La atribución causal. Del proceso cognitivo a las creencias colectivas
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11 1 i La atribución 1 causal 1 cognitivo 1111 aDellasproceso creencias colectivas Miles Hewstone

Cognición y desarrollo humano Paidós

La atribución causal

Biblioteca COGNICION Y DESARROLLO HUMANO I 25

Dirigida por César Coll

Títulos publicados:

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 1 2. 13. 14. 15. 1 6. 1 7. 18. 1 9. 20. 21 . 22.

S. Moscovici - Psicologla social, I S. Moscovicl - Psicología social, 11 J. Bruner El habla del niflo S.E. Hampson- La construcción de la personalidad O.A. Norman - Perspectivas de la ciencia cognitiva K. Kaye - La vida mental y social del bebé R. Schank y R. Abelson Guiones, planes, metas y entendimiento R.J. Sternberg - Inteligencia humana, l. La naturaleza de la inteligencia y su medición R.J. Sternberg Inteligencia humana, 11. Cognición, personalidad e inteligencia R.J. Sternberg - Inteligencia humana, 111. Sociedad, cultura e inteligencia R.J. Sternberg - Inteligencia humana, IV. Evolución y desarrollo de la inteligencia R.E. Mayer - Pensamiento, resolución de problemas y cognición R. Case- El desarrollo intelectual: del nacimiento a la edad madura U. Bronfenbrenner- La ecología del desarrollo humano H. Gardner - La nueva ciencia de la mente. Historia de la revolución cognitiva M. Mahoney y A. Freeman - Cognición y psicoterapia J.V. Wertsch - Vygotsky y la formación social de la mente J. Dewey- Cómo pensamos R. Harré, D. Clarke y N. De Cario - Motivos y mecanismos J. Bruner y H. Haste La elaboración del sentido. La construcción del mundo por el nillo P.N. Johnson-Laird - El ordenador y la mente. Introducción a la ciencia cognitiva M. Werthelmer - El pensamiento productivo 23. J. Lave La cognición en la práctica 24. D. Mlddleton y D. Edwards - Memoria compartida 25. M. Hewstone - La atribución causal -

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MILES HEWSTONE

LA ATRIBUCION CAUSAL Del proceso cognitivo a las creencias colectivas

' Ediciones Paidós.

Barcelona - Buenos Aires - México

Título original:

causal Attribution. From Cognitive Processes to Collective Bellefs

Publicado en Inglés por Basll Blackwell, Oxford Traducción de Gonzalo Hernández Ortega Revisión técnica de Antonl Castelló Cubierta de Ferran Cartas

1. • edición, 1992 Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del ..Copy­ right.. , bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procectimiento, comprendidos la reprograffa y el tratamiento In­ formático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1989 by Miles Hewstone © de todas las ediciones en

castellano Ediciones Paldós Ibérica, S.A., Mariano Cubr, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paldós, SAICF, Defensa, 599 - Buenos Aires.

ISBN: 84-7509-797-9 Depósito legal: B - 16.374/1992 Impreso en Nova-Grafik, S.A., Pulgcerda, 127 - 08019 Barcelona Impreso en España - Prlnted in Spain

Para Claudia

Las causas de los hechos son a veces más interesantes que los hechos mismos. Cicerón, Ad Atticum

Sumario

Agradecimientos ... .... .. .. .. .. . . . ... ...... .. .... .. . . .. .. . . ..... .. .. .. .. .. .. ....... .. .. .. .. .. Pr6logo a la edici6n española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. Prefacio ... ... . . .. .. .. . . .. . .. .. . . .. ..... .... .. . . .. . . . ... .. . ... .. ..... .. .. .. .. . . ... . . . . .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..

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1. lntroducci6n Las explicaciones en la ciencia, en la historia y en el sentido común Explicaciones en términos de causa El estudio de las explicaciones en filosofía y psicología . . .. .... .. ... . . . .. Teoría de la atribuci6n: un reconocimiento a sus precursores .. .. .. .. Panorámica del libro .. .. .. .. . . . . . . . . . ............... .. .. .. .. . ... ... .. . . .. .. .. .. . . . . .. .. .... ..

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2. Teorías clásicas sobre la atribuci6n causal ......................................... lntroducci6n ............................ ........................................................... «Causalidad fenoménica» y «análisis ingenuo de la acci6n» ... .. ........ Teoría de la inferencia correspondiente . Covariaci6n y configuraci6n .............................................................. Covariaci6n y configuraci6n: una integración .. . . .. . .. .. . . .. .. . ... .. . .. . .. .. .. .. Teorías de la atribución causal: resumen . . ... . . . .... .. .. .. .. . .. .. . . .. .. .. .. .....

33 33 34 37 42 49 50

3. Teoría e investigaci6n de la atribución. Cuestiones fundamentales lntroducci6n ... ...... ... .. .... .... .. .. .. .. .... .. .. .. .. ... . .. . .. ... . .. .. ....... .... .. .. .. .. .. .... .. Naturaleza de la atribuci6n causal ..................................................... Medición de fas atribuciones causales . .. . . .. .. ....... .. . ... .. . . .. . .. .. .. .. .. .... ..... lnstigaci6n de la atribuci6n causal .. .. ... . .. . .. .. . . .. .. . . .. . . . .. .. .. .. .. .. ... ... . . . .. Sesgos en el proceso de atribuci6n .. .. . . ... . . .. .. .. .. .. . .... .. .. .. .. .. . ... . .. .. .. . . .. Funciones y consecuencias de la atribuci6n causal . .. .... .. .. ..... .. .. .. .. .. Conclusi6n .. .. . . .. ... .... .... .. .. .. ...... .. .. .. . . .. . . .. .. .. .. ... . .. . .. .. . . .. .. . ... . .. .. .. .. .. .... ..

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4. Atribuci6n intrapersonal: 16gica causal, procesos cognitivos y estructuras de conocimiento . .. .. .. . . . .. .. .. . .. .... .. ... ...... .. . ...... ... .. ... .. .. .. . ... . .. . . . Introducci6n . . l.6gica causal .. . . . ... . ... .. .. . .. . .. . . .. .. .. .. . .. ... .. . ... .. ..... .. ... .... .. . . . .. . ... ... .. . ... ... .. . Procesos cognitivos .. .. . .. .. .. . .. .. . . .. . .. . . .. ... .. ... ... . .. .. . .. .. .. ....... ... .. .. . .... .. . . . Estructuras de conocimiento ....... .. . . ... .. .. . ........ .. . ...... ....... .. ... .. . ....... .. La atribuci6n causal desde una perspectiva cognitiva .... ... . . .. ..... .. . . . Conclusi6n . . .

91 91 92 1 13 122 129 133

5. Atribuci6n interpersonal: de la interacci6n social a las relaciones Íntimas Introducci6n . . . . . Interacci6n social . ................................................ Relaciones Íntimas . . . . . Conclusi6n . . . . .

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6. Atribuci6n intergrupal: la categorizaci6n social y sus consecuencias Introducci6n .. . . . Aportaciones te6ricas a la atribuci6n intergrupal . . .. Pruebas empíricas de la atribución intergrupal . ..... .. .. . . ........ .. . . .. Fundamentos y consecuencias de la atribución intergrupal . Implicaciones en la reducci6n de conflictos intergrupales .. . Conclusi6n . ..

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7. Atribución societal: creencias colectivas y explicaci6n de los acontecimientos sociales .. . .. . ... . .. .. . .. .. .. . . . .. ..... .. ...... ... ...... ... ...... ...... .... .. ... .. . . .. lntroducci6n . . .. . .. . .. .. ..... .. . . . . . . . .. .. . .. .. ... .. .. .... ... .... ... . . .. . . ... ..... .. . . .. ... .. .. .. Creencias societales y explicaciones causales ...... ... ...... ..... ......... ... .... De la sociedad «pensante» a la sociedad «atribuyente» . ......... .... ...... Explicaciones dadas a acontecimientos sociales . . Cultura y atribución . . . .. . Conclusión . ............................................................

221 221 222 227 233 246 249

8. Conclusi6n

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Referencias bibliográficas ............................................................... Indice de nombres . . . ... .... .. .. . .. . . .. . .. .. . ... . .. .. . . .. . .. ...... ... . ... . . ... ........ ....... ... .. . Indice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . .. . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ...........

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Agradecimientos

Escribir este libro ha sido la experiencia más satisfactoria de toda mi vida aca­ démica. Mantengo una enorme deuda de agradecimiento con las muchas personas y entidades sin cuya ayuda no hubiera sido posible escribirlo en el momento y de la manera en que lo ha sido. Mencionaré en primer lugar a las personas; estoy singularmente agradecido a Klaus Fiedler, Frank D. Fincham, John H. Harvey y a Stephen J. Read, todos los cuales leyeron grandes fragmentos del borrador, lo comentaron ampliamente e in­ cluso ¡me dieron a leer más documentaci6n! Los amigos y colegas que cito a conti­ nuaci6n hicieron comentarios muy útiles sobre capítulos concretos: Garth J.O. Fletcher, Adrian Furnham, David L. Hamilton, Denis H. Hilton, Gustav Jahoda, Penelope J. Cakes, Bernadette Park, Teun A. van Dijk y Peter A. White. Otros muchos colegas me ayudaron también con sus opiniones durante los seminarios que, a medida que el libro iba tomando forma, organicé en las universidades de Leiden, Kansas, California-Santa Barbara, Southern California, California-Los An­ geles, Walles College of Cardiff y en la London School of Economics. M.R. Islam y Lucy Johnston, que habían sido mis alumnos, se prestaron amablemente a orde­ nar el índice. En segundo lugar, las entidades: este libro es en gran parte el resultado de un año maravilloso, tanto profesional como personalmente, que pasé como invitado en el Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Stanford, Califor­ nia. En medio de la tranquilidad y belleza del lugar pude entregarme de lleno y sin distracciones al trabajo, s6lo interrumpido por mis sesiones de voleibol a me­ dio día, para relajarme un poco. Quisiera expresar mi reconocimiento a las ayudas que en la bibliografía, impre­ si6n, informatizaci6n y revisi6n me prestaron Margaret Amara y Rosanne Torre, Virginia Heaton, Lynn Gale y Katleen Much, respectivamente. También un agra­ decimiento muy especial a Gardner Lindzey y a Bob Scott por todo lo que hicie-

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ron para que mi estancia en el Center resultara agradable y fructífera. También debo agradecer el apoyo económico de la Natural Science Foundation (BNS 8700864), de la John D. y Catherine T. MacArthur Foundation durante mis nueve meses de estancia, y del Economic and Social Research Council por su beca para una investigación individual {G00242059), que me permitió residir durante un curso completo en el Center. Finalmente, doy las gracias a mi querida esposa Claudia, a quien dedico este libro. Aunque nos separaron miles de kilómetros durante la mayor parte del año que dediqué a escribirlo, nunca me faltaron su aliento y ayuda. Espero únicamen­ te que el fruto final justifique en algún modo mis ausencias.

Prólogo a la edición española

La teoría de la atribuci6n de causa es, hoy en día, uno de los contenidos clási­ cos de la Psicología y, por origen y dedicaci6n, de la Psicología Social. Esta teoría y sus posteriores elaboraciones se han caracterizado por un conjunto de propieda­ des que, quizás, la conviertan en uno de los temas más sintéticos, en· el sentido en que resulta paradigmática para un amplio espectro de análisis y puntos de vista. El principal objetivo de este pr6logo es el de contextualizar la teoría de la atri­ buci6n de causa y el trabajo monográfico de Hewstone sobre este tema, no tanto �n términos hist6ricos, sino conceptuales y referidos a dichos niveles de análisis. Así, más allá de una presentaci6n de la publicaci6n, se pretende definir un marco conceptual que sirva de encuadre a las aportaciones del autor y, en la medida de lo posible, de esquema interpretativo y de reflexi6n para el lector. Los elementos que a partir de este punto se van a comentar abarcarán tanto aspectos de orden general, relacionados con la metodología de investiga�i6n o la epistemología, como de orden específico, más ligados al contexto de la explicaci6n de la atribuci6n de causa en términos cognitivos. En cualquier caso, no se pretende una contextualizaci6n exhaustiva -que iría mucho más allá de la funci6n de este pr6logo- sino la activaci6n de algunos conceptos que faciliten la lectura, incorpo­ ración y conexi6n de contenidos en el lector. Así, se presenta, en primer lugar un encuadre cognitivo de la teoría de la atribuci6n de causa, seguido de algunos comentarios sobre su representatividad o valor paradigmático como trabajo cientí­ fico y, finalmente, se considera la interacción entre disciplinas. Se acostumbra a considerar la teoría de la atribuci6n de causa como uno de los componentes representativos de la Psicología Social psicológica, es decir de aquel enfoque que parte de procesos psicológicos, más o menos generales, para explicar el comportamiento social y, en algunos casos, el funcionamiento social. Efectiva­ mente, esta teoría se puede ubicar perfectamente dentro de los enfoques cognitivis­ tas de mediados del siglo XX y, al menos en su versi6n original, con claras influen-

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cias de la Psicología de la Gestalt. Esta ubicación configura esta teoría en sus características más generales, haciéndola congruente con los principios básicos del cognitivismo, entre los cuales cabría destacar el del individuo como procesador activo de informaci6n, más allá de la función de recepción de estímulos y de res­ puestas a los mismos. Efectivamente, en la propia denominación de la teoría aparece el término atri­ bución, haciendo referencia al proceso (cognitivo, interno) mediante el cual un de­ terminado individuo establece el origen causal de un hecho. Evidentemente, no se trata tanto de percepción de causalidad o de identificación de la causalidad en el entorno, que estarían directamente relacionados con las propiedades de los estí­ mulos; muy al contrario, el proceso de atribución parece mucho más vinculado a mecanismos propios del funcionamiento cognitivo y la disposición de informa­ ciones previas en la memoria. La atribución de causa es, pues, una actividad neta­ mente integrada en los procesos más internos del funcionamiento mental huma­ no, y son éstos los que mayormente determinan la forma en que se llevará a cabo: no son tan importantes las características de la información como la forma en que és­ ta será procesada y las informaciones que ya estén disponibles en la persona que realiza la atribución. Consecuentemente, se puede afirmar que esta teoría se rela­ ciona con los elementos más duros del cognitivismo, en el sentido en que los prin­ cipales componentes implicados pertenecen a procesos internos y sólo accesibles de forma indirecta. Justamente este aspecto le confiere una diferenciación de la forma de proceder propia de la Gestalt, la cual, si bien no olvidaba los elementos de pro­ cesamiento, se centraba fundamentalmente en los procesos ligados a la percepción. Uno de los principios cognitivistas que se puede considerar como implícito o subyacente a los postulados de la teoría de la atribución, al igual que en otras gran­ des teorías de la Psicología Social, como la de la disonancia cognitiva, es el de mo­ delizaCión mental del entorno y utilización de este modelo mental como referente de conducta. En efecto, la incorporación de informaciones a lo largo de las diferen­ tes interacciones con el entorno, sean de orden social o no, permite o, de hecho, conduce inexorablemente a la construcción de un modelo o representación men­ tal de dicho entorno. Habitualmente este modelo es el que actúa de manera pre­ ponderante en la regulaci6n y determinación de la conducta. Sin este modelo mental de realidad, difícilmente son concebibles expectativas o previsiones de sucesos; la justificación de dichas expectativas o previsiones a partir del aprendizaje, básica­ mente asociativo, de secuencias de acciones o de fenómenos asociados parece una explicación muy débil, ya que es frecuente encontrar que dichas expectativas se llevan a cabo tanto en situaciones de las que se tiene experiencia como en otras que nunca han sido experimentadas directamente. De hecho, resulta obvio que ac­ túan una serie de procesos, como la transferencia de reglas o la generalización y que éstas no actúan solamente sobre el material directamente percibido, sino que implican una determinada cantidad, normalmente importante, de información re­ sidente en memoria. La interacción con el entorno (incluyendo la interacción social) requiere ciertas

Prólogo a la edición espanola

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premisas de rapidez, aprovechamiento de informaci6n (a través de la inferencia, por ejemplo) y toma de decisiones a partir de datos incompletos. Es el modelo mental de realidad el que permite completar las informaciones que no están pre­ sentes en la mayoría de estímulos reales, es decir, añadir los datos que hacen con­ gruente una situaci6n determinada. Este proceso se identifica perfectamente con los principios guestálticos, en el sentido de convertir en un todo un conjunto in­ completo de elementos, pero quizá deba enfatizarse en este punto el hecho de que la completaci6n de dicha informaci6n no sigue un procedimiento genérico, sino que es susceptible de importantes variaciones, tanto en la propia elaboraci6n como en el resultado de la misma, y depende, sobre todo, de las informaciones ya exis­ tentes en memoria o, más concretamente, de la configuraci6n de un determinado modelo mental de realidad. Así, si se asume que distintos individuos que hayan realizado diferentes interacciones con su entorno habrán construido diferentes mo­ delos o representaciones mentales del citado entorno, se deriva que, ante unos mis­ mos indicios, probablemente realizarán reconstrucciones distintas. Por lo tanto, existe claramente la completaci6n guestáltica pero ésta no es la regla fundamental, sino que un importante factor de varianza se encontrará en la informaci6n, en for­ ma de modelo mental de realidad, existente en el individuo. En cualquier caso, este modelo mental desempeña un papel fundamental en la explicaci6n de sesgos, incorrecciones u otras características del proceder atribucional. El procedimiento cognitivo que parece estar implicado en la realizaci6n de atri­ buciones causales podría describirse genéricamente como constituido por los si­ guientes elementos: informaci6n procedente del entorno, informaci6n residente en memoria -modelo o representaci6n mental de realidad- y procesos de manipula­ ci6n de estas informaciones, los cuales son responsables de las conexiones, asigna­ ci6n de pesos, establecimiento de conclusiones, etc. En los párrafos anteriores se ha destacado la importancia de los contenidos disponibles en memoria, a la vez que se hacía presente la acci6n de alguno de estos procesos, que podemos llamar de completación. Aquí destacaremos algún otro proceso de manipulación o elabo­ ración de estas informaciones. En primer lugar, cabe prestar atención a la explicación del entorno en términos causales. El planteamiento más fiel al cognitivismo probablemente abogara, en este caso, por una interpretación en la que este proceso fuera una propiedad del sistema cognitivo (sea innata o adquirida a través de algún tipo de mecanismo) y que esta propiedad se utilizara para configurar el entorno. Así, la causalidad residiría en el sistema cognitivo y se utilizaría para explicar, interpretar o representar la realidad, independientemente de que existiera o no una relación causal real. El origen de esta interpretaci6n es genuinamente kantiano: son las estructuras (cognitivas) las que articulan y configuran los contenidos. Otros autores, en este caso desde la Psi­ cología, aunque no la Psicología Social, como Bruner o Piaget utilizan líneas argu­ mentales semejantes. De alguna manera, se podría decir que los instrumentos de procesamiento de información disponibles constituyen el conjunto de maneras en que una determinada información puede ser elaborada (y, consecuentemente, en-

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tendida, comprendida, integrada, concebida o como quiera llamarse) con lo que el producto final compartirá propiedades de la información y propiedades de la forma en que se ha elaborado o procesado. En el contexto social y cultural occi­ dental, como mínimo, la explicación en términos causales de los eventos parece ser un proceso cognitivo, una estructura, una forma de procesamiento de informa­ ción que cumple estas características. Por otra parte, parece tratarse de un proceso suficientemente común como para estar presente en el comportamiento de atribu­ ción causal de todas las personas y resistir enfoques desde perspectivas que traten el funcionamiento cognitivo de la «gente común», del «científico ingenuo» o, en suma, de cualquier individuo sin una capaCidad intelectual ni formación extraordi­ narias. La segunda forma característica de manipulación de información es la que se encuentra implicada en la conexión o compatibilización de la información obteni­ da del entorno real con aquella que se encuentra en memoria (el modelo mental de realidad). Una primera constatación es que se trata de dos informaciones cuali­ tativamente distintas, puesto que la segunda ha sido ya elaborada, probablemente en distintos niveles de procesamiento, aportándole las características necesarias para que pueda ser almacenada en memoria (congruencia con otras informaciones, es­ tructuración, completamiento, etc.). Por lo tanto, se puede afirmar que el material residente ya ha pasado por diversos procesos de filtro, selección y manipulación a los que cabría añadir los diversos ajustes sufridos al contrastarlo con la realidad. En estas condiciones, la información elaborada puede resultar más válida para la persona que la información procedente del entorno. Si el modelo mental de reali­ dad ha conseguido ser aj,ustado hasta un nivel razonable de representación del en­ torno, este modelo se convierte en la representación más versátil del entorno de que puede disponer el sujeto. Esta situación explicaría que en la asignación de pe­ sos a las informaciones ya existentes (en memoria) o a las que proceden del entor­ no, se sobrevaloren las primeras, en detrimento de las segundas. Esta inercia del material residente representa, pues, otra forma característica de procesamiento de información claramente implicada en la explicación cognitiva de la atribución causal. Las conclusiones fruto del razonamiento causal, que es un proceso complejo, reciben las influencias de los puntos comentados en los párrafos anteriores. Por una parte, se tiende a sobreutilizar la explicación en términos de causa, infiriéndo­ las de donde sólo hay meras asociaciones de eventos o bien asignándolas a caracte­ rísticas de las personas o situaciones. Por otra parte, el modelo cognitivo suele te­ ner más peso que las informaciones reales (al igual que sucede en la disonancia cognitiva) por lo que las conclusiones serán, probablemente, más acordes al mode­ lo que a los datos procedentes de la realidad. Esta óptica refleja una clara determinación por los contenidos del sistema cog­ n itivo -sean procesos más o menos innatos o informaciones residentes en memoria- que es de gran utilidad para el análisis procesual implicado en la com­ prensión de la teoría de la atribución, o por lo menos, de la mecánica implic.ada en el funcionamiento atribucional. De todas formas, este enfoque no representa

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la única forma de encuadre, ya que los fen6menos atribucionales se pueden anali­ zar también en otros términos o desde otras perspectivas. En cualquier caso, no pueden existir contradicciones entre las aportaciones de distintos enfoques, aun­ que procedan de disciplinas distintas. Un segundo nivel de análisis de la teoría de la atribuci6n puede realizarse en términos de su representatividad en relaci6n al funcionamiento de la Psicología como ciencia. Ciertamente, y tal como manifiesta el propio Hewstone, la teoría de la atribuci6n se ha abordado desde diferentes instancias, que incluyen trabajos experimentales, antropol6gicos-interculturales, o ligados al análisis filos6fico de la propia teoría. De igual forma, los enfoques de esta teoría no solamente se han lle­ vado a cabo desde perspectivas psicologistas, sino que ciertas perspectivas, como la societal, entroncan más con enfoques sociol6gicos. En estos enfoques se puede rastrear la evoluci6n de las tendencias -o modas- metodol6gicas tanto en Psico­ logía en general, como en Psicología Social en particular. En cualquier caso, es importante una breve revisi6n de la importancia de estos aspectos metodol6gicos, su valor cientÍfico y la posibilidad de conexiones a mayor nivel entre disciplinas. Es sobradamente conocido que existen diversas metodologías que permiten un enfoque científico de los objetos de la Psicología, cada una de ellas con sus aspec­ tos positivos, pero también con inconvenientes específicos. Quizá la discusi6n más conocida sea la que afecta a los métodos denominados experimentales, utilizados primordialmente como estandarte de la Psicología cientÍfica y, en muchos aspec­ tos, tomados de las ciencias «duras», como la física. Indiscutiblemente, esta meto­ dología goza de importantes ventajas a la hora de establecer la incidencia de unas variables sobre otras, pero precisa de unos niveles de control del entorno experi­ mental que, con suma frecuencia, lo hacen irreal, a la vez que se centra, habitual­ mente, en representaciones muy microsc6picas de la conducta. Existen igualmente métodos de investigación menos restrictivos en las condi­ ciones de control, aunque igualmente menos precisos en los resultados, limitándo­ se a detectar tendencias, asociaciones o, simplemente, a describir unos fenómenos, sea cualitativa o cuantitativamente. Ejemplos de estas metodologías serían los mé­ todos cuasi-experimentales, correlacionales, etnográficos o de estudio y análisis de casos. Finalmente, se deben considerar también aquellas formas de investigaci6n que, unas veces más ligadas al análisis conceptual o filos6fico y otras a la contrastaci6n y compilación de resultados de otros investigadores, no siguen el modelo empiris­ ta o, en otras palabras, no tienen tanta preocupación por los datos como por la adecuada utilización y conexión de los conceptos. Un verdadero método cientÍfico utiliza todos estos recursos, sin establecer prio­ ridades por los más cercanos a los datos. La eliminaci6n de alguna fuente de infor­ mación sería una postura poco razonable y poco ajustada a la forma científica de proceder; se explicaría únicamente (aunque no creo que sea justificable) en perío­ dos de consolidación de una ciencia como tal. Por otra parte, diferentes metodologías aportan datos cualitativamente distin-

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tos, que pueden integrarse en un todo congruente. La necesidad de que se dé prio­ ridad a una u otra forma de investigación depende del estado de desarrollo de la materia o, de forma más general, de la disciplina. De hecho, a mayor madurez por parte de una ciencia, suele darse mayor apro­ ximación al trabajo de construcción y elaboración de modelos y teorías. Esta si­ tuación es justificable por varias rawnes. En primer lugar el trabajo empírico no puede desarrollarse sin una direccionalidad precisa y razonada: la obtención de da­ tos, por sí misma, no tiene sentido; la contrastación de hipótesis con datos empíri­ cos sí. Obviamente, estas hipótesis no son un antojo del científico empírico, sino que, si se trabaja correctamente, vienen derivadas de modelos o teorías previamen­ te elaboradas. Así, los modelos teóricos orientan el trabajo empírico, garantizan­ do, de alguna manera, que los resultados empíricos no sean meros datos, sino re­ sultados significativos. En segundo lugar, la elaboración de modelos a partir de observaciones más o menos sistemáticas de los fenómenos estudiados es un procedimiento -inductivo­ perfectamente lícito, pero solamente apropiado para estados de desarrollo científi­ co -de la disciplina o la materia estudiada- precoces. En efecto, unos mismos datos pueden interpretarse (y, por tanto, conducir a una modelización teórica) de formas distintas e incluso excluyentes. Evidentemente, la existencia de múltiples explicaciones posibles de un mismo hecho, algunas de ellas contradictorias, no es una forma de enriquecimiento científico, sino de confusión intelectual. La cien­ cia, en este sentido, es muy poco pluralista, ya que no busca un conjunto de respe­ tables opiniones, sino la mejor explicación posible de los fenómenos, es decir, el máximo «Valor de verdad». Una vez definidos los modelos iniciales, estos deben ponerse a prueba, de forma sistemática, en dos niveles: uno de tipo conceptual en el que se considera el funcionamiento del modelo propuesto, sus implicaciones y sus conexiones con otros modelos; y un segundo nivel, de tipo empírico, en el que se evalúa, en lo posible, la veracidad del modelo teórico o su ajuste a los fenó­ menos reales. En este punto, tan importantes resultan las aportaciones de orden conceptual, orientadas a garantizar que el modelo sea efectivamente explicativo, como las de orden empírico, que ponen a prueba el ajuste del modelo teórico a la realidad. Evidentemente, existen etapas cíclicas de trabajo centrado en la teoría y de tra­ bajo orientado a los datos, pero en ningún caso se puede obviar alguna de estas etapas. Esta situación acredita la existencia de publicaciones que, sin realizar nin­ guna aportación empírica concreta, se dedican a la compilación de trabajos ante­ riores, establecimiento de una valoración y visión de conjunto de los mismos y análisis conceptual de los conceptos implicados. La obra de Hewstone es uno de estos casos. Los citados trabajos de compilación y análisis teórico cumplen una serie de fun­ ciones muy importantes en la investigación científica. Entre ellos, se puede desta­ car la selección de los datos más relevantes, las conexiones entre los mismos que no se habían explicitado debido a la falta de perspectiva o el ajuste de modelos.

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Por otra parte, estos trabajos representan una forma de economía de tiempo y es­ fuerzo para los investigadores de la materia, pues disponen de una compilaci6n selectiva de los trabajos anteriores, al mismo tiempo que la última versi6n del (o los) modelo (o modelos) existentes sobre el tema. Puede ser que el principal incon­ veniente de los mismos sea que acaben siendo una versi6n oficial o autorizada y que obvien alternativas que hubieran podido resultar heurísticas. Independientemente de estos comentarios, la conexión con otros modelos y dis­ ciplinas es otra de las premisas que debería cumplir todo buen modelo. De hecho, no parece justificable que la ciencia producida por una disciplina (pongamos la Psicología Social) no sea compatible con la ciencia producida por otra (pongamos la Sociología). Es evidente que debe existir una coordinación y coherencia básica entre modelos· de una misma ciencia y entre modelos de distintas ciencias. Como mínimo, no se puede admitir que enfoques distintos aporten explicaciones contra­ dictorias; en estos casos, alguna de ellas, o ambas, no son correctas. Por consiguiente, integrar en una misma obra enfoques de procedencia disciplinar distinta no es so­ lamente lícito, sino que es una fuente de validez pocas veces considerada. Un tercer nivel de análisis lo constituyen las aportaciones que se realizan desde una especialidad o dominio a otras. En este caso, se pueden concretar fundamen­ talmente dentro de la Psicología, concretamente desde la Psicología Social a otros ámbitos, tanto aplicados como básicos. Curiosamente, ejemplifican perfectamente que la superación de conceptos tales como la distribución estanca de las temáticas en áreas o especialidades de conocimiento, así como la jerarquizaci6n de conteni­ dos fundamentales en un nivel superior a la aplicación, es decir, de la «Psicolo­ gía aplicada a...». Este trabajo, realizado plenamente desde un enfoque de Psicología Social, aporta materiales válidos para la Psicología General o para otras disciplinas aplicadas. De nuevo se trata de una característica de la investigación científica en la que, aunque haya ciertas polarizaciones hacia los contenidos aplicados o los contenidos generales, los resultados de la investigación suelen trascender el ámbito en el cual se han obtenido. Los ámbitos aplicados consideran unas condiciones específicas, prestan atención a ciertas variables ligadas al contexto e incluyen modelos e instru­ mentos propios. Por esta razón, las condiciones de trabajo son más apropiadas en las disciplinas aplicadas y sus resultados más orientados a las mismas situaciones aplicadas. Sin embargo, los trabajos de metainvestigaci6n sobre estos resultados per­ miten la vinculación con contenidos generales, la reformulación de modelos igual­ mente generales o la extrapolaci6n a otras áreas aplicadas. Uno de los ámbitos a los cuales se ha extrapolado tradicionalmente los resulta­ dos y postulados de la teoría de la atribución de causa es el ámbito de la Psicología de la Educación, concretamente bajo las temáticas generales de pensamiento en el profesor y motivaci6n del alumno. Así, la atribuci6n causal incide en la percep­ ción de las características y productos de los alumnos y en su conceptualización, detectándose las características ya citadas de explicaci6n causal del rendimiento, fre­ cuentemente asociada a características del alumno relacionadas con su competen-

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1 La atribución

causal

cia, y de inercia de los contenidos en memoria, reflejada, por ejemplo, en el trato diferencial según el sexo y la materia impartida. Los trabajos sobre el alumno se han orientado hacia l� autoestima del mismo y su relaci6n con el rendimiento. Así, la teoría de la atribuci6n ha sido utilizada para la explicaci6n de los diferentes efectos de los resultados o rendimiento obteni­ do sobre los hábitos de trabajo o motivaci6n general para el aprendizaje académi­ co, según las tendencias atribucionales del alumno. Por otra parte, cabe citar que este ámbito -la motivaci6n del alumno- es uno de los que más ha recogido las aportaciones de los modelos originados en la Psicología Social, aplicándolos de forma combinada. La teoría de la atribuci6n de causa es, pues, una de las aportaciones de la Psico­ logía Social que ha trascendido su ámbito y que ha demostrado ser enormemente heurística, tanto por contenidos, procedimientos, metodología como resultados. Los comentarios realizados hasta aquí han pretendido evidenciar este aspecto y fa­ cilitar, en lo posible, la contextualizaci6n del trabajo de Hewstone. ANTONI CASTELIÓ Universidad Aut6noma de Barcelona

Prefacio

Como ocurre a otros muchos psicólogos sociales, y en realidad a la mayoría de los investigadores en ciencias sociales, siempre me han fascinado las explicacio­ nes basadas en el sentido común. Este libro refleja mis diez años de compromiso con la teoría de la atribución, una relación que se inició con mi tesis doctoral y continuó con estudios empíricos, ensayos conceptuales y dos libros editados (HEws­ TONE, 1983a; JASPARS y col., 1983a), trabajos que en su mayor parte publiqué en colaboración con Jos Jaspars, con quien durante largo tiempo proyecté escribir un libro sobre la materia que ahora nos ocupa. Por desgracia, Jos murió inesperada­ mente en 1985, privando al mundo de la psicología social europea de uno de sus más brillantes protagonistas. Fue uno de los lectores críticos del volumen que yo había publicado, y me alentó en la idea de volver monográficamente sobre el tema. Por otro lado, Klaus Fiedler, al hacer la crítica de mi obra en el British ]ournal ofPsychology, apuntó que la multiplicidad de enfoques teóricos sobre la atribución causal desconcertaba a muchos estudiosos, lo que hacía inaplazable una integrac1on teonca. La presente monografía ofrece una breve introducción a la teoría de la atribu­ ción y examina los escritos más relevantes sobre la materia en los últimos 40 años. Pretendo, por tanto, lograr un estudio integral basándome en la noción de Willem Doise sobre los cuatro niveles de explicación aplicables al estudio de la psicología social: intrapersonal, interpersonal, intergrupal y societal. Mi revisión incluye tan­ to los grandes logros como los inevitables fallos de la teoría e investigación de la atribución en cada uno de sus niveles, exponiendo en detalle su recorrido históri­ co hasta el momento presente. Se ha estudiado mucho la atribución en su relación con la cognición y la interacción sociales (principalmente en los Estados Unidos), y muy poco la atribución en un contexto de relaciones intergrupales y creencias sociales (y eso en Europa). El marco Doise, sin embargo, supone algo más que la mera organización de un análisis documental, ya que despeja el camino hacia una . ,

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La atribución causal

integraci6n de los diferentes niveles de investigaci6n atributiva. Espero que este li­ bro convenza a algunos críticos de que existe una mayor atribuci6n causal de lo que tal vez pensaran, así como de que el espacio investigativo ha sido más social y menos artificioso de lo que temían. Como es natural, me encantaría que este libro animase a futuros investigadores y contribuyese a afianzar el convencimiento de que el planteamiento atributivo tiene ciertamente un buen futuro en psicología social, del mismo modo en que ya cuenta con un relevante pasado. Es innecesario añadir cuándo confío en que Jos habría aprobado el resultado final de mi trabajo. Cualesquiera que sean sus méritos y deméritos, este volumen es mi homenaje per­ sonal a un verdadero erudito, nunca olvidado.

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Introducción El sentido común no es cuesti6n de afirmaciones inexplicables o arbitrarias; la noci6n causal que aplica, aunque flexible y compleja, está regida por principios constatables...

(HA.lrr y HONORÉ, 1961)

Este libro trata de las explicaciones del sentido común, analizadas en el marco psicológico-social de la «teoría de la atribución» y no tardaremos en comprobar que el término explicación se utiliza en un sentido amplio, al igual que el de atribu­ ción causal. El presente capítulo comienza, por tanto, con un breve análisis compa­ rativo de las diversas formas en que algunas disciplinas han utilizado el término explicación, y de las concepciones que han tenido diferentes filósofos acerca de las explicaciones causales.1 La segunda parte del capítulo versa sobre los antecedentes intelectuales de la teoría de la atribución, al tiempo que se exponen las líneas gene­ rales del libro. Las explicaciones en la ciencia, en la historia y en el sentido común

En 1962, PASSMORE estableció comparaciones muy útiles entre las explicaciones en los tres dominios de la ciencia, la historia y el sentido común. Comenzó con la explicación científica, haciendo la observación de que ésta ha usado frecuente­ mente una noción restringida y restrictiva de la causa, ya que la asunción científica fue siempre que «la explicación consiste en la aplicación de una ley general para interpretar el comportamiento en un caso concreto, o en una clase de casos» (pág. 110). El historiador, por el contrario, ha utilizado la palabra explicación casi tan libremente como el profano. Passmore extrema la comparación al examinar los tres requisitos que debe satisfacer toda buena explicación: ser inteligible, adecuada y correcta, exigencias que cumplen en diferentes grados las explicaciones científi­ cas, históricas y de sentido común. l. Este capítulo se inspira en gran parte en los trabajos hist6ricos y filos6ficos que cita F1SCHHOFF (1976) en un excelente ensayo.

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1 La atribución causal

Una explicación será inteligible si hace referencia a algún tipo conocido de nexo causal. Como bien señala Passmore, no existen explicaciones intrínsecamente inte­ ligibles, porque en el transcurso de la historia, crecen y menguan en aceptabilidad (lo que ocurre, por ejemplo, con las explicaciones psicosomáticas y con la brujería respectivamente), criterio que es útil para centrar nuestra atención en la naturaleza interpersonal de las explicaciones (véase cap. 5), y en el hecho evidente de que guar­ dan relación con las creencias sociales y colectivas (véase cap. 7). Las explicaciones adecuadas quedan subsumidas en las inteligibles, pues según Passmore, toda explicación adecuada es inteligible, aunque no toda explicación in­ teligible sea adecuada. Considera también que una explicación es adecuada si el nexo entre la explicación en cuestión y el hecho que debe explicarse es lo suficien­ temente «fuerte» (pág. 112), criterio que, aunque vago, tiene su importancia con vistas a un planteamiento psicológico-social de la cuestión. Passmore propone que las demandas cotidianas de explicaciones son típicamente «Corteses más que inda­ gatorias» (pág. 112), proposición que nos conduce a la interesante cuestión de cuándo se tornan más o menos estrictos los criterios de la gente respecto de lo que sea una explicación adecuada (véanse caps. 3 y 4), y acerca del papel que desempeñan los intereses interpersonales en el tipo de explicación que la gente piensa que es necesaria (cap. 5). Al igual que la adecuación implica inteligibilidad, la corrección -el tercer criterio- implica adecuación. Passmore argumenta que en la vida cotidiana gene­ ralmente presumimos que una explicación adecuada es correcta. A diferencia de los científicos, historiadores y profanos no suelen buscar condiciones suficientes y de estricta necesidad, o explicaciones de carácter general; no obstante, si los teó­ ricos de la atribución hablan de «errores» -como ciertamente han hablado- en el modo en que la gente atribuye las causas, harían bien en utilizar en sus trabajos ciertos criterios de corrección, como hace Passmore. Aplicando tales criterios, Passmore distingue entre· ciencia, por un lado, e his­ toria y sentido común, por otro; lo cual es una interesante diferenciación, habida cuenta de que el conjunto de las investigaciones sobre atribución se fundamenta en la idea de KELLEY (1967) de que el profano percibe las causas de modo similar a como lo hace el científico (véanse los caps. 2 y 4). Sin embargo, para nosotros adquiere mayor relevancia el hecho mismo de que Passmore bosquejase estbs tres criterios acerca de las explicaciones, porque serán de gran utilidad a lo largo del presente libro. Seguidamente abordaremos la cuestión de lo que entendemos por explicaciones causales. Explicaciones en términos de causa

Como advirtiera F1scHOFF en 1976, los psicólogos -singularmente los interesa­ dos en la teoría de la atribución- deberían leer algo de filosofía. Muchos, quizá la mayoría, carecemos de preparación para un análisis conceptual que es más pro-

I ntroducción

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pio de la filosofía, pero nos beneficiamos de la atención que los filósofos han dedi­ cado a cuestiones tales como qué es el «comportamiento» (DRETSK.E, 1988), qué es un «evento» (PACHTER, 1974), qué es una «disposición» (RozEBOOM, 1973), o bien -lo que centra nuestra atención aquí- qué es una «Causa». Resulta irónico, por decirlo suavemente, que una idea tan fundamental para la teoría de la atribución como es el concepto de causalidad, haya recibido tan escasa atención en los trata­ dos de psicología social (SHAVER, 1981). El planteamiento clásico es el de David Hume, cuyo ejemplo prototípico de causalidad era el de la bola de billar que colisiona con otra, colisión a la que sucede un movimiento de la bola previamente estática, sin que aquélla sea vista como la que lo produce. En las obras de Hume se encuentran múltiples definiciones de causa, pero tal vez sea ésta la más clara: Se dice de una causa que es un objeto seguido de otro, donde a todos los objetos simi­ lares al primero les siguen objetos similares al segundo; donde si el primer objeto no ha sido, el segundo no ha existido (HUME 1748/1975, págs. 76-77).

La causalidad de Hume hace generalmente referencia a una «conjunción cons­ tante» (AYER, 1980, pág. 68), y la definición que acabamos de citar expresa cierta­ mente el significado de la covariación entre causa y efecto, que es fundamental en la teoría de KELLEY ( 1967) sobre la atribución causal. El concepto de causa que sustentara John Stuart Mill ( 1872/1973) ha influido notablemente en la teoría de la atribución a través de la teoría de KELLEY ( 1967) (véase cap. 2). Mill escribió que la causa «es la suma total de condiciones positivas y negativas en su conjunto. . . (de la cual) una vez realizada se sigue invariablemente la consecuencia» (citado por DAVIDSON, 1967, pág. 692). La clave de la cuestión, como observó Davidson, es si la causa verdadera debe incluir todas las condiciones precedentes que, conjuntamente, serían suficientes para producir el efecto. Mill afir­ ma a este respecto que lo que ordinariamente denominamos causa es una de estas condiciones seleccionada arbitrariamente, y a la que inexactamente se denomina «la causa». Todo el que sienta interés por las explicaciones causales del profano, debería plantearse la cuestión de si dicha selección es en verdad arbitraria. Como nos muestra Collingwood en un aclarador ejemplo, la selección no es en absoluto arbitraria: Si mi automóvil «Se estropea» subiendo una colina, y yo ignoro la causa, no conside­ raré resuelto mi problema porque un transeúnte me diga que la cumbre de la colina está más lejos del centro de la tierra que su ladera, y que, por consiguiente, se necesita más energía para hacer que el automóvil suba la colina que para conseguir que se mueva a un mismo nivel. Todo lo cual es completamente cierto; el transeúnte describe una de las condiciones que, todas juntas, constituyen la «Verdadera causa» de que mi automóvil se haya parado. Ha «seleccionado arbitrariamente» una de ellas, y la ha llamado la causa, haciendo justamente lo que dice Mill que siempre hacemos. Pero supongamos ahora que pasa por allí un mecánico, abre el capó, saca un cable de alta tensión y me dice: «Ve us-

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1 La atribución causal ted, va en tres cilindros». Mi problema está resuelto. Conozco la causa de la avería; y es la causa precisamente porque no ha sido «seleccionada arbitrariamente», sino que ha sido identificada correctamente como la que puedo subsanar, después de lo cual el auto­ móvil marchará bien (COLLINGWOOD, 1938/1961, págs. 305-306).

Como nos muestra este ejemplo, hemos de preguntarnos de qué modo las ex­ plicaciones de sentido común distinguen entre la causa y las simples condiciones, cuestión que ha sido abordada brillantemente por los filósofos del derecho HA:trr y HONORÉ (1956/196 1), cuyos trabajos no atrajeron hasta hace poco la atención de los psicólogos sociales, lo que finalmente ocurrió gracias a Fincham y Jaspars en 1980.2 La noción de sentido común en relación con la causalidad despertó el interés de Hart y Honoré debido a que es precisamente la que aplican los tribuna­ les, y al hecho de que los jueces, en el ejercicio de sus funciones, reaccionan a pro­ blemas de causalidad como las personas corrientes. Hart y Honoré aplican dos fac­ tores, o contrastes, para distinguir la causa de las meras condiciones: «Son los contrastes entre lo que es anormal en relación con una materia determinada, y entre un acto libre y deliberado y todas las demás condiciones» (1956/1961, pág. 332). Anticipándose casi treinta años a las conclusiones sociopsicológicas (HAsTIE, 1984; WEINER, 1985a) Hart y Honoré identificaron los sucesos inusuales (acciden­ tes, catástrofes) como los mayores instigadores de explicaciones causales, tanto en la vida ordinaria como en la jurídica. Como profanos, reconocemos que ciertas condiciones, necesarias para obtener un resultado, son simplemente condiciones normales, y buscamos la condición que «marca la diferencia» (pág. 334) entre el desastre y el suceso normal: Así, quien se pregunte por la causa de un accidente ferroviario presumirá, salvo prue­ ba de lo contrario, que el tren marchaba a una velocidad normal, que transportaba una carga normál, así como que el maquinista paraba y arrancaba, aceleraba y reducía en los momentos normales; es obvio que la mención de tales condiciones normales no faci­ lita una explicación del desastre, puesto que las mismas están presentes cuando no hay desastre, pero la mención de un raíl torcido sí sería una explicación. Consecuentemente, aunque todas las condiciones mencionadas sean igualmente necesarias, el raíl torcido es la causa y el resto son meras condiciones. Decimos, pues, que lo que «marca la diferen­ cia» entre desastre y funcionamiento normal es el raíl torcido (HAK:r y HONORÉ, 1956/1961, pág. 334).

En 1974, Mackie desarrolló ideas parecidas en relación con la de un «campo causal» (noción introducida por J. Anderson en 1938). En palabras de Mackie, «causa . y efecto aparecen diferenciadas dentro de un mismo campo: todo lo que sea parte de la descripción presumida (pero comúnmente no constatada) del campo mismo, será automáticamente descartado como candidato al papel de causa» (MAcKIE, 197 4, 2. Véanse HART y HONORÉ (1959), para un tratamiento más exhaustivo, y GoROWITZ (1965) para una perspectiva filosófica de la obra de ambos.

Introducción

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pág. 35); ideas obviamente relevantes para la teoría de la atribución, pero que hasta hace bien poco no habían despertado la atención de los psicólogos sociales (EIN­ HORN y HoGAKrH, 1986; F1NCHAM y jASPARS, 1980; HAsTIE, 1983). El planteamiento de Hart y Honoré debería atraer especialmente a los psicólo­ gos sociales, ya que es eminentemente práctico, toma en consideración el contexto social, y admite que la selecci6n de condiciones normales y anormales depende frecuentemente de los fines prácticos en la búsqueda de una explicaci6n causal. Con­ trariamente a COLLINGWOOD (1938/1961), no afirman que lo que se selecciona como causa sea siempre algo que la acción humana pueda controlar y manejar, aunque ciertamente perciben el atractivo de las explicaciones de sentido común alojadas en la acción u omisi6n humana (en oposici6n a una condición o suceso físico anor­ mal). En muchos casos «forzamos una explicación más satisfactoria en función de la acci6n humana. En el nivel del sentido común, tan pronto hayamos alcanzado este punto, habremos alcanzado una explicaci6n con una finalidad especial, y nor­ malmente no insistiremos en buscar una explicación causal para una acción huma­ na deliberada» (HART y HoNoRÉ, 1956/1961, pág. 335), perspectiva que presenta notable similitud con las ideas expuestas por HEIDER (1944). Por otra parte y como veremos más adelante, la «finalidad» de las causas personales continúa siendo una cuesti6n primordial en toda investigación de la atribución. En resumen, los conceptos de causa expuestos por Hart y Honoré, y por Ma­ ckie, parecen mucho más pr6ximos al sentido común que las definiciones de Hume y Mill (véase H1LTON, 1988, para un estudio más detallado). El estudio de las explicaciones en filosofía y psicología

He destacado anteriormente algunas aportaciones de los fil6sofos al estudio de las explicaciones. La selección es limitada e insuficientemente representativa, debi­ do a que no soy fil6sofo y me intereso primordialmente por un planteamiento sociopsicológico de la atribución causal, aparte de que P. A. WHITE (1989) ha de­ mostrado que la investigación psicológica sobre inferencia y atribución causales se vio influida predominantemente por teorías basadas en la regularidad (como las de Hume), mientras que otras teorías filosóficas (como la de las relaciones gene­ rativas o productivas, BARRÉ y MADDEN, 1975) han tenido escaso o nulo impacto en nuestra disciplina. White present6 argumentos convincentes en favor de una más amplia selección de las aproximaciones filosóficas a la psicología de la atribu­ ci6n. Pero dicho empeño conllevaría una investigación que rebasa los límites del presente libro (véase WHITE, 1988a). Aun admitiendo que los filósofos hayan clarificado nuestros conceptos, su con­ tribución es tangencial a nuestros planteamientos. Como advirtiera SIMON ( 1968), las cuestiones abordadas por los filósofos en relación con la causalidad son pura­ mente lógicas y no corren necesariamente parejas a las creencias del profano. R. MARTIN ( 1972) ha destacado que tanto en los textos históricos como en las conver-

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1 La atribución causal

saciones cotidianas, frecuentemente se mencionan dos o más causas de un mismo su­ ceso, de una de las cuales se suele decir que es «la causa más importante». El mismo Martin nos informa de que los filósofos han debatido siempre la conveniencia de «sopesar» las causas, lo que es irrelevante para un investigador interesado en las expli­ caciones profanas. Lo que realmente nos importa es qué piensa y en qué cree la gente, pues, como dice SHAVER, «una percepción individual de las causas de los su­ cesos puede seguir, o no, los cauces racionales explícitos en los planteamientos filo­ sóficos. Preguntarse cómo la gente identifica y entiende las causas de la acción es diferente a preguntarse cómo deberían proceder sus indagaciones» (198 1, pág. 332). Partiendo de estos supuestos, relacionaremos seguidamente los más significativos antecedentes de un planteamiento sociopsicológico, o subjetivo, de la causalidad. Teoría de la atribuci6n: un reconocimiento a sus precursores

El interés psicológico en la causalidad es muy anterior a la teoría de la atribu­ ción. Según los frenólogos Gall y Spurzheim, la «causalidad» es una de las dos po­ tencias intelectuales «reflexivas» (la otra es la «comparación») localizadas en la par­ te central de la frente (véase SPURZHEIM, 1934). Más recientemente, PIAGET (1930) ha estudiado la evolución de la idea de causalidad en los niños, así como la utiliza­ ción que éstos hacen del lenguaje causal; pero el verdadero pionero de un estudio psicológico de la causalidad fue M1cHOTTE (1946/1963). Michotte mostró su desacuerdo con la presunción de Hume en el sentido de que carecemos de «Una impresión directa» acerca de la influencia de un suceso físi­ co sobre otro, y adujo que el método de Hume, la observación «analítica» de las bolas de billar colisionantes, solamente permitía reconocer la existencia de una su­ cesión de movimientos. Lo que diferenciaba los trabajos de Michotte de los de Hume (y se tardarían dos siglos en admitirlo) era que el modo analítico de observación propiciado por Hume diseccionaba el mundo fenomenológico fragmentándolo y oscureciendo sus hechos psicológicos más interesantes. Por el contrario, los estu­ dios de Michotte sobre el movimiento y colisión aparentes de formas geométricas, revelaron que era posible experimentar directamente la causalidad: «Ciertos suce­ sos físicos proporcionan una impresión causal inmediata y... podemos «Ver» cómo un objeto actúa sobre otro, produce en él ciertos cambios, y lo modifica de una u otra forma» (M1cHOTTE, 1946/1963, pág. 15). Los estudios experimentales de Michotte pretendían producir combinaciones sistemáticas de movimientos que afectasen a varios objetos, y descubrir en qué con­ diciones se provocaba una impresión de causalidad en los sujetos experimentales; condiciones que incluían la extensión y dirección de las trayectorias de los objetos en movimiento, la duración del contacto entre ellos, así como sus velocidades ab­ soluta y relativa (M1cHOTTE, 1952). Mediante cuidadosos experimentos, Michotte mostró que los perceptores pueden distinguir, y distinguen, entre clases cuantitati­ vamente diferentes de efectos. En lo que llamaba «l'ejfet déclenchement» (el efecto

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de lanzamiento) se veía que un objeto desencadenaba el movimiento de un segun­ do objeto, el cual después parecía moverse espontáneamente; en «l'effet entraine­ ment» * se veía que el primer objeto se encontraba con el segundo, lo empujaba y lo arrastraba. Michotte revel6, en suma, que era posible experimentar directa­ mente la causalidad fenomenol6gica y que el proceso era subconsciente y percepti­ vo en lugar de consciente e inductivo. Como veremos en el capÍtulo 4, la investiga­ ci6n atributiva sigue caracterizada por la tensi6n entre modelos «simples» y modelos «complejos» de proceso atributivo. Si al lector todo esto le parece muy alejado de la psicología social, merecerá la pena recordarle las últimas investigaciones de Hei­ der, el fundador de la teoría de la atribución. Como Michotte, estudi6 la percep­ ci6n de causalidad inducida por el movimiento de simples formas geométricas (HEI­ DER y SIMMEL, 1944; véase también KAssIN, 1982) y lo que, naturalmente, para Heider era simplemente el comienzo, para Michotte era un fin en sí mismo.3 Los antecedentes psicol6gicos de la teoría de la atribuci6n parecen directos, ob­ vios y generalmente admitidos, lo cual no puede afirmarse sobre la influencia de otras ciencias sociales, negligencia que habrá que achacar en parte al sempiterno problema de la miopía interdisciplinaria, y también a la publicación originaria de obras en países lejanos y, a veces, en idiomas diferentes. Antes de empezar a revisar la teoría de la atribuci6n en los capítulos siguientes, merece la pena destacar dos tempranas aportaciones de naturaleza más soci6logica, pero que parecen compartir los intereses básicos de la teoría de la atribuci6n. En 1982, BILLING señal6 que A Grammar ofMotives, de BuRKE (1962), comien­ za planteando el mismo interrogante que sirve de base al estudio de la atribuci6n causal: «¿Qué se ve afectado cuando decimos lo que hace la gente y por qué lo hace?» (pág. XV). A Burke le interesaba la atribución de motivos, y la estudió en forma de sentencias judiciales, poesía, ficción, tratados políticos y científicos, noti­ cias y chismorreos. Utiliz6 cinco términos clave para denominar lo que tenía lu­ gar (el acto), la situación de fondo (la escena), la persona o clase de personas que la realizaba (agente), los medios aplicados (mediador) y por qué tenía lugar (propósi­ to). Burke contrast6 dos posibles explicaciones de la acci6n, una centrada en las dis­ posiciones de un agente (la «relación escena-agente»), y la otra en el factor situacional (la «relaci6n escena-acto»), distinción paralela a la existente entre atribuciones perso­ nales y situacionales, que es el eje de la teoría de la atribución. Difiriendo de esta si­ militud, el «dramatismo», como lo defini6 Burke, se encuentra más pr6ximo al planteamiento «dramatúrgico» que hace HARRÉ ( 1977) de las motivaciones de la ac­ ci6n, que a la mayoritaria investigaci6n atributiva (véase ÜVERINGTON, 1977).4 Sin * Expresión francesa que ya el autor traduce al inglés con cierta inexactitud como entraining effect. En castellano no existe expresión equivalente a la original francesa. Circunloquialmente podría decir «efecto de enganche y arrastre•. [T.] 3. Continúa la investigación experimental en la tradición de Michotte, pero su lugar está en la psicología de la percepción o general, no en la social (Tooo y WAllllEN, 1982; WEIR, 1978). 4. Otros sociólogos han escrito también sobre la atribución o imputación de motivos (MAclVEll, 1940; M1us, 1940; M. WEBER, 1947), pero no existe una relación obvia entre estos trabajos y la teoría de la atribución.

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1 La atribución

causal

embargo, Burke representa una orientaci6n «narrativa» hacia el conocimiento so­ cial (ejemplificada en el discurso, los relatos y las referencias hist6ricas) que com­ plementa la orientaci6n «paradigmática» (caracterizada por proposiciones sin con­ tenido y principios formales, abstractos) que ha dominado la investigaci6n sobre atribuci6n (véase ZuKIER, 1986). Ichheiser es un precursor atributivo mucho más obvio, pese a haber mostrado su rechazo a toda psicología empírica basada en la recopilaci6n de datos y en la experimentaci6n (M. }AHODA, 1983) y al hecho de haber sido descrito como «más soci6logo que psic6logo» (RuoMIN y col., 1982, pág. 173). Como afirma Rudmin, el trabajo de kHHEISER sobre «malinterpretaciones» (1943, 1949, 1970) abre cami­ no a la subsiguiente elaboración de la teoría de la atribución, extremos que demos­ traremos con dos ejemplos. 5 En primer lugar, como perceptores, mostramos ten­ dencia a sobrevalorar los factores personales y a subestimar los factores situacionales. Ichheiser afirma en apoyo de esta «malinterpretaci6n» que tan . pronto nos hemos formado una primera impresi6n, tendemos a sobrevalorar la unidad de personali­ dad, desdeñando toda informaci6n contradictoria, y a subestimar nuestro propio papel en toda situación en la que observamos la presencia de otros. Esta es la idea general que prefigura claramente el importante trabajo de L. Ross ( 1977) sobre «el error fundamental de atribuci6n». Contrariamente a lo afirmado en trabajos pos­ teriores, Ichheiser puso el énfasis en que se trataba de una malinterpretaci6n de personalidad condicionada colectivamente, no de un «error» personal, y también de una consecuencia del sistema social. Todos mostramos una tendencia... condicionada... por la ideología de nuestra socie­ dad... a interpretar en la vida diaria el comportamiento de los individuos en funci6n de cualidades personales específicas y no en funci6n de situaciones específicas. Todo ese entramado de conceptos de «mérito» y «culpa», «éxito» y «fracaso», «responsabilidad» e «irresponsabilidad» que aceptamos en la vida cotidiana, se basa en la presunci6n de una determinaci6n personal del comportamiento (en oposici6n a su situaci6n o deter­ minaci6n social) (lcHHEISER, 1943, pág. 151).

Se ha prestado escasa atención a esta aproximación societal a la atribución, pero constituye una aproximaci6n importante, de la que nos ocuparemos posteriormente. Ichheiser indentificó también una segunda malinterpretaci6n, la tendencia a atri­ buir err6neamente capacidad (o falta de capacidad) según el éxito (o fracaso) de un resultado, atribución errónea que sirve para acrecentar la autoestima de aque­ llos a quienes favorece. En este punto, el trabajo de Ichheiser anticipaba todo lo escrito después sobre atribución de éxito y fracaso (HEIDER, 1958; WEINER, 1986). Estos dos ejemplos bastan para probar la temprana contribuci6n de Ichheiser a la teoría de la atribución, aunque los psicólogos sociales no la hayan tenido en 5. Véase RUDMIN y colaboradores ( 1987) para una bibliografía completa de las obras de Ichheiser en las que se indica que algunas de las ideas más influyentes aparecieron anteriormente en trabajos publicados en alemán o en polaco.

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cuenta. Como concluye el favorable análisis histórico de Rudmin: «Aunque Ich­ heiser no pueda disputar a Heider la «paternidad» de la psicología social atributi­ va, sí podemos considerarle «el tío rico olvidado que sigue a la espera de que se reconozcan sus méritos y le demos la bienvenida a casa» (1987, pág. 175). Panorámica del libro

En los dos capítulos que siguen, pasaremos revista a los trabajos de psicología social sobre la atribución causal, comenzando por las principales teorías y agru­ pando a renglón seguido los progresos subsiguientes, encabezados por los princi­ pales interrogantes planteados y en parte resueltos por la investigación de la atribu­ ción. En el resto del libro dedicaremos un capítulo a cada uno de los cuatro principales niveles de análisis a que ha sido sometida -y a través de los cuales debe estudiarse- la atribución causal como parte de la psicología social. Este formato se basa en la obra de Doise, Levels of explanation in Social Psycho­ logy (1986), en la que distingue cuatro clases de explicaciones en los estudios de psicología social. El nivel intrapersonal (I) se circunscribe a los procesos psicológi­ cos o intrapersonales que versan sobre el modo en que los individuos organizan su percepción, evaluación y comportamiento en el mundo social, poniendo el én­ fasis en cómo (es decir, en el mecanismo mediante el cual) los individuos procesan la información. La aportación que hace KELLEY ( 1967) del modelo de cómo los individuos procesan información para llegar a una causa (véase cap. 4), es un ejem­ plo típico de trabajo atributivo en este nivel. El nivel interpersonal (II) se centra en la dinámica de los procesos interpersona­ les en el marco de una situación dada. Los individuos ocupan posiciones esencial­ mente iguales, considerándolas como actores intercambiables. Un prototipo de este nivel de análisis (véase cap. 5) lo tenemos en la investigación de las diferencias atri­ butivas actor-observador basadas en las hipótesis de N1sBEIT y joNES (1972). El nivel intergrupal (III) estudia los efectos de la categorización social sobre la atribución, y específicamente si comportamientos o resultados idénticos son ex­ plicables diferenciadamente en función de la pertenencia al grupo objeto o percep­ tor (véase cap. 6). Típico de este nivel es el estudio que realizaron Taylor y Jaggi en 1974 acerca de las atribuciones hechas por perceptores hindúes de actos positi­ vos y negativos según se tratase de objetivos hindúes o musulmanes. Finalmente, el nivel societal (IV) estudia las creencias compartidas por grandes cantidades de personas en el seno de una sociedad determinada, siendo típico el análisis realizado por J. G. MILLER (1984) de patrones de atribución entre culturas.6 6. Mi nomenclatura de los cuatro niveles difiere ligeramente de la de Doise, pero la estructura es esencialmente idéntica. Discrepo, sin embargo, de su clasificación de la obra de KELLEY (1967) en el Nivel Il. En mi opinión se trata de un modelo perfeccionado de Nivel l. Do1sE (comunicación perso­ nal) es flexible en cuanto al etiquetado de sus niveles y actualmente está de acuerdo con la presente clasificación de los trabajos de Kelley (1967).

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1 La atribución

causal

Doise identific6 una tendencia dominante en la investigaci6n sociopsicol6gica -tanto europea como norteamericana- relativa a circunscribir el análisis a los ni­ veles 1 y 11 (véase D01sE, 1980). La lista de referencias que incluimos en este volu­ men es una prueba a favor de esta opini6n, si bien Doise advierte que, en general, la psicología europea difiere de su equivalente norteamericana en sus intentos de introducir los niveles analíticos III y IV tanto en la teoría como en la investigaci6n (véase }ASPARS, 1986). Algunas publicaciones posteriores (HEwsroNE y }ASPARS, 1982, 1984) han utilizado el término «atribuci6n social» para describir la investigaci6n atributiva en los niveles 111 y IV, y aunque tales trabajos ampliaron con éxito el campo de acci6n de la investigaci6n atributiva, personalmente he llegado a lamen­ tar su uso, ya que posteriormente mis reflexiones e investigaciones, así como mis conversaciones con otros colegas, me han llevado a considerar que los cuatro nive­ les son sociales, aunque de modos . diferentes. Existen muchas maneras de utilizar el término «social» en relaci6n con la atri­ buci6n (véase LuKES, 1975): 1 . La atribuci6n es social en origen (es decir, una atribuci6n puede basarse en informaci6n social, o estar influida por la interacci6n social). 2. La atribuci6n es social en su referencia u objeto (es decir, se hace la atribu­ ci6n de un suceso que concierne a una persona y no a objetos físicos, o de un resultado social, como pueda ser el desempleo). 3. La atribuci6n es social en tanto que es común a los miembros de una sociedad o grupo (es decir, los miembros de grupos o sociedades diferentes pueden com­ partir explicaciones diferentes de los mismos sucesos). Aunque el tercer criterio se circunscriba a los trabajos expuestos en los capítu­ los 6 y 7, los dos primeros son suficientemente amplios como para afectar a otros estudios de los que informamos a lo largo de este libro. Si aplicamos los niveles Doise, autor y lectores nos veremos compelidos a examinar la teoría e investiga­ ci6n atributivas en toda su amplitud, y, consiguientemente, a hacer frente a lo que Doise denomina «el problema clave» de articular e integrar los diferentes niveles de análisis. Es exactamente lo que pretendemos hacer a lo largo de este volumen a medida que se vayan evidenciando los puntos de coincidencia, si bien mi conclusi6n prin­ cipal pueda consignarse ya al principio, puesto que ha influido tanto . en mi deci­ si6n de escribir el libro como en el modo de plantearlo. Estoy plenamente conven­ cido de que una aproximaci6n sociopsicol6gica a la atribuci6n causal debe integrar y ocuparse de fen6menos en los cuatro niveles, es decir, debe ser un análisis psico16gico y social.

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Teorías clásicas sobre la atribuci6n causal En todas las cosas hay ocasiones y causas, cómos y porqués. (SHAKESPEARE, 1564-1616)

Introducci6n

En este capítulo y en el siguiente hacemos una revisión selectiva de la teoría de la atribución y de su investigación, la cual apuntan KELLEY y MICHELA (1980) se ha llevado a efecto primordialmente en el marco de la psicología social, centrán­ dose en las causas percibidas del comportamiento ajeno. El número de obras pu­ blicadas sobre la materia ha llegado a alcanzar enormes proporciones. PLEBAN y RicHARDSON ( 1979) comprobaron que la investigación atributiva suponía el once por ciento de todo lo publicado en materia sociopsicológica, mientras que la revi­ sión asistida por ordenador de Kelley y Michela produjo más de 900 referencias de importancia durante los diez años que se prolongó. Si alguien se propusiese leer toda la documentación existente, no le quedaría tiempo para reflexionar y escribir sobre la materia. Como el mismo Heider manifestaba en una entrevista, «es muy difícil mantenerse al día con todo lo que se publica sobre atribución» (1976, pág. 14). Por consiguiente, para un análisis de conjunto el lector deberá remitirse a los capítulos de Annual Review de Kelley y Michela, así como a los dedicados a HAR­ VEY y WEARY (1984), al capítulo del Handbook de Ross y FLETCHER (1985) y a otros volúmenes publicados (HARVEY y col., 1976, 1978a, 198 1; HARVEY y WEARY, 1985; HEWSTONE, 1983a; jASPARS y col., 1983a). Este capítulo tiene pretensiones más modestas, pero ofrece un resumen acepta­ blemente detallado de las tres principales teorías sobre la atribución causal, ya que, como han observado diversos autores QoNES y McGILLIS en 1976; KELLEY y M1CHELA en 1980) dichas teorías representan, directa o indirectamente, los mayores progresos conceptuales en la materia, lo que no implica devaluación alguna de otras aportaciones (BEM, 1967, 1972; ScHACHTER, 1964), aunque como advierten Kelley y Michela, originariamente, ninguna teoría se concibió como análisis específica­ mente atributivo. A este respecto es útil la diferenciación de JoNEs (1985a) entre

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La atribución causal

«teorías de la atribución» y «planteamientos atributivos». Las primeras pretenden someter a examen determinadas hipótesis derivadas de la teoría, mientras que las segundas podrían definirse más exactamente como «investigaciones basadas en la atribución» QoNES, 1985a, pág. 92). Nuestro trabajo se centra en la teoría de la atribución, no en planteamientos atributivos, destacando las atribuciones del com­ portamiento ajeno tal como se estudian en psicología social. Las áreas más signifi­ cativas que quedan deliberadamente excluidas, o que mencionamos sólo de pasada, son la del desarrollo de las atribuciones (FINCHAM, 1983; KAss1M, 198 1), atribución de responsabilidad (FINCHAM y }ASPARS, 1980; SHAVER, 1985) y aplicaciones de la teoría de la atribución (ANTAKI y BREWIN, 1982; FRIEZE, BAR:-TAL y CARROLL, 1980). En lugar de pretender una revisión de todos estos trabajos, el presente capítulo se centra en las tres teorías principales, y el siguiente plantea cuestiones fundamenta­ les en relación con la atribución, cuestiones sobre las que es inevitable una toma . de posiciones al comienzo de este volumen. «Causalidad fenoménica» y «análisis ingenuo de la acción»

La «psicología ingenua» de Heider pretendía formular los procesos a través de los cuales un observador no cualificado, o psicólogo ingenuo, entiende las acciones ajenas. Estas ideas se plasmaron en dos publicaciones señeras, un artículo (HEIDER, 1944) y una monografía (HEIDER, 1958) que merecen especial atención. El artículo de Heider «Social perception and phenomenal causality» (1944) in­ trodujo las dos nociones clave de «formación unitaria» y de las personas como «prototipos de orígenes». La primera se refería al proceso mediante el cual origen (causa) y efecto, actor y acto, se contemplan como partes de una unidad casual. Heider, influido por los principios de organización perceptiva de WEKIHEIMER (1923), se interesó especialmente por los grados variables de similitud entre las dos partes de la unidad, considerando así que factores como similitud y proximidad determi­ nan el lugar de la atribución. Si dos sucesos son similares entre sí, o próximos, lo más probable será que uno se contemple como la causa del otro. Heider hacía referencia a una serie de experimentos de ZILLIG ( 1928) en los que un «mal» acto parecía ser conectado más fácilmente con una «mala» persona que con una buena. De hecho Zillig no incluía ninguna variable dependiente atributiva, pero, como se verá en el capítulo 6, existen pruebas fehacientes de la existencia de sesgos inter­ grupales en la atribución causal. Otra consecuencia del nexo entre actor y acto es su influencia recíproca, a la que se refirió Heider como «la influencia de la inte­ gración causal en las relaciones entre las partes» (1944, pág. 363), afirmando que los actos están imbuidos de las características de la persona a la que se atribuyen. Al vincular de este modo actor y acto, Heider nos advertía de que es más pro­ bable una atribución «personal» que una atribución «Situacional» (véase lcHHEI­ SER, 1949), puesto que las personas se contemplan como «prototipo de orígenes» (1944, pág. 359), donde Heider aparece claramente influido por el tratado filosófico-

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legal sobre la responsabilidad de FAucoNNET (1928), quien identificaba a la persona como una «primera causa» (1928, pág. 177), un interesante paralelismo con la des­ cripci6n que hacen Hart y Honoré de las explicaciones, pues les adjudican una «fi­ nalidad especial» en funci6n de la acci6n mediadora humana (1956/1961, pág. 335). Heider pensaba que la tendencia a percibir a las personas como orígenes influye de diversos modos en la percepci6n social y, realmente, conduce a «subestimar otros factores responsables de (un) efecto». Los cambios ambientales son debidos casi siem­ pre a actos de personas combinados con otros factores. Existe la tendencia a atri­ buirlos exclusivamente a las personas (1944, pág. 361), algo que Heider refería a lo que se ha llamado el «error fundamental de atribución» (L. Ross, 1977). La monografía de Heider, 1be Psychology ofInterpersonal Relations (1958), ejer­ ció un efecto difuso sobre la naciente teoría de la atribución, aunque los proble­ mas .sobre la misma supusiesen únicamente uno de los aspectos de la psicología ingenua, o de sentido común, por la que Heider se interesaba. Dicha psicolo­ gía consideraba importante el sentido común por dos razones fundamentales; en primer lugar -y fuese verdadero o falso- se asumía que las convicciones de senti­ do común rigen el comportamiento, y que, en expresión del mismo Heider, «SÍ una persona cree que las líneas de la palma de su mano pronostican el futuro, habre­ mos de tener en cuenta dicha creencia a la hora de explicarnos algunas de sus ex­ pectativas y de sus acciones» (1958, pág. 5). En segundo lugar, se consideraba que la psicología de sentido común era «un recurso valioso» (pág. 95), pero no algo que había que sacralizar ( CALDER, 1977), sino únicamente un conglomerado de co­ nocimientos del que la psicologÍa científica podía aprender (véase FLETCHER, 1984). En algunos aspectos, el procedimiento más interesante para examinar la influencia de Heider es verla a la luz de los últimos avances teóricos, aproximación que con­ lleva, naturalmente, el peligro de toda «historia whig».* Seguiremos por tanto a Ross y FLETCHER (1985) al destacar cuatro ideas centrales de la psicología ingenua de Heider, aunque ilustrando más libremente que ellos su singular discurso. En primer lugar, Heider afirmaba que el análisis causal es similar en algunos aspectos al proceso perceptivo tal como lo concibe el «modelo lente» de BRUNS­ WICK (1952). Un objeto del entorno con propiedades objetivas constituye un estí­ mulo distal, pero lo que importa psicológicamente es el estímulo proximal, el modo en que el objeto se aparece al perceptor. Heider decía que los estímulos distales que importan a la percepción social son propiedades disposicionales vinculadas al acto proximal, las cuales frecuentemente hacen referencia a estados psicológicos. Afirmaba, además, que estas propiedades disposicionales constantes son indispen­ sables para explicar el comportamiento ajeno y dotar al perceptor de un mundo estable, previsible y controlable. Como escribía Heider: * Con referencia al whig party, el antiguo partido liberal en Inglaterra. En los EE.UU. fue el prece­ dente del actual partido republicano. En términos dialécticos, y generalmente en ambientes universi­ tarios, suele denominarse «historia whig» a la que pugna por atribuir consecuciones actuales a iniciati­ vas del pasado. [T.]

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La atribución causal

Constituye un principio importante de la psicología del sentido común, como tam­ bién de la teoría ciendfica en general, el hecho de que el hombre capte la realidad y pueda preverla y controlarla, refiriendo el comportamiento y los sucesos transitorios y variables a condiciones subyacentes relativamente invariables, a las llamadas propieda­ des dispositivas de su mundo {HEIDER, 1958, pág. 79).

Esta actividad, fundamental para un análisis ingenuo de la acción, da entrada a la segunda aportación importante de Heider, la distinción crucial entre causas personales y causas situacionales (véanse también LEWIN, 1951, MuRRAY, 1938; Rar­ TER, 1954, 1966), distinción ilustrada por este autor en un pasaje que se cita fre­ cuentemente: En la psicología del sentido común {como en la psicología científica), se sabe que el resultado de una acci6n depende de dos conjuntos de condiciones, concretamente de los factores propios de la persona y de los factores propios del entorno, perq la psicolo­ gía ingenua dispone de términos propios para expresar las contribuciones d� dichos fac­ tores. Pensemos en una persona que cruza un lago reihando en su bote. Las expresiones que siguen valen como ejemplos de las que se usan para referirse a factores significativos en el resultado de la acci6n. Decimos: «Intenta cruzar el lago remando en su bote», «Quiere cruzar el lago remando en su bote», «Es capaz de cruzar el lago remando en su bote», «Sabe cruzar el lago remando en su bote», «Es difícil cruzar el lago remando en un bote», «Hoy tiene una buena oportunidad de cruzar el lago remando en su bote», «Sería una suerte que consiguiera cruzar el lago remando en su bote». Todas son afirmaciones descriptivas que hacen referencia, por un lado, a factores personales, y por otro a facto­ res ambientales {HEIDER, 1958, pág. 82).

Esta distinción despejó el camino a la amplia investigación de WEINER ( 1986) sobre atribución del éxito y del fracaso. Heider también arremetió contra la ten­ dencia del perceptor a ignorar parcial o completamente los factores situacionales al explicar el comportamiento; en palabras de HEIDER: «El comportamiento, en especial, posee propiedades tan sobresalientes que propende a ocupar todo el terre­ no» ( 1958, pág. 54). La tercera aportación se considera una afinación de la dicoto­ mía personal-situacional. Heider sugería que las disposiciones personales se dedu­ cen con más facilidad de acciones intencionales que de acciones no intencionales, y expuso tres criterios para realizar deducciones sobre intencionalidad: equifinali­ dad (o acción no centrada en los medios sino orientada a los fines), causalidad local (las personas se contemplan como agentes de la acción y no como receptores pasi­ vos de fuerzas ambientales), y esfuerzo (se presume que las personas se esfuerzan más por lograr sus efectos o fines propios; véase HEIDER, 1958, pág. 101). Estos criterios han tenido escaso impacto en investigaciones posteriores, aun cuando, como veremos más adelante, la atribución de intenciones fuese crucial en la teoría de joNES y DAv1s (1965). La cuarta idea nuclear de Heider fue su respuesta a la cuestión de porqué unas veces atribuimos los efectos a la persona, otras al objeto, e incluso otras a las condi-

Teorías sobre la atribución causal

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ciones mediadoras (1958, págs. 68-69). Identificó tres elementos importantes de la información atributiva -«factores propios del perceptor», «propiedades del obje­ to» y «condiciones mediadoras» -y propuso el método diferencial de J. S. Mill (al que denominó principio de covariación) como canon para hacer atribuciones en tales circunstancias. Posteriormente, KELLEY ( 1967) dio forma a estas ideas, como veremos más adelante. Estas cuatro contribuciones vienen a ilustrar en cierto modo hasta qué punto las perspicaces ideas de Heider adelantaban ya las líneas maestras de teorías que en su día se considerarían muy acertadas. Aunque sus planteamientos se etiqueten de fenomenológicos (SHAVER, 1975), el mismo Heider rechaza dicha denominación (HEIDER, 1976). Como afirman Weary y sus colaboradores, Heider se interesó más por las condiciones previas a la percepción y por el análisis causal que por la expe­ riencia perceptiva. Sea cual fuere la etiqueta que se le adjudique, el legado de Hei­ der es en cualquier caso impresionante. Como escribía JoNES al hacer un estudio retrospe�vo de la obra monográfica heidiana: «No existe la menor duda de que podemos llamar con propiedad a Heider el padre de las teorías del equilibrio y de la atribuciPn ... nadie que haya leído su artículo de 1944 sobre la causalidad fe­ noménica y s� libro de 1985, podrá poner en tela de juicio su paternidad respectó del enfoque atributivo» (1985, pág. 215). Teoría de la inferencia correspondiente

Como advirtiera Heider, el criterio de intencionalidad es decisivo para la causalidad personal. La afirmación de Joms en el sentido de que la teoría de la inferen­ cia correspondiente «intenta formalizar algunas de las ideas atributivas expuestas por Heider» explicita su directa vinculación con éste (1985, pág. 90). Según esta teoría, la finalidad del proceso atributivo es deducir que el compor­ tamiento observado y la intención que lo produce se corresponden con ciertas cua­ lidades estables subyacentes en la persona o actor. La meta de la teoría de la infe­ rencia correspondiente es «construir una teoría capaz de explicar sistemáticamente las inferencias de un perceptor acerca de lo que un actor pretende conseguir con una acción concreta» QoNES y DAVID, pág. 222). El concepto nuclear de la teoría, la inferencia correspondiente, hace referencia al juicio del perceptor respecto de que el comportamiento del actor sea causado por -o se corresponda con- una característica concreta (obsérvese que en 1985 Howard identificó, en los últimos escritos de JoNES y McGILLIS, 1976, por lo menos cuatro conceptos diferentes de «correspondencia»). Así, las disposiciones subyacentes se transmiten directa­ mente al comportamiento, O, en expresión de }oNES, «the heart is on the sleeve»* * Traducido literamente, «tener el corazón en la manga•, frase hecha con la que se quiere decir que las disposiciones internas de una persona están generalmente a la vista de todos e influyen en su comportamiento. [T.]

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La atribución causal

(1978, pág. 108). Un sencillo ejemplo de tal inferencia consistiría en adscribir el comportamiento hostil de alguien a la característica «hostilidad». Existen dos estu­ dios fundamentales en el proceso de inferir disposiciones personales: la atribución de intenciones y la atribución de disposiciones. La atribución de intenciones El primer problema con que tropieza el perceptor es decir qué efectos de la acción observada, si hay algunos, son los que persigue el actor. Para inferir qué determinados efectos de la acción son intencionados, el perceptor debe cree que el actor conoce las consecuencias de su acción, así como que posee la capacidad (por ejemplo, fortaleza física) para realizarla. Según la teoría de Jones y Davis, el perceptor procesa la información retrocediendo desde los efectos, a través de la ac­ ción, hasta las inferencias sobre conocimientos y capacidades (véase fig. 1, que debe leerse de derecha a izquierda). Sin embargo, Jones y Davis olvidaron incluir en la figura la libertad de elección percibida. Uno y otro no ignoraban los imperativos ambientales, lo que provocó algunas consecuencias inesperadas e. interesantes. Atribución de disposiciones

....

El perceptor puede comenzar esta fase del proceso atributivo comparando las consecuencias de acciones elegidas y no elegidas, para lo que suele utilizarse el «prin­ cipio de efectos no comunes»: un perceptor hace una inferencia correspondiente cuando la acción elegida tiene algunas consecuencias relativamente singulares o no comunes. En el ejemplo original de Jones y Davis, los efectos comunes a las uni­ versidades de Harvard y Yale (por ejemplo, que ambas son centros de la Yuy Lea­ gue, o que ambas están en Nueva Inglaterra), difícilmente sería determinante para un joven psicólogo que hubiese de elegir entre una u otra. Mucho más lo serían las diferencias existentes entre ambas (distancia de Nueva York; sus diversas ten­ dencias en cuanto a enseñanza e investigación). Estas predicciones han originado escasa investigación pero han recibido bastante respaldo empírico. NEwrsoN (1974) comprobó que a menos efectos no comunes, las inferencias eran más seguras y ex­ tremas sobre un actor. AJZEN y HoLMES (1976) demostraron que la atribución de un comportamiento a uno de sus efectos es una función lineal de singularidad, siendo creciente cuando el efecto es singular, y decreciente cuando es común a uno, dos o tres comportamientos alternativos. También tienen importancia las convicciones del perceptor acerca de lo que otras personas harían en idéntica situación («conveniencia social»). Las inferencias correspondientes se revelan fuertes cuando las consecuencias del comportamiento elegido son socialmente inconvenientes. joNES y McGILLIS (1976) modificaron este aspecto de la teoría para afirmar de modo más genérico que sólo informan verda-



Teorías sobre la atribución causal

Inferida

Disposición




> (1972b, pág. 3). Por ejemplo, GoLDING y RoRER mostraron en 1972 que las suposiciones sobre las causas de un comportamiento específico inclinan al observador a ver en los datos una covariación no existente, y a no reparar en la verdadera. A partir de entonces se han suscitado largas controversias acerca de si las atribuciones son «dirigidas por los datos» (por la covariación), o «dirigidas por la teoría» (por la configuración) (N1sBETT y Ross, 1980). Quedan sin resolver importantes cuestio­ nes como la de las ocasiones en que los nuevos datos modifican decisivamente creen­ cias preexistentes, en lugar de imponerse éstas a aquéllos (KELLEY y M1cHELA, 1980), cuestiones que tendremos que abordar en el capítulo 4, puesto que conforman uno de los aspectos más fascinantes -aunque complejos- de la teoría de la atribución. En términos generales, parece existir una interacción entre datos y expectativas, con preconceptos que influyen no sólo en cómo, sino en qué datos se procesan. (Au.oy y TABACHNIK, 1984). Como concluyen Ross y Fletcher: Las atribuciones no sólo son dirigidas por la teoría, en el sentido de que utilicen información de covariación según esquemas causales, sino que las observaciones de los mismos modelos subyacentes de datos, se ven enormemente influidos por las teorías cau­ sales a priori del atribuidor ( 1985, pág. 82).

En conclusión, Kelley, desarrollando las nociones de HEIDER (1958) sobre el aná­ lisis experimental y sobre la distinción entre causas internas y externas, logró una aproximación elegante y sofisticada al proceso atributivo. Expuso además sus mo­ delos de covariación y configuración de modo tal que permitieran generar hipóte­ sis empíricamente contrastables. Como escribiría JONES más tarde, «el planteamiento atributivo empezó a cobrar impulso» a partir de las formalizaciones de Kelley» (1985a, pág. 90).

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La atribución causal

Teorías de la atribución causal: resumen

Las tres teorías bosquejadas anteriormente -de Heider, de Jones y Davis, y de Kelley- se consideran por lo general las mayores aportaciones a la materia que nos ocupa. Anunciaban «los días felices» de la teoría atributiva (Hewstone, 1983b) y -apropiándonos de una frase de Lukes ( 1975)-, desde entonces, las tres han pa­ gado el tributo de una crítica implacable. Al llegar a este punto, es razonable que el lector espere una cierta integraci6n de dichas teorías, pero, como hicieran F1sKE y TAYLOR (1984), yo prefiero defender que cada una de ellas ha hecho su peculiar aportaci6n, y que todas proyectan nueva luz sobre problemas específicos de la atri­ buci6n. JoNES y McGILLIS (1976) ya iniciaron un ambicioso intento de integraci6n, trazando un paralelismo entre la teoría de la inferencia correspondiente y el prin­ cipio de covariaci6n (es decir, entre expectativas basadas en la categoría y consen­ so), pero su «marco integrado» nos resulta excesivamente complicado. Llegaron in­ cluso a reconocer que la secuencia que va desde observaci6n a inferencia en su modelo diagramático (véase pág. 415) «no es de esperar que tenga mucha relaci6n con la fenomenología de un perceptor ingenuo (pág. 414), y quizá sea por esta raz6n por la que su modelo ha despertado escasa atenci6n empírica, y su búsqueda de una teoría general de la atribuci6n se haya desvanecido (pero véase MEDCOF, en prensa). En resumidas cuentas, puede decirse al menos que las tres teorías convergen en varios temas generales y específicos. En líneas generales, destaca la mediaci6n entre estímulo y reacci6n, la interpretaci6n causal activa y constructiva, y la pers­ pectiva de un científico ingenuo o de un profano (FISKE y TAYLOR, 1984; TAYLOR, 198 1). De modo específico, todas las teorías hacen referencia al tipo de informa­ ción que utiliza la gente para determinar la causalidad, a las clases de causas que distingue, y a las reglas que aplica para pasar de la informaci6n a la causa inferida (PASSER y col. , 1978). Y, lo más importante, todas comparten una preocupación por las explicaciones de sentido común y por posibles respuestas a la pregunta: «¿Por qué?». Basadas en la rica y descriptiva obra de Heider, las teorías de Jones y Davis, y más tarde las de Kelley, intentaron ambiciosamente formalizar las reglas del sentido común que aplica la gente al hacer atribuciones causales. Resolvieron muchos interrogantes y plantearon aún más. En el próximo capítulo pasaremos revista a los progresos que se han hecho en la resoluci6n de estos interrogantes.

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Teoría

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investigación de la atribución. Cuestiones fundamentales «Quisiera que explicase su explicación.» (Lord Byron, 1818)

Introducción

Este capítulo se ocupa con cierto detalle de cinco cuestiones fundamentales en relaci6n con la atribución causal. Como se verá, se han realizado grandes progre­ sos -tanto empíricos como te6ricos- en la comprensi6n de lo que son las atribu­ ciones, en cómo medirlas, en cuándo son instigadas, hasta qué punto están sesga­ das sistemáticamente y, finalmente, en lo referente a las cuestiones estrechamente emparentadas de las funciones a las que sirven y las consecuencias que originan.

La estructura de la causalidad percibida

Atribución interna versus atribución externa Como apuntábamos anteriormente, en la formulación originaria de HEIDER (1958) se pensaba que los factores potencialmente causales eran internos en el actor (capacidad, esfuerzo, intención) o externos a él (factores relacionados con la tarea, suerte). Esta diferenciación es fundamental para la teoría de la atribución y para investigar la estructura de la causalidad percibida. Sin embargo, han existido pro­ blemas y esquemas alternativos a la hora de especificar la naturaleza de las atribu­ ciones causales de sentido común. Primero es necesario aclarar las distinciones de Heider, quien en diversas partes de su libro expuso ejemplos notablemente diferentes. En el pasaje que citamos an­ teriormente para ilustrar sus diferenciaciones (HEIDER, 1958, pág. 82; véase cap. 2) se L ")ntrastaban simplemente los factores «personales y «ambientales», pero en un

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pasaje anterior (coherente con su énfasis en las disposiciones), Heider escribi6 que «el comportamiento puede explicarse por rasgos relativamente estables de la perso­ nalidad o por factores ambientales» (pág. 56). Habida cuenta del modo en que in­ vestigadores posteriores han utilizado su distinci6n, sería mas exacto referirse a ella como a una disposici6n interna-externa, evitando así confundir las causas internas o personales con las «dispositivas». Es evidente que las causas internas o personales no son necesariamente dispositivas, y que, como advierten Ross y FLETCHER, las «atribuciones causales epis6dicas» (1985, pág. 95), tales como las emociones, o las intenciones, o los convencimientos temporales, son muy corrientes en la vida dia­ ria (DARLEY y GoETHALS, 1980; EuG y FRIEZE, 1975). Esta clasificaci6n presenta también la ventaja de permitirnos pasar -sin dilaciones- a examinar la visi6n que tiene el sentido común de las disposiciones, lo cual constituye un asunto relativa­ mente polémico {véase FLETCHER, 1984). Aunque la diferenciaci6n externa-interna es importante, su utilizaci6n y su va­ lor se ven amenazados por cuatro problemas capitales (M1LLER y col., 198 1): 1. El supuesto hidráulico. HEIDER ( 1958) propuso una relaci6n hidráulica entre causalidad interna y causalidad externa. Cuanto más se considere a una persona como causante de una acci6n, tanto menos se percibe el ambiente como causal {y viceversa). Pero Heider no es eri modo alguno el único autor que ha supuesto una correlaci6n negativa entre atribuciones internas y atribuciones externas (véase LANE, 1962, citado por TYLER y RAsINSKI, 1983 ), perspectiva que sugiere la posibili­ dad de aplicar una medida unicausal, como podría serlo una escala valorativa que tabulara causalidad interna (personal) en un extremo, y causalidad externa (situa­ cional) en el otro (por ejemplo, en N1SBETT y col., 1973, estudio 3). También pue­ de calcularse un coeficiente sustrayendo la puntuaci6n interna a partir de la exter­ na (SroRMs, 1973), aunque apenas existen pruebas de la supuesta correlaci6n negativa entre estudios que utilicen escalas separadas para valorar causalidad interna y exter­ na. Las correlaciones son unas veces positivas, otras negativas, de un modo escasa­ mente significativo, y sin entrar a considerar si los datos se recogieron en el labora­ torio {TAYLOR y Ko1vuMAKI, 1976) o en trabajos de campo {TYLER y RAsINSKI, 1983). En funci6n de estos resultados, SoWMON ( 1978) abog6 por efectuar las mediciones de atribuciones internas y externas en escalas de respuestas separadas (véanse FuRN­ HAM y col., 1983; GoLDBERG, 198 1 ; SMITH y M1LLER, 1982). 2. El error categ6rico. Algunos investigadores han advertido que las categorías de causalidad interna y externa son muy amplias, y que contienen una gama hete­ rogénea de atribuciones {véanse LALLJEE, 198 1; LALLJEE y col., 1983). Como señala M1LLER en 198 1, cuando las categorías son tan amplias, corren el riesgo de no re­ sultar significativas y de propiciar la confusi6n. Algunos investigadores informa­ ban de que muchos de sus sujetos no alcanzaban a entender la distinci6n y/o no la encontraban significativa (TAYWR y KmvuMAKI, 1976). 3. La confusi6n teleol6gica. Las manifestaciones que parecen implicar atribu­ ciones externas pueden expresarse alternativamente como manifestaciones que im­ plican atribuciones internas (y viceversa, véase Ross, 1977, pág. 176), problema que

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se hace singularmente evidente cada vez que los investigadores intentan codificar atribuciones a partir de respuestas libres. N1sBETT {1973, estudio 2) pidió a los suje­ tos experimentales que escribieran párrafos sueltos y describiesen por qué habían elegido la carrera universitaria en la que estaban matriculados. Se codificaba una manifestación como interna si «Se refería de alguna manera a la persona que hacía la elección» {pag. 158), así, «Quiero ganar mucho dinero» se codificaba como in­ terna,, pero «La química es una especialidad muy rentable» se codificaba como externa. Como apuntó Ross, a este método se le puede imputar que los dos tipos de manifestaciones contienen información similar, y que, de hecho, la una presu­ pone la otra, problema puesto de relieve en los trabajos de GRICE sobre reglas de conversación {1975), en los que se destacaba el hecho de que en la comunicación siempre tratamos de evitar redundancias, y de ahí que nos refiramos a un solo fac­ tor si implica la presencia del otro (véanse HILTON, 1988), aunque subsiste la posi­ bilidad de que diferencias gramaticales sutiles lleguen a reflejar la realidad psicoló­ gica de la distinción interna-externa {FLETCHER, 1983). 4. La cuestión de la validez. MILLER y sus colaboradores {198 1) hallaron validez de baja convergencia entre tres mediciones de causalidad interna y externa {abier­ ta, puntuación diferencial y escala bipolar), lo que les llevó a afirmar que los suje­ tos experimentales habían hecho definiciones de los dos tipos de causalidad com­ pletamente diferentes de las emitidas por los investigadores. A estos cuatro puntos habría que añadir el descubrimiento de que la gente tien­ de a aplicar combinaciones de atribuciones internas y externas en determinadas situaciones: cuando se esfuerzan por conseguit;precisión atributiva {KAssIN y Hoctt­ REICH , 1977) y cuando explican sucesos extremos {CUNNINGHAM y KELLEY, 1975), o bien sucesos complejos interpersonales (BRADBURY y FINcHAM, en prensa). Como indicaba FUNDER «es típico que los perceptores profanos y los clínicos más reflexi­ vos puedan combinar, y de hecho combinen en sus explicaciones, influencias dis­ positivas y situacionales sobre el comportamiento y, ciertamente, tengan la capaci­ dad de superar explicaciones situacionales o dispositivas de primer orden, lo que supone conocer bien a alguien o tener una comprensión «más profunda» de su comportamiento» {1982, pág. 217).

Mas allá de la diferenciación interna-externa La investigación que hemos reseñado suscita graves interrogantes sobre la vali­ dez de la diferenciación entre atribución interna y atribución externa. Weiner y sus colaboradores desarrollaron en el curso de varios años un planteamiento multi­ dimensional y perfeccionado de la estructura de la causalidad percibida {véase WEI­ NER, 1979, 1983, 1985a y 1986). Este mismo autor desarrolló una taxonomía de causas que especifica sus_ propiedades subyacentes en función de tres dimensiones: lugar (locus) referido a la conocida ubicación de una causa interna o externa a la persona; estabilidad (stability), referida a la naturaleza temporal de una· causa, que

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varía de estable (invariable) a inestable (variable); y controlabili.tiad (controllability) que se refiere al grado de influencia volitiva que pueda ejercerse sobre una causa. Las causas se clasifican teóricamente en ocho celdas (2 niveles de lugar x 2 niveles de estabilidad x 2 niveles de controlabilidad), si bien Weiner nos advertía de que el significado exacto de una causa puede cambiar según el tiempo, los perceptores y las situaciones. Así, por ejemplo, la capacidad (que normalmente se tiene por interna/estable/incontrolable) puede contemplarse como una causa inestable de logro, si se preveía que tuviera lugar un aprendizaje; de modo similar, la suerte (que normalmente se tiene por externa/inestable/incontrolable) podría contem­ plarse como una característica personal duradera de algunas personas. Lo impor­ tante según WEINER (1985a) es que, aunque pueda variar la interpretación de dife­ rencias causales específicas, las dimensiones subyacentes (es decir, posición, estabilidad, controlabilidad) son constantes. Como veremos más adelante, Weiner convirtió su planteamiento en una i.II_l­ portante teoría sobre logros y emociones, pero para nosotros su valor radica en que nos permite superar la simplicidad de una diferenciación interna-externa. Po­ dríamos contemplar la capacidad y el esfuerzo como causas internas del éxito, pero es que además la capacidad es clasificable como estable/incontrolable y el esfuerzo como inestable/controlable. El resultado es que la atribución de un fracaso a la falta de esfuerzo tiene implicaciones diferentes a las de su atribución a la falta de capacidad. Las atribuciones a la falta de capacidad, que son estables, redundan en inferiores expectativas de éxito futuro (WEINER y col., 1976), pero la inestable atri­ bución de falta-de-esfuerzo puede proteger la autoestima si se entiende que la apli­ cación de un esfuerzo mayor redundaría en éxito. La estructura tridimensional de Weiner recibió un fuerte respaldo del estudio de análisis factorial realizado por MEYER (1980) quien reveló que las atribuciones que la gente hace del éxito y del fracaso reflejan dimensiones identificables que ciertamente se corresponden con las propuestas por Weiner (véase también WEI­ NER, 1986). Se han sugerido otras dimensiones con carácter general -intencionalidad (WEI­ NER, 1979), globalidad (ABRAMSON y col., 1978) y excusabilidad (DE JoNG y col., 1988)-, pero en opinión de WEINER (1986) ninguna de ellas alcanzó el respaldo teórico y empírico logrado por sus tres dimensiones (pero véanse FINCHAM y col., en prensa). También la escala de dimensión causal de Rus.sELL (1982) vino.a comple­ tar el planteamiento de Weiner. Se trata de una medición que necesita de sujetos experimentales que · valoran subjetivamente sus propias atribuciones según las di­ mensiones de lugar, estabilidad y controlabilidad, de tal modo que resultan evalua­ das las percepciones que dichos sujetos tienen de las causas en una situación dada. Se ocupa asimismo del problema de diferenciar entre la clasificación teórica de las causas y el modo en que los sujetos las perciben realmente. En pocas palabras, tra­ duce las atribuciones causales de los sujetos a dimensiones causales, evitando lo que Russell llamaba el «error fundamental de investigación», consistente en que sea el investigador quien «traduce» en dimensiones causales las atribuciones que hace el

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sujeto. La escala consta de nueve partes, tres para cada una de las dimensiones Wei­ ner (lugar, estabilidad y controlabilidad), que permiten al investigador mejorar su comprensión del modo en que el perceptor contempla la adscripción de causas. Mostraría, por ejemplo, cuándo ve el perceptor la «capacidad» como estable o ines­ table, o la «Suerte» como interna o externa (véanse RussELL y col., 1987). Explicación causal y otras explicaciones de sentido común Recientemente, SHAVER. ( 1985) ha dirigido la atención de los psicólogos sobre el detallado análisis que se hace en filosofía del concepto de causalidad, pero en esta sección no vamos a examinar la documentación filosófica existente al respecto, sino que nos centraremos en las clases de explicaciones que caracterizan al sentido común. Causas y razones. También KR.uGLANSKI (1975) puso en tela de juicio la validez de la distinción interna-externa, e intentó sustituirla por una escisión endógena­ exógena. Definió la atribución endógena como un fin en sí misma, y la exógena como medio para conseguir un fin. Aplicando la distinción entre acciones (volun­ tarias) y sucesos u ocurrencias (involuntarios), Kruglanski llegó a la conclusión de que al explicar sucesos es justificable distinguir entre causalidad interna y causa­ lidad externa, pero no �l explicar acciones, porque generalmente se entiende que todas están determinadas por la voluntad, la cual es interna en el actor. Kruglanski pensaba que las acciones son explicables únicamente en función de razones o pro­ pósitos (por lo que sus explicaciones eran más teleológicas que causales). Aunque CAIDER. ( 1977) contraargumentó que las diferenciaciones interna-externa y endógena­ exógena no eran conceptualmente diferentes, la distinción hecha por Kruglanski despertó escasa atención hasta que Buss publicó un artículo sacándola a la luz ( 1978). Este autor afirmaba que la teoría de la atribución como in�ento de explicar el modo en que la gente corriente interpreta el comportamiento haciendo atribucio­ nes, se había concentrado en la atribución causal descuidando por completo las explicaciones razonadas (véanse DAVIDSON, 1963; PETER.S, 1958; WINCH , 1958). Causas y razones son categorías lógicamente diferentes que explican aspectos diferentes del comportamiento. Buss definía una causa como «aquello que ocasiona un cambio» y una razón como «aquello por lo que se ocasiona un cambio» (1978, pág. 13 1 1). Al igual que Kruglanski, este autor distinguió entre acciones y sucesos (ocurren­ cias), pero fue más allá al afirmar que los actores y los observadores del comporta­ miento difieren en las explicaciones que podrían dar de estos últimos. Tanto los actores como los observadores podrían explicar los sucesos exclusivamente con cau­ sas; los actores podrían explicar las acciones sólo con razones, pero los observado­ res podrían hacerlo con causas o con razones (posteriormente, en 1979, Buss admi­ tiría que los actores están en condiciones de ofrecer explicaciones causales de las acciones, y no solamente razones). El artículo de Buss planteaba cuestiones interesantes que provocaron un vercla­ dero aluvión de respuestas (HARVEY y TucKER, 1979; KR.uGLANSKI, 1979; LocKE y

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PENNINGTON, 1982). Como primera medida, Harvey y Tucker demostraron que el concepto heideriano de las explicaciones de sentido común no es de naturaleza enteramente causal (véanse HEIDER, 1958, pág. 110; JoNES y DAvrs, 1965, págs. 222 y 263). En segundo lugar, y de modo más general, tanto Kruglanski como Locke y Pennington, señalaron que la «razón» puede interpretarse como un tipo específi­ co de explicación, mientras que la «causa» se interpreta normalmente como expli­ cación en sentido genérico, lo cual responde de hecho a la posición filosófica orto­ doxa en el sentido de que las razones no son sino una clase de causas (véase DAVIDSON, 1963). Al mismo tiempo, y según la excelente argumentación de Locke y Penning­ ton: a) podríamos tratar de indagar más allá de las razones de un actor e intentar encontrarles una explicación causal, y b) si la gente actúa del modo en que lo hace porque tiene razones para sus acciones, tales razones pueden contemplarse como causas del comportamiento (véase DRETSKE, 1988). Entonces, ¿cuál es el resultado del debate? ¿Se encuentra esta diferenciación re­ lacionada de algún modo con la distinción interna-externa? Locke y Pennington afirman que podemos hablar de razones «psicológicas» y de razones «Situaciona­ les», pero no de razones internas y externas. Las razones psicológicas hacen refe­ rencia a alguna característica del agente, mientras que las situacionales se refieren a alguna característica de la situación. Más aún, las razones psicológicas y las situa­ cionales son frecuentemente intercambiables (aunque no siempre), lo cual justifica los problemas que ocasiona el intento de clasificar las explicaciones abiertas como internas y externas (por ejemplo en NrsBETT y col., 1973). «Quiero ganar mucho dinero» es una razón psicológica, mientras que «la química está muy bien pagada» es una razón situacional. Locke y Pennington aclaran notablemente la materia al pronunciarse a favor de una división en tres niveles de las causas: internas y exter­ nas, de las causas internas en razones y en otras causas internas, y de las razones en razones psicológicas y razones situacionales (pero véase McCWRE, 1984), de ahí que las distinciones interna-externa y causa-razón sean de utilidad para la teoría de la atribución.

Excusas y justificaciones El estudio de los «relatos explicativos» (accounts) iniciado por Scorr y LYMAN en 1968, estudio que estos mismos autores ampliaron en un volumen posterior (1970), supone un planteamiento completamente diferente de las explicaciones de sentido común. Los «relatos explicativos» son «manifestaciones hechas para expli­ car un comportamiento inconveniente y tender un puente sobre el vacío creado entre acciones y expectativas» (ScOTT y LYMAN, 1968, pág. 46). Estos autores bos­ quejaron una distinción bastante extrema entre «relatos explicativos» (account) y explicaciones; según ellos, estas últimas se refieren a l'!l�nifestaciones sobre sucesos de los que no entra en cuestión un «Comportamieñto inconveniente», y carecen de implicaciones críticas a la hora de establecer una relación. Si aceptamos esta

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distinción, el estudio de las explicaciones de sentido común tendría que incluir el de los «relatos explicativos» cuando aquéllas se centran en un comportamiento incon­ veniente. Contrariamente a la preocupación de la teoría de la atribución por los precedentes informativos y por las normas de inferencia causal, los «relatos explica­ tivos» se centran en formas lingüísticas muy influidas por la obra de AusTIN (1962). Scott y Lyman destacaron que hay que tener el «estilo» adecuado para validar un «re­ lato explicativo», así como que un aspecto importante de éstos consiste en manejar bien la impresión que se causa en otras personas (GoFFMAN, 1959). Estamos, pues, ante un planteamiento social, ya que subraya a quién se ofrece un «relato explicati­ vo», y con respecto a qué expectativas previas es necesario un «relato explicativo». Los trabajos de Scott y Lyman sacan nuevamente a la luz la distinción entre atribución de causalidad y atribución de responsabilidad (F1NCHAM y jASPARS, 1980), donde la última tendría una acentuada cualidad moral. La cuestión de la responsa­ bilidad destaca la principal distinción realizada por Scott y Lyman entre «excusas» y «justificaciones». Con una excusa admitimos un acto malo o erróneo, pero nega­ mos responsabilidad; con una justificación aceptamos la responsabilidad pero ne­ gamos la cualidad peyorativa que lleva aparejada. En dos ensayos publicados se de­ muestra que las explicaciones dadas por unos reclusos acerca de sus comportamientos violentos eran mucho más parecidas a una justificación que a una excusa (FELSON y RIBNER, 198 1; HENDERSON y HEWSTONE, 1984). Henderson y Hewstone analiza­ ron dichas explicaciones aplicando esquemas codificadores, tanto atributivos como de «relato explicativo». El análisis demostró la importancia de diferenciar entre atribución de causalidad y responsabilidad. Es cierto que los delincuentes aceptan a veces su papel causal (autoatribución), pero pueden excusar su comportamiento (aduciendo, por ejemplo, que se había· tratado de un accidente), o justificándolo (esgrimiendo la defensa propia). La responsabilidad también parece subyacer a la distinción, esbozada por AN­ TAKI y FIELDING en 198 1, entre explicación de «agencia» y explicaci6n de «propie­ dad». La primera se haría necesaria si, por así decirlo, alguien se mostrase neutral­ mente curioso al ver una ventana rota e inquiriese la causa. Todo lo que se necesitaría sería un «relato explicativo» (account) sobre la agencia ocasionante de la rotura: podría decirse que el viento fue la causa, o que el cristal era demasiado fino, o bien que un transeúnte le había arrojado un ladrillo. Por otra parte, un «relato ex­ plicativo» de propiedad nunca aparecería tan neutralmente motivado, ya que no entraría solamente en discusión la causa de la rotura, sino también si fue excusable o justificable. SEMIN y MANSTEAD (1983) han ampliado la línea investigativa hasta una teoría general de la «asignabilidad» (accountability) y de «la conducta», de mu­ cho mayor alcance que nuestro interés por la atribución causal, no por la respon­ sabilidad. Aunque pretendiésemos mantener dicha distinción por razones de clari­ dad teórica, es evidente que cuando intentamos analizar atribuciones en ambientes más sociales, los participantes no se limitan a explicar, sino que relatan explicativa­ mente (o asignan) sus acciones con gran variedad de formas, que incluyen especial­ mente excusas o justificaciones (por ejemplo en ÜRVIS y col., 1976).

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Antes de dar por terminada esta sección, quisiéramos advertir que ANTAKI y FIELDING (198 1) incluyen la «descripción» como una forma que impregna toda ex­ plicación en la vida cotidiana. Como dijo Burke: «Las personas discrepan acerca de los propósitos que se esconden tras un determinado acto, o acerca del carác­ ter de la persona que lo realizó, o de cómo lo llevó a cabo, o en qué circunstancias, o pueden incluso insistir en dar a un mismo acto denominaciones completamente diferentes» ( 1962, pág. XV). Sólo recientemente la investigación ha prestado aten­ ción al nexo existente entre designación y atribución (HowARD y LEVINSON, 1985), pero, en cualquier caso, una descripción tiene el poder de resumir todo un estado de cosas, de manera tal que explique lo que realmente sucede. Consideramos el siguiente fragmento de un periódico inglés: «Lo que ayer ocurrió en la embajada de Libia fue algo sangriento y bárbaro, porque quienes lo protagonizaron son sangrientos y bárbaros» (Daily Mirror, 1 8-4-1984).

Calificar el hecho de «sangriento y bárbaro» predispone al lector a creer que la explicación probablemente se refiere a tales características. Estos ejemplos nos demuestran al menos que descripción, designación y explicación están estrecha­ mente relacionadas entre sí, y que las consecuencias de dicha relación tienen bas­ tante importancia práctica. Resumen La naturaleza de la atribución causal queda perfectamente recogida en la defini­ ción: «Da una respuesta a la pregunta: ¿Cuál es la causa del comportamiento ob­ servado y de sus consecuencias? QoNES y col., 1972, pág. IX). Esta respuesta debe­ ría incluir, sin embargo, un análisis de la causalidad percibida, de mayor alcance que la simple distinción interna-externa, la cual, como hemos visto, adolece de li­ mitaciones tanto metodológicas como teóricas. Además, si distinguimos entre ra­ zones y otras causas internas, y admitimos que, como «relatos explicativos», las explicaciones de sentido común sirven frecuentemente para excusar y justificar y no meramente para explicar, podremos captar mejor el sentido de las explicaciones de la gente, singularmente cuando se dan en un contexto social. Pese a estas consi­ deraciones, un detallado análisis de la adopción moral y legal de decisiones, implí­ cita en la atribución de responsabilidad, es algo que desborda los límites de este libro (véanse FINCHAM y }ASPARS, 1980).

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Mediciones abiertas y cerradas A esta altura, el lector habrá reparado en la gran difusi6n que ha alcanzado el uso de escalas valorativas en la investigación atributiva, escalas que presentan la ventaja metodológica de suponérseles propiedades de intervalo que permiten la uti­ lización de tests paramétricos. Sin embargo, el exceso de confianza en dicho plan­ teamiento ha propiciado un relativo descuido del modo en que la gente normal­ mente explica los acontecimientos. KELLEY y MICHELA afirmaban que «la mayor ironía de la investigación atributiva radica en que mientnl$ sus conceptos funda­ mentales hacen referencia a las distinciones causales que hace la gente corriente, estas distinciones hayan sido escasamente investigadas» (1980, pág. 490); y ÜSTROM se preguntaba cuál es el verdadero vocabulario causal utilizado comúnmente, y que términos aparecen con más frecuencia (198 1, pág. 418). Aunque algunos investigadores (por ejemplo los analistas del discurso) se pro­ nunciarían en contra de un análisis del contenido de las reservas abiertas, constitu­ ye una estrategia que ha dado algunas respuestas a las críticas anteriormente men­ cionadas. Se han realizado estudios de respuesta libre sobre atribución causal en una amplia gama de terrenos, incluidos el conflicto interpersonal (ORv1s y col., 1976), los acontecimientos políticos (ANTAKI, 1985) y las explicaciones que dan los niños pequeños acerca de acciones y emociones (LALLJEE y col., 1983), pero el vo­ lumen más impresionante de investigaciones se ha decantado por el área de las atri­ buciones de logro (CooPER y BuRGER, 1980; DARON y BAR-TAL, 198 1; FRIEZE, 1976) en las que por lo menos existe un amplio consenso sobre las causas principales que se manejan para explicar el éxito y el fracaso (es decir, capacidad y esfuerzo). Los estudios de mayor complejidad comparan estadísticamente mediciones abier­ tas y cerradas (EuG y FRIEZE, 1979; estudiados por MILLER y col., en 1980; véase HowARD, 1987 en un estudio parecido sobre atribución de la culpa). Elig y Frieze admitÍan que los encuestados podían encontrar las preguntas abiertas más fáciles y naturales a la hora de responder, pero también las juzgaban «psicométricamente inferiores» (pág. 623). Estos autores se valieron del planteamiento multirrasgo­ multimétodo para comprobar la fiabilidad de tres mediciones atributivas principa­ les: respuestas abiertas, escalas de valoraci6n y juicios de porcentaje ipsativo.1 Tam­ bién comprobaron las percepciones de los sujetos encuestados sobre la validez de las tres mediciones. Los resultados revelaron que las mediciones abiertas de atribu­ ción causal poseían una validez y fiabilidad intertest más pobre que las mediciones de reacción estructurada; que a los sujetos experimentales no les agrada el método porcentual; y que el método de escalas de valoración ofrecía tanto buenas correla1. Mediciones ipsativas son aquellas en las que la puntuación dada a una atribución influye en las dadas a otras atribuciones, como cuando �ER, 1958, pág. 157).

En atrevida afirmaci6n -haciéndose eco de Heider- N1sBEIT y joNES propu­ sieron que «existe una arraigada tendencia en el actor a atribuir sus acciones a necesi­ dades situacionales, mientras que el observador tiende a atribuir las mismas acciones a disposiciones personales estables» (1972, pág. 80, la cursiva es del original). WATSON ( 1982) realiz6 la más completa revisi6n de la investigaci6n subsiguiente, si bien pre­ firi6 los términos propio (sel/) y otro (other) a los de actor y observador, ya que en muchos estudios no existe realmente una persona que actúe mientras otra observa, sino que, frecuentemente, se pide a los sujetos experimentales que expliquen, o sim­ plemente describan, el comportamiento de otros que están ausentes. Watson muestra que existen cuatro contrastes posibles para someter a tests el efecto previsto por Jones y Nisbett: 1. Autoatribuciones a situaciones frente a autoatribuciones a características.

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2. Atribuciones ajenas a características frente a atribuciones ajenas a situaciones. 3. Autoatribuciones a situaciones frente a atribuciones ajenas a situaciones. 4. Atribuciones ajenas a características frente a autoatribuciones a características. Sin embargo, Watson nos advertía de que en muchos estudios ni siquiera se recogieron los datos mínimos indispensables para tal análisis. Su meticulosa revisión puso de manifiesto que se daba un efecto, pero limitado a diferencias propio-ajeno en la atribución situacional (contraste 3 anterior): las autoatribuciones a situacio­ .nes son más numerosas que las atribuciones ajenas a situaciones. U na vez más apa­ recen explicaciones discrepantes sobre este sesgo, tres de las cuales tendríamos que exammar.

Nivel de información Una de las hipótesis se fundamenta en que las diferencias propio-ajeno derivan de la mayor cantidad de información de que disponen los actores o autovalorado­ res. Después de todo, sabemos más de nuestro propio comportamiento pasado -y de sus variaciones a tenor de las situaciones- que del comportamiento de otros, y de lo que ellos saben sobre el nuestro; de manera que los observadores pueden asumir una mayor coherencia en el comportamiento e inferir causas dispositivas. Varios estudios han mostrado que los actores perciben una mayor variabilidad en sus comportamientos según la situación, así como que los observadores hacen más atribuciones a características (LAY y col., 1974; N1sBEIT y col., 1973, estudio 2). Nisbett y sus colaboradores informaron además de que a medida que aumenta la familiaridad (es decir, la duración de la relación con la otra persona) aumentan paralelamente las atribuciones situacionales respecto del comportamiento del otro, si bien al intensificarse la relación no aumenta la cantidad de características perso­ nales que se adscriben a los demás.

Foco perceptivo Se ha investigado muchísimo más la hipótesis -ciertamente más interesante­ de que el foco de atención explica las diferencias actor-observador. Un ingenioso experimento de STORMS (1973) profundiz6 en la diferencia más importante que se da entre propio y ajeno, concretamente el hecho de que se sustentan, literalmente, diferentes «puntos de vista». Storms expone una conversación de inicio de relacio­ nes entre dos extraños, A y B, cada uno de los cuales era observado separadamente y filmado con una cámara de vídeo. Partía de la hipótesis de que sería posible va­ riar el modo en que actores y observadores interpretan el comportamiento si se varían sus orientaciones visuales: los actores que alcanzaran a verse a sí mismos harían entonces más atribuciones dispositivas sobre sus propios comportamien­ tos, mientras que los observadores que alcanzaran a ver otro aspecto de la situación

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del actor se tornarían más situacionales al atribuir el comportamiento de éste. La hipótesis más interesante consistía en la prevista inversión de las atribuciones de actores y observadores cuando se mostrara a los primeros una nueva orientación: sus atribuciones se tornarían menos situacionales y las de los observadores, más. Debemos tener en cuenta que, sin embargo, la atribución personal fue muy eleva­ da en todos los casos (otro ejemplo del «error fundamental de atribución») y que la situación en la que no se utilizaba el control de vídeo no logró mostrar diferen­ cia alguna en favor de una atribución situacional en los actores (precisamente la conclusión a que llegó WATSON en 1982). Los hallazgos de Storms no se han visto siempre confirmados. Al parecer, el participante situado en el centro del campo visual (persona A para el observador de A, y persona B para el observador de B) se valora como más importante causal­ mente, valoración que no siempre ejerce un claro efecto sobre las disposiciones atributivas y situacionales (S. E. TAYWR y col., 1979). Las conclusiones de Storms vienen a subrayar el punto de vista generalizado de que existen procedimientos para desplazar las perspectivas de actores y observadores, así como que en otros estudios también se han encontrado efectos muy destacados a la hora de sopesar atribuciones dispositivas y situacionales. En 1977, McARTHUR y PosT pusieron ob­ servadores en una conversación en la que se hizo destacar a uno de los participan­ tes (centrando en él el foco de luz) mientras que el otro no destacaba (luz difusa). Los observadores consideraron que el comportamiento del conversador destacado tenía causas más dispositivas y menos situacionales. Varios estudios realizados en el marco de la autoconcienciación objetiva han investigado las consecuencias de visualizarse uno mismo desde la perspectiva de un observador independiente (DuvAL y W1cKLUND, 1972). Se activa la autoconcien­ ciación introduciendo, por ejemplo, un espejo o una cámara de televisión en el laboratorio. Esta autoconcienciación intensificada tiende a aumentar las autoatri­ buciones (D uvAL y W1cKLUND, 1973) y la validez pronosticadora de las autoatribu­ ciones dispositivas (PRYOR y col., 1977; FuNDER, 1982). Finalmente, las atribucio­ nes de los observadores se tornan más situacionales basándose en las instrucciones de empatizar con el actor (BREHM y ADERMAN, 1977; GouLD y S1GALL, 1977; RE­ GAN y TOTTEN, 1975).

Factores motivacionales En sus manifestaciones originales, joNES y N1sBETT (1972) también anticiparon que los factores motivacionales pueden limitar, eliminar e incluso invertir el efecto propuesto. KELLEY y M1cHELA ( 1980) revisaron las pruebas en que se apoyaba esta explicación, pero llegaron a la conclusión de que sólo la confirmaban sólidamente aquellos estudios que utilizaban juegos experimentales de competición (SNYDER y col., 1976). En cualquier caso, una explicación motivacional tiene siempre un valor limitado (como señalan Ross y FLETCHER, 1985) porque la hipótesis actor-observador incluye tanto comportamientos neutros como comportamientos propensos.

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Factores lingüísticos Finalmente, SEMIN y FIEDLER (1989) han centrado su atención en las diversas estratagemas lingüísticas asequibles a actores y observadores, demostrando que la disposicionabilidad (o «perdurabilidad» de una · cualidad adscrita a una persona) y lo que una frase revela de dicha persona varían sistemáticamente en función de categorías lingüísticas. Las frases que se construyan con verbos «de acción descrip­ tiva»» son las menos reveladoras acerca de la persona y las que menos expresan sus cualidades perdurables (ejemplo: John visita a Mary). Los adjetivos son los que más informan sobre el sujeto y expresan cualidades más perdurables (ejemplo: John es honrado). Semin y Fiedler reprodujeron el estudio de N1sBETT y sus colaborado­ res (1973, experimento 2) confirmando su afirmación de que actores y observado­ res se valen de diferentes estrategias lingüísticas. Comprobaron que los actores­ atribuidores evitan generalmente manifestarse sobre ellos mismos en general, así como aquellos términos abstractos que les adjudiquen atributos en particular, y si los utilizan es siempre en frases como partners (interlocutores) interactivos como origen causal. Por el contrario, el observador-atribuidor tiende generalmente a des­ cribir a los actores en términos relativamente más abstractos, que implican propie­ dades dispositivas perdurables. Estos descubrimientos llevaron a Semin y Fiedler a concluir que lo que generalmente se considera el resultado de la reflexión causal o del proceso cognitivo intraindividual es, en realidad, una tendencia determinada por normas sociales de utilización del lenguaje. Es fascinante la psicología de los procesos que subyacen a las diferencias propio­ ajeno en la atribución (véanse FARR y ANDERSON, 1983), cuya identificación tiene obvia importancia para nuestra comprensión cotidiana de las acciones ajenas. Se ha dicho, por ejemplo, que las diferencias de atribución propio-ajeno varían en función del deterioro conyugal (FINCHAM y col., 1987a; véase cap. 5). Actualmen­ te, la diferencia actor-observador, o propio-ajeno, se entiende mejor en función de la predominancia perceptiva, aun cuando no debemos aventurar conclusiones ca­ tegóricas si tenemos en cuenta las grandes diferencias existentes en los procedimientos y mediciones aplicados (véase WATSON, 1982). Sería, en efecto, una imprudencia afirmar que las atribuciones de un actor son más precisas que las de un observa­ dor, como llegaron a afirmar MoNSON y SNYDER ( 1977). En primer lugar, como indicaron LocKE y PENNINGTON (1982), incluso en el caso de que los actores estu­ vieran en mejor situación para conocer sus razones, las distorsiones motivaciona­ les les colocarían en peor situación que un observador imparcial a la hora de cono­ cer las restantes causas. Sesgos autocomplacientes Buscamos una raz6n que sea personalmente aceptable. Por lo general, una raz6n que nos halague, nos haga destacar y esté imbuida de la fuerza que le añade la atribución (HERDER, 1958, pág. 172).

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Al examinar las diferencias actor-observador nos referíamos sólo de pasada a las atribuciones del éxito o del fracaso. El sesgo atributivo autocomplaciente hace referencia al hecho de que la gente propende a atribuir sus éxitos a causas internas, como pueda ser la capacidad, mientras que tiende a atribuir sus fracasos a causas externas, como pueda ser la dificultad de la tarea en cuestión. KINGDON ( 1967) re­ creó un memorable ejemplo tomado del mundo de la política. Entrevistó a políti­ cos norteamericanos que habían triunfado o fracasado, unos cinco meses después de celebradas diversas elecciones, pidiéndoles que resumiesen los factores principa­ les (causas) de sus victorias y derrotas en el transcurso de los años. Atribuyeron sus victorias a factores internos (su tenacidad, su voluntad de servicio a los electo­ res, las estrategias de su campaña, la reputación que se habían ganado y la publici­ dad que se hicieron); y atribuyeron sus derrotas a factores externos (la estructura del partido en el distrito, la popularidad de sus adversarios, las tendencias domi­ nantes en el país y en el Estado, y la escasez de fondos). Kingdon llamó a sus con­ clusiones «el efecto congratulación-racionalización» (pág. 141 ). En líneas generales se trataba de un típico ejemplo de sesgo autocomplaciente en la atribución. 6 Aunque este sesgo haya sido investigado extensamente, no faltan discrepancias sobre su explicación y su naturaleza exacta. Existen en realidad dos sesgos: un pre­ juicio de «autointensificación» (que atribuye el éxito a causas internas) y un prejui­ cio de «autoprotección» (que atribuye el fracaso a causas externas). Miller y Ross únicamente aceptaron el primero de ellos, afirmando que podría explicarse me­ diante factores cognitivos y sin recurrir a explicaciones motivacionales, y que exis� tían tres vías para referenciarlo cognitiva y procesualmente: 1) las personas inten­ tan y esperan acertar antes que fracasar, y también es más probable que hagan autoatribuciones de resultados esperados que de resultados no esperados; 2) es más probable que perciban la covariación entre respuesta y resultado cuando experi­ mentan un éxito creciente que cuando experimentan un fracaso permanente; 3) las personas basan erróneamente sus juicios sobre la contingencia entre respuesta y resultado, más en la ocurrencia del resultado deseado que en los verdaderos mo­ delos de contingencias. Estudios más recientes han llegado a conclusiones más favorables a las explica­ ciones motivacionales. En el resumen sistemático de ZucK.ERMAN ( 1979) se con­ cluía que la necesidad de mantener la autoestima afecta directamente a la atribu­ ción de resultados, pero se afirmaba que la solidez de este afecto depende de factores que incluyen hasta qué punto surge en los sujetos experimentales la preocupación por la autoestima, concluyéndose que en la mayoría de los paradigmas experimen­ tales -aunque no en todos- se dan efectos de autocomplacencia tanto respecto del éxito como respecto del fracaso (véase también ARK.IN y col., 1980a). Weary, por su 6. Como señalaron M1LLER y Ross (1975), el sesgo de autocomplacencia se ha descrito e ilustrado de muy diversas maneras. En congruencia con su énfasis en las atribuciones causales, nuestro trata­ miento excluye los sesgos autocomplacientes en la atribución de responsabilidad (la «atribución defen­ siva,. de BuRGER, 198 1; THORNTON, 1984; WALSTER, 1966).

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parte, opinaba que los estados de ánimo positivos y negativos producidos por el éxito y el fracaso mediatizan las atribuciones causales que los sujetos hacen de sus resultados (WEARY BRADLEY, 1978; WEARY, 1980). Estimó que las atribuciones de autointensificación y autoprotección siguen diferentes trayectorias. Las primeras estarían mediatizadas por -y servirían para mantener- el nivel relativamente alto de sentimientos positivos. Las atribuciones autoprotectoras en el fracaso estarían mediatizadas por -y servirían para amortiguar- niveles altos de sentimientos ne­ gativos. En este mismo capítulo volveremos sobre las consecuencias afectivas de la atribución. Weary estudió también las atribuciones autocomplacientes en un contexto de autopresentación, comprobando que las personas pueden adscribir la causalidad de resultados de manera tal que eviten turbación y/o se granjeen la aprobación pú­ blica. En esta línea, ciertos estudios han comparado las atribuciones hechas por los sujetos en condiciones públicas con las hechas en condiciones privadas {GREEN­ BERG y col., 1982; WEARY y col., 1982) y con o sin la utilización de conducto simu­ lado (RIEss y col., 1981). WEARY y ARKIN resumieron en una taxonomía {1981) los factores que influyen en la presencia y selección de estrategias de autopresentación. Probablemente, la cuestión más importante suscitada por los sesgos autocom­ placientes sea la de si realmente es posible distinguir entre explicaciones cognitivas y explicaciones motivacionales. Se han esgrimido diferentes argumentos en contra del enfoque puramente cognitivo. ZucKERMAN ( 1979) afirmó que las explicaciones cognitivas aducidas por MILLER y Ross ( 1975) contenían en realidad aspectos moti­ vacionales. TETLOCK y LEVI ( 1982) consideraban por su parte que el programa de investigación cognitivo es suficientemente dúctil como para generar las previsio­ nes de prácticamente cualquier teoría motivacional (véase también TETI..OcK y MANs­ TEAD, 1985). Por otra parte, el argumento más contundente en contra de una expli­ cación puramente motivacional, consistía en que los factores motivacionales pueden ejercer un efecto sobre -y posiblemente vía- el procesamiento de información (véanse HAMILTON y TROLIER, 1986). Actualmente, parece imposible elegir entre perspectivas cognoscitivas y pers­ pectivas motivacionales, pues seguramente ambas son correctas (ToMKINS, 198 1). Como concluyeron Ross y FLETCHER, «la gente es a la vez racional y racionalizado­ ra» {1985, pág. 105), y en palabras de TETLOCK y MANSTEDAD {1985), «ya es hora de abandonar la búsqueda de experimentos decisivos y de concentrarnos en la in­ fluencia que ejercen las identidades públicas y privadas sobre el comportamiento social». Se explique este sesgo como se quiera, es evidente que se halla presente en las atribuciones interpersonales {véase cap. 5), así como que se ha extendido a contextos intergrupales (véase cap. 6). En opinión de PYSZCZYNSKI y GREENBERG ( 1987), es probable que el sesgo autocomplaciente desborde las atribuciones causa­ les y alcance a la selección de hipótesis para tests, a la generación de reglas de infe­ rencia, a la búsqueda de información de relevancia atributiva, a la evaluación de información disponible y a la cantidad de pruebas (confirmativas o desconfirmati­ vas) indispensables antes de hacer una inferencia; y como tal es, con seguridad,

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uno de los sesgos más arraigados en la cognición social (véanse ALWY y ABRAM­ SON, 1979, 1982, para excepciones en muestras de depresivos). Resumen Los tres sesgos descansan en la distinción interno-externo, cuyas limitaciones pusimos de relieve anteriormente: en «el error fundamental de atribución» se con­ sideran las atribuciones internas relativamente más importantes que las externas; la diferenciación autor-observador pretende que las atribuciones del actor son más externas y menos internas que las del observador. Por su parte, el sesgo de auto­ complacencia presupone que las atribuciones del éxito propio son más internas que externas, mientras que con el fracaso ocurre lo contrario. Es evidente que existen estos sesgos pero todo posicionamiento sobre el grado de penetración de sus efectos dependerá de un análisis sistemático de la documen­ tación pertinente, como el efectuado por W.ATSON ( 1982) respecto del efecto actor­ observador, o por ZucK.ERMAN ( 1979) respecto del prejuicio autocomplaciente. Tam­ bién se echa en falta una investigación más detallada sobre el modo en que se inter­ relacionan los distintos sesgos, sobre su interacción con los factores contextuales (TETLOCK, 1983) y sobre las consecuencias que para el comportamiento tiene el sesgo atributivo (QuAITRONE, 1982). El estudio de los sesgos ha ejercido una enorme influencia en la identificación de lo que TAYWR ( 198 1) calificó como el problema más grave con que se enfrenta la teoría de la atribución: la creciente evidencia de que la gente no utiliza el tipo ' de procesos formales, cuasicientÍficos establecidos por las teorías clásicas, sino que frecuentemente juzga con rapidez, sobre la base de una información mínima y con claras muestras de sesgos como los expuestos en esta sección (sobre otros sesgos véase F1sKE y TAYWR, 1984). La tensión existente entre modelos simples y comple­ jos de enjuiciamiento e inferencia sociales es fundamental, pero no es nueva. Pode­ mos encontrarla en los escritos de HEIDER (1944, 1958), M1cHoTTE (1946), JoNEs y DAv1s (1965) y MASELLI y ALTROCCHI (1969). Esto no se da exclusivamente en el terreno de la atribución causal, ya que en todos los campos de la cognición so­ cial los investigadores han diferenciado entre «procesamiento automático» y «pro­ cesamiento controlado» (SHIFFRIN y ScHNEIDER, 1977), o entre «el heurístico y el sistemático» (CHAIKEN, 1980; PETTY y col., 198 1), cuestión que examinaremos de­ talladamente en el capítulo 4, en el que, una vez identificados los sesgos, revisare­ mos nuestra comprensión de los procesos cognitivos que subyacen a las atribuciones.

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Funciones y consecuencias de la atribuci6n causal

Funciones de la atribución Como advirtiera TAYWR ( 198 1 ), el nacimiento de la psicología social cognitiva materializaba un movimiento ajeno a los modelos de actitudes y comportamien­ tos basados en la motivación, por lo que no es sorprendente que las teorías origi­ narias de la atribución admitieran la existencia de factores motivacionales y se ocu­ pasen de las necesidades y propósitos del perceptor (HEIDER, 1958; pág. 296; JoNES y DAVIS, 1965, pág. 220; KELLEY, 1967, pág. 193). Desde entonces, las funciones de la atribución han despertado poco interés explícito, aun cuando dos análisis coin­ cidieran en destacar tres funciones principales (FoRSYTH, 1980; TETWCK y LEv1, 1982).7

1. Función de control Algunos estudios de psicología relativamente tempranos (KELLY, 1955; WHITE, 1959) trataron de la motivación con vistas a lograr un cierto grado de control so­ bre el mundo físico y social que permitiese entender especialmente las causas de los comportamientos y de los acontecimientos. FoRSYTH (1980) subdividió esta fun­ ción en explicación y predicción, y se refirió al importante papel desempeñado por los trabajos de HEIDER (1958) y KELLEY (1967, 1972b) opinando que la evolu­ ción de la obra de este último es singularmente interesante, ya que pasó de contem­ plar al profano como «Científico puro» a verlo como «científico aplicado»: Los procesos aributivos deben entenderse no sólo como medios de impulsar y man­ tener un ejercicio eficaz de control de dicho mundo. La finalidad del análisis causal -de la función que cumple para la especie y para el individuo- es la de un control eficaz (KELLEY, 1972b, pág. 22).

Y así es como las explicaciones de sentido común permiten el control cogniti­ vo de acontecimientos pasados y presentes, al tiempo que anticipan sucesos futu­ ros (véase WoRTMAN, 1976), pero es la función controladora de la atribución la que nos ayuda a entender una amplia gama de fenómenos atributivos contraintuitivos. Muchos de los estudios que hemos mencionado versan sobre atribuciones de res­ ponsabilidad y no de causalidad, aunque ciertamente ilustran la función de con­ trol general que realizan las explicaciones. Las personas suelen desdeñar a quienes son víctimas de sucesos negativos (y los consideran merecedores de tales resulta­ dos) en un intento por apoyar la creencia de que a ellas no les sucederían aconteci7. Aunque TETLOCK y LEVI {1982) incluyeron «la creencia en un mundo justo» como cuarta fun­ ci6n principal, parece conveniente incluirla bajo la rúbrica de «Control».

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mientos de igual clase (la «hipótesis del mundo justo»; véanse LERNER y MILLER, 1978; RYAN, 1971). Existen también pruebas de autoatribuciones «primitivas» de culpa en quienes tienen hijos con leucemia (CHODOFF y col., 1964), en enfermos de cáncer (ABRAMS y F1NESINGER, 1953), en quienes son víctimas de accidentes (BUL­ MAN y WoRTMAN, 1977) o de violación (MmEA y THOMPSON, 1974). Al parecer, la autoinculpación ayuda a entender un suceso que de otro modo hubiera resulta­ do inexplicable, y transmite la implicación de que él/ella podrían impedir que ta­ les hechos volvieran a ocurrir (BAINs, 1983; LANGER, 1975; WoKrMAN, 1976). Ofrece interés el informe de LEFCOURT (1973), donde se defiende que incluso en el caso de que la percepción de control sea ilusoria, aumenta la esperanza y fortalece la propia capacidad de hacer frente a estímulos adversos; pero los resulta­ dos no están bien definidos. MEYER y TAYl.OR (1986) han comprobado que las mu­ jeres que se autoinculpan de haber sido violadas se recuperan peor que las que no se culpan. Los trabajos de FREY y RoGNER ( 1987) han abundando en esta última postura al tratar de la recuperación de daños físicos a consecuencia de accidentes. Aquellos pacientes que se autoatribuyen la culpa en alto grado, tienden a permane­ cer en el hospital más tiempo que los que lo hacen moderadamente o no se culpan en absoluto. Idéntico modelo siguen las valoraciones del proceso de convalecencia, así como las valoraciones subjetivas de bienestar. 2. La función

de autoestima

Pocos psicólogos discreparán de que la autoestima positiva es esencial para un buen estado emocional, función de la que es ejemplo la necesidad que siente la gente de proteger, comprobar o intensificar su sensación de valía y eficacia perso­ nales (véase GREENWALD, 1980). Como indicábamos en la sección anterior, las pruebas de esta función proceden mayoritariamente de estudios en los que se establecían comparaciones entre atribuciones de éxitos y fracasos. Las atribuciones atienden a una función de autoestima, hasta el extremo de que (en general) son relativamen­ te internas en lo referente al éxito, y relativamente externas en cuanto al fracaso (WEARY, 198 1; ZucKERMAN, 1979). PYSZCZYNSKI y GREENBERG (1987) han investiga­ do recientemente los datos que asocian atribución y autoestima, llegando a la con­ clusión de que existen pruebas fehacientes de que las atribuciones que hace la gen­ te de resultados funcionales ejercen ciertamente una influencia en su autoestima. 3.

Función de autopresentación

Esta función la hemos expuesto ya en relación con el estudio de los relatos ex­ plicativos (accounts) (Scarr y LYMAN, 1968) y con referencia a los sesgos de auto­ complacencia. El individuo puede controlar potencialmente la visión que otros tienen de él, comunicando atribuciones planeadas para ganarse la aprobación pú-

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blica y evitar toda turbación (véase BAUMEISTER, 1982; TEDESCHI y RIEss, 198 1). Parece existir, pues, algún consenso acerca de las principales funciones de la atri­ buci6n; no obstante, subsiste la dificultad de encontrarle una perspectiva «funcio­ nal». Primero porque es difícil -quizás imposible- establecer una distinci6n entre explicaciones motivacionales-funcionales y explicaciones cognitivas de pro­ cesamiento de informaci6n. En segundo lugar, tendríamos que ser extremadamen­ te cautos frente a la forma «dura» de funcionalismo, que propondría que cualquier modelo individual de atribuci6n «Se explica» por sus efectos y consecuencias. La forma «blanda» de funcionalismo aparece mucho menos discutible, puesto que se limita a sostener que teoría e investigación resultan beneficiadas de una estimación más detallada de las funciones que cumplen las explicaciones de sentido común. Aunque nosotros hayamos adoptado esta última perspectiva (HEWSTONE, 1983b), actualmente estamos convencidos de que se ha aprendido, y aprenderemos, mu­ cho más estudiando las consecuencias de la atribución que estudiando sus funciones. Consecuencias de la atribución El análisis que hicieron KELLEY y M1cHELA en 1980 de lo publicado sobre atri­ bución, marcó una distinción entre «teorías de la atribución» y «teorías atributi­ vas». Las primeras se ocuparían de la influencia que ejercen sobre la atribución -es decir, sobre las causas percibidas- sus propios antecedentes (información, creen­ cias, motivaciones), mientras que las segundas versarían sobre la relación entre causas percibidas y consecuencias (comportamiento, sentimientos y expectativas). Esta distinción no ha sido aceptada del todo. HARVEY y WEARY (1984), por ejemplo, acu­ ñaron el término «teoría de la atribución genérica» para proyectar un foco de aten­ ción sobre todos los segmentos del modelo de Kelley y Michela; y EisER (1983b) afirmó que no existen razones para primar el estudio de los antecedentes frente al de las consecuencias, puesto que ambos son igualmente importantes. HARVEY y WEARY (1984), así como WEINER (1986), han realizado análisis detalla­ dos de las consecuencias de la atribución, análisis que incluyen temas tales como los efectos del arousal, de la soledad, de la prestación de ayuda y del abandono del tabaco. No intentaremos examinar aquí en detalle este ingente trabajo -la ma­ yor parte del cual se ocupa de las aplicaciones que tienen las ideas atributivas-, sino que ilustraremos selectivamente tres consecuencias de la atribución causal -cognitiva enjuiciadora, conductual y afectiva-, las tres importantes para un estu­ dio sociopsicológico de la atribución; tres consecuencias relevantes por derecho propio, razón por la que nos abstendremos de argumentar la primacía del compor­ tamiento en detrimento de la cognición o del sentimiento. Quienes piensan que lo más importante, en último extremo, es el comportamiento, harían bien en re­ flexionar sobre el análisis que hizo KELMAN ( 1958) de los procesos de influencia social. La cognición en el sentido de «internalización», puede indicar un cambio profundo de visi6n, mientras que el comportamiento, en el sentido de conformi­ dad, puede ser absolutamente superficial.

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Consecuencias cognitivo-enjuiciadoras Ejemplos recogidos en tres áreas diferentes vienen a esclarecer algunas de las consecuencias que provoca la atribución causal en el procesamiento cognitivo de información y en el enjuiciamiento social. La primera área es la memoria de infor­ mación social, en la que el efecto que el hecho de realizar una atribución ejerce sobre nuestra memoria del evento que la provocara, constituye una cuestión de interés general. WELLS ( 1982) llegó a la conclusión de que la memoria únicamente se ve afectada cuando se hace una atribución causal inequívoca (es decir, a la perso­ na o a la situación). Curiosamente, las memorizaciones no son necesariamente más precisas inmediatamente después de una atribución, sino cuando incluyen inferen­ cias basadas en las atribuciones del perceptor, de modo tal que parecen «recons­ truirse» usando atribuciones. Las investigaciones de CROCKER y sus colaboradores (1983) implicaban también el lugar (locus) de la atribución en relación con la me­ moria. En su primer experimento examinó la rememorización de un elemento ob­ jetivo en función de si éste era congruente o incongruente con una impresión ini­ cial, y de si dicho elemento era atribuido a una causa personal o a una causa situacional. El objetivo no congruente parecía rememorizarse sólo en circunstancias de atri­ bución personal. También el objetivo -fuese o no congruente- parecía rememo­ rizarse en circunstancias de atribución situacional. Finalmente, HAsnE (1984) con­ firmó la hipótesis general de que el razonamiento causal (instigado por la aparición de un suceso inesperado) es, como mínimo, un determinante importante de la sub­ siguiente rememorización superior del suceso (véase D. L. HAM1LmN, 1988). Las atribuciones causales también influyen en la persistencia de las convicciones. ANDERSON y sus colaboradores (1980) ya habían afirmado que contribuyen a orga­ nizar la información social, pero que pueden independizarse de los datos en que se basaban originariamente. Indujeron a los sujetos experimentales a creer que existía una relación positiva o negativa entre la preferencia que mostraba un recluta por opciones arriesgadas frente a opciones conservadoras, y su subsiguiente éxito como combatiente; seguidamente les pidieron que escribiesen en un folio la explicación que daban a dicha relación. Los resultados mostraron una significativa correlación entre la presencia o ausencia de principios explicativos de carácter general en sus explicaciones y el grado de persistencia en las convicciones inmediatamente des­ pués de la sesión informativa. KuuK (1983) aportó otros datos más precisos acerca del modo en que las atribuciones conducen a la perpetuación de las convicciones sociales. Comprobó que la percepción de la importancia causal de factores situa­ cionales se ve influida por el grado en que su comportamiento observado es cohe­ rente con las convicciones previas sobre el actor. El hecho de que, efectivamente, fuese coherente con las ideas previas se atribuyó a las características disposicionales del actor. Más aún, factores situacionales, que en otros casos se habrían considera­ do explicaciones convincentes, eran ignorados como causa del comportamiento es­ perado, en favor de los factores dispositivos. Por el contrario, se tendía a atribuir

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situacionalmente el comportamiento no congruente. Incluso se llegaron a juzgar causales aquellos escenarios considerados normalmente como inhibitorios del com­ portamiento observado. Kulik señaló que esta tendencia atributiva confirmativa permitía al perceptor desestimar las potenciales implicaciones (modificativas de las convicciones) del comportamiento incongruente, o no esperado, obstaculizando así toda transformación de las convicciones negativas respecto de un grupo ajeno (véase cap. 6). Las atribuciones también pueden influir en los juicios o en las decisiones, lo que se ha hecho evidente a partir de los trabajos de CARROLL y PAYNE (1976, 1977; CARROLL y col., 1987) acerca de las decisiones de conceder libertad bajo palabra, trabajos que fueron realizados con profesionales y estudiantes. Estos autores afir­ maron que los delitos atribuidos a factores (controlables) internos y/o intenciona­ dos pueden provocar una calificación y un castigo más severos que el de aquellos delitos atribuidos a causas (no controlables) externas y/o intencionadas. Además, el riesgo estimado para la sociedad como consecuencia de una decisión de libertad bajo palabra dependería de la estabilidad de la causa percibida del delito. Un delito atribuido a una causa estable se asociaría a mayores expectativas de delitos futuros. Según el análisis de Carroll y Payne, estas tres dimensiones atributivas ( congruen­ tes con la teoría de WEINER, 1986) afectan al proceso de concesión de libertad bajo palabra de una manera complicada pero teóricamente coherente. La dimensión­ lugar (y en menor escala, la dimensión-controlabilidad) aparecía relacionada con la calificación Uuicios de bondad-maldad), mientras que la dimensión-estabilidad se relacionaría con la previsión Uuicios sobre actos futuros), y ambas, calificación y previsión, contribuirían a la decisión de conceder libertad bajo palabra. Así es que las atribuciones tienen consecuencias cognitivo-enjuiciadoras, lo cual no significa que debamos descartar otros efectos en dirección opuesta. La memo­ ria, por ejemplo, puede influir en la atribución (Moore y col., 1979), y la clase de decisiones que adoptemos (coherentemente) es probable que afecte a nuestras explicaciones.

Consecuencias conductuales Las esperanzas depositadas en las consecuencias conductuales de la atribución son muy notorias desde que se constató la popularidad de una técnica terapéutica conocida como «reciclaje atributivo» (FoRSTERLING, 1985, 1986, 1988), técnica que refiere con éxito la atribución al comportamiento, induciendo a los participantes a alterar sus atribuciones del éxito y del fracaso, y consecuentemente a perfeccio­ nar su rendimiento conductual. La finalidad de esta técnica -que debe mucho a la teoría de la atribución sustentada por WEINER (1986)- estriba en lograr que el individuo afronte mejor el fracaso cambiando sus atribuciones a la poca capacidad por atribuciones, digamos, a la falta de esfuerzo (DWEcK, 1975), o a los obstáculos exteriores transitorios (W1LSON y LINVILLE, 1985); pero para nuestros propósitos

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es de mayor relevancia la investigación de las consecuencias conductuales que la atribución tiene en la interacción social (véanse HARVEY y WEARY, 1984). En el mis­ mo año 1981, YARKIN, HARVEY y BwxoM por un lado, y ToWN y HARVEY por otro, pretendieron evaluar directamente el papel de las atribuciones causales en la rela­ ción entre la información sobre una persona y la interacción social con ella. Pusie­ ron también de manifiesto la importancia de la «representación cognitiva» del per­ ceptor con respecto a otra persona. Asociando las representaciones relativamente positivas con respecto a esa otra persona (relacionadas con la salud mental, o con su orientación sexual) a las atribuciones positivas y al comportamiento de acerca­ miento, se situaba a la atribución en correlación muy positiva con el compor­ tamiento. De cualquier forma, estos estudios son limitados (como ya advirtieron Harvey y Weary), ya que los sujetos interactuaron con un «cómplice» experimen­ tal, lo que excluía cualquier interacción espontánea (o lo que es igual, cómo una persona reaccionaría a determinados modelos de atribución y/o comportamiento). Para nosotros es obviamente importante en este punto la documentación exis­ tente sobre expectativas interpersonales y profecías autosatisfactorias (DARLEY y FA­ ZIO, 1980; Ju$IM, 1986; M1LLER y TuRNBULL, 1986; SNYDER, 1984; véase el cap. 5). Los trabajos de Snyder versaban sobre la «confirmación conductual», es decir, so­ bre la idea de que nuestras convicciones acerca de otra persona pueden influir tan­ to en la interación social como en el hecho de dar lugar a que el comportamiento de esa otra persona confirme nuestras convicciones previas. Parece ser que las atri­ buciones influyen en que esa confirmación conductual se internalice y perdure, desbordando los confines del contexto específico en el que originariamente tuvo lugar. SNYDER y SwANN (1978b) se dedicaron a observar una serie de interacciones diádicas en la primera se inducía a una persona (el «perceptor») a que clasificara a la otra (el objetivo) como hostil o no hostil. Actuando según tales convencimien­ tos, el perceptor trató al objetivo de hostil o de no-hostil; lo que hizo que éste se comportase realmente de manera hostil (o no-hostil). En determinadas circuns­ tancias se inducía al objetivo a que considerase dicho comportamiento como un reflejo de las disposiciones correspondientes. En dichas circunstancias, la confir­ mación conductual se generalizaba, o persistía, más allá de la interacción origina­ ria. En una segunda interacción con un nuevo copartícipe el objetivo se comportó de un modo similarmente hostil (o no-hostil). Podría pensarse que estas secuencias dinámicas clasificación-atribución--compor­ tamiento, son características esenciales de las atribuciones en situaciones reales, in­ terpersonales. También podríamos deducir la hipótesis de que siempre que los per­ ceptores inducen una confirmación conductual en otras personas, se autoatribuyen interiormente el comportamiento del objetivo, generalizando seguidamente su pro­ pio comportamiento con otros objetivos similares (como podrían ser los de igual categoría social). Pero estas disquisiciones no tienen mayores pretensiones. Su fina­ lidad es simplemente mostrar que las atribuciones pueden provocar interesantes consecuencias conductuales para la interacción social; cuestión que examinaremos más detenidamente en el capítulo 5.

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Consecuencias afectivas Crece el interés por las consecuencias afectivas de la atribución causal. Los tra­ bajos más destacados al respecto abordan dos temas: las reacciones emocionales ante el éxito y el fracaso, y la depresión. La aportación más destacada en esta área es la ambiciosa teoría atributiva de la motivación y la emoción, sustentada por Weiner y desarrollada durante años con un impresionante apoyo empírico (WEINER, 1979, 1982, 1983, 1985b y 1986). En sus artículos más recientes, Weiner ha sostenido que el modo en que adscribi­ mos las causas puede influir en el modo en que sentimos, pero también que se pueden provocar ciertas emociones sin necesidad de procesos de pensamiento. Al mismo tiempo, aunque no descarta la influencia de los estados emocionales sobre los procesos cognitivos, Weiner considera más característico el vínculo entre cog­ nición y emoción. Tomando cinco emociones clave (ira, felicidad, pena, orgullo y amor: véanse BOTIENBERG, 1975; DAVITZ, 1969), WEINER (1986) afirmó que las cuatro primeras podrían explicarse desde una perspectiva atributiva. Este mismo autor estableció una importante distinción entre dos clases de sentimientos rela­ cionados con el logro: los «dependientes del resultado», y los «Vinculados a la atri­ bución». Los primeros hacen referencia a las emociones muy comunes, incluso «pri­ mitivas», que se experimentan después de resultados exitosos y fallidos. Estas emociones incluyen (el estado) «feliz» que sigue a un éxito, y (el estado) «frustra­ do» o «triste» que sigue al fracaso. Se denominan dependientes del resultado por­ que dependen de la (no) consecución de una meta deseada, y no de atribuciones causales producidas por un resultado. Los sentimientos vinculados a la atribución, por el contrario, aparecen influidos por la atribución causal específica de un resul­ tado. Singularmente, cuando un resultado es negativo, inesperado o especialmente importante, hacemos atribuciones causales para entender su sentido. Según Wei­ ner, tanto las atribuciones causales (capacidad, esfuerzo), como sus propiedades cau­ sales subyacentes (lugar, estabilidad y controlabilidad), generan sentimientos más diferenciados (como la «sorpresa»), punto de vista que han secundado últimamen­ te RussELL y McAULEY (1986). Weiner también especificó en su teoría general de la motivación y la emoción los roles desempeñados por las tres dimensiones subyacentes: 1. Lugar. La hipótesis principal es que el éxito atribuido internamente (por ejem­ plo a la capacidad, personalidad o tesón) redunda en una mayor autoestima (orgu­ llo) que el éxito atribuido externamente (tarea fácil, buena suerte). También es pre­ visible que el fracaso atribuido internamente redunde en un descenso de la autoestima que en el caso del fracaso con atribución externa (véase WEINER y col., 1978, 1979). Esta relación entre lugar y autoestima es, por supuesto, directamente relevante para el sesgo de autocomplacencia. Pese a ello, y como observara WEINER ( 1986) , resulta sorprendente que los investigadores de esta área raras veces hayan analizado el vínculo putativo entre atribución y sentimientos (ZucKERMAN, 1979; la revisión sólo cita dos estudios: N1cttou.s, 1975, y RIEMER, 1975; pero véase PYSZCZYNSKI y GREENBERG, 1987).

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1

La atribución causal

2. Estalnlidad. Esta dimensión tiene especial importancia en relación a (cam­ bios en) las expectativas de éxito y fracaso en el futuro (WEINER y col., 1976), aun­ que WEINER (1983) haya sugerido que puede estar vinculada a reacciones sentimen­ tales tales como la «desesperanza» cuando el fracaso se atribuye a causas internas y estables. 3. Controlalnlidad. Esta dimensión se refiere a los sentimientos y evaluaciones de otros. La hipótesis más destacada estriba en afirmar que si el fracaso personal se debe a causas que se perciben controlables por otros, provoca ira (véase AvERILL, 1982, 1983) y si los resultados negativos de otros se deben a causas percibidas como incontrolables, provocan lástima. Según esta investigación, Weiner concluye decididamente que «algunas de las experiencias emocionales más comunes han activado estructuras de causalidad como sus antecedentes» (WEINER, 1986, pág. 128), pero, no obstante, la diferenciación en­ tre emociones dependientes del resultado y emociones vinculadas a la atribución sigue siendo provisional. McFARLAND y Ross (1982) hicieron creer a un grupo de estudiantes universitarios que habían acertado o fallado en un test; se analizó fac­ torialmente entonces sus reacciones sentimentales, análisis que arrojó tres factores: sentimientos negativos, sentimientos positivos y autoestima. Ninguna de estas reac­ ciones era independiente de la atribución causal (es decir, las emociones estaban vinculadas a la atribución); hubo sólo pruebas bastante inconsistentes (la existen­ cia) de emociones dependientes del resultado en análisis secundarios y por separa­ do de cada estado de ánimo. En conjunto, los resultados investigativos disponibles sugieren que, por lo menos, en ambientes de logro, las atribuciones son funda­ mentalmente las que determinan las consecuencias afectivas, aun cuando los resul­ tados varíen en función de factores tales como la tarea en sí misma y el sector de población evaluado (véase RussELL y McAuLEY, 1986). Probablemente, la consecuencia afectiva más grave de las ligadas a la atribución causal sea la depresión clínica. En los últimos años se ha observado un gran interés por el estudio de la depresión desde una perspectiva de cognición social. Los inves­ tigadores han analizado cuestiones tales como la memoria selectiva de informa­ ción negativa sobre el yo (DERRY y KmPER, 198 1) y la dependencia que siente el depresivo de atribuciones internas de fracaso (KmPER, 1978; RAPs y col., 1982). La investigación atributiva se ha centrado principalmente en el modelo depresivo re­ formulado de la indefensión aprendida (ABRAMSON y col., 1978), al que ya nos he­ mos referido con motivo de las diferencias individuales en la atribución, y aunque, . como decíamos anteriormente, existan problemas en la medición del estilo atribu­ tivo, el modelo reformulado de la indefensión aprendida merece una mayor atención. Este modelo establece que la aparición de acontecimientos negativos incontro­ lables conduce a la depresión vía expectativa de que los resultados futuros serán independientes de nuestras reacciones. Se da, pues, una «no contingencia» entre las propias reacciones y los resultados deseados. Abramson y sus colaboradores pro­ pusieron que el modo en que la gente entiende la causa de las no contingencias presentes o pasadas es lo que determina sus expectativas de no contingencias futu-

Teoría e investigación de la atribución

1 89

ras, para desembocar finalmente en la indefensión. Estimaron que quienes hacen atribuciones internas, estables y globales de sus resultados negativos, están predis­ puestos a la depresión. Cada una de las tres dimensiones se vincula a determina­ das clases de consecuencias de la naturaleza de la indefensión. Cuanto más interna es la causa, más baja es la autoestima del individuo; cuanto más estable es la causa, más crónicos se espera que sean los déficit de la indefensión; cuanto más global es la causa, más probable es que los déficit de impotencia se generalicen situacionalmente. Incluso cuando existen dudas sobre la congruencia de un estilo atributivo «de­ presivo» (CuTRONA y col., 1985), siempre aparecen conectadas las bases teóricas de la dimensión-globalidad (WEINER, 1986), de la depresión y de la atribución cau­ sal (véase RoBINS, 1988). En un reciente metaanálisis de 104 casos estudiados por SwEENEY y colaboradores en 1986, se llegaba a la conclusión de que la depresión aumenta singularmente a medida que las atribuciones de resultados negativos se hacen más estables, internas y globales, y de que las proporciones de los efectos en deprimidos psiquiátricos son mayores que en otros dos grupos (estudiantes de­ presivos y estudiantes no universitarios depresivos). Pese a todo, sigue siendo con­ fusa la relación exacta entre atribución y depresión. El modelo reformulado de indefensión aprendida pretende que un estilo atributivo depresivo predispone a la depresi6n, pero sin que ésta sea en modo alguno la única o la correcta trayecto­ ria causal. BREWIN ( 1985) revisó la documentación existente aplicando criterios muy estrictos sobre la importancia de los trabajos publicados. Comparó cinco modelos posibles («síntoma», «principio», «vulnerabilidad», «recuperación» y «afrontamien­ to»), cada uno de los cuales sería coherente con el hallazgo de una correlación po­ sitiva simple entre atribución y depresión. Al final se mostraba cautamente a favor de los modelos de recuperación y afrontamiento. El primero pronostica simple­ mente que una vez que una persona se encuentra deprimida, las atribuciones con­ tribuyen a la continuidad de esta condición. El modelo más habitual de afronta­ miento establece que un estilo atributivo de atribuciones internas, estables y globales del éxito (y lo contrario con respecto al fracaso) acrecienta la resistencia a la de­ presión. Atribución y depresión parecen ciertamente relacionadas; sin embargo, sigue cuestionándose el status del modelo reformulado de indefensión aprendida (véanse BROWN y SrnGEL, 1988; CoYNE y GoTLIB, 1983; PETERSON y SELIGMAN, 1984). En esta coyuntura, las mesuradas conclusiones a que llega Brewin son las únicas que parecen justificables. En cualquier caso, esta área es un discreto valedor de la im­ portancia y utilidad de las ideas atributivas. Resumen Esta revisión selectiva ha sacado a la luz tres funciones generales (control, autoes­ tima y autopresentación) y tres consecuencias (cognitivo-enjuiciadora, conductual y afectiva) de la atribuci6n causal. La selección que hemos hecho da una idea de

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1

La atribución causal

la amplitud y complejidad del campo que ocupan las ideas atributivas. Aunque diferentes funciones y consecuencias pueden ser identificadas, obviamente la inte­ racción entre ambas y otros fenómenos atributivos es recíproca, de manera que el estado de ánimo puede influir en la atribución, pero las atribuciones influyen también en los sentimientos. Si hacemos un planteamiento más flexible de la cog­ nición social {SHOWERS y CANTOR, 1985), las atribuciones podrían ser un modo alternativo de mantener o alterar un estado de ánimo. Visto así, la función autoes­ tima, las consecuencias afectivas y los sesgos autocomplacientes son fenómenos atri­ butivos interrelacionados. Finalmente, las funciones y consecuencias asociadas a las atribuciones, explican por lo menos -y justifican- el hecho de que éstas ha­ yan merecido tan minuciosa atención investigativa. Conclusi6n

En este capítulo hemos examinado cinco cuestiones fundamentales en relación con la atribución causal. Es verdaderamente impresionante la profundidad y am­ plitud del espacio que se abre ante ella, de tal manera que podemos calificarlo como «fertilísimo campo de trabajo» (HARVEY y WEARY, 1984, pág. 453), o como «de per­ manente vitalidad» (HARVEY y HARRIS, 1983). Esta amplitud se debe en parte a los que joNES ha llamado la «hostilidad» del planteamiento atributivo {1985a, pág. 91) en clara referencia al creciente número de aplicaciones que tienen las ideas atribu­ tivas, algunas de las cuales ya mencionamos al ocuparnos de sus consecuencias. La amplitud de la investigación se debe también al hecho, destacado en este capítu­ lo, de que la teoría e investigación de la atribución confirma algunas de las cuestio­ nes más trascendentes en psicología social. Lo que se evideQcia como necesario a estas alturas es una integración teórica. En un determinado nivel podría adoptar la forma de una ambiciosa síntesis de las teorías atributivas existentes, solución que anticipábamos en este mismo capítulo. En el resto del presente volumen pretendemos otra clase de integración, recopilan­ do conceptos atributivos en los cuatro niveles analíticos identificados por DmsE {1986) -intrapersonal, interpersonal, intergrupal y societal-, planteamiento que nos brinda la posibilidad de explorar la teoría atributiva en su relación con cuatro de los principales terrenos en que se mueve la psicología social: la cognición social, la interacción social, las relaciones intergrupales y las representaciones sociales. Tam­ bién nos ofrece la oportunidad de demostrar que estamos ante una teoría auténti­ camente sociopsicológica.

4

Atribución intrapersonal: lógica causal, procesos cognitivos y estructuras de conocimiento La atribuci6n es parte integrante de nuestra cognici6n del entorno. Siempre que haya cognici6n del entorno habrá ambiciones. (fumER, 1976}

Introducción

El presente capítulo enfoca la atribuci6n causal desde un ángulo cognitivo o de «cognici6n social», pues si bien ha sido en los últimos diez años cuando se ha popularizado una aproximaci6n cognitiva a la psicología social, difícilmente po­ dríamos considerarla una novedad. ZAJONC (1980) afirm6 que la inmensa mayoría de los datos sociopsicológicos se refieren a pensamientos -juicios, creencias, opi­ niones, preferencias, actitudes o atribuciones-, señalando, además, que la cogni­ ción impregna la psicología social en diferentes niveles: el nivel en el que se formu­ la el problema, el nivel metodológico y el nivel de teorizaci6n (véanse MARK.us y ZAJONC, 1985). En las páginas que siguen pondremos de manifiesto la influencia de la cognición sobre estos tres niveles. 1 Pese a esta perspectiva cognitiva, algunos autores han señalado que hasta los últimos años los tratados sobre atribución no han afrontado la cuestión del proce­ so o los procesos (HANSEN, 1985; NEWCOMBE y RUTTER, 1982a, b), aun cuando am­ bos términos se hayan aplicado con notoria liberalidad. En esta tardía evolución ha influido mucho el creciente interés que despierta la cognición social (F1sKE y TAYLOR, 1984; WYER y SRuLL, 1984). Sin embargo, un planteamiento cognitivo es algo más que un simple estudio de los procesos, por lo que será útil distinguir en­ tre lógica, proceso y contenido de las atribuciones causales (HANSEN, 1985), temas que conforman las tres partes en que se divide este capítulo. La lógica causal se refiere 1. Este planteamiento cognitivo de la atribución lo he denominado «intrapersonal• en línea con los niveles de análisis de D01sE (1986), pero debe diferenciarse de los planteamientos de sujeto único, de intrasujeto o ideográficos, los cuales evitan los datos añadidos a favor de un estudio detallado de las estrategias enjuiciativas utilizadas por los perceptores en el análisis causal (AllKEUN y col., 1979; Tu:uY y Bo1tGIDA, 1983).

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1

La atribución causal

a aquellos conceptos, como covariaci6n y esquemas causales, que permiten una aproximaci6n formal a las explicaciones de sentido común. El proceso se refiere específicamente al proceso cognitivo, y exige un análisis más detallado del modo en que se hacen las atribuciones causales. El contenido causal se refiere a los cono­ cimientos de que hace uso la gente para resolver problemas causales, y se entiende mejor con el término estructuras de conocimientos (GALAMBOS y col., 1986), que en este caso se refiere primordialmente a esquemas cognitivos de diversas clases, singularmente esquemas de sucesos o guiones. Examinaremos y evaluaremos lo más relevante de cuanto se ha escrito sobre cada tema, para determinar seguidamente su grado de aplicabilidad. En su conjun­ to, este planteamiento tripartito ha ampliado notablemente nuestros conocimien­ tos sobre la atribución causal; cada uno de sus componentes realiza una contribu­ ción excepcional, pero limitada, a nuestra compresión de la materia. Lógica causal

Nuevo examen de la covariación Ya introdujimos en el capítulo 2 el principio de covariación de KELLEY ( 1967) y su análisis de la varianza (ANOVA). En esta sección reabrimos la cuestión de cómo se hacen las atribuciones a partir de múltiples fuentes de informaci6n. Pri­ mero se puso en tela de juicio el modelo del profano como científico, para reem­ plazarlo más tarde por el del profano como filósofo. Posteriormente, sin embargo, ambos modelos tienen que afrontar la realidad de las deficiencias del profano a la hora de percibir la covariación, circunstancia que sugiere un modelo bastante diferente del profano como verificador de hipótesis.

El profano como científico Como indicábamos en el capítulo 2, McARTHUR (1972) fue el primero en so­ meter a prueba el modelo ANOVA de Kelley e informar de que consenso, distin­ guibilidad y coherencia influyen efectivamente en la atribuci6n del modo previsto por este autor. Las atribuciones personales son más frecuentes en circunstancias de consenso bajo que de consenso alto, de distinguibilidad baja que de distinguibi­ lidad alta, y de coherencia alta que de coherencia baja. De modo semejante, se vio que las tres variables informativas ejercen su principal efecto sobre la atribución del estÍmulo, que es más frecuente con consenso alto que con consenso bajo, con alta disponibilidad que con baja disponibilidad, y con coherencia alta que con co­ herencia baja. Finalmente, sólo se informó del efecto de dos de las variables sobre la atribución circunstancial, la cual es mayor en condiciones de baja información que en condiciones de alta información sobre distinguibilidad, así como también

Atribución intrapersonal

1

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en condiciones de baja información que en condiciones de alta información sobre coherencia. Pese a la presencia de interacciones entre las variables informativas, la atención de los investigadores posteriores se ha centrado en la exposición que hace McArthur de sus efectos principales así como en el porcentaje de varianza de las atribuciones justificadas por consenso, distinguibilidad y coherencia. Se llegó a la conclusión de que especialmente el consenso es un determinante de la atribución relativamente poco importante. La «infrautilización del consenso» quedó rápida­ mente establecida como un sesgo atributivo muy arraigado, relacionándolo con la así llamada «falacia de índice-base» (base-rate fallary) en el juicio social (N1sBETT y BoRGIDA, 1975; KAHNEMAN y TvERSKY, 1973), orientación que, como mínimo, llevó a los investigadores a cuestionarse cuán fielmente se atiene el profano a las normas científicas de modelo de análisis de la varianza. Pero la pregunta que debe­ mos plantearnos no es si el consenso afecta a la atribución, sino en qué circunstan­ cias (Ross y FLETCHER, 1985). Dichas circunstancias se encuentran ya plasmadas en dos estudios exhaustivos en los que se cualifican todas las manifestaciones relati­ vas a un sesgo generalizado (BoRGIDA y BREKKE, 198 1; KAss1N, 1979). Las circuns­ tancias en las que se ha aplicado o buscado el consenso son entre otras: cuando se dice a los sujetos experimentales que la muestra en la que se basa el consenso es una muestra escogida al azar (WELLS y HARVEY, 1977); cuando se especifica el grupo social al que pertenece la muestra de consenso (HEWSTONE y jASPARS, 1983); cuando las variables de información se presentan en orden contrapesado (RUBLE y FELDMAN, 1976); cuando se desconocen las reglas sociales (HILTON y col., 1988); y -quizá la más importante- cuando se neutralizan las expectativas (véase la sec­ ción siguiente sobre esquemas causales y detección de la covariación). Un reciente estudio de BREWIN y FuRNHAM ( 1986) ha venido a apoyar inesperadamente el papel del consenso, al informar de que el consenso era un importante elemento de pre­ dicción de la depresión en estudiantes de enseñanza media, así como el número de experiencias desgraciadas vividas. Aunque los trabajos de McArthur ( 1972) sirvieron de estímulo a gran número de investigaciones (y ciertamente se han convertido en una cita clásica) también retrasaron la posibilidad de comprender el modo en que los perceptores pueden hacer atribuciones según la información de la covariación.2 El primer objetivo de los trabajos de McArthur consistía en encontrar respuesta a la pregunta de cuáles son las atribuciones causales que son facilitadas por las diversas combinaciones de información sobre consenso, distinguibilidad y coherencia (pág. 172), objetivo que evidenciaba un seguimiento de Kelley al considerar conjuntamente las tres varia­ bles de información; y, de hecho, sus primeros pronósticos (basados en Kelley) así lo confirmaron. Desgraciadamente, en este análisis ocupaban un lugar secundario los efectos principales de las variables informativas sobre atribuciones a personas, a estímulos y a circunstancias, efectos principales que, sin embargo, dominarían 2. Según la revista Current Contents (n. 18; 2-5-1983), más de 180 publicaciones han citado el estu­ dio de McArthur.

94

1 La atribución causal

las investigaciones posteriores hasta el punto de que se perdieron algunas de las incisivas ideas aportadas por el modelo ANOVA. Estas ideas sólo se manifiestan donde las previsiones, o pronósticos, están liga­ das a pautas específicas de consenso, distinguibilidad y coherencia. Tanto en sus primeros escritos sobre atribución (1967) como en los últimos (1972a, 1973; KE­ LLEY y M1cHELA, 1980) KELLEY abordó los pronósticos del modelo ANOVA en el nivel de las pautas de consenso, distinguibilidad y coherencia, planteamiento que se percibe con más claridad en un artículo de ÜRVIS y colaboradores ( 1975) en el que se estudiaban las tres configuraciones que según McArthur desembocan en atribuciones a personas (bajo consenso, baja distinguibilidad y alta coherencia), a estímulos (alto consenso, alta distinguibilidad y alta coherencia) y a circunstan­ cias (bajo consenso, alta distinguibilidad y baja coherencia). Orvis y sus colabora­ dores pensaron que estas pautas sirven de prototipos, o plantillas, con los que com­ parar la información; que habría que considerar cada variable informativa en función de las inferencias que implica; sin embargo, es obvio que algunos casos implican más de una causa; el consenso bajo, por ejemplo, implica una atribución a perso­ na, una atribución a circunstancia o ambas. Para evitar este problema, Orvis y sus colaboradores confeccionaron una lista de todas las inferencias implicadas por cada unidad de información, considerándose entonces como causa pronosticada la atri­ bución más frecuentemente implicada. Si la información facilitada implica a varias causas por igual, entonces se pronostica la atribución combinada; por ejemplo, la combinación de alto consenso, baja distinguibilidad y alta coherencia generaría las siguientes inferencias causales: el alto consenso, estímulo; la baja distinguibili­ dad, persona; la alta coherencia, estímulo y persona. El resultado de este proceso consiste en que estímulo y persona aparecen implicados dos veces, constituyendo así la causa conjunta pronosticada. En la tabla 1 presentamos en formato original las conclusiones del estudio, realizado por Orvis y sus colaboradores, de cada com­ binación informativa, calculando el porcentaje de sujetos que hacen cada una de las siete atribuciones posibles por cada combinación informativa. Las conclusio­ nes se exponen en columnas de resultados pronosticados y no pronosticados, re­ sultados en los que basaron su afirmación de que dichas conclusiones «Se ajustan bastante bien» (pág. 612) a los pronósticos.3 Con todo, un alto porcentaje de reac­ ciones acaba en las columnas no pronosticadas, lo que provoca serias dudas sobre el modelo en cuestión. El consabido modelo de Orvis fue impugnado por SMITH y M1LLER {1979a) quie. nes repitieron el estudio de McARTHUR (1972) añadiéndole mediciones de tiempo de reacción, con objeto de comprobar el supuesto de que ciertas pautas informati­ vas serían más fáciles de codificar y procesar que otras. Si los perceptores almace­ nan solamente las tres «pautas de datos estándar» (es decir, las de atribuciones a persona, estímulo y circunstancia respectivamente), entonces las reacciones a estas 3. Solamente se informó de los resultados de la condición de información completa; en 1975, ÜR­ sus colaboradores presentaron también a los sujetos configuraciones de información «incomple­ ta», con objeto de ver cómo «rellenaban» la información que les faltaba. VIS y

TABLA 1.

Porcentajes de atribuciones pronosticadas y no pronosticadas en ocho combinaciones de información. Pauta de información

Estudio 1

---

Consenso

Distinguibilidad

Coherencia

Pronosticada

Alta Alta Alta Alta Baja Baja Baja Baja

Alta Alta Baja Baja Alta Alta Baja Baja

Alta Baja Alta Baja Alta Baja Alta Baja

s (69 %)ª se ps (56 O/o) psc psc e (54 O/o) p (80 O/o) pe

No-pronosticada

e (48 O/o) p (35 %), ps (18 %) , s (28 O/o) e

(37 O/o)

Estudio 2 Pronosticada

s (70 O/o) se ps (31 O/o) psc psc e (54 O/o) p (81 O/o) pe

No-pronosticada

s (39 O/o) p (43 %) , s (19 O/o) s (31 O/o)

ª p persona, s estímulo, e circunstancia. Las atribuciones pronosticadas, pero que no tuvieron lugar en un grado significativo se relacionan sin porcentaje en la columna pronosticada. Fuente: basado en la tabla 2 de 0Rv1s y col., 1975, (©) 1975 de la American Psychological Association, adaptado con permiso del editor y el autor. =

=

=

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o: :::J

i !!?.



96

1

La atribución causal

pautas serían relativamente rápidas, pero relativamente lentas en relación con otras pautas. En realidad, las condiciones informativas malograron los datos de Smith y Miller, que no llegaron a producir tests fiables sobre el modelo de Orvis. Pero los datos en cuestión apuntaban a un modelo sustractivo de atribuci6n completa­ mente diferente. Sugirieron que el perceptor iniciaba su tarea con una respuesta provisional de tres componentes, para, a renglón seguido, entrar de lleno en el pro­ ceso que condujese a la sustracción de componentes. De este modo, los sujetos ne­ cesitarían menos tiempo para hacer la atribución «más compleja» (persona + estí­ mulo + circunstancias: 11,07 segundos) y el máximo para las reacciones «sencillas» de factor único (como sería uno entre «persona», «estímulo» o «circunstancias»: 13,71 seg.), pero a pesar de este novedoso análisis procesual, persisten serias dudas sobre las conclusiones a que llegaron Smith y Miller. Si las pautas de información están vinculadas a las atribuciones pronosticadas, carecería de sentido teórico ple­ garse a las condiciones, pero es que, además, el modelo sustractivo podría ser un artefacto del método aplicado. Los sujetos hicieron sus atribuciones presionando teclas de respuesta a los estímulos que aparecían en una pantalla, pero «iniciaban cada sesión con tres dedos de la mano derecha apoyados sobre tres teclas» (SMITH y MILLER, 1979a, pág. 1726), posición de salida que probablemente les llevara a es­ perar una atribución de tres teclas/tres componentes, y de ahí que se agilizara la reacción. Por otro lado, y como ya indicara HANSEN (1980), el modelo sustractivo se apoya en la tendencia de los sujetos a no confirmar, más que a confirmar, sus complicadas explicaciones del comportamiento, estrategia que la documentación sobre solución de problemas consultada considera poco probable (MYNATT y col., 1977; WASON y jOHNSON-LAIRD, 1972). Las investigaciones expuestas hasta aquí nos muestran que los sujetos pueden utilizar información de consenso, distinguibilidad y coherencia al hacer atribucio­ nes, pero al no acertar a especificar el conjunto completo de relaciones entre com­ binaciones informativas y posibles atribuciones causales, no hacen justicia al mo­ delo Kelley, que, por otra parte, ha sído analizado más detalladamente en recientes investigaciones.

El profano como filósofo En oposición a los anteriores análisis del modelo ANOVA, se ha planteado un modelo lógico (HEWSTONE y jASPARS, 1987; jASPARS, 1983; jASPARS y col., 1983b) directamente relacionado con la originaria definición covariativa de causalidad y donde no se contempla que el sujeto realice un ANOVA intuitivo, ni su equivalen­ te ingenuo, ya que no se le ofrece el conjunto completo de datos, indispensable en análisis de este tipo QASPARS y col., 1983b; PRUITT e lNSKO, 1980). No se le dice, por ejemplo, si el comportamiento objetivo tiene lugar en conjunción con otras personas y otros estímulos. Este modelo lógico introduce un método mediante el cual los sujetos pueden analizar la covariación e identificar las condiciones nece-

Atribución intrapersonal

1

97

sarias y suficientes para que ocurra un efecto. Aplica a personas, estímulos y cir­ cunstancias el método MILL de diferenciaci6n (1872/1973, libro III, cap. III) for­ malizado por MACKIE en 197 4 y utiliza consenso, distinguibilidad y coherencia como dimensiones esenciales de generalizaci6n. El modelo ejemplifica también la definici6n que hizo Mill de la causa como conjunto de condiciones necesarias y -conjuntamente- suficientes para que ocurra un efecto, destacando por consiguien­ te las combinaciones de condiciones necesarias o suficientes en lugar de las situa­ ciones causales simples de personas, estÍmulos y circunstancias. La primera fase del modelo estriba en sugerir el modo de codificar la informa­ ci6n, como si estuviera expuesta en «viñetas» atributivas, para que puedan deducir­ se inferencias causales según esa informaci6n codificada. Se puede formalizar la estructura de una frase como «A John le hace reír el c6mico» en funci6n de B (behaviour comportamiento), dada una combinaci6n de s (estímulo/c6mico), p (persona/John) y e (circunstancias/no especificadas). Las tres siguientes líneas de la viñeta se codifican según presencia o ausencia del comportamiento, de las cir­ cunstancias, de la persona, y del estímulo mencionados en la frase inicial. Valiéndose de esta codificaci6n en forma de viñeta se pueden caracterizar las ocho combinaciones informativas (véase tabla 2). El c6digo es fácil de entender teniendo en cuenta que coherencia, consenso y distinguibilidad nos indican si el comportamiento se generaliza (B) o no ( ( B } ) en otras circunstancias ( ( c } ), perso­ nas ( ( P } ) y estímulos ( ( s } ) respectivamente (véanse HEWSTONE y jASPARS, 1987). En la segunda fila de la tabla 2, { c } indica que no están presentes las circunstancias dadas («en las últimas ... »). El comportamiento todavía generaliza (B) en circuns­ tancias en condiciones de alta coherencia (columnas 1, 2, 3 y 5), pero no ( { B } ) en condiciones de baja coherencia (columnas 4, 6, 7 y 8). De manera semejante ( p } en la tercera fila indica que la persona no se encuentra presente, con generali­ zaciones entre personas en condiciones de alto consenso (columnas 1, 2, 4 y 6) pero no en condiciones de bajo consenso (columnas 3, 5, 7 y 8). Finalmente ( s } , en la cuarta fila, nos indica que el estímulo no se halla presente, con generalizacio­ nes del estímulo en condiciones de baja distinguibilidad (columnas 1, 3, 4 y 7) pero no en condiciones de alta distinguibilidad (columnas 2, 5, 6 y 8). El módelo lógico propone que según sea la combinación informativa, el sujeto podrá averiguar si el comportamiento generaliza sobre circunstancias, personas y estímulos. Así, la informaci6n que contiene la columna 2 [por ejemplo: a John le hace reír el cómi­ co; a casi todos les hace reír el c6mico (Cs); casi ningún otro c6mico hace reír a John (D); en el pasado a John casi siempre le hacía reír el mismo cómico (C y)] nos indica generalizaciones sobre circunstancias y personas, pero no sobre estímu­ los (B, B, B, { B } ). La siguiente fase del modelo (véase la parte inferior de la tabla 2) es una interpretación bastante literal de la noci6n de causalidad que propugnara Kelley como base del proceso atributivo. El sujeto considera si cada unas de las posiciones causales (estímulo, persona, circunstancias y sus posibles combinacio­ nes) está presente cuando el efecto (comportamiento) lo está, y si están ausentes cuando el efecto está ausente de las viñetas. De este modo, el sujeto podría estable=

CD co

TABLA 2. Modelo lógico de atribución causal.

(;'

Combinaciones de informaciónª 7

8



Estructura de la viñeta

Cs D Cy

1

2

3

4

5

6

Cs D Cy

Cs D Cy

spc spc ( c } s{ p }c ( s ) pc

B B B B

B B B ( B}

B B (B) B

B (B} B B

B B {B) (8)

B ( B} B ( B)

B {B) (B) B

B (B) ( B} ( B)

Lugar de la causa (locus)

Su N

Su N

Su N

Su N

Su N

s p e sp se pe spc

Su Su Su Su Su Su Su

[Su N]

Su

Atribución lógica

o

s

Cs D Cy

Cs D Cy

Cs D Cy

Cs D Cy

Cs D Cy

Su N

Su N

N N

N

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() su e U>

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N N N [Su N]

p

e

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o:

Criterios de suficiencia y necesidad Su N

e=

ª B = comportamiento, Cs = consenso, D =distinguibilidad, Cy = Coherencia. Las barras (ejemplo: C, D, Cy) indican bajos niveles de información; los paréntesis bicurvos (ejemplo ( c ) , ( B ) ) indican la ausencia de un factor; s = estímulo, p = persona, e = circunstancias; SU = condición suficiente, N = condición necesaria; O = sin pronóstico posible. Se puede hacer una inferencia causal en cada caso esta­ bleciendo si una condición concreta (s, p, e, sp, etc.) es condición suficiente y necesaria (SU N) para que se produzca en comportamiento. Si el comportamiento se produce está presente una condición determinada, esta condición es condición suficiente. Si el comportamiento no se produce estando ausente la condición, ésta se codifica como condición necesaria. Si el comportamiento se produce si, y sdlo si, la condición está presente, ésta es a la vez condición necesaria y condición suficiente para que se produzca el comportamiento, por lo que habría que hacer una atribución causal a dicha posición causal. Estas condiciones se indican con corchetes en la parte inferior de la tabla. Fuente: adaptación de la tabla 3 de HEWSlONE y JASPARS, 1987, tabla 3, © 1987 de la American Psychological Association, reproducido con permiso del editor y el autor.

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cer qué condición es necesaria y suficiente para que se produzca el comportamien­ to. Si el comportamiento se produce en presencia de una condici6n concreta, ésta será condición suficiente. Si el comportamiento no se produce cuando la condi­ ción está ausente, ésta quedará codificada como condición necesaria. Si el compor­ tamiento se produce cuando -y solamente cuando- la condici6n está presente, la condición será tanto necesaria como suficiente para que se produzca aquél, por lo que debería hacerse una atribución a esa posición causal. La tabla 2 expone las ocho combinaciones informativas posibles en viñetas se­ mejantes a las utilizadas por McA:tO'HUR ( 1972), así como las inferencias que pue­ den deducirse según el modelo lógico. En la columna 2, por ejemplo, el comporta­ miento generaliza entre circunstancias {alta coherencia) y personas {alto consenso), pero no entre otros estímulos {alta distinguibilidad). Bajando paulatinamente las siete posiciones causales nos percatamos, primeramente, de que el estímulo es con­ dición suficiente para producir el efecto, es decir, el comportamiento (B) se produ­ ce cuando el estímulo está presente (s), pero no cuando está ausente ( { s } ). La alta distinguibilidad nos indica que el estímulo es condición necesaria (véanse también las columnas 5, 6 y 8). En realidad, como el comportamiento se produce si -y solamente si- el estímulo está presente, éste es condición necesaria y suficiente para que se produzca el comportamiento (aparece la risa si -y solamente si- está presente un determinado cómico). En las restantes posiciones causales de la columna 2, el comportamiento gene­ raliza a través de personas {'p') y de circunstancias ('c'), de modo que ninguna de las dos es condición suficiente o necesaria, pero las combinaciones de a) estÍmulo y persona, y b) estímulo y circunstancias, son condiciones suficientes: el compor­ tamiento generaliza sobre las circunstancias cuando están presentes estÍmulo y per­ sona, y sobre las personas cuando están presentes estímulo y circunstancias. Pero esto no se produce si s6lo están presentes persona y circunstancia, de tal manera que dicha posición causal no es suficiente ni necesaria. Finalmente, y de forma claramente manifiesta, la posición causal estímulo/persona/circunstancia es sufi­ ciente. Resumiendo la columna 2: puesto que solamente el estímulo (el c6mico) es condición necesaria y suficiente para que se produzca el comportamiento (la risa), en dicha posici6n causal se debería hacer una atribución causal, predicci6n que nos indican los corchetes alineados con el estímulo en la columna 2. Idénticas normas de inferencia pueden aplicarse a las ocho combinaciones in­ formativas y, aunque en términos formales puedan parecer complicadas, son rela­ tivamente sencillas para viñetas tipo McArthur, ya que el sujeto únicamente tiene que verificar qué condiciones están ausentes (es decir, { c } , { p } , { s } ) cuando el comportamiento está ausente ( { B } ), con objeto de determinar la causa de dicho com­ portamiento. Así, en las columnas 2, 3 y 4, el estímulo, la persona y las circunstan­ cias respectivamente son las condiciones simples, suficientes y necesarias. La tarea que debe realizar el sujeto es más complicada en las columnas 5, 6, 7 y 8, en las que aparecen implicadas causas conjuntas, pero en las que la soluci6n consiste también en relacionar las condiciones que están ausentes cuando el comportamiento

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lo está (estímulo/persona en la columna 5). Nuestros lectores podrán verificar este razonamiento emparejando el símbolo ( B ) de las columnas 2-8 con uno o más símbolos ( c ) , ( p ) y ( s ) en la parte superior izquierda de la tabla 2. Aunque Mc.AR­ THUR (1972) desdeñara todas las causas combinadas (con excepci6n de sp) cada una de ellas es la posici6n causal prevista para una combinaci6n de informaci6n, hecho que se constata disponiendo las atribuciones previstas en la diagonal de la tabla 2. Si, efectivamente, se atribuye el comportamiento a la condici6n que está pre­ sente cuando aquél lo está, y ausente cuando aquél también lo está, el Modelo L6gico hace predicciones únicas para cada una de las ocho combinaciones de consen­ so, distinguibilidad y coherencia (si tenemos en cuenta todas las posibles interacciones de estímulo, persona y circunstancia y dejamos margen para una ca­ tegoría de no respuesta). La categoría de no respuesta es necesaria en la columna 1, en la que la combinaci6n de alto consenso,. baja distinguibilidad y alta coheren­ cia lleva a inferir que todas y cada una de las condiciones son suficientes para que ocurra el efecto (caso interesante sobre el que volveremos). Aunque nadie haya sugerido realmente que la atribuci6n causal de sentido co­ mún se parezca en detalle a un cálculo mental análogo a ANOVA, o que el profa­ no siga exactamente las directrices racionales explícitas en el análisis filos6fico de la causalidad, la utilizaci6n de tales modelos exige formalizaciones y tests precisos y específicos. El Modelo L6gico, basado en una noci6n de las causas como condi­ ciones necesarias y suficientes, ha vuelto a centrar la teoría de la atribuci6n en el concepto de causalidad, y ha demostrado que los sujetos experimentales hacen fre­ cuentemente sus atribuciones a la posici6n causal que sea condici6n necesaria y suficiente para que se produzca un efecto. Como ya hemos indicado, esta concep­ ci6n de las causas como condiciones necesarias y suficientes es exactamente la que Mill tenía in mente, y concuerda con las ideas originarias de KELLEY sobre la teoría atributiva ( 1967). Si se confronta detalladamente con los datos publicados, el Modelo L6gico su­ pone un avance te6rico, metodol6gico y empírico en relaci6n con las primeras interpretaciones del modelo ANOVA (HEWSTONE y }ASPARS, 1987). El único pro­ blema estriba en que puede resultar artificioso y extremadamente complejo como modelo de atribuci6n de sentido común, y, ciertamente, Jaspars y quien esto escri­ be comprobamos que adolece de ciertas carencias como modelo de procesamiento para la atribuci6n causal de un profano, aunque los reanálisis de tres estudios pu­ blicados vinieron a confirmar ampliamente sus predicciones (HEWSroNE y }ASPAllS, 1983; }ASPARS, 1983; McAKrHUR, 1972; véase también H1LTON y }ASPARS, 1987). Tam­ bién se ha evidenciado que los sujetos experimentales hacen muchas atribuciones a condiciones no previstas por el modelo. Posteriores análisis demostraron que los sujetos no aplican el método diferenciador de forma perfecta y no mediatizada por el contenido, así como que sus criterios sobre causalidad (condiciones necesarias, suficientes, o necesarias y suficientes) varían según sea el lugar de la atribuci6n (es­ tímulo, persona o circunstancia). Los defectos del Modelo L6gico, como también sus aspectos positivos, ofrecie-

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ron el punto de partida al modelo de atribución «Foco de Condiciones Anorma­ les» (Abnormal Conditions Focus) de liILTON y SwGOSKI (1986), quienes parten de una perspectiva lógico-filosófica distinta a la de causalidad (HA1rr y HONORÉ, 1959; MAcKIE, 1974) y que especifica dos criterios para su contemplación. Según Hart y Honoré, seleccionamos como causa la condición necesaria que es anormal si se la compara con los antecedentes del suceso/objeto. El criterio contra/actual determina si un factor es o no necesario para un efecto dado (¿se habría producido el efecto en ausencia de la condición?). El criterio contraste selecciona -partiendo del conjunto de condiciones necesarias (y contrastando lo que es normal y lo que es anormal)- si una condición es «suficiente en las circunstancias». En el ejemplo del descarrilamiento es «suficiente en las circunstancias». En el ejemplo del desca­ rrilamiento del tren presentado por Hart y Honoré (véase cap. 1 ), la condición anormal es el raíl defectuoso (y no la velocidad del tren o su carga). Primero, Hilton y Slugoski compararon una versión «por defecto» del modelo Foco de Condiciones Anormales con el Modelo Lógico,4 versión denominada «por defecto» porque los conocimientos del mundo real que poseían los sujetos no intervenían en la definición de qué constituye un contraste informativo y, por ende, una condición anormal. En este aspecto, la versión por defecto del modo cFoco de Condiciones Anormales,. se asemeja mucho al Modelo Lógico. La dife­ rencia entre ambos radica en el método hipotetizado de deducir inferencias atribu­ tivas. El Modelo Lógico, como ya hemos visto, postula la activación de normas de inferencia formal. Por el contrario, el Foco de Condiciones Anormales propo­ ne que los sujetos traten la información de consenso, distinguibilidad y coherencia como casos contrastantes que definen las condiciones anormales facilitando la pro­ ducción del suceso. Así, las condiciones anormales se consideran causas del mis­ mo. Hilton y Slugoski dicen concretamente que la información de bajo consumo («casi ninguna otra persona lo hace») identifica la persona-objeto como anormal; la información de alta distinguibüidad (cla persona-objeto no lo hace con casi nin­ guna otra cosa•) identifica el estímulo como anormal; y la información de baja coherencia (cel suceso-objeto apenas ha ocurrido anteriormente•) identifica las cir­ cunstancias presentes como anormales. Ambos autores ilustraron las funciones de consenso, distinguibilidad y coherencia valiéndose del ejemplo -que goza de gran aceptación- del hombre que sufre una indigestión por comer zanahorias (véanse HAKr y HoNollÉ, 1959; MAcKIE, 1974), mostrando hasta qué punto la definición de la condición anormal depende de la naturaleza del caso (casos) de contraste ele­ gido para establecer una comparación con el suceso-objeto. El médico contrastaría a este hombre con otros pacientes (centrándose así en caigo en el hombre» como condición anormal), pero su esposa contrastaría esta reacción del marido con sus reacciones después de comer otras verduras ( centrandose así en caigo en las zana­ horias» como condición anormal): 4. HIL10N y SwGOUI {1986) se refieren a él como «Modelo de lógica natural•, pero nosotros prefe­ rimos el término Modelo I.6gico (véase HEwsTONE y ]ASPAllS, 1987).

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Desde un punto de vista imparcial, quizá deseemos no solamente contrastar a este hombre con otros (información de consenso), sino también las zanahorias con otr.ts ver­ dur.ts que come (información de distinguibilidad). Quizá deseemos contrastar la oca­ sión presente, en la cual nuestro hombre come zanahorias, con otras anteriores en las que también las hubiera comido (información de coherencia). Si aceptamos que nuestro hombre sufre de indigestión siempre que come zanahorias, aparecerá el siguiente patrón . de información: Sufre de indigestión cuando come zanahorias. Casi ningún otro hombre sufre de indigestión cuando come zanahorias. Nuestro hom­ bre casi nunca sufre de indigestión después de comer otr.ts verdur.ts. Anteriormente, nuestro hombre casi siempre ha sufrido de indigestión después de comer zanahorias. Dado que el suceso-objeto queda así comparado con dimensiones informativas de con­ senso, distinguibilidad y coherencia, el modelo Foco de Condiciones Anormales pro­ nosticaría atribuciones tanto a la persona (el hombre en cuestión) como al estímulo (las zanahorias), porque ambos son condiciones anormales en el contexto de la información suministrada sobre consenso y distinguibilidad. Por otro lado, la información sobre co­ herencia nos indica que no existía nada anormal en las circunstancias (la ocasión presen­ te) en que nuestro hombre comió las zanahorias, quedando relegada dicha ocasión pre­ sente al status de mera condición (Hn.roN y SwcosKI, 1986, pág. 77). Nótese que la causa designada (persona-estímulo) es exactamente la que hubie­ ra pronosticado el Modelo L6gico (dados bajo consenso, alta distinguibilidad y alta coherencia), pero que la lógica del Foco de Condici6n Anormal es mucho más «indulgente». Hilton y Slugoski destacaron algunas ventajas del Foco de Condici6n Anormal en comparación con el Modelo L6gico. El suyo explica, efectivamente, varios ses­ gos de respuesta que dan lugar a desviaciones respecto a las predicciones del Mode­ lo l.6gico, a la vez que puede hacer pron6sticos referidos a la problemática confi­ guración alto consenso, baja distinguibilidad y alta coherencia {en la que el Modelo L6gico no realiza predicción alguna). La principal ventaja del Foco de Condición Anormal es por sí sola suficiente: sus reglas son más sencillas que las del Modelo L6gico (se indaga la condición que «marca la diferencia., no las condiciones nece­ sarias y suficientes) y es por ello más convincente como representación de un razo­ namiento de sentido común. Hilton y Slugoski también se adelantaron al afirmar que el criterio de contraste de atribución causal interactúa con el conocimiento del mundo real acerca de los estados normales de las cosas. Resulta así que podrían seleccionarse condiciones causales que no fueran identificables por el Modelo l.6gico con sus reglas de inferencia independientes del contenido y puramente lógicas. Ahora que ya hemos visto con algún detalle tres modelos -el ANOVA, el l.6gico y el Foco de Condiciones Anormales- nos será útil establecer diferencias en­ tre ellos. HILTON y jASPARS (1987) han demostrado que los tres pronostican idéntica

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respuesta a cuatro configuraciones de información (véase tabla 3, columnas 2, 3, 6 y 7); el Modelo Lógico y El Foco de Condiciones Anormales difieren del mode­ lo ANOVA en las respuestas que pronostican a tres configuraciones (columnas, 4, 5 y 8) y, finalmente, el ANOVA y el Foco difieren del Modelo Lógico en un caso (columna 1). Los datos avalan al Modelo Lógico (y por implicación, al mode­ lo por defecto del Foco de Condiciones Anormales) más que al ANOVA (véanse HEWSTONE y }ASPAR.S, 1987), pero en todo caso es difícil discriminar los modelos en función de los pronósticos. Heurísticamente, el Modelo Lógico destaca el he­ cho de que deberían vincularse las atribuciones a patrones de información, y pone de manifiesto la importante diferencia entre condiciones necesarias y condiciones suficientes. Con todo, debe preferirse el modelo Foco de Condición Anormal por su parsimonia. La lógica de las condiciones anormales está intuitivamente mucho más próxima al sentido común que la ciencia del análisis de la varianza. Pero aun­ que el Foco de Condiciones Anormales capte el sofisticado sentido de las atribu­ ciones como reacciones a configuraciones de información, no queda claro en modo alguno que . el profano pueda percibir con precisión dicha información, o incluso que la busque para integrarla en el proceso de atribución por sentido común. Son cuestiones que abordaremos en las dos secciones siguientes.

Detección de la covariación: las carencias del profano

No existe asunción tan crítica en la actual teoría de la atribución (o en cualquier otra que acepte la idoneidad general del profano como científico intuitivo) como la de que la gente sabe detectar la covariación entre sucesos, estimar sus magnitudes desde una métrica satisfactoria, y hacer inferencias adecuadas basándose en tales apreciaciones (N1s­ BETI y Ross, 1980, pág. 10). Dada la importancia de esta asunción, el valor de la teoría kelleiniana de la co­ variación dependerá -hasta cierto punto al menos- de las pruebas que se tengan sobre la detección de la covariación. Crocker (198 1) subdividió el trabajo de valo­ rar la covariación en cinco fases distintas del modelo normativo, o estadísticamen­ te idóneo, de cómo deben hacerse los juicios sobre covariación: 1. Decidir la cantidad y clase de los datos que se deben recoger.

2. Muestreo de casos. 3. Clasificación según la clase de pruebas (casos confirmativos o desconfir­ mativos). 4. Rememorar los datos recogidos y estimar la frecuencia con que se produce cada tipo de prueba. 5. Combinar las pruebas para producir un juicio. Las pruebas investigativas nos indican que el perceptor social tiende a los sesgos en la mayoría de dichas fases (véanse ALWY y TABACHNIK, 1984; N1sBETI y Ros.5,

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� e

l

TABLA 3. Comparación de los modelos ANOVA, Lógico y Foco de Condiciones Anormales. Combinaciones de información•

Modelo ANOVA Modelo lógico Modelo Foco de condiciones normales

1 Cs D Cy

2 Cs D Cy

3 Os D Cy

4 Cs D Oy

5 Os D Cy

7 6 Cs D Oy Cs D Cy

8 Cs D Cy

sp o

s s

p p

spc

spc

sp

se se

e

sp

s

p

e

sp

se

e

ª los pronósticos del modelo ANOVA se basan en ORV1s, y col., 1975. Cs consenso; D persona, c circunstancias, O no existe pronóstico posible. cia; s estrmulo, p =





=

=

=

pe pe pe

spc spc

distinguibilidad; Cy



coheren-

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1980), así como que el factor que más influye en la imprecisi6n al estimar la cova­ riaci6n, es si el perceptor posee, o no, una teoría o expectativa previa sobre la rela­ ción existente entre los dos sucesos covariantes (otros factores clave son la forma de presentar la informaci6n estímulo y la magnitud real de la correlaci6n presente en ella; véase TaoUER y HAMILTON, 1986). La interrelaci6n entre teoría y datos se comprende mejor en su relaci6n con los esquemas causales (véase más adelante). Lo que debemos subrayar aquí es que la mayoría de los estudios que arrojaban in­ ferencias causales normativamente correctas utilizaron materiales-estímulo empo­ brecidos. No se exigía de ellos que el sujeto experimental pasase por todas las fases especificadas por Cracker, resultando así evidente que investigaciones de este tipo tenderán siempre a exagerar nuestra buena opinión sobre la capacidad del profano (CoIIDRAY y SHAw, 1978). Como advirtió F1sc:HHOFF, uno se pregunta si los alta­ mente estructurados formatos estímulo-respuesta utilizados en dicha investigación no eran suficientes para situar a la gente en el camino adecuado hacia una inferen­ cia razonables (1976, pág. 436). Por esta raz6n es instructivo volver a estudios apo­ yados menos exclusivamente en formatos de respuesta estructurada y de elección forzada, y ver qué imagen del sentido común del atribuidor nos ofrecen. ¿Detección de covariación o comprobación de hipótesis?

LALIJEE (1981) impugn6 el modelo kelleiniano del científico ingenuo, pero no sólo porque los fil6sofos acepten conceptos de causalidad distintos al de la covaria­ ción, sino porque el cientÍfico de Kelley es solamente un inductivista. «Aborda los datos sin teoría alguna, cuenta ejemplos de sucesos de clases determinadas en circunstancias diferentes, extrayendo de ahí sus conclusiones» (1981, pág. 123-124). Estas críticas son, por supuesto, injustas, sobre todo si se piensa que los esquemas causales de Kelley funcionan como teorías, pero Lalljee tenía, pese a todo, derecho a preguntarse si consenso, distinguibilidad y coherencia actúan en el sentido pro­ puesto por Kelley. Lalljee opinaba que, aun cuando la información de, por ejem­ plo, coherencia y consenso influya en las atribuciones, no lo hace necesariamente porque permite al perceptor ordenar cuestiones de causalidad. Recordando uno de sus ejemplos, una persona de edad podría explicar la vestimenta estrafalaria de un joven diciendo: «Todos visten igual», manifestaci6n que puede significar sencilla­ mente que el joven en cuestión no es atípico y, consiguientemente, que su com­ portamiento no requiere explicación alguna; lo cual no significa necesariamente que el perceptor haya utilizado información de (alto} consenso, como proponía Kelley, para evaluar covariación de causa y efecto. Lalljee criticó también la noción de coherencia, aduciendo que este tipo de información no puede evaluarse hacien­ do simplemente un recuento de casos. Lo que entendemos por «hacer una cosa a menudo» depende en gran medida de la naturaleza de la actividad (en el ejemplo de Lalljee obtener el divorcio versus ir de paseo). Lalljee se reafirmó en que la noción de que los científicos son verificadores de

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hipótesis y no inductivistas, supone una posible alternativa al inductivismo profa­ no de Kelley. Esta proposición sugiere que también el profano podría ser conside­ rado como verificador de hipótesis, ya que confronta los sucesos con un conjunto de hipótesis plausibles y elige seguidamente entre ellas. Entonces surgen los inte­ rrogantes: ¿buscan los atribuidores el consenso, la distinguibilidad y la coherencia a la hora de hacer una atribución, o es esta información misma la que dirige la búsqueda de ulterior información? Sólo un reducido número de estudios han lle­ gado a profundizar en estas cuestiones relacionadas con el modelo de covariación, pero sus resultados nos aportan información. 5 GARLAND y sus colaboradores examinaron en 1975 los efectos de atribuciones a personas versus atribuciones a estímulos, en demanda de información sobre con­ senso, distinguibilidad y coherencia, concluyendo que las demandas de los tres ti­ pos de información eran instigadas por ambas clases de atribución, pero que sólo un pequeño porcentaje (23 %) de todas las demandas de información se correspon­ día con estas tres categorías. De ellas, la mayoría pedían distinguibilidad {13 º�o), seguidas de consenso (7 %) y, finalmente, coherencia (3 %). MAJoa (1980) realizó un test menos riguroso al presentar sujetos que disponían únicamente de informa­ ción preatributiva pertinente a los tres tipos de Kelley, permitiéndoseles que selec­ cionaran información secuencialmente partiendo de series sin orden preestableci­ do, así como que dejasen de recoger información cuando quisieran. Informó de que, sorprendentemente, los sujetos adquirían poca información antes de hacer una atribución, y que al iniciarse el proceso, la mayoría de ellos buscaba información de coherencia y no de consenso. El proceso de búsqueda de información varía se­ gún sean los problemas que afronta el perceptor, pero, por lo general, el consenso se adquiría menos frecuentemente que -y subsiguientemente a- la coherencia y la distinguibilidad, trayectoria informativa que difiere de la de Garland y sus cola­ boradores, aunque bien es verdad que la metodología de ambos estudios era com­ pletamente diferente. Coincidiendo con la observación de Major en el sentido de que se había frenado la búsqueda de información, HANSEN ( 1980) supuso que ante un «dilema causal»» los perceptores recurren a hipótesis causales ingenuas a la ma­ nera de heurísticas simplificadoras, en su búsqueda de información en la que fun­ damentar una atribución. Presentó pruebas que avalan el aserto teórico de que la búsqueda de información se ajusta a un principio de «economía cognitiva». En lugar de procurarse información que les permita la negación de explicaciones al­ ternativas, los perceptores buscan información que confirme sus hipótesis ingenuas; y así, aquellos sujetos proclives a la hipótesis de que el comportamiento se ve justi­ ficado por una fuerza facilitadora en el interior del actor (estímulo), se esfuerzan por confirmar la existencia de dicha fuerza reuniendo información de consenso (distinguibilidad). Además, actúan con mayor seguridad cuando utilizan informaS. Además de los estudios que examinamos más adelante, Bu&LESON {1986) ha analizado una con­ versación sobre motivaciones que probaba cómo las personas utilizan información de coherencia, dis­ tinguibilidad y consenso en conversaciones ordinarias, pero esta conclusión no parece muy fiable.

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ción para hacer inferencias confirmativas de fuerzas causales, que cuando la utili­ zan para hacer inferencias desconfirmativas. Al decir de Hansen, los atribuidores de sentido común no son «popperianos aficionados» (véase POPPER, 1959}. La existencia de un sesgo confirmativo en la comprobación de hipótesis cogni­ tivas y sociales se convirtió en materia típica de controversia en cognición social, y aunque SNYDER y SwANN (1978a} defendieron que existe un sesgo confirmativo al verificar hipótesis sobre otras personas (por ejemplo, si un extrovertido es extro­ vertido) y de hecho llegaron a identificar pautas sistemáticas de búsqueda de infor­ mación, no parece claro que representen un sesgo confirmativo, en contraposición a la preferencia por preguntas que satisfagan las hipótesis (véanse HAsTIE, 1983; füGGINS y &RGH , 1987). Igualmente importante -como mínimo- es la tenden­ cia de la gente -identificada por SHAKLEE y FISCHHOFF (1982}- a averiguar y clari­ ficar el papel de una causa en un suceso, sin detenerse a considerar otras posibles causas. En términos generales, en lo publicado sobre atribución se encuentran apoyos a estas pautas simplificadas de búsqueda de información. Hansen señaló que la eco­ nomía cognitiva del sesgo confirmativo se patentiza en los modelos formales de procesamiento de información (TRABASSO y col., 1971}, afirmando que las descon­ firmaciones conceptuales requieren operaciones procesuales adicionales a las nece­ sarias para su verificación. Finalmente, LALIJEE y sus colaboradores (1984} presentaron pruebas que rela­ cionaban los procesos explicativos con la búsqueda de información. Suministra­ ron a los sujetos breves descripciones de sucesos hipotéticos y a la mitad se les pi­ dió que escribiesen algunas explicaciones comunes, y a la otra mitad que escribiese una lista de aquellas preguntas de las que les hubiera gustado conocer las respues­ tas en el caso de tener que explicar el suceso; seguidamente se categorizaron las explicaciones y las peticiones de información. Lalljee y sus colaboradores compro­ baron que se producía una evidente correlación entre el número de explicaciones y el de preguntas correspondientes a cada categoría. Como ocurriera con la inves­ tigación realizada por GARLAND en 1975, las demandas de información sobre con­ senso, distinguibilidad o coherencia fueron por lo general escasas (estudios 1 y 2), información que se clasificó como menos importante que otras pr�guntas formu­ ladas (estudio 3). Una vez más, esta investigación puso en entredicho la importan­ cia de la información sobre consenso, distinguibilidad y coherencia, al tiempo que la variación en la búsqueda de información a lo largo de diversos -acontecimientos sugiere que las teorías basadas en el conocimiento previo del perceptor desempe­ ñan un papel en la explicación de los acontecimientos. Volveremos sobre este punto más adelante al tratar de las estructuras de conoci­ mientos. El hecho es que los escasos estudios existentes sobre adquisición de informa­ ción en relación con la atribución causal persisten en cuestionar la lógica causal implícita en el modelo de atribución por covariación, por lo cual retomamos aho­ ra los esquemas causales de Kelley, que suponen una aproximación más simple a la lógica de las atribuciones de sentido común.

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Segunda incursión en los esquemas causales Indudablemente, la persona madura posee ya un repertorio de ideas abstractas sobre la actuación e interacción de los factores causales, ideas que le ofrecen una solución a su necesidad de hacer análisis atributivos económicos y rápidos, suministrándole el mar­ co en el cual ir encajando trozos y piezas de información necesarios para el diseño de inferencias causales razonablemente aceptables (KELLEY, 1972a, pág. 152).

Kelley denominó estos conceptos esquemas causales, los cuales, si bien represen­ tan un paso más en una dirección menos lógica y más social, continúan siendo nociones muy abstractas y de escaso peso específico, sobre las relaciones formales entre causas y efectos. Es cierto que Kelley se refirió a ellas como a patrones acep­ tados de datos incluidos en el marco completo del análisis de la varianza, sugirien­ do que suministran a la gente nociones muy abstractas sobre suficiencia y necesi­ dad en las relaciones causales. En el capítulo 2 exponíamos estos esquemas y otras cuestiones críticas relacionadas con ellos. En esta sección nos centraremos en si los esquemas causales influyen en la percepción de covariación, y en si la noción de esquemas sin contenido es una base real para atribuciones de sentido común.

Esquemas causales y detección de la covariación El mismo Kelley planteó la cuestión de cómo las creencias causales apriorísti­ cas afectan a la entrada y procesamiento de una mayor información referida al pro­ blema atributivo (1973, pág. 1 19). Desde entonces, la cuestión ha sido abordada por diversos investigadores que han llegado a conclusiones en cierto modo diver­ gentes. N1sBETT y Ross (1980) destacaron que las teorías o expectativas apriorísticas po­ drían invalidar las pautas de covariación observadas. Se refirieron como ejemplo de ello a los trabajos de CHAPMAN y CHAPMAN (1969) sobre correlaciones ilusorias, llegando a la conclusión de que la covariación reseñada reflejaba mucho menos la auténtica covariación que ciertas teorías y preconceptos acerca de las asociacio­ nes que «deberían» existir. Observaron que pueden detectarse covariaciones autén­ ticas no esperadas, pero que se tiende a subestimarlas, y sólo se registran cuando la covariación en cuestión es muy acusada (véase también CROCKER, 198 1). AuDY y TABACHNIK (1984) opinaron que Nisbett y Ross habían exagerado su argumentación teórica, y que, de hecho, las valoraciones de covariación estaban influidas conjuntamente por expectativas y por datos. Estos autores pensaban que las personas expuestas a un conflicto entre convicciones generalizadas e informa­ ción situacional, normalmente hacen valoraciones de covariación distorsionada­ mente dirigidas a sus expectativas iniciales. Sin embargo, las pruebas refutatorias de convicciones pueden «empujar» valoraciones de covariación en dirección a la información situacional en curso, si ésta es suficientemente fuerte e importante;

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así, la fuerza relativa de ambas fuentes de información determina la tendencia di­ reccional y la precisión de la covariación percibida. Con especial referencia a la utilización de información de covariación en la atri­ bución causal, Alloy y Tabachnik destacaron que en el estudio de McAKrHUR ( 1972) y sus continuadores, se contrastaban informaciones situacionales relativamente fuer­ tes (consenso, distinguibilidad y coherencia) con expectativas previas presumible­ mente débiles. Un test más fiable de covariación versus configuración dejaría un margen a la influencia de las creencias propias del perceptor. En el supuesto de información consensual, KA$IN {1979) esbozó una útil distinción entre consenso implícito y explícito. El consenso implícito se referiría a convicciones acerca de lo que otros harían si se encontrasen presentes; el consenso explícito a aquella in­ formación relativa al modo en que realmente se comporta una muestra ajena con­ creta. La investigación ha puesto de manifiesto que las personas, algunas veces, ba­ san su consenso implícito en su propio comportamiento (como, por ejemplo, «el efecto de falso consenso»; RO$ y col., 1977b}, en características del actor-objeto (como las «expectativas basadas en el objetivo y la categoría»; joNES y McG1LLIS, 1976} o en la situación (LAY y col., 1973). Estas expectativas pueden ofrecer una base inicial para hacer atribuciones, «contaminando» así la manipulación del con­ senso explícito, consideración que apunta la necesidad de diferenciar entre ambas clases de consenso, puesto que �IN ( 1979} sostenía que donde el consenso explí­ cito discrepa de los conocimientos previos del perceptor, o es redundante, se tende­ rá a no usarlo. En realidad, el paradigma de McArthur, con su información empo­ brecida y su forma silogística, parece orientar a los sujetos hacia las relaciones lógicas entre información y causas posibles, de manera tal que se concede poco peso al consenso implícito. Incluso estando éste presente, solamente prevalece en ausencia del consenso explícito (HEwsroNE y }ASPARS, 1988; HnmN y KNIBBS, 1988}. En conclusión, ALWY y TABACHNIK {1984} discrepaban de N1sBETI y Ro$ {1980) en lo concerniente a la potencialidad de teorías preexistente�, e informaron de que la covariación en un suceso verdadero ejerce una influencia importante sobre los juicios de covariación en ausencia o en presencia de teorías, pero llegaron a la con­ clusión de que: Aparentemente, el proceso de atribuci6n causal no se basa ni puramente en datos, ni exclusivamente en las expectativas. Por el contrario, la teoría e investigaci6n del uso que hacen las personas de la informaci6n de covariaci6n en la atribuci6n causal indica que existe una interacci6n entre datos y expectativas por un lado, y preconceptos que sirven al sesgo o distorsionan el proceso presumiblemente más racional y basado en datos, por el otro {ALLOY y TABACHNIK, 1984, pág. 119).

El modelo ciendfico de atribución por covariación parece como mínimo poco realista para explicaciones de sentido común que conllevan algún contenido social, a menos que se den en un contexto de paradigmas experimentales sumamente arti­ ficiales. Esta investigación subraya la importancia de las «Creencias causales· aprio-

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rísticas», pero nos dice poco sobre la naturaleza de los esquemas causales: ¿deben entenderse realmente como conceptos abstractos, sin contenido, de relaciones de causa y efecto?

Esquemas causales: importancia del contenido Según KEl.LEY ( 1972a), el esquema ofrece un marco en el que el perceptor puede realizar ciertas operaciones y sus contrarias. Denomino a éstas implicaciones de los esquemas, lo que ocurre siempre que un perceptor realiza una inferencia con­ cerniente a la causa A basándose en informaci6n sobre el efecto y la causa B. REE­ DER y BREWER (1979) desarrollaron esta idea utilizando el término «esquemas de implicaci6n» para referirse a los conceptos previos de un perceptor sobre las cate­ gorías de comportamiento que se consideran probables, dados niveles variables de una disposición dada. En términos estrictos, elaboraron un modelo de atribución no causal sino dispositiva, pero hicieron su personal contribuci6n al cuestionar la opini6n de que los esquemas sean sin contenido, partiendo de la premisa de que las reglas de inferencia para una atribuci6n disposicional pueden variar a tenor de la naturaleza del atributo que se vaya a inferir. Destacaron tres clases principales de «esquemas de implicaci6n», referentes a las asunciones previas del perceptor sobre el alcance del comportamiento que se considera más probable que se produzca, dados diferentes niveles de disposici6n (muy amistoso, amistoso, muy inamistoso). El cesquema parcialmente restrictivo» proyecta la idea de que no es de esperar en una persona con una disposici6n muy acusada a un extremo de una dimensi6n de un rasgo, que se comporte de un modo típico del extremo opuesto de dicha dimensi6n; cuando tenemos informaci6n sobre el comportamiento extremadamente amistoso de una persona y dicha característica sigue el esquema parcialmente res­ trictivo, nunca esperaremos que esa persona manifieste un comportamiento extre­ madamente inamistoso; por el contrario, los comportamientos moderados son me­ nos informativos respecto de las disposiciones del actor, porque personas con una amplia variedad de estados dispositivos podrían comportarse de esta manera. El «esquema jerárquicamente restrictivo» sugiere, por el contrario, que no se restringe la gama de comportamientos en el extremo superior de una dimensión, pero sí en el extremo inferior. Según Reeder y Brewer, este esquema se pone de manifiesto en las atribuciones dispositivas que implican destreza o capacidad. Las personas muy capaces pueden experimentar una amplia gama de resultados según sean la motivaci6n y las exigencias de la tarea en cuesti6n, pero no es de esperar que personas con niveles bajos de capacidad funcionen en niveles por encima de sus aptitudes. Una informaci6n relativa al fracaso de una persona «lista» no invali­ da la atribución de capacidad («Hasta los listos se equivocan a veces»), pero, en cambio, no se espera que tenga éxito una persona «estúpida». La tercera clase, es decir, el «esquema totalmente restrictivo» implica una vincu­ laci6n bastante inflexible entre nivel dispositivo y gamas de posible comportamiento.

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Hace referencia a características en las que se juzga que algunas personas mantie­ nen niveles estables, pero otras no. Reeder y Brewer opinaban que disposiciones tales como preferencias, valores y estilos personales. pueden concebirse en función de este esquema, y así, es de esperar que las personas «pulcras» sean invariablemen­ te ordenadas. Reeder y Brewer pusieron en circulación estos esquemas implicativos para ex­ plicar las incongruencias de muchos trabajos sobre la atribución, pero también aportaron pruebas de que dimensiones tales como extraversión/introversión, inte­ ligente/estúpido, y hábil/inhábil funcionan de este modo (�1cK y REEDER, 1974; REEDER y FULKS, 1980; REEDER y col., 1977). Sus conclusiones nos previenen frente a todo tipo de reglas generalizadoras de inferencias supuestamente aplicables en todos los terrenos. Idéntica conclusión se obtiene de una serie dispersa de estudios sobre la impor­ tancia del contenido lingüístico en las atribuciones causales {véanse FIEDLER y SE­ MIN, 1988; HEwsroNE, 1983), en los cuales se demuestra que el lenguaje utilizado para describir un suceso, contiene frecuentemente atribuciones implícitas {KANou­ SE, 1972); observación que debemos a McA:trrHUR ( 1972), quien dio a conocer que los «logros» y las «acciones» se atribuyen primero a las personas, mientras que las «opiniones» y las «emociones» se atribuyen a estímulos, resultados sujetos a dos cualificaciones: ante todo, resulta esclarecedor comparar el porcentaje de varianza en la atribución causal explicada mediante categoría verbal en la condición de con­ trol {45 por ciento) y en condición experimental (1 por ciento) (los sujetos control recibieron únicamente una escueta relación -y ninguna información- sobre con­ senso, distinguibilidad o coherencia). Quiere decirse que determinados efectos mi­ crolingüísticos pueden tener su origen en un material estímulo muy menguado. Segundo, tales efectos -y no el verbo- pueden reflejar pautas diferentes de atribu­ ción del evento descrito {véanse G1wv1cH y REGAN, 1986). Más reciente y más convincentemente, BRoWN y F1sH ( 1983) propusieron que el lenguaje natural mismo lleva implícita una teoría de causalidad psicológica. Es­ tudiaron con interés frases como «Ted sirve a Paul» y «a Ted le agrada Paul», y también si los sujetos experimentales asignaban mayor peso causal al sujeto de la frase {Ted) o al objeto (Paul). Todos los verbos utilizados en la investigación (alre­ dedor de 60) constituyeron la base de los adjetivos derivados, como servir/servi­ cial, agradar/agradable, etc. Así, una respuesta mínima a la pregunta de por qué «Ted sirve a Pauli., o por qué «a Ted le agrada Paul», puede darse con los correspon­ dientes adjetivos derivados: porque Ted es servicial y porque Paul es agradable. En realidad, ambos ilustran una diferencia importante entre dos clases de adjetivos; servicial se atribuye a Ted, el sujeto de la frase, lo cual ya nos sugiere una diferente atribución causal implícita en cada caso, de lo que Brown y Fish aportaron prue­ bas detalladas, afirmando que verbos como «Servir» activan un «esquema agente­ paciente» (si S sirve a O, S es el agente y O el paciente), mientras que verbos como «agradar» activan un cesquema estímulo-experimentado» {si a S le agrada O, O es el estímulo y S el experimentador). El agente en el primer esquema y el paciente

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eil el segundo se perciben normalmente como orígenes causales del comportamiento. Es difícil hacer justicia al complejo artículo de Brown y Fish en un simple resu­ men, pero lo esencial queda reflejado en su propia expresi6n de que clos adultos de lengua inglesa piensan que la causalidad en tales interacciones interpersonales está desigualmente repartida entre los interactuantes• (pág. 270). Su investigaci6n merece, por supuesto, idénticas calificaciones que la de McArthur: si se suministra a los sujetos s6lo una mínima cantidad de material lingüístico, los factores lingüís­ ticos probablemente sean: importantes. En cualquier caso, la generalidad de sus ha­ llazgos básicos con gran número de verbos, así como sus estudios, que introducen diversos métodos, resultan impresionantes (véanse F1EDI.Ell, 1978; FIEDLER. y SntIN, 1988; GARVEY y CARAMAZZA, 197 4; VAN KLEEcK y col., 1988: comparar con Au, 1986). FIEDLER y SEMIN {1988) han examinado algunas explicaciones te6ricas con­ trapuestas del fen6meno de causalidad implícita, demostrando que los verbos in­ terpersonales que propician atribuciones causales opuestas se caracterizan por dife­ rencias sistemáticas en el contexto comportamental que implican (es decir, inferencias sobre las condiciones previas y las consecuencias del comportamien­ to). Como señalan estos dos autores, quienes utilizan competentemente el lengua­ je, ignoran por lo general los conocimientos que implícitamente sugiere su elec­ ci6n de distintos verbos, circunstancia que puede propiciar malentendidos y conflictos interpersonales (véase cap. 5). Es difícil negar la causalidad implícita en el lenguaje. De un modo más general, tanto el impacto de los esquemas causales sobre la covariaci6n percibida, como la evidencia de que el contenido tiene ciertamente un impacto sobre la inferencia causal, sugieren la necesidad en los estudios de atribuci6n causal de un plantea­ miento de los esquemas más orientado hacia el contenido. Habida cuenta de que muchos estudios atributivos se supeditan a materiales lingüísticos de «papel y lá­ piz», la atenci6n que actualmente se presta a los factores lingüísticos viene con no­ table retraso.

Resumen Las investigaciones examinadas en la primera parte de este capítulo demuestran, en el mejor de los casos, que los sujetos pueden utilizar informaci6n de consenso, distinguibilidad y coherencia para inferir causalidad en circunstancias que les ofrez­ can informaci6n de covariaci6n y poco más, lo suficiente para impulsarles a com­ portarse casi 16gicamente. Actualmente, se comprende mejor c6mo los sujetos pro­ cesán la informaci6n, gracias a modelos más complejos de c6mo las inferencias específicamente causales están vinculadas a pautas específicas de informaci6n. Pese a todos estos progresos, la investigaci6n sobre detecci6n de la covariaci6n y bús­ queda de informaci6n despierta serias dudas acerca de que la atribuci6n de sentido común actúe de modo parecido fuera del laboratorio. Estas dudas sobre la posi­ ci6n nuclear de la covariaci6n aumentan ante las pruebas de que la percepci6n de

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covariación basada en datos interacciona con las expectativas. Finalmente, puede ponerse en tela de juicio el tratamiento que se da a tales expectativas considerándo­ las relaciones abstractas entre causa y efecto, que permanecerían invariables sea cual sea el contenido. Estas ramas investigativas, aunque muy influidas por las aporta­ ciones de K.elley a la teoría de la atribución, apuntan dos nuevas direcciones inspi­ radas en los trabajos de NISBETr y Ross (1980) sobre el científico intuitivo. La pri­ mera consiste en un análisis más detallado de los procesos cognitivos y de las «heurísticas enjuiciadoras» implícitos en las formas menos sofisticadas de atribu­ ción causal. La segunda consiste en un estudio más pormenorizado de las «estruc­ turas de conocimientos» utilizadas en la atribución de sentido común. En lo que queda de capítulo transitaremos por estas dos vías. Procesos cognitivos

Como hemos mostrado en la primera parte de este capítulo, el modelo kellei­ niano del profano como científico ingenuo contempla a la gente como si fuese aceptablemente racional en su indagación de las causas del comportamiento. F1s.KE y TAYLOll (1984) nos advirtieron de que estábamos ante una estrategia teórica dise­ ñada con intención de adentrarse hasta donde sea posible en la perspectiva racio­ nal de las personas, y de descubrir los puntos flacos del proceso de atribución por sentido común. Sin embargo, según TAYLOR (1981, 1982; F1s.KE y TAYLOR, 1984), la inadecuación demostrable del modelo de científico ingenuo motivó su sustitu­ ción por una nueva metateoría que abre un planteamiento socialmente cognitivo (la persona como cavara cognitivo•, congitivo miser), con la pretensión de descri­ bir lo que realmente hacen los perceptores, en lugar de prescribir lo que deberían hacer. Su idea central es considerar a las personas como procesadores de informa­ ción con capacidad limitada, aptas únicamente para manejar una cantidad reduci­ da de información a un mismo tiempo. Habida cuenta de estas limitaciones, la gente usa atajos y adopta estrategias para simplificar los problemas de juicio, deci­ sión y atribución. Estos atajos y estrategias, a los que generalmente se hace referencia como heurís­ ticos (TvERSKY y KAHNEMAN, 1974), procuran soluciones rápidas y bastante adecua­ das en lugar de soluciones lentas y normativamente correctas. En pocas palabras, con su procesamiento de información, las personas «Satisfacen» pero no «optimi­ zan»» (MARCH y SIMON, 1958). En esta parte del capítulo plantearemos los intentos de forzar a la teoría de la atribución a seguir una dirección más cognitiva mediante la formulación de teo­ rías y métodos basados en la psicología cognitiva. Como indicara HANSEN ( 1985), cuestiones tales como la importancia relativa del consenso, de la distinguibilidad y de la coherencia parecen superficiales y esotéricas a la luz de la cognición social, incluso susceptibles de soluciones formales. Si ha de existir un planteamiento in­ terpersonal útil de la atribución, tendrá que centrarse en el procesamiento de infor-

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maci6n causal y adoptar un modelo atributivo compaginable con la teoría ya exis­ tente en el ámbito de la cognici6n social. Heurísticos enjuiciadores FISCHHOFF (1976) fue el primero en referirse al enriquecedor matrimonio (en­ tonces posible) entre la teoría de la atribuci6n (que trata del modo en que se expli­ can los acontecimientos) y «el juicio en la incertidumbre» (que trata de las inferen­ cias predictivas sobre acontecimientos no conocidos). Fischhoff contrast6 explícitamente el modelo kelleiniano del atribuidor profano como científico in. tuitivo con las dudas de Swv1c y LICHTENSTEIN (1971} sobre la posibilidad de que las personas sean estadísticos intuitivos. Sin embargo no debemos restar méritos a L. Ross (1977) ni a N1sBETI y Ross (1980), por llamar la atenci6n de los psic6lo­ gos sobre la rica veta investigadora abierta por KAHNEMAN y TvERSKY (1972, 1973; TvERSK.Y y KAHNEMAN, 1971, 1973, 1974) y sobre sus implicaciones para la psicolo­ gía social. Su aportaci6n se centra en tres heurísticos que rigen la predicci6n y el juicio intuitivos: la representatividad, el ajuste/anclaje y la disponibilidad. Nos ocu­ paremos de ellas en este mismo orden para destacar así el nexo más notable entre investigaci6n heurística y atribuci6n causal: el impacto de la informaci6n princi­ pal sobre las atribuciones, a través del heurístico de disponibilidad.

Representatividad Según el heurístico de representatividad, se asignará un objeto, y no otro, a una categoría conceptual en virtud de hasta qué punto sus principales características representen, o se asemejen a una categoría más que a otra. NISBETI' y Ross (1980, cap. 6) identificaron dos modos diferenciados en que el heurístico de representati­ vidad subyace al análisis causal. En primer lugar, las personas pueden buscar cau­ sas cuyas características coincidan con las del efecto, estrategia que ha sido denomi­ nada «criterio de semejanza», o bien búsqueda de causas que se asemejen al efecto. En segundo lugar, las personas pueden poseer un modelo causal para los efectos del tipo general que tratan de explicar, aplicando entonces una «teoría causal» al caso que se les presente; es decir, buscar un factor causal que se asemeje al tipo general especificado en el modelo. Nisbett y Ross expusieron algunas anécdotas muy expresivas y varios relatos explicativos post hoc del trabajo anterior, para ilustrar el heurístico de representati­ vidad en la atribuci6n causal. Además, existen pruebas de que tanto los niños como los adultos asumen que la naturaleza de una causa frecuentemente comporta cierta semejanza con la naturaleza de sus efectos (REGAN y col., 1974; SHULTZ y RAvINSK.Y, 1977), heurístico que conduce a atribuciones causales erróneas en la medida en que las causas verdaderas no coincidan con los efectos. Como señalaron EINHORN

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y HocARTH (1986), la teoría de Pasteur sobre los gérmenes y las enfermedades tuvo que parecer en su momento algo inverosímil a todo el que aplicara un criterio sim­ plista de similitudes.

Ajuste/anclaje En muchas clases de juicios, hay que empezar con algún valor inicial e ir ajus­ tándolo a la luz de las pruebas subsiguientes antes de pronunciar un veredicto fi­ nal. Como hicieron notar TvERSKY y KAHNEMAN {1974), se produce un fallo gene­ ralizado al hacer ajustes necesarios de los juicios iniciales, pues los seres humanos son bastante «conservadores» a la hora de integrar, e incluso intentar integrar, nue­ vas informaciones. Jones utiliz6 este heurístico para explicar post hoc el fen6meno de la csobreatribución», o error fundamental de atribuci6n. En su opinión, los perceptores comienzan con la hip6tesis de que el comportamiento refleja una dis­ posici6n correspondiente, y no la corrigen suficientemente a partir de otras expli­ caciones personales y situacionales del mismo.

Disponibilidad El heurístico de disponibilidad se refiere por lo general a la tendencia a juzgar los acontecimientos como frecuente, probable o causalmente eficaces, siempre que estén rápidamente disponibles en la memoria, lo que constituye un heurístico fali­ ble, ya que la disponibilidad memorística está determinada por muchos otros fac­ tores, a veces absolutamente arbitrarios. N1sBETI y Ross (1980) usaron la disponi­ bilidad para explicar tanto el error fundamental de atribución como las diferencias actor-observador (los actores son una explicación fácilmente disponible y percep­ tualmente pr6ximos a la acci6n). Este heurístico ha suministrado también el pun­ to de partida a toda una serie de estudios sobre la tendencia a asignar a los agentes causales visualmente importantes un mayor papel causal que a los agentes visual­ mente no importantes (véase más adelante). Estos heurísticos enjuiciadores han generado gran cantidad de investigación en el terreno de la psicología cognitiva y social, y por otra parte, la utilizaci6n que hace el profano de estos atajos automáticos, no reflexivos, en sustitución de mode­ los complicados, denota un buen sentido intuitivo. No obstante, con referencia a la atribución causal, los dos primeros heurísticos se han utilizado como explica­ ciones post hoc, planteamiento heurístico en absoluto carente de problemas. Como indicaron tanto HAsnE (1985) como SHERMAN y CoIO'Y (1984), facilitan una com­ prensi6n general del juicio humano, pero son demasiado imprecisos y dificultosos a la hora de hacer comprobaciones rigurosas. Concretamente, es frecuente que no quede suficientemente claro qué heurístico haya podido usarse, o bien en qué con­ diciones se prevé su uso. Solamente el heurístico de disponibilidad ha generado

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hip6tesis atributivas realmente verificables, labor que ha estado siempre estrecha­ mente ligada al tema de la· prominencia. Prominencia (Salience) Anteriormente destacábamos una atrayente alternativa al proceso científico de atribuci6n, concretamente el hecho de que en numerosas ocasiones los percepto­ res puedan buscar una explicación «Única, suficiente y prominente» al comporta­ miento QoNES y DAVIS, 1965; KANOUSE, 1972), lo que supone un retorno de la in­ vestigación atributiva a sus orígenes, en los que tanto Hm>Ell (1944) como MlcHorn: (1946) demostraron que la percepci6n de causalidad está muy influida por los estí­ mulos prominentes. Estos elementos destacados han sido descritos como poseedores de una cuali­ dad guestáltica de «figura sobre el fondo» (figure against ground). La prominencia se ha usado como sinónimo de la «disponibilidad» de TvERSKY y KAHNEMAN (1974) para sugerir algún factor literalmente destacado en el campo visual del perceptor, o bien fácilmente recuperable de la memoria. En esta sección hacemos una revi­ si6n crítica de las investigaciones más relevantes dentro y fuera del marco ANOVA, comparando seguidamente las posiciones te6ricas expuestas para tratar así de expli­ car por qué las características prominentes influyen en los juicios de causalidad. Valiéndose del paradigma experimental de McA1mma {1972), PRYOR y KRI� (1977) manipularon las posiciones relativas del objeto y de la persona en frases sim­ ples («A John le gusta el coche» versus «El coche es gustado por John•), compro­ bando efectos de este orden sobre la disponibilidad de información en la memoria. Encontraron que en la memoria destacaban más los elementos prominentes que los no prominentes según mostraban las respuestas de recuperaci6n de la informa­ ción en mayor o menor tiempo (experimento 1) así como que los elementos eran recibidos como más causales (experimento 2). Pryer y K.riss propusieron que la prominencia de un elemento afecta a su disponibilidad en la memoria, la cual, a su vez, media en las atribuciones hechas a ese mismo elemento. Sin embargo, cuando se efectuaron separadamente las mediciones de recuerdo y de atribución, el experi­ mento no alcanz6 a establecer la disponibilidad como proceso mediador. FERGUSON y WELLS (1980) informaron de otro estudio realizado en el marco ANOVA, en que manipularon la accesibilidad cognitiva del consenso, de la distin­ guibilidad y de la coherencia, midiendo los tiempos de respuesta en las atribucio­ nes subsiguientes. Se operativiz6 la accesibilidad pidiendo respectivamente a los observadores de una entrevista grabada en vídeo que recordasen informaci6n di­ rectamente relacionada con el consenso, la distinguibilidad o la coherencia, o bien informaci6n que no lo estuviera. Los sujetos a los que se pedía información relati­ va a la atribuci6n reaccionaron casi tres veces más rápidamente que los sujetos a los que se pedía informaci6n no relacionada con ella, no viéndose afectadas las atribuciones de los sujetos por el tipo de informaci6n solicitada. Según Ferguson

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y Wells, todos los sujetos utilizaron informaci6n de consenso, distinguibilidad y coherencia de manera tal que las atribuciones no se vieron afectadas, pero que res­ pondieron más rápidamente los sujetos a los que se pedía informaci6n relativa al consenso, la distinguibilidad y la coherencia. Estos resultados avalan la conclusi6n general de que los elementos prominentes tienden a influir en la atribuci6n, o, como mínimo, en el tiempo de procesamiento atributivo. Plantean por otro lado el pro­ blema terminol6gico de «accesibilidad» (TuLVING y PEAIU.STONE, 1966) versus «dis­ ponibilidad» (TvEllSitY y KAHNEMAN, 1973). Según H1GGINS y BARGH (1987) la dis­ ponibilidad de conocimientos hace referencia a aquellos conocimientos almacenados en la memoria y susceptibles de ser utilizados, mientras que la accesibilidad de los conocimientos se refiere a la rapidez en el uso de dichos conocimientos. Opinan que, aunque se utilice mucho más en la actualidad el primero de estos términos, la utilizaci6n que hacen Tversky y Kahneman del término «disponibilidad» queda mucho más pr6xima al de accesibilidad. La investigaci6n atributiva de la prominencia no ha quedado restringida al pa­ radigma de McArthur. TAYLOR y F1sn: (1978) examinaron algunas pruebas de los efectos ejercidos por la prominencia atributiva en un contexto menos artificial. Denominaron fen6menos «de palmada en la frente» (top of the head) a las atribu­ ciones basadas en la prominencia, porque a) presentan un trasfondo de escasa refle­ xi6n, b) son respuestas a lo primero que le viene al perceptor a la mente, c) éste pierde poco tiempo en enjuiciar, y d) recoge poca o ninguna informaci6n que tras­ cienda la situaci6n inmediata. El argumento global de Taylor y Fiske consiste en que es el punto de vista, o la atenci6n, lo que determina qué informaci6n es pro­ minente, informaci6n perceptualmente destacada que se hiperrepresenta en las ex­ plicaciones causales subsiguientes. Para aquellos perceptores que observan una in­ teracci6n entre otros dos, el actor que llene todo el campo visual resultará más causal (1975; véase joNES y NISBETI, 1972),6 pero para aquellos perceptores que ob­ servan la interacci6n en un grupo reducido, una persona «solal' (blanca, negra, hom­ bre, mujer) del grupo, homogéneo por lo demás (en etnia y género) result6 desta­ cada, percibiéndosele también como desproporcionadamente causal en la actuaci6n del grupo (TAYLOR y col., 1978). La etnia o el sexo en la persona «sola» es la base de su distinguibilidad, atributo por otra parte muy asequible como explicaci6n del comportamiento del «solo». Los estudios sobre prominencia pronostican que los observadores atribuyen la causa a la situaci6n en la medida en que ésta es prominente, y a la disposici6n de un actor si esta última es la destacada. En estudios realizados por McAKIHUB. y 6. La mayoría de los trabajos de Taylor y Fiske implicaban manipulaciones de la prominencia en

una interacción interpersonal. Incluimos estos trabajos en el Nivel 1 no en el 11 porque se centraban

primordialmente en el procesamiento de informaci6n atributiva, no en la atribución en interacciones sociales. • «Solo• en inglés se aplica generalmente a la música (ejemplo, un solo de violín). Como adjetivo suele traducirse por «a solas•, «en solitario •. Aqu{ se refiere a la posesi6n de alguna característica dife. renciativa, es decir, que «Únicamente» posee una unidad del conjunto, por lo demás homogéneo. rr.1

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PosT (1977), se hacía destacar a una persona-estímulo sentándola en un lugar muy iluminado o en una mecedora. En sus estudios 1-3 se contemplaba menos situacio­ nalmente al actor prominente que al no prominente, y sin embargo, el comporta­ miento de una persona original se contemplaba más situacionalmente que el de una persona no original, lo que resulta incongruente con el efecto csolo» de TAY­ IDR y colaboradores (1978). Este autor y F1sn: (1978) vieron la necesidad de consi­ derar tanto la prominencia de los antecedentes del actor como su propio compor­ tamiento. En términos generales, la causalic4d es atribuible a disposiciones siempre que se centre la atenci6n sobre un actor, y a factores situacionales cuando la situa­ ci6n es prominente, aunque las distintas manipulaciones y las diferentes medicio­ nes que se utilizaron en estas investigaciones no predisponen a conclusiones tajantes. Como ocurre con los otros dos heurísticos, en la investigaci6n atributiva las pruebas de utilizaci6n del heurístico de disponibilidad han sido a menudo inferen­ ciales. Según TAYIDR (1982), existen como mínimo tres razones para esta impreci­ si6n: a) los estudios no se planearon con vistas a examinar la disponibilidad per se, b) las mediciones de disponibilidad diferían en los distintos estudios, utilizán­ dose unas veces la velocidad de recuperaci6n de informaci6n (PRYOR y Kiuss, 1977) y otras el volumen de informaci6n recordada (Ross y S1cOLY, 1979), c) la utiliza­ ci6n del término disponibilidad conlleva siempre una cierta ambigüedad concep­ tual, raz6n por la que habría que estudiar más detenidamente el modo -si existe alguno- en que el heurístico de disponibilidad influye en la atribuci6n; son los modelos procesuales de atribuci6n los que en última instancia han puesto en evi: dencia de manera explícita estos fallos investigativos. Modelos procesuales En los últimos diez años, poco más o menos, los psic6logos sociales han segui­ do una multiplicidad de sofisticadas vías para examinar el proceso atributivo, to­ das ellas, en realidad, intentos de evadir un grave problema metodol6gico, concre­ tamente el hecho de que nunca podamos saber directamente lo que ocurre en las cabezas de nuestros objetos experimentales (TAYIDR y F1sn:, 1981). Como ya ad­ vertíamos al principio del presente capítulo, los psic6logos sociales, basándose. en la psicología cognitiva, han comenzado a aplicar mediciones tales como la aten­ ci6n visual, la búsqueda de informaci6n y los tiempos de memorizaci6n y respues­ ta. Todavía más ambiciosos resultan los intentos de utilizar estas mediciones para construir modelos procesuales. Un modelo procesual es sencillamente una descrip­ ci6n de todo lo que ocurre en la cabeza del sujeto desde el principio al fin de un trabajo experimental. Es la manifestaci6n de las supuestas fases del procesamiento de informaci6n, tales como codificaci6n, almacenaje, recuperaci6n, rememoraci6n y atribuci6n. La finalidad de todo análisis procesual es lograr precisi6n metodol6gica en la especificaci6n de las fases del procesamiento de informaci6n social, así como saber en cuál de ellas se produce un determinado efecto. A continuaci6n, exponemos dos modelos procesuales de atribuci6n basada en la prominencia.

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SMITH y M1LLER ( 1979b) investigaron la prominencia en el contexto del paradig­ ma de McAIITHUR (1972}, realizando la misma manipulaci6n del orden de la frase que hicieran PRYOll y Kiuss ( 1977). Midieron atribuciones y rememoraciones en condiciones de reflexi6n «amplia», «moderada» y «escasa». Contrariamente a lo previsto, la cantidad de reflexión utilizada por el atribuidor no disminuyó el efecto de la prominencia, por lo que llegaron a la conclusión de que los efectos de la pro­ minencia no son simplemente cuestión de hacer atribuciones irreflexivas (es decir, fen6menos de «palmada en la frente») sino que se vinculan a dichos procesos cog­ nitivos como la forma en que es percibida y codificada inicialmente la frase-estímulo. Algunas pistas sobre el procesamiento de estas atribuciones provenían del hecho de que la prominencia afecte tanto a la atribución como a los resultados de recuer­ do, y de las correlaciones parciales significativas entre las proporciones de frases rememoradas «object first» (en pasiva; con el objeto en primer lugar} y atribuidas al objeto (correlaciones que calculadas para controlar las diferencias en prominen­ cia en información y en condiciones experimentales, resultaron muy pequeñas). Un segundo experimento mostró que el efecto de la prominencia sobre la atri­ bución es notoriamente más acusado después de una dilación que antes de ella. Estos hallazgos hicieron pensar a los autores que las atribuciones se realizan del mismo modo en que se almacena la información en la memoria, es decir, que el proceso atributivo y la rememoraci6n actúan a partir de una única representaci6n interna y codificada de la frase-estímulo, a la que los sujetos se remiten al respon­ der a las preguntas formuladas por el experimentador. Desde esta perspectiva, el procesamiento atributivo, o la inferencia de causa, es intrínseco a la comprensión de frases, y, por tanto, se mantiene durante todo el tiempo (véase KlN1'sc:H, 1974). F1sn y sus colaboradores ( 1982} pusieron en tela de juicio este enfoque de la prominencia al afirmar que las «pruebas» de la codificación simultánea eran indi­ rectas. En el primer estudio de Smith y Miller, como ya dijimos, sólo existía una pequeña relación entre recuerdo y atribución; en su segundo estudio, las relacio­ nes obtenidas no sólo eran pequeñas sino en dirección opuesta a las previsiones teóricas. Fiske y sus colaboradores concluyeron que tales efectos no denotan una relación integral entre recuerdo· y atribución. Su propia investigación apuntaba a un modelo procesual completamente diferente. Identificardn dos nexos en el proceso de la prominencia a la atribución. En pri­ mer lugar, los estÍmulos prominentes atraerían la atenci6n, predicci6n a cuyo fa­ vor citaron pruebas consistentes (F1sn, 1980; LANGER y col., 1976). En segundo lugar, los estímulos que atrayesen la atención tendrían un fuerte impacto sobre la atribuci6n vía procesos de rememoraci6n y codificación diferencial. Con todo, las relaciones entre recuerdo y atribución parecen bastante equívocas: comoquiera que el volumen total de rememoración no siempre covaría con la atención diferencial, la rememoración quizá no sea un intermediario indispensable en la atribución. La proposición de Fiske y sus colaboradores consistía en que los efectos de la pro­ minencia sobre la atribución podrían verse mediatizados específicamente por la rememoración visual más que por la verbal -y lo que es aún más específico- por

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la rememoraci6n visual de la informaci6n que el perceptor juzga como causalmen­ te relevante (o «representativa»); hip6tesis que pusieron a prueba haciendo que los sujetos viesen un vídeo de dos personas (a una de las cuales se la convirtió en pro­ minente indicando a los sujetos que la sometiesen a observaci6n), y a los que segui­ damente se les realiz6 una serie de mediciones atributivas y de recuerdo. Aplicando técnicas de modelado estructural en su primer experimento, Fiske y sus colaboradores obtuvieron s6lo débiles pruebas a favor de la hipótesis de me­ diaci6n del recuerdo. Aunque existía una significativa trayectoria causal desde la atenci6n al recuerdo visual, la trayectoria causal mediadora entre el recuerdo vi­ sual y la atribución no result6 significativa. En el segundo experimento, se pidi6 a los sujetos que indicasen hasta qué extremo los puntos que recordaban contri­ buían a sus valoraciones causales (positivamente, negativamente, o nada en absolu­ to). Su modelo estructural mostr6 una vez más algunos efectos de la atención so­ bre la rememoración, pero ningún efecto mediador significativo. El único efecto digno de mención sobre la atribuci6n causal consistió en una trayectoria directa desde la atención. Este modelo con trayectorias mediadoras resultó incluso supe­ rior al modelo de trayectoria no mediadora desde la atenci6n a la atribuci6n, lo que llevó a Fiske y sus colaboradores a concluir que tenían «pruebas sólidas de que existe un modelo mediador en los efectos de la prominencia (pág. 121 ), conclusión no avalada por los datos, que no demuestran convincentemente que los efectos de la prominencia sobre la atribución estén mediatizados por el recuerdo. Los pobres resultados expuestos por SMITH y M1u.ER (1979b) y por F1s:u: y sus colaboradores ( 1982) en sus respectivos intentos por vincular rememoraci6n y atribución pueden entenderse en función de la diferenciación que hacen liAsTIE y PARK ( 1986) entre juicios sociales cbasados en la memoria» y con [in.e. (con línea, en directo) advir­ tiendo que los estudios empíricos no habían revelado ninguna relación simple en­ tre memoria y juicio (incluidos los estudios de atribuci6n causal), y afirmando: a) que únicamente pueden pronosticarse relaciones directas entre memoria y jui­ cio en aquellas tareas memorísticas en las que los sujetos dependen para hacer un juicio de la recuperación de pruebas relativamente concretas con base en la memo­ ria a largo plazo, b) que ninguna relación de esta clase sería pronosticable en tareas on line más comunes, en las que un sujeto forma -y a veces revisa- el juicio a medida que va encontrando informaci6n. Como señalaron Hastie y Park, es probable que muchas condiciones instiguen juicios lineales basados en la percepci6n, y que los sujetos emitan juicios on line cuando crean probable que en un momento posterior se les pregunte al respecto. Desconociendo las expectativas de los sujetos participantes en los experimentos de Smith y Miller, es imposible saber si hacen atribuciones causales espontáneas o si las generan on line porque prevén preguntas causales. Dado el débil nexo existen­ te entre recuerdo y atribuci6n, parece razonable pensar que la causalidad se enjui­ ció on line, es decir, en la fase de codificaci6n, lo que no significa que las atribucio­ nes causales se hagan siempre automáticamente, asunto sobre el que volveremos al final del capítulo.

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Los muy diferentes modelos puestos en circulación por Smith y Miller por un lado, y Fiske y sus colaboradores por otro, nos llevan a preguntarnos si los mode­ los procesuales alcanzan realmente precisión metodológica. Ciertamente, y como reconocen estos últimos autores, algunas diferencias quizá se deban a las importan­ tes diferencias entre experimentos. Con materiales escritos como los de McArthur quizá se infiera la causalidad al codificar, pero Fiske y sus colaboradores dudaban de que, en conversaciones en vivo, la gente codifique invariablemente la causalidad como requisito previo a la comprensión de las observaciones en curso. Al margen de estas modalidades de efectos, el valor otorgado a modelos tan diferentes pone de manifiesto algunos peligros de los análisis (de procesos) cognitivos (véanse F1su y TAYI.OR, 1984, cap. 10; TAYLOR y F1su, 1981). En primer lugar, es posible especi­ ficar una cierta cantidad de modelos procesuales en diferentes niveles y para un único fenómeno; también puede variar el modelo procesual dependiendo de facto­ res relativamente menores. Por esta razón, mediciones como la del tiempo de res­ puesta encuentran mejor aplicación en la eliminación de modelos alternativos que en el afianzamiento de uno concreto. En segundo lugar, el intento de medir el pro­ ceso cognitivo interfiere, por definición, en el pensamiento normal; y mediciones como las de tiempo de respuesta pueden no ser indicativas de la utilización nor­ mal, fuera del laboratorio, de la información. En tercer lugar -y como consecuen­ cia- puede producirse una transacción entre precisión de las mediciones y genera­ lidad de los resultados. Como observaron Taylor y Fiske, «muchas técnicas de medición de procesos cognitivos son más precisas y se llegan a entender más exac­ tamente que los mismos procesos sociales que uno intenta comprobar» (1981, pág. 508). Resumen Las investigaciones estudiadas en esta sección suponen una aproximación váli­ da y diferenciada a la atribución causal. Con su base teórica en los heurísticos en­ juiciadores y el nuevo empuje metodológico que suponen los modelos procesua­ les, el tema de la prominencia ha fascinado y ha provocado perplejidades. Por un lado, son evidentes los efectos de la prominencia en la atribución en un amplio abanico de circunstancias y estímulos (ARKIN y DuvAL, 1975; DuvAL y DuvAL, 1983; DuvAL y W1cKWND, 1973; TAYLOR y F1su, 1978). Los fallidos intentos por fijarles unas condiciones-límite, haciendo uso de la distracción, activación general, y des­ pertando el interés por el evento que se debe explicar, son pruebas de que tales efectos son sólidos y generalizables (véase TAYl.OR y col., 1979). Por otro lado, estas intensas manipulaciones en experimentos relativamente artificiales no pueden ge­ neralizarse a contextos atributivos más reales. Esta área representa ante todo un intento pormenorizado de explorar descriptivamente el proceso cognitivo de atri­ bución restándole así interés al modelo científico de anteriores investigaciones. En cualquier caso, sus hallazgos no tienen la coherencia ni la capacidad de convenci­ miento propias de un modelo general de proceso atributivo.

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Estructuras de conocimiento

En una conocida frase, BRUNER {1957a) se refiri6 a la tendencia de los percepto­ res sociales.a «ir más allá de la informaci6n dada». Un aspecto central de la percep­ ci6n social, según este autor, es el hecho de que la gente asimila lo que observa a estructuras cognitivas preexistentes; estructuras que hemos visto ya en este y an­ teriores capítulos materializadas en los esquemas causales de KELLEY (1972a), pues aunque éste las considerara estructuras abstractas, formales y sin contenidos, tam­ bién era consciente de la necesidad de un planteamiento basado más en los conoci­ mientos, advirtiendo que «los psic6logos sociales deben ocuparse de la sustancia concreta y del contenido del pensamiento y no simplemente de su forma» (1973, pág. 119). En esta parte del capítulo examinaremos los intentos de afrontar el co­ nocimiento social, empezando por la noci6n general de esquemas cognitivos, con­ trastándola con los específicamente causales. En la segunda secci6n examinamos en detalle los intentos más prometedores de desarrollar una aproximaci6n a la atri­ buci6n causal a partir de las estructuras de conocimiento, que trate de explicacio­ nes concretas sobre acciones específicas en terrenos específicos.

Esquemas cognitivos

Aunque el término esquema tenga ya una historia relativamente larga en psico­ logía (BAm.En; 1932; HEAo, 1920; PIAGE'l; 1958; véanse BREWER y NAKAMURA, 1984; GRAUMANN y SoMMER, 1984), s6lo recientemente ha adquirido relieve en la psico­ logía social (HASTIE, 198 1; F1sKE y TAYLOR, 1984; TAYLOR y CROCKER, 198 1), donde es la piedra angular de la cognici6n social: Nuestro conocimiento del mundo social está representado en estructuras cognitivas denominadas esquemas. Un esquema es una estructura de conocimiento abstracta o ge­ nérica, almacenada en la memoria, que especifica las caracterÍSticas definitorias y los atri­ butos más relevantes del campo de acción de algunos estímulos, así como las interrela­ ciones entre dichos atributos ( CROCK.ER y col., 1984; pág. 197).

Al acumular conocimientos sobre personas y situaciones de forma general, los perceptores sociales pueden comprender el sentido de informaci6n nueva conec­ tándola con sus conocimientos previos. Como señalaron F1sKE y TAYLOR (1984), el concepto esquema refleja una preocupación por los procesos cognitivos «desde arriba», «conceptualmente fundamentados» o «regidos por la teoría», centráncJose en el modo en que las teorías y conceptos previos de las personas influyen en su visión y tratamiento de nueva información. Por el contrario, los procesos cogniti­ vos «desde abajo», o «regidos por los datos», implican que son estos mismos datos los que conforman las citadas teorías de las personas. Fiske y Taylor destacaron la influencia de los esquemas en tres clases de procesamiento de la información

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social: percepción de nueva información, memoria de la antigua, e inferencia que trasciende a ambas. A este respecto, WYER {198 1) destacó dos importantes conse­ cuencias de carácter general del procesamiento esquemático de la información ex­ puesta: 1. Pueden pasar inadvertidas ciertas características de la información original que no quedaron codificadas en función del esquema concreto aplicado. 2. Pueden añadirse características no especificadas en la información original, pero sí contenidas en el esquema utilizado para su codificación. El ajuste de un esquema determinado usado para -por ejemplo- interpretar información ambigua, aumenta en proporción al número de veces que se haya apli­ cado anteriormente; ajuste que disminuye en proporción a la duración del interva­ lo entre la anterior aplicación del esquema y la presentación de nueva información integrable (SRULL y WYER, 1979; WYER y SRULL, 198 1). Aunque el enfoque actual, y ciertamente la inmensa mayoría de las investiga­ ciones, se centren en los aspectos cognitivos de los esquemas, éstos aparecen tam­ bién ligados a la afectividad. F1sKE ( 1982) aportó pruebas de que los sentimientos quedan almacenados con los esquemas y se ponen de manifiesto adaptando un caso (persona o acontecimiento) a uno de éstos, cuestión que no abordaremos aquí, en­ tre otras razones porque en la atribución causal la preocupación por los esquemas ha sido puramente cognitiva. Aunque se haya dicho que todos funcionan del modo simplificado que acaba­ mos de describir, es útil diferenciar los distintos tipos de esquemas introducidos por la taxonomía de F1sKE y TAYI.OR (1984): esquemas de persona, de uno mismo, de rol, de sucesos y sin contenido o bien esquemas procesuales (véanse HAsTIE, 1981, y WYER, 1981, para taxonomías sensiblemente diferentes). Sin embargo, sola­ mente dos de ellos han tenido un impacto real en lo escrito sobre atribución: los esquemas sin contenido o procesuales (Kelley, 1972a) -de los que ya hemos hablado-, y también los esquemas de sucesos, que aparecen muy perfilados en el contexto del planteamiento atributivo basado en las «estructuras de conocimien­ to», en el que constituyen tal vez el constructo teórico central. Atribución causal basada en los conocimientos El planteamiento «estructuras de conocimientos»

Aun cuando la noción de esquema haya situado a la investigación atributiva en el camino de un planteamiento con contenidos más específicos, es bien sabido que posee escasa claridad conceptual (TAYI.OR y CROCKER, 1981). El reciente plan­ teamiento de las «estructuras de conocimiento» (ABELSON y LALLJEE, 1988; LALIJEE y ABELSON, 1983; LEDDO y ABELSON, 1986; REA.o, 1987) no pretende la formula­ ción de principios abstractos aplicables a todos los tipos de esquemas, sino poner en marcha un planteamiento orientado al contenido (siguiendo a ScHANK y ABEL-

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SON, 1977). Estos investigadores no se centran en los esquemas generales, sino en formas esquemáticas concretas con contenidos concretos. El punto de partida de este planteamiento estriba en reconocer que las explica­ ciones que suele dar la gente del comportamiento humano obedecen a detallados conocimientos físicos y sociales, extremo que evidencian con toda claridad algu­ nos de los ejemplos preferidos por los investigadores de las estructuras de los cono­ cimientos: t. cAnne se encamina a la puerta de entrada donde la saluda Dave, su marido; "El médico cree que la operación ser.í muy cara", le dice Anne. "Ah bien", contesta Dave, "siempre podremos contar con el tío Henry". Seguidamente, Dave coge la guía telefóni­ ca» (READ, 1987; pág. 288, siguiendo a ScHAm. y ABELSON, 1977). 2. «La asociación pro-defensa de los judíos ha enviado un paquete de matzos* a la embajada rusa en Passovel"lt** (Lmoo y col., 1984; pág. 934). 3. cWilla tenía hambre. Sacó la guía Michelin» (ScHANlt y ABELSON, 1977, pág. 71).

Para entender cualquiera de estos ejemplos tendremos que hacer distintas infe­ rencias (por ejemplo, que Anne y Dave no tienen el dinero necesario, lo que les lleva a buscar una fuente de financiación; así como que el tío Henry sí lo tiene; o bien que Willa quiere comer en un restaurante y busca en la guía Michelín su dirección o teléfono) y construir sobre nuestros conocimientos del mundo (por ejemplo, acerca de las relaciones políticas entre la Asociación pro-defensa de los judíos y la Unión Soviética). Estas inferencias, que en principio ofrecen una expli­ cación de cada suceso, quizá se produzcan espontáneamente en el momento del input (entrada de información) y pasan a formar parte de la representación cogniti­ va global. Con todo, estas sencillas viñetas plantean un problema a las teorías clási­ cas de la atribución aoNES y DAVIS, 1965; KELLEY 1967), que no proporcionan un análisis suficiente de los conocimientos o de los procesos cognitivos implícitos en la gestación de las inferencias necesarias (Read, 1987). Verdaderamente, parece poco plausible que los sujetos experimentales busquen información de consenso, distinguibilidad y coherencia en cualquiera de los tres ejemplos; según LEnno y sus colaboradores {1984), al explicar dichas situaciones, los sujetos realizan un «análisis de significado», no un análisis de covariación. Aplican determinadas estructuras de conocimientos «naturales» a los sucesos en cuestión y adscriben finalidades a los actores implicados. El planteamiento «estructuras de conocimientos» no descarta que pueda apli­ carse algunas veces el análisis de covariación {véase HILTON y KNIBBS, 1988), pero prefiere trazar una analogía entre el proceso de explicar sucesos y el proceso de entenderlos, perspectiva claramente inspirada en los trabajos de ScHANK y ABELSON {1977) sobre la comprensión de textos, y con evidentes ventajas sobre el análisis "' Palabra tomada del yiJJ.ish, o lenguaje de los judíos centroeuropeos (mezcla de alemán, hebreo, polaco, etc.). Significa chogaza de pan ázimo•. [T.] •• Barrio residencial de Washington D. C. [T.]

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de covariaci6n, que termina en una causa abstracta: caigo en la persona Qohn) le llev6 a reírse con el c6mico:.. El planteamiento «estructuras de conocimiento:., por el contrario, sugiere que las explicaciones de la gente son muy concretas (cA John le gustan las payasadas:.) y, ciertamente, las explicaciones que da la gente en el len­ guaje ordinario son muy concretas y difícilmente pueden fundamentarse en la di­ cotomía persona-situaci6n (LALIJEE y col., 1982; véase el cap. 2). La gente, por otra parte, da las explicaciones concretas más rápidamente que las abstractas (DRUIAN y 0�1, 1982; SMITH y M1LLER, 1983; véase más adelante). El planteamiento «estructuras de conocimiento» representa una aproximaci6n general a la cognici6n social y no a la atribuci6n social (véase ABELSON y BLAcK, 1986). El principio fundamental del planteamiento consiste en «organizar los co­ nocimientos en trozos o paquetes, de tal manera que con un poquito de contexto situacional adecuado, el individuo disponga de muchas inferencias posibles sobre lo que podría suceder como resultado de una situaci6n dada:. (ABELSON y BLAcK, 1986, pág. 1). Como ha demostrado REAi> (1987), un aspecto importante de este planteamien­ to es el énfasis que pone en las secuencias de comportamiento. Las acciones indivi­ duales raramente tienen un significado claro al margen de las secuencias de com­ portamiento, por lo que han de estar insertadas en un «escenario causal:. coherente que, al relacionar una acci6n con otras, nos revela su significado. Read opinaba que la comprensi6n y explicaci6n de una secuencia de comportamiento exige que la persona establezca: a) c6mo forman un plan las acciones individuales, b) cuáles son los fines de la secuencia, c) c6mo alcanza ese plan concreto los fines de la per­ sona, y d) qué condiciones iniciaron dichos fines. Para razonar de este modo, es necesario hacer inferencias sobre los fines de las personas, y sobre el modo en que sus acciones encajan en un plan para alcanzarlas, razonamiento que aparece estre­ chamente ligado a los conocimientos sociales, ya que chacer estas inferencias re­ quiere un conocimiento detallado de la naturaleza de los fines humanos, de los planes necesarios para lograr dichos fines, de las relaciones personales, de los este­ reotipos y de las características de los objetos físicos y del papel que desempeñan en los fines y planes humanos:. (REAi>, 1987, pág. 289). En la exposici6n más pormenorizada que se ha hecho hasta la fecha del plan­ teamiento atributivo de las «estructuras de conocimientos:., R.ead sigui6 a ScHANK y ABELSON (1977) centrando su atenci6n en cuatro clases principales de estructuras de conocimientos: guiones, planes, fines y temas. Aquí nos ocuparemos exclusiva­ mente de los guiones, que son los que tienen mayor trascendencia para la atribu­ ci6n causal (los planes y los fines la tendrían para el comportamiento intencional). los guiones, o sucesos-esquemas, son secuencias más o menos estereotipadas de acciones que se realizan con objeto de lograr una finalidad en una situaci6n con­ creta (véase FAYoL y MoNTEIL, 1988). Un gui6n (por ejemplo, el gui6n «restauran­ te») proporciona informaci6n sobre materias tales como finalidades, actores, roles objetos, ubicaci6n y secuencia de las acciones necesarias para realizar un acto con­ creto. Así, el gui6n permite al perceptor llenar ciertas lagunas con lo comprobado

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explícitamente. Si se describe que un actor ha llegado a un cierto punto en el guión (por ejemplo, el camarero le ha servido un menú), se asume que el actor habrá realizado las acciones que anteceden a dicho punto (entrar en el restaurante, conse­ guir una mesa; Lmoo y ABELSON, 1986). Read también se refiri6 a la idea de MAc­ KIE (1974) en el sentido de que la gente busca diferencias-en-un-background cuando explica sucesos. Un gui6n es un background normal respecto del que pueden expli­ carse sucesos inesperados, y esperar que situaciones diferentes tengan estructuras causales diferentes (C. A. ANDERSON, 1983, 1985).

Explicación constructiva versus explicación contrastante La importancia que para la atribución tienen los guiones se pone de manifiesto en la distinci6n entre explicaciones constructivas y explicaciones contrastantes. {LALIJEE y ABELSON, 1983). En la explicaci6n constructiva el perceptor tiene que insertar el suceso concreto en un esquema adecuadamente seleccionado o cons­ truido. En los casos sencillos nos referimos meramente a un guión apropiado, por ejemplo: c¿Para qué telefoneó John al restaurante?». Respuesta: «Para hacer una re­ serva». READ (1987) se ha ocupado detalladamente de la construcción de escena­ rios causales, afirmando que el modo de aplicar guión a una explicación dependerá de que se quiera explicar la realización de todo el guión o solamente una parte de él. Lo primero puede explicarse haciendo sencillamente una referencia a la fina­ lidad del guión, o a los sucesos que habrían iniciado dicha finalidad. La explica­ ción de un comportamiento que es solamente parte de un guión dependerá de la posición de las acciones que lo integran dentro de una jerarquía finalidad­ subfinalidad. Las acciones dentro del guión pueden explicarse con referencia a las acciones subsiguientes o a los objetivos que posibilita. En la explicación contrastante el perceptor debe contar con una desviación de lo que ocurre normalmente {véase el criterio contrastante de MAcKIE sobre lo que habría ocurrido si las cosas hubiesen sido de otra manera, 1974). El perceptor tie­ ne que explicar por qué no ha ocurrido algo. Por ejemplo, si preguntamos cpor qué George permaneció sentado mientras tocaban el himno nacional» equivaldrá a preguntar «por qué no se levantó». En este caso, el conocimiento del guión pro­ porciona un conjunto de hipótesis plausibles que pueden verificarse (véase el ante­ rior tratamiento dado a la verificación de hipótesis versus modelos de covariación de atribuciones). LALIJEE y ABELSON {1983) distinguen tres fases en las explicacio­ nes contrastantes que da la gente: a) establecer cuál es la acción esperada, b) inser­ tar dicha acción en el guión o plan secuencial {mediante explicación constructiva) que hubiera conducido a la acción, c) intentar identificar los fallos que más proba­ blemente conducirían a la acción no esperada. Lmoo y ABELSON ( 1986) han revelado últimamente algunos datos experimen­ tales sobre la explicación contrastante, previa advertencia de que es difícil explicar la no ocurrencia de sucesos esperados, porque tales sucesos implican fallos que pue-

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den producirse de muy diferentes maneras. Se centraron en el modo en que la gen­ te selecciona entre las causas plausibles de fallo del guión o plan, llegando a dos conclusiones principales. Primeramente, que el fallo del guión (no comer, una vez en el restaurante) no es probable que se pueda adscribir a un fallo en algún punto previo de la secuencia. En segundo lugar, las explicaciones del fallo se refieren a sucesos con una «posición central» (centrality) y «tipicidad» (standardness) eleva­ das. La posición central, o centralidad, es el grado hasta el que se considera que un suceso es importante para la ejecución de un guión; la tipicidad es la estimación de la frecuencia relativa con que ocurre el suceso en ejecuciones repetidas de un guión. LEnno y ABELSON ( 1986) ilustraron estas dimensiones con el guión cde la biblioteca»: «Bill fue a la biblioteca a pedir prestado un libro, y volvió sin el libro que buscaba.. Las siguientes cuatro explicaciones de este suceso se generaron cru­ zando niveles altos y bajos de centralidad y tipicidad.

1. El libro que buscaba no estaba en su estante (alta centralidad, alta tipicidad). 2. No había allí nadie que pudiese registrar el préstamo cuando Bill salía de la biblioteca (baja centralidad, baja tipicidad). 3. Bill no acertó a encontrar la referencia del libro que buscaba (alta centrali­ dad, baja tipicidad). 4. Bill no llevaba consigo su tarjeta de lector cuando pretendió sacar el libro (baja centricidad, alta tipicidad). Los sujetos experimentales prefirieron la primera explicación. Aunque las in­ vestigaciones en esta área sean relativamente recientes, parece evidente que los prin­ cipios de explicación constructiva y contrastante suponen una ingeniosa aproxi­ mación a sucesos de diversa índole, a la vez que un planteamiento que no tiene, con respecto al profano, exigencias cognitivas complejas. Explicaciones conjuntivas

El planteamiento de las «estructuras de conocimiento» también ha arrojado luz sobre la «cantidad,. de explicaciones que requieren distintos sucesos. LEDDO y sus colaboradores ( 1984) examinaron esta cuestión basándose en la asunción generali­ zada de que muchas acciones humanas tienen múltiples razones que pueden su­ plirse mutuamente (véase WILENSK.Y, 1983). Propusieron que las explicaciones de actos intencionados se considerarían mejores -o al menos más «completas»- en la medida en que mencionasen objetivos múltiples. Así, los sujetos caerían en la «falacia de conjunción» (TVERS.KY y KAHNEMAN, 1983) al valorar err6neamente una explicación conjunta como más probable que la de una de sus integrantes, cuando la primera de ellas pareciese más completa o plausible. Leddo y sus colaboradores comprobaron un elevado porcentaje de tales efectos de conjunción (véanse tam­ bién Loc.KSLEY y STANGOR, 1984; McCLURE y col., 1989). Por ejemplo, sus sujetos

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consideraron más probable la explicaci6n conjunta cJohn quería matricularse en un prestigioso colegio y Darmouth ofrecía un curso de calidad en su especialidad», que la explicaci6n simple cJohn quería matricularse en un colegio prestigioso». En un segundo experimento, este hallazgo se repiti6 en acciones cultimadas» pero no en acciones cfallidas». Como señalaron Leddo y sus colaboradores, el hecho de que una cosa vaya mal es a veces explicaci6n suficiente para la interrupci6n de un curso de sucesos. Aunque ZucKERMAN y sus colaboradores (1986) aduzcan que estos resultados reflejan artefactos metodol6gicos, intuitivamente son irrebatibles. En las explicaciones de sentido común nos vemos más in.fluidos por el grado en que un conjunto de causas esquemáticas coincide con las circunstancias de un su­ ceso, que preocupados por la violaci6n de principios estadísticos normativos. En expresi6n de Leddo, hay casos en los que cdos razones valen más que una». Resumen En un repaso muy pragmático de las teorías de esquema, ABnsoN y BLACK (1986) destacaron los tres presupuestos principales en los que se fundamentan: la impor­ tancia de procesar «top down• (de arriba abajo), la especifidad de los contenidos del esquema y la flexibilidad funcional· de los esquemas. Mientras que las dos primeras características son compartidas por el plantea­ miento general de los esquemas cognitivos, s6lo el planteamiento de las «estructu­ ras de conocimiento» subraya la flexibilidad funcional de dicha estructura. Abel­ son y sus colegas (ABELSON y BLAcK, 1986; Lmoo y ABELSON, 1986) afirman que es tan cognitivamente ineficaz como inverosímil que existan estructuras y proce­ sos especializados precisamente en la explicaci6n de acontecimientos. Tiene más sentido pensar en la explicaci6n como en parte de un proceso general de compre­ sión. Desde esta perspectiva, la explicación, en lugar de divorciarse del conocimiento del mundo, se basaría en él, en esa clase de conocimientos que los investigadores de la inteligencia artificial echan de menos en los ordenadores porque .son indis­ pensables cuando éstos se programan para comprender historias, o incluso para explicar acontecimientos (DREYFUS, 1979; MINSKY, 1975; ScHANK y ABELSON, 1977). Este planteamiento de «estructuras de conocimiento• ofrece otro modelo más del atribuidor profano como «entendedor de historias» (REAi>, 1987), y no como cien­ dfico ingenuo, como avaro cognitivo, o como casi 16gico. Podría parecer cogniti­ vamente recargado, pero no debemos olvidar que las atribuciones se contemplan en un contexto de conocimientos del mundo real, conocimientos que determinan no solamente cómo, sino también cuándo, se hacen aquéllas. En este sentido, Read distingue dos clases de razonamiento causal: explícito e implícito. El razonamiento implícito tiene lugar cuando un suceso encaja fácilmente en una estructura de co­ nocimientos preexistente, como es el guión. La explicación es algo prefabricado, y no exige una construcci6n detallada del escenario causal. El razonamiento explí­ cito, por el contrario, es un proceso activo de explicaci6n, más probable en condi-

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ciones de no confirmaci6n de una expectativa, o de no consecuci6n de un objetivo (véase el cap. 3). En la parte final del presente capítulo examinaremos esta distin­ ci6n en términos generales y en detalle, para tener una idea de lo que se ha apren­ dido sobre la naturaleza de la atribuci6n causal con posterioridad a los enfoques que hemos comentado. La atribución causal desde una perspectiva cognitiva

Hasta aquí hemos mostrado que se han estudiado procesos muy diferentes den­ tro de un planteamiento cognitivo de la atribuci6n. En un extremo se sitúan los análisis 16gicos que requieren mucho tiempo, y que, probablemente, s6lo sean fac­ tibles para un perceptor enfrentado a un problema grave, y sin agobios de tiempo. En el otro extremo se encuentran las atribuciones basadas en procesos cognitivos rápidos, como puedan ser la prominencia percibida de estímulos en un fondo de­ terminado. Quizá se ubique en un lugar intermedio el planteamiento más reciente de las «estructuras de conocimiento», que permite tanto explicaciones rápidas ccon gui6n», como explicaciones más contemplativas csin ·gui6n», las cuales contem­ plan el conocimiento del mundo real como fuente de razonamiento causal eficaz. La parte final de este capítulo trata de dos problemas emergentes: ¿hasta qué punto se contemplan mejor las atribuciones causales como procesos caut6maticos» ver­ sus procesos «Controlados:.? Y también: ¿cuáles son las limitaciones de un plantea­ miento estrictamente cognitivo? Atribuci6n causal automática

versus

atribuci6n causal controlada

Ya apuntábamos en el capítulo 3 que las atribuciones causales se instigan siem­ pre que se viola una expectativa, cuando no se alcanza un objetivo, o simplemente cuando se solicita explícitamente una explicaci6n, pero después de que algunos in­ vestigadores adoptaran esta perspectiva cognitiva han aparecido otros planteamientos más sofisticados. En psicología cognitiva, o en el estudio del procesamiento de informaci6n, se distingue ya entre procesos «automáticos» y procesos «controlados» (ScHNEIDEll y SHIFFllIN, 1977; SHIFFllIN y ScHNEIDER, 1977). TAYLOR y F1sKE {1978) apuntaron que había espacio para dos modalidades diferentes de procesar la informaci6n so­ cial. Lanzaron la hip6tesis de que la búsqueda del entorno social es automática en lo que respecta a los fen6menos de prominencia, lo que no es necesariamente cierto en cuanto al proceso de integrar la informaci6n obtenida para la emisi6n de su juicio.7 Las atribuciones -incluso los juicios sociales en general- se identi7. Habría que destacar que la diferenciación automática versus controlada se refiere a los procesos cognitivos y no a la conciencia de los mismos. N1saETI' y WJLSON (1977; W1LSON y NJSBETI', 1978) afirman que las personas no tienen acceso directo a sus procesos cognitivos, opinión que se ha cuestio­ nado (ERICSSON y SIMON, 1980; SMJTH y MILLEB., 1978; P. A. WHITE, 1988b) y que carece de interés aquí.

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fican como automáticas en la medida . en que se ajustan a tres criterios: a) que se produzcan sin intención, b) que se produzcan sin conciencia de ella, c) que se pro­ duzcan sin inteferir la actividad mental en curso (PosNER y SNYDER, 1975). Comoquiera que la investigación atributiva ha utilizado siempre mucho mate­ rial verbal, los investigadores se han ocupado del área de comprensión de textos en un intento por captar mejor la naturaleza del proceso causal. A este respecto, READ ( 1987) afirma que la mayor parte de las inferencias sobre conexiones causales debe tener lugar automáticamente durante la comprensión, sencillamente porque, de no ser así, el lector del texto no podría entender de qué trata. Cita varias fuentes sobre comprensión de textos en apoyo de su tesis (Bown y col., 1979; TRABASOO y col., 1984). Como, además, se ha mostrado que las personas hacen similares infe­ rencias causales basadas-en-un-objetivo cuando se les muestra una secuencia de ac­ ción grabada, los hallazgos referidos no son meros artefactos de las modalidades de presentación (LICHTENSTEIN y BREWER, 1980). De todos modos, debemos distin­ guir diferentes tipos de atribución. Como hemos destacado a lo largo del libro, lo que nos interesa es la atribución causal. Sin embargo, algunos estudios esgrimi­ dos como prueba de la existencia del razonamiento causal espontáneo o automáti­ co ponderan características o atribuciones dispositivas no causales (W1NTER y ULE­ MAN, 1984; WINTER y col., 1985), distinción cuya importancia dejan muy clara los trabajos de Smith y Miller. Ya nos hemos referido al modelo de atribuciones basadas en la prominencia propuesto por estos autores (1979b), quienes afirmaron que se pueden hacer atri­ buciones mientras la información es almacenada en la memoria, así como que la teoría e investigación cognitivas (KlNTscH, 1974) confirman la idea de que cel pro­ cesamiento atributivo (que infiere causas) se encuentra intrínsecamente implicado en la comprensión inicial de frases, y de que, por consiguiente, está funcionando todo el tiempo» (pcig. 2247). Sin embargo, en sus últimos escritos, SMITH y MILLER (1983) consiguen una verificación mucho más clara de sus hipótesis. Comenzaron distinguiendo entre los diferentes tipos de inferencia que se aplican a la investiga­ ción atributiva: juicios causales, juicios de características de un actor y juicios so­ bre las intenciones de éste. El siguiente paso fue valorar qué juicios median en -y son mediados por- otros juicios, identificando de este modo las inferencias que se hacen en primer lugar. Una vez más, en esta investigación se hicieron estimacio­ nes empíricas del tiempo de procesamiento de las diferentes inferencias. La razón fundamental para medir el tiempo de respuesta es bien simple (HAMILTON, 1988). Si la pregunta corresponde a un proceso que sucede espontáneamente durante la comprensión inicial del comportamiento, la respuesta a dicha pregunta estar.í in­ mediatamente disponible y los sujetos reaccionar.ín rápidamente; si, por el contra­ rio, la pregunta versa sobre algo que no se ha inferido en la fase comprensiva, el sujeto tendrá que recuperar la información pertinente y hacer la inferencia antes de contestar a la pregunta; en este último caso, la respuesta tardará más en producirse. Smith y Miller informaron de que los juicios de intención y las inferencias de características no requirieron un tiempo significativamente superior al necesario

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TABLA 4. Tiempos de respuesta a diferentes preguntas en la investigación de SMITH y MILLER (1983). Tiempos de respuestaª Pregunta

Estudio 1

Estudio 2

Sexo Intención Característica verdadera Característica falsa Persona-causa Situación-causa

2, 1 4 2,41 2,48 3,02 3,42 3,80

4,24 4,56 4,37 5,09 5,68 6,05

ª Los tiempos de respuesta se dan en segundos. En el estudio 1 las respuestas indican tiem­ pos de contestación a la pregunta, en el estudio 2 las respuestas indican tiempo empleado en leer una frase y contestar a una pregunta sobre dicha frase. Fuente: Datos tomados de SMITH y MILLER, 1983, © de la American Psychological Associa­ tion, reproducido con permi�o del editor y el autor.

para una pregunta de «Control» referente al sexo del actor (véase tabla 4), lo que indicaba que dichos juicios pueden también emitirse durante la comprensión, o al menos que pueden inferirse fácilmente. Las respuestas más lentas seguían a pre­ guntas sobre persona-causa y situación-causa. Smith y Miller llegaron a la conclu­ sión de que la atribución «básica» (hecha probablemente durante el proceso inicial de comprensión) es un juicio de intención o una atribución de características, o ambas cosas a la vez {véase W1NTER y col., 1985), pero no una persona-causa o situación-causa. Las respuestas más lentas a preguntas sobre persona-causa o situación-causa, quizá se debieron al hecho de que la gente no está acostumbrada a pensar ni a contestar a preguntas formuladas en estos términos. Según dichos datos, el procesamiento causal no parece ser automático, cuando menos si adopta­ mos una distinción estricta, aunque teóricamente razonable, entre atribución de características y atribución causal. Al igual que HAMILTON ( 1988), nosotros no cree­ mos que la fase de extracción de propiedades dispositivas a partir del comporta­ miento observado constituya en sí misma una inferencia atributiva, y que lo que ocurre durante la fase de comprensión parece ser una simple inferencia de caracte­ rísticas que no pretende entender la base causal del comportamiento. HAMILTON ( 1988) respaldó esta distinción conceptual con sus propias investiga­ ciones, informando de que en comportamientos congruentes los tiempos de res­ puesta son inferiores en preguntas sobre características e intenciones que en pre­ guntas sobre persona-causa y situación-causa. En comportamientos incongruentes, por el contrario, los tiempos de respuesta ante preguntas sobre situación-causa e intención son inferiores a los de reacción a preguntas sobre características y sobre persona-causa. Según Hamilton, lo que se produce durante la fase de comprensión de un comportamiento congruente es una inferencia de características, no una atri­ bución causal. Si los sujetos hacen una inferencia de características durante la com­ prensión inicial de un suceso, esta inferencia facilitará la respuesta a una pregunta

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de atribuci6n a persona, y esto es precisamente lo que comprob6 Hamilton, quien sugiri6 que la rápida inferencia de características se convierte en la base de una atri­ buci6n personal más pausada. Como observ6, este resultado implica que la rela­ ci6n entre inferencias de características e inferencias causales atributivas es a menu­ do la opuesta a la propugnada por la Teoría de la Inferencia Correspondiente OONES y DAv1s, 1965). El proceso tiene lugar, al parecer, desde la inferencia de rasgos hasta la atribución a persona y no al revés aunque respecto de comportamientos incon­ gruentes, las atribuciones situacionales sean las más frecuentes (CROCKER y col., 1983), y así la respuesta es más rápida en esta cuestión sólo en el caso de un Ítem incongruente comparado con otro congruente. En resumidas cuentas, Hamilton defiende que el proceso de atribuci6n es fun­ damentalmente diferente según se trate de comportamientos congruentes o incon­ gruentes. Respecto de los primeros, es más improbable una amplia reflexión atri­ butiva, ya que suelen atribuirse a disposiciones inferidas a partir del comportamiento en el momento de comprenderlo, en cuyo caso las atribuciones de rasgos son espontáneas y se producen sin excesiva reflexión, aunque no hayan de ser necesa­ riamente automáticas (véanse BARGH, 1984; BASSILI y SMITH, 1986). En el compor­ tamiento incongruente se activa espontáneamente un análisis causal más porme­ norizado, que exige más tiempo y esfuerzo por parte del perceptor. El planteamiento cognitivo tiene el mérito de haber facilitado las técnicas nece­ sarias para lograr una visión más detallada y precisa de la naturaleza de la atribu­ ción causal, pero también tiene sus limitaciones, limitaciones que hemos de valo­ rar honradamente antes de concluir este capÍtulo. Límites a la soberanía de la cognición social Ostrom, al escribir su entusiasta introducción al Handbook ofSocial Cognition (WYER y SRULL, 1984), aboga por la «soberanía» de la cognición social, remitiéndo­ se concretamente a la relevancia de la psicología cognitiva para los fenómenos de psicología social y al «vocabulario conceptual» (pág. 29) presente en los modelos de procesamiento cognitivo. Hasta aquí hemos intentado hacer justicia a los valores del planteamiento cog­ nitivo, pero, ¿son realmente superiores? TAYWR y F1sKE (198 1), en un excelente estudio sobre metodología de análisis de procesos en la investigación atributiva, han subrayado la necesidad de un cierto eclecticismo metodológico o de mediciones múltiples del proceso cognitivo, eclec­ ticismo igualmente necesario con respecto al nivel al que se dirige la investigación atributiva. Estos autores insistieron en la necesidad de estudiar el comportamiento y no solamente la cognición, y también en la conveniencia de aplicar técnicas tales como el análisis conversacional, las entrevistas y los análisis etnográficos. Al refle­ xionar sobre la documentación cognitiva-atributiva existente, resulta instructivo preguntarnos si, fuera del laboratorio, las personas se comportan realmente de ese

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modo, si albergan tales pensamientos, y si emiten tales juicios. WHITE (1984) de­ fiende que el profano se orienta principalmente a los aspectos prácticos de la vida, por lo que en lugar de ahondar en los procesos cognitivos deberíamos estudiar temas como la autopresentaci6n y las relaciones interpersonales. El planteamiento de cognici6n social de la atribuci6n conlleva una concepci6n de la psicología social básicamente restringida. Pese al muy loable rigor de tal plan­ teamiento, bien pudiera ocurrir que por «quitarles la ropa» a los psic6logos cogni­ tivos, nos quedáramos en cueros como psic6logos sociales. Así, una de las figuras más relevantes de la psicología cognitiva, con ocasi6n de participar en un simposio sobre cognici6n social, se refiri6 a la «perspectiva extraordinariamente estrecha desde la que los eruditos en esta materia se plantean su tarea» (NEISSER, 1980, pág. 602). No es nuestro objetivo abundar en tales ideas, pero sí advertir de que la cognici6n social tiene sus limitaciones, y de que no debiera permitirse la amplitud y singula­ ridad de una aproximaci6n auténticamente sociopsicológica a la atribuci6n.

Conclusión Este capítulo ha recorrido ya un largo trecho examinando lo que fue en su día una de las áreas mas prolíficas de la investigaci6n atributiva. Al parecer, aunque los sujetos experimentales sean capaces de procesar informaci6n atributiva altamente sofisticada en condiciones específicamente favorables, ése no es su modo normal de explicar. Los heurísticos enjuiciadores, singularmente la disponibilidad, nos ofre­ cen un modelo más razonable de atribuciones de sentido común, y es evidente, por otro lado, que la aplicaci6n de modelos procesuales a la investigaci6n atributi­ va comporta un avance importante. Sin embargo, estos modelos han conducido a conclusiones contradictorias, hasta tal punto que no hemos alcanzado a com­ prender del todo ni siquiera el impacto causal de los estímulos visualmente en con­ diciones artificiales. El planteamiento de carácter más general es el de las «estructu­ ras de conocimiento, que incluye la explicaci6n en el área de la comprensi6n, y defiende convincentemente la identificaci6n de estructuras cognitivas con flexibi­ lidad de funci6n, y -a través de la noci6n de gui6n- centra razonablemente su atención en las secuencias de comportamiento. Tres planteamientos que proclaman tres diferentes modelos del profano como atribuidor: científico ingenuo, avaro cognitivo o entendedor de historias. Estamos convencidos de que cada modelo encuentra algún aval en contextos experimenta­ les específicos, pero también de que cada uno aporta solamente resultados empíri­ cos concretos. El planteamiento de las «estructuras de conocimientos», por ejem­ plo, no está diseñado para explicar el proceso de efectos de la prominencia, mientras que el planteamiento heurístico parece de poca ayuda para entender las inferencias realizadas en la comprensión de textos. Según nuestro examen, nunca podríamos pronunciarnos inequívocamente a favor de un planteamiento concreto. Creemos que ha sido intelectualmente importante y ha merecido la pena explorar todas las

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posibles implicaciones de un planteamiento 16gico o cuasi-científico, y que la pre­ cisi6n del planteamiento procesual ha facilitado una mejor comprensi6n de la na­ turaleza de la atribuci6n causal. También abundamos en la opini6n de que el estu­ dio de las estructuras de conocimiento es muy prometedor. Por otro lado, la perspectiva cognitiva que hemos examinado, ha contribuido de manera importan­ te al análisis pormenorizado del proceso de atribución, incluida una cierta reserva sobre la idea de Heider acerca de la ubicuidad de la atribuci6n causal. En los si­ guientes capítulos subrayamos que la atribuci6n causal ofrece otros cauces de estu­ dio al margen de la rigurosa, precisa, pero a veces artificial, investigación de los , procesos cognitivos.

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Atribución interpersonal: de la interacción social a las relaciones Íntimas Una característica muy especial de la interacción social radica en el hecho de que todo participante sea a la vez agente causal y atribuidor. (K.ELLEY, 1972b) Las atribuciones son importantes en las relaciones íntimas... Las personas altamente in­ terdependientes tienen frecuentemente ocasión de preguntarse por las causas de lo que sucede en su relación, de por qué no es más satisfactoria su vida amorosa, de por qué su compañero/a está tan influido/a por su familia, o de si un gesto hiriente fue intencio­ nado o accidental. En una relación íntima es frecuente que expliquemos nuestros actos a nuestro/a compañero/a; también lo es que le digamos por qué él/ella actuó de un modo concreto. (K.ELLEY, 1977)

Introducci6n

A pesar de la significaci6n e importancia, aparentemente obvias, de las atribu­ ciones en los encuentros interpersonales, la investigaci6n de estos niveles ha que­ dado rezagada con respecto a la de la atribuci6n intrapersonal. En un artículo titu­ lado «Attribution in social interaction», KELLEY { 1972b) destacaba un problema: la mayor parte de los estudios de alguna importancia incluían mediciones depen­ dientes no atributivas y únicamente le permitieron inferir un papel mediador de las atribuciones en el comportamiento interpersonal. Más recientemente -como advertíamos de pasada en el capítulo 3- se ha apelado a un planteamiento «con­ versacional» de la atribuci6n, planteamiento que destaca la relaci6n existente entre la comunicaci6n y la explicaci6n cotidianas. HILTON (en prensa) señala el paralelis­ mo entre las cuatro máximas conversacionales de GRicE (1975) y «las reglas» de la explicaci6n interpersonal: 1. Máxima de la calidad (los interlocutores deben decir cosas que sepan que no son falsas, y no cosas carentes de pruebas apropiadas). 2. Máxima de la cantidad (la aportaci6n de los interlocutores debe ser todo lo informativa que requiera la conversación, pero nunca más informativa de lo ne­ cesario). 3. Máxima de la relación (los interlocutores deben practicar la pertinencia). 4. Máxima de la manera (los interlocutores evitarán toda oscuridad y ambigüe­ dad; serán rápidos, breves y ordenados). Sustituyamos la palabra «interlocutor» por la palabra «atribuidor» y tendremos el conjunto de reglas a las que probablemente nos atenemos en nuestras explicacio­ nes diarias {véase también LALLJEE, 198 1). Como destacó HILTON, la explicación causal es parte de la comunicaci6n y, a la vez, de la interaci6n social:

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La explicaci6n causal es ante todo una forma de interacci6n social. Hablamos de dar explicaciones causales, pero nunca de percepciones, comprensiones, categorizaciones o recuerdos. El verbo «explicar» es un predicado tripartito: alguien explica algo a alguien. La explicación causal adopta la forma de conversación y se somete por tanto a las reglas de ésta {en prensa, MS. pág. 1).

La atribución es, pues, parte del «juego de la comunicación» (communication game; H1GGINS, 198 1; HIGGINS y col., 198 1), en el que ésta se concibe como tal juego en el sentido de que implica roles sociales y un comportamiento intenciona­ damente interpersonal en oradores y oyentes. BuRLESON ( 1986) añade que el análi­ sis de conversaciones espontáneas puede ser una importante fuente de informa­ ción para el estudio de la atribución causal. Se trata de curiosas ideas que, sin embargo, esbozan el posible futuro -no el pasado- de las investigaciones sobre la atribución interpersonal. En el presente capítulo dividiremos las teorías y sus correspondientes investigaciones en dos par­ tes principales. La primera tratará de la atribución en la interacción social, evaluan­ do las pruebas de sesgos atributivos en encuentros interpersonales y, en especial, examinando el efecto que ejercen sobre ella factores como la evaluación y la atrac­ ción (aunque la mayor parte de las investigaciones sobre sesgos atributivos no se haya centrado en sus aspectos interpersonales, tales sesgos reaparecen ciertamente en los más recientes análisis de la atribución en las relaciones Íntimas). Posterior­ mente, estudiaremos las consecuencias conductuales de la atribución en la interac­ ción social, destacando su papel en la confirmación conductual o profecías de auto­ satisfacción. La segunda parte del capítulo se centrará en la atribución en las relaciones Íntimas, examinando la naturaleza y el papel de dichas atribuciones en tres amplias esferas: conflicto interpersonal, satisfacción conyugal y finalización de las relaciones.

Interacción social

Actores y observarJ,ores , Al examinar en el capítulo 3 las pruebas a favor de la hipótesis actor-observador planteada por JoNES y N1sBETT (1972), salió a la luz un cierto número de proble­ mas teóricos y metodológicos. Antes de poder afirmar que los actores tienen una mayor tendencia a hacer atribuciones situacionales, mientras que los observadores tienden a las atribuciones personales, examinaremos tres problemas principales. El primero es puramente metodológico, y los dos restantes tienen una importan­ cia fundamental para cualquier intento de generalizar, desde los estudios de pers­ pectivas divergentes tipo Nivel I (centrados en el procesamiento de información), a situaciones de Nivel II, que giran alrededor de la dinámica de los procesos inter­ personales en una situación dada, situación en la que los individuos ocupan posi­ ciones esencialmente equiparables (véase cap. 1).

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Metodológicamente, WATSON (1982) hace un examen crítico de la fiabilidad, va­ lidez convergente y validez de constructo de las mediciones aplicadas para compro­ bar la hipótesis actor-observador. De más inmediata cuestionabilidad es la com­ binación de atribuciones causales y atribuciones de rasgos o características, impre­ cisión metodológica que hemos criticado anteriormente. Como observaron MoN­ SON y SNYDER ( 1977), las diferencias actor-observador se han investigado con refe­ rencia a la identificación causal (N1sBETT y col., 1973, estudio 2), a inferencias sobre los rasgos de un actor (ídem, estudio 3) y a predicciones sobre su futuro comporta­ miento (ídem, estudio 1). Si la finalidad de la investigación es fijar el alcance y las limitaciones de las diferencias actor-observador, sería deseable examinar las tres mediciones, pero informando de sus resultados por separado, aunque si la investi­ gación se centra en la atribución causal -como ocurre aquí-, entonces las infe­ rencias caracteriológicas y las predicciones serán -hablando en términos estrictos­ irrelevantes. El segundo problema está relacionado con el diseño experimental. MoNsoN y SNYDER (1977) señalaron que algunos estudios comparaban las percepciones que los sujetos tienen de sus propios comportamientos con sus percepciones de los de otras personas (el paradigma procedimental del «evaluador común»; N1sBETT y col., 1973, estudios 2 y 3). En otros estudios se compararon las autoatribuciones de los sujetos con las de observadores exteriores (el paradigma procedimental del «objeti­ vo común», NISBETT y col., 1973, estudio 1). En el lenguaje de WATSON (1982), estos dos planteamientos pueden denominarse propio-ajeno y actor-observador, respecti­ vamente. Watson prefirió la distinción propio-ajeno porque la de actor-observador implica una situación en la que la persona A actúa mientras la persona B observa, y aunque Watson estaba en lo cierto al afirmar que no siempre se produce una verdadera interacción actor-observador, probablemente sea éste el enfoque más ade­ cuado en un capítulo sobre atribución interpersonal. Pese al rigor metodológico de Watson, su preferencia por la distinción propio-ajeno frente a la de actor­ observador tuvo la lamentable consecuencia de contribuir a difuminar la fascinan­ te cuestión de cómo los interactuantes explican su comportamiento y el ajeno en interacciones sociales reales. Una tercera crítica de la investigación actor-observador apunta directamente al núcleo de la interacción social normal. Según VAN DER PuGT, «la mayoría de las investigaciones en esta parcela no aciertan a distinguir entre los aspectos descripti­ vos y evaluativos de la atribución» (198 1, págs. 98-99), por lo que defendió que la evaluación que el observador hace del actor y de su comportamiento afecta cier­ tamente a los procesos atributivos, así como que las diferencias actor-observador podrían estar relacionadas con las diferentes evaluaciones del comportamiento pro­ pio y ajeno. Van der Pligt propuso, en consecuencia, que la teoría de la atribución debería incorporar la conveniencia social del comportamiento y la actitud del ob­ servador hacia la persona que lo realiza. En su escrito original, joNES y N1SBETT (1972) destacaban los factores cogniti­ vos y perceptivos de la atribución, abordando sólo superficialmente los posibles

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afectos de las variables motivadoras sobre la tendencia de actores y observadores a comprometerse en atribuciones causales divergentes. También sugirieron que el más sólido aval de sus hipótesis habría que buscarlo en aquellos casos en los que el acto en cuestión es neutro afectiva y moralmente, y el observador sustenta una opinión neutra sobre el actor; y que, a la inversa, en situaciones en las que el obser­ vador valora negativa o positivamente el acto, o bien la relación del observador con el actor no es afectivamente neutra, quizá no se produzca la diferencia prevista actor-observador. Existen pruebas de que el efecto actor-observador es más débil cuando obtene­ mos resultados positivos o negativos que cuando éstos son neutros. Los resultados positivos suelen atribuirse a las personas y los negativos a las situaciones (TAYWR y K01vUMAKI, 1976; T1LLMAN y CARVER, 1980). En términos semejantes, debería­ mos entender las pruebas obtenidas en estudios en los que se manipulaban las ins­ trucciones con el fin de empatizar. Cuando se dice a los actores que se observan a sí mismos de la manera en que lo haría un observador, se vuelven más dispositi­ vos en sus atribuciones; y a la inversa, los observadores inducidos a empatizar con los actores se vuelven más situacionales en sus atribuciones (Gouw y S1GALL, 1977; REGAN y TOTIEN, 1975; WEGNER y FINSTRUEN, 1977). Los resultados de las manipulaciones de empatía apuntan a que puede existir un nexo entre atribución y atracción. REGAN ( 1978) examinó las pruebas al respec­ to, llegando a la conclusión de que cuando sabemos algo acerca de las disposicio­ nes del actor, y nos gustan o disgustan, elaboramos una atribución del comporta­ miento de dicha persona que es relativamente coherente con nuestros conocimientos previos, hipótesis que Regan y sus colaboradores sometieron a test ( 1974, estudio 1), manipulando las simpatías hacia otra persona y valorando percepciones de es­ tudiantes universitarios sobre la ejecución diestra o no diestra de una tarea por par­ te de la persona en cuestión. Sin embargo, estas respuestas pueden ser consideradas solamente atribuciones causales indirectas. En lugar de solicitar una explicación del rendimiento de la persona, Regan y sus colaboradores pidieron a los sujetos que juzgaran, según una escala de valoración, hasta qué punto la tarea encomenda­ da constituía una buena medición de habilidad (desde «precisa» a «imprecisa»). Los sujetos juzgaron que la tarea era una medición de habilidad más precisa en las dos condiciones coherentes (persona simpática/ejecución cualificada, y persona no sim­ pática/ejecución no cualificada) que en las dos no coherentes (simpática/no cuali­ ficada, no simpática/cualificada). El segundo estudio incluía una medición más di­ recta de la atribución causal. Los sujetos nombraron a alguien con quien simpatizaban y a alguien con quien no simpatizaban; seguidamente, se les dijo que un cómplice experimental había pedido un favor a uno de sus nominados y éste se lo había hecho. A continuación, y utilizando respuestas de elección forzada que contenían la palabra porque, se pidió a los sujetos que explicaran por qué esa perso­ na había hecho el favor. El resultado fue claro: el comportamiento prosocial se atribuyó a causas internas si lo había realizado una persona con la que se simpati­ zaba, y a causas externas si se debía a una persona con la que no se simpatizaba.

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En tales condiciones, la evaluación parecía un calificativo importante de la hi­ pótesis actor-observador; más aún, una característica probable de muchas -quizá la mayoría- de las interacciones interpersonales espontáneas. Posteriores conclu­ siones intensificaron la sospecha de que las diferencias actor-observador parecen menos acusadas en escenarios naturales que en encuentros de laboratorio entre ex­ traños, y que la pretendida diferencia desaparece cuando los observadores discuten previamente sus atribuciones con otros observadores (WELLS y col., 1977), o cuan­ do esperan interactuar, o creen que están interactuando, con el actor (KNIGHT y VALLACHER, 198 1). Pero lo que sobre todo parece haberse perdido en la investigación actor­ observador es la noción central de perspectiva, «Un punto en el espacio/tiempo desde el que se visualizan los hechos» (FARR y ANDERSON, 1983, pág. 45; véase MEAD, 1927). La importante revelación del estudio de SmRMs (1973; véase cap. 3) consis­ tÍa en que actores y observadores tienen diferentes perspectivas -por lo menos algunas veces-, perspectivas que a su vez pueden modificarse. Más recientemente, los trabajos de HoWE (1987) sobre las atribuciones de los observadores acerca de un conflicto matrimonial, vinieron a ratificar la importancia de las perspectivas. Pidió, efectivamente, a estudiantes universitarios que adoptasen la perspectiva de uno de los implicados en el conflicto -marido, mujer, abogado- mientras visio­ naban tres cortas cintas de vídeo, para después explicar lo que ocasionó la discu­ sión observada. Cuando los sujetos adoptaban la perspectiva del marido, parecían más propensos a atribuir la causa a la mujer y menos propensos a atribuirla al marido, y a la inversa cuando adoptaban la perspectiva de la mujer. Pero cuando adoptaron la del abogado, las atribuciones a marido y mujer tendían a quedar en­ tre los dos extremos significados por las anteriores perspectivas. Además, cuando adoptaban la perspectiva del abogado, los sujetos parecían más dispuestos a atri­ buir la causa a ambos, marido y mujer, que cuando adoptaban la perspectiva de uno de los cónyuges; de ahí que la perspectiva tienda a influir en -y a ser influida por- la evaluación. Aunque ambas variables sean propias de las diferencias actor­ observador, probablemente sean también típicas de la interacción social espontá­ nea. Otra característica de las atribuciones hechas en el curso de la interacción co­ tidiana consiste en que sirven -al menos algunas veces- a una multiplicidad de funciones personales e interpersonales, cuestión que aparece Íntimamente ligada a otro sesgo, concretamente al de las atribuciones autocomplacientes del éxito y el fracaso. Sesgos autocomplacientes Ya hemos hablado de las atribuciones autocomplacientes en el contexto de los dos sesgos existentes en -y a consecuencia de- la atribución (cap. 3). Afirmamos ahora que las atribuciones autocomplacientes, en el sentido más general del térmi­ no, ilustran la rica variedad de atribuciones interpersonales.

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Egotismo atributivo SNYDER y sus colegas definieron el egotismo atributivo como «una tendencia a atribuirse el mérito de los buenos resultados y a rechazar toda culpa respecto a los malos» (1978, pág. 91). Una vez más, hemos de diferenciar claramente entre atribuciones de causa, de características, de responsabilidad y de culpa; sin embar­ go, son tantos los estudios cualificados que han aplicado medidas dependientes re­ lacionadas con la responsabilidad y con la culpa, que tendremos que incluirlos, puesto que sus investigaciones se centran claramente en las explicaciones de senti­ do común y no en cuestiones legales, morales o filósificas como la de si los profa­ nos se ajustan o no a un modelo legal de atribución (FINCHAM y JASPARS, 1980; SttULTZ y ScttLEIFER, 1983). La cuestión básica en los sesgos autocomplacientes es­ triba, no obstante, en si los individuos tienden a hacer más atribuciones halagado­ ras a continuación de resultados positivos que después de resultados fallidos (por lo general, las atribuciones halagadoras se vienen considerando internas en el éxito y externas en el fracaso, perspectiva simplista en sí misma). Como en el caso de las diferencias actor-observador, también aquí son perti­ nentes las cuestiones de diseño experimental. Los sesgos de autocomplacencia en la atribución han sido investigados y comprobados en tareas muy diversas (véase ZucKERMAN, 1979). Habida cuenda de la importancia que actualmente se concede a la atribución interpersonal, seguiremos a Zuckerman en la propuesta de que existen dos tests posibles de la hipótesis autocomplaciente: 1. Diseños intrasujeto, es decir, comparaciones entre las atribuciones que hace un actor de su propio comportamiento y las que hace del de otra persona (paradig­ ma propio-ajeno). 2. Diseños entresujetos, es decir, comparaciones entre las atribuciones que hacen actor y observador del comportamiento del primero (paradigma actor­ observador). Ambos paradigmas son, por supuesto, los mismos que se observan en las dife­ rencias actor-observador, sólo que aquí se centran en la comparación de atribucio­ nes de resultados positivos y fallidos. Otro problema que parece obvio, si nos atenemos a la exposición de WEINER (1986) y RussELL (1982), estriba en que el significado de la atribución de una reali­ zación (por ejemplo, a la capacidad, al esfuerzo, a la suerte o a la tarea) puede va­ riar enormemente entre personas y entre situaciones. En determinados casos, las atribuciones al esfuerzo pueden considerarse como disposiciones estables (FEATHER y SIMON, 1973; VALLE y FRIEZE, 1976), mientras que las atribuciones a las dificulta­ des inherentes a la tarea pueden contemplarse como un factor inestable (DEAux, 1976). Una posibilidad particularmente interesante en la atribución personal estri­ ba en que un mismo factor puede verse de modos completamente diferentes por uno mismo o por otros. La Escala de Dimensión Causal de RussELL ( 1982), me-

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diante la cual el investigador valora directamente el modo en que el atribuidor con­ templa las causas que él/ella ha constatado, nos ofrece la técnica adecuada para su­ perar el problema (RoNIS y col., 1983; RussELL y col., 1987). Desgraciadamente, este abordaje más pormenorizado se ha aplicado sólo en contadas ocasiones, por lo que, al evaluar los sesgos autocomplacientes en la atribución interpersonal, de­ beremos asumir que el significado de las atribuciones causales es congruente con el modelo de Weiner. En el paradigma «propio-ajeno», el uno y el otro trabajan independientemente, o colaboran en la misma tarea, o bien compiten mutuamente. Según se desprende del estudio exhaustivo de ZucKERMAN ( 1979), no existen pruebas concluyentes a favor de la hipótesis autocomplaciente según los estudios «independientes» (WoRT­ MAN y col., 1973), pero sí existen algunas basadas en estudios «Cooperativos» (Wo­ WSIN y col., 1973, estudio 1), y las más convincentes proceden de estudios «com­ petitivos» (STEPHAN y col., 1976). Contrariamente, los resultados del paradigma actor-observador fueron contradictorios y no alcanzaron a ratificar la hipótesis. Otro estudio en el que se destacaba la importancia de la perspectiva, sí mostró que los observadores que comparten perspectiva con el actor, hacen atribuciones más halagadoras de las actuaciones de éste que los observadores que no comparten su perspectiva (ARKIN y col., 1978). Algunos estudios sobre atribuciones interpersonales dentro de pequeños gru­ pos sociales aportan pruebas de la existencia de sesgos autocomplacientes en otros ambientes sociales. En una serie de estudios, Schlenker y sus colegas utilizaron la atribución de responsabilidad como medición clave, confirmando la hipótesis de que los integrantes de grupos se sienten más responsables de las realizaciones de su grupo cuando de ellas se sigue éxito y no fracaso (FoRSYTH y ScHLENKER, 1977; ScHLENKER, 1975). Otros estudios pusieron de manifiesto que las relaciones inter­ personales pueden influir en el egotismo atributivo. Cuando se permitió que los sujetos experimentales integrantes de un grupo de iguales, se comunicaran entre sí, no apareció egotismo (ScHLENKER y col., 1976); que, por otra parte, fue mayor en individuos que disfrutaban del status de mayoría dentro de un grupo, y que también hizo su aparición en grupos de baja cohesión, aunque no así en los de alta cohesión (SCHLENKER y M1LLER, 1977a). Egotismo que, sin embargo, puede ce­ der ante un sesgo atributivo grupo-complaciente en el que lo grupal priva sobre lo propio, singularmente cuando el grupo en cuestión posee algún sentido de la historia y del futuro (véase TAYWR y col., 1983), y cuando las acciones de sus miem­ bros son interdependientes (ZAcCARO y col., 1987). Sobre todo, existen pruebas claras de la presencia de sesgos autocomplacientes en la atribución interpersonal, aunque dichos sesgos no son en modo -alguno ubi­ cuos, ya que el escenario influye considerablemente en las atribuciones de realiza­ ción, que parecen cortadas a la medida de las necesidades en situaciones sociales específicas. Esta concepción más estratégica de la atribución interpersonal se perfila mejor en aquellos trabajos que ligan las atribuciones al manejo de la (primera) impre­ sión, o autopresentación.

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1 La atribución causal

Autopresentación estratégica WEARY BRADLEY ( 1978) extendió el radio de acción de los sesgos autocompla­ cientes en la atribución al sugerir que pueden considerarse como autopresentacio­ nes públicas. Los motivos para potenciar al máximo la estimación pública, en lu­ gar de mantener o incrementar la autoestima particular, podrían explicarnos la existencia de atribuciones contradefensivas si asumimos que la necesidad de esti­ mación pública puede verse a veces mejor atendida haciendo autoatribuciones de resultados negativos, que haciéndolas de resultados positivos. La gente quizá no aceptaría la adjudicación inmerecida de resultados positivos, ni evitaría la adjudi­ cación de resultados negativos, si fuese consciente de que una autopresentación irreal­ mente positiva puede verse invalidada por el comportamiento subsiguiente, o bien por las valoraciones presentes o futuras que del mismo hiciesen los observadores. Según Weary Bradley, la potencial vergüenza resultante de tal invalidación pública amenazaría muy probablemente su imagen pública. La autopresentación, o manejo de la (primera) impresión, ha sido definida como «el proceso de creación de identidad a través del aspecto que uno ofrece a los de­ más ... o el control más o menos intencionado de las apariencias con objeto de diri­ gir y controlar las reacciones de los demás hacia nosotros» (WEARY y ARKIN, 1981 , pág. 225). Esta autopresentación tiene como finalidad establecer, mantener y de­ purar la visión que del actor tienen los observadores en sus mentes (BAUMEISTER, 1982). Aunque la importancia de la autopresentación en el comportamiento inter­ personal haya despertado enorme atención en las más recientes teorizaciones so­ ciopsicológicas (ScHLENKER, 1980; SEMIN y MANSTEAD, 1983; TEDESCHI, 198 1 ), es evidente que posee una larga tradición histórica (CooLEY, 1902; GoFFMAN, 1959; }AMES, 1980; MEAD, 1934; véase TETLOCK y MANsTEAD, 1985). El valor inmediato de dicho planteamiento atributivo estriba en ofrecer una explicación de las atribuciones contradefensivas, o aparentemente no autocompla­ cientes (Ross y col., 197 4), mediante la comparación de atribuciones en escenarios públicos y privados. En condiciones públicas, la gente tiende a hacer más atribu­ ciones internas de los resultados negativos, que cuando sus atribuciones y los re­ sultados de sus realizaciones tienen un carácter privado (FREY, 1978; WEARY y col., 1982). En todo caso, debemos ser cautos a la hora de dar por sentado que las mani­ pulaciones «público-privado» aportan medios eficaces para diferenciar entre mo­ delos atributivos intrapsíquicos y modelos de manejo de la impresión (es decir, entre motivaciones de autoestima y motivaciones de pública estimación). Como afirman TETWCK y MANSTEAD ( 1985): a) es razonable asumir que las manipulacio­ nes «público-privado» tienen siempre efectos intrapsíquicos, y b) no todas las ex­ plicaciones de manejo de la impresión exigen que las conclusiones experimentales se alcancen exclusivamente en escenarios públicos {algunas teorías defienden que las personas tratan de impresionar a un auditorio interno). WEARY y ARKIN (198 1) propusieron un análisis sistemático de la autopresenta­ ción y de la atribución mediante el examen de los efectos derivados de las caracte-

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rísticas del auditorio, de los factores de tarea y de respuesta atributiva, de las carac­ terísticas del presentado y de los objetivos de la interacción. En este sentido, la evaluación pública de la actuación de una persona hecha por un comité de perso­ nas prestigiosas podría moderar, e incluso invertir, las tendencias autocomplacien­ tes (ARK.IN y col., 1980a, b; GREENBERG y col., 1982). Al menos contamos con una explicación de por qué las personas suelen hacer atribuciones contradefensivas en ambientes más públicos en el hecho de que en dichos ambientes son conscientes del modo en que otras personas reaccionan ante sus manifestaciones causales estratégicas. TETI..OCK (1980) efectuó una simulación del estudio de Ross y sus colaboradores (1974), comprobando que los sujetos eva­ luaban más positivamente a un profesor que había hecho atribuciones contrade­ fensivas (es decir, se había responsabilizado de los fracasos de sus alumnos, pero no de sus éxitos), que a otro que había hecho atribuciones defensivas. Así, todo lo que dicen los actores sobre las causas de sus propios resultados -o de los que tienen relación personal con ellos- afecta a las valoraciones que de ellos hacen los observadores. Aunque nosotros contemplemos las atribuciones causales en el marco de la psi­ cología social, reiteramos que la materia ha sido objeto de otros planteamientos y tema de otras disciplinas. En sociología se ha trabajado sobre los relatos explica­ tivos («accounts») (ScOTT y LYMAN, 1968), y los psicólogos sociales han comenzado a prestar atención a las «excusas» (SNYDER y col., 1983; WEINER y col., 1987) y -más generalmente- a las que SEMIN y MANSTEAD (1983) denominaron «habla motiva­ cional» (motive talk). El resultado de sus trabajos indica que las afirmaciones cau­ sales en encuentros interpersonales parecen servir a una función comunicativa, in­ formativa, a la vez que permiten controlar las conclusiones atributivas de los observadores sobre un actor (FoRSYTH , 1980). Hasta aquí las pruebas se han basado en explicaciones dadas después de una ac­ tuación, pero también hemos apuntado que a veces los actores hacen atribuciones antes de una actuación. Este sesgo atributivo proactivo ha sido denominado «auto­ obstaculizante» (self-handicapping) QoNES y BERGLAS, 1978), y hace referencia a «Un intento del individuo por reducir cualquier amenaza a la estima mediante la bús­ queda activa o la creación inhibitoria de factores que interfieran en la actuación y proporcionen así una convincente explicación causal para el fracaso en potencia» (ARKIN y BAUMGARDNER, 1985, pág. 170). La idea estriba en aplicar factores causa­ les extraños para oscurecer la relación entre actuación y evaluación, mitigando con ello el impacto del fracaso. En expresión de Jones y Berglas, el autoobstaculizador recurre a impedimentos, exagera los hándicaps y se aferra a cualquier factor que minimice la responsabilidad personal en la mediocridad y la acreciente en el éxito ( 1978, pág. 202). ARKIN y BAUMGARDNER ( 1985) llevaron a cabo un estudio detallado y aportaron un modelo integrador de las estrategias autoobstaculizadoras y de sus fundamentos motivacionales. Existen pruebas de que la gente aplica principios atributivos (tales como los de descuento y aumento de KELLEY, 1972a) a la manipulación de su ima-

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gen. Así, sujetos que temen fracasar en una tarea, quizá tomen drogas o consuman grandes cantidades de alcohol con objeto de ofrecer una explicación autocompla­ ciente de su inminente fracaso (BERGLAS y joNES, 1978; TucKER y col., 198 1). De modo parecido, la falta de esfuerzo puede servir de «impedimento» útil para una mala actuación futura, protegiéndose así el actor frente a inferencias de escasa capa­ cidad como causa de su fracaso (FRANKEL y SNYDER, 1978; SNYDER y col., 198 1). Merece la pena destacar aquí que la autoobstaculización no evita las atribucio­ nes internas, sino las atribuciones de falta de capacidad, por lo que una vez más resulta manifiesta la improcedencia de fundamentar el sesgo de autocomplacencia en la distinción entre atribuciones internas y externas. Las personas pueden prote­ gerse «tras el escudo atributivo de la autoobstaculización (BERGLAS y joNES, 1978, pág. 406), pero no se limitan a preferir atribuciones externas para resultados nega­ tivos como el fracaso. Más aún, joNES y BERGLAS (1978) afirman que no todo el mundo se autoobstaculiza -al menos no sistemáticamente- y que esta clase de estrategias -destructivas en última instancia- únicamente caracteriza a quienes se encuentran anormalmente pendientes de los propios méritos.

Egotismo versus egocentrismo Antes de terminar con las atribuciones autocomplacientes, debemos hacer una distinción final entre dos términos que se han utilizado con notable liberalidad, y a veces hasta se han intercambiado. GREENWALD (1980) distinguió tres sesgos cog­ nitivos asociados a lo que denominaba «el ego totalitario»: el egocentrismo (ego­ centricity) (o percibir que lo propio es más determinante en los hechos de lo que realmente es), la «benefactancia» (beneffectance) (o percibir lo propio como selecti­ vamente responsable de resultados deseados, pero nunca de los no deseados), y «con­ servadurismo» (conservatism) (o resistencia a todo cambio cognitivo). 1 El prime­ ro de ellos se ejemplifica en lo que los investigadores de la atribución han denominado atribuciones egocéntricas (véase más adelante), que son atribuciones autocentradas y no basadas en la valencia de los resultados. El segundo lo ejempli­ fican, por supuesto, las atribuciones autocomplacientes del éxito y el fracaso, atri­ buciones que son esencialmente vanidosas. El tercero -del que no hemos tratado aquí- lo ejemplifican «el anclaje» o el heurístico de la disponibilidad (véase cap. 4). El sesgo egocéntrico o de «contribución» se refiere a la tendencia de ciertas per­ sonas a suponer más influencia o responsabilidad en un producto conjunto de la que otros partícipes le atribuyen. Las mejores pruebas de la existencia de este sesgo proceden de una serie de cinco estudios realizados por Ross y S1coLY (1979), quie­ nes proponían que las atribuciones sesgadas de responsabilidad propia en un pro1. Greenwald sugiere la nueva denominación benejfectance como un compuesto de beneficencia {hacer el bien) y eficiencia (hacerlo bien): «benefactancia» es así la tendencia a adjudicarse el éxito y a negar toda responsabilidad en el fracaso (1980, pág. 605).

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dueto conjunto podrían deberse a un sesgo egocéntrico en lo referente a la dispo­ nibilidad de informaci6n en la memoria. Si dispusiéramos de más inputs autoge­ nerados, la gente tendería a reclamar mayor responsabilidad en un producto con­ junto de la que los demás le atribuyen. Ross y Sicoly intentaron también identificar cuál de cuatro procesos podría intervenir en el aumento de disponibilidad de las propias aportaciones: codificaci6n y almacenaje selectivos, recuperaci6n diferen­ cial, disparidades informativas o influencias motivacionales. La hip6tesis principal de Ross y Sicoly se expresa en funci6n de la atribuci6n de responsabilidad, si bien las mediciones dependientes realizadas en los estudios varían considerablemente.2 Ros.5 y S1coLY (1979, experimento 1) pidieron a 37 parejas casadas que hiciesen una estimación de su responsabilidad en 20 actividades propias de personas casa­ das (preparar el desayuno, decidir cuánto dinero gastar, provocar discusiones). Los resultados revelaron la presencia de un sesgo egocéntrico en la mayoría de las pare­ jas y de las actividades, incluidas las negativas. También se dio una correlación sig­ nificativa entre la tendencia a recordar comportamientos relevantes para uno y la tendencia a sobreestimar la propia responsabilidad percibida. Esta correlaci6n es congruente con la hipótesis de que los prejuicios egocéntricos en la atribución es­ tán mediatizados por sesgos en la disponibilidad, y brinda un claro ejemplo de la conveniencia de integrar los análisis en los Niveles I y II. En posteriores experi­ mentos, se investigaron las estimaciones de contribución a resultados experimen­ tales conjuntos (éxito-fracaso), como podrían ser un juego de baloncesto en equi­ po, una sesión de resolución de problemas y una tesis de licenciatura. Ross y Sicoly se decidieron provisionalmente por la hipótesis de la recuperación diferencial (los sujetos intentan recordar principalmente sus propias contribuciones, y utilizan ina­ decuadamente la información recuperada para estimar su contribución relativa), aunque reconocieron que las pruebas eran más sugerentes que concluyentes,3 y, lo que es más importante para nosotros, las pruebas parecían contradecir tanto la hipótesis actor-observador (las reacciones de los actores son más representativas y asequibles para los perceptores que para los actores mismos), como la hipótesis de la autocomplacencia (los actores se atribuyen más méritos de los debidos, y sólo de los resultados positivos). Ross y Sicoly pensaron que la variable crítica puede consistir en el grado en que el observador abandona su papel pasivo e interactúa con el actor. Cuando -como ocurría en sus cinco estudios- las personas se ven 2. En los cincos estudios de Ross y S1cOLY (1979) las mediciones son las siguientes: experimento 1) atribución de responsabilidad; experimento 2: evaluación de si una afirmación determinada eleva o baja la puntuación de un grupo; experimento 3: atribución causal abierta; experimento 4: juicios sobre quién controlaba la discusión; experimento 5: se estima la contribución porcentual a un seg­ mento del trabajo. 3. M. Ross (1981) reconocía también que el producto final del trabajo conjunto de A y B puede representar contribuciones extraordinarias de cada persona y una contribución emergente (pág. 3 10) que no se habría producido en ausencia de A o de B. Si tal fuera el caso, el método de Ross y S1coLY (1979) para calcular el sesgo de contribución carecería de valor. Posteriores datos aportados por Ross sugieren, sin embargo, que los miembros del grupo no llegan a comprender del todo la naturaleza interactiva de su empeño conjunto.

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inmersas en interacciones muy complejas, alternan los roles de orador y oyente, actor y observador, tal como apuntaba Kelley en el epígrafe del presente capítulo. BuRGER y RoDMAN {1983) contrastaron de manera explícita el sesgo egocéntrico y las diferencias actor-observador, concluyendo que en los ocho estudios en que aparecía dicho prejuicio se preguntaba a los sujetos acerca de sucesos que o bien habían tenido lugar a lo largo de un dilatado período de tiempo o, como mínimo, dos días antes. Las propias series -de tres estudios cada una- de Burger y Rodman revelaron que el sesgo egocéntrico no aparecía cuando se pedían a los sujetos atri­ buciones inmediatamente después de realizada la tarea y en ausencia de cualquier manipulación autoconcienciadora. Afirmaron que basándose en lo publicado ya sobre actor-observador podría haberse pronosticado dicha interacción entre el pre­ juicio egocéntrico y el tiempo. El compañero {el otro/el actor) se destaca o es más prominente durante el transcurso de la interacción, pero al pasar el tiempo puede parecer menos prominente {ver MooRE y col., 1979). Más recientemente, al estudiar la atribución egocéntrica, se investigaron las atri­ buciones entre cónyuges. THoMPSON y KELLEY {198 1) detectaron prejuicios egocén­ tricos, aunque solamente en 14 de las 36 actividades investigadas; CHRISTENSEN y sus colaboradores {1983) observaron en las parejas una creciente tendencia a atri­ buir al cónyuge la responsabilidad en cuestiones negativas conforme se iba incre­ mentando la duración de la relación. FrncHAM y BRADBURY {en prensa) también detectan sesgos egocéntricos entre los cónyuges en el curso de un estudio con me­ todología perfeccionada {no se forzó a los encuestados a hacer juicios simples, com­ parativos de las incidencias en la relación mutua, y se les permitió asignar contri­ buciones iguales en cualquier actividad; tampoco se les pidió específicamente que pensasen sólo en su propia contribución. Las pruebas tendieron, no obstante, a demostrar la existencia de un sesgo egocéntrico respecto de los resultados negati­ vos, pero de un sesgo cónyuge-céntrico respecto de los positivos, en una muestra relativamente alta en cuanto a satisfacción conyugal. Al igual que Burger y Rod­ man, Fincham y Bradbury únicamente hallaron pruebas equívocas de explicación por la disponibilidad, razón por la que consideraron necesarias futuras investiga­ ciones acerca de las condiciones en que -y de los mecanismos con lo que- actúa este sesgo. Existen, por tanto, pruebas abrumadoras de la presencia de sesgos autocompla­ cientes en la atribución interpersonal, siempre que apliquemos este término libe­ ralmente, abarcando toda manifestación de egotismo, autorrepresentación y ego­ centrismo. Hablando en términos amplios, el egotismo es especialmente probable que aparezca en contextos interpersonales competitivos; la autopresentación es tí­ pica en entornos públicos valorativos, y el egocentrismo es más probable que apa­ rezca siempre que se pida a los encuestados que primero recuerden comportamientos y después estimen su propia contribución y la del compañero. Debe tenerse en cuenta que en todos los estudios realizados por Ross y Sicoly, los sujetos tuvieron que recordar esfuerzos conjuntos previos, procedimiento que debería favorecer el heurístico de la disponibilidad.

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Consecuencias interpersonales de la atribución Como manifestara escuetamente CRITTENDEN, «la atribución es un proceso que se inicia en la percepción social, progresa a través del juicio causal y la inferencia social, y concluye en las consecuencias conductuales» (1983, pág. 426). El parentesco entre atribución e interacción social ha sido un tema de interés durante muchos años (por ejemplo, KELLEY, 1972b), asumiendo la mayoría de los atribucionistas, explícita o implícitamente, que la atribución ejerce un efecto di­ recto sobre el comportamiento, o, como mínimo, que mediatiza la relación entre el comportamiento y otros factores. Sorprende, sin embargo, que, como afirman HARVEY y WEARY (1984), pocos investigadores hayan examinado directamente las consecuencias conductuales de la atribución interpersonal. En esta sección nos ocu­ paremos en primer lugar de atribuciones e interacción social, para pasar seguida­ mente al posible papel de las atribuciones en la confirmación de expectativas.

Atribución e interacción social Algunos estudios de Harvey y sus colaboradores (TowN y HARVEY, 198 1 ; YAR­ KIN y col., 198 1; YARKIN-LEVIN, 1983) se centraron en cómo la actividad atributiva puede mediar entre variables de percepción social e interacción social (véanse KE­ LLEY, 1972b; KELLEY y M1cHELA, 1980; SNYDER, 1976). TowN y HARVEY (1981) in­ vestigaron la secuencia de formación de impresiones sobre una persona, realiza­ ción de atribuciones sobre ella y subsiguiente comportamiento respecto a la misma. Como los tres estudios aplicaban un paradigma fundamentalmente idéntico, lo des­ cribiremos con algún detalle. Los sujetos varones observaron primero una cinta de vídeo de cuatro minutos sobre un encuentro social en el que la persona-estímulo (una mujer) revelaba in­ formación muy Íntima, o poco Íntima. Después de ver la grabación, todos los suje­ tos supieron que iban a interactuar con dicha persona. Se aplicó a algunos una medición de atribución, y una tarea de entretenimiento a otros; para seguidamente participar todos sucesivamente en una interacción de tres minutos con la mujer en cuestión. Las principales mediciones consistieron en atribuciones hechas des­ pués de ver la cinta de vídeo, así como en respuestas conductuales durante la inte­ racción. Town y Harvey dedujeron la hipótesis de que había surgido un deseo de control en aquellos sujetos partícipes de las revelaciones muy Íntimas (en el curso de las cuales la mujer reveló que se estaba concienciando de sus propias tendencias homosexuales). Se creía que la motivación de control influiría tanto en la cantidad como en el tipo de actividades atributivas y en la valencia del comportamiento. Para la condición de elevada autorrevelación, los investigadores pronosticaban una actividad atributiva creciente (dispositiva versus situacional) para restaurar una sen­ sación de control, así como un comportamiento negativo hacia la interlocutora femenina; también pronosticaban que dicho comportamiento se correspondería con la cantidad de actividad atributiva no solicitada (aplicando las técnicas de HARVEY y col., 1980; véase cap. 3).

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Los resultados pusieron de manifiesto interacciones significativas entre nivel de revelación y atribución en mediciones de duración de contacto visual y de porcen­ taje locucional (número de segundos que el sujeto habló, dividido por la duración total de la conversación). Las diferencias entre condiciones de alta y baja revela­ ción en ambas mediciones conductuales fueron mayores cuando se había aplicado la medición de atribuciones en lugar de la tarea de entretenimiento. La condición de atribución fue distinta de la condición de entretenimiento en condiciones de alta revelación, pero no en condiciones de baja revelación. Finalmente, la cantidad de actividad atributiva se correspondió significativamente con un índice conduc­ tual combinado (contacto visual, proximidad y duración porcentual de la locu­ ción), tanto en condiciones de alta como de baja autorrevelación, siendo negativa la correspondencia en la primera y positiva en la segunda. Así, el estudio mostró un posible rol de las atribuciones como mediadoras entre las percepciones sobre otra persona y el comportamiento hacia ella. Oír que una mujer expresa tendencias homosexuales antes de interactuar con ella, es tanto como contar ya con una fuerte etiqueta, esquema o set (véanse SNYDER y URANOWITZ, 1978; comparar con BELLEZZA y BowER, 198 1; CLARK y WoLL, 198 1). YARKIN y sus colaboradores (1981) estudiaron la secuencia de recibir un set cogniti­ vo, hacer las atribuciones correspondientes y, seguidamente, adoptar un compor­ tamiento determinado con respecto a una persona. El set positivo retrató a la parti­ cipante femenina como psicológicamente sana, mientras que el negativo la retrató como psicológicamente enferma, comparándose estas condiciones con otras de no­ set. En el estudio que nos ocupa, los sujetos femeninos recibieron el set antes de visionar la cinta, y los autores suponían que éste (como hipótesis) guiaría a las per­ sonas en su observación de atribuciones sobre, y comportamiento hacia, otra per­ sona (véanse SNYDER, 1984; SNYDER y GANGESTAD, 1981). Además, la mitad de los sujetos completaron una medición atributiva no . solicitada; a la otra mitad se le ofreció una tarea distractiva después de visionar la cinta y antes de interaccionar con la mujer (condición de «no atribución»). Para nosotros reviste la mayor importancia el hecho de que en la condición set positivo/atribución, los sujetos prolongasen la duración de los contactos visua­ les, se enfrascasen en una conversc¡ción más positiva y hablasen más tiempo que los sujetos en la condición de set positivo/no atribución. En la conqición de set negativo/atribución, los contactos visuales de los suje_tos tuvieron menor duración, se enfrascaron en conversaciones más negativas y hablaron menos tiempo que los sujetos en la condición de set negativo/no atribución�, Se diero11 asimismo correla­ ciones muy significativas entre los indicadores del número de atribuciones y el com­ portamiento, tanto en condiciones de set positivo como de set negativo, pero no en condiciones de no set. También se hallaron correlaciones muy significativas en las relaciones entre la valencia de las atribuciones y el comportamiento en las tres condiciones. Los datos correlativos mostraron sobre todo un nexo relativamente fuerte entre atribución y comportamiento (no resultaron significativos los análisis de correlación parcial entre condiciones de set y comportamiento, con datos atri-

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butivos apartados). En suma, aunque ignoremos si los sujetos hubieran hecho re­ flexiones atributivas en ausencia de encuesta, los resultados de este estudio confir­ man que las atribuciones pueden mediar entre la percepción social y la interacción social. En un estudio final, se examinó el modo en que la interacción anticipada po­ dría afectar tanto a las atribuciones de los individuos sobre otra persona como a su comportamiento hacia ellas (YARKIN-LEVIN, 1983). También se planteó el inte­ rrogante de si el acto mismo de escribir las propias reflexiones (como en los dos estudios anteriores) influiría en el comportamiento, independientemente del con­ tenido atributivo de las reflexiones escritas. A determinados sujetos se les ofreció la oportunidad de escribir sus pensamientos retrospectivamente (condición de atri­ bución), mientras que a otros no se les dio ninguna instrucción al respecto de que pensaran o escribieran retrospectivamente (condición sin instrucciones) o bien de ocuparse en tareas de distracción. Los resultados fueron muy complejos, pero incluían repeticiones de algunos efectos obtenidos por YARKIN y sus colaboradores en 198 1 . Las manipulaciones de set ocasionaron los efectos previstos sobre atribución y comportamiento (por ejem­ plo, set negativo-atribución negativa-comportamiento negativo) y se produjo una significativa relación entre valencia y número de atribuciones y comportamiento. Y lo que es de la máxima importancia teórica: existieron interacciones de tercer nivel muy notables en algunas mediciones (condición de antipación x set x atri­ bución/no instrucción/distracción), como duración del contacto visual, positivi­ dad de la conversación y tiempo que habló el sujeto. Las respuestas atributivas y conductuales más acusadas (en todas las condiciones de set) se produjeron siempre que los sujetos anticipaban interacción y anotaban sus atribuciones. En conjunto, los tres estudios vienen a sugerir que las atribuciones pueden me­ diar entre la percepción social y la interacción social. Persiste el interrogante de si en realidad la medición no solicitada de atribución intercepta la atribución no sólo dispositiva sino causal (véase cap. 3). HAZLEWOOD y ÜLSON (1986) afirman, sin embargo, que los citados estudios se limitaron a examinar los juicios emitidos por los sujetos sobre las características personales de los objetivos. Estos autores compararon una tarea atributiva explícitamente causal con una condición en la que se no hacía ninguna pregunta atributiva encontrándose con que la información de covariación (consenso, distinguibilidad y coherencia, preparadas para implicar una atribuc�Ón personal o situacional) tuvo en realidad un impacto mayor sobre los sujetos en condiciones de no atribución (aplicaron mediciones de distancia in­ terpersonal, sonrisas y comodidad durante la interacción relatada por los sujetos). Sería, por tanto, prematuro concluir que las atribuciones causales son intermedia­ rias indispensables en toda interacción social, o, incluso, que siempre aparecen aso­ ciadas a las respuestas conductuales más acusadas; en cualquier caso, estos trabajos han contribuido notablemente al estudio del nexo entre atribuciones e interacción social, nexo que durante largo tiempo permaneció ignorado.

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Procesos atributivos

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la confirmación de expectativas

A los científicos sociales les ha fascinado siempre el modo en que los percepto­ res sociales etiquetan a otras personas, interactúan con ellas, les provocan compor­ tamientos y los interpretan (MERTON, 1948); o, en expresión de Snyder, el modo en que «las creencias sociales pueden crear y crean, su propia realidad social» ( 1984, pág. 293). Pero no todos los análisis han identificado un componente atributivo en tales casos de confirmación de expectativas o profecías autocumplidoras. Para nosotros, únicamente tienen interés los que sí lo han identificado, porque destacan el papel de las atribuciones en aquellas secuencias de interacción social que tien­ den a confirmar las expectativas iniciales del perceptor. DARLEY y FAzm ( 1980, pág. 868) analizaron el proceso de interacción social me­ diante la identificación de seis fases en una secuencia de interacción entre un sujeto objetivo y un perceptor: 1. El perceptor elabora un conjunto de expectativas sobre la persona-objetivo, bien basándose en anteriores observaciones de otra persona, bien en las categorías en las que la haya incluido. 2. El perceptor actúa entonces con respecto al objetivo de un modo congruen­ te con sus expectativas. 3. El objetivo interpreta el significado de la acción del perceptor. 4. La reacción del objetivo a la acción del perceptor se basa en dicha interpre­ tación. S. El perceptor interpreta la acción del objetivo. 6. Después de actuar con respecto al perceptor, el objetivo interpreta el signifi­ cado de su propia acción. Darley y Fazio admiten que esta secuencia es arbitraria, en cuanto que la pri­ mera fase puede ser ya en sí misma una reacción a otra fase previa, o bien represen­ tar el comienzo de la interacción; como hemos destacado anteriormente, en la rea­ lidad, los dos participantes en una interacción son a la vez objetivo y perceptor. Con todo, Darley y Fazio estaban en lo cierto al opinar que frecuentemente es útil y preciso identificar a una persona como perceptor y a otra como objetivo; por ejemplo, cuando el primero tiene más poder que el segundo y la interacción es, por tanto, asimétrica. Este poder se ejemplifica en la idea (esencial para la defi­ nición que hace MEKI'ON de la profecía autocumplidora, 1948, 1957) de que una persona (el perceptor) puede imponer una expectativa a otra (el objetivo) de modo tal que el comportamiento de este último la confirme. Así, para Darley y Fazio, la profecía autocumplidora es el «proceso por el que las expectativas que abriga un individuo sobre otro alteran su comportamiento de manera que los observado­ res interpretarían como confirmación de las expectativas del perceptor» (1980, pág. 869). Darley y Fazio observaron que la mayor parte de las investigaciones centran

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su atención en el nexo entre la etapa 1 y las etapas 4 y 5, pero ellos se concentraron en las etapas intervinientes estudiando con más detalle el desdóblamiento de una secuencia desde la etapa 1 hasta la 5. Sin embargo, las atribuciones causales tienen obviamente su máxima importancia en las etapas 3, 4, 5 y 6, etapas en las que centraremos nuestra atención. Las atribuciones en la etapa 3 -cómo interpreta el objetivo la acción del perceptor- pueden contemplarse como complejas y lentas versus simples y rápi­ das. Darley y Fazio destacaron cuatro posibles categorías de atribución suscepti­ bles de ser usadas por el objetivo: a) características disposicionales del perceptor, b) atribuciones a la situación, c) autoatribuciones, y d) atribuciones complejas (es decir, cualquier combinación de a-c). En la etapa 4, la respuesta del objetivo se ve afectada por sus propias atribuciones en la etapa 3. Por ejemplo, la respuesta del objetivo después de una autoatribución puede ser completamente diferente de la que sucede a una atribución a las características del perceptor. Según Darley y Fazio, se ha investigado poco acerca de si el objetivo acepta o rechaza la impresión del perceptor (véase GuRWITZ y ToPoL, 1978). En otro estudio se vio que aquellos objetivos a quienes se dijo que el perceptor abrigaba una expectativa sobre ellos, estuvieron en condiciones de superarla (H1LTON y DARLEY, 1985). Esta manera de informar al objetivo puede que le induzca a hacer una atribución interna al per­ ceptor. El papel más obvio de las atribuciones causales queda de manifiesto en la etapa 5, es decir, en cómo interpreta el perceptor la respuesta del objetivo, etapa que Darley y Fazio estudiaron por separado y en relación con comportamientos con­ firmativos, disconfirmativos y ambiguos. En los primeros, el perceptor reconoce -racionalmente- su propio papel provocador del comportamiento del objetivo, pero, como advertíamos anteriormente, los observadores (es decir, el perceptor como observador del objetivo) parecen subestimar el papel causal de los factores situa­ cionales, por lo menos al compararlo con el de los actores, de modo que el percep­ tor quizá tienda a atribuir el comportamiento al objetivo, desdeñando incluso explicaciones situacionales convincentes (KuuK, 1983). En comportamientos des­ confirmativos las atribuciones desempeñan un papel destacado en la persistencia de las convicciones (véase cap. 3). El perceptor parece interpretar el comportamiento desconfirmativo mediante lo .que DARLEY y FAzm denominan «sesgo atributivo de mantenimiento de la impresión» (1980, pág. 876), que pone el énfasis en las fuerzas situacionales (REGAN y col., 1974), incluso cuando dichos factores inhiben el com­ portamiento observado (KuuK, 1983), y éste todavía se contempla como congruente con la previa adscripción de características (BELL y col., 1976; HAYDEN y M1scHEL, 1976). También el comportamiento ambiguo se explica habitualmente como co­ herente con las expectativas iniciales del perceptor (DUNCAN, 1976, véase cap. 6). El examen de MILLER y TuRNBULL ( 1986) distingue dos clases de distorsión en el perceptor. Primero, sus expectativas pueden influir en la codificación del com­ portamiento (ROTHBAKI' y col., 1979), dando lugar a que los perceptores «Vean» o se fijen en el comportamiento que es congruente con sus expectativas, o bien

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tienden a etiquetarlo en congruencia con ellas QoNES y col., 1984). En segundo lugar (lo que aquí nos interesa), las expectativas del perceptor pueden influir en el modo de explicar el comportamiento. Según Miller y Turnbull, existen al me­ nos tres razones para justificar el hecho de que los perceptores pueden explicar com­ portamientos que habiendo codificado previamente como desconfirmativos de sus expectativas, parezcan congruentes con ellas: a) porque los perceptores descarten la fiabilidad o el valor de diagnóstico del comportamiento inesperado; b) porque atribuyan como efecto del propio comportamiento el comportamiento ajeno ines­ perado; y c) porque descarten el comportamiento inesperado centrándose en moti­ vaciones de ocultación atribuidas al objetivo. Finalmente, ¿cómo interpreta el objetivo sus propias acciones? Tal como WAT­ SON ( 1982) especifica las diferencias actor-observador, aquél tendería (al menos si se le compara con el observador) a subestimar el poder de las fuerzas situacionales, llegando a considerar que su propio comportamiento es, en cierto modo, autorre­ velador. Darley y Fazio apuntaron una segunda posibilidad: que el objetivo pola­ rice su actitud hacia el perceptor; por ejemplo: después de adscribir el comporta­ miento hostil del observador a las cualidades dispositivas de este, el objetivo puede confirmar las expectativas del perceptor, al mismo tiempo que confirma sus pro­ pias expectativas hacia el perceptor. Una tercera alternativa descrita por estos auto­ res ha encontrado últimamente respaldo empírico: al ser tratado hostilmente, el objetivo podría inferir algo acerca de sí mismo. Como comprobaron SNYDER y SwANN (1978b), aquellos objetivos inducidos a creer que su acción hostil al percep­ tor es un reflejo de su propia disposición negativa, actúan hostilmente con un nue­ vo participante, comportamiento que es en realidad una extensión de la clásica pro­ fecía autocumplidora, mediante la cual el objetivo internaliza exactamente las cualidades que esperaba el perceptor; proceso que se utiliza como efecto dramático en la obra teatral de May Frisch, Andorra, cuyo héroe, Andri, es identificado erró­ neamente como judío por la gente del pueblo, que le acosa por ello. Con el tiempo acaba creyéndose judío y comportándose en función de ello, como finalmente ex­ plica al sacerdote en una confesión conmovedora: Siempre, desde que puedo recordarlo, me han dicho que soy diferente, y yo trataba de saber si era verdad lo que me decían. Y es cierto, padre, soy diferente. Me decían que los de mi condición nos movemos de otra manera; yo me observaba casi todas las maña­ nas en el espejo, y tienen razón ... Trataba de averiguar si es verdad que siempre estoy pensando en el dinero... y también tienen razón. Siempre pienso en el dinero. Me de­ cían que los de mi condición somos cobardes, y también pude comprobarlo... no quería admitirlo, pero es cierto... Ahora está en sus manos, reverendo padre, aceptar o no a este judío (FRISCH, 1961, pág. 61).

La tragedia hace su aparición en la obra -cuyo tema es la falacia del antisemi­ tismo y el poder de la profecía autocumplidora- cuando la gente descubre final­ mente que Andri no es judío, pero ya es demasiado tarde para salvarle. Andri se había convertido en su estereotipo. El análisis que hacen Darley y Fazio de la pro-

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fecía de autocumplimiento asigna un papel nuclear a las atribuciones causales, pero otros enfoques más recientes, como el de Juss1M (1986), parecen menos centrados en la atribución, argumentando la trascendencia de otros sesgos sociocognitivos. Con todo, uno de los ejemplos de Jussim constituye una séptima etapa en la se­ cuencia de Darley y Fazio; y es que los tipos de atribuciones del perceptor que hemos destacado anteriormente pueden dar lugar a ciertos comportamientos; si, por ejemplo, los profesores atribuyen a la situación los fallos de los alumnos con altas expectativas, tratarán de alterarla para hacer posible que los estudiantes den libre expresión a su auténtica valía, explicación que podría contribuir a que los profesores se mostrasen predispuestos a insistir con los estudiantes de altas expec­ tativas y bajo rendimiento (repitiendo o replanteando preguntas, dándoles pistas y concediéndoles más tiempo: ALLINGTON, 1980; BROPHY y Gooo, 1970). En resumen: Darley y Fazio han aportado una convincente explicación teórica de la posición nuclear que ocupa la atribución causal en el proceso de confirma­ ción de expectativas, aunque todavía sean escasas las pruebas específicas al respec­ to. Las expectativas pueden conducir tanto a profecías de autodesconfirmación como a profecías de autocumplimiento (véanse BOND, 1972; HILTON y DARLEY, 1985; Ic­ KES y col., 1982), sólo que los investigadores se han mostrado más interesados en las primeras, que son más discordantes socialmente (véase MniER y TURNBULL, 1986). Incluso las expectativas fuertes sobre otra persona pueden verse desconfirmadas si el comportamiento ajeno es claramente incongruente con ellas (véase SwANN, 1983), pero queda abierto el interrogante de si -y cuándo- se verán desconfirma­ das (véase HILTON y DARLEY, 1985, para una perspectiva en función de las metas de interacción). En términos generales, y como afirma SNYDER, la pauta de atribu­ ciones confirmativas puesta aquí de manifiesto debe «tender a contribuir a la per­ petuación de cualquier hipótesis que las inicie» (1984, pág. 275). Resumen Las investigaciones estudiadas hasta aquí subrayan la importancia que tienen la atribución causal en la interacción social, destacando también la diferencia entre atribuciones intrapersonales y atribuciones interpersonales. En el nivel interper­ sonal, tendríamos que considerar roles y perspectivas diferentes (por ejemplo, ac­ tores y observadores), así como el modo en que se relacionan atribución y evalua­ ción. Lo «propio» (sel/) es también de importancia vital; con una visión amplia de los sesgos de autocomplacencia, hemos encontrado pruebas persuasivas de ego­ tismo atributivo, de autopresentación y de egocentrismo. Finalmente, parece evi­ dente que las atribuciones median entre percepción social e interacción social, pa­ pel que adquiere máxima relevancia en su forma de sesgo atributivo confirmativo, capaz de empujar a los perceptores a concluir, erróneamente, que sus expectativas se ven confirmadas en la interacción social. Estas conclusiones que por un lado causan impresi6n, por otro decepcionan; como escribi6 Fincham:

"',,

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La atribución causal

La investigación de las atribuciones del comportamiento interpersonal constituye una parte esencial de los estudios atributivos; en la inmensa mayoría de los casos, sin embar­ go, los juicios sobre un otro extraño o hipotético se basan en informaciones muy restrin­ gidas y con intención de cumplir las instrucciones del experimentador. Todas estas ca­ racterísticas siembran dudas sobre la pertinencia de tales investigaciones para entender las atribuciones en materia de relaciones (1985a, pág. 205).

Sin perder de vista tales advertencias, el resto del capítulo lo dedicamos a las atribuciones en relaciones íntimas, en las cuales quizás encontraremos el mejor ejemplo de la naturaleza verdaderamente interpersonal de las atribuciones.

Relaciones íntimas Cuestiones conceptuales y metodológicas •

·

Antes de empezar a valorar las pruebas sobre atribuciones en las relaciones Ínti­ mas, debemos examinar lo que se quiere decir con estos términos, así como las innovaciones metodológicas indispensables para el estudio de las atribuciones en materia de relaciones.

Relaciones y sus etapas Harvey definió las relaciones íntimas como ((relaciones que duran un cierto pe­ ríodo y que implican una fuerte, frecuente y diversa interdependencia en activida­ des, pensamientos y sentimientos» (1987, pág. 420; véase KELLEY y col., 1983). In­ terdependencia es la palabra clave aquí; otros autores han apuntado que resulta especialmente importante comprender y explorar el comportamiento de otros, con los cuales uno es Íntima y mutuamente dependiente. Según ÜRVIS y sus colabora­ dores (1976) las relaciones íntimas no sólo aumentan la importancia de determi­ nar las causas del comportamiento de los otros, sino que también incrementan la necesidad de explicitar claramente las razones de los propios actos: por lo tanto, en las relaciones Íntimas, la atribución tiende a ser comunicada y puede realizar diversas funciones, que van desde el ataque o la influencia del compañero-a hasta la defensa o justificación del propio comportamiento. El estudio de las relaciones Íntimas está recibiendo una detallada atención -aun­ que tardía- por parte de las principales corrientes de la psicología social, centrán­ dose la investigación en las tres etapas nucleares de la relación: formación, mante­ nimiento y disolución (véanse ARGYLE y HENDERSON, 1985; BREHM, 1985; CLARK y RE1s, 1988; DucK, 1984; KELLEY, 1979; KELLEY y col., 1983; LEVINGER, 1980). Al­ gunos investigadores han propuesto que los procesos atributivos se relacionan Ín­ tegramente con estas etapas de la relación. F1NCHAM ( 1985a) piensa que durante la

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etapa de formación de la relación, las atribuciones contribuyen a reducir la ambi­ güedad y a facilitar el procesamiento de información sobre los comportamientos que se producen en ella. Durante la etapa de mantenimiento, la actividad atributi­ va decrece, pues la existencia de concepciones estables (atribuciones dispositivas) aumenta la previsibilidad y reduce la necesidad de hacer atribuciones. En la etapa de disolución, es probable que aumenten de nuevo las atribuciones y que sean fun­ cionales, puesto que ayudan a los relacionados a entender lo que ocurre en su rela­ ción. HARVEY expuso como sigue las razones para estudiar las atribuciones en las etapas de una relación: La atribución es una actividad dinámica y progresiva en el transcurso de una relación íntima. El dinamismo se debe al hecho de que la calidad de las atribuciones varía a me­ dida que la relación misma se intensifica, desfallece o termina (1987, pág. 424).

Dadas las fluctuaciones en las relaciones y en sus componentes afectivos conco­ mitantes, la cuestión obvia estriba en saber si podemos generalizar las atribuciones entre extraños (el típico estudio de laboratorio) a las atribuciones en relaciones ín­ timas. En teoría, debemos ser cautelosos en la generalización de fenómenos tales como las diferencias actor-observador a la vista de que los factores endémicos en las relaciones -como las expectativas de interacción futura (KNIGTH y VALLACHER, 198 1)- y el efecto que sienta un atribuidor hacia un actor (REGAN y col., 1974), influyen en las atribuciones. Como advertía KELLEY, «siempre que el observador abandona su papel pasivo e intenta controlar activamente al actor, es probable que la generalización de Jones y Nisbett tienda a desmoronarse» (1977, págs. 96-97). Metodológicamente, la generalización se ve complicada por el hecho de que la cla­ se de atribuciones que se hacen en las relaciones íntimas, sencillamente, no son las mismas que encontramos en interacciones entre extraños, cuestión ésta que re­ quiere una exposición más detallada.

Naturaleza de las atribuciones en las relaciones HARVEY (1987) se ha referido a la dificultad de codificar atribuciones complejas sobre relaciones, porque a menudo en las explicaciones de respuesta libre de los encuestadores aparecen implicadas múltiples causas y dimensiones. Tiene un sen­ tido intuitivo que las atribuciones que se producen explícitamente en las relacio­ nes íntimas sean sobre causas interactivas; ésa es la razón de que necesitemos medi­ ciones sofisticadas y esquemas de codificación susceptibles de repetidos usos y ajustados a este contexto. Es una exigencia que puede parecer ambiciosa, pero creo que el grupo relativa­ mente reducido de investigadores de esta área ha aceptado ya con talante construc­ tivo el desafío. NEWMAN (198 1a) indicó que las mismas categorías de atribución dispositiva versus atribución situacional (fundamentales en los estudios actor-

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La atribución causal

observador) se hacían derivar de situaciones en las que los observadores no man­ tienen relaciones con los actores a quienes observan. Aplicadas a las relaciones, ta­ les categorías resultan dudosas. En el nivel individual, las atribuciones que se ha­ cen al copartícipe son externas, pero en el nivel de la relación, los factores extrarrelacionales representan atribuciones externas. Además, las atribuciones a uno mismo, o al compañero-a, pueden estar dirigidas al individuo, o bien pueden cen­ trarse en la interacción de la pareja. NEWMAN llama a esto último «atribuciones interpersonales», es decir, atribuciones centradas en «la percepción que "uno" tie­ ne de sí mismo con relación a otro» y la de «ese otro con relación a uno mismo» (198 1a, pág. 63). Como afirma HoWE (1987), aunque tanto las atribuciones perso­ nales como las interpersonales adscriben las causas a las características de uno de los integrantes de la pareja, las primeras giran en torno a las disposiciones generales («El es una persona muy desconfiada») y las últimas apuntan a características per­ sonales de uno de los integrantes con respecto al otro («El desconfía de mÍ»). F1NCHAM (1985a) dio un paso más, y defendió que es posible distinguir entre la atribución interactiva centrada en él/la compañero-a («Ella no se fía de mÍ») y la verdaderamente dual o relacional («Falta confianza entre nosotros»). Es muy sig­ nificativo que esta última clase de atribución (admitida implícitamente por NEw­ MAN, 198 1a) contemple la relación misma como causa del comportamiento. Como señalan BRADBURY y F1NCHAM (en prensa), las explicaciones derivadas de centrarse en la pareja como tal en lugar de en las relaciones de un miembro con otro, pue­ den ser muy serias (comparemos «Discutimos porque muchas veces no nos preo­ cupamos de escucharnos el uno al otro» con «Discutimos porque él no me escu­ cha»). Una taxonomía más completa de la atribución en la relaciones incluiría atribuciones internas y externas tanto como atribuciones interpersonales y de re­ lación. Como veremos más adelante, son detalles en los que pocas veces se repara, pero que son el marchamo de los estudios más sofisticados. Otro problema metodológico -que ahora nos resulta familiar- atañe a la mul­ tiplicidad de términos usados para significar «atribución»: causa percibida, respon­ sabilidad, mérito y culpa -términos que frecuentemente se intercambian (S1LLARS, 198 1; THOMPSON y KELLEY, 1981)-, pero algunos investigadores han hecho un es­ fuerzo meritorio por clasificar estas mediciones y seguidamente valorar su impor­ tancia relativa como intermediarias de otras variables, entre ellas la satisfacción conyugal. En lo que resta del presente capítulo examinaremos las pruebas y el impacto de las atribuciones bajo tres amplios epígrafes -conflicto interpersonal, satisfac­ ción conyugal y ruptura de relaciones-, centrándonos en las relaciones heterose­ xuales y especialmente en el matrimonio. Estos epígrafes sugieren las etapas rela­ cionales, aunque no coincidan exactamente con ellas, ya que, por ejemplo, el conflicto, o la satisfacción conyugal, puede aparecer en diferentes fases de la vida de una relación. Los tres temas reflejan extensas áreas de las relaciones, en las que las atribuciones han sido objeto de especial atención y la teoría de la atribución ha obtenido un considerable respaldo.

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Conflicto interpersonal

HoRAI ( 1977) utilizó el término «conflicto atributivo» para referirse al desacuerdo entre dos o más partes a la hora de adoptar una explicación causal. ÜRVIS y sus colaboradores (1976) investigaron diferencias atributivas entre los componentes de 41 parejas jóvenes y heterosexuales (de las que 21 eran novios y el resto casadas, o que vivían maritalmente). Se les pidió que describiesen casos en los que difirie­ ran sus explicaciones sobre el comportamiento de uno de los integrantes de la pa­ reja, para centrar así la atención en el conflicto atributivo. Se les pidió que explica­ sen con detalle los ejemplos anotados independientemente por ambos miembros, y que completasen por separado el cuestionario atributivo. Se les pidió también que confeccionasen una lista con ejemplos del comportamiento propio y de com­ portamiento de sus respectivas parejas, y que en cada caso, expusiesen sus propias explicaciones y las de su pareja. Uno de los efectos más acusados entre los recogi­ dos por Orvis, y precisamente en el que nos centraremos, se refería a si la explica­ ción la daba la persona que materializaba el comportamiento (el actor) o su pareja; efecto que estos autores denominaron diferencias actor-pareja. La comparación se centra no en las explicaciones reales que los dos individuos daban de un determi­ nado comportamiento, sino en cada comportamiento, en las explicaciones que uno (u otro) dice que dieron ambos. Los actores tendieron a destacar causas externas, estados internos transitorios, juicios sobre lo preferible o necesario, preocupación por el bienestar de la pareja, y tanto las propiedades intrínsecas de la actividad como sus consecuencias direc­ tas. Las parejas de éstos, por el contrario, tendieron a dar explicaciones (en tono muy negativo) expresadas en función de las características del actor, de la actitud negativa de éste hacia su pareja, y de las consecuencias indirectas de la actividad en cuestión. Curiosamente, las parejas tendían a ver la acción concreta como parte integrante de una pauta de comportamiento más general, y sus atribuciones impli­ caban una relativa estabilidad, mientras que los actores la contemplaban como un incidente aislado explicado por causas inestables. Similares resultados arrojó un estudio sobre el significado dado a diversas atri­ buciones interpersonales (PA5.5ER y col., 1978). Estudiantes de grado medio juzga­ ron la similitud entre 13 categorías de explicación obtenidas por Orvis y sus cola­ boradores, tanto desde la perspectiva del actor como desde la del observador. En ambas condiciones, la actitud positiva o negativa del actor hacia su pareja consti­ tuía una dimensión muy destacada (dimensión 1 en fig. 6 y 7). En la condición del actor, la segunda dimensión contrastaba causas intencionadas y no intenciona­ das; en la condición de la pareja la segunda dimensión contrastaba las característi­ cas del actor y sus estados o circunstancias. KELLEY (1979) integró los resultados de este estudio en los del de Orvis y sus colaboradores, situando los tipos de expli­ cación preferidos por actor y pareja en el espacio de significación inferido de los juicios de similitud de los encuestados no implicados. En la figura 6 puede verse que las explicaciones preferidas de los actores implican en su mayor parte una acti-

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1 NO-INTENCIONAL 1 Presiones El actor • de los es estúpido amigos e irreflexivo

Condición física del l actor

Situación ' inusual Estado de ánimo, o ! mental, del actor

ACTITUD NEGATIVA HACIA LA • El actor no se preocupa de la pareja PAREJA

La actividad • ! era gratificante El actor es e egoísta Accion es • El �ctor pasadas es de esa El actor creía de la pareja clase de haber hecho bien ! personas El actor quería cambiar el comportamiento de la pareja •

Dim. 1 ACTITUD POSITIVA HACIA LA PAREJA

! El actor pensó en lo mejor para la pareja

! INTENCIONAL 1 FIGURA 6. Solución bidimensionalpara la condición de «actor»; los tipos de explicación preferidos por los actores se indican con triángulos {de PASSER y col., 1978, © 1978 de la American Psychological Association, reproducido con autorización de editor y el autor).

tud positiva hacia la pareja e incluyen causas tanto intencionales como no inten­ cionales. En la figura 7, las explicaciones preferidas por la pareja implican bien una actitud negativa por parte del actor, bien características negativas, o bien am­ bas cosas. Existe claramente alguna similitud entre las diferencias actor-pareja y las dife­ rencias actor-observador, pero ciertamente ambas son distintas. Algunas explica­ ciones codificadas como «internas» por Orvis hacían referencia a causas dentro de la pareja del actor, que mediaban entre exigencias situacionales y comportamien­ to. Al codificarlas, Orvis y sus colaboradores comprobaron que la línea divisoria entre ambiente y estado del actor aparecía borrosa. Los investigadores también du­ daban de que la distinci6n informativa-perceptiva de N1sBETT y JoNES {1972) fuese aplicable a estas diferencias actor-pareja, prefiriendo destacar la importancia de la evaluación {véase VAN DER PuGT, 198 1). Por un lado, el actor «mostraba preocupa­ ción por justificar y exonerar», pero, por otro, la pareja {más participante que ob­ servador del comportamiento negativo) «mostraba preocupación por su significado, por desagraviar o retribuir, y por prevenirlo» (ÜRVIS, 1976, pág. 364). Contraria-

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1 CIRCUNSTANCIAS O ESTADOS j Condición • física del actor

• Situación inusual

Estado de ánimo o • mental del actor

ACTITUD NEGATIVA HACIA LA PAREJA

• Presiones de los amigos

El actor no se preocupa de la pareja La actividad (t) El actor es (t) era gratificante éstúpido e irreflexivo El actor es El actor • de esa clase es egoísta de personas

Acciones pasadas de la pareja El actor creía haber hecho bien • • El actor quería cambiar el comportamiento de la pareja

Dim. 1 ACTITUD POSITIVA HACIA LA • PAREJA El actor pensó en lo mejor para la pareja

1 CARACTERISTICAS DEL ACTOR j FIGURA 7. Solución bidimensional para la condición de pareja; los tipos de explicación preferidos por las parejas se indican con círculos (de PASSER y col., 1978, © de la American Psychological Association, reproducido con autorización del editor y el autor).

mente a J ones y Nisbett, ÜRv1s y sus colaboradores acentuaron la relación existen­ te entre atribución y comunicación, sugiriendo que sus datos �reflejan las conse­ cuencias de un proceso comunicativo» y especulando con que «en estas parejas la comunicación de interpretaciones causales divergentes del comportamiento es parte común e importante de la interacción» (pág. 378). Además de justificar y excusar acciones, las atribuciones que se comunican contribuyen a mantener la relación, ya que fijan la atención en la comprensión básica del comportamiento -o de su ausencia-, en la relación y en los sentimientos sobre ésta (véase también NEWMAN , 198 1). Como observó KELLEY ( 1977), en las atribuciones actor-observador enmarcadas en la interacción social, todo cónyuge desempeña el papel de locutor y oyente. De modo semejante, F1NCHAM (1983) afirma que un determinado acto realizado por un cónyuge es simultáneamente estímulo (si le sigue un comportamiento del otro) y respuesta (si sigue al comportamiento del otro). Es difícil, por tanto -y arbitrario-, imponer una estructura lineal causa-efecto a tales interacciones inter­ personales. Esta compleja interdependencia queda ilustrada por el ejemplo del ma­ rido que dice «Me voy porque te quejas», a lo que replica la mujer «Me quejo por-

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que te vas» (WATZLAWICK, 1967, pág. 56). Lo que, superficialmente (o en la separación impuesta por el esquema codificador), podría parecer que son dos secuencias cau­ sales diferentes en una sola dirección, representa en realidad un proceso causal cir­ cular; las acciones de ambos son tanto un efecto del comportamiento previo del otro como una causa del comportamiento subsiguiente del otro (KELLEY, 1977). Los teóricos de la familia (WATZLAWICK, 1976) se refieren a los casos en los que dos personas no se ponen de acuerdo acerca de qué acto de una secuencia es estímulo y cuál es reacción, denominándolos problemas de «puntuación». Si actor y pareja no pueden ni siquiera ponerse de acuerdo sobre la verdadera secuencia del com­ portamiento, no sorprenderá que discrepen en sus atribuciones causales. Aunque el estudio de Orvis y sus colaboradores tuviera un impacto seminal en la dirección que tomaría la investigación atributiva, sus resultados son limita­ dos en algunos aspectos (véanse F1NCHAM, 1985; HowE, 1987). Primero, y como reconocen estos autores, las explicaciones codificadas hadan referencia solamente a situaciones de conflicto atributivo. Además, se pidió a los encuestados que hicie­ sen una relación de las causas de sus propias acciones y de las de sus parejas, y no de las causas de las interacciones mutuas, procedimiento que al parecer exagera las atribuciones personales. En segundo lugar, cuando se daban múltiples explica­ ciones solamente se codificaba aquella que los investigadores definían como más destacada. En tercer lugar, cuando se daba una sucesión de acontecimientos, sólo se codificaba el más inmediato. En cuarto lugar, atribuciones como «Mi pareja no me hace demasiado caso» se codificaban como internas aunque a la luz de las in­ vestigaciones recientes se trate de una atribución claramente interpersonal. Estas limitaciones quizá sean muy reveladoras, en cuanto a que determinan criterios para el estudio de las atribuciones en las relaciones Íntimas, pero en todo caso habría que tenerlas presentes al extrapolar esta investigaci6n y al enjuiciar las siguientes. Contrastando con la aparente facilidad con la que Orvis y sus colaboradores examinaron el conflicto atributivo, un estudio posterior revel6 que las parejas no eran conscientes de sus verdaderas divergencias atributivas. HARvEY y sus colabora­ dores (1978, estudio 1) pidieron a 36 parejas no casadas (que habían convivido como mínimo 6 meses y que se eligieron por su experiencia en conflictos relacionales) que rellenasen un cuestionario en el que valorarían sus propias atribuciones y pro­ nosticarían las de sus parejas en relación con las verdaderas causas de sus conflic­ tos. Curiosamente, en lugar de las pruebas de divergencias atributivas, tanto hom­ bres como mujeres pronosticaron que sus respectivas parejas harían atribuciones muy parecidas a las suyas (es decir, percibían convergencia), lo que demuestra que las parejas pueden ser egocéntricas en sus atribuciones, por lo que Harvey y sus colaboradores pensaron que esta visi6n imprecisa puede llegar a ser determinante en conflictos de relaciones Íntimas. Una vez más tendríamos que puntualizar dichas conclusiones. Primeramente, como señala FINCHAM (1985a), Harvey y sus colaboradores examinaron atribucio­ nes de conflictos relacionales sensibles (incompatibilidad en las relaciones sexua­ les, influencia de posibles amantes alternativos), mientras que Orvis los había des-

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cartado expresamente (preocupado por generar conflictos). Segundo, aunque tales parejas fueran elegidas por su experiencia en conflictos relacionales, result6 que mantenían relaciones muy satisfactorias, por lo que la ignorancia de divergencias atributivas puede asociarse a una mayor satisfacci6n relacional. Naturalmente, los conflictos interpersonales no son necesariamente caracterís­ ticos de -o están limitados a- las relaciones de parejas heterosexuales. SILLARS (198 1, estudio 1) pidi6 a 58 mujeres por un lado y a 51 hombres por otro, que compar­ tÍan dormitorio en residencias estudiantiles, que recordasen los «problemas inter­ personales» más significativos que hubiesen experimentado con sus compañeros/as de habitaci6n. Como en los anteriores estudios, aparecieron nuevamente diferen­ cias actor-compañero. Los encuestados atribuyeron mayor responsabilidad en los conflictos a sus compañeros de habitaci6n que a sí mismos. La responsabilidad atri­ buida a un compañero de habitaci6n se relacionaba positivamente con la estabili­ dad percibida en los conflictos, mientras que la atribuida a uno mismo se relacio­ naba negativamente con dicha estabilidad. Sillars midi6 también tres índices de escalada de conflictos y deterioro de rela­ ciones -la importancia percibida de los conflictos, la frecuencia de conflictos con el compañero/a de habitaci6n y la de satisfacci6n con él, todos los cuales estaban fuerte y coherentemente asociados a las atribuciones. La estructura de los resulta­ dos sugerían que a medida que los conflictos se intensificaban y la satisfacci6n rela­ cional declinaba, se producía una disminuci6n de la responsabilidad autoatribui­ da, un incremento de la atribuida al otro, y un aumento de la estabilidad percibida en los conflictos. S1LLARS vincul6 también las atribuciones a las estrategias de reso­ luci6n de conflictos indicadas por los encuestados. Comprob6 que éstos tendían a informar según «estrategias integradoras» (definidas como «reconocimiento ex­ plícito y planteamiento del conflicto, que conllevan una valoración positiva o neu­ tra de la pareja y no buscan concesiones», pág. 290) cuando percibían que sus pare­ jas eran más cooperador.as, se atribuían mayor responsabilidad y veían el conflicto como menos estable.4 En un segundo estudio, SILLARS (198 1, estudio 2) desarroll6 estas ideas de mane­ ra más espontánea, grabando en vídeo la discusi6n de los problemas que experi­ mentaban como compañeros de habitaci6n 46 parejas de estudiantes del mismo sexo. No se observaron diferencias entre los porcentajes de responsabilidad autoa­ tribuida y los de atribuci6n al compañero, pero la atribuida a este último se refería a factores más estables (es decir, a características personales) que las de los conflic­ tos no atribuidos al compañero. Desgraciadamente para un estudio del conflicto interpersonal, el 66 por ciento de los encuestados cifraron su valoraci6n de la satis­ facción con sus compañeros de habitación en 10 o más puntos en una escala de 12; las diferencias actor-compañero surgieron únicamente en aquellas díadas en 4. Debería tenerse en cuenta que aunque SILLARS (1981) utilice indistintamente los términos culpa la lectura de sus primeros escritos revela que las mediciones se referían explícitamen­ te a la responsabilidad, no a la culpa (véase SILLARs, 1980a, b).

y responsabilidad,

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las que ambos integrantes expresaron satisfacción moderada o baja. Sin embargo, las condiciones que afectaban a las diferencias actor-compañero fueron semejantes a las deducidas del primer estudio. A medida que los conflictos aumentaban en im­ portancia y frecuencia, y disminuía la satisfacción relacional, se producía también una disminución de la responsabilidad autoatribuida y un aumento de la atribuida al otro, así como de la estabilidad percibida del conflicto. Sillars informó de que los encuestados que hacían atribuciones internas (más atribuciones a uno mismo que al otro) diferían de aquellos que hacían atribucio­ nes externas en aplicación de sus estrategias «de evitación», «distributiva» e «inte­ gradora» (la primera «evita la discusión para minimizar las reacciones negativas de la pareja», la segunda supone «Un reconocimiento explícito y la discusión del con­ flicto en busca de concesiones por parte de la pareja», pág. 290). La responsabili­ dad autoatribuida aparecía asociada a un comportamiento más integrador, mien­ tras que la atribución ajena lo estaba a un comportamiento más distributivo y de evitación. Finalmente, Sillars analizó secuencias de transición para ver cómo responde el actor ante un acto de su pareja. El resultado apuntaba a que la responsabilidad atri­ buida al otro lleva a una reciprocidad y escalada del conflicto en respuesta a actos distributivos, mientras que la responsabilidad autoatribuida lleva al descenso del conflicto y la conciliación. Como admitió Sillars, es imposible determinar si la escalada del conflicto produce cambios en las atribuciones o viceversa, o si tanto la escalada del conflicto como la atribución son síntomas de un tercer factor. Como otros investigadores del nivel interpersonal, Sillars destacaba que la atribución en la interacción es un proceso circular, y abrigaba expectativas de influencia causal en ambas direcciones. Los tres estudios examinados en esta sección, basados en una multiplicidad de relaciones (novios, parejas de hecho, casadas, y compañeros de habitacion) aportan pruebas iniciales sobre la incidencia y naturaleza de las atribuciones en el conflicto interpersonal y sobre la asociación de atribuciones y otras variables como la satis­ facción relacional y las estrategias de solución de conflictos (véase también FIN­ CHAM y col., en prensa). Como afirma F1NCHAM (1985a), es importante diferenciar entre tipos de relaciones (íntimas-distantes, iguales-desiguales) y, sobre todo, distin­ guir entre parejas no casadas y casadas, en las que las obligaciones legales pueden alterar algunos aspectos de la relación, que pasaría de voluntaria a obligatoria (véa­ se LEDERER y jACKSON, 1968). En vista de estos argumentos, la siguiente sección se centrará exclusivamente en las atribuciones relacionadas con la satisfacción ma­ trimonial, tema que últimamente ha propiciado un considerable volumen de teo­ ría e investigación.

Atribución interpersonal

1

.

163

Satisfacción matrimonial

Cónyuges con y sin problemas En los últimos años, tanto investigadores como facultativos en el área de la tera­ pia matrimonial han llamado la atención sobre la importancia de las atribuciones causales en la disfunción conyugal (BAucoM, 1986; F1NCHAM, 1985a). La primera línea investigativa consistió en comparar las atribuciones causales realizadas por cónyuges con y sin problemas. Como advertía FINCHAM (1985b), la hipótesis de salida (ampliando el sesgo de autocomplacencia) era que los cónyuges con proble­ mas atribuirían el comportamiento negativo de sus parejas a causas internas, acen­ tuando así el impacto negativo de dichos comportamientos y contribuyendo a man­ tener el problema conyugal. Los cónyuges sin problemas, por el contrario, atribuirían el comportamiento negativo a causas externas, minimizando así su im­ pacto. De manera semejante, se pronosticaba que los cónyuges con problemas atri­ buirían a causas externas el comportamiento positivo de sus parejas, mientras que los carentes de problemas lo atribuirían a causas internas. jACOBSON y sus colaboradores (1985) secundaron en cierto modo esta simple hipótesis interno-externo. Hicieron que parejas con y sin problemas emprendiesen en el laboratorio un conjunto de tareas de solución de conflictos. Previamente a una de dichas interacciones, se daban instrucciones en privado a uno de los cónyu­ ges para que incrementara sus acciones positivas (o negativas) con respecto al otro. Después de la interacción, este último rellenaba un cuestionario de atribución cau­ sal. Tal como estaba previsto, los cónyuges con problemas valoraron como más interno el comportamiento negativo de su pareja, mientras que los carentes de pro­ blemas hicieron lo mismo respecto del comportamiento positivo. SHIELDS y HAN­ NEKE (1983) llegaron a resultados similares al comprobar que las esposas atribuían el comportamiento violento de sus maridos a causas internas mientras que éstos no lo hacían tanto con respecto a ellas. Sin embargo, Fincham y sus colegas no comprobaron la existencia de tales dife­ rencias respecto de las atribuciones internas y externas entre parejas que solicita­ ban tratamiento terapéutico y parejas felices (FINCHAM y col., 1987b; FINCHAM y O'LEARY, 1983), por lo que aumentó la simple dimensión de lugar incluyendo va­ loraciones estable-inestable, controlable-incontrolable y global-específica de la causa percibida, ampliación sugerida por la observación clínica de que los cónyuges que solicitaban terapia, a menudo se sentían «indefensos» en sus matrimonios, creyen­ do que era poco lo que podían hacer para cambiar el comportamiento de sus pare­ jas, o para mejorar sus relaciones. Viendo cierto paralelismo con la indefensión aprendida, Fincham investigó las dimensiones atributivas que teóricamente inter­ vienen en esta última (ABRAMSON y col., 1978; véase cap. 3). Pronosticó que los cónyuges en busca de terapia matrimonial harían más atribuciones causales al es­ poso/a (externas), globales, estables o incontrolables de los comportamientos ne­ gativos de sus parejas que sus opuestos libres de problemas, así como que se plas­ maría el modelo inverso respecto de los comportamientos positivos de la pareja.

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1

La atribución causal

Para comprobar sus pronósticos, F1NCHAM y O'LEARY (1983) pidieron a 16 pare­ jas felices en sus matrimonios, y a 16 parejas con problemas (estas últimas seguían una terapia matrimonial) que imaginaran un determinado comportamiento de sus respectivos cónyuges. Los encuestados nombraron entonces la causa principal de seis comportamientos hipotéticos negativos y de seis comportamientos positivos de sus parejas, valorando cada caso según las cuatro dimensiones causales: posición, estabilidad, controlabilidad y globalidad. Los encuestados indicaron también el im­ pacto afectivo de su comportamiento imaginado y de su más probable respuesta ante él. Los resultados no encajaron completamente en el modelo de indefensión aprendida, pero se dieron significativas diferencias entre las atribuciones de cónyu­ ges con y sin problemas. Los primeros estimaron que las causas de los comporta­ mientos negativos eran más globales, mientras que los cónyuges sin problemas es­ timaron que las causas de los comportamientos positivos eran más globales y también controlables. En términos generales, de este estudio se deduce un papel relativamente poco importante de las atribuciones. Las estimaciones de comporta­ miento arrojaron un porcentaje significativo de variación en probables respuestas solamente en el comportamiento conyugal positivo, mientras que los resultados de un análisis exploratorio apuntaban a que el efecto de las atribuciones sobre el comportamiento probable está mediatizado por su impacto en los sentimientos. Aceptando que los anteriores resultados podrían reducirse a comportamientos conyugales hipotéticos, F1NCHAM (1985b) pidió a una nueva muestra de 37 parejas ( 18 de las cuales se encontraban en las fases preliminares de una terapia conyugal) que realizaran individualmente sus atribuciones al respecto de las dos mayores difi­ cultades experimentadas en sus matrimonios. Los encuestados anotaron la que con­ sideraban principal causa de sus dificultades, respondiendo seguidamente a siete preguntas relativas a dicha causa. Se trataba de preguntas que investigaban percep­ ciones de posición causal (en uno mismo, en el cónyuge, en la relación, o en cir­ cunstancias externas) globalidad/especificidad, estabilidad, y hasta qué extremo se debía la causa a la actitud o al sentimiento negativo del interlocutor hacia ellos. El cónyuge con problemas era más propenso que otro sin problemas a ver en su pareja y en la relación el origen de sus disensiones conyugales; a percibir las causas de las disensiones más globalmente, y a contemplarlas como más expresivas de la actitud negativa del cónyuge hacia el/la evaluador/a. Este estudio reproducía y ampliaba el anterior, demostrando claramente la ne­ cesidad de profundizar más allá de las simples atribuciones internas-externas. Los resultados, en resumen, fueron los siguientes: los cónyuges felices (o sin proble­ mas) tienden a atribuir a sus parejas el mérito del comportamiento positivo, citan­ do factores internos, estables, globales y controlables para explicarlo. El comporta­ miento negativo, por otro lado, lo explican adscribiéndolo a causas contempladas como externas, inestables, específicas e incontrolables. Como indican HoLTZWOKI'H­ MuNROE y jACOBSON (1985), tales atribuciones maximizan el impacto del compor­ tamiento positivo y minimizan el del negativo, por lo que pueden considerarse «mejora.doras de la relación». Las parejas con problemas, por en contrario, tienden

Atribución interpersonal TABLA

1

165

5. Atribuciones mejoradoras de la relación y mantenedoras del problema. Tipo de comportamiento de la pareja

Tipo de cónyuge

Negativo

Sin problemas

Externa Inestable Específica 1 ncontrolable

Con problemas

Interna Estable Global Controlable

Positivo

(Mejorador de la relación ) Interna Estable Global Controlable (Mantenedor del problema) Externa Inestable Específica Incontrolable

Fuente: según F1NCHAM y col . , 1987a, Holtzworth-Munroe y Jacobson, 1985.

a dar exactamente la pauta atributiva opuesta, la cual puede considerarse «mante­ nedora de problemas» (véase la tabla 5). Holtzworth-Munroe y Jacobson complementaron lo ya expuesto investigando la frecuencia de la «actividad atributiva» en relaciones con y sin problemas. Defi­ nieron esta actividad bien como un proceso de preguntas causales («¿Por qué vol­ vió tarde a casa?»), bien como el resultado de dicho proceso («Volvió tarde porque su jefe le retuvo»). Para medir la actividad atributiva espontánea Holtzworth-Munroe y Jacobson utilizaron una prueba indirecta derivada de HARVEY (1980, véase cap. 3). Las refle­ xiones atributivas codificadas fueron explícitamente causales y no dispositivas, y se definió la reflexión atributiva como «Una manifestación que explica o explora las razones de por qué un cónyuge tiene un comportamiento determinado» (pág. 1402). Holtzworth-Munroe y Jacobson compararon seguidamente las atribuciones he­ chas por 20 parejas sin problemas y 20 con problemas, al respecto de 20 sucesos tomados de la Spouse Observation Checklist (WEiss y MARGOLIN, 1977). Los suce­ sos consistían en cuatro comportamientos de una de estas cuatro categorías: su­ cesos positivos frecuentes, sucesos positivos infrecuentes, sucesos negativos frecuentes y sucesos negativos infrecuentes. Las parejas con problemas arrojaron el mayor nú­ mero de reflexiones atributivas en los sucesos negativos frecuentes, mostrándose más inclinadas a la actividad atributiva en dichos sucesos que las parejas sin pro­ blemas (véase fig. 8). En las parejas con problemas, la actividad atributiva fue tam­ bién menos común como respuesta a comportamientos positivos frecuentes de la pareja. Según Holtzworth-Munroe y Jacobson, la nula inclinación a explicar el comportamiento positivo de la pareja, así como la actividad atributiva intensifica­ da con respecto al comportamiento negativo frecuente, nos sugiere que los cónyu­ ges con problemas están más dispuestos a centrar su interpretación en los compor­ tamientos desagradables de que dan muestra sus parejas, mientras que a menudo

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1

La atribución causal

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FIGURA 8. Cantidad de pensamientos atributivos

MUNllOE y jACOBSON, 1985, © 1985 de la American Psychological Association, reproducido con per­

miso del editor y el autor).

ignoran las implicaciones del comportamiento agradable frecuente. Sin embargo, como indican BRADBURY y F1NCHAM (en prensa), al comparar la incidencia de las atribuciones en diferentes tipos de sucesos, deberíamos tener en cuenta la frecuen­ cia base de tales sucesos. Podría suceder, por ejemplo, que la frecuencia base para «sucesos negativos frecuentes» fuera diferente en parejas con y sin problemas, lo que oscurecería el porcentaje diferente de atribuciones o comportamientos de am­ bos grupos. Una de las conclusiones más interesantes a que llegaron Holtzworth-Munroe y Jacobson, fue que las esposas con y sin problemas no diferían en sus respectivas intensidades de actividad atributiva, pero los maridos con problemas mostraban más pensamientos atributivos que los maridos sin problemas (dentro del grupo con problemas no existieron diferencias entre maridos y esposas; dentro del gru­ po sin problemas las esposas hicieron más pensamientos atributivos que los mari­ dos). Dado que los maridos sin problemas se mostraron particularmente reacios a toda actividad atributiva, estos autores pensaron que «quizás el papel de la mujer casada en nuestra cultura provoca una vigilancia atributiva crónica que obvia la necesidad de una atención intensificada cuando surgen acontecimientos desagrada­ bles o con carga conflictiva... Los hombres tienden a ignorar la dinámica causal mientras la relación transcurra suavemente» (pág. 1408). Holtzworth-Munroe y Ja­ cobson consideraron de interés este aspecto porque sugiere que, cuando menos en la actividad atributiva, los hombres son mejores «barómetros» de la satisfacción matri­ monial que las mujeres, punto de vista que contrasta con la afirmación de que las mu­ jeres tienden a ser la «VOZ» de los problemas conyugales (FLOYD y MAilMAN, 1983).

Atribución interpersonal

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En relación con el contenido de las reflexiones atributivas indirectas y espontá­ neas, las parejas sin problemas arrojaron un mayor porcentaje de atribuciones in­ tensificadoras de la relación que las parejas con problemas, aunque todas las atri- . buciones hechas por los cónyuges respecto de comportamientos positivos eran con mayor probabilidad intensificadoras de la relación que las atribuciones de com­ portamientos negativos. Los cónyuges de matrimonios con problemas producían notablemente más atribuciones mantenedoras-del-problema respecto del compor­ tamiento de sus parejas que los c6nyuges de matrimonios felices. Los cónyuges en relaciones con y sin problemas producían más atribuciones mantenedoras-del­ problema en relación con acontecimientos negativos. Además de sus mediciones de las atribuciones con pruebas indirectas, Holtzworth-Munroe y Jacobson pidieron también a las parejas que mencionasen una causa primaria del suceso (es decir, que practicaran una exploración directa) y seguidamente estimasen esa causa percibida en 11 dimensiones de contenido. Tam­ bién se codificaron las respuestas a la exploración directa como intensificadoras de la relación o bien mantenedoras del problema. En las primeras, las atribuciones de comportamiento positivo de los grupos con y sin problemas resultaron más propensas a ser mejorado.ras de la relación de lo que eran las atribuciones del com­ portamiento negativo. En atribuciones mantenedoras-del-problema los cónyuges de matrimonios con dificultades produjeron notablemente más atribuciones mantenedoras-del-problema respecto del comportamiento de sus parejas que sus equivalentes en matrimonios felices. Además, los cónyuges de relaciones con y sin problemas produjeron más atribuciones mantenedoras-del-problema respecto de sucesos negativos que respecto de sucesos positivos. Se produjeron también claros efectos en las dimensiones de contenido. Los cón­ yuges sin problemas fueron más proclives que sus opuestos con problemas a atri­ buir comportamientos positivos a sus parejas, y menos proclives a atribuirlos a circunstancias externas. Mostraron mayor inclinación a contemplar tales compor­ tamientos como intencionados, voluntarios y reflejo de características personales subyacentes; también percibieron las causas como globales y estables en el tiempo. Por el contrario, los cónyuges con problemas desacreditaron el comportamiento positivo de sus parejas atribuyéndolo a circunstancias, o bien a su estado (por opo­ sición a sus características), percibiendo que la pareja actuaba de manera no inten­ cionada e involuntariamente, y creyendo, finalmente, que las causas de tales com­ portamientos eran inestables y específicas. La pauta opuesta de atribuciones causales provino de los cónyuges con y sin problemas respecto de los comportamientos negativos. Así, las atribuciones de comportamientos negativos realizadas por pare­ jas con problemas maximizaban el impacto de estos sucesos atribuyéndolos a su pareja y a las características personales de ésta, viéndolos realizados intencionada y voluntariamente, y percibiéndolos como estables y globales (véase CAMPER, 1988). Es evidente que en sus mediciones de la atribución por exploración directa e indirecta, así como su estudio del contenido de las atribuciones, los trabajos de Holtzworth-Munroe y Jacobson establecen un nuevo patrón investigativo en esta

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La atribución causal

área (sus resultados se han repetido en recientes investigaciones de GRIGG, en pren­ sa, sobre relaciones de noviazgo). Idéntico análisis pormenorizado del contenido de las dimensiones atributivas caracteriza a la investigaci6n de FINCHAM y sus cola­ boradores ( 1987). En su primer estudio se investigaron las atribuciones de 44 pare­ jas casadas (de las cuales la mitad recibía ya, o buscaba, asistencia terapéutica) de una lista de comportamientos potenciales recogidos en la Spouse Observation Check­ list de WEiss y PERRY (1979). Se analizaron las respuestas a seis categorías de sucesos conductuales: comportamientos propios y de la pareja estimados de impacto posi­ tivo, neutro o negativo respectivamente. Los encuestados anotaron la causa más importante de cada comportamiento en las dimensiones causales interna-externa, estable-inestable y global-específica. Una vez más se vio ratificada la situaci6n de que la discrepancia entre atribuciones a uno mismo y a la pareja, está en relaci6n directa con los problemas matrimoniales, aunque, al faltar ciertos datos, los resul­ tados fueron más acusados en las encuestadas femeninas. Las esposas con proble­ mas mostraron un sesgo atributivo negativo al hacer atribuciones más benignas de sus propios comportamientos que de los de sus parejas. Por el contrario, las esposas sin problemas hicieron atribuciones de «intensificaci6n conyugal», efecto que se puso especialmente de manifiesto en la dimensi6n global-específica. Respec­ to de los comportamientos positivos, las esposas sin problemas fueron más procli­ ves que las esposas con problemas a ver como globales las causas del comporta­ miento de sus maridos. Respecto de los comportamientos negativos las esposas con problemas vieron las causas del comportamiento de sus maridos más globales que las causas de sus propios comportamientos, mientras que ocurría exactamente lo contrario en el grupo sin problemas (véase la fig. 9). La investigaci6n de la actividad atributiva, o atribuciones espontáneas, en el matrimonio, es susceptible de ampliaci6n adoptando mediciones atributivas adi­ cionales. Por ejemplo, MADDEN y jANOFF-BULMAN (198 1) investigaron la relaci6n entre autoinculpaci6n y satisfacci6n conyugal. Mujeres casadas hicieron una esti­ maci6n de hasta qué punto se hubieran culpado a sí mismas y a sus maridos de conflictos reales e hipotéticos. La autoinculpaci6n relativa aparecía claramente aso­ ciada a la satisfacci6n: las mujeres que se inculpaban a sí mismas más que a sus maridos de los conflictos conyugales, arrojaron niveles superiores de satisfacci6n matrimonial que aquellas otras que culpaban más a sus maridos que a ellas mis­ mas. F1NCHAM y sus colaboradores (1987, estudio 1) dieron un paso más, e investi­ garon tanto las atribuciones causales como las de responsabilidad. Pidieron a per­ sonas felices en su matrimonio y a otras con problemas, que imaginasen la incidencia de determinados comportamientos positivos y negativos en sus relaciones, y que hiciesen atribuciones de esos mismos comportamientos mostrados a) por sus pare­ jas, y, b) por ellos mismos. Después de anotar la causa principal de cada uno, los entrevistados emitieron tres juicios en relaci6n con dimensiones de atribuci6n causal (posici6n, estabilidad y globalidad) y otros tres relativos a dimensiones de respon­ sabilidad (culpa/alabanza, pretensi6n y motivaci6n). La única dimensi6n causal en la que se obtuvieron diferencias uno mismo/pareja fue la dimensi6n global/especí-

·

Atribución interpersonal Positiva

1

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Negativa

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2

Propia

Pareja

Propia

Pareja

Objetivo de la atribución

FIGURA 9. Atribución media de globalidad en función del tipo de comportamiento, de la atribución, del objetivo y del problema matrimonial (datos tomados de F1NcHAM y col., 1987a, estudio 1, © 1987 de la American Psychologial Association, reproducido con permiso del editor y el autor).

fica en el grupo con problemas. Se vio que las atribuciones del comportamiento a la pareja eran más globales que las autoatribuciones, pero sólo en el caso del com­ portamiento negativo. Los resultados fueron más acusados en las atribuciones de responsabilidad. Los encuestados con problemas consideraron que, en relación con el de sus parejas, su propio comportamiento reflejaba intenciones más positivas y motivaciones no egoístas. Los encuestados sin problemas, por el contrario, con­ sideraron que el comportamiento de sus parejas tenía motivaciones menos egoístas y más dignas de alabanza que el propio comportamiento. FINCHAM y sus colaboradores ( 1987) también informaron de efectos muy desta­ cados en mediciones de atribución de responsabilidad realizadas en el curso del estudio que replicaba y ampliaba el de F1NCHAM y O'LEARY de 1983. Los cónyuges con problemas infirieron intenciones más negativas y motivaciones egoístas, juz­ gando el comportamiento conyugal negativo más severamente que los cónyuges sin problemas. Fincham y sus colaboradores comprobaron que únicamente las atri­ buciones de responsabilidad -y no las atribuciones causales- pronosticaban el im­ pacto afectivo del comportamiento y las respuestas a éste. Actualmente existen claras pruebas de que tanto las atribuciones de responsabi­ lidad como las causales tienen importancia en el matrimonio. Sin embargo, su im­ portancia relativa se calibra mejor en el contexto de las escasas investigaciones dis­ ponibles hasta la fecha sobre la dirección que sigue la causación entre atribuciones y satisfacción matrimonial.

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Relación entre atribuciones y satisfacción matrimonial Los resultados de las investigaciones que hemos examinado avalan la conclu­ sión de que las personas implicadas en relaciones con y sin problemas (es decir, que difieren en satisfacción matrimonial) tienden a ofrecer explicaciones diferen­ tes de incidentes y especialmente de dificultades en sus respectivas relaciones. Estas pruebas sugieren que las atribuciones sirven para mantener, o incluso iniciar, los niveles actuales de problemas conyugales (ARIAS y BEACH, 1987; BAUCOM, 1986; BERLEY y jACOBSON, 1984) pero no nos dice si, a fin de cuentas, ambas variables están causa/mente relacionadas y cómo. Comoquiera que únicamente se han publicado dos estudios longitudinales de esta cuestión, uno de los cuales se ocupa de las relaciones de noviazgo más que de las matrimoniales, examinaremos ambos con algún detenimiento. En el prime­ ro, FLETCHER y sus colaboradores ( 1987) investigaron durante un período superior a dos meses el impacto de las atribuciones en las relaciones de noviazgo de una muestra de estudiantes de grado superior. La principal medición de atribución en el componente longitudinal de atribución valoraba las «atribuciones causales del actor versus las de su pareja respecto al mantenimiento de la relación». Esta medida exigía que los encuestados dividieran 100 en dos partes, reflejando hasta qué punto cada miembro se percibía responsable del mantenimiento de la pareja (FLETCHER la denominaba «medición de responsabilidad causal», pág. 485, pero a continua­ ción hablaba del «input causal» de los miembros de la pareja, pág. 486; nosotros la consideraremos medición de atribución causal). Este autor esperaba de esta me­ dición una relación curvilínea: los encuestados que informaran de un alto grado de felicidad relacional, de compromiso y amor, serían más proclives a percibir que ambos miembros contribuyen con igual input causal al mantenimiento de la pare­ ja, mientras que la atribución desigual se asociaría a niveles inferiores de felicidad, compromiso y amor. Fletcher y sus colaboradores sometieron a prueba las rela­ ciones en presencia de componentes cuadráticos, y aplicando técnicas de regresión múltiple. Se hicieron ecuaciones de regresión de cada variable -felicidad, compro­ miso, amor- para trazar líneas de regresión, y, ciertamente, las curvas obtenidas se aproximaban a la esperada relación curvilínea (véase fig. 10). En este estudio, también se hacían tests de relaciones curvilíneas en el tiempo, de atribuciones del actor versus atribuciones de la pareja en el momento 1, y de felicidad y amor relacional en el momento 2 (separando en el momento 1 los efec­ tos de la felicidad y del amor relacional en cada miembro). Se produjo una signifi­ cativa relación curvilínea en la felicidad relacional: los encuestados que percibían que ambos miembros de la pareja aportaban igual input causal al mantenimiento de la relación en el momento 1, eran más felices dos meses más tarde (véase fig. 10). Fue de especial importancia para el razonamiento general el hecho de que no se diera efecto alguno de felicidad y amor en el momento 1 sobre las atribuciones en el momento 2. Estos datos sugieren que las atribuciones pueden ejercer más influencia en la felicidad relacional que a la inversa.

Atribución interpersonal

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Porcentajes medios de atribuciones del actor respecto del mantenimiento de la relación FIGURA 10. Estimación de promedios de atribuciones del actor respecto del mantenimiento de relaciones cruzadas con la felicidad de la relación, el compromiso y el amor a la pareja, incluyéndose los componen­ tes cuadráticos; la curva de felicidad de la relación en tiempo 2 se calculó previo desglose de la felicidad de la relación en tiempo 1 (de FLETCHER y col., 1987, © 1987 de la American Psychological Associa­ tion, reproducido con permiso del editor y el autor).

El segundo estudio longitudinal -más ambicioso- lo han llevado a cabo F1N­ CHAM y BRADBURY ( 1987), evaluando tanto las percepciones acerca de qué es lo que produce un suceso o comportamiento (atribuciones causales) como percepciones de responsabilidad o respuesta en el evento o comportamiento (atribuciones de responsabilidad). Como señalan estos autores, ambos tipos de atribución se encuen­ tran estrechamente relacionados; los juicios de responsabilidad se dice que «aca­ rrean» juicios de causación porque, por lo general, únicamente se considera a las personas responsables de los resultados que ocasionan. Sin embargo, no siempre existe una correlación elevada entre ambas mediciones, ya que se realizan según criterios diferentes (véanse F1NCHAM y }ASPARS, 1980; SHAVER, 1985). Basándose en investigaciones anteriores (FINCHAM y col., 1987b), Fincham y Bradbury afirman que las atribuciones de responsabilidad -no las causales- son decisivas en el ma­ trimonio, y, consecuentemente, muy importantes en sus análisis longitudinales. Este estudio, que aporta los primeros datos sobre la relación causal entre atri­ buciones y satisfacción matrimonial, evaluaba atribuciones de los encuestados en dos momentos con una separación de 10-12 meses entre ambos. Se recogieron da­ tos de 39 parejas (3 1 de las cuales habían contestado a un anuncio en la prensa,

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La atribución causal

y 8 buscaban asesoramiento conyugal) e incluía mediciones de atribuciones causa­ les y de responsabilidad respecto de dificultades conyugales y de comportamientos negativos hipotéticos de uno de los cónyuges («su esposo/a critica algo que usted hace»). Respecto de las dificultades y de los comportamientos, los cónyuges anota­ ron lo que consideraban la causa principal del suceso-estímulo, estimando seguida­ mente las dimensiones de posición, globalidad y estabilidad. Complementariamente, hicieron tres juicios de responsabilidad concernientes a la culpabilidad, intencio­ nalidad y motivación egoísta. Las seis valoraciones arrojaron dos índices: de atribución causal y de responsa­ bilidad. El primero indicaba el grado en que los cónyuges contemplaban las causas con tendencia a maximizar el impacto del suceso negativo (es decir, localizaban la causa en el cónyuge, considerándola estable y global). El índice de responsabili­ dad indicaba el grado en el que los cónyuges hacían atribuciones menos condes­ cendientes (es decir, consideraban el comportamiento intencionado, dignó de re­ proche y reflejo de preocupaciones egoístas). La satisfacción matrimonial se midió con arreglo al Marital Adjustment Test de LocKE y WALLACE (1959). Tanto el índice causal como el de responsabilidad aparecí�n ligados a la satisfac­ ción matrimonial en ambas fases del estudio. Contrariamente a lo previsto, no apa­ recieron pruebas de que las atribuciones de responsabilidad estuvieran más estre­ chamente vinculadas a la satisfacción marital de lo que lo estaban las atribuciones causales. Ambos tipos de atribución se mantuvieron estables a lo largo del año, mostrando aproximadamente el mismo grado de variación que las puntuaciones de satisfacción matrimonial. Para comprobar la principal hipótesis longitudinal, se sometieron a un análisis de regresión jerárquica los índices causal y de responsa­ bilidad obtenidos en la fase 1, con el fin de pronosticar la satisfacción matrimonial de un año más tarde. No obstante, solamente en los análisis de regresión practica­ dos con datos de las esposas se obtuvo un significativo aumento de R2, asociado a la inclusión de los índices de atribución. También resultaron significativos los pesos beta asociados a las atribuciones causales y de responsabilidad. En lo concer­ niente al posible papel causal desempeñado por las atribuciones en la satisfacción matrimonial, estos resultados se vieron reforzados por dos hallazgos posteriores. Primeramente, como las puntuaciones de satisfacción marital obtenidas en las dos fases del estudio aparecían estrechamente relacionadas, parece digno de mención que las atribuciones justificasen la varianza significativa en esta medición. Segun­ do, la satisfacción matrimonial en fase 1 no pronosticaba atribuciones en fase 2, resultado coherente con la opinión de que las atribuciones de las esposas están re­ lacionadas causalmente con su futura satisfacción matrimonial. De este importante estudio se deducen tres conclusiones. Primera, que las co­ rrelaciones entre mediciones de atribución y satisfacción matrimonial son impor­ tantes porque las investigaciones previas (antes mencionadas) habían demostrado la existencia de discrepancias atributivas entre los grupos extremos (es decir, entre cónyuges con y sin problemas). Segundo, la inesperada ausencia de diferencias en el poder de predicción de las mediciones de atribución causal y de responsabilidad

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pudo muy bien deberse a las muestras utilizadas. La mayoría de los cónyuges par­ ticipantes en este estudio no recibía terapia conyugal, siendo muy elevadas sus pun­ tuaciones con arreglo al Marital Adjustment Test de I..ocke-Wallace. F1NCHAM y BRAD­ BURY (1987) dedujeron que quizá las atribuciones de responsabilidad habían sido más importantes que las de causalidad en los estudios previos debido únicamente a que las parejas tenían· problemas graves y recibían terapia matrimonial; eran pre­ cisamente las parejas de las que, como es natural, se esperaba preocupación por cuestiones de responsabilidad y culpa ÜACOBSON y MARGOLIN, 1979). Finalmente, aunque se diera una notable asociación de atribuciones, con la consiguiente satis­ facción matrimonial, de maridos y esposas, solamente las atribuciones de estas úl­ timas pronosticaban una futura satisfacción matrimonial. Los autores sugieren la posibilidad de que las atribuciones de los maridos reflejasen simplemente su satis­ facción matrimonial, mientras que las de sus esposas influían en ella. También des­ tacaron la coincidencia entre sus datos y la opinión generalizada de que las muje­ res son los «barómetros» del funcionamiento conyugal (GoTIMA.N, 1979; lcKES, 1985), debido a que en nuestra sociedad se las vincula más que a los hombres con cosas tales como apego, intimidad y cariño. No obstante, esta conclusión parece discrepar de la expresada por HoLTZWOKI'H­ MuNROE y jACOBSON ( 1985), quienes opinaban que los maridos con problemas eran el barómetro de la satisfacción matrimonial por estar más inclinados a la actividad atributiva que sus equivalentes sin problemas. Las evidentes discrepancias en los diseños, muestras y mediciones de ambos estudios nos exigen cautela a la hora de sacar conclusiones. Una posibilidad sería que las esposas sean el barómetro de las relaciones normales o relativamente carentes de problemas, y los maridos el baró­ metro de las problemáticas. En un estudio crítico de las atribuciones conyugales, BRADBURY y FINCHAM (en prensa) se muestran ejemplarmente cautelosos con respecto a estos estudios longi­ tudinales, admitiendo que los datos longitudinales no pueden utilizarse para infe­ rir causalidad, aunque ambos estudios ciertamente aporten hallazgos coherentes con una trayectoria causal desde la atribución hasta la calidad o satisfacción relacio­ nal. En todo caso, las pruebas sobre esta trayectoria influencia! son más promete­ doras que definitivas. Como los mismos BRADBURY y FINCHAM ( 1987) concluyen, hay que seguir investigando con al menos tres bandas de datos para estudiar inter­ valos diferentes y descartar las influencias que operan en sentido contrario. BRAD­ BURY y F1NCHAM (en prensa) consideran también la posibilidad de que cualquier relación entre atribución y satisfacción conyugal, sea concurrente o predictiva, cons­ tituya un artefacto de su no independencia. Habiendo inspeccionado los proble­ mas de las mediciones estándar de satisfacción matrimonial, reconocen que los mar­ cados efectos encontrados sobre la dimensión global-específica podrían deberse en parte a la superposición de contenidos de los ítems (es decir, que la medición de satisfacción matrimonial incluya Ítems que en sí mismos reflejen tendencias atri­ butivas de carácter general). En conjunto, Bradbury y Fincham defienden que di­ cha superposición puede exagerar la asociación pero que no se trata en absoluto de un mero artefacto.

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Finalización de la relación El área final de la investigación que establece nexos entre atribuciones y rela­ ciones trata del fin de estas últimas, lo que ocurre con la separación o el divorcio. Mientras que algunas investigaciones han versado sobre las atribuciones, otros estudios se han ocupado de los «relatos explicativos» (accounts) con carácter más general. Nosotros expondremos ambos planteamientos consecutivamente para es­ tudiar a continuación sus nexos. Un papel intuitivamente importante de las atribuciones en el fin de las relacio­ nes consiste en que ayuda al individuo a aceptar un hecho de tanta transcendencia. En este sentido, NEWMAN y LANGER {198 1) investigaron la probable asociación de pautas de atribución y adaptación posdivorcio. Pidieron a una muestra de mujeres divorciadas {de las que solamente 14 entre 66 se acababan de divorciar) que «expli­ casen la razón principal de su divorcio» (pág. 226). Se identificaron dos tipos prin­ cipales de atribución: «personal» e «interactiva». Comoquiera que las atribuciones personales se referían en todos los casos a características del cónyuge, nunca a las de la encuestada (inmadurez emocional del cónyuge, problemas psicológicos o egoís­ mo) las denominaremos atribuciones conyugales. Las atribuciones interactivas ha­ cían referencia a cuestiones tales como el cambio de vida o de valores, a la falta de intimidad y amor, y a problemas económicos. En el trabajo de Newman y Langer la principal comparación se establece entre aquellos encuestados que se estimó que habían hecho atribuciones conyugales de sus divorcios, y aquellos otros que habían hecho atribuciones interactivas. En com­ paración con las que hicieron atribuciones interactivas, un número significativa­ mente alto de las mujeres que hicieron atribuciones conyugales de sus divorcios eran infelices y se veían socialmente inactivas, y un número significativamente bajo eran optimistas. En puntuaciones absolutas, se dieron tres diferencias entre ambos grupos: quienes hacían atribuciones conyugales se juzgaban a sí mismos significa­ tivamente menos activos y menos capacitados socialmente, sintiéndose con perso­ nalidad más débil que los pertenecientes al grupo interactivo. Finalmente, en un seguimiento de seis meses que se hizo telefónicamente a 48 encuestados, los que habían hecho atribuciones interactivas informaban de que eran más felices que sus equivalentes que habían hecho atribuciones conyugales. Además, aquellas perso­ nas que dijeron haber pedido el divorcio, hicieron un número significativamente mayor de atribuciones conyugales que quienes dijeron que se les había pedido. Aunque interesante, este estudio adolece de dos limitaciones interpretativas. En primer lugar, sus autores nunca explicitaron los respectivos números de sujetos que hac.í¡m las dos clases de atribuciones. En segundo lugar, como saben los mismos autores, no quedó suficientemente aclarado que las explicaciones interactivas pro­ picien mejores arreglos posdivorcio, o que quienes hacen atribuciones interactivas se vean a sí mismos más positivamente. FLETCHER {1983) ha examinado por su parte la estructura y contenido de las atribuciones en las separaciones. Pidió a varias personas que explicasen sus recien-

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tes rupturas matrimoniales y separaciones, para seguidamente codificar las atribu­ ciones hechas en declaraciones verbales. Tal como preveía, los encuestados consi­ deraron que sus ex cónyuges eran más responsables que ellos mismos de las causas de la ruptura.5 Resulta interesante que la decisión de terminar una relación influyera notable­ mente en las atribuciones. Los encuestados que habían tomado tal decisión se ha­ cían más autoatribuciones, aunque menos a factores externos operantes sobre sus ex cónyuges, que quienes habían sido abandonados/as. Admitidas ciertas diferen­ cias procedimentales entre los estudios, no parece claro si este resultado es real­ mente incongruente con las conclusiones a que llegaron NEWMAN y LANGER ( 198 1) en el sentido de que· quienes piden el divorcio hacen más atribuciones conyugales. Una posible explicación residiría en el hecho de que la mayor parte de las encues­ tadas por Newman y Langer llevaban ya entre uno y tres años divorciadas, mien­ tras que los encuestados por Fletcher (hombres y mujeres) llevaban menos de die­ ciocho meses separados. Es comprensible que quienes habían pedido el divorcio recientemente se considerasen responsables por ser quienes habían tomado la deci­ sión, así como que quienes se encontraban separados temporalmente de la decisión de divorciarse, mostrasen una mayor preocupación por racionalizarlo y justificarlo basándose en el odioso comportamiento de sus cónyuges. Una interesante caracte­ rística final del estudio de Fletcher consistía en que un gran número de encuesta­ dos no se detuvo en las atribuciones dispositivas, sino que saltó desde las disposi­ ciones a los factores de fondo (es decir, de educación) para explicar el origen de las características personales. El hecho de entender que las atribuciones pueden organizarse en una especie de «estructura causal percibida» (KELLEY, 1983; véase cap. 3) crea un vínculo con el estudio de los relatos explicativos (accounts) de carac­ ter más general, y que suelen ofrecerse cuando se produce la extinción de relacio­ nes. Harvey y sus colaboradores explicitan este nexo entre atribuciones y relatos explicativos al abordar estos últimos desde el marco de la teoría de la atribución y definirlos como «explicaciones que se dan de anteriores acciones, sucesos y ca­ racterísticas propias y de otras personas significativas, presentándolas en forma his­ toriada» (véanse también fuRVEY y col., 1978b, 1986; LwYD y CATE, 1985; WEBER y col., 1987). Según estos autores los relatos explicativos representan algo más que un conjunto de atribuciones dispares, pues son significados organizados en forma de relatos, relatos singularmente proclives a «Ser contados» y desarrollados una vez extinguida la relación Íntima, los cuales pueden contribuir a justificar la pérdida de esa relación, a liberar emociones y a proporcionar una mayor sensación de con­ trol psicológico de dicha pérdida (véase WEiss, 1975). Weber y sus colaboradores han destacado que los relatos explicativos ciertamente explican sucesos, pero que su espectro es mucho más amplio, e incluye la racionalización, justificación y su­ peración del trance. Weber confeccionó una lista de seis motivos generales para 5. FLETCHER (1983) utiliza la expresión «responsabilidad causa},. (pág. 152), que nosotros recoge­ mos aquí para referirnos a la responsabilidad en las causas de ruptura matrimonial.

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hacer relatos explicativos: autoestima, purga emocional, establecimiento de una sen­ sación de control, búsqueda de una conclusión final, búsqueda de comprensión, y el relato explicativo como un fin en sí mismo. Presumiblemente, todos estos mo­ tivos contribuyen a explicar por qué los encuestados por WEIS.S ( 1975) indicaron que los períodos más destacados en su pretensión de encontrarle un sentido a sus desavenencias conyugales tuvieron lugar inmediatamente antes -y meses, incluso años después- de su separación real. Un estudio de HARVEY y sus colaboradores (1986) pone de manifiesto algunas funciones de los relatos explicativos. Estos investigadores pidieron a estudiantes de ambos sexos que diesen todas las explicaciones posibles a la ruptura de su última relación Íntima, y que seguidamente hiciesen una relación de sus principales ex­ pectativas sobre el modo en que se desarrollarían sus actuales o futuras relaciones. Resultaron de singular interés los grados de vinculación entre las diferentes catego­ rías de explicación y las expectativas. Los resultados apuntaban a que si uno puede desarrollar una explicación que identifique un problema solucionable en una ante­ rior relación fallida (por ejemplo, «problemas de comunicación»), tal relato expli­ cativo influirá en las propias expectativas de futuras relaciones. En este sentido, el compromiso de «abrir una vía de comunicación» sería una expectativa optimista basada en el propio relato explicativo de una relación ante' rior fallida. En otro estudio, Harvey (HARVEY y col., 1978b, estudio 2) hiw un planteamiento de estudio de caso», entrevistando por separado a diez personas entre dos y cuatro veces durante un período de aproximadamente seis meses. Harvey y sus colabora­ dores comprobaron que sus encuestados seguían dándole vueltas a las causas del conflicto relacional mucho tiempo después de que éste finalizara (véase también STEPHEN, 1987). Estos investigadores llegaron a proponer que el análisis en profun­ didad de una relación aparece con algún retraso respecto del comportamiento crí­ tico, en la sucesión de hechos que va desde el conflicto hasta la separación. Ade­ más, tales relatos explicativos pugnaban por establecer la culpa y dilucidar (generalmente a la baja) las valoraciones de la pareja. El fin de las relaciones constituye evidentemente una fase importante en las relaciones Íntimas para cualquiera que se interese por la riqueza y diversidad de las atribuciones de desarrollo espontáneo. Sin embargo, según HARVEY y sus cola­ boradores (1978b), los investigadores deberían rehuir toda explicación artificiosa, como pudiera ser la resultante de la necesidad que sienten los cónyuges que se se­ paran de elaborar una «historia» que facilite la disolución legal y psicológica de sus relaciones. También procurarán prestar la debida atención a todo lo que suene a historia pormenorizada, pero sin perder de vista la necesidad de mediciones váli­ das y fiables, estrechamente ligadas a una teoría contrastable. Continuamente evo­ lucionan las técnicas para el análisis de los relatos explicativos (véase ANTAKI, 1988) pero aún queda bastante camino por recorrer hasta alcanzar el indispensable rigor en los métodos atributivos. En cualquier caso, el planteamiento atributivo se ve complementado, por -y a veces se funde con- los trabajos sobre relatos explicati-

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vos, especialmente cuando están en juego cuestiones de responsabilidad. La princi­ pal virtualidad del planteamiento atributivo reside precisamente en su amplitud teórica y en su sofisticación, características que todavía no son frecuentes en los trabajos sobre relatos explicativos.6 Resumen La investigación de las atribuciones en las relaciones Íntimas se ha anticipado a su correspondiente tratamiento teórico y metodológico. Teóricamente existen cier­ tas pruebas de generalización a partir de fenómenos tales como las diferencias, actor­ observador y el sesgo de autocomplacencia, pero ambos efectos sufren una trans­ formación en el contexto de las relaciones Íntimas, en las que ambas partes se co­ nocen bien y son interdependientes. En ellas, la importancia de la evaluación dis­ minuye el sabor informativo-perceptivo de las diferencias actor-observador, al tiempo que el enfoque interno-externo del sesgo de autocomplacencia adquiere dimensio­ nes de estabilidad y, especialmente, de globalidad en forma de atribuciones mejo­ radoras de las relaciones y mantenedoras de problemas. Metodológicamente, la ma­ yoría de los estudios en esta área ha identificado las carencias de la dicotomía dispositivo/situacional, explorando nuevas categorías como las atribuciones inter­ personales y las relacionales. Las investigaciones que se siguen en tres extensas áreas -conflicto interperso­ nal, satisfacción matrimonial y finalización de las relaciones- vienen a ratificar la importancia que tienen las atribuciones en las relaciones Íntimas. Respecto al conflicto interpersonal, existen pruebas de que las atribuciones están vinculadas a la satisfacción matrimonial y al comportamiento en forma de estrategias para la solución de conflictos. Sobre satisfacción matrimonial contamos actualmente con un amplio espectro investigativo, altamente sofisticado en su mayor parte, que demuestra cómo las parejas con problemas y las parejas sin problemas hacen atri­ buciones distintas de los eventos ocurridos en sus relaciones. Existen pruebas par­ ticularmente convincentes de que los cónyuges con problemas hacen atribuciones causales y de responsabilidad que minimizan el impacto del comportamiento posi­ tivo de sus parejas y maximizan el del negativo, mientras que los cónyuges sin pro­ blemas hacen lo contrario. Lo que es más, estas pautas atributivas que coadyuvan a mantener la problemática de la pareja pueden determinar -y no sólo reflejar­ la satisfacción matrimonial. Finalmente, la investigación sobre el fin de las relacio­ nes apunta a que las atribuciones pueden ayudar a los afectados a aceptar tan triste evento y a planificar su futuro. Especialmente en dicha fase de la relación, las atri­ buciones parecen formar parte de relatos explicativos más pormenorizados, cuyas 6. Una tendencia muy prometedora, aunque todavía en sus inicios, es la aplicación de un plantea­ miento de «estructuras de conocimiento» a la explicación (véase cap. 4) en un contexto de relaciones íntimas (R.EAD y MILLER, en prensa).

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funciones desbordan la explicación para entrar de lleno en la racionalización, justi­ ficación y superación del trance. Conclusión

Nuestra reacción inmediata al repasar la floreciente documentación disponible sobre atribución interpersonal es positiva y optimista; mucho se ha conseguido, pero seguramente se conseguirá más aún. Cuando miramos atrás y adelante, apare­ cen cuatro temas principales que darán remate al presente capítulo. Primero: no podemos limitarnos a extrapolar en las atribuciones interpersona­ les las conclusiones de trabajos sociopsicológicos más elementales. Aparecen sufi­ cientemente demostrados las diferencias actor-observador y los sesos autocompla­ cientes en la atribución interpersonal, así como que las atribuciones tienen demostrables consecuencias interpersonales, pero cuando se interacciona con emo­ ciones y conocimientos mutuos pormenorizados, y con objeto de discutir cuestio­ nes de importancia, el proceso atributivo aparece impregnado de evaluación y no se queda en la mera cognición. El estudio de las atribuciones interpersonales pue­ de contribuir al desarrollo de un planteamiento de la cognición social más válido ecológicamente (F1NCHAM, 1985). Segundo: los vínculos actualmente implícitos entre atribuciones y comunica­ ción deben explicitarse. En opinión de NEWMAN (1981b), las atribuciones tienen que reflejar con mayor realismo la dinámica de las interacciones interpersonales y de las relaciones Íntimas (véase MILLER y STEINBERG, 1975). Los estudios sobre comunicación han comprobado que cuando dos extraños se encuentran por pri­ mera vez, su mayor preocupación consiste en reducir la incertidumbre e incrementar la previsibilidad de los comportamientos propio y ajeno (BERGER y CALABRESE, 1975). Con el transcurso del tiempo las preocupaciones cambian, los temas se hacen más Íntimos y la misma comunicación varía. La atribución, como la comunicación, es un proceso circular. Actores y observadores, como oradores y oyentes, intercam­ bian sus respectivos papeles; la atribución que hace una persona puede ser a la vez estímulo y respuesta; y las atribuciones siguen al comportamiento y conducen si­ multáneamente a él, como vemos en los procesos de confirmación de expectativas. Actualmente, sin embargo, sabemos muy poco de los cambios que experimentan las atribuciones en el transcurso de las interacciones y de las relaciones. Un plan­ teamiento que estuviese más orientado a la comunicación pondría especial énfasis en qué atribuciones se hacen y cómo se hacen. Tercero: aunque por razones teóricas y prácticas hayamos establecido una sepa­ ración entre atribuciones de causa y atribuciones de responsabilidad (centrándonos en las primeras), esta separación se rompe en el nivel de la atribución interperso­ nal. Como hemos repetido en distintos pasajes del presente capítulo, la preocupa­ ción por la atribución causal se funde con -y a veces es suplantada por- la preo­ cupación por la responsabilidad. Los investigadores de relaciones más Íntimas tienen

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que plantearse no sólo si las atribuciones son internas, estables o globales, sino también si reflejan culpa, intencionalidad y motivación egoísta. En resumen, la explicación abre camino a la justificación y a la retribución. Cuarto y último: el estudio de las atribuciones en las relaciones Íntimas tiene implicaciones en el uso que se hace de las atribuciones en la intervención clínica, lo cual no es ni nuestra perspectiva ni nuestra especialidad, aunque debería adver­ tirse que en la actualidad algunas de dichas intervenciones asumen que las atribu­ ciones influyen en la satisfacción matrimonial (BAUCOM y LESTER, 1986; WRIGHT y F1cHTEN, 1976). De los estudios exP.uestos es fácil deducir que los terapeutas con­ yugales no deberían cesar en su labor tan pronto los cónyuges inician comporta­ mientos positivos, sino centrarse entonces en el proceso atributivo para garantizar que las atribuciones conyugales no socaven el impacto potencialmente fortalece­ dor de los cambios positivos {HoLTZWORTH-MUNROE y jACOBSON, 1985). Una inter­ pretación alternativa sería que las mismas atribuciones pueden reflejar una preo­ cupación no deseable por intercambios de quid pro quos que debería suprimirse por completo {FINCHAM, 1985a). Finalmente -y de una manera más realista-, la terapia podría contribuir a que los cónyuges hiciesen atribuciones más benignas {BAUCOM, 1986; BERLEY y jACOB­ SON, 1984; EPsTEIN, 1982) y que dicha benignidad fuese igual en el caso del com­ portamiento propio que en el de la pareja {FINCHAM y col., 1987a). En las culturas occidentales, como en las orientales, se nos enseña a «no desear a los demás lo que no deseamos para nosotros mismos»; ahora, cuando hemos comprobado la naturaleza omnipresente, y a veces perniciosa, de las atribuciones interpersonales, no vendría mal el consejo de «atribuir a los demás sus comportamientos del modo en que quisiéramos que nos atribuyesen los nuestros».7

7. Resulta interesante que la Biblia exprese la forma positiva de esta regla («Por tanto, cuanto que­ ráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos»; Mateo, 7, 12). Confucio, tal vez con mayor perspicacia, invoca la forma negativa ( «Ú> que no quieras que te hagan, no se lo hagas a otro5 ', Analectas de Confucio, libro 15, 23).

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Atribución intergrupal: la categorización social y sus consecuencias Vivimos en un entorno social que está en evolución constante. Gran parte de lo que nos ocurre se halla relacionado con las actividades de grupos a los que pertenecemos, o no pertenecemos; y las cambiantes relaciones entre estos grupos exigen continuos rea­ justes de nuestro modo de entender lo que ocurre, y continuas atribuciones causales del por qué y del cómo de las cambiantes condiciones de nuestras vidas. (TAJFEL, 1969)

Introducción

El tránsito desde el capítulo anterior a éste puede entenderse a la luz de la dis­ tinción entre comportamiento interpersonal y comportamiento intergrupal. Para expresar las diferencias entre ambas formas de comportamiento, TAJFEL (1978) pro­ puso un continuum hipotético con terminales de comportamiento interpersonal «puro» y comportamiento intergrupal «puro». En el primero encontrábamos rela­ ciones determinadas puramente por las características interpersonales de los impli­ cados, como sería, por ejemplo, la relación íntima entre compañeros de habita­ ción. En el otro extremo encontraríamos relaciones completamente definidas por la pertenencia a grupos sociales determinados, como, por ejemplo, un judío y un árabe que discuten sobre el levantamiento palestino. Tajfel reconocía que ambas terminales eran puras o, lo que es igual, idealizadas, por el hecho de que incluso una relación Íntima heterosexual podría deslizarse desde la terminal interpersonal hasta la intergrupal del continuum en razón de los temas que se discutiesen. Así, DEAUX y MAJOR ( 1987) proponen que los sucesos de la vida privada, o las acciones específicas del perceptor con respecto a un objetivo, pueden activar la importancia de los esquemas sexuales (véase SPENCE, 1984, 1985), de modo que una interacción interpersonal entre marido y mujer -tal como vimos en el capítulo anterior­ podría desembocar en una interacción intergrµpal de base sexual cuando se discute una distribución de los trabajos del hogar. A pesar de su naturaleza deliberada­ mente dinámica, este continuum interpersonal-intergrupal ha demostrado su utili­ dad a la hora de diferenciar entre dos tipos de comportamiento, y a la de garanti­ zar que la investigación atiende con igual intensidad a las relaciones interpersonales y a las intergrupales. En este capítulo estudiaremos los fenómenos atributivos cercanos a la terminal intergrupal del continuum propuesto por Tajfel, quien distinguía tres criterios prin-

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cipales entre ambos extremos. Primero, la presencia o ausencia de al menos dos categorías sociales claramente identificables; por ejemplo: blanco y negro, varón y hembra. Segundo, la existencia de alta o baja variabilidad intersujetos del com­ portamiento o actitud dentro de cada grupo (el comportamiento intergrupal es típicamente homogéneo o uniforme, mientras que el interpersonal muestra la gama normal de diferencias individuales). Tercero, la existencia de alta o baja variabili­ dad intrasujeto en relación con otros miembros del grupo (es decir, de si una per­ sona responde de manera semejante a una amplia gama de otras diferentes de la misma categoría, como es el caso de los estereotipos). Así, en resumen, y como observó SHERIF (1966), el comportamiento intergrupal se produce «siempre que individuos pertenecientes a un grupo interactúan colectiva o individualmente con otro grupo, o con sus miembros, en términos de su identificación grupal» (pág. 12). El comportamiento interpersonal, por el contrario, se refiere a la interacción de­ terminada por características individuales de -y por relaciones individuales entre­ los participantes (BRoWN y TuRNER, 198 1; TAJFEL, 1978). TuRNER (1982; TuRNER y col., 1987) ha estudiado los componentes psicológicos del comportamiento intergrupal, afirmando que tras el desplazamiento desde un comportamiento interpersonal a un comportamiento intergrupal se oculta una tran­ sición desde la identidad personal a la identidad social. La primera se refiere a auto­ definiciones en función de características personales o idiosincráticas; la identidad social denota definiciones basadas en la pertenencia a grupos o categorías. Paralela­ mente a estas autodefiniciones se producen las autoasignaciones de atributos co­ munes o críticos de dicha pertenencia, de tal modo que uno no sólo contempla estereotipadamente a los miembros de otros grupos, sino que se contempla a sí mismo como relativamente intercambiable con otros miembros del propio grupo. Así, el comportamiento intergrupal es más uniforme tanto dentro del grupo como respecto a otros grupos, porque desarrollamos nuestras actitudes y acciones según dichos atributos comunes, lo que pone de manifiesto que lo que distingue a ambas clases de comportamiento no es una simple cuestión de número (de personas). Tanto el comportamiento interpersonal como el intergrupal son acciones de individuos «que actúan en función de ellos mismos» (TURNER y col., 1987, pág. IX), pero mien­ tras que en un caso se trata de acciones de individuos como individuos, en el otro se trata de acciones de individuos como miembros de un grupo. Desde esta perspectiva, la atribución intergrupal hace referencia a las distintas maneras en que los miembros de grupos sociales diferentes explican el comporta­ miento (así como sus resultados y consecuencias) de los miembros de su grupo y de los de otros grupos. Una persona atribuye el comportamiento de otra no so­ lamente a sus características individuales, sino a las características asociadas al gru­ po al que ésta pertenece. Hemos de imaginar, además, que el perceptor o atribui­ dor es también miembro de un grupo, lo que supone una influencia más en el proceso de atribución intergrupal. Como veremos más adelante, las atribuciones intergrupo son frecuentemente etnocéntricas, en el sentido de que los pertenecien­ tes a un grupo determinado favorecen a los miembros del mismo antes que a los de grupos extraños (véanse LEVINE y CAMPBELL, 1972; SuMMER, 1906).

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Este capítulo se inicia con las aportaciones teóricas a la atribución intergrupal, tomadas de la documentación existente tanto sobre relaciones intergrupales como sobre teoría de la atribución, para seguidamente hacer una revisión sistemática y crítica de la investigación empírica disponible, revisión a la que sigue un estudio de sus bases cognitivas y motivacionales, así como de sus posibles consecuencias emocionales. Finalmente, ilustramos la importancia y utilidad de dichos estudios con respecto a las bases atributivas del conflicto intergrupal, y, especialmente a los intentos de reducir la conflictividad entre grupos. Irónicamente, Heider comenza­ ba su monografía sobre The Psychology ofInterpersonal Relations con la afirmación de que «los psicólogos sociales se han interesado principalmente por las relaciones entre las personas, cuando los grupos amplios también desempeñan un importan­ te papel» (1958, pág. 3). Años después se ha visto que esta afirmación no se corres­ ponde exactamente con la verdad, pero, gracias a que últimamente ha aumentado el interés por la psicología social de las relaciones intergrupales (BILLIG, 1976; BRE­ WER y KRAMER, 1985; MESSICK y MACKIE, en prensa; TAJFEL, 1982), hoy contamos con múltiples pruebas de que la categorización social comporta una influencia fun­ damental en las atribuciones causales. Aportaciones teóricas a la atribución intergrupal

Una de las consecuencias de la distinción entre comportamiento interpersonal y comportamiento intergrupal ha sido la cuestión de si las unidades sociales re­ quieren un nuevo nivel de teoría diferente del adecuado al estudio de los indivi­ duos (CAMPBELL, 1958). TAYWR y BROWN (1979) mostraron su oposición a las sim­ ples extrapolaciones desde el individuo al grupo, pero sostuvieron que la aceptación del individuo como unidad de análisis no tiene por qué provocar el olvido de los procesos sociales y, más aún, que dicha aceptación es un requisito previo al plan­ teamiento psicológico de los fenómenos intergrupales. Tajfel, sin embargo, replicó que existe una distinción fundamental entre teorías «individualistas» y teorías que se ocupan de «pautas de comportamiento individual socialmente compartidas» (1979, pág. 187). Ambas posiciones teóricas son meritorias, y por ello necesitan una cierta aproximación. Como concluían recientemente TURNER y sus colabora­ dores ( 1987), los procesos psicológicos pertenecen exclusivamente a los individuos, pero existe una discontinuidad psicólogica entre individuos que actúan como «in­ dividuos» e individuos que actúan como «miembros de un grupo». El comporta­ miento de grupo no puede reducirse a las relaciones interpersonales. En esta sec­ ción examinamos aportaciones teóricas de dos clases diferentes: las que enlazan relaciones intergrupales y atribuciones intergrupales y las que enlazan atribucio­ nes interpersonales e intergrupales. En vista de la distinción entre comportamientos interpersonales e intergrupales, y de la polémica acerca de si dicha distinción exige un nuevo nivel teórico, toda extrapolación del segundo tipo debe hacerse con pru­ dencia, aunque ambas orientaciones brinden en su conjunto un enriquecedor back­ ground teórico al estudio de las atribuciones intergrupales.

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De las relaciones intergrupales a las atribuciones intergrupales Varios destacados teóricos de las relaciones intergrupales han admitido el com­ ponente atributivo de las percepciones intergrupales, ya sea en función de la causa­ lidad, de la responsabilidad o de la culpa (todas las cuales se han intercambiado frecuentemente). El análisis clásico del prejuicio, realizado por ALLPORT, trazó una serie de impli­ caciones atributivas del tipo «chivo expiatorio», dirigidas por lo general a una mi­ noría débil pero identificable: «Nosotros no somos los responsables de nuestras desgracias, lo son otras gentes» (1954, pág. 244). Allport se ocupó también de la «reflexión de causa y efecto» basándose en los trabajos de HEIDER (1944) acerca de las sobreatribuciones a personas, señalando que la tendencia a las atribuciones per­ sonales tiene una consecuencia importante para las relaciones de grupo: el ataque a la persona, o grupo, considerados como causa. En cita de Tertuliano: Tenían a los cristianos por causa de todos los desastres del país, de todas las desgracias del pueblo. Si el Tiber desbordaba los diques, si el Nilo no alcanzaba a regar los campos, si el firmamento no se mueve, o si se mueve la tierra; si hay hambre, o una plaga, todos gritan: ¡Los cristianos a los leones! (citado por ALLPORT, 1954, pág. 243).

El estudio de SHERIF (1966) sobre las relaciones intergrupales incluía una serie de aspectos fascinantes de la atribución intergrupal. Vislumbró el papel que de­ sempeñan los estereotipos en la inculpación del grupo extraño y en la vindicación del propio, y observó que «la asignación de culpa se rige casi - completamente por el punto de vista del grupo» (págs. 109-1 10). CAMPBELL (1967) también se planteó la atribución intergrupal partiendo del es­ tudio de los estereotipos, considerando a la «percepción causal errónea» como uno de los aspectos menos deseables de los estereotipos, puesto que contempla las ca­ racterísticas de los grupos ajenos como causa de la hostilidad que siente el propio hacia ellos. También comprobó la tendencia a percibir causas raciales -y no ambientales- de las diferencias grupales. Las causas ambientales son complejas y difusas, mientras que el color de la piel o las características faciales son perfecta­ mente visibles (véase también LEVINE y CAMPBELL, 1972). El análisis cognitivo del prejuicio, realizado por TAJFEL en 1969, se refería más específicamente a algunas funciones de los sesgos atributivos intergrupales, afirmando que el sistema causal de un perceptor debe procurar en la medida de lo posible una imagen propia positiva (véase lo que se dice más adelante sobre identidad so­ cial). Este autor estaba especialmente interesado en el modo que tienen las perso­ nas de adscribir los cambios que experimenta el mundo a características y acciones de los grupos propios o extraños. Opinaba (siguiendo a joNES y DAv1s, 1965) que las atribuciones personales predominan sobre las situacionales; que existe una ma­ yor necesidad de simplificación y previsibilidad en el caso de las atribuciones in­ tergrupales que en el de las interpersonales, así como que estas atribuciones inter-

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grupales conllevarían la «personalizaci6n» de grupos de gran escala, y una prefe­ rencia por las explicaciones centradas en características inherentes al grupo frente las que atienden a los factores situacionales transitorios. DESCHAMPS ha elaborado en una serie de publicaciones (1973-1974, 1977, 1983; DESCHAMPS y CLÉMENCE, 1987) una teoría más novedosa y pormenorizada de la atribuci6n intergrupal. Su marco teórico se nutre de investigaciones en dos áreas: la categorizaci6n social y la representaci6n social. Actualmente es bien sabido que la categorizaci6n del mundo social atiende a una funci6n cognitivo-organizativa (RoscH, 1978); y, aunque pudieran perderse informaciones concernientes a las di­ ferencias individuales dentro de una categoría, debemos reducir el complejo am­ biente social a unidades manejables. El principal papel desempeñado por la catego­ rización estriba en que en una situaci6n de informaci6n incompleta, los perceptores infieren las características de un objeto según la categoría a la que pertenece (véan­ se BILLIG, 1976; TAJFEL, 1972, 1978). Desde esta perspectiva, un perceptor atribuye el comportamiento de otra persona no simplemente a sus características indivi­ duales sino a características asociadas al grupo al que pertenece. Así, las atribucio­ nes varían en funci6n de la caracterizaci6n social del actor u objetivo, extremo que ya qued6 demostrado en los primeros experimentos de TttIBAUT y RrncKEN ( 1955), en los que los sujetos experimentales se encontraban con dos personas-estímulo (c6mplices del experimentador), una de las cuales era de status notablemente supe­ rior al de la otra. Durante el experimento, el sujeto intentaba repetidas veces in­ fluir en el comportamiento de los dos c6mplices, y eventualmente éstos obedecían simultáneamente. En los dos estudios result6 que la posici6n percibida de causali­ dad fue interna en la obediencia de la persona de status superior y externa en la de la persona de status inferior. 1 Con todo, en estos estudios no se manipul6 la categorizaci6n social del perceptor, persona también inmersa en un sistema de ca­ tegorías, categorización social que, constituye una influencia más en el proceso de atribuci6n intergrupal, y que debe estudiarse en su interacci6n con la del actor. La utilizaci6n que hizo Deschamps de las representaciones sociales fue un in­ tento de dar a conocer los sistemas de creencias compartidas que sustentan los miem­ bros de un grupo sobre éste y sobre otros, representaciones de las que nos ocupare­ mos detalladamente en el siguiente capítulo. Pero Deschamps se centr6 en un tipo más convencional de representación, concretamente en los estereotipos sociales. Pareció conceder mayor importancia al hecho de que los estereotipos sean esen­ cialmente características o rasgos «atribuidos» a los miembros de un grupo por los de otro, pero, como ya hemos afirmado anteriormente, la atribución de rasgos (des­ cripci6n) no es sin6nima de la atribuci6n causal (explicaci6n). Ello no obstante, los estereotipos formarían parte esencial de una teoría de la atribución intergrupal, ya que sus contenidos proporcionarían causas fácilmente disponibles o accesibles 1. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que el primer estudio de THIBAUT y R1ECKEN (1955) forza­ ba una elección de atribución interna a la persona de status elevado o a la de status inferior, y solamen­ te la mitad de los sujetos de su segundo estudio hicieron las atribuciones previstas.

186

1

La atribución causal

del comportamiento del grupo externo (o incluso del propio). Como apuntaba BRUNER {1957), las categorías accesibles tienden a impedir el funcionamiento de otras categorías causales; exactamente lo que parece ocurrir en muchos de los estu­ dios que examinaremos más adelante. Por el momento, deberá quedar claro que algunos estudiosos de las relaciones intergrupales han identificado los fenómenos de la atribución intergrupal sin haber hecho predicciones muy precisas, contraria­ mente a los estudios que se aproximaron a la atribución intergrupal desde alguno de los fenómenos atributivos ya bien definidos. De las atribuciones interpersonales a las intergrupales

Causalidad fenoménica Aunque HEmER {1958) se preocupara principalmente por las relaciones inter­ personales, ofreció ciertamente algunas ideas interesantes sobre el proceso de la atri­ bución intergrupal. Como destacábamos en el capítulo 2, HEIDER {1944) pensaba que si dos eventos son semejantes entre sí, o próximos, probablemente se conside­ re uno como causa del otro. Por ejemplo, una «mala» acción se vincula fácilmente a una «mala» persona {véase Z1LLIG, 1928), con lo cual Heider parecía admitir el impacto de la categorización social sobre la atribución. Otra consecuencia de la formación unitaria de actor y acto es su influencia recíproca. Heider proclamó que los actos se impregnan de las características de las personas a las que se atribu­ yen, y así, un mismo acto realizado por actores completamente diferentes, a menu­ do no nos parece en absoluto el mismo acto. Finalmente, en el mismo ensayo, Hei­ der destacó que «frecuentemente el comportamiento de chivo expiatorio» no es una simple liberación de agresividad, sino que incluye la inculpación a otros de aquellos cambios que, si se atribuyesen a la persona, disminuirían su autoestima (pág. 245). Aquí Heider demostró ser plenamente consciente del papel de la cate­ gorización y de los sesgos ligados a ella, llamando la atención sobre algunas de las funciones que cumplen las que nosotros llamamos atribuciones intergrupales.

Inferencia correspondiente JoNES y DAv1s {1965) referían su teoría exclusivamente a la atribución interper­ sonal, pero Cooper y Fazio ( 1978) la utilizaron como base de su intento por anali­ zar la «lógica ultrajante» de quienes actúan como miembros de un grupo, e inten­ tan «Convencerse a sí mismos de la maldad inherente a los grupos externos» (pág. 150). Afirmaron que el «personalismo» (la convicción de un perceptor en el senti­ do de que un actor pretende beneficiarle o perjudicarle), aunque no sea frecuente cuando actuamos como individuos, puede ser típico de encuentros intergrupales. Cooper y Fazio introdujeron un término nuevo, «el personalismo vicario», para

Atribución intergrupal

1

187

referirse a la percepci6n de los miembros de un grupo de que las acciones de otro grupo «apuntan hacia ellos». El resultado de esta percepci6n, según decían estos autores, es que los miembros del propio grupo hagan una inferencia simplista so­ bre la perversa naturaleza del grupo extraño. Como indicábamos anteriormente, el análisis que hacen JoNES y McG1ws {1976), de la Teoría de la Inferencia Correspondiente también coincide en que la perte­ nencia a un grupo ejercería su impacto en las atribuciones, destacando el papel que desempeñan las expectativas en la atribuci6n de disposiciones, incluidas las expectativas basadas en las categorías, las cuales podrían dominar a las característi­ cas individuales. !Ji.f'erencias actor-observatlor JoNES y N1sBETT {1972) lanzaron la hip6tesis de que las atribuciones del obser­ vador son más disposicionales y menos situacionales que las de los actores. STE­ PHAN ( 1977) estableci6 una analogía entre las diferencias actor-observador y la diferenciaci6n grupo propio-grupo ajeno en la atribuci6n, sugiriendo que si un observador contempla el comportamiento de un miembro del grupo propio y no el del perteneciente a un grupo ajeno (singularmente en el caso de grupos cultura­ les diferentes) tendrá más informaci6n sobre los antecedentes del comportamiento observado; tenderá más a empatizar y a analizar la situaci6n en términos parecidos a los del actor. El principal problema de la analogía de Stephan radica en que -como advertía­ mos en capítulos anteriores- la hip6tesis actor-observador pasa por alto la evalua­ ci6n que hace el observador del actor y de su comportamiento. Como mantiene REGAN ( 1978), cuando nos gustan o disgustan otras personas, atribuimos sus com­ portamientos de manera rélativamente congruente con nuestra opini6n de ellas. El efecto de gustar, o evaluaci6n, interactúa con el principal efecto implicado en la hip6tesis Jones-Nisbett. Así, el comportamiento positivo del otro que gusta sue­ le atribuirse más a causas internas que un comportamiento idéntico del otro que no gusta. Dado que los actos en sí mismos, así como nuestro conocimiento previo de los actores, pueden adquirir una dimensi6n evaluativa, la hip6tesis actor-ob­ servador no parece ofrecer una base prometedora para hacer atribuciones intergru­ pales (véase ]ASPARS y HEWSTONE, 1982). !Je las atribuciones autocomplacientes a las grupo-complacientes Los estudios sobre atribuciones interpersonales del éxito y del fracaso han de­ mostrado documentalmente la tendencia de los perceptores a hacer más autoatri­ buciones adulatorias a continuaci6n de resultados exitosos que de resultados falli­ dos. En términos más generales, KELLEY (1973) identific6 una tendencia de los

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1

TABLA 6.

La atribución causal Atribuciones etnocéntricas. Tipo de actor

Tipo de comportamiento

Grupo propio

Grupo ajeno

Positivo Negativo

Interno Externo

Externo Interno

Fuente: según TAYLOR y JAGGI, 1974.

perceptores a autoatribuirse eventos con resultados positivos y a atribuir a los de­ más los que arrojan resultados negativos (Kelley denominó este sesgo «egocéntri­ co», pero, hablando con exactitud, es «egoístico»; véase cap. 5). TAYI.OR y }AGGI (1974) opinaban que este mismo sesgo es aplicable al nivel grupal (y lo denominaron «atri­ bución etnocéntrica») cuando se atribuyen los sucesos positivos al grupo propio y los negativos al ajeno. Pronosticaban, en consecuencia, que los perceptores ha­ rían atribuciones internas de los actos socialmente convenientes realizados por otros miembros del grupo propio, y atribuciones externas de los socialmente no conve­ nientes, y lo contrario respecto de las atribuciones a miembros de otros grupos (véase tabla 6). PETTIGREW amplió el modelo de Taylor y Jaggi haciendo referencia a un «error fundamental de atribución» definido como una «estructuración sistemática de las malatribuciones intergrupales conformadas en parte por los prejuicios» ( 1979, pág. 464). En términos estrictos, este «error» es un sesgo, dada la ausencia de todo crite­ rio de precisión (véase cap. 3). Se centra en la explicación del comportamiento gru­ pal ajeno y amplía el error fundamental de atribución (L. Ross, 1977), es decir, la tendencia a subestimar los factores situacionales y a sobreestimar los factores personales como causas del comportamiento del actor. Pettigrew hizo una extrapolación del sesgo de positividad respecto de otro con quien intimamos (cuyas acciones positivas se atribuyen internamente y las negati­ vas externamente) y del sesgo de negatividad respecto de otro que nos desagrada (sus actos negativos se atribuyen internamente, los positivos externamente; véanse REGAN y col., 1974; TAYIDR y KmvuMAKI, 1976). La base del «error fundamental de atribución» es un sesgo de negatividad en la atribución del comportamiento del grupo ajeno, debido a la necesidad de mantener los estereotipos negativos del grupo ajeno para salir al paso de toda valoración positiva del mismo. Si se observa a un miembro del grupo ajeno realizar un acto negativo congruente con una pers­ pectiva negativa, aumenta la tendencia a hacer una atribución dispositiva. Pero el problema surge cuando se observa al miembro del grupo ajeno realizar un acto individual positivo, incongruente con la visión negativa prejuiciada que el percep­ tor tiene del grupo ajeno. Si asumimos que dicho acto positivo no puede negarse, o reevaluarse, habrá que «encontrarle una explicación». Pettigrew cruzó el grado de controlabilidad del acto por parte del perceptor (alto/bajo) con la posición per­ cibida de control del mismo (interna/externa respecto del actor) para producir cuatro posibilidades principales de explicar. El comportamiento positivo de un miembro

Atribución intergrupal TABLA 7.

1

189

Esquema clasificativo para •encontrar justificación• al comportamiento positivo de un miembro de un grupo que no agrada. Lugar de control del acto percibido Interno

Grado percibido de controlabilidad del acto por el perceptor Fuente: PETTIGREW,

Bajo

A.

Alto

C.

Externo

El caso excepcional B. Suerte y ventaja especial

Motivación y D. Contexto situacional esfuerzos altos manipulable 1979, © de la Society Personality and Social Psychology, lnc.

del grupo ajeno que disgusta (véase tabla 7). Estas posibilidades atributivas ilustran algunas de las maneras de explicar los actos positivos de miembros de un grupo ajeno.2 Pettigrew especificó el error fundamental de atribución en dos predicciones prin­ cipales: Las percepciones entre grupos son más probables que las percepciones intragrupales, especialmente en individuos predispuestos, e incluye las siguientes: 1. En aquellos actos percibidos como negativos (antosociales o no deseables), el com­ portamiento se atribuirá a causas personales, dispositivas; causas internas que frecuente­ mente se tendrán por características innatas, pasando por alto las exigencias del rol. 2. En aquellos actos percibidos como positivos (prosociales o deseables), el compor­ tamiento se atribuirá a alguna de las combinaciones siguientes: A) Al individuo excep­ cional, incluso exageradamente singular en comparación con su grupo. B) A la suerte, o a ventajas especiales que generalmente se consideran «poco limpias». C) A una gran motivación o esfuerzo. D) A un contexto situacional manipulable (PETIIGREw, 1979, pág. 469).

Existe una similitud obvia entre la clasificación de Pettigrew y la que propuso WEINER y sus colaboradores ( 1972) para las atribuciones del comportamiento de logro. Pettigrew reconoció esta similitud, pero afirmó que las metas y las dimen­ siones subyacentes a ambos esquemas eran diferentes (curiosamente, para Weiner la controlabilidad estaba referida al actor, mientras que para Pettigrew se refiere -menos convincentemente- al perceptor). No obstante, el éxito con el que se ha aplicado el trabajo de Weiner a situaciones de logro interpersonal sugiere que po­ dría también ser aplicable a las atribuciones intergrupales, especialmente en el ám­ bito de los logros (véase HEWSTONE, 1988a). Las tres dimensiones de Weiner: posición (interna/externa), estabilidad (esta­ ble/inestable) y controlabilidad (controlable/incontrolable), se han utilizado para 2. PETI'IGR.EW ( 1979) clasificó «alta motivación y esfuerzo» como controlables por el perceptor, ya que se contempla que los miembros motivados del grupo ajeno responden ante aspectos de la situa­ ción que se encuentran bajo cierto control de otros.

190

1

La atribución causal

TABLA 8. Atribuciones autocomplacientes y menospreciativas del grupo ajeno en contextos de logro. Tipo de actor Tipo de resultado

Grupo propio

Éxito

·

Capacidad (interna, estable, incontrolable)

Fracaso

Grupo ajeno Esfuerzo {interno, inestable,

Esfuerzo (interno, inestable, controlable) Suerte {externa, inestable, incontrolable Tarea {externa, estable, incontrolable)

controlable) Suerte {externa, inestable, incontrolable) Tarea {externa, estable, incontrolable)

Capacidad (interna, estable, incontrolable)

Fuente: HEWSTONE, 1988a.

clasificar cuatro causas principales de éxito y de fracaso: capacidad, esfuerzo, suerte y tarea. Aunque hayamos señalado anteriormente que las causas percibidas pue­ den variar a lo largo de las dimensiones de Weiner (por ejemplo, la suerte puede contemplarse como característica interna y estéi;P,le en algunas personas), esta taxo­ nomía ofrece un conjunto interesante de posibilidades de atribuciones grupo-propio­ complacientes y grupo-ajeno-menospreciativas en contextos de logro. En particu­ lar, parece que existen múltiples posibilidades de encontrar una justificación al éxi­ to del grupo ajeno y al fracaso del propio en función de las atribuciones grupo­ complacencias (véase tabla 8). Tales posibilidades respaldan ampliamente las previsiones de TAYWR y jAGGI (1974) respecto de la atribución interna de actos positivos del grupo propio y nega­ tivos del ajeno, con una excepción: el éxito ajeno y el fracaso propio pueden atri­ buirse ambos al esfuerzo, menospreciando al grupo ajeno y favoreciendo al propio, y es que el esfuerzo es en realidad una atribución en cierto modo ambigua, porque aunque la mayoría valore la perseverancia, podemos encontrarle justificación al éxito de una persona no apreciada afirmando que tuvo que esforzarse mucho (como precisaba Pettigrew). Nuestras predicciones, basadas en la clasificación de Weiner, también incluyen tres de las cuatro atribuciones que hace Pettigrew del comporta­ miento positivo del grupo ajeno (únicamente se excluye «el caso excepcional»), así como las predicciones del fracaso ajeno, y ambos resultados en el grupo propio. En términos más generales, el verdadero valor del planteamiento weineriano quizá resida más en las dimensiones subyacentes que en las causas percibidas. Diferentes causas percibidas alcanzan importancia en situaciones distintas, pero según WEINER (1986) las tres dimensiones básicas tienen una aplicabilidad de am­ plio alcance. Así, basándose en el paréntesis de la tabla 8, estaremos en condiciones de pronosticar el tipo -si no el contenido- de las causas en atribuciones intergru­ pales en general.

Atribución intergrupal

1

191

Resumen Ciertamente, no escasean las aportaciones teóricas a la atribución intergrupal: algunos conceptos están incluidos en lo que ya hay publicado sobre relaciones intergrupales, otros son extrapolaciones de la teoría de la atribución interperso­ nal. Las integraciones más prometedoras de ambas perspectivas amplían nuestro horizonte investigativo desde las atribuciones autocomplacientes a las grupo-com­ placientes, y permiten predicciones muy específicas. En la sección siguiente exa­ minaremos la documentación disponible sobre atribuciones intergrupales. Pruebas empíricas de la atribución intergrupal

Examinaremos a continuación, más selectiva que exhaustivamente, lo publica­ do sobre atribución intergrupal, reuniéndolo bajo tres epígrafes: atribuciones rela­ tivas a resultados positivos y negativos, éxito y fracaso, y diferencias entre grupos (véase HEWSTONE, 1988b, para un análisis más detallado). Aunque sean escasos los artículos publicados sobre esta cuestión, algunos incluyen estudios múltiples y prác­ ticamente todos someten a tests los pronósticos relativos a más de un grupo social, ofreciendo así una base de datos respetable en la que apoyar las conclusiones sobre la coherencia de los efectos. 3 Existen pruebas concluyentes de atribución intergru­ pal en los tres tipos de estudio examinados y, ciertamente, en casi todos los que se han realizado, pero el sesgo atributivo intergrupal aparece típicamente limitado a dimensiones específicas sin ser propio de dimensiones ubicuas. Resultados positivos y negativos TAYWR y jAGGI (1974) llevaron a cabo la primera investigación empírica sobre atribuciones intergrupales en el sur de la India, con el conflicto entre grupos hin­ dúes y musulmanes como telón de fondo. Los sujetos (hindúes adultos) valoraron primeramente los conceptos «hindú» y «musulmán» según 12 características valo­ rativas, leyendo seguidamente 16 párrafos descriptivos. Se les pidió que se imagina­ sen inmersos en una situación dada, con respecto a la cual actuaban de cierta ma­ nera un hindú (grupo propio) y un musulmán (grupo ajeno). Algunas situaciones formulaban comportamientos socialmente deseables (por ejemplo, permitir resguar­ darse de la lluvia), otras describían situaciones socialmente no deseables (no per­ mitir resguardarse de la lluvia). Los sujetos debían explicar el comportamiento de la otra persona implicada en la situación, eligiendo entre una serie de explicacio­ nes. En cada caso, una explicación era interna y el resto externas. La hipótesis bási3. Se excluyen aquellos estudios en los que se hacían juicios de responsabilidad y castigo, no juicios de causa (como WANG y McK1u..1P, 1978).

192

1

La atribución causal

ca del estudio consistía en que los perceptores harían atribuciones internas respec­ to de otros hindúes que realizaran acciones socialmente deseables, y atribuciones externas de las que fuesen socialmente no deseables. Las atribuciones a los miem­ bros del grupo musulmán serían, por el contrario, externas respecto de acciones socialmente convenientes, e internas respecto de las inconvenientes. En las cuatro historias planteadas, los sujetos hindúes mostraron mayor pro­ pensión a hacer atribuciones internas de los comportamientos hindúes_ socialmen­ te deseables que de los que no lo eran. Sin embargo, únicamente en dos de las cua­ tro historias con actor musulmán, las atribuciones fueron más internas respecto de comportamientos socialmente no deseables que respecto de los deseables. Tay­ lor y Jaggi no habían establecido comparaciones directas entre las atribuciones a miembros de grupos propios o ajenos realizando comportamientos deseables y no deseables, pero en sus resultados se apreciaron diferencias muy acusadas. Respecto de los comportamientos socialmente deseables, las atribuciones internas fueron ma­ yores en número para los actores propios que para los actores ajenos; respecto de comportamientos socialmente no deseables, se dieron menos atribuciones inter­ nas a los actores propios que a los ajenos. Dada la importancia de este primer estudio, HEWSTONE y WARD ( 1985) lo repro­ dujeron conceptualmente con cuatro mejoras: a) no clasificaron los rasgos evalua­ tivos de los grupos propio y ajeno antes de efectuarse las atribuciones causales, ya que podría provocarse una reacción competitiva, b) se disponía de una atribu­ ción interna y otra externa de cada comportamiento, c) se transformaron los datos para permitir un análisis estándar de la varianza, explorándose todos los efectos principales e interacciones, y d) hubieron encuestados de los dos grupos, con obje­ to de investigar las atribuciones intergrupales recíprocas. Nuestro primero estudio tuvo lugar en Malasia con grupos malayos (mayoría) y chinos (minoría). Los primeros se comportaron tal como se esperaba, haciendo más atribuciones internas de los actos positivos realizados por un actor malayo, si bien no invirtieron la pauta al juzgar a un actor chino. Cuando se establecieron comparaciones directas entre los dos actores, los mayalos atribuyeron más a facto­ res internos los actos positivos del actor malayo que idénticos actos del actor chi­ no; también atribuyeron menos a factores internos los actos negativos de un miem­ bro del grupo propio que los actos similares de un integrante del grupo ajeno, obteniéndose así pruebas evidentes de atribución etnocéntrica, con el efecto de un favoritismo del grupo propio mucho más acusado que el del menosprecio al gru­ po ajeno.4 Contrariamente a lo previsto, los chinos también favorecieron a los ac­ tores malayos a expensas de su propio grupo, sin dar muestras de atribución etno­ céntrica (véase fig. 1 1). 4. Se obtendrían comparaciones más rigurosas del favoritismo hacia el propio grupo y del menos­ precio del grupo ajeno incluyendo una condición de control que no contuviese ni etiquetado de gru­ po ni información relativa a pertenencias al grupo propio o al ajeno (véase, RosENBAUM, 1986). BoRNE­ WASSER (1985) incluía esta condición, pero su medición dependiente se refería a la distribución de responsabilidad.

Atribución intergrupal

• 1 .ºI

Comportamiento negativo



1 93

Comportamiento positivo

0,6

0,1 0,0

Actor Actor malayo chino CHINOS

Actor Actor chino malayo MALAYOS

Grupo étnico del perceptor

FIGURA 11. Proporción de atribución interna en función del grupo étnico del percepto del grupo étnico del actor y del resultado (Malasia) (de HEWSTONE y WARD, 1985, © 1985 de la American Psychological Association, reproducido con permiso del editor y el autor).

Efectuamos seguidamente otro estudio en Singapur con idéntico diseño y los mismos grupos étnicos, s6lo que los malayos eran entonces ya minoría y los chi­ nos mayoría. El único efecto consistió en que los malayos hicieron más atribucio­ nes internas de los comportamientos positivos malayos que de los negativos. Los chinos no favorecieron significativamente a ninguno de los dos grupos (véase fig. 12). En general, esta serie de estudios vino a confirmar que la atribución etnocén­ trica no constituye una tendencia universal, y que incluso puede invertirse en el caso de grupos de bajo status con un trasfondo de tensión política y cultural. Existen muchas diferencias entre Malasia y Singapur, pero estos resultados re­ flejan diferentes niveles de conflicto interétnico en ambos países, siendo mayores

194

1

La atribución causal

•Comportamiento .Comportamiento negativo

positivo

0,7

0,6

0,2

0,1

o.o

Actor Actor chino malayo CHINOS

Actor Actor chino malayo MALAYOS

Grupo étnico del perceptor FIGURA 12. Proporción de atribución interna en función del grupo étnico del perceptor, del grupo étnico del actor y del resultado (Singapur) (de HEVISTONE y WARD, 1985, © 1985 de la American Psychological

Association, reproducido con permiso del editor y el autor).

en la cultura malaya, políticamente tensa y potencialmente asimilacionista, que en el relativamente multicultural Singapur. Nuestros datos atributivos se vieron res­ paldados por los estereotipos étnicos, y así, en Malasia, los malayos se veían a sí mismos positivamente y a los chinos de un modo predominantemente negativo (como hacían los mismos chinos). En Singapur se produjo una llamativa disminu­ ci6n de estereotipos. Las respuestas de los chinos en Malasia quizá se debieran al papel característico de muchos de ellos en la sociedad malaya, donde constituyen la prototÍpica «minoría de intermediarios» (BLALOCK, 1967) que desempeña un pa­ pel marginal entre productores y consumidores, como respuesta a reacciones hos­ tiles de la comunidad circundante (BoNACICH, 1973).

Atribución intergrupal

1

195

Bonacich opinaba que pese a su innegable éxito económico, que debería engen­ dar orgullo de pertenencia a un grupo, «la discriminación y hostilidad hacia las minorías produce habitualmente el efecto de dañar la solidaridad y el orgullo de grupo, hundiéndolo y desplazándolo del sector medio de la estructura social» (pág. 584), lo que demuestra que nuestros resultados eran congruentes con una amplia documentación sociológica. STEPHAN ( 1977) utilizó un método parecido para observar a estudiantes de quin­ to y sexto grados en escuelas segregadas e integradas del suroeste de los EE.UU. Niños de tres grupos étnicos (negros, chicanos y anglos) realizaron sus respectivas elecciones entre atribuciones internas y externas de comportamientos positivos y negativos de otros estudiantes pertenecientes a los tres grupos. Stephan analizó los datos separadamente según cuál fuera la persona-estímulo como función de etnici­ dad, encontrando atribuciones grupo-complacientes en anglos y chicanos. Los pri­ meros hicieron ligeramente más atribuciones dispositivas del comportamiento positivo de un anglo que los negros; los chicanos, a su vez, atribuyeron más dispo­ sicionalmente el comportamiento positivo de chicanos que los negros, y el com­ portamiento negativo menos que éstos. En este análisis restringido, los negros no revelaron atribuciones grupo-complacientes, porque Stephan no analizó el modo en que los miembros de cada grupo juzgaban al grupo propio en comparación con los juicios que hacían de los grupos ajenos. Si examinamos los datos más de cerca, en los tres grupos hubo una acusada ten­ dencia de hacer más atribuciones internas de las acciones positivas del actor que de las negativas, independientemente de la filiación grupal de éste. A parte de este efecto mayor, parecieron no existir diferencias en las atribuciones hechas por los anglos de comportamientos positivos o negativos, tanto del grupo propio como del ajeno. Los chicanos hicieron atribuciones ligeramente más dispositivas de los comportamientos positivos del grupo propio, y atribuciones ligeramente menos dispositivas del comportamiento negativo del grupo propio que del comportamiento del grupo ajeno. Los negros mostraron la tendencia más acusada a ser grupo­ complacientes; haciendo más atribuciones dispositivas de los comportamientos po­ sitivos propios que de los ajenos, pero no diferenciaron entre grupos al atribuir comportamientos negativos. Esta reinterpretación de los datos de Stephan sugiere pruebas de las atribuciones intergrupales bastante diferentes de las que este autor explicitara en su día; al tiempo que subraya la importancia de un análisis completo de los datos que incluya los efectos principales en el grupo del perceptor, en el grupo objetivo y en el tipo de comportamiento, así como todas las interacciones. En un estudio más realista de las atribuciones interraciales, DUNCAN (1976) pi­ dió a estudiantes norteamericanos de grado superior que visionasen la interacción grabada en vídeo de una discusión progresivamente violenta, en la que, al final, un participante acababa dando un empujón al otro. Las principales variables in­ dependientes eran la raza (negro/blanco) del «protagonista» y de la «víctima» del empujón. La parte atributiva del estudio requería que los sujetos indicasen hasta qué punto debería atribuirse al comportamiento del objetivo a fuerzas situaciona-

196

La atribución causal

les, a factores personales, al tema en discusión o a una combinación de estas causas. Se dieron significativos efectos intergrupales, tanto en las atribuciones situaciona­ les como en las personales. Cuando el protagonista era negro los sujetos percibían que su comportamiento violento se debía menos a factores situacionales y más a factores personales que cuando el protagonista era blanco. Aunque no hubo ningún test que comparase los dos tipos de atribución, parecieron existir más atribuciones personales que situacionales en la condición de protagonista negro, y más atribu­ ciones situacionales que personales en la condición de protagonista blanco. 5 Finalmente, se demostró la existencia de atribuciones intergrupales en la esfera del conflicto internacional. RosENBERG y WoLFSFELD ( 1977) analizaron las atribu­ ciones realizadas respecto de cinco comportamientos israelíes y cinco árabes du· rante el conflicto de Oriente Medio. Todas las acciones eran sucesos importantes de los que habían informado «los noticiarios», clasificados como éxitos, fracasos, actos morales, actos inmorales y neutros. Las atribuciones eran «abiertas» y se co­ dificaron como situacionales o dispositivas. Los efectos más acusados se encontra­ ron en dos grupos de estudiantes matriculados en los EE.UU. y estrechamente vin­ culados al conflicto: estudiantes proisraelíes o israelíes versus estudiantes árabes. El primer grupo («israelíes») hizo más atribuciones dispositivas del éxito y de los ac­ tos morales israelíes y menos de actos israelíes inmorales que los estudiantes árabes. También hicieron menos atribuciones dispositivas de éxitos árabes y más de actos árabes inmorales que los estudiantes árabes. En resumidas cuentas, parece evidente que utilizando varios grupos de sujetos en países diferentes, aunque se aplique predominantemente un diseño intrasujeto (del que tratamos anteriormente), las atribuciones propio-grupo-complacientes han aparecido en investigaciones sobre resultados positivos y negativos. Se distinguen dos tipos de efectos: los efectos «de categorización», que comparan las atribuciones hechas por separado a miembros del grupo propio y del ajeno de comportamien­ tos positivos y negativos, y los efectos «de resultado», que comparan por separado las atribuciones de comportamientos positivos y negativos de actores propios y ajenos. Aparecen efectos de categorización de ambos tipos de comportamiento en aproximadamente la mitad de los grupos sometidos a test; se da también un claro efecto de resultado favorable a los actores del grupo propio (más atribuciones dis­ positivas en los comportamientos positivos que en los negativos), pero, por lo ge­ neral -y contrariamente a lo previsto-, no ocurre a la inversa con actores ajenos (es decir, no existen más atribuciones dispositivas del comportamiento ajeno nega­ tivo que del positivo). 5. Existen dudas acerca de si todas las cintas de vídeo de DuNcAN (1976} reflejaban comportamien­ tos equivalentes, y también acerca de si los sujetos blancos y negros juzgaban de modos diferentes los comportamientos. Los estudios en los que únicamente participaban sujetos de un grupo, resultan siempre problemáticos debido a que se dan múltiples explicaciones a los resultados. SAGAR y ScttOFIELD ( 1980) utilizaron ciertamente sujetos blancos y negros en un intento de solventar estas cuestiones, pero no incluyeron atribuciones causales en las mediciones dependientes.

Atribución intergrupal

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Pese a ser coherentes sus resultados, estos estudios presentan limitaciones ob­ vias. En primer lugar, -con una sola excepción (DuNCAN, 1976)- descansan en diseños intrasujetos, diseños que presentan la ventaja de eliminar de la varianza de los sujetos términos de error que se utilizan para comprobar los efectos de trata­ miento, lo cual tiene también sus inconvenientes, concretamente efectos de con­ texto que limitan la generalización de resultados e hipótesis (la valoración de ses­ gos intergrupales) transparentes para los sujetos (GREENWALD, 1976). Hasta cierto punto, estos inconvenientes pueden neutralizarse contrapesándolos adecuadamen­ te, pero en diseños intrasujetos son de temer sesgos atributivos intergrupales más acusados, ya que lo publicado sobre prominencia nos demuestra que la categoriza­ ción social se hace más prominente cuando aparecen simultáneamente dos o más categorías (véase ÜAKES, 1987). Por otro lado, Greenwald afirma que el diseño in­ trasujetos puede tener mayor validez externa ya que contiene confusiones presen­ tes en la vida real (por ejemplo, juicios secuenciales de actores del grupo propio y del ajeno). En el futuro habrá que prestar mayor atención a estas cuestiones y comparar diseños intra- y entre-sujetos en un mismo estudio. En segundo lugar, todos estos estudios descansan en la distinción entre atribuciones internas y exter­ nas, lo cual, como hemos visto anteriormente, ya ha sido objeto de alguna discu­ sión (véase cap. 3; MILLER y col., 198 1). Limitaciones ambas que no son tan graves en el caso de las atribuciones de logro, como veremos más adelante. Exito y fracaso El planteamiento multidimensional que hace WEINER (1986) de la estructura de la causalidad percibida nos ofrece un sofisticado análisis de las atribuciones auto­ complacientes que bien puede extrapolarse al nivel intergrupal. Las investigacio­ nes disponibles se han ocupado principalmente -pero no exclusivamente- de ca­ tegorizaciones basadas en la etnicidad y en el sexo. GREENBERG y RosENFIELD (1979), después de revisar los estudios que hemos ci­ tado, se preguntaron si las atribuciones intergrupales se basan simplemente en la antipatía hacia los miembros de grupos ajenos (etnocentrismo), o si, por el contra­ rio, se fundamentan siempre en estereotipos culturales. Para examinar el problema en lo que atañe a las atribuciones interraciales (blanco-negro) planearon una tarea en la que no parecían existir asunciones culturales basadas en la raza (percepción ex­ trasensorial); hicieron que sujetos blancos con distintos grados de etnocentrismo (tercio superior o inferior de la muestra) observasen cuatro cintas de vídeo que reflejaban el éxtio y el fracaso de actores blancos y negros, y que atribuyesen segui­ damente cada actuación a las cuatro causas de Weiner. La interacción trimodal en­ tre etnocentrismo, resultado y raza del actor resultó altamente significativa en el caso de atribuciones a la capacidad, y de significación marginal en las atribuciones a la suerte. En la condición de éxito, los sujetos altamente etnocéntricos tendieron a atribuir más a la suerte que a la capacidad el éxito negro que el éxito blanco.

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Los sujetos de bajo etnocentrismo tendieron a atribuir el éxito negro más a la capa­ cidad y menos a la suerte que el éxito blanco. En condiciones de fracaso, los sujetos altamente etnocéntricos tendieron a atribuir más el fracaso de los negros a falta de capacidad que el fracaso de los blancos, pero ocurrió al revés con sujetos de bajo etnocentrismo. Estos resultados se interpretaron como una prueba de la exis­ tencia en la atribución intergrupal de sesgos basados exclusivamente en el etnocen­ trismo, aunque no deba olvidarse que los sujetos altamente etnocéntricos secunda­ ron el estereotipo de que los negros y los blancos ciertamente difieran en capacidad de percepción extrasensorial, cosa que no ocurrió con los sujetos de bajo etnocen­ trismo. WHITEHEAD y sus colaboradores (1982) investigaron las atribuciones del éxito y del fracaso en una tarea cuya característica más relevante formaba parte de un estereotipo positivo -=-o no formaba parte de ningún estereotipo- del otro. En los pretests se encontraron con que los estudiantes blancos percibían que los negros eran más atléticos y ligeramente menos inteligentes que ellos. Consecuentemente, investigaron por separado las atribuciones del éxito y del fracaso en estas dos tareas realizadas separadamente por estudiantes de grado medio blancos y negros, en fun­ ción de la raza del actor. La tarea académica arrojó efectos intergrupales en ambos conjuntos de sujetos. Los estudiantes negros atribuyeron el fracaso en mucha ma­ yor proporción a la falta de capacidad cuando el otro era blanco que cuando era negro; los estudiantes blancos mostraron una tendencia marginalmente significati­ va a atribuir más el fracaso a falta de capacidad cuando el otro era negro. Los resul­ tados fueron más radicales en la tarea atlética. Los estudiantes negros atribuyeron más el fracaso a falta de capacidad cuando el otro era blanco que cuando era negro, mientras que los estudiantes blancos atribuyeron más el fracaso a falta de capaci­ dad cuando el otro era negro. Finalmente, se produjo una interacción entre la raza del perceptor y la del sujeto en las atribuciones a la tarea, interacción que nues­ tros autores interpretaron como efecto intergrupal. En las tareas atléticas, los ne­ gros atribuyeron más las actuaciones positivas de los blancos a la facilidad de la tarea en cuestión que cuando el éxito era de los negros, al tiempo que atribuyeron más el fracaso del estudiante blanco a dificultades de la tarea que el fracaso del es­ tudiante negro (se consideraba la tarea atlética más difícil para los blancos). Parece obvia la ambigüedad de estas atribuciones, ya que la interpretación convencional de la atribución del fracaso a la tarea sería que es autocomplaciente para el actor, pero la interpretación que hacen estos investigadores resulta más plausible contem­ plada en el contexto de sus restantes conclusiones. En un estudio final de grupos étnicos, HEWSTONE y sus colaboradores (en pren­ sa) investigamos autoatribuciones y atribuciones al grupo propio y al grupo ajeno de éxitos y fracasos hipotéticos en un examen. Clasificamos los sujetos, que eran niños de 15 años, alemanes occidentales e hijos de inmigrantes turcos, como de alto y bajo prejuicio, mediante un procedimiento de partición por la mediana de una escala simple; seguidamente todos hicieron atribuciones a las cuatro causas de Weiner. Solamente aparecieron efectos intergrupales en las atribuciones a la suerte.

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Los estudiantes alemanes atribuyeron más los fallos de su grupo a la mala suerte que los del grupo ajeno (protección del propio grupo), mientras que los estudian­ tes turcos atribuyeron más el éxito de su grupo a la buena suerte que el éxito del grupo ajeno, efecto este último que parece reflejar una internalización del prejui­ cio según el cual los jóvenes turcos son menos aptos para el estudio que los jóvenes alemanes. Se han efectuado estudios parecidos basados en agrupaciones por sexos. DEAUX y EMSWILLER (1974) hicieron que estudiantes varones y hembras escuchasen una actuación positiva de un varón y de una hembra en una tarea de identificación de objetos, para lo cual manipularon previamente la vinculación sexual de la tarea, representando los objetos como herramientas mecánicas (masculinos) o como uten­ silios caseros (femeninos). Desgraciadamente, la principal variable dependiente con­ fundía las atribuciones a la capacidad con las atribuciones a la suerte al presentar a los sujetos una escala con la habilidad en un extremo y a la suerte en el otro. En la tarea masculina el éxito de un varón se atribuyó más a la capacidad que la actuación igualmente afortunada de una hembra. Cuando la tarea fue de signo fe­ menino, no se dieron diferencias, resultado que parece favorecer al grupo propio en el caso de los varones y menospreciar el grupo propio en el de las hembras. FELDMAN, SUMMERS y KIESLER (1974, experimento 2) prosiguieron este estudio investigando las atribuciones que hadan estudiantes varones y hembras a un médi­ co masculino o femenino de gran éxito, cuya especialidad era la pediatría o la ciru­ gía, el/la cual había/no había seguido la profesión paterna. Las atribuciones in­ cluían una vez más las cuatro causas, pero los juicios se emitían ipsativamente (es decir, «más» de una atribución implicaba «menos» de la otra). Todos los sujetos atribuyeron mayor motivación a las hembras que a los varones, pero existieron también efectos intergrupales en forma de interacciones significativas entre el sexo del sujeto y el de la persona-estimulo. En primer lugar, los sujetos varones atribu­ yeron más capacidad al médico que a la médico; también atribuyeron el éxito de la mujer relativamente más, bien a una mayor motivación, bien a la mayor facili­ dad de la tarea. Cuando el/la médico no tenía un padre que lo/la ayudara, los suje­ tos varones percibían a la médico más motivada que el médico. Cuando uno u otra habían heredado la consulta del padre, los sujetos varones percibían que las médicos realizaban una tarea más fácil que los médicos. En segundo lugar, los suje­ tos hembras mostraron una conciencia de injusticia. Percibieron que los médicos varones realizaban una tarea más fácil que los médicos hembras, y también atribu­ yeron a las hembras mayor motivación que a los varones; resultados que ilustran la ambigüedad de la atribución al esfuerzo, que puede ser despectiva («Fijate qué duro que tiene que trabajar») o halagadora («Si nos esforzamos podemos superar la discriminación sexual»). Más adelante volveremos sobre este problema. En otros estudios también han aparecido atribuciones intergrupales basadas en el sexo (FEATHER y SIMoN , 1975) aunque no siempre (por ejemplo, STEPHAN y WooL­ RIDGE, 1977). Una variable posiblemente intermediaria podría ser la actitud gene­ ralizada con respecto a la mujer. GARLAND y PRicE ( 1977) hicieron que estudiantes varones rellenaran la Wómen as Manager Scale (WAMS, de PETERS, TERBORG y

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TAYNOR, 1974) y seguidamente atribuyesen el éxito o el fracaso de una mujer en un trabajo de direcci6n a las cuatro causas de Weiner. En condiciones de éxito, como se preveía, existieron correlaciones significativas positivas entre la WAMS y las atribuciones tanto a la capacidad como al tes6n, y correlaciones significativas negativas en el caso de atribuciones a la suerte y a la tarea. Finalmente, en un contexto muy diferente, HEwsroNE y sus colaboradores {1982) estudiaron las atribuciones hechas del éxito y del fracaso en los exámenes de esco­ lares en las escuelas británicas privadas* y en las «generales»» (o del Estado). Con un diseño intrasujeto, se manipularon la categorizaci6n de la persona-estímulo y el resultado del examen, y se plantearon atribuciones a las cuatro causas. Los chi­ cos de las escuelas privadas dieron muestras de atribuciones claramente grupo­ complacientes s6lo en caso de fracaso, atribuyendo el de un miembro del propio grupo menos a falta de capacidad y más a falta de esfuerzo que el de un miembro del grupo ajeno. Los alumnos de las escuelas del Estado mostraron solamente una tendencia marginal a atribuir sus fracasos más a la mala suerte que los fracasos del grupo ajeno {véase fig. 13), atribuciones que coincidían plenamente con los datos recogidos con anterioridad en distintas muestras y basados en un análisis del con­ tenido de redacciones abiertas de los dos grupos de alumnos. Las efectuadas en la escuela privada tendían a destacar la propia capacidad intelectual y el superior nivel académico, mientras que las de la escuela estatal incidían en los privilegios de la educaci6n en escuelas privadas, resultados que confirman la opini6n de DEs­ CHAMPS {1973-1974) de que las representaciones intergrupales sirven de base para atribuciones intergrupales. En resumen, existen pruebas consistentes de la presencia de atribuciones inte­ grupales en contextos de logro, pruebas que se basan en estudios con múltiples grupos y diseños intra- y entre- sujetos. Los efectos son más acusados en el fracaso que en el éxito, y también en la atribuci6n del fracaso a la capacidad (el fraca­ so ajeno se atribuye más que el propio a falta de capacidad). Así, provocada por las implicaciones amenazadoras del fracaso, parece más acusada la protecci6n del grupo propio que su alabanza. Las atribuciones favorecedoras del grupo ajeno, o menospreciativas del propio, también se han detectado en algunos estudios, aun­ que predominantemente respecto de grupos sometidos o de status inferior (trabaja­ dores inmigrantes y mujeres). A pesar del respaldo empírico con que ya cuentan, estas investigaciones serían susceptibles de ampliación y mejora en cuatro aspectos: 1. Como advertimos anteriormente, algunos resultados son ambiguos porque desconocemos el modo en el que los perceptores interpretan sus atribuciones cau­ sales. La Causal Dimension Scale de RussELL {1982) afronta precisamente este pro­ blema de transformar las atribuciones causales del perceptor en dimensiones causa* Las public schools son en Inglaterra precisamente los colegios privados (Eton, Harrow) en los que tradicionalmente se han educado las elites. [T.]

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Exito Fracaso

Atribución de (falta de) capacidad

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Atribución de (buena) mala suerte

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1 ,__�--����--�-� Grupo propio Grupo ajeno Grupo propio Grupo ajeno ALUMNOS DE LA ESCUELA PRIVADA

ALUMNOS DE LA ESCUELA PUBLICA

FIGURA 13. Atribuciones del éxito y delfracaso del grupo propio y del grupo ajeno realizadas por alumnos de escuelas privadas y de escuelas del Estado (HEWSTONE y col., 1982, © 1982 John Wiley & Sons Ltd., reproducido con permiso de John Wiley & Sons Ltd. y el autor). Nota: No se muestran las atribuciones a la tarea.

les (por ejemplo, en las dimensiones de posición, estabilidad y controlabilidad de Weiner; véase cap. 3). Una vez que los encuestados han hecho sus atribuciones, se les pide que valoren sus causas percibidas con arreglo a una serie de escalas y con objeto de evaluar por separado cada una de las tres dimensiones de Weiner. De este modo los investigadores pueden conocer si, por ejemplo, se recurrió al

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esfuerzo como causa estable o inestable, y si esta perspectiva varió en función de la categorización social del objetivo. 2. El significado de las causas percibidas no solamente varía con arreglo a per­ ceptores y situaciones, sino que puede ser interdependiente (HEIDER, 1958; WEI­ NER, 1983), razón por la que los investigadores pueden privarse de informaciones valiosas al computar por separado los análisis de las cuatro atribuciones principa­ les. Incluyendo en el análisis el tipo de atribución como factor de mediciones re­ petidas, podemos comprobar las diferencias valorativas de las cuatro causas, infor­ mación que desdeñan todos los trabajos publicados, pese a que dichos análisis nos indicarían el modo en que los sujetos explican los resultados de los miembros del grupo en función de la configuración de las causas (véase HEWSTONE y col., 1988, estudio 1). 3. Los investigadores podrían analizar respuestas abiertas y ampliar la validez ecológica de las atribuciones intergrupales, tal como se ha hecho en los estudios interpersonales (CooPER y BuRGER, 1980; FRIEZE, 1976). Aunque los procedimien­ tos abiertos consumen más tiempo y son más débiles si nos atenemos a criterios psicométricos (EuG y FRIEZE, 1979), pueden llevar -como se ha demostrado últimamente- a la identificación de nuevas causas percibidas, y nuevas ideas teóricas. SouSA y LEYENS (1987) han comparado dos métodos de análisis de atribuciones de logro abiertas del éxito y del fracaso de un hombre y de una mujer, vistos por hombres y por mujeres. Cuando se clasificaron las respuestas a tenor de las cuatro categorías basadas en el esquema Weiner (interna/externa x estable/inestable) tan­ to hombres como mujeres atribuyeron el éxito masculino a factores estables y el femenino a factores inestables (véase DEAUX y EMSWILLER, 1974). En un análisis alternativo, Sousa y Leyens aplicaron el análisis de correspondencia factorial (BEN­ ZÉCRI, 1982) para establecer ocho «diccionarios de unidades léxicas» (uno por cada resultado de un actor, hombre o mujer, visto por hombres y mujeres), comparan­ do seguidamente las similitudes entre dichos «diccionarios» y comprobando que los sujetos, varones y hembras, compartían idéntica visión del éxito masculino, pero no del femenino. Así, cuando se hizo un análisis diferente, los sujetos femeninos no internalizaron la visión negativa del éxito del grupo propio. HEWSTONE y sus colaboradores (1988, estudio 2) también hemos analizado atri­ buciones intergrupales de logro, basándonos en las explicaciones dadas por los alum­ nos de una escuela privada del éxito y del fracaso en el grupo propio y en el ajeno. Comprobarnos que se hacía uso muy frecuente del esfuerzo y de la capacidad, pero que se ignoraba toda atribución a la suerte y a las características de la tarea. Vimos, además, que con gran frecuencia se daba como causa «la escuela», especialmente respecto del fr,acaso del grupo ajeno («Recibió una educación deficiente porque asis­ tió a una escuela del Estado»). Como las atribuciones al esfuerzo y a la capacidad eran sin duda las más importantes diferenciamos entonces entre explicaciones de causa simple (capacidad o esfuerzo) y explicaciones de causa conjunta (capacidad y esfuerzo} para explorar la posibilidad de que esquemas causalmente diferentes sub­ yaciesen a las atribuciones hechas en condiciones diferentes; y aunque no pudimos

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comparar los resultados entre las condiciones (debido a la naturaleza del diseño y a los datos categóricos) observamos algunas tendencias en los datos. En condicio� nes de éxito, el del grupo propio aparecía dominado por explicaciones en función de la presencia de la capacidad. El mayor número de respuestas tuvo lugar en el apartado de capacidad presente/esfuerzo ausente, lo que apunta a que la capacidad es la más importante causa simple percibida del éxito académico del grupo propio. Por el contrario, el éxito del grupo ajeno se explicó primordialmente por la pre­ sencia de capacidad y esfuerzo, con el mayor número de atribuciones en el aparta­ do capacidad presente/esfuerzo presente, patrón de respuesta que sugiere un esque­ ma Multiple Necessary Cause (Causa Múltiple Necesaria) (KELLEY, 1972a), es decir, que un alumno de escuela estatal necesita ser listo y trabajar duramente para tener ex1to. Respecto del fracaso, la pauta fue muy semejante a la hora de explicar las actua­ ciones de alumnos del grupo propio y del ajeno. La explicación preferida fue la de falta de esfuerzo, con el mayor número de atribuciones en el apartado falta de capacidad ausente/falta de esfuerzo presente (si bien esta tendencia fue más débil respecto del fracaso ajeno). Tales son los primeros datos que sugieren, provisional­ mente, que esquemas causales diferentes pueden servir de base a atribuciones de un mismo resultado obtenido por miembros del grupo propio y del ajeno. Si futu­ ros investigadores los corroborasen, estos esquemas causales grupo-complacientes representarían una forma bastante sutil de atribución intergrupal que integraría los Niveles 1 y ID. 4. Finalmente, y dado el impresionante volumen de las investigaciones sobre las consecuencias afectivas de las atribuciones interpersonales de logros (véase WEI­ NER, 1986), resulta sorprendente que no exista una investigación semejante en el nivel intergrupal. Volveremos a ocuparnos de ello más adelante bajo el epígrafe relativo a las consecuencias emocionales de las atribuciones intergrupales. I



Diferencias de grupo Como prueba final de la atribución intergrupal, en tres estudios se han investi­ gado las atribuciones que se hacen sobre diferencias entre grupos y sobre las posi­ ciones sociales que ocupan. HEWSIDNE y }ASPARS ( 1982b) comparamos las explicaciones sobre el racismo ins­ titucional dadas por adolescentes negros (Indias Occidentales) y blancos. Se les pro­ porcionó una información precisa sobre cuatro diferencias raciales específicas en­ tre negros y blancos en Gran Bretaña (porcentajes de detenciones, desempleo, logros educativos y status ocupacional). Los encuestados leyeron todos los apartados y valoraron dos atribuciones referidas a las disposiciones negativas de la gente de co­ lor y a la discriminación según cifras de fuentes blancas, respectivamente. Por ejem­ plo: «El porcentaje de desempleo entre los jóvenes negros es del 17 por ciento, y entre los jóvenes blancos del 9 por ciento». a) ¿Se debe a que los negros son perezo-

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sos en el trabajo?, b) ¿Se debe a que los empresarios blancos discriminan a la gente de color?>> (HEWSTONE y }ASPARS, 1982b, pág. 5). En los cuatro apartados de referen­ cia, los encuestados negros atribuyeron la discriminación a características persona­ les de los negros en menor grado que los encuestados blancos; y en dos de los apar­ tados atribuyeron la discriminación a las cifras de fuentes blancas en mayor grado que los encuestados blancos. Cuando tuvieron ocasión de discutir sus atribuciones con otro miembro del propio grupo, los encuestados negros polarizaron más aún sus bajas atribuciones de causas en características personales de los negros (véase fig. 14). Esta pauta atributiva de diferencias grupales que inciden negativamente en el grupo propio puede contemplarse como un ejemplo más de atribuciones cau­ sales grupo-complacientes. GuRIN y sus colaboradores ( 1969) informaron en su día de que los jóvenes negros de los EE.UU. que hacían atribuciones similares Guzgan­ do a los factores económicos o discriminatorios como causas más importantes de su posición social que la falta de destrezas individual y las cualidades personales) frecuentemente aspiraban a puestos de trabajo que tradicionalmente no habían sido para negros, y se mostraban más dispuestos a comprometerse en acciones co­ lectivas.6 La espontaneidad del estudio impidió examinar atribuciones concernientes a diferencias intergrupales que fuesen favorables y desfavorables a cada grupo de en­ cuestados. No obstante, cuando es inevitable explicar diferencias reales entre gru­ pos, estas diferencias pueden favorecer tanto al grupo propio como al ajeno. Así, mientras las atribuciones podrían complacer los intereses del grupo propio, o los del ajeno, las realidades sociales, o diferencias intergrupales, que hay que explicar, pueden favorecer por sí mismas a uno u otro grupo. HEWSTONE y sus colaborado­ res (1983) aclaramos esta distinción refiriéndonos a atribuciones grupo-complacientes y a realidades grupofavorecedoras. Pedimos a estudiantes de dos universidades ri­ vales (la Hong-Kong University -H.K.U.- de status superior, y la Chinese Uni­ versity -C.U.- de status inferior, ambas en Hong-Kong) que explicasen ocho rea­ lidades sociales relativas a diferencias entre ambos grupos; existían dos posibilidades de atribuciones de cada realidad, y ambas eran internas, pero una era grupo-propio­ complaciente y la otra grupo-ajeno-complaciente. Tanto la medición abierta como la referida a una escala de puntuación revelaron atribuciones grupo-complacientes, más claramente en la escala puntuable. Se dieron, de hecho, dos efectos grupo­ complacientes que se descubrieron en presencia de un experimentador del grupo propio o del grupo ajeno, y en hechos que favorecían a uno u otro grupo. En pri­ mer lugar, los estudiantes de status inferior matriculados en la C.U. dieron un ma­ yor porcentaje de atrÍbuciones C.U.-complacientes que los estudiantes del otro grupo. En segundo lugar, ambos grupos de estudiantes dieron mayores porcentajes de atri6. Dado que el estudio de HEWSTONE y jASPARS {1982b) trata acerca de las explicaciones de los fenó­ menos societales, sería explicable su inclusión en el capítulo 7. Como se centraba en la comparación de atribuciones entre los diferentes grupos, lo hemos incluido aquí. En términos estrictos, se tra­ ta de una investigación que integra los Niveles III y IV.

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