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Spanish Pages [251] Year 2008
DIVERSIDAD FEMINISTA
HOMBRES A NTE LA MISOGINIA: M IRADAS CRITICAS
Comité editorial del ..110 Luis Benítez.Bribiesca Norma Blazquez Graf Daniel Cazés Menache Enrique Contreras Suárez Rolando García Boul igue Rogelio López Torres John Saxe•Femández lsauro Urit>e Pineda Guadalupe Valencia García
Hombres ante la misoginia: miradas críticas
Daniel Cazés Menache Fernando Huerta Rojas Coordinadores
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Primera edición: 2005 Primera reimpresión: 2008
e Daniel Cazés Menache
Cl Fernando Huerta RojH C Centro de Investigaciones lnterdísciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM
e Plaza .., Valdés, s. A. de c. V. Prohibida
la
reproducdón
total
o
parcial
por cualquier
medio s.ln autorización esaita de los editores. Centro de lnvestigacio11es lnterdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F. Plaza y Valdés, S. A. de C. V. Manuel María Contr eras 73. Colonia San Rafael México. D. F., 06470. Te léfono: 5097 20 70 [email protected] www.plazayvaldes .com Calle de Las Eras 30, B
28670, Vinavlciosa de Odón Madrid, Espal'ia. Te léfono: 91665 89 59 [email protected] www.plazayvaldes.es Ilustración de portada: Lorena Salcedo Bandala Edición a cargo de: Concepción Alida Casale Núf'iez ISBN: 970-722-430-4 Impreso en México I Pr/nted in Mexico
Índice
l. La misoginia en el contexto histórico
La misoginia: ideología de las relaciones humanas. Una inJroducción Daniel Cazés Menache
..................... 11
Hombres feministas y misóginos. Una contradicción posible . ..................... ... ........ ... 49
Leonardo Olivos Santoyo De la misoginia y otras dominaciones
............................................ 77
Nelson Mincllo Martini
Misoginia: la identidad y los nombres de la violencia
..... 87
Raymundo Mier Garza Psiquiatras, psicoanalistas y otros misóginos
.... 103
Mario Zumaya López-Aguado
11. La misoginia en las políticas públicas
La presencia de la misoginia en e/fenómeno de la inseguridad...... René Alejandro Jiménez Omelas La misoginia y los derechos hun1anos.................................... Emilio Álvarez -Icaza Longoria
La misoginia en el discurso y acción de los hombres Roberto Garda Salas
.......... 129 ................. .......... 149 .................... 161
111. La misoginia y las representaciones sociales
Finuras y sutilezas misóginas en "el juego del hombre ".
.......... 191
Femando Huerta Rojas Internet. simulación y redefinición corporal. La experiencia ciber/eminista, el performance y los chats
Antulio Sánchez García Algunos mensajes misóginos en canciones populares comercia/es. Alberto Zárate Rosales
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l. La misoginia en el contexto histórico
La misoginia: ideología de las relaciones humanas. Una introducción* Daniel Cazés Menache ..
Preliminar Complejidad de la misoginia cotidi ana
Las siguientes son algunas reflexiones que considero imprescindibles para comprender el ambiente en el que se desarrolla n la ciencia, la filosofía y la política. Ese ambiente es la esfera ideológica y moral del medio histórico fluido en el que se plantean los grandes problemas de las búsquedas científicas, se c.-ean y sistematizan los conocimientos, se elaboran y procesan las interpretaciones y el pensamiento, y las acciones son concebidas y puestas en marcha. Me refiero al complejo sistema de condiciones, situaciones y circunstancias siempre dadas por sobreentendidas como algo tan natural que no exige siquiera que se piense en ellas, y que se denomina misoginia.
Es el manto cultural, omnipresente e invisible o invisibiliza do, que lo envuelve todo en las relaciones sociales, en los móviles que las sustentan, en la predisposición con que sus sujetos participan en ellas. Lo primero que considero lndisptnsable señalar, es que se trata del enfoque general básico y de la motivación ideológica ineluctable (el sentido común) d e las acciones humanas, que conforman las circunstancias profundamente arral-
• La primera ve rsión de esle texto fue presentada en el encuentro que tuvo el mismo nombre de este libro. Para su elaboración, revisión y su complemento con citas y referencias, conté con la valiOsa colaboración de Haydeé García Bravo, a quien le expreso mi agradecimiento. • • Director del Centro de Investigaciones lnterdisciplinarias en Ciencias miembro de su Programa de Investigaciones Femiriistas.
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y
Humanidades de la · •• •·
12 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
gadas en los vínculos cotidianos. Con tal carácter, este enfoque está presente en cualquier proceso de elaboración intelectual, desde el más simple hasta el más consistente. Se expresa tan directamente como es posible, pero sobre todo a través de signos, señales y símbolos; en lo que se dice y en lo que no es necesario decir tanto como en lo que debe decirse y en lo que es necesario no decir; en la cotidianidad intangible y en los tiempos sacros de los rituales que rodean, validan, reproducen y actualizan la hegemonía y los consensos sociales al dominio con sustento en los mitos básicos de todas las sociedades, de todas las culturas de que tenemos noticia directa o indirecta.
Misoginia y enajenación Para definir la misoginia
El término misoginia designa una conjugación inextricable de temor, rechazo y odio a las mujeres. Hace referencia a todas las fonnas en que a ellas se asigna - sutil o brutalmente- todo lo que se considera negativo y nocivo. La misoginia, como concepción del mundo y como estructura determinante, génesis, fundamento, motivación y justificación de la cotidianidad, está destinada a inferiorizar a las mujeres. Por ello se liga de manera indisoluble a la convicción masculina universal, más inconsciente e involuntaria que consciente y elaborada, de que ser hombre es lo mejor que puede sucedcrle a las personas, y de que, por lo tanto y antes que nada, ser hombre es no ser mujer. En esta concepción se inserta la conciencia actuante, la voluntad política de cada instante, conforme a las cuales todo lo que no es realidad o atributo de los hombres (de cada hombre y de todos los hombres) debe ser inferiorizado, deslegitimado, encubierto, estigmatizado, ridiculizado y, si resulta conveniente, condenado y suprimido. En este sentido, la categoría misogi"ia es pieza fundamental de la metodología filosófica, cognoscitiva, ética y política formulada y desarrollada principalmente por mujeres durante la última mitad del siglo XX, para abrir los senderos igualitarios posibles para el tercer milenio, al que, entre otras cosas por ello, han denominado milenio feminista. La misoginia, entendida como ambiente fundante de la cotidianidad humana y como estructura básica del dominio masculino, es la marca más clara e indeleble de las relaciones sociales y de las concepciones hegemónicas de la rea-
La misoginia en el contaxlo histórico 13
lidad. Conocemos enorme cantidad de justificaciones científicas y de sobreentendidos doctos que acríticamente justifican y fundamentan esas concepciones con la pretensión de da r carácter biológico, universa l e indiscutible al orden misógino. A manera de ejemplo de la presencia irreflexiva de la misoginia en la ciencia, mencionaré lo que hallé en mi última visita al llamado Museo del Hombre de París,1 antes de que se iniciara su desmantelamiento para dar lugar a otra institución de corte igualmente colonial y racista. En la sala introductoria, se exponía la prehistoria humana con recursos pedagógicos y técnicos de calidad excepcional. El recorrido por un pasillo pennitía observar la sucesión de los dioramas a lo largo de una barandilla en cuyo pasamanos hueco había piedras de las eras paleolíticas y hasta la neolítica. de manera que las representaciones didácticas se ejemplificaban con piezas originales. Además. en varios monitores paralelos corrían videos con reconstrucciones de sitios prehistóricos y de escenas supuestas por especialistas. En las vitrinas se exponían cuevas en las que se encuentran diferentes fósiles relacionados con cada industria lítica, que, en magistrales reconstrucciones, eran miniaturas de mujeres y hombres que vivían según una pretendida división natural del trabajo: ellas, al interior o a la entrada de las cavernas, limpiaban el espacio o hacían otras labores domésticas en torno al fogón, los niños revoloteaban junto a ellas y los hombres se aprestaban para la cacería o la recolección, o bien cazaban o recolectaban a cierta distancia. Se trataba, pues, de una prehistoria a imagen y semejanza de nuestro patriarcado misógino histórico: con esa concepción docta expuesta en lo que fue la institución antropológica más prestigiosa del mundo, hay que rendirse a la evidencia científica de que siempre existió la familia tal y como se la concibe oficialmente hoy en día. En el primer piso del mismo museo había una exposición que conmemoraba la fecha en que nació el ser humano (homme) número seis mil millones en una localidad francesa. Era de hecho una niña registrada ahí con toda la documentación administrativa y fotográfica que se consideró pertinente. A la entrada de la exposición, cada visitante podía proporcionar sus datos personales y ser ubicado conforme a su expectativa de vida, los límites tempora-
' En francés no se puede decir historia humana o derechos humanos, pues al menos en el uso, tanto popular como docto. no existe lo humano, existe el hombre, por eso el Museo del Hombre. aunque lo pretendia. nunca fue Museo de la Humanidad.
14 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
les de su actividad reproductiva y otros parámetros demográficos. Como una predicción de adivinos de feria, pero proporcionada por la ciencia en un impreso de computadora. Antes de emprender esa experiencia, cada visitante podía leer en un póster de enormes dimensiones:
Hay en la Tierra seis mil millones de hombres, Su primera caracterfstica consiste en que la mitad son mujeres
Éste me parece el momento adecuado para recordar que, en su obra más conocida, El segundo sexo, Simone de Beauvoir (1976) llama la atención sobre las visiones científicas en que prevalecen concepciones misóginas. Simone reconoció las aportaciones del evolucionismo, pero criticó que sus teorías principales se quedaran en el determinismo biológico. También ubicó sus reflexiones en el materialismo histórico, pero seí'laló que en él sólo los hombres son sujetos de la historia: los amos y sus esclavos oprimidos, los opresores feudales y sus siervos, los capitalistas explotadores y los proletarios explotados, pero nunca las muj eres sujetas a lo que más tarde llamaríamos el dominio de género. También apreció los aportes del psicoanálisis, pero consideró inaceptable que para prácticamente todas sus tendencias, la sexualidad femenina es definida por una carencia.2 Concepciones consideradas científicas equivalentes a las citadas tienen sus propias manifestaciones en todas las disciplinas del conocimiento y del desarrollo tecnológico.3 Parte inseparable de este tipo de enfoques panópticos omnipresentes es la certeza incontestable de que sólo los hombres somos seres plenos y normales, mientras que a las mujeres siempre les falta algo (el pene, la racionalidad, la capacidad de abstracción y de imaginación creativa...), y de que tal carencia las hace no sólo incompletas y fundamentalmente deficientes, sino además extra-
2 No puedo e'.'itar referimie en este conteldo a Zelig, el personaje camaleónico de Woody Allen, que al mimetizarse con su psicoanalista afirma haber discutido con Freud su desacuerdo porque el primer psicoanalista estaba seguro de que no son los hombres quienes sufren de envidia del pene. , Véanse por ejemplo los trabajos presentados en el I Encuentro Nacional de Ciencia. Tecnología y Género (abril de 2003), y del V Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Géoefo (febr«a de 2004), ambos realizados en e1 Centro de Investigaciones lnterdisciplinarias en Ciencias y Humanidades dela UNAM
La misoginia en el contexto histórico
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ñas, anormales, dementes, diferentes: son las otras, el otro universal, 4 y consecuentemente resultan naturalmente peligrosas. Entre las expresiones más burdas y frecuentes de la misoginia ha lhunoo; aquellas que dan por ciertos, proclaman y difunden todos los defectos, los pecados y las lacras que se atribuyen a todas las mujeres simplemente porque son mujeres. Son expresiones con las que, además, se valida que se las sentencie a todas, como si fuera un solo ser (Amorós, 2001), porque ninguna posee el total de las virtudes que se considera que deberían tener sólo porque son mujeres. La misoginia no es patrimonio exclusivo de los hombres. Es parte estructural del dominio patriarcal del que somos portadores y expresión cultural viva y militante de todos los sujetos de cada sociedad. Las mujeres son, tanto como los hombres, agentes del patriarcado que las somete y las hace seres humanos de segunda categoría; al igual que en los hombres, en ellas la misoginia es interiorizada en el consenso individual a la hegemonía opresiva, como explicación de la realidad y como código básico de las relaciones y las acciones sociales, desde las más nimias e imperceptibles hasta las más complejas y formalizadas. La misoginia es, en este sentido, deber ser individual y colectivo, público e íntimo, deber conformar seres en apego a creencias que ni se analizan ni se cuestionan y que de esa manera integran la moral (doble o múltiple) y la moralidad vigentes en las relaciones de género.5 Se trata de un complejo y muy intrincado sistema de mandatos insalvables e inobjetables, de razones más o menos bien formuladas, de moralejas y credos misceláneos, de afectividades contradictorias e incluso caóticas, que fun-
' •¿No habfla una Sil lJ.3Clón en la cual la alteridad fuese llflvada por un ser a un Ululo positivo, como esencia? ¿Cuál es la alteridad que no entra pura y simplemente en la oposición de las dos especies del mismo género? Creo que lo contrario absolutamente contrario. cuya contrariedad no es afectada en absoluto por la relación que puede establecerse entre él y su eotrelativo, la contrariedad que permite al término pe¡-manecer absolutamente otro, es lo femenino. El sexo no es una diferencia especifica cualquiera... La dife«!ncia de los sexos tampoco es una contradieción..; no es tampoco la dualidad de dos términos complementarios, porque dos términos complementarios suponen un todo preexistente... la alteridad se cumple en lo femenino. Término del mismo rango, pero en sentido opuesto a la coociencia". Lévinas, E. Le femps el /'a11/re, citado por De Beauvoir(1976). l C3be aclarar entre parentesi!I que la moral y la moralldM se suslentan precisamente en creencias y prejuicios, incluso en la fe: la ética se ubica en la dimensión de los códig os elaborados y pactados de la manera mas racional posible conforme a los valofes jurídicos y ciudadanos adoptados en consensos explicites.
16 Hombres anra l a misoginia: miradas criticas
cionan al unísono como si fueran movidas por mecanismos de relojería de alta tecnología. Ese sistema ideológico es impuesto con el mismo peso a cada hombre y a cada mujer, aunque de manera diferenciada según el género asignado y la experiencia individual de vida.
El hombre (los hombres): medida de todas las cosas
Quizá la síntesis más acertada de las concepciones misóginas, a la vez elementales, primordiales y doctas, es el apotegma de Protágoras de Abdera, sofista agnóstico, heraclitiano y moralizador, quien en el siglo 1v AC,V detenninó que el hombre es la medida de todas las cosas en su tiempo y en su espacio, "de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son"1 (Ferrater, 1994), Es pertinente considerar por extensión -tenida cuenta de la estructura misógina de la sociedad en que vivieron su amistad y sus masculinidades compartidas Protágoras, Pericles y Eurípides - , que el hombre es la medida de todas las mujeres, quienes, como categoría de la misoginia, también son cosas. 8 Gran parte de lo que suele decirse de las mujeres en espacios masculinos o controlados por hombres - la familia, la escuela, el púlpito y los espacios eclesiales; la calle, la taberna, los llamados medios, la academia, los foros legislativos, judiciales y de gobierno-- es expresión diversa, más o menos burda o refinada, de la misoginia vigente como estructura constitutiva milenaria de nuestras concepciones y relaciones. Cada vez se acepta con mayor claridad que la misoginia genera violencia, más aún, que es el motor de la violencia. Es en sí misma violencia, no violencia simbólica (Bourdieu, 1989 y 2000; Bourdieu y Wacquant, 1995), sino -por de-
s Antes de la Cuenta Calendárica Cristiana Actual. El principio de Protagoras, namado también horno mensura, que aparecía en su obra pei-dida La verdad, es referido por Platón, Aristóteles, Diógenes Laercio y Sexto el Emplrico. s Doy por descontado caue hombre sigriifica todos los hombres que han &1tistido, que e1tisten y qua
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e1tistirán. ya que es aooptado que el término masculioo singular incluye a todas las mujeres aunqoo muj8r no t enga las mismas propiedades semánticas. Me parece evidente que cuando i.e dice el hombre o los hombres nadie tiene en mente a /a mujer ni a las mujeres. Por ello, entre otras razones ígualmerite axiomáticas, carece de sentido discutir si Protágoras usó la palabra anthropos (traducibl11 como ser humano) o endrou (hombre de sexo masculino); además. ambos términos griegos provienen de la misma protorraiz griega antigua (indoeuropea). •KNT conforme a la reconstrucción de M. Swadesh (1960-1986).
La misoginia en el contexto histórico 17
cirio así - violencia violenta. Cuando se ejerce contra las mujeres, sujetas a la opresión de género, 9 va desde el silencio hasta el asesinato pasando por los retruécanos sexistas (bromas, albures), la alabanza cosificante por cumplir los mas arbitrarios cánones de belleza y de bondad tanto como de eficacia doméstica, y la galantería u otras formas inferiorizadoras de exaltación -como el piropo y la caballerosidad.10
Enajenación masculina
La misoginia tiene también como manifestación la enajenación de los hombres. La condición masculina y las prerrogativas de que gozamos en el patriarcado, originan y organizan nuestra enajenación. Defino esta categoría en varios planos complementarios desde los que es posible percibir las dimensiones de la misoginia masculina: a) Tenemos en primer lugar los privilegios de género prescritos como patrimonio exclusivo de los hombres, que gozamos de ellos por el solo hecho de haber nacido hombres y de haber sido asignados desde nuestro nacimiento al género dominante. Tales prerrogativas y las ventajas que traen aparejadas provienen de la expropiación (una fonna de enajenación) monopolizadora de los recursos creados por la humanidad, que desde tiempo inmemorial se han puesto fuera o muy lejos del alcance de las mujeres para constituir con ellos la superioridad de los hombres. En las sociedades patriarcales pocas personas se salvan de ser oprimidas en algún senlido. es decir, de sufrir algún tipo de expropiación de sus posibilidades humanas, de discriminación o de exclusión para poder desarrollar sus potenciales. En el ms11'1do patriarcal la opresión de las mujeres es la más amplia, profunda, siStemauca 'I duradera en la hiStoria. Sin emnargo, las mujeres no sólo son oprimidas por ser
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mujeres; a la opresión por su ooodición de género se agregan otras. Además de las mujeres. que están sometidas a opresiones múltiples pues su coodición genérica se articula con otras condiciones 'I situaciones, hay hombres que, pese a su condición genérica de dominio, son en su siogularidad objeto de diferentes tipos de opresión por su pertenencia de clase, étnica, de edad, r•iación polllica o creencia religiosa, escolaridad, lengua, preferencia erótica, j erarquia laboral, capacidad económica, etc. Para profundizar sobre estas categor/as, véase Cazés (1999). Algo equivalente acontece, por ejemplo, cuando se glorifica a los pueblos Indios como abstractos portadores de ciertos valores especialmente definidos para formar parte de los discursos hegemónioos
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como depósitos de identidad nacional y proteoción del medio ambiente, a los que se relaclona con la naturaleza, la perfeoción, la pureza 'I la supuesta autenticidad de culturas interpretadas desde fuera por quienes las han sometido, y con la obligación de preS&rvar símbolos'! leyendas.
18Hombres ante la misoginia: miradas criticas
Se trata, pues, de la enajenación de recursos que son patrimonio de la especie humana, con los que se ha constituido el monopolio masculino universal. b) Para comprender otra dimensión de la enajenación masculina, hay que advertir que todos los hombres podemos gozar de la preeminencia que se nos ofrece como recompensa por la pennanente tensión que provoca en nosotros la obligación de usufructuar, al menos en alguna medida, los recursos de la humanidad para compartir entre nosotros el dominio patriarcal. Es claro que ningún hombre ejerce todos los poderes y que los que tiene no los disfruta todo el tiempo. Sin embargo, en principio y en los hechos, nos pertenecen en exclusiva aquellos que se nos adjudican para que gocemos de ellos mientras contemos con los atributos suficientes de lo que se ha llamado la masculinidad hegemónica en cada cultura, confonne a la ubicación individual en la jerarquía de la propia sociedad, e) En cada tradición cultural funcionan escalas de valorización propias para definir a los hombres de verdad, es decir, a los que son dignos del apelativo por considerarse que lo son en plenitud. Para serlo, cada hombre debe cumplir con ciertas condiciones de manera aceptable ante quienes ejercen el poder de la definición y la aprobación. Para ello hay que pasar adecuadamente por determinadas etapas fonnativas y pruebas de pasaje y de preservación de la hombría y de la virilidad. 11 Para vivir este proceso en fonna suficientemente adecuada y satisfactoria, los hombres estamos sometidos a lo largo de nuestras existencias individuales a presiones sociales insalvables que, aunque puedan pasar desapercibidas por la costumbre y por ser definidas como naturales e instintivas, producen de incontables maneras tensiones implacables, manifiestas día a dia, segundo a segundo. Se ha asegurado que cada hombre está obligado a demostrar a cada instante que es hombre, 12 lo que basta para localizar el punto de partida de tales tensiones. Éstas explican en parte la enaj enación definida como concepción incxora-
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He identificado esquem31icamente los siguientes momenlos del ciclo de vida de los hombres: 1. La
nil'iez o el primer aprendizaje de la masculinidad dominante. 2. La juventud o los primeros ensayas de ubicación en la trama y la urdimbre de la hegemoo(a entre los hombres y en retaclón con las mujeres. 3. La llegada a la edad adulta coo la decisión de las características preferentes de la masculinidad propia. 4. La madurez. cuando se ha asumido de manera peJmanente la masculinidad iridiv idual. el enfrenta• miento de los cooflictos y el disfrute de las canonjías masculinas. 5. Las etapas de la viropausia o andropausia, de las crisis de la hombría, y de la lucha por preservar los atributos de la virilidad o de la aceptación de los límites o de la pérdida de esos atributos. 12 Como Badinter (1993).
La misoginia en el contexto histórico 19
ble de que ]as presiones, las tensiones, las ansiedades y las angustias a que me refiero son en realidad manifestación del mayor de los placeres intrínsecos de nuestra condición genérica. El poder de dominio y el ansia de ejercerlo tanto como sea posible sobre las mujeres y sobre otros hombres (a través del acoso y el dominio que se ejercen sobre ellas, y de la competencia y el enfrentamiento entre hombres, de las aspiraciones de éxito y el triunfo. de la dureza de carácter y de actitudes, de la transformación de los demás en enemigos a derrotar, etc.), se funden y se confunden con el gozo de vivir, del que se eliminan o se reducen al mínimo los deleites posibles de la convivencia equitativa, solidaria y pacífica. Parte considerable de la enajenación está en la certeza incuestionable de que la alegría de la vida se halla en las prerrogativas del dominio, por las que debemos pagar el precio constituido por las zozobras de la misoginia. d) Desde esta perspectiva, los hombres nos enajenamos también de la posibilidad de construimos como seres humanos y de contribuir a edificar la equidad y la igualdad de los géneros, la paz y la colaboración en asociación solidaria y libertaria. Para tomar el término enajenación en un sentido propiamente marxista (ligado a las definiciones de modo de producción, estructura económica y superestructura ideológica e institucional). puede decirse que en cada acción masculina misógina que proporciona y cobra los supuestos placeres del dominio, cada hombre deja una parte de sí mismo, la cual se incorpora a la opresión de género en toda su extensión. En otras palabras, así como al crear plusvalía el proletariado incorpora una parte de su ser a la mercancía, en cada acción misógina cada hombre deja una parte de las posibilidades masculinas de construir la humanización igualitaria y libertaria, el ser genérico (Marx, 1987; Marx y Engels, 1987) de la humanidad y de cada individuo, de contribuir a la transformación definitiva de la prehistoria en historia.
Para explorar los orígenes del patriarcado en Occidente (Mesopotamia y Grecia) Tesis preliminares
El origen de la estructuración misógina del patriarcado se pierde en las épocas paleolíticas, de las que nuestros conocimientos son extremadamente restringí-
20 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
dos porque su documentación es limitada y sus características muy particulares. Gerda Lemer (1986) considera que en las sociedades mesopotámicas el proceso se inició hacia el año 3000 y se prolongó hasta el siglo v1 ACA. Esta cronología es sólo indicativa, pues cada sociedad siguió sus propios ritmos; como sea y conforme a lo que la misma autora sostiene en relación con la propiedad privada, quizá desde antes la misoginia ya tenía fuertes raíces. Lemer señala que en la Babilonia del segundo milenio ACA, las mujeres ya estaban dominadas por los hombres, aunque algunas aún gozaban de independencia y estatus elevado. Hay quienes consideran que los primeros grupos humanos, recolectores que en ocasiones ingerían proteínas animales y también cazaban, basaban su supervivencia en la solidaridad de sus integrantes (Eisler. 1997). Eran trashumantes que cubrían un territorio más o menos extenso y en expansión, originarios de alguna región meridional de África que. transformando a la naturaleza desde que crearon la cultura,1 3 fueron poblando el planeta al recrear condiciones tropicales en todas las latitudes. Sólo la colaboración igualitaria entre mujeres y hombres pudo pennitir que esos seres carentes de especialización, crearan, para adaptar el medio natural a sus necesidades, la naturaleza artificial (Malinowski, 1948), como se ha definido a la cultura; de esa manera, en su proceso evolutivo (proceso de hominización o de humanización) desarrollaron el sistema nervioso y alcanzaron la posibilidad de inventar las formas de sustituir todas las especializaciones de que carecían. Es posible, que por alguna razón durante la estancia más o menos prolongada de algún grupo en un paraje conocido previamente, mujeres quizá recién paridas y otros miembros del grupo que no podían tomar parte en la recolección o en la cacería, notaran que la vegetación que habían consumido con anterioridad había vuelto a crecer. Así pudieron descubrirse (o más bien inventarse) lo que con el paso del tiempo serían la agricultura y la medicina, como lo sugirió Alejandra Kollontai (1976 y 1982). El cultivo y la ganadería tomarían el sitio que hasta entonces habían tenido la recolección y la cacería o el seguimiento de rebaños no domesticables, y darían lugar a la vida sedentaria hace alrededor de doce milenios. Quizá a esas alturas de lo que Margan (1993) 14 llamaría barbarie (posterior al salvajismo), ya
13 Cuando me11os desde homo habilis, hace unos 2.5 mMlones de años. 14 Para Man:; y E11gels, el salvajismo y la barbarie de Morga11 debieron corresponder con los modos da producción de la comunid3d primitiva y tal vez en parte co11 el esclavismo. e11 ta11to que la barbarie y la civilización abarc.aría11 e11 parte al esclavi= y a los modos de producci611 posteriores.
La mi:.oginia en el contexto histórico 21
se había establecido la opresión de género con referencia justificativa a la participación diferencial de mujeres y hombres en la reproducción biológica concebida como base de la responsabilidad femenina de la reproducción social y cultural. De esa manera, se habría estipulado la importancia suprema de las actividades, los roles y los poderes masculinos, se habría restado o anulado el prestigio y el poderío de los femeninos y, como compensación, se iniciaría o desarrollaría la exaltación de la maternidad como asignación preferencial y estructurante de las mujeres. Presento a continuación una síntesis de las tesis de Lemer a este respecto, con mi propia interpretación de las mismas: a) Antes de que se establecieran la propiedad privada y la sociedad de clases,
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fue preciso que los dominadores expropiaran la capacidad reproductiva de las mujeres. La misoginia y su estructuración de la opresión de género fueron los cimientos de la jerarquización social. Los Estados (o las ciudades-Estado) de las épocas más arcaicas tomaron como prototipo a los modelos patriarcales previos, de manera que toda la organización social se concibió para fortalecer al patriarcado. La dominación (proceso permanente) y el dominio (cada hecho concreto) cobra fonna en la práctica masculina del sometimiento de las mujeres en el grupo social propio. El esclavismo, primera forma de la sociedad clasista, debió iniciarse con la opresión de las mujeres incorporadas a un grupo a partir del intercambio concertado o violento con otros grupos. La subordinación de las mujeres (consuetudinaria antes de cualquier codificación jurídica) fue de las primeras estipulaciones legales. La violencia, la dependencia y la complicidad de mujeres poderosas garantizaron el consenso de las mujeres sometidas. Si se acepta que las clases sociales se definen respecto de la relación con los medios de producción, las relaciones femeninas de clase dependen entonces de la vinculación de cada mujer con el o los hombres de quienes depende, La subordinación de género no cancela la posibilidad de que haya sacerdotisas, shamanas y curanderas que representen a otras personas ante lo sobrenatural (incluida la enfermedad). La capacidad que tienen las mujeres de dar vida dio lugar a contar hasta la actualidad con deidades femeninas. Originalmente rigieron en los mitos de la fecundidad y la fertilidad. Pero poco a poco (particularmente con el establecimiento de los sistemas
22 Hombres ants la misoginia: miradas criticas
patriarcales de parentesco) ambas facultades se trasladaron a la unión de una deidad femenina con una masculina más poderosa. Las deidades femeninas fueron convertidas en consortes de dioses, se les asignaron advocaciones diversas o se les eclipsó en las religiones oficiales. g) El monoteísmo semita consagrado en el Antiguo Testamento es resultado de la aniquilación misógina entre cultos misóginos y lo que restaba de la veneración de diosas de la creación de la vida; así, ésta se transfirió a un señor todopoderoso (al que a veces se designa rey del universo y señor de los ejércitos). En el mismo proceso ideológico, a las mujeres se les asignó el pecado, el mal y la razón de la mortalidad humana.15 De esta manera, la deidad suprema y única sólo aceptaría como interlocutores a los hombres, con quienes además establecería un pacto del que quedaron excluidas las mujeres. h) Esta formulación bíblica sintetiza el mito fundacional de la civilización, en el que se da por sentado y aceptado que la subordinación de las mujeres es natural e incuestionable. Para épocas remotas de la vida humana, incluso desde antes de la escritura, algunos hallazgos de la arqueología prehistórica y los textos jeroglíficos y cuneiformes más antiguos (cuya existencia define a la civilización), permiten interpretaciones bastante sólidas respecto de las llamadas sociedades solidarias (Eisler, 1997) (o ya jerarquizadas que mantenían algunos rasgos solidarios) y de las concepciones misóginas más vetustas que nos es dado analizar aunque sea de modo parcial.
Una exploración áe mitos de creación y antiguas deidades
Los mitos de creación o de origen responden a la estructura social y cultural del momento en que son establecidos o puestos al dia. Pero siempre es posible hallar en ellos, y también en infonnaciones etnográficas de grupos actuales - incluyendo los propios - rastros de mitos anteriores que, actualizados o no, siguen funcio-
15 Yehovah 'Elohyim creó a los seres humanos a su imagen y semejanza. La leyenda en que la mujer
~
condeoada a parir coo dolor 'I a enemistarse con la serpiente del árbol de la sabiduría evoca la derrota de una deidad femenina red1.1Cida a la servidumbre de la maternidad a manos de una deidad masculina que sn la misma maniobra priva a la humanidad ds la vida etsma.
La misoginia en el contexto histórico 23
nando incluso de manera contradictoria porque son fundamento interpretativo polivalente de ideologías adosadas a intereses de dominio y consenso diversos. 16 La antropóloga Peggy R. Sanday11 analizó 112 mitos de creación en otras tantas sociedades actuales. En 32 de ellas la creación se atribuye a una pareja divina. Algo semejante sucedía en tiempos remotos. con los inicios neolíticos de la agricultura en el vasto Creciente Fértil. Los mitos paleolíticos y neoliticos que pueden ser rastreados a partir de documentos pictóricos y escultóricos previos a la aparición de la escritura, así como de los más antiguos textos jeroglíficos y cuneifonnes, fueron sometidos a adaptaciones en cada sociedad a lo largo del tiempo, conforme en ellas se desarrollaron los poderes y la opresión. Algunas de esas adaptaciones de importancia tuvieron lugar cuando menos desde el cuarto milenio ACA en aquellas primeras sociedades agrícolas y sedentarias, e incluso antes, cuando en los grupos patriarcales de recolectores y pastores se instituyeron formas que podríamos considerar primigenias del Estado, si esto fuera válido para etapas tribales avanzadas. Una de esas adaptaciones fue la institución de una deidad masculina suprema, única, todopoderosa, omnisciente y omnipresente (a imagen y semejanza del patriarca ideal) que, cuando menos oficialmente, fue sustituyendo a las deidades múltiples tribales y locales; éstas, incluso en las primeras urbes, no eran concebidas con poderes universales, sino más bien como representaciones de fuerzas inexplicables entre las que seguramente estaba la procreación. La adaptación patriarcal de las creencias ligadas al dominio se fundamentó, como lo explica Gerda Lemer (1986), en tres cuestiones ideológicas fundamentales: 1. Quién crea la vida. 2. Quién es responsable del origen del mal y del pecado. 3. Quién posee en exclusiva la mediación entre los humanos y lo sobrenatural, es decir, quién tiene el monopolio del trato directo con la divinidad.
18 Maurice Godeller (1986), por ejemplo, describió, en La producción de grandes hombres. Poder y dominación mas culina entre los Baruya de Nueva Guinea, las concepciones y los rituales en qoe los baruya de Papua Nueva Guinea jerarquizaban las relaciooes de género al menos hasta la década de 1980. y sugirió algunas semejanzas con la Francia de fines del sig lo xx. 17 SaOOay, Peggy R., Fema/e Power and Me/e Dominence: on the Origins of Sexual linequaliry, citado por Lemer (1986: 145 y ss.).
24 Hombres ant& la misoginia: miradas criticas
Las tesis sintetizadas anteriormente hacen referencia a estas problemáticas que se traducen en varios complejos de mitos: a) los que transformaron el culto al útero en culto al falo y al semen; b) los que representaron a la vida con un árbol permitido, y al conocimiento
pecaminoso y pecaminógeno con un árbol prohibido; e) los que regularon los lazos de parentesco, los pactos entre hombres y entre
ellos y con la divinidad, así como las jerarquías sociales, al tiempo que sacralizaron el poder y el dominio masculinos. En lo que respecta a esta última cuestión, conviene recordar que el propósito político con el que se instalaron la misoginia y el patriarcado en los tiempos más remotos de la civilización ha sobrevivido hasta nuestros días al menos en el siguiente ritual cotidiano: Los hombres que practican el judaismo puntualmente, y de manera inequívoca los ortodoxos, elevan la primera plegaria de cada día para agradecer a su deidad masculina omnipotente no haberlos hecho mujeres. Las mujeres hebreas no pueden dirigirse al dios que idearon sus presuntos ancestros, por lo que la voluntad divina de rendirle culto es un privilegio de los hombres cuya consolidación habitual hay que asegurar cotidianamente, sobre todo ahora que han surgido grupos feministas entre las ortodoxas judías.
Algunas creadoras da vida, sus a/legados masculinos y su sustitución por ellos
Se considera que los cultos mágicos y religiosos (es decir, como la mitificación de mayor antigüedad) son los relacionados con la fertilidad y la fecundidad (la tierra y el útero). La evidencia de tal veneración parece atestiguada por la abundancia de figuras femeninas en que se resaltan los atributos de la maternidad y que a menudo se relacionan con otros símbolos de la prodigalidad natural y agrícola. Aunque esta tradición puede remontarse a tiempos paleolíticos, permaneció con la instauración de la misoginia. La supremacía en el culto de deidades femeninas se expresa en los mitos de creación más an1iguos que dan a diosas el poder de la creación de la vida y que en ocasiones, sin duda tardías, se asocian de varias maneras con deidades masculinas.
La misoginia en el contexto histórico 25
En las leyendas sumerias encontramos reiteradas referencias a las diosas Nana como suprema deidad llamada la p oderosa señora, la creadora, y Nammu, madre que parió el cielo y la tierra. Los mitos referidos en exclusiva a la exuberancia femenina corresponden a la implantación y la estructuración de las diversas opresiones y sin duda al fortalecimiento y la consolidación de las que existían previamente. Así por ejemplo, muchas figuras halladas en gran número en el antiguo Israel bíblico han sido fechadas en épocas en que el culto a Yehovah 'Elohyim ya estaba establecido, pero corresponden también a expresiones de religiosidad popular y que coexistían con la religión oficial del monoteísmo masculino. Ésas y otras figuras femeninas con rasgos sexuales exagerados evocan deidades que en mitos más antiguos regían, solas o con sus parej as y otros seres míticos, el mundo conocido tribal o localmente al inicio de la agricultura o desde antes. Sobre épocas anteriores y respecto de la labor mítica conjunta de diosas y dioses, resumo, como hasta ahora y con mi propia visión, datos e ideas de Riane Eisler (1997): En Sumeria se veneró a las deidades femeninas creadoras y procreadoras Ninhursag e lnanna, en Babilonia a Kubab e lshtar, en Fenicia a Astarté y en Canaán a Anath. Contemporáneamente, Hékate era en Grecia una deidad equivalente. En Mesopotamia, se hallan huellas de que antes del dios único actuaron parejas divinas. Así, en Sumeria, la madre Nammu creó a An, dios del cielo, y a Ki, diosa de la tierra. En Babilonia, Tiamat y su consorte eran considerados progenitores de las otras deidades. En Asiria, del útero de la sabia Mami, también llamada Nintu, nació la especie humana a la que dió forma con arcilla; a Ea, su hermano, le encargó cortar el ombligo de las figuras a medida que nacían. Es posible que en este mito esté presente una advocación arcaica de Yehovah 'Elohyim, cuando --en una estructura social solidaria- compartía sus poderes míticos con una deidad femenina --quizá con la mitad de ese nombre o con otro. 18
'ª
En el Antiguo Testamento (compWado hacia el siglo IV ACA. pero cuyos textos más antiguos parecen data de fines del segundo milenio ... ,. la deidad única se llama Yehovah "Elohyim: el segundo es un término l)lural y podria traducirse como 'divinidades' o 'deidades'. En el versículo 1 del Génesis ("Dios -'Elohyim- Cl'eó los cielos y la tierra"), sin embargo. no se menciona a Yehovah. Sin duda la doble
26Hombres ante la misoginia: miradas cr/1/cas
En otra versión, seguramente posterior y correspondiente a formas patriarcales más acentuadas, Mami lleva a cabo todo el proceso creativo a instancias de Ea. Los nombres de la pareja divina (una diosa y un dios - su hijo o su hermano menor) abundan en Mesopotamia. En el más antiguo panteón sumerio, la diosa de la tierra Ki presidía la creación con An y ambos dirigían a los otros dioses. Con el poder patriarcal, las deidades femeninas mesopotámicas que tenían un asociado o auxiliar masculino pasaron a ser hijas o esposas de esa o de otras deidades masculinas. Así, Ki se convidó en consorte de Ea o Enki y fue desplazada por éste, y las diversas advocaciones de la diosa madre (llamada según el sitio Nihnlil, Nihntu, Ninhursag y Aruru) sufrieron cambios semejantes o desaparecieron, como en el caso de Nammu. En Canaán, Anath era la hermana-consorte de Baal, a quien asesinó Mot (deidad de la muerte). Anath mató a Mot, pero Baal retomó del inframundo para convertirse en dios supremo al tiempo que Anath perdía su poder, igual que, en Lagash, Ningirsu sometió a su esposa Bau. En Elam, la diosa madre fue deidad principal cuyo sitial fue usurpado por su marido Humban; algo semejante sucedía en la misma época con otras deidades femeninas, cuando en Egipto lsis cedió su lugar a su hermano-esposo Osiris y, fuera del Creciente Fértil, transformaciones míticas como ésas se registraron en Anatolia, Creta y Grecia (aquí Gaia había creado el mundo, a las deidades y a los seres humanos pero pronto fue casi eliminada del panteón clásico). Todo esto acontecía durante el tercer milenio ACA, cuando los sacerdotes habían reducido a las sacerdotisas a posiciones inferiores, o las habían desplazado y solos regían y controlaban las ciudades-Estado en Mesopotarnia y otras áreas culturales. Como ya se indicó, la devoción a deidades femeninas se basa en la constatación de que de las mujeres proviene la vida. Ese culto ha persistido. 19 Con el
denom!nación posterior expresa un acuerdo entre las escuelas yehovista y elohlsla a la hora de eslablecer el canon sagrado. Pero cabe preguntarse si además la denominación en plural (con la que se Inicia el Génesis) y el nombre doble singular +plural que se emplea después es rastro de alguna creencia remota en una divinidad dual. Ya sei'ialamos que en Sumeria y Acadia se creyó que la creación resulta de la colaboración enlre los principios femenioos y masculinos; esto, por un lado. puede ser expresión de lo que Rlane Elsler llama sociedades solidarias (no patriarcales), y por olro recuerda que originalmente muchas deidades semíticas actuaban en pareja. li Recordemos sólo dos casos: en el último siglo ••• · TIio Lucrecio Caro ( 1969). epicúreo romano, ioicia De rerum natura adjudicando a V80Us la creación del universo y la capacidad materna de
&U tratado
La misoginia en el contexto histórico 27
patriarcado se resaltaron por encima de todo las características maternas de las diosas, si bien al mismo tiempo a Jshtar se la hizo patrona de las prostitutas y de las tabernas, y también novia virgen de los dioses. Desde inicios del neolítico, si es que no desde antes, se implantaron las especializaciones del poder y las opresiones, al tiempo que se instauró o se consolidó el dominio de los jefes de las unidades del parentesco y de la organización militar. Para entonces ya eran preeminentes las deidades masculinas y abundaban los símbolos fálicos y misóginos. Con Hammurabi se codificaron las leyes y se estableció jurídicamente el sistema de parentesco de base patriarcal. Fue la misma época en que los gobernantes mesopotámicos se adjudicaron poderes divinos y la exclusividad del trato directo con las deidades. No es sorprendente que en el proceso la diosa madre, además de perder su supremacía, resultara domesticada y transformada en esposa de alguna deidad masculina, aunque algunos de sus poderes imaginarios sobrevivieron en la religiosidad popular. Antes, incluso hasta el segundo milenio ACA, hombres y mujeres tenían la misma relación con fuerzas misteriosas personificadas en mujeres y hombres de las mitologías particulares. En esos casos, la opresión de género aún no adjudicaba las causas del mal y de la muerte a las mujeres. En todo caso, las fuentes del dolor y el sufrimiento humanos (cuando no se cumplían de manera adecuada los deberes sacros o profanos) provenían de hombres y mujeres y de deidades masculinas y femeninas por igual. Fueron épocas en que la creación se concebía como obra de diosas o de parejas, y para comunicar con la deidad era indiferente el sexo. Con el imperio de la misoginia no se borró de la fantasía religiosa la capacidad reproductiva específica de las mujeres, pero se crearon las condiciones para que ellas fueran identificadas con las deidades femeninas sometidas al dominio de dioses, para que sólo rogaran protección a éstos o se comunicaran con fuerzas malignas, y para que los hombres, identificados con los dioses, invocaran a las deidades femeninas sólo por sus características maternas o maternales.
propiciar la paz en plenas guerras imperiales. P« otra parte. en ~ cristianismo sigue Siendo
hoy
funda-
meotal el culto a Maria, desarroHado a partir de los cultos semitas y luego en los indoeuropeos a deidades femeninas de la fertilidad (Schmidt. 1932).
28 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
Nuestros mitos fundacionales La Biblia
Las ideologías occidentales misóginas que prevalecen aún hoy en día se remontan a dos fuentes clásicas primordiales: la semita, algunos de cuyos orígenes mesopotámicos se examinan aquí; hoy derivan de las formas hebreas cuyo canon se fijó hacia fines del siglo IV ACA -inmediatamente antes de la Traducción de los Setenta - , y la clásica griega cuya elaboración docta y literaria data aproximadamente de la misma época, más o menos con un siglo de diferencia (si pensamos en Esquilo). Ambas tradiciones, y otras vernáculas que no alcanzaron registro literario tan difundido pero que siguen presentes con intensidades diversas en todo el mundo cristiano actual, iniciaron su convergencia en las convulsiones del imperio romano de los años finales de la cuenta calendárica anterior. De la mitología semita proviene el mito fundacional básico de nuestra cultura y por lo tanto de nuestra afectividad, que ha llegado hasta nosotros en dos versiones.20 En una21 "Yehovah 'Elohyim dijo: hagamos al ser humano (el 'adam) a nuestra imagen y semejanza. Para que domine sobre todo lo que está vivo sobre la tierra. Creó Yehovah 'Elohyim al ser humano (el 'adam) a su imagen y semejanza, macho (zajar) y hembra (nekevah) los creó. Los bendijo Yehovah 'Elohyim y les dijo: Reprodúzcanse y multiplíquense y llenen la tierra". En esta versión, la divinidad de doble nombre creó simultáneamente, a su imagen y semejanza, dos seres humanos cuya designación hebrea es 'adam (término vinculado con 'adamah, tierra), y los creó con sexo diferente, como lo eran las divinidades duales en la mitología mesopotámica. La otra versión del mismo mito, la más recordada y difundida, es más reciente y corresponde a la visión patriarcal dominante en el momento en que se estableció el canon del Antiguo Testamento. En esa actualización del mito se estableció que Yehovah 'Elohyim creó primero al hombre (el 'adam), tomado de la tierra, y después formó a la mujer de una costilla suya: "por eso se llamará
lQ Las traducciones del Génesis son del autor, hechas de la edición de Sinal, Tel Aviv, 1994, y confron• ladas con otras versiones al castellano. sobre todo la católica de La Biblia cultural (1984). Cuarldo es
pertineílte se traílscriben los términos hebreos del original. 21 Génesis 1 :26--28.
La misoginia en el contexfo hisfórico 2~
varona ('ishah) porque del varón ('ish) ha sido sacada".n como lo consigna una traducción que respeta una de las formas de la lengua hebrea que hace del vocablo mujer el femenino de hombre y no una palabra diferente como en formas de la misma lengua y también en la nuestra. La mujer, quien al concluir la historia dejará de llamarse 'ishah para recibir el nombre de Javah (Eva) -la viviente, la vital, la animada - , surge del cuerpo de quien habría de ser su señor. El nombre de éste fue desde entonces el de la humanidad en su conjunto (en hebreo ser humano se dice ben 'adam, hijo de 'adam, en masculino singular). El primer hombre había sido encargado por el creador de nombrar y clasificar al universo, esto es, de transformar al caos (rohu vabohu) en cosmos ('olam; Yehovah 'Elohyim es melej ha' olam. rey del universo); es decir, a la incertidumbre anónima de la naturaleza en el orden nominal de la percepción humana. Así, sólo cuando el mito deja bien establecido y organizado al universo creado por la deidad única masculina, da entrada a la mujer, desde luego como un ser subordinado: Dijo Yt hova h 'Eloh)·im: No t S butno qut el hombre t St~ solo; le hart una ayuda. Entonces... lo hizo caer en un letargo y st durmió, y mientras dormía le sacó una costilla lque convirtió! t n un a mujer ('ishah) y se la llevó al hombre ('adam). Dijo el hombre ( 'adom)...: Es hueso de mis huesos y carne y de mi urne; se lla mará mujer ('ishoh) porque del hombre ('ish) fut tomada.u
La primera mujer fue la ayuda que concibió el todopoderoso para que el primer hombre dejara de estar solo, pudiera reproducirse y se ocupara debidamente de cultivar y comandar el mundo. He ahí el primer avance de la misoginia fundacional. Previamente,24 Yehovah 'Elohyim había puesto al 'adam en el huerto del Edén para que lo trabajara y lo cuidara. y le había advertido: "Podrás comer de todos los árboles del huerto, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no, porque e l día que comas de él morirás". Dada la resolución que más adelante tomaría Yehova 'Elohyim, se entiende que no prohibiera que los seres humanos se alimentaran de los frutos del árbol de la vida eterna.
n Génesis 2:23. Le Biblia cultural (1984). 2l ~
Génes is 2:18-23. Génesis 2:15-1 7
30 Hombres ante la misoginia: miradas crflicas
La mujer, inducida por la serpiente, se vio ante la alternativa de escoger entre la sabiduría y la inmortalidad. El primer pecado fue el conocimiento (o la conciencia) revelado como conocimiento o conciencia de la desnudez, es decir, del sexo; el primer castigo sería el dolor en e l parto y el sudor en el trabajo para proveer el pan. Dos signos inequívocos de sexualidad escindida: la maternidad y el privilegio de proveer. La condena de la mujer se estructuró como servidumbre y a su maldad se atribuyó que todos los seres humanos tuvieran que morir irremediablemente. La serpiente, el ser mh astuto de la ueaclón, dijo a la mujer ('ühah): "Elohylm les ordenó no comer de todos los iflrboles del huerto", Y la mujer respondió: " ..,del fruto del jrbol que est, en el centro del huerto, dijo 'Elobyim, no comer,n". Dijo la serpiente:" ... 'Elohylm sabe que el día que coman del jrb-01 se abrirán sus ojos y conocerán, como 'Elohylm, el bien y el mal". Vio la mujer ('ishoh) que e ra bueno comer dd ii rbol, Entonen tomó uno de su frutos, lo comió y convidO al hombre (' ish). Entonces se abrieron sus ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos.25
En seguida26 Yehovah 'Elohyim descubrió que habían adquirido el saber y preguntó al 'adam "¿Quién te dijo que estabas desnudo? ¿Comiste del árbol prohibido?" El 'adam contestó: "La mujer ('ishah) que me diste, me ofreció el fruto del árbol, y comí". Entonces dijo Yehovah 'Elohyim a la mujer ('ishah): "¿Qué has hecho?" Y ella respondió: "La serpiente me sedujo y comí". Dijo Yehovah 'Elohyim a la serpiente: "Por lo que has hecho serás maldita entre... todos los seres vivientes. Entre tu descendencia y la de la mujer ('ishah) habrá enemistad, ella te herirá en la cabeza y tu la herirás en su talón". A la mujer ('ishah) le dijo: "Parirás hijos con dolor, servirás a tu hombre ('ish) y él te dominará". Al 'adam le dijo: "Como oíste la voz de tu mujer ('ishah) y comiste del árbol del que te ordené no comer, maldita será la tierra ('adamah) por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos27 todos los días de tu vida. Con el sudor de 2s Génesis 3:1 -6. Nótese que la serpiente da a la deidad su nombre plural. Eslo puede debers& a que se trata de una versión elohista, o una referencia a épocas en que no habfa concluido la eliminación de las deidades femeninas. Poi' lo demás, es evidente que la serpiente y el dios son enemigos en pugna 29 Génesis 3:9-19.
u
Relerenflando en torno a los hombres. Dejó de circular en los anos ochenta. algunos de SIJS articulos pueden consultarse de forma integra gracias al
los recursos de internet. La dirección electrónica es http:J/Www.achillesheel.freeuk.coml
58 Hombres anta la misoginia: miradas criticas
versalizarse, en los aBos noventa, en Latinoamérica y en particular en nuestro país, sus derivas emergieron con notoriedad tanto en los espacios académicos como en el territorio de la política ciudadana. En México, como en el resto del mundo, la tradición crítica de la masculinidad nace ligada al feminismo y a las femini stas; son hombres próximos en sus relaciones vitales a mujeres militantes y académicas sumergidas dentro de este paradigma. Son hombres, por tanto, que en su cotidianidad viven una interpelación constante a sus privilegios y a sus poderes; exigidos, además, a realizar transfonnaciones en el ámbito público como en el privado en términos de equidad, democracia e igualdad. Son varones que al igual que sus pares ingleses o estadounidenses provienen de la izquierda, las luchas por los derechos humanos y cuentan con recursos propios de seres ilustrados, acceso a conocimientos, información y saberes. Al igual que en el resto del mundo, en México constituyen una expresión en extremo minoritaria de hombres de clase media urbana. No obstante, a pesar de lo reducido de su número, ello no ha redundado en la confonnación de una tendencia homogénea, una identidad colectiva perfectamente configurada, sin fisuras o contradicciones internas. De entrada, utiliz.ar un denominativo global para intentar comprender estos procesos emergentes puede significar un severo problema en el nivel más elemental de la construcción de una identidad colectiva, el de reconocimiento y autorreconocimiento. Seguramente muchos de los hombres a los que ubico dentro de este incipiente movimiento de varones críticos de la masculinidad objetarán su inclusión y se mostrarán aun más reacios a nombrase pro feministas o feministas. De hecho, en nuestro país, como en el resto del mundo, uno de los debates abiertos gira en tomo a ese nombre dado para significar las actividades y quehaceres de hombres a favor de la equidad de género. La disputa del nombre más que las implicaciones fonnales guarda un vínculo directo con cierto déficit identitario. Reconocerse y reconocer a otros como parte de un grupo de pertenencia, como parte de una corriente histórica, constituyentes de un sujeto político y social constituye uno de los talones de Aquiles de estos grupos de hombres, quiz.á resulte uno de los factores que juega en contra de su visibilización tanto política como dentro del ámbito académico. Este problema tiene diversos niveles de los que sólo apuntaré alguno. Existe un nivel en donde los protagonismos, la competencia, el desconocimiento y la descal ificación del trabajo de otros, fonnas tradicionales de relacionarse entre los hombres dentro de una cultura jerárquica, autoritaria y patriarcal, juegan
Ls misoginia en el contsxta histórico 59
un papel importante para la ausencia de una configuración identitaria fuerte. Así, por ejemplo, dentro de la academia, lugar donde por momentos el trabajo solitario se toma en una exigencia vital, es común pretender empezar de cero y hacer tabla rasa del legado feminista y de los aportes de otros hombres que nos han antecedido. Los académicos mexicanos buscaremos autorizarnos en los anglosajones o reconocemos en la tradición de los franceses como Bourdieu, pero dificilmente podrá e,c:istir una interlocución fluida con los pares de nuestra propia universidad. La precariedad de la autoidentificación tiene otras aristas que apuntan a una de las preguntas centrales del presente trabajo: ¿es posible hablar de hombres feministas? Como es de esperarse, la controversia al respecto posee un carácter teórico. pero también guarda relación con el posicionamiento ético y político de cada uno de los hombres colocados dentro de esta tendencia. He escuchado en voz de académicos, reconocidos por su compromiso con las tareas democráticas de género, establecer una diferencia entre su práctica de investigación y el feminismo, a la cual se le considera ante todo como una postura política. Los ecos positivistas de nuestras disciplinas resuenan con fuerza. En ese sentido, al feminismo se le percibe como una ideología y una práctica ética y política que uno puede sostener pero desvinculada del quehacer de investigación. Ser hombre feminista es una opción personal legitima para expresarla en la plaza pública o suscribir una petición pero conlleva riesgos a la hora de pretender generar conocimiento. La neutralidad ideológica, la búsqueda de objetividad y una crítica a los excesos de la llamada ciencia comprometida se encuentran en el trasfondo de esta postura sostenida por ciertos académicos. Existimos otros que asumimos las implicaciones y las consecuencias políticas de nuestros estudios y sin cortapisas reivindicamos el legado feminista tanto en sus componentes analíticos como en los nonnativos. Ello a pesar de los riesgos anunciados, entre otros. por Bourdieu, en el sentido de que "las buenas causas no pueden servir -necesariamente- de justificación epistemológica y de que nada impide al mejor de los movimientos sociales realizar una mala ciencia y, por ende, mala política, si no se logra convertir las disposiciones subversivas en inspiración crítica, en primer lugar de sí mismo" (Bourdieu, 2000: 137-138). Más allá de la discusión epistemológica implicada, estas posiciones divergentes dentro del pequeño nicho académico ilustran la falta de consensos mínimos en términos de identidad y dificultan la posibilidad para hablar de un colectivo.
60 Hombres ante la misoginia: miradas crifiaas
¿Existen hombres feministos? La dimensión teórica del debate
Existe un nivel de la discusión en tomo a la pertinencia del enunciado de hombres feministas que guarda un carácter~ digámoslo así, más teórico. Como arriba se señaló, los sujetos del análisis feminista así como sus sujetos políticos han sido sustantivamente las mujeres. Hemos visto también cómo los hombres son nombrados por el feminismo y cómo ciertos varones a lo largo de los tiempos se han sumado a las luchas de las mujeres. No obstante, trascendiendo las reacciones más viscerales que provoca en muchos asumirse como hombres feministas, existe dentro de las contribuciones más destacadas al estudio de las masculinidades una objeción cuyo argumento radica en pensar la imposibilidad de una subjetividad feminista masculina en tanto los varones no somos los sujetos del dominio sexista. El feminismo, en ese sentido, es una cuestión de las mujeres sobre la cual los varones podemos mantenemos solidarios pero sin pretender ir más allá. En estricto apego a la teoría. lo correcto será hablar de una identidad profeminista de los hombres. En la medida en que carecemos de esas experiencias vividas en nuestra historia y en nuestros cuerpos, lugares donde se inscribe la opresión patriarcal, la categoría fem inista en los hombres parece un montaje ficticio, falto de congruencia y de posibilidades de ser auténtico.1 4 Bajo otra lógica argumental, Victor Seidler expresa también su recelo a la idea del trabajo feminista de los hombres. El autor considera que si bien el feminismo ha resultado de provecho para los varones al ponerlos en contacto con sus sentimientos, provoca secuelas negativas cuando implícitamente proscribe la ira y el resentimiento por considerarlos opresivos. Por otra parte, Seidler encuentra ciertas veces radicalizadas en el feminismo la fuente de imágenes dañinas acerca de los hombres, las cuales lejos de contribuir a los procesos de transformación generan resistencias y refuerza los conservadurismos masculinos. Éstos, entre otros motivos, se alzan detrás de la tendencia en los estudios de la masculinidad de convertirse en un campo cada vez más independiente de la órbita feminista. Seidler enfatiza en que ello representa un momento necesario
•• En una entrevista realizada a Daniel Cazés (2002), éste comentó que en un encuentro de hombres convocado l)Or el instituto de las mujeres del País Vasco, el consenso de los ahi reunidos giró en ese sentido, los varones son profemlnlstas. La argumentación se centró en esos términos de hombres apoyando la lucha de las mujeres y cuestionando 111 poder de ell~ sobre ellas. Kaufman expone que esta forma de ané~sis sugiere que aurique este apoyo o cuestionamiento sean fundamentales. COflstituyen asuntos singulares o problemas centrales para los hombres. Véase Kaufman (1997:80..81)
La misoginia en el contexto histórico 61
para que los hombres sientan la urgencia de explorar por sí mismos su masculinidad y descubrir lo que ella les revela, aprender a adquirir confianza para exteriorizar su vulnerabilidad, leída como virtud y no como signo de debilldad.1' A pesar de las objeciones, me gustaría desarrollar algunas ideas para abonar en el sentido de reconocer las posibilidades de los hombres en la tradición feminista. Mis objetivos son proporcionar pistas identitarias que pennitan construir con mayor celeridad y asertividad nuestro referente colectivo (independientemente de ubicamos en la academia o en la política ciudadana) y confrontar to que creo representan indicios de una misoginia prevaleciente entre nosotros, interdictos de ser vistos y por ende de ser discutidos. Retomo para ello la crítica realizada por Marta Lamas al mujerismo, prevaleciente sobre todo durante los primeros momentos del feminismo de la segunda ola. De acuerdo con la autora, las concepciones mujeristas escncializaron el hecho de ser mujer, idealizando su condición y mitificando las relaciones que entre ellas establecían (Lamas, 2000:82-83). Las premisas que implicitamente sustentaron esta fonna de pensamiento y de acción política reprodujeron por otra vía la idea de la biología como el campo determinante de la experiencia y la conciencia. En consecuencia, el cuerpo se volvió la dimensión privilegiada de la que se derivaron creencias, valores y normas, específicas y consecuentes con dicho plano material. Tener cuerpo de mujer supuso pensar y actuar políticamente como mujer. Como ha demostrado el mismo pensamiento feminista, el hecho femenino resulta un constructo social e histórico y no la manifestación de una esencia biológica. Las ideologías y las múltiples formas de conciencia que cruzan transversalmente a las mujeres lejos se encuentran de pennanecer supeditadas a esos cuerpos. La conciencia, en esa medida, se significa como un proceso de construcción individual y colectivo y no la emanación natural determinada por la posición en el lugar de trabajo o en la división social de géneros. Si bien la conciencia ética y política se edifica, los cimientos se arraigan dentro de condiciones y situaciones históricas, por lo tanto, la conciencia tampoco puede considerarse como un proceso de autonomía individual ni mucho menos un entramado que se edifique y deconstruya a voluntad de los individuos. La proximidad que algunos hombres han establecido con las corrientes feministas
1i
En su obra La sinrazón masculina. Seidler se preocupa por cuestionar a la modernidad y al suj eto de
ésta en la medida que subordinaron todos los demás recursos y bienes humanos a la razón. Por ello, el valor que en este discurso adquieren los sentimientos y la estructura afectiva vindicada entre otras por el feminismo (Seidler. 2000).
62 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
está mediada por múltiples determinantes relativas a la historia personal de cada uno de los individuos. No obstante, vistas desde una perspectiva sociológica, las peculiaridades tienen semejanzas sobre las cuales se trazan análisis que explican dentro de contextos de mayor envergadura y de carácter social lo que puede aparecer simplemente como datos biográficos aislados. Como la crítica al mujerismo ha advertido, no existen razones inscritas en el orden de lo necesario por las que se explique una toma de postura feminista emanada del hecho de contar con un cuerpo femenino. En esa misma lógica podrán extraerse conclusiones en el sentido de que el cuerpo masculino no condena irremediablemente a los hombres a ser depredadores innatos o violadores potenciales. Si el cuerpo no es destino y las adscripciones políticas, éticas, ideológicas e intelectuales pertenecen al terreno de las condiciones sociales, las voluntades colectivas e individuales y las transformaciones históricas, existe un primer plano de soporte para afirmar la posibilidad del feminismo en los hombres. Sin ahondar en el tema, me parece que detentar cuell)o de varón no ha garantizado evitar a ciertos hombres quedar colocados en los niveles inferiorizados de la jerarquía partriarcal y de ese modo convertirse en seres incompletos y deficitarios de una hombría verdadera. Históricamente, los estigmas han girado en tomo al color de piel, la condición social, la religión o la preferencia sexual. Tengo la impresión de que buena parte de nosotros hemos padecido agravios de este tipo cuyos efectos, mediados por otros factores, nos han descolocado de las visiones dominantes de ser hombre y brindado recursos afectivos e intelectuales para generar empatia con las mujeres sujetas del dominio masculino. Al seguir las claves analíticas y conceptuales del feminismo, los varones comprometidos con los estudios de las masculinidades han vislumbrado consecuencias explicativas así como emancipatorias para ellos mismos, por lo que algunos se implicaron en el paradigma más allá del apoyo a la lucha de las mujeres. La propia categoría de género abrió una veta de exploración allí donde por excelencia penneó la imagen absoluta del hombre en tanto sinónimo de humanidad. Los hombres comenzaron a vislumbrarse diversos y específicos, prosiguiendo a identificar las consecuencias dañinas provocadas por el orden patriarcal en sus propias vidas. Trascender las opciones binarias que han simplificado en extremo las relaciones de opresión de género, para reconocer la complejidad de dimensiones existentes de poder social y de carencia del mismo entre los hombres, comenzó por arrogar luces y explicar el descolocamiento de esos mismos que habían abrazado la causa de las mujeres con anterioridad. Ahondando en el estudio crítico
La misoginia en el contedo histórico 63
de los hombres, se comprendió que la masculinidad en tanto diversa excedía al poder. Penetrar en el universo de los varones precisó hacer tabla rasa de aquellos esquemas que ontologizaron a todos y a cada uno en el centro mismo del dominio. En su lugar, se procedió a enunciar nuevos postulados sobre la base de incorporar la multiplicidad de relaciones políticas que los hombres establecen con las mujeres y con otros hombres, bajo una perspectiva compleja y contradictoria. Si bien, de acuerdo con Michael Kimmel, la definición hegemónica de la virilidad es "un hombre en el poder, un hombre con poder y un hombre de poder" (Kimmel, 1997:75-76). Ante todo, ello ha significado una definición que da cuenta de un ideal regulativo existente en tanto disposiciones normativas que inciden sobre la identidad y la actuación de los varones. Ese fantasma regulativo se develó para los especialistas del tema en una fuente de tensión permanente y en uno de los centros hemorrágicos que hoy en día enfrentan los modelos tradicionales de la masculinidad. las experiencias contradictorias del poder entre los hombres, llamadas así por Kaufman, tienen parte de su origen en este horizonte normativo imposible de verificarse en la mayoría de los hombres. Si sólo algunos son capaces de alzarse en el pináculo de los poderes, el resto está condenado a saberse incompleto, deficitario o averiado. Una primera arista de la contradicción está dada por el deseo de pertenecer y la puesta en cuestión del ingreso y la pennanencia en el selecto ámbito los hombres realmente verdaderos para el grueso de los varones. En tanto sistema jerárquico, el patriarcado grada a los hombres en categorías de virilidad, lo que resulta un mecanismo estructural de sistema que permite su reproducción. El estigma y la puesta en cuestión de la masculinidad juegan una función central en tanto mecanismos para garantizar la prevalencia de ciertas formas hegemónicas de ser hombre. Nadie quiere ser menospreciado, devalorado o mofado en su hombría, la amenaza de la estigmatización tiene gran poder disciplinario y sobre todo refuerza las lealtades de los hombres para con todo aquello que se nonnaliza como lo masculino. El precio lo pagan quienes son minorizados y se les declara anómalos, los hombres quienes por distintas razones han sido objeto de discriminación y violencia, pero que entre sus formas de resistencia han podido irracionalizar la opresión masculina, desde el lado de los hombres, tal como lo ha demostrado el movimiento de liberación homosexual. Sin entrar en detalles, otro de los ángulos de la contradicción propuesta por Kaufman estriba en la imposibilidad que los hombres concretos tienen de alcanzar los ideales de masculinidad hegemónicos. Lograr el reconocimiento sobre la
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base de criterios idealizados ha significado, por principio, una cuantiosa inversión de energías vitales para los hombres. Asimismo, mientras el valor del reconocimiento está más próximo a la quintaesencia de lo masculino, su búsqueda coloca a los varones, por lo general, en situaciones de riesgo. Las pruebas donde se sintetizan los atributos más altos de la virilidad se encuentran invariablemente atravesados por la violencia y un latente daílo a sus cuerpos, a su seguridad y a su salud. Pienso en los deportes extremos o de equipos, pero también en la guerra como el evento por excelencia donde se convoca a los hombres a probar su valor. El lado oscuro del poder proviene también del dolor causado de perseguir una fantasía y pretender encamar un ideal que, en tanto eso, será siempre inaprehensible. Los hombres en su carrera por la plena hombría, comprobarán que los éxitos indiscutiblemente serán parciales. Ansiedad y frustración se develan como la otra cara de la moneda de las conquistas precarias que cruzan la afirmación y el reconocimiento de la identidad masculina. Así como el poder y los privilegios son factibles de ser disputados, en la vida de cada individuo el control que se ejerce sobre las mujeres y sobre otros hombres resulta susceptible de subvertirse en cualquier momento. Esta última dimensión de los efectos indeseados del poder, explorado tanto por los núcleos de hombres críticos como por las corrientes mitopoéticas, refiere al costo interno que a los hombres les significa mantener un sistema de dominación. Desde estas dos perspectivas se afirma que el poder ligado a las formas tradicionales de masculinidad guarda una relación entreverada con el dolor y la dependencia. El núcleo de la argumentación radica en evidenciar cómo el proceso de socialización masculina exige la supresión de ciertos sentimientos y de ciertas necesidades por considerarse inconsistentes como la esencia varonil. En consecuencia, ser hombre en el mundo precisa de eliminar emociones que lo muestren frágil y vulnerable. Soterrados los sentimientos y los requerimientos afectivos, en lugar de cancelarse, emergen radicalizados en esas formas ligadas a una subjetividad hecha para el poder. Se espera de los varones que expresen hostilidad, desconfianza, agresividad y fortaleza. El abanico de las emociones permitidas y alentadas para ellos se concentra sólo en estas posibilidades. Kaufman encuentra que el ejercicio del poder patriarcal tiene su origen no sólo en la necesidad de mantener y aumentar los privilegios sino también se genera ante la exposición de los hombres al dolor, la incertidumbre y el temor que nacen de la misma búsqueda del poder (Kaufman, 1997). Ante situaciones que se viven adversas, los hombres recurren al poder para asegurarse control
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sobre las cosas, no obstante, el costo que pagan los hombres siempre es grande. Aislamiento, soledad, falta de calidez y de solidaridad de los vínculos entre los hombres, violencia y autoviolencia fonnan parte de los saldos negativos del dominio masculino. En este punto las fronteras entre las perspectivas criticas y aquellas conservadoras pueden ser resbaladizas. Si bien la centralidad en la idea de las experiencias contradictorias ha sido lograr una implicación propia de los hombres en el discurso de género, el énfasis en los costos y el dolor puede conducir a visiones victimistas y autocomplacientes que desdibujen la parte del poder en los hombres. Sumarse a los cambios preconizados por el feminismo tiene una dimensión de solidaridad ante la dominación sistemática de la que han sido sujetas las mujeres. Sin embargo, también existen elementos de incumbencia directa para la vida de los hombres ya que el patriarcado aun con todas sus recompensas y privilegios se ha develado perjudicial y dañino para ellos. Insistir en el carácter contradictorio y enfatizar en los trasfondos negativos del poder masculino, pese a los riesgos de incurrir en victimizar a los hombres, me parece, provee de razones para alentarlos a sumarse a las transformaciones e implicarse como sujetos sociales e históricos en esa empresa encabezada por las feministas para desmontar el orden patriarcal. Sin perder de vista que el proyecto feminista es sustancialmente una empresa democratizadora y creadora de ciudadanía para las mujeres, las contradicciones de poder delincan algunas pistas para reivindicar como asignaciones también para los hombres los asuntos que aquí se analizan y se proponen. Esta perspectiva, me parece, reconoce con mayor congruencia el legado feminista y la obra intelectual de las mujeres como una teoría social de la que somos tributarios. Los hombres que estudiamos las masculinidades, desde una perspectiva de género y fuera de ella, tenemos esa posibilidad debido a los estudios emprendidos por las mujeres. No sólo porque a partir de ellos se nos confrontó a mirarnos en esa parcialidad nunca antes explorada, sino también porque, ya sea para profundizar en los estudios criticas o para refutar las premisas feministas, los estudiosos y activistas han recogido categorías y conceptos, muchas de las veces sin el crédito debido ni el reconocimiento para éstas. Asumir al feminismo como un asunto también de los hombres, además de sus implicaciones éticas y politicas, tiene el propósito de reconocernos, de forma explícita, como parte de una tradición que tiene en las feministas a sus principales contribuyentes. Hacer de los hombres y de las masculinidades un campo de estudios, investigación y políticas resulta factible, hoy en día, debido al pensa-
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miento de las feministas quienes, al desentrañar la condición de vida de las mujeres, posibilitaron las claves para el desarrollo de perspectivas que han reflexionado sobre los varones a partir de sus especificidades de género. Desconocer esto u omitirlo, me parece, ha sido producto de la misoginia persistente aun dentro de los hombres más críticos y feministos.
Una aproximación a los significados de la misoginia
Bajo una primera lectura, podrá suponerse y hasta asegurarse que la adscripción de los hombres dentro de las corrientes del feminismo los colocan en un lugar más allá de los influjos de la misoginia. En ese sentido, se entiende al feminismo y a la misoginia como partes de una relación radicalmente antitética, se podrá ser lo uno o lo otro, pero de ninguna manera ostentar las dos cualidades en un mismo tiempo. Sin embargo, suponemos que en tanto fenómenos que atañen a la cultura, a la formación de identidades y de subjetividades, se trata de procesos complejos en los cuales lo paradójico se expresa en las historias de vida de hombres y mujeres, en sus mentalidades, ideologías, gustos estéticos, normas éticas y hasta creencias religiosas. La identidad de género, lejos de escaparse a esta complejidad, guarda, a decir de Marcela Lagarde, una dimensión sincrética.16 El rescate del sincretismo no significa el hallazgo de una coartada que permita entender y justificar la prevalencia de actitudes de menosprecio y descalificación hacia las mujeres entre hombres ilustrados y de corazón feminista. En tanto herramienta analítica, nos permite nombrar la persistencia de esos prejuicios en aquellos que nos suponemos y nos hemos creído más allá. De quienes confiando en el conocimiento, los saberes y en una política de avanzada nos pensamos inmunes a la misoginia y por tanto, actuamos muchas veces sin decirlo y sin hacer conciencia de ello en contra de los derechos y la dignidad de las mujeres. Un primer elemento para poner a discusión se relaciona con la necesidad de romper el mito de colocamos por encima de los prejuicios que aquejan sólo a los otros hombres. Además de criticar cierta arrogancia latente entre ilustrados y •• En esta categoría, Mareela Lagarde devela el confticto presente &n la conformaci6n idenl ilaria de todas las mujeres contemporáneas. entre una ética de la entrega y una de la mismidad. Entre ser seres para l os otros y saras para si mismas (Lagarde, 2001 y 2001·2002).
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progresistas. Esto nos permite dimensionar el carácter de lo que, por no tener mejor nombre, llamamos prejuicio, pero que, en el caso de la misoginia, se asemeja a un sistema en extremo complejo dt ldeologlas que han 1ras,;:eodido los
tiempos y permeado una diversidad de culturas con tal fuerza que todo indica nos enfrentamos a un problema de dimensiones universales.17 Sin entrar en detalles sobre el carácter de la misoginia, me gustaría apuntar algunos aspectos con el propósito de comprender su universalidad y entender la fuerza con la que están permeadas las identidades de género tanto de hombres como de mujeres, de hombres y mujeres feministas de elementos misóginos. Para comenzar me gustaría descolocar la misoginia del lugar donde su propia etimología la circunscribe, el espacio de las fobias, los odios, lo que en última instancia ata:ile sólo a factores psicológicos formativos de las identidades. No pretendo con ello desconocer la dimensión psicológica inmersa en el asunto sino más bien sacar la discusión del terreno de lo patológico, de lo que finalmente, desde ciertas perspectivas, termina siendo privativo de sujetos anómicos, enfermos y disfuncionales. En suma, casos aislados clinicamente tratables. La misoginia pertenece al terreno de los constructos sociales por lo que no puede ser atributo exclusivo de individuos disfuncionales. Por otra parte, si de algo valen los esquemas funcionalistas, con ellos podemos afirmar que la misoginia tiene una utilidad de primera magnitud dentro de un sistema de dominación de géneros. La misoginia en tanto ideología que permea distintos niveles de lo social, que se insertan tanto en las relaciones sociales como en la esfera institucional, se convierte en las razones, las creencias y los saberes que dan soporte a la desigualdad entre mujeres y hombres y permiten su reproducción al infinito. La misoginia entonces es funcional al orden de géneros. La utilidad que ella le significa a la reproducción al sistema deviene de su propia laxitud y maleabilidad. No estamos frente a un cuerpo de ideas de ideas coherentes entre sí, es decir, ante un sistema ideológico homogéneo. De hecho, el éxito en la perdurabilidad de las misoginias se relaciona con las formas en las que se expresa preferentemente. Es decir, en lugar de conocimientos, que por otra parte los hay, disputables a través de la razón, el grueso de la misoginia anida en creencias, sentimientos y valores prerreflexivos, todos ellos situados en los intersticios del sentido común.
11 En so traMJo Misogynl, David Cilmore realila una extensa Investigación antl'(lpol6glca e histórica para documentar las distintas formas que adquiere la misoginia en diversas civil izaciones y tiempos. Una
constante que puede tener una base religiosa pero que refuncionaliza el discurso científtoo moderno
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La factura de la misoginia lejos de reducirse a sentimientos y actos motivados por el odio, el menosprecio o la fobia hacia las mujeres se expresa en un amplio espectro de matices, incluso algunos de los cuales se han legitimado como demostraciones que halagan al bello sexo. La misoginia pasa por todas las expresiones de abierta hostilidad a las mujeres. a sus cuerpos, a sus ideas y a sus obras. No obstante, la virulencia es sólo una de sus fonnas; existen manifestaciones más sutiles, casi imperceptibles. donde la misoginia no se encama en machos chovinistas, simplemente resulta de la exclusión, la omisión y la invisibilización de las mujeres. Es un hecho tan naturalizado que fonna parte de los discursos hegemónicos de las ciencias, la política y las artes, entre otras actividades humanas. Las múltiples fonnas de expresión y representación social del abanico misógino se encuentran ancladas en la desigualdad que ha signado las relaciones entre mujeres y hombres a lo largo de los tiempos. La misoginia es producto y producente de ese orden de dominio intergenérico por el que las mujeres han sido sujetas de opresión, explotación y marginación por parte de los hombres. En esa medida, los actos y manifestaciones que nos ocupan están asentados en este hecho político. La misoginia da cuenta de la relación, la crea y la refuerza a través de los claroscuros por los cuales la mujer y lo femenino se encuentran invariablemente por debajo del hombre y lo masculino. Aquí estriba la posibilidad y, en resumidas cuentas, se encuentra el subtexto de los miles de chistes donde se ridiculiza el cuerpo, los sentimientos o las ideas de las mujeres, las canciones en contra de ellas, los ensayos filosóficos de Schopenhauer y Nietzsche, la poesía romántica, y por supuesto la pomografia y el cine gore más cercanos a nuestra experiencia vital. Bajo todas sus expresiones la misoginia sentencia la desvalorización de las mujeres, su inferioridad ética, moral, fisica e intelectual. Su trascendencia entonces radical en ser cuerpos para servimos, musas para inspiramos, otredad para diferenciamos. Temidas o idolatradas serán todo menos nuestras iguales. Como se señaló, el éxito de trascender al tiempo y permanecer en el seno de las culturas tanto del Norte como del Sur residió en haberse sedimentado y transformado en certezas inapelables, constitutivas del sentido común. Esparcidos con extraordinaria amplitud, los discursos de la misoginia no conocen de clase, edad, sexo o religión. En distintos grados, forman parte del horizonte cultural de hombres sabios y doctos, políticos de izquierda, y desde luego de aquellos que hacemos trabajo de género con claves de equidad e igualdad.
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En efecto, los hombres como las mujeres, hemos sido educados para pensar y actuar dando por hecho la supremacía masculina y la inferioridad de las mu-
jeres. Con seguridad puedo creer que dentro de los hombres reunidos alrededor del feminismo dificilmcnte podrán hacerse eco las formas más cerriles de hostilidad en contra de las mujeres, ello no significa estar exentos de sus aspectos más sutiles. Me parece entonces que la índole de los sedimentos misóginos en las conciencias y en las prácticas de los hombres feministas pertenecen a estas expresiones de carácter casi imperceptible. La importancia de su tematización tiene que ver con las consecuencias políticas entrañadas de sostener una posición y una práctica tendientes a la construcción de nuevos pactos intragenéricos, obviando aspectos potencialmente dañinos para los derechos y la dignidad de las mujeres y en consecuencia para la horizontalidad de los mismos pactos.
Las contradicciones del poder y el reciclamiento de ta misoginia
Un primer elemento que me gustaría poner a consideración se refiere a uno de los aspectos implicados en las llamadas experiencias contradicrorias de poder. Cuando los hombres problematizan sobre la nocividad de las formas dominantes de ser hombre en el mundo, uno de los resultados ha sido la generación de políticas centradas en la autocomplacencia y la victimización. Así, por ejemplo, algunos varones que allá por los años setenta comenzaron a reflexionar acerca de la socialización masculina hicieron énfasis en la dureza y la rigidez demandados por los estereotipos dominantes, los cuales precisan de seres duros y asertivos, carentes de sentimientos y de emociones. De esas aproximaciones se derivaron experiencias colectivas de índole terapéutica y confesional, donde se optó por el desarrollo de las sensibilidades masculinas y de las cuales emanaron agendas que hablaron de los derechos perdidos de los hombres, del rescate de las figuras paternas y de pasada se generaron nuevos argumentos para acusar a las madres y a las esposas por perpetuar los roles tradicionales y el dolor de los hombres. El pensamiento de Robert Bly y la perspectiva mitopoética ilustran el devenir de una corriente nacida de la contracultura y de la ola feminista de los años setenta en Estados Unidos. Una corriente donde a partir de remontar el dolor se prfrilegiurori loe vinculos entre los hombres, convirtiéndose en espacios autorre-
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ferenciales, carentes de autocritica y sobre todo de reflexivilidad en tomo al poder masculino esgrimido contra de las mujeres. 18 La tentación de acentuar los costos del poder e invisibilizar los beneficios es una de las delgadas líneas por la cual los hombres feministas caminan, construyen conocimientos y acciones políticas. Las repercusiones de privilegiar la dimensión del dolor, los sacrificios, en suma, las consecuencias negativas del poder prefiguran una cualidad victimada de los hombres que hacen infructíferos los llamados a la responsabilidad respecto a la dominación de género en contra de las mujeres y a trabajar de manera honesta y profunda en acciones para desmontar las micro y las macro estructuras de la desigualdad. Sin negar los trasfondos oscuros del poder, la perspectiva relacional implicada en la categoría de género, y con ello la ponderación del poder como elemento central en el análisis y en las perspectivas políticas, se presenta como herramienta necesaria para evitar nuevas exclusiones de las mujeres surgidas de la autorreferencialidad misógina que puede desprenderse de ese regodearse en el dolor. Uno de los reclamos que las colegas feministas nos hacen a los hombres tanto en la academia como en los espacios de participación ciudadana se refiere al peligro potencial que observan de una usurpación patriarcal en ese campo temático construido por ellas. Esa observación tiene varias dimensiones de análisis. La primera de ellas palpable sobretodo en el campo de la creación de los saberes es la falta de reconocimientos explícitos del origen de las categorías, los conceptos y las metodologías que para el estudio de los hombres se vienen explorando. La llamada de atención apunta a esas omisiones que los investigadores y académicos realizamos de las contribuciones intelectuales de las mujeres sin las cuales seria imposible nuestro trabajo. No quiero decir que ello sea una tendencia generalizada; sin embargo, existen ejemplos de los que se ha comenzado a nombrar como nuevas expropiaciones al trabajo de las mujeres. El no enunciar con nombre y apellido las contribuciones supone continuar con esa práctica extendida entre los hombres de no considerar a las mujeres como generadoras de conocimiento y por el mismo efecto reforzar una vieja idea mi-
18 Scott Coltrane encuentra en la utilización del poder corno herramienta aílalítica la diferencia funda. mental entre las corrientes mitopoética$ como las de Robert Bly y la perspectiva de lo$ hombres feministas como Kaufman y Kimmel. Véase Coltrane (1998). Otros autOJes como Daniel Cazés subrayan la necesidad de relevar las relaciones de poder intergenérico como una de las herramientas metodológicas fundamentales para el estudio de los hombres. Véase Cazés (1996b).
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sógina asentada de que los hombres tenemos el monopolio de la razón y el pensamiento. Ligado a lo anterior, otro fenómeno impregnado de contenidos misógino, refiere a la legitimidad que el discurso feminista adquiere cuando los emisores somos hombres, especialmente si es nombrado como perspectiva de género. El problema podría ser imputable a los públicos sobre los que prevalecen imaginarios en los que la autoridad es propiedad de los varones; no obstante, es frecuente que los feministos capitalicemos este hecho en beneficio personal o de nuestros grupos. Suele suceder que sólo los hombres pueden acceder a espacios vetados para las feministas, ello puede convertirse en un movimiento estratégico vital para socializar saberes, valores éticos y políticos en los cotos del conservadurismo descaradamente misógino. 19 Sin embargo, resulta un hecho que necesita ser reflexionado y discutido con las mujeres feministas, Es necesario también un debate interno en el que no se puede obviar que gran parte de legitimidad gozada por nosotros deviene de ese plus de género que suponemos atacar y desmantelar. Reconocer que a la menor provocación los feministas nos colocamos en ese lugar asignado tradicionalmente a los hombres y asumir las consecuencias que de esa elección pueden desprenderse para la lucha por la equidad de géneros. Un tercer nivel del cuestionamiento a las tendencias expropiatorias radica en la distribución de los recursos financieros para el trabajo que realizan las mujeres y aquellos protagonizados por nosotros. Uno de los efectos causados por la socialización y los consensos en tomo a la llamada perspectiva de género ha sido la incorporación de los hombres en las políticas y en los estudios que antes dieron cuenta primordialmente de las mujeres. En los años ochenta y sobre todo en los noventa del siglo pasado, esa perspectiva se fue imponiendo como directriz normativa dentro de las políticas de los organismos multilaterales, las agencias internacionales de cooperación así como los centros de investigación y estudios profesionales. Entonces se decidió que el género debía hablar y dar cuenta tanto de mujeres como de hombres, ello impactó en los subsidios, las recursos financieros, las becas y premios destinados con anterioridad al de-
1s En una entrevista realizada a Eduardo Liendra {2003). enlooces coordinador general del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias (Coriac). a propósito de una pregunta sobre las criticas feministas al grupo en el sentido de usufructuar una legitimidad por el hecho de ser hombres. respondió que ello se fundamenta en razones válidas sobre las que los hombres tendrán que realizar una autocrítica pero también mencionó o6mo esa propia le¡¡itimidad tenla un valor instrumental que podrfa ser provechoso
para la causa de la equidad e igualdad entre los géneros.
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sarrollo de proyectos y programas para las mujeres. A partir de esas decisiones los escasos financiamientos, tanto públicos como privados, destinados a temas de género debían contemplar partidas diseñadas en términos de equidad para favorecer a los desiguales. Si bien todo lo anterior es una síntesis apretada de lo sucedido, lo cierto es que las suspicacias y malestares del arribo de los hombres a los trabajos de género se deben en cierta medida al problema de los recursos. Los hombres, dicen algunas feministas, llegamos, como de costumbre, cuando la mesa está servida, cuando la construcción de los temas y problemáticas ligadas a las incquidades de género se han puesto en la mesa de discusiones políticas y los estados nacionales han tenido que hacer algo al respecto. Cuando el trabajo arduo se ha llevado a cabo, aparecen los hombres disputando los financiamientos, muchas de las veces, en detrimento de las instituciones y proyectos creados por y para las mujeres. La concurrencia de esas opiniones ha sido tal que dentro de los propios hombres feministas existen voces de alerta que previenen sobre su eventualidad. Daniel Cazés (1998b) llama a cobrar conciencia de las consecuencias de aceptar financiamientos y ocupar espacios en detrimento de las investigaciones de y para las mujeres. Ello, de acuerdo con el autor, debe constituir un principio epistemológico, ético y político de la investigación de género. En México, el grupo pionero de acción por la equidad Coriac (s/f) tiene entre sus lineamientos internos no competir por fondos destinados a acciones afirmativas de las mujeres. Especialmente en el delicado terreno de la lucha en contra de la violencia, Coriac ha optado por esquemas de autofinanciamiento como un mecanismo para responsabilizar a los usuarios de los servicios y no tener necesidad de recurrir a recursos que pudieran lesionar programas destinados a las víctimas de la violencia. Un último aspecto de los resabios misóginos que las feministas develan en nosotros tiene lugar en la proximidad de las relaciones cuerpo a cuerpo que mujeres y hombres insertos en nuevos pactos por la igualdad sostenemos. Se demanda congruencia a los varones protagonistas de los procesos de transformación social, congruencia entre lo que se dice y lo que se hace y congruencia también entre los compromisos públicos y aquellos que se celebran de manera privada. El feminismo ha irracionalizado el orden dicotómico que escindió lo público de lo privado, las razones de estructura afectiva y emocional. En concordancia con esos cuestionamiento, la exigencia se sustenta en la integralidad de las transformaciones que se buscan alcanzar, si bien se reconoce que son
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procesos en construcción penneados de sincretismo, ello no puede resultar una coartada para no desmontar en todos sus matices la misoginia y la desigualdad de las relaciones entre mujeres y hombres. He escuchado • mujeres mostrar mayores recelos de los hombres autoproclamados progresistas e ilustrados que de los otros que sin mayor reparo asumen a cabalidad su conseivadurismo patriarcal, al menos con éstos sabe a qué atenerse. En cambio de los progresistas históricamente se han recibido desencantadoras sorpresas. Ni los revolucionarios franceses ni los camaradas de todas las izquierdas pactaron con las mujeres, en ese sentido la suspicacia con los varones feministas tiene razones poderosas y enraizadas. Es dificil hacer formulaciones para destrabar estos problemas, no obstante, de nueva cuenta la crítica y la autocrítica, la capacidad de interpelar y dejarse interpelar razonadamente despejan un camino donde las misoginias duras y sutiles podrán ser desmontadas, así como las relaciones de dominio y opresión que hoy constituyen las relaciones entre mujeres y hombres.
Conclus iones A lo largo del artículo se mostraron las razones teóricas, éticas y políticas por las cuales se afinna factible la existencia de hombres comprometidos en la construcció n democrática de género. Si bien, desde esta perspectiva, ello se percibe como un proceso emergente, hay indicios que ubican el fenómeno como parte de un continuo histórico, cuyos orígenes se remontan al nacimiento del feminismo ilustrado.20 Desde entonces, de manera casi imperceptible y en notable minoritaria, se registran corrientes de hombres quienes generan o bien se suman a las acciones encaminadas a transformar la condición de las mujeres y, en esa medida, la posición de los hombres en las relaciones de género. En ese marco, el feminismo constituye la teoría filosófica y política que ha dado cuenta de ese sistema de dominio basado en la supremacía de los hombres y la subordinación de las mujeres. Una filosofia que, al nombrar las fonnas y los espacios donde se verifica el poder, crea problemáticas sociales y horizontes de
-e1 feminismo es un hiio JlO deseado de la ilustración-. señala Amelia Valcáícel. Con estas palabras. la feminista espaflola reconoce que al radicalizar las premisas de la modemidad ¡lustrada: la razón y la Igualdad --ent re otros, de Pounain de la Barre y de Olympe de GOl.lges.-, convirtieron los discursos que hablaron de la excelencia de las mujeres e n obras que dieron origen al feminismo propiamente dicho, una int erpretación de la real idad que conlleva su denuncia y pautas para su transformación.
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vida alternativos, libres de opresión, violencia y desigualdad, tanto para las mujeres como para los hombres. En esa media, el feminismo ha sido el referente teórico y también político de los esfuerzos protagonizados por mujeres y hombres para transformar democráticamente el sistema de relaciones de género. Por lo tanto, no podría ser otra fuente de la cual los hombres hayan extraído las claves analíticas y la metodología para reflexionar acerca de la condición masculina. encontrando razones propias para convertirse en críticos del poder patriarcal y protagonizar su desmontaje. En tanto identidad política y en tanto paradigma teórico, el feminismo ha implicado a los hombres, y los hombres se han hecho aquí de un espacio. No obstante, muchas resistencias de factura misógina siguen permeando la construcción de los pactos de equidad y democracia entre los géneros. Este artículo tuvo como finalidad nombrar algunos de los reductos misóginos con el objetivo de hacerlos parte de la agenda de los hombres, es decir, parte de los análisis y de las acciones de quienes, tanto en la academia como en las organizaciones ciudadanas, realizan un trabajo con y para los hombres. Discutir los valores, las ideologías y las prácticas en donde impensadas aniden expresiones de sexismo y misoginia. sobre todo cuando se capitalizan políticamente a través del prestigio, de los recursos financieros y de una interlocución privilegiada, en detrimento de las posiciones conseguidas por las feministas. La idea del sincretismo resulta una clave valiosa para entender el estado que guardan las identidades de género modernas, permite comprender la complejidad e inconsistencia de estos hombres que, si bien hacen suyas las causas feministas, no se escapan de estar permeados de valores misóginos. de reproducirlos y utilizarlos para su beneficio. Pensamos sincréticos nos ayuda a develamos en esas contradicciones, nombrarlas y ubicarlas lejos de esquemas individualizantes, para así poderlas desmontar en los ámbitos públicos y también en los privados.
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Entrevistas Entrevista con Daniel Cazés realizada el 5 de diciembre de 2002. Entrevista con Eduardo Liendro realizada el 27 de enero del 2003.
De la misoginia y otras dominaciones Nelson Minello Martini*
Misoginia es una palabra que está presente en el lenguaje diario; no es dificil leer un periódico o revista, escuchar un programa de radio o ver algún informativo en televisión y encontrar que más de una vez se escribió o pronunció el vocablo que nos ocupa. Pero el sentido del ténnino no está claramente definido, ni en el lenguaje corriente ni en el ámbito científico. Sabemos de la voz, de su raíz griega y de la existencia desde mucho tiempo atrás de un pensamiento misógino -id esl, que desprecia u odia a las mujeres. En la mayor parte de las investigaciones que se ocupan del tema se señalan ejemplos de la literatura, y se cita que desde Homero, la mujer debía obedecer las órdenes del varón de la familia - padre, hermano, marido o incluso hijos y su mundo (supuestamente natural) era el hogar y las tareas del ámbito doméstico (Sáiz Ripoll, 2004). Esta autora destaca diversos ejemplos en la producción clásica, renacentista y del Siglo de Oro (desde el Arcipreste de Talavera hasta Quevedo y Gracián, sin olvidar a los erasmistas). 1 Kate Millet no es menos rotun-
·e1 Col&gk> de México. 1 Los humanistas seguidores de Erasmo de Rotterdam, pteocupaóos por el desarrollo humano y la ensef'ianza. prohibían esta profesión a la mujer: "puesto que la mujer es un ser naco [ ...] según mostró Eva (...) que por muy poco se dejó embobar por el demonio, oo conviene que ensefle. no sea que (...) persuadida de una opíoi6n falsa, con su autoridad de maestra inftuya en sus oyeotes y arrastre facilmente a los otros o su ?fOpio error" (Luis Vives. "De la mujer cristiaria~. en Obras comp/11tas. 1947. t. 1:991.
citado por Sáiz Ripoll).
77
78 Hombres ante la mi soginia: miradas críticas
da al señalar: "la literatura occidental de la antigüedad clásica, la Edad Media y el Renacimiento presenta un fuerte componente misógino" (Millet, 1975:60). Algunos autores o autoras van más allá y sef\alan algo así como una intemporalidad o ahistoricidad del concepto, al suponer que existió siempre y es un fenómeno social que está presente en todas las épocas y a la vez las trasciende (véase, por ejemplo, Gilmore, 2001).2
Por lo menos desde el planteamiento foucaultiano la unifonnidad es una circunstancia sospechosa. ¿Qué oculta esta semejanza? En principio de cuentas, un panorama más complejo y menos homogéneo; ciertamente la misoginia está presente en las distintas épocas, pero junto con los escritores misóginos -que seguramente reflejaban un sentir social bastante extendido-- otros tenían una posición ambigua frente al problema, así como siempre existieron mujeres que tuvieron un papel destacado y respetado (aunque en este mundo masculino los varones se preocuparon de que la lista no fuera muy extensa). Un análisis histórico, en segundo lugar, nos pennite señalar que hay puntos de inflexión en la misoginia. Señalaré dos: uno en la Edad Media, en el siglo XII, otro en el XVIII, con el discurso de la Ilustración. En la época medieval, el amor cortés - que ensalza a la dama amada ~ hizo que la diatriba coexistiera con la idealización de la mujer (Millet, 1975:60). Como sei\ala Duby, No cabe duda; lo que no era otra cosa que un juego y un juego de hombres, ayudó a las mujeres de Europa feudal a levantarse por encima de su humillación. Y tampoco cabe duda de que el movimiento de lu estructuras trajo consigo, y al mismo rllmo, la promoción de la condición masculina, si bien el des.rase jerárquico entre ambos sexos no se redujo de manera notable (Duby, 1992, t. 3:318)3
2
Los res1.1ttados de tal genera~zación 1'10 son demasiado prometedores en térmil'IO$ de producción de
conocimientos. Además, en el título de su ~bro, Gilmore se refiere a la misoginia como una enfermedad masculina. categOJización que por una parte la reduce al plano individual y. por otra. oculta la relación de poder. 3 Conviene recordar que et -arllOf cortés~ comprendía •u n dispositivo pedagógico que apunta a disciplinar la actividad sexual masculina, a rej)rimir 10$ desbordes de la brutalidad viril, a pacificar, a civilizar -en
et progreso general y resplandecierite del siglo xn-, la parte más violenta de la sociedad, esto es, el
La misoginia en el conte litO histórico 79
El discurso filosófico del Iluminismo -en el comienzo de la modernidad elimina las diferencias, tanto de raza como de sexo. Es frecuente recordar a filósofos o pensadores como Poullain de la Barre que escribe De l'égalilé des sexes, en 1763, y De l'éducnlion des dames, al año siguiente; Helvecio y su Del espíritu ( 1758), o Condorcet "el filósofo de la Ilustración" que en el Ultimo cuarto de siglo se toma al pie de la letra el espíritu de las luces. "Si un solo individuo es privado de sus derechos, el principio de la igualdad de los hombres pierde todo su valor" (Crampe-
Casnabet, 1992:100). Sin embargo, la Ilustración -ya lo han señalado las femini stas- sigue siendo una expresión "en masculino", que termina justificando la inferioridad de la mujer. 4 Por otra parte, se ha sostenido que la misoginia podría desaparecer en algún momento y en alguna cultura o que el uso de la palabra - y por lo tanto, puedo suponer, la existencia del fenómeno social- tiene límites cronológicos bastante claros. En el primer sentido, recojo la afinnación de Millet {I 975), quien señala que durante el siglo XIX prácticamente no la encontramos en la literatura en lengua inglesa, aunque reaparece en la década de 1920 y se acentúa posteriormente a tal grado que Segal puede hablar del "omnipresente humor misogínico de los años cincuenta [del siglo XXJ"(Segal, 1990:21); en el segundo, señalo que en francés la palabra es poco usada antes del siglo XVIII, pero su empleo se extiende en el siglo siguiente (Le Robert, 1992). En tercer lugar, apunto algo que de muchas maneras es bastante obvio pero que a veces suele olvidarse: la forma de expresión de la misoginia tiene estrecha relación con la estructura de género de cada sociedad y época histórica que estudiemos.
111
Una de las tareas a realizar es, entonces, "delinear la variedad de fonnas de misoginia asumida; y [ ...] trazar y estudiar su influencia en el pasado y el presente" (Anderson, 1999:VIII).
sector de la gente de la guerra". No debe sorprender, entonces, que al frente de dicho d~positivo se haya colocado IKI personaje femenino (Duby, 1992, t. 3:313). ' Como dirla Rousseau en su Emilio: "la investigación de las verdades abstractas y especulativas, de los principios. de los axiOmas de las ciencias, todo lo que tiel'lde a generalizar las ideas es ajeno a las
80 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
Acudiendo otra vez al pensamiento de Michel Foucault, propongo emprender la genealogía de la misoginia.s Es decir, construir "una fonna de historia que da cuenta de la constitución de los saberes, de los discursos, de los dominios de objeto, etc., sin tener que referirse a un sujeto que sea trascendente en relación [con el] campo de los acontecimientos o que corre en su identidad vacía, a través de la historia" (Foucault, 1979a: 181 ), y aún más: "percibir la singularidad de los sucesos [ ...] encontrarlos allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibido por no tener nada de historia [...) captar su retomo [...) para reencontrar las diferentes escenas en las que han jugado diferentes papeles; definir incluso el punto de su ausencia." (Foucault, l 979b:7). La tarea puede no ser fácil pues metodológicamente, como establece el filósofo francés, "la genealogía exige [...] el saber minucioso, gran cantidad de materiales apilados, paciencia" y, más adelante, "En resumen, un cierto encarnizamiento en la erudición" (ambas citas en Foucault, l 979b:8). Por otro lado, debemos pensar en el contexto teórico en el que vamos a construir el concepto de misoginia. Considero que el género es el enfoque más adecuado para hacerlo, sin embargo aquí surge una nueva dificultad; como muchas categorías vinculadas con el género - y como éste mismo en cierto sentido - , está todavía en construcción (Hawkesworth, 1999). IV
En este texto -siguiendo de cerca los pasos planteados hace ya tiempo por los estudios femi nistas (véanse, entre muchas otras, Millet, 1975; Amorós, 1985) - , sostengo por un lado que la misoginia no es un sentimiento personal (aunque se exprese en la persona y mediante ella) sino un elemento integrante de la dominación masculina y, por otro, que ésta se manifiesta a través de un orden de género, sin importar si los hombres individualmente amen u odien a la mujer en singular (Connell, 2003).6
mujeres; a ellas corresponde la aplicación de los principios que el hombre ha encontrado, y a ellas corresponde hacer las observaciones que corlducen al hombre al establecimiento ele los principios" (citado por Crampe-Casnabet. 1993:69). ' Véase Foucault (1979b). Como ejemplos de anillllsis genealógicos pueden revisarse ÁJvarez Urfa (1979 y 1962), Castel (1960), Ooncelot (1977). ' El sociólogo austral iano coincide aqul con Rozee-Koller quien, basándose en el texto Tha Fema/e World, de Jessie Bemard, afirma: -aunque Individualmente el hombre puede profesar un profundo
La misoginia en el c;onteldo histórico 81
En otras palabras, la misoginia es una de las dimensiones de la dominación masculina, entendida esta última en el sentido que le dan Godelier (1980 y 1986), Héritier (1996) O Bourdieu (2000), entre otros. El actual orden de género plantea la dominación de los hombres sobre las mujeres, en una situación en la que los primeros se constituyen como un grupo de interés preocupado por la defensa de esa estructura (Connell, 2003). Si la misoginia es una de las dimensiones de la dominación masculina, conviene que veamos, así sea someramente, algunas de las características de esta última. De acuerdo con Godelier -con quien coinciden otros y otras estudiosas - , esta dominación se conoce en todas las sociedades, desde la Grecia antigua hasta la Edad Media occidental, las colectividades estatales precolombinas, las sociedades de casta de la India y un largo etcétera (Godelier, 1980), que incluye por supuesto a nuestras sociedades, éstas en las que vivimos y actuamos; conviene, sin embargo, recordar la llamada de atención de Héritier (2002), en el sentido de que la dominación masculina es menos visible en el mundo occidental. La subordinación femenina es una realidad social con tres dimensiones fundamentales: la económica, la política y la simbólica (Godelier, 1980). Héritier destaca la importancia de lo simbólico afinnando que la desigualdad hombre/ mujer surge desde 11 simbolización que comienza en los tiempos originales de la especie humana II partir d e 11 observación e lnterpretaelón de los hechos biológicos m1h importantes. Esta slmbollz1clón es la fundadora del orden social y de las distancias (cfi vases) mentales que están s iempre prese ntes, incluso en IH sociedades occldent.11les mh desarrolladas (Hfritier, 2002:14. Traducción mía).
Ante este panorama conviene preguntarse, con Bourdieu "cuáles son los mecanismos históricos responsables de la deshistorización y de la eternización relativas de las estructuras de la división sexual y de los principios de división correspondientes" (Bourdieu, 2000:7 y ss. Cursivas en el original). Reconocerlos pennitirá desvelar la particularidad histórica de la categoría (en este caso, de la misoginia) y, a través de ese reconocimiento, reinsertar la
a mor a 11111 m•jer concreta, d mundo masculino como tal no lo hace" (Rozee- Koker, 1989, traducción mía). S~gal (1990) también expren una posición similar.
82 Hombres ante fe mísoginie: miradas críricas
relación entre los sexos, "que la visión naturalista y esencialista les niega" (Bourdicu, 2000:7 y ss.). La segunda característica que quiero destacar con respecto a la dominación masculina (y, por lo tanto, reitero, respecto de la misoginia) es la utilización de la violencia, tanto fisica como, especialmente, simbólica. En términos de la primera, los abundantes estudios sobre violencia masculina señalan la importancia de la misma para la constitución de la identidad de muchos varones;7 en cuanto a la segunda, Bourdieu nos dice que "[la dominación masculina es una] relación social extraordinariamente común [que] ofrece una ocasión privilegiada de entender la lógica de la dominación ejercida en nombre de un principio simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado" (Bourdieu, 2000: 11 y SS.).8 El tercer atributo que quiero subrayar es la pertenencia a un orden de género, entendiendo por tal el inventario estructural de una sociedad determinada (véase, entre otros trabajos, Connell, 1987:99), por lo tanto, como ya señalé, su característica histórica. Siguiendo la idea de Owen con respecto a la homofobia, pienso que la misoginia no es sólo ni principalmente una forma de disminuir o despreciar a las mujeres sino, en tanto excluye y clasifica, un instrumento poderoso de regulación de las relaciones entre los hombres. 9 En cuarto lugar, si en los estudios sobre los hombres se establece que no existe una entidad masculina común a todas las sociedades (Connell, 2003; Coltrane, 1998; Brittan, 1989, entre otros), la misoginia también debe entenderse como una categoría con características especificas en cada sociedad y tiempo.
7
Según la Encuesta Nacional sobre Dinámica Familiar (Dinaf), realizada por el INEGI y el lnstih.1to Nacional
de las Mujeres, presentada en abril de 2004. "el 46% de las entrevistadas mayores de 15 anos dijo sufrir algún tipo de maltrato· (El Universal Online, flditorial del 28 de abril de 2004).
• En las conversacionH oon Wacquant. el sociólogo francés dioe •... la dominación masctJHna [...] al parecer constituye la forma paradigmética de la violencia simbólica- (Bourdieu y Wacquant, 1995: 122). Connell coincide al destacar qua tal dominación -...se sostit1nt1 por la forma en que las mujeres se irivolucran [en e11ar (Coonell. 2003: 326. Cursivas en el original). • Craig Owen señala qua la homofobia es también y fundamentalmflflte una poderosa herramiflflta para regular las relaciones masculinas (citado por Segal, 1990: 16). Esta úlUma dflstaca, asimismo, el estrecho vlraculo entre misoginia y homofobia en nuestra cultura occidental, pues la persecución a los homosexuales significa también la represión de lo 'Yemeoino" en todo hombre. eo separarlo de la mujer y en mant &fler a estas últimas como suboídinadas (Segal, 1990).
La misoginia en el contexto hist6ri(;t) 83
V
Deseo plantear ahora otro punto de reflexión: ¿en qué medida el orden de g~nero es afectado por las políticas en boga (especialmente la globalización) y la nueva forma del Estado? Me explico. La mayor parte de las investigaciones se refieren a un contexto empírico en el que la figura estatal predominante es la del llamado "Estado de bienestar'' (welfare state), donde la intervención en la economía y la protección de los grupos más desfavorecidos (como suele decirse, la búsqueda de un equilibrio entre el capital y el trabajo), así como la democracia política y la lucha de los movimientos sociales de viejo y nuevo curio hacían posible la existencia de un detenninado orden de género. 10 Pero ahora, especialmente ante la construcción de un mundo globalizado, puede pensarse que esos órdenes de género -que respondían más a condiciones socioespaciales locales o regionales, a específicas situaciones culturales e históricas- se transfonnan en uno que también es globalizado. En palabras de Connell: 1---1 debemos reconocer la existencia de
110
orden de cenero mundial. Éste puede ser
definido como lat estructuras de relaciones que vincula. a tsce la mundial el r égime n d e gfnero de lu
instituciones y e l orden de género de las sociedades locales 1,-,) Las
preguntas susta ntivas [ ... ): ¿qué forma adopta tal tslructura?, ¿cuifin estrecho es el vínculo entre sus elementos?, ¿cui l seri su tra yectoria futura? (Connell, 1998:7. Traducción
mi■).
Si aceptamos esta proposición en el sentido del cambio en las masculinidades producido por la globalización mundial, entonces podemos pensar que esa nueva organización afecta asimismo a las formas en que se expresa la misoginia. De acuerdo con Connell, la "masculinidad de negocios transnacional" tendría como características principales un creciente egocentrismo, una lealtad dis~ minuida (incluso ante la corporación en la que se desempeña el sujeto) y un declinante sentido de responsabilidad para con los otros. Al mismo tiempo, este nuevo modelo de masculinidad incrementa la libertad sexual y presenta una marcada tendencia a convertir las relaciones con las mujeres en otra mercancía (Connell, 1998).
10
Para los conceptos de rllglmen de género y de orden de género, véase Connell { 1987:6).
S4 Hombres anle la misoginia: miradas crilicas
Si esto es así -y sólo el análisis empírico podrá establecerlo- y las mujeres se convierten cada vez más en una cosa en el ámbito del comercio, podríamos suponer un aumento en la misoginia.
VI
A modo de conclusiones, todavía provisionales en tanto estas hipótesis deben probarse con trabajos de campo. puedo señalar que: l. El modelo actual de misoginia se origina en los siglos XVIII y XIX con el desa-
2.
3.
4. 5.
6.
rrollo del capitalismo, que impone una individuación estructurada en el género, individuación que lleva en si una oposición a la femineidad y se institucionaliza en el Estado moderno. En el mundo occidental coexisten distintas formas de misoginia, relacionadas con los diferentes órdenes de género existentes en diversas épocas y regiones. 11 Aunque la misoginia -como la dominación masculina que integra- es un fenómeno social de "larga duración", es posible (y necesario a la vez) distinguir, a lo largo del tiempo y en distintos estados o regiones, varias formas de expresión del fenómeno social. En otras palabras, periodizar la misoginia. Uno de los componentes más importantes de la misoginia es una relación de poder y control. La categoría, todavía en construcción, exige la realización de investigaciones de campo, que permitan conocer con mayor precisión y rigor qué entienden por tal los hombres y las mujeres. La misoginia puede coexistir con otras características masculinas de apoyo a la mujer, entre otras circunstancias porque -como lo he scnalado en otro texto-- todos los hombres, querámoslo o no en lo individual, somos estructuralmente misóginos.
• Escribo "mundo occidental" sencillamente porque es el que conozco: supongo que algunas de estas características podr.'ln encor,trarse, con significados similares, en otras regiooes del plaoota.
La misoginia en el con/ali/o histórico 85
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Misoginia: la identidad y los nombres de la violencia* Raymundo Mier Garza..
En el vasto conjunto de procesos complejos de ejercicio de poder que una y otra ves reclaman atención, no solamente de un ámbito especializado de pensamiento contemporáneo, sino a partir de puntos de vista múltiples, diversificados y permanentes, lo que se suele designar como misoginia ocupa un lugar particular. No sólo porque dirige la atención sobre un conjunto peculiar de estrategias de sometimiento y de resistencia que atraviesan por el delicado umbral de las diferencias de género, sino porque comprometen todo el pensamiento anclado sobre presupuestos de identidad y las manifestaciones contemporáneas de lo político. El diccionario es siempre un punto de vista elocuente y engañoso para abordar cuestiones enigmáticas que involucran no sólo una reflexión histórica, sino también taxonomías, designaciones, referencias peculiares del universo simbólico, pero también expresiones de la sensibilidad, criterios de inteligibilidad y figuras del deseo: son lugares de creación de estrategias sociales, puntos de anclaje para formaciones institucionales, modos de admitir y asumir determinaciones éticas, y asumir entramados juridicos todos con un orbe de referencias comunes, ámbitos compartidos de certezas, o dominios identificables de objetos polémicos. Miro el diccionario. Es sin duda una fuente de perplejidad, porque nunca este extravagante artefacto me ha provocado otra cosa que asombro o
"El presente texto se aparta en ciertos puntos del presenta® originalmente. En la redaccióo final para su publicación se vio enriquecido con las observaciones, preguntas y objeciones que surgieron ante la versión original y que agradezco cumplidamente. ""Profesor-investigador en la Universidad AutOl'loma Met ropolitana-Xochim~co. miembro del Posgrado en Ciencias Sociales, y profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en las áreas de Teoría antropológica y Filosofía del lenguaj e.
88Hombres anta la misoginia: miradas criticas
desaliento; el diccionario ha sido siempre una vía real para entrar en una grave confusión sobre la lengua, sobre sus posibilidades, sobre las tribulaciones a las que es posible asomarse a través de su red confusa de guiños y rutas entreveradas. En este caso, el diccionario no me defraudó; como era previsible, acrecentó mi confusión en la medida que encontré una variedad de definiciones de misoginia, no sólo dispares, sino inconsistentes o incluso en estricto contrasentido. El diccionario exhibe no sólo, como es su condición ineludible e inexcusable, fórmulas y traslaciones extraordinariamente esquemáticas, claramente ambiguas, de contornos inciertos, sino incluso del panorama de rasgos confusos o de una vastedad inaccesible. Sólo algunas muestras. Sin duda, sintomáticamente, el Diccionario del español usual en México no incluye la palabra. O bien, ésta no existe o es tan inusual que no exige su registro. La Real Academia hace gala de una facultad inusitada de síntesis: Del gr. ,1oof(Moc. 1. f. Aversión u odio a las mujeres. No menos sintético y particulannente ajeno en algún punto a esa definición canónica es la definición de María Moliner: Cualidad o actitud de misógino. Para luego proceder a aclarar de manera no menos asombrosamente sucinta: Se aplica al hombre que rehuye el trato con las mujeres Por otra parte, el ya célebre Diccionario crítico etimológico, de Corominas, no duda en circunscribirse, no sin una notoria mesura, a establecer sus fuentes griegas ya bien conocidas: la partícula FIIJl:Ír, odiar, y el previsible término para mujer 7V11, para luego establecer sus momentos visibles de aparición en la documentación léxica de la lengua española: relativamente reciente, 1925 o 1936, y sus antecedentes más próximos en el francés de 1572 que se afinna más adelante en 1846. El recorrido es regocijante: el célebre Diccionario de sinónimos, de Sainz de Robles, no duda en eludir encabezar con ella cualquier entrada en su catálogo -mientras que existe una apreciable familia de ténninos afines para misántropo - , en tanto que, más sugerente, Casares en su Diccionario ideológico de la lengua española incluye misoginia en el conjunto de términos referidos a la feminidad, en la misma clase que incluye feminidad, ginecocracia, matriarcado, feminismo, antifeminismo, castidad, virginidad, melindre, matrimonio, divorcio, deshonestidad, amancebamiento, prostitución, generación, esterilidad y ginecología. El agrupamiento es no solamente asombroso sino plagado de provocaciones.
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No obstante, es quizá esta extraf\a discordancia lo que descubre una condición reveladora en el espectro simbólico al que se refiere el ténnino. Significativamente, en una misma dennlclón aparecen lérmlnos lnconclllables, a pesar de su aparente similitud: odiar a las mujeres y rehuir su trato, más allá de su común rasgo "negativo" aluden a acciones, hábitos, regulaciones y experiencias diferentes. En el extraño desencuentro de estos términos, en su sutil desavenencia, señala ya una tenue o abierta contradicción que separa la experiencia afectiva del odio, que hunde sus raíces primordiales en la génesis de la identidad de sí, y las estrategias equívocas del rehuir que involucran e incluso conjuntan a veces de manera desconcertante inclinaciones disyuntivas: el miedo y el desprecio, la agresión y la exclusión, el narcisismo y los extravíos imprevisibles del enamoramiento, la identificación llevada hasta un mimetismo intolerable o la extrañeza llevada hasta el punto radical del repudio. Condiciones radicalmente heterónomas convergen en el rehuir para expresar las fonnas distintas de la extrañeza, el desconocimiento, la voluntad de sometimiento o el imperativo de la aniquilación. Modalidades cualitativamente incomparables de las estrategias de la supremacía o la subordinación agonística y mortífera. La idea de misoginia supone concepciones tácitas y detenninadas de la identidad, de sus mecanismos de conformación, de la aprehensión y estabilidad de sus fisonomías, de los juegos y dinámicas de sus rasgos definitorios: los desenlaces de sometimiento en el vínculo reposan sobre una certeza primordial sobre la que se apuntala, además, toda violencia normativa: existe tal cosa como la identidad de los hombres y de las mujeres y esta definición es estrictamente negativa en sí misma, en su condición ontológica misma. El sustrato de negatividad recíproca inherente a este dualismo constitutivo de las figuras de identidad de género se expresa en la trama densa de mecanismos de exclusión. La definición misma de los sujetos en las polaridades del género plantea una tensión paradójica: la noción de hombre o de mujer, de masculinidad o feminidad, surge de la articulación de discursos, de saberes, emerge de los contornos locales del enfrentamiento de poder, como derivada de un juego de saberes en el que concurren las categorías políticas, las nociones fisiológicas - ineludibles - , las caracterizaciones sexuales, las determinaciones estructurales del parentesco, las exigencias de la definición de linajes, las formas instituidas y las mediaciones jurídicas, además de otras formaciones retóricas particulares, y derivaciones de la experiencia histórica. Más aün, todas estas determinantes sufren inflexiones drásticas al constituirse como formaciones singulares en condiciones locales de diferenciación que desembocan en efectos de poder. Así, no hay respuesta a la pregunta por la identidad de género.
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Son estas condiciones las que hacen posible la caracterización de las identi• dades: éstas se engendran en el juego de acciones, en los vínculos de deseo, en los reconocimientos o desconocimientos especulares, en el ejercicio de las pres• cripciones y prohibiciones reguladoras, en el desempeño ante los imperativos morales, en la realización o inhibición de la potencia inherente a los vínculos y las ausencias, silencios y presupuestos que éstos vínculos soportan y reclaman, en la composición de atributos simbólicos, narraciones e historias. Pero las definiciones léxicas se diversifican. En otro diccionario los matices se diversifican, se exploran las gamas de la negatividad: aversión y aborreci• miento son los atributos que imponen su propia inflexión a la tensión negativa del vínculo. Así, el término misoginia, incluso si apelamos al precario atisbo que nos procura la constelación de los términos lexicográficos, apunta a una desfi• guración radical de la noción del vínculo y reposa sobre un presupuesto para• dójico: la afirmación de la identidad claramente determinable de hombre y mujer, y la imposibilidad radical de definirlos. Este sustrato paradójico ahonda la profunda ambigüedad del término: no solamente radica en la vacuidad de la referencia a las afecciones y a los vínculos, a las secuelas estratégicas que éstos engendran, sino incluso a las condiciones de surgimiento y afirmación de las identidades de género involucradas en las relaciones "negativas" del vínculo. Esta ambigüedad se proyecta sobre el uso cotidiano y sobre el universo de las categorías con las cuales solemos aproximarnos a cualquier tentativa de comprensión de esto que solemos englobar sobre la idea de misoginia. Esta primera desconfianza con respecto a la definición lexicográfica me parece que cuando menos en mi caso me puso una exigencia, al mismo tiempo esta exigencia fruto de este carácter Sintético pero esencialmente abstractivo de la palabra y al mis• mo tiempo la condición particularmente no relevante desde el punto de vista analítico. Una primera y sin duda apresurada, conclusión es que misoginia es un concepto que incorpora, bajo un mismo nombre, estrategias de poder diferen• ciadas, modos equívocos de atribución de identidades; su énfasis negativo con• lleva el desconocimiento de las condiciones positivas y estratégicas en las que se producen los enfrentamientos, las tensiones irresueltas entre agentes políticos, es en sí mismo agente de exclusión y olvido de las múltiples determinaciones históricas y simbólicas de lo político, y cancela la apertura al régimen de la ima• ginación política. Es un ténnino de clausura -como toda denuncia que supri• me su desarrollo analítico y su enclave estratégico. Así, misoginia no designa nada salvo una vaga posición negativa entre agentes indetenninados.
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En principio, esta singular vacuidad de "lo negativo" en las definiciones léxicas revela un espectro inconciliable de matices que va más allá de la ineludible limitación y precariedad -por no decir banalidad- de todo diccionario.· la misma disyuntiva entre odio y reticencia, su distancia respecto del acto de rehuir, el sentido singular de la aversión o los matices afectivos del aborrecer revelan genealogías, lógicas, referencias subjetivas y eficacias políticas heterogéneas, que se ahondan y amplían al referirse a las disyuntivas de género. Estas diferencias parecen conducir la reflexión, ineludiblemente, a interrogar la noción de mujer más allá de su confinamiento lexicográfico, hasta su posición crucial, en la encrucijada de los discursos, las exclusiones, los silencios y las caracterizaciones antropológicas, psicoanalíticas, filosóficas, históricas, simbólicas, médicas, fisiológicas, por sólo mencionar las que responden a dominios disciplinarios constituidos en el régimen contemporáneo de los saberes. Las reflexiones contemporáneas sobre el género enfrentan disyuntivas analíticas ante la exigencia de la acción política cuyo horizonte involucra conjuntamente los ámbitos jurídicos, institucionales, sexuales, médicos, las estructuras de parentesco, las confrontaciones corporales, la conformación de esferas de afección propias. Esta exigencia de diversidad estratégica en las confrontaciones y en la acción política, no elude y a veces involucra de manera silenciosa una precipitación de las concepciones de género en una pendiente ontológica, que reclama una cierta trascendencia de las identidades en el régimen de la sexualidad. No obstante, es posible admitir, en la estela de las concepciones derivadas del pensamiento de Foucault, que la caracterización de la sexualidad en el marco de los presupuestos de la identidad constituye solamente un enclave estratégico para el ejercicio de poder. Así, la definición de los diccionarios es un formalismo equívoco: un vínculo indefinible, aunque negativo, que compromete a dos actores cuyas identidades son absolutamente indefinibles. La noción de misoginia es, más que un término o una categoría analítica o un recurso para la caracterización de un proceso de poder, un mecanismo de síntesis al servicio de la intolerancia represiva. Interrogamos la noción de misoginia para revelar en ello no sólo el "olvido" cognitivo y la oscuridad que engendra, sino más inquietantemente la ineficacia política que encierra. Esta interrogación sobre el efecto político de la "síntesis conjuntiva" -sobre el olvido de las diferencias, los tiempos, las situaciones y la creación de identidades - operada por el uso social de la noción de misoginia no busca sino enfatizar la multiplicidad implícita de las estrategias nonnativas, de las pautas de creación de identidad, de las formas de conocimiento y de atribución de iden-
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tidades involucradas en las gamas incalculables de la experiencia de poder en la condición histórica y antropológica actual y en las situaciones específicas del vínculo entre identidades sociales. Los presupuestos que sustentan los patrones de identidad involucran asimismo las estrategias de subordinación y los marcos regulativos e institucionales que les dan estabilidad. Subordinación, poder, violencia, revelan vínculos fundamentales con los patrones de creación de la identidad de sí y de la posibilidad de aprehensión del otro. En el caso de la misoginia podemos referirla a una la violencia experimentada por mujeres en una multiplicidad de situaciones que tienen como referencia rasgos de identidad diversos, inciertos, cambiantes: unas veces por el mero hecho biológico de ser mujeres, otras por su condición materna -la exclusión de las mujeres embarazadas de puestos de trabajo - , otra por condiciones éticas, otras por su posición articuladora en las estructuras sociales nucleares -por su posición en las estructuras familiares y de parentesco-- otras por sus condiciones de respuesta afectiva, otras por su sexualidad, otras por su posición tradicional dentro del universo cultural residual, otras por su nueva implantación en las condiciones de la sociedad post-industrial. El efecto de la noción de misoginia es la síntesis indiferenciadora de todas estas condiciones diferenciales del vínculo en la génesis de la violencia. La noción misma de género -que no puede eludir la atmósfera de sentido y de determinaciones semánticas impuestas desde el espectro de toda gramática existente- involucra para su definición enunciados cuya estructura paradójica es irreparable: "cuando es arrancado de sus condiciones históricas y de sus condiciones locales en confrontaciones singulares de poder, el género se proyecta sobre el ámbito ontológico, esencialista, insignificante". La noción de género no puede ser sino un instrumento para la caracterización local de confrontaciones antagónicas, orientado a develar, a exhibir, y eventualmente a suprimir la fuerza tiránica y las implicaciones de sometimiento inherentes en la idea de identidad - sexual o cualquiera otra. Es histórica y antropológica o no es. Al abandonar el ámbito de las determinaciones locales no puede sino presuponer la existencia nítida de los contornos de identidades en confrontación y, al hacerlo, está impelida a una determinación recíproca y negativa de los términos, una es lo que la otra no, incapaz de contraponer y contrastar condiciones, estrategias, argumentaciones, acciones y afecciones en proceso de mutua exclusión o subrogadas unas en otras. Así, ese pliegue trascendental clausura la comprensión de los juegos de poder. Pretender que la noción de género, cuando pone en juego estas debilidades onlológicas, está contra la identidad de género no da lugar sino a un enunciado
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aurofágico, la negación misma de la significación de la categoría, el juego retórico - muy "posmoderno" - del extravío categorial y categórico. No obstante, la noción de misoginia, su fuerza política radical, se sustenta en su propia vacuidad, en su capacidad de convertirse en una señal de un juego enigmático de poderes. Esta señal apunta a muy diversas estrategias de exclusión y de conformación de identidades. Más que un recurso para la denuncia, la formulación explícita de las estrategias de dominio o las condiciones locales del vínculo de sometimiento, el término misoginia es en sí mismo un elemento del discurso estratégico, es una acción política en sí misma, un recurso, un modo de establecer la estabilidad de los vínculos en el entramado estratégico de poder. El diccionario omite la alusión a la condición local de los juegos de poder. Los contextos de confrontación y mecanismos de poder en contextos de diferencia de género escapan con frecuencia a cualquier manifestación visible de odio, aversión o aborrecimiento. Se inscriben en intricadas determinaciones estructurales y culturales, en fonnas sutiles de diferenciación de los destinos potenciales de la acción de los sujetos sociales, en historias de larga duración sobre caracterizaciones imaginarias de la corporalidad o la devoción anímica, en determinaciones lógicas sobre el curso, el destino y el territorio simbólico de las identidades y la sexualidad. Las confrontaciones políticas que exhiben criterios visibles de género permiten vislumbrar otra serie de interrogantes sobre la idea del vínculo entre lo que designa históricamente y en condiciones de acción local el dualismo hombre-mujer: hace patente el peso de las identidades en la incidencia de las instancias normativas y la intervención de condiciones estructurales y secuelas simbólicas de acción social definidas en términos de sujetos sociales y políticos específicos y nítidamente determinados. No obstante, el diccionario set'lala otra dimensión inquietante del poder: la que atañe a la identidad de sí mismo, a los procesos de expresión del deseo, a los vínculos de apego y afección. Los términos de aversión y aborrecimiento se refieren a la existencia pasional, a modalidades del deseo, a apegos negativos singulares hundidos en la historia tácita - secreta o consciente, patente o conjeturable de los sujetos, más allá de su ubicación en la polaridad del género. Hombres y mujeres históricos en condiciones antropológicas específicas son capaces de tener aversión y aborrecimiento por mujeres. Así, se abre la interrogante sobre las condiciones de saber, institucionales, subjetivas e históricas que hacen posible la implantación, la duración, la sustentación e incluso el incentivo de ese despliegue y esa tiranía pasionales. Se pone en cuestión el lugar de las identidades en el horizonte particular de la autonomía, como condición de la acción política bis-
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tórica. Si admitimos. aunque sea con reservas y provisionalmente, que una faceta constitutiva de lo político está orientada por la búsqueda de autonomía de los sujetos sociales expresada en la capacidad metarreguladora - la capacidad de acmar no sobre los objetos y los vínculos sino sobre las reglas que rigen las identidades, las potencias y las relaciones en el entorno social- de la acción colectiva, habrá que reconocer que lo que se da en llamar la "perspectiva de género" tiene sentido sólo en la medida en que aparece como un recurso cardinal en la construcción de esta capacidad metarreguladora. Acción individual, acción colectiva, los marcos sociales de una experiencia de la responsabilidad, condiciones simbólicas de intercambio, la participación de las significaciones sin evidencia (lo imaginario) en los patrones de interacción, conllevan la exigencia de revelar la indeterminación de las identidades y su surgimiento diferencial en condiciones locales de confrontación social. Así, habitualmente, al servicio de invectivas, denuncias, acusaciones y antagonismos, el término de misoginia funde y confunde estrategias y situaciones, identidades y sentidos políticos, suscita prácticamente la concurrencia de todas las confusiones posibles. En consecuencia, un primer ejercicio de reflexión, acaso sea recobrar el ténnino de misoginia como una evidencia en sí mismo de una condición local de conflicto. Partir de ahí para establecer las estrategias concurrentes, reconstruir los efectos diferenciales de las posiciones negativas de la identidad. Implícitas en estas posiciones negativas, indicadas por la experiencia inequívoca de misoginia, se amalgaman bajo este nombre innumerables estrategias de tensión y de negatividad en el vínculo establecido a partir de identidades de género. Consecuentemente, sería preciso diferenciar las calidades de los conflictos, las confrontaciones y las constelaciones estratégicas que se agolpan y se funden en esta experiencia y le dan su sentido. Enfrentamos lo que se ofrece como una intrincada constelación de negatividades: asimetrías y diferencias de identidad, estrategias de estigmatización, mecanismos de exclusión, relaciones y sistemas de inequidad, acciones de subordinación, atribución de inexistencia, artificios de olvido, rituales de separación, enfrentamientos de aniquilación simbólica y física, modos de experimentar la violencia, imposición de fuerzas disciplinarias sobre los cuerpos y los actos, imperativo de expectativas y hábitos para el significado y el conocimiento de objetos, relaciones e identidades, modelación de los sentidos de las afecciones y las fuentes de placer. Es preciso reconstruir estos territorios diferenciales, estos modos particulares de construcción de las identidades, unos surgidos y afianzados en la larga
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duración y en la longevidad de las tradiciones, reticentes a la demolición persistente de la modernidad, otras surgidas plenamente al amparo de ésta, otras tomo fruto de la confrontatllln y quebrantamltnto del mutuo soporte entre las formas de vida tradicional y la moderna. La identidad de hombres y mujeres a partir de la modernidad, revela ya la genealogía intrincada de la transformación de los géneros y del vínculo entre géneros, modificada, trastocada y articulada en el tiempo de una manera todavía más inquietante a partir de las transformaciones experimentadas a partir de la segunda mitad del siglo XX. Baj o todos estos aspectos, la condición del vinculo hombre-mujer se expresa en formas particulares: en algunos momentos mediante signos y actos que exhiben diversas calidades de la violencia, en otros, como expresiones de las condiciones estructurales e históricas del vínculo negativo entre géneros históricos. No obstante, el destino no es ineludible para el vínculo entre géneros: éste se da asimismo como modos de la alianza, la solidaridad, el placer, la interacción de mutua correspondencia la colaboración, que se conjugan con las fonnas de la prohibición, la exclusión y la subordinación, e involucran formas complejas de realización colectiva de la potencia colectiva y el deseo. Así, frente al término de misoginia es preciso reconocer la contraparte léxica. Es preciso pensar el improbable ténnino contrario o contradictorio que revelaria el costado positivo, la vertiente disyuntiva de la acción colectiva ante la misoginia. No se trata de una composición equilibrante entre relaciones de poder, sino una capacidad desequilibrante, capaz de producir incesantemente una capacidad rnetarreguladora, autónoma surgida de la singularidad de los vínculos locales. No se trata de suprimir la asimetria sino la inequidad en la posibilidad de desempeño potencial de las capacidades autónomas en términos colectivos y no en el marco de disciplinas corporales y cognitivas replegadas sobre el propio sujeto. Quizá, más allá del rendimiento político del término misoginia, sea preciso hablar entonces de diferencias, simetrías y asimetrías en la génesis, la creación y la conformación de las identidades en situaciones locales de confrontación, inscribirlas en su relación específica con las estrategias de subordinación y poder como condiciones particulares del vínculo entre identidades de género histórica y localmente situadas. La exploración detallada de estos tópicos, sin embargo, reclama no la convergencia de miradas disciplinarias, sino la supresión de los linderos de los saberes. La reflexión puede ocurrir sólo más allá de las vertientes disciplinarias. Visto desde el presente punto de vista, la elucidación de la relevancia estratégica de nociones como misoginia, no son objeto ni responsabilidad
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de la antropología, la filosofia política, la sociología, el psicoanálisis o la ética o una disciplina, sea cual fuere. Se requiere volver los instrumentos disciplinarios contra el amparo que éstos ofrecen a la primacía de las identidades. No hay tal antropología de género, como no hay filosofia de género, epistemología de género, sociología de género o lingüística de género. Queda la pregunta irresuelta, irresoluble, por el vínculo, en su capacidad de engendrar incesantemente la identidad, la regulación y la capacidad metarreguladora. Así, la interrogación acerca del vinculo involucrado en la diferencia de identidades - una de esas identidades históricas y situadas local y culturalmente es por supuesto la relación de género y su nombre extravagante, el vínculo hombre-mujer- desborda y quebranta toda las pretensiones disciplinarias. acaso, intrínsecamente. desborda cualquier identidad disciplinaria. Esta capacidad de la pregunta por el vínculo entre identidades quebranta las fronteras disciplinarias, las toma estériles y desorientadoras porque, en principio, requiere de la suspensión de todo presupuesto, toda creencia, todo soporte de la evidencia relativo a las identidades. Y esto ocurre en la medida en que la identidad no puede ser sino el desenlace de la densidad temporal del vínculo y su disposición situacional. El vínculo, como acontecimiento, situado al mismo tiempo simbólica e históricamente, es el que crea por sí mismo el perfil, la dinámica y el horizonte de las identidades. La noción de identidad como fundamento se invalida, para dar lugar a otra: la identidad como momento, como súbita condensación, como instancia de visibilidad de las estrategias de construcción de sí mismo, en virtud de la experiencia del otro y del ámbito específico, local en el que se ata la trama de las interacciones. El punto de vista de género se enfrenta a un desafio singular poblado de zonas de oscuridad: no puede afirmar su propia pertinencia sin comprometer necesariamente un saber sobre las identidades. Reclama, por lo tanto, una condición de poder intrínseca en ese saber sobre las identidades, se afirma como una identidad en sí misma, reclama una jerarquía y una credibilidad, una autoridad y un conjunto de estrategias de exclusión. En la medida en que el punto de vista de género se coloca como horizonte superior de validez de una cierta mirada, en la medida en que se atribuye a sí mismo la capacidad de conferir validez a otros puntos de vista --disciplinarios o no-- afirma su propia identidad, su propia relación vertical, su propia calidad monolítica. Rechaza con ello toda pretensión metarreguladora que la \levaria a interrogar su propia identidad como teoría y los fundamentos mismos de sus propias certezas. Se convierte en un pliegue metateórico, especulativo, de las teorías.
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Las teorías de género, vistas desde este punto de vista, parecerían estar destinadas a desempeñar una tarea fundamental: una deslocalización pennanente de los discursos sobre la identidad. Al negarse a asumir el término identidad como un presupuesto capaz de orientar su reflexión, de fijar los umbrales de validez para sus certidumbres, para erigir un andamiaje taxonómico y reclamar entonces un nicho disciplinario, la perspectiva de género parece destinada a asumir la identidad como un modo de darse de la interpretación, como un momento hennenéutico, como un sentido que emerge del proceso de diálogo y confrontación, bajo la exigencia de ponderación de la historicidad y frente a la expectativa y la espera de un futuro. De otra manera, la afinnación y la certeza de las identidades no es sino un ejercicio de poder que somete el proceso de diferenciación incesante a una captura, lo acota, lo fija, lo confina en una rejilla clasificatoria, le atribuye rasgos y lo arranca de la dinámica propia, de la situación que le confiere su sentido. Si la perspectiva de género busca revelar las vías del sentido político del vínculo, no tiene otro objeto sino el de elucidar el proceso de creación incesante de identidades y de las condiciones de su sofocación o de su desencadenamiento. Las perspectivas de género sin duda podrían constituir de esta manera un ámbito de creación conceptual y analítica para vislumbrar los distintos momentos y el destino potencial de los conflictos sociales y la creación social de la historia. La génesis de lo político mismo en el seno del problema del género aparece completamente comprometida con la asunción previa de presupuestos sobre la identidad. Parecería impostergable responder a una pregunta surgida de la circularidad inquietante de las reflexiones sobre la identidad: ¿es posible reflexionar sobre el vínculo diferencial entre géneros sin someter la noción misma de género a una deslocalización permanente, a la desaparición de sus propios presupuestos, a la cancelación de sus propios criterios de certidumbre, sin apelar al imperativo de cancelar sus propios criterios de autoridad? El punto de vista de género, más que constituir un territorio y una identidad disciplinarios podría asumir quizás hasta sus últimas consecuencias la negatividad propia del presupuesto de la diferencia de géneros. Reconocer en sus conceptos más propios operaciones sinléticas que acogen en un espec1ro de metáforas y composiciones diagramáticas, las tensiones diferenciales propias de los objetos y temas específicos del espacio de género. Esta síntesis diferencial, proyectada sobre los presupuestos de identidad, quizás arroje una luz particular sobre la calidad heterónoma de los procesos, sobre la trama de identidades en devenir que emergen de las vicisitudes del vinculo colectivo.
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Una via que ha sido ya recorrida innumerables veces, pero no por eso ha agotado sus facetas iluminadoras, es la crítica de la modernidad y su relación negativa con el sustrato de la tradición. Las imposiciones de perfiles específicos de identidad, experiencias singulares del tiempo, conflictos simbólicos derivados no sólo de la noción temporal de la historia, sino sobre las nociones de tiempo, de linaje, de comunidad. Perspectivas que comprenden visiones tan discordantes como la de Heidegger, la Escuela de Frankfurt, Hannah Arendt o Habermas, y de manera tangencial aunque definitiva Foucault, Lyotard o Deleuze, ponen el acento sobre la tensión intrínseca que surge, en el ámbito de la modernidad, entre formas de conocimiento, condiciones de inteligibilidad, criterios de articulación teóricas, regulaciones pragmáticas, modos de existencia de lo político y pautas de verdad que contraponen las grandes instituciones tradicionales a las formas de vida emanadas del régimen moderno -particularmente en su fase post-industrial- de experiencia. Esta tensión caleidoscópica entre pautas que conforman la identidad en las sociedades dominadas por los imperativos de la tradición y aquéllas determinadas por las exigencias de racionalidad, teleología y axiología de los andamiajes orgánicos y burocráticos de la modernidad, se expresa como una coexistencia de condiciones y marcos de acción contradictorios y, sin embargo, concurrentes. La modernidad no ha desplazado a la tradición, tampoco la ha superado, no la ha incorporado ni la ha excluido. No hay supresión sino un permanente desdibujamiento y reconstitución, un dislocamiento recíproco, un vaciamiento mutuo, una asemanticidad engendrada por la duración de lo intrínsecamente irresuelto en el sustrato histórico de las identidades. Ambigüedad, ambivalencia, fusión parcial, zonas de disolvencia de los ámbitos de regulación, sobreposición de regularidades e identidades: la tradición se hace cuerpo, un cuerpo ajeno y conflictivo en las tramas excluyentes de la modernidad. No se aprecian ámbitos de mera coexistencia entre tradición y modernidad, no se aprecia una contigüidad o una concurrencia autónoma, no se advierte una dualidad de universos nítidamente diferenciados capaces de preservar sus propios ámbitos de eficacia normativa. No se advierte la preeminencia de principios de diferenciación autónomos capaces de sustentar la validez de sus propias identidades en función de la exigencia de consistencia sistemática de los universos simbólicos. Lo que surge de la paulatina degradación, del declive o el derrumbe de ciertos ámbitos tradicionales es la necesidad de confrontación intensa entre los remanentes de esas formas de vida antigua, de los sustratos tradicionales, y los mecanismos y las exigencias de la racionalidad moderna.
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Este entramado de tensiones entre la racionalidad moderna y los remanentes, el dominio fragmentado, la supremacía regional de las pautas tradicionales se proyecta sobre las zonas siempre vacilantes de la identidad contemporánea. Esto conlleva una indefinición constitutiva de las identidades y de su campo de relaciones; la identidad de hombres y mujeres experimenta este violento e incesante desdibujamiento, esta difuminación de sus tiempos, de sus duraciones, de sus resguardos nonnativos. No obstante, esta confrontación entre presupuestos de identidad tradicionales e imperativos de identidad, surgidos de las condiciones de la racionalidad moderna, no basta para definir los destinos contemporáneos de los procesos de constitución de los sujetos sociales. Lo simbólico, en sí mismo, es una articulación compleja de mecanismos de significación, de pautas y de procesos rituales, de mecanismos de interacción nonnada, de fonnas de construcción lingüística de discursos, de figuras retóricas, de procesos de percepción y de afección, se separan y emancipan respecto de las condiciones estructurales y de sus cauces estrictamente funcionales. El análisis contemporáneo ha hecho patente la capacidad de las formaciones simbólicas para mantener una relación compleja con las estructuras y las formas de vida que las determinan. Lo simbólico no sólo sustenta, da forma, autonomía. duración y estabilidad a los marcos normativos y a las representaciones. También, por su propia lógica y sus propias disposiciones potenciales engendra por sí misma, modos de condensación de múltiples procesos subjetivos: incorpora los impulsos formativos del deseo, da cabida a la expresión tangible de la voluntad, aprehende y transforma otros signos, engendra tiempos y ritmos propios, y se dota a sí misma de una capacidad de duración autónoma, que asimila y desborda las determinaciones sociales. No obstante, esta particular complejidad de lo simbólico, esta posición "más allá" de las determinaciones, no la priva de una eficacia cardinal en la determinación de la experiencia y en la calidad de las acciones sociales. A esta conjugación de extra~eza respecto de las determinaciones y de incidencia eficaz sobre subjetividades y procesos sociales se le suele enmarcar en el concepto de imaginario. Es posible conjeturar que todo efecto de perduración de las identidades surge de la incidencia de estos tiempos y ritmos. de estas calidades cognitivas y de estas formas retóricas y metafóricas engendradas a partir de esta determinación compleja de lo imaginario. Así, las diferencias de género, que involucran de manera constitutiva los procesos de génesis, instauración, diferenciación y supremacía de las identidades, puedan concebirse como uno de los desenlaces de estos procesos en que los marcos de regulación y las determinaciones simbólicas se conjugan con la inri-
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dencia eficaz de lo imaginario. El conjunto de estrategias de dominación. de mecanismos de expresión de significaciones, la implantación de códigos y las formas imaginativas del discurso y del hacer, que de alguna manera mantienen una cohesión y una consistencia al margen de las condiciones estructurales, involucran la realización de las significaciones potenciales de lo simbólico, reveladas en su eficacia compleja. Lo imaginario no se expresa por una formación específica y estable, sino como una constelación de tensiones capaz de imponer una dinámica compleja de las identidades. Los mecanismos de lo imaginario son los que hacen posible toda acción metarreguladora y, por consiguiente, toda posibilidad de autonomía de los sujetos sociales que se expresa como la capacidad de objetivación de los mecanismos reguladores: la transformación moral, ética, jurídica de la sociedad, la mutación de las identidades, la lucha por la memoria, la génesis de deseos y expectativas. Este juego y composición de las tensiones también incide en el trabajo incesante de disolución e instauración del campo de las identidades. Es la condición del enrarecimiento de los vínculos y de su arraigo, funda la posibilidad de una anomía como espacio de creación -y por consiguiente de supresión de lo habitual, de lo normado, de lo esperado: una refundación de subjetividades y experiencias del tiempo~, y también la violencia inherente a los atavismos. De este conjunto de conjeturas, de esta inquietud sobre las identidades del vínculo, de estos interrogantes que se orientan a las condiciones negativas y positivas del vínculo, y a las nociones de identidad que conlleva la noción de género, surge la absoluta relevancia del tema de la violencia. La violencia aparece con frecuencia bajo dos rostros antagónicos: violencia normativa y violencia anómica. Una conlleva la otra. Pero involucran dominios diferentes de la experiencia íntima y la experiencia colectiva. Sería necesario ahondar en estas condiciones de la violencia que, sin duda, se expresan privilegiadamente en la lucha por la supremacía de las identidades. Se manifiestan como violencia de género y parecen condensar una constelación de conflictos, de tensiones que surgen en el ámbito de la indeterminación de las identidades y la realización potencial de sus vínculos. La idea de misoginia responde a esta dialéctica y diálogo de la violencia: la violencia que surge de la pretensión de afirmación y preservación de las identidades y la violencia que responde a este resguardo de la normatividad con la exaltación de los principios de incertidumbre y la experiencia estética. Así, la reflexión sobre la misoginia o, más ampliamente, sobre la negatividad en los vínculos de creación y preservación de las identidades, revela un campo apenas vislumbrado: más un panorama de inquietudes, de incertidumbres, que
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un conjunto de afinnaciones y condenas perentorias. El diccionario es, frente a todos los temas de creación y recreación de los procesos simbólicos, la expresión patente de esta Incertidumbre y de las confusiones y furores que alienta.
Bibliografía
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Psiquiatras, psicoanalistas y otros misóginos Mario Zumaya López-Aguado•
Justificación y algunas precisiones
Al terminar de colectar la información que creí pertinente para elaborar este documento, mi primer impulso fue salir a la calle, encontrar una mujer, cualquier mujer, y pedirle perdón por lo que les hemos hecho los hombres a todas sus congéneres a lo largo de milenios, por lo que les hacemos en este momento, en cualquier lugar del mundo y, sobre todo, por lo que seguramente aún les vamos a seguir haciendo. Pero las disculpas no bastan y espero que el esfuerzo -que implica el intento de ser receptivo, lograr vacianne de cualquier tipo de justificaciones, dejanne penetrar y fecundar por las memorias de lo vivido en esta mi compleja condición de hijo, amante, esposo, colega, colaborador, alumno, maestro y psicoterapeuta de varias mujeres - , me lleve a estar en el camino de lograr, en momentos cada vez más prolongados, una relación de apasionada y divertida complicidad con todas ellas y, por supuesto, con mis congéneres. La motivación básica para la elaboración de este trabajo surge de mi experiencia como asesor en Psiquiatría y Psicoterapia para Alternativas Pacíficas, A.C., organización que ha creado y opera una oficina de atención externa y dos refugios para mujeres y sus hijos menores, sujetos de violencia doméstica. Sólo el afio pasado la organización dio protección y atención médica, legal, psicológica y de trabajo social a 10 156 personas y, hasta la tercera semana de octubre del presente año había atendido a siete mil más.
• P!iiquiatra y p:¡icoterapeut.i de parej.i. Con!iu!tor en P:¡iquiatriil y Psicoterapi.i, Alternativas P.iciflCil:., A. C.
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104 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
La existencia de tales cifras me ha llevado a dos supuestos y una conclusión. El primero de ellos, considerar la violencia hacia la pareja como una extrema patología del poder y de las ideas y emociones en las que se sustenta el sentimiento que llamamos amor. El segundo tiene que ver con la falta de respuesta de las autoridades oficiales, legales, médicas y religiosas; irresponsabilidad colectiva y revictimización de las mujeres que son despedidas, y éste es el punto, un fuerte tufo a complicidad. La conclusión: en la base de todo ello se encuentra el sexismo, la injustificada preferencia de un sexo y sus funciones sobre el otro, como ideología (Lemcr, 1986) y la misoginia como pasión que la sustenta y justifica. Mediante este trabajo se trata de comprender la misoginia de los hombres (curiosamente no existe un equivalente en las mujeres) y, en particular, la de aquellos encargados de atender y proteger primariamente a las mujeres: psiquiatras, psicoanalistas y psicoterapeut.as, en sus procesos psicológicos; abogados y jueces, en sus derechos legales y humanos; sacerdotes, en cuanto a su espiritualidad y relación con la divinidad; y, por supuesto, los políticos, de quienes no quiero hablar en este momento.
Antes que nada un poco de epistemología
Quisiera aquí ofrecer una visión de la forma en que creo conocer lo que creo conocer, es decir, pretende pasar de una visión "masculinamente" objetiva y excluyente a una "subjetivamente" femenina e incluyente que, como lo indican las comillas, no son privativas de ningún sexo. En el prólogo de uno de sus libros, Vittorio Guidano se pregunta: "¿Cuál es la naturaleza y estructura de la experiencia humana?" Y responde: tsta es una pregunta que no se plantea la episte mología empirista, presuntamente objellv1., que subyace al enfoque racionalisla prevalente en la pslcologla cognitiva actual. La ra zó n es la siguiente: si conside ramos que la realidad es un orden externo qu e ubte co n
Indepe ndencia
de
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hechas nuestras caracteristicas como observadores. De esta ma nua, el írnico tipo d e investigación posible a nte algo "dado objetivamute" supone limila rse a la observación de sus distintos aspectos. La metodología que con mayor proba bilidad ruultará d e esto ser, aq u ella en la que la descripción termin ar, coincidiendo con la upli caclón (Guldano, 1991).
La misoginia an el contexto histórico 105
Humberto Maturana agregaría: en e1te camino e:i:plicativo las n:plic1cione1 supone n la posesión de un acceso privile• giado • una realidad objetiva por el observador que u pllca, y en él los observadores no se hacen cargo de su mutua negación en sus desacuerdos u plicativos ya que hta es la con secuencia de argumentos cuya validez (la Realidad, Dios, El Inconsciente)' no deptn• de de ellos. Es en este camino explicativo donde una pretensión de conocimiento es una demando de abediencia. (Ma1urana, 1997)
Si, en cambio, como haremos en este ensayo, asumimos una perspectiva no empirista o de objetividad entre paréntesis (Maturana, 1997), lo esencial pasa a ser el comprender de qué modo nuestras características como observadores están involucradas en el proceso de la observación. Se trata de preguntar ¿por qué sentimos lo que sentirnos?, o ¿por qué es necesario un sentido unitario del sí mismo continuo en el tiempo para poder funcionar? La única respuesta posible reside en investigar los mecanismos y procesos subyacentes que causan los fenómenos a explicar. De esta manera, la adopción de una perspectiva epistemológi• ca evolucionista -el estudio de la evolución del conocimiento y de los sistemas de conocimiento-- se convierte en la postura metodológica básica. Mucho de lo que voy a plantear no es nuevo. Lo que pudiera representar algo original tiene que ver con la postura teórica que sustento desde el campo de la psicoterapia: el constructivismo cognitivo. Lo explicaré de la manera más breve y concisa: Ser un constructivista cognitivo tiene dos implicaciones básicas. La primera de ellas es que a estas alturas posmodernas de principio de siglo, declararse como constructivista no dice mucho. Cualquier psicoterapeuta que quiera estar a la moda, hasta Albert Ellis, tomándolo como paradigma del enfoque positivista y racionalista en psicoterapia, o algún psicoanalista o terapeuta familiar avant garde, se pueden declarar (de hecho se declaran) "constructivistas". La segun• da, mucho más seria y fundamental, es que el constructivismo cognitivo (Gran• vold, 1998), como corriente en psicoterapia, agrupa a todo profesional de la llamada salud mental que comparta, dentro de su esquema teórico, tres supues• tos fundamentales (Mahoney, 1988a):
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Las cursivas s.on mías.
106 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
l. El conocimiento humano, entendido como la organización de la experiencia, en sus vertientes de procesos intelectuales, emocionales y comportamentales, es proactivo. Esto es, se considera que los seres humanos no somos entes pasivos ni solamente reactivos a contingencias de refuerzo o a pulsiones e instintos: somos seres fundamentalmente anticipatorios, en tanto nuestros constructos mentales, emocionales e ideacionales, pre-existentes "modulan" la percepción misma de la experiencia, en una búsqueda constante de significado y de sentido. 2. La existencia de estructuras nucleares rnorfogénicas o esquemas conscientes e inconscientes (en el sentido que no pueden ser articuladas o verbalizadas) que dan significado, sentido y forma a la experiencia y a la conducta emergente. Esto implica que la experiencia humana es dual momento a momento (Guidano, 1991): por una parte existe un "Yo" actor que, inmerso en su vivir, se infonna a sí mismo y a los demás por medio de las emociones, por medio de su "emocionar". Por la otra, un "Mi" que organiza su vivir en un "lenguajear" elaborando narrativas personales que se cuenta y cuenta a los demás en una red de conversaciones que van a constituir la cultura (Maturana, 1997). 3. Que el conocimiento humano es autopoyético (Maturana y Varela, 1987). Esto es, autogenerado: se produce a sí mismo. Parafraseando a Jean Piaget, constructivista por antonomasia, la inteligencia se organiza organizando su mundo. Por otra parte, dado que los humanos somos seres intersubjetivos (en una interacción simbólica que subyace al sujeto), en el intento de conocer y explicar lo mental no puedo sino aliarme, con ciertos matices, dada mi deformación médica, al construccionismo social. Desde esta perspectiva (Burr, 1995), se acepta que no hay mente sin actividad cerebral, pero se postula que ningún cerebro de la especie hombre desarrolla actividad propiamente humana fuera de un contexto social. Los animales no copiamos la realidad, sólo percibimos diferencias. La cualidad y cantidad de las diferencias percibidas están restringidas a la constitución biológica que nuestros sistemas sensibles nos permiten captar. A pesar de la riqueza de las diferencias que es capaz de percibir el sistema sensible y el cerebro del hombre, éste tampoco copia la realidad. Los seres humanos vivimos en un mundo de significados socialmente compartidos que modelan nuestra percepción de la realidad y nuestro pensamiento. Interpretamos la realidad re-
La misoginia en el contexto hisfórico 107
creándola permanentemente en el acto mismo de la percepción, siempre mediatizada por aquellos significados compartidos. Incluso la infonnación proveniente de nuestro medio interno, nuestras sensaciones cenesthkas y propioccptivas. son interpretadas a partir de los significados que resultan de nuestra interacción social. Nuestras habilidades de percepción y pensamiento se modelan en el curso de nuestra práctica social concreta y por el lenguaje que utilizamos. La interacción con el medio modela nuestra organización neurofisiológica y neuropsicológica. Enfatizando: sin negar que el pensamiento y la conciencia son estados y actividades del cerebro, prefiero decir que el pensamiento y la conciencia son cualidades emergentes del sistema mental humano; es decir, son el resultado de los estados y actividades del cerebro del hombre en interacción simbólica con otros cerebros de hombres, en un contexto social humano. De esta manera el construccionismo social plantea que: • El conocimiento humano está sustentado por los procesos sociales. • Este conocimiento y la acción social van juntos en un bucle interdependiente. • Se adopta una posición anti-esencialista (no existen "esencias" o "naturaleza" humana). • Asimismo se adopta una posición anti-realista (lo real está determinado por la cultura y no por "algo allá fuera real, objetivo"). Se postula que: • El conocimiento tiene una especificidad histórica y cultural. • El lenguaje es una precondición para el pensamiento. • El lenguaje es una forma de acción social. • Se focaliza en la interacción y las prácticas sociales. • Se focaliza en los procesos. La consecuencia inmediata de todo lo anterior es que constructivismo y construccionismo son más una manera de entender el vivir humano, una manera de escuchar y mirar, que un conjunto de técnicas, y que el ser un psicoterapeuta constructivista implica vivir en "los limites del conocimiento" (Mahoney, 1988b), en tanto no se da nada por hecho y se está abierto a "construcciones y reconstrucciones alternativas" (Kelly, 1991). Estas construcciones y reconstrucciones
108 Hombr&s &nt& la mlsogini&: mirad&s crllfcas
tienen en su base los afectos: emociones y sentimientos que se desarrollan y expresan a partir de las vinculaciones entre los seres humanos.
Vinculo y apego
Para ser exitosas, las especies deben solucionar dos problemas fundamentales: mantenerse seguras y reproducirse. Éstos son los dos organizadores centrales del funcionamiento adaptativo (Crittenden, 1997). En consecuencia, el cerebro humano ha evolucionado para organizar la infonnación sensorial en formas que promuevan tanto la protección como la reproducción. Sin embargo, cabe aquí una precisión fundamental: la naturaleza humana no es biológica sino social. Y en la base de una cultura está la relación, vinculamos emocionalmente unos con otros. El apego refleja la historia relacionai del niño (Karen, 1998), codifica las conductas pertinentes a las relaciones íntimas y define cómo se sentirá acerca de sí mismo cuando se encuentre emocionalmente involucrado con una persona. Así, los cuidadores enseñan a los infantes, por medio de su patrón de respuestas a las señales afectivas del niño, como usar la infonnación afectiva y cognitiva accesible a sus mentes (Vygotsky, 1993). Cuando sólo se tienen en cuenta las informaciones cognitivas y no las emocionales se pierde una infonnación muy importante: si se quiere entender un sentimiento hay que mirar a la acción y si se quiere entender una acción hay que mirar al sentimiento que la acompaña. Por separado no son nada, no dicen nada (Manrique, 1999). Hablemos entonces de sentimientos.
Misoginia y misóginos
Según David Gilmore (2001), la misoginia es "el sentimiento de odio o miedo irracional hacia las mujeres que encuentra su ex.presión social en conductas concretas llevadas a cabo en instituciones culturales", Es, entonces, un conjunto de esquemas emocionales preverbales que dan significado a la experiencia frente a la mujer y que disparan conductas consecuentes; es, de la manera más exacta, un prejuicio sexual simbólicamente compartido entre los hombres en su praxis masculina. La misoginia, a pesar de tener ramificaciones políticas, es un fenómeno afectivo, psicológico, basado en la pasión no en el razonamiento. Visceral e irracio-
La misoginia en el contexto histórico 109
nal como es, no tiene un programa político fonnal más allá de denunciar y dañar a las mujeres. Los misóginos son fundamentalistas que suponen una "esencia" O naturaleza en la mujer, b á ,;ica e inmutwblc, ,;in v ..riacioncs indi v idu.. k s y aseguran que ésta es su primordial maldad. La misoginia, presente en todos los hombres de todos los tiempos y todas las geografias, es psicógena. Es el resultado de idénticas experiencias con la mujer en el ciclo de desarrollo de un cuerpo masculino que se concretan, y ésta es la hipótesis fundamental , en la envidia, el miedo y la evitación de la receptividad femenina de la que la matriz es objeto y símbolo.
Los comienzos
En el útero, ese órgano cuya oquedad provee a la mujer de un "espacio interno" (Erikson, 1968) y que representa "la eterna absorción del vacío" (Jung, 1959), se desarrolla un embrión macho cuya fónnula cromosómica es XY y que posee todos los renes presentes e n la hembra XX y, ademh, hereda genes del cromosoma Y. En cierto 9entldo el matho es la hembra m li.s algo. Esto signlflu que el 9uo hembra es el sno base en todos los mamíferos. Dicho de otra ma nera: el programa embrionario se orienta hacia la prod11cdón de hembras. El único papel de Y H el de desviar la tendenci a espontánea de la gónada tmbrionaria Indiferenciada para que, en luga r de orga nizar un ovario, f11erce la aparidón de un testículo. (Badinter, 1993)
Por su parte Jost señala: "en el macho el testículo fetal debe oponerse activamente a la realización de estructuras femeninas ... El macho se construye contra la feminidad primigenia del embrión... En el transcurso del desarrollo embrionario, convertirse en macho significa una lucha a cada instante'' (Jost 1953).
Receptividad y creatividad
La primera y más espectacular experiencia de los primates humanos con respecto a la receptividad-creatividad debe haber estado asociada al nacimiento: he aquí esta cosa que. después de largo tiempo, emerge súbitamente en el mundo. El parto es la creación de nuevos humanos y hace evidente el poder sobrena-
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tural. para el primitivo, de la mujer: su capacidad dual de ser receptora y transformadora-creadora de vida. Emergemos de ese útero por el parto y lo hacemos como "seres sexuados que actúan conscientemente" (Ortega y Gas set, 1963). Pregunta Geotz ( 1999) "¿Es posible basar en las anatomías sexuadas un grupo de características que pueden ser denominadas como distintivas?" Y, con lo que él llama un "esencialismo moderado", contesta que sí, ya que, siendo el cuerpo el vehículo de los procesos psíquicos, masculinos y femeninos, nos provee experiencias distintas del mundo. Al comenzar nuestra interacción primaria en ese mundo, ahora externo, que se condensa en el cuerpo de una mujer, lo hacemos de maneras distintas: los hombres parecemos estar prenatalmente orientados a conocer, a organizar la experiencia, visualmente, mientras que las mujeres lo están auditivamente (Belensky et al. , 1993; LeVay, 1993; Paglia, 1990). Esto se relaciona con la mayor habilidad espacial de los hombres y la mucho mayor fluidez verbal de las mujeres. No es un punto de exclusividad sino de énfasis. Más allá de lo meramente neurológico, ver es envolver, penetrar, manipular el mundo a distancia, mientras que oír es recibir los datos del mundo también a distancia. Hablamos de una mirada "penetrante", conocer visualmente denota una cierta imposición, una intromisión, una casi violación del objeto por la mirada, la investigación implica la idea de desnudar, develar. Por otro lado, oír es una aproximación receptiva al conocer: abrimos nuestros oídos, ofrecemos nuestro oído al discurso. Conocer, en este sentido, conlleva una sensación de ser penetrado, aun violado, y el cavernoso oído es un apto símbolo del sexo femenino. En el mito, el encuentro entero de Psiqué con Eros es auditivo: Eros es oído, escuchado, nunca visto. La conciencia entera de Psiqué es dominada por el oír. Y no sólo oír, en este caso, al Otro, sino oírse a sí misma: más distintivamente receptiva a sus propios procesos emocionales. La receptividad es la potencialidad vacía en la que toda criatura debe entrar para renacer o cambiar. La matriz vacía la simboliza. Es amenazante porque mientras sabemos que nada puede renacer sin haber muerto, es arriesgado dejar de ser lo que somos por la promesa de lo que podemos ser. Los hombres preferimos no mirar muy de cerca los oscuros abismos de lo femenino en donde las cosas se disuelven, desaparecen o se destruyen. Por ello aceptamos más fácilmente las propiedades dadoras de vida de las diosas: el hombre venera a la mujer como madre o como virgen; esto es, autoposeída, no perteneciente a nadie. El punto es evitar la confrontación con la infonne oscuridad de posibilida-
La misoginia an BI confBxto hi stóri co 111
des experimentada como amenazante por el hecho de que connota un riesgo. Por ello el esfuerzo de obliterar, en lo posible, el símbolo de transformación, y contender, también, con el hecho de que todos los comienzos son femeninos. Como tales están indeterminados, abiertos, equipados con una amorfa liquidez que puede ser aterrante. La forma parece segura y sólida, aun cuando esto sea una mera ilusión; la ausencia de forma es atemorizante como lo son las aguas profundas del océano. No es tanto que el océano contenga monstruos como que es profundo, informe, fantasmal... Y los hombres queremos seguridad, la preferimos siempre a la aceptación de la verdad básica y fundamental con la que las mujeres parecen estar más familiarizadas: nada permanece. Los hombres no tenemos, nos falta, esta capacidad distintiva para recibir. Distintiva es el termino operativo aquí. La sustituimos creando cosas y privilegiando la producción, pero no podemos recibir distintivamente, sólo pueden las mujeres. Por su parte la creatividad es el proceso o actividad de concretizar, deliberadamente, la visión interior. Receptividad es potencialidad, capacidad, habilidad; es lo informe de las cosas antes de que sean lo que son. Creatividad es el proceso por medio del cual la imaginación, el encontrar las conexiones ocultas entre las cosas. emerge. existe en el mundo, o por la cual la fantasía se transforma en realidad. Imaginar es visualizar comienzos; crear es erigir, irrumpir fisicamente en el mundo, llenarlo. La imaginación es esencialmente la capacidad de la conciencia para diferenciar, negar, aniquilar (Sartre, 1972). La capacidad de decir "no soy tú", o "ver" en un bloque de mármol lo que todavia no es, lo que no existe aún, es decir, los lineamientos de la estatua. La imaginación es la capacidad de visualizar vacíos de posibilidad, oquedades que pueden ser llenadas. El poder de ver en la ausencia de formas la forma, la potencia antes del acto. La misoginia, en este punto, surge, al menos en parte, de la envidia del hombre hacia la receptividad femenina y mucho mas allá de la envidia del útero, concebido éste como representación concreta de la distintiva capacidad femenina de recibir. El terreno obvio de esta envidia es el darse cuenta, en el niílo en desarrollo que la mujer tiene algo de lo que él carece. Hasta aquí la tesis que se presenta puede resultar poco creíble dada la experiencia concreta que tenemos los hombres de no carecer de receptividad o deseo de ella, tampoco admitimos una envidia de la matriz femenina como causa de ello. Por esta razón me parece necesario hacer una breve mención a los mitos por lo siguiente: si los mitos, historias y cuentos de hadas revelan en su simbolismo
112 Hombres ente le misoginia: miradas cr/tlces
la ansiedad del varón, el miedo y la envidia de la receptividad de la mujer, una explicación para la creación del mito es la utilización de poderosos mecanismos de autoengaño en relación a los afectos conectados con el objeto de la ansiedad. Freud (1961) mismo aseguraba que "cada afecto ligado a un impulso emocional, cualquiera sea su tipo, es transformado, si es reprimido, en ansiedad". La ansiedad oculta se revela en los sueños e historias. Estoy siguiendo aquí únicamente, no soy psicoanalista ni quiero serlo, la estructura de la aproximación freudiana, de ninguna manera quisiera implicar que estoy de acuerdo con el contenido psicosexual de sus teorías. Por otra parte, estoy usando los mitos como compuertas a los temores y las aprehensiones de la humanidad a través de los siglos: la receptividad femenina es frecuentemente simbolizada por el inconsciente mismo; las mujeres están especialmente dotadas para lograr el acceso al inconsciente y a las fuerzas de la oscuridad, han sido médium, oráculos, sibilas y, por supuesto, brujas. El inconsciente, símbolo de la receptividad femenina, no es siempre benigno. Frecuentemente es un monstruo que amenaza el orden racional del ego. Es la ballena que se traga a Jonás y destruye a Ahab; el laberinto, con sus infinitos giros, que acoge al Minotauro; los dragones que guardan a las damiselas, y que son femeninos para los chinos; Leviatán que emerge de las profundidades contra Yahvé; es Ti Amat de las aguas profundas domadas por Yahvé y conquistadas por Marduk; Perséfone, que guía a las almas...
Identidad masculina
La identidad, en su acepción más condensada, representa la sintonía o distonía entre lo que siento y pienso acerca de mí mismo y lo que creo y siento que todos los otros piensan y sienten acerca de mí. Es, por supuesto, algo que se construye en una relación intersubjetiva. En estos ténninos la relación homosexual madrehija que se establece en los primeros meses sólo puede afianzar el sentimiento de identidad en la niña como tal: ese ser todopoderoso que la cría es muy parecida a ella. Con los años será idéntica, un día menstruará y, de un momento a otro, habrá dejado de ser niil.a para ser, pensarse, sentirse, mujer. Con los hombres las cosas son muy diferentes: mientras que los procesos de identificación femenina son relacionales, los masculinos son oposicionales. Para el niño esa Diosa es diferente a él y, dadas las exigencias del mundo patriarcal, va a tener que
La misoginia en al contaxto histórico 113
esforzarse. para empezar, en negar el resto de su vida ese su "emocionar" protofemenino y, al hacerlo, llegar a ser, siempre con dudas, un "hombre verdadero El nino se instala oponiéndose: no soy mi madre, no soy un bebé. no soy una niña. Tal es el origen de una identidad masculina que pone el acento en la lucha y la diferenciación, en la distancia que establece con respecto a los demás y. dado que se escucha con dificultades, en la poco eficiente relación afectiva consigo mismo; en síntesis: le falta una receptividad más fluida. Así, desde la infancia a la edad adulta, la masculinidad es mucho más una reacción que una adhesión. A fin de cuentas "la primera obligación de un hombre es la de no ser una mujer" ( Stoller, 1974). La ineludible separación de la madre, vía la irrupción del padre y la instalación de niños y niñas en la escuela, oscila entre dos temas complementarios: la traición a la madre amada y buena y la liberación de la opresión materna, la madre mala, fru strante y todopoderosa. Según la imagen dominante, aunque una no vaya sin la otra, serán la culpabilidad o la agresividad las que se pondrán de manifiesto. Freud (1961) atribuía al hombre - a sí mismo a fin de cuentas - , "un desprecio normal" de la mujer debido a la carencia de pene. Pero Janine Chasseguet-Smirgel (1986), más aguda, detecta: "tras ese desprecio manifiesto... una imago materna poderosa, envidiada y terrorífica". Aterroriza porque simboliza la muerte, la cuenta atrás. la aspiración a través de una matriz ávida. Pero las cosas no pueden quedarse de esta manera y deviene así la venganza del patriarcado en la creación de la institución escolar, porque ahí se va a consolidar el comportamiento que las sociedades definen como convenientemente masculino y que está elaborado con maniobras defensivas: temor a las mujeres. temor a mostrar cualquier tipo de feminidad, incluidas las que se esconden bajo la ternura, la pasividad o el cuidado a terceros y, claro está, el temor a ser deseado por otro hombre. En la escuela la mirada prevalece. Los escolares son observados todo el tiempo y han de ser supervisados. La escucha es controlada. Sólo han de oír lo que el profesor dice, no lo que desean escuchar entre ellos. Sólo la voz del padre-maestro importa y esa voz es la "causa" del aprendizaje. En el aula hablan únicamente cuando se les pregunta algo, esto es, cuando son empoderados por los maestros. Así, la escuela deviene una continuación de esa casa controlada por el padre donde los niños son vistos, no escuchados. La escuela crea una cultura del silencio, "produce" diferentes epistemologías que según Grumet (1988) se resumen a continuación.
114 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
Niños
Niñas
Se ven a sí mismos como creadores de conocimiento, que es:
Se ven a sí mis mas como receptoras del conocimiento que es:
1. Secuencial. Las relaciones ordinales (causa•efecto: alto•bajo) y jerárquicas.
1. Holistico. Las relaciones son plurales e Igualitarias.
2. Exclusivo. Basado en la exclusion del
2. Inclusivo. Por tanto, coociliatorio.
otro. 3. Linear. La vida es primariamente contemplada como producción. 4. Asume diferencias hasta que la relación es "probada". Coocemiente con la apropiación de las fuentes y la autoria, con la documenta• cióo.
3. Cíclico. La vida es contemplada desde una visión reproductiva (parto = malemaje, enset'ianza).
4 . Asume relaciones hasta que la diferencia es "probada".
5. Concerniente con el significado y la apropiación subjetiva.
Con el desarrollo progresivo de habilidades cognitivas durante los años de la infancia y en particular en la adolescencia se re-significa lo que hasta este momento podemos considerar como mayoritariamente emocional, esto es, sin la articulación plenamente verbal de la misoginia en el discurso sexista que prevalecerá a partir de entonces en adelante. En este punto puedo intentar explicar este discurso desde un punto de vista más "cognitivo" en tanto más intelectualizado. Para hacerlo me basaré en la hipótesis de la Disonancia Cognitiva que postula, por una parte, la existencia de límites a la disonancia o tensión experimentada entre expectativas y realidad y, por otra, la puesta en escena de mecanismos de afrontamiento compensatorios cuando uno se aproxima a límites tolerables.
El resentimiento y la banalidad son los mecanismos más poderosos
Para Scheler ( 1972), el resentimiento es el "autoenvenenamiento de la mente causado por una sistemática represión de emociones", que son procesos de conocimiento que nos informan y muestran cómo estamos con nosotros mismos y en la relación con los demás. ¿Qué emociones?, aquellas conectadas con la ansiedad ante la receptividad femenina: la envidia, ese poderoso y complejo sentimiento de fundamental impotencia que experimentamos cuando alguien tiene lo que uno cree merecer y el odio concomitante porque, en este caso, ella es, ahora, falsamente considerada como la causa de que nosotros no tengamos lo
La misoginia en el cont&1tto histórico 115
que pensamos que nos pertenece: puedo perdonar todo menos lo que eres, que eres lo que eres, que yo no soy lo que eres, por tanto que yo no soy tú. La ideología sexista es extremadamente banal y es ejercida por aquellos que piensan lo mínimo posible o lo hacen de la manera más trivial, que están poco habituados a dialogar consigo mismos, elemento indispensable de la reflexión útil. Los actos de los misóginos pueden ser grotescos y aberrantes pero sus ejecutores son absolutamente ordinarios, de ninguna manera monstruos o seres satánicos, sin signo alguno de una convicción ideológica mínimamente elaborada y que se condensa en los vulgares clichés de todos conocidos. Lo que los hace malvados es, precisamente, su falta de conciencia, la ausencia de diálogo interno. La misoginia es el crimen de la gente común, que en su ordinariez es incapaz o inhábil para pensar, para preguntarse, y menos aún contestar a las preguntas acerca del sentido de sus vidas y de sus actos. Los misóginos, los millones de ellos, no son ogros, son gente ordinaria y precisamente por esta su ordinariez, son absoluta mayoría y por ello es tan dificil de erradicar.
Erotismo, amor e intimidad cuestionados
A lo anterior habría que sumar que en la adolescencia emerge, con toda su fuerza, la posibilidad del ejercicio de la sexualidad como terreno biológico compartido con todos los seres sujetos de reproducción sexuada y, más importante aún, la vivencia del erotismo como capacidad plenamente humana sobre la que se sustentará el enamoramiento y, deseablemente, el amor. Éste será un terreno en el que la misoginia y el sexismo escenificarán una guerra íntima. Pero vayamos por partes. Con la bipedestación, hace aproximadamente cinco millones de aí'ios. las señales visuales del estro desaparecen para el hombre y entra en escena la aparente "disponibilidad" sexual de las mujeres, por el solo hecho de estar ahí como un recordatorio permanente de lo que el varón no es. Para Sartre (1966 y 1972), la obscenidad de la vulva no radica en su "asquerosidad", en cuanto a sus secreciones sino, más bien, en su oquedad, en su apertura a posibilidades que, en sí mismas, entraí'ian riesgo. Ese hueco habrá de ser cerrado vía virginidad, embarazo, o coito: se trata de llenarlo con el pene. El terror a la impotencia no es el hecho de no lograr una erección sino, mas bien, a la imposibilidad de llenar el hueco vaginal y que otro --o peor aun, otra- lo haga.
I ICí Hombres ante la mlsogínla: miradas críticas
Según Galende (2001), los hombres siempre hemos creído que el placer erótico de la mujer consiste en que, con nuestra erecta fuerza masculina, ellas logren gozar. Entre nosotros y ellas desde siempre existe una zona fronteriza, la mera distancia mayor o menor entre las pieles, en la que habrán de ser negociadas las necesidades individuales y, con ellas, tramitadas las mutuas dependencias. ¿Es también ésta, como otras geografias más terrenas, se pregunta Galende (2001 ), una zona de guerra? Lo viene siendo desde siempre, en esta cultura patriarcal en la que la negación del otro y sobre todo el actuar con impunidad, que es eso la violencia y no otra cosa, es la forma de relacionamos con el otro. Habitamos un mundo de profundas desigualdades y antagonismos; la guerra y la catástrofe ya no pertenecen al espacio exterior del hombre, a un territorio y un tiempo identificable. Ahora habitan la vida interior misma. Esta guerra, que se desarrolla en la intimidad de hombres y mujeres, cuestiona nuestras identidades tradicionales, redefine nuestros papeles en las relaciones de amor y de sexo, condiciona el dcsempei'io de los valores masculinos y femeninos en la esfera social y en la vida de las instituciones. Ello, creo yo, a partir de los dos hechos más importantes y revolucionarios del siglo pasado: primero el desacoplamiento entre erotismo y reproducción como resuhado del perfeccionamiento de los métodos anticonceptivos y, segundo, el movimiento de liberación feminista iniciado en los años sesenta del siglo pasado y, con ello, el acceso de las mujeres a las posiciones, privilegios y responsabilidades tradicionalmente ocupadas y ejercidos con regular fortuna por los varones. Estos dos hechos han significado que la mujer se haya erguido en pie de igualdad con el varón y, con ello, hacer patente la fragilidad de la identidad masculina en el plano que más nos afecta: el de la intimidad y el erotismo. Al respecto citaré extensamente a Galende: El desequilibrio subjellvo que produce la nueva situación de la sexualidad femenina, más libre en sus relaciones de pareja, pmee la
mism■
Intensidad que 11 violencia con la
que r espondemos los varonu. Violencia físka con mayor frecuencia que antes, pero también otras formas de a gresión, a través del abaadono, el maltrato pslqulco, el abuso, la dist ancia e modonal a la que sometemos a la muje r. Este es el verdadero ucena rio masc■ lino
de la libertad sexual: aceptamos la sexualidad libre de la muj er pe ro nos
cobramos coa e l desamor, el no compromiso emocional, d engaño o la distancia afeetl• va y la complicidad silenciosa o negligente con s us hostigadores, torturadores y, aun, asesinos.
La misoginia en al contexto histórico 117
Los hombres sólo aceptamos y valoramos la ig•aldad de la mujer ea e l trabajo si ésta se acopla a los valores de la masculinidad: la rivalidad, la competitivida d, el individualismo, el rendimi ento. Los hombres no sabemos convivir fácilme nte con la muje r que no re nuncia a su poder femenino en las tareas de la empresa , la competencia académica o la profesión. Tendemos sie mpre a reinstaurar la división: aceptamos su igualdad con la condición de que se comporte como nosotros ea el trabajo, mientras que secretamente tratamos de r establece r la intimidad sexual con ellas, pro poniéndoles que sólo en esa Intimidad sea n femeninas. Gran parte de los problemas del acoso sexual responde a esta fragmentación que los hombres hacemos de la mujer. Las mujeres han loi:;rado correr la cortina de e ni:;años y a pariencias con que los hombres ocultjbamo s 1111 fragilidad d e la Identidad masculina. La pe rcepción masculina que ve a las mujeres como un mero objeto sexual vendría de que se ha desvanecido el carisma de la mujer pura, de la esposa y madre. Ahora que la muje r trabaj a y no necesita protección masculina, se ha convertido en la antítesis de aquella fantasía. Al ser libre desde muy joven a la mujer se la Identifica como la "zorra", la qu e le gustad sexo, la que &•na su dinero y se lo &asta en lo que quier e. Habría allí una fuente de rencor masculiao, de barbarie a veces contenida, a veces suelta ea toda su fuerza ciega. Estas mujeres pa r ecen esta r luc hando contra significados y valores que provi ene n de su propio mundo inte rior: enfrenta r los significados de la maternidad; rebelarse contra la represión de su sexualidad impues ta por la moral¡ desafiar los ideales de pureza y castidad; redime nslonar sus anhelos de pasión y e ntrega amorosa¡ luchar contra sus d eseos fntimos de compromiso, protección y segurida d que esper a n de un hombre; acepta r una su: ualldad libre, expresada en relaciones múltiples con hombres diferentes, que las lleva a romper con el refugio de la pureza exigida por la moral patria rcal; re nunciar a sus anhelos de amor románrico compromerido como lo piden sus ideales de ser única para alguien único. ¿Cómo e nfrutane a una mujer que inicia un acercamiento sexu al o lo provoca de ma ne ra más abier ta, sin dudar por ello de su amor '? ¿Cómo asumi r el compromiso y la pasión con aliuien que no renuncia a su liberta d y que puede comportarse como él m ismo, es d ecir, desea r sexualmente a otro, engaliar o ser Infiel? ¿Por qu é proteger. cuidar, mante ner, dar seguridad, prometer continuidad y estabilidad a a lguien que no u tá dlsp uu ta a entregar a cambio la fidelidad , la exclusl\'Jdad, el somellmluto a l ma trimonio y a la ma ternidad? Expuestos a relacio nes m is libres y mutuamente elegidas nuestra depe ndencia e mociona l se hace mas crítica que en las parejas formales. Muchos rea ccionan con violencia contra la muj er que aman; otros se d edican a la a cusación y el reproche
culpando a la
m11Jer por la Inestabilidad en que viven; algunos e nsayan ve nganzas, en general por el
118 Hombres ante fa misoginia: miradas criticas
lado del dinero o el a bandono premeditado; otros se aprovecha n de la libertad del se10 y se disponen para pasar el momento; están los que renuncian al amor porque no soportan la desconfianza y el miedo; otros transforman su vida amor osa y snual en escaramuzas de guerra, estrategias basadas en la corta d•raclón y la capacidad de reli rada; otros buscan refugio e n los viejos a mores y en las antiguas rutinas del retiro voluntario, en general resentidos e Idealmente unidos a las ruinas del amor romántico. Lo que resulta evidente es que la vida emocional de los hombres está sie ndo a ltamnte fragll\zada y que las estrategias de defensa, o simplemente las reacciones son diversas. Conoumos el correlato cHni(o de esta fragilidad: nos enfe rmamos con mas frecuencia que las mujeres de diversas dolencias, morimos más tempranamente que ellas, sufrimos todas las palologlas del eur~s, somos habituales (Onsultantes de los suólogos por ansiedades sobre nuestra capacidad sexual, las adicciones nos atacan en mayo r número que a las mujeres. (Calende, 2001)
Todo lo anterior ocurre para todos los hombres, pero es en las profesiones de servicio en las que las contradicciones resultan aterradoras e indignantes para la sociedad en su conjunto y son especialmente dañinas para las mujeres.
La misoginia de los psiquiatras, psicoterapeutas, abogados y sacerdotes
El varón profesional que responde a las necesidades de ayuda de su clientemujer tendría que tener muy claro que lo hace en una relación arquetípicamente patriarcal y, por tanto, adoptar una perspectiva de género. Este marco conceptual es, para la enorme mayoría de los profesionales prestadores de servicios, totalmente desconocido. Si por una extraña casualidad lo conoce, habrá de plantearse el problema de su ineludible misoginia no sólo en términos de género sino, también, de abuso de poder, entendido éste como la capacidad de influir o determinar la conducta del otro. Pero no todos podemos ser capaces de aplicar tanta lucidez sobre nosotros mismos y sobre nuestros colegas congéneres. Condición para ello habría de ser el escucharse a uno mismo, tomarse la molestia de leer, infonnarse, ser receptivos a los argumentos de las mujeres y eso, como hemos visto, no es nada fácil para nosotros los hombres. Los más frágiles, los más dolidos, no pueden mantener su masc ulinidad y luchar contra, por una parte, el deseo nostálgico del seno materno y, por la otra, la urgencia por obliterar, ahora, dos cavidades femeninas: la boca, que no hablen tanto por favor, y la vagina.
La misoginia en el contexto histórico 119
Así, de esta fonna, continuamos en la masculina tarea de manipular, explotar, en suma: continuar detestando u, hostilmente, condescendiendo con las mujeres. La misoginia y el sexismo subyacen al hecho de que, en las cifras a las que he tenido acceso (Bohmer, 2000), de 4 a 13% de todos los terapeutas se involucran en contactos sexuales con sus clientes~ los abogados en 7% y los clérigos de 5 a 10%. El 80% de los perpetradores son hombres y las victimas mujeres; una gran proporción de ellos son repetidores (Holroyd y Brodsky, 1977~ Bouhoutsos et ai, 1983; Pope y Bouhoutsos, 1986). Estas cifras, estadounidenses, resollan engañosas ya que la mayoría de las víctimas no reportan el hecho y los directamente involucrados mucho menos (estoy hablando sólo de abuso sexual, no de otras formas de explotación de las mujeres). Y no lo hacen por varias razones, puedo mencionar algunos, aunque con seguridad se me escapen otras: cuando se trata de buscar la ayuda de un contador para la declaración de impuestos o de un plomero para que nos repare alguna fuga de agua en casa, las cosas pueden ser sencillas, pero cuando se trata de ayuda psicológica, legal o religiosa, el asunto es muy diferente. Las mujeres que buscan ayuda y son sexualmente explotadas en el proceso de obtenerla son culpables dos veces: por buscar esa ayuda y, típico argumento sexistamisógino, "provocar" sexualmente a su ayudador. Además, las víctimas tienen que responder al argumento de que se trató de un asunto privado, de sexo consensual, sin la evidencia de violencia que niega el hecho de haber sido forzadas, como es el caso del maltrato o el rapto. Cuando la búsqueda de ayuda es por sufrimiento emocional, la mujer se encuentra con que, vox populi, la psiquiatría y la psicoterapia son para los locos o para los débiles. Cuando se trata de la asesoría de un abogado para, en particular, llevar a cabo un divorcio, la situación es bastante compleja ya que la mujer se encuentra, por definición, en una problemática de pareja aguda o crónica y todo lo que resulte de su relación con el abogado va a ser entendido como "evidencia" de su perfidia contra el hombre. Cuando se trata del sacerdote, seguramente la mujer tentó al santo varón. Estos sólidos y sesudos argumentos están penneados por la profunda ambivalencia social acerca del sexo y nuestras complejas y contradictorias actitudes acerca de la conducta femenina "apropiada". Debido a que el tema del daño psicológico es el elemento central, los profesionales son necesitados aún más en otros problemas como el abuso de niños, el maltrato a mujeres y la violación por extraños, porque en estos casos algunos
120 Hombres ante la misoginia: miradas criticas
componentes del trauma son visibles. En los casos de explotación profesional no violenta, el problema debe ser planteado en términos del daño psicológico causado, término legal bastante complejo de por sí, de otra manera será visto como una relación romántica entre el profesional y su cliente-paciente. Y la víctima que necesitó de la ayuda profesional es definida como problemática en el mejor de los casos, loca en el peor. Por otra parte y para complicar aún más las cosas, el efecto negativo de la explotación sexual por el profesional en la condición psicológica (Friedman y Boumil, 1995) usualmente sólo puede ser valorado por otro profesional que, si denuncia, lo hace contra un colega y congénere: traidor dos veces. Si en la explotación sexual el tema central es el abuso de poder, éste es ejercido de, por lo menos, tres maneras distintas: l. Mujer contra profesional. El poder es totalmente asimétrico; en una relación de ayuda, el poder es desigual por definición. II. Los profesionales involucrados, psiquiatras, abogados o clérigos son o representan autoridad en la sociedad. III. En ocasiones, la queja es contra miembros prominentes de estas profesiones que, además. son hombres.
Esto último los diferencia, por ejemplo, de los violadores, quienes no son individuos particularmente poderosos y, por tanto, tienen únicamente la "protección" de su género. En el territorio concreto del consultorio, el buffette o el confesionario se hacen patentes diferentes estrategias misógino-sexistas producto, creo, de un serio conflicto al interior de los profesionales que habrian de tomar, paradójicamente, una posición intermedia, trátese de sus usuarios masculinos y, particularmente, femeninos ; esto es, una doble escucha femenina, de sí mismo y del otro y, tarea más fácil, una articulación del logos masculino. Y no es tarea sencilla, requiere de una transformación emocional que va a contracorriente de la ideología y las prácticas que son parte nuclear de la formación en las diferentes profesiones. Los psiquiatras somos médicos, el arquetipo del padre en acción, y, como tales, hemos expropiado el cuerpo (genitales incluidos) y el cerebro de nuestros pacientes convirtiéndonos en sus guardianes. La escuela de medicina tiene una organización jerárquica muy parecida a la del ejército y, claro, nosotros que estamos en guerra contra la enfermedad requerimos de tropas y estrategas. Hacia
La misoginia en el contexto histórico 121
nuestros pacientes tomamos una actitud de paternal bondad y protección toda vez que nuestra autoridad no se vea desafiada por algún paciente no pasivo al que se le ocurra, solamente, cuestionar las razones de tal o cual diagnóstico o prescripción. Los llamados pacientes son infantilizados, y las mujeres en particular miradas desde una postura de amable condescendencia. Al igual que, en el mejor de los casos, las colegas médicas, cuando no sufren del habitual hostigamiento en forma de bromas o franco acoso sexual. En el terreno de la psiquiatría actual, más biologicista que nunca, dada la seducción económica de la industria farmacéutica y el mínimo esfuerzo intelectual que representa escribir y finnar una receta, la división masculino-femenino se hace patente: de este lado los psiquiatras, mayoritariamente varones, del otro las psicólogas y los y las psicoterapeutas provenientes de una orientación más social. Siempre me ha dado la impresión de que los líderes oficiales de la psiquiatría en México ostentan un desprecio, casi transparente a los ojos de alguna buena observadora, hacia las psiquiatras, las psicólogas y las trabajadoras sociales. A final de cuentas son, estas últimas, "auxiliares médicas" o elaboradoras de estudios "auxiliares del diagnóstico". Por otra parte, el silencio de estos líderes, parecido al de la Iglesia en lo que a temas de abuso profesional se trata, es ensordecedor y pareciera que nadie osa desafiar este estado de cosas. ¿Temor a la castración en donde de verdad duele? ¿En el bolsillo y en el prestigio profesional? Alguna vez, durante la realización de un congreso nacional de psiquiatría, un querido amigo y colega, refugiado en su consultorio y sabiamente en provincia, se lamentaba: "ésta, mi querido Mario, es una generación de castrados y resentidos". El psicoanálisis y las diferentes psicoterapias toman forma como un método terapéutico, el feminismo como una estrategia política (Buhle, 1998). Los dos sistemas ocupan un dominio comün como teorías libertarias de la condición humana aunque tengan momentos de conflicto o competencia. El feminismo puede ser definido muy ampliamente como una refutación de la autoridad masculina. En sentido amplio, el eje definicional del feminismo oscila entre la diferencia que enfatiza las cualidades que distinguen a la mujer del hombre que determinan sus papeles distintivos, derechos e identidades, y la igualdad que significa una demanda de autonomía y justicia basada en la humanidad comün de hombres y mujeres. Las neofreudianas, comenzando con Karen Homey (1973) en 1930, han criticado a Freud, conocido misógino (Breger, 2001), por sobrestimar los factores biológicos en la fonnación de la personalidad. En este sentido, Jung lo hizo un poco mejor pero, aun rodeado de discípulas y reconociendo el poder del ánima en el hombre, es conocida su pennanente transgresión de la
122 Hombres ante la misoginia: miradas crfticss
ética vía explotación sexual y, quizá, financiera (Noll, 1997). Estas feministas disminuyeron su énfasis en los instintos y la anatomía privilegiando el campo indetenninado de las influencias ambientales e interpersonales, desde las prácticas de crianza hasta los sistemas ideológicos. Agudizaron el significado de dos puntos de referencia opuestos tanto en el feminismo como en la teoría psicoanalítica: la biología y la cultura, la naturaleza y el medio ambiente. El capítulo que iniciaron aún pennanece abierto como lo demuestra este mismo trabajo. No todos los psicoterapeutas, debido a nuestras diferentes orientaciones, tenemos que entender y luchar contra los fenómenos transferenciales y contratransferenciales de la manera en que lo hacen los psicoanalistas. Es por ello que la violación de la ética profesional en ellos resulta ser, cuando ocurre, por lo menos alarmante. Los abogados son miembros de una profesión también marcadamente patriarcal. Como lo es, desde luego, la institución matrimonial: contrato público que, a diferencia de la relación amorosa que es un contrato privado, se finna frente a una autoridad legal y religiosa y que, curiosamente, no tiene cláusulas de salida. De esta forma se legitimiza el que un hombre no tenga que molestarse en desarrollar una receptividad femenina: "compra" una mujer y su fidelidad se torna base y garante de la institución matrimonial; me explico: si la mujer va a ser infiel, ¿qué sentido tiene casarse con ella?, ya que no podré estar seguro de que los hijos que vengan sean, de verdad, míos, y si es así, ¿qué sentido tendría transmitirles mis propiedades? Además, cuando mi mujer, mi vagina vicaria, me es infiel, me siento violado. Y la homofobia asoma su apanicante cabeza... Si mi mujer no me es fi el o quiere divorciarse de mí sin que yo esté de acuerdo tengo una solución complicada pero eficiente: le "echo encima" al Estado, a los abogados y al clero. Los abogados, los jueces, el ministerio pllblico son, redundando, juez y parte cuando se trata de atender a una mujer. Y los traiciona el inconsciente y la conciencia, ya que sólo 2% de todos los casos de abuso sexual denunciados en cualquiera de sus formas logra obtener alguna forma de sanción legal (Alternativas Pacíficas, A.C., 2003, comunicación personal). El punto de vista religioso entiende la misoginia, si es que la entiende, y el sexismo desde la perspectiva de la llamada religión patriarcal. Con la veneración de un dios masculino vino el derrocamiento de las diosas, y con la dispersión del judaismo, la cristiandad y el islám, la predominancia de una ideología que ve el poder masculino como divino y la "debilidad" femenina como tentación.
La misoginia en el conte:Kto histórico 123
Jehová castiga a Eva con los dolores del parto y a Adán con los del trabajo. De esta manera soportar los dolores del trabajo y la guerra, el machismo, es el equivalente de soportar los dolores del parto, pero sin lágrimas. En la doctrina para la maternidad no es necesario el sexo y, por ende, la mujer (la creación de Eva); el matrimonio virginal, como el de José y María, es el ideal; el bautismo mismo, administrado por supuesto por un hombre en la religión católica, es el renacimiento espiritual. Y el espíritu es bueno y la naturaleza representada por la mujer, mala. Si la mujer es la naturaleza y la naturaleza es la tierra, entonces la muerte es el retomo a la tierra o el retomo a la mujer. El coito es el retomo a la mujer, pero también a la naturaleza y a la tierra: es una "pequeña muerte", petite mort. el término francés para el orgasmo. El hombre teme el agujero de la mujer tanto como teme "el hoyo en la tierra" que va a ser su lugar de descanso eterno. Por ello la suprema importancia de que Cristo conquiste la muerte, esto es, la mujer, y se levante de nuevo, eternamente erecto. Curioso: la resurrección es la promesa final de estas religiones. El abuso sexual y otras formas de explotación por los clérigos es una violación espiritual, del alma, para las mujeres que creen en ello. Sustentada por las, inevitablemente reduccionistas, ideas expuestas en los párrafos inmediatamente anteriores. Así las cosas considero, con Galende (2001), que el destino de las nuevas relaciones de amor y de sexo en las que todos estamos involucrados sólo logrará afirmarse en la medida en que sea capaz de modificar los parámetros de jerarquías y poder que el patriarcado ha instaurado en las diferentes esferas de la vida social. Es decir, considero que la familia como base del patriarcado y el traslado de sus valores a la esfera social y la producción cultural constituyen la clave para el destino de las actuales transformaciones. De allí que todos los fundamentalismos, no sólo los religiosos, se hayan abocado a la denuncia moral y al reclamo por la defensa de la familia. Confian en que la preservación de la familia tradicional sea a la vez la garantía del alejamiento de los principios convulsionantes del reconocimiento de la igualdad de la mujer y su derecho a la libertad sexual. Somos en este tiempo más responsables que nunca en la historia de nuestro devenir y nuestro destino. Somos más libres pero estarnos más solos ya que hemos de negociar continuamente los parámetros de la intimidad protectora. Como he mos visto, el resentimiento, la necesidad y la dependencia siempre lo producen, explican el mecanismo de la misoginia. Pero, en su negatividad, uno puede discernir una afirmación subyacente: despreciar en los otros lo que
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uno secretamente ambiciona o codicia significa afirmar lo que es despreciado/ ambicionado, de otra manera no nos importaría. Las "uvas verdes" vienen después del deseo. Así. a pesar de todo, la subyugación y humillación de las mujeres debido a que el hombre anhela, codicia, lo que ella es y de lo que el hombre carece es, ipso facto, la afirmación del valor de lo que el hombre no tiene y la mujer sí. La misoginia y el sexismo en su más extremo negativismo revelan las semillas de su propia eliminación y, también, señalan la dirección en que esta eliminación debe ocurrir: la búsqueda del macho-hembra, la búsqueda del verdadero andrógino. Ello se acercaría a lo que GeOtz (1999), denomina como un "trabajo artesanal", lograr algo bello y útil. El andrógino trasciende todo lo que es peculiar de sólo un sexo y de las meras amalgamas de las características femeninas y masculinas, sean físicas o conductuales. En las palabras de June Singer (1976), "el andrógino es una representación en forma humana del principio de la totalidad". Existe, por supuesto, una dimensión mística en el logro de la androginia, pero no debe ser pensada como una mera y no fructífera clase de meditación, la acción de dilettantes y sicofantes. Al contrario, es la inmersión contemplativa en un ideal fuera de la cual, eventualmente, existirá un desbordamiento, un derrame, en la praxis del vivir cotidiano.
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11. La misoginia en las políticas públicas
La presencia de la misoginia en el fenómeno de la inseguridad* René Alejandro Jiménez Ornelas•• con la colaboración de: Aarón Víctor Reyes Rodríguez, Alicia Ordóñez Vázquez, Lucia Mirell Moreno Alva, Miriam Arroyo Belmonte y
Mariana Becerra Sánchez
En México, como en la mayor parte del mundo, la desigualdad es uno de los factores que frena el desarrollo armónico de las sociedades, y entre aquellas que
más deterioran la calidad de vida de la población, se encuentran las que son propiciadas por el género, las cuales colocan en desventaja a las mujeres respecto a los hombres, generando relaciones donde el abuso del poder y la violencia contra las mujeres son culturalmente aceptados. Un ejemplo clarn de esta problemática lo representa la misoginia, entendida
como el odio, rechazo, aversión o desprecio que los hombres manifiestan en relación con las mujeres o en lo concerniente a lo femenino, La situación tiene una historia que viene presentándose desde hace siglos; depende de la educación, de la formación y de la ideología acerca del género masculino y femenino que recibe cada individuo, produciéndose entonces un acoplamiento entre la mujer para la sumisión y el hombre preparado para el dominio; es por esta razón que se considera que la mujer estimula y conserva la estructura tradicionalista de la familia que ha imperado a lo largo de los años. La misoginia se encuentra relacionada directamente con el patriarcado y las situaciones discordantes que se presentan en relación al género, manejando como eje central y primordial al hombre (como género), donde principalmente se busca el dominio de la mujer, denegando a ésta y su papel dentro de la vida, estableciendo relaciones opresivas y desiguales.
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