente manera: Existe una cloaca perimetral justo delante de la línea de fachada que rodea el edificio completamente. Aunque sólo se conocen los restos en la mitad sur se considera unánimemente que la mitad norte sería igual. Se trata de una cloaca construida con ladrillo y cubierta de tégula, dentro de la masa de opus caementicium. El canal tiene unas dimensiones de 0,70 m de ancho y 1,70 m de altura. Una de las características más destacadas es que estas cloacas presentan dos pendientes según el eje transversal del edificio, es decir, teniendo en cuenta que los puntos más altos de estas canalizaciones coinciden con los extremos norte y sur, las corrientes vierten al Este y al Oeste. Estas cloacas, al alcanzar ambos extremos del eje mayor muestran una gran pendiente para cruzar por debajo de las escaleras exteriores y descienden hasta la cota del pavimento del edificio. Mientras que las aguas que fluyen a Levante evacuan a un gran colector que parte de la porta triumphalis, las que llegan a la puerta occidental, la porta libitinaria, se desvían, según vengan de la ladera norte o la sur, a sendas canalizaciones que se desarrollan a lo largo de las galerías principales de la planta baja, hasta llegar
a la cloaca perimetral que emboca en el colector mencionado. Asimismo, algunos metros al norte del eje longitudinal del edificio se documenta una canalización que vierte a la perimetral. Tiene 0,62 m de ancho, presenta suelo de ladrillo y una altura en la unión con la perimetral de 1,70 m, la cubierta parece ser de una bóveda de cañón hecha con ladrillo. Se ha interpretado que este canal sería el encauzamiento de las aguas de la vaguada. A los tramos que discurren por las galerías interiores llegarían las aguas pluviales que se recogen en el graderío a través de bajantes de ladrillo realizados en los propios muros. Por último, existe una atarjea que cruza longitudinalmente la fossa bestiaria que recoge el agua de la arena y vierte en el punto antes señalado de la porta triumphalis. Finalmente, como hemos indicado, todo el sistema evacua a una gran cloaca de más de 2 m de altura y 0,90 m de anchura que se dirige hacia la llanura aluvial, recogiendo también los aportes que venían del cardo máximo. La descripción de esta red de saneamiento evidencia la genial planificación que subyace bajo la construcción del Anfiteatro. Su integración en el diseño y masas del edificio adaptándose a las particularida-
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Álvaro Jiménez Sancho
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Fig. 6. Interior de la cloaca del cardo máximo en la vertiente sur.
des topográficas del lugar es, sin duda, uno de los ejemplos más elaborados de los sistemas de evacuación de aguas. Aunque todavía está pendiente un estudio mucho más profundo y sistemático de la cuestión, hace algunos años se realizó la primera planta de las cloacas principales de la planta baja.19
acueducto del siglo I,20 que sería posteriormente complementado durante la ampliación adrianea con la construcción de un nuevo ramal y el castellum hoy conservado para dar servicio a la nueva zona norte. No obstante, se considera que tuvo que existir otro depósito en la ciudad para abastecer las Termas Menores y a la ciudad pre-adrianea. El castellum aquae de Itálica fue excavado por M. Pellicer,21 sin embargo, de aquella actuación interesa reseñar la documentación de una cloaca perimetral, situada entre la muralla de la zona norte y las casas. Esta cloaca perimetral tiene un specus de ladrillo con cubierta a dos aguas, todo ello embutido en opus caementicium. Las dimensiones interiores son 1,20 m de altura y 0,80 m de anchura. El relleno se fechó entre los siglos II y III. Cada 60 m existían acometidas que marcaban las calles perpendiculares. Estas vías tenían registros cubiertos por una losa de piedra de tarifa.
2.4.
2.5.
Fig. 5. Atarjea de la fossa bestiaria.
PARTICULARIDADES
DE LA RED DE EVACUACIÓN
El uso de las cloacas en una ciudad romana se relaciona a menudo con la existencia de un castellum aquae. La correlación entre la red de abastecimiento y la de evacuación viene de una mención explícita de Frontino (De Aquaed., 88, 3), quien al referirse al agua sobrante que rebosa de los depósitos (aqua caduca), dice que no debe ser reutilizada salvo concesión expresa ya que sirve para limpiar el alcantarillado, dotándolo de una corriente continua. En el caso de Itálica, se interpreta que hubo un primer 19 En diciembre de 2005, el arqueólogo y espeleólogo Sergio García-Dils realizó desinteresadamente un levantamiento planimétrico básico de 475 m de cloacas, que ha servido para clarificar la organización de la red del Anfiteatro y cuya planta se publica en este artículo.
CLOACAS
EN EL NÚCLEO URBANO
Hasta aquí hemos descrito brevemente las cloacas que caracterizan el área norte de la ciudad italicense. Pero para entender el verdadero alcance de esta inmensa red subterránea es oportuno compararla con los ejemplos documentados en el resto del núcleo urbano, que aunque muy escasos y parciales datan de momentos anteriores e incluso coetáneos a la ampliación norte. Frente a los restos ya conocidos de las Termas Menores22 y la zona del mirador del Teatro, en los últimos años se han descubierto restos de cloacas más antiguas que muestran un panorama muy diferente. 20 21 22
Canto 1979. Pellicer 1979. Roldán Gómez 1992; 1993.
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ITALICA. LA RED DE ALCANTARILLADO
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Fig. 8. Interior de la cloaca del mirador del Teatro.
Fig. 7. Cloaca del mirador del Teatro.
Para el caso de las Termas Menores, estamos ante canalizaciones internas de un edificio con unos usos claramente hidráulicos por lo cual no son indicadores específicos del sistema general de la ciudad. Encontramos varios tipos de cloacas embutidas a lo largo de los muros. Este edificio se viene fechando en época del emperador Trajano23 y ha dado pie a interpretar que las mejoras de la ciudad ya fueron iniciadas bajo su gobierno.24 Uno de los restos mejor conservados en la zona urbana es la cloaca del mirador del Teatro. Esta infraestructura, que apenas ha sido estudiada,25 está construida con ladrillo y cubierta con tégulas a dos aguas. El suelo es también de tégulas. Toda la fábrica, envuelta en una masa de opus caementicium, es paralela a un cimiento del mismo material, que define el límite interior de una galería porticada, es decir, que la cloaca discurre por delante de lo que sería la línea de columnas y recogía el agua de la plaza a través de imbornales abiertos en la masa de caementicium, que atraviesan la cubierta de la cloaca con 23 24 25
León 1977-78. Corzo 2002. Roldán Gómez 1992; 1993.
tégulas con un orificio central. La anchura interior es uniforme en todo el recorrido conocido, 0,45 m (1,40 m en total), mientras que la altura varía según los puntos del trazado, así, en el tramo de la plaza porticada es superior a 2 m, mientras que se reduce a 1,30 m, una vez que sale del edificio, y llega a 0,70 m antes de correr bajo la calzada que hay junto al iter norte del Teatro. El recorrido de la cloaca presenta una curva hacia el norte que busca la salida directa del edificio a fin de evitar la presencia del Teatro. Las otras evidencias han sido descubiertas en distintas excavaciones urbanas dispersas por todo el yacimiento. A finales de los setenta del siglo XX, en la c/ Santo Domingo, en lo que sería una zona periférica al sur del núcleo urbano, se documentó una cloaca con cubierta de tégulas orientada este-oeste que desaguaba en el arroyo del Cernícalo.26 Durante la campaña de excavaciones de 1990 en el Teatro, se excavó la zona al exterior del iter norte donde se documentó una arqueta de ladrillo y dos atarjeas menores. Estas infraestructuras se han fechado aproximadamente en el siglo III, y sus características formales y dimensiones no difieren de otros ejemplos mencionados. Construidas con ladrillo, sólo conocemos que el registro tenía una losa de piedra como tapa y que fue saneada en varias ocasiones. En el lado oriental de la porticus post scaenam se documentó una canalización del siglo II que enlazaba el estanque central con la cloaca que había bajo una calzada aledaña. La infraestructura mide 0,40 m de anchura y está construida con ladrillo y cubierta de tégula a dos aguas, todo envuelto en opus caementicium. Se ha documentado también una arqueta cubierta con una losa de mármol reutilizada. A partir del año 2005, se han realizado nuevas excavaciones en el casco urbano de Santiponce que han permitido documentar nuevos ejemplos de cana26
León 1982.
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Álvaro Jiménez Sancho
Anejos de AEspA LX
mortero de cal y arena. El fondo es una base de ripio y mortero. La anchura interior del specus es de 0,52 m. No se conserva cubierta, aunque superaba una altura interior de 0,50 m. Por último, en las nuevas excavaciones desarrolladas en el Teatro se ha documentado una cloaca datada a mediados del siglo I a. C. y destruida en el Cambio de Era para la construcción de Teatro. Esta canalización se ubica en el extremo oriental del núcleo ocupacional de la ciudad romana, interpretándose como una de las cloacas urbanas que vertería hacia la zona extramuros de la Vega. Es una infraestructura construida con mampostería caliza careada y cubierta con bóveda de cañón adovelada del mismo material. Las dimensiones del canal son 0,50 m de anchura y 0,70 m de altura máxima. Hasta aquí se han descrito la mayoría de las evidencias conocidas de cloacas en Itálica. Han quedado patentes las diferencias entre las canalizaciones adrianeas y las que se fechan con anterioridad. Pero la particularidad de estas infraestructuras se evidencia también si las comparamos con las descubiertas en la cercana Hispalis. Fig. 9. Cloaca del siglo I a. C. anulada por el Teatro.
lizaciones de aguas residuales. Aunque son restos muy escasos permiten contrastar las características de estas infraestructuras con la información que hemos visto en la zona norte y constatar el alcance de esta en el resto de la ciudad. En la Plaza de la Constitución 11,27 en lo que sería la zona central de la ciudad, se documentó una calle terriza fechada a comienzos del siglo I d. C. No se ha documentado cloaca bajo esta vía, pero lo interesante es constatar como en el siglo II se pavimentó la calle con losas y se la dotó de una cloaca como las de la zona norte. Discurre por el centro de la calle y está construida con muros de ladrillo a soga y tizón y presenta una cubierta de tégula a dos aguas. Toda la estructura está envuelta en opus caementicium. La anchura del canal es de 0,64 m. Unos metros más hacia el sur se documentó un cruce con otra calle también enlosada y que tenía una cloaca de las mismas características. En la calle Nuestra Señora del Rosario 24,28 se identificó una primera ocupación del siglo II a. C. que se ve transformada en el siglo I a. C. mediante la configuración de una calle de la que no se ha conservado el nivel de uso, pero sí una parte de la canalización central. Consiste en una atarjea construida con mampostería irregular de piedra caliza y 27 28
Jiménez Sancho 2010. Jiménez Sancho e.p.
3.
CLOACAS DE HISPALIS
Los restos de calles de la Sevilla romana son muy escasos, por tanto la información acerca de la red de cloacas es casi nula. Sólo a partir de las últimas campañas de excavación en el solar de la Encarnación29 es posible analizar el sistema de infraestructuras de saneamiento en un sector particular de la ciudad, pero en una extensión lo suficientemente amplia como para realizar un análisis específico de las pautas de comportamiento. Se han documentado tres tramos de viario con sus respectivas cloacas. Se ha podido analizar la evolución del alcantarillado desde la primera mitad del siglo I hasta inicios del siglo V. En primer lugar, hay que señalar que las infraestructuras están construidas con ladrillo y bóveda de cañón, aunque las distintas reparaciones documentadas a partir del siglo IV implican la paulatina sustitución por cubiertas planas construidas con materiales de acarreo. En una de las vías se documentaban inicialmente atarjeas que discurren por los laterales recogiendo las acometidas de los edificios. En un momento posterior, este sistema se sustituye por una cloaca central. Este cambio se ha interpretado en función de la construcción del castellum aquae a fines del siglo I, descubierto re29
González Acuña 2007, 97-206.
Anejos de AEspA LX
ITALICA. LA RED DE ALCANTARILLADO
153
Fig. 10. Cloaca del siglo I (Mercado de la Encarnación, Sevilla).
Fig. 11. Cloaca reparada en época tardía (Mercado de la Encarnación, Sevilla).
cientemente en la plaza de la Pescadería.30 La existencia de una corriente más o menos continua de agua que pudiese limpiar las alcantarillas tendría su reflejo en esta reorganización de las mismas. Por último, en una excavación en el número 10 de la calle Cuna se ha documentado una cloaca que vertería al río. Estaba construida de ladrillo con bóveda de cañón. Data de época flavia pero fue sustituida por otra similar a comienzos de siglo II. Tiene una dimensiones de 0,45 m de anchura y 1 m de altura.
terísticas del terreno margoso, es decir, las dilataciones y contracciones estacionales del sustrato serían contrarrestadas con la cimentación masiva de la red de cloacas. Esta idea no ha sido analizada en profundidad mediante análisis de laboratorio pero gracias a los restos descubiertos en la Plaza de la Constitución 11 y en el Teatro, sabemos que en las zonas donde las margas están más profundas la técnica constructiva empleada durante el siglo II fue la misma. Quizás la explicación no esté en función del sustrato sino en la construcción de un sistema de cloacas eficiente y acorde con la promoción imperial. En este sentido, el hecho de que las cloacas de Itálica de época adrianea se caractericen por unas determinadas técnicas constructivas y que no sólo se restrinjan al área norte, permiten interpretar que las atenciones del emperador hacia su ciudad natal tuvieron un alcance mucho más amplio. No sólo se proyectó y construyó toda una zona monumental sino que se llevó a cabo una política uniforme en cuanto al tratamiento de las aguas residuales que abarcó toda la ciudad. Este extremo supone plantear el estudio de la gestión de los residuos urbanos de Itálica manejando nuevas variables. Sin duda alguna, el estudio pormenorizado de las cloacas de Itálica sigue siendo una asignatura pendiente.
4.
CONCLUSIONES
Como hemos visto, las cloacas de la Itálica de Adriano son un elemento urbano excepcional. La zona norte permite analizar el diseño urbanístico que subyace en la red general de alcantarillado; desde la canalización de cursos naturales hasta la adaptación topográfica y espacial de los drenajes del Anfiteatro. Destaca sin duda el empleo del opus caementicium como armazón que envuelve el canal. Para el caso de la zona norte, se ha relacionado su uso con las carac30
García García 2007.
Fig. 12. Levantamiento de las cloacas del Anfiteatro (S. García-Dils).
154 Álvaro Jiménez Sancho Anejos de AEspA LX
PROVINCIA LUSITANIA
AUGUSTA EMERITA JESÚS ACERO PÉREZ*
1.
INTRODUCCIÓN
Nuestra relación con esta línea de investigación que se ha dado en llamar «Arqueología de los Residuos» se inició cuando el recordado Xavier Dupré nos propuso realizar una tesis doctoral que analizase la gestión de los residuos urbanos en la provincia romana de Lusitania.1 Con esta nueva temática Dupré, siempre clarividente, pretendía llenar el vacío existente dentro de la investigación arqueológica, no sólo española sino también internacional, abordando una problemática hasta ahora tratada de forma marginal y que, sin embargo, ofrece grandes posibilidades de acercamiento a la comprensión de la realidad vivida por las ciudades del pasado. Por nuestra parte, el inicio siempre incierto y un tanto escéptico sobre un asunto apenas explorado —con todo lo de bueno y malo que la novedad conlleva— dio paso a un convencimiento acerca de su validez como modo de conocimiento de la dinámica sufrida por las ciudades de la Antigüedad a través del estudio de los modelos de gestión de los residuos urbanos. Por el momento, y a la espera de concluir dicha investigación, en las páginas siguientes trataremos de establecer las líneas generales del modelo de tratamiento de los residuos empleado en Augusta Emerita, atendiendo fundamentalmente a sus implicaciones urbanísticas y topográficas. El objetivo es realizar un análisis integral donde se ponga en relación todos los aspectos vinculados a la gestión de los residuos urbanos, aunque aglutinados en dos grandes bloques de investigación —uno referido a la gestión de los residuos líquidos y otro a los sólidos—, cada uno de ellos con una problemática y forma de estu* Instituto de Arqueología de Mérida (CSIC-Junta de Extremadura-Consorcio Mérida). 1 Realizada bajo su dirección y la de J.A. Remolà, a los que se sumaba el apoyo de E. Cerrillo en la Universidad de Extremadura y de P. Mateos en el Instituto de Arqueología de Mérida, sede donde hemos venido desarrollando dicha investigación, aún en curso de elaboración. A pesar de la ausencia irremplazable del primero de ellos, sirvan estas palabras como agradecimiento a la confianza que todos depositaron en nosotros.
dio específica, pero cuyas implicaciones urbanísticas, históricas y socio-económicas deben entenderse de forma conjunta. El panorama a recrear debe ser necesariamente sintético, aunque aprovecharemos la ocasión para exponer algunas observaciones que juzgamos de interés acerca de la problemática, tanto metodológica como conceptual, que conlleva abordar una investigación sobre la gestión de los desechos urbanos en las sociedades del pasado.
2.
EL MEDIO FÍSICO
Un análisis acerca de la gestión de los residuos en cualquier aglomeración urbana debe partir ineludiblemente de un conocimiento de la topografía y de los condicionantes físicos que caracterizan a su emplazamiento, pues son factores que determinarán en buena medida los mecanismos de tratamiento de los desechos urbanos. En el caso de Augusta Emerita, la colonia fundada por Augusto en el año 25 a. C., con una extensión aproximada de 75 hectáreas, ocupa unas suaves colinas que se sitúan junto a la confluencia de dos ríos: el Guadiana y su afluente el Albarregas. Resulta cuando menos sintomático que un buen número de ciudades romanas reproduzcan en su emplazamiento unas condiciones topográficas muy similares, no ya sólo coincidiendo en aprovechar algunas elevaciones de mayor o menor consideración junto a un río o en la orilla del mar, sino procurando también la presencia de un curso de agua menor que confluye en la corriente principal, como vemos que sucede en la colonia emeritense y también en Aeminium, Caesaraugusta, Olisipo, Lucus Augusti y Tarraco por citar algunos ejemplos dentro del contexto hispano. Se trata de una circunstancia muy repetida y significativa, que sin embargo no ha suscitado hasta el momento una justa valoración dentro de los estudios sobre planificación urbana romana. No cabe duda que la inmediatez a masas y corrientes de agua proporciona la energía motriz y el aporte hídrico requerido para desarrollar actividades industriales y comerciales de diverso tipo, pero además,
158
Jesús Acero Pérez
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Fig. 1. Topografía del emplazamiento de Augusta Emerita (diseño elaborado a partir de la planimetría de T. Barrientos, I. Arroyo y B. Marín – Consorcio de Mérida).
y sobre todo, proporciona un medio eficaz para la eliminación de los desechos urbanos, no sólo como punto de desagüe habitual de la red de alcantarillado, sino también como lugar de vertido de residuos sólidos. En este sentido, es interesante resaltar que las ciudades se han erigido históricamente junto a las riberas de los ríos, no tanto para captar su agua, sino más bien para desprenderse rápida y eficazmente de los residuos urbanos aprovechando la corriente.2 Y en consecuencia, difícilmente se podrá utilizar un agua contaminada para consumo humano. Por tanto, al agua para beber se obtiene preferiblemente de manantiales y corrientes subálveas localizadas tanto en el propio solar urbano como en otras zonas de captación en un entorno más o menos próximo, siendo en este último caso transportada hasta la población a través de conducciones hidráulicas creadas ex professo. 2
Remolà 2000, 112; Triviño 2005, 146.
El ejemplo de Mérida es significativo en cuanto al aprovechamiento de un río para la evacuación de las aguas residuales de la ciudad. En este caso, según han puesto de manifiesto tanto Alba como Rodríguez Martín, las condiciones naturales que presentaba el cauce del Guadiana debieron ser adaptadas mediante la excavación de un canal o brazo lateral en la orilla más próxima a la ciudad, conocido hoy como Guadinilla, el cual, entre otros cometidos, servía como punto de desagüe de las cloacas urbanas intramuros.3 Lógicamente existen otros factores naturales que determinan el emplazamiento elegido para asentar una población de forma estable, entre ellos, la mencionada existencia de agua abundante para el consumo humano, la disponibilidad de materias primas, las condiciones topográficas favorables, etc. Todos ellos son fac3 Alba 2001a, 60 y 74-75; 2007, 157-158; Rodríguez Martín 2004, 368-370.
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tores en los que coinciden los investigadores que han analizado el emplazamiento de la colonia emeritense, además de la existencia de un paso natural vadeable en el río Guadiana,4 pronto consolidado con la construcción del famoso puente en el que confluía buena parte de las vías que ponían en comunicación la capital de Lusitania con el suroeste peninsular.5 En cuanto a la orografía del solar emeritense, ésta viene caracterizada por la existencia de unas colinas de poca elevación que alcanzan su mayor altura tanto en el límite sureste del perímetro amurallado (en el llamado «cerro de San Albín») como en el límite noroeste (en el «cerro del Calvario»). Dichas colinas se alternan, dentro de lo que iba a ser el perímetro murado de la colonia, con al menos tres vaguadas mayores y varias escorrentías menores que se dirigen al Guadiana. El trazado de la muralla romana seguirá los puntos más elevados del terreno y también la línea divisoria de aguas entre el río Guadiana y el Albarregas, de modo que la propia pendiente en el área intramuros asegura una caída natural de las aguas hacia el Guadiana, mientras que en el espacio periurbano noreste el desagüe del terreno se produce hacia el Albarregas. Esta topografía con suaves inclinaciones favorecerá tanto la distribución del agua por toda la superficie urbana como la evacuación de los residuos líquidos a través de una red de alcantarillado que sigue la pendiente natural del terreno (Fig. 1). En lo que se refiere a la composición geológica, la colonia se asienta sobre un sustrato natural formado en su mayor parte de rocas ígneas como los gabros y, sobre todo, las dioritas. Se trata de rocas de notable dureza, aptas para la construcción de sólidos muros de mampostería y, en el caso de las dioritas, especialmente apropiadas además para la pavimentación de las vías urbanas. Sin embargo, la propia composición de estas rocas las convierte en un subsuelo poco permeable, y por tanto, propenso a la acumulación de líquidos,6 que deberán ser evacuados mediante la instalación de colectores, y por el mis4 Entre los investigadores que han hecho hincapié en esta cuestión cabe mencionar los pioneros artículos de Álvarez Sáenz de Buruaga (1976) y Almagro (1976), seguidos de los trabajos de Álvarez Martínez (1983, 5-18), Calero (1986, 4547) y, más recientemente, Alba (2007, 153-158) y Feijoo y Alba (2008, 99-108). En ellos se aluden, además de los condicionantes geográficos, las motivaciones de tipo estratégico que propiciaron la fundación de Mérida en el contexto de la política de ocupación romana del occidente de la Península Ibérica. 5 Sobre el gran puente del Guadiana y las vías que en él confluyen vid. Álvarez Martínez 1983. 6 La situación se agrava si tenemos en cuenta, además, tanto el elevado nivel freático del emplazamiento donde se asienta Mérida, como la existencia de veneros y vaguadas que recorren el terreno. Vid. Feijoo y Alba 2008, 100-101.
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mo motivo, inapropiado para la filtración y drenaje requeridos en el adecuado funcionamiento de los pozos ciegos, no conocidos para la Mérida romana.7
3.
LOS RESIDUOS LÍQUIDOS
Las infraestructuras hidráulicas ponen de manifiesto la pericia de los ingenieros romanos a la hora de aprovechar las condiciones que ofrece el medio físico y transformarlo en la medida de sus necesidades. Ejemplo de ello es el empleo calculado de las pendientes naturales del terreno para la evacuación de las aguas residuales a través de una red de cloacas. Es admirable el esfuerzo constructivo que supone la ejecución de un sistema urbano de saneamiento, diseñado para proporcionar un servicio eficaz durante un período de tiempo lo más duradero posible. El funcionamiento de este sistema resulta imprescindible para posibilitar la habitabilidad del núcleo urbano, desempeñando un papel tan relevante como el que cumplen los sistemas de abastecimiento de agua, con los que se relaciona íntimamente. Sin embargo, su importancia ha pasado desapercibida hasta hace muy poco tiempo y el interés por su estudio ha quedado tradicionalmente relegado a un segundo plano por parte de la investigación no sólo emeritense sino también internacional, más preocupada en analizar otros aspectos más monumentales y vistosos dentro del ciclo urbano del agua, como los acueductos, los complejos termales, los ninfeos y las presas. El uso poco atractivo para el que fueron concebidos los desagües y cloacas, unido a las condiciones del contexto en que aparecen dichas infraestructuras, a una cota inferior respecto a los niveles de circulación de la época, a menudo presentando serias dificultades para su correcta documentación, ha colaborado en el desinterés general hacia ellas. Sin embargo, todo esto no las convierte en obras menos monumentales que un acueducto, pues los criterios constructivos e ingenieriles que intervienen en la ejecución de ambos son los mismos. Es más, precisamente el hecho de su localización subterránea ha favorecido la preservación de las cloacas a lo largo del tiempo, resultando ser con frecuencia las construccio7 Aunque en la bibliografía se haya llegado a plantear la presencia de pozos ciegos en las domus emeritenses (cfr. Márquez 2010, 148), lo cierto es que la única estructura susceptible de tal definición presenta dudas de interpretación, llegándose a plantear un uso como habitación subterránea (vid. la A 2 en la descripción de Nodar 2005, 59 y 63). En caso de confirmarse su utilización como pozo ciego, se trataría de un caso aislado, que se vincula a la primera fase constructiva de una domus, momento en el que la vía aledaña carecía aún de cloaca.
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Fig. 2. Primer plano de cloacas de Mérida, elaborado por A. Galván en 1913.
nes que presentan un mejor estado de conservación. No en vano, en la Mérida de finales del siglo XIX el espíritu regeneracionista del momento impulsó el intento de recuperación de las antiguas cloacas romanas,8 finalmente sustituidas por una nueva red de saneamiento, sin que ello impida que aún hoy encontremos algunos tramos del alcantarillado romano que siguen cumpliendo su función primitiva. En un trabajo reciente revisamos tanto las fuentes documentales como la bibliografía arqueológica relacionada con la gestión de los residuos líquidos en la Mérida romana.9 Desde la descripción ofrecida por Moreno de Vargas ya en el siglo XVII y el primer plano elaborado en 1913 por A. Galván (Fig. 2),10 relativamente poco se ha avanzado en el conocimiento de la red de alcantarillado romano. Durante mucho tiempo la red de cloacas ha interesado únicamente en 8
Vid. Alba 2001, 76-77; Acero 2007, 462-463. Acero 2007. 10 Plano incluido en la primera edición de la obra de M. Macías Mérida Monumental y Artística (1913) y reelaborado por el mismo Macías en la segunda edición de su libro (1929). 9
cuanto testimonio del trazado del viario urbano romano, dentro de los estudios de urbanismo antiguo, pero poco interés habían suscitado per se las características de los elementos que integran el sistema de alcantarillado. Afortunadamente en los últimos años, la preocupación cada vez mayor por analizar las infraestructuras asociadas al ciclo del agua ha venido también acompañada de un interés por la comprensión del funcionamiento de los mecanismos de evacuación de las aguas residuales.11 Así, han aparecido tanto estudios específicos sobre la red de alcantarillado emeritense,12 como otros trabajos que analizan el sistema de evacuación como una fase dentro del ciclo urbano del agua.13 11 También para otras ciudades del mundo romano. Véase, entre otros, los trabajos de Jansen 1991; 2000; Mostalac 1994, Ventura 1996, 126-132; Wilson 1997, 201-217; Burés 1998; Cinca 2002; Egea 2004; Hopkins 2007 y los artículos contenidos en Ballet et al. 2003. Síntesis generales las encontramos en Hodge 1992, 332-345 y Tölle-Kastenbein 1993. 12 Hernández Ramírez 1998; 1998a, 61-102. 13 Alba 2001, 70-77; 2007, 153; Mateos et al. 2002, 84-85.
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3.1.
LA
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RED PRIMARIA
Augusta Emerita cuenta con un servicio público de saneamiento planificado desde los primeros momentos de vida de la colonia, aunque su ejecución pueda prolongarse cierto tiempo14 debido a la magnitud de una obra de tales características. De hecho se ha llegado a estimar que su construcción supone aproximadamente la extracción de 50.000 m3 de tierras para una red que en conjunto recorre unos 20 km de longitud.15 Las cloacas discurren bajo el empedrado de losas dioríticas de las calles, a una profundidad variable según las necesidades que la pendiente del terreno imponga. Todas ellas se enFig. 3. Ejemplo de cloaca emeritense (c/ José de Espronceda, nº 25). cuentran excavadas en la roca natural y comparten una uniformidad morfoAunque tradicionalmente se viene hablando de lógica similar. Para su construcción se practica una una jerarquización en las dimensiones de los colecfosa, posteriormente enmarcada por dos potentes patores que integran la red, en la que supuestamente redes de mampostería ligada con cal, aunque dejandestacarían tres canalizaciones mayores, llamadas do los paramentos sin enlucir con ningún tipo de mortero ni revestimiento. Sobre ambas paredes la «cloacas madres», instaladas en las tres vaguadas cubrición se ejecuta empleando piedras cortadas en principales que surcan el terreno interior de la ciudad forma de cuña y bien encajadas entre sí para conseen dirección al Guadiana,17 lo cierto es que los hallazgos arqueológicos indican la existencia de una reguguir una bóveda de cañón, cuyo trasdós se protege laridad en el tamaño de la red,18 al menos en cuanto por una consistente lechada de argamasa de cal. El a las cloacas intramuros, con unas medidas en torno fondo de la canalización es la propia roca natural retallada (Fig. 3). a 1,20 m de altura y un ancho alrededor de los 0,80 Por norma general se disponen en el eje longitum. Se trata de dimensiones relativamente amplias tedinal de la vía, recibiendo tanto las acometidas proniendo en cuenta las condiciones de débil pluviosidad registradas en Mérida. En este sentido, recientecedentes de los inmuebles ubicados en ambos lados mente hemos tenido la ocasión de realizar una de la calle como los desagües encargados de evacuar aproximación teórica a la capacidad de desagüe de la las aguas pluviales. La red pública de alcantarillado viene configurada, por tanto, como una trama reticucloaca que discurre bajo el decumanus maximus, llelar, en correspondencia con el trazado ortogonal del gando a la conclusión de que se encontraba sobreditejido viario de la colonia. Su implantación sobre el mensionada del orden de tres veces sus necesidades funcionales reales.19 Por tanto, es posible interpretar terreno aprovecha las pendientes marcadas por la que el tamaño de las cloacas responde a la necesidad orografía natural, de tal modo que, dentro del recinde disponer de un espacio mínimo tanto para la ejeto intramuros, las cloacas dispuestas bajo los cardines desembocan en los decumani y éstos a su vez en cución de la obra como para su posterior manteniel río Guadiana, mientras que los colectores extramumiento, a la vez que garantiza la evacuación duranros, introducidos poco tiempo después para dar serte eventuales lluvias torrenciales, favoreciendo así la integridad de la estructura al evitar que entre en carga. vicio a los nuevos barrios surgidos al exterior de la muralla,16 desembocan en el río Albarregas o en otros arroyos vecinos. 17 Se trata de una concepción heredada de la descripción 14 15 16
Alba 2001a, 403. Feijoo y Alba 2008, 116. Feijoo 2000, 573-574; Alba 2001, 71.
que ofreció Moreno de Vargas en el siglo XVII y que se ha mantenido incluso en trabajos recientes. Véase, por ejemplo, Hernández Ramírez 1998a, 72. 18 Circunstancia ya advertida por Alba 2001, 73. 19 Castillo et al. 2008.
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Fig. 4. Tramo de cloaca con trazado sinuoso (Foto: T. Barrientos – Consorcio de Mérida).
No faltan algunos tramos concretos dentro de las cloacas intramuros que se desvían de la pauta habitual, bien por tener características constructivas peculiares, o bien por cuestiones particulares de su trazado. Dentro del primer caso se encuentra el uso del ladrillo en la fábrica tanto del colector procedente de la fosa del anfiteatro como de la cloaca dispuesta en el pulpitum del teatro, rasgo posiblemente indicativo de un mismo proyecto (evacuación de los edificios de espectáculos), realizado al margen de la red viaria de cloacas, aunque conectado con ellas. Respecto al segundo, se conoce, por ejemplo, un tramo de cloaca localizada en la calle Francisco Almaraz y caracterizada por mantener un trazado sinuoso y no rectilíneo, tal vez debido a la imposibilidad de retallar la diorita natural demasiado resistente en ese punto20 (Fig. 4). Asimismo, en el solar nº 6 de la calle Lope de Vega se localizó un tramo de cloaca que interrumpía su trayecto sin causa aparente.21 Y muy cercana a esta última, en el solar nº 9 de la travesía de Pizarro, fue documentada una cloaca que discurría no en relación con una calle sino soterrada bajo los inmuebles de una manzana (Fig. 5). La función exacta de este último conducto se desconoce, aunque se ha planteado que sirviese para drenar las aguas de una vaguada natural con el nivel freático muy alto.22 Por otro lado, se conoce la salida de seis cloacas, insertas en el dique de contención de aguas erigido junto al puente sobre el Guadiana, estructura que, pese a su monumentalidad e interés, aún adolece de un estudio específico. Dichas desembocaduras son adinteladas (Fig. 6), a excepción de la correspondiente al decumanus maximus, tallada en forma de arco de medio punto rebajado. En contra de lo que cabría esperar, todas ellas presentan como particularidad la 20 21 22
Barrientos 2000, 66. Palma 2001, 232. DDCM 2006, 264. Cfr. Feijoo y Alba 2008, 115.
Fig. 5. Pozo de registro en el cruce de dos cloacas (Foto: S. Feijoo – Consorcio de Mérida).
reducción de la sección hidráulica de sus respectivas cloacas. Desconocemos cómo se concretaría el desagüe del resto de las cloacas en el río. Aunque algunas opiniones estiman que el dique se prolongaría aguas abajo del puente romano, hasta llegar a las inmediaciones del «molino de Pancaliente»23 —ocupando, por tanto, prácticamente todo el flanco ribereño de la colonia romana—, lo cierto es que hasta el momento carecemos de la constatación física de un muro de contención romano en este tramo. De hecho, la intervención arqueológica desarrollada hace algunos años bajo el actual parking de la Av. Fernández López documentó la presencia de una cloaca próxima a la orilla del río, asociada a estructuras de presumible carácter industrial que se encontraban reforzadas contra las avenidas del agua,24 lo que en principio excluye la presencia de un muro de protección. También es conocida la existencia de pozos de registro para inspección y acceso a las cloacas, por 23
Álvarez Martínez 1983, 70; Rodríguez Martín 2004, 389. Vid. la descripción e interpretación de las estructuras ofrecida por Estévez 2001. 24
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Fig. 6. Desembocadura adintelada de cloaca en el dique de contención de aguas.
Fig. 7. Cloaca colapsada (Foto: M. Alba – Consorcio de Mérida).
lo general construidos con bloques de granito y dispuestos en el cruce de las calles, como el documentado en el Área Arqueológica de Morería, cubierto por una gran losa de diorita,25 aunque no faltan en otros puntos del viario, como el documentado en el decumanus que delimita el recinto sacro de la calle Viñeros.26 También en el decumanus exhumado en la excavación del solar nº 9 de la travesía de Pizarro se localizó un registro, cubierto por un bloque rectangular de granito, y situado en el punto de unión entre la cloaca viaria y el conducto ya referido que discurría bajo una manzana27 (Fig. 5). Desconocemos con detalle el proceso de colmatación de la red de cloacas. Tanto su reutilización en tiempos históricos posteriores, como la limpieza de la que fueron objeto a principios del siglo XX, han provocado la eliminación de los rellenos originales. No obstante, existen algunos indicios que permiten plantear un estado deficitario de la red en época tardoantigua. Así, en el solar de esquina entre las calles
Suárez Somonte y Sáenz de Buruaga se documentó un tramo de cloaca que hacia el siglo V-VI d. C. ya se encontraba relleno por una acumulación de sedimentos que alcanzaba los 40 cm. En esos momentos sufrió el hundimiento de su bóveda y de las losas de la calzada que se le superponían, taponando de este modo el conducto (Fig. 7), que ya no fue reparado sino cubierto por un nuevo aporte de tierras hasta alcanzar la rasante de la vía y restablecer así el paso por la calle.28 Esta situación supone la obstrucción en el flujo del agua por esta canalización, si es que no se encontraba ya completamente interrumpido con anterioridad. El buen funcionamiento de una red de cloacas requiere, tanto de un flujo constante de agua que desplace los detritus, como de labores de limpieza que eliminen de forma periódica los sedimentos acumulados. La ausencia combinada de estos dos factores provoca la colmatación paulatina de los conductos, tal como ya estaba sucediendo con la referida cloaca incluso antes de que ésta sufriera el derrumbe de su bóveda. A este respecto, Alba explica la colmatación gradual de la red de alcantarillado como consecuencia del corte en el suministro de agua procedente de los acueductos, presumiblemente inutilizados en el siglo
25 Alba 2001, 75; 2001a, 416. Otro ejemplo de registro en el cruce de dos cloacas es referido por Mélida 1925, 121. 26 Palma 2009, 363. 27 DDCM 2006, 264. Solar excavado en dos fases de intervención, primero bajo la dirección de E. Gijón y después de S. Feijoo.
28
Alba 2000, 291; 2001, 76.
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d. C.29 No obstante, y a pesar del evidente deterioro de la red, algunos tramos de cloacas debieron continuar en uso bastante tiempo antes de su anulación definitiva. Buena prueba de ello son tanto los canales de desagüe romanos reaprovechados durante la ocupación tardoantigua como los nuevos canales en dirección a las cloacas construidos no sólo en esta última época sino incluso en la etapa islámica.
V
3.2.
LOS
DESAGÜES SECUNDARIOS
A la red pública de cloacas confluía toda suerte de canales de desagüe que recogían tanto los residuos líquidos procedentes de las viviendas, industrias, termas y edificios públicos, como el agua sobrante de las fuentes públicas y el agua de lluvia a través de sumideros instalados a los pies de los pórticos en la vía. Se trata de canalizaciones con tamaño y fábrica variable: las encontramos de hormigón encofrado, o construidas de ladrillo, de mampostería, o incluso combinando diferentes materiales, con cubiertas —normalmente adinteladas— confeccionadas de ladrillo o piedra (Fig. 8). Es frecuente encontrar materiales reaprovechados (fragmentos de material latericio, piedras e incluso piezas de mármol), especialmente en los canales más tardíos. Mención aparte merece el empleo de fistulae plúmbeas empleadas en el desagüe de piletas y estanques, tanto dentro de las termas como en las viviendas o en instalaciones de carácter industrial.30 Esta heterogeneidad tanto en tamaño como en fábrica se explica por la interrelación de múltiples variables entre las que se encuentra el tipo de promotor de la obra (iniciativa pública o privada), la funcionalidad concreta de la canalización y la época de su construcción, sin olvidar las frecuentes labores de reparación a las que estas infraestructuras debieron someterse a lo largo de su vida útil, lo que explica las variaciones que en ocasiones encontramos dentro de un mismo canal. Dichos desagües discurrían soterrados bajo las pavimentaciones, con pendientes variables hasta confluir en las cloacas a la altura de los salmeres de sus bóvedas. A menudo presentan grandes problemas de contextualización, debido a una deficitaria conservación en la que se mantienen tramos aislados de canalización que han perdido la conexión con otras estructuras, por lo que resulta difícil conocer cuál era su punto de origen, su destino, e incluso, discernir 29 30
Alba 2001, 76; 2004a, 224-226. Vid. Cano y Acero 2004, 393.
Fig. 8. Desagües en dirección a la cloaca de un cardo minor (c/ Almendralejo nº 11). En primer término, canal de ladrillo altoimperial que recoge las aguas pluviales al pie del pórtico de la vía. Tras él, canal de mampostería relacionado con la reocupación doméstica del espacio porticado en época tardoantigua (Foto: P. Delgado Molina–Consorcio de Mérida).
si transportaba agua limpia o residual. Asimismo, con frecuencia presentan problemas de datación precisa, al no existir materiales asociados en su cimentación y tampoco en sus rellenos de amortización. En estos casos para su datación hay que recurrir a las relaciones físicas con otras estructuras (con las calzadas, por ejemplo), no siempre determinantes, puesto que en ocasiones resulta complicado averiguar si se trata de canalizaciones planteadas desde un primer momento, o incorporaciones posteriores e incluso restauraciones, obras que a menudo dejan poca huella en el registro arqueológico.
3.3.
LA
EVACUACIÓN EN LOS ESPACIOS PÚBLICOS
Englobamos en este apartado los sistemas empleados tanto en los edificios de espectáculos, como en los grandes recintos porticados de carácter público.31 31 Mención aparte merece también el sistema de evacuación de los grandes conjuntos termales. Sin embargo, en la
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Fig. 9. Cloaca con bóveda de ladrillo delante del murus pulpiti del teatro.
En el primero de los casos, tanto la erección de los edificios de espectáculos aprovechando la pendiente natural del terreno, como la propia configuración de estos monumentos, convertidos en auténticas hondonadas, debió ocasionar importantes acumulaciones de agua en episodios de lluvia intensa. A ello se sumaba el desagüe del agua procedente de aquellas fuentes y elementos que adornaban y formaban parte del equipamiento de estos edificios. La evacuación de todos estos residuos líquidos constituyó sin duda una preocupación prioritaria en el diseño efectuado por los arquitectos romanos, ideando un sistema de desagüe propio en cada edificio,32 aunque en todos se capital lusitana los breves apuntes descriptivos disponibles hasta el momento y la ausencia de estudios monográficos sobre estos edificios dificultan su estudio. Esta deficiencia en la información se ha visto compensada parcialmente con la realización de meritorios trabajos de recopilación (Barrientos 1998; Reis 2004, 77-86; García-Entero 2005, 519-561), en los que, desgraciadamente, se incluyen escasas referencias al circuito hidráulico de estos edificios. Por fortuna en los últimos años el número de establecimientos conocidos se ha visto aumentado considerablemente merced a nuevos hallazgos bien documentados, cuyos resultados serán objeto de una publicación conjunta por parte del Consorcio de Mérida. 32 En la actualidad estamos realizando, junto a T. Barrientos, un análisis sobre la gestión del agua en el conjunto de edificios formado por el teatro y anfiteatro romanos de Mérida.
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sigue el principio básico de encauzar el agua que discurría por el graderío hacia desagües y colectores subterráneos. En el teatro, ya desde el momento de su excavación el mismo Mélida pondera en diversas ocasiones la planificación prevista para facilitar el desagüe del monumento.33 En este sentido, según explica el arqueólogo madrileño, el agua que discurría por la cavea se evacuaba a través de canales abiertos bajo las propias gradas, de los que aún puede contemplarse el que existe bajo el asiento superior de la proedria. Tanto el agua circulante sobre la cavea como la encauzada por medio de las mencionadas canalizaciones confluía en la cloaca con fábrica de ladrillo que se conserva delante del pulpitum de la escena (Fig. 9), la cual se dirigía a un colector que, procedente del anfiteatro, atravesaba el postcaenium del teatro en dirección al río Guadiana hasta conectarse con la red urbana de alcantarillado. Este último colector recoge a su paso los desagües tanto del canal perimetral de la porticus post scaenam como de la fuente con base de granito instalada junto al extremo sureste del mencionado canal.34 Asimismo, se conecta con él la cloaca existente bajo la calle que circunda el teatro y otra de procedencia desconocida documentada junto a la fachada del anfiteatro, a la que pertenece el imbornal granítico de boca redonda que contemplamos hoy día frente a la puerta principal del edificio. Por tanto, este colector, con paredes de mampostería y cubierta abovedada de ladrillo, es el encargado de recoger, en última instancia, los residuos líquidos generados en el conjunto monumental formado por el teatro (con su porticus) y anfiteatro. Respecto a este último edificio, se constata la preocupación por dejar libre de agua la doble praecintio en la que se divide la grada, para lo cual se disponen, regularmente colocadas a lo largo de su trayecto elíptico, unas canaletas de desagüe elaboradas en bloques de granito,35 buena parte de las cuales puede contemplarse en la actualidad (Fig. 10A). En cuanto a la fossa arenaria, a pesar de los intentos de explicación de su configuración y evolución,36 resulta necesaria una reexcavación que sume nuevos criterios de valoración a las descripciones ofrecidas Dicho estudio se desarrolla dentro del Proyecto de Investigación «El teatro y anfiteatro de Augusta Emerita: documentación, investigación y presentación de dos edificios de espectáculo de época romana» (3PR05A104), desarrollado por el Instituto de Arqueología de Mérida y el Consorcio de Mérida. 33 Mélida 1915, 23; 1925, 137 34 Mélida y Macías 1932, 8 y lám. III. 35 Ya citadas por Mélida 1919, 23; 1925, 164. 36 Vid. Golvin 1988, 110; Bendala y Durán 1995, 251; Durán 2004, 242-244.
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B Fig. 10. Anfiteatro. (A) Canaleta para evacuación del agua acumulada en la praecintio media. (B) Embocadura del desagüe de la fosa.
por Mélida37 y a los restos que hoy pueden contemplarse. Sabemos que en la fosa existen tres embocaduras fabricadas en ladrillo. Dos de ellas, alineadas con el eje mayor del edificio, permanecen inexploradas desde que fueran excavadas, y por tanto, desconocemos su función real, aunque ya el propio Mélida desestima la idea tradicionalmente asumida —incluso en el presente— de considerarlas canalizaciones asociadas a las vecinas conducciones hidráulicas de Cornalvo y Sán Lázaro.38 En cambio, la tercera sí corresponde a la bóveda de cañón de un desagüe que sirve de punto de arranque al colector antes mencionado que atraviesa el postcaenium del teatro en dirección al Guadiana (Fig. 10B). La fosa debió convertirse en el receptáculo último donde se acumulase toda el agua de lluvia caída al interior del anfiteatro, de ahí la necesidad de evacuar estos líquidos molestos a través de la canalización referida. Respecto al circo, levantado en una zona de vaguada que desciende hacia al río Albarregas, la mayor parte de su superficie es ocupada por la arena, delimitada en todos sus lados por un graderío de reducida altura. En este caso, una de las preocupaciones principales sería el mantener en buenas condiciones la pista donde se desarrollaba el espectáculo de carreras, lo que habría requerido un adecuado sistema de drenaje. Sin embargo, por el momento las excavaciones realizadas en el monumento tan sólo han identificado un canal de desagüe, que atraviesa perpendicularmente la arena junto al extremo occidental de la spina y cuya salida al exterior resulta hoy visible bajo la fachada norte del edificio (Fig. 11A). Dicho canal, aunque considerado por Mélida39 como
colector general del circo, parece más probable que funcione como encauzamiento artificial para evacuar las escorrentías de la vaguada natural que había quedado interrumpida por la construcción del edificio, tal como se ha planteado más recientemente.40 Asimismo, a falta de otros drenajes, no descartamos también, como ya hiciera Macías,41 que las puertas que dan acceso al edificio por el lado norte, todas abiertas al mismo nivel de la arena, cumpliesen una importante función como medio de evacuación de las aguas pluviales. Por otra parte, el desagüe de los euripi situados en los extremos de la spina se asegura mediante sendas canalizaciones, de las cuales la del estanque occidental desemboca en el canal antes mencionado que atraviesa la arena (Fig. 11), mientras que para la del extremo oriental se desconoce su destino final.42 Una diferente planificación requería la evacuación del agua en las grandes plazas públicas, habitualmente constituidas, en líneas generales, de un pórtico perimetral que delimita una amplia área interior a cielo abierto. Estos grandes recintos de carácter público, de gran significación político-social y religiosa, ocupan las áreas centrales de la colonia y, por tanto, deben adaptarse para conectar sus sistemas particulares de abastecimiento y desagüe al resto de infraestructuras urbanas. Sólo la construcción de un conjunto público de especial relevancia explica que, por ejemplo, se amortizase una parte del cardo máximo, como sucede en el conjunto de culto imperial,43 o que tuviese que ser desmontado un tramo de la cloaca de un cardo y sustituirlo por un nuevo colector a causa 40
37
Mélida 1919, 27-31; 1925a, 167-170. 38 Mélida 1919, 6-9. 39 Mélida 1925a, 7.
41 42 43
Montalvo et al. 1997, 251. Macías 1929, 118. Vid. Montalvo et al. 1997, 250-251. Mateos 2006, 321.
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Fig. 11. Canal que atraviesa la arena del circo (A), al cual confluye el desagüe del euripus occidental (B).
de la construcción del recinto sacro oriental del foro de la colonia.44 Aunque en los últimos años se han realizado importantes avances en el conocimiento de la implantación urbanística y configuración de los grandes conjuntos monumentales de Emerita, tanto el recinto de culto imperial provincial,45 como los recintos que componen el complejo forense colonial,46 por el momento sólo conocemos una pequeña porción de lo que debió ser su sistema de desagüe de las aguas residuales. Tanto en el conjunto de culto imperial como en el «pórtico del foro» se conoce la existencia de canales perimetrales abiertos que, a pesar de cumplir una evidente función decorativa —lo que requiere, por otra parte, un suministro constante de agua—, a buen seguro fueron utilizados también para recoger el agua procedente de las cubiertas y, a través de canales de desagüe secundarios, dirigirla hacia las cloacas de las vías colindantes. Pero el mejor ejemplo conocido en la ciudad del desalojo del agua de las techumbres lo encontramos en el templo de la calle Holguín, que, con su característica planta de «cella barlonga», presidía el recinto de culto 44 45 46
Ayerbe et al. 2009, 819. Mateos 2006. Ayerbe et al. 2009.
imperial. En este caso, en los paramentos que conformaban la esquina oriental de unión entre el pronaos y la cella del templo —y por tanto, punto de confluencia entre las tres cubiertas del edificio, la del pronaos, la central de la cella y la lateral este—, había sido planificado un hueco vertical para la colocación de una tubería bajante hoy perdida (Fig. 12). Esta última conducía el agua de lluvia hacia una canalización con cubierta a dos aguas, instalada bajo el pavimento de la plaza, y que probablemente se dirigía hacia la cloaca del cardo máximo.47 En la gran plaza del foro colonial las últimas intervenciones arqueológicas desarrolladas han permitido localizar asimismo un canal perimetral, pero en este caso, y a diferencia de lo que sucede en los recintos antes mencionados, se encontraba provisto de cubierta, adintelada, sobre la que apoyaban los peldaños de la escalinata corrida que comunicaba el área abierta de la platea con el interior de sus pórticos. Por tanto, no sólo se trataba de un canal sin función decorativa, sino que además se hallaba oculto. Esta circunstancia implica, tal como argumentan los arqueólogos, una recogida de las aguas de las techumbres a través de un sistema de canalones y bajantes conectados con arquetas o sumideros abier47
Mateos 2006, 258-259.
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Fig. 12. Bajante en el punto de unión entre el pronaos y la cella del templo de la calle Holguín.
tos a intervalos espaciales sobre dicho canal.48 Por otro lado, como parte del sistema de evacuación de aguas, se han localizado dos tramos de sendas canalizaciones abovedadas construidas en mampostería y que discurren bajo los edificios porticados de los brazos oeste y sur del foro. Ambas infraestructuras, dirigidas hacia el cardo maximus y en perpendicular al mencionado canal cubierto que circunda la platea, posiblemente servían de desagüe a este último.49 Asimismo, la evacuación de las aguas pluviales que discurrían sobre el suelo de la plaza del foro se veía favorecida por una ligera inclinación de la plataforma hacia el sur, donde las aguas en superficie serían encauzadas a través de los sumideros abiertos sobre el canal perimetral de la plaza.50 Peor conocida es la configuración de otras infraestructuras hidráulicas instaladas en la cabecera del foro, presidido por el conocido «templo de Diana». En este sentido, desconocemos el sistema de desagüe de los dos monumentales estanques que flanquean al edificio religioso. El único canal conocido, que confluye en el estanque occidental, tiene su origen en el 48 49 50
Ayerbe et al. 2009, 706. Ayerbe et al. 2009, 707 y 733. Ayerbe et al. 2009, 698.
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aljibe existente bajo el pronaos del templo y parece haber servido de abastecimiento,51 aunque los últimos trabajos de investigación descartan que ambas construcciones —aljibe y canalización— sean de época romana.52 Sí podría ser original una canaleta de mármol colocada en el borde superior del mismo estanque, con inclinación hacia su interior y dispuesta posiblemente bajo los niveles de pavimentación o abierta a ras de suelo, circunstancias que sugieren su relación con el sistema de recogida de las aguas superficiales del temenos.53 Finalmente, otros tramos de diferentes canalizaciones fueron localizados entre los restos excavados a principios de los años noventa del siglo XX en la calle J. Lennon, reinterpretados según las últimas investigaciones como parte de un conjunto monumental de carácter sacro vinculado ya desde época augustea al foro colonial emeritense.54 En la parte conocida se estructura espacialmente como un recinto con cuatro naves comunicadas entre sí, que delimitan un área central abierta, cuyo interior alberga un estanque monumental morfológicamente similar a los que flanquean al «templo de Diana». En la parte más profunda del tanque de agua se conserva un agujero de desagüe que atraviesa la estructura para conectar con un canal de evacuación.55 Este último, dirigido hacia la cloaca de un decumanus minor próximo, fue localizado en un tramo que discurría bajo el área abierta del recinto, construido con ladrillos tanto en las paredes laterales como en la cubierta plana, hasta adentrarse en la nave sur, donde la cubierta, también de ladrillos, adquiría forma abovedada. Antes de adentrarse bajo la nave se le superponía una atarjea vertical construida con paredes de ladrillo y posiblemente conectada con un sumidero colocado en la pavimentación del área abierta. Por último, otras canalizaciones de menor tamaño y funcionalidad incierta, documentadas en la nave oriental del recinto, han sido interpretadas en relación el sistema de entrada de agua al estanque central,56 sin que pueda descartarse, en nuestra opinión, que sean en realidad nuevos canales de desagüe.
3.4.
FORICAE Y
LATRINAE
Hasta el momento las excavaciones arqueológicas han permitido identificar un grupo de seis letrinas de 51
Álvarez y Nogales 2003, 111-116. Ayerbe et al. 2009, 682. 53 Reis 2009, 296. 54 Ayerbe et al. 2009, 796-806. 55 Ayerbe et al. 2009, 799. 56 Ayerbe et al. 2009, 799. 52
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A
B Fig. 13. Vista panorámica actual de la letrina situada tras el peristilo del teatro (A) y junto a la fachada del anfiteatro (B).
carácter público, tratándose del mayor conjunto conocido dentro de Hispania. Sin embargo, el estudio de estos edificios permanece inédito dentro de la investigación arqueológica emeritense, existiendo hasta el momento breves referencias57 y tan sólo una valoración de conjunto.58 Tres de estas letrinas, relacionadas con el grupo de edificios públicos formado por el teatro y el anfiteatro, constituyen un ejemplo representativo de la localización de foricae en recintos con gran afluencia de público. En dos de estas últimas, excavadas en la primera mitad del siglo XX, hemos tenido la oportunidad de realizar nuevas intervenciones que han aportado datos relevantes acerca de su configuración y evolución.59 La primera de ellas se ubica en la parte posterior de la porticus postscaenam del teatro, con fachada hacia una de las vías que daba acceso al edificio. En su espacio interior se 57
Alba 2001, 72; Mateos et al. 2002, 80. Acero 2011. 59 Excavaciones realizadas dentro del Proyecto de Investigación «El teatro y anfiteatro de Augusta Emerita: documentación, investigación y presentación de dos edificios de espectáculo de época romana» (3PR05A104), desarrollado por el Instituto de Arqueología de Mérida y el Consorcio de Mérida. Los datos aportados por ambas intervenciones, aún en fase de análisis, serán publicados dentro de la monografía que dará a conocer de forma conjunta los resultados obtenidos en el mencionado Proyecto. 58
localiza un largo canal longitudinal con capacidad para unos 25 usuarios, con los asientos de mármol y un canalillo delantero para el agua limpia hecho en el mismo material. La reciente intervención desarrollada en este lugar ha permitido documentar una interesante evolución del edificio que implica diversas reformas en sus pavimentaciones y en su sistema de desagüe (Fig. 13A). La siguiente de las foricae recientemente intervenidas se encuentra anexa a la fachada del anfiteatro suroeste del anfiteatro y muy cercana a la puerta principal del edificio. Fue excavada por Mélida entre 1919 y 1920, quien describe la aparición de dos canales paralelos, ambos impermeabilizados con mortero hidráulico y confluyentes en dirección a la cloaca, aunque curiosamente no los identifica como parte de una letrina, sino como canalizaciones de recogida de las aguas pluviales.60 Desde entonces las estructuras quedaron ocultas bajo diferentes aportes de tierra, restando sólo visible el canal que discurría junto a la fachada del monumento. No obstante, la presencia de la mencionada infraestructura, junto a restos visibles en superficie de un muro de cierre y de un piso de opus signinum, además de la propia 60
Mélida 1921, 10.
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Fig. 14. Letrina formando parte de las dependencias de un balneum (Foto: G. Sánchez Sánchez – Consorcio de Mérida).
descripción ofrecida por Mélida, hacían sospechar el uso del lugar como una letrina,61 compuesta de una canalización principal en tres de sus lados trazando una planta en U.62 Esta hipótesis ha sido confirmada durante la reexcavación del edificio, siendo visible en la actualidad no sólo el canal principal que recorre perimetralmente los tres lados, sino también el canal de agua limpia construido en opus signinum (Fig. 13B). Por último, hace algunos años se pudo intervenir en un área vecina al conjunto de edificios públicos, donde se identificó un espacio abierto interpretado como una palestra contigua al anfiteatro. Entre las estancias que separaban este recinto de la vía se localizó una letrina, de menores proporciones que las anteriores, pero con unas estructuras en aceptable estado de conservación, entre las que se encontraba el muro escalonado para servir de apoyo al asiento, la pavimentación de opus signinum y la canalización principal, paralela a los lados largos de la habitación y provista de un sumidero conectado a un canal de ladrillo que comunicaba con la cloaca bajo la calle.63 Fuera de estos ámbitos conocemos un ejemplo prototípico de letrina documentada en la calle Constantino, esta vez formando parte de un negocio privado de baños (balneum) fechado en el siglo IV d. C. 61 62 63
Alba 2001, 72. Acero 2011, 120. Alba 2001a, 72.
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Emplazada junto a la entrada del inmueble, estaba provista de un acceso en recodo que preservaba la intimidad de un número reducido de usuarios (tres o cuatro personas). Su limpieza se conseguía fácilmente a través de un canal que evacuaba el agua sobrante de las piscinas del frigidarium en dirección a la cloaca de la calle64 (Fig. 14). El caso más reciente de letrina pública ha sido localizado durante las últimas excavaciones realizadas en el antiguo cuartel Hernán Cortés, espacio correspondiente al suburbium noreste de la antigua colonia emeritense. Entre las dependencias de un edificio de posible carácter termal, levantado en el siglo II d. C., se ha documentado una letrina de planta cuadrangular de 4,6 m de longitud y 3,4 m de anchura, dotada de un canal principal con trazado en U. Su amortización se fecha a finales de la tercera centuria.65 Finalmente, en el brazo noroccidental del recinto sacro de la plataforma oriental del foro colonial, excavado en los pasados años ochenta, recientes investigaciones han puesto de manifiesto la presencia de una nave longitudinal que ocupa parte de dicho brazo, aunque con acceso desde el decumanus minor y situada a espaldas del espacio porticado del recinto, con el que comparte muro de cierre. A falta de otros datos arqueológicos se ha planteado el uso de este espacio como forica, tomando para ello en consideración no sólo la presencia de tres canales de desagüe sino el carácter público del espacio, su ubicación y su planta estrecha y alargada.66 Aunque esta hipótesis resulta muy plausible, sería necesaria la realización de nuevas excavaciones en el lugar para localizar la existencia de un canal principal que confirmase su uso como letrina. En cuanto a las latrinae emplazadas en espacios privados, resultan por el momento muy escasas en Mérida, pues o bien no se han localizado o bien han pasado desapercibidas durante las excavaciones arqueológicas. A ello debemos sumar la circunstancia de que la mayor parte de las domus sólo son conocidas de forma fragmentaria. No obstante, en algunas de las grandes viviendas excavadas en toda su 64 Nº de intervención 3027 del Departamento de Documentación del Consorcio de Mérida. Agradecemos tanto la información como la fotografía que nos ha proporcionado G. Sánchez Sánchez, responsable de la excavación, cuyos resultados serán objeto de próxima publicación. 65 Nº de intervención 8206 del Departamento de Documentación del Consorcio de Mérida. Agradecemos la información proporcionada por F. Sánchez Hidalgo, responsable de la excavación, cuyos resultados se encuentran aún en fase de revisión. 66 Ayerbe et al. 2009, 769-771.
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cha, con entrada en recodo y asociada a una cocina, siguiendo el modelo de las letrinas privadas bien conocidas de Pompeya y Herculano.69 No obstante, habría que proceder a nuevas excavaciones para confirmar esta hipótesis.
4.
Fig. 15. Planta de dos casas del siglo IV d. C. con indicación de la ubicación de las letrinas. Área Arqueológica de Morería: (A) Domus nº 5 («Casa de los Mármoles»); (B) Domus nº 6 (Dibujos: Alba 2005, fig. 3 y fig. 7 respectivamente).
extensión sí es posible identificar algunas de sus estancias como letrinas. Así sucede en la llamada «Casa de los Mármoles», donde sin duda desempeña esta función una habitación apartada de la vivienda, situada al final de un pasillo de servicio, muy cercana a los baños y detrás de la cocina, con un piso de opus signinum y un canal de evacuación67 (Fig. 15A). Emplazamiento similar tiene otra pequeña estancia interpretada como latrina en la domus nº 6 de Morería68 (Fig. 15B). En la conocida como «Casa del Mitreo», excavada a mediados del siglo XX, planteamos esta misma función para una habitación estre67 68
Alba 2005, 127 fig. 3. Alba 2005, 134 fig. 7.
LOS RESIDUOS SÓLIDOS
La preocupación por analizar los mecanismos de gestión de los residuos sólidos ha sido objeto hasta el momento de una escasa atención dentro de la bibliografía arqueológica emeritense, siguiendo la tónica general de la investigación arqueológica internacional. De hecho, podemos afirmar que en la capital de Lusitania se trata de una temática prácticamente inédita. Aunque a lo largo de una dilatada trayectoria de excavaciones en la ciudad se ha localizado un número relativamente importante de vertederos, la mayoría de ellos ha interesado en cuanto fuente de provisión de materiales arqueológicos, fundamentalmente cerámica, obviando otras informaciones intrínsecas de relevancia (composición, estratigrafía, continente, etc.). Sólo en las dos últimas décadas se ha producido una documentación arqueológica más completa,70 aunque ello no impide, sin embargo, que asistamos a una cierta confusión en el empleo de unos conceptos a los que se recurre indistintamente sin existir una definición clara para cada uno de ellos («vertedero», «vertido», «echadizo», «relleno», «escombrera», etc). Asimismo, la interpretación de los vertederos tampoco ha sido objeto de una valoración de conjunto dentro de un discurso explicativo que los relacionasen con la dinámica topográfica e histórica de la ciudad. Sólo en los últimos estudios dedicados a las pautas de transformación del hábitat urbano emeritense durante la Antigüedad Tardía se apunta a la proliferación de los vertederos intramuros como uno de los fenómenos que definen el paisaje del momento.71 A estas referencias añadimos la publicación de un reciente artículo donde es contextualizada la presencia de basureros como uno de los elementos que forman parte del suburbio emeritense en época altoimperial.72 69 Véase a modo de comparación los ejemplos expuestos en Jansen (1997, 128) y Hobson (2009, 45-60). 70 Vid. los informes de intervenciones arqueológicas recopilados en la serie Excavaciones Arqueológicas en Mérida. Memoria, editada desde 1997 por el Consorcio de Mérida, organismo encargado de la gestión del patrimonio arqueológico emeritense. 71 Vid. Mateos 2000; Alba 2004; 2005; Alba y Mateos 2006; Ayerbe et al. 2009, 828-831. 72 Vid. Márquez 2010. Agradecemos a la autora la posibilidad ofrecida para leer el texto cuando aún se encontraba en prensa.
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Por nuestra parte, a la hora de aproximarnos a las implicaciones arqueológicas y topográficas que se desprenden del análisis de los vertederos, juzgamos que deben ser atendidas tres variables principales, como son la ubicación del punto de deposición de los desechos, su contenedor y el contenido. A continuación atenderemos a estos aspectos, pero desde una perspectiva diacrónica, partiendo desde los primeros momentos del devenir de la colonia hasta llegar a la situación vivida durante la etapa tardoantigua.73
4.1.
ALTO IMPERIO
En época altoimperial la totalidad de los vertederos documentados hasta el momento en Mérida se ubican al exterior de la cerca urbana, siguiendo la pauta general conocida para la mayor parte de las ciudades romanas (Fig. 16). Esta circunstancia debe ser explicada como reflejo de una regulación municipal que dirige la deposición de los residuos hacia determinados lugares fuera del perímetro amurallado, aunque, siguiendo el principio básico de economía de esfuerzo, en general ocupan zonas próximas a la muralla. Dichos vertederos comparten el espacio extra moenia con otras actividades que podríamos considerar contaminantes, como son las instalaciones industriales y las áreas funerarias, si bien no podemos olvidar, además, que al exterior de la muralla se desarrolla desde fechas tempranas una ocupación urbana en la que encontramos no sólo importantes estructuras domésticas, sino también las infraestructuras públicas necesarias (suministro de agua, vías y calzadas, cloacas, etc.).74 Respecto a las sepulturas, conocemos ya desde la Ley de las XII Tablas la prohibición de enterrar —independientemente del rito— en el interior del 73 Prescindimos de analizar en este trabajo las acciones de reutilización y reciclaje, que constituyen en sí mismas un medio alternativo de gestión de los residuos sólidos. No obstante, se trata de un fenómeno con una problemática específica que merece un estudio aparte, aunque complementario con el panorama que aquí exponemos. 74 Una aproximación a la configuración del paisaje urbano extramuros en Augusta Emerita fue ofrecida por Feijoo (2000) y más recientemente por Márquez (2010). Las casas periurbanas de Mérida fueron objeto de una valoración conjunta en un artículo de Sánchez y Nodar (1999). El último estudio publicado sobre los caminos periurbanos emeritenses es obra de Sánchez Barrero (2010). Sobre los usos del suelo de las áreas periurbanas en las ciudades altoimperiales vid. Fernández Vega (1994). Es frecuente que los vertederos se alternen con las zonas de enterramiento y las actividades productivas, pero también con otras infraestructuras (tanto viarias como hidráulicas) e incluso con un uso residencial del suelo y también lúdico (horti y edificios de espectáculos).
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pomerium, precepto ratificado tanto en legislaciones imperiales posteriores como en las reglamentaciones municipales, de las que para Hispania resulta bien conocida la disposición expuesta en la ley de Urso. Como causa de la prohibición se aduce no sólo al peligro de incendio —en el caso de las cremaciones—, sino también a razones de higiene y salud pública e incluso a una motivación religiosa que tendía a separar espacialmente la muerte del ámbito sagrado intra pomerium.75 En Augusta Emerita se constata el respeto a esta norma durante el Alto Imperio, emplazándose los enterramientos en la periferia de la colonia y en las cercanías a las principales vías de acceso.76 Por su parte, las instalaciones de carácter artesano-industrial también constituyen un elemento limitado, por lo general, al espacio periurbano emeritense. Sirven como ejemplo las figlinae, ubicadas habitualmente fuera de las murallas, tal como dicta la ley de Urso, al menos para aquellos talleres con una producción relevante.77 Es obvio que en estas zonas, menos urbanizadas, este tipo de establecimientos disponía de más espacio no sólo para desempeñar sus labores sino para depositar sus desechos de producción, además de que así quedaba alejada del núcleo habitado una actividad por naturaleza contaminante y susceptible de provocar incendios. En Mérida los alfares y tejares documentados hasta el momento se encuentran concentrados mayoritariamente en el área sur de la colonia, aprovechando la calidad de los barreros allí existentes y la proximidad al agua del Guadiana. En un estudio reciente donde se ha analizado la distribución de las figlinae emeritenses, Barrientos78 ha agrupado los 33 hornos conocidos hasta el momento en 15 talleres, todos ellos altoimperiales (fundamentalmente del siglo I d. C.), dedicados mayoritariamente a la producción de material constructivo, a veces con una producción mixta en la que se combina con la producción de cerámica para uso doméstico, siendo menos numerosos los dedicados en ex75 Sobre esta prohibición y sus motivaciones vid. López Melero (1997, 110-112). Una reflexión sobre la impuridad de los residuos (incluidos los funerarios) y su separación de los espacios de vida (espacios sagrados) es ofrecida por Carandini (2000). 76 Una descripción de la distribución de los espacios funerarios en los siglos I al IV d.C. aparece en el trabajo de Nogales y Márquez (2002, 112-114). El plano más actualizado elaborado hasta el momento sobre la dispersión de las áreas funerarias emeritenses aparece incluido en dos trabajos de Márquez (2006, 125, fig. 106; 2008). 77 Las interpretaciones semánticas suscitadas en torno a las restricciones de la producción tegularia que plantea la Lex Ursonensis fueron objeto de análisis por Tsiolis 1997. 78 Barrientos 2007, 402-405, figs. 38 y 39.
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Fig. 16. Distribución de los puntos de deposición de residuos sólidos en Augusta Emerita durante los siglos I-VII d. C. Aparecen numerados los vertederos aludidos en este texto (diseño realizado sobre el plano de T. Barrientos, I. Arroyo y B. Marín – Consorcio de Mérida).
clusividad a una producción de material cerámico (Fig. 17). De todos ellos, tan sólo 4 se emplazan intramuros, aunque muy cercanos a la muralla y dedicados a la producción de cerámicas de pequeño formato, por lo que, según la propia Barrientos, cabría suponer que se tratase de instalaciones de tamaño reducido y no excesivamente molestas.79 En definitiva, una vez más los datos arqueológicos parecen confirmar el cumplimiento de la legislación respecto a la ubicación de los talleres dedicados a la actividad alfarera, situando aquellos establecimientos de mayor superficie y contaminación en la periferia de la urbe. Una buena parte de los vertederos altoimperiales conocidos en Mérida corresponde precisamente a los testares donde los talleres cerámicos arrojan sus desechos de producción y los residuos obtenidos durante 79
Barrientos 2007, 405.
la limpieza y reparación de los hornos. Como punto de deposición a menudo aprovechan el hueco dejado en el terreno durante la extracción de las arcillas, tal como se ha atestiguado, por ejemplo, para un barrero muy próximo a dos talleres vecinos emplazados aproximadamente a unos 500 m al sur de la cerca urbana80 [13].81 En otras ocasiones los testares ocupan igualmente otros rebajes de origen antrópico excavados en el terreno, pero cuya funcionalidad original desconocemos. Así sucede en dos vertederos muy próximos entre sí documentados respectivamente en los solares nº 64 y 66 de la actual calle Constantino. Según el conocimiento actual del tra80 Sobre el barrero y su amortización como vertedero vid. Alba (2005a). Sobre los dos talleres presumibles generadores de tales desechos véase las siguientes publicaciones: Méndez y Alba (2004); Alba y Méndez (2005). 81 A partir de ahora incluimos entre corchetes el número que identifica a cada vertedero en la figura 16.
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Fig. 17. Distribución de las figlinae emeritenses y ubicación de los dos testares localizados en la c/ Constantino (Dibujo: Barrientos 2007, fig. 38).
zado del recinto murado de Mérida, ambos testares se sitúan al exterior de la muralla (muy próximos a ella) (Fig. 17, letras A y B respectivamente), aunque los dos fuesen interpretados en el momento de su excavación en una situación intramuros, ubicación que se ha venido repitiendo en el resto de citas bibliográficas.82 El primero de ellos [1], con un período de formación que se sitúa entre Tiberio-Claudio y Vespasiano, ocupaba una fosa perfectamente excavada en la roca natural, aunque de planta irregular, con unas dimensiones de 0,90 × 2,10 × 1,60 m y 1,48 m de profundidad y aparentemente sellada bajo un pavimento de ladrillos.83 El segundo depósito [2], fechado en la segunda mitad del siglo I d. C., aprovechó al parecer un desnivel del terreno que había 82 Para el solar de la c/ Constantino nº 66 (anteriormente nº 14), véase la información proporcionada por Alvarado y Molano (1995), recogida en trabajos posteriores (Cfr. Remolà 2000, 112 n.p. 20; Dupré y Remolà 2002, 48; Vizcaíno 1999, 94 n.p. 65). Sobre el solar nº 64 véanse las consideraciones realizadas por Rodríguez Martín (1996) en su estudio de materiales. Sobre los nuevos datos que permiten definir un nuevo trazado para el ángulo SO de la muralla vid. Barrientos (2004). 83 Rodríguez Martín 1996, 8.
sido ampliado mediante una fosa irregular de 3,60 m de profundidad.84 Asimismo, una vez llegado el final de la producción de un taller, serán los propios hornos y el resto de subestructuras asociadas (pozos, piletas, etc.) las que se acaben amortizando con diferentes rellenos entre los que se incluyen niveles con desechos originarios del propio taller (en deposición secundaria) o de aportes exteriores. No obstante, en el caso particular de la obliteración de estructuras huecas (pozos, cisternas, estanques…), resulta difícil llegar a entender si su obliteración se produjo ante la necesidad de eliminar un determinado residuo, aprovechando para ello una estructura en desuso, o si, en cambio, se trata de rellenos con una finalidad constructiva y de nivelación, que pretenden ocultar estas estructuras ante una remodelación funcional o edilicia del entorno. En ambas acciones el resultado arqueológico a menudo es similar, por lo que resulta complicado llegar a diferenciar arqueológicamente la intencionalidad del depósito. 84
Alvarado y Molano 1995, 282.
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Los grandes vertederos de carácter público también aprovechan antiguas zonas de extracción de materias primas. Un ejemplo significativo fue documentado recientemente en una intervención desarrollada en la esquina SO del antiguo Cuartel Hernán Cortés [3], en el área periurbana oriental de la colonia romana, alejado unos 225 m de la muralla y ocupando una zona caracterizada por un reiterado uso funerario desde fechas tempranas. Allí se localizó un importante rebaje en la roca del que se encontraron dos de sus límites, que describían una sección en forma de U y una planta oval, siendo las dimensiones documentadas de 43,47 m de longitud, 29,62 y 1,90 de anchura máxima y mínima, con una profundidad alrededor de los 4,5 m. Con el cese de las labores extractivas a mediados del siglo I d. C. el socavón fue utilizado como vertedero hasta la primera mitad de la centuria siguiente, recibiendo gran cantidad de materiales de desecho de origen doméstico y constructivo. Pero el dato más relevante fue la aparición, entre los escombros, de esqueletos humanos que se presentaban adquiriendo posturas y orientaciones dispares, llegándose a identificar 64 individuos. La disposición de los esqueletos indicaba que mientras algunos habían sido depositados (directamente sobre los desechos o en fosas allí excavadas), otros fueron arrojados sin más al vertedero85 (Fig. 18), no pudiéndose descartar a juzgar por las posiciones adquiridas que algunos hubiesen encontrado la muerte allí mismo. Por lo tanto, el lugar se empleó no sólo como basurero sino como fosa común, destinada a acoger los cuerpos de los marginados de la sociedad emeritense del momento (indigentes, esclavos, criminales, etc).86 Conocemos por Varrón87 la existencia de estas fosas comunes o puticuli en el Esquilino de Roma, excavadas a finales del siglo XIX por R. Lanciani,88 pero hasta ahora son muy escasos los ejemplos documentados para el mundo romano, lo que destaca la importancia de este hallazgo en la capital de Lusitania. Existen otros grandes vertederos de carácter público que podríamos denominar «en área abierta», formados directamente sobre la superficie del terreno. Suelen disponerse sobre las laderas de las zonas elevadas de la ciudad, de tal manera que el importante crecimiento en vertical de los depósitos contribuye a la nivelación de la topografía primitiva. Conocemos dos ejemplos significativos de vertederos con estas características que, por otra parte, guardan 85
Márquez y Pérez 2005; Pérez Maestro 2007. Acero et al. 2010. 87 Varr. LL, 5, 25. 88 Lanciani 1888, 64-67. 86
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Fig. 18. Individuo arrojado el puticulum de Augusta Emerita (Foto: C. Pérez Maestro – Consorcio de Mérida).
en común el hecho de anular áreas funerarias anteriores. El primero de ellos, localizado en la zona extramuros meridional de la colonia, amortiza a los conocidos como «Los Columbarios» [4], monumentos funerarios fechados a mediados del siglo I d. C. y que quedaron sepultados muy poco tiempo después bajo un vertedero con abundantes escombros y desechos domésticos que se prolonga al menos hasta finales del siglo II d. C., llegando a alcanzar más de tres metros de espesor89 (Fig. 19A). Debió ser una acción rápida a juzgar por el óptimo estado de conservación en que fueron hallados los edificios, no alterados por acciones de expolio ni reutilización. Una situación muy similar encontramos esta vez en la zona extramuros NE, en el solar nº 41 de la calle Almendralejo90 [5]. Se trata de una zona de pronunciada pendiente hacia el valle del Albarregas ocupada desde fechas muy tempranas por un área funeraria, en la que destacaban dos grandes mausoleos de morfología y cronología similar a «Los Columbarios». Todo quedó sepultado bajo toneladas de vertidos de diversa composición y naturaleza (industriales, domésticos y constructivos), acumulados sucesivamente desde fechas muy tempranas hasta mediados del siglo IV d. C. aproximadamente, aunque no se perdió el uso funerario del terreno, dado que a lo largo de la for89 El vertedero y sus materiales cerámicos han sido objeto de estudio específico a cargo de Bello y Márquez (e.p.). Sobre «Los Columbarios» y la ocupación diacrónica en su entorno, con referencias al vertedero, véase Márquez 2006. 90 Intervención nº 8101 y 8102 del Departamento de Documentación del Consorcio de Mérida, desarrollada bajo la dirección de A.B. Olmedo y F.J. Heras, a quienes agradecemos la información facilitada, hasta ahora inédita. Un análisis sobre la dinámica de la deposición de los vertidos en el lugar es publicada en este mismo volumen. Algunos datos sobre el vertedero fueron ya expuestos en un estudio preliminar sobre los materiales de industria ósea recuperados en la excavación (Aranda 2006).
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B Fig. 19. Monumentos funerarios sepultados bajo potentes vertederos. (A) «Los Columbarios» durante los trabajos de excavación de 1926-1927 (Foto: M. Bocconi – Archivo MNAR). (B) Edificio turriforme en el solar de la calle Almendralejo nº 41.
mación del basurero la acumulación de aportes se fue alternando con enterramientos excavados directamente sobre los depósitos (Fig. 19B). La ocupación final viene representada por la instalación en la zona de algunas edificaciones de presumible uso industrial que, una vez amortizadas a finales del siglo V, serán sucedidas por nuevos aportes de residuos depositados a partir de ese momento y durante la siguiente centuria. No faltan ejemplos en el mundo romano de la amortización de áreas funerarias que quedan soterradas bajo vertederos, incluyendo monumentales sepulcros que quedan de este modo a salvo de las expoliaciones, como es el caso de las conocidas tumbas de Trion, en Lyon, fechadas en época julio-claudia y amortizadas durante la etapa flavia.91 Por otro lado, es de suponer también que el propio Guadiana funcionase como importante punto de recepción de residuos sólidos, convirtiéndose así en el destino último de una buena parte de los desechos generados en la ciudad, pues recordemos que también recogía el contenido de la red de alcantarillado. Se trata de un comportamiento habitual de las ciudades asentadas junto a un río, aunque en Mérida por el momento no existe evidencia arqueológica de estas actividades para la época romana y tardoantigua, debido tanto al vertido de escombros en épocas más recientes como a la transformación de las orillas del río a lo largo del tiempo.
4.2.
BAJO IMPERIO
Una tónica similar en cuanto a la ubicación de los vertederos y la distribución de actividades contami91
Desbat 2003, 118-119.
nantes observamos durante el Bajo Imperio, de nuevo indicio de la existencia de una reglamentación específica aún vigente y que continúa disponiendo de unos responsables encargados de asegurar su aplicación. Será al exterior del perímetro murado donde sí se observe, a partir del siglo III d. C., el abandono de buena parte de las estructuras y domus situadas en el extrarradio (al menos en la zona nororiental), amortizadas en algunos casos por basureros y, de forma más generalizada, por un uso funerario del espacio.92 Un ejemplo significativo de vertedero recientemente documentado se localiza en el solar nº 37 de la calle Hernán Cortés [6], donde se halló parte del peristilo de una domus que había sido cubierto en el siglo III d. C. por una potente acumulación de desechos que alcanzaban en su conjunto más de tres metros de espesor (Fig. 20). En su composición se alternaban estratos formados mayoritariamente por ripios con otras capas de carbones y cenizas.93 En cambio, en el solar nº 38 de la calle Muza [7] la formación de un vertedero tiene lugar cuando las estructuras —en este caso de aparente uso industrial—ya se encontraban amortizadas por sepulturas; se trataba de una acumulación de desechos de origen doméstico, con alto contenido orgánico y abundantes fragmentos cerámicos, todo ello fechado entre la segunda mitad del siglo IV e inicios del siglo V d. C.94 Por otro lado, 92 La proliferación de enterramientos en zonas anteriormente ocupadas al exterior de la muralla es un fenómeno bien documentado en Mérida y descrito en varias publicaciones (Mateos 1995, 129-131; 2000, 497-498; Sánchez y Nodar 1999; Feijoo 2000, 580; Mateos y Alba 2000, 146; Nogales y Márquez 2002, 114-122). 93 Bejarano 2007. 94 Barrientos 2001.
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des domus, en muchos casos incluso a costa del espacio público.96
4.2.
Fig. 20. Domus extramuros soterrada bajo un potente vertedero en el siglo III d. C. (Foto: A. Bejarano – Consorcio de Mérida).
tampoco faltan casos en los que se mantiene la deposición de residuos sobre lugares que venían siendo habitualmente empleados como vertedero desde época altoimperial. Así se atestigua, por ejemplo, en el solar ya aludido emplazado en el nº 41 de la calle Almendralejo [5]. Esta irrupción de actividades contaminantes ocupando sectores anteriormente habitados no debe ser entendida como una relajación en la reglamentación y gestión de los residuos urbanos, sino como una regresión de la ocupación urbana a los límites marcados por la muralla, donde, como hemos dicho, el panorama continúa siendo similar a lo vivido en el Alto Imperio en cuanto al tratamiento de los desechos. Esta situación contrasta con la realidad vivida en otras ciudades de Hispania y del mundo romano, donde la aparición de basureros intramuros se convierte en una realidad cada vez más habitual del paisaje urbano desde los siglos III-IV d. C.95 Posiblemente este hecho diferencial observado en Mérida haya que ponerlo en relación con su designación como capital de la Diocesis Hispaniarium a partir de la reforma diocleciana y, por tanto, sede del vicarius y de todo su aparato burocrático. No hay duda de que este nuevo status la convierte en un centro político-administrativo y económico de primer orden. En efecto, independientemente de la contracción que experimenta el hábitat, Emerita muestra una importante vitalidad durante todo el siglo IV y un interés en mejorar su imagen urbana, lo que se refleja en una actividad edilicia muy dinámica que queda patente no sólo en las restauraciones de los edificios de espectáculos, atestiguadas epigráficamente, sino en las sustanciales reformas que recomponen el interior de las gran95 Vid. Dupré y Remolà (2000a; 2002) y el resto de trabajos incluidos en este mismo volumen.
ANTIGÜEDAD TARDÍA
Será a partir del siglo V d. C. cuando el escenario urbano emeritense asista a una proliferación de basureros, tanto al exterior como al interior del recinto amurallado, depositados sobre estructuras previas en desuso, ya sean públicas o privadas.97 Tras la pérdida de la funcionalidad original y de su valor simbólico, los grandes recintos monumentales emeritenses quedan abandonados durante la primera mitad del siglo V d. C., tal como conocemos a raíz de las últimas investigaciones desarrolladas tanto en el conjunto provincial de culto imperial98 como en el foro colonial.99 A partir de entonces estos espacios sufren un proceso de profunda transformación en el que, entre otros fenómenos, como son el expolio intensivo de los materiales constructivos y la reocupación de algunos espacios para otros fines (viviendas, talleres, etc), será la formación de vertederos uno de los elementos más característicos dentro de esta dinámica evolutiva.100 Los vertederos de mayor potencia se depositan sobre subestructuras preexistentes, hasta colmatarlas, como sucede en el estanque oriental del «templo de Diana» [8], en el criptopórtico que rodea su temenos [9 y 10], o en la nave [11] (Fig. 21) y habitaciones subterráneas [12] del brazo sur del llamado «Pórtico del Foro».101 Pero también se depositan directamente sobre el espacio abierto de las plazas, donde se acumularon no sólo desechos de naturaleza doméstica o artesanal, sino también originados por 96 Sobre la Mérida tardorromana, su devenir histórico y sus transformaciones urbanísticas: Mateos 1995, 127-135; 2000, 493-498; Mateos y Alba 2000, 144-146; Arce 2002; Alba 2005, 124-130. 97 Constituye una de las características más definitorias de las transformaciones urbanísticas que sufre la ciudad clásica durante la época tardoantigua. Una valoración de conjunto para las ciudades de Hispania la encontramos en Gurt 20002001, 455-457; Dupré y Remolà 2002, 50-55; Gurt e Hidalgo 2005, 82-84. 98 Mateos 2006. 99 Ayerbe et al. 2009. 100 Se trata de un complejo proceso en el que se intervienen diferentes ritmos y factores que afectan de forma particular a los diversos espacios de cada recinto. Para el complejo de culto imperial vid. Alba y Mateos (2006), y para los conjuntos pertenecientes al foro de la colonia vid. Ayerbe et al. (2009, 828-831). La presencia de vertederos en coexistencia con los indicios del desmantelamiento de las antiguas áreas forenses y espacios de representación es un fenómeno compartido por buen número de ciudades. Dentro de Hispania es bien conocido el ejemplo de Tarraco (AA.VV 1989; Tarrats 2000, 133-134). Para el caso de Roma resultan reveladoras las contribuciones recogidas en Paroli y Vendittelli (2004).
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Fig. 21. Vertedero con una importante acumulación de cenizas en la nave subterránea del brazo sur del recinto sacro oriental del foro (Foto: R. Ayerbe – Consorcio de Mérida).
el mismo desmonte de los edificios. La presencia de estos depósitos explica que en algunos sectores se hayan conservado incluso partes del enlosado primitivo,102 que de esta manera escaparon al proceso de expolio, intenso pero no sistemático. Respecto a los edificios de espectáculos, carecemos de estratigrafías que nos permitan analizar la evolución tras su caída en desuso. Todos fueron objeto de un desmantelamiento que eliminó buena parte de sus materiales decorativos y constructivos, con diferentes grados de afección según cada caso. No obstante, su estructura posiblemente fuese aprovechada para otras actividades, como así demuestran las huellas de reocupación doméstica en torno al anfiteatro.103 Sí es evidente que estos grandes edificios, cuya propia configuración los convierte en auténticas estructuras «en negativo», sufrieron un proceso de colmatación progresiva. Por tanto, es muy posible que se convirtieran en puntos receptores de basuras y escombros, siguiendo una dinámica que también se observa en los grandes edificios de espectáculos de otras ciudades romanas.104 Pero, como hemos dicho, los vertederos no sólo ocupan los espacios públicos, puesto que también quedan diseminados por el resto del tejido urbano. En la Mérida visigoda buena parte de la ocupación 101 Ver la descripción de las intervenciones arqueológicas incluidas dentro del reciente volumen publicación dedicado al foro colonial emeritense (Ayerbe et al. 2009). 102 Alba 2004, 216; Alba y Mateos 2006, 360. 103 Alba 2004, 220. 104 Son conocidos los ejemplos de los circos de Cartago, Caesaragustua (Beltrán Lloris et al. 1992, 176), Tarraco (Remolà 2000, 119) y Valentia o los teatros de Carthago Nova y Corduba (Sánchez Velasco 2002) y el teatro de Balbo en Roma (AA.VV. 2000).
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doméstica aprovecha la estructura de las antiguas domus romanas, aunque ahora transformadas y adaptadas a un nuevo concepto de vivienda. Los grandes inmuebles de carácter señorial quedan convertidos en auténticas casas de vecinos donde coexisten varias unidades familiares, las cuales arrojarán sus basuras al antiguo peristilo, utilizado ahora como patio comunitario.105 Estas evidencias son testimonio no sólo de una convivencia entre los desechos y los individuos que los generan, sino de nuevas fórmulas de eliminación de los residuos puestas en práctica dentro de una esfera más privada. No obstante, una buena parte de los vertederos documentados en Mérida son creados sobre estructuras abandonadas, tanto dentro del caserío como al exterior de la muralla. Ello no implica necesariamente que el área circundante a los basureros también se encuentre deshabitada, y de hecho, la propia deposición de residuos, en ocasiones prolongada largo tiempo y a veces alternada con huellas de otras actividades antrópicas (perforación de subestructuras, robo de materiales, etc), es síntoma de la existencia de una ocupación próxima, aunque dentro de un tejido urbano tal vez menos compacto que en fases precedentes. Sabemos que en esta etapa viviendas y desechos coexisten, por lo que habrá que buscar en un entorno cercano a los vertederos el hábitat generador de los desechos allí acumulados. Normalmente se trata de depósitos de tierra poco compactados y de coloración negruzca, con abundante presencia de materia orgánica, cenizas, carbones, restos óseos animales y fragmentos cerámicos,106 que terminan por aumentar la cota entre uno y dos metros. Se observa para esta etapa un progresivo aumento de los niveles de circulación en la ciudad, matizando las pendientes existentes, que son sustituidas por un relieve con tendencia a la horizontalidad.107 La misma superficie de las calles sufre sucesivos recrecimientos mediante capas de tierra que terminan por ocultar las pavimentaciones empedradas tan características de la urbe romana. La aparición de estas vías terrarias es un proceso iniciado ya en la etapa bajoimperial, a través del cual se van compactando sucesivos aportes de tierra además de los escombros y detritus que se fueron depositando con el tiempo sobre la vía108 (Fig. 22). 105 Las transformaciones en la vivienda emeritense de época tardoantigua han sido particularmente bien analizadas por Alba (2005). 106 Sobre la composición de las dark layers o terres noires, ver Cammas et al. 1995. 107 Ayerbe et al. 2009, 829. 108 Fenómeno bien analizado por Alba 2001a.
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No faltan tampoco frecuentes fosas de expolio excavadas sobre las estructuras preexistentes, así como otros rebajes de morfología irregular vinculados posiblemente a la extracción de tierras para fines constructivos. Todas estas subestructuras en negativo acabarán por ser colmatadas con heterogéneos niveles de tierra y cascotes, aunque en este caso la definición de estos rellenos como basurero propiamente dicho nos resulta más problemática. Por otro lado, la aparición de los vertederos intraurbanos viene también acompañada de otras evidencias contaminantes que alejan a la Mérida tardoantigua de la situación conocida en fechas precedentes. Nos referimos, por ejemplo, a la presencia de inhumaciones en el interior de la ciudad, si bien se trata en su mayoría de sepulturas aisladas y diseminadas por el caserío,109 a excepción del conjunto documentado en la actual plaza de la Constitución, que debe encontrarse en relación con la iglesia de Santiago mencionada en las fuentes.110 Lo mismo puede decirse de las actividades de tipo artesano-industrial, ya no concentradas al exterior de la ciudad, sino diseminadas aleatoriamente por el entramado urbano, a menudo insertas en las propias estructuras de vivienda, donde pueden convivir incluso con otras actividades productivas de tipo agropecuario, síntoma, por otra parte, de la progresiva «ruralización» del hábitat.111 Es frecuente que la materia prima de los nuevos talleres sean los materiales y artefactos obtenidos a través del desmantelamiento de los edificios romanos. Por ello no faltan ejemplos de talleres instalados directamente junto al edificio expoliado que sirve de «cantera», tal como sucede en la fragua o taller de fundición documentado en el pórtico occidental del foro colonial,112 o con los cuatro hornos de cal localizados en el Área Arqueológica de Morería, abastecidos de los mármoles extraídos de las domus romanas.113 Asimismo, todos estos fenómenos deben ponerse en relación con la progresiva colmatación de la red pública de cloacas (ya aludida en páginas anteriores), aún utilizada en esta etapa, pero con muestras de sufrir una falta de mantenimiento general, e incluso un cegamiento total en determinados tramos que progresivamente deberá hacerse extensivo al conjunto de la red. En suma, asistimos a unas condiciones ambientales poco salubres, en las que los emeritenses debían 109
Los casos conocidos aparecen recogidos por Alba 2005,
131. 110
Alba 2005, 131. Sobre el proceso de «ruralización» de la Mérida visigoda, vid. Alba 2004, 238-241. 112 Ayerbe et al. 2009, 830. 113 Alba 2004, 216. 111
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Fig. 22. Sucesión de superficies de tierra sobre el enlosado pétreo de la vía altoimperial (c/ Lope de Vega nº 6) (Foto: F. Palma – Consorcio de Mérida).
convivir con actividades tóxicas, detritus, animales, insectos y un sistema tanto de abastecimiento de agua como de saneamiento deficiente. Una situación que, agravada por la carestía en la alimentación que narran las fuentes de la época, constituye un caldo de cultivo propicio para la gestación de enfermedades, la difusión de los contagios y la extensión de la mortalidad. No es de extrañar, por tanto, que en el famoso libro de las Vitae se encuentren registrados al menos dos brotes de peste que asolan la ciudad durante el último tercio del siglo VI, coincidiendo con el obispado de Masona, a quien se debe la obra de fundación de un hospital de carácter asistencial.114 114 Destinado no sólo a los peregrinos atraídos por el culto a Santa Eulalia, sino también a todos los enfermos de la ciudad, como bien apunta Curado (2004, 199). Sobre su posible identificación con los restos hallados en la barriada de Santa Catalina, vid. Mateos 1999, 195. Los brotes de epidemia aludidos en las Vitae han sido también analizados por Curado (2004, 267-273).
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Para concluir, debemos pensar que las evidencias arqueológicas comentadas para la Emerita tardoantigua son síntoma de una ausencia o relajación, si no en la normativa que regulaba la habitabilidad de los núcleos urbanos, al menos sí en cuanto a los responsables encargados de su observancia, dentro de un proceso de declive del papel desempeñado por las magistraturas locales en el gobierno municipal.115 No obstante, esto no excluye un cierto grado de organización urbana, como demuestra la restauración del puente y la construcción del conocido «refuerzo» adosado a la muralla altoimperial, que supone una renovación de las defensas de la ciudad durante el convulso si115
Jordán 1997; Arce 2002, 20 y 191.
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glo V d. C.,116 sin olvidar el importante desarrollo de la edilicia cristiana que experimenta Mérida durante la sexta centuria.117 Por lo tanto, podemos considerar que se mantiene una relativa capacidad de planificación urbana, pero en el contexto de un nuevo concepto de ciudad, de nuevos modos de vida y de nuevas formas de organización, donde el modelo público de gestión de los residuos da paso a fórmulas desarrolladas dentro de una esfera más privada. 116 Mateos 1995, 139; 1999, 187; Alba 2004, 227-230. Recordemos que en el año 483 se fecha la inscripción supuestamente situada en el puente romano que conmemora tanto la reconstrucción de parte de su arquería como de las murallas de la ciudad, con el concurso del dux Salla y el obispo Zenón. 117 Las transformaciones urbanísticas asociadas al desarrollo del cristianismo en Mérida y, en especial, vinculadas a la introducción del culto a Santa Eulalia, han sido bien analizadas por Mateos (1999; 2000).
CONIMBRIGA MARIA PILAR REIS* ADRIAAN DE MAN** VIRGÍLIO HIPÓLITO CORREIA***
Compreender a gestão dos resíduos de uma cidade romana é um exercício difícil, pois requer um conjunto de informação que, na maior parte dos casos, nos chega demasiado fragmentada. Em primeiro lugar, desconhecemos, via de regra, a totalidade das infra-estruturas que existiram numa qualquer cidade; em segundo lugar, o conhecimento teórico que detemos sobre os sistemas e políticas locais de gestão dos resíduos urbanos durante o período imperial é escasso. Todavia, a cidade lusitana de Conimbriga oferece um desses raros exemplos nos quais podemos estudar uma parte significativa das infra-estruturas de gestão dos resíduos e a sua evolução e adaptação ao devir da própria cidade.
1.
SISTEMAS DE DRENAGENS URBANOS: UMA VISÃO GLOBAL
Como elemento essencial da gestão de resíduos considerar-se-á aqui o sistema de drenagem construído em Conimbriga de finais do séc. I a. C. até aos meados do séc. II d. C. Nada sabemos das lixeiras que certamente existiram fora dos limites urbanos, com especial destaque para o vale do Rio de Mouros, sumidouro natural da cidade, pelo que se limitará o conceito de «resíduo» às águas residuais das actividades privadas, públicas e industriais, e às águas pluviais. No que diz respeito à qualidade da água consideramos: A) águas pluviais: águas não utilizadas nem contaminadas, reutilizáveis; B) águas impróprias: águas já utilizadas mas não contaminadas e reutilizáveis; C) águas negras: águas contaminadas, não reutilizáveis. ***
CEAUCP, Universidade de Coimbra. Faculdade de Ciências Sociais e Humanas, Universidade Nova de Lisboa. *** Museu Monográfico de Conimbriga. ***
Por outro lado, um esquema simplificado do sistema de drenagem urbano romano deve considerar três ambientes fundamentais: público, privado e industrial. A drenagem das águas pluviais pode realizar-se directamente para a rede de colectores; ou entrar num esquema misto, reaproveitando essas águas para outros fins e juntando-se posteriormente à rede de colectores das águas impróprias, permitindo a sua reutilização. Esta, por norma, é para limpeza de latrinas ou de outras estruturas, transformando-se por fim em águas negras, que vertiam então para o receptor final - o rio ou as áreas extra-urbanas. Não existem registos, em Conimbriga, de redes de colectores nas vias públicas dedicados exclusivamente às águas pluviais; na grande maioria dos exemplos faz-se a junção, num mesmo colector, de águas impróprias, negras e pluviais; daí a denominação de sistema misto. Este sistema devia apresentar numerosas desvantagens, designadamente o facto de episódios torrenciais com elevados níveis de precipitação excederem rapidamente os níveis de capacidade de escoamento das redes de colectores, com efeitos poluentes generalizados de grande periculosidade. Talvez por este motivo se encontrem algumas soluções ad hoc de melhoria dos sistemas de escoamento, como a duplicação de colectores, ou a ampliação de galerias. Ao considerarmos os volumes e sistemas utilizados para drenagem das águas utilizadas em meio urbano, devemos tomar em linha de conta um outro factor de elevada importância: o espaço urbano representa uma vasta área impermeabilizada. As construções, com as suas coberturas e pátios pavimentados, as praças lajeadas e as ruas pavimentadas oferecem uma superfície que condiciona a absorção das águas pluviais impondo novos percursos no seu escoamento natural. Independentemente dos níveis de permeabilidade de uma determinada pavimentação (uma rua lajeada tem um comportamento diferente de uma rua em terra batida).
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O que se constata é precisamente o sobredimensionamento de algumas condutas públicas, provavelmente como resposta à ausência de cálculos precisos nos volumes de água a serem escoados. Claro que, ao reflectirmos sobre o urbanismo na antiguidade, não deixaremos de considerar a ocorrência de episódios climáticos extremos, cujas consequências dependeriam não só da área impermeabilizada existente no núcleo urbano, como também da topografia de uma ou outra cidade, sendo que a existência de fortes declives urbanos, situação aliás extremamente comum nas cidades lusitanas, poderia agravar os episódios de cheias e inundações no interior do perímetro urbano, e admitindo, como se verifica em Conimbriga, que algumas destas construções estariam dotadas de caves e subcaves e que a regulamentação da construção urbana não previa normas específicas sobre cotas de construção em determinadas áreas urbanas, problema aliás de grande actualidade na gestão urbana contemporânea. Não é possível introduzir neste ponto uma tabela de cálculo das áreas cobertas de Conimbriga, já que da cidade apenas conhecemos um 30%, mas certamente que espaços como o forum, ou as Termas do Sul, na sua fase trajânica foram locais que mereceram uma especial atenção na organização dos escoamentos. Para além dos volumes de águas pluviais existe um outro elemento determinante na compreensão destes sistemas de drenagem: o tipo de abastecimento urbano. A construção de um aqueduto supunha um acréscimo importante no volume de água consumida e utilizada a ser escoada para o exterior do perímetro urbano.
1.2.
REDE
DE DRENAGEM EM
CONIMBRIGA:
ADAPTAÇÃO
E EVOLUÇÃO
O estudo da topografia de Conimbriga destaca-se no panorama português1 pela qualidade da informação disponível, que permite uma abordagem pormenorizada de todas as áreas escavadas e, por extrapolação, um exercício de análise da sua evolução urbana. O mais recente levantamento topográfico permitiu cartografar com rigor e descrever pormenorizadamente a vasta rede de canalizações conservadas na área arqueológica escavada.2 1 Seriamos incorrectos se nos referíssemos à província Lusitana, já que sobre Augusta Emerita existe profícua e actualizada bibliografia sobre a sua topografia urbana. 2 Uma abordagem sobre a topografia de Conimbriga, com publicação das mais recentes plantas, em Correia e Alarcão
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O conhecimento que actualmente detemos sobre a cidade romana não nos permite restituir integralmente a topografia primitiva do planalto, mas a área escavada possibilita uma abordagem que podemos considerar aproximada à sua orografia em período augustano. O planalto, assente sobre os tufos calcários, destaca-se na paisagem pela sua configuração triangular, acompanhado, na sua vertente sul, pelo encaixado vale do Rio de Mouros. A sua cota média é de 107,00 m, enquanto o rio corre a uma cota de 45,50 m. Fruto da sua condição calcária, a meseta apresenta algumas irregularidades, com um ponto mais elevado ao centro, marcando uma espinha dorsal que suavemente se uniformiza ao aproximar-se do limite ocidental do esporão e com algumas pequenas bacias, que escoam as águas para as três linhas de água que a sul, norte e oriente a definem. Este ponto mais elevado do planalto foi, por razões evidentes, o local escolhido para construir o primeiro forum, ocupando um espaço importante da cidade pré-imperial (todas as soluções adoptadas para escoar as águas pluviais e residuais seguiram, numa primeira fase, os traçados viários pré-existentes) mas com significativas alterações, não só na forma como se operava este escoamento como também na escolha de determinados pontos para a construção de equipamentos que exigiam um grande consumo de água, produzindo consequentemente, um volume considerável de águas residuais.
1.2.1.
A cidade pré-imperial (Fig. 1)
A evidência do oppidum que ocupava o planalto quando tiveram lugar as obras de construção dos edifícios públicos augustanos é reduzida. A construção das termas públicas, abastecidas por um aqueduto, e um primeiro forum constituem estes primeiros programas (a muralha faz parte do programa, mas é de importância reduzida para a problemática aqui tratada). Os vestígios de algumas habitações sob o templo flaviano3 dão apenas uma leitura parcelar do aglomerado pré-imperial. É possível identificar uma rua de 4,75 m de largura, no sentido este-oeste, que a escavação permitiu registar ao longo de 73 m. Este seria um dos eixos vertebrais do aglomerado.4 2008, 31-46. Para permitir uma maior coerência na leitura utilizamos aqui a mesma seriação cronológica proposta no citado artigo. Todos os colectores que citamos neste texto estão cartografados nas Estampas acompanhados de um número que corresponde ao inventário «Conimbriga: rede de abastecimento e drenagem» (CRAD). 3 Étienne e Alarcão 1977, 17-25. 4 Correia 2004; Correia e Alarcão 2008.
CONIMBRIGA
Fig. 1. Conimbriga. Rede de cloacas. Fase pré-imperial.
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As construções respeitam a orientação desta rua e o escoamento das águas pluviais far-se-ia livremente, sobre o pavimento. Umas destas casas conserva uma abertura rectangular de 0,30 m por 0,38 m5 que abre directamente para a rua; em nenhum trecho foi possível localizar um sistema de canalização das águas domésticas ou pluviais, confirmando-se, neste caso como noutros aglomerados contemporâneos do oppidum de Conimbriga, a utilização da rua como escoadouro natural dos resíduos líquidos domésticos e canalização aberta das águas pluviais. Neste núcleo do oppidum, uma segunda rua de eixo norte-sul cruza obliquamente a rua principal, sendo a sua largura inferior (3 m). Esta segunda rua conserva, em melhor estado que a anterior, o pavimento original formado por cascalho, fragmentos de cerâmica cinzenta e alguns ossos animais.6 A sua pavimentação apresentava-se sólida, bem executada e corresponde, sem dúvida, a uma acção de impermeabilização do espaço de circulação, o que talvez justifique a ausência de soleiras ao mesmo nível, mas sim a uma cota mais elevada, evitando assim que, em momentos de elevada pluviosidade, se inundasse o interior das habitações. A cota desta rua (104,98 m) é ligeiramente superior à anterior (104,71 m), indicando que o escoamento se processava de norte para sul, dirigindo-se provavelmente para a zona oriental da cidade, talvez em direcção às portas do oppidum. Noutro ponto da cidade, na área a sul das termas, foram detectadas algumas construções atribuíveis à época pré-imperial. Este núcleo não apresentava a mesma coerência urbana que o anterior, o que tem vindo a ser encarado como uma diferenciação cronológica entre ambos.7 Aqui a estruturação das habitações apresenta-se de forma menos ordenada, sendo mais difícil identificar o traçado dos possíveis eixos viários pré-imperiais. Todavia a topografia do planalto apresentava aqui um declive forte, ao qual se adaptaram as construções que respeitavam vagamente a orientação dos pontos cardeais, mas não definiam arruamentos, deixando tão só espaços irregulares galgando o desnível; esta situação colocou certamente, desde um primeiro momento, problemas na gestão das águas pluviais. Tal como na área do forum, não existe uma rede de escoamento estruturada e adaptada ao traçado viário. Todavia, existe um conjunto de valas escavadas no tufo que, numa pri5 R. Étienne e J. Alarcão descrevem esta abertura como uma conduta de águas pluviais, sublinhando a inexistência de soleiras abertas para esta rua (Etienne e Alarcão 1977, 18) 6 Étienne e Alarcão 1977, 19. 7 Étienne e Alarcão 1977, 22.
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meira análise, se poderiam associar a uma incipiente malha de escoamento. Estas valas foram identificadas a norte do espaço 6, atravessando o espaço entre 1 e 2, bem como no espaço 138 das estruturas meridionais da palestra e estão talvez relacionadas com o escoamento de resíduos líquidos do interior das habitações em direcção ao extremo do planalto, desaguando inevitavelmente no vale do Rio de Mouros. É difícil definir o momento de construção destas valas; contudo, o seu contexto pré-imperial não deixa margem para dúvidas.
1.2.2. a.
A cidade de Augusto (Fig. 2)
Os monumentos públicos
A planificação das novas estruturas públicas da cidade a partir de cerca de 15-10 a. C. centra-se em dois pontos fundamentais: uma praça, que desde esse momento constituiria o ponto central do aglomerado, e a construção de umas primeiras termas públicas. O projecto inicial para o forum respeitou alguns dos limites impostos pela malha pré-existente, mas impõe uma ligeira torção, provavelmente condicionada pelas ruas existentes que conferiam uma planta trapezoidal aos quarteirões pré-imperiais. 9 O primeiro edifício termal público é um projecto unitário que nasce num dos quarteirões meridionais. Apesar da proximidade do forum, não se localizava na sua envolvente imediata, mas sim no limite do planalto. A facilidade no escoamento das águas armazenadas na natatio poderá ter sido um argumento a favor desta localização, mas não terá sido o único. Na topografia do planalto este local formava uma pequena depressão, com cotas inferiores em relação a outros pontos da cidade, aproximadamente 3,30 m de diferença em relação ao pavimento augustano da praça do forum. Esta implantação facilitava a chegada de água e evitava a necessidade de altear a canalização do aqueduto, o que teria obrigado o arquitecto a projectar um aqueduto aéreo e não subterrâneo, com todos os constrangimentos implícitos pela construção de uma conduta sobre arcos, ou sobre um muro, no centro de um aglomerado urbano. Na área urbana de Conimbriga não existem fontes naturais, nem poços, pelo que a construção deste edifício termal, com uma área útil de 1.372,25 m2, implicava um abastecimento por aqueduto que repre8 O conjunto de valas escavadas no tufo é registado em Étienne e Alarcão 1977, 22. 9 Correia e Alarcão 2008, 41-42 Est. VIII.
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Fig. 2. Conimbriga. Rede de cloacas. Fase augustana.
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sentavam um consumo estimado de 192,01 m3 (considerando a natatio com uma capacidade máxima de 173,35 m3, um pediluvium, com 1,75 m3 e um alveus no caldarium do qual não sabemos a profundidade mas ao qual atribuímos um valor hipotético de 1 m, perfazendo 13,55 m3 de capacidade máxima). A estes valores deve somar-se o débito representado pelo labrum existente no frigidarium e um possível segundo labrum no caldarium, ainda que o labrum do frigidarium possa ser atribuído a um período posterior e, que o existente no caldarium não seja confirmado por qualquer evidência para além de uma ábside situada no lado oposto do alveus. Sem a rigidez e precisão que os cálculos de débito exigiriam, o débito calculado para o aqueduto de Conimbriga (0,217 m/segundo) diria que se poderiam encher os três tanques termais em pouco mais de 15 minutos, mas convém sublinhar que o cálculo do débito do aqueduto admitiu,10 a nosso ver, parâmetros demasiado elevados, visto considerar quase todo o volume da canalização do aqueduto como canal de débito. Os nossos cálculos, que diminuem esse volume, apontam para metade dos valores anteriormente estimados. Para além deste abastecimento pontual periodicamente renovado, havia um consumo contínuo de água: o labrum (um ou dois), estaria(m) em débito constante; o pediluvium, que na verdade era uma fonte com espelho de água, também poderia funcionar permanentemente. A gestão dos consumos devia também levar em conta que o aqueduto não aportaria um volume constante de água e que, em períodos estivais, esse volume poderia atingir valores bastante reduzidos. Quanto aos escoamentos, o sistema debitava integralmente em direcção oeste. Toda a água utilizada no edifício termal, e as águas pluviais das vertentes ocidentais das coberturas, era canalizada em direcção a uma conduta, abobadada e construída em alvenaria, em sentido NE/SW.11 A esta mesma conduta se juntavam as águas remanescentes do aqueduto, tal como indica a existência de uma conduta, semelhante em dimensão e técnica de construção, que deriva do ramal do aqueduto imediatamente antes deste entrar no edifício. Neste último ponto existem alguns vestígios de uma estrutura, revestida a opus signinum, situada a 36 cm abaixo da cota do aqueduto que poderá ter funcionado como um pequeno ninfeu ou fonte associada ao abastecimento da natatio. Talvez existisse aqui um reservatório que alimentava as caldei10 Utilizamos aqui os valores publicados por R. Étienne e J. Alarcão (1977, 58-60). 11 Étienne e Alarcão 1977, 48-49.
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ras que abasteciam o alveus do caldarium. Neste esquema de escoamento, apenas uma conduta segue no sentido este, vinda provavelmente das coberturas e canalizando estas águas para sul. Por outro lado, não temos qualquer indício de existirem umas latrinas neste primeiro edifício, embora a sul da natatio exista um espaço atravessado por duas condutas de escoamento que poderia ter tido essa função. A construção de dois colectores exteriores claramente não é uma obra menor. Ambos situados no exterior do edifício, seguem em espaços que seriam ocupados por vias. Infelizmente não nos foi possível documentar o ponto em que o colector desaguava. Será que este apenas se limitava a contornar o espaço que mais tarde será destinado a um horreum situado a sul do edifício termal?12 Ou irá recolher outras águas provenientes da zona ocidental do oppidum até desaguar no limite do planalto? Só trabalhos arqueológicos fora do perímetro da muralha permitirão dar respostas a estas questões. O forum augustano representa um maior desafio de interpretação. A sua demolição até às fundações para dar lugar em época flávia ao novo forum, deixou poucas evidências a par de uma controversa sequência cronológica dos edifícios que o compuseram. Do sistema de escoamento das águas pluviais apenas recolhemos a indicação de uma canalização, construída em alvenaria e com tampas em tijolos pedales13 situada no extremo sul da praça. O pavimento da praça seria em terra batida.14 A praça, de contornos trapezoidais, que antecedia o acesso sul ao forum era percorrida transversalmente pelo cano do aqueduto no sentido NE/SW, mas existiria um esquema que assegurava a recolha das águas pluviais, provenientes do forum e das áreas envolventes, de que nada, ou muito pouco, restou. Por um lado teríamos a rua a oeste do forum, que já nesta fase devia apresentar duas pendentes, permitindo o escoamento para norte e sul, por outro, a zona a oriente do forum manteria o mesmo esquema de escoamento superficial de época pré-imperial.
b.
Os espaços privados
A intervenção augustana tocou também construções privadas da cidade. A evolução urbana da cidade propõe, para o período augustano, a manutenção dos 12 Se assim for esta canalização seria de construção posterior ao período augustano, pois o horreum é um edifício claudiano (Correia, 2004) 13 Étienne e Alarcão 1977, 39, n.p. 62. 14 Étienne e Alarcão 1977, 38, n.p. 53.
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bairros pré-imperiais existentes no interior do perímetro urbano, e uma ampliação da área residencial através da construção de novas insulae ao longo do eixo sudeste. Aqui surgem a insula do Aqueduto e a Casa dos Repuxos (1ª fase) e, a sul, a insula depois ocupada pela Casa de Cantaber e o edifício designado como Lojas a Sul da Via. Das condutas de escoamento pertencentes a estas quatro estruturas pouco podemos dizer: a Casa dos Repuxos vertia águas residuais para norte, em direcção a uma linha de água depois ocupada por um rua importante; a ínsula da Casa de Cantaber e as lojas a sul da via escoavam para norte, a primeira incompletamente e as segundas de maneira informal (sem canalizações). Contudo a Ínsula do Aqueduto, que encosta toda a fachada norte à estrutura do aqueduto, escoava para este, em direcção a uma rua onde existe um colector de secção rectangular que conduz as águas para norte em direcção à linha de água estruturante do sector Nordeste. Esta ínsula, estrutura única deste género na cidade, tem uma implantação muito especial em relação ao aqueduto. A altura do edifício ultrapassava o topo do aqueduto, opção extravagante se atendermos à legislação que impedia a construção de edifícios privados paredes meias com os aquedutos. Poderá ter havido uma solução de compromisso, como sempre acontece nas soluções de excepção à regra da lei, e sabemos que estes edifícios augustanos, construídos sobre criptopórticos, representaram um papel na estruturação urbana tão especial que terem sido, noutros campos também, alvo de um tratamento diferenciado, não deve causar especial estranheza.
1.2.3.
O projecto Claudio-Neroniano (Fig. 3)
No período Cláudio-neroniano destaca-se a construção de um conjunto importante de obras públicas, como o anfiteatro, o horreum a sul das termas sul e a basílica de três naves no forum.15 É também neste mesmo período que se introduz uma nova tecnologia que revolucionará os sistemas de abastecimento da cidade, com a paulatina substituição das redes urbanas de abastecimento. As tradicionais condutas em alvenaria são readaptadas ou integralmente substituídas por canalizações em chumbo.16 No caso de 15
Correia 2004, 268-273. Em Ostia a mais antiga fistula com inscrição remonta a Calígula, em Roma a Tibério (Ricciardi e Scrinari 1996). Em Conimbriga não conservamos nenhuma fistula com inscrição e as cronologias por nós sugeridas baseiam-se na sua contextualização arqueológica. 16
CONIMBRIGA
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Conimbriga, o braço do aqueduto, que da torre de água (erroneamente denominada como castellum aquae17) se dirigia directamente às Termas Sul, é desactivado como conduta de água limpa. A torre de água é reestruturada e a nova rede de abastecimento passaria a funcionar a uma cota mais elevada; na verdade assenta, no início do seu percurso, no extradorso do aqueduto. Esta alteração importa por duas razões: em primeiro lugar porque, não havendo um aumento efectivo do caudal do aqueduto, há um aumento de consumo - a água é transportada para outros pontos da cidade e são construídas fontes públicas18 (uma delas junto à rua a norte do fórum) e, para além da nova rede de abastecimento das Termas Sul, outras insulae, como as situadas na vertente sul, poderão ter sido abastecidas de «água corrente»; em segundo lugar este aumento exponencial de consumo privado originou um aumento considerável dos caudais de água residuais e novos problemas na gestão dos resíduos. Desconhecemos qual a dimensão total desta rede de abastecimento, mas ela poderá ter-se limitado às zonas novas da cidade, ou seja, as domus de maiores dimensões que, mais tarde, integraram zonas ajardinadas com repuxos e novos edifícios termais situados neste mesmo contexto urbano, e aos dois espaços públicos mais exigentes em questões de abastecimento: as termas e o forum. Sendo assim, as reestruturações dos escoamentos poderão ter-se limitado a estas áreas, isto é, aquelas onde a implantação da nova rede de abastecimento exigia a priori uma reestruturação da via, que poderá ter procedido simultaneamente à colocação das canalizações em chumbo e à construção de uma rede de escoamento. Tal sucedeu na praça a sul do forum. A 10 m a este do limite do forum flaviano, o cano do aqueduto augustano conserva um poço de acesso ao interior, pertencente à primeira fase de construção. Um metro a montante foi aberto, num momento posterior, uma nova caixa de acesso ao specus, talvez para receber as águas pluviais ou provenientes de uma construção ainda não escavada e situada a sul. O traçado do aqueduto, agora transformado em cloaca, segue em direcção sudoeste, mas a análise da estrutura permite verificar a existência de um conjunto de cortes e novos acrescentos ao specus original. Uma segunda canalização, bastante danificada pela construção do forum flaviano, foi parcialmente demolida na área de acesso a este. Esta segunda canalização, com orientação nordeste-sudoeste, pode17 18
Reis e Correia 2006. Reis 2009.
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Fig. 3. Conimbriga. Rede de cloacas. Fase claudio-neroniana.
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rá coincidir com o traçado original do aqueduto augustano, parcialmente demolido e reajustado às remodelações do sector monumental, pois este troço corresponde à orientação do aqueduto na Rua das Termas, neste momento já transformado em cloaca. A torção da canalização, consequência da alteração da sua natureza, inicia-se no ponto onde referimos a existência de duas caixas de acesso, uma original augustana e outra posterior, e coincidem com o ponto onde foram implantadas as fistulas públicas que, neste exacto local, se subdividem em duas canalizações. Infelizmente não se conservou a respectiva caixa de derivação. A remodelação do sistema e a construção de novas cloacas na praça a sul forum deverá ser enquadrada nas suas obras flavianas. A rua entre o Edifício da Pátera Emanuel e a Casa de Andercus não teve uma cloaca central profunda, mas apenas esgotos superficiais, junto aos muros dos edifícios. Atendendo às pendentes da via as águas teriam sido canalizadas nesta rua em direcção ao limite sul do planalto, só o extremo norte da rua tinha pendente para a praça a sul do fórum, mas o caudal seria diminuto e confundir-se-ia com outros débitos aí reunidos. Desta praça a sul do fórum, o aqueduto transformado em cloaca, prosseguia pelo centro da rua a norte das termas, entre a ínsula do Vaso Fálico e a ínsula a norte das Termas, recebendo todos os escoamentos da ínsula situada a norte, área em que se identificaram numerosas estruturas relacionadas com a pequena industria urbana entre as quais uma possível fullonica. Da insula a sul (insula a norte das Termas) apenas recebe um escoamento superficial e um segundo, mais tardio, que atravessa longitudinalmente as construções ocidentais, reunindo-se à cloaca no ponto em que esta inflecte para sul em direcção às Termas do Sul. Não é muito claro como se operou a transformação do aqueduto em cloaca na área das Termas do Sul. Se admitirmos que em época claudiana as Termas Sul são objecto de algumas transformações, com a remodelação do frigidarium e a eventual construção do denominado pediluvium, pode admitir-se que, no ponto onde o aqueduto entrava no edifício termal, foi construído um novo ramal da cloaca, contornando exteriormente a fachada ocidental do edifício e conduzindo todas as águas negras em direcção sul. É visível no levantamento gráfico das escavações lusofrancesas a existência do negativo da fistula em chumbo sobrepondo-se ao antigo aqueduto19, fistula que 19
Étienne e Alarcão 1977, Planche III.
CONIMBRIGA
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desactivava o aqueduto e permitia a sua transformação em cloaca.
1.2.4.
A revolução flaviana (Fig. 4)
O último quartel do séc. I d. C. será um momento vital da remodelação urbana de Conimbriga. A demolição do centro monumental augustano e as subsequentes reestruturações cadastrais e viárias, a construção de um grande edifício termal com planta de marcada inspiração imperial, que implicou também a demolição das primeiras termas públicas de Conimbriga, e todas as intervenções ocorridas na arquitectura privada, deram à cidade uma nova imagem e reconfiguraram a sua morfologia urbana. Entre o momento de construção do forum flaviano e das novas Termas Sul, são edificadas umas novas termas públicas no vicus novus, encaixadas entre a Casa de Tancinus e a Casa dos Esqueletos. Talvez neste mesmo intervalo um outro edifício termal, de menores dimensões, ocupa uma antiga praça junto ao aqueduto, na proximidade da via que conduzia a Aeminium. A arquitectura privada assume maior exuberância. Os tanques que adornam os peristilos recebem fontes de arquitectura complexa nos quais a introdução de um novo sistema de distribuição de água em fistulae de chumbo permitirá a criação de jogos de água.20 Mas quais as verdadeiras implicações de todas estas reformas na gestão do crescente volume de consumo em solo urbano? Corresponde esta fase a uma revolução nos sistemas de escoamento? A resposta é desconcertante: Não. Seria expectável que no projecto flaviano tivesse sido introduzida uma rede de cloacas públicas que desse vazão a um aumento da produção de resíduos (não só líquidos), mas tal não se verifica. É neste mesmo período que Conimbriga assiste à construção de latrinas públicas e privadas, à instalação de fontes públicas e prováveis ninfeus, e à arquitectura aquática dos jardins privados, mas verifica-se que as quatro redes de cloacas identificadas, e que já estariam em funcionamento em época flávia, se estruturam através de colectores de dimensões e técnicas construtivas díspares. O que encontramos são soluções definidas para cada sector, resolvendo problemas específicos, mas sem coerência entre os diferentes sectores. Os três sectores que funcionaram de forma independente são os seguintes: 20
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Fig. 4. Conimbriga. Rede de cloacas. Fase flaviana.
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A) O forum e as Termas Sul: o escoamento das águas pluviais do forum, seja das coberturas dos pórticos, seja da praça, foi desenhado em dois sentidos divergentes.21 As vertentes das coberturas do templo e do pórtico que envolve o temenos desaguavam através de um colector situado no ângulo noroeste em direcção à rua a norte do forum. Uma canalização situada na base da esplanada do templo funcionava como colector de superfície da praça cujo lajeado apresentava uma pendente sul/norte. Esta canalização, de secção rectangular, desembocava nas ruas laterais do forum,22 prosseguindo através de colectores situados ao longo das fachadas laterais, reunindo-se no ângulo exterior noroeste do monumento, juntando-se aqui ao colector das coberturas. Desconhecemos o percurso desta canalização para norte, mas certamente seguiria por uma das ruas a norte do forum (em direcção ao anfiteatro?). Diferente tratamento recebeu a zona meridional do forum. Aqui estava localizado o seu único acesso directo, ornamentado com um arco tetrapylon, provavelmente ladeado por dois templos in antis junto aos quais se associaram dois tanques, ou fontes.23 A zona que medeia entre o acesso ao forum e a praça, propriamente dita, tinha no seu subsolo uma rede de colectores que garantiam a circulação das águas residuais provenientes de outros pontos da cidade, integrando a cloaca proveniente de este. É controversa a proposta de funcionamento desta rede de colectores. Um colector setentrional que recebia os escoamentos de águas residuais provenientes da zona oriental da cidade foi readaptado (reutilizando em parte o antigo aqueduto augustano) e redireccionado de acordo com a nova fachada do forum, mantendo a pendente este/oeste. Um segundo colector é construído paralelamente ao colector setentrional, apresentando a mesma pendente, recebia as águas pluviais do tetrapylon, as transportadas por um terceiro colector (também ele paralelo à fachada) e do colector do extremo norte da Rua da Pátera Emanuel. Estes fluxos reunidos eram canalizados através de um quarto colector, com direcção e pendente norte/sul. A ligação entre os dois colectores (meridional e setentrional) e este último era em ângulo recto, solução que apenas pôde corresponder a colectores de escoamento, nunca a aduções pensadas como tal. 21
Étienne e Alarcão 1977, 100. 22 Esta canalização tem pendente dupla, seja para oeste, seja para este. 23 É controversa a reconstituição da zona sul do forum. As propostas mais recentes (Correia 2004) apontam para a existência destes dois templos situados sobre a plataforma sobrelevada, todavia não é muito clara a relação entre as coberturas do pórtico e o arco de acesso ao forum.
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Nesta secção da fachada do forum, os dois colectores norte/sul que referimos permitem a circulação da água através dos colectores este/oeste situados sob a fachada do átrio foral. A estruturação dos colectores, a sua monumentalização exterior através de arcos e o circuito existente entre ambos (sendo que o situado no ângulo sudoeste desaguava no colector da Rua a norte das Termas) e a existência de um maciço associado ao colector da Rua da Pátera Emanuel (que se destaca do alinhamento), poderá indiciar a existência de um ninfeu, ou fonte monumental,24 situada na fachada do átrio foral, entre o quadrifronte da entrada e o templete oeste. Desta forma estaria justificada a existência de duas fistulae de chumbo, de que se conservaram os negativos de assentamento e um troço de aproximadamente 20 cm.25 Uma destas fistulas de chumbo era destinada ao abastecimento das Termas Sul; a segunda abasteceria esta fonte pública. A relação topográfica entre a praça a sul do fórum e estes colectores é claramente desnivelada. A rua apresenta um desnível de 1,5 m ao longo dos 48 m de fachada do fórum, descendo para oeste.26 O ninfeu, ou fonte, estaria colocado no eixo da Rua da Pátera Emanuel, o que lhe dava alguma justificação arquitectónica (substituindo a entrada do forum augustano como foco visual), insuficiente, todavia, para eliminar a estranheza que causa um tratamento tão desigual e desequilibrado da fachada do forum. Mas faria sentido, desta forma, a existência de um colector, de grandes dimensões, que não pode ser relacionado com a condução de águas residuais da rua Pátera Emanuel, a qual tem uma pendente contrária, em direcção a sul, em quase toda a sua extensão. Um outro elemento se destaca nesta área do forum. Um maciço rectangular (2,50 m por 1,70 m) situado no interior do pórtico sobrepõem-se aos colectores meridional e setentrional; a sua função é desconhecida, mas poderá estar relacionada com uma torre de água27 pertencente ao sistema de abastecimento deste sector da cidade, e especificamente à alimentação dos vários elementos do monumento que indicam o armazenamento e utilização de água. Em contrapartida, as Termas do Sul apresentam um esquema de evacuação das águas residuais uni24 Junto a um destes colectores existe uma pequena pia escavada num bloco de calcário que poderia relacionar-se com um salientes publici. 25 Étienne e Alarcão 1977, 109. 26 Correia 2004. 27 Ou torre de pressão (note-se que uma das fistulas se dirige para este local). Uma significativa percentagem de torres de pressão em Pompeia surgem associadas às fontes públicas (Dybkjær-Larsen 1982).
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tário e coerente. As águas provenientes da natatio, da fonte que a abasteceu e da piscina ocidental do frigidarium escoavam para o colector ocidental, exterior ao edifício, o qual reaproveitava em parte o antigo aqueduto augustano. A área oriental do edifício escoava para este. As águas residuais da secção ocidental do edifício eram reaproveitadas na alimentação das foricae existentes no exterior das termas, mantendo-se o colector principal que desde época júlio-claudia recolhia todas as águas residuais da zona monumental (forum) e as conduzia até esta zona da cidade. B) Casa de Cantaber, ínsula e termas do aqueduto: esta área da cidade estrutura toda a recolha das águas residuais em direcção a norte. A casa de Cantaber, com excepção do balneário privado de construção mais tardia, conduz todos os escoamentos em direcção a um colector situado na praça em frente à entrada, que prossegue em direcção ao edifício situado junto ao viaduto. Este colector público integra um sistema de escoamento direccionado para a linha de água existente no vale nordeste, onde existiria uma cloaca ou colector que transportaria as águas e os resíduos produzidos pela Casa dos Repuxos e por toda a faixa ocidental da cidade, escoando sob o anfiteatro cujas águas também escoaria; seria portanto um colector de grandes dimensões, encanando uma antiga linha de água. Uma estrutura subterrânea situada nas imediações da via de Aeminium e que alberga um sistema composto por duas (ou três) noras accionadas por uma conduta do aqueduto, interpretada como um moinho hidráulico,28 também estaria conectado com esta grande cloaca ocidental. C) o vicus novus: o balneário da Casa de Cantaber, a Casa de Tancinus e as Termas da Muralha escoavam para uma outra cloaca, dirigida a sul. Simultaneamente, um outro colector, com a mesma direcção mas de menores dimensões, permitiria o escoamento das águas residuais da Casa dos Esqueletos e da secção ocidental das Termas da Muralha para sul, assumindo o limite do planalto e consequentemente o Rio de Mouros como receptor final do sistema de drenagem. A complexidade do sistema de escoamento de águas residuais da cidade de Conimbriga demonstra a inexistência de um projecto urbano unitário, assistindo-se à readaptação pontual de estruturas anteriores e à construção de soluções individuais. Toda esta rede se manterá em funcionamento por um longo período, apesar da transformação urbana decorrida nos finais do séc. III d. C. 28
Brun 1997, 30-31.
1.3. 1.3.1.
Anejos de AEspA LX
FORICAE
E
LATRINAS
DE
CONIMBRIGA
Foricae
Em Conimbriga encontramos duas latrinas publicas, ou foricae, de utilização generalizada pela população, situadas nos espaços mais movimentados da cidade. As foricae do forum (Fig. 5) são um edifício com 16 m de comprimento e 4,30 m de largura, construídas junto à parede exterior do criptopórtico flaviano.29 Adaptadas a este espaço integravam os contrafortes do criptopórtico, o que, na verdade, reduziu o espaço de utilização interno para 3,10 m de largura. Estas latrinas têm dois acessos localizados a sul e a norte. O pavimento, revestido com placas de calcário e com marcas de desgaste bem evidentes no sector ocidental, apresenta um alinhamento vertical que delimita longitudinalmente uma divisão do espaço de utilização.30 O lajeado ocidental assentava com orientação este-oeste, enquanto o do sector oriental, que delimitava a área de utilização propriamente dita, assentava em sentido transversal ao primeiro. Esta linha longitudinal coincide com a localização das bases das colunas, também esculpidas em calcário e sobre as quais assentaram colunas construídas em tijolo e revestidas com estuque. A existência destas colunas em espaço tão exíguo justifica-se pela opção de cobertura adoptada, que presumimos tenha sido a uma só água, encostada à parede exterior do criptopórtico. Não se deverá descartar a existência de um segundo piso, como se regista noutros exemplos, apesar da volumetria deste espaço e a inexistência de evidências de uma escada de acesso a um segundo piso não autorizarem, para já, esta solução. Por baixo dos assentos localizados ao longo da parede este corria o canal de evacuação, construído com tijolos bessales. Em frente aos assentos, ao nível do pavimento, conserva-se o canaliculus, que supomos teria sido abastecido por uma pequena fonte situada a sul, mas da qual não se conserva qualquer vestígio. A água que percorria o colector destas latrinas provinha de um colector exterior que recolhia as águas de superfície da rua situada a sul cujo traçado define o limite meridional desta ínsula,31 colector no qual também desaguava a fonte pública que antecedia as latrinas. 29
Étienne e Alarcão 1977, 146-150. Não existem registos sobre a utilização de divisórias internas nas latrinas, provavelmente por que de assim ser estas seriam em madeira, contudo é credível que houvesse pelo menos uma separação entre o espaço feminino e masculino se é que este tipo de equipamento era utilizado pela população feminina. 31 Correia 2004, 65. 30
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Fig. 5. Foricae do Forum.
Robert Étienne e Jorge Alarcão32 atribuíram uma cronologia baixo-imperial a este edifício, baseandose no perfil desenhado pela primeira das canalizações descrita, argumento ao nosso ver, pouco evidente. A canalização desenha uma curva contornando o limite exterior do forum e a fonte pública, mas a técnica de construção do esgoto interior da latrina é idêntico ao dos primeiros metros do seu traçado exterior, precisamente até à derivação com o esgoto da fonte. É só no seu percurso meridional que observamos uma técnica construtiva diferente, com tampas que claramente reaproveitam material construtivo de outra proveniência, entre o qual um fragmento que consideramos como parte da pia da fonte, o que deve corresponder a reparações posteriores. O escoamento das latrinas implicava o funcionamento da fonte pública, que é contemporânea à remodelação flaviana do forum.33 É evidente que estas foricae são construídas após a remodelação flaviana do centro monumental, mas terá decorrido em época pouco posterior, talvez durante o reinado de Trajâno no mesmo momento em que a cidade assiste à construção de umas segundas foricae nas Termas do Sul. As latrinas do forum in32 33
Étienne e Alarcão 1977, 149. Reis 2009.
CONIMBRIGA
193
tegraram um edifício mais amplo parcialmente escavado que pode ser interpretado como sede de uma schola. A construção deste edifício vedava o acesso à rua a norte do forum, ou pelo menos obrigava o transeunte a um rodeio completo dele, a menos que preferisse entrar nas latrinas e atravessá-las. Com alguma coerência estrutural e arquitectónica com as agora descritas, as foricae das Termas do Sul (Fig. 6), as únicas que lhe conhecemos, estão situadas no exterior do edifício termal, no extradorso do pórtico ocidental de acesso à palestra. Para alcançar estas latrinas o cidadão poderia contornar externamente o edifício termal, ou aceder através duma porta, situada no corredor porticado que a norte antecedia o acesso principal ao interior do edifício termal. A sua localização não deixa margem para dúvidas em classificá-las como foricae. As suas dimensões internas são de 9,75 por 3,85 m, menores, portanto, que as do forum. Terão sido construídas pouco depois da conclusão do edifício termal durante o reinado de Trajano. O seu estado de conservação não permite uma descrição muito pormenorizada, mas deixa entrever o seu funcionamento geral. Os assentos localizavam-se no sector oriental sob os quais se implantou um colector, de técnica construtiva semelhante ao descrito para as latrinas do forum, que escoava para sul. O pavimento, que neste edifício não se conservou, era também revestido com lajes, provavelmente de calcário. Conserva a base de quatro colunas e de duas pilastras junto aos muros norte e sul. O edifício assentou sobre os vestígios dos horrea claudianos e o canal que abastece o esgoto rompe a abobada do esgoto augustano. O abastecimento deste edifício poderá ter sido assegurado por um depósito situado alguns metros a norte, de que se conservam vestígios, e que é relacionável com o sistema de abastecimento das Termas.
Fig. 6. Foricae das Termas Sul.
194
1.3.2.
Maria Pilar Reis, Adriaan de Man, Virgílio Hipólito Correia
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As latrinas privadas
Na esfera doméstica, Conimbriga dá-nos mais quatro exemplos de latrinas. As mais antigas, pelo seu contexto arquitectónico, estão localizadas na insula do Aqueduto, único edifício do seu género identificado em Conimbriga, construído nos finais do séc. I a. C. (Fig. 7). As latrinas são instaladas no criptopórtico que rodeou o pátio central da ínsula, encostadas à estrutura de suporte do aqueduto. Com uma planta quadrada de 2,20 m de lado, acedia-se ao seu interior pelo corredor do criptopórtico através de uma larga abertura de 1,50 m, fechada por uma porta de três ou quatro folhas, permitindo um certo arejamento do espaço. Uma segunda porta dava acesso a um compartimento lateral. Os assentos situavam-se ao longo da parede norte e assentavam sobre um colector construído em tijolo. No compartimento lateral referido, o colector desenha, claramente, uma inflexão para o interior da estrutura de suporte do aqueduto e na qual é visível um rombo, mas sem qualquer tipo de estrutura de escoamento associada. Aliás, se aqui existiu algum tipo de esgoto, ele só poderia ser anterior à construção do aqueduto, o que não faz qualquer sentido. Além do mais, a cota de implantação destas latrinas é superior à do edifício termal34 situado no outro lado do aqueduto, pelo que este esgoto não poderia limitar-se a atravessar a parede de suporte do aqueduto, mas teria de atingir a cota da rua que lhe é confinante e assim alcançar a cloaca pública. Mais evidente se nos afigura o abastecimento desta latrina, pois dela se conserva o negativo do cano, fossilizado pelas concreções calcárias. Este era assegurado desde o pátio, em fase tardia transformado em cisterna, conservando uma derivação que alimentou o canaliculus ou uma pequena fonte para a higiene pessoal. A sua localização no criptopórtico garantia-lhe a cobertura pelo próprio piso do pórtico superior, enquanto permitia a sua utilização pelos habitantes dos vários cenacula que a insula incluía. Não temos dados seguros para estabelecermos a cronologia desta latrina, mas não a poderemos atribuir ao momento de construção da insula, tratandose certamente de uma adaptação em período posterior. Na Casa de Cantaber, a mais emblemática domus de Conimbriga, encontramos duas latrinas privadas. As primeiras, construídas na primeira fase de remo34 Sensivelmente uma diferença de 1,75 m entre o pavimento das latrinas e o nível de utilização das Termas do Aqueduto.
Fig. 7. Latrinas de Ínsula do aqueduto.
delação da domus (Fig. 8), ocupavam um espaço trapezoidal entre a rua a oeste e o limite exterior dos cubiculae que ladeavam o peristilo central da casa. Estas interessantes latrinas apresentam 15 m de comprimento total, por uma largura máxima de 5 m. Todavia, a sua particularidade reside na duplicação dos espaços. A norte é perfeitamente visível o esgoto interior da latrina com planta em U, construído em tijolo. Uma abertura na zona central do esgoto mostra que existiu um escoamento ligado ao colector privado que atravessava parte deste sector da domus e desaguava na cloaca central. Contígua a esta pequena latrina, um outro espaço de planta trapezoidal apresenta um esgoto ao longo da parede este, sugerindo a existência de uma segunda latrina. A colocação das latrinas resolveu um problema arquitectónico criado pela divergente orientação do muro limite da casa e do seu eixo principal: as latrinas ocuparam o triângulo e permitiram a orientação normal do peristilo de serviço a que estão associadas. Recentemente foi encontrada uma placa com 40 cm por 23 cm identificável com um dos elementos verticais que compunham os assentos da latrina, que mostra serem em pedra as construções acessórias necessárias à utilização das instalações. Numa fase posterior, quando a casa ganha espaço entre o seu limite este e a muralha baixo imperial, são construídas umas segundas latrinas. Originalmente era um espaço duplo com 12 m por 4 m e dois acessos situados a norte e a sul. O colector destas latrinas desenhava um L ao longo da parede sul, desaguando por fim numa cloaca remodelada aquando da construção da muralha, que ocupará a antiga rua que desembocava na entrada principal das Termas da Muralha.
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Fig. 8. Latrinas occidentais da Casa de Cantaber.
Fig. 9. Latrinas da Casa dos Repuxos.
Um dos acessos (a Sul) a estas latrinas é posteriormente eliminado, passando estas a ser servidas exclusivamente pelo acesso norte. Por fim, encontramos as pequenas latrinas da Casa dos Repuxos, que são as mais bem conservadas da cidade (Fig. 9). De planta quadrangular, com 3 m de lado, foram construídas na segunda fase da casa, presumivelmente no momento em que a remodelação se concentrou no eixo principal da domus com a criação de um impluvium ajardinado e a construção da entrada monumental, datável genericamente da primeira metade do séc. II d. C.35 As latrinas 35
Oleiro 1992.
são construídas no fundo de uma escada que dava ao exterior da domus, no que era parte do sistema de caves e criptopórticos da primeira fase da casa, quase completamente amortizado em época hadriânea, com esta excepção. O colector das latrinas é alimentado por uma canalização proveniente do impluvium do peristilo. A canalização de abastecimento, construída com tijolos lydion (de 51 cm por 31 cm de lado), desembocava no interior da latrina directamente para o colector que lhe percorre três das suas paredes, desaguando por fim através duma abertura na parede norte, supomos em direcção a uma cloaca situada na rua a norte da domus. Um canaliculus, esculpido nas lajes que cobrem o pavimento, era por sua vez ali-
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Maria Pilar Reis, Adriaan de Man, Virgílio Hipólito Correia
mentado por uma segunda canalização, presumimos em chumbo, proveniente do andar superior. Da fistula de chumbo apenas ficaram as concreções calcárias. No canaliculus que bordeja os assentos são visíveis as marcas dos grampos que suportavam as placas dos assentos. O rebordo superior dos assentos dá-nos 48 cm de altura em relação ao pavimento. Internamente a latrina estava decorada com pintura mural representando uma decoração geométrica em espinha de peixe, com tons ocres, motivo comum neste tipo de ambientes. A porta de acesso às latrinas, que conserva na soleira as marcas do sistema de fecho, tinha uma janela anteposta que permitia o seu arejamento. As exíguas latrinas da Casa dos Repuxos são uma prova arquitectónica do engenho com que se reaproveitavam as águas em ambiente urbano.
1.4.
A
MURALHA BAIXO IMPERIAL
(Fig. 10)
A construção da muralha36 nas últimas décadas do séc. III d. C. talvez terminada nos inícios do séc. IV, impôs algumas alterações no sistema de escoamento da zona oriental da cidade. A demolição dos sectores urbanos situados no exterior da cintura defensiva ter-se-á reflectido no abandono dos colectores associados às casas da Cruz Suástica dos Esqueletos e das Termas da Muralha, e forçado a readaptação do colector proveniente do balneário da Casa de Cantaber e da Casa de Tancinus e a anulação de uma possível cloaca situada na rua das Termas da Muralha, abolida pela construção da muralha. Todavia, a área compreendida entre a Casa de Cantaber, Ínsula e Termas do Aqueduto não reflecte qualquer alteração no sistema de cloacas. Bem pelo contrário, o colector situado junto às Termas do Aqueduto, mantém-se em funcionamento após a construção da muralha baixo-imperial, que encontrou uma solução para o seu atravessamento (como também aconteceu, aparentemente, com o sector este da casa de Cantaber e na área da casa do Tridente e da Espada). Mas não se conhece o modo de resolver a manutenção das cloacas direccionadas para o limite norte do planalto. Com os dados de que dispomos é difícil delinear o reajustamento das cloacas e colectores públicos da cidade decorrido nos finais do baixo-império e até que ponto a vitalidade urbana de Conimbriga impôs a manutenção de uma rede de escoamento. 36
Correia 1997; De Man 2009, 741-748.
2.
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GESTÃO DOS RESÍDUOS SÓLIDOS: CONTEXTOS PÓS-IMPERIAIS
Se para a gestão dos resíduos líquidos da cidade imperial encontramos um conjunto numeroso de dados, o mesmo não podemos afirmar sobre o destino de um conjunto de resíduos sólidos que garantidamente não poderiam ser integralmente evacuados pela rede de cloacas urbanas. Supomos que o vale do Rio de Mouros seria um dos destinos do considerável volume de resíduos sólidos urbanos, mas provavelmente existiram zonas de deposição de lixeiras localizadas no exterior da muralha augustana, zona onde contamos com escassas intervenções arqueológicas. Um pouco diferente se nos afigura o panorama baixo-imperial da cidade. Encontram-se hoje razoavelmente documentadas diversas transformações urbanas ao longo do século V, reflectindo um câmbio social provocado pela acção de actores exógenos, mas acima de tudo uma evolução interna que se encontrava já em marcha em 409, até então contida a custo através de legislação teodosiana e honoriana. Seria inútil reflectir de forma contrafactual sobre a evolução urbanística ocidental sem invasões germânicas, mas aceita-se uma tendência clara para a autarcia económica e acima de tudo para improvisações motivadas por interesse pessoal e não público. Apesar da heterogeneidade interna de cada cidade, aquilo que se constata numa grande maioria de casos são as graves alterações topológicas, bem como as adaptações na arquitectura e função de unidades residenciais. Em particular na cidade de Conimbriga, foram criados depósitos de detritos em estruturas negativas, que nos primeiros anos daquele século V dificilmente teriam podido existir nas localizações em questão. Trata-se quase invariavelmente de covas abertas em contextos domésticos tardo-romanos, e surgem dispersas por toda a área escavada, baseando-se o seguinte raciocínio apenas nos casos seguramente datados pelo radiocarbono.37 A primeira e mais evidente causa para a aparição massiva deste género de estruturas negativas dever-se-á às limitações gerais da administração local, um fenómeno com amplas repercussões urbanísticas, não apenas a nível da gestão de resíduos. Um exemplo elucidativo da amplitude de tais efeitos é a já bem conhecida instalação de um forno metalúrgico dentro da casa de Cantaber, apenas concebível num contexto de desarticulação funcional. A desconexão da domus e, para o efeito, da generalidade das insulae, é uma acção degenerativa do ponto de 37
De Man e Soares 2007, 285-294.
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Fig. 10. Conimbriga. Rede de cloacas. Fase baixo-imperial.
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vista puramente romano, contudo não o é necesariamente na perspectiva alto-medieval. O fenómeno é recorrente em cidades tardo-antigas, mas o que interessa em particular a este texto é a abertura de uma estrutura negativa para lidar com um problema imediato, o do despejo de escória de ferro e de cinza. De facto, o conteúdo reflecte diversos momentos de limpeza do forno, e a única fauna, em quantidade muito reduzida, é avícola. Na prática, terá sido assada e consumida uma ave num dado momento, aproveitando-se o forno, mas sem que esse comportamento fosse recorrente. Outra estrutura próxima, sem ligação à estrutura de combustão, continha igualmente alguns ossos, bem como uma peça de cerâmica, e também se encontra numa divisão romana. Na casa do Tridente e da Espada, uma escavação em curso de José Ruivo identificou uma série de covas semelhantes, três das quais foram datadas, sendo todas atribuíveis ao século V. A hipótese de se situarem num pórtico anulado, ideia preliminar avançada noutro lado, veio a ser rebatida muito recentemente pelo avanço dos trabalhos arqueológicos, sendo a extensão da casa para oeste mais ampla do que se supunha. Em todo o caso, documenta-se uma modificação no tratamento de resíduos domésticos em diversas estruturas romanas habitacionais que, do ponto de vista cronológico, vai a par da desconexão política imperial. Caso o lixo se concentrasse em particular em espaços públicos, o processo seria razoavelmente compreendido, mesmo através de meros argumentos historiográficos. O que salta à vista, porém, é uma alteração súbita nos modos de vida domésticos, talvez no espaço de apenas uma geração. Como é sabido, existem equivalências interessantes em contexto rural. Muitas villae tardias são abandonadas ou contraem seriamente a sua actividade no mesmo período de tempo. Apontando apenas um caso no território conimbrigense, Coles de Samuel revela ocupações de cronologia imediatamente pós-romana, com depósitos de lixo doméstico associados a um espaço com um buraco de poste perfurando o opus signinum. Ou seja, este género de continuidade, já adaptativa, vai a par de soluções de tratamento de detritos análogas às urbanas. No entanto, a origem desta lixeira pode estar na espoliação de pedra reutilzável: a cova situa-se directamente sobre o negativo do cruzamento de dois muros, situação que se vai repetindo de modo mais ou menos claro noutras partes da villa. Mas no interior de Conimbriga, as casas de Cantaber e do Tridente e da Espada evidenciam um período bem definido, entre os finais do século V e os inícios do VI, durante o qual foram perfurados pavimentos internos e externos, com o único intuito
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de depositar resíduos, nada tendo pois a ver com alterações arquitectónicas, como é o caso em Coles de Samuel. Aponte-se, porém, a fraca concentração de fauna e cerâmica, e as dimensões relativamente reduzidas, não ultrapassando o metro de diâmetro. Pondo de parte o caso da produção metalúrgica, não fica por isso evidente que tenha existido um real problema de tratamento de lixo doméstico, questão que já viria a pôr-se dois séculos mais tarde. De facto, as lixeiras de época alto-medieval distinguem-se não apenas pela irregularidade e pela maior dimensão, mas acima de tudo pelo seu conteúdo: passa a haver acumulações massivas de fauna porcina, bovina e malacológica, com proporções muito mais modestas de cerâmica. Um caso extremo desta realidade é a estrutura que foi escavada na casa do Mediano Absidado. Trata-se de um único depósito de fauna porcina e bovina, dentro dos limites da casa romana. Só foram recolhidos uns vinte fragmentos de cerâmica muito fragmentada, bem como uma lâmina de ferro. Em termos práticos, está-se perante três ou quatro despejos num curto espaço de tempo. Uma razão para este processo de despejo pode ter a ver com motivos de conservação, ou então de actividade comercial. Abater o menor número de cabeças de gado que se calculava não ser possível alimentar durante o Inverno, e conservar a respectiva carne é um hábito medieval documentado. No segundo caso, teríamos de admitir a existência de um talho ou local de venda de carne nos arredores. Por fim, os depósitos medievais do anfiteatro, entre os séculos IX e XII, são muitíssimo mais amplos, mais irregulares e cortam-se mutuamente de forma sucessiva. O maior de todos corresponde a uma grande vala, ainda nem sequer completamente escavada, e que corta todos os níveis islâmicos, visigóticos e tardo-romanos, até se deter, precisamente, na base do anfiteatro demolido. Tratando-se de uma constatação muito localizada, não se pretende identificar uma regra com base nas dimensões ou no conteúdo, porque nada impede que no futuro seja definido um grande depósito tardo-romano no interior da cidade. Em todo o caso, não se conhece por ora uma lixeira de tal tamanho que possa corresponder a épocas mais antigas, e é quase obrigatório reconher um sistema edilício de recolha e evacuação de lixo para as fases imperiais. Julga-se razoável apontar uma tendência segundo a qual, em Conimbriga, as lixeiras intramuros da Tardo-Antiguidade se resumem a fenómenos domésticos específicos, enquanto no período medieval existe muito menos pudor em abrir grandes valas, mais ou menos comunitárias, para despejo de todos os restos da vida quotidiana.
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3.
REFLEXÕES FINAIS
O crescente interesse pelo estudo dos sistemas de evacuação de resíduos urbanos na antiguidade, que tem um ponto de partida na reunião organizada em Roma em 1996,38 comprova que, pese embora o silêncio das fontes literárias, este foi um aspecto de grande importância para as cidades antigas exigindo, no seu momento, avultados investimentos de forma a resolver problemas urbanos do quotidiano, garante da sobrevivência de aglomerados populacionais complexos. A história e evolução dos sistemas de drenagem europeus em ambiente urbano são suficientemente ilustrativos do problema que representava uma desadequada rede de colectores.39 Inundações, deslizamentos de terras e desmoronamentos de alguns edifícios como consequência de um sistema de drenagem deficitário eram situações comuns na antiguidade. Um dos problemas que as cidades da antiguidade tiveram de enfrentar era a condução das águas pluviais, agravada pelas áreas pavimentadas urbanas que impermeabilizavam áreas consideráveis resultando num aumento de caudais. Mas são poucos os dados sobre a climatologia durante os primeiros séculos da nossa era e mais escassos o são quando o quadrante geográfico se circunscreve à Lusitânia,40 vetando qualquer projecção de valores médios de precipitação. No que diz respeito ao abastecimento de água aos núcleos urbanos a Hispânia constitui um diversificado catálogo dos métodos e soluções encontrados. Se, por um lado, houve cidades como Ampurias, onde todo o abastecimento era assegurado através de uma rede de cisternas, temos, por outro, exemplos 38
Dupré y Remolà 2000. Uma breve abordagem sobre a história da gestão de resíduos urbanos permite-nos estabelecer algumas comparações com as cidades da antiguidade e, fundamentalmente, entender algumas das soluções que observamos no terreno. A história da cidade de Dijon representa um interessante exemplo das soluções encontradas pelas sociedades urbanas pré-industriais na gestão dos seus resíduos (Jolivet 2008). Actuais estudos e reflexões sobre esta temática dedicadas às grandes metrópoles, como o são a cidade do México ou São Paulo, são de grande interesse para analisarmos os factores a serem ponderados quando nos debruçamos sobre uma cidade da antiguidade (Miziara 2008; Mora Reyes 2004). Desde 1985 designa-se por rudología (do latim rudus, escombros) o estudo dos sistemas de esgotos e gestão dos resíduos. 40 Entre os numerosos estudos dedicados ao clima na antiguidade destacamos o artigo de Pierre Jaillete sobre o exaltado «determinismo climático» que sugere a degradação climática como uma das causas para a crise económica e social ocorrida na antiguidade tardia. O autor apresenta uma recolha bibliográfica importante sobre esta temática (Jaillete 2005, 309-335). 39
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como Augusta Emerita, abastecida por três aquedutos. Esta diversidade existente nos sistemas de abastecimento era correlativa às soluções encontradas para a drenagem das águas remanescentes, admitindo que o sistema de drenagem de um determinado núcleo estaria, a priori, adaptado ao sistema de abastecimento. A existência de uma rede de cloacas não é, por si só, prova da existência de um aqueduto, como demonstra o exemplo de Pax Iulia, dotada de uma vasta rede de cloacas, mas aparentemente abastecida exclusivamente por cisternas e poços. Outro exemplo é Pompeia, que contava com um aqueduto, construído durante o reinado de Augusto, mas sem uma rede de cloacas.Nesta cidade da Campânia existem alguns sistemas de escoamento associados a alguns dos pontos mais problemáticos, como o forum ou as termas Stabianas, mas em Pompeia, como em Herculano, a rua foi assumida como colector público de águas pluviais e impróprias, dotada de um passeio sobrelevado e um sistema de «poldras» que permitia o seu atravessamento enquanto outras ruas apresentavam lombas laterais, que permitiam a canalização das águas para a sua evacuação pelas portas da cidade;41 também em Pompeia as fontes públicas desaguavam directamente sobre a via e as águas, impróprias ou negras, vertiam em muitas situações directamente sobre a rua; noutras eram canalizadas para fossas localizadas em jardins situados nas traseiras das casas, onde também se depositavam os dejectos, evitando assim a sua evacuação na via pública,42 pelo menos temporária senão definitivamente. A inscrição EXEMTA STERCORA ASSIBUS XI,43 de Herculano, refere o preço que os stercolari cobravam para esvaziar estas fossas. Um outro exemplo útil na análise de Conimbriga é o de Ostia. O porto de Roma, cidade que teve como génese um possível acampamento fundado no séc. IV a. C., tem um complexo sistema de esgotos, ainda não estudado em profundidade, que percorre as principais vias da cidade. Por ele eram recolhidas as águas provenientes das casas e latrinas, dos espaços comerciais, dos ninfeus, fontes e também as águas pluviais. Nalguns exemplos ostienses documentou-se a existência de canalizações realizadas por canos cerâmicos encastrados nas paredes das casas através das quais se escoavam as águas das coberturas directamente para os esgotos.44 A rede de dis41 42 43 44
Jansen 2000, 40. Jansen 1991; 2000. CIL IV. Supl. 3.4.10606 (Cfr. Jansen 1991, 43). Jansen 2000.
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tribuição ostiense era assegurada até época de Tibério (14-37 d. C.) pelos numerosos poços privados e públicos, a par de um expressivo número de cisternas que eram em muitos dos casos duplamente alimentadas pelas águas pluviais e pelo lençol freático, este último a escassos 2 m de profundidade. É só em época de Tibério que o volume de consumo aumenta significativamente com a construção de um aqueduto.45 É após a sua construção que a cidade é dotada por numerosos edifícios termais, com especial ênfase durante o reinado de Adriano, responsável por uma visão mais completa do urbanismo ostiense baseada num conceito de «serviço ao cidadão».46 Este aumento de edifícios termais, a par das surpreendentes 180 fontes, das quais 31 públicas e 28 ninfeus, entre os quais se contabilizam 10 públicos, representavam um elevado volume de água que alimentava a rede de esgotos da cidade. A estes dados, impressionantes pelo seu número, devemos acrescentar as características freáticas do local, como referimos com um lençol freático a escassos 2 m de profundidade, cuja existência não permitia a construção de fossas para deposição dos dejectos e resíduos líquidos produzidos por uma população que está calculada em 50.000 habitantes.47 Este facto motivou, certamente, uma utilização sistemática da rede de esgotos como meio de evacuação de todo o tipo de lixo produzido pelos seus habitantes, à luz do qual se entende a preocupação em canalizar para a rede de esgotos grandes percentagens das água pluviais, bem como as reservas acumuladas e não utilizadas das numerosas cisternas públicas e privadas.48 Estas águas, pluviais e sabão, asseguravam uma limpeza eficaz da rede de esgoto, obviamente completada pelos trabalhos de limpeza manuais, possíveis através das caixas de visita existentes nas principais vias da cidade. Ao contrário de Pompeia e Herculano, Ostia não utiliza a rua como colector, existindo inclusive sumidouros e sarjetas que permitiam a entrada directa nos esgotos da chuva acumulada nas ruas. 45 A cronologia tiberiana do aqueduto de Ostia é discutida por alguns autores, que sugerem a sua construção apenas em época de Trajano (Calza et al. 1953, 123) utilizando como argumento uma inscrição funerária (CIL XIV, 4326) na qual se refere um operário que possivelmente trabalhou na Aqvae Traianee, todavia esta obra de Trajano deve corresponder à remodelação e ampliação do aqueduto até novas áreas urbanas (Ricciardi e Scrinari1996, 247-261). Note-se que a mais antiga fistula com inscrição remonta a Calígula. 46 Ricciardi e Scrinari 1996, 254. 47 Ricciardi e Scrinari 1996, 266; G. Jansen apresenta um número significativamente inferior de 20.000 habitantes (Jansen 2000, 45). 48 Jansen 2000, 46-47.
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As soluções da rede de drenagem ostiense, com o seu imponente reaproveitamento das águas pluviais, conduzem-nos a uma outra questão. O estudo da transformação urbana, ocorrida em território lusitano entre os finais do séc. I a. C. e os inícios da nova era, tem-se pautado por uma abordagem «monumentalista» que assume a arquitectura pública augustana como prova irrefutável da aplicação prática das políticas no reordenamento económico e administrativo, das recém-criadas províncias hispanas. Mas, no difícil diálogo entre o cosmopolitismo romano e a rusticidade lusitana49 prevalecem os ensaios excessivamente concentrados na análise dos centros monumentais, em detrimento de uma visão global do aglomerado urbano, na qual deveríamos assumir, a par das revolucionárias políticas de Augusto e de um conceito de «espaço público» que transformará a forma de pensar a cidade, a persistência de conceitos, estruturas e filosofias urbanas préromanas. Nas primeiras décadas que medeiam o final do séc. I a. C. e os inícios do séc. I d. C. há, sem dúvida, um projecto político de mutação dos territórios indígenas e da sua «poliadisation»,50 assente em princípios claros e simples. A cidade é cabeça deste processo romanizante, dotada de estatuto jurídico e de infra-estruturas que asseguravam a aplicação dessa nova dinâmica política. Neste cenário não será difícil entender a construção de projectos urbanos coesos mas com características muito específicas, fruto da readaptação de um «plano base» às condicionantes locais, sejam elas de natureza geográfica, ou relacionadas com a natureza e composição das comunidades que ocuparão as «novas cidades». Não é difícil imaginar que questões prima facie «menores», como a construção de uma rede de escoamento, acompanhassem a mecânica do desenvolvimento urbano, permitindo a sua utilização pelo arqueólogo hodierno como argumento caracterizador das diferentes etapas que compunham a construção da cidade, mas a questão final que importa ressaltar é a ausência de coerência fundamental entre desenvolvimento urbano e implantação de estruturas de gestão de resíduos, que tanto se apresentam sobredimensionadas como se suspeitam gravemente abaixo 49 Assumir a rusticidade da sociedade lusitana pré-imperial corresponde, na verdade, a uma visão distorcida de uma realidade, difícil de apreender no curso actual da investigação por ausência de dados e de projectos de investigação sobre as últimas fases dos aglomerados urbanos da II Idade do Ferro e da sua transformação em oppida ou municipia de direito romano. 50 Le Roux 1995.
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do desempenho necessário, indicando-nos que esta «matéria escatológica», importante como necessariamente não pode deixar de ser, não esteve no centro das preocupações da gestão urbana. Por outro lado, a questão da gestão dos resíduos sólidos mostra uma cesura que, certamente de forma
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não casual, é coincidente com um conjunto de factos históricos de primeira importância para a vida da cidade e do mundo onde ela se inseriu, o que só pode ser tomado na justa medida de um sintoma, porventura menor (na óptica dos coevos), de uma evolução muito significativa.
OLISIPO RODRIGO BANHA DA SILVA*
1.
CONSIDERAÇÕES INICIAIS
O conhecimento da cidade romana de Olisipo baseou-se, até à década de ‘80 do século XX, em valiosa informação colectada até então de forma descontínua, onde o número mais relevante de dados fora recolhido ao longo do século XVIII, muito motivado pelos trabalhos de reconstrução da Lisboa após o terramoto de 1755. Acrescente-se a estes os resultantes, sobretudo, do labor de ilustres estudiosos da cidade, como A. Vieira da Silva, que coligiu a informação epigráfica até 1944,1 ou Irisalva Moita, que conduziu escavações na década de 1960, embora sem preocupação estratigráfica, no circo (Rossio),2 na necrópole noroeste (Praça da Figueira)3 e no teatro romano.4 Estes estudos condicionaram a perspectiva global sobre a cidade romana, vista como uma «urbe» de grande dimensão, densamente povoada por equipamentos públicos que a epigrafia testemunhava, espraiada do morro do Castelo de São Jorge ao Tejo, abarcando a planura da Baixa e as áreas hidrotermais de Alfama.5 Noutro sentido, Jorge de Alarcão, Cardim Ribeiro, Vasco Mantas e Theodor Hauschild,6 tentaram, a partir dos escassos dados disponíveis, perspectivar a cidade e os seus ritmos, questionando a relação do urbanismo romano com as pré-existências indígenas, entrevendo uma certa ortogonalidade de origem romana patente no traçado da cidade das épocas medieval e moderna, ou propondo leituras do edificado romano bem distintas das anteriormente citadas. O arranque de uma prática contínua de intervenções no subsolo da cidade a partir de 1989, prenunciado pela escavação da quinhentista Casa dos Bicos em 1982,7 iria conferir uma base material às leituras * Museu da Cidade, Lisboa. 1 Vieira da Silva 1944. 2 Moita 1968. 3 Moita 1968. 4 Moita 1970. 5 Moita 1994. 6 Ver o texto inteligente e correspondente bibliografia em Ribeiro 1994. 7 Amaro e Raposo 1982.
do urbanismo de Olisipo, e modificar profundamente alguns aspectos até então recorrentes na bibliografia.8 O ineditismo da maioria deles justifica o capítulo seguinte deste trabalho.
2.
UMA LEITURA SINTÉTICA DA CIDADE ROMANA DE OLISIPO
O povoado originário da Idade do Ferro, de forte influência orientalizante e correspondente a uma fundação do século VII a. C. ou anterior,9 assumia grande dimensão, sendo no momento considerado o de maior área da fachada atlântica peninsular.10 Centrado no morro onde se ergueria depois o Castelo de São Jorge, dotado de uma zona portuária e artesanal junto às margens do rio e do esteiro que percorria a ocidente o actual Vale da Baixa, a colina entre estas duas áreas era pontuada por ocupações que aproveitavam socalcos naturais (Teatro Romano, Catedral, Rua de São Mamede), onde se vêm documentando presenças pelo menos tão antigas como as do núcleo principal, situado no morro.11 Uma muito cotejada referência de Estrabão atribuiu a incorporação do povoado na esfera romana, em 138 a. C., com impacto sobre o povoado.12 Os dados recolhidos na área do Castelo de São Jorge pelos recentes trabalhos arqueológicos permitiram recolher abundante informação objectual13 e, mais raramente, estrutural,14 que documentam uma forte presença itálica de carácter militar no local.15 De acordo com os mesmos elementos, o assentamento romano republicano representou um evento traumático para Olisipo significando o abandono de toda a área do actual Castelo, a não ser por uma muito limitada e pouco esclarecedora presença de época imperial.16 8 9 10 11 12 13 14 15 16
Silva 2005. Calado 2008. Calado 2008. Pimenta et al. 2010. Pimenta 2006. Pimenta 2006. Serra 2008. Pimenta 2006. Pimenta 2006.
204
Rodrigo Banha da Silva
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Fig. 1. 1-Dreno da Rua Augusta; 2-Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros; 3-Cetárias da Rua dos Douradores/Rua de São Nicolau; 5-Jardim do Palácio dos Condes de Penafiel; 6-Casa dos Bicos; 7-Casa Sommer; 8-Rua de São João da Praça.
Os elementos arqueológicos disponíveis sobre a vida do povoado ao longo do século I a. C. resumemse a achados de cerâmica com esta cronologia, sobretudo concentrada na colina e na zona central da margem ribeirinha,17 o que sugere uma retracção da área ocupada, talvez exlicável pelo impacte negativo resultante do clima de instabilidade gerado pelo período das Guerras Civis. A promoção municipal, ocorrida entre 31 e 27 a. C.,18 terá implicado um programa urbanistico que incluiria uma muralha fundacional,19 a instalação ou reforma de equipamentos públicos, em suma, um redesenhar da morfologia urbana.20 17
Pimenta et al. 2005. Faria 1995. 19 Alarcão 1994. 20 Após as propostas neste sentido de Vasco Mantas e Cardim Ribeiro, a leitura mais actualizada e que delas beneficia encontra-se em R.B. Silva 2005.
Este programa, a ter existido, iria naturalmente desenvolver-se ao longo das décadas seguintes. Corrobora esta leitura a aferição de cronologias tibérias baseadas no estudo de contextos bem datados para o troço conhecido da muralha fundacional,21 a erecção do muro do postscaenium do teatro romano.22 ou a instalação do troço escavado da via norte.23 E são apontadas cronologias similares mas um pouco mais tardias, dos meados-segunda metade do séc. I d. C., para as Thermae Cassiorum e um criptopórtico do suburbio ocidental, propostas fragilmente alicerçadas e que carecem de ulterior confirmação.24 Quanto ao circo, o estudo da terra sigillata comprovou a sua instalação mais provável no século II d. C., embora
18
21 22 23 24
Gaspar e Gomes 2007. Filipe 2009. Silva e.p. Silva 2000.
Anejos de AEspA LX
uma datação mais recuada seja ainda assim admissível, a despeito de os autores do estudo terem concluído pela sua instalação no século III d. C.25 O panorama do conhecimento sobre os espaços habitacionais e de circulação do interior do pomerium é muito pobre, o que constitui uma limitação importante no âmbito da temática aqui tratada. À excepção do espaço dos claustros da Catedral, o conjunto de maior entidade, conhecem-se estruturas ainda mal caracterizadas na Casa Sommer,26 na área do Palácio dos Marqueses de Angeja27 e outros pontos mais na cidade actual, correspondentes a áreas de escavação demasiado exíguas. Constatou-se, porém, a conformação da colina em patamares destinados à edificação. Por outro lado, os alinhamentos e métrica romana de porções do edificado subsistente sugerem a sobrevivência aí de extensas áreas de trama de origem romana com duas orientações dominantes: a que integrava o theatrum e a relativa à parte sud-ocidental, onde provavelmente se localizaria o forum municipalis.28 O suburbio ocidental, bastante mais extenso que o oriental, atravessado longitudinalmente pela via norte e «perpendicularmente» pela que se dirigia aos agri ocidentais da margem norte do Tejo, assumia contornos urbanísticos de certa regularidade. Um extenso grupo de officinae de produtos piscícolas desenvolveuse aí, disposto ao longo de mais de 700 m. As unidades até hoje intervencionadas localizadas mais próximas da área pública e habitacional assumem uma orientação que prolonga a das zonas propriamente urbanas, casos da Casa dos Bicos,29 Rua dos Bacalhoeiros,30 Rua dos Fanqueiros e Douradores.31 Outro conjunto, englobando as localizadas mais a norte da Rua dos Douradores32 e a Rua dos Correeiros-Sondagem 34,33 assumem o alinhamento da via norte e das estruturas funerárias da necrópole noroeste, estas instaladas pelo menos cerca de 60 d. C. (Praça da Figueira).34 Um terceiro conjunto, que inclui as unidades detectadas no Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros (NARC) e «Mandarim Chinês» (Rua Augusta), parece ter-se acondicionado à configuração da mar25
Sepúlveda et al. 2002. Gaspar e Gomes 2007. 27 Filipe e Calado 2007. 28 Alarcão 1994; Ribeiro 1994. 29 Amaro 1994. 30 Comunicação oral de Lídia Fernandes, António Marques, Vítor Filipe e Marco Calado ao Simpósio «A costa atlântica na Época Romana», Peniche 2005. 31 Cfr. Bugalhão 2001. 32 Vid. nota 31 . 33 Fernandes 1997. 34 Silva 2005. 26
OLISIPO
205
gem ribeirinha do curso de água correspondente ao Esteiro da Baixa.35 Para este último grupo, também, dispomos de cronologias de instalação seguras: no NARC as cetárias sobrepõem-se a uma necrópole datada, com maior probabilidade, dos finais do séc. I a. C. e da primeira metade do séc. I d. C.;36 no «Mandarim», o estudo cerâmico permitiu avançar com uma data com limite inferior máximo de finais do séc. I d. C.37 Estes elementos permitem entrever que este seria o conjunto de cronologia mais avançada em termos do processo de expansão das officinae no âmbito do suburbio ocidental de Olisipo. O suburbio oriental, por seu turno, está ainda insuficientemente estudado. Existe ali, na zona de Alfama, uma trama regular fossilizada no edificado existente, de métrica romana. O espaço era atravessado por um troço de via, em torno da qual se parece ter atomizado o espaço edificado, que possuiria funcionalidades diversas que incluiam a funerária. No Baixo Império Olisipo sofreu alterações urbanísticas, de que se destaca uma muralha de carácter defensivo, como aconteceu com boa parte das cidades hispanas. Na Casa dos Bicos, em 1982, documentou-se a sobreposição da estrutura defensiva medieval à romana,38 como viria a acontecer mais tarde na Casa Sommer39 e na área da Rua de S. João da Praça.40 À excepção dos troços ribeirinhos do Tejo e oriental, é duvidoso que a totalidade do traçado medieval se sobreponha ao tardo-romano, dado que a ocidente implicaria deixar extra-muros as Thermae Cassiorum, renovadas pelo Praeses lusitano em 336 d. C.41 Em função dos dados indirectos proporcionados pela Praça da Figueira, onde se atestou um fenómeno de intensa «desmonumentalização» da necrópole ocorrida no último terço do século III d. C., fenómeno porventura extensivo ao circo e theatrum, tal como a presença recorrente de elementos arquitectónicos e de epigrafia funerária em troços da muralha,42 talvez o traçado desta estrutura não tenha sido estático e tenha sofrido uma retracção a ocidente entre a data pláusivel da sua fundação, eventualmente tetrárquica ou próximo disso, e momentos mais tardios. Pode, aliás, colocar-se como hipótese a construção conhecida como «Templo de Cibele», observada em 1753, de onde há notícia da exumação de numeroso mate35
Bugalhão 2000. Silva 2000. Bugalhão 2000, 135. 38 Amaro e Sepúlveda 2007. 39 Gaspar e Gomes 2007. 40 Pimenta et al. 2005. 41 De Man 2008. 42 Silva 2000. 36 37
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Rodrigo Banha da Silva
rial arquitectónico e epigráfico de carácter honorífico e funerário, corresponder a um primeiro traçado de época tardia. Dentro do perímetro defensivo, o forum perdera já a sua funcionalidade, denunciada pela utilização de algum da sua epigrafia na aludida reforma tardia das Thermae Cassiorum que lhe seriam vizinhas.43 Extra-muros, a maioria das officinae de produtos piscícolas do suburbio ocidental deixaria de funcionar até meados do século V d. C. Intra-muros, generalizam-se os fenómenos de apropriação de antigos espaços públicos entre finais do séc. IV e o VI d. C., exemplificados nos claustros da Catedral em relação a um cardo ou no theatrum com a instalação de uma habitação no espaço de um uomitorium,44 evidências da pressão urbanística então sentida pela Olisipona confinada a um espaço de menor área. A variada documentação escrita e a evidência arqueológica, de onde se destaca a assídua presença de importações cerâmicas, sobretudo orientais, mas também a capacidade edificadora evidenciada pelos numerosos elementos arquitectónicos, infelizmente descontextualizados, mostram uma cidade que manteve o seu carácter cosmopolita na Antiguidade Tardia.
3.
AS CONDICIONANTES GEOMORFOLÓGICAS E GEOLÓGICAS
A configuração paleotopográfica da encosta Sul do morro do Castelo, voltada ao Tejo, denuncia uma forte pendente N-S. Tendo sido nesta zona que se desenvolveu a cidade romana strito sensu de Olisipo, as características do subsolo são aí maioritariamente sedimentares ou carbonatadas (margas, argilas e areias, com esporádicos calcários) e são frequentes os lençóis de água subterrâneos. Na parte baixa, na área do suburbio ocidental, o subsolo é muito rico em aquíferos doces ou ligeiramente salobros, e as estruturas romanas conhecidas assentam sobre depósitos em boa parte aluvionares (areias). Embora com um panorama geológico distinto, onde pontuam ocorrências semelhantes às da encosta sul do morro Castelo, a área suburbana oriental mostra ocorrências de águas de características mineromedicinais, sobretudo na parte mais oriental de Alfama, bairro que deve o seu nome aos Hammam re43 44
Diogo e Trindade 1999. Diogo 1993; Amaro 1995.
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feridos nas fontes islâmicas.45 Sabemos hoje que o aproveitamento destas águas foi iniciado já em época romana imperial, embora muito insuficientemente caracterizado.46 A sul o Tejo, e a ocidente o seu esteiro, definiam uma extensa área de margem ribeirinha, que até datas recentes mantiveram o seu carácter portuário e piscatório.
4.
ESTRUTURAS DE DRENAGEM HÍDRICA
Tomando em consideração as fortes condicionantes geomorfológicas mencionadas supra, as soluções de saneamento adoptadas na Antiguidade deverão ter privilegiado a edificação de estruturas de drenagem em desfavor de fossas sépticas. No mesmo sentido, aquele conjunto de características favoreceu soluções de drenagem líquida que passaram, necessariamente, pela configuração das próprias artérias e pela construção de potentes estruturas hidráulicas na colina do Castelo, no sentido da vertente em direcção ao Tejo. Este tipo de soluções perdurou no tempo, havendo referências abundantes a estruturas deste tipo de nas fontes escritas, manuscritas e impressas, tendo vindo a Arqueologia a encontrar evidências das mesmas ou a descobrir outras cuja existência era desconhecida. À maioria das estruturas já referenciadas pela historiografia lisboeta atribuiu-se uma remota origem romana, datação não corroborada pelas modernas intervenções. O panorama disponível, já de si exíguo, é para mais limitado ou pela inacessibilidade ou pelo ineditismo dos dados arqueológicos referentes à caracterização das escassas construções conhecidas, respectivos contextos associados e, portanto, cronologias dos seus ritmos.
4.1.
CLAUSTROS
DA
CATEDRAL
Nos claustros da Catedral lisboeta, desenvolvemse trabalhos arqueológicos de forma intermitente desde 1990, dirigidos por Clementino Amaro e, mais recentemente, por Alexandra Gaspar. Reconheceu-se aí um dos raros cardines da cidade romana, ladeado por construções habitacionais ainda insuficientemente caracterizadas nas publicações disponíveis. Trata-se de uma artéria de carácter secundário, carácter denunciado pela sua estruturação em 45 46
Coelho 1989. Pimenta et al. 2005; Filipe e Calado 2007.
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207
Fig. 2. 1-Dreno da Rua Augusta; 2-Baceamento des termes privadas do Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros; 3-Cloaca das Thermae Cassiorum; 4-Cloaca sob a ida dos Claustros da Catedral; 5-Cloaca da Casa Sommer.
patamares ligados por conjuntos de 3 degraus, bem como pela sua largura, situada em torno dos 3,00 m.47 Sob a via desenvolve-se a cloaca romana mais bem conhecida da cidade, com cerca de 1,20 × 0,60 m, constituída por paredes de alvenaria sobre um fundo de laje calcária, e cobertura de abóbada semicircular construída com o mesmo material. Localizada a 2,10 m do piso da uia, reconhecida ao longo de 18 m, possui uma inclinação de 10 graus. No local foi escavado, a Este da cloaca, um troço de adutor em caixa rectangular de lateres, observável no local. A sequência estratigráfica do interior da cloaca foi apresentada por Amaro,48 e mostra três unidades (ou melhor, presume-se que conjuntos de unidades): as duas superiores, bem como um adutor, encerram uma 47 48
Amaro 2000. Amaro 1995; 2000.
cronologia islâmica, o que provam a sua utilização até à definitiva conquista cristã do séc. XII; a inferior, sobreposta ao pavimento pétreo, revelou materiais de cronologia romana, desconhecida ainda no momento, e mostram que a acumulação detrítica resultante da inexistência de manutenção ocorre ainda durante esta época.
4.2.
THERMAE CASSIORUM
O edifício termal conhecido como Thermae Cassiorum corresponde a um balneário de grandes dimensões à escala da cidade antiga, conhecido em duas ocasiões distintas. O achado primitivo, verificado em 1771/2, foi noticiado num manuscrito pelo P.e D. Tomás Caetano de Bem, que descreve e caracteriza os elementos
208
Rodrigo Banha da Silva
construtivos, de que se salienta um conjunto articulado de três tanques em ábside. No de maior importância, que de acordo com o texto conservava a parede de topo e respectiva abóbada com um total de 9,90m de altura, foi encontrado um nicho onde estaria colocada originalmente uma estátua em mármore branco, entretanto perdida, correspondente a um modelo do tipo Mars Vltor.49 Acima do nicho, inscrita a tinta vermelha num registo moldurado, a célebre inscrição THERMAE CASSIORVM/ RENOVATAE A SOLO IVXTA IVSSONEM/ NVMERII ALBANII V(iri). C(larissimi). P(raesidis). P(rovinciae). L(usitaniae)./ CURANTE AVR(elio) FIRMO/ NEPOTIANO ET FACVNDO CO(n)S(ulibu)S (C.I.L. II, 191).50 De acordo com o mesmo manuscrito «o aquaducto para o despejo, e evacuação da agoa destes três tanques, se o houve, não se descobrio (…)», ao contrário do cano de alimentação comum.51 Uma outra secção do edifício, correspondente ao limite do seu quadrante NO, foi revelado nos n.os 2228 da Rua das Pedras Negras, numa extensa intervenção arqueológica ainda inédita, dirigida por Dias Diogo entre 1991 e 1998. Do conjunto de estruturas destaca-se um corredor de circulação interno com o pavimento forrado a opus signinum, sobre o qual foi identificada uma cloaca de sentido NE-SO. A estrutura hidráulica era constituída por paredes e abóbada em meia-cana em alvenaria com no total, 1,20 m de altura média e 0,60 m de largura, tendo sido reconhecida numa extensão de 21 m a partir de um ponto de penetração constituído por uma violação de época medieval cristã. Este elemento explicará a cronologia do material cerâmico encontrado no seu enchimento. Por questões de segurança não foi possível efectuar o levantamento integral da estrutura durante a intervenção.52
Anejos de AEspA LX
zéns ribeirinhos, em 2003-04, e forneceu um outro apontamento interessante para a presente temática. Aqui, para além de outras estruturas de importância fundamental para a compreensão da cidade romana, como a muralha fundacional e o adossamento a esta da muralha romana tardia, um outro cardo foi identificado, tal como o da Sé pavimentado a grandes lajes calcárias. Sobre uma das suas partes laterais foi edificado um fontenário no séc. V d. C.53 Esta última estrutura hidráulica vertia o excesso directamente para o pavimento lajeado, mostrando marcas bastante expressivas do desgaste aquífero. A circunstância de o lajeado ostentar uma junta larga e não preenchida junto à boca mostra bem que o escoamento era por aqui feito, pelo menos a partir da época de edificação do fontenário. Uma medição da profundidade da cavidade revelou cerca de 2,00 m, o que pressupõe a existência de uma estrutura de drenagem sob o pavimento do arruamento, provavelmente uma cloaca.54 Se o conhecimento da área estritamente urbana é diminuto, o panorama disponível para as áreas suburbanas não o é menos: a ocidente registe-se o achado de um dreno de secção triangular em tijolo no espaço entre a área das officinae de garum e o circo, no subsolo da actual Rua Augusta;55 mais a Sul, no Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros,56 a reparação de um dreno de escoamento de umas termas privadas provocou o rompimento do pavimento em mosaico, substituído ali por opus signinum e mostrando assim a sua orientação em direcção à uia que atravessava o Vale da Baixa, sob a qual se deveria encontrar um colector (uma cloaca).
5. 4.3.
CASA SOMMER
Uma importante escavação foi executada sob a direcção de Ana Gomes no espaço de antigos arma49 Cfr. D.Thomaz Caetano de Bem, Noticia das Thermas ou Banhos Cassianos e Outros Monumentos Romanos Modernamente Descobertos na Cidade de Lisboa, s. d. (BNL, Reservados, Cod.104). 50 D’Encarnação 2009. 51 Vid. nota 49. Parece improvável, porém, que as estruturas hidráulicas não dispusessem de drenagem, parecendo até prláusivel que o «cano» descrito como de alimentação fosse, de facto, um adutor a uma cloaca. 52 A.M. Dias Diogo, Laura Trindade, Rodrigo Banha da Silva, «Estruturas romanas de Lisboa», comunicação oral extra-programa ao I Congresso Peninsular de Arqueologia (Porto, 1993), que infelizmente não resultou em publicação nas respectivas actas.
O TRATAMENTO DOS RESÍDUOS SÓLIDOS
5.1.
FOSSAS
DETRÍTICAS
Os trabalhos arqueológicos levados a cabo em Lisboa têm revelado estruturas negativas, de configuração tendencialmente ovalada, normalmente escavadas nos depósitos arenosos e/ou argilosos anteriores (antrópicos ou não). 53
Gaspar e Gomes 2007. Ana Gomes, Alexandra Gaspar, João Pimenta, Henrique Mendes, António Valongo, Susana Ribeiro, Sandra Guerra, Paula Pinto, «Intervenção Arqueológica na Casa Sommer», comunicação oral apresentada ao IV Congresso Peninsular de Arqueologia (Faro, 2004) que infelizmente não resultou em publicação nas respectivas actas. 55 Vieira da Silva 1944. 56 Bugalhão 2001. 54
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Na área da Praça da Figueira foram detectadas quatro destas fossas (U.E.s 8935, 8951, 8014 e 9033), enquadradas nas Fases I (urbanismo datado de Tibério-Cláudio, sem evidência funerária) e II (necrópole de tipo clássico, monumentalizada, que perduraria assim até finais do séc. III).57 Dotadas de cronologias situadas entre os principados de Tibério e Nero, apresentam inclusões de perfil similar: escassa fauna mamalógica e mamacológica, ausência ou ocorrência fortuita de artefactos metálicos e vítreos, rara olaria de construção, frequente cerâmica fina (terra sigillata, lucernas e vasos de paredes finas), contentores anfóricos e restante panóplia formal variada de cerâmica comum (incluindo produções regionais, mas também itálicas e béticas, estas mais bem representadas). A par de alguns exemplares relativamente bem conservados, a maioria dos vasos ou contentores estava documentada apenas a partir de fragmentos, características compatíveis com material já transportado. De notar, também, que as cerâmicas datáveis permitiram aferir de cronologias por vezes distantes em décadas, entre materiais da mesma classe e produção oriundos do mesmo contexto, independentemente do seu estado de conservação, aspecto que se deverá conectar com o manuseamento diferenciado dos mesmos. Este tipo de estruturas, feitas para receber despejos detríticos, revela que ocorreu uma triagem prévia em função das naturezas das matérias, pois só assim se explica a aparentemente sub-representação de metal e fauna. Noutro sentido, as suas dimensões (por exemplo cerca de 1,70 m × 1,10 m × 0,90 m para a U.E. 8935, ou 2,20 m × 1,50 m × 0,60 m para a U.E. 8014) remetem para acções muito circunscritas no tempo e promovidas por um grupo limitado de indivíduos. Complementarmente a estes elementos, todos os contextos com esta tipologia conhecidos até ao momento na cidade foram detectados bem no exterior da área urbana em sentido estrito, quer a ocidente quer a oriente, não muito afastadas de eixos viários e com datações que geralmente não ultrapassam o século IV. Parecem corroborar as leituras que vimos expondo, que as únicas estruturas análogas conhecidas já contêm um número significativo de fauna e são datadas da segunda metade do século V. Trata-se da Sondagem 3 da Rua de São Nicolau, a ocidente,58 e do lado oposto da cidade, encostada ao paramento da muralha tardia romana no troço do Pátio da Sr.ª de 57 58
Silva 2005. Sepúlveda et al. 2003.
OLISIPO
209
Murça.59 Este tipo de ocorrências parece documentar um câmbio no processamento detrítico ocorrido naquele período, onde, embora se adopte ainda o carreamento e destino similares (extra-muros) já não se verifica triagem em função da natureza dos materiais excepto, talvez para os metais.
5.2.
DESPEJOS
EM CONSTRUÇÕES DESACTIVADAS
A utilização de espaços desactivados, cujas funções se tornaram entretanto obsoletas, proporcionou espaços de despejo detrítico para uso. Contudo, a simples disponibilização destas áreas não significou, ao longo do período romano, a sua imediata utilização pelos olisiponenses, dependente como se supõe de outros factores de natureza político-administrativa e mental, de urbanidade. Os edifícios públicos conhecidos revelam-nos diferentes formas de transição após a sua desactivação, destacando-se o teatro romano: a sua cronologia de abandono foi situada por Dias Diogo nos finais do séc.III-IV d. C., mas a circunstância de o espaço ter ficado intra-muros parece ter condicionado a sua utilização como zona de despejos, entendimento reforçado por se ter documentado a ocupação habitacional da zona desmantelada do edifício cénico no Baixo-Império e inícios da Antiguidade Tardia.60 Algo de semelhante terá ocorrido próximo do teatro, nos Claustros da Sé de Lisboa,61 com paralelos também em espaços públicos e privados na Casa dos Bicos,62 Casa Sommer63 e Thermae Cassiorum. 64 A alta frequência de materiais cerâmicos, mas também de outras naturezas nas imediações dos pontos citados ocupados na Antiguidade Tardia, dotados de cronologias situáveis entre a segunda metade do séc. V e os inícios do VII, como a terra sigillata foceense e clara africana ou as ânforas oriundas do Mediterrâneo Oriental (sobretudo LR1, mas também LR3 e 4) e tardias africanas, indica a prática de um despejo essencialmente doméstico para estas datas em Olisipo, efectuado nas imediações das habitações. Com outro interesse e significado parece ser a concentração de despejos verificada na parte baixa da cidade, no suburbio ocidental, área das officinae de garum. Se há dúvidas se o espaço em causa ficou 59 Intervenção dirigida por Manuela Leitão, do Museu da Cidade, alvo de integração urbana onde se expõem os materiais da lixeira. 60 Diogo 1993; Amaro 1995. 61 Amaro 1995; 2000. 62 Amaro e Raposo 1982. 63 Gaspar e Gomes 2007. 64 Vid. nota 52.
210
Rodrigo Banha da Silva
Anejos de AEspA LX
Fig. 3.
ou não na totalidade no exterior da muralha altoimperial, estas dissipam-se para as épocas do BaixoImpério e Antiguidade Tardia, considerando os traçados prováveis para a muralha destes períodos, em relação à qual a área artesanal ficou, no essencial, no exterior. Os dados que parecem mais ilustrativos correspondem a sequências estratigráficas observadas na cetária da Rua dos Fanqueiros nº 77, e nalgumas das unidades escavadas no Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros. No primeiro dos sítios, observou-se no fundo do tanque restos produtivos de salsamenta, a que se seguem duas unidades estratigráficas equivalentes ao processo de colapso do telhado e, por cima, uma unidade potente, quase estéril, na qual foi recolhido exclusivamente um fragmento de «tacho visigótico».65 65
Diogo e Trindade 2000.
Ora, foi justamente de permeio com os dois momentos de colapso da cobertura que foi recolhido o conjunto de vasos cerâmicos, o que inclui uma quantidade apreciável de cerâmica comum e ânforas, alguma t. s. africana clara, uma lucerna africana, material muito fragmentário à excepção de três das ânforas. Considerando a cronologia homogénea do conjunto, cujo intervalo superior se situa nos meados/ segundo quarto do séc. V d. C., os despejos parecem mais consentâneos com perfis urbanos do que como resultado exclusivo da actividade artesanal desenvolvida no local ou área próxima. Este panorama, da presença de despejos sob ou de permeio com o colapso das coberturas das unidades produtivas, repete-se nalgumas das officinae do Núcleo Arqueológico da Rua dos Correeiros, com datações similares atribuídas.66 Este conjunto de ele66
Sepúlveda et al. 2003.
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mentos obriga a reequacionar as cronologias de abandono da maioria das unidades, situados na sua maioria no séc. V, porque os processos deposicionais indiciam que os despejos, mais provavelmente ou maioritariamente urbanos, só terão ocorrido quando as estruturas estavam já desactivadas.
5.3.
OUTRAS
FORMAS DE PROCESSAMENTO
DETRÍTICO
A instalação das áreas habitacionais na encosta do morro do Castelo, onde o declive se apresenta muitas vezes acentuado, obrigou à adaptação da morfologia do terreno mediante a prática de terraplanagens. Os dados arqueológicos sugerem que esta solução já fora praticada de maneira pontual desde a Idade do Ferro, entre os séculos VI-V a. C.,67 e perdurou em época republicana.68 As evidências mais fortes e recorrentes desta prática, de que são exemplo as detectadas no Teatro Romano,69 Thermae Cassiorum, jardim do Palácio dos Condes de Penafiel, Palácio do Marquês de Angeja ou Largo de Santo António da Sé,70 correspondem a cronologias alto imperiais, e são bem o reflexo da dimensão das reformas urbanísticas ocorridas durante este período. Nestes espaços, a robustez das construções viria a condicionar o desenvolvimento posterior do desenho urbano, até ao momento de ruptura com a tradição do traçado lisboeta correspondente à reconstrução da cidade após o terramoto de 1755, e perdura ainda nas áreas não sujeitas ao plano setecentista.71 Os patamares edificados entre os Júlios e os Antoninos requereram, alternativa ou cumulativamente, processos distintos: demolições de preexistências e regularização obtida por entulhamento ou decapagem. Julgamos que os casos abordados, do Teatro Romano e do jardim do Palácio dos Condes de Penafiel,72 mostram bem os diferentes tipos de registo arqueológico resultantes das opções construtivas. No primeiro dos casos, as escavações dirigidas por Lídia Fernandes mostram que sob a demolição das estruturas preexistentes foram depositados sedimentos, contendo abundantes cerâmicas contemporâneas da acção edilícia e anteriores (republicanos e cobrindo toda a Idade do Ferro), sendo muito raros tanto os elementos objectuais metálicos como os pétreos, 67 68 69 70 71 72
Pimenta et al. 2010. Sepúlveda e Fernandes 2009. Sepúlveda e Fernandes 2009. Vid. nota 52. Silva 2005. Sepúlveda e Fernandes 2009.
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211
estes provavelmente reaproveitados na nova construção erguida ou nos finais principado de Augusto ou já no de Tibério.73 O mesmo tipo de registo estratigráfico verifica-se nos níveis da fase sequente, provavelmente de data neroniana e correspondentes a reformas do edifício cénico. Num e noutro caso os conjuntos faunísticos colectados são extremamente reduzidos. Na área do jardim do Palácio dos Condes de Penafiel, localizado nas traseiras das Thermae Cassiorum, desconhecemos o uso dado ao espaço em época alto-imperial. A descoberta de um muro de sustentação de terras veio mostrar, contudo, a intencionalidade da actividade deposicional, cujos ritmos e cronologia não se consegue ainda determinar de forma precisa, situada entre os Flávios e a época Severa. Aqui, tal como nas traseiras do Teatro Romano, os depósitos são ricos em cerâmica, escassos em fauna, metal, vidro e material construtivo, com os artefactos a apresentar-se na maior parte dos casos com um elevado índice de fragmentaridade. Os restantes locais que mencionámos um pouco acima deverão apresentar perfis similares aos do Teatro Romano e Palácio Penafiel, e parecem demonstrar que a actividade construtiva olisiponense implicou movimentações de terra significativas, e que estas acções implicaram o processamento prévio dos detritos, alvo de triagem e escolha antes da sua mobilização para as áreas de destino. Considerando neste capítulo a área total da cidade da Antiguidade, e a necessidade de formação de patamares em toda a encosta onde assentava, estes encerraram uma elevada capacidade de absorção de resíduos inorgânicos seleccionados (sedimentos e artefactos). Terá sido na fachada ribeirinha, porém, que uma parte substancial dos detritos sólidos produzidos pela cidade foi vertida, mas os dados disponíveis pelas intervenções realizadas até ao momento correspondem a contextos ainda insuficientemente caracterizados do ponto de vista geoarqueológico.
6.
CONSIDERAÇÕES FINAIS
A síntese produzida reflecte o estado ainda embrionário do estudo do tema na cidade de Lisboa. Apesar do carácter lacunar de muita da informação acessível, pode-se desde já concluir acerca dos preceitos adoptados na cidade romana no séc. I d. C., fase em que foram implementadas as soluções de saneamento hídrico correspondentes, no essencial, à 73
Sepúlveda e Fernandes 2009.
212
Rodrigo Banha da Silva
construção de uma rede de saneamento que reflecte uma preocupação de drenagem das artérias e edifícios construídos sobre a encosta sul do morro do Castelo de São Jorge. Os dados, muito limitados, da cloacas da Sé e das Thermae Cassiorum, apontam para a sua utilização até à época medieval, mas, e para a primeira, a sua manutenção terá sido praticada apenas até ao final do período romano ou inícios da Antiguidade Tardia. No que aos resíduos sólidos respeita, estes parecem ter sido alvo de triagem prévia à sua deposição definitiva nos locais de destino, os quais demonstram o respeito pelos preceitos urbanísticos romanos, isto é, no exterior do poemerium. Neste domínio, aliás, parece também relevante que a maior concentração relativa de material cerâmico se ateste nas imediações
Anejos de AEspA LX
da Necrópole Noroeste (Praça da Figueira) e circo (Rossio). As características físicas das estruturas negativas que receberam este tipo de despejos e a sua composição artefactual, remetem para eventos circunstanciados no tempo e praticados por um número limitado de indivíduos, indiciando bem conhecida existência de contratados (stercorarii?) que assegurariam o transporte e porventura a remoção dos detritos. As formas de processamento detrítico (hídrica e sólida) parecem ter-se desenrolado na cidade até a segunda metade do séc. V, mas na Antiguidade Tardia ocorre um câmbio, correspondente a um modelo doméstico, dando-nos uma imagem difusa da dinâmica de crescimento/retracção da cidade ocorrida entre os séculos I e VII.
PROVINCIA TARRACONENSIS
BAETULO PEPITA PADRÓS MARTÍ* JACINTO SÁNCHEZ GIL DE MONTES**
1.
MARCO GEOGRÁFICO
La ciudad de Baetulo está situada en el subsuelo de la actual ciudad de Badalona, 10 kilómetros al norte de Barcelona. La ciudad se situó en la pendiente de un pequeño promontorio amesetado, limitado por dos ramblas y el mar, con un importante desnivel tanto hacia la vertiente sur como las vertientes que daban a las ramblas. Estos cauces de agua de carácter torrencial, nacen en las vertientes marítimas de la sierra litoral y circulan erosionando el substrato geológico, en el cual se encajan. A pesar de tener su origen en altitudes modestas, a causa de su corto recorrido alcanzan fuertes desniveles: el agua, circulando por las fuertes pendientes, coge una energía considerable que le permite arrastrar grandes cantidades de materiales que han contribuido a la formación del llano litoral. En el punto de contacto de la sierra litoral con el llano, en el curso medio de las ramblas, afloran aguas filtradas que históricamente se han aprovechado mediante fuentes y minas. Geológicamente es una zona de substrato granítico, sobre el que se superponen materiales del Terciario y del Cuaternario, fácilmente erosionables. Como resultado del desgaste de este granito, se forma un tipo de arena, con abundante cuarzo y mica —sauló— que era fácilmente arrastrado por las corrientes de agua y depositado en el lecho de las ramblas. Este material sobre el que se asienta la ciudad, es bastante poroso, con lo que se facilitaría la eliminación, por filtración, de las aguas residuales.
2.
MARCO HISTÓRICO-URBANÍSTICO
Baetulo fue una fundación romana ex novo que formaría parte del programa de fundaciones urbanas ** Museu de Badalona ** CODEX —Arqueologia i Patrimoni—.
que impulsó Roma a finales del siglo II, inicios del siglo I a. C. (Guitart 1994, 205-213). Su ubicación respondía a una finalidad muy concreta: ser uno de los elementos vertebradores de la nueva ordenación territorial de la Laietania. En cuanto a su cronología fundacional, los primeros niveles estratigráficos intramuros localizados hasta el presente se fechan en el decenio 80-70 a. C. (Jiménez Fernández 2002, 66), aunque otros autores, en base al análisis de los materiales numismáticos, sitúan su fundación en torno al decenio 90-80 a. C. (Padrós 2001, 67-68). El período de máximo esplendor de la ciudad se sitúa en época de Augusto y el siglo I d. C., gracias fundamentalmente a la producción y comercialización del vino layetano. A partir de finales del siglo I d. C. y primera mitad del siglo II d. C., la arqueología documenta en Baetulo un proceso de cambio que provocó importantes transformaciones en espacios de uso público, sin que este hecho significara un abandono de la zona, sino una transformación del uso funcional de estos espacios. Si a ello sumamos la evolución constatada en el territorio, donde las villae tendrán un importante desarrollo arquitectónico desde la segunda mitad del siglo II d. C., puede plantearse la hipótesis de un desplazamiento del núcleo residencial de la ciudad al territorio (Comas et al. 1999, 43-44). Se habría producido una transformación y redistribución de usos que tal vez deba relacionarse con la concesión del Ius Latii, ya que es a partir de este momento cuando en Baetulo se documentan epigráficamente las instituciones municipales y sus magistrados. La vitalidad de Baetulo durante los siglos II y III d. C. queda probada por la existencia de contextos arqueológicos y elementos epigráficos que documentan la evolución y transformación de la vida urbana. Muy importante es la dedicación de unos pedestales a los emperadores Gordiano y Filipo I y a la emperatriz Sabina Tranquilina por los decuriones baetulonenses, que demostraría que, a mediados del siglo III d. C., la ciudad tiene un poder municipal importante. El conocimiento de la ciudad tardoantigua es
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Fig. 1. Encuadre topográfico de Baetulo.
escaso, aunque está documentada la pervivencia de hábitat hasta el siglo VI d. C. Como hemos dicho, la ciudad, que estaba situada frente al mar sobre un pequeño promontorio, se encuentra rodeada por una muralla que configuraba un recinto próximo a las once hectáreas (413 × 261 m). La hipótesis de distribución urbanística en cardines y decumani que definen una trama en damero y delimitan un conjunto de insulae, se planteó, en primer lugar, en base a la localización de diversos tramos de colectores de calle —cardines— que permitieron fijar una modulación que planteó la existencia de siete insulae en anchura. En segundo lugar, la modulación de los decumani, ante la inexistencia de colectores, se fijó en base a edificios y domus localizados, dando como resultado once insulae de largo, con una ordenación urbanística que obedecía a un plan ortogonal (Guitart et al. 1994, 188-191). La imagen inicial de este asentamiento quedaría marcada, por tanto, por la muralla, que lo protegía y delimitaba, por la planificación urbanística que lo organizaba y marcaba las pautas para su desarrollo
y por un templo que seguramente presidía el espacio público por excelencia, el foro, y en definitiva el conjunto de la ciudad. Por tanto, clara filiación romana no tan solo en su urbanismo sino también en la tipología de sus edificios públicos y privados, en los que se demuestra una total influencia itálica. La ciudad romana de Baetulo se podría dividir en tres partes según criterios topográficos y arquitectónicos. La zona alta, de suaves pendientes, casi plana, se caracteriza por la presencia de grandes domus articuladas en torno al atrio y con un área de producción asociada, casas de la calle Lladó. En el límite sur de esta planicie y en el punto donde comenzaría la pendiente hacia el litoral, se construye el centro político-administrativo de la ciudad, el foro, en un punto prominente de cara al mar. En la falda meridional del promontorio, se sitúa el barrio marítimo comercial, donde proliferan los baños públicos, tabernae, talleres y viviendas más modestas y de articulación más simple que las casas de la zona alta, aunque se engloban dentro de un urbanismo diseñado en cuadrículas y ordenado por insulae.
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Fig. 2. Trazado hipotético de la articulación en insulae de Baetulo.
3.
ELIMINACIÓN DE LAS AGUAS RESIDUALES
El estudio global de la gestión de la eliminación de las aguas residuales en la ciudad romana de Baetulo se planteó por primera vez y de manera esquemática en los años noventa (Padrós 1998, 599-621).
Anteriormente sólo se describieron elementos aislados que formaban parte del sistema, pero que quedaban inconexos entre ellos sin dar una imagen de conjunto. La síntesis que se presenta en este trabajo se ha fundamentado principalmente en siete puntos del yacimiento excavados en diversas campañas desde los
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años ochenta hasta la actualidad,1 excepto dos intervenciones realizadas en los años treinta y cincuenta del siglo pasado.2 En este trabajo se expondrán fundamentalmente aquellos elementos principales que definen y caracterizan el sistema básico de dicha eliminación y su evolución a lo largo del tiempo desde el siglo I a. C. hasta el V d. C. 3.1.
PRIMERA
FASE DEL SISTEMA DE EVACUACIÓN
DE AGUAS RESIDUALES
En las fases iniciales del urbanismo de la ciudad, desde el I a. C. hasta la primera mitad del I d. C., se trazaron y pavimentaron las calles y no se creó un sistema de colectores. Este primer modelo de eliminación consistiría por tanto en el drenaje de las aguas pluviales y residuales domésticas e industriales a través de la superficie pavimentada de las calles. Ha sido difícil de establecer esta primera fase debido a la precariedad de las pruebas que nos han llegado hasta la actualidad a causa del gran impacto en el establecimiento de los sistemas de evacuación posteriores. Hay dos tipos de evidencias que demuestran la existencia de este sistema, en primer lugar, los pavimentos de los niveles de calle anteriores a la implantación del segundo modelo aparecían cortados por las zanjas constructivas de los colectores, como se ha podido documentar en el tramo del cardo maximus documentado en el solar de la calle Lladó y en la plaza de Font i Cussó. En segundo lugar, la presencia de canales de desagüe proveniente de los ámbitos domésticos que no vierten las aguas residuales a ningún colector central y sí a la calle directamente, como sucede en las cloacas localizadas a la entrada de las Casas 1 y 2 de la plaza Font i Cussó. En el primer caso, se trata de un pequeño canal de paredes y fondo realizados con material constructivo cerámico y piedras ligadas con barro, que tiene su origen en el patio central de la vivienda. En el segundo caso, se trata de un pequeño canal realizado con paredes de piedras irregulares ligadas con mortero de cal y fondo de tegulae, que se construye en las primeras fases del inmueble que, como sucede en el caso anterior, recogería las aguas sucias y de la lluvia desde el patio central de la casa. Es muy posible que en medio de la calle pudiera haber una zanja que recogiera estos vertidos líquidos pero no han quedado restos de su existencia. 1 Plaza Font i Cussó y calle Termas Romanas nº 3, solar de la calle Jaume Borrás —delegación de Hacienda—, domus de la calle Lladó, plaza de la Constitución, calle Pujol nº 36, calle Gaietà Soler —escuela Jungfrau—. 2 Termas Romanas bajo el Museo de Badalona, Clos de la Torre.
Fig. 3. Font i Cussó. Cloaca principal de la Casa 2.
3.2.
SEGUNDA
FASE DEL SISTEMA DE EVACUACIÓN
DE AGUAS RESIDUALES
En una segunda fase, tanto el agua residual de la lluvia como las aguas fecales e industriales de ámbito doméstico, se eliminan a través de una red de colectores principales que se construyen generalmente en el eje central de las calles y de una serie de imbornales que drenan hacia dichos colectores el agua que circula por la superficie de la calle. Este proceso urbanístico comenzaría a partir de Augusto o de la dinastía JulioClaudia. A continuación se exponen los elementos detectados que configuran la red de saneamiento general de la ciudad. Se trata de un sistema jerarquizado donde la red principal son una serie de colectores que van por las calles principales generalmente en los ejes norte-sur (cardines), parte alta-línea de costa, a los que vierte una red terciaria, principalmente de carácter doméstico y en algunos casos industriales. No se han documentado elementos de una red secundaria que recogiera las aguas de calles no principales para verterlas en las canalizaciones centrales de las vías más importantes. La descripción, por tanto, de los elementos constitutivos de la red se estructura por los cardines y decumani que se han documentado en las diferentes intervenciones de la ciudad. La forma geomorfológica del promontorio donde se sitúa la ciudad condiciona el perfil topográfico de las calles de Baetulo. Por lo general los cardines tendrían un primer tramo prácticamente plano que coincidiría con la altiplanicie de la zona alta, un segundo tramo, de fuertes pendientes, sería la caída del promontorio hacia la línea de costa, para, en un tercer tramo, volver a tener un perfil sin pendientes en la zona de contacto con el mar. Los decumani tendrían un perfil topográfico más homogéneo y con pocas pendientes, exceptuando en los extremos, que adquirirían un perfil más abrupto en la zona de contacto con las ramblas que delimitan la ciudad.
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Fig. 4. Situación de las principales intervenciones arqueológicas. 1.- Calle Pujol nº 36, 2.- Domus calle Lladó, 3.- Plaza Constitución, 4.- Conjunto arqueológico de Font i Cussó – Termas Romanas, 5.- Clos de la Torre, 6.- Jaume Borrás (Hacienda), 7.Gaietà Soler (Escuela Jungfrau).
3.2.1.
Cardo Maximus
El cardo maximus (cardo III) de la ciudad romana de Baetulo es el eje viario orientado NNO-SSE, que delimitaría por el lado oriental el foro del mu-
nicipio. Se trata de una calle de más de 7,5 m de anchura, cuya acera oriental estaba porticada. Fue documentado en la intervención arqueológica de las casas de la calle Lladó —en un tramo de 40 m—, en el extremo occidental del conjunto arqueológico de
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Fig. 5. Planta de las domus de la calle Lladó (Fuente: Museo de Badalona).
la plaza Font i Cussó —30 m documentados—, y también en las calles Sant Felip de Rosés, Sant Josep de Rosés y en la plaza del Oli nº 8 (Padrós 1985, 26, 31 y 51 respectivamente). En el tramo septentrional del cardo maximus, es decir al norte del foro, entre las domus de la calle Lladó, la vía tiene una pendiente muy suave hacia el sur. En el centro de la misma se documentó un primer colector, realizado con paredes de mampostería y fondo de tegulae que tiene una anchura de 0,40 m y una profundidad de 0,90 m. A este primer colector vierten sus aguas residuales las dos casas de los costados occidental y oriental, Casa dels Dofins (Padrós 1985, 49) y Casa de l’Heura respectivamente (Padrós et al. 2004, 363-364). Se trata de dos domus que tienen un sistema complejo de cloacas que parten de la zona habitativa y de la zona industrial, que se sitúa en el patio que da a la fachada del cardo. Por tanto, esta parte abierta de la casa se convierte en el lugar donde se concen-
tran las canalizaciones de evacuación de las aguas residuales de lluvia, provenientes de los atrios de las domus, e industriales, originadas en unos depósitos situados en el patio de las casas. El sistema de eliminación de las aguas fecales de dichas viviendas no se ha encontrado. Como explicación a este hecho se podría decir que o bien se encontraba en las zonas no excavadas de las casas o bien la eliminación se realizaba con elementos muebles que después se vaciaban aprovechando alguno de los imbornales de los canales de evacuación del patio. En el tramo del cardo maximus de la plaza de Font i Cussó, el colector central cambia de técnica constructiva y se amplía. Se trata de una canalización de 0,85 m de anchura, uno de profundidad y 33 m de longitud conservada, construido con paredes de mampostería con mortero de cal, fondo de losas rectangulares de piedra y cubierta de losas sin desbastar también de piedra, cuyas juntas estaban selladas con mortero de cal. La fuerte pendiente que tiene esta obra
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Casa 4
Casa 5
Fig. 6. Conjunto arqueológico de la Plaza de Font i Cussó, calle de las Termas Romanas nº 3 y Museo de Badalona (Termas Romanas).
hidráulica, hace que a tramos irregulares se construyan escalones para disminuir la velocidad del agua. A esta construcción, datada a partir de Augusto, po-
siblemente en época de Tiberio-Claudio, se conectaban unas canalizaciones en el cruce con el decumanus maximus que fueron interpretadas como imbor-
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3.2.2.
Cardo II
En el cardo minor documentado en la mitad este del conjunto arqueológico de la plaza Font i Cussó,3 paralelo al cardo maximus, se construye un colector de 0,45 m de anchura y 0,90 m de profundidad, de 50 m de longitud conservada, realizado con paredes de mampostería, fondo de tegulae dispuestas longitudinalmente y en horizontal, y cubierta de losas de piedras irregulares ligadas con mortero de cal, datado posiblemente en la dinastía Julio-Claudia (mediados del I d. C.). Éste, de fuerte pendiente hacia el sur, tiene un trazado ligeramente sinuoso, casi rectilíneo, que queda roto en el cruce con el decumanus maximus, punto en el que gira hacia el este para continuar hacia el norte por el mismo cardo que tiene su eje desplazado unos metros hacia el este.
Fig. 7. Font i Cussó. Colector principal del cardo maximus.
nales que drenaban esta vía principal que cruzaba toda la ciudad de este a oeste, ya que no tenia un colector central que eliminara las aguas de lluvia. La magnitud de sus dimensiones se entiende por ser el colector que drena la plaza del foro y por la pendiente pronunciada en este tramo sur. Este colector evacuaría las aguas hacia la costa y a él desaguan una serie de ramales secundarios, localizados en el extremo septentrional del solar, cuya funcionalidad se desconoce. Como se ha podido comprobar, hay un cambio importante en la técnica constructiva y las dimensiones entre la zona alta y la vertiente sur de la meseta. En este cambio influye, en primer lugar la pendiente, más suave al interior de la meseta superior de la ciudad donde se construye un colector de menores dimensiones, y en segundo lugar, la funcionalidad, mientras el superior elimina las aguas superficiales de la calle y las residuales de ámbito doméstico, el inferior drenaría las aguas superficiales del recinto forense y de la calle y las originadas en los ambientes domésticos y productivos de la parte baja.
Fig. 8. Calle de las Termas Romanas nº 3. Colector principal del cardo II.
Esta canalización servía de base para la eliminación del agua de lluvia de la calle y de las aguas residuales domésticas e industriales de los edificios que la circundan. En el primer caso, se ha documentado un sistema de recogida de agua superficial basado en imbornales conectados al colector principal. En el cruce entre este cardo y el decumanus, se construyó, encima del eje del colector principal, un gran imbornal que drenaría el agua de lluvia procedente de la parte más alta del cardo y del decumanus. Se trata de un sillar de piedra arenisca con un agujero de 30 cm de diámetro que apoya directamente encima de las paredes del colector (Ferrer y Sánchez 2010). 3 Dentro de este conjunto arqueológico se engloba el solar de la calle Termes nº 3 y el sótano del edificio del Museo de Badalona donde se encuentran las termas romanas.
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Fig. 9. Font i Cussó. Mitad del imbornal del cruce del decumanus maximus y el cardo II.
En este punto, donde la canalización adquiere una profundidad de 1,20 m, la base del canal se encontraba escalonada, hecho que, junto al quiebro de la estructura en este mismo lugar, hacía frenar el agua proveniente de las zonas más altas que con la pendiente llegaba con mucha fuerza a esta parte de la ciudad. El drenaje de este punto de cruce de vías se reforzaba con dos imbornales situados en las esquinas de las casas localizadas al sur de este cruce, a la entrada del cardo. Se trata de dos canales de fuerte pendiente, realizados en mampostería y fondo de tegulae que vierten las aguas al colector principal. En el tramo meridional de este cardo, se documenta una serie de imbornales, que van drenando, como los anteriores, el agua superficial de la calle hacia el colector principal. Éstos se sitúan por norma general en la zona de acera, pegados a la fachada principal de las casas y en una de las esquinas de las mismas. Se trata de estructuras realizadas ex novo que consisten en un pequeño pozo rectangular realizado en mampostería de mortero de cal, sin revestir, que se conectan al canal principal mediante una canalización de paredes de mampostería, fondo de tegulae y cubierta de piedras irregulares ligadas con tierra, que se encaja en una de las paredes del canal principal. El coronamiento de al menos uno de estos imbornales consistía en cuatro pequeños sillares colocados de tal forma que quedaba un hueco cuadrangular en el centro. La superficie de estas piezas estaba erosionada por la circulación de los peatones, este hecho confirmaría el uso como elemento de eliminación del agua superficial de la calle. En un caso se ha documentado un imbornal que aprovecha el tramo final de una conducción terciaria que provendría de la casa del costado para conectarse a la red principal de desagüe. Este imbornal, que se construye casi en el centro de la calle, estaba rematado por una
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piedra circular con un agujero central de pequeñas dimensiones (Fernández y Sánchez 2010). Uno de los imbornales documentados en la calle estaría destinado a evacuar las aguas de lluvia de los tejados de las casas circundantes. Se trata de un pequeño canal conectado al colector central de la calle, en cuyo origen se colocó una piedra circular con un agujero central, detrás de la cual había una tegula entera apoyada en la pared de la fachada de la casa, con la impronta en mortero de cal de una posible tubería que conectaría con el orificio de la pieza redonda. En el segundo caso, la cloaca central de la calle servía de base para la eliminación de las aguas residuales de los ámbitos domésticos que delimitan la calle. En la Casa 1 de Font i Cussó se aprecia cómo el primer canal deja de funcionar y se substituye por una cloaca, realizada con paredes de mampostería, fondo de tegulae y cubierta de piedras irregulares y sillares reaprovechados, ligados con cal, que desagua en el colector del cardo minor. Este mismo esquema es posible que se repitiera en el caso de la Casa 3, donde el canal hecho de tubuli de cerámica, se subs-
Fig. 10. Font i Cussó. Cloaca principal de la Casa 1.
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tituyó por una cloaca que unía el patio de la casa, en cuyo centro se construyó una especie de impluvium, con el colector central de la calle. De las fauces de la Casa 5 también salía una canalización, posiblemente con origen en el atrio de la vivienda, que conectaba con el colector central. Como sucedía en las casas del cardo maximus, no se ha encontrado ningún elemento constructivo realizado con la finalidad concreta de eliminación de las aguas fecales, letrinas o pozos ciegos.
3.2.3.
Cardo IV
Conducción encontrada en las excavaciones del extremo meridional de la plaza de la Constitución (Padrós 1985, 40) y su continuación hacia el sur en el solar nº 10 de la misma plaza (Padrós et al. 2004, 364-365). Se trata de otro ejemplo de colector en un cardo minor, al que desaguan otros canales de la red secundaria, cuya funcionalidad desconocemos por lo
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reducido del área excavada. Como en el anterior ejemplo está hecho también con paredes de mampostería, fondo de tegulae y cubierta de losas de piedra irregulares ligadas con mortero de cal. Esta canalización, que tiene 0,40 m de anchura y una profundidad de 0,90 m y que fue datada a partir de Augusto, se sitúa en la zona alta de la ciudad casi en el punto donde comienza el desnivel hacia el SE. Según la reconstrucción del área del foro posiblemente este colector canalizaría el agua sobrante del extremo oeste de la plaza forense hacia el mar, pasando por la parte posterior del teatro. El extremo meridional de este colector fue documentado en las excavaciones realizadas en la calle Jaume Borrás, actual delegación de Hacienda (Padrós 1985, 56-59). Se trata de una canalización de paredes de mampostería y fondo de tegulae, de 0,35 m de anchura y de profundidad. Este colector se encontraba fuera de la muralla y muy cercano a la línea de costa, lugar donde vertía las aguas residuales.
3.2.4.
Decumanus V
En la excavación de la calle Pujol nº 36 (Antequera y Arroyo 2010), apareció el extremo oriental de un decumanus situado en una terraza inferior del extremo este de la parte alta de la ciudad, zona amesetada del promontorio donde se construye el perímetro urbano. En el eje de la calle apareció un colector de trazado sinuoso, hecho con paredes de mampostería, con fondo de tegulae dispuestas longitudinalmente y en horizontal y cubierta de losas de piedra irregulares ligadas con arcilla. Este canal, de 0,40 m de anchura y de profundidad y 48 m de longitud documentada, fue datado a partir de Tiberio. Se trata de un canal de suave pendiente, al que desaguan otras canalizaciones de la red terciaria realizadas con la misma técnica constructiva, cuya funcionalidad e interpretación no se ha podido establecer debido al estado de conservación de las mismas. Este colector eliminaba las aguas residuales hacia la rambla que delimitaba por el lateral oriental la ciudad, actual Riera Matamoros.
3.2.5.
Fig. 11. Plaza Constitución. Colector principal cardo IV (Foto: Museo de Badalona).
Decumanus I
Otro ejemplo de colector en decumanus es el localizado en un solar de la calle Gaietà Soler —escuela Jungfrau— (Caballero 2008). Se trata del extremo occidental del trazado urbano de la Vía Augusta, que
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Fig. 12. Calle Pujol nº 36. Colector del decumanus V (Foto: F. Antequera y S. Arroyo).
Fig. 13. Calle Gaietà Soler (Escuela Jungfrau). Colector cardo I (Foto: M. Caballero).
recorre la ciudad por la parte sur de la misma, paralela a la línea de costa y la muralla. Esta calle tiene su recorrido completo por la llanura litoral situada al pie del promontorio principal de la ciudad, por tanto, topográficamente es una zona prácticamente plana. Cortando los niveles inferiores de pavimentación de la calle se construyó un colector con paredes de mampostería, fondo y cubierta de tegulae, que tenía 0,23 m de anchura y 0,23 m de profundidad. En su extremo SO apareció, en el centro de la canalización, y apoyándose en sus paredes, un imbornal construido en un sillar de grandes dimensiones, en cuyo centro se realizó un agujero de 0,20 m de diámetro. Esta canalización, que tenía un trazado ligeramente sinuoso, se construye en el siglo II d. C., y posiblemente correspondería a un nuevo impulso edilicio dentro de la ciudad y no a un colector de esta fase primera de creación de la red principal de saneamiento. Esta hipótesis se basaría en el hecho de que el extremo opuesto de la calle, es decir, la puerta de salida oriental, carece de colector central de evacuación de aguas residuales, por tanto, el encontrado en el solar objeto de estudio evacuaría el agua residual de ciertos ambientes domésticos y el agua de lluvia de este tramo final, occidental, del decumanus.
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3.2.6.
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Via Augusta
Durante los trabajos arqueológicos realizados en 1934-1936 en el Clos de la Torre (Serra Ràfols 1939, 278 Lám. V, 1; Font i Cussó 1980, 47-48), actual plaza Assemblea de Catalunya, aparecieron los restos de la puerta de entrada oriental a la ciudad por la cual se accedía a la Vía Augusta. A unos 10,50 m de la misma, en su recorrido extraurbano, y asociado a un segundo momento constructivo del pavimento de la vía, se encontró un imbornal localizado en el lateral meridional. Se trata de un gran sillar al que se le realizó un agujero de 0,38 m de diámetro.4
Fig. 14. Clos de la Torre. Imbornal de la Vía Augusta (Foto: Museo de Badalona).
Este imbornal canalizaba el agua de la calzada hacia una cloaca que, proveniente de las casas situadas en el lateral norte de la vía a la cual atravesaba, vertía las aguas residuales directamente al mar, ya que esta vía de entrada se encontraba prácticamente al costado de la línea de costa.
3.3.
EVOLUCIÓN
DEL SISTEMA DE EVACUACIÓN
DE AGUAS RESIDUALES
Una vez diseñado y establecido este sistema de evacuación de aguas residuales pluviales, fecales e industriales durante, posiblemente, los siglos I y II d. C., se produce una evolución en la gestión que tiene varias vertientes, renovación (construcción de nuevos elementos), reforma de los elementos ya establecidos y reutilización. 4 Al norte de este imbornal se sitúa otro sillar sin desbastar que podría ser la tapa de un registro, como el que se encontró en el cruce del decumanus maximus con el cardo minor de Font i Cussó.
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Un problema que dificulta la caracterización del proceso diacrónico de este sistema es la falta de datos cronológicos fiables, muy importante para analizar y relacionar estas reformas en virtud de los impulsos políticos y urbanísticos del gobierno municipal a lo largo del tiempo.
3.3.1.
Renovación
El sistema se renueva de diversas maneras, en primer lugar con la construcción de nuevos colectores una vez que dejan de funcionar los anteriores, como es el caso del cardo maximus en su trazado norte, entre las domus de la calle Lladó, en el que el colector original fue substituido por otro, con un recorrido diferente y que se data en la segunda mitad del siglo I d. C. A éste verterían las aguas residuales de la calle a través de un posible imbornal que surge de uno de los pilares del pórtico oriental de esta vía principal (Bosch y Padrós 1999). En segundo lugar la construcción de un nuevo imbornal por encima de la cubierta de otro ya construido en el cardo minor de la plaza Font i Cussó. Se trata de los restos de una canalización de paredes de mampostería y fondo de tegulae que vierte el agua de lluvia de la calzada al colector del cardo minor II. En este caso, el canal se apoya en parte en la cubierta de la cloaca principal y no en la pared de la misma (Sánchez Gil de Montes 2010).
3.3.2.
Reformas en los colectores principales
En el tramo central del colector del cardo maximus ubicado en la plaza Font i Cussó, se documentó un cambio en la técnica constructiva de la cubierta. Se trata de la utilización de losas de piedra irregulares, estelas funerarias ibéricas y elementos arquitectónicos reutilizados, como umbrales de puerta y grandes sillares, que se unen entre sí con piedras de menor tamaño ligadas con tierra arcillosa. Esta reforma de la cubierta del colector se produciría o por la limpieza de este tramo para su posterior reutilización, o, una vez fue expoliada una parte de la misma como material constructivo, a posteriori, cuando se produce una nueva reactivación del sistema de eliminación de aguas residuales subterráneo, se coloca de nuevo dicha cubierta. Este mismo proceso se ha documentado en el cardo II de la plaza Font i Cussó, donde también se realizó un cambio en el sistema de cubrición. Esta reforma consistió en la colocación de piedras irregu-
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lares calzadas con piedras más pequeñas y ligadas con tierra arcillosa. En este caso, es muy posible que la reforma de la cubierta se debiera a la limpieza de este tramo ya que el relleno de colmatación del trecho reformado era diferente al que no lo estaba. Mientras en el primer caso se trata de un único nivel de colmatación, en el segundo, donde no se había realizado la reforma, era un estrato donde alternaban capas poco potentes de limos y arenas, por tanto, esta diferencia tan notable se debió probablemente a un corte coincidente prácticamente con la parte renovada.
3.3.3.
Reutilización de elementos anteriores para una función diferente
La usurpación del espacio público en el cardo II de Font i Cussó, por estructuras domésticas, implicó la reutilización de elementos públicos de evacuación de agua superficial de la calle, como sucedió con uno de los imbornales que servía para eliminar las aguas de escorrentía de la calzada. Este elemento, formado por una piedra circular con un agujero en medio se privatiza y cambia de uso, ya que, en primer lugar aparecía taponado con una pieza circular de mármol, y en segundo lugar, se le adosa una estructura de interpretación indeterminada, que consiste en un sillar vertical, con un encaje cuadrangular en su superficie. La nueva función del imbornal no se ha podido discernir ya que las estructuras asociadas al cambio de uso no se han podido interpretar. Es muy posible que deban asociarse a una actividad productiva, ya que al costado sur de éstas, se encontraron los restos de un depósito (Fernández y Sánchez 2010).
Fig. 15. Calle Termas Romanas nº 3. Imbornal reutilizado cardo II.
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3.3.4.
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Nuevas formas de evacuación de agua residual doméstica
En el lateral oriental del cardo II se documentó un canal excavado en la superficie de circulación de la calle, que fue cubierto con piedras irregulares y cuyo lado meridional aparecía reforzado con piedras dispuestas longitudinalmente en vertical. Este canal, que posiblemente tenía su origen en la Casa 3, termina en un imbrex conectado al perfil inferior de un ánfora que estaba agujereada y colocada dentro del canal de desagüe de un imbornal de la calle. En este caso, se aprecia cómo en un momento en el que posiblemente el sistema doméstico de evacuación de aguas residuales estaba colapsado, se reforma dicho sistema para continuar eliminando el agua sobrante a través del sistema público subterráneo que seguía funcionando (Sánchez Gil de Montes 2010).
Fig. 16. Font i Cussó. Cloaca principal Casa 3 y canal que reutiliza un ánfora a modo de empalme en el canal de un imbornal del cardo II.
3.3.5.
Reforma y reutilización en ámbito doméstico
En el espacio construido al norte de las termas romanas situadas bajo el Museo de Badalona, apareció una cloaca que desaguaba los residuos líquidos de una habitación pavimentada en opus signinum, que tenía un desagüe realizado en un bloque de piedra, y que posiblemente estuviera destinada a uso industrial. La cubierta de dicha cloaca y de un ramal que se conectaba al lateral sur de la misma, fue totalmente expoliada menos, probablemente, el último tramo. Esta canalización, fue reformada en el siglo V d. C. elevando las paredes del ramal secundario con piedras irregulares ligadas con barro sobre las que se colocan unas losas de piedra que se calzan con fragmentos de ánfora oriental (Fernández y Sánchez 2010).
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Pepita Padrós Martí y Jacinto Sánchez Gil de Montes
Es un ejemplo de reforma del sistema de evacuación de aguas residuales subterráneo de ámbito doméstico tardío aprovechando que la red principal todavía funcionaba, o al menos este tramo final del colector del cardo II.
4.
ELIMINACIÓN DE LOS RESIDUOS SÓLIDOS
Como sucede en otras ciudades romanas, los vertederos, como lugares de eliminación final de los residuos sólidos, han pasado desapercibidos en las diversas intervenciones arqueológicas realizadas a lo largo del tiempo. Muchas veces estos depósitos se confundían con niveles de abandono, o sobre todo, como estratos de relleno y nivelación para construir posteriormente encima. En el caso de la ciudad romana de Baetulo, pocos datos tenemos sobre la gestión de la eliminación de los residuos sólidos y casi siempre éstos están relacionados con el ámbito doméstico.
Anejos de AEspA LX
4.1.
ÉPOCA TARDORREPUBLICANA
En una serie de intervenciones arqueológicas dentro del recinto amurallado, sobre todo en la parte alta de la ciudad, se han detectado basureros reutilizando estructuras anteriores. Entre inicios y finales del siglo I a. C. son los silos, las estructuras amortizadas por la basura proveniente del ámbito doméstico. Se trata de depósitos de deshechos donde predomina la vajilla de mesa, cocina, huesos y malacología marina. Estos silos, que no se asociaron a estructuras habitacionales definidas, estarían realizados en un período en el que la ciudad todavía no se había expandido por la zona alta. Es más que probable, que, con la creación del nuevo asentamiento y la necesidad de expandirse por esta parte de la misma, se comenzaron a rellenar estos silos con residuos para favorecer una primera fase de ocupación de índole doméstica. Este fenómeno se advierte claramente en el silo de la calle Pujol nº 36 (Antequera y Arroyo 2010). En este lugar, situado en una terraza inferior de la
Fig. 17. Calle Pujol nº 36. Silo (Foto: F. Antequera y S. Arroyo).
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BAETULO
mitad este del altiplano donde se instala la ciudad, se construyó un silo que se amortiza con desechos. Se han encontrado multitud de jarras de tradición ibérica completas, vajilla vítrea, material constructivo cerámico, cerámica de importación romana y alguna moneda. Esta unidad negativa de sección globular, se encontraría aislada desde el punto de vista arquitectónico, como sucede con el silo encontrado durante la construcción de la calle Pujol, unos metros más al norte. Por tanto, en el primer cuarto del s. I a. C., esta zona no estaba urbanizada. Por encima de los rellenos de colmatación del silo se produce una primera ocupación de carácter industrial i posiblemente agrícola cuyos muros estaban orientados de diversa manera a los de la fase posterior que se ordena en cardines y decumani con orientación NO-SE, fase datada a partir del 40 a. C. Por tanto, se documenta un primer modelo en el que fuera de los ámbitos habitacionales se están aprovechando unas estructuras de almacenamiento de alimentos abandonadas como lugar de eliminación doméstica de residuos, probablemente por iniciativa privada. En este mismo periodo del primer cuarto del siglo I a. C. y posiblemente fuera de las murallas, en un solar de la calle Jaume Borrás, sede de la delegación de Hacienda (Padrós 1985, 58), se documentó un gran basurero de ánforas que podría indicar un lugar escogido por las autoridades municipales, extramuros y cerca de la línea de costa, como lugar de eliminación de ciertos residuos de carácter industrial, para posiblemente ganar terreno al mar.
4.2.
SIGLOS
I Y II D.
229
sólidos generados dentro del perímetro murario hacia áreas específicas fuera de las murallas, posiblemente a las ramblas que bordean la ciudad o directamente al mar.
4.3.
SIGLO
III D.
C.
A comienzos del siglo III d.C., parece que este modelo de eliminación privada, dentro del ámbito doméstico, cambia, al menos en algunas zonas de la ciudad. En el extremo norte de la acera porticada oriental del cardo maximus documentado en la plaza Font i Cussó, situada en la ladera sur de la ciudad y cercana al foro, se documentó un gran basurero que fue datado a inicios del siglo III d.C. (Padrós y Sánchez 2007). Se trata de una serie de vertidos de carácter doméstico en el que abundan las cerámicas de cocina africana, huesos de macrofauna, malacología marina y escombros, dispuestos en capas de diferente potencia. Por la homogeneidad en el tipo de material y la similitud de los estratos que componían dicho vertedero, se podría hipotetizar que se trata de un punto de eliminación de basura doméstica que se utiliza en un período relativamente corto de tiempo.
C.
Las evidencias de vertederos o lugares de eliminación de la basura doméstica o industrial de los siglos I d. C y II, se circunscribe principalmente, aunque no de manera exclusiva, a la amortización de estructuras hidráulicas abandonadas. Se trata de depósitos de detritus, desechos orgánicos, cerámicos y material constructivo que se depositan en pozos (calle Fluvià 23) y cisternas (calle Pujol) (Padrós 1985, 55 y 24 respectivamente) y también silos (plaza de la Vila Romana y calle Sant Josep de Rosés) (Suau y Travesset 2009 y Padrós et al. 2004, 364 respectivamente). El modelo de eliminación que se ha podido documentar en Baetulo en esta fase de la ciudad se basa fundamentalmente en la eliminación privada, intramuros, aprovechando estructuras sin uso. Eso no significa que hubiera desde el poder público un sistema que evacuara los residuos
Fig. 18. Font i Cussó. Vertedero en la acera porticada oriental del cardo maximus.
Se trata de un ejemplo claro de ocupación de un espacio público, como es la acera del cardo maximus, a principios del siglo III d. C. Este hecho, significativo dentro de la historia de Baetulo, podría significar un momento de contracción de la ciudad, que consistiría en un abandono temporal de la mitad sur de la misma la que ocuparía parte de la ladera SE del promontorio donde se sitúa Baetulo.
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4.4.
Pepita Padrós Martí y Jacinto Sánchez Gil de Montes
ÉPOCA TARDOIMPERIAL
Pocos datos se tienen de este período en general en la historiografía sobre Baetulo. En el solar de la calle Termas Romanas nº 3 (Fernández y Sánchez 2010) se localizó un gran agujero rellenado con detritus, fauna y cerámica del siglo V d. C., se trata de niveles compuestos de arenas y arcillas de color grisáceo con presencia de cenizas y carbones. El contexto arquitectónico en el cual se englobaba dicho vertedero fue difícil de determinar, probablemente quedaba situado en un espacio trasero a unos ámbitos habitacionales construidos aprovechando las estructuras precedentes dentro del área construida al norte de las termas. En este período tardío donde el modelo urbano podría ser de carácter más disperso y no muy consolidado, se aprovecharían los espacios sin construir como lugares de eliminación de los residuos domésticos.
5.
CONCLUSIONES
La reconstrucción del modelo de gestión de los residuos en la ciudad romana de Baetulo, como se ha visto, ha sido muy desigual según el tipo de residuo eliminado. Mientras que para las aguas residuales las evidencias demuestran que era un sistema bien implantado y potenciado desde el gobierno municipal del que se aprovecha el privado, los pocos restos documentados de gestión de residuos sólidos nos llevarían a concluir que es el ciudadano el que gestiona en gran parte dicha eliminación, ya que no se han encontrado los grandes vertederos extraurbanos potenciados desde el poder municipal. La red de saneamiento general de las aguas residuales de Baetulo está fundamentada en grandes colectores construidos principalmente en los cardines, que drenarían la parte alta y la ladera del promontorio hacia el mar atravesando toda la ciudad. Además, en alguno, y no en todos los decumani se implantan colectores que drenarían el agua desde la parte alta directamente a las ramblas que delimitan la ciudad a SO y NE. Este sistema de eliminación público o de drenaje de las aguas residuales de lluvia de las calles, diseñado e implantado entre los siglos I y II d. C., se completa con una serie de imbornales situados en las aceras de las mismas y en los cruces de los decumani con los cardines, que, a falta de cloacas, aprovecharían las pendientes naturales para facilitar su drenaje. A este sistema de eliminación de aguas residuales se conectarían las cloacas que, desde el ámbito privado y doméstico-industrial, evacuaban las
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aguas fecales y líquidos de desecho industrial. Este sistema privado de eliminación de los líquidos residuales parte, por norma general, desde el patio de la casa o desde el atrio. Dentro de este ámbito privado no se han encontrado ninguna letrina ni ningún pozo ciego atribuible a esta función de eliminación de aguas fecales domésticas. Por tanto, este tipo de residuo líquido se eliminaría a través de elementos muebles, que posteriormente serían vaciados en las cloacas de los patios. Desde el punto de vista general de la edilicia municipal de Baetulo, es a partir de este período histórico de finales del siglo I d. C. cuando, tal como hemos mencionado en la introducción, se documentan epigráficamente las instituciones municipales y sus magistrados. En resumen, el diseño del sistema de alcantarillas de Baetulo consistiría en una red de colectores principales al que se conecta una red terciaria de imbornales y cloacas domésticas. Los elementos secundarios, que son los que versarían las aguas desde calles secundarias a estos colectores principales, no se han documentado claramente en esta ciudad durante las intervenciones realizadas hasta el momento. Este modelo de gestión de líquidos residuales tanto de aguas sucias como de lluvia, evoluciona. La renovación de las cubiertas de los principales colectores de los cardines documentados en la plaza Font i Cussó en el cardo maximus y en el cardo II, se podría interpretar como un intento de limpieza general de la canalización o como una reforma o reactivación del sistema, una vez fue abandonado y expoliado, durante una fase de recuperación del gobierno municipal. La falta de datos cronológicos impide atribuir a un momento concreto estas modificaciones, aunque a modo de hipótesis se podría adscribir esta fase de reformas urbanísticas a mediados del siglo III d. C. momento en el cual la ciudad tiene un gobierno municipal, representado por los decuriones, muy activo. Lo que sí parece evidente es que el sistema perdura al menos parcialmente hasta el siglo V d. C., cuando la red privada se reforma y utiliza la red pública para la eliminación de las aguas residuales, como sucede con el tramo medio del colector principal del cardo II de Font i Cussó. En cuanto a la gestión de los residuos sólidos, la falta de datos arqueológicos hace muy difícil reconstruir de manera precisa cual era el sistema de evacuación y eliminación de la basura generada en la ciudad. Por tanto no se ha podido inferir si era el poder público quien lo gestionaba, estableciendo áreas concretas para dicha eliminación en las zonas extramuros, o si era el privado quien se encargaba realmente de eliminar la basura. En las diversas interven-
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ciones analizadas se puede reconstruir parcialmente la parte que le corresponde al privado. En un primer momento, la basura se elimina reutilizando silos de fases posiblemente anteriores, que, una vez abandonados, se convierten en basureros. Estos silos se situarían en áreas no urbanizadas probablemente fuera de las murallas, en antiguos campos de labranza. La colmatación de estas estructuras facilitaría o una primera ocupación de la ciudad con un urbanismo poco consolidado o el establecimiento de centros industriales en el perímetro del área urbanizada. Una vez consolidada la ciudad con esa articulación de cardines y decumani, a partir posiblemente de la segunda mitad del siglo I a. C., la eliminación de los residuos sólidos de ámbito doméstico se realiza en parte dentro de las casas amortizando estructuras en desuso como pueden ser pozos o cisternas. No hay evidencias de vertederos extraurbanos que serían aquellos establecidos desde el gobierno municipal para la gestión de la basura fuera del recinto amurallado. Probablemente, y como hipótesis, se puede plantear que en época altoimperial, el sistema de
BAETULO
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la eliminación de la basura en Baetulo, estaría dirigido por el poder público, y se basaría en la creación de vertederos fuera de la muralla a los que se verían los ciudadanos obligados a acudir para eliminar los desperdicios y deshechos de las viviendas y otros edificios de carácter industrial y artesanal. A comienzos del siglo III d. C. se comienzan a utilizar espacios públicos como lugar de eliminación de la basura doméstica, como sucede en el cardo maximus en la ladera SE de la ciudad. Por lo tanto, en este momento la ciudad o sufre un retroceso hacia la plataforma superior, abandonando la mitad sur, o hay una falta del poder político que no tiene suficiente poder para canalizar la basura al exterior de las murallas. Los pocos datos que hay sobre la ocupación tardía de la ciudad impiden reconstruir el sistema general de la gestión de los residuos sólidos. En la parte SE de la misma y con un urbanismo poco consolidado se han documentado vertederos en las zonas no urbanizadas que quedarían entre las distintos conjuntos arquitectónicos de carácter posiblemente doméstico.
BARCINO JÚLIA BELTRÁN DE HEREDIA BERCERO* CÈSAR CARRERAS MONFORT**
En Barcino no se ha abordado el análisis de la gestión de residuos urbanos desde la perspectiva global, aunque en 1998 se llevó a cabo un estudio sobre los vertederos de la ciudad antigua (Carreras 1998). En las excavaciones arqueológicas, las infraestructuras de saneamiento quedan normalmente en un segundo plano, y no se aborda el tema desde ningún tipo de perspectiva. Este artículo tiene como objetivos hacer un primer planteamiento sobre los sistemas de saneamiento, vertederos urbanos y áreas contaminantes, tanto dentro como fuera de la ciudad amurallada. Los datos arqueológicos de los que partimos son limitados y parciales, pero creemos que sólidos para plantear una primera aproximación sobre Barcino y la gestión de sus residuos urbanos. 1.
EL SISTEMA DE SANEAMIENTO
Barcino se localiza en una pequeña elevación (16,9 m), conocida en la Edad Media como Mons Taber. La ciudad fue fundada alrededor del año 10 a. C. por el emperador Augusto y recibió el estatuto de colonia. Su extensión era pequeña, apenas 10 hectáreas, limitadas y cerradas por una muralla. La planta era irregular, un rectángulo con los ángulos recortados que se adaptaba a la topografía del terreno. El urbanismo de la colonia es ortogonal marcado por las dos vías principales, el cardo y el decumanus maximus. El forum no se encontraba en posición central respecto el tejido urbano, sino que se localizaba un poco desplazado hacia el noroeste, seguramente para aprovechar el punto más alto del Mons Taber en donde se levantó el templo dedicado al emperador Augusto. En las diversas insulae se localizaban las domus y los talleres urbanos. Destacan un número importante de instalaciones termales, tanto de ámbito privado como público. La ciudad disponía de una red de alcantarillado subterráneo bien planificada que seguía el trazado de **
Museu d’Història de Barcelona. Institut Català d’Arqueologia Clàssica – Universitat Oberta de Catalunya. **
las calles y se adaptaba al relieve natural, optimizando así la topografía del terreno como sistema para facilitar la evacuación. Los colectores principales se situaban en los ejes de los diferentes viales. A dichas cloacas iban a parar toda una serie de conducciones secundarias que evacuaban las aguas sucias de las domus y talleres urbanos. La red de alcantarillado llevaba los residuos orgánicos al exterior del recinto amurallado, aprovechando las pendientes naturales del montículo sobre el que se había levantado Barcino, de manera que todas las cloacas principales llevaban la inclinación de la topografía natural y, atravesando la muralla, iban a desaguar directamente al exterior de la ciudad, en una serie de fosos. Las rieras y otros elementos naturales del entorno amurallado ayudaban a transportar los residuos al mar, alejándolos de la ciudad. Para las aguas de lluvias, u otras aguas vertidas directamente a la calle, hemos de suponer que la topografía facilitaría la evacuación de las mismas por la superficie de las propias calles que no estaban pavimentadas con losas de piedra. Sobre el sistema de drenaje del forum, que se encontraba en el punto más alto de la ciudad, no tenemos datos arqueológicos. 1.1. 1.1.1.
EL ALTO IMPERIO La red de alcantarillado: tipos de conductos y materiales empleados
Las distintas excavaciones realizadas en la ciudad han puesto de relieve toda una serie de cloacas y albañales que permiten apuntar algunos datos técnicos en relación a la red de saneamiento de Barcino.1 Se ha 1 Destacan las cloacas localizadas en las excavaciones de Plaza del Rey, calle Bisbe Caçador, Ayuntamiento de Barcelona, calle Llibreteria 25, calle Regomir 6 y Regomir 7-9, Calle Correu Vell, Calle Argenteria, Plaza de Sant Miquel, Santa Maria del Mar, Calle Montcada (Palau Nadal) y Calle Lledò, entre otras. A pesar de ser numerosas las intervenciones en las que parecen estos elementos, en muchos casos, los datos arqueológicos recogidos en el momento de la intervención rayan el límite de lo justo y en otros están incompletos, lo que no permiten ir más allá en las hipótesis planteadas.
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Fig. 1. Planta de la ciudad romana con indicación de los tramos de cloacas documentados por arqueología (Dibujo: E. Revilla – MUHBA).
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Fig. 2. Colector del cardo maximus. Año 1960 (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
constatado que el sistema constructivo es el mismo en todos los casos documentados, variando únicamente las dimensiones del conducto. Estos se caracterizan por unas canalizaciones de sección rectangular realizadas mediante un fondo de tegulae (a partir de una o dos piezas, según la anchura) y unas paredes laterales de obra. La fábrica hecha a base de hiladas de piedras irregulares de diferentes tamaños y mortero, incorpora fragmentos cerámicos, fundamentalmente ánforas y tegulae. En las cloacas principales, los bloques son más regulares y mejor tallados. También se documentan conducciones hechas con la técnica del encofrado. La cubierta se configura, en todos los casos, a partir de grandes losas de piedra de dimensiones variables. La red viaria y la red de saneamiento urbano se encuentran fuertemente vinculadas. Si examinamos el cuadrante nordeste de la ciudad romana (sector Plaza del Rey) donde se han conservado un mayor número de datos, podemos ver como el cardo maximus, de 42 pedes de anchura, tiene un colector central de 0,90 m de altura por 0,60 m de anchura de caja,2 2 La cloaca del cardo maximus se excavo en 1944, pero la documentación antigua, planos y fotografías, da buena muestra de sus características. El Fons Agustí Duran i Sanpere del Arxiu Municipal de Cervera conserva la documentación al respecto.
BARCINO
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Fig. 3. Planta y sección del colector del cardo minor. Plaza del Rey (Dibujo: Vanesa Triay – MUHBA).
(3 × 2 pedes), mientras que para los dos cardini minoris, viales de 30 pedes de anchura, se ha de hablar de una caja de 0,45 m de altura por 0,30 de anchura (1 cubitus × 1 pes). En este caso las dimensiones del colector del cardo son justo el doble de la de dos colectores situados en el eje de los cardini. Es interesante destacar la existencia en una de las cloacas localizadas en las excavaciones de plaza del Rey de una estructura de registro de planta rectangular (1,07 × 1,24 m) , que servía para controlar el paso de los residuos por el conducto y facilitar el mantenimiento. Se trata de un elemento vertical de obra de fábrica, que se eleva 0,55 m sobre el conducto.3 El agujero de unas dimensiones de 0,59 × 0,45 m, debió de disponer de una tapa registrable que no se ha conservado (Fig. 3). Este tipo de elementos son fundamentales para el mantenimiento del sistema de alcantarillado, ya que la acumulación de lodos y el estancamiento de residuos, podían disminuir notablemente la capacidad de evacuación del conducto, o cegarlo definitivamente si no se mantenían. El mismo tipo de registro se ha documentado en Córdoba, 3 Es posible que en origen tuviera una mayor altura y el registro no se conserve completo.
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Fig. 4. Desarrollo del colector del cardo minor en las excavaciones del Ayuntamiento. Detalle de la tapa registro (Planimetría: Centro de Documentación del MUHBA; Digitalización: V. Triay – MUHBA).
en las cloacas que drenaban la gran avenida que llevaba al anfiteatro.4 Como hemos podido ver, en el cuadrante noroeste las dimensiones de los colectores principales duplican las dimensiones de las situadas en las calles paralelas. Aun así, se documenta arqueológicamente otro colector en un cardini de la zona oriental de la ciudad, cuyas dimensiones son de 0,60 m de ancho × 0,905 (3 × 2 pedes), dimensiones que coinciden con las colector del cardo maximus. En el tramo excavado se documentaron cinco albañales, que iban a desaguar al colector central, y una tapa de un registro con un sumidero que recogía las aguas en superficie. Este elemento presenta una tapa rectangular de unas dimensiones de 1,30 por 1,30 m, formada por dos piezas, una en forma de «L» y la otra de «I», cuya disposición en planta origina un orificio de 0,40 por 0,40 m que debió actuar como sumidero (Fig. 4). Se debe suponer la existencia de una tapa u otro elemento 4 Los resultados de la excavación donde se localizaron estos elementos no están publicados. Agradecemos a Desiderio Vaquerizo de la Universidad de Córdoba, el habernos facilitado esta información. 5 Se documentaron 14,5 m de este colector en las excavaciones de la actual calle Bisbe Caçador (Julia Beltrán de Heredia, Luís Gonzálvez, Albert Martín, Emili Revilla, Memoria de la intervenció arqueológica al solar de l’Arxiu Administratiu, carrer Bisbe Caçador, 1994, inédita. Centre de Documentació del MUHBA) y casi 25 metros más en las excavaciones realizadas en el interior del Ayuntamiento de Barcelona (Jordi Auladell, Memoria de la intervenció arqueológica de l’edifici de l’Ajuntament, 1996, inédita. Centre de Documentació del MUHBA).
auxiliar que permitiera el paso del agua, pero también una circulación peatonal segura.
1.1.2.
Los albañales y desagües de los talleres y factorías de plaza del Rey
De especial interés es el sector noroeste de la colonia romana, junto a la muralla, donde se localiza un barrio industrial/artesanal que albergaba una serie de talleres y factorías, una cetaria, una amplia instalación vinícola, una fullonica y una tinctoria, al servicio de los habitantes de la ciudad (Beltrán de Heredia 2001). La zona presenta una compleja red de cloacas que funcionan a distintos niveles y que servían para evacuar los residuos generados en los talleres. La organización de los distintos albañales denota una planificación previa, los pertenecientes a la fullonica y la tinctoria, salen al exterior en el intervallum, mientras que los de la cetaria van directamente al cardo minor contiguo. Por el contrario, los de la instalación vinícola llevan la dirección opuesta, para ir a parar al desagüe del otro cardo minor, situado más al noroeste. Los albañales conectados a los depósitos y otros elementos de evacuación de las instalaciones presentan unas dimensiones de caja menores, aunque el mismo sistema constructivo, fondo de tegula, paredes de obra y cubierta de piedra. La red de evacuación permanece activa durante la totalidad de la vida de los talleres (siglos II-V d. C.), constándose diversas reparaciones.
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BARCINO
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Fig. 5. Planta de las excavaciones de la Plaza del Rey: instalaciones industriales y talleres, con indicación de la red de cloacas y albañales conservada (Dibujo: E. Revilla - MUHBA).
Fig. 6. Sección de los albañales de la zona de talleres de la plaza del Rey: 1-3 (Fullonica y Tinctoria, siglo II ); 4-5 (Cetaria, siglo III) (Dibujo: V. Triay – MUHBA).
En relación a la tinctoria y la fullonica del siglo d. C., cuatro cloacas evacuaban los residuos, dos de ellas atraviesan directamente la muralla y otras dos confluyen a pocos metros de la fachada de los talleres para a continuación discurrir paralela a la escalera de ronda para ir a conectar con la conducción principal del cardo minor (Fig. 6). Los albañales de estos dos talleres incorporan ánforas tarraconenses y ánforas béticas a la obra de fábrica.6 Por otro lado, II
6 En el yacimiento de Plaza del Rey se llevó a cabo un estudio-mapificación de todos los elementos cerámicas locali-
algunas de las piletas de las instalaciones no disponen de canales de evacuación, por lo que se ha de suponer una limpieza manual. Los residuos eran tirados directamente a la calle, como luego veremos. La cetaria de la plaza del Rey, datada en el siglo III d. C. y en funcionamiento hasta la segunda mitad del siglo V (Beltrán de Heredia 2005; 2007), derivaba los residuos y aguas sucias de la instalación a la cloaca principal del cardo minor. Esta operación se realizaba a partir de tres desagües interiores que partían de pilas y piletas (Fig. 5). También se documentan, en algunos pavimentos, sumideros conectados a conductos subterráneos que permitían la limpieza de los espacios dedicados a la manipulación y troceado del pescado. Es de destacar la presencia de un gran dolium que presenta un orificio de desagüe conectado a una cloaca. Todos estos conductos salían al exterior a los viales contiguos y todos iban a buscar la cloaca principal del cardo minor. Finalmente, podemos hablar de un cuarto conducto de pequeñas dimensiones hecho con piezas cerámicas, en concreto imbrices, que parte del nivel de una de las piletas de garum y atraviesa el muro de fachada para ir a desaguar a la calle. En este tipo de conducto no se puede distinguir entre paredes y fondo ya que la pieza cumple ambas funciones. No se documenta ningún tipo de cubierta. El mismo sistema se localiza en la cetaria de Ampurias (Burés 1998, 137). En el caso de la instalación vinícola, de datación más tardía, segunda mitad del siglo III-inicios del IV zados en las estructuras. Para el caso de los elementos ánforicos, Albert Martín, Informe sobre la classificació i atribució cronológica dels materials anforals in situ del susbsòl arqueològic de Plaça del Rei, 1996, inédito. MHCB.
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Júlia Beltrán de Heredia Bercero y Cèsar Carreras Monfort
d. C. (Beltrán de Heredia 2009), solo se han documentado dos conductos de desagües (Fig. 5). Ambos se encuentran seccionados y no pueden atribuirse a ninguna función ni espacio concreto. En la cella vinaria, un tercer desagüe, cuya boca se sitúa en el punto más bajo del pavimento permitía las labores de limpieza en su interior y la evacuación directa de las aguas sucias. La zona debió de generar un problema de malos olores, pero la localización de talleres intra muros, formando parte de la retícula urbana y conviviendo con amplias domus y otros espacios de habitat, no es un caso exclusivo de Barcino. Por el contrario, se conocen otros muchos ejemplos en el imperio, tenemos el caso cercano de Baetulo, con unas instalaciones vinícolas vinculadas a domus, las factorías de pescado de Baelo Claudia y Algeciras, en Cádiz, o las instalaciones urbanas de pescado de Olisipo (Lisboa) o Gijón, por poner dos ejemplos bien alejados.
1.1.3.
La pavimentación de las calles y el crecimiento del nivel de circulación; el caso de la plaza del Rey
Como ya hemos apuntado, en Barcino, la pavimentación de los viales consistía en un suelo formado por tierra, piedras, mortero de cal y fragmentos de cerámica, todo fuertemente compacto hasta conseguir una superficie dura por donde poder transitar. Este tipo de suelo empleado como pavimento de las calles de la ciudad se ha documentado arqueológicamente en la totalidad de las excavaciones que han afectado viales romanos. Al respecto, destacan por su secuencia, los niveles localizados en plaza del Rey, una treintena de pavimentos que suman una potencia estratigráfica de 2,75 m. que van del siglo I al siglo VI d. C. Estos pavimentos aparecen numerosas veces reparados y otras tantas sustituidos, formándose así una secuencia continua de pavimentos de tierra muy similares al fundacional. Durante el Alto Imperio vemos como el vial es reparado y pavimentado de nuevo con cierta frecuencia, se documentan cinco niveles sucesivos en la primera mitad del siglo I d. C., y siete en la segunda mitad, niveles en los que se conservan las huellas que dejó el tráfico rodado (Beltrán de Heredia 2001). En el siglo II d. C., se renueva el pavimento diez veces, seis en la primera mitad del siglo y cuatro en la segunda mitad del siglo II d. C.; en relación al siglo III d. C. cuatro niveles de suelos se suceden en la primera mitad. La presencia de cloacas en el vial marca un hecho estratigráfico que se repite periódicamente, la
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obertura de zanjas para reparar, limpiar o desembozar el colector. Este hecho se documenta en cuatro ocasiones en una de las conducciones que se desarrolla paralela a la escalera de ronda; a mediados y en la segunda mitad del siglo I d. C., y también en la primera mitad y a finales del siglo III d. C. El ejemplo de plaza del Rey muestra una dinámica de obras y mantenimiento de la red de saneamiento en el Alto Imperio que podría extrapolarse al resto de la ciudad.
1.2.
LA
RED DE ALCANTARILLADO DURANTE
LA ANTIGÜEDAD TARDÍA
1.2.1.
El siglo
IV
d. C.
Uno de los fenómenos a los que se hace referencia cuando se habla de crisis y de pérdida de función de la ciudad, es el abandono o la desaparición del sistema de aprovisionamiento de agua y de la red de saneamiento. En Barcino no se puede hablar de una desaparición o abandono del sistema subterráneo de cloacas, bien al contrario se detectan cambios significativos en el periodo y se mantiene el sistema de alcantarillado de la ciudad. Lo mismo sucede con el sistema de aprovisionamiento de agua que está en funcionamiento al menos hasta el siglo X d. C. (Miró y Orengo 2010). Solo hace falta recordar como la obra de la segunda muralla del siglo IV d. C. se adapta en la entrada de los acueductos en la ciudad, para que estos puedan seguir llevando agua: se macizan los arcos para facilitar la estructura defensiva y se dejan intactos los canales (Puig y Rodà, 2007, 624). En relación al sistema constructivo, se puede apuntar que las actuaciones sobre la red de saneamiento que se llevan a cabo durante la antigüedad tardía denotan una mayor presencia de fragmentos cerámicos, normalmente tegula, ánforas e imbrices, en la obra de fábrica. También se puede hablar de unas construcciones subterráneas de dimensiones menores, más ligeras, y en su totalidad realizada con las paredes encofradas; el aspecto general denota una obra menos «ciclópea». En el siglo IV d. C., se llevan a cabo reformas en el sistema de evacuación, como por ejemplo, la renovación parcial de la cloaca del cardo minor localizada en las zona de talleres de la plaza del Rey. El hallazgo en la obra de fabrica de un ánfora Keay XXVQ7 y de un nummus de Constante acuñado entre los años 333-337 d. C., permite sostener esta 7 La obra de fábrica presenta también un número importante de fragmentos de pared, asas y pivotes de ánforas tarraconenses y béticas, que muestra, sobretodo en el primer caso, una gran perdurabilidad de estos elementos en el tiempo.
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Fig. 9. Detalle del desarrollo de una de las conducciones donde se puede apreciar la forzada pendiente (Plaza del Rey). Año 1960 (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
Fig. 7. Detalle del colector del cardo minor conservado en la Plaza del Rey. Siglo IV. Al fondo puede verse el registro de la cloaca (Foto: N. Miró – MUHBA).
Fig. 8. Desagües que iban a parar a la cloaca principal del cardo minor (Plaza del Rey). Se puede ver la superposición de dos de las conducciones y la fuerte pendiente. Año 1960 (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
hipótesis (Beltrán de Heredia 2001, 101-102). También se constata una reparación. A tal efecto, se destapó un tramo de cloaca y después se dispuso una cubierta más ligera, las piezas de la antigua tapa, formada por losas de gran tamaño, se abandonaron en el espacio inmediato (Fig. 7). La secuencia estratigráfica conservada indica que esta reparación se realizó
en un momento tardío (siglos V-VI d. C.) cuando la cloaca había quedado totalmente enterrada. La cetaria está en funcionamiento al menos hasta la segunda mitad del siglo V d. C., como ya hemos comentado, y varios desagües del vial contiguo presentaban una pendiente muy forzada para ir a buscar el colector general, situado a cotas más bajas. En algunos casos se documentan conducciones superpuestas, hecho que indica la voluntad de mantener la red de saneamiento antigua mediante reparaciones y sustituciones puntales durante tanto tiempo como fue posible (Beltrán de Heredia 2001). Para paliar las dificultades que ocasionaba el desplazamiento del desnivel, en algunos casos, se utilizaron conductos verticales, por ejemplo, un tubo cerámico servía para conducir las aguas generadas al nivel de circulación hacia la cloaca subterránea, mucho más baja. Por otro lado, la obra de construcción de la muralla del siglo IV d. C. debió de ocasionar ciertos reajustes urbanísticos, uno clarísimo fue la amortización de la totalidad de las estructuras adosadas o contiguas al perímetro exterior de la muralla augustea (Beltrán de Heredia 2010). Sin embargo, se mantuvo la red de saneamiento anterior dando continuidad al desarrollo de las cloacas altoimperiales para que pudieran atravesar el nuevo lienzo de muralla y continuar desaguando fuera de la ciudad. Al respecto, se han conservado varios testimonios arqueológicos, sobre todo en el sector oriental de la muralla donde puede verse como las canalizaciones, de obra ciclópea, atraviesan la estructura defensiva8. 8 Por la documentación antigua sabemos que se documentaron conductos de salida, junto a la torre 11, entre las torre 14 y 15, junto a la torre 24, esta última puede verse actualmente.
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Anejos de AEspA LX
Fig. 10. Colector principal que atraviesa la muralla del siglo IV d. C. y va a desaguar al exterior de la ciudad. Año 1959. Torre 11. (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
Fig. 11. Salida del colector fuera murallas. Torre 24 (Foto: N. Miró – MUHBA).
La misma situación se documenta junto a la puerta decumama oriental y occidental, excavaciones de la Avenida de la Catedral y de la calle Regomir 6 (AA.VV. 1992; Hernández-Gasch 2005). Las cloacas parecen que vertían los residuos en fosos contiguos a la muralla, como luego veremos.
en dirección norte-sur el subsuelo de este edificio para ir a buscar la red principal, que sin duda estaba aún en funcionamiento (Beltrán de Heredia 2001). Constructivamente presenta unas características un poco diferentes de las descritas anteriormente, la sección es casi cuadrangular (0,26 m por 0,22 m), de dimensiones mucho menores, con las paredes de obra encofradas y el fondo y la tapa de piezas cerámicas rectangulares o bien tegulae con las alas recortadas (Fig. 12, nº 10). En uno de los extremos, se documento otro ramal en dirección este-oeste que confluía en esta cloaca. También destaca un albañal que atraviesa todas las dependencias anexas (Fig 13, nº 11). El cardo minor donde iba a desaguar esta cloaca presenta igualmente una amplia red de conductos que funcionan desde el Alto Imperio; cuatro llevan la dirección norte-sur para ir al colector principal; en la dirección opuesta, otras tres buscan igualmente la cloaca central (Fig. 13) Se documentan fases sucesivas, por ejemplo, la construcción de la cloaca del siglo V d. C. anula un colector anterior que ya debía de estar fuera de uso. También se documentan albañales con pendientes muy forzadas para ir a buscar la cota, mucho más baja, de la red principal. Hacia finales del siglo VI d. C., el panorama debía de haber cambiado sustancialmente, sobre todo si tenemos en cuenta el desplazamiento de nivel del suelo. Aun así, se documentan nuevos conductos de desagües datados en esta centuria, pero desconocemos si iban a parar a pozos ciegos y como se articulaba el sistema de saneamiento. Podemos mencionar el sistema de evacuación de aguas pluviales del aula episcopal. La finalidad del mismo era alejar el agua del edificio para evitar deterioros en la estructura. El canal, de 18 cm de anchura por 23 cm de altura, está hecho de obra con el fondo de tegula y una cubierta
1.2.3.
Los siglos
V
y
VI
d.C.
En el siglo V d. C., se realizan algunas obras de saneamiento, el caso más emblemático es una cloaca que se puede vincular a la construcción del palacio episcopal del siglo V d. C. Este elemento atraviesa
Fig. 12. Sección de los albañales de la Plaza del Rey: 7 y 8.(termas), 9.- siglo VI, 10.- (Palacio del obispo, s. V) (Dibujo: V. Triay – MUHBA).
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BARCINO
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Fig. 13. Planta de las excavaciones de Plaza del Rey (sector Sant Iu) con inclinación del sistema de saneamiento conservado (Dibujo: E. Revilla – MUHBA).
de pequeñas losas de piedra. Este canal, bajo el suelo de opus signinum, atraviesa el edificio en dirección
este. Creemos que otros conductos similares reconducirían las aguas de la totalidad de la cubierta y del pórtico anexo (Beltrán de Heredia y Bonnet 2007, 158). Junto a las dependencias anexas al aula y atravesando el pórtico se localiza un nuevo conducto que reutiliza como tapa un fragmento de una tapa de sarcófago datado ca. 320 d. C. El canal debía ir a parar a algún pozo contiguo, ya que se sitúa 1,25 m por encima de la red de saneamiento de la calle. Las termas que se construyeron en el siglo VI d. C. junto al grupo episcopal, y que hoy se conservan en el yacimiento de plaza del Rey, dispusieron de sistemas de entrada y evacuación de agua. La conduc-
Fig. 14. Cloaca que re aprovecha un fragmento de sarcófago datado en el siglo IV de la Plaza del Rey (sector Sant Iu) como tapa. Año 1960 (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
Fig. 15. Cloaca del sistema de evacuación de agua de la natatio de las termas del siglo VI. Puede verse cómo la tapa está configurada a partir de elementos re aprovechados (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
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La subida de los niveles de circulación desde época augustea hasta el siglo VI d. C. es importante ya que alcanza los 2,5 m, de los que un metro corresponde al desplazamiento del suelo en los siglos V y VI d. C. Mantener la red de saneamiento en esas condiciones debía de ser muy difícil, sobre todo en algunas zonas. Todo parece indicar que para el siglo VI, el sistema ya no funcionaba. La mayoría de los colectores debían de estar enterrados y colmatados, como por ejemplo el localizado en el cardini oriental de la ciudad amortizado en el siglo VI d. C., aunque también es posible que la antigua red funcionara parcialmente y solo en algunos tramos. Fig. 16. En primer plano, cloaca del cardo minor, siglo IV. A la derecha y en un plano superior puede verse otro colector seccionado en un corte estratigráfico (Foto: N. Miró – MUHBA).
ción de salida de agua de la piscina presenta igualmente una reutilización de elementos diversos en el sistema de cubrición, como, por ejemplo aras, un claro indicador de su cronología tardía. Esta conducción se superpone a otra que viene de otra estancia de las termas situada más al sur (Fig. 12, nº 7). Es interesante destacar como en este momento se da un cambio de dirección a la hora de ir a buscar las cloacas principales. La conducción que evacua el agua de la natatio de las termas, situada a una cota muy alta, se dirige hacia la cloaca principal del cardo maximus situada al este, en vez de desaguar en la contigua red de cloacas del interuallum, que debían estar totalmente inutilizadas. Aun así, no se puede descartar que finalizase en un pozo ciego, aunque el trazado del colector parece indicar justamente lo contrario.9 También en el siglo VI d. C. se ha de situar un conducto en dirección este-oeste de 0,22 m de ancho por 0,24 m de altura que se construyó sobre los niveles de amortización de la cetaria. Desconocemos el punto de partida del mismo y también donde desaguaba, ya que solo se ha conservado seccionado en un corte estratigráfico. Teniendo presente, como en el caso anterior, que se localiza unos 0,50 m por encima de la cota de la cubierta de la cloaca del vial, es muy posible que fuera a parar a algún pozo ciego (Fig. 12, núm. 9). En las excavaciones de la plaza de Sant Miquel en el mismo periodo cronológico también se constata la construcción de cloacas y de pozos (Raya y Miró 1989-90). 9 Otro tramo de esta cloaca se localizó en la excavación de la calle Llibreteria nº 25 en el año 1984. Este nuevo tramo se encuentra a menos de dos metros del colector del decumanus maximus.
1.3.
EL
SISTEMA DE SANEAMIENTO
Y LA DISTRIBUCIÓN DE AGUA
En Barcino se puede constatar un sistema bien establecido para la gestión de residuos de la colonia, así como un sistema de captación y distribución de agua bien planificado. La ciudad se abastecía de agua a través de dos acueductos que llegaban a la puerta decumana occidental, de los cuales se conservan distintos testimonios arqueológicos. Recientemente, se ha publicado un interesante estudio sobre los sistemas de captación de agua, el recorrido de los dos acueductos y la distribución de agua en el interior de Barcino (Miró y Orengo 2010). Estos autores platean la existencia de un castellum aquae en la zona del forum, cerca del templo, y un segundo distribuidor en la zona de la Palma de Sant Just, otra pequeña elevación topografía de 14 m que facilitaría el suministro de aguas en el sector oriental de la ciudad. En este sector de la ciudad se localiza la conducción conocida como de la Palma de Sant Just, interpretada tradicionalmente como una cloaca (cloaca maxima) y sobre la que ya habíamos apuntado estaba más en relación con el sistema de distribución de agua que con el de evacuación de residuos, debido a sus dimensiones y características constructivas, que nada tenían que ver con la de la red de saneamiento conocida en el resto de la ciudad (Beltrán de Heredia 2010). En el estudio mencionado, C. Miró y H. Orengo (2010) consideran este elemento como una conducción de agua, aquae ductus, relacionada con el segundo distribuidor de agua o castellum aquae situado en la Palma de Sant Just. El estudio abarca una descripción completa y exhaustiva de la conducción, con dimensiones, técnica constructiva, gráficos y fotografías. De especial interés son las referencias de los autores a fuentes documentales antiguas (del siglo XIX y principios del XX) que aluden a estas estructuras y
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a otras que se localizan contiguas y que muestran, sin lugar a dudas, un importante sistema distributivo de agua en esta zona de la ciudad (Miró y Orengo 2010). Por otro lado, es sabido como el sistema de drenaje de las aguas residuales y la traída de agua a una ciudad son dos elementos bien relacionados. La llegada de un acueducto supone también la construcción de un sistema para evacuar el agua sobrante. Para que las cloacas funcionen debidamente es necesario que corra el agua en los desagües, ya que sino estos corren el peligro de quedar embozados. En ciudades con acueductos, como es el caso de Barcino, el agua sobrante podía facilitar este trabajo. Aun así, a veces la traída de agua a una ciudad y la red de saneamiento aparecen disociadas, el caso más claro y conocido lo tenemos en Pompeya con un sistema de abastecimiento de aguas bien organizado pero sin una red de desagües. El estudio sobre los acueductos, los conductos y sus capacidades, al que venimos aludiendo, muestran que la colonia recibía un caudal muy importante, seguramente superior al de sus necesidades (Miró y Orengo 2010). Esto permitiría disponer de un sistema de drenaje del agua sobrante para derivarlo a las cloacas. En Barcino, la tarea de que el agua discurriera frecuentemente por las cloacas, se vería también facilitada por el agua de lluvia y la existencia de registro o bocas de alcantarilla, como hemos visto en dos casos concretos localizado en un cardini y un decumani minori.
2.
LOS VERTEDEROS URBANOS
Las áreas contaminantes en la Barcino romana se localizaban fuera del recinto urbanístico, aunque a menudo, los residuos se tiraban junto al lugar donde se producían, como pasa, por ejemplo, con los talleres de lavado y tintado de Barcino, que echaban sus residuos a la calle contigua el intervallum. La excavación realizada en el vial público, frente a los talleres, permitió identificar diversos niveles de residuos procedentes de vertidos de las operaciones de limpieza de las instalaciones contiguas, la fullonica y la tictoria que tenían su acceso por esa calle. Entre los hallazgos más significativos destacan una bolas de tinte, fragmentos de ánforas con restos de cal en su interior, residuos diversos de origen vegetal, animal y mineral, todos vinculados a los procesos de lavado y tintado, elementos que actuaban como detergentes, tintes o fijadores de color (Beltrán de Heredia 2000; Beltrán de Heredia y Juan Tresserras, 2000). Los residuos podían ser eliminados o aprovechados para otros usos, los orgánicos podían usarse como
BARCINO
243
fertilizantes, la limpieza de los fosos debió tener también esta finalidad. Igualmente, se daba el reciclaje de las materias primeras, el caso más claro es el de las ánforas, se volvían a usar para almacenar productos que nada tenían que ver con el original, frecuentemente se usaban como contenedor funerario, o también se reciclaban como simple materia. En Barcino, las ánforas fragmentadas las podemos encontrar incorporadas en cualquier tipo de estructura, muros, medias cañas de opus signinum, etc.
2.1.
LOS
FOSOS
En el suburbium y en relación con los vertederos de origen doméstico, hay varios localizados en el exterior de la ciudad, vertederos que se encuentran rellenando fosos. Podemos situar tres de ellos junto a la muralla o en sus proximidades, en la calle Tapineria (Duran i Sanpere 1973, 72), en Correu Vell y en la Avenida de la Catedral. Se ha documentado arqueológicamente otro foso, más alejado de la muralla, a unos 35 m de la ciudad, en la actual calle Avinyó que estuvo en uso hasta el primer cuarto del siglo II d. C. (Belmonte 2008). Creemos que estos fosos calificados de «defensivos» debieron tener una función más cercana al vertedero y sistema de gestión de residuos. Además parece que recogían también las aguas residuales que salían fuera de la ciudad, como ya se ha comentado. El foso de la Avenida de la Catedral parece que funciona hasta un momento tardío, tiene una extensión de 15 m de largo por 6 de ancho y unos 4 metros de profundidad. Si bien la mayor parte del material se sitúa entre el siglo II y el V d. C., existen bolsas de material de primera época (principios del siglo I d. C.), por debajo de las murallas tardías. Seguramente, parte del material temprano fue trasladado a otros basureros en época posterior, o bien la propia riera de Sant Joan, cuyo lecho pasa por encima del vertedero, puedo llevárselos hacia el mar. Se hicieron 3 catas geológicas en el vertedero que proporcionaron datos sobre su composición como la presencia de semillas de vid, restos leñosos, arcillas grises, arenas, microfragmentos de calcárea y materia orgánica. A nivel de densidad de ánforas, la Avda. de la Catedral no es uno de los puntos con mayor concentración en comparación con otros vertederos como Correu Vell. Disponemos de escasa documentación de la excavación de Correu Vell en donde también se localizó un vertedero de cierta potencia con materiales muy tempranos, datados en la primera mitad del si-
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Fig. 17. Sección longitudinal del basurero de Av. de la Catedral (Dibujo: Centro de Documentación del MUHBA).
glo I d. C. Se trata de una excavación situada próxima a la Puerta de Mar, y con un gran potencial estratigráfico (unos 7 metros) desde época romana a nuestros días. Sobre el vertedero de Tapineria, apenas disponemos de evidencias. Las noticias sobre este posible vertedero nos aparecen en la obra de Duran i Sanpere (1973) sobre las antiguas excavaciones de la ciudad, que menciona un «fossat» delante de la desaparecida iglesia de santa Marta de donde se recuperó una escultura mutilada de un león de piedra (Duran i Sanpere 1973, 72). En lo que respecta al vertedero del C/ Avinyó 16 (Belmonte 2008), parece que está en uso sólo en la fase I desde principios del siglo I d. C. hasta principios del siglo II d. C., cuando ya se colmataría. Tiene unas dimensiones de 18 m de largo por 10 de ancho, con profundidades que van de los 80 cm a 1,20 m, que seguramente correspondían a un rebaje realizado para la extracción de arcillas en un momento fundacional, en que éstas se emplearían en los trabajos de edilicia urbana. Este espacio se fue rellanando con residuos domésticos como cerámicas, bronces, restos líticos,
vidrios y restos de fauna de una extraordinaria riqueza con un total de 40.000 objetos catalogados. Como indicador, la densidad de ánforas del vertedero es la más elevada que se ha documentado hasta ahora en un yacimiento en Barcino. En Barcelona, se detectan tanto fuera como dentro del recinto amurallado una serie de fosas que encontramos amortizadas como basureros de origen domestico. Estas estructuras negativas ya se documentan durante la antigüedad tardía aunque proliferan, sobretodo, durante la alta edad media. Al respecto, ya llamábamos la atención sobre este fenómeno en relación a la franja cronológica del siglo VIII-XI d. C. (Beltrán de Heredia 2006). Creemos que la mayoría debe corresponder a silos que se convirtieron en basureros cuando fueron abandonados. No sabemos si la presencia de fosas durante la antigüedad tardía pudo tener el mismo sentido, silos relacionados con espacios de hábitat cercanos, más tarde utilizados como basureros, o bien responden a estructuras especificas para la eliminación de residuos, como también pasaba durante el alto imperio, ya que se realizaban vertidos ocasionales junto a los espacios de hábitat, como los que se daban con fre-
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cuencia en patios o jardines, ámbitos marginales de la vivienda, que a veces disponían de pozos negros para esta finalidad (Remolà 2000, 116).
3.
RIERAS, RELIEVES Y ZONAS DE MARISMA, OTROS ELEMENTOS DE EVACUACIÓN
Tal como ya se había indicado anteriormente, la topografía de Barcino, ayudaba a la evacuación de residuos, sobre todo líquidos, desde la zona más elevada como era el Mons Taber (16,9 m) y el montículo de la Palma de Sant Just (14 m), hacía el exterior de la muralla. Al SO de la ciudad accesible por la puerta meridional, estos residuos líquidos desembocarían en la riera de las Ramblas o riera de Malla (cerca de Canaletas) aprovechando la suave inclinación del terreno. Se trata de una de las rieras más caudalosas de la ciudad, y que en su ribera derecha tendría una zona de marismas en las actuales Drassanes. En la zona NE se documenta la riera de Sant Joan, que atravesando la Avda. de la Catedral desembocaría en la actual Via Laietana, también conformando una riera. Algunos de los vertidos de las cloacas que se concentraban en Avda. Catedral o C/ Tapinería podían fácilmente desembocar en esta riera, que en su vertiente izquierda también disponía de una zona de marismas en El Caganell-Argenteria. Duran i Sanpere (1973, 72) menciona que en 1954 al remover las tierras en donde desembocaba las cloacas, y donde se ubicaba la riera de Sant Joan, también se encontraron restos de un posible vertedero. Si bien en las zonas de lagunas como Drassanes o El Caganell no se han localizado por el momento vertederos con residuos sólidos, si que parece plausible que fuera un lugar de evacuación de residuos líquidos y orgánicos. Se trata de zonas con baja densidad de ocupación, y próximas sólo a zonas de carácter industrial (figlinae). De todas maneras, por la información de que disponemos hasta el momento, se trata de lagunas como la de Pla de Palau formadas en la tardoantigüedad (siglo IV d. C. en adelante), y por lo tanto posteriores a la época que nos ocupa (Julià y Riera 2010). Por último, estaba el propio mar que se encontraba no muy distante del castellum de la llamada puerta de mar (SE). Aunque no se ha podido localizar exactamente la línea de costa en este punto, las excavaciones de el castellum (Hernández-Gasch 2006) registran la presencia de estratos compuestos por arena de playa, que se han encontrado también en enterramientos de Santa María del Mar y el paseo del Born.
BARCINO
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Según Izquierdo (1997), existiría una pequeña bahía en la actual plaza de Antoni López y la parte baja de la Via Laietana, frente este castellum y puerta de mar. Ya en su momento, la gran presencia de ánforas en Correu Vell sugería la existencia de un punto de almacenamiento y carga de mercancías a un puerto no muy distante (Carreras 1998). En este sentido, todas las evidencias arqueológicas parecen coincidir. Seguramente la proximidad del mar favorecería a que se evacuaran todo tipo de residuos, orgánicos y sólidos, directamente al agua, como ya se ha observado en el drenaje de otros puertos romanos.
4.
LA RED DE CONDUCCIONES FUERA MURALLA
En relación al suburbium de Barcino, éste se nos muestra como un espacio ocupado y habitado, muy vinculado a la vida y actividad económica de la ciudad, Aunque tradicionalmente se había dicho que la ciudad se circunscribía al espacio del pomerium y que las villas suburbanas documentadas estaban aisladas, la realidad arqueológica muestran justo lo contrario (Casas 2009, Belmonte 2008, Beltrán de Heredia 2010). Fuera murallas se localizaban espacios de producción (talleres, actividades industriales/artesanales relacionadas con la alfarería y la metalurgia), termas portuarias junto a la puerta decumana oriental o puerta de mar, uillae suburbanas, como la de Antoni Maura o Víctor Balaguer y estructuras de hábitat (silos, estancias con pinturas y mosaicos) contiguas a la muralla que indican una ocupación notable del entorno exterior inmediato a la fortificación desde época alto imperial. Al respecto, también se detectan sistema de evacuación de residuos y conducciones de aguas limpias, sobre todo en el suburbium oriental, pero los datos arqueológicos de los que disponemos son aún más parciales. Por ejemplo, en la excavación de la actual calle Argentería se pudieron localizar casi seis metros de una conducción de tubos cerámicos.10 Las diferentes piezas, unidas con mortero de cal, tenían unas dimensiones de 27 digitus de largo por 6 digitus de diámetro exterior por 4,5 de digitus para el interior.11 Se desconoce el origen y el punto de 10 Nuria Miro i Alaix, Memòria de la Intervenció Arqueológica al carrer Argenteria i Manresa, 1997, inédita. Centre de Documentació del MUHBA. 11 Las piezas tienen una longitud de 50 cm (27 digitus x 1,8481 = 49,8987 cm) por 8 cm de diámetro interior (4,5 digitus × 1,8481 = 8,31645 cm) y 11 cm de diámetro exterior (6 digitus × 1,8481 = 11,0886 cm). Como se puede ver, hay una proporcionalidad en las medidas si estas se pasan a digitus.
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destino de esta conducción; a escasos metros del hallazgo se localiza la villa romana de Víctor Balaguer. También se documentó una conducción, en las excavaciones realizadas en el año 1966 en el solar actualmente ocupado por la iglesia de Santa María del Mar, situado en la misma zona pero un poco más al norte (Ribas 1977). En este caso, se trata de un conducto construido cuyas características físicas (fondo de tegulae) paredes de obra de fábrica y una cubierta de losas de losas de piedra coinciden con las documentadas para las cloacas de Barcino. Se pudo reseguir este elemento a lo largo de 22 metros, en el extremo noroeste se documento un ramal que, describiendo una pequeña curva, seguía en dirección norte. Otro tramo de las mismas características se localizó a escasos metros, en las excavaciones del Palacio Nadal de la calle Montcada realizadas en 1971. Sendos conductos fueron amortizados, y en algunos casos aprovechados como cajas, en el siglo V d. C., cuando la zona fue ocupada por una amplia necrópolis que tuvo en Santa María del Mar el polo de atracción. Las termas portuarias localizadas fuera murallas, dos complejos termales situados a ambos lados de la Puerta de Mar, también disponían de sistemas de entrada y de evacuación de agua. En las intervenciones arqueológicas del las termas situadas al este de la puerta de mar, se documentaron varios conductos pero desgraciadamente no se disponen de datos en relación al funcionamiento, cronología o sistemas constructivos de estos elementos.12 En relación a las termas localizadas al otro lado de la puerta (excavaciones Regomir 6), se localizó un conducto de 0,30 por 0,80 m datado en época flavia.13 La situación de la cloaca en la topografía de la ciudad y las dimensiones de la misma no parecen indicar que se trate del colector central del decumanus maximus fuera muralla, bien al contrario parece tratarse de un albañal relacionado con la instalación termal. Una de las torres del llamado castellum construido en el siglo IV, incorpora este elemento a su estructura y cuida de no cegar el conducto, lo que nos indica de nuevo que en el siglo IV la red de sanea12 Estas termas fueron excavadas en distintas campañas arqueológicas de una manera parcial: la intervención del 1990 fue dirigida por Xavier Soler Palacin, y la del 2003 por Anna Monleón , pero las memorias preceptivas no fueron elaboradas. Únicamente se cuenta con los resultados de una pequeña intervención en la calle Regomir 7-9, del año 2007, realizada por Jordi Hernández. 13 Jordi Hernández, Memòria de la Interveció Arqueologica al carrer Regomir 11, 2003, inédita. Centre de Documentació del MUHBA.
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miento general de la ciudad estaban en pleno funcionamiento.14
5.
ZONA SUBURBANA INDUSTRIAL
En el exterior de la zona amurallada, en el área suburbana N-NE próxima a la actual Avda. Francesc Cambó-Mercat de Santa Caterina hasta la Calle Princesa, se extiende un sector industrial en el cual se han documentado centros de producción cerámica —figlinae— junto con sus respectivos vertederos. Debido a la naturaleza de la excavación de esta zona, en ocasiones de solares de pequeñas dimensiones, es difícil tener una visión de todo el conjunto, si bien parece que por la proximidad existiría un taller en Francesc Cambó-Santa Caterina (Aguelo y Huertas 2009) y otro en Calle Princesa-Montcada (Casas 2009). Los otros talleres conocidos del Pla de Barcelona, se encuentran un poco más alejados de la colonia, en la montaña de Montjuïc (Ntra. Sra. del Port, Hornos del Estadio, Cementerio) (Carreras 2009). Parece ser que estos centros cerámicos producían numerosos productos desde material constructivo como ímbrex o tegulae a cerámica común y sobre todo ánforas Pascual 1 y Dressel 2-4, destinadas al envase de los vinos locales. Precisamente, los basureros localizados próximos a los talleres, han documentado en su mayoría la presencia abundante de ánforas rotas o pasadas de cocción, que constituyen el elemento predominante como residuo sólido. Por otro lado, también se han documentado al menos dos talleres metalúrgicos extramuros en la calle Avinyó y en Argenteria, con un pequeño basurero asociado, con restos de sus actividades productivas. La reciente excavación de la C/Avinyó 16 (Belmonte y Carretero 2008) ha proporcionado un conjunto de estructuras que definen un taller metalúrgico datado en la fase II, en la segunda mitad del siglo I d. C. Aparecen silos, dos pozos y 6 estructuras de combustión de diámetros comprendidos entre los 4060 cm, que documentan estratos de cenizas y en donde se localizó un pequeño crisol. En las inmediaciones aparecieron un total de 376 fragmentos de escoria y herramientas de bronce y hierro. Este ta14 Los materiales arqueológicos aparecidos en el relleno de la cloaca datan del siglo III d. C., fecha que entra en contradicción con la que se desprende de la relación física de esta conducto con la muralla del siglo IV d.C. Creemos que el pequeño sondeo, realizado en una zona muy alterada, donde en época tardoantigua se había expoliado la tapa, no es representativo. El director de la excavación ya pone de relieve esta contradicción.
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Fig. 18. Ánforas de los hornos de l’Estadi (Fuente: Fondo de excavaciones antiguas – MUHBA).
ller se localizaba en una zona de basurero, que corresponde precisamente a la fase I del solar Avinyó 16 (cambio de Era hasta época flavia). Concretamente, en el momento de la colmatación del basurero en la fase II, se documenta una importante presencia de piezas de hierro y bronce (1048 objetos), de los cuales 380 eran clavos de hierro y 92 de bronce (Belmonte, Carretero, 2008, 188, n.p. 32). Parece que la ubicación de ambos talleres metalúrgicos —Avinyó y Argenteria—, coincide con las directivas de la carta municipal de Urso (44 a. C.) en que se ubican los centros industriales que utilizan el fuego, a las afueras de las zonas urbanizadas: Ninguna persona poseerá dentro de la colonia Iulia centros de producción cerámica o de tegulae de gran tamaño que produzcan más de 300 tegulae diarias. (Carta de Urso, 76) Aprovechan para instalarse en zonas de baja densidad de población, como ocurre en Barcino, donde las zonas suburbanas apenas documentan estructuras de hábitat continuado. Por otro lado, los RSU generados por su actividad eran fácilmente depositados en las inmediaciones. Generalmente se aprovechan las mismas estructuras negativas producidas por la extracción de arcillas para colmatarlas con los residuos de cocción. Del estudio de los residuos de las zonas industriales cerámicas se puede constatar la importancia de las ánforas como elemento destacado al tratarse de un residuo sólido urbano (RSU) voluminoso y molesto. A pesar de que se puede reutilizar para distintas funciones (rellenos, aterrazamientos, drenajes…) la localización de las concentraciones de ánforas, nos puede permitir entender la gestión de los residuos
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sólidos urbanos en una ciudad a lo largo del tiempo. Esta fue la razón por la que se estudió la distribución de diferentes tipos de ánfora en Barcino en 1998 (Carreras 1998). Para ello se contó con más de 13 excavaciones con ánforas debidamente cuantificadas y estandarizadas de acuerdo con el área excavada, las cuales permitían generar con un SIG mapas de interpolación por tipología —y por lo tanto por una determinada cronología—. Las primeras impresiones proporcionaban una imagen distinta para las prácticas de deposición en el alto imperio respecto en la tardoantigüedad. En el 2009 se realizó un nuevo estudio de la dispersión de las ánforas, esta vez a partir de un conjunto de 28 excavaciones15 cuantificadas y estandarizadas, en que no se incluyen las recientes excavaciones de Santa Caterina (Aguelo, Huertas, 2009) y de Calle Princesa (Casas, 2009), cuyos valores refuerzan la concentración de ánforas locales en las zonas extramuros de la ciudad. En la Calle Princesa se excavó una extensión de unos 21 m2, en los cuales se documentaron un total de 2.790 fragmentos de ánfora, la mayoría producciones locales de Pascual 1 y Dressel 2-4, que pesarían unos 418.500 gr (150 gr el fragmento medio) para proporcionar una densidad de 1.992.857 cg/m2, la mayor documentada en Barcino. A su vez, la excavación de Santa Caterina registró un total 9.200 fragmentos de Pascual 1 y Dressel 2-4, que supondrían unos 1.380.000 gr, y una densidad de 627.272 cg/m2, que a su vez es la segunda densidad más elevada registrada en la ciudad. Tampoco se incluye la cuantificación de las ánforas del vertedero del Calle Avinyó, 16 con unos 3.281 fragmentos de ánforas (Belmonte, 2008), que proporcionarían una densidad aproximada de 274.314 cg/m 2, la tercera mayor densidad de ánforas de la ciudad hasta el momento. Así, el mapa de dispersión de las ánforas de producción local (Pascual 1 y Dressel 2-4) que tendría una cronología de 40 a. C. hasta el 120 d. C., registra sólo concentraciones en el exterior de la ciudad, fuera de murallas. Esta distribución confirma la existencia de una gestión organizada de la deposición de los RSU, que ya se vislumbra en las leyes municipales, aunque desconocemos si era pública o bien la administración gestionaba la suya independientemente de los particulares. En el caso de Barcino, la dis15 Se han debido descartar todas las ánforas de las excavaciones antiguas como las de Plaza del Rey o El Tinell, puesto que se habían seleccionado las ánforas, dejando fuera todos los informes. Aún sí, consideramos que la pauta de distribución del interior de la colonia coincide con las de este sector N-NE con las excavaciones más antiguas.
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Fig. 19. Densidades de ánforas tarraconenses (Pascual 1 – Dressel 2-4).
tancia entre las viviendas de los ciudadanos y los vertederos extramuros no era excesiva, por lo que se podía realizar directamente por los propios individuos. Las más altas densidades de ánforas se localizan en la excavación de Pia Almoina y Avda. de Francesc Cambó (próxima a la excavación no cuantificada del taller de Santa Caterina) y de Plaza del Àngel (próxima al taller de la Calle Princesa-Moncada). Tanto en Pia Almoina como en Plaza del Angel se trata de lugares muy próximos a la muralla, lo cual evidenciaría el escaso valor defensivo de la muralla. Otro de los grandes depósitos de ánforas tarraconenses se encuentra en Correu Vell, una excavación extramuros próxima al posible embarcador o puerto romano de la ciudad, tal vez una zona de horrea y de cargadescarga de la cual desconocemos cualquier tipo de estructura. En la Fig. 19 se ilustran las densidades de ánforas tarraconenses (Pascual 1 – Dressel 2-4) distribuidas en la ciudad en el período desde la fundación (1610 a. C.) hasta el fin de la producción de las Dressel 2-4 (ca. 120 d. C.). La imagen es muy similar a la de ambas tipologías por separados, por lo que sintetiza bastante bien esta pauta de dispersión de las
producciones locales, teniendo en cuenta que los talleres cerámicos se encontraban extramuros así como sus basureros asociados. Siempre queda la duda si el comportamiento de las ánforas locales coincide con las importaciones de otras latitudes, o sea aquellas ánforas que eran consumidas por los ciudadanos de Barcino. Un ejemplo son dos producciones de ánforas del valle del Guadalquivir, las ánforas multiuso Haltern 70 que contenían desde vino, muria a olivas con una cronología de 40 a. C.-ca. 70 d. C., y las Dressel 20 olearias que van desde época de Augusto hasta Galieno (253268 d. C.). También en este caso, las concentraciones de ánforas se ubican en el exterior de la ciudad, detectadas sobre todo en las excavaciones de la avda. de la Catedral y Pia Almoina, por lo tanto asociadas a ese gran vertedero de avda. de la Catedral en la zona del foso. Se trata además de ánforas de época muy temprana, la mayoría del momento fundacional. Un último ejemplo de esta pauta de deposición de los RSU en el altoimperio sería la distribución de las ánforas vinarias Dressel 2-4 procedentes de la Campania, que aunque no alcanzan las cifras de impor-
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A
B Fig. 20. Densidades de ánforas Haltern 70 (A) y Dressel 20 (B).
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Fig. 21. Densidades de ánforas Dressel 2-4 de la Campania.
tación en Hispania de sus predecesoras, Dressel 1, siguen siendo importantes. En la Fig. 21 se puede observar la distribución de densidades de Dressel 2-4 campanas, también concentradas en el exterior de la ciudad, tanto en la zona próxima a murallas (Avenida Catedral, Pia Almoina, Porta de l’Angel y Correu Vell) como un punto más alejado como Argenteria. En este caso, también se documenta alguna cantidad importante en el yacimiento intramuros de Arxiu Administratiu. Tal como demuestran las diferentes concentraciones de ánforas altoimperiales, la deposición de los RSU se realizaba en el exterior de la colonia, en lugares muy próximos a la misma, seguramente por economía de movimientos, pero en áreas que estaban deshabitadas.
5.1.
CONCENTRACIONES
DE ÁNFORAS
EN LA TARDOANTIGÜEDAD
Las pautas de distribución de las ánforas en la tardoantigüedad resultan bastante diferentes a las del alto imperio en la ciudad, con una mayor concentra-
ción de vertidos en el interior de la misma, seguramente más por segundos usos como material de relleno o aterrazamiento que como basureros reales. A partir de finales del siglo II d. C., las ánforas más comunes en la ciudad serán las procedentes del Norte de África, y este predominio perdurará hasta ya avanzado el siglo VII d. C. De nuestro estudio de las densidades de ánforas africanas de 28 excavaciones de la ciudad, se obtiene la Fig. 22, en que se observa una gran concentración de ánforas en las zonas próximas al foro de la ciudad como en el Palacio Centelles, la plaza de Sant Miquel, o los solares del Ayuntamiento y del Archivo Administrativo. Cabe recordar que el Mons Taber era el punto más elevado de la ciudad —coincide con la zona del templo de Augusto— y por lo tanto, que es una zona aterrazada y que se conoce una gran actividad edilicia en la tardoantigüedad. Las ánforas corresponden a estratos de relleno, y de colmatación de estructuras anteriores, subiendo los niveles de suelos de las nuevas edificaciones. A pesar de que las concentraciones se documentan en la zona centro y SO de la ciudad, seguramen-
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Fig. 22. Densidades de ánforas africanas (siglos
te las mismas altas densidades se localizarían en el sector NE intramuros, que en este caso estaría documentado por las excavaciones antiguas como las realizadas bajo El Tinell o Plaza del Rey, de las cuales no disponemos de datos cuantificados fiables. Sin embargo, la selección de ánforas procedentes de estas excavaciones muestra proporcionalmente la misma representación que en las otras excavaciones bajo imperiales de la zona centro y SO. A nivel de tipologías anfóricas, el ánfora Keay XXV proporciona la pauta de distribución de los siglos IV-V d. C. en el que se observa esa pauta general de distribución de todas las ánforas africanas con concentraciones en distintas excavaciones del centro y sector SO, como la plaza de Sant Miquel, o los solares ocupados por el Palacio Centelles o el Ayuntamiento. Por el contrario, las ánforas con datación del siglo V d. C. como la Keay XXXV o del siglo V-VII d. C. como la Keay LXII demuestran que a partir del siglo V d. C. la edilicia de esta zona disminuye, y que la concentración de ánforas es exclusiva del yacimiento de Palau Centelles. De hecho, el mapa de concentraciones de ambas tipologías es idéntico, por lo que
III-VII
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d. C).
sólo se ilustra uno, en este caso el de ánforas Keay LXII (ver Fig. 23). Como contrapartida a la distribución de las ánforas africanas, existen otras importaciones menos significativas como la Keay XIX lusitana (siglos III-VI d. C.) o las Keay XIII béticas (III-VI d. C.) que muestran distribuciones un tanto diferentes, tal vez porque por sus características no son tan empleadas como rellenos constructivos. En el caso de la Keay XIX, que es poco representativa en los conjuntos, se concentra en un yacimiento en el exterior de la ciudad como el de la calle dels Arcs Boters, que podría corresponder a un basurero tardío. En el caso de la Keay XIII bética, además de concentrarse en Arcs Boters, aparece una alta densidad en el yacimiento intra muros de Archivo Administrativo y en menor cantidad en Palau Centelles. Del estudio de las ánforas tardoantiguas en Barchinona es difícil reconocer la ubicación de los basureros de la ciudad, ya que en general las ánforas son reutilizadas como material constructivo o de relleno. Ello significa que por supuesto cambia la pauta de deposición de estos envases, que se hallan en el interior urbano, pero no significa una decadencia de
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B Fig. 23. Densidades de Keay XXV (A) siglos
IV -VI
d. C. y Keay LXII (B) siglo V-VII d. C.
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A
B Fig. 24. Densidades de Keay XIX (A) siglos
III-VI
d. C. y Keay XIII (B) siglo
III-VI
d. C.
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la ciudad, sino al contrario, uno de los momentos de mayor auge constructivo y de vitalidad comercial. Seguramente, sigue existiendo una gestión organizada de los RSU en el exterior de la ciudad, si bien no se disponen de demasiadas evidencias aparte del vertedero de Avda. de la Catedral. Parece que el reciclaje de los contenedores cerámicos de grandes dimensiones para las obras edilicias es una práctica común en este período en la ciudad.
6.
A MODO DE RESUMEN
Todos los datos arqueológicos presentados aquí apuntan a que Barcino dispuso de una red saneamiento bien planificada desde su fundación en época de Augusto. Las cloacas principales se proyectaron en los ejes de los diferentes viales, y se adaptaban a la topografía del terreno, como sistema para facilitar la evacuación. A ellas iban a parar otros conductos secundarios. El sistema constructivo es muy uniforme y en algún caso se han documentado sumideros y sistemas de registro. En las distintas excavaciones realizadas en la ciudad romana se han localizado una gran cantidad de cloacas y albañales, solo el yacimiento de plaza del Rey conserva 36 de estos elementos. La red de saneamiento inicial, al igual que el sistema de traída de aguas, se mantuvo durante siglos, en el siglo IV se denota reformas y reparaciones, y en los siglos V y VI también se documentan nuevas conducciones, pero no tenemos datos arqueológicos de cómo debía funcionar la red de saneamiento. En relación al suburbium, también se han documentado conducciones, pero desconocemos si se trata de redes autónomas o tenían algún tipo de vinculación con el sistema intra muros. Toda esta red de cloacas se combinaba con la estructura de rieras, que
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seguramente desembocarían en la primera línea de mar o en pozos negros próximos a la zona de muralla. En principio, todos estos residuos orgánicos desde el Alto Imperio hasta la Tardoantigüedad serían evacuados fuera de las áreas de residencia, con la única excepción de los vertidos incontrolados y los restos de actividad industrial en el interior de las murallas. Las zonas industriales extra muros —figlinae y metalurgia— presentan un pauta de vertido diferente ya que aprovechan el terreno próximo para ubicar sus basureros industriales, dado que eran zonas de escasa ocupación humana. Precisamente, estas zonas producen básicamente residuos sólidos que también se evacuan de forma organizada en el exterior de la ciudad, muy próximos a las murallas, en dónde se han localizado al menos cuatro vertederos de grandes dimensiones. Uno de los residuos sólidos más comunes eran las ánforas, cuya dispersión alto imperial coincide con la presencia extramuros de talleres y vertederos controlados. En la tardoantigüedad, cambia las prácticas ya que gran parte de los residuos sólidos como las ánforas son reaprovechados en la edilicia de la ciudad. Aparecen en rellenos y aterrazamientos para elevar los suelos y se incorporan la obra de fábrica, y por lo tanto se convierten en un material reutilizado constructivo más. Por supuesto, aún quedan muchos interrogantes sobre la gestión de los residuos en la ciudad de Barcino, pero la actual evidencia arqueológico nos presenta un marco bastante claro de su organización. Falta conocer detalles sobre las zonas de producción industrial en la tardoantigüedad, así como la continuidad de algunos vertederos, o como se articulan la red de cloacas y las rieras próximas a la ciudad; no obstante, son detalles que no creemos que afecten a la visión de conjunto que planteamos aquí.
CAESARAUGUSTA FRANCISCO DE A. ESCUDERO ESCUDERO* MARÍA PILAR GALVE IZQUIERDO*
1.
CLOACAS Y VERTIDO
En Caesaraugusta, cualquier tipo de residuo líquido se eliminaba a través de cloacas y canales, en una compleja y bien estructurada red de vertido. Llevar a buen puerto este proceso requirió una planificación compleja y una coordinación adecuada con los sistemas de abastecimiento de aguas y viario, tanto en su conjunto como particularmente en cada vía. Las cloacas cumplían su cometido como vías de desalojo de aguas fecales, aunque el mayor volumen que discurría por ellas había de ser el agua de lluvia, el sobrante de los acueductos y el retorno del agua utilizada en diferentes servicios de uso urbano. Por las cloacas de Caesaraugusta circulaba el agua que vertían numerosas termas —públicas y privadas—, la procedente de fuentes, limpieza viaria y riego de jardines y huertas urbanas. El agua de lluvia que llegaba a las calles, directamente o por bajantes, pasaba a través de sumideros a las cloacas que la canalizaban hacia los ríos. Algunas de estas cloacas pudieron servir para el drenaje en la zona nordeste de la ciudad, quizá también en el sudeste, donde se conformaban áreas deprimidas sujetas a inundaciones. A este respecto, conviene recordar, que la mítica Cloaca Máxima fue construida en Roma en tiempo de los reyes como drenaje del espacio ocupado por el Foro Boario, entonces zona pantanosa e insalubre en el centro de las colinas. El agua, como factor básico de salubridad e higiene, alcanzó su máximo exponente en la vida cotidiana del mundo romano. Su abastecimiento y distribución, dentro de las ciudades, eran cometidos fundamentales de la administración romana, y el acueducto un icono representativo de la romanidad. Pues bien, la red de cloacas de una población es un elemento absolutamente ligado a esa llegada del agua, es su consecuencia inmediata y representa el punto de inflexión del recorrido, cuando tras haber fluido por toda la ciudad, comienza a retraerse para abandonarla. En esencia, el proceso de evacuación de los * Ayuntamiento de Zaragoza.
residuos líquidos no es sino el cierre del ciclo del agua que se inicia con la captación en fuentes lejanas, sigue con el traslado por acueductos, continúa con el almacenamiento en cisternas, y finaliza con la distribución por una red de tuberías hasta alcanzar su destino particular. El caso de Caesaraugusta, si analizamos objetivamente los repertorios bibliográficos, no difiere de otras ciudades hispanas ni del resto del Imperio en cuanto a escasez de bibliografía existente. Se hace patente un claro contraste entre la abundante literatura técnica relativa al aprovisionamiento de agua y sus estructuras hidráulicas y la ausencia relativa a los procesos de evacuación. Sin embargo el tema es importante, tanto por sus connotaciones sociales como por su vital relación con otros elementos estructurales de la ciudad, y por supuesto por el valor utilitario, que llega, en algunos casos, casi hasta el día de hoy. Tiene además implicaciones básicas en los estudios de urbanismo, y en ocasiones las cloacas aún ostentan una presencia monumental. Conociendo un número suficiente de cloacas se puede abordar el problema al que se enfrentaron los ingenieros romanos. La solución fue siempre pragmática, mediatizada por el urbanismo y las construcciones previas, contando con el conocimiento exhaustivo de la topografía y un buen bagaje técnico para modificar el terreno. En todo caso, la solución fue peculiar para cada ciudad y estuvo condicionada por su morfología y singularidad. Muchas menciones a las cloacas de las ciudades de Hispania quedan en meras referencias, a las que, a lo sumo, se añaden algunos valores formales o numéricos. No existen estudios que presenten la complejidad de un sistema de cloacas, su funcionamiento, las implicaciones con elementos de superficie o de relación con la red de abastecimiento de agua. Se han utilizado más para completar el trazado urbano que por su valor intrínseco. Éste es, en general, y salvo honrosas excepciones, el panorama bibliográfico de las redes de cloacas de Hispania. Bien es cierto que en muchas ciudades el número de cloacas encontrado se cuenta con los dedos de la mano. Pero
Francisco de A. Escudero Escudero y María Pilar Galve Izquierdo
Fig. 1. Plano esquemático de Caesaraugusta con sus elementos de referencia principales (Fuente: F. Escudero y M.P.Galve, dib. A. Blanco).
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aún en el caso de hallarse un número más elevado, tampoco encontramos los estudios de conjunto que cabría esperar. Los autores de este trabajo comenzaron a prestar atención a las cloacas de Zaragoza a raíz de una sucesión de hallazgos a los que estuvieron vinculados como arqueólogos municipales a mediados de los años noventa. Esto les llevó a plantear el problema del vertido en conjunto. En ese momento la bibliografía sobre el asunto en nuestra ciudad era escasa y poco útil, a lo más había algún intento de sistematizar cronológicamente el núcleo de cloacas conocido.1 Con las excavaciones urbanas asumidas por los equipos arqueológicos del Ayuntamiento en 1983, la nómina de colectores encontrados había aumentado de forma considerable. Así pasamos de conocer cuatro cloacas en 1982, a disponer hoy de un elenco que supera las 30. Para situar correctamente la red de cloacas de Caesaraugusta en el espacio y en el tiempo, es conveniente conocer una visión general sobre la ciudad y su entorno (Fig. 1), aunque lo hagamos sólo recurriendo a aspectos que tengan una vinculación directa con el tema. Este análisis servirá, igualmente, para nuestro siguiente apartado sobre basureros y aterrazamientos. De los cuatro cursos fluviales ligados a la ciudad, el Ebro es el generador de la cuenca, vertebrador del paisaje y fundamento de Zaragoza. El Huerva es uno de sus afluentes por la derecha y ambos son los cauces que se ciñen a la ciudad antigua. El Gállego es afluente por la izquierda del gran río aguas abajo, mientras el Jalón lo es por la derecha, 20 km aguas arriba. El tránsito continuo por estos valles ha convertido en tópico justificar la ciudad como el nudo de comunicaciones más importante del nordeste peninsular. Zaragoza se sitúa como cabeza de puente sobre el Ebro y junto al Huerva y es el Ebro, a su vez, el que marca la orientación de sus calles. El Hibervs fue siempre río problemático por sus crecidas, y sigue siéndolo; también tuvo ese carácter el Huerva (la Huerva) hasta épocas recientes, aunque en mucha menor medida. En época romana, una posición más elevada del lecho del Huerva de la que hoy vemos a 1 Pueden ser representativas de aquel estado la sucinta recopilación de Mostalac 1994, 301-302, y las rápidas visiones de las cloacas de Fuenclara en Casabona y Delgado 1991b, 342 y 344; de Santa Marta en Aguarod y Escudero 1986, 429430; de las del Foro en Mostalac y Pérez-Casas 1989, 95 ss., 111, 113, 126 ss., 131, 138 ss. y 152; de Asso en Aguilera 1992a, 218-220; de Universidad en Delgado 1992, 205-208 y 210, de Magdalena/Mayor en Aguilera 1992b, 221-223; de Manifestación 22 en Beltrán Lloris 1982, 31, 45-56; de La Seo en Ariño et al. 1989-1990, 144-146; y de Palomar en Beltrán Lloris et al. 1983, 227-228.
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su paso por la ciudad, tuvo como consecuencia inundaciones en la parte sur, y requirió algunos drenajes y elevaciones de terreno en el sudeste. Los dos ríos fueron los receptores finales de todos los vertidos (obviamente, a la larga el Ebro). La mayor parte de las 68,6 ha que ocupaba la ciudad, drenaban hacia el Ebro (más del 82% = 56 ha), frente a las 12 ha (menos de l8%) que evacuaban al Huerva. Sin duda, la orilla del Ebro tuvo que ser el primer punto de abastecimiento en tanto no se elevase el agua por medio de recursos de ingeniería. Las obras de abastecimiento romanas que hoy conocemos tienen que ver con el Huerva, cuya presa de Muel sirvió de embalse o reservorio, con el fin de asegurar el aprovisionamiento continuado a la ciudad, incluso en estiaje. Con aguas de este río, a través de las acequias de la Romareda y de las Adulas, se regaron la mayor parte de las huertas del arco sur de Zaragoza hasta que entró en actividad el Canal Imperial de Aragón en el s. XVIII. El canal o acueducto romano pudo iniciarse como las acequias mencionadas, muy cerca de Zaragoza, algo más arriba de la Fuente de la Junquera y la urbanización Las Abdulas. A este sistema de abastecimiento pertenecían las grandes cisternas que encontramos junto al Huerva en la parte este y sudeste de la colonia (calles Cantín y Gamboa, Clavos y Manuela Sancho 50) (Fig. 2)2. Con toda seguridad debió haber otras cisternas en posición más centrada al sur de la ciudad dada la existencia de las termas de la Plaza de España, con el suelo del caldarium a 204,5 m, 4,5 m por encima de la cota del pavimento del foro, situado en el extremo norte de la colonia. El abastecimiento de agua a partir del Huerva es el único que de forma simple e inmediata cubre la parte más elevada de la ciudad para distribuirla a cualquier punto de ella. De esta conducción se debía tomar el agua que circulaba por las cloacas desde sus cabeceras para facilitar el tránsito del vertido. A raíz del hallazgo a principios del s. XIX de unos tubos de plomo (hoy perdidos) en el cauce del Ebro, junto al puente de Piedra, se ha mantenido que la distribución habitual a la ciudad habría sido con agua del Gállego, atravesando el Ebro por medio de un sifón o puente-acueducto. Pero la ausencia de cualquier otro hallazgo, por ejemplo los depósitos don2 A este respecto son muy interesantes los planos de Gregorio Sevilla (1781) y de José de Yarza y Joaquín Gironza (1853) que abarcan hasta el canal en Casablanca. Ver Escudero y Galve 2006, 193. La excavación que lleva a cabo actualmente la profesora de la Universidad de Zaragoza M. Ángeles Magallón en la presa de Muel va a deparar, con seguridad, grandes sorpresas.
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Francisco de A. Escudero Escudero y María Pilar Galve Izquierdo
Fig. 2. Cisterna. El muro de la parte baja se encuentra completo (c/ Manuela Sancho 50) (Foto: F. Escudero).
de almacenar el agua a la salida del sifón, la complejidad de la obra en sí, y las dudas de que el agua pudiera elevarse hasta partes importantes de la ciudad, hace que la idea nos plantee serias reservas. Si existió tal acometida quizá fuera sólo parcial. De todas formas, hacemos notar que es exclusivamente el hallazgo de dichos tubos en 1804 y 1805 lo que ha dado pie a esta teoría.3 El cuarto río del entorno es el Jalón, que desemboca en el Ebro 20 km al oeste de Zaragoza. Desde época musulmana, al menos, el Jalón deriva de su cauce la acequia de La Almozara que riega una banda de tierra paralela al Ebro entre el propio río y Zaragoza. Es posible que antecesor de esta acequia fuese el conducto de riego protagonista del «bronce de Contrebia» del año 87 a. C.4 Y también que un canal romano localizado en un solar del paseo de Echegaray y Caballero, paralelo al Ebro, con pendiente hacia la ciudad, fuera precisamente el precursor más cercano de la acequia y sucesor del canal ibérico. Este canal de riego, cuyo origen debía de estar en el Jalón, no puede interpretarse a tenor de sus cotas como una fuente importante de abastecimiento de agua 3 Vázquez de la Cueva y González Tascón et al. 1998 Y 1994. Desde que se expusiera la idea en el trabajo mencionado, la mayor parte de las síntesis que hablan de Caesaraugusta han dado por buena la hipótesis sin mayor crítica. Una rara excepción es Blázquez Herrero 2005, 19-20, que piensa que dicha conducción pudiera ir en sentido contrario: desde la ciudad hacia el Arrabal. Personalmente, nosotros ya tuvimos y aún tenemos reparos para aceptarla, al menos con la rotundidad con que ha sido expresada. De todas formas el Gállego ha sido siempre base de importantes riegos al norte de la ciudad, sobre todo desde época musulmana, llegando a regar la huerta del este de Zaragoza, al sur del Ebro, a una cota bastante más baja que la de la ciudad. 4 Ver Abadía Doñaque 1995, 8-13 y Blázquez Herrero 2005, 183 ss.
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potable a la colonia, aunque su caudal llegara hasta las puertas de la misma.5 La ciudad de Caesaraugusta tuvo un precedente ibérico en Salduie y tampoco podemos obviar los restos conocidos que corresponden al Bronce Final y a la I Edad del Hierro.6 Aun así sólo desde la primera mitad del s. I a. C. quedan elementos de un urbanismo reconocible, como la gran casa republicana de la calle D. Juan de Aragón,7 si bien, en ningún caso, se han conservado de esta época restos materiales del tema que hoy nos interesa. La ciudad íbera quedó integrada posteriormente en el extremo nordeste de lo que tradicionalmente se venía considerando la ciudad romana, un rectángulo circundado por la muralla que transcurría por la avenida de César Augusto al oeste, el Coso al sur y al este y el río Ebro al norte. Es la parte de ciudad arqueológicamente más conocida, incluso hasta no hace mucho se pensaba que era ella toda la ciudad clásica. Aquí se hallaban el foro, los templos, el teatro, y numerosas casas, calles y cloacas. Puede que la ciudad se circunscribiera a ese espacio desde su fundación (c. 15 a. C.) hasta entrado el s. I, pero es seguro que a mediados de este siglo ya se habían extendido y consolidado otros barrios en diversas direcciones. El barrio oriental, al este del Coso Bajo, se extiende hasta el límite de la terraza que sigue a distancia del arco trazado por el río Huerva desde el sudeste de la ciudad hasta su desembocadura en el Ebro. En él se han descubierto numerosas casas con mosaicos y algunas cloacas, además de importantes cisternas donde se acumulaba el agua traída a través del acueducto del Huerva. La banda de terreno comprendida entre el Coso y las calles de San Miguel y Cinco de Marzo puede denominarse el barrio meridional, dándose características dispares entre la parte este y la oeste, más o menos a un lado y a otro del eje del actual paseo de la Independencia. Al oeste se han reconocido casas,8 algún canal, unas termas y una calzada, mientras que 5 Escudero y Galve 2006, 193. Blázquez Herrero (2005, 22-24) ha apuntado otros posibles abastecimientos como las diferentes fuentes existentes al oeste de Zaragoza entre el Jalón y la ciudad: fuente de Calasanz, surgencias en torno a La Joyosa, Ojos de Pinseque. Es un planteamiento muy interesante que a lo mejor justificaba algunas estructuras hidráulicas halladas en el barrio de San Pablo. 6 Se ha vuelto a encontrar material de la I Edad del Hierro en nuestra campaña de 2008 en las murallas del Santo Sepulcro. 7 Galve et al. 1996. 8 Pocas casas de todas formas, como las de la calle Palomeque, 12 (Mostalac et al. 1985, 77), las posibles de la calle Cinco de Marzo, 8, al lado de una calle romana (Gutiérrez González 2009, 339 y ss.), los restos de la de Valenzuela, 6 (Blanco y Cebolla 1996a, 200-203) y los de la calle San Miguel, 7 (Heraldo de Aragón 2009).
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al este, las excavaciones practicadas no han identificado viviendas ni otras estructuras urbanas definidas, aunque sí varias cloacas, que no han aparecido, en cambio, en el sector occidental. En esa parte este fueron importantes las avenidas del Huerva que exigieron aterrazamientos para hacerles frente, de todo lo cual se han conservado las huellas. Esta distribución de hallazgos puede cambiar en cualquier momento ante nuevas excavaciones. Más al sur de las calles mencionadas hay pocos restos significativos, como el anfiteatro, que según M. Beltrán habría aparecido entre las calles Capitán Portolés, Hermanos Albareda y la Avenida César Augusto,9 al que hay que añadir los testimonios de época tardía, algunos de carácter religioso, de la zona de Santa Engracia. Todavía está pendiente de concretar cuándo comenzaron a poblarse estos dos barrios. Aunque parece seguro que no se hizo en los primeros momentos, en pura lógica pensamos que el núcleo originario, carente de toda monumentalidad hasta época de Tiberio, debía bastarse para acoger a la población fundadora. Es a partir de esa fecha cuando las cosas cambian y cabe plantear el momento inicial de los nuevos barrios. Es muy probable que influyeran las grandes construcciones cívicas —foro, teatro, templo de la plaza del Pilar (si es que es de esta época)— que se erigían en el centro y que suponemos constriñeron considerablemente el espacio destinado a viviendas. Aparentemente, ya en el siglo III ambos barrios dejaron de estar ocupados, reduciéndose la superficie habitada, de las aproximadamente 68,6 ha a las 45,3 ha que recoge la muralla del s. III.10 A diferencia de las zonas anteriores, el límite occidental de Caesaraugusta estuvo siempre en la muralla, con la salvedad de algunas casas que en época temprana se han hallado algo más allá de la Puerta Occidental (Puerta de Toledo). Posteriormente, lo que se encuentra es la necrópolis occidental e instalaciones alfareras, además de algún depósito y el ancho canal mencionado que irrigaría la franja de 9
Beltrán Lloris 2007, 39. Se da, por tanto, el fenómeno inverso al producido poco después de la fundación de la ciudad. El despoblamiento de las zonas periféricas habría de llevar a un reordenamiento interno del espacio, que es necesario estudiar meticulosamente en el caso de Caesaraugusta: tuvo que aumentar la densidad de población intramuros y ocuparse espacios hasta ahora públicos. Posiblemente las anchas vías y las extensas viviendas quedaran como cosa del pasado. En Zaragoza, la reducción del perímetro de la ciudad en el s. III tendría su trascendencia, pues había de marcar a la ciudad hasta el siglo XI, en que de nuevo se expandió más allá de la vieja muralla romana. 10
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terreno de la margen derecha del Ebro.11 No se ha encontrado ninguna cloaca viaria, aunque sí hay algunos canales. Del otro lado del río casi no tenemos noticias, y aunque sabemos de unas grandes cimentaciones romanas desconocemos el edificio al que pertenecen. De todas formas es lógico que hubiera, en lo que hoy es el Arrabal, un núcleo de población que explotara la huerta de ese lado de la ribera e hiciera las veces de cabeza de puente.12 La muralla de Caesaraugusta rodea la parte central de la ciudad a lo largo de la ribera del Ebro, la avenida de César Augusto y el Coso. Tal como la conocemos es del s. III. El muro original posiblemente fuera una parte de la estructura de hormigón integrada en la muralla del s. III, que sería construido en época temprana, aunque no en el momento de la fundación de la colonia, ni abarcando los barrios este y sur. No existen dudas sobre la profunda transformación que sufre en la segunda mitad del s. III convirtiéndose en la muralla que hoy contemplamos. La fortificación delimita claramente la zona central, instalándose en una franja ligeramente elevada sobre un terreno circundante de vaguadas naturales que harán las veces de foso.13 Aunque con excepciones localizadas, la salida natural de las aguas del interior de esta zona central es hacia el norte, hacia el Ebro, mientras que las áreas este y sudeste la tienen hacia el Huerva. Por último, una franja al norte de la calle San Miguel (al sur de la muralla) y otra al sudeste de la zona central se inclinan con una pendiente «interior» hacia la vaguada o foso del Coso (respectivamente hacia los tramos este-oeste y norte-sur del Coso). Estas pendientes condicionan diferentes sistemas de evacuación de la Zaragoza romana (Fig. 23).14 Dentro del marco que acabamos de exponer podemos abordar mejor el estudio de la red de cloacas de la colonia.15 Discurre fundamentalmente por de11 Ver el plano de Félix Guitarte: «Plano General de los Canales de Aragón y Real de Tauste que Muestra sus Términos y Confrontaciones», publicado en Sástago 1796. 12 Casi todas las noticias que tenemos de esta zona son de procedencia oral, alguna otra se puede ver en Gimeno 2007 y 2008 (especialmente la referencia a la calle Villacampa nº 1620, excavación dirigida por F.J. Gutiérrez). 13 La interpretación correcta de la muralla sigue presentando aún muchas dudas. Para una visión general de la muralla y la bibliografía que ha generado ver Escudero y Sus 2003 y Escudero et al. 2007. Un breve apunte sobre el problema cronológico que suscitamos puede verse en Escudero y Galve 2006, 189-190. 14 Son fundamentales los planos de Dionisio Casañal, sobre todo el de 1880, primer plano topográfico que se realizó de la ciudad (E: 1/1000). 15 Lo que presentamos ahora es el resumen de un estudio que estamos culminando sobre las cloacas de la colonia.
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Fig. 3. Sección de la cloaca de Fuenclara con la calle encima (Dibujo: J.F. Casabona y J. Delgado).
bajo de las calles y de algunos complejos monumentales. Además de las cloacas, el conjunto de la red de saneamiento incluye una densa maraña de canales que cumple cada uno un cometido específico. Mientras unos se inician en casas particulares, otros provienen de edificios y conjuntos públicos y de estructuras e instalaciones hidráulicas o industriales. Todos ellos vuelcan su variado contenido en las cloacas, creando todo el conjunto una compleja red subterránea bien estructurada y jerarquizada, tan extensa como la propia ciudad. Por convencionalismo llamaremos cloacas a las canalizaciones mayores que discurren bajo las vías como elementos básicos del sistema, supeditados a los regidores de la ciudad, mientras que dejamos el genérico término de canales para las demás conducciones. Los canales, en contraposición a las cloacas, estarían mayoritariamente ligados a intereses privados, y serían construidos y mantenidos por los parMucha de la información que hemos utilizado proviene de los arqueólogos que han excavado alguna cloaca en Zaragoza. A todos ellos queremos agradecer su paciencia y generosidad: a I. Aguilera, a B. del Real, a J.F. Casabona, a J. Delgado, a F. Gómez, a J.A. Hernández, a C. Miranda, a J.A. Pérez-Casas, a P. Rodríguez, a M.L. De Sus, a J.J. Bienés a J.M. Viladés y a otros muchos que a lo largo del trabajo nos han ayudado de una forma u otra.
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ticulares, sometidos a algún tipo de control o reglamento. Prácticamente, la única ley física que regula el funcionamiento de las cloacas es la ley de la gravedad. Por tanto, cualquier diseño está ligado a la topografía y al medio natural. Debido a la situación de nuestra ciudad, que cuenta con dos ríos inmediatos, Ebro y Huerva, existen hasta cuatro sistemas de vertido independientes que van a desembocar en uno u otro, aunque el Ebro sea siempre el receptor final. Para que cada conjunto funcione, se ha debido elaborar, previamente, un estudio del terreno, y ejecutar cálculos precisos que fijen la cota del punto de partida en función del desagüe y del recorrido intermedio. Las cloacas han de discurrir con una pendiente tal que permita salvar en un momento dado los desniveles adversos. Las calles, en contrapartida, también se ven mediatizadas, pues deben enviar el agua de lluvia hacia sumideros por medio de pendientes y perfiles (Fig. 3). Un ejemplo de la complejidad del sistema de alcantarillado de nuestra ciudad lo pudimos comprobar en una excavación del decumano máximo, en la calle Manifestación, a la altura del número 4. Aquí, un canal lateral situado bajo la acera recogía el agua de lluvia caída sobre la calzada, de sección convexa y de grandes losas de caliza, y la encauzaba a través de un canal transversal hasta la cloaca situada bajo el eje de la calle.16 Presumiblemente la disposición del otro costado sería simétrico (Fig. 4). Lo mismo ocurría, en los grandes conjuntos monumentales, donde la inclinación de los pavimentos tenía que estar calculada para dirigir las aguas pluviales hacia su salida. Buen ejemplo de ello son los canales perimetrales de las plazas del foro de Tiberio (Fig. 5).17 Como en Roma, el agua de los acueductos tuvo que servir para la limpieza de las cloacas y para facilitar la evacuación de los residuos. Sólo conocemos el inicio de una cloaca zaragozana, la de Estébanes, 16 La excavación dirigida por los autores en 2001 aún permanece inédita. 17 En este trabajo hablamos del foro de Caesaraugusta dentro del esquema cronológico comúnmente aceptado. Puede haber alguna discusión en que la primera fase que llamamos «foro de Augusto» sea realmente un foro, aunque pensamos que posiblemente lo fuera. Lo que no nos parece aceptable en el reciente trabajo de Beltrán y Mostalac (2008, 113-120) es el adelanto de la cronología de ambos conjuntos hasta llevar algún elemento arquitectónico hasta el 40-30 a. C. Lo llamativo es que se ha hecho teniendo en cuenta sólo elementos marginales y sin recordar ni discutir las razones básicas que llevaron a justificar la cronología tradicional, basada en la estratigrafía y en un abundante material cerámico proveniente de diferentes excavaciones. Sorprendentemente esta cronología es la que figura en el reciente folleto del Museo del Foro de Caesaraugusta.
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Fig. 4. El decumanus maximus en la c/ Manifestación 2-4. El eje de la vía, bajo el que discurre la cloaca, se encuentra en el extremo izquierdo de lo conservado. Por el agujero de la acera puede verse algo del canal lateral de la vía (Foto: F. Escudero).
Fig. 5. La «Gran Cloaca» del foro de Tiberio. Bajo las jácenas puede verse una sección del canal perimetral del pórtico (Foto: F. Bernad).
identificada como un cardo. Ese inicio estaba precedido por una cisterna subterránea de manera que no cabe duda de la conexión funcional y estructural entre las dos construcciones. La cisterna actuaba como un reservorio de agua para evacuar en la cloaca (Fig. 6). Algo similar hemos encontrado en el inicio de la de Palomar, de dirección decumana, aunque perteneciendo a una «cuenca» diferente a la anterior. También en el extremo occidental de la cloaca del decumano máximo existía otro depósito que podía ser y estar en disposición similar.18 Así pues, podemos plantear que las cloacas cesaraugustanas (algunas al menos) se originaban en depósitos de descarga, aunque no
sepamos mucho más, tal como si el flujo de agua era continuo, o cómo era la red de distribución desde el acueducto hasta los depósitos. Las cloacas romanas tienen un diseño elemental y poco llamativo, dándose las mayores variantes en el material de construcción utilizado. El más habitual es el opus caementicium con el que están levantadas íntegramente las cloacas de Caesaraugusta.19 El canal de las mismas es de sección rectangular y se cubre con bóveda de cañón. La parte inferior de toda la obra es un lecho de cantos sobre el que se dispone una base de obra que sirve de cauce, y de la que arrancan las paredes. Una variante de esta disposición es aquella en que las paredes apoyan directamente en los cantos, tendiéndose el specus entre ellas. La lógica de la obra impone que las cubiertas de las cloacas sean abovedadas, transfiriéndose el peso
18 En la calzada del Coso, frente al nº 106, se encontró un pavimento hidráulico de 0,54 m de potencia, interrumpiendo la progresión de la cloaca hacia el oeste, situado donde tendría que estar el origen de la cloaca de Palomar. En el extremo de la calle Manifestación fue encontrado otro suelo donde podía estar el origen de la cloaca de Manifestación 4/2. Ambas son intervenciones municipales llevadas a cabo por los autores en la vía pública en 1997 y en 2009 la primera y en 2004 la segunda.
19 Las cloacas que se construyeron posteriormente en Zaragoza se hicieron de ladrillo u hormigón. Conocemos una cloaca de ladrillo del s. XVI y varias del s. XIX o del XX.
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Fig. 6. Depósito de cabecera de la cloaca de Estébanes. La estructura longitudinal más clara es un canal musulmán (Foto: C. Miranda).
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Fig. 7. Cloaca de Repollés, con el trasdós. (Foto: M.P. Galve).
Fig. 8. Construcción de una cloaca de Calagurris (Dibujo: Cinca 2002, 69).
de la tierra a los muros y al terreno circundante. Al exterior la bóveda es convexa, lo que ahorra material e intenta desviar la humedad; aun así, el intradós llega a ser la parte más erosionada de una cloaca. Una excepción a ese remate lo presenta la superficie exterior plana de la bóveda de la cloaca de Repollés (Fig. 7), forma que es común en pequeños canales abovedados. Para la construcción (Fig. 8) de una cloaca se abre una zanja en el terreno, que dada la profundidad a que
se llega, suele ser la grava natural, arenas o limos en menor medida y, excepcionalmente, tierra echada. Como conjunto son las estructuras romanas construidas a mayor profundidad, razón por la que se han conservado bastantes. Los encofrados, siempre de madera, son utilizados para la elevación de los muros por el interior y para la bóveda por ambos lados. Hacia el exterior, salvo algún caso excepcional, las paredes fraguan contra el terreno de la zanja.
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la integridad de la estructura sino la estabilidad del propio terreno, que soporta bien los empujes laterales que trasmite la bóveda sin ejercer a su vez una excesiva presión hacia el interior. La solidez de estas construcciones es muy elevada, no habiendo visto aún ninguna hundida por un fallo de su estructura. Casi siempre parecen haber sido agentes exteriores, como la perforación de pozos ciegos o cimentaciones de épocas medievales y modernas, los que han causado los derrumbes en las cloacas conocidas. La terminación de la cloaca incluye el lavado del dorso de la bóveda con mortero para hacerla más impermeable. También para impermeabilizar y facilitar el buen discurrir del fluido, el lecho del specus está alisado con un mortero más fino que las argamasas y hormigones de construcción. Finalmente, no hay duda de que las paredes estaban revocadas por el interior, revoque que hemos visto en algún caso sellando la junta entre el lecho y la pared en la parte baja. Una disposición excepcional se encuentra en el suelo de la «Gran Cloaca». Entre el lecho y las paredes se halló una especie de junta de dilatación de madera de sabina, aún conservada in situ (Fig. 10). Su función debió de ser la de un sellado con que evitar filtraciones dirigidas hacia la cimentación de la obra. Fig. 9. Cloaca del foro de Tiberio (Foto: F. Bernad).
En casi todas las cloacas se ve claramente el retranqueo entre las paredes y el arranque de la bóveda donde apoyó la cimbra. El número de tablones con que se diseña la bóveda es variable, aunque lo común es que se haga con cinco. Para trazar la del foro, de 1,78 m de luz, se utilizaron seis u ocho tablones. Es la cimbra, el número de tablas y su buen ensamblaje, lo que decidirá la mejor o peor factura, la simetría y la forma de la bóveda. La bóveda de la «Gran Cloaca» del foro de Tiberio es un ejemplo de regularidad y de perfecto volteo del medio cañón (Fig. 9).20 Siendo, por lo general, las bóvedas de mayor anchura las más regulares. El grosor de las paredes guarda relación con el tamaño de la conducción y va desde los 30 cm a los 60 cm, con una media de 40 cm. De todas formas, el grosor del muro no es el factor que más incide en 20 Esta cloaca se encontró discurriendo por debajo del foro de Tiberio y su construcción va unida al mismo, aunque hemos de anotar que no es una cloaca destinada especialmente al servicio del foro. El nombre de «Gran Cloaca» o «cloaca del foro de Tiberio» son los nombres tradicionales que le hemos venido dando desde su descubrimiento.
Fig. 10. Cloaca del foro de Tiberio. Junta de madera entre el lecho y el muro (F. Bernad).
El opus caementicium con que están construidas las cloacas consta de un aglutinante que fragua, que en este caso es un mortero de cal, arena y gravilla, y los caementa. Los caementa son fragmentos pétreos que en Caesaraugusta son en su mayor parte trozos de roca caliza y en bastante menor proporción canto rodado. El hecho de que en este opus caementicium predominen los fragmentos de roca y no los cantos, lo hacen absolutamente diferente de todos los hormigones utilizados posteriormente en Zaragoza a
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Fig. 11. Cloaca del foro de Tiberio. Detalle en el arranque de la bóveda (Foto: F. Bernad).
Fig. 12. Cloaca de Morlanes. Los caementa largos y profundos de la bóveda se disponen radialmente (Foto: F. Escudero).
Fig. 13. Cloaca de san Lorenzo. Se ven los caementa dispuestos en tongadas y el trasdós de la bóveda lavado (Foto: J. Delgado).
lo largo de su historia, en donde sólo se incluirá el canto rodado. Esta caliza procede de los relieves del mioceno del entorno de Zaragoza; son costra calcárea y caliza masiva que se encuentran estratificadas en capas sedimentarias de fácil exfoliación y escasos
Fig. 14. Cloaca de Asso. (Foto: J.F. Casabona).
centímetros de grosor, lo que favorece que las piezas extraídas presenten caras lisas, extensas y paralelas. Si los caementa se distribuyen ordenadamente en los paramentos de la cloaca, las características citadas favorecen la regularidad. Hay un gran grupo de cloacas en las que no existe ninguna ordenación de los caementa (es lo que ocurre con las del foro de Tiberio (Fig. 11), Don Jaime I, Estébanes, Jussepe Martínez, o Comandante Repollés). En todas ellas, las piedras parecen haber sido batidas con la argamasa y la mezcla se ha vertido directamente en la caja de encofrado. Esta parece ser la fórmula habitual en la mayor parte del trabajo con opus caementicium, como la muralla, el teatro, los templos o las cisternas. En algunas cloacas las piedras se han colocado de forma apaisada en los paramentos interiores y en el intradós de la bóveda, pero no en el grueso del muro. A veces prevalece tanto el componente horizontal que se podría hablar de lajas, como en las cloacas de Morlanes-San Lorenzo (Figs. 12 y 13) y UniversidadAsso (Fig. 14). Con esta fórmula los caementa están
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Fig. 15. Cloaca del foro de Augusto (Foto: F. Bernad).
Fig. 16. Cloaca de Palomar (Foto: F. Escudero).
casi yuxtapuestos, y puede que fuera su fin paliar los efectos de la erosión, que llegó a veces a dejar profundamente resaltadas las piedras sobre el mortero. Hay dos cloacas que resultan especiales y pueden ser las más antiguas. Son las del foro de Augusto y una parte (si no toda) de la que cursa por el decumano, pero en concreto hablamos del tramo de Manifestación 22. En estos casos, las piezas pétreas también se disponen en los paramentos con un cierto orden, aunque sin predominio de la horizontalidad. Las paredes de la cloaca de Manifestación 22 tienen algunas piedras de tamaños muy diferentes que llegan a los 36 × 24 cm. La cloaca del foro de Augusto (Fig. 15) es la más peculiar de todas: un unicum. Posiblemente también sea la más antigua. Está fabricada en opus caementicium, aunque las caras internas tienen un revestimiento de piedra que se acerca a lo que podríamos llamar sillarejo, si bien las piedras presentan sólo un careado sumario, carecen de ortogonalidad y de una disposición regular, y tienen dimensiones diversas.21
La ordenación dovelada que los caementa adquieren en muchas bóvedas, unido a su profunda implicación en la masa de la mezcla, dejan ver que estos elementos cumplen la tradicional función de la dovela en la transmisión individual del empuje. Llama la atención en la cloaca de Manifestación 22 una línea de claves formada por piedras más anchas que el resto. También son muy interesantes las piezas centrales de la bóveda de la cloaca de Palomar (Fig. 16) y las lajas de la de Morlanes, que se hunden profundamente en el macizo de la obra y adquieren claramente una disposición acuñada. En función de las dimensiones hemos agrupado las grandes cloacas en tres categorías. La primera sólo estaría representada por la «Gran Cloaca». Tiene una sección de 4,36 m2, más del doble de la que
21 Algunas disposiciones más o menos ordenadas de los caementa, o de las piedras que podríamos llamar de revesti-
miento (de las cloacas que citamos en el párrafo), han inducido a M. Beltrán (ver, por ejemplo, Beltrán Lloris 1982, 45) a hablar de un aparejo de opus vittatum, pero en realidad no hay nada de esto. Una excepción, no comentada anteriormente, a la construcción generalizada en opus caementicium de nuestras cloacas, es el suelo de piedra de esta cloaca de Augusto.
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le sigue, una altura interna de 2,64 m y una anchura de 1,78 m. Las correspondientes a la segunda categoría podríamos denominarlas primarias, eran las que cruzaban por el centro de la ciudad discurrían bajo los cardos y tenían el desagüe directo al Ebro. En ellas desembocaban las secundarias (decumanos), por lo que iban aumentando progresivamente el caudal de manera que las secciones habían de hacerse mayores de sur a norte. Estas secciones están entre 1 y 2 m2. Las de Palomar–San Agustín al este y la de Comandante Repollés al sudoeste son equivalentes a las anteriores, con secciones por encima de 1,8 m2. Ambas desaguan en el Huerva. En la misma circunstancia están las de Urrea I y Coso 106 que van a verter al Coso. La cloaca de Urrea I tiene 2,07 m2, es la más grande del conjunto (Fig. 17). Todas las que acabamos de mencionar ahora cumplen, en sus respectivos sistemas, funciones equivalentes a las de los cardos en la zona central de la ciudad.
Fig. 18. La pequeña cloaca de San Jorge. Encima la muralla romana (Foto: F. Escudero).
miento y sus secciones no deben pasar de 0,2 m2, por lo que convendría agruparlas en un cuarto grupo. Por ahora, al no conocer más ejemplos, no sabemos hasta que punto éstas características se puedan generalizar a las cloacas secundarias de la zona oriental. Fig. 17. Cloaca de Urrea I, levantada al sudeste de la ciudad en un terreno recrecido artificialmente (Foto: F. Gómez).
Al tercer grupo corresponden las viarias que vierten en las anteriores, son las de los decumanos en la zona intramuros y sus equivalentes en la periferia. Por tener recorridos más cortos e interrumpidos por desagües sucesivos, sus dimensiones son menores. Las secciones están entre los 0,54 m2 de la de San Jorge (Fig. 18) y los 0,97 m2 de las de Universidad-Asso y Manifestación 22. Dos canales situados en la zona oriental, los de Alcober/Olleta y Heroísmo (Fig. 19), por su función y su disposición en la vías, deberían ser considerados como cloacas, aunque mantienen formalmente las características de los canales: carecen de aboveda-
Fig. 19. Pequeña cloaca viaria adintelada recibiendo el vertido de canales domésticos (c/ Heroísmo) (Foto: J.A. Pérez-Casas).
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La alturas internas de las cloacas, exceptuada la del foro de Tiberio, oscilan entre los 0,87 m de la de San Jorge y los aproximadamente 2 m de la de Urrea I. Una característica común de las cloacas de Caesaraugusta es que todas tienen el tamaño suficiente para ser transitables, lo que posibilita su limpieza y el mantenimiento.22 Esto no es aplicable a los canales (Fig. 20), por lo que algunos importantes mantienen su cubierta horizontal, a ras de suelo, mientras desciende el lecho progresivamente, favoreciendo su acceso desde el exterior. Fig. 21. Canales de diferente factura (c/ Manuela Sancho 50) (Foto: F. Escudero).
Fig. 20. Sección de un canal doméstico en la zona oriental de la ciudad. Se aprecia el lecho de cantos y el revestimiento interior (Foto: F. Escudero).
Los canales se integran en una red capilar que enlaza con las cloacas viales; pueden tener un recorrido directo hasta la cloaca, aunque muchos desembocan en otros intermedios (Fig. 21). Además de los pequeños canales domésticos que sacan los desechos de las casas, están los que son receptores de las aguas pluviales caídas en edificios y conjuntos monumentales, los que conducen las aguas sucias de letrinas y termas, y los que lo hacen con los caudales sobrantes de cisternas y fuentes. Vierten en las cloacas por simples agujeros a la altura de la parte alta de la pared o en el arranque de la bóveda. Son de tamaños muy diversos y tienen un canal doméstico tipo 0,14 m2 de sección. Sus trayectorias son muy variadas al no depender de la geometría de las calles, y aunque muchos siguen líneas paralelas a éstas, otros lo hacen en diagonal, realizan quiebros (Fig. 22) y crean redes entre ellos. En todo caso se trazan y sustituyen según se construyen o se modifican las viviendas, a diferencia de las cloacas que permanecen inalteradas. 22 Hay que excluir las dos cloacas adinteladas de la zona oriental que acabamos de mencionar.
Fig. 22. Quiebro de un canal al salir de un edificio y orientarse con la calle (c/ Cinco de Marzo) (Foto: F.J. Gutiérrez).
Las cloacas del centro de la ciudad formaban una malla ortogonal ajustada a la retícula de las calles, cardos y decumanos. La mayoría de las cloacas encontradas se acomodan muy bien a este esquema y sólo escapan a su rigidez algunas que se encuentran bajo el complejo del foro, sin tener por tanto necesidad de ceñirse al tramado urbano. El único caso especial es el de la cloaca de Universidad-Asso, que hay que estudiar de forma individualizada. Al carecer prácticamente de hallazgos de vías, las orientaciones de las cloacas han ayudado a fijar las líneas maestras del urbanismo de la colonia. La orientación de la Zaragoza antigua viene dada por el río Ebro y ya estaba establecida en época ibérica según vemos por la casa republicana de tipo itálico de la calle D. Juan de Aragón, que subsistirá una vez fundada la colonia. Caesaraugusta heredó esa orientación lógica y la fijó en unos decumanos (noroestesudeste) con un azimut de 136,43 g y unos cardos perpendiculares. Estos valores están basados sobre todo en la perfecta alineación de la cloaca del decumano máximo, pero también en la extraordinaria
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Fig. 23. Las cloacas de Caesaraugusta y el patrón viario. (Fuente: F. Escudero, dib. A. Blanco).
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Fig. 24. Cloaca de D. Jaime I (Foto: F. Escudero).
Fig. 25. Cloaca de Fuenclara (Foto: J.F. Casabona y J. Delgado).
homogeneidad de las medidas del resto. Todas en conjunto nos han servido para poder fijar la orientación general teórica del plano de Caesaraugusta (Fig. 23). Según parece, la generalidad de las manzanas estaban dentro de una cuadrícula (teórica también) de ejes de 40,15 m en sentido este-oeste y 47,55 m en el sentido norte-sur23. Actualmente aún se puede vislumbrar ese trazado en zonas determinadas, en el sudoeste sobre todo, y más en las líneas de los decumanos que en las de los cardos, siempre muy modificados. Hemos podido ver que tramos que se encuentran en la misma alineación tienen orientaciones que difieren en algún grado, pero que se rectifican en su conjunto. Pongamos un ejemplo: las cloacas de Morlanes y San Lorenzo, perteneciendo a una misma conducción, tienen ligeras diferencias de orientación, ahora bien, la del conjunto resulta ser de 36,16 g, perfectamente en línea de las estrechas calles de la Zarza, Torrejón, Gavín y Boterón, que preservan la alineación del antiguo cardo y su valor teórico de 36,43 g. Cuanto más largos son los tramos medidos, más cercanos están sus valores a los patrones teóricos, que por otra parte se confirman por las orientaciones de otros muros y construcciones. Teniendo en cuenta trazados largos, la orientación de las cloacas de los cardos van de los 32,7 g (cloaca de D. Jaime I) (Fig. 24) hasta los 36,6 g (cloaca de Fuenclara (Fig. 25)/Loscos), y las de los decumanos de los 135,8 g (cloaca de San Agustín/Olleta) a los 136,5 g (cloaca de Jussepe Martínez) (Fig. 26).24
Como puede verse un rango de valores muy ceñido a los 136,43 g del decumano máximo. La orientación de 129,22 g de la cloaca de Universidad-Asso, con una vía que transita por encima, es especial; por ahora sólo cabe explicarlo por encontrarse en una situación algo marginal.
23 Esto es válido desde un punto de vista general, pero en zonas concretas esta malla se modifica, por ejemplo, en la banda entre el teatro y el foro, aunque se vuelve a recuperar más al este. 24 Valores en los que se encuentran incluidos tanto las cloacas del centro como las del este.
Fig. 26. Cloaca de Jussepe Martínez. La piedra sobre la bóveda es un registro (Foto: M.P. Galve y F. Escudero).
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En la zona oriental existen peculiaridades en el tamaño de las cloacas, pero no en lo que respecta a su orientación. Esta sintonía de los valores del azimut de las orientales con las del centro nos da pie para pronosticar la existencia de una malla de calles similar, y con los mismos patrones, a la que se encuentra en el núcleo de la ciudad. Empezamos a conocer el trazado urbano de esta zona, y es seguro que el eje vial más importante se encontraba sobre la cloaca Palomar–San Agustín cuya herencia recibe la actual calle San Agustín, si bien desplazada hacia el norte desde la vía romana. En la zona sudoriental conocemos cuatro cloacas que forman dos grupos. Uno lo constituye la cloaca de Comandante Repollés, con una orientación que difiere completamente del resto, y que a todas luces busca la trayectoria más corta al cercano Huerva. Es pues un caso peculiar que si bien nos da una buena idea sobre el vertido no lo hace sobre las vías superiores. El otro grupo lo constituyen las tres restantes, dos principales (Urrea I y Coso 106) y una secundaria (Coso 86/Urrea III/Urrea II), que forman un sistema que desaguaba en una hipotética cloaca que discurriría por el Coso. Aquí sí que el conjunto difiere en 8 o 9 g al del resto de cloacas de la ciudad, sin que podamos saber hasta que punto se está transcribiendo una orientación urbanística, pues carecemos de otras referencias al no haberse encontrado en la zona (casualmente o no, esto no lo sabemos aún) restos de calles o viviendas. Después de revisada toda esta información, y otras muchas procedentes de excavaciones, no podemos aceptar las propuestas que extienden a la trama de la ciudad las diferentes orientaciones debidas a centuriaciones que se habían podido suceder en el agro zaragozano.25 La dirección mencionada de 136,45 g parece ser la única que ha existido, los valores discrepantes son escasos y erráticos. Así, por ejemplo, las casas augusteas arrasadas para la construcción del teatro de época de Tiberio (136,4 g) tenían ya esta misma dirección. La pendiente es una magnitud ligada al terreno, puede variar según los tramos en una misma cloaca. En todo caso es independiente del tipo de la misma, de su tamaño o de su posición. El intervalo de esta pendiente va de 0,27% a 3,92%, siendo ambos extremos poco significativos. Prescindiendo de ellos, la horquilla se reduce del 0,52% de la cloaca de Fuen25 Esta idea la planteó Ariño 1990, 80 en el estudio sobre las centuriaciones de Caesaraugusta, y aunque ahora no haya ninguna base para mantenerla, se sigue haciendo: Ariño et al. 2004, 168-169. Nuestra desavenencia la manifestamos en Escudero y Galve 2006, 192.
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clara-Sta. Isabel-Loscos hasta el 3,12% de la de Manifestación 2 y 4. Las pendientes de los pequeños desagües y canales son mucho más variadas y se adaptan a las necesidades, pero sobre todo a la posición relativa entre los edificios de donde parten y las cloacas en las que vierten. Piénsese que buena parte de estos canales transitan y se inician en las casas y han de profundizar hasta la cloaca correspondiente, que puede estar muy cercana y a bastante profundidad. Sus pendientes medias son bastante superiores a las de las cloacas y muy variables. Las normales podrían estar entre el 4% y el 7%. Podemos definir hasta ahora cuatro redes de alcantarillado diferentes que no hacen sino reflejar la orografía de la ciudad: así la del centro de la ciudad desaguaba directamente en el Ebro, la de la parte oriental en el Huerva, la del extremo sudeste, también en el Huerva, pero independientemente de la anterior, y la del sur en el Coso, posiblemente en una gran cloaca no encontrada y no vinculada a la zona central. La red principal y más importante es la que va a desaguar al Ebro. En ella se integran la mayor parte de las cloacas que conocemos hasta hora. Drenan toda la ciudad que se encuentra limitada por la muralla, entre el Coso y la avenida de César Augusto. Las cloacas principales de este grupo son las de los cardos, que avanzan sin interrupción a lo largo de todo su recorrido con una pendiente única hacia el río. A ellas vierten las de los decumanos, aparte de los consabidos canales. Consecuentemente, habían de estar diseñadas para llevar un caudal progresivamente creciente hasta su desembocadura. A diferencia de las anteriores, las de los decumanos estaban compartimentadas en tramos cortos, interrumpidos por las correspondientes de los cardos. Al tener una longitud menor, llevan menos agua y por tanto también son de menor tamaño. Todos los tramos alineados en una misma vía no llevan un mismo sentido de pendiente, yendo hacia el oeste o hacia el este según la conveniencia y la disposición del terreno, pues aunque el conjunto está basculado hacia el este, tiene una orografía puntual diversa. De todas formas, el número de hallazgos aún es escaso para poder advertir reglas más generales. Esta compartimentación la podemos advertir bien en el caso de las cloacas del decumano máximo. Así, el tramo que se encuentra a la altura de la calle Alfonso I tiene una cota más elevada que otro (Manifestación 22) que se encuentra más al oeste y que posiblemente lleva pendiente hacia el este. Esta diferencia de cotas hace que el enlace físico sea imposible, de manera que ambas deben ser tramos inde-
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pendientes. La cloaca de Jussepe Martínez es un ejemplo de las que llevan pendiente hacia el oeste, al igual que la de Universidad-Asso. Un modelo teórico sobre el que trabajar sería aquél en que la cloaca de cada cardo recibiera el aporte de todas las de los decumanos que se cruzan con ella, de tal manera que cada una desaguara una banda de terreno similar en torno a la calle. Se comportaría como la cuenca de un río, acumulando progresivamente mayor volumen conforme avanza hacia el norte. El inconveniente para confirmar tal propuesta está en la falta de hallazgos de intersecciones reales. La red se extendía a toda la ciudad, y si los grandes espacios públicos cortaban la continuidad de las vías, las cloacas podían recorrerlos por debajo. Veamos dos de estos casos: el teatro y el foro. Para la construcción del teatro, que ocupa nueve manzanas, fue preciso realizar desmontes de terreno para facilitar el acomodo de la cávea. La altura a la que definitivamente se asentó la orchestra (199,25 m) y el hyposcaenium (198,80 m) anulan cualquier posibilidad de circulación inferior por cloaca alguna. Así pues, las que debían comenzar en esta zona lo harían al norte de la edificación sin que ello supusiera ningún trastorno. En el caso del foro las cosas son diferentes. Las cloacas que discurrían de sur a norte por debajo de los cardos tenían que desembocar en el Ebro y no podían quedar interrumpidas. Ahora bien, en el foro se da la situación inversa a la del teatro, pues los aterrazamientos que elevaron el terreno más de tres metros desde la cota inicial del foro de Augusto (196,87 m) hasta la definitiva del foro de Tiberio (200,01 m) hicieron posible el discurrir de la cloacas por debajo del nuevo pavimento. El área del nuevo foro debía interrumpir el trazado de tres cardos, y es posible que las tres cloacas encontradas en la zona correspondan a cada uno de ellos: la cloaca de La Seo, la del foro de Augusto y la «Gran Cloaca». La de La Seo (197,79 m) es la continuación de la de Santa Marta. Ésta se encuentra en una cota intermedia, en el núcleo del nivel de aterrazamiento (lo que ya demuestra que se construyó mientras se levantaba el terreno). La del foro de Augusto (195,33 m), que se había construido en esa época en un terreno bastante bajo, continuó en uso con otras funciones, vinculada posiblemente a un cardo y desembocando en la «Gran Cloaca» que le cortaba el paso al Ebro, su desagüe original. Esta última (194,62 m), construida con el nuevo foro, además de servir para evacuación de las aguas pluviales del complejo, recibía el aporte de la cloaca anterior, y con seguridad también estaba ligada a otro cardo.
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No conocemos ninguna de las bocas de salida al río, y tampoco sabemos si todas las cloacas de los cardos tenían desagüe directo o no. Hoy por hoy nos decantamos por la primera posibilidad, sin descartar del todo la segunda. Para validar ésta última debería de existir una cloaca transversal de mayor calibre que las enlazara, cosa que no hemos encontrado y también que algunas de las cloacas directas fueran mayores que otras. El caso de la cloaca del foro de Tiberio es la excepción: asume el vertido de dos cardos, la recogida del agua pluvial caída en la extensa área del foro, los desechos de las termas de San Juan y San Pedro, y quizá el desagüe del teatro. Todo este caudal podría explicar sus excepcionales dimensiones.26 Las cloacas de los cardos del área central parecen iniciarse bastantes metros al norte de la línea de muralla. Esto supone que debía existir una franja horizontal de terreno carente de cloacas de entorno a 70 m de anchura. Esa franja se drenaría a partir de canales que irían a confluir en las cabeceras de las cloacas. Buen ejemplo de esta situación pueden ser los canales que alcanzaban la cloaca de Estébanes procedentes del sur con ángulos acusadamente oblicuos. En el extremo este de la ciudad amurallada se ve muy bien la repercusión del relieve. Mientras que la inclinación del terreno desde la esquina sudeste hasta la calle Mayor es hacia el este, más al norte hay una elevación paralela y muy cercana a la muralla que hacía de divisoria (más o menos por la calle Universidad), mandando unas aguas hacia el interior (hacia el oeste) y otras hacia el Coso.27 De esta forma las cloacas de San Jorge y de la Magdalena desaguaban en el Coso Bajo y la de Universidad/Asso hacia el interior. Ahora bien, en ningún caso las cloacas de la parte central rebasan la línea del Coso, por lo que a partir de esta calle comienza una red independiente hacia el este. Esta otra red drena el barrio Oriental, delimitado por el Coso Bajo y la calle Asalto. Aquí las líneas directrices se invierten con relación a la red anterior, las cloacas que tienen un valor primario van de oeste a este (p.e. decumano sobre las cloacas de Palo26 Dada la gran alteración que han sufrido las riberas del Ebro desde que se construyera el pretil en el siglo XVII, no es de extrañar que no hayan quedado a la vista bocas de cloacas romanas. Pero aún pueden contemplarse en el pretil aberturas de cloacas en desuso correspondientes a la primera fase del alcantarillado moderno de Zaragoza. Esas bocas son el final de un sistema que aún seguía utilizando retazos de la red romana a comienzos del siglo XX. Así la cloaca romana de D. Jaime I, rectificada en el s. XVI, iba a dar en el siglo XIX-XX a otra cloaca moderna de la que aún se ve su salida aguas abajo del Puente de Piedra.
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mar-San Agustín), desaguando en el Huerva, mientras que las transversales (cardos) desembocarían en las anteriores. Por ahora esto es válido únicamente para la parte central, quedando en suspenso la jerarquización de las cloacas al norte y al sur de dicha franja. Y en todo caso, las únicas cloacas que conocemos en esta zona, aparte de la de Palomar-San Agustín, son más parecidas a canales que a las cloacas que venimos siguiendo. Un tercer conjunto de cloacas se encuentra al sudeste. Aquí el sistema de vertido y la extensión que abarca no están del todo definidos, y en realidad serían dos sistemas independientes de los anteriores. Uno se dirige al Huerva, hacia el sudeste y el otro hacia el Coso, por donde pudo discurrir una hipotética cloaca. Aquí volvemos a encontrarnos tanto una red principal de conductos, que estaría formada tanto por las grandes cloacas primarias que se dirigen hacia el Coso y al Huerva, como por una red secundaria que se vuelca en las cloacas anteriores. Es peculiaridad de esta zona el terreno artificialmente recrecido donde están inmersas las cloacas, del que hablaremos en la segunda parte de este trabajo. El conjunto de la red del área central de Caesaraugusta parece responder a un único diseño, a lo sumo a dos. El núcleo fundamental podría adscribirse al gran proyecto urbanístico y arquitectónico que se inicia con el principado de Tiberio y que dará a la ciudad su aspecto definitivo. Podrían ser de un momento anterior algunos tramos del decumano máximo, que necesariamente tendrían que tener su salida al río por desagües que desconocemos aún, y con seguridad lo es la cloaca del foro de Augusto. Las de los barrios oriental y sudeste se debieron diseñar y construir algo después de las del núcleo central, conforme se iban poblando estos espacios. De todas formas, conseguir fijar el momento de la construcción de una cloaca resulta difícil y muchas veces imposible. No existen en la mayoría de los casos datos directos, pero los que tenemos nos hacen pensar que en la segunda mitad del siglo I todas las conducciones viarias debían de estar construidas y en funcionamiento. Salvo casos excepcionales, el nivel que proporciona la cronología es el que se encuentra sobre el dorso de la cloaca, que se corresponde con la tierra echada después de concluida la construcción. La mayoría de las veces este nivel o no se encuentra intacto o es imposible acceder a él. No sabemos cuando deja de funcionar la red de cloacas, sólo que algunas de pequeño tamaño se cegaron completamente en época tardía (San Jorge), pero esto no es la tónica general. En varias cloacas del este y sudeste se han encontrado colmataciones
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del siglo III, que abundan en la idea general que tenemos hoy de la ciudad, una ciudad que reduce drásticamente su perímetro en ese momento, refugiándose detrás de sus murallas. Al modificarse el trazado de las calles en época musulmana, la perforación de pozos ciegos pudo llevar a la destrucción de bastantes cloacas. Pero también en época musulmana hemos visto que otras estaban en uso, pues se construían canales que desaguaban en ellas (calle Espoz y Mina, cloaca de Estébanes). En época bajomedieval los documentos hablan de arbellones en el cruce de D. Jaime I con la Calle Mayor —la intersección del cardo y el decumano romano— y en la carnicería de la puerta de Toledo, lo que supone vertidos subterráneos. En el siglo XVI la cloaca de D. Jaime I también estaba en uso, y lo sabemos porque desvía su trazado cuando la construcción de la Lonja iba a cortarle el paso, siguiendo así hasta el siglo XIX-XX integrada en la red general de vertido, al igual que diversos tramos del decumano máximo.
2.
BASUREROS Y ATERRAZAMIENTOS
Este es un mundo desconocido casi totalmente a pesar de que cualquier arqueólogo que haya excavado en Zaragoza habrá reflejado en sus informes de manera reiterada el término «basurero», «vertedero» o «vertedero/basurero» cuando tiene que describir unos niveles de coloración oscura, con abundantes restos óseos y material cerámico, y con una potencia y extensión significativas. Con estos nombres figura un tipo de tierras de época tardoimperial en informes preliminares, a veces muy escuetos. En muchos casos desconocemos la extensión original de estos niveles y su parte superior, cortados por niveles posteriores de otras épocas, que acrecientan la ambigüedad al no poderse saber qué estructuras soportaban. Pero esto es lo que hay y, por ello, lo que va a exponerse no debe ser considerado ni mucho menos definitivo. No obstante, se verá que los datos que tenemos no impiden concluir algunas implicaciones urbanísticas y socioeconómicas para la ciudad romana de Zaragoza. En general, los autores de este trabajo interpretarían muchos de estos niveles como acarreos de tierras echadas para nivelar, aterrazar o sepultar ruinas sobre las que construir nuevamente, porque la ciudad clásica se está convirtiendo en otra por razones diversas que han llevado consigo una restricción del espacio. El resultado es que la ciudad tardía elevó su cota mucho más que lo había hecho desde su fundación. De todas formas, esto no quita para que
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Fig. 27. Mapa de hallazgos (Fuente: M. P. Galve, dib. A. Blanco).
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la interpretación de muchas de estas tierras pueda hacerse como basureros o provenientes de basureros. Vamos a señalar los hallazgos con arreglo a las zonas en que anteriormente hemos dividido la ciudad, contando con que la diferente evolución de cada una se manifiesta, al mismo tiempo, en los hallazgos que nos han dejado (Fig. 27).28
2.1.
EL
CENTRO DE LA CIUDAD
El núcleo de la ciudad romana es un ámbito bien definido desde sus inicios, donde la escasez de hallazgos de «vertederos/basureros» pertenecientes a época altoimperial podría indicar que la ciudad contaba con un mantenimiento de limpieza adecuado.29 Las noticias que tenemos para esta etapa se reducen al único «basurero» estudiado hasta la fecha y a pequeños rellenos. El primero corresponde al excavado en la Casa de los Pardo, en la calle Espoz y Mina 23 [1], formado entre el 14 y 12 a. C. sobre un edificio arruinado que había sido construido en torno al año 20 a. C.30 Otras noticias escuetas hacen referencia a «niveles de escombro de época romana altoimperial» en la calle Universidad 9, angular a Torrellas [2],31 a un «basurero con material altoimperial (siglos I y II )» en la calle San Vicente de Paúl, 46 [3],32 y a «una pequeña bolsada» con escombro de restos de pavimentos teselados y pinturas parietales en la Plaza Santa Cruz 13-15 [4].33 De esta primera época habría que analizar en profundidad los desmontes y aterrazamientos que fueron necesarios para preparar el terreno para la construcción del foro de Tiberio [5], sobre todo en la parte nordeste, donde están ligados a estructuras de sustentación.34 Y por la misma razón los realizados en el enorme solar sobre el que se elevó el teatro [6], donde se realizan reformas en época 27 Era muy significativa la diferencia de cota entre la fachada de la antigua Universidad (calle Universidad) y la del Coso, es decir, a lo largo de la sección transversal del edificio, cuyo patio se construyó en el s. XVI desmontando la muralla. Ver Gómez Urdáñez 1997, 55-56: en 1887 el Ayuntamiento rebaja la altura de la calle Universidad 2,8 m. 28 A partir de aquí se indican entre corchetes las ubicaciones reflejadas en la fig. 27. 29 También hay que contar con que estos niveles no son abundantes, y desde luego son muy poco potentes debido a la vitalidad de épocas posteriores, por tanto poco expresivos. 30 Beltrán Lloris 1983, 28 y 33. 31 Gimeno 2007 [J. Delgado, J.F. Casabona y M.L. de Sus 1997]. Las referencias a Gimeno 2007 llevan siempre seguidos los nombres de los autores de los informes originales, además de la fecha de la intervención. 32 Gimeno 2007 [J. Delgado 2002]. 33 Sus 1994, 200-201. 34 Mostalac y Pérez-Casas 1989, 137-138 y Hernández y Núñez 2000, 183.
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flavia y se anularon espacios mediante rellenos, como el hyposcaenium.35 Desde la segunda mitad del siglo III parece que se empiezan a producir cambios en la función original de algunos edificios públicos que llevan consigo la degradación arquitectónica del monumento, la reutilización de sus elementos y una ocupación del espacio para vivienda u otros usos, al menos así sucede con el teatro. Vinculándose al hecho anterior, se generaliza la fortificación de las ciudades: ante el miedo a las incursiones bárbaras y la inestabilidad que provoca, las ciudades hacen o rehacen sus murallas, generalmente ocupando un espacio menor que el antiguo. El espacio protegido habrá de recibir la población de los barrios no protegidos, que se irán despoblando paulatinamente, y a la gente procedente del campo o de los pequeños núcleos de población que viene a resguardarse al amparo de sus muros. Esto tuvo que provocar un aumento de la densidad de población y, poco a poco, una reorganización del espacio, que cambiara el modo de vida en la ciudad. Sin embargo, los datos acerca de vertederos o basureros para este momento están casi ausentes en la escasa bibliografía al respecto, al menos hasta hoy. Veremos que es lo contrario de lo que sucede en el sector oriental, que es de los que más sufren las consecuencias del abandono. El proceso de cambio se hace más patente en los siglos IV y V, época para la que tenemos bastante información, aún con la imprecisión y ambigüedad que la define.36 Así, dentro de los límites de la ciudad bajoimperial los niveles clasificados como de «abandono» están presentes en casi todas los espacios prospectados, niveles que tienden a ser considerados como tierras y materiales desechados en lugares baldíos, pero que quizá se trate de nivelaciones previas para otras edificaciones hoy perdidas.37 Vamos a reseñar ahora los «vertederos-basureros» que han sido citados con seguridad en los informes, 35
Escudero y Galve 2003, 75. Hemos optado por unificar los dos siglos, dado que en la mayoría de la bibliografía así se hace, haciendo muy difícil discernir uno de otro por tratarse de informes preliminares, pero hay que tener en cuenta que la mayoría hacen referencia al siglo V. 37 El complejo termal de la calles Jussepe Martínez 9-1113 y C/ San Braulio 15, tiene un nivel de abandono en torno a la segunda mitad del siglo IV (Gimeno 2007 [J.L. Cebolla 2001]. En la calle Pardo Sastrón 7, angular con Verónica, junto al teatro, se abandona una casa en el siglo IV (Casabona 1993, 279). En la plaza San Antón había un nivel de abandono datado en la segunda mitad del s. IV (Blanco y Cebolla 1996, 186). Por la excavación del solar excavado entre las calles Fuenclara y Candalija se conoce un nivel de abandono de un conjunto de edificios del siglo IV (Casabona y Delgado 1991b, 342). 36
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y que son abundantes en esta zona para época bajoimperial. En el cuadrante noroeste cabe destacar el conjunto en torno a la calle Espoz y Mina. En el solar 11-17 [7], «Basurero de la primera mitad del siglo V» con abundantes restos de fauna.38 En Espoz y Mina 2022 [8] se cita un «basurero con capas alternando tierras claras y oscuras».39 En Espoz y Mina 19 [9], «pozo o basurero con abundantes restos óseos».40 En la plaza de Santa Cruz 13-15 [4], «tierra carbonosa y detrítica».41 En el vial de la calle Alfonso I, entre las calles de Sta. Isabel y Molino [10], hay un nivel de basurero con restos de fauna.42 En la calle Santiago 14-20 [11], un depósito correspondiente a época tardorromana se reconoció como basurero por su coloración oscura, textura de las tierras y gran cantidad de restos óseos animales.43 En el sudoeste tenemos pocos datos: en una excavación en la Plaza San Felipe [12], además del abandono y colmatación de un depósito hidráulico que podría situarse en el tercer cuarto del siglo IV, se excavó un basurero fechado en el siglo V.44 Sin duda es en el cuadrante noreste donde más identificaciones de basureros/vertederos se han hecho. No hay que olvidar que ha sido también la zona más excavada, por lo que el mayor número de hallazgos podría deberse a ello. En primer lugar hay que citar los hallazgos en el área forense y su entorno. En la excavación de la calle Sepulcro 1-15, área septentrional del foro [13], un «hipotético basurero tardío (siglo V) que debió cubrir amplias zonas del solar».45 En la calle Cisne (sector meridional del foro) [14], «bolsada de tierras carbonosas con basura orgánica que confirma la asociación de esta bolsada a los niveles de abandono de la fase terminal de la decadencia del Complejo Forense».46 En la calle D. Jaime I 56 [15], «pozo-basurero» con restos de fauna de la segunda mitad del siglo V, que a juicio de sus excavadores manifiesta la decadencia del foro en esta época, al igual que el caso anterior.47 En la plaza de La Seo [5], «conjunto de rellenos, fosas y depósitos de desperdicios acumulados sobre estructuras más antiguas abandonadas o en desuso».48 En 38
Gimeno 2007 [J.M. Viladés y R. González Acón 2002]. Gimeno 2007 [J.F. Casabona 1995]. 40 Cebolla y Blanco 1993a, 263. 41 Sus 1994, 200. 42 Galve et al. 2007, 53. 43 Excavación municipal dirigida por M.P. Galve en 1986. 44 Casabona et al. 1991, 322. 45 Casabona 1992, 188. 46 Pérez-Casas 1992, 180. 47 Aguilera y Pérez-Casas 1991, 330. 48 Pérez-Casas 1991, 293.
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el solar de la plaza La Seo 3 [16], «Con la forma de relleno abierto y dando lugar a una colina de hasta 2 m de potencia estratigráfica… extensa acumulación de tierras con abundantes carbones, restos orgánicos, huesos de fauna y abundantes cerámicas. En su base, este «basurero» reposaba directamente sobre los cimientos de los pórticos meridionales del foro…».49 En la calle San Valero [17], «potente estrato de desperdicios orgánicos y materiales».50 Pueden también citarse numerosos hallazgos de este tipo para época bajoimperial en el resto del cuadrante nordeste. Así, en la calle Gavín 7 [18], «Basureros tardorromanos masivos del siglo V d. C.».51 En la plaza Asso 3 [19], «gran relleno de tierra verde oscura, muy suelta, repartida en diversas capas superpuestas con pocas piedras y escaso material arqueológico, pero significativo… rellenaba un gran agujero de 220 cm de profundidad... este gran vaciado relleno por el nivel b se extiende por la totalidad del solar formando un conjunto de grandes hoyos rellenos de detritus… hay que interpretarlo como basurero bajoimperial de gran extensión y potencia, aunque creemos que de corta duración. Los materiales proporcionan una cronología que lo sitúan en un momento bien entrado del siglo V d. C.».52 En la calle Palafox 26 [20], «basurero tardorromano que se generaliza por toda la superficie fértil del solar y que en algunas ocasiones ha excavado pozos piriformes que fueron rellenados de sucesivas capas horizontales de detritus. Son tierras grises y verdosas con abundante fauna y carbones. Cronología: s. V d. C.».53 En la calle Universidad 7, angular a Torrellas [21], basurero de los siglos V-VI.54 Entre las calles Martín Carrillo, Universidad y Órgano [22], «basurero tardorromano fechable en el siglo V d. C.».55 En la plaza Santa Marta 7 [23] se formó un gran basurero en los siglos V-VI.56 En el Colegio Palafox [24] (calle Palafox angular con la de San Vicente de Paul) «fuertes masas de basura arqueológica fechables en época bajo-imperial».57 A la larga lista todavía se añaden otros lugares arqueológicos con mayor información cuyas aportaciones se relatan a continuación: En Don Juan de Aragón 9 [25], en cuya excavación se hallaron las estructuras domésticas más im-
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Aguilera y Pérez-Casas 1991a, 298. Pérez-Casas 1991a, 312. Gimeno 2007 [B. del Real 2004]. 52 Aguilera 1992a, 218. 53 Aguilera 1992, 211-212. 54 Delgado 1992, 206. 55 Casabona y Delgado 1991a, 338. 56 Álvarez Gracia et al. 1986, 48. 57 Delgado y Pérez-Casas 1997, 293. 50 51
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tico, al pórtico de fachada (zona sureste), a la orchestra, al aditus oriental61 y al aditus central.62 Al barrio monumental del teatro y las termas pertenece el espacio de la plaza de San Pedro Nolasco, donde se cita otro basurero [28].63
2.2.
Fig. 28. Basurero tardorromano sobre estratos de época republicana (c/ Don Juan de Aragón 9) (Foto: M.P. Galve).
portantes aparecidas hasta la fecha de la ciudad indígena Salduie, había también un nivel de basurero tardío. Prácticamente toda la superficie que no había sido alterada por bodegas había servido de vertedero. El nivel, de una potencia que oscilaba entre 0,25 m y más de 2 m, había llegado incluso a perforar el pavimento signino del triclinio republicano, y puede datarse entre los siglos IV y V (Fig. 28).58 Sobre las grandes losas del decumano máximo encontradas en la plaza Magdalena, en la confluencia con la calle Mayor [26], había un «nivel de tierra gris verdosa muy suelta. Con abundancia de carbones, huesos y material arqueológico muy fragmentado», de 1,10 m de potencia y sellado por una capa de cal, «la interpretación de este estrato como basurero no ofrece dudas». La cronología del siglo V pone en evidencia «la degradación que una de las principales vías de la ciudad sufrió a finales del Imperio, acumulando grandes cantidades de basura, para paliar su pestilencia fueron cubiertas por cal viva».59 En la calle San Lorenzo 49-51 [27] se cita otro hallazgo de un nivel de vertedero.60 Las numerosas campañas de excavación realizadas en el teatro romano [6] han proporcionado información para la historia del solar en época tardía. Las profundas transformaciones sufridas por el edificio desde mediados del siglo III, se caracterizan a finales del siglo IV y en el siglo V, por importantes abandonos, rellenos y elevaciones de nivel que afectan escasamente al tema sordes tal y como lo hemos planteado. No obstante, han sido reconocidos algunos basureros en las áreas correspondientes al cuadripór58 En Galve et al. 1996 se publicaron los niveles y estructuras de época republicana, estando pendiente el resto de la excavación; para lo que interesa ahora y la estratigrafía ver las páginas 22-23, 28 y 30. 59 Aguilera 1992b, 221 y 223. 60 Gimeno 2007 [B. del Real y R. Peláez 2002].
EL
BARRIO ORIENTAL
El límite septentrional del barrio sigue el arco de la primera terraza fluvial del Ebro, que se eleva nítidamente sobre el entorno inmediato situado al norte. Esas tierras bajas son parte del borde del río Ebro, y en menor medida también del Huerva, que desemboca unos cientos de metros más al este. Hacia el 1200 a. C. esas tierras bajas eran una zona palustre, sujeta a las avenidas de ambos ríos. No se pudieron ocupar hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XIX, a excepción de un reducido espacio al norte de la muralla medieval (posiblemente también límite urbano de la ciudad romana). Estas peculiares circunstancias hicieron necesarias elevaciones del terreno y el drenaje mediante ánforas, ordenadamente dispuestas, en la zona más septentrional.64 Cuando el arquitecto Luis de La Figuera restauraba en 1917 el Convento de las Canonesas del Santo Sepulcro de Jerusalén y las murallas contiguas, encontró debajo de éstas, extendiéndose hacia el este, el llamado «campo de ánforas» [31].65 Posteriormente, lo volvió a encontrar, en una nueva restauración, el también arquitecto F. Íñiguez.66 Las ánforas se disponían invertidas y apiladas una junto a la otra hasta un metro por debajo de la cimentación de la muralla del siglo III. Entre las ánforas y la muralla se encontraban unos niveles de arenas que, en catas realizadas para buscar las ánforas de nuevo en el año 2000, se ha venido a demostrar que fueron depositadas por una riada que hizo subir el nivel del suelo un metro, acaecida con posterioridad al año 100 según datación de carbono-14 (Fig. 29).67 Se ha podido seguir hacia el este el depósito de ánforas en la impresionante excavación del solar Plaza Tenerías 3-5 [30] (Fig. 30).68 En uno y otro lugar la disposición era algo diferente; mientras que junto a 61 Excavación municipal dirigida por F. de A. Escudero y M. P. Galve entre 1998 y 2003. 62 Beltrán Lloris et al. 1992, 176. 63 Álvarez y Mostalac 1997, 254 y Aguilera 1991, 327. 64 Escudero y Galve 2006, 190. 65 La Figuera 1927, 84-85. 66 Íñiguez 1959, 259-261. 67 Estas catas fueron dirigidas por F. Escudero. Ver Peña et al. 2009, 545-547. 68 Cebolla et al. 2005, 467-8.
Anejos de AEspA LX
Fig. 29. «Campo de ánforas» bajo la muralla del Santo Sepulcro. Catas del año 2000 (Foto: F. Escudero).
la muralla las ánforas parecen estar sobre la grava natural y se encuentran debajo de los sedimentos de la crecida del río, en el solar de la plaza de las Tenerías, 50 m más al este, las ánforas se organizan de una forma más estructural y a una cota inferior. Así, existe aquí un primer aterrazamiento de grava sobre el que se acumuló otro de matriz arcillosa, al mismo tiempo que se procedía a la «segmentación» del espacio mediante muros de mampostería de alabastro y sillares de arenisca, conteniendo también diversos materiales amortizados.69 Entre los muros se apiñaban las ánforas dispuestas boca abajo (se han encontrado 813). El conjunto se selló con una capa de gravas y otra de arcillas muy depuradas. Se extendía por todo el solar y había de prolongarse hacia el norte y el este, teniendo hacia el oeste el hallazgo ya conocido de Sepulcro.70 La obra debió realizarse entre los años 10 y 30. 69 Incluían fragmentos amorfos de piedra y en algún caso basas de pilastras. La Figuera menciona también muros en la zona de Sepulcro. 70 Por lo que sabemos las ánforas no deben extenderse al sur de la torre 5ª (contadas de norte a sur) de las siete del chaflán noreste de la muralla, ni mucho más al sur del solar de las Tenerías. Íñiguez 1959, 259 da la noticia de que se en-
CAESARAUGUSTA
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Ya más hacia el sur y el este del campo de ánforas, pero siempre al norte de la calle Alonso V, se encuentra alguna vivienda desde mediados o finales del siglo I asentada sobre posibles niveles de aterrazamientos. Así, en la calle Rebolería 11-13 [32], el nivel más profundo (a 6 m), proporcionó abundantes fragmentos de ánforas, cerámicas de lujo y lucernas de época augustea, así como gran cantidad de pintura mural de comienzos del s. I, asociada, posiblemente, a uno de esos aterrazamientos.71 En la calle Alonso V nº 7-11 [33], junto al límite norte del solar, se detectó una fosa cuya formación quizá originada por el hundimiento del terreno y, posteriormente, rellenada con una tierra oscura, compacta y de matriz arcillosa, con abundantes cantos rodados de gran tamaño, proporcionó abundante material arqueológico de amplio período cronológico (de cerámica campaniense a t.s.h). A partir de la cota 195,13 m había otro nivel compuesto por gravas compactadas y bolsadas de arena y arcillas que presentaba mucha similitud por características y material arqueológico con los niveles de aterrazamiento excavados en el solar de la Plaza Tenerías 35, datados de inicios del s. I d. C.72 En este mismo solar se encontró un «relleno de tierra arcillosa con abundantes restos de fauna, correspondiendo a un nivel de basurero» que corta los niveles superiores del aterrazamiento de las ánforas. Se data entre la segunda mitad del siglo I y el siglo II.73 Dentro del semicírculo que forma el barrio oriental entre las murallas del Sepulcro y la plaza de San Miguel, en el solar del Antiguo Convento de San Agustín [29], encontramos rellenos de nivelación depositados sobre las gravas naturales que datan de finales de Tiberio o Claudio. El espacio estuvo abandonado hasta su ocupación por el cementerio islámico.74 Niveles de aterrazamiento de estructuras desde la segunda mitad del siglo III se han documentado en la calle Coso 168-170, esquina con calle San Agustín 3 [34].75 En la calle San Agustín 5-7 esquina con Alcober 8 [35] se realizaron en el siglo II grandes contraron también en unas obras realizadas bajo la calzada del paseo de Echegaray y Caballero, entre el monasterio del Sepulcro y Tenerías. 71 Beltrán Lloris 1982, 30-31. Sabemos que en época moderna (siglos XVI y XVII ) se continúa aterrazando este barrio con cascotes, cenizas y restos de adobes, como defensa contra los ríos, cerca de la desembocadura del Huerva y junto al Ebro (calles Rebolería y Monreal, esta última prospectada en 2009 por los firmantes). 72 Cebolla 2006. 73 Cebolla et al. 2005, 467. 74 Diversas campañas municipales dirigidas por A. Alvarez y M.P. Galve, siendo la última de ellas en 2006. 75 Cebolla y Blanco 1993, 262.
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Francisco de A. Escudero Escudero y María Pilar Galve Izquierdo
Anejos de AEspA LX
Fig. 30. «Campo de ánforas» (pza. Tenerías 3-5) (Fotos: J.L. Cebolla).
aportes de gravas rehaciendo una vivienda ya existente a fin de «nivelar y sanear el terreno, amortizando habitaciones con rellenos de hasta metro y medio». La fecha definitiva del abandono de la casa se ha situado a mediados del siglo III, lo que parece realizarse de manera apresurada tras un incendio, si pensamos que fue abandonado un tesorillo de monedas.76 En la calle San Agustín 13-15 [36] se cita un «potente nivel de basurero o aterrazamiento de época romana fechable en el s. III».77 En la calle del Pozo 3-5 [37] hay un «potente nivel de basurero fechable en torno al s. III».78 En la calle Doctor Palomar 4 [38] se descubrió parte de la arquitectura de un ninfeo que se dataría por el material en época tardoaugustea o comienzos de Tiberio. Pudo estar en uso durante los siglos I y II, abandonándose en la primera mitad del siglo IV, momento en que el lugar se utilizará como escombrera donde arrojar parte de la arruinada estructura y otros elementos.79 En la calle de Alcalá 3-5 [39] se cita el hallazgo de un basurero de época flavia80 y en misma calle en los números 9-11, [40] un nivel de aterrazamiento cuya formación comenzaría a partir del siglo I.81 En el extremo sur de este barrio oriental hay un núcleo muy definido de solares, en algunos de los cuales se aprecia una preocupación por las avenidas del Huerva. En la excavación del solar de la calle Cadena 15-19, angular a la de Antonio Agustín 2-10 y a la de Félix Garcés [41], se descubrió un basurero de finales de época de Claudio de casi 3 m de 76 Delgado y Real 2006. Excavación donde se halló una domus, probablemente la más interesante del barrio oriental y de las más completas de Caesaraugusta. 77 Casabona y Delgado 1991, 351. 78 Gimeno 2007 [J.F. Casabona y J.A. Pérez-Casas 1995]. 79 Galve 2004, 28. 80 Mostalac et al. 1985, 101. 81 Blanco y Cebolla 1993, 270.
potencia, «este relleno efectuado en tan corto espacio de tiempo indica que nos encontramos ante el drenaje del cauce del río Huerva (en la actualidad a unos 2,5 por debajo de la cota inferior alcanzada en la excavación) con el fin de ampliar el terreno para la expansión de la colonia. El nivel b de aterrazamiento de gravas, tal vez se formó inmediatamente después, con el objeto de sanear el terreno y mejorar la plataforma para la circulación o el cultivo». Entre el numeroso material se rescataron testimonios de actividad fluvial: anzuelos, tejidos de red y agujas de bronce para tejer redes.82 En la calle de Cadena 2426 [42] se halló un basurero que puede fecharse en la primera mitad del siglo III83 y en la calle Manuela Sancho 23 [44] un nivel del siglo III que superaba los dos metros de potencia.84 Pero lo más característico de este espacio es la aparición nuevamente de ánforas situadas como drenaje y elevación del terreno, aunque en ningún caso adquieren la importancia de las halladas en SepulcroTenerías. En este lugar el problema estaba en el Huerva, que en época antigua aún no había incidido hasta la cota por la que ahora discurre, pudiendo desbordarse desde el arco que traza entre Santa Engracia y San Miguel y dirigir sus aguas hacia la parte sudeste de la ciudad romana. Así, en la calle de Cadena 23 [43] se encontró una veintena de ánforas del siglo I alineadas boca abajo en posición oblicua, un «posible muro de contención o de encauzamiento», además de agujeros para postes en relación con obras de saneamiento.85 Una noticia sin posibilidad de comprobación hace referencia al hallazgo de otras ánforas en la calle 82 83 84 85
Paz 1991, 305. Delgado y Real 1994, 194. Blanco y Cebolla 1997, 207. Delgado 1993, 298-299.
Anejos de AEspA LX
Gastón (ahora calle Antonio Agustín) [45]: «Es posible que la zona de confluencia de la Huerva en el Ebro fuera más irregular de lo que a simple vista puede parecer, y que las crecidas de la Huerva fueran también sumamente peligrosas para la integridad de la colonia. Téngase en cuenta también que el nivel de la ciudad también fue levantado en la zona S.E., extramuros detrás de la plaza de San Miguel, donde se hallaron ánforas Dr. 1. P.D., que no pudimos comprobar personalmente en su situación pero que estaban dispuestas como en el Santo Sepulcro».86 En el vial de la calle Reconquista, frente al número 17 [46], se descubrieron un conjunto de ánforas elevando la cimentación de un muro. Estaban colocadas de forma inclinada con el pivote hacia arriba, casi todas estaban completas. La tipología de los envases es variada y algunas conservan sigilla y tituli picti. De manera preliminar puede datarse el depósito hacia 30-40 (Fig. 31).87
CAESARAUGUSTA
tar en la parte más oriental de la zona una elevación general del terreno conseguida mediante acarreos de tierras, como podemos ver en las calles Coso 86 [49], Urrea 3-21 [51] y Comandante Repollés 12-14 [52].89 Los cuatro lugares con hallazgos de ánforas y la zona elevada se sitúan en una posible línea de frente ante el desbordamiento del río Huerva. Como colofón mencionemos que el riesgo se ha visto concretado en los niveles de inundación hallados en un solar de la calle S. Miguel 7 [48] y en el Paseo de la Independencia, pero no más al sudeste, donde las medidas tomadas pudieron surtir los efectos deseados.90 De basureros sólo conocemos la cita de una «zanja-basurero» con materiales de época de Tiberio, de 5,35 m de longitud, 0,7 m de anchura y 0,8 m de profundidad, encontrado en la calle Teniente Coronel Valenzuela 6 [63],91 y un «nivel de cronología tardía que puede corresponder a un basurero tardorromano» en la calle Coso 106, angular a la calle Flandro [50].92
2.4.
Fig. 31. Ánforas debajo de un muro en la c/ Reconquista (Foto: F. Escudero).
2.3.
EL
BARRIO MERIDIONAL
De esta área las noticias escasean. Para empezar hemos de añadir otro hallazgo de ánforas a los tres anteriores, éste en la calle San Miguel 4 [47]: «Al efectuar la cimentación para el edificio actual salieron abundantes ánforas vueltas boca abajo, a una profundidad de unos seis metros».88 Conviene resal86 Beltrán et al. 1980, 215, aunque aquí no se cita la calle Gastón, que sí se hace en Mostalac et al. 1985, 99. 87 La excavación fue dirigida por F. de A. Escudero y M. P. Galve en 1998. La memoria presentada lleva por título: «Restos arqueológicos encontrados durante el seguimiento de las obras viales de la c/ Reconquista, junto al nº 18 (sigla 98.6)». Una de las ánforas se encuentra publicada en Galve y Paracuellos, 2000. César Carreras está realizando actualmente un estudio del conjunto de las ánforas. 88 Mostalac et al. 1985, 100.
279
EL
SUBURBIUM OCCIDENTAL
La zona oeste de la ciudad reúne sin duda los requisitos para ser considerada un suburbium. Estaba extramuros y a orillas de una importante vía de salida que prolongaba el decumano, por lo que desde un principio albergó elementos funerarios93 y debió desarrollar una importante actividad económica al instalarse artesanías insalubres y molestas, como alfarerías y metalurgias. Estas actividades dieron lugar a los vertederos asociados, en particular a desechos cerámicos. De singular importancia han sido los hallazgos producidos en dos excavaciones, gracias a las cuales conocemos la existencia de alfares de cerámica común romana, el de calle Predicadores 113-117 [53] y el de la manzana entre las calles Las Armas y Casta Álvarez [54]. En el primero apareció un vertedero de alfar donde se produjeron cerámicas de mesa y almacenaje entre finales del siglo I y principios del II,94 y en el segundo restos de otro alfar donde se fabrica89 La información sobre estas excavaciones, aún no publicadas, la debemos a sus directores: J.F. Casabona, B. del Real, F. Gómez y J. Delgado. 90 El conde de Sástago 1796, 95 escribe: «desde este punto (está hablando del cruce del canal Imperial sobre el río Huerva) empieza a formarse el cauce del Río la Huerva, que por sus avenidas ha causado perjuicios graves a las posesiones inmediatas». Ver también Álvarez Gracia 2004, 47. Para San Miguel, 7 ver Heraldo de Aragón 2009. 91 Blanco y Cebolla 1996a, 203 92 Gimeno 2007 [J.F. Casabona y J. Delgado 1998] 93 Galve 2009. 94 Aguarod et al. 1999.
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Francisco de A. Escudero Escudero y María Pilar Galve Izquierdo
Fig. 32. Basurero de época julio-claudia (c/ Predicadores 24-26) (Foto: M.P. Galve).
Por otro lado, numerosas excavaciones en la manzana de la calle Predicadores más cercana a la Puerta Occidental de la muralla han proporcionado niveles de basurero de época julio-claudia en la excavación de Predicadores 24-26 [62] (Fig. 32).98 De los siglos IV y V en la calles Predicadores 4-8 y Abén Aire 3-7 [56];99 Predicadores 12-6 [57];100 Predicadores 18 y Arpa 4 [58];101 Abén Aire 17-29 [59];102 Abén Aire 22-28 angular a Escobar s/n [60],103 y Predicadores 34-50 [61] donde según su excavador hubo una zona de extracción de arcillas para actividades artesanales que luego se utilizó para vertido.104 2.5.
ron ánforas (la mejor representada es Dressel 2), vidrios y lucernas. La actividad de este último hallazgo ha sido datada entre «fines de Nerón e inicios del reinado de Vespasiano» y «se han diferenciado varias acumulaciones de estratos, que parecen formar parte de un gran vertedero de basuras domésticas», que podrían ser del siglo IV.95 Restos de un pequeño horno para la fabricación de lucernas se han encontrado en la calle Boggiero, 73-75.96 En la plaza Santo Domingo se ha excavado recientemente un basurero datado en el 60-70 [55].97 95
Datos que agradecemos al director de la excavación, Antonio Hernández Pardos (excavación realizada en 2007 correspondiente al P.E.R.I. de la calle Las Armas) que nos haya facilitado el original de su comunicación a las II Jornadas sobre el vidrio romano en Hispania, celebradas en Noviembre de 2007. 96 Gimeno 2007 [B. del Real y J.R. Martínez 2004]. 97 Hallazgo en la vía pública (Obras del Fondo Local en Junio de 2009), en excavación realizada por los arqueólogos municipales, autores de este trabajo.
Anejos de AEspA LX
EL
ÁREA SEPTENTRIONAL
Finalmente, tenemos que hacer referencia a una zona donde hasta hace poco casi no existían hallazgos romanos. Se trata del Arrabal, barrio situado al otro lado del Ebro, junto al puente, donde últimamente han aparecido indefinidas estructuras a las que poco se puede añadir: un nivel del siglo IV en la calle Villacampa 16-20 [64]105 y otro «nivel de escombros», sin datación precisa, en la calle Sobrarbe 37-41 [65].106 98 Excavación dirigida por M.P. Galve en 1987-8. Remitimos a la contribución de Ana Gascón en estas Actas. 99 Gimeno 2007 [J.L. Cebolla 1995]. 100 Cebolla 1997, 285. 101 Cebolla y Blanco 1993, 174. 102 Gimeno 2007 [J.L. Cebolla 2004]. 103 Gimeno 2007 [J. Delgado y B. del Real 2002]. 104 Gimeno 2007 [F.J. Navarro 2005]. 105 Gimeno 2008 [F.J. Gutiérrez 2006]. 106 Gimeno 2007 [R. González, M.A. Morales, P. Rodríguez 2005].
CARTHAGO NOVA ALEJANDRO EGEA VIVANCOS* ELENA RUIZ VALDERAS* JAIME VIZCAÍNO SÁNCHEZ*
1.
INTRODUCCIÓN
Hace más de veinte años, el Taller Escuela de Arqueología TED’A de Tarragona, pionero en la utilización de un sistema de registro reglamentado y creadores de un banco de datos arqueológicos fundamental para la investigación arqueológica y la gestión de un yacimiento urbano como Tarraco, (donde a través de sus seminarios algunos de nosotros nos formamos), puso a nuestro alcance la investigación y publicación de una monografía que reflejaba una de las realidades más aplastantes de la arqueología urbana. Nos referimos al libro Un abocador del segle V d. C. en el forum provincial de Tarraco. Memòries d´excavació, 2, 1989. Realidad que durante décadas apenas había tenido un reflejo específico en la investigación, si bien lo habitual en la práctica de campo de nuestra disciplina era precisamente la continua identificación de vertederos, pozos ciegos, alcantarillados e infraestructuras en general. Tras el fin traumático del TED’A y el traslado del «alma» de este taller, nuestro inolvidable Dupré, de la capital de la Hispania Citerior a la capital del Imperio, esta investigación no cayó en el olvido sino que junto a un joven discípulo, hoy el doctor Josep Anton Remolà, coordinador de la presente reunión, organizaron el primer congreso sobre los residuos urbanos y sus mecanismos de gestión «Sordes Urbis la eliminación de residuos en la ciudad romana actas de la Reunión de Roma, 15-16 de noviembre de 1996», excelentemente publicado en L’Erma (2000). El valor de este estudio para el conocimiento de la dinámica de las ciudades en la antigüedad ha tenido su continuidad con otros como el celebrado en Roma en el 2008 «Pollution and Propriety: Dirt, Disease and Hygiene in Rome from Antiquity to Modernity (British School), y el que nos reunió en Mérida, merecidamente in memorian a Xavier Dupré, que con un programa ambicioso trató de poner al día el conocimiento sobre la gestión de residuos urbanos en * Universidad de Murcia.
la Hispania Romana a través del registro de más de trece ciudades. La publicación de éste seminario junto al trabajo de tesis doctoral de Jesús Acero marcará, sin duda, un avance y un punto de partida extraordinario sobre dicha investigación. La vieja Carthago Nova, con sus momentos de luces y sombras y su especial topografía, presenta en este sentido un ejemplo peculiar. El incremento de las intervenciones arqueológicas en el casco antiguo de la ciudad ha permitido ir completando su conocimiento incluso de períodos como el prerromano, del cual, aunque todavía los datos son embrionarios, permiten visualizar un hábitat disperso situado en las partes altas de las colinas que configuran su topografía en la antigüedad. Todo hace pensar que en estos momentos los drenajes y probablemente vertidos de sus pobladores se vieron favorecidos por la presencia de un valle interior entre ellas, conectado directamente con el mar. Sin duda, esta población indígena con un importante componente púnico facilitó el proceso de «fundación» de la ciudad por Asdrúbal, hacia 229-228 a. C. Dicha fundación significó una profunda transformación urbana planificada con cierta monumentalidad, lo que viene a certificar el importante papel al que estaba destinada la ciudad como centro de operaciones cartaginés en Iberia. En este proceso, además del recinto fortificado, se ha podido constatar en los últimos años un complejo proceso de urbanización orientado a adecuar la topografía original y ampliar los límites impuestos por los accidentes naturales del terreno, que se plasmó en la construcción de imponentes paramentos de contención, realizados en opus africanum y en damero, mediante los que se crean una serie de terrazas escalonadas donde se encajan ejes viarios con sus canalizaciones, unidades de habitación, almacenes e instalaciones de carácter artesanal e industrial. Para la creación de las terrazas se utilizó tanto escombros como vertidos y rellenos. La impronta de algunas de ellas se puede seguir en el propio trazado de las calles romanas y en la coincidencia de las orientaciones de las construcciones púnicas y romanas. Uno de
282
Alejandro Egea Vivancos, Elena Ruiz Valderas y Jaime Vizcaíno Sánchez
Anejos de AEspA LX
Fig. 1. Plano de Cartagena. Hallazgos de contextos bárquidas y prebárquidas.
los ejemplos más claros de ello lo constituyen los restos hallados en la plaza de San Ginés donde se constató una calzada púnica empedrada que conectaba la entrada de la ciudad con el puerto, a la que se le superpone en época romana un decumanus.1 Paralela a esta terraza se han localizado dos más: una en un solar de la actual calle Palas,2 a una cota inferior, y otra en un solar de la calle Campos nº 9.3 Estos hallazgos certifican el amplio calado de la urbanización púnica que además significó la construcción de distintos sistemas de drenaje para habilitar la zona baja de la ciudad, próxima al puerto4 (Fig. 1). La ciudad, limitada por una laguna salada al norte y el Mediterráneo al sur, no sólo disponía de un excelente puerto, sino también de una situación estratégica privilegiada al quedar abrazada por las aguas en tres cuartas partes de su perímetro, que favorecía tanto su defensa como los drenajes, bien organizados desde época púnica pero con clara planificación 1
Martín y Bernal (1986, 131). Antolinos (2006, 101). 3 Hernández Ortega (2008, 267). 4 Ramallo y Ruiz (2009, 529-544). 2
en época imperial, mediante alcantarillas y cloacas que evacuaban al mar o a la laguna. Su promoción jurídica en época de César, o tal vez de Pompeyo, con el título de Colonia Urbs Iulia Nova Carthago, representó la puesta en marcha de un amplio programa edilicio y monumental así como la implantación de una nueva trama urbana, junto a la construcción de un completo conjunto de edificios y equipamientos destinado a satisfacer las necesidades de carácter religioso, político y lúdico que requería una población que se convertirá muy pronto en la capital del más extenso convento jurídico de Hispania. Los nuevos ejes viarios pavimentados ahora con grandes losas poligonales, se superponen en parte a la vieja trama púnico-republicana, colmatada con rellenos constructivos y vertidos de nivelación de gran potencia, que se extiende también hasta cubrir la totalidad del espacio intramuros susceptible de urbanización. Aunque se manifiesta una tendencia a la regularidad, la topografía accidentada del interior de la ciudad, condicionada por las laderas de las cinco colinas imponen ciertas limitaciones que impiden la aplicación de una rejilla ortogonal y de dimensiones regulares,
Anejos de AEspA LX
donde se adaptan los distintos sistemas de evacuación de líquidos.5 Hacia finales del siglo II d. C. se observa un abandono progresivo de la ciudad, que afecta no solo a las áreas de viviendas privadas sino también a los edificios públicos. A partir de este momento se modifica y reduce el espacio urbano, concentrándose la ciudad hacia el puerto. Precisamente, en esta zona portuaria, entre los cerros de Molinete y Concepción, es donde se desarrolla una nueva remodelación urbana que se inicia a partir del siglo IV d. C., y en la que sin duda tuvo mucho que ver el hecho de ser designada capital de la provincia Carthaginensis. En este contexto debemos insertar la remodelación de los ejes viarios y la transformación del viejo teatro en un complejo de carácter comercial, como unos de los ejemplos del reciclaje y la reutilización más interesantes documentados en la urbe. El edificio comercial se superpone al teatro y reaprovecha para su construcción una buena parte del material arquitectónico del edificio augusteo. Capiteles corintios de mármol de Carrara, fustes de travertino rosa, basas, cornisas y sillares son acoplados entre las cimentaciones del nuevo edificio. El mismo proceso se puede seguir en la vecina Plaza de los Tres Reyes, donde igualmente se aprovecha material reutilizado, caso del pedestal dedicado a Numisio Laetus, flamen provincial en el siglo II d. C., embutido en una de las habitaciones o la nueva calzada con una orientación y fábrica sensiblemente distinta a los ejes viarios augusteos, y donde se reutilizan tanto las grandes losas de calizas gris procedentes del pavimento del foro colonial, como antiguos pedestales ecuestres ahora seccionados y usados para enlosar la nueva vía. A continuación, trataremos de dar una visión global del estado actual de conocimiento tanto de la gestión de los residuos líquidos como sólidos a lo largo de la antigüedad.
2.
LOS RESIDUOS LÍQUIDOS
Es bien sabido que, cualquier tipo de abastecimiento de agua, por minúsculo que sea, implica un sistema mediante el cual dar salida a las aguas remanentes y las aguas empleadas o sucias. Si todas las poblaciones que ocuparon el suelo de Cartagena, se abastecieron de agua para su supervivencia, es lógico pensar que en todas las épocas debieron existir diferentes sistemas de expulsión de aguas usadas. Con los datos históricos y arqueológicos en la mano, nues5
Ramallo y Ruiz (2010, 1-22).
CARTHAGO NOVA
283
tra primera etapa de referencia para acercarnos al sistema de evacuación de residuos de la ciudad romana de Cartagena, es su antecedente inmediato, Qart Hadast.
2.1.
LA
HERENCIA PÚNICA Y EL SISTEMA REPUBLICANO
De época previa a la llegada de los cartagineses no tenemos datos. Siguiendo las pautas generales que sabemos para los poblados prerromanos, presuponemos que los pobladores ibéricos se aprovecharían de la propia topografía para evacuar sus residuos líquidos. Cualquier información que demos al respecto sería mera elucubración. Sin embargo, la llegada de los contingentes púnicos en el siglo III a. C., permitió a la ciudad poseer, a partir de ese momento, un primer sistema de evacuación. En efecto, los púnicos habían conseguido en Carthago poner a punto todo un sistema muy elaborado, mediante el cual era normal que por los pasillos de las casas salieran conductos, a veces mediante tubos cerámicos, a veces tallados en la roca, que iban a parar a las cloacas a cielo abierto, laterales a las calles o dispuestas axialmente, por las que se evacuaban las aguas sucias o sobrantes. Las excavaciones en Byrsa han podido constatar la existencia de un conducto parietal, a modo de canalón, que recogía las aguas del techo para su evacuación. Canalones y cloacas desaguaban en caso de lluvia, mientras que las terrazas evitaban a las paredes los inconvenientes de la humedad y las filtraciones. Desgraciadamente, y frente a su metrópoli tunecina, la evidencia arqueológica de época púnica en la ciudad es proporcional a los pocos años de ocupación. Pocos son los datos materiales que nos permiten recrear este sistema. Además, en la mayoría de ellos nos quedan muchas dudas sobre la cronología de las estructuras. Los restos hallados en plaza San Ginés, 1, esquina Duque6 estaban integrados por dos calzadas. Una de época altoimperial y bajo ella otra calzada, al parecer de época púnica, de unos 4,5 m de anchura, de la que destacaba una conducción de agua. Dicha conducción quedaba apoyada sobre la calzada y estaba realizada con bloques de arenisca unidos entre sí y rebajados en su interior por una de sus caras. Un sistema similar, misma técnica, mismos materiales, aunque con la superficie de calle perdida fue la canalización documentada en la excavación de urgen6 San Martín (1985a, 140), Martín y Roldán (1986, 129134), Martín (1986, 359-367), De Miquel (1987, 145-151), Martín y Roldán (1997c, 126-128).
284
Alejandro Egea Vivancos, Elena Ruiz Valderas y Jaime Vizcaíno Sánchez
Anejos de AEspA LX
Fig. 3. Posible cloaca púnica hallada en la excavación en la calle Adarve/Cuesta Maestro Francés.
Fig. 2. San Ginés 1 (Plaza), esquina C/ Duque. Primer plano de la cloaca sobre el preparado de la calle (Fuente: Archivo Fotográfico Museo Arqueológico Municipal de Cartagena).
cia en el solar de la calle Adarve, en este caso la canalización poseía un agujero en la parte superior que facilitaba las tareas de registro y mantenimiento de la conducción. Contraponiendo el esquema general de cloaca oculta de las ciudades romanas encontramos aquí calles que presentan un sistema de desagüe a cielo abierto típicamente púnico, totalmente contrapuesto al esquema que se generaliza en fechas tardorrepublicanas y altoimperiales. (Figs. 2-3, Cloaca púnica). Por lo que respecta a desagües de carácter doméstico, nuestro ejemplar más antiguo podría ser el procedente de la excavación de 1983 en Serreta.7 Bajo una calle de empedrado de losas medianas fue localizada una típica alineación de ánforas de salazón, tipo C2 de Mañá (Fig. 4, nº 2), unidas unas a otras horizontalmente formando una canalización. Tanto la calle como el alcantarillado seguían la pendiente del Monte Sacro en dirección NE-SO. Las habitaciones colindantes servirían de almacén por la gran cantidad de ánforas existentes, donde los restos óseos y 7
Martín y Roldán (1986, 124-129).
escamas de pescado, pesas circulares de arenisca y arpones de hierro localizados lo relacionan con labores claramente pesqueras, vinculadas a la relativa cercanía de la laguna del Almarjal. Aunque este desagüe de ánforas podamos fecharlo en torno al siglo II -I a. C., siendo por cronología plenamente romano, en realidad nos estaría transmitiendo los modos de evacuar agua de los contingentes cartagineses. En efecto, este sistema es similar a los paralelos procedentes del mundo púnico, especialmente los de la colina de Byrsa. En agosto de 1995, en un sondeo realizado en la calle Sambazart (P.E.R.I. Molinete)8 se encontró una de las pruebas materiales de esa relación del agua con la cultura púnica (Fig. 4, nº 3). Bajo un derrumbe se localizó un suelo púnico y bajo él aparecen los restos de un alcantarillado o bajante de aguas. El desagüe estaba construido por una caja de sillarejo y cubierta de lajas de piedras planas de unos 0,78 por 0,38 cm de grosor, delimitando una conducción cuadrangular de más de 20 cm de lado por 34 cm de altura con una pendiente muy acusada de Norte a Sur, presentando su fondo un revestimiento de mortero de argamasa. El alcantarillado apoyaba directamente en el mismo monte. Como hemos visto, las pruebas arqueológicas parecen plantear la posibilidad de que exista una reordenación urbana en época bárquida que incluye de alguna manera (ya sea parcial o totalmente), el sistema de evacuación de aguas. Este sistema hidráulico urbano incluiría una serie de canales o cloacas a cielo abierto, colocadas sobre la superficie de las 8 Informe preliminar del proyecto de sondeos arqueológicos en el P.E.R.I. del Molinete (Cartagena), Sondeo 37.
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Fig. 4. Mapa de localización de los diferentes tramos de cloaca descubiertos en Cartagena, indicando la posible dirección y pendiente de su trazado.
calles principales. Por otro lado, el sistema de abastecimiento se limitaba, según los datos, a las cisternas ovales excavadas en la roca. Desde esta previsible ordenación púnica, durante los primeros momentos de época romana, a saber, finales de siglo III, todo el siglo II a. C. y la primera parte del siglo I a. C. y siempre según los restos arqueológicos recogidos en las diferentes excavaciones practicadas en la ciudad, parece que se mantiene prácticamente inalterable y plenamente en uso. Si se construyen nuevos artefactos, desagües o cloacas, se elaboran al modo antiguo, continuando la tradición que había sido traída a la ciudad por los bárquidas.
La huella romana, el modo plenamente importado de la península itálica no lo hallaremos en la urbe hasta que se planteen toda una serie de modificaciones en época pompeyano-cesariana, con la fundación de la colonia, y en especial con la metamorfosis que Augusto ordena efectuar décadas después.
2.2.
EL
SISTEMA ROMANO DE ALCANTARILLADO
AUGUSTEO Y ALTOIMPERIAL
Hasta mediados del siglo I a. C., los pobladores de la ciudad romana se habrían conformado con reuti-
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lizar (modificando y reparando) toda esa serie de cisternas excavadas en la roca, los canales a cielo abierto y sus conductos derivados, que seguramente respondan a un ambicioso proyecto púnico de abastecimiento y distribución del agua.9 Sin embargo, con seguridad en época de Octavio Augusto, las viejas cloacas a cielo abierto, ya fueran cubiertas o no, habían dejado paso a las cloacas situadas bajo los principales ejes urbanos, generalizándose su uso a prácticamente todos los rincones de la urbs. La propia topografía del solar urbano obligaba a la instalación de un sistema de alcantarillado. La disposición de cinco colinas en torno a un valle central promovía la inundación de las zonas más densamente pobladas en época romana. Sin embargo, la cercanía al mar y a la laguna jugó a favor de los ingenieros encargados de la obra. Las mismas pendientes que anegaban el centro de la ciudad facilitaban la evacuación de líquidos y semilíquidos, de tal manera que existían una serie de ejes urbanos fundamentales cuya dirección y pendientes iban a ser aplicadas a la construcción de la red de saneamiento. Si bien la lluvia podía, por lo general, ser medianamente controlada por medio de la que desaparecía por infiltración, las captadas mediante modos y depósitos ex profeso (cisternas, compluvia-impluvia, etc.) o la que era evacuada al mar de manera natural por las propias calzadas enlosadas, la aparición de caudales añadidos hizo necesaria la construcción de una red de alcantarillado básica. Las aguas sobrantes de fuentes públicas, termas, acueductos, aguas sucias, pérdidas, agua de lluvia no asimilada o captada, etc., animaron su construcción y el uso de las cloacas se impuso una vez que la densidad demográfica aumentó de manera ostensible en torno a la mitad del siglo I a. C. El sistema empleado en las cloacas de Carthago Nova es similar al empleado en las de Emerita Augusta, o al de Asturica. Estamos ante una red de acometidas directas desde las domus hacia el sistema central que recorre el interior de las calzadas. Se trata de una red bien planificada a lo largo de los ejes viarios. La cloaca suele quedar situada centralmente bajo la calzada y las dimensiones varían bastante. Oscilan entre los 40 y 50 cm de altura frente a unos 30 o 40 cm de anchura. La cubierta más corriente es la de lajas de caliza planas sobre muros de mampostería. Dichos muros debían ir enlucidos, si bien esta capa en la mayor parte de las veces se pierde ya de antiguo, provocando fatídicas filtraciones. Como se 9
Egea (2003, 125).
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puede comprobar el tamaño del sistema de alcantarillado es reducido. No estamos ante medianas o grandes cloacas, lo cual nos debe llevar a reflexionar sobre las necesidades reales de evacuación, el interés o potencial evergético, las posibilidades técnicas o razones geológicas o topográficas, como la rápida aparición del nivel freático o la capacidad de absorción del propio terreno. Desde los distintos cerros las aguas llegan a unos ejes colectores centrales, a saber: ejes que vamos a denominar (por su similitud en el trazado de las calles actuales): 1. Serreta, 2. San Diego-La Merced, 3. Cuatro Santos-Duque y 4. Honda. Con estos cuatro ejes principales se lograba mantener habitable el centro de la ciudad, todo el valle u «hoya» de San Francisco, evitando de esta forma el efecto cubeta que las colinas de alrededor producían (Fig. 4). El primer eje desaguaba en la laguna o almarjal, los otros tres desaguaban en el mar. Completando estos ejes principales constatamos la existencia de otros pequeños desagües de carácter secundario, pero planificados de antemano, como los elaborados en la urbanización general del barrio de artesanos de la ciudad romana.10 Estos desagües eran también de pequeño tamaño, solían ubicarse en la parte central de las calles y desaguaban en la cercana zona portuaria. (Fig. 4, nº 7). Mención aparte merecen los sistemas de evacuación de los grandes edificios de la ciudad. Si las cloacas y desagües urbanos no sobresalen por su tamaño, la evacuación de edificios como termas, anfiteatro o teatro estuvieron atentamente planificadas. Las obras de evacuación ejecutadas no parecen simples sistemas de desagüe para solventar los escasos momentos de lluvias que sufre la ciudad. El tamaño parece ir en relación a las necesidades de evacuación, tanto en las termas, donde éstas son obvias, como en los edificios de espectáculos, donde el carácter cerrado de los recintos debía favorecer la presencia de graves problemas de evacuación en los momentos de máximas lluvias. El teatro (Fig. 4, nº 4), como si de un centro urbano en sí mismo e independiente se tratara, fue planificado hidráulicamente hablando. Los constructores del mismo, procuraron la elaboración de sistemas de captación, pero también planificaron la distribución y la evacuación del agua. De todos los pasos que daba el agua a lo largo del teatro, nos detendremos en el relacionado con sus residuos líquidos. En efecto, quizás sea el sistema de desagüe una de las fases más espectaculares de este ciclo del agua en el teatro. Al 10
Egea et al. (2006, 20-21).
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Fig. 5. Cloaca central bajo la orchestra del teatro romano de Cartagena.
Fig. 6. Sumidero en la orchestra del teatro romano de Cartagena.
tratarse de construcciones subterráneas también se han conservado mejor. Alrededor del balteus se desarrolla la primera praecintio, que forma un pasillo de circulación que tiene una ligera inclinación desde el eje central hacia sendos itinera, lo que permite canalizar las aguas desde los sectores oriental y occidental de la cavea hacia los sumideros circulares del euripos colocados en los extremos exteriores del pasillo, en el propio pavimento de los itinera. Dichos sumideros conectaban con unas canalizaciones de desagüe que estaban realizadas en opus hidraulicum con cubierta de losas de piedra arenisca, sólo parcialmente perdida, que quedaban cubiertas por el opus signinum de los itinera, y que cruzaban éstos subterráneamente en dirección Sur-Norte para ir a desaguar oblicuamente a una red general instalada bajo el frons pulpiti de cubierta abovedada de opus hidraulicum. (Fig. 5, Cloaca teatro) Esta canalización general tiene un recorrido en forma de «U» invertida con pendiente hacia el eje central del teatro, desde donde parte otro canal que atraviesa el hyposcaeniun con dirección al pórtico situado más al Norte, esquema muy similar al de evacuación de aguas del teatro saguntino. Este canal perpendicular a la cloaca general está realizado en opus caementicium con bóveda de medio cañón conservada sólo en su tramo inicial. La canalización general, por su parte, de 1,50 m de altura por 0,60 m de anchura, está realizada con mortero hidráulico, paredes verticales y cubierta con bóveda de medio cañón levantada con encofrado, de la cual conserva las huellas, y recoge el agua de las dos canalizaciones que le llegan desde ambos itinera. Cabe recordar que, de momento, el specus de la cloaca del teatro es el de mayor tamaño de los constatados en toda la ciudad. Con esta canalización inferior general conectan tres sumideros verticales hallados respectivamente en
el centro de cada una de las tres exedras semicirculares del frons pulpiti, tratándose de unas perforaciones circulares en el signinum de unos 30 cm. de diámetro que conducen las aguas de lluvia hasta la red general que corre bajo ellos. (Fig. 6, Sumidero) De momento, y a la espera de la excavación del anfiteatro (Fig. 4, nº 5), los datos sólo nos permiten aventurar parte del recorrido que el agua efectuaba por las dependencias de este singular edificio.11 En el sector meridional del anfiteatro, se localizó un muro perimetral exterior de mampostería con contrafuertes, con entrada abovedada, y debajo de esta entrada dos canalizaciones de desagüe superpuestas que recogían las aguas del interior de la arena del anfiteatro, en pendiente y con dirección sureste, hacia el mar. (Fig. 7, Anfiteatro). La conducción inferior tiene un ancho de 0,75 m al interior, y una altura no comprobada, pero en todo caso superior a un metro. Contaba con muros de mampostería y se cubría con losas de piedra a doble vertiente. La superior, también de mampostería, quedaba ligeramente desplazada de la inferior, con unas dimensiones interiores de 0,45 m de anchura por 1 m de altura, quedando cubierta por grandes losas horizontales de piedra arenisca de 15 a 20 cm de espesor. Esta cubierta se encontraba a un nivel inmediatamente inferior al piso de la galería o entrada sureste. Junto a ello destacan los huecos de escalera y accesos a la cavea. Para Belda Navarro,12 la presencia de este doble desagüe parece ser muestra inequívoca de la existencia de naumaquias, por el revestimiento impermeable que las recubre, mientras que para los excavadores del edificio la doble red de drenaje podría ser una prueba para cotejar la existencia de un anfiteatro más antiguo o un momento anterior del 11 Beltrán y San Martín (1983, 873), San Martín (1985a, 133), Pérez Ballester et al. (1995, 91-118). 12 Belda (1975, 161-162).
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Fig. 7. Superposición de desagües en el sector sureste del anfiteatro romano de Cartagena (Foto: Pérez y Berrocal 1995, 107).
mismo anfiteatro, que respondiese a un concepto más humilde de este tipo de monumentos y que estuviese en relación con un estacionamiento estable de tropas en Carthago Nova o un primer espacio de espectáculos.13 El dibujo del Museo Arqueológico Nacional «Representación del Amphiteatro y Carcel, que la antigüedad había en Cartagena, según manifiestan sus ruinas, bosquejadas en este año de 1751» presenta un interesante gran círculo central y otro inscrito, más pequeño, que lleva el número 1: «Sumidero de aguas». A este sumidero llegan seis trazos radiales, quizás canalizaciones: dos coinciden con el eje mayor y los otros cuatro vienen aproximadamente de los sectores SO, NO, NE y SE. El número 4 es también de sumo interés porque menciona la existencia de un «Escotillón que baja a la cloaca o Albañal» y en el sector noreste, junto al podium, cerca del extremo Norte del eje mayor, el número 10 señala que «debajo de tierra se han descubierto varias bóvedas y arcos que iban hacia la Marina». 2.3.
LAS
LETRINAS
De momento, las muestras de letrinas en la ciudad son prácticamente nulas para todas las fases. Además de las características foricae o letrinas públicas, las domus de las familias más pudientes contaban con su propia letrina, casi siempre instalada al lado de la cocina y la evacuación se hacía en una fosa o pozo ciego o por una canalización que podía salir directamente a la calle. Quizás alguno de los peque13 Pérez y Berrocal (1999, 195-203). Recientes excavaciones en 2011 han ratificado la continuidad de los dos desagües hacia el interior del edificio.
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ños desagües domésticos documentados en las excavaciones respondan a este tipo de construcciones. Funcionalmente, la letrina en los ámbitos domésticos menos favorecidos debe ser entendida como un elemento capaz de ofrecer varios servicios. Nuestra estricta separación entre la letrina y el resto de la vivienda no existía en la antigüedad. Al fin y al cabo, una letrina no deja de ser más que un punto o agujero de evacuación de aguas a la red de alcantarillado general. Como tal punto de evacuación de líquidos y semilíquidos, no es extraño suponer que pudo funcionar como punto de la casa sobre el que lavar diferentes enseres, determinadas actividades relacionadas con la higiene personal y la propia evacuación de las aguas sucias, sean cuales sean sus orígenes. Cambiando nuestra perspectiva, pueden entenderse como puntos de evacuación de aguas y letrinas algunas superficies pavimentadas con opus signinum que se ubican en las esquinas de algunas habitaciones. Suelen ser espacios limítrofes con la calle, para que el canal de desagüe recorra la menor longitud posible, y poseen pequeños orificios de salida abiertos sobre la superficie pavimentada. Sobre la localización de una presunta letrina pública nada sabemos. El estudio de su ubicación en otras ciudades induce a pensar en su proximidad con las termas públicas. Según Van Vaerenbergh,14 los romanos aprovechaban las facilidades hídricas y técnicas que posibilitaba la cercanía a los baños, especialmente en lo referente al abastecimiento de agua, el drenaje y un mínimo desperdicio de agua. Además, el gran número de visitantes que congregaban las termas, aseguraba el éxito de la instalación. En este caso, y siguiendo estas directrices, habrá que analizar con sumo cuidado el entorno de las termas de la calle Honda (Fig. 4, nº 6), ladera meridional del cerro del Molinete, para determinar o no la existencia de una dependencia, por otro lado, tan típica y necesaria en el paisaje de una ciudad romana. Las más recientes investigaciones sobre el tema, plantean como hipótesis de localización de las letrinas públicas, unas pequeñas habitaciones ubicadas al oeste del recinto termal, junto a un decumanus, disposición similar a las letrinas de las termas centrales de Pompeya y las termas de Neptuno en Ostia.15 3.
LOS RESIDUOS SÓLIDOS
Si ya resulta algo abundante la información relativa a la red de saneamiento de Carthago Nova du14 15
Van Vaerenbergh (2006, 458). Madrid et al. (2009, 99).
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Fig. 8. Mapa de localización de los diferentes vertederos y basureros descubiertos en Cartagena.
rante los períodos republicano y altoimperial, por el momento, en cambio, prácticamente no sabemos nada acerca de la evacuación de sus residuos sólidos. En este sentido, el hecho de que la situación sea inversa para la etapa tardoantigua, muestra que, junto a los propios avances en el conocimiento del plano arqueológico de la ciudad, en tal circunstancia pesan razones más profundas. A este respecto, buena parte de ellas son resultado de la intensa transformación urbana experimentada durante la Antigüedad Tardía que, teniendo detrás los cambios registrados en los órganos de gobierno locales, implica una clara retracción del componente público en la gestión y eliminación de desechos, patente en la proliferación de iniciativas particulares, ahora dispersas por el recinto urbano. De un modo u otro, tampoco faltan datos para un primer momento. Así, encontramos un vertedero púnico en Plaza de San Ginés (Fig. 8, nº 1), dentro
del recinto fortificado bárquida, y en torno a uno de los ejes de circulación principales, el decumano que comunica la puerta de la ciudad con la zona portuaria.16 Se trata de una estructura negativa acondicionada a tal efecto, una poceta de vertido masivo, como muestra el depósito recuperado. De este modo, en fases sucesivas se levantaron muros de contención para los vertidos, o también se recurrió a su eliminación mediante periódicas combustiones, documentadas por carbones y cenizas. No en vano, es necesario subrayar el carácter heterogéneo de los vertidos, que da cabida a variadas formas cerámicas, objetos metálicos o algunos elementos constructivos, así como abundante materia orgánica, cuya presencia 16 Sobre el vertedero, Martín y Roldán (1990, 249-261) y Martín (1998, 9-28); acerca de la Qart Hadast púnica, Ramallo y Ruiz (2009, 529-544).
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queda atestiguada por la coloración de los estratos, o la osamenta de diversos restos faunísticos. En espera de estudios más detallados, estos últimos, donde ocupa un lugar importante la ictiofauna, ilustran acerca de una dieta en la que, como es característico de las zona costeras, el componente marino jugaría un papel importante.17 En el caso de los materiales cerámicos, destacan las producciones de origen cartaginés, centromediterráneo, púnico-ebussitano o del círculo del Estrecho y, en menor proporción, cerámicas de procedencia itálica, noroccidental o local. Éstas, junto a un lote numismático compuesto por trece ejemplares de la serie hispanocartaginesa, uno de Cartago-Sicilia y otros diez ilegibles,18 permiten acotar la cronología de uso a finales del siglo III a. C. En conjunto, la naturaleza de los materiales apuntaría a un contexto emisor de tipo doméstico. Su céntrico emplazamiento, en el corazón de la ciudad bárquida y en las proximidades de uno de sus decumanos, así como la envergadura de la actividad, no limitada al vertido ocasional, lo convierten en un importante exponente acerca de la urbanística y gestión de los residuos en la Qart Hadast púnica. Para este momento temprano también existen otros puntos de vertido diseminados por el recinto urbano. Es el caso, por ejemplo, de una zanja bastante profunda situada entre sendas construcciones localizadas en calle Serreta (Fig. 8, nº 2), ya en situación algo excéntrica, bordeando la laguna interna de la ciudad. De hecho, las instalaciones documentadas, caracterizadas por su modestia constructiva, parecen guardar íntima relación con aquélla, posiblemente a modo de habitáculos relacionados con la actividad pesquera. Para la fosa se conocen dos niveles de vertido, que ofrecen una cronología a partir de mediados del siglo II a. C. Así, entre los materiales cabe destacar dos jarritas de gris ampuritano, un oinochoe ibérico con decoración geométrica y vegetal, o una olla también ibérica con motivos pintados de costillas y franjas horizontales.19 Con todo, quizá una de las evidencias más interesantes sea el vertedero republicano localizado en el Barrio Universitario (Fig. 8, nº 3). Al igual que en muchos otros casos, es un espacio concebido originariamente para otro uso, posteriormente reaprovechado. En concreto, se trata de un hipogeo funera-
rio asociado a la ocupación prerromana de la ciudad.20 La estructura, que pertenece al tipo de cámara funeraria en pozo, fue amortizada por varios estratos que colmataban completamente su interior y que han aportado un interesante depósito cerámico datado en la primera mitad del siglo II a. C. El repertorio vascular individualizado muestra el carácter doméstico del contexto emisor, no en vano, a pesar de no haber sido documentado, también fue corroborado por el panorama del entorno más inmediato, en el que destacaba un modesto hábitat tardorrepublicano, compuesto de cuatro estancias excavadas en el terreno. Por otra parte, la peculiar morfología de la sepultura, cuyo acceso se limita a un pozo cilíndrico con una boca de 80 cm de diámetro, condiciona sus potencialidades de uso como punto de vertido, quizá restringido a un colectivo reducido. No obstante, su total obliteración, colmatando las sendas cámaras de planta oval que flanquean el pozo, también da cuenta de un aprovechamiento intenso. En cualquier caso, no tenemos certeza acerca de su situación respecto a las murallas. Sólo el hecho de que no haya sido localizada ninguna sepultura más de esta cronología, y que, por tanto, la excavada no parezca formar parte de un área funeraria, o, igualmente, que las restantes estructuras documentadas, caso de sendas cisternas de planta oval, se asocien a una ocupación de tipo doméstico, aconsejan considerar su situación intramuros. Así las cosas, de la misma forma que la muralla no fue obstáculo para practicar un enterramiento en sus inmediaciones, tampoco lo sería, al menos durante un primer momento de la etapa republicana, para cobijar algún espacio de vertido, matizando, por tanto, nuestras habituales impresiones. Hemos de tener en cuenta que sobre todo estos espacios inmediatos a los muros, incluso hasta época altoimperial, se van a mostrar algo permeables a este tipo de fenómenos, como ocurre también en Mérida durante la segunda mitad del siglo I d. C.21 Sea como fuere, lo cierto es que esta zona, situada en el sector sureste de la península sobre la que se emplazó la ciudad, entre las laderas de los cerros de la Concepción y Despeñaperros, a pesar de su ubicación intra moenia, en diversos momentos fue destinada a usos propiamente suburbanos. Así, si ya tí-
17 Precisamente, la actividad pesquera queda documentada en la ciudad púnica con instalaciones como la excavada en calle Serreta nº 8-10-12, bordeando la laguna interior, y en donde se recuperaron dos puntas de arpones, pesas de red circulares o restos de ictiofauna: Martín y Roldán (1997, 89). 18 Lechuga (1993, 169). 19 Martín y Roldán (1997a, 81 lám. I,1).
20 La estructura fue localizada durante los trabajos de excavación previos a la construcción de la denominada «Casa del Estudiante», de la Universidad Politécnica de Cartagena. Ha sido conservada, estando en curso el proyecto de estudio y musealización. Sobre ésta, vid. Madrid y Vizcaíno (2008, 255-256). 21 Alvarado y Molano (1995, 281-295).
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midamente se insinúa un uso artesanal en época bárquida, momento en el que se documentan sendos hornos metalúrgicos superpuestos, dicha orientación se intensifica en época tardorrepublicana con la configuración de un barrio en el que tales actividades ocupan un lugar significativo. Es el caso, por ejemplo, de un complejo alfarero, del que, por cuanto aquí nos interesa, no se ha localizado el correspondiente testar.22 De hecho, aunque para época altoimperial la zona adquiere un fuerte componente residencial, el registro en áreas adyacentes de tramos de alguna vía no acompañados de edificación alguna, deja ver ciertos espacios de ocupación poco densa, coherentes en ese panorama.23 En tal contexto, tampoco extraña que el mismo entorno de la puerta urbica fuese lugar de vertido, como prueba un consistente depósito cerámico (Fig. 8, nº 4).24 Tampoco la periferia de la urbe se muestra pródiga para este tipo de evidencias. Así, al igual que ocurría con los citados alfares intramuros, tampoco para el localizado en el entorno de la vía que conduce a Complutum, en el límite noroccidental de la laguna interna de la ciudad, ha sido posible el registro de su correspondiente testar. En este caso, para el horno cerámico de doble cámara de combustión fechado en época tardorrepublicana, apenas pueden vincularse desechos de producción.25 Ya más lejos, en el distrito minero de la ciudad, en el yacimiento Eloísa se detecta un vertedero de los siglos II-I a. C., cubierto por una escombrera contemporánea.26 22 Acerca de la evolución del área, vid. Madrid (2004, 3170). La zona, en cualquier caso, a partir de época augustea experimenta una intensa remodelación que la dota de diversas vías, vertebradoras de un barrio de finalidad residencial. Es a partir de su abandono en el siglo II d. C., cuando el sector queda apartado del resto del recinto urbano, al parecer definitivamente extra moenia, como probaría la aparición de una extensa necrópolis datada entre los siglos V-VII (Madrid y Vizcaíno e.p.). La situación se mantiene incluso hasta época moderna, momento en el que la progresiva entidad que a partir del siglo XVII va adquiriendo el denominado Arrabal de San Diego, motivará su inclusión en la muralla borbónica: Torres (1986, 29-94). 23 Martín Camino et al. (1999, 281-296). Por lo demás, acerca del espacio suburbano de la ciudad, vid. Ramallo et al. (2010). 24 Dicho depósito fue documentado durante los trabajos de desmonte del extremo nororiental de la ladera del cerro de Despeñaperros para la construcción de un vial de acceso a la Universidad Politécnica de Cartagena. Los resultados de los trabajos permanecen inéditos. Queremos agradecer al arqueólogo municipal M. Martín Camino su amable información acerca del mismo. 25 Acerca de la intervención, Guillermo (2003, 79-81). Agradecemos al autor la posibilidad de consultar su informe de excavación, actualmente en prensa. 26 Antolinos (2008, 128).
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También debemos salir al hinterland de Carthago Nova para encontrar algún vertedero altoimperial. Destacan así sendos puntos asociados al alfar costero de Los Tinteros, en Isla Plana. Uno de ellos, situado a menos de 2 m hacia el Este del praefurnium, ocupa una fosa de planta cuadrangular de 2,80 × 2,60 m; en tanto que el otro, amortiza el depósito de decantación de arcillas. En ambos casos se componen de niveles negruzcos correspondientes al saneamiento de las estructuras de combustión del horno, que contienen tanto piezas latericias empleadas en restauraciones periódicas de éste, como materiales desechados en su producción.27 Por el contrario, durante buena parte del período altoimperial, dentro de lo que es habitual en el urbanismo romano, no se documenta ningún vertedero intramuros. En esta distribución espacial actúan razones tanto de índole sanitaria,28 como otras propiamente ideológicas, ya religiosas29 ya políticas o estéticas.30 Estas motivaciones habían llevado a legislar en tal dirección. Así a principios del siglo III d. C. entre las competencias del officium aedilium clasificadas por Papiniano, está el control para evitar el vertido en las calles de estiércol, carroña o pieles.31 Será en el momento en el que la ciudad experimente ciertos síntomas de desaceleración, ya a partir de finales del siglo I d. C., cuando la situación comience a cambiar. Lo podemos observar, por ejemplo, en las nuevas intervenciones edilicias, marcadas por la prolongación del ciclo de vida útil de ciertos elementos constructivos rescatados de antiguos edificios ya abandonados. En efecto, la reutilización, práctica atemporal y que abarca distintos ramos productivos, se intensifica de forma especial en coyunturas marcadas por la ralentización de las actividades económicas. Evidentemente, ello conlleva una revalorización del residuo, que, merced a su nueva utilización, en rigor deja de ser tal. En este sentido, tal recurso es constante en diversos períodos, si bien durante éste singularmente pasa a un primer plano, 27 En concreto, desde formas de vajilla (platos-tapaderas, cazuelas, ollas, cuencos, jarras, pelvis) a material constructivo (tegulas, imbrices, ladrillos y tubuli). Para el taller se estima una cronología comprendida entre el último tercio del siglo I d. C. y la segunda mitad del siglo II d. C. Sobre el mismo, Antolinos y Fernández-Henarejos (2004, 88-91). 28 Robinson (1992, 111 ss.). 29 Se ha señalado su ligazón con la idea de lo impuro: Carandini (2000, 1-2). 30 El control de los residuos no es sino prueba de la capacidad de organización y actuación de las curias locales, y asimismo una práctica poco compatible con el Urbis Decus, que lo es del poder. Sobre estas ideas: Panciera (2000, 97). 31 Sobre la legislación y organización de la limpieza en Roma: Panciera (2000, 95-105).
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Alejandro Egea Vivancos, Elena Ruiz Valderas y Jaime Vizcaíno Sánchez
participando plenamente en los edificios y espacios públicos que, como expresión máxima de la dignitas, en gran medida habían prescindido de él.32 De este modo, resulta emblemática la reparación efectuada en el enlosado situado frente a la tribuna forense, que, en un intento de remedar el opus sectile originario, inserta piezas reutilizadas, pertenecientes grosso modo a la gran fase de monumentalización del conjunto durante el siglo I.33 Por otra parte, el mismo empleo de material reutilizado, el aprovechamiento del desecho, también deja entrever el deficiente estado en el que se encontrarían algunos de los espacios y edificios privilegiados de la ciudad, de tal manera que ya eran susceptibles de ser empleados como cantera para las nuevas reformas. Un paso más será cuando, entrado el siglo II, el nivel de atonía que registra Carthago Nova aboque no ya sólo al recorte drástico de estas últimas, sino también a un mayor deterioro de los componentes de su tejido monumental,34 ahora, por tanto, ante la caída de la iniciativa, tampoco necesarios como lechos de extracción. Si hay un edificio que resume la envergadura de la problemática, ese es la Curia, órgano de gobierno ciudadano amortizado ya a finales del siglo II. El depósito cerámico recuperado en su interior, en el que destacan las producciones africanas de cocina, es buena muestra de su conversión en espacio de vertido (Fig. 8, nº 5). En la misma línea, el volumen de material constructivo o incluso del mobiliario o exorno primitivo, ilustran de la baja intensidad de expolio, quizá no antes de época tardía, como deja ver alguna forma cerámica, como el tipo en TSA-D Hayes 91.35 Junto a esta particular secuencia material, interesa destacar cuanto supone en lo referente al gobierno de la ciudad, del que este edificio había sido su principal estandarte. Se entiende en tales circunstancias, que las dificultades administrativas acarrearan un deterioro de la gestión de los asuntos públicos, entre ellos, los mismos referentes al tratamiento de los residuos, razón por la que la dinámica descrita, abandono y conversión en espacio de vertido, se extenderá a buena parte de los edificios emblemáticos de Carthago Nova. 32
Vid. en este sentido: Vizcaíno (2002, 207-220). Acerca de la reforma, datada en fecha previa a la amortización del siglo III: De Miquel y Roldán (2000, 35-36) y Martínez y De Miquel (2004, 490-492). Por lo demás, en torno a la ocupación tardía del espacio: Noguera et al. (2009, 277-288). 34 Para la ciudad y su hinterland, documentando los niveles de abandono asociados: Ruiz (1996) y Murcia (1999). 35 Sobre el edificio y su secuencia, recogiendo diversos trabajos: Martín (2006), 61-84. Acerca del contexto cerámico de abandono: Quevedo y García (2008, 627-632). 33
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Con todo, lo extendido del fenómeno no debe hacer olvidar lo sustancial de la dinámica, que reside precisamente en la falta de homogeneidad. Así, frente a la concepción unitaria de la ciudad clásica, al destino conjunto de su trama, ahora se advierte una progresiva pérdida de coherencia, que depara una suerte dispar incluso para sectores anexos. Ocurre así en el foro, en el que, apenas distanciados por décadas sino simultáneos, contrastan el abandono del edificio curial, con la refuncionalización del denominado «Edificio del Atrio», merced a su compartimentación, y, sobre todo, con el mantenimiento del uso representativo de algún sector de este complejo, testimoniado mediante la erección de un pedestal a la madre del emperador Alejandro Severo, Iulia Auita Mammea (222-235).36 Otro tanto podemos decir respecto a la aparición de vertederos en el interior de la ciudad, testimoniándose, a veces incluso en una misma insula —a la sazón ya «desdibujada»—, la coexistencia de éstos con estructuras de hábitat de distinta envergadura. No en vano, los mismos niveles de abandono documentados por doquier, en especial a través del depósito cerámico que proporcionan, ilustran acerca de la cierta vitalidad de los lazos comerciales de la ciudad y del sólido poder adquisitivo de parte de sus habitantes, que han de ser tenidos en cuenta a la hora de determinar la causalidad de la coyuntura recesiva que experimenta la urbe.37 Al igual que para tantas otras cosas, hemos de situar un importante punto de inflexión a mediados del siglo IV. Por cuanto conocemos, sólo a partir de esa fecha comienzan a materializarse sólidamente los efectos dinamizadores que conlleva la promoción dioclecianea de la ciudad como capital de la nueva provincia Cartaginense. Es también entonces, especialmente durante la quinta centuria, cuando se lleva a cabo una suerte de «refundación» urbana, de la que resultará la Carthago Spartaria tardía.38 En el nuevo modelo de ciudad, también los residuos ocupan un papel diverso al que habían desempeñado en la urbe altoimperial. Básicamente, su presencia se 36 Respecto a la evolución del conjunto, Noguera et al. (2009, 277-288). 37 Vid. Ruiz (1996, 503-512). Cabe destacar el contexto de destrucción documentado en el teatro romano de Cartagena (fase 6), datado hacia mediados o en la segunda mitad del siglo II d. C. (Ruiz y García 2001, 200-201). Los contextos de abandono de otros edificios públicos o también los domésticos (Martín et al. 2001, 44-48), completan tal evidencia, probando también, a partir del origen de la mayoría de sus producciones, una suerte de «africanismo precoz» (Vizcaíno 2010), en el que tienen cabida, con todo, producciones orientales de cierto carácter suntuario (Murcia 2007). 38 Murcia et al. (2005).
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intensifica en distintas vertientes. Así, por ejemplo, en lo relativo a su aprovechamiento. De esta forma, el nuevo patrón constructivo viene dictado precisamente por una reutilización masiva de los «desechos edilicios» de la vieja ciudad.39 Su uso es tan extendido e intenso, que llega a marcar igualmente otros aspectos de la infraestructura urbana. Lo vemos, por ejemplo, en el caso del viario, donde residuos varios, en su mayoría procedentes de la amortización de antiguos inmuebles, sirven para compactar nuevos niveles de circulación, recrecidos sobre las viejas calzadas altoimperiales.40 En cualquier caso, si en alguna faceta es más evidente la intensificación de la presencia del residuo en la ciudad tardía, es sobre todo en la distribución capilar de nuevos puntos de vertido por el conjunto de su topografía. Se trata de una verdadera multiplicación, que pasa a convertirse en uno de los fenómenos más característicos de las transformaciones del urbanismo tardoantiguo.41 En este sentido, tampoco hay que olvidar que ya en la ciudad de época clásica existen espacios para los desechos localizados en huertos y jardines;42 el verdadero cambio será la posterior generalización del fenómeno, el aumento de su frecuencia de aparición a la par que de la magnitud de los vertidos en cada uno de estos puntos. Se trata de un proceso complejo motivado por múltiples razones. Tal vez, la principal sea la transformación que han experimentado los órganos de gobierno locales, ahora no garantes del mantenimiento integral de los antiguos equipamientos.43 De hecho, la proliferación de loci sordentes44 y su proximidad a las estructuras domésticas, han de insertarse en un fenómeno más amplio de colapso de las infraestructuras de saneamiento urbano, que incluye tanto el cegamiento de alcantarillados como el crecimiento de los niveles de 39
Vizcaíno (1999). Vidal et al. (2006). 41 Remolà (2000, 118). Sobre el tema: Gutiérrez Lloret (1996, 16-17) y Delogu (1990, 147). Lo vemos incluso en la misma Roma, donde, dentro de los Muros Aurelianos, hay distintos espacios de este tipo. Así en pleno Foro, en la Casa de las Vestales, se documenta una fosa de desechos datada en el siglo VI. En la zona del Campo Marzio, la Crypta Balbi pasa a convertirse también en un vertedero durante el siglo VII. Sobre ambas evidencias: AA.VV. (2000). 42 Para Mérida, como ya se comentó, incluso se llega a proponer para la segunda mitad del siglo I d. C. un vertedero junto a la cara interna de la muralla fundacional: Alvarado y Molano (1995, 281-295). 43 Sobre la situación de las curias: Jordán (1997, 97-133). Para época justinianea: González Fernández (1997, 181-192). 44 En un principio es aceptable su traducción como vertedero, aunque también Lepelley (1994, 5-15), señala que pueda referirse a templos paganos cerrados al culto, y Duval (1994, 196), le atribuye un valor moral. Recoge la polémica Panciera (2000, 105). 40
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circulación por una progresiva acumulación de residuos.45 En este marco, la regresión en ciertas prestaciones públicas, aboca a las iniciativas particulares. Así, a diferencia de cuanto había ocurrido en las domus clásicas, y ante la falta de soluciones comunitarias, las nuevas unidades domésticas contemplan la eliminación de sus propios residuos. Uno de los mejores exponentes es el barrio que en época bizantina se instala sobre el teatro romano.46 Aquí, a pesar de la diversidad planimétrica de las viviendas, es posible apreciar cierta regularidad, que hace del patio el principal elemento articulador, en torno al que gravitan dos o tres estancias. Dicho patio, concebido como espacio polifuncional, que acoge algunos elementos de la elemental infraestructura de la casa (hogares, piletas, etc.), también es el lugar donde se van a emplazar pozos ciegos, a veces obliterando silos o fosas y zanjas de expolio. Su morfología es variada, y así, si bien tienden a la forma circular, su irregularidad manifiesta hace que también presenten formas ovales, etc., con diámetros o anchuras superiores al metro, medida que también de forma mayoritaria corresponde a su potencia. Queda claro que en la ciudad tardía la muralla se hace más «permeable», cobijando en su interior actividades antes confinadas extra moenia. Incluso, un mapa de localización de éstas deja ver cómo se llegan a invertir las diferencias porcentuales entre el espacio intramuros y el entorno suburbano (Fig. 8). A este respecto, si bien en Carthago Spartaria aún no se ha documentado el cerco citado por la epigrafía,47 diversos indicios sí permiten manejar ciertas hipótesis en torno a su trazado.48 Sobre todo, el hallazgo de una necrópolis masiva en el sector suroriental de la urbe,49 lleva a pensar que la nueva cinta englobara únicamente la mitad occidental de la península sobre la que se levantaba la ciudad. En este sentido, los vertederos son menos numerosos en la 45 Para el caso español, la inutilización de los colectores de aguas residuales empieza a darse a partir del siglo III d. C., como señala Remolà (2000, 117-118). Para Italia del Norte este fenómeno parece darse más tarde según indica Gelichi (2000, 16-17). En cuanto al crecimiento desmesurado de los niveles de circulación habría que relacionarlo también con la puesta en cultivo del antiguo espacio urbano; sobre esta cuestión: Cammas et al. (1995, 22-29). Recoge las posturas sobre el tema: Gutiérrez Lloret (1993, 15). 46 Sobre éste, Ramallo (2000) y Vizcaíno (2009, 387-403). 47 La única referencia que existe sobre el mismo es la mención de una intervención de desconocido alcance llevada a cabo por el magister militum Comitiolus durante el período de soberanía bizantina: CIL II 3420; IHC 176; Abascal , Ramallo (1997), Nº 208. 48 Ramallo y Vizcaíno (2007, 494-516). 49 Madrid y Vizcaíno (e.p.).
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nueva área extramuros, localizándose, por lo demás, no sólo en zonas excéntricas, sino incluso a lo largo del recorrido del que hubo de mantenerse como decumano principal de ingreso. No en vano, en torno a este último, fosilizado como camino principal de entrada a la ciudad en época moderna, se fueron situando sucesivos vertederos, que alternan con zonas de charca, debido a la especial topografía del área, conocida como Hoya de Heredia.50 Es el caso, por ejemplo, en el período que nos ocupa, del localizado en calle Duque 33 (Fig. 8, nº 7), en el lado septentrional de la vía, frente al sector occidental de la necrópolis tardía. Se trata de un pozo de vertido de morfología aproximadamente circular, con un diámetro de boca en torno a 1 m. En éste destaca la presencia de los tipos en TSA-D, Hayes 99C o Hayes 101, acompañada de ánforas africanas (Keay XXXVA) y orientales (Keay LIII, LXVI), así como de un fragmento de lucerna tardía o formas propias de la cerámica de cocina de producción local, que indican un mantenimiento de los vertidos hasta principios del siglo VII.51 Del mismo modo, se localizaron cerca de un centenar de restos faunísticos, pertenecientes en su mayoría a ovicápridos.52 Como indica la composición del depósito, necesariamente hemos de ligar tal vertedero a un contexto doméstico. De hecho, a pesar de que no se documenten estructuras inmediatas, su misma presencia ilustraría acerca de la ocupación de este espacio suburbial, quizá apenas visible, dado el recurso a una edilicia endeble, con abundante empleo de material orgánico. En esta línea, no falta en el entorno alguna estructura, como la documentada en calle Duque 17, consistente en un muro de piedra mediana trabada con barro, que, en virtud del contexto cerámico, integrado por algunas de las formas más tardías de la vajilla fina africana (Hayes 109, 101, 99 C), hemos de situar en un momento avanzado de los siglos VI-VII.53 Del mismo modo, la presencia de algún material aislado, como el Late Roman Ungüentarium hallado en la cercana calle Beatas, insiste en la ocupación del sector durante las mencionadas centurias.54 Su misma 50
Berrocal (1998, 157-158). Laíz y Berrocal (1991). 52 Han sido analizados detalladamente por Portí (1991, 341-352). Basándose en las huellas de larga exposición solar que presenta el material osteológico, se habla de un traslado rotativo de los desperdicios. Se considera que estas fosas se ubicarían extramuros y serían el receptáculo final de vertederos temporales situados junto a las viviendas intramuros. 53 Laíz (1991). 54 Se trata de una pieza cuyo sello alude en genitivo al eparco, circunstancia que permite plantear toda una serie de cuestiones relativas al contenido y circulación de estos envases. Sobre el ejemplar: Vizcaíno y Pérez (2008, 166-167). 51
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proximidad a la necrópolis resulta igualmente indicativa de cómo transcurre el hábitat en el suburbium de la ciuitas tardía.55 En el área noreste las evidencias apuntan a la misma dirección. Así, cabe destacar los vertederos hallados entre la calle Serreta 3-7 y San Vicente 10-18 (Fig. 8, nº 8).56 En este caso, se trata de dos pequeñas fosas de planta circular, situadas sobre los niveles de abandono de principios del siglo III de una calzada augustea. Un estudio preliminar arroja un período de uso algo más dilatado, situado entre los siglos V y VII. También destacan los vertederos hallados sobre el antiguo Augusteum (Fig. 8, nº 9), colapsado poco después del año 238.57 Éstos en parte colmatan trincheras de expolio, conteniendo entre sus rellenos de coloración oscura, varios fragmentos de ungüentarios orientales, cerámicas de cocina de producción local, o un ánfora norteafricana Keay LXI, materiales que remiten al período de ocupación bizantina de la ciudad.58 Posiblemente, han de relacionarse con ambientes domésticos anexos a la muralla tardía, que quizá integraba en su estructura el antiguo edificio altoimperial.59 De hecho, resulta frecuente que en torno a los cercos de época tardía se realicen estas actividades, a veces, dada su intensidad, repercutiendo en la potencialidad defensiva de estos mismos, como ocurre en el Tolmo de Minateda.60 En un punto muy cercano, en la misma calle San Antonio el Pobre, se documenta otro punto de vertido (Fig. 8, nº 10).61 En éste, el desarrollo horizontal del nivel (I), caracterizado por su coloración marrón verdosa, llega a ser hasta tal punto preponderante, que parece no perforar el estrato de abandono anterior, sino sólo superponerse. Problemas en el proceso de excavación del yacimiento, y su misma dinámica formativa, que incluye una posible alteración de este nivel por remociones de tierras posteriores, hacen mantener algunas dudas sobre su configuración. En cualquier caso, el carácter limitado del vertido —patente tanto en su escasa potencia, con un máximo de 0,40 m, como en el escaso material que proporcionó—, lo incluyen dentro de la tipología de fosas de desecho doméstico. Entre dichos materiales cabe destacar algunas de las formas más tardías de la vajilla fina norteafricana, como los tipos Hayes 99 y Hayes 105, que remiten a los siglos VI-VII. 55 Acerca del suburbio y el espacio cementerial, respectivamente: Ramallo et al. (2010) y Madrid y Vizcaíno (e.p.). 56 Fernández-Henarejos et al. (2003, 64-66). 57 Noguera (2002). 58 Berrocal (1996, 122). 59 Ramallo y Vizcaíno (2007, 500-501). 60 Gutiérrez y Abad (2001, 138-139). 61 Martín y Roldán (1997b, 42-51).
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En otras ocasiones, en cambio, las fosas distorsionan fuertemente la estratigrafía, ejerciendo un efecto destructor sobre las construcciones subyacentes. Es el caso, por ejemplo, de las halladas en Cuatro Santos 17 (Fig. 8, nº 11), que alcanzan los picos de 1,40 m y 1,70 m. Aquí, o en calle del Aire 34-36 (Fig. 8, nº 12), dichos pozos llegan a perforar signinos anteriores. Cabe notar que ambos casos no parecen haber sido proyectadas en origen para el expolio, a tenor de su desarrollo irregular, sino directamente para la evacuación de residuos.62 Por lo demás, el emplazamiento de estos puntos de vertido marca la transformación funcional de espacios de diverso tipo, sobre todo domésticos, pero también, como hemos visto, públicos o incluso artesanales, sea el caso, por ejemplo, de los niveles que en época bizantina se disponen sobre un horno de vidrio en la ladera meridional del cerro del Molinete.63 A este respecto, junto a una serie de fosas de vertido repartidas por todo el recinto,64 existen niveles de deposición de mayor magnitud, verdaderos vertederos, en este caso, en número más reducido. En algún caso, incluso, cuando las capacidades de la primera se ven desbordadas, llegan a sucederse en el tiempo, como ocurre en Cuatro Santos 17 (Fig. 8, nº 11). Así, en este yacimiento, tras la colmatación de las fosas de vertido, todo el espacio superior (vertedero A), con una potencia que oscila entre los 0,30 y 1,20 m y una extensión que, aunque no se pudo 62 En el caso del primer yacimiento superan los niveles del siglo V y cortan un pavimento de signinum datado en el siglo I a. C. y una balsa de opus hidraulicum anterior: Marín y De Miquel (2000, 363-370). En la calle del Aire, se trata del denominado vertedero 2 (nivel VI), datado en los siglos V-VI, que rompe un sector del pavimento de una dependencia artesanal de los siglos IV-V d. C. (nivel VII), alcanzando las estructuras altoimperiales (nivel VIII). Sobre la intervención: Antolinos (2003, 68-71). 63 Fernández Matallana et al. (2007), 126. 64 Es el caso, por ejemplo, de las localizadas en calle San Francisco nº 16-22, al parecer anteriores a una serie de enterramientos tardorromanos cuya cronología no parece clara: Moro y Gómez (2007, 102). En el entorno portuario, en calle Mayor nº 41, se conoce un vertedero de los siglos VI -VII, asociado a un muro: Antolinos et al. (2002, 52). En la calle Jara se concentran varios de estos puntos. Así, entre finales del siglo IV y principios del V se datan los de calle Jara 17 (nivel IV), en tanto que a época bizantina pertenecen los vertidos de Jara 12 (UE 1001, 1102 y 1201); Jara, 19-23 (Nivel III); y con una cronología algo más amplia, Jara 6. Para las fosas referidas, vid. por orden de cita: López Rosique et al. (2001, 62), Ruiz Valderas (1998, 232-242), Berrocal y Conesa (1996, 204-226), San Martín (1985, 136), Berrocal (1996, 121). También para la misma calle Jara nº 26 o San Francisco nº 8 se cita la presencia de basureros datados entre los siglos V-VI, sin especificar su número (Fernández y Zapata (2005, 283-284); López y Berrocal (2002, 52).
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delimitar, tuvo que ser destacada, es utilizado para la deposición de desechos.65 También habría que insertar en esta categoría el vertedero de calle Palas 8 (nivel II), que engloba tres estratos, con una potencia superior a los dos metros (Fig. 8, nº 14). Su depósito cerámico permite establecer un período de uso entre finales del siglo V y principios del siglo VII. Quedaría por determinar si el recorte artificial de la roca, de algo más de un metro, sobre el que apoya el estrato más antiguo, el IIc, fue realizado para este fin o por el contrario simplemente reutilizado.66 Sea como fuere, ampliamente, la existencia de estos espacios —y quizá también de otros dedicados al cultivo—, intercalados entre las zonas de hábitat, indicarían la existencia de un tejido urbano menos denso, menos cohesionado, hasta cierto punto polinuclear.67 Esta configuración desagregada del tejido urbano ha sido señalada por ejemplo para Valencia o Tarragona, ciudades que, al igual que Cartagena, muestran durante los siglos VI-VII espacios de vertido dispersos entre estructuras.68 Cambios de especial impacto, si además tenemos en cuenta, como ya se indicó, que en algunos casos son los propios espacios públicos los que abriguen tales actividades, dentro de la dinámica a la que aboca su pérdida de significado dentro de las nuevas circunstancias.69 65
Marín y De Miquel (2000, 363-370). Roldán et al. (1991, 305-319); con estudio cerámico y revisión de la cronología en Roldán et al. (1996, 240-247). 67 Término que también introduce en la polémica de la supuesta ruralización de los espacios urbanos. Así Carandini (1993, 29) o Wickam (1999, 12-14). Brogiolo (1987, 27-46), aboga por la diferenciación entre ruralización física y ruralización social. Como señala Ward-Perkins (1996, 4-17), unos mismos signos materiales se prestan a interpretaciones totalmente opuestas. Por lo demás, acerca del mismo término de urbanismo polinuclear, entendido como reflejo de las tendencias de desagregación experimentadas en la trama urbana: Wickham (1999, 14); Delogu (1994, 11-13); Cantino (1995, 254-255; 1999, 154). Un planteamiento de conjunto en Gutiérrez Lloret (1996, 56-63). 68 Sobre los vertederos de Valencia, Pascual et al. (1997, 179-185). Para Tarragona, Remolà (2000, 118-119) y un análisis más detallado, con descripción de contextos en Remolà (2000a, 34-98). En Tarragona, a partir del siglo V , la ocupación se concentra en dos núcleos, la monumental parte alta y la zona portuaria (Macías y Remolà 2000, 496). Para el restante espacio, se señala una posible función rústica, (Menchón et al. 1994, 225-243). 69 Sobre este fenómeno, Jordán (1996, 289-318). De hecho, en ocasiones, los cambios son de tal magnitud que incluso llega a cuestionarse el mismo carácter urbano de las distintas poblaciones, cuestión que introduce en el intenso debate sobre continuidad o ruptura respecto al período precedente. A favor de la primera postura, entre otros, Wickam (1989), Ward-Perkins (1984) o La Rocca (1986). Destacan los factores de discontinuidad, Hodges y Whitehouse (1983), Brogiolo (1987) y Carandini (1994). Para España, destacar los trabajos de Gutiérrez Lloret (1993; 1996), donde se reflexiona sobre las distintas posiciones. 66
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4.
Alejandro Egea Vivancos, Elena Ruiz Valderas y Jaime Vizcaíno Sánchez
LA VIDA MUNICIPAL A TRAVÉS DE LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS
Todo lo visto nos conduce irremediablemente a hablar de un sistema de administración, gestión y mantenimiento, así como de un personal municipal, del cual nada se sabe. Nada conocemos del grupo encargado de la limpieza y conservación de cloacas. Este servicio debió encargarse de su limpieza periódica para evitar la obstrucción de los conductos. Dicha tarea se efectuaba mediante una simple acometida de agua limpia. Para ello se tenían dos alternativas. La más sencilla era esperar a que una lluvia torrencial hiciera el trabajo, si bien se corría el riesgo de que los residuos ya acumulados en el interior obstaculizaran el drenaje y se consiguiera una rápida y peligrosa inundación. La segunda opción no resultaba complicada si se disponía del agua necesaria para llevarla a cabo. Consistía en limpiar las cloacas con grandes cantidades de agua limpia de manera controlada, pero para ello como bien apunta Frontino había que contar con los excedentes hídricos necesarios.70 Por la epigrafía, y quizás la numismática, sabemos que algunos magistrados o evergetas de la ciudad invirtieron en las obras hidráulicas de la ciudad. El epígrafe CIL, II, 3421 nos podría insinuar la llegada de un acueducto.71 Una nueva inscripción, hallada en las obras del Museo del Teatro Romano, junto a la Plaza del Ayuntamiento (Fig. 4, nº 8), parece informar sobre alguien que condujo las aguas hasta un lacus público hacia mediados del siglo I a. C., coincidiendo con la época de Pompeyo Magno.72 Por último, la IX emisión de semis y cuadrantes de la ciudad nos presenta a dos personajes públicos, Hiberus, IIvir quinquennalis y C(aio) Lucius, praefectus, IIvir quinquennalis, que podrían ser los responsables de unas construcciones públicas, quizás trabajos hidráulicos. Ninguna de estas evidencias nos denota una gestión de los residuos, es cierto, pero sí que nos transmite una evidencia clara: la gestión del agua fue un elemento vital de la vida municipal de Carthago Nova. Esta afirmación es lógica, mas las pruebas históricas, no tan profusas como necesitaríamos, lo ratifican de manera clara. Si la captación y la con70
Frontino CXI. Abascal y Ramallo (1997, 141-144); Egea (2002, 17-19). 72 Ramallo y Murcia (2010, 249–258). Ramallo y Ruiz (2010, 6-13).
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ducción formaron parte de las necesidades cotidianas, no pudo ser menos la evacuación. Todas las pruebas enumeradas denotan una ardua tarea de acondicionamiento urbano que debió iniciarse con la promoción jurídica otorgada por Pompeyo.73 En esta línea, el sistema de gestión de los residuos obligatoriamente debió planificarse en un momento temprano de esta amplia remodelación urbana acometida durante las últimas décadas del siglo I a. C., a la misma vez que se planificaron los ejes viarios y la llegada del acueducto. En lo concerniente a la gestión de residuos sólidos, las recientes intervenciones arqueológicas también han permitido dibujar un nuevo plano de localización de puntos de vertido, eficaz herramienta para valorar las respuestas del gobierno ciudadano a la gestión y eliminación de los residuos. Las variaciones en su emplazamiento, su relación con el núcleo urbano, y a fin de cuentas, el grado de permeabilidad que la muralla presenta para esta y otras actividades «molestas» para la ciudad, permiten comprender la concepción que de ésta se tiene a lo largo del período comprendido entre los siglos III a. C. y VII d. C. En este sentido, tan sólo a partir de época tardorrepublicana y hasta comienzos del siglo II d. C. podemos hablar de cierta «inviolabilidad» del espacio intra moenia. El hecho de que dicho período coincida con la etapa de mayor desarrollo de Carthago Nova ilustra además acerca de la íntima unión entre la solidez del gobierno de la civitas y la regulación de sus vertidos. Con ello, también se entiende que el replanteamiento del modelo de ciudad, causado no ya sólo por la coyuntura involutiva que ésta atraviesa durante los siglos II-III, sino, ampliamente, por la profunda metanoia urbana que comporta la Antigüedad Tardía, suponga una ruptura de dicho equilibrio, patente en la proliferación de nuevos espacios de vertido diseminados por el conjunto del recinto. Así, la misma composición de los depósitos, que, a través de la diversidad de producciones cerámicas refleja la imbricación de Carthago Spartaria en el mercado mediterráneo hasta el momento de su destrucción c. 625, indica que dicha proliferación, lejos de ser leída en claves de «decadencia», ha de ser enfocada como muestra de una transformación más amplia y de signo complejo, tránsito hacia una nueva etapa.
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Ramallo y Ruiz (2010, 13).
LUCUS AUGUSTI ENRIQUE GONZÁLEZ FERNÁNDEZ*
1.
INTRODUCCIÓN
Lucus Augusti, la capital de la Gallaecia septentrional fundada por Paulo Fabio Maximo, legado de Augusto, entre los años 15-13 a. C., se emplazó sobre un gran espolón situado entre el curso de dos ríos (el Miño y su afluente el Rato), coronado por una plataforma suavemente inclinada hacia el vértice de confluencia de ambos ríos, recorrida de norte a sur por un suave lomo que separa las dos vertientes (Fig. 1). Los condicionantes topográficos tendrán una gran trascendencia en su distribución urbanística, determinando el trazado urbano, la situación del foro y la red de saneamiento, por no hablar de la influencia que el mismo ejercerá sobre la construcción de la muralla. La ciudad se extenderá mayoritariamente sobre la ladera de la vertiente que da al río Miño, donde se localizan la mayor parte de los edificios de carácter residencial y público (termas, etc.), mientras que en la parte alta de la misma se ubicaría el foro, dominando y presidiendo el trazado de la urbe. Al norte y nordeste de la ciudad existe una importante barriada industrial, que centraría su actividad en la producción cerámica. Poco sabemos del urbanismo de Lucus Augusti durante las primeras fases de su existencia, ya que las construcciones de esta época serían sacrificadas por el urbanismo de las etapas posteriores. A partir de finales del s. I d. C., la ciudad empieza a definirse con un urbanismo plenamente consolidado, produciéndose una importante reestructuración de la red viaria, la organización del sistema de abastecimiento y saneamiento de aguas, la consolidación de su centro monumental y la definición de los espacios o barrios de carácter artesanal y residencial.1 Durante el último tercio del s. III y todo el siglo IV d. C., la ciudad conocerá un nuevo período de actividad urbanística, motivado fundamentalmente por la erección de un recinto fortificado. Se producen * Servicio de Arqueología. Ayuntamiento de Lugo. 1 González y Carreño 1998, 1175.
importantes cambios, derivados de la nueva traza impuesta por la muralla. En este sentido, el área urbana de las ciudades alto y bajoimperial no son coincidentes, ya que la construcción de la muralla deja de lado amplias zonas situadas al SO, ganando por el contrario una estrecha franja de territorio cara el N-NO, donde, los espacios antes reservados a necrópolis y a la actividad industrial, quedan ahora integrados en la retícula urbana. 2.
AGUAS RESIDUALES: CANALES Y CLOACAS
La ciudad contaba desde épocas relativamente tempranas (mediados del s. I d. C.) con un acueducto que conducía el agua desde los manantiales de la zona de O Castiñeiro, lugar situado a unos mil metros en línea recta al noroeste de la ciudad. 2 En la mayor parte de su recorrido el trazado del specus del acueducto iría elevado en el terreno sobre una substructio realizada en opus caementicium, salvo en aquellas zonas donde la existencia de depresiones o vaguadas obligaban a mantener la pendiente del mismo mediante una estructura de arcuationes, de la cual conservamos abundantes evidencias arqueológicas. Ya en el interior de la ciudad, el specus seguiría soterrado discurriendo por la cresta de la divisoria de vertientes que representan las calles San Marcos y Plaza de Santo Domingo, coincidiendo con el punto más alto de la urbe, en el cual se podría situar el emplazamiento del castellum aquae, en las proximidades del foro. El suministro de agua necesario para satisfacer todas las necesidades de la ciudad, se completaba con la apertura de pozos, facilitada por un nivel freático subterráneo marcadamente superficial y el abundante régimen pluvial de la zona, posible2 Álvarez et al. 2003. La construcción del acueducto es incierta, por cuanto no poseemos suficientes elementos para su datación. No obstante dicha obra se puede relacionar con la construcción de unas termas públicas en el interior de la ciudad, aproximadamente en época claudiana, ya que la realización de las mismas aparece generalmente asociada a la construcción de los acueductos (Leveau 1992, 262)
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Fig. 1. Situación y marco físico de la ciudad de Lucus Augusti.
mente mediante su recogida en cisternas, aunque no tenemos testimonios arqueológicos de su existencia, pero que sin duda debieron existir. Para que la red de abastecimiento fuese operativa, tenía que estar asociada con un sistema de saneamiento y evacuación de aguas residuales eficaz. Para ello se aprovecharon las especiales condiciones topográficas sobre las que se asienta la ciudad, que
como ya hemos mencionado más arriba, se desarrolla sobre una pequeña plataforma suavemente inclinada limitada a ambos lados por dos ríos, recorrida de norte a sur por un suave lomo que separa las dos vertientes. Esta ubicación con laderas de marcadas pendientes facilitaría el drenaje y la evacuación natural tanto de las aguas pluviales como residuales, condicionando al mismo tiempo la construcción de
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LUCUS AUGUSTI
los colectores principales que, como veremos, se adaptan a los decumani.
2.1.
REFERENCIAS
HISTÓRICAS
En las referencias históricas a la red de saneamiento, las citas son prácticamente unánimes en relación a la existencia de conductos o galerías subterráneas en el casco antiguo de la ciudad, identificados frecuentemente en la bibliografía tradicional como «minas» o «caminos subterráneos», término al que aluden la mayoría de los autores, en la creencia de que «servían de intercomunicación del exterior con la zona fortificada»3 ya que permiten «a un hombre circular de pie con comodidad»4 y que por tal motivo, la mayoría de los autores reconocen como obra romana. No obstante, en 1837 Alejo Andrade ya reconoce que «el destino de tales minas fue, el de alcantarillas o cloacas para la salida de las aguas sucias», y en su perspicaz observación menciona que «los conductos o alcantarillas subterráneas no eran menos frecuentes, y según la dirección varia que observé en ellas deduje que la antigua población fue enteramente distinta de la actual». En el año 1838 se hallan con uno de estos conductos subterráneos al practicar una excavación en uno de los edificios contiguos a la actual Plaza Mayor, que será despejado y recorrido hasta «haber tropezado con uno de los muros que sostienen el arco conopiado del palacio episcopal, que lo interrumpe transversalmente».5 En estas mismas fechas se contabilizan el hallazgo de otro más en la calle San Pedro que suponen «fuese continuación del anterior», dos de mayores dimensiones en la calle de la Reina y otro más en la calle Armanyá al edificar el obispo Izquierdo en dicho lugar la antigua cárcel. Las excavaciones realizadas en la ciudad en los últimos veinte años pondrán de manifiesto la veracidad de gran parte de estas observaciones, comprobando por ejemplo que los mencionados colectores descubiertos respectivamente a la altura de la Plaza Mayor y calle San Pedro se tratan en realidad del mismo, de igual manera que los hallados en la calle de la Reina y Armanyá, se corresponden al colector principal que discurre bajo el decumanus maximus. En realidad dichos hallazgos son los únicos producidos en la ciudad, por lo que a colectores abovedados se refiere, documentándose en el transcurso de los últimos años nuevos tramos pertenecientes a los mismos. 3 4 5
Vázquez Seijas 1939; Amor Meilán 1919. Teijeiro y Sanfiz 1888. Teijeiro y Sanfiz 1888.
2.2.
EL
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SISTEMA DE EVACUACIÓN DE AGUAS:
LA RED DE SANEAMIENTO
Las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en la ciudad hasta la fecha, han permitido reconocer un sistema de canalizaciones públicas, cuya construcción no sólo difiere en la forma sino también en el tiempo. Dos son las modalidades utilizadas, de cuya vigencia poseemos sobradas muestras: en superficie, canales con cubierta adintelada, y soterradas, canales con cubierta abovedada de medio punto. La diferencia entre ambos sistemas constructivos es fundamentalmente de orden cronológico. A ellos hay que sumar una amplia variedad de pequeños canales que completaban todo el sistema de evacuación de aguas de tipo doméstico.
2.2.1.
Los primeros colectores
La existencia de los primeros colectores en la ciudad aparece vinculada al trazado viario urbano, evolucionando a la par que este. La presencia de simples zanjas, excavadas en el zócalo natural, parece haber sido uno de los procedimientos más socorridos en un primer momento. Tal función es la que debe presumirse para la gran atarjea, de aproximadamente 0,50 m de profundidad, que discurría al aire libre
Fig. 2. Atarjea excavada en el substrato geológico que discurre por el eje de uno de los cardines.
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Fig. 3. Canales de losas de pizarra a ambos lados de uno de los decumani.
por el eje de un cardo minor descubierto en el solar del antiguo Pazo Lomas, correspondiente a la etapa fundacional de los primeros trazados viarios, cuya superficie de circulación se realiza acondicionando el propio nivel geológico (Fig. 2). De igual modo, las primeras calzadas detectadas en la ciudad que ofrecen una pavimentación pétrea y cuyo desarrollo parece producirse a partir de época tiberio-claudia, presentan en ambos márgenes de la misma, sendas zanjas de drenaje que serían las precursoras de canales y cloacas. Progresivamente dichas zanjas, excavadas en el substrato geológico, son sustituidas por sencillos canales construidos con losas de pizarras colocadas de canto, que se elevan a uno y otro lado de una base de la misma naturaleza o en su defecto el propio terreno (Fig. 3). Las medidas de estos primeros conductos, suelen tener un cauce muy exiguo (30 × 20 cm), mientras que los de etapas posteriores serán de mayor calado. Cabe plantearse la duda de si estos funcionaron originalmente cubiertos o si, por el contrario, se trataba de canales a cielo abierto, como parece más probable. A partir de época Flavia, período en el cual se registra un importante dinamismo urbanístico en la ciudad, coincidente con la pro-
moción generalizada impulsada por el emperador Vespasiano,6 se dota a las calles con una nueva pavimentación que supondrá un importante recrecimiento de la cota de circulación, y se configuran los nuevos espacios de tránsito, con la creación de aceras porticadas para el uso peatonal y conducciones de cubierta adintelada que discurren en superficie, a uno o ambos lados de los principales viales. Estos canales actuarán como auténticos colectores independientes, recogiendo las aguas pluviales y los desagües de los ámbitos públicos y domésticos. Las aguas residuales procedentes de las casas privadas, eran evacuadas a través de pequeñas canalizaciones realizadas con idéntica factura, cuando no aprovechaban en su fábrica tegulae o ladrillos, que discurrían soterradas bajo los pavimentos de las estancias o de los espacios porticados. Los colectores principales se documentan, a uno o ambos lados, en la práctica totalidad de los tramos viarios descubiertos hasta el momento, bien sean cardines o decumani; lo cual da idea del complejo dispositivo de canalizaciones te6 A semejanza de lo que acontece en otras ciudades del mismo ámbito, como Bracara Augusta (Martins y Delgado 1989-90) y Asturica Augusta (García y Vidal 1996).
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Fig. 4. Colector superficial paralelo a uno de los cardines y canalizaciones secundarias.
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Fig. 5. Vista del decumanus maximus con los colectores adintelados a ambos lados de la calzada.
jido sobre el suelo urbano (Fig. 4). Pero tan sólo los dos decumani principales que parten del foro, ofrecen sendas canalizaciones a ambos lados de la calzada (Fig. 5). Están construidas con paredes de mampostería de pizarra unida con argamasa y sus dimensiones varían entre los 0,40-0,50 m de anchura por 0,50-1,20 m de altura; cubiertas con lajas de pizarra, a fin de asegurar su mantenimiento al tiempo que los ocultaba, al igual que su base que presenta un enlosado continuo.7 En los tramos en que la pendiente se acentúa, las lajas de la base se disponen ligeramente escalonadas, con el fin de amortiguar o ralentizar la corriente de agua. Los canales se sanearían con pequeños pozos (de 1,25 m de ancho y 1,20 m de profundidad) que se insertan en el decurso de los mismos y que actuarían como pozos de decantación, cuya finalidad era separar los sedimentos sólidos de arrastre por gravitación, al mismo tiempo que ralentiza la velocidad de caída del agua, pudiendo ser objeto de una limpieza periódica.8 Dado que los grandes colectores subterráneos no aparecen hasta fechas relativamente tardías (mediados s. IV d. C.), parece probable que las canalizaciones de sendos decumani actuarían a modo de colectores públicos, recogiendo todas las aguas residuales (procedentes de la red secundaria) y pluviales, fuera de la ciudad, labor facilitada por la pronunciada pendiente de los decu7
González y Carreño 1998, 1193. Esta parece haber sido la función que debemos presuponer para el pozo incrustado en la trayectoria del canal que discurre paralelo al decumanus maximus, hallado en el solar de la calle Armanyá, 4 (González y Carreño 1998, 1193). 8
301
mani desde la parte alta de la urbe (en torno al 5%), siguiendo el desnivel del terreno y aprovechando la vaguada natural que en la actualidad constituye el denominado Rego dos Hortos, a las afueras de la Puerta Miñá, para encauzar las aguas sobrantes hacia el rio Miño.9
2.2.2.
Los grandes colectores abovedados
El uso generalizado de cloacas o canales abovedados soterrados bajo el eje de las vías no parece documentarse en Lucus Augusti hasta mediados del s. IV d. C. Sin embargo, la eficiencia de este sistema de saneamiento fue tan notable, que varios siglos después de su abandono, dichos colectores han estado funcionando prácticamente hasta la instalación de una red moderna en nuestros días. La presencia de estos grandes colectores abovedados, se constata solamente bajo los decumani principales, cuya disposición se adapta a las suaves pendientes de la vertiente Oeste, lo cual facilita su drenaje (Fig. 6). A ellos van a deparar otras canalizaciones 9 Para la mayoría de las ciudades antiguas que no disponían de galerías subterráneas, evacuar el agua no significaba forzosamente poseer una gran cloaca. A falta de poder abrir grandes zanjas en las calles, las autoridades locales se contentaban con instalar unas cuantas acequias y canalillos por donde el agua corría junto a las aceras arrastrando consigo gran cantidad de inmundicias. De ordinario esta agua sucias se juntaban en el exterior para ir a perderse en el mar o en un río, si no se utilizaban en el riego de los campos (Malissard 1996, 221).
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Fig. 6. Plano urbano de Lucus Augusti con el trazado de las dos cloacas principales.
abiertas en el sentido de los cardines, incluidos los de época altoimperial, que ahora se hacen confluir con aquellos, recogiendo a su vez los pequeños canales procedentes de los ámbitos domésticos; estableciéndose de este modo una red organizada de forma jerarquizada y agrupada en «cuencas de cloaca» delimitadas a menudo por vías de circulación.10 Dichas cuencas se encargan de encauzar todas las aguas residuales y sobrantes, y dirigirlas, por simple gravitación, hacia la parte más baja de la ciudad, hasta desembocar en los cauces fluviales que bordean la urbe. Dos son las cloacas conocidas hasta el presente, que se encajan bajo el eje de otros tantos decumani verdaderamente fundamentales en la red viaria urbana: 1. La primera de ellas (C-1) resulta coincidente con el trazado del decumanus maximus, disponiéndose bajo el eje longitudinal del mismo (Fig. 7). Parte de 10
Veyrac 2006, 355.
la zona central del foro y siguiendo la pendiente oeste, sobre una distancia de aproximadamente 380 m, busca su salida en la muralla por la Puerta Miñá, prolongando su trazado más allá de esta. Su cota (tomada sobre la parte superior de la bóveda) oscila entre los 461 m en el punto más alto y 440,67 m en la parte más baja del trazado, con una pendiente de 5,35%. No obstante dicha pendiente se acentúa en los últimos 70 m de su trazado, coincidente con la parte más baja (salida por la Puerta Miñá), donde la diferencia de cota marca una pendiente de hasta un 8,5%. Precisamente con el fin de amortiguar dicha pendiente, el trazado ofrece variaciones en la línea de su eje y la realización de pequeños «rellanos», escalonamientos o saltos hidráulicos (de igual modo que se hacía en los acueductos), retardando el paso y la velocidad del agua,11 y que en su momento quisimos interpretar como una especie de 11
Malissard 1996, 166.
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Fig. 7. Cloaca abovedada bajo el pavimento del decumanus maximus.
muros de intercalación,12 aunque una intervención posterior en la cloaca nos permitió desestimar dicha interpretación. Con ello, se conseguía buscar el equilibrio entre pendiente y velocidad, a fin de evitar un excesivo desgaste o erosión del canal y la acumulación de desechos sólidos. Esta variación en el eje es particularmente manifiesta en el último tramo de su trazado, obligada por la necesidad de encajar su salida bajo el eje viario de una de las puertas de la muralla (Puerta Miñá). Sobre la bóveda se ha localizado el único registro documentado hasta la fecha, situado a unos 40 m de su arranque, y que imaginamos situados a intervalos regulares. 2. El trazado de la segunda de las cloacas (C-2), parte del pórtico sur del foro (Rúa San Pedro) y recorre hacia poniente el lateral norte de la Plaza Mayor y la Plaza de Santa María, adoptando a partir de la sede del Palacio Episcopal un marcado trazado en bayoneta, ya que gira 90º en dirección sur, dirigiéndose hacia la torre del reloj de la catedral, para después retomar de nuevo su traza sur, encauzándose bajo el claustro catedralicio y buscando la salida por la Puerta de Santiago, en la muralla.13 Los motivos que 12
González Fernández 2008, 206.
provocarían esta trayectoria tan forzada, debemos buscarlos, a nuestro entender, en la existencia de un importante edificio termal público de época altoimperial aguas abajo,14 cuya situación es coincidente con el decurso de la cloaca y del decumanus, por lo que se ven obligados a su desvío, y a la necesidad de buscar como salida natural, una de las puertas principales de la muralla, situada asimismo (al igual que ocurría con la Puerta Miñá) en una de las vaguadas naturales de la urbe lucense. Los restos de cloaca hallados en este trazado son menores y por ello apenas tenemos datos para establecer porcentajes de pendientes. Pese a la disparidad en la descripción de sus dimensiones y características, lo cierto es que ambas 13 El trazado de esta última fue bien constatado por Trapero Pardo (1960, 95 ss.) durante las obras realizadas en la Praza de Santa María, en la década de los sesenta; dejándonos una perfecta descripción y registro gráfico de la misma. Su altura varía entre 1,50 y 1,85 m, mientras que su ancho oscilaba entre 0,70 y 0,88 m. Trapero Pardo describe dos cloacas, pero que en realidad se trata de la misma, en función de su distinto trazado al embocar hacia la catedral. 14 González y Carreño 2008, 239. Para recoger las aguas de estas Termas, tal vez, se construyó otra cloaca, aguas abajo de las mismas, para salir bajo la muralla, de la que existen algunas referencis orales.
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Fig. 8. Sección de la cloaca bajo el decumanus maximus.
Fig. 9. Sección de las cloacas descubiertas en la Plaza de Santa María (Trapero Pardo 1960).
cloacas posen una gran uniformidad morfológica, de fábrica y tamaño, que parecen indicar la realización de un mismo proyecto (Figs. 8 y 9). Sus medidas oscilan entre 1,50-1,80 m de altura y unos 0,60-0,80 m de ancho, lo cual sería suficiente para permitir el acceso del personal encargado de su limpieza periódica. Las paredes, encajadas en la zanja previamente excavada en el sustrato geológico, son de mampostería de pizarra unida con mortero de arcilla de buena calidad, y cubierta abovedada con lajas de pizarra en cuña. La base del canal está realizada asimismo por lajas de pizarra o en su defecto aparece excavada en la roca natural. Al interior no presentan recubrimiento alguno de argamasa. Nada conocemos sobre la existencia de otros colectores de estas características, pese a las numerosas intervenciones arqueológicas realizadas en la ciudad en los últimos años; si bien existen referencias, particularmente de carácter oral, que apuntan a la existencia de algún otro. No obstante, todo parece apuntar a que no toda la ciudad dispusiera de toda una red de estos grandes colectores por la que evacuar sus aguas residuales; ésta estaría limitada a la cloaca principal que discurre bajo el decumanus maximus, sobre la vertiente Oeste, buscando la vaguada natural y la segunda cloaca, que discurre asimismo paralela a esta por otro punto de la misma vertiente. Con ello se verifica una vez más que la disposición de esta red de colectores está esencialmente ligada a las condiciones naturales del lugar y especialmente de su relieve. Estos dos colectores podrían ser suficientes para recoger todas las aguas que discurren por esta vertiente, donde se implanta gran parte de la ciudad, y en especial la zona del foro, situado en la parte alta. Faltaría por localizar algún colector que diese solución a la vertiente Este, ya que en esta zona no conocemos su existencia, salvo que
se canalizasen por las propias calles. La limitación de una red subterránea de saneamiento a una parte de la ciudad se atestigua también en otras ciudades como Baetulo,15 Pompeya16 o Calagurris.17 Dentro de las cloacas se localizan toda una serie de acondicionamientos, bien ligados al mantenimiento de la canalización (registros) o a su función de colector principal (entradas de conductos y alcantarillas). Con relación a los primeros sabemos que, a tramos regularmente repartidos en su recorrido, existirían registros o respiraderos cenitales. Tales registros, según se deduce del descubierto en el tramo de cloaca hallado en el solar nº 9 de la calle de la Reina, consistían en una pequeña arqueta conformada por un gran bloque de granito, de 1,30 × 0,80 × 0,30 m, que contaba con una abertura cenital de 0,42 × 0,25 m, provista de muesca lateral para el encajamiento de una tapadera del mismo material (cuyas medidas eran de 0,48 × 0,30 × 0,30 m) (Fig. 10). Estos registros se venían interpretando como accesos para realizar las necesarias labores de limpieza. Pero si bien es verdad, que en otros casos estas aberturas son lo suficientemente grandes para facilitar el paso de una persona, no lo es en este caso, donde el acceso se antoja prácticamente imposible. Por ello cabe pensar que dichos registros servían para otra función, posiblemente como agujeros de aireación que, ocasionalmente permitían a la vez dejar escapar las emanaciones de gases y al mismo tiempo evacuar más cómodamente a través de ellos, ayudándose con cubos y cuerdas, los desperdicios sólidos depositados en esos conductos.18
15
Padrós 1998, 618. Adam 1996, 284. 17 Cinca 2002. 18 Veyrac 2006, 349. 16
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Fig. 10. Planta y sección del registro descubierto en la cloaca del decumanus maximus.
De igual modo resulta frecuente encontrar de forma regular, toda una serie de embocaduras o entradas de conductos que se abren a distintos niveles de la cloaca, lo cual parece responder a diferentes usos o funciones19 (Fig. 11). Las embocaduras que se hallan próximas al extradós de la bóveda o a su mismo nivel, podrían obedecer a su relación con estructuras de superficie, identificadas con las canalizaciones laterales de la vía para recogida de aguas limpias o pluviales. Otras entradas se abren en las paredes laterales del conducto a media altura o rasante con el fondo. Las bocas de estos canales son generalmente de forma rectangular y presentan diferentes dimensiones. Se pueden relacionar con las canalizaciones de aguas sucias procedentes de los ámbitos domésticos que desembocan directamente en la cloaca o con aquellas que van recogiendo las aguas de estos ámbitos a través de su decurso bajo las aceras y soportales. 19
Veyrac 2006, 265.
Fig. 11. Detalle del interior de la cloaca con entradas de canales.
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Fig. 12. Planta y sección de la cloaca a la salida de la ciudad (antiguo matadero, Carreño, e.p.).
2.2.3.
La cuestión cronológica
Al contrario que otras muchas ciudades de la época, la implantación de una red de alcantarillado subterráneo bajo el eje de las calles, no formó parte de la concepción inicial de la ciudad. Es más, cuando en la mayor parte de las ciudades hispanas, la inutilización de los colectores de aguas residuales empieza a darse a partir del siglo III d. C.,20 Lucus Augusti no conocerá la implantación de dichos colectores subterráneos hasta mediados del siglo IV d. C., lo cual obligaría a las autoridades municipa20 Remolá 2000, 16-17. Para Italia del Norte este fenómeno parece darse más tarde según indica Gelichi 2000, 16-17.
les a un gran dispendio económico, ya que para ello fue necesario reformar completamente el viario urbano, con el consiguiente perjuicio que ello debió suponer para el desarrollo de la actividad urbana. Los argumentos que apoyan esta cronología tan avanzada, parecen incontestables y se sustentan principalmente en criterios de orden estratigráfico, ofrecidos por los numerosos tramos de cloaca exhumados en la ciudad (particularmente en el trazado del decumanus maximus), la buena conservación de los mismos y de los pavimentos viarios que se le superponen. A continuación pasamos a exponer algunos de ellos: 1. Los resultados de las intervenciones arqueológicas, como la realizada en el inmueble nº 7-9 de
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la calle de la Reina, donde se pudo comprobar la total refacción del pavimento del decumanus (con el objeto precisamente de encajar la cloaca) en época tardía, ya que entre las capas de rodadura aparecieron abundantes materiales tardíos (TSH tardía). Datación que sería corroborada definitivamente por la intervención, años más tarde, en las proximidades del antiguo Matadero Municipal, que deparó el hallazgo de una moneda de Constans (341-346) en la zanja de construcción de la cloaca21 (Fig. 12). En la excavación del Pazo do Sangro22 se verificó que la cloaca se encajó cortando para ello parte del pavimento del viario altoimperial, con la consiguiente reestructuración del nuevo viario que motivó una sobre elevación de la cota de circulación. 2. De igual modo la propia edificación de la muralla también ofrece un poco preciso pero indicativo terminus post quem para la construcción de la cloaca. En este sentido, resulta significativo que las dos cloacas documentadas coinciden en su salida de la ciudad con sendas puertas de la muralla,23 ajustando en ambos casos su construcción al pie de las cimentaciones de dichas puertas, lo cual permite concluir que se trata de una obra realizada con posterioridad al recinto amurallado.24
2.2.4.
Canales de desagüe menores
El sistema de evacuación de las aguas residuales se completaría con toda una red de pequeños canales de desagüe relacionados con los ambientes domésticos, que recogen el agua sobrante procedente de atrios, peristilos, baños o cocinas, para conducirla a los colectores públicos que hemos visto situados a los lados o bajo las calzadas. Dichos canales discurrían soterrados bajo los pavimentos de las estancias o de los espacios porticados (Fig. 13), enlazando con los colectores principales o cloacas de forma directa o indirecta, según se trate de uno u otro. Contamos con numerosos ejemplos de pequeñas canalizaciones, en las cuales la variedad, en cuanto 21
Carreño e.p. Pereiras 2003. 23 La cloaca documentada a su paso por la Puerta Miña, discurre al pie de los cimientos del paramento interior occidental de la puerta, a una profundidad de aproximadamente 1 m. por debajo del remate de la cataracta y a 0,44 m con relación al quicio de la puerta de madera (González y Carreño 2007, 264). 24 La cronología de la muralla se enmarca en unas fechas de finales del siglo III d. C. (posterior al 270 d. C.), a tenor de los datos arqueológicos ofrecidos por las excavaciones realizadas en las proximidades del monumento (González et al. 2002). 22
Fig. 13. Detalle de uno de los canales bajo el área porticada de la acera.
a secciones y modalidades constructivas, es relativamente limitada. Al igual que los grandes colectores, los muros son la mayor parte de las veces de mampostería de pizarra, ofreciendo algo más de variedad la base del canal, donde se emplean indistintamente lajas de pizarra o tegulae. Las dimensiones varían bastante, oscilando entre los 20 y 30 cm de altura, frente a los 20 cm de anchura.
3.
RESIDUOS SÓLIDOS: FOSAS Y VERTEDEROS
La existencia de grandes vertederos en la ciudad no ha podido ser bien documentada hasta el momento. Sí son frecuentes, por el contrario, la presencia de pequeñas fosas de desecho y vertederos de poca envergadura, bien asociados a contextos domésticos o a ámbitos industriales (zona alfarera al N y NE de la ciudad), ambos relacionados con la etapa altoimperial. Por ello, siguiendo algunos de los criterios establecidos para el estudio de basureros en otras ciudades
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de Hispania,25 en Lucus Augusti documentamos hasta la fecha dos tipos: fosas de desecho y vertederos propiamente dichos, en fosa o de desarrollo horizontal.
3.1.
FOSAS
DE DESECHOS
Dichas fosas se caracterizan por su carácter intrusivo y la exigua potencia de sus depósitos, así como por el escaso material que proporcionan. El vertido adopta la forma de bolsada que se dispone sobre una estructura negativa (fosa) o pequeño rebaje en el sustrato, que apenas profundiza en el mismo. A modo de ejemplo citaremos una pequeña fosa hallada en las excavaciones de la plaza de Sto. Domingo (Fig. 14). Dicha fosa aparece amortizada por un nivel de calzada de época antonina. Las características del mismo son su escasa potencia, y un vertido limitado a la presencia de abundantes restos óseos de animales (équidos, suídos, ovicápridos, etc.), junto a otros cerámicos y carbonización.26 Este tipo de vertidos en pequeñas fosas los encontramos con frecuencia en toda la ciudad, y por veces asociados a la construcción de calles, bajo el pavimento de las mismas; lo cual puede sugerir que nos hallamos ante restos de desechos producidos durante la fase de obra de la calle o incluso tener alguna connotación de carácter ritual, relacionada con la propia ejecución de la vía.
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3.2.
VERTEDEROS
Clasificamos así aquellos lugares que presentan depósitos de mayor envergadura, y que pueden adoptar una disposición en fosa o de desarrollo horizontal. Por otra parte suelen aparecer asociados a determinados contextos: industriales (zona alfarera) o domésticos. 1. Vertederos en fosa: presentan una planta circular u oval, excavados directamente en el sustrato natural arcilloso y que pueden alcanzar una gran potencia. Asociamos este tipo a contextos de carácter industrial, como la zona alfarera localizada en los suburbios al norte de la ciudad. Su localización en las proximidades de los hornos y la abundante presencia de material de desechos de cocción asociados a los mismos, así parecen sugerirlo (Fig. 15). Por otra parte, antes de ser rellenadas por desechos, también pudieron ser excavadas para extraer arcilla con la finalidad de usarla en el propio proceso constructivo de los hornos o de su cocción. Con todo faltan por localizar los grandes basureros de esta zona industrial que se extendía por una amplia franja al N-NE de la ciudad.
Fig. 15. Fosa con desechos de cocción asociada a un horno.
Fig. 14. Fosa con restos orgánicos de animales (excavación de la Plaza de Sto. Domingo). 25
Vizcaíno 1999, 89. El análisis del contenido de dicha fosa, determinó la existencia, entre otros restos, de un cráneo fragmentado de caballo, así como tres de pelvis y una columna vertebral con sus costillas, todos ellos en conexión anatómica. Junto a ello, también se identificó dos escápulas de bovino (Bos Taurus) y una columna vertebral con costillas de perro (Canis familiaris). Las escápulas de bovino muestran numerosas incisiones de descarnizado, pero los restos de caballo y perro, no muestran ninguna, por lo que parece que estas especies no fuesen consumidas (Altuna y Mariezkurrena 1996). 26
2. Vertederos con desarrollo horizontal: se caracterizan por una deposición externa (no asociada a unidades negativas) y de mayor envergadura. Su aspecto horizontal viene determinado por su uso continuo en un espacio limitado y en el tiempo. A modo de ejemplo, presentamos un vertedero localizado en la excavación de la calle Rúa Nova, 19. Dicho vertedero aparece asociado a un contexto doméstico, en el interior de la ciudad. Localizado en un ámbito perfectamente acotado por los muros de la casa y una tapia que lo aísla de la calle adyacente, posiblemente identificado con una zona de huerta, situado en la parte posterior de la vivienda y anexo a posible cocina de
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Fig. 16. Situación del vertedero localizado en la parte trasera de la vivienda (excavación del solar del antiguo Pazo Lomas).
la casa, junto a un cardo minor de la ciudad (Fig. 16). Se caracteriza por la yuxtaposición heterogénea de niveles, con una potencia que oscila entre los 0,40 y 0,80 m, englobando algo más de diez estratos conformados por arcillas, arenas y carbonización, con predominio de esta última (Fig. 17). Destaca también la presencia de abundantes elementos de desecho: huesos de animales, restos malacológicos, abundante cerámica de tipología variada (sigillata, paredes finas, cerámica común, pintada, etc.) y vidrios, muy fragmentados, algún resto constructivo (tegulae), etc. Dicho
vertedero presenta una secuencia ocupacional de al menos dos siglos (II-III d. C.), y en su disposición se advierte una cierta correlación con los niveles de ocupación de la calle anexa. Siendo excepcionales la asociación de este tipo de vertederos con contextos domésticos, en la mayoría de los casos se recurre a ellos con fines netamente urbanísticos. Por ello se documenta frecuentemente el uso de dichos depósitos para el recrecimiento y regularización de los niveles de suelo asociados a los niveles de ocupación bajoimperial, como consecuen-
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Fig. 17. Sección estratigráfica del vertedero asociado a un contexto doméstico (excavación antiguo Pazo Lomas).
Fig. 18. Sección estratigráfica del vertedero próximo a la muralla, utilizado con fines urbanísticos (excavación plaza Campo Castillo, 21).
cia fundamentalmente de la construcción de la muralla y de los cambios introducidos por la misma en el urbanismo de la ciudad. Buen ejemplo de ello, es la excavación del inmueble nº 21 de la plaza de Campo Castillo, donde la presencia de estos vertederos aparece asociada a la construcción de un suelo de opus signinum, perteneciente a una construcción próxima a la muralla. Los niveles altoimperiales fueron arrasados por el recinto amurallado y fue necesario el recrecimiento de los suelos bajoimperiales, que incluso en la actualidad se encuentran por encima de la cota actual de circulación de la calle. Para ello se recurrió a un vertido conformado por una potente capa de escombros (U.E. 2004) de unos 0,600,70 m, configurado por abundantes restos orgánicos (huesos, malacológicos, espinas pez), constructivos (tegula, ladrillos, fragmentos de pintura mural y signinum) y cerámicos (Fig. 18).
3.3.
EL
PAPEL DE LA MURALLA EN LA REUTILIZACIÓN
DE VERTIDOS Y ESCOMBROS
La edificación de un recinto defensivo motivó que un amplio sector de la ciudad altoimperial situado al
S y SO fuera prácticamente arrasado para proceder a la construcción de la misma.27 Ello generó una ingente cantidad de escombros, procedentes de las numerosas construcciones destruidas por la muralla, que revertieron en la propia obra, ya que sirvieron como capas de relleno en la estructura de la misma.28 Por ello es frecuente encontrar, formando parte del macizado interior, abundante material arquitectónico (columnas, basas, cornisas, etc.), de construcción (ladrillos, fragmentos de signinum y pintura mural, trozos de paramentos…) y restos epigráficos, todos ellos convertidos en desechos de obra. En otros casos, y en particular en aquellas zonas al S, situadas en la parte más baja de la ciudad, fue necesario recurrir a grandes rellenos, con recrecimientos a pié de muralla de más de tres metros. Para ello se utilizaron los propios escombros de derrumbe, junto con la aportación de tierras de otros lugares. Todo 27 Las necesidades defensivas del momento exigían que la muralla se adaptase a los condicionantes topográficos más favorables, lo cual motivó un desplazamiento del pomerium hacia el NE, ajustándose mejor al relieve y abandonando zonas más expuestas en ámbitos con escaso relieve y, por tanto, más accesibles (Alcorta 2007, 288). 28 Alcorta 2007, 295.
Anejos de AEspA LX
este proceso de sobre elevación detectado en amplias zonas de la ciudad, en especial las más próximas a la muralla y topográficamente más bajas, sería el resultado de una reorganización urbanística, motivada en gran medida por la construcción del recinto amurallado.29 29 Este es un fenómeno al cual no fueron ajenas otras ciudades de ámbitos próximos, como por ejemplo Asturica Augusta (García Marcos et al. 1997, 528)
LUCUS AUGUSTI
311
El foso también sería un lugar utilizado para el depósito de escombros y residuos, pero ello no acontecería hasta época medieval y/o moderna, ya que su uso prevalecería durante largo tiempo junto a la propia muralla, al constituir ambos una parte de todo el sistema defensivo de la ciudad. Por ello los abundantes restos óseos de animales (mayoritariamente équidos) que se hallan depositados en el fondo del mismo, en uno de los tramos de ronda de la muralla, parecen asociados a época moderna.
VALENTIA ALBERT RIBERA I LACOMBA* NÚRIA ROMANÍ I SALA**
Los más de diez años trascurridos desde la publicación del ya clásico «Sordes Vrbis» han servido para constatar que la arqueología de los residuos empieza a ser tenida en cuenta y se va haciendo un lugar en la investigación. Incluso podemos celebrar la reciente edición de un detallado estudio específico sobre los contenidos de las adherencias sólidas de las conducciones de las letrinas en Pompeya.1 Para afrontar esta primera aproximación al tema en Valencia hay que tener en cuenta que esta nueva ciudad se asentó sobre una terraza aluvial, rodeada por canales fluviales y en medio de un entorno dominado por espacios lagunares y humedales, habida cuenta de que el lago de la Albufera llegaría hasta las mismas puertas, el río sería más amplio y caudaloso y el mar estaría a 3 km y no a 4 como en la actualidad.2 El entorno de la ciudad, surcado por multitud de canales naturales de curso cambiante, debió ser un factor determinante a la hora de ubicar los lugares donde acumular los residuos sólidos (Fig. 1).
1.
LA FUNDACIÓN
La historiografía sobre la fundación de Valencia es antigua, abundante y discrepante, pero no ha sido hasta los últimos treinta años, gracias a las continuas excavaciones arqueológicas urbanas, cuando se han resuelto con claridad sus problemas esenciales, como corroborar la fecha histórica de la fundación, el 138 a. C.,3 y el origen itálico de sus primeros habitantes, amén de su incontestable identificación con la Valentia del historiador Tito Livio.4 Las vicisitudes propias de esta arqueología urbana preventiva, que en la inmensa mayoría de los casos ** Servei d’Investigació Arqueològica Municipal, Valencia. ** Grup de Recerca Consolidat UAB-ICAC. Arqueologia de la Ciutat i del Paisatge (SGR-2009-1163). 1 Hobson 2009a. 2 Carmona 1990; 2002; Ribera et al. 2002. 3 Marín y Ribera 2002. 4 Ribera 1998, 77-98; 2006; 2009.
supone la destrucción de los restos, por otra parte, permite excavar todos los niveles, tras ir desmontando las sucesivas construcciones hasta llegar al estrato natural de base, entre 5 y 4 m de profundidad. El aspecto positivo de esta coyuntura, frente al negativo que supone la continua pérdida patrimonial, ha incidido en conocer relativamente bien el contexto y el entorno arqueológico de la fundación de Valentia,5 que encaja perfectamente con la única referencia histórica, un texto resumido de Tito Livio,6 que la sitúa en el consulado de D. Junio Bruto, en el 138 a. C. Sin embargo, no está claro si este cónsul, que por entonces estaba en la zona lusitana, fue el fundador o simplemente el referente cronológico de este hecho.7 Gracias a esta activa dinámica arqueológica, los numerosos hallazgos de los inicios de la ciudad han convertido a Valencia en la ciudad romana que mayor información arqueológica dispone sobre sus orígenes. Además de una serie de depósitos fundacionales de probable origen ritual, también se han descubierto, y con más frecuencia, los restos de la vida cotidiana de los fundadores, como sus basureros, hogares y cabañas.8 Los orígenes geológicos del espacio ocupado por la ciudad romana se relacionan con la combinada actividad de acumulación de sedimentos y erosión del tramo final del río Turia. Donde el canal fluvial describía una curva, fue formando una acumulación de materiales aluviales, que se convertiría en una pequeña terraza elevada, el lugar elegido para la nueva ciudad. El terreno sobre el que se asentaron los primeros pobladores estaba formado por arcillas y limos amarillentos que se superponían a un lecho más profundo, de gravas. Para entender los hallazgos arqueológicos del momento de la fundación hay que pensar en lo que significa la llegada de unos 2.000 colonos a un lu5 6 7 8
Ribera 1998; Ribera y Marín 2003. Periocha 55. Pena 2002. Marín y Ribera 2002.
314
Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
Fig. 1. El entorno de Valentia en la época de la fundación.
Anejos de AEspA LX
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gar deshabitado que, como mucho, estaría surcado de norte a sur por la Vía Hercúlea, la gran ruta que transcurría entre Italia e Hispania.9 La fundación de Valencia coincide en el tiempo con los trabajos emprendidos para reformar esta importante vía de comunicación.10 El nivel de ocupación inicial lo forman restos de hogares, cimientos de poste, empedrados, pozos, vertederos, etc., es decir, elementos parecidos a los de un hábitat campamental, con estructuras perecederas, tipo tiendas o cabañas, o bien estratos con un pequeño lote de material cerámico cuya dispersión, propia de la frecuentación del área, indica un asentamiento cercano. En un segundo e inmediato momento, estas estructuras se sustituyen por otras de carácter más estable, con zócalos de mampostería y alzado de adobe, el opus formaceum, que puede generar a su vez fosas para la extracción de materia prima, reutilizadas posteriormente para vertidos residuales. Por último, la monumentalización de la ciudad da lugar a nivelaciones del área a edificar, que también altera el paleosuelo. En ocasiones estos testimonios son sincrónicos y en otras se suceden y superponen en un corto lapso de tiempo. Los vestigios de la etapa fundacional se dividen en dos grupos según su intencionalidad, los que tienen su origen en ofrendas asociadas a ritos iniciáticos, de carácter mágico, destinadas a propiciar el futuro desarrollo de la vida privada y pública, que llamaremos residuos sacros, ya que generaron objetos que había que eliminar rápidamente, y los de carácter práctico, como fosas vertederos y hogares, ligados a actividades cotidianas.
1.1.
LOS
RESIDUOS SACROS
Los primeros pobladores, durante su primer año empezarían viviendo en tiendas de campaña, al tiempo que realizaban todo un variado repertorio de ofrendas rituales propiciatorias para conseguir la aprobación de sus divinidades y el beneplácito de los espíritus del nuevo lugar que hollaban, y violaban, con su presencia. Como se reflejará mejor en el registro arqueológico de épocas posteriores,11 se haría una especial incidencia votivo-religiosa en la zona del solar de l’Almoina situada al este de la vía, donde se erigió un santuario acuático salutífero, probablemente dedicado a Asclepio,12 lo que hace suponer que 9
Knapp 1986. Mayer y Rodà 1986; Ribera 2007. 11 Albiach et al. 1998. 12 Albiach et al. 2008. 10
VALENTIA
315
en este lugar habrían afloraciones de agua, fenómenos naturales que eran sacralizados por la religión pagana. La interpretación de algunos hallazgos arqueológicos como prácticas rituales y mágicas suelen provocar dudas, pero la cada vez más abundante evidencia arqueológica no hace sino constatar la relativa normalidad de esta materialidad de la religión romana. Entre los latinos, el culto estaba sometido a reglas precisas, tanto en las ceremonias públicas como en las privadas, que seguían un rígido ritual. Toda inauguración o inicio seguía la ciencia de los augures, lo que permitía interpretar las manifestaciones externas de los dioses y proponer las actuaciones expiatorias correspondientes. Las actividades públicas, y también las privadas, se regían por protocolos rituales que los textos no recogen en detalle. El Senado decidía que actuaciones había que hacer, recurriendo también a la consulta de los Libros Sibilinos, a los pontífices o al consejo de los arúspices, antes de decidir sobre fenómenos menos corrientes.13 Para fundar una ciudad, Higinio el Gromático14 menciona que, antes de poner la groma en posición, hay que atender a los auspicios y Varrón recuerda que, antes de trazar el sulcus primigenius con los bueyes, había que esperar a que se tomaran los auspicios y que éstos lo autorizaran.15 Varios contextos cerrados relacionados con la fundación encajarían dentro de este esquema de ofrendas rituales,16 fenómeno que en Valencia ya se ha registrado en varias ocasiones, unas veces, las más, conectado con la fundación republicana17 y sólo en dos con la restitución de la vida urbana a partir de finales de la época de Augusto.18 La epigrafía de época imperial menciona varias ofrendas a los dioses, públicas y privadas, de elementos materiales concretos, como altares, estatuas, templos, phiales, inscripciones y donaciones menores, que incluían casos tan simples como una pequeña estatua, una lucerna o un poco de incienso en un vaso. Las más corrientes eran las ofrendas monetarias en los santuarios, que se entregaban a los gestores del santuario o se lanzaban (iactatio stipis) a los pozos o a las fuentes. Las referencias epigráficas también se refieren a sacrificios genéricos e inconcretos (ex stipe), muy abundantes.19 13
Bloch 1978, 104. Higinio El Gromático, De limitibus constituendis, III. 15 Le Gall 1970, 302. 16 Merrifield 1987. 17 Marín y Ribera 2002. 18 Albiach et al. 1998; Álvarez et al. 2003; Ribera 2010. 19 Van Andringa 2002, 118-123. 14
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
La fundación de una ciudad requería también de una amplia gama de actos rituales reglados que afectaban a todas las esferas, ya que era una actividad que suponía una fuerte alteración de espacios vírgenes, entre los que se incluían los cursos fluviales, espacios especialmente sensibles, religiosamente hablando, a cualquier tipo de intervención intrusiva, como la construcción de un puente. A pesar de esta falta de información histórica precisa para los residuos considerados rituales, hemos propuesto una división entre los de carácter público y los privados, básicamente a partir de su contenido, su entidad y su ubicación topográfica.
Anejos de AEspA LX
A. A.1.
Residuos de carácter público Relacionados con el viario o los inicios de la ciudad
De las excavaciones de l’Almoina (Fig. 2) se incluyen dos depósitos votivos, por su ubicación junto al cruce entre el cardo y el decumanus maximus, además de su cercanía entre sí. Uno era un pozo excavado en la arcilla natural, de planta rectangular de 1,25 × 0,70 m, y una profundidad de 3,29 m (Fig. 3). En su interior se diferenciaron dos rellenos superpuestos. El inferior de
Fig. 2. Las excavaciones de l’Almoina.
Anejos de AEspA LX
Fig. 3. Pozo de las excavaciones de l’Almoina rellenado con residuos sacros.
1,27 m de espesor, de tierra limosa y arenosa, muy compactada, con gran cantidad de carbones, además de abundantes cerámicas de mediados del s. II a. C. y huesos de un bóvido (Bos taurus), muchos fragmentos de ovicápridos, bastantes de cerdo (Sus domesticus) y uno de gallo (Gallus gallus). En todos los casos, animales jóvenes, de una edad inferior al año, sin que faltaran varios neonatos. El nivel superior sellaba al anterior con una potente capa de 2,02 m de gravas mezcladas con tierra arenosa y arcillosa de coloración cenicienta. En comparación, a pesar de su mayor espesor, proporcionó bastante menos material faunístico y cerámico, en su mayoría fragmentos informes de ánforas itálicas. Este nivel cumpliría la función de cubrir y aislar al inferior, algo que vemos repetido en otros hallazgos de este tipo, en que una capa inferior con muchos carbones y cenizas mezclados con cerámicas bastante enteras y abundantes huesos de animales jóvenes aparece cubierta por otra más potente de textura arenosa y con escaso material cerámico. La formación de este depósito no creemos se deba a algún episodio cotidiano como un basurero. Si estuviéramos ante la simple amortización de un pozo
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317
para la extracción de agua, no se presentaría el relleno de esta manera, con dos capas bien diferenciadas, sino que simplemente se hubiera rellenado con escombros, como sucede en otros muchos casos conocidos en Valencia, donde siempre se distingue una capa inferior, que corresponde al periodo de uso del pozo, en la que sólo se recogen los restos de las tinajas rotas utilizadas para extraer el agua. Por encima suele encontrarse una potente capa de escombros de todo tipo. En este caso, se ha registrado precisamente un fenómeno diverso, en el que los materiales arqueológicos se acumulaban al fondo, mientras la potente capa superior de amortización apenas ha proporcionado otra cosa sino fragmentos de ánforas. A mayor abundamiento, el abundante repertorio cerámico encontrado en la parte inferior no tiene nada que ver con la extracción de aguas, sino con otro tipo de actividades bien diferentes. Por una parte, hay un numeroso grupo de vasos culinarios, ollas, cazuelas y morteros. Otro bloque lo constituyen los vasos de barniz negro, acompañados de cubiletes de paredes finas. Un tercer grupo son los contenedores de alimentos elaborados, vino itálico (¿y ebusitano?), aceite africano, salsas de pescado gaditanas y, tal vez, cerveza local (ánfora ibérica).20 La cronología fundacional de este conjunto de materiales, además, indicaría que el pozo se cegó en un periodo cercano a la fundación, lo que indica que estuvo abierto durante poco tiempo. Resalta la gran cantidad de carbones y numerosos restos de fauna, que encajaría mejor con las evidencias de un banquete. Después, los restos se lanzarían al interior del pozo, como sucedía cuando se celebraba un sacrificio ritual, al terminar el cual todos los utensilios usados en él tenían que ser enterrados y aislados del mundo, ya que, para la mentalidad de la época, estaban contaminados por su contacto con la divinidad.21 Hay que considerar también la ubicación de este pozo, situado junto a la vía, donde muy poco después se colocó la acera de la calle, extraño lugar para un pozo de agua, lo que, más bien, hace pensar que su construcción se debió a la necesidad de poner a buen recaudo los elementos utilizados en la ceremonia. Una deposición semejante la encontramos en la gran fosa de la misma época localizada al norte del foro, en un área que seguramente pertenecería a un supuesto recinto sacro.22 Esta ocultación, junto con la mayoritaria procedencia itálica de las cerámicas, revela una indudable vinculación con ritos itálicos.23 20 21 22 23
Ribera y Tsantini 2008. Merrifield 1987. Ribera 1995. Álvarez García et al. 2003.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
La situación de este pozo junto el cruce principal de la ciudad incita a plantear su posible relación con el enigmático Mundus o con el anni probentus, un depósito de la primera flor del producto agrícola de cada año, con el fin de propiciar las futuras cosechas. Fue un rito público ubicado en uno de los lugares más céntricos y protegidos.24 Unos pocos metros al norte del anterior pozo, cerca del ángulo nordoccidental del cruce entre el cardo y el decumanus maximus, se localizó una pequeña fosa rectangular, de 0,92 m de longitud y 0,46 m de anchura, excavada sobre la arcilla natural. Tenía, en el interior de sus paredes, un extraño y cuidadoso revestimiento blanco de textura arcillosa conservado hasta los primeros 0,40 m de su alzado. Su interior lo formaba un relleno dispuesto en dos capas. La superior, de cenizas con los restos de un pequeño ovicáprido, que cubría un nivel inferior de textura arenosa, esta vez sin cenizas, en donde se recuperó un pequeño conjunto de piezas cerámicas y de huesos pertenecientes a Bos taurus, ovicápridos, Capra hircus y Sus domesticus. Se sugeriría su simultaneidad con el anterior depósito, dada su cercanía y su probable exacta coetaniedad, ya que ambos cortan por primera vez la tierra estéril y las fechas que dan las cerámicas también serían coincidentes. Además, ambos se encontraban a ambos lados del cruce de las vías principales, cardo y decumanus maximus, por lo que se podrían poner en relación con los preparativos oficiales propiciatorios del trazado y ejecución del viario de la ciudad.25 Esta importante zona fue altamente propicia para realización de ofrendas, que también se han detectado en los inicios de la fase imperial, y que siempre precedieron a la ejecución de la vía pública. Al menos, esta es la interpretación que proponemos para explicar las anómalas concentraciones de cerámicas y fauna.26 En otros lugares del imperio también se dan ofrendas junto a las vías romanas,27 especialmente significativas cuando atraviesan ríos o cursos menores de agua.28
A.2.
Relacionados con el foro o un santuario
Un claro ejemplo de acumulación de residuos de un depósito ritual votivo representativo de un ban24
Coarelli 1983. Salom 2006. 26 Álvarez García et al. 2003. 27 Zanda y Betori 2002. 28 Serlorenzi y Di Giuseppe 2009; Di Giuseppe y Serlorenzi 2010. 25
Anejos de AEspA LX
Fig. 4. Excavación de la fosa de la calle Roc Chabàs.
quete, probablemente público, apareció en la excavación de Roc Chabàs.29 Allí, en la inmediatez del límite norte del foro, y tal vez en lo que luego fue un área sacra,30 se encontró una gran fosa oval (Fig. 4) excavada en la tierra de base, cuyo rasgo más destacado fue el depósito de un lote cerámico, entero, sin desgaste de uso, recuperado en el fondo de la misma, junto a huesos de animales que presentaban la inusual característica de ser exclusivamente extremidades inferiores de animales neonatos, entre los que había ovicáprido, toro, cerdo, caballo, gato e incluso un posible dedo humano. Además, se recuperaron cáscaras de huevo, caracoles y conchas marinas. Tras la deposición de todos estos materiales en el fondo de la fosa se procedería a su cremación en su parte superior y a la cubrición rápida de la misma, lo que en su conjunto avala una interpretación ritual. El material cerámico se data entre el 150130 a. C. 29 30
Ribera 1995. Jiménez y Ribera 2005.
Anejos de AEspA LX
El relleno proporcionó 44 vasijas, mayoritariamente de procedencia itálica, utensilios necesarios para preparar un ágape ritual, por lo que fueron arrojados al fondo de la fosa al final de alguna celebración ya que todos los objetos que se usaban en estas prácticas religiosas, una vez culminadas éstas, debían ser retiradas rápidamente de la circulación, al considerarse como algo contaminado e impuro para los humanos por haber estado en contacto con la divinidad.
B.
Residuos sacros de de carácter privado
Si los presagios y augurios estaban constantemente presentes en la vida pública, no lo eran menos en la vida privada. Un claro exponente sería el depósito del Palau de les Corts, constituido por cinco urnas intactas, perfectamente alineadas y en posición invertida. Las urnas conservaban el lacre que sellaba las tapaderas y en su interior se evidenciaban adherencias de materia orgánica, tanto en las paredes como en el fondo de las mismas. El carácter singular de este depósito, colocado sin ningún propósito práctico, así como su posición estratigráfica, bajo el pavimento de la primera ocupación del lugar, induce a interpretar este hallazgo como un depósito ritual,31 que se puede incluir dentro de la categoría de ritos de comienzo. Estas ofrendas tomaban la forma, casi siempre, de sacrificios de animales o deposiciones de comida y bebida en recipientes de alfarería.32 Alguna ofrenda de urna de los niveles de fundación de la colonia de Luna, unas décadas más antiguos que Valentia, corresponderían a un acto semejante, en un mismo ambiente cultural romano-itálico.33 En esta misma excavación se produjo otro hallazgo de más que probable carácter ritual. Era una fosa delimitada por tegulae insertadas en la tierra, con un lecho de piedras de mediano tamaño sobre el que se concentraba el material, que era más raro en la parte inferior. La mayor parte eran cerámicas de la época de la fundación, además de restos de fauna: ciervo, toro, cerdo y un ave. Un hallazgo parecido se encontró en Cadbury (Inglaterra), con una fosa rellenada con cráneos de animales colocados sobre un lecho de piedras.34 En las excavaciones de l’Almoina, por debajo de los muros de la primera fase constructiva, en una capa de tierra limosa compacta de coloración marrón anaranjada con algunos carbones aislados, aparecieron,
VALENTIA
dispersas, dos ollas de cerámica común reductora de cuerpo globular y labio exvasado, una relacionada con la forma Veg. 1 y la otra con la Veg. 2. Ambas aparecieron plantadas con la boca vuelta hacia bajo, por lo que deben tratarse de deposiciones de carácter ritual. En ambos casos, estaban debajo de un pavimento de cal de la primera fase constructiva, que va asociado a modestas construcciones. En las excavaciones de la plaza de Cisneros se encontró una gran fosa de la época de la fundación, que ahora está en proceso de estudio y que tal vez corresponda a otro depósito ritual. Estos ritos fundacionales privados estarían ligados a la construcción de nuevas casas o a la erección de nuevos edificios.
1.2.
LOS
RESIDUOS COTIDIANOS : FOSAS, VERTEDEROS
Los restos de prácticas rituales son minoría si se comparan con otros más numerosos que son el resultado de lo que podríamos llamar las actividades cotidianas de los primeros pobladores. En este apartado entrarían un amplio muestrario de pequeñas fosas de planta circular, usadas como basureros, y algunos hogares también de forma redonda. En el interior de todas estas pequeñas estructuras excavadas en la blanda arcilla se suelen recuperar una abundante cantidad de materiales cerámicos y de restos orgánicos (huesos, carbones, conchas…), como una fosa de l’Almoina que se encontró rellenada con restos de ánforas (Fig. 5).35 En la calle Barón de Petres, fuera del núcleo republicano hacia el este y cerca del Turia, se encontró un gran vertedero de cerámicas de la época de la fundación, especialmente de ánforas (Fig. 6). Era un considerable depósito constituido por fragmentos de 50 ánforas itálicas y 25 púnicas, así como un lote cerámico compuesto por 21 vasos y páteras de barniz negro y 17 piezas ibéricas con formas como platos, kalathos, lebes, jarras y tinajillas, además de alguna pátera.36 Por su situación cercana al río seguramente se formó con los desechos procedentes de la descarga de los cargamentos que llegaban a la ciudad por vía fluvial. Al sur de la ciudad pero muy cerca de su perímetro, en las extensas excavaciones de la calle Cabillers, se encontraron varias fosas y algún probable hogar que fueron rellenados con desperdicios (Fig. 7). En el extremo sur de esta excavación discurría una par-
31
Marín y Matamoros 1994. Merrifield 1987. 33 Gambaro 2002. 34 Merrifield 1987
319
32
35 36
Marín y Ribera 2002 Ribera y Marín 2003.
320
Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
Fig. 5. Fosa de desperdicios del nivel de fundación de l’Almoina.
Anejos de AEspA LX
Fig. 6. Vertedero de la calle Barón de Petrés.
Los vestigios de las excavaciones de las Corts Valencianes y l’Almoina han permitido establecer sus características. En esta última ya hay indicios de un sistema primigenio de alcantarillado, relacionado con una de las estancias de paredes de adobe (opus formaceum). De esta estancia alargada surgía un canal de desagüe de pequeñas dimensiones, 20 cm, (Figs. 8 y 9, Almoina-1) hecho con dos muretes de mampostería y solera de opus signinum. El pequeño albañal
Fig. 7. Hogar de la calle Cabillers.
te de un antiguo lecho fluvial en cuyo interior se recuperaron algunos materiales de la época republicana. Se podría suponer, pues, que en esta área meridional de la periferia cercana de la ciudad tenían lugar normales deposiciones de residuos sólidos.
1.3.
UN
PRIMER PALEOSISTEMA DE SANEAMIENTO
El segundo momento constructivo que vive la ciudad, de edificación de estructuras algo más sólidas que las del momento fundacional, coincide con la primera configuración viaria. Las nuevas construcciones, aún de tipo provisional, son similares a barracones, con plantas alargadas, formadas por zócalos de piedra y alzado en adobe,37 y suponen el paso intermedio entre la ocupación inicial en cabañas o tiendas y la primera fase constructiva urbana propiamente dicha, cuando se erigieron los primeros edificios sólidos. 37
Ribera 1998, 318; Marín y Ribera 2002, 297.
Fig. 8. Canal de desagüe de las primeras construcciones de l’Almoina.
Anejos de AEspA LX
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Fig. 9. Cuadro de las características técnicas de las alcantarillas de Valentia.
321
322
Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
discurre hacia el norte, en dirección al decumanus maximus, ya configurado y recién pavimentado aunque sin un sistema de alcantarillado. En definitiva, parece muy probable que en esta fase primigenia se dispusiera de sistemas rudimentarios de canalización y expulsión del agua usada puntuales, sin estar conectados a una red de saneamiento, inexistente en los primeros momentos de desarrollo urbano. De su ausencia se deduce que las canalizaciones domésticas vaciarían directamente en la calzada, como sucede en los primeros tiempos de Baetulo38 o posiblemente en Corduba.39 1.4.
CONCLUSIONES
Los primeros pobladores, pues, durante su primer año empezarían viviendo en tiendas de campaña, al tiempo que realizaban todo un variado repertorio de ofrendas rituales propiciatorias para conseguir la aprobación de las divinidades y el beneplácito de los espíritus del lugar que hollaban con su presencia.40 Como se reflejará mejor en el registro arqueológico de épocas posteriores, se haría una especial incidencia votivo-religiosa en la zona donde se erigió un santuario dedicado a Asclepio,41 en un lugar con afloramientos de agua, fenómenos naturales sacralizados por la religión pagana. Al mismo tiempo, tanto por necesidades logísticas, en la zona fluvial de descarga, como por causas higiénicas, iban surgiendo espontáneamente, tanto dentro como en las inmediaciones del núcleo urbano, vertederos y basureros, amén de la disponibilidad de los canales fluviales que rodeaban la ciudad y facilitaban la rápida eliminación de los residuos. Aun en este primer año de la ciudad, surgirían las primeras construcciones sólidas, cabañas o barracones militares que permitirían soportar mejor el primer invierno. Estas instalaciones, aun provisionales, perdurarían algún tiempo más. Si tenemos en cuenta que, al mismo tiempo, se tenían que poner en explotación unas tierras en un entorno lacustre que había 38 Ver el artículo de Baetulo a cargo de Padrós y Sánchez en este mismo volumen. 39 A mediados de los años 90,Ventura proponía una primera aproximación al ciclo del agua en la Córdoba romana (Ventura 1996, 126). Sobre los sistemas de alcantarillado republicanos apuntaba el muy probable vertido directamente a la calle de los canales domésticos. El último estudio sobre la cuestión (a cargo de Sánchez Velasco, recogido en el presente volumen), deja como dudosa esa atribución, debido a la falta de datos de las fases más antiguas de la ciudad. Aún así, Sánchez Velasco considera factible el modelo anteriormente propuesto, a pesar de la imposibilidad de ser demostrado arqueológicamente con la información hasta el momento disponible. 40 Ribera 2010. 41 Albiach et al. 2008.
Anejos de AEspA LX
que bonificar previamente, se comprenderá el obvio destino de los residuos urbanos de Valencia, que hasta hace muy poco iban a parar a un lago que través de los siglos ha perdido la mayor parte de la superficie soterrado por la actividad humana.
2.
LA PRIMERA CIUDAD
Estas construcciones iniciales, tan endebles como provisionales, fueron remplazadas por otras más sólidas. La mejor muestra de la arquitectura de la Valentia republicana está en las excavaciones de l’Almoina (Fig. 10), donde se ha sacado a la luz la parte oriental del foro, con unas tabernae que abren a la plaza, unas termas que se le adosan y un gran horreum. El tramo urbano de la Vía Hercúlea delimita estos edificios por el este. Al otro lado de la calle estaba un santuario relacionado con emanaciones de agua, probablemente dedicado a Asclepio.42 Los baños republicanos de Valentia eran de pequeñas dimensiones y no debían emplear grandes volúmenes de agua, aunque tuvieron que expulsarla una vez utilizada. Dado que en esa época no se disponía de acueducto, el suministro general se hacia mediante pozos. El ambiente septentrional, con dos plantas, era el punto de abastecimiento y distribución hídrica de las termas. La extracción del agua se realizaría desde el piso superior, con una noria conectada al pozo de la planta baja. El agua se almacenaría en un depósito, desde el cual, por gravedad, se nutrían las letrinas vecinas y la caldera ubicada en el praefurnium, que a su vez estaría conectada al alveus del caldarium43 (Fig. 11). Los sistemas de evacuación se reducían a dos albañales de limitadas dimensiones, situados en el exterior, que desaguaban en la cloaca del cardo maximus (Figs. 12 y 13). Sus mismas pequeñas dimensiones indican que los volúmenes de agua usados seguramente no fueron muy elevados. Aunque la presencia de agua fuera constante, tan solo la forica requería un flujo más o menos continuo. Por el contrario, la bañera de la sala caliente solo debía cambiar sus aguas puntualmente, pocas veces al día. El agua utilizada salía a través del orificio de desagüe ubicado en el centro de la parte baja de la pared del alveus, vertiendo sus aguas directamente sobre el pavimento de la sala, cuya pendiente la llevaba al sumidero situado en la puerta del edificio. De igual manera, el agua del suelo del resto de depen42 43
Ribera 2002. Ribera 2007, 183; Marín y Ribera 2010.
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Fig. 10. L’Almoina en la época republicana.
dencias del edificio se escurría hacia este mismo punto, una vez más empleando la inclinación del pavimento hacia la boca de desagüe, donde se originaba uno de los dos canales de evacuación del complejo termal, prácticamente enrasado con el umbral de la puerta44 (Fig. 13). La atarjea (Fig. 9, Almoina-2; Fig. 14), de 6,80 m de largo, presentaba un pendiente en dirección oeste-este, hacia el colector del cardo. A nivel constructivo, constaba de dos muros de mampostería de piedras irregulares unidas 44
Marín y Ribera 1999, 12-13.
con tierra, construidos dentro de una zanja de fundación excavada en los estratos de nivelación y las pavimentaciones anteriores de la calle (tanto del pórtico como de la calzada), formando un canal adintelado con suelo de mortero.45 Se desconocen las características de su cubierta, no conservada, aunque muy probablemente estaría hecha con losas o tegulae, igual que el descubierto más al norte, al cual haremos referencia a continuación. 45
Albiach et al. 1999.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
Anejos de AEspA LX
Fig. 11. Planta y sección de las termas con las salas especificadas.
Fig. 12. Fotogrametría de las termas, vistas desde el este, con los dos canales de desagüe.
Anejos de AEspA LX
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Fig. 13. Punto de conexión del sumidero con la atarjea de las termas.
Fig. 15. Canal del cardo maximus.
Fig. 14. Canal de desagüe de las termas hacia el cardo maximus.
El otro canal de evacuación (Fig. 9, Almoina-3) discurría en paralelo al precedente, más al norte. Éste evacuaba las aguas negras procedentes de las letrinas del edificio, segregadas de las aguas grises sobrantes de las distintas salas de baño del complejo. Sus características constructivas son similares a las
del anterior: muretes de mampostería de piedras calizas de tamaño mediano, unidas con tierra, sin ningún tipo de revestimiento interior. El tipo de suelo, en cambio, está hecho con tierra compactada. Excepcionalmente, la conducción ha conservado dos de sus losas de cubierta, de piedra caliza y forma irregular.46 Al igual que su precedente, se ha establecido, por su orientación, que echaba sus aguas a la alcantarilla de la calle, y, por lo tanto, tenía un pendiente oeste-este, totalmente en perpendicular al canal principal. Tan solo se ha conservado la mitad superior del canal y se desconoce arqueológicamente el punto de conexión entre éste y la alcantarilla del cardo. La cloaca central de la calle norte-sur (Fig. 9, Almoina-4) se conoce parcialmente en tres tramos diferenciados, que han permitido bosquejar sus principales características47 y establecer su trazado hipotético. El canal, de entre 50 y 65 cm de ancho, 50 cm de profundidad y sección rectangular, estaba definido por dos muros hechos con bloques de caliza de tamaño con46 47
Albiach et al. 1999. Serrano Abril 2006, 46.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
Anejos de AEspA LX
Fig. 17. Canal de desagüe del foro republicano.
Fig. 16. Canal del decumanus, cerca del cruce con el cardo.
siderable y algunos cantos, unidos con tierra y una pequeña cantidad de mortero, sin presentar ningún tipo de revestimiento en su parte interna. Su solera era de tierra compactada, mezclada con gravas y restos de cal y no presentaba ningún rastro de su cubierta, con toda probabilidad adintelada (Fig. 15). La canalización del desagüe circulaba por el lateral oriental de la vía, dispuesta prácticamente en paralelo a ésta pero con un ligero desplazamiento hacia el este. A partir de los vestigios localizados no se ha podido restituir el canal más allá del cruce del cardo con el decumanus por lo que se desconoce dónde se originaba y hacia dónde se dirigía. Sí sabemos, por su pendiente, que transportaba las aguas sucias de norte a sur. Del decumanus maximus se conoce un largo tramo de unos 30 m, en los cuales, entre el cruce con el cardo maximus y el foro, se han podido alcanzar los niveles republicanos, muy alterados por la cloaca central altoimperial posterior. Aun así, en un pequeño tramo, junto al referido cruce, aflora lo que sería la conducción de la fase republicana48 (Fig. 9, Almoina-5), también formada por losas que supuestamente cubrirían una canal (Fig. 16), aunque no se ha excavado en su interior. Al norte del decumanus,
a la fachada opuesta en frente de las termas, toda la insula la ocupaba un horreum, que abría a esa calle y limitaba con el foro por su lado occidental. De él no se conoce ningún sistema de evacuación de aguas,49 que vaya a verter a este canal. Además de las termas había otro edificio público relacionado con el agua, el Asklepeion, siempre en l’Almoina, del que se conocen y conservan un pozo monumental y una piscina, sin que, hasta el momento, se haya descubierto ningún resto de su sistema de evacuación de aguas que, por la misma idiosincrasia del edificio debería existir.50 Otro de los hallazgos relativos al drenaje y evacuación de las aguas residuales en la Valencia republicana fue descubierto también en las excavaciones de la Almoina, concretamente en su sector occidental. Los vestigios localizados por debajo del foro julio-claudio indican que ya desde época republicana fue ésta la ubicación de la plaza pública de la ciudad. Era un espacio modesto, pavimentado con tierra y grava pero que ya disponía de un sistema de canalización (Fig. 17) para eliminar la abundante agua, eminentemente pluvial, que se acumulaba en este gran espacio abierto. Justo al lado oeste, delante de las tabernae que se abren al foro, se ha localizado el canal perimetral de la plaza (Fig. 18), que discurría de norte a sur, a cielo abierto y de factura tosca. Estaba formado por dos muretes de mampostería, encajados en la zanja de cimentación y con el suelo de losas más regulares, creando una superficie plana.51 Los canales seguramente reseguirían los cuatro lados del recinto y dispondrían de un punto de concentración en su parte más baja de donde surgiría un canal de desagüe para su definitiva eliminación. 49 50
48
Serrano Abril 2006, 47.
51
Ribera e.p. Albiach et al. 2008. Álvarez y Ribera 2002; Serrano Abril 2006, 45.
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calle de la Reina, se encontró lo que debe ser la base, de 2 × 2 metros, de un puente del periodo republicano. Sin embargo, en este último lugar, río arriba, en que fue posible excavar el lecho en casi toda su amplitud, no se encontró material ni niveles de la fase republicana, mientras sí que se registró una continua deposición sedimentaria desde la época de Tiberio al s. II d. C., que terminó cubriendo el lecho del canal y se apoyaba en el gran cimiento del puente.52 Por consiguiente, este tramo occidental del barranco no fue usado para lanzar desperdicios como sí que parece que lo fue un poco más hacia el este. Fig. 18. Restitución de la zona de la Almoina, con el canal del foro en la parte superior.
En conclusión, el panorama de la gestión de los residuos líquidos y semilíquidos de la Valentia republicana se presenta aún con muchos interrogantes. La evacuación de los residuos líquidos se resolvería creando canales de evacuación en las zonas que generaban o acumulaban volúmenes importantes de agua, como las termas, la gran plaza forense y supuestamente, el santuario vinculado con el agua sacra. No solo se buscaron métodos para expulsarlas del punto donde se generaban al exterior sin preocuparse de su destino final, como sucedía en la fase anterior, sino que, como indican los colectores del cardo y el decumanus, se usaron sistemas más complejos para acopiar las aguas residuales y conducirlas a zonas donde pudieran ser definitivamente eliminadas, seguramente en cualquiera de los canales fluviales que rodeaban la ciudad. Aun así, las características de los canales, a menudo organizados en pequeños sistemas o aislados, de características diversas y dimensiones reducidas, plantean la probable ausencia de un programa urbano republicano de organización de las obras públicas de saneamiento. No obstante, la escasez y poca entidad de los datos disponibles permite solo apuntar primeras hipótesis, que se espera complementar con nuevos hallazgos. En contraste con la amplia documentación del corto momento de la fundación referida a la eliminación de residuos sólidos, en fosas y vertederos distribuidos con aparente aleatoriedad tanto dentro como al exterior del recinto urbano, no se conoce prácticamente nada para el resto de los 63 años que duraría el periodo republicano. En un principio, los canales que rodeaban la ciudad serían el lugar idóneo para esta actividad, como atestiguarían los hallazgos del extremo sur de la calle Cabillers, sobre lo que debió ser el lecho de un canal. Un poco más al oeste, sobre ese mismo canal, en las excavaciones de la
3.
EL FINAL DE LA VALENTIA REPUBLICANA
La ciudad republicana de Valentia terminó bruscamente en el 75 a. C. al ser arrasada por Pompeyo tras la batalla que tuvo lugar a los pies de sus murallas, en la que perecieron 10.000 soldados del ejército de Sertorio. En las excavaciones de l’Almoina se han encontrado 17 esqueletos en un nivel de incendio localizado por encima del foro republicano. La mayoría de estos restos humanos habían sufrido toda una serie de mutilaciones y torturas, manifestadas en la desmembración traumática, por arma cortante, de las extremidades superiores e inferiores, y, en un caso, el empalamiento con un pilum. Todos eran jóvenes masculinos en edad militar, excepto uno, el empalado, que era de edad madura. Esta sangrienta escena, que tendría su mejor y más cercano referente, en la masacre de los samnitas por Sila en el Campo de Marte tras la batalla de Porta Colina, nos introduce en lo que fueron los «rituales» de venganza. Tras esta destrucción, de la que sólo se salvaría el santuario de Asklepios, la ciudad permaneció abandonada durante unos 75 años.53 Con la destrucción y abandono de la ciudad también se constata el desuso masivo de los sistemas de alcantarillado. Las termas fueron destruidas y su red de evacuación dejó de funcionar. Sus tres canales presentaban rellenos de abandono 54. El de las dos acometidas de las termas, de menor profundidad, era único y de características muy similares, arenas muy finas de tono verdoso con restos de cenizas, carbones y cal, y unos pocos fragmentos de cerámica y fauna. El colector principal presentaba distintas capas en su interior. La más profunda, de 35-38 cm de potencia, era muy similar a las anteriores, tierra are52 53 54
Escrivà 1990; Ribera 1998 Ribera y Calvo 1995; Alapont et al. 2010. Albiach et al. 1999.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
nosa de tonos verdosos y marrón oscuro, con carbones y restos de cal, mezclada con escasos fragmentos cerámicos, faunísticos y metálicos. Cubriendo este nivel apareció otro de tierra más arcillosa mezclada con gran cantidad de gravas y algún carboncillo y fragmentos de cerámica más abundantes. El canal de desagüe lateral del foro se cubrió de las cenizas de la destrucción de la ciudad. Entre estos niveles apareció uno de los numerosos cadáveres con signos de mutilación y violencia55. El colapso de los sistemas de eliminación del agua fue consecuencia directa del arrasamiento de la ciudad. Aún así, por las características de los niveles de abandono de los canales termales, parece que éstos continuaron transportando aguas, seguramente de escorrentía, una vez destruidos los baños. Estas mismas características indican que probablemente las alcantarillas conservarían su cubierta durante este proceso, penetrando en su interior únicamente los sedimentos arrastrados por el agua. La formación de estos niveles también permite afirmar que existieron varios lapsos de tiempo entre la destrucción de la ciudad, la recuperación de las losas de cubierta y la posterior nivelación definitiva del sector. Seguramente el segundo relleno encontrado en el colector del cardo, más arcilloso, con gravas y mayor cantidad de cerámica, ya corresponde al largo periodo de abandono que vivió la ciudad, posterior al expolio de la tapadera del colector. Tras este episodio destructivo, Valentia se convirtió durante más de cincuenta años en una ciudad de escombros, en un gran vertedero de residuos sólidos. La única excepción fue el santuario de Asclepio, el único edificio conocido que no fue destruido. El panorama del solar de Valentia tras el 75 a. C., pues, sería el de un santuario rodeado de un paisaje desolador atravesado por la Vía Hercúlea y rodeado de varios canales fluviales. La perduración de un centro sacro dotado de agua sería muy apropiada en este contexto, teniendo en cuenta la excesiva distancia entre los centros urbanos existentes a lo largo de la Vía, Saguntum al norte y Sucro y Saetabis al sur, entre los que habría más de 60 km, distancia muy excesiva para recorrerla en un día. No deja de ser curioso que para la larga etapa de abandono que siguió se conozcan unos pocos lugares de vertidos sólidos, al menos dos. Uno es una fosa de desechos de cocción de cerámicas de paredes finas de mediados del s. I a. C. (Fig. 19) encontrado sobre los escombros de las termas y que se relacionan con la actividad de un pequeño horno hallado a
Anejos de AEspA LX
Fig. 19. Fosa rellena con los desechos de cocción de cerámicas de paredes finas.
pocos metros. La finalidad de estos vasos parece obvia, beber las aguas sacras del santuario.56 En el límite sur de la ciudad se localizó el otro vertedero, en este caso más genérico, ya que era el relleno del foso defensivo que precedía a la muralla, que se encontró colmatado por tierras con materiales de mediados del s. I a. C., entre los que se identificaron varios fragmentos de barniz siciliano, tradicionalmente conocido como campaniense C, que permiten proponer esta fecha concreta.57 Desde el punto de vista que nos interesa aquí, pues, de la época de la vida plena de la ciudad republicana aún no conocemos los lugares de acopio de los residuos sólidos, de los que sí disponemos de cierta información para el largo periodo de abandono de la vida urbana. En realidad, los casi únicos restos arqueológicos de esta fase de abandono corresponden a estos basureros, indicios más de una irregular frecuentación humana que de una instalación urbana. 4.
LA NUEVA FUNDACIÓN
Si los más antiguos restos arqueológicos de la primera fundación de Valentia son residuos sacros, sucederá lo mismo con la segunda, erigida sobre los escombros de la ciudad inicial. 4.1. A.
Álvarez y Ribera 2002.
DE CARÁCTER PÚBLICO
Relacionados con el santuario de Asklepios
El conjunto sacro fue respetado, como era normal en los centros de culto de la propia religión. Sería muy comprensible, pues, que las primeras ceremo56
55
RITOS
57
Ribera y Marín 2005. Ribera 1998.
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nias para recuperar la ciudad tuvieran lugar en ese espacio sacro, tal como evidencian los hallazgos arqueológicos. El gran pozo del santuario apareció colmatado por un relleno de 5 m de potencia, compuesto por un conjunto cerámico muy rico, variado y cronológicamente homogéneo. El sedimento eran sucesivas capas de carbones y tierra cenicienta con restos faunísticos, entre los que predominaban los de cerdo. Un hacha de hierro de los estratos iniciales, junto a esta abundancia de cerdos y una lucerna que representa el sacrificio de un suido, indican el carácter intencionado del depósito. Durante el proceso de excavación se comprobaron dos hechos que llevaban a los mismos resultados: — la homogeneidad cronológica, dentro de unos márgenes muy estrechos, entre el 5 a. C. y el 5 d. C., de todo el conjunto. — la presencia de fragmentos de una misma pieza en capas diferentes. Por lo tanto, parece claro que todo el relleno se debe tratar unitariamente. Habría que conjeturar que todos estos materiales procederían de varias pero continuas ofrendas votivas o de un único sacrificio ritual, a cuyo final, todos los utensilios usados en él deberían ser enterrados, al ser considerados impuros y contaminantes.58 Esto último explicaría la presencia de la fauna y del hacha, y también la abundancia de cenizas y carbones, así como de toda la vajilla utilizada durante el proceso, desde los contenedores (ánforas de vino y garum) a las piezas de cocina y mesa. El predominio del cerdo, de los que se han contabilizado un número mínimo de 48 ejemplares, concuerda bien, ya que era un animal especialmente apreciado para los sacrificios. De sigillata aretina se han contabilizado 90 piezas, con 28 sellos, que presentan bastante homogeneidad. Este conjunto de sigillata itálica corresponde a lo que Goudineau59 llamó aretina de buena época, 15 a. C. - 15 d. C., en la que predominan los servicios II y III. Las formas más modernas, las copas Cons. 22.5, 23.1 y 31.2, se situarían a fines del reinado de Augusto.60 Se puede sugerir un periodo centrado entre 5 a. C. y 5 d. C.61 En el contexto de Valentia, encontrar este numeroso grupo de sigillata aretina es sorprendente, habida cuenta de la escasez relativa de esta cerámica y lo extraño que aun resulta, después de treinta años de intensas excavaciones,
VALENTIA
encontrarse un conjunto de materiales del periodo de Augusto. De hecho, las 28 marcas que han aparecido en el pozo, superan a las 27 que en su día se repertoriaron procedentes de toda la ciudad.62 Había 111 piezas de paredes finas, un 16,39% del total cerámico. La mayoría cubiletes, pero también hay una crátera. Mayoritariamente son de la península itálica. Predomina la forma Mayet V, que se sitúa entre el 30 a. C. y el 20 d. C.,63 coincidiendo con la fecha de la sigillata. Hay escasas piezas de vidrio, que cumplirían la misma función que las paredes finas. Las 4 formas de lucernas también confirman la datación en torno al cambio de Era, cuando las primeras lámparas de volutas remplazan a los últimos tipos republicanos.64 Las ánforas son también las típicas de la etapa augústea: las tarraconenses Dr. 2-4 y Oberaden 74, la bética Haltern 70, las de salazones béticos y el ánfora ibicenca PE 25. El conjunto es homogéneo y no desdice de la composición de otros contextos coetáneos, como la Longarina.65 La cerámica ibérica, con 78 piezas, constituye el 11% de la cerámica. Presenta características que la diferencian de la ibérica clásica. Además de las formas típicas (kálatos, lebes, tinajillas, etc.), reproduce algunas nuevas cercanas a la vajilla romana. Es un conjunto evolucionado de facies iberorromana, donde conviven las tradiciones cerámicas indígenas con las romanas. La cerámica común importada, con 39 piezas, representa el 5% del total de la cerámica. Un 74% es de cocina, y el 25% restante de mesa. Proceden de Italia, África y Mediterráneo Oriental. De cerámica común local hay 77 ejemplares, un 11% de la cerámica. Las formas representadas son: jarra (9%), ollita (9%), tapadera (36%), olla (44%) y patina (19%). El origen de este depósito votivo se relacionaría con la fundación de la ciudad, en esta ocasión la refundación, construida sobre los escombros y las ruinas de la anterior. Un papel importante para interpretar este depósito de residuos sólidos sacros lo ha tenido la fauna, con 3.112 fragmentos, de los que se han identificado 1929 restos. El análisis indicó un mismo paquete óseo. El cerdo (Sus domesticus) es el más representado. Las pautas carniceras y la representación anatómica difieren de las de un establecimiento carnicero. El que el cerdo sea la especie más represen-
58
62
59
63
Merrifield 1987. Goudineau 1968, 238. 60 AA. VV. 1990, 90. 61 Albiach et al. 1998.
329
64 65
Ribera 1981. López Mullor 1989, 120. Deneauve 1969. Hesnard 1980.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
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Fig. 20 Material del relleno del pozo del santuario de l’Almoina.
tada no coincide con el espectro taxonómico general de esta época, donde un basurero albergaría una mayor proporción de ovicápridos. Para interpretar este interesante hallazgo hay que recordar: — la abundancia de capas de ceniza y carbones en buena parte del relleno del pozo. — la gran cantidad de cerámica, 677 piezas (Fig. 20), y su buen estado de conservación. — la gran cantidad de cerámica de mesa, sobre todo copas y vasos de beber, entre los que hay algunos cálices en diversas producciones (sigillata aretina, paredes finas, ibérica), así como la extraordinaria abundancia de jarras, relacionadas con el escanciado de líquidos. — el anómalo predominio de los suidos entre la numerosa fauna recogida. — el estrecho y bien definido margen cronológico, entre 5 y 10 años, de las cerámicas, lo que habla de la homogeneidad del conjunto y de la rapidez del proceso de colmatación. — la curiosa coincidencia de un hacha y la abundancia de cerdos, con la lucerna que representa el sacrificio de un suido.
Todo lo expuesto no encaja en darle a este relleno una finalidad utilitaria, ya que si se quería cegar el pozo hubiera sido más fácil hacerlo con escombros o simplemente con tierra. Por el contrario, es más fácil explicarlo si suponemos un depósito ritual. Además, estamos en un espacio sacro respetado por la destrucción y que estaba al lado de la Vía Augusta, al igual que pasó en Fregellae, destruida en el 125 a. C. pero en la que también se mantuvo el santuario de Esculapio, cerca de la Vía Latina.66 De hecho, en Valencia prácticamente no aparecen materiales que se fechen entre esa destrucción y el relleno del pozo, más o menos, entre 75 y 10 a. C. La única construcción que se ha registrado entre la destrucción del 75 a. C. y este conjunto es la pequeña y efímera instalación alfarera de mediados del s. I a. C., construida sobre las ruinas de las termas y muy cerca del santuario, con el que debió estar relacionado, fabricando los vasos de paredes finas que se usarían para beber el agua del pozo del santuario.67 Al mismo tiempo, sería significativo que a partir de las fechas del relleno del pozo, se vuelvan a encontrar 66 67
Coarelli 1986. Ribera y Marín 2005.
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331
materiales y hay indicios de que la ciudad vuelve a habitarse.68 El volumen y la cantidad de piezas de este anómalo gran depósito de residuos sacros supera, con creces, al de los otros depósitos similares de Valencia, considerados de índole más privada que pública. Para este caso, sería factible imaginar un sacrificio u ofrenda de carácter general, habida cuenta de que participarían muchas personas y que tendría lugar en una zona pública y sacra, un santuario dedicado a Asclepio. En esta línea, estaríamos ante una ceremonia del tipo de la lustratio urbis, de tradición itálica, recogida por Tito Livio y consignada en los Libros Sibilinos, consistente en una procesión purificadora alrededor de un círculo mágico acompañada de toda una serie de sacrificios de animales. Esta lustratio podría realizarla toda una ciudad o un ejército, o porciones de éstos.69 En el santuario de Venus, en Pompeya, también se han encontrado dos cisternas rellenadas con depósitos votivos, en este caso relacionados con la ampliación del espacio sacro que tuvo lugar entre 130-120 a. C. Su contenido también sugiere que se trataría de un gran acto ritual de carácter público.70
B.
Relacionados con el decumanus
Por debajo del decumanus maximus se diferenció un relleno de textura arenosa y abundantes carbones e interesantes hallazgos concentrados en una zona muy reducida de 2,5 × 2 m. Éste se superponía a los rellenos de la destrucción de Pompeyo que amortizaban la vía republicana y se encontraba debajo del pavimento de la calle del s. I d. C., rodeado por los rellenos de la construcción del eje viario. Era una anómala concentración de cerámicas, mientras en el resto de la calle, de la que se excavaron 50 metros, apenas se encontró material y siempre muy fragmentado. Se recuperaron varias piezas aplastadas de sigillata aretina, cubiletes de paredes finas, vasos ibéricos, una imitación de crátera de volutas, un gran lagynos de cerámica bruñida o espatulada, junto a un asta de ciervo (Fig. 21). La mayor parte de las cerámicas aparecieron aplastadas alrededor del asta de ciervo, ocupando una superficie bastante reducida. Este conjunto estaba formado por vasos de beber, la mayor parte de paredes finas, pero también de sigillata aretina, imitaciones de barniz negro y cuencos de cerá68 69 70
Ribera 1981; 1998. Bloch 1978, 106. Curti 2008.
Fig. 21. Depósito votivo del decumanus maximus.
mica común. El otro grupo eran jarras y olpes, destacando el gran lagynos. Por el contrario, las cerámicas de cocina se reducen a dos cazuelas. La datación no presenta problemas gracias a las paredes finas del reinado de Tiberio, diferentes de las de época de Augusto, mayoritariamente itálicas, del relleno del pozo del santuario republicano.71 Los restantes materiales confirman esta misma fecha, caso de la sigillata aretina. El conjunto ha sido interpretado como los restos de una libación propiciatoria de líquidos, efectuada al inicio de los trabajos del trazado del viario principal, ya que fue rápidamente cubierto por los rellenos sobre los que se alzó el decumanus maximus. En este caso no habría una excavación para ocultar bajo la tierra los utensilios de la ceremonia, sino que se procedería a su cubrición inmediata, obteniendo el mismo resultado final: dejar tapados y aislados los objetos que habían intervenido en la ofrenda convertidos en residuos sólidos urbanos. 71
Albiach et al. 1998.
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
Este depósito de residuos sacros, situado muy cerca del cruce entre el cardo y el decumanus maximus, atestigua de nuevo que esta zona fue altamente propicia para realización de ofrendas que precedieron a la ejecución de la vía pública. En otros lugares del Imperio también se dan ofrendas junto a las vías romanas.72 Este grupo de materiales de la época de Tiberio supone en sí mismo una novedad dentro de lo poco que se conoce en Valencia de la primera mitad del s. I d. C. y permite ir completando la aun desconocida evolución de la ciudad en estos momentos. El relleno del pozo del santuario lo interpretamos como el resultado de un gran sacrificio de carácter público que vendría a marcar el inicio de la nueva Valentia tras el largo abandono que siguió a las guerras sertorianas. Este nuevo hallazgo confirmaría de alguna manera esa interpretación, ya que enlaza con ella al mostrar un nuevo avance en el proceso reurbanizador, aunque también evidencia el ritmo lento de la reconstrucción a lo largo de la primera mitad del s. I d. C. En muy pocos lugares de Valencia se encuentran indicios de actividad edilicia durante la primera mitad del s. I d. C., pero los que van apareciendo indican que se iba configurando una nueva forma urbana, en cuya nómina podemos incluir un gran mosaico de signinum, unas termas73 y un edificio del foro bajo la basílica de época Flavia.
4.2.
RESIDUOS
URBANOS DE LA NUEVA FUNDACIÓN
Otros pocos indicios de actividad humana en los primeros momentos de la nueva fundación son dos depósitos de materiales encontrados en lo que parecen ser dos vertederos o basureros. Uno estaba dentro del recinto urbano, en las excavaciones de las Cortes Valencianas, al norte de la ciudad y cerca del río. Entre los niveles de la destrucción del 75 a. C. y la casa del s. I d. C. había un relleno de ánforas con 2 piezas enteras: una Tarraconense 1, erróneamente publicada como una Dr. 7-11 de la Bética, y una Pascual 1, atribuida a una Dr. 2-4,74 sin el borde y con una marca impresa, MEVI, del conocido alfarero Mevius, muy abundante en Campania y en Pompeya. La misma marca sobre este tipo de ánfora se repite en el pecio de Gruissan, cerca de Narbona, y en Badalona,75 donde son muy abundantes.76 72
Serlorenzi y Di Giuseppe 2009; Zanda y Betori 2002. Ribera y Jiménez 2000. 74 Marín y Matamoros 1994, 192. 75 Márquez y Molina 2005, 226-227; Pena 1998, 306-307. 76 Comas 1997, 28. 73
Anejos de AEspA LX
También aparecieron fragmentos de otra Tarraconense 1, Dr. 1A y una tinaja ibérica, además de las formas Lamb. 1 y 5 de cerámica de barniz negro, de calena tardía, paredes finas, cerámica común, dolium y pondus. Este conjunto, tanto por su ubicación estratigráfica como por su contenido, encaja en la segunda mitad del s. I a. C. La coexistencia de la Tarraconense 1, de 40-10 a. C., y la Pascual 1, 20 a. C. - 20 d. C.,77 y la marca MEVI, centraría su fecha entre 20-10 a. C., anterior al grupo de ánforas del gran pozo de l’Almoina, en el que ya han desaparecido estas formas y dominan las béticas. El otro estaba en la periferia occidental, en la calle de les Teneries. Una trinchera de prospección, de 3,50 × 0,80 m, a 2,20-2,80 m de profundidad, apareció rellenada de fragmentos de ánforas. Fue imposible de delimitar por las reducidas dimensiones del área excavada, ya que se extendía hacía el norte y el sur. Este lugar se encuentra al oeste de la ciudad, a 100 m de la ciudad romana pero a unos 15 m de uno de los canales fluviales. La mayor parte de los materiales eran ánforas de varios tipos y procedencias: Tarraconense I y Pascual 1 del litoral catalán, adriáticas Dr. 1A y Lamb. 2, griegas de Kos, itálicas Dr. 1B y Dr. 1C, Tripolitana I y Maña C-2 del Norte de Africana y alguna ebusitana. Había también alguna cerámica Itálica de cocina, común oxidante, común reductora, dolia, Ibérica lisa y material de construcción. Estos materiales son de fines del s. I a. C. y testimoniarían la actividad comercial relacionada con el cercano río. Estos dos vertederos indicarían que a pesar de la desaparición de la ciudad, la actividad humana nunca cesó en un lugar tan bien comunicado y frecuentado. Su dispersión irregular y aleatoria también señalaría que serían fruto más de la coyunturalidad que de una organización de los vertidos, que en esos momentos no existiría al tratarse de un amplio territorio abandonado pero frecuentado. 5.
LA CIUDAD DURANTE EL IMPERIO ROMANO (SIGLOS I-V D. C.)
5.1.
NUEVA
CIUDAD, NUEVAS INFRAESTRUCTURAS:
EL PRIMER ALCANTARILLADO DE LA
VALENTIA
ALTOIMPERIAL (ÉPOCA JULIO- CLAUDIA )
A finales de época de Augusto se inició un período de construcción urbana, en principio modesto y 77
López y Martín 2008, 697 y 700.
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muy continuista respecto a la ciudad republicana. Las calles principales siguieron, en esencia, el urbanismo anterior, sobreelevando los niveles de circulación preexistentes, en parte debido a las potentes acumulaciones de escombros de la destrucción y el posterior abandono de la urbe. Paralelamente a las primeras pavimentaciones, al menos en el cardo maximo, se introdujo un colector (Fig. 9, Almoina7) por el centro de la calle.78 Desafortunadamente, las grandes reformas flavias posteriores, especialmente la de un nuevo alcantarillado, impiden conocer plenamente las características de la cloaca anterior, de la que tan solo se ha conservado uno de sus muros, realizado con tegulae, y parte de la solera del canal, una gruesa capa de mortero, ligeramente revestida de cal. En el sector norte del cardo, no preservado, se deduce su existencia a partir de una acometida secundaria (Fig. 9, Almoina-8), procedente de uno de los edificios de los alrededores, cortada por el sistema de evacuación posterior y en desuso desde finales de s. I d. C. Ésta tenía una dirección noroeste-sureste, hacia el centro de la calle. Sus muros estaban realizados en opus caementicium, con revestimiento de mortero en la cara interna, formando una caja de 37 cm de luz. La solera, no conservada, debió ser de mortero de cal, por las improntas dejadas en las paredes del canal. Esta primera fase del alcantarillado no se ha encontrado ni en el decumanus maximus ni en el resto de calles localizadas en otros puntos de la ciudad que se configuraron en este momento, como las de la Baixada del Toledà, els Banys de l’Almirall o Plaza Cisneros. En definitiva, la fase julio-claudia representó, a nivel de infraestructuras de saneamiento, un modesto periodo transitorio en el que se construyeron puntualmente algunas cloacas, en un momento de primer renacimiento urbano y de profundos cambios.
5.2.
LA
ÉPOCA FLAVIO-ANTONINA:
LA CONSOLIDACIÓN URBANÍSTICA DE
VALENTIA
El gran apogeo Flavio, relacionado con la deductio colonial, fue el momento en que se erigieron los grandes edificios públicos y la ciudad se expansionó más allá de los límites republicanos. El programa constructivo también conllevó la creación de una red de distribución hídrica. La existencia de un acueducto, varios tramos de canalizaciones plúmbeas y diversos lacus, tres, por 78
Albiach et al. 1998; Serrano Abril 2006, 120.
333
ejemplo, en la zona de la Almoina, prueban la introducción de una nueva red de subministro hídrico en la ciudad. Ello implicaba un flujo constante de agua corriente, que necesitaba ser conducida y eliminada.79 El agua hacía necesaria una red de saneamiento y facilitaba también su buen funcionamiento ya que el flujo constante que debía evacuarse permitía también la limpieza del alcantarillado.80 En consecuencia, en l’Almoina (Fig. 22), tanto en el cardo como en el decumanus maximus se construyeron dos nuevos colectores centrales, de características muy similares (Fig. 9, Almoina-9a y b, 10a y b),81 que formaron parte de un mismo proyecto constructivo. Aún así, la configuración topográfica del sector y los circuitos de eliminación del agua hicieron que la cloaca de la vía este-oeste fuera constructivamente anterior a los dos tramos de alcantarilla del cardo, el norte, con pendiente norte-sur, y el sur, con pendiente sur-norte, ambos subsidiarios del colector central del decumanus. Es decir, que todas las aguas residuales del sector eran acopiadas por la alcantarilla del decumanus, que finalmente las conducía hacia los canales fluviales del este. Con excepción del tramo norte del cardo, los canales de las cloacas presentan unas características muy similares:82 una zanja cortaba las pavimentaciones anteriores hasta niveles republicanos, provocando el desmontaje de la canalización anterior. Se creaba así el espacio donde, a partir de un lecho de gravas y pequeños cantos mezclados con una matriz arcillosa, se asentaba la capa de mortero de cal, la solera y base sobre la que se erigían los dos muros delimitadores del canal, en mampostería de piedra unida con mortero. A diferencia del resto, la cloaca norte del cardo estaba íntegramente construida en opus caementicium. La luz de la canal oscilaba entre 45-50 cm en el decumanus, y entre 65 y 71 cm en los dos tramos del cardo. Finalmente, éste se cubría con grandes losas rectangulares de piedra caliza, muy planas y regulares (Fig. 23). Éstas sobresalían a la superficie, funcionando como enlosado de la calle. La pavimentación se completaba, a ambos lados de la alcantarilla, con niveles de gravas en matriz de tierra, fuertemente compactadas, que funcionaban enrasados con las losas centrales del colector. En ciertos puntos del trazado del cardo, reforzando las piedras centrales de la calle, se colocaron, en ambos lados del canal, alineaciones de lajas de me79
Peleg 2000, 241. Hodge 1992, 306-307 y 333-334. 81 Badía et al. 1992; Albiach et al. 1998; Álvarez y Ribera 2002. 82 Albiach et al. 1998; Albiach et al. 1999; Álvarez y Ribera 2002; Serrano Abril 2006, 120-122. 80
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Fig. 22. L’Almoina en época Flavia.
nores dimensiones, también cuadrangulares y rectangulares, con una ligera inclinación hacia el centro, para facilitar la escorrentía de las aguas hacia el interior de la cloaca. El espacio restante entre estas losas y la fachada de la calle se rellenó, al igual que sucedía en el decumanus y los otros tramos del cardo, con los niveles de gravas y tierra compactada ya citados (Fig. 24). Tanto la cloaca central del cardo como del decumanus, presentaban distintas acometidas, procedentes de los edificios que flanqueaban la calle por ambos
lados.83 En el cardo meridional se han localizado tres atarjeas. La primera procedente del probable collegium, con dirección sudoeste-noreste84 y la segunda, un poco más tardía, del s. II, es el desagüe de la fuente de la calle, ubicada delante del collegium, ligeramente más al sur que la anterior (Fig. 25). La tercera, del s. III, es el canal del thermopolium construido sobre 83 Albiach et al. 1998; Albiach et al. 1999; Álvarez y Ribera 2002. 84 Serrano Abril 2006, 101-102.
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335
Fig. 23. Detalle del tramo oeste del colector del decumanus maximus, desde el oeste.
Fig. 24. Vista aérea del cruce del cardo y el decumanus maximus en época Flavia, donde se observan sus detalles constructivos.
el antiguo macellum, que acomete a la cloaca principal en sentido sudoeste-nordeste85 (Fig. 9, Almoina-11 a 13). En el decumanus se han localizado cinco albañales, dos completamente perpendiculares a la cloaca principal, ambos procedentes del norte y con ligera pendiente hacia el sur. Otro corresponde al desagüe de la fuente de la calle, con pendiente surnorte, y dos más, más tardíos, uno desde el norte y otro desde el sur (Fig. 9, Almoina-14 a 18). Las técnicas constructivas son sencillas y no unitarias: algunos presentan pequeños muretes de fragmentos de ladrillos, o mezclando bipedales con piedras, unidos con mortero. También existen otros íntegramente en opus caementicium. La solera puede ser de tegulae y la cubierta, en los casos que se ha conservado, normalmente está hecha de losas de piedra pequeñas y medianas, con tendencia irregular. Otro está realizado con fragmentos de ánforas, cuellos y bordes, que, encajados en seco entre sí, conformaban el tubo del canal.86 A pesar de tener l’Almoina como fuente esencial de información de la red de saneamiento de la Valentia Flavia, para este período los testimonios dentro de la ciudad se multiplican y permiten una lectura más amplia de la gestión de las aguas sobrantes. Al sudoeste, en la excavación de la Baixada del Toledà,87 apareció un decumanus porticado, al menos en uno de sus dos lados, con un colector central (Fig. 9, Baixada del Toledà-1). A éste desaguaba un canal de opus caemeticium de 45 cm de luz (Fig. 9, Baixada del Toledà-2), con una pendiente muy pronunciada, procedente de una casa o de otra vía perpendicular al decumanus.
Una situación similar se documenta en la Plaza Cisneros,88 en la zona norte, cerca del puerto fluvial.
85 86 87
Serrano Abril 2006, 98. Serrano Abril 2006, 99. Albiach 1990.
Fig. 25. Detalle del colector del cardo (en primer término, 1) y algunas de las acometidas secundarias, de diversas cronologías. 2. El canal de desagüe del collegium (Almoina-11). 3. La fuente del cardo, con el pequeño canal en frente (Almoina-12), poco visible. 4. La atarjea bajoimperial de la factoría construida encima del collegium (Almoina-21). 88
Serrano Marcos 1998; 2000.
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Fig. 26. Vista panorámica de la calle de Banys de l’Almirall con la cloaca y las acometidas secundarias (Blasco et al. 1991).
En esta excavación se detecta una potente reforma urbanística entre finales de s. I e inicios de s. II d. C, que conllevó una nueva configuración de su calle y la construcción de nuevos edificios, entre ellos un horreum.89 A finales del s. II este decumanus se dotó de un pórtico, al menos en uno de sus dos lados, y de un sistema de saneamiento en su eje central (Fig. 9, Cisneros-1). La cloaca era de grandes dimensiones: muros de 70 cm, al menos el único conservado, el oriental, erigidos encima de un lecho de cantos unidos con mortero, que funcionaba como solera del canal, de 1,20 m de luz y 1,5 m de profundidad. La cubrían piedras calizas rectangulares y cuadrangulares, interpretadas como la parte conservada del enlosado de la calzada,90 aunque en ciertos puntos se documentaron unos niveles de tierra, arcillas y grava funcionando con las losas. Los precedentes de l’Almoina, y los datos recogidos, losas solo encima del canal y en uno de los laterales, niveles de zahorras acotados con el enlosado, hacen ver que es posible que en la plaza Cisneros la calle funcionara con una pavimentación similar.
Una atarjea procedente del horreum (Fig. 9, Cisneros-2), de la cual desconocemos sus características, vertería sus aguas al colector central, colocada ligeramente en espiga, en el sentido de la corriente.91 El área de la excavación de Banys de l’Almirall (Fig. 26), al sudeste de la ciudad, se urbanizó por primera vez con la refundación julio-claudia. En este momento se trazó un pequeño decumanus y los primeros edificios. A finales del s. I d. C. - inicios de s. II d. C. se reformó la zona.92 Un segundo momento de reformas, de mediados de s. II, implicó la colocación de un colector subterráneo en el eje central del decumanus93 (Fig. 9, Banys de l’Almirall-1). La alcantarilla presentaba un canal adintelado de 36-40 cm, con ligera pendiente hacia el este. Sus dos muros, de 31 cm de grosor y 42 de altura eran de caementicium, apoyados sobre una preparación en mortero de cal, que funcionaba como suelo del canal. La cubierta no se conservaba, pero los indicios de las pavimentaciones conservadas de la calle indicarían que el canal funcionó cubierto por niveles de zahorras, que constituían los niveles de circulación de la vía. 91
89 90
Burriel et al. 2004. Serrano Marcos 2000, 11-12.
92 93
Serrano Marcos 1998. Blasco et al. 1991, 186-188. Blasco et al. 1991, 190; Serrano Abril 2006, 107.
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Fig. 27. Cloaca de la calle del Mar 19.
También se han localizado dos atarjeas, una al norte y la otra al sur (Fig. 9, Banys de l’Almirall-2 y 3). La primera, de dos muros sencillos separados 30 cm, de piedras y fragmentos de ánfora unidos con mortero, se conecta al canal principal formando un ángulo de 75º a favor de la corriente, discurriendo en sentido sudoeste-nordeste. La segunda proviene del norte, hecha con una alineación de tejas clavadas en vertical, se conecta perpendicularmente al canal y es un poco más grande que la anterior, 40 cm de luz. En último lugar, de la cloaca de la calle del Mar94 se desconoce su naturaleza pero sí algunas de sus particularidades técnicas. Es un canal de dimensiones considerables, que discurre en dirección noroestesureste (Fig. 27). Estaba construido en opus caementicium, con un recrecimiento posterior, en mampostería. Su solera era una capa de piedras irregulares y su cubierta, de losas calizas cuadrangulares. Por los condicionantes topográficos del entorno y su ubicación, tal vez desaguara al canal fluvial meridional de la ciudad. En conclusión, el gran proceso de transformación de Valentia en época flavia incluyó una red de alcantarillado vinculada al acueducto y una red de distribu-
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ción hídrica, presurizada. Las calles, unas recién trazadas y otras continuadoras de las republicanas, fueron dotadas sistemáticamente de colectores centrales, formando una red de saneamiento interconectada ejecutada progresivamente entre finales de s. I y el II d. C. Los canales presentan una luz variable, entre 35 y 70 cm, y técnicas constructivas diversas, algunos, opus caementicium y otros, mampostería, también unida con mortero. Pese a la diversidad constructiva existen también numerosos puntos en común: todos los canales son centrales, de caja rectangular, con cubierta adintelada y en superficie, esto es, funcionando como parte del pavimento de la vía urbana, como se ha visto en l’Almoina y en la Plaza Cisneros, los dos casos en los que las losas aún se conservaban. Las cubiertas también presentan una particularidad técnica muy característica, un refuerzo lateral con una alineación de losas menores en uno o ambos laterales de la tapadera del canal, otro hecho que apunta a un proyecto unitario de obras públicas. A primera vista, llamaría la atención el escaso tamaño de las cloacas, especialmente en el área de l’Almoina, que sólo serían capaces de eliminar un caudal limitado. Esta realidad contrasta con el irregular régimen de lluvias de la zona, propenso a las grandes tormentas otoñales, que serían evacuadas en superficie. La introducción de un sistema global de alcantarillado dentro de procesos de transformación y renovación urbana profundas es muy común en todo el Imperio, ya sea en la fase fundacional de la ciudad, como en el caso de Tridentum95 o de Augusta Emerita,96 o en momentos de reconfiguración urbana, como en Fanum Fortunae97 en época augustea o en Asturica Augusta, durante el período flavio,98 al igual que la urbe valentina. De este modo, la red de alcantarillado se diseminó por toda Valentia, tanto en cardines como en decumani, aprovechando las condiciones topográficas para conducir las aguas pluviales y residuales hacia el este y eliminarlas definitivamente, con su vertido a los canales fluviales.
5.3.
94
Escrivà 1990; Díes et al. 1998, 194; Serrano Abril 2006,
EL
DESTINO DEL CONTENIDO DE LA RED
DE SANEAMIENTO Y POSIBLES VERTEDEROS: LOS CANALES FLUVIALES
En la periferia cercana de la ciudad, al oeste y al sudoeste, en las últimas décadas se han excavado dos 95
Bassi 1997. Alba 2001, 73. 97 Dolci 1992; 2000. 98 Burón 2006. 96
125.
337
338
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canales fluviales, o dos tramos de un mismo canal, en los que se acumularon abundantes desperdicios sólidos. Sin embargo, el modo y el ritmo de la deposición fueron totalmente diferentes. Al oeste de la ciudad, muy cerca de la prolongación del decumanus maximus hacia occidente, paralelo al cual trascurría el acueducto,99 en la plaza del Negrito se encontró un enorme relleno que colmataba una gran fosa, que muy probablemente se trataría de un tramo del canal localizado al sur de la ciudad, en medio de la actual plaza de la Reina. El estudio de sus abundantes materiales ha evidenciado que este potente depósito se formaría rápidamente en la segunda mitad del s. I d. C. La mayor parte del relleno lo formaban escombros y numerosos fragmentos de ánforas de garum de la Bética100 y hasta se recuperó una inscripción funeraria. Otra génesis sedimentológica habría que buscar al cegamiento de, posiblemente, el mismo canal en la referida plaza de la Reina, donde el hueco del lecho fluvial se fue rellenando con sucesivas capas horizontales y superpuestas, mayoritariamente de matriz arenosa, que denotaban un proceso natural aluvial en su formación. Entre los sedimentos arenosos se recuperaron abundantes cerámicas romanas que han permitido establecer que este proceso de colmatación natural se iniciaría en época de Tiberio y se completaría en la segunda mitad del s. II d. C.101 Estos serían los mejores ejemplos de evacuación de residuos sólidos urbanos. Por una parte, el rellenado rápido de una gran fosa de probable génesis fluvial y, por otra la colmatación lenta de un canal a través de la llegada habitual y continúa al fondo del lecho de desechos urbanos. Otro lugar que fue usado durante el siglo II d. C. para acumular residuos sólidos fue el circo, cuya arena, de 60 por 350 metros, se asentó sobre un potente relleno de escombros.102
5.4.
EL
PRIMER COLAPSO DEL SISTEMA DE
SANEAMIENTO: EL SIGLO III D.
C.
La segunda mitad del siglo III significó un punto de inflexión en la dinámica seguida por Valentia. Es el inicio de una crisis urbana generalizada, bien representada por los numerosos abandonos, destrucciones e incendios dispersos por la ciudad,103 especial-
Anejos de AEspA LX
mente de viviendas, acompañados de ocultaciones monetarias, posteriores pero cercanas al 270 d. C.104 Uno más de los aspectos en los que se manifiesta este período de crisis es el abandono masivo de buena parte del alcantarillado. En l’Almoina se detectaron todos estos fenómenos, especialmente en los edificios públicos:105 la basílica, por ejemplo, se incendió y ya no se volvió a reconstruir; el collegium se cubrió con estratos de relleno y, encima de él, se edificó una nueva construcción con patio central, interpretada como un espacio público administrativo donde el diácono Vicente sufrió el martirio.106 En esta zona se ha registrado la colmatación con sedimentos de algunos tramos de los canales de desagüe, tanto del cardo como del decumanus, que acabaron inutilizando parte del sistema. En este periodo no sólo se abandonaron las alcantarillas de las vías principales, sino que también entraron en desuso algunas de las tuberías de alimentación del subsuelo del cardo y que discurrían en paralelo a su cloaca central.107 Todos estos fenómenos no implican el abandono de las calles de l’Almoina, que siguieron en uso y en continuo mantenimiento, como demuestran las sucesivas repavimentaciones en zahorras superpuestas al enlosado-cubierta de alcantarilla del cardo. Los espacios periféricos, donde en la fase flavioantonina también se había extendido la red de saneamiento, sufrieron asimismo un fenómeno masivo de colmatación, con ciertas excepciones. Durante el s. III se produjo el abandono de las viviendas localizadas en los Banys de l’Almirall, zona que no retomará la actividad constructiva hasta el s. VI. Entre los siglos III y VI se detectan distintos niveles de destrucción y acumulación de escombros procedentes de los ámbitos domésticos circundantes, principalmente restos de la decoración pictórica mural y de placados marmóreos, que obliteraron la calle y el canal central de desagüe.108 De igual manera, se detecta la búsqueda y recuperación de material constructivo, expolio que sufrió también la alcantarilla de la calle, con el robo de sus losas de cubierta para ser reaprovechadas.109 En la cloaca de la calle del Mar, junto con la destrucción de zonas de habitación, donde se localizó un tesorillo monetario de mediados del s. III, se 104
99
Serrano Abril 2006. 100 Herreros 1995; Huguet 2006; Pascual y Ribera 2000. 101 Escrivà 1989. 102 Ribera 1998a. 103 Ribera 2000.
Ribera y Salavert 2005. Albiach et al. 2000, 64. 106 Marín y Ribera 1999. 107 Álvarez y Ribera 2002. 108 Blasco et al. 1991. 109 Chulià et al. 1989. 105
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inutilizó la cloaca con escombros y desechos de mediados de s. III d. C. A inicios del s. IV la zona volvió a reconstruirse.110 En la Plaza Cisneros se vivió más una transformación que un abandono. A partir de finales del s. III la zona combinaba el hábitat, la estabulación de animales y las tareas productivas, en espacios muy subdivididos y de condición modesta.111 La calle adyacente se mantendría en uso hasta la segunda mitad del s. IV, tanto su superficie de circulación como el sistema de saneamiento, tal y como indicaría la construcción de dos nuevas acometidas conectadas al canal central, procedentes de las estancias reformadas en este momento.112 El proceso detectado en la Baixada del Toledà constataría una situación similar: desde la constitución del decumanus minor no se detecta un cambio en el funcionamiento del espacio hasta el s. IV, con el abandono definitivo del sector, cubriéndolo con niveles de residuos.113 Las cloacas, en cambio, se colmatan a finales del s. III.
5.5.
LA
REFORMA DE LA RED DE SANEAMIENTO
DEL S. IV
En el s. IV Valentia recupero rápidamente su entidad urbana, combinando abandono de ciertos edificios como la basílica, que se incendió y ya no se volvió a reconstruir, con el mantenimiento de determinadas zonas, ciertos edificios públicos del foro, por ejemplo, y la reconstrucción de otros, como el edificio administrativo de l’Almoina, que se reformó a finales del s. III,114 o el santuario de Asclepio, que se repavimentó en esta época.115 La evolución de la red de alcantarillado de la ciudad durante esta fase es un claro reflejo de esta dicotomía continuidad-ruptura: muchas de las cloacas implantadas dejaron de funcionar durante el s. III, en muchos casos por su mantenimiento negligente, aunque en otros, el sistema de saneamiento se mantuvo y siguió en uso hasta bien entrado el s. IV, V o VI. Del periodo crítico de la segunda mitad del s. III Valencia emergió como el principal núcleo urbano de una amplia región, incluso antes de la importancia que asumió como centro cristiano y de peregrinación martirial entorno a la figura de San Vicente, quien
VALENTIA
sufrió la pasión en la ciudad el 304.116 Sin embargo, esta recuperación de finales del s. III estuvo a tono con su época y no se alcanzó ni la extensión urbana ni la calidad constructiva de la fase anterior. Determinados barrios fueron abandonados como espacio de hábitat, especialmente los septentrionales, cercanos al río, ocupados de una forma dispersa como centros de actividad artesanal y productiva.117 La restitución del sistema de alcantarillado sigue dos tendencias, la continuidad de canales anteriores con la construcción de nuevos, que suplían a los abandonados. Una vez más, los datos proceden de l’Almoina, donde se combina el mantenimiento continuado de ciertos canales (caso del tramo sur del cardo o el tramo este del decumanus) con la construcción de nuevas alcantarillas, que sustituyen a las inutilizadas en la fase anterior. Algunos de los canales colmatados no se recuperaron, como un tramo del decumanus maximus,118 (Fig. 9, Almoina-19), que procedía del foro. En su lugar se construyó una nueva alcantarilla que discurría en paralelo pero más al norte que la antigua, por debajo de la acera. Está realizada en opus caementicium y cubierta de losas de piedra caliza, en buena parte recuperadas del antiguo colector y reaprovechadas, reutilizando también elementos arquitectónicos diversos (Fig. 28). Justo cuando alcanzaba el cruce con el cardo, giraba 45 grados hacia el sur, cortando su alcantarilla, ya en desuso desde finales del s. III y no recuperada posteriormente. La nueva cloaca buscaba el tramo oriental de la alcantarilla del decumanus, aún en funcionamiento, donde acometía. De la fase del Bajo Imperio del alcantarillado se conocen algunas acometidas secundarias. Dos en el cardo y otra en el decumanus. La primera procede de un posible thermopolium construido a fines del s. III en las dependencias del antiguo macellum. El canal, que discurría en dirección sudoeste noreste, cruzaba la tienda y se adentraba a la vía urbana a través del umbral de la estancia.119 La segunda procede del oeste, del edificio administrativo de fines del s. III . Este canal, realizado íntegramente en opus caementicium, discurría en sentido oeste-este hasta encontrar el tramo del colector central del cardo, construido en época flavia y aún en uso120 (Fig. 25, 4). La tercera,121 al noreste del cruce entre cardo y de116
110
Blasco et al. 1994, 186-187. 111 Serrano Marcos 2000, 15. 112 Serrano Marcos 1998. 113 Albiach 1990. 114 Marín y Ribera 1999a. 115 Albiach et al. 2008.
339
Ribera 2008, 303. Ribera y Rosselló 1998, 13; Ribera 2000. 118 Albiach et al. 1998; Serrano Abril 2006, 175. 119 Álvarez y Ribera 2002. 120 Albiach et al. 1998; Marín y Ribera, 1999a, 278; Álvarez y Ribera, 2002; Serrano Abril 2006, 166. 121 Albiach 1999, 57; Serrano Abril 2006, 171-172. 117
340
Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
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5.6.
EL
FINAL DE LA UTILIZACIÓN DEL SISTEMA
DE SANEAMIENTO
Fig. 28. Nuevo tramo del canal del decumanus, construido en el s. IV.
cumanus, acometía al nuevo tramo del colector del decumanus, al cual ya nos hemos referido. Ésta, de 10 cm de luz, está constituida por dos muretes de baldosas, unidas con mortero de cal (Fig. 9. Almoina-20 y 21). Las nuevas infraestructuras de saneamiento alteraron el cruce entre las dos calles principales, provocando una remodelación general de la pavimentación del viario. En el tramo norte del cardo, la cloaca estaba colmatada por niveles de sedimento de finales del s. III. La remoción que provocó la inserción del nuevo canal de desagüe en el decumanus también generó cambios en sus losas de cubierta tapadas por las sucesivas repavimentaciones de tierra de la calle: éstas fueron recolocadas como parte del nuevo suelo de la vía, en una posición similar pero a una cota ligeramente superior y ya sin su función de sellado del canal de evacuación. De hecho, aún se observa el resultado deficitario de esta recolocación, que creó una superficie de circulación bastante irregular. En conclusión, el alcantarillado de la Valentia del s. IV presentaba tanto una continuidad de uso de determinados canales del s. I y II, y la construcción de nuevos canales para llenar los vacíos dejados por los antiguos tramos abandonados durante el siglo III. Esta reconstrucción se ha localizado exclusivamente en l’Almoina, lo que contrasta con el resto de ciudad, que a pesar de recuperarse como zonas habitadas o frecuentadas ya no se dotaron de una nueva red de evacuación de las aguas residuales. La continuidad de uso, en cambio, es más dispersa y no exclusiva del centro de la ciudad. En ciertos puntos como la plaza Cisneros, el colector se mantuvo en uso y su abandono acaecerá entre finales de s. IV y el V.
El s. V vio el fin del sistema de saneamiento recuperado parcialmente a inicios del s. IV. Todos los canales de la ciudad, tanto de l’Almoina como del resto de ciudad, aún en uso después del s. III (Plaza Cisneros), presentaban una colmatación con cerámicas del s. V d. C. La época coincidirá con el segundo momento de destrucción generalizada de la ciudad.122 De hecho, nunca más se recuperará el esquema urbanístico romano. Uno de los procesos de colmatación de las cloacas de l’Almoina mejor documentado es el del tramo sur del cardo. Éste se fue cubriendo progresivamente por capas de material sedimentario aportado por el tránsito de aguas fecales y otros residuos que las acompañaban, como restos cerámicos varios, tanto material constructivo como trozos de ánforas, vasos y copas (Fig. 29). Todos los niveles eran de arenas más gruesas, puntualmente combinados con otros de arena más decantada, igualmente con presencia, siempre escasa, de material arqueológico.123 Los rellenos que inutilizaron el tramo de la nueva cloaca del decumanus presentaban también unas características similares, fruto del abandono de la limpieza de los canales. Allí se superponían tres niveles, el primero de tierra muy depurada y con ausencia de materiales, creado por un proceso de sedimentación en un momento en que aún se limpiaban las alcantarillas. En cambio, los dos niveles restantes, de arenas gruesas y material arqueológico variado,124 corresponderían ya a la fase de limpieza negligente de los canales, en la que la ciudad ya no podía man-
Fig. 29. Rellenos de colmatación del siglo del cardo máximo. 122 123 124
Ribera y Rosselló 2007. Albiach et al. 1998. Albiach et al. 1999.
V
en la cloaca
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341
tener ni asegurar los servicios básicos ni la continuidad de las infraestructuras hasta el momento en uso. 5.7.
EL
MULADAR DE
SAN VICENTE
Del periodo Bajo Imperial, concretamente de los inicios del s. IV, se dispone de información histórica sobre un muladar de Valentia, donde a principios del año 304 fue arrojado el cuerpo de San Vicente tras sufrir su conocido y cruel martirio, que muy probablemente tendría lugar en un edificio localizado en l’Almoina.125 Aunque se desconoce la ubicación de ese muladar, la tradición lo sitúa al sur de la ciudad, en la ermita de la Roqueta, a poco más de un km. de la ciudad. Allí se localiza desde el siglo XIII, cuando Jaime I mando construir la ermita que conmemoraría este hecho.126 Muy cerca de aquí está la iglesia de la Roqueta, donde tanto la tradición como la arqueología situarían la primera tumba del santo.127 Sin embargo, no hay información arqueológica de este supuesto vertedero de residuos sólidos al que sería arrojado el fallecido diácono que, siempre milagrosamente, sería respetado por las bestias, concretamente un cuervo, animal frecuentador de los basureros que desde entonces ha ido ligado a la figura de San Vicente (Fig. 30). A este primer intento fracasado de deshacerse del cuerpo por vía terrestre siguió otro por vía marítima, consistente en arrojar el cuerpo mar adentro con una rueda de molino atada al cuello. Como es de suponer, este intento también fracasó, ya que, con la ayuda divina, el cuerpo regresó a la orilla y finalmente recibió cristiana sepultura.128 Este relato hagiográfico ilustraría claramente dos sistemas de deshacerse de cadáveres, residuos sólidos en el fondo: lanzarlos a un basurero algo alejado y que en esa época estaría a tocar con un entorno lagunar, o arrojarlo al mar, o al cercano lago de la Albufera. Otros santos cristianos sufrieron similares intentos de deshacerse de sus cuerpos, como San Sebastian, arrojado a la Cloaca Maxima de Roma.129 6.
EPÍLOGO: EL PERIODO TARDOANTIGUO, OTRA ÉPOCA, OTRO CONCEPTO DEL TRATAMIENTO DE LOS RESIDUOS
Tras este ya largo discurso, afrontar con mínimo de detalle esta etapa supondría superar con creces el 125 126 127 128 129
Ribera 2005. Soriano y Soriano 2000, 43. Ribera y Soriano 1987. Soriano 2000. Dupré y Remolà 2000, 142.
Fig. 30. Escena del muladar de San Vicente, Siglo XVI . Escuela de Juan de Flandes. Colección Levante-EMV.
espacio que en su justa medida nos correspondía. Por consiguiente, nos limitaremos a esbozar las líneas generales de la documentación arqueológica, con lo que simplemente aportaremos un guión resumido de la cuestión. A partir del siglo V, coincidiendo con el colapso del Imperio Romano de Occidente, el mundo urbano que había sobrevivido iría entrando paulatina pero inexorablemente en otro tipo de ciudad, regido y dirigido por los próceres religiosos, que ya en el s. VI se convirtieron legalmente en los representantes de las ciudades frente a los distantes poderes políticos. Si hasta el momento se habían presentado una serie de hallazgos encuadrados en dos grandes grupos, los canales de evacuación de líquidos y los lugares de deposición de sólidos, la principal característica de este periodo sería que los primeros se reducen a la mínima expresión, cerca de la nada, mientras que los
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Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala
segundos aparecen por todas partes, dentro y fuera de la ciudad y en dimensiones y volúmenes diversos, desde pequeñas fosas a enormes vertederos.130 La única conducción de desagüe de líquidos se ha encontrado en el baptisterio del grupo episcopal, aunque en este caso volveríamos a catalogarlo como un conducto de residuos sacros, en este caso líquidos, ya que era el lugar por el que el agua utilizada en la ceremonia bautismal, que estaba bendecida por el obispo, salía al exterior para que los fieles la recogieran por sus cualidades profilácticas.131 En otros lugares como en Egara o en Son Peretó (Manacor, Mallorca), por el contrario, esta misma agua bautismal se vertía al fondo de la tierra, fuera del alcance de los humanos.132 En este periodo, en que los acueductos se irían arruinando, se volvió a usar profusamente los pozos para el suministro de agua. En la zona episcopal se han encontrado dos y también una noria.133 Otro gran pozo de época visigoda apareció recientemente en medio de un área funeraria en la periferia de la ciudad. Entrar en la enumeración, distribución y caracterización de los abundantes, diacrónicos y variados basureros y vertederos de esta fase requeriría de un estudio específico. A modo de síntesis, apuntar que 130 131 132 133
Remolà 2000. Picard 1989. García i Llinares et al. 2009. Ribera 2008.
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se encuentran tanto en el centro de la zona episcopal, caso de los de l’Almoina, como en zonas de hábitat urbano, compartiendo espacio con las unidades domésticas, al estilo de lo que tan bien se ha puesto de manifiesto en las excavaciones emeritenses de Moreria, con la promiscua asociación de vertedero y zona residencial.134 El amplio repertorio tipológico y la densa distribución de estas acumulaciones de residuos convertirían el paisaje y buena parte del espacio de las ciudades tardoantiguas en solares de escombros y basuras, donde los moradores urbanos es evidente que ya no desplazaban sus residuos sólidos a la periferia exterior, como bien ejemplifica el caso emeritense, sino que simplemente los dejaban al exterior de las viviendas. Lo mismo sucedería con los líquidos que, ante la inexistencia de canales de desagüe subterráneos, acabarían lanzados al viario público o acumulados dentro de pozos ciegos, tal como, por otra parte, ha sucedido hasta hace poco en muchos lugares. Una prueba de que en estos vertederos se lanzaba de todo, serían los ya diversos y dispersos esqueletos humanos que se han recuperado en varios vertederos intramuros de Valencia lo que no hay que confundir con los primeros cementerios urbanos, que estaban vinculados a edificios religiosos.135 134 135
Alba 2004; 2005. Alapont y Ribera 2008; 2008a.
VERTEDEROS: ESTUDIOS DE CASOS
EL VERTEDERO DEL SUBURBIO NORTE DE AUGUSTA EMERITA. REFLEXIÓN SOBRE LA DINÁMICA TOPOGRÁFICA EN EL SOLAR DE LA CALLE ALMENDRALEJO N.o 41 FRANCISCO JAVIER HERAS MORA* MACARENA BUSTAMANTE ÁLVAREZ** ANA B. OLMEDO GRAGERA***
1.
INTRODUCCIÓN
Debemos a los excepcionales resultados de la excavación de este solar el que hoy nos encontremos en una reunión como ésta, donde los criterios para participar en ella se han regido por el deseo de simplificación, optándose por invitar a un equipo de trabajo por cada ciudad. Y es que queremos pensar que esa sea la razón y no que hubiera primado la condición de ser Mérida la sede que hoy acoja esta reunión. En lo que sigue, procuraremos mostrar las condiciones y características que confieren esa excepcionalidad a la intervención arqueológica en el número 41 de la calle Almendralejo y, a partir de ellas, tratar de reflexionar acerca de su significado como agente topográfico y, en último término, como merecido documento histórico de primer orden. Queremos comenzar introduciendo una pequeña consideración acerca de la terminología que empleamos al referirnos al último estadio del viaje del residuo sólido. Hemos optado por la asepsia del término «vertedero», considerando que otras denominaciones podrían limitar la amplitud significativa que necesitamos al referirnos a ello: el lugar a donde van a parar los «vertidos», en el sentido más amplio de la palabra. Otras voces de nuestro rico diccionario castellano, como basurero, ya avanzan lo que se deposita sine tempo. No son sólo basuras, y entendemos con ello —en nuestro vocabulario más coloquial— esencialmente las domésticas, lo que es inservible y arrojado fuera de nuestro ámbito más íntimo. Tampoco es escombrera la palabra que me*** Junta de Extremadura. Consejería de Cultura y Turismo. *** Universidad de Cádiz. Departamento de Historia, Geografía y Filosofía. Área de Arqueología. *** Arqueóloga.
jor convenga para definir lo que hemos analizado y que mayoritariamente hallamos acumulado en las inmediaciones del caserío urbano; aunque resulta mayoritaria la proporción de escombros, no es sólo el ripio constructivo lo que se tira en estos lugares. Y no digamos ya estercolero —para los consabidos residuos orgánicos— u otras acepciones, supuestamente sinónimas, que nos permite la lengua. En definitiva, vertido es aquello que se vierte y vertedero debe ser el espacio físico en que se permite o conviene verter. Cuestión aparte del espacio físico, del lugar acotado o no, regulado, arbitrado o arbitrario, interesa en Arqueología la dimensión temporal y la valoración de posibles alteraciones en la línea de continuidad durante la vida del propio vertedero. Iremos tratando de caracterizar algunos de los puntos planteados y de explicar, en la medida que la evidencia material lo permita, el origen y las causas de su morfología y evolución histórica. Antes de proseguir, hemos de puntualizar que nos ocuparemos esencialmente del residuo sólido, pues es éste el que de un modo más directo condiciona el aspecto topográfico —objetivo de nuestro enfoque—, en detrimento de la atención que le vayamos a dedicar a los líquidos, que necesariamente tendrán su espacio, seguro que aún menor del que se puedan merecer. Con todo, en nuestra introducción aún nos quedaría por caracterizar en líneas generales el lugar que se escoge o, simplemente, se convierte en vertedero. El concepto de suburbio, en términos actuales y de los proyectos u ordenación urbanística en nuestras políticas ciudadanas, despierta sensaciones de ambigüedad o de indefinición, pero lo que sin duda compartiríamos con los responsables de urbanismo de la antigüedad es la idea de polivalencia. El suburbio es ante todo un espacio generalmente indefini-
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do cuyo principal criterio de demarcación quizá sea su carácter periférico. Dentro de estos límites, el espacio suburbano de las ciudades romanas abarca un amplio abanico de usos: funerario, viario, doméstico, industrial, agropecuario, naturalmente también el de vertedero y sectores incultos. La convivencia entre todos o una buena parte de ellos será uno de los aspectos más interesantes que habremos de valorar en lo sucesivo. Además de ello, debemos tener presente conceptos religiosos o dentro del ámbito de lo intangible, como los de pomaerium y la frontera entre la urbs y el rus. En el suburbio, la ciudad se prolonga más allá de sus murallas e inicia una dialéctica material y abstracta con los ítems que la rodean, en una relación manifiestamente desigual y jerárquica. Uno de ellos es el sistema hidráulico —captación, conducción y distribución— que la abastece, o la red de caminos periubanos que permiten la óptima comunicación entre el interior de la ciudad y los demás elementos de su entorno más o menos inmediato, o de ellos mismos entre sí. Otro, lo son las industrias e instalaciones agrícolas más próximas y dependientes, destinadas a satisfacer las necesidades de los ciudadanos que viven dentro. También forman parte de estas áreas suburbanas las grandes domus que aprovechan las potencialmente menores limitaciones espaciales para extenderse en toda su amplitud. Las áreas marginales destinadas a los enterramientos, concentrados en recintos y/o a los lados de los caminos, conforman una prolongación de la estructura social urbana y pueden constituir, además, una parte del paisaje monumental y sin duda morfológico de la ciudad. El pomerio, como espacio sagrado, tiene un alto nivel de intangibilidad, pero también una elevada carga legislativa, restringiéndose teóricamente determinadas actividades. No sabemos bien cuánto esfuerzo se llegó a hacer para regular legislativamente los vertederos de Emerita, puesto que lamentablemente desconocemos las leyes específicas que la rigieron, y menos aún los límites impuestos para este preciso tipo de actividad. Sí podemos deducir algunas políticas «urbanísticas» que afectaron al espacio que estudiamos y que lo convirtieron a partir de un preciso momento en el destino de decenas de miles de metros cúbicos de vertidos de casi cualquier tipo de naturaleza. Seguramente en ello tuvo que ver la propia evolución histórica de la ciudad, su desarrollo social y demográfico, también político y económico, durante los quinientos años de su fase romana. Capítulos como los cambios sufridos en el urbanismo interior durante las primeras décadas de su trayectoria histórica, con
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la generación de nuevos espacios públicos, la llegada de nuevas gentes en momentos puntuales, como la que propiciaría el emperador Otón, anteriormente gobernador de Lusitania, el desarrollo económico del siglo II y, sobre todo, el decisivo impulso que supuso su elección como sede o residencia del Vicarius Hispaniarum en el contexto de las reformas de Diocleciano a fines del III, que afectó a todos los aspectos de la vida de la ciudad. De una buena parte de estos cambios, tenemos noticias gracias a las fuentes literarias; de éstos y otros capítulos de su historia, en cambio, la información arqueológica resulta decisiva para conocer de ella o valorar su trascendencia. En algunos trabajos hemos empleado las pruebas materiales que nos ofrecían los vertidos arrojados en este sector periurbano de la Mérida romana. En una ocasión, los restos arqueológicos permitieron situar un hecho tan sólo conocido —y de forma muy limitada— por la epigrafía; en él propusimos un momento y un contexto arquitectónico determinado (Heras y Peña 2011). En otro trabajo, uno de nosotros puso sobre la mesa nuevos argumentos iconográficos para el estudio del culto imperial en la ciudad (Bustamante e.p.). Decididamente, los vertederos constituyen auténticos documentos históricos y deben ser siempre estudiados como tal.
2.
CONTEXTO GENERAL DEL SOLAR
Entre los años 2005 y 2007 intervenimos en este gran solar con una superficie que superaba la media hectárea y que se extendía a los pies mismos de la vieja muralla romana, casi completamente soterrada y diluida entre las edificaciones actuales y parcialmente bajo la Calle Almendralejo, hoy uno de los más céntricos viales de Mérida. La morfología del terreno dentro de este sector ofrecía —aproximadamente hacia su mitad— una engañosa inflexión que se atribuyó al recorrido del muro defensivo y a las pendientes naturales que debiera presentar la «acrópolis» urbana. Tan intenso y efectivo había sido el sucesivo aporte de tierras y desechos urbanos en época antigua, que ocultó completamente las grandes construcciones romanas, aún en pie, y hubo de alterar de un modo más que notable la topografía de este sector (Fig. 1). Quizás tuvo buena culpa de esa intensidad en el crecimiento del vertedero su ubicación junto a una importante puerta en la muralla (Álvarez Martínez 2006, 234, 250; Rodríguez Martín 2004, 392), o la propia red de caminos que partía de ella y que per-
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Fig. 1. Situación del solar respecto del perímetro amurallado de la ciudad romana (plano amablemente facilitado por A. Bejarano).
mitía una rápida evacuación de residuos sólidos, quizás también la existencia previa de unas incómodas pendientes —útiles desde el punto de vista defensivo, pero cada vez menos necesarias— y la necesidad de mitigarlas para aprovechar posteriormente esta superficie. De cualquier forma, lo cierto es que el espesor estratigráfico que el vertedero llegó a alcanzar en época romana superó los diez metros y en su camino arrolló auténticas torres funerarias, construcciones industriales y cultuales y toda una jerarquía de infraestructuras viarias, con sus respectivas cloacas y canales (Fig. 2). En lo que se refiere a las calzadas, según recientes estudios (Sánchez y Marín 2000) y, particularmente, la última monografía sobre el tema (Sánchez Barrero 2010), del sector norte de la ciudad parten diversas vías. Una de las más relevantes fue sin duda aquel camino XXIV del Itinerario de Antonino, que
comunica a Mérida con el norte peninsular. Éste constituiría la prolongación septentrional del cardo máximo, partiría de una gran puerta monumental —en el «Cerro del Calvario»— y requirió la construcción de un formidable puente de tres ojos en el arroyo Albarregas, pocas centenas de metros antes de desembocar en el Guadiana. Sin duda, la existencia de este puente condicionó una buena parte de los trazados de los caminos de este sector en su avance hacia la otra orilla. En este punto, según apuntan Rodríguez Martín (2004) y Sánchez Barrero (2010, 103), la topografía jugaría un papel muy importante, sobre todo si tenemos en cuenta las pendientes que debieron remontar quienes pretendiesen entrar en la ciudad directamente por aquella puerta. La necesidad de generar alternativas a ese brusco remonte pudo reconducir parte del tráfico a través de una puerta próxima y de su correspondiente camino periurbano
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Fig. 2. Esquema simplificado de la evolución topográfica del vertedero excavado en el suburbio norte de Mérida.
(Rodríguez Martín 2004, 392). Éste debió ser la calzada con destino al noreste que hallamos en nuestra excavación, de nuevo la prolongación de uno de los ejes viarios interiores, un decumanus minor, en su confluencia con un cardo minor. En íntima relación con este último camino, estaría el que Sánchez y Martín denominan «9» (2000, 565) y que procuraría la comunicación con otras calzadas de la fachada norte de la ciudad y funcionaría como ronda de «circunvalación» (Sánchez Barrero 2010, 109). Éste ya fue detectado en alguna intervención próxima (Bejarano 1999) y pudiera consistir en la comunicación natural extraurbana entre las grandes vías XXIV y XXV (aquel Alio itinere ab Emerita Caesaraugustam). Además de este «camino 9», habríamos documentado en el área excavada un tercer vial —el que Sánchez Barrero llama «25» (2010, fig. 69)—, esta vez partiendo desde aquí mismo, en su confluencia con el número 9, y que se tornaría en una auténtica via sepulchralis, en torno a la cual compiten en monumentalidad los edificios funerarios. Todas estas calzadas que documentamos formaron parte de los trazados de las primeras andanzas de la ciudad y de su fosilización a lo largo del tiempo, estando plenamente vigentes hasta el siglo IX, intervalo en que se mantienen en pie las murallas y grosso modo la organización urbana interior. En todo ese tiempo, podemos reconocer dos grandes fases: una romana, que arranca pocas décadas después de comenzada la Era y que se prolongaría hasta las postrimerías del siglo V —o comienzos del IV—, y otra, más difusa, en los primeros años del periodo emiral, cuando se alternan los sencillos aportes de escombro con los improvisados basureros en que se convierten los silos islámicos una vez quedan inservibles.
3.
LOS RESIDUOS LÍQUIDOS
A pesar de que nuestro objetivo es la valoración de los residuos como agente topográfico, no podemos pasar por alto la interesante red de cloacas y otras soluciones técnicas encaminadas a la gestión de los líquidos. Y es que resulta que el desarrollado sistema de desagüe que encontramos en el interior del recinto amurallado romano (Hernández Ramírez 1998) encuentra puertas hacia afuera perfecta correspondencia. Como lo hicieran las cloacas bajo los viales intramuros, que vertieron hacia el suroeste atravesando la muralla o aquel «dique» hasta el río Guadiana1, los caminos suburbanos del norte transitaron sobre los últimos metros de aquella red antes de desembocar en el arroyo Albarregas. A diferencia de las primeras, que casi inmediatamente encuentran el curso de agua que arrastrará los desperdicios líquidos, en el caso de la red que vierte hacia el norte, esa desembocadura no será inmediata -habrá de recorrer aún doscientos o trescientos metros más- y necesitará ser conducida artificialmente, al menos en parte. Dicho esto, nos explicamos el continuo esfuerzo hecho por evacuar las aguas residuales que hemos venido observando a lo largo de la historia registrada en la intervención arqueológica (Fig. 3). A pesar de que los desniveles que presenta la topografía de la ciudad fortificada hacia este sector septentrional fueron importantes y, por tanto, las posibilidades de inundación aquí debieron ser escasas, el continuo e intenso aporte de tierras y residuos sólidos, como veremos más adelante, disminuye o, 1 De ello referirá J. Acero en su intervención, en estas mismas actas. No obstante recientemente hizo un estado de la cuestión (Acero 2007).
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Fig. 3. Vista del interior de una de las cloacas documentadas en la intervención arqueológica, correspondiente al camino de salida de la ciudad.
cuanto menos, compromete esa ventaja. Por otro lado, habida cuenta de que los espacios periurbanos son parte de la misma ciudad y necesita ser ordenado para su ocupación, es esencial que exista el compromiso colectivo por mantener encauzadas las aguas pluviales y fecales. Con todo ello, explicamos la razón de que en este sector urbano se mantengan este tipo de conducciones en todos los ramales y variantes posibles, que discurrirán bajo el sistema de caminos reseñado en el punto anterior. Cuando esto no es posible, y en ello concursan cuestiones técnicas como el colapso o la falta de mantenimiento de las viejas cloacas, se acabará optando por soluciones más drásticas, como la apertura de grandes fosos perpendiculares a las curvas de nivel. Todo esto es resultado y parte de la evolución de los cauces de las aguas residuales, pero, ¿qué debió ocurrir en los primeros tiempos? No conocemos, del camino principal que arranca de la puerta de la muralla urbana, si éste en origen contó con su correspondiente cloaca, pues de él sólo tenemos evidencia a partir de finales del siglo I. Lo que sí que parece probado es que el resto de esta red de desagües abovedados parte de este momento y su construcción pudo estar ligada a la «petrificación» de su capa de rodadura. El camino 25 —en el esquema viario de Sánchez Barrero (2010)—, con seguridad el más antiguo de la secuencia estratigráfica de la intervención, con una cronología augustea-tiberiana, no contó en origen con una conducción de este tipo, más al contrario, su superficie de tránsito presenta una sensible hondonada central a lo largo de su recorrido que debió hacer las veces de colector, toda vez que su curso circula a favor de las pendientes iniciales. Quizás en estos primitivos momentos la gestión de las aguas,
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pluviales o fecales, se resolvió, como en este camino, superficialmente en todos los casos que tratamos. Sea como fuere, avanzado el siglo I, los viejos viales originales sufrieron un importante cambio de apariencia y naturaleza. Los dos caminos principales y más próximos a la muralla se convirtieron, tras una más que evidente elevación topográfica, en calzadas pétreas. Se empleó para ello diorita, la roca más dura del entorno, asentada sobre varias capas de tierra y grava que le aseguran regularidad. Bajo la superficie transcurre la cloaca, construida mediante dos robustos muros de mampostería y una bóveda de medio punto y del mismo material. Tan sólo aquel camino 25 —en su versión de finales del siglo I, sobreelevada más de dos metros desde la cota original— queda sin petrificar, aunque sí que contó con su correspondiente canalización subterránea. De la historia inmediatamente posterior de esta red de desagües principales, sólo conocemos que vivió varias reparaciones sobrevenidas tras otros tantos desplomes parciales de sus bóvedas, seguramente provocados por un endémico fallo de cimentación, puesto que a fin de cuentas estaban asentadas sobre los niveles de tierra del mismo vertedero. Gracias al estudio de los materiales asociados a estas reparaciones —rellenos de las fosas que cubren las nuevas bóvedas— podemos advertir que el mal que les afectaba fue patente pocos años después de su construcción, muy a principios del siglo II. Transcurridos los años, pudo ocurrir que el colapso de las antiguas cloacas fuera generalizado, que las cotas de las vías se habían incrementado notablemente, aún unos metros más, haciendo más dificultosa su reparación. Lo cierto es que documentamos en un sector de la intervención, concretamente el más próximo al trazado de los viejos caminos, con una dirección similar —norte— y orientados conforme a las pendientes, unos anchos y profundos fosos, de cuya cronología sólo sabemos que son considerablemente posteriores a los caminos vigentes en el siglo II —y sus cloacas— y que fueron amortizados a finales del III, unos, o mediados del IV, otros. Lo que motivó su excavación en la Antigüedad pudo consistir en facilitar la evacuación de las aguas de lluvia y «urbanas» cuando ya no funciona la red de saneamiento, ocluida con sedimentos o con sus propios derrumbes, algo que hemos documentado fehacientemente en los tramos que conocemos de los caminos 9 y 25. La hipótesis de que al menos uno de esos fosos, el amortizado más tempranamente, tuviera la misión evacuadora que le asignamos y no otra —como la defensiva— se sustenta sobre todo en su pendiente, orientación y recorrido, pero también en determinados detalles de su
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Fig. 4. Relleno de colmatación de una de las grandes fosas que atraviesan el solar intervenido.
Fig. 6. Una de las atarjeas o conducciones menores identificadas en la excavación del solar.
sección —irregular y con bifurcaciones— y en la adición de elementos en sus curvas que sirven para encauzar las aguas y evitar que éstas socaven las tierras más allá de sus paredes (Figs. 4 y 5). Además de los grandes colectores públicos y de uso colectivo, hemos tenido la oportunidad de valorar otro tipo de conducciones «privadas» o de uso
individual. Son generalmente estrechas atarjeas —llegan a alcanzar una luz de no más de treinta centímetros— cubiertas con losas de ladrillo, paredes del mismo material (Fig. 6), que discurren desde determinados puntos de las instalaciones industriales hasta la única cloaca que probablemente siga en funcionamiento después del siglo III, la que arranca de la puerta de la ciudad, aunque no por mucho tiempo. Lamentablemente no podemos ofrecer detalles de esa confluencia, pues la excavación aún no ha concluido y quedará por resolverse en los próximos años. En algún momento se ha documentado una solución distinta a este tipo de canal, como el empleo de tuberías cerámicas (Fig. 7). Sin conocer su origen preciso, sabemos de una parte del recorrido y el destino de una de éstas. Hacia mediados del siglo II, comprobamos su trazado curvo que sorteaba un gran obstáculo —una vieja «torre» funeraria, sepultada en dos terceras partes de su altura (cuatro metros)— y desembocaba directamente sobre la superficie de rodadura de uno de los caminos, aún cuando —pensamos— se mantenía en uso la cloaca que existía bajo él. Valga este sucinto recorrido por la evolución del sistema de evacuación de residuos líquidos para valorar también la progresión urbana en este sector de
Fig. 5. Una de las fosas —¿cárcavas?— excavadas en los estratos del vertedero. Se aprecian algunas piezas —piedras y grandes fragmentos o bloques informes de opus signinum— que sirven para encauzar la circulación de aguas.
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Fig. 7. Tubería de cerámica hallada en el sector norte del solar.
la ciudad, presidida en lo que conocemos por la labor fagocitadora y el carácter dinámico y modelador del vertedero. Los detalles técnicos, de cualquier forma compartidos por las demás evidencias materiales repartidas por la ciudad, serán tratados en este mismo volumen.
4.
LOS RESIDUOS SÓLIDOS
En nuestro análisis del vertedero que excavamos parcialmente en este solar, tuvimos la oportunidad de evaluar algunos aspectos de los estratos de vertido, como la composición, el grado de compactación, el volumen o la morfología de cada «echado». Una de las características más interesantes trata sin duda de la naturaleza. Ésta tiene que ver, sin duda alguna, con el origen del residuo y condicionará la textura, los componentes que integrarán cada estrato, el grado de compactación, muchas veces íntimamente relacionado con su composición, y el volumen que puede llegar a alcanzar. A diferencia de los aportes de basuras o escombros puntuales —o limitados en el tiempo— que solemos identificar en nuestras excavaciones y que pueden tener una única procedencia o en todo caso una escasa variabilidad, en un gran vertedero como éste, probablemente de titularidad pública, el origen de los residuos es muy amplio. A lo largo de nuestro trabajo en campo hemos podido discriminar ripio constructivo producto de reformas decorativas en las ricas domus urbanas, de reornamentación de edificios públicos, también de auténticas remodelaciones estructurales, residuos de talleres de manufacturas metálicas y de cantería, grandes cenizales probablemente originados por la limpieza de termas u otras actividades relacionadas con hornos, también se-
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dimento acumulado naturalmente y materia orgánica y cerámica procedente de ambientes domésticos. El vertedero es, pues, producto de la acumulación de todo ello, del arbitrario aporte de restos sobrantes de actividades de carácter industrial (cenizas, escorias, restos de talla, retales de producción, generalmente con composiciones homogéneas, de uno o dos tipos materiales, con poca carga de tierra), del desperdicio doméstico en el seno de la vida cotidiana del interior de las casas (materia orgánica, como pequeños carbones y huesos animales, y abundantes fragmentos cerámicos resultantes del malogro de recipientes de cocina, mesa o almacén, mezclados con tierras de diverso tipo, poco compactadas) y de los escombros constructivos generados por la demolición o la reforma de edificios o ambientes arquitectónicos o decorativos (abundante tierra producto del desmoronamiento de tapiales, nódulos de cal de la argamasa de los muros, escasa piedra de tamaño medio-grande, que suele ser reutilizada en las nuevas construcciones, fragmentos de entónaco pintado o estucos moldurados, algunos restos de mármol y, con frecuencia, mezclados con basuras domésticas). Interesa, de lo dicho, puntualizar la representatividad de cada tipo de composición/origen dentro del volumen total del vertedero. En este punto, hay que reconocer la importancia cuantitativa de los residuos constructivos respecto de todo lo demás. Indudablemente los ripios originados en el desmonte de un edificio o de un programa decorativo mural generan de una sola vez mayores espesores en la estratigrafía. Son, por lógica, los grandes vertidos de escombros los que posibilitan un más rápido cambio en la morfología topográfica, también los más fieles índices de la evolución en las modas ornamentales y de los cambios en los materiales y técnicas constructivas en la ciudad. Del otro lado, tenemos la basura doméstica, que generalmente sedimenta formando finas capas que alternan con el ripio de obra o, en ocasiones, mezclado con el residuo industrial. Esta última particularidad resulta interesante, pues podemos comprobar la convivencia de lo manufacturero y lo doméstico en el interior de la ciudad y, en todo caso, de la existencia de talleres familiares o artesanos. Un ejemplo de ello es el trabajo sobre hueso, uno de cuyos estudios se ha realizado a partir de los retales sobrantes de los cortes y de los productos malogrados en su factura, recuperados en algunos niveles de nuestra intervención (Aranda 2006). Echamos de menos, de todos modos, indicios claros de actividades industriales masivas, que como la alfarería, produce unos residuos muy característicos que no han sido identifi-
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A continuación trataremos de caracterizar de un modo específico el vertedero emeritense del que nos hemos ocupado en nuestra intervención, tratando de sistematizar en la medida de lo posible su evolución a lo largo del período romano, así como las posibilidades que permite su estudio. Para ello tomaremos aspectos materiales que hablen de sus aptitudes para modelar la topografía, su utilidad como agente datador y, en última instancia, como documento histórico que nos ayuda a caracterizar y es reflejo de la propia secuencia de la vida en la ciudad. Fig. 8. Muro con materiales diversos —piedra irregular y fragmentos de escultura y decoración arquitectónica en mármol— reutilizados.
cados en ningún momento ni área dentro del vertedero. Este hecho habría que explicarlo en la concentración más que evidente de hornos en determinados puntos de la ciudad, como la fachada sur o la orilla opuesta del río, sectores donde se ha venido detectando una importante industria cerámica, vascular y latericia. Otra reflexión que se puede extraer, no ya tanto de lo que aparece representado en el vertedero, sino de lo que destaca por su ausencia, resulta de la escasez manifiesta de grandes bloques de piedra, aún cuando abunden otros indicios materiales de carácter constructivo en determinados estratos. Entendemos que en una ciudad con la dinámica socioeconómica de la capital emeritense, la necesidad de suministro de material de obra es una constante a lo largo de su historia y que el reciclaje de grandes piezas arquitectónicas, más o menos regulares, de cantería o no, permite un importante ahorro para afrontar la renovación o la nueva construcción. Una buena muestra de ello la encontramos en los mismos restos murarios documentados en nuestro solar, donde resulta evidente la inclusión de piezas de pizarra, diorita, cuarcita, mármol o granito —incluso bloques de argamasa u opus signinum— en los muros que delimitan los recintos o parcelas desde épocas relativamente tempranas (Fig. 8). En el otro extremo del reciclaje del residuo constructivo, están los nódulos de cal, difícilmente aprovechables en nuevas estructuras, o los pequeños fragmentos de revocos o de decoración arquitectónica, con similar problemática. En estos casos, se emplean en el parcheado de caminos o en rellenos ligeros que se necesitan macizar y compactar, como ocurre con los huecos dejados tras la reparación de las bóvedas de las cloacas.
5.1.
CAMINOS Y VERTIDOS
El aporte de residuos en un vertedero ha de ser compatible en todo momento con la existencia de caminos que lo hagan transitable para efectuar la deposición y, en el caso de que se encuentre junto a una importante puerta y vía hacia la ciudad, como es éste caso, debe ser una garantía el acceso a ella desde otros puntos o actividades próximas. En esta tesitura debieron encontrarse los responsables ciudadanos cuando lo vieron crecer al ritmo que hemos detectado en nuestra secuencia estratigráfica. Es evidente que existe una manifiesta voluntad por mantener los primitivos trazados viarios a pesar de que las tierras, escombros y basuras los invadan una y otra vez. El respeto por los trazados fue parejo a la necesidad de conservar los límites de las parcelas. Los muros que marcaban físicamente las distintas propiedades, quizás desde los orígenes de la Colonia, fueron recrecidos o inmediatamente sustituidos cuando los vertidos sólidos encerrados en esos mismos recintos rebosaban literalmente sobre ellos. Esto es al menos lo que ocurrió hasta el siglo III; a partir de entonces esas divisiones, si se mantuvieron más allá, dejaron de ser delimitadas físicamente. Esta cuestión queda de manifiesto cuando en el siglo IV tan sólo se mantiene un solo camino de todo aquel primitivo esquema viario que describíamos más arriba, y el vertedero habría borrado cualquier huella de la antigua compartimentación del espacio, de los demás viales que lo surcaban y, de forma muy significativa, de aquellos monumentos funerarios del siglo I y II. En todo ese tiempo, la restitución de los caminos —cierto que a diferente cota— fue una constante desde que —en un momento impreciso de mediados del siglo I— se optara por amortizar el monumental paisaje funerario que se abría frente a este punto de la
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Fig. 9. Fotografía durante el proceso de excavación de una de las fases del camino 25.
fachada norte de la ciudad y convertir todo ello en el destino físico de una buena parte de sus residuos. Los recrecimientos de las vías resultaban casi tan frecuentes como los grandes aportes arrojados al interior de los recintos; incluso la composición y su relación física permitiría relacionarlos en muchos de los casos. Sin embargo, en el análisis comparado de la evolución del vertedero y del recrecimiento de los caminos se observa cierta ralentización en esto último, en torno al cambio de siglo, cuando ya hacía décadas se había borrado prácticamente la existencia de aquella primera «necrópolis» y surgieran las calzadas enlosadas en los viales principales (camino 1 y 9 de Sánchez y Marín). Los aportes prosiguen, aunque ello no sea reflejado, como en otras ocasiones, en la superficie de estas calzadas, apenas reparadas o regularizadas levemente con finos estratos de tierra compactada… ¿existió entonces una más rígida protección física y legislativa de esos caminos?. Traemos de todo esto un ejemplo —esperamos que clarificador— donde mediante una fotografía resumi-
mos cuanto resulta del incremento acelerado de residuos en los recintos «privados» desbordados y que comienzan a comprometer el uso o la propia existencia del camino (Fig. 9). La superficie que tenemos en primer plano corresponde a una capa de tierra endurecida «heredera» del viejo camino 25 —de comienzos del siglo I—, que habrá quedado sobreelevado más de dos metros desde su primitivo trazado. Ese incremento de cota se produce a lo sumo en sólo dos décadas. Esta vía resultante, idéntica en su diseño y orientación, tarda aproximadamente lo mismo en amortizarse nuevamente, sobreelevándose casi un metro más, con el concurso de un potente estrato que se fecha durante el reinado de Vespasiano. A comienzos del siglo II es de nuevo cubierto por un nuevo nivel de tierra y escombro, dando lugar a una de las últimas versiones de ese mismo camino. Se había alcanzado ya un total de cuatro metros de recrecimiento casi continuado, con una amplísima secuencia de superficies de paso, a veces difícilmente perceptibles por su corta vigencia. Entre tanto, los muros que
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delimitan los recintos son sustituidos unos por otros al compás de los propios niveles de rodadura y sin a penas variaciones en su trazado. Unos años más tarde, el tráfico de ese camino se rescinde, cerrando su paso mediante un muro con una estrecha puerta y convirtiéndolo probablemente en una vía de servicio para acceso a los recintos que albergará un nutrido y variado conjunto de sepulturas de incineración. Los demás viales siguen en pleno funcionamiento y aún vivirán uno o dos siglos más, uno de ellos, y hasta época medieval, el otro.
5.2.
NIVELACIONES Y RELLENOS: LOS VERTIDOS SÓLIDOS COMO AGENTE REGULADOR
La topografía primigenia de la fachada norte de la ciudad debió ser notablemente más abrupta que la que hoy conocemos. Los grandes aportes de vertidos sólidos a lo largo de los siglos del periodo romano habrían suavizado y modelado esas pendientes. Esa modificación no fue en modo alguno el resultado de una sencilla sedimentación homogénea, sino el producto de deposiciones desordenadas y desiguales, de actividades de excavación de fosas, zanjas, de préstamos de tierras y de construcciones. Decíamos al comienzo de nuestra exposición que algunos autores que se ocuparon de la topografía de la ciudad, por una cuestión u otra, habían advertido el importante remonte que suponía acceder a la ciudad a través de la puerta al final del cardo máximo y después de haber cruzado el puente sobre el río Albarregas desde el norte. Aún hoy, después de veinte siglos de actividad humana en el urbanismo, con aportes y rebajes en diferentes estadios de la historia de Mérida, resulta agotador e incómodo ese ascenso. Resultaba además, que cuando ya se había entrado en la ciudad, pocos metros después habría que «esquivar» uno de los foros, pues esa vía queda interrumpida al llegar al muro posterior de este gran espacio público. Una propuesta de alternativa a esa entrada, ciertamente difícil de probar desde el punto de vista meramente arqueológico, es la que planteaba cierta reconducción del tráfico hacia el interior de la ciudad bordeando ligeramente el pie de sus murallas —siguiendo la margen izquierda del Albarregas— buscando la suavidad —algo mayor— del ascenso a través de la puerta que debiera existir en el límite de nuestro solar de la Calle Almendralejo. En recientes trabajos arqueológicos en una parcela donde debió circular el camino directo desde el puente se ha podido comprobar una importante superposición de niveles de rodadura, quedando demostra-
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do de algún modo la transitabilidad y el uso de esta vía principal (un tramo de la vía XXIV, camino 1 de Sánchez Barrero). A pesar de ello, creemos que las ventajas topográficas que nuestro camino aportaban para el ascenso al recinto amurallado debieron ser interesantes, cuanto menos. Una prueba de ello es su vigencia durante todo el periodo romano y hasta época medieval; otra, lo es también la secuencia de pavimentos o reparaciones que encontramos en distintos momentos de su vida, estrechándose a veces o redirigiéndose en otras ocasiones. Esa ventaja fue aún mayor cuando el propio volumen del vertedero incrementaba desigualmente las cotas del terreno, alcanzando menor espesor cuanto más nos acercamos a la puerta de destino. Algo similar ocurrió con aquel camino 25 a que nos hemos referido párrafos atrás. En su sobreelevación había logrado una mayor horizontalidad, facilitando aún más su ascenso hacia los pies de la muralla. Involuntariamente —suponemos— se lograba un tránsito más suave, aunque menoscavando drásticamente las condiciones defensivas de las murallas que se habían construido al borde de la meseta en que se enclava la ciudad fortificada. En las décadas centrales del siglo IV debió surgir la necesidad de habilitar nuevos espacios para asentar industrias —como una panadería— y otros edificios en la zona. La ubicación de estos terrenos quizás resultara óptima por su proximidad a la ciudad y a su centro geográfico, político y económico —los foros y su entorno más inmediato—, pues aquí el perímetro del recinto se estrecha significativamente. Las pendientes artificiales e irregulares del vertedero, muy activo durante el siglo III y sobre todo en el sector más oriental del solar, debían ser remodeladas para posibilitar las nuevas construcciones. Se generan entonces dos grandes plataformas horizontales a dos niveles distintos, escalonando los deleznables terraplenes de tierra, escombro y basura. No era la primera ocasión que se optaba por esta solución de aterrazamiento para solventar los desniveles de la zona, pero sí que ha sido la vez en que claramente se hizo un uso topográfico de la modelación artificial del vertedero preexistente. Acompañando a ese retallado de los montones de escombro y basura se opta por cancelar los grandes fosos o «cárcavas» a que nos referíamos a propósito de los residuos líquidos (Fig. 4). Se aportan entonces ingentes cantidades de tierra y basura: una parte, bien reconocible, de nuevos estratos de composición uniforme y origen definido, y, otra, más heterogénea y con mayores espesores, apuntan probablemente al apresurado relleno con sobrantes mezclados que resultan de las mismas explanaciones. Esta
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Fig. 10. Una de las secciones del vertedero. Vista de uno de los perfiles dejados durante la excavación arqueológica.
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particularidad nos sugiere muy ilustrativa en algunas de las secciones dejadas en el proceso de excavación, donde la colmatación logra alcanzar más de cuatro metros de espesor y en la que se alternan unos y otros tipos de sedimentos, en potentes niveles y en estrechas bolsadas (Figs. 10 y 11). A una escala diferente, hallamos fosas colmatadas por rellenos homogéneos aportados precipitadamente. Desde el punto de vista de las aptitudes de los materiales que componen o imperan en los paquetes sedimentarios, es interesante destacar cierta preferencia de unos sobre otros. Un caso particular es el de los rellenos escogidos para cerrar las fosas abiertas en las obras de reparación de las bóvedas de las cloacas. Ya nos hemos referido al colapso casi generalizado que sufrieron y a las actuaciones encaminadas a repararlas a comienzos del siglo II. Pues bien, para ello excavaron fosas de planta alargada —algunas de más de diez metros de longitud, otras de apenas seis— que perforaban hasta alcanzar y delimitar el daño (Fig. 12); una vez reconstruidas, se hacían rematar con una fina capa de mortero de cal y sobre ésta escombro de obra hasta conseguir la cota de la superficie de rodadura del camino que transcurría sobre la misma cloaca (Fig. 13). Lo interesante en este
Fig. 11. Fosa y relleno de colmatación regularizados para construir una instalación industrial a finales-mediados del siglo
IV.
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Fig. 12. Fosa para reparación de una de las cloacas colapsadas, abierta en uno de los caminos.
Fig. 13. Relleno de la misma fosa, compuesto sobre todo por fragmentos de mortero de cal, enlucidos en su mayoría.
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caso consiste en reconocer el tipo de ripio escogido para tal fin: exclusivamente restos de revocos o enlucidos de cal fragmentados y desmenuzados, muchos de los cuales pintados, que debieron corresponder a renovaciones decorativas en las domus urbanas de Mérida. Podemos entender que esa elección obedecía a las posibilidades de compactación y consolidación del escombro rico en cal, dentro de la fosa que se desea rellenar para volver a transitar por el camino, pero también a la ligereza que este material aporta para ser arrojado sobre la cloaca recién reparada. De que esta elección fue premeditada, tenemos otras pruebas, como el que se agreguen grandes fragmentos de ánforas —algunas casi completas— en determinados puntos de esos rellenos sobre la nueva bóveda, con un claro propósito por aligerar el peso y la presión sobre ellas.
5.3.
LOS
VERTIDOS COMO AGENTE DATADOR
Ya hemos visto cómo a partir de la cronología que aporta el análisis de los ítems incluidos en los niveles que componen el vertedero podemos situar en el tiempo cada actividad en él. Pero tampoco debemos olvidar que los estratos de un vertedero constituyen en sí mismos contextos materiales con grandes posibilidades para la sistematización tipológica de los artefactos que contiene. Otra clase de contextos arqueológicos, como el basurero multifásico de una única actividad industrial, por ejemplo, donde los residuos representados suelen contener una escasa variabilidad material, esa posibilidad de ordenación tiplógica se hace más compleja e inexacta, pues contiene un menor número de otra clase de ítems con quienes compararlos en su faceta cronológica. Contar con una amplia secuencia estratigráfica de cientos de potentes niveles repletos de fragmentos de artefactos de corta vida, válidos hasta poco antes de su abandono, es sin duda el sueño de todo arqueólogo que desee ese tipo de sistematización. Por otro lado, algunos elementos, por su larga duración o su escasa evolución morfológica resultan poco interesantes para este propósito. No es este el caso, por ejemplo, de los utensilios cerámicos. Sin duda, son el tipo material más relevante cuantitativamente de cuantos recuperamos del registro estratigráfico, donde conviven además objetos de distinta naturaleza con semejantes o mejores posibilidades para la datación, como los recipientes de vidrio, la decoración arquitectónica o la numismática. Quizás el último ejercicio de sistematización en este sentido, sea el de la reciente tesis doctoral de uno de
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nosotros (M.B.) que plantea un estudio cronotipológico de la terra sigillata hispánica, relacionando rotundos contextos materiales con tipos morfológicos y permitiendo con ello incrementar las aptitudes como fósil guía de este particular tipo cerámico, muy abundante en los registros materiales peninsulares. Por otro lado, nos hemos ido refiriendo en distintos momentos de nuestra exposición a las cualidades de amortización que posee el gran vertedero. Sin entrar de momento en las razones de ello, hemos de reconocer que nos ha resultado de enorme utilidad las inferencias cronológicas que nos permitía el análisis del registro material en cada caso. No vamos a descubrir aquí la datación ante quem para la validez de determinados elementos que una vez quedaron sepultados por los vertidos, sin embargo queremos puntualizar una interesante faceta que aquí nos permitió valorar la evolución del paisaje funerario. Se ha documentado, a lo largo del descenso en la estratigrafía de la excavación, una aparentemente caprichosa superposición de estratos de residuos sólidos y de enterramientos, muchas veces sin depósitos demasiado definitorios desde el punto de vista cronológico. Pues bien, existen momentos puntuales de la vida de este vertedero en que el espacio es compartido estrechamente con el aprovechamiento funerario del mismo suelo. Dicho de otro modo, entre distintos aportes sin variación significativa alguna —en su composición, coloración, compactación o textura, ni tan siquiera en su cronología—, hallamos sepulturas de inhumación concentradas y superpuestas unas a otras; este hecho nos podría indicar, no ya la existencia de fases en la vida del cementerio —que existieron múltiples— sino la evidencia física de convivencia o simultaneidad entre ambos usos, el funerario y el vertedero, pero también la gran efectividad y, por qué no, de la prevalencia de éste último.
5.4.
EL
VERTEDERO COMO DOCUMENTO HISTÓRICO
La búsqueda de las razones de todo lo anterior —al respecto de la relación del vertedero con los caminos, con las parcelas y/o propiedades y de esa simultaneidad de usos— conlleva entenderlo como un verdadero documento histórico, y es que de una forma u otra, el vertedero es parte de la ciudad y comparte con ella sus crisis y desarrollo. Su estudio es, además, complementario al análisis de la evolución de sus monumentos, del urbanismo, de la sociedad y de las actividades que se desarrollan en el interior de sus muros.
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Un buen ejemplo de esa complementariedad en la reflexión histórica quedó de manifiesto en un pequeño estudio que realizamos recientemente a partir del componente material recuperado de un gran estrato de nuestro vertedero (Heras y Peña 2011). Constituía en una enorme bolsada mayoritariamente compuesta por fragmentos y «lascas» de mármol, con la particularidad de que el tamaño no superaba los veinte o treinta centímetros de longitud y de que todos ellos procedían de diferentes tipos de piezas perfectamente acabadas. Trozos de elementos de decoración arquitectónica —la mayoría— y de esculturas de bulto redondo y algunos restos epigráficos presentaban pruebas manifiestas de que originalmente habían estado bien pulidas, pintadas e incluso algunas revestidas con pan de oro. Una buena parte de ellas presentaban además huellas de fuego, oscurecidas desigualmente en la parte expuesta cuando el fragmento se encontraba formando parte de la pieza completa. Aún de forma necesariamente preliminar, advertimos —en lo que reconocemos no fue más allá de un pequeño acercamiento— que correspondieron a una arquitectura monumental y probablemente de carácter público: listeles de grandes columnas, volutas de enormes capiteles, fragmentos de extremidades de esculturas colosales, etc. Por otro lado, dedujimos que formaban parte de un programa decorativo uniforme desde el punto de vista del periodo artístico —estilo próximo a la estética de época flavia— y que su amortización no debió ir más allá del tránsito entre el siglo I y II. Todos estos argumentos cuantitativos y cualitativos, insertos en un contexto cronológico bien definido y formando parte de un único y uniforme paquete estratigráfico, nos permitían hipotetizar acerca de su origen: probablemente la reforma de un programa decorativo monumental preexistente y de escasa vigencia, sustituido quizás por incendio. Quizás no todos los estratos reúnan las condiciones expuestas en el caso anterior, pero el vertido, aún cuando no posea el mismo alcance histórico per se, continua obedeciendo al resultado de una voluntad concreta. Si el depósito adquiere grandes proporciones en un corto espacio de tiempo y en su abandono condena un paisaje funerario, con evidentes connotaciones sentimentales y, más aún, de escala monumental, con sus consabidas implicaciones sociales, esa voluntad emana probablemente de un poder político y obedece a un interés muy importante e irreconciliable con el mantenimiento de dicho paisaje. Esto es lo que parece que ocurrió en torno a mediados del siglo I en el sector más septentrional del área que excavamos. Ya hemos referido algo anteriormente sobre el acelerado crecimiento del vertedero en ese
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punto, que obligó a elevar la superficie de los caminos —recordemos, aquella vía sepulcral, el camino 25 de Sánchez Barrero (2010)— y que llevó consigo la práctica desaparición de dos grandes mausoleos. Uno de ellos, con más de dos metros de altura, fue sepultado totalmente; el otro, un edificio turriforme de cuatro metros de alzado, probablemente construido en las primeras décadas del siglo I (Heras y Olmedo e.p.), acabó asomando sólo unos centímetros a comienzos de la siguiente centuria. Interesa tener en cuenta además, que los aportes de desperdicios responsables de ese elocuente recrecimiento topográfico no se iniciaron hasta pasados los años centrales del siglo I, resultando, en definitiva, que toda esa actividad deposicional se llevó a cabo tan sólo en cuatro o cinco décadas. Llegada la hora de evaluar los motivos de esta drástica decisión, nos planteamos la posibilidad de que con ello se contribuía a la transformación urbanística de este entorno, creando nuevos espacios para edificar, y ello tendría lógica si inmediatamente el nuevo terraplén era ocupado con nuevas construcciones. Sin embargo, en lo que conocemos, eso no fue así; no al menos hasta bien entrado el siglo IV, donde sí que encontramos una clara iniciativa explanatoria que desembocará en el levantamiento de varios edificios en las dos plataformas o terrazas creadas. Aquélla no era, por tanto, la razón del «sacrificio» de los monumentos sepulcrales. Nos queda, pues, pensar en otras posibilidades: que ese gran aporte no fuera voluntario y respondiera a causas ajenas a las intenciones de los vecinos o los poderes municipales, llegando a aceptar que se trate de un enorme deslizamiento natural de una auténtica montaña de tierras desde un punto próximo y más elevado; que las necesidades de contar con un espacio próximo a la ciudad y de fácil acceso fuera más importante en ese momento preciso que el mantenimiento de una vieja «necrópolis»; acaso también la posibilidad de una caída en desgracia o desaparición de la primera familia propietaria de ese espacio, cuestión reñida con el hecho de que sean cubiertos más de un recinto, incluido el propio camino; etc. Seguramente existen otras explicaciones, mas dejo esos argumentos para la reflexión. Lo cierto es que este caso no parece que fuera único en el ámbito emeritense. La arquitectura de uno de los edificios funerarios sepultados recuerda sin duda a la de los llamados «columbarios», en otro extremo de la ciudad y también en el entorno inmediato de una importante puerta. Como en el caso de los monumentos del solar de la Calle Almendralejo, éstos se hallaron en perfecto estado de conservación gracias a que fueron cubiertos rápidamente por los
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estratos de un gran vertedero; en definitiva, una circunstancia paralela a lo que aconteció con aquéllos: un área funeraria antigua, que debiera arrancar casi desde los primeros tiempos de Emerita, organizada en torno a una importante vía de comunicación, próxima a la salida del extremo opuesto del cardo máximo, y a los pies de una de las «grandes» elevaciones del perímetro emeritense, con topografías con probabilidad semejantes.
6.
RECAPITULACIÓN FINAL
Después de todo lo dicho, quizás podemos convenir que la idea de vertedero es muy amplia, que bajo este concepto pueden incluirse desde sencillos vertidos puntuales, limitados en el tiempo y el espacio, hasta prolongadas secuencias de aportes de los más variados orígenes, pero siempre que se pueda comprobar que aquél responda a la voluntad manifiesta de desprenderse del desecho generado. Hemos visto que cuestiones como el urbanismo y la topografía están íntimamente ligadas a la evolución del vertedero, que de su morfología tienen también buena culpa cualidades tales como el origen —industrial, doméstico o constructivo—, la intensidad con que se deposite y, sobre todo, el desarrollo de la ciudad que lo produce. La naturaleza de los estratos que lo componen, la celeridad con que se desarrolla, el lugar escogido para depositar los residuos o la forma en que los particulares o los responsables locales custodian la integridad de los accesos o deciden sobre sus limitaciones, hacen de cada vertedero un caso único, difícilmente extrapolable a otras ciudades o incluso a otros sectores de la misma urbe. Por todo ello, a lo largo de nuestra exposición, más que la descripción estratigráfica de los niveles que lo conforman, hemos pretendido reflexionar sobre algunas de las cualidades que lo convierten en un documento histórico. Hemos preferido centrar nuestros esfuerzos en la faceta topográfica de los residuos, obligándonos a relegar a un segundo plano la cuestión de los líquidos; no obstante éstos también tuvieron su parte de responsabilidad en la modelación del terreno sobre los vertidos y así queremos que se entiendan las pequeñas incursiones que hemos hecho al respecto. El vertedero no es sólo un pasivo resultado topográfico, sino también un agente al servicio del desarrollo urbano, en tanto que permite cambios significativos en el relieve y éstos a su vez favorecen instalaciones sobre ellos o mejoran la transitabilidad en casos específicos. Aparentemente arbitrarios apor-
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tes de desechos en las inmediaciones de los caminos producen interesantes sedimentaciones que suavizan las pendientes originales del terreno. La elección de uno u otro tipo de ripio para que cumpla una función determinada, como la colmatación de fosos u oquedades en el terreno, son también una buena muestra de la utilidad de los residuos producidos por la ciudad. La convivencia y la alternancia de las deposiciones de desechos sólidos con el uso funerario del mismo suelo es otra de las cuestiones que más reflexión nos exige. En nuestro vertedero del suburbio norte hemos comprobado fehacientemente la evolución del ritual ante la muerte: desde las cremaciones e incineraciones de los primeros años de la Era y lo sucesivo, hasta la sepultura de inhumación grosso modo a partir del siglo III, con infinidad de variantes morfológicas y materiales. Lo habitual fue la interrupción momentánea de la «actividad vertedora» —con intervalos de duración limitada— en que las superficies más o menos regulares se aprovechan para enterrar a los difuntos, dando lugar a cierta alternancia de usos. Sin embargo, también quedó claro que en otros momentos, debieron coexistir aportes de escombro y basura con los enterramientos y depósitos rituales, viéndose obligados a simultanear ambos usos del mismo suelo. Quizás debamos comenzar a desprendernos de nuestra forma actual de entender la muerte y el sentimiento funerario para alcanzar a comprender las claves de esa coexistencia de actividades que a priori nos pueden resultar incompatibles. De todos modos, el crecimiento del vertedero fue imparable, toda vez que el desarrollo de la ciudad era continuo e incluso cobraba especial impulso en el siglo III con la promoción político-administrativa de Augusta Emerita. Este hecho debió llevar parejo una importante renovación arquitectónica, particularmente la doméstica, por la llegada a la ciudad de capitales y gentes, quizás con gustos distintos pero, en todo caso, con posibilidades económicas. En relación con estas acciones renovadoras debiera encontrarse la importante reactivación detectada en la parte más oriental del vertedero durante los siglos tercero y primera mitad del cuarto. Continuando con su evolución, tras las explanaciones realizadas después de mediados de este último siglo, más allá de la ruina de los edificios que se construyeron sobre las terrazas resultantes, aún nos queda por reconocer importantes aportes de basuras entre finales del V y todo el VI; sin embargo, el vertedero pareció estancarse a partir de estos momentos. El único camino que entonces funciona es el que parte de la puerta abierta en la muralla y, acaso, dejaría abierta la posibilidad de que contara con algún
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Fig. 14. Estratos del vertedero regularizados para asentar la superficie empedrada de rodadura de uno de los caminos (siglo IV).
Fig. 15. Superficie de rodadura del mismo camino (siglo V-VI).
ramal secundario, diferente a aquellas antiguas vías romanas (Fig. 15). El evidente endurecimiento de sus capas de rodadura, con importante desgaste de las estructuras que afloran bajo él, y la superposición de diversas capas o parcheos, da buena fe de su intenso tránsito. La ciudad aún sigue siendo una importante plaza dentro del esquema político y religioso del reino visigótico. Con probabilidad, la explicación
de esta llamativa disminución de aportes a partir de entonces se deba a un cambio en el modelo de gestión de residuos, transportados hasta ese momento hacia la periferia urbana. La documentación de acumulaciones importantes de desechos en algunos sectores intramuros pudiera tener que ver con esa palpable reducción en la llegada de residuos al vertedero del suburbio norte.
ESTUDIO ARQUEOLÓGICO DE TRES VERTEDEROS ALTOIMPERIALES EN LEGIO BLANCA ESTHER FERNÁNDEZ FREILE*
A mi padre A la Pfra. Dra. D.ª M.ª Teresa Amaré Tafalla Al Dr. D. Xavier Dupré Raventós In memoriam
1.
INTRODUCCION
En el presente trabajo abordamos el estudio arqueológico de tres contextos diferenciados ubicados en el área extramuros del campamento de la Legio VII Gemina en la actual ciudad de León (España), tomando como base el estudio de los materiales cerámicos extraídos de tales yacimientos. Partiendo de esta acotación espacial y cronológica que preside nuestra investigación, hemos planteado el estudio dividiéndolo en tres apartados fundamentales, correspondientes a los solares de procedencia de los materiales cerámicos exhumados, si bien con la intención de efectuar una valoración final conjunta de los resultados obtenidos para integrarlos en el contexto general de las cannabae legionarias en el que se inscriben. Desde el punto de vista metodológico —y obviando las dificultades que ha planteado la situación de la arqueología urbana en León, que ha imposibilitado por diversos motivos el preceptivo y diseñado estudio de la totalidad de los materiales cerámicos de dichos contextos—, hemos tomado como principal referencia nuestro trabajo de investigación precedente (Fernández Freile 2003), dado que constituye el único estudio existente hasta el momento sobre los diversos tipos de materiales arqueológicos procedentes de un mismo contexto del área urbana legionense —en este caso un área de vertidos—, constituyendo así un elemento de inestimable valor para efectuar el cotejo desde diferentes perspectivas, con los contextos arqueológicos cuyo estudio aquí presentamos. El planteamiento metodológico seguido en el estudio de estas piezas se ha basado en los criterios * Universidad de León.
metodológicos propios de cada grupo (clasificaciones tipológicas y bibliografía al efecto), si bien nos centraremos en el estudio de la terra sigillata —por ser éste el material director por excelencia en los yacimientos romanos— y en la cerámica común, pues aunque su valor cronológico es mucho menos indicativo, su elevado porcentaje numérico justifica la explicación de algunos aspectos metodológicos empleados en su estudio. Con todo ello, el estudio arqueológico de los materiales cerámicos de estos tres contextos de vertederos de Legio pretende como objetivo fundamental una visión global y vertebradora del entorno extramuros del recinto campamental legionense y por ende una aportación a la determinación del espacio ocupado por la población civil residente en la cannaba del mismo.
2. 2.1.
CONTEXTOS ARQUEOLÓGICOS VERTEDERO SITUADO REGUERAL N.º 4
EN LA
C/ PILOTOS
El solar objeto de estudio se encuentra situado en el centro del área urbana de León, en la C/ Pilotos Regueral n.º 4 y Plaza de San Marcelo n.º 7, sede del antiguo edificio del Banco Herrero (Figs. 1 y fig. 2 n.º 1). Con motivo de las proyectadas obras de remodelación del citado inmueble, se llevó a cabo una intervención arqueológica en sendas campañas realizadas a lo largo del año 1999 y dirigidas por D. Emilio Campomanes Alvaredo, de la empresa Talactor S.L., siendo los materiales extraídos depositados en el Museo de León con n.º de Expediente 99/4, y cedidos temporalmente por esta institución para nuestro estudio.
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Blanca Esther Fernández Freile
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Fig. 1. Legio campamental (Fuente: Prensa local).
En lo que respecta al contexto arqueológico romano de Legio, el área excavada se localiza en el sector suroccidental extramuros del recinto campamental, en las inmediaciones del lugar donde se alzaría la porta principalis dextra, de cuya estructura y ubicación exacta carecemos de evidencias hasta el momento, a diferencia del caso de la porta principalis sinistra, cuyos restos se encuentran en la cripta arqueológica habilitada al efecto en las inmediaciones de la catedral, albergando asimismo una mínima parte
de los restos de las termas mayores del campamento, cuya ubicación se encuentra en su mayor parte bajo el edificio catedralicio. En el ámbito cronológico, la secuencia estratigráfica, claramente definida —a tenor de los datos contenidos en el informe de excavación— comprende una fase medieval de escasa potencia arqueológica, si bien de gran interés histórico-arqueológico debido a la exhumación de un tramo de la cerca medieval de la ciudad, correspondiendo el resto de la secuencia a
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ESTUDIO ARQUEOLÓGICO DE TRES VERTEDEROS ALTOIMPERIALES EN LEGIO
Fig. 2. Localización de los vertederos analizados en el entramado urbano de León.
niveles romanos altoimperiales, bien documentados en función de los distintos tipos de materiales hallados, que permiten delimitarla a priori, a lo largo del siglo I d. C. y principios del siglo II. Respecto a la caracterización de este contexto, hemos de señalar que una serie de factores como son: la disposición y características de las unidades estratigráficas, la propia configuración topográfica del terreno, así como la cantidad (unas 9.000 piezas aproximadamente) y la variedad de los materiales hallados —que incluyen esencialmente restos cerámicos (terra sigillata, paredes finas, cerámica común, lucernas, ánforas,…) además de material constructivo, vidrio, metales, numismática y abundantes restos faunísticos— y muy especialmente, la ausencia de restos de estructuras arquitectónicas, han permitido calificarlo como un área de recepción de vertidos. Un aspecto importante a destacar desde el punto de vista geológico, en el que hacemos hincapié por su posible influencia en la génesis del vertedero, es que se trata de una zona endorreica, pues se encuentra situada en la vega baja del río Bernesga, discurrien-
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do en su entorno una red de antiguos cauces y constituyendo una zona de inundaciones periódicas. Esta peculiaridad topográfica ha sido objeto de comprobación en diversas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en la zona e indudablemente ha sido un importante condicionante para el asentamiento humano, dada su constante anegación y sus consecuentes inestabilidad e insalubridad. En este punto, resulta de singular trascendencia para nuestra investigación el hecho de que estas características topográficas hayan podido propiciar la situación en este lugar de un vertedero, con la posible intención de desecar, sanear y uniformizar este entorno extramuros. En este sentido podemos establecer la comparación con el vertedero ubicado en otra zona extramuros y objeto de un trabajo de investigación por nuestra parte en el que se propone la formación del vertedero con la probable intencionalidad de salvar un importante desnivel en el terreno (Fernández Freile 2003, 18). En cuanto a la etapa romana propiamente dicha, presenta una considerable potencia estratigráfica, llegando a configurar una secuencia arqueológica prácticamente completa que abarca un extenso lapso cronológico, desde principios del siglo I d. C. a los primeros decenios de la segunda centuria. Ello implica en primer término un gran potencial de información, y ésta de carácter excepcional, ya que quedarían incluidas en el espectro estratigráfico las distintas fases campamentales de Legio, ofreciendo la posibilidad de obtener una perspectiva diacrónica de la evolución del asentamiento a través del conjunto de materiales de uno de sus más importantes vertederos extramuros. En este sentido hemos de hacer notar la diferencia con otros contextos de vertidos como el anteriormente aludido, que, con un similar volumen de materiales, presenta una secuencia cronológica mucho más restringida, en este caso a la mitad del siglo II d. C. A los datos provenientes del material cerámico hay que añadir la decisiva aportación de un testimonio numismático hallado en el primer nivel —un as de Tiberio—, que corrobora por tanto la cronología propuesta, marcando así esta fecha el inicio de la formación del vertedero que, según determina la secuencia histórico-arqueológica descrita, alcanza hasta los comienzos de la segunda centuria. Los dos contextos que expondremos seguidamente, el pequeño complejo termal y la construcción singular de opus caementicium, fueron objeto de una excavación conjunta, dada la proximidad de su ubicación y el carácter de urgencia de la intervención, en el año
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1993, con motivo de las obras de urbanización en el denominado Polígono de La Palomera, al Noreste del área extramuros del recinto campamental (actual calle Ramón Cañas del Río). Sendas intervenciones fueron realizadas por los arqueólogos D. Julio M. Vidal Encinas y D. Gregorio J. Marcos Contreras, de manera que la información de que disponemos procede fundamentalmente del informe técnico1 y de una publicación que viene a constituir un resumen, a la vez que contiene algunas interesantes aportaciones sobre dichos trabajos (Vidal y Marcos 2002-2003). Dado que en el presente trabajo de investigación hemos incidido en la individualidad y diferenciación de los tres contextos arqueológicos tratados, y máxime cuando en este segundo caso se trata de construcciones y elementos arqueológicos de cronología claramente diferenciada, trataremos de forma concreta cada uno de ellos, en función de las conclusiones que pueda arrojar el estudio de los materiales cerámicos procedentes de cada uno de ellos.
2.2.
COMPLEJO TERMAL SITUADO EN EL POLÍGONO DE LA PALOMERA: PEQUEÑAS TERMAS DE «SAN L ORENZO»
Anejos de AEspA LX
La superficie excavada no superaba los 100 m2 aproximadamente, de ahí su denominación como «pequeñas» termas y presentaba además un deficiente estado de conservación en sus restos murarios, arrasados en gran parte, y condicionados por la topografía de la zona, con un escaso potencial sedimentario que, en otro caso, hubiera podido contribuir a una mejor conservación de estas estructuras (Fig. 3). Desde el punto de vista cronológico, y compensando de alguna manera su estado de arrasamiento, la datación de este conjunto balneario se encuentra bien determinada en función de las marcas del abundante material latericio exhumado, fundamentalmente ladrillos y tégulas, que portan diversas marcas de la Legio VII Gemina, situando claramente su construcción y funcionamiento en época flavia, si bien es materia de una investigación más minuciosa el lapso de tiempo que permanecieron en uso, aspecto este en que será preciso un estudio pormenorizado de los materiales arqueológicos, especialmente cerámicos, hallados en este contexto.
2.3.
CONSTRUCCIÓN
SINGULAR DE OPUS CAEMENTICIUM
DEPÓSITO-VERTEDERO DE
El descubrimiento de este conjunto edilicio identificable con un complejo termal de pequeñas dimensiones supuso en su momento un importante hallazgo, ya que únicamente se conocían los restos de las grandes termas situadas intramuros del campamento. Su ubicación en el área extramuros —objeto de nuestro estudio— no deja de constituir un elemento esencial en cuanto a su carácter y funcionalidad y más concretamente en lo que se refiere a su posible relación con la cannabae del campamento legionario, cuya estructura y ubicación, como ya hemos mencionado, se encuentran aún en proceso de investigación (Fig. 1 y Fig. 2, n.º 2). Un hecho relevante en lo que respecta a la situación de estas pequeñas termas es la ausencia, hasta ese momento, de la aparición de restos romanos de cualquier tipo en esta zona del contexto extramuros, lo cual no deja de ser un dato indicativo desde el punto de vista de su interpretación funcional, pudiendo tratarse, como proponen los autores de la excavación, de una construcción aislada en el área suburbana de Legio, si bien la evolución de la dinámica de la arqueología urbana de la ciudad podrá proporcionar información más concluyente a este respecto. 1 «Excavaciones en el Polígono de “La Palomera”», Junta de Castilla y León, León, 2002.
PALOMERA: «SAN PEDRO»
SITUADA EN EL POLÍGONO DE LA
Siguiendo la misma metodología de excavación que en el pequeño complejo termal que acabamos de describir se efectuó la excavación de una construcción, situada en un solar cercano del polígono a urbanizar y ubicada en el plano romano de Legio en las proximidades de la porta principalis sinistra del recinto amurallado (Fig. 1, n.º 13 y Fig. 2, n.º 3). La singularidad de este contexto no reside únicamente en las peculiaridades de su fábrica constructiva, sino también en su cronología, ya que se trata de un elemento constructivo anterior al asentamiento de la Legio VII Gemina, y por tanto perteneciente a uno de los dos establecimientos militares precedentes. Con todo, es objeto de nuestro estudio tanto por su situación extramuros —que hubo de tener en las distintas fases campamentales, ya que los asentamientos se superponen de forma prácticamente exacta— como por el proceso de amortización que experimentó ya en fases tempranas, convirtiéndose en un vertedero con un importante volumen de materiales arqueológicos pertenecientes en gran parte a la etapa de la Legio VII Gemina. En cuanto a su estructura, se trata de una construcción de planta rectangular realizada en opus caementicium con una dimensiones exteriores de 13,40 m y de 12,10 m interiores, equivaliendo —se-
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ESTUDIO ARQUEOLÓGICO DE TRES VERTEDEROS ALTOIMPERIALES EN LEGIO
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Fig. 3. Complejo termal de «San Lorenzo» (Foto: J.M. Vidal Encinas).
gún hacen constar en las publicaciones antedichas los autores de la excavación— a un módulo de 40 pies romanos para el interior y 2 pies romanos para la anchura del muro (Fig. 4). Otro aspecto importante fue el descubrimiento de dos soleras de argamasa, de unos 10 cm de espesor, apuntándose la posibilidad de que la segunda correspondiese a una reparación de la primera, si bien la cuestión más relevante al respecto es el hecho de que ambas carecían de cualquier indicio de mortero hidráulico, sin que se hayan encontrado en toda la construcción huellas de la utilización de opus signinum, elemento impermeabilizante tanto en suelos como en revestimiento de muros, muy característico de la arquitectura romana, y que en este caso no presenta ninguna evidencia, no tanto por su posible pérdida o falta de conservación, sino —como señalan claramente los arqueólogos responsables—, porque se han consignado pruebas fehacientes de que en ningún momento fue empleado en esta construcción. Con todo ello, la cuestión principal que se plantea respecto a esta singular construcción es su funcionalidad, aspecto que en la actualidad dista mucho de estar resuelto y para el que se han propuesto muy
diversas hipótesis, comenzando por su uso como depósito de agua (aunque como hemos mencionado supra la ausencia de opus signinum iría en contra de esta supuesta utilidad). Más consistente resulta la hipótesis planteada por los arqueólogos que realizaron la excavación, basada en el hallazgo en la práctica totalidad del espacio de la construcción, de una capa de concreciones blanquecinas carbonatadas que se extendía tanto por la superficie del suelo como por los intersticios de los muros de opus signinum y que ha hecho pensar en la función de esta estructura como depósito para almacenar cal —y llevar a cabo en ella el proceso de su extinción— o bien para almacenar yeso, material profusamente utilizado en la arquitectura romana para el revestimiento y enlucido de muros. En este estado la cuestión, esperamos que el estudio pormenorizado de los materiales cerámicos hallados en este contexto, aparte de proporcionar una cronología más exacta de su amortización como zona de vertidos, nos permita asimismo arrojar alguna luz sobre su funcionalidad. Para finalizar la somera descripción de este contexto, únicamente nos resta señalar que en la actualidad esta estructura ha sido reubicada y trasladada a un
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Fig. 4. Depósito-vertedero de «San Pedro» (Foto: J. M. Vidal Encinas).
solar cercano al aire libre (situado en la parte posterior de la catedral, al lado del actual aparcamiento de San Pedro) (Fig. 5), para su conservación y exhibición, formando parte de los restos visitables que integran la denominada Ruta Romana de la ciudad de León.
3.
CONSIDERACIONES FINALES
Dado que el presente trabajo de investigación viene a constituir una parte de lo que será el contexto más general de nuestra tesis de doctorado en curso, nos hallamos en condiciones de avanzar, sumariamente, en función del estudio realizado sobre los materiales cerámicos de los yacimientos propuestos, algunas consideraciones finales a modo de conclusiones, si bien éstas han de ser tomadas desde una perspectiva parcial en el contexto general. En primer lugar hemos de señalar la importancia, desde el punto de vista del gran potencial de información que encierran, de estos tres contextos arqueológicos situados en el entorno extramuros del campamento e integrantes por tanto de las cannabae legionarias.
En efecto, en lo que se refiere a este espacio, si bien no disponemos aún en Legio de la información arqueológica precisa para determinar su ubicación y estructura concretas —a diferencia de otros importantes enclaves militares germanos o británicos—, se advierte un proceso progresivo en este ámbito, a tenor de las intervenciones realizadas en el marco de la arqueología urbana, pues van proporcionando datos importantes que permiten progresivamente la elaboración de un trazado más completo para este espacio de carácter civil, sumamente relevante en cualquier establecimiento campamental romano. Los datos que aportamos en nuestro caso proceden del análisis de los materiales arqueológicos, en concreto cerámicos, y no tanto del estudio de estructuras —en aquellos contextos que no constituyen únicamente zonas de vertidos—, de manera que la información obtenida hace referencia especialmente a las diferentes etapas cronológicas, ofreciéndonos datos importantes sobre la coetaneidad de la presencia de la Legio VII Gemina en los momentos de utilización o creación de los contextos estudiados. En este sentido resulta de especial relevancia la caracterización de los contextos arqueológicos estu-
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Fig. 5. Depósito-vertedero de «San Pedro» (Fotos: B.E. Fernández Freile).
diados —dos de ellos en sus fases finales— como áreas de vertidos, pues el estudio de este tipo de yacimientos encierra una gran riqueza informativa debido a la cantidad y variedad de materiales que contienen y al hecho de tratarse de áreas deposicionales que no han experimentado alteraciones importantes en su disposición estratigráfica. En este aspecto, el estudio del solar de la C/ Pilotos Regueral n.º 4, un área de vertidos desde sus inicios, y con una dilatada secuencia cronoestratigráfica que se extiende a lo largo de todo el siglo I d. C., resulta clave, no únicamente para nuestro trabajo, circunscrito a la etapa de estancia de la Legio VII Gemina, sino para establecer, en función de los materiales arqueológicos, las diferentes fases campamentales precedentes que se han constatado a partir de otros hallazgos en la ciudad de León y que se asimilan a la presencia de la Legio VI Victrix o una de sus vexillationes. Sobre los otros dos contextos hemos podido precisar, en el pequeño complejo termal de San Lorenzo, su construcción y utilización durante los primeros momentos de ocupación de la Legio VII Gemina, y en el depósito-vertedero de San Pedro, su temprana amortización, constatándose en ambos un dilata-
do período de uso, a tenor de la presencia de materiales cerámicos indicativos como la terra sigillata hispánica tardía, que podría indicar una utilización hasta el siglo III d. C., aunque con una funcionalidad imprecisa en el caso del contexto balneario. Con todo ello, consideramos de interés arqueológico la contribución que al respecto de algunos contextos integrantes de la cannabae supone el presente trabajo, dado que éste ha supuesto hasta el momento un espacio en cierta manera relegado en la investigación arqueológica de Legio, centrada preferentemente en las estructura interiores del recinto campamental. La trascendencia de este núcleo de asentamiento de población civil fuera de las murallas como es preceptivo e inherente a todo asentamiento castrense romano, alcanza en Legio una singular importancia, dado que, llegado un momento de la etapa tardorromana —aún impreciso cronológicamente a falta de datos consistentes, pero cifrado en torno al tercera centuria de la Era— se producirá una fusión entre ambos elementos poblacionales —militar y civil— constituyendo un núcleo urbano unificado que constituirá el germen de la actual ciudad de León.
UN VERTEDERO DOMÉSTICO ALTOIMPERIAL EN EL SUBURBIUM OCCIDENTAL DE LA CIUDAD DE CAESARAUGUSTA: C/ PREDICADORES, 24-26 ANA P. GASCÓN LASCAS*
1.
INTRODUCCIÓN1
Pensar en vertederos dentro del mundo romano, desvirtúa en cierta manera esa imagen de ciudad altoimperial plagada de lujosos edificios públicos y ricas viviendas privadas que todos tenemos en nuestra mente. No obstante, debemos tener presente la función de las ciudades como centros de vida activos y como tales, generadores de toda una serie de desperdicios2 que había que reciclar o almacenar en algún lugar. Nuestro conocimiento acerca del tema es muchas veces incapaz de dar respuesta a muchos de los aspectos que la gestión de los residuos urbanos en el mundo antiguo conlleva, tales como la legislación que la regulase, las personas responsables de su recogida y gestión o la localización de los depósitos dentro o fuera de la ciudad.3 No obstante, el estudio minucioso de áreas denominadas como basureros o vertederos en las distintas excavaciones permitirá sacar a la luz aspectos relevantes relacionados con la gestión de residuos urbanos en el mundo antiguo.4 * Becaria de investigación CONAI+D DGA y miembro del Grupo de Investigación de Excelencia URBS CONAI+D, Gobierno de Aragón y URBS II: Modelos edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania MEC (HAR 2008-03752/HIST Tipo C). 1 El artículo que aquí se expone forma parte de un trabajo realizado con la finalidad de la obtención del Diploma de Estudios Avanzados, presentado en la Universidad de Zaragoza en Septiembre de 2009 y calificado con Sobresaliente. 2 Citando palabras de Marcel Mauss «Una lata de conserva caracteriza mejor nuestras sociedades que la joya más suntuosa (…). Excavar un área de basuras puede reconstruir toda la vida de una sociedad». (Débary 2008, 683). De esta forma, se pone de manifiesto la gran importancia que tiene el estudio de los residuos generados por una población para el conocimiento de una sociedad. 3 La reunión de Roma y la posterior publicación de sus actas pretendió dar salida a estos interrogantes a través de la intervención de distintos investigadores que habían trabajado sobre el tema, capaces de afrontar estas cuestiones desde diferentes puntos de vista (Dupré y Remolà 2000, XIV). 4 Poco a poco se van generalizando los estudios acerca de posibles áreas de depósito de basuras en las ciudades anti-
Pocos han sido los estudiosos que se hayan adentrado directamente en el tema de la gestión de residuos urbanos, sin embargo recientes publicaciones como la de las actas de la reunión de Roma en el año 2000 coordinada por Xavier Dupré y Josep Antón Remolà, o las actas del coloquio de Poitiers celebrado en Septiembre de 2002, ponen de manifiesto la cada vez más notable importancia que se le está atribuyendo. El estudio de áreas no valoradas como es el caso de los basureros, hizo que en un principio los investigadores se interesasen en mayor medida por el estudio de los objetos encontrados y no tanto por el contenedor en el que se encontraban.5 En cambio, cada vez son más los arqueólogos e investigadores que se preocupan por los lugares de deposición de estos residuos, la duración de los depósitos etc. Predominan sin duda las noticias sobre vertederos de época tardoantigua,6 momento importante por lo que a la transformación de las ciudades se refiere, en el cual muchos edificios fueron abandonados o amortizados y en algunos casos aprovechados para la deposición de basuras. El análisis de vertederos de época altoimperial resulta mucho más arduo a causa tanto de las escasas noticias que los escritores guas. En la Península Ibérica encontramos trabajos recientes como los de Mérida (Acero 2007), Cartagena (Vizcaíno 1999; Laíz y Berrocal 1991, 321-340), Pompaelo (Mezquíriz 1997-1998), Tarraco, o recientemente el estudio realizado en Caesaraugusta que aquí se va a exponer. Gracias a ellos podemos hoy establecer una serie de pautas, que si bien no son aplicables a todos los núcleos de población, son hipótesis a tener en cuenta. 5 Remolà 2000, 107. 6 J. Arce habla de la vaga idea que hasta hace poco tiempo se tenía de atribuir sólo al periodo tardío la deposición de las basuras en medio de las grandes ciudades antiguas. Es cierto que es en esta época en la que las ciudades romanas, a causa de su importante transformación, comienzan a generar y a depositar una gran cantidad de desperdicios en cualquiera de los rincones de la ciudad, pero no hay que obviar el hecho de que en época altoimperial, también tuvo que haber algún tipo de gestión de esos residuos (Arce 2000, XI; Vizcaíno 1999).
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Fig. 1. Estratigrafía de C/ Predicadores 24-26, Zaragoza.
antiguos aportan como de las parcas evidencias arqueológicas encontradas hasta el momento.7 En este contexto se enmarca la intervención arqueológica de la calle Predicadores 24-26 dentro del casco urbano de la actual ciudad de Zaragoza. Se trata de una excavación que se llevó a cabo entre los años 1988 y 1989 bajo la dirección de Mª Pilar Galve Izquierdo.8 Dicha excavación respondía a la imperio7 Se trata en la mayor parte de los casos de alusiones indirectas a los residuos; no hemos encontrado ningún autor que trate el tema directamente, sin embargo estos pequeños comentarios pueden ser en muchas ocasiones de gran ayuda para descubrir lo que esconde la gestión de los residuos en el mundo antiguo. En algunos casos se describe la situación vivida por algunos personajes antiguos que relatan sus experiencias. Es el caso del discurso 50 de Libanius que describe de una manera muy clara las ciudades invadidas de escombros sin limpiar debidos a derrumbamientos, demoliciones o excavaciones para las fundaciones (Hanoune R., 2001-2002: 291). Del mismo modo, Petronio (Satiricon, CXXXIV) habla sobre una persona que anda por las calles y no sabe si ha pisado sobre basuras o sobre un cadáver: Quod purgamentum nocte calcasti trivio aut cadaver (Goguey D. 2001-2002: 261). En otras ocasiones encontramos textos jurídicos que prohíben taxativamente la deposición de basuras en determinados puntos de la ciudad. El senadoconsulto de Pagus Montanus parece aludir a la prohibición de tirar basuras en las calles. Como sanción para los transgresores se habla de manus iniectio y de pignoris capio (García Garrido 2000, 323). Por su parte Tácito dice «Si alguien orina o deposita basuras aquí (en esta ribera) dará un denario al templo de Júpiter. El que denuncie recibirá la mitad» (Carabia 1989-1991: 28). Es Tácito también (Annales XI, 32) quien alude a la utilización de carretas para la recogida de basuras al hablar de cómo Mesalina se subía a uno de estos tras haber estado caminando a pie largo rato. 8 Técnico superior de arqueología del ayuntamiento Zaragoza. Aprovecho estas líneas para agradecer la dedicación y la ayuda que he recibido por parte de M.ª Pilar Galve, sin la cual habría sido muy difícil llevar a cabo este estudio.
sa necesidad de la época de acondicionar solares del casco Histórico de la ciudad para la construcción de nuevos inmuebles. Afortunadamente la labor arqueológica se pudo llevar a cabo, recogiéndose una gran cantidad de información y de materiales. Durante los trabajos de excavación se evidenciaron restos de una domus situada extramuros, en la parte occidental de la ciudad construida probablemente en época fundacional, pero que poco tiempo después, ya en el reinado de Nerón, fue abandonada. El estudio del depósito de materiales que se encontró ha permitido no sólo analizar los distintos restos materiales individualmente, sino que nos ha permitido precisar la relación que éstos tenían en el ámbito doméstico y completar los datos que ya poseíamos respecto al instrumentum domesticum de época altoimperial.9 El depósito se encuentra en la zona nororiental del solar, en una zona cercana a unas estructuras interpretadas como parte de una domus, hecho que hizo crecer las posibilidades de que nuestro depósito se encontrara en el hortus o jardín de la casa. Adentrándonos ahora en aspectos más concretos, diremos que el depósito del solar de C/ Predicadores 24-26 ocupaba una gran extensión, de alrededor de 21 metros cuadrados. Se trata de un depósito único que sin embargo, lo encontramos dividido en dos grandes zonas a causa de la posterior utilización del solar como área cementerial, cuyos enterramientos en algunos casos invadían en cierta medida parte del depósito.10 9
Mezquíriz 1997-1998, 49-73 En este solar fueron encontrados un gran número de enterramientos funerarios pertenecientes a la necrópolis 10
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UN VERTEDERO ... ALTOIMPERIAL EN EL SUBURBIUM ... DE CAESARAUGUSTA
El basurero, definido estratigráficamente como nivel C4, se ubica sobre una zona de arenas naturales, exenta de estructuras e interpretada como nivel ocupacional, sobre el que se fueron vertiendo los distintos materiales que finalmente compondrían el basurero doméstico. Contaba con una potencia media de unos 30 cm y estaba compuesto por una amalgama de tierras verdosas y marrones plagadas de material sobre todo cerámico, aunque también se encontraron restos de fauna y de metal, y varias monedas. La cantidad ingente de material hallado, unido al contexto doméstico en el que se encontraba, han sido las piezas clave para identificar este nivel como posible basurero doméstico, ya que como se verá en líneas sucesivas, todos los materiales que lo componen pertenecían al conjunto de enseres típicos de la vida cotidiana de una familia acomodada de época altoimperial. El hecho de contar con materiales de una gran heterogeneidad, hace imprescindible un tratamiento pormenorizado de cada una de las piezas, inserto dentro de un estudio arqueológico completo, que comprende el estudio estratigráfico del posible basurero dentro de su contexto, la relación del mismo con el ámbito doméstico y el análisis de los instrumentos que nos confirmen dicho uso doméstico. Una de las labores más arduas de este estudio ha sido sin duda la elaboración de un catálogo que recoge la información más significativa de cada pieza. Se ha organizado en 6 grandes bloques que aglutinan formalmente a todas las piezas que se pueden encontrar en un yacimiento en función del material en el que fueron elaborados: cerámica, metal, moneda, vidrio y hueso, dejando un último apartado libre para todos aquellos materiales que no se adapten a ninguno de los patrones antes mencionados. La base de datos no se ha hecho con la intención de ser un mero registro de información; la finalidad va más allá. Los distintos registros nos sirven de base para la realización de diversas consultas que puedan resultar de gran interés para la investigación, tales como reflexiones acerca del tamaño de las piezas, comparación de motivos decorativos, semejanzas de pastas… El examen de estos y otros aspectos nos ha permitido obtener información valiosa sobre las tecnologías de fabricación, las características físicas de las piezas, la procedencia, el uso etc. Por tanto, a pesar de que la recogida y puesta en orden de la inforoccidental de Caesaraugusta, que comenzaría ya a utilizarse como tal desde finales del siglo I d. C., y cuya ocupación iría progresivamente aumentando a lo largo de los siglos II y III d. C. (Galve 2009.)
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mación sea ya de por sí valiosa, no debemos olvidar el fin último para el que se elaboró, esto es, la aplicación de los resultados de las consultas al estudio arqueológico de los ajuares domésticos en época romana.11
2.
ESTUDIO Y ANÁLISIS DE LOS MATERIALES12
El conjunto hallado en C/ Predicadores 24-26 comprende una rica variedad de materiales propios de la vida doméstica. La heterogeneidad de los mismos es un hecho que se plasma a lo largo de esta exposición. La mayor parte de las piezas pertenecen al grupo cerámico, llegando a suponer casi el 96% del total de piezas inventariadas. El otro 4% restante lo componen piezas de hueso, metal o vidrio. Dentro del grupo cerámico destaca sin duda la presencia masiva de restos de cerámica común tanto oxidante como reductora, fruto del uso continuado y cotidiano de las piezas.13 Quizá, el hecho de que aparezcan tantos fragmentos de cerámica común no se debe tanto a la cantidad de piezas que componían dicha vajilla, cuanto a la velocidad de rotura de las mismas.14 Una vez señaladas estas precisiones pasaremos a analizar los restos de cerámica común encontrados en el nivel C4 de C/ Predicadores 24-26. Los 3.606 fragmentos encontrados suponen un 61,8% del total de piezas recogidas, entre los que se pueden diferenciar un 56,4% de cerámica reductora y un 43,6% de cerámica oxidante. El abanico morfológico que encontramos en el nivel C4 es muy extenso. Contamos con fragmentos pertenecientes como mínimo a cinco botellas, todas ellas diferentes entre sí, lo cual muestra la abundancia de formas diversas dentro de una misma vajilla. Por lo que respecta a las jarras, el número mínimo 11 En estos momentos se está realizando una nueva base de datos que albergará toda la información encontrada hasta el momento sobre posibles basureros, y que servirá de apoyo para el trabajo que se está realizando sobre la existencia y ubicación de vertederos en la Colonia Caesaraugusta y que formará parte de nuestra tesis doctoral. 12 No es objeto de este artículo el estudio minucioso de cada una de las piezas encontradas en la excavación, por tanto nos vamos a limitar a hacer un sucinto repaso por los distintos grupos encontrados que nos permitan establecer alguna conclusión sobre la vida y duración del basurero. 13 Hatt las define como «el pan cotidiano de las excavaciones» a causa de la masiva presencia de las mismas en comparación con otros grupos cerámicos (Luezas y Sáenz 1989, 153.) 14 Se trata de recipientes usados diariamente y que por tanto tienen un mayor índice de desgaste y rotura.
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Ana P. Gascón Lascas
de individuos en este caso es de seis y en la mayor parte de los casos se encuentran recubiertos por un ligero engobe blanquecino o en tonos tierras claros. En cuanto a los cuencos encontramos ejemplares muy dispares que se ha creído conveniente dividir en dos grandes grupos: aquéllos que cuentan con diámetros del borde entre los 15 y los 23 cm y los grandes cuencos cuyo diámetro llegaría hasta los 47 cm. Por otra parte encontramos fragmentos pertenecientes a ollas, piezas éstas de una mayor envergadura y con un borde en la mayor parte de las piezas que se dobla hacia fuera dejando en su interior una acanaladura y haciendo que se forme un perfil de sección subtriangular. Se han encontrado igualmente fragmentos pertenecientes a posibles tapaderas, algunas de las cuales analizando su aspecto interno y externo y comparando los diámetros de los bordes, podrían relacionarse con algunos de los cuencos o de las ollas. Se trata de piezas generalmente toscas y carentes de toda decoración salvo unas ligeras incisiones en el caso de las jarras o botellas en la parte superior de la panza de las mismas. Seguidamente, nos encontramos con la presencia de fragmentos de cerámica engobada. El número de fragmentos de este grupo cerámico es junto con el de cerámica común uno de los más nutridos que hemos encontrado en la excavación del solar. El hecho de encontrar tal número de piezas responde al hecho de tratarse de elementos que componen la vajilla de mesa, por tanto de uso diario, que sufren los avatares de la rutina, y que lógicamente son desechadas con mayor frecuencia. El número de fragmentos hallados en el solar supone el 30,9%15 dentro del cual podemos diferenciar pequeños subgrupos establecidos en función del tipo de engobe que contengan. Destaca por encima de todos el engobe en tonos marronáceos (91%) y ya muy por debajo con cifras que ni siquiera llegan a los dos dígitos tenemos ejemplares de engobe rojo pompeyano (4,6%), engobe negro (1,8%) y engobe naranja con pintura negra (1,2%). Por su parte se han atestiguado diferentes tipos de pasta en función sobre todo de su coloración, así pues, contamos con pastas predominantemente anaranjadas o beige muy finas y depuradas y con un desgrasante casi imperceptible. Ligeros motivos decorativos quedan plasmados en algunas de las piezas, bajo la forma de grafitos cuya interpretación en la mayor parte de los casos ha sido 15 Se individuaron hasta 1.850 fragmentos de cerámica engobada.
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prácticamente inviable por el excesivo grado de fragmentación de la pieza, incisiones, predominando motivos geométricos o pintura —en este caso la decoración representada es tanto geométrica como vegetal y animal—, sin embargo predominan todas aquéllas que carecen de decoración. Morfológicamente tienen muchas similitudes con las piezas de la cerámica común. En este caso contamos con un gran número de jarras, de las cuales se han podido individuar un mínimo de 40 ejemplares diferentes.16 En el caso de las botellas la heterogeneidad se plasma en la morfología de las mismas, si bien todas ellas cuentan con un cuerpo eminentemente globular acabado en un borde con un diámetro que oscila entre los 6 y los 8 cm. Los cuencos van a ser también uno de los conjuntos más copiosos, y al igual que ocurría con las jarras, no hay dos que se asemejen entre sí. A pesar de esta pluralidad morfológica, se pueden englobar todos los ejemplares en dos grandes grupos —tal y como ocurría en el caso de los cuencos de la cerámica común—: los cuencos de mayor tamaño (su diámetro oscila entre los 10 y los 14 cm) y los cuencos de tamaño más reducido (en este caso medirían alrededor de 7-8 cm de diámetro y en torno a 3 cm de altura). Por su parte las ollas son todas muy similares entre sí –a diferencia de lo que ocurre con los grupos anteriormente comentados–. Se caracterizan por tener un borde moldurado, del cual arranca una pared muy abierta que concluye en una carena muy pronunciada. Cuentan además con dos grandes asas que pueden arrancar tanto del borde como de debajo del mismo. La escasez de tapaderas o de platos dentro de este grupo es palpable. Tan sólo contamos con un ejemplar muy similar a las piezas descritas de cerámica común. Cabe destacar la presencia —no muy numerosa, pero con gran interés cerámico— de la cerámica de imitación. Se trata de piezas que buscarían la cercanía y reproducción de ejemplares pertenecientes a las vajillas de mesa más lujosas, pero fabricadas en cerámica común engobada. En el solar de C/Predicadores 24-26 se han encontrado ejemplares de cuencos y platos fundamentalmente que buscan imitar producciones de sigillata itálica y sigillata gálica.17 16 Las jarras encontradas tienen la peculiaridad de poseer bordes muy diferentes unas de otras. Además de esta extremada heterogeneidad, podemos observar irregularidades en la morfología de los vasos. Algunos ejemplares en vez de contar con un borde circular, presentan bordes ovalados lo cual no se sabe si podría ser una modificación que mejore el uso de las mismas o simplemente una irregularidad más. 17 Las formas recogidas en el caso de la imitación de la terra sigillata itálica son Goud. 36, Goud. 27 o Goud. 3 y en el caso de la gálica Drag. 27, Drag. 24/25 o Drag. 15/17.
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UN VERTEDERO ... ALTOIMPERIAL EN EL SUBURBIUM ... DE CAESARAUGUSTA
Ya dentro de las piezas pertenecientes a la vajilla de mesa, nos encontramos con las representaciones de terra sigillata, aunque en este caso su presencia es mucho menor que en el caso de la vajilla de uso común (2% respecto al total de piezas halladas).18 Quedan representadas piezas de terra sigillata itálica, terra sigillata gálica y terra sigillata hispánica, estas últimas las más abundantes.19 Predominan las formas sin decoración, no obstante han sido muchos los fragmentos que nos han aportado información acerca de la decoración de la primera mitad del siglo I d. C. Al contrario que la cerámica engobada y sobre todo que la cerámica común, la terra sigillata ha permitido limitar ligeramente la cronología de las piezas que han llegado hasta nosotros. Se trata de piezas que siguen fielmente las modas y que por tanto van variando en el tiempo. En este caso, el estudio de las distintas piezas ha hecho posible un acercamiento a las fechas en las que se elaboró y utilizó este tipo de vajilla, esto es, en los primeros decenios del siglo I d. C. Contamos igualmente con ejemplos de cerámica pintada romana. La morfología de las piezas, muy bien definida, entre las que destacan las botellas, los cuencos y pequeñas jarritas, es típicamente romana, en cambio la decoración que muestran recuerda claramente a motivos indígenas.20 Estas cerámicas ponen de manifiesto la imponente simbiosis de dos de las grandes culturas que se asentaron en la Península. Una vez comentados los aspectos más relevantes sobre la vajilla de mesa y de cocina, pasaremos a comentar la presencia de grandes vasos de almacenamiento y transporte dentro del contexto doméstico. En el basurero se hallaron fragmentos de ánforas pertenecientes al menos a seis ejemplares diferentes. En su mayoría se engloban dentro del grupo de las 18 Hablamos de producciones de la vajilla de mesa, mucho más caras y por tanto con una presencia menor dentro del ámbito doméstico respecto a la que tenían las piezas de cerámica común o cerámica engobada. De ahí que los restos que podamos encontrar sean menos representativos que los de éstas últimas. 19 Los fragmentos encontrados pertenecientes a terra sigillata itálica no suponen más que el 4% respecto al total del sigillatas, las piezas de sigillata gálica en cambio suponen un 32% del total de sigillatas y finalmente la terra sigillata hispánica, la más numerosa de las tres llega al 58%. Están presentes en el caso de la terra sigillata itálica la forma Goud. 39, para la terra sigillata gálica Ritt. 9, Drag.24/25, Drag. 15 a2, Drag. 15/17, Drag. 18 y Drag. 29 y finalmente para la terra sigillata hispánica predomina la forma Drag. 29. 20 La decoración que se manifiesta en las piezas de C/Predicadores 24-26 se caracteriza por tener motivos geométricos, vegetales y animales muy representativos del sustrato indígena de la Península Ibérica.
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Dressel 2/4, destacando dentro de este grupo una pieza que llama la atención por contar con un sello en la zona del cuello del ánfora, en el que se puede leer HEROS. El análisis de paralelos nos llevó hasta otro ejemplar —también Dressel 2/4— que tenía igualmente un sello en la zona del cuello que decía HERO en el yacimiento de Mas d’Aragó.21 Destaca por su singularidad otro tipo de ánfora encontrado, se trata en este caso de un ánfora de tradición griega, más concretamente rodia caracterizada por tener un cuello estrecho, carena poco marcada y asas muy angulosas y puntiagudas (ansa cornuta).22 Por otra parte contamos también con ejemplares de Dressel 7/11 o con fragmentos de un ánfora perteneciente posiblemente a ámbito lusitano. Dejando a un lado las clasificaciones, lo que nos interesa realmente es el motivo de que estuviesen ahí. No olvidemos que la función de las mismas era el transporte de mercancías. Quizá el hecho de encontrarlas en un contexto doméstico indique un uso secundario como recipiente de almacenamiento, sin embargo tampoco debemos obviar la posibilidad de una descarga anónima de una persona que no tuviera nada que ver con la casa a la que se adscribe este basurero. Dentro de las piezas cerámicas nos encontramos ante un último grupo dedicado a las lucernas. Se ha podido individuar un total de 20 lucernas diferentes23 dos de las cuales son tardo-republicanas y el resto pertenecen a época altoimperial. Se pueden concretar dentro de este último grupo dos tipos diversos, las lucernas de volutas (ocho ejemplares en total de los cuales cinco tienen el pico redondeado y dos anguloso) y las de disco (dos piezas). La mayor parte de ellas cuentan con una rica decoración tanto en el disco como en la margo, destacando los motivos geométricos, perlitas, ovas, motivos vegetales, animales o escenas de la vida cotidiana. La cronología que aportan es de mediados del siglo I d. C. salvo las dos excepciones comentadas anteriormente que aluden a época tardo-republicana. Una vez concluido el tema de los restos cerámicos, vamos a adentrarnos en el conjunto de piezas elaboradas con otro tipo de material. En primer lugar hablaremos del hueso. Éste se nos presenta bajo dos formas: la de fauna —restos animales procedentes generalmente de los restos alimenticios— muy numerosos en este 21
Borrás i Querol 1990; Carré et al. 1995, 151. Estas ánforas se clasifican bajo el nombre de A-GRE Rho7. 23 Se encontraron un total de 91 fragmentos pertenecientes a distintas partes de una lucerna, los cuales permitieron recomponer al menos 20 lucernas diferentes. 22
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tipo de áreas y el hueso trabajado. En este último caso, no han sido muchos los restos encontrados, si bien, merece la pena prestar atención a tres objetos hallados en el nivel del basurero por su singularidad. En primer lugar contamos con una pieza perteneciente al llamado grupo de acus crinalis. Se trata de una aguja o punzón con cabeza cónica que bien pudo servir para sujetar y adornar el cabello de una mujer romana. La segunda de las piezas es un instrumento con forma muy similar a la de las agujas de hueso, pero con la peculiaridad de tener un perfil curvado y de terminar en forma redondeada y plana. A pesar de los pocos estudios que hay sobre el tema, creemos casi con total seguridad que pudiera ser empleada para aplicar los ungüentos o cosméticos o bien, para limpiar los oídos.24 Contamos también con una pieza muy interesante de la cual no podemos decir sino hipótesis ya que no se ha encontrado ningún paralelo que pueda ayudarnos a discernir su utilidad dentro del instrumentum domesticum. Se trata de una pieza rectangular y plana de 8 cm de largo y 3 de ancho, con un perfil en «U». Estas características nos han permitido establecer una primera hipótesis de trabajo que se basa en la interpretación de dicha pieza como una tapadera de una posible cajita. En la cara superior de la pieza, enmarcada entre dos líneas horizontales y en letras de una gran calidad, podemos leer TITVLLI acompañado del diseño de un pequeño tridente y una palma. En este mismo nivel se encontró parte de una escultura de bulto redondo exenta, fabricada en caliza blanca. Representa una figura masculina y desnuda que probablemente encarnaba a un fauno, aunque tan sólo conservamos la zona que va desde la parte inferior del tronco hasta la mitad del muslo. En la parte trasera presenta un pliegue inguinal muy marcado con un posible aplique en la zona superior de las nalgas. Muestra un ligero desconchado a la altura de la cadera izquierda que puede explicarse por haber estado adosado o reclinado en un árbol, columna o una segunda figura que no se ha conservado. Teniendo en cuenta la estética del mismo, la ubicación y el tamaño (el fragmento conservado alcanza los 19 cm de altura) se ha pensado en que pudiese ser un fauno en estado de reposo.25
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La aparición de nuestro ejemplar en una zona carente de estructuras nos impide precisar el contexto en el que se ubicaría. Sin embargo, teniendo en cuenta la gran explanada que surge en esa zona, desprovista de muros o elementos que nos indiquen su funcionalidad, se podría pensar en que pudiera ser una zona ajardinada. El último de los grupos de materiales que se va a comentar es el relativo a los hallazgos numismáticos, no tanto como parte del ajuar doméstico, sino más bien como elemento que corrobora la posible datación que se le ha atribuido al basurero. Se encontraron 13 monedas romanas dispersas a lo largo de todo el basurero. Las monedas son muy diversas entre sí y se datan entre finales del siglo I a. C. y mediados del siglo I d. C. Las cecas de acuñación son también muy dispares ya que encontramos ejemplares de la misma ceca de la Colonia Caesaraugusta, del Municipium Graccurris, de la Colonia Iulia Traducta, de la ciudad de Roma y de otras cecas provinciales imposibles de individuar. La mayor parte de las monedas a excepción del ejemplar de Iulia Traducta datado entre el 13 y 12 antes de la Era o la del Municipium Graccurris de época de Tiberio, pertenecen a la época del reinado de Claudio y se podrían datar en la primera etapa de reinado del emperador, en torno al año 41 o 42 d. C. La utilidad de la moneda en este caso, al margen de su valor intrínseco, es la de establecer un terminus postquem del nivel en el que se hallaron, siempre y cuando se esté seguro de que no hay ningún material intruso, ya que si así fuera, la datación sería errónea. Por tanto, dando validez a la información que nos aportan las monedas encontradas, debemos decir que corroboran y precisan ligeramente la cronología que ya habíamos extraído del análisis del resto de los elementos, esto es, el tercer cuarto del siglo I d. C. El material que compone el basurero puede considerarse representativo del instrumentum domesticum de época altoimperial, aportándonos una idea de los elementos que lo pudieron comprender, de la funcionalidad de los mismos o de la cantidad de recipientes de uno y otro tipo que lo componían.
3.
CONCLUSIÓN
24
MacGregor en su estudio de 1985 los incluía dentro del grupo de «small-headed pins» (Cfr. Rascón Marqués et al. 1995). 25 En Caesaraugusta se encontró a mediados del siglo XX una pieza escultórica representando a un fauno dormido, elaborada en mármol blanco de Tasos perteneciente a una fuente en las inmediaciones de la calle de la Rebolería (Koppel y Rodà 2007, 120).
El análisis estratigráfico y el posterior estudio de los materiales hallados, unido a su contextualización dentro de un ambiente doméstico nos permite definir esta bolsada como un basurero doméstico, adscrito a una vivienda de tamaño medio y con un nivel
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económico acreditado por la variedad y la calidad de los objetos encontrados, si bien predominan los objetos en cerámica común y engobada,26 aunque no faltan los típicos enseres de la vajilla de lujo representada por piezas de terra sigillata y paredes finas. La ubicación del depósito es un tema delicado ya que a pesar de que la hipótesis más plausible27 sea la de encontrarse dentro de la zona dedicada al hortus o jardín, no tenemos evidencias claras para poderlo asegurar. A nivel cronológico se ha buscado establecer no sólo el margen de fechas entre las que se ubica el vertido según la cronología aportada por los materiales, sino que también se intentó saber la periodicidad de los vertidos. La cronología que queda de manifiesto una vez analizados los materiales abarca una amplitud importante, aunque todos coinciden en estar presentes en época de Claudio e incluso de Nerón, sin embargo, el hecho de no haber encontrado monedas de Nerón nos incita a pensar en una datación más cercana al reinado de Claudio. Por tanto, teniendo en cuenta la cronología aportada por los restos materiales —cerámicos en su mayoría— y la propuesta por el estudio numismático, podemos afirmar que el basurero se formó a lo largo del tercer cuarto del siglo I d. C. Poco podemos decir respecto a la periodicidad del vertido, aunque todas las hipótesis aluden a un de26 Se trata de las piezas de uso frecuente y por tanto más susceptibles de roturas, reparaciones y de ser reemplazados por piezas nuevas. 27 El depósito se encuentra en una zona estéril del solar junto a unos muros que en cierta medida lo delimitan, uno de los cuales se interpreta como posible fachada de la domus. De esta manera, se puede justificar la adscripción de la zona en la que se encuentra el basurero como el jardín de la vivienda.
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pósito único de los materiales ya que dentro del mismo no se atisban restos identificables de distintos niveles estratigráficos. Desde luego, en caso de que existiera esa periodicidad de la que hablamos, no se manifiesta de forma directa en los restos encontrados durante la excavación. Como vemos la naturaleza del basurero lo convierte en un documento extraordinario para comprender y corroborar aspectos socioeconómicos del mundo romano. Gracias al estudio de la morfología del basurero, del volumen de los residuos, y de las características de los mismos, hemos podido recabar información imprescindible para comprender determinados aspectos de la vida de los individuos que poblaban la ciudad romana de Caesaraugusta: la condición social de los individuos, el nivel de producción, la forma de comercialización, la relación entre las distintas comunidades… Su estudio se ha realizado teniendo en cuenta variables como la reutilización y el reciclado, que de alguna manera distorsionan la información que llega hasta nosotros. A éstas habría que añadir el carácter perecedero de algunas materias y sustancias. ¿Son por tanto los basureros un reflejo fiel de la actividad y el consumo? La difusión de las prácticas del reciclado y la desintegración de algunas sustancias, dificulta seriamente las interpretaciones que podamos dar, pero no por ello hay que desterrar el estudio de los basureros, ya que por más que la información que se nos dé no sea completa, y que no podamos establecer unas reglas exactas de comportamiento humano, no dejan de ser unas fuentes muy ricas de información, que nos permiten conocer aspectos tan fundamentales como el consumo, la producción y la circulación de bienes.28 28
Remolà 2000, 107.
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Fig. 2. 1-5 Botellas de cerámica común; 6-8 cuencos de cerámica común.
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Fig. 3. 1-5 Jarras de cerámica común; 6 olla de cerámica común; 7-9 tapaderas de cerámica común.
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Fig. 4. 1-4 Botellas de cerámica engobada; 5-11 cuencos de cerámica engobada.
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Fig. 5. 1-7 Ollas de cerámica engobada.
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Figura 6: Lucernas.
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Fig. 7. 1-2 Cerámica pintada; 3-5 producciones en hueso.
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CONCLUSIONES En las páginas anteriores hemos recogido un buen número de estudios que analizan los mecanismos de gestión de los residuos en diferentes ciudades de la antigua Hispania romana, cada una de ellas con una dinámica propia y con una problemática específica para su investigación que han sido convenientemente examinadas en cada caso. Y, de hecho, este era el principal objetivo perseguido con la celebración de esta reunión y su posterior publicación: realizar una necesaria puesta al día del conocimiento existente acerca del tratamiento de los desechos urbanos en algunas de las principales ciudades hispanas (o, al menos, las mejor conocidas arqueológicamente). Es ahora cuando, una vez divulgados los datos particulares, será labor del propio lector o investigador extraer las conclusiones pertinentes y deducir o extraer unas implicaciones interpretativas globales de mayor trascendencia. Sin embargo, por nuestra parte juzgamos conveniente finalizar con un breve balance en el que recojamos, siquiera de forma sintética, algunas de las conclusiones que se desprenden no sólo del contenido de los trabajos aquí incluidos, sino también surgidas al hilo de los debates suscitados durante el desarrollo del encuentro. Para comenzar es preciso fijar la atención en el propio terreno, en el emplazamiento urbano, independientemente de que se trate de una creación ex novo o aprovechando un asentamiento preexistente. Y a este respecto queremos resaltar la importancia decisiva que juega el medio físico en el emplazamiento de las ciudades, al cual se deberán adaptar para desprenderse de la manera más cómoda posible de los residuos urbanos generados. La topografía, la geología, la hidrología, la pluviosidad, etc, son factores que condicionan de forma determinante no sólo los aspectos puramente urbanísticos, sino también los mecanismos empleados en la eliminación de los residuos, íntimamente ligados a su vez con el urbanismo (redes de alcantarillado, ubicación de áreas contaminantes, aterrazamientos, localización de vertederos...). No es de extrañar, por tanto, que muchas de los grandes ciudades romanas conocidas se emplacen en lugares con una topografía favorable, con pendientes que permitan la evacuación de las aguas residuales, y muy a menudo, instaladas junto a ríos o mares, no
sólo para asegurar un abastecimiento permanente, sino también, y sobre todo, para deshacerse de los residuos de una manera rápida y eficaz aprovechando el flujo del agua. A partir del emplazamiento inicial cada asentamiento urbano pondrá en marcha los mecanismos necesarios para hacer frente a la eliminación de sus residuos. Parece claro que desde su origen las ciudades hispanas, cuyo diseño y planificación son resultado del modelo urbanístico propagado por Roma, participan de una filosofía común a la hora de enfrentarse a la eliminación de sus desechos. En líneas generales esto se refleja, a nivel de la gestión de las aguas residuales, en la implantación de redes de alcantarillado, y respecto a los residuos sólidos, en la localización de basureros públicos al exterior del núcleo urbano, a menudo compartiendo el espacio con otras actividades contaminantes como son las instalaciones industriales y las áreas de necrópolis. Todo ello implica la existencia de una legislación pública y de unos responsables locales que aseguran su aplicación, tal como queda registrado, por ejemplo, en las conocidas leyes municipales de algunas ciudades béticas, donde se dictan ciertas medidas reguladoras de la limpieza y mantenimiento de las calles. No obstante, observamos que, dentro de este ambiente común compartido, los mecanismos de tratamiento de los residuos variarán según las particularidades específicas de cada población, condicionada por su medio físico, pero también por su propio devenir histórico y su evolución urbana. De este modo, observamos ciudades que, disponiendo inicialmente de una eliminación superficial de las aguas residuales, no introducirán hasta algún tiempo después un verdadero sistema subterráneo de colectores (Lucus Augusti). En cambio, otros núcleos nacen con una red de alcantarillado planificada desde el momento de su fundación (Augusta Emerita), mientras que otras ciudades, evolucionadas a partir de un asentamiento preexistente, mantienen durante cierto tiempo las infraestructuras anteriores (Carthago Nova). Por tanto, se observa que los sistemas públicos de saneamiento serán objeto de reformas, modificaciones, sustituciones y ampliaciones acordes a las necesidades que la dinámica urbana de cada
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CONCLUSIONES
población imponga. Esto explica también que exista una considerable variedad en cuanto a las dimensiones y las técnicas constructivas empleadas en los colectores públicos, diversidad que podemos encontrar incluso dentro de un mismo centro urbano. Encontramos cloacas construidas con mampostería, opus caementicium, ladrillo o empleando soluciones mixtas, con enlucidos interiores o sin ellos, con cubierta abovedada, adintelada o a dos aguas, etc. Una convergencia de diversos factores interrelacionados afectan a esta heterogeneidad, entre los que debemos tener en cuenta tanto las condiciones de pluviosidad y las necesidades de evacuación hídrica en cada caso, como el diseño planteado por los ingenieros, la capacidad de los equipos de trabajo, el peso de las tradiciones en las modos de construcción, la adaptación a las materias primas que ofrece el entorno y los recursos disponibles para la financiación de la obra. En cuanto al tratamiento de los residuos sólidos, hemos mencionado que para la época altoimperial se advierte una generalizada localización de los basureros en las áreas extra moenia, si bien en la mayoría de las ciudades hispanorromanas se sitúan próximos a la cerca urbana. Se trata de grandes vertederos en extensión que a menudo ocupan depresiones naturales o rebajes antrópicos producidos durante la extracción de materias primas, contribuyendo así a la regularización y nivelación del terreno. En algunas ocasiones, la acumulación sucesiva de desechos produce que los depósitos se extiendan progresivamente amortizando así otras estructuras contiguas, ya sea enterramientos, con quienes habitualmente comparten el espacio extramuros, ya sea incluso la propia cerca urbana, como demuestra, entre otros, el llamativo ejemplo de la muralla oriental de Baelo Claudia. En otros muchos casos, como ya hemos apuntado, se aprovechaban los cursos y masas de agua para eliminar una buena parte de los residuos, aunque el arrastre de la corriente a menudo ha borrado las evidencias arqueológicas, por lo que a excepción de algunos indicios (en la misma Baelo Claudia o en Astigi, por ejemplo), no contamos en Hispania con ejemplos bien documentados como sucede en otras ciudades romanas (Arlés, Cosa, Marsella, Lincoln, etc). Por otro lado, al margen de los grandes basureros públicos, no podemos olvidar otros tipos de vertidos más especializados y de menor volumen, como los que contienen los desechos de producción de las instalaciones industriales (alfarerías, talleres de vidrio, carnicerías, cetariae, etc), directamente depositados junto al lugar en el que han sido generados. Incluso dentro de la ciudad tampoco faltan
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significativos ejemplos de lo que podríamos considerar vertidos incontrolados, como sucede con la lavandería y tintorería de la Plaza del Rey en Barcino, talleres que a lo largo del siglo II d. C. arrojaron sus residuos a la calle contigua al intervallum. Asimismo, producto de la actividad privada es también la deposición de los desperdicios y basuras domésticas en los horti y jardines de las viviendas, ya sea directamente sobre el terreno o en fosas creadas ex professo. A partir del siglo III d. C., y en algunos casos incluso antes, se detecta una progresiva inutilización de la red de saneamiento en algunas ciudades, a la vez que la aparición de vertederos en el interior del núcleo amurallado o en zonas previamente habitadas. Aunque a ritmos diferentes según las singularidades de cada población, esta situación evolucionará hasta desembocar en el nuevo escenario urbano característico de la Antigüedad Tardía. En efecto, en esta época el colapso (parcial o total) de las redes de alcantarillado y la proliferación de los vertederos se convierte en un fenómeno habitual dentro de un hábitat urbano cada vez más reducido. Es particularmente significativa la difusión de los puntos de deposición de vertidos por el espacio intramuros, ocupando las antiguas estructuras romanas en desuso, tanto públicas como privadas. Se combina una amplia variedad de actividades deposicionales en las que no sólo encontramos basureros con un crecimiento estratigráfico en vertical, sino el relleno de zanjas de expolio, vertederos en fosas, colmatación de pozos, formación de niveles de detritus sobre las vías y pavimentaciones, etc. Asimismo, el panorama al interior de la ciudad se completa con la aparición de áreas de enterramiento y la adaptación de los espacios preexistentes para la instalación de variadas actividades artesanales y productivas. En definitiva, nos encontramos ante una nueva situación, resultado de una relajación o ausencia de una organización municipal de la recogida de los residuos, pero también consecuencia de un cambio en la concepción de la ciudad y de una nueva ordenación del espacio en la que se siguen pautas diferentes a las conocidas en momentos precedentes. A continuación creemos conveniente incluir en esta recapitulación algunas observaciones sobre la situación actual de la investigación acerca de la gestión de los residuos y su problemática a nivel hispano. En este sentido, una primera circunstancia a destacar es el desequilibrio de información existente entre unas ciudades y otras. Se trata de una consecuencia lógica que se deriva del diferente volumen de intervenciones arqueológicas desarrolladas en cada
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núcleo urbano, pero también de la calidad en la información extraída durante las excavaciones y de la calidad de las publicaciones, sin olvidar, a este último respecto, que los resultados de un gran número de actuaciones arqueológicas en muchos casos permanecen inéditos. Por otro lado, se observa una considerable descompensación de información disponible para los residuos líquidos, de un lado, y los sólidos, de otro; hecho que ha quedado también patente en esta reunión. El mayor conocimiento de los sistemas de saneamiento en detrimento de los vertederos se ve favorecido por la frecuente aparición en las excavaciones arqueológicas de infraestructuras asociadas al drenaje y evacuación (cloacas, canalizaciones de desagüe, sumideros, vías, etc). No obstante, la propia localización subterránea de las cloacas a menudo dificulta sus labores de documentación, lo que, unido al fin poco atractivo para el que fueron concebidas, ha propiciado una limitada atención por su estudio, provocando así que nuestro conocimiento sobre ellas sufra aún grandes lagunas en cuanto al funcionamiento de las redes de saneamiento, sus características y su evolución. Continúa siendo también una asignatura pendiente de la investigación hispánica un estudio sobre el uso y evacuación del agua en las termas y las letrinas, tanto en ámbito privado como público. No obstante, confiamos en que el interés creciente que en los últimos años están experimentando los estudios de ingeniería hidráulica contribuya a la profundización en el análisis de los complejos sistemas de tratamiento de los residuos líquidos y semilíquidos en las ciudades hispanorromanas. Más problemas genera la escasez de datos referidos a los vertederos, destino último para la mayor parte de los residuos sólidos urbanos. Esto los convierte en fuentes profusas de información, circunstancia de la que son especialmente conscientes, entre otros, los ceramólogos. Sin embargo, más allá de los materiales arqueológicos que puedan proporcionar, los vertederos tradicionalmente han sido considerados como escollos que ralentizan el avance de las excavaciones y ocultan las estructuras soterradas bajo ellos, verdadero objeto de interés de la arqueología más clásica. Esta deficiencia en la documentación provoca problemas de indefinición que se manifiesta con frecuencia en la bibliografía, en la que a menudo se confunde la formación de vertederos con otros fenómenos deposicionales de difícil caracterización, como las nivelaciones del terreno, los rellenos o el abandono de los edificios. En consecuencia, juzgamos que será necesario emprender análisis de
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casos concretos para avanzar en la definición arqueológica de los basureros, atendiendo a cuestiones tales como su composición, contenido, continente y tiempo de formación, etc. En este sentido, consideramos de especial interés la inclusión en esta publicación de tres estudios monográficos focalizados en vertederos recientemente excavados en Augusta Emerita, Caesaraugusta y Legio, a los que se añaden los incluidos en el trabajo sobre Carmo y, dentro del artículo dedicado a Baelo Claudia, el análisis del singular vertedero documentado en la puerta oriental de acceso a la ciudad. La suma de informaciones procedentes de casos particulares de vertederos bien documentados podrá proporcionar una base sólida para acometer análisis más globales, centrados en la generalidad de una ciudad. Este es el ámbito de aplicación al que deben tender los estudios dedicados al tratamiento de los residuos, con el fin de establecer modelos de gestión que permitan entender una parte de la compleja realidad urbana. Mención aparte merecen las actividades de reciclaje y reutilización, que no por ser más abundantes han sido mejor examinadas por parte de la investigación arqueológica, a excepción de los spolia y del conocido reempleo de ánforas para usos múltiples. Al contrario, es precisamente la «cotidianeidad» de este tipo de acciones, tan frecuentemente documentadas en los yacimientos arqueológicos, la que no ha permitido que se aprecie el valor que tienen como fuente de información. Y sin embargo no podemos obviar la trascendencia de los fenómenos de reciclaje y reutilización en las sociedades del pasado, caracterizadas por un aprovechamiento intensivo de los materiales disponibles, no por una particular conciencia ecológica, sino como medida económica, dentro de un contexto de optimización máxima de los recursos y de los esfuerzos. La consecuencia que se desprende de los párrafos anteriores es la necesidad de progresar en las múltiples líneas que quedan abiertas dentro de la investigación sobre la gestión de los residuos. Pero queremos insistir en la necesidad de emprender estudios con un carácter integral, que pongan en relación todos los aspectos ligados al tratamiento y eliminación de los residuos urbanos: red viaria y red de saneamiento, urbanismo y distribución de áreas funcionales, zonas de deposición de los desechos sólidos, actividades de reciclaje y reutilización, etc. Así lo hemos promovido en esta reunión, pues sólo bajo esta óptica es posible determinar cada modelo urbano de gestión y su evolución a lo largo de la etapa romana y tardoantigua, además de realizar comparaciones entre los diferentes sistemas de gestión.
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Por último, es justo que las últimas palabras de este libro, como así fueron las primeras, sean un recuerdo a la figura de Xavier Dupré, cuya memoria estuvo muy presente durante la celebración de este evento y a quien ahora dedicamos con orgullo esta
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publicación. Por tu magisterio y confianza, gracias Xavier. JOSEP ANTON REMOLÀ VALLVERDÚ JESÚS ACERO PÉREZ
ÍNDICE DE ABREVIATURAS BIBLIOGRÁFICAS
AEspA
Archivo Español de Arqueología
AAA
Anuario Arqueológico de Andalucía
AAC
Anales de Arqueología Cordobesa
Anejos de AEspA
Anejos de Archivo Español de Arqueología
AnMur
Anales de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Murcia
APL
Archivo de Prehistoria Levantina
EAE
Excavaciones Arqueológicas en España
BAR
British Archaeological Reports
JRA
Journal of Roman Archaeology
JRS
Journal of Roman Studies
MemAmAc
Memoirs of the American Academy in Rome
Mérida excav. arqueol.
Mérida. Excavaciones Arqueológicas. Memoria
Quarhis
Quaderns d’arqueologia i historia de la ciutat de Barcelona.
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Contribuciones a congresos y obras conjuntas: Noguera Celdrán, J. M. 2000: «Una aproximación a los programas decorativos de las villae béticas. El conjunto escultórico de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba)», P. León y T. Nogales (coords.), Actas III Reunión sobre Escultura Romana en Hispania, Madrid, 111-147 Trabajos dentro de una serie monográfica: Alföldy, G. 1973: Flamines Provinciae Hispaniae Citerioris, Anejos Archivo Español de Arqueología VI, Madrid. 7.
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ITALICA Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma (18 vols.). Monografías de la Escuela (22 vols.).
CORPVS VASORVM HISPANORVM J. CABRÉ AGUILÓ: Cerámica de Azaila. Madrid, 1944.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. XI + 101 págs. con 83 figs. + 63 láms., 32 × 26 cm. (agotado). I. B ALLESTER, D. F LETCHER, E. PLA, F. JORDÁ y J. ALCACER. Prólogo de L. PERICOT: Cerámica del Cerro de San Miguel, Liria. Madrid, 1954.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. y Dipu-tación Provincial de Valencia.—XXXV + 148 págs., 704 figs., LXXV láms., 32 × 26 cm.—ISBN 84-00-01394-8 (agotado).
ANEJOS DE GLADIUS CSIC y Ediciones Polifemo M.ª Paz García-Bellido: Las legiones hispánicas en Germania. Moneda y ejército. Instituto de Historia. 2004. 354 págs. + 120 figs. ISBN 84-00-08230-3. M.ª Paz García-Bellido (coord.): Los campamentos romanos en Hispania (27 a.C.-192d.C.). El abastecimiento de moneda. Instituto Histórico Hoffmeyer. Instituto de Historia. Ediciones Polifemo. 2006. 2 vols. + CD Rom. ISBN (10) 84-00-08440-3; (13) 978-84-00-08440-0.
TABVLA IMPERII ROMANI (TIR) Unión Académica Internacional Editada por el C.S.I.C., Instituto Geográfico Nacional y Ministerio de Cultura Hoja K-29: Porto. CONIMBRIGA, BRACCARA, LVCVS, ASTVRICA, edits. A. BALIL ILLANA, G. PEREIRA MENAUT y F. J. SÁNCHEZPALENCIA. Madrid, 1991. ISBN 84-7819-034-1. Hoja K-30: Madrid. CAESARAVGVSTA, CLVNIA, edits. G. F ATÁS C ABEZA, L. CABALLERO ZOREDA, C. GARCÍA MERINO y A. CEPAS . Madrid, 1993. ISBN 84-7819-047-3. Hoja J-29: Lisboa. EMERITA, SCALLABIS, PAX IVLIA, GADES, edits. J. DE A LARCÃO, J. M. Á LVAREZ, A. CEPAS, R. CORZO. Madrid, 1995. ISBN 84-7819-065-1. Hoja K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares. TARRACO, BALEARES, edits. A. CEPAS PALANCA, J. GUITART I DURÁN. G. FATÁS CABEZA. Madrid, 1997. ISBN 84-7819-080-5. Fall K-J31: Pyrénées Orientales-Baleares (edición en catalán). ISBN 89-7819-081-3.
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C. PEMÁN: El pasaje tartéssico de Avieno. Madrid, 1941, 115 págs., 26 × 18 cm. (agotado).
A. SCHULTEN: Geografía y Etnografía de la Península Ibérica. Vol. I. Madrid, 1959. Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.), 412 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Las fuentes antiguas. Bibliografía moderna y mapas. Orografía de la meseta y tierras bajas. Las costas (agotado). Vol. II. Madrid, 1963, 546 págs., 22 × 16 cm.—Contenido: Hidrografía. Mares limítrofes. El estrecho de Gibraltar. El clima. Minerología. Metales. Plantas. Animales (agotado).
M. PONSICH: Implantation rurale antique sur le Bas-Guadalquivir (II) (Publications de la Casa de Velázquez, série «Archéologie»: fasc. III).—Publié avec le concours de l’Instituto Español de Arqueología (C.S.I.C.) et du Conseil Oléicole International.— París, 1979 (27,5 × 21,5 cm.), 247 págs. con 85 figs. + LXXXI láms.—ISBN 84-600-1300-6.
HOMENAJE A A. GARCÍA Y BELLIDO Vol. I Madrid, 1976. Revista de Vol. II Madrid, 1976. Revista de Vol. III Madrid, 1977. Revista de Vol. IV Madrid, 1979. Revista de
la la la la
Universidad Universidad Universidad Universidad
Complutense Complutense Complutense Complutense
de de de de
Madrid, Madrid, Madrid, Madrid,
XXV, 101. XXV, 104. XXVI, 109. XXVIII, 118.
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2. 35. 36. 45.
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A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Mérida.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 12 figs. + 108 láms.—ISBN 84-00-04303-0 (agotado). A. BLANCO FREIJEIRO: Mosaicos romanos de Itálica (I).—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1978 (28 × 21 cm.), 66 págs. con 11 figs. + 77 láms.—ISBN 84-00-04361-8. J. M. BLÁZQUEZ M ARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Córdoba, Jaén y Málaga.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1981 (28 × 21 cm.), 236 págs. con 32 figs. + 95 láms.—ISBN 84-00-04937-3. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de Sevilla, Granada, Cádiz y Murcia.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 106 págs. con 25 figs. + 47 láms.—ISBN 84-00-05243-9. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ: Mosaicos romanos de la Real Academia de la Historia, Ciudad Real, Toledo, Madrid y Cuenca.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.—Madrid, 1982 (28 × 21 cm.), 108 págs. con 42 figs. + 50 láms.—ISBN 84-00-05232-40. J. M. BLÁZQUEZ MARTÍNEZ y T. ORTEGO: Mosaicos romanos de Soria.—Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C.— Madrid, 1983 (28 × 21 cm.), 150 págs., con 22 figs. + 38 láms.—ISBN 84-00-05448-2. J. M. BLÁZQUEZ y M. A. MEZQUÍRIZ (con la colaboración de M. L. NEIRA y M. NIETO): Mosaicos romanos de Navarra.— Instituto Español de Arqueología del C.S.I.C. Madrid, 1985 (28 × 21 cm.), 198 págs. con 31 figs. + 62 láms.—ISBN 84-00-06114-4. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO , M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos de Lérida y Albacete. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 60 págs., 19 figs. y 44 láms.—ISBN 84-00-06983-8. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO, M. L. NEIRA y M. P. SAN NICOLÁS: Mosaicos romanos del Museo Arqueológico Nacional. Madrid, 1989. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm.), 70 págs., 18 figs. y 48 láms.—ISBN 84-00-06991-9. J. M. BLÁZQUEZ, G. LÓPEZ MONTEAGUDO , T. MAÑANES y C. FERNÁNDEZ OCHOA: Mosaicos romanos de León y Asturias. Madrid, 1993. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 116 págs., 19 figs. y 35láms.— ISBN 84-00-05219-6. M. L. N EIRA y T. MAÑANES: Mosaicos romanos de Valladolid. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 128 págs., 10 figs. y 40 láms.—ISBN 84-00-07716-4. G. L ÓPEZ MONTEAGUDO, R. NAVARRO SÁEZ y P. DE P ALOL S ALELLAS: Mosaicos romanos de Burgos. Madrid, 1998. Departamento de Historia Antigua y Arqueología del C.S.I.C. (28 × 21 cm), 170 págs., 26 figs. y 168 láms.—ISBN 84-00-07721-0.
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Editada bajo la supervisión del Departamento de Publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, esta obra se terminó de imprimir en julio de 2011 en los Talleres de Imprenta Taravilla.
ANEJOS AESPA
ISBN 978 - 84 - 00 - 09345 - 7
XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS (1956-2006). IN MEMORIAM
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA
LX 2011
Josep Anton Remolà Vallverdú Jesús Acero Pérez (Editores)
ANEJOS DE AESPA
LX
LA GESTIÓN DE LOS RESIDUOS URBANOS EN HISPANIA XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS (1956-2006) IN MEMORIAM
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