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Spanish Pages [40] Year 2005
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Investigaciones en psicología del lenguaje
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Francisco Sacristan Romero
Investigaciones en psicología del lenguaje
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Universidad Complutense de Madrid
Versión digital: 1-4135-8228-1
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Índice
1.- Introducción .........................................................................
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2.- El contexto como configurado del lenguaje ........................ 12 3.- Actuación comunicativa del emisor del mensaje ................. 17 4.- Categoría creencia-habito ..................................................... 21 5.- El lenguaje: conducta compleja y código comunicativo .....
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6.- El dialogo, crisol del lenguaje y la comunicación ................
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7.- Conclusiones ......................................................................... 35 Bibliografía ..................................................................................
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Investigaciones en psicología del lenguaje
1.- Introducción El interés en realizar un trabajo teniendo como referentes esenciales al lenguaje y a la comunicación no es gratuito. Parte de mi curiosidad académica por adentrarme en dos FENOMENOS, con mayúsculas, que confieren a la especie humana una peculiar relevancia respecto al resto del reino animal. Es más, probablemente en esa creencia tan extendida en distintas comunidades de que “no hay comunicación sin lenguaje” se sustenta una de las claves que más ríos de tinta han hecho correr investigadores tanto del ámbito comunicativo como del lingüístico. Meditando sobre los objetivos de las explicaciones que pretendía exponer en este trabajo, pensé que un método apropiado para introducir las ventajas e inconvenientes de esta dicotomía lenguajecomunicación, era el de presentar al lenguaje como forma y ala comunicación como fondo. Mi criterio considera que el medio es la lengua y el fín último es la comunicación. Vehicular este criterio
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no ha sido fácil; para ello, he seleccionado los siguientes apartados que me resultan particularmente atractivos y significativos, a saber: -La importancia del contexto, tratando de delimitar las fronteras de este concepto. He presentado diversas interpretaciones con el propósito de arrojar luz sobre este término que resulta tan ambiguo en distintas ocasiones. -La actuación comunicativa del emisor del mensaje. Aunque la comunicación sea participación activa de dos, emisor y receptor, y esta faceta se erige en la diferencia fundamental con la información, he profundizado más en las funciones del emisor por unas consideraciones que explico con más detalle en el apartado correspondiente a esta cuestión, pero que se pueden resumir en el hecho de que el emisor, en mi opinión, es el comodín en el proceso de la comunicación interpersonal. -Categoría creencia-hábito. Introduzco este aspecto como una especie de metáfora donde la creencia representaría al componente cognitivo y el hábito(costumbre) al componente conductual del lenguaje y la comunicación. Esta idea me vino sugerida por mi firme convicción de que existe una relativa imposibilidad de separar el fondo de la forma, es decir, la comunicación del lenguaje o viceversa. Son como los eslabones de una misma cadena, en donde la fortaleza precisamente viene de su compenetración y no de su separación para analizar cada aspecto a su libre albedrío. Entender el lenguaje como isla y la comunicación como continente es poco útil 9
para encauzar nuestros objetivos específicos. Separar lenguaje y comunicación para su estudio sería tan absurdo como deshacer un tapiz para comprender su trama: obtendríamos como resultado un montón informe de hilos desgajados. Por todo ello, mi pensamiento siempre se dirigió a la realización de bloques sintéticos en las exposiciones teóricas, alejándome de un análisis pormenorizado de cada concepto aislado. Lenguaje y comunicación se entrelazan tan estrechamente en nuestra vida cotidiana como el haz y el envés de una hoja, como el destino y el remite de una carta. Ambos en nuestra especie forman un equipo eficaz; y no por separado, sino en los momentos que se funden, que van de la mano. -Otear la perspectiva del lenguaje como conducta compleja y código comunicativo. Este apartado es un reflejo continuador de mis argumentos en los anteriores temas tratados. Intentaré explicarlo en este primer esbozo con un ejemplo cogido de la literatura: Fijémonos en una persona que invita a un niño a que se duerma en un establo, aunque las pajas estén frías. La razón que le da no es siempre persuasiva; a la infantil amenaza de que puede venir el lobo, añade otro motivo bien extraño: esas heladas pajas son hoy flores, pero mañana se convertirán en hiel..¿Cómo justificar esta torpeza que, de entenderla un niño, habría de intranquilizarle aún más? Las palabras claves de este ejemplo son invita y persuasiva. En nuestros intercambios comunicativos, las expresiones lingüísticas aparecen, no como un comportamiento simple y directo sin más, sino que esconden en bastantes ocasiones una complejidad que
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viene definida por la intencionalidad del emisor y la capacidad del receptor para captar esas intenciones. De esta forma, el verbo invitar más allá de ser un intermediario lingüístico es un código de trascendencia esencialmente comunicativa. Y lo mismo se puede decir de la persuasión. -El último punto tratado se ha centrado en el diálogo. La importancia de este aspecto en nuestra evolución como especie no se le escapa a nadie. El hombre es el único ser capaz de hacer operativo el diálogo a través de sus capacidades cognitivas y articulatorias. Sin diálogo la comunicación humana es una utopía, más que social, de índole técnica. Sí, particularmente una utopía técnica. El diálogo tiene como telón de fondo ese principio de cooperación que se supone existe en los albores de un intercambio comunicativo. Si el diálogo se convierte en un monólogo, la comunicación pierde fuerza y más aún, se descabalga su propia sustantividad. Por último, no quiero olvidar reseñar el agradecimiento al profesor José Manuel Igoa de la asignatura Psicología del lenguaje por su atención prestada en cuanto a las indicaciones y orientaciones acerca del trabajo para darle un mayor realce y profundidad epistemológica. Espero que se sepan perdonar algunas deficiencias que por la premura de tiempo haya podido cometer. He intentado en todo instante ser lo más conciso y breve en la explicación de mis argumentos. Por todo ello, MUCHAS GRACIAS. 11
2.- El contexto como configurado del lenguaje En este apartado lo que pretendo es reflexionar e indagar sobre la trascendental importancia que juega el contexto en el trasiego bidireccional que existe entre comunicación y lenguaje. Para arrancar es imprescindible realizar una delimitación acerca de lo que se entiende por contexto, dado que este término en toda la teoría de la comunicación lingüística que se precie constituye uno de los elementos básicos del proceso que se establece entre el emisor y el receptor de un mensaje. A lo largo del siglo XX se han propuesto multitud de definiciones por distintos autores que presentan como característica más notable conceptos de contexto en los que las lindes entre las pautas de semanticidad son borrosas, con una estructura compleja, ni bien acotada ni aceptada por la comunidad científica con la suficiente unanimidad como para ser tenida en cuenta. Uno de los aspectos que más ha interesado a los investigadores acerca del contexto es todo aquello referente a su proyección hacia los diferentes ámbitos en los que lenguaje y comunicación convergen en sus intereses y en sus maneras de promocionarse hacia el exterior de sus confines. En todo caso, lo que intentaré en las siguientes líneas es entresacar la información que, en mi opinión, más relevante es para aclarar algunas cuestiones del eje lenguaje-comunicación. Creo oportuno empezar con el pensamiento de Martinet (1969) que muestra preferencia por distinguir entre el entorno lingüístico (contexto), como un “conjunto de unidades de la
misma naturaleza situadas en su proximidad y que, por su 12
presencia condiciona forma y función de la unidad considerada” y el entorno no lingüístico (situación), como un “conjunto de elementos extra lingüísticos presentes en la mente de los sujetos o igualmente en la realidad física exterior en el momento de la comunicación y a los que se les puede asignar un papel en el condicionamiento de la forma y función de los elementos lingüísticos”. Otros investigadores del lenguaje se posicionan en el polo opuesto de la propuesta conceptual de Martinet, decantándose por la opinión de que el contexto y la situación son términos sinónimos y se puede hacer uso de contexto para hablar indistintamente tanto del entorno lingüístico como del no lingüístico: ”contexto y situación son por principio convertibles” (Weinrich, 197b, trad. 1981, p.213) Existen otros puntos de vista; habría realizado un mal ejercicio intelectual si pensase que todo se incluye en los dos anteriores que he reseñado líneas arriba. Quiero especialmente reseñar dos argumentos que me parece que delinean con bastante precisión los conceptos con los que estoy trabajando. Coserin (1962, p.301) entiende que la situación es la “operación mediante la que los
objetos denotados se sitúan, es decir, se vinculan con las personas implicadas en el discurso y se ubican respecto a las circunstancias espacio-temporales del discurso mismo”.
Este autor presenta el término situación como algo ubicado en un entorno extra lingüístico que pertenece bien a un ambiente físico o a uno social, pero que no incorpora el conocimiento del mundo que posee el sujeto. Realizar una extensión del uso del contexto para referirse al contexto mental parece abusivo y falaz; en este caso es más exacto a los intereses, tanto de las perspectivas de la comunicación como del lenguaje, hablar de representación men13
tal. A pesar de todo ello, existe un gran ramillete de autores que aceptan con amplitud de miras la extensión máxima del contexto, incluyendo en un mismo saco tanto al contexto lingüístico como el situacional y por supuesto, también al cognitivo. Después de estas pinceladas, es pertinente hacerse la siguiente pregunta :¿qué es lo que confiere tanta importancia al contexto en los escenarios comunicativos y lingüísticos? Pregunta difícil de responder, no tanto porque en sí misma contenga alguna clave críptica a la que pocos o nadie tenga acceso, sino porque es tarea ardua y compleja desentrañar la mayoría de factores que intervienen para que el contexto sea una pieza insustituible en el análisis del tejido común que comparten las actividades comunicativas en su relación estrecha con las lingüísticas. Para ayudar a una clarificación de la cuestión, incidiré en uno de los factores que pienso son más salientes en el intento de abordar una explicación plausible del contexto. Ese factor es el papel que juega el referente en la comunicación de los mensajes. Aludiré al referente apoyándome en un ejemplo relacionado con el ámbito del cine documental. Los investigadores de esta modalidad cinematográfica aluden a que el referente de los documentales es precisamente la realidad filmada “al natural”,sin ningún tipo de artificios que la deformen. Dicho de otro modo, todo aquello que, sin la cámara y todos los demás artefactos cinematográficos, podríamos ver que existe con nuestros propios ojos si fuésemos invitados al acontecimiento narrado en la película. Por el contrario, el cine de ficción sólo puede encontrar su referente en él mismo, en la propia historia imaginada y creada (recreada, ambientada, hecha materialidad), en un estudio o en escenarios naturales (mediante la previa transformación de esos escenarios según la lógica narrativa de la historia inventada). 14
Una observación oportuna, en mi opinión, es que en aquellos matices de significado que afectan al referente, el cine de ficción que tanto gusta a niños y adultos es autosuficiente: no necesita de una realidad preexistente, dado que él mismo la crea (en la preparación de la película) para fotografiarla a continuación (durante el rodaje). Esta autosuficiencia le otorga una consideración doblemente irreal: irrealidad por lo que representa(la historia y los personajes) y por la forma de representarlo: como toda imagen, es una recreación artística de esa realidad que ha sido previamente construida para este fin. En el otro extremo, la irrealidad del cine documental sólo parecería encontrarse, en un principio, en la manera de representar en imágenes una realidad existente (al margen de la propia filmación de la película) y no creada ex-profeso para esa filmación; en la elaboración cinematográfica (iluminación, montaje, encuadre, angulación, ritmo, etc...) Pero encontramos que la mayoría de las veces el interés del cine documental se centra en el descubrimiento de aspectos absolutamente desconocidos de la realidad. ¿Cuántas veces la fascinación que esos documentales ejercen en el espectador no aparece fuertemente condicionada por los aspectos de exotismo, novedad y desconocimiento que el público tiene de la supuesta realidad fotografiada? Llevemos esta pregunta al terreno mismo del contexto y veamos las similitudes con aquellas situaciones en las que el receptor del mensaje desconoce la realidad desde la que son transmitidos los datos por parte del emisor, haciéndose una configuración de lugar en las antípodas de lo que es el contexto real. 15
En definitiva, lo que es interesante resaltar en este ejemplo para nuestros objetivos del trabajo es que el problema auténtico del referente cinematográfico-ya sea para la película de ficción o para el documental con más indicios de objetividad-se traslada de lo que se podría considerar la realidad existente a la realidad aceptada como verosímil por el espectador, es decir, lo que se entiende por veracidad. Ahora bien, si lo que importa de todo esto es la veracidad ,el espectador puede que asuma la supuesta verdad del cine documental por dos razones: por el grado de respeto que las imágenes a las que se haga referencia mantengan con la realidad que el público conoce y por su maquillada estética sobre un escenario idílico pues, como dice S. Kracaner (1989), ”el hecho de que sus imágenes
se parezcan a las fotografías instantáneas es lo que las hace aparecer como auténticos documentos”.
Este factor del referente plantea un dilema básico que se hace necesario despejar: existe un solo contexto (que engloba las dimensiones antes aludidas) o caben diferentes contextos. Parece que existe una cierta unanimidad entre los autores consultados por confiar más en la concepción unitaria de contexto ,aunque tratada de una manera flexible, comprensiva y estructurada, de tal forma que se integren en dicho concepto de contexto todas sus modalidades, dimensiones o niveles. Pero esta concepción unitaria del contexto conlleva la exclusión de algunas facetas del lenguaje que se ofrecen a una consideración más detallada. Desde esta perspectiva, si asumimos que el contexto es único,¿hemos de entender que nos referimos con ello a un contexto universal? o, por el contrario, debemos preguntarnos si el contexto está limitado a un marco referencial manejable, próximo o relevante. 16
Una de las posibles alternativas más plausibles que encuentro pasa por la compenetración flexible del contexto posible y el contexto real, o sea, una vuelta a las metáforas del referente en la disyuntiva del cine de ficción vs. el documental. En este sentido, es la relevancia contextual la característica que surge de forma más nítida reflejada: el contexto que realmente se tendrá en cuenta cuando llevamos a cabo una actividad lingüística será el que resulte relevante para esa actuación del hablante, pero, en lugar de estar delimitado a priori, puede reducirse o ampliarse en función de la propia actividad, ya que las posibilidades en cuanto tales del contexto están ahí, abiertas, disponibles e ilimitadas.
3.- Actuación comunicativa del emisor del mensaje Para empezar, tenemos que tener bastante claro algo que muchas veces, no por obvio, se escapa con más frecuencia de lo debido de nuestra consideración analítica. Me refiero a una circunstancia constatada por algunos de los autores consultados y es que la actividad lingüística no abraza una única relación sino que presenta múltiples relaciones y se solapa en muchas ocasiones con la actividad genuinamente comunicativa. Por ejemplo, los actos lingüísticos, o al menos parte de ellos, tienen lugar en un contexto comunicativo, persiguen como finalidad la comunicación y son el reflejo de un tipo determinado de actividad comunicativa. Para llegar a un planteamiento más escueto y conciso de la actuación comunicativa del emisor, hay que ir ineludiblemente hacia lo que se entiende en primera instancia por comunicación. Pero más allá de intentar ofrecer una definición precisa, tarea que parece bastante complicada, creo que es más productivo ceñirse a lo que como estudiante de psicología puede ser más interesante: la con17
ducta comunicativa. Esta expresión lleva implícita la existencia de otras formas de conducta diferentes de la comunicativa. La conducta, atendiendo a esta dinámica, sería el género y la comunicación la especie. Vamos más allá: la conducta sería la integración y materialización de distintos procesos, tales como aprendizaje, percepción, pensamiento, emoción, motivación y, por supuesto, también la comunicación. No existe comunicación sin conducta, pero dando la vuelta a la tortilla, casi toda la conducta es, en potencia comunicativa, porque no sólo debemos centrar la atención en la conducta lingüística como tal, sino en otras tan diferentes y parecidas al mismo tiempo como son la conducta kinésica, proxémica y comunicativa no verbal. Otras alternativas planteadas en el plano de la conducta comunicativa se refieren a la posición de que la comunicación sería el conjunto y la conducta el subconjunto incluido en él. Si aceptamos este supuesto de partida, toda conducta implicaría información, pero existiría la posibilidad de pensar en formas de comunicación e información que no fueran conductuales. En resumen, la conducta sería una función de la comunicación. Y esto sin más, parece bastante delicado y peligroso sostenerlo. Los enfoques, particularistas o generalistas, de psicología de la comunicación derivados de este peculiar punto de vista se concebirían más como una teoría de la comunicación o información y mantendrían un acusado parentesco con el paradigma cognitivo dominante en el campo de la psicología. Como establecen Beckenbach y Tompkins (1971) esta perspectiva, de concretarse, margina-
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ría en un segundo plano a los aspectos conductuales y supondría por ende un notable reduccionismo. No parece arriesgado defender la idea siguiente: lo más lógico es integrar de las anteriores propuestas todo aquello que abren al debate y rechazar todo lo que abortan, para llegar a un cruce de caminos conceptual entre los dominios de la conducta y la comunicación. Ninguno de ellos estaría incluido en el otro totalmente, lo que permitiría aceptar que hay algo en la conducta que no es comunicación y algo en la comunicación que no es conducta. Esta propuesta alternativa plantea que puedan, al menos, considerarse como dignas de tener en cuenta dos vías paralelas pero diferentes: 1ª.- La primera vía abarcaría todo tipo de comunicación, especialmente la configurada en torno a las facetas artificial, humana y animal; por tanto, se trataría de analizar lo común a toda comunicación. Este camino, de forma soterrada, lleva aparejada la idea de reduccionismo, dado que el modelo, al tener que aplicarse a todos los niveles, termina construyéndose sobre la comunicación entre simples mecanismos o, todo lo más, entre los organismos más elementales. 2ª.- La otra vía es entender que la actividad comunicativa humana es algo muy específico de nuestra especie, siendo la comunicación animal o artificial cualitativamente diferentes cuyo interés en relación con aquélla es de simple correa auxiliar o heurística. Un último aspecto interesante para tratar en este apartado es el de acotar los rasgos comunes a la conducta comunicativa de distintas clases de organismos, pero que en sentido estricto, sólo alcan19
zan su desarrollo más álgido en la conducta humana. Entre ellos los más notables aluden a la capacidad de espontaneidad dinámica, la organización de la conducta respecto a planes y objetivos, la influencia decisiva de los procesos mediadores y, a la vez que su individualidad y globalidad. Lo más intrínsecamente humano es la vivencia subjetiva de la conducta propia y del entorno, el ser capaz de volver sobre sí mismo, de establecer la distinción entre sujeto y objeto, es decir, la conciencia. Una característica de conciencia que, partiendo de lo recibido-estímulos y la situación, especialmente la interactiva, no sólo es integradora sino que proporciona sentido, permitiendo, a través de un proceso constructivo, la progresiva conformación del sujeto como tal. El proceso de conciencia en el ser humano es una metamorfosis lenta, desesperadamente lenta, salvo para el sujeto que sólo está a la espera del final, porque lo intuye y le basta con comprobar que en las actividades comunicativas los hablantes cumplen ciclos que emergen de su propia naturaleza. Quizás, un símil sea apropiado para apoyar mi argumento. Rescataré algo, que en mayor o menor medida, es una recurrente experiencia infantil que todos hemos tenido. Una mañana te levantas, alzas la caja de cartón en la que entre hojas de morera se deslizaban ayer unos indolentes gusanos de seda y, contemplas, adormecido, que el vernículo se ha convertido en mariposa, y de estar fijado en el suelo ha pasado a hacerse presente en cualquier lugar. Algo parecido podemos imaginar que ocurre cuando cada uno de nosotros somos conscientes de que no separamos adecuadamente la conducta comunicativa de aquellas otras que tan sólo son un reflejo de ésta. 20
4.- Categoría creencia-habito En la búsqueda de una categoría básica en la que hallar lazos comunes entre la actividad comunicativa y la lingüística, encuentro una que por su especial énfasis en aunar diversos conocimientos pienso que es interesante explicitar con más profundidad en cuanto a sus principios más básicos. Me refiero a la categoría creenciahábito que se teje en el juego que comunicación y lenguaje establecen constantemente en nuestra vida cotidiana. El primer investigador que planteó esta categoría de estudio fue Charles Sanders Peirce (1987). Este autor perseguía la posibilidad de estudiar esta categoría de encuentro lingüísticocomunicativo en la génesis del signo, y más concretamente, en la construcción de lo que llamó coherencia del signo en los intercambios comunicativos. La creencia-hábito tiene una formulación en la obra consultada de Peirce que fascina por su sencillez narrativa y por su poder explicativo de otras facetas de este trabajo a las que aludiré con más detalle en otros apartados. Peirce recalca que en esta categoría no se trata la acción del hablante, percibida como pura creencia; de ahí la creación de una palabra compuesta, formada por la creencia unida al hábito o costumbre. Como en los casos de creaciones conceptuales novedosas por fusión de palabras, el resultado no es la suma parcial de las acepciones de cada una de las palabras que componen el invento, sino que resulta algo distinto. Interpreto que Peirce buscaba un concepto operativo que fuese de utilidad y fácil manejo para la propia práctica comunicativa. Eso produjo que fundiera en una unidad con consistencia teórica 21
dos conceptos que por sí solos tienen significados distintos en el lenguaje humano. Para tener un acceso real al significado de la acción creenciahábito, hay que analizar de forma holística la interacción de las personas que entran en comunicación. La creencia-hábito sería algo así como la capacidad específicamente humana, capaz de recomponer o revalidar, de crear o modificar la coherencia de sus representaciones. Esto es precisamente lo que confiere a esta categoría un estatus importante para entender la dimensión comunicación-lenguaje en el caso del ser humano. Es una actitud que encuentra sus efectos en la propia acción comunicativa, limitada por su propia calidad basada en dos polos: 1º.- La acción de la creencia en tanto que funciona como hábito. 2º.- El efecto del hábito como formador de creencia y limitado por ésta. Esta actitud merma las carencias e imperfecciones de la expresión y del lenguaje en el propio intercambio comunicativo. Conducirse con coherencia lingüística lleva a aceptar, aportar nuestra acción al significado de los signos. Dicho de otro modo, otorgar a la representación comunicativa una confianza básica que sirve a la misma, para que resulte útil y adecuada a las necesidades de los que se comunican, aunque no directamente motivada por ellas. 22
Según la teoría de Peirce “construir coherencia comunicativa” en la actividad lingüística es construir signos, hacerlos en el mismo acto de la interacción, es decir, realizar aplicaciones de la creenciahábito, no sólo en la dirección de los individuos para con las palabras, sino también de los individuos entre sí como unidades coherentes, como elementos comunicativos y expresivos válidos para la representación de la realidad. La creencia-hábito para Peirce está a medio camino entre la vanidad del conocimiento perfecto y el dogmatismo de la fe ciega. En la comunicación se alcanza el término medio de ambos extremos. En los intercambios lingüísticos, las personas no pretenden que sus palabras sean verdaderas, pero confían en ello, y esta sospecha les impulsa a creer en las palabras de los interlocutores, teniendo como resultado todo un ejercicio de confianza limitado estrictamente a la creación del sentido comunicativo o la coherencia interpersonal, y no otros efectos secundarios como, por ejemplo, la persuasión del receptor. Cada encuentro comunicativo reproduce este mismo fenómeno, justificando así la estructura del lenguaje humano desde sus formas sociales, míticas o heredadas. Estos argumentos de creencia-hábito se pueden comprender mejor en situaciones donde se enfrentan las opiniones de aquellos fumadores partidarios de hacerlo en pipa y los que desechan esta opción. En este caso, parece razonable pensar que el hecho de fumar en pipa, más que una moda pasajera, sea toda una plataforma donde la creencia y el hábito se dan más la mano que en las circunstancias donde uno fuma por mera imitación del comportamiento social de los demás, es decir, por puro mimetismo. En los fumadores en pipa es plausible creer que esté más instalada una costumbre como coherencia personal, alejándose de las modas e 23
imitaciones sociales. Además, concurre la circunstancia de que, en cifras, los fumadores en pipa son minoría respecto a los que consumen cigarrillos de una u otra marca que está más en boga en distintas épocas, por razones de tipo comercial o de otra índole. Este ejemplo sirve para decir que el concepto de creenciahábito de Peirce tiene además otro valor añadido para explicar aspectos esenciales de la comunicación, como es el de que esta actividad humana, al delegar sentido al signo, se confina a la praxis comunicativa, y se desvirtúa o desaparece como tal cuando excede los límites de la confianza Inter. subjetiva capaz de expresar cosas e ideas. Así, la identificación de la palabra con un objeto anularía la necesidad de la creencia-hábito o confianza comunicativa en lo que tiene de ejercicio necesario; de ahí que pueda provocar, siendo una forma comunicativa el silencio o la indiscutibilidad, a través de un tipo de comunicación de extremo valor objetivo (la información juega precisamente con esta paradoja comunicativa). Tampoco motiva la comunicación directa la necesidad consciente, o no instintiva, de conferir sentido o valor a los signos; por eso, los individuos encontramos notables dificultades en la representación de objetos lingüísticos construidos de un modo no espontáneo; la calidad de la comunicación depende en gran parte de esta actitud expresiva que puede exhortarse pero no adoptarse artificialmente. La interrelación entre comunicación y lenguaje pasa por este término medio de creencia-hábito, actitud ligada a unos efectos, sólo vigentes en tanto que recupera o conviene un sentido a la comunicación. Acción que es además circular, en la que los efectos nos llevan a una reformulación directamente ligada al concepto de juegos del lenguaje de Wittgenstein, enriquecedor para reflexionar sobre diversas teorías de la acción comunicativa. 24
5.- El lenguaje: conducta compleja y código comunicativo En esta parte del trabajo trataré de profundizar en la bifurcación del lenguaje como conducta comunicativa y al mismo tiempo como código, que hace del lenguaje humano una de nuestras señas de identidad más genuinamente poderosas entre todas las especies animales. Intentar delimitar con precisión las notas características del concepto lenguaje parece un tanto complicado. El lenguaje, si lo readaptamos como conducta compleja, es difícil, por no decir imposible, de definir unívocamente para satisfacer las necesidades de todas las disciplinas académicas y profesionales cuya herramienta de trabajo básica es la lengua en estado puro. Así, para el campo de la Pedagogía quizá se considere como la capacidad de expresarse correctamente. Para el lingüista se tratará de un sistema formal al que hay que describir de tal manera que todas las producciones estén incluidas en las reglas definidas. Para el niño que comienza por primera vez a comunicarse perfectamente, el lenguaje puede llegar a convertirse en algo que tiene que aprender como una asignatura y que puede aprobar o suspender. Para el profesional y estudioso de la psicología, el lenguaje puede considerarse, y ésta es la faceta en la que más incidiré, como una conducta meridianamente descrita de acuerdo a una serie de contingencias, como cualquier otra actividad. Desde un marco de referencia más global, el lenguaje como conducta compleja nos puede llevar a entenderlo como una actividad simbólica dependiente de un sistema cognitivo o una construcción significante fruto de su interacción y de sus posibilidades 25
comunicativas, que finalmente llegará a incidir de forma más o menos decisiva en el pensamiento (lo que pueda ser el lenguaje para una persona con problemas de comunicación o lo que sea para sus padres-en el caso de tratarse de un niño-será un dato importante a investigar). Todas estas elucubraciones son posibles, y lo importante es que todas inciden en el análisis e intervención que se haga de los diversos trastornos. Mi atención se ha dirigido con preferencia al estudio del lenguaje como conducta comunicativa en el enfoque de la psicología evolutiva. Creo que adentrándonos en la evocación de nuestras primeras palabras en el mundo, posiblemente lleguemos a descifrar algunos de los vínculos más sólidos que se establecen entre lenguaje y comunicación. Los niños que se inician en el mundo adulto, inmersos en el bosque tan caótico que a veces supone el aprendizaje de ciertos signos lingüísticos que nos dotan de identidad, tratan de indagar su sentido junto al mundo y a quienes, en principio, consideran seres todopoderosos y con altas dosis de benevolencia. Es un mundo cuyo sentido en distintas ocasiones es díficil de desentrañar, incluso inquietante por lo movedizo del terreno que pisamos. El niño intenta encontrar un sentido a las contradicciones cotidianas con las que tropieza, provocar el diálogo donde existe silencio, reanudar el hilo roto de la comunicación. Este habla portador de contradicciones no puede manifestarse directamente, sino que emplea túneles subterráneos y se acerca oculto por un proceso de desviación que es muestra palpable de ambigüedades y de las tentativas de conciliación con los padres que el niño elabora. Intenta decir mediante este trastorno del lenguaje lo que no ha podido ser expresado de otra forma. Lo manifiesta a través de un 26
síntoma que sólo cobra valor insigne cuando es percibido como lo que es. De lo contrario, el síntoma sigue siendo tal y genera nuevas incomprensiones, demandas desviadas, respuestas inadecuadas y diálogos de sordos en los que los árbitros sordomudos o ciegos que somos a veces hacemos del lenguaje un auténtico estandarte de lo absurdo como fenómeno central de estas situaciones. Desde esta perspectiva, el síntoma debe ser considerado como un modo de comunicación, al igual que otros aspectos que están ya dentro de nuestro almacén lingüístico. En definitiva, como una conducta compleja con todas sus consecuencias positivas y negativas para el futuro. Oteando el camino del lenguaje como código comunicativo vamos hacia una perspectiva global en la que el lenguaje como tal es, ante todo, una forma de significación social, y por lo tanto, arbitraria, cuya función esencial es la interacción inmediata (mantenimiento de conversaciones) y meditaba (la escritura). La forma de relacionar el significado con el significante en el proceso comunicativo muestra diversos grados de dificultad, dependiendo del tipo de estímulo mediante el que se comunica. Si el estímulo y la relación, son simples, por ejemplo, en la indicación, el aprendizaje parece ser muy accesible y rudimentario, manteniéndose en un nivel asociativo. En este estrato comunicativo, los interlocutores han de cumplir con los requisitos de la interacción compartida, junto a la posibilidad de percepción de los objetos, acciones, cualidades y relaciones que existen y se escogen como pertinentes en la actualización de intenciones cooperativas. Veamos la importancia de estos argumentos de base en la escena de tres ancianas sentadas en un banco en el marco de un jardín público. Una de ellas cuenta lejanas 27
aventuras sin reparar que hablar tanto cansa a sus interlocutoras, que desviarán su atención hacia otros estímulos presentes en el jardín. La magia de la interacción compartida se daría si su vecina repitiese sus palabras, como un eco y una tercera las asumiese cabeceando y sonriendo a la que habla tanto. Deberíamos preguntarnos si realmente está escuchando o si está recordando su feliz adolescencia, aquel tiempo perdido para siempre. Rescatar el valor del síntoma se hace en estas ocasiones ineludible desde el enfoque lingüístico. Sabemos que el entorno advierte signos pero el sujeto vive síntomas que no sólo atañen al instrumento puramente gramatical, sino que también tienen valor comunicativo. El sujeto que sufre en su vida de pareja halla en el síntoma una salida, una derivación y en la mayor parte de las veces una justificación a sus conductas comunicativas. Cada uno de nosotros, a través de nuestra alquimia personal, transformamos los signos en síntoma o creamos síntomas para responder a su angustia. A menudo existe una disonancia entre un signo reconocible y el síntoma tal como lo experimenta el sujeto: una afonía evidente será perfectamente tolerada, incluso ignorada, pero ¡cuántos dramas se producen a veces por leves confusiones fonéticas...,cuánta importancia se da a tartamudeos apenas perceptibles o a disfonías inaudibles..! A nadie se nos escapa que en esta doble encrucijada del lenguaje como conducta y como código, no somos ninguno de nosotros observadores neutros; el entorno jamás es neutro...Por eso, el interés que tiene acudir a estos puntos de referencia, a pruebas objeti-
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vas, aunque sólo sea para medir la distancia entre signo y síntoma. y estudiar con más ahínco la experiencia vivida por el sujeto. A partir de este punto, y una vez aceptado el lenguaje como un sistema de signos arbitrario (la arbitrariedad no sólo ha de quedar aislada en un solo nivel, sino que ha de extenderse a otras capas de la lengua, como es la sintaxis y aún más la semántica, donde, exagerando, podríamos decir que la excepción es la regla principal que el niño debe inducir en su aprendizaje. Así, mejor que de arbitrariedad, casi se podría hablar de contradicción) que puede ser usado y aprendido por distintos procedimientos de significación, se puede pasar a considerar su viabilidad como “un sistema multicodi-
ficado y multifuncional de representación colectiva e individual”.
La multicodificación del lenguaje es una de sus propiedades fundamentales y lo que permite su enorme versatilidad significante. Como epílogo, resulta necesario cuando hablamos del lenguaje como código comunicativo citar la importancia de la multifuncionalidad como una propiedad inherente al sistema lingüístico, algo más díficil de conceptualizar, ya que, a veces, es fácil confundir lo que son las funciones comunicativas con las verbales que abarcan las tareas gramaticales, sintácticas, semánticas, lógicas y textuales. La multifuncionalidad es importante desde el paraguas del código lingüístico porque permite que un mismo elemento pueda cumplir diversas significaciones y vehicular distintas intenciones, o también, que se pueda dar el proceso inverso, en el que una variada
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gama de formas comunicativas pueden cumplir una misma función. En esta disyuntiva, rescatar el concepto de lenguaje de Lois Bloom parece bastante adecuado y útil para nuestros propósitos. Si se analiza su esquema básico con detalle se verá que la conceptualización del lenguaje la reduce a una dimensión que, aislada de las formas de significación previas y de la interacción social, queda inconexa funcionalmente. Ello tiene unas repercusiones teóricas y prácticas importantes, puesto que sin estas bases, el lenguaje se convierte en un sistema vacío.
6.- El dialogo, crisol del lenguaje y la comunicación El diálogo es una de las formas de comunicación a las que se acude con mayor frecuencia en estos tiempos que nos toca vivir. En el repaso de la bibliografía consultada no he visto que esta cuestión haya sido estudiada con mucho énfasis. Es, por ello, que quiero tomarme la molestia de incluir en este trabajo distintas reflexiones y puntos de vista sobre la importancia que el diálogo tiene en nuestras formas de comunicación. Baste pensar que uno de los proyectos políticos más ambiciosos en el orden mundial ha sido y sigue siendo el llamado Diálogo Norte-Sur. En un campo que nos será más familiar, más restringido y personal, todos sabemos que la disposición al diálogo en cualquier controversia o cometido profesional o social, es una característica fundamental exigible a las personas situadas en ciertos niveles de responsabilidad.
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La profesora María del Carmen Bobes, semióloga y catedrática de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense de Madrid dedica un admirable estudio a este aspecto del continuo lenguaje-comunicación, porque el diálogo, como manifestación social, como realidad lingüística o como propuesta artística y literaria está mereciendo mayor atención que en épocas pasadas a los especialistas provenientes de distintas disciplinas del saber, tales como la filosofía, la semiología, la sociología, la antropología y por supuesto, la psicología. Hay cierto consenso en la definición de diálogo como “una comunicación verbal recíproca”, o sea, con alternancia de roles entre el emisor y el receptor mantenida durante un cierto tiempo. Sabiendo que la comunicación preverbal no sólo supone un emisor y un receptor, sino que permite también la alternancia de roles, podríamos avanzar la existencia de un diálogo preverbal sostenido por medio de gestos. Sin embargo, hemos de percatarnos que la comunicación preverbal con finalidad pragmática es extremadamente limitada, la respuesta del interlocutor se reduce a aceptar o a rechazar la propuesta del emisor. Dicho esto, es conveniente acudir a otro precedente que ilustra mejor lo que se pretende exponer. Es el siguiente: desde los primeros meses de la vida del niño existe entre éste y el adulto un auténtico diálogo, o si se prefiere, una iniciación al diálogo, que consiste en la realización de actividades en común. Este prediálogo es muy fácil de observar porque de hecho ocupa la mayor parte del tiempo que el adulto dedica al niño: cuando realiza los cuidados diarios, comida, vestido, baño, etc...y también en la interacción del juego.
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Las características básicas de este prediálogo son la atención compartida y la actividad alternada; lo que no tiene, en cambio, es un contenido comunicativo a menos que se considere como una comunicación el afecto, algo sobre lo que no existe un consenso unánime. El prediálogo transcurre en un clima fuertemente afectivo con muestras frecuentes de emociones de alegría por ambas partes en unos casos, y en otros, con señales de disgusto. El surgimiento del lenguaje ofrece una posibilidad nueva y extremadamente enriquecedora: la sustitución de este prediálogo de actividades compartidas por un intercambio de información. Podríamos fácilmente presuponer que lo que en realidad hace el diálogo verbal es mantener a un nivel mayor de autonomía el contacto físico y la actividad en común de los protagonistas. Opino que apoyándonos en el lenguaje verbal el contacto que ofrece el diálogo es a la vez más rico en posibilidades pero también más ambiguo. Más rico en posibilidades por las características intrínsecas que se suponen a toda función informativa, dado que el diálogo permite cualquier remanente de información sobre cualquier experiencia, pero más ambiguo también porque con el díálogo se hacen aparentes los límites de la comunicación verbal y se abre el espacio escénico al disímulo y a la mentira. Es innegable que el diálogo verbal no es sólo intercambio de información. Es fácil rescatar ejemplos de la infancia que son, ante todo, intercambios afectivos. Y es más frecuente todavía que el diálogo incluya intercambio de comunicaciones pragmáticas en forma de órdenes, peticiones, consejos, guiños, etc...,pero lo que le caracteriza y le potencia es el intercambio de información.
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Otra cuestión que no debe escapar a nuestro análisis es la pragmática del diálogo. Partiendo del hecho de que el diálogo es un fenómeno semiótico no nos deben parecer nada banales situaciones en las que los interlocutores utilizan signos que crean un sentido a lo largo del proceso y mientras éste dura. Este hecho, la creación de un sentido único, es lo que diferencia al diálogo de la conversación, en la que también intervienen dos o más interlocutores, pero es abierta en cuanto al sentido y puede incluso adquirir un valor lúdico, mientras que el diálogo preferentemente tiene un valor pragmático. En el diálogo se trata de llegar a un acuerdo en algo, de establecer un nuevo presupuesto, fraguado en la interacción de los enunciados expuestos, considerados y debatidos cara a cara y por turnos de intervención. El diálogo se acerca más a la faceta del lenguaje que los investigadores enfatizan en llamar normas del diálogo. Existen una serie de normas previas al desarrollo y al mismo diálogo que no están escritas, no hace falta tampoco, pero sí establecidas por la costumbre que si se incumplen se advierte claramente la transgresión y se reclama su cumplimiento. El equilibrio en las intervenciones se apoya en todas las circunstancias pragmáticas del diálogo. Así, las normas semánticas del diálogo son las que deben garantizar la producción del sentido, una vez establecida la conducta dialogal. No debemos ignorar tampoco los aspectos genuinamente lingüísticos del diálogo. Ni los estudios del lenguaje ni las definiciones que se recogen en los diccionarios de la lengua española han sido demasiado exigentes a la hora de formular una definición que comprenda todos los aspectos de la actividad dialogal y sus cir-
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cunstancias. Ello lleva al empleo, por ejemplo, de los términos conversación y diálogo como sinónimos en el español actual. Estos dos términos pertenecen al mismo campo semántico, al de la interacción semiótica, pues son lenguaje directo, pero los rasgos que definen la conversación son su carácter de familiar y su finalidad de entretener, en tanto que del diálogo se destaca el objetivo no compartido con la conversación de buscar avenencia. El diálogo, entendido en estos parámetros, sería la actividad en la que el lenguaje sirve de instrumento para conseguir un acuerdo mientras que la conversación es una actividad lúdica. Un último aspecto al que quiero referirme es el del aprendizaje del diálogo. Piaget constató en el Instituto Rousseau de Ginebra que la mayor parte de las veces, los niños, aunque parecían hablar entre sí, en realidad nadie escuchaba a otros ni los que hablaban se daban cuenta de si les escuchaban o no. A este modo de hablar le llamó lenguaje egocéntrico, llegando a la conclusión de que era el comportamiento común hacia los 4-5 años y que había que esperar a los 6-7 años para que se generalizase el auténtico diálogo que él denominó lenguaje social. Parece evidente la contradicción entre estas aseveraciones de Piaget y lo que se ha expuesto hasta el momento. Pero no resulta díficil aclarar la raíz del malentendido. El niño comienza muy pronto un auténtico diálogo gestual dirigido por los adultos que le rodean. Cuando surge el lenguaje verbal existe ya disposición para dialogar, pero le faltan todavía las fórmulas verbales adecuadas y son otra vez los adultos quienes hacen esfuerzos por comprenderle y por estimular su participación en el intercambio verbal. Abundan los ejemplos de niños de 5 años habituados a estar en contacto y ocupados en una actividad común, por ejemplo un jue-
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go colectivo, que se comunican entre sí a través de un verdadero diálogo sin dificultad aparente. En todo caso y para concluir, no niego que el diálogo verbal exija el aprendizaje de unas reglas específicas y un esfuerzo de empatía para situarse en el lugar del otro, pero este esfuerzo iniciado en la infancia no acaba nunca de completar su ciclo y existen numerosos personas que a lo largo de su vida y en distintas situaciones continuan hablando en forma egocéntrica y son incapaces, por tanto, de dialogar.
7.- Conclusiones He resumido a modo de decálogo las conclusiones que me parecen más relevantes en este trabajo, a saber: 1ª.- El contexto es una pieza fundamental en la relación lenguaje-comunicación, más que para ofrecernos una mejor aproximación a la ubicación temporal situacional, para entender la dicotomía entorno lingüístico-no lingüístico. 2ª.- La distinción entre contexto y situación es nuclear en el fenómeno comunicativo. A partir de la revisión de la literatura manejada, contexto es un descriptor más amplio que situación, que pasa a ser concebida como entorno extralingüístico en la comunicación. 3ª.- Unanimidad entre los autores consultados por confiar más en una concepción unitaria del contexto, con la intención de integrar todas sus modalidades, dimensiones y niveles. 4ª.- En la actuación comunicativa del emisor, el empleo metafórico de la conducta como género y de la comunicación como especie es muy útil desde el punto de vista operativo para entender las lindes que separan al lenguaje de la comunicación. 35
5ª.- No existe comunicación sin conducta, pero casi toda conducta es en potencia comunicativa, dado que no sólo ha sido mi propósito centrarme en la conducta lingüística tal cual, sino en otras que pueden o no compartir algunos de sus atributos. 6ª.- La actividad comunicativa humana es algo muy específico de nuestra especie en comparación al resto del mundo animal, más que en el componente cuantitativo, en el estrictamente cualitativo. Y probablemente es esto último lo que hace al hombre un ser social por naturaleza. 7ª.- La categoría creencia-hábito ha sido explicitada en este trabajo para señalar que el resultado del significado de nuestras creaciones lingüísticas no es la suma parcial de los significados de cada una de las palabras que emitimos sino que es algo distinto; por eso, a veces, entre otras cosas, incurrimos en las llamadas malas interpretaciones. 8ª.- El lenguaje, entendido como conducta compleja, es díficil de definir unívocamente para satisfacer los intereses de todas aquellas personas que conciben la lengua esencialmente como conducta. Más aún, la conceptualización del lenguaje como conducta compleja puede llevarnos al error de restringir su campo de acción a la actividad simbólica dependiente de un sistema cognitivo. Esto sería un traspiés porque limitaría las posibilidades que la extensión del lenguaje a conducta compleja lleva aparejadas. 9ª.- La multifuncionalidad del código comunicativo se percibe como herramienta de trabajo indispensable en la perspectiva del lenguaje humano.
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La variada gama de funciones que tienen las expresiones lingüísticas es quizás uno de los ejes básicos de nuestros dominios cognitivos. 10ª.- El diálogo no sólo implica la constatación física de una comunicación verbal sino que amplía su foco al juego de roles que se da en la comunicación preverbal; este aspecto se torna como vital para la conformación de las reglas comunicativas del adulto.
Francisco Sacristán Romero Universidad Complutense de Madrid [email protected]
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