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Spanish Pages [103]
Introducción a la historia de las técnicas
Bertrand Gille
Prólogo de
Santiago Riera i 'Iuebols
CríticalMarcombo Barcelona
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Prólogo
la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
Título original: PROLÉGOMENES Á. UNE HISTOIRE DES TECHNIQUES, de Hístoire des Tecníques, Gallimard, París Traducción castellana de JOSÉ'. MANUEL GARCÍA OE LA MORA Diseño de la colección: Batallé (f) 1978: Éditions GaHimard © 1999 de la traducción castellana para España y América:
EDITORIAL CRíTICA, Barcelona ISBN: S4~ 7423-942-7 (por Editorial Crítica) ISBN: 84-267-1205-3 (por Marcombo, S.A.) Depósito legal: a 15.999-1999
Impreso en España 1999.-HUROPE, S.L, Lima, 3 bis, 08030 Barcelona
cultura Libre
uando, a mediados de la década de los setenta, leí la obra titulada Tecnología medieval y cambio social de Lynn White,' se abrió un campo de insospechadas perspectivas en mis estudios e investigaciones históricas. A pesar de que el autor trata diversos temas pertenecientes a la historia de las técnicas, el estudio sobre la llegada del estribo a Europa y su relación con la aparición de un nuevo sistema socioeconómico, el feudalismo, centró de inmediato mi interés. White empezaba rindiendo un tributo de gratitud a Marc Bloch, «el cerebro más original entre los medievalistas de nuestro siglo», y a Lefebvre des Noéttes por sus estudios sobre la utilización de la energía animal. Dos historiadores citados también por Bertrand Gille en los «Prolegómenos», cuya traducción ofrecemos hoy al estudioso, de su excelente obra Histoire des techniques?
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l. 1973. 2
L. White, Tecnología medieval y cambio social, Paídós, Buenos Aires, R GiIle, Histoíre des techniques, Gallfinard, París, 1978, pp. 1-118.
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Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de White fue su conclusión general, extraída después del estudio de la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occidente, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible hallaron expresión en una nueva forma de sociedad europea occidental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes se concedían tierras para que pudiesen combatir con un estilo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el terreno del determinismo técnico. No puede negarse que la obra de White es importante; entre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspectiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvidables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White venía a decirnos, yendo más allá de la polémica que generó sobre el determinismo, que las técnicas -quizá debiéramos escribir la técnica- se encuentran en el mismo meollo del complejo tejido histórico, al lado de la economía, las ciencias y la política, e irnmersas en la sociedad. Es decir, sometidas a todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su historia forma parte de la historia de las sociedades. A partir de entonces, la historia de la técnica' ha venido 3. Elleetor observará que. a pesar de los matices expresados más adelante en el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o «de las técnicas» sin planteamos la posibilidad de hablar de la historia de la tecnología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a la tenninología de B. GilIe. Creemos interesante añadir que los autores france-
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siendo objeto de una atención progresiva por parte de técnicos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese habido antes meritorios intentos de adentrarse en este campo, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que conserva suficientes valores de actualidad como para poder ser recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído. Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de diferente color y tramas de diversos grosores, un tejido en el que el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, reconociéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia lineal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo explicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones. Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sencilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de interrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícilmente interpretables, supuesto que admitan interpretación, entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícitamente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las bases usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de technologie, mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda claro, pues, por estas y otras razones obvias. que en el debate conceptual realizado han tenido un papel relevante los filólogos. 4. L. Mumtord, Thecnics and Cívílizatíon; Harcourt Braee & World Inc; la traducción castellana data de 1971: Técnica y civilización. Alianza Editorial. (AV n.o 11), Madrid. 1934.
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Pero, lo que más me llamó la atención en la obra de White fue su conclusión general, extraída después del estudio de la introducción del estribo, la herradura y la silla en Occidente, conclusión que le hace escribir que «las necesidades de la nueva modalidad de guerra que el estribo hizo posible hallaron expresión en una nueva forma de sociedad europea occidental, dominada por una aristocracia de guerreros a quienes se concedían tierras para que pudiesen combatir con un estilo nuevo y altamente especializado». White se mueve en el terreno del determinismo técnico. No puede negarse que la obra de White es importante; entre otras cosas porque pone sobre la mesa definitivamente lo que Marc Bloch y Lucien Febvre, con su grandeza y perspectiva histórica, ya habían hecho en 1935 a través de los inolvidables Annales: llamar la atención de los historiadores sobre la importancia de la historia de las técnicas. El libro de White venía a decimos, yendo más allá de la polémica que generó sobre el determinismo, que las técnicas ----quizá debiéramos escribir la técnica- se encuentran en el mismo meollo del complejo tejido histórico, aliado de la economía, las ciencias y la política, e immersas en la sociedad. Es decir, sometidas a todas las fuerzas que actúan en su seno, de tal manera que su historia forma parte de la historia de las sociedades. A partir de entonces, la historia de la técnica' ha venido 3. El lector observará que, a pesar de los matices expresados más adelanteen el texto, usamos preferentemente la expresión «historia de la técnica» o «de las técnicas» sin planteamos la posibilidad de hablar de la historia dc la tecnología. Nuestra decisión es debida a que nos hemos querido mantener fieles a la terminología de B. Gille. Creemos interesante añadir que los autores france-
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siendo objeto de una atención progresiva por parte de técnicos e historiadores. Sin que esto quiera decir que no hubiese habido antes meritorios intentos de adentrarse en este campo, como por ejemplo lo hizo Mumford con su prodigiosa obra Técnica y civilización, publicada en 1934,4 pero que conserva suficientes valores de actualidad como para poder ser recomendada a quienes aún hoy no la hayan leído. Naturalmente, Bertrand Gille recoge en su obra, entre otros, todos estos antecedentes. Comprende que la Historia, con mayúscula, es un tejido en el que hay urdimbres de diferente color y tramas de diverso~ grosores, un tejido en el que el profesional se mueve con dificultad; sin embargo, reconociéndole tal dificultad, se abstiene de incidir en la historia lineal de causas y efectos, la más sencilla, la que ofreciendo explicaciones de todo tergiversa el devenir de las civilizaciones. Ahora bien, si abandonamos la explicación lineal, la sencilla, si creemos que la historia es un complejo tejido de interrelaciones mutuas en el que los acontecimientos son difícilmente interpretables, supuesto que admitan interpretación, entonces el profesional consciente pide, exige, la aplicación de una metodología rigurosa. Gille entendió perfectamente esta necesidad y, apoyándose en los precedentes explícitamente citados en los «Prolegómenos», decidió sentar las bases usan preferentemente en sus estudios la palabra technique en lugar de technuiogie, mientras que en los autores de habla inglesa sucede al revés. Queda claro, pues, por estas y otras razones obvias, que en el debate conceptual realizado han tenido un papel relevante los filólogos. 4. L. Mumford, Thecnics and Civilization, Harcourt Brace & World Inc; la traducción castellana data de 1971: Técnica y civuización. Alianza Editorial, (AV n." 11), Madrid, 1934.
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ses metodológicas necesarias y esperadas. Elaboró así el concepto de «sistema técnico» y, por extensión, de sistema económico, científico, social, político, etc., sistemas que, al relacionarse e influirse mutuamente, configuran un estado histórico concreto: se trata del sistema total o, quizás con más humildad, globa!. Ciertamente la noción de sistema técnico, al que nos referiremos en particular, no es sencilla, e incluso me atrevería a decir que, en algunos puntos, es oscura. El mismo autor lo reconoce. Pero es lo bastante sugestiva como para construir, sobre sus cimientos, una metodología que Gille no duda en aplicar, con éxito, a algunos casos concretos. Él creía que la suya era una metodología capaz de atraer la atención y el interés de otros historiadores. No fue así del todo, y aún hoy disponemos de pocas armas más que las que él nos proporcionó. (~ No es este el lugar apropiado para precisar las ideas de Bertrand Gille, que, por otra parte, el lector encontrará en las páginas que siguen a este prólogo; pero sí conviene dejar constancia de que dondequiera que se ha aplicado la metodología de Gille, ha dado fructíferos resultados. Sin ir más lejos, nosotros la hemos aplicado en el estudio de la construcción de máquinas de vapor marinas y en el de las locomotoras de vapor fabricadas por la importante empresa catalana La Maquinista Terrestre y Marítima, y nos ha sido de gran utilidad.' Puede que tal metodología no sea apropiada para cons5. Referente a las máquinas de vapor marinas, véase S. Riera i Tuebols, Deis velers als vapors, Associació d'Engmyers Industrials de Catalunya, Barce.
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truir la historia total de que hablaban Bloch y Febvre en los Annales, una historia que acaso no sea más que una utopía, pero sí que es útil para descubrir las interrelaciones a que antes nos referíamos, las que constituyen el meollo de la historia; o, por lo menos, algunas de ellas. En la actualidad, la situación ha cambiado. El progreso es siempre cambio: sin cambio no hay historia; lo que fue válido hace cincuenta años hoyes, en el mejor de los casos, discutible. Nos explicaremos. Desde la Antigüedad hasta el siglo XIX cabe hablar de techne, de técnicas, ciencia aplicada y tecnología. En cuanto a la ciencia moderna, desde su aparición en los siglos XVI y XVII -nos referimos a la ciencia experimental, que llevará posteriormente al positivismo decímonénico-c-, después de sufrir el desgajamiento de la ciencia aplicada, que tiene lugar con la aparición de los laboratorios industriales en Alemania, se circunscribe al ámbito de la ciencia pura o básica. Mas, al concluirse ahora el milenio, nos encontramos con que la evolución que nos ocupa ha llegado a un extremo impensable décadas antes: hoy se hace difícil hablar de ciencia y/o de tecnología como conceptos diferenciados: se prefiere usar la denominación de «tecnociencia» para evidenciar el hecho de su fusión. Por otra parte, cuando podía hablarse de ciencia, técnica y tecnología, el cambio (técnico, científico o tecnológico) era medible; hoy, en la actual coyuntura, realizada la unión de
lona, 1993; por lo que hace a las locomotoras: S. Riera i 'Iuebols, Quan el vapor movía eís trens, Assocíacío d'Enginyers Industriats de Catalunya, Barcelona, 1998.
12 Introducción a la historia de las técnicas que hablábamos, el cambio es tan rápido que no sólo afecta a la percepción de la realidad, sino que condiciona la reacción de la sociedad. Se trata de la diferencia entre la discontinuidad y la continuidad. Nada tiene, pues, de extraño que, actualmente, el concepto de «sistema técnico» de B. Gille genere dudas y suscite interrogantes. Así pues, nos preguntamos: ¿admite el concepto en cuestión un cambio tan trepidante como el que vivimos? ¿Puede existir, en las condiciones actuales, una respuesta suficientemente rápida para crear un nuevo sistema como réplica al cambio? ¿Hay que admitir que la metodología de Gille permite hablar de sistemas técnicos en continua sustitución? ¿No supondría ello una contradicción al concepto mismo de «sistema técnico»? Veamos un ejemplo: el ferrocarril. Basado éste en la energía del carbón, forma indiscutiblemente parte del sistema técnico que corresponde a la primera fase de la Revolución industrial. En el sistema técnico de la segunda fase, las nuevas fuentes energéticas son la electricidad y los motores de combustión interna. Se presentan, además, alternativas al ferrocarril: el transporte por carretera, usando los motores de combustión interna, y el aéreo, que encuentra, por fin, el motor ligero adecuado. Durante un tiempo se prevé la muerte del ferrocarril; pero este sistema de transporte se adapta a las fuentes energéticas nuevas (aparecen las locomotoras eléctricas y diésel), y no sólo persiste, sino que, a las puertas del siglo XXI podemos constatar que está ganando terreno a sus rivales en el sector del transporte.
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No es ajeno a tal adaptación el que irrumpa en el escenario un factor de importancia hoy tan decisiva como es el de la protección del medio ambiente. En fin, nuestra pregunta es la siguiente: a partir de la revolución tecnocientífica de las últimas décadas ¿constituirán la adaptación al cambio y la diversidad (o la adaptación a la diversidad) la esencia del progreso? O bien ¿podremos seguir hablando de «sistemas técnicos» como antaño? Nuestras dudas en ningún modo pretenden marcar nuevos caminos en la metodología de la historia de la técnica. Simplemente, si antes hemos puesto de realce la intención de Bertrand Gille, la de requerir la atención de los historiadores de este campo sobre la necesidad de perfeccionar la metodología al uso, ahora se trata de dar con una metodología que sea útil y factible para el estudio de la actual evolución tecnocientífica. La de Gille lo ha sido hasta la actualidad. ¿Sigue siéndolo a partir de hoy? En caso negativo, ¿qué tipo de modificaciones requiere? Considero oportuno recordar un caso que puede ser ilustrativo: el de la arqueología industrial, temática nueva nacida en Europa en la segunda mitad de siglo y llegada a España a comienzos de la década de los ochenta. Hoy día se ha convertido en una especie de pozo denominado «Patrimonio», donde se encuentra de todo: desde actuaciones políticas destinadas a la caza de votos, hasta torpes reconstrucciones cuyo fin es la atracción de turistas incultos. Pero la posibilidad de convertir la arqueología industrial en una materia científica se perdió en el momento mismo en que se excluyó el imprescindible debate metodológico: sin metodología y centra-
14 Introducción a la historia de las técnicas da en inconexas actuaciones particulares al vaivén de los azares de la política, la arqueología industrial perdió su oportunidad. Pero volvamos al tema principal de este prólogo. El planteamiento metodológico que Gille establece a partir del concepto de «sistema técnico» nos presenta a los historiadores muchos interrogantes. entre los cuales no es el menor el del determinismo tecnológico. Es decir: ¿existe, entre los sistemas que configuran el llamado sistema global (constituido por los sistemas económico. técnico, social. político, científico, etc.), uno que se imponga al resto, en el sentido de que su evolución influya directa e irremediablemente en la de los demás? Dicho de otra manera: ¿existe algún determinismo concreto en la historia? Puede ser útil centrar la discusión en torno al determinismo tecnológico e intentar extraer de ella alguna conclusión general. Incluso entre los historiadores partidarios de aceptar el determinismo tecnológico duro, según el cual es la tecnología la que marca la pauta del desarrollo histórico, encontramos siempre algún reparo. Pocos son quienes lo aceptan sin más. Hemos visto un caso paradigmático, el de Lynn White. Pero hasta Robert Heilbroner, el historiador de la economía que defiende un tipo de determinismo económico concreto, lo hace con reservas, y aunque acepta que «el cambio tecnológico impone ciertas características sociales y políticas en la sociedad en que se encuentra», no niega que existe una influencia real de las fuerzas sociopolíticas sobre la tecnología. 'Ihomas P. Hughes, que también se siente muy atraído por la
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polémica determinista. centra su punto de vista sobre un nuevo concepto, el de impulso económico, que sitúa "entre los extremos del determinismo tecnológico y el constructivismo social». Además muestra que los sistemas más jóvenes, en el sentido de hallarse irnmersos en las etapas iniciales de la industrialización, son más sensibles a las influencias de los factores socioeconómicos y políticos que los sistemas más avanzados, los cuales responden más acusadamente al requerimiento del impulso tecnológico." En realidad, las posiciones de los historiadores pueden situarse a lo largo de un segmento cuyos extremos son el determinismo tecnológico (a la derecha) y el constructivismo social (a la izquierda); el centro correspondería a lo que llamamos determinismo blando: se trata de la posición que considera la historia como un tejido, como una interrelación mutua: la tecnología influye sobre. y es influida por, los complejos sociales, económicos. políticos, científicos, etc," Es un tema, el del determinismo. poco considerado aún y exiguamente estudiado, que en los últimos tiempos ha generado consideraciones escasamente reflexionadas y que merecería de suyo una atención preferente de los sociólogos, economistas e historiadores, en especial de los de las técnicas. que atendiesen casos particulares y estudiasen países concretos antes de enunciar teorías (que la mayor parte de las veces se nos antojan postulados) precipitadas.
ó. T. P. Hugues, "El impulso tecnológico». en M. R. Smith y L. MilrX.lfiI· toria v determinismo tecnológico. Alianza Editorial. Madrid. 199ó. 7. Véase M. R. Smith y L. Marx. up. cit.. passím.
16 Introducción a la historia de las técnicas Por lo que toca al tema de la herencia schumpeteriana de los conceptos de invención, innovación y difusión, ya Rosenberg nos advertía en 19768 que Schumpeter incidía en exceso sobre la etapa de la innovación, con menoscabo de la invención y de la difusión; de esta manera, Rosenberg se adelantaba a muchos en el convencimiento de que las relaciones entre las tres etapas, en especial la existente entre las dos primeras, la invención y la innovación, son extremadamente sutiles. Sobre este punto hay que reconocer que los análisis de Bertrand Gille son muy finos. Considera él las nociones de progreso científico y crecimiento económico y establece dos series: progreso cientifico-invención-innovación, y, por otro lado, invención-innovación-crecimiento económico. En el primer caso existe una racionalidad (científica) en el proceso, aunque sólo esté presente en el ambiente: es el caso de la máquina de vapor, tradicionalmente considerada ajena a la ciencia. En esto Gille concuerda con Allan 'Ihompson," creemos que muy acertadamente. ro Sin desarrollo cien8. N. Roscnberg, Tecnologia y Economía, Gustavo Gili, Barcelona, 1979. Por 10que hace referencia a la herencia schumpeteriana, pp. 79 ss. Este libro, excelente, rorma parte de una colección titulada «Tecnología y Sociedad» que pasó por las librerías sin pena ni gloria: un notable esfuerzo editorial que no tuvo el final que merecía. 9. A. Thompson, La dinámica de la Revolución industrial, Oikos-tau, Bar. celona, 1976. En este excelente libro, Thompson nos habla de las bases establecidas por la ciencia, útiles en el desarrollo de la Revolución industrial; del establecimíento del método científico, aprovechable en el dominio de la técnica, y del ambiente científico que reinaba en Inglaterra a filiales del siglo XVIII. En el casq. de la máquina de vapor, el autor nos relata los encuentros de 1. Watt con el profesor Black, que a la sazón estudiaba los cambios de estado del agua. 10. Véase S. Riera, Deis veíers ats vapors, cap. H.
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tífico, no puede haber progreso. Se trata de una situación característica en la aparición de cualquier sistema técnico, como ocurría, por ejemplo, en los inicios de la Revolución industrial. En estos momentos, dice Gille, la técnica actúa de motor. En el segundo caso, es decir, en la secuencia invención-innovación-crecimiento económico, la presión se origina en las necesidades que genera la economía, siendo un caso característico de las etapas de consolidación y desarrollo de los sistemas técnicos. Por lo tanto, viene a decirnos Gille, tejido, sí; interrelaciones, sí; pero, añade, cabe distinguir, según la coyuntura, qué es . lo que funciona como motor. Y nos explica que la técnica y la economía se relevan en este liderazgo. Ello explicaría, en parte, que algunos historiadores de la economía, olvidando la complejidad inherente al momento histórico, sometan, no sólo el devenir tecnológico, sino también otras actividades de las sociedades, al exclusivo dominio de la economía. Claro está, y hay que dejar constancia de ello, que otros historiadores del crecimiento económico saben colocar en su debido lugar la materia en que son maestros, como hace, por ejemplo, en su excelente obra, Joel Mokyr.'! Las consideraciones anteriores nos traen a colación otros temas también tratados -cómo no-- por Gille: ¿quién ha de escribir la historia de la técnica? y, si tanto hablamos de invención, ¿cuáles son las características del inventor? 11. J. Mokyr, La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
18 Introducción a la historia de las técnicas Empecemos por la primera. Hoy día se da por supuesto, en el contexto de la especialización de todas las ciencias, incluidas las sociales, que la situación perfecta es la que corresponde al trabajo pluridisciplinar coordinado. Ninguna objeción, si no fuera porque la experiencia nos demuestra la dificultad de tales colaboraciones; con demasiada frecuencia el estudio se convierte en un agregado de diferentes visiones del tema tratado. El trabajo en equipo, como también podemos denominarlo, exige una formación previa, difícilmente detectable hoy día. Sería necesaria, por lo menos en nuestro país, la aparición de una pedagogía específica que nos adentrara en los dominios de la interdisciplinariedad proporcionándonos no sólo las herramientas adecuadas sino también la mentalidad precisa. No hay que olvidar que la técnica, como la ciencia, exige especialización y saberes concretos, algunos de los cuales no son asequibles a la mayoría de los mortales, entre otras razones porque hasta hace bien poco nunca se había insistido en que la adquisición de conocimientos científicos y técnicos es indispensable para cualquier ciudadano del siglo xx. Con lo cual no queremos decir sino lo que apuntaba Febvre: ¿quién ha de hacer la historia de la técnica, si para ello se necesitan saberes especializados? Dejando la pluridisciplinariedad como una esperanza para tiempos futuros, no se nos antojan más que dos soluciones: el técnico profesional y/o el historiador. Si la historia que nos concierne la escribe el técnico profesional, se obtendrá entonces una historia intemalista, apta sólo para técnicos. Si la escribe el historiador formado en una
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universidad de humanidades, dicho historiador podrá decir algo sobre el devenir histórico de la técnica siempre que _y sólo cuando-e- haya tenido la precaución de acercarse técnicamente al tema. En este segundo supuesto, escribirá una historia extemalista. En cualquiera de los casos, se hace difícil profundizar en los temas. Claro está que existe una solución ideal: que el historiador reúna las dos formaciones, la técnica y la humanística; pero esto es difícil, laborioso, caro, y exige una dedicación al estudio excesivamente prolongada para la mayoría. En suma, estamos ante el enigmático problema, planteado por Snow, de las dos culturas. Un problema con total vigencia en el momento de cambiar de siglo y de milenio, y al cual se han aplicado hasta ahora remedios insuficientes. (Nuestra solución, aunque de difícil aplicación y en el decir de algunos utópica.w se decantaría por la opción de un saber integral científico y humanístico.) En definitiva, se trata de un reto que Lucien Febvre ya había intuido: La historia se hace con documentos escritos, sin duda. Cuando existen. Pero se puede hacer, debe hacerse, sin documentos escritos si no existen.. ". Con palabras. Con signos. Con paisajes y tejas. Con las formas de los camposy las malas hierbas. Con los eclipses de luna y la manera de uncirlos bue-
12. C. P. Snow.Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza Editorial, Madrid, 1977. S. Riera i 'Iuebols, Més enua de la cultura tecnocientifíca, Edicions 62, Barcelona, 1994, en especial el capítulo 4, donde se pone de manifiesto la dificultad de encontrar una salida a esta difícil situación y se apuntan algunas soluciones y experiencias.
20 Introducción a la historia de las técnicas yeso Con el examen de las piedras por los geólogos y el análisis de las espadas de metal por los químicos. u El otro tema, al que aludíamos más arriba y al que queremos dedicar algunas líneas, es el que hace referencia al acto de la invención y a los inventores. Durante mucho tiempo, las pocas historias de la técnica existentes se limitaban a enumerar series de inventores a los que un buen día se les había encendido una lucecita -sin saberse cómo ni quién la había alumbrado-e, cuyas vidas se relataban minuciosamente y en donde la historia, la leyenda y la fantasía se mezclaban sin reglas ni distinción. En contrapartida, los estudios actuales tienden a hacer hincapié en una continuidad que sorprendería enormemente a los autores de las hagiografías a que nos acabamos de referir. Ello es debido sin duda al descubrimiento de la repetidamente citada interrelación entre sistemas; pero, también, a que recientemente ha aparecido en el panorama histórico una corriente que sostiene la tesis evolucionista de la historia de las técnicas, una evolución parecida -salvadas las distancias- a la evolución biológica. Dicho de otro modo: la historia de las técnicas se asemejaría a un árbol con numerosas ramas, de algunas de las cuales salen otras que presentan -{) no-- nuevos brotes. En última instancia, ¿significa este modelo evolutivo que los brotes nacen al azar? ¿Osan las presiones sociales o de la economía, la ciencia, la política, e incluso religiosas o psíquicas, las que gobiernan este «azar»? 13.
L. Febvrc, Combats pour l'Hístoire. A. Cofín. París, 1953, p. 428.
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He aquí un nuevo tema de estudio que, sin ninguna duda, la obra de Gille puede iluminar. Y añadiría: aunque no solucionar. Porque un interés concreto subyace en la totalidad de este prólogo: mostrar que la finalidad de la obra que el lector tiene entre manos no es otra que inducir al estudio, a la reflexión. Muy acertadamente huye Gille de soluciones Concretas, de recetas exhaustivas; sin embargo nos dice, con gran lucidez, eso sí, que la historia de la técnica, esta rama olvidada de la historia, merece, exige, el estudio científico y metodológico que ha de colocarla donde la misma historia la reclama. y que el camino para conseguirlo es arduo. Cuando, en la década de los ochenta, proponíamos la traducción de la Histoire des techniques, pensábamos inicialmente en la totalidad de la obra. No obstante, una obra tan extensa (más de 1.600 páginas en la edición francesa) suponía evidentes riesgos editoriales. Recientemente, el Institut de 'Iecnoetica y las editoriales Crítica y Marcombo creyeron que, si bien no era aconsejable traducir la obra entera, sí que era factible presentar a los lectores de habla castellana los «Prolegómenos», puesto que es ahí donde el autor expone los principios metodológicos que luego aplica en su prolija histona. Fue entonces, tomada la decisión, cuando me pidieron que prologase este libro como importante fracción del conjunto de la obra original. Acepté, agradeciendo por supuesto el ofrecimiento, convencido de que, al cabo de veinte años de haber sido editada la obra de Gille, los citados «Prolegómenos», que hoy se publican con el título de Introducción a la historia de las técnicas, seguían teniendo un interés indiscuti-
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ble, mientras que otras secciones de la Histoire habían perdido parte, sólo parte, de su atractivo inicial, en especial si se considera lo lentamente que, en su día, se preparó la edición francesa (durante más de diez años según confiesa el mismo Gille en el prefacio), así como la aparición de estudios, artículos y libros sobre la historia de la técnica, la cual, con lentitud pero con seguridad, y en gran parte debido a Gille, entre otros, iba ocupando el lugar que le corresponde en el gran libro de la historia. Sin embargo, ni habría que decirlo, con esta decisión se pierde la ocasión de ofrecer a los lectores interesados y a los estudiosos la aplicación de la metodología a las diversas etapas de la historia de las técnicas realizada por el mismo autor. Quizás algún día podamos leer en castellano la segunda parte de la Hístoire; centrada de modo específico en el desarrollo de la técnica, titulada «Técnicas y civilizaciones». De momento, el lector o bien deberá acceder a la obra original o bien efectuar él mismo las aplicaciones de los conceptos leídos en esta versión castellana, parcial, que tiene entre manos. En cambio, la tercera parte de la Histoire des techniques, «Técnicas y ciencias», no tenía tanto interés y, además, adolecía de un envejecimiento mayor. Por una parte, hay que dejar constancia de que, al considerar las relaciones de la técnica con la economía, la geografía, la ciencia, la lengua, la sociedad, el derecho y la política, así como al disertar sobre el concepto de conocimiento técnico, Gille, ante la imposibilidad de tratar personalmente todos estos aspectos, buscó la colaboración de otros autores; lean Parent, André Fel, Francois Russo y Bernard Quemada, con lo que la obra, si bien gana en di-
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versidad de enfoques, pierde homogeneidad (un hecho importante si se atiende a la esencia de la Histoire y a la personalidad de su autor). A ello hay que añadir, que se trata de temas que, por su interés no sólo técnico sino también sociológico y esencialmente histórico, han sido objeto de atención, en los últimos años, por parte de las ciencias sociales, que han aportado gran variedad de nuevos y originales planteamientos y han enriquecido notablemente la visión global. Quisiera, de paso, protestar contra la inercia de nuestro ambiente cultural, que no se decide a abordar, más que al cabo de veinte años, la traducción de obras como la de Gille, que habría convenido hacer antes asequibles a una mayor masa de lectores que la que pueda leerla en el idioma original. En tan dilatado lapso de tiempo, es indudable, como ya hemos apuntado anteriormente, que nuevas aportaciones han restado parte de interés a la obra. Con todo, debemos congratularnos de que, por fin, se corrija una situación que sólo podía proporcionarnos desprestigio. Los «Prolegómenos», esta Introducción a la historia de las técnicas, y con ellos el concepto de sistema técnico, son ahora realidad y están al alcance de todos los estudiosos e interesados gracias a la decisión tomada per el Institut de 'Iecnoetica y las editoriales arriba citadas. También queremos celebrar, con este libro que el lector tiene en sus manos, el inicio de una colección destinada a llenar algunos de los numerosos huecos existentes en la bibliografía tecnicocientífica de nuestro país. Cerremos este prólogo recordando que otras obras de Bertrand Gille han merecido diversa suerte. Les mécaniciens grecs fue traducida en 1985 con el título La cultura técnica en
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Grecia;14 pero una obra tan fundamental como Les ingénieurs de la Renaissance 15 no tiene aún, que sepamos, traducción cas-
tellana. En definitiva, esperamos que con este volumen, que inaugura una colección en la que se han puesto muchas esperanzas, nazca el interés por este autor francés, B. Gille, al que no dudo en considerar uno de los colosos contemporáneos de una historia tan injustamente olvidada como es la historia de la técnica. SANTIAGO RIERA I TuEBOIB
Barcelona, enero de J 999
14. B. Gille, Les mécuniciens grecs; Éditions du Scuil, París, 1980; la traducción castellana cambia el título: La culrura técnica en Grecia, Ediciones Juan Granica, Barcelona, 1965. 15. B. Giile, Les ingénieurs de ío Renaissance, Hermann, París, 1964.
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odavía en 1935 pudo Lucien Febvre escribir: «la Historia de las técnicas es una de esas muchas disciplinas que están del todo por crear, o poco menos». Algunos años antes se había publicado una obra que marcó fecha: planteaba un problema particular, el del atalaje y el caballo de montar, y 10 relacionaba con uno de los grandes cambios históricos, la desaparición de la esclavitud. Por muy discutidas que fuesen luego las ideas del comandante Lefebvre des Noéttes, su libro parecía haber abierto una vía nueva, perspectivas y explicaciones inéditas. Si, de pronto, en 1935, los Annales de L. Febvre y M. Bloch parecían no ya haber descubierto la historia de las técnicas, sino hacer notar a la vez su interés y lo poco que atraía la atención de los historiadores. sin embargo, no se ha de creer que hubiese sido completamente descuidada hasta entonces. Pero, por su propia naturaleza, la historia de las técnicas se situaba fuera de las grandes corrientes históricas. Tan difícil le ha resultado a la historia como a las técnicas mismas inte-
28 Introducción a la historia de las técnicas grarse en la teoría económica general, para no poner más que un ejemplo. Lucien Febvre advertía muy bien que había aquí, en cierto modo, un conflicto de competencias. «Historia técnica de las técnicas, obra de técnicos necesariamente, so pena de errores graves, de forzadas confusiones, de total desconocimiento de las condiciones generales de una fabricación.» Pero añadía inmediatamente estas precisiones: «mas obra de técnicos que no se encierren ni en su época ni en su territorio y que sean, por tanto, capaces no sólo de comprender y de describir, sino también de reconstruir un utillaje antiguo como arqueólogos exactos e ingeniosos y de interpretar textos como historiadores sagaces». Seguramente ahí estaba el quid de la cuestión: aliar diversos tipos de conocimientos, utilizar metodologías diferentes. No es, pues, de extrañar que los historiadores tuviesen algún temor a meterse en un campo que desconocían casi del todo. Los técnicos, por su parte, se interesaban poco por unas técnicas ya desaparecidas, y, cuando las abordaban, lo hacían con una mentalidad que a menudo sólo tenía lejanas relaciones con la historia. En consecuencia, unos escribieron una historia de la que las técnicas estaban completamente ausentes, y los otros se dedicaron a investigaciones puramente técnicas en las que la historia no era más que simple cronología. «La actividad técnica no puede aislarse de las demás actividades humanas», advertía también Lucien Febvre. La síntesis era menos necesaria que la concordancia. En una explicación histórica global era indispensable hacer intervenir a las técnicas. Es curioso constatar que, cuando lo económico empiece a aparecer en esas explicaciones globales de las que había esta-
Introducción a la historia de las técnicas 29 do tanto tiempo ausente, las técnicas seguirán manteniéndose aparte, por el hecho mismo de aquella lenta y difícil integración de las técnicas a la teoría económica general que señalamos hace un momento. Muchas eran las dificultades. Ante todo, en el seno mismo de la historia de las técnicas. Había que evitar una parcelación necesaria al comienzo, cuando se trataba de exponer los hechos, pero que podría llevar en seguida a que cada historia de una determinada técnica se cerrase sobre sí misma. Era indispensable, después, reintegrar esta historia de las técnicas en un conjunto histórico, muy abierto ya éste a la economía, a la demografía, a la historia de las ciencias o de las ideas, como también a la historia de los sucesos, cuyos efectos distan mucho de ser menospreciables. Y he aquí ya esbozado nuestro plan. Pero antes de ir al núcleo de nuestro asunto, y dado que la tentativa es sin duda relativamente inédita, conviene tomar algunas precauciones. Son precisamente tales precauciones las que van a constituir la esencia misma de esta larga introducción. No es inútil, creemos, bosquejar un rápido cuadro de la historia de las técnicas. Veremos así desarrollarse, con sus riquezas pero sobre todo con sus lagunas, una disciplina que actualmente ha adquirido ya derecho de ciudadanía. La obra más antigua de historia de las técnicas es, a buen seguro, la del alemán Beckmann, Beitriige zur Geschichte der Erfindungen, publicada en Leipzig entre 1780 y 1805. Como lo indica claramente su título, se trata de una historia de los inventos, es decir, de una de aquellas parcelaciones histéricas a que aludimos arriba. Lo mismo ocurre, más o menos, con la
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Introducción a la historia de las técnicas
obra casi contemporánea de 1. H. M. Poppe, Geschichte der Technologie seü der Wiederherstellung der Wissenschaften bis an das Ende des 18° Jahrhunderts, cuyos tres volúmenes se publicaron en Gottingen entre 1807 y 1811. Pero esta última obra tenía no obstante en cuenta, por un lado, una noción todavía poco clara de sistema técnico y,por otro, algunos grandes hechos históricos. Hay que esperar a mediados del siglo XIX para ver cómo la historia de las técnicas cobra cierto impulso y se va integrando, con dificultad aún, en otras investigaciones. Es el momento en que las técnicas se imponen a la atención de todos, aproximadamente durante la época del Segundo Imperio. Adóptanse por entonces varias actitudes. La primera es tratar de responder precisamente al interés que mucha gente empieza a mostrar por las técnicas. Era necesario, por tanto, emprender una tarea de divulgación. Divulgar las técnicas existentes, sí, pero también hacer ver la amplitud de los progresos logrados. A este propósito han de mencionarse en concreto los volúmenes de L. Figuier, Les Merveilles de l'industrie, paralelamente a Les Merveilles de la science, obras que, hoy todavía, no deben ser despreciadas. La exposición se hace en ellas sector por sector; pero los datos no están completamente separados de un cierto contexto histórico. La segunda actitud respondía al deseo de ciertos técnicos de conocer la historia de su propia técnica. Algunos autores de manuales técnicos no temieron dedicar unas cuantas páginas a la historia de talo cual técnica. Citemos el grueso Manual de metalurgia, del inglés Percy, que no sólo proporciona íadicecíones sobre la historia de las técnicas metalúrgicas de
Introducción a la historia de las técnicas 31
Occidente, sino también sobre las técnicas de varios países exóticos. La tercera actitud representa ya una atención más propiamente histórica. Reúnense arqueólogos y técnicos para reconstruir algunas técnicas antiguas. En medio de una búsqueda que va adquiriendo cierta amplitud, pueden distinguirse dos tipos de trabajos: el primero es el de los relativos a la reconstrucción de las técnicas militares antiguas. Se sabe que su instigador fue, probablemente, Napoleón III en persona: ¿no comenzó él estas investigaciones con anterioridad a 1848, mientras estuvo prisionero en el castillo de Ham? Luego, a demanda del emperador, el coronel Favé emprendió varios trabajos sobre la historia de la artillería y reconstruyó ciertas armas que sirvieron para realizar ensayos. Así se elaboraba un método que después, aunque con algún retraso, se ha vuelto a seguir eficazmente. El segundo tipo de trabajos tuvo su origen en una necesidad. Desde que se inició la restauración a gran escala de monumentos históricos, convenía mucho dar de nuevo con las técnicas antiguas, únicas capaces de devolver a aquellos monumentos su aspecto genuino. Conocidos son de todo el mundo los esfuerzos realizados a este respecto por Viollet-le-Duc, cuyos diccionarios de arquitectura o de mobiliario constituyen todavía hoy una fuente interesante para los historiadores de las técnicas. La última actitud apuntaba más lejos aún. De 10 que en realidad se trataba era de integrar las técnicas en unas explicaciones globales. Sabida es la especial atención que ha prestado Marx a las técnicas como importante elemento de su teoría; así, no es de extrañar que para la parte histórica de sus
32 introducción a la historia de las técnicas trabajos recurriese a la historia de las técnicas tal como podía hallarla escrita en su tiempo. Por lo demás, en aquella época, algunos economistas estaban empezando igualmente a hacer intervenir el progreso técnico en su teoría general. Desde entonces, la historia de las técnicas estuvo ya en cierto modo lanzada. Desde los últimos decenios del siglo XIX aparecen obras de las que nos servimos todavía hoy. Versan en general sobre técnicas particulares. Citemos el libro de L. Beck sobre las técnicas siderúrgicas, el de Thurston sobre la historia de la máquina de vapor, el de Th. Beck sobre la construcción de las máquinas. Paralelamente son estudiados, publicados, traducidos los autores de tratados técnicos, sobre todo los de la Antigüedad: las investigaciones de Berthelot sobre los alquimistas y sobre ciertos técnicos, así como los trabajos, ya numerosos antes del final del siglo, sobre los mecánicos griegos de la escuela de Alejandría, son, entre otros muchos, buena prueba de lo que venimos diciendo. Los estudios de Th. H. Martin sobre la vida y las obras de Herón de Alejandría datan, por lo demás, de 1854. En algunos dominios se llega, inclusive, a hacer exposiciones más generales: así, en 1897, A. Espinas publicaba su libro sobre Les Origines de la technologie. El movimiento se fortalece en los primeros años del siglo xx. Es entonces cuando se cae en la cuenta del inestimable valor que tienen los objetos antiguos y las reconstrucciones. Se crean, no sin cierto chovinismo, los primeros amuscos de historia de las técnicas. El Science Museum había sido creado en Londres, en 1857, para gloria de la ciencia y la técnica británicas. El Deutsches Museum de Munich se
Introducción a la historia de las técnicas 33 constituye en 1906. La tradicional historia de las técnicas, por sectores, a menudo también historia de los inventos, prosigue su carrera. Se publican los primeros diccionarios históricos de las técnicas, como son el de Blümner en lo concerniente a las técnicas de la Antigüedad clásica y el de Feldhaus para las técnicas de la Antigüedad, de la Edad Media y del período moderno. El hecho de mayor importancia es, sin duda, una primera forma de integrarse la historia de las técnicas en una explicación histórica general. La publicación, en 1906, de la tesis de Mantoux sobre la Revolución industrial inglesa del siglo XVIII señala ciertamente un giro importante en la historia de las técnicas. Deberían seguirle las investigaciones de Ballot sobre la introducción del maquinismo en la industria francesa, trágicamente interrumpidas durante la Gran Guerra y que no verían la luz pública hasta 1922. Las técnicas de la época clásica iban a ser patrimonio de los investigadores franceses e ingleses, mientras los alemanes penetraban en el campo de las técnicas antiguas y medievales. Después de la primera guerra mundial, la historia de las técnicas parece haberse abandonado a un cierta lasitud. Sólo en los años treinta recobra su vigor. La obra de Usher sobre los inventos mecánicos, publicada en 1929, y la del comandante Lefebvre des Noéttes sobre el atalaje y el caballo de montar, volvieron a dar a la vez un lustre y una amplitud innegables a la historia de las técnicas. En 1935, los Annales de M. Bloch y L. Febvre, dedicando todo un número a la historia de las técnicas, evidenciaron el mucho interés que debía prestársele. Precisando los objetivos y esbozando las dimensiones
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Introducción a la historia de las técnicas
de la temática por estudiar, los Annales animaban a los historiadores a seguir una senda ya bastante abierta. Antes de la segunda guerra mundial, la historia de las técnicas presentaba ya el aspecto que continúa teniendo hoy. La historia de la máquina de vapor, del inglés Dickinson, publicada en 1939, y la historia de la construcción en madera en Ruán, del comandante Quenedey, son dos buenos ejemplos de metodología, diferentes el uno del otro, adaptado cada uno a su dominio. Por el mismo tiempo, se iban fundando nuevos museos y surgían centros de investigación, como el de Viena, en 1931, y el de la Universidad de París, en 1932. Conviene, con todo, hacer notar lo desorganizado de aquellas investigaciones, su carácter parcial y sus tendencias a menudo de escasos vuelos. Cierto que algunos técnicos dan prueba de un auténtico sentido histórico, pero en cambio los historiadores se preocupan poco de ponerse a estudiar las técnicas, temiendo abordar unos problemas en los que se sienten un tanto perdidos. Los nexos entre las competencias se realizan malo no se realizan en absoluto. Después de la segunda guerra mundial, la historia de las técnicas está ya definitivamente constituida como disciplina. Sin embargo, aún no ha alcanzado un equilibrio perfecto: subsisten divergencias en cuanto al modo de concebirla. Aquí es de rigor una primera constatación: los museos y los centros en que se estudia la historia de las técnicas se han multiplicado, a veces hasta con una cierta exuberancia. La historia de las técnicas permanece aislada. Todavía es más bien cosa de «científicos». No ha logrado introducirse en los congresos internacionales de historia, ni siquiera en
Introducción a la historia de las técnicas 35 los recientes congresos internacionales de historia económica. Pero es sintomático que, en el seno del Comité francés de los trabajos históricos y científicos, las diversas secciones de este organismo hayan constituido una comisión COmún de historia de las ciencias y de las técnicas. Una reciente obra húngara sobre la metalurgia está firmada por un ingeniero, un metalógrafo, un arqueólogo y un historiador. No parece que sea imposible hacer pasar al plano institucional ensayos parecidos. Las últimas obras generales de historia de las técnicas muestran otras lagunas que, por lo demás, ya hemos señalado. Pero a este respecto se plantea un problema difícil de resolver. Es indudable que nos falta, ante todo, una historia técnica de las técnicas, como decía Lucien Febvre. Y no puede negarse el interés de las monografías, de esas monografías técnicas que exponen los detalles de un procedimiento, la génesis de un invento. De la acumulación de tales trabajos nacerá un verdadero conocimiento de la historia de las técnicas. Sólo que este conocimiento habría que ampliarlo. En primer lugar, dentro inclusive del mundo técnico. En la génesis del invento debe hacerse intervenir igualmente a la personalidad del inventor y la génesis de la idea. Al logro de un invento le han precedido muchas veces, por una parte, esperanzas, que suponen un inventario de las posibilidades puramente técnicas, y, por otra parte, y volveremos sobre ello, una necesidad que puede adoptar diversas formas. Tratase, luego, de comprender el momento en que aparece el invento y de comprender también a la persona que lo hace realidad. Yendo más lejos aún, el éxito del invento, es decir, la innovación
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Introducción a la historia de las técnicas
-pues ¿en qué consiste la auténtica técnica si no es en su aplicación concreta?- supone una estructura social, económica, institucional y política, sin la cual es casi imposible comprenderlo. En mi opinión, todas esas obras recientes se concentran, con miras demasiado estrechas, en la exclusiva consideración de su objeto propio. Ciertamente no son inútiles, pero sí incompletas. Tal era nuestro proyecto. No se trataba de recuperar en sus detalles una historia verdaderamente técnica de las técnicas, lo que a los historiadores les gustaría sin duda hacer por lo atractiva que resulta toda investigación un poco esotérica. Lo que en esencia hemos querido realizar nosotros es esa inserción del mundo técnico en la historia general. Las importantes lagunas de nuestros conocimientos y la existencia de una historia más contada que explicada constituían unos obstáculos. Nos ha parecido oportuno construir, muy modestamente, lo que los economistas llaman un «modelo», que nosotros nos inclinaríamos a definir más bien como un esquema explicativo. Para ello, había que precisar unos cuantos conceptos sobre los cuales sería indispensable ponerse de acuerdo, y hacer que interviniesen todas las variables de las que es difícil decir, a fin de cuentas, si son exógenas o endógenas, y, en fin, había que tomar conciencia de los nexos y alianzas que se crean en todo este conjunto. De ahí que se halle, a continuación, un detenido estudio sobre tal esquema explicativo. Ni que decir tiene que es sólo provisional y que en modo al, guno pretende ser inmutable. En la medida en que el problema había sido abordado de otros modos, nos ha parecido útil dedicar algunas páginas a
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las fuentes de que disponemos, a la manera de presentarse las mismas y a la crítica de la que debían ser objeto. Al final una bibliografía muy general, simplificada, sólo orientadora, nos permitirá no ir repitiendo aquí los títulos de las obras de referencia.
• Conceptos y metodología
inguna ciencia ni disciplina merecerían estos nombres si no dispusiesen de los medios conceptuales y metodológicos necesarios para todo análisis. No le extrañe, pues, al lector que una parte importante de nuestra larga introducción esté dedicada a tales aspectos del problema. Conviene analizar las técnicas como objeto de ciencia. Apenas sería posible hacerlo, ni siquiera y sobre todo de una forma global, si no se contara previamente, no sólo con un lenguaje apropiado, sino también con unos modelos basados en conceptos precisos. Estos modelos procuran responder a una realidad simultáneamente en el plano estático, el de las estructuras y los sistemas. y en un plano dinámico al que llamamos «progreso técnico». Es lo que nosotros vamos a tratar de hacer, después de muchos otros, cada uno de los cuales ha aportado su piedra para construir el edificio. Parece un tanto inútil repasar aquí las nociones de sistema y de estructura, siendo tan abundante la literatura relativa a ellas. Ciertamente subsisten aún bastantes incertidum-
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Introducción a la historia de las técnicas
bres sobre el contenido de estas dos nociones, que se aplican a dominios muy diferentes unos de otros. Hemos creído, sin embargo, interesante insistir un poco sobre ellas en un dominio acerca del cual no se ha hecho ningún estudio de conjunto con este enfoque. Según se ha dicho a propósito de la economía política, su introducción «parece ser el único medio que la ciencia ha encontrado hasta ahora para echar un puente entre dos clases de investigaciones demasiado a menudo separadas, cuales son la investigación histórica y el análisis teórico». Y este paso parece tanto más deseable darlo aquí cuanto que, al ser la historia de las técnicas una disciplina todavía joven, es indispensable proveerla desde el comienzo de unos conceptos bien definidos, algunos de los cuales son ya, por lo demás, objeto de controversias, y dotarla también de un riguroso método de investigación. Precisemos, con todo, que, a falta de estudios en profundidad, nos veremos obligados a mantenernos al nivel de las grandes líneas directrices y a no adornar nuestro discurso sino con muy raros ejemplos. La tarea se presenta difícil ya desde el comienzo. Nótese que el término mismo de técnica es empleado lo más frecuentemente en plural: hay técnicas textiles como las hay siderúrgicas. Hasta en los casos más sencillos, como por ejemplo en la técnica del fabricante de zuecos, se advierte en seguida que esta técnica consta de cierto número de operaciones que requieren el empleo de distintos útiles. ¿QUé decir entonces de «la» técnica del cerrajero tal como nos la describen Mathurin Jousse a principios del siglo XVII o Duhamel du Monceau a mediados del XVIII? Estas dudas manifiestan a las
Conceptos y metodología
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claras lo casi imposible que es comprender de un modo simple el objeto de nuestra investigación. Es, en efecto, muy raro que una técnica se reduzca a una acción unitaria. E incluso en este caso entra forzosamente en juego la pareja materia-energía' cuyos dos elementos están vinculados entre sí precisamente por el acto técnico, el cual casi siempre necesita un soporte. En la fase más elemental, y aun tratándose de las técnicas más primitivas, se da una combinación técnica, lo que, en las técnicas más complejas, podrá llamarse un conjunto técnico. El soporte es, en la fase más simple, un útil o un procedimiento. Abatir un árbol supone la materia prima, la materia apropiada para el uso que de ella se quiera hacer -finalidad del acto técnico-, una energía y lo que se ha convenido en llamar instrumento o instrumentos, el hacha, la sieITa, cordeles, cuñas y mazos, etc. A partir de estas pocas observaciones, nos es ya posible discernir varias nociones importantes. Y es que, de hecho, las combinaciones técnicas son de diversa naturaleza y pueden, por tanto, ser estudiadas según varios puntos de vista. Así, en la parte inferior de la escala podríamos hablar de estructuras, aunque este término sea bastante ambiguo. Trátase de una combinación unitaria. Y cabe distinguir entre estructuras elementales, como las del útil, y estructuras de montaje, como las de la máquina. Pongamos, para explicarnos mejor, algunos ejemplos. A. Leroi-Gourhan ha hecho ver que, aun en los actos elementales, se pueden distinguir unas estructuras. Ocurre así en el acto de cortar por percusión. En él pueden darse tres vías o procedimientos diferentes:
Conceptos y metodología 43
42 Introducción a la historia de las técnicas a) Rajar la madera apretando contra ella el cuchillo; el resultado será un corte preciso pero poco enérgico. b) Golpearla a bote suelto: como el de la podadera, el del hacha del leñador, el de la azuela del carpintero. Resultado: corte impreciso, pero enérgico. e) Golpear la madera accionando con un percutor compuesto, como puede serlo el escoplo con el martillo o el mazo, que reúne las ventajas de los otros dos procedimientos, lo que llamó Bachelard la «fuerza administrada». Habría que añadir el trabajo con la sierra, algo diferente de la tercera de las modalidades que acabamos de distinguir, pues se trata de un instrumento mucho más complejo, consistente en una serie de cuchillas dispuestas de tal forma que el corte logrado con ellas sea preciso y la fuerza utilizada pueda ser de una cierta potencia, superior a la del simple cuchillo. Se ha dado también el nombre de estructuras a otros complejos que, a pesar de esta complejidad. no representan más que un acto técnico unitario. Tomemos el ejemplo que pone J.-L. Maunoury: «Los rasgos definitorios de los motores térmicos se pueden dividir en dos niveles. En tanto que motores, tienen en común una función, que es la de crear trabajo; en tanto que máquinas térmicas, tienen en común el principio de funcionamiento, que es utilizar el calor proveniente de la combustión de determinados cuerpos». Partiendo de esta definición, Maunoury trata de hacer evidentes las correspondientes estructuras elementales «cuya combinación explica los distintos tipos de motores térmicos». Distingue primero dos series de estructuras: «estructuras trabajo» y «estructuras
calor». Todo se resume en el cuadro 1, que lo hará más comprensible que un largo discurso: CUADRO 1
Grupo estructural
Subgrupo
TIpo
estructural
Modo de trabajo del fluido motor
Acción Reacción
Trabajo
Rotativo Movimiento creado Alternativo
Modo de obtención del calor
Combustión Fisión
Calor Lugar de obtención del calor
FUENTE:
Interno
Externo
Maunoury, La Genése des ínnavauons: París, 1968.
Es el ejemplo perfecto de una estructura de montaje. El autor que acabamos de citar ha llegado a la conclusión que hay que distinguir unos grupos y unos subgrupos estructura-
44 Introducción a la historia de las técnicas les. Ciertamente cabría perfeccionar el modelo que se nos propone: la naturaleza del combustible y sus condiciones de empleo, que llevan a la necesidad de elementos anejos (carburador, chispa eléctrica). Cabe igualmente explicitar ciertas fórmulas y considerar la estructura misma del convertidor de energía: cilindro y pistón que, por medio de un sistema bielamanivela, puede proporcionar un movimiento rotatorio, ruedas con aletas, etc. Mucho habría que decir aún sobre las estructuras de los útiles, según el gesto técnico en que participen, según la materia sobre la que hayan de actuar, según el material de que estén hechos, según incluso las tradiciones de su forma y dimensiones. No pondremos más que dos ejemplos de ello, a la escala más simple. Hace poco, Charles Frémont, en un estudio sobre la sierra, hizo patente toda la variedad de sus tipos. Pasemos por alto la distinción entre sierras de bronce y sierras de hierro o de acero, que es evidente de por sí. Este autor había distinguido entre: a) la sierra en forma de cuchillo o serrucho; b) la sierra larga y de doble mango para que dos serradores la muevan de lado a lado; e) la sierra en arco; d) la sierra en cuadro; e) la sierra circular o de disco; f) la sierra de cinta. Reproducimos aquí (figura 1) algunos de los dibujos de podadera que figuran en el catálogo de un fabricante de este instrumento. En dicho catálogo, y para este solo utensilio, hay 106 modelos de podadera con nombres de naturaleza toponímica; esto, naturalmente, sólo para Francia. Tales variedades corresponden a la vez, claro está, a las distintas tradiciones locales y a los diferentes modos de usarse el
Conceptos y metodología 45
46 Introducción a la historia de las técnicas utensilio, según el tipo de trabajo y según la vegetación dominante. Habría que hacer estudios sistemáticos acerca de todos los útiles para conseguir unos análisis lo más finos posible. El mismo catálogo que acabamos de citar contiene análogas imágenes de hachas, de hoces y hasta de los perfiles de las hojas de hoces y guadañas. Unos repertorios de utillajes serían ciertamente bienvenidos, como lo son las colecciones de catálogos antiguos y los inventarios de utensilios conservados en los museos. Se han hecho ya algunos estudios, en el más primitivo estadio técnico, concretamente por A. Leroi-Gourhan, sobre los tipos de útiles o de instrumentos utilizados para una operación dada. La segunda noción que quisiéramos establecer es la de «conjunto técnico». Aquí pasamos a una fase diferente. En efecto, hay técnicas complejas que requieren no lo que podría llamarse una técnica unitaria, sino técnicas confluyen tes cuyo conjunto o combinación concurre a que se dé un acto técnico bien definido. Hemos tomado como ejemplo la fabricación de la fundición, de la que el esquema adjunto muestra toda la complejidad: problemas de energía, problema de los componentes -mineral, combustible, insuflado de aire-.., problema del instrumental mismo: el alto horno y sus propios elementos constitutivos (armazón, capas refractarias, fonnas). Trátase aquí de un conjunto cada parte del cual es indispensable para que se obtenga el resultado pretendido (véase la figura 3 en p. 49). Fácil sería aducir otros ejemplos en la industria química, según combinaciones de diferente tipo. Los conjuntos técnicos son, en general, mejor conocidos
Conceptos y metodología
"
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A
2.
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B
e
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Las diferentes fases de la fabricación de un
E lUCCO
F
en Cusa (Doubs).
porque la investigación tecnológica se ha interesado mucho más por ellos. Todos los manuales de tecnología nos proporcionan esquemas de los mismos muy aprovechables para el historiador. La última noción podría ser la de «fila» o línea técnica. Las líneas técnicas las constituyen series de conjuntos técnicos destinados a proporcionar el producto deseado, cuya fabricación se realiza, a menudo, en varias etapas sucesivas. El primer ejemplo, uno de los más sencillos, lo tenemos en la fabricación del zueco de madera, tal cual ha sido analizada por los investigadores que trabajan para el Museo de Artes y Tradiciones Populares (figura 2). La imagen que damos de
48 Introducción a la historia de las técnicas ella no representa más que una parte de esta fabricación: pueden verse ahí seis operaciones sucesivas, en las que se utilizan tres útiles o herramientas diferentes. Es, como bien se ve, una serie. Para el moldeado inicial, que antes se hacía a golpe de hacha, se utiliza ahora un instrumento, el martinete hidráulico, a cuyos martillo y yunque se les ha ido adaptando, con empalmes sistemáticos, diferentes útiles. Se puede complicar este esquema tomando un producto más elaborado (figura 3). De la fundición se puede ir bajando al hierro o al acero, y de ahí a la fuerza destinada a dar a la pieza su forma definitiva. Hay, pues, todo un escalonamiento de las más diversas técnicas que concurren a que funcione debidamente el complejo técnico que es la línea o «fila». Así sucede, por ejemplo, en la industria textil, en la que pueden distinguirse: a) producción de la materia prima (de origen animal, vegetal o sintético); b) preparación de esa materia para hacerla utilizable (lavaje, enfriamiento, desengrasado); e) hilatura; d) tejido; e) sucesivos aprestos, susceptibles por lo demás de integrarse a diferentes niveles de la fabricación (batanado, tundido, tinte, blanqueamiento, etc.). El estudio que acabamos de hacer sigue, salvo en el caso de los complejos o conjuntos, una línea vertical. Pero también puede concebirse que se haga siguiendo líneas horizontales. Es decir, que una misma estructura técnica puede servir para varias líneas distintas. Así ocurre, por ejemplo, tratándose de los útiles, y nosotros hemos observado que entonces un útil, de estructura dada, puede ir tomando for-
Conceptos y metodología
49
APORTACiÓN DE COMBUSTIBLE Hulla CaliOad ~
APORTACiÓN DE MINERAL Extracción Trilulildo
,-
,-
APORTACiÓN DEFUNDENTE
...selección
ElctraccKín Lavado Selección Triturado
Horr::~oque ~
Eleva~:.......
CondlJCGloo
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Enriquecimiento
APORTACION DEAIRE
YlnyllCloreS
Coqo, ~,"I"~
,"'","6'
A~R"ClOO~;:L,? ENERGíA Combusüae Coovertidores
de alfe
o;mensiones
remes Materiales Temperatura Conducción
"",.
I Escoria
I Fundición
I
G..
Recuperación '-------------DepuraciOn
3.
Un complejo técnico-el alto horno.
mas, o, más en general, aspectos diversos. Es lo que sucede, para poner ejemplos simples, con el (o los) martillo(s) y con la (o las) tenaza(s). A un nivel más complejo pasa 10 mismo. La estructura cilindro-pistón, que se utiliza, ya lo hemos dicho, en los motores térmicos, es utilizada también en las
50
Introducción a la historia de las técnicas
bombas aspirantes e impelentes y hasta en el más humilde mechero. Un conjunto técnico, una línea técnica, no pueden funcionar normalmente si no cumplen cierto número de condiciones. A grandes rasgos, estas condiciones, en la medida en que se limita uno estrictamente al dominio técnico -ya volveremos en seguida sobre esta restricción->, atañen necesariamente a cualidades y cantidades. Las interferencias entre cualidades y cantidades son, por lo demás, muy numerosas. Ante todo entre las cualidades: el trabajar con una materia dada requiere útiles de una cualidad igualmente determinada. Pero la producción de determinadas cantidades puede, asimismo, exigir unas cualidades precisas de los medios de producción. Menos marcada, la influencia de la cantidad en la cualidad es sin embargo notoria en gran número de casos. Yendo más adelante, llegamos al momento en que se establecen vínculos o alianzas. no sólo siguiendo un proceso lineal, sino también con retornos o al sesgo. Entonces, cada uno de los componentes de un conjunto técnico tiene necesidad. para su propio funcionamiento, de uno o de unos cuantos productos del conjunto. Esta relación es evidente en el ámbito de los materiales: si la siderurgia utiliza la máquina de vapor, ésta necesita un metal cada vez más resistente para soportar las altas presiones además del recalentamiento. Esta relación se da, aunque no tan evidente, en muchos otros dominios. En el esquema de producción de hierro fundido. que acabamos de dar, se ve en seguida que la fundición y el hierro son necesarios en cada uno de los subconjuntos. Se podrían multiplicar los ejemplos, complicar los esquemas, intro-
Conceptos y metodología SI duciendo, pongamos por caso, las técnicas del transporte y evocando, como acabamos de hacerlo líneas atrás, el problema de la energía. Hay casos en los que son muy estrechas las recíprocas relaciones de los subconjuntos entre sí y con el conjunto global: citemos el de la industria química. Hay otros en los que esas relaciones son mucho más vagas, más imprecisas, y,en definitiva, relativamente escasas: citemos el caso de la industria textil. Equivale ello a decir que, en el límite y por lo general, todas las técnicas son, en diferentes grados, dependientes unas de otras, y que entre ellas ha de haber necesariamente una cierta coherencia: el conjunto de todas las coherencias que a distintos niveles se dan entre todas las estructuras de todos los conjuntos y de todas las líneas compone lo que se puede llamar un «sistema técnico» (figura 4). Y las uniones o ligazones internas, que aseguran la vida de estos sistemas técnicos, son cada vez más numerosas a medida que se avanza en el tiempo, a medida que las técnicas se van haciendo más y más complejas. Tales vinculaciones sólo se pueden establecer y resultar eficaces cuando el conjunto de las técnicas ha alcanzado un común nivel, aunque también, marginalmente, si el nivel de algunas de ellas, más independientes respecto a las otras, permanece por debajo o por encima del nivel general, siendo naturalmente la segunda de estas dos hipótesis más favorable que la primera. Obtenido el equilibrio, es viable el sistema técnico. Los aficionados a los jalonamientos cronológicos pueden, pues, definir así bastantes sistemas técnicos que se han ido sucediendo en el transcurso de los siglos, y analizarlos, esto es, ir
Conceptos y metodología 53
52 Introducción a la historia de las técnicas Transportes marítimos
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