Inmanuel Kant Politica Derecho Y Antropologia

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Reinhard Brandt

Immanuel Kant Política, Derecho y Antropología

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einhard Brandt es hoy uno de los estudiosos más destacados de la obra de Im m anuel Kant en el m undo. Brandt estudió Lenguas Clásicas (Griego y Latín) y Filosofía en M arburgo, M unich y París. En el año de 1965 realizó su Disertación Doctoral con un trabajo sobre la Doctrina Aristotélica del Juicio y desde el año de 1972 se desem peña como Profesor de Filosofía en la Universidad de M arburgo. Brandt ha tenido una intensa actividad acadé­ mica en Caracas, Bloomington, Bielefeld, Padua, Venecia, Halle, Canberra, M unich, Roma (Roma III) y en la Ciudad de México. En el año de 1982 funda en la ciudad de M arburgo el Kant-Archiv al lado de W erner Stark, con quien ha desarrollado desde 1987 un intenso y brillante trabajo de edición de las Kant-Forschungen. En los diez volúm enes editados hasta ahora se han tratado en ellas diversos aspectos de la vida y obra de Kant con rigor y profundidad, constituyéndose así en un punto de referencia obligado en la investigación en torno al filósofo de Kónigsberg. La actividad editorial de Reinhard Brandt incluye, además, la reciente edición del volum en XXV de la edición de la Academia de las obras de Kant. Por lo demás, Reinhard Brandt ha editado y dedicado varias publicaciones propias a la Filosofía de la Ilustración, a la Filosofía del Derecho al igual que a la Historia del Arte y a la Estética. A lgunos de los artículos reunidos en este libro fueron presentados en el marco del Seminario La Filosofía Política de K ant que R einhard Brandt im partiera en la Línea de Filosofía Política del Posgrado de H um anidades de la U niversidad Autónom a M etropolitana-lztapalapa en el mes de julio de 1999. Este Sem inario form a parte del Programa Académico Filosofía Práctica: Tradición y Crítica que el Posgrado en Humanidades (Línea de Filosofía Política) de la U niversidad Autónom a M etropolitana-lztapalapa en colaboración con el Deutscher Akadem ischer A ustauschdienst (DAAD, Servicio Alem án de Intercam bio Académico) y el Instituto G oethe de Méxi­ co llevan a cabo desde el año de 1999. En el marco de este Programa se cuen­ ta con la participación de docentes de U niversidades alem anas de diversas orientaciones filosóficas interesados en los problem as relativos a la praxis hum ana en diversos niveles, a sus condiciones de articulación, a sus pará­ m etros norm ativos, a su marco institucional y a su crítica.

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GOETHE INSTITUI

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ISBN 9 6 8 -8 5 6 -8 5 1 -

9789688 568514

IMMANUEL KANT: Política, Derecho y Antropología Reinhard Brandt

Cita t e t a dtampo

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Q aH ta r r id o Atamán 0* lntarc«mbio Académico

Diseño de portada: Plaza y Valdés, S. A. de C.V. Immanuel Kant: Política, Derecho y Antropología Primera edición: enero de 2001 © Reinhard Brandt © Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa © daao. Servicio Alemán de Intercambio Académico © Instituto Goethe © Plaza y Valdés, S.A. de C.V. Derechos exclusivos de edición reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin autorización escrita de los editores. Universidad Autónoma Metropolitana Av. Michoacán y La Purísima Col. Vicentina, Iztapalapa, C.P. 09340 Editado en México por Plaza y Valdés, S. A. de C. V. Manuel María Contrcras núm. 73, Col. San Rafael México, D.F., C. P. 06470 Tel. 5705-56-46 E-mail: [email protected] ISBN: 968-856-851-1 Impreso en México Printed in México

ÍNDICE Prólogo

Gustavo L e y v a .............................................................................

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K ant en K ó n ig sb e rg ................................................................... I. Las sedes de la Ilustración E u ro p e a ............................... II. K ónigsberg: La ciudad. La escuela, La U niversidad . . .

43 46 51

1. 2. 3. 4.

La C iu d a d ........................................................................... La E s c u e la ......................................................................... La U n iv e rsid a d ............................................................ ¿La I g le s ia ? .......................................................................

51 63 68 75

III. K ant en K ó n ig sb e rg ...........................................................

75

1. La cultura de la le ja n ía ................................................... a) “El cielo estrellado sobre nosotros” ...................... b) Hom bres en la le ja n ía ............................................... 2. C ultura de la c e rc a n ía ..................................................... 3. Técnica y p ro d u c c ió n .................................................... 4. L ibertadores personales en la c o rp o ra c ió n .................

75 75 87 90 92 100

Sobre la Filosofía Política de K a n t........................................ I. A tenas; M ons r e a l is ...............................................................

105 108

II. Estaciones en la formación política del juicio de K a n t. . . III. El prim ado del d e re c h o ...................................................... B ib lio g ra fía ..........................................................................

119 135 149

Persona y C o s a ............................................................................. El jus omnium in omnia et omnes de Hobbes y la Teoría kantiana de la posesión del arbitrio de otra persona en el c o n tr a to .......................................................................................... I. H obbes “ Ius Om nium in om ania et om nes” ..................... II. El derecho contractual ( Vertragsrecht) de Kant: ¿una posesión de cosas (Sachbesitz) del arbitrio de otra p erso n a?......................................................................- . 1. El problem a siste m á tic o ................................................. B ib lio g ra fía .............................................................................

153

La idea rectora de la A ntropología K antiana y la determ inación (Bestimmung ) del H o m b re ....................... I. La idea rectora de la antropología en sentido pragm ático de K a n t................................................................

153 154

168 168 193

197 197

II. La determ inación del h o m b re ............................................ B ib lio g ra fía .............................................................................

207 219

El desafío de Kant ante la pena de m uerte para los duelos y el in fa n tic id io ...........................................................................

221

PRÓLOGO N a c i d o en el año de 1937. Reinhard Brandt es hoy uno de los estudiosos más destacados de la obra de Immanuel Kant en el mun­ do. Brandt estudió Lenguas Clásicas (Griego y Latín) y Filosofía en Marburgo, Munich y París. En el año de 1965 realizó su Disertación Doctoral con un trabajo sobre la Doctrina Aristotélica del Juicio y desde el año de 1972 se desempeña como Profesor de Filosofía en la Universidad de Marburgo. Brandt ha tenido una intensa actividad académica en Caracas, Bloomington, Bielefeld, Padua, Venecia, Halle. Canberra, Munich, Roma (Roma III) y en la Ciudad de Méxi­ co. En el año de 1982 funda en la ciudad de M arburgo el Kant-Archiv al lado de Wemer Stark, con quien ha desarrollado desde 1987 un intenso trabajo de edición de las Kani-Forschungen que. en sus 10 volúmenes editados hasta ahora, se han ocupado de diversos aspectos de la vida y obra de Kant, constituyéndose así en un punto de referencia obligado en la investigación en torno al filóso­ fo de Kónigsberg. Su actividad editorial incluye, además, la reciente edición del volumen XXV de la edición de la Academia de las obras de Kant. Por lo demás, Reinhard Brandt ha editado y dedicado va­ rias publicaciones propias a la Filosofía de la Ilustración, a la Filosofía del Derecho al igual que a la Historia del Arte y a la Estética.11 1 Víanse, entre otras, las siguientes obras: Dw Inierprvlution philosophisclier H'erke, Stultgarl-Bad Cannslall. 1984. D'Artagnan uncí die Urtvilstqfel. Ein

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Gustavo Ley va

En los trabajos que ahora presentamos al lector en español,2 Reinhard Brandt se ocupa de diversos aspectos relacionados con la vida y obra de Kant. En el primero de ellos, Kant en Kónigsberg, Brandt se propone establecer una relación entre la ciudad de Kónigsberg, las instituciones académicas en donde se forma el indi­ viduo llamado Immanuel Kant, con ciertos elementos de la filosofía y la concepción del mundo del filósofo autor de la Kritik der reinen Vernunft. No se trata tanto de considerar a la vida, a las institucio­ nes y a las condiciones sociales que rodearon a Kant como factores determinantes en su reflexión filosófica -com o tal vez pretendería una sociología del conocimiento de corte tradicional- sino más bien de adoptar una posición interm edia que se resiste a com prender a la teoría com o un mero efecto determ inado por condiciones sociales y culturales, pero que, al m ism o tiempo, tam poco la con­ sidera com o una entidad com pletam ente autónom a del plexo cultural y social en el que surge. Se trataría, pues, m ás bien de delinear un estado de oscilación epistem ológica en el m odo de lo “no casual”, de lo “sintom ático”, que establezca condiciones ne­ cesarias -au n q u e no su ficien tes- que perm iten hacer inteligible el surgim iento de la filosofía kantiana. En esta suerte de “sintom atología de la teoría” llam a la aten­ ción el que, com parado con otros centros de la Ilustración europea com o Edim burgo, G lasgow , París o Berlín - o incluso con H alle, G otinga o M ilán-, la ciudad de Kónigsberg muestra una serie de características peculiares. En efecto, ciertamente es común a todos estos centros el ejercicio de la crítica y el desarrollo de la Teoría del Conocimiento, de la Filosofía práctica, lo mismo que de la Filosofía

Ordnungsprinzip der europñischen Kullurgescliichte (1 ,1 , i / 4), 2. Aufl. München, 1998; D ie W irklicltkeit des Bildes / Sellen und Erkennen - Vom S piegel zum Kunslbild, München, 1999; K ritischer Kommentar zu Kants Anthropologie ¡n pragmatischer Hinsicht, Hamburg, 1999 ( - Kanl-Forschungen Bd. 10) y Philosophie in Bildern. Fon Giorgione bis Magritte, KOln. 2000. El lector encontrará al fina! de este Prólogo una lista más detallada de las publicaciones de Reinhard Brandt. 2 Con excepción del trabajo El Desafio de Kant ante la Pena de Muerte para los Duelos y el Infanticidio, todos los escritos que se recogen en este volumen son inéditos en espaflol. Véase a este respecto la Nota Editorial que colocamos al final de este Prólogo sobre la traducción de los textos que aquí se presentan.

Prólogo

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de la Religión o de la Estética. No obstante, a diferencia de lo que acontece en Francia o en Escocia, en Kónigsberg no es posible en­ contrar, por ejemplo, una ciencia de la historia ni tampoco una ciencia de la sociedad en la figura que la Sociología o la Economía habían dado a ésta en los centros de la Ilustración escocesa. Así, la re­ flexión de Kant sobre la historia asumirá la forma de una “ Idea para una historia universal en sentido cosmopolita”, según reza el título de su obra de 1784. No se encuentra aquí, sin embargo, un interés en los hechos históricos reales y en sus conexiones. No hay en Kant, pues, como se podía encontrar aun en Gassendi o en Leibniz, un interés específico en las fuentes históricas. Estas peculiaridades de Kónigsberg habrían de tener efectos también en el modo en que Kant comprende, por ejemplo, a las matemáticas y a la ciencia natural, pues, recuerda Brandt, en ninguna de estas dos discipli­ nas es posible encontrar en K ónigsberg colegas a la altura de Kant, por lo que éste carecerá de una suerte de instancia acadé­ mica que perm ita ponderar y actualizar sus afirm aciones en torno a los resultados científicos alcanzados en estas dos disciplinas. En K ónigsberg no es posible encontrar tam poco esa suerte de reconocim iento de sí mismo a través de la m irada del otro, de las otras culturas, lo que no deja de resultar sorprendente si se pien­ sa en el interés que pensadores a quienes Kant tenía en gran estim a, com o Leibniz o Wolff, tenían por culturas no-europeas com o la china. En aquel m om ento era posible detectar en ciertos sectores de la intelectualidad europea un interés por las culturas fuera del continente - y los relatos de viajeros y cronistas sobre los estragos que había traído la colonización de Am érica en par­ ticular, eran ya conocidos en aquel m omento en los sectores ilustrados de Europa. No obstante, la cultura por la que Kant orienta sus reflexiones y a la que coloca en el plan de la natura­ leza es en todo momento la europea.3 Los pueblos fuera de Europa se encuentran para él en la esfera de lo puram ente natural y se 3 Brandt recuerda que Kant se referirá, por ejemplo, a los chinos y a los indios, a los indígenas y a los negros no solamente en forma distanciada, sino incluso con abierto desdén. En este punto remite a los textos que llelmuth von Clascnapp ha reunido en Kant und die Religionen des Ostens (1954).

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hallan excluidos de la perfeclibilité , del progreso que distingue al ser hum ano de los anim ales. Kónigsberg no era tam poco un espacio propicio para la acción política ni parecía conm overse dem asiado por los acontecim ientos económ icos, sociales y políti­ cos de la época. Era más bien una suerte de enclave para el trabajo intelectual e idóneo para la observación y para una re­ flexión que no habría podido surgir, según Brandt, en París o en Londres, sino solam ente en este montt realis. En el siguiente texto. La Filosofía Política de Kant, Brandt se ocupa de los problemas de la Filosofía Política y del Derecho de Kant. La Filosofía de la Ilustración en general se encuentra permeada por problemas relacionados con el Derecho que conciernen en oca­ siones incluso a la estructura de la argumentación que se presenta en las obras centrales de muchos de sus exponentes más destaca­ dos. Baste recordar que buena parte de los filósofos de la Ilustración eran Juristas o provenían de ambientes en los que el Derecho y la Jurisprudencia desempeñaban un papel decisivo. Los padres de L eibniz y C hristian T hom asius, po r ejem p lo , eran ju ris ta s . M ontesquieu y David Hume estudiaron Derecho y Didcrot y Rousseau publicaron también trabajos sobre temas relacionados con esta disciplina—y es por ello que llama profundam ente la atención el que prácticam ente ninguno de los grandes filósofos de finales del siglo xix y del xx es Jurista o, por lo menos, m uestra una pre­ ocupación por estos tem as. Esto vale lo mismo para Friedrich N ietzschc que para Gottlob Frege, para Edmund Husserl y Martin Heidegger, lo mismo que para Ludwig W ittgenstein y Bcrtrand Russell. Brandt se propone m ostrar en el texto que ahora abor­ dam os el modo en que en Kant la política se concibe com o •‘Doctrina ejecutiva del Derecho ( ausiibende RechtslehreY'. Es aquí que se localizan las reflexiones de Kant en torno al Dere­ cho. El Derecho que es relevante para él es el Derecho Privado y el Derecho de Libertad de los ciudadanos y el Estado se conci­ be a su vez como una creación humana cuyo propósito es el de fijar en el orden de las leyes y proteger a este Derecho. Esta tarea - y es así que se ensam bla el plexo del pensam iento ju rídico y político de K an t- puede ser satisfecha solam ente en la form a

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de una República en donde los ciudadanos puedan realizar y des­ plegar su autonom ía. Uno de los puntos que Brandt busca subrayar es el modo en que las reflexiones filosóficas de Kant en torno a la política y al Derecho no pueden ser com prendidas sin el soporte sum inistrado por la m etafísica kantiana, en particular por la dicotom ía entre cosa en sí (Ding an sich) y fenóm eno ( Erscheimmg ).4 Es así que el llamado “giro copernicano*' -interpretado habitualmente por los comentaristas como un giro hacia el sujeto- se interpreta por Brandt más bien como un modo de ver de las cosas como ellas son en sí. Ello se advierte en un pasaje central del Conflicto de las Facultades en donde se propone una perspectiva en relación con el sol. Ésta es precisam ente la perspectiva de la Razón Práctica. La confusa sucesión de acontecim ientos que se presentan al es­ pectador de la historia se considera en virtud de esta perspectiva como un curso regular bajo el punto de vista de la m oralidad. Así, por ejem plo, en un acontecim iento com o la Revolución Francesa, el filósofo ve a un pueblo que busca darse una constitución con­ form e al Derecho. Se puede distinguir de acuerdo con esto entre 4 Aim más, dirá Uranül, no solamente la fundamcnlación de la Filosofía del Derecho, sino tampoco la Filosofía de la Historia ni la F'slclica pueden mantener­ se sin la distinción metafísica entre el inundas sensihilis y el niiindiis intelligibilis. En esto punto, las interpretaciones de Iirnndt se contraponen a las de otros inter­ pretes y partidarios de Kant como Jtlrgcn llahermas -cuyos esfuerzos se orientan al desarrollo de una moral en el marco de la argumentación moral en donde se diluya todo recurso a la Metafísica, es decir de una suerte de moral posmetaflsicao John Rawls -empeñado en suministrar una teoría política y no metafísica de la Justicia. Por lo demás. Iiabria que subrayar que una consideración de esta clase se orienta en una linea distinta de la recepción de Kant en el ámbito anglosajón desarrollada a partir de la influyente obra de Peter F. Strawson, The liounds o f Sense (Londres. 1966). donde se busca distinguir cuidadosamente entre una suerte de metafísica descriptiva y una metafisica idealista. I.a metafísica descriptiva analiza las condiciones de posibilidad del conocimiento a priori, de la inteligibili­ dad y coherencia de nuestra experiencia objetiva del mundo. De acuerdo con ella, no es posible tener una experiencia objetiva del mundo a no ser que se incluya en ella de modo necesario el empleo de ciertos conceptos y principios generales como los conceptos de objetos persistentes y rcidcniificablcs en el espacio o de una regla a la que estón sometidos los cambios de los objetos y las relaciones entre ellos. Esta metafisica debe ser rcformulnda. pero indudablemente mantenida. La metafisica idealista, en cambio, está constituida por un conjunto de tesis y principios por

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el carácter fenoménico de los acontecimientos y la cualidad jurídica que Ies corresponde a ellos en sí mismos. Y es en esta perspectiva de las cosas en sí mismas donde debe buscar el político una suer­ te de hilo rector en su actividad práctica y es ahí tam bién donde el filósofo podrá encontrar una escala de progreso jurídico y moral - y es éste, y no el progreso técnico y económ ico, el único en el que Kant ha pensado. En este trabajo se tocan problem as relacionados con la re­ cepción y discusión de la obra kantiana en nuestros días. Así, por ejem plo, Brandt subraya en el curso de una discusión con Volker G erhardt que no hay en Kant lugar para una concepción de la política que corte el vínculo indisoluble que ésta m antiene con el D erecho.s La acción política, la reflexión político-ciudadana es­ tán dirigidas a priori por un concepto del Derecho. De acuerdo con esto, las determ inaciones a priori del D erecho contienen ya la solución de aporías políticas, de modo que la teoría pura del Derecho sum inistra orientaciones abarcantes que el político debe realizar en la práctica, sin orientar su acción por la tradición ni por cálculos racionales en el m arco de una lógica de la prudencia y utilidad políticas. Se plantea aquí de nuevo aquel problem a de la methexis que tanto ocupara a Platón y quien, por lo demás, marcara profundamente las reflexiones de Kant en torno a la polítidemás oscuros cuyo núcleo básico puede ser ubicado en aquella tesis según la cual la naturaleza, el mundo objetivo, no son sino fenóm enos que en tanto que tales existen solamente en relación con el sujeto y las facultades de conocimiento de éste (cfr.. por ejemplo. K r \\AI25 y ss.). l-n esta metafísica idealista, la posibilidad de la experiencia objetiva habrá de estar dada por la necesaria referencia de ésta al sujeto, donde éste, a su vez. habrá de ser concebido al mudo de una suerte de fuente de ciertas formas a priori articuladas en diversas facultades cognitivas de cuya actividad y relación mutua habrá de resultar el mundo de los objetos de nuestra experiencia, mismos que. finalmente, se encontrarán por ello necesariamente referidos a ese sujeto capaz de conocerlos solamente en tanto que fenóm enos, pero que también, no obstante, podrán ser pensados sin relación con él como cosas en si, tesis todas éstas articuladas y relacionadas entre si en forma estrecha y expresadas en un lenguaje de matices psicologistas que dificulta la cabal com­ prensión de la argumentación kantiana y se convierte en un fardo por eliminar a fin de que la metafísica descriptiva pueda sostenerse y rcformularsc por si misma. * C fr., Gerhardt, Volker, tmm anuel Kants E ntw urf "Zum ewigen Frieden". Eine Theorie der Polilik. Darmsladl. 1995.

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ca, especialmente desde los años setenta. Es claro, no obstante, que se trata de una suerte de platonismo invertido en el que solamente la ley formal de la voluntad libre determina desde sí misma a su objeto y convierte a la volonté générale en escala suprema de la polis. Es así que Brandl analiza la distinción y el enlace entre la D octrina pura y la Doctrina empírica del Derecho. Kant distingue entre: i) la determinación del Derecho como una idea, iij la Doctrina empírica del Derecho ( empirische Rechlslehre), que participa de esta idea, y iii) la Doctrina del Derecho meramente empírica ( blofi empirische Rechlslehre), que se orienta irreflexivamente sólo por la experiencia. Es en esta distinción que se comprende la división entre el Derecho, la Política como Doctrina ejecutiva del Derecho ( ausiihende Rechlslehre) y la Política meramente empírica ( blofi empirische Politik) en la que el político ha disociado su acción de todo criterio racional suministrado por el Derecho y la ha subordina­ do a un cálculo utilitario y/o a determinaciones provenientes de la tradición. Esta distinción plantea, sin embargo, un problema central: el de la necesidad de un tránsito sistemático del Derecho puro al Derecho empírico, como aquel que en la Filosofía teórica se reque­ ría para el tránsito de la M etafísica de la Naturaleza a la Física. Brandt expresa en este punto su convicción de que Kant no ha su­ ministrado este tránsito y desarrolla la reflexión de su necesidad sólo después de la publicación de la Doctrina del Derecho (1797). A pesar de ello, es posible encontrar en la propia Doctrina del Dere­ cho una reflexión sobre este problema en el apartado titulado “ De la adquisición subjetivamente condicionada mediante la sentencia de una jurisdicción pública", lo mismo que en el “Tercer Apartado” del Derecho Privado. En éste se tratan cuatro casos en los que la pre­ gunta de la razón. ¿Qué es justo en sil entra en colisión con la pregunta que se plantea ante y por un tribunal real: iQué es justo1 (rechtens).6 De acuerdo con esto, la pregunta por y la rem isión a “ lo ju sto en sí" no puede jam ás diluirse. Lo que acontece más '' Véase a este respecto. Metaphysik der Sitien, en VI 296-305. Las obras de Kant se citan de acuerdo con la edición de la Academia (Akademie-Ausgahe) de los Gesammelten Schriften. Berlín, 1900 y ss.. indicando a continuación solamente el número del volumen y de !a(s) página(s).

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bien es que “ lo ju sto en sí” no puede ser com pletam ente realiza­ do bajo condiciones em píricas y se transform a por ello en “ lo ju sto ” bajo condiciones estatutarias-positivas. Así, en los aparta­ dos concernientes a “ Del Contrato de Donación”, “ Del Contrato de Préstam o". “ De la readquisición de una cosa perdida” y “De la adquisición de la seguridad m ediante prestación de ju ram en ­ to ”, se analiza el modo en que dos ju icio s se oponen entre sí -a lg o que se conoce ya desde la Tragedia griega: por un lado, el ju ic io de la ley de la n aturaleza no escrita (lo ju sto en si) y, por el otro, el ju icio del Estado que convierte al seguim iento de una ley u orden promulgados en obligación positiva (lo justo). Kant traza dos líneas: por un lado, la del ju icio de la razón del Derecho N atural y, por el otro, la de las coerciones de la regula­ ción estatal, positiva, subrayando una contradicción que no podrá ser jam ás superada. El ciudadano debe ajustarse al orden positi­ vo del Derecho aunque sin dejar de lado jam ás la referencia a lo que es ju sto en sí mismo. Finalm ente, Brandt aborda en este mismo escrito el problem a central del aseguram iento de que estas reflexiones sobre el De­ recho no constituyen una mera fantasmagoría ideada por la mente del filósofo. Para responder a este problem a, anota Brandt, Kant debe m ostrar que la razón pura no es ajena al mundo, que la naturaleza se orienta en el mismo sentido delineado por el filóso­ fo desde la perspectiva de la razón pura. Así, aunque la razón práctica pura perm anezca en su deber categórico, realiza, sin em bargo, una concesión fundada en la propia razón pura bajo la forma de una ley perm isiva (Erlaubnisgeselz). La Razón Prác­ tica pura perm ite de este modo un aplazam iento del deber categórico si la realización inmediata de aquello que es necesario jurídicam ente no es posible. Así, la política adquiere un margen para actu a re n forma correspondiente a las circunstancias histó­ ricas. Es posible entonces para el político renunciar en ám bitos y en ciertos m omentos a la imposición inmediata del Derecho y a la supresión de la injusticia existente -sin caer ni en la paraliza­ ción práctica ni tam poco en el oportunism o o en la com placencia con lo fácticam ente existente. Esta perm isión, no obstante, es

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válida sólo bajo la idea de que los esfuerzos se dirijan realm ente a largo plazo hacia la realización del Derecho. Este problem a habrá de responderse tam bién por la via de una reflexión sobre la naturaleza -p re se n ta d a paradigm áticam ente en la Kritik der Urteilskraft—que asume una herencia estoica y perm ite consi­ derar a la naturaleza de un modo que garantice el buen térm ino de la política determ inada por la razón. La naturaleza se convier­ te asi en una suerte de garante de la realización del Derecho y la praxis puede contar de entrada con ese punto de encuentro -p ro ­ yectado en una aproxim ación infinita, acaso nunca realm ente a lcan zad a- de la naturaleza y la m oral. En el ensayo Persona y Cosa. El 'jus omnium /'// omnia et oinnes ” de Hobbes y la Teoría kantiana de la posesión deI arbitrio de otra persona en el contrato , Brandt realiza un aná­ lisis del modo en que Kant - e n el Segundo C apítulo del Derecho Privado de los “ Principios M etafísicos de la Doctrina del Dere­ cho’ - sum inistra una fundam enlación especial de la adquisición de lo Mío y Tuyo exterior tanto en el Derecho de cosas o Dere­ cho real, com o en el D erecho con tractu al y en el D erecho dom éstico. Sin em bargo, y es esto lo que trata de m ostrar este trabajo, en el parágrafo §2 se enlazan estas tres clases en el único “ Postulado Legal de la Razón Práctica con respecto no a la Adquisición sino al Tener de lo Mío y Tuyo e x te rio r’. La ley perm isiva ( Erlaubnisgesetz) que ahí se formula autoriza a “ im­ poner a todos los otros una obligatoriedad, que ellos de otro modo no tendrían, de abstenerse del uso de ciertos objetos de nuestro arbitrio porque nosotros los hemos tom ado antes en posesión” . El problem a es cómo puede tener validez este Postulado, ya no solamente para las cosas en el marco del Derecho de cosas o Dere­ cho real, sino también para los participantes en el contrato -e n el Derecho con tractu al- y para los convecinos -e n el Derecho do­ m éstico. En este an álisis Kant se verá conducido a aporías cuyo origen Brandt se propone elucidar. Para ello se ocupa en primer lugar del jus omnium in omnia et omnes y de la teoría de la posesión del arbitrio tal y como aparecen en las reflexiones de Thom as Hobbes e Inimanuel Kant, respectivam ente. En ambos

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casos se plantea el problem a de la posesión ju ríd ica del arbitrio de otra persona y de su estado ( Zustand) en la form a de pose­ sión de una cosa, con lo que el carácter de persona se suprim e por completo. En el caso de Hobbes, la adscripción del Derecho a los hom­ bres individuales y a sus acciones se suprim e a sí misma porque todo individuo singular tiene un Derecho a todo, es decir, también al D erecho de todo otro individuo y, a la inversa, su pretendido Derecho está siem pre ya en la posesión jurídica de cualquier otro individuo. La diferencia entre persona y cosa desaparece por m edio del carácter contradictorio del pretendido jus onmium in omnia. El sujeto individual se convierte en cosa y se elim ina con ello com o persona, con lo que se destruye el teorem a fundam en­ tal del Derecho N atural de Hobbes, pues éste depende de una diferencia entre omnia y omnes que a la vez destruye. En el caso de Kant, Brandt llama la atención sobre el hecho de que la exposición del “ D erecho Privado” que se ofrece en la Metafísi­ ca de las Costumbres inicie con el análisis “ Del modo de tener algo exterior como Suyo” y no con el de “ Del modo de adquirir algo exterior”, pues ya en la Introducción se había señalado que, a diferencia de lo Mío in te rio r-q u e es siem pre innato y no adqui­ rido, lo que tengo por naturaleza como la libertad innata, mi honor y mi cu e rp o -,7 lo M ío exterior era lo susceptible de ser adquirido y era solam ente de él que debía tratar el Derecho Privado. El análisis del Derecho Privado debía iniciar, de acuerdo con esto, con el tratam iento “ Del modo de adquirir algo exterior” . No obs­ tante, en lugar de ello com ienza con un análisis del Tener. De acuerdo con Brandt, es precisam ente esta inversión del Tener y la Adquisición en el ámbito de lo Tuyo y Mío exterior lo que cons­ tituye la peculiaridad de la “ Doctrina del Derecho” que conducirá a Kant a aporías decisivas. Buena parte del análisis de Brandt está dedicado a la proble­ m ática del Derecho C ontractual. En éste se distinguen tres clases de objetos de lo Mío y Tuyo exterior que reaparecen tanto en el 7 Cfr Metaphysik der Sitien, VI, 238 y 248.

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análisis del Tener como en el del Adquirir: en prim er lugar, las cosas a las que podem os tener un Derecho de propiedad; en se­ gundo lugar, el arbitrio del otro y, finalm ente, en tercer lugar, el estado ( Zustand.) de otra persona respecto a Mí. Llama la aten­ ción en este análisis el modo en que el Derecho Contractual se concibe en un prim er m omento como la posesión juríd ica que tiene el socio contractual sobre el arbitrio del otro socio contrac­ tual; posteriorm ente, en un segundo momento, sin em bargo, esta posesión del arbitrio se interpreta com o posesión de una cosa. Es en este punto, según Brandt, que se advierte el modo en que Kant fracasa por las prem isas de su propia teoría llegando a un resultado que es análogo al del ju s in omina et omnes de Hobbes. En efecto, si la posesión ju ríd ic a del arbitrio de otro está som eti­ da a las m ism as condiciones del postulado desarrollado en §2 com o lo está la posesión de cosas, entonces lo M ío y lo Tuyo interior se suprim en y la persona pasa a convertirse en una cosa que se encuentra en posesión com ún antes de todo acto de ad­ quisición. Kant parece así identificar equivocadamente lo Exterior en general {das Áufiere schlechthin) (las cosas) con lo exterior sólo para otros (lo Mío interior de toda otra persona) y en su análisis subsume subrepticiam ente al segundo bajo el primero. Encontram os aquí una construcción distinta de la de, por ejem ­ plo, A chenw all,8 para quien la persona está provista de un D erecho N atural de soberanía que en Kant se encuentra en la forma de lo “ Mío interior” . Achenwall distingue en forma estric­ ta entre cosas y personas. El contrato no se concibe en él en térm inos jurídicos de propiedad -co m o lo hace Kant y, antes de él, Grocio. Este Derecho no es por ello un Derecho Real, de cosas, sino siem pre un Derecho de personas, un ius persónate. Ahora bien, la pregunta verdaderam ente relevante es la de cóm o Kant pudo desarrollar una propuesta sem ejante, que con­ tradice en último análisis a sus propias prem isas. A este respecto, * * No puede ser dejad» de lado la relevancia del Jurista de Gotlinga Gottfricd Achenwall (1719-1772) en las discusiones en torno a la Filosofía del Derecho de Kant. En efecto, las Lecciones sobre Derecho Natural impartidas por Kant toma­ ban como base el manual Elementa inris naturae de Achenwall. aparecido en 1750.

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Brandt señala, por un lado, el hecho de que Kant unifica el Dere­ cho de Personas y el Derecho de C osas o D erecho Real en el D erecho de posesión ( Besitzrecht) y puede explicar por ello a partir de este concepto el Derecho en su totalidad. N o obstante, ya en el “ Prim er C apítulo” va más allá y convierte a la posesión de cosas en el punto común de convergencia - e n una dirección hasta cierto punto inversa a la de Locke, quien se proponía transform ar el Derecho de Cosas o Derecho Real en un Derecho de Personas. Kant se afanará así por desarrollar el Derecho Priva­ do en su totalidad a partir de un concepto y por no dejar al D erecho de Personas y al Derecho de Cosas o Derecho Real separados, desvinculados el uno del otro, como era el caso en el ya m encionado Achenwall. Por otro lado, es preciso m encionar razones sistem áticas en la com posición y argum entación de la obra. En efecto, el “ Prim er C apítulo” se propone construir un puente entre el Derecho Privado y el Derecho Público. Era pre­ ciso por ello concebir al Derecho Privado do modo tal que pudiera enlazarse con el Derecho Público y evitar con ello vacíos y en­ claves jurídicos que pertenecerían al Derecho Privado, pero por los cuales el Estado no podría ser considerado com o responsa­ ble. Es preciso destacar además, finalm ente, que el análisis de Kant está orientado a m ostrar cómo la voluntad universal es ne­ cesaria para resolver las aporías del Estado de N aturaleza. Esta voluntad universal se concibe al modo de una unidad de los actos singulares de aprehensión y apropiación, de una suerte de unidad legal de los actos singulares de arbitrio bajo leyes universales. Conform e a estas leyes de la voluntad universal, todos limitan por igual su propia libertad y son por ello mismo los propios auto­ res de esta restricción de la libertad que an terio rm en te era unilateral y ahora es om nilateral, universal. La concepción y el análisis que se ofrezcan del Derecho Privado tienen que ser por ello de tal suerte que en éste quede delineada la posibilidad de la unidad sintética de los actos singulares de arbitrio en las leyes estatales. Así, en la Doctrina del Derecho, la posesión es la que representa a lo vario de la aprehensión provisional como necesa­ rio para la form ación de la voluntad del Estado.

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Brandt considera importante remitir a este planteamiento antihobbesiano y antirousscauniano. porque una amplia corriente de intérpretes parece negar el enlace del Derecho Público con el Dere­ cho Privado en Kant. En efecto, en la argumentación kantiana no se dice cómo debe garantizarse que el procedimiento de la legislación esté vinculado con los elementos suministrados previamente por el Derecho del I lombre ( Menschenrechl) o por el Derecho Privado. N o hay en el texto ninguna teoría ni ninguna prueba de este enlace. Es así que Kant. por ejemplo, no reflexionó en torno a una suerte de cuarto poder que pudiera encargarse de vigilar que las leyes fueran también conformes con el Derecho Natural. Sin embargo, de acuer­ do con Brandt, es claro que Kant quería enlazar el Legislativo a elementos suministrados por el Derecho Privado o por el Derecho Natural y que veía en ello precisamente una ganancia en la legalidad (Reclitlichkeil) en relación con I lobbes y Rousseau - y en este pun­ to Brandt se distingue de las propuestas que desean llevar a Kant a la cercanía de I lobbes (Julius Ebbinghaus) o a la de Rousseau (Jiirgen I labermas e Ingeborg Maus). Por lo demás, Brandt señala que la rcinterprctación del Legislativo kantiano en dirección de una institu­ ción de justicia procedural autónoma era algo extraño a Kant. Esta reformulación fue preparada en realidad por el Neokantismo, para el cual se suprimen datos previos suministrados de antemano, en gene­ ral todo lo "dado", con lo que la teoría del conocimiento se convierte en un método a p. iori puro, en un procedimiento que crea al conoci­ miento v e la d e ro y, para el caso que ahora nos ocupa, a las relaciones justas. En el marco de esta rcinterpretación de la filosofía de Kant se puede diluir el Derecho Privado como instancia que enlaza la crea­ ción del Derecho con el Estado y suministra así con anterioridad al propio órgano estatal de la creación del Derecho algo que no provie­ ne del procedimiento. En este punto Brandt expresa su convicción de que Kant apostó más bien por una suene de radicalización de la Aufklartmg que enlazara al Legislativo con la preservación y defen­ sa exclusiva del Derecho Privado y de los Derechos I lumanos. En el siguiente trabajo, La idea rectora de la Antropología Kantiana y la determinación (Bestimmung) del Hombre. Brandt intenta aclarar cuál es el tema unitario que estructura a la "A n-

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tropología en sentido pragm ático” . En su detallado com entario a esta obra, Brandt señala que no ha habido hasta hoy un debate sig­ nificativo entre partidarios y oponentes de la Antropología kantiana. Aún más, no habia hasta ahora un estudio dedicado especifícamente a esta obra. La reseña que le d e d ic a ra S c h le ie rm a c h e r en Atheitaeum term inó m ás por apartar que por acercar al público especializado a la lectura y estudio de esta obra.9 Ya el Treatise o f Human Nature de David Hume se había propuesto avanzar en el program a em pirista de crítica y destrucción de la filosofía racionalista y sustituir a ésta m ediante la science o f man. Es bajo la influencia de Hume que Herder expresaría su conviccción de “ traer de vuelta la Filosofía a la A ntropología” . Este desiderá­ tum se prolongará hasta los Grundsütze der Philosohie der Zukunft (1843) de Ludw ig Feuerbach. No obstante, la A ntropo­ logía kantiana no posee un objetivo de carácter em pírico; se caracteriza m ás bien com o “pragm ática”. Estam os aquí frente a una “Enciclopedia de la filosofía kantiana sobre un plano em píri­ co” (B randt) que no está integrada en el propio sistem a de la filosofía trascendental, que no fundam enta estructuras a priori de carácter universal, sino que m ás bien las retom a de las discipli­ nas filosóficas correspondientes y se coloca a su lado procurando elucidar sus problem as en la dim ensión propia de una disciplina estrictam ente em pírica y sum inistrando algunas enseñanzas do­ tadas de una universalidad siem pre de carácter em pírico. De este m odo, pese a estar concebida en form a sistem ática y com o ciencia, la A ntropología pragm ática es m ás bien una disci­ plina em pírica. N o obstante, es preciso determ inar la idea rectora que la organiza. B randt recuerda a este respecto los problem as en la organización y transm isión del texto, pues disponem os del m anuscrito H (que es un m anuscrito en lim pio de Kant que com-

9 Friedrich Schleiermacher, Anthropologie von Immanuel Kant, aparecida en Athenaeum 2, 1799, 300-306. Veáse para lo que a continuación sigue: Reinhard Brandt, Kommentar zu Kants Anthropologie in pragm atiseher Hinslcht (1798), Kanl-l-'orschungcn, herausgegeben von Reinhard Brandt und Wemer Slark, Bd. 10, Félix Meiner Verlag, Hamburg, 1999.

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prende prácticam ente el texto com pleto de la impresión del otoño de 1798 y que se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de R o sto ck ), de la primera edición de 1798 y de la segunda de 1801, donde las transform aciones de esta última respecto a la prim era no parecen provenir de la pluma de K ant.101Aunque parece que Kant no dispone de una idea unitaria que vertebre a la reflexión desplegada en esta obra, la fórm ula que emplea para del im itar su tem ática -e s to es, la de “ lo que el hombre hace o puede y debe hacer de sí m ism o"- deja entrever la tríada de realidad, posibili­ dad y necesidad. Así, en un com ienzo aparece la Psicología em pírica de Alexander Baum garten; posteriorm ente, se advierte un giro pragm ático y a continuación se agrega, finalm ente, una reflexión inspirada en la idea de la perfectibilidad del hom bre en la línea de Jean-Jacques Rousseau. Este giro pragm ático opera entonces un desplazam iento desde una Psicología centrada en el yo hacia el análisis de los contextos sociales y de las acciones de los individuos en el m arco de estos contextos. El yo se desplaza hacia el teatro del m undo, hacia el escenario de su acción social. Y es aquí que se plantea la pregunta por la determ inación ya no solam ente del individuo, sino de la hum anidad en su totalidad, de la hum anidad com o idea de una unidad histórico-sistem ática. “ El hom bre” dirá Kant, “está determ inado por su razón a es­ tar en una sociedad con hom bres y a cultivarse, a civilizarse y a m o ra liz a rs e ( sic h ...zu cu ltiviren, zu c ivilisire n und zu moralisiren) en ella m ediante el arte y las ciencias [...Jen forma activa ( ihüfig) en lucha contra los obstáculos [...] por hacerse digno de la hum anidad” ;*1y quizá esto, señala Brandt con razón, pueda ser considerado en realidad com o una suerte de com pen­ dio resum ido de la filosofía kantiana en su totalidad. El origen de la Antropología se comprende así en una forma estoico-teleológica

1,1 Todo esto planteaba una serie de problemas filológicos y de interpretación que hacían necesario un comentario detallado de esta obra. Ésta es una de las tareas que acometió Brandt en los últimos años. El resultado es el ya citado e imponente comentario a la Antropología realizado por Brandt (véase la nota anterior). 11 Anthropologie m pragmatischer Hinslcht. Vil. 3 2 4 -3 2 5 .

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v el punto en el que desem boca es de carácter estoico-rom ano. Según esto, el hombre es un ser para la acción. Es por ello que la que a prim era vista parece la pregunta antropológica central - a saber: “¿Q ué es el hom bre?”- queda excluida de la reflexión antropológica kantiana para aparecer en lugar de ella la cuestión en torno a la determinación del hom bre en el sentido en que esta palabra se em plea en el lenguaje filosófico alem án por lo menos desde M endelssohn. En efecto, la determ inación del hom bre es su em ancipación gradual de la naturaleza y el despliegue gradual de su autonomía moral. ‘•Determinación” significa entonces no sola­ mente “determinación (determinado)", sino también “destinación (destina/io) ”, destino. De acuerdo con Kant, este destinó no es sólo el del individuo singular -com o lo subrayara Mendelssohn contra Thom as A b b t- sino el de la hum anidad en su totalidad - y es aquí que se asum e la idea rousseauniana de la perfectibilidad del gé­ nero hum ano. Aquí no se trata más solam ente del individuo; tam poco del hombre en el interior de la polis ni incluso en el seno de una kosmópolis -com o lo desearan los estoicos em peñados en concebir al hom bre com o ciudadano cosm opolita de una societas generis lutmani ilimitada. Se trata ahora de la especie humana en toda su proyección histórica, considerada como una unidad en el horizonte temporal que está determ inada, destinada, a realizar la autonom ía en el marco jurídico-legal de un Estado de D erecho. Finalmente, en el último ensayo, El Desafio de Kant ante la Pena de Muerte para los Duelos y el Infanticidio, ya conocido por el lector en esp añ o l,12 se presenta y discute una interpreta­ ción de las incursiones que Kant realizara en el ám bito del D erecho Penal en el marco del análisis del castigo previsto para

15 En Roberto R. Aramayo/ Faustino Oncina (comps), Ética y Antropología: un dilema kantiano. En los bicentenarios de tu Antropología en sentido pragmá­ tico (171)8) y la Metafísica de las Costumbres (1797), Editorial Contares. Grana­ da, 1999. Agradecemos a Roberto R Aramayo y al profesor Rcinhard Urandl el habernos permitido incorporar este trabajo al presente volumen. A la traducción de Aramayo se le lian hecho solamente ligeras modificaciones basadas en la lectura cuidadosa de la versión original en alemán.

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el asesinato en un duelo, así com o para ciertos infanticidios. En este análisis se pone en el centro de la discusión la im portancia de una disciplina como el Derecho Penal que en los debates ac­ tuales dentro de la Filosofía del Derecho ha sido relegada o por lo menos desatendida. En el tratam iento de Kant, lo que enlaza al asesinato del rival en un duelo y el infanticidio de un hijo ilegítimo es el punto de honor de estos dos “estam entos” : el de los oficia­ les y el de las m ujeres. Así, el que un m iembro de uno de tales “estam entos” pierda su honor pone en tela de ju ic io al honor del estam ento en su conjunto. En estos casos se pretiere el honor a la vida pues, para los que forman parte de estos “estam entos” , sin ese honor su vida carece de todo valor y un tribunal civil no es com petente en cuestiones de honor. En todos los trabajos que presentam os ahora al lector en es­ pañol se advierte, diremos para concluir, un cuidadoso análisis de los textos kantianos en el que la historia social e intelectual, la filología, el trabajo interpretativo, una lectura rigurosa con pro­ puestas novedosas y a la vez sólidam ente justificadas, se enlazan para entregarnos reflexiones sobre la obra de Kant y a la vez sobre el presente que son, estoy seguro, im prescindibles para continuar pensando con el filósofo de Konigsberg.

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Gustavo Leyva

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Prólogo

33

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La belleza de los cristales. Reflexiones sobre la Critica del Jui­ cio de Kant, en Filosofía, política y estética en ¡a Crítica del Juicio de Kant, hrsg. von D. Sobrevilla, Lima, 1991, 18320 1 . V e rsió n a le m an a : Die Schonheit der K ristalle. Überlegungen zur Kritik der Urteilskraft, en G. Riconda, G. Ferretti, A. Poma (Hrsg.), Giudizio e Interpretazione in Kant, Genova, 1992,117-137. R eseña de, J. Nervada, Historia de la ciencia del derecho natural, P a m p lo n a , 1987, en Archiv fü r Rechts- und Sozialphilosophie 77, 1991, 559-560. Von der Hermeneutik zur Interpretation, en Vom Umgang mit

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Prólogo

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Hermann Cohén - Eine Marburger Ausstellung, en Hermann Cohén (1842-1918). K antinierpret - Begründer der "Marburger Schule" - Jüdischer Religionsphiiosoph , hrsg. von F. O rlik, M arburg, 1992,4-7.

Die englische Philosophie ais Ferment der koittinentalen Aufkldrung , en Europáische Aufklarung(en). Einheit und nationale Vielfalt, hrsg. von S. Jültner und J. Schlom hach, Ham burg, 1992,66-79. Reseña, (con A. V. Ilartm ann) de, Stephen R. Munzer. A Theory o f Property, C am bridge, 1990, en lus Commune 19, 1992, 316-321. Reseña de, Damian Hecker. Eigentum ais Sachherrschaft. Zur

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Saturn und Melancholie. Oder: Die Reflexión des Bildes "Un Filósofo ” , en Deutsche Zeitschrift fü r Philosophie 41, 1993,54-59.

Raum und Zeit in der "Transzendentalen Ásthetik " der Kritik der reinen Vernunft, en, Rehabilitierung des Subjektiven. Festschrift fü r Hermann Schmitz, hrsg. von M. GroBheim und H.-J. W aschkies, Bonn, 1993,441-458.

Philosophisches Denken - Politisches Wirken. HermannCohen—Kolloquium Marburg 1992, hrsg. von R. Brandt und F. Orlik, Hildesheim -Zürich-N ew York, 1993.

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Gustavo Leyva

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Gerechtigkeit bei Kant, en Jahrbuch fü r Recht und Ethik I, 1993, 25-44. T raducción española: “La justicia en Kant", en, Daimon 7, 1993, 19-33. R e s e ñ a d e : Ingeborg Maus. Zur A u fkld ru n g der Demokralietheorie. Rechls- und demokratietheoretische Oherlegungen im Anschlufi an Kant, Frankfurt, 1992, en Rechtshistorisches Journal 12, 1993, 202-209. Kants Anthropologie. Die Vorlesung, en Allgemeine Zeitschrift ju r Philosophie, 19, 1994, 41 -49. Rousseau und Kants "Ich denke", en Kant-Forschungen V, Ilam burg, 1994, 1-18.

Die Schdnheit der Kristalle und das Spiel der Erkenntniskráfte. Zum Gegenstand und zur Logik des asthetischen Urteils bei Kant, en Kant-Forschungen V, Hamburg, 1994, 19-57. ( Erweiterte Fassung der Publikation Genua 1992, s. o.). Strukturen der europaischen Kulturgeschichte, en Merkur 1994,358-363. Reseña de: Hermann Schmitz, Was wollte Kant?, Bonn, 1989, en Kant-Studien 85, 1994, 88-91. Das Sammeln der Erkenntnis, en Macrocosmos in Microcos­

mo. Die Welt in der Stube. Zur Geschichte des-Sammelns 1450-1800, hrsg. von A. G rote, O pladen, 1994, 21-33. Ausgewahlte Probleme der Kantischen Anthropologie, en Der ganze Mensch. A nthropologie und L itera tu r im 18. Jahrhundert, hrsg. von H.-J. Schings, Stuttgart-W eim ar, 1994,14-32.

Vernunft bei Kant, en Vernunftbegriffe in der Moderne. Stuttgarter Hegel-Kongrejl 1993, hrsg. von H. F. Fulda und R. P. H orstm ann, Stuttgart, 1994,175-183.

Prólogo

37

Historisch-kritische Beobachtungen zu Kants Friedensschrift, en Politisches Denken. Jahrbuch 1994, 75-102. T raduc­ ción polaca en, Immanuel Kant, Zum ewigen Frieden, hrsg. von Jan Garewicz und Barbara M arkiewicz, Warschau, 1995, 80-107. N ueva impresión en Zum ewigen Frieden, hrsg, von R. M erkel und R. W ittm ann, Frankfurt, 1996, 31-66. Tra­ ducción española en La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustración, ed. R. R. Aramayo et alii, Madrid, 1996, 31-64. Kants "Paradoxon der Melhode", en Veri tas filia temporis?

Philosophiehistorie zwischen Wahrheit und Geschichte, hrsg. von R olfW . Puster, Berlín und New York, 1995, 206216.

Das Problem der Erlaubnisgesetze im Spatwerk Kants, en: K lassiker A uslagen - Im m anuel Kant, Zum ewigen Frieden, hrsg. von O. Hóffe, Berlín, 1995, 69-86 (gekürzte Fassung von: Das Erlaubnisgesetz, oder: Vernunft und Geschichte in Kants Rechtslehre, 1982). Vom Weltbürgerrecht, en Klassiker Austegen - Immanuel Kant. Zum ewigen Frieden, hrsg. von O. Ilóffe, Berlín, 1995, 133148.

Beobachtungen zum Erhabenen bei Kant und Hegel, en Das Recht der Vernunft. Kant und H egel über Denken, Erkennen und Handeln, hrsg. von C. Fricke u. a., Stuttgart, 1995,215-228.

Ein problem atischer Absatz im “Ersten Stiick" von Kants "Religión innerhalb der Grenzen der blojien Vernunft", en Trascendenza. Trascendentale. Esperienza. Studi in onore di Vittorio Mathieu, Rom, 1995, 337-349. Presentazione, en Daniela Falcione, Natura e liberta in Kant. Una presentazione del progetto Per la pace perpetua (1795), Rom , 1995, 7-25. Gerechtigkeit und Strafgerechtigkeit bei Kant. en, Kant in der Diskussion der Moderne, hrsg. von G. Schónrich und Y. Kato, Frankfurt, 1996,425-463.

Der Künstler ais Philosoph. Rembrandts “Aristóteles und die Biiste des Homer", en Neue Ziircher Zeitung , 2.-3. M arz

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Aux origines de la philosophie kantienne de l'h isto ire: l ’anthropologie pragm atique , en Revue germ anique internationale 6, 1996, 19-34. Quem fa ta non ducunt, irahunt. en Kritisches Journal der Philosophie 1, 1996, 61-86. Traducción española en, Es­ critos de filosofía (Buenos A ires) 16 (32), 1997, 3-34. R eseña de, Kant, Kritik der Urteilskrafi, hrsg. von M anfred Frank und V éronique Zanetti, Frankfurt, 1996, en FAZ vom 28. 11.96.

Europa in der Reflexión der Aujklarung, en P olitisches Denken. Jahrhuch 1997, 1-23. Vernunfirecht und Zeit bei Kant, en Recht zwischen Natur und Geschichte. Le droit entre nature et histoire. Deutschfranzósisches Symposion [...], hrsg. von Jean Frangois Kervégan und Heinz M ohnhaupt, Frankfurt, 1997,45-72.

Einige Anmerkungen zur Kant-Lektüre Lyotards, en Das achtzehnte Jahrhundert. M itteilungen der Deutschen G esellschaft fiir die E rforschung des achtzehnten Jahrhunderts 21, 1997, 112-117. John Locke: Zur Sprachphilosophie. (Zusam m en m it H einer F. K lem m e), en John Locke: Essay über den menschlichen Verstand, hrsg. von UdoThiel, Berlín, 1997,169-184. Antwort a u f Bernd Ludwig: Will die Natur unwiderstehlich die Republik?, en Kant-Studien 88, 1997, 229-237. Immanuel Kant, Gesammelte Schriften Bd. XXV , hrsg. von R. B randt und W . Stark, Berlín, 1997.

Prólogo

39

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Der weltbekannte Sonderling watschelt a u f dem Boden der Talsachen. Zoospaziergang mit Kant: Umberto Eco verláfit a u f der Spur des Schnabeltiers das Gehege der weltlosen Semiotik, en FAZ vom 24. M árz 1998, Seite L 26. Kant-Studien 90, 1999, 232-238. Zur Logik des asthetischen Urteils, en Kants Ásthetik. K ant’s Aesthetics. L 'esthétique de Kant, hrsg. von Hermán Parret, Berlín - New York, 1998,229-245.

Das Ganze gut schütteln. Reseña de Immanuel Kant, Übergang von den M etaphysischen Anfangsgründen der Naturwissenschaft zur Physik, hrsg. von Ingeborg Heidemann, Hildesheim 1997, en FAZ vom 10.11.1998, S. 11. Reflexionen in Wort und Bild zu Auerbachs Konzept der Mi­ mesis und Figura, en Wahrnehmen Lesen Deuten. Erich Auerbachs Lektiire der Moderne, hrsg. von W alter Busch undG erhart Pickerodt, Frankfurt, 1998,176-196.

La fortuna di Gianni: perizia su una vita, en contro tempo 5, 1998, 11-17. Versión alem ana en Festschrift Hubert Bur­ da, M ünchen, 2000 (Februar). Transzendentale Ásthetik, §§ 1-3 (A19/B33-A30/B45), en K lassik er au sleg en . Immanuel Kant, Kritik der reinen Vernunft, hrsg. von G eorg M ohr und M arcus W illaschek, Berlín, 1998,81-105.

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Kants Forderung der Todesstrafe bei Duell- und Kindesmord, en Das Recht der Republik, hrsg. von Hauke Brunkhorst und Peter N iesen, Frankfurt, 1999, 268-287. El desafio de Kant ante la pena de muerte para duelos y el infantici­ dio, en Roberto R. A ram ayo und Faustino O ncina (H rsg.), Ética y antropología: un dilema kantiano. En los bicentenarios de la Antropología en sentido pragmático (1798) y la Metafísica de las costumbres (¡797), M adrid. 1999. Die Wirklichkeit des Bildes. / Sehen und Erkennen - Vom Spiegel zum Kunstbild, M ünchen, 1999. Der ungerechte Feind. Was Kant zum Krieg im Kosovo zu sagen halle, en Frankfurter Allgemeine Zeitung vom 7. Mai 1999, S. 11. Reim presión en, Der westliche Kreuzzug, hrsg. von Frank Schirrm acher, S luttgart, 1999,169-173.

A u f dem Balkan wurden zwei Pseudo-Kriege geführt, en Oberhessische Presse vom 16. 6. 1999. Verkehrte Ordnung. Aristóteles und Phyllis - ein Motiv im Deulungswandel, en Neue Zürcher Zeitung vom 14.-15. A ugust 1999, S. 67-68.

Alies, was Sokrates zu wissen wünschte, en Frankfurter Allgemeine Zeitung vom 1. und 8. Septem ber 1999, S. 53. K ritisch er K om m entar zu Kants A nthropologie in pragmatischer Hinsicht (1798), H am burg, 1999, auch abrufbar unter: http://w w w .uni-m arburg.de/kant/kant.htm

Immanuel Kant: "Über die Heilung des Kórpers, soweit sie Sache der Philosophen is t”. Und: Woran starh Moses Mendelssohnl, en Kant-Studien 90, 1999. 354-366. Instituí ion - Institution in Antike und Neuzeit - Instituí ion bei Kant, en Petra Kolm er und Harald Korten (Hrsg.): Recht Staat-Gesellschaft. Facetten der politischen Philosophie, Freiburg / M ünchen, 1999,69-111.

Person und Sache. Hobbes' “jus omnium in omnia et omnes" und Kants Theorie des Besitzes der Willkür einer anderen Person im Vertrag, en D eutsche Z e itsc h rift fü r Philosophie A l, 1999, 887-910. Die "Krause-Papiere", en Immanuel Kant, Opus postumum,

Prólogo

41

en KulturStiftung der Lander - Patrimonio 173, Berlín, 1999,11-28. Nicolás Poussin: Et in Arcadia ego II. en Judith Betzler (H rsg.),

Huhert Burda. Kunst und Medien. Festschrift zum 9. Februar 2000, M ünchen, 2000, 64-65. Jean-Jacques Rousseau, Vom G esellschaftsvertrag oder Prinzipien des Staatsrechts (K lassiker Auslegen), hrsg. von Reinhard Brandt und K arlfriedrich Herb, Berlín, 2000.

Kant in Kónigsberg, en Studien zur Entwicklung preujiischer U niversitáten. U n te r M itw irk u n g von W e rn e r S ta rk herausgegeben von R einhard Brandt und W erner Euler, W iesbaden, 1999,273-322. V orw orl, en Arnold Kowalewski. Kónigsberger Vorlesungen 1925-1927. h rs g . von S a b in a L a e titia K o w a le w s k i, Hildesheim , 1999, IX-XIII.

Nota editorial Los textos que se recogen en este volum en se basan en las con­ feren cias im p artid as po r el pro feso r R einhard B randt en el Sem inario La Filosofía Política de Kant que tuvo lugar durante el m es de ju lio de 1999 en la ciudad de M éxico. Este Sem inario forma parle del Program a Filosofía Práctica: Tradición y Cri­ tica que la M aestría y el D octorado en Filosofía Política de la U niversidad Autónom a M etropolitana-lztapalapa realizan duran­ te el periodo 1999-2000. El Sem inario del Profesor Reinhard Brandt fue organizado por la M aestría y el D octorado en F iloso­ fía Política del Posgrado en H um anidades de la U niversidad A utónom a M etropolitana-lztapalapa con la ayuda del Instituto G oethe M éxico, A .C. Se han añadido a este volum en, adem ás, algunos trabajos centrales del profesor Brandt que habían sido ori­ ginalmente publicados en alemán, algunos de los cuales habían sido h a sta ah o ra a c c e s ib le s so la m e n te en esa len g u a . Kant en Kónigsberg fue traducido íntegramente por el profesor Luis Felipe Segura M artínez, a quien agradecem os su valiosa colaboración.

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Gustavo Leyva

Los textos La Filosofía Política de Kant, Persona y Cosa... al igual que La idea rectora de la Antropología Kantiana y la determinación (Bestimmung) del Hombre, fueron traducidos en su totalidad por mí. Desearía agradecer, finalm ente, al Prof. Ro­ berto R. Aramayo por habernos permitido incorporar su traducción de El Desafio de Kant ante la Pena de Muerte para los Due­ los y el Infanticidio (aparecido originalm ente en: Roberto R. Aram ayo/ Faustino Oncina (com ps.), Ética y Antropología: un

dilema kantiano. En los bicentenarios de la Antropología en sentido pragmático (1798) y la Metafísica de las Costumbres (¡797), Editorial Com ares, G ranada, 1999). He hecho, no obs­ tante, ligeras modificaciones a esta traducción siguiendo al original alem án. En las traducciones de los textos de Kant y, en general, de los filósofos y pensadores que aparecen citados a lo largo de los trabajos del profesor Brandt, tanto el profesor Luis Felipe Segura com o yo mismo realizam os las traducciones correspon­ d ientes directam ente desde su idiom a original. D eseo dejar constancia de mi agradecim iento al doctor Luis M ier y Terán, Rector de la Universidad Autónoma M etropolitana-Iztapalapa, al doctor José Lema Labadie, D irector de la División de C iencias Sociales y Hum anidades de esta misma U niversidad, al doctor Brian Conaughton, en aquel m omento C oordinador G eneral del Posgrado en Hum anidades de esta institución, al doctor Carlos ]Hades, Jefe del D epartam ento de Filosofía de esta U niversidad y a Jo sef Bornhorst, del Instituto G oethe, por el apoyo que en todo momento me brindaron para la realización de este Sem ina­ rio y para la edición del libro que ahora se presenta al lector.

Gustavo Leyva

KANT EN KÓNIGSBERG* E l presente escrito pretende establecer una relación entre la ciudad de Kónigsberg, la escuela en la que Kant recibe su for­ m ación básica ( Fridericianimi) y la com unidad relativam ente independiente de la U niversidad Albertina asentada en aquélla, por una parte, y algunos elem entos de la filosofía y la concepción kantianas del m undo, por la otra. Las instituciones y las condiciones de vida que rodean a Kant no pueden ser consideradas com o factores determ inantes en la construcción de sus teorías y su obra - d e ser así, la Crítica de la Razón Pura tendría que haberse escrito necesariam ente en ese sitio y de esa m anera. Pero tam poco deben tenerse com o algo carente de im portancia para su com prensión cabal. ¿Podría, por ejem plo, haberse escrito esta obra un siglo antes en M adrid? La respuesta es, con toda claridad: no. Esto nos lleva a adoptar una no del todo precisa postura interm edia, a un estado de oscilación epistem ológica en el modo de lo “ no casual” o, dicho positiva­ m ente, de lo “ sintom ático” . Puede afirm arse, con toda seguridad, que no es algo necesa­ rio, pero tam poco fortuito, que la filosofía kantiana del Derecho

•Traducción de l.uis Felipe Segura.

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no haya tenido su origen en Londres o en París, sino que haya surgido en el Konigsberg de finales del siglo xvm. No es en sí necesario, pero sí sintom ático, que el concepto de progreso se refiera siem pre, en última instancia, en Kant, a una Selbstkultur , esto es, a una autoeducación, al Derecho y a la M oral y no al viejo program a haconiano de un som etim iento de la naturaleza por m edio de una técnica estrecham ente vinculada a la ciencia. En El Conflicto de las Facultades ( 1798), Kant establece una organización de las ciencias y de su papel específico en el desa­ rrollo de la sociedad. Recordem os, en contraste, las reflexiones paralelas de Condorcct en las que las ciencias se convierten en un catalizador en la realización de la libertad y la igualdad entre los hombres. Es difícil imaginar que la concepción kantiana de la Uni­ versidad pudiera haberse planteado en París, aparte de que la idea de una ciencia integrada al proceso social habría carecido de todo fundamento y raíz en la tradición científica prusiana. ¿Qué faltaba en Konigsberg, en com paración con otros centros y ám ­ bitos de la Ilustración, y qué es lo que permitían esta ciudad y, específicamente, la educación escolar impartida en el Fridericiumtm y en la Universidad Albertina? Lo que aquí se nos presenta es un síndrom e, esto es, un con­ junto de elem entos sintom áticos, de condiciones necesarias, que no pueden considerarse, sin embargo, tam bién como suficientes, para la aparición de obras particulares. La ciudad, la escuela y la Universidad sirven, además, como medios de una formación am­ plia, que, como tal, escapa a una determ inación precisa. De este modo, teniendo en mente su función coadyuvante para hacer po­ sible o para constituir un obstáculo, el análisis de estas instituciones no basta, en la mayoría de los casos, para sacar a la luz aquello que, en lo que toca a los contenidos, resulta co-determ inante. En lo que sigue, por lo tanto, no pretenderem os elucidar ni explicar los escritos kantianos interpretándolos como una expresión con­ creta de la persona Immanuel Kant, ni como una m anifestación de una psique particular, m arcada por su biografía (en especial, por su relación con su madre), al modo en el que, digam os, se

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conoce o supuestam ente se conoce desde F reu d .1 M ás bien, de m anera más m odesta, lo que harem os será referir (no reducir) tales escritos tanto a las instituciones en las que fueron pensados com o a las herram ientas que ellas podían ofrecer para su desa­ rrollo, considerando que esos escritos las suponen com o parte de sus condiciones de gestación. Pero, ¿qué posibilidades de información y de experiencia impor­ tantes para su filosofía y su concepción del mundo proporcionan a Kant la ciudad, la escuela y la U niversidad? Es evidente que lo único que estos datos perm iten es delinear, de manera más diáfa­ na que lo que quizás ha sido el caso hasta ahora, algunos aspectos de la constitución de su pensam iento; otra parte de él se ve rela­ tivam ente poco afectada por todo ello. Por lo dem ás, es claro que no resulta muy satisfactorio desig­ n a r e sta c o rre la c ió n e n tre las c irc u n sta n c ia s so c ia le s y la constitución teórica echando m ano de un concepto modal com o el de lo “no casual”, cuya determ inación lógica dista de ser pre­ cisa. La ventaja de esta designación - a la que, dicho sea de paso, se recurre con frecu en cia- reside en el hecho de que no im plica, com o la idea de una conexión dialéctica o la de una inherencia sistém ica, ningún tipo de pretensiones epistem ológicas no satis­ fechas o de im posible satisfacción. Em pezarem os com parando a K onigsberg con otros dos cen­ tros de la Ilustración. Presentarem os, m ás adelante, en bosquejo, una descripción de la ciudad, del Fridericianum y de la U niver­ sidad, teniendo en mente el problema de su influencia real o posible en el desarrollo del pensam iento kantiano. Por últim o, bajo el m is­ mo título que da nombre a todo el articulo, presentaremos un intento de ir en la dirección opuesta, esto es, de poner en relación ciertos tem as y tesis de la filosofía de K ant y de la concepción kantiana del m undo con los datos disponibles acerca de la ciudad y de sus instituciones.

1 Véase al respecto Harmut y Gernot Bóhmc, Das Andere der Vernunft, Frankfurt a.M., 1983. Las indicaciones bibliográficas de este articulo aparecen al final de “Sobre la Filosofía Politica de Kant" en este mismo volumen.

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I. Las Sedes de la Ilu stra c ió n E u ro p ea De m anera retrospectiva, es posible identificar, com o centros y epicentros creativos y pioneros de la Ilustración europea, en pri­ m er lugar, a Escocia, en particular a Edim burgo y G lasgow, seguidas por París, Berlín y Kónigsberg y, al lado de ella, otros sitios determinantes en la Ilustración temprana y tardía como Halle y Leipzig, Góttingen y Milán. Con el objeto de form arse una idea más precisa de la situa­ ción que caracteriza a K ónigsbcrg en la época, presentarem os, en prim er térm ino, una com paración entre esta ciudad y la Ilus­ tración francesa y escocesa. De la Ilustración escocesa forman parte autores tan conoci­ dos com o Hutcheson y Hume, Home, Sm ilh, Ferguson, lo mismo que M illar, Reid y Gerard. En Francia baste m encionar solam en­ te a los philosophes , agrupados en la em presa secular de la Encyclopéilie: Diderot, d ’Alem bert, Rousseau, Voltaire, Buffon. En Kónigsberg encontram os tem poralm ente a Kant, a Lindner y a Schlegel; más tarde a Hippel, a Kraus, a S cheffnery a Mamann, este último declarado oponente de la Ilustración. Ilerder recibe su form ación filosófica en la ciudad en el periodo que va de 1762 a 1764. Sólo los escritos de Kant, Hamann y Herder son objeto de una reedición y llegan a un público más amplio. Es posible constatar una diversidad de intereses comunes en Escocia y Francia, por un lado, y Kónigsberg, por el otro, que son reforzados por una serie de impulsos provenientes de aquellos paí­ ses en dirección de la ciudad de Kant; pero las divergencias entre estos centros son también notables. Común a los tres es la crítica y el desarrollo de la Teoría del Conocimiento y de la filosofía práctica, de la Filosofía de la Religión y, también, de la Estética. Las obras monumentales acerca de la epistemología son el primer libro del Treatise on Human Nalure (1739-1740) de Hume, su nueva formu­ lación en el Inquiry concerning Human Understanding de 1748, el Essai sur ¡'origine des connaissances humaines (1748) de Condillac y, por supuesto, la Kritik der reinen Vernunft kantiana de 1781. En ningún otro de los centros y epicentros de la Ilustración

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se produce nada equiparable. En los tres escritos, la m etafísica es objeto ya sea de una disolución o de una suspensión tem poral, con el propósito de llevar a cabo, en prim er lugar, antes de aventurarse de nuevo en falsas especulaciones sin fundam ento, una evaluación de los lím ites de la facultad hum ana de conoci­ m iento. Por su parte, en torno a la filosofía práctica, aparecen ya, desde los años c u aren ta y c in c u e n ta , p u b lic a cio n e s de I iutcheson y de Smith, de Hume, de Reid, lo mismo que de Diderot y de Rousseau. En Kónigsberg, Kant publica sus obras más im­ portantes acerca de la M oral y el Derecho entre 1785 y 1797. Los escritos de Hume acerca de la religión y las creencias m ági­ cas, en especial sus Dialogues concerning Natural Religión . aparecido de m anera postum a en 1774, y la Religión innerhalh der Grenzen der blossen Vernunft (1793) de Kant abordan y d e s a r r o lla n los p ro b le m a s p la n te a d o s p o r L o c k e en su Reasonahleness o f Christianity de 1695. Por otra parte, en el terreno de la Estética se da una num erosa gama de publicaciones realizadas tanto por la Ilustración escocesa com o por la france­ sa. En Kónigsberg, Lindner, Ham ann, Schlegel, Kant y H erder (Kritische Wcildchen) se plantean y analizan dificultades acerca de la poesía, así com o el problem a de un standard o f taste. A diferencia de Johann Joachim W inckelmann o de los Salons de D iderot, tanto en Escocia com o en Kónigsberg la reflexión se orienta de m anera esencial a la poesía. Las artes figurativas [bildende Kiinsle] no cuentan en Glasgow,2 ni en Edim burgo ni en K ónigsberg con su cu rsales flo recien tes, com o ocurre en Dresden y en Roma (W inckelm ann) o en París (D iderot). Hay, sin embargo, dos disciplinas que lo mismo en Escocia que en Francia tienen un desarrollo fulm inante, pero que están 2 De lodos modos, hay documentos que atestiguan que en 1762 tiene lugar en la Universidad de Glasgow una exposición de arte (c/r. S. Strcmingcr 1986, p. 53). Resulta difícil imaginar que una iniciativa similar hubiera podido darse en la Albertina durante el siglo .xvm. Como sea. la Universidad contaba con una orquesta estudian­ til, según informa l.udwig \o n Baczko en su l'ersitch etn er G eschichte und Bescbreibung Kónigsbergs (1787/1790. 2a. ed. 1804); véase la reimpresión par­ cial de esta obra en Kohnen (ed.) 1993. pp. 5-14. en especial, la pig. 14 acerca de la oferta cultural de la ciudad.

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notablem ente ausentes en Konigsbcrg: la ciencia de la sociedad, en las dos disciplinas de la sociología y la econom ía, y una cien­ cia de la historia, enriquecida por conocim ientos e intereses científicos y sociales. Así, por ejem plo, el escrito m ás antiguo que se conserva de Hume es un ensayo juvenil que lleva el título de “ Historical Essay on Chivalry and M odem Honour” ,3 es decir, un trabajo histórico en el que su autor intenta com prender la ideo­ logía y los intereses de los caballeros m edievales. La fam a posterior de Hume se debe, en especial, a su pragm ática History o f England, aparecida en el lapso que va de 1754 a 1763. Por su parte, en Escocia, Adam Sm ith escribe en 1776 su célebre The Wealth ofNations, con la que la econom ía se transform a en una ciencia m oderna, m ientras que John M illar se sirv e en sus

Observations Concerning (he Distinctions o f Ranks in Society (1771) de los descubrim ientos de los dos escoceses precedentes y se le considera, con justicia, com o el prim er sociólogo m oder­ no.4*En Francia, M ontesquieu y Voltaire escriben sobre la historia, al tiem po que Rousseau contribuye a la Encyclopédie con un artículo acerca de la economie politiqueé y los fisiócratas anali­ zan los problem as relativos al desarrollo de la producción y de la política financiera. En particular, entre los autores que toman parte en la elaboración de la Enciclopedia es posible observar un gran interés en los problem as planteados por el desarrollo de la técni­ ca. Esto se pone de m anifiesto en sus intentos de extender sus propios conocim ientos al respecto y de ponerlos a la disposición de un público m ás amplio. Por otra parte, en el em blem a del título que antecede a la Enciclopedia desde la edición de 1765, las arts et les Sciences se presentan de m odo tal que en la parte baja del frontispicio es posible distinguir la representación de di­ ferentes artes y oficios m anuales, de los que surgen luego los conocim ientos y las artes en el sentido de las m ás elevadas artes * Cfr. Mosner, 1947; Brandt. 1977, en especial, pp. 122-123 y la nota 26. 4 Cfr. el juicio de Werncr Sombart en Millar. 1967, p. 7, en la edición de William C. Lehmann. * Publicado como “Discours sur l'cconomie politique” en Rousseau, 1959, ss., III. pp. 239-278.

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liberales. La idea, que bien pudo haber aparecido tam bién en Escocia, no es siquiera im aginable en el caso de Konigsberg. El objeto de estudio de todas estas nuevas disciplinas (la so­ ciología y la economía) o de esta nueva concepción de disciplinas ya existentes (la historiografía pragm ática) es una sociedad con­ creta, dada como un todo, y su dinám ica, tanto psicológica como económ ica. Este tema se encuentra, sin embargo, prácticam ente ausente en la Ilustración kónigsbergiana.6 No encontram os en ella, en efecto, nada com parable a las obras m encionadas. En K onigsberg no se publica ninguna obra histórica cuyo interés re­ base el plano puram ente local. Cuando Kant escribe acerca de la historia, lo hace en la forma de una “ Idea para una historia uni­ versal en sentido cosmopolita” ( 1784). Es decir, se plantea la idea de un hilo conductor provisional para la historia humana en su totalidad al que la ciencia natural sirve como paradigma; en el horizonte apa­ rece una especie de Ncvvton de la historia,7 aunque no un nuevo Tucídides ni un nuevo Polibio. La pretensión kantiana no es “hacer de lado el desarrollo de una historia escrita, más bien, sólo de mane­ ra empírica” (VIII, 30). Pero, ¿cuál sería, entonces, el interés racional de una historia de este tipo, es decir, de una historia empírica apoya­ da en fuentes y que no ordena su material de acuerdo con los criterios kantianos? No falta razón a Herder cuando, en una carta a I lamann fechada el 28 de febrero de 1765, afirma: No deja de ser extraño que los metaflsicos, como su Kant, tampo­ co quieran ver en la historia una historia, ni la impavidez con la que proscriben a ésta del mundo. Quiero poner leña y fuego juntos para que la llama de la historia sea suficientemente grande [...J ¡Que sigan especulando en su frío y vacuo cielo de hielo!8 Esta falta de interés en los hechos históricos reales y en sus conexiones afecta no sólo a la historia política y a la historia de la

'• Acerca de una contribución de Hamannn al respecto, véase la nota 31. 7 Nuestras citas aquí y en lo que sigue se refieren a ííi edición de la Academia (¡mmanuet Kanis Gesummelie Schri/ten). Berlín. 1900 ss. * Ilamann, 1825, Vil, 227: citado en Wcisskopf. 1970. p. 48.

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cultura, sino tam bién a la historia misma de la filosofía, a la que Kant ordena siem pre a partir de conceptos tom ados de su propia filosofía. La aproximación kantiana a ella no va acompañada, como ocurre, por ejem plo, en el caso de Gassendi o en el de Leibniz, de un interés específico en las fuentes. Kraus, quien muy bien hubiera podido sobresalir en la econo­ mía como especialista en Adam Smith, guarda silencio hasta finales de siglo, m ientras que otros autores kbnigsbergianos excluyen consistentem ente de sus ám bitos de interés la sociología, la eco­ nom ía y la historia. La explicación de ello no se debe, con toda seguridad, a las características psíquicas de cada uno de estos estudiosos, sino que parecería tener que buscarse en las institu­ ciones, en las condiciones sociales, económ icas e históricas de la ciudad y de su Universidad. La renuencia de la intelectualidad de esta parte de Prusia a abordar estos tem as (si se la com para con el interés que existe al respecto en los otros dos centros de la Ilustración) no sólo es sorprendente y exige una explicación; tam bién resulta extraña si se la com para con el resto de la Europa ilustrada; más aún si se considera que, de hecho, el interés en la historia pragm ática y ya no cortesana, lo mismo que en la producción social, no se restrin­ ge a Escocia y a París, sino que abarca en cierto sentido al continente europeo en su totalidad. Recordem os aquí tan sólo la gran variedad de estudios que se han realizado acerca de la ilus­ tración europea, así como acerca de la Ilustración tem prana. Desde Lisboa hasta Rum ania, desde Copenhague hasta N ápoles surgen -p a ra m encionar un solo aspecto de esta preocupaciónsociedades cuya meta consiste en el m ejoram iento de la industria local. Esta inquietud encontraba su justificación en los problem as planteados por la propia econom ía y el propio desarrollo social, pero se encontraba tam bién ligada con la necesidad cada vez más acuciante de una renovación de las instituciones educativas. Éste es el contexto en el que debe ubicarse el fenóm eno de la expulsión de los jesu ítas de los países católicos; eran ellos quie­ nes detentaban el m onopolio de la educación, sirviéndose de él

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para prom over una doctrina obsoleta; sus educandos eran cada vez m enos capaces de entender el mundo moderno o de insertar­ se e influir en él. O dicho de m anera sociológica: la inegalité parmi les hommes no era ya respaldada por un orden estam entario cuasi natural y planteaba uno de los problem as más im portantes del siglo. Las tensiones políticas y sociales que de ello se derivan desem bocan, ya entrado el siglo xvm, en sublevaciones en mu­ chas ciudades, entre ellas, en m uchas ciudades de A lem ania. Surge entonces un interés histórico en las libertades sancionadas propias de cada com unidad.9 La m anifestación m ás im portante de ese descontento es la Revolución Francesa. Ahora bien, todo ello tiene lugar no dentro, sino fuera de los lím ites de Kdnigsberg, la capital, prim ero, de toda Prusia y, más tarde, tan sólo de Prusia oriental. La ciudad perm anece, hasta donde los docum entos históricos dan cuenta de la situación inte­ rior, como un rem anso de tranquilidad absoluta, com o un lugar apto para las reflexiones, sin perturbaciones de ninguna índole acerca de lo que fuera de ella agitaba al mundo.

II. K Ó N IG S B E R G : LA C IU D A D , LA E SC U E L A , LA U N IV E R S ID A D 1. L a C iu d ad Kónigsberg no era la sede de un principado (y, por esta razón, no se habían desarrollado en ella las artes plásticas, aunque tampoco se presentaban las tragedias asociadas a una arbitrariedad personal por parte de un soberano); no es, tampoco, una Reichsiadt, es decir, no es una ciudad del Reich, como Frankfurt a.M., ni una de las ciudades de la Hansa (por lo que carece, asimismo, de los problemas de autoafirmación típicos de éstas); es, más bien, una sede secundaria de un gobierno de reyes que están siempre ausentes. Federico II de *

* A este respecto, véase la monografía de Andreas Wurgler, Unruhen uncí O ffentlichkeit. Tübingen. 1995.

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Prusia, por ejemplo, hace acto de presencia brevemente e n ju lio de 1740, en ocasión de una visita al parlamento local de honoración [Huldigungslandlag]101al inicio de su gobierno. Federico Guillermo se detiene en la ciudad del 17 al 22 de septiembre de 1786 con motivo de la honoración. Kant, en ese momento Rector de la Uni­ versidad , es presentado al Rey y logra que un colega suyo pueda tomar parte, en su lugar, en la celebración litúrgica en la corte. En su Antropología en sentido pragmático de 1798. Kant se refiere a su terruño de la siguiente manera: “ Una gran ciudad, el centro de un imperio en el que se encuentran los órganos cole­ g iad o s p ro v in c iale s de g o b ie rn o ...] - u n a ciudad asi, com o Kónigsberg a la orilla del Pregel [ ...] ” (V il, 120-12 1). Pero, ¿de qué im perio es el centro Kónigsberg? ¿Por qué se encuentran en este centro del imperio únicam ente los “órganos colegiales pro­ vinciales’' de gobierno? ¿Dónde está el gobierno? Este fragmento de Kónigsberg. más folclore orientado al nombre -inons re alis, M ontreal, esto es, M onterrey- que a los hechos ha sido citado una y otra vez como inform ación fidedigna. Me aquí algunos datos acerca de la situación económ ica de esta urbe, la segunda ciudad más grande de Prusia. La política m ercantil que Federico II practica en su época tardía tenía como propósito el establecim iento de restricciones aduanales y el fo­ m ento com plem entario de la industria propia del país. Ninguno de estos dos objetivos tuvo un gran efecto en K ónigsberg. El núm ero de aperturas industriales y com erciales es más bien mo­ desto. En 1769 da inicio a sus actividades una fábrica de jabones; en 1769 le sigue una fábrica de botones (la de Johann Ludw ig G arbrecht); en 1771 una m anufactura de papel tapiz; en 1772 una fábrica de objetos de bronce; en 1782 una fábrica de cuer­ das de tripa; en 1785 tam bién una fábrica de algodón. De una tradición más antigua provienen los molinos. En 1786 se elim ina el m onopolio real del tabaco. En 1800, esta rama de la industria em pleaba en K ónigsberg a 263 o breros.11 En 1790, a iniciativa

10 C/r. Birisch. 1983, p. 397. 11 Todos estos dalos han sido lomados de Gausc. 1968. II. pp. 205-213.

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del edil de la ciudad, Theodor G ottlieb von I lippel, se funda una “ Escuela Provincial de A rte”, alojándosele en el C astillo de la ciudad. Su objetivo explícito era “ la preparación de artistas y ar­ tesanos m ecánicos en dibujo, en grabado y en m odelaje” . 12 En el texto de una lección de Geografía Física de 1770 se observa que “ las suelas parisinas, inglesas y de Kónigsberg son las m ejores”, 13 lo que im plicaría la existencia de una reputada m anufactura za­ patera. En 1792 existían en la ciudad 43 industrias de m anufactura. Pero K ónigsberg no era un centro industrial, sino com ercial. Los com erciantes continuaban con sus actividades de im portación y exportación de m ercancías y ganaban su dinero siguiendo reglas que no eran las que el Rey esperaba. La tecnología era im porta­ da, como tam bién, con mucha frecuencia, lo eran los trabajadores especializados, que provenían de Holanda, de Inglaterra y, en paite, tam bién de Brandenburgo. El financiam ienlo a partir de las ga­ nancias com erciales no presentó, en realidad, nunca un problema capaz de suscitar en los ciudadanos algún tipo de reflexión. El aprovisionam iento agrícola de la ciudad resultaba posible sin m ayores dificultades gracias a los latifundios de las extensas y duras, pero fértiles, tierras circundantes; y cuando los siervos propios no bastaban para llevar a cabo las labores del cam po, se podía recurrir al reclutam iento de trabajadores de las poblacio­ nes aledañas. Este acuerdo de producción y propiedad funcionó eficazm ente durante varios siglos, razón por la cual no se sabe de ninguna sublevación cam pesina ni de parte de los siervos, cuya condición social equivalía prácticam ente a una sem iesclavitud. Tam poco se da en el caso de Kónigsberg ningún tipo de recom ­ posición en el reparto de la tierra, com o ocurre en Inglaterra, donde los terratenientes ricos y poderosos cercaron y se apro­ piaron de las tierras com unales, violando con ello los derechos de uso tradicionales del resto de la población. Estas enclosttres provocaron el éxodo de una buena parte de los habitantes de 12 Cfr. Lindemann-Siark, 1996. 257-258. 13 Physischu Geographie-Hesse 107 (imídito)

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estos poblados liada las ciudades y su empleo en las fábricas, que se benefician del impulso que les brinda la mano de obra barata. No había, pues, en la urbe del Pregel, razón alguna para preocuparse de los problemas ligados a todo ello; no había razón para preocuparse del empobrecimiento de una parte considerable de la población no por culpa propia, sino a causa de un proceso social, de un posible ataque a las máquinas14 o de la criminalidad; pero tampoco había un motivo concreto que indujera a un análisis de las nuevas formas industriales,15 en oposición a una forma de producción basada en el trabajo artesanal. No había nada que moviera a una reflexión al respecto y, de hecho, ésta no se lleva nunca a cabo. N o es casual, en consecuencia, que Kant escriba en 1798 en la Antropología: Todas las demás cualidades positivas y útiles [de los hombres] tie­ nen un precio, a saber: el de poder cambiarse por otras equiparables en cuanto a su utilidad. También el talento posee un precio en el mercado, porque el señor o el propietario puede tener necesidad de personas con esas dotes para muchas cosas [...] (Vil, 292). Kant hace aquí caso om iso del m ercado de trabajo burgués y se dirige exclusivam ente a los señores feudales. De haberse ha­ llado en esa misma época en París, es probable que no habría ofrecido estos ejem plos, m ientras que, de haberse encontrado en L ondres, habría hablado, en consonancia con la concepción anglosajona del trabajo asalariado, no de un uso de los hom bres y de sus cualidades, sino de la venta de sus productos.16

14 Sobre este tema, véase Victor t.ink: “A monopoly contrary to the nature and reason of Ihings": Frilhe llieransche Opposilion ge gen Masclitncn in England, en Fabián led.). 1980, pp. 277-282. 15 C/r. Laslett, 1965. Véase Richard llicrnacki. The Fabricaron o f Labor, 1995. Según hace ver Bicrnacki en sus investigaciones, en Inglaterra, el fabricante compra el producto del trabajador que ha empicado, mientras que en Alemania lo que compra es la fuerza de trabajo: "Germán employcrs and workers indeed acted as if the cmploymcnt rclation compriscd the purchase o f labor cffort and o f the disposition over workcr's labor activity or, as thcy lermcd ii, over Arbeilskraft. Through quotidian practiee British employcrs and workers defrned the factory cmploymcnt relalion as the appropriation o f workers* labor concrctized in produets" (p. 43).

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El com ercio entre K onigsberg y los estados circunvecinos era de una gran diversidad, por lo que la ciudad se encontraba prác­ ticam ente a salvo de cualquier crisis. No se sufría ham bre, ni existían problem as laborales de consideración; el com ercio ga­ rantizaba la subsistencia y fortalecim iento de una clase m edia estable y muchos bancos m antenían filiales en Kónigsberg. En su gran libro The Weitlth o f Nations (1776), que resultaría tam bién un gran éxito editorial, Adani Smith m enciona a “K onnigsberg” com o una de las m etrópolis com erciales de la ép o ca,17 evidente­ m ente a la par de ciudades como Am sterdam y Lisboa. La leve diferencia en cuanto a im portancia entre estas urbes se trasluce discretamente en la designación equivocada que Smith utiliza para referirse a la ciudad, en su ignorancia de la ortografía correcta (¿o se trata, más bien, de un error de im prenta?) Ningún fenóm eno natural ni social obliga a la ciudad a buscar nuevos m odos de subsistencia. El suceso natural más notable en estos años, el terrem oto de Lisboa de 1755, provoca una honda impresión en todos los espíritus de la época, pero, por fortuna, tiene lugar en una ciudad que, si bien es com parable en cuanto centro económ ico a Konigsberg, se encuentra muy lejos de esta última. Por otra parte, la gran Revolución social de 1789 ocurre en el lejano París. Kónigsberg es un lugar para observar, reflexio­ nar y comentar, no un sitio para acontecim ientos propios, capaces de sa cu d irá su tiem po. El gran incendio de la ciudad, ocurrido el 11 y 12 de noviem bre de 1764, formaba parte, en realidad, de un tipo de fenóm enos que, aunque frecuentes en las ciudades euro­ peas y, sin duda alguna, im portantes para sus habitantes,18 no quedaban grabados por m ucho tiem po en la m em oria de quien vivía fuera de la zona afectada. Por otra parte, Kónigsberg no era un principado, por lo que no hay nunca en la ciudad una vo­ luntad despótica que hubiera tenido la pretensión de servirse del

17 Smith, 1976, ll/l, p. 454 (Cap. IV, ii: "Of Rcstraims upon the linportations from Forcign Counlrics of such Goods as can he Produccd at Home”). '* El poeta local Johann Fricdrích Lauson. al igual que llcrder. quien se habla trasladado a Riga, escriben poemas al respecto. C/r. Knoll. 1994, pp. 181-183.

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fuego para imponer una nueva forma de organización a la ciudad aprovechando la favorable, aunque no provocada, oportunidad que se presentaba. Todo seguía su curso normal. En ninguno de los es­ critos kantianos, libros, ensayos, cartas o manuscritos de lecciones, hay una sola alusión al incendio ni a la subsecuente reconstruc­ ción de la ciudad. Aunque la adm inistración de la ciudad por parte de un puñado de fam ilias pudo haber sido co rru p ta,19 el hecho es que este mal no alcanzó dim ensiones que orillaran al pueblo a una abierta re­ belión. La adm inistración autónom a de la ciudad fue rem plazada en el siglo xvm por una adm inistración directa desde Berlín. Theodor W inkler escribe al respecto:20 “ Bajo la coraza de la dis­ ciplina prusiana se agita todavía, en discreta tensión con ella, una vida urbana propia’’. Pero esa tensión era, en verdad, algo sum a­ m ente tenue y no se sabe de nadie que haya dicho acerca de la ciudad de Kant, com o se escribió sobre l'rankfurt a.M . que se trataba de “ un pueblo con una tendencia muy arraigada a la rebelión” .21 En Konigsberg no se exige nunca una apertura de los archivos antiguos de la ciudad, que habría perm itido que el pue­ blo se enterara del contenido de los docum entos que consignaban sus libertades originales y ningún edificio del gobierno es tomado por asalto a causa de ello. Así, cuando Kant habla de lo público, no e s tá p ro y e c ta n d o una e x p e rie n c ia local en una te o ría universalista, sino haciéndose eco de la tendencia general exis­ tente en Europa hacia un reforzam ienlo de los derechos civiles frente al trono y al altar. Kónigsberg era, asim ism o, una ciudad castrense y no dejan de presentarse algunos conflictos marginales por rivalidades de com ­ petencia entre la milicia, la ciudad y la Universidad . Kant, exento

19 '‘Corrupción" y "negligencia” son los conceptos centrales en la descripción que Ankc Undcmann-Siark hace de la administración de Konigsberg antes del nombramiento de Theodor Hippel como presidente municipal en diciembre de 1780. III gobierno en Berlín suspende de inmediato el derecho al voto para la elección del magistrado en Konigsberg. Víase Undcmann-Stark, 1996. p. 238. Winkler. 1957. 2a. cd.. p. 35. !l De acuerdo con Wurgler. 1995, p. 65.

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por su dedicación a la academ ia del servicio m ilitar, critica de m anera severa el arm am entism o belicista, apoyando las ideas pacifistas del abate de Saint Pierre y de Rousseau contra la gue­ rra en general. En una nota m arginal del Conde Dohna al texto del m anuscrito de la Antropología de 1790-1791 se dice: “ Kant afirm a que la idea de los uniform es es m ala, pues éstos son un signo de esclavitud'’.22 He aquí un com entario que, con toda se­ guridad. hubiera podido tam bién aplicarse, en esa misma forma, al ejército de Federico II; se hace oralm ente en el aula instalada en la propia residencia de Kant (desde el sem estre de verano de 1784) en la calle de las Princesas, no en un escrito público contra el servicio militar. La G uerra de Siete Años, en la que la ciudad toma parte, se soporta con una indiferencia verdaderamente estoica, no como algo que pusiera en peligro a Prusia o que implicara batallas y penurias. Por el contrario, la ocupación rusa es vista como un agradable cam­ bio, que contribuye, además, a la modernización de la vida social. Kurt Stavenhagen ha expuesto de manera muy clara23 la manera en la que esa ocupación condujo a una mayor flexibilidad social no sólo en las relaciones entre los ciudadanos, sino también en la vida uni­ versitaria. Si nos atenemos al silencio que a este respecto guardan todos los documentos conocidos de Kant. podemos afirm ar que a éste no le interesa mucho si es el Rey en Sanssouci y Berlín o si es la Zarina en San Petersburgo quien tiene en sus manos el distante poder. Pero es igualmente probable que esta suposición sea la causa de un equivoco al que las fuentes accesibles mismas han también contribuido. Al principio de la Guerra de Siete Años, al final de su breve Geschichte and Naturbeschreibung des Erdhebens am Ende des 1755slen Jahres [Historia y descripción natural del te­ rremoto de finales de 1755), Kant escribe que: Un príncipe que, impulsado por su noble corazón, sea llevado a alejar la miseria de la guerra, este mal del género humano, de seres*

12 Kowalcwski. 1924. p. 69 ** Cfr. Kurt Stavenhagen. Kant muí Kónlgsberg, GOttingen, 1949.

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Reinhard Brandt que, de por s(, ya se ven amenazados por doquier por grandes des­ gracias, constituye una herramienta bienhechora en las benévolas manos divinas y un regalo de Dios a los pueblos de la tierra y cuyo valor no podrán nunca apreciar en todas sus dimensiones (1,461).

Pero en los docum entos kantianos conservados no hay nada que pudiera interpretarse com o una reacción a aquel conflicto bélico y en ninguna de las aproximadamente 5 000 páginas de los manuscritos de las lecciones de antropología puede hallarse alguna expresión que pudiera referirse a las guerras de Federico II. Debemos suponer, por lo tanto, que el relativo y externam ente inalterado bienestar de la ciudad es tam bién la cuna civilizatoria de un sueño dogm ático social. Kónigsberg no necesitaba de nin­ guna innovación porque la situación económ ica de la ciudad era, a pesar de sus m uchas fluctuaciones, verdaderam ente envidia­ ble. Chi slo bene non si muove. Y hasta el final de la vida de Kant, la imagen que la ciudad ofrece no varía. No hay, por ejem ­ plo, como en Kiel, Flensburg o en Badén, ninguna publicación en la que se ejerza algún tipo de crítica a la situación política o social locales.24 M ientras que en Hamburgo, entre otros m uchos ejem ­ plos, tiene lugar, en 1791, una rebelión de los cerrajeros, en la que hay varios m uertos, y a ella sigue, en 1794-1795, una de los sas­ tres,25 no se sabe, en lo relativo a Kónigsberg, de ningún grem io de trab ajad o res que se hubiera rebelado contra las d ifíc iles condiciones en las que tenían que llevar a cabo sus actividades, ni de sublevaciones de otros grupos sociales. Tampoco en los años noventa se encarcela a algún simpatizante de la revolución, ni se sabe de panfletos a favor o contra ella, ni de desórdenes o detencio­ nes, ni, por último, de ningún proceso judicial notorio al respecto. El u Al respecto, véase Valjavec, 1978, pp. 88-145. Véase, asimismo, la exposi­ ción de Waclaw Klugoborski, Votksbev/egungen i ni p re u ssisc h -p o ln isc h e n Crenzraum, 1981. al igual que el volumen Soziale Unruhen in Deulschland wáhrend der Franzóslschen Revoluiton, editado por Hclmut Berding (1988). En los traba­ jos contenidos en este escrito el tema del titulo se aborda en referencia a regiones y ciudades particulares de Alemania. Falta en él, sin embargo, por razones comprensibles, un informe acerca de Prusia Oriental y de Konigsberg. u C/r. Valjavec. 1978, p. 209.

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entusiasm o por el proceso revolucionario en Francia en esa dé­ cada se m anifiesta, m ás bien, en conversaciones sobre el tem a.26 La ciudad carecía de toda urgencia de renovación, aún en aque­ llos ámbitos en los que una conciencia educada en la Ilustración lo hubiera juzgado hoy absolutamente necesario. He aquí, por ejemplo, dos descripciones de dos instituciones locales de la época, una del manicomio y otra de la prisión de Kónigsberg. Acerca del primero, un colega de Kant, de nombre Metzger, escribe lo siguiente. [...] En el piso más bajo hay cuatro o cinco buhardillas o cámaras húmedas, en las que aproximadamente unos 200 locos o idiotas se hacinan como sardinas en un tonel; los irascibles en miserables y estrechísimas celdas de madera como pocilgas; los idiotas arriba de las celdas y abajo en las buhardillas, todos tan cerca unos de otros como resulte posible [...] Nunca vi que alguna de las celdas hubiera sido ventilada o que se llevara a cabo en ellas algún tipo de limpie­ za; menos aún que se aseara a los locos, a quienes se dejaba revolcar en sus propias heces en el estrecho espacio de ese muladar [...]27 Por su parte, John I low ard visita la prisión de K ónigsberg en 1789. Este es su testim onio. No había distinción alguna entre prisioneros viejos y prisione­ ros jóvenes, ni entre pequeños y grandes delincuentes [...] Una sola mirada a los rostros de los presos me convenció por comple­ to del triste abandono en el que se encontraban, pues no había enfermería; los enfermos apenas si contaban con una frazada para cubrirse [...] La falta de higiene de tres mujeres en tres celdas rebasa cualquier descripción, aparte de que carecían de cualquier cosa que hiciera menos penoso su encierro”.28 En K ónigsberg no surge ninguna iniciativa en favor de una reform a de estas condiciones infernales de encierro y cuando *1 J6 Víase también Funk. 1873, p. 5, sin embargo, cfr. igualmente Cause. 1968, II, p. 300. 11 l.a cita se encuentra en Gross, 1997, 128. M Ver la nota anterior.

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Kant escribe en la Antropología en un sentido pragmático que “ [...J no es, en consecuencia, aconsejable para un hipocondriaco visitar, aunque sea por curiosidad, el m anicom io” (V II, 179), su punto de referencia es un saber libresco, es decir, son lecturas previam ente hechas, no las inhum anas condiciones que prevale­ cían en su inm ediata vecindad. A diferencia de casi todos los centros im portantes de pobla­ ción en Europa, Kónigsberg no contaba con una sociedad para el fom ento de la econom ía.29 No existía en la ciudad, tam poco, una sociedad de lectura capaz de tom ar algún riesgo político.30 Uno de los focos culturales de la ciudad lo constituían sus célebres librerías. Los lazos com erciales de la ciudad bastaban para ga­ rantizar que un habitante de Kónigsberg pudiera sentirse a la par, en lo tocante a inform ación literaria en general, a un habitante de Edimburgo o de París. A ello se añade una ventaja específicam ente alem ana: La ausencia de una ciudad capital centralista condujo a la formación de una amplia red de inform ación literaria en todo el ám bito de lengua alem ana. Se calcula, a este respecto, que el núm ero de revistas llegó a alcanzar las 200.31 El órgano público local de las Konigshergisc/te Gelehrten und Politischen Zeitungen (existente de 176432 hasta después de 1801) difícilm ente era, com o quiere G ause,33 uno “de los m ás im portantes diarios alem anes” . Sólo la fama alcanzada m ás lar­ de por algunos de sus colaboradores, como I lam ann y Kant. hacen que cobre celebridad. En todo caso, la publicación no se convier­ 39 Cause, 1968, ii. pp. 198-199, sin embargo, es de la opinión de que una sociedad de este tipo se Tunda tardíamente en 1798. En relación con las ciudades en el resto de Europa, c/r. Mi HoT, 1993, pp. 95-138 ("Dic TrSgcr der Aufklarung"). J? Valjavcc, 1978. 238. 11 De acuerdo con el “Index dcutschsprachiger Zcitscliriften von 1750-1815” (Biblioteca de la Universidad de Góltigcn). 31 El primer número apareció el 3 de febrero de 1764 y contenía un articulo introductorio de J.G. Hamann, quien se había hecho cargo también de la dirección del consejo de redacción. Acerca de la fundación de la revista véase Wctinning, 1995, pp. 81-83. 33 Gause, 1968, II, p. 234. Su juicio se hace evidentemente de manera retrospec­ tiva, desde la cual pueden extraerse los nombres ilustres: llamann, Kant, liippcl y el menos conocido SchcITner. Esto mismo ocurre ya en el trabajo -apoyado también por Gause, aunque en el se nota una tendencia antisemita- de Rehbcrg, 1942.

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te nunca en un órgano de discusión política y su importancia no va más allá de los limites de la ciudad. Algunos de los artículos publica­ dos en él han sido reimpresos en la edición de las obras de algunos colaboradores famosos, pero hasta ahora - y con muy buenas razo­ n e s- a nadie se le ha ocurrido la ¡dea de reimprimir el periódico (que se conserva aún parcialm ente) en su totalidad. Johann G eorg Hamann, quien fuera por algún tiempo director de los Zeilungen, tenía cierto interés en los asuntos económicos y llega incluso, en 1756, a escribir un tratado sobre los beneficios del comercio,34 ade­ más de trasladarse a Londres en calidad de representante de una compañía comercial. El Mago del Norte experimenta allí su “viaje al infierno del autoconocimiento” y, más preocupado por su salud espi­ ritual que por el mundo material, abandona la economía mundana. Su afición romántica a la religión patriarcal del Cercano Oriente no tenía cabida, sin embargo, en los círculos sociales en los que Kant se movía; se encontraba, más bien, en una especie de vínculo de sim­ patía con inclinaciones aristocráticas del tipo de las cultivadas por Jacobi y la princesa Gallitzin en Münster. Para un habitante de Kónigsberg y para la cultura que su realidad circundante le imbuía, la fe de Hamann resultaba tan poco apetecible como para Kant; y esto mismo ocurría con su rebuscada prosa.35 En una atmósfera poco proclive a la exaltación, a las pasiones y al sectarismo, se podía ser tolerante. En el último cuarto del siglo xvm, Kónigsberg contaba con 66 estudiantes judíos, “el número más elevado de ellos [...] en­ tre todas las Universidades comparables en Alemania” .36 Para concluir este apartado, citarem os un pasaje de un texto de .Ludwig Ernst Borovvski (quien más tarde sería biógrafo de

w El escrito acerca del comercio, que Hamann publica en la forma de un "Beylagc" |=apéndicc|. tenía como titulo "Las observaciones del señor von Dangucoil acerca de las ventajas y desventajas para I-rancia y lu Gran Bretaña en relación con el comercio y el resto de las fuentes de poder(...)“; cfr. Nadlcr. 1949. p. 64. 15 Véase la carta de Kant del 6 de abril de 1774, cfr. X. pp. 153-156- De acuerdo con los textos de antropología. Kant $c refiere de diversas maneras al peligro de un renacimiento de la prosa barroca, del llamado asianismo (en la lectura de la retórica antigua). Es probable que con ello se aluda a Hamann. 36 Dictzsch. I99S. p. 119; el punto de referencia para esta comparación no se menciona.

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Kanl), el Cagíios tro, uno de ¡os más notables aventureros de

nuestro siglo. Su historia junto con una reflexión acerca de él y, en general, acerca de la exaltada tontería de nuestro tiempo de 1790. [Cagliostroj apareció entre nosotros en Kónigsberg el 25 de fe­ brero de 1779, en una escala de su viaje a Rusia. La llegada de este personaje había sido anunciada en los periódicos, presentándosele como un extranjero de paso en su viaje de Roma a San Petersburgo, anunciándose que se alojaría en la pensión de Schenken en la Kehrwiedergasse. Pero, Dios sabe por qué razón, su arribo no provocó ninguna sensación particular. Se le conocía aún demasiado poco y él mismo pareció percatarse muy pronto de los parcos frutos que prometían estas tierras [...] Cier­ tamente Cagliostro fue recibido en la casa de algunos notables, pero uno de ellos, que gozaba de mucho ascendiente en la ciu­ dad, impidió que su influencia se extendiera más [...J Cagliostro tocó a las puertas de algunos hombres de prestigio entre noso­ tros, sin ser ya recibido. De mal modo y tras una breve estancia, abandonó Kónigsberg, donde no pudo dejar huella alguna por­ que no se confiaba en él. A las afueras de la Puerta del Rossgártisch se sacudió el polvo de la ciudad de los zapatos y se dirigió a Curland” (365-366). Los regiom ontanos [=K 5nigsberger] eran dem asiado listos y austeros como para entusiasm arse por un C agliostro y el gran filósofo, dentro de las paredes de la ciudad tem ía, más que nada, que la Filosofía trascendental pudiera m ezclarse o confundirse con una especulación exaltada y fantasiosa. Kanl habla de “ Kónigsberg, a la orilla del río Pregel” como de un sitio con un am biente propicio para el conocim iento del mun­ do. Pero la ciudad misma es relegada a un segundo plano por la atm ósfera que ella misma transm ite ¿H abría podido Kant, por ejem plo, firm ar alguno de sus escritos con el añadido citoyen de Kónigsberg, a la m anera del citoyen de Genéve que Rousseau utiliza en el Contrato Social? Es poco probable. Kant se veía a sí m ism o, más bien, com o un citoyen du monde. Justam ente era eso lo que la ciudad perm itía.

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2. L a E scuela El Fridericianum, la escuela a la que Kant asiste, había sido fundado en 1698.37 G racias al inform e de Christian Schiffert de 1741, conocem os con toda exactitud tanto los program as de es­ tudio com o el contenido de los cursos. No hay ninguna razón de peso para poner en duda la veracidad de los datos de su autor. Men­ cionemos aquí, a este respecto, la informativa y detallada presentación de Heiner Klemme de la nueva edición del texto de Schiffert.38 Kant conocía el griego y es muy probable que no se haya limitado, ni en sus propias lecturas ni en las del círculo que formaba con sus amigos Ruhnken y Cunde, a los escritores latinos o al Nuevo Testamento y que también haya leído a los clásicos griegos, tal y como éstos se presentaban en la crestomatía utilizada en la escuela.39 Al principio de su carrera como Privatdozenl, Kant obtiene un ingreso impar­ tiendo clases de latín -u n hecho cuya mención es omitida por todos sus biógrafos y que puede inferirse de un documento comprobatorio expedido a nombre de un tal “Christoph Schoenaich, estudiante de artes liberales, que ha estado bajo mi supervisión académica y ha participado en mí curso privado sobre el estilo romano [colieglo stili román i privatissimo adhibitus eó7]” .40 K ant m enciona a C om elio Nepos como el autor principalmente estudiado. Por lo de­ más, para hacer más amenas estas clases particulares, se habría echado mano también de temas geográficos (lo que claramente sig­ nifica que Kant se sirve del privalissimtim para la preparación de sus lecciones de Geografía F ísica). Al igual que John Locke, quien fuera por muchos años maestro de lenguas clásicas en Oxford, Kant profundiza en su conocimiento de los autores latinos gracias a sus lecciones de latín.41 Kant aprende francés en la escuela, trabaja luego com o m aes­ tro particular y vive en Judtschen (1748-1751) en un ám bito 17 C/r. Klemme. 1994. pp. 5-6. M Ibid., pp. 1-60. w Acerca del circulo de lectura, cfr. Klemme. 1994. p. 46. El dato se encuentra en Eulcr. 41 Cfr. Wcisskopf, 1970, p. 297.

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lingüístico en el que gran parte de los habitantes sólo entendía el francés. Apadrina también a dos niños de la Suiza occidental, es decir, a dos niños educados en una atm ósfera idioinática funda­ m en ta lm e n te fra n c e sa . En su ép o ca de Privatdozent y de profesor universitario, Kant debía por fuerza por lo menos enten­ der esa lengua, si no es que dom inarla con fluidez, para poder participar activam ente en las conversaciones que tenían lugar en los círculos de la nobleza. Como fuere, no es fácil ofrecer una dem ostración conclusiva de su dom inio de ese idiom a, lo mismo que de su lectura en original de libros franceses.42 Puede excluir­ se, sin em bargo, con toda seguridad, que Kant haya tenido algún conocim iento del inglés. Aunque nos es bien conocido el program a de estudios de la escuela de Kant y conocem os, tam bién, en parte, los libros adop­ tados como textos en ella, es muy difícil formarse una idea exacta de la práctica docente misma. Podemos conjeturar, no obstante, lo siguiente. En las clases de idioma, tanto de la lengua absoluta­ mente dominante, el latín, como del griego y del hebreo, los textos se leían de acuerdo con los dos principales intereses prevalecien­ tes, es decir, el interés gram atical y el interés por destacar ciertos pasajes con el propósito de servirse de ellos para las clases de religión. Ambos enfoques tenían como objetivo la utilización de fragm entos breves de un texto para ejem plificar reglas del len­ guaje o religiosas. Los textos no eran analizados en referencia a un c o n te x to h istó ric o y tam poco se leían c o n sid e rá n d o lo s críticam ente desde el punto de vista de la historia. Tomando como punto de partida esta hipótesis, resulta fácilm ente com prensible que Kant no haya prestado nunca mucha atención, ni en la filoso­ fía ni en ninguna otra disciplina, al contexto intelectual, literario o histórico en el que habían sido producidos los escritos m enciona­

¿Leyó Kant a Rousseau cu francés o en una traducción alemana? En el Versuch, den Begri/f der negativen CrOssen in die Weltweisheit emzuführen ( 1763), Kant se refiere a In publicación en francés de las Réjlexions sur l'espace et le lem fslc j en la Hisloire de ¡Académie Royale des Sciences el belles leilres de 1748 (11, p. 168, nota). Pero justamente en 1763 aparece la traducción alemana, por lo que Kant podría haber tomado de ésta su información; cfr. Schmitz. 1989. pp. 17-18.

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dos por él y cuando cita, lo hace siem pre utilizando frases em blem áticas. Es tam bién notable su desinterés por ciertos li­ bros especiales. No hay, por ejemplo, hasta donde sabemos, ningún docum ento que m uestre que Kant se hubiera esforzado en algún momento de su vida por conseguir una publicación determinada o una edición particular de algún libro. Todo ello resulta congruente con el hecho de que Kant haya obtenido sus conocim ientos acerca de la Teoría del Conocim ien­ to de David Hume de su “ Ensayo sobre el entendim iento hum ano” [Inquiry concerning Human UnderstandingJ, tal y com o éste se presentaba traducido en la antología editada por Johann G eorg Sulzer bajo el título Vermischte Schriften [Escritos Varios] (17541756) y de que no se interesara nunca, por ejem plo, por el Treatise o f Human Nature. De todo ello parece poder concluirse que los num erosos intentos de convertir este escrito de Hume o partes del mismo en el punto de partida del giro kantiano hacia una filo­ sofía crítica carecen de todo fundam ento h istórico e indica igualm ente la necesidad de un análisis más detallado de la rela­ ción de Kant con otros autores. Kant no m ostraría más tarde, si se toman com o base los docu­ m entos que se conservan en la actualidad, ningún interés por las instituciones escolares locales. A pesar de ello, se convierte en un denodado prom otor de la filantrópica, fundada por J.B . Basedow en Dessau. Esta institución sería la única a la que Kant apoyaría activam ente y con iniciativas e ideas propias en toda su vida. Kant pensaba que esta escuela constituía un germ en, del que la sociedad, por medio de una “ revolución” (V II, 449) de la institución escolar, debía renovarse. El impulso para hacer pro­ paganda pública en favor de una escuela de este tipo tiene su origen en la arraigada convicción de los años setenta de que una transform ación de la sociedad humana debe com enzar por la ju ­ ventud y, en consecuencia, tener tanto su fundam ento constante como su punto de partida en una buena educación. Éstos eran los terrenos kantianos: la idea de la Ilustración y su anclaje en una institución educativa. Con su intervención pública, Kant no se inm iscuye, por lo tanto, en asuntos ajenos, sino que se mueve en el ám bito de sus propios intereses profesionales.

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El viejo traum a de O rbilio, reforzado por la experiencia en carne propia de una pedagogía desagradable y muy influida por el pietism o, com o la que se practicaba en el Fridericianum , pue­ de c o n sid e ra rse , a sim ism o , un elem en to e x p lic a tiv o de su vehem ente participación en el asunto. Recuerdo, por ejemplo, -escribe Kant en un apéndice de 1772-1773 a un escrito sobre antropología- una regla gramatical y no puedo sino pensar al mismo tiempo en el ceño adusto del maestro o en los gol­ pes que le seguían. Todas nuestras representaciones se nos ofrecen siempre acompañadas de otras que les son concomitantes.43 Ceño adusto y golpes -una experiencia personal vinculada con el aprendizaje de memoria. “Quiera Dios que en la escuela, en lugar de aprender de memoria y en vez de copiar las frases de los autores, se tomara el espíritu de los mismos; nuestros escritos en alemán serían, sin duda, más agradables al gusto” (XV, 341, Refl. 778). Kant, el gran artista de la memoria, de quien podemos suponer que no olvida­ ba nada que no deseara expresamente olvidar, critica una y otra vez el embotante aprendizaje de memoria, viendo en él la aniquilación de la iniciativa propia y del talento de las personas. El Fridericianum era una escuela preparatoria para la vida académ ica y teórica. En consecuencia, la instrucción que en él se recibía no incluía ningún tipo de práctica corporal, ningún tipo de ejercicios físicos ni de gim nasia. Si estam os en lo justo, en el inform e de Schiffert (Nachricht von den jetzigen Anstalten des Collegii Fridericiani) hay una sola oración dedicada a las acti­ vidades de educación física en la escuela: “De 7 a 8 se com e; a las 8 se lleva a cabo algo de movimiento. En invierno, sin em ­ bargo, los alum nos perm anecen en sus cuartos [ ...] ” .44 En las U niversidades alem anas del siglo xvm era norm al asistir a cursos

4-' Aiilliropotogie-Coltins, pp. 26-27 Cfr. también la observación en la Menschenkuniie de 1781-1782: “Y aunque los años de juventud son algo muy penoso, como queda claro tan sólo por el recuerdo de los males de la escuela, la mayoría de los hombres se inclina por naturaleza a creer que serían los aflos más felices de la vida”, (p. 114) 44 Klemmc. 1994, p. 70.

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de equitación, de baile y de esgrima. Kant no aprovecha ninguna de estas oportunidades. La oferta estaba dirigida, en prim er lugar, a los estudiantes de origen noble. Su propio frágil cuerpo constitu­ ye para Kant un problem a de toda la vida y un curioso campo teórico de reflexión m édico-filosófica, pero, a causa de las cir­ cunstancias mismas de su educación, no es nunca visto por él com o una entidad dinám ica a la que haya que entrenar y fortale­ cer con ejercicio. Kant experimenta y cuida su cuerpo únicamente desde la perspectiva de sus vínculos internos; sus preocupacio­ nes tienen que ver con la ingestión de alim entos, la digestión, el sueño y las dosis apropiadas de calor y de frío. Un docum ento ilustrativo de esta percepción es el discurso latino de tom a de posesión como Rector del I o. de octubre de 1796 intitulado “ Acer­ ca de la salud del cuerpo en la m edida en la que esto concierne al filósofo” .45 El único m ovim iento al que Kant se refiere es el de las “m ociones” que nos proporcionam os en la sobrem esa al reír.46 El consejo filosófico que se da en la medicina corporis no inclu­ ye, sin embargo, los m ovim ientos gim násticos. Incluso los paseos no son entendidos por Kant, si nos atene­ m os a los docum entos e x isten tes, com o un fo rta le c im ie n to corporal, sino como una distracción benéfica al espíritu que resi­ de en el cuerpo; es decir, como algo que se encuentra, tam bién, al servicio inm ediato del conocim iento y de la investigación. De este modo, desde su niñez, Kant se mueve en la estrecha esfera interm edia del académ ico que, por una parte, estaba im pedido para desem peñar un trabajo físico por su alto rango en la je ra r­ quía social y que, sin embargo, por la otra, tampoco podía practicar la equitación o la esgrim a a causa de lo bajo de su rango. El curso de pedagogía, que Kant se ve obligado a im partir de 1775 a 1786, aborda el problem a de “ lo que debe observarse, tom ando en cuenta los propósitos del cuerpo, en la educación física” .47 Pero de inm ediato se m enciona la clave que explica la 45 kant lQOOss.. XV. pp. 939-951. Cfr, mi introducción y traducción en los Kant-Studien, 1999. Brandt, 1999. p. 9. 47 Kant, I900ss„ IX, 466, 33.

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consideración de ese tipo de actividades, la Filantrópica de D essau.48 Kant estaba del todo convencido de que las ideas de Bascdow, en la línea de pensadores como John Locke y Rousseau, constituían una importante contribución a la vida escolar. Él m is­ mo, sin em bargo, no se apartará nunca de los estrechos límites sociales que le imponía su condición de letrado.

3. La U n iv ersid ad Desde su inscripción como estudiante a la Universidad en el se­ m estre de invierno de 1740-1741, Kant deja de ser un ciudadano de la ciudad de K ónigsberg para convertirse en un ciudadano de esa institución. La Albertina se funda en 1544. En realidad, la Universidad se asemeja a una orden caballeresca y constituye una especie de enclave en la ciudad. De hecho, Kónigsberg misma, fun­ dada en 1724 a partir de la unión de las ciudades Altstadt, Kneipchof y Lobeniclit, no es tan antigua como su Universidad; esto mismo ocurre en relación con el reino de Prusia. Esta ínsula territorial constitu ía , a d e m á s, una c o rp o ra c ió n c o n ju ris d ic c io n a lid a d y adm inistración fiscal propias.49 La institución era propietaria de tierras, edificios y disponía también de capital propio. Todo ello le reportaba rentas e intereses y le perm itía disponer de un audito­ rio en la ciudad.50*Por otro lado, la adm inistración financiera, lo

° Kant I900ss. IX. 4 67, 4. 'w Véase a este propósito Wcrncr Huler. Kant und dte Umversitül Kónigsberg (p o r ap are ce r). 50 Véase al respecto Kohncn. 1994, p. 266: "En los grises y estrechos edificios de enseñanza que rodeaban a la vieja catedral de ladrillo llevaba a cabo sus activi­ dades un colegio que desde hacia decenios se habia en gran medida resignado'*. I.a afirm ación acerca del carácter resignado de la actividad colegiada es. por lo menos en parte, el producto de la polém ica que se da en la época contra las Universidades y en la que tam bién llippel tom a parte. Acerca de la tendencia general observable en la c ritic a de la U n iv ersid ad d esp u és de 1750, c/r. T urncr. 1974. pp. 5 00505. L as a cias que docum entan la activ id a d o ficial de K ant en la U niversidad (c /r. W crncr E ulcr. Kant und d ie U n iversiiai Kónigsberg. p o r a p a re c e r) no pro d u cen , sin em bargo, la im presión de una vida colegiada en la que p riv ara la re s ig n a c ió n .

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mismo que cualquier asunto relativo a su autonom ía, no dependía de los órganos de la ciudad, sino directam ente del gobierno prusiano. Esta separación entre la ciudad y la U niversidad resul­ ta clara, por ejem plo, en los ordenam ientos oficiales acerca de incendios de 1770. De acuerdo con ellos, todo ciudadano de K ónigsberg estaba obligado a prestar ayuda en caso de incendio; solam ente estaban exim idos de este deber las autoridades esta­ tales (no locales), así como “ los profesores ordinarios, con tal de que no fueran ciudadanos de la ciudad. Por su parte, en lugar de prestar este servicio corporal, los ju d ío s debían pagar una contri­ bución m onetaria anual” .*1 Johann GottlVied Frey, quien revisa en 1803 este reglam ento, celebra, no obstante, “ la gran disposi­ ción del anciano Kant. que no perm itió que nadie tomara su lugar en la tarea de proporcionar alim entos y bebidas a los cuerpos de bom beros” en ocasión del incendio ocurrido ese mismo año.52 Desde el sem estre de verano de 1770, Kant se convierte en profesor ordinario y, desde 1780, en m iembro perm anente del senado universitario. Kant funge en dos ocasiones com o R ector de la Universidad y en seis com o decano.53 Hasta donde sabe­ mos, Kant no critica nunca públicamente la institución, ni pone en tela de ju ic io sus derechos u obligaciones, m ism os que, por el contrario, suscribe librem ente en 1740 y, de nueva cuenta, en 1770 por medio de un juram ento oficial. En su rectorado no intro­ duce ningún tipo de m odificaciones y se lim ita a participar en las decisiones sobre los problem as que se van presentando, resol­ viendo siempre en el sentido de la conservación de la Universidad. En la Teoría Política, Kant asigna a la universitas studionnn un lugar especial dentro del Estado, no como una corporación y un po­ der interm ediarios y feudales, sino como un catalizador de la Ilustración y, en consecuencia, del avance del D erecho.54

11 Winktcr, 1957, 2a. cd„ p. 53. >2lbiti.. p. 57. 53 O siete: en el semestre de invierno 1794/1795. Kant toma posesión de su séptimo decanato, que desempeña. no obstante, sólo de manera restringida. Véase al respecto ütilcr. 1994. p 93. nota 20. A este respecto, véase la teoría de la Universidad en El conflicto de tas facultades-, c/r. tamhién Brnitdt. 1987.

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Es poco lo que trasluce en las publicaciones kantianas acerca de las experiencias vividas dentro de la Universidad. Tal vez una de las pocas excepciones al respecto sea la m ordaz critica a los ju ris ­ tas, a quienes se acusa de ser m eros representantes del poder del Estado y cuya habilidad consistiría exclusivam ente en la apli­ cación de leyes ya existentes, aunque su poder los lleva a pensar que su especialidad se cuenta entre las más im portantes de la U niversidad (VII, 369). K ant añade la observación: “ El afán de poder es práctica común en la facultad de jurisprudencia” (R efl. 6359; XVIII, 686). La censura com o práctica instituida en la Albertina propor­ ciona un ejem plo particularm ente claro de la situación interna de la Universidad y de la tendencia general prevaleciente en ella a buscar arreglos pacíficos y satisfactorios para todas las partes. Son bastante conocidos los problem as que enfrentan escritores, editoriales, im presores y libreros en otros centros de la Ilustra­ ción. Rousseau, por ejem plo, visita a Diderot en la cárcel de Vinccnnes; su propio Dn Contrat Social es quem ado pública­ mente en París, a donde llega clandestinam ente después de haber sido impreso en Holanda. Por tem or a la censura, Hume suprim e pasajes enteros de su Tratado y, por razones sim ilares, sus Diá­ logos acerca de la religión natural no serán publicados sino hasta después de su muerte. La situación es radicalmente distinta en Konigsberg. No se cono­ ce un solo caso en la muy estudiada práctica de la censura universitaria en ese lugar que pueda considerarse seriamente como un conflicto.

Christian Gabriel Fischer -un compañero de ideas y penas de Christian Wolff en Konigsberg es el título de un tratado de Paul Konschcl publicado en 1917. Los pietistas ocupaban los puestos de mando en la Iglesia y la U niversidad, no sólo en Halle sino también en Konigsberg. y logran imponer la expulsión de Fischer de la ciudad, en una acción paralela a la expulsión de WolíTde Halle.55 De hecho,

$s A cerca üc Fischer y de las circunstancias de su expulsión, véase Konschcl, 1917. pp 417-428 y Predcek, 1927. Agradezco a Werner Siark haber llam ado mi atención sobre la persona de Fischer

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el Rey mismo, influido por el pietismo, dispone el 3 de noviembre de 1725 que “ Fischer debe ser expulsado de Kónigsberg en un plazo no mayor de 24 horas y en uno de no más de 48 de todas mis posesiones, porque no deseo tolerar en mis dom inios a gente de esa calaña” .5h O ficialm ente, la U niversidad no participa en este destierro. A Fischer se le perm ite reto rn ara Kónigsberg en 1736, pero en 1743 publica un libro muy influido por W olff y Spinoza y se ve envuelto nuevam ente en problem as con la autoridad. Los pietistas promueven la persecución de Fischer y la confiscación de su libro, pero se hace evidente tam bién que el senado de la U niversidad no había hecho uso de su derecho de censura ni tam poco cum plido su obligación al respecto. A raíz de ello, el senado exige de manera perentoria que se castigue a todos aque­ llos libreros que hubieran editado y vendido en Kónigsberg libros que no hubieran sido som etidos previam ente a la censura.*57 Kant mismo, tanto en su calidad de decano com o de rector, ejerce la función de censor y sus escritos m ism os son aprobados sin ningún género de dificultades por las instancias correspon­ dientes. A partir del edicto de W óllner de 1788 se observa un cam bio en la atm ósfera liberal hasta entonces prevaleciente y a partir del escrito del lo. de octubre de I79458 dirigido a Kant se provoca un cam bio -d e s d e fuera. El hecho es causa de preocu­ pación en algunos lugares entre príncipes y ciudadanos que temen por la suerte del filósofo. Seguram ente influye en ello el recuer­ do de Sócrates -K a n t com o corruptor de la juventud, la razón com o nuevo dios. Pero Kónigsberg no parece ser un sitio propi­ cio para tragedias históricas y, en realidad, la seguridad de Kant no parece haber estado nunca en peligro. Kant no encuentra en la Universidad de K ónigsberg a ningún colega de su nivel intelectual. No se cultiva en ella tam poco nin­ guna especialidad que se distinga por sus contribuciones al conocim iento y Kant se ve obligado a m irar en otra dirección, s* De acuerdo con Konschel, 1917, p. 428. 57 K onschel, 1917. p 438. 5* Reim preso en Kant, I900ss., Vil. 6, 6-7, 6: XI (la . cd. 506-507) (XI. 525526. 2a cd ).

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hacia otras partes del país o hacia otros países, en busca de los criterios y las prácticas que rigen a la ciencia en ese momento. Si bien esta carencia local no suscita ningún problem a en el caso de las discusiones filosóficas in te rn a s-si es que puede hablarse, en absoluto, de que las haya hab id o -, en las m atem áticas y en la ciencia natural, es decir, en aquellos ám bitos del conocim iento que Kant, por razones m etódicas, se ve obligado a abordar una y otra vez, la esterilidad de su entorno inmediato tendrá graves consecuencias. Ninguna de estas disciplinas alcanza un nivel muy alto dentro de la Universidad de Kónigsberg, por lo que tam poco hay nada en ella que pudiera servir ni com o punto de referencia, ni, sim plem ente, como instancia de control de las afirm aciones kantianas al respecto. N o hay, en efecto, en Kónigsberg ningún científico de renom bre que gozara tam bién de la confianza de los jóvenes académ icos del lugar, esto es, no hay nadie que hubiera podido señalar a Kant que, por ejem plo, los problem as que trata en su prim er escrito (von der wahren Schatzung der lebendigen Kriifie de 1748) ya habían sido resueltos hacía m ucho - d e he­ cho, en dos ocasiones de m anera independiente. No existe tam poco en Kónigsberg ningún tipo de publicación universitaria que le hubiera podido hacer ver que su idea de las m atem áticas correspondía al nivel que éstas tienen en la escuela elem ental, pero que no tenía nada que ver con las m atem áticas de Leibniz y Nevvton. Todo esto ha sido dem ostrado ya varias veces, por ejem ­ plo, entre otros, por Hans-Joachini W aschkies en su Physik und Physikotheologie des jungen Kant (1987). El intento kantiano, presentado en la “ Estética T rascenden­ ta l” de la Crítica de la Razón Pura , de derivar “ la certeza apodíctica de todos los principios de la geom etría” de la necesi­ dad (¿psicológica?) de nuestra intuición del espacio (A 24) tal vez nunca habría sido llevado a cabo si Kant hubiera vivido en contacto inm ediato con m atem áticos com petentes. ¿Q ué función com o criterio puede tener la intuición en el caso del axiom a de las paralelas? ¿Cóm o m aneja el m atem ático aquellos objetos geom étricos que no pueden, ni siquiera en principio, sernos dados por medio de una intuición; cómo analiza, por ejem plo, un trián-

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guio que no es idéntico a ningún triángulo definido e “intuible” y que, no obstante, es, digamos, reconocible en la suma de los grados de sus ángulos internos? El matemático local con el que Kant discutía problemas matemáticos era Johann Schulz.59 Schulz no hace ningu­ na contribución a la historia de las matemáticas. Para Kant, sin embargo, según lodo parece indicar, Schulz es la instancia especia­ lizada determinante en la materia. Kant mismo imparte cursos acerca de las matemáticas -e l último de ellos en 1763-, pero no sigue las discusiones matemáticas de los expertos y, en realidad, en vista de su formación, tampoco habría podido entenderlas. Los com ponentes form ativos de la escuela, la Universidad y la presencia de la nueva literatura en K ónigsberg hacían posible que un futuro académ ico de esta ciudad contara aproxim ada­ mente con los mismos conocim ientos de que disponían D iderot y d ’Alem bert, por una parte, y David Hume y A. Srnith, por la otra. Kant adquiere, por lo tanto, la misma educación clásica que el resto de los letrados de Europa. Las referencias a Horacio, Virgilio y Séneca, lo mismo que a Plutarco, Diógenes Laercio y Sexto Em pírico, no planteaban para él ningún problem a. Con una insig­ nificante dem ora, el mismo am biente literario de Edimburgo, G lasgow o París podía encontrarse tam bién en Kónigsberg. Des­ de este punto de vista, es evidente que no había ninguna diferencia en cuanto a nivel entre estas ciudades. Kant podía partir de ello, confiando en sus capacidades superiores, una vez hecha la co­ rrespondiente evaluación de las mismas en su primer escrito, para incorporar las ideas y los estím ulos contem poráneos a su pensa­ miento y emprender luego la realización de su gran obra, destinada a cancelar o hacer de lado tanto el pasado de la filosofía como los intentos de la época al respecto. En los últimos 10 años de su actividad como escritor filosófico Kant produce una serie de trabajos, particularm ente acerca de la filosofía práctica. Los acontecim ientos de actualidad son revisa­ dos por él a la luz de su filosofía critica de los años ochenta. El Conflicto de las Facultades, escrita en parte ya antes de 1798,S S'J Al respecto, véase Adickes. XIV 30, pp. 9-37. y Wascltkies. 1987. pp. 238 y 270.

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pero tam bién la Antropología en sentido pragm ático , una reelaboración de sus lecciones de antropología de 1772-1773 a 17951796, son dos obras que ponen de manifiesto que, por lo menos hasta 1798, Kant permanece intelectualmente activo y concentrado. Como fuere, una m irada al llam ado Opus postumum m uestra que, contemporáneamente a ello, Kant intenta la formulación de una teo­ ría de la materia con base en un conjunto de conceptos enteramente anticuados. Pero no es la vejez la que lleva a Kant en la misma dirección que la Física aristotélica, sino el patente fracaso de la Uni­ versidad de Kónigsberg ante los nuevos problemas planteados por la ciencia natural. En la Albertina no se hacía investigación a la altura de su tiempo, sino que se procedía importando libros de fuera, que eran estudiados con todo detalle y se leían en voz alta. Este sería, entonces, parte del precio que Kant tiene que pagar por su perma­ nencia en Kónigsberg. Las m ujeres no tenían acceso a la educación académ ica, por lo que se encontraban tam bién excluidas de la docencia en gene­ ral.60 Kant no tiene nunca com o alum no en sus clases a una estudiante; en sus com idas y convites no participa jam ás, hasta donde sabem os, ninguna mujer. M ientras que en el grem io uni­ versitario por lo menos se discute la aceptación o no del judío Abraham Isaac Euchel y del católico von Baczko - a quienes, finalm ente, se les niega la autorización a fungir como docentes por no reconocerse adeptos de la confesión augsburguense-,6'

60 F.n general, a las mujeres no les estaba permitido, en los siglos XVII y XVIII, estudiar en la Universidad. Las excepciones a esta regulación en el Reich fueron, por ejemplo, Dorotbca Erxlebcn en Halle y Dorothca SchlOzer en GOttingen; su ingreso a la educación superior tuvo lugar, sin embargo, únicamente contra la oposición masiva de muchos profesores. Al respecto, véase Shicbinger, 1989, en especial, pp. 360-365. M Isaak Abraham Euchel (1758-1804), quien en alguna ocasión fuera alumno de Kant, solicita en 1786 el puesto como suplente de la cútcdra de lenguas orientales que habla quedado vacante recientemente. Kant apoya en un principio la solicitud de Euchel ante la facultad, pero se somete, en su calidad de Rector de la Universidad, a la resolución del senado de la misma, que insiste en la estricta observación de los estatu­ tos de la institución, basados en la confesión augsburguense (APO: XXB ll/l, N° 150, N° 323/38; Diclzsch, 199$, pp. 123-125. Cfr. también la edición de la Academia XII 426-427.) Acerca de L.udwig von Baczko, véase Studcr, 1995, pp. 399-423.

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no se sabe que se haya planteado nunca ante él el problem a de si se podía perm itir la inscripción a la Universidad de alguna mujer. Seguram ente la naturaleza decidía antes aquello que la institu­ ción misma no prescribía con base en una reglamentación explícita particular. Kant defenderá durante toda su vida la idea de que la m ujer es, naturaliter , una especie de m enor de edad; carece de una razón práctica que pudiera hacerla capaz de actuar con base en principios éticos y de convertirla en ciudadana de un Estado. Pero la m ujer carecería, asim ism o, según él, de una razón teórica que le perm itiera la práctica de la ciencia. Las excepciones a ello son consideradas por Kant com o casos de degeneración: las mujeres intelectuales tendrían que llevar también barba. Y si bien es posible que una m ujer pueda disponer de la capacidad de ha­ cer juicios de gusto acerca de lo bello, el sentimiento espiritual de lo sublim e le sería, no obstante, ajeno.

4. ¿ L a Ig lesia? Este sería el lugar apropiado para docum entar la relación de Kant con la Iglesia y para exam inar tam bién el efecto que tiene en él su educación pietista. En La Religión dentro de los limites de la razón , de 1793, Kant habla de la Iglesia com o un factor esen­ cial para la M oral y el desarrollo moral de la hum anidad. I.

III. K A N T EN K Ó N IG S B E R G 1. La c u ltu ra de la lejan ía

a) “El cielo estrellado sobre nosotros..." 1744: Kant forma parte, con M artin Knutzen, de un grupo de estudiosos interesados en la observación astronóm ica, lo mismo que en la especulación sobre un com eta cuya aparición estaba prevista para ese año y que es, prim ero, erróneam ente identifica-

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do y que luego, no obstante, resulta efectivam ente visible.62 El

Fridericianum contaba ya, en la época en la que Kant asiste a él, con un observatorio.63 Pero, en realidad, el único aparato téc­ nico m oderno con el que Kant tiene algún contacto operativo no es propiam ente una m áquina ni un crisol, sino el pararrayos de Franklin.64 Lo que unía al grupo era un interés por el espacio astronóm ico. En este orden de ideas, no es casual que el escrito m ás im portante del joven Kant lleve el título Historia natural

general y teoría celeste. En el prólogo a la segunda edición de la Critica de la razón pura (1787), Kant propone la fórm ula "giro copernican»". Él m ism o, em pero, no hará uso de esta analogía verdaderam ente insuperable en cuanto a intluencia histórica.65 La astronom ía se convierte, así. en el m odelo para la m etafísica, a la que Kant pretende dar un nuevo fundam ento. En vista de que, con fre­ cuencia, por una parte, se sobreinterpreta tal fórm ula, a la vez que, por la otra, se om ite una determ inación precisa del concep­ to, a continuación presentam os un breve análisis del m ism o. Se ha abusado, en prim er lugar, de esa noción porque con el nombre de C opérnico se asocia de inm ediato la idea de un sistem a heliocéntrico; no se le determ ina satisfactoriam ente, en segundo, porque el acontecim iento astronóm ico al que efectivam ente se refiere la expresión no alude a un aspecto m arginal de la filosofía 62 Al respecto, con todo detalle, víase Waschkies, 1987 63 Cfr. Klcmmc, 1994, p. 15. Acerca de los observatorios en la Alemania de la ¿poca, víase Baasner, 1987, pp. 28-31 (“Ein Blick auf dic Slcmwarlcn.”). M Un 1783 le es solicitado a la facultad de filosofía, expresamente a Kant y al físico Rcusch, la elaboración para el senado de un peritaje sobre los dispositivos de seguridad tícnicos en la construcción de un pararrayos en la ciudad (en la iglesia haberguiana.) F.ste aparato debía ser el primero de su tipo en KSnigsbcrg y debía también sentar las bases para una introducción general de estos aparatos en ella siguiendo el ejemplo de Hamburgo. Acerca de las recomendaciones hechas por Kant, víase X, 362 y ss; 373 y ss; y XIII, 129; 136. I.udwig von Baczko (víase von Baczko 1787-1790, p. 244) dio, asimismo, su opinión al respecto y transmi­ tió el problema a l.ichtcnbcrg en Gótlingen; cfr. Lichtcnbcrg, 1990, p. 651. Debo a Wcrncr Euler este señalamiento. 65 Blumenbcrg, 1975, p. 691. El cap. V, “Was ist an Kants Wendung das Kopcmikanischc?” (pp. 691-713), contiene una serie de importantes señalamientos para la interpretación que a continuación ofrecemos.

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kantiana, sino a la distinción cardinal entre cosa en si misma y fenómeno y, en consecuencia, a la correlación entre realism o em pirista e idealism o trascendental y, al mismo tiem po, entre ti­ loso fía teórica y filosofía práctica. Una vez que Kant ha expuesto para las m atem áticas (o, más bien, para la geom etría, puesto que, por razones específicas, evi­ ta la consideración de la aritm ética) y para la Física cóm o es que, gracias a “ la ¡dea feliz de un solo hom bre” (B, XI), estas discipli­ nas pasaron de una fase prccientífica de vacilación y búsqueda a tientas a convertirse en ciencias establecidas y rigurosas, se plan­ tea la pregunta de qué podría ser aquello hacia lo cual pudiera orientarse la m etafísica para poder tam bién superar esa etapa precientífica natural y ponerse, por medio de una revolución del pensam iento, en el seguro cam ino de la ciencia. Ciencia signifi­ ca aquí d isp o n er de p rin cip io s a priori, a los cuales deben som eterse los objetos. Esta determinación debe tener validez tanto para las dos ciencias m encionadas com o para la m etafísica que se desea construir. Es aquí donde la astronom ía entra e n ju e g o . Esta disciplina no se asim ila, por lo tanto, a ninguna de las cien­ cias naturales antes m encionadas, sino que lia tenido un acceso propio a la categoría de ciencia propiam ente dicha. “O curre aquí como con los6ft prim eros pensam ientos de Copérnico. Éste, vien­ do que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que toda la bóveda celeste gira alrededor del espectador, probó a ver si no obtendría m ejores resultados haciendo girar al especta­ dor y dejando las estrellas en reposo” (B, XVI) A hora bien, ¿cuáles son estos “ prim eros pensam ientos de Copérnico”? Que en las afirmaciones de Kant se pone cierto énfa­ sis en la palabra “primeros” puede concluirse, por ejemplo, de su repetición en el caso (estilizado como analogía) de la metafísica, donde se habla (B, XX) de una “primera apreciación de nuestro conocimiento racional apriorP. Se trataría, en realidad, de la pri­ mera irrupción afortunada de una inversión fundamental de un procedimiento común hasta un momento dado. Ya no se m ira a las * ** Krdmann: “e l” .

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estrellas tratando de determ inar sus m ovim ientos y las leyes a las que éstos se sujetan, sino que, paradójicam ente, se supone que el m ovim iento m ism o del observador es lo que conduce al m ovi­ m iento de las estrellas. “ Toda la bóveda celeste” significa que aquí no se distingue entre estrellas fijas y planetas. Por su parte, “el prim er pensam iento de C opérnico” no expresa sino que éste sim plem ente deja “en reposo” las estrellas observadas en cuanto tales, al tiem po que hace “girar al observador” . Pero, ¿“girar” en torno a qué? Usté m ovim iento rotatorio no se describe con m ayor precisión. En el caso del sol durante el día y de las estrellas en la noche se trata, por supuesto, de la rotación diaria de la tierra; en el caso del m ovim iento de traslación anual, con el que la tierra gira alrededor del sol, entran e n ju e g o m ovi­ m ientos m ás com plejos de toda la constelación. Lo decisivo aquí es que todos estos m ovim ientos resultan necesarios a p artir del m ovim iento del observador. Que otros m ovim ientos tengan o no lugar no es materia de los “prim eros pensam ientos de Copérnico” . La exigencia que se plantea al lector es bastante grande, porque justam ente con ello se excluye el m ovim iento especial del resto de los planetas, por una parte, pero tam bién, por la otra, la posibi­ lidad m ism a de su conocim iento, que era una de las pretensiones del sistem a heliocéntrico. De acuerdo con los “prim eros pensa­ m ientos de C opérnico", el m ovim iento del resto de los planetas no tendría cabida en la astronom ía (!) En oposición a ello, Kant afirm a en El conflicto de las facul­ tades que “ los planetas, vistos desde la tierra, a veces siguen un curso regresivo, a veces se detienen, a veces continúan m ovién­ dose hacia adelante. Pero si el punto de vista es tom ado desde el sol. algo que sólo la razón puede hacer, ellos siguen continuam en­ te, de acuerdo con la hipótesis de Copérnico, sus cursos regulares” (V il, 83). Esta (¿segunda?) idea de C opérnico debe ser dejada de lado en el prim er pensamiento copcm icano del prólogo de 1787. N o se trata, en realidad, de una exposición más detallada de la prim era idea, sino que se dice algo enteram ente diferente. De hecho, afecta negativam ente la analogía que debería existir con la m etafísica con su giro subjetivista , porque, según la analogía.

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no puede conocerse nada apriori de este movimiento de los plane­ tas; un presunto conocim iento de este m ovim iento, es decir, precisamente la hipótesis copernicana, sería una intromisión indebi­ da en el ámbito que el primer pensamiento de Copérnico y del metafísico evitaban tocar por considerarlo imposible de conocer. Kanl toca también, sin embargo, en el prólogo de 1787, el tema del sistema heliocéntrico, vinculándolo de nueva cuenta con Copérnico: “Las leyes centrales de los movimientos de los cuerpos celestes pro­ porcionan, así, completa certeza a lo que Copérnico tomó, inicialmente, como simple hipótesis [...]” (B, XXII). Sin embargo, estas leyes fundamentales, lo mismo que los fenómenos correspondientes, no resultan del movimiento propio del observador, sino que contradicen directamente el giro subjetivista debido a que la razón debe adoptar la perspectiva “desde el sol” y, en consecuencia, el movimiento de los objetos no puede ser explicado a partir del movimiento del sujeto. De esta manera, llegamos a un Copérnico cuyo sistema heliocéntrico, con el sol como eje y los planetas en movimiento orbital, resultaría irre co n o c ib le de acu erd o con los “ prim eros p en sam ien to s” copernicanos (!) Pero, ¿qué es lo que se propone Kant al dar por sentada esta innegable rigidez y admitir esta inconsistencia? Es necesario, si querem os entender el texto de Kant y con él tam bién la idea misma del giro copernicano, exam inar con mayor detenim iento la últim a de las citas que hemos presentado. El pa­ saje en cuestión continúa com o sigue: [...] y demostraron, a la vez, la fuerza invisible que liga la estruc­ tura del universo (la atracción newtoniana). Esta atracción hubiera permanecido para siempre sin descubrir si Copérnico no se hu­ biera atrevido a buscar, de modo opuesto a los sentidos, pero verdadero, los movimientos observados, no en los objetos del cielo, sino en su espectador (B, XXII). Esta nota a pie de página se añade como aclaración a la siguiente oración del texto principal: “Con este procedimiento, la razón espe­ culativa nos ha dejado, al menos, sitio para tal ampliación, aun cuando tuviera que dejarlo vacío. Estamos incluso invitados por la razón a llenar ese lugar, si podemos, con datos prácticos (XXII).

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A hora podem os atar cabos. El “ prim er pen sam ien to ” de Copérnico se refiere al giro subjetivista, según el cual los princi­ pios fundam entales de nuestra experiencia constituyen tam bién las leyes a las que los objetos de la experiencia se sujetan. Por esta razón, es el entendim iento el que impone a la naturaleza sus leyes, no al contrario. Este giro deja sitio libre precisam ente alli donde en el m odelo astronóm ico dejaba en paz a las estrellas m ism as - s e trataba de las cosas en sí m ism as que ahora resultan objetos im posibles de un conocim iento teórico. N o obstante, es precisam ente este lugar el que hace posible la realidad objetiva de los datos de la razón práctica. “ La fuerza invisible [newtoniana] que liga la estructura del universo” (B, XXII) se refiere a las leyes de la libertad de la razón práctica (!) Kant trata de ocultar la inconm ensurabilidad entre la prim era y la segunda postura pro­ v o cando la im p resió n de que el “ p rim e r p e n sa m ie n to ” de Copérnico es idéntico a lo que “Copérnico no aceptó al principio sino como hipótesis” (B, XXH). Sin em bargo, los prim eros pen­ sam ientos no tienen nada que ver con la hipótesis y, más bien, son incom patibles con ella, como hemos m ostrado más arriba en el caso del m ovim iento de los planetas. Si regresam os ahora a la hipótesis copernicana del Conflicto de ¡as facultades , obtendrem os una confirm ación inm ejorable de nuestra propuesta: la hipótesis del movimiento de los planetas alrededor del sol proporciona un punto de referencia a la razón práctica. M ientras que en los m últiples vaivenes de la historia no es posible, en realidad, determ inar un orden, la razón práctica, sirviéndose del concepto rector del Derecho, hace clara a la mi­ rada una línea de progreso, proporcionando con ello un orden de su propio tipo. Ésta es la referencia al “Newton de la historia", del que Kant habla en su “ Ideas para una historia universal en un sentido cosm opolita” . Este Newton está destinado no a la razón teórica, sino a la práctica. Según se expone en la división tripartita entre intuición (Esté­ tic a tra s c e n d e n ta l), c o n c e p to s del e n te n d im ie n to (L ó g ic a trascendental y A nalítica) y conceptos de la razón (Lógica tras­ cendental, D ialéctica), presentada en la Critica de la razón pura,

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el prim er pensam iento de C opérnico significa mutatis mutandis para la m etafísica que el conocim iento de las condiciones subje­ tivas (de las estructuras formales de la intuición y el pensam iento) conduce al conocim iento de las propiedades necesariam ente adherentes a los objetos de conocim iento. Si conocem os el equipam iento subjetivo del conocim iento, es­ tarem os, por lo tanto, en posesión de un conocim iento a priori acerca de las determ inaciones conform e a leyes a que se en­ cuentran sujetos los objetos de la experiencia en cuanto tales. Se establece así una correspondencia entre la dicotom ía entre el fenóm eno/cosa en sí, por una parte, y la dicotom ía estrellas m o­ vidas [bewegt J/estrel las no en reposo, sino a las que la m etafísica deja en paz , por la otra. Es decir, com o estrellas movidas , las estrellas son objetos del conocim iento natural; com o estrellas que han sido dejadas en paz, serían cosas en sí m ism as (mutatis mutandis , puesto que, de m anera tan directa, esta transferencia resulta equivocada en vista de que todas las estrellas discem ibles son, por supuesto, fenóm enos naturales y, en consecuencia, m etafísicam en te, form an parte de las co sas tal y com o se nos aparecen.) De este modo, la referencia a Copérnico im plica una distin ­ ción entre la cosa en sí y el fenóm eno; es esto realm ente lo que a Kant le interesa de la com paración. A diferencia de otras expre­ siones, la distinción es concebida aquí de m anera muy clara en dos aspectos (véase, en especial, la nota a pie de página en B. X V III-X IX .) Es, entonces, a la astronom ía y no a ninguna otra ciencia a la que la m etafísica (de acuerdo con la interpretación m ism a del segundo prólogo) debe la idea decisiva de qué hacer para ponerse, por fin, en el anhelado y seguro camino de la ciencia. Es a partir de aquí que la metafísica puede lograr la determ inación de aquel lugar vacío y en paz por m edio de las leyes de la razón pura práctica. Todavía otro señalamiento. El concepto de revolado, esto es, de una “revolución de la forma de pensam iento”, no se relaciona en Kant con Copérnico, sino que es introducido con un giro hacia una matemática científica (entiéndase por esto: geometría) (B, XI). En

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general, el concepto de una revolución no se asocia con C opém ico ni en el prólogo de 1787, ni en ningún otro contexto.67 De esta m anera, K ant evita m ezclar las perm anentes revolutiones orbium caelestium , en particular las de los planetas, a las que C opém ico se refiere en su teoría, con la singular revohitio por m edio de la cual el fundador de una ciencia logra hacer cristalizar una teoría. Pero el “Prólogo” en su totalidad entraña una verdadera re­ volución de la que, no obstante, no se habla nunca. En el “ Prólogo” de la prim era edición se encuentran num erosas alusiones a John Locke y al giro psicológico y subjetivista que im prim e a la Teoría del C onocim iento. En el “Prólogo” de 1787, sin em bargo, se re­ emplaza no sólo a John Locke ya en el epígrafe por Francis Bacon, sino que tam bién se sustituye a la Teoría del Conocim iento por el program a de una m etodología de la ciencia. La nueva Crítica a que esta “revolución” da lugar se convierte definitivam ente en un “tratado del m étodo” . De acuerdo con esta nueva Crítica , las ciencias particulares llevan a cabo, de m anera independiente en­ tre sí, una “revolución de la forma de pensam iento” gracias a un giro subjetivista; no requieren para ello de ninguna filosofía, sino que, por el contrario, constituyen un m odelo para ésta. Pero, en­ tonces, ¿qué contenidos puede tener todavía la filosofía o la m etafísica si a las ciencias se les acredita el status autogenerado de un conocim iento im pecable? La filosofía se refugia en su nú­ cleo fundam ental, se refugia en la M oral, m ientras que en lo relativo a la esfera de la teoría asume sim plem ente la función cuasi positivista de ordenar de la m ejor m anera aquello que ya ha sido establecido como conocim iento (científico). Un testim onio tardío y algo cursi de R.B. Jachm ann da cuenta justam ente de esto:

47 En el “Prólogo”, Kant toca una sota ocasión el tema de la “gran revolución de las ciencias", de la que había hablado en una carta (del 31 de diciembre de 1765; X, 57) a Johann lleinrich Lambert; por otra parte. Kant sigue una sugerencia de Christian Gottfricd Schülz, quien habia hablado de la revolución que la metafísica habría experimentado gracias a Kant, (c/r. la carta del 18 de febrero de 1785, X, 399, asi como la Jenaissche Lileralurzeilung 80, 1785, 21). En ninguno de estos dos casos se asocia con ello el nombre de Copémico.

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¡Cuántas veces al hablar con sus amigos acerca de la construc­ ción del edificio del mundo se explayaba con verdadero arrobamiento sobre la sabiduría, la bondad y el poder divinos! [...] Una sola de esas conversaciones acerca de la astronomía, en las que Kant siempre mostraba un gran entusiasmo, habría convencido no sólo a cualquiera de que Kant era un firme cre­ yente en Dios y en la Providencia, sino que habría sido capaz también de convertir a esa fe a cualquier aleo.68 A manera de comparación, consideremos la figura de Rousseau. Rousseau no escribe nunca acerca de la metafísica y sus intereses no se dirigen al cielo, sino a las plantas que existen sobre la faz de la tierra. Rousseau es una de las personas más informadas de su épo­ ca acerca del mundo vegetal europeo. Posiblemente una de las razones de este interés sea el hecho mismo de que la naturaleza que le había rodeado en su niñez era mucho más exuberante y diversa que la pobre y extensa planicie que rodeaba a Kónigsberg. es decir, que la que Kant podía ver cuando salía de la ciudad. Escribe Ludw ig von Baczko en su Ensayo de una historia y descripción de Kónigsberg ,69 La región que se encuentra inmediatamente detrás de las puertas de la ciudad es bastante desagradable y más bien árida entre las puertas Steindamm y Tragheim [...]. Carlsruh, antiguamente el Tarro Amari­ llo, de este lado de los tres puestos de guardia, que es a donde conduce el paseo más común a partir de Kónigsberg, no tiene en sí nada de agradable, excepto la ventaja de ofrecer una vereda cubierta con tablas por la que se puede caminar en caso de que uno se vea de pronto en medio de una tormenta [...]. Independientemente de cuáles hayan sido sus motivos, Kant no busca moverse en consonancia con lo que aleatoriamente le presen­ taban sus sentidos, sino que su pretensión primaria es la de alcanzar una orientación general. Este es el verdadero Leitmotiv de su carre- *

Al final de la carta II; Jachmann. 1912, p. 172. *9 Reimpreso en Kohnen, 1993. p. 5.

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ra intelectual. El escrito con el que Kant da. en realidad, inicio a su filosofía c rític a lleva el título: Von dem ersten Grunde des Unterschiedes der Gegenden im Ratime ( 1768), esto es, “ Del pri­ mer fundamento de la distinción de las regiones en el espacio”. ¿Cómo puedo orientarme sin recurrir a los señalamientos de las calles (los había ya, desde hacía poco, también para los ciegos),70 sino en el espacio en general? Lo que nos permite diferenciar las regiones en el espacio es un sentido no sensorial, suprasensorial [ein tmsinnliches, übersinnliches Geftíhl] de derecha e izquierda.71 En 1786, sigue a ello “¿Qué significa orientarse en el pensamiento?” La reflexión acerca de la diferencia entre sentidos próximos y sentidos lejanos se coloca en el metacentro de la filosofía crítica: el verdadero conoci­ miento no se adquiere yendo a tientas y sirviéndose del tacto y de un bastón, sino gracias a la previsión y astucia de la razón.72 La razón llega a una mirada de conjunto y es, además, el artífice de la arqui­ tectu ra del sistem a. T odavía en 1798, en el “ P rólogo” a la Antropología en un sentido pragmático, Kant escribe que sin un plan (que ya supone un conocimiento del hombre), el ciudadano cosmopolita permanece siempre, en consideración de su antropología, muy limitado. El conocimiento general precede siempre aquí al conocimiento local, si es que aquél debe ser ordenado y dirigido por la filosofía, sin la cual todo el conoci­ m iento adquirido no podría proporcionar sino ensayos fragmentarios, no ciencia” (Vil, 120). El interés de Kant por las plantas y los anim ales (a los que, por lo dem ás, no se distingue en la teleología, pues am bos cum ­ plen un fin sin proponérselo) no se diferencia en nada del que puede observarse en él por los m inerales.

70 Kant señala que tales señalamientos viales eran ya de uso común en París. C/r. Anthropologie-MS 339. p. 148 (por aparecer en el vol. XXV de la edición de la Academia). 71 La distinción política entre izquierda y derecha solamente aparece después de la Revolución Francesa: c/r. Brandt. 1987. pp. 36-37. 71 Véase B XI en la Kritik der reiner Vernun/t de 1787.

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Tal vez pueda querer verse una excepción a lo anterior trayendo a colación una escena ocurrida con unos pájaros. En un verano bas­ tante frío, cuenta W asanski,73 en el que los insectos escaseaban, k a n t encontró bajo los nidos de unas golondrinas “algunos polluelos destrozados sobre el piso”, descubriendo luego que habían sido las mismas golondrinas las que habían arrojado fuera de sus nidos a algunas crías para poder salvar a las demás. “En ese momento, mi entendim iento se detuvo; no había más qué hacer sino postrarse y orar. Esto que las golondrinas hacen contradiciendo su instinto de cuidado de sus crías ([...] el instinto paterno de protección de su propia prole . .]’*(V il, 265) es sublime.74 De allí la escena, tal vez evidente sólo para el ojo espiritual del pastor Wasanski y luego trans­ mitida como algo histórico, de la prostemación y el rezo. Como en el caso de la filosofía de la historia, de acuerdo con la cual, la Provi­ dencia, en su bondad, consuma a sangre y fuego sus fines, todo esto pondría de manifiesto la sorprendente existencia de una suerte de paciencia por parte de la Creación misma. Los horrores de la guerra que el Kant tardío censura acremente son un medio adecuado del que la Providencia se sirve para alcanzar su objetivo moral, la mora­ lidad que los hombres han adquirido por cuenta propia. El mal es bueno porque, sin él, no podríamos elevamos y alcanzar nuestra pro­ pia moralidad; el dolor constituye el incentivo necesario para la acción, según supone Kant después de 1777. Debemos detenem os un momento aquí, aunque es necesario ad­ vertir que la reflexión que a continuación presentamos podría ser aplicable no sólo a Kant y a Kónigsberg. La tragedia de las golondri­ nas o, mejor aún, el drama de las golondrinas sólo resulta comprensible

75 W asianski, 1912. p. 293. 74 Compárense con ello las siguientes lineas en el ensayo schillcriano “Übcr VergnOgcn an tragischcn Gegcnstfindcn [Acerca del placer que producen los objetos trágicos)” : “ Aquel comandante a quien se da a elegir entre la rendición de la ciudad o ver que a su propio hijo, que ha sido hecho prisionero, se le perforen los ojos escoge sin dudar esto último, porque el deber que tiene con su hijo es de menor valia que la obligación que tiene ante su patria. Es verdad que, en un primer momento, indigna a nuestro corazón que un padre actúe en tan flagrante contradicción con su instinto natural y deber paterno, pero eso nos conduce de inmediato a la dulce admiración de que aún un impulso moral unido a una inclinación no puede hacer que la razón se equivoque al darse su propia legislación” . Ambos textos son ejemplos claros del neoestoicismo tanto de Kant como de Schillcr.

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suponiendo que Kant concibe el mundo a partir del todo de la Provi­ dencia Divina y que descubre la intervención más poderosa de ésta justamente en aquellos casos en los que el pusilánime no ve otra cosa que absurdo dolor. Kant piensa y actúa a partir de la premisa opti­ mista de los estoicos, formulada de mejor manera por Leibniz, Pope y Wolff. Quien eleva su mirada y contempla el todo comprende que el mal, como tal, únicamente existe para quien por falta de penetra­ ción o de mala fe se niega a ver en esa dirección. Poco tiempo después, Schopenhauer y Marx despojarán este credo de la asisten­ cia divina, depositándolo, en un caso, en las manos de una sociedad integral futura cuya creación correrá a cargo del proletariado, mien­ tras que, en el otro, se reemplazará a Dios por una voluntad ciega y mala a la que se adscribe lo más negativo del mundo.75 Dos cosas llenan el ánimo, cuanto más frecuente y constantemente se piensa acerca de ello, con profundo respeto y siempre renovada y creciente admiración: encima de mí el cielo estrellado; en mí la ley moral (V, 16 1). El cielo, es decir, la inconmensurabilidad del espacio, con estrellas ordenadas en sistemas y en sistemas de sistemas. Newton había descubierto las leyes foronómicas y luego las le­ yes dinámicas que rigen el universo, determinando de esta manera, según la interpretación que de todo ello hace el siglo xviii, con precisión matemática las leyes fundamentales de la na­ turaleza. Ni en el espacio, ni en parte alguna de la materia cósmica existe ningún residuo capaz de resistirse al conocimiento; Fisica y Matemáticas poseen la misma certeza. En mi la ley moral, es decir, el imperativo categórico es la ley cosmológica no del mtindus sensibilis, sino del mundus infelligihilis. Se trata, en efec­ to, de dos mundos ordenados, cada uno conforme a una legislación propia, pero que, en última instancia, deben pensarse a partir de un fundamento suprasensible único. Esta unidad originaria entre la naturaleza y la libertad es descrita en el Opus posiumum de la si­ guiente manera: “La atracción newtoniana en el vacío y la libertad del ser humano son conceptos análogos, es decir, son ¡deas categó­ ricas imperativas [categorische Imperative Ideen] (XXI 35)”.

75 A cerca de este tránsito del optimismo al pesimismo, véase Pnucn. 1997.

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El im perativo categórico, en tanto que ley ju ríd ica, ordena las acciones de los ciudadanos en form a tal que la libertad de cada individuo resulte com patible con la de todos los demás. M is actos aquí no perjudican a ningún otro ciudadano del Estado, ni tam po­ co a ningún otro ciudadano del m undo. C on ello se ha satisfecho la obligación juríd ica. Pero, ¿y las obligaciones respecto a la vir­ tud? ¿Por qué es mi deber ayudar a las personas en mi entorno inm ediato antes que a otras personas en algún otro continente? Intuitivamente juzgam os que la Ética establece una distinción entre lo próxim o y lo lejano; el im perativo categórico kantiano de la Ética, concebido en una perspectiva cosm ológica y cosm opolita, no lo hace.

b) Hombres en la lejanía K ónigsberg y la Albertina perm itían a Kant m antenerse a dis­ tancia física y aním ica de los problem as sociales y hum anos. No deseam os entrar aquí en detalles acerca de los prim eros76 y nos lim itarem os exclusivam ente a señalar que tanto la ciudad com o la U niversidad hacían posible llevar una vida sólida y autártica y centrada en la propia persona. Una vez que tianscurre su ju v en ­ tu d , K a n t no d e p e n d e ni fin a n c ie ra , n i, q u iz á s , ta m p o c o em ocionalm ente de ninguna persona en especial; Kant no se liga al destino de ninguna persona en el m undo y tam poco vincula a nadie al suyo propio. De todos modos, la oleada de sentim entalis­ mo no llega nunca a la ciudad a orillas del Pregel, y el distante “U sted” o “V uestro” es roto sólo por casualidad en un punto. Entre Kant y el m édico Johann Georg Trum m er se había desa­ rrollado en la juventud una (para Kant) penosa relación de tuteo. Kraus consigna en su informe que“en una ocasión, paseando con él y habiéndonos topado con Trum m er en el camino, Kant me dijo acerca del tuteo que, en general, le resultaba desagradable, pero

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Bóhme.

Baste aquí a ese respecto la referencia al libro de H artm ut und Gcrnot

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que, por desgracia, en el caso presente no podía ya hacerse nada” .77 Mucho más importante resulta, sin embargo, el fenómeno de la conciencia social que se forma paulatinamente en el siglo xvm. El problema de fondo lo constituye, en realidad, la destrucción de la sociedad estamenlaria. es decir, la destrucción de una sociedad ca­ paz de justificar, apelando a hechos naturales o a la voluntad divina, la “desigualdad entre los hombres” . La jerarquía estamentaria repre­ sentaba, como totalidad, un orden de justicia y ello, a su vez, determinaba también la salvación, precisamente por apegarse a la justicia, de la estructura de dominación que le era inherente, lo mis­ mo que la de las desigualdades entre superiores e inferiores. No obstante, la desaparición de este “orden justo” planteaba el problema de legitimar en la nueva estructura social una desigualdad que no sólo seguía existiendo entre los individuos, sino que, en los hechos, incluso se había agravado. Esta demanda tiene una primera cristali­ zación en Inglaterra en el nuevo fenómeno no de la conciencia en abstracto, sino de una conciencia social, la conciencia de tom ar par­ te en una distinción ya no justificada entre superiores e inferiores, entre privilegiados y desposeídos. En una nota a las Bemerkungen

in den Beobachfungen zuin üefiihl des Schónen und Erhabenen [Acerca de ¡o bello y lo sublimé], Kant escribe que Rousseau me ha sacado del error. El deslumbrante privilegio des­ aparece; aprendo a honrar a los hombres y pensaría que soy tan inútil como un mal trabajador si no creyera que esta considera­ ción puede asignar un valor a todas las demás para restituir los derechos de la humanidad (XX, 44). No es, entonces, el jornalero común y corriente que vive en Kónigsberg, sino J.J. Rousseau, que escribe en francés y vive en otras condiciones sociales, quien despierta en Kant la conciencia social. A pesar de contar con los recursos que su inmensa educación le proporcionaba, Kant no se pregunta por las razones que hacen que justam ente en ese momento los obreros, los cam pesinos y los 77 Citado de acuerdo con Ktemmc, 1994. p. 40. nota 20$.

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artesanos sean objeto de atención y reflexión. Pero los m ales sociales habían hecho ver con toda claridad en otros lugares la función que desem peñan dentro de la estructura social: la clase de individuos que se alimenta del trabajo manual, esto es, el campesino y el artesano, los soldados y los mensajeros [...] Se ha aceptado, en general, que estas personas conforman la porción más importante del cuerpo del Estado, que la fuerza y la durabilidad de la maquinaria política depende de las condicio­ nes en las que esos individuos vivan y que es precisamente la cadena de causas y efectos, por la cual estos [individuos, R.B.] se echan a perder y caen en la miseria, la que por fuerza conduce al decaimiento del Estado.78 Una conciencia social en desarrollo no es únicam ente un man­ dato de la razón; tiene tam bién - s i se m ira en otras latitu d es- su origen social. “Tiene también ” y no “tiene solamente “ , insistiría el platónico. I le aquí, sin embargo, un eco, de fecha no determinable con se­ guridad. del compromiso de la filosofía. Es posible -escribe Kant (Refl. $28, XV}- que resulte positivo el que, por algún tiempo, se dirija a los hombres como esclavos o como seres necesitados de tutela, ya sea por constreñimiento, debi­ do al prestigio o a causa de prejuicios. Pero es también necesario que todos estos males tengan en algún momento un fin y que sea la filosofía, si es que ha de tener en absoluto alguna utilidad, la que proporcione los principios. ¿Compromiso social? Seguramente no. La filosofía tiene una obligación con la razón, y la razón práctica exige libertad e igualdad. En las notas sobre la antropología de mitad de los años seten­ ta y de más tarde, Kant se refiere al fenómeno de la pobreza, si bien lo hace en una forma que preserva la distancia. Que alguien

’* Gosslcr, 1786. p. 1; citado en Tortarolo, 1989, p. 221. Desde el punto de vista de la historia del pensamiento, la idea conduce a John Lockc.

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sea pobre o rico depende del cam po de referencia relativo en el que viva. Se requiere, por lo tanto, en el fondo, de un esfuerzo m ental para superar la impresión de la propia pobreza. “ Del po­ der del ánim o.. es decir, que esté o no enfermo puede fácilmente depender de mí mismo. Ni la guerra de independencia de los Estados Unidos, que Kant sigue con siempre renovado interés político, ni la Revolución France­ sa, que lo conmueve profundam ente: no hay ninguna vivencia inmediata que saque a los habitantes de Kónigsberg de su letargo social y que obligue al filósofo a asumir un compromiso y una postura política. No hay tampoco en la vida de Kant ningún caso Calas. La existencia de pordioseros es enfocada por él desde la perspectiva de alguien que quiere ser justo, pero que también busca una razón mo­ ralmente convincente para rechazar a los limosneros en la calle. En todo caso, las causas sociales de la mendicidad no entran en su ópti­ ca.79 Es igualm ente probable, sin em bargo, que los flujos de pordioseros que atraviesan Prusia, en particular después de la Gue­ rra de Los Siete Años, no hayan llegado nunca a Kónigsberg.80

2. C u ltu ra de la c e rc a n ía En todas las literaturas de la Ilustración se practica el ju eg o de la mirada en el espejo, es decir, de ver la cultura propia con los ojos del persa o del m arroquí o de un micromega de otro planeta y de convertirla, desde esa perspectiva, en algo extraño. Puede des­ cubrirse entonces con toda claridad que las formas de vida propias resultan sim plem ente inapropiadas en París, en Londres y en M adrid. No hay en Kant ni siquiera un asom o de un intento críti­ n En Londres y en París, el filósofo habría sido obligado, a su paso por las calles de esas ciudades, a reflexionar acerca de la causa histórica y social de la inegalité parmi les hommes. En el üpectalor del 14 de julio de 1712 (núm. 430) habla una indicación acerca de que la visión de los pobres y de los limosneros en la ciudad iba de la mano con un remorse. que ambos fenómenos constituyen un "reproche a la sociedad" y que uno debía pensar en una “historia de la abundancia y la necesidad y en las gradaciones naturales que conducen a ellas, calculadas para las ciudades de Londres y Wcstminstcr” (Addison and Steele, 1907, III pp. 333-334). ,B Al respecto, Mainka. 1995, pp. 141-156 (“Das Armenwesen”).

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co de este tipo. No hay ningún Rica que escriba a Usbek desde Kónigsberg, ni unas Cartas Marruecas que se expidan desde la oficina de correos a orillas del Pregel. Kant puede expresarse de m anera irónica o sarcástica acerca de determ inados aconteci­ mientos o situaciones en Europa, pero no está dispuesto a ilum inar las curiosidades del continente con la m irada del extraño. Este hecho resulta congruente con otro hallazgo. Leibniz y W olff tenían un interés real por o tras culturas, en especial por la cultura china. Wolff, por ejem plo, arriesga su vida con su elogio de la ethica sinorum y sólo puede ponerse a salvo de la horca optando por la huida a M arburgo en Hessen. Kant, por su parte, se refiere a los chinos y a los indios, a los indígenas y a los negros de m anera sum am ente distanciada e inclusive, en ocasiones, con abierto desdén.81 La cultura que corresponde a las verdaderas intenciones de la naturaleza se encuentra en Europa y “ lo más probable es que los europeos se hagan más sabios y que en el futuro den leyes a todos los demás” . (V il, 29) Los intentos llevados a cabo fuera de Europa a este respecto no son, en realidad, otra cosa que desviaciones infantiles y equivocadas que la naturaleza, en su gran e ilimitada riqueza, a veces realiza. Desde el punto de vista del cumplimiento de las metas de la humanidad, a los no-europeos o, con Aristóteles, a los bárbaros, no les corresponde, en realidad, nin­ gún valor. Ninguno de los numerosos informes y reflexiones acerca de pueblos lejanos en los tres continentes extraeuropeos hace men­ ción alguna de las grandes culturas existentes en esas latitudes antes de la llegada de los europeos o de su destrucción por parte de éstos. De todas form as, la literatura del siglo xviii no calla del todo acerca de su existencia. Pensem os tan sólo, por ejem plo, en el Iibreto de la ópera Montezuma, escrito por Federico II de Prusia.82 Para Kant. en todo caso, esos pueblos forman parte de la esfera de lo puramente natural, porque, aun en el caso de sus culturas más avanzadas, son incapaces de desarrollar una dinámica de progre­ so, observándose en ellas un estancam iento substancial. Esto *

1(1 Véanse los textos y los juicios que llclm uth von G lasenapp ha reunido en su escrito Kant umt die Relígtonen des Ostens (1954). *2 C/r. Moscr, 1955, p. 373; Augstein. 1968. p. 101.

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significa que no participan de la caracteristica fundam ental que distingue al ser hum ano del anim al, es decir, de la perfectibilité , del progreso y de la Selbst-Kultur, de un cultivo de sí m ism os, del D erecho y de la M oral. La m anera en la que Kant ju zg a a la India puede generalizarse y es, de hecho, un supuesto del ju ic io que le m erece cualquier cultura no-europea: “ los habitantes de la India - e s c r ib e - carecen en realidad de la capacidad para ilus­ trarse; tienen una lim itación que no superan nunca” .83

3. T écn ica y p ro d u cció n Una aclaración previa. En la época de Kant aún no existe una caracterización conceptual de lo que hoy llamamos técnica, es decir, para utilizar la definición que de este concepto da la Enci­ clopedia Brockbaus de 1905, del “ conjunto de los m edios y procedim ientos para la obtención de un producto artístico o in­ d u stria l,” aunque “ una persona con experien cia fabril o de ingeniería práctica que ocupe un puesto de dirección” no se po­ dría llam ar todavía, de acuerdo con esto, un técnico. Ahora bien, cuando en Kant se habla de la técnica, se trata siem­ pre o bien de la técnica de los lógicos o de la técnica utilizada en la construcción de una ciencia -sobre todo, de la técnica de una natu­ raleza teleológicamcnte interpretada. Éste es el uso común que la palabra tiene en la época. Aunque la técnica como tal ciertamente existe de Tacto, el fenómeno todavía no es registrado bajo esa deno­ minación. Esto puede observarse bastante bien en el esfuerzo por hallar la terminología correcta que lleva a cabo Johann Beckmann en su Guía para la tecnología o del conocimiento de las artesanías,

fábricas y manufacturas, principalmente de las que tienen in­ mediata relación con la agricultura, la policía y la ciencia camera! [Camealwissenschaft] (Gottingen, 1777), en donde se es­ cribe que “ la tecnología es la ciencia que enseña a utilizar los productos de la naturaleza y el conocimiento de la fabricación manual” (XV); * ** Aruhropotogie-Dohna (Kowalski, 1924, p. 254).

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“me he atrevido a usar la palabra tecnología en lugar de la expresión historia del arte que es, desde hace tiempo, la más común”. (XVI) Kant se pronuncia muy poco acerca de la técnica en el senti­ do m oderno del térm ino y lo que dice podría, en buena m edida, traducirse sin más al griego. Pero no sólo lo escaso de sus refe­ rencias escritas al respecto pone de m anifiesto la ausencia de un interés real en las innovaciones y los problem as técnicos. Un ju ic io categórico y bastante negativo del año de 1790, por ejem ­ plo, constituye una m uestra palpable de este desinterés. La cultura es la formación de un ser racional (y, en consecuencia, en su libertad) para responder a las exigencias que plantee cual­ quier tipo de fines en general. La cultura es, por lo tanto, el fin último que, con causa, podemos atribuir a la naturaleza respecto a la especie humana, no su felicidad sobre la tierra, ni tampoco la de ser el instrumento más acabado para poner orden y producir armonía en la irracional naturaleza externa (V, 4 3 1). La cultura, en cuyo ámbito tendría cabida la técnica, es concebi­ da como una cultura animi o, más precisamente, como la producción de una aptitud subjetiva, haciéndose caso om iso de la transform a­ ción de la naturaleza para som eterla a los fines de nuestra vida. La descripción más detallada en Kant de un aparato técnico se encuentra en la Geografía Física. Se trata de una especie de batiscafo con el que se pretendía investigar el mar.84 Un reim preso berlinés de 1770 perm ite form arse una idea de las características de la situación de K dnigsberg en la época. “ Debe cuidarse que, en lo futuro, en la Universidad local no sólo se enseñe la m ineralogía desde el punto de vista histórico y prác­ tico, sino que también se estudien allí apropiadamente los derechos de m inas” .85 La iniciativa se debe a la refundación del departa­ m ento de m inas por parte del Freiherr von Fiirst und K upferberg y hace que se organice con éxito una serie de nuevos eventos académ icos en Halle. Pero, ¿qué estudiantes de Kónigsbcrg, la M Kant I900ss. IX. I9S.

15 Este señalamiento se encuentra en Stark. 1993, p. 326.

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casi totalidad de los cuales provenía del entorno inmediato, esto es, de Kurland y, en algunos casos aislados, de Pomerania y de Schlesia, podían interesarse por el derecho de minas? En el invierno de 17701771, K ant asum e la c áted ra sobre el tem a “ M in eralo g ía", conduciendo el curso de acuerdo con el texto de Johann Gottschalk Waller (Berlín, 1763). Sin embargo, como era de esperarse, se trata­ ba de una empresa destinada a fracasar en Konigsberg.86 Kant no se interesa nunca en los problem as relacionados con la producción económ ica, sino, a lo más, aunque de m anera m ar­ ginal, por los asuntos del dinero y del com ercio. En su clase de G eografía Física se habla acerca de las diferentes formas de vida de los pueblos y tam bién, de paso, sobre los modos de trabajo de acuerdo con las características geográficas, pero, en general, no se dice nada más que lo que se encuentra ya en los docum entos que se toman com o base. En el curso de antropología, las nuevas formas de producción -q u e eran objeto de una transform ación radical gracias a las m áquinas y las fáb ricas- son solam ente con­ signadas bajo el título de “ Lo pesado y lo ligero", sin entrarse a más detalles. El trabajo fabril en Lyon aparece bajo el rubro de­ dicado al carácter sanguíneo de la nación francesa. Los tejedores [o, tal vez, las mujeres]87 de Lyon que deben sentarse y trabajar diariamente de la mañana a la tarde en sus telares ven con alegría la llegada del domingo, pues es el día en que pueden pasearse con sus vestidos de seda. En general, la mayoría de los fabricantes lo hacen de esta manera, esto es, trabajan toda la semana, alimentándo­ se mal sólo para poder ahorrar algo que les permita arreglarse y divertirse los domingos”.88 De acuerdo con Werner Euler (quien, a su ve/., se apoya en G.F. Ilartung, Akademisches Erinnerungsbuch, 1825), del semestre de verano de 1787 al semes­ tre de verano de 1797. hay 30 estudiantes (esto es. entre el dos y el tres por ciento) que provenían de Pommerania y 47 (esto es. entre el cuatro y el cinco por ciento) que eran de Schlesia. 117 De hecho, para el semestre de verano de 1770 se anuncia un curso sobre mineralogía y metalúrgica en la facultad de medicina. Véase el Calalogus Lectionum de 1770 (GStAPK, XX. HA. KM I39bb núm. 25. vol. 5, f. 69) H*A favor de “mujeres” (-W eibcr) se encontrarla la siguiente característica atribuida por Kant a las mujeres: "Son muy inclinadas a ahorrar dentro de su hogar.

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La manufactura inglesa de la seda es mencionada bajo el título de los temperamentos: Se dice de los ingleses que son melancólicos. Independientemente de que esto sea o no correcto, debemos admitir que en todas sus obras y trabajos hay algo que hace ver un pensamiento profundo y que esto se extiende inclusive a sus manufacturas de seda, que son las más durables que pueden encontrarse.89 En una nota posterior de mediados de los años ochenta, se men­ ciona la “máquina de fuego*1, inventada porThomas Savery en 1698.90 Kant no se interesa nunca, sin embargo, por la máquina de vapor que James Watt había presentado en los años sesenta. Kant cita igualmente el principio del laisserfaire, laisseraller como una fra­ se de un viejo comerciante (VII, 19-20), pero no intenta ningún análisis ni reflexión respecto al modo en el que un comercio sin aranceles afecta las formas de producción: si se suprimen los aranceles, prác­ ticamente se niega cualquier oportunidad de subsistencia a los gremios, lo mismo que a muchos artesanos.91 En 1798, en la Antropología, Kant analiza la disposición téc­ nica, la disposición pragm ática y la disposición m oral del ser hum ano. En los tres casos, el único ser vivo en la tierra que po­ see la capacidad para proponerse m etas es el hom bre. El apartado correspondiente a la disposición técnica aborda los problem as de si, en su origen, el hom bre se encuentra destinado a cam inar en cuatro o en dos extrem idades, a alim entarse de fruta o de carne, algo que no todo el mundo ve; se alimentan mal, quitan con frecuencia algo a su gente solamente para poder lucir mejor en público aquello que forma parte de la forma exterior de la felicidad” (Anthropologie-Collins, p. 202). Por otra parte, en el texto se habla inmediatamente de fabricantes, obreros de fábrica, es decir, de tejedores (=Webern). (Anthropologie-Dolum, pp. 277-278); véase, asimismo, la más antigua Amhropologie-Parow, pp. 291-292, al igual que el comentario núm. 239 en el vol. XXV de la edición de la Academia. *9 A nthropologie-D ohna, pp. 277-278; véase, asim ism o, la más antigua Anlhropologie-Parow, pp. 291-292, al igual que el comentario N° 239 en el vol. XXV de la edición de la Academia, 90 Anlhropologie-Collins. p. 188. 91 Grossing se habla manifestado a este respecto en el Slaatenjournal; cfr. Tortarolo, 1989, p. 299. Acerca de la liberación para una parte de la población del comercio de cereales, véase Rehberg, 1942; Vogcl, 1972, p. 191.

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a la vida en grupo o en aislam iento; el de cóm o pudo sobrevivir la prim era pareja humana en un entorno tan hostil sin experiencia de ninguna índole; el de qué ocurre con los pájaros cantadores, cuyo canto no se hereda a sus descendientes; por últim o, se ana­ liza la función de la mano hum ana (VII, 322-323). El elenco tem ático es, evidentem ente, del todo ahistórico. A c e rca del p ro b lem a de la d iv isió n del tra b a jo , en la Fiwdameiuación de la metafísica de las costumbres, K ant descubre las ventajas de esta organización productiva. La industria, las manufacturas y las artes en su totalidad se han visto beneficiadas por la distribución de los trabajos; porque no hay allí alguien que haga todo, sino que cada uno se limita a cierta tarea, la cual se distingue claramente de las demás según el procedimiento utilizado, para realizarla con el máximo de perfec­ ción y con la mayor facilidad (IV, 388). Podemos mencionar rápidamente aquí los pasajes en los que Kant habla de la “distribución de los trabajos". La primera oración de la “ Introducción” a El Conflicto de ias Facultades comienza de la siguiente manera: “No fue mala la idea de quien por primera vez tuvo el pensamiento y lo propuso públicamente de operar la totalidad del saber práctico (en realidad, el de las cabezas dedicadas a ello) de manera fabril por así decirlo, por distribución de los trabajos (V il, 17) Y al final del prólogo a la Antropología, Kant exhorta a los lectores a aportar ahora ellos mismos material a las especialida­ des existentes, “gracias a lo cual, los trabajos en ellas se distribuyen por sí mismos entre los amantes de este estudio, podiendo unificarse en un todojustam enle debido a la unidad misma del plan” (VII. 122). Y también en la Antropología: Los pensamientos y las máquinas y, junto con éstos, la distribución de los trabajos entre distintos artistas [Ktinstler] (trabajo fabril) con­ vierten en algo fácil lo que, hecho con las propias manos y sin otras herramientas, resultaría difícil de llevar a cabo (VII 148). Com parem os ahora estas afirm aciones de Kant con un pasaje acerca de la división del trabajo tom ado del Emilio de Rousseau.

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Rousseau señala que el ejercicio de las arts naturelles, que un individuo puede practicar por sí mismo, conduce a la búsqueda de las arts d ‘industrie et qui ont besoin da conconrs de plusieurs mains,9293esto es, “de las artes de industria que requie­ ren del concurso de m uchas m anos” . La división del trabajo no es referida con un topos de la literatura griega a una ocurrencia afortu­ nada o desafortunada de un individuo, sino a una tendencia inmanente al trabajo mismo y ligada a la distribución y al concours. Se presen­ ta luego una nueva intervención del lado de las necesidades: Cada individuo -dice Rousseau-, en tanto que no conozca otra cosa que la necesidad física, se basta a si mismo; es la introducción de lo superfluo la que hace indispensable la división y la distribu­ ción del trabajo. Porque, si bien un hombre que trabaja solo únicamente obtiene lo que permite la subsistencia de un hombre, cien hombres trabajando de consuno obtendrán lo suficiente para hacer subsistir a doscientas personas. Pero esto im plica la aparición de una clase que no necesita trabajar para su propia m anutención.92 Al igual que Mandeville, Adam Srnith o Adam Ferguson, Rousseau hace pública la ampliación cuantitativa de la producción y los efec­ tos de la misma en la estructura social moderna. Por el contrario, Kant dirige su atención exclusivamente al mejoramiento cualitativo de la actividad productiva. En realidad, en esta forma, la división del trabajo aparece inclusive en Descartes. La segunda regla de conoci­ miento en el Discurso del Método se enuncia como sigue:" ... dividir cada una de las dificultades que yo examinara en tantas partes como se pudiera y como lo exigiera su mejor solución” .94 En la Antropología de 1798 (y tam bién antes, en los m anus­ critos de las lecciones) se toca el tema “ De la exuberancia” y, 92 Rousseau. I959ss, IV, 456. 93 Rousseau. I9$9ss.. IV. 456. El produelo excedente obtenido de la división del trabajo constituye ya en Platón el fundamento de las dos clases improductivas, pero también desposeídas de quienes se dedican a la defensa y a amamantar y a alimentar. 94 Descartes. I897ss., VI, 18.

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con el afán de docum entar la ahistoricidad del fenóm eno, se in­ troduce la term inología latina y se distingue luxus [lujo] de luxuries [lujurias]. Sin em bargo, el intento kantiano de dar ac­ tualidad al problem a no tiene lugar por m edio de la discusión de los factores sociales y económ icos contem poráneos, sino plan­ teando la dificultad de “si el gobierno está autorizado a restringir am bos por m edio de leyes relativas a los gastos [-..]” (V il, 250) El aspecto ju ríd ico del problem a no podría, según afirm a Kant, analizarse en ese contexto, aunque, en general, podría afirm arse, con toda validez, que “difícilm ente encontrará [el ciudadano] m olestia en una legislación acerca del gasto” . (VII, 250) Por otra parte, bajo el inocuo título de “ Pusilanim idad” (VII, 204), esto es, el estadio previo de la locura y la hipocondría, se analiza nueva­ m ente el problem a en uno de los pocos pasajes verdaderam ente irónicos y satíricos de la Antropología-, Los jefes de Estado se llaman a si mismos padres de la patria, debido a que entienden mejor que sus súbditos cómo lograr que éstos puedan alcanzar la felicidad; pero, de esta manera, el pue­ blo se ve condenado a una permanente minoría de edad. Adam Smith se refiere injustamente a los primeros afirmando que todos ellos sin excepción serían grandes derrochadores, pero es refu­ tado enérgicamente por las (¡sabias!) leyes de gastos que se han promulgado en algunos países (Vil, 209).95 La esfera que para Kant resulta de interés no es la de la economía, sino siempre la del Derecho y la de la Política que deriva de éste. Una curiosa nota en el m anuscrito conocido como Petersburg o Menschenkunde de la Antropología provoca la impresión de estar fuera de lugar en esta obra: En el año de 1740, la vida en Estrasburgo se disponía de manera tal que el señor de la casa, sus hijos y la servidumbre comieran en la misma mesa; gracias a esto podía observarse constantemente cierta

95 Todavía Samuel Pufendorf había defendido en su cscriio De offtcio hom'mis el civís II, 11, la práctica de las leyes de gastos.

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eficiencia, puesto que los trabajos se llevaban a cabo siempre ante los ojos de toda la familia. Esto ocurría inclusive en aquellos casos en que el señor era un letrado. Hoy en día, cuando cada quien cuenta con su propia habitación, la familia se ha disgregado, por así decirlo, y ningún miembro de la sociedad debe contar con el sostén que, en algún momento, podría haber recibido de los otros (230). En 1877, en su estudio sobre Adam Smith e Immanuel Kant, August Oncken escribe en el apartado “Cultivo de la economía” lo siguiente: “Echemos todavía una mirada rápida a Kant. Hay, como hemos mencionado, muy poco material al respecto en él”.96 Y esto mism o ocurriría en el caso de la teoría tributaría. “Pero, ¿qué dice nuestro filósofo alemán Kant en relación con todas estas cosas? La respuesta es: demasiado poco. Con excepción de algunas observa­ ciones superficiales en la teoría del Derecho, puede decirse que esta esfera, en su totalidad, resulta inexistente para él” .97 En 1771, John M illar escribe sus Ohservations Concerning the Distinction o f Ranks in Society, que años m ás tarde apare­ c e ría , en e d ic ió n r e v is a d a , b a jo el títu lo The O rigin o f Distinctions o f Ranks. R ecordarem os aquí solam ente una ob­ servación ya citada antes de esta obra. El capítulo 1 trata de “los niveles de rango y la situación de la m ujer en las diferentes épo­ cas”; el capítulo II de la “jurisdiccionalidad y la autoridad paterna sobre los hijos”; viene luego un análisis de las formas de dom ina­ ción en las aldeas, en la tribu y en el Estado. Mucho m ás adelante, en el capítulo VI, se trata “de la autoridad del señor sobre sus siervos”, presentándose una com paración entre el trabajo asala­ riado libre con el trabajo del esclavo y concluyéndose la m ayor eficiencia del prim ero respecto al segundo. Resulta notable que M illar considere la relación entre señor y siervo independientem ente de la sociedad dom éstica, en la que es ubicada tanto por la tradición aristotélica como por la tradición bíblica. A diferencia de M illar, Kant insiste en el m odelo tradicio­ nal de la econom ía dom éstica. No hay en él ningún interés por el trabajo asalariado m oderno que ya no tiene lugar en la casa. 96 O ncken, 1877, p. 225. 97 O ncken. 1877, p. 265.

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N o será sino hasta finales de siglo que un alum no y am igo (o conocido) de Kant, el econom ista Kraus, logre introducir y pro­ pagar con gran éxito en Konigsberg las ideas económicas de Adam Smith; para Kant, la “teoría de los sentim ientos m orales” había sido m ucho m ás im portante.98*

4. Libertades personales en la corporación Ser un ciudadano reputado de la Universidad de K ónigsberg per­ m itía despreocuparse de los asuntos económ icos y, si se estaba dispuesto a ello, una gran libertad interior. M encionarem os aquí tres fenóm enos muy heterogéneos y congruentes con la sim bio­ sis del genio y una corporación protegida por la autoridad. Independientem ente de cuál haya sido el rango de la U niver­ sidad de K onigsberg como un todo, la institución, com o escribe P a u lse n ," concedía a quienes form aban parte de ella la libertas philosophandi. A este respecto, al igual que lo que ocurre con algunos de los fenóm enos que hemos m encionado anteriorm ente, Kónigsberg y sus instituciones no constituyen un caso de excep­ ción, sino un ejem plo sintom ático de lo que, con Joseph G lanvill, puede llamarse un “clim a [regional] de opinión” . La libertad que prevalece en la época de Kant se distingue claram ente de la fase pietista anterior y representa, al mismo tiem po, un fenóm eno general en Prusia y parcialm ente tam bién en Europa. M encionem os aquí, en lo que a Prusia respecta, un docum ento fechado en 1770. esto es, durante el periodo en el que Kant toma posesión de su cargo com o profesor de Lógica y me­ tafísica de la U niversidad. El 26 de m ayo de 1770, el gobierno prusiano en Konigsberg, al que se encontraba sujeta la U niversi-

La fijación en la dinámica dcsco/rcchazo impide una investigación de los inte­ reses empíricos, de decisiva im portancia en la literatura social de la ¿poca; cfr., por ejem plo. J.R.B. Robinct. De la nature. Amstcrdam. 1761-1766, I. 77: “El interés, el gran m otor de las acciones hum anas, que hace todo por todos y contra todos y que introduce, en consecuencia, tanto el desorden como la armonía, tanto el bien como el mal” . Acerca de Kraus. véase la investigación de Slark. 1987. Paulsen, 1919 (3a. ed., 1921, II, 136: más recientemente Stichwch, 1994, cap. 12).

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dad, recibe una orden especial con “indicaciones m etodológicas para los estudiantes de las cuatro facultades” , que debía repartirse entre los alum nos de la institución en el m om ento de su inscrip­ ción. En lo tocante a la filosofía se señala allí que “quien estudie filosofía en la Universidad debe tener, sobre todo, el firme propó­ sito de alcanzar la habilidad y pericia para pensar qué conviene a la naturaleza de la verdadera filosofía; [pues] ésta consiste en la habilidad para pensar sin prejuicios ni sectarism os y en la de in­ vestigar la naturaleza de las cosas” .100 Kant puede aprovechar esta libertad, surgida en el espíritu del eclecticism o101 y profundizar en ella. Es en esto donde debe verse su eficacia peculiar como un representante de la Albertina. Desde este punto de vista, los conceptos claves de la actividad que debía cum plir son los siguientes. En estrecho nexo con las ideas de la nueva academ ia platónica, en las discusiones y debates filosóficos se procede de m anera escéptica, se habla in utramque partem, esto es, se disputa en pro y en contra, no sólo con el fin de alcanzar una mera habilidad argumentativa, sino para llegar a conclusiones propias. Con esto llegamos a otro de los conceptos claves que aquí entran en juego, el de pensar por cuenta propia. No se trata de aprender una filosofía, sino de aprender a hacer filosofía. En un principio, esta concepción se encuentra en deuda con las tradiciones eclécticas. En sus notas al curso de Lógica al que había asistido en el semestre de invierno de 1762-1763, Herder observa que “toma­ mos lo bueno de donde venga, [pero tampoco menospreciamos] el noble orgullo de pensar por cuenta propia y de descubrir nuestros propios errores” .102 Éste será, más tarde, el punto de partida del programa propiamente dicho de la Ilustración. O riginalm ente, la libertasphilosophundí constituye un priv i­ legio de c la s e .103 P lantear problem as perm ite escap ar a los

100 Para una dem ostración de ello, véase la “ introducción" al vol. XXV de la edición de la A cadem ia de los Gesammelten Schriften de Kant (“ Elem ente einer U ntersuchung (Ibcr dic E nlstchung der N achschriftcn"). 101 Al respecto, véase el gran estudio de Michacl A lbrccht, 1994. 101 Im scher, 1964, p. 45; cfr. a este propósito tam bién W eisskopf, 1970, pp 103-115 (“ 4. Die pédagogische Intention d e r V orlesungstiU igkeit” ). 103 Al respecto, véase K lippel, 1976, pp. 103-104.

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constreñim ientos que impone la pertenencia a un estam ento dado y alcanzar universalidad en el principio jurídico de la igualdad. La orientación intelectual podía seguir el capricho personal y apartarse de los caminos usuales. Un herm oso ejem plo de lo an­ terior lo encontram os en la siguiente nota de Kraus, escrita en 1804: Sus autores favoritos eran siempre los que intentaban ser origi­ nales, independientemente de las paradojas en las que incurrieran. Es ésta la razón por la que Kant defiende (en una reseña) inclusi­ ve a alguien como Moscati, que pensaba que el paso erecto del hombre es la fuente de muchas enfermedades y resulta, además, innatural. Pensar, de ser posible, de manera novedosa, esto es, el pensamiento que iba más allá de los conceptos comunes, resul­ taba una necesidad para su avispado espfritu. De allí su amor por todos los escritos paradójicos, sin importar cuánto lo fueran”.104 Otra libertad que la U niversidad concedía a sus m iem bros era la de tener la posibilidad de abstenerse de publicar. Kant la apro­ vecha de 1770 (en realidad, de 1765) a 1781. Los breves escritos de ocasión desde 1765 hasta la Crítica de la razón pura resul­ tan im portantes para nuestros fines, si bien, desde el punto de vista de su im portancia intrínseca, se trata sim plem ente de ensa­ yos escritos por obligación y de interés exclusivamente local. Kant disponía del ocio necesario para recorrer el largo trecho que va de los Tráttmen eines Geistersehers a la Critica de la razón pura. El reconocim iento como profesor universitario era algo posible, tanto en Kónigsberg como en Berlín, aun sin un éxito editorial. He aquí un tercer ejem plo de la libertad interior y exterior que rodea a Kant en Kónigsberg. Kant rom pe, en algunos aspectos esenciales, con el utilitarism o que caracteriza a los prim eros pen­ sadores de la Ilustración. WolfFy Thom asius. en prim er térm ino, y luego Hume y Rousseau. Todos ellos ven en la utilidad general

104 K am , I900SS.. 11517; R eicke. 1860. p. 15.

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el punto más elevado hacia el cual deben orientarse tanto el pen­ sam iento como la acción. Es fácil apoyar docum entalm ente esto. A la pura especulación se opone lo práctico y útil, en ocasiones, de no ser con otra cosa que con la proscripción y aniquilam iento de una m etafísica inútil y ociosa. Why utility pleases, esto es, “ por qué resulta placentera la utilidad”, es el título de la sección central de la Inquiry concerning the Principies o f Moráis de Hum e.105 En ella, la Moral en general es basada en una referencia de utilidad, si bien ésta no se limita a la utilidad propia. Nuestros juicios morales de valor y las acciones que se guían por ellos están fundados en la sensación de placer, que se presenta en la percep­ ción de algo que es de utilidad general. Así, por ejem plo, para Rousseau no representa ningún problem a identificar la voluntad general con el interés general. Por el contrario, en Kant puede reconocerse un límite bien definido y constante a la idea de utili­ dad. Arnoldt está efectivamente en lo justo cuando habla de la “disposición aním ica kantiana a despojarse de las trabas del academicismo y, en combate incesante contra el utilitarismo, de su inclinación a atender el nexo entre la ciencia y la vida, el cultivo de los intereses prácticos y el fomento del bien com ún” . 106 Esa “dis­ posición aním ica” y esa “ inclinación” sólo pudieron ponerse de m anifiesto, es decir, surgir com o tales en una constelación espe­ cífica determ inada de ciudad y U niversidad . Las instituciones liberales y urbanas resultan necesarias para una interacción na­ tural entre los ciudadanos de la ciudad y los m iem bros, esto es, los ciudadanos de la Universidad .

105 Hum e. 1975. pp. 212-232. , Sobre ia im pórtam e excepción de la autorización del Legislativo de decidir sobre la guerra y la paz. véase más abajo la conclusión.

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Justam ente esto se hace visible para quien es capaz de penetrar en la cualidad de las acciones “que les atiende a ellas en sí m is­ m as” . Aquí se puede contar con ello: si la historia le abre esta posibilidad, el ciudadano tom a un interés práctico en la idea del D erecho com o tal. Cóm o pueda ser m antenido en forma durade­ ra este interés en el Derecho expresado en el entusiasm o es una pregunta que no se analiza m ás en los escritos de Kant. Pero, ¿cóm o se ve la política después del gran giro? ¿G uarda Kant silencio en torno a ello com o su heredero y oponente m ate­ rialista Karl M arx? Podem os bosquejar la siguiente imagen: En prim er lugar: la gran m aquinaria de la guerra con ejércitos perm anentes dirigidos por señores feudales de acuerdo con un anticuado código del honor es relevada por una milicia civil: “ Los ejércitos perm anentes deben cesar com pletam ente con el tiem ­ po” (VIII, 345); ellos son la causa del mal suprem o del tiem po m oderno.69 “Acontece algo com pletam ente distinto con la prácti­ ca voluntaria de los ciudadanos del Estado en arm as llevada a cabo en forma periódica para asegurarse mediante ello a sí mismos y a su patria contra ataques desde el exterior” (VIII, 345). Un cuer­ po voluntario de ciudadanos en armas -nada más y nada menos. Su magnitud se medirá de acuerdo con el peligro exterior. En segundo lugar: la participación activa en el Legislativo, sea in persona o sea m ediante un representante. Se m ostró que el participante en la legislación no representa ningún interés propio o social, sino que es representante y guardián del Derecho. Las leyes del Legislativo son especificaciones de los principios más generales del Derecho tal y como éstos se explicitan en el Dere­ cho Racional. Un punto del Legislativo relacionado con el contenido se des­ taca en forma distinta. Para la constitución republicana del Estado es válido que “se exija el asentim iento de los ciudadanos para decidir si debe o no haber guerra” (VIII, 351). El instrum ento que está a disposición del Legislativo como un poder que sola-

69 No solam ente durante las guerras reales, sino tam bién durante la paz. Véase la critica realizada ya en 1783 por N encke (Tortarolo, 1989, 278).

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mente legisla en forma universal es el de la aprobación impositiva (Stenerbewilligung). Si fracasa la representación popular del gobierno en el aum ento de los im puestos con el propósito de la realización de la guerra, entonces este gobierno no puede llevar a cabo una guerra de ataque de acuerdo con su propio parecer. Por otro lado, la C onstitución francesa de 1791 preveía que la decisión inm ediata sobre la guerra y la paz pertenecía a la com ­ p e te n c ia del L e g isla tiv o : “ La g u e rra p u ed e s e r d e c id id a [...jsolam ente mediante un decreto del cuerpo legislativo” .70 Aquí, com o tam bién en otros actos a ser ejecutados, se asumen las consecuencias del rigor de tom ar conjuntam ente el decreto y la ley, y es posible que Kant se haya adherido a ello.71 Para concluir, un problem a que aún se plantea toda teoría del Estado y toda Teoría Política: ¿qué relación tiene la teoría misma con la realidad a la que ella se refiere? O, por así decirlo: ¿No está legitim ado el Legislativo de Kant para derogar todos aque­ llos p arám etros ju ríd ic o s que se desarro llan en el D erecho Racional kantiano y que forman a su vez el fundam ento ju ríd ico también del Legislativo? Kant no analiza explícitamente esta cues­ tión; sin em bargo, ella se responde en form a im plícita. Hay un Derecho Racional, por así decirlo un Tribunal Constitucional ins­ talado a priori. en relación con el cual el legislador autónom o tam poco está autorizado a decidir. Hablando m etafóricam ente: el filósofo que aprehende conceptualm ente y hace pública a la ra­ zón humana que viene gradualm ente a la razón ( Rásott) no puede estar integrado en el aparato político de poder. Separado de la Corte, el Filósofo permanece como el cuarto poder, en K5n¡gsberg, no com o cortesano de Sans Souci. La política de Kant com o D octrina ejecutiva del D erecho es universalista. Se desarrolla en contraste a la política de los Prin-

7" Según Grab. 1973. 76. 71 Véase Fclschcr, 1996. 100-101 De otra manera en forma expresa en Rousseau en el Contrato Social. II, 2: “Asi. por ejemplo, se han considerado el acto de declarar la guerra y el de hacer la paz. como actos de soberanía, lo que no es asi. pues cada uno de estos actos no es en absoluto una ley sino solamente una aplicación de la ley, un acto particular que determina el caso de la ley (Rousseau. 1959 y ss., III, 370).

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cipes y de sus publicistas y consejeros jurídicos secretos que de­ ducen el Derecho a partir de la historia local y su acción a partir de la propia experiencia efím era. Ellos quieren preservar las pe­ c u lia rid a d e s de lo e x is te n te -ta m b ié n la p ro p ie d a d de la servidum bre. En el lugar de las m últiples com unidades y de las tradiciones com unitarias, Kant coloca a la sociedad mundial ( Weltgesellschaft) com o la com unidad propia del hombre y hace posible en ella la voluntad propia de los pueblos domesticada ju rí­ dicamente. La política queda así desprovista de toda arbitrariedad, se encuentra bajo las normas categóricas de la moral y del Dere­ cho y no está facultada para poner en circulación valores de creación propia.

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contra H obbes. K ant subsum e la posesión del arbitrio al igual que la posesión del estado ( Zustand) de personas en el prim er apartado del D erecho Privado - e n contradicción con los princi­ pios de su propia teoría y tam bién con los desarrollos planteados en el segundo apartado del Derecho P rivado- bajo la posesión de cosas ( Sachbesitz) y procede en ello en una form a análoga a la de Hobbes. Investigarem os aquí cuál es el m otivo inm anente a su sistem a que puede haberlo m otivado a ello. C iertam ente las teorías m uestran un cierto parentesco; sin em bargo, apenas se encuentran en una filiación histórica directa. El fundam ento com ún es el Derecho N atural estoico, pero éste no habrá de ser seguido aquí con detalle. No obstante, buscare­ m os esclarecer brevem ente qué repercusiones tienen las form as ju ríd icas correspondientes del status naturalis y/o del Derecho Privado para el D erecho Público. Si nuestro hallazgo es correc­ to, entonces el hobbesianism o y tam bién el kantianism o se tienen que confrontar con este problem a si es que no quieren renunciar en forma puram ente política (Hobbes) o debido a una filiación de pertenencia a una escuela filosófica (K ant) a una reflexión ju rí­ dica sistem ática.

I. H O B B E S “ IU S O M N IU M IN O M N IA E T O M N E S ” 1 La idea de que el hom bre tiene un derecho a todo en el Estado de N aturaleza es una construcción jurídica central que Hobbes ex­ pone desde el inicio hasta el fin de sus publicaciones: “ Natura dedil omnia ómnibus [...] a right o f every man to every thing, w hereby one man invadeth with right, and another with right resisteth [...]”, se constata en los Elements o f Law.1 2 lure naturali omnia esse omniurn, reza el título al m argen de I, 1, 10 en De cive .3 “ [...] todo hom bre tiene Derecho a cualquier 1 En relación con esta fórmula, que el propio Hobbes no utiliza, véase Brandt, 1982, 157; K crstin g , 1994, 74-76. 2 H obbes, 1969, 72-73. » H obbes. 1983, 95.

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cosa (every man has a Right to every thing), se dice en el C apítulo XIV (Párr. 4) del Leviathan. Si tom am os esta form u­ lación por sí m ism a y la aislam os artificialm ente del entram ado de la teoría de H obbes, observam os que se trata de la fórm ula de todos los autores que suponen una posesión com ún originaria de los hom bres de la natura inferior com o los estoicos,4 los Padres de la Iglesia que en esto los siguen5 y la tradición entera del D e­ recho Natural y aún K ant.6 Esta figura ju rídica tiene la ventaja de que se puede deducir de ella el derecho exclusivo a las partes de esa posesión com ún originaria. Esto puede asum ir o bien la form a de un acuerdo contractual ficticio de modo que los hom ­ bres que habitan la tierra están autorizados para concederse unos a otros la posesión de partes de la naturaleza inferior bajo condi­ ciones determ inadas que deben ser satisfechas y con ello incluso restringen su libertad (G rotius); o bien la forma en la que el indi­ viduo singular, sin ninguna convención con ningún otro individuo, tiene el D erecho N atural de apropiarse aquellas partes de la po­ sesión com ún que son incondicionalm ente necesarias para la autoconservación que D ios ha hecho para él una obligación (L ocke).7 La posesión com ún colectiva es entonces parte de un orden del D erecho N atural en el que existen acciones que son ju ríd ic a ­ m ente perm itidas y otras prohibidas. En efecto, el m undo se descom pone en esta tradición del D erecho Natural por un lado en personas y, po r el o tro , en cosas sin D erecho (rechtlose Sachen): los elem entos, las plantas y los anim ales. Se supone que este ordo es conocido a cada hom bre a través de una lumen naturale. Por tanto es, en prim er lugar, una acción contraria al D erecho lim itar arbitrariam ente la libertad de las personas y

4 A si com prende S éneca el e stad o orig in al del hom bre, com o se ded u ce la fo rm u la c ió n D esierunt enim omnia possidere, dum volunt p ro p ria (S é n e c a , Epistulae morales 90, 3). 5 C /r. B randt. 1974, 37-38. * C / r . K a n t, 1 9 0 0 s s ., V I, 2 6 2 ( M c ia p h y sisc h e A n fa n g sg rü n d e d e r Rechlslehre § 13). 7 Cfr. Locke, 1970, 303-320 (The Second Trealise o f Covernmeni Chap. V).

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lesionarlas corporalm ente. En segundo lugar, si alguien ha tom a­ do posesión de acuerdo con las reglas del Derecho Racional o N atural, es decir, conform e a Derecho, de algún ám bito parcial de esta posesión común, entonces está jurídicam ente prohibido disputarle esta posesión. Hobbes retoma este motivo de la posesión común originaria de la naturaleza inferior, pero al mismo tiem po lo destruye a tra­ vés de sus aportaciones. Sustituye el orden de paz posible inicial por m edio del grito fundam ental de guerra del bellum onmiinn contra onmes. La frase del Leviatán arriba citada dice en ex­ tenso: “ De aquí se sigue que en sem ejante condición [es decir, de la guerra abierta o latente], cada hombre tiene derecho a cual­ quier cosa; incluso al cuerpo de los demás (even lo another's body)” . En un pasaje posterior se dice: “ Pero ya he m ostrado anteriorm ente que antes de la institución del Estado (Com m on wealth), cada hombre tiene un derecho a todas las cosas ( every had a right to every thing), y a hacer cualquier cosa que consi­ dere necesaria para su propia preservación, sojuzgando, dañando o matando a todo otro hombre para lograr esto” (Capítulo XXVIII, Párr. 2). Ello significa que en relación con el “derecho a (right to)" entre personas y cosas no existe ninguna distinción; cada cual tiene derecho a tratar a los hom bres como cosas. A la om nia pertenecen entonces los omites y esto se puede hacer explícito en nuestra fórm ula, no extendida asi por Hobbes, del ju s omnium in om nia et onmes, aunque con la dificultad de que ahora se distingue verbalm cnte entre om nia y om nes. Pero jurídicam ente se allana esta diferencia. Con esta fórm ula está dado analíticam ente el que en el Esta­ do de N aturaleza debe haber ciertam ente un D erecho (Rechí), pero no ilegalidad (Unrecht). En el Leviatán se dice lo siguiente: “ Para esta guerra de todos contra todos esto es entonces algo consecuente; que nada puede ser injusto ( Unjust). Las nociones de D erecho (Right) e ilegalidad (Wrong). ju sticia (Jnstice) e in­ ju sticia (Injustice) no tienen lugar aquí” . (C apítulo XIII, Párr. 13). No hay en el Estado de N aturaleza “ Derecho e ilegalidad

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( Wrong)" como predicados contrarios;8 existen, sin embargo, “Right” y “Just” por sí mismos. Derecho (Recht) e ilegalidad (Unrecht) se deben al Estado, pues la oposición contraria es, de acuerdo con Hobbes, una creación del hombre. Como tal, él es objeto del conocimientodc-creación (Erzeugungs-Erkenntnis) como se dice en De homine: la Geometría y la Teoría del Estado tienen en la concepción de las ciencias de Hobbes una afinidad especial entre si. Un conocimiento demostrativo a priori es posible por tanto solamen­ te de cosas cuya creación depende del arbitrio del hombre mismo-. De este modo son susceptibles de prueba en forma estricta la mayo­ ría de los principios sobre las magnitudes cuya ciencia se llama Geometría [...] Además, se pueden demostrar en forma a priori la Politica y la Etica, esto es la ciencia de lajusticia y de la injusticia, de lo equitativo y de lo inequitativo, porque nosotros mismos creamos los principios para el conocimiento de la esencia de la justicia y de la equidad [...]. esto es, las leyes y pactos.9 El m undo común del Derecho del Estado, con la posibilidad de distinguir lo ju sto de lo injusto, es un logro del conocim iento y de la acción del hom bre. * Cfr. en contra de ello, para muchos intérpretes, Asbach, 1998, 204 Anm. 3: “ Kn erecto, allí donde todos tienen un derecho a todo, toda acción es ya una violación del mismo derecho de lodos los demás; este Derecho no es ningún Derecho ya que no puede decir nada sobre las condiciones del acuerdo del uso exterior de la libertad y se suprime a si mismo: toda acción es a la vez justa e injusta” Pero si este Derecho no es ningún Derecho, entonces uno puede preguntarse por qué Hobbes lo aduce como tal, y si este Derecho es a la vez injusto, uno puede preguntarse a su vez por qué Hobbes exduyc prccisamcntc esto; el que en el listado de Naturaleza no haya ninguna injusticia. En Asbach no queda claro si él quiere criticar a Hobbes o explicarlo. 9 Hobbes, 1839, 92-94 (/Je homine X 4-5: "(taque carum lantum rcrum scicnlia per dcmonstrationcm illarn a priorc hominibus conccssa cst. quarum generado depende! a ipsorum hom inum arbitrio. -D cm o n strab ilia crgo sunt thcorcm ata plurim a circa quantitatem , quorum scicntia appcllatur geom etría. (...] Practerea política el ethica, id cst scientia jusii el injusti, aequi ct iniqiti proptcrca quod principia, quibus jnstum ct aequnm ct contra, injustum ct iniquum, quid sin t, cognoscilur, id cst, ju slitiac causas, nim irum Icges ct pacta, ipsi fccimus". Cfr. también Ludwig, 1998, 114-115 ("'M a k e r's K n o w le d g e G e o m e lr ie und Slantsphilosophie ais dem onstralive lUssenschaflen"). El m érito decisivo del trabajo de Bcmd Ludwig es concebir a los escritos de Hobbes como obras de Teoría del Estado y del Derecho y no de la Politica (como un segundo M aquiavclo) o de la Retórica (Skinncr, 1997).

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Sin em bargo, se plantea la pregunta: ¿es lógicam ente posible certificar la legalidad ( Rechtlichkeit) de todas las acciones hu­ m anas en el status naturalis sin que pueda aplicarse el predicado de lo ilegal ( des Unrechtlichen) como Hobbes quiere? N uestra contratesis señala: no es posible aislar uno de los conceptos con­ trarios. extraerle su capacidad para establecer diferenciaciones y con ello su función propia y, no obstante, continuar m antenién­ dolo. Podría decirse en form a hiperbólica con H eráclito: “Para Dios todo es bello y bueno y justo; pero los hom bres han asum ido a una cosa com o injusta y a la otra com o ju sta ” .101Sin em bargo, en el interior de una Lógica defendible y utilizable, a los predica­ dos de valor corresponden oposiciones contrarias. El D erecho ( das Recht) sin el concepto opuesto de la Ilegalidad ( Unrecht) es tan contradictorio com o un sueño ubicuo que no puede ser distinguido del estado de vigilia. Puedo em plear el predicado del sueño sólo si dispongo de criterios para diferenciar entre los es­ tados de sueño y de vigilia en la vida. Hobbes quiere destacar que no hay ningún m undo com ún de los sujetos que plantean valores, sino que en cada caso existen solam ente las perspectivas privadas bajo las cuales están m oti­ vadas las acciones y aparecen éstas com o necesarias para la autoconservación. Y esta necesidad subjetiva sería la que pone al D erecho ( rechlsetzend ). No obstante, es asi que podem os objetar, la perspectiva privada no es conceptual ni tam poco lin­ güística y no contiene en sí misma ninguna posibilidad de distinguir entre el hom bre y el anim al. Es justam ente esta consecuencia la que sacó Spinoza al naturalizar realm ente al Estado de N aturale­ za y al suprim ir la diferencia entre el hom bre y el an im al.11 Si vam os de los anim ales hacia los m inerales, se m uestra rápida­ m ente que no tiene sentido atribuir a la piedra que se precipita al

10 llc rác lito , l;rg. 102 (Fragmente der Vorsokratiker, I, 173). 11 Cfr. Spinoza o. J., III, 189 ( Tractalus Theologico-Politicus XVI): "Perjus &

insiitulum nalurae nihit aliad inielligo, quam regulas naturae uniuscuiusque ¡ndividui, secundum quas unumquodque naluraliler deierminalum concipimus ad cen o modo existendum & operandum. Ex. Cr. pisces a natura determinati

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vacío el D erecho a su caída. Los átom os no tienen ni el Derecho de perm anecer entre sí, ni tam poco el de dividirse según el deseo de los hom bres. El p red ic ad o v a lo ra tiv o del D erecho ( das Wertprádikat des Rechts) puede aplicarse tan poco a los hom ­ bres de Hobbes en el Estado de N aturaleza com o a los anim ales, a los m inerales y a los átom os. Considerem os de nuevo la sentencia de Heráclito. Parece que existe tam bién un nexo sistem ático interno entre la frase del filó­ sofo presocrático y la teoría de Hobbes. Dios, es así que reza nuestra conexión, tiene el jus in onmia y, evidentem ente, no puede hacer nada injusto. Lo mismo vale, en segundo lugar, para el Es­ tado absolutista, el Leviatán soberano singular; finalm ente, en tercer lugar, todo hombre es en el status naturalis no otra cosa sino su propio Dios y su propio Estado soberano. Tan pronto como el hom bre se integra en el Leviatán, existen solam ente dos sobe­ ranos, Dios y el Estado. Todo lo que ellos hacen es su Derecho inapelable. En este com plejo de ideas parece encontrarse una de las razones que m otivaron a Hobbes a su insostenible construc­ ción lógica de un ju s omnium in onmia et o tunes. Veamos el argumento con el que Hobbes introduce en De cive I, 7 el concepto de Derecho a través del artificio de una negación: Fertur enim unusquisque ad appelitionem eius quodsihi Bonttm. et ad Fugam eius quod sihi malum est, máxime autem maximi malorum naturalium. quae est mors; idque necessitate naturae, non m inore quam qua fe r tu r Iapis deorsum. Non igitur absurdum, ñeque reprehendendum, ñeque contra rectam rationem est, si quis omnem operam det, ut a morte el doloribus proprium Corpus et membra defendat, conservetque. Quod autem sunt a d natandum . m aguí a d m aiores com edendum , adeoque p is c e s siimmo natural¡ ju re aqua potiunler. & maguí minores comedunt. (Por D erecho e in sti­ tución de la naturaleza no entiendo otra cosa que las reglas de la naturaleza de cada individuo, según las cuales concebim os que cada ser está naturalm ente determ inado a existir y a obrar de una Forma precisa. Los peces, por ejem plo, están determ ina­ dos por naturaleza a nadar y los grandes a comer a los más pequeños. En virtud de un D erecho N atural suprem o los peces gozan, pues, del agua y los g randes se comen a los más pequeños)". En ningún pasaje contrasta S pinoza este concepto del Derecho (Recht) con el de la injusticia ( Unrecht).

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contra reclam rationem non est, id ¡usté, et ture factum omnes dicunt. Ñeque enim luris nomine aliud significatur, quam líbertas quam quisque habet factiltatibus naturalibus secundum reclam rationem utendi. (Todos se ven arrastrados a apetecer lo que es bueno para ellos y a huir de lo que es para ellos malo, especialmente del mayor de los males naturales que es la muerte; y ello debido a una necesidad natural no menor que la que lleva a la piedra hacia abajo. Asi, nada tiene de absurdo ni de repro­ chable ni de contrario a la recta razón, si alguien dedica todo su esfuerzo a defender su propio cuerpo y sus miembros de la muer­ te y del dolor, y a conservarlo. Y todos dicen que lo que no va contra la recta razón está hecho justamente y con Derecho. Con el término Derecho no se significa otra cosa sino la libertad que cualquiera tiene para usar sus facultades según la recta razón)'’.12 El com plejo argum ento contiene dos niveles que son intere­ santes para nosotros. En prim er lugar, se dice que la aspiración al bien (es decir, a aquello que en cada caso le parece bien a cada cual) y la huida del mal (esto es, de aquello que a cada cual le parece mal) tiene lugar en form a necesaria; esta necesidad debe ser susceptible de ser aum entada respecto al mal suprem o, la p ro p ia m u erte (en form a v io le n ta ). La a c c ió n p a ra la autoconservación es entonces absolutam ente necesaria y no se som ete por ello a ningún reproche, no contradice a la recta razón y tiene lugar por ello legítim am ente. Ahora bien, e s to - y este es nuestro com entario- es válido tam bién para todo animal que si­ gue su esquem a de estím ulos y que hace todo para m antener su vida. No obstante, sigue entonces un argum ento com pletam ente distinto que Hobbes quiere identificar con el primero: ahora se transform a subrepticiam ente el Derecho en la libertad que al­ guien tiene de utilizar sus facultades naturales de acuerdo con la recta razón. Se trata ahora de la acción según el hilo conductor interno de la recta ratio, es decir, de su tem atización a través de quien actúa. Sin em bargo, con ello se excluyen a la tierra y el

12 Hobbes. 1983. 94

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anim al del ám bito del Derecho. Ahora es solam ente el hombre sujeto de D erecho (Rechtssubjekt) y él no com ete en el Estado de N aturaleza ninguna injusticia porque finalm ente todo lo que hace procede de su ju ic io , él lo considera cono necesario. Sola­ m ente si se som ete al ju ic io de un tercero existen un Derecho y una injusticia obligatoriam ente vinculantes. Hobbes no retom ó en el Leviatán el argum ento anteriorm en­ te a d u c id o de De cive p ro b a b le m e n te p o rq u e a v iz o ró sus deficiencias, pues en efecto la diferencia entre la piedra y el hombre se obtiene en form a subrepticia. Sin em bargo, tam poco lo susti­ tuyó por un m ejor argum ento, de modo que pudiéram os saber qué es lo que debe ju stificar propiam ente la introducción del con­ ce p to de D erecho en el E stado de N a tu ra lez a . El a u to r se m antiene desde este m omento en el silencio. Si uno se m antiene en el interior de la perspectiva m eram ente subjetiva, entonces se mueve en el ám bito mudo de los impulsos de la mera autoconservación, y puede - y tiene q u e - renunciar a la introducción del concepto de D erecho. Si rebasa esta pers­ pectiva subjetiva con la ayuda de la suposición de una razón accesible en form a universal, entonces puede llegarse con senti­ do a la opinión de que en el Estado de N aturaleza es posible distinguir si determ inadas acciones son ju sta s o injustas. N o obs­ tante, no es posible desligar el predicado del Derecho, de lo justo, del entrelazam iento con su predicado contrario y declarar en for­ ma general a toda acción com o conform e a D erecho, com o ju sta -alter ju re invadit, alter ju re resistit. 13 Si no existe un Derecho vinculante en forma universal, sino solam ente un “D erecho” en 1

11 Hobbes. 1983. 96 Se puede decir razonablem ente contra ello y con Kant: '‘T eniendo la intención de e x istir y de perm anecer en este estado ( Zustand ) de libertad privado de leyes exteriores, ellos no com eten ninguna injusticia los unos con respecto a los otros al hacer la guerra entre si | ...]** (V I. 3 0 7 .2 7 -2 9 ). En e fec to , con la negación del D erecho no se in tro d u c e un D e recho/N o-D crccho (Recht/Unrecht), sino que solam ente se subraya que en el caso de los hom bres se tr a ta de s e re s q u e p u e d e n y d e b en v iv ir b a jo c o n d ic io n e s j u r íd i c a s (Rechtsbedingtmgen), es decir, bajo condiciones en las que el Derecho puede ser violado.

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cada caso subjetivo y ajustado a la necesidad, entonces el con­ cepto de Derecho no tiene ninguna función más, se suprim e. H obbes es, sin em bargo, de la opinión de que él podría operar, legítim am ente y con sentido, con el concepto de D erecho am pu­ tado que anteriorm ente se ha presentado. Hobbes no sum inistra una deducción del concepto del Dere­ cho y, en form a correspondiente, tam poco responde a la pregunta de por qué en el teorem a del Estado de N aturaleza se certifica en general la legalidad de las acciones hum anas y no las de los anim ales o, en general, las de la naturaleza. ¿Tiene la torm enta el D erecho de derribar los techos de las casas? Si no se lo podem os prohibir, entonces está perm itido, entonces actúa ju stam en te ( rechtens ). Elegimos la fórmula no empleada por Hobbes de un jus onmium in omnia el omnes y distinguimos con ella entre una omnia objetiva, de cosas (sachlich ) y un omnes personal. Hobbes interpreta el omnium (en la parte de la expresión jus onmium) como un onmium hominum, como genitivo masculino en oposición al acusativo neutro del omnia, es decir, everyone, every man. Nuestra tesis es la si­ guiente: la fórmula se suprime a sí misma porque destruye el recurso que podría posibilitar la diferencia claramente pretendida entre omnia y omnes. El sujeto del jus, el omnes, no se puede distinguir como objeto del jus de todos los otros, bajo las condiciones de Hobbes, de las piedras que caen y de los peces en el m a r. El Derecho le corres­ ponde entonces solamente bajo la condición de que él al mismo tiempo se suprima. Él se convierte en cosa y se elimina con ello como per­ sona. La adscripción del Derecho a los hom bres individuales y a sus acciones se suprim e a sí misma tam bién porque todo individuo singular tiene un Derecho a todo, es decir tam bién al Derecho de todo otro; cada individuo es, por tanto, de acuerdo con esta idea, propietario exclusivo jurídico del Derecho de cualquier otro indi­ viduo y, a la inversa, su pretendido Derecho está siem pre ya en la posesión jurídica ( rechtlicher Besitz) de cualquier otro indivi­ duo. Con ello nadie tiene Derecho a ninguna cosa, tam poco a sí mismo, pues no tiene una relación privilegiada consigo mismo.

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La diferencia entre persona y cosa desaparece por m edio de la contradictoriedad del pretendido ju s onmium (i.e.. hominum) in omnia (i.e. et omnes).14 ¿Q ué puede haber m otivado al autor a operar con un concep­ to fundam ental que es insostenible? ¿Es la pura obstinación del filósofo de M alm esbury la que lo condujo en otro contexto al su­ puesto y a la férrea defensa de la cuadratura del círculo? La introducción de un Derecho sin un concepto opuesto se mueve, si se atiende solam ente al arrojo del autor, en el m ism o nivel. Pero con ello no se ha probado aún ningún fundam ento objetivo que haya llevado a H obbes a esta aventura. Una posible explicación se encuentra en el supuesto de que Hobbes asume en forma incuestionada de la tradición estoica la idea de un Derecho consistente de todos a todo y muestra enseguida en lo que se convierte realmente una hipótesis semejante. Es, sin embargo, improbable que un autor a mediados del siglo xvu piense en forma tan Fiel a Hegel y piense y fundamente sus propios pensamientos en forma dialéctica a partir de lo que ya está dado de la historia de las ideas. Otra posibilidad sería tal vez que el Derecho de todos a todo reflejara solamente la conciencia subjetiva: todo individuo está con­ vencido de ésta que es su injusticia ( Unrecht). Esta convicción no desaparecería si él descubriera que ella es compartida por todos los demás desde la perspectiva que a cada uno de ellos es propia. Aho­ ra bien, la razón diría no solamente a cada cual que él tiene un Derecho subjetivo de esta clase, sino también que él debe renunciar al Dere­ cho siempre carente de efectividad (wirkimgsloses Recht) en favor de un Derecho parcial realizable bajo el dominio de la ley de un Leviatán. Los textos relevantes a este respecto no dejan entrever nada de una fundanientación subjetivista. ¿Por qué también los ha­ bitantes del Estado de Naturaleza deben acceder -m á s allá de la palmaria experiencia del poder y del no-poder, del poder y de la im potencia- a un concepto que no les explica ni ayuda en nada?

14 Esta autocontradicción no es idéntica con una pretendida autocontradictoricdad del Estado de Naturaleza que consistiría en que diferentes personas tienen a la vez un Derecho -e x c lu siv o - a objetos idénticos de In natura inferior.

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Se dice con frecuencia que el Estado de N aturaleza y su ju s ominurn in omnia sería, de acuerdo con la propia intención de Hobbes, algo contradictorio. De este mismo carácter contradic­ torio resultaría lógicam ente en forma forzosa la necesidad de abandonar el Estado de N aturaleza y de entrar en el Estado. Es así que Yves C harles Zarka habla de la contradiction interne de l'idée d ’nn droit n aturel de chacun sur toutes choses (con­ tradicción interna de la idea de un Derecho N atural de cada uno sobre todas las cosas), contradicción pretendida por el propio H obbes.15 Pero, ¿por qué debe ser contradictoria una posesión originaria común de la “ natura inferior” con el D erecho de cada uno a apropiarse de cualquier cosa que se quiera? “ Los presu­ puestos antropológicos de Hobbes sostienen de este m odo la idea de un D erecho exclusivo de cada cual sobre todas las cosas. Este D erecho sobre todas las cosas conlleva una contradicción: ‘Aquel derecho de todos los hom bres a todas las cosas no es, en efecto, m ejor que si ningún hombre no tuviera Derecho a nada’” 16. Hobbes lo form ula de otra m anera, pues no habla de una contra­ dicción del Derecho que él asum e de todos (i.e. los hom bres) a todo, sino de que este Derecho no trae ningún fruto. Pero una herencia que no me aporta nada no es contradictoria. Lo im por­ tante aquí tam bién no es que al Derecho ( Recht) que cada cual tiene no le corresponda ninguna injusticia ( Unreclu), sino que sea un Derecho inefectivo . En Hobbes deben ser distinguidas entonces las consecuencias en el uso del Derecho del Derecho mismo -a q u í no aparece a la vista ninguna contradicción del jus omnium in omnia, sino una contradicción que el autor mismo ha colocado en su aparato conceptual. Por lo demás, Zarka parte en todo momento de que en Hobbes las personas se distinguen de las cosas ya en el Estado de N aturaleza y de que no hay ningún m otivo para realizar una crítica a este supuesto. La concepción hegelianizante de que el Estado de N aturaleza de Hobbes sería contradictorio en la propia intención de la teoría

,s Zarka, 1995. 181. Ifi Zarka. 1995. 180. Zarka cita a Hobbes, 1969, 72

(T h e E lem ento o f Law,

1, 14, 10).

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se deriva probablem ente de otra sutileza (incorrectam ente com ­ p re n d id a ) de H o b b es. El d e p lo ra b le status naturalis e stá constituido de m anera tal que todo hom bre necesariam ente tiene que querer abandonarlo. Quien quiere perm anecer en él, se con­ tradice a si mismo. Quien declara, sea con palabras o con las m áxim as de sus hechos, querer perm anecer en el Estado de N a­ tu ra lez a , se c o n tra d ic e a sí m ism o. “ [...] he therefore that

desireth to Uve in such an estáte, as is the estáte o f liberty and right o f all to al!, contradicteth himself (quien por tanto desea vivir en un estado sem ejante com o es el estado de libertad y de derecho de todos a todo, se contradice a sí m ism o)” se cons­ tata en Elements o f Law.n En el Leviatán no se observa ningún cam bio en este punto. Pero enseguida se advierte: lo que es con­ trad icto rio no es el Estado de N aturaleza, sino el decir sí o decir no de personas idénticas. A una opinión los lleva forzosa­ m ente la frágil naturaleza hum ana; a la otra llegan ellos a través de una voluntad propia dirigida incorrectam ente y m ediante el desconocim iento del modo en que sus esfuerzos necesarios por naturaleza se pueden realizar propiam ente. Solam ente aquel que busca la paz no estará en contradicción consigo m ism o. Sin em bargo, con la antitética interna de un hom bre que no esté dis­ puesto a la paz, ni el ju s omnium in omnia ni el E stado de N aturaleza mism o se convertirían en contradictorios. Si esto últi­ mo fuera el caso, se podría designar tam bién al capitalism o - y en últim o térm ino a toda sociedad hum ana en g e n e ra l- com o con­ trad icto rio s.1718 La errónea localización de la contradicción ha apartado a la investigación m ás reciente de la pista que conduce al descubrim iento de una contradicción que la propia teoria no puede nom brar. Si es correcto que existe esta contradición interna en el ju s omnium in omnia declarado, contradicción no pretendida por el autor, entonces se destruye el teorem a decisivo del D erecho N atural de Hobbes en su totalidad. Éste depende de una diferen-

17 Hobbes, 1969, 73 (The Elemente o f Law, I, 14, 12). '* Cfr. en relación con esto, próxim am ente Vernunft im Spiel.

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cía entre omnia y omnes y a la vez la destruye. Un concepto de Derecho ( Recht) sin el concepto opuesto de la injusticia (Unrecht) y una razón que es solam ente privada son m eras fantasm agorías lingüísticas. Hobbes subjetiviza el D erecho y suprim e a la vez al sujeto del D erecho en el m om ento en que lo naturaliza. Si nadie es sin contradicción el propietario de un Derecho ilim itado, tam ­ poco puede ser erigido sobre este fundam ento ningún Estado. La fórm ula del “conferir ( confer )” o del “transferir ( iransfer )” del C ontrato19 presupone com o objeto de la transm isión o de la ce­ sión un ju s in omnia libre de contradicción - y es precisam ente esto lo que no acontece de acuerdo con nuestro análisis. E s así que el C ontrato estatal del Leviatán queda rem itido a la fórm ula sustituía de la Autorización que se m enciona por vez prim era en esta obra (es decir, aún no m encionada en De cive ni en los Elements).20 N o es que todo hom bre participe en el acto de la autorización del m onarca futuro debido a un D erecho Natural que le correspondería a él a diferencia del resto de los seres de la naturaleza. Lo que acontece m ás bien es que los sujetos ju ríd i­ cos, los sujetos de Derecho ( Rechtssubjekte) son, en el acto de la autorización del Leviatán, aquellos seres que pueden partici­ p a r en e s te a c to de c re a c ió n . L as a b e ja s y aun lo s m ás d esarrollados chim pancés que, según lo m uestran las inves­ tig a c io n e s m ás recien tes, son capaces de re a liz a r p inturas, rehuyen con resignación frente a la asam blea para fundar el Es­ tado porque se sienten rebasados en sus capacidades en una em presa de esta clase. La autorización no tiene lugar sobre la base de un Derecho pretendidam ente innato y ancestral que cada uno trae desde el Estado de N aturaleza; es m ás bien un enlace obligatorio que cada uno realiza por si m ism o en form a articulada verbal mente y en relación con acciones futuras. Se hace una pro­ mesa en relación con acciones que alguien puede realizar u omitir.

•’ Cfr. H obbes, 1969, 103-104 {The Eiements o f Law. 1, 19. 6-10); H o b b c . 1983, 134 {De cive. II, S, 8); tam bién, com binado con las nuevas fórm ulas de U autorización, H obbes. 1991, 120-121 {Leviathan, XVII, Pár, 13). 20 Cfr. en relación con esto Brandt, 1982.

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La autorización posibilita con ello un acto de fundación de la so­ ciedad civil, del Estado en form a sim ilar a un pacto con el diablo o a la creatio ex nihilo - n o hay n in g ú n p a s a d o de un Tohuwabohu * precedente o de la naturaleza con presuntos De­ rechos, sino solam ente el acto iniciador en la hora cero que enlaza en form a obligatoria todas las acciones futuras. N adie se rem on­ ta a sus antecedentes y pregunta por su posibilidad y legitimación, pero toda acción futura está orientada por este pacto originario y ju stificad a m ediante él. Hobbes habría podido desligar en form a consecuente el Leviatán de su teoría previa del Derecho N atural que se enraizaba en el pasado y se orientaba por los estoicos y elegir como única base la figura, es decir el acto de habla, de la a u to riza c ió n -p o r lo menos respecto a los objetivos teóricos aho­ ra considerados.21 Con el acto de la autorización el Estado se convierte en una autocreación del hombre. Con esto, la teoría de Hobbes recuerda a las Meditationes de René D escartes del año 1641. A m bas conciben al Yo (Selbst) del hom bre en form a novedosa. En el conocido regreso a través de la duda, D escartes busca convertir al acto intelectual del dudar m ism o en el punto de A rquím edes a p a rtir del cual habrán de c o n q u istarse certezas p o sterio res. Cogito, ergo sum se convirtió en el lema de esta orientación hacia sí mismo. A diferencia de ello, Hobbes desarrolla en el Leviatán una teoría que convierte al ciudadano en el autor de su obligación de obediencia respecto a las leyes del Estado. Es el ciudadano mismo quien crea el Estado que lo dom ina y en cuya propia voluntad está fundam entada la voluntad del Príncipe. Él autoriza el conjunto de las acciones del E stad o -h a g a lo que haga aquél que dom ina, lleva siem pre para ello la firm a de todos los ciudadanos que lo autorizan. Cada individuo singular puede decir: L ’état c ’est moi (El Estado soy yo). El que sin embargo sola­ m ente una persona (a saber, el Soberano absoluto) pueda decir esto con un valor sustancial m uestra la precaria posición de los

* Palabra hebrea que significa "confusión originaria". 21 Sigo en parte Id propuesta de interpretación de Bcmd Ludwig, 1998.

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“sujetos” que se ponen bajo la tutela del Soberano. En este punto H obbes se asem eja a D escartes, quien con el cogito llega a Dios solam ente con cuyo conocim iento claro y distinto es posible el conocim iento del mundo y el conocim iento duradero de si mismo. El conocimiento claro y distinto comienza ciertamente con el alum­ bram iento del cogito sum; sin em bargo, éste puede ser puesto en form a duradera y am pliado al conocim iento del m undo a partir de la gracia de un Dios que, es así que tenem os que suponerlo, no nos engañará. La novedad que am bos tienen en com ún es que en el inicio se encuentra el hom bre que está consciente de sí mismo. N o obstante, en am bos casos se requiere de una autoridad supe­ rior para hacer posible en forma perm anente al sujeto com o sujeto cognoscente al igual que com o sujeto actuante. Los teóricos ingleses posteriores a Hobbes intentaron m os­ trar com o algo contrario al Derecho al pacto hobbesiano de un sujeto desprovisto de Derecho con un soberano absoluto que pone al Derecho. La ruptura decisiva la alcanzó John Locke con sus Two Treatises o f Government (1690) que constituyeron el fermento que habría de marcar los desarrollos posteriores en la Filosofía del Dere­ cho también en el ámbito continental. Locke restituyó la posición especial del hombre como una persona en el orden de la creación. Hizo esto con premisas teológicas que Rousseau retomó tardíamen­ te, aunque sin mencionarlas en forma explícita. A diferencia de ello, Kant intentó sustituirlas con la ayuda del concepto de autonomía en el marco de un nuevo concepto de la razón práctica.I.

II. EL D E R E C H O C O N T R A C T U A L ( VERTRAGSRECHT) DE K A N T: ¿UNA PO S E S IÓ N DE C O SA S (SACHBESITZ) D E L A R B IT R IO DE O T R A P E R S O N A ? 1. El p ro b le m a siste m á tic o El “ D erecho Privado” de Kant en el interior de la Metafísica de las Costumbres (1797) se divide en tres apartados principales. El prim ero de ellos trata “Del m odo de tener algo exterior com o

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Suyo” (VI, 245); el segundo, “ Del m odo de adquirir algo exte­ r io r ” (2 5 8 ) y, fin a lm e n te , el te rc e ro , “ De la a d q u isic ió n subjetivam ente condicionada a través de la sentencia de una j u ­ risdicción pública” (296) -e s te últim o no me interesa por el m om ento.22 Lo que observam os aquí es que el lector debería sor­ prenderse por la doble división del prim er apartado. En efecto, el lector sabe ya desde la “ Introducción” que: “ Lo M ío y lo Tuyo innato puede ser tam bién llam ado lo interior (inrtere) (meum vel tuum internum); pues lo exterior (aufiere) ha de ser siempre algo adquirido” (237,24-26). Lo Mío, lo que tengo por naturaleza es lo Mío interior (das innere Meine) com o la libertad innata, mi ho­ nor y mi cuerpo (238,1-3; 248,1-4).23 A diferencia de ello, lo Mío exterior es el Derecho susceptible de ser adquirido (das erwerbbare Recht) y es solamente de él que trata el Derecho Privado. En form a correspondiente, se espera que el D erecho Privado inicie con el tratado “Del m odo de adquirir algo exterior”. Sin em bargo, en lugar de ello se coloca el análisis del T ener antes del análisis de la Adquisición. Esta sorprendente inversión del Tener y la Adqui­ sición en el ám bito de lo Tuyo y Mío ex terio res la peculiaridad de la “D octrina del D erecho” que conduce a las aporías que serán tratadas a continuación. Antes de entrar a ello habrá que decir aún algo más: Lo M ío y Tuyo exterior está fundam entado por com pleto - o , por lo m enos, en una parte e sen c ial- en lo M ío y Tuyo interior en tanto que Derecho innato, porque toda posesión de c o sas ( Sachbesitz) está fundada en la “posesión común ( Gemeinhesitz) innata” (250,20) y todos los hom bres tienen des­ de su n a c im ie n to “un D erecho o rig in a riam e n te innato (no heredado) al sustento m ediante los padres” (280,19-20). En am ­ bos casos se advierte a prim era vista la congruencia entre el Jí Cfr. a este respecto l-'alcioni, 1999. 2) El últim o texto habla de la manzana que tengo en mi m ano y del lecho sobre el suelo. Quien me quita la m anzana de la m ano y me expulsa de mi lecho me lesionaría “en relación de lo Mío interno (de la libertad)” (248, 3-4) . De esto ha de concluirse que el cuerpo com o condición de esta libertad se encuentra en el dom inio de lo Mió interno. Esto se sigue tam bién de que lo Mió interno y lo Mió exterior forman una disyunción com pleta y mi cuerpo, considerado com o algo que no puedo a d quirir, pertenece necesariam ente a lo interno.

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Derecho interior y el Derecho innato. N os concentrarem os aquí en la problem ática del D erecho C ontractual ( Vertragsrecht). Existen tres clases de objetos de lo Mío y Tuyo exterior que se exponen tanto bajo el título del Tener com o bajo el del Adquirir. En prim er lugar, se trata de cosas a las que podem os tener un D e re c h o de p ro p ie d a d ( E igentum srech t ) ( “ P ro p ie d a d ( Eigentum) ” se dice inicialm ente en el texto im preso 269,1); en segundo lugar, se trata del arbitrio del otro en el Derecho de Per­ sonas o en el Derecho Contractual y, finalm ente, en tercer lugar, existe el D erecho en el estado ( Zustand') de otra persona en relación a mi (247; 259 ff.).24 El D erecho de Personas o Contractual se concibe en un pri­ mer nivel como la posesión jurídica que tiene el socio contractual sobre el arbitrio de aquel que es en cada caso el otro socio con­ tractual; en un segundo nivel y dando un paso más allá de lo anterior, esta posesión del arbitrio se interpreta sin embargo como una posesión de una cosa. En este segundo nivel, y es así que dice nuestra tesis, Kant fracasa por determ inadas prem isas de su propia teoría. El resultado se asem eja al del jus in omina et omites de Hobbes. El teorem a que por razones sistem áticas denom ino corno el teorem a del prim er nivel se desarrolla en forma detallada en el Segundo Capítulo. Los contratos pueden estar referidos a dos ám bitos: a cosas (Sachen) que yo puedo dar (daré) o a actividades (Táligkeiten) que puedo hacer (facere). El “ puedo” se encuentra en mis facul­ tades físicas y legales (rechtliche). Los contratos se componen -d ic h o en form a sim plificada- de dos o tres acciones. En prim er lugar, quien se obliga por el contrato tiene que declarar su pro­ mesa (ti)-, a continuación, quien acepta el contrato tiene que aceptar la prom esa ( t 2 ) y, finalm ente, en tercer lugar, quien se obliga por el contrato tiene que realizar lo que en él se promete,

14 Kant es de la opinión de que fue el prim ero en haber introducido la tercera c la se , cfr, VI, 3 5 7-361. R o b in et. 1994, 131-134. llam a la a te n ció n so b re una triad a análoga en Lcibniz.

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sea la sesión de la cosa o la realización de la actividad (/i).25 Kant considera garantizada la validez legal de los actos solamente si está suprimida la separación espacial y temporal de los fenómenos en un “En sí (.Ansich )” inteligible 26 La “ Deducción Trascendental” de un contrato legal se conduce asi de modo que la toma de posesión recí­ proca del arbitrio se piensa como el fundamento de determinación de la acción que se establece contractualmente ciertamente en primer lugar en forma empírica mediante la declara­ ción y la contradeclaración del arbitrio de cada uno de ellos en el tiempo como condición sensible de la aprehensión, donde ambos actos legales se siguen siempre el uno al otro: ya que aquella rela­ ción (como una relación jurídica) es puramente intelectual, aquella posesión se representa a través de la voluntad, considerada ésta como una facultad legisladora de la razón, como una posesión inte­ ligible (possessio noúmeno») según conceptos de libertad (...] que parte de una única voluntad común [...] (272,34-273,10). La validez legal del acto inteligible se garantiza m ediante “ un [sic!]27 postulado de la razón pura (que abstrae de todas las con­ diciones sensibles del espacio y del tiem po en lo que concierne al concepto de D erecho)” (273,22-25).28 ls C/r. tam bién K ersting. 1993. 297-302. 16 C/r. en la Krtltk der reinen iernunft: “ Por ello no puede d ecirse que el concepto común seria sensible y que contendría un mero fenómeno, pues el Dere­ cho no puede aparecer fenoménicamente, sino que su concepto se encuentra en el entendim iento y representa una cualidad (la moral) de las acciones que les corres­ ponde a ellas en si m ism as". (A, 43-44). 57 Esto es, no m ediante “el” postulado, a saber el postulado de los Parágrafos §2 y §6. 28 El texto citado muestra, sin una interpretación más detallada, que la Doctrina kantiana del Derecho no puede ser pensada sin los análisis teóricos previos de la Crítica de la Razón pura, especialmente de la distinción entre cosa en si y fenómeno Sin la filosofía trascendental no existiría una Metafísica de las Costumbres -q u e , no obstante, no son parte de la filosofía trascendental. A diferencia de ello, el ciudadano del Estado kantiano necesita tener estos conocim ientos tan poco como, según Kant. el físico tiene que saber que se ocupa con meros fenómenos. Para el ciudadano es suficiente la libertad em pírica del arbitrio (die empirische H'illkúr/reiheil) que los hom bres tienen a diferencia de los anim ales (com o m eros seres racionales (blofi vernünftige Wesen) en oposición a los seres de razón O'ernunftwesen) que ellos tam­ bién son, (véase VI), 26,6-11 und 418,7-10). A hora bien, e sta estructura que se

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El privilegio que la persona A tiene respecto a la posesión del propio arbitrio naturaliter está fundam entado, así podem os su­ po n erlo en el sentido de K ant, m ediante la fig u ra ju ríd ic a (rechtliche Figur) de lo Mío interior. Cada cual es poseedor le­ gal originario de su propia voluntad naturaliter o de su propio arbitrio naturaliter. Él los tiene a ambos y no puede adquirirlos (el propio arbitrio no es para él algo exterior). N o obstante, él puede vincularse obligatoriam ente en relación con algún otro me­ diante un contrato que se realice librem ente, es decir, de acuerdo con la interpretación kantiana de esta vinculación obligatoria: con­ cederle una coposesión ( Mitbesitz) tem poral o ideal de su Meum interior. Nos contentam os aquí por lo pronto con esta exposición. Posteriorm ente esta Teoría de la Adquisición deberá ser retom ada críticam ente. Se advierte que en esta construcción de la posibilidad ju ríd ica de la A dquisición a través del contrato se regula no solam ente la A dquisición del arbitrio de otro, sino tam bién el Tener, pues la posesión, aun cuando sea tem poral y condicionada, es un tener de algo exterior (c?ine áufiere Habe). Sin embargo, como ya se ha m encionado, Kant ha colocado antes del “Capítulo Segundo” un tratado separado “ Del modo de tener algo exterior como Suyo” . En este punto el Derecho Contractual experim enta un cam bio difícil de ser justificado. comprende en forma dora se complica algo porque los demonios kantianos del escrito sobre la paz disponen ciertamente de libertad de arbitrio y son racionales; sin embar­ go. a pesar de ello, no son ciudadanos posibles del Estado kantiano. No conocen ninguna “obligación legal (RechtspJHcht)" fundada en la razón práctica pura (véase, entre otros. 252.13) que convierte al hombre en persona legal {Rechuperson). Y esta obligación legal a su vez, y ello sorprende, no pertenece tampoco a la Doctrina de la Virtud. Ebbinghaus, 1968, 20-22, aboga por una interpretación de la “ Doctrina del Derecho" sobre el fundamento de la pura libertad empírica del arbitrio (rein empirische Willkürfrelheit). Esta “ lim itación de la Doctrina del Derecho kantiana al concepto negativo de la libertad del arbitrio humano" significaría “a la vez la independencia de esta Doctrina del Derecho de la filosofía critica en general y de su idealismo trascen­ dental" (22). Una mirada al Derecho Privado, que Ebbinghaus no considera, muestra lo insostenible de esta concepción. Poggc, 1998. parece ser de la misma opinión que Ebbinghaus; en la tabla que aparece en Pogge, 1998. 86 falta, al lado de la Consistencia y la Universalidad, la Necesidad. Y es precisam ente para ella que Kant necesita de todo el esfuerzo de una Metafísica de las Costumbres.

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Sea cualquiera la manera en que el lector de la “Doctrina del Derecho” pueda relacionarse con el arreglo del texto realizado por Bemd Ludwig, lo cierto es que existe una “Exposición del Concepto de lo M ío y Tuyo exterior” (247), una “Definición del Concepto de lo Mió y Tuyo exterior” (248) y una “ Deducción del Concepto del Derecho de la mera posesión legal de un objeto exterior (possessio noumenon)" (249). Esta D educción se apoya sobre el postulado de la Razón jurídico-práctica que se com prueba en la referencia del últim o párrafo de §2 - o tam bién del de §2 que se inserta en §6 de las ediciones tradicionales. El Postulado reza así: “Es posi­ ble tener com o M ío un objeto exterior cualquiera de mi arbitrio; es decir, una m áxim a de acuerdo con la cual, si ella fuera ley, un objeto del arbitrio tendría que ser en sí (objetivam ente) carente de dueño (fiérrenlos) (res nnllius), es una m áxim a contraria al Derecho” (246,5-8). El objeto posible del arbitrio experim enta en la “ Exposición” su especificación de acuerdo con la categoría de la Relación en tres clases. El postulado es válido, aunque se proceda con el texto de cualquier modo que se quiera, de manera que abarca a las tres clases de objetos. Esto es algo nuevo en relación con el Derecho de Adquisición (Erwerbsrecht), pues en él se encontraban fundamentadas las tres clases de objetos en postulados separados correspondientes (258, 24-25, 264, 30-35 y 268, 25 para el D ere­ cho de Cosas o Derecho Real [Sachenrecht];29 273, 22-29 para el D erecho C ontractual y 276, 32-34 para el D erecho de Perso­ nas en el modo de las cosas [das auf dingliche Art personliche Redil]). Y adem ás existe en las dos prim eras clases de objetos una v o lu n ta d com ún se p a ra d a que se p ie n sa com o u n id a noum enalm ente. En el Derecho de Cosas o Derecho Real es una “voluntad omnilateral ( allseitiger ), no casual sino a priori, por tanto necesariam ente unificada y por eso solam ente legisladora” (263, 26-27). Habíam os conocido ya anteriorm ente la voluntad bilateral com ún (gemeinsamen zweiseitigen Willen) en el D e­ recho de Personas o en el Contractual. 29 Podem os m antener esto también para el pasaje tomado en serio de 258, 2425, pues ahi se trata, bajo el titulo general “ Principio Universal de la Adquisición e xterior", a partir de 258, 9, solam ente del Derecho de Cosas o Derecho Real

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La fundam entación del Postulado de §2, es decir de §6, con­ tiene una prim era parle que concierne a la m era Posibilidad (“ Poder (Machí)”) en el prim er párrafo (2 4 6,9-35), en el segun­ do párrafo (247, 1-8) y a continuación la propiam ente buscada entrada en vigor de esta posibilidad con una permisión ( Erlauhnis) de tener realm ente algo exterior en su “ poder” a través de un acto de a rb itrio y, con ello , de im poner una o bligatoriedad unilaleralmente a todos los oíros. Esta segunda parte contiene el problem a que es relevante para el D erecho C ontractual. La primera parte dice que el principio racional de la concordancia jurídica (gesetzliche Qbereimtmmung) de la acción libre del arbi­ trio de uno con la de todos los otros tiene un carácter puramente formal. Sería contradictorio hacer depender esta regulación formal de la libertad de la pregunta material de si un objeto utilizable se posee físicamente por mí (y entonces su uso, no concedido por mí, mediante otras personas lesiona lo Mío interior y es por ello contrario al Derecho), o no - e s decir, el objeto se encuentra en una lejanía espacial y temporal. Se sigue entonces de la ley de la libertad el que la posibilidad de un Mío y Tuyo exterior tiene que ser presupuesta. Digámoslo en forma más exacta: según la determinación de lo que sea un objeto de mi arbitrio, inicia un silogismo con una primera premisa (246,10-19), una segunda premisa (246,19-23) y una con­ clusión (246,23-25) que, a su vez, se formula de nuevo (246,32-35) en el sentido del postulado (246,5-6). Entre la primera y la segunda formulaciones del Postulado se intercala una aclaración de la dife­ rencia entre “poder (Machí)” y “potestad (Gewall)” (246, 25-32) que es constitutiva para el paso de la primera a la segunda parte de la prueba total. Ahora bien, la segunda premisa es la premisa propia­ mente mayor y dice en forma abreviada lo siguiente: “ Las leyes del Derecho (Rechtsgesetze) son solamente de naturaleza formal” . Por su parte, la primera premisa como premisa menor dice en breve lo siguiente: “La prohibición del uso de objetos útiles (=res nullius) no es de naturaleza formal” -pues, en efecto, el arbitrio de cada uno concuerda perfectamente en el uso de los objetos con la libertad externa de todo otro según leyes universales (246,17-19). La prohi­ bición no es entonces una ley jurídica posible. Así, la máxima “de acuerdo con la cual, si ella fuera ley, un objeto del arbitrio tendría

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que ser en si (objetivamente) carente de dueño {fiérrenlos) (res nullius), es una m áxima contraria al Derecho” (246, 6-8), porque esta ley se contradiría a sí misma (246,24-25) ya que siendo, como ley, formal, sería, no obstante, material como ley de prohibición.30 Pero con esto no se ha arreglado aún el punto decisivo.3132En toda “ocupación (Bemachtigung)” legal (263, 14) de una cosa se limita la libertad de todos los demás a través de un acto al cual no han dado su consentimiento. Una limitación de la libertad de esta clase es, no obstante, contraría al Derecho de acuerdo al principio omnis ohligatio est contracta?2 Puede compararse esto en un trabajo previo en el que se lee el siguiente pasaje: “En relación con la posesión de una cosa fuera de mí, según las leyes de la libertad no puedo ejercer ninguna coerción más que si todos los otros con los que yo pueda entrar en esta relación concuerdan conmigo, es decir, mediante la voluntad unificada de todos ellos con la mía, pues entonces obligo a cada uno mediante su propia voluntad según leyes de la libertad” (XXIII 277,28-33). 30 Se advierte aquí lo arriesgado que es hablar de una universalización en el examen de las máximas. I.a universalización se refiere al contenido de la máxima que, en forma de prueba, se unlversaliza. El punto de Kant es, por el contrario, el de la cuestión de si la máxima puede ser una ley form al de la libertad. Hay entonces un tránsito categorial de contenidos del arbitrio hacia una forma legal (gesetzliche Form) que a b strae por co m p le to de todo c o n te n id o . 1.a ley es no so la m e n te dem ocrálico-univcrsal, sino que se tiene que cualificar tam bién com o necesaria. No basta que mi m áxima de anudar las agujetas de mi zapato izquierdo antes de tas del derecho pueda universalizarsc sin problem a a lo largo y ancho del mundo. La distinción c ritica entre contenidos fenom enales, determ inados espacio-tem poralm entc. por un lado, y una legislación de la libertad en el orden inteligible, por el otro, es la presuposición de la filosofía moral kantiana (D octrina del D erecho y Doctrina de la Virtud bajo el techo corrnin del im perativo categórico). Si se supri­ me esto, todo se convierte en algo sin sentido. Se debe rem itir aún al hecho de que la máxima de 246, 6-8 se formula como antítesis bajo la condición de un concepto p rc crilic o de posesión 2SS, 9-10. 31 Es falso suponer que Kant se dedica aquf a “cuestiones de nom enclatura"; véase Struck, 1987, 472. 32 Cfr. K ant, 1900 y ss., XX III, 219,10-1 S: “ No puede surgir para nadie una obligatoriedad más que la que él mismo ha contraido para si (omnis obligatio est contracta). Nadie puede entonces adquirir algo a través de un a rbitrio unilateral (aunque si por m edio de una acción unilateral), sino m ediante arbitrio unificado de los que crean una obligatoriedad en la adquisición y realizan un contrato reciproco

(sich wechselseitig contrahiren)”.

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Ahora bien, el postulado del “ Primer Capítulo” disuelve la aporía p ara la situ ació n p reestatal m ediante un a c to de a u to rid ad (Machtspruch): otorga una perm isión o autorización ( Befugnifi) que no podríamos obtener a partir de meros conceptos de Derecho; autorización para imponer a todos los otros una obligación que de otra manera no tendrían, a saber, la de abste­ nerse de usar ciertos objetos de nuestro arbitrio porque nosotros hemos sido ios primeros en tomarlos en nuestra posesión. La razón quiere que esto tenga valor de principio y esto en tanto que razón práctica que se extiende a priori mediante éste que es su postula­ do” (247>8).33 “A todos los otros” - s e ve cóm o se coloca aquí la piedra fun­ dam ental del D erecho provisional (provisorisches Recht) de lim itar en form a anticipada la libertad de todos los otros y a con­ tinuación, en la fundación del Estado, transform ar el Derecho provisional en perentorio. En la legislación de la voluntad univer­ sal pueden ser reguladas, en idea, las lim itaciones a la libertad y los actos individuales de adjudicación de posesión pueden ser transform ados en Derecho perentorio. Pero con ello cada cual ha dado su consentim iento para lim itar la libertad m ediante el arbitrio de los otros. Esto lo ha anticipado hasta cierto punto en una atribución presurosa.

33 En relación con la cuestión de hacia dónde propiam ente se am plia la razón p rá ctic a ( cfr. 2 4 7 ,6 -8 ). deben co n sid era rse dos puntos. En prim er lugar, K ant c o lo c a los “ m eros c o n ce p to s ( blofie B egriffe)" (2 4 7 , 3) c o n tra el " p rin c ip io (Grundsatz)" (247. 7). El im perativo categórico, como tam bién ley de la libertad externa que de él se deriva, es aquí un principio (Sai:) sintético a priori del cual pueden deducirse otros principios sintéticos (-com o, en forma análoga, a partir de los p rincipios sintéticos de la A ritm ética y de la G eom etría se siguen analítica­ m ente otros principios sintéticos y. lo m ismo que en el caso anterior, a partir de m eros c onceptos, por ejem plo, no puede ser e x p lic ad a la d ifere n cia de p artes com plem entarias incongruentes). No obstante, en segundo lugar, solam ente hasta el últim o párrafo de $2 se realiza el tránsito desde la posibilidad fundamental del Mió y Tuyo exterior jurídicos hacia la "am pliación” de que ahora, en un acto del arbitrio por el que se asum e una posesión, acto posible jurídicam ente, se impone a to d o s los o tro s una o b lig a to rie d ad co m pletam ente nueva. Tal vez se encuentre apenas en este lugar la am pliación sintética del postulado.

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El fundam ento de este concepto es la idea de la posesión co­ mún originaria de las cosas utilizables por parte de todos los hom bres.34 Tomar un determ inado pedazo de esta posesión co­ mún y convertirlo en propiedad exclusiva es algo que requiere de una regulación legal que lo haga posible. La idea de Kant supera en elegancia y profundidad a la de los pensadores precedentes del D erecho N atural. Solam ente tiene, al parecer, una falla. En efecto, el arbitrio de los otros pertenece tam bién a los objetos para los que ha de ser válido el postulado del “ Prim er C apítulo” . La posesión recíproca del arbitrio entre los que realizan el con­ trato funda -a s í lo sabem os- la posibilidad legal del contrato. Ahora bien, la argumentación en el “ Segundo Capítulo” parte de que quie­ nes realizan el contrato disponen de su arbitrio propio naturaliter también en forma legal de un modo privilegiado. No es una “res vacua”, sino que pertenece a lo Mío interior innato. Sin embargo, si éste es el caso, la libertad “de todos los otros” no se limita a través del contrato bilateral o multilateral, pues su libertad en la disposición sobre el arbitrio extraño se encontraba ya siempre limitada en térmi­ nos de Derecho Natural mediante la existencia del Derecho de lo Suyo interior (des ¡ritieren Seinen) de otras personas. Antes de toda posesión recíproca contractual del arbitrio de los que realizan el contrato, la libertad de toda persona se encon­ traba ya restringida en relación con toda otra persona porque nadie puede utilizar o violar la libertad, el honor o el cuerpo de los otros ni apropiarse arbitrariam ente de su libertad. “ Lo legalm en­ te M ío (rechllich Meine) (meum iuris) es aquello con lo que estoy tan ligado que el uso que otro quisiera hacer de él sin mi consentim iento me lesionaría” (2 4 5 ,9 -1 1). Es así que reza la pri­ mera frase de §1 en donde se habla en térm inos aun generales de lo M ío interior y de lo M ío exterior. Si, no obstante, la posesión jurídica del arbitrio de otro se halla bajo las mismas condiciones del postulado de §2 como lo está la posesión de cosas, entonces lo M ío y lo Tuyo interior se suprim en y la perso­ na se convierte en una cosa que se encuentra en la posesión u Véase a este respecto Edwards. 1998.

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com ún antes de todo acto de adquisición. En efecto, solam ente bajo esta condición se impone a todos los dem ás una nueva obli­ g a to ried a d en la rea liz a c ió n de un c o n tra to en tre p e rso n a s determ inadas, una obligatoriedad, que ellos de otra m anera no tendrían, de abstenerse del arbitrio de estas personas. Pero, y esto es lo sorprendente, esta obligatoriedad la tenían ya porque el arbitrio pertenece a lo M ío interior que cada cual posee y con ello el uso no consentido, no aprobado, lesiona al Derecho. Kant repite aquí este punto -suponem os que un punto equivoca­ d o - de su concepción en el “Primer Capitulo” (¡y solamente en él!): La posibilidad de una tal posesión, por consecuencia la deducción del concepto de una posesión no empírica, se funda sobre el postu­ lado jurídico de la razón práctica según el cual ‘es una obligación jurídica (Rechtspflicht) actuar en relación con los otros de tal forma que lo que es exterior (utilizable) pueda ser considerado por cada cual también como Suyo’ [...] (252,11-15). Y, poco más adelante: “Cuando yo declaro (verbalmente o a tra­ vés de un acto): yo quiero que algo exterior sea Mió, yo declaro de esta manera como algo obligatorio para toda otra persona el abste­ nerse del objeto de mi arbitrio: se trata de una obligatoriedad que nadie tendría sin este acto jurídico” (255,26-29). Lo M ío exterior de lo que aquí se habla debe abarcar las tres clases de posesión posible. Sin embargo, con ello se comprende el arbitrio (y también el estado, Zustand) de personas como una cosa de la que nadie está obligado a priori de abstenerse -com o era en el caso del Estado de Naturaleza de Iíobbes en el que cada cual tenia un Derecho a todas las cosas y personas. N o obstante, esto contradice evidentemente el estatus ju ­ rídico de lo Mío interior que Kant concede a la persona: cada cual está obligado, con anterioridad a toda acción jurídica, a abstenerse de la posesión de sí (Selbstbesitz) innata de cada cual. Kant identifi­ ca erróneamente lo Exterior sin más (das Áufiere schlechthin) (las cosas) con lo exterior sólo para otros (lo Mío interior de toda otra persona) y subsume subrepticiamente al segundo bajo el primero. Las m ism as aporias prevalecen a fortiori en la tercera clase de objetos, es decir en el D erecho D om éstico ( Hausrecht). Tam -

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bién aquí la idea de que imponemos “a todos los otros” una obligato­ riedad a través de la adquisición recíproca de personas conduce necesariamente de vuelta a la presuposición falsa (de acuerdo con Kant mismo) de que la persona no tiene ninguna relación privilegia­ da con su propio estado (Zustand), de que ella no está en posesión jurídica de sí misma (nicht im rechtlichen Selbsthesitz), de que es una cosa. La explicación del Derecho Doméstico en el “Segundo Capítulo” se encuentra por el contrario libre de esta embarazosa concepción como lo era la del Derecho Contractual.35 En realidad Kant m ism o separa el D erecho Contractual en el “ Segundo C apítulo” del D erecho de Cosas o Derecho Real ju s ­ tam ente en el punto neurálgico. Es así que dice: Éste mi D erecho es solam ente un D erecho personal (persónliches), es decir un derecho hacia una persona física de­ terminada, el de actuar sobre su causalidad (su arbitrio), el que ella me provea de una prestación, no un Derecho de Cosas o Derecho Real (Sachenrechí) hacia esta persona moral, la cual no es otra cosa más que la idea del arbitrio de todos unificado a priori y por lo cual solamente yo puedo adquirir un Derecho hacia todo poseedor de la cosa -y es esto en lo que consiste todo Derecho sobre una cosa (274,5-12). Esta formulación no es compatible con la concepción entera del “Prim er Capitulo” . En forma inversa, en el “Segundo Capítulo” se dice, en relación con la adquisición originaría mediante una ocupa­ ción unilateral, que ella podría ser legitimada36 mediante una “voluntad unificada a priori que ordena absolutamente (es decir, a través de la uni­ ficación del arbitrio de todos los que pueden entrar en una relación práctica entre sí” (263,21-23); “En efecto”, continúa Kant, “la voluntad unilateral (a la que también pertenece la voluntad bilateral y a la vez particular) no puede im poner a nadie una obligatoriedad [...j” 1

11 E sto es v álid o tam bién para §10, pu es se dice ya en el T itu lo "P rin c ip io Universal de la A dquisición exterior” . Sin em bargo, en realidad se trata solam ente de la adquisición originaria. 34 Un concepto que Kant aquí no utiliza.

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(263,2 3 -2 5 ). Sin em bargo, en este punto no se puede concluir, a la inversa, que la voluntad bilateral y por tanto solam ente particu­ lar de los participantes en el contrato requeriría de la voluntad universal para la libertad jurídica. El postulado ju ríd ico de la razón práctica rezaba: “ Es posible tener com o Mío un objeto exterior cualquiera de mi arbitrio; es decir, una m áxima de acuerdo con la cual, si ella fuera ley, un objeto del arbitrio tendría que ser en si (objetivam ente) carente de dueño (herrenhs) (res millius), es una m áxima contraria al D erecho” (246. 5-8). Ni mi arbitrio ni mi estado (Zustand) son “re.v nullius ”, sino que son lo que en cada caso es M ío interior. Por ello no tiene im portancia, com o ya se m ostró más arriba, el postulado para la segunda y tercera clase de objetos (2 4 8 ,8 -2 9 ). Aún m ás, un elem ento de adquisición originaria (que es siem pre de una cosa) se introduce en el postulado de §2 y §6: “ [...] por­ que en prim er lugar la hemos tom ado en posesión” (2 4 7 ,6 ) - p o r otra parte, en la Doctrina de la A dquisición originaria de cosas en el “ Segundo Capítulo” se utiliza este postulado o un postulado similar (véanse: 258,23-25; 262.15-16; 264,29-35; 2 6 8 ,20-30).37 Esto, sin em bargo, no es el caso en el Derecho Contractual y en el D erecho Dom éstico cada uno de los cuales form uló, com o se mostró, sus propios postulados. La diferencia vale tam bién para la oposición entre posesión provisional y posesión perentoria. Ella aparece solam ente en el “ Prim er C apítulo” y en el Derecho de A dquisición de cosas, aunque no en el Derecho de A dquisición del arbitrio y del estado ( Zustand ) de otras personas - n i el Dere­ cho Contractual ni el D erecho Dom éstico se presentan como provisionales en el “ Segundo C apítulo” . Se debe llamar la aten­ ción, adem ás, sobre el hecho de que los tres apartados de la Doctrina de la Adquisición comienzan con la determinación del con-1 11 Se traía del "Postulado de la Razón Práctica" que no es idéntico en todos los casos con el Postulado de §2 y §6: justam ente en 258. 22-23 el acto del arbitrio de 246. 30 y 247, 6 no se contem pla dentro del Postulado. La referencia en 262. 1516 que es singular para la D octrina del Derecho puede muy bien haber sido realizada por el redactor -c o m o se encuentra en m últiples ocasiones en la Antliropologie de 1798 (c/r. mi com entario, Itam burg, 1999). El •‘Prim er C apitulo" no puede por ello haber sido redactado antes del ‘‘.Segundo C apitulo” .

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cepto de Posesión o del Tener una cosa (260, 13-261,25), del arbi­ trio de otro en el Derecho Contractual (271,4-10) y de la posesión o del T ener del estado (Zustand) de otras personas en el Derecho D om éstico (276,19-26), es decir, com o si una pieza fundamental colocada previam ente que trata solam ente del T ener o del Po­ seer en lugar de la A dquisición no fuera en absoluto necesaria. Pero, podría objetarse de esta m anera: ¿no es válido tam bién en G oltfried Achenwall que el Derecho puram ente personal del contrato me autoriza ante la tarea de im poner a todo otro una obligación de abstenerse de lo M ío que he adquirido en el contra­ to? Se dice expresam ente:

Si factum pacto promissum nondum est praestitwn; acceptanti competit i) ius persónate in promisssorem, ut id praestetfaciendo, vel non faciendo, ve! patiendo, ut ipse facial, 2) ius in quemlihet tertium, ne promissorem vel inipediat in faciendo, vel cogat ad committendem, quodcontrarium est dataeftdei (Si la acción prome­ tida en el contrato no se ha realizado, entonces le corresponde a aquel que aceptó la promesa. I) el Derecho personal en relación a aquél que dio la promesa de que éste realice lo prometido mediante su acción u omisión o de que asuma el costo de que él mismo se cree su propio Derecho, 2) el Derecho en relación con un tercero de que él no impida el cumplimiento de la promesa ni obligue a quien la dio a algo que se contrapone a la palabra dada).38 - Y lo importante aquí es la idea de que, además del ius persónate en relación con el promissor, surge también un Derecho en relación con todo tercero. Vale la pena atender brevemente esta objeción para esclarecer de nuevo la idea específicamente kantiana m edian­ te el contraste. En Achenwall la persona está provista de un Derecho Natural de soberanía que en Kant se encuentra en la forma de lo “Mío interior” (es decir, localizado ya en la teoría de la posesión). Bajo el título “De iure cuiusvis respectu sui ipsius (Sobre el Dere­ cho de cada cual respecto a sí mismo)”,39 Achenwall habla del 18 A chenw all, 1767, 168 (§187). M A chenw all, 1767, 58 (“T iiulus I”).

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Derecho interior innato, “ ius illud , quod natura caique competit in se ipsum et in omnes actiones suas non iniusías [...] (aquel D erecho, que por naturaleza corresponde a cada cual, con res­ pecto a sí mism o y a todas sus acciones no injustas)” .40 A sí, a n a d ie se le a s ig n a ría un D erech o “ substantia mea utendi,

actiones meas iusías eodem modo determ inandi pro sua volúntate (suo libero arbitrio), quemadmodum illud competit pro meo arbitrio [...] (usar mi posesión y determ inar m is accio­ nes ju sta s en el mismo modo a través de su voluntad (su líbre arbitrio), com o esto corresponde a mi arbitrio)” .41 Bajo el título “De iure circa res (Sobre el D erecho de cosas o Derecho real)” se distinguen en forma estricta cosas y personas. Tenem os un derecho innato a utilizar cosas; las cosas aún no utilizadas serian “ res nullius (cosa que no está en posesión de nadie)” .4243D espués de esta aclaración prelim inar se trata el Derecho de la A dquisi­ ción originaria de cosas y a continuación el Tener (“ De dominio (Sobre el Tener)”) de la cosa adquirida - a diferencia de ello, Kant pondrá el Tener antes de la Adquisición. A este doble trata­ m iento del D erecho de C osas o D erecho Real ( Sachenrecht) sigue el D erecho de Personas en el Contrato (“ De pactó")** A hora bien, el contrato no se concibe en térm inos jurídicos de propiedad ( besitzrechtlich), como lo hicieron a grandes rasgos G rotius y en form a com pleta Kant, sino más bien como “ voluntas nimirum sufficienter declarata utriusque (voluntad de am bas partes, explicada en modo suficiente)”,44 en donde cada cual se obliga a algo lásese obligat (se obliga)”).45 “ [...] acceptanti ex pacto nascitur ius in promissorem, ut praestet [...] (a aquel que acepta la prom esa, le nace por el contrato el D erecho en relación con aquel que dio la promesa de cumplir este contrato)” .46

40 A chcnw all, 41 Achcnwall, 43 A chenw all, 43 A chcnw all, 44 A chcnw all. 45 A chcnw all, 4,1 A chcnw all.

1767. 61 (§68). 1767. 61 (§68; c/r. auch §67 «nd §168). 1767. 88-90 (§106 - §108). 1767, 142-164 (§165 - §181). 1767, 145 (§166). 1767. 151 (§171). 1767, 167 (§ 186).

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Este Derecho no es ningún D erecho Real, de cosas, sino en todo m omento sólo un Uius persónate (D erecho personal)”, de modo que la posibilidad de que m ediante el Derecho m encionado se excluya al tercero de lo que se ha prom etido contraclualm ente no está fundam entada en el Derecho de exclusión en la posesión del arbitrio de otro.47 Y en Kant esto es justam ente la conse­ cuencia inevitable de su concepción en el “ Prim er C apítulo” . Antes de aclarar la cuestión de cuál interés pudo tener Kant en esta fundam entación -u n a fundam entación que está en con­ tradicción con sus propias p rem isas- del Derecho Privado y con ello tam bién del Derecho Público, debem os señalar aún un trata­ m iento asim étrico ya abordado de las tres clases de objetos de la posible posesión. Este tratam iento se encuentra tam bién en el “Segundo C apítulo”, es decir, en el D erecho de A dquisición. En prim er lugar, se presenta oficialm ente en §10 el “ Principio Uni­ versal de la A dquisición exterior” (258, 4). No obstante, en realidad se trata solam ente de la posesión de cosas respecto a la adquisición originaria. De esta m anera, la propiedad dom ina la totalidad de la argum entación y, por así decirlo, absorbe tam bién aquí §10 a las otras dos, a las clases de objetos, independientes en sí, de lo Mío y Tuyo exterior. En segundo lugar, en el “Segundo C apítulo” se trata en general del Derecho de Personas o C on­ tractual; no obstante, el Derecho de C osas o Derecho Real sigue siendo aquí rector en la argum entación. Kant se dirige particular­ m ente a la enajenación de una cosa ( Veráufieritng einer Sache) y designa erróneam ente a ésta com o el contrato, com o si no hu­ biera ningún acuerdo contractual sobre un mero “facere (hacer)” : “ La transm isión de su propiedad (Eigenthum) a otro es la ena­ jenación ( Veraufierung). El acto del arbitrio unificado de dos personas por el cual en general lo Suyo de una de ellas pasa a la otra, es el contrato ” (271, 31-34). 41* 41 Achcnwall podría fundamentar la necesidad de la formación de una voluntad universal provista del poder de coerción en el Derecho de excluir de lo adquirido contractualm cnte al tercero, es decir, a todos los otros (véase nuestra primera cita de Achcnwall). Sin embargo, esto adquirido contraclualm ente no es en Achcnwall el arbitrio de otro.

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En la tercera clase objetos, en el Derecho de Personas en el modo de la cosa, encontram os una com binación del Derecho de C osas o Derecho Real y del D erecho Contractual. Esta com bi­ nación es, sin em bargo, de tal m anera que el Derecho de C osas o D erecho Real está presente en form a duplicada, a saber de una doble m anera. Por un lado, tenem os la form a recíproca de pose­ sión que se desarrolla en forma explícita en el “ Segundo Capitulo” . Esta form a reciproca de posesión aparece com o posesión de co­ sas de los cónyuges entre sí -p o sesió n de cosas restringida en form a p erso n al- y com o posesión unilateral de cosas -p o sesió n tam bién restrin g id a- de los padres en el m antenim iento dom ésti­ co de los niños y del señor en el m antenim iento del servicio dom éstico, todo ello bajo la cobertura de una nueva “ ley permisiva natural (natiirliches Erlaubnisgesetz)” (276, 32-33).48 Debido a que la posibilidad de la posesión de cosas por parte de personas en el m atrim onio está fundam entada en que am bos cónyuges se adquieren recíprocam ente y de ese modo pueden producir nue­ vam ente su personalidad - e s decir, la relación tiene que ser bilateral en forma e stric ta - la posesión de cosas respecto a los niños y al servicio doméstico no puede ser posible, pues esta pose­ sión de cosas no es recíproca. Pero vayamos ahora al segundo aspecto de la cosa que no se encuentra en la relación interna sino en la externa. Es a ello que se refiere Kant en el “ Primer Capítulo” . No puedo llamar a una hembra (IVeib, [sic GLp, a un niño, a un servicio doméstico ni en general a ninguna otra persona,49 como lo Mió por la razón de que yo los mando actualmente como per­ teneciendo a mi régimen doméstico o porque los tengo en mi obediencia y en mi imperio y posesión, sino cuando yo, aunque ellos se hayan sustraído a mi férula y por tanto no los posea (empíricamente), pueda no obstante decir: yo los poseo a través de mi mera voluntad tanto tiempo como ellos existan y cualquiera que sea el lugar o el momento; en consecuencia los poseo de una manera meramente jurídica (blofl-rechtlich)-, por tanto, ellos 4* La relación de esta ley perm isiva (Erlaubnisgesetz) con la ley perm isiva de $2 y §6 (2471) no es aclarada por Kant.

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forman parte de mi Tener solamente y en la medida en que puedo afirmar esto último (248,21-29; s. a. 278, 18-22). Aquí tenem os un segundo aspecto de la cosa que no tiene nada que ver con el prim ero, que era de carácter interno. El De­ recho del Señor de la casa a las tres clases de personas (mujer, niño, servicio dom éstico) es, conform e al “ Prim er C apítulo”, un Derecho exclusivo que com o tal requiere de la fundación en el postulado ju ríd ico de la razón práctica. Si se extravian los seres requeridos de tutela -s e a este requerim iento naturaliter (mujer, niños) o a través de contrato (servicio dom éstico)- estos seres son en sí, y ello es lo so rprendente- una “ res vacua” de la que cualquiera podría apropiarse. Solam ente el postulado perm ite al Señor -conform e a esta lógica que ha colocado prim eram ente a estos seres bajo su potestad ( Gewalt) m ediante un acto unilate­ ral del arb itrio - “ imponer a todos los otros una obligatoriedad que ellos de otro modo no tendrían” (247,4-5), en este caso la obliga­ toriedad de abstenerse del uso de estos seres. Es evidente que en esta construcción se roba a las tres clases de personas aque­ llo que la “ Introducción a la D octrina del D erecho” otorgara a cada hombre como un Suyo interior, a saber: la libertad, el honor, la posesión de sí del cuerpo y el libre arbitrio. Es aquí entonces que se fractura la teoría kantiana. Si uno quiere insistir y m antenerse en el estatus legal, ju ríd ico del hom­ bre como una persona y relacionar la ley perm isiva solam ente con el Derecho de Cosas o Derecho Real ( Sachenrechi), enton­ ces se separan el Derecho Contractual y el Derecho de Personas en el modo de las cosas de la idea central del “ Prim er C apítulo” y no pueden integrarse posteriorm ente en el Estado. Si se les subsum e bajo la ley perm isiva, se les priva de su núcleo propio y se hace del Derecho de personas ( Personenrecht) un Derecho de Cosas, un Derecho Real ( Sachenrecht). ¿Qué interés pudo llevar al autor a su construcción? Lim ité­ m onos a los m otivos puram ente internos a la teoría. Kant unifica el D erecho de Personas y el Derecho de C osas o Derecho Real en el D erecho de posesión ( Besitzrecht) y puede explicar por

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ello a partir de este concepto el Derecho en su totalidad.50 Sin em­ bargo, en el “ Primer Capítulo” da un paso más y convierte a la posesión de cosas en el punto común de convergencia. Recuérdese la teoría de Locke que tiene la tendencia inversa de transform ar el Derecho de Cosas o Derecho Real en un Derecho de Personas-, por lo menos en la exposición que Kant dedica a esta figura jurídica. En ella actúa la “ ilusión que ha reinado secretamente de personificar las cosas (Sachen zu personifiziren) y, como si alguien por el tra­ bajo que se consagra [a las cosas] pudiera obligarlas a no estar al servicio de nadie más que él, imaginando tener inmediatamente un derecho frente a ellas; [...]” (269, 6-9; véase también 260, 19-32; y contra un Robinson lockeano: 261,17-21). Aquí se puede encontrar un prim er m otivo. En efecto, aquí se advierte de m anera clara el intento de Kant por desarrollar el D erecho Privado en su totalidad a partir de un concepto y por no dejar al D erecho de Personas y al Derecho de C osas o Derecho Real separados, desvinculados el uno del otro, como era el caso, por ejem plo, en Achenwall. En segundo lugar, el “ Primer Capítulo” tiene la función de un puente entre el Derecho Privado -q u e en su conjunto tiene que es­ tar especificado de tal modo que requiera de la (determ inación y del) aseguram iento público-jurídico- y el Derecho Público -q u e en su conjunto se encuentra enlazado, vinculado con la realiza­ ción del Derecho Privado. Es en esa tarea que el Estado encuentra su verdadera com petencia y a la vez sus límites. Es aquí que se encuentra la contribución de Kant para la contención del Les" Eso no es incondicionalm cntc algo nuevo. Si se considera la siguiente for­ m ulación de G rotius (citada en este m om ento sin una explicación del contexto):

accedíI sigmim volendi ius proprtttm a lten conferre: quite perfecta promissio est, sim tlem habens effectum quatem alien a tio dom inii. Est euim a u t vía a d alienationem reí, aut a lien a tio particu la e cuittsdam nostrae lih erla ñ s. Illuc pertinent pro mis so dandi, huc promissa faciendi ( ...a ello se añade el signo de conferir a otro el propio derecho: ésta es una prom esa perfecta y tiene un efecto análogo al de la enajenación de una propiedad. Se trata de la via para la enajena­ ción de una cosa o de la enajenación de una parte determ inada de nuestra libertad. A aquello pertenecen las prom esas de dar algo; a esto las prom esas de hacer algo)" tD e ju r e betti ac pacis. II I I , I, 3). El que prom ete se encuentra en to n ces en posesión tem poral de una “partícula" de la libertad de arbitrio de otra persona.

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viatán. Así, se tenía que concebir el Derecho Privado en su tota­ lidad de modo que él pudiera adecuarse en la idea a la combinación con el Derecho Público, pues de otro modo surgirían enclaves ju ríd ico s ( Rechtsenklaven) que, por un lado, pertenecerían al D erecho Privado y por los cuales, sin em bargo, por otro lado, el Estado no sería responsable. En tercer lugar, la ¡dea fundam ental es que la voluntad univer­ sal se m uestre com o algo necesario para resolver las aporías del Estado de N aturaleza. N o es difícil m encionar aporías de esta clase en el D erecho Contractual y en el Derecho Dom éstico. Se podría argum entar entonces de la siguiente m anera en la cons­ trucción kantiana: los acuerdos contractuales, incluso los del Derecho Dom éstico, requieren del entendim iento lingüístico. Sin em bargo, en el Estado de N aturaleza no existe algo así com o un diccionario en el que se establezca lo que significa, por ejem plo, la palabra “caballo” . Supongam os entonces que A vende a B un ser al que llama caballo y que, después de haber recibido el pago convenido en oro, le entrega una liebre diciendo algo así como: “ En casa llamam os siem pre ‘caballo’ a estos anim ales” o, m os­ trando la foto de un caballo: “¿A caso no ve U sted aquí un caballo?” En esta situación no es posible hacer dem asiado en el Estado de N aturaleza. A diferencia de ello, el Estado puede re­ mitir a un lenguaje codificado y motivar en forma correspondiente para que B reciba su dinero de vuelta. Todo Derecho determ ina­ do, y por ello únicam ente Derecho verdadero fenom énicam ente, está rem itido a verba certa. Algo análogo podría argum entarse en el caso del Derecho Dom éstico. Ciertam ente que el m atrim o­ nio se realiza naluraliter. La naturaleza tam poco ha hecho depender de dem asiadas palabras el nacim iento de los niños. Sin em bargo, podría ocurrir que la palabra “ m onogam ia” fuera una palabra desconocida para uno de los dos cónyuges . Podría ocu­ rrir tam bién que ambos cónyuges fueran de la opinión errónea de que han querido solam ente su unión y que a causa de ello pue­ den suprim irla de nuevo en forma arbitraria. De acuerdo con la concepción preposm odema ( vorpostmodern) del matrimonio, éste se realiza tam bién por un contrato. En la realización del contrato

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está presente, sin em bargo, una instancia adicional (en Kant: la ley, el Estado). Esta tercera instancia impide que la disolución del m atrim onio se encuentre determ inada por la libre arbitrariedad de los cónyuges.51 De acuerdo con lo anteriorm ente señalado, Kant tenía buenas razones para com enzar tam bién el tratam iento de la segunda y tercera clase de objetos con la función de determ inación y de sanción. Solam ente la forma en la que intentó alcanzar esto con el postulado planteado en §2 y en §6 es lo que constituyó, de acuerdo con nuestra tesis, un cam ino equivocado. En el postulado del “ Prim er C apítulo” Kant com prende la ne­ cesidad del status civilis de m odo que los actos del arbitrio jurídicam ente posibles lim iten unilateralmente la libertad de ac­ ción de todos los otros - es así que reza la fórm ula rectora de §2 conform e a la cual tenem os una autorización ju ríd ica para tom ar algo exterior en posesión y con ello “ im poner a todos los otros una obligatoriedad, que ellos de otro modo no tendrían, de abste­ nerse del uso de ciertos objetos de nuestro arbitrio porque nosotros los hemos tom ado antes en posesión” (247, 4-6). Ahora bien, la voluntad universal no es otra cosa que la fundación de una uni­ dad sintética de los actos singulares de aprehensión y apropiación m ediante leyes universales. Con estas leyes de la voluntad uni­ versal o del leg islativ o , todos (¿se trata acaso aquí de los poseedores que han realizado actos de aprehensión?) limitan su propia libertad y son, por ello mismo, los propios autores de esta

31 Una explicación de este estado de cosas podría introducir el argum ento de que en un concepto transform ado de m atrim onio ni la Iglesia ni el Estado m antie­ nen el co n tra to m atrim onial com o tal frente a la libre a rb itraried ad de los que realizan este contrato: esto lo hace solam ente el niño. El Estado seria entonces la institución legal que representa al Derecho Natural del niño -q u e por lo dem ás ha sid o traíd o al m undo sin hab er sid o p reg u n tad o por e ll o - a la a lim en tac ió n y educación por parte de ambos cónyuges y frente a éstos. La Iglesia sanciona esta p retcn sió n del niño que aún req u iere de tutela. P ienso que éste es tam b ién el fundam ento esp ecifico de la construcción tradicional del m atrim onio. Se ve en ello que es absurdo sacar el contrato entre hom osexuales de la exótica arbitrarie­ dad reciproca c im plicar a la Iglesia o al Estado como un tercero. Los señalam ientos precedentes en torno a un lenguaje norm ado y obligatorio se mueven en torno al viejo tema de la verba certa Corpus Juris Civilis.

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restricción de la libertad que anteriorm ente era unilateral y ahora es om nilateral. Es así que se puede com prender bien el que Kant diga: “N o habría por tanto, si en el Estado de N aturaleza no hu­ biera provisionalmente lo M ío y lo Tuyo exterior, tam poco obligaciones legales a este respecto y por tanto tam poco ningún m andato de salir de aquella situación’' (3 )3 , 5-8). De la misma m anera en que no hay una unidad sintética de la apercepción en la teoría trascendental del conocim iento sin que esta unidad des­ em peñe una función respecto a la sensibilidad, así está enlazada tam bién la voluntad universal a ésta que es la función originaria de la unidad legal de actos singulares de arbitrio (gesetzliche Einheit singulcirer Wiilkiirakte). Pero esto significa que el De­ recho Privado, a la inversa, se tien e que relacio n ar con la posibilidad de la unidad sintética en las leyes estatales. Quizá podría profundizarse aún más esta afinidad sistem ática: en la fi­ losofía teórica, la categoría es la instancia mediadora que presenta a lo vario de la intuición com o perteneciente necesariam ente a una autoconciencia; en la D octrina del Derecho es la “catego­ ría” de la posesión (con sus tres clases de objetos de lo M ío y Tuyo exterior, clases determ inadas categorialm ente) la que re­ presenta a lo vario de la aprehensión provisional com o necesario para la form ación de la voluntad del status civilis. La dificultad de Kant que intentam os poner de relieve se en­ cuentra en ello en la separación de lo Mío y Tuyo interior y exterior - e l Estado es, por supuesto, fáctica y legalm ente, tam bién res­ ponsable por el prim ero (piénsese en la obligación de distinguirá la m uerte natural del asesinato y de investigar especialm ente a este último). Sin em bargo, él se desarrolla en su función necesa­ ria sólo respecto al último. El Estado de Kant no es ningún Leviatán que tom a en sí, protegiéndolos, los cuerpos am enazados de los ciudadanos; se concibe más bien como un ensam ble legal liberal (ein liberales Rechtsgefiige) que se refiere esencial y propia­ m ente sólo a la regulación unitaria de la propiedad. No obstante, independientem ente de esta dificultad de la teo­ ría kantiana del Estado, podem os tom ar de aquí la exigencia de referirnos de nuevo al Derecho Privado y ganar con ello una

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prohibición de la substancialización del Estado en la forma de que el legislativo sea la instancia com pletam ente autónom a de la cam biante formación universal de la voluntad. La voluntad sería entonces todavía la res volens que, sin un contenido ya dado de antem ano, se refiere exclusivam ente a sí misma. La interpretación del Derecho Estatal kantiano puede sucum ­ bir fácilm ente ante la tentación de separar al D erecho Privado y de convertir a la volonté génércile en una instancia referida a sí misma -especialm ente la explicación del Derecho Estatal en el e s c rito Gemeinspruch... y en Zum Ewigen Frieden que no tem atizan el Derecho Privado precedente. Según Kant, la legis­ lación abandona no obstante los lím ites del Derecho cuando ella contraviene al Derecho Humano o al Derecho Privado fijados por el Derecho N atural, cuando por ejem plo suprim e la libertad contractual, transform a el Derecho conyugal en relación con los ordenam ientos del Derecho Privado, etc. En el raras veces con exactitud estudiado “Capítulo Tercero” del Derecho Privado, Kant m uestra cómo puede y tiene que ser m odificado el “ D erecho en si” de la ju sticia conm utativa en el m undo fenom énico del Esta­ do, aunque siem pre de tal m anera que solam ente las coerciones de la positivización deban ser eficaces, vigentes, y no se trata jam á s de la intervención arbitraria en los com ponentes del Dere­ cho N atural.*52 Es importante remitir a este estado de cosas anti-hobbesiano, antirousseauniano, porque una amplia falange interpretativa niega el enlace del Derecho Público con el Derecho Privado en Kant -s e a llevando a Kant a la cercanía de llobbes (Ebbinghaus)53 o sea que Rousseau sirva com o un autor que guía secretam ente esta

52 E sta es una interpretación realizada con muy buena voluntad a favor de la consistencia de la teoria. Uno se pone con ello en aprietos cuando se lee que Kant d eclara que el p erjurio -q u e para ¿I es una “ tortu ra sp iritu a lis” (304, 33-34) y “ fundam entalm ente ilegal (unrechiT (304. 37)- es, sin em bargo, legal ( rechtens ), com o un “m edio en caso de necesidad ( SothmiUel) ( In casa necessllails)" (304. 31-32). ¿Qué pasa entonces con la “to rtu ra corporalis” ? 52 Cfr. por eje m p lo E b b in g h au s, 1068. E b b in g h a u s tra ta ahí del “ S iste m a k a n tia n o de los D erechos fu n d a m e n ta les'' (1 7 5 ) pero sin re m itirse al D erecho

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tentativa (H aberm as und M aus).54 Las dos líneas de interpreta­ ción hacen uso de un talón de A quiles dei texto kantiano y quizá tam bién de la teoría kantiana. En ella no se dice cóm o debe en­ tonces garantizarse que el procedim iento de la legislación esté vinculado con los elem entos sum inistrados previam ente por el D erecho del H om bre ( Menschenrecht) o por el Derecho P riva­ do. N o hay ninguna teoría y ninguna prueba en el texto del enlace de la Legislación con el D erecho Privado. Kant, por ejem plo, no ha previsto un cuarto poder que podría encargarse de vigilar que las leyes sean tam bién conform es con el Derecho Natural. Es sin em bargo claro que Kant quería enlazar el Legislativo a elem en­ tos sum inistrados por el D erecho Privado o por el D erecho N atural y que veía en ello precisam ente una ganancia en la lega­ lidad (Rechtlichkeit) en relación con Hobbes y Rousseau. Ninguno de los dos pudo escribir lo siguiente: “No habría por tanto, si en el Estado de naturaleza no hubiera provisionalmente lo M ío y lo Tuyo exterior, tam poco obligaciones legales a este respecto y por tanto tam poco ningún mandato de salir de aquella situación” (313, 5-8). Se podrá suponer que Kant apostó por una Auflclárung que progresara constantem ente y que enlazaría todo el Legislativo con la preservación y defensa exclusiva del Derecho Privado y de los D erechos Hum anos. La reinterpretación del Legislativo kantiano en dirección de una institución de ju sticia procedural autónom a, institución que era extraña a Kant, fue preparada por el N eokantism o que com ­ prende a Kant por com pleto en este sentido: se suprim en datos previos sum inistrados de antem ano, en general todo lo “dado”, y la teoría del conocim iento se convierte en un método a priori puro, es decir, en un procedim iento que crea originariam ente - o P rivado, sino perm aneciendo com pletam ente en el m ism o D erecho E statal. A él siguen los cbbinghausianos actuales (entre otros G cism ann, H üning, O bercr) que fortalecen el eje Hobbes-K ant y consideran a Locke com o una recaída por detrás de Hobbes. Fue a partir de la observación de que a la base de esta concepción se e n c u e n tra u n a in te r p r e ta c ió n e rró n e a d e K a n t, q u e se re d a c tó e l lib ro

Eigentumstheorien von Crotius bis Kant. 54 M aus, 1992. Sorprendentem ente W olfgang K crsting se une tam bién a esta v e rtien te in te rp reta tiv a ; cfr. K ersting, 1994, 202-207.

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muestra como creado- al conocimiento verdadero y mutatis mutandis a las relaciones ju stas. En el m arco de esta interpretación se puede borrar el Derecho Privado como una instancia que enlaza la creación del Derecho en el Estado porque sum inistra de antem a­ no al propio órgano estatal de la creación del Derecho algo que contraviene al sistem a y que no proviene del procedim iento. Pero esto no tiene nada más que ver con Kant. Volviendo nuevam ente al “ Prim er C apítulo”, es preciso desta­ car que el papel especial que ju e g a el D erecho de C osas o D erecho Real ( Sachcnrecht) respecto a las otras dos categorías de lo M ío y Tuyo exterior llam a la atención a todo lector. Se acepta este papel dom inante, pienso, por dos razones. Por un lado, la posesión de cosas es adecuada com o m odelo; Kant abre­ v ia sus ex p o sic io n es su g irien d o al lecto r p ro ced er mutatis mutandis de la misma m anera con el Derecho Contractual y el D erecho Dom éstico. Por otro lado, se acepta el papel dom inante de la posesión de cosas porque la posesión del suelo es el funda­ mento Iiteral de las otras formas de posesión; la Sustancia precede necesariam ente a la C ausalidad y a la Acción Recíproca. N ues­ tros análisis han m ostrado que estos argum entos no son falsos, pero que, no obstante, no corresponden a la función real del pos­ tulado de §2 y §6 que fundam enta solam ente la posesión de cosas y oculta el punto esencial. Kant subsume de hecho las otras dos clases de objetos bajo la posesión de cosas y tenía, com o se ha m ostrado, razones vitales para hacer esto. Con esta subsunción, sin em bargo, viola sus propias prem isas conform e a las cuales las cosas y las personas se encuentran estrictam ente separadas. Con nuestro análisis del problema se plantea sim ultáneam ente la tarea de exam inar si las partes textuales que han sido des­ echadas en el “ Prim er C apítulo”55 tienen una conexión con los problem as sistem áticos. Llama la atención que tanto el texto des­ plazado en lo que ha sido hasta ahora §6 com o tam bién el postulado que debe ser insertado en su lugar, tratan solam ente

55 Véase a este respecto ttuchda, 1929, Tenbruck. 1949 y Ludwig, 1988. 60-65.

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del Derecho de Cosas o D erecho Real ( Sachenrecht). Es aquí que tiene que plantearse tam bién una edición crítica de los traba­ jo s previos de los “Principios Metafísicas de ¡a Doctrina del

Derecho

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LA IDEA RECTORA DE LA ANTROPOLOGÍA KANTIANA Y LA DETERMINACIÓN {B E S T IM M U N G ) DEL HOMBRE* I. LA IDEA RECTORA DE LA ANTROPOLOGÍA EN SENTIDO PRAGMÁTICO DE KANT “ A ntropología en sentido pragm ático” ...¿Cuál es el tema unita­ rio o la idea rectora de esta disciplina que Kant esperaba convertir en una e sp ec ialid ad u n iv e rsita ria ? En la Kriíik der reinen Vernunft se habla de una “ idea en la Totalidad (Idee im Gomen)” (B, X L IV )*1 y los Prolegómenos confieren a la filosofía trascen♦Traducción de Gustavo Lcyva. A lo largo de este texto se em plean una y otra vez la palabra alem ana Bestimmung y sus asociadas Bestimmthelt, Unbesilmmlheil, bestimmt, unbestimmt, etc. Besiimmung posee en alem án el sentido de determ i­ nación. pero tiene tam bién, por lo menos desde M oscs M endelssohn, com o habrá de m ostrarse en este m ism o texto, tam bién el significado de destino. He optado por traducirla com o determinación a fin de que concuerdc en todos los casos con el sentido de las frases y oraciones en que aparece. No obstante, el lector no debe perder de vista el sentido de esta palabra tam bién como destino [Nota del traduc­ tor, GL). 1 Los escritos kantianos se citan de acuerdo con la E dición de la Academ ia (Akadem ie-A usgabc der Gcsammellen Schrifien, Berlín. 1900 y ss.) Sin embargo, la Critica de la Razón Pura se cita según las Ediciones A y B en la edición de la

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dental un ‘‘alma del sistem a” (IV, 374). Aunque está concebios en forma sistem ática y com o ciencia, la Antropología pragmátici* no es, sin em bargo, un sistem a filosófico ni pertenece en sentido estricto a la filosofía, ni tam poco se determ ina com o sistem a a partir de una ¡dea de razón en su articulación. Es una disciplina em pírica, como la ciencia de la Geografía Física que se ordena al lado de ella en form a sistem ática y en relación con la instrucción técnica. No obstante, tiene que buscarse una unidad y una idea rectora para com prender cuál es el punto de vista que ha reunido los m ateriales y excluido a otros. Si dirigim os nuestra atención al escrito de 1798, encontram os la determ inación tripartita y algo enigm ática de que la A ntropolo­ gía pragm ática se ocupa de lo que el hom bre “ hace o puede y debe hacer de si mismo (aus sich selber machí, oder machen kaim uncí solí)” como ser que actúa librem ente (119). El título Antropología en sentido pragmático evidentem ente no hace ju sticia al último componente, al del “deber” , y no com prende por tanto al tema en su totalidad. De la misma m anera, los títulos de las dos partes del escrito, “ D idáctica A ntropológica” y “C aracte­ rística A ntropológica” , apenas sum inistran alguna ayuda. En prim er lugar, esta doble división no considera que el Program a abarca tres partes y, en segundo lugar, los conceptos de la Di­ dáctica y la C aracterística no tienen ninguna relación específica con lo particular del hombre com o un ser que actúa librem ente. Por el contrario, los dos subtítulos rezan: “ Del modo de conocer tanto lo interior como lo exterior del hom bre” y “ Del modo de conocer lo interior del hom bre a partir de lo exterior” . Aquí tam ­ poco aparece ninguna relación con el tem a del hom bre que actúa librem ente y tam poco ninguna referencia a un deber, sino la ob­ servación, libre de todo com ponente norm ativo, del hom bre en Editorial M cincr (liam burg) El texto es una versión ligeram ente elaborada de una c o n fere n cia im p artid a el 23 de septiem bre de 1997. El texto se refiere v arias veces, aunque no en forma expresa, al Volumen XXV de la Edición de la Acadacmiu y a mi Kritischer Kommentar :u Konts Anthropologte in pragmalischer flinsichl U 7 9 8 ). El Comentario se encuentra disponible en Internet en. htip.//w \vw .unim arburg.de/kant/w ebscitn/ka_anthr.him . Apareció en el otoño de 1998 en la Serie Kant-Forscfmngen en la E ditorial Félix M cincr.

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relación con sus m otivos fácticos, ocultos a nosotros. Esto se lo podría haber puesto com o meta tam bién David Hume. El actuar libre no desem peña aquí tam poco ningún papel. Con los dos subtítulos citados nos enredam os ahora en una investigación que no estaba planeada. Pero teorías de cualquier clase que ellas pudieran ser se nos presentan siem pre en textos, y los textos están fijados por escrito y se hallan som etidos por ello a un destino del cual nosotros como teóricos no querríam os saber propiam ente nada. En dejar de lado la base m aterial del texto se encuentra, sin em bargo, una de las razones por la que q u ie n e s d isp u ta n te ó ric a m e n te prim ero levantan un polvo herm enéutico y posteriorm ente se lamentan de no poder ver nada más. Dicho en breve, el prim er subtítulo no parece provenir de Kant. En efecto, ¿por qué debem os aprender a conocer lo exte­ rior del hombre por un libro? ¿Dónde residiría el problema y dónde trata la “ A ntropología” de este problem a que no existe? El se­ gundo subtítulo retoma la cuestión racional de la Fisonom ía, a saber: ¿cómo podemos conocer o adivinar a partir de los sem ­ blantes y de los gestos de la persona algo sobre su carácter interior? En el primer subtítulo se p la n te a d problema de si perte­ nece en suma al texto, por así decirlo al juego de gestos de la teoría kantiana. Este subtítulo es no solam ente sospechoso por su vacio hecho, sino tam bién porque, se constata con alivio, no aparece en el m anuscrito kantiano, conservado com o m anuscrito H en la B iblioteca de la Universidad de Rostock. El M anuscrito com ienza solam ente después de la portada de la “ Primera Par­ te”. No se elucidará ahora cómo pudo llegarse a la suposición de que el copista de ( I derivó la formulación del subtítulo de la Parte 1 a partir de la del subtítulo de la Parte 2. Q uerría solam ente rem i­ tir al hecho de que la nota m arginal en la que se form ula el Subtítulo de la Parte 2 en H tam bién trae la form ulación: “¿Q ué es el hom bre?” Se trata aquí de la vieja pregunta antropológica que ya se encuentra en Platón: ti estin anthropos. Kant la ex­ cluye conscientem ente como pregunta rectora de la Antropología y la sustituye, como habrá de m ostrarse, por la pregunta am plia, o tam bién parcial, por la determ inación del hombre.

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Si la búsqueda de la idea rectora del escrito nos rem ite para em pezar a su titulo y a su articulación interna en dos p artes, en­ tonces hem os fracasado con la prim era tentativa. Los títulos de las dos partes no contienen una referencia al hom bre com o ser que actúa librem ente y, por ello, no contienen el punto de vista específicam ente pragm ático de la obra; el concepto de la “ Di­ d áctica” se refiere quizá solam ente a la técnica de exposición de la prim era parle en form a de parágrafos, no al contenido de la prim era parte en contraposición al contenido de la segunda, de la “C aracterística” , y uno de los dos subtítulos no puede ser de más ayuda para nosotros porque evidentem ente no proviene del au­ tor. En relación con ello habría que hacer dos observaciones complementarias: En prim er lugar, el texto de la Antropología es en su totalidad problem ático, y ello no solam ente en el pasaje ya explicado. Dis­ ponem os de H, a continuación de la prim era edición de 1798 y de la segunda de 1801. Las transform aciones de la segunda edición respecto a la prim era no se rem ontan con seguridad a K ant; en preguntas de detalle se debe consultar entonces la prim era edi­ ción. Se plantea aquí, sin em bargo, el problem a: ¿es auténtico el texto de la prim era edición? ¿De quién provienen las transform a­ cio n es de la prim era edición respecto a H? II m ism o no es p u b lic a b le , p u e s H, el m a n u sc rito k a n tia n o , tuvo que se r reelaborado en su redacción.2 ¿Tiene que responsabilizarse a quien reclaboró el texto por todas sus intervenciones en él? Kant se interesó notablemente poco por el estado filológico de sus publi­ caciones y después de una elaboración precisa del texto se llega a la conclusión de que no leyó más el resultado escrito de su amanuense o copista, que es para nosotros desconocido. Sin un comentario filo­ lógico se debe utilizar el escrito entonces solamente para devaneos de ideas m ás generales; en preguntas de detalle puede ser que se tenga que ver no con la teoría kantiana sino con el texto que provie­ ne de la mesa de trabajo de un ayudante.

2 U na edición estarla justificada en todo caso com o labor de investigación con fascim ilcs añadidos.

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En segundo lugar, tam poco la pregunta en los m anuscritos de las Lecciones (volumen XXV de la edición de la Academia) lleva a una respuesta unívoca en torno a cóm o se relacionan entre sí las dos partes de la Antropología con la idea rectora unitaria de una ciencia que investiga lo que el hombre hace o puede y debe hacer de sí mism o como ser que actúa libremente. La relación entre las dos partes de la Antropología se ofrece en form a distinta en el curso del periodo de la Vorlesung. En Parow (en un apunte del Sem estre de Invierno de 1772-1773) se dice, sin ninguna relación con la disposición total, después del entretítulo “ Del C arácter del Hom bre” lo siguiente: “Si se toma en form a conjunta todo m ediante lo cual se distingue el hombre: entonces podemos estudiarlo en una cuádruple consideración, a saber [...]” (p. 284). Lo que distingue a los hom bres entre sí es lo que los caracteriza. A sí, al conocim iento de las facultades del ánim o ( Gemütsvermógen ) de las que cada cual dispone -seg ú n el viejo esquem a antropológico de conocer, sentir y q u e re r- si­ gue el conocim iento de los rasgos característicos, distintivos, de los hom bres individuales. De acuerdo con el tem a, es ésta tam ­ bién la disposición del escrito de 1798. En Ms.400o Friedlánder (1775-1776) se dice al inicio de la segunda parte: “ D espués de que en la parte general hemos conocido al hombre según las fuerzas de su alm a ( Seelenkráften) y sus facultades ( Vermógen), ahora, en la parte especial, tenem os que buscar aplicar el conocim iento del hom bre y hacer uso del m ism o” (p. 506-507). Am bas partes deben distinguirse entonces m ediante los conceptos “general (al/gemein)íe special ( besoniler)” y “D octrina de las facultades ( Vermógenslehre) -ap lica c ió n (Atrwendung). Parow y Ms. 400 pueden ser difícilm ente conciliados. Mrongovius ( 1785-1786) lo form ula así: “ Parte segunda o práctica de la A ntropología que trata de la característica del hom bre. Ya que la Prim era Parte contiene la Fisiología del hombre y así, a la vez, los elem entos de los que éste se com pone, así la parte práctica de la A ntropología nos enseña cóm o los hom bres se caracterizan en sus acciones arbitrarias ( willkuhrlichen Handlungen ) ” (p. 99r). Los elem en­ tos son expuestos en la prim era parte; en la segunda, la práctica.

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las acciones -¿C ó m o es posible conciliar am bas? Q uizá deba verse com o Fundamento la disposición que proviene de las Lógi­ cas desde Gassendi y que es utilizada tam bién en la Crítica de la Razón Pura y que consta de una D octrina de los Elem entos y una D octrina del M étodo. Busolt escribe a su vez de otra m ane­ ra: “ Esta C aracterística (pues la A ntropología es propiam ente una C aracterística) se divide en relación con su m étodo en las doctrinas. 7. Del carácter de las Personas (...] sexos [...] pue­ blos [...] género” (p. 5). Dohna : “7. Doctrina de los Elem entos. Teoría de la A ntropología. Concepto. 77. Doctrina del M étodo. C aracterística, es el uso de ello para distinguir a un hom bre de otro” (p. 5). Parece realm ente que Kant no dispone de una idea unitaria a partir de la cual resulte una clara articulación de su doctrina y del escrito en el que ella se expone. No obstante, si se interpreta generosam ente la fórmula “ lo que el hombre hace o puede y debe hacer de sí m ism o” , se reconoce el contorno som breado de la tríada de realidad, posibilidad y necesidad, y con ello podría accederse a los tres estratos de la A ntropología que se pueden com probar en ella y que tienen la ventaja de proporcionar diver­ sos estadios del desarrollo. En el com ienzo se encuentra la Psicología em pírica de A lexander Baum garten. que trata de lo que se puede observar realm ente, ordenar y tal vez explicar en el acontecer psíquico del ser humano; se trata de la Psicología em ­ pírica, en oposición a la racional. Kant se adhiere a este concepto con la prim era Lección de 1772-1773. Kant coloca a Baum garten en la base y lo com plem enta con partes que en su disposición se deben a las Observaciones sobre el Sentimiento de lo Bello y lo Sublime (1764). En esta adición se encuentra genéticam ente la cnixdc la doble división ya explicada. A ello sigue, en segundo lugar, un giro hacia lo pragmático probado con seguridad m edian­ te una carta a M arcus Herz en el otoño de 1773 (X, 143-146) y, en tercer lugar, se incorpora a la Antropología una pieza teórica que se debe a la idea rousseauniana de la perfectihilité de t'homme. El ser humano, esto es, la humanidad en su totalidad, está determi­ nada, en oposición al resto de la naturaleza, a perfeccionarse. Este

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tercer complejo, introducido finalmente, trata de la determinación del hombre. Es a él que se refiere el “Deber”. La Lección de 1772-1773 subraya, en contra de B aum garten, que la disciplina em pírica de la Psicología o A ntropología com o tal no pertenece a la M etafísica. Subraya, adem ás, que el estudio del hom bre constituye el interés propio del hom bre y que ha sido descuidado hasta ahora. Este lam ento, un topos de la literatura existente de Kant, no puede ser planteado más en los años no­ venta, pues la Psicología em pírica experim entaba entretanto un éxito arrollador. Kant dice adem ás en 1772 que no se había apro­ vechado el rico m aterial antropológico que se encontraba ya dispuesto en los diversos géneros literarios y m enciona a deter­ m inados autores como fuentes. Cualquiera que hubiera sido la forma en que W olff y Baum garten y, anteriorm ente, Hobbes y Pope llegaron a sus opiniones antropológicas -seg u ram en te no sin una lectura intensa de historiadores y p o etas-, la crítica de Kant toca un punto im portante: el estudio del hom bre hasta en­ tonces no sum inistraba sus fuentes em píricas. Kant hace esto y se encuentra por ello entre la hasta entonces m eram ente afirm a­ tiva ciencia del hom bre y una ciencia posterior a él que trabaja em píricam ente y sum inistra los procedim ientos que conducen a determ inados resultados, esto es, no solam ente observando, sino procediendo tam bién en form a experim ental. Por supuesto que una ciencia asi pierde tam bién con ello la relación con los otros dos planos de la A ntropología kantiana. Si leem os hoy a Kant y aprendem os de él algo sobre el actuar prudente en el m undo y sobre la determ inación de la especie hum ana, esto provoca una im presión extraña com o conocim iento académ ico. La form a de la ciencia se ha transform ado y ha conducido a una resignación académ ica en torno a la cuestión de a dónde conduce nuestro actuar y en qué m arco general actuam os. El tránsito de la Psicología em pírica a la A ntropología prag­ m ática se realiza según la prim era o segunda Lecciones en el program a anunciado al inicio, aunque sin una transform ación de consideración del m aterial. El program a se orientaba ya anterior­ m ente al planteam iento de fines del hom bre, porque todas las

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disposiciones del hom bre eran vistas bajo un punto de vista fina­ lista. En relación con ello, podem os decir en térm inos generales que la Antropología está concebida desde el inicio en form a estoico-teleológica y que la solución estoico-rom ana: “ El hombre ha nacido para la acción”, es válida por principio com o prem isa. Con el acento de lo pragm ático, ella se coloca ahora en forma más decidida en el centro de la atención. Adem ás, sirve para delim itarse de toda tentativa por conducir, en determinados ámbitos de fenómenos, a la Psicología en dirección de la Fisiología. Es preci­ samente esto lo que hicieron Ernst Platner y Charles Bonnet en sus Antropologías, en parte psicológicas, en parte fisiológico-médicas. El señalamiento de la orientación pragmática de la Antropología se halla en Kant enlazado en forma fundamental con la convicción de que la investigación teórica del enlace del cuerpo y el alma, investi­ gación que en ningún caso conduce a resultado alguno, no es más un lema posible de la Antropología. La filosofía trascendental también evita este tema, aunque lo haga de otra manera. El giro pragm ático tiene como consecuencia en la organiza­ ción técn ica de la Lección el que a p artir de una d isciplina introductoria se haga una Lección conclusiva que conduce de la escuela, es decir de la U niversidad, hacia el mundo. Es así que se encuentra en forma pronunciada en el program a de la Lección del Verano de 1775: “ El ejercicio preparatorio [académ ico] para el conocimiento del mundo ( Vorübung in der KenntnilJ der W elU” sirve para proporcionar lo pragmático a las ciencias y habilidades de otro modo adquiridas, mediante lo cual éstas sean utilizables no sola­ mente para la escuela, sino también para la vida; a través de ello, quien ha devenido aprendiz es introducido en el escenario de su determinación, a saber, en el mundo. Aquí se encuentra un cam­ po doble frente al aprendiz y del cual éste requiere un contorno provisional para poder ordenar en ese campo todas las experien­ cias futuras de acuerdo con reglas: a saber, la naturaleza y el hombre. No obstante, ambas piezas tienen que ser ponderadas en ese campo cosmológicamente, a saber, no de acuerdo con lo que de peculiar contienen sus objetos considerados individual-

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mente (Físicay Doctrina empírica del Alma), sino lo que su rela­ ción total, relación en la que se encuentran y en la que cada cual toma su posición, nos da a notar (II, 443). A partir de una Psicología centrada en el yo se llega a una investigación de los patrones de com portam iento en la sociedad; el acento se desplaza de la consideración del individuo hacia el análisis de los contextos sociales y de las acciones y reacciones en el interior de el los. Tenem os aquí la tensión polar entre el yo y el m undo en su totalidad, tensión que determ ina la estructura de la Antropología en un modo típicam ente kantiano. Nos movemos hacia el mundo, el escenario de nuestra acción social, y se nos prepara para ello m ediante una disciplina que une a la Antropología y a la Doctrina del M undo ( Welilehre). Con ello está superada la fase en la que las peculiaridades psicológicas (II, 443,23) deben provocar la aten­ ción de los estudiantes. Más bien se apela a su interés como futuros ciudadanos del mundo que actuarán en él. Por lo demás, las peculia­ ridades se mantienen. Ellas eran para trivializar a los genios de Weimar y Berlín de modo que el libro no tuviera un gran éxito. La Antropología pragm ática apunta a una doctrina distributiva de la prudencia (distributive Klugheitslehre). Todo estudiante que aparece en el teatro del m undo se halla dotado de un saber que le facilita el trato práctico con los otros y tam bién consigo mismo. Kant no le ha dicho al estudiante hasta ahora cuál es propiam ente el tem a común del teatro del mundo en el que él habrá de actuar. O, dicho de otro modo: ¿qué razón dom ina en la totalidad de los m últiples cursos de acción que se encuentran en los ires y venires de la vida? A partir de esta ¡nsuficencia de una A ntropología m eram ente pragm ática se desarrolla la posibilidad de retom ar de nuevo una idea discutida intensam ente en los años setenta y de añadírsela a la obra com o final. Es la pregunta por la determ inación de la hum anidad en su totalidad. En lo m eram ente pragm ático no se encuentra ninguna hum anidad y el sentido de mi hacer y om itir, sean éstos o no prudentes, aparece solam ente respecto a acciones singulares o a com plejos de acción. A partir

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de las peculiaridades psicológicas y pasando por el interés pru­ dencial del individuo accedem os en un tercer paso a la pregunta racional por el todo en el interior del cual se desarrolla nuestra acción. Esta últim a parte, la idea de la hum anidad com o idea de una unidad histórico-sistem ática, se introduce a m ediados de los años setenta y aparece al final de la Lección y del libro. N o hay otras m odificaciones de carácter estructural. Si este análisis de la Antropología desde un punto de vista pragmático es correcto, entonces la disciplina forma un todo agre­ gado -s i bien a partir de impulsos históricos. Este todo no encuentra ninguna expresión en la articulación de la Lección y del escrito mis­ mo, como lo vimos, sino que tiene que ser descubierto a partir de la génesis y de la lógica interna de la Lección y del escrito. Una consecuencia de una Antropología unitaria -au n q u e es una Antropología en tres niveles- de este tipo es que la disciplina m uestra ciertam ente m últiples puntos de contacto con otros ám­ bitos de la formación de las ideas kantianas. Sin embargo, considerada en su totalidad, es autárquica, en primer lugar, en su fundamentación m aterial-psicológica; en segundo lugar, en su planteam iento prag­ m ático de fines y, en tercer lugar, en su perspectiva en torno al para qué de la acción inmanente al mundo. La “ Antropología prag­ m ática” no es por tanto la disciplina de una Antropología práctica que Kant exige de diversas m aneras y que funge com o parte com plem entaria de la moral pura. Una confirm ación de esta tesis la sum inistra la parte de la Antropología que se encuentra más cercana a la moral, la exigen­ cia de la formación de un carácter (V il, 291-295). El hombre debe darse a sí mismo la ley también en lo moral y actuar por deber -¿n o se encuentra aquí un puente hacia la moral? En primer lugar, el acento se coloca aquí sobre el trato práctico; sabemos lo que tenemos que esperar de un hombre con carácter, podemos contar con que él se atendrá a un propósito una vez que lo ha decidido a s í- el semper ídem y tenaxpropositi estoico. La moralidad interesa solamente en el marco de una estabilidad de los hombres con quienes tratamos, de modo que éstos concuerdcn consigo mismo; podemos confiar en ellos como en el curso de las estrellas. El otro punto es el siguiente:

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hay puntos de contacto también con la Filosofía trascendental, con la Estética en la Kritik der Urteilskrqft y con la Filosofía del Dere­ cho. En el lo la “Antropología” es una suerte de sunima de los temas restantes de la filosofía kantiana, aunque desde una perspectiva empírico-pragmática. También, el último tema, la determinación del hombre se trata por completo en forma inmanente al mundo y empí­ rica. Lo decisivo aquí es solamente que se menciona un punto de unidad de las acciones humanas en su totalidad.

II. LA D E T E R M IN A C IÓ N D E L H O M B R E En la “ Su ni nía de la Antropología pragm ática”, un apartado de la Antropología desde un punto de vista pragmático, se estable­ ce esta determ inación de tal forma que ella parece trascender la m era d e te rm in a c ió n fin a l de la naturaleza ( bloss fín a te

Naturbestimnnmg): La summa de la Antropología pragmática en relación con la determi­ nación del hombre y la característica de su formación (Charakteristik seiner Aushildung) es la siguiente. El hombre está determinado por su razón a estar en una sociedad con hombres y a cultivarse, a civilizarse y a moralizarse (sich...su cultiviren, zu cmUsiren undzu moralisiren) en ella mediante el arte y las ciencias, aunque su ten­ dencia animal a entregarse en forma pasiva a las incitaciones de la comodidad del bien vivir, que él denomina felicidad, pueda ser gran­ de; sino más bien en forma activa (thátig) en lucha contra los obstáculos -obstáculos que le advienen por la incultura de su natu­ raleza- por hacerse digno de la humanidad (Vil, 324-325).

Es la summa incluso de la filosofía kantiana en su totalidad. Ella responde a las tres conocidas preguntas; ¿Q ué puedo saber? ¿Q ué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? Y todo esto no se con­ densa en realidad en la pregunta por la definición y por la esencia “¿Q ué es el hom bre?”, sino en la pregunta por el fin y por la meta; ¿ Para qué está determ inado ( hestimmt) el hom bre me­

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diante su naturaleza y su razón? -¿C ó m o debe ser pensada la identidad y la diferencia de estos dos factores de determ inación? Para com enzar se trata de la delim itación frente a las otras dos form as de determ inación del hom bre. En ninguno de estos dos casos se puede constatar huella de una influencia inm ediata; la utilizam os sin em bargo para distinguir la posición kantiana de otras ideas que com piten con ella y para, de esta m anera, com ­ prenderla de modo preciso. En prim er lugar, la tesis de que el hom bre se distingue del resto de los anim ales com o ser carente ( Müngelwesen ). Kant persigue con ello ciertam ente una tendencia análoga, pero com ­ prende al hom bre no en forma prim aria como ser carente, como lo hacía Protágoras en el Diálogo platónico del m ism o nom bre. Epim eteo proveyó, según cuenta el m ito, a las anim ales con las dotes que aseguraran su supervivencia; sin em bargo, no quedó nada para el hom bre. Él no disponía de una piel com o protección contra el frío y el calor, ni tampoco de uñas ni garras - “desnudo, descalzo, descubierto, desarmado, se encontraba el hombre (321 c)”aparecía como ser al que le falta algo, como ser carente en el escenario de la naturaleza. Así, para hacer frente a esta necesi­ d ad , tu v ie ro n q u e c re a rs e post fe slu m , en p rim e r lu g ar, capacidades técnicas para la confrontación con la naturaleza (por ejem plo, el dom inio del fuego) y, en segundo lugar, la vergüenza (aidos) y la ju sticia (dike) para la convivencia de los hom bres entre sí. Con estas dotes com pensatorias, el hom bre puede so­ m eter o m atar anim ales que eran originalm ente superiores, cultiva la tierra y vive en ciudades con una paz interior. Tam bién en Kant se puede hablar del hombre com o ser ca­ rente. N o obstante, él no recibe de los dioses ninguna dote especial para com pensar esto, para poder hacer frente con ella a la nece­ sidad de la vida, sino que es obligado por esta necesidad de la vida a crear en el curso de la historia de la especie un sucedáneo para la carente dotación que la naturaleza le ha suministrado. La necesidad que se ha infringido a sí mismo a través del ánimo discordante (unfriedliche Gesinnung) es el estímulo impulsor que obliga a la especie humana a establecerse en el planeta entero obligándola, con el fuego y la espada, a la fundación de Estados. Pero todo esto

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pertenece a la historia natural (Naturgesichte) y constituye aún un mero sucedáneo de la carente provisión animal. En oposición a ello, la determinación del hombre es la emancipación gradual de la natu­ raleza mediante la autodeterminación (Selbstbestimmung), mediante la autonomía ética (sittliche Antonomie). La forma jurídica exterior de los Estados (die aafierliche Rechtsform der Staaten) es aún una administración coercitiva (Zwangsverwaltung) para la cual in­ cluso los dem onios con una razón m eram ente instrum ental se encuentran capacitados3 (ésta es por lo menos la tesis en el escrito sobre la paz perpetua, VIII, 366-367). A diferencia de ello, la deter­ minación del hombre rebasa el mero dominio de la necesidad y exige un desarrollo propio de la verdadera justicia y de la virtud; aidos y dike no pueden ser dadas al hombre como instrumentos, sino que él mismo tiene que afanarse por alcanzarlas. Hasta aqui lo relacionado con la delimitación de la determinación kantiana del hombre respec­ to a la tesis planteada de nuevo en la época moderna, especialmente por Amold Gchlen, de acuerdo con la cual el hombre estaría carac­ terizado como ser carente. La determ inación kantiana del hom bre es, en segundo lugar, distinta de la idea de Pico delta M irándola, quien en su tratado De hominis dignitate (escrito en 1485, publicado en 1496) hace de­ c ir a Dios respecto de la indeterminación ( Unbestimmtheit) de la criatura hum ana lo siguiente: La naturaleza del resto de las criaturas está determinada en forma fija y está limitada en el interior de las leyes por nosotros [es decir, Dios] prescritas. Tú debes determinarte a ti mismo sin ninguna res­ tricción ni limíte, de acuerdo con tu voluntad y juicio al que yo te he confiado. Te he colocado en la mitad del mundo para que tú puedas ver desde ahí en forma más cómoda lo que existe en el mundo. No te 3 La palabra “ razón instrum ental", utilizada especialm ente por la Teoría C ri­ tica, no aparece en los textos de Kant. Sin em bargo, el asunto se encuentra expuesto en form a clara si se com para la estru ctu ra triádica del hom bre en la Religión dentro de los limites de la mera Razón de 1703 (VI. 26) y el pasaje paralelo en la “D octrina de la V irtud" de la Metafísica de las Costumbres de 1707 (VI 418). El ejem plo del que Kant (y la Teoría C ritica) se sirve es más antiguo; la estructura de /. Lo anim al, 2. Lo cstralégico-útil y i. t.o ético, la utiliza por ejem plo A ristóteles en su doctrina de la am istad ( Ética a Nicómaco, VIII, 3).

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Reinhard Brandt hemos creado ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal para que tú, como tu propio escultor creador que decide libremente con ho­ nor, te des a ti mismo la figura que tú prefieres. Puedes degradarte a lo más bajo, a lo animal, también puedes llegar a lo más alto, renacer como divino, si es que tu alma así lo decide” (7).

Tam bién G iam battista Vico hablará más tarde de la “naturale­ za indeterm inada del hom bre” (Scienza Nuova, II 1): “ L'uomo. per l'indiffinita natura delta mente utnana, [...]” ; 32: “ [...]

che la mente umana, per la sua indiffinita natura Y tam bién hay en Kant opiniones sobre la naturaleza origina­ riam ente indeterm inada del hom bre. Sus disposiciones psíquicas se asem ejan a su mano: La caracterización del hombre como un animal racional se en­ cuentra ya en la configuración y organización de su mano, de sus dedos y de la yema de sus dedos, cuya estructura y delicado sentido muestran que la naturaleza no lo ha hecho en forma dies­ tra para la manipulación de las cosas, sino en forma indeterminada ( unbestimmt) para todo, por ello mismo para el uso de la razón y, mediante ello, ha designado a la disposición técnica o viabilidad de su especie como a la de u n animal racional ( V i l , 3 2 3 ) . Y en la aún no editada Physische Geographie Hesse se se­ ñala: “E ntre los anim ales el hom bre es el m ás distin g u id o ( vornehmste). Está construido de modo que su posición y las m edidas de sus m iem bros m uestren que está dispuesto a más acciones que cualquier otro anim al" (81). Sin embargo, no hay para el neoestoico en Kónigsberg la libertad de la indeterminación ( Unbestimmtheit) que supone el platónico Pico della M irándola. La mano puede ser un órgano indeterminado de forma específica; el hombre individual puede, indeterminado por su creador, encontrarse frente a la pregunta de si adquiere un carácter o si quiere vivir permanentemente en el ir y venir de nuevas impre­ siones e inclinaciones, si se dirige hacia arriba o hacia abajo. No obstante, la humanidad en su totalidad está determinada por la Pro­ videncia claramente para la autodeterminación y está obligada a

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adquirir esta autonomía moral con todas las astucias de la razón y con toda la fuerzas de la naturaleza. Lo anterior puede resum irse de la siguiente m anera: la deter­ m inación del hom bre no es ni idéntica con la com pensación de carencias naturales, ni tam poco significa llenar arbitrariam ente espacios vacíos en el destino moral. ¿Qué significa entonces exac­ tam ente “determ inación”? No parece haber para la palabra “determ inación” -e n la for­ ma en que Kant, en concordancia con otros autores de lengua alem ana de su época, la u tiliz a - un equivalente exacto ni en grie­ go, ni en latín ni tam poco en italiano. “D eterm inación” significa, algo a lo que ya rem ite M oses M endelssohn,4 o bien “determ ina­ c ió n (determ inado) ” o b ie n “ d e s tin a c ió n (d e s tin a d o )”; “determ inación” es el determ inar (Bestimmen) y estar determ i­ nado (Bestimmtsein) respecto a propiedades y mediante (durch) algo o, en segundo lugar, para, hacia (zu) algo. El prim er signi­ ficado subyace por ejem plo en el d iscu rso de una longitud determ inada; podem os determ inar con creciente exactitud la dis­ tancia de la luna desde la tierra. Los acontecim ientos reciben su determ inación m ediante los factores causales que los producen en un lugar determ inado y en un tiem po determ inado. En una consideración filosófíco-trascendcntal esta determ inación puede ser pensada o bien com o ya existente o bien com o una que se crea m ediante form as subjetivas; en el último caso, lo vario de la sensación adquiere su determ inación formal ante todo m ediante el sujeto; se determ ina, es decir, se constituye com o objeto. Por lo que se refiere al segundo ám bito de significación, de­ term in a c ió n com o destinado rebasa el p rim e r co n cep to de determ inación m ediante una estructura final: algo está no sola­ m ente determ inado en sus propiedades y mediante (durch) algo, sino que puede estar determ inado para, hacia (zu) algo. El hom 4 M endelssohn, en, A bbl, 1978 (II), 14: “ La palabra determ inación significa tam o el establecim iento de un predicado, algunos de los cuales pueden advenir al sujeto, Determination-, como el establecimiento del fin final (Emhwecks) para el cual algo puede ser utilizado como medio, Destination. [...] La determinación del hombre puede significar tanto Determination com o Destination del hom bre".

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bre pertenece a las cosas naturales cuya existencia y form a, de acuerdo con M endelssohn y con Kant, nos es com prensible sola­ m e n te p o rq u e r e c o n o c e m o s e l p a ra qué (wozu) d e su determ inación. La determinatio es en la teoría kantiana un asun­ to del entendimiento; a diferencia de ello, la investigación de la destinado pertenece al ámbito de tareas de la razón y de la Facul­ tad de Juzgar reflexionante. Para qué estamos determinados es algo que reconocemos solamente por nuestra propia facultad, es decir, conocem os y somos creadores de nuestra propia determ inación en sentido epistém ico y en el sentido práctico-m oral. Y aquí se separan los cam inos de M endelssohn y de Kant. M ientras que el prim ero pregunta por la determ inación del indivi­ duo singular, y contra Thom as Abbt defiende el sentido de la vida individual, Kant, por su parte, siguiendo la idea de la perfectibilité de Vhomme de Rousseau se interesa desde el principio por la determ inación de la hum anidad en su totalidad. El h o m b re po r cu y a d e te rm in a c ió n se p re g u n ta en la Anlhropologie y en otros escritos emparentados con ella no es el individuo singular, sino decididamente la especie. Los animales al­ canzan en los ejemplares individuales el fin de su existencia; los hombres lo hacen solamente en la humanidad en su totalidad. Con esta concepción Kant se encuentra en una oposición tajante a la mayoría de los autores alemanes que habían externado su opinión en tomo a la pregunta por la determinación, tales como Spalding, Lessing, Thomas Abbt y Moses Mendelssohn, al igual que Herder. La “ Determinación del Hombre (Bestimmung des Menschen)" es el título de un escrito de Johann Joachim Spalding que apareció en 13 ediciones entre 1748 y 1794. “El hombre” es en Spalding el individuo (con la pregunta correspondiente, no comprobada en Kant: “¿Qué soy yo (Was bin ich?)”. La gran disputa en torno a la deter­ minación entre Thomas Abbt (1738-1766) y Moses Mendelssohn se enlaza al escrito de Spalding. Abbt no duda que todo hombre tenga una determinación; pero, ¿cuál es ésta? Ella tiene que poder ser reconocida por cada cual, tiene que ser respondida por todo hombre, incluso en el caso del niño que muriera prematuramente, pero ¿qué determinación tendría este niño que fuera conocida y realizada por

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él mismo? ¿Tiene M endelssohn una respuesta para ello? Él lo afir­ ma; sigue el optim ism o de Leibniz. El todo es bueno aunque no sea reconocido por nosotros como tal en sus partes. La determinación de todo hombre es “el ejercicio, desarrollo y formación de todas las fuerzas y capacidades humanas en una relación conform e a su si­ tuación”.5 En el todo de la creación cada parte es un verdadero miembro, es a la vez medio y fin final. En el orden divino prevalece la unidad delfin finaI (Einheit des Endzwecks). Todos los fines finales subordinados son a la vez medios; todos los medios son a la vez fines finales. No pienses que esta vida es una mera preparación, que la vida futura es un mero fin final. Ambas son medios, ambas son fines finales. Las intenciones divinas y las transformaciones de toda sustancia avanzan con los mismos pasos hacia la inmensidad.6 Cada m iem bro en el organism o de la totalidad del m undo está salvado a priori en su determ inación, aun cuando no podam os reconocer esto. En oposición a ello, Kant llega a una topografía y a un plantea­ miento del problema fundamentalmente nuevos. El todo no es la creación y no es tampoco el individuo, sino la especie humana. Ésta es el parámetro al que se refiere la determinación. Para Platón y Aristóteles el hombre era primariamente durante su vida ciudadano de una polis; durante el helenismo la escuela estoica llevó a cabo una ampliación de la polis hacia la “kosmópolis” y consideró al hom­ bre com o ciudadano cosmopolita ( Welthiirger), como ciudadano de la ilimitada “societas generis humani”. Avanzando más allá de ello, Kant considera a la historia de la humanidad como un “sistem a” (VIII, 29), y al individuo como miembro y ciudadano no solamente de la kosmópolis existente en un momento determinado, sino de la es­ pecie humana también en su dimensión histórica. El individuo se convierte asi en m iem bro y m edio de la hum anidad futura.

5 M endelssohn, en, Abbt, 1978. 30. 4 M endelssohn, en, A bbt, 1978, 220.

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Kant señala en este sentido: Lo que continúa siendo extraño aquí es el hecho de que las genera­ ciones anteriores no parecen perseguir su penosa labor más que para el beneficio de las generaciones ulteriores, con el fin precisa­ mente de preparar para ellas un escalón a partir del cual ellas puedan elevar más alto el edificio que la naturaleza tiene en vista, mientras que solamente las generaciones más tardías deben tener la suerte de habitar en el edificio en el que ha trabajado (ciertamente sin haberlo querido intencionalmcnte) una prolongada línea de antecesores [... ] una especie animal provista de razón, y, en tanto que clase de seres racionales que mueren en su totalidad pero cuya especie es inmor­ tal. debe llegar a la plenitud del desarrollo de sus disposiciones (VlIl/20). Es así que se dice tam bién en la Antropología que en los anim ales dejados a sí mism os cada individuo alcanza su determ i­ nación com pleta, “ pero en los hom bres a lo sumo solam ente la especie ( Gattung ): de modo que el género humano puede pros­ perar hacia su determ inación solam ente m ediante el progreso ( Fortschreiten) en una sucesión im posible de prever de m uchas generaciones [...]” (V il, 324). La orientación estoica de Kant a la totalidad de la naturaleza, la integración del individuo en el destino de la especie no está, com o aquí podría parecer, lim itada a la species hom bre, sino que se refiere tam bién al resto de las especies anim ales de las que debe ser válido el hecho de que alcanzan su plenitud en el indivi­ duo. Sin em bargo, la m eta suprem a de la n atu raleza es la perpetuación de la especie y el todo tiene así el prim ado frente a las partes. Si se habla del “ fin colocado las más de las veces en la naturaleza, a saber: la preservación de la especie” (VII, 303), entonces esto es válido para todos los seres vivos en general. Com o el D iácono W asianski relata, durante un frío verano en el que había pocos insectos, Kant había encontrado entre los ni­ dos de golondrinas “algunos polluelos destrozados sobre el piso” descubrió que las golondrinas m ism as arrojaban del nido algu­ nos de los polluelos para poder m antener al resto. “ Allí se paralizó

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mi entendim iento, allí no había nada que hacer más que caer de rodillas al suelo con veneración” .7 Lo que las golondrinas hacen “ para proteger a sus polluelos [contra] el im pulso [innato] de en­ vejecimiento [...]“ es, en la terminología kantiana correspondiente, sublim e. Es así que se explica la escena del arrodillam iento y la veneración vista tal vez solam ente por el ojo espiritual del Diáco­ no W asianski y posteriorm ente referida com o algo histórico. La golondrina actúa contra la inclinación y del instinto del am or de los padres; se estaría inclinado a decir que actúa así por respeto a la ley. La ley universal aquí es la ley de la conservación, en este caso de la species golondrina y, en aquel caso, la del mundus inte/ligibilis de los seres racionales. Johann Gottfried Hcrder retomó en forma polémica la idea de Kant de 1784 en una carta del 14 de febrero de 1785 a Johann Georg Hamann: “ Es bueno que ahora sepa que tengo un amigo en el Señor Magistro Vil. Artium; y felizmente no necesito su plan infantil según el cual el hombre estaría creado para la especie y para la maquinaria estatal más perfecta al fin de los tiempos”.8 Kant era naturalm ente consciente del problem a que repre­ sentaba el sacrificio del individuo singular por la totalidad. Como hom bre, el individuo sacrificado puede ser ofrendado en aquella hoguera con la que se alum bra el cam ino de la razón en su m ar­ cha total. Com o persona, com o ser autónom o específico, está sustraído a la vez a la m archa de la historia. Es la “disposición de su naturaleza que cada hom bre nota y que consiste en que jam ás habrá de ser satisfecho por lo tem poral (en tanto que insuficiente respecto a las disposiciones de su determ inación, de su destino total -seiner gomen Bestimtmmg-), es en ello que reside la es­ peranza de una vida fu tir á ” (KrV , B. XXXII). Es esto lo que resuelve la determinación del hombre singular independientemente de su integración en la determ inación de la especie. En \a Antro­ pología no hay algo análogo a ello. En ella la hum anidad en su totalidad constituye un sistem a tem poralizado que está determ i- *

J Wasianski. 1912, 293. * Hcrder, 1977 y ss... V. 106.

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nad o a re a tiz a r su n a tu ra le z a , a sa b er, la a u to n o m ía . U na precondición que es (parece ser) asunto de la historia natural es la edificación de un sistem a jurídico bajo Estados necesariam en­ te republicanos o democráticos. La naturaleza utiliza el mecanismo de inclinaciones del hom bre para alcanzar esta m eta indepen­ dientem ente de las acciones racionales hum anas casuales. Lo que aquí encontram os es una de las variantes de la invisible hand - e s decir, nuestras acciones egoístas, determ inadas por la naturaleza, están insertas en un todo en el que promueven la meta de la humanidad. El teleologismo de Kant conduce necesariamente a celebrar el mal como un medio del bien. En relación con el m al, en una línea neoestoico-cristiana, se considera en K ant que el m al, “(...] m oviendo los impulsos de la autoconservación, im pulsa los gérm enes del bien en la m edida en que éste consiste en el com ­ bate al m al” (/te/7.1448; XV, 632). “Erijam os un tem plo a la cobardía, a la deslealtad y a la envidia” , se dice en una de las Reflexiones (Ref1. 536; XV, 235). “ ¡A gradezcam os a la natura­ leza por la insociabilidad, por la envidiosa presuntuosidad que opone a los hom bres, por los apetitos jam ás satisfechos para tener o tam bién para dom inar!” (VIII, 21) (Véanse las “tres D isposicio­ nes n a tu r a le s 1. P e re z a . 2. C o b a rd ia y 3. F a ls e d a d ” en Mrongovius, 127-129 (XXV, 1420-1423). La m áxim a universal en la Critica de la Facultad de Juzgar reza en form a corres­ pondiente: “Todo en el m undo es bueno para algo; nada es en vano; y se está ju stificado, incluso llam ado, a través del ejem plo que la naturaleza ofrece en sus productos orgánicos, a no espe­ rar de ella y de sus leyes nada sino lo que es conform e a fines en el todo (was im Ganzen zweckmdfiig ist)" (V, 379). “T odo en el m undo” -y a este m undo tam bién pertenecen la cultura hum ana y la acción hum ana pretendidam ente libre dentro de él. Bajo el inofensivo título “Del bien físico suprem o”, K ant da a conocer las consideraciones teleológicas: “Entre los tres vicios: pereza , cobardia y falsedad, el prim ero parece ser el m ás despreciable. Ya con este ju ic io se puede infringir con frecuencia al hom bre dem asiada injusticia. Esta aversión a un trabajo sostenido la ha colocado sabiam ente la naturaleza en el instinto de algunos suje­

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tos para su beneficio al igual que para el de otros: ellos no sopor­ taban sin duda, sin agotarse, un gasto de fuerzas prolongado o repetido, sino que requerían por el contrario de ciertas pausas de esparcim iento. Demetrius habría podido destinar, no sin funda­ m ento, un altar a este dem onio m aligno (de la pereza): si la pereza no se interpusiera, la infatigable m alicia perpetraría m ás mal en el m undo del que hay ahora; si la cobardia no se apiadara de los hom bres, la ferocidad guerrera habría arruinado pronto al hom bre y, si no hubiera falsedad [ya que en la gran m asa de los malvados que se unen entre sí para un complot (por ejemplo, en un regimiento) habrá siempre un traidor], la malicia innata de la natura­ leza humana derribaría pronto Estados enteros” (VII, 276).9 Según el asunto todo parece concordar. Pero, ¿para qué la hum illación ante una naturaleza que ha organizado todo sabiam ente? ¿Sabia­ m ente? ¿Por qué no diabólicam ente? El finalismo de Kant, especialm ente la doctrina de la determ i­ nación del género hum ano, está construido sobre la revisión de fundam entos estoicos. Tenem os que considerar a la naturaleza dirigida por la pronoia com o un Totum organizado conform e a fines en los que cada pieza parcial está al servicio de las otras. Al final todo sirve al fin que no puede ser más m ero m edio, el fin de la m oralidad del hom bre, que de esta forma se convierte en la res sacra, decían los antiguos estoicos. Esta teodicea no es un pasatiem po teórico, sino un desiderá­ tum de la Razón práctica pura y, m ás específicam ente, debido a lo siguiente. La ley de la libertad ordena al hom bre en form a categórica acciones sin tener en cuenta a la naturaleza y a lo que es bueno para el hom bre. La idea de la autonom ía m oral prohíbe fundam entar la m oralidad antropológicam ente. Pensem os sin em bargo el m undo dentro del cual debe actuar quien actúa en form a líbre com o un infierno cerrado con el siguiente lem a en la puerta de entrada: “Lascíate ogni speranza (Déjese toda es­ peranza) En este caso la obediencia de la obligación m oral es

9 En relación con esia cita de la Anthropologie, véase mi com entario a estas lineas (véase N ota I).

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tan absurda com o la actividad de Sísifo. La razón se convertiría en una razón esquizofrénica porque, qua razón, ordena algo irra­ cional. El m undo en el que se actúa m oralm ente no puede ser por ello infernal y la función del mal no puede ser diabólica. M ás bien, la naturaleza determina el mal como medio del bien; ella traba­ ja secretamente, por mucho que sea solamente naturaleza, junto con los fines morales. Sin una fundación deística o cristiano-estoica que posibilite este constructo, la moral kantiana no sería sino quimérica y reposaría sobre la nada, como Kant mismo lo form ula.10 En el interior de la determ inación kantiana de la naturaleza y de la razón del hombre es válida la máxima Quemfata non ducunt. trahunt -co m o el perro, así los antiguos estoicos, que está amarra­ do a la carreta y que debe o bien correr con ella o bien ser arrastrado por ella, así acontece también en el caso del hombre: la historia na­ tural sigue su férreo curso. La providencia quiere la autonomía del hombre y no deja en manos del cambiante humor de los sujetos singulares si la historia alcanza su meta o no. Para llegar al buen fin la naturaleza se sirve del fuego y de la espada, desencadena la gue­ rra y requiere en forma provisoria de prívate vives para una economía global. Por el contrario, al hombre le está prohibido servirse de los mismos medios para alcanzar el bien. El está atado en forma estric­ ta a la legalidad moral. La ley le dice lo que debe hacer; debe actuar ciegamente para el bien -q u e no se encuentra en su poder- como lo ordena la ley y puede esperar, confiado en la providencia, que el bien se realice a sus espaldas. La determ inación del hombre se piensa en el interior de una naturaleza en la que se enlazan el cristianism o y el finalism o es­ toico. En primer lugar, en la teleología antiplatónica, antiaristotélica de los estoicos, la Razón-Zeus que todo lo gobierna plantea fines que el hom bre puede apropiarse o no. Si lo hace realm ente, es un sabio; si no se los ha propuesto, entonces la suerte del m undo lo arrastra com o al perro que está am arrado a la carreta y que se

10 Véase en la Crítica de la Razón Práctica la preparación de la antinomia, V, 114. Véase ya en la Crítica de la Razón Pura A, 8 1 1 ( " |. .] considerar las leyes morales como quimeras vacias (die moralischen Gesetze ais leere Hirngespinste anzusehen,

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niega a ir al mismo paso que ella. En segundo lugar, en la teología cristiana Dios da forma al mundo no a partir de un Tohuwabohu, de un caos originario ( hos kalliston, como se dice en el Tuneo) que se enfrenta y opone a él, sino a partir de la nada. Con ello se hace posible una concepción conform e a la cual todo en este m undo tiene que ser bueno. El mal y lo m alo no son sim plem ente arras­ trados y finalm ente sucum ben sino que se rescatan com o algo bueno. El ser-bueno se nos puede sustraer porque no conocem os en su totalidad el plan del mundo; o bien sabem os a priori, tal es la posición kantiana, que todo en el mundo es un medio para la promoción del fin final y podemos m ostrar esto la m ayoría de las veces. El mal es en realidad bien, lo que sirve al provecho propio prom ueve el bienestar común. Kant participa de esta concepción del m undo cristiano-estoica. En nuestra acción pretendidam ente libre creem os perseguir un fin determ inado por nuestro provecho propio, determ inado por nuestras inclinaciones. Realm ente, sin em bargo, estam os som etidos a una determ inación de la naturale­ za prev iso ra y provocam os el bienestar, no p reten d id o por nosotros, de la totalidad del mundo. N os conduce una m ano invi­ sible hacia donde no queremos; sin embargo, el filósofo sabe que es, en cualquier caso y a priori, algo bueno.

B ibliografía Abbt. Thom as, Vermischte Werke. Dritter Theil, welcher einen

Theil seiner freundschaftlichen Correspondenz enthált. N eue und m it A nm erkungen von M oses M endelssohn verm ehrte A uflage ( 1782), Hildesheim / New York, 1978. Herder, Johann Gottfried, Briefe. Gesamtausgabe, Weimar, 1977 fT. W asianski, Ehregott Andreas Christoph, Immcmuel Kant in seinen letzten Lebensjahren, en Félix Grofi (llrsg .), Immanuel

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EL DESAFÍO DE KANT ANTE LA PENA DE MUERTE PARA LOS DUELOS Y EL INFANTICIDIO* i E n lo que sigue se presentará y justificará una inusual interpre­ tación de las incursiones kantianas dentro del D erecho Penal, prestando una especial atención al castigo previsto para el asesi­ nato perpetrado en un duelo a m uerte, así com o para ciertos infanticidios. La discusión de tales casos, tan explosivos hace 200 años, se ha vuelto totalm ente obsoleta hoy y la solución del problem a que Kant se vio constreñido a m antener sólo puede cobrar algún sentido en un plano teórico. El D erecho Penal ha ido perdiendo im portancia dentro de una Filosofía del Derecho cada vez m ás centrada en la justicia. John * Esta traducción se basa prácticamente en su totalidad en la versión castellana de Roberto R. Aramayo aparecida en el libro de Roberto R. Aramayo/ Faustino Oncina (com ps.), Ética y Antropología: un dilema kantiano. En los bicentenarios de la

Antropología en sentido pragmático (¡798) y la Metafísica de ¡as Costumbres (1797), Editorial Contares, Granada, 1999. Me hecho, no obstante, algunas ligeras modifica­ ciones a ella. Agradecemos a Roberto R. Aramayo y a la gentil mediación del Profesor Reinhard Brandt el habernos perm itido incluir este trabajo en el presente volumen. Este trabajo será publicado en alemán dentro del volumen colectivo: Hauke Brunkhorsl - Peter Niescn (Hrsg.), Das Recht der Republik, Suhrkamp, Frankfurt/ a. M.. 1999. La numeración de las notas de pie de página se realiza de acuerdo con el original alemán.

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Rawls no aborda esta problem ática del castigo jurídico en su Teo­ ría de la Justicia y Jürgen Haberm as m argina la cuestión en su libro Facticidady V alidez.1Con ello dicha teoría retom a en cier­ to m odo a la posición de los clásicos, que no contaban para nada con el Derecho Penal. Platón y Aristóteles, pero tam bién Cicerón, observan esta m áxima: es inútil dar consejos a quien no quiere oír, algo que, en últim o térm ino, vale tanto para el Estado, en cuanto institución educativa, como para la escuela. Al final de la Etica a Nicómaco, cuando se trata del tránsito de la ética a la política, cabe leer lo siguiente: aquel que recusa el logos, sobre todo en los im pulsos irracionales de la m uchedum bre, necesita entonces la fuerza ( 1 179b,g). Sólo en la M odernidad, el Derecho N atural, con su intento de circunscribir el Derecho a la esfera de las acciones externas, por un lado, y su concepción del hom bre com o persona jurídica, por el otro, com enzó a tem atizar el D ere­ cho Penal com o un deber jurídico del Estado que precisa ser específicam ente fundam entado y delim itado. El que la ju sticia

1 IClaus GQnthcr ha in ten tad o d e sa rro llar una fundam enlación del D erecho Penal dentro de la ética discursiva haberm asiana (G ünthcr, 1991). No entraré aquí en los porm enores de su argum entación; sólo me interesa retener la cuestión de si con este concepto no retom am os a los antiguos. El lema seria el de “salvaguardar el papel del p a rticip a n te ” : “ El D erecho Penal p reserva aspectos b á sico s de mi papel com o participante en las interacciones, a saber, aquellos Derechos sin cuyo reconocim iento m utuo por parte de quienes intervienen en la interacción quedaría ro ta la m alla intersu b jetiv a de un acuerdo reciproco” (p. 209). El discu rso y la interacción se inm unizan, por tan to , contra un v iolento desajuste p roducido por la am enaza o el em pleo de la fuerza. Se deja al buen criterio del participante en la interacción el cómo de esa protección física, pero el filósofo ju zg a a priori sobre el qué. A si la s c o sa s, re su lta rla im p ro ced en te no fo rza r p o r e llo e l re cip ro co reconocim iento de los Derechos elem entales, de suerte que las leyes destinadas a regular las acciones externas y a garantizar la com patibilidad de la libertad de cada cual con la de todos los otros fuesen cum plidas con sanciones -c o n sanciones que enunciarían lo siguiente: a quien no siga las reglas del reconocim iento, se le im­ pondrá un castigo, esto es. se le obligará a su seguim iento m ediante la fuerza física. C uesta com prender por que la ética discursiva no cesa en su com petencia allí donde acaba su dom inio de la convicción libre de coacciones y deja al criterio del participante equiparse para hacer frente a las enferm edades, a una hostil naturale­ za exterior c incluso a la interacción física de otros hom bres m ediante los recursos que le parezcan m ás adecuados de la m edicina, de la arquitectura y de las vallas electrificadas, por poner tan sólo algunos ejem plos.

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penal sea posible dentro del Estado y dicha posibilidad requiera de leyes que impongan sanciones, forma ya parte del cuerpo doc­ trinal de la teoría hobbesiana del Derecho y del Estado. En el Estado de N aturaleza no se da problem a penal alguno, al no exis­ tir ninguna clase de acciones antijurídicas -p u e s allí toda acción es ju sta y ninguna es injusta. John Locke intenta llevar a cabo una cabal revisión del Derecho Penal absolutista. Para ello nece­ sita una nueva definición del Estado de N aturaleza, que viene a enriquecer con esa “curiosa doctrina (strange doctrin) según la cual cada uno tiene com petencia para reconocer la ley natural genérica de las acciones humanas perm itidas, para subsum ir bajo la m ism a los casos con que se encuentre y para castigar al in­ fractor.2 Con todo, en aquellos casos en los que él mismo esté concernido, no se darán dem asiadas garantías de ju zg a r con im­ parcialidad y ejecutar el ju ic io correspondiente, uno necesitará echar m ano de un tercero investido con poder en quien delegar esas tres com petencias, a saber, el conocim iento de las leyes, el e n ju ic ia m ie n to y la ejecu ció n del dictam en - o sea, el acto fundacional de la división de poderes dentro del Estado. En El contrato Social, Rousseau fracasa por com pleto ante el proble­ ma del Derecho Penal; con toda desm esura opta sin más por convertir al delincuente en un enem igo del Estado que hubiera declarado la guerra a la R epública.3 Sin em bargo, tal com o afir­ ma R ousseau en otro lugar,4 la guerra sólo es posible entre Estados, con lo cual su pseudosolución resulta im procedente. Kant com parte con Hobbes la idea de que un castigo no tiene cabida dentro del Estado de Naturaleza; la única violencia ju ríd i­ ca consiste en ser obligado a ingresar con las otras personas en el status civilis.5 “ Por causa de los otros hombres que se hallan

J John Lockc, Second treatise o f Government, S 8 (Locke 1970, p. 290). 3 Jcan-Jacqucs Rousseau. Du contrat social, U. 5 (Rousseau. 1959 y ss.. III. 376-377). 4 Cfr. Jcan-Jacqucs Rousseau. Écrits sur l ’abbé de Saint-Pierre. en cuyo epígra­ fe titulado El arte de la guerra se lee lo siguiente: “ no puede darse la guerra entre los hom bres, sino entre los E stados’' (R ousseau, 1959 y ss.. lili. 604). 3 A quí H abcrm as yerra en un punto de articu la ció n del siste m a ' “Tam bién K ant. e n su D octrina del D erecho, parte de D erechos sub jetiv o s natu rales, que

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en el Estado de N aturaleza yo me veo laesus per statum -e s c ri­ be K ant” (Refl. 7647; Ak. XIX, 47Ó-477).6 Mas este perjuicio es el único posible. Sólo en el estado civil cabe prom ulgar un cuerpo legislativo que determ ine provisionalm ente lo M ío y lo Tuyo pre­ servándolos mediante sanciones impositivas (pues las disposiciones legales por si solas, al m argen de las sanciones, no brindan pro­ tección alguna y tam poco pueden ser por eso m ism o leyes del Estado). Las disposiciones legales quedan legitim adas m erced a este principio, de tal modo que el Derecho se ve indisolublem ente asociado con la atribución de ejercer coacción conform e al axio­ ma de la no contradicción: “si un determ inado uso de la libertad misma supone un obstáculo a la libertad según leyes universales (es decir, lo contrario al D erecho), entonces la coacción que se le contrapone, en cuanto impedimento de un obstáculo de la libertad, concuerda con la libertad según leyes universales, esto es, resulta conform e al D erecho” .7 A quellas leyes concernientes al perjuicio de lo Mío y lo Tuyo m ediante esas acciones que, por lo general, am enazan a lo M ío y lo Tuyo (y, por lo tanto, no se

cada persona coloca como poderes coactivos frente a las violaciones de sus accio­ nes libres subjetivas ju ridicam ente aseguradas” (H abcrm as. 1992. p. 45). Cfr. p. 136: “Según Kant el concepto de Derecho se ve dotado de cualquier poder co acti­ vo que el uno esté autorizado a ejercer frente al otro en caso de abuso” . O tam bién la p. 158: ” ... que los su je to s de D erecho traspasarán su po d er c o ac tiv o a una instancia” . Asim ism o Klaus GQnthcr: “ El perm iso de originar una universal obser­ vancia fáctica de la norm a no puede ser com prendido com o si con ello se pusiera en manos de cada cual un poder coactivo. Sem ejante topos individualista estaba en la base de los argum entos esgrim idos por el Derecho Natural ilustrado desde Hobbcs hasta Kant” (GQnthcr, 1991, p. 207). Esto es algo que no hace ju stic ia ni a Hobbcs (que no reconocía norm a jurídica alguna en el Estado de N aturaleza) ni tam poco a Kant, siendo asi que únicam ente John Locke sostiene esa opinión, a la que califica e x p re s a m e n te co m o " c u rio s a o e x tra ñ a d o c tr in a " (stran go doclrin ). T a n to Habcrmas com o GQnthcr Icen a Hobbcs y a Kant con el partí pris de que el Derecho Natural fue antaño individualista y que a la ética discursiva le ha correspondido deshacer este presunto entuerto. 6 Como suele ser habitual, las citas de Kant rem iten a la edición de la A cade­ m ia, consignándose el volumen en núm eros rom anos y las páginas en arábigos tras las siglas Ak. (= Kants Gesammelle Schrifien, Berlín el alia , 1900 y ss.) 7 Ak. VI, 231. Este es un principio jurídico universal que requiere de las leyes estatales para verse realizado; sin una disposición legal nadie sabe dónde com ienza y acaba propiam ente su libertad y, st cree saberlo, nadie necesita creerle.

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dirigen contra una persona determ inada que se haya involucrado con lo que perjudica -cfr. Ak. VI, 331) se ven provistas con sanciones de la jurisdicción crim inal. El castigo que se impone al asesino por parte de K ant es la controvertida pena capital. En lo que sigue serán exam inados dos casos particulares de esta doc­ trina jurídica. Pero prim ero hay que aludir brevem ente a cóm o se funda­ m en ta n los c a s tig o s en los Principios M etafísicas de la Doctrina del Derecho. Kant intenta desarrollar una solución que salvaguarde la autonom ía del autor del crim en y lo hace de la siguiente m anera. Cada ciudadano infractor (y Kant, al contrario de John I.ocke, hace que sean los propios ciudadanos quienes se som etan a la ju sticia penal de sus respectivos Estados)8 es tam ­ bién leg islad o r, pues incluso los ciu d ad an o s pasivos están idealm ente de acuerdo con las leyes.9 En cuanto legislador pro­ vee a las leyes de sanciones que serán im puestas a quienes transgredan la ley. En cuanto autor del crim en 10 no perpetra nin­ gún hecho físico (com o sí podría hacerlo un animal o un enajenado con idénticas consecuencias), sino una acción m arcada po r la ley; subsum e su obrar m ism o bajo la ley y atenta librem ente con­ tra lo que la ley dice, cometiendo un quebrantam iento de la misma. La cuestión del grado de la pena la resuelve asim ism o el legisla­ dor conform e al p rincipio de autonom ía: el propio crim inal determ ina m ediante su acto ese grado tanto cuantitativa com o cualitativam ente. Se conform a a ese ius talionis que am enaza con una estricta correspondencia y, en caso de delinquir, confiere a la sentencia y a la ejecución ju d iciales aquello que se ha m ere-

* Cfr. Jo h n L o c k c , Second Treatise o f Government. §, 9 (L o c k e , 1970, p p 290*291). E sta te o ría ha c o b ra d o d e n u e v o vigencia desd e el p roceso de N ürenbcrg. 9 Cfr. el pasaje del §, 46 de los Principios Metafisicos de la Doctrina del Derecho, donde se dice que las leyes positivas no han de ser contrarias a las leyes naturales de la libertad y la igualdad (Ak. VI, 315), ni siquiera en el caso de los ciudadanos pasivos. 10 Respecto a este doble papel del hombre como legislador e infractor, el lector q u e d a re m itid o a la a rg um entación esg rim id a contra C esare B cccaria (cfr. Ak. V I, 3 3 5 ).

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cido e imputado en su acción libre. Con su actuación ha hecho suyo el castigo con que le am enazaba dicha ley del talión. Tam­ bién aquí, por lo tanto, es el Estado la institución del saum cuique (Ak. VI, 237) - e l delincuente obtiene aquello a lo que tiene De­ recho legalmente. Kant sostiene con toda razón que el delincuente no puede quejarse del castigo, pues cuanto le ocurre lo hizo a sabiendas y ejercitando su libre arbitrio contra el resto de los ciudadanos. Esta teoría penal presenta un déficit que Kant mismo se ocu­ pó de hacer patente. En la im partición de las penas el Estado interpreta el papel de agente y repite la acción incrim inada con arreglo al i us talionis. Sin duda, el delincuente no puede quejar­ se, al tratarse de algo proporcionado. Pero, por su parte, el Estado no suele consum ar m uchas veces la acción del crim inal confor­ me a principios éticos, porque en ciertos casos obliga a com eter acciones inhumanas. Ahora bien, con tal de que tal cosa sólo se diera en un único caso, el principio en su conjunto se m ostraría inútil, con lo que retornam os al comienzo. Antes de discutir ciertos detalles de su teoría penal, resulta oportuno llam ar la atención sobre la especifidad del concepto de acción en la teoría juríd ica de Kant. La Doctrina del Derecho versa, al contrario de la D octrina de la Virtud, sobre la vertiente externa de las acciones. La separación entre externo e interno se verifica conform e a los antecedentes del espacio y el tiem po, del sentido externo y el sentido interno; conduce a la posibilidad de la división sin transiciones entre la D octrina del Derecho y la Doctrina de la Virtud (en el ámbito de un común im perativo cate­ górico) dentro de la Metafísica de las costumbres. La Doctrina del Derecho sigue la construcción ideal de la m atem ática, la cual puede presentar sus conceptos en el terreno de la intuición: “ la ley de una coacción recíproca que concuerda necesariam ente con la libertad de todos bajo el principio de la libertad universal es en cierto modo la construcción de aquel concepto [del Dere­ cho estricto], es decir, la exposición del mismo en una intuición pura apriori" (Ak. VI, 232). Como siem pre, se da por sentada la opinión kantiana de que la intuición pura pueda suministrar “pro-

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piedades” específicas del “objeto m atem ático” 11 y que, desde la tradicional construcción hobbesiana del Derecho estricto en pura exterioridad, tiene com o consecuencia que el ám bito íntimo de las m otivaciones de los actos no interese para nada al Estado y no sea de su incum bencia. Este problem a puede inferirse bien de una frase de la Introducción a la Doctrina del Derecho que quizá sea desafortunada desde un punto de vista gram atical, pero que sin em bargo es muy lúcida en el plano conceptual: “ Una ac­ ción es conforme a Derecho cuando ella, o la máxima conform e a ella, perm ite a la libertad del arbitrio de cada cual coexistir con la libertad de todos según una ley universal” (Ak. VI, 230). La acción individual está sujeta a la máxima universal según la cual se determ ina jurídicam ente (o sea que no es llevada a cabo por la interioridad psicológica del actor), dándose a conocer en esa ex­ terioridad. Así las cosas, cabría interpretar que el conjunto de actos traiciona com o tal la máxima o el propósito en los cuales se basa objetivam ente la acción. Si alguien m ata por com pasión o por odio, por codicia o por un justificado sentim iento de vengan­ za, no interesa aquí. Lo único im portante es que el hom icidio se haya perpetrado deliberadam ente y no se haya visto causado por la confluencia de circunstancias ajenas o incluso contrarias a mi voluntad.

II La teoría penal de Kant es un producto vehem entem ente cues­ tionado del D erecho Natural m oderno y de la específica teoría ju ríd ic a en el campo de gravitación del im perativo categórico. Según Kant, resulta de la exigencia jurídico-racional de un acuerdo legal revestido de fuerza coercitiva entre la libertad de cada cual y la de todos los demás. El Estado de Derecho sólo puede utilizar com o am enazas coactivas aquellos castigos a los que el delin-

" Cfr. al re sp e c to el tra b a jo de D a riu s K oriako, Kants Phitosophie der mathematík (K anl-F orschungcn), llam b u rg . I99S.

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cuente se hace acreedor m ediante su acto dentro del conoci­ m iento de la ley. Sólo m erced a este reconocim iento se vuelve su acción un com portam iento relevante desde la perspectiva ju ríd i­ ca, pues sólo así subsum e su o brar bajo la ley y convierte, v.g., el llevarse consigo una cosa (algo que tam bién puede hacer una urraca) en un robo que sólo puede perpetrar un hom bre autóno­ mo. Su propio acto proporciona la ju sta m edida de la fuerza coercitiva que debe ser aplicada. A la voluntad general y legisla­ dora del Estado kantiano le son dados de antemano los derechos básicos de lo M ío y lo Tuyo externos e internos que ha de deter­ m inar y preservar. D entro de tales presupuestos se cuenta esa fórm ula desarrollada a partir del im perativo, según la cual todo hom bre posee la cualidad juríd ica de ser considerado com o una persona. C ualquier delincuente conserva siem pre esta condición de persona, y tanto un niño de pecho com o aquel duelista que no sólo ha disparado contra su adversario, sino que lo ha m atado, son personas. Esta fórm ula ju ríd ica conduce a un principio del Derecho Penal conform e al cual el crim inal y la víctim a son pro­ tegidos de igual modo para no devenir una quantité négligeable y verse convertidos en un mero medio de un fin que pudiera re­ portar algún bien desde la perspectiva social. Ahora sí ha llegado el momento de analizar con cierto detalle el propio texto de Kant. En el capítulo acerca “ Del Derecho Penal y el Derecho de G racia" la segunda oración de la versión impresa no es muy con­ sistente, pues reza com o sigue: “ Aquella transgresión de la ley pública que incapacita a quien la com ete para ser ciudadano (Staatsbürger) se llam a crimen sin m ás (crimen), pero tam bién un crim en público (crimen publicum); por lo tanto, el prim ero (el crimen privado) ha de llevarse ante la justicia civil y el otro ante la justicia criminal” (Ak. VI, 331). La edición de la Academia se pre­ gunta a qué térm ino se refiere “el prim ero”, del cual parece faltar una definición previa (Ak. VI, 536). Ese fragm ento que se echa de m enos habría de aclarar asim ism o el consecutivo “ por lo tan­ to” . Com o siem pre Kant distingue el crim en público del crim en privado. Este último queda explicitado a renglón seguido: “De­ fraudación, es decir, la m alv e rsa c ió n del d in ero o de las

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m ercancías que han sido confiadas para el com ercio, así com o el engaño en la com praventa a la vista de terceros constituyen de­ litos privados” (Ak. VI, 331). En cam bio, la falsificación de papel m oneda, el hurto o el robo suponen delitos públicos, “porque con ello se pone en peligro a toda la com unidad y no a una sola perso­ na” (Ak. VI, 331). En el delito privado es la víctim a del delincuente quien queda com prom etida con éste, m ientras que los delitos públicos se diri­ gen contra cualquier ciudadano y en el fondo contra cada uno de ellos incluyendo tam bién al propio criminal (Ak. VI, 332 y 333).*12 E stafar unos cuantos m illones es algo que corresponde por con­ sig u ie n te a la S ala de lo C ivil (a la que no se le ad judica com petencia penal, por m ucho que tam bién se le considere un crim en); el hurto m enor al igual que el robo (y el asesinato, aun­ que no se le cite) son cosas que atañen a la jurisdicción crim inal. La censura entre am bas clases de delitos no viene dada, pues, por la escisión de lo M ío y lo Tuyo en externo e interno, aun cuando Kant en la continuación del texto, donde trata de los de­ litos públicos, casi se ocupa exclusivam ente de la lesión de lo M ío y lo Tuyo internos, esto es, del asesinato, y aun cuando para el principio genérico de división valga el que el ám bito al cual se refiere el delito privado haya de consistir en un patrim onio exter­ no. Si alguien resultase asesinado por una persona con la cual se “hubiera com prom etido” 13 y m antuviese una relación de contrato

12 Para más detalles puede acudirsc a la exposición de KQhl ( 1995), pp.1992 0 2 . Cfr. ig u a lm e n te S c h ild (1 9 8 4 ). p p . 8 4 -8 5 . S c h ild se in c lin a p o r u n a interpretación del Derecho Penal kantiano que parte del m erecim iento de la pena del delito y encuentra en el Estado al ejecutor de los castigos; este énfasis tropieza con ciertas dificultades en cuanto se advierte com o función principal del Estado la d efinición legal y la salvaguarda de lo M ío y lo T uyo externo e interno; el acto crim in al se o rien ta c o n tra la estim ación sa ncionadora que com porta n ecesaria­ m ente toda ley, con lo cual puede y tiene que renunciar a un presunto m erecim iento al castig o por parte de ciertas (¿cuáles?) acciones. 12 “ El engaño es un delicium privatum, puesto que no es necesario el haberm e com prom etido con alguien", se Ice en el Naturrechi Feyeradend (Ak. XXII, 1390). Si el com prom eterse con alguien fuera la razón necesaria y suficiente para conve­ nir a un delito en crim en privado, entonces tan sólo una parte de los hom icidios serian llevados ante la justicia crim inal.

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u obligación (incluso en una relación acaso tan ilegitima como el duelo m edia “ un consentim iento mutuo” ; Ak. VI, 336), entonces el asesinato será estim ado como una lesión de lo Suyo interno en cuanto delito público y se impondrá el criterio que conduce a la separación entre ambos tipos de ju risd ic c ió n .14 Vayamos ahora a esos dos casos singulares en donde el fac­ to r tiem po parece propiciar una alteración en la jurisprudencia. Kant presenta dos crím enes que m erecen la m uerte “a la vis­ ta de los cuales todavía es dudoso si la legislación tam bién tiene Derecho a imponerles la pena capital” (Ak. VI, 335-336).15 ¿Qué significa “todavía”? Acaso se refiera al desenlace de la teoría penal; quizá tenga un matiz histórico: todavía ahora, mas no bajo unas con­ diciones históricas diferentes, cuando haya llegado a su térm ino la barbarie en lo tocante a las relaciones jurídicas y a sus correspon­ dientes representaciones dentro del Derecho . De este último modo es utilizado el “todavía” hacia el final de la exposición, donde se habla de una legislación y una constitución civil que califica “como todavía bárbara y rudimentaria” (Ak. VI, 337). Se trata del asesina­ to del niño ilegítimo por parte de la madre y del “asesinato de un compañero de armas” perpetrado en un duelo.16 Kant desarrolla la 14 El fundam ento de la diferencia entre delito civil y delito crim inal se enraiza en una tradición que se encuentra ya en la ótica nristotólica. A ristóteles distingue dos formas de justicia. La universal, que se remite gcnóricam cntc a las leyes de la polis, y la especial, la cual se verifica en esas relaciones de trueque o intercam bio que los ciudadanos mantienen eada cual por su lado. 15 Esta duda encuentra asim ism o su expresión en el AUgemeinen Preufilschen Landrecht de 1704 De un lado, el hom icidio perpetrado en un duelo es tenido por a s e s in a to y co m o tal se rá s a n c io n a d o con la p ena de m u erte (A llgerneines Landrecht ffür die Preuftischen Slaaten. hrsg. von II. Ilattcnhaucr (1970), pp. 693 y ss.); de otro, el duelo es presentado com o una m ateria penal m uy p articu lar, cuyo tratam iento com parece bajo el rótulo de “ Sobre las ofensas al honor” . 16 No he podido averiguar si la vinculación del duelo y el infanticidio proviene de k a n t o de alguno de sus predecesores. O lto U lbricht, en su extensa investigación acerca del infanticidio, no presta ninguna atención a las discusiones sobre el duelo y. por el contrario. Ute Frcvcrt no dice absolutamente nada en tomo al infanticidio en su indagación sobre la problemática del duelo. En ambos estudios predominan de todas formas las consideraciones sociohistóricas sobre las fitosófíco-juridicas acerca de di­ chos problemas. La situación jurídica del infanticidio en Prusia se veia determinada por el “Edicto contra el asesinato de niños ilegítimos recién nacidos" del 8 de Febrero de 1765. Cfr. a este respecto K leinheyer (1980), p. 233-

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posibilidad de interpretar a los dos en cierto modo com o actos extraterritoriales del Estado de N aturaleza. “El niño venido al m undo fuera del m atrim onio ha nacido fuera de la ley (que es el m atrim onio) y, por lo tanto, tam bién ha nacido fuera de su protec­ ción. Se ha introducido de una form a furtiva en la com unidad”, por lo que ésta “tam bién puede ignorar su elim inación” (A k. VI, 3 3 6 ).17 Y algo sim ilar ocurre en el caso del duelo. En él queda suspendida la adm inistración pública de ju sticia “com o en el Es­ tado de N aturaleza” con el asentim iento de am bos duelistas; al igual que en el infanticidio tam poco cabe hablar propiam ente aquí de un asesinato, sino tan sólo de un hom icidio consumado de mala gana. El hom icidio ha de ser ciertam ente punible en am bos ca­ sos, pero no podrá ser castigado con la muerte por parte del poder supremo. El concepto del honor, “ese auténtico honor que obliga cual deber a estas dos ciases de seres humanos" y “que no es aqui ningu­ na ilusión” (Ak. VI, 336) origina con ello una situación semejante a la del Derecho de Necesidad, cuya marginación del Derecho político arrojaba esta conclusión: “ Por lo tanto, el acto de salvar la propia vida por m edio de la violencia no ha de juzgarse com o irrepro­ chable (inculpabile), s in o ta n s ó lo c o m o no p u n ib le (impunibile) " (Ak. VI, 235-236). Aquel lector que siga esta lógica con el sentim iento de una cierta plausibilidad verá con buenos ojos esta resolución dispen­ sada por la teoría penal a esos dos casos: circunstancias muy especiales suspenden la justicia penal tal com o sucede con el D erecho de N ecesidad.18 En una R eflexión consagrada al afán

17 En todo caso se trata de una doctrina especial; razón por la cual Kant no vincula esta problem ática con el honor genérico “de un hom bre integro (iusti)" (Ak. VI, 238), el cual pertenece, al igual que el propio cuerpo, a lo Mío interno de cada cual y queda resguardado por el Estado de cualquier vulneración. 18 Tal es la opinión de Losurdo (1989), p. 228; y tam bién F.bbinghaus ve en el h o m ic id io p e rp etrad o en un lance de honor, asi com o en el in fa n tic id io en presu n ta coin cid en cia con K a n t- razones para una restricción del D erecho a la pena de m uerte (c/r. Ebbinghaus (1968), pp. 70-77). Cfr. asim ism o W illiam s (1983), pp. 103-105. En am bos casos Kant pone entre paréntesis a la pena capital. En su tratam iento del duelo. Ebbinghaus distingue entre oficiales y soldados, haciendo v aler el código del h o nor únicam ente para los prim eros. Por co n tra , para Kant

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de honor cabe leer lo siguiente a propósito de los duelistas: “ Pero alguien sem ejante se halla in statu naturali, pues el status civilis debe cim entarse sobre ese afán de honor y encontrar allí su se­ guridad. Hay algo de barbarie en ese concepto de com unidad, pero tam bién algo noble en el modo como se ensalza tal concep­ to” . Y al final de este mismo fragm ento se resalta lo siguiente: “ El honor ha de gozar en verdad de una mayor estima que la vida, mas no la mera reputación, siem pre que exceptuem os a los soldados y a las m ujeres” .’9 La resolución en ambos casos pare­ ce tan unívoca com o clara: el hom icidio puede verse interpretado como un acto del Estado de Naturaleza del cual el Estado no cobra conocimiento. Pero, entonces, ¿por qué no se configuran como una parte propia del apartado extraterritorial previo al Derecho Privado y al Derecho Público? Así se trata bajo el título de “ Sobre el Derecho equívoco”*20 de casos relativos a la injusticia para los que se suspende la atribución (política) de coaccionar. K ant po­ dría haber ubicado allí el infanticidio y el duelo a muerte, si hubiera tom ado al Estado por incom petente. Y, tras el referido razonamiento, Kant se pregunta: “¿Qué hay en ambos casos (los cuales atañen a la justicia criminal) que tenga que ver con el Derecho ?” (Ak. VI, 336). ¡Toda la argum entación pre­ cedente no ha resuelto nada! Ahora, después de la exposición que ya conocem os, surge la cuestión: ¿el concepto del honor debe quedar neutralizado por la ley y ejecutarse la pena capital o la ju stic ia penal ha de m ostrarse indulgente y fijar algo proporcio­ nado a la pena de m uerte? Y entonces, aunque resulte difícil de com prender desde un punto de vista gram atical, se da una res­ puesta inequívoca respecto a la pena de m uerte: “ La solución de este nudo es la siguiente: el im perativo categórico de la ju sticia únicam ente el m ilitar que cum ple unas órdenes se h alla obligado por el honor, excluyéndose por lo tanto al rey, en cuanto com andante suprem o, y al soldado que no lucha por honor sin o a cam bio de un salario. C on lo cu al esos o ficiale s en quienes piensa Ebbinghaus. en tanto que reciban un sueldo, no se diferencian para nada de los soldados rasos. l£l honor de un estam ento en particular se vuelve asi una cuestión Táctica y necesariam ente caduca. Cfr. Reft. 1084, Ak. XV. 480-481. 20 En la Introducción a la Doctrina d el Derecho. Ak. VI, 233-236.

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penal perm anece (ha de castigarse con la m uerte el hom icidio ilegal de algún otro), pero la legislación misma (consiguientemente tam bién la constitución civil), por tanto tiem po com o todavía siga siendo bárbara y rudim entaria, es responsable de que los m óviles del honor no vengan a coincidir en el pueblo (subjetivam ente) con las reglas que (objetivam ente) resultan adecuadas a su pro­ pósito, de tal form a que la ju sticia pública procedente del Estado se tom a una injusticia respecto a la em anada del pueblo” (Ak. VI, 336-337). En un m om ento dado se afirm a que el Estado ha de consum ar la pena capital. ¿Pero qué sostiene el texto a conti­ nuación? ¿Se confirm a o m ás bien se revoca ese dictam en? Todavía se dan unas condiciones m uy rudim entarias próxim as a la barbarie; ¿qué cam biará cuando la historia haya suprim ido ese “todavía”? ¿Se transform ará ese concepto de honor que, lejos de suponer una vana ilusión, representa todo un deber para esas dos clases de seres hum anos, hasta el punto de que la cuestión del m atrim onio institucional no tenga peso alguno y el duelo no sol­ vente ningún problem a de honor al haber sido rem plazado el ejército por una milicia civil?21*Como siempre el tenor literal de la últim a frase queda por descifrar y Kant no retorna el tem a de la pena capital. Un factor decisivo para com prender el texto es reparar en que la posibilidad de transferir al Estado de N aturaleza am bos asesinatos (el del hijo ilegitimo y el del rival de un duelo) no expresa una opinión suscrita por Kant, sino la pormenorizada exposición de una m era ilusión, de una artificiosa disposición. En el texto se advierte muy claram ente “parece que ” (Ak. VI. 336t); el argu­ m ento de trasladar al Estado de N aturaleza tales asesinatos y suspender el deber estatal de aplicar la pena de m uerte supone una m era apariencia. Esta es la razón por la que Kant en este apartado dice “m uchas cosas extravagantes”, tal com o M urphy 21 Tal com o se propone en lia d a la paz perpetua. Ak. VIH, 345. Cfr. M urphy (1 9 8 7 ), p. 529. H asta d o n d e a mi se me a lc a n z a , el ú n ico in té rp re te q u e ha subrayado este carácter apariencia! del argum ento es Johann H einrich T ieftrunk {cfr. T ieftru n k (1798), pp. 466-475), cuyas c oincidencias con mi p ropuesta me fueron advertidas por G corgios K aragcorgoudis (M anchen).

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constata certeram ente, aunque no esté tan acertado en sus c ríti­ cas.22 Como de costum bre, Kant mismo ha experim entado en una reflexión con esta idea, intentando esquivar la sentencia de m uerte en el caso del infanticidio y los duelistas.23 La estructura de sus pros y contras guarda cierto parecido con los esgrim idos poco antes en su polém ica con Cesare Beccaria, pues, al igual que allí se argum entaba contra la abolición de la pena de m uerte invocando el contrato social ( cfr . Ak. VI, 335),24 aquí se aboga por la suspensión de la pena de m uerte invocando la presencia del Estado de N aturaleza. Este paralelism o se com pleta y profundiza m erced a la obser­ vación que K ant vierte acerca del propio B eccaria y al uso que hace de sus argum entos. El delito que nos ocupa (en Beccaria sólo el duelo) supone en principio un retrotraim iento al Estado de N aturaleza. En la traducción de Karl Ferdinand Momniel, Des

Herrén M arquis von Beccaria unsterb lich es Werk von Verbrechen unci Strafen (1778), cabe leer a la altura del capítu­ lo IX en el epígrafe titulado “ Acerca del honor (D e las injurias)” : Existe una notable diferencia entre las leyes civiles y el asi llama­ do honor. El propósito del primero es proteger la vida y los bienes de cada ciudadano garantizando su seguridad. Pero los duelistas deben hacer frente a los arrebatos de la ilusión, pues el honor es ante todo una ilusión [Kant: ... “que aquí no es ninguna ilu­ sión”]. la sensación que nos suscita el desposeimiento del honor supone un transitorio retroceso hacia el Estado de Naturaleza y una momentánea representación de nuestra pasada independen­ cia respecto al poder de las leyes, que no bastan en ciertos casos25 25 Cfr Murphy (1987). p. 529 Hasta donde alcanzo a ver, el único intérprete que ha subrayado este c ará cte r a p arien c ial del argum ento es Joltann H einrich T icftrunk (cfr. T ieftrunk (1798) pp. 466-475), cuyas coincidencias con mi pro­ puesta me fueron advertidas por Gcorgios karagcorgoudis (M ünchen) :J Com párese la “ deducción, tal como la concebiría un sim ple ju rista , en el Derecho de guerra de la Doctrina del Derecho (Ak. VI, 345,). A esa circunspecta exposición le sigue el rotundo -¡N o !- de los filósofos del Derecho . M John Locke dejó dicho en su “ Second T reatise o f G overnm ent’': “No body can give more power than he has him sclf, and he that cannot takc away his own Life, cannot give another power over ¡t“ (Locke (1970). p. 302; $ 23).

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para proteger a un ciudadano ante las agresiones de una afrenta. [...] El súbdito afrentado es trasladado inmediatamente al Estado de Naturaleza y recuerda al señor en el antiguo pie de igualdad. Una nota de Hommel contenta en este punto lo siguiente: “ Él [Beccaria] con una forzada oscuridad se lim ita a decir que, si el caballero no puede restituirm e mi arrebatado honor, yo me hallo de nuevo en el Estado de N aturaleza” .25 Si se vincula el repudio genérico de la pena de m uerte sugerido por Beccaria con la figu­ ra específica del retorno al Estado de N aturaleza en el duelo, entonces cabe detectar en este últim o argum ento una razón aña­ dida para que un duelo a m uerte no deba verse castigado con la pena capital. Cuando m enos es muy presum ible que Kant haya leído estos pasajes del texto recién citado. La vinculación del duelo a m uerte y el infanticidio de un hijo ilegítim o no se encuentra en Beccaria ni en Hommel. y tam poco en la nueva traducción del escrito italiano, realizada en 1798 por alguien tan fam iliarizado con la teoría kantiana com o Johann A. Bergk, contiene indicación alguna respecto a una conexión entre am bos crím enes anterior a Kant. Luego abordarem os la cuestión de cóm o cobra cuerpo dicha trabazón. El aire de familia con Cesare Beccaria del argumento relativo al Estado de Naturaleza recalca la tesis de que Kant con ello no pre­ senta su propia opinión, sino una ajena frente a la que toma posición. En realidad, el Estado no puede renunciar a su veredicto y éste se com padece aquí con el im perativo categórico de la ju s ti­ cia penal: “el homicidio ilegítimo de cualquier otro ha de castigarse con la m uerte” (Ak. VI, 336-337). Las peculiares condiciones de tal hom icidio no pueden contar ante un tribunal.2526 En la Conclu25 Cfr B cccana (1966), pp. 60-63. C hrislian Woll'f entendía que los duelos están prohibidos por el Derecho N atural. Hn una referencia contenida dentro del Derecho político se dice: Ostendinius jam alibi omne duellum naturaliter 111icitiim csse (§ 1091, parí. 3 jus nal ); hic vero evincitur duellum quoque repugnare statui civili [...] (Jus naturalc. $ 1091). WollT no considera el duelo que se salda con una m uerte, sino tan sólo el duelo en cuanto tai. 2h Según Murphy [1987) p. 529[, Kant no explica el m ecanism o merced al cual el m otivo del honor (en cuanto m eram ente interno) tiene algo que ver con la

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sión de la Doctrina de la Virtud (Ak. VI, 486-491) Kant vuelve a enfatizar el carácter estrictamente imparcial de la justicia y de la judicatura e invoca las metáforas con las cuales “el Derecho con­ forme a una férrea e inevitable necesidad” encuentra su expresión en los antiguos poetas filósofos, así como en el lenguaje popular. Por lo que atañe al duelo su crónica es ésta: “No quiero dejar que entre en mis tierras el asesinato -d ijo en cierta ocasión un soberano bienpensante-, indultando a un duelista que mata con maldad y por el cual vos queréis interceder a su favor” (Ak. VI, 490). El duelista es malo en cuanto tal, esto es, la maldad se halla en el acto visible y no en su intención íntima, que todavía está por explorar; el duelista comete un asesinato y como asesino ha de sufrir la pena de muerte. El dictamen kantiano favorable a la pena capital se corresponde con la concepción albergada por Federico II en lo tocante al estricto cumplimiento del ius talionis. En una reyerta entre dos campesinos uno resultó herido de muerte. El tribunal había condenado al otro a tres años de trabajos forzados; no pudo establecerse ningún propósito de dolo, ya que la pelea tuvo lugar sin emplearse a fondo los contendientes y con una herramienta en si misma inofensiva, resultando además que los golpes no fueron la causa inmediata de la muerte [... ] Federico el Grande, al serle presentada esta sentencia para su ratificación, agravó el castigo y decretó una pena de muerte a espada esgrimiendo el siguiente razo­ namiento: “que un hombre haya resultado muerto y otro sea el responsable de su muerte lo convierte en un asesino y por ello ha de ser castigado a su vez con la pérdida de su vida.27 Tal es el argumento de Kant en los duelos a muerte y el infantici­ dio de hijos ilegítimos. Respecto a ese problem ático texto que sigue a la “solución” del nudo m ediante la espada del verdugo, cabe observar lo siacción cxicma. la única que puede ser relevante en la esfera jurídica; c incluso sugiero leer el texto kantiano como una propuesta de que siempre se tome el respetable motivo del honor como un aspecto totalmente irrelevante para el Derecho. i? Cfr. K leinhcycr (1 980), p. 2 33. donde se localizará la indicación de las fuentes.

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guiente. La legislación y la constitución civiles son todavía bár­ baras y rudim entarias (A k. V I, 337) porque, tal com o señala por esa m ism a época la Antropología de 1798, “el duelo goza de la indulgencia del gobierno y, en cierta m edida, dentro del ejército se le considera una autodefensa contra las ofensas al honor en donde los jefes no quieren entrem ezclarse; y todo ello sucede sin hallarse públicam ente autorizado por la ley” (Ak. V il, 259). Asi es com o el Estado protege sin gran entusiasm o ese caos bárba­ ro-feudal del duelo. Sin embargo, aquí sólo se habla del “asesinato de un com pañero de arm as”, no del “infanticidio m aterno” . “T odavía” . ¿Y qué pasará en el futuro cuando la constitución civil deje de ser bárbara y rudim entaria? Los -a q u í su b jetiv o sm óviles del honor enraizados en el pueblo coincidirán entonces claram ente con el im perativo de la ju sticia penal del Estado y su correspondiente castigo disciplinario; la ju sticia ya no podrá ser v is ta co m o s in ó n im o de in iq u id a d . E n e sa m ism a lín e a interpretativa ha de ser leído este pasaje: “que (objetivam ente) resultan adecuadas a su propósito” y donde “su” se refiere al pueblo. En el D erecho de N ecesidad ( Notrecht) el punto de vista subjetivo rem itía a la posibilidad punitiva del Estado y la objetiva al D erecho Racional (A k. V I, 236). Este últim o uso lingüístico coincide con el tercer capitulo del “D erecho Privado” (A k. VI, 296-305). La persona que, por un concepto del honor “que no es nada ilusorio”, m ata a otra de “m ala gana” (Ak. VI, 336) no se salvará por abandonar el antiguo estadio de barbarie o m erced a un con­ flicto trágico, pues K ant no considera com o algo históricam ente revisable ni el concepto de honor con vistas a esas dos clases de seres hum anos ni tam poco la sentencia de m uerte.28 El concepto de honor en el asesinato no sólo antinatural e ilegal, sino tam bién civilm ente ilegitim o, de un recién nacido, así com o el asesinato no sólo prepolítico e ilegal, sino claram ente ilegítim o y m alvado, de un m ilitar, dicho concepto de honor - d ig o - no adm ite m odifi28 Kant reconstruye asi ei callejón sin salida de sus contem poráneos; cfr. G uttadin (1 9 9 3 ), pp. 350-374 ("E l duelo com o tram pa” ).

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cación ni ilustración algunas, y en el caso de la deshonra de la m adre del hijo bastardo no se interesa por la cuestión de cómo haya sido engendrado ese niño -p u es incluso en una violación pierde la m ujer su honra. Con arreglo a la ética kantiana, a la m ujer no se le perm ite quitarse la vida (salida que recom endaría el caso de la romana Lucrecia) ni tam poco puede vivir con ese niño en la sociedad civil; con lo cual se ve obligada a m atar al niño según le dicta el honor, para ser luego ajusticiada por el Es­ tado. La historia es incapaz de cam biar nada en este punto.29 ¿En qué consiste la barbarie? En la pretensión de restablecer el honor merced al asesinato y en que la opinión popular suscriba este m étodo. Sólo se cam biará la opinión pública en orden a esa “ ilusión m ediante la cual una opinión popular y los prejuicios ge­ n e ra liz a d o s logran p red o m in ar so b re el D erech o y la ley, consiguiendo som eter la perspectiva objetiva del honor a capri­ chos y m óviles subjetivos”, tal com o escribe T ieftrunk.30 Ahora todavía cabe urdir falsos subterfugios para arrebatar la espada de las manos del Estado y hacer que los asesinatos en duelo - a s i com o el infanticidio de los bastard o s-sean ciertam ente punibles, mas no puedan ser castigados con la m uerte por parte del poder suprem o. Esta presentación es falsa y está condicionada históri­ cam ente. Bajo unas circunstancias que hayan abandonado la barbarie el pueblo se atendrá en ambos casos a un concepto del honor bastante más cabal, el cual se revela incom patible tanto con cualquier tipo de asesinato como con la pena de m uerte. El tiem po m arcado por “en tanto en cuanto que todavía” (Ak. VI, 337) no es, por lo tanto, si nuestra interpretación es correcta, el tiem po de una ley perm isiva ( Erlaubnisgeselz ); al Estado no se le autoriza a suspender la pena de m uerte hasta que ciertas concepciones atávicas y bárbaras sean erradicadas del m undo, sino que, bien al contrario, se fija el horizonte de que el pueblo

29 La hum anitaria propuesta de que el padre pueda verse obligado por el Estado a casarse (E bbinghaus, 1968) sólo podría verificarse, conform e al supuesto kantiano de la m onogam ia, si dicho padre no vive ya en m atrim onio con otra mujer. 30 Cfr. T ieftrunk (1978), p. 474.

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ajuste su cosm ovisión al im perativo categórico de la ju sticia pe­ nal, sin que ésta quede neutralizada por el concepto del honor. Esta argum entación se coteja teniendo en cam bio muy presente la opinión pública y la “m aquinaria de un gobierno en épocas pa­ sa d a s” (A k. V I, 3 2 9 ). El c o n flic to en tre h onor p ersonal y legislación política se solventa en tan escasa m edida com o suce­ de tam bién con Rousseau, quien en la Carta a D'Alembert se atiene a que el Estado siem pre queda com prom etido en su elec­ ción y a que los duelistas imponen el indulto “al elegir entre la pena o la falta de honor” .31 Kant no brinda ninguna solución res­ pecto a cóm o puede quedar a salvo el verdadero honor perdido. C ontra la interpretación aquí propuesta puede, según parece, levantarse una objeción dem oledora. En las Hojas Sueltas (Lose Blátter) inéditas que fueron publicados en el volumen XXIII de la edición de la Academ ia bajo el título de “ El punto de honor” como trabajos preparatorios de la Doctrina del Derecho , Kant habla claram ente de que ni en el honor del duelo ni en la honra de la m ujer hay cabida para la pena de m uerte: “en ambos casos las penas de m uerte se m uestran ineficaces e inadecuadas [...]” (Ak. XXIII, 3 6 5 13_14). A ello se refiere Hovvard W illiam s; Kant m an­ tendría la opinión de que en ninguno de los dos casos la pena de m uerte puede ser ejecutada, porque the motive of loss of honour is so strong in these particular instances that it caneéis out the deterrent effect of punishment. Here Kant thinks this indeed so. With the duellist “love of honour teaches contempt of death", and with the mother of the ¡Ilegitímate child the act of killing the child is “a kind of civil self-preservation.32 Pero reparem os en ciertos datos relevantes. El texto en cues­ tión no constituye exactam ente un borrador de la D octrina del Derecho, sino unas notas destinadas a la publicación de un traba­ jo sobre el fenóm eno social del point d'honneur. Tan sólo en unas acotaciones m arginales salen a colación consideraciones de 31 Cfr. Rousseau (1959 y ss ), vol. I, pp. 403-404. 32 Cfr. W illiams (1983), p. 105.

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orden estrictamente jurídico. Según Reicke, estas reflexiones datan aproxim adam ente de 1787 o 178833 y muestran que Kant en ésta, como en tantas otras cuestiones, se m uestra elástico para m odi­ ficar sus opiniones, presum iblem ente tras una (nueva) lectura del escrito de Beccaria. La idea básica de esta exposición en torno al punto de honor es aproxim adam ente la siguiente. Dentro de la sociedad m oder­ na (es decir, no antigua)34 hay diferentes estam entos. Dos de ellos, el estam ento de los oficiales, que no luchan como los solda­ dos por un salario, y el estam ento de las m ujeres que viven al margen del matrimonio, no pueden prescindir de la opinión públi­ ca para saber preservar su peculiar honor. El que un m iem bro de uno de tales estam entos pierda su honor com prom ete, a sus ojos, el honor de todo el colectivo. Aunque los (dem ás) ciudadanos puedan anteponer la vida al honor (diciendo con Juvenal: animam praeferre pudori), los m iem bros de am bos estam entos viven bajo reglas tan severas que, por el contrario, han de preferir el honor a la vida. Sin ese honor específico su vida pierde todo va­ lor.35 El oficial no puede conjurar la afrenta, con el fin de que ésta no socave el honor de todo su estam ento, sino retando a duelo al ofensor. Un tribunal civil no es com petente en cuestio­ nes de honor. Vemos aquí lo que enlaza originariam ente al asesinato del ri­ val en un duelo y el infanticidio de un hijo ilegítim o: el punto de honor de estos dos estam entos, y esta conexión no se da tan sólo en Kant, sino tam bién por ejem plo en Hume, a quien Kant se rem ite (Ak. XXIII, 366ó).36 Hume no dice nada sobre el infanti­ cidio de los bastardos, pero sí sobre la necesidad de que la m ujer casada (!) se m antenga fiel a sus votos conyugales. Tam poco 33 Cfr. las indicaciones de Lehmann al respecto, Ak. XXIII, SIS. 34 “N inguno de todos estos puntos o rig in a n tan ta s trag e d ia s com o en los últim o s tiem pos el del honor" (Ak. XXII, 369). El asunto arranca en la Edad M edia con los caballeros y su hidalguía 35 Cfr. Ak XXIII, 364: "Toda la clase de seres hum anos cuya vida vale tanto como esa opinión pública sobre la que pivota su honor"; “esa pérdida del honor les hace tener en m enor estim a la perdida de la vida’’ (Ak. XXIII, 364 ). 3,1 Cfr. a este respecto las indicaciones de Lehmann. J5‘3fi

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Kant se refiere al tema del infanticidio en su tratam iento del pun­ to de honor, aunque algún pasaje dé la impresión contraria. A ntes de term inar se impone una som era observación sobre la responsabilidad que cabe atribuir a la m ujer en general. En opinión de Kant las m ujeres son m enores de edad, y ello tanto en la esfera moral com o en la ju ríd ica. En el terreno de la ética las mujeres no pueden llevar a cabo acciones por mor del deber, sino únicamente actuar conforme a los principios que conlleva éste. Y en el plano jurídico adolecen de la competencia racional para legislar, de ahí la necesidad de que en todos los asuntos públicos deban verse representadas por un tutor. ¿Cómo es, pues, posible que las m ujeres puedan responsabilizarse de “sus” actos en general y puedan ser castigadas en el caso del infanticidio de un hijo ¡legítimo? El pun­ to de vista de Kant es muy claro: las m ujeres no cuentan con una razón práctica de form a que ellas m ism as sean autónom as y se den a sí m ism as leyes a las cuales som eterse, sino que poseen una especie de razón consecuencia! ( Folgevernunft) que les basta para ostentar una responsabilidad ética y juríd ica. Pueden com ­ prender la ley, una vez que ésta ha sido dada por los varones, y subsum ir bajo ella sus acciones, consum ando de hecho el acto constitutivo del propio com portam iento como un actuar relevante ética y jurídicam ente.

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