Historia Y Cognicion

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Fernando Betancourt Martínez

Historia y cognición. Una propuesta de epistemología desde la teoría de sistemas México Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Iberoamericana 2015 344 p. (Serie Teoría e Historia de la Historiografía,12) ISBN UNAM: 978-607-02-6586-0 ISBN UIA: 978-607-417-316-1 Formato: PDF Publicado: 10 de agosto de 2015 Disponible en: http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/ libros/historia/cognicion.html

DR © 2015. Universidad Nacional Autónom a de M éxico-Instituto de Investigaciones Históricas. Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier m edio, sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Prólogo

El estudio que aquí se presenta tiene por objetivo desarrollar una perspectiva de la disciplina histórica como sistema operativo. En ese sentido, no se trata de un ejercicio de fundamentación tal y como se ha entendido desde el siglo XIX. Por más que diversas tradiciones de pensamiento hayan coincidido en la necesidad de aclarar las ba­ ses que permiten a los historiadores producir interpretaciones, emi­ tir juicios o articular conocimientos sobre realidades pasadas, no se han dejado de exhibir los límites de esa empresa. Acudiendo a un sinfín de argumentos —algunos sacados de la filosofía de la ciencia en su versión empirista, otros más relacionados con la hermenéuti­ ca en su modalidad romántica o incluso posterior a Dilthey—, cada tanto se asume que ese asunto puede darse por concluido. La orientación que atraviesa los cinco capítulos que conforman este libro podría muy bien concordar con la aseveración previa, si no se tomara en cuenta que las razones aducidas son diametralmente diferentes. Si el asunto está concluido, la disyuntiva que se plantea es aceptar que los problemas de justificación formal han sido final­ mente solventados, o asumir que en realidad se trata de otro tipo de problemas no reducibles a la semántica convencional de la noción. En el primer caso, la teoría ha permitido clarificar las bases que sostienen a la historia como empresa científica, legitimando con ello el conjunto de procedimientos que concluyen en interpretaciones, juicios o conocimientos sobre eventos pasados; los que exigen justi­ ficación son los productos alcanzados conceptualmente y validados por un orden metodológico indudable. En el segundo caso, no se trata de teorizar sobre la consistencia intrínseca de las representaciones historiográficas, sino de describir reflexivamente la lógica operativa involucrada. Esto último requiere, por tanto, de un instrumental ana­ lítico diferente al ensayado. El paso de los productos al proceso eje­ cutado previamente no es simplemente resultado de una acumula­ ción de logros que han transitado ya por su propio umbral

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epistemológico. Lo que se presenta entre un ejercicio y otro no es otra cosa que el fenómeno de discontinuidad, llamado en la actualidad a sustituir ese sentido de progreso formulado por las enfáticas expec­ tativas previas. A tal punto llega ahora esta presunción que la duda que preña a la labor de justificación formal —la teoría en su proyec­ ción más abarcadora— puede incluso extenderse a la propia ciencia objeto de deliberación reflexiva. Simplemente plantear que el obje­ tivo de una y otra sea la clarificación, la ilustración sobre una zona de obscuridad o la determinación absoluta de lo que es como tal, parece ser sólo expresión nostálgica de una época pasada. Aquí se puede introducir una enseñanza de la sociología del co­ nocimiento susceptible de generalización. Podemos dar por descon­ tado que las opciones que se han desplegado desde el siglo XIX en términos cognitivos —por tanto, no sólo de la sociología del conoci­ miento— se han orientado insistentemente a tratar de corregir "los errores" que se presentan en el campo científico. Pero el índice de discontinuidad señalado apunta, por el contrario, a que lo que debe ser corregido es el conjunto de "las verdades" que se han producido en esa labor reflexiva.1 En realidad, este cúmulo de aspiraciones y las maneras de tratarlas —ya sea en el campo de aplicación metodoló­ gica, ya en el ejercicio desplegado como racionalización de esa apli­ cación— corresponden a la conjunción de criterios tomados de ma­ nera implícita. Esto es, se trata de un emplazamiento a partir del cual se vuelven visibles los problemas y las maneras de resolverlos. Esto, por supuesto, a condición de mantener invisible la consistencia de ese emplazamiento. Aquí aparece una paradoja: se justifican los pro­ cedimientos y los resultados aportados, pero nunca aquello que per­ mite identificarlos y racionalizarlos. Pero esto no es un error de pers­ pectiva, es lo propio de toda perspectiva —incluso de la que aquí se propone—, lo que no obsta para reconocer los desniveles, es decir, las diferenciaciones que en cada caso se producen. Asumir la discon­ tinuidad por sobre la continuidad o la tarea de revisar las verdades 1 Esta perspectiva de Peter L. Berger y Thom as Luckm ann la cita N iklas Luhm ann como un indicador de la situación que guarda la discusión en el terreno de la sociología interesada en la condición social del conocim iento. N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, trad. de Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe Segura, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Supe­ riores de O ccidente/A nthropos, 1996, p. 55.

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más que los errores, son sólo otras manera de observar, otros empla­ zamientos de visibilidad, pero condicionados a límites precisos. Si toda observación es una operación que puede identificar algo es por­ que ella misma introduce una diferenciación previa. Observar es diferenciar.2Entre estas dos modalidades de obser­ var el conocimiento histórico, entonces, se introduce una diferencia entre los tipos de diferenciaciones involucradas en cada caso. Lo interesante es que dichas diferenciaciones parten de una distinción temporal —pasado/futuro— que es central para el propio conocimien­ to histórico y que plantea una circularidad nada casual. Para la teo­ ría de la historia convencional, solidaria con esa reflexión cognitiva interesada en errores y continuidades, la historia es un saber que se distingue por sus referencias al pasado. Mientras que la reflexión operativa, inclinada a revisar la distinción continuidad/discontinuidad y verdad/no verdad, sólo puede optar por el futuro del pasado. No sólo se trata de dos maneras de definir el saber histórico, ciencia del pasado en el primer caso, ciencia del presente en el segundo; tam­ poco se trata sólo de dos tipos de ubicaciones temporales diferentes. La disparidad no se reduce, por tanto, al gesto de indicar uno de los dos lados de la distinción. La primera opción se ciñe a indicar uno de los lados de la dis­ tinción; la segunda hace algo más: alude a la unidad de la distinción. Los desniveles que se presentan corresponden, en suma, a los ni­ veles acordados de la propia operación de observar. La teoría de la historia que parte de la definición ciencia del pasado, construye un conjunto de observaciones característicamente de primer orden, siempre y cuando se considere que son así sólo para las observacio­ nes de la opción operativa. Esta última, como puede notarse, adquie­ re la funcionalidad de un observador de segundo orden.3 No se trata de que esa venerable teoría pueda llegar a adquirir aquel segundo nivel de observación sobre las observaciones historiográficas, pues 2 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 156. 3 "L a m anera m ás sim ple de abordar el contenido program ático del concepto de obser­ vación de segundo orden es pensar que se trata de una observación que se realiza sobre un observador. Lo que exige el concepto es delim itar que no se observa a la persona en cuanto tal, sino a la form a en la que ésta observa". N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de siste­ m as..., p. 167.

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su límite, el mismo límite que presenta la epistemología convencio­ nal, lo impide.4 La anterior argumentación permite precisar más el objetivo de este trabajo. No busca clarificar las observaciones de la teoría de la historia, sino tomar en serio el desnivel que se produce respecto a las observaciones historiográficas, esas distinciones que produce la ope­ ración de investigación histórica. ¿Cómo se construyen esas obser­ vaciones? ¿Cómo se establecen los elementos que determinan su consistencia y funcionalidad? Del qué al cómo, el desplazamiento asume consecuencias divergentes. De las mismas sólo basta destacar una, central para explicitar la dimensión del objetivo buscado. Si se trata de una descripción de la operación, lo que se evidencia es un cambio en la función del ejercicio teórico. Para una perspectiva has­ ta hace poco tiempo incuestionada, la teoría sirve para resolver in­ terrogantes del tipo ¿qué contenido de referencialidad presentan los juicios historiográficos? ¿Qué papel tiene el método en la investiga­ ción histórica en el sentido de comprobación empírica? ¿Qué permi­ te a los historiadores captar las realidades pasadas? Como forma de corregir errores, la labor sólo terminaba cuando esto se traducía en recomendaciones atendibles por los propios in­ volucrados, es decir, los historiadores. Destacan en esto dos cuestio­ nes: la cualidad normativa de la teoría y su condición externa a la propia disciplina histórica. Pero si el énfasis se coloca en el cómo, lo que se evidencia es la pérdida de contenido normativo y la condi­ ción autorreferencial de la labor teórica. De la primera se puede decir que la pérdida se convierte en ganancia cuando la reflexividad apor­ tada se muestra como componente de la propia operación descrita. Esto, por supuesto, conduce a lo segundo: el carácter autorreferencial se juega en las posibilidades de describir la operación sólo desde las distinciones que ella misma involucra. Así, se pueden realizar dos afirmaciones. Primero, no hay nada que corregir en la lógica de la investigación histórica, pues sólo hace lo que está en condiciones de hacer y, por tanto, no puede

4 Aclaro, el térm ino convencional com o adjetivo no se puede tom ar com o expresión pe­ yorativa y, por tanto, pensar que dism inuye la im portancia del sustantivo con el que se en­ cuentra asociado. Ya sea la teoría de la historia, la filosofía de la ciencia o la epistem ología, su grado de convencionalism o refiere a la im posibilidad de acceder a la unidad de la distinción.

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hacer lo que no puede hacer.5 La operación historiográfica funciona y es funcional por sí misma; de lo que se trata en el asunto teórico es de describir esa funcionalidad. Segundo, esa descripción tiene que ser igualmente histórica como una forma de autoaplicación de los criterios movilizados en la propia investigación histórica. Estas dos aserciones son las coordenadas generales del trabajo desarrolla­ do en este estudio y se transmutan —particularmente el segundo — en un enfoque que busca solventar una cuestión particular: ¿qué significa explicar históricamente la disciplina histórica? Por otro lado, ambas se sintetizan en la apreciación de que si todavía es po­ sible una teoría de la historia, ésta tendría que asumirse como autorreflexión disciplinaria.6 Más allá de si lo anterior es dable, de lo que se trata es de expo­ ner la lógica de su funcionamiento, donde la pertinencia de la tarea está en la funcionalidad aportada a la propia operación y a los mecanismos de control interno que exhibe. Esto lleva a otra consi­ deración importante. La noción operación supone ejecutar una ra­ cionalidad específica, donde la significación del término alude a un entramado sistémico. Es decir, la disciplina histórica en su lógica de investigación supone, necesariamente, una conformación como sis­ tema operante. Ello conduce a sopesar la noción misma de disciplina y sus límites. Contrario a la idea de que una disciplina es la suma de las partes —incluso a veces se tiende a presentar a esas partes como sujetos (los historiadores)—, este libro asume que el todo es siempre más que la suma de las partes. Ni siquiera se trata, en este nivel, de aquel tipo de presunciones que atribuían toda producción cognitiva al sujeto, ya sea a su conciencia o a sus prestaciones racionales. 5 Luhm ann cita una frase de H einz von Foerster: "N o se puede ver que no se ve lo que no se v e ". N iklas Luhm ann, "¿C ó m o se pueden observar estructuras laten tes?", en Paul W atzlaw ick y Peter K rieg (com ps.), El ojo del observador. Contribuciones al con structivism o. H om enaje a H einz von Foerster, trad. de C ristóbal P iechocki, Barcelona, Paidós, 1995, p. 60. S i se traduce la frase en una form ulación trivial, el enunciado quedaría así: sólo se ve lo que se puede ver. Es trivial una expresión que condensa tautología, com o la apuntada arriba en el cuerpo del texto (sólo puede hacer lo que puede hacer). Pero lo trivial no es contrario a la operación científica; m ás aún, la ciencia requiere de tautologías, com o enseña el constructivis­ m o operativo. La operación científica es una constante m anera de destautologizar o desparadojizar por m edio de su propia operación. 6 Jorn Rüsen, "O rig en y tarea de la teoría de la h isto ria", en Silvia Pappe (coord.), Deba­ tes recientes en la teoría de la historiografía alemana, trad. de Kerm it M cPherson, M éxico, U niver­ sidad A utónom a M etropolitana A zcapotzalco/U niversidad Iberoam ericana, 2000, p. 68.

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De nueva cuenta, la racionalidad de la operación no es equipa­ rable a la presunta racionalidad de los sujetos que participan en ella. Y aquí, insisto, se trata de estudiar la operación, y la operación sólo define sus contornos desde ella misma. ¿Qué es, por tanto, un siste­ ma? Es un entramado de elementos y las modalidades a partir de las cuales se estructuran. Ese mundo articula relaciones internas — se entiende que entre los elementos básicos que logran estructu­ rarse— que permiten distinguir al sistema de las relaciones que se gestan en su entorno.7 Pero como esos elementos y las relaciones que es posible establecer entre ellos no se precisan como entidades o unidades estables —al tipo de realidades ontológicas, se podría decir—, generan siempre diferencias. Esos elementos son eventos o aconte­ cimientos que tienden a desaparecer si no se enlazan con otros acon­ tecimientos o eventos posteriores. Cuando logran enlazarse se crean estructuras, las cuales son más estables que los elementos enlazados. Esto introduce un gradiente de complejidad pues, primero, no se puede contar con un modelo de todas las relaciones posibles, ya que esas relaciones no se pueden prever ni siquiera al nivel de la opera­ ción misma: hay cada vez más elementos y relaciones entre ellos. Segundo, ese mayor número de relaciones entre elementos genera diferencias. La diferenciación constante es la condición para la re­ producción del sistema: como los eventos son los elementos que desaparecen continuamente se exigen criterios para seleccionar los enlaces que los relacionan con eventos que van apareciendo. Hasta aquí dejo la consideración sobre la consistencia sistémica del saber histórico. En los diferentes capítulos se aborda la cuestión de mane­ ra más minuciosa y puntual. Lo que interesa resaltar aquí de nueva cuenta son dos aprecia­ ciones. Los elementos básicos del sistema son comunicaciones, no cosas. Estaría sobreentendido que cuando se habla de interpreta­ ciones, juicios o conocimientos históricos no se alude a una condi­ ción de orden mental sino a una materialidad específica: enunciados y conjuntos de enunciados escritos por lo general. Si se trata de es­ crituras —lenguaje escrito — ese medio permite delimitar la forma de 7 N iklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, trad. de Silvia Pappe y Brunhilde Erker, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, Alianza, 1991, p. 36. No está de m ás enfatizar: no hay sistem a sin lím ites, por lo que la distinción bá­ sica que perm ite identificar un sistem a es la que se establece entre sistem a y entorno.

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una operación comunicativa determinada. Por tanto, la operación sistémica de la disciplina histórica se juega en el orden de lo comu­ nicable. Segundo aspecto: la funcionalidad del sistema no se con­ sume en su interior, sino en la capacidad de aporte que se presenta para el sistema global. ¿A qué se refiere ese sistema global? Sin duda, al sistema social en su conjunto. El modelo de operación sistémica que puede ser aplicado a la disciplina histórica está instau­ rado por el sistema social. Sin embargo, lo anterior no sólo define la relación conocimiento histórico-sociedad, sino que expresa el condicionante social de todo conocimiento científico. Ya la historia de la ciencia, uno de los rubros de la investigación histórica —pero también la sociología de la cien­ cia— se ha encargado de darle plausibilidad a esta perspectiva: la condición que permite el conocimiento científico no puede ser mas que de carácter social. La historia, como todo sistema científico, es una empresa característicamente social.8 De tal suerte que lo se ges­ ta es una relación intersistémica entre la disciplina histórica y una sociedad funcionalmente diferenciada. Pero habría que aclarar que esta relación, asimétrica en su condición formal, tiene además un elemento central: el sistema social y la historia comparten la misma operación básica: la comunicación. De hecho, la emergencia y el desarrollo del saber histórico es un orden explicable como conquis­ ta evolutiva de la sociedad tardomoderna, donde el nivel alcanzado se corresponde con la diversificación y ampliación de los procesos comunicativos. Analizar su funcionamiento debe implicar, además de lo apun­ tado anteriormente, un procedimiento análogo a aquel que busca dar cuenta de la estructuración del sistema político, del sistema eco­ nómico o del derecho. Todos éstos y otros más, incluida la historia, son subsistemas producto de la diferenciación social alcanzada. Se sigue del razonamiento anterior una particularidad que se ha inten­ tado explotar analíticamente: la ciencia de la historia presenta una singular estructura circular, pues aquello que pareciera conformar sus objetos de estudio articula al mismo tiempo sus condiciones de 8 "C o n el título de La ciencia de la sociedad querem os indicar que la ciencia no será tratada aquí com o un observador que oscila librem ente sobre el m undo, sino com o una em presa de la sociedad que produce conocim iento, y form ulado con m ayor precisión, com o el sistem a funcional de la sociedad." N iklas Luhm ann, La ciencia de la so ciedad..., p. 9.

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posibilidad. Lo que encuentra como áreas de estudio y objeto de in­ vestigación son, entonces, sus propios rasgos de condicionalidad so­ cial. Esto arroja consecuencias de primer orden en el ejercicio de des­ cripción, pues antes que tener como meta captar la realidad de los eventos pasados, esta ciencia del presente ejerce la función de pro­ veer a la propia sociedad de observaciones sobre sí misma. De esta tesis se sigue la importancia que adquieren en términos epistémicos las relaciones que la historia ha entablado a lo largo del siglo XX con las ciencias sociales y sus campos diversificados de investigación. No tendría por qué haber dudas sobre la legitimidad de una afirmación análoga, pero ahora respecto a la funcionalidad de esta clase de ciencias; historia y ciencias sociales comparten la productividad cognitiva de esa circularidad. La autoimplicación señalada —extrapolable a toda ciencia que trabaje sobre realidades sociales o culturales— define un circuito, una suerte de circularidad, que se ha ido convirtiendo en uno de los rasgos más llamativos de las teorías cognitivas. Podría incluso decirse que la relación sujeto/ objeto ha sido sustituida por una perspectiva donde la circularidad y la paradoja resultante adquieren potenciales de gran riqueza re­ flexiva. Esta relación y los diversos puntos de contacto que se gene­ ran en el orden de la circularidad mencionada se expresan en el nivel teórico y metodológico. De su análisis se desprende, como recurso analítico, la cualidad de transversalidad que presenta la historia respecto de la investiga­ ción social y de las disciplinas que la ejecutan. En sentido hipotético, en este estudio la situación de transversalidad se trata como factor crucial en la continuación y reproducción de la investigación histó­ rica. Toda su estructura cognitiva es producto de esas singulares relaciones, lo que incluye el conjunto de su armazón operativo (clau­ sura operativa) y de su cualidad como ciencia productora de obser­ vaciones de segundo orden (clausura cognitiva). Si bien se analizan dichas relaciones en varios niveles —categoriales, conceptuales o de esquematización, de funcionalidad para el sistema social— se enfo­ ca con mayor detenimiento la manera en que afectan los procesos metódicos de investigación. Esto supone revisar las modalidades por las cuales se han discutido los problemas metodológicos de la historia desde su emergencia moderna, es decir, desde su transfor­ mación en sistema cognitivo.

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Por otro lado y con todo lo expuesto hasta aquí se hace evidente la importancia que tiene la obra de Niklas Luhmann para esta clase de planteamientos. No se ha realizado otra cosa hasta aquí que in­ troducir en este prólogo sus perspectivas, conceptos y categorías, al adoptar una orientación general como modalidad de propuesta epis­ temológica. Así, una suerte de hipótesis general consiste en consi­ derar que las propuestas realizadas por Luhmann pueden impulsar la investigación en el campo de una epistemología de la historia transformada; esto es, que traslade su interés hacia los criterios y las distinciones que permiten construir observaciones historiográficas en el marco de un régimen operativo concreto. Una epistemología de la historia con este perfil tendría que dar cuenta de cómo esa forma de saber es producto específico de una sociedad particular: la que se desarrolla a partir del siglo XIX. En palabras de Luhmann, "una teoría del conocimiento debe tener en cuenta la diferenciación de un sistema funcional de la ciencia y hacer de esta posibilidad misma un objeto de reflexión".9 El objeto de deliberación de una epistemología de la historia es, por tanto, un inusual subsistema funcional de la sociedad. Pero no sólo se trata de una orientación general, sino de la incorpora­ ción de una propuesta específica que llena de contenido analítico a ese subsistema social. Como toda ciencia, es decir, como todo medio de comunicación simbólicamente generalizado, la historia es un "sistema operacionalmente cerrado, codificado de manera binaria y, por ello autónomo y autopoiético".10 Su función es construir conocimiento, donde esta cualidad cognitiva se resuelve por medio de observa­ ciones/comunicaciones ceñidas a una modalidad codificada. Si la historia despliega esa funcionalidad en el medio verdad, la forma codificada de manera binaria es la distinción verdad/no verdad. Por tanto, las cogniciones no están orientadas a la captación de datos reales del entorno, sino que son producto de distinciones carac­ terísticas de las comunicaciones historiográficas mediatizadas por su codificación. Su problema central es continuar con las comunicacio­ nes historiográficas mismas (recursividad), lo que supone la reproduc­ ción autopoiética de las operaciones de investigación histórica. En 9 Idem . 10 Ibid., p. 216.

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otras palabras, este libro busca acreditar una modalidad de aplica­ ción de las propuestas de Luhmann en los dos niveles mencionados, tanto en el ámbito de la orientación general como en la formulación hipotética específica. No se trata de una presentación sistemática de esa obra, ni mucho menos de un intento de hacer accesible un voca­ bulario —quizá habría que decir vocabularios— como medio intro­ ductorio para leer a Luhmann, sino de explotar su productividad para una propuesta como la enunciada. De esta forma, los dos primeros capítulos están dedicados a cir­ cunscribir las herramientas reflexivas necesarias, lo que supone un trabajo ya sesgado de lectura de la obra de Luhmann. En los tres siguientes capítulos se desarrolla propiamente el ejercicio de aplica­ ción en los dos niveles señalados. Están dedicados, por tanto, a de­ sarrollar una propuesta de epistemología del saber histórico. Pero también pueden leerse de otra manera. En su desarrollo se especifi­ can los transvases, las modificaciones, las transformaciones que llevan de un enfoque epistemológico convencional, producto de un trata­ miento filosófico determinado (la filosofía de la ciencia), a otro tra­ tamiento que puede ser visto como sociológico, pero que tampoco es independiente de la aplicación de elementos provenientes de la propia investigación histórica. Esto sería, finalmente, lo que se tra­ taría de reivindicar: la epistemología de la historia es una modalidad más de investigación histórica, donde su cualidad autorreferencial no esconde sus potenciales recursivos para la propia disciplina.

1. Ciencia y sociedad: los marcos de una discontinuidad histórica

Ciencia y criticidad: la fundamentación como problema filosófico La fundamentación del saber histórico no es un intento largamente buscado ni una tarea necesaria incluso en el marco de sus orígenes clásicos, pero tampoco responde al diagnóstico de un posible estado futuro o de un ideal a perseguir. En este último caso, alcanzar el ideal prefigurado aseguraría su tránsito hacia ese umbral epistemo­ lógico que la colocaría ya en otro estatus, se entiende que científico con todo derecho. Por lo demás, ningún tipo de saber, no sólo la historia, necesitó en ese entonces —antes del siglo XVIII— del tipo de justificación formal aportada por esa variedad reflexiva en aras de constituir sus pretensiones últimas con validez indiscutible. En realidad, es bastante reciente la aparición de los ejercicios de fundamentación ligados, por supuesto, al desarrollo de las ciencias empí­ ricas y a la ampliación posterior del campo cognitivo, producto de la emergencia de las ciencias humanas. El contexto general de esta aparición, fechable con cierta seguridad a fines del siglo XVIII, fue una transformación profunda del propio saber filosófico: a partir del siglo XIX, la pregunta sobre las condiciones que hacen posible el conocimiento científico se convierte en la interrogación central de la filosofía, o por lo menos de sus vertientes modernas más notorias. Al calor de esta nueva problemática, las modalidades reflexivas que aparecen en su campo de atribuciones, y que definen en buena medida su esfuerzo global, no pueden ya reencontrar las fuentes clá­ sicas que motivaron la génesis misma del pensamiento filosófico. La interrogación señalada no es simplemente una manera más adecuada de plantear esas intenciones que estaban ya en la base de la filosofía desde Platón, por ejemplo. Aquí la novedad responde a una situación que se fue definiendo más allá de los marcos convencionales por los cuales esa filosofía medía sus prestaciones en términos metateóricos. Ya sea asegurando el despliegue de la diversidad fenoménica por sus

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condiciones iniciales, esto es, aprehendiendo la unidad subyacente de esa diversidad; ya sea por la finalidad resultante de esa diversidad y cuya síntesis era susceptible de explicitación meramente racional:1 en ambos casos la prescripción era inequívoca. En efecto, ese tratamiento aseguraba una visión de la totalidad del mundo teniendo como premisa básica una conciencia racional capaz de dar cuenta de sí misma y, por medio de esta operación, de reconducir toda experiencia posible al sustrato originario como dotación trascendental. Se trata, por tanto, de un ejemplo paradig­ mático de discontinuidad en el seno de una añeja tradición, la filo­ sofía occidental, pero cuya aplicación alcanza también y de forma altamente significativa a la propia historia de la historiografía. Pero esta afirmación es plausible en tanto implica que la discontinuidad en el campo historiográfico es una secuela o efecto de la disconti­ nuidad en el terreno filosófico. ¿Qué explicación conviene a este enfoque? El meollo de la cuestión radica —no está de más volverlo a mencionar— en la aparición de esa clase se saberes, las ciencias modernas, que se caracterizan por su cualidad experimental y por la sistematicidad de sus observaciones. Ambas, experimentación y observación sistemática, se refieren a la reproducción de eventos o fenómenos en condiciones controladas a partir de protocolos estric­ tos y detallados. El piso elemental de esta posibilidad estaba en los avances matemáticos que llegaron a permitir la formalización de un entorno lógico para el tratamiento y resolución de problemas espe­ cíficos, además de las condiciones para la formulación y contrastación de hipótesis y teorías generales. En suma, esta clase de saberes —matemáticas, física mecánica, astronomía, química, etcétera —, conocidos genéricamente como ciencias naturales, no puede ser vista simplemente como el caso más 1 "E n otras palabras, ¿cóm o sabem os que una diversidad que no se puede representar com o diversidad es una diversidad? En térm inos m ás generales, si querem os dem ostrar que sólo podem os ser conscientes de las intuiciones sintetizadas, ¿cóm o obtenem os nuestra infor­ m ación sobre las intuiciones antes de la síntesis? ¿Cóm o sabem os, por ejem plo, que hay más de u n a?": Richard Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, trad. de Jesús Fernández Zulaica, M adrid, Cátedra, 1983, p. 146-147. Si bien esta discusión la refiere Rorty al cam po m ism o de la teoría del conocim iento, puede ser tom ada com o un efecto del tipo de filosofía previo que partía de la distinción entre lo uno (principio, origen) y lo m últiple (lo derivado, lo con­ tingente), aunque ahora llevada a un terreno diferente. Esto expresa el tránsito de la filosofía del cam po ontológico convencional —el ser, en gen eral— al m ás restringido del conocim ien­ to científico.

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desarrollado de formas de saber previas y que respondían a un mar­ co de referencia distinto, donde las cuestiones de cosmovisión ge­ neral o de planteamientos teológicos variados resultaban esenciales. Incluso la conciencia reflexiva que acompañó a este proceso marca el sentido de la distancia respecto a la situación filosófica previa. Así, las pretensiones de un saber totalizante, propias de esos marcos cosmológicos y teológicos, no resultan más que en objeto de crítica desde una serie de posturas que, frente a las ciencias empíricas mo­ dernas, no pueden apelar a ninguna teoría sustantiva, ya sea de la naturaleza, la historia o la sociedad.2 El dogmatismo que está presu­ puesto como elemento constitutivo en los marcos previos a las cien­ cias experimentales —esto es, la consideración de que hay principios de los que no cabe dudar al punto de que son la pauta para resolver todo lo referente a la verdad— expresaban una estructura redun­ dante en el saber premoderno. Es posible decirlo así: el saber tenía como condición la exigencia de aportar confirmaciones a las expectativas previas (sustrato dog­ mático). El conocimiento científico moderno, por el contario, busca necesariamente frustrar toda expectativa previa, donde frustrar debe entenderse como proceso de aprendizaje guiado por la capa­ cidad crítica de los sujetos. Ya Popper puso al descubierto el impor­ tante papel que juega la actividad crítica respecto a la discusión de teorías en el campo científico. Frente a la tradición dogmática que busca asegurar la transmisión de principios en su cualidad indiscu­ tible, la ciencia se ve impulsada e impulsa, a su vez, la discusión crítica de las doctrinas. Aquí, aprendizaje supone un proceso de des­ engaño que permite constantemente corregir nuestro horizonte de expectativas por medio de su modificación. Desengaño puede enten­ derse como proceso de falsación de una clase de enunciados básicos en las ciencias, mientras que la modificación apunta a la sustitución o, en su caso, a la corrección de teorías por medio de la integra­ ción de las expectativas frustradas que pueden ser consistentes con aquellas que no lo han sido todavía.3 2 Jürgen H aberm as, Teoría de la acción comunicativa. 1. Racionalidad de la acción y raciona­ lización social, trad. de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 2002, p. 16. 3 K arl R. Popper, Objetive knowledge, O xford, Clarendon Press, 1973, p. 347-348. Véase tam bién, del m ism o autor, The logic o f scientific discovery, New York, Harper Torchbooks, 1968, 479 p.

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Si en la aserción anterior es posible tomar nota de ciertos rasgos que conducirían al concepto paradigma, ya un marco reflexivo diferen­ te, la historia de la ciencia en su versión kuhniana, esto no es de nin­ guna manera casual. La consideración de que los productos científicos tienen un carácter contingente que no puede ser pasado por alto es­ taba ya en los planteamientos más básicos sobre estas formas de saber, pero dependiente de un enfoque inmanente a la propia operación científica como forma particular de racionalidad. Otra perspectiva buscó legitimar una manera por la cual poner límites a la dependen­ cia de los productos científicos con respecto a marcos contingentes, la filosofía de la ciencia o epistemología, pero ello no fue más que una sustitución de preceptos dogmáticos por otros igualmente dogmáti­ cos, desmintiendo por esta vía la cualidad crítica aportada por las ciencias empíricas aunque fuera sólo de manera temporal. Si era po­ sible reunir en un cuerpo unitario y comprensivo el conjunto de pro­ posiciones característicamente científicas —es decir, que presentan contenido empírico, ayudándose en esta tarea de la lógica formal—, entonces la filosofía aseguraría exclusividad en todo aspecto formal. A los propios científicos les quedaría como tarea el sistema de problemas que articulan el fondo o el contenido a que dichas propo­ siciones dan lugar. La forma, que por otra parte adquiere consisten­ cia invariable, puede ser abordada si se logran clarificar las reglas estructurales que corresponden al sistema de proposiciones empíricas. El esquema de análisis susceptible de aplicación considera que es necesario partir de la unificación de las proposiciones en una teoría científica, donde estas proposiciones adquieren rango general o uni­ versal. Después es posible explicar sus desagregaciones en proposi­ ciones más simples en un nivel que ya no es necesariamente teórico sino práctico, en el sentido de lógica de investigación. Este último nivel delimita la manera por la cual las proposiciones básicas se ajustan al ámbito de la experiencia, de tal suerte que sería posible establecer con precisión el contenido empírico por la forma proposicional que adquiere la experiencia. El desarrollo va de aquellas proposiciones que son derivadas por cadenas de inferencia acepta­ bles por los individuos involucrados, hasta aquellas proposiciones que poseen alguna clase de justificación intrínseca. Los dogmas empiristas que por este tipo de razonamiento se establecen comienzan con la distinción entre lo analítico y lo sintético

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y con la afirmación de que incluso las expresiones teóricas pueden ser reducidas a expresiones empíricas conectadas con la experiencia directa del mundo. Pero más que dar por terminada la discusión en el seno de la filosofía de la ciencia, los dogmas planteados han sido motivo de discusión intensa, por lo que incluso en un planteamien­ to como éste se notan los rasgos de criticidad a los que apuntan el conocimiento científico y las imágenes de mundo que lo han acom­ pañado desde el siglo XIX.4 Dicha criticidad se ha presentado como antidogmática, donde sus atributos se notan más significativos cuando se aplican a los propios criterios de explicitación de la tarea cognitiva. Así, de Popper a Quine, el desarrollo de la criticidad en la epistemología no ha respetado siquiera sus propios dogmas, pero es una criticidad que al referirse a sí misma como condición inhe­ rente presupone superioridad de inicio en su propio enfoque.5 Pre­ cisamente, Popper alentó el cambio más importante en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, al sustituir el tema de la lógica de las proposiciones por la lógica de investigación. El marco de resolución de las controversias en el proceso de investigación no puede ser definitivo, pues consiste en una apelación constante al criterio de criticismo al que se someten todos los investigadores. Dicho proceso está constituido por la interrelación entre conje­ turas y refutaciones, donde los participantes proponen teorías e hipó­ tesis que se aceptan o rechazan a la luz de las evidencias disponibles en ese momento. Esas evidencias y sus observaciones correspondien­ tes están a su vez disponibles para la corroboración crítica posterior.6 A pesar de las implicaciones relativistas que comporta, dado que 4Cfr. José M arcos de Teresa y A rm ando Cíntora G. (com ps.), M eta-m etodología: la ju stifi­ cación epistém ica de la deducción, M éxico, U niversidad A utónom a M etropolitana-Iztapalapa/ Ediciones del Lirio, 2011, 189 p. 5Friedrich Stadler, El Círculo de Viena. Em pirism o lógico, ciencia, cultura y política, trad. de Luis Felipe Segu ra M artínez, M éxico, U niversidad A utónom a M etropolitana-Iztapalapa/ Fondo de Cultura Económ ica, 2010, p. 76 y s. Cfr. K arl R. Popper, Conjectures and refutations, the grow th o f scientific knowledge, London, Routledge & K egan Paul, 1963, 412 p.; W illard van O rm an Q uine, "T w o dogm as of em piricism ", en From a logical poin t o f view: nine logico-philosophical essays, Cam bridge, H arvard U niversity Press, 1980, p. 20-45. 6"E sta racionalidad crítica, que pone por prim era vez en m ovim iento el proceso de investigación com o una interacción entre sujetos que se interesan por el conocim iento, no puede derivarse de nada m ás. N i siquiera coincide con las reglas de la lógica form al. Se de­ cide, en el análisis final, por una d ecisión libre. La racionalidad crítica se origina de una d ecisión." Rüdiger Bubner, La filosofía alem ana contem poránea, 2a. ed., trad. de Francisco Ro­ dríguez M artín, M adrid, Cátedra, 1991, p. 135. Estos com entarios de Bubner están dirigidos,

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alude a un proceso infinito que no estabiliza criterio definitivo algu­ no —de otra manera se revierten las consecuencias de la criticidad científica puestas en evidencia—, una postura como la de Popper no coincide sin más con ciertos ribetes de escepticismo epistemo­ lógico. Esto, porque sus propuestas apuntan a un cambio de óptica: la operación de investigación científica donde no hay un ordenado sistema de proposiciones lógicas. Pero de lo anterior no se sigue una refutación de la objetividad que aportan sus resultados. Crítica quie­ re decir en este punto, como complemento de lo anotado previamen­ te, una necesaria limitación de nuestra racionalidad al horizonte de la experiencia, como apuntó Kant. Por ello precisamente las imáge­ nes de mundo impulsadas por la ciencia natural —un desencanta­ miento de la naturaleza, se podría decir— retoman las virtudes de criticidad, por lo que se presentan totalmente contrarias a las con­ cepciones tradicionales. Esas tradiciones —el horizonte de la metafísica para autores como Popper — desbordaban los límites prudentes a los que la experiencia da lugar; si no los respetamos caemos en aquello que no puede ser justificado racionalmente. Por eso es que, si los horizontes de expec­ tativas abiertos por las ciencias naturales se diferencian de los hori­ zontes de expectativas cosmológicos o teológicos, esto no es más que un efecto de su propia estructura: dichas expectativas no coinciden con los fuertes acentos metafísicos o de sentido enfático. Metafísica, en este sentido, hace referencia a una situación en la cual las dife­ rencias de opinión o la única manera por la cual es posible legitimar la validez de las creencias es la apelación a principios absolutos o verdades indiscutibles.7 Dichas verdades o principios —se infiere en concreto, a la introducción de la temática operativa de la ciencia llevada a cabo por Popper en el m arco de su disputa contra el em pirism o. 7 Cfr. Odo M arquard, Filosofía de la compensación. Estudios sobre antropología filosófica, trad. de M arta Tafalla, B arcelona, Paidós, 2001, p. 109 y s. M arquard com enta la obra de Hans Blum enberg a partir de lo que para él es su idea fundam ental: la descarga de absolutos. En otras palabras, su obra se opone a la tradición filosófica de la m etafísica, cosa evidente si se tom an en cuenta los rasgos esencialm ente historicistas por los cuales transcurre su itinerario intelectual. Pero, paradójicam ente, no puede distanciarse de las grandes preguntas que ori­ ginaron la m etafísica en form a de expectativas sobre lo absoluto. Según W etz, para Blum enb erg la facticidad de un m undo desprovisto de sentido que nos depara el conocim iento cien­ tífico no puede esquivarse sin m ás; pero esto no lleva a otra postura, sino al reconocim iento de la falta de racionalidad propia del nihilism o extrem o. W etz subraya que la m odernidad se encuentra en una situación peculiar. Por un lado, obtuvo com o legado de la tradición cristiana y m etafísica un conjunto de expectativas de sentido enfático; por otro, su condición histórica

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necesariamente— presentan cualidades apriorísticas en términos formales, es decir, no responden a los criterios de razonabilidad puestos en juego en la confrontación de opiniones o en la lucha de creencias. Lo anterior quiere decir que no pueden volverse tema de discusión los criterios de validez que los sostienen, por lo que tam­ poco son susceptibles de justificación racional. Por el contrario, la dimensión crítica que en opinión de Popper conlleva la operación científica, es decir, en su doble nivel de desen­ gaño y corrección constante de expectativas, se manifiesta como autorreflexión: la funcionalidad de los criterios que permiten el con­ junto operativo de la ciencia depende de su continua justificación racional. Sin embargo, hay un problema en la postura de Popper hecho evidente por el mismo Habermas. Si bien los criterios que permiten la operación científica son objeto de revisión constante, la actitud crítica misma escapa a toda justificación racional, por lo que depende de una elección previa que parece tener contornos prerracionales. Elementos tales como la motivación que se le presenta a los sujetos para la aceptación de estándares, reglas y actitudes propias de los científicos son movilizados no bajo las vías de deducción y fundamentación convencional que cabría esperar en todo conti­ nente de producción cognitiva. Esta cuestión está enmarcada, como se deja ver, en las previsiones que realizó Popper sobre el sujeto portador del proceso cognitivo y, por tanto, se desprende de su pro­ pia orientación y toma de postura como filósofo de la ciencia.8 y su vinculación con el conocim iento científico le niega cualquier posibilidad de satisfacer dichas expectativas. En esto últim o se revela una tensión puesto que tam poco puede elim i­ narlas. Frente a ello, Blum enberg —en opinión de W e tz — sustenta la idea de u n pensar res­ ponsable caracterizado por la labor de desm ontar o deconstruir esas grandes arm azones de sentido; m ostrando sus pretensiones exageradas y arrogantes —el acceso al absolu to— po­ dríam os reconocer lo propio de nuestra condición: una racionalidad de las opiniones cuya validez sólo alcanza para una fundam entación argum entativa. En otras palabras, los produc­ tos de dicha racionalidad están lim itados a esferas de transitoriedad o de tem poralidad pre­ cisos. Pero no por ello es dable suponer que los seres hum anos podam os excluir las cuestiones de orientación práctica y de valoración m oral. Com o escribió W etz, los seres hum anos han de "resolver en una cultura secularizada sus problemas de sentido de la vida sin recurrir a la religión y a la metafísica". Sin embargo, esto podía entenderse como el límite m ismo de la herm enéutica. Cfr. Franz Josef W etz, H ans Blumenberg. La m odernidad y sus m etáforas, trad. de M anuel Canet, Valencia, A lfons el M agnánim , 1996, p. 147 y s. 8 K arl R. Popper, Conjectures and refu tation s.. p. 106 y s. Véase del m ism o autor, sobre el estatuto de un sujeto no pasivo en el proceso cognitivo pero que tam poco es objeto de una deliberación propiam ente lógica, el libro The logic o f scientific discovery, N ew York/London, H arper Torchbooks, 1968, 479 p. Para revisar las objeciones de H aberm as se puede consultar

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Por eso los elementos intrínsecos no son atribuibles a la propia operación científica, sino al tipo de criterios y distinciones funciona­ les en la perspectiva de Popper, que caen en la jurisdicción del suje­ to. Por lo demás, parecen responder al típico proceder de una argu­ mentación circular, cuyas premisas —no las del científico sino las del filósofo de la ciencia— se mantienen a reserva de clarificación y justificación, pues no son tematizadas. Esto conlleva la valoración negativa de dichos elementos prerracionales, aunque en una óptica diferente dichos rasgos expresan el hecho de que los marcos de re­ ferencia propios de la lógica de investigación científica se conectan hacia atrás, es decir, a marcos más amplios en términos comprensi­ vos y propios de los mundos de la vida social. Una posible salida a la argumentación circular —que además permite otra explicación sobre la discontinuidad introducida por el conocimiento científico — se relaciona con el enfoque sistémico desarrollado por Luhmann en el sentido de una teoría general de la sociedad. Todavía mantengo en reserva el cambio más general —una ruptura con todo lo que esto implica— que su obra operó respecto a los tratamientos epistemo­ lógicos convencionales. En una discusión diferente a la aquí presentada, Alfonso Mendiola introduce una distinción básica que opone operación a estruc­ tura en el ámbito de los sistemas sociales complejos. Esta distinción es producto de un trabajo de deslinde que conecta con otros aspectos y conceptos cuyo contenido semántico no es el comúnmente delimi­ tado, por ejemplo, en las discusiones filosóficas o en el campo de las ciencias sociales. De ahí que sea menester seguir, aunque de mane­ ra esquemática y limitada, esta línea argumentativa. Regresando al término operación, éste delimita las posibilidades de acción, donde dicha actividad es la atribución de un cambio de estado del sistema desde su interior. La atribución de experiencia "describe un cambio en función del entorno" del sistema.9 Acción y experiencia no pueden entenderse, en el marco del trabajo de Luhmann, como acción y experiencia respecto a una subjetividad, pero tampoco presuponen el siguiente texto: Jürgen H aberm as, "C o n tra un racionalism o m enguado de m odo positivis­ ta ", en Theodor W. A dorno et al., La disputa del positivism o en la sociología alemana, trad. de Jacobo M uñoz, Barcelona, G rijalbo, 1973, p. 221-250. 9 Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y realidad. La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, 2003, p. 139.

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connotaciones ontológicas. Es una decisión adoptada y no una atri­ bución a un sujeto ni a una realidad perceptible.10 Por supuesto, esta distinción se sigue de otra más fundamental realizada por Luhmann: la distinción entre sistemas propiamente dichos. Así, Luhmann toma como punto de partida teórico las diferenciaciones posibles entre sis­ temas autorreferenciales, de tal manera que es posible distinguir entre sistemas vivos, sistemas psíquicos y sistemas sociales. Se pueden distinguir por lo menos tres referencias sistémicas diferen­ tes. Se pude partir de la vida o de la conciencia o de la comunicación, es decir, se puede distinguir, con referencia al origen profesional, entre términos cognitivos de la biología, la psicología (y aquí, la teoría extrascendental) y la sociología. Si se formula esta diferenciación en el marco de una teoría general de sistemas autorreferenciales (que resal­ tan actualmente), esto se refiere a los sistemas vivos, sistemas psíquicos y sistemas sociales. Nos referimos en cada caso a sistemas autopoiéticos que reproducen los elementos que los componen, por medio de los elementos de que consisten; es decir que también (y sólo así) practican el procesamiento de información, selectivo en cada caso, producen, además (y sólo así), un tipo propio de cogniciones, mediante los cuales estructuran su autorreproducción.11

Cognición y estructura: la lógica de las expectativas En la cita anterior dos nociones sobresalen: cognición y estructura, ambas referidas a la posibilidad de autorreproducción del sistema social. La cognición es una operación temporalmente establecida, es decir, se desarrolla en el tiempo pero está condicionada al pre­ sente de su desarrollo. De nueva cuenta, no retoma la distinción clásica entre sujeto y objeto, este último pensado como realidad en 10 "A esta distinción añadiré aquella de m edio y form a —la cual tam poco es, a su vez, la de significante y significado —. Se trata m eram ente de una decisión. La teoría de sistem as avanzada y la sem iótica saben en la actualidad que un observador debe elegir una distinción para indicar aquello de lo que va hablar. Tanto en la teoría de sistem as com o en la sem iótica, esta reflexión de segundo orden proporciona un giro autorreferencial o autológico a cualquier cosa que pueda hacerse visible al escoger una distinción." N iklas Luhm ann, "L a form a escri­ tu ra ", Estudios Sociológicos, El Colegio de M éxico, v. XX, n. 58, 2002, p. 3. 11 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, traducción de Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe segura, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, Universidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente/A nthropos, 1996, p. 97.

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las perspectivas propiamente objetivistas, pues conocimiento está vinculado al sistema como operación. En cada comunicación se pre­ senta un componente de información. Dicho componente, a su vez, se refiere a algo y al mismo tiempo incluye la forma de su referencia, es decir, la distinción que opera en la información. Además debe permitir la participación y la comprensión dado que su función con­ siste en asegurar el flujo constante de información/comunicación.12 Por su parte, el concepto estructura define la condición para la no­ ción conocimiento, pero en el sentido de establecer el ámbito de la operación misma, puesto que consiste en una limitante de las posi­ bilidades de selección disponibles.13 Esto quiere decir que la estruc­ tura cumple la doble función de limitar el campo de posibilidades futuras. Así entendida, la estructura reduce la arbitrariedad de lo que se continúa como operación, pero también asegura el enlace entre operaciones en una secuencia temporal (antes y después). Es por eso que la estructura actúa al interior de un sistema para reducir la complejidad. Estos enlaces, asegurados estructuralmente, pueden referirse ya sea a la experiencia (cambios de estado atribui­ dos al entorno del sistema) o a la acción (cambios de estado atribuidos al interior del sistema). Pero en todo caso, cualquiera que sea el tipo de enlace, acción o experiencia, lo que resalta es que permiten la continuación de la comunicación y, por tanto, la reproducción del sistema mismo. Mendiola introduce en su texto la noción de expec­ tativas ligándola directamente a la estructura como posibilidad de enlace, cosa ya de entrada diferente a la perspectiva de Popper que, recordemos, permite introducir en el conocimiento científico un ín­ dice crítico visto como antidogmático. En el esquema popperiano sigue operando como criterio de distinción la consideración de un observador flotante que oscila frente al mundo y puede tomar nota de él por medio de percepciones. Esta base de experiencia sensible, a pesar de ser preformada por la tradición histórica, por las disposi­ ciones biológicas y culturales del sujeto observador, en opinión de Popper es el único criterio para considerar la verdad de las propo­ siciones científicas.

12 Ibid., p. 102. 13 Ibid., p. 98.

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Las teorías científicas pueden ser, por tanto, corregidas tendencialmente por medio de la falsación metódica. De acuerdo con esto, el progreso científico propio de la modernidad se mide como un constante proceso de eliminación de los errores en nuestras aseve­ raciones sobre el mundo y, correlativamente, en un incremento de los contenidos de verdad en nuestras teorías. Luhmann, por su par­ te, adopta un concepto de ciencia que recupera su transformación a lo largo del siglo xx y su dimensión operativa —por eso puede de­ cirse que se coloca en una perspectiva histórica—, esto es, la "trans­ formación de un autoconcepto ontológico en uno constructivista y de un concepto teórico-unitario (teoría de los principios) en uno teórico-diferencial como se ha podido observar en los doscientos años después de Kant."14 Así, ciencia define un sistema funcional pro­ pio de la sociedad contemporánea, producto sin duda de un cúmu­ lo de condiciones históricas y que establece códigos internos (al sis­ tema) para diferenciar lo verdadero de lo falso. Por tanto, la diferencia entre expectativas dogmáticas y críticas no puede ser mostrada a partir de diferencia entre falsedad y ver­ dad. Los índices que deben ser tomados en cuenta para tratar de explicar la discontinuidad producida por la emergencia de la cien­ cia en las sociedades modernas no son otros que, retomando la consideración paradigmática que preña el trabajo de Luhmann, aquellos que atañen a la discontinuidad de la propia sociedad mo­ derna. El desengaño y la corrección de expectativas, rasgos esen­ ciales de la ciencia natural moderna, no pueden presumir de una mayor consistencia o de ser más verdaderos que los saberes premodernos. Y esto lo explica Luhmann diciendo que la verdad "no se puede presentar independientemente de la acción".15 Es decir, la verdad no es independiente de las decisiones y distinciones que operan al interior de un sistema como la ciencia. Ya la acción es una atribución al interior de un sistema para distinguirla de otra atribución, experiencia; pero, igual que esta úl­ tima acción, es una comunicación. Así, cuando Mendiola hace la afirmación de que la estructura puede ser considerada como una

14 Ibid., p. 442. 15 Ibid., p. 441.

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forma particular de expectativa,16 ésta es ya una derivación de una distinción previa (operación/estructura). La acción es una forma de operación —esto es, comunicación—. La estructura permite enlazar esta comunicación con otras sucesivas temporalmente. Expectativa es un término, entonces, que se deriva de esta dimensión temporal de la estructura. Esto tiene que ver con el futuro, con aquello que se espera como anticipación en lo comunicable; en otras palabras, con la anticipación de los posibles enlaces de operación. No se entien­ de la expectativa fuera de los marcos autorreferenciales del circuito operación/estructura, mientras que la noción, en su sentido habi­ tual, se articula semánticamente a una innegable dimensión subje­ tiva —incluso en el caso del científico o del filósofo de Popper—, y así expresa lo deseado o esperado por un sujeto. Ahora bien, si la expectativa es una estructura de enlace poste­ rior, nada garantiza su realización, pero tampoco nada puede deter­ minar de antemano su falta de cumplimiento. Se deja ver ya en este punto el nivel de contingencia que preña los enlaces y establece tintes paradójicos a la expectativa, al punto de poder considerar que toda selección, incluso las atribuciones mismas, no presenta registros claros de necesidad pero tampoco de imposibilidad.17 Des­ de este nivel de contingencia pueden existir dos alternativas en re­ lación con el fracaso de la oferta postulada por la expectativa, pues el que se produzca debe tener otros efectos diferenciales. Frente a una decepción de la expectativa, una opción de comportamiento es aquel que mantiene su oferta a pesar del fracaso; la otra tiende a re­ nunciar a la expectativa inicial, bajo el entendido de que su fracaso implica la formulación de otra expectativa o su corrección. Como el sistema puede optar por un tipo de comunicación que exprese consecuencias de tipo estructural, entonces puede distinguir 16 "D ad o que la sociedad opera por m edio de com unicaciones, en este tipo de sistem as la estructura adopta la form a de expectativas. Sin em bargo, para posibilitar la com unicación, en los sistem as sociales la estructura se presenta com o com plem entariedad de expectativas (roles o norm as institucionales). Esta com plem entariedad se entiende com o anticipación del posible enlace de operaciones." A lfonso M endiola, Retórica, com unicación y realidad..., p. 141. 17 "L a s estructuras que perm iten de esta m anera que surja com unicación de com unica­ ciones, tienen que contener proyecciones temporales. Deben consistir de expectativas (si se nos perm ite el uso despsicologizado del térm ino) que reducen las posibilidades de variación de otras com unicaciones. Las expectativas producen, precisam ente porque tienen que estar pre­ paradas para afrontar decepciones, una continuidad suficiente de m undo." Niklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 102-103.

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entre dos estilos de respuesta. Define un estilo normativo de expec­ tativa en el caso de su mantenimiento a pesar de la decepción; un estilo cognitivo de expectativa cuando se trata de corregirlas o cam­ biarlas. Una justifica el fondo de la expectativa, donde tal justifica­ ción se mantiene en una situación de frustración; la otra tiende a justificar la transformación misma. A diferencia de los procesos de decepción y aprendizaje remarcados por Popper en cuanto a la cua­ lidad crítica del conocimiento científico, la perspectiva apuntada arriba sostiene que tanto el mantenimiento de la expectativa frus­ trada como su transformación son opciones que se siguen a partir de estrategias diversificadas del propio sistema social. En cambio, en la visión popperiana, generalizable a una postura filosófica de aceptada autoridad, tanto la decepción como el aprendizaje se corres­ ponden con un proceso de captación del entorno del sistema. En otras palabras, la orientación estructural de la primera —la norm ativa— se produce hacia la acción y sólo por eso conserva la expectativa, ya que como operación atribuye el cambio del estado del sistema a su interior. En tal caso, la decepción se explica por cau­ sas propias al sistema. El segundo estilo —el cognitivo— se orienta hacia la experiencia, dado que dicha atribución se produce sobre el entorno, y se dirige, por lo tanto, a la vivencia. Por eso, la explicación de la frustración se deriva hacia causas que tienen que ver con aque­ llo que no está contenido en el interior del sistema. Acción y vivencia no responden a atribuciones o adjudicaciones subjetivas, pues debe tenerse en cuenta que tanto lo cognitivo como lo normativo son, en realidad, reacciones del sistema. Luhmann las denomina irritaciones y son producto de la interrupción de la expectativa, es decir, de las decepciones; de ahí que su función pueda entenderse como autorregulativa del sistema, ya que depende del nivel estructural.18 18 "E l éxito de este m odo form ativo de estructuras de la autorregulación se basa, no por últim o, en que para el trato con irritaciones existen no sólo una, sino dos m etarreglas. Una dice: cam bia la estructura de m anera que la irritación puede aparecer com o conform e a la estructura. La otra dice: m antén la estructura y externaliza tu decepción; adjudícala a un sistem a del entorno que debería com portarse de otra m anera. En el prim er caso, la expecta­ tiva es m od alizad a cognitivam ente, en el segundo norm ativam ente. En total el sistem a se protege de esta form a contra la presión de cam bio e internam ente vuelve a hacer elegir cóm o quiere reaccionar a las irritaciones." Ibid., p. 104. Se entiende que dichas irritaciones provienen del entorno del sistem a, particularm ente del sistem a psíquico. D e ahí, entonces, que la expec­ tativa no sea form ulada subjetivamente, sino que es una respuesta a las exigencias del sistema.

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Pero la estilización cognitiva y la normativa no son elementos extrapolables a cualquier sociedad en el pasado, pues son efecto de un desarrollo evolutivo que tiende a la diferenciación y, por lo tan­ to, son propios de las sociedades modernas. Tanto la una como la otra están basadas en procesos comunicativos que han logrado diferenciarse de otros procesos comunicativos considerados ha­ bituales o normales. En general, es posible afirmar que dicha di­ ferenciación —condición por la cual lo cognitivo/normativo cris­ taliza en instituciones— es la diferenciación sistémica misma, es decir, aquella que permite los deslindes necesarios entre sistemas sociales, sistemas psíquicos y sistemas vivos. Entonces, y sólo en­ tonces, históricamente se decantan, al punto de definirse con cierta precisión semántica y operativa, las áreas de la ciencia de las del derecho. En la perspectiva de Luhmann, dicha diferencia supone ahora —es decir, sólo en la modernidad— la unidad misma de la diferencia: existe el derecho en nuestras sociedades porque existe, en paralelo, la ciencia y viceversa. Por supuesto, la aparición del derecho puede remontarse hasta la época griega clásica, pero en este caso no estaba diferenciada res­ pecto a algo que pudiera considerarse ciencia o cognición, ni siquie­ ra en el sentido restringido, ontológico, que sin duda es muy poste­ rior (siglo XVIII): el conocimiento o la ciencia referidos a las posibilidades de aprehender una realidad exterior al sujeto, ya sea por medio de reproducciones mentales o representaciones discursi­ vas. La noción episteme no tenía estas atribuciones y sólo podía en­ tenderse por su noción contraria, dóxa. Al nivel de la resolución de conflictos en el marco jurídico, la atribución de capacidad respecto al fondo del asunto se desplazaba hacia un tercero, instancia final de la resolución. Se trataba de la esfera de la polis y de su estructura de cargos y el procedimiento tenía como vía privilegiada la retórica, esto es, la persuasión de un jurado o juez. Por otro lado, la búsqueda de la verdad era abordada desde la dialéctica, técnica específica de argumentación que trataba de orientar a un adversario a la acep­ tación de los juicios propios. A pesar de estas instancias, el sistema social, referencia final de ambas técnicas no presuponía autonomía respecto al orden cósmico global. De ahí que nuestro sistema moderno de diferencias, por lo menos delimitando lo cognitivo de lo normativo, no tendría por qué

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presidir las observaciones propias del mundo clásico e incluso me­ dieval, menos aun cuando dichas formas diferenciadas carecen de presuposiciones cosmológicas u ontológicas inherentes. Según Mendiola, esto explicaría la preeminencia normativa o moral en los sis­ temas sociales anteriores al siglo XVII. Por ello, la reacción ante la decepción de las expectativas en las culturas dominadas por la retórica está estilizada normativamente, es decir, se reacciona ante lo ines­ perado moralmente. A partir de la cristianización de Europa, esa moral está sustentada en una religión construida teológicamente. Por ello, la respuesta ante la expectativa frustrada se da desde la moral teológica del cristianismo.19 La anterior postura introduce un entendimiento de la estructura redundante del saber premoderno, pues no está orientada por la dualidad aprender/no aprender. Una sociedad que reacciona ante la frustración de las expectativas de manera normativa no puede concebir al conocimiento desde lo no conocido, esto es, como origi­ nalidad. En contraposición, el estilo cognitivo alude a la posibilidad de conocer lo todavía no conocido bajo la forma de un aprendizaje. En el primer caso, y ante la frustración de una expectativa, la socie­ dad no puede más que reforzar moralmente las normas vinculantes, puesto que en realidad la expectativa requiere el reconocimiento de un conocimiento previo. En otras palabras, el mundo no es accesible al conocimiento porque no existe mundo por conocer; se toma como evidente la presunción de un orden general, cosmológico. Estas sociedades hacen prevalecer, como instancia de seguridad, la unidad del todo; desde esa unidad se explica la diversidad, pues ella no es entendible como diversidad en sí misma. El riesgo está sin duda en la diversidad sin unidad previa y esto se entiende como falta de fundamento metafísico. Llama la atención que la filosofía moderna occidental, incluso en su variación de reflexión epistemo­ lógica, haya reaccionado a la pérdida de la unidad cosmológica o teológica por el camino de asegurar como instancia originaria o de principio al sujeto dotado de manera inmanente de racionalidad. La incapacidad de las sociedades veteroeuropeas para seguir autodescribíendose a partir de categorías de gran amplitud cosmogónica o de presunción teológica puede explicar el surgimiento histórico del 19 Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y realidad..., p. 143.

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moderno concepto de sujeto, contraviniendo en este caso la tónica predominante hasta hace poco tiempo. Sin embargo, este proceso supuso la elevación de la persona al estatus de sujeto, dando pie a una serie de implicaciones y enredos que no pudo resolver la modernidad temprana. Así, la dualidad por la cual este sujeto es presentado como fundamento de toda experien­ cia posible —esto es, la unidad subyacente del sí mismo—, soporta su involucramiento en una multiplicidad que se pierde en la diferencia respecto a los otros.20 Una forma reflexiva que acompañó este surgi­ miento —un episodio histórico breve pero que buscó describir y re­ solver la instancia misma de la tensión entre unidad y multiplici­ dad— fue la antropología filosófica. Si el hombre es ya el sujeto con todo lo que esto conlleva, la disyuntiva derivada de la tensión origi­ naria se revuelve entre un intento de dar cuenta de su consistencia empírica o, por el contrario, de acceder a un saber sobre su esencia. Sobre este camino divergente y por el cual al final a este plan­ teamiento se le escapa la unidad propia de los seres humanos como sujetos, al propio sujeto se le dotó de una consistencia tal que sobre él residía la unidad última de la sociedad, de la acción, del conoci­ miento y de la expresividad.21 La perspectiva adosada a esta elevación de los seres humanos a la condición de sujeto, a pesar de su brevedad y de su aporía interna, constituyó el basamento para la emergencia de las ciencias del hombre, teniendo la historia el carácter de cono­ cimiento modélico en este rubro. Lo anterior muestra la importan­ cia que resulta del ulterior proceso de desantropologización de la 20 "C o n arreglo a la form a, por tanto, su propia unidad les es dada sólo com o paradoja: com o unidad de algo que es una m ultiplicidad, com o m ism id ad de lo diferente. Bien es ver­ dad que el distinguir no es difícil, puesto que sin realizar una distinción en ningún caso se puede observar. Pero el problem a se cifra entonces en saber de qué se distingue el sujeto [...]. Por consiguiente, dos son las preguntas que hem os de plantear al sujeto: la prim era es la re­ ferente a de quién o de qué se distingue; y la segunda, la relativa a qué es su propia unidad, dado que ésta es definida por una distinción que puede seleccionarse variadam ente." Niklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad: de la unidad a la diferencia, ed. y trad. de Josetxo Beriain y José M aría G arcía Blanco, M adrid, Trotta, 1998, p. 219-220. 21 Foucault caracterizó esta disposición típicam ente m oderna (siglo XIX) bajo la denom i­ nación analítica de la finitud. Ella m anifiesta, a partir de Kant, el tipo de problem as que resultan de un intento de explicitar la consistencia em pírica del hom bre, pero sólo a partir del presu­ puesto de toda antropología: ese hom bre-sujeto es la condición de todo conocim iento posible sobre sí m ism o. Cfr., M ichel Foucault, Una lectura de Kant: introducción a la antropología en sentido pragm ático, trad. de A riel D ilon, revisión técnica y trad. de la "N oticia histórica" por Edgardo Castro, Buenos A ires, Siglo XXI, 2009, 140 p.

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historia, proceso por el cual se distanció de su ubicación primaria como ciencia humana.22 Paralelamente a su desvinculación con las perspectivas antropológicas —retomadas incluso bajo su fundamentación como ciencia del espíritu—, destaca su paulatino involucramiento con el campo social, cosa que la dota de un estatus muy diferente. Ante la pretensión de intentos como el anteriormente descrito, la propia aparición de las ciencias naturales induce a un cambio en las coordenadas generales, no sólo de apreciación respecto a la to­ talidad o universalidad de los principios —incluso normativos fuer­ temente vinculantes—, sino respecto a las propias modalidades de descripción filosóficas. Ahora bien, como expresa el trabajo de Luhmann, esas coordenadas, así como las variedades reflexivas al tipo de la filosofía, no pueden evadir la cuestión de la diferencia, porque ya no tienen forma de recurrir a unidades de totalidad o universales formales al tipo del explanans. Los elementos particulares o antece­ dentes, junto con los enunciados generales que permiten su aplica­ ción universal, asegurarían la subsunción del caso particular a la esfera de cobertura legal de una ley. No hay manera de reconvertir como factores explicativos de una singularidad los atributos inducti­ vos o deductivos de una racionalidad que opera nomológicamante. La paradoja, explicar la diferencia desde la diferencia misma, puede formularse gracias a los grados de complejidad alcanzados en los sistemas sociales contemporáneos y que tienden a profundi­ zarse. Entonces, son los criterios que permiten hacer distinciones — esto es, observaciones— los que se convierten en elementos cen­ trales para los diferentes procesos de reconstrucción racional o des­ cripción reflexiva. El rechazo a todo fundamento ontológico, ya sea de carácter teológico o filosófico, trae aparejada la pérdida de 22 "L a etnología, com o el psicoanálisis, interroga no al hom bre m ism o, tal com o puede aparecer en las ciencias hum anas, sino a la región que hace posible en general un saber sobre el hom bre; lo m ism o que el psicoanálisis, atraviesa todo el cam po de ese saber en un m ovi­ m iento que tiende a alcanzar sus lím ites [...]. El privilegio de la etnología y del psicoanálisis, la razón de su profundo parentesco y de su sim etría, no deben buscarse en una cierta preocu­ pación que tendrían am bas por penetrar en el profundo enigm a, en la parte m ás secreta de la naturaleza hum ana; de hecho, lo que se refleja en el espacio de sus discursos es antes bien el apriori histórico de todas las ciencias del hom bre —las grandes cesuras, los surcos, las parti­ ciones que, en la episteme occidental, han dibujado el perfil del hom bre y lo han dispuesto para un posible saber." M ichel Foucault, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias hum a­ nas, 24a. ed., trad. de Elsa Cecilia Frost, M éxico, Siglo XXI, 1996, p. 367.

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relevancia o justificación de la creencia en una realidad común a todos y, por tanto, universal. Siendo esto característico de los nive­ les de complejidad que finalmente alcanzan los horizontes propios de los mundos modernos, la cualidad de la observación como in­ troducción de distinciones llega a tener el rango de una disposición cultural que permea a los propios productos cognitivos como sis­ temas operantes. De lo anterior se sigue como consecuencia que sólo pueden existir diferentes plataformas de observación, es decir, diversos modos de hacer distinciones, de considerar, de evaluar o, incluso si se quiere, de juzgar. Estos modos se despliegan en horizontes contingentes, lo que quiere decir que bien podrían ser de otra manera, y cualquiera que sea su condición u orientación, nunca pueden alcanzar otro rango que no sea el de productos provisionales. Nuestros marcos de raciona­ lidad están, por tanto, definidos por esa situación de complejidad del mundo social, no como presuponía la distinción convencional de teoría/praxis; esto es: la diversidad se explica desde la totalidad o desde principios teóricos universales. Así, tampoco la diversidad de la experiencia mundana de los seres humanos puede ser reconducida a un orden previo, ya sea teológico o cognitivo. Ni teorías sustan­ tivas respecto a la unidad de lo real, ni cosmovisiones que doten de significación estable el lugar que ocupan los seres humanos en dicha ordenación. La aparición de la ciencia natural y su desarrollo a lo largo de los siglos XvIII y XIX convierten en injustificadas las preven­ ciones de un observador divino capaz de tener acceso a la totalidad, al tiempo que convierten en inestable la perspectiva que apuesta por un observador trascendental como última garantía epistemológica del conocimiento intramundano. El punto de partida para reconocer esa situación histórica que está detrás de la discontinuidad expresada por la aparición del co­ nocimiento científico es observar los conceptos de racionalidad que hasta el siglo XvIII gozaban todavía de plausibilidad. Estas nociones — ya sea la oposición teológica cuerpo-espíritu o la típica de la filoso­ fía idealista alemana, naturaleza interna frente a naturaleza externa — se dirigían al problema de cómo captar algo externo respecto de la naturaleza racional interna de los seres humanos. Estas formas de racionalidad operaban exclusivamente en forma heterorreferencial, es decir, trataban de captar el entorno del sujeto como diferencia,

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donde dicho entorno era independiente del sujeto mismo. Esto es válido incluso para esa conciencia capaz de elevar dicho entorno a lo pensable o un sistema de ideas dado. Dicho observador, colocado desde el inicio de la operación de observar en una situación de privilegio, fue referido a la instancia ya sea de una conciencia primigenia, de un sujeto trascendental do­ tado de poderes especiales o, finalmente, de una capacidad mental particular. Todos estos rasgos obligan a presuponen que el observa­ dor, por diferentes medios mentales o trascendentales, produce re­ presentaciones de ese entorno. Un episodio central en esta disposi­ ción es la pregunta cartesiana sobre aquellas representaciones de las cuales no cabe dudar, es decir, donde el observador adquiere una cualidad especial por el tipo de procedimiento involucrado en la construcción de esas representaciones. Una torsión al interior de estas sistemáticas23 consistió en reduplicar la distinción al interior mismo del sujeto observador, por lo cual desde el siglo XVII pensar y ser fueron objeto de una metódica opuesta en el sentido de ontologías distinguibles y contradictorias.24

La observación como operación. Evolución y teoría social Existe un esfuerzo compartido de desvelamiento del mundo parti­ cularmente notorio en las modernas expresiones de esta sistemática, que alcanzaron —no habría por qué asombrarse de ello— al núcleo duro de la filosofía de la ciencia de la primera mitad del siglo XX. El problema de cómo aclarar la realidad del mundo —el entorno pro­ piamente dicho del sujeto— se instituía a nivel de operación de las típicas observaciones de primer orden, independientemente del cam­ po específico del que se trataba. Al no ser particulares de un campo sino que se difundían al cuerpo social en su conjunto, preñaron los elementos estructurales de la cultura en general. Luhmann comenta 23 Entiendo por la noción sistem áticas a las m odalidades de pensam iento o reflexión que han buscado clarificar, prim ero, y norm ar, después, las distintas form as, grados y cualidades de las representaciones. No está por demás m encionar que dichas sistem áticas reproducen incesantem ente los intercam bios que se producen entre lo em pírico y lo trascendente. 24 N iklas Luhm ann, Observaciones de la m odernidad. Racionalidad y contingencia en la socie­ dad m oderna, trad. de Carlos Fortea Gil, revisión técnica de Joan-Carles M elich, Barcelona, Paidós, 1997, p. 53.

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que ya en estos intentos es posible establecer dos niveles claramen­ te diferenciados, la observación como tal y el observador como actor.25 La primera consiste en la acción que se connota, es decir, la acción de observar; pero ya en ello se insinúa que dicha acción tiene ele­ mentos particulares que la distinguen de la acción en general. Por más que en las sistemáticas se insista en atribuir el acto de observar a una percepción propia del sujeto y, por tanto, a una acción del mismo, cuando se opta por una perspectiva que pone el acento en la operación aparece una lógica diferente: la orientación sólo es propia de la lógica de los enlaces de la operación, cuestión que no tiene que ver con la atribución previa al sujeto. El observador, presumiblemen­ te actor y fuente del acto mismo y a pesar de los rasgos que la conven­ ción filosófica le ha adherido como consustanciales —conciencia tras­ cendental, origen de toda experiencia posible, etcétera— no puede ser visto de manera independiente de la operación de la observación que, en general, lleva a cabo la sociedad.26 Al colocar al mismo nivel el acto de observar y el observador, se recusa la diferencia básica que las sistemáticas han adoptado para llevar a tema de desempeño dis­ cursivo las representaciones y sus cualidades intrínsecas. Es decir, la oposición convencional entre sujeto y objeto, entre un polo trascendental y otro empírico, es explicable sólo por las diferencias que en términos ontológicos pueden ser acreditadas en­ tre ellos y que tocan a sus naturalezas disímiles. Esto termina alte­ rando, en consecuencia, el estatus de las propias representaciones como imágenes, esas reproducciones más o menos fieles de una realidad externa al sujeto que son producto de un especial entrecruzamiento entre naturaleza en general y naturaleza humana en particular. La consideración general es que la observación, inclu­ yendo las de primer orden, no se dirige a la exterioridad o al entor­ no, puesto que son propias de los sistemas sociales en términos de 25 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 153. 26 "A l hablar de observar, observador, nos referim os a operaciones, y esto en dos senti­ dos: para que el observador pueda observar las op eraciones él m ism o tiene que ser una operación. El observador, así, está dentro del m undo que intenta observar o describir. Enton­ ces tenem os: a) que el observador observa operaciones, y b ) que él m ism o es una operación, de otra m anera no podría observar: él m ism o se construye en el m om ento en que se constru­ ye los enlaces de la op eración." Ibid., p. 154.

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su operación. De ahí se sigue que tampoco puedan ser atributos de una percepción subjetiva, porque no dependen del sistema psíquico, pues tal sistema es en realidad el entorno del sistema social. Así que la observación es trasladada al interior del sistema como una operación, cosa que involucra las posibilidades de sus enlaces posteriores. Como operaciones, son formas comunicativas que ge­ neran diferencias a partir de una distinción; por ello se puede decir que la observación en las sistemáticas tradicionales ocultan la dis­ tinción y destacan la conciencia —divina o trascendental—, mientras que la asunción de la discontinuidad producida por las ciencias em­ píricas obligan a tomar nota reflexiva del tipo de distinciones que permiten las observaciones. Regresando a la cuestión de las expec­ tativas que se enfrentan a la decepción en el ámbito estructural del sistema, las respuestas estilizadas en forma cognitiva no son más formalizadas, más adecuadas a una reproducción de lo real —un conocimiento total del entorno del sistema—, menos erróneas que las respuestas normativas, aun cuando estas últimas parecen haber tenido preponderancia en las sociedades premodernas, es decir, no funcionalmente diferenciadas. El conocimiento es también una observación, aunque condensada según Luhmann, y se orienta en términos de experiencia hacia el entorno, pero no como una forma de captación neutra de lo real. El conocimiento no es heterorreferencial en ese sentido, sino que se especifica como una forma de observación del sistema, donde la diferencia sistema/entorno es una diferencia del sistema mismo. Se trata de la utilización de un esquema de distinciones en un conjun­ to amplio de esquemas posibles. Para las observaciones de primer orden es de notar que tienden a ontologizar o substancializar lo observado, porque no pueden hacer expreso el tipo de distinciones que ponen en operación. Esto resulta más evidente cuando la obser­ vación es atribuida al sujeto y, en consecuencia, toda observación es considerada de primer orden. Ahora bien, la cualidad autorreferencial que inducen las ciencias naturales permite tomar nota de los esquemas de distinciones utili­ zados en las observaciones de primer orden, a pesar de que sus propios esquemas estén implícitos. Pero no sólo es una diferencia de grado sino de cualidad: en las sociedades contemporáneas com­ plejas los sistemas tienen rasgos de autoobservación.

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La autoobservación es un momento operativo de la autopoiesis del sistema porque la reproducción de los elementos ha de basarse en esta diferencia sistema/entorno: lo perteneciente y lo no perteneciente. En la operación de observación, se establece la diferencia entre autorreferencia y heterorreferencia: entre lo que el observador se atribuye a sí mismo y lo que atribuye al sistema observado. Para el caso del sistema de la ciencia, el sistema distingue entre autorreferencia (conceptos) y heterorreferencia (hechos). Se trata, en este caso, de enunciados acerca del sistema (conceptos) y enunciados acerca del entorno del sistema (hechos), pero ambos son enunciados y, por lo tanto, llevados a cabo por el sistema.27 De tal suerte que la distinción entre lo que puede ser atribuido al interior del sistema —cuestiones que van desde las teorías, hipó­ tesis, categorías y conceptos— y aquello que aparece como externo al sistema —lo real, el mundo, el universo — es producto de una dis­ tinción interna del sistema. Las posturas que vienen de la filosofía del siglo XIX y son continuadas por diversos caminos en el siglo posterior, consideraban que los conceptos, no tanto las categorías, tenían la cualidad de captación de una realidad material perceptible, es decir, eran consideradas como instancias de ontologización. Por tanto, la situación posterior puede ser denominada como desontologización. La lógica del todo y las partes, de la identidad y la diferen­ cia, deja de tener atribuciones paradigmáticas y se convierte en etapas de un desenvolvimiento histórico de las sociedades occiden­ tales. Este proceso global ha tenido como tendencia general la de sustituir la unidad por la diferencia. Pero sólo es legítimo asumir dicho proceso si se considera que, en primer lugar, la diferencia —esto es, las partes o los entornos — dejan de definir sólo el polo de lo real para una conciencia o un sujeto. No es el caso suponer que esta disposición es la oscilación normal que ahora eleva las posturas relativistas como compensación a los privilegios dados, previamente, a los enfoques fundamentalistas. Y esto porque, en segundo lugar, la diferencia es un rasgo inter­ no del sistema social. La diferencia entre sistema y entorno es corre­ lativa a la diferencia entre identidad y diferencia. El entorno, la 27 Darío R odríguez M. y Javier Torres N., "A utop oiesis, la unidad de una diferencia: Luhm ann y M atu rana", Sociologías, Brasil, U niversidade Federal do Rio G rande do Sul, v. 5, n. 9, enero-junio, 2003, p. 133-134.

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diferencia, es un complejo diferencial establecido por la forma de operación del propio sistema; esto es, son rasgos internos que no se refieren a la oposición interioridad y exterioridad (conciencia inter­ na y realidad externa). Corresponden a los atributos que caracteri­ zan todo sistema autorreferencial. Señalé al principio de este capí­ tulo la discontinuidad introducida por la aparición de las ciencias empíricas; ahora ya es posible decir que dichas ciencias son subsis­ temas autorreferenciales. Pero así como se debe tener en cuenta el proceso de desontologización para notar la profundidad del cambio, no hay que pasar por alto que esto es correlativo a la transformación del orden social mismo. El precepto asumido implícitamente hasta aquí es aquel que señala que si es posible seguir hablando de fundamentación en ge­ neral de los procesos cognitivos y de fundamentación particular de dichos procesos en el campo de la investigación histórica, es porque fundamentar consiste en describir los condicionamientos sociales del conocimiento. Aquí el cambio consiste en desechar aquellos principios teóricos de fuerte carácter apriorístico para introducir elementos de orden social.28 Si estos principios por los cuales era posible clarificar correcta­ mente al conocimiento científico en general tenían consistencia ló­ gica ya sea deductiva o inductiva, la sustitución no se queda sim­ plemente al nivel de la introducción de otra lógica, en este caso, informal. La sustitución no consiste en poner un enfoque sociológico en lugar de los principios teóricos convencionales propios de la filosofía 28 La ciencia es una em presa em inentem ente social en la perspectiva de Luhm ann. Esto coincide con un aspecto de fondo que ha m otivado tam bién el trabajo de Haberm as. Al res­ pecto, y frente a uno de los postulados m ás autorizados de la teoría del conocim iento, esto es, que sólo son científicam ente adm isibles los andam iajes teóricos cuyos supuestos básicos estén libres de contam inación social o de experiencia histórica, H aberm as señaló lo siguiente: "P ero cuando, com o Max W eber, se está convencido de la im portancia m etodológica de la interde­ pendencia de la investigación social y el contexto objetivo a que esa investigación se orienta y en el que, al propio tiem po se m ueve, se im pone otra cuestión. ¿No pueden las referencias valorativas m etodológicam ente determ inantes, en tanto que contexto real al tiem po que ope­ rante a nivel trascendental, convertirse ellas m ism as en objeto de análisis científico? ¿No puede el contenido em pírico de las declaraciones de principio, de las que depende la elección de un m arco teorético, aclararse a su vez en conexión con los procesos sociales? A m í m e parece que precisam ente en la teoría de la ciencia de W eber puede m ostrarse esta conexión de la m etodo­ logía con el análisis sociológico de la actualidad." Jürgen Haberm as, La lógica de las ciencias so­ ciales, 2a. ed., trad. de M anuel Jim énez Redondo, M adrid, Tecnos, 1990, p. 96-97.

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de la ciencia, por ejemplo. Esta mudanza es derivada del cambio mismo de la sociedad moderna, por lo cual la mutabilidad semán­ tica en los conceptos y categorías —el paso de la ontología a una perspectiva funcional— se refiere a la transformación global de la sociedad en el sentido de una profundización de sus propias estruc­ turas de complejidad. Paralelamente a ello aparece el tema de si es posible —y en qué forma— un marco unificado para una teoría so­ cial, cuyas categorías y conceptos sean aptos para alumbrar dicha transformación global. Este aspecto puede seguirse desde Max Weber hasta el propio Luhmann. Ya en Weber dicha transformación podía entenderse como una creciente racionalización de la sociedad mo­ derna, cuestión que no podía ser asumida como aleatoria a su propio desarrollo, sino como premisa central de su condicionamiento his­ tórico cultural.29 Presentada de manera esquemática, dicha transformación con­ sistió en el paso de la comunidad a lo societal. Aunque cabe aclarar que en el análisis de Luhmann la transformación toma una secuen­ cia reconstruible a partir de una doble asimetría sistémica ya seña­ lada arriba: la de sistema/entorno y la de igualdad/desigualdad. Sus combinaciones, bajo el precepto de contingencia, le permiten ilustrar tres posibilidades que corresponden a un proceso de evolu­ ción socio-cultural que conduce al desarrollo de sociedades suma­ mente complejas. La primera es llamada segmentación y permite la diferenciación de la sociedad en subsistemas iguales. De ahí que los principios de origen étnico y de residencia expresen el doble aspec­ to de sistema e igualdad, por lo que la desigualdad es reconducida al entorno y en ese sentido "no tiene una función sistémica". Digamos que es la etapa de la comunidad étnica como tal, en el sentido de una igualdad no asegurada de manera sistémica. El segundo estadio es el de la estratificación, caracterizado por diferenciar la sociedad en subsistemas desiguales. La asimetría induce a que la igualdad regule la "comunicación interna", al tiempo que la desigualdad lo hace con la "comunicación con el entorno". Esta estratificación obliga a una modalidad de socie­ dad fuertemente jerárquica, que define de manera rígida los lugares que deben ocupar todos los estratos. Por ejemplo, el ciudadano de 29 Jürgen H aberm as, Teoría de la acción comunicativa. 1. R acionalidad..., p. 197 y s.

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la polis griega que goza de isonomía, es decir, de igualdad con los otros ciudadanos, pero esto es posible sólo porque expresa interna­ mente la desigualdad con los otros estratos de la sociedad. Como rasgos sobresalen una distribución desigual del poder y la riqueza, además de una "discriminación simbólica en la asignación del pres­ tigio social". En este caso el papel de las elites es central en el pro­ ceso de integración social, debido sobre todo a que su operación sistémica depende de un entorno definido desde un centro social unificado. Por el contrario, las sociedades modernas consideradas como el espacio de lo societal propiamente dicho, se definen de ma­ nera policontextual, es decir, sin centro integrador. En estas sociedades la diferenciación se produce al nivel funcio­ nal, por lo que exponencialmente tienden a contradistinguirse. La complejidad está en función de este incremento de funciones interdependientes —subsistemas— donde ninguna de ellas es central debido a una nueva distribución de la igualdad y la desigualdad. Así, los subsistemas funcionales deben ser, y de hecho son, desigua­ les puesto que no dependen de otras funciones; pero sus diversos "entornos asociados deben ser tratados como entornos iguales." Ahora bien, esos entornos no están definidos de manera estricta, sino que permanecen "abiertos y fluctuantes", esto debido a que esos entornos no son equivalentes al entorno del sistema social en su conjunto. La situación conduce a que los subsistemas diferencia­ dos funcionalmente requieran continuamente procesar información sobre sus entornos. La sociedad multiplica las relaciones funcionales y sus especificaciones, al tiempo que multiplica la apertura de los entornos internos. Esto Luhmann lo denomina incremento de "in­ terdependencias internas". Estas sociedades articulan un patrón altamente diversificado de diferencias funcionales, reduciendo las complejidades por medio de operaciones selectivas, como las estructurales.30 Frente a este es­ quema evolutivo, Luhmann aclara que con él no se establece una suerte de teoría general de la evolución social; es sólo eso, un "es­ quema primario de diferenciación".31 Sus alcances son, por supuesto, más modestos: permiten sólo mostrar los procesos de diferenciación 30 N iklas Luhm ann, Complejidad y m odern idad..., p. 76-80. 31 Ibid., p. 85.

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sistémica como uno de los factores a tenerse en cuenta en un marco evolutivo social. A pesar de tomar en serio tal límite, el esquema deja ver que la evolución social en términos de sistemas puede ser descrita provisionalmente como un desarrollo no unívoco y multifactorial. Podría hablarse de un paradigma clásico para el cual lo sistémico aludía a un campo en cuyo interior se presentaba un conjunto de relaciones estables entre los elementos que constituían el sistema, donde la cualidad relacional era por tanto siempre fija. De ahí la analogía prevaleciente con la noción estructura. En esta perspectiva, los sistemas se definen desde los elementos que los conforman, elementos sin duda organizados de una manera particu­ lar; en tanto pueden ser aislables soportan modificaciones indivi­ dualizadas correspondientes a las partes aislables o separables. El efecto acumulativo de dichas modificaciones debe terminar afectan­ do globalmente al sistema, pero el efecto es medible desde las mo­ dificaciones individualizadas. Los desequilibrios internos y las reor­ ganizaciones resultantes de los elementos respondían a una reestructuración dinámica interna y coyuntural que, a su vez, per­ mitía el reajuste global de las relaciones. Con esto se llegaba a un nuevo equilibrio.32 Este modelo supone una dinámica de ajuste en­ tre las partes y el todo. Pero en el esquema propuesto por Luhmann destaca una visión diferente que pone el acento en las disrupciones en los sistemas, que no fluctuaciones dinámicas de reajuste, donde se excede un cierto umbral y, por tanto, una reorganización sistémica global al tipo de una evolución ontogenética. Aquí las partes no son aislables ni susceptibles de análisis par­ ticular, pues dependen de un marco funcional dado por el todo del sistema: sus elementos o subsistemas están definidos internamente de tal manera que no son separables en unidades más pequeñas. De manera parecida al proceso genético señalado por Piaget como descentración, que para todos los efectos hasta aquí tratados supone la posibilidad para el individuo de establecer por medio de un pro­ ceso de aprendizaje un sistema diferencial de carácter formal, la evolución social tiene como condición para el surgimiento de las sociedades modernas una diferenciación sistémica crecientemente 32 p. 41.

N arciso Pizarro, Tratado de m etodología de las ciencias sociales, M adrid, Siglo XXI, 1998,

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funcional.33 Pero la analogía puede tener más implicaciones. Al respecto se puede tomar como indicador el modelo genético de competencias y capacidades relacionado a los objetos y a la dimen­ sión socio-cultural de la interacción —propiamente la evolución cognitiva del individuo —. Dicho modelo puede seguirse por etapas desde los niveles más rudimentarios hasta los más altos estándares de abstracción, donde el paso de una etapa a otra no está determi­ nado por la continuidad en los contenidos ni en la forma de la or­ ganización. La acción del individuo respecto a cosas y respecto a otros indi­ viduos no es aislable de una coordinación con otras acciones, en un encadenamiento que tiene que ver más con la reorganización de las funciones que con los contenidos. "Así, el desarrollo del conoci­ miento no procede de manera uniforme, por simple expansión, no por acumulación aditiva de elementos. No es el desarrollo de algo que estaba preformado, ni proviene de la agregación y elaboración de elementos recibidos de la experiencia."34 Se produce por "reor­ ganizaciones sucesivas" que permiten al individuo la formación de marcos de referencia, a partir de los cuales se establecen los límites entre el mundo de cosas, el mundo social y su propia subjetividad. En el ámbito social, el esquema evolutivo propuesto por Luhmann coloca el rasgo de diferenciación creciente también como factor cla­ ve. En sus reorganizaciones sucesivas se convierte en un umbral de desarrollo a un punto tal que el propio proceso de diferenciación es ya el factor funcional del sistema social y condición para las eta­ pas posteriores, pero ahora entendidas como profundización de la diferencia funcional. Este desarrollo puede ser entendido como producto del dina­ mismo propio de las sociedades modernas, frente a una falta del mismo en las sociedades tradicionales, pero a condición de entender como dinamismo la exigencia de introducción del enfoque sistema/ entorno en los subsistemas funcionales y en el entorno interno de la sociedad como condición para ulteriores diferenciaciones. Lo que me interesa destacar es el factor complejidad característico de las 33 N iklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad..., p. 88. 34 Rolando G arcía, El conocim iento en construcción. De las form ulaciones de Jean Piaget a la teoría de sistem as com plejos, Barcelona, G edisa, 2000, p. 62. Véase tam bién Jean Piaget y Rolan­ do García, Psicogénesis e historia de la ciencia, M éxico, Siglo XXI, 1982, 252 p.

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sociedades modernas a partir del siglo XIX y que puede entenderse como resultado de la inconmensurabilidad de los procesos comunicacionales, de las funciones y de las estructuras del sistema social y sus subsistemas funcionales altamente diferenciados, lo que no cesa de incrementar las operaciones que se ejecutan en su interior. Por consiguiente, la sociedad no puede definirse desde un centro privi­ legiado, por ejemplo, el Estado, tampoco desde las pretendidas uni­ dades básicas que en su articulación dan pie a la emergencia de lo colectivo, es decir, los individuos o las clases sociales.

Diferenciación y autorreferencia social La desontologización de lo social conduce a la implementación de otra estrategia, tanto teórica como metodológica, que consiste en la in­ troducción de la diferencia como aspecto orientador para ambos niveles. Pero la cuestión considerada por Luhmann respecto a la diferencia consiste en no tomarla como dato duro o como un con­ junto de instancias susceptibles de objetivación en el marco de una supuesta realidad social. La funcionalidad estructural del sistema y los subsistemas con los cuales comparte un entorno interno se re­ producen al multiplicar las diferencias. La constante diferenciación no está sujeta a forma general alguna de orientación, al tipo de un telos intrínseco que gobierna su desarrollo, por lo que responde sólo a códigos específicos no generalizables o extrapolables a algún tipo de unidad formal que permita factorizar sus agregados. Dichos có­ digos son binarios, según Luhmann. Esto quiere decir que se trata de sistemas que tienen la cualidad de referirse a sí mismos (autorreferencia), además de diferenciar estas referencias de las que pueden hacerse sobre su entorno (inter­ dependencias internas). Al no haber unidad a la cual apelar en sen­ tido teórico y metodológico, la descripción posible sólo puede to­ mar como instancia central el ámbito diferenciado desde el cual son observados tanto la sociedad como el mundo. Lo que supone, como criterio central para este trabajo, que el propio proceso cognitivo que se despliega en los segmentos denominados ciencias es alta­ mente diferenciado y complejo, lo que afecta a sus atribuciones holísticas tradicionales. Así, las ciencias, en sus previsiones teóricas

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y en las aplicaciones metodológicas, no buscan dar cuenta del todo del sistema o de los subsistemas funcionales con los que están re­ lacionados. No son razones materiales —se trataría en tal caso de la imposi­ bilidad de cubrir todos los aspectos que conforman un campo de conocimiento— ni razones prácticas —una suerte de economía del análisis— las que pueden ser imputadas para explicar dicha situa­ ción. De la misma manera que para la sociedad en su conjunto re­ sulta pertinente hablar de un enfoque sistémico en el orden de su evolución histórica —por tanto, contrario a los modelos causales o teleológicos—, así también los procesos de construcción de conoci­ miento científico han respondido a los lineamientos de ese cambio. Las prevenciones científicas, tanto teóricas como metodológicas, se desenvuelven como modelos adecuados para hacer resaltar perti­ nencias. Los medios de los que se valen están orientados al estable­ cimiento de relaciones entre un número limitado de elementos abs­ traídos del sistema social o del mundo. Como son abstracciones, sólo toman en cuenta algunos aspectos del sistema o de los subsistemas y no otros; por eso hablo de un ejercicio de realce de pertinencias. Generalmente se habla de inter­ pretación cuando se produce ese ejercicio de abstracción de algunos elementos que resultan relevantes de acuerdo con ciertos criterios establecidos de antemano, lo que deja de lado a un conjunto más vasto de elementos. Si dicha interpretación se coloca en el nivel de una operación específica —en este caso, en el plano de un conjun­ to de operaciones científicas más amplio—, cabe por tanto conside­ rarla como observación; la operación a la que me refiero es preci­ samente el establecimiento de criterios previos no justificados de la misma manera que las interpretaciones a las que dan lugar. Los medios adecuados de estas observaciones, que dependen del tipo de distinciones introducidas en la operación, se encuentran adscri­ tos a los deslindes temáticos correspondientes a cada subsistema, por así decirlo. La consideración anterior lleva a consecuencias epistemológicas de gran relevancia a partir de la conexión entre desarrollo histórico de las sociedades modernas y el desarrollo de pautas cognitivas al tipo de las ciencias en general. Luhmann lo expresa de la siguiente manera:

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En último término, esto significa dos cosas: en primer lugar, que tanto el mundo como la sociedad sólo pueden ser observados y descritos desde dentro; y, en segundo lugar, que sólo si se trazan límites, si se crean formas, pueden ser desarrollados dentro de la realidad (del mundo o de la sociedad) los ahora necesariamente más complejos modos de reflexión requeridos.35 Estos dos aspectos señalados por Luhmann merecen un trata­ miento en términos de teoría del conocimiento, aunque por medios distintos a los abordados por los lineamientos epistemológicos en­ sayados insistentemente desde el siglo XIX. Esto debe incluir, por supuesto, el estatus mismo del conocimiento histórico pero lleván­ dolo a un nivel de racionalidad operativa, esto es, como subsistema social. Ahora bien, y regresando a la línea argumental que alude al proceso evolutivo de la comunidad al ámbito de lo societal, puede surgir la siguiente interrogación que también tiene relación con lo dicho sobre el papel de la observación: la recurrencia a la diferen­ cia como valor mismo de la modernidad cultural, ¿no conlleva los típicos problemas del relativismo puestos ya en evidencia por el historicismo? La respuesta que tomo como guía en este trabajo es no. La arbitrariedad no es condición inherente a la situación de complejidad propia de los sistemas sociales postradicionales. El valor correlativo a la complejidad es la contingencia, y esto supone la necesidad en la reproducción del sistema de establecer los enlaces a partir de selecciones, esto o lo otro, sin recurrir al expedien­ te de las típicas emisiones de las cuales se puede predicar su condi­ ción de verdaderas o falsas. Los enlaces, repito, son del tipo de las expectativas estilizadas normativamente o las expectativas estiliza­ das cognitivamente, donde la decisión sólo puede ser abordada como un índice o indicación no orientada previamente por algún precepto teórico-metodológico ni por criterios teleológicos de anti­ cipación fuerte. Es de sobra conocido que las sociedades premodernas o tradicionales impulsaron la tendencia a negar valor alguno a la contingencia, sobrevalorando los diferentes índices de necesidad con los que contaban. En buena medida las prácticas de ritualización y un conjunto de semánticas combinadas con ellas dotaban a la 35 Josetxo Beriain y José M aría G arcía Blanco, "In trod u cción ", en N iklas Luhm ann, Com­ plejidad y m o d e r n id a d ., p. 16-17.

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confirmación normativa de las expectativas de un fuerte sentido de probabilidad. Ya con la introducción y la estabilización de las respuestas es­ tilizadas en términos cognitivos, las sociedades modernas se dan la pauta para reducir abruptamente la intensidad normativa anterior. Es notable que esta reducción de la intensidad normativa se coloca­ ra en una relación inversamente proporcional con la intensificación de la contingencia; éste sería uno de los resultados más vistosos del proceso histórico de las sociedades tardomodernas. Luhmann ex­ plica esto acudiendo a una rápida definición de la contingencia en perspectiva lógico modal: "Contingencia es todo lo que no es ni necesario ni imposible. El concepto se obtiene, pues, mediante ne­ gación de necesidad e imposibilidad."36 Es de entrada una definición problemática por la conexión, en la misma frase, de dos negaciones que no son correlativas ni reducibles una a la otra. Incluso señala Luhmann que deben ser tratadas como unidad. Aludiendo a la obra de Gotthard Günther, quien funda la denominada lógica transclásica en abierta oposición a la lógica binaria tradicional, esto es, de dos valores, se allega un soporte crucial en términos teóricos: la lógica policontextual. Esto le permite afirmar que en el medievo no era posible aceptar la contingencia puesto que no eran reducibles sus implicaciones a la lógica de dos valores, apta sin duda para plantear las referencias ontológicas de sobra conocidas: ser/no ser, espíritu/materia, su­ jeto/objeto. Esta situación puede dilatarse hasta bien entrado el siglo XIX y comienzos del XX, por ejemplo, en la discusión tan par­ ticularizada sobre el saber histórico que sólo podía ser abordada desde el dualismo metódico explicación científica/comprensión teleológica.37 Las nuevas dimensiones que abre una lógica policontextual, por el contrario, son totalmente adecuadas para una socie­ dad que se abre a la diferencia como valor central. En contraste con esas visiones de la evolución al tipo de las filosofías decimonónicas 36 N iklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad..., p. 89-90. 37 Para un análisis m inucioso y sin duda sugerente de esta contraposición entre u n m é­ todo pretendidam ente científico, coincidente por lo dem ás con los procedim ientos de ciencia nom ológica, y aquel otro considerado residual por su condición filosófica sospechosa, véase K arl-O tto A pel, La controverse expliquer-comprendre. Une approche pragm atico-transcendentale, traduit de l'allem and par Sylvie M esure, Paris, Cerf, 2000.

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de la historia, centradas ya sea en el desarrollo del espíritu, ya sea en la concreción del propio ser del hombre, el planteamiento de Günther permite encarar una realidad compleja a partir de diferen­ tes planos diferenciados entre sí. Estos aluden a grados diversos de autonomía y desarrollo, así como a valores interpretativos autorreferentes, una arquitectura de flujos múltiples de interacción que, además, adquiere rasgos comu­ nicativos aplicables a la cibernética y a los problemas de la inteligen­ cia artificial. Este andamiaje teórico, al mismo tiempo que práctico, conduce a una comprensión de los diferentes procesos de construc­ ción social de la realidad.38 Para salir de la esfera fuertemente ontologizante de la lógica de dos valores era necesario contar con un tercer valor que, a diferencia de los otros dos convenidos por la tradición como unívocos, no podía más que presentar una cualidad de indeterminabilidad. Un tercer valor posible en las sociedades premodernas sólo podía ser atribuido a una instancia que, por todos sus rasgos, tendría que ser la condición de posibilidad de los dos previs­ tos. Pero en tanto que ese tercer elemento era el origen de las cosas y sus valores, no entraba como elemento de indeterminabilidad sino de determinación absoluta. En una sociedad guiada por fundamen­ tos teológicos, dicho elemento era el principio divino de toda la crea­ ción, por lo que no era posible nivelarlo al punto de desestabilizar las conexiones lógicas de los valores atribuidos a las cosas y a los entes. Sólo en una sociedad profundamente diferenciada, es decir, donde no tienen ya funcionalidad los planteamientos dualistas —ser/ pensar, esencia/apariencia, lo empírico/lo trascendente—, es posi­ ble introducir ese tercer valor de indeterminabilidad. La sola pérdida de relevancia de las reflexiones acerca de la condición existencial de los seres humanos, es decir, sin el cobijo de una seguridad metafísica sobre el sentido de su propia condición, expresa ya la debilidad consustancial a todo planteamiento ontológico, incluso en la propia filosofía.39 La consecuencia que puede sacarse sobre el valor de 38 G otthard G ünther, "L ife as a poly-C ontexturality", en J. Paul (ed.), Vordenker, febrero 2004. Disponible en < http://vordenker.de/ggphilosophy/gg_life_as_polycontexturality.pdf >. Fecha de acceso: 9 de octubre de 2012. Publicado prim ero en: H. Fahrenbach (Hrsg.), W irklichkeit und reflexión, festschrift fü r W alterSchulz, Pfullingen, 1973, p. 187-210. 39 Véase al respecto la sugerente antología de G ianni Vattim o, La secularización de la filo ­ sofía. H erm enéutica y posm odernidad, 3a. ed., trad. de Carlos C attroppi y M argarita N. M izraji, Barcelona, G edisa, 1998. La postura m ism a de Vattim o, que entiende la m odernidad cultural

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indeterminabilidad apunta, indudablemente, a la condición contin­ gente de la modernidad y sus productos, puesto que al compararla con la necesidad y la imposibilidad —la unidad de la negación— resulta en una generalización de presupuestos débiles. Inmediatamente Luhmann hace una sorprendente afirmación: el tipo de formalismos a los que lleva una lógica de valores múltiples no permite, a pesar de sus atributos, una reflexión justificada sobre la sociedad moderna. La pregunta, por tanto, es si existe una mane­ ra teórica que esquive la multiplicación de formalismos pero que, al mismo tiempo, permita emplear de manera productiva la noción de contingencia.40 La respuesta nos conduce a la teoría de la observa­ ción. ¿Qué permite dotar a la observación de cualidades en el orden mismo de la sociedad moderna y, al mismo tiempo, encarar los fac­ tores de contingencia que le son propios? Para una lógica de valores dobles no estaba en el espacio de sus posibilidades atribuir la descrip­ ción de un polo, por ejemplo, el objeto o la apariencia, a un ejercicio de construcción del mismo, por más que el sujeto podía ser delimita­ do como el factor condicional del acto de observación. En una esfera social que presuponía un sustrato ontológico privilegiado, la descrip­ ción estaba adscrita únicamente a las posibilidades de la percepción del sujeto, cuestión que llega hasta el empirismo lógico. Observar era un proceso de traducción mental de la experiencia sensorial. La realidad, en tanto entidad perceptible, entraba en el circuito de la descripción, donde la observación misma era aproblemática, pues estaba circunscrita a la inmediatez de la vista. Lo real mismo no era afectado por la observación dado que la realidad era la misma para todos; por eso, lo cuestionable estaba en la capacidad física del sujeto que observa y en el ejercicio de traducción correspon­ diente. La realidad era una y la misma, pero las descripciones podían ser diversas, algunas verdaderas algunas falsas. Esta divergencia no y su continuación posm oderna com o un constante debilitam iento del ser, puede ser entendi­ da com o un signo que alude a otra disposición de pensam iento. En efecto, el pensam iento débil, en cuanto a valores y verdades posibles, no deja de ser contrastante con la lectura de Vattim o respecto a N ietzsche y al conjunto de im plicaciones nih ilistas que pueden sacarse de ello. En ese sentido, es m ás que útil la lectura de otra antología dedicada a la obra de Vattim o: Santiago Zabala (ed.), D ebilitando la filosofía. Ensayos en honor a Gianni Vattimo, trad. de Francisco Javier M artínez Contreras, Barcelona, A nthropos/U niversidad A utónom a M e­ tropolitana, U nidad Cuajim alpa, 2009. 40 N iklas Luhm ann, Observaciones de la m odernidad..., p. 91.

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pudo ser resuelta desde la lógica bivalente, lo que acarreó múltiples problemas. Cabe hacer notar que esta presunción de mismidad de mundo se conectaba con una concepción general de carácter cosmo­ gónica o cosmológica. El cosmos era inmutable, fijo y siempre el mis­ mo, al punto de asumir una relación de isomorfismo entre lo que se podía decir de dicho cosmos y el cosmos en tanto tal. Si ese imperioso isomorfismo cosmogónico lo encontramos —in­ cluso en una suerte de evocación implícita— en esa teoría de la co­ rrespondencia que ha tenido gran importancia para la filosofía de la ciencia, no es mera casualidad. Precisamente la irrupción de la cien­ cia en su variante astronómica supuso la introducción de un cosmos infinito y cambiante, esto es, profundamente signado por la contingencia.41 Se trata ahora de un cosmos afirmado, paradójicamente, en la doble negación de necesidad y de imposibilidad. Pasamos de una situación donde lo real es independiente del observador, a otra don­ de la realidad depende del observador. En el campo de la filosofía esta transformación se ubicó en la disolución de la tradicional filo­ sofía de la conciencia de corte trascendental, apareciendo ya en el siglo XX una variedad de posturas que tuvieron que enfrentar el reto de cómo pensar la experiencia sin tener que recurrir a las prestacio­ nes subjetivas de los individuos como origen de las representa­ ciones, incluyendo el citado problema de la percepción. Lo anterior llevó a la necesidad de reconsiderar la noción misma de representación, pues terminaba aludiendo a un mundo represen­ tado por la fuerza intencional de la conciencia, por más que ése no fuera el interés expreso. En una sociedad cuyos rasgos de diferen­ ciación exigen una lógica policontextual, lo real no puede ya presen­ tarse como unidad y mismidad para todos, y esto por el hecho de 41 "L a tradición científica m oderna nace con la desaparición, m ejor dicho, con la verda­ dera explosión de un cosm os finito cuyos confines, a la vez físicos y sim bólicos, tom aban form a y concreción en la figura de las esferas celestes, que aparecían com o los lím ites del universo de lo pensable. Por eso, el observador de ese cosm os creía que era posible definir claram ente el universo de discurso del saber com o universo isom orfo respecto del universo natu ral, del cual se daban los lím ites conocibles y conocidos. El cosm os produ cido por las revoluciones cosm ológicas y físicas que signan el su rgim iento de la edad m od erna se pre­ senta en cam bio sin lím ites aparentes, infinitam ente extensible en el tiem po y en el espacio, plausiblem ente in fin ito ." M auro Ceruti, " E l m ito de la om nisciencia y el ojo del observa­ d o r", en Paul W atzlaw ick y Peter K rieg (com p.), El ojo del observador. Contribuciones al cons­ tructivismo. H om enaje a H einz von Foerster, trad. de C ristóbal Piechocki, B arcelona, Paidós, 1995, p. 33.

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que entra en el ámbito de la comunicación. En efecto, una descrip­ ción es una comunicación y no una percepción psíquica, pero dicho enunciado sólo tiene sentido en la época moderna y en el tipo de instancias sociales que genera. Aunque sea aceptable el hecho de que los sistemas psíquicos observen y perciban —donde la observación y la percepción son elementos de una conciencia—, lo importante es que en el sistema social la observación no es una percepción sino una comunicación. Se revela en la anterior afirmación la importancia que han tenido los análisis sobre el lenguaje en esta disposición reflexiva y también los estudios sobre los aspectos simbólicos que resultan complementa­ rios. Tanto unos como otros revelan consideraciones centrales en el orden de la perspectiva sobre el lenguaje, más alentada aún por la aparición del denominado giro lingüístico. Así, una de las conclu­ siones más interesantes para lo que aquí se destaca es aquella que afirma que el lenguaje es medio de comunicación antes que código lexical. Si bien el código y las reglas formales en la emisión de frases, enunciados y discursos son imprescindibles, lo son sólo en el senti­ do de que no pueden entenderse dichas emisiones si no se respetan ambos. El fenómeno lingüístico es mucho más que códigos y reglas generativas, cuestión puesta en evidencia en el momento en que se produce ese desempeño discursivo no explicable desde los sustratos más simples del lenguaje. El lenguaje en su desempeño discursivo, aunque no sólo en ese nivel, es un medio de comunicación, aserción que nos resulta ya de sobra conocida. Reducir el lenguaje a su parte material o a los sopor­ tes del mismo, en otras palabras a sus sustratos básicos, inhibe la función que cumple en términos sociales. En su significación más contundente, la observación ha pasado de la conciencia (percepción) a los contextos sociales, en el mismo movimiento por el cual la mi­ rada deja de ser sólo un aspecto de orden sensorial del sujeto cons­ ciente y se convierte en un registro cultural y social que hace ver aquello que se puede ver, invisibilizando al mismo tiempo eso otro que no se puede ver. Pero lo que se juega es tan crucial en ese mo­ vimiento oscilatorio, al punto de que demarca una situación sociocultural donde la realidad no puede ser ya independiente del obser­ vador, afirmando una condición que originariamente no es de orden teórico o filosófico más que por derivación.

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La comunicación como operación social La frase la realidad no es independiente del observador se traduce desde el giro lingüístico como no independiente del lenguaje del observador. En suma, la observación se ha convertido en una operación comunicacional, dejando para los contextos sociales anteriores su cua­ lidad perceptiva, al punto de merecer reconocimiento ahora su proyección constructiva más amplia. Si en la percepción la cuali­ dad subjetiva permite reconducir la diferencia de lo percibido a una unidad subyacente (la distinción se aprehende como unidad), en la observación se procesa una distinción como distinción, por eso puede ser considerada con todo derecho como comunicación.42 El solipsismo, que presupone la percepción como algo referido a esta­ dos internos que sólo después se comunican a otros, cae en contra­ dicciones insalvables, pues de lo único que tenemos noticia es de su cualidad comunicable. Si sólo tenemos acceso a la comunicación de una percepción, estamos, como señaló Luhmann, más allá de la percepción. Ese ám­ bito más allá de la percepción como percepción es la comunicación que es en sí mima pública y siempre externa a la conciencia. Recorde­ mos algo ya resaltado anteriormente en una cita de Luhmann: el mundo, o la realidad, sólo puede ser observado desde adentro y sólo si se crean formas es posible orientarse reflexivamente en esa realidad.43 El me­ dio de la observación es, por tanto, el medio lenguaje, mientras la forma se deriva de la distinción respecto al medio. Esta apreciación es una reformulación de Luhmann de una distinción trabajada por Fritz Heider en sus investigaciones sobre la percepción de princi­ pios del siglo XX. El aporte de Heider consiste en establecer la dife­ rencia entre el medio y la cosa, constitutiva del fenómeno general de la percepción. De tal suerte que percibimos porque dicho acto se realiza en un medio determinado: el medio luz nos permite ver algo; el medio aire, escucharlo. "Esta distinción surge del siguiente planteamiento: el medio nos permite ver, según Heider, cosas, pero él mismo no es 42 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad. , p. 20. 43 Vid. supra, p. 46.

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visible." La reformulación llevada a cabo por Luhmann consiste en aplicarla a la teoría de la sociedad de una manera productiva al pun­ to de desconectarla de la problemática de la percepción. Ya en este ámbito es posible afirmar que el medio es aquel que carece de forma, pero él mismo es condición para la existencia de formas. "El medio, por carecer de forma, se compone de elementos acoplados de modo am­ plio, mientras que la form a, de elementos acoplados de modo estricto."44 La frase el lenguaje es un medio de comunicación está asu­ miendo dicha distinción. Así, la verbalización como sustrato, en tanto que permite acoplar elementos de modo amplio, es un medio (el sustrato medial del len­ guaje), mientras la comunicación es la forma, porque acopla elemen­ tos de modo estricto. La observación consiste en una forma, una co­ municación, que tiene como sustrato el medio lenguaje. Estas consideraciones son producto del trabajo llevado a cabo por Luhmann para conectar de manera legítima la teoría de la observación —una par­ ticular reflexión cognitiva no convencional— con la teoría de la sociedad anclada en un enfoque sistémico. Autores como Maturana o Francisco Varela no coinciden necesariamente con este concepto de observa­ ción como comunicación, lo que no resta valor alguno a la aplicación llevada a cabo en los estudios sociológicos. Ya en el tipo de proble­ mas abordados por una teoría general de la sociedad, la noción de observación no puede ser tratada más como captación de una rea­ lidad por parte de una conciencia, tal y como buena parte de la tradición de pensamiento había formulado con anterioridad. La razón para sostener este cambio de perspectiva —que puede incluso entenderse como cambio de paradigma general— tiene que ver con la definición previa de la sociedad como sistema de comu­ nicaciones. Trazando ya distinciones en toda observación, se deja ver su diferencia con la problemática de la percepción por parte de una conciencia. Si bien esta última es también una operación, lo es sólo porque tiene lugar en el sistema psíquico y su entorno, final­ mente la distinción de todo sistema entre lo interno y lo externo, donde la frontera es totalmente pertinente para el funcionamiento sistémico, incluso en el psíquico. Esto es, lo psíquico es un sistema 44 Alfonso M endiola, "L as tecnologías de la com unicación. De la racionalidad oral a la racionalidad im presa", Historia y Grafía, México, Universidad Iberoam ericana, n. 18, 2002, p. 26.

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autorreferencial, como lo es el propio sistema social. Pero la di­ ferencia, nada obvia desde el tipo de discusiones que convencio­ nalmente han abordado la temática, consiste en que el sistema psí­ quico autorreferencial funciona reflexivamente y fenoménicamente al mismo tiempo. Reflexivamente, al estar asociada la conciencia a la representa­ ción (imágenes, ideas o pensamientos sobre algo) reconoce que di­ chas representaciones son manifestaciones de sus propias operacio­ nes mentales y, como tales, son producto de su distinción particular entre sistema y entorno. Para la filosofía fenomenológica, al repre­ sentarse algo "este algo es un fenómeno [...]. Este modo de operar es lo que Husserl denomina intencionalidad. El funcionamiento in­ tencional de la conciencia determina el modo en que produce sus ele­ mentos y su estructura".45 A pesar de que pensamiento, ideas, imá­ genes —es decir, el conjunto de las representaciones— pueden tener lugar en el medio sentido, no son comunicaciones dirigidas a alguien, pues ése sería el caso de una percepción comunicada o socializada. Pero una percepción comunicada ya no es una operación propia del sistema psíquico sino de su entorno, en tal caso, del propio sis­ tema social. Una observación, es decir, una comunicación, participa de las condiciones de todo fenómeno social y, por tanto, es literal­ mente trascendente del ámbito de la conciencia, aunque presenta peculiaridades que deben ser estimadas en sus propios términos. Lo social, entendido incluso bajo la óptica de la tradición que viene de Weber y conecta con Parsons, esto es, como realidad, encuentra en la comunicación —normalmente entendida como fenómeno inter­ subjetivo— su instancia más básica. De ahí que la relación entre por lo menos dos individuos que intercambian emisiones lingüísticas entre sí, llegan a acuerdos respecto a la negociación de la situación y se capacitan —ése sería su resultado — para una acción coordina­ da, es la unidad más simple de todo fenómeno social.46 45 A lfonso M endiola, "L o s géneros discursivos com o constructores de la realidad. Un acercam iento m ediante la teoría de N iklas L uhm ann", H istoria y Grafía, M éxico, Universidad Iberoam ericana, n. 32, 2009, p. 26. 46 Ésta es la opinión de H aberm as a grandes rasgos, desarrollada en su fam oso estudio sobre la teoría de la acción com unicativa. En su form ulación estim a que del concepto de ac­ ción, orientada al entendim iento, puede aun esperarse una validación de carácter universal, conectada internam ente con las form as m odernas de racionalidad. Véase al respecto, Jürgen H aberm as, Teoría de la acción comunicativa. 1. R acionalidad..., p. 193-194.

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El consenso entre individuos, permitido por el acuerdo argumen­ tativo logrado en sus opiniones o juicios, lograría encauzar la acción social en tanto existe complementariedad en objetivos comunes. Al final encontraríamos que la unidad básica de lo social, entendida desde perspectivas afines a la comentada aquí, serían los hombres concretos y las relaciones que se entablan entre ellos, aunque, ha­ ciendo justicia a Habermas, dicha realidad no pueda ser observable desde fuera como la típica disposición teorética o la también típica actitud de objetivación propia de la ciencia natural. Esto tiene conse­ cuencias no sólo teóricas respeto al estatuto mismo de la ciencia so­ cial, sino también, y al mismo tiempo, implicaciones metodológicas en lo tocante a los procesos de investigación concretos. Sobre tales consecuencias e implicaciones volveré más adelante, cuando aborde dichas dimensiones en la propia investigación histórica. En contraste, Luhmann parte de que la unidad básica de lo so­ cial es la comunicación misma, pero no entendida como instancia de relación entre individuos, dado que lo que los conecta (esa ex­ presión entre), la comunicación como tal, vendría a ser efecto secun­ dario de la relación inaugural del acto. Al ser la comunicación un "entre dos", un individuo frente a otro individuo, la naturaleza de la comunicación se restringe a la capacidad de transmisión, ya sea de datos, expresiones normativas o cualidades subjetivas. En todo caso, dicha transmisión se localiza entre dos entidades que logran reconocerse por compartir reglas de orden semiótico, reglas semán­ ticas que adecuan el significado de las expresiones involucradas o, finalmente, actos de habla en el trasfondo de un mundo de la vida compartido.47 En opinión de Luhmann una postura como la rese­ ñada deja fuera lo propiamente determinante de la comunicación: ella no es controlada por los estados mentales de los participantes, 47 "L a m etáfora de la transm isión es inservible porque im plica dem asiada ontología. Sugiere que el em isor transm ite algo que es recibido por el receptor. Éste no es el caso, sim ­ plem ente porque el em isor no da nada, en el sentido de que pierda él algo. La m etafórica del poseer, tener, dar y recibir no sirve para com prender la com unicación. La m etáfora de la transm isión coloca lo esencial en el acto de la transmisión, en la notificación. Dirige la atención y los requerim ientos de habilidad hacia el em isor. La notificación, sin em bargo, no es m ás que u na propuesta de selección, una sugerencia. Sólo cuando se retom a esta sugerencia, cuando se procesa el estím ulo, se genera com unicación." N iklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, trad. de Silvia Pappe y Brunhilde Erker, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, Alianza, 1991, p. 153.

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sino por la continuación de la operación de comunicación a partir de sí misma. El proceso comunicativo se instaura cuando permite continuar el proceso con otras comunicaciones, cuando se enlaza en el plano de la recursividad con un conjunto de emisiones que se siguen de las primeras. Pero si la sociedad es un sistema de comunicaciones —no de entes, no de sustratos materiales perceptibles, no de accio­ nes—, entonces se entiende una gran tesis de Luhmann: la sociedad se reproduce a través de comunicaciones, lo que quiere decir que se reproduce en el mismo procedimiento por el cual reproduce los procesos comunicativos. En ese sentido, la comunicación puede ser descrita como una operación —la operación básica de la sociedad — característicamente autorreferencial, es decir, que opera sólo porque distingue entre el sistema y su entorno. Desde esta distinción básica, la comunicación se instaura como la unidad de una síntesis posterior permitida precisamente por esa primera distinción. Dicha síntesis es aquella que se produce entre tres selecciones. La primera consiste en la selección respecto a la información; la se­ gunda, en la selección respecto al contenido; la tercera expresa la selección respecto a los elementos que permitirían su aceptación.48 Esta triada de selecciones pone el acento de la comunicación no en el emisor establecido como fuente de la información y como origen del sentido —tal y como había sido costumbre en los análisis semióticos y lingüísticos—, pues alude, antes bien, a la necesidad de tomar en serio el acto de comprensión de la información. Comprensión se entiende como aceptación de la oferta comunicativa en un estado posterior del sistema. En caso contrario, si la respuesta es el rechazo a dicha oferta, no se continúa la comunicación y, por tanto, no hay comprensión. Es posible decir que se entendió la oferta comunicati­ va sólo si se continúa el proceso comunicativo, pero al continuarse en enlaces posteriores se hace notar algo que resulta crucial para la teoría de la sociedad de Luhmann: dicho enlace entre comunicacio­ nes es, en realidad, el enlace operativo del sistema social. Esto es ya indicativo de un procedimiento de orden general por el cual la sociedad se reproduce desde sus propias operaciones, siendo dichas operaciones comunicaciones. En este punto puedo regresar 48 Ibid., p. 155.

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a una afirmación realizada con anterioridad: la observación no es más que una forma, es decir, una comunicación que, como tal, tiene al lenguaje como su sustrato medial. La observación es una comu­ nicación porque —recordemos— acopla elementos de modo estricto. Se puede decir de otra manera, que es el sistema social el que obser­ va —no el individuo como ente— a través de comunicaciones.49 De esta forma, la observación es una instancia eminentemente social y, al mismo tiempo, está en consonancia con el principio de contingen­ cia ya aludido. Este último aspecto expresa la determinación de la observación como forma que introduce diferencias, lo que supone que cabe adscribirla de manera justificada al nivel de una operación propiamente dicha. En todo acto de comunicar existe implícita la diferencia entre operación y observación, pero siempre y cuando se acepte que dicha operación utiliza esa diferencia, a la vez que inclu­ ye la descripción de esa diferencia. En otras palabras, la operación en que consiste la observación tiene la cualidad de efectuar un proceso de observación sobre sí misma, pero no en una secuencia inmediata. Luhmann lo expresa de la siguiente manera: "La observación puede y tiene que seleccio­ nar distinciones, y puede ser observada en relación a las distinciones que selecciona o a las que evita seleccionar."50 Tal consideración apunta a la condición funcional de la observación por la cual la dis­ tinción viene a ser el sino más específico de lo social: primero, dis­ tinguiendo su entorno del sistema mismo; segundo, al diferenciar las referencias hechas al entorno de las que son aplicables al interior del sistema; tercero, al convertir estas diferenciaciones en el orien­ tador central del conjunto de operaciones del sistema. Ahora bien, aquí contingencia es una cualidad intrínseca de toda observación como operación del sistema, pues introduce criterios determinantes para observar: hace distinciones al marcar un límite. Es conveniente aclarar dos aspectos de este procedimiento sistémico. Primero, con esta marca se establecen dos lados al punto de que la observación se dirige sólo a uno de ellos, mientras el otro 49 "¿C óm o observa la sociedad? ¿Cóm o produce la sociedad observaciones que le per­ m iten construir lo real? La sociedad observa a través de com unicaciones. S i la operación de observar consiste en la unidad de distinguir e indicar, ¿cóm o lleva a cabo esa operación la com unicación?" A lfonso M endiola, "L o s géneros d iscursivos...", p. 45. 50 N iklas Luhm ann, Observaciones de la m odernidad..., p. 42-43.

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permanece latente, de suerte que se hace notar el hecho de que la diferenciación introducida corresponde a la unidad de esa dualidad o a la unidad de la diferencia. Si bien sólo puede observarse un lado, ese lado no sería posible sin el otro como diferencia. Pero si pudiera preguntarse a la operación misma por qué "se ha escogido precisa­ mente esa diferenciación y no otra que pudiera estar condicionada de otra manera", la respuesta posible es que, en efecto, bien podrían ser otros los criterios aplicados a la distinción. Por tanto, esa obser­ vación no puede ser tomada a partir de una pauta de obligatoriedad que guíe la selección. Segundo, en esta observación de primer orden no es posible observar la distinción misma utilizada como marca. Luhmann co­ menta esto acudiendo al trabajo de Spencer Brown: la diferencia introducida en la operación de observar es invisible para el propio observador, es su punto ciego.51 Sin embargo, dicha operación es ac­ cesible en otro nivel de observación, aquel que observa la distinción anterior y puede describir los criterios utilizados en la propia dis­ tinción. Colocado en la unidad de la diferencia, el observador que observa una observación temporalmente anterior puede ver al lado no accesible al observador primario y, al mismo tiempo, delimitar el tipo de distinciones utilizadas. Si se piensa que con ello se intro­ duce un nivel de superioridad del observador secundario, rápida­ mente Luhmann aclara que esto no se sostiene por el hecho de que también ese observador necesita introducir distinciones para obser­ var observaciones y esas distinciones son tan contingentes como las que permite la observación de primer orden.52 Si toda observación es contingente, no sólo lo es por su despla­ zamiento temporal; aún más importante para el tema tratado en este escrito, dicha condición le viene de su dependencia de esos criterios de distinción que la permiten como operación sistémica. El mundo o la realidad observados pierden consistencia ontológica con esta disposición, pues ahora toda realidad es una construcción. Ese mun­ 51 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, p. 156-157. 52 "L a teoría de la observación de segundo orden parece haber tom ado por la ruta que podría solucionar m uchos problem as de la intersubjetividad, pero con una coloración m uy específi­ ca que no había sido contem plada en la teoría del sujeto: el hecho, sobre todo, de que una observación de segundo orden es, al m ism o tiem po, una observación de prim er orden." Ibid., p. 168.

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do o realidad puede ser de otra manera —otros mundos y otras realidades— si se introducen criterios diferentes, dado que nada garantiza su estabilidad en términos de infinitud. Lo anterior quiere decir que las descripciones posibles se vuelven artificiales, relativas o, si se prefiere otra expresión, radicalmente históricas. La cualidad de pluralidad en las construcciones de lo real, del mundo observado, es irrebasable para una sociedad tardomoderna como la nuestra, lo que significa el fin de las ontologías y de aquellas metafísicas sustitutivas denunciadas por Blumenberg como conjuntos de prescrip­ ciones totalmente carentes de vinculabilidad o de fuerza normativa. A pesar de que en la modernidad misma se han presentado desde el siglo XVIII intentos por garantizar la supervivencia de es­ tructuras fuertes de pensamiento, aun las búsquedas de un orden necesario, de respuestas apriorísticas, de la apelación a valores ina­ movibles, aparecen como intentos siempre en entornos profunda­ mente contingentes.53 Al no poder ya apelar a sólidas expectativas normativizadas y depositadas en la tradición, sus propias observa­ ciones se presentan como contingentes, pues todavía tienen que competir con otras. Pero no sólo esto, se confrontan constantemente con el ejercicio correspondiente de la observación de segundo orden que no se contiene en el desvelamiento de los criterios utilizados y su descripción temporalmente determinada. La sospecha escéptica las corroe desde dentro, lo que ni siquiera es atribuible a un crítico externo mal intencionado. La propia caracterización de la sociedad como moderna, adjetivo nada circunstancial, permite su identifica­ ción marcando una diferencia respecto de su pasado, por más que ese pasado sólo aluda a una reconstrucción retrospectiva. Si bien es la dimensión temporal la que permite su identificación como moderna, esto no altera los patrones de los propios sistemas autorreferenciales, pues construyen su identidad en una continua recurrencia a estados pasados del sistema. En la actualidad dicho recurso sistémico no puede hacer otra cosa más que reconducir a la diferencia (desidentificación), que no a la identidad del sistema. Lo anterior se debe a la transitoriedad como valor mismo de la modernidad.54 En todo caso, dicho sistema social debe ser considerado 53 N iklas Luhm ann, Observaciones de la modernidad..., p. 88. 54 "Q ueram os o no, no somos ya lo que fuim os, y nunca m ás seremos lo que ahora somos. Esto arruina, pues, todos los caracteres de la m odernidad, ya que tam bién vale para ella: los

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producto de un peculiar proceso histórico, esquemáticamente des­ crito con anterioridad. Si en estas sociedades se presenta un número cada vez mayor de relaciones y de interrelaciones, al no poder reconducir esta diversidad a un modelo general de todas las relaciones posibles, la necesidad de la selección es evidente. Lo que no quiere decir que sea posible hacer predicciones controladas suficientemen­ te para anticipar el sentido de la selección, ya sea hacia el interior del sistema como acción, ya sea hacia el entorno como experiencia.

Contingencia, complejidad e improbabilidad: el orden de lo latente Toda operación, y por tanto, toda observación, es una selección. Esto está en relación directa con los altos estándares de reflexividad requeridos por la operación sistémica. Las grandes estructuras de seguridad ontológica o metafísica de las sociedades modalizadas en términos de segmentación o jerarquización, según sus propios estándares de complejidad, se atenían a las posibilidades garanti­ zadas normativamente de fiabilidad. Este término debe ser tomado en su sentido premoderno, es decir, como expresión de confianza absoluta, pues aun las expectativas frustradas podían ser reorien­ tadas como formas eficientes de reducción de contingencia. Incluso aquello que podía resultar indeterminado, incognoscible o extracotidiano, era tramitado hacia el interior de los marcos normativos, esto es, hacia la tradición, como elementos mágicos, míticos o so­ brenaturales. En cualquier caso, no sólo no obstruían los elementos de segu­ ridad decantados por la tradición, sino que los confirmaban, asegu­ rando con ello su autoridad indiscutible. En los sistemas de alta complejidad esa fiabilidad absoluta parece ser sustituida por el ries­ go, o por lo menos dicha expresión se significa de manera diferente de las situaciones premodernas. Un entorno de riesgo supone la con­ versión de la fiabilidad en capacidad reflexiva que asume la impo­ sibilidad de control total de los resultados. En consecuencia, la se­ lección supone el establecimiento de alternativas conflictivas en caracteres de la m odernidad no son los de ayer n i los de m añana, y en esto consiste su m o­ dernidad." N iklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad..., p. 133.

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principio.55 Por tanto, diferencia, complejidad y contingencia, incluso en su sentido habitual, son nociones opuestas a las de unidad, síntesis y estabilidad. Pero su contraposición no es sólo una cuestión de orden semántico, sino que alude a una profunda transformación social. La ruptura que supuso el cambio de paradigma general en términos sociales y culturales señala que estamos ya lejos de acceder a inter­ pretaciones concluyentes, que ya no podemos esperar orientaciones formuladas por autoridades indiscutibles, mucho menos de com­ portarnos de acuerdo a modalidades establecidas por instituciones vinculantes para todos. Pero ahora los procesos de diferenciación funcional, a contracorriente de las certezas de antaño, apelan a un riesgo, la selección, que se dirige siempre a lo más improbable. Eso expresa la frustración de expectativas que, estructuralmen­ te, orientan la selección de enlaces en la comunicación, por lo menos en sentido cognitivo. La tradición hermenéutica lo expresa de una manera distinta, pero que resulta hasta cierto punto coincidente. Desde sus orígenes clásicos hasta las disputas teológicas que anun­ cian su conversión en hermenéutica ilustrada, la especialidad de su labor consistía en resolver los problemas de interpretación respecto a pasajes oscuros de un texto. Pero cabía también en el campo de sus atribuciones todo aquello que estorbara la correcta comprensión en general. Todavía hasta Spinoza y Chladenius, el fenómeno de la incomprensión llama a la tarea hermenéutica con urgencia. Es no­ table que el momento de inflexión, expresado por las propuestas de Schleiermacher, consista también en la conversión del ejercicio com­ prensivo en método especial de las ciencias del espíritu. Paralelamente a ello, y prácticamente en sentido inverso, se ini­ cia su universalidad en el sentido de romper con los estrechos mar­ cos de una tarea aplicada sólo a los pasajes textuales opacos. Des­ de finales del siglo XVIII, su obligación primera se dirige a la comprensión del otro: transparentar la opacidad de una alteridad irrecusable viene a ser su divisa y su objetivo más alto. Al conver­ tirse en método especial y universalizarse, la comprensión sólo ad­ quiere pertinencia en un mundo donde lo común es el malentendido, 55 Para revisar una discusión interesante de las posturas de Luhm ann respecto a la fia­ bilidad y al riesgo, véase A nthony G iddens, Consecuencias de la modernidad, versión española de A na Lizón Ram ón, M adrid, Alianza, 1993. Se puede consultar directam ente la parte don­ de aborda la revisión de dichas posturas a partir de la página 39.

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tal y como lo expresa Schleiermacher. Si es arte evitar el malenten­ dido —y esto se considera como condición común entre los seres humanos—, entonces la improbabilidad preña a la propia labor de comprensión. Comprender al otro como otro es expresión de un riesgo de improbabilidad.56 Se trata de la improbabilidad de la improbabilidad, puesto que la preceptiva hermenéutica posterior a Schleiermacher tendió puen­ tes —o por lo menos coqueteó — con la posibilidad de una verdade­ ra y más lograda autocomprensión del sujeto. El círculo hermenéutico parece ser constancia de tales improbabilidades. Por debajo de las improntas que dejó en la discusión filosófica del siglo xx y de las descripciones que desarrolló la hermenéutica de sí misma y de su tradición, el hecho de que haga valer el momento textual como sis­ tema discursivo derivado del medio lenguaje permite, por un cami­ no diferente al de Luhmann, mostrar la importancia de la observa­ ción como forma de hacer distinciones y de la contingencia como valor social y cultural del presente. Ahora bien, empecé este escrito aludiendo a la condición de discontinuidad que presentan en la mo­ dernidad tanto la ciencia como la filosofía que se encarga de su fundamentación como conocimiento justificado racionalmente. Resulta que dicha ruptura en la continuidad de un horizonte de pensamiento que, como en el caso de la filosofía, presume de oríge­ nes clásicos, no puede ser imputada a consideraciones propiamente teóricas, ni siquiera a la emergencia notable, por lo demás, de la pro­ pia ciencia natural y sus proceso cognitivos. Si ya desde la historia de la ciencia, que imprime una perspectiva hasta cierto punto coinci­ dente con la teoría de Luhmann en sus aspectos más generales, es de sobra reconocida la dimensión social de todo proceso cognitivo, entonces el índice de dicha ruptura tiene que ver más con la apa­ 56 "P ero por encim a de todo, Schleierm acher hace una distinción expresa entre la praxis relajada de la herm enéutica, según la cual la com prensión se produce por sí m ism a y esa praxis m ás estricta que parte de la idea de que lo que se produce por sí m ism o es el m alen­ tendido. Sobre esta diferencia fundam enta lo que será su rendim iento propio: desarrollar, en lugar de una 'acum ulación de observaciones', una verdadera preceptiva del com prender [...] Por encim a de la ocasionalidad pedagógica de la práctica de la investigación, la herm enéuti­ ca accede a la autonom ía de un m étodo por cuanto 'el m alentendido se produce por sí mism o, y la com prensión tiene que qu ererse y bu scarse en cada p u n to '." H ans-G eorg G adam er, Verdad y m étodo I, 8a. ed., traducción de Ana Agud A paricio y Rafael de Agapito, Salam anca, Síguem e, 1999, p. 238. Véase también, M aurizio Ferraris, Historia de la hermenéutica, traducción de A rm ando Perea Cortés, revisión de M aría Elena Pelly, M éxico, Siglo XXI, 2002.

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rición del sistema social moderno como sistema funcionalmente diferenciado. La diferenciación creciente del sistema social y de sus subsistemas, la complejidad resultante en términos de opera­ ciones y de observaciones de segundo orden —culturalmente pri­ vilegiadas para sociedades como las nuestras — y el sentido radical de contingencia, indican que estamos frente a un cambio profundo de paradigma.57 Y esto debe tener consecuencias tanto para un planteamiento general sobre lo cognitivo como para enfrentar aquella interrogante sobre qué puede ser ahora, tomando en serio dicho cambio de pa­ radigma, la reflexión teórica sobre la ciencia de la historia. ¿Qué supone la expresión cambio de paradigma, sobre todo tomando en cuenta que las propuestas de la historia de la ciencia han estado dominadas por discusiones interminables? Luhmann aporta al res­ pecto una visión enriquecedora, no limitativa, del asunto. Habla, por un lado, de superteorías caracterizadas por ser aquellas capaces de dar cuenta de sí mismas y de las teorías rivales. En ese sentido, un cambio de paradigma tiene lugar cuando el nuevo modelo propues­ to es tal que, en el orden del nuevo paradigma, incluye al paradig­ ma anterior.58 La inclusión en un nuevo paradigma del anterior­ mente dominante no significa proceso de superación, ya que dicha

57 Hans Blumenberg llam ó la atención sobre el concepto paradigm a utilizado por Thomas S. Kuhn, pero m ás allá de las atribuciones dadas por el autor de La estructura de las revolucio­ nes científicas. Así, hizo ver que dicho concepto se presentaba ya en K uhn com o un fa cto r de discontinuidad en el esquema de la historia de la ciencia. Pero esa discontinuidad estaba ya pre­ sente en la obra de Lichtenberg de principios del siglo XIX. Este autor usaba dicho térm ino de m anera m etafórica. El ejem plo que da Blum enberg al respecto es la analogía planteada por Lichtenberg entre la teoría astronóm ica copernicana y el m odelo gram atical escolar por el cual el alum no aprende a declinar todos los sustantivos de una m ism a clase. Teniendo com o pa­ radigm a el sistem a copernicano, discontinuidad quiere decir, en opinión de Lichtenberg, un m odelo a partir del cual pueden ser declinados otros descubrim ientos. S i ya el térm ino para­ digm a es una m etáfora y sólo puede ser aclarado conceptualm ente m etaforizando, entonces una sustitución de paradigm as es, al final, una sustitución de una m etafórica por otra. Hans Blum enberg, "E l paradigm a, gram aticalm ente", en Las realidades en que vivimos, introducción de Valeriano Bozal, traducción de Pedro M adrigal, Barcelona, Paidós, 1999, p. 159-163. 58 "U n cam bio de paradigm a ocurre cuando el nuevo paradigm a es capaz de dar cuenta de todo lo que explicaba el paradigm a anterior y, adem ás, incorporar nuevas distinciones. El cam bio de paradigm as, por consiguiente, no significa echar por tierra lo logrado con el para­ digm a anterior, sino construir sobre sus logros. El nuevo paradigm a, por lo tanto, ha de ser capaz de explicar el paradigm a que supera." Darío Rodríguez M. y Javier Torres N., "A utopoiesis, la unidad de una d if e r e n c ia " ., p. 132.

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inclusión debe ser considerada exclusivamente en términos de formalización. Por otro lado, introduce el término diferencia directriz con el fin de ilustrar la capacidad que presenta una superteoría para hacer de sus diferenciaciones las guías básicas en el procesamiento de la in­ formación. El ejemplo que presenta es la modificación realizada por Darwin y sus seguidores de la superteoría de la evolución al intro­ ducir la diferencia variación/selección como diferencia directriz.59 Por tanto, la interrogación que es pertinente realizar es si la teoría de sistemas es una superteoría con todo derecho. La respuesta afirma­ tiva debe mostrar cómo dicha teoría ha dado lugar a dos grandes cambios de paradigmas en el sentido apuntado arriba, pero también puede ser entendida como dos etapas en un proceso de sustitución/ integración de paradigmas. En primer lugar, el anterior modelo ge­ neral que asumió el cariz de paradigma era el del todo y las partes, ya sugerido anteriormente, ha sido sustituido por el paradigma que asume como diferencia central la de sistema y entorno. Esa sustitución comenzó cuando Ludwig van Bertalanffy introduce el modelo de sistemas abiertos a un entorno, dejando de lado la anterior consi­ deración sobre sistemas cerrados indiferentes al entorno. Dichas entidades cerradas se singularizaban por estar compues­ tas por elementos paradójicos, de tal modo que el todo era siempre más que la suma de sus partes. Esto fue posible al interrelacionar, por lo menos, tres teorías: la teoría orgánica, la de la termodinámica y la de la evolución. El paradigma del sistema y el entorno incorpo­ ra el anterior paradigma del todo y las partes, pero en un sentido que reformula las partes como diferencias atribuibles a la diferencia sistema/entorno siempre al interior de un sistema. En otras pala­ bras, la persistente diferenciación del sistema es la reactualización de la repetición de la diferencia entre sistema y entorno dentro del propio sistema. El segundo cambio o etapa es aquel por el cual se 59 "A n tes hubo intentos de concebir la totalidad de los resultados de la evolución m e­ diante unidades adecuadas, el principio (arjé, causa), o una providencia hiperinteligente y, correspondientem ente, se le entendía com o desarrollo o com o creación. A partir de D arw in, estas concepciones de la unidad, que sólo posibilitan la distinción frente a lo otro indefinido, son sustituidas por la unidad de una diferencia (variación/selección, m ás adelante variación/ selección/re-estabilización, y en parte tam bién m ediante azar/necesidad, orden/desorden). Cuando una superteoría alcanza un grado m uy alto de centralización de la diferencia, enton­ ces es posible un cam bio de paradigm a". N iklas Luhm ann, Sistem as sociales... , p. 28.

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sustituye ahora el paradigma de los sistemas abiertos por el de los sistemas autorreferentes. Una teoría de sistemas autorreferenciales es aquella cuyo principio reza que la diferenciación sistémica es producto de una referencia realizada al interior del sistema, referen­ cia hecha sobre sí mismo. Un sistema, por tanto, debe ser capaz de autodescribirse a partir de la propia diferencia sistema/entorno, diferencia integrada, a su vez, en el paradigma de la autorreferencia. Dicho paradigma auto­ rreferencial comenzó a perfilarse en los trabajos que Heinz von Foerster dedicó al concepto de autoorganización, después modifi­ cados por Humberto Maturana en términos de autopoiesis. Es en este nivel donde aparece el tema de la observación de primer y segun­ do orden. Tanto unas como las otras utilizan esquemas de distin­ ción del propio sistema, de tal manera que el observador es el pro­ pio sistema autorreferencial. Dicha cualidad depende de la distinción sistema/entorno, pero donde el sistema opera gracias a la cerradura (clausura operativa o autorreferencial) que permite con­ siderar su entorno como exterioridad. Sin embargo, de ahí la solución paradójica de Luhmann, eso que es externo permanece inobservable, lo que en realidad permite la observación es la distinción sistema/entorno, distinción que es, por supuesto, interna del sistema. Si esto es así, entonces el sistema pre­ senta la cualidad por la cual no sólo opera por sí mismo sino que puede incluso autoobservarse. En este punto se retoma lo que Spencer-Brown en 1979 denominaba re-entry. La autoobservación se con­ vierte, por la cualidad de reentrada, en un momento operativo de la autopoiesis del sistema, y ello porque la reproducción depende de la repetición misma de la diferencia sistema/entorno.60 Pero la rup­ tura en la continuidad de la evolución social de Occidente, introduci­ da por la emergencia de un sistema altamente complejo de sociedad y profundamente diferenciado funcionalmente en sus componentes (subsistemas), no necesariamente puede ser visto como cambio agu­ do de paradigmas. ¿Cómo, entonces, compatibilizar dicha ruptura social con un cambio de paradigmas que sólo parece ser atribuible al desarrollo teórico contemporáneo? Dichos incrementos de saber, desde las 60 Ibid., p. 30-34.

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ciencias naturales mismas, pasando por la investigación en ciencias sociales, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, han sido aus­ piciados por la aparición de ese modelo complejo y funcionalmente diferenciado de sociedad. La divisa de que todo conocimiento cien­ tífico pertenece a la sociedad —expresión que tiene su historia y que quizás acompañó a la ciencia desde el momento mismo de su apa­ rición moderna— tiene que ser tomada en sentido estricto.61 Dicha labor cognitiva es una empresa a la que desde hace siglos se le ha encomendado prácticamente el futuro de la humanidad, incluyendo rubros no sólo económicos sino incluso morales, no sólo de satisfac­ ción de necesidades materiales, pues aún debía permitir el cumpli­ miento de aspiraciones de justicia e igualdad. Pero ya en estas consideraciones se anuncia una forma de trata­ miento que parte de una concepción previa de lo social como reali­ dad, como sustrato ontológico. Dicho sustrato está compuesto de individuos cuyas proyecciones, ideales, aspiraciones y metas supe­ riores adquieren posibilidades de materialización gracias a las apor­ taciones y aplicaciones del conocimiento científico. Es necesario resalta dos rasgos, pues funcionan como presupuestos implícitos, más allá de esta suerte de ideologización del tipo de conocimientos que cabe esperar de las empresas científicas. Primero, la sociedad aparece como exterioridad en relación con la propia ciencia y sus operaciones. Cosa más problemática en el caso de la investigación social, ya que ella debería permitir un conocimiento más verdadero de la sociedad en su conjunto, acrecentando formas de comprensión sobre la diversidad de fenómenos que la constituyen. Por supuesto, esta investigación debe auxiliarse de mecanismos suplementarios, incluso formulando previsiones sobre grados de conflictividad en situaciones dadas o sobre los resultados esperados, de acuerdo con los cálculos y los criterios de selectividad de los medios empleados. Las ciencias sociales debían aportar un conocimiento 61 "C o n el título de La ciencia de la sociedad querem os indicar que la ciencia no será trata­ da aquí com o un observador que oscila librem ente sobre el m undo, sino como una em presa de la sociedad que produce conocim ientos, y form ulado con m ayor precisión, com o el sistem a funcional de la sociedad. En este sentido, nos ubicam os en el m ism o plano de las investiga­ ciones relativas a su econom ía, política, derecho, etcétera. Sin em bargo, en el ám bito de la ciencia nos topam os con una afirm ación preferencial determ inada por la tradición; no como en el caso de la política, por una posición en la sociedad, sino por una posición acerca de ella." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad... , p. 9.

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comprensivo acerca de la sociedad, donde ella es propiamente obje­ to de sus disquisiciones. Pero, también, las ciencias naturales presu­ mían, a su modo, de un grado sumamente alto de autonomía, exhi­ biéndose para sostener dicha separación sus cualidades de ciencia empírica, esto es, el acceso privilegiado a una verdad que no podía ser cuestionada por criterios morales, por intereses políticos, ni mu­ cho menos por la búsqueda de control y dominación social. En ambos casos, lo que debía esperarse de manera justificada era un conoci­ miento de lo real, donde lo real sólo podía ser pensado como exterioridad.62 Se sigue de lo anterior que el conocimiento científico depen­ día de los atributos trascendentales del sujeto gracias a los cuales estaba capacitado para captar lo real del mundo o de la naturaleza, y luego traducir esta captación en conocimientos verificables. No está de más aclarar que esta forma de tratamiento que se adscribe a la exterioridad de lo real (mundo y naturaleza como ontologías) se concreta en la distinción sujeto/ objeto, cuya responsabi­ lidad en su formulación —y en la autoridad que ganó como imagen de la ciencia misma— le corresponde a la teoría de la ciencia. Por debajo de este intento ha discurrido un cambio en la propia natura­ leza del conocimiento científico y en su empresa de generación, al punto de que su alejamiento de la imagen convencional —inicial­ mente notorio, totalmente abrumador después— terminó derrum­ bando la validez de la distinción. Pero esta transformación no se debió a la lógica intrínseca de la operación científica, como cabía intuir desde la teoría de la ciencia, ni tampoco a una constante revi­ sión de las hipótesis y de los edificios conceptuales de la teoría mis­ ma con el fin de afinar sus potencialidades de clarificación de la propia ciencia —lo curioso es que la teoría de la ciencia reproduce en su interior la lógica misma de la distinción de base, esto es, sujeto/ objeto, con las implicaciones ontológicas consecuentes. Hay que insistir: los cambios teóricos son efectos secundarios y derivados de las transformaciones sociales. En esto los historiadores no tendríamos que rendir cuentas en sentido contrario, por más que se esquive la importancia que ha ido adquiriendo la historia de la ciencia, cuestión que habría que aplicar a nuestra propia disciplina científica. En posturas como las de Luhmann —la teoría de sistemas 62 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 474.

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en su aplicación epistemológica— aquello que puede denominarse actividades cognoscitivas son productos sociales específicos que res­ ponden a grados de evolución histórico-cultural del propio sistema social. Por tanto, todo conocimiento no puede ser más que social­ mente generado y sus reconocimientos teóricos se corresponden con los grados de diferenciación históricos y culturales alcanzados por dichos sistemas.63 El reconocimiento subsecuente apunta al hecho de que la ciencia es un fenómeno interno de la sociedad, no distin­ guible sino por consideraciones formales, pero en tanto dicha dis­ tinción es realizada internamente por el propio sistema social. No hay, por tanto, forma de distinguir la ciencia de su entorno (la sociedad), puesto que la ciencia es un subsistema interno de la misma. Si se deseara más precisión, habría que afirmar que el entor­ no propiamente dicho de la ciencia —si se quiere, su contexto — no es otro que el sistema psíquico. Todo ello debe su pertinencia al pro­ ceso histórico por el cual la sociedad contemporánea, o tardomoderna para utilizar la expresión de Luhmann, se vio envuelta en una agu­ da desontologización, proceso por el cual encontró en la diferenciación crecientemente articulada la lógica de su propia reproducción. En sus propias palabras: "En el contexto de una teoría general de los sistemas autopoiéticos, describimos la ciencia como un sistema fun­ cional de la sociedad moderna que ha podido diferenciarse bajo con­ diciones históricas de marco social y convertirse en una unidad ope­ rativa propia, es decir, en condiciones para diferenciar lo verdadero de lo que no lo es."64

63 Rolando G arcía ha introducido la noción m arco epistémico con el fin de poder aprehen­ der el condicionam iento social de los procesos cognitivos, al punto de que dicha noción no puede exim ir al teórico de un análisis histórico porm enorizado. Pero pone en el centro de la discusión la incorporación de com portam ientos, situaciones y actividades socialm ente "co n ­ siderados com o teniendo carácter cognoscitivo". Esta incorporación define una "totalid ad relativa" de elem entos "q u e la sociedad vincula con la noción (vagam ente concebida) de 'co­ n ocim ien to', y que se expresa tanto en el lengu aje com ún com o en el m edio educativo o académ ico". S i bien con esta noción se hace entrar a la sociedad com o actor en la caracteriza­ ción de lo que puede ser considerado conocim iento, está dirigida a la delim itación de un contexto cognitivo. Aparte de esa noción tan laxa de sociedad, que en m i opinión term ina de nuevo en una ontologización, el térm ino contexto alude tam bién a la consideración de que dicho contexto social es diferenciable de los procedim ientos cognitivos que constituyen la base de la ciencia, por tanto dicha sociedad viene a ser su exterioridad. Rolando García, El conocim iento en con strucción..., p. 40, 156 y s. 64 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c i e d a d ., p. 11.

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La ciencia encuentra su lugar en el proceso histórico de consti­ tución de la sociedad moderna como funcionalmente diferenciada y autorreferencial, al nivel de un subsistema que logra estabilizar un código pertinente para la sociedad misma y que consiste en distin­ guir lo verdadero de lo no verdadero. Participa de la misma consis­ tencia que el sistema general, es decir, de comunicaciones, donde dichas comunicaciones son observaciones del propio subsistema. De ahí que pueda afirmarse que dichas observaciones son funcionales para la autopoiesis del sistema mismo, esto es, funcionan como autoobservaciones de la propia sociedad. En tal sentido, los intentos de fundamentación que han visto su desarrollo más notorio desde fina­ les del siglo xIx, la filosofía de la ciencia clásica o la teoría de la cien­ cia convencional, pueden ser considerados como etapas —en todo caso, transitorias— de ese desenvolvimiento histórico que rápida­ mente perdieron consistencia ya en el siglo xx, particularmente en la segunda mitad. Dicha labor de fundamentación puede considerarse como supe­ rada o, por lo menos, transformada en sus coordenadas más básicas. En el primer caso, las semánticas en que se apoyaban no podían renunciar a la fundamentación como un ejercicio necesario para dar certezas últimas a un conocimiento del mundo exterior; eran semán­ ticas totalmente aptas para expresar la presuposición de su consis­ tencia ontológica.65 Cambiar la estructura semántica de la teoría de la ciencia es vaciarla de contenido y volverla totalmente inoperante en una situación de transformación aguda de la sociedad y de la propia empresa cognitiva. En el segundo caso, la fundamentación como un ejercicio reflexivo transformado, parte del hecho de que las ciencias producen comunicaciones específicas, codificadas en térmi­ nos de la distinción verdadero/falso; en sentido estricto, dichas co­ municaciones son formas de observación, por lo que fundamentar puede ser considerado como una labor que produce observaciones de segundo orden. Lo importante en esta apreciación es que dichas observaciones de segundo orden son necesarias para la reproducción autorreferencial del propio sistema social de la ciencia. Su funcionalidad ha cam­ biado no sólo de grado sino de condición: de ser una labor metateórica, 65 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 475.

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se ha convertido en una forma que acrecienta la funcionalidad ope­ rativa del sistema social. Si se quiere ver así, ha pasado de la teoría o de la pura abstracción al campo de la práctica y al tipo de conse­ cuencias que se adscriben a este marco. La propia fundamentación del saber histórico no puede ser una excepción en esta situación general del sistema social, menos aún por ser éste un producto histórico en sí mismo. Puede, además, ser un indicador del cambio en su orientación cognitiva y una forma de acrecentamiento reflexi­ vo en lo tocante a su validez. Estas apreciaciones se pondrán a prueba en los apartados siguientes.

2. Epistemología y teoría de sistemas: lo cognitivo en una visión transformada

El conocimiento y su atribución La ciencia es una forma social que reproduce en su interior —inte­ rior del subsistema— la capacidad de reproducción del sistema so­ cial. En su dimensión más abarcante, el sistema establece sus propias formas, por lo que la ciencia —en tanto expectativa estilizada de manera cognitiva— retoma desde su propia lógica también formas.1 Recordemos que el sistema reacciona estructuralmente de dos gran­ des maneras ante la frustración de expectativas: justificando la frus­ tración o manteniendo la expectativa. La primera reacción estruc­ tural es de carácter normativo, mientras la segunda es cognitiva, pero ambas consisten en modalidades de enlace de operaciones procedentes por lo que la justificación normativa es la vía de enlace subsecuente y el cambio de expectativa permite también seguir la secuencia de la operación comunicativa. Además, por ser ambas formas producto de la selectividad del sistema, apuntan a una diferenciación ya marcada con anterioridad entre acción y experiencia. Por un lado, la justificación normativa atribuye la decepción a condiciones internas del sistema y, por lo 1 "P a ra aclarar la im portancia de esta transform ación utilizarem os el concepto de form a que G eorge Spencer Brow n fundam entó en sus Laws o f Form. La form a no es una form a más o m enos bella. La form a es form a de una distinción, por tanto de una separación, de una di­ ferencia. Se opera una distinción trazando una m arca que separa dos partes, que vuelve im­ posible el paso de una parta a la otra sin atravesar la m arca. La form a es, pues, una línea de frontera que m arca una diferencia y obliga a clarificar qué parte se indica cuando se dice que se encuentra en una parte y dónde se debe com enzar si se quiere proceder a nuevas opera­ ciones. Cuando se efectúa una distinción, se indica una parte de la form a; sin em bargo con ella se da, al m ism o tiem po, la otra parte. E s decir, se da sim ultaneidad y diferencia temporal. Indicar es al m ism o tiempo distinguir, así como distinguir es al m ism o tiem po indicar." Niklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad, trad. de M iguel Rom ero Pérez y Carlos Villalobos, bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, Guadalajara, M éxico, Universidad de G uadalajara/U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superio­ res de O ccidente, 1993, p. 35.

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tanto, a la acción; por otro lado, el cambio cognitivo de expectativas atribuye la transformación en el estado del sistema a su entorno y lo constituye como experiencia. Dichas expectativas están en relación con lo que Luhmann denomina medios de comunicación simbólica­ mente generalizados. De hecho, la ciencia constituye uno de tales me­ dios (el medio verdad) e, igual que el amor, el arte, el medio propie­ dad/dinero o el poder/derecho, es producto de la diferenciación alcanzada por la sociedad moderna en términos históricos. Todos estos campos pertenecen a la estructura de la sociedad porque su función consiste en aumentar la probabilidad de los enlaces comuni­ cativos, transformando los aspectos de improbabilidad que de suyo tiene la comunicación en el sentido de aceptación de la oferta reali­ zada. Entiéndase con esto expectativas que pueden alcanzar cierta estabilidad en el logro de los enlaces comunicativos posteriores.2 Por supuesto, hablar de expectativas es ya establecer ciertos ín­ dices de lo que cabe esperar de los enlaces comunicativos posterio­ res, dado que el sistema no puede operar en la más pura arbitrarie­ dad; de tal manera que es posible su reproducción autopoiética porque estas condensaciones —las expectativas— orientan y estabi­ lizan la selectividad del sistema en horizontes de posibilidad futura. La función de las expectativas como realización de anticipaciones se complementa con la selectividad aportada dentro de un ámbito li­ mitado de posibilidades. En el caso del sistema social, se reacciona de manera normativa (se mantiene la expectativa a pesar de la decep­ ción) o de manera cognitiva (cambia la expectativa). Dicha limitación de posibilidades en los enlaces estructurales se refiere también al 2 Lo que se considera im probabilidad de la com unicación no es m ás que el reconoci­ m iento de su condición, esto es, perm itir la com prensión com o acto de diferenciación entre em isión e inform ación. Si la em isión de A lter no es com prendida (no se com prende la dife­ rencia) por Ego, la im probabilidad se juega com o no aceptación de la prem isa para la propia selectividad ulterior. Por supuesto, no todas las com unicaciones que se producen en el m edio lenguaje pueden tener m ecanism os ad hoc para enfrentar la im probabilidad por m edios sofis­ ticados, por así decirlo. Es el caso de las sociedades donde privaba la com unicación oral; en ellas se afrontaba el rechazo por otro tipo de recursos, por ejem plo, la retórica com o form a de presión guiada por el consenso entre presentes. Pero en sociedades donde priva la com unica­ ción a distancia (escritura) se intensifica la im probabilidad de la comunicación, haciendo nece­ sario contar con m edios enfilados a disminuirla o a asegurar el éxito comunicativo. Ésos son los m edios sim bólicam ente generalizados. Cfr. Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social de Niklas Luhmann, trad. de Miguel Romero Pérez y Carlos Villalobos, bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, México, Universidad Iberoamericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/Anthropos, 1996, p. 106 y s.

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hecho de que la expectativa estilizada normativamente conduzca a una situación donde no aprender de la decepción es condición de posibilidad para afrontar el riesgo de disolución de la operación misma. Por ejemplo, en el fenómeno de la delincuencia, donde el peligro se juega como desestabilización del orden social: una infrac­ ción al código jurídico no implica cambiar el código mismo; ya la infracción supone un mantenimiento forzoso del código. En efecto, la generalización de la expectativa normativa privile­ giadamente da entrada al derecho.3 Por el contrario, la expectativa estilizada cognitivamente supone aprendizaje de la propia decep­ ción, donde el sistema necesita aprender como una forma de enfren­ tar el riesgo de las irritaciones provenientes del entorno. En el estilo cognitivo se tramita la improbabilidad de la comunicación de forma diferente a como se tramita en el estilo cognitivo, donde dicha dife­ rencia se explica por las distintas atribuciones, ya sea hacia el inte­ rior del sistema, ya sea hacia el entorno del sistema. En el estilo cognitivo dicha improbabilidad está en función de la imposibilidad de un acceso directo al entorno, por lo que el aprendizaje no consis­ te en una captación directa de lo real. Si la operación sistémica tiene como condición la clausura que le otorga el rango de operación autorreferencial, entonces el estilo cognitivo no aprende lo real mismo. El supuesto sostenido hasta hace poco en los estudios de teoría del conocimiento afirmaba que lo cognitivo sólo se justificaba por su relación con un mundo real y sus posibilidades de captación di­ recta; los procedimientos que ponía en marcha permitían explicitar las condiciones formales y de contenido de los fenómenos existentes en sí, así como explicar sus nexos causales. Como toda forma de saber, el conocimiento presenta una estructura lingüística determi­ nada —se expresa en estructuras proposicionales—, por eso el cri­ terio de validación central cuestionaba los alcances referenciales de dichas expresiones y permitía aclarar los niveles de su acercamiento a lo real como conocimiento objetivo. Incluso en una postura como ésta la propia empresa de investigación empírica adquiría cualidades que con mucho sobrepasaban sus atribuciones originales, es decir, de articulación de representaciones científicas, pues se consideraba 3 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, trad. Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe segura, bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, M éxico, Universidad Iberoam e­ ricana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/A nthropos, 1996, p. 105.

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que debía, no sólo mediar en las disputas de opinión, sino actuar como juez último que decidiera lo que era verdadero y lo que era falso al nivel mismo de la experiencia. Así, conocimiento sólo podía ser una forma de aprehensión del mundo real a partir de mediaciones teóricas y conceptuales (propo­ siciones científicas). Pero desde el constructivismo las afirmaciones cognitivas o científicas no se acreditan más por su acercamiento a lo real.4 La clausura operativa del sistema lo impide, pues, en sentido estricto, la necesidad de distinguirse del entorno es crucial para la reproducción operativa del sistema. Las operaciones propias del es­ tado presente del sistema son sólo permitidas por otras operaciones realizadas en el estado anterior del sistema, al tiempo que constituyen la condición de las operaciones futuras. Esto deja ver la importancia del tiempo en la operación sistémica.5 Entonces, el estilo cognitivo no tiene necesidad de recurrir a la realidad exterior, pues el aprendiza­ je que lleva a cabo se basa en la atribución de las irritaciones al en­ torno: no es lo cognitivo lo que explica el mundo como entorno, sino la experiencia, esto es, la vivencia acreditada como acoplamiento con un entorno. No hay input posible, es decir, informaciones o da­ tos sacados del entorno que tienen funcionalidad para la operación de comunicación, por lo que son introducidos en el sistema desde su afuera. 4 Darío Rodríguez y Javier Torre N afarrate estudian el traspaso del concepto autopoiesis, de su aplicación biológica original en los trabajos de M aturana al cam po de la sociología en la aplicación de Luhm ann. La vía de ese traslado y posterior aplicación conceptual en la perspectiva social, está en relación directa con la im portancia que ha adquirido el constructi­ vism o en cam pos de investigación diversos. Estos autores apuntan lo siguiente: "M aturana ha desarrollado una biología del conocim iento, que parte de la constatación em pírica de la im posibilidad de distinguir, en la experiencia, entre ilusión y percepción. Dada esta condición, carece de fundam ento pretender apoyarse en el objeto externo com o factor de validación del conocim iento científico, por lo que M aturana afirma: las explicaciones científicas no explican un m undo independiente, explican la experiencia del observador " Darío R odríguez M ., Javier Torres N., "A u top oiesis, la unidad de una diferencia: Luhm ann y M atu ran a", Sociologias, Brasil, U niversidade Federal do Rio G rande do Sul, v. 5, n. 9, enero-junio, 2003, p. 110. Luhm ann saca las consecuencias m ás radicales de este constructivism o en sus perspectivas sistém icas, pero llevándolas al terreno propiam ente epistem ológico desde una teoría de la comunicación. 5 "N o hay cognición fuera del tiem po. Incluso la m em oria opera sólo en la actualidad; consiste en comprobar la consistencia m om entánea, y no en capturar un pasado ocurrido hace m ucho." Niklas Luhm ann, L a ciencia de la sociedad..., p. 98. Esta frase parece señalar grandes consecuencias para la propia operación de la investigación histórica. En buena m edida, lo que se presenta a continuación en este apartado busca sistematizarlas para sostener un enfoque sistém ico de la disciplina histórica.

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Autopoiesis significa, entre otras cosas, que sólo las estructuras del sistema pueden establecer las operaciones internas que efectúa el sistema, donde las estructuras son también internas. Al ser trami­ tados esos acoplamientos estructurales con el entorno como un tipo de irritación de dicho ambiente sobre las operaciones internas, el cambio cognitivo de las expectativas permite aprender nuevas cosas sobre dichas irritaciones como una manera de reelaboración. Por ejemplo, frente a nuevos descubrimientos, una teoría debe necesa­ riamente cambiar y no sostenerse a pesar de dichos descubrimien­ tos. Aquí la novedad en que resulta la decepción de la expectativa da lugar a una transformación en el sentido de nuevas teorías o conceptos de los que, por supuesto, se esperan otras novedades como recursividad. En este sentido, el conocimiento es, independientemente de la situación correspondiente de conciencia, una estructura que aporta a la posibi­ lidad de la autopoiesis de la comunicación. Muy en general, tales es­ tructuras regulan el cómo se produce una comunicación a partir de otra. Reducen la arbitrariedad de las posibilidades de enlace. Sin em­ bargo, esto sólo es posible de manera selectiva, siempre posible de otra manera. Los sistemas autopoiéticos permiten y obligan a un procesa­ miento siempre selectivo de la información [...]. Cada selección temá­ tica especifica la comunicación adecuada, y dirige así la autopoiesis de la comunicación en una dirección determinada que excluye otras.6 Dicha novedad, de la que el sistema ciencia no puede eximirse, no sólo es un valor condicionado por la confirmación de la expecta­ tiva, por ejemplo, cuando se corroboran hipótesis científicas y se validan sistemas conceptuales y procedimientos metodológicos. También las no confirmaciones de otras hipótesis juegan en un sen­ tido global de búsqueda de novedad, pues, igual que en el caso de la corroboración, las hipótesis no validadas por procesos metódicos permiten modificación del saber científico, ya sea como adecuación de la hipótesis utilizada, como reacomodo conceptual y categorial con la consecuente rectificación metodológica, o con la selección de otra hipótesis alternativa y resaltada por dicha denegación.7 Incluso podría aseverarse que la función social de la ciencia tiene que ver 6 Ibid., p. 102. 7 G iancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría..., p. 39.

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más con la frustración de la expectativa —una hipótesis falseada, por decirlo de algún modo— que con la confirmación, pues ahí radi­ ca el valor mismo del aprendizaje: a través de mecanismos internos del sistema ciencia, particularmente la limitacionalidad, se restringen los marcos contingentes de lo que cabe esperar en términos de re­ sultados de investigación y de lo que le continúa. La limitacionalidad consiste en marcar límites a las formas de la operación con el fin de trazar rechazos y afirmaciones (frustración/ confirmación) siempre posibles. No hay arbitrariedad en los criterios de selección de hipótesis, en la manera de hacer distinciones perti­ nentes, puesto que las operaciones internas admiten sólo aquello que puede ser interrelacionado comunicativamente. Se entiende que las teorías e hipótesis, lenguajes conceptuales en todo caso y bajo su aspecto de fijación escriturística —los programas en el vocabulario de Luhmann—, están interrelacionados entre sí por medio de enla­ ces comunicativos, de manera que el conocimiento tiene una estruc­ tura orientada a la formación de nuevos conocimientos codificados. Así, la condensación de la expectativa estabiliza la comunicación, al tiempo que ofrece criterios globales del sistema ciencia para la ope­ ración de selectividad. En ambos casos, es decir, tanto en la confir­ mación como en la refutación de las hipótesis científicas, es notable el que sean permitidas por el sistema como mecanismos de conti­ nuidad de la propia operación de investigación (reproducción autopoiética), donde el elemento básico que se reproduce es la propia comunicación científica.8 La generalización de la expectativa estilizada cognitivamente da entrada a la ciencia como sistema diferenciado al interior del propio sistema social —la ciencia no es separable de la sociedad—, sistema que actúa en el medio de comunicación verdad. Se trata, por tanto, de un sistema de comunicación simbólicamente generalizado, cuyo código central es la distinción falso/verdadero, en otras palabras, expectativa cognitiva frustrada frente a expectativa cognitiva no 8 "T ratam os el conocim iento y con ello tam bién la ciencia, en referencia sistém ica a un sistem a social, es decir, a la sociedad. La operación básica de que se tratará, es entonces siem ­ pre la com unicación —y no la vida n i la conciencia. O btenem os así la posibilidad de diferen­ ciar el conocim iento precientífico y específicam ente científico por m edio de condicionam ien­ tos de la com unicación (en vez de la d iferenciación por roles, por profesionalización, por organización, etcétera)." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 100.

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frustrada. Como puede notarse en todo lo dicho hasta aquí, el cam­ bio agudo de visión respecto a lo cognitivo, en general, y en cuanto a la ciencia, en particular, consiste en introducir un enfoque de teo­ ría de la comunicación. ¿Qué permite asegurar su pertinencia frente a otros enfoques? Más aún, ¿por medio de qué ajustes conceptuales y categoriales lo cognitivo se relaciona directamente con el fenóme­ no comunicativo y no con el objeto de conocimiento ni con el sujeto cognoscente? Con tales interrogaciones no se plantea el problema de la relación intersubjetiva, considerada como el soporte central de los procesos comunicativos. Pero, incluso en una postura como la anterior —es decir, la intersubjetividad—, se hace notar el desplaza­ miento que sólo hasta la teoría de sistemas alcanza concreción: el paso de una conciencia considerada de manera solipsista al ajuste que se produce en términos de la relación misma. Esto se ha presentado como superación de la filosofía de la con­ ciencia, dando pie a la emergencia de la problemática de una razón que sólo puede apelar a un entendimiento intersubjetivo logrado en­ tre participantes de la comunicación. Frente a la razón solipsista en­ carnada en una postura rigurosa frente a lo real o a un mundo com­ puesto de cosas perceptibles y manipulables, el desplazamiento ha conducido a su sustitución por un punto de vista que alienta el estu­ dio de la relación comunicativa entre sujetos capaces de acción y lenguaje. Casi como un eco de la vieja disputa entre hechos y valo­ res, entre juicios de realidad y juicios de razón, la segunda mitad del siglo xx presenció aquella que oponía a una racionalidad decidida­ mente nomológica otra que ponderaba como lo propio de la raciona­ lidad humana su carácter dialógico.9 Si bien esto se originó en la es­ tela de la tradición hermenéutica, rápidamente se convirtió en una convención aceptada incluso por detractores de Gadamer. De tal for­ ma que el supuesto de la relación cognitiva básica y más convencional —un sujeto consciente frente a un mundo externo perceptible—, ex­ presada en aquella actitud objetivista propia del empirismo lógico pero que, sin embargo, da inicio al giro lingüístico, deja su lugar a la actitud realizativa de sujetos capacitados para intercambiar emisiones y evaluar argumentos con vistas a una acción coordinada.10 9 N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad..., p. 76. 10 Q uizá la postura m ás paradigm ática en este sentido sea la desarrollada por Haberm as en su propuesta de teoría de la acción com unicativa. Resalta, para el caso tratado en este es-

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Sin embargo, tanto la postura nomológica como la dialógica com­ parten el supuesto de la intersubjetividad, una como correlato al individuo aislado, otra como condición de la experiencia. La respues­ ta a ambas interrogaciones formuladas arriba apunta a la sociedad o al sistema social, tanto como fuente de pertinencia —pues la ciencia cumple funciones sociales estrictas que pueden ser descritas—, como por el hecho de que la comunicación, factor de lo social por excelen­ cia, es el procedimiento básico que sostiene la función que cumplen el conocimiento y la ciencia. Ésta es una manera de considerar que el fundamento de los procesos cognitivos, noción crucial en los intentos de pensar el conocimiento científico moderno, no está ni en la estruc­ tura interna del sujeto cognoscente, ni en la estructura externa de lo real o del objeto. Si, por lo tanto, el fundamento es social, ello no supo­ ne elevar a principio lo que sería la célula básica de la estructura social en su conjunto: la relación de por lo menos dos sujetos que logran comunicase entre sí. Esta postura no aclara más que la previa, aquella que atendía al supuesto —considerado como hecho y mantenido indubitable por un tiempo— de que la sociedad encuentra en el in­ dividuo su condición de emergencia. La paradoja a la que conducen ambas posturas es que la totali­ dad social es más que la suma de las partes de las que está compues­ ta. Los dos planteamientos pueden explicar cómo sumar partes y cómo considerar dicha suma —por ejemplo, grupos o clases—, pero tudio, la consideración sobre el proceso circular, pero no vicioso, entre m undo de la vida y práctica com unicativa. Y a en el m undo cotidiano de la vida social se localiza la raíz de una com penetración entre significado y validez que H aberm as extiende hacia los procesos cognitivos en general. Es una m anera de tom ar en serio los condicionantes sociales del conocim ien­ to, pero desde la prim acía de la relación intersubjetiva. Véanse los trabajos m ás destacados de Jürgen H aberm as al respecto: Teoría de la acción com unicativa I y II, versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 2002; Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, 4 a ed., trad. de M anuel Jim énez Redondo, M adrid, Cátedra, 2001; El discur­ so filosófico de la m odernidad (doce lecciones), versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M adrid, Taurus, 1989, p. 351 y s.; Verdad y justificación. Ensayos filosóficos, trad. de Pere Fabra y Luis Díez, M adrid, Trotta, 2007. En un prim er acercam iento al problem a com unicativo in­ serto en el denom inado diálogo historiográfico, utilicé este esquem a de relación intersubjeti­ va con el fin de ponderar la im portancia de dicho diálogo en los criterios de validación de interpretaciones históricas. H ago notar las consecuencias ahora diferentes que se pueden extraer desde una postura com o la de Luhm ann, contraria por supuesto a la relación entre sujetos. Cfr. Fernando Betancourt M artínez, "T eoría e historia: los signos de una transform a­ ción. O bservaciones a propósito del diálogo entre historiadores", Estudios de H istoria M oderna y Contem poránea de M éxico, Universidad N acional A utónom a de M éxico, Instituto de Investi­ gaciones H istóricas, n. 32, julio-diciem bre, 2006, p. 103-125

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nunca la naturaleza de la totalidad social. Por el contrario, Luhmann parte de que el elemento constitutivo de lo social no es el individuo y la suma de éstos, sino la unidad básica sustentada en el sentido de una operación. Pero resulta que la única operación capaz de susten­ tar de manera autónoma el todo social es la comunicación, una ope­ ración que no descansa en el sujeto, ni en su voluntad, ni en su acción o intención. Si la comunicación es una relación entre individuos, un medio, entonces da lugar a un proceso de percepción entre ellos aun cuando dicha percepción pueda ser presumiblemente comuni­ cada. Entendida como operación, la comunicación cambia sustancial­ mente su objetivo. Al distinguirse radicalmente de la percepción, adquiere como función básica continuar el proceso comunicativo por medio de enlaces futuros, es decir, otras comunicaciones, aseguran­ do de este modo la reproducción del sistema social mismo. Ya había señalado cómo, para Luhmann, la comunicación tiene lugar por la síntesis de tres diferenciaciones que no pueden darse de manera aislada. Así, la selección de la información, la selección del acto de comunicar y la selección que se realiza en el acto de entender, per­ miten el acontecimiento comunicativo.11 Entender el acto comuni­ cativo es, en realidad, entender la distinción entre información y acto de comunicar. En otras palabras, entender es captar la unidad de la diferencia. Lo que interesa en este punto es el carácter social de la comunicación, la forma que adopta como operación básica del sistema social y de los sistemas internos, como la ciencia. Si es la operación básica la que determina, además, todas las otras formas de operación, por ejemplo, la observación, entonces la clave para sostener el su­ puesto de que el entramado social es la condición de todo proceso cognitivo está precisamente en la comunicación. La ciencia, como medio de comunicación simbólicamente generalizado, recrea en su apelativo (sistema de comunicación) su condición como proceso de producción de conocimientos.

11 "N inguno de estos componentes, de m anera aislada, puede constituir la comunicación. Ésta se lleva a cabo sólo si esas tres síntesis se efectúan. Por tanto, la com unicación acontece exclusivam ente en el m om ento en que es entendida la diferencia entre inform ación y acto de com u n icar. Esto d istingue a la com u nicación de la sola percepción que tenem os del otro, o de los otros." N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto T ecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 306.

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El hecho de que la ciencia sea un sistema generalizado por me­ diación simbólica designa su lugar en el ámbito del sentido, si con esta expresión —sentido — entendemos el medium que abre y delimi­ ta un horizonte de posibilidades finitas donde operará la selección de la siguiente comunicación. Por tanto, condensa la comunica­ ción acotando posibilidades para la selección de nuevas comuni­ caciones, haciendo posible la autopoiesis del sistema de la ciencia al reducir complejidad. El sentido no es la distinción entre información y acto de comunicar, pero gracias al sentido es operante la distinción dentro de la comunicación. La noción generalización se refiere "a la función del tratamiento operativo de una multiplicidad. Esbozando a grandes rasgos, se trata de que una pluralidad es atribuida a una unidad y simbolizada en ella."12 Por eso, las generalizaciones sim­ bólicas propias de medios de comunicación, como la ciencia, tienen por función central dotar de validez universal a la perspectiva invo­ lucrada en el medio del que se trata. En su caso, la ciencia va de un acoplamiento amplio en el sus­ trato medial del lenguaje a un acoplamiento estricto, a través de la forma que resulta específica del medio respectivo (teorías, modelos, sistemas conceptuales en fijación escriturística). El que la comuni­ cación tenga prioridad en el orden de los sistemas sociales no es otra cosa que expresión de una evolución de los propios sistemas, pero también resulta como un efecto agregado la posibilidad de complementar la teoría de sistemas con una teoría de la comunica­ ción como la aquí esbozada. La teoría de sistemas enfatiza una cues­ tión de orden general que es su precepto central: el sistema se re­ produce a partir de un solo tipo de operación (autopoiesis). La segunda, es decir, la teoría de la comunicación, lo hace afirmando que este tipo de operación, por el cual se reproducen los sistemas sociales, es la comunicación y ello debido a las características que presenta (recursividad).13 12 N iklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, trad. de Silvia Pappe y Brunhilde Erker, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, Alianza, 1991, p. 109. 13 "L a teoría de sistem as y la teoría de la com unicación, en el caso de los sistem as socia­ les, conform an un entram ado m uy com pacto: la prim era aporta la especificación de que un sistem a se debe reproducir por m edio de un tipo de operación (¡y sólo uno!); y la segunda trata precisamente de las características de este tipo de operación. La com unicación tiene todas las propiedades necesarias para constituirse en el principio de autopoiesis de los sistem as

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Constructivismo, historia de la ciencia y socioepistemología El fundamento social del conocimiento científico descansa en aque­ lla operación comunicativa por la cual se constituye como sistema funcional —la ciencia cumple una función social específica —, al mismo tiempo que participa de la reproducción del sistema mismo. Si el fundamento cognitivo es de orden social, esto alcanza no sólo a las denominadas ciencias sociales —de suyo su disposición epistémica no parece tan alejada de condicionamientos contextuales—, sino también a las propias ciencias naturales. Si la epistemología se acercaba a su objeto de estudio —las propias ciencias—, procedía como si se tratara de un trabajo llevado a cabo por un observador externo, no sólo respecto a la ciencia sino incluso del mundo, por lo que su estatuto no podía ser otro que el de un sujeto trascendental. Para la aplicación de este supuesto al campo de la investigación social e histórica, incluso en la propia sociología después de Weber, se partía de la idea de que los conocimientos adquiridos permitían entender realidades sociales donde la acción de los sujetos corres­ pondía a su estatuto empírico, mientras el sujeto que creaba dichos conocimientos se alejaba de su condición empírica, gracias a la es­ tructura cognitiva trascendental de la que estaba dotado. Esta tensión entre lo empírico y lo trascendental no fue objeto de cuestionamientos serios sino hasta la segunda mitad de siglo xx. En la actualidad, el planteamiento de base de la teoría del conoci­ miento no puede desconocer la situación social de todo observa­ dor, al punto de que gracias al involucramiento del científico o del teórico en el mundo es como pueden existir los procedimientos cien­ tíficos, las típicas racionalidades procedimentales que instituyen y los ejercicios de fundamentación correlativos. Para el caso de la in­ vestigación social e histórica, esta transición puede ser caracterizada como la sustitución de un tipo de reflexión en términos de exterio­ ridad —en la que el conocimiento era siempre conocimiento sobre algo correspondiente a lo real (postura heterorreferencial)— por otra que opera en sentido constructivista, donde lo real es resultado de sociales: es una operación genuinam ente social (y la única genuinam ente tal)." N iklas Luh­ m ann, Introducción a la teoría de s i s t e m a s p. 301-302.

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una operación (postura autorreferencial).14 Esta forma última, la autorreferencial, se singulariza porque no puede establecer distincio­ nes operativas para la propia reproducción autopoiética si no es de manera autológica, esto es, recuperando en su dimensión interna como sistema ciencia la misma operación que permite la reproduc­ ción del sistema social. La ciencia en general, probablemente de manera más aguda en las ciencias sociales, produce conocimientos bajo la forma de comu­ nicaciones y, por tanto, como elementos acoplados en sentido es­ tricto, por lo que la reflexión epistemológica puede ser planteada como reflexividad, es decir, como observaciones de segundo orden. Esto no quiere decir otra cosa que lo siguiente: las formas reflexivas que permiten justificar al conocimiento —una manera de observar las distinciones presentes en eso denominado conocimiento cien­ tífico— dotan de validez a una perspectiva considerada como socioepistemología. Si la epistemología constructivista, en cierta manera, lleva a su forma más acabada a las epistemologías modernas (de Descartes a Kant), sin embargo también aportan algo novedoso. Mientras que la primera etapa de la epistemología moderna es solipsista, pues se construyó desde el ámbito de la conciencia, en cambio la constructivista abando­ nó el terreno de la conciencia y se situó en el de la comunicación. Por ello esta epistemología se inscribe de manera compleja en la sociología, es decir, sólo se puede pensar como socioepistemología.15 Este término ya en boga —por ejemplo para la reflexión en matemáticas y en educación— asume más radicalmente que otras posturas el condicionante social de todo proceso de construcción de conocimientos.16 Pero esta afirmación ya había jugado un papel nada despreciable en la formulación de la historia de la ciencia, pues si a autores como Kuhn o Feyerabend se les ha catalogado como relativistas cognitivos, no es casual que tal denominación se 14A lfonso M endiola, "E l giro historiográfico: la observación de observaciones del pasa­ d o", H istoria y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 15, 2000, p. 192. 15Ibid., p. 207. 16Cfr. Ricardo C antoral y Rosa M. Farfáan, "M ath em atics Education: A Vision of Its Evolution ", Educational Studies in M athem atics, N etherlands, v. 53, n. 3, 2003, p. 255-270; Imre Lakatos, M athem atics, Science, E pistem ology: Philosophical Papers, 2 v., ed. de John W orall y G regory Currie, Cam bridge, Cam bridge U niversity Press, 1978.

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corresponda con la importancia dada a la evolución de la ciencia como clave de su estructura epistémica. Así, los contextos históricos o las situaciones que delimitan aquello que es posible pensar en momentos particulares se conforman como los marcos de referencia general donde tienen cabida las investigaciones científicas. Desde esta perspectiva, relativismo cognitivo significa que no es posible sostener que es una y sólo una la descripción verdadera del mun­ do, que es uno y sólo uno el procedimiento para construir dicha descripción. La documentación histórica, afirmó Kuhn, sostiene la pertinen­ cia de la aseveración: en el desarrollo histórico se han presentado diferentes formas de observar el mundo, formas diversas entendidas como concepciones de lo real. Lo que no quiere decir que ese desa­ rrollo sólo notifique el despliegue de un principio de arbitrariedad en la naturaleza y contenido de dichas concepciones, por lo que en la modernidad se supera la condición de pluralidad por la aparición de la correcta concepción científica. En sentido contrario a esta apre­ ciación, la misma noción de revolución científica en Kuhn alude a un proceso histórico de sustitución donde el cambio se presenta de manera holista, no en forma gradual al tipo de un característico desa­ rrollo acumulativo de conocimientos en una misma rama o campo. Por tanto, se cambian concepciones de mundo o de lo real que en términos internos presentan coherencia, sistematicidad en el con­ junto de creencias, procesos de justificación de las mismas, además de un grado variable de razonabilidad utilizando los recursos con­ ceptuales disponibles en ese momento. De ahí que la generalidad del cambio revolucionario —formal­ mente se trata de un cambio o sustitución de paradigmas— se consi­ dere como visión adecuada, porque los elementos de los que estaba compuesta la anterior visión (teorías, modelos, conceptos y categorías) pierden dimensión ontológica y, aunque puedan ser reformulados en otra dimensión de mundo, presentan ya rasgos de inconmensu­ rabilidad respecto al anterior complejo. Un ejemplo que puede ser aducido aquí es la transición de la astronomía ptolemaica a la copernicana, con su correlativo ascenso de la Tierra al nivel de un plane­ ta más. Pero también la aparición del cuanto en los trabajos de in­ vestigación de Max Planck, que persuadió a muchos de que la discontinuidad había llegado a la física moderna para quedarse

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definitivamente.17 Una visión pluralista, como la de la historia de la ciencia, esquiva la dimensión de arbitrariedad tanto como la idea de una racionalidad universal unitaria. En el primer caso, recusa la postura que asumiría que, puesto que los estándares de razonabilidad son relativos a cada marco conceptual, incluso en términos glo­ bales u holistas, al momento de realizar evaluaciones de los grados de razonabilidad del modelo general, éstas sólo pueden realizarse con sus mismos recursos conceptuales estandarizados. En el segundo caso, recusa el supuesto —nunca comprobado — de que sólo existe una forma adecuada de representar el mundo, porque solamente hay una realidad representable y un único recur­ so metódico y conceptual para hacerlo. ¿Qué plausibilidad puede aducirse para oponerse a estos dos polos y, por tanto, para elevar dicho pluralismo cognitivo a una plataforma de ciencia normal? La respuesta desde la socioepistemología es que el pluralismo cognitivo se corresponde con el pluralismo de los propios mundos históri­ cos, donde cada horizonte cultural y social determina aquello que puede ser objeto de tratamiento cognitivo. La distinción que antes de los grandes trabajos de historia de la ciencia había amparado a la filosofía para sostener sus pretensiones normativas respecto al co­ nocimiento científico, ahora irónicamente no es más que un capítu­ lo de la historia de la ciencia en el rubro epistemología histórica. Dicha división del trabajo aseguraba que la filosofía de la ciencia estaba dotada de los atributos necesarios para evaluar y juzgar los resultados aportados por la investigación en cada campo de cono­ cimiento, mientras la historia de la ciencia se circunscribía a un es­ tudio complementario sobre el comportamiento y los recursos apor­ tados por los científicos, amén de los soportes biográficos.18

17Thom as S. Kuhn, El camino desde la estructura. Ensayos filosóficos, 1970-1993, con una en­ trevista autobiográfica, com p. de Jam es Conant y John H augeland, trad. de Antonio Beltrán y José Rom o, B arcelona, Paidós, 2001, p. 25 y s. K uhn señala tres características del cam bio revolucionario en las ciencias. Prim ero, la transform ación holista, es decir, global, de una im agen integrada previam ente de la naturaleza. Segundo, el cam bio en los referentes de los térm inos usados y, por tanto, de los significados aducidos. Tercero, un cam bio esencial en el m odelo, la m etáfora y la analogía, por la cual las sem ejanzas adquieren nuevos criterios guías. Ib-id., p. 41-43. 18Cfr. John Losee, Filosofía de la ciencia e investigación histórica, versión española de H u­ berto M arraud G onzález, M adrid, A lianza, 1989.

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Articulando una narrativización de los progresos y de los avatares biográficos en los diferentes campos de investigación científi­ cos, la historia de la ciencia permitía delimitar una serie de elemen­ tos ni siquiera suficientes para una suerte de psicología borrosa del sujeto investigador o, cuando mucho, identificar factores externos que difícilmente podían ser traducidos a una análisis epistemológi­ co. Ya en el famoso ejemplo que Lakatos presentó para sostener su idea de una reconstrucción racional en el sentido de historia de la ciencia, después aducido en una modificación realizada por Patrick Heelan bajo un principio añadido de desarrollo reticular, se deja ver la inconveniencia de esa división previa del trabajo. Consideremos una serie de teorías, T1, T2, T3... en la que cada teoría posterior resul­ ta de añadir cláusulas auxiliares a (o de reinterpretaciones semánticas de) la teoría previa con objeto de reajustar alguna anomalía, siempre que cada teoría tenga, al menos, tanto contenido como el contenido no refutado de su predecesora. Se considera como teórica y empíricamente progresiva sólo por esa correspondencia entre contenidos —lo que cubre también el contenido empírico corroborado — y si cada nueva teoría (digamos T4, T 5... TN) presenta otro contenido experimental excedente en relación con las teorías previas.19 Ese contenido sería tal que permitiría predecir la ocurrencia de un hecho nuevo o inesperado hasta el momento. Según Heelan, esa linealidad en el desarrollo científico permite evaluar, con el añadido del principio reticular, el progreso de la investigación científica en una secuencia histórica reconstruible.20 Por tanto, una cosa es eva­ luar el progreso de la investigación y otra evaluar de manera formal los resultados empíricos de una investigación concreta. Pero más allá de esta pretensión, la sola secuencia de teorías, tanto en el sen­ tido de contenidos conceptuales no refutados como de contenidos empíricos corroborados y añadidos a las teorías posteriores, permite 19 Im re Lakatos, "Falsification and the m ethodology of scientific research program m es", Criticism and the grow th o f know ledge, C am bridge U niversity Press, 1970, disponible en in­ ternet: . Fecha de acceso: 7 de no viem b re de 2012. Existe una versión m od ificad a en Im re L akatos, La m etodología de los program as de investigación científica, ed. de Joh n W orall y G regory Currie, versión española de Juan Carlos Zapatero, revisión de Pilar Castrillo, M adrid, A lianza, 1983. 20 Patrick A. H eelan, "L a retícula del desarrollo del conocim iento", en G erard Radnitzky y Gunnar A ndersson (ed.), Estructura y desarrollo de la ciencia, versión española de Diego Ribes, M adrid, Alianza, 1984, p. 281.

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suponer que su evaluación y aceptación involucra muchos aspectos más que esa mera relación de analogía entre conceptos no refutados y contenidos empírico demostrados. El sentido de los conceptos, así como aquello que cuenta como evidencia empírica, no se resuelve heterorreferencialmente. La re­ currencia a la historia sólo para solventar el cambio de teorías o sistemas conceptuales, así como los correspondientes ajustes meto­ dológicos, como un proceso de desarrollo lineal y progresivo, no puede resolver la cuestión de por qué cambian los criterios mismos de la evaluación formal de los resultados. Presumiblemente, estos criterios no debían ser motivo de cambio abrupto al punto de que han implicado, por lo menos en la perspectiva de Kuhn, una trans­ formación holística de los propios marcos de referencia. La oscila­ ción que va de una postura que busca complementar un enfoque externo con un análisis interno de los aspectos centrales de la ope­ ración científica, a un criterio por el cual se miden los alcances de un tejido o urdimbre complejo de factores, no ha podido enfrentar con éxito una explicación sobre la transformación global en las concep­ ciones de mundo. Por más que la historia de la ciencia altamente reflexiva ha presumido de potencialidades que han llevado a pensar en su superioridad respecto a los enfoques de filosofía de la ciencia, y por más que apunta implícitamente —y en algunos casos de ma­ nera expresa— a una socioepistemología, encuentra su límite en el momento en que el mundo referido por esos marcos generales de referencia sigue considerado como exterioridad, en relación al cuer­ po mismo de la ciencia y de los observadores científicos. Si bien la historia se ha mostrado particularmente crítica con un supuesto de corte empirista, esto es, la ciencia presenta autonomía amplia en sus operaciones, evaluaciones internas y validación de resultados, no ha llevado más allá el criterio de que toda observación científica depende de elementos latentes no clarificados desde las propias operaciones científicas. En algunos casos, dicha revisión histórica ha terminado por reencontrar aquello que ha desechado en las propias representaciones científicas, esto es, la realidad per­ ceptible como dato incuestionable. Esa realidad material desechada como atributo en los enunciados cognitivos curiosamente ha reapa­ recido en algunas versiones de historia de la ciencia y en trabajos

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prescriptivos sobre la explicación histórica.21 Y esto ha sido llevado hasta el grado de considerar que, si las diferencias de opinión que se presentan en la investigación científica —no sólo en el terreno social sino incluso en la ciencia natural— no se resuelven por los medios convencionales y estandarizados, la fuerza fáctica de la revisión histórica podría hacerlo de mejor manera. Pero ya existe un criterio al respecto que juega en la propia di­ mensión reconstructiva de la historia de la ciencia: si dicha recons­ trucción permite establecer hipotéticamente modelos para explicar el cambio científico, esto no quiere decir que exista una base de contrastación para validarlos. Al no haber una metodología cientí­ fica que sea al mismo tiempo interna y neutra, la historiografía de la ciencia no puede contar con una plataforma metodológica estable y neutralizada de contenidos externos. Esto quiere decir que tanto la historia de la ciencia como la propia epistemología deben ser reconsideradas como procedimientos heterorreferenciales, pues el conocimiento es, ante todo, una función social atribuida a un siste­ ma específico que lleva la operación básica de lo social —la comu­ nicación— a una dimensión autorreproductiva.22 Una socioepistemología que parta del constructivismo y la teoría de sistemas debe considerar, como punto de inicio de toda deliberación, que el mundo, 21 Véase, com o un ejem plo propio de nuestro m ed io, el trabajo m on um ental de com pi­ lación encabezado por Elías Trabulse, el que ha m arcad o una senda en las investigaciones nacionales: Historia de la ciencia en M éxico: estudios y textos, M éxico, Consejo N acional de Cien­ cia y Tecnología/Fondo de Cultura Económ ica, 1983-89, 5 v. Para el caso de trabajos prescriptivos, véase Ernest N agel, La estructura de la ciencia. Problemas de la lógica de la investigación científica, trad. de N éstor M íguez, Barcelona, Paidós, 1981. En particular, el últim o apartado titulado "P roblem as de la lógica de la investigación histórica", p. 492-543. 22 Al condicionam iento social del conocim iento Rorty lo ha denom inado "cond uctism o epistem ológico", bajo la apreciación de que es en realidad la sociedad la que justifica todo el conjunto de proposiciones científicas y no u n apartado especial de la filosofía, es decir, la epistem ología. Lo anterior es expresado por Rorty de la siguiente m anera: "M ás en general, si las afirm aciones son justificadas por la sociedad m ás no por el carácter de las representa­ ciones internas que expresan, no tiene sentido tratar de aislar las representaciones privilegiadas. El explicar la racionalidad y autoridad epistem ológica por referencia a lo que la sociedad perm ite decir, y no le segundo por lo prim ero, constituye la esencia de lo que designaré con el nom bre de 'conductism o epistem ológico', actitud com ún e W ittgenstein y D ew ey." Richard Rorty, La filosofía com o espejo de la naturaleza, trad. de Jesús Fernández Zulaica, M adrid, Cáte­ dra, 1983, p. 165. Por supuesto, esto da pie a considerar a la socioepistem ología —epistem o­ logía a secas, en L u hm an n— com o una form a reflexiva no delim itada filosóficam ente, esto es, com o una epistem ología trasform ada coincidente con el conductism o epistem ológico hasta cierto punto.

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ya sea concebido o conceptuado en términos científicos como trasfondo nunca aclarado, es en realidad el punto ciego de toda obser­ vación, donde la observación es producto del sistema social. El problema socioepistemológico de la verdad se ha convertido en un problema para todas las disciplinas. Podemos siempre preguntarnos por las condiciones físicas, lingüísticas y sociológicas del conocimien­ to; pero la investigación que se lleva a cabo en torno a ello debe ser siempre autológica, es decir, debe tener en cuenta las consecuencias que de allí se desprenden para nuestra propia actividad. Un círculo de este tipo no es, en forma alguna, vicioso. Lo único que debemos hacer es estar atentos a la conversión de los resultados de investigación en con­ diciones de la misma, y tomarse también tiempo para ello.23 El primer paso en el camino de una socioepistemología está ya sugerido por Luhmann cuando afirma que el tipo de reflexión que inaugura se ha convertido en un problema común de todas las dis­ ciplinas. Esto es así no sólo por el hecho de que deben dar cuenta del tipo de procedimientos por los cuales acceden a la verdad, inde­ pendientemente de lo que cada una de ellas considere es su consis­ tencia y naturaleza —cuestión central en el orden delimitado de investigación y que puede ser abordado desde la forma por la cual observamos observaciones—. También, y quizá de manera más de­ terminante, porque el cúmulo de procesos que tienen cabida en las ciencias, incluyendo por supuesto a la propia historia, dependen de una manera no suficientemente aclarada de las certificaciones socia­ les respecto a la labor cognitiva, es decir, de lo que la sociedad en­ tiende por ciencia. Si bien esta relación puede ser comprendida como aquella que alude a la correspondencia entre la operación científica con su marco de referencia general, hay que aclarar que dicho marco no responde a la determinación lógica típica de la filo­ sofía de la ciencia. La consistencia interna de la ciencia es accesible a través de un fundamento —ese marco general— equiparable al papel de factor externo en el sentido de evidencias o principios incuestionables.24 23 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad... , p. 9. 24 Rorty dedica algunas páginas célebres a com entar esto, con la intención de refutar la tesis general de aquella filosofía lingüística que logró acreditarse com o la perspectiva episte­ m ológica m ás autorizada. Dicha tesis asum e no sólo la necesidad sino la infalibilidad en la

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De ahí la característica autológica que aparece cuando se pregunta por las condiciones sociales de la operación científica misma, y de la manera por la cual se enlazan sus procedimientos internos y se aseguran sus posibilidades de reproducción. Pero afirmar lo anterior conduce a aceptar la sustitución, en el plano del problematicidad epistemológica, de la filosofía de la ciencia convencional por una serie de variedades reflexivas que se atienen al postulado autológico. Desde esta plataforma se articula, ahora, un tratamiento respec­ to a la ejecución cognitiva típica que tiene cabida en las diferentes disciplinas y que adquiere incluso, en la actualidad, una funciona­ lidad en la propia reproducción del sistema ciencia. La distancia habida entre los modelos heterorreferenciales (fi­ losofía de la ciencia y ciertas versiones de la historia de la ciencia) a los modelos autorreferenciales, de los cuales se dotan las propias disciplinas para efectuar su reflexión epistemológica (socioepistemología), es la misma que media entre una concepción lineal del conocimiento científico y su cambio histórico a otra concepción ahora circular del proceso cognitivo. ¿Cómo ha sido posible que la forma autológica en el plano del conocimiento obligue a trans­ formar los resultados de investigación, ya sea en la ciencia o en la historiografía de la ciencia, en condiciones funcionales para la propia investigación científica? ¿Qué ha pasado en la reflexión epistemológica para encontrar plausibilidad en posturas como las "bú sq u ed a de un punto de partida n eu tral" que perm ita aclarar la producción cognitiva. Pero refutar es algo m ás que m ostrar la inadecuación de la tesis, por el hecho de que los fi­ lósofos de la ciencia no pueden ponerse de acuerdo respecto a lo que cuenta com o evidencia indiscutible en favor de sus propias opiniones. M ás bien habría que reconsiderar la im posi­ b ilid ad de apuntalar una evidencia frente a cualquier opinión, incluyendo la propia. La im ­ posibilid ad de encontrar una evidencia irrefutable es señalada por R orty de la siguiente m anera: "E stas observaciones prelim inares son suficientes para hacernos ver que antes de ponernos en posición de evaluar la revolución m etodológica que los filósofos lingüísticos han llevado a cabo, deben plantearse dos cuestiones: 1) los enunciados de los filósofos lingüísticos sobre la naturaleza y los m étodos de la filosofía ¿son realm ente incondicionados, en el senti­ do de que su verdad es independiente de cualquier tesis filosófica sustantiva? 2) ¿Cuentan realm ente los filósofos lingüísticos con criterios de eficacia filosófica que sean suficientem en­ te claros para perm itir el acuerdo racional?". R ichard Rorty, El giro lingüístico. Dificultades m etafilosóficas de la filosofía lingüística, seguido de "Diez años despu és" y de un epílogo del autor a la edición castellana, trad. e introducción de G abriel Bello, B arcelona, Paidós, U niversidad A utónom a de Barcelona, 1990, p. 54. Por supuesto, la respuesta positiva a las dos cuestiones planteadas no pueden ser sino opiniones carentes de una base neutral, es decir, com o un fundam ento necesariam ente externo e incondicionado respecto a la propia opinión o a los enunciados de los filósofos lingüísticos.

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sostenidas por Luhmann? Desde luego, el modelo circular y autológico asume las fuertes implicaciones que resultan de considerar que los resultados aportados por las diferentes lógicas de investiga­ ción expresan aquellas condiciones sociales que permiten la funcio­ nalidad del conocimiento, sobre todo para un sistema social que encuentra en la diferenciación funcional precisamente su posibilidad de reproducción. De ahí que una posible respuesta a las interrogantes planteadas está en la disolución de la relación cognitiva básica que sostenía, hasta hace poco tiempo, toda reflexión epistemológica. De una pro­ blemática que se atenía a la naturaleza del sujeto de conocimiento o a los atributos descubiertos en el objeto de estudio, se puede decir que restringía el conocimiento mismo a una situación susceptible de ser aclarada en términos de principios indubitables, pero sólo porque la distinción posibilitaba ese trabajo de clarificación. Esta postura con­ lleva una cierta petición de principio: da por sentada y definitivamen­ te resuelta la cuestión de la existencia de una base de evidencias sólidas, como señaló Rorty, que permitía demostrar cómo el cono­ cimiento era un proceso de captación logrado en el sujeto de aque­ llas propiedades constituyentes del objeto. Lo que había que demos­ trar era lo que se seguía de ello, es decir, las condiciones de dicha captación, asumiendo de entrada la prioridad y lo indisputable de la relación de la cual se partía.

Los límites de la epistemología convencional: lo empírico y lo trascendental Por supuesto, esa distinción no era asumida como tal; podría decir­ se que estaba planteada de manera ontologizante, por lo que no era menester demostrar su condición como base indiscutida del cono­ cimiento. Aquí ontología significa la creencia dogmática en que todo problema filosófico puede ser resuelto desde principios incondicionados, es decir, fundamentos apriorísticos. De tal manera que las dos naturalezas relacionadas entre sí —la del sujeto y la del objeto — podían ser descritas al punto de volver explicable cómo la relación ontológicamente planteada de forma primaria adquiría rasgos gnoseológicos de manera secundaria y derivada. En efecto, conocer nos

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colocaba ya en una dimensión que no era posible plantear en térmi­ nos de originalidad, puesto que lo originario era la propia instancia ontológica que oponía la naturaleza del sujeto a la del objeto, siendo este nivel correspondiente al de los criterios primeros.25 Sin embargo, a pesar de que lo gnoseológico sea atributo deri­ vado no deja de ser necesario, cosa que le viene adjudicada por certificación ontológica. Esta diferenciación, contradictoria ya con los argumentos apriorísticos y a contrapelo de la propia lógica epis­ temológica tradicional, reproduce los mismos niveles que se en­ cuentran en la distinción entre observaciones de primer orden y observaciones de observaciones. El problema es que la filosofía de la ciencia tomaba la distinción como expresión de una condición empírica que era menester trasladar a un estatus trascendental, de suerte que el sujeto adquiría la condición de una conciencia como portadora final de todo conocimiento posible. Esta operación, lleva­ da a cabo incluso por la propia tradición lógica empirista, ocultaba que la relación sujeto-objeto dependía de criterios que no respon­ dían a ninguna instancia esencial.26 Su derivación hacia una suerte de paradoja establecida por la relación entre el conocimiento cientí­ fico, los términos de sus operaciones, los criterios de validación fun­ cionales para medir la pertenencia de sus resultados y sus capaci­ dades de reproducir experimentalmente sus objetos, por un lado, y su necesidad de fundamentación filosófica trascendental, por el otro, no pudo ser resuelta bajo esa base de evidencia indiscutible, presun­ tamente existente. 25 R ichard Rorty, La filosofía y el espejo..., p. 148 y s. En su opinión, el que la filosofía m oderna, que busca aclarar el problem a general del conocim iento, no haya tenido m ucho que oponer al argum ento que sustenta el dom inio del principio platónico, se debe a la renuencia a rom per con la tem ática de las facultades subjetivas com o principio originario, por tanto, ontológico, de su naturaleza. 26 H aberm as se refiere a esto, por supuesto, desde una perspectiva diferente a la de Luhm ann, aludiendo a que las pretendidas estructuras subyacentes de las ciencias no quedan ya insertas com o esencias, sino que incluso la m anera por la cual derivan fenóm enos a expli­ car están siem pre en sintonía con teorías propuestas hipotéticam ente. En sus propias palabras: "E l falibilism o de las teorías científicas es incom patible con el tipo de saber que la filosofía prim era se autoatribuye. Todo sistem a com prehensivo, cerrado y definitivo de enunciados, para pretender ser definitivo tendría que estar form ulado en u n lenguaje que no requiriese com entario y que no perm itiese ya corrección alguna, ninguna innovación, ninguna interpre­ tación que hubiese de tom ar distancias respecto de él; tendría, por así decirlo, que detener su propia historia de influencias y efectos." Jürgen H aberm as, Pensamiento postm etafísico, versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 1990, p. 47.

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Es irresoluble por la oposición misma que presupone, por un lado, un conocimiento que al nivel disciplinario adquiere consisten­ cia contingente o empírica; de ahí su condición de progresión tempo­ ral y variable. Pero, por el otro lado, exige un esclarecimiento de su base necesaria e invariable al nivel de sus fundamentos esenciales. Esta disposición y su cualidad de paradoja irresoluble —es decir, no susceptible de desparadojización o de admitir la unidad misma de la diferencia—, algo debería decirnos sobre la inconveniencia de la propia relación básica.27 En esta problemática, y en sus planteamien­ tos centrales, se deja ver una manera de abordar ese viejo paradigma del todo y sus partes, de la diferencia y la unidad o, si se quiere, de lo empírico y lo trascendental. La propia discusión filosófica moderna, en sus posturas generales y dependiendo de la tradición particular de la que abrevan, demuestran la contundencia lograda por dicho paradigma. En buena medida, la situación de dicha discusión en el siglo XIX alcanzó para demandar un deslinde objetual que proyec­ taba, a su vez, la diferencia entre campos científicos opuestos. Así, las ciencias naturales acreditaban un campo fenoménico o de experiencia ontológicamente diferente al de las denominadas ciencias del espíritu. En las primeras, se recurría al expediente de discontinuidad ontológica entre el mundo de la experiencia física y el del sujeto cognoscente —es desde esta apreciación que se acredi­ ta como distinción clásica cognitiva la que he venido comentando —. Por su parte, las ciencias del espíritu suponían una anomalía en esa relación, pues no podían demostrar dicha discontinuidad ontológica con el ámbito de experiencia que se daban por objeto, el mundo sociocultural. Era claro que en este campo el científico no podía acu­ dir, sin más, a la distinción sujeto/objeto en sus términos clásicos. 27 De nuevo, refiero a Rorty: "N uestra certeza será cuestión de conversación entre personas, y no de interacción con la realidad no humana. D e esta m anera no veremos una diferencia de clase entre verdades 'necesarias' y 'contingentes'. Todo lo más, veremos diferencias en el grado de facilidad con que se pueden poner objeciones a nuestras creencias. En resumen, estarem os donde estaban los sofistas antes de que Platón aplicara su principio e inventara el 'pensam ien­ to filosófico': buscarem os un caso seguro m ás que un fundam ento firme. Esteremos en lo que Sellars llam a 'el espacio lógico de las razones' m ás que en el de las relaciones causales con los objetos", Richard Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, Jesús Fernández Zulaica (trad.), Madrid, Cátedra, 1983, p. 149. En todo caso, la profundidad del cambio, esa oscilación que nos ha conducido a la sustitución de un m odelo lineal por otro autológico o circular como transfor­ m ación de la propia epistem ología, no se ha contentado con dejarnos com o recurso últim o al hom bre m ism o que conoce, por m ás que acudam os a la lógica de las razones.

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Por eso los teóricos de las ciencias del espíritu —Dilthey en primer lugar — terminan por conjeturar que el acceso a los productos cul­ turales e históricos de la humanidad es sólo posible por la partici­ pación del sujeto en ese ámbito de experiencia, a diferencia de lo ocurrido en las ciencias naturales. De tal modo, el acceso a los productos culturales e históricos de los seres humanos socializados es permitido, en el sentido de proce­ dimiento científico, por una comprensión característica que logra abrir desde adentro sus elementos estructurales para un sujeto que participa de ellos. La temática abordada, ¿cómo es posible el conoci­ miento?, y sus correspondientes respuestas, idealismo o realismo, se compenetran en el campo de la fundamentación de las ciencias del espíritu, por lo que toca a sus condiciones de posibilidad. En ambos casos, se trata de una conciencia que comprende objetivaciones, don­ de ella misma logra distinguirse de sus objetos por una instancia dis­ tinta, puesto que tiene existencia empírica, aunque se esquive que en uno y otro nivel se trate de sujetos.28 Dicha disposición —por la cual es el mismo ser el que permite acceder a la pregunta por las condicio­ nes de todo conocimiento posible y clarificarlas, cuando esa función originaria se pierde al ser colocado en la dimensión empírica de ob­ jeto de estudio — había sido ya tratada por Michel Foucault. Él argu­ mentó que esa disposición —más problemática para el caso de cien­ cias como la historia— sólo se sostenía en un discurso antropológico que ligaba, no sin sobresaltos, a un sujeto-objeto condicionado como sustrato de conocimiento empírico, con un sujeto-sujeto en tanto fuen­ te de sus condiciones de posibilidad. Esta oscilación, propia de lo empírico y lo trascendental, originó un doble esfuerzo concretado, por un lado, en explicaciones sobre los atributos humanos que le co­ rresponden por naturaleza: su disposición física y corporal, la forma de sus percepciones y sus mecanismos sensoriales; finalmente, aque­ llos esquemas neuromotores responsables de sus contactos con el entorno. A esta búsqueda de explicaciones la llamó estética trascenden­ tal. Por otro lado, las explicaciones alternativas se refirieron a las con­ diciones externas de un mundo social y de un desarrollo histórico. Estas circunstancias producidas por el tejido de relaciones que los hombres entablan entre sí y que se expresan en ese haz de elementos 28 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 97.

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sociales, económicos y culturales, tornan claras las formas que presi­ den los accesos a lo empírico, pero siempre en una dimensión tempo­ ral irreductible; a este esfuerzo lo denominó dialéctica trascendental.29 La doble estrategia, estética y dialéctica, muestra la consistencia de una dualidad llevada al nivel de una oposición filosófica entre positivismo y escatología que, en opinión de Foucault, tornó inesta­ ble la relación entre una verdad del lado del objeto y otra anclada en el orden del discurso. Lo que interesa es que esta textura mixta del discurso antropológico, una forma por la cual se extremó la atri­ bución del conocimiento a la conciencia o al sujeto portador de con­ ciencia, se constituye sólo por esta relación entre lo empírico y lo trascendental, pero con mayores énfasis en el caso de aquellas cien­ cias que buscaban la autocomprensión del hombre mismo entendido como sujeto. No quedaría por debajo de un nivel de fundamentación mínimo el que un esfuerzo por retomar el problema del conocimien­ to en esas ciencias denominadas humanas tuviera que asumir su propia desantropologización, entendida entonces como rechazo a la atribución de todo conocimiento a la conciencia del hombre. Eso es lo que se presentó, sobre todo, en la segunda mitad del siglo xx. Un autoconocimiento —logrado ya sea por medio de una esté­ tica trascendental, ya por una dialéctica, pero nunca por un discur­ so unitario— se muestra imposible por la base antropológica que instituyó su tratamiento. Si ella quiso resolver, al mismo tiempo, el problema de las condiciones de posibilidad del conocimiento y las modalidades que debe presentar el conocimiento en su dimensión empírica, sólo pudo encontrar su límite, una y otra vez, en los tér­ minos mismos de su distinción fundamental. De ahí se sigue una consecuencia importante, pues una teoría del conocimiento plantea­ da desde una perspectiva antropológica, por más intentos que pue­ dan derivarse para justificar dicha base, alcanza rápidamente su reconversión en una antiantropología, al desgajar todas aquella prestaciones que la tradición ha venido presentando para pensar el hombre como cogito y unidad esencial.30 29M ichel Foucault, Las palabras y las cosas, una arqueología de las ciencias humanas, 24a ed., trad. de Elsa Cecilia Frost, M éxico, Siglo XXI, 1996, p. 312. 30Cfr. H ans Blum enberg, "U n a aproxim ación antropológica a la actualidad de la retóri­ ca ", en Las realidades en que vivim os, introducción de Valeriano Bozal, trad. de Pedro Madrigal, Barcelona, Paidós, U niversidad A utónom a de Barcelona, 1999, p. 115-142

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Si las mismas ciencias humanas testimonian la desantropologización de su propia base de fundamentación —y el caso de la historia, si bien notorio, no es más que un episodio de un proceso más vas­ to —, no cabría suponer que la propia teoría del conocimiento siguiera anclada en un dudoso carácter antropológico, cuando la transforma­ ción de sus objetos reflexivos siguió la senda contraria. Por otro lado, para las ciencias del espíritu la tensión entre un conocimiento logra­ do por vía empírica (las materializaciones de la fuerza del espíritu) con el acceso a lo que lo determinaba (el espíritu mismo como esen­ cia) fue mucho más intensa y paradójica que para otras formas de saber que buscaron tomar distancia del fenómeno de la comprensión. Por supuesto, esta situación es impensable para las ciencias nomológicas o empíricas, ya que pueden operar exclusivamente desde la relación causa/efecto y desde la cobertura legal de esta relación aportada por leyes universales. Por eso, no deben preocuparse de­ masiado por una desestabilización ontológica de la relación sujeto/ objeto, pues no requieren de la introducción de ningún componen­ te comprensivo; por lo menos no en la misma medida que las otras formas de saber, aunque esta problemática sólo adquiere pertinencia en el marco reflexivo de la epistemología convencional. Pero aun con esta anomalía —divergencia del modelo básico—, la distinción entre un elemento que se presenta como interno (suje­ to trascendental) y aquél otro considerado externo (mundo objetual o realidad) es funcional y altamente productiva para las mismas ciencias del espíritu. Si los productos del espíritu humano —final­ mente objetivaciones— son susceptibles de materialización, e incluso de descripción, es porque son exteriorizaciones; éstas se presentan al sujeto cognoscente como instancias totalmente variables y contingen­ tes, por lo que la comprensión de dicha variabilidad reconduce la explicación hacia la subjetividad productora, por tanto, hacia la in­ terioridad de la conciencia.31 La interioridad de la conciencia esta­ blece la comprensión como unilateralidad y expresa la inaccesibili­ dad de dicho estado subjetivo. Pero, cuando frente a otra subjetividad cerrada en sí misma se apela a la comprensión, ésta resulta en un efecto de total inconmensurabilidad. 31 Fernando Betancourt M artínez, El retorno de la metáfora en la ciencia histórica contem po­ ránea. Interacción, discurso historiográfico y matriz disciplinaria, M éxico, Universidad Nacional A utónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones H istóricas, 2007, p. 59.

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Así, la no trasparencia de un estado mental o subjetivo frente a otro sistema psíquico —finalmente, entorno para el sistema que bus­ ca comprensión— no es equiparable a los enlaces comunicativos. La diferencia entre acto de comunicar e información configura precisa­ mente el acto de entender. Si se pudiera decir que esto es compren­ sión, en todo caso no se referiría a la posibilidad de transparentar lo interno de un sistema psíquico sino sólo a entender la diferencia propia de la operación de comunicación.32 Sin embargo, esta diferen­ ciación entre lo interno y lo externo en las ciencias del espíritu no dejó de reproducir la distinción entre lo empírico y lo trascendental, pero únicamente como una anomalía que sólo por poco tiempo logró oscurecer la tónica misma de la distinción y sus implicaciones autorreferenciales. Llama la atención que en las ciencias del espíritu se tornara mucho más visible la condición autorreferencial que delimi­ taba toda operación científica que en las propias ciencias nomológicas, aunque las conclusiones que al caso debían desarrollarse tuvie­ ron que esperar todavía a que se hicieran notorios los requerimientos reflexivos necesarios para la adecuada atribución de la distinción. Probablemente esta situación se deba a que dichas ciencias esta­ blecen su campo empírico al nivel de lo social, donde las materiali­ zaciones del trabajo del espíritu humano sólo pueden cristalizar en aquel mundo de relaciones gobernado por los flujos comunicativos, aun cuando apelen discursivamente a lo singular y a lo individual como categorías básicas. Cuando la autopoiesis autorreferencial fue reconocida como base para toda reflexión cognitiva, entonces los esfuerzos tendientes a conseguir una fundamentación teórica por la vía de la distinción entre lo empírico y lo trascendental —particu­ larmente la atribución del conocimiento a la conciencia— se modi­ ficaron radicalmente de frente. Considero que esta trasformación —un verdadero cambio de paradigma según Luhmann— se concen­ tra en un proceso de sustitución de distinciones o, si se quiere de­ cir así, en una reorientación global de las relaciones entre conoci­ miento científico y teoría del conocimiento. Desde la manera anterior 32 "L a com prensión sólo se convierte en un problem a porque los sistem as autorreferenciales llevan a cabo operaciones recursivas, y porque tienen que alcanzar una perspectiva suficiente para ello. La com unicación es posible porque los sistem as psíquicos tienen una capacidad de com prensión sin que ello im plique un abandono de su no transparencia tanto para sí m ism os com o para otros." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 24.

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de abordar esta relación, la consecuencia extraída prescribía que la cualidad normativa, autoatribuida por la filosofía convencional de la ciencia, adquiría justificación gracias a la extrapolación de la distinción misma, pero aplicada ahora a la propia filosofía de la cien­ cia en su relación con las diversas formas de saber científico. Así, esta modalidad reflexiva adquiría una suerte de potenciali­ dad de esclarecimiento de todo el conjunto de principios cognitivos, gracias sólo a que su lugar de observación se encontraba amparado por un estatus trascendental, generado por la disposición que guar­ daba respecto a su propio objeto de interés. En el otro polo, las cien­ cias presentan naturaleza empírica al instituir un conjunto de pro­ cedimientos por los cuales podían explicar una parte de lo real, mientras la filosofía establecía un marco común y homogéneo don­ de tenían cabida todo posible conjunto de proposiciones empíricas referenciales. Es decir, cada ciencia particular se encontraba por debajo de una labor superior y que no podía estar al mismo nivel que sus formas operativas.33 Esta epistemología adquiría, por la lógica de extrapolación, un estatus metateórico si por tal se entiende aseguramiento de integridad en una diversidad de ciencias que pro­ ducían conocimiento parciales de lo real, entretanto aquélla dejaba aparecer todo el conjunto de principios universales que gobernaban cada producción particular. La situación descrita configuraba una circularidad entre el obje­ to al que la filosofía de la ciencia se dirigía con el fin de explicar y desvelar sus cualidades intrínsecas, y sus propias capacidades pre­ sumidas para hacerlo. De tal modo, la forma por la cual la propia teoría del conocimiento convencional podía desarrollar sus aptitu­ des de esclarecimiento estaban en función de recuperar, en su ló­ gica interna, aquello que previamente había delimitado en su objeto de estudio. Si la distinción entre lo empírico y lo trascendental la aplicaba hacia una pretendida exterioridad, las ciencias y sus formas operativas, este gesto no hacía otro cosa que expresar la manera interna en que operaba esa misma distinción. Por tal motivo, sólo podía atribuirse capacidad de esclarecimiento cognitivo porque ella misma era ya una forma de cognición, y sólo podía atribuir carácter especial a la conciencia trascendental porque ella reivindicaba su 33 Fernando Betancourt M artínez, El retorno de la m etáfora..., p. 29.

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propia perspectiva trascendental. Si la distinción le era interna y sólo interna, se puede decir, por tanto, que tenía funcionalidad autorreferencial. Luhmann resume en las siguientes frases la tónica de esta transformación: En resumen, podemos decir que, en comparación con los supuestos tradicionales de la teoría del conocimiento, se registran dos novedades. Una concierne a la expansión del concepto de autorreferencia a las instancias últimas de todo tipo; la otra se refiere a la concepción de que en las teorías universalistas la investigación sobre el objeto implica la investigación sobre sí misma, de manera que la investigación no se pude desprender de su objeto [...]. Una conclusión especialmente im­ portante es que un sistema recursivo y cerrado, que produce para sí mismo todas las unidades utilizadas, excluye una observación directa de la unidad desde el exterior. Toda observación pretende acceder a la unidad, y con este orientarse por las diferencias para poder constatar lo que distingue una cosa de otras. Toda observación utiliza (y esto define al concepto) un esquema de diferencia, en el cual la unidad de la diferencia es definida por el observador y no por su objeto mismo.34 La distinción empírico/trascendental, de la cual proviene toda la problemática respecto a la conciencia y su papel en la cognición, es producto del sistema observador denominado epistemología con­ vencional. No es el caso considerar que lo que ha cambiado es la realidad misma y que ello fuerza una transformación isomórfica en la cualidad de observación. Por el contrario, es la observación la que ahora emerge como problema central en la teoría del conocimiento, al punto de poder considerar que el tratamiento de dicha operación que produce diferencias es ya una autoobservación de la propia teoría. Entonces la epistemología como una forma recursiva de autoobservación pertenece al interior del sistema de comunicación simbólica­ mente generalizado de la ciencia. Si esto es así, entonces la atribu­ ción de dicha distinción a las ciencias —me refiero a la relación sujeto/objeto y su correlativa diferencia entre lo empírico y lo tras­ cendental— es una asignación que expresa sólo una forma estruc­ tural de procesar las irritaciones producidas por el entorno, esto es, la conciencia como sistema psíquico.

34 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 478.

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Circularidad y conocimiento científico Por supuesto que dicha distinción declara la clausura operativa del sistema, por lo que cada una de las unidades utilizadas por él en la operación de observación e instituidas al interior del sistema mis­ mo, no pueden considerarse captación de una realidad externa, en este caso, el entorno del sistema. El esclarecimiento de los principios cognitivos no está al nivel de una suerte de input, esto es, de infor­ maciones o acontecimientos que tienen lugar al interior del entorno. Esto significa, como apuntó Luhmann, que la autorreferencia tiene que ver de manera directa con las instancias últimas —principios cognitivos que resultan del recorrido realizado por la epistemolo­ gía—, donde ya esta labor adquiere todas las cualidades de una autoobservación, tal y como se apuntó arriba. Una expresión de este cambio de orientación general está en el surgimiento y desarrollo de las epistemologías naturalizadas,35 mismas que han rechazado los modos reflexivos previos, por ejemplo, la distinción entre enun­ ciados observacionales y enunciados teóricos, entre lo sintético y lo analítico, sólo por citar los aspectos más llamativos de esta disputa. Por debajo de las sugerencias de Quine hacia el relevo que la psicología debía aportar para corregir las aporías implícitas en los tratamientos convencionales, un paso importante y crucial consistió en considerar que la propia epistemología está ya contenida en los procedimientos científicos. Esto estaba ya implicado en el cambio de rumbo forzado por la impracticabilidad de una teoría que bus­ caba reconstruir las condiciones racionales básicas para un conoci­ miento seguro, siempre y cuando se entendiera dicha seguridad como consistencia lógica al nivel de los enunciados observacionales. De ahí se seguía la ventaja epistémica de la perspectiva reduccionis­ ta, esto es, la posibilidad lograda en todo conocimiento seguro de reducir las teorías a enunciados observacionales. Sin embargo, dicha ventaja desaparece porque el efecto de traducción de enunciados teóricos a observacionales no puede reducir la carga tácita que inclu­ yen los primeros, de tal forma que siempre que se intente traducir al

35 I b id , p. 474.

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final se tiene que echar mano de nociones injustificadas de las que precisamente se quería prescindir. Pero tampoco la traducción alcanza a cubrir el proceso por el cual se transforman enunciados observacionales en enunciados de experiencia propios de los usuarios. En este caso, atenerse sólo a los datos empíricos no asegura una categorización de la realidad única entre traductor y usuario, pues entre ambos existe "inescrutabilidad de la referencia".36 El ideal de reducción a enunciados observacionales con consistencia lógico-matemática resultó imposible, de ahí que la reconstrucción racional debe ahora seguir el camino de una ampliación: de la "relatividad ontológica", previsible por el fracaso del ideal de traducción epistemológica, a una explicación psicológi­ ca del conocimiento. La empresa de reconstrucción de un conoci­ miento seguro lógicamente consistente es sustituida por un intento de explicar genéticamente el conocimiento. Las interrogaciones, desde este punto, se dirigen a explorar cómo, a partir de estimula­ ciones nerviosas, se construyen teorías físicas, con toda la carga de sofisticación y complejidad que comportan. La materia de estudio consiste en un proceso doble: un input que recibe el sujeto de un entorno de estimulaciones, y un output por el cual da forma asertiva a dicha estimulación. Ya en el inicio, este intento se encuentra con un fenómeno natural como su propia con­ dición, en otras palabras, con una disposición empírica y con aque­ llo que cabría esperar sólo del lado del objeto de las propias ciencias naturales.37 Esto es, la teoría de la ciencia no consiste en un tipo de planteamientos externos o heterorreferenciales, sino que es la forma 36Cfr. W illard Van O rm an Q uine, "T w o dogm as of em piricism ", en From a logical point o f view : nine logico-philosophical essays, Cam bridge, H arvard University Press, 1980, p. 20-45. 37"L a vieja epistem ología aspiraba a contener, en u n sentido, a la ciencia natural; la construiría, de alguna m anera, a partir de datos sensibles. La epistem ología en este nuevo planteam iento está, por el contrario, contenida en la ciencia natural, com o un capítulo de la psicología. Pero el viejo contenim iento sigue aún siendo válido, a su m anera. Investigam os cóm o el sujeto hum ano, que es objeto de nuestro estudio, postula los cuerpos y proyecta su física a partir de sus datos, y apreciam os que nuestra posición en el m undo es, justam ente, igual a la suya. N uestra propia em presa epistem ológica, por lo tanto, y la psicología, de la cual constituye un capítulo, y la totalidad de las ciencias naturales, de la cual constituye una parte la psicología, todo ello es nuestra propia construcción o proyección a partir de estim u­ laciones parecidas a las que asignam os a nuestro sujeto epistem ológico. Hay, pues un contenim iento recíproco, si bien en diferentes sentido: de la epistem ología en la ciencia natural y de la ciencia natural en la epistem ología." W illard Van O rm an Q uine, La relatividad ontológica y otros ensayos, trad. de M anuel G arrido y Josep Ll. Blasco, M adrid, Tecnos, 2002, p. 110.

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singular que adopta por el hecho de ser producto de su propia autorreferencia. La circularidad supuesta en el proceso autorreferente consiste en excluir una observación directa de la realidad exterior y aceptar que es producto de elementos internos al sistema y sólo expresan esa condicionalidad. Una observación —la epistemolo­ gía— es una autoobservación desde el propio campo científico. De nuevo, Quine apuntó algo crucial al respecto. La psicología supone, frente a la teoría del conocimiento, la introducción de un "razona­ miento circular", algo no permitido en tiempos anteriores. Siguien­ do esta línea escribió lo siguiente: Sin embargo, estos escrúpulos contra la circularidad tienen escaza im­ portancia una vez que hemos cesado de soñar en deducir la ciencia a partir de observaciones. Si lo que perseguimos es, sencillamente, en­ tender el nexo entre la observación y la ciencia, será aconsejable que hagamos uso de cualquier información disponible, incluyendo la pro­ porcionada por estas mismas ciencias cuyo nexo con la observación estamos tratando de entender.38 Por supuesto, la noción observación aquí se refiere a una per­ cepción materializada en un tipo particular de proposiciones. Pero la circularidad es ahora constancia de un estado más o menos gene­ ralizado, no sólo respecto a las teorías cognitivas sino al procesamien­ to mismo de lo cognitivo en campos de conocimiento específicos.39 Las teorías, si se entiende como tales los edificios conceptuales y categoriales que permiten aplicación empírica, se refieren a las ob­ servaciones que ellas mismas producen o permiten, al introducir en esos esquemas conceptuales, distinciones sólo relevantes para la teoría misma, aserción que también se sigue de Quine. Pero si se trata de teorías del conocimiento o epistemologías, entonces sus esquemas de distinción sólo permiten observaciones cruciales y re­ levantes desde los criterios empleados; si se cambian los criterios, 38 Ibid., p. 101. 39 "A sí, tanto 'e l aprendizaje epistem ológico' com o el desarrollo de la teoría de las cien­ cias se convierten en u n proceso autorreferencial. Toda investigación ahora parece estar sa­ turada de autorreferencias vinculadas a un cam po. Q uien desarrolla teorías sobre el 'sí m is­ m o', tam bién desarrolla teorías sobre 'su sí m ism o'. Q uien descubre que el observador y el que actúa em plean distintos principios de atribución, se im pactará al darse cuenta de que debe apoyarse precisam ente en este conocim iento para observar la acción de los dem ás." N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 476.

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cambia el tipo de observación realizada, pero nunca la cualidad de relevancia que tiene la teoría analizada en la aplicación de esquemas conceptuales. El esfuerzo de una epistemología naturalizada está en función de darse un campo empírico sobre el cual trabajar para poder expli­ car la naturaleza empírica de las ciencias y las modalidades de su desarrollo desde el equipamiento neurológico y físico del sujeto. Aunque el esfuerzo consista en sustituir al sujeto trascendental por uno de carácter empírico, y en ello va jugado un cambio notable respecto a la situación filosófica anterior, no rompe con los límites de la semántica empleada en la distinción sujeto/objeto. La obser­ vación, en la perspectiva de una epistemología naturalizada, es de­ cir, que considera al sujeto portador del conocimiento como instan­ cia psicológica, toma a dicho sujeto como origen indiscutible de ese acto. Dado que es posible establecer convergencias observacionales, entonces se pueden sacar conclusiones acerca de las condiciones mentales y psicológicas que permiten el paso del input al output. Para Stephen Toulmin la pregunta central de esta perspectiva, apoyada en la semántica tradicional de la teoría del conocimiento, revela ya en su formulación su propia inconveniencia: "¿Cómo fun­ ciona nuestro equipamiento cognitivo (nuestro entendimiento)?" Por eso debe ser sustituida por otra: "¿Qué tipos de argumentos podrían presentarse en apoyo de aquello que pretendemos conocer?"40 En otras palabras, los criterios que sostienen un argu­ mento sólo sirven para juzgar dicho argumento y no otro. Una lógi­ ca íntimamente ligada a la epistemología, como apunta Toulmin, establece una operación inmanente y circular que depende de dichos 40 Stephen Toulm in, Los usos de la argum entación, trad. de M aría M orrás y Victoria Pine­ da, Barcelona, Península, 2007, p. 320-321. Este autor señaló lo siguiente respecto a lo im pro­ pio de introducir un enfoque psicológico en epistem ología: "M ien tras que se consideró que la epistem ología incluía tanto cuestiones psicológicas sobre las habilidades innatas del recién nacido com o cuestiones fisiológicas sobre el desarrollo de la estructura cerebral y fisiológica, así com o tam bién cuestiones de naturaleza lógica, parecía ser una ram a de la 'filosofía m en­ tal' com pletam ente autónom a: el entendim iento hum ano, su génesis y desarrollo, era un tema com pletam ente diferente al silogism o y sus características form ales. No obstante, si nuestras investigaciones han sido conducidas de m anera m ínim am ente adecuada, la lógica y la episte­ m ología debe m overse ahora la una hacia la otra. La epistem ología puede divorciarse de la psicología y la fisiología, y la lógica, de las m atem áticas puras: el objeto apropiado de ambas es el estudio de las estructuras de nuestra argum entación en cam pos diferentes y la explicación clara de la naturaleza de los valores y defectos típicos de cada argum ento". Ibid., p. 321.

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criterios, es decir, distinciones a partir de las cuales se juegan su fiabilidad y su aceptación como normatividad científica. Por eso se distancia de toda la discusión previa que trataba de resolver la asi­ metría entre aquellos conceptos centrales de verificabilidad y falsación, pero también respecto a la conveniencia de continuar atado a la lógica inductiva como única vía para decidir sobre el carácter conclusivo de las representaciones científicas. Toulmin sale de un círculo vicioso, uno de los más importantes para la teoría del conocimiento: "un enunciado general nunca pue­ de ser concluyentemente verificado, pero sí completamente falsado, mientras que un enunciado existencial no puede ser concluyente­ mente falsado, pero sí verificado."41 Sin embargo, esta afirmación permite entrar en otro círculo no vicioso sino paradójico: un argu­ mento sólo puede ser revisado, en su coherencia y plausibilidad, por otro conjunto amplio de argumentos. De tal manera, la postura de Toulmin apunta a una consideración no sólo circular de la lógica ar­ gumentativa —que, por lo tanto, se trata de un procedimiento singu­ larmente autológico—, sino que al mismo tiempo tiende a romper la dependencia de una conciencia soberana sobre el conjunto de enun­ ciados discursivos. El autor de un discurso argumentativo se coloca frente su propio producto en una disposición análoga a la del crítico. El pecado cometido cuando se apela a una lógica informal se paga con autorreferencia. Así, un conjunto de enunciados que pueden referir a otro con­ junto o conjuntos de enunciados se ubican ya sólo por este hecho fuera del campo "analítico". Ese metanivel, desde el cual el propio autor de un discurso argumentativo puede tomar nota crítica, es el mismo desde el cual un crítico cualquiera trata de investigar las pre­ tensiones de validez de dicho campo enunciativo.42 Ese metanivel 41 A ndrés R ivadulla Rodríguez, Filosofía actual de la ciencia, M adrid, Editora Nacional, 1984, p. 33. 42 "L o prim ero que hay que reconocer es que la validez es una noción que existe en el interior de los cam pos, no entre ellos. Los argum entos de cualquier cam po pueden ser juzga­ dos según criterios apropiados dentro de ese cam po, y algunos no los satisfarán; pero debe esperarse que los criterios sean dependientes del cam po y que los m éritos que se le exigen a u n argum ento en un cam po estarán ausentes (por definición) de argum entos enteram ente m eritorios de otro." Stephen Toulm in, Los usos de la argum entación... , p. 322. Véase tam bién, del m ism o autor: Human Understanding: The Collective Use and Evolution o f Concept, Princenton, Princeton U niversity Press, 1977.

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no es otro que el de una observación de observaciones y presenta la cualidad propia de todo metanivel —susceptible de ser extrapolable a cualquier metalenguaje o metadiscurso—, y que le permite ser discurso crítico, esto es, un discurso facultado para delimitar los criterios de validez de otro conjunto de enunciados considerado primario. En otras palabras, es una observación de segundo orden que se dirige hacia la posibilidad abierta por una observación de ser observable en su propia forma operativa. Esto no es otra cosa que autorreferencia. Y tomando en cuenta que la teoría de la argumentación puesta en discusión por Toulmin es tal que al establecer las reglas, las for­ mas y los campos argumentativos se refiere a sí misma como teoría y a partir de sus propias operaciones, la lógica informal introducida de esta manera es propia de toda autorreferencia. Este rasgo no es­ taría tan alejado de una aplicación autológica en la propia fundamentación retórica de la argumentación, tal y como fue planteada en la obra de Perelman.43 La inconveniencia de discutir sobre la im­ practicabilidad de la teoría en su aspiración de sustituir a la lógica inductiva o formal desde los marcos de otra teoría, por ejemplo la de Carnap que la reivindica de manera absoluta, se revela en toda su crudeza. Se trata sin duda de un efecto, ya previsible, cuando se pasa por alto la inconmensurabilidad de las teorías en su condición sistémica, esto es, que se refieren a sí mismas. Dar cuenta crítica de la consistencia de las teorías es identificar las distinciones estructu­ rales que llevan a cabo para construir observaciones, lo que no es coincidente con la posibilidad de discernir sus pretensiones de va­ lidez reconociendo su condición autónoma, de tal forma que el úni­ co criterio para hacerlo sería a partir del stock disponible de concep­ tos de la propia teoría. La paradoja de la autorreferencia, una teoría que se refiere a sí misma, se desparadojiza al introducir la observación siguiendo las mismas operaciones de toda observación, aun cuando se dirija a otro conjunto de observaciones. Esto tiene una consecuencia cen­ tral: si la semántica anterior anclada en la relación sujeto/objeto, lo empírico y lo trascendental, es sustituida por la distinción hetero43 Véase Chaim P erelm an y L. O lbrechts-Tyteca, Tratado de la argum entación. La nueva retórica, trad. española de Julia Sevilla M uñoz, M adrid, Gredos, 1989.

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rreferencia/autorreferencia, entonces la circularidad y la inmanen­ cia están relacionadas a modalidades de clausura operativa de los sistemas. Esto quiere decir que la propuesta de Quine y la crítica de Toulmin a la pertinencia de un enfoque psicológico, por lo demás todavía dependiente del esquema estímulo-reacción, no se resuelve apelando a una psicología sistémica que incluso supere dicho esque­ ma. Todavía la psicología cognitiva sería fiel a la instancia de natu­ ralización epistémica, pero su objeto y campo de distinciones es sin duda diferente, pero sólo porque la heterorreferencia de la que habla corresponde al sistema psíquico. Recordemos que para Luhmann la gran diferencia no está en pasar de un sujeto trascendental a otro empírico, dotado ahora de un conjunto de disposiciones biológicas y fisiológicas que lo capa­ citan para entender el mundo. En realidad, el nuevo paradigma tie­ ne en la sociedad su punto de partida pero también su condición: el conocimiento pertenece al sistema social, y no al sistema psíquico. Si el conocimiento es siempre social esto asegura que la operación básica de dicho sistema, la comunicación, no puede limitarse a la relación entre sistemas psíquicos y sus típicas prestaciones biológi­ cas, donde observar sería sólo una percepción.44 La comunicación, como acoplamiento de elementos de modo estricto, permite tanto la heterorreferencia como la autorreferencia, pero teniendo claro que ambas son formas del propio sistema. Es así que la distinción sujeto/ objeto es sustituida por la de sistema/entorno; la heterorreferencia, una atribución al entorno, es expresión de una distinción interna del sistema. Un sistema por tanto —escribió Luhmann— para el que todas las unidades utilizadas refieren al sistema que las utiliza. Si un siste­ ma es genuinamente autónomo, en el sentido de la expresión ante­ rior, lo es porque cualquier perturbación —por ejemplo, una obser­ vación o una percepción— se consume en su interior y "cualquier reacción compensatoria ante esas alteraciones tendrá un carácter de 44 "U n a teoría psicológica del conocim iento que hiciera caso om iso de este problem a, estaría obligada a suponer de sí m ism a la capacidad de abarcar procesos psíquicos del cono­ cim iento sin referencia alguna a distinciones individuales. U na alternativa razonable consis­ te, entonces, en tom ar com o base el m ás com prensivo de los sistem as de com unicación, esto es, el sistem a de la sociedad, y considerar a la ciencia com o parte de ese sistem a social con las correspondientes lim itaciones en lo que se refiera a historia y estructura. N iklas Luhm ann, La ciencia de la socied ad..., p. 52.

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autorregulación."45 Los sistemas autocontrolados tienen la peculia­ ridad de que la operación de observación es siempre un caso par­ ticular de autoobservación. La observación adquiere, entonces, im­ portancia central en vistas a sostener plausiblemente una teoría del conocimiento transformada. Esta importancia se localiza en la no­ ción misma de autorreferencia que transporta la operación de ob­ servación sistémica. El origen de una epistemología como ésta, que descubre en la observación una condición innegable de autorreferencia, es sin duda el constructivismo operativo. El constructivismo es en realidad una conjunción de enfoques diversos pero que tienen un punto en común: la problemática del observador. Esto ya aparecía en los trabajos de la denominada ci­ bernética de segundo orden. En sentido estricto, la cibernética de la cibernética es propiamente una teoría constructivista, aunque no todos los enfoques constructivistas se reconozcan necesariamente como continuadores de los planteamientos desarrollados por Heinz von Foerster. Si bien es posible considerar a la cognición como una forma de construcción por parte de un observador, las consecuen­ cias autorreferenciales tuvieron que esperar a las propuestas de Von Foerster sobre los sistemas que observan sistemas. Para la epistemo­ logía tradicional lo que podemos llamar realidad es, necesariamen­ te, independiente de quien la observa y sólo por ello ese observador puede describirla.

La cibernética de segundo orden y el papel de las paradojas Aquí interesa hacer notar dos cosas: primero, el observador es un sujeto especial porque puede bloquear sus propios condicionantes de experiencia; segundo, la observación realizada es una descripción de lo real que puede ser más o menos objetiva por lo primero. La for­ mulación de Von Foerster toma en cuenta la teoría de la relatividad 45 Luis Vergara A nderson, La producción textual del pasado. III. Una lectura crítica de la teoría de la historia de Paul Ricoeur. Im plicaciones filosóficas y ético-políticas, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, D epartam ento de H istoria, 2011, p. 181. Luis Vergara se refiere al trabajo de C arlos M atus quien, igual que Luhm ann, desarrolla una perspectiva sociológica con una clara orientación sistém ica. A unque, según Vergara, no se pueden obviar las diferencias entre am bos enfoques, sobre todo por la recurrencia de M atus a las nociones de hom eóstasis es­ tructural y hom eóstasis funcional.

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de Einstein, donde se explicita que las observaciones no pueden alcanzar estatus de definitividad o incondicionalidad, pues son re­ lativas a los puntos de referencia introducidos por el observador. Pero también el principio de incertidumbre de Heisenberg, por el cual la definición de un objeto depende de marcos de referencia construidos previamente, al punto de que instrumentos y métodos empleados para dar cuenta de él sólo expresan una aproximación, donde la incertidumbre indica la calidad de dicha aproximación.46 Las posturas de Von Foerster van más allá incluso de una simple crítica a la ingenuidad objetivista —toda realidad es una construcción que depende de criterios— pues se trata de introducir la reflexión so­ bre la observación del observador. En este nivel, el objeto de estudio, por así decirlo, se convierte en el propio observador observando o, lo que es prácticamente lo mismo, la cibernética se transforma en cibernética de la cibernética. En sus trabajos, Von Foerster desarrolla los conceptos centrales para permitir el paso del constructivismo operativo y su epistemología a una disposición diferente en donde se convierten en la estructura central de la teoría de la sociedad como sistema: recursividad, autorreferencia, autoorganización, complejidad, etcétera.47 Pero de su planteamiento sobre la necesidad de observar al observador se sigue una consecuencia que es, para todos los fines reflexivos, una consi­ deración de importancia programática: si la cibernética de segundo orden alcanza el nivel de una epistemología, se trata de una episte­ mología que debe dar cuenta de sí misma —una epistemología de la epistemología —.48 Esta circularidad, como obligación ahora cognitiva, no esconde sus implicaciones paradójicas propias de toda aseveración autorreferencial.

46Paul W atzlaw ick, "In trod u cción ", en Paul W atzlaw ick y Peter Krieg (com p.), El ojo del observador. Contribuciones al constructivismo. H om enaje a H einz von Foerster, trad. de Cristó­ bal Piechocki, Barcelona, Paidós, 1995, p. 11. 47Cfr. H einz von Foerster, O bserving system s, introducción de Francisco J. Varela, Seaside, California, Intersystem s Publications, 1981. Véase, tam bién, M arcelo Pakm an (ed.), Las semillas de la cibernética: obras escogidas, presentación de Carlos Sluzki, Barcelona, Gedisa, 1991. 48"A h o ra bien , el constructivism o es en sí m ism o una epistem ología, así que podría cam biar m i título a 'U na epistem ología de la epistem ología", lo cual quiere decir que es una epistem ología que debe dar cuenta de sí m ism a. Pero n o sólo la epistem ología tiene que dar cuenta de sí m ism a, tam bién el constructivista, claro está, debe dar cuenta de sí m ism o ", Heinz von Foerster, "P o r una nueva epistem ología", M etapolítica, M éxico, v. 2, n. 8, 1998, p. 629.

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La cibernética de segundo orden, en tal sentido, se constituye como un tipo de estudio cuyo objeto son los sistemas autopoiéticos mismos, es decir, sistemas que se autoorganizan gracias a la distin­ ción con respecto a un entorno. Sistemas como éstos, autopoiéticos, se caracterizan porque mantienen dicha condición de autoorganización a partir de un proceso constante de acoplamiento estructural con ese entorno. Entonces, ese proceso constante toma la forma de un endémico aumento y reducción de complejidad, que genera, a su vez, nueva complejidad. A contrapelo de la tradición legada por la antigüedad al pensamiento moderno, y por la cual no es posible considerar de modo positivo a la paradoja, Foerster la reivindica porque la propia cognición es ya un hecho paradójico: un conoci­ miento que parece referido sólo a sí mismo. En esa tercera posibilidad que la tradición aristotélica negaba desde la perspectiva de una lógica estricta y para la cual las asercio­ nes sólo podían ser verdaderas o falsas, Foerster destaca una mane­ ra de estabilizar —desparodijizar en la apreciación de Luhmann — las situaciones autorreferenciales por medio de una lógica informal.49 Precisamente, la cibernética de la cibernética presupone la posibili­ dad de observar al observador y con ello imprime un proceso de desparadojización, pero esto se debe a la manera en que lleva a cabo, en su realización, la eventualidad de hacer visible lo que para ella misma es invisible en el orden mismo de su operación: la ciber­ nética de segundo orden forma parte del mismo sistema que obser­ va. Se trata de una "autocontradicción performativa"50 que tiene la cualidad de evitar todo dogmatismo cognitivo, esto es, la presun­ ción de que la observación es una representación de las propiedades del mundo real. En tal caso, bastaría tener a la mano los medios más adecuados, las herramientas de clarificación conceptual y los procedimientos metodológicos de verificación, para construir dicha representación y demostrar su correspondencia con esas propiedades observadas. No sólo se cuestiona la consideración de que todas las observaciones científicas —pero también la observaciones epistemológicas— sean representaciones; en el segundo caso, las representaciones de la teoría 49 Ibid., p. 634-635. 50 N iklas Luhm ann, La realidad de los m edios de m asas, trad. y prólogo de Javier Torres N afarrate, Barcelona, A nthropos/U niversidad Iberoam ericana, 2000, p. 172.

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del conocimiento serían, por tanto, representaciones de otras repre­ sentaciones —ese famoso metanivel ya aludido. La apreciación va más allá, pues le quita validez a la presunción de que también todas las cogniciones, sean científicas o no, incluso de formas de saber que se diseminan en las esferas culturales, sean representaciones. Con­ trariar la idea de que la observación es una representación, en el sentido expresado arriba, significa que no sólo hay muchas formas de observar sino también muchos mundos observados.51 Pero esta "paradoja inyuctiva" se refiere a lo que la cibernética de segundo orden hizo evidente, es decir, para el observador el acto de observar y él mismo resultan invisibles en los términos plan­ teados por una observación de primer orden; no puede observarse a sí mismo en el proceso de observación —sólo puede ver lo que puede ver, para retomar la afirmación en su forma trivial—. El dog­ matismo es, por tanto, una condición de invisibilidad del observador y de las condiciones que permiten dicha observación. Si la distinción convencional en el campo de la sociología y de los intelectuales en general utilizada para acercarse al papel de la propia reflexión es entre ser "crítico" o ser "afirmativo", dicha distinción es un "instru­ mento del observador", apunta Luhmann. El que opta por ser un intelectual "crítico (como la mayoría de los intelectuales) debe com­ portarse frente a la distinción de modo afirmativo". La alternativa es, en estos términos, sólo otra versión de la mis­ ma paradoja: el intelectual que "opta por el modo afirmativo, debe aceptar una distinción que permite el situarse ante ella críticamente". 51 "L a segunda alternativa nace de una insatisfacción m ás profunda que la investigación conexionista para alternativas del procesam iento sim bólico [se refieren los autores a la pro­ puesta de una postura denom inada conexionism o, m ism a que trabaja la relación entre sím bo­ los m anipulables y procesam iento físico con el fin de construir m odelos globales cognitivos]. Cuestiona la centralidad de la noción de que la cognición es fundam entalm ente representa­ ciones. D etrás de esta noción hay dos supuestos fundam entales. El prim ero es que habitam os un m undo con propiedades particulares, com o la extensión, el color, el m ovim iento, el soni­ do, etcétera. El segundo es que 'seleccionam os' o 'recuperam os' esas propiedades represen­ tándolas internam ente. Esos dos supuestos conducen a un com prom iso fuerte, a m enudo tácito y no cuestionado, con el realism o y objetivism o en cuanto a cóm o es el m un d o y cóm o llegam os a conocerlo. Sin em bargo, el mundo es de distintas maneras —de hechos hay m uchos m undos de experiencias diferentes- según la estructura del ser im plicado y los tipos de dis­ tinciones que es capaz de h acer." Jean-Pierre D upuy y Francisco Varela, "C ircu laridad es creativas: para la com prensión de los orígenes", en Paul W atzlaw ick y Peter Krieg (com p.), El ojo del observador. Contribuciones al constructivismo. H om enaje a Heinz von Foerster, trad. de Cristóbal Piechocki, Barcelona, Paidós, 1995, p. 251.

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En ambos casos, el intelectual crítico y/o el que actúa afirmativa­ mente son invisibles como observadores que escogen un lado de la distinción. "En todo caso puede decir: yo soy la paradoja de mi distinción, la unidad de aquello que afirmo como distinto."52 El paso hacia el reconocimiento del papel positivo que tiene la parado­ ja involucrada en la propia situación de circularidad y autoimplicación, supone ya y sólo al nivel de los términos empleados para ex­ presarla, un mentís directo a la tradición tan fuertemente asumida por la filosofía moderna y, en general, por el pensamiento reflexivo, de la tradición cartesiana. Aunque se debe reconocer que no es efec­ to buscado intencionalmente, de tal modo que autores como los aquí citados se colocarían al nivel de esa disyunción entre ser críticos por pura decisión personal o ser afirmativos por un compromiso claro de racionalidad ilustrada, frente a esa tradición filosófica fuerte. Se trata, en realidad, de asumir claramente el desafío más gene­ ral de esa complejidad que es correlativa a la propia transformación de la ciencia en el siglo xx. De una forma tan profunda ha afectado los límites de lo pensable que, en la actualidad, asumir el conoci­ miento científico en toda su dimensión diferencial, con sus universos conceptuales y categoriales, sus procedimientos y sus lógicas de operación, supone asumir con todas sus consecuencias que no es susceptible de ser reconducido a una forma unitaria ni tampoco homogénea, cuestión evidente para el propio Heinz von Foerster. La falta de un marco general unitario impacta al mismo tiempo toda labor de fundamentación, lo que conlleva necesariamente dilucidar qué tipo de teoría cognitiva resulta pertinente aplicar sin suponerla prescriptiva para la propia operación científica. El hecho de que el mismo edificio conceptual de la teoría del conocimiento pierda su condición normativa respecto al conocimiento científico apunta a una situación inicial que debe ser retomada por todo planteamiento

52 N iklas Luhm ann, La realidad de los medios de m asas..., p. 172. M ás adelante afirma: "L a paradoja le perm ite al observador concentrarse en un punto que se reconoce com o autológico y autoincluyente, tal y com o opera la cibernética de segundo orden. Esto no significa quedarse allí estacionado. Com o la teoría y la práctica de la terapia sistém ica enseña, la form a de la paradoja es sólo una situación de paso. Las distinciones usuales se identifican m ediante la pregunta por el observador y se llega entonces a la pregunta por la unidad de la diferencia, y entonces tam bién a la pregunta de qué otras distinciones sirven para desarrollar la parado­ ja, para así resolverla." Ibid., p. 172-173.

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al respecto: la interrogación sobre el observador y la irreductibilidad de los puntos de vista de los mismos a un principio común. De la invisibilidad como condición para un conocimiento verda­ dero sobre el mundo y lo real, a la exigencia de esa visibilidad del observador por la cual, cada descripción, cada estrategia de investi­ gación y cada forma heurística involucrada imprimen un movimien­ to oscilante pero crucial. Así, dicho desafío de la complejidad provoca la aparición de una imagen del desarrollo y de la estructura de las ciencias, "donde los universos de discurso posibles nunca se definen ex­ haustivamente, sino que se construyen en sentido propio y dependen de la red de relaciones concretas de antagonismo, de complementación y de cooperación entre los múltiples puntos de vista en juego."53 Para Luhmann, el acceso a condiciones estables, sin eludir la situa­ ción propia de carácter autorreferencial de la cognición, está ya en la propia situación de autopoiesis. El enunciado condiciones estables es oportuno en cuanto se refiere a la manera por la cual se instaura esa especie de dialéctica ente invisibilidad/visibilidad del observador. Tres cuestiones pueden ser destacas en este punto: la considera­ ción de que el sistema social y la ciencia misma están clausurados en su operación; segundo, la correspondiente autonomía cognitiva que también es una forma de cerradura; finalmente, y como corre­ lato a la distinción central sistema/entorno, la naturaleza operativa de la observación de segundo orden.54 Estas formas de tratamiento, inéditas hasta hace poco tiempo en el panorama de los postulados epistemológicos, imprimen una lógica diferente que supone ya una 53 Mauro Ceruti, "E l m ito de la omnisciencia y el ojo del observador", en Paul W atzlaw ick y Peter Krieg (com p.), El ojo del observador..., p. 43. Cursivas en el original. C eruti escribió sobre el reconocim iento de la com plejidad lo siguiente: "S e delinea un itinerario que a través de las fisuras de la presunta necesidad de los lím ites 'cartesianos' de la ciencia produce lo que podem os definir com o desafío de la com plejidad. Este itinerario propone —y casi im p o ne— una especie de 'aprender a aprender', una especia de deuteroaprendizaje. H ablar de desafío de la com plejidad significa tom ar en serio el hecho de que no sólo pueden cam biar las preguntas, sino que pueden cam biar tam bién los tipos de preguntas a través de las cuales se define la investigación científica." Ibid, p. 41. 54 R especto a los dos prim eros, Luhm ann se refiere en los siguientes térm inos: "L as consideraciones sostenidas hasta aquí se guiaron por dos puntos de vista. U no dice: en el tratam iento de los m edios de com unicación de m asas (com o en el tratam iento de todos los sistem as de funciones), se está hablando de un sistem a clausurado en su operación y por tanto de un sistem a autopoiético. El segundo subraya: esto es tam bién válido para las cogni­ ciones ya que éstas son operaciones y sólo pueden ser producidas por el sistem a." N iklas Luhm ann, La realidad de los m edios de m asas... , p. 166-167.

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observación sobre las formas operativas a partir de las cuales las ciencias producen observaciones de acuerdo con sus propios cam­ pos categoriales. Retomando la paradoja inyuctiva a la que apela la cibernética de segundo orden, la epistemología se constituye como una forma de observar observaciones, operación donde, igual que la observación observada, existe un fondo de latencia para el propio observador. El conjunto de recortes o formas de esquematismo que le dan consistencia epistemológica a esta forma de observación y por la cual se dejan de lado las tradicionales sentencias sobre la condi­ ción ontológica de las producciones cognitivas, se refieren a las tres cuestiones introducidas anteriormente. Primero, el conocimiento visto como construcción compleja es posible porque el "sistema cognoscente" —que no sujeto— se en­ cuentra cerrado de forma operativa. Esto supone desde el preámbu­ lo la imposibilidad de concebir dicho conocimiento como un tipo de contacto con el mundo exterior al sistema. La consecuencia central de esta apreciación es que todo lo que es posible construir como conocimiento dentro del sistema cerrado está en referencia directa a la distinción autorreferencia/heterorreferencia. La segunda cues­ tión significa que no sólo existe una autonomía operativa a partir de la cual el sistema se reproduce por medio de sus propias opera­ ciones internas, sino también el que la cognición sea dependiente de dicha distinción y por tal motivo manifiesta las observaciones del sistema de manera recursiva. Al cierre autopoiético le corres­ ponde un cierre cognitivo que asume que todas las construcciones del sistema de la ciencia son siempre dependientes de sus propias distinciones. Así, el sistema ciencia es, para todos los efectos cognitivos de importancia, un sistema observador tanto de primer como de segun­ do orden. En tercer lugar, si la observación de primer orden utiliza una distinción no accesible como unidad al observador —es latente para é l—, los "valores propios" aducidos en la distinción son posi­ bles de recuperar en la "observación continua de lo que no puede ser observado".55 Al respecto, y en sus comentarios sobre la tónica 55 "D e ja de haber posiciones ontológicas o socialm ente destacadas para la 'ped antería' y para la 'au torid ad '. En vez de eso surgen nuevas cuestiones. D os de ellas, basadas en tra­ bajos previos del hom enajeado, [se refiere a H einz von Foerster] podrían form ularse como sigue: 1. ¿El conocim iento en el sentido de construcción se basa en que sólo funciona porque el

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seguida por las investigaciones más interesantes en el campo de las ciencias de la cognición, Varela y Dupuy llegan a posturas análo­ gas. Dejando de lado el supuesto de que el conocimiento necesita de un punto de referencia exógeno, invariable además de armónico, el desarrollo de esas investigaciones se presenta como una oscila­ ción constante que va del centro a la periferia, del cognitivismo clásico al ejercicio de una enacción como forma de romper con el principio representacionista típico. Si el conocimiento no es una re­ presentación a partir de ese punto exógeno no arbitrario, la oscila­ ción ha conducido hacia la periferia de un planteamiento que apues­ ta por considerar que la cognición tiene lugar como forma de acción, como construcción situada de manera biológica, social y cultural. En este pasaje a la periferia se hace notar que el lugar ocupado anteriormente por ese punto arquidémico, previo a toda represen­ tación, corresponde ahora al establecimiento de un circuito o círcu­ lo de autorreferencia. Esta circularidad produce una serie de ele­ mentos endógenos no arbitrarios puesto que reproducen la lógica misma de la autorreferencia de la cual provienen. En efecto, como no son arbitrarios, fijan modalidades de orden —social, de valor, de evolución de las especies, etcétera—, que más que ser tomadas bajo los criterios representacionistas de un mundo externo, instituyen sólo externalizaciones desde los agentes constitutivos internos. Estos agentes están incapacitados para recuperar cosas en esa realidad exterior en términos de imágenes mentales, puesto que su funcio­ nalidad radica en exhibir, cada vez que se requiera de manera autorreflexiva, los procesos peculiares encadenados que los han creado. De tal forma, la conclusión plausible establece que lo cognitivo no puede ser fundamentado a partir de referencias exógenas, por ejemplo, la verdad o la razón absolutas conectadas de una forma específica con la realidad circundante. "La clave es el descubrimiento, sistem a cognoscente está cerrado operativam ente, es decir, porque no puede m antener un contacto operativo con el m undo circundante; y porque por esa razón, para todo lo que cons­ truye depende de la propia distinción entre autorreferencia y referencia externa? 2. ¿Se puede (o se debe) suponer la form ación de 'valores propios' en el ámbito latente; es decir, para la ob­ servación de prim er orden en la distinción intangible y por eso estable en que se basa toda indicación de objetos; y en el ám bito de la observación de segundo orden en aquellas form as que se acreditan cuando un sistem a se ubica en una observación continua de lo que no puede ser observado?". Niklas Luhm ann, "¿C óm o se pueden observar estructuras latentes?, en Paul W atzlaw ick y Peter Krieg (com p.), El ojo del observador..., p. 69-70.

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para cada caso y en cada ámbito, pero compartiendo una lógica común, de un proceso morfogenético capaz de autofundamentación y autodistinción." En todo caso, un origen, nos dicen estos autores, que no es del orden de un fundamento último ni absoluto.56 Por tanto, la condición para estabilizar las conclusiones que arroja la introducción de un esquema autorreferencial y autopoiético —sos­ tengo la pertinencia de mantener esta distinción—, y tomando en cuenta que no es posible ya recurrir a un fundamento incondicionado y común, está determinada por el desarrollo de la recursividad propia de la observación de observaciones.57 Esto mismo aleja el peligro del polo opuesto, es decir, la arbitrariedad como único valor existente en una situación de absoluta indiferencia —lo que vendría a ser una falta absoluta de condiciones para establecer diferencias y distinciones. La principal consecuencia de esta forma de estabilizar sistemas autorreferenciales, una epistemología de la epistemología, consiste en considerar ya a la propia epistemología como un sistema que observa observaciones. Pero esto arroja todo un caudal de conse­ cuencias que deben ser particularizadas, en el entendido de que dicho ámbito corresponde al de una plataforma para realizar ob­ servaciones sobre los medios de comunicación simbólicamente ge­ neralizados conocidos como ciencias. Retomando los comentarios de Dupuy y Varela, la epistemología —una configuración que per­ mite observar observaciones— sólo puede ser considerada bajo su aspecto concreto, es decir, que le corresponde a cada ámbito cognitivo específico, lo que no obsta para reconocer que la observación sobre cada ciencia particular pueda reconocer una lógica común: aquella característica de las observaciones de segundo orden. Ten­ tativamente puedo decir que el contenido refiere a la concreción de 56 Jean-Pierre Dupuy y Francisco Varela, "C ircularidades creativas: para la com prensión de los orígenes", en Paul W atzlaw ick y Peter Krieg (com p.), El ojo del observador..., p. 254-255. Para un análisis del concepto enacción, véase Francisco J. Varela, Conocer. Las ciencias cognitivas: tendencias actuales y perspectivas. Cartografía de las ideas actuales, trad. de Carlos G ardini, Barce­ lona, G edisa, 1990. En particular se puede revisar el capítulo 5: "C u arta etapa: La enacción: una alternativa ante la representación", p. 87-115. 57 Niklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 176-177. A unque Luhm ann afirm a que la posibilidad de llegar a estados estables, por m edio del proceso recursivo de la observación de segundo orden, n o está en relación directa con la tem ática cognitiva, por lo m enos en este texto citado sostengo que es plausible la extrapolación.

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epistemologías regionales, si se me permite la expresión, mismas que deben dar cuenta tanto de las condiciones de su propia cerradura operativa como de aquellas que tienen que ver con las distinciones internas que permiten conocimientos particulares —esto es, del cie­ rre cognitivo correspondiente.

Autoobservación y regionalización de la epistemología La expresión epistemologías regionales recupera una situación general por la cual el plural se presenta como indicador adecuado para una evolución histórica de las propias ciencias, independientemente de que sean saberes que se dirigen a la naturaleza o a la sociedad mis­ ma. Su transformación ha dado pie a considerar, como lo señala el constructivismo operativo, que toda forma de deliberación sobre su estatuto cognitivo forma ya parte del núcleo mismo de la operación científica que se trate, por más que sus atribuciones teóricas no ha­ yan disminuido sino, incluso, se requiera incrementarlas. La dife­ renciación funcional, que para el caso del conocimiento científico se presenta como requerimiento social, impulsa este proceso de am­ pliación de atribuciones teóricas —autorreflexivas— y su correlativa pertenencia diferencial a cada forma de saber. Precisamente, esto no es más que una expresión de esa transición general de la teoría del conocimiento, que ha ido de una situación típicamente heterorreferencial en relación con las labores de fundamentación, es decir, desde una exterioridad filosófica autorizada, a la presente condicionalidad autorreferencial. Para esta última, la autofundamentación define el con­ junto de tareas y problemas de esclarecimiento cognitivo desde los propios equipamientos reflexivos que cada ciencia ha ido desarro­ llando. Este proceso histórico de diferenciación también afecta a la noción de racionalidad, ligada, desde la filosofía de la ciencia con­ vencional, a la forma de producción de conocimientos científicos per se. Ya la introducción de racionalidades formales y materiales significa una manera de salir de esa imagen fuertemente aceptada de una sola racionalidad sustancial propia de la metafísica occidental, como, por ejemplo, en la sociología comprensiva de Max Weber. El ascenso de la problemática de la autofundamentación es concordan­ te con la aparición de un concepto diferenciado de racionalidad,

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cuya validez está ligada necesariamente a los límites de un ámbito de operación.58 Frente a esta cualidad de diferenciación de las epistemologías, cabe introducir el planteamiento respecto a una lógica común, la observación de observaciones, aunque a primera vista parece ser contradictorio con la noción de autofundamentación y su exigencia de pluralidad epistemológica. Sin duda, esta apreciación no es equi­ parable a la tesis empirista que aducía la existencia de un marco general de referencia que, esquivando la diversidad cognitiva de las disciplinas científicas, permitía establecer su cualidad prescriptiva. Así, la filosofía de la ciencia podía desarrollar un trabajo doble: al­ canzar sólo por medios abstractos los principios generales e invaria­ bles a los que respondían todas las formas de saber científico, por un lado; asegurar la justificación formal última de las proposiciones por su concordancia lógica y su cualidad referencial, por otro. En eso consistía la labor de fundamentación epistemológica. Pero la lógica común que se aduce aquí no tiene atribuciones de fundamentación; en todo caso, eso le corresponde a las epistemologías regio­ nales, por lo que no busca acreditar preceptos normativos; aspira, más bien, a explotar el potencial ya presente en la marco autorreferencial en el que encuentra funcionalidad: la forma de una autoobservación como re-entry. Tomando en cuenta que la autoobservación es un momento ope­ rativo de la propia autopoiesis del sistema, el reingreso de la distin­ ción específica utilizada en sus operaciones básicas —observaciones de primer orden—, permite tanto construir la unidad del sistema como utilizarla en la estructuración de sus operaciones subsiguien­ tes, abriendo así la posibilidad de ligar secuencias de enlaces poste­ riores de la comunicación. De tal manera, el concepto de re-entry parte de la especificación que un sistema adopta como código nor­ mativo de distinción —verdadero/no verdadero— tal y como lo 58 "L a tercera etapa se m anifiesta com o la em ergencia de las racionalidades lim itadas, esto es, la aceptación de distintas m aneras de racionalidad, y ya no únicam ente la de la cien­ cia. El siglo XXI ofrece un concepto de racionalidad radicalm ente diferente al de la ilustración. M ientras la ilustración postuló una razón con poderes absolutos, porque creyó que era inde­ pendiente de los contextos en que se usaba (la razón ahistórica), el siglo que inicia reconoce que toda form a de racionalidad es restringida por ser contextual (histórica). Alfonso Mendiola, "L a s tecnologías de la com unicación. De la racionalidad oral a la racionalidad im presa", H istoria y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 18, 2002, p. 17-18.

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realiza el sistema de la ciencia, y posteriormente permite la aparición de una teoría de la ciencia que sólo puede observar con base en el código verdadero/no verdadero el uso que se ha realizado, al nivel de las operaciones básicas, del código verdadero/no verdadero. Esa lógica común, que como se puede apreciar no consiste en otra cosa que en la autoobservación, es también atribución de las epistemologías en el sentido de autorreflexión, esto es, la necesidad de interrogarse constantemente sobre la distinción basal de que se trate, a partir de la misma distinción tratada en este caso como si fuera diferente (la diversidad de lo igual). La recursividad resultan­ te lleva a la constitución de formas cada vez más complejas, pero necesarias para la reproducción del sistema de la ciencia.59 Introdu­ ciendo un vocabulario que no es propiamente desarrollado por Luhmann, pero que puede ser pertinente en este caso, se puede hablar de que epistemología es una modalidad reflexiva que permite dotar de las aptitudes necesarias a cada ciencia para conseguir fundamen­ tarse a sí mismas. Este procedimiento autorreferencial, característi­ co del sistema de la ciencia, toma en cuenta que esta fundamentación es coherente con el estado interno que cada forma de saber ha logrado conquistar evolutivamente —es decir, históricamente— con el fin de estabilizar sus operaciones de manera recursiva. Las epistemologías regionales deben, por tanto, enfrentar por lo menos cuatro grandes aspectos problemáticos y resolverlos al nivel mismo de la operación del sistema: a) el tipo de estipulaciones bási­ cas de las que parte (presupuestos cognitivos derivados de la dis­ tinción básica); b) el conjunto de procedimientos que dan cuerpo a la lógica de investigación (lo que tiene que ver con los objetos que puede constituir, las teorías susceptibles de articulación en su inte­ rior, la posterior derivación de hipótesis, la delimitación de aspectos metódicos adecuados y las formas de validación de los resultados a partir de criterios ad hoc definidos previamente.); c) los fines sociales 59 "C o n esto se efectúa una situación en la que la distinción es al m ism o tiem po la m is­ m a (en cuanto distinción típica de las operaciones del sistem a en cuestión) y distinta (en cuanto distinción que observa), y el problem a que surge de esto es cóm o tratar tal paradoja sin dejarse bloquear por ella. El problem a de la re-entry es precisam ente la diversidad de lo igual, la necesidad de tratar la m ism a distinción com o si fu era una distinción distinta. Con re-entry se indica por tanto el reingreso de una distinción en el ám bito en que la m ism a dis­ tinción perm ite distinguir." G iancarlo Corsi, Elena Esposito, Claudio Baraldi, G losario sobre la teoría social..., p. 135.

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que en términos de función específica cada ciencia cumple en el ámbito amplio del sistema social; y, finalmente, d) aquellas modali­ dades de desempeño discursivo o de fijación escriturística que cada ciencia logra estructurar.60 Los dos primeros aspectos están en consonancia con el cierre operativo constitutivo propio de todas las formas de saber científico en su variación diferencial, mientras los restantes puntos (c y d) están en relación directa con el tipo y la cualidad de los conocimientos producidos en su ámbito particular (en otras palabras, cierre cogniti­ vo). En cuanto a la lógica común —la manera por la cual opera como observación de observaciones—, su importancia radica en que con­ tribuye con propiedades autorreflexivas que, al ser introducidas —reentry— en el conjunto de ejecuciones de las lógicas de investigación, permiten la recursividad como forma de reproducción de esas lógicas. De tal modo, la continuidad de las disciplinas científicas encuentra una dependencia decisiva en las actividades de autorreflexión, lo que de manera estricta delimita a la epistemología como un conjun­ to cohesionado de observaciones de segundo orden, al grado de que sólo así pueden potenciar nuevas complejidades a partir de la re­ ducción inducida por las observaciones de primer orden. En suma, los estudios epistemológicos están enfilados a lograr una autodescripción de los complejos de operaciones cognitivas de cada forma de saber, teniendo como objetivo central asegurar su 60 H aberm as introduce este concepto para dar cuenta de las pretensiones de validez asociadas a las em isiones lingüísticas, pretensiones que tienen que ser desarrolladas en el ám bito de la actitud realizativa propia de participantes en la com unicación. Es en las relacio­ nes intersubjetivas donde las capacidades de todo individuo dotado de lenguaje y acción se desarrollan, tanto al nivel de una posible crítica de las opiniones vertidas com o en la defensa argum entativa de su validez. En todo caso, am bas cuestiones son relativas a una actitud ra­ cional com o estándar m ínim o que perm ite enfrentarse a las incoherencias, las contradicciones y los disensos. Com o se puede ver, ésta es una cuestión diam etralm ente diferente a los plan­ team ientos de Luhm ann. Sin em bargo, retom o la noción para enfatizar la cualidad de expan­ sión discursiva que las ciencias exigen: ellas deben estar capacitadas funcionalm ente para desarrollar form as discursivas que tendencialm ente se com plejizan. M ás allá del m arco en el que H aberm as introduce el concepto, una teoría posible de la argum entación que pueda dar cuenta de los desem peños lingüísticos en la esfera de una perspectiva consensual de la ver­ dad, aquí sólo tiene el carácter de un enunciado descriptivo sin cualidad valorativa. A dife­ rencia de esta postura, Luhm ann reconduce la cuestión al código adscrito a un sistem a com o la ciencia, cosa independiente de toda consideración sobre la capacidad de los individuos para acceder a acuerdos respecto a la validez de u n saber proposicional. Jürgen H aberm as, Teoría de la acción com unicativa, t. I . .., p. 107 y s. Véase, tam bién de H aberm as, el texto Verdad y justificación. Ensayos filosóficos..., p. 99 y s.

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reproducción y continuidad; ello permite alcanzar, cada lapso de tiempo establecido por la propia operación, estados estables de los sistemas en un marco de evolución continua, esto es, contingente. Por supuesto, en este escrito se trata de establecer las bases de una epistemología de la ciencia histórica —autofundamentación— to­ mando como soporte central una somera reseña de su propio cambio histórico en el siglo xx, cuestión que atañe tanto a la problemática de cómo fue posible su propio cierre operativo —lo que la da rango categorial estricto—, como a su propia cerradura cognitiva, lo que le aporta de manera determinante consistencia autorreferencial. Por supuesto que se requiere establecer, además, las modalidades de su operación como observaciones de segundo orden bajo el aspecto de recursividad, cuestión que no sólo se queda en la esfera particular de esta forma de saber moderno como la historia, sino que involucra una profunda interrelación con el campo de la investigación social. Ahora bien, por todo lo dicho anteriormente, es necesario dete­ nerse en la temática de la observación, aunque sea de forma un tan­ to esquemática; se trata de seguir los planteamientos realizados por Luhmann para hacer notar qué pueden significar las nociones de autofundamentación y autorreflexión para una epistemología como la definida anteriormente. La fórmula sintética de esta problemática está enunciada así: "draw a distinction". Tomada del trabajo de George Spencer Brown sobre el cálculo de las formas, complementa la orientación de Heinz von Foerster sobre la cibernética de segundo orden como una forma de observar sistemas observadores.61 Pero resulta que la observación es, en sí misma, producto de una distin­ ción, aquella que diferencia entre operación y observación.62 Retomando la noción operación, es ya notorio no sólo para los conocedores de la obra de Luhmann, que se encuentra conectada inmediatamente con la temática de la autopoiesis de los sistemas, mientras la observación supone un elemento forzosamente empíri­ co y contingente. Sin embargo, la observación es también operación. Al enfrentar esta paradoja se llega al siguiente resultado. Con la noción de operación es posible entender el proceso de reproducción del sistema, cosa que sólo se puede hacer a partir de los propios 61 N iklas Luhm ann, "¿C ó m o se pueden observar estructuras laten tes?", en El ojo del observador. Contribuciones al constructivism o..., p. 62. 62 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 61.

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elementos del sistema. La operación simplemente ocurre como re­ producción de los elementos del sistema, de tal modo que se puede decir que es real porque opera. Dicha realidad consiste en la secuen­ cia por la cual una operación se enlaza con otra subsecuente, lo que imprime una temporalidad básica entre un antes y un después del enlace. No se trata de una realidad ontológicamente concebida al tipo de una sustancia, pues enfáticamente se afirma la ocurrencia de la operación y no la realidad de un mundo externo. La observación consiste, en su facticidad, en la introducción de una distinción: crea una forma, un límite o una marca y sus dos lados correspondientes. De tal modo esto es importante al punto de que no podría haber un mundo sin la observación que opera a partir de una distinción; sin dicha distinción el mundo es inobservable y, por tanto, no existe sino como confusión. No hay ya objetos posibles que apelen a la percepción, sino "únicamente distinciones."63 En tér­ minos simples, la observación como operación ocurre al instaurar dicha distinción, de tal modo que observar una operación consiste en tomar nota de su ocurrencia. Pero observar la operación como observación supone colocarse en otro nivel establecido por compo­ nentes autorreferenciales —el famoso segundo orden—, lo que re­ quiere recuperar la distinción básica involucrada en la operación de observación.64 El que observa en términos de operación no observa lo mismo que aquel que observa la observación de la operación. Por tanto, es menester introducir otra distinción para poder ex­ plicar esto. Dicha distinción es el correlato de la fórmula de inicio del cálculo de las formas de Spencer Brown. La observación consis­ te, precisamente, en trazar una distinción que inmediatamente in­ dica uno de los lados constituidos por la forma de la distinción. "La operación de la observación —y sin importar quién la observe tiene que diferenciarla desde ambos lados de su diferencia— siempre es la unidad de dos componentes distinguir e indicar".65 Distinguir es trazar una marca que de inmediato separa dos partes imposibilitan­ do pasar de un lado al otro sin cruzar dicho límite. Por eso es una forma, esto es, una "línea de frontera", una marca que establece un límite para seguir con la metafórica de la topografía. Ese lindero 63 N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la s o c ie d a d ., p. 34 64 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 61 65 Ibid., p. 64.

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como límite es la forma misma que instaura dos partes diferenciadas por la forma misma. Introduce una simultaneidad pues una parte no puede existir sin la otra, mientras cruzar de un lado al otro de la mar­ ca establece una lógica de lo no simultáneo, lo que requiere tiempo. Sólo así se puede indicar un lado y no el otro, pero no se pueden indicar los dos al mismo tiempo.66 Esto es particularmente impor­ tante para el sistema de la ciencia, pues no puede existir acceso a lo real sin esas marcas, de tal suerte que no hay realidad sin la operación de observación: esa realidad es su producto porque, paradójicamen­ te, instaura en el mismo procedimiento de la observación un ámbito de latencia. Es decir, en la observación de primer orden sólo se puede observar un lado de la distinción, el lado indicado, nunca el otro ni mucho menos la unidad de la diferencia introducida. Dicha unidad es invisible para el observador, es la restricción con que debe operar la observación —su "punto ciego", declaró Luhmann— pero que al mantenerse invisible se reconvierte en condición de toda ob­ servación y por tanto de todo acceso a lo real.67 De tal modo, para el observador sólo existe un lado, el indicado, y no dos, que es como en realidad la forma los articula en simultaneidad. Esa unidad de la distinción se mantiene en estado latente, no observable o invisible para el observador. Como en la obra de Freud, la latencia es en realidad el elemento más importante, incluso el que permite la estructuración de todo el aparto psíquico, donde la con­ ciencia viene a ser un momentáneo efecto de superficie. El verdadero sujeto es el que opera al nivel inconsciente, por tanto, es el sujeto de lo 66 "In d icar es al m ism o tiem po distinguir, así com o distinguir es al m ism o tiem po indi­ car. Cada parte de la form a, por tanto, es la otra parte de la otra. N inguna parte es algo en sí m ism a. Se actualiza sólo por el hecho de que se indica esa parte y no la otra. En este sen­ tido la form a es autorreferencia desarrollada; m ás precisam ente, es autorreferencia desarro­ llada en el tiem po. Y en efecto, para atravesar el lím ite que constituye la form a, siem pre se debe partir, respectivam ente, de la parte que se indica, y hay necesid ad de tiem po para efectuar una operación u lterior." N iklas Luhm ann y R affaele de G eorgi, Teoría de la socie­ d a d ..., p. 35. 67 Niklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 159. En el m ism o texto (p. 157) Luhm ann hace la apreciación siguiente respecto a Kant: "E sta asim etría de la form a recuerda la teoría trascendental de Kant: las condiciones del conocim iento em pírico no pueden ser ellas m ism as condiciones em píricas; con esto se confirm a la necesidad teórica de trabajar siem pre con una asim etría de base. En la teoría del observador esta asim etría se hace m anifiesta en la m edida en que le observador sólo utiliza un lado de la form a y el otro sólo lo ve de reojo. En term inología em pleada tam bién por Spencer Brow n se pude decir que la diferencia es el punto ciego de la unidad de operación del observar."

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latente. Para que haya neurosis es necesario mantener inobservable, invisible, el núcleo mismo del trauma infantil como unidad de la diferencia.68 Pero incluso la investigación social, desde su ruptura con el historicismo, inaugurada por Weber, apela tendencialmente a fenómenos latentes amplios que es posible explicitar por vía estadís­ tica o de frecuencias manejables, cuestión que se desinteresa por la propia perspectiva de los agentes interpretados como sujetos actuan­ tes. No habría ya mucho que decir de vertientes de investigación histórica, como la historia de las mentalidades o la historia cultural, que se enfrentan directamente al problema de la latencia. Importa para una teoría de la observación contestar la pregunta de cómo ver lo inobservable en la operación de observación. Final­ mente, ¿qué medios pueden permitir acceder a lo invisible del acto de observar? Habitualmente las respuestas han esquivado la paradoja introduciendo una asimetría de base para asegurar que las condi­ ciones de dicha recuperación no tiene las mismas cualidades que el objeto que motiva la pregunta. Si se trata de una observación cuya cualidad es la de ser empírica, ocurre a partir de una distinción y puede ser reproducida una y otras vez si y sólo si se respetan los términos de la distinción; entonces, acceder a la unidad de la dis­ tinción utilizada supone colocarse en un nivel que no puede ser empírico. Lo anterior tiene que ver con el comentario de Luhmann sobre la teoría trascendental de Kant.69 Dicha teoría alude a la posi­ bilidad de alcanzar las condiciones originarias del conocimiento empírico —y por condiciones originarias podemos entenderlas a partir de la distinción entre lo empírico y lo trascendental— como formas a priori.70 68 La propia tópica freudiana y su posterior reform ulación aparecen com o un intento de tem atizar dicho nivel inconsciente com o elem ento latente. Del prim er esquem a tópico (in­ consciente, preconsciente, consciente) al segundo desarrollo (el ello, el super-yo, el yo) se m antiene el intento —a pesar de las notables diferencias entre e llo s— de reconducir el sí m ism o y la identidad psicológica a ese no-sabido com o u n resto no elim inable. De hecho, el analizando debe colocarse en el proceso terapéutico en otro nivel de observación, uno de segundo orden, para poder resignificar ese núcleo de latencia o de no-sabido. Esquem ática­ m ente, se trata de recuperar al observador y su disposición inicial para volverlo observable. 69 Vid. supra, nota 67. 70 "E l concepto de a priori en la epistem ología kantiana se alcanza haciendo una obser­ vación de segundo orden, pero a diferencia del program a de la observación de segundo orden de Luhm ann, el a priori no es empírico, sino trascendental, es decir, aparece como un punto últim o de observación. Aquí lo utilizo en el sentido en que Michel Foucault hablará de a priori histórico, ya el hecho de que los a priori los presente com o históricos y no como trascendentales

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Desde esta oposición, nunca puede ser pensada la posibilidad de aclarar las condiciones de lo empírico desde lo empírico mismo, esto es, desde una simetría que convierte en inoperante a la propia labor filosófica convencional. La explicación de esta imposibilidad radica en que se consideraba a lo empírico desde su consistencia contingente. Si todo conocimiento empírico es en sí mismo contin­ gente, no resulta posible acceder a sus condiciones originarias por una vía igualmente contingente: con ello se conjuraba el peligro de arbitrariedad, anexo a la situación de variación temporal. El relati­ vismo ha sido el fantasma permanente, aunque nunca exorcizado, para esta clase de planteamientos teóricos. Si bien, como lo muestra el episodio kantiano, el problema de lo latente se intentó resolver apelando a elementos trascendentales, sus efectos paradójicos no dejaron de impulsar el desarrollo del propio pensamiento moderno. Sólo hasta el constructivismo operativo se desparadojiza la pro­ blemática de ver lo inobservable: colocar la observación en posibili­ dades para observar al observador. Esta inflexión muestra la impor­ tancia que adquiere lo latente para los planteamientos epistemológicos, pero sólo porque también resultó ser un problema de gran impor­ tancia para las propias sociedades modernas.71 Ya en la indicación realizada por el constructivismo —observa al observador — se loca­ liza la posibilidad de desparadojizar la cuestión de la latencia por la vía de la observación de segundo orden. Dicho nivel de observación lo acerca a las posturas de L uhm ann." Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y realidad. La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, M éxico, Universidad Iberoam e­ ricana, 2003, p. 51, nota 53. 71 "Entonces se nota enseguida lo que ha cam biado frente a la tradición. A hora ya no sólo se trata del conocim iento del desconocim iento, de darse cuenta de los lím ites de todos los esfuerzos por el conocim iento, y ya n o sólo se trata, en la interpretación ética, de las m o­ destas n i en la interpretación teológica, de m antener la distinción entre conocim iento y fe. La latencia se convierte m ás bien en el problem a central de la producción social del conocim ien­ to, es decir, en el problem a central de todo aquello que lo sociedad organiza com o ciencia." N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 70. En esta m ism a página, Luhm ann revisa sintéticam ente la historia de la sem ántica de la noción de latencia, desde la novela del siglo XVIII, el rom anticism o alem án, hasta la obra de Sigm und Freud, pasando por supuesto por M arx —por cierto, faltaría la referencia nietzscheana para com pletar el cuadro de los grandes m aestros de la sospecha—. No es casual esta referencia, com o ya he m encionado. Ese um bral entre el siglo XIX y el XX, donde se ubica el psicoanálisis freudiano, bien puede estar indican­ do ya lo que espera para su futuro y su posterior desarrollo expansivo. En efecto, gracias a su influjo el problem a será posteriorm ente reconducido al centro de las preocupaciones teóricas, pero lo será en relación directa con la tem ática de la cognición, por lo que incluso la teoría de la ciencia debería reconocer su deuda con el envite freudiano.

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permite ver la unidad de la distinción, al tiempo que instaura la recursividad como fenómeno central para la propia reproducción del sistema social. Esto significa que las sociedades modernas se pueden reproducir como sistemas gracias a la observación de obser­ vaciones; el propio desarrollo exponencial de los medios masivos de comunicación lo atestiguan.

La temporalidad de la operación y la reflexividad En tanto dichos sistemas están diferenciados funcionalmente —gra­ cias a la diferencia sistema/entorno — no pueden hacer referencias directas al entorno, sino sólo a la diferencia misma, de tal forma que su operación se orienta por la observación de la observación. Esto me parece crucial para todo planteamiento epistemológico, en el sentido de esa lógica general o común por la cual teóricamente debe dar cuenta de su lugar en cada forma de saber científico, cuestión que está directamente ligada a la posibilidad de autofundamentación y de autorreflexión que he designado como su matriz central. En una especie de dialéctica paradójica entre simetría y asimetría, la operación que permite mostrar la observación debe ser al mismo tiempo empírica; por tanto, debe reconocer su propia contingencia y colocarse en la perspectiva de otro nivel de observación. En efecto, para poder observar la observación y, por tanto, recuperar la unidad de la distinción, se debe recurrir a otra distinción. No se observa a la persona, al individuo que observa, sino a la propia operación de observación. Pero esta observación de segundo orden, como necesita introducir una distinción para observar otra distinción, no puede ser de naturaleza diferente a la observación de primer orden.72 Lo que significa que esa operación que permite dar cuenta de los criterios empleados en un ejercicio de observación como operación autopoiética debe también, como lo que observa, efectuar procesos específicos de distinción. Esto se entiende como reducción de complejidad, puesto que la distinción sólo puede diri­ girse a los términos involucrados por ella, dejando fuera todo los demás elementos que no tienen relación con ellos. El mundo entero, 72 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 168.

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podría decirse, queda fuera de la distinción, pues ésta incluye sólo lo que incluye. La observación de segundo orden distingue la dis­ tinción de una observación, dejando de lado otras observaciones. Las preguntas centrales son: ¿cómo observa el observador y por qué ha visto lo que ha visto? Lo que se manifiesta en este nivel es un "interés específico por una diferenciación específica". Con estas mo­ dalidades de interrogar, propias del observador de segundo orden, el mundo "se convierte en tema como mundo que se observa a sí m ismo".73 Este interés específico termina por mostrar que todo mundo observado está en dependencia de la diferencia operativa introducida, lo que implica necesariamente que la observación de segundo orden convierte en contingente la observación que analiza. Esta segunda operación muestra la cualidad de artificio de la obser­ vación de primer orden y al mismo tiempo su relatividad, pues ese mundo puede ser de otra manera si se introducen otras distinciones. Esto es particularmente importante para los historiadores, pues toca un punto sensible para su disciplina: el mundo sólo puede ser cons­ truido como un mundo radicalmente contingente. No hay forma de escapar de la temporalidad hacia la trascen­ dencia de un mundo real independiente del observador, como ha ensañado la historia por lo menos desde hace 150 años. Ella des­ cubre en sus investigaciones que el mundo como realidad, como dado por un observador, sólo es real porque es una posibilidad entre muchas. En suma, la observación de segundo orden consiste en un ejercicio constante de historización. Luhmann lo expresó con estas palabras: Todo lo que se puede observar es artificial o relativo o histórico o plu­ ral. El mundo se puede reconstruir, entonces, bajo la modalidad de la contingencia y de otras posibilidades de ser observado. El concepto de contingencia del mundo designa, por lo tanto, lo dado (experimentado, esperado, pensado, imaginado) a la luz de un posible estado diferente; designa a los objetos en un horizonte de cambios posibles. No es la proyección pura (en el sentido negativo) sino que presupone el mundo dado, es decir, no designa lo posible en sí, sino aquello que, visto desde la realidad, puede ser de otra manera.74

73 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 68. 74 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 169.

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Quizá esto era lo que nos proponía Michel Foucault cuando es­ cribió que la modernidad es, por el campo problemático que inau­ gura, la época misma de la historia. Marcó así con su impronta todo el registro de cuestiones fundamentales que ofreció como suelo ar­ queológico al desarrollo general del pensamiento entre los siglos XIX y XX. Se refería con ello a que la modernidad establece como es­ tructuración básica —de ahí su singularidad— la historización como modo de ser de todo aquello que se ofrece al conocimiento.75 Por eso, precisamente la historicidad que le es consustancial a la obser­ vación de segundo orden tiene amplias consecuencias. Al dirigirse a los esquemas empleados por un observador, se comprende de entrada que son esos esquemas los elementos sobredeterminantes para el resultado aportado: el mundo observado/construido por la ope­ ración involucrada. Esta situación imprime una dinámica particular al conocimiento, pues no es posible que la observación de primer orden pueda articular una representación, por así decirlo, definitiva del mundo. No hay una estructuración jerárquica entre un nivel de observa­ ción y otro; nada puede garantizar que observar al observador nos permita estar en posibilidades de definir entre el error y la verdad.76 Para la observación de la observación dicha operación es siempre contingente, no necesaria, no absoluta, pero tampoco arbitraria, pues ese encuadre de visibilidad está desde su origen determinado estructuralmente. Con ello toma consistencia la imposibilidad de absolutos en el ámbito del conocimiento y, correlativamente, se adecuan aquellas condiciones que le permiten establecer su propio ín­ dice de criticidad, el cual es crucial para potenciar sus desarrollos desde el interior mismo de la ciencia. Por supuesto, dicho rasgo es expresión particular de una cultura como la moderna que únicamen­ te se autocomprende a partir de la producción de observaciones de 75 "E s esta H istoria la que, progresivam ente, im pondrá sus leyes al análisis de la pro­ ducción, al de los seres organizados y, por últim o, al de los grupos lingüísticos. La Historia da lugar a las organizaciones analógicas, así com o el Orden abrió el cam ino de las identidades y de las diferencias sucesivas. Pero se ve m u y bien que la H istoria no debe entenderse aquí com o la com pilación de las sucesiones de hecho, tal cual han podido ser constituidas; es el m odo fundam ental de ser de las em piricidades, aquello a partir de lo cual son afirm adas, puestas, dispuestas y repartidas en el espacio del saber para conocim ientos eventuales y ciencias posibles". M ichel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 214-215. 76 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 67.

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segundo orden. Sin embargo, la operación de la observación segun­ da está atada a la misma restricción que la primera: no puede operar sin punto ciego. En términos de su propia ejecución, tanto la observación de pri­ mer orden como la de segundo son ingenuas, puesto que no pueden tener acceso a su propia distinción como unidad. El que una prime­ ra forma de distinción sea introducida como realización implica que no pueda ser observada en ese preciso momento. Al convertirse en un acontecimiento que sucede en un instante requiere, para ser ob­ servada, de la introducción de otra diferenciación posterior. Y a su vez, para tener acceso a la distinción de la distinción, se necesita de otro momento y de otro proceso de observación. Estas formas de en­ lace estructural son posibles porque un sistema autopoiético se encuentra en operación. En otras palabras, la observación de obser­ vaciones está ligada de manera tan determinante como la observación que ella analiza a lo latente: se trata de su propia forma de invisibilizar la unidad de la diferencia de la cual parte como presupuesto. No se libra de lo latente, de ese punto indefinido que le es inaccesi­ ble desde su propia distinción, pues esto es imposible dado que no es accesible la simultaneidad de los dos lados de la distinción; de nueva cuenta, sólo puede ver lo que puede ver.77 Si bien es factible tener una actitud crítica frente a la observación que observa en un primer nivel, crítica en el sentido de desvelar los esquemas centrales de los cuales depende —es decir, su condición de posibilidad en sentido kantiano—, ella misma no se libera de un índice de acriticidad respecto a la propia perspectiva. Para poder ac­ ceder a ese punto ciego es menester otro proceso de autoobservación que permita mostrar la distinción con la cual operó como observa­ ción de segundo orden. Esta modalidad de estructuración de obser­ vaciones resulta, hasta cierto punto, análoga a la famosa aportación de la filosofía heideggeriana conocida como círculo hermenéutico. Como estructura primaria de la interpretación-comprensión, estable­ ce un nivel anterior al encuentro con el interpretandum denominado 77 "P o r consiguiente es característico de la sociedad m od erna un aplazam iento de eso que no se puede ver y sería im posible el tratar de intentar la determ inación de ese punto ciego, por el cam ino de la ilustración o ilum inación científica, m ediante una taxonom ía detalla­ da que quedara ordenada en catálogos." N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 159.

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precomprensión. Pero la posibilidad de transparentar definitiva­ mente el sentido de un texto interpretado es reconducida a la forma misma del círculo, por el cual las condiciones a partir de las cuales se interpreta nos pueden ser inteligibles con otra interpretación, y así sucesivamente. Toda interpretación es un instante de superación de prejuicios, pero nunca la superación total de todo prejuicio.78 Ese prejuicio no accesible al intérprete en el momento en que interpreta viene a ser su punto ciego. La conclusión, no necesariamente aceptable para la propia her­ menéutica, consiste en que el requisito para que la interpretación sea posible radica en lo latente. La ciencia se diferencia del conoci­ miento trivial o cotidiano que tiene lugar en el sistema social de la sociedad, entre otras cosas, porque se concentra en problematizar relaciones triviales, esclareciendo los niveles de latencia que subyacen ya sea a fenómenos como los sociales, ya sea a objetos y cosas como en las ciencias naturales. Traducida a un vocabulario más vin­ culado a la epistemología, la conclusión fuerte es que lo latente es la distinción que opera en toda observación y que el observador pone en ejecución para conocer lo real. Pero como se necesita de tiempo para la construcción de enlaces, eso que es denominado real por la observación no puede ser asumida como una típica declaración ontológica; no se refiere a cosas existentes en un horizonte único y si­ multáneo. Las cosas pueden existir al mismo tiempo dado que son lo que son. La trivialidad de la expresión radica en la utilización del tiempo verbal: su existencia se extiende en un presente simultáneo. Si hablamos de cosas que han existido entonces aseguramos que ya no existen, ya no son. Esta problemática debería mostrar a los his­ toriadores el efecto disolvente de todo objetivismo aplicado al pa­ sado cuando se no se olvida el tiempo verbal, por más que se inten­ tara apelar a la fuerza vinculante de las cosas mismas. Para el caso de la conclusión aducida, se hace evidente una cons­ trucción de lo real a partir de la paradoja actual/inactual. La manera de resolverla es por medio de la operación del sistema observador, es decir, tomando en serio su propia temporalidad operativa que enlaza observaciones con observaciones posteriores. Para Luhmann 78 H ans-G eorg Gadam er, Verdad y método. I, 8a ed., trad. de Ana Agud A paricio y Rafael de A gapito, Salam anca, Síguem e, 1999, p. 331 y s.

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esto significa una "conquista evolutiva que podríamos designar como desimultaneización del mundo".79 Por tanto, la temporalidad de lo inactual, una observación de observaciones, se constituye en el centro operativo de todo el sistema de la ciencia. Así, la epistemo­ logía propiamente dicha, una observación de observaciones, es una forma por la cual se vuelve visible la distinción latente. Pero ya en este nivel el enlace es manifestación de una recursividad por la cual el sistema se reproduce. Esto quiere decir que la epistemología no es un agregado a la labor central de producción cognitiva o un sim­ ple auxiliar de autocomprensión para los propios científicos, sino un mecanismo estructural de recursividad sin el cual no puede ha­ ber investigación científica. Como permite recursividad, su continuación cristaliza en un sistema empírico operacionalmente cerrado puesto que la distinción inicial y las subsecuentes se prolongan en su interior, pero nunca pueden alcanzar el interior del entorno. En realidad, esas distincio­ nes y sus enlaces operativos reconducen a la distinción central de todo sistema autopoiético: la diferencia entre sistema y entorno. Esto significa, como ya había apuntado antes, la reentrada (re-entry) de la distinción sistema/entorno al interior del sistema asegurando su unidad. A este procedimiento Luhmann lo denominó reflexión.80 Es por tanto una forma específica de autoobservación del sistema de la ciencia, pero también de todo sistema autológico. Establece la posi­ bilidad, gracias al fenómeno de re-entry, de que la distinción sistema/ entorno pueda ser utilizada al interior del sistema y, de esta manera, observar la unidad misma del sistema en su conjunto. El fenómeno proviene de una estabilización de valores propios derivados, por parte del sistema, de una observación continua de lo que no puede ser observado, tal y como lo señaló Luhmann en su oportunidad. La estabilización de la recursividad genera un efecto global de­ bido a un conjunto de secuencias constantes que logra finalmente — tal y como Spencer Brown lo sugiere con su cálculo de las formas al definir la tendencia como una "entrada de la diferencia en lo di­ ferenciado"— diferenciar al sistema de su entorno.81 En términos generales, en las formas de autoobservación consideradas genéricas 79 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 80. 80 Ibid. , p. 65. 81 Ibid. , p. 66.

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se cuenta con una observación de una operación del sistema gracias a otra operación de observación, pero no alcanza a cubrir una ob­ servación de la unidad del sistema. Por eso Luhmann diferencia entre recursividad y reflexividad. La primera se garantiza cuando el sistema está en condiciones de aprovechar sus propios resultados gracias a la conexión establecida entre operaciones. Se dice que de una comunicación se sigue otra comunicación y con ello se pue­ de establecer comprensión dado que se acepta la oferta de continuar con el proceso comunicativo. En este proceso juega de manera de­ terminante aquel principio de selectividad respectivo que restringe el campo enorme de posibilidades para establecer conexiones ulte­ riores limitadas. A diferencia de los enlaces comunicativos que gestan recursividad, es posible hablar de reflexividad cuando el tema de la comuni­ cación enfoca precisamente la unidad del sistema y no una observa­ ción particular o un conjunto particular de observaciones. "Tenemos reflexividad cuando el proceso operativo se convierte a sí mismo en objeto de sus propias operaciones, esto es, cuando puede distinguir­ se por sí mismo de otros procesos."82 Es la diferenciación funcional alcanzada por el sistema el que permite la reflexividad, mientras la recursividad es el elemento basal autorreferente que posibilita la di­ ferenciación. Para obtener conocimiento, independientemente de su naturaleza cognitiva y de sus objetos de tratamiento, es necesaria la recursividad, mientras que la reflexividad alienta la obtención de información del sistema sobre sí mismo. Por tanto, esta operación reflexiva establece al sistema en su conjunto a partir de la delimita­ ción de un ámbito que no le pertenece: el entorno. Su funcionalidad consiste en que, al diferenciarlo a partir de la distinción sistema/ entorno, lo sitúa como una unidad característicamente contingente y puede valorarlo en confrontación con otras alternativas posibles. Al llevar a cabo un ejercicio de comparación del estado actual del sistema con otros estados diferentes, el sistema puede controlar de mejor manera sus propias formas de operación, introducir trans­ formaciones del sistema que tiendan a mejorar su ejecución. Esta situación parece ser característica intrínseca de la relación que se desarrolló a lo largo del siglo xx entre la investigación histórica y el 82 Ibid., p. 241.

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campo de las ciencias sociales, tema que abordaré a partir del capí­ tulo cuatro. Así, el sistema de la ciencia, que opera con base en la distinción verdadero/no verdadero, está en condiciones de contro­ lar en mejores términos su aplicación gracias a la reflexión episte­ mológica que consiste en observar esa misma distinción y, condicio­ nando la forma en que proceden las operaciones posibles del sistema, lo dota de atributos para poder evaluar el uso de la distin­ ción verdadero /no verdadero, al punto de distinguir una aplicación no verdadera de otra verdadera. La reflexión es un momento de dinamismo, ya que, al permitir al propio sistema tomar informaciones sobre sí mismo, la observa­ ción de un "modelo" del mismo sistema induce operaciones poste­ riores que transforman sus estructuras, continuando así los ejercicios de autoobservación.83 En otros términos, la epistemología tiene fun­ cionalidad para el sistema de la ciencia como modalidad de autorreflexividad. Si toda observación termina por adquirir connotaciones de autoobservación, la reflexividad, en tanto aplica sobre el propio sis­ tema y tomando en cuenta que ella misma es una operación/obser­ vación del mismo, entonces también concluye con la misma conno­ tación: es autorreflexión. Regresando a las apreciaciones realizadas respecto a las atribuciones de las epistemologías regionales, se ad­ vierte que los cuatro rasgos señalados como contenido posible de las mismas se conjuntan en la noción de autofundamentación, si se entiende por tal esa capacidad reflexiva del sistema para dar cuenta de su propia lógica de operación. Por supuesto, siempre y cuando se entienda que dicha lógica está en conexión directa con la distin­ ción básica del sistema verdadero/no verdadero y sus posibilidades de continuación recursiva. Autofundamentación, por tanto, quiere decir mejores capacida­ des de control de las operaciones internas a partir de la distinción basal, aseguramiento de la unidad del sistema mismo y, finalmente, capacidad de transformación como forma de lograr la continuidad de la lógica misma. Luhmann introduce la expresión investigación de la investigación para dar cuenta de esa forma de autoobservación en que consiste la reflexividad del sistema ciencia. Esa investigación no tiene por objeto hacer investigación científica propiamente dicha, 83 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social..., p. 138.

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tampoco valorar la forma en que se financia un rubro de investiga­ ción particular o en el tipo de motivos aducidos para llevarla a cabo. Es una forma de reflexión sobre la propia investigación y, por tanto, una variante de la autopoiesis del sistema. Como ya se ha señalado, la investigación de la investigación pertenece al campo empírico que es al mismo tiempo su objeto de deliberación. Por eso la reflexividad propia de una investigación de la investigación es concomitantemente empírica y restringida: está fuera de su alcance dar cuenta exhaustiva del sistema observado al punto de la minuciosidad pro­ pia de un observador externo ubicado desde la plataforma del en­ torno del sistema. Suposición que parece haber acompañado a las nociones modernas de objetividad y verdad. Tampoco forma parte de sus atribuciones normar las operacio­ nes en su conjunto y dirigirlas a un punto determinado previamen­ te, tal y como si fuera una forma teleológica de desarrollo o un determinismo finalista. Es más conveniente la noción de orientación para el caso de una observación como la de reflexividad. Orientar significa que, al contario de las propiedades que permiten establecer las condiciones de los "estados finales" del propio sistema, restrin­ ge "el repertorio de aquellas operaciones que el sistema puede ejecutar".84 Si se habla de control, transformación y reproducción de operaciones, entonces la funcionalidad de la investigación de la investigación —para ubicar la situación de manera clara, entiénda­ se lo anterior como epistemología— se conjuga en un tipo de con­ ducción recursiva y modulada autorreflexivamente. En esta apre­ ciación hay también un rasgo importante de la observación de la observación: el aumento tendencial de complejidad, propio de toda operación autopoiética. Si bien la observación de primer orden es, para todos los efec­ tos, una forma que reduce complejidad —postula una distinción y una indicación orientando el conjunto operativo sólo a la segun­ da— la observación que observa esta operación supone ya otra dis­ tinción. Pero este enlace simple es signo de un entramado recurren­ te de otros enlaces al punto de introducir con cada observación

84 "L a orientación no es otra cosa que restricción de las capacidades de conexión internas por m edio de operaciones expresam ente diferenciadas para ello, susceptibles ellas m ism as de una conexión." N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c i e d a d ., p. 241.

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enlazada mayor complejidad. Este aumento es un efecto directo del procesamiento de observaciones recurrentes que permiten estable­ cer la unidad del sistema de la ciencia. En su dinámica de recurren­ cia —decididamente el sistema no puede operar sin autoobservaciones— el punto determinante a tener en cuenta es que requiere mayores niveles de recursividad, al no haber criterios finales de seguridad en los resultados aportados, ni criterios ontológicos fina­ les, lo que se infiere ya en la propia noción de autorreflexividad.85 El resultado es un aumento en el número de relaciones posibles respecto al número de elementos del sistema, generando una espe­ cie de déficit de las comunicaciones realmente actualizadas y relacio­ nadas simultáneamente. Debe, por tanto, incrementar sus condiciones de control y orien­ tación, refuncionalizar continuamente los aspectos de selección en­ tendidos como elementos intrínsecos de la dinámica temporal espe­ cífica del sistema. Destaca el hecho de que en este incremento de complejidad, el sistema no puede actualizar las comunicaciones en su conjunto ni mucho menos de manera simultánea; de ahí que requiera una selectividad relacionada con la retroalimentación in­ formativa del entorno. Para resolver problemas en un aumento de complejidad, el sistema tiene a su disposición la experiencia previa, esto es, la memoria relacionada con las maneras anteriores que, al ser aplicadas, llevaron a una resolución correcta de problemas análogos.86 Para un sistema que opera en el medio sentido, como las ciencias, es crucial el factor de comunicación para enfrentar los re­ tos que generan la necesidad de memoria en la operación y sus enlaces. De nueva cuenta hay que aclarar que la observación como evento es una comunicación, por lo que la observación científica es una forma especializada de comunicación, o por lo menos no equi­ valente a la habitual.

85 "E l punto decisivo de la observación de segundo orden consiste, entonces, en que es una observación de prim er orden especializada en la ganancia de com plejidad. Este aum ento de com plejidad se efectúa en la m edida en que se renuncia a la confirm ación últim a de validez y de las seguridades ontológicas, y en la m edida en que ya n o se puede apelar a las form as esenciales de los contenidos del m u n d o", Niklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistemas... , p. 169. 86 Herbert A. Sim on, Las ciencias de lo artificial, trad. de M arta Poblet, et al., rev. científica y versión final de la trad. Pablo Noriega, Jean-Josep Vallbé, G ranada, Com ares, 2006, p. 233.

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La verdad científica y su codificación De acuerdo con lo anterior, la comunicación es un aspecto esencial de la epistemología si se tiene en cuenta que las ciencias están deter­ minadas por los valores del código verdadero/no verdadero, modalidad que la separa de otras comunicaciones que se producen en el sistema social pero que son también conocimientos. Esos valores expresan que el sistema ciencia realiza observaciones sobre su entorno, es de­ cir, lleva a cabo la adjudicación correspondiente como experiencia o vivencia por medio de comunicaciones especializadas que utilizan conceptos y categorías. Tanto para la memoria del sistema como para la observación científica, la escritura es el medio comunicativo básico. Más aun, se trata en realidad de la escritura impresa que amplifica su importancia a partir del siglo XVIII. Si bien el conocimiento sólo puede ser mostrado mediante comunicaciones, con la aparición de la im­ prenta aparece también la exigencia paralela de que la producción de escrituras se ligue necesariamente a sus posibilidades de impresión. Todavía se habla de esta disposición como si la escritura impre­ sa fuera la modalidad evidente de exposición de un contenido al­ canzado —los conocimientos científicos— a partir del desarrollo de la investigación científica en su fase metodológica. La distinción contenido/modo de exposición así lo afirma: se escribe para comunicar los conocimientos adquiridos a otros científicos o al público en ge­ neral. Pero la escritura impresa invierte la lógica de la relación entre memoria y selección. El texto escrito no es comunicación hasta que el lector introduce las distinciones necesarias de todo proceso comu­ nicativo, particularmente la que diferencia acto de comunicar con información, y se encuentra, por tanto, en condiciones de compren­ der dicha distinción como tal. "Se produce, por así decirlo, para la memoria del sistema y queda puesto a disposición. La memoria es producida como texto impreso antes de que termine el proceso de comunicación".87 La inversión es tal que ahora, en una situación cul­ tural dominada por el texto impreso, la memoria no puede ya ser 87 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 117. Luhm ann revisa la historia de esta problem ática del recordar desde sus condiciones antiguas —previas a la aparición de la es­ critu ra —, sus m od ificaciones con la introducción de la grafía, cosa que trae aparejad a la em ergencia de la retórica, hasta la escritura im presa. Véase en este m ism o texto, p. 115-117.

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un índice de selección —aquello que debe ser recordado— sino un logro del proceso comunicativo. Pero esto escapa al control del texto mismo dado que él es un conjunto complejo de sentidos posibles, al punto de no poder prever ni controlar sus resultados en el ámbito de la recepción por parte de un lector. ¿Por qué se presenta este problema con el texto impreso? Porque la aparición de la escritura y su posterior vinculación con la imprenta —el texto impreso— supuso la ruptura entre acto de comu­ nicar y acto de comprender, mientras en la oralidad estos dos elemen­ tos sólo pueden ser simultáneos.88 Un efecto notable de esta disrupción producida por la escritura impresa como forma de observación científica es la "temporalización de la historia". La historia moderna pierde el carácter de moralización y de ejemplaridad que había dis­ tinguido a las narraciones históricas desde la antigüedad clásica ad­ quiriendo, gracias a esta ruptura instauradora, una capacidad reflexiva inédita. Esta discontinuidad profunda en la propia historia de la his­ toria le debe mucho a la reinversión producida por el texto impreso. Si la memoria se textualiza, gracias a ese mismo procedimiento la historia tiene la capacidad de introducir distinciones temporales, pues la escritura permite una comunicación no entre presentes ni entre contemporáneos: amplía las dimensiones de espacio y de tiempo de modo exponencial. Como modalidad comunicativa, la escritura abre el umbral de un orden social del tiempo que permite, a su vez, la construcción de una historia temporalizada que está ya en condiciones de presumir de consistencia cognitiva.89 Sobre esta relación crucial entre temporalización y proceso escriturístico en el marco de la ciencia histórica me detendré un poco más adelante. Es necesario plantear dos temáticas más antes de pasar al intento de llenar de contenido la noción epistemología de la historia desde el conjunto de previsiones indicadas hasta el momento. Una se re­ fiere al problema de quién es el observador en dicha forma ope­ rativa del sistema, tanto si es de primer orden o de segundo. La 88 "D e los m edios de com u nicación actuales, el que m ás enigm as plantea es el de la com putadora. M ientras la escritura rom pió la sim ultaneidad entre acto de com unicar y acto de com prender, de donde se deriva la aceptación o rechazo de lo com unicado, la computación provocó una ruptura entre acto de com unicar e inform ar." Alfonso M endiola, Retórica, com u­ nicación y r e a l i d a d ., p. 95. 89 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 116-117.

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otra se relaciona con el espinoso problema de la verdad en el cono­ cimiento científico. Aunque algo se ha avanzado respecto a la primera de las temá­ ticas aludidas —por ejemplo, la inconveniencia de considerar que el observador es una conciencia o un sujeto particular y, por tanto, una percepción biológica o psicológimente establecida—, es pruden­ te desarrollar sus consecuencias más notorias. Para ello recurro a otra distinción planteada por Luhmann: la que establece la diferen­ cia observar/observador. "Observar es la operación, mientras que el observador es un sistema que utiliza las operaciones de observa­ ción de manera recursiva como secuencia para lograr una diferencia con respecto al entorno."90 Esto es aplicable a observaciones reali­ zadas de manera sistémica en los ámbitos de lo biológico, lo social y lo subjetivo —sistemas biológicos, sistemas sociales y sistemas psíquicos —. La respuesta a la interrogante sobre quién es el obser­ vador depende del sistema en que se coloque la referencia secunda­ ria (observación de segundo orden). Esta pregunta nos coloca ya en este tipo de observación pues es el único nivel donde se puede con­ densar la distinción observación/observador.91 Si es un sistema biológico, psicológico o social, la disposición de la cual se parte trae aparejadas diferencias ampliamente profundi­ zadas para el tipo de sistema y de modalidad de autoobservación: sólo en el caso del sistema social se trata de comunicaciones. Las comunicaciones, forma básica del sistema social, son ya en sí mismas autoobservaciones, pues suponen procesar la diferencia entre acto de comunicar, información y acto de comprender, pero también dis­ tingue las instancias de alter y ego como receptor y emisor necesarias 90 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 153. 91 Las nociones de condensación y confirm ación están en relación con el fenóm eno de repetibilidad de las observaciones. Com o supone un desarrollo tem poral adem ás de circuns­ tancias diferentes, se produce un doble efecto expresado en los térm inos, precisam ente, de condensación y confirm ación. "C o n condensación nos referim os a la reducción a lo idéntico que sólo se hace necesaria cuando algo determ inado para la designación repetida se extrae de la cantidad de los sim ultáneo actual." M ientras la confirm ación se aplica al otro lado de la identidad o m ism idad; define otra situación que debe incluir la otredad. "E sto ocurre m edian­ te la confirm ación generalizante. Lo idéntico adquieren en la realización de la repetición y al ser confirm ado en la repetición, nuevas referencias significativas." M ás adelante Luhm ann señala: "P o r m edio de este proceso doble de la condensación y la confirm ación surge en el resultado una especie de fam iliaridad concreta con el m un d o que se sustrae a la captura que lo defina con exactitud, pero que sin em bargo se puede diferenciar del sentido desconocido." N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 81-82.

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para las siguientes comunicaciones. Ya desde la temática de las es­ tructuras de expectativa se afirmaba expresamente lo anterior al considerar como el elemento central de las mismas la posibilidad de enlazar comunicaciones. Esto no sólo es central para los sistemas sociales sino también para la propia ciencia y sus procesos caracte­ rísticos. Regreso al núcleo de la cita anterior: observar es una ope­ ración, mientras el observador es el sistema mismo. Dicha aserción se sostiene debido a que se genera desde la sustitución de la distin­ ción anterior sujeto/objeto por la de sistema/entorno, de lo que se sigue precisamente el punto fuerte destacado: toda consideración respecto a quién es el que observa a partir de distinciones debe partir del reconocimiento de que se trata de autoobservaciones. La unidad y la estabilidad sistémicas dependen de la reentrada de la distinción basal del sistema social, por lo que el sistema es una diferencia de una diferencia entre sistema y entorno.92 El sistema puede, por tanto, autoobservarse a partir de esta distinción, lo que implica que ha alcanzado una secuencia continuada y cristalizada de observaciones. La primera diferencia establecida por una obser­ vación es diferenciada por otra observación, que a su vez, puede ser observada por otra operación análoga. La conclusión de Luhmann sobre esta temática es que el observador sólo puede ser un sistema estructurado, de tal manera que llega al punto de poder diferenciar­ se a sí mismo respecto de su entorno, donde estructurado significa la "institución de las diferencias internas correspondientes". Se pue­ den reproducir los resultados aportados por las observaciones pero siempre que se respete la secuencia de diferenciaciones y que el sistema sea único, puesto que ningún otro sistema se encuentra en posibilidades de establecer esa misma secuencia de diferenciaciones, ni llegar a diferenciase de ese entorno constituido por su diferencia interna basal.93 Como puede apreciarse con esta temática del sistema observa­ dor, la ciencia puede resolver su propia paradoja —el observador que observa su observación— a partir del proceso operativo estruc­ tural que se desenvuelve en el tiempo. En este punto se localiza un aspecto último, por lo menos en el presente tratamiento, que se 92 Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y r e a l id a d ., p. 63. 93 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as..., p. 156.

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debe describir. Cuando la observación adquiere un rango de recu­ rrencia, como se ha ido apuntando respecto al desarrollo estructu­ ral del sistema, pero también cuando es posible la diferenciación entre el observador y la operación de observar —"observadores que observan al observador"— surge la diferencia entre autorreferencia y heterorreferencia, modificada desde luego de sus condiciones iniciales (relación sujeto/objeto). La heterorreferencia no es ya un acceso al mundo tal y como existe, sino un lado de una distinción establecida por el sistema de la ciencia, de la misma manera que la atribución autorreferencial. Como el sistema de la ciencia está en capacidad de establecer la unidad de su propia distinción, puede atribuir algo al propio sistema o hacerlo respecto al entorno. El observador se encuentra en esta disyuntiva y no tiene ningu­ na garantía sólida para decidir el rumbo de su atribución que pueda considerarse exenta de equivocidad. No tiene que ver con la posibi­ lidad de decidir con claridad entre un error y un acierto en la toma de decisiones, sino con el propio tiempo requerido para el enlace operativo del que resulta una distancia apreciable entre un estado futuro y el presente de la decisión. Por supuesto que esta equivocidad en la decisión de la atribución responde al condicionante em­ pírico del observador: la contingencia radical. Aquí supone inse­ guridad en el observador, dado que no tiene a su disposición alguna previsión exacta del rumbo que debe tomar su decisión, si autorreferencialmente o heterorreferencialmente. Con la observa­ ción de observaciones aparece el problema no eliminable de lo que puede ser descrito como "casualidad", "imprevisibilidad", "desor­ den", esto es, "inseguridad". El sistema de la ciencia está atado a una "inseguridad autoproducida" porque la observación de obser­ vaciones le es consustancial al sistema y al conjunto de sus opera­ ciones estructurales, pero no es una suerte de déficit necesario de superar en aras de un conocimiento objetivo del mundo: es su pro­ pio motor de desarrollo, el cual, la ciencia aprovecha de múltiples maneras, por ejemplo, en el sentido kuhniano de la sustitución de paradigmas o en los planteamientos respecto a la superioridad y competencia de teorías científicas rivales.94 Esta diferenciación de 94 "C o n otras palabras, el observador es constitutivam ente inseguro o no es observador [...] La ciencia tiene que ver, ante todo, con inseguridad autoproducida. Esta inseguridad se puede aprovechar en form a siem pre diferente y quizás m ejor; puede ser puesta en circulación

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atribuciones —la autorreferencia y la heterorreferencia— tenía rela­ ción directa con el problema que desde hace algún tiempo, sin duda a partir de Descartes, adquirió notoriedad: cómo delimitar en los enunciados científicos contenidos de verdad distinguibles. El pro­ blema no era la verdad en sí, sino las proposiciones que, por sus cualidades lógicas, eran esencialmente referenciales. Atendiendo a las condiciones a partir de las cuales se podían distinguir proposi­ ciones verdaderas de las que no lo eran, el empirismo lógico consi­ deró que dicho contenido podía ser descrito como heterorreferencial, donde este rasgo era suficiente para explicar la conexión de los sistemas de enunciados científicos con el mundo real tal y como era. Hasta allí llegó aquella teoría de la correspondencia que justifi­ caba racionalmente el problema y que había alcanzado primacía en el periodo de entreguerras; no tardaría mucho en mostrarse, para esta vertiente de la filosofía, los contenidos explosivos que subyacían al giro lingüístico y que terminarían por diluir sus presupuestos de base.95 Ahora el problema de la reflexión sobre la ciencia no puede ya ser abordado desde la correspondencia entre el sistema que observa y el mundo descrito por ese acto —precisamente este planteamiento es la base del aspecto problemático que presenta la noción verdad científica—, puesto que ahora concierne a las estructuras del propio sistema social. Ellas definen la realidad que es susceptible de observación pero también el inicio de toda reflexión al respecto; en ambos niveles se conjugan, por un lado, la distinción basal del sistema y, por otro, las cualidades de la observación de segundo orden. Esta suerte de marco de referencia recupera la posibilidad de distinguir, bajo criterios estrictos y constantemente sometidos a examen, la verdad científica de aquello que no puede alcanzar dicho estatus porque no puede cumplir con el conjunto de prescripciones. en la observación de los observadores. Pero no puede ser elim inada. Y toda ciencia se basa en ella". N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c i e d a d ., p. 78. Retom ando esta últim a idea, la historia vendría a ser una ciencia enfrentada directam ente con esa inseguridad constitutiva, probablem ente encargada de resolver los riesgos de dicha insegu ridad para una cultura profundam ente contingente. 95 Para una presentación de la discusión propiam ente filosófica, véase K arl-O tto Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso, introducción de A dela Corina, trad. de Norberto Sm ilg, Barcelona, U niversidad A utónom a de Barcelona, Paidós, 1998. En particular, el apartado ti­ tulado "L a s aporías de la teoría m etafísico-ontológica de la verdad com o correspondencia", p. 46 y s.

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Incluso asume que la ciencia es tal precisamente por esta vocación de verdad a la que no puede renunciar sin perder sus elementos funcionales más acreditados. De hecho el constructivismo opera­ tivo parte de lo anterior, llegando al punto de considerar que todo conocimiento únicamente puede ser verdadero enfatizando la ase­ veración por sus propios medios analíticos. Así, sería un contrasen­ tido hablar de un conocimiento falso; es una tautología, por tanto, hablar de conocimiento verdadero. Por supuesto, el marco de refe­ rencia general no guarda continuidad con la habitual teoría de la correspondencia, pues para esta perspectiva la verdad está en rela­ ción con un código —formalmente, aquél que distingue entre ver­ dad y no verdad—, surgido por la evolución del sistema social y con cuya estabilización se propicia la emergencia de un sistema autopoiético denominado ciencia, que funciona en torno a dicho código. Podría decirse que la ciencia es un sistema social de comu­ nicación que se autoorganizan y se autoproduce en torno a la dis­ tinción establecida en el código. Gracias a esta distinción entre verdad/no verdad el sistema cien­ cia se ve obligado al establecimiento de un proceso cada vez más complejo de distinciones; desarrollando teorías y conceptos es como se reproduce autopoiéticamente, impulsando dicha reproducción por medio de más teorías y más conceptos. Lo anterior no quiere decir que con este despliegue se acerque cada vez más al entorno o a lo real, es decir, que esas nuevas teorías y conceptos sean más verdaderos que los anteriores. El conjunto de esas teorías y concep­ tos es formulado como comunicaciones, por lo que la verdad viene a ser "un símbolo comunicativo" asociado a dichas teorías y concep­ tos. Esto quiere decir que, como símbolo, participa de lo propio de toda comunicación: estar expuesto a la aceptación o al rechazo, al éxito o al fracaso, al cumplimiento de una expectativa o a su decep­ ción. Como medio comunicativo está en función de lograr acopla­ mientos con otras comunicaciones posteriores en términos recursi­ vos, pero también autorreferenciales.96 Por tanto, la verdad es un

96 "C o n esto queda dicho, adem ás, que la verdad es un sím bolo com unicativo, utilizado con o sin éxito, asociado y aceptado en las com unicaciones, es decir, trasladado a otras com u­ nicaciones, o no. La verdad m ism a existe, entonces, com o un m om ento de las operaciones, o no existe." N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c i e d a d ., p. 131.

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momento operativo central del sistema de la ciencia, considerándo­ sele, a su vez, un medio de comunicación simbólicamente generalizado. Algunos rasgos de esta denominación —medios de comunica­ ción simbólicamente generalizados— han sido ya tratados, pero se debe destacar quizá la cualidad central: todos los medios de este tipo — es decir, que funcionan en el contexto sentido— están orientados a ampliar las posibilidades de aceptación de la comunicación. De tal suerte, la ciencia es un sistema funcionalmente diferenciado de la sociedad que opera con base en el medio de comunicación verdad. Este medio, como otros medios, se esfuerza por alcanza la acepta­ ción de la oferta comunicativa que, en el caso de la ciencia, se trata de nuevos saberes que provocan irritaciones por su condición de no ser ordinarios ni comunes y que son, a su vez, probados a través de teorías, conceptos y métodos científicos.97 Es por eso que el medio de comunicación verdad tiene la capacidad necesaria para establecer acoplamientos de formas estables, en la medida en que pueden re­ ducir la contingencia (selectividad) gracias a la referencia de un de­ terminado código, por lo que se encuentran esos acoplamientos condicionados al destino de las comunicaciones subsecuentes. Por tal motivo el código es el intermediario entre la forma y el medio, más propiamente dicho, el código presenta dos lados: el que corres­ ponde al interior es la verdad; el externo, la no verdad. Esta disposición específica del código asegura que la ciencia no pueda operar sin recurrir ya sea a la interioridad de la verdad o a la exterioridad de la no verdad. Aunque en la operación del sistema ciencia se requiera de una diferenciación secundaria, ésta se encuen­ tra determinada por los programas que tienen por misión detallar aquellas condiciones bajo la cuales es correcto o incorrecto establecer la verdad o la no verdad.98 Los programas permiten la correcta asignación de los valores pertenecientes al código y son, en sentido estricto, las teorías y los métodos que admiten la comprobación de los conocimientos adquiridos. Por tanto, el código permanece cons­ tante mientras los programas deben ser sometidos a cambios no necesariamente graduales, pero siempre sus transformaciones están en función de que las formas estabilizadas permanezcan fieles a la 97 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social..., p. 159. 98 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 136-137.

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lógica intrínseca del código. Las teorías se consideran como estruc­ turas conceptuales asertivas dirigidas al tratamiento de la heterorreferencia. No significa que permitan un contacto directo con el am­ biente del sistema, sino que logran tematizar las asimetrías entre la observación y los mundos observados. Su función comparativa está dada casi en términos analógicos con el fin de alcanzar, cada tanto, niveles más adecuados de explicación que puedan ser comunicados y reformulados. Los métodos —otras modalidades de programas—, en cambio, están condicionados al tratamiento de la autorreferencia. Permiten acreditar las asignaciones de los dos valores del código por medio de un orden secuencial y selectivo que define los pasos nece­ sarios para acreditar verdad o no verdad. Y esto, independientemen­ te del contenido cognitivo de las teorías involucradas. Permiten, así, llegar a una decisión sobre valores involucrados que se encuentran en una situación de indecisión primaria básica; como de entrada no hay criterios ontológicos de asignación de valores —verdadero/ no verdadero —, los métodos permiten resolver este problema.99 Ahora bien, la cualidad positiva del código —el lado interno del mis­ mo — radica en que dota de capacidad de enlace al medio verdad, expresado esto en un aumento de conocimientos como modalida­ des de cognición de un nivel mayor de complejidad. Pero el aspecto negativo de la cuestión —el lado externo del có­ digo— está en función de la no verdad, por lo que permite la reen­ trada de la diferencia en la diferencia. Verdadero, desde las formas operativas establecidas por el código, solamente es definido al autodesignarse: es la diferencia de la no verdad. La posibilidad de con­ siderar lo no verdadero depende de que se aplique a sí mismo la distinción verdadero/no verdadero para poderse delimitar como tal, es decir, no verdad. Con ello se logra establecer la reentrada de la distinción en la distinción: al ser aplicable al código mismo está en condiciones de clausurar formas en el entramado comunicativo. Por eso el aspecto negativo adquiere cualidades de reflexión sobre la verdad: el valor reflexivo "provoca que algo sólo puede ser designa­ do como verdad, si la posibilidad de ser no verdad, ha sido probada

99 Ibid., p. 291-307. Esta diferencia entre teorías y m étodo —correlativa a la que m edia entre heterorreferencia y autorreferencia— será retom ada com o elem ento analítico central, cuando m ás adelante se discuta el problem a en el m arco de la ciencia histórica.

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y rechazada".100 Si el aspecto positivo confiere capacidad de enlace recursivo al sistema ciencia, esto se debe a que dicha cualidad des­ cansa en la condensación o redundancia informativa; entonces el as­ pecto negativo —valor reflexivo— tiene por función la de confirmar las selecciones operadas desde el código.101 En el primer caso, indica el proceso de conexión entre enuncia­ dos (enlaces comunicativos) y que pueden continuarse con nuevas comunicaciones científicas; el segundo marca los puntos en que las expectativas adquieren alto grado de improbabilidad (lo más pro­ bables es que no se realicen) y que, por tanto, el sistema tenga que aprender de la decepción.102 En tal caso, ambos aspectos, la dimen­ sión positiva y la negativa, correspondientes a la diferencia entre un lado interno y otro externo, además de sus referencias a condi­ ciones autorreferenciales como heterorreferenciales, establecen, al conjugarse, los límites propios de la ciencia, confiriéndole además identidad. Esta suerte de consistencia del medio verdad no es aná­ loga a las diferencias que la filosofía de la ciencia estableció entre enunciados teóricos y enunciados observacionales —lo que para todos los efectos sustentó la oposición analítico/sintético—, pues ni los programas en su parte teórica ni los que tienen que ver con los métodos de acreditación de validez, suponen la verdad como un correlato enunciativo de la naturaleza describible y comprobable del entorno. Las convencionales oposiciones, como aquella que delimitaba el pensar del ser o lo trascendental respecto de lo empírico, son susti­ tuidas por la diferencia observación/operación. Una operación, como se ha enfatizado, es siempre un acontecimiento empírico en el orden de reproducción del sistema, como toda observación lo de­ muestra. Al ser operaciones, las observaciones son susceptibles de ser, por su parte, observables a través de otras diferencias. "Se trata entonces del problema de explicar la autopoiesis de un sistema que realiza sus operaciones en un contexto de diferencia muy específico, 100 I b id , p. 149. 101 Vid. supra, nota 91. 102 "E l experim ento desem peña entre otras cosas precisam ente esta función: conduce la com unicación entre verdadero y no verdadero y expone la com unicación científica a la posi­ bilidad de la decepción." G iancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social... , p. 161.

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que induce a observar las observaciones mediante el código verda­ dero/falso." El constructivismo que ha guiado estas anotaciones epistemológicas se muestra como una teoría de grandes potenciali­ dades reflexivas para abordar la operación autológica de la ciencia, siempre y cuando se entienda por dicha potencialidad un ejercicio de autodescripción del sistema ciencia que se enfoca al problema de su autopoiesis. Para un ejercicio reflexivo como el planteado, el centro proble­ mático consiste en explicar el sistema en términos siempre sistémicos, por lo que el entorno es incognoscible en la misma medida en que es construido.103 Ahora el reto consiste en medir la plausibilidad de una programación sistémica que explique a la ciencia histórica a partir de la diferencia específica que supone, la autorreferencia operacional y la cerradura cognitiva. No es un reto menor, pues la historia ha sido motivo de reflexión epistemológica a partir de sus rasgos menos sistémicos —por ejemplo, todos los atributos antro­ pológicos que sustentan su definición como ciencia del espíritu— o por sus deficiencias explicativas, tal y como lo hizo la filosofía ana­ lítica en la primera mitad del siglo xx. En ambos casos se trató de construir un contexto normativo apto para una disciplina poco for­ malizada pero que, aun así, soportaba la aplicación del paradigma del todo y las partes con sus consecuentes derivados: la relación sujeto/objeto y el marco trascendental que la amparaba. Sin embargo, la posibilidad de una autodescripción sistémica no es simplemente la configuración de una alternativa teórica más o menos sofisticada que compite con otras perspectivas en igualdad de circunstancias. El punto central a considerar es que la autodescripción sistémica es una necesidad que se desprende de la propia transformación histórica de la historia, teniendo como telón de fon­ do el marco evolutivo de las sociedades tardomodernas. En un pri­ mer aspecto su transformación se cumple como cambio cognitivo,

103 N iklas Luhm ann, La ciencia de la s o c ie d a d ., p. 365-366. En esta últim a página, Luhm ann expresa un condensado resum en de su perspectiva sobre el constructivism o: "S e puede hablar de constructivism o siem pre y cuando se pretenda designar una autodescripción del sistem a científico, que ve el problem a en cóm o llegar de una operación a otra, continuan­ do así la autopoiesis del sistem a en u n entorno al que no se pude conocer, sino únicam ente construir." La noción autodescripción revela cualidades analíticas centrales para la reflexión epistem ológica, cosa que guía m is propias aproxim aciones.

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en el otro, por la nueva funcionalidad que la acredita en el sistema social, pero los dos se resumen en una perspectiva que busca ser justificada a lo largo de este trabajo: la historización de la propia disciplina histórica. Así puede ser entendida esa triple oscilación que va de lo trascendental a lo contingente, de lo heterorreferencial a lo autológico y, finalmente, de lo substancial a lo operativo.

3. La historia moderna como racionalidad operativa De la moralización a la cognición

Modernidad, moral y conocimiento La ciencia de la historia emergió en un panorama dominado por las formas de saber moderno a partir de las cuales se articuló un mode­ lo cognitivo que fue dominante hasta bien entrado el siglo XX: las ciencias naturales. La autoridad que alcanzó en el siglo XIX, marco histórico de emergencia de la ciencia de la historia, se muestra pre­ cisamente en esa reivindicación que liga al conjunto de las narracio­ nes sobre acontecimientos pasados con un procedimiento metódico característico de la producción de saber científico. Lo anterior supo­ ne una profunda discontinuidad histórica de la propia historia, ya que deja de lado —o, por lo menos, subordina— una de las funcio­ nes tradicionales que desde antiguo la habían caracterizado: mora­ lizar. Las narraciones de las historias permitían elevar a un nivel de ejemplaridad conductas pasadas de los grandes personajes con el fin de educar en los modelos de socialización aceptados y conside­ rados adecuados. En esta dimensión se localizaba la presunción de que ese pasado tenía superioridad al punto de destilar conductas ejemplares con la suficiente fuerza vinculante para normar la acción presente. Esto se pierde cuando lo ejemplar del pasado es sustituido por las posibilidades que ofrece a partir de ese siglo, en la esfera social e individual, un conocimiento objetivado de la acción huma­ na que además se encuentra inmerso en la triple relación pasado, presente y futuro y en sus derivaciones problemáticas. El salto que va de lo moral, en sociedades profundamente jerar­ quizadas y estratificadas, a la ciencia —en este último caso en un marco social diametralmente diferente y caracterizado ahora por sus heterogéneos rasgos funcionales—, no es cosa menor en los atri­ butos que podían ser definidos y que le fueron añadidos como ele­ mentos consustanciales. Su funcionalidad descansa, a partir de esta discontinuidad, en la producción de conocimientos particulares,

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metódicamente obtenidos y susceptibles de justificación racional, además de ser motivo de comprobación objetiva una y otra vez, in­ dependientemente de toda valoración moral. Se liga la historia al mundo de la verdad operativamente construida —por ello requiere de la definición previa de procedimientos adecuados y artificiales—, rompiendo sus seculares lazos con aquellos problemas derivados de las conductas humanas y sus posibilidades de ser circunscritas des­ de principios morales universales. Los fundamentos de las ciencias —como habían mostrado ya la Ilustración y las propias ciencias na­ turales— no guardan ningún tipo de relación con los principios que apelan a valores o a condiciones de orden moral. Lo que destaca en ese mundo de la verdad es el papel novedo­ so de la observación —uno de los aportes centrales de los saberes modernos sobre la naturaleza—, que no tiene cabida en la delibe­ ración moral que busca equilibrar las conductas a partir de criterios incondicionados, como todo precepto de orden categórico. Con la aparición de las sociedades funcionalmente diferenciadas, la moral se refiere a cuestiones que son inobservables desde las prescripcio­ nes que limitan la visibilidad de los hechos o de los acontecimientos tratados por las ciencias; siempre, por supuesto, en función de las capacidades de percepción desplegadas por el sujeto de conocimiento.1 Cabe aclarar que hasta la Edad Media la ética se formu­ laba como un componente moral de la vida política y social de los seres humanos, ya que con su auxilio se resolvían los desajustes sociales por el potencial normativo que tenían los juicios emitidos sobre la naturaleza del hombre, siempre en un marco teológico. En general, la moral permitía justificar el orden social jerárquico, y por ello se trataba de una deliberación ética dirigida a las elites o a los 1 "H em os visto que la prueba observacional desem peña en la ciencia y en la m atem á­ tica un papel que no parece tener en la ética. Las hipótesis m orales no ayudan a explicar por qué la gente observa lo que observa. Por lo tanto, la ética es problem ática y el nihilism o debe ser tom ado en cuenta. El nihilism o es la doctrina según la cual no hay hechos m orales, ni verdades m orales, n i conocim iento m oral. Esta doctrina puede dar cuenta de por qué la refe­ rencia a los hechos m orales no ayudan a explicar las observaciones, sobre la base de que lo que no existe nada puede explicar." G ilbert H arm an, La naturaleza de la moralidad. Una intro­ ducción a la ética, trad. de Cecilia H idalgo, rev. de Eduardo Rabossi, M éxico, U niversidad N acional Autónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1996, p. 23. En efecto, los hechos pasan al cam po científico, por lo que la observación se convierte en elem ento central de su posible definición. Son objeto de percepción, a diferencia de los valores m orales que no pueden ser percibidos com o existentes en sí.

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estratos superiores de la sociedad, excluyendo al conjunto de la población. Sólo hasta el siglo XVII se torna complejo el código binario según valores de bueno y malo, en contraposición con las costumbres, las creencias religiosas o la experiencia vivida.2 Ya en las sociedades modernas los planteamientos morales y éticos se encuentran desga­ jados de su base teológica de sustentación. Por eso, las conexiones que aseguraban una continuidad entre filosofía natural (el orden mismo de la creación) y filosofía moral (la posibilidad de elección humana en cuanto al actuar) son objeto de una abrupta disolución.3 La filosofía natural fue sustituida por un concepto de naturaleza que no es de ninguna manera equiparable a la noción de creación, ni por sus alcances ni por sus propiedades intrínsecas, por lo que rompió con toda la tradición medieval de un mundo creado por voluntad divina. Como un orden signado por leyes susceptibles de ser conoci­ das, la ciencia se convierte en instancia soberana que rige —tanto al nivel práctico como teórico— todo procesamiento sobre dicho or­ den. A la par de su desacralización, la naturaleza se neutraliza de todo significado trascendente, como afirmó en su momento Weber. Paralelamente a ese proceso, la filosofía moral sufre un agudo constreñimiento de su campo de atribuciones, pues las conductas humanas serán desgajadas de la problemática ética, convirtiéndose desde entonces en motivo de análisis desde el campo mismo del conocimiento científico. La sociología y la psicología —en fin, ese abanico de saberes que incluye a la historia como disciplina que pro­ duce conocimientos sobre las instancias temporales en general— se singularizan porque su consistencia y operatividad no guardan re­ lación con la aplicación de los juicios morales característicos. Lo que es indicativo de una deflación del campo moral sin parangón con las situaciones sociales y teóricas previas a la modernidad, es decir, aquellas expresadas en las propias autodescripciones veteroeuropeas. Pero este proceso de desgajamiento, por el cual surgen ciencias 2 N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad, trad. de M iguel Rom ero Pérez y Carlos Villalobos, G uadalajara, M éxico, U niversidad de G uadalajara/U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, 1993, p. 398-400. 3 J. B. Schneew ind, "L a corporación divina y la historia de la ética", en La filosofía en la historia: ensayos de historiografía filosófica, comp. de Richard Rorty, J. B. Schneew ind y Quentin Skinner, trad. de Eduardo Sinnott, Barcelona, Paidós, 1990, p. 213.

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que destacadamente se dirigen al problema de la acción humana en una esfera de relaciones mundanizadas, convierte a los comporta­ mientos sociales y sus consecuencias en objeto de estudio, eliminan­ do con ello toda dimensión moral en sus campos de atribuciones. El ejemplo de la sociología en la propia deliberación weberiana indica el sentido de un cambio profundo. A partir de este punto, los antiguos aspectos de moralización, gobernados por criterios de jerarquización social, dejaron su lugar a la discusión teórica y meto­ dológica que, en un sentido diferente a la vinculabilidad prescriptiva, trata de definir las modalidades de la explicación científica de la acción humana. Pero esta disrupción entre moral y conocimiento había sido anunciada desde finales del siglo XVIII bajo una forma de sistematización filosófica ejemplar. Ya la distancia que la obra de Kant planteó entre las cuestiones teóricas referidas a las condiciones de un conocimiento científico de la naturaleza, con aquellas que tienen que ver con la praxis en un ámbito de orden social mundanizado, no dejará de acrecentarse a lo largo del siglo XIX, por más que el interés kantiano no haya sido precisamente ése. La distinción plan­ teada por Kant entre ciencia y moral se desprende de la necesidad de una operación que, más que dirigirse hacia la propia naturaleza del hombre, recupera la capacidad asertiva de la razón como una operación que puede elegir entre "conocer y juzgar". Así, el uso teórico de la razón tiene por cualidad definitoria la de poder esta­ blecer con toda claridad la verdad de las aserciones que se formulan respecto a lo que es como tal o a lo real en sí mismo, mientras el uso práctico de la razón confiere la posibilidad de otro tipo de juicios que se aplican no a lo que es sino a lo que debe ser.4 Es la capacidad de distinguir entre juicios de verdad (lo que es) y juicios de valor moral (lo que debe ser) —distinción presente ya 4 Carlos M endiola M ejía, "L a función de la 'razón práctica' en la argum entación kan­ tian a", Revista de Filosofía, M éxico, Universidad Iberoam ericana, año XXXIV, n. 102, p. 394. En la página siguiente, Carlos M endiola relaciona esta diferencia funcional u operativa de la razón en Kant con la problem ática de los denom inados juicios m odales, es decir, aquellos de los que puede decirse que son problem áticos, asertóricos y apodícticos: "V ale la pena poner atención en esta term inología kantiana, que hace referencia a lo que en la C rítica de la razón pura llam ó juicios m odales: problem ático, asertórico y apodíctico. K ant dice que los juicios m odales no ofrecen ningún contenido, sino que afecta únicam ente el valor de la cópula en relación con el pensar en general. Esto es que el juicio m odal sólo hace referencia a la m anera en que afirm am os aquel contenido del juicio, com o posible, real o necesario."

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de manera expresa en la obra de Hume— la que marca la pauta para poder establecer la función cognitiva y la dimensión volitiva del juzgar como modalidades de despliegue racional humano. El cono­ cimiento es tal porque se regula por condiciones fijadas de manera estricta, lo que permite acceder a un saber sobre la naturaleza me­ diado por las leyes que gobiernan sus ordenamientos causales. Mientras que la moral, por la vía de una clase de juicios determina­ dos, permite elegir una conducta con base en preceptos de acción que buscan cumplir expectativas compartidas por los miembros de un grupo o de una sociedad, y que en la actualidad llamaríamos juicios expresamente normativos. Pero en ambos casos se trata de una racionalidad cuyo uso diversificado condiciona los juicios re­ queridos, siempre y cuando se entienda la capacidad de racionali­ dad como entramado comunicativo. Lo anterior está implicado en la manera por la cual se discuten los razonamientos morales y sus peculiaridades argumentativas.5 En efecto, para Kant el conocimiento consiste en una observación condensada que permite posteriormente el fenómeno de confirma­ ción generalizante, haciendo posible, con ello, una capacidad evo­ lucionada de diferenciación —la distinción entre lo interno y lo ex­ terno—, y cristalizando en una expectativa estilizada como vivencia cognitiva. La estabilización del código verdad/no verdad es permi­ tido y determinado por una atribución de valores orientada por los programas (teorías y métodos) que, a su vez, delimitan la redun­ dancia y la variación constitutiva del conocimiento científico.6 Si la ciencia alcanza el estatus de sistema —medio de comunicación 5 G ilbert H arm an, La naturaleza de la m oralidad..., p. 48 y s. 6 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 313. En la perspectiva de Luhm ann, tanto el fenóm eno de redundancia com o el de variedad están en relación con el nivel de com plejidad de un sistem a. La redundancia se produce con la sem ejanza de elem entos que son com unicados, por lo que reduce la arbitrariedad de los enlaces. Adem ás, crea seguridad respecto de lo que sigue en la com unicación, por lo que es indispensable para la autopoiesis del sistem a. Por su parte, la variedad se refiere a la m ultiplicidad y heterogeneidad de los elem entos de un sistem a. Esto significa un aum ento de im probabilidad o de inseguridad, puesto que no se puede prever lo que se continúa a partir del conocim iento de elem entos previos. Es posible, a pesar de indicar dos procesos contrarios, una com binación de tasas elevadas de variación con un aum ento sostenido de redundancia. Al proceso que perm ite su equilibrio se le denom ina argum entación. Lo que interesa destacar es que las teorías —una de las partes m ás com plejas de los p rogram as— se caracterizan por ejercer la redundancia. Pero en su aplicación m etódica, es decir, en la atribución correcta del valor codificado (ver­ dadero/no verdadero), gestiona la producción de variedad.

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simbólicamente generalizado—, la moral es un fenómeno que, en su condición moderna, no está en condiciones de estabilizar un sistema específico de esta naturaleza, por lo que su situación flotante termi­ na afectando a los sistemas estabilizados de comunicación. Esta diferencia no dejará de profundizarse hasta el siglo XX, cuando la moral es tal que sólo puede ser abordada a partir de una diferenciación específica —bueno/malo, justo/injusto — que permi­ te codificar su capacidad para atribuir estima o desestima en la con­ ducta de las personas. Podría decirse que este efecto es producido por la propia conversión de la moral en un factor de funcionalización que no tiene el mismo rango que los sistemas de comunicación simbólicamente generalizados. Lo anterior se debe al hecho de que la moral moderna no presenta el rasgo central de dichos sistemas, esto es, la alta improbabilidad de la comunicación misma, por lo que basta con la posibilidad de la atribución estima/desestima involu­ crada en la interlocución y en la doble contingencia que le es propia. La diferenciación estima/desestima o aprecio/desprecio "toma a la persona como un todo", y le aplica independientemente de su con­ dición social, atributos profesionales, comportamientos cotidianos, etcétera, con el fin de esquematizar la valoración bueno/malo de su inclusión social.7 Dicha diferenciación no produce la integración social, sólo la valora, incidiendo de esta forma en la cualificación que a una per­ sona se le adhiere por un juicio dirigido a ella. Precisamente por esto las sociedades modernas no dan lugar a procesos de integración o socialización a partir de consideraciones morales o éticas. Como se ha desplazado la sociedad de un centro de jerarquizaciones mo­ rales a la conformación de sistemas funcionalmente diferenciados, ni la moral ni la autorreflexión ética pueden prescribir, desde princi­ pios incondicionados y normativos para todos sus miembros, com­ portamientos adecuados en contextos de circunstancias cambiantes. Así, no hay programas propiamente morales que permitan la correcta atribución de los valores codificados —sería absurdo hablar de teo­ rías y métodos morales con las mismas prestaciones que las teorías y métodos científicos—, aunque pueda afirmarse que la ética vendría 7 N iklas Luhm ann, "L a m oral social y su reflexión ética", en K. O. A pel et al., Razón, ética y política. El conflicto de las sociedades m odernas, ed. de X. Palacios y F. Jarauta, Barcelona, A dm inistración de la Com unidad A utónom a de Euskadi/Anthropos, 1989, p. 48.

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a ser el nivel autorreflexivo de la moral: permite su propia autodescripción, mostrando la mejor cara de la moral, pero nada más. La moral, por lo tanto, deja de ser vinculante para los demás sistemas de comunicación estabilizados a partir de códigos diferen­ ciados, ninguno de los cuales coincide con la codificación moral. Esto incluye al propio sistema político que, por su consistencia, no está en condiciones de involucrar criterios de moralización ni en términos de aplicación de la violencia institucionalizada, ni en cuanto a pro­ blemas de legitimación. Como la ciencia es un sistema definido por las expectativas del propio sistema estilizadas de forma cognitiva, es decir, que realizan una atribución al entorno como experiencia o vi­ vencia, podría pensarse que la moral debería ser la forma paralela de sostener las expectativas a pesar de su frustración constante, dado que se despliega normativamente. Esto no es así. Las expectativas estilizadas normativamente corresponden al campo de atribuciones del sistema del derecho moderno, el cual constituye su propia asime­ tría —legal/ ilegal— como condición de codificación y formalización de su propio estatus positivo. Incluso el mismo sistema funcional de la política guarda distancia de la asimetría moral moderna, pues opone gobernados a gobernantes, rompiendo con ello las seculares continuidades entre ejercicio de poder y justificación moral. Por tanto, la moral introduce su propia asimetría —bueno/ malo — pero no tiene las posibilidades sociales para instituirse como una suerte de metacódigo prescriptivo para el conjunto de las comu­ nicaciones sistematizadas. Más aún, tiende a obstaculizar las comu­ nicaciones sociales porque al aplicar el código estima/ desestima incita a desacuerdos —el juicio moral queda ligado necesariamente a la persona que lo sostiene y no puede desentenderse de su expre­ sión—, da lugar a polémicas y conflictos que generan violencia, es­ tableciendo así un riesgo aparte del que intrínsecamente se produce por la operación de los sistemas. Por tanto, los medios de comuni­ cación simbólicamente generalizados presumen de una condición de neutralidad moral; en otras palabras, son amorales.8 El propio Michel Foucault había advertido desde los años sesenta del siglo XX sobre la imposibilidad de la moral en una época moderna que se 8 Luis Vergara Anderson, La producción textual del pasado. III. Una lectura crítica de la teoría de la historia de Paul Ricoeur. Im plicaciones filosóficas y ético-políticas, M éxico, U niversidad Ibe­ roam ericana, D epartam ento de H istoria, 2011, p. 194.

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preció de ser la que directamente le pertenecía por derecho propio — esto es, por sus capacidades de pensamiento racional— al hombre liberado de sus dobles ataduras (las tiranías y los prejuicios religio­ sos). "A decir verdad, el pensamiento moderno no ha podido nunca proponer una moral: pero la razón de ello no es que sea pura espe­ culación; todo lo contrario, es desde su inicio y en su propio espesor un cierto modo de acción".9 La moral, contrario a la tradición de la cual ha partido, ya no puede seguir siendo teoría. Esta amoralidad es una condición com­ partida que adquiere el subsistema de la ciencia histórica debido a su constitución moderna y a su correlativa adscripción al código verdadero/no verdadero. Llama la atención este desprendimiento, pues anuncia lo que para la historiografía del siglo xx será evidente: al objetivar las realidades pasadas la historia rompe con la posibili­ dad de orientar las conductas presentes. En suma, moralizar y normativizar de manera vinculante las prácticas cotidianas de las per­ sonas no tienen ya relación con las narrativas históricas. A pesar de que por momentos el historicismo decimonónico aluda a dicha ca­ pacidad para justificar su propia condición —además de potenciar los estudios históricos sobre los cuales se auxilia como forma de pensamiento—, no puede eludir el vaciamiento que la ciencia histó­ rica ha sufrido respecto al actuar presente. Lo que manifiesta este distanciamiento es precisamente la naturaleza cognitiva que adquie­ re durante ese periodo, por lo cual se encuentra en una situación don­ de sólo puede codificar sus propias operaciones de investigación —y entonces justificarlas racionalmente— a partir del código general del sistema de la ciencia moderno. La ciencia establece en su interior una reentrada de la oscilación social moderna, esa que va de una teoría moral prescriptiva a la 9 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, 24a. ed., trad. de Elsa Cecilia Frost, M éxico, Siglo XXI, 1996, p. 319. U n poco m ás adelante, en la m isma página, escribió: "D ejem os hablar a aquellos que incitan al pensam iento a salir de su retiro y a hacer su elección; dejem os obrar a los que quieren, m ás allá de toda prom esa y en la ausen­ cia de virtud, constituir una m oral. Para el pensam iento m oderno no hay m oral posible, pues a partir del siglo XIX el pensam iento 'salió' ya de sí m ism o en su propio ser, ya no es teoría; desde el m om ento en que piensa, bendice o reconcilia, acerca o aleja, rom pe, disocia, anuda o reanuda, no puede abstenerse de liberar y de sojuzgar". U na de dos: o el hom bre es un ser incapaz de dom inar sus im pulsos y deseos m ás oscuros, o es un sujeto lúcido totalm ente in­ capaz de actuar.

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constitución de la ciencia como operación cognitiva o racionalidad formal. Pero, en este caso, dicho rasgo cognitivo adquirido desde el siglo XIX pareciera encubrir una esencial relación de continuidad semántica con la venerable tradición occidental de la historia. Pero al vincular las narraciones con procedimientos teóricos y metodoló­ gicos —finalmente discursos conceptuales—, la historia desmiente sus propias referencias históricas: deja su lugar en la antigua pro­ blemática del actuar moral al tipo de la construcción de aquellas ejemplaridades pasadas que configuraban los viejos discursos epidícticos. Ocupa desde entonces un ámbito diferente de operación al interior del sistema de la ciencia, con todo lo disruptivo que supone esto para la evocación continuista. En otras palabras, duplica el mo­ vimiento mismo que la sociedad moderna instituyó para describir sus procesos evolutivos: partir del mito y la oralidad para acceder a la verdad y la escritura.

La historia como empresa racional Con el proceso anteriormente descrito se deja la índole de la condicionalidad social de la historia, por lo que su adscripción —su lugar, su condición y su límite— no tendría que haber dado lugar a dudas reflexivas respecto a su estatus científico desde el siglo XIX a la fecha. Gracias a la condicionante social que la determina, la historia se puede afirmar como modalidad de trabajo racional en las mismas condiciones en que se describe el trabajo científico en general, esto es, como un ejercicio característicamente racional en su operación. Desde los grandes trabajos de la escuela histórica alemana, la disci­ plina histórica adquiere la capacidad para operar definiendo un campo de aplicación. Al adoptar todas las características que pre­ sentan las racionalidades operativas, su forma específica la capacita para delimitar un conjunto de procedimientos teóricos y empíricos, todos enfilados a formular problemas desde criterios dados y a re­ solverlos a partir de elementos autorizados de tratamiento. Por más que el esfuerzo haya recaído en la problemática de jus­ tificar la validez de unos resultados metódicamente condicionados — los conocimientos del pasado—, desde su emergencia decimonó­ nica la historia define un ámbito de operación sistémica dentro de

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un conjunto más vasto de orden cognitivo —temática que se desa­ rrolla en el capítulo IV de este estudio —. Ahora bien, a pesar de que en la reflexión teórica sobre la historia se enfatizaron continuamen­ te sus atribuciones realistas y las condiciones necesarias a partir de las cuales éstas se sostenían, las preguntas pertinentes son: ¿en qué radica la racionalidad de la empresa historiográfica?, ¿en qué senti­ do la operación historiográfica está determinada racionalmente? y, más importante aun, ¿cómo entender dicha operación como una forma de racionalidad práctica? Todo esto se conjuga en la noción de racionalidad operativa y sus expresiones semánticas. Las res­ puestas, en todo caso, deben mostrar la disolución de la anterior relación entre realidad y racionalidad, al punto de permitir una base de sustentación diferente para los ejercicios pertinentes de fundamentación del conocimiento histórico.10 Este alejamiento de la perspectiva ontologizante —la racionali­ dad es una estructura que permite conocer lo real en sí mismo de acuerdo a uno de sus postulados— oculta que los tratamientos an­ teriores habían desarrollado un tipo de consideración sobre la ratio que respondía, punto por punto, a la posición normativa que alcan­ zó la naturaleza. Sin embargo, desde la vieja problemática de la distinción entre capacidades humanas y condición natural de los seres, se aseguraba la continuidad de una prestación —lo racional— que no ocultaba sus vinculaciones con el orden cósmico. De ahí se desprendían las posibilidades de la autocomprensión de otra natu­ raleza especial, desligada ya de la situación general y atribuible sólo a los demás seres. El punto de contacto estaba en considerarla desde su soporte: el hombre mismo. El hombre es un ser cuya definición sustancial se ha sostenido desde esta atribución, dando constancia de ello cada tanto en su desarrollo como especie y como género. Este último aspecto no deja de tener connotaciones importantes para la empresa histórica, aunque el umbral de la modernidad anuncia in­ equívocamente la inversión de la temática. 10 "N o estam os iniciando una discusión de estas diversas rupturas del continuo de la racionalidad veteroeuropea, pero consideram os el desarrollo de la sem ántica de la racionali­ dad que aquí hem os esbozado com o un indicador del hecho de que en el paso a la m oderni­ dad, el sistem a de la sociedad se ha transform ado de m anera tan rad ical que aun la idea de la relación entre realidad y racionalidad ha sido afectada." N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad..., p. 76.

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Sus efectos más notables —restringiendo sus aplicaciones legí­ timas sólo al conocimiento científico — por un lado amplían los ám­ bitos de irracionalidad (la moral y la ética, es decir, todo aquello que no es coincidente con el conocimiento metódicamente producido); por otro, han mostrado la necesidad de llevarla hasta el nivel de fundamento último de toda experiencia posible. Ejemplo de esta ambigüedad temática fue la filosofía de la historia que, como labor reflexiva, buscaba dar cuenta de aquellas condiciones básicas —des­ tacadamente todas las que refluyen hacia la estructura racional hu­ mana— tan determinantes para abordar la historia universal como despliegue de la razón misma. No es casual que en su propia pers­ pectiva los alcances civilizatorios sólo puedan estar en consonancia, por un lado, con la gradual autonomización respecto a los entornos naturales y, por otro, con las grandes conquistas de un espíritu hu­ mano que encuentra sus potenciales en esa prestación connatural a su propia configuración.11 La misma noción de progreso, amparada y solidificada por la filosofía de la historia, apuntaba precisamente a una constancia de futuro cuya validez era perceptible ya con anterioridad, dada su garantía racionalmente constituida.12 Pero incluso en este esfuerzo es notable la manera por la cual la temática de la racionalidad en la sociedad moderna sufre un vuelco: se centra desde entonces en el conocimiento científico, pero sus requerimientos aceptan una mayor atribución, pues requieren de un sujeto —el hombre— que toma conciencia de sí y de sus capacidades por medio de su propia histo­ ria. Con esta vinculación, que obliga al siglo xIx a una ampliación 11 No creo que existan dudas en considerar la perspectiva hegeliana de la filosofía de la historia com o instancia m odélica de esta torsión, que no es otra cosa que am bigüedad estruc­ turalm ente establecida bajo el rubro de dialéctica. Cfr., J. G. F. Hegel, Lecciones de filosofía de la historia, ed. de F. Brunstad, trad. y preám bulo de José M aría Q uintana Cabanas, Barcelona, PPU, 1989. 12 "[L a filosofía de la historia] designa una form ación datable: aquella que proclam a la existencia de una historia universal única, con un designio y un fin únicos, la libertad de todos; aquella pues que porfía contra la supuesta fatalidad de que los hom bre viven del sufrim ien­ to de otros hom bres; aquella que ve y quiere el progreso y som ete a crítica la realidad exis­ tente m ediante la distinción entre aquello que alienta el progreso y aquello que no lo alienta, y que adem ás cuenta con una crisis final y con su solución definitiva; en pocas palabras, es aquella form ación que exhorta a los seres hum anos a salir de la m inoría de edad de la que ellos m ism os son culpables, a liberarse de heteronom ías y a volverse ellos m ism os, de m odo autónom o, dueños del m un do." Odo M arquard, Las dificultades con la filosofía de la historia. Ensayos, trad. de Enrique Ocaña, Valencia, Pre-Textos, 2007, p. 20.

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de horizontes que hace emerger otra clase de saberes sobre el hom­ bre (ciencias humanas o ciencias del espíritu), se marca en buena medida la discusión que desde entonces y hasta bien entrado el siglo XX condicionó toda recuperación sobre el estatus científico de la historia: la articulación entre una antropología de corte humanista con la gran tradición de la metafísica ontológica.13 Este marco determinó los acercamientos que desde el propio siglo XIX trataron de dar cuenta de la estructura y límites del cono­ cimiento científico. De manera sobresaliente expresa una orientación que se deduce de ella y que no dejó de ser reivindicada incluso por la historiografía crítica de la primera mitad del siglo XX, a saber, la historia es una ciencia de la autocomprensión humana al tiempo que debe, además, mostrar el despliegue temporal por el cual la propia situación de modernidad ha sido posible como época de la razón. La historia, por tanto, es un tipo de conocimiento que en consonan­ cia con ambos aspectos —autocomprensión racional del hombre y comprensión de la racionalidad intrínseca de su desenvolvimiento histórico—, se convierte desde el siglo XIX en historia de la razón moderna.14 La temática de la perfección continua aboga por una constante superación infinita —por ejemplo en el historicismo — donde el reconocimiento de un estado presente no puede darse in­ dependientemente de la aceptación de su falta de complitud o de perfección. La dialéctica de la perfección/imperfección ha marcado el desti­ no de esa variedad reflexiva denominada filosofía de la historia, va­ ciando de contenido la línea que conectaba el tema de la ratio con su innegable condición natural. En efecto, la emergencia de la proble­ mática general de la historicidad en el panorama moderno convierte 13 N iklas Luhm ann, Com plejidad y m odernidad: de la unidad a la diferencia, ed. y trad. de Josetxo Beriain y José M aría G arcía Blanco, M adrid, Trotta, 1998, p. 215. 14 "L a Edad M oderna se ha entendido a sí m ism a com o la época en que se abre paso definitivam ente la razón, una época, por tanto, en que se define al hom bre desde un punto de vista natural. La dificultad de esta autocom prensión de la época radicaba en poder dar una explicación de la tardanza con que llegó una form a de existencia que, por su identidad con la naturaleza del hom bre, hubiera tenido que estar presente en todos los periodos de la historia." H ans Blum enberg, La legitim ación de la edad m oderna, ed. corregida y aum entada, trad. de Pedro M adrigal, Valencia, Pre-Textos, 2008, p. 379. Por tanto, se abren dos cam inos: uno que pone énfasis en una razón históricam ente constituida, digam os com o evolución no biológica; otro, que sigue insistiendo en la racionalidad com o estructura, pero a condición de trasladar la cuestión del terreno de la m etafísica ontológica al de las ciencias fisiológicas y biológicas.

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en inestable la consideración de una razón que, de manera innata, marcaba la situación de las capacidades humanas. El ascenso de una racionalidad históricamente constituida, cuyo capítulo central se localizaba en el umbral de un nuevo tipo de conocimiento —de nue­ vo, doblemente orientado—, divide sus coberturas ya hacia una na­ turaleza que se abre al sujeto cognoscente por su potencialidad de desvelamiento, ya hacia su propio estatus intrínseco necesitado tam­ bién de clarificación. Con ello la equivocidad gana terreno haciendo espacio para un escepticismo que sólo pertenece a la modernidad: se aplica como una continua duda sobre los resultados aportados por la teoría y por el propio conocimiento científico. Al mismo tiempo que la emergencia de la historia como forma de saber se produce en el panorama decimonónico, desestabilizando incluso los tratamientos convencionales que la filosofía había inau­ gurado con Descartes, se impulsan las posturas escépticas. La emer­ gencia del saber histórico es signo de una constante ampliación mo­ derna en la gama de saberes con pretensiones de cientificidad, pero paradójicamente su incremento puede interpretarse en términos negativos. Lo que se hace evidente no es un aumento en las capaci­ dades de clarificación racional, pues la existencia misma de las dife­ rentes áreas donde ahora debe aplicarse es una efectiva reducción de sus alcances. La propia tradición cartesiana dirige el tema de la ra­ cionalidad hacia una suerte de interioridad que se concreta, poste­ riormente, en un orden mental describible teoréticamente. Pero esto supuso el ejercicio de una división agregada a la que previamente había dado lugar al tomar distancia de la naturaleza originaria. En ese sentido, la disolución del continuo naturaleza-racionalidad humana dio pie a una diferenciación de grandes consecuencias que enfrentó la naturaleza en general a la fuerza del espíritu humano. Esto se presentó como soporte básico para otras distinciones poste­ riores pero equiparables a la tónica instituida: particularmente aque­ lla que plantea una diferencia entre la racionalidad que está en con­ diciones de elegir justificadamente fines y medios adecuados y esa otra forma de racionalidad que lo hace conforme a valores.15 Esta forma de expresar diferenciadamente la razón —por tanto, una 15 "E l m ism o concepto de racionalidad se divide, en un cierto sentido conform e a la vieja distinción entre poyésis y praxis, en racionalidad conform e al fin y racionalidad conforme al valor, o com o en un eco tardío, en Jürgen H aberm as, en la racionalidad del actuar estraté-

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reducción a las esferas donde su aplicación es válida—, presenta el marco para plantear dudas sobre las capacidades y los alcances de la razón humana misma, pues se encuentra enfrentada desde enton­ ces a la constancia de su división. Esta diferenciación secundaria es la misma que en su momento atrajo la atención de la reflexión weberiana, esto es, la desarticulación de un concepto unitario de razón — razón sustancial si se quiere utilizar la denominación usual— pro­ pia de ese mundo pensado a partir de un fundamento teológico. La sustitución de esta modalidad recayó en la división entre racionalidad formal (conforme a fines) y racionalidad material (confor­ me a valores) y no en otra modalidad sustancial equivalente.16 Más allá de que estas nociones participen en el núcleo de las categorías fundamentales de la vida económica, según Weber, su sentido socioló­ gico le imprime importancia para entender la transición de las so­ ciedades tradicionales a la sociedad moderna y su sistema caracte­ rístico. Llama la atención que dicha sociología de la modernidad encuentre en la disrupción que supuso la ética protestante un mo­ mento desarticulador crucial de la razón sustancial, por lo que la diferenciación aludida implica sin duda, para Weber, un desencan­ tamiento de la naturaleza. De ahí que la sociología de la sociedad mo­ derna tenga por capítulo especial a la sociología de la religión. El planteamiento permite que el proceso pueda ser entendido en un sentido negativo como pérdida de unidad, lo que lleva a considerar sus resultados —la propia diferenciación social incluida— como gico y en la racionalidad del actuar com unicativo (racionalidades m onológicas y dialógicas)." N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad..., p. 76. 16 M ax W eber, Econom ía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, ed. de Johannes W inckelm ann, nota prelim inar de José M edina Echavarría, trad. de Eugenio Im az et al., México, Fondo de Cultura Económ ica, 1964, p. 64-65. Pero en el diagnóstico w eberiano de la ética, la racionalidad conform e a fines delim ita la esfera propiam ente racional de la sociedad m oder­ na, dejando por debajo de sus cualidades inherentes aplicadas a la em presa capitalista y al estado la racionalidad que responde a valores. De nueva cuenta, la racionalidad valorativa presenta ciertos visos de irracionalidad para un m undo m oderno que decididam ente apuesta por la m odalidad estratégica. En su discusión con la escuela histórica de econom ía, encabeza­ da por Roscher, W eber delim ita la cuestión a partir de un enfrentam iento entre la autonom ía de la investigación científica que apela m etódicam ente a resultados objetivos (racionalidad form al) con la típica investigación histórica de esa escuela que introduce la disonancia valorativa com o obstáculo para su instauración em pírica (racionalidad conform e a valores). La im ­ posibilidad de garantizar la validez objetiva de los resultados son, por tanto, un índice de irracionalidad en el corazón de la em presa científica. Véase dicha polém ica en Max W eber, El problem a de la irracionalidad en las ciencias sociales, estudio prelim inar de José M aría García Blan­ co, trad. de Lioba Sim on y José M aría García Blanco, M adrid, Tecnos, 2001, 192 p.

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insatisfactorios, vistos los requerimientos para enfrentar un mundo cada vez más complejo. Pero ello olvidaría que el desarrollo que lleva al saber histórico de una deliberación estrictamente moral es equiparable a su moderno funcionamiento científico; más aun, guarda una relación intrínse­ ca con el paso de la racionalidad sustancial o teológicamente cons­ tituida a la diversidad de esferas racionales distinguibles por su índole específica de aplicación y operación. La elevación del hombre como un ente racional y centro de toda experiencia posible —produc­ to de la articulación discursiva entre antropología y metafísica— no se queda en los problemas que ella misma hace emerger y en sus aporías, por ejemplo, la relación entre un polo empírico y otro polo trascendental. Por supuesto, lo anterior se expresa destacadamente en la doble dimensión que adquiere la atribución de la capacidad racional: o en la historia humana o en su disposición natural intrín­ seca. Lo anterior llevó a plantear la disyunción entre la cualidad de un proyecto perfectible seguido como desarrollo teleológico o la condición inaugural que la propia naturaleza humana presenta. No obstante la importancia que adquirió la bifurcación, las trans­ formaciones en la semántica occidental de la racionalidad no se com­ prenden a partir de la valoración o justificación de uno de los lados indicados en la distinción. Mucho menos se reduce el problema de la racionalidad a las condiciones que permitirían una decisión, por lo que asumir las consecuencias que acarrearía sería la tarea de la cultura occidental moderna después del siglo XIX. La exigencia que se desprende de esa lógica —sólo uno de los valores involucrados en la distinción, pero de ninguna manera los dos— dota de impor­ tancia al tercero excluido, esto es, el observador de la distinción. En opinión de Luhmann, la revisión histórica de la semántica de la ra­ cionalidad tiene sentido porque nos hace ver el espacio de nuestra propia racionalidad: la unidad de la diferencia. Si se lleva a cabo el acercamiento que aquí hemos propuesto, basado en una teoría de la diferencia, entonces, el problema de la racionali­ dad debería consistir en la cuestión de la unidad de las distinciones utilizadas de vez en cuando. La optimización de la relación entre me­ dios y fines o del consenso entre Ego y Alter, la racionalidad del acuer­ do en el sentido de Habermas, serían sólo casos particulares de un principio general, y también la teoría de sistemas, con su forma, con

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su distinción entre sistema y entorno, puede anunciar una pretensión de racionalidad.17 De hecho, cada tanto los autores que han revisado la relación modernidad-racionalidad han terminado por descubrir esas preten­ siones de racionalidad en sus propios acercamientos, debido a la necesidad de analizar la unidad de las distinciones empleadas por la semántica misma de la noción. Esto ya habla de la autorreferencialidad que adquiere el tema en la actualidad: sólo se puede hablar de la racionalidad desde la propia racionalidad. La trivialidad de la expresión descansa en su condición tautológica. Lo que no sólo in­ sinúa la importancia de las paradojas para las aspiraciones actuales que buscan enfocar racionalmente las cuestiones básicas que dima­ nan del tema —¿qué es la racionalidad?, por ejemplo— sino que muestran su legitimidad asertiva de manera expresa. Traigo a co­ lación dos aportes ejemplares en los términos de una asertividad productiva en lo tocante al problema tautológico de la racionalidad.

Antropología y retórica: el sujeto como un lado de la distinción En uno de esos pequeños y al mismo tiempo grandes trabajos de Blumenberg —el dedicado a la actualidad de la retórica—, la aper­ tura que introduce se refiere a una interrogación de grandes alcan­ ces: el ser humano, ¿es un ser rico o un ser pobre? Se trata de una interrogación clásica para la antropología, aunque también vale para dirimir los alcances de la retórica en un mundo caracterizado como época de la razón. Precisamente, el concepto hombre que se da por descontado en la interrogación, como si le correspondiera un indu­ bitable estatus evidente para todos, instituye históricamente las po­ sibilidades de autocomprensión y, paralelamente, las vías de acceso al mundo de forma inequívoca. Se trata de dos cualidades anejas a la expresión hombre y que se encuentran en íntima conexión: asu­ mida su capacidad para entender el universo o la realidad natural que le circunda, se deduce una cierta forma o modalidad de com­ prensión de sí. Se entiende que no puede ser a la inversa, pues el 17 N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad... , p. 76-77.

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sujeto cognoscente atiende antes a las potencialidades que se des­ prenden de la asimetría ontológica —la naturaleza como esencial­ mente diferente a la naturaleza humana— y sólo entonces, circuns­ crito ya su papel como sujeto, está en condiciones de responder sobre su propia consistencia interna. Frente a la pregunta sobre cómo puede concebirse la cuestión antropológica central —habida cuenta que no es dable esquivar esa tensión abierta por su doble vertiente, esto es, las potencialidades cognitivas que se despliegan sobre el mundo y la captación de un ser del hombre—, dos posibles perspectivas definen en adelante los tra­ tamientos filosóficos: en el origen el hombre es un ser pobre o un ser rico. "Al hombre le hace creativo el apremio de sus necesidades o bien el trato lúdico con su exuberancia de talentos".18 Dos respues­ tas posibles han encontrado eco en tradiciones de gran autoridad: las posturas originariamente teológicas, por un lado, y aquellas presen­ tes en los planteamientos ya secularizados de la filosofía moderna. Para las primeras, el hombre es consustancialmente un ser dotado de atributos, de un conjunto de cualidades innatas que, además, pueden ser potencialmente desarrolladas. Curiosamente, esas cualidades innatas serán retomadas por los tratamientos epistemológicos convencionales. En tal sentido, habría una riqueza de principio en sus capacidades que incluso las limita­ ciones propias de su existencia terrena no terminan por acotar. Al final del proceso, la reconciliación con las cualidades innatas de las que está dotado debería de significar de modo indiscutible la coin­ cidencia con el origen. Para la segunda postura toda respuesta po­ sible debe asumir la situación inicial de la que parte el hombre, es decir, una pobreza consustancial asociada a la fragilidad de pres­ taciones físicas. Independientemente de las posibles variantes y sus desarrollos futuros, Blumenberg deja ver una tensión caracterís­ tica de la problemática antropológica: aquella que tiene que ver con la dimensión temporal que se imprime en la existencia del hombre 18 "E s un ser incapaz de hacer nada porque sí, o bien el único anim al capaz del acte gratuit. El ser hum ano es definido por aquello que le falta o por el sim bolism o creador con que está alojado en sus m undos particulares. Es el contem plador del universo desde el centro del m undo o el excéntrico expulsado del paraíso a un corpúsculo de tierra sin significado." Hans Blum enberg, "U n a aproxim ación antropológica a la actualidad de la retórica", en Las realida­ des en que vivim os, introd. de Valeriano Bozal, trad. de Pedro M adrigal, Barcelona, Paidós, 1999, p. 114.

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y sus productos y la universalidad necesaria que se deduce de su condición ontológica. Se trata de una ambigüedad básica que va de un polo al otro de la cuestión, de la multiplicidad que se desprende de su dispersión en el tiempo y en la contingencia, a las exigencias que se asientan como criterios invariables por su definición esencial. En otras palabras, relatividad frente a necesidad, singularidad frente a universalidad, condición empírica frente a incondicionalidad trascendental; todo este rejuego precisaría lo que cabe esperar al respecto. Las evocaciones kantianas parecen ser determinantes para los tratamientos filosóficos modernos que han tomado a su car­ go el desarrollo de la cuestión así planteada. Destaco la apreciación de Carlos Mendiola ya citada. Este autor afirma la necesidad de pres­ tar atención, en la propia obra kantiana, a la crucial diferencia que se presenta entre tomar al hombre como existencia inmediata o natura­ leza en sí, o analizar la razón como una operación que se conjuga en juzgar reflexivamente.19 La primera opción es ingenua, pues no pue­ de más que asumir al hombre, ya como naturaleza esencial, ya como sustrato empírico que exige describir de la misma manera el desplie­ gue histórico de sus conquistas. Con ello se proyecta desde uno de los dos polos de la distinción pero nunca desde la unidad de la distin­ ción, es decir, desde la recuperación de su punto ciego. La tradición filosófica entre los siglos XVIII y XX pasa de un lado al otro de la distinción, esquivando la unidad subyacente desde la cual adquiere relevancia el conjunto de tratamientos. Las capacida­ des humanas, ya aludan a un origen de aptitudes racionales, ya a una razón que históricamente se despliega, terminan paradójica­ mente reconduciendo las cuestiones empíricas al incuestionable fundamento trascendental del ser del hombre. Esto acarreó la impo­ sibilidad de salir de la paradoja de un ser que, en el horizonte deci­ monónico, adquirió consistencia histórica, pero que en su dimensión esencial desmentía constantemente sus fluctuaciones y variaciones por el lado de su fundamento incondicionado. Esta suerte de meta­ física de la esencia humana no resultó indiferente para la investiga­ ción histórica, puesto que su consolidación como ciencia del espíri­ tu asentó su pertenencia en un basamento antropológico como el descrito, donde la imposibilidad de resolver la paradoja no pudo 19 Carlos M endiola M ejía, "L a función de la 'razón p ráctica'...", p. 386-387.

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más que expresarse en la problemática de la relación entre el todo y las partes. Así, todavía para la historiografía de las dos primeras décadas del siglo XX, el marco normativo que determinó el ideal de ciencia — el historicismo al estilo de Dilthey— continuó enfrentado al pro­ blema de cómo volver tratable metódicamente la gran variabilidad y extensión de los productos humanos (las partes), cuyas objetiva­ ciones eran susceptibles de ser reconducidas al espíritu productor como estructura esencial (el todo). Ahora bien, la segunda opción planteada por Mendiola —tomar la razón como una operación re­ flexiva— no coincide con los presupuestos antropológicos ni tiene conexión con la ambivalencia entre historicidad de la razón y estruc­ tura interna de la conciencia. Atiende, por el contrario, a la unidad de la diferencia, de tal manera que la perspectiva debe privilegiar la función que cumple para Kant la distinción entre uso teórico de la razón y uso práctico de ésta. A esto es a lo que apunta Luhmann cuando relaciona el problema de la racionalidad con la unidad de las distinciones utilizadas. Esto no quiere decir que con su simple introducción se resuelva o deje atrás la relación consabida entre realidad y racionalidad. Por el contrario, el efecto que introduce es el de una inversión de la temá­ tica respecto a sus tratamientos convencionales, puesto que ahora hace evidente el hecho de que la realidad es producto de una obser­ vación dirigida y determinada por el tipo de distinciones utilizadas. Para una perspectiva como ésta tales diferencias o distinciones sólo pueden ser observadas, a su vez, a partir de la unidad que fundan. Si la situación de partida es sólo la posibilidad de observar uno de los lados —ingenuidad, por tanto, no en términos peyorativos sino estrictamente formales pues excluye al observador—, la observación de la unidad de la distinción es necesariamente un nivel más elevado y complejo de reflexividad manifestada autorreferencialmente. Pero en la dimensión de operación, a contrapelo de las suposiciones ontológicas, no sólo se requiere autorreferencia sino que incluso al nivel procedimental se le exige un nivel de heterorreferencia tal que la muestre siempre como una construcción dependiente de las de­ cisiones internas que el sistema establece. Así, autorreferencia y heterorreferencia se convierten en una distinción producto de un flujo operativo que se sostiene por sí mismo.

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Para Blumenberg se siguen de la interrogación planteada por la tradición filosófica dos maneras de relacionar la verdad con las po­ sibilidades de operar, ya sea desde las capacidades intrínsecas del hombre o desde sus potencialidades desarrolladas de manera his­ tórica. En ambos casos se trata de una racionalidad asertiva que nutre sus juicios con cualidades adheridas a una conciencia que enun­ cia y que se relaciona con la verdad, pero desde concepciones en­ contradas sobre el papel de la retórica. Este conflicto le pertenece a la modernidad temprana, aunque puedan encontrarse referencias en el venerable pasado antiguo que, de ninguna manera, resulta ya vinculante. "La retórica tiene que ver con las consecuencias dima­ nantes de la posesión de la verdad o bien con la perplejidad que resulta de la imposibilidad de alcanzar la verdad."20 Es de sobra conocido que Platón combatió la retórica pues los sofistas se encar­ gaban de sostener la tesis de la imposibilidad de la verdad. La re­ flexión propuesta vendría a ser un correctivo, ya que al desenmas­ carar las pretensiones sofísticas se mostraría el engaño que encubría. Por el contario, Cicerón sostuvo la convicción, asumida desde entonces con gran autoridad, de que la retórica consistía en un des­ mentido a la perplejidad paralizante; por tanto, era demostración antiplatónica porque en realidad esa teoría del discurso oral orien­ tado a la verosimilitud sostenía toda pretensión de los seres huma­ nos respecto a la verdad. Aun cuando se distanciaba de la lógica y del buen razonamiento, la retórica expresaba la connatural orienta­ ción a la verdad que los seres humanos muestran en sus actividades más elevadas, por lo que el atractivo y la persuasión que la retórica añade no restaba nada a la búsqueda de sabiduría y logos. Por eso a la retórica, como conjunto de técnicas para embellecer y adornar las evidencias indudables, le corresponde un lugar privilegiado en el campo de la metafísica occidental.21 Posteriormente y apelando a las expresiones claras y distintas, la tradición cartesiana se encargó de instituir una postura realista a la que le vino bien, más que bien, la afirmación previa de que hay una disposición connatural en el hombre a la verdad, pero agregándole un papel de extrañeza a la retórica. 20 Hans Blum enberg, "U n a aproxim ación antropológica...", p. 115-116. 21 Ibid., p. 118.

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Posteriormente la extrañeza se trastocará en negación directa de una racionalidad que afirma sus nuevos derechos sobre la verdad, más allá de la esfera de la verosimilitud y la persuasión. En tanto existen expresiones claras y distintas que se caracterizan por volver accesible la realidad en términos directos e inequívocos, la retórica es llamada en la modernidad a legitimar por negación a las nuevas modalidades de racionalidad. Ese ornamento se muestra ya superfluo para una voluntad que transita por la senda de la duda metódica y los principios de identidad y claridad que la razón suficiente exige. Declinando sus prestigios antiguos, la retórica se convierte en el elemento opuesto a la búsqueda de la "verdad desnu­ da", de tal manera que por negation demuestra que el mundo es algo disponible para el hombre en dos sentidos complementarios: como espacio de despliegue de sus capacidades cognitivas, o como auto­ nomía plena de la acción humana. El énfasis antirretórico que viene de la tradición cartesiana, las más de las veces interpretado como característica de la modernidad misma en tanto época histórica, introduce la distinción entre con­ ceptos, expresiones que permiten volver accesible lo real por sus cualidades intrínsecas, y las expresiones comunes, idealmente con­ sideradas como problemáticas o, en todo caso, provisionales.22 Las primeras son cognitivas en sí mismas; las segundas, simplemente expresivas, propias de la experiencia estética o de aquellas cuestio­ nes que tienen que ver más con los valores en sentido general. Las primeras aluden a los hechos; las segundas, a la esfera de lo moral y volitivo. Esto no deja de aludir directamente al quiebre de esa racionalidad que establece la disyuntiva entre una modalidad con arreglo a fines y otra que, siguiendo la lógica particular de los valo­ res, se abre a un mundo distinto que busca afirmar sus propios de­ rechos. Pero ya la distancia que opone el mundo de los hechos al mundo de los valores, correlativa a la que media entre naturaleza y espíritu para el siglo XIX, inequívocamente señala a la fractura como más significativa que a los términos mismos enfrentados. De tal manera, dicha fractura puede ser también vista como se­ ñal de otro orden instituido a partir del siglo XvII. La retórica alude 22 Hans Blum enberg, Paradigm as para una m etaforología, trad. y estudio introductorio de Jorge Pérez de Tudela Velasco, M adrid, Trotta, 2003, p. 42.

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directamente al fenómeno comunicativo y, por tanto, al nivel ope­ rativo que le da consistencia y continuidad. De tal modo, ya con esta afirmación estamos fuera del ámbito antropológico del que también tiende a distanciarse Hans Blumenberg, puesto que desarrolla los aspectos más destacados de la condición constructiva implicada en lo simbólico.23 Como los seres humanos no están en condiciones de superar su fragilidad originaria por medio de una racionalidad que los ponga en armonía con el mundo y consigo mismos, su pobreza o su estado carencial primario no puede ser rebasado por atributos cognitivos, morales o teológicos. De ahí que todos aquellos elemen­ tos considerados como sus productos culturales más acabados ex­ presan la imposibilidad de arribar a una verdad sobre las cosas y sobre su propia naturaleza. El énfasis, entonces, se traslada a la lógica productiva que virtualiza lo real pero que también alcanza a la propia consistencia de un sujeto pretendidamente soberano: la síntesis se produce en la noción principio de razón insuficiente, misma noción que parece aludir a un cambio de acento no necesariamente explícito en la obra de Blumenberg pero que desestabiliza la relación sujeto/objeto.24 La noción de operación se refiere a la capacidad de reproducción de un sistema que, si utiliza los propios elementos creados por el sistema, se caracteriza entonces por un funcionamiento autopoiético. En cuanto a esa retórica enfrentada con el tema de la verdad metódica­ mente producida, el elemento básico que se produce en su desplie­ gue técnico es la comunicación. Y su propio cuerpo prescriptivo sabía, con suficiente antelación a la modernidad, que el problema central en este caso es el de la continuación de la comunicación mis­ 23 Hans Blum enberg, "U n a aproxim ación...", p. 124. 24 "L o que une a un concepto y sím bolo es su indiferencia a la presencia de aquello que se encarga de representar. M ientras el concepto tiende potencialm ente a la intuición y sigue dependiendo de ella, el sím bolo, en la dirección contraria, se distancia de aquello que repre­ senta. Puede ser que la capacidad sim bólica haya surgido de la incapacidad de im itar, com o supone Freud; o de la m agia, con su necesidad técnica, m anipulando un fragm ento cualquie­ ra de una realidad para disponer de ella en su totalidad; o de la disposición al reflejo condi­ cionado, en el cual una circunstancia concom itante del estím ulo real asum e y m antiene la fu n ció n del propio estím ulo. Lo decisivo es que este órgano elem ental de relación con el m undo hace posible el alejam iento de la percepción y de la 'p resen tificación' com o libre disponibilidad sobre lo que no está presente. La operatividad del sím bolo es lo que distingue tanto de la representación com o de la c o p ia ...". H ans Blum enberg, "A proxim ación a una teoría de la inconceptualid ad", en N aufragio con espectador. Paradigm as de una m etáfora de la existencia, trad., de Jorge Vigil, M adrid, Visor, 1995, p. 112-113.

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ma.25 ¿Cómo enlazar una comunicación con otra posterior tempo­ ralmente? La plausibilidad servía como tema retórico para enfrentar el reto de cómo hacer probable lo más improbable, mismo problema que se presenta en el ámbito de la verdad científica, aunque en este caso se resuelva a través de medios diferentes. La retórica, como teoría del discurso oral y en una visión evolutiva como la de Luhmann, consistía en un conjunto de técnicas para favorecer la aceptación de la oferta comunicativa realizada en el sustrato medial del lenguaje. De la misma manera que el medio de comunicación ciencia, la retorica era un dispositivo —es decir, un mecanismo técnico profusamente reglamentado— para absorber la inseguridad que tiene lugar en el proceso comunicativo. El nivel de riesgo que comporta se debe a que es un fenómeno profundamente selectivo y contingente que incluye, además, el fenómeno de bifurcación. Como depende de que el re­ ceptor entienda la distinción involucrada entre información y acto de comunicar, se abre la perspectiva de que la continuación de la comunicación pueda darse a partir de dos posibilidades: la acepta­ ción (los síes) o el rechazo (los noes).26 Esta bifurcación impide que el proceso se estanque pues, ya sea el sí o el no la respuesta a la oferta realizada, se articulan los enlaces necesarios en una secuencia temporal para su continuación recursi­ va. Sin embargo, la retórica orientaba las técnicas de la persuasión para facilitar los síes sobre los noes. La elocutio tuvo sin duda un papel importante en el desarrollo de occidente hasta bien entrado el siglo XVII, particularmente en el aspecto de formación y educación de las elites. Pero desde que se vio acompañada de la escritura, la persuasión se enfrentó a un problema central. El discurso escrito supone una profunda discontinuidad espacial y temporal entre acto de comunicar y acto de entender, cosa no presente en los discursos orales; por eso tiende a limitar la capacidad de persuasión aumen­ tando el riesgo de rechazo de la comunicación. Para una cultura 25 N iklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, trad., Silvia Pappe y Brunhilde Erker, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, Alianza, 1991, p. 172-173. 26 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 312.

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como la moderna, que eleva tendencialmente la escritura a modali­ dad comunicativa central, su aporte para enfrentar el reto de la alta improbabilidad que conlleva cristalizó en la aparición de los medios de comunicación simbólicamente generalizados. Siendo la ciencia uno de tales medios, incluye dispositivos su­ plementarios al lenguaje para subsanar la distancia que se abre entre acto de comunicar y comprensión, por lo que la escritura desde su generalización como impreso se encontró directamente con el pro­ blema de cómo alcanzar la comprensión como requisito ineludible para garantizar su reproducción autopoiética. Los mecanismos su­ plementarios en el caso de la ciencia son los programas (teorías y métodos). No es casual que la historia tenga una relación básica e inmediata con la forma reflexiva que se encargó de tematizar la com­ prensión y delimitar en los mejores términos la problematicidad que el texto interpone en el proceso comunicativo: la hermenéutica. Ade­ más, tuvo que dotarse de programas que característicamente se adaptaran a las modalidades operativas de una ciencia que supuso la abrupta ampliación de un espectro de saberes limitados hasta el siglo XVIII a las ciencias naturales. Aparte de estas cuestiones que tienden a particularizar la esfera de las ciencias del espíritu, dos aspectos se destacan con la aparición de los medios de comunicación simbólicamente generalizados. Pri­ mero, al orientarse a partir de mecanismos suplementarios al len­ guaje para tratar de ampliar las posibilidades de aceptación, estos medios generalizados introducen nuevas diferencias que suponen una redistribución de la unidad y la diferencia previa. Segundo, coordinan una cantidad de selecciones que sin esos mecanismos suplementarios no serían relacionables entre sí. La ampliación está en la base de los elementos que caracterizan a los procesos comu­ nicativos: " selección de información, de actos de comunicar y de actos de entender". Esto crea una situación inusual no presente en la típica comunicación oral entre presentes, pues se trata de una gran canti­ dad de elementos acoplados de manera amplia. "Alcanzan un aco­ plamiento estricto sólo a través de la forma que es específica del respectivo medio: por ejemplo, como teorías, modos de amar, leyes, 27 precios."27 ff

27 Ibid., p. 320.

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Positivismo y escatología: la unidad de la diferencia La emergencia moderna de la historia como saber que reclama es­ pecificidad presupone la fluctuación que va de la moral a la ciencia, de la retórica como marco normativo para la representación narra­ tiva al discurso teórico-conceptual y, finalmente, de la oralidad como modalidad comunicativa a la expresión escriturística de una nueva racionalidad.28 El curso general de esta fluctuación, más los dos aspectos que acarrea la aparición de los medios de comunicación simbólicamente generalizados, me llevan al segundo aporte al pro­ blema de la racionalidad moderna como unidad de la diferencia. Se trata de los comentarios críticos que Michel Foucault dedica a la denominada analítica de la finitud. Centrándose en la dualidad entre lo empírico y lo trascendental, propia de la condición humana según postulado central de esta analítica, lo que interesa destacar sobrepa­ sa la discusión antropológica a la que dio lugar. Cabe aclarar que, en mi perspectiva, la ambigua relación entre un sustrato empírico y otro decididamente trascendental adquiere una relevancia más aguda para la disciplina histórica que para cualquier otra forma de saber. La explicación de lo anterior radica en las abruptas discontinui­ dades que supuso la oscilación que la llevó al campo científico, ya que la cultura moderna inaugura una lógica de la fragmentación que distancia en campos opuestos elementos que con anterioridad se 28 Rüsen se detiene en com entar la paradigm ática aseveración de D roysen que opone radicalm ente la escritura com o form a norm ada científicam ente de representar al pasado a la "ob ra de arte retórica". Esta contraposición no es otra cosa que el reconocim iento de la nueva disposición que la historia m uestra en el siglo XIX. Su "cientifización " no sólo requería tom ar distancia de la problem ática m oral, sino que la form a m aterial que adquieren las representa­ ciones históricas debían tam bién asum ir su propia discontinuidad con la literatura, de tal form a que rom pa necesariam ente con la experiencia estética involucrada en al acto de narrar. "L o s progresos m etodológicos de la crítica de fuentes sacaron al asunto del historiador del círculo de com petencia orientadora de la retórica. En la m edida en que la escritura de la his­ toria dependía de una extracción de datos de las fuentes m etodológicam ente asegurada, a la reflexión sobre la particularidad y la tarea de la escritura de la historia le surgieron problem as com pletam ente nuevos. Ya no se ocupaba principalm ente de las form as lingüísticas a través de las cuales se deduce el área de experiencia tem poral en el círculo de la praxis hum ana a partir de criterios m orales de acción, sino de operaciones m etodológicas a través de las cuales se regula y se asegura el conocim iento de esta experiencia." Jorn Rüsen, "L a escritura de la historia com o problem a teórico de las ciencias hu m anas", en Silvia Pappe coordinadora, D e­ bates recientes en la teoría de la historiografía alemana, trad. de Kerm it M cPherson, M éxico, Uni­ versidad Autónom a M etropolitana/U niversidad Iberoam ericana, 2000, p. 237-238.

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encontraban unidos bajo principios morales o teológicos. Pero ade­ más, porque la historia se involucró profundamente en esa novedo­ sa diferencia entre naturaleza en general (que exige formas particu­ lares de conocimiento) y aquellas realidades humanas (la potencia productora del espíritu) que solicitan no sólo adecuación sino crea­ ción de procedimientos metodológicos que respondan a su singula­ ridad. Regresando a las observaciones que formuló Foucault al res­ pecto, me interesa detenerme en los dos tipos de análisis a que dio lugar el duplicado empírico-trascendental. El primero se desarrolla a partir de una explicación del conocimiento tomando como centro el despliegue mismo de la naturaleza, no como objeto de delibe­ ración sino como una suerte de origen por el lado del sujeto. A esta concepción Foucault la denominó "estética trascendental", por las evidentes interpolaciones a las que da lugar. En efecto, este tipo de análisis se eleva desde la dimensión cor­ poral, pasando por el estudio de la percepción sensorial y sus me­ canismos, hasta los esquemas orgánicos y neuromotores. En su de­ sarrollo encontró una explicación del conocimiento humano por sus condicionamientos biológicos y fisiológicos, dando lugar, en su pro­ pia esfera de tratamiento, a un nivel trascendental que es el que determina sus contenidos pero que no podía está desligado del aná­ lisis de sus manifestaciones empíricas. La segunda vertiente se muestra como una historia del conocimiento cuyo elemento articulador fue desde su inicio la "dialéctica trascendental". Se esfuerza este tipo de análisis en mostrar la paciente construcción del conoci­ miento humano desde sus ambientes históricos y culturales. Mos­ trando las pautas de un incremento sustancial en las capacidades cognitivas de los seres humanos, esa historia combinaba también la posibilidad de describir empíricamente sus logros pero desde una prescripción previa de orden trascendental.29 Esta disyunción entre tipos de análisis, que además pueden sos­ tenerse de manera autónoma cada uno de ellos, encuentra su origen en la dualidad establecida entre lo empírico y lo trascendental, pero se singularizan porque ambas la reproducen en su interior, aunque por vías diferentes. El marco general que permite esta situación es, 29 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 310. Las interpolaciones que perm iten diferenciar entre estética trascendental y dialéctica trascendental no se refieren a otra cosa que a la consabida diferencia entre tradición kantiana y hegeliana.

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por supuesto, la oposición naturaleza/espíritu, pero llevada a una configuración tal que alienta la redistribución de la unidad de la diferencia previa, teniendo como efecto nuevas diferencias estable­ cidas al interior de cada uno de los tipos de análisis. La manera en que esa ampliación y profundización diferencial actúa en el sistema ciencia está en relación directa con la posibilidad de estabilizar for­ mas por medio de acoplamientos estrictos, en un contexto donde los acoplamientos realizados de manera amplia sufren también un au­ mento importante. Si el sistema ciencia, independientemente de si son ciencias naturales o sociales, sólo puede comunicar a través del código binario verdad/no verdad, cosa que introduce una restric­ ción aguda por la exclusión de un tercer valor frente a la doble am­ pliación —diferencias y selecciones—, las teorías de la verdad ac­ túan para permitir precisamente los acoplamientos estrictos. En eso consiste la cualidad emergente de las ciencias, situación que permite reducir las inseguridades que ellas mismas producen por medio de una continuada "estimulación de su procesamiento autorreferencial".30 De tal forma, el problema de la verdad alcanza a convertirse en tema de comunicación, siendo éste un nivel dife­ rente al del código binario a partir del cual se puede realizar la atri­ bución de valor correspondiente, porque las teorías que se han arti­ culado presentan un rango de aplicación de criterios formales y específicos mientras que el código funciona bajo el principio de indeterminabilidad de dichos criterios. Así, las teorías de la verdad vendrían a ser formas de autoobservación del sistema ciencia que permite grados de reflexividad sobre su propia forma de codifica­ ción. Al respecto, Foucault señala una nueva "partición más oscura, y más fundamental": se trata de la condición de la verdad misma, colocada ahora en una dimensión que tiende a problematizarla en el sentido de una diferenciación de grandes alcances. Esta diferen­ ciación se operativiza a partir de teorías sobre el estatus discursivo que debe articularse sobre la condición de verdad de los objetos tratados: una cosa es la verdad al nivel de lo empírico y otra al nivel de los discursos. Esa partición, como se reproduce en el ámbito dis­ cursivo, motiva una ambivalencia en su propio estatus:

30 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 481.

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Una de dos: o bien este discurso verdadero encuentra su fundamento y su modelo en esta verdad empírica cuya génesis rastrea en la natu­ raleza y en la historia y se tiene entonces un análisis de tipo positivista (la verdad del objeto prescribe la verdad del discurso que describe su formación), o bien el discurso verdadero anticipa esta verdad cuya naturaleza e historia define, la esboza de antemano y la fomenta de lejos y entonces se tiene un discurso de tipo escatológico (la verdad del discurso filosófico constituye la verdad en formación).31 De tal modo, la variedad teórica manifiesta la lógica de la dife­ renciación sistémica, pero aludiendo a una capa de presupuestos que actúan como definitorios de las posturas y de sus alcances. Ya en sus proyecciones metodológicas se supone que las diferencias se expre­ san en lógicas procedimentales enfrentadas, cada una atendiendo a sus propias determinaciones teóricas y estableciendo criterios estric­ tos respecto a la atribución de valores —verdadero/no verdadero— en concordancia con esas determinaciones. Pero no es así; se trata de una cuestión que el propio Foucault hace notar: tanto una postura como la otra reconocen la validez de la distinción entre lo empírico y lo trascendental. De tal forma que el "positivismo (como verdad del discurso definida a partir de la del objeto)" y la escatología ("como verdad por venir del discurso sobre el hombre") son a todas luces "arqueológicamente indisociables".32 Ambas posturas sólo son maneras divergentes de asumir la misma unidad de la diferencia. Colocando el acento en la indicación de uno de los lados, ya sea en el objeto, ya en el sujeto transido de temporalidad, se incapacitan para volver tema de comunicación la propia unidad subyacente. Pero la cuestión tiene que ver, además, con el nivel donde se produ­ cen estas divergencias teóricas. De entrada, la vertiente positivista instaura la famosa teoría de la verdad como correspondencia, de grandes alcances para la filosofía de la ciencia convencional. Tanto esta propuesta como la contraria, que para todos los efectos deja ver la impronta dialéctica que viene de Hegel, son —o, más bien, fueron — funcionales en su momento para la necesaria autorreflexión de la ciencia, pero su nivel se limita frente a otro tipo de teorías que tienen cualidades para desarrollar procesos metódicos de investigación. 31 M ichel Foucault, Las palabras y las c o s a s p. 311. 32 Ibid.

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Las teorías de ese tipo, designadas por Luhmann como programas en el sentido estricto del término, no están al mismo nivel que las teo­ rías reflexivas de la verdad. Las segundas, junto con los métodos, establecen la capacidad del sistema para ejecutar el código fuente respectivo, en este caso, la código binario verdad/no verdad. En ese sentido, se trata de elementos análogos a los algoritmos, por lo que determinan, a partir de un conjunto de reglas, instruccio­ nes precisas o comandos, esas secuencias que permiten resolver un problema o atribuir sin ambigüedades a una comunicación o a un conjunto comunicativo uno de los valores pertenecientes al código. Las primeras variedades son por tanto metateorías, donde este nivel lógico sólo tiene justificación por relación comparativa con las teo­ rías que dan consistencia operativa a los programas. Las teorías re­ flexivas, como las presentadas por Foucault, tienen valor funcional para el sistema en su conjunto porque se enfrentan directamente al doble problema de la circularidad y la paradoja, siendo ésta una situación intrínseca de la ciencia, es decir, de un sistema que se en­ cuentra operativamente cerrado y que debe reproducir constante­ mente su propia unidad desde la unidad del sistema. El código ver­ dadero/no verdadero permite, en un nivel reflexivo, distinguir la verdad o la no verdad de las teorías que tematizan el código verda­ dero/no verdadero. Como es común para todo código binario, la exclusión de terce­ ros valores conlleva irremediablemente la emergencia de paradojas, puesto que un código cualquiera genera estos fenómenos disrupto­ res cuando los términos involucrados en el código se aplican a sí mismos las atribuciones de valor disponibles. Resulta altamente problemático, tomando en cuenta el código verdadero/no verdade­ ro, decir si la distinción entre ambos valores es a su vez verdadera o no verdadera. El código sólo dispone de dos valores para realizar la atribución, pero en la dimensión reflexiva la situación se complejiza, puesto que ahora debe involucrar una segundo grado que está obligado a reintroducir la binariedad en un nivel posterior a la ob­ servación de primer grado. Pero ya en este nivel la binariedad debe permitir la introducción de la posibilidad negativa —la no verdad— como un valor que trasmuta su cualidad en positiva. Aparentemente, determinar la no verdad como especificación negativa en la esfera más amplia de la operación autopoiética es

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negación de la continuación comunicativa; por el contrario, la atri­ bución de no verdad en el nivel reflexivo supone una cualidad que apoya las posibilidades de recursividad: la observación de segundo orden convierte la negatividad de atribución de verdad en elemen­ to positivo en vistas a las posibilidades ulteriores de comunicación. La acreditación de verdad realizada desde la binariedad del código y en una dimensión de autoobservación reproduce las condiciones fijadas por el código incluso en el nivel superior de reflexividad: su negatividad deja lugar en el tiempo a las comunicaciones pos­ teriores que están orientadas por la codificación previa, sean de primer o de segundo orden.33 La raíz de este doble problema se encuentra precisamente en este aspecto: todo, incluso el propio sistema, se puede observar desde el propio sistema. De esto se si­ guen dos consecuencias. En cuanto el sistema necesita describirse a sí mismo (autorreflexión) sólo lo puede hacer a partir de las diferencias creadas y disponibles por su propia unidad sistémica, lo que lleva al recono­ cimiento de que toda descripción autorreflexiva es incompleta. Sien­ do la autoobservación una cualidad de las distinciones creadas por el sistema, desde ellas mismas no es posible describirlo de manera completa.34 Esto es aplicable incluso a las modalidades de teoría del conocimiento, pero también a la propuesta de una epistemología como autodescripción reflexiva del sistema ciencia, misma que bus­ ca ser legitimada en este escrito para su aplicación regional al caso de la disciplina histórica. De nueva cuenta se genera circularidad: sólo es posible describir la ciencia de la historia desde la propia ciencia de la historia. Pero cuando se afirma que en esa descripción debe ser desarrollado un enfoque histórico como condición asumida por la circularidad, se despliega una paradoja: es necesario utilizar para describir la unidad de la distinción del sistema —por ejemplo, la distinción histórico/no histórico— la propia unidad de la distinción y no otra cualquiera. 33 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social de Niklas Luhm ann, trad. de M iguel Rom ero Pérez y Carlos Villalobos, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente/A nthropos, 1996p. 42. 34 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, trad. Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe segura, bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, M éxico, Universidad Iberoam e­ ricana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/A nthropos, 1996, p. 335.

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La reflexión epistemológica, como toda teoría reflexiva, debe aplicar la distinción observada a sí misma, es decir, sienta las bases para una reentrada de la diferencia basal al interior del sistema. El estatus de las teorías reflexivas cambia abruptamente cuando se deja ver este rasgo de autoaplicación de la distinción en su propio cuerpo reflexivo. De ser consideradas convencionalmente como teorías nor­ mativas —cuya fuerza vinculante radicaba entonces en el conjunto de reglas derivadas gracias a la rigidez de una lógica estricta apli­ cada— en la actualidad las teorías definen su rango reflexivo por el ejercicio constante de una descripción del sistema realizada desde las propias operaciones del sistema. De tal manera, estas teorías reflexi­ vas están determinadas por semánticas históricas.35 Dicho desarrollo consiste en una conquista evolutiva que desemboca en la aparición de teorías como las descritas y cuya transformación ha corrido de manera paralela a la profundización de la diferenciación social y a la emergencia de sus rasgos funcionales. Esto mismo aporta un mentís a la presunción de que génesis histórica y validez científica son elemen­ tos opuestos, dado que cada una de ellas está determinada por ele­ mentos que contrarían la posible unidad de sus diversas lógicas. La primera afirma su proceso de evolución sin determinar la forma o el contenido debido a la variación; la segunda se dirige sólo al contenido para el que resulta indiferente el proceso de consecu­ ción de su estado presente. Sin embargo, la reciente aparición de teorías que se conectan directamente con sistemas funcionales dife­ renciados, siglo XVII en adelante, con una intensificación y prolife­ ración importante en el XIX, permite sostener la hipótesis de que son mutuamente dependientes tanto los sistemas sociales que se insti­ tuyen desde una "diferenciación primariamente funcional" como la necesidad aumentada de reflexión. La diferenciación funcional con­ creta la aparición de "sistemas parciales autónomos" que se repro­ ducen a sí mismos a partir de comunicaciones. A esta diferenciación social le sigue una diferenciación de las semánticas y de las teorías que se encargan de "interpretar la propia autopoiesis, ordenar el espacio combinatorio ganado, y conducir la paradoja de la constitu­ ción autorreferencial en descripciones más manejables".36 Pero el 35 Ibid., p. 337. 36 Ibid, p. 342. M ás adelante, en la m ism a página, Luhm ann realiza el siguiente com en­ tario: "E so ya no puede hacerse bajo fórm ulas sociales de totalidad, com o por ejem plo la vida

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problema, tanto de la circularidad como de la paradoja, parece blo­ quear las posibilidades de ulteriores observaciones: al restringir abruptamente la recursividad comunicativa se limita con ello la ca­ pacidad de reproducción autopoiética. Esta situación es común a todos los subsistemas funcionalmente diferenciados. En general, en el sistema ciencia —del cual la historia viene a ser un subsistema igualmente funcional— debe existir un mecanismo que supere la circularidad y la paradoja para permitir su operacionalidad. Máxime que esta cualidad está en relación con el sistema social en su conjunto, por lo que la ciencia continuamen­ te debe justificarse frente a otros ámbitos como la política, el derecho o la religión. Luhmann se refiere a este problema en los siguientes términos: Así es como surgen las teorías de la reflexión, de la cognición, de la ciencia. Se ocupan de la tarea de desplegar la autorreferencia del siste­ ma, de volver asimétrica la circularidad, de designar el símbolo verdad que corre al interior del sistema mediante un término fijo (precisamen­ te: ¡verdad!) y de condicionar su uso. La capacidad de enlace en el sistema expresa así, sustituyéndolo, lo que de otra manera no podría expresarse: la unidad del sistema en el sistema.37 Las teorías reflexivas permiten la reproducción autopoiética porque resuelven la circularidad y la paradoja introduciendo asi­ metrías. Esta forma de resolución se aplica, también, frente a la ampliación diferencial —las nuevas distribuciones de la unidad y la diferencia—, además de solventar la necesidad de estabilizar aco­ plamientos estrictos, cuestiones que se hicieron notar a partir de Foucault y su revisión crítica de las teorías de la verdad. Estas mo­ dalidades de resolución de la circularidad y la paradoja son históri­ camente variables pues se constituyen en semánticas, es decir, en sistemas conceptuales que cada sociedad establece en referencia al sentido. Por tanto, las semánticas tienen que ver con la selección de buena, que de hecho eran válidas sólo para las clases altas, expresando su función de representatividad de la sociedad en la sociedad. Ya no existe tal representatividad. N ingún sistema funcional puede exigir, a costo de otros y m ás que otros, representar la sociedad en la socie­ dad. Eso, a su vez, significa que se excluya una integración teórica de aquellas autodescripciones específicam ente sistém icas, ya que cada sociedad describe únicam ente desde el punto de vista de su propia función." 37 Ibid., p. 336.

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los contenidos referidos y con la conservación de esos contenidos que las sociedades consideran necesarios para su autodescripción.

Sentido y teorías reflexivas: la asimetrización Las comunicaciones científicas, como cualquier otra comunicación simbólicamente estructurada en la sociedad, sólo pueden tener lugar en el medio sentido. Por un lado, esto implica la necesaria selección frente a una esfera de muchas posibilidades; por otro, que el sentido se conecta con el sentido por lo que debe encontrarse una interrup­ ción de esta cadena que puede seguirse al infinito. Este doble aspec­ to, propio del fenómeno social del sentido, es enfrentado con la introducción de diferencias específicas en los tres niveles en los que se despliega la generalización de comunicaciones en el medium del sentido. De ahí que, en términos generales, la modalidad de asi­ metrización propia de la reflexión se realiza en una dimensión de despliegue temporal, en la diferenciación misma que se autorreproduce y en el ámbito de la estabilización de observaciones.38 Esto es, asimetrización histórica o evolutiva, asimetrización entre autorreferencia y heterorreferencia y asimetrización en las comunicaciones/ observaciones; tres niveles que se corresponden con las tres dimen­ siones del sentido. En el primer caso, se trata de distinguir con claridad un antes y un después. Como ejemplo pertinente se encuentra el concepto mismo de movimiento o, para una situación actual, la distinción entre pasa­ do y futuro. En la segunda, la "dimensión material" para Luhmann, se introduce la distinción entre un interior y un exterior de la forma; su representante más sobresaliente es la doctrina de las categorías. 38 "E n la práctica de la investigación científica, se parte con suficiente certeza del estado de la investigación, es decir, se confía en la asim etría históricam ente dada. Adem ás, se ahorra u n concepto de unidad del sistem a en el cual opera por m edio de una orientación contextual. N unca es necesario problem atizar todo (incluyendo las teorías y m étodos), sino que se en­ cuentran suficientes puntos de apoyo para que las operaciones que son necesarias en cada m om ento, se puedan justificar com o investigación científica —y no com o cualquier otra cosa." Ibid. De tal m odo es posible considerar que la práctica historiográfica, de la cual se hacen depender elem entos insustituibles para la investigación histórica (m étodos, teorías, hipótesis, variables explicativas, tratam iento de fuentes, etcétera), es una m odalidad de construcción de asim etrías que perm ite a la propia disciplina resolver su específica circularidad y su particu­ lar paradoja.

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Finalmente, en la dimensión social o comunicativa, la diferencia entre Ego y Alter configura lo propio de una atribución del acto de comunicar. Estas tres dimensiones del sentido están ya formuladas de manera asimétrica al grado de no ser susceptibles de reconver­ sión o de superación dialéctica.39 Como se plasman en teorías y sis­ temas conceptuales, su cualidad reflexiva consiste en producir ob­ servaciones de segundo orden por medio de las cuales el sistema se autodescribe. Por tanto son fenómenos contingentes sin cualidades normativas para el propio sistema más allá de la función que cum­ plen: crear asimetrías. Pero esto ya supone una generalización del sentido que se conecta con la capa más amplia de la reproducción autopoiética. Así, la dimensión temporal se acopla con la evolución del siste­ ma articulando los respectivos horizontes de pasado y futuro. Como sólo es posible definir estos horizontes desde el presente, el sistema combina dos modos en los que dicho presente se puede determinar. El primero se corresponde con la cualidad de irreversibilidad de las transformaciones, por lo que alienta una particularización de los eventos de manera puntual. Por otro, el presente adquiere durabili­ dad más allá de los eventos puntuales, apuntando con ello a la po­ sibilidad de logar reversibilidad en el encadenamiento. La primera modalidad transforma constantemente el futuro en pasado, mien­ tras el presente que dura garantiza la observación de situaciones que son más duraderas que los eventos. De tal manera, su combinación compleja permite distinguir entre estructura y proceso, atendiendo ya sea a la duración de una situación temporal, ya a la secuencias de eventos momentáneos que se suceden unos a otros. Así, la investigación histórica ha podido transitar de un polo al otro. Primero se presentó un tipo de análisis procesal que puso el acento en la secuencialidad de eventos que son descritos en su pasar hacia el futuro (hechos). Como los hechos pueden mensurarse en su 39 Las dim ensiones del sentido form uladas de esta m anera están ya representadas de m odo asim étrico. Lo que se distingue no puede cam biarse. Lo "in terio r" nunca es "exterio r", "a n te s" nunca es "d esp u és"; Ego nunca es A lter, en cuanto que la operación sucesiva (pero precisam ente sólo m ediante el em pleo del tiem po), de vez en cuando, puede cam biar la dis­ tinción de tal m anera que lo que antes era "in terio r" ahora es "exterio r", etcétera. U n sistem a de la sociedad que al realizar su autopoiesis produce form as en el m edium del sentido, debe operar en estas tres dimensiones. Niklas Luhm ann y Raffaele de Georgi, Teoría de la sociedad..., p. 440-441.

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corta durabilidad, lo decisivo se mueve hacia la propia secuencia como enlaces de eventos; de ahí que el problema central fue explicitar las conexiones posibles entre hechos. Esto incluso dio pauta a la introducción de una cadena secuencial al estilo de la relación causa/ efecto como estrategia explicativa concordante con la irreversibilidad del proceso. Aquí la referencia central en su momento fue la histo­ riografía historicista: el ideal de historia que pudo instituir recogía en términos teóricos y metodológicos esta perspectiva secuencial. En cambio, el análisis de la durabilidad ligada al análisis de las estruc­ turas se sostiene por un presente extendido. Es en este ámbito tempo­ ral donde la articulación de elementos, más que el encadenamiento de eventos o hechos, se convierte en aquello que debe ser explicado, por lo que no es ya necesario acudir a la relación causal típica. El ejemplo más acabado es sin duda la Escuela de los Annales, pero puede ser generalizable a la historiografía de mediados de siglo XX. Ambas dimensiones se determinan una a la otra, donde la pun­ tualidad del evento y la duración estructural permiten tratar la re­ lación del presente con el pasado y con el futuro del sistema.40 Por otro lado, la dimensión material de sentido se acopla con la diferen­ ciación de los sistemas mismos, de tal modo que permite distinguir entre un lado interno y otro externo, pero como horizontes pertene­ cientes al propio sistema. Esta distinción se aplica a temas o a cosas. Así, la distinción sistema/entorno es asimilada de modo reflexivo y permite al observador atribuir un elemento al sistema mismo (auto­ rreferencia) o al entorno (heterorreferencia). Se trata de reducciones de la complejidad que actúan desde la identidad del sistema obser­ vado para permitir conexiones con las operaciones sucesivas. En este nivel, el sentido se convierte en procesamiento conforme a diferen­ cias que son manejables internamente y cuya operatividad está en relación con la posibilidad de ser expresadas conceptualmente. Sus remisiones están enfiladas a los horizontes constituidos por el sentido, uno hacia el interno y el otro hacia lo externo, pero de ninguna manera lo objetivo sería cualidad de uno de los dos, por lo que la elección se presentaría crucial. Se trata necesariamente de "dos horizontes que intervienen en la constitución objetiva del

40 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 96-97.

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sentido".41 Finalmente, la dimensión social se conecta con el prin­ cipio de la comunicación, por lo que se introduce en la interlocución establecida entre Ego y Alter. Atiende, por tanto, al hecho de que uno y otro se consideran observadores que se comportan de mane­ ra contingente e imprevista, donde la dependencia recíproca (doble contingencia) constituye propiamente el carácter social de la dife­ rencia Ego/Alter Ego. Aquí el problema central se refiere al consen­ so o al disenso como oposición constituida por lo social y no a la inversa. También toca la cuestión del tipo de selecciones posibles de ser atribuidas a cada instancia de la interacción: como vivencia o como actuar. Estas tres dimensiones expresan una "descomposición primaria del sentido", por lo que lo decisivo es su recombinación posterior.42 Las teorías reflexivas son, por tanto, formas de recombinación de esas tres dimensiones básicas del sentido. Como se encuentran constituidas en la esfera del sistema ciencia —un medio que permi­ te la generalización simbólica— sus cualidades están delimitadas por la posibilidad de atribuir una pluralidad de elementos a una unidad y a su simbolización. Esto se explica por la imposibilidad de un sistema de describir punto por punto, con toda minuciosidad, las amplias redes de elementos y sus relaciones combinatorias, por lo que es necesario introducir un elemento simbólico que articule las unidades más generales. Este elemento sólo simboliza la constela­ ción y no las propiedades de las cosas en su multiplicidad. La noción de generalización manifiesta la capacidad que tiene un sistema para tratar la pluralidad de referencias a partir de una unidad, por lo que está presente en todas las dimensiones del sentido. Dos tipos de funciones se desprenden de esta referencia unifica­ da. Primero, la generalización permite relacionar las diversas di­ mensiones del sentido y hacerlas accesibles en cualquier momento desde cualquiera de ellas. Así, problemas específicos tratados desde una de las dimensiones de sentido pueden abordarse aplicando la generalización sin tener que volverlo tema para las otras dimen­ siones. Segundo, la generalización resuelve todo los problemas ló­ gicos al incluirlos en una referencia unitaria, alcanzando con ello "el 41 Ibid ., p. 96. 42 Ibid ., p. 95.

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carácter de una cerradura autorreferencial", de tal manera que las contradicciones o las paradojas no paralicen la operación del siste­ ma, sino que puedan adquirir también sentido en esa misma dimensión.43 Ambos rasgos propios de las generalizaciones simbólicas están presentes en las teorías de la verdad comentadas por Foucault. En el caso de la perspectiva positivista, la dimensión de sentido que la articula de manera determinante es la material, por lo que se desarrolla a partir del doble horizonte de lo interno y de lo externo. La internalidad permite identificar las propiedades de los objetos — esas propiedades que configuran la verdad del mismo y que son recuperables en la esfera del discurso—, pero también registra el origen trascendental de las representaciones científicas por el lado del sujeto. Los objetos identificados son igualados al conjunto de propiedades describibles, por lo que pueden condensarse a través de la repetición de esos elementos sin necesidad de volver a describir el conjunto de sus propiedades. Mientras, el sujeto trascendental se eleva a tema al ser recuperado por los enlaces comunicativos en el propio sistema funcional y el sistema social más amplio, por lo que estabiliza un consenso sobre el papel central de un sujeto trascen­ dental que no se cuestiona y que alcanza autonomía respecto a la temporalidad secuencial. El presente ampliado de la operación en la que dicho sujeto despliega sus capacidades alcanza importancia crucial. Mientras, la postura escatológica alienta el sentido de una his­ toricidad desde la dimensión temporal en su horizonte irreversible, por lo que es concordante con la problemática sustentada desde la filosofía de la historia clásica. Como la historia humana que se des­ pliega sigue un orden racional describible, es posible acceder a la lógica integral del proceso. En este caso, la consistencia teleológica de esa proyección de futuro como campo de posibilidades requiere de un acento en el proceso histórico más que en la descripción de estructuras: la dimensión de sentido temporal actúa como elemen­ to de desvelamiento del sentido global de la historia humana. En ambas posturas las instancias internas, es decir, las que permiten realizar las identificaciones necesarias, introducen el efecto contrario desplazando aquellos elementos con los cuales se oponen las iden­ 43 I b id , p. 111-112.

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tificaciones y que corresponde a los lados negados. De modo tal, para efectos operativos la negatividad se trata como trasfondo o entorno, situación que muestra una implicación central para la te­ mática de la racionalidad: un mundo altamente complejo y diferen­ ciado como el moderno no es aprehensible en su amplitud para la observación sistémica. De ahí la exigencia de selección, donde cada referencia seleccio­ nada muestra la propia contingencia del mundo. La constancia que se despliega con esa introducción de contingencia irrebasable es precisamente ésta: ese mundo puede también ser de otra manera. La relación planteada en términos de necesidad entre formas de racionalidad y acceso a la verdad del mundo —entre racionalidad y realidad— se diluye, lo que indica la generalidad de un cambio donde el papel del saber histórico no es el de un mero auxiliar. La pérdida de la racionalidad como unidad sustancial (lo bueno, lo verdadero, lo bello), anunciada por la obra kantiana, introduce una diferenciación que no ha cesado de incrementarse, impulsando pa­ ralelamente la exigencia de criterios de selección que van adqui­ riendo gran importancia. Los medios de comunicación simbólica­ mente generalizados —particularmente el medio de comunicación ciencia— concentran esta transformación en su seno y delimitan —en el sentido formal, esto es, establecen lo cortes necesarios para configurar un campo— de lo que cabe esperar respecto a la noción misma de racionalidad. De entrada, como lo ha demostrado Blumenberg, dicha noción no está en consonancia con la captación de un sujeto particular, el hombre racional, que en sus atribuciones naturales reencuentra a cada paso el impulso central de su desarrollo en el uso de esa facul­ tad central. Tampoco en la impronta de una razón humana que, partiendo de la dualidad empírico/trascendental, diluya las barre­ ras para acceder a la verdad de sí mismo y de su mundo. La noción de racionalidad, desde la revisión llevada a cabo aquí de algunas de sus diversas semánticas, alude en la actualidad a la capacidad de autoobservación social. Racional es por tanto un sistema que alcanza evolutivamente la capacidad de reflexión, esto es, de observase a sí mismo como distinto del entorno y de orientar el conjunto de operaciones a partir de la unidad de tal distinción. Resulta que la for­ ma de esa autoobservación y el contenido de la capacidad reflexiva

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descansan en el fenómeno de la comunicación. La racionalidad está, por tanto, en relación directa con la posibilidad de garantizar la continuidad de la comunicación como proceso social global.44 No otra cosa se manifiesta cuando de la afirmación acerca de constitución histórica de la razón se sigue, como consecuencia, el análisis del conjunto de formas que permiten que sea experimenta­ da como una particular forma de realizar operaciones. Incluso esa cualidad está ya presente en el propio ámbito de esa discursividad que, por momentos, se ha considerado como su rasgo más notorio y que finalmente es reconocido también como una operación. Mien­ tras que en esos mismos discursos se alientan autoobservaciones que muestran una situación de diferenciación no remontable y una exi­ gencia de altos estándares de selectividad para su continuidad recur­ siva, esos estímulos reflexivos son invaluables para las ciencias y sus formas operativas. Así, desde una gran variedad de discursos, filo­ sóficos, sociológicos, antropológicos, históricos, se desliza el quiebre 44 Presento dos citas donde G adam er lo expresa con otras palabras, dejando traslucir dos cuestiones im portantes que coinciden con el sentido de lo expresado arriba. Prim ero, la necesidad de una capacidad reflexiva que sobrepase al sujeto consciente y, segundo, la con­ dición de este sobrepasar sólo puede estar asegurada por el lenguaje com o m edio de com u­ n icación, el elem ento infinito al que puede aspirar un ser finito. A m bas se un ifican en la consideración de que el lenguaje, com o com unicación, es nuestro único acceso al m undo: "Y es que el concepto de espíritu, tal com o lo retom a H egel de la tradición cristiana del espiritualism o para despertarlo a una nu eva vida, sigue constituyendo la base de toda crítica del espíritu subjetivo, que la experiencia de la época poshegeliana nos ha asignado com o tarea. Este concepto de espíritu, que trasciende la subjetividad del yo, encuentra su auténtico corre­ lato en el fenóm eno de la lengua, que hoy en día está cada vez m ás en el centro de la filosofía contem poránea. Sucede así que el fenóm eno de la lengua, frente al concepto de espíritu acu­ ñado por H egel a partir de la tradición cristiana, presenta la ventaja, adecuada a nuestra finitud, de ser infinito com o el espíritu y, sin em bargo, finito com o cualquier acontecim iento", Hans-Georg Gadam er, "L o s fundam entos filosóficos del siglo X X ", en Gianni Vattimo (comp.), La secularización de la filosofía. Herm enéutica y posm odernidad, trad. de Carlos C attroppi y M ar­ garita N. M izraji, Barcelona, G edisa, 1998, p. 112. La otra cita es: "E l lenguaje no es un m edio m ás que la conciencia utiliza para com unicarse con el m undo. No es un tercer instrum ento al lado del signo y la herram ienta que pertenece tam bién a la definición esencial del hom bre. El lenguaje no es un m edio n i una herram ienta [...]. El conocim iento de nosotros m ism os y del m undo im plica siem pre el lenguaje, el nuestro propio. Crecem os, vam os conociendo el m un­ do, vam os conociendo a las personas y en definitiva a nosotros m ism os a m edida que apren­ dem os a hablar. A prender a hablar no significa utilizar u n instrum ento ya existente para clasificar ese m undo fam iliar y conocido, sino que significa la adquisición de la fam iliaridad y conocim iento del m un d o m ism o tal y com o n os sale al encuentro", H ans-G eorg Gadam er, "H om b re y leng u aje", en Verdad y m étodo II, 3a. ed., trad. de M anuel O lasagasti, Salam anca, Síguem e, 1986, p. 147-148. La filosofía posterior, desde luego, tuvo que sacar las consecuencias m ás radicales para llevar el tem a de la racionalidad al plano com unicativo a partir de postu­ ras com o las de Gadam er.

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de una racionalidad sustancial ya no accesible directamente como tal. Lo sería, pero ahora sólo como dogma devaluado en el horizonte de una suerte de historia conceptual, empresa que debería mostrar las discontinuidades semánticas del concepto de racionalidad. Lo que genera el quiebre en la gran tradición occidental de la razón es la consabida introducción, al interior de los subsistemas científicos, de la distinción social básica respecto al entorno, por más que los vocabularios sigan en consonancia con ecos metafísicos o con aquellas problemáticas afines a la naturaleza humana. Esta reen­ trada de la distinción basal permite trasformaciones de sus estruc­ turas por medio de una estabilidad dinámica que asegura el paso de una operación a la otra por medio de la selectividad de enlaces. Pero en el caso de las teorías reflexivas, dicha cualidad se logra por medio de la introducción de asimetrías como discontinuidad de las propias operaciones. Con el cambio estructural resultante, el sistema está en capacidad de aprender y, por tanto, en posibilidades de generar informaciones sobre sí mismo. La autodescripción reflexiva no pue­ de más que presentarse para el sistema ciencia como expresión de una inseguridad de origen, a diferencia de las teorías de la verdad, pues está enfilada a la autoimplicación. No vuelve tema la unidad de las ciencias, sino su identidad: la ciencia es lo que es como uni­ dad, únicamente porque por no es jamás lo que no es.45 Se trata de expresar, con otras palabras, la consabida unidad de la diferencia —en este caso, la unidad del código verdadero/no verda­ dero—, señalando enfáticamente que la reflexión sólo puede obser­ var desde dicha unidad sin poder acreditar a sus propias delibera­ ciones un estatus de seguridad última sobre su verdad o sobre su no verdad postulada. De nueva cuenta, la racionalidad es la capa­ cidad de autoobservación del sistema; esta capacidad está expresa­ da en las cualidades de una reflexión que se dirige al problema de cómo el sistema se observa a sí mismo desde la misma distinción utilizada de manera primaria. Pero con ello el sistema agrega algo más: se observa a sí mismo desde la unidad de la distinción, y tam­ bién observa tal distinción como contingente y con ello genera in­ formaciones necesarias. Éstas son eventos que definen y seleccionan 45 "V iénd olo bien, la identidad de un sistem a es en últim a instancia una paradoja: es lo que es, solam ente por no ser lo que no es. Es la unidad de una diferencia, en la cual ella m is­ m a aparece com o u n id ad ", N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad.. ., p. 345.

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estados del sistema, afectando la posibilidad de la selectividad estructural; las informaciones desembocan, finalmente, en transfor­ maciones. En suma, importa destacar para el tema de la racionalidad que aquellos juicios que pueden ser considerados como tales, es decir, racionales, lo son en el sentido no de recuperar datos o informacio­ nes sobre estados externos del sistema, sino que están orientados a gestionar internamente la distinción autorreferencia/heterorreferencia. Por tanto, racional es la operación que condiciona las obser­ vaciones posibles de ser formuladas a partir de su propia diferencia con el entorno. Al ser procesada al interior del sistema, esa diferen­ cia es la que permite aludir a la autorreferencia o a la heterorreferencia. Distingue al sistema sólo en su distinción con el entorno, manteniendo en las observaciones la diferencia entre alusiones in­ ternas y externas. Las irritaciones son susceptibles de ser captadas cuando internamente se tramitan como informaciones sobre el en­ torno sin poder llegar a ser datos captados directamente sobre la realidad externa. La racionalidad, como puede notarse, está en relación directa con la capacidad del sistema de reproducirse autopoiéticamente, siempre a distancia de un entorno cada vez más improbable, pero cuya presuposición debe reforzar la irritabilidad en su particular operación de reproducción.46 Estos comentarios establecen los ras­ gos de la noción racionalidad operativa, destacada cada vez más en los estudios especializados sobre el trabajo cognitivo de las ciencias, y que tiene la cualidad de dirigir la cuestión directamente a los ele­ mentos funcionales que la determinan. Desde luego, se trata del desplazamiento ejecutado entre una racionalidad vista como capa­ cidad mental de los individuos, a otra semántica que la subsume a las capacidades de un sistema para reproducirse a sí mismo. Esto se puede sintetizar al nivel de un cambio agudo de perspectivas histó­ ricas: si hasta el siglo XIX sólo se podía plantear el asunto interro­ gando al qué de la racionalidad, desde la segunda mitad del siglo XX se atiende prioritariamente al cómo opera la racionalidad. No se trata de un cambio en la naturaleza de la racionalidad, sino de una diferencia en cuanto al nivel de observación sobre el 46 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social..., p. 134.

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concepto. Esto es, el cambio de perspectivas supone el paso de una observación de primer orden a una interrogación (cómo opera), que sólo se puede plantear desde un nivel de observación de segundo orden.47 Este cambio afecta el estatus de la disciplina histórica, de tal modo que puede ser catalogada como una típica empresa racional sí y sólo sí muestra las cualidades necesarias para asegurar su propia reproducción, sin tener que acudir a elementos externos. No es un dictamen de valor sobre las bondades del conocimiento que produce, sino una descripción de las condiciones a partir de las cuales se re­ produce como sistema operativo. En aquella transición particular, por la cual deja de ser una manera de moralizar las conductas pre­ sentes y se convierte en saber científico, se impulsan sus rasgos de empresa racional y reflexiva ya en el horizonte del siglo XIX. Por otro lado, las características de esta noción se encuentran en consonancia con una restricción de la teoría de sistemas ya mencio­ nada. Como todo sistema recursivo, gracias a la cerradura operativa se encuentra incapacitado para observar la unidad del sistema des­ de el exterior, de forma tal que la diferencia utilizada sólo permite constatar lo que distingue una cosa de otra, pero no al sistema en su conjunto. El fenómeno de limitacionalidad consiste en marcar acota­ ciones precisas a las formas de la operación con el fin de establecer la posibilidad de rechazos y afirmaciones (frustración/confirmación de expectativas). En este punto, la arbitrariedad es contenida porque las operaciones internas admiten sólo aquello que puede ser interrelacionado comunicativamente. Se entiende que las elementos inter­ nos del sistema ciencia, teorías e hipótesis, lenguajes conceptuales en todo caso —los programas definidos por Luhmann—, están interrelacionados a partir de la selección de los enlaces comunicativos, de manera que el conocimiento científico presenta una estructura 47 "L a transform ación de las preguntas sobre el cóm o (que sólo se pueden hacer en el nivel de la observación de segundo orden) en preguntas sobre el qué es el m ecanism o más im portante de la desparadojización de la observación. Al m ism o tiem po es un proceso que vuelve invisible la paradoja, o por lo m enos así le parecería al observador de segundo orden. El observador que pregunta qué, el observador de prim er orden, n i siquiera tiene este proble­ m a, sino que ve desde el principio sólo lo que ve (y no cóm o ve) [...]. La revolución kantiana que se aprecia quizás m ejor en el prólogo a los Prolegóm enos para una m etafísica fu tu ra, consis­ te en la sustitución de preguntas sobre el qué por preguntas sobre el cóm o, independiente­ m ente de que se acepte o no la m anera en que el propio Kant se sustrae posteriorm ente a los problem as de la autorreferencia y la paradoja m ediante la diferenciación entre lo em pírico y lo trascendental." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 75.

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orientada a la formación de nuevos conocimientos codificados. Pre­ cisamente por lo anterior, y como toda observación, utiliza un es­ quema de diferencia donde la unidad de la misma es definida por el propio observador y no por el objeto mismo. La contingencia de toda observación no puede ser superada por una suerte de metaobservador que observe directamente y desde el exterior su propio en­ torno como realidad describible. Se diluye históricamente el presupuesto de un mundo existente y único para todos los observadores posibles. Cuando se desconta­ ban los problemas de legitimidad, y con ello se mostraba este pos­ tulado ontológico como indubitable, entonces los juicios sobre dicho mundo podían ser garantizados por un sujeto dotado de atributos suficientes para definirlo con propiedad o, antes bien, porque el mundo mismo se dejaba traslucir incluso en descripciones erróneas y, por tanto, susceptibles de ser corregidas. Como estamos en una situación cultural que sólo acepta observaciones de segundo orden, se hace evidente que los esquemas de observación son producto de una selección. Con esto queda siempre latente el hecho de que se pueda adoptar otro esquema igualmente relativo, es decir, que se está imposibilitado para justificar de manera absoluta la selección realizada.48 De forma contraria a la cualidad del metaobservador, aquello que los sistemas autopoiéticos están en posibilidades de observar depende directamente de sus propios elementos y configuraciones, sin aportar garantía última alguna sobre su verdad o sobre su con­ sistencia de validez. Tomando como postulado central que el sistema ciencia—como cualquier otro sistema social (la política, el derecho o la economía)— responde a límites precisos por ser un sistema autocondicionado, esto no significa que no pueda asumir modalidades de clarificación sobre aquello que está al interior del límite. Si bien, lo que queda fuera de dicho límite no puede ser tratado a partir de los mismos elementos de condicionalidad, se mantienen como inobservables sólo hasta que no se transite hacia otro esquema de observación, pues los mismos condicionamientos están sometidos a reflexividad. En buena medida, la noción racionalidad en la teoría de los sistemas sociales hace depender su legitimidad de su aptitud para poner 48 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales.., p. 478-479.

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límites: en eso consiste precisamente la prescriptividad de la dife­ renciación; por eso el concepto de racionalidad operativa supone ne­ cesariamente el plural. Decir, por tanto, que las teorías y los sistemas conceptuales que son autorreferenciales para las propias ciencias se legitiman en la medida en que alientan la autorreproducción sistémica es afirmar su condición de falibilidad. Un juicio es racional —y esto ya era una dimensión reconocible en la propia formulación kantiana— en tanto es susceptible de ser criticado y justificado desde una pretensión de validez que no pue­ de alcanzar condición universal y absoluta. Pero ya en la considera­ ción de que puede ser rechazado o aceptado se reconocen sus cua­ lidades autorreferenciales, pues el juicio delimita las esferas de su propio tratamiento: la racionalidad descansa en juicios, pero los juicios pueden ser racionales o irracionales, generando con ello la problemática de la circularidad tautológica. Agravada por el hecho de que sólo es posible dictaminar sobre la racionalidad de un juicio o su irracionalidad, desde otros juicios que pueden ser a vez racio­ nales o irracionales, según el mismo esquema binario.49 Pero ello no es un obstáculo para resolver la circularidad y el despliegue de la paradoja, cuando el reingreso de la forma en la forma puede ser interpretada reflexivamente. Precisamente, la ciencia de la historia es una empresa racional sólo cuando su despliegue se produce como racionalidad operativa, lo que significa que está capacitada para asegurar su reproducción autopoiética. Así, el momento en que es posible observar la unidad de la di­ ferencia desde la lógica de sus propias operaciones marca el umbral de resolución de aquella oscilación entre moral y conocimiento cien­ tífico al que se vio enfrentada desde el siglo XVIII. El continuo involucramiento de la historia en el campo científico —su conversión en 49 Cuando H aberm as hace depender de una teoría de la argum entación la cualificación de los juicios com o falibles, es decir, susceptibles de crítica, precisam ente introduce la circularidad. A unque en este caso se trataría de un "enjuiciam iento objetivo" de las pretensiones de validez adscritas a las em isiones que se han vuelto dudosas. Lo anterior quiere decir que en los desacuerdos debe operar un m ecanism o "m ás exigente de com unicación" propio de la argum entación. Pero tam bién en los casos contrarios a los disensos se requiere de la argu­ m entación, pues en los "procesos de aprendizaje" de todo tipo, incluyendo los conocim ientos teóricos, se observa la centralidad que el desem peño discursivo tiene en ellos. Jürgen Haberm as, Teoría de la acción comunicativa. 1. Racionalidad de la acción y racionalización social, versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 2002, p. 43.

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sistema que opera en el medio de comunicación verdad— se trami­ tó desde ese doble cierre ya mencionado (operativo y cognitivo), pero en una situación por la cual fue posible observar, en su interior, la diferencia con el entorno. Así, esta diferencia es posible instru­ mentarla en las propias investigaciones históricas como distinción entre autorreferencia y heterorreferencia. En el nivel de las opera­ ciones, dicha reentrada de la forma en la forma adopta todos los enlaces posibles como modalidades de mantenimiento de la distin­ ción con el entorno, mientras en las observaciones se convierte en funcional la distinción entre referencia interna y referencia externa como atribución producida desde el sistema. Por tanto, ese sistema que es la ciencia histórica se autoexcluye "operativamente del entor­ no" y al mismo tiempo se "incluye observacionalmente en él", por lo que está capacitado para operar con indiferencia respecto a lo que sucede en el entorno, pero también está en condiciones de tramitar las irritaciones que proceden del mismo, transformando esa sensi­ bilidad en forma de informaciones.50 Si las condiciones del trabajo teórico se han desplazado —a veces a tal distancia de las transformaciones del sistema social que las teorías se han encontrado muy atrás de sus requerimientos y re­ tos—, ahora la propia teoría de la historia está en posibilidades de recuperar un perfil reflexivo como el descrito. Su perfil es el de una epistemología regional de la historia que debe dirigirse hacia un terre­ no en principio rechazado por las condiciones de la semántica his­ tórica convencional. En el momento de su emergencia decimonónica, las reflexiones teóricas se circunscribieron al qué de sus contenidos y proyecciones cognitivas, por lo demás expresión de un ambiente generalizado. Pero ahora las problemáticas teóricas de la historia, que en todo caso buscan acceder al orden práctico de la disciplina como operación sistémica, muestran que sólo pueden desarrollarse en tér­ minos de contenido reflexivo desde una teoría de la sociedad, con todo lo que esto implica. En particular, ¿cómo tratar teóricamente a una ciencia como la historia que opera produciendo observaciones de segundo orden sobre la sociedad?

50 N iklas Luhm ann, Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la socie­ dad moderna, trad. de Carlos Fortea Gil, rev. técnica de Joan-Carles M elich, Barcelona, Paidós, 1997, p. 73.

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La racionalidad tomada como un fenómeno social, por tanto involucrada en la esfera de la comunicación, rompe con aquella separación entre una razón producto de capacidades humanas ad­ quiridas históricamente y otra establecida gracias a sus facultades naturales innatas. Si bien esta separación es un efecto específica­ mente moderno, la historia no se ha quedado instalada en su propio pasado. La reflexividad teórica contemporánea no puede más que desligarse de ese armazón discursivo anterior que reconducía los diferentes esfuerzos al único soporte de lo racional al que se tenía acceso: el hombre mismo asumido como sujeto. Cambiar la perspec­ tiva por la cual se observa la racionalidad consiste en un ejercicio de crítica que se esfuerza por mostrar la inconveniencia mayor de la antropología humanista y sus recursos ontológicos. La introspec­ ción ya no es de ninguna manera el camino de acceso al núcleo de la conciencia racional y sus productos. Este camino termina en lo psíquico como instancia última y como origen de toda la temática, por lo que introducir un enfoque social de la racionalidad externaliza, lo que antes era visto sólo como manifestación de una interio­ ridad fundamental.51

51 Jacques Bouveresse, Le m ythe de l'intériorité. Experience, signification et langage privé chez W ittgenstein, Paris, M inuit, 1987.

4. La historia y su condición cognitiva Epistemología e historización

Transversalidad y disciplina histórica: una modalidad epistémica Si la historia se instauró como trabajo cognitivo en el siglo XIX desde un concepto introspectivo de razón para articular su propia lógica de investigación, a finales del siglo XX se hizo evidente que dicho concepto sólo pertenecía a una etapa de su desenvolvimiento histó­ rico. Lo que no resultó tan evidente fue que dicha disposición ma­ nifestaba una forma particular de autoobservación social. En efecto, el que se atribuyera la razón al hombre en su propia naturaleza in­ terna no fue simplemente coincidente con la aparición de un con­ junto de saberes que buscaban transparentar todas las condiciones variadas de su exteriorización. Así, la psicología, la sociología, la antropología, la filología y la historia, entre otras formas de saber, tomaron a su cargo ciertos rubros —lo psíquico, lo social, su tempo­ ralidad y su expresividad sígnica— que debían conducir cada una a la unidad básica de origen: el espíritu humano. La variabilidad que definía a cada región del saber no era un obstáculo para encarar el acceso a la instancia originaria, pues dichas regiones constituían formas diversas de la gran capacidad expresiva del espíritu y con­ fluían en la esfera más vasta de la cultura. Ya en esta distribución de esferas facultativas se deja ver que cada una de ellas delimitaba formas de observación social sobre el hombre y el sujeto, más que contenidos sustanciales que por agre­ gación tenían que conducir hacia una visión unificada. Las modali­ dades del hombre, como entidad psíquica, como instancia social, como generador de símbolos o productor y producto de la histori­ cidad, aparecieron como respuestas posibles para un orden social que desgajaba la anterior centralidad teológica para colocar en su lugar un constructo que se encontraba disgregado de origen. Casi en sentido inverso a la despedida de la teología como plataforma de autocomprensión social, la disgregación condujo a la sustitución

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de instancias trascendentales no susceptibles de unificación.1 Pro­ bablemente esta situación pueda ser tomada como manifestación del surgimiento de una sociedad funcionalmente diferenciada que no puede ser descrita desde centralidad alguna, pero que todavía no está en condiciones más que de acudir a los vocabularios previos fuertemente influidos de semánticas ontológicas. Pero esto fue sólo transitorio. La discusión presentada en los apartados anteriores de este trabajo así permite sostenerlo. No en balde esa sustitución de instancias trascendentales significó, para todo efecto práctico, una ampliación en el espectro de conocimiento científico articulado hasta ese momento. Así, el panorama previo se dislocó al agregar al despliegue que, desde el siglo XVII, presentaron las ciencias naturales, un campo cognitivo novedoso que tomó a su cargo los fenómenos ya mundanizados del orden social. Pero dicho orden se presentaba, en su condición moderna, como diferenciado y fuertemente influido por condicionantes funcionales, por lo que sus descripciones, formuladas primero como ciencias humanas —o del espíritu— (siglo XIX), y después como ciencias sociales (siglo XX), no podían más que reflejar la consistencia de un territorio ya dis­ gregado. Lo que interesa en esta evolución histórica es el estatus particular que la disciplina histórica adquiere en dicho campo y la funcionalidad que le permite operar como investigación científica propiamente dicha. Tentativamente es posible adelantar que su lógica de investiga­ ción y su funcionalidad social marcan una estructura característica­ mente transversal respecto al conjunto de saberes humanos y socia­ les. Esa transversalidad no es simplemente producto de una mejor estructuración del saber histórico alcanzado en su evolución poste­ rior al siglo XIX, sino que estaba ya presente desde su emergencia 1 "L a posición trasm undana de la subjetividad trascendental, a la que habían quedado transferidos los atributos m etafísicos que eran la universalidad, la supratem poralidad y la necesidad, chocó en prim er lugar con las prem isas de las nuevas ciencias del espíritu. Pero éstas se topan (en sus ám bitos objetuales) con productos que están ya sim bólicam ente preestructurados y que, por así decirlo, poseen la dignidad de productos trascendentales; y ello aunque hayan de ser som etidos a un análisis puram ente em pírico. Foucault ha descrito cómo las ciencias hum anas se adentran en las condiciones em píricas bajo las que sujetos trascen­ dentales m ultiplicados y aislados generan sus m undos, sistem as de sím bolos, form as de vida e instituciones." Jürgen H aberm as, Pensam iento postm etafísico, versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 1990, p. 51.

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moderna como racionalidad operativa específica. Primero, cuando la historia puede llevar a cabo su propia cerradura operativa y, por tanto, establecer su reproducción autopoiética, lo que es posible al autoexcluirse operativamente del entorno y, con ello, aplicar la distin­ ción sistema/entorno desde su correspondiente complejidad. La funcionalidad de la distinción sistema/entorno corre programática­ mente en la codificación binaria verdadero/no verdadero, misma que adecua las observaciones y las comunicaciones producidas a estándares precisos.2 Segundo, en el momento en que la historia está en condiciones de establecer su cierre cognitivo, ya que gracias a esta clausura el sistema puede observar sus propias cogniciones precisamente como observaciones. Es así que la historia, que ya ope­ ra sistémicamente, requiere además incluirse observacionalmente como sistema para llevar la distinción con el entorno a una diferencia de atribuciones en cuanto a la autorreferencia y la heterorreferencia.3 Ambas clausuras no pueden darse simultáneamente, lo que se dedu­ ce de la necesaria distinción entre operación y observación. Cuando el sistema opera, los criterios que permiten producir observaciones se mantienen implícitos o latentes; cuando se observa la operación de observación, entonces los criterios se hacen explícitos. Si bien la exclusión operativa con el entorno (cerradura operativa) se instituyó en el siglo XIX, y la inclusión del sistema como sistema observante (cierre cognitivo) sólo pudo establecerse en el siglo xx, la cualidad de transversalidad de la historia no sólo no desapareció; por el con­ trario, se potenció a gradientes no imaginables en su horizonte de­ cimonónico de origen. La condición de segmentación que analógicamente se incluye en el término transversalidad derivó, para finales del siglo XX, en una ampliación de dos variables contradictorias entre sí: la homogeneización de campos de investigación histórica cada vez más compactos, acompañada de una creciente heterogeneidad de los segmentos entre sí por debajo de su compactación. El resultado que tendencialmente se presentó a lo largo de todo el periodo produjo una compleja 2 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, trad. de Silvia Pappe, Brunhilde Erker y Luis Felipe Segura, bajo la coordinación de Javier Torres Nafarrate, M éxico, Universidad Iberoam e­ ricana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/A nthropos, 1996, p. 143. 3 N iklas Luhm ann, La realidad de los m edios de m asas, trad. y prólogo de Javier Torres N afarrate, Barcelona, A nthropos/U niversidad Iberoam ericana, 2000, p. 168.

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red de líneas que atiende más a una lógica de carácter policontextual, que a la centralidad teórica y metodológica típica de un orden disciplinario.4 Por eso parece más adecuado describir al saber his­ tórico como un conocimiento característicamente transdisciplinario desde su origen moderno. La diferencia con las descripciones previas de la convencional teoría de la historia o de la filosofía de la ciencia es que éstas se atienen a un ideal de ciencia como núcleo invariable o como unidad disciplinaria alcanzada teóricamente —gracias a la introducción de un modelo de sistema conceptual y categorial—, al tiempo que pueden definir sin equívocos sus procedimientos de investigación como métodos aislables lógicamente. Al dar por sentada dicha unidad, lo que se exige ser descrito por medios teóricos son los productos alcanzados conceptualmente y validados metódicamente, cuestión que implica examinar al nivel del propio cierre operativo las observaciones de primer orden, ha­ ciéndolas pasar como representaciones históricas o científicas. Pero desde la clausura cognitiva se desprende la necesidad de tratar di­ chas representaciones como observaciones ligadas a distinciones particulares.5 Así, el saber histórico, en el orden se sus descripcio­ nes teóricas o reflexivas, ha conducido de los productos como obje­ to de atención desde la teoría del conocimiento a la lógica de su operación, lo cual requiere de un instrumental analítico diferente. El enfoque social o sociológico permite incluso pasar de una delimi­ tación de esta forma de saber transdisciplinario como ciencia del espíritu o humana, a su adscripción al campo de conocimiento so­ cial, por lo que resulta pertinente su caracterización como ciencia de 4Cfr. Paul K. Feyerabend, "P rob lem as del em pirism o", en Filosofía de la ciencia: teoría y observación, com p. de León O livé, A na Rosa Pérez R ansanz, M éxico, Siglo XX I/U niversidad N acional A utónom a de M éxico, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1989, p. 279-311. 5" E l m undo queda así abierto a la observación y no existe u n a jerarq uía de form as esenciales que pudieran conferir prioridad a las distinciones o a la selección de las distincio­ nes. El m undo es experim entable bajo la form a de distinciones, en todas partes [...]. La única restricción con respecto a la observación es que se debe operar con un punto ciego, con un punto de invisibilidad que es el que garantiza la unidad de la diferencia; y esto no importa de qué distinción se trate, dado que la unidad de la diferencia no es observable. Por consi­ guiente, es característico de la sociedad m oderna un aplazam iento de eso que no se puede ver y sería im posible el tratar de intentar la determ inación de ese punto ciego, por el cam ino de la ilustración o la ilum inación científica, m ediante una taxonom ía detallada que quedara orde­ nada en catálogos." N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistem as, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, Universidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 159.

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la sociedad. Con esta caracterización se reivindica su pertenencia — "una empresa de la sociedad que produce conocimiento"—, pero también algo que es crucial para replantear su fundamento: una funcionalidad definida desde el sistema social.6 Con esta doble consideración se sintetiza el paso de una proble­ mática que atendía al qué de los conocimientos producidos, hacia otro que introduce la perspectiva del cómo operativamente se cons­ truyen, como se señaló en el capítulo anterior. No cabe duda que en ello la transformación semántica del propio concepto de ciencia ha jugado un papel nada despreciable.7 El orden procedimental, al estar condicionado por una sistematización en su propia ejecución y de los enlaces posibles de operaciones —lo que requiere de crite­ rios estrictos de selectividad—, se instituye como circularidad, don­ de la paradoja correspondiente es resuelta por la sucesividad de las ejecuciones y por el tiempo requerido para llevarla a cabo. De ese orden interno como racionalidad operante se deduce la consistencia sistémica de las ciencias y de la historia misma como disciplina. Ya desde principios del siglo anterior se indicaba que, en lo tocante al fundamento cognitivo —no sólo de la historia sino de ese conjunto de saberes que tienen por objeto los fenómenos sociales y huma­ nos—, éste debía ser pensado en términos de contextos históricos y sociales complejos. Pero no pocas veces las precauciones varias a que daba lugar la apreciación consistían en dejar intocada la atribución del conoci­ miento al sujeto y su estructura interna. Si para la propia ciencia esto resultó en más contrariedades que ventajas, para la teoría del conocimiento clásica el envite supuso la posibilidad de seguir amparándose en la consabida relación de un sujeto cognoscente con un conjunto múltiple y variado de objetos por clarificar, por más que se apelara a ese sujeto como una instancia históricamente

6 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 9. 7 "E l térm ino de científico, bastante sospechoso en el conjunto de las 'ciencias hum anas' (donde se le sustituye por el térm ino de análisis), no lo es m enos en el cam po de las 'ciencias exactas' en la m edida en que ese térm ino nos rem ite a leyes. Se puede definir, sin em bargo, con ese térm ino la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que perm itan 'controlar' operaciones proporcionadas a la producción de objetos determ inados." M ichel de C ertau, La escritura d e la historia, 2a. ed., trad. de Jorge López M octezum a, M éxico, Universidad Iberoam e­ ricana, 1993, p. 68, nota 5.

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constituida.8 Pero incluso la denominación de la historia como cien­ cia del espíritu no pudo ocultar, en el desarrollo histórico que le correspondió, su condicionalidad social y su conformación funcio­ nal. Ambos aspectos incluso articulados categorialmente para per­ mitir su tratamiento metódico, es decir, instituidos en los variados campos objetuales que la historia trabaja, se localizan al mismo tiem­ po en sus condiciones sociales de posibilidad. Esta peculiar circularidad —notable en toda ciencia social y humana— parecería distin­ guir a la historia y las disciplinas con las que guarda esa relación de transversalidad mencionada, de las ciencias propiamente naturales. Aunque esta afirmación debe ser tomada con prudencia, pues tam­ bién es posible describir esa condición de transversalidad respecto a las propias ciencias nomológicas. En cualquier caso, la circularidad presente en el saber histórico debe ser objeto de atención desde su cualidad de transdiciplinariedad y cuyas consecuencias tendrían que mostrar el perfil histórico de la disciplina. Es posible señalar "cuatro revoluciones semánticas" que sostienen la pertinencia del enfoque social del conocimiento histórico, afirmación extendible al conjunto de las ciencias como sistemas de comunicación que operan en el medio verdad. 1) Una concepción radicalmente operativa de los sistemas, que sirve de base para la comprensión de su unidad. Dicha unidad es la forma por la cual se asegura, de manera interna, la reproducción de las operaciones. La unidad se define a partir de la distinción que guarda respecto a un entorno. 2) La necesaria continuidad recursiva de las operaciones que por ello pueden ser concebidas como autorreferenciales. De esto se 8 El ejem plo m ás notorio, para la prim era m itad del siglo XX, se condensa en los trabajos desarrollados por la denom inada Escuela de Frankfurt. Lo que se presenta cuando se reivin­ dica, por cam inos incluso psicoanalíticos —en todo caso, se trató de una cierta recepción freu d ian a—, a la subjetividad subyugada por esa férrea racionalidad instrum ental, term ina en una incapacidad para asum ir lo social m ism o. La tem ática del sujeto desvía toda posibilidad de sacar las consecuencias m ás radicales que esperan salir a la luz cuando se decide a sustituir la tem ática del individuo por lo social m ism o com o unidad sistém ica. A sí lo expresa Luhm ann: "E l sujeto es, en estricto y paradójico sentido, la 'u topía' de la sociedad, el lugar que no se encuentra en ningún sitio. Visto así, no representa perjuicio alguno, pues, n i aun la consecuencia, por así decirlo no querida, de que a partir del sujeto no pueda constituirse intersubjetividad alguna. Lo que el sujeto le pone en claro a la sociedad m oderna, por tanto, es su incapacidad para autodescribirse com o un idad ." N iklas Luhm ann, Complejidad y moderni­ dad: d e la unidad a la diferencia, ed. y trad. de Josetxo Beriain y José M aría G arcía Blanco, M a­ drid, Trotta, 1998, p. 222-223.

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deduce, como un cálculo de las formas necesario, el que la reproduc­ ción se atenga a las propias operaciones del sistema. La consecuencia es, por tanto, que no tiene relación directa con el entorno. Interpre­ tando la red o entramado de operaciones recursivas como instancias autorreferenciales, es como la producción y reproducción de las ope­ raciones sistémicas pueden ser entendidas como autopoiesis 3) Como la unidad del sistema se produce en términos de dife­ rencia con el entorno, esto quiere decir que el sistema ciencia opera produciendo observaciones. Lo que observa no es el entorno sino la operación misma (autoobservación) a partir de diferencias. Aquello que es posible observar desde el sistema es producto de la ecuación distinguir/indicar. 4) Si el conocimiento científico se genera como resultado de ob­ servaciones, entonces es posible aseverar que su cualidad caracte­ rística es la de generar observaciones de segundo orden, siempre y cuando por esta dimensión se entienda la capacidad de comunica­ ción del sistema sobre sí mismo. Reintroduciendo la diferencia sis­ tema/entorno se orientan las operaciones de observación distin­ guiendo entre autorreferencia y heterorreferencia. Atendiendo al hecho de que estos cuatro rubros resumen tanto la cualidad de cerradura operativa como cognitiva, la teoría de la historia vendría a ser una teoría de la historia como sistema observador.9 Regresando a la cuestión del desarrollo histórico de la his­ toria, parece ser ya un acuerdo a nivel de la propia discusión historiográfica que la disciplina fue objeto de una mutación profunda respecto de su situación decimonónica, cosa más visible a partir de la década de los setenta del siglo pasado. Las modalidades a partir de las cuales se discuten los procedimientos metódicos, la especifi­ cación de modelos conceptuales aptos para la aplicación empírica, los criterios explicativos deducidos desde teorías generales, no son simplemente la continuación de aquellos elementos análogos que la historia presentaba un siglo antes. Pero la discusión sobre sus mar­ cos de referencia más generales, sus presupuestos cognitivos de base, el complejo procedimental que instituye su lógica de investi­ gación y los fines sociales que la historia puede y debe amparar, 9 Tanto los cuatro puntos m encionados arriba, con ciertas m odificaciones introducidas, com o la presunción de que la teoría reflexiva necesaria adquiere los perfiles de una teoría de sistem a observadores, están desarrollados en ibid., p. 224-225.

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tampoco guarda relación alguna con las típicas maneras de abordar la fundamentación de la historia que tiene su articulación paradig­ mática en Dilthey, por ejemplo. Un número creciente de investigaciones abordan las líneas ge­ nerales de ambos procesos.10 Lo que destaca en estos trabajos es que dicha mutación puede ser analizada como proceso de intensificación de la cualidad de transversalidad y de los rasgos de transdiciplinariedad que la historia mostraba ya en la gran Escuela Histórica Ale­ mana. La reorientación global que tanto cognitiva como historiográficamente se constata apunta a considerar que en ese proceso se instituyó su clausura, tanto operativa como cognitiva, generando una aguda crisis de fundamentación desde los criterios usuales de la teoría de la historia convencional.11 Sin embargo, la crisis amparó el surgimiento de vertientes historiográficas que no sólo resultaron novedosas si se les compara con el tipo de investigaciones previas, sino que incluso manifestaban esa reorientación global como inten­ sificación transversal. Así, la aparición de corrientes tales como la microhistoria italiana, la nueva historia cultural e intelectual, la nue­ va historia política y social, así como la propia historia económica, sólo por citar algunas, expresan nuevas formas de practicar la disci­ plina. Pero además, suponen una complejización y ampliación de los procesos por los cuales la historia se muestra como labor cognitiva. 10 Véanse los siguientes trabajos m ás representativos: F. R. A nkersm it, H istoria y tropo­ logía. A scenso y caída de la metáfora, trad. de Ricardo M artín Rubio Ruiz, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 2004, 470 p.; M ichel de Certeau, La escritura de la h istoria...; M ichel Stanford, Companion to historiography, O xford, Blackw ell, 1994, 997 p.; Silvia Pappe (coord.), De­ bates recientes en la teoría de la historiografía alem ana, trad. de K erm it M cPherson, M éxico, U niversidad A utónom a M etropolitana A zcapotzalco/U niversidad Iberoam ericana, 309 p.; M ary Fulbrook, H istorical theory, L ondon/N ew York, R outledge, 2002, 228 p.; Luis Gerardo M orales M oreno (com p.), H istoria de la historiografía contem poránea (de 1968 a nuestros días), M éxico, Instituto de Investigaciones Dr. José M aría Luis M ora, 2005, 540 p.; Georg G. Iggers, H istoriography in the twentieth century. From scientific objectivity to the postm odern challenge, H anover/London, W esleyan U niversity Press, 1997, 182 p.; D om inick LaCapra, H istoria en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, trad. de Teresa A rijón, Buenos A ires, Fondo de Cultura Económ ica, 2006, 364 p.; K eith Jenkins y A lun M unslow (ed.), The nature o f history reader, London/New York, R outledge, 2004, 352 p.; Jorn Rüsen, H istory: Narration, interpretation, orientation, New York/Oxford, Berghahn Books, 2004, 222 p.; Beverly Southgate, History: W hat and why? Ancient, modern, and postm odern perspectives, 2a. ed., London/New York, Routledge, 1996, 200 p. 11 R especto de la relación entre crisis de fundam entación y generación de discusión teórica sistem ática, véase el siguiente estudio: Jorn Rüsen, "O rigen y tarea de la teoría de la historia", en Debates recientes en la teoría..., p. 43 y s.

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De tal manera que no sólo aparecen novedosas modalidades de in­ vestigación histórica en el siglo XX sino que, paralelamente y de manera por demás coherente, la reflexión epistemológica que fun­ damentaba la disciplina perdió su incuestionable predominio. Las relaciones que entabla con la economía, la sociología, la geografía, en suma, con el conjunto de las ciencias sociales y sus campos de investigación asociados, han jugado un papel crucial en la constitu­ ción de esas nuevas modalidades cognitivas. Sus efectos se muestran en dos grandes rubros. El primero es propiamente teórico y está en relación directa con el desplazamiento de la clásica definición de­ cimonónica de la historia como ciencia humana, esto es, como cien­ cia del espíritu, sustituyéndola por otra que afirma sus vínculos profundos con la esfera de operación de la investigación social en su conjunto.

Dispersión teórica y diferenciación procedimental Del concepto espíritu —de indudable abolengo filosófico y ampara­ do en la distinción cognitiva clásica de sujeto/objeto— a una situa­ ción dominada por la problemática de los sistemas sociales, se deja ver la falta de continuidad respecto al tratamiento epistemológico de la historia. La tónica de la reflexión que acompañó la emergencia moderna de la historia como disciplina científica, la teoría de la his­ toria pero también la filosofía de la historia, se fueron convirtiendo en un anacronismo que obstaculizó una clarificación respecto a su naturaleza y límites. En la perspectiva de ambas variedades reflexi­ vas, la historia sólo podía acreditarse en tanto ciencia del espíritu, bien como manifestación de una universalidad que se expresaba en cada acontecimiento singular —la historia de la civilización humana de acuerdo a la visión que Hegel logró sistematizar del devenir en su conjunto—, bien como un tipo de proceder metodológico diver­ gente al modelo de las ciencias naturales. Este último aspecto muestra la tónica que orientó las delibera­ ciones sobre la naturaleza cognitiva de la historia: en su plantea­ miento, la acreditación de la historia como saber científico podía ser alcanzada por la vía de asegurar un solo procedimiento metódico, aunque diferente al utilizado en las ciencias naturales. Pero esto sólo

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ocultó la base de un acuerdo más general que superó las diferencias simplemente metodológicas. En ambos casos —ciencias naturales y ciencias del espíritu— los procesos cognitivos sólo podían ser inte­ ligibles desde el sujeto portador de racionalidad. Por tanto, las im­ plicaciones sociales quedaron oscurecidas, sobre todo porque la his­ toria como ciencia del espíritu llevó más allá el supuesto de base. Así, como disciplina humana tenía como precepto central asegurar las potencialidades de autocomprensión o autoconocimiento para dicho sujeto cognoscente. Aún tomando en cuenta esta suerte de proyec­ ción antropológica en el panorama del siglo XIX y buena parte de la primera mitad del XX, el tipo de reflexión que desarrolló la teoría de la historia buscó aclarar sus principios cognitivos, pero bajo el pre­ cepto de que tal labor debía coincidir con la reflexión filosófica que aclaraba el problema del conocimiento científico en general. No está por demás enfatizar que el modelo de conocimiento científico predominante, por más que fueran notorios sus desfa­ ses con el caso particular de la historia, era el ejemplo aportado por las ciencias naturales o empíricas. Delimitando preceptos cognitivos propios de estas ciencias, se buscó trasladar el tipo de tratamiento reflexivo que las sustentó a otros campos disciplinarios, entre ellos, la historia misma. De tal manera que la teoría de la historia estable­ ció por lo menos dos grandes campos de fundamentación del saber histórico que estaban en íntima conexión con la epistemología en tanto pensamiento filosófico, a saber: la justificación del estatus del sujeto historiador frente a su campo empírico y la validación formal de los juicios historiográficos emitidos, es decir, la relación sujetoobjeto y la objetividad de las representaciones historiadoras. Éste fue un marco del que no pudieron salir los diferentes intentos de res­ puesta a la pregunta epistemológica central: ¿cómo es posible un co­ nocimiento verdadero de las realidades pasadas? Por supuesto, ésta ya no es la pregunta pertinente en la actuali­ dad, pero en su caso ni el positivismo decimonónico —junto con las variantes neopositivistas del siglo veinte— ni el idealismo al estilo de Dilthey o Collingwood supusieron un estilo diferente de reflexión cognitiva.12 Si bien se gestó un modelo de investigación histórica 12 " e n nin guna de sus form as —sea el m odelo de ley aclaratoria [neopositivism o] o herm enéutica collingw oodiana [idealism o] — la filosofía de la h istoria epistem ológica ha

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dominante, la llamada Escuela Histórica Alemana, sus múltiples co­ nexiones con la investigación social terminaron por vaciar de conte­ nido el ideal de conocimiento histórico que había articulado previa­ mente. Lo que se manifestó no por la introducción de otro modelo dominante, sino precisamente por la situación contraria: la pérdida de centralidad teórica respecto a una vertiente de producción historiográfica que sentara las bases definitorias de la disciplina. A tal punto que esa pretendida centralidad teórica que guiaba las inves­ tigaciones particulares dotándolas de estatuto científico y de formas autorizadas de tratamiento —en otras palabras, de fundamentos epistemológicos — no tiene cabida ya en el panorama actual. Así, la diversidad de estilos de investigación constituye la tóni­ ca contemporánea, donde tal diversidad se explica por la interrelación entre esas modalidades de investigación y las teorías sociales particulares, los sistemas conceptuales y sus campos semánticos, los modelos y métodos propios de ciencias sociales específicas. En esto consiste, precisamente, el efecto de transversalidad aludido. Por tan­ to se ha presentado una gran dispersión en el orden teórico de autodescripción de la disciplina histórica. El segundo rasgo se refiere a la cuestión procedimental, cuyas nuevas modalidades de tratamiento han supuesto una transformación aguda de la base metodológica de la historia. Si el historicismo alemán instituyó un pretendido método histórico de investigación, el método documental por antonomasia, la revisión crítica de sus presupuestos y protocolos, por ejemplo, la crítica formal de fuentes o el trabajo filológico asociado, dio paso, no a la consolidación de ese método único, sino a un cambio en la naturaleza y estatus de su centro estratégico: el documento histórico. Dotado desde Ranke de una cualidad descriptiva que, primero, aportaba datos sobre realidades pasadas —cosa que permitía la identificación del hecho histórico—, y segundo, tenía por finalidad capacitar al historiador para llevar a cabo un razonamiento respec­ to a la conexión última entre hechos, el documento aseguraba la elevación de la historia a un nivel de cientificidad notable. Ambos aspectos estaban ligados de la misma manera que lo están los acon­ tecimientos y sus móviles para una conciencia dotada de sentido realizado su esperanza de cubrir la brecha entre el lengu aje del historiador y la realidad histórica." F. R. A nkersm it, H istoria y tropología..., p. 115.

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común. Es notable cómo la temática de la intencionalidad subjetiva daba legitimidad a la pretensión metódica de la historia. De ahí la equiparación entre documento y acto testimonial. La propia distin­ ción entre fuentes primarias y secundarias recayó en la cualidad de testimonio —informe o notificación de un acontecimiento por parte de un testigo— del que pueden presumir las primeras pero no así las segundas. Si la historia se hace con fuentes primarias, entonces el proceso metódico aporta una base irrefutable que muestra que todas las afirmaciones historiográficas son susceptibles de compro­ bación —en este caso documental—, de una manera análoga a la com­ probación de las afirmaciones científicas estándar.13 Pero a diferencia del tratamiento epistemológico que alcanzó autoridad, la delimitación metódica introdujo una discusión que tendió a ponderar la singularidad del procedimiento histórico fren­ te al método científico de las ciencias nomológicas. Por tanto, la contraposición entre el método de la explicación científica (relaciones causales, subsunción a leyes generales o universales y procedimien­ to deductivo) y el método de la comprensión teleológica (intencionali­ dad, aprehensión empática y procedimiento inductivo) supuesta­ mente recogía la diferencia básica entre ciencias naturales y ciencias del espíritu. De ahí que la distinción naturaleza/espíritu articuló todo el trasfondo sobre el que se dieron las disputas, les dio legitimidad incluso en sus propias derivaciones y estableció el marco sobre el cual la cultura y los fenómenos sociales pudieron ser pensados. Lo que explica que continuara este tipo de discusión en pleno siglo XX, aunque ya enfrentada a un conjunto de resultados en términos de investigación no sólo social e historiográfica, sino incluso desde el campo de las ciencias naturales, lo que obligó a superar los incon­ venientes tanto de las posturas de Dilthey como de las positivistas al estilo de Ernest Mach. 13 El ejemplo de esta postura es todo un clásico, al punto que en ciertos m om entos aún se evoca su autoridad. Al poner énfasis en la capacidad reconstructiva de lo real pasado, Langlois y Seignobos apuntaron lo siguiente: "L a historia se hace con documentos. Los documentos son las huellas que han dejado los pensam ientos y los actos de las hom bres en otros tiem pos [...]. Para deducir legítim am ente de un documento el hecho que guarda la huella, hay que tomar num erosas precauciones". Entre estas precauciones tenem os a la heurística, la crítica discrimi­ natoria de documentos útiles de aquellos que no los son y, finalm ente, las llam adas ciencias auxiliares de la historia (paleografía, diplomática, filología, etc.)." C. V. Langlois y C. Seignobos, Introducción a los estudios históricos, trad. de Domingo Vaca, Buenos Aires, La Pléyade, 1972, p. 17.

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El resultado no fue propiamente una superación que permitiera aclarar las características procedimentales de la investigación his­ tórica. Éste, incluso, no fue propiamente el objetivo buscado. Por un lado, la defensa del factor de comprensibilidad de los fenómenos culturales recayó en una filosofía neokantiana de carácter trascen­ dental que, ya sea por su referencia a un trasfondo de valores como en Rickert,14 ya sea por medio de una filosofía de las formas simbó­ licas que puso el acento en las estructuras gramaticales en que éstas se materializan como en Cassirer,15 no logró continuidad. Esta ver­ tiente mostró rápidamente los inconvenientes de seguir reivindican­ do una instancia trascendental, ya sea por el lado de los valores que se concretizan históricamente, ya sea por medio de una gramática universal de lo simbólico. En el otro extremo, el neopositivismo bus­ có demostrar que, independientemente del tipo de ciencia de que se tratara, al final todas serían coincidentes con el núcleo común del método científico.16 Desde el principio hasta el desenlace de la dis­ cusión, la contraposición entre explicación y comprensión mostró una gran indiferencia respecto al proceso de investigación histórica — en particular su intermediación documental—, además de mos­ trarse indiferente a la discusión teórica y metodológica que venía desarrollándose en el campo de las ciencias sociales. Ni en el caso de la lógica de investigación histórica, ni en las elaboraciones producidas en la investigación social, se podían encon­ trar correspondencias directas con los términos de la discusión filo­ sófica en boga. La manera en que esto impactó los aspectos metodo­ lógicos de la historia cambió radicalmente el tipo de consideraciones anteriores sobre el valor y naturaleza del documento histórico. Para­ lelamente al rompimiento de ese vínculo altamente estimado por el historicismo, esto es, el habido entre fuente histórica y cualidad tes­ timonial, se fue haciendo cada vez más notoria la ampliación de la base disciplinaria de la historia con la implementación de nuevos 14 H einrich R ickert, Ciencia cultural y ciencia natural, trad. de M anuel G arcía M orente, 4a. ed., M adrid, Espasa-Calpe, 1965, 211 p. Del m ism o autor: Science and history: A critique o f positivist epistemology, trad. de George Reisman, Princenton, N. J. D. van Nostrand, 1962, 161 p. 15 Ernest Cassirer, La philoshopie des form es sym boliques, trad. de Ole H ansen-Love y Jean Lacoste, Paris, M inuit, 1957, 3 v. 16 Para una interesante revisión de estas posturas desde el m arco de discusión del dua­ lism o metódico, véase Jürgen Haberm as, La lógica de las ciencias sociales, 2a. ed., trad. de Manuel Jim énez Redondo, M adrid, Tecnos, 1990, p. 81 y s.

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territorios y objetos de investigación. La locura, las mentalidades, la historia de género o la subalternidad, entre otros, expresan una suer­ te de colonización del campo histórico por parte de temáticas traba­ jadas desde tiempo atrás por otras disciplinas sociales.17 En cuanto a la práctica historiográfica, es posible señalar que su orientación do­ minante, el historicismo, se vació de legitimidad a tal punto que fue reemplazada por una diversidad creciente de tendencias que rom­ pieron con los modelos teóricos que sustentaban lo procesos empíri­ cos de investigación, la definición y aplicación de métodos, así como la cualidad de las representaciones históricas finales. En otras palabras, la lógica de investigación fue reconvertida en su conjunto rompiendo con la vieja definición de la historia como ciencia del espíritu o de las ideas. De tal manera que el tipo de in­ vestigación que ponderaba el privilegio de la historia política y di­ plomática dejó su lugar a una ampliación en el horizonte temático, pero también dislocó la forma de tratamiento teórico. La aparición de la historia económica y social durante la primera mitad del siglo XX constituye el umbral de tal diversificación; pero éste sólo es el inicio de una tendencia que no ha cesado de profundizarse.18 Es posible de­ finir esta ampliación como dispersión paradigmática, situación que se manifiesta en una especialización creciente de ramas de investiga­ ción histórica al punto de no guardar relaciones entre sí en cuanto a sus estatutos cognitivos, pero tampoco en cuanto a los procedi­ mientos metodológicos involucrados. Es en este nivel donde se aplica el doble efecto originado por la situación de transversalidad que guarda la historia con las ciencias sociales. Así, el efecto inverso entre homogeneización de campos de in­ vestigación (compactación y cohesión interna) y heterogeneidad de los campos entre sí (segmentación e inconmensurabilidad) con­ figura la dispersión entre ramas de investigación que, funcional­ mente, se dotan de un creciente número de paradigmas. Pero, al mismo tiempo, los alcances teóricos y metodológicos de esos modelos están limitados a su capacidad de adaptación al campo específico 17Cfr. Keith Jenkins, Refiguring history: New thoughts on an old discipline, London, Routledge, 2003, 74 p.; M ichael Stanford, A com panion to the study o f history...; W arren W alsh, Perspectives and patterns. Discourses on history, Syracuse, New York, Syracuse University Press, 1962, 148 p. 18G uillerm o Zerm eño Padilla, La cultura m oderna de la historia. Una aproxim ación teórica e historiográfica, M éxico, El Colegio de M éxico, 2002, p. 106 y s.

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de investigación histórica de que ese trate. En otros términos, la de­ terminación de los valores del código verdadero/no verdadero y su co­ rrecta atribución es sólo posible en tanto la disciplina histórica articu­ la, de nueva cuenta funcionalmente, un creciente número de programas que alientan un terreno mucho más amplio para la condicionalidad de las operaciones que se deben producir. En suma, la transforma­ ción del saber histórico implicó un cambio sustancial en la tónica de la discusión epistemológica y en la centralidad teórica que la discipli­ na presentaba todavía hacia la segunda década del siglo XX. Paralelamente a este proceso y como su resultado lógico, la in­ troducción de modelos conceptuales y métodos de investigación originados en otras esferas de investigación social (programas) des­ plazó al documento como el factor determinante de su lógica procedimental.19 El marco de este doble efecto que tuvo su relación articulante con la investigación social fue el proceso de doble cerra­ dura. Así, cuando la historia pudo mostrar que las operaciones rea­ lizadas por su lógica de investigación estaban ya condicionadas a la diferencia sistema/entorno, el campo de aplicación programática era mucho menos extenso que el que puede ser observado a fines del siglo XX. En tal sentido, la expansión posterior fue acompañada por una dilatación en sus posibilidades de reproducción autopoiética. En el caso de las facultades del sistema para realizar la autoobservación de la distinción y por tanto, capacitarse para llevar a cabo la diferencia autorreferencia/heterorreferencia, se requirió también de una dilatación en las condiciones internas para generar observacio­ nes de segundo orden. Ambos aspectos están en relación directa con la reproducción de la investigación histórica, pero en un marco diferente al que la dotó de justificación formal en su pasado reciente: al ser definida ciencia del espíritu su desempeño discursivo estaba en consonancia con la problemática antropológica. En sentido inverso a esta ads­ cripción, la investigación histórica posterior presenció un agudo desarrollo en términos de dispersión paradigmática, sólo porque su vinculación con las ciencias sociales indujo su aguda desantropologización. Como operación sistémica se despliega en consonancia con 19 Cfr. Ricardo N ava M urcia, "E l m al de archivo en la escritura de la h istoria", H istoria y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 38, enero-junio, 2012, p. 95-126.

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los programas generados en diferentes ramas de la investigación social (economía, sociología, antropología social, ciencia política, psicología social, semiótica, etcétera), por lo que las teorías, los sis­ temas conceptuales y los procedimientos metodológicos que tienen cabida en la lógica de investigación histórica expresan su reorienta­ ción cognitiva. Por tanto, la interrelación sistemática entre sus pre­ supuestos epistemológicos, la operación desplegada y la selectivi­ dad de los enlaces, así como la funcionalidad que aporta al sistema social, resultan afectadas por la diversidad de puntos de articulación con esas ramas de la investigación social. Esto vendría a explicar por qué ya no es posible una autodescripción de la disciplina tomando en cuenta una presunta centralidad teórica (ideal de historia), desde la unidad metódica generada en su interior como procedimiento típicamente histórico, así como desde la producción de ilustración para una conciencia histórica moderna necesitada de una visión global de sus orígenes. A partir de la pro­ blemática antropológica instituida desde el siglo XVIII y también des­ de el marco de referencia que se desprende de la distinción naturale­ za/espíritu, la historia se articulaba como un saber sobre el pasado de la humanidad. En su relación con las ciencias sociales, la historia construye operativamente varios pasados desde los modelos apor­ tados por dichas ciencias. Así, como ciencia de la sociedad, produce "comunicaciones acerca del pasado que tratan de sujetarse a ciertos criterios de validez"20 y, al hacerlo, realiza autodescripciones socia­ les en contextos temporales que tienen funcionalidad para la propia investigación social. En otras palabras, la investigación histórica es importante para el conjunto de las ciencias sociales porque alienta sus propios pro­ cesos de cerradura cognitiva y, por tanto, de autoobservación. Esta suerte de introducción de contingencia es también importante para el sistema social y su capacidad de reproducción autopoiética, ya 20 "P o r últim o, si la sociedad se reproduce a partir de una operación que es com unica­ ción, y la historia es una ciencia de la sociedad, por lo tanto, la historia debe entenderse como un tipo de com unicación peculiar. La historia com o ciencia de la sociedad m oderna produce com unicaciones acerca del pasado que tratan de sujetarse a ciertos criterios de validez. A un­ que estos últim os sólo sean convenciones que construye la propia com unidad de historiado­ res, y nada m ás." Alfonso M endiola, "H acia una teoría de la observación de observaciones: la historia cu ltural", H istorias, M éxico, Instituto N acional de A ntropología e H istoria, D irec­ ción de Estudios H istóricos, n. 60, enero-abril, 2005, p. 22.

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que requiere de una dimensión compleja en el orden de sus opera­ ciones que permita establecer los límites de sus propios modelos de racionalidad. En el nivel de reflexividad exigido por sus autoobservaciones, los criterios que permiten que la conservación de los lími­ tes establecidos del sistema sea, al mismo tiempo, la conservación del sistema mismo, refieren a la posibilidad de repetir la formación de sistema dentro de los sistemas. Al referir a estados anteriores de los subsistemas (economía, política, religión, arte, etcétera), en otras pa­ labras, a sus pasados, la historia participa en la configuración de la unidad del sistema social a partir de señalar lo diferente. Las comunicaciones históricas refieren a esa diferencia a partir de la cual es posible establecer la unidad múltiple del sistema en términos temporales. Si es pertinente plantear, desde la teoría de los sistemas sociales, que el tiempo es una forma de observación que sólo toma en cuenta la diferencia pasado/futuro, entonces ambos la­ dos de la distinción se convierten con "condiciones de posibilidad" para el presente del sistema. Estos horizontes son construcciones del propio sistema sin referencia directa a lo que sucede en el entorno, pero permiten delimitar los estados presentes de la propia operación sistémica.21 Estos aspectos variados de la epistemología de la histo­ ria serán tratados desde el intento por explicar, desde un enfoque histórico, cómo se produjo ese agudo proceso de desantropologización y paralelamente, cómo se gestó la vinculación con la investiga­ ción social. Para ello acudo a un esquema planteado por Michel Foucault en su famoso estudio Las palabras y las cosas, particularmen­ te en su apartado final "Las ciencias humanas", mismo que me per­ mitirá introducir una visión dinámica de la doble cerradura operada en la ciencia histórica y de su peculiar situación de transversalidad.

Foucault: bases para una lectura desde la teoría de sistemas Si se trata de un enfoque histórico, ello supone una suerte de re-entry, esto es, la historia es un acontecimiento histórico, sobre todo en su conformación como una ciencia, que produce observaciones de se­ gundo orden sobre lo social. Por tanto, busco definirla en términos 21 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría..., p. 97.

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autorreferenciales según la distinción pasado/futuro. El estudio que le dedicó Foucault a la emergencia de las ciencias humanas —una arqueología de esas formas peculiares de saber — no ha sido totalmen­ te reconocido en su densidad historiográfica. Si bien su arquitectura alude a un sinfín de entrelazamientos críticos, por ejemplo con Kant, Heidegger, Hegel, y con otras posturas contemporáneas, no se le ha dedicado la misma atención a su condición de investigación histó­ rica, misma que además permite reflexionar teóricamente sobre la propia disciplina. Tachado en su momento de manifiesto estructuralista, conside­ rado por algunos como un ataque explícito a la historia o bien, como un caso ejemplar de aquellos excesos antihumanistas propios de la racionalidad tecnocrática contemporánea, estas sucesivas aprecia­ ciones probablemente escondan más que lo que muestran.22 No ya como una presunción que espera ser confirmada sino como una perspectiva que ha mostrado sus beneficios, considero que la estruc­ tura del libro de Foucault está constituida por diferentes estratos o niveles en constante interrelación. En cuanto es factible aislar ciertas líneas argumentativas y expositivas, independientemente de las cua­ lidades explicativas desplegadas en el estudio, tanto en términos horizontales como verticales se registran una variedad de interpre­ taciones posibles. En este caso, la intención consiste en aislar uno de estos estratos, delimitar sus potencialidades de análisis y reconducirlas hacia un grupo de cuestiones que no están necesariamente conectadas, ni con las temáticas reconocidas como contenido del texto, ni con las pos­ turas filosóficas asumidas por el propio Foucault. La intención en este punto puede revelar un cierto sentido: acreditar un marco for­ mal de explicación sobre la transformación de la disciplina histórica a lo largo del siglo XX, a partir de lo discutido en el apartado "Las ciencias humanas". Dicha transformación puede entenderse como un desarrollo que vacía de contenido el basamento antropológico 22 Com o interpretaciones m odélicas en el sentido planteado arriba, se pueden consultar los siguientes textos: Pierre D aix, Claves del estructuralism o: Piaget, A lthusser, Foucault..., Bue­ nos A ires, Calden, 1969, 153 p.; Dom inique Lecourt, Para una crítica a la epistem ología, 6a. ed. corregida, M éxico, Siglo XXI, 1987, 99 p.; Joseph Rassam , M ichel Foucault: las palabras y las cosas, trad. de M anuel O lasagasti, M adrid, M agisterio Español, 1978, 142 p.; J. G. M erquior, Foucault o el nihilism o de la cátedra, trad. de Stella M astrangelo, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1985, 323 p.

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que la historia presentaba en su marco de emergencia decimonóni­ co. Como asunto derivado de esta suerte de tesis general, se trata de mostrar por qué la historia no puede simplemente ser definida des­ de el concepto decimonónico de ciencia humana. Si bien esta situación fue particularmente crucial para el historicismo decimonónico —su modelo de investigación y de ciencia histórica no puede entenderse más que desde este marco—, su de­ rrumbe a partir de los años treinta del siglo pasado estableció un emplazamiento diametralmente diferente. Su vinculación con la investigación social —relación que le permitió articular tanto pro­ cedimientos como modelos conceptuales que resultaron cruciales para la continuidad de la propia disciplina— introdujo una suerte de desantropologización que terminó por desautorizar la fundamentación teórica convencional, esto es, como ciencia del espíritu. La condición a la que condujo el mencionado proceso de transformación terminó consolidando a la disciplina como una clase de racionalidad operativa que se encuentra en interrelación con las formas contem­ poráneas de la reflexividad, antes que una estructura cognitiva que produce conocimientos sobre realidades humanas pasadas. Se entiende como reflexividad a la capacidad de establecer sistémicamente observaciones de segundo orden, de ahí que sus poten­ cialidades tengan que ver más con incrementos de autotematización — es decir, donde el tema de la comunicación es la unidad del siste­ m a— que con la acreditación objetiva de sus resultados de investi­ gación. Dos tipos de cuestiones interesa abordar en lo que sigue. Primero, ¿es posible derivar otros funcionamientos textuales, en este caso de la obra foucaultiana, que rompan sus estables vinculaciones hermenéuticas para dejar aparecer otras problemáticas aleatorias? Esas estables vinculaciones hermenéuticas se refieren tanto al contexto filosófico en que emergieron en su momento y que derivaron en intensas discusiones, como a las ya habituales recepciones historiográficas que han cubierto el panorama de territorios de investigación importantes. En segundo lugar, establecer una conexión de ese dispositivo textual con otro tipo de cuestiones que no se encontraban en su original marco de emisión y recepción —esas problemáticas aleato­ rias—, ¿tiene implicaciones teóricas relevante para la propia disci­ plina histórica en relación a su configuración sistémica, esto es, como

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medio de comunicación? En esta segunda interrogación se encuen­ tra presupuesta la vinculación necesaria entre evolución histórica de la disciplina y las formas de estabilizar su propia cerradura ope­ rativa, así como su posterior obturación cognitiva. De tal modo que la historicidad misma de la historia se convierte en un problema central, no sólo como un agregado narrativo de su característica evolución, sino como condicionante para la operación que puede autosostener —fijación del código verdadero/no verdadero en su efec­ to de bifurcación.23 Es ese mismo efecto de historicidad y bifurcación el que se des­ pliega en sus reglas de transformación y continuidad. Por tanto, las dos interrogantes planteadas asumen la posibilidad de realizar una lectura del texto mencionado de Foucault desde la teoría de sistemas de Luhmann, todo con el fin de establecer el sentido de la transfor­ mación de la historia y su configuración epistémica actual. Esta te­ mática se destaca de manera determinante puesto que el problema de su propia historicidad resulta ser el más apremiante, no sólo como instancia de definición de sus contenidos y límites, sino de su propia naturaleza teorética. Si ya Michel de Certau apuntaba que la función de la historia no puede consistir más en "proveer a la socie­ dad de representaciones globales", entonces el siglo XIX, sustituyen­ do el problema de la "realidad como sustancia ontológica" por el del sentido del devenir social, terminó por lastrar la empresa epis­ temológica aplicada a esta disciplina. "Ella no tiene más la función totalizante que consistía en remplazar a la filosofía en su papel de decir el sentido."24 Por todo lo anterior, la intensificación de ese rasgo de transdiciplinariedad que mostraba ya con anterioridad, a finales del siglo XX se reconvierte en una operación cuyo objetivo consiste en ejercer una crítica histórica de nuestros modelos de racionalidad presente. Tomando como elemento central la distinción pasado/futuro —de manera paralela a la codificación que como empresa científica le 23 "C o n un térm ino perteneciente a la teoría de sistem as, se puede designar el efecto de un código instalado también com o bifurcación. La adquisición continua de conocim iento toma el cam ino de la verdad, no de la no verdad. Independientem ente de cóm o se haya tom ado la decisión: com o consecuencia se producen colecciones de conocim iento y form as de teoría que tienen carácter histórico y que a continuación fijan las reglas para su propia transform ación." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 150-151. 24 M ichel de Certeau, La escritura de la h istoria..., p. 93-94.

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corresponde—, se puede afirmar que los límites de nuestro presen­ te establecen, al mismo tiempo, los límites de nuestras formas de racionalidad.25 Ahora bien, la recepción de los textos foucaultianos ha variado no sólo respecto a la diversidad de contextos tempo­ rales, puesto que también las acreditaciones realizadas en su mo­ mento sobre aspectos teóricos y metodológicos se han movido sensiblemente. Particularmente las vinculaciones establecidas entre la investigación histórica y los estudios realizados por Foucault han sido objeto de múltiples artículos, libros, comunicaciones en con­ gresos y coloquios.26 La multiplicidad de trabajos, estilos interpretativos, así como instrumentales analíticos, no ha dejado de incrementarse cada tanto. Aun cuando los diversos acercamientos han seguido los dictados, ya sea de modas pasajeras o motivaciones sistemáticas de gran ri­ gor, ya sea como esclarecimiento teórico y metodológico para inves­ tigaciones paralelas en disciplinas varias, esa obra no ha dejado de motivar interés desde una multiplicidad de emplazamientos. Parece que la falta de continuidad en la recepción no deja de ser expresión de un itinerario intelectual nunca ajustado necesariamente a una permanencia, ni en cuanto al enfoque involucrado ni mucho menos respecto a una temática y su forma de abordaje. Si agregamos que después de la muerte del autor han seguido apareciendo textos fir­ mados por ese nombre propio —conferencias, escritos sueltos, cur­ sos, entrevistas, etcétera— dicha expansión ha forzado, al mismo 25 A lfonso M endiola, "L a inestabilidad de lo real en la ciencia de la historia: ¿argum en­ tativa y/ o n arrativ a?", H istoria y G rafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 24, 2005, p. 112. 26 De entre una am plia gam a de trabajos y estudios, cito sólo aquellos que m e parecen m ás destacados: Francisco Vázquez García, Foucault y los historiadores, Cádiz, U niversidad de Cádiz, 1988, 178 p.; del m ism o autor, Foucault. La historia com o crítica de la razón, Barcelona, M ontecinos, 1995, 157 p.; M iguel M orey, "M . Foucault y el problem a del sentido de la histo­ ria ", en Ram ón M áiz (com p.), Discurso, poder, sujeto. Lecturas sobre M ichel Foucault, Santiago de Com postela, U niversidad de Santiago de Com postela, 1986, p. 45-54; Jan G oldstein (ed.), Foucault and the w riting o f history, Oxford, Blackw ell, 1994, 210 p.; Roger Chartier, Escribir las prácticas: Foucault, de Certeau, M arin, trad. de H oracio Pons, Buenos Aires, M anantial, 1996, 127 p.; G ary Gutting (ed.), The Cambridge Companion to Foucault, Cam bridge, Cam bridge University Press, 1994, 360 p.; M itchell Dean, Critical and effective histories: Foucault's m ethods and historical sociology, L ondon, R outledge, 1994, 237 p.; Clare O 'F arrell, Foucault: H istorian or philosopher?, N ew York, St. M artin, 1989, 188 p. S i agregam os los m últiples artículos en revis­ tas especializadas en historia, A nnales, H istory and Theory, Journal o f M odern H istory, Historical Reflections, entre otras, la lista sería interm inable.

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tiempo, una continuada ampliación y oscilación en cuanto al con­ junto de interpretaciones. Así, las coordenadas hermenéuticas que en un momento presi­ dieron la utilización de los textos foucaultianos —sucesividad metódica y/o sucesividad temática— son ya parte de la historia de su recepción y no la descripción de una situación contemporánea.27 Por tanto, me parece que el acercamiento a la discusión plan­ teada por Foucault respecto a las ciencias humanas —un ámbito textual como desempeño discursivo preciso — escapa a las determi­ naciones propiamente hermenéuticas para la apropiación de un sentido y su proyección práctica. Tomando distancia de la arqueolo­ gía como método y de la referencia al saber a manera de temática particularizada, existe una complejidad en el armazón discursivo de la última parte del libro Las palabras y las cosas de gran riqueza reflexi­ va. Su densidad y dificultad de acceso se debe a que establece una relación directa con los trabajos de Alexander Koyré, Bachelard, has­ ta los desarrollos del propio Canguilhem, que no se reducen a nin­ guna de las opciones interpretativas que se han formulado desde su aparición en el panorama intelectual francés. Esto al punto de po­ der considerar ese trabajo foucaultiano como un aporte de valía en el terreno de la historia epistemológica o de las ciencias y que tiene en esos nombres, precisamente, sus distintivos más reivindicados. Lo que no oculta una serie de diálogos tensos con esa vertiente, aun cuan­ do en buena medida se reconozca en ella. Así, se conforma un inten­ so intercambio crítico sobre las distancias que separan el tipo de análisis foucaultiano centrado en la problemática de las ciencias humanas de aquellos otros que se interesaron por disciplinas cla­ ramente formalizadas, por ejemplo, los estudios sobre la física de Newton. Debe tenerse en cuenta, además, que aportes como la 27 La sucesividad m etódica se enm arcó en la posibilidad de delim itar lógicas procedim entales que, aisladas de su esfera de operatividad original (los textos foucaultianos), pudie­ ran ser extrapoladas a otros cam pos de investigación sin pérdida de contenido empírico. Así, el "m étodo arqueológico", el "m étodo genealógico", incluso el pretendido "m étodo hermenéutico", form aban una suerte de stock ya probado y legitim ado, cuyo problem a central sólo era el de su aplicabilidad rigurosa. Destino parecido le esperó a la sucesividad temática (saber, poder, subjetividad). Véase al respecto, Patxi Lanceros, Avatares del hombre. El pensamiento de M ichel Foucault, Bilbao, Universidad de Deusto, 1996, p. 18 y s.; también, Miguel Morey, "L a cuestión del m étodo", introducción al libro de Michel Foucault, Las tecnologías del yo, trad. de Mercedes Allendesalazar, Barcelona, Paidós/Universidad Autónom a de Barcelona, 1996, p. 9-44.

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armazón argumentativa utilizada, los tratamientos analíticos de las prácticas discursivas al tipo de economías conceptuales en las diferen­ tes disciplinas, también la interrogación sobre la pertinencia de ca­ tegorías centrales (ruptura arqueológica frente a umbral epistemológi­ co, entre otros), llegando a la discusión sobre la existencia de progreso cognitivo que puede deducirse desde formas de raciona­ lización modernas, etcétera, fueron utilizados por Foucault.28 No es posible ahondar en la profundidad que adquirieron estos intercambios dada la orientación de este trabajo, pero sí señalar una vertiente claramente contraria a la reducción clasificatoria, tanto metodológica como temática que apunta con precisión Patxi Landeros. Esta vinculación con aquella vertiente de historia de la ciencia, típicamente francesa en todo caso, no es simplemente un dato de erudición, ni una opción de recepción frente a otras puesto que toca el meollo del asunto: no se trata de autorizar una visión interpreta­ tiva sobre el conjunto de la obra de Michel Foucault a partir de la recurrencia a una pretendida unidad incluso previa; tampoco de resaltar una coherencia profunda por sobre la deriva temática, ya presumiendo la existencia de un conjunto metódico aislable y posi­ ble de aplicar en otros campos, ya aduciendo la conformación de teorías —sobre el saber, el poder o el sujeto moderno — que esperan la afiliación voluntaria de los intelectuales. Lo que muestra la discusión que se presentó en el seno de la historia epistemológica francesa es algo que el propio Foucault adu­ jo incontables veces, a saber, sus trabajos presentan múltiples nive­ les interpretativos, aluden a estratos diferenciados de análisis, en fin, conforman una dispersión de intervenciones que esquivan toda coherencia de principio.29 Se podría llevar más allá esta apreciación, pues textos individuales, como el que aquí interesa, dejan de ser 28Cfr. Georges Canguilhem , "¿M ort de l'hom m e ou épuisem ent du cogito?", Critique, Paris, n. 24, p. 519-618; del m ism o autor, Études d'histoire et de philosophie des sciences, 5a. ed. aum entada, Paris, J. Vrin, 1983, 414 p. 29"A h o ra bien , creo que la instau ración de una discursivid ad es heterog énea a sus transform aciones exteriores. Desplegar un tipo de discursividad com o el psicoanálisis, tal com o fue instaurado por Freud, no es darle una generalidad form al que no podía tener al principio, es sim plem ente abrirle un cierto núm ero de posibilidades de aplicación. Lim itarlo es, en realidad , tratar de aislar en el acto instau rador un nú m ero even tu alm en te restrin gi­ do de proposiciones o enunciados, únicam ente a los cuales se les reconoce valor fundador [...]". M ichel Foucault, "¿Q u é es un autor?", en E ntre filosofía y literatura, introducción, trad. y ed. de M iguel M orey, Barcelona, Paidós, 1999, p. 346.

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vistos como unidad en sí mismos —instauraciones discursivas las de­ nominó Foucault—. Frente a una aseveración como la anterior, el impulso de recuperación de esos dispositivos textuales y siempre teniendo como horizonte el sentido global de la obra incluso como premisa de lectura, arroja otro tipo de implicaciones. En una postu­ ra contraria a la que asume que los libros son un espacio de suyo heterogéneo, se parte del hecho de que tales unidades son expresión de una intencionalidad autoral, presupuesto que ha dominado los dos criterios de recepción mencionados arriba. De modo que los libros de Foucault se conforman como unida­ des formales y/o fundadoras que, en una segunda instancia, termi­ narían por articular como elemento derivado las relaciones que pueden ser identificadas como tejido de una estructura omniabarcante. Es en ese sentido que dicho conjunto más vasto, propio de una configuración típicamente holística, es resultado de la relación sistemática de todo el conjunto de instauraciones discursivas —en todo caso, una obra—. No está por demás enfatizar que en esa forma de estructuración tiene un papel central la dialéctica del todo y las partes, según Luhmann, estrategia propia de un paradigma ya supe­ rado. En un tercer momento de derivación, las sucesivas interpreta­ ciones tendrían que ser tributarias del acto fundador, por lo que deben inscribirse en una exigencia central que tiene en Freud, no sólo una figura modélica, sino al mismo tiempo equívoca: "el retor­ no al origen". Pero, ¿hacia qué se retorna y por qué? Primero, ese retorno tiene como condición al olvido, entendiéndolo como una operación que está ya en la base misma de la instauración discursi­ va: es el olvido de la ley del texto. De ahí nace la exigencia de regre­ sar al texto como espacio instaurador. Pero ese retorno está ya pre­ ñado de una equivocidad que nace de la propia interpretación: se regresa al texto mismo, al texto en su desnudez y, a la vez, sin em­ bargo, se regresa a lo que está marcado en hueco, en ausencia, como laguna en el texto [...] de ahí el juego perpetuo que caracteriza a esos retornos a la instauración discursiva —juego que consiste en decir por una parte: esto ya estaba allí, bastaba con leer, todo se encuentra allí, hacía falta que los ojos estuvieran bien cerrados y los oídos bien tapa­ dos para que no fuera visto ni oído; e, inversamente: no, esto no está ni en esta palabra ni en aquella, ninguna de las palabras visibles y le­ gibles dice lo que ahora está en cuestión, se trata más bien de lo que se

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dice a través de las palabras, en su espaciamiento, en la distancia que las separa—.30 Segundo, en esa distancia surge algo que perturba el retorno —podría ser también el caso de aquella consigna del "retorno a las fuentes"—, pues la relectura de esos actos instauradores no puede ser más que una reactualización: "la reinserción de un discurso en un dominio de generalización, de aplicación o de transformación que es nuevo para él."31 En la perspectiva de Foucault, al reinsertar el texto en otro espacio o dominio —en este caso podría resultar que el espa­ cio refiere a otro interés general de tipo problemático—, se vulnera su cualidad de fundación discursiva dependiente de la ley del texto o del autor. En otras palabras, la interpretación de un texto (una reactualización como reinserción textual en todo caso) debe interpe­ lar la ley del texto al mismo tiempo que está obligada a poner en aprietos a la intencionalidad autoral como criterio central. Este jue­ go presumiblemente perpetuo, dimensión sólo acreditable a aquellas lecturas sobre Foucault que pretenden decirnos autorizadamente cómo leerlo, relaciona finalmente aquellas dos capas de textualidad: el texto y aquello que lo permite pero que no se encuentra en el mismo plano discursivo. Por tanto, toda interpretación —forma terciaria de derivación— tendría que centrarse en lo que dice el discurso y además clarificar ese nivel que actúa como su condición. Desde esta presunción, am­ bas variables presentan una relación supuestamente clara de isomorfismo. Coincidente con el reclamo a esta postura por el propio Fou­ cault, pero en un contexto muy diferente, Ankersmit asume la inoperancia de ambas instancias y de su interrelación. Tratando de demostrar que la historiografía contemporánea puede ser entendida como una forma típicamente postmoderna, esto es, una situación histórica donde el pasado como referente material ha cedido su lu­ gar al vasto mundo de las interpretaciones, Ankersmit acude al ejemplo de la obra de Hobbes. La intensa discusión que suscitada en la filosofía política de los últimos cuatro decenios ha producido un fenómeno que no resulta exclusivo de esta disciplina: la sobre­ producción de trabajos, en este caso, sobre el Leviatán. 30 Ibid., p. 347-348. 31 Ibid., p. 347.

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Es una verdadera "guerra de interpretaciones" que no reconoce límites, sino que, en un sentido contrario a la "moderación" intelec­ tual que todavía privaba en los años sesenta, se incrementa cada vez más el número de autores al punto de volver inabarcable el horizon­ te exegético. Precisamente, por el camino del exceso discursivo, la situación nos ha conducido a dos aspectos que se vuelven más sig­ nificativos para el campo de la historiografía. En primer lugar, "la argumentación sobre Hobbes tiende a adoptar la naturaleza de una discusión sobre la interpretación de Hobbes, más que sobre su trabajo."32 Por este camino llegaríamos al punto de que el motivo de la disputa, esa instauración discursiva que en palabras de Foucault delimita al texto primero, no tendría ya que ser leído. De ahí el se­ gundo aspecto: en esta selva inabarcable de interpretaciones el tex­ to original perdió la función de arbitrar el debate y ser la última instancia de autoridad frente al cúmulo de comentarios. Se volvió vago, una especie de pintura cuyas líneas ya nos resultan borrosas, asevera Ankersmit.

Textualidades y comunicación Ni siquiera el proceso inverso, es decir, ir de las interpretaciones para después acceder al texto motivo de ellas, podría asegurarnos que al final aparecería el texto mismo en el sentido de realidad prís­ tina e inmaculada. Lo que finalmente nos queda de todo intento de recuperación y en un ambiente indudablemente postmoderno, es la imposibilidad de objetivación del propio campo textual. "Resumien­ do, ya no tenemos textos, ni pasado, sino sólo interpretaciones."33 Si el texto motivo de múltiples y encontradas interpretaciones se ha desvanecido precisamente como momento de instauración discursiva, esto quiere decir que todo retorno debe ser pensado en términos de una ambigüedad central: aquella que tiene que ver con la escritura misma. Lo que ella dice ya no está anclado en la temática de la ex­ presividad —un conjunto de ideas o pensamientos enunciados cla­ ramente— sino en su dimensión contraria. En otras palabras, en la 32 Frank R. A nkersm it, "H isto riog rafía y p ostm od ern ism o", H istoria Social, V alencia, U N ED, n. 50, 2004, p. 7. 33 Idem.

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posibilidad de instaurar a partir de lo dicho otras modalidades de funcionamiento de lo textual que se encuentran siempre situadas. La regularidad escriturística ahora se experimenta del lado de sus límites. Pero esos límites se especifican como acto de "transgresión y de inversión de esta regularidad que acepta y con la que juega; la escritura se despliega como un juego que va infaliblemente más allá de sus reglas y de este modo pasa al afuera"34 Digamos incluso que reconvierte la ley del texto por medio de la cual se convierte en es­ pacio de dispersión anónima. ¿Cómo, entonces, instaurar otras posi­ bilidades de acercamiento a lo textual que se desplieguen en el espa­ cio del afuera? Claro está, entendiendo dicho espacio como aquel que no puede ser fiel ni al pensamiento del autor ni a la ley del texto como instauración discursiva. Se trata de poner a funcionar el texto en una dimensión diferente, en otro espacio de aplicación, con el fin de me­ dir sus posibilidades reflexivas. Una reactualización que intenta ais­ lar ciertos momentos teóricos, determinadas estructuras concep­ tuales y categoriales, todo ello para establecer su operatividad en un medio problemático ajeno a las descripciones globales de la obra de Foucault, ya sean temáticas o metodológicas, como las señaladas arriba. Dicho medio toca cuestiones cruciales, así lo entiendo, para la propia disciplina histórica y sus capacidades reflexivas. Las apreciaciones anteriores pueden ser, por supuesto, aplicadas al propio ejercicio de lectura de la obra de Luhmann, ejercicio que puede ser acreditado teniendo en cuenta los criterios de utilización insertos en contextos históricos específicos, lo que ya implica de entrada entenderlo como proceso comunicativo. Tanto la escritura como la lectura —y la historia es una ciencia que liga su condición de posibilidad al registro escrito e impreso— deben ser asumidos en términos no de lo que pueden informar sobre el mundo, sino como un desarrollo que consiste en transformar ambas instancia en elementos de continuación de la propia comunicación. Como ele­ mentos que suponen ya una ruptura radical con la comunicación entre presentes y propia de la oralidad primaria, la forma escritura, y la lectura correspondiente, se conforman en una dimensión tem­ poral que tiene por resultado un desacoplamiento del propio acon­ tecimiento comunicativo. 34 M ichel Foucault, "¿Q u é es un autor?...", p. 333.

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A diferencia de la oralidad, la dualidad escritura/lectura es ma­ nifestación de una falta de simultaneidad entre el acto de comunicar y el de comprender, dos de las instancias de todo proceso comuni­ cativo. La separación temporal entre escribir (acto de comunicar) y leer (comprender) arroja consecuencias amplias para los propios medios de comunicación simbólicamente generalizados. En sentido es­ tricto, la historia tiene un involucramiento singular con la escritura/ lectura no necesariamente generalizable a los demás medios, pues ya dicho desacoplamiento reproduce la diferencia temporal pasado/ futuro como observación del sistema. Esta diferencia alude directa­ mente al problema del tiempo como presente, pero la virtualidad del pasado y del futuro no rompe con esta simultaneidad del suce­ der ("todo lo que sucede sucede en el presente y sucede simultánea­ mente", señala Luhmann). Sin embargo, la escritura, y la distancia que se abre con el momento posterior de la lectura, rompe con esta simultaneidad, por lo que se realiza algo no habitual en la oralidad: el acto de escribir instituye su futuro como recepción, mientras el cumplimiento de ese futuro convierte lo que se lee en pasado. Se trata de la "ilusión de la simultaneidad de lo no simultáneo".35 Todo ello supone que comprender no puede agotarse en esa instau­ ración discursiva, ni por la recuperación de la intención autoral, ni por el espesor de lo que dice el texto. Recurro a la formulación de Luhmann al respecto: comprender es acceder a la diferencia entre acto de comunicar e información. Nada parecería ser más evidente si se atiene al rasgo definitorio del proceso de escritura/lectura, pues su desacoplamiento dirige la atención directamente a esa diferencia sustancial. Ésta instituye con rigor la posibilidad de distinguir entre heterorreferencia y autorreferencia: la primera permite volver tema el acto de comunicar (podría decirse que se vuelve sobre la escritu­ ra misma y su forma de estructuración); la segunda convierte en tema lo que se informa (lo que dice el texto). Tanto uno como el otro suponen necesariamente otra comunicación posterior, por lo que la lectura no se queda en al acto de recepción de una conciencia dife­ rente a la del autor: así como la escritura es una forma social, la 35 N iklas Luhm ann y Raffaele de G eorgi, Teoría de la sociedad, trad. de M iguel Rom ero Pérez y Carlos Villalobos, coordinación de la traducción de Javier Torres N afarrate, G uadalajara, M éxico, Universidad de G uadalajara/U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnoló­ gico y de Estudios Superiores de O ccidente, 1993, p. 106.

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lectura requiere también ser comunicada, ya sea de manera oral o por medio de otra escritura (recursividad). La improbabilidad de continuar con la comunicación es resuelta, en una sociedad donde el escrito alcanza primacía por medio de la aparición y multiplicación de géneros especializados. Estas modali­ dades de comunicación escrita están obligadas a objetivar el tema, independientemente del acto comunicativo, puesto que no pueden ya depender de una interacción cara a cara, de tal manera que se relacionan directamente con la aparición de racionalidades específi­ cas, entre ellas las ciencias, el derecho, la política, etcétera. Es decir, la observación social está ligada a la forma escritura —acoplamientos en sentido estricto—, pues es un proceso comunicativo que tiene la cualidad de ser autorreflexivo: esta dimensión se agrega a la necesi­ dad de objetivación de la información o del tema, complejizando aún más el proceso global por el cual la sociedad se reproduce por medio de comunicaciones. Ambos aspectos permiten que las estructuras lógicas, expresadas discursivamente por medio de sistemas escritos, se autonomicen del intercambio conversacional cara a cara.36 No se trata de que la escritura/lectura aliente un proceso de captación de mayor conocimiento, pues esa objetivación temática no se refiere a la objetivación ontológica de una sustancia perceptible externa, más bien permite dotar al sistema social de un mayor po­ tencial para la comunicación de la autoobservación, sin que tenga que recurrir a un incremento proporcional en su potencialidad de la acción (leer no es actuar coordinadamente con otros).37 Desligan­ do la comunicación de la necesidad de acción es como se autonomizan esas estructuras lógicas que están en la base de las racionalida­ des formales, pero también rompen la conexión de la aceptación de la comunicación a los elementos tradicionales que la aseguraban en aquellas sociedades de oralidad primaria, por el ejemplo, el prestigio de la persona que emitía un juicio. Por eso, lo crucial se traslada hacia el futuro del acto escriturístico, donde la recepción adquiere una prioridad insospechada en el contexto de sociedades no funcio­ nalmente diferenciadas, puesto que el lector está en condiciones de 36 A lfonso M endiola, "L a s tecnologías de la com unicación. De la racionalidad oral a la racionalidad im p resa", H istoria y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 18, 2002, p. 35-36. 37 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría..., p. 306.

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evaluar la propia comunicación de forma más libre en el sentido de que ya no depende del autor. Dos elementos previos requiere la recursividad en la comunica­ ción escrita que pasa por la constitución de textos impresos: prime­ ro, el escritor se realiza para un público específico; segundo, ese público comparte con el escritor el conocimiento de los rudimentos del género del que se trata. Estos dos aspectos no contradicen el hecho de que la lectura es un ejercicio que no puede ser controlado previamente, ni por el autor ni por la objetivación temática. Con el aplazamiento del acto de comprender, que deja en suspenso la posi­ bilidad del entender propio del ejercicio lector, se genera una am­ pliación en el espectro de posibles interpretaciones. La escritura es un medio que amplía las redundancias sociales. Como materialidad se estabiliza incluso temporalmente, inhibiendo con ello las sorpre­ sas en la información: los géneros mismos pertenecen al orden de lo previsible. Quizá por ello la exigencia social sobre la originalidad se amplíe cada vez más, al tiempo que las reglas genéricas de los dis­ cursos impresos se consolidan normativamente. Pero por debajo de la estabilidad material de los discursos impresos, su orientación temporal hacia los futuros lectores lo convierte en un médium secun­ dario, donde la efectiva construcción de formas sólo se logra en el cúmulo de recepciones efectivas.38 Paralelo a la ampliación de redundancias, las interpretaciones amplían también su rango, pero en el sentido de una imprevisible apertura en las futuras capacidades de enlace. Esos enlaces son en realidad interpretaciones estabilizadas, a su vez, en otros textos im­ presos que son también susceptibles de interpretación bajo el mismo principio de imprevisibilidad. Esto significa que el resultado del ejercicio de lectura nunca puede ser controlado, lo que viene a ser una secuela del estado general del sistema social: con la escritura, " la sociedad renuncia, pues, a la garantía temporal e interaccional de la unidad de la operación comunicativa”.39 De ahí que la única manera 38 N iklas Luhm ann, La sociedad de la sociedad, trad. de Javier Torres N afarrate, bajo el cuidado conceptual de Darío Rodríguez M ansilla y estilístico de M arco O rnelas Esquinca, Rafael M esa Iturbide y A reli M ontes Suárez, M éxico, H erder/U niversidad Iberoam ericana, 2007, p. 201. Véase tam bién, Alfonso M endiola, "L o s géneros discursivos com o constructores de realidad. U n acercam iento m ediante la teoría de N iklas Luhm an n", H istoria y Grafía, M é­ xico, U niversidad Iberoam ericana, n. 32, 2009, p. 21-60. 39 Ibid., p. 199. Las cursivas son de Luhm ann.

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por la cual pueda decirse que se comprendió un texto es estabilizar la interpretación respectiva en otro dispositivo textual, dando con ello pie a la reproducción de la comunicación escrita como recursividad. Así, un médium secundario (una comunicación) permite su continuidad con la aparición de otro médium secundario, es decir, otras comunicaciones (se entiende que ya este segundo nivel impli­ ca generación de más textos). Entonces la apreciación de Foucault sobre las posibilidades de reinserción de un dispositivo textual —un discurso en todo caso— en un dominio nuevo de generalización o de aplicación se convierte en un precepto que acepta la circularidad como virtud. Así como preside la recepción de una parte de Las palabras y las cosas bajo los objetivos ya exhibidos, tomar a los textos impresos como médium secundario para la construcción de formas como enlaces futuros —in­ terpretaciones no gestionadas por la conciencia que interpreta — alcanza a cubrir el amplio espectro en el que la disciplina se presen­ ta como trabajo interpretativo: desde las fuentes de archivo hasta los otros dispositivos textuales con los cuales se alimenta. Como espacio de aplicación no necesariamente recurrente (me refiero a las moda­ lidades historiográficas de recepción de la obra foucaultiana), aquí el sentido de generalización consiste en una orientación contraria. Sin demeritar las variadas utilizaciones de dicha obra en térmi­ nos de orientación de investigaciones sobre el pasado —en los múl­ tiples aspectos que induce esa recepción, por ejemplo, el problema del poder o de la sexualidad—, se trata más bien en este estudio de otro interés. No ya de cómo hacer historia diferente a partir de Foucault, sino de cómo problematizar el propio quehacer de los histo­ riadores, en el entendido de que este último aspecto define el marco de los problemas teóricos de la historia. En tal sentido, una temática que me parece ineludible en esa suerte de definición tiene que ver con lo ya afirmado antes: explicar tentativamente la transformación histórica de la disciplina como intensificación de su carácter de transversalidad respecto a la investigación social. Frente al estable­ cimiento de aspectos tales como los presupuestos cognitivos, el nivel procedimental de la investigación histórica y de los fines sociales que cumple, amén de las formas de expansión discursiva que los articulan, le antecede una explicación sobre el tipo de cambio que ha afectado sus marcos generales de referencia.

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Configuraciones, a prioris históricos y complejidad sistémica Las vertientes de investigación que aparecen en el siglo xx son ma­ teria de comprensión, si tomamos como guía el desarrollo y profundización de un impulso previo pero distinguible incluso en la supe­ ración del historicismo: por debajo de las diferencias notorias en las modalidades del hacer historiográfico, se reconoce un tronco común que está en correspondencia con su definición decimonónica como ciencia humana. No esconde esta definición —en la tónica ya discu­ tida de las fuertes implicaciones antropológicas que arroja— una perspectiva que encuentra su punto de anclaje en una suerte de sus­ tancia previa, pues deja ver cómo tanto para los niveles teóricos como metodológicos, la invariante humanista determina toda recons­ trucción historiográfica. En sus proyecciones como lógica de inves­ tigación se presupone una estructura unitaria que permite explicar los acontecimientos históricos en su referencia esencial a ese existen­ te previo, de tal forma que dichos acontecimientos son tomados como modalidades diferenciadas en las que aquél se expresa. Esto significa que la diversidad de prácticas de investigación histórica que no cesa de incrementarse encuentra su justificación formal por el hecho de que, independientemente de su diversidad, todas ellas remiten a esa estructura esencial. El enfoque que busco desarrollar, por el contrario, toma a las prácticas de investigación como el núcleo mismo del saber histó­ rico. En tal sentido, las posibilidades de su delimitación teórica están determinadas por la capacidad de recuperar autorreflexivamente la lógica operativa en una situación que marca, más que un encadenamiento progresivo de una misma estructura, una profun­ da discontinuidad pragmática. La segmentación e inconmensura­ bilidad resultantes, producto de lo que he denominado dispersión paradigmática, son en realidad efectos análogos a los que se loca­ lizan en la esfera más amplia de la sociedad tardomoderna. Así como su evolución conduce a una diferenciación funcional, de for­ ma paralela y al nivel operativo de la investigación histórica, se reproduce en su interior la diferenciación resultante entre sistemas parciales desiguales entre sí, además de la simetría alcanzada por cada uno de esos sistemas parciales. Esto no debería ser materia

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de sorpresa o de alarma, pues finalmente se trata de una ciencia de la sociedad. El doble proceso de asimetría entre subsistemas sociales y sime­ tría operativa de cada unidad sistémica podría caracterizar la base disciplinaria de la historia. Por tanto, autoobservar históricamente a la disciplina histórica en este doble proceso por medio de los cuales construye observaciones históricas es precisamente el reto. En otras palabras y en términos propiamente de una tesis general que ha guiado en buena medida este estudio, si en el transcurso del siglo XX se ha presentado una aguda transformación de la historia como racionalidad procedimental, es necesario tomar con toda se­ riedad que esto bien puede ser un efecto de algo más general y abarcante. Se trataría, en efecto, de una disrupción profunda en todas aquellas modalidades que permiten la articulación de los "ór­ denes sociales de constitución de la experiencia" y sus correspon­ dientes mediaciones discursivas.40 Algunos autores han denomi­ nado a esta disrupción como una transformación general en el ámbito de lo pensable.41 Sin embargo, no remite la tónica del cambio al mundo de las ideas subjetivas o a los actos de carácter mental, sino más bien a las confi­ guraciones generales, a los códigos o sistemas que permiten que algo sea materia de cuestionamiento o problematización; términos por supuesto netamente foucaultianos. No deja de llamar la atención que esta descripción pueda conectarse con la perspectiva de Luhmann 40 "E n el Orden del discurso, Foucault expuso el m odo com o se articulan los órdenes so­ ciales de constitución de la experiencia (nosotros diríam os de los tem as y las aportaciones) con las form as discursivas (nosotros diríam os los actos com unicativos); es decir, cóm o eluci­ dar la contingencia de las com unicaciones." Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y reali­ dad. La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, 2003, p. 83-84. 41 Por ejem plo, H aberm as, quien propone una suerte de diagnóstico general sobre la transform ación de la filosofía, el esfuerzo tom a visos de cam bio cultural global. Por debajo de las diferencias en las escuelas filosóficas del siglo XX se hacen notar ciertos elem entos que las atraviesan —m otivos de pensam iento los denom ina H ab erm as— que no responden a m odas, definiciones teóricas o preferencias personales. En sus propias palabras: "P ero lo es­ pecíficam ente m oderno, que se ha apoderado de todos los m ovim ientos de pensam iento, radica no tanto en el m étodo com o en los m otivos de ese m ism o pensam iento. Cuatro m otivos caracterizan la ruptura con la tradición. Los rótulos son los siguientes: pensam iento postm etafísico, giro lingüístico, carácter situado de la razón e inversión del prim ado de la teoría sobre la praxis —o superación del logocentrism o." Jürgen H aberm as, Pensamiento postm etafísico, versión castellana de M anuel Jim énez Redondo, M éxico, Taurus, 1990, p. 16.

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que alude a una reordenación cultural —la cultura como totalidad posible de observaciones de segunda orden— motivada por la evo­ lución de una sociedad funcionalmente diferenciada. Es en este ám­ bito donde las comunicaciones se elevan a instancia central en su estructuración sin perder su consistencia contingente. El problema particular, por tanto, consiste en tratar de explicar cómo y por qué — finalmente el tipo de planteamientos que son característicos de la disciplina histórica— se produce el paso de una historia que sólo podía ser entendida como ciencia del hombre (siglo XIX) a otra si­ tuación donde la lógica práctica establece los limites de una opera­ ción sistémica. Esta forma operativa debe enfocarse a partir de la dispersión que sufre su lógica de investigación, por lo que la funcionalidad resul­ tante depende directamente de la relación transversal con la inves­ tigación social ya mencionada. ¿Puede una relectura de Las palabras y las cosas, en particular de su último capítulo, aportar indicaciones pertinentes al respecto? En lo que sigue se intenta afrontar esta in­ terrogación, así como identificar las consecuencias más productivas para reelaborar una teoría de la historia, si todavía se insiste en man­ tener la expresión. Una primera indicación tiene que ver con una propuesta interpretativa que puede denominarse oblicua y sesgada del texto en cuestión. Dicha indicación se encuentra expresada en el prefacio del texto foucaultiano y consiste en una indicación guía que sirve de entrada a este ejercicio interpretativo: el estudio abordado busca acercarse a las configuraciones fundamentales que decantan, para una cultura dada, los aprioris históricos a partir de los cuales un código de ordenamiento es posible.42 Se trata de una red entendida como complejo de relaciones que delimita, tanto las formas de aprehensión culturales —se entiende que se trata por tanto de comunicaciones efectivamente realizadas o flujos de información—, como los saberes más o menos formalizados. 42 "T anto que esta región 'm ed ia', en la m edida en que m anifiesta los m odos del ser del orden, puede considerarse com o la m ás fundam ental: anterior a las palabras, a las percepcio­ nes y a los gestos que, según se dice, la traducen con m ayor o m enor exactitud y felicidad [...] m ás sólida, m ás arcaica, m enos dudosa, siem pre m ás 'verdad era' que las teorías que intentan darle una form a explícita, una aplicación exhaustiva o un fundam ento filosófico. A sí, existen en toda cultura, entre el uso que pudiéram os llam ar los códigos ordenadores y las reflexiones sobre el orden, una experiencia desnuda del orden y sin m odos de ser." M ichel Foucault, Las palabras y las cosas... , p. 6.

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Estos últimos ofrecen una competencia operativa para el conjunto del complejo. Por otro lado, al especificar el campo de las configu­ raciones se introduce una diferencia fundamental con lo que no puede estar contenido en su articulación —finalmente una distin­ ción con el entorno—, al mismo tiempo que determina la comple­ jidad de las relaciones posibles entre los elementos internos. Esas configuraciones fundamentales son estrictamente anteriores a todo esfuerzo filosófico y analítico que busca tomarlas a su cargo, por lo que los conceptos incluso culturales (modernidad, por ejemplo), las categorías y los esquemas explicativos que las clarifican, son autorreferenciales y circulares. Esto es, no se pude dar cuenta de dichas configuraciones como si se pudiera adoptar el punto de vista de un observador externo.43 Siguiendo la terminología empleada por Foucault de fuerte evo­ cación kantiana, y en relación con esta cualidad de autorreferencialidad, se trata de la condición de posibilidad de todo saber positivo, al tiempo que también actúa como sistema general donde lo dicho, las percepciones o experiencias, así como las prácticas mismas, se des­ pliegan en tanto formas inconscientes de una cultura.44 La posibilidad de formular enunciados en una época particular, las modalidades de entrelazamiento de conjuntos de enunciados que dan forma a prácticas discursivas, finalmente, su cristalización en saberes y cien­ cias, son todos elementos entrelazados en ese conglomerado de co­ municaciones posibles y efectivas que enmarcan la aparición de las ciencias humanas. Estas consideraciones, que se resumen en la cua­ lidad implícita de un cierto orden sistemático, hablan ya de una perspectiva que se relaciona directamente con la noción de raciona­ lidades formales o, para utilizar el vocabulario de Foucault, ese sub­ suelo arqueológico en el orden de los saberes que coloca al hombre 43 "A l térm ino 'sociedad' no se asocia de hecho una representación unívoca, y lo usual­ m ente designado com o 'social' tam poco m uestra referencias objetivas uniform es. A dem ás, el intento por describir a la sociedad no puede hacerse fuera de la sociedad: hace uso de la co­ m unicación, activa relaciones sociales y se expone a la observación en la sociedad. Entonces, com o quiera que pretenda definirse el objeto, la definición m ism a es ya una de las operaciones del objeto: al realizar lo descrito, la descripción se describe también a sí m ism a. La descripción debe, pues, aprehender su objeto com o objeto-que-se-describe-a-sí-m ismo. Usando una expre­ sión proveniente del análisis lógico de la lingüística, podría decirse que toda teoría de la so­ ciedad presenta un com ponente autológico." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad,,,, p. 5. 44 Patxi Lanceros, A vatares del h o m b r e p. 88.

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como sujeto y objeto de su propio conocimiento, disposición que puede ser objeto de análisis histórico. Me parece que en este tipo de postulados, definiciones teóricas y metodológicas, es en donde encuentra su lugar la noción episteme, tomada ahora como un criterio no sólo heurístico para un proyecto que quiere investigar la formación histórica de nuestros sistemas de racionalidad, sin esquivar la necesidad paralela de dar cuenta de sus propias articulaciones estructurales. Esta alusión a los sistemas so­ ciales como condiciones de posibilidad para los ordenamientos dis­ cursivos y realizada por medio de la noción episteme es entendible como una referencia al apriori histórico interpretado como latencia. En efecto, alude a ese punto ciego que, frente a los regímenes de lo decible, introduce una no visibilidad como condición para un régi­ men de visibilidad. Éste sería el marco general para una analítica que intenta explicitar el subsuelo de esas ciencias humanas y su condición de emergencia, por lo que define el ámbito de lo sistémico a partir del cual cristalizan formas objetuales de saber —es decir, positividades— y emplazamientos donde se inscriben modalidades de sujeto correlativas. En suma, en esta esfera de las configuraciones fundamentales —ám­ bito de la complejidad sistémica— es donde se delinean las diferen­ tes formas de los acontecimientos y sus correlativas dimensiones prácticas. No es que defina de principio un índice de homogeneidad y unidad cultural, antes bien, es el espacio que permite el despliegue de los criterios del orden, de la producción enunciativa en sus dife­ rentes niveles, de las formas del hacer más o menos codificadas o reglamentadas. Serie de series cuyos entrecruzamientos constituyen propiamente el acontecimiento —una relación más que un estado de cosas— entendido como efecto de dispersión, es decir, cruce im­ previsto de procesos diferenciados y heterogéneos. Es, en palabras de Foucault, una esfera de "las sistematicidades discontinuas."45 Sin embargo, como noción, episteme reconduce a una limitación explícita: se aplica a la esfera de las prácticas enunciativas como elemento organizador de las competencias discursivas, de lo que puede ser dicho en una época determinada, instituyendo así las 45 M ichel Foucault, El orden del discurso, trad. de A lberto G onzález Troyano, Barcelona, Tusquets, 1974, p. 46.

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posibles interdependencias e isomorfismos entre conjuntos de enun­ ciados diversos. Plasma, por tanto, modalidades organizativas y conjuntos de interacciones estables durante un cierto tiempo en un contexto limi­ tado, donde su funcionalidad se cumple como factor distributivo. En efecto, se aplican esas modalidades e interacciones sobre aquellos entramados discursivos que instituyen, a su vez, formas de saber sobre la vida, el lenguaje y el trabajo. Las interdependencias se en­ cuentran en relación directa con la manera por la cual emergen y se transforman los discursos que se ocupan de ordenar lo sígnico, los seres de la naturaleza y los bienes materiales. En su desarrollo típi­ camente moderno, tales entramados discursivos o ciencias dan la ocasión para la emergencia de otras modalidades de saber que, a diferencia de las anteriores, presumen de una competencia en el orden de la autocomprensión humana. Así, de las ciencias del tra­ bajo, de la vida y del lenguaje, se constituyen como su duplicado epistémico otras formas discursivas o saberes que se encargan, des­ de el siglo XIX, de dar cuenta de lo social, de los ámbitos individua­ les y, finalmente, del conjunto de los significados compartidos. Se trata de un proceso de duplicación que, en la perspectiva del texto comentado, presupone la emergencia de una figura novedosa y ambigua en su propio origen: el hombre y los modos de saber que acompañan su despliegue histórico. Dándose un objeto diferente a los que ya estaban presentes en las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje, se estructuran como ciencias humanas en una dimen­ sión totalmente inédita en el panorama de la historia occidental, proceso que no es simplemente la orquestación final de una labor reflexiva previa. La pregunta pertinente es ¿qué lugar ocupan dichas formas de saber sobre lo humano —el hombre como ser social, como ser vivo y como sujeto parlante— en el contexto epistémico moder­ no y cuáles son sus posibilidades de justificación en tanto medios de autocomprensión? Previo a toda respuesta se debe hacer notar en qué consiste la ambigüedad que le es consustancial y que le viene de una situación altamente paradójica. Dicho problema no es correlativo a la proble­ mática de emergencia de las ciencias de la vida, el lenguaje y el traba­ jo, pues no sólo su consistencia objetual es diferente, también lo son sus procedimientos y sus marcos teóricos. Parece que la ambigüedad

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en la que estaban inmersos esos saberes estaba ya en un marco re­ flexivo más amplio y característico del contexto decimonónico. En efecto, ya en su vinculación con una temática filosófica previa —la perspectiva fuertemente racionalista del cartesianismo — el hombre como figura de pensamiento y como concepto específico se ve en­ frentado a una exigencia de principio, a saber, lograr la absoluta autotransparencia de sí mismo. Lo paradójico es que la tradición racionalista se haya esforzado por mostrar al hombre como cogito lúcido, sujeto racional por excelencia, y que, sin embargo, necesita­ ra para conseguirlo de otra cosa (formas de saber) que van más allá del sí mismo. Precisamente por eso la exigencia de principio motiva que los entramados discursivos de las ciencias humanas se hayan adaptado a la forma de discursos sobre lo mismo: buscan dar cuenta de las po­ sibilidades de este autoconocimiento en tanto proceso identitario. Pero dicha exigencia se le plantea a un sujeto que aparece como ins­ tancia cognoscente por excelencia, incluso como sujeto absoluto de todo conocimiento del mundo natural. Lo que supone que este hom­ bre lúcido, capaz de conocer su entorno natural, se ve constreñido por una situación de principio, esto es, la falta absoluta de conocimiento sobre sí. Este rasgo imprime una suerte de perplejidad en los saberes sobre el hombre, puesto que, queriendo encontrar al sujeto que produ­ ce representaciones —incluso sobre la vida, el lenguaje y el trabajo—, y al auxiliarse de formas novedosas de saber sobre sí como identidad, lo único que encuentra son otras representaciones. Podría decirse que esas otras representaciones son sobre sí mismo, por lo que atravesán­ dolas se llegaría a una descripción uniforme y coherente. Sin embargo, esos resultados aportados por las ciencias huma­ nas, más que permitir una descripción unitaria lo dispersan en cons­ trucciones condicionadas, mostrándole, por el contrario, su límite esencial: esa condición mortal que no puede esquivar. Las positivi­ dades en que se dispersa el hombre como sujeto —la sociedad como mundo de relaciones, la vida y sus apremios, los signos y sus leyes — le señalan su alteridad, ese implícito fundamental que sin embargo se constituye como aquel subsuelo arqueológico que las permite. A esta problemática Foucault la denominó analítica de la finitud. Como sujeto finito pero lúcido, reencuentra al final de cada ejercicio de autocomprensión la incapacidad de dar cuenta absoluta de su propia

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naturaleza, dado que la propia finitud lo impide.46 Desprendiéndo­ se de la forma en que se despliega la analítica de la finitud en el seno de las ciencias humanas, se presenta además otro tipo de determi­ nación paradójica que aumenta aun más la inestabilidad de su sue­ lo arqueológico. Esto tiene también que ver con aquellas vertientes filosóficas que desarrollaron en el siglo XIX perspectivas abiertas con anterioridad. Así, la labor reflexiva que se reivindicaba aspiraba a esclarecer el origen de toda representación posible, independientemente del cam­ po limitado del que se tratara, cosa que obliga a una torsión más al interior de las ciencias del hombre. Al hablar del origen de toda representación se configura uno de los grandes temas filosóficos, esto es, la subjetividad trascendental que, entendida como espacio originario y fundamento, delimita toda capacidad representativa. En esta variedad filosófica no sólo la obra kantiana es el episodio más significativo, pues los esfuerzos de subjetivación estaban mu­ cho más extendidos de lo que se acostumbra señalar. Esa doble afec­ tación paradójica muestra la importancia que tuvo la reflexión filo­ sófica para la configuración teórica de ciencias como la historia, no en el sentido de una fundamentación ni en cuanto a las orientaciones que se desprenden de la tradicional filosofía de la historia, sino más bien en tanto que esas formas de saber aportaron una sensible mo­ dificación: se despliegan ahora en un campo que no es filosófico sino científico, por más que se dude que las ciencias humanas gocen de esta cualidad desde el propio siglo XIX. Es por eso que al ser trasladadas al seno de las ciencias humanas, estas problemáticas se conectan con una disposición que no tiene ya que ver con el tratamiento filosófico propiamente dicho. Incluso la convencional relación sujeto-objeto, aplicada previamente a las cien­ cias naturales, no pudo ocultar más en su traslado a los saberes so­ bre el hombre la problematicidad que la sola discusión filosófica no pudo profundizar. Es en ese terreno científico donde se gestó en décadas posteriores su inversión crítica. Esta posibilidad estaba ya insinuada en el propio contexto decimonónico, pues en tanto estas ciencias se presentaban como instancias de autocomprensión hu­ mana se vieron en la obligación de tratar al hombre mismo en una 46 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 306.

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dimensión empírica, nivelándolo con el conjunto más vasto de las empiricidades que funda la episteme moderna.47 Esto quiere decir que su esfera objetual se estableció al momento en que el hombre fue tratado como una realidad espesa en el mismo plano que las empiricidades de la vida, el trabajo y el lenguaje. El resultado es que como hombre-objeto de un saber posible entra en conexión inestable con el estatus del hombre como sujeto cognoscente, al punto de anunciar la futura fractura de la relación cognitiva misma.

Ciencias humanas e historia: un equívoco de origen En el momento en que las ciencias humanas se establecen como formas autorizadas de saber no pueden más que reconocer a la re­ lación entre lo empírico y lo transcendental como un factor central en su propia consistencia cognitiva. Esta implicación les imprimirá, más allá del siglo XIX, un suelo crítico de gran importancia, pero también un factor limitante para todos los intentos de fundamentar­ las frente a las ciencias naturales. Su singularidad teórica y metodo­ lógica estuvo desde el inicio gravada por esa temática filosófica que se trasladó a su seno, restringiendo con ello toda discusión a la acep­ tación dogmática de la distinción basal. Esto por supuesto afectó al caso concreto de la historia y a sus posibilidades de legitimación en tanto forma de saber.48 Como toda ciencia humana, la historia se involucra en esa suerte de oscilación permanente a que fuerza la adopción de la relación entre lo empírico y lo trascendental, lo que en todo caso es también expresión de una disposición circular. Así, 47Ibid., p. 310. 48Precisam ente en este sentido resalto una aseveración que Foucault form ula y que m e parece im portante, aunque ya la he señalado previam ente. De la relación entre lo em pírico y lo trascendente em ergen dos posturas que retom an cada una uno de los polos instituidos. El polo em pírico alentará toda una problem ática bajo el estilo de una estética trascendental, esto es, se preguntará por las condiciones incluso corporales que intervienen en el proceso cognitivo; su interés consiste en m anifestar los contenidos em píricos tom ando com o hilo conductor temas tales com o la percepción, los m ecanism os sensoriales o los aspectos fisiológicos. La otra postura entendida com o dialéctica trascendental se dará com o tarea explicitar el conocim iento m ás bien por las condiciones históricas y socioculturales que se tejen entre los individuos; el tem a que se derivará será el de una posible historia del conocim iento. Es esta partición, natura­ leza cognitiva vs. historia, la que le perm itirá a Foucault introducir el problem a m ás general de la verdad en su relación con el discurso y a partir de las posturas del positivism o y la escatología. Ibid.

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se privilegia el polo trascendental cuando de lo que se trata es de establecer los fundamentos, los orígenes y los principios incuestio­ nables de la naturaleza humana; cuando se le coloca por encima de la dispersión a la que aluden los acontecimientos históricos. Por el contrario, la reflexión se dirige al polo empírico cuando el ser del hombre requiere de las constancias aportadas por el estudio de las situaciones concretas, sociales, históricas y culturales. Sin em­ bargo, estos mundos "reales" están instituidos al nivel de lo diverso y de lo fragmentario, por lo cual, independientemente de que llenan de contenido empírico al ser del hombre, necesitan de una aclaración cuya posibilidad no está simplemente en dicho nivel. Por eso es ne­ cesario un retorno a lo trascendental, pues la variabilidad de los mun­ dos humanos sólo puede ser explicada desde lo uno y lo identitario. El desarrollo de esta temática ya en el siglo XIX se expresó además en la correlativa disparidad entre una dimensión interna propia del su­ jeto —la naturaleza humana con todos sus atributos invariables— y la dimensión externa del mismo que aludía a la experiencia histórica. Así, esta extraña construcción —presentada como fundamento de toda experiencia posible— se desgaja en una dualidad más, aquella que opone la capacidad de autorreflexión de una conciencia (lo tras­ cendental) a su involucramiento en una multiplicidad por el lado empírico.49 De la unidad subyacente del sí mismo a la diseminación constante de la diferencia respecto a los otros, esta manera de encua­ drar las propiedades que los saberes sobre el hombre adquirieron se concretó en la distinción naturaleza/espíritu, siendo ella misma una reentrada (re-entry) de la distinción entre lo empírico y la trascenden­ tal en el polo mismo del sujeto. Esto por supuesto es característica central de ese único sistema autorreferencial que el siglo xIx pudo inteligir: el sistema psíquico. Sostengo que sin la distinción basal entre un polo empírico y otro trascendental, el saber histórico no podría haberse desentendido de las tradicionales problemáticas 49 "C on arreglo a la form a, por tanto, su propia unidad les es dada sólo com o paradoja: com o unidad de algo que es una m ultiplicidad, com o m ism idad de lo diferente. Bien es ver­ dad que el distinguir no es difícil, puesto que sin realizar una distinción en ningún caso se puede observar. Pero el problem a se cifra entonces en saber de qué se distingue el sujeto [...]. Por consiguiente, dos son las preguntas que hem os de plantear al sujeto: la prim era es la re­ ferente a de quién o de qué se distingue; y la segunda, la relativa a qué es su propia unidad, dado que ésta es definida por una distinción que puede seleccionarse variadam ente." Niklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad..., p. 219-220.

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morales y de ejemplaridad del pasado, para encauzar sus cualida­ des cognitivas como ciencia humana. Si la discusión respecto a su estatuto mostraba plausibilidad, al punto de que terminó orientan­ do todavía las propias deliberaciones teórico-metodológicas de principios del siglo XX, esto era debido a la asunción de este marco de referencia como modalidad adquirida para realizar su propia autorreflexión. En tal sentido, no puede ser simplemente una casualidad que la historia fuera objeto de una atención desde la teoría del conocimien­ to convencional, donde el conjunto de tratamientos posibles partían de su acreditación como modelo de toda ciencia del espíritu. En efecto, la historia en su emergencia moderna como forma de saber se encargó de llevar la tematización de la distinción entre lo empí­ rico y lo trascendental hasta consecuencias nunca antes vislumbra­ das, mucho menos desde las aperturas kantianas de la temática. Así, la distinción entre lo empírico y lo trascendental adquirió carta de ciudadanía científica por primera vez en el terreno de la investiga­ ción histórica gracias a la diferenciación secundaria entre naturaleza y espíritu. El estatuto de esta doble diferenciación se articuló bajo la forma de una circularidad particular de estas formas de saber sobre el espíritu humano: eran ciencias de autoconocimiento del sujeto donde la historia se encontraba en primerísimo lugar.50 De acuerdo a la situación particular de la reflexión en el siglo XIX, la singular noción ciencias del espíritu se estableció tomando como elemento modélico a la historia, expandiendo un pretendido conte­ nido cognitivo que guardaba singularidad frente a las ciencias natu­ rales o empíricas. Toda la discusión generada a partir de esta singu­ laridad, por ejemplo, la asunción del dualismo metódico que se expresa en la contraposición ciencias naturales-ciencias del espíritu y su correlativa especificación como contraposición metódica —ex­ plicación vs. comprensión—, se aplicó sobre la historia como paradigma y se desprendió de un problema central de orden gnoseológico: la relación entre sujeto cognoscente y campo empírico. El procedimien­ to, que alcanzó incluso proyección metodológica, consistió en asumir que lo que la historia puede establece como objeto de estudio (las 50 Cfr. W ilhelm Dilthey, Dos escritos sobre hermenéutica. El surgim iento de la hermenéutica y los esbozos para una crítica de la razón histórica, pról., trad. y notas de A ntonio G óm ez Ramos, epílogo de H ans-U lrich Lessing, M adrid, Istm o, 2000, 247 p.

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realidades humanas en su dispersión temporal), lo reencuentra en su condición cognitiva (aunque en esta dimensión el ser humano devie­ ne sujeto cognoscente como instancia trascendental).51 En el contexto decimonónico, la única forma de asumir esta circularidad era estableciendo una forma de comunicación psicológica entre el historiador y los sujetos históricos estudiados. Ése era el papel de la empatía que buscó ser plasmado como elemento deter­ minante en el orden procedimental de investigación. El camino tran­ sitado, sistematizado por la gran fundamentación epistemológica de la historia en la obra de Dilthey, va de la exterioridad —una materialidad distinguible por ser efecto de esa gran fuerza produc­ tora del espíritu humano— a la interioridad subjetiva donde se alo­ ja dicha espiritualidad. Es el tránsito de lo externo, donde incluso participa la cualidad expresiva de los sujetos, a lo interno como sub­ jetividad universal compartida por los sujetos. El problema es que esa circularidad se presenta sin posibilidades de resolver la parado­ ja planteada desde la misma distinción basal. Así, la indeterminación de origen supone que si la noción sujeto expresa la base de sí mismo en su propia autotransparencia y del mundo en su conjunto, entonces, estrictamente, no puede haber otros sujetos.52 Con ello se presenta un error cíclico como incapaci­ dad de desparadojización pero, curiosamente, también como reen­ trada de la distinción empírico/trascendente en el polo subjetivo. El siguiente postulado recupera esta situación: gracias a la dimensión trascendental cualquier sujeto puede postular los hechos de su con­ ciencia como condiciones no determinadas por la inmediatez de una situación, es decir, como elementos trascendentales, y de este modo 51 "L a conexión del m undo espiritual brota en el sujeto, y el m ovim iento del espíritu hasta definir la conexión de significado de este m undo es lo que enlaza unos procesos lógicos aislados con otros. Así, por un lado, este m undo espiritual es la creación del sujeto captador, pero por otro, sin em bargo, el m ovim iento del espíritu está dirigido a alcanzar un saber ob­ jetivo en ese m undo. N os enfrentam os, pues, con el problem a de cóm o la estructuración del m undo espiritual puede hacer posible en el sujeto un saber de la efectiva realidad espiritual." Ibid., p. 109. 52 "C o n la quinta de las m editaciones cartesianas de H usserl esto fue puesto en claro, al m enos para sus lectores. El recurso a una com unidad de m ónadas (¿o de nóm adas?) es tan pobre com o solución que, caso de haber sido H usserl un pensador tan serio com o realm ente fue, bien podría pensar uno que se trata de una ironía. S i 'su jeto' quiere decir ser la base de sí m ism o, y con ello del m undo, entonces no puede haber otro sujeto. Precisam ente por ello se hizo necesaria la distinción trascendental/em pírico." N iklas Luhm ann, Com plejidad y m o­ dernidad... , p. 210.

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asumir la identidad —a todas luces problemática— con la conciencia de otros sujetos. No causa ya ninguna alarma el que se reconozca que el basamento epistémico de la historia en el siglo xIx estuviera conformado por una plataforma tan resueltamente ontología y me­ tafísica. Es por ello que se puede vislumbrar la importancia que adquirió la disciplina histórica para la filosofía del siglo xx, pues ahí, en el terreno mismo de la dimensión temporal, de la contingencia y de la variabilidad, se dirimieron las disputas filosóficas más llama­ tivas y de más grandes consecuencias. La filosofía no salió indemne de esta suerte de contaminación: su perfil y el tipo de problemas que se revelaron centrales se ali­ mentaron de esta inmersión en un terreno no apto para la continua­ ción misma de la metafísica. Sin embargo, el ideal de saber históri­ co articulado en ese momento —siglo XIX— adoptó la tónica de la distinción aludida sin menoscabo de aquellas consecuencias más desastrosas para los impulsos reflexivos. La misma historia de las ideas, en el panorama de la Escuela Histórica Alemana, en sus ver­ siones de historia política y diplomática, era ya una modalidad de investigación para la cual la explicación o comprensión de los acon­ tecimientos históricos era posible por la reconducción de su varia­ bilidad y su materialidad a la intencionalidad subjetiva pensada como origen. Lo anterior se expresa incluso en la propia visión de la historici­ dad —más allá de la equivocidad que dicha dimensión produce—, pues el presupuesto adoptado como una suerte de paradigma difícil de ser deconstruido fue de nueva cuenta doble: el hombre como sujeto productor de la historia vivida, pero también como sujeto cognoscente de la historia explicada. Para el objetivo que persigo en este estudio resulta crucial la relación anteriormente descrita. Dejo de lado, por tanto, la discusión que desarrolló Foucault en relación a la temática antropológica (en todo caso ya tratada en al apartado anterior); esto, a pesar de que la analítica de la finitud dio paso a la expresión de posturas filosóficas de gran importancia pero que ya han sido sumamente exploradas. Es el caso de la discusión sobre universales antropológicos o respecto a las sujeciones a las que obliga un suerte de filosofía humanista. Reitero, entonces, el enunciado central: la relación entre un polo empírico y otro de naturaleza tras­ cendental resultó ser fundamental para el propio saber histórico,

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incluso en un sentido más profundo que para las otras formas de saber humanas. Desde esta problemática de base es necesario preguntarse por la naturaleza epistémica del saber histórico en su contexto de emer­ gencia, esto es, como ciencia del espíritu. Desde la perspectiva foucaultiana, el estatus de estas formas de saber se concreta al estilo de ciencias sobre lo humano, de tal forma que, en sentido estricto, son derivaciones de otras formas de saber que encuentran en las nuevas empiricidades de la vida, del lenguaje y del trabajo sus rasgos de formalización. Dicho proceso de derivación se expresó de manera determinante con la introducción de una función diferente a la que presentaban esas ciencias que tomaron a su cargo los nuevos cam­ pos objetuales: la función de autocomprensión. Ni la economía políti­ ca, ni la filología, menos aun la biología, presentaban rasgo alguno en términos de esa cualidad central, lo que explica que incluso la problemática de la representación les fuera totalmente ajena —por lo menos en su constitución interna—; no así en su tratamiento ex­ terno de corte filosófico. La constitución derivada de las ciencias del espíritu requirió, necesariamente, de la articulación y delimitación de tres esferas objetuales diferenciadas pero que comparten la fun­ ción de autoconocimiento. Estas esferas adquirieron rango formal —es decir, esquematis­ m o—, además de objetos específicos, gracias a la relación que man­ tuvieron con las empiricidades de la vida, el lenguaje y el trabajo. Al mismo tiempo, cada una de ellas se dirigía hacia un sustrato considerado humano, y sus manifestaciones fenoménicas se mate­ rializaron como regiones de saber que delimitaron, por lo menos hasta la primera mitad del siglo XX, el campo total de las calificadas ciencias humanas. La denominada por Foucault región psicológica se caracterizó por asumir de manera central el problema de cómo pen­ sar al hombre en tanto ser vivo, al mismo tiempo que lo asume como el único ser que puede representarse la vida misma. Desde esta constitución problemática dicha región derivó una variedad de as­ pectos que van desde los problemas mentales hasta su concreción en el ámbito de la conducta humana, de los procesos conscientes del yo hasta las implicaciones inconscientes que modulan el actuar. Esta región convierte en tema de comunicación científica, por tanto so­ cial, a los sistemas psíquicos como sistemas autorreferentes.

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La interrogación pertinente aquí es si es posible aclarar empiricamente a los individuos como sistemas autopoiéticos, esto es, como sistemas psíquicos, o si se trata más bien de observaciones especiali­ zadas sobre el entorno del sistema social.53 Por otro lado, la región sociológica delimita un campo de objetos de estudio a partir de la vi­ sión sobre el hombre como ser que trabaja y que en su esfuerzo en­ cuentra las directrices requeridas para su propia reproducción como especie. En la esfera de las relaciones sociales el hombre descubre las posibilidades de una riqueza material con la cual enfrentar las apre­ miantes necesidades de su condición, al tiempo que ese esfuerzo ins­ tituye el marco que le permite representarse los aspectos normativos y conflictivos centrales de dicho orden relacional. Con esta ascensión se permite construir, incluso, el espectáculo global de ese mundo como esfera completa de interacciones posibles. Finalmente, la región simbólica se singulariza por constatar indefinidamente el hecho de que el hombre es el ser parlante por excelencia. Bajo este reconocimiento vuelve a introducirse la cualidad aneja de la representación, pero ahora se trata de ese mismo lenguaje como sistema sígnico. Acompañando este proceso de objetivación del lenguaje mismo, se puede reconocer ya en la modernidad el desarrollo temporal que desde antiguo tiene la capacidad humana para fabricar mitos, para producir literaturas, generando para ello documentos y series de documentos donde se materializa de manera privilegiada su pro­ ductividad significativa.54 Tomando en cuenta este proceso —cor­ to temporalmente, pero amplio en el sentido de las consecuencias que se derivarán de ello para el siglo XX—, es posible decir que las ciencias humanas no tienen un lugar epistemológico preciso y asegu­ rado junto con otra clase de ciencias. Al desequilibrarse el esquema cognitivo clásico —anclado por un lado en aquellas necesidades que se buscaron satisfacer con una mathesis universal, y por otro, en el esfuerzo taxonómico preciso para dotarse un cuadro que re­ presentara los conjuntos específicos de ese orden—, se despliega un 53 "L a observación de los sistem as psíquicos no necesariam ente im plica la observación de su conciencia, com o en general, de una m anera irreflexiva, se cree; a las observaciones que establecen esta referencia por lo com ún se les señala com o 'com prensión', pero una com pren­ sión que se orienta por la diferencia consciente/inconsciente es un caso especialm ente raro y pretensioso que depende particularm ente de una teoría." N iklas Luhm ann, Sistemas sociales..., p. 271. 54 N iklas Luhm ann, Complejidad y m odernidad..., p. 342-343.

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campo epistemológico que no es la simple continuidad de los elemen­ tos anteriores. Por eso el saber moderno rompe tanto con la mathesis y su pretensión de ordenación matemática, como con la taxono­ mía en el sentido de esquematización de las secuencias progresivas resultantes. El campo epistémico global que emergió terminó adoptando la forma de un dominio tridimensional cuyas vertientes no están desde entonces definidas ya por una mayor o menor resistencia a la matematización. Siguiendo una prescripción que posteriormente adquiri­ rá preeminencia al interior de la teoría del conocimiento, la diferencia entre formas cognitivas estriba en los gradientes de formalización de sus respectivos campo objetuales. Lo que quiere decir que las fronte­ ras estarán delimitadas desde el siglo XIX por un índice de problematicidad manejable respecto a la relación sujeto-objeto. Otra será la si­ tuación para el siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, pues la expansión de las ciencias sociales afectó sustancialmente esta clase de criterios para establecer diferenciaciones entre disciplinas científicas. Regresando al argumento de Foucault, el estatus que alcanzó más formalización, y por ende, menor problematicidad de la relación cognitiva, le corresponde sin duda a las ciencias físicas y naturales. En segundo lugar se encuentran las ciencias de la vida, de la producción y del lenguaje, saberes capaces de hacer resaltar elemen­ tos análogos susceptibles de encadenamiento causal, por lo que tie­ nen la capacidad adecuada para resaltar regularidades estructurales y explicarlas a partir de secuencias temporales (distinción causa/ efecto). El tercer ámbito define ahora un papel nuevo para la filoso­ fía que, conectándose con el segundo plano, está obligada a desa­ rrollar variantes reflexivas tales como las filosofías de la vida, de la alienación y de las formas simbólicas. Lo que resalta es que en esta disposición no existe un espacio propio para las ciencias humanas, que están excluidas de esta suerte de tridimensionalidad epistémica.55 Su situación de exterioridad puede ser explicada por el hecho 55 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas... , p. 336-337. Cabe hacer notar que, por deba­ jo de esta clasfiicatoria epistem ológica, las diversas vertientes filosóficas encuentran conexión de m anera un tanto subterránea con las tres regiones form uladas para el cam po de las ciencias hum anas. A sí, el vitalism o, la tem ática del hom bre enajenado y las form as sim bólicas se re­ lacionan con la región psicológica, sociológica y lingüística. Pero a diferencia de las relaciones de derivación que estas regiones sufrieron a partir de las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje, las problem áticas filosóficas apuntan a intentos de fundam entación. Su form ulación

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de que las ciencias que se desarrollan en cada región epistémica correspondientes a las ciencias humanas estaban incapacitadas de origen para definir claramente sus contenidos positivos, puesto que todo intento por establecer la empiricidad de sus objetos (el hom­ bre como ser vivo, parlante y productivo) se reconduce irremedia­ blemente a la naturaleza trascendental del sujeto (origen de toda representación). Esta configuración adquirió importancia en el momento en que se trataron de identificar los criterios de relevancia más básicos —ca­ racterísticamente positivistas por lo demás— que permitieran definir el rango de operatividad necesario para la ciencia histórica. Al ex­ trapolarlos al conjunto de las ciencias del espíritu, se instituyó un procedimiento metódico que les permitiría asegurar los contenidos empíricos y la correspondiente forma de explicarlos científicamen­ te. El último aspecto estableció la necesaria recurrencia a leyes ge­ nerales cuya cobertura legal permitiría la identificación de las rela­ ciones causales aplicables al caso, además de permitir la subsunción de los elementos singulares a los rangos de generalidad propios de un proceder típicamente deductivo. En una dirección inversa al esfuerzo positivista, la relación entre un polo empírico al nivel de lo fenoménico con una instancia trascendental vista como origen de toda representación, fue determinante para los intentos de resaltar la evidente singularidad metódica de las ciencias del espíritu. En este sentido, la adopción de la temática de la comprensión como fundamento hermenéutico enfatizaba su carácter inductivo, por lo que no requerían de la aplicación de leyes generales sino de la capacidad incuestionable del sujeto trascendental para entablar relaciones empáticas con otros sujetos. Por más que se aludiera a una modalidad de relación intersub­ jetiva al nivel de la vida del espíritu, esta variante no ocultaba las fuertes implicaciones que acarreaba la subjetivación de las capaci­ dades interpretativas; y ésta fue la asignación que los historiadores debían cubrir al nivel de procedimiento metodológico. Tanto en un caso como en el otro no había alternativas disponibles a la distinción de base, por lo que la bipolaridad de lo empírico y lo trascendental m ás clara puede ser identificada en el seno de la gran filosofía alem ana, desde el idealism o clásico hasta la tradición neokantiana.

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obstaculizó la formalización definitiva de sus campos objetuales, siendo esto sólo un efecto más de ese consustancial desequilibrio cognitivo que les era inherente de origen. Por tanto, si en su confi­ guración original las ciencias humanas no presentaban un lugar claramente delimitado en el espacio que repartía los atributos de las ciencias y formas de saber asumidos como logros de formalización, la pregunta pertinente interroga sobre las implicaciones que arrojaba ese factor de derivación a partir de las ciencias de la vida, el lenguaje y la producción.

Transferencia categorial: esquematismo y problemática empírica Un respuesta posible, en términos generales, consiste en analizar las tres regiones de saber —la psicológica, la sociológica y la simbóli­ ca— como campos epistemológicos y semánticos articulados por un proceso de transferencia de contenidos que provienen de estas cien­ cias, particularmente de sus sistemas conceptuales y de sus propios modelos categoriales. Cabría agregar también a este proceso mode­ los y métodos de investigación (programaciones que delimitan ló­ gicas de investigación específicas), puesto que se deducen tanto de los sistemas conceptuales como de los elementos categoriales que pueden someterse a examen procesal. Esta configuración no es sim­ plemente un fenómeno anexo o marginal del cual estas formas de saber logran después desprenderse, tampoco una suerte de marca de origen que difícilmente puede ser remontada. En este sentido, no resulta adecuado enfocarlo como un fenómeno que requiere de la aplicación de esa idea regulativa ahora tan común en el campo aca­ démico, esto es, la necesaria interdisciplinariedad en el ámbito de la investigación. Más allá de la consideración negativa (las ciencias humanas es­ tán marcadas por su forma de nacimiento) o del punto de vista po­ sitivo (estas ciencias son originariamente interdisciplinarias), es ya una obligación reflexiva reconocer y sacar las consecuencias que se derivan de esta transferencia como una situación epistémica condi­ cionante.56 Es por eso que resulta necesario detenerse en el análisis 56 Ibid., p. 346.

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de dicha cualidad de transferencia, ya sea describiendo en qué con­ siste el traspaso conceptual, ya considerando la importancia que presenta la exportación de modelos categoriales. En relación con el primer aspecto, los sistemas conceptuales que circulan al interior de las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje son objeto de tras­ lado a cada una de las tres regiones anteriormente señaladas —re­ giones que, debe insistirse, constituyen aquellos ámbitos que ali­ mentan a las diversas disciplinas humanas. Al ser motivo de un ejercicio de transporte, tales conceptos su­ fren una pérdida de contenido y, por lo tanto, de eficacia operativa, de tal manera que funcionan en esas regiones como imágenes, más adecuadas para una aplicación analógica que para un ejercicio de clarificación desde las facultades que la lógica convencional habría previamente dictaminado. Por tal motivo, los conceptos que origi­ nariamente presentaban cualidad sintética —en otras palabras, que permitían ejercicios explicativos y de subsunción de ámbitos em­ píricos— se convierten en metáforas, en el seno de las matrices dis­ ciplinarias de las ciencias humanas. Lo que significa que la pérdida de contenido sintético es finalmente compensada por un nuevo fun­ cionamiento del concepto-metáfora: en este caso como índice para establecer semejanzas por analogía.57 Un ejemplo que puede traer­ se a colación es la estabilización que alcanzó el concepto de compor­ tamiento o conducta. Este término se instituyó desde el principio como una noción con innegables cualidades de aplicación sintética para la biología de fines del siglo XIX y principios del XX. Dicha cualidad sintética —con sus correspondientes propieda­ des semánticas—, en tanto definía las variadas formas por las cuales un organismo responde a un entorno de estímulos, tuvo que ser modificada en su aplicación a la psicología de la misma época. De tal forma que la extrapolación resultante fue posible como modifi­ cación metafórica tanto de la aplicación —a partir de este momento, aplicación analógica— como de las condiciones de expansión dis­ cursiva que permitía la nueva consistencia de su campo semántico. 57 "P o r una parte hay —y con frecu en cia— conceptos que son transportados a partir de otro dom inio de conocim iento y que, perdiendo en consecuencia toda eficacia operativa, no desem peñan m ás que un papel de im agen (las m etáforas organicistas en la sociología del siglo XIX ; las m etáforas energéticas de Jan et; las m etáforas geom étricas y dinám icas de L ew in)." Idem.

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Desde esta doble dimensión, el concepto comportamiento fue utiliza­ do para dar cuenta de nexos de actuación y conducta humana que podían ser explicados por analogía con los sistemas orgánicos y sus peculiares reacciones frente a entornos determinados. Situación que se expresó con la introducción de una disparidad entre comportamien­ tos comunes y comportamientos inusuales, donde lo común vino a ser lo inusual dada la dificultad de nivelar los entornos sociales y cul­ turales al mismo estatus que los entornos naturales, es decir, como fuente de estímulos considerados externos pero que son posterior­ mente interiorizados, dando lugar a respuestas previsibles. El segundo procedimiento de transporte, el que se refiere a mo­ delos categoriales y formas de esquematización, adquiere una clara diferencia respecto a los efectos que se presentan con los sistemas conceptuales, cosa que es de importancia capital para los objetivos de este trabajo. El ejercicio de extrapolación de modelos —que en todo caso son también elementos expresados por nociones y térmi­ nos específicos — presenta relevancia puesto que se trata de catego­ rías que funcionalmente permiten circunscribir o conformar conjun­ tos de fenómenos de diferente jerarquía y consistencia, por lo que instituye una base consistente para deducir objetos de estudio así como problemas de investigación. En efecto, al tratarse de modelos categoriales, este segundo fenómeno de traslado permite a las cien­ cias del espíritu dotarse de un factor organizador de sus campos cognitivos, generando con ello las estructuras adecuadas para logar sus propias clausuras operativas. La circularidad que se conforma a partir de los esquemas formales establece las bases para que la ope­ ración en que se desarrolla la investigación logre cualidades autorreferenciales. Desde este momento, las estructuras recursivas orientan el funcionamiento autológico necesario para la propia reproducción de la investigación.58 En efecto, al proveer a estas ciencias de esquemas de formalización, su lógica de operación se encuentra ya en disposición de deli­ mitar objetos y problemas de investigación, formular hipótesis de naturaleza sintética, aplicar los sistemas conceptuales necesarios y, finalmente, establecer los correspondientes procesos de falsación metódica. Se entiende su naturaleza formal como aquella capacidad 58 Alfonso M endiola, "L a inestabilidad de lo real...", p. 116.

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para circunscribir los campos de empiricidades necesarios para las ciencias. De ahí que sea un proceso de traslado sin el cual no existi­ ría cualidad cognitiva alguna. Al derivar las estructuras necesa­ rias para lograr el cierre operativo de los sistemas, establecen las bases para que el conocimiento en estas regiones epistémicas sea posible sin recurrir al sujeto cognoscente como instancia definitoria, rompiendo además con la distinción entre lo empírico y lo trascen­ dental: las condiciones formales y los elementos categoriales que las permiten son empíricos de la misma manera que los campos objetuales instituidos. En suma, esas estructuras son instancias que permiten ordenar y conceptuar conjuntos de fenómenos de manera previa a todo pro­ ceso de investigación particular, tal y como lo presentó, en su siste­ matización más acabada, la filosofía kantiana.59 Puede enfocarse la cuestión a partir del problema de la atribución, mecanismo que en­ cuadra las posibilidades de selección del sistema a partir del medium sentido. Al constituir las selecciones observadas, el sistema está en disponibilidad para orientarlas en las diferentes dimensiones de sentido posibles. En cuanto al caso que es materia de análisis, el cierre cognitivo en la historia —siempre desde el modelo de las cien­ cias del espíritu— alienta la dimensión material que permite distin­ guir entre el lado interno y el externo del sistema mismo, además de procesarlas desde una atribución realizada por la propia ciencia como horizontes determinados. En su cualidad central, la atribución, ya sea del lado interno ya del externo, se presenta como un manejo de posibilidades que descansan en el conjunto de sus propias ope­ raciones. Como éstas están inscritas ya en una regularidad que a su vez puede repetirse o actualizarse constantemente, dan pie a la emergencia de una red condensada de recurrencias. Por otro lado, la situación anterior obliga a la articulación de horizontes de ocurrencia de eventos —dimensión temporal— sólo posibles de ser considerados desde la diferencia pasado/futuro. Con 59 Cfr. Im m anuel Kant, Crítica de la razón pura, 6a. ed., estudio introductorio y análisis de la obra de Francisco Larroyo, versión española de M anuel G arcía M orente y M anuel Fernán­ dez N úñez, M éxico, Porrúa, 1982. Bajo una concepción de las categorías com o conceptos puros del entendim iento, en la perspectiva kantiana, la problem ática responde a los elem en­ tos a priori del conocim iento. Véase en particular la "P rim era división (La analítica trascen­ dental)" del capítulo dedicado a la "D o ctrina elem ental trascendental", p. 64 y s.

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esta dimensión se permite inscribir las operaciones recurrentes en un marco temporal que identifica los eventos entre un antes y un después, extrapolando dicha dimensión a la identificación de eventos en el exterior del sistema.60 Así, la dimensión social señala que las atribuciones están cumplidas como autorreferencia del sistema cien­ cia en todos los actos de la comunicación porque Ego puede atribuir a Alter una selección particular: como vivencia en el caso de una atribución al entorno; como acción si se dirige al sistema mismo. Por tanto, la ciencia de la historia ya en el siglo XIX, y por debajo de las adscripciones expresas que resultan de un ideal de procedimiento científico autorizado —las ciencias humanas—, muestra una dispo­ sición operativa que puede distinguir entre acción y vivencia, entre autorreferencia y heterorreferencia, siempre como diferencias que resultan de atribuciones seleccionadas por un observador. Desde las prescripciones historicistas y positivistas que ancla­ ban las reflexiones epistemológicas en ese momento de emergencia de la historia, las atribuciones hacia el entorno —vivencias o experien­ cias— determinaron un horizonte prevaleciente característicamente heterorreferencial. Sin embargo, la reflexividad alcanzada muestra innegablemente que dicha atribución sigue siendo, en la propia si­ tuación del siglo XIX, totalmente autorreferencial. Ya sea que se lleve a cabo una atribución al entorno o al sistema, ambas dependían de los dos procesos de transferencia que, para todos los efectos prác­ ticos —esto es, operativos— vinculan ya a la historia de manera transversal con otras formas de saber, situación que no dejará de profundizarse posteriormente. Este reconocimiento fue posible en pleno siglo XX por medio de la introducción de la otra cerradura, la cognitiva, que alienta la observación de las observaciones reguladas metódicamente. Pero ya la situación de la historia en pleno siglo XIX muestra que su "fundación" moderna se produce en el momento en que alcanza su clausura operativa, estableciendo las condiciones autónomas de sus procesos internos. Con ello se introduce una profunda modificación en el tipo de conocimiento que puede producir, lo que para la ciencia histórica significó el rompimiento con las cuestiones de orden moral y las te­ máticas estéticas que desde la antigüedad habían delimitado aquellos 60 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad... , p. 80 y s.

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registros narrativos que volvían tema de comunicación los eventos del pasado. Regresando al razonamiento presentado por Foucault, en gran medida su propuesta consiste en mostrar y analizar tres clases de instancias categoriales que se desarrollan en la ciencia bio­ lógica, en la economía clásica y en la ciencia del lenguaje. Estos jue­ gos o instancias se delimitan a partir de parejas de categorías que se implementaron como formas —dimensiones de sentido en todo caso — en el seno de cada una de las regiones epistémicas en que se desplegaron y distribuyeron las ciencias humanas. Como modelos constitutivos, su función particulariza campos no necesariamente vinculantes entre sí por la compartición de una misma dimensión ontológica, aunque en su despliegue tenga que disgregarse por una suerte de economía en los medios de acceso. Sin embargo, esos campos se conforman como modalidades de experiencia a partir de los fenómenos enlazados en cada uno de ellos y en los rasgos de empiricidades localizadas. Así, en la región psi­ cológica se introducirá el par categorial función-norma; en la región sociológica, las categorías de conflicto y regla; finalmente, en la re­ gión simbólica o lingüística, la pareja categorial de la significación y el sistema.61 Entonces, y como estructuras formales derivadas, las disciplinas psicológicas retoman las características de aquellos estu­ dios que se basan en las funciones desplegadas por el hombre como ente viviente, pero también del conjunto de normas correspondientes que actúan como modalidades de ajuste y como complejos procesos adaptativos y de reacción. Por su parte, la sociología presupone al hombre como un claro de empiricidades que pude ser estudiado a partir de un entorno de conflictos diversos, de desequilibrios con­ sustanciales a las relaciones entabladas, donde esos conflictos y des­ equilibrios responden a la fuerza de las necesidades vitales y los deseos planteados en una proyección social. Por lo mismo, esta disciplina reconoce la compensación que es necesario introducir a través de un conjunto vasto de reglas que tie­ nen por función limitar los primeros y resarcir los segundos. Este 61 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas... , p. 346-347. Por los objetivos perseguidos en este estudio om ito presentar en una exposición detallada la m anera por la cual Foucault term ina por delim itar estos pares categoriales desde los procedim ientos de la biología, la econom ía y la problem ática del lenguaje hasta el siglo XVIII. Rem ito por tanto al lector a las páginas citadas al respecto.

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marco formal es compartido por otras disciplinas sociales como la antropología, incluso en su conformación previa a las investigaciones de Lévi-Strauss, así como la psicología social que emerge en los años veinte del siglo pasado y que no esconde su impronta conductista al mismo tiempo que simbólica.62 Por su parte, los estudios dedicados a la literatura y a los mitos, desarrollados ambos en el panorama decimonónico, explotan las capacidades de expresión del hombre, la intencionalidad de un decir como factor central en la constitución de lo cultural. No resulta simplemente una coincidencia el hecho de que una vertiente de la filosofía neokantiana haya intentado reconducir la historia al nivel de una ciencia de la cultura, donde la condición de expresividad resulta determinante para dirimir la esfera trascen­ dental de los valores vehiculados.63 Si este ámbito es visto como espacio donde se expresa su capacidad central —volver significativo el mundo—, sólo es posible encuadrarlo desde su materialidad más visible: los sistemas de signos como entidades significantes. Ahora bien, las fronteras entre cada campo no se muestran como límites precisos, de tal modo que cada par categorial permanezca ligado sólo a la esfera originaria correspondiente. Las modalidades de aplicación categorial pueden traspasarse a los otros campos sin menoscabo de sus cualidades de formalización para el campo origi­ nario. De tal manera que estudios sociológicos pueden psicologizar fenómenos sociales, por ejemplo, cuando introducen toda la temá­ tica de la intencionalidad en el ámbito de la acción social. O también cuando desde la psicología se introducen estudios que tienen que ver con la significación y el sistema en la manera de comprender fenómenos sociales y sus múltiples efectos. Lo que supone que las propias fronteras entre ciencias humanas no pueden ser establecidas de manera firme, precisamente por la circulación de modelos secun­ darios en cada esfera. Por eso es común que a pesar de que la psico­ logía es un tipo de estudio sobre el hombre que lo encuadra prima­ riamente a partir de las funciones y las reglas, secundariamente se 62 Cfr. H ans Joas, "E l interaccionism o sim bólico", en A nthony G iddens et al., La teoría social, hoy, versión española de Jesús A lborés, M adrid, A lianza, 1998, p. 112-154. 63 Cfr. W . W indelband, La filosofía de la historia, pról. y trad. de Francisco Larroyo, M éxi­ co, U niversidad N acional A utónom a de M éxico, Facultad de Filosofía y Letras, 1958, 67 p.; H einrich Rickert, Ciencia cultural y ciencia natural, 3a. ed., trad. de M anuel G. M orente, Buenos A ires, Espasa-Calpe, 1952, 228 p.

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permita interpretarlo en términos de conflictos y reglas, o de signi­ ficaciones y sistemas. Los entrecruzamientos en este nivel de aplicación se producen a partir de un nivel básico y otro secundario, donde este último permite un rejuego constante que tiende a complejizar la interpre­ tación primaria. Esto se explica por la situación de origen de las ciencias humanas: una entidad que sólo puede ser abordada por medio de una descomposición de elementos presumiblemente cons­ titutivos de dicha mismidad. Por el contrario, la falta de unas fronte­ ras disciplinarias estables, los entrecruzamientos y mixturas posibles de establecer, todo ello muestra la ambigüedad en cuanto al objeto mismo de estudio. No se trata ya del hombre como un mismo obje­ to compartido por la psicología, la sociología y las ciencias del len­ guaje, sino de una construcción que sólo responde al tipo de proce­ dimiento de formalización involucrado. Paradójicamente, esas disciplinas acaban por mostrar la ruina del paradigma del cual emergieron: la dialéctica establecida entre el todo y las partes. Dos cosas importa resaltar en este punto. Primero, en las distan­ cias entre estos campos de formalización y de empiricidades, la his­ toria encuentra su espacio de constitución, por lo que su situación cognitiva de origen es la compartición de esos diferentes esfuerzos de categorización objetual. Esto significa que la transversalidad a la que he aludido como disposición básica de la disciplina histórica pluraliza desde el principio sus esfuerzos de investigación e impri­ me una dinámica singular a los resultados que puede aportar. Se­ gundo, la definición de la historia como ciencia humana —pero también la conformación de la psicología, la sociología y las ciencias del lenguaje— no podía sostenerse por mucho tiempo; su transfor­ mación se juega posteriormente como un agudo cambio en los ejer­ cicios de formalización y esquematización de sus campos objetuales. Ambos aspectos están ligados a un evento capital: ese objeto dado como campo de empiricidades susceptibles de dispersión "acaba por disolverse".64 Aún aguarda otro nivel de complejización más: cada par categorial tampoco permanece estable en su relación interior, al tipo de un juego de oposiciones inalterable que obliga a la necesaria unidad 64 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 347.

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de la distinción. La bipolaridad no supone que cada elemento se encuentre determinado por relaciones de vecindad necesarias, de forma tal que los primeros elementos de las duplas, es decir, función, conflicto y significación, comparten características alternativas a la secuencia que encontramos en la norma, la regla y el sistema. Llevan­ do esta consideración a un nivel diferente al de la formalización, los posibles entrecruzamientos que pueden realizarse arrojan implica­ ciones igualmente determinantes para la funcionalidad de los pro­ pios modelos operantes tanto en términos teóricos como metodoló­ gicos. Un primer caso de reformulación se presenta cuando se hace valer la permanencia de las múltiples funciones por encima de las oscilaciones fluctuantes, en el momento en que se logran encadenar los conflictos en series regulares y cuando se articulan cadenas ex­ tensas de significación en competencias discursivas más o menos unitarias. Con ello se privilegia el típico enfoque continuista modu­ lado por estrategias de investigación y por modalidades interpreta­ tivas que se corresponden punto a punto con ese estilo analítico. Un segundo modo de articulación de los modelos derivados de los juegos categoriales consiste, al contrario del descrito previamen­ te, en el desarrollo de estilos analíticos donde la discontinuidad ad­ quiere relevancia. El estilo discontinuo de análisis hace emerger las normas por debajo de las "oscilaciones funcionales", muestra la im­ portancia de las especificaciones de los conjuntos de reglas por sobre las series continuas de conflictividad y, finalmente, al dirigirse ha­ cia las coherencias intrínsecas de los sistemas significantes, quita importancia a ese efecto de superficie deducido desde las unidades de significación discursiva.65 Las interacciones categoriales descritas suponen, por tanto, incremento en los índices de complejidad de la historia y de las ciencias afines. Al disolverse el hombre como campo objetual, definición que pareciera asegurar el establecimiento de procedimientos adecuados para cumplir con las tareas de clarificación y explicación, estas cien­ cias derivadas de las de la vida, el trabajo y el lenguaje, muestran ya todos los rasgos característicos de las racionalidades operativas. No quiere decir esto que en su ordenamiento originario funcionaran precisamente como ciencias humanas; ya sus condiciones históricas 65 Ibid., p. 349.

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de emergencia las ofrece como productos sociales, esto es, como ámbitos de "elaboración autónoma del conocimiento".66 Las pro­ pias categorías involucradas no tienen relación alguna con el hom­ bre y sus condiciones básicas de experiencia, pues aluden ellas mis­ mas al orden de un sistema social diferenciado funcionalmente. La inconveniencia es precisamente suponer que el hombre es suscepti­ ble de ser tratado como objeto de conocimiento científico, cuando es sólo un término o una forma de conceptualización ligada a una par­ ticular distinción posible. La noción ciencias humanas, pero también su sinónimo, ciencias del espíritu, se autorizan sólo porque previamente se ha tendido a ontologizar ese término y la forma de conceptuación correspondien­ te. En una temática radicalmente diferente, la autonomía y la clausu­ ra recursiva de las operaciones que permite dicho orden social y que son ya rasgos de esas modalidades de saber en el panorama decimo­ nónico, son formas que expresan el tendencial aumento de comple­ jidad pero también de un resultante incremento de inseguridad. Ha pasado ya el tiempo en que se veía al conocimiento científico como una instancia de producción de certezas, señala Luhmann, sobre todo si se comparaba con el sentido común. Sin embargo, el conoci­ miento científico implica, por su estructuración operativa y como expresión de ese tendencial aumento de complejidad, un modo par­ ticular de compensar el agudizado entorno de inseguridad en el que tienen lugar la obtención y el manejo de las informaciones generadas. Esto requiere condiciones especiales derivadas de la capacidad de "autodisciplina" para normar las diferentes operaciones que se llevan a cabo, es decir, por la introducción de una lógica circular (autológica) que ciña el conjunto de las operaciones a ejercicios de control sólo posibles desde la propia estructura determinada de las operaciones.67 Las denominadas ciencias del espíritu, a diferencia de las ciencias naturales, presentan una peculiar circularidad por la 66 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 234. 67 En cuanto a las cond iciones de la operación científica com o op eración autológica, Luhm ann señala lo siguiente: "E n la m edida en que en este sentido la ciencia se constituye y construye su propia com plejidad, la obtención y elaboración de inform ación debe ajustarse, pasando de la obediencia a la autodisciplina. El sistem a sólo puede operar cuando opera como un sistem a estructuralm ente determinado. Lo que se elabora depende de las distinciones que el sistem a ponga a la disposición para sus propias operaciones. Y cuáles sean esas distinciones depende a su vez de los resultados de las operaciones previstas." Ibid., p. 235.

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cual aquellos fenómenos que se circunscriben como objetos están presentes en sus condiciones sociales de posibilidad. La competencia categorial, que ejercita esa capacidad de definir campos de estudio señala que las duplas aludidas por Foucault no son sino expresión de los condicionantes —procesos de diferenciación, en todo caso — que, en términos de evolución social, han permitido su aparición como racionalidades formales. Una de las consecuencias más notoria de estas determinaciones consiste en que tanto el aumento de complejidad como el de inse­ guridad resultante manifiestan una creciente diferenciación interna de las ciencias y la necesidad de contar con distinciones adicionales, lo que permitiría explicar la expansión de esas formas de saber así como la aparición de nuevas disciplinas. Estas últimas por supues­ to no se quedan en el espectro de saberes aludidos (psicología, so­ ciología, filología), sino en una gran diversidad que llega a cubrir el panorama actual de las ciencias sociales. Precisamente los entrecruzamientos categoriales descritos, pero también la disolución de la unidad de las polaridades establecidas, son señales de que está en operación un código binario que, al excluir terceras posibilidades, obliga tanto a la intensificación de las descomposiciones o diferen­ ciaciones como a las adiciones en las diferencias establecidas. Todo ello está en relación directa con las categorías utilizadas, con la po­ sibilidad de su rejuego o de su propia descomposición y por supues­ to, con la eventual reconformación de otras distinciones.68

La condición epistémica de las ciencias sociales y la transdiciplinariedad de la historia Si el conjunto de las ciencias del espíritu en el siglo XIX y de su re­ conformación como ciencias sociales en el XX suponen este doble proceso de diversificación y de la adición de nuevas distinciones, la 68 "E n otras palabras, la ciencia intenta m antener bajo control el incremento de la insegu­ ridad concomitante a un aum ento de la complejidad. Sus métodos sirven a la compensación de sus propios efectos. No puede, por tanto, en form a alguna correr el riesgo de una relevancia cotidiana, n i en el mejor de los casos: de dosificaciones hom eopáticas (por ejemplo, en la form a de tecnologías probadas). Una consecuencia de esto es que la ciencia está obligada, sea con m edios lícitos o ilícitos a m antenerse com o sistem a, pues es sólo de esta m anera com o puede controlar sus propios lím ites y concretarse a tenerse a sí m ism a en calidad de interlocutor." Ibid.

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ciencia histórica reproduce en su interior —es decir, al nivel de su cerradura operativa— tanto el incremento de diferenciación como el de la correlativa adición de distinciones. Esta situación de disper­ sión en cuanto a modelos y métodos utilizados es un efecto directo de su disposición epistémica de origen, definible prácticamente como un espacio vectorial, donde las líneas de fuerza (vectores) co­ nectan en perpendicular con campos categoriales de otras discipli­ nas, permitiendo incluso que las operaciones resultantes puedan ser consideradas como proyecciones ortogonales. Si desde su origen, la dispersión paradigmática opera como espacio vectorial, entonces, tanto el incremento de diferenciaciones (campos categoriales) como el aumento de distinciones manejables (modelos y métodos) mues­ tran a la historia como una ciencia paradójica: no presenta desde su origen un campo objetual unitario, resultado de sus propias opera­ ciones categoriales y de delimitaciones de objetos de estudio, ni tam­ poco una programación en cuanto a métodos y modelos de trata­ miento empírico. La historia es, por tanto, una ciencia transdisciplinaria y esto, que es su rasgo más significativo socialmente, impide una proyec­ ción operativa unitaria, los ejercicios de descripción teórica atenidos a un exclusivo núcleo metódico, pero también el intento de fundamentación basado en la presunción de un invariable campo disciplinario. Al tomar en serio el rasgo aludido —ese carácter transdisciplinario—, las descripciones teóricas y los ejercicios de fundamentación deben partir de lo que antes consideraban un efecto superficial nece­ sario de ser esquivado: la historia como un complejo operativo que, para reproducirse autorreferencialmente, debe ampliarse de mane­ ra continua.69 Esto muestra la importancia capital que tiene la lógica 69 Perspectiva que está im plícita en la propuesta de M ichel de Certeau. Al cam biar el punto desde el cual se interroga por la historia, este autor introduce un quiebre de grandes consecuencias que no reconoce las pertinencias construidas con anterioridad y que dotaban a la disciplina de un prestigio aparentem ente indudable. Cuando se pregunta sobre el qué de la historia, supone la propia interrogación un punto fijo o un contenido prevaleciente que se salvaguarda incluso de las variaciones en la aplicación cognitiva. En cam bio, al preguntar sobre el cóm o, lo que se dem anda con esta pregunta es la necesidad de atender a los criterios que en cada caso se m ovilizan al nivel de los propios m odelos o m étodos aplicados. El histo­ riador se dedica, en sus propias palabras, "a dem ostrar la relación entre los productos y los lugares de producción". Esta circularidad entre lugares y los productos que se desarrollan en ellos (en efecto, se trata de las historias), cuestiona el enfoque previo: no puede de ninguna m anera satisfacer los requerim ientos au torreferenciales que son cruciales para entender la

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de aumento en las diferenciaciones y en las distinciones manejables que les son pertinentes, puesto que en la actualidad la recursividad resultante es convertida en potencial autorreflexivo para la propia reproducción operativa. Esto sería un proceso de reentrada de las diferenciaciones y distinciones operantes en la investigación social, es decir, que han sido sometidas, a su vez, a un proceso de reentra­ da en el interior de esas disciplinas. Pero además, supone en cuanto al nivel autorreflexivo requerido la instauración de ese proceso de circularidad que debe ahora repro­ ducirse en términos de investigación histórica. Si lo anterior se des­ prende de los estilos de análisis permitidos por el ejercicio de trasla­ do ya descrito, los dos juegos de pares categoriales —disociados de su perfil previo en cada campo epistémico— definen también toda la problemática de los contenidos involucrados en relación con el papel de la representación. Aquí se toca una cuestión que estaba en la base de las todas aquellas presuposiciones que aludían al espacio antropológico característico del conjunto de las ciencias humanas: la conciencia como instancia originaria de toda labor representativa. Las dos triadas categoriales señaladas —función, conflicto y signifi­ cación, por una parte, y normas, reglas y sistemas por la otra— ins­ tauran una ruptura al interior de todos aquellos contenidos que pue­ den con todo derecho dirigirse a la conciencia del hombre para dar cuenta el mundo social, de las comunicaciones efectivas que confor­ man lo cultural y de los fenómenos psíquicos o mentales. Desde el punto de vista de las normas, de las reglas y los siste­ mas (destaco el papel que juega en ello el plural), las representacio­ nes instauradas no son susceptibles de ser explicadas desde la con­ ciencia del hombre. Por más que la función, el conflicto y la significación quieran reencontrar en cada fenómeno de superficie operación historiográfica articulada. M ichel de Certeau, La escritura de la h istoria..., p. 67. Si la pregunta sobre el qué de la historia se sostiene, es quizá sólo el gesto de una convención que ha perdido fuerza vinculante, esto es, se pegunta heterorreferencialm ente por la capacidad de captación de un supuesto entorno tom ado com o em plazam iento de objetos de estudio para la ciencia en cuestión. La coincidencia con Luhm ann es por tanto altam ente productiva. A sí, las ciencias tienen por objeto "sistem as estructuralm ente determ inados", distinguibles y tratables sólo porque la distinción que operativam ente se introduce se atiene "a las especificaciones estructurales que determ inan un sistem a". No sólo la validez científica se plantea circular­ m ente (la ciencia establece aquello que es válido para la ciencia m ism a), sino que incluso " la ciencia m ism a es tan sólo uno de los objetos de estudio de la ciencia". Niklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 201.

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— es decir, el plano completo de las representaciones— ese espacio originario. Así, tanto si se trata del hombre como ente social, del individuo y su lenguaje en permanente oscilación y, finalmente, del hombre remitido a un yo psíquico que corresponde a una relación pensada a partir de su estatus como ser vivo, todas estas fragmen­ taciones ocultan la unidad esencial. Por eso esta triada categorial tiene por función restaurar constantemente en cada ámbito la con­ ciencia del hombre a partir de esas capas de representaciones que parecen dispersarlo. En sentido inverso a esta función, tanto las re­ glas, como las normas y los sistemas se desligan de la problemática de la representación y de la conciencia, pues remiten a fenómenos que escapan a toda posibilidad de control del hombre. Esta suerte de disyunción planteada categorialmente entre lo conciente y lo inconsciente manifiesta, de manera más aguda que la opo­ sición previa de la continuidad/discontinuidad, una tensión irresolu­ ble en la que se revuelven estas formas de saber, esto es, la disparidad entre un sustrato empírico y otro trascendental, desmintiendo por tanto su capacidad de autoconocimiento. En suma, desde los espa­ cios epistemológicos en los que se despliegan y reparten las ciencias humanas a partir del establecimiento de formas categoriales, se des­ articulan los ordenamientos básicos cuando se trata de estilos y contenidos cognitivos. El resultado es el establecimiento de nuevas disposiciones epistémicas e interrelaciones que desdibujan todas aquellas atribuciones que el siglo XIX ponderó para las ciencias hu­ manas. Los cuadros siguientes expresan dicha reordenación en cuanto a las regiones epistémicas, los estilos analíticos y los conteni­ dos involucrados. I. E S P A C IO E P IS T E M O L Ó G IC O

Región psicológica Región sociológica Región simbólica II. E ST IL O S C O G N IT IV O S

Análisis de continuidad Análisis discontinuos:

C A T E G O R ÍA S

Función/Norma Conflicto/Regla Significación/Sistema C A T E G O R ÍA S

Función/Conflicto/Significación Norma/Regla/Sistema

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III. C O N T E N ID O S

Fenómenos concientes: Fenómenos inconscientes:

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C A T E G O R ÍA S

Función/Conflicto/Significación (Lo normal) Norma/Regla/Sistema (Lo patológico)

Michel Foucault introduce una dinamización en cada una de estas instancias, donde tanto los universos cognitivos como las pro­ yecciones analíticas y los aspectos fenoménicos definen problemá­ ticas que son fundamentales para abordar la transformación del saber histórico como proceso de desantropologización. En cuanto al primer cuadro —los espacios epistemológicos— es posible trazar la historia de las ciencias humanas desde su conformación decimonó­ nica analizando el estatus privilegiado que adquieren cada región. Lo que quiere decir que un par categorial adquiere rasgo sobresa­ liente, orientando los demás espacios hacia un conjunto de perspec­ tivas que cubre el espectro general de todos los ámbitos específicos. Así, en un primer momento, la región psicológica establece el pre­ dominio del par función/norma en lo tocante al estudio del hombre como ser orgánico. Extrapolando rasgos funcionales que provienen de los trata­ mientos biológicos característicos del siglo XIX, el ámbito psicológi­ co retoma la consideración orgánica que es posible aplicar a todo ser vivo —cuestión que estaba en el centro de la discusión del momen­ to —, delimitando así el conjunto de fenómenos de orden mental como un agregado necesario para abordar la unidad del hombre. Con lo cual termina por elevar ese campo fenoménico a un grado de formalización permitido por la equiparación implicada (lo mental es también orgánico), constituyendo por este medio un conjunto de disciplinas que toman a su cargo ese campo ya estructurado. Aun­ que, por supuesto, sólo por analogía sea posible llevar a cabo dicha equiparación, dado que todos los registros que caben en la proposi­ ción fenómenos mentales están en realidad expresados sólo al nivel de una clase de representaciones. Si lo orgánico es motivo de captación perceptiva, lo psíquico presupone un estatus diferente. Podría de­ cirse que la equiparación consiste en tomar los fenómenos mentales (característicamente conscientes en su momento) como un sistema,

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de la misma manera que lo orgánico supone un tratamiento sistémico de las funciones requeridas para su reproducción autopoiética. Un presupuesto central en esta elevación se localiza en la noción de individuo visto como unidad en sí mismo, por más que desde el prin­ cipio la unidad aludida muestre resistencias para demostrar su per­ tinencia al nivel de evidencias empíricas aportadas, por ejemplo, en los trabajos de la psicología experimental.70 Posteriormente, la región sociológica adquirirá predominio cuando se trate de mostrar la acción del hombre en contornos socia­ les cambiantes. Aunque dichos contornos se presentan por lo gene­ ral preñados de conflictividad, finalmente son susceptibles de ser enmarcados en equilibrios complejos gracias al juego de las reglas sociales e institucionales y a sus capacidades de encauzamiento. Es importante la apreciación anterior, pues expresa esa tensión entre una instancia individual y la sociedad en su conjunto, asumida esta última entonces como entorno del sistema psíquico. El esfuerzo, notorio desde los trabajos de Weber, consistió en discutir la idea todavía prevaleciente de que la conducta individual es el modelo idóneo para dirimir la construcción del orden social en su conjunto. Esto significó una aguda disputa con los enfoques psicologistas, pues precisamente sostenían la autoridad indiscutible del presupuesto.71 Pero también se desarrolló otro frente de la disputa. Por fuera de su marco reflexivo central —la tradición neokantiana que desemboca en Rickert—, tanto la filosofía de la historia como el historicismo mismo fueron puestos a revisión crítica por par­ te de Weber. No sólo se trata de hacer valer una postura diferente al relativismo epistemológico en el que parecen coincidir, indepen­ 70 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría..., p. 262. 71 "A cció n com o orientación significativam ente com prensible de la propia conducta, sólo existe para nosotros com o conducta de una o varias personas individuales. Para otros fines de conocim iento puede ser útil o necesario concebir al individuo, por ejem plo, com o una asociación de 'células', o com o un com plejo de reacciones bioquím icas, o su vida 'psíquica' construida por varios elem entos (de cualquier form a que se les califique). Sin duda alguna se obtienen así conocim ientos valiosos (leyes causales). Pero no nos es posible 'com prend er' el com portam iento de esos elem entos que se expresa en leyes. N i aún en el caso de tratarse de elem entos psíquicos; y tanto m enos cuanto m ás exactam ente se le concibe en el sentido de las ciencias naturales; jam ás es éste el cam ino para una interpretación derivada del sentido m en­ tado." M ax W eber, Econom ía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, edición preparada por Johannes W inckelm ann, nota prelim inar de José M edina Echavarría, trad. de Eugenio Ímaz et al., M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1983, p. 12.

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dientemente de las fuertes diferencias entre ambos enfoques. La prevalencia de lo individual y lo singular, reivindicada cada tanto por la escuela historicista, no puede ser asumida sin más por el enfoque sociológico, más aun cuando busca contraponer otra visión de la que se desprende de esa suerte de naturalización de lo social, cuestión implícita en la propia Escuela Histórica Alemana.72 En un tercer momento, ya en pleno siglo XX, la región simbólica adquiere relevancia al punto de atravesar tanto la problemática psicológica como las propias elaboraciones sociológicas. Foucault significó este paso con las aperturas que Freud introdujo en el campo de los sa­ beres humanos, después por supuesto de la obra de Comte y del mismo Marx.73 Tomando en cuenta que su conformación siguió el camino abier­ to primero por la filología decimonónica y después por la aparición de la lingüística, es pertinente considerar que la asunción de lo sim­ bólico requirió romper con la imagen de un hombre parlante como instancia originaria de las representaciones. Si bien ya en los trata­ mientos sociológicos se abre un espacio donde los fenómenos ana­ lizados no guardan simplemente continuidad con este basamento antropológico, es desde el modelo filológico que se busca acceder a los sentidos ocultos. Posteriormente, cuando los sistemas significan­ tes tratados en su propia inmanencia por la lingüística muestran la inoperancia de la conciencia para explicar sus órdenes intrínsecos, es cuando emerge con toda su fuerza el fenómeno de latencia ya implícito en la filología. En el umbral de estos movimientos se hace notar un desplazamiento en la naturaleza del espacio epistemológi­ co mismo: se trata del despliegue de otras formas de saber que sólo encuentran condiciones para justificarse y expandirse en el siglo XX. En efecto, las ciencias sociales se desprenden del espacio episte­ mológico de las ciencias humanas cuando, a partir de Max Weber, 72 A unque hay que reconocer que el problem a no fue enfrentado directam ente por W eber, sí se deja ver de m anera un tanto sesgada en sus com entarios críticos a la obra de Knies y a su concepto de individuo. Véase, M ax W eber, El problem a de la irracionalidad en las ciencias sociales, estudio prelim inar de José M aría G arcía Blanco, trad. de Lioba Sim on y José María G arcía Blanco, M adrid, Tecnos, 2001, p. 164 y s. 73 "p o r últim o, así com o Freud viene después de C om te y de M arx, com ienza el reinado del m odelo filológico (cuando se trata de interpretar y de descubrir el sentido oculto) y lin­ güístico (cuando se trata de estructurar y de sacar a la luz el sistem a significante)". M ichel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 349.

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rompen con el hombre como objeto de estudio y, al hacerlo, se des­ ligan también de toda temática trascendental referida al estatus del sujeto cognoscente. Si Foucault llevó a cabo un análisis pormenori­ zado de las ciencias humanas —puede decirse que se trata de una crítica histórica al basamento antropológico a partir del cual se constituyeron—, la noción contraciencias bien podría definir el esta­ tus de la investigación social. De tal manera que este desprendi­ miento se puede entender como una desantropologización aguda que, en mi opinión, alcanza también al saber histórico de forma incluso más determinante. De tal manera que el cambio general operado, ya visible desde la importancia que adquiere la región sociológica, permite la aparición de las ciencias sociales en el siglo XX y su ex­ pansión continuada. Las ciencias sociales no son ciencias humanas porque se desen­ tiendan del hombre y sus productos. En todo caso esto no es sino efecto de algo más crucial. No lo son en tanto que su disposición epistémica no puede retomar la problemática que se encontraba en la base de las ciencias del espíritu: las relaciones e intercambios en­ tre la conciencia del hombre y las representaciones de aquello que se localizaba del lado de su empiricidad. De manera más clara se muestra esto en el segundo tipo de desplazamiento; me refiero al que se presenta en la esfera de los estilos cognitivos y los conteni­ dos expresados, y que tienen como consecuencia la inversión de cada región o modelo. El desplazamiento que va de la triada fu n ­ ción/conflicto/significación a de la norma/regla/sistema presenta un efecto que vulnera sus articulaciones convencionales. La inversión se refiera al rompimiento de la dualidad conciente/inconsciente (lo normal y lo patológico en el ámbito de las sociedades, en el propio individuo y en las expresiones lingüísticas), de tal modo que la segunda serie alcanza autonomía. Siendo coincidente con la prevalencia de la región simbólica (modelo lingüístico), el desplazamiento refiere al inconsciente for­ mal y anónimo que se convierte en vehículo fundamental para los conjuntos sígnicos, para las coherencias que presentan los sistemas sociales y para las estructuras del individuo que escapan al yo como personalidad y como conciencia soberana. La etnología, el psicoa­ nálisis y la lingüística (las contraciencias) se instituyen, en esta rela­ ción fundamental con lo inconsciente o latente, en el modelo de toda

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ciencia social pero a distancia del campo epistemológico de las cien­ cias humanas. No se trata ya de clarificar la superficie de las propias representaciones, sino de lo que permanece oculto tras la fuerza del cogito cartesiano. En la terminología de Foucault, se trata de los famosos a priori históricos, de esas condiciones de posibilidad que abren espacio para el desarrollo de ese doble registro de lo enunciable y lo visible y, por tanto, de la condición que explica el conoci­ miento mismo.74 A diferencia de la propuesta kantiana —esto es, los a priori sólo pueden tener consistencia trascendental— su condición contingente no es otra cosa que el reconocimiento de su espesor empírico. Si se toma como punto de partida para analizar las observaciones un origen no observable pero al mismo tiempo determinante en grado extremo, resulta que no puede ser sino una instancia no empírica e invariable que escapa al propio mundo de la experiencia observable. A diferencia de la cualidad extrínseca —una mirada desde fuera del mundo, es decir, desde el entorno— la propuesta de Foucault hace encarnar los a priori como condiciones que tienen lugar en el propio mundo social de la experiencia. Para decirlo de otro modo más enfá­ tico, el mundo social está ahí sólo para ser observado, donde esa ope­ ración termina siendo una autoobservación. Precisamente, si se toma la referencia del sistema al entorno, lo que quiere decir que se puede realizar la atribución como experiencia o como vivencia, entonces se hace valer el procesamiento autorreferencial de toda observación. En efecto, esa capa que subyace al ámbito de las representacio­ nes y del trabajo de la conciencia, se constituye en lo inobservable — el famoso punto ciego al que hace referencia Luhmann—, aquella instancia que permite todo ejercicio de observación. De tal manera que las consideraciones realizadas sobre la unidad psíquica del hombre, del individuo como instancia previa al orden social pero también como su fundamento, serían construcciones —observacio­ nes formuladas desde una clase de criterios dados — que, buscando 74 "L o inobservable para el observador —la unidad de la d istinción— es lo latente. No es posible verse en el m om ento en que se ve. Sólo después de describir lo visto podría observar­ se la observación constituyente, es decir, interrogarse sobre los a priori históricos que condi­ cionan lo que se ve. Los a priori perm anecen ocultos para el observador de prim er orden, sólo el observador de segundo orden puede revelarlos." Alfonso M endiola, Retórica, com unicación y realidad..., p. 51.

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clarificar la instancia de lo humano, terminan por ocultar su condi­ ción de efecto o resultado de una clase particular de distinciones operantes. A lo que no pueden acceder —constancia final de una incapacidad de origen— es a la unidad de la diferencia de la cual parten, contradiciendo con esto el propio legado de la tradición hu­ manística. Justamente, esta tradición ha sostenido desde el siglo XVIII que esas facultades que singularizan la posición del hombre sólo pueden ser identificadas si se despliegan dos clases de distinciones: hombre/animal y hombre/máquina. Las cualidades derivadas de estas dos oposiciones superan la referencia a la simple capacidad de percepción sensorial (primera distinción) y de la acción como conducta inducida y controlada (segunda distinción). Así, las nociones de "razón", "facultad reflexi­ va" o "entendimiento", agregadas a la de acción como "libre albe­ drío", condensarían lo más auténticamente humano como capaci­ dades hasta cierto punto naturalizadas.75 Si las facultades humanas fueron el escalón último de lo que se busca, vienen a ser al mismo tiempo requisito para encauzar toda le empresa de autoconocimiento. Ya la sola circularidad expresada habla en contra de una aclaración total respecto a la singularidad del hombre y sus pro­ ductos espirituales, como quería precisamente el historicismo de­ cimonónico. No sería aventurado el considerar estos esfuerzos como "procesos autorreferenciales disimulados", en la medida que introducen asimetrías necesarias y propias de los sistemas que operan en el medium sentido, sólo para volver operativa la propia circularidad del sistema social.76 La noción misma de a priori —ya sea trascendental o empíri­ co — o de simbólico, entendido como factor no accesible por pura percepción, apuntan a un movimiento crucial que conduce al des­ cubrimiento de lo latente como indicación de procesamiento autopoiético. Ya las otras dos oscilaciones categoriales, estilos cognitivos y contenidos fenoménicos presentados en los cuadros anteriores, profundizan la importancia del descubrimiento. Los estilos discon­ tinuos al enfatizar las coherencias internas de los subsistemas como procesos de diferenciación aguda —diferenciaciones que producen 75 N iklas Luhm ann, La sociedad de la sociedad..., p. 89. 76 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría..., p. 476.

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otras diferenciaciones— obligan a considerar que las unidades re­ sultantes son más bien tales porque logran sintetizar las propias diferenciaciones obtenidas, mostrando con ello "la pertenencia de los separado".77 Mientras los contenidos introducen una moviliza­ ción igualmente fundamental al apuntar cómo los fenómenos ana­ lizados —todos ellos fenómenos sociales — no aceptan su acredita­ ción por los efectos de una conciencia humana orientadora (esto es, fuerza teleológica) como en el caso mismo de la acción social. Al desplazarse hacia lo inconsciente —de ahí la importancia de Freud tanto para Foucault como para Luhmann— se deshacen las convencionales separaciones entre lo normal y lo patológico, entre los elementos positivos y los negativos, entre lo racional y lo irracio­ nal. Las normas, las reglas y los sistemas unifican el campo de estos saberes ya difícilmente considerados como ciencia humanas.78 La unificación no se refiera a la compartición de un solo campo objetual para esa pluralidad de saberes que transitan hacia su constitución como ciencias sociales, más bien se produce porque todos los fenó­ menos involucrados y que son tomados a su cargo por la sociología o la etnología, la psicología social o el psicoanálisis, por la lingüísti­ ca o la semiótica, se enfrentan directamente a la incapacidad para entender la latencia —incapacidad que anteriormente se encontraba latente— y entonces dirigirse hacia ese punto ciego que permite todo proceso de observación. En síntesis, las ciencias sociales y por supuesto la historia, tran­ sitan hacia un estatus de ciencias que operan gracias a la observa­ ción de segundo orden, aunque aquí habría que introducir un matiz sobre el estatus de la historia, cosa que se abordará en el siguiente capítulo. Las modalidades a partir de la cuales procesan el conjunto de observaciones construidas conectan directamente con otras ob­ servaciones, transitando por tanto de diferenciación en diferencia­ ción. Con este procedimiento operativo de recursividad pueden designar aquello no captado —el punto ciego de toda observación — 77 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 372. 78 "T od o puede ser pensado dentro del orden del sistem a, de la regla y de la norm a. Al pluralizarse —ya que los sistem as son aislados, las reglas form an conjuntos cerrados, ya que las norm as se plantean en su au to n om ía— el cam po de las ciencias hum anas se encontró unificado; de golpe dejó de estar escindido de acuerdo con una dicotom ía de valores." Michel Foucault, Las palabras y las cosas..., p. 350.

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por medio de la introducción de otra diferenciación con su propia capa de latencia. En palabras de Luhmann: El procesamiento de observación a observación, de diferenciación a diferenciación, permite distinguir y designar aquello que no puede ser captado mediante otra diferenciación, es decir, que debe permanecer latente para esta última. Toda diferenciación se presupone a sí misma y se excluye así de lo que ella puede distinguir; pero eso no sucede de forma definitiva (o sólo en el desafortunado caso del consenso), sino de una manera accesible para la observación mediante otra diferenciación por el mismo u otro observador. El conocimiento se estabiliza por lo tanto en el entramado continuamente recurrente de la observación de las observaciones, y el resultado de este proceso tendrá que depender si se le cubre socialmente y cómo, es decir, cómo se da el proceso de diferenciación del que resulta la ciencia.79 Si el proceso de transvase categorial —originariamente de las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje a las ciencias huma­ nas— se presenta ahora respecto al amplio campo de las ciencias sociales, entonces desantropologización implica la instauración de un orden operativo que se desarrolla reproduciendo las diferenciacio­ nes que tienen lugar en el propio sistema social. La disciplina his­ tórica estabiliza su forma operativa duplicando, a su vez, esta re­ producción de diferenciaciones a partir de las ciencias sociales con las que entabla la relación de transferencia categorial. Las implica­ ciones que esto arroja para un ejercicio de fundamentación quedan gravadas —habrá que asumir las restricciones que esto conlleva — por el hecho de que la historia no es un una forma de saber conven­ cional. La falta de centralidad teórica, la diversidad de campos objetuales y de procedimientos metódicos, así como la constitución de vertientes de investigación que presentan los rasgos de discipli­ nas en sí mismas, revierte el déficit en criterio de productividad social. Así, la introducción de contingencia que supone la investi­ gación histórica pareciera incrementar la reflexividad que las obser­ vaciones producidas por las ciencias sociales requieren como formas de autoobservación social.

79 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad..., p. 372-373.

5. La ciencia histórica como orden cognitivo emergente

Historia y acontecimiento: el valor de la contingencia Si puede considerarse que la historia fue objeto de un proceso agu­ do de desantropologización —en un despliegue paralelo al que pre­ senciaron las propias ciencias sociales—, entonces, puede plantear­ se que está lejos de ser prescriptiva su definición como ciencia humana. Si bien emerge como una ciencia que debía dar cuenta de los acontecimientos siempre desde las cualidades cognitivas que le fueron anexadas a la naturaleza humana, esas cualidades tendrían por fuerza que estar también en el seno mismo de los acontecimien­ tos históricos. Su consistencia como empresa racional dependía de trasladar los mismos rasgos racionales a las motivaciones que even­ tualmente explicarían la acción humana. No está por demás enfati­ zar que para la historiografía toda acción temporalmente depen­ diente puede escapar de la irracionalidad del simple transcurrir al vincularse a un futuro teleológicamente prefigurado. Las relaciones causales en historiografía vendrían a ser una modificación pequeña de la problemática teleológica. En cualquier caso, ya sea una acción teleológicamente plantea­ da o, en su defecto, un caso de aplicación del modelo ya modifi­ cado de relación causal, la carga de racionalidad no está al nivel mismo del acontecimiento, sino en su proyección posterior como efecto o como finalidad. Pero la trivialidad de esta problemática es del mismo tipo que aquella que afirmaba que la historia cuenta con un agente productor, ya al nivel mismo de los acontecimientos (el hombre como sujeto de la historia), ya en el plano de los conocimien­ tos producidos sobre esos acontecimientos (el sujeto historiador). La trivialidad parece ocultar precisamente la conformación de una circularidad que estaba ya en la base de su origen moderno como trabajo cognitivo. Una ciencia de los acontecimientos cuya propia datación la obliga a considerarse como un acontecimiento, por más

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que a partir de los años treinta del siglo xx se reoriente la cuestión hacia la estructura tomando distancia de esa noción previa. Si la posibilidad de afirmar que emerge en el siglo XIX como ciencia de los acontecimientos la ubica en el orden de lo temporal — un antes y un después se configuran a partir de aquí—, no resul­ ta tan trivial la condición misma de su emergencia: un orden epistémico emergente. Aun cuando en el propio siglo XIX la historia presen­ taba ese rasgo de disciplina transdisciplinaria —su indeleble marca de nacimiento—, estaba ya su condición cognitiva vinculada a los novedosos registros epistemológicos de las ciencias humanas. No en balde Foucault mismo atiende a esa disposición al señalar la fal­ ta de involucramiento directo de la historia con alguno de los mo­ delos categoriales (biológico, económico, filológico) y con alguna de las regiones epistémicas correspondientes (región psicológica, socio­ lógica y simbólica). Su lugar —finalmente un no lugar — se conformó en las distancias que se instauraron entre unos y otras, por lo que Foucault asegura que, como disciplina humana, curiosamente no tenían un emplazamiento definido en el campo de los fenómenos humanos y sus múltiples manifestaciones vitales. En una suerte de paradoja que expresa su condición misma de acontecimiento, la historia humana no puede llegar a coincidir con las historias de la vida, del trabajo y del lenguaje, ni tampoco puede deslizarse en alguna de las esferas que tematizan al hombre como ser vivo, como sujeto de necesidades y deseos y, finalmente, como ente parlante por excelencia. Podría pensarse que con esta configu­ ración, siempre a distancia de la psicología, la sociología o la filolo­ gía, la historia aseguraría rangos más afinados para objetivar al hombre mismo. Pero dos tipos de problemas lo han impedido. Pri­ mero, si bien esas otras ciencias de lo humano adscriben su objeto a una dimensión temporal innegable —la historia de la especie en el ámbito más vasto de la vida, la historia de la producción y la de las formas simbólicas y culturales— por esa misma fragmentación no dejan lugar para alcanzar una suerte de unificación que permita la aparición de la historicidad esencial del hombre.1

1 "P e ro entonces el hom bre m ism o no es histórico: el tiem po le viene de fu era de sí m ism o, no se constituye com o sujeto de la H istoria sino por la superposición de la historia de los seres, de la historia de las cosas, de la historia de las palabras." M ichel Foucault, Las pala-

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De lo anterior se deriva el segundo problema que es, en realidad, efecto de su condición de transversalidad. Así, la dependencia de otras formas de saber condicionó a la disciplina histórica a mantener una apertura continua y, por lo tanto, a responder por aquellas empiricidades que dan contenido a cada ciencia humana. Al no estar en su horizonte concretar un campo objetual unitario que le perteneciera por derecho propio, se produjo una nueva duplicación, en este caso de las regiones epistémicas ya mencionadas. Es por eso que desde la instauración de la Escuela Histórica Alemana esa ne­ cesidad epistémica obligó a derivar hacia los estudios históricos las tentativas teóricas y metodológicas que se ensayaron tanto en la psicología, como en la economía-sociología y en la filología-lingüística.2 Bajo la presunción de que esta duplicación le fue esencial para su continuidad disciplinaria, el proceso soporta su propia caracteri­ zación histórica. Se puede seguir lo anterior en una línea que va del historicismo alemán y sus modalidades anexas (por ejemplo, la denominada Es­ cuela Metódica Francesa), a las expresiones historiográficas al estilo de la historia económica y social, incluyendo en este apartado la problemática abierta por las mentalidades, hasta las más actuales formas de investigación al tipo de la microhistoria italiana o la nue­ va historia cultural, sólo por citar algunas. Resaltan en ello varias consideraciones que no puede pasarse por alto. Su propia historici­ dad hace manifiesta una gran variabilidad en cuanto a formas de investigación y en cuanto a temáticas, pero también es visible dicha situación si observamos los aspectos teóricos que orientan sus mar­ cos generales de referencia. Tanto en un nivel como en otro, su de­ sarrollo histórico no se ha presentado como el paulatino perfeccio­ namiento de un cuerpo unitario que encontraría expresión en una sola vertiente teórico-metodológica. Esta situación de dispersión es la que permite observar con un mayor potencial de riqueza analítica esa condición de emergencia social de un orden cognitivo. Lo anterior resulta por lo menos llamativo si tomamos en cuen­ ta que las descripciones convencionales —incluyendo en este rubro los ejercicios de fundamentación de la historia— partían de una bras y las cosas: arqueología de las ciencias humanas, 24a. ed., trad., de Elsa Cecilia Frost, M éxico, Siglo XXI, 1996, p. 358. 2 I b id , p. 359.

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unidad disciplinaria presupuesta pero nunca comprobada. En un sentido contrario a estos intentos que tienden a deshistorizar al saber histórico, es la dispersión la que le da rango de acontecimiento a la propia disciplina al ligarla directamente a una situación en el plano de la evolución del sistema social. La noción orden emergente puede ser sólo aplicable a una sociedad funcionalmente diferenciada, pues los órdenes jerárquicos o los estratificados impiden su aparición dado que inhiben los procesos mismos de diferenciación, o por lo menos los limitan. Por el propio contenido semántico delimitado, esta noción expresa directamente el fenómeno de contingencia típi­ co de las sociedades tardomodernas, pues se contrapone tanto a la necesidad de dotarse de un sentido metafísico como a la imposibi­ lidad de estabilizar expectativas enfáticas al estilo teleológico.3 Como la contingencia niega todo reino de necesidad metafísica y también la certidumbre sobre las finalidades teleológicas en la proyección de la historia, conlleva la condición misma de aconteci­ miento, pero ahora en el plano del saber histórico mismo. El concep­ to de acontecimiento sirve para indicar, precisamente, la condición innegablemente temporal del conjunto de elementos que conforman un sistema que requiere del medium sentido para delimitar las posi­ bilidades de selección. Por lo tanto, la oposición manejada de mane­ ra historiográfica entre acontecimiento y estructura pierde toda plausibilidad para explicar su complementariedad en el rango de una teoría sistémica. La posibilidad de autopoiesis de los sistemas, incluidos los subsistemas científicos, tiene que responder de mane­ ra continua a elementos que desaparecen en cuanto surgen. Pero el simple hecho de la ocurrencia del acontecimiento —o incluso que así se interprete—, instituye ya esa dimensión temporal entre un antes y un después, por lo que impacta el pasado y el futuro, además del presente en su condición de evanescencia.4 3 A ldo M ascareño, "C ontingencia com o unidad de la diferencia m od ern a", en N iklas Luhm ann y su legado universalista. A portes para el análisis de la com plejidad social contemporánea, Hugo Cadenas, A ldo M ascareño, A nahí U rquiza, eds., Santiago de Chile, RIL Editores, 2012, p. 70. 4 "E l acontecim iento prefiere desaparecer. Por otra parte, cada acontecim iento cam bia totalm ente el pasado, el futuro y el presente —por el sólo hecho de otorgar la calidad de presente al siguiente acontecim iento y convertirse para éste (es decir, para su futuro) en pa­ sado — . Por m edio de este traslado m ínim o puede cam biar tam bién el punto de vista rele­ vante que estructura y lim ita los horizontes del pasado y del futuro. Cada acontecim iento

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A pesar de su desaparición inmediata, la significación del acon­ tecimiento no puede limitarse al simple hecho de su ocurrencia, sino que rearticula constantemente esa diferencia temporal —un antes y un después—, permitiendo plantearse otras posibilidades para el sistema social. Al ser un imprevisto, el acontecimiento hace posible la diferencia temporalmente planteada respecto a los acontecimien­ tos siguientes —pero también respecto a los pasados —. De esta ma­ nera, la discontinuidad que se presenta en el sentido de diferencia temporal debe ser convertida en continuidad estructural por el siste­ ma, es decir, en una unidad de las operaciones realizadas que requie­ ren de tiempo para llevarse a cabo y enlazarse, y cuyos elementos son el continuo de acontecimientos registrados. El imprevisto del acontecimiento o de la cadena de acontecimientos temporalmente desplegada —la libertad en cuanto a las posibilidades que abren y la novedad respecto a la singularidad que instituyen, según afirma Luhmann— debe ser regulado al nivel de la estructura.5 Habrá que recordar que la noción de estructura en la teoría de los sistemas sociales refiere a la capacidad de seleccionar y enlazar los elementos de un sistema con el fin de permitir la operación con­ tinuada del sistema en su conjunto. Manifiesta en este sentido las condiciones de un sistema para su reproducción autopoiética, a par­ tir de elementos —los acontecimientos o eventos— que tienen una muy breve permanencia temporal o que simplemente no duran. La estructura selecciona aquellos elementos básicos y define las posi­ bilidades de combinarlos o enlazarlos para producir los siguientes elementos básicos. ¿Qué son estos elementos básicos? Comunica­ ciones si se trata del sistema social; pensamientos, cuando la refe­ rencia es el sistema psíquico. Pareciera a primera vista que el impre­ visto y la carga de incertidumbre que conllevan estos elementos obliga a tratarlos como instancias totalmente contrarias al control y a la regulación estructural. Pero es a la inversa, la condición de la continuidad estructural está precisamente en el imprevisto y la realiza en este sentido una m odificación total del tiem po." N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría general, trad., Silvia Pappe y Brunhilde Erker, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, A lianza, 1991, p. 292. 5 "E sta libertad adquirida se paga con la form ación de estructura, porque se hace en­ tonces necesario regular la reproducción de los acontecim ientos por m edio de acontecim ien­ tos." Idem.

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incertidumbre, nunca eliminables pero si manejables bajo los están­ dares sistémicos de la selección y el enlace. Si bien hay una primera selección de elementos básicos, en rea­ lidad el sistema tiene cualidades autopoiéticas cuando una segunda selección tiende a reproducir los elementos, finalmente aconteci­ mientos comunicativos enlazados bajo criterios del propio sistema. Ya la repetición operativa de la secuencia permite la condensación de estructuras con el fin de preservar la continua operación en su conjunto.6 Así, el traslado de modelos categoriales y programas teóricos y metodológicos de la psicología, la sociología y la filología, instaura al saber histórico —sin lugar epistémico propio en la interpretación de Foucault— como una estructura que logra condensarse a partir de su capacidad para producir acontecimientos a partir de otros acon­ tecimientos. La recurrencia de este funcionamiento autopoiético se centra en una primera selección de aquellas comunicaciones (ele­ mentos básicos) que provienen de esas otras disciplinas para que, ya en la segunda selección, la recursividad se sostenga sólo en las operaciones condensadas propias de cada rama de investigación histórica (historia de las ideas, historia social, historia de las menta­ lidades, etcétera). Es en este segundo plano donde las comunicaciones psicológi­ cas, sociológicas o filológicas se reconvierten en comunicaciones historiográficas. Por supuesto, esta perspectiva analítica considera que la operación así delimitada del saber histórico no es el producto largamente esperado de esa tradición secular que inicia con Herodoto y Tucídides, de modo tal que sólo hasta el siglo XIX se concreta como ciencia al liberase del pesado lastre del mito y las fantasías. El proceso descrito por Foucault desmiente esta visión continuista mostrando que la emergencia de ese orden epistémico que posibili­ ta a la historia fue un acontecimiento imprevisto y una novedad si se compara con el panorama previo (siglos XVII y XVIII). Ésta es una posible significación de la aserción previamente formulada de que la ciencia de la historia, un saber particular sobre el mundo de los acontecimientos, es al mismo tiempo un acontecimiento histórico. 6 G iancarlo Corsi, Elena Esposito, Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social de Niklas Luhm ann, trad. de M iguel Rom ero Pérez y Carlos Villalobos, bajo la coordinación de Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana/Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente/A nthropos, 1996, p. 73.

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En Hegel, y más allá de su propuesta de filosofía de la historia, se encuentra una muy intuitiva visión que liga el saber histórico a la condición del acontecimiento y a la cualidad de la representación. Tratando de dirimir la historia universal como problema filosófico, Hegel describe las diferentes "maneras de tratar la historia". Ya los tres niveles que analiza —"géneros" los denomina Hegel— "la sim­ ple historia", "la historia reflexionada" y "la historia filosófica" despliegan el orden de una diferenciación más que la trama de una unidad. Se agudiza esta situación en el caso de la historia reflexio­ nada, pues este género se subdivide, a su vez, en cuatro modalida­ des de historia reflexiva (la general, la pragmática, la crítica y la parcial). Ya desde la simple historia —ligada a los nombres de Herodoto y Tucídides— se deja ver lo propio de todo género histórico: el paso de una "manifestación externa" al concepto.7 Se trata de una elevación donde la representación mental —el concepto — convierte en acontecimiento la evanescencia de lo vivido. Por las artes de la representación escrita —se entiende así la natura­ leza de la representación histórica— se logra una victoria de la con­ ciencia sobre el reino de lo efímero. Con ello no sólo la memoria pasa del lado de lo escritural, de las narraciones de aquellos que experi­ mentaron lo contado en el caso de la simple historia, sino que demues­ tra que el acontecimiento le pertenece al pensamiento por derecho propio. Si se sigue esta línea de razonamiento, entonces cada forma de la historia reflexiva —digamos la historia de los historiadores— es una modalidad estructural que permite estabilizar formas comunica­ tivas —eso que Hegel denomina las representaciones—, logrando con ello acceder al fenómeno autorreferencial de la recursividad. Esas modalidades reflexivas no buscan —cada una de ellas según formas

7 J. G. F. H egel, Lecciones de filosofía de la historia, ed. de F. Brunstad, trad. y preám bulo José M aría Q uintana Cabanas, Barcelona, Prom ociones y Publicaciones U niversitarias, 1989, p. 24. La d escripción de esas m aneras diferentes de tratam iento de la historia com prende el inicio de la "In trod u cción " (en la edición Brunstad), p. 23-30. C ontinúa en las páginas sub­ secuentes el desarrollo de la tesis central de la filosofía de la historia hegeliana: "P ero el único pensam iento que la filosofía aporta es el sim ple pensam iento de la Razón: que la Razón dom ina al m undo y que, por lo m ism o, tam bién en la historia universal ha ocurrido todo según la R azón." (p. 30). De nueva cuenta, la circularidad que se establece es notable. Si la h istoria u n iversal sólo puede ser pensad a, desde la filosofía, com o proceso racional, las m odalidades de la historia com o saber form an parte de esa historia al elevar lo vivido al nivel del concepto m ism o.

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diferenciadas de acceso— decir lo que en efecto pasó al nivel de la vida misma, sino reflexionar sobre las representaciones. La idea común de que la historia es una labor que permite revi­ vir lo pasado —no el pasado como tal— muestra su condición ab­ surda. Ya para Hegel la historia puede ser vista como una ciencia que produce comunicaciones específicas. Y la conversión de la vida en pensamiento reflexivo que está en su origen es, al mismo tiempo, uno de los mayores impulsos en el desarrollo del espíritu y, por tanto, de la historia universal. En esta forma de tratamiento, la circularidad no esconde fuerza productiva incluso para acceder a una visión filosófica de la historia universal.8 Al mismo tiempo parece sugerir la inmersión de la historia reflexiva en el orden más elabo­ rado de observaciones que observan observaciones. La diferenciación respecto a la denominada simple historia apunta no a la distancia entre una percepción del mundo histórico en su realidad y el conjunto de comentarios posibles de realizar sobre dicha percepción. La diferencia entre géneros se instituye en el momento en que las narraciones de la simple historia son coinci­ dentes temporalmente con aquello que narran, mientras las "especies" reflexivas sólo coinciden entre sí por estar separadas temporalmen­ te de lo que interpretan. No resulta sorprendente el que esta doble dimensión temporal sea análoga a la distancia temporal que existe entre las fuentes históricas y las interpretaciones historiográficas tomadas en términos comunes, distancia que era reconvertida como diferencia ontológica entre un pretendido objeto de investigación y la naturaleza del sujeto historiador. En uno y otro caso, indepen­ dientemente de cómo se quiera tomar la coincidencia planteada, lo que es objeto de reflexión o interpretación son otras observaciones previamente formuladas y no los acontecimientos pasados en su real conformación. 8 "Q u erem os dejar sem ejantes discusiones para los historiadores de profesión, que a m enudo se ocupan de ellas. Como prim era condición, podríamos enunciar la de que captem os fielm ente lo histórico; es en esas expresiones generales, com o 'fiel' y 'captar', donde se da el equívoco. Incluso el historiador habitual y m ediocre, que acaso opina tam bién y afirm a, se com porta sólo receptivam ente y abandonándose a lo dado; no perm anece pasivo en su pen­ sam iento, pues aporta sus categorías y ve lo existente a través de ellas. Especialm ente en todo lo que debe ser científico, no puede perm anecer inactiva la razón y ha de ser em pleada la reflexión. A quien considera el m undo com o racional, tam bién el m undo lo tiene a él por racional: am bas cosas están en acción recíproca." Ibid., p. 32.

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La diferenciación interna de la historia y su complejidad cognitiva También la diferenciación entre especies del género "historia re­ flexionada" —historia general, la que se orienta pragmáticamente, historia crítica e historia parcial— hablaría de la manera por la cual las observaciones recurrentes pueden estabilizarse como simetrías en subsistemas del subsistema historia. La emergencia de este orden epistémico que reintroduce en su interior diferenciaciones que ex­ ternamente se produce entre subsistemas (ciencias humanas prime­ ro, ciencias sociales después) hace de la contingencia un valor en su capacidad de reproducción autopoiética. "Una conexión recursiva de observaciones con observaciones produce 'valores propios' que se mantienen estables cuando el sistema de esta praxis se mantiene, y la contingencia parece ser entonces la forma, o por lo menos una de ellas, de estos valores propios".9 La contingencia como valor no está en los acontecimientos que describe la historia en los sucesivos pasados, sino en las formas diferenciadas en que opera produciendo observaciones recurrentes. La recursividad de las observaciones no se produce en una sola forma operativa, sino en varias formas que sólo se agrupan en la denominación historia o, como señala Hegel, en una clase de géneros que pueden ser considerados históricos. Pero entonces, la propues­ ta explicativa que se ha ido derivando del análisis de Michel Foucault sobre las ciencias humanas alcanza plausibilidad. Lo que se ha mostrado es que un índice de discontinuidad le es intrínseco a la historia de la disciplina desde el siglo XIX, índice que no sólo gobier­ na su despliegue externo a lo largo de este periodo, sino que le es un factor interno a su constitución epistemológica. Digamos que no sólo se presenta una aguda asimetría de la historia como saber en el proceso por el cual se conforma como subsistema: la diferenciación alcanza a los procesos cognitivos que circulan en su interior. De tal forma que son igualmente discontinuas entre sí las diversas modali­ dades de investigación —lo que no sólo es notorio respecto a la his­ toria económica frente a la historia política, por ejemplo—, de donde 9 N iklas Luhm ann, Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la socie­ dad moderna, trad. de Carlos Fortea Gil, rev. técnica de Joan-Carles M elich, Barcelona, Paidós, 1997, p. 96.

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se siguen importantes consecuencias de orden práctico. Este doble estatus le viene del tipo de relaciones que ha entablado con las cien­ cias humanas y con las diversas formas de investigación social. El traslado de temáticas de investigación, de sistemas concep­ tuales, de modelos categoriales, así como de procesos metódicos, nos muestran lo estériles que han sido las discusiones sobre la existencia o no de leyes históricas, la existencia o no de categorías en sí mismas históricas o, finalmente, la prevalencia de un sólo método de investigación histórica —en el entendido de que dicho mé­ todo sólo podía definirse a partir del carácter documental de su lógica de investigación —. Esta doble diferenciación supone, si­ guiendo la línea argumental de la teoría de sistemas de Luhmann, un incremento de complejidad derivado de la previa reducción que supuso el traslado de modelos de las ciencias humanas y que se establecieron como observaciones recurrentes. Si la evolución social alcanzó altos niveles de complejidad en sus propios procesos de diferenciación, esto es, una irreductibilidad de las relaciones interactuantes entre sus subsistemas, esto se debe a una exigencia del siste­ ma para procesar operaciones que requieren de tiempo en su reali­ zación.10 La noción orden emergente —la hipótesis que he manejado considera a la historia en un orden cognitivo emergente— presupo­ ne un alto estado de complejidad del sistema. Como no es posible abarcar todas las relaciones en la amplia red de elementos, es decir, el mundo complejo no es aprehensible para la autoobservación sistémica como tal, se requiere la conformación de subsistemas. Cada uno de ellos —por ejemplo los subsistemas que operan en el medium sentido o los simbólicamente generaliza­ dos— organizan estructuralmente las selecciones y los enlaces entre los elementos del subsistema, por lo que logran estabilizar hasta cierto punto expectativas parciales del sistema global. Diferencia­ ción, por tanto, es " una reproducción, dentro de un sistema, de la dife­ rencia entre un sistema y su entorno".11 Puede decirse, siguiendo la aserción anterior, que la diferenciación se reproduce al interior de 10 "L a diferenciación sistém ica es, de hecho, una técnica estructural para resolver los problem as tem porales (es decir: de consum o de tiem po) de los sistem as com plejos situados en entornos com plejos." N iklas Luhm ann, Complejidad y modernidad: de la unidad a la diferencia, ed. y trad. de Josetxo Beriain y José M aría G arcía Blanco, M adrid, Trotta, 1998, p. 72. 11 Ibid., p. 73. (Nota: las cursivas son del autor.

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los sistemas del sistema global, reintroduciendo la distinción con el entorno en cada forma especializada de esa reproducción. Al incre­ mentar la capacidad de selectividad se incrementan a su vez los índices de contingencia, de ahí la necesidad de contar con estructuras disipativas en el sentido aportado por Ilya Prigogine. Expresión que busca explicar los sistemas alejados del equilibrio pero que existen siempre de manera conjunta con un entorno. Con dichas estructuras se introduce un cierto orden pero en tér­ minos de equilibrios estacionarios que se complementan con el carácter no lineal, de bifurcación y autoorganizativo de los sistemas complejos.12 Por tanto, los órdenes emergente —estructuras disipativas— tien­ den a volver manejable por el sistema global los altos índices de contingencia, promoviendo con ello la posibilidad de estabilizar ex­ pectativas (vivencia o acción) necesarias para la autopoiesis del sis­ tema. En el sentido manejado por este estudio, la historia es un orden emergente que presenta propiedades (estructuras y elementos en operación) no reducibles a otras instancias con las que, sin embargo, guardan relaciones de acoplamiento y mutua influencia. Se entiende este último rasgo como irritaciones que pueden ser manejadas al interior del subsistema mismo como forma de atribución.13 Las dis­ ciplinas científicas en su conjunto son subsistemas que pertenecen, a su vez, al sistema de la ciencia. Son producto del proceso de dife­ renciación descrito, por lo que repiten la distinción sistema/entorno a partir de su propia cerradura operativa. Cada una de ellas se convierte, entonces, en entorno de las otras disciplinas, situación aún más evidente si se toma en cuenta la dis­ tinción ciencias naturales y ciencias sociales en un sentido funcional. Si esta asimetría focaliza las posibilidades para el sistema global de procesar las condiciones ambientales en que realiza sus operaciones, cosa parecida podría aplicarse a las distinciones que señaló Foucault entre la región psicológica, la sociológica y la simbólica. De esta regionalización epistemológica se desprenden las disciplinas huma­ nas en el siglo XIX y las sociales en el xx. Pero tanto en un caso como 12Cfr. Ilya P rigogine, ¿Tan sólo una ilusión?: una exploración del caos al orden, trad. de Francisco M artín, Barcelona, Tusquets, 1983, 332 p. 13Aldo M ascareño, "M ed ios sim bólicam ente generalizados y el problem a de la em er­ g encia", Cinta de M oebio, Revista de Epistem ología de Ciencias Sociales, U niversidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales, n. 36, diciem bre, 2009, p. 175.

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en el otro, las identidades disciplinarias no están aseguradas por su relación con el entorno, si se toma en cuenta que éste puede ser considerado un espacio de realidad por el que responden y desde el cual pueden derivar de manera prescriptiva objetos de investiga­ ción ad hoc. No es por el camino de la regionalización ontológica que se resuelve el problema de la regionalización epistemológica. Ya el propio proceso de diferenciación interna del sistema de la ciencia convierte en problema la relación que se establece entre las variadas disciplinas científicas.14 Pero además, dicho proceso obliga a transformar la manera por la cual se veía su integridad, de tal forma que no es ya por el campo de estudio —digamos, por un entorno regionalizado ontológicamente — por el que acreditan sus límites, sino que ahora esos límites son sólo válidos para las propias disciplinas. De esta doble circunstancia se alimentan las dificultades cuando se enfoca la cuestión de mane­ ra interdisciplinaria o multidisciplinaria, esquivando con ello la ne­ cesidad de admitir que el entorno de una disciplina es simplemente otra disciplina y su entorno. Esta diferenciación segmentaria que per­ mite pensar los límites de las disciplinas así como su posible interrelación, requiere enfocar el tema de la redundancia y la variedad, de la riqueza de un tratamiento estabilizado y la sorpresa que invo­ lucra la novedad de otras posibilidades de construcción.15 Los fenó­ menos de variación y redundancia están en relación con la comple­ jidad adquirida del sistema de la ciencia, que es el caso que nos ocupa. La redundancia pareciera ir en contra de uno de los atributos clásicos del conocimiento científico: la novedad o la originalidad en sus conocimientos. Convencionalmente se exige al conocimiento científico reducir el ámbito de lo no conocido todavía —lo que estaba en la base del proyecto ilustrado como progreso cognitivos sobre el mundo—, por lo que se oponía al sustrato reiterativo de las supersticiones. En teoría de sistemas, la redundancia es también un valor de la operación puesto que permite a las estructuras —selección y enlace de aconte14 "L a s disciplinas com o la física, quím ica, biología, psicología, y la sociología pueden ser consideradas com o entorno correspondiente de cada una de las demás disciplinas, lo que quiere decir que no tienen capacidad de ser enlazadas unas con otras de m anera autom ática." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 319. 15 Ibid., p. 322.

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cimientos que aseguran la autopoiesis— superar la inmediatez del momento: el conocimiento está a disposición sólo en el momento en que sucede. En tanto que el acontecimiento central es una comuni­ cación, ésta es tal en el instante en que se produce; lo que está en cuestión es su enlace posterior como improbabilidad. "Cada comu­ nicación produce redundancias en la medida en que cuando A da una información a B, C puede preguntar tanto a A como a B, en el caso de que él mismo pretenda informarse".16 Se trata por tanto, según el ejemplo, de una redundancia informativa. Como la masa de informaciones utilizables tiene que ser reactualizada constante­ mente, de momento en momento o de acontecimiento en aconteci­ miento, sobrepasa las posibilidades mismas de la reactualización pues no todo puede ser incluido. También se da el caso de que las remisiones que en una comu­ nicación puedan reactualizarse no tengan que reconstruirse total­ mente en cada momento o en cada enlace comunicativo. Reduce en ambas situaciones el índice de sorpresa o de variación, pues se in­ troduce un factor de seguridad con el cual compensar la contingen­ cia propia de las comunicaciones y de su improbabilidad, con lo que se permite ampliar la capacidad de procesamiento de información del sistema. Cabe aplicarse esto incluso a la situación en la que, en el medium sentido, el conocimiento previo de un elemento involu­ crado proyecte un nivel de conocimiento de otros elementos, cuya asociación puede ser establecida analógicamente o por semejanza. El carácter sintético que presenta la metáfora, por ejemplo, es aná­ logo al papel que cumple la redundancia en términos cognitivos, donde las semejanzas involucradas entre elementos puede darse por sentada o presupuesta, sin necesidad de reconstruir el conjunto de relaciones de analogía que suponen. La noción de paradigma en Luhmann, que admite la no sustitu­ ción definitiva de paradigmas previos sino su inclusión en otros medios o ambientes, de tal manera que permita ampliar los niveles de complejidad sin tener que echar mano de todas las situaciones previas que podían ser resueltas con el anterior paradigma, es tam­ bién un ejemplo de redundancia. La noción de cognición se entien­ de como capacidad para producir redundancias que le ahorren el 16 Ibid., p. 312.

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sistema reelaborar constantemente informaciones previas. Lejos está su significación tradicional: copiar o representar lo que está en el entorno mismo como realidad para el sistema.17 Destaca, por tanto, el hecho de que las redundancias ahorran tiempo al sistema, mien­ tras la variación multiplica las posibilidades de enlace así como de los elementos requeridos. No se trata en la variación de la apertura hacia nuevos y novedosos conocimientos o de la ponderación de otras formas de resolver los mismos problemas dejados pendientes por las limitaciones en los recursos precedentes. La variación se refiere a un aumento de los elementos de un sistema, de tal forma que apuesta hacia la imposibilidad de prever el comportamiento de cada uno de esos componentes así como de las medidas de selección y enlace. Ambos están, por tanto, en corre­ lación con el aumento de complejidad y diferenciación del sistema ciencia. En opinión de Luhmann, la diferenciación segmentaria de las disciplinas científicas se enfrenta a un mismo problema interno de la ciencia en general: las medidas por las cuales se puede ordenar la redundancia de manera que resulte complementaria con un aumen­ to de la variedad.18 Corrijo, entonces, una afirmación anterior: la cognición es posible por la combinación operativamente relevante de grados manejables de redundancia con aumentos tendenciales de variación. El punto central de esta complementariedad se encuentra en las capacidades teóricas desplegadas para establecer distinciones, de cuyo despliegue subsecuente surgen las diferentes disciplinas científicas. Esta labor descriptiva, que requiere, además, de otras distinciones, está por hacerse, cuestión que debe incluir un conjun­ to más vasto de circunstancias, tales como el tipo de funcionalidad que la disciplina en cuestión tiene para el sistema social.

17 La sociedad de la sociedad, trad. Javier Torres N afarrate, bajo el cuidado conceptual de Darío R odríguez M ansilla y estilístico de M arco O rnelas Esquinca, Rafael M esa Iturbide y A reli M ontes Suárez, M éxico, H erder/Universidad Iberoam ericana, 2007, p. 91. 18 "E l pone en m ovim iento un aum ento en la capacidad de disolución y de recom bina­ ción lleva finalm ente, de m anea parecida al aum ento demográfico, a la necesidad de construir unidades pequeñas, ya que el problem a de organización ha crecido, y de esta m anera se puede ordenar la redundancia y se posibilita con ello m ás variedad. La construcción de dis­ ciplinas se orientan a sí m ism as hacia este problem a interno de la ciencia, no se orientan hacia cam po de distintos objetos que ya estuvieran ocupados y que, com o las colonias, sólo se tratara de ocuparlos de nu evo." Ibid., p. 322.

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En cualquier caso, destaca la situación de que la diferenciación entre las disciplinas reproduce la distinción sistema/entorno, donde la modalidad respectiva está en relación con el tipo de combinación de redundancia y variación. La resolución estructural de esta com­ binación garantiza, en los sistemas constitutivos de sentido, el paso de una operación a otra (recursividad) tomando en cuenta la selecti­ vidad respecto a los acontecimientos singulares en su ligazón con los subsecuentes también susceptibles de selectividad. Estas estructura­ ciones toman la forma, por tanto, de expectativas aplicadas a la con­ tinuación de las operaciones y a las posibilidades de prever el tipo de enlaces futuros. Pero además, permiten tramitar las irritaciones que el sistema genera como registros internos del entorno. La atri­ bución al sistema en cuanto a un cambio de estado se orienta como acción, misma que propongo vincularla tentativamente al fenóme­ no de redundancia hasta cierto punto, mientras la atribución del cam­ bio de estado se realiza al entorno y se expresa como vivencia o ex­ periencia y puede, entonces, relacionarse más con la variación.

Las ciencias sociales como entornos de la historia Una primera consecuencia que se sigue de la anterior argumenta­ ción es que para la historia todas las demás disciplinas humanas y sociales se constituyen como su entorno pero en una disposición especial. Los límites de cada variedad historiográfica reproducen la combinación específica de redundancia/acción con la variedad/vivencia de la disciplina de la cual obtiene modelos. Esta obtención se des­ cribe como traslado categorial en el sentido de la propuesta de Foucault. El aporte teórico para manejar la secuencia redundancia/varia­ ción es central en el sentido de aporte de distinciones. Cuando se estabilizan las operaciones, esto es, cuando logra estructurarse la recursividad como repetibilidad de la selectividad de los elementos y las expectativas sobre los enlaces futuros, entonces este traslado se tramita como conjunto de irritaciones en el ámbito de la lógica de investigación histórica, independientemente de la vertiente especí­ fica de que se trate. Debe precaverse del hecho de que esta distin­ ción —redundancia/acción frente a variación/vivencia— es sólo resul­ tado de una observación particular que puede, incluso, aceptar

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niveles donde sea imposible aplicarla con pulcritud o donde la di­ ferencia sea mínima. En términos de visión general, y por tanto esquemática, se pue­ de establecer una caracterización hipotética en correspondencia con las líneas de desarrollo avanzada arriba. En su fundación, moderna la historia se constituyó en relación vertical con el modelo biológico y su correspondiente región psicológica.19 De ahí la afirmación de Foucault de que "el historicismo es una manera de hacer valer por sí misma la perpetua relación crítica que existe entre la Historia y las ciencias hum anas."20 Si bien esta forma dominante de inves­ tigación que prevaleció hasta la segunda década del siglo xx se conectó también con la filología, esta disciplina actuaba al nivel propiamente metódico, prácticamente como un auxiliar en el tra­ bajo de fuentes. La frase de Foucault apunta a la manera por la cual, los contenidos cognitivos y los marcos generales de referencia de la historia dependían, para su propia justificación, de una definición que la colocara al nivel de una ciencia humana con todo derecho pero a distancia de las demás. En términos decimonónicos, como una ciencia del espíritu, donde tal denominación resume todos los presupuestos críticos de carácter antropológico que se mueven en su base epistémica. Pero la propia sociología del momento se encontraba ya en la necesidad de distinguirse críticamente de los enfoques psicológicos que primero habían tematizado la acción humana como conducta describible empíricamente, aunque sólo lo lograría después. El cua­ dro propuesto por Foucault muestra un continente disciplinario poco diferenciado, lo que explica la preeminencia adquirida por la psicología dado el precario desarrollo conceptual y teórico de las demás disciplinas, o por lo menos de su limitada formalización. Además de eso, estas disciplinas presentan todos los atributos que he colocado del lado de aquella función central explícita, es decir, en tanto formas de saber se dirigen, no a la captación de un hecho

19 W ilhelm D ilthey, El mundo histórico, trad., pról. y notas de Eugenio Ím az, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1944, 430p. Véase en especial el apartado titulado "L a captación de la estructura psíqu ica", p. 21-23. 20 M ichel Foucault, Las palabras y las cosas: arqueología de las ciencias hum anas, op cit., p. 361.

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externo, sino a la pretensión de lograr autocomprensión. Esto último fue central para el historicismo y su modalidad historiográfica. Si la historia puede ser considerada ciencia humana, o como ciencia del espíritu en su concreción diferencial respecto a la natu­ raleza en general, esto sólo es posible porque reproduce una proble­ mática fundacional de éstas: la que tiene que ver con la cualidad de las representaciones y con la tensión que se establece entre una dimensión empírica y una dimensión trascendental. Entre una re­ ferencia a las empiricidades que se desprenden de la vida, el tra­ bajo y el lenguaje, y sus representaciones como condiciones de posibilidad. Ya la propia expresión de esa poco desarrollada dife­ renciación disciplinaria habla de la imposibilidad de dar cuenta de la unidad del hombre mismo. Por eso el camino adoptado fue des­ cribir y explicar sus variadas manifestaciones. La más visibles en el momento refiere al espacio de una voluntad que se concretiza ac­ tuando en un mundo dispuesto para ello. La prevalencia de la redun­ dancia/acción —en otras palabras, de la falta de combinación adecua­ da entre control de redundancia y aumento de variación— arrojó consecuencias limitantes. Al traducirse en el orden procedimental, el desequilibrio entre variación y redundancia se expresó en la reivindicación de un mé­ todo que, introduciendo las elaboraciones de la hermenéutica ro­ mántica, supuso la posibilidad de aprehensión de la otredad del pasado por parte de una conciencia soberana, al tiempo que intro­ dujo una forma de comunicación intramundana: la empatía.21 Asu­ miendo acríticamente la necesidad de introducir el fenómeno de la comprensión como captación de una intencionalidad por debajo de los hechos mismos, terminó legitimando como modalidad historiográfica a esa venerable historia de las ideas cuya autoridad se exten­ dió hasta principios del siglo xx. La temática de la intencionalidad supone —en el sentido de proceso introspectivo de la conciencia — una exterioridad como espacio donde se materializan los contenidos subjetivos: la acción teleológica cumplía con creces con los requeri­ mientos de esta prescripción. Se entiende aquí como redundancia el conjunto de atributos de la conciencia que se daban por sentados. 21 Carm en Revilla, "D el historicism o a la herm enéutica: la recepción de D ilth ey", Convivium. Revista de Filosofía, U niversidad de Barcelona, n. 17, 2004, p. 83.

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Incluso la remisión de la acción a la intencionalidad como elemento originario podría tomarse como una modalidad de reducción de complejidad para un tratamiento del sistema psíquico como sistema autorreferente. Pero por más que la referencia central fuera la subjetividad o la estructura del sujeto racional, la limitación de la variación no puede ocultar el que las ciencias del espíritu fueran disciplinas que produ­ cían observaciones atribuidas no al entorno sino al propio sistema (acción). Sin embargo, considerar a la sociedad como entorno en el caso que nos ocupa no deja lugar a dudas sobre el estatus de estas disciplinas: tratan de modular las variadas irritaciones inducidas por el sistema psíquico (entorno) elaboradas y reelaboradas inter­ namente, es decir, estructuradas, por el sistema social. Técnicamen­ te se trata de acoplamientos estructurales donde las comunicaciones (acontecimientos o eventos) y sus enlaces pueden dar lugar a la presunción de una coincidencia momentánea entre el sistema psí­ quico y el social. Perece ser el caso precisamente donde el sistema social tiene que reconocer y asumir la participación de la conciencia en la comunicación. Si esto es así, entonces las ciencias del espíritu señalan un ejem­ plo particular de interpenetración, donde la relación de inclusión/ exclusión manifiesta un nivel tal de complejidad del sistema como para implicar a los procesos de socialización en la formación de individuos.22 En general, la poca desarrollada diferenciación disciplinaria —por tanto, la limitación en cuanto al uso de distinciones— expresa un nivel de evolución del sistema social que requiere seguir soste­ niendo autoobservaciones que atribuyen a la conciencia un papel central. Lo que quiere decir que la cerradura operacional de estas disciplinas, incluida la historia, estaba en proceso de concreción. La ciencia de la historia en el siglo XIX, amparada en las típicas posturas historicistas, no estaba en disponibilidad de enfrentar directamente

22 "P o r socialización querem os indicar, m uy globalm ente, el proceso que, m ediante la inter­ penetración, form a el sistema psíquico y el comportamiento corporal controlado del ser humano. Niklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, p. 247. M ás adelante, siguien­ do el razonam iento expresa en la m ism a página lo siguiente: "E n prim er lugar, socialización es siem pre autosocialización, no sucede por 'transferencia' de un patrón de sentido de un sistem a a otro, su procedim iento fundam ental es la reproducción autorreferencial del sistem a que efectúa y experim enta la socialización en sí m ism o." Las cursivas son de Luhm ann.

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la circularidad que, por diversos caminos, Dilthey mismo reconoció. Eventualmente llegó a la consideración de que el conocimiento de los productos espirituales sólo era posible desde la propia situación mundana del sujeto y no desde una suerte de exterioridad respecto del mundo histórico.23 Ya la historia como saber vendría a cumplir un apartado en el desenvolvimiento del espíritu, por lo que su objeto —ese proceso histórico en sus diferentes concreciones — sería también la condición última de sus posibilidades cognitivas. Si la historicidad (mundo de los acontecimientos) es objeto y condición al mismo tiempo de la ciencia histórica, la paradoja resultante no pudo ser sopesada con los rendimientos reflexivos del siglo XIX. Si dicha paradoja se vin­ cula a la relación entre el sistema y su entorno, entonces el cono­ cimiento del hombre mismo como unidad —prescripción propia del horizonte decimonónico pero que alcanza también buena par­ te del XX— se presenta como necesario para el sistema puesto que su reproducción requiere de acoplamientos estructurales con su entorno. Pero al mismo tiempo, dicho conocimiento es imposible debido a que esas irritaciones se producen al interior del sistema y no presentan posibilidades de transitar hacia "rendimientos de inp u t/output".24 No hay acceso a la realidad del entorno (el sistema psíquico) por lo que el sistema solventa de manera interna la falta de conocimien­ to exacto por medio de observaciones que son finalmente autoobservaciones. Por eso la historia, incluso bajo su autodefinición como ciencia del espíritu, remite constantemente a la distinción entre autorreferencia y heterorreferencia sin poder alcanzar la unidad de la distinción.25 Por otra parte, la oscilación que indujo la elevación del modelo económico y de la región sociológica correspondiente impulsó 23 W ilhelm Dilthey, Dos escritos sobre hermenéutica: el surgim iento de la herm enéutica y los Esbozos para una crítica de la razón histórica, pról., trad. y notas de A ntonio G óm ez Ram os, epílogo de H ans-U lrich Lessing, M adrid, Istm o, 2000, p. 165 y s. 24 N iklas Luhm ann, Introducción a la teoría de sistemas, lecciones publicadas por Javier Torres N afarrate, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de O ccidente, 2009, p. 273. 25 "L a unidad del sujeto es la paradoja de la autoobservación, o sea, la unidad de la distinción que esta últim a necesita. Y el despliegue de esta paradoja puede seguir vías distin­ tas, dependiendo de qué sea aquello de lo que el sujeto se distingue para poder indicar su propia identidad [...]. El sujeto sería entonces la distinción entre autorreferencia y heterorreferencia, que habría de ser actualizada en cada caso de nuevo y estaría siem pre acom pañada

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la aparición de consecuencias decisivas para la historia. La más re­ levante por su notoriedad fue el inicio de la ruptura con el historicismo y con la modalidad historiográfica prevaleciente en el seno de la Escuela Histórica Alemana. En este movimiento de ruptura historiográfica, la denominada comúnmente Escuela de los Annales puede ser analizada como un signo de otro tipo de conformación del saber histórico. Por tanto, dichas implicaciones atraviesan las discusiones sobre los aspectos metodológicos, sobre las inducciones ideológicas que influyen en la investigación, además del legado positivista que soportó durante varias décadas al paradigma historicista. La reivindicación sostenida por sobre la no heterogeneidad teó­ rica y metodológica de dicha escuela se dirigió directamente contra la forma anterior de construir conocimientos históricos, dado que fue considerada como obstáculo principal para la conformación científica de la disciplina. Llevar la historia al nivel de un acreditado conocimiento científico en el campo social aglutinó los diferentes esfuerzos que se presentaron, dándole una cierta identidad grupal.26 La vía para asegurar la conversión de la historia en ciencia con todo derecho no fue otra que la adopción del modelo de inves­ tigación y tratamiento de las ciencias sociales. De tal manera que la importancia que adquirieron para esta escuela, por ejemplo, los tra­ bajos sociológicos posteriores a Weber (Durkheim), los estudios geográficos al estilo de Vidal de la Blache y por supuesto, los estu­ dios etnológicos del momento (Mauss), fue realmente enorme como influencias teóricas y metodológicas. Pero también, y quizás derivado de lo anterior —de ahí su im­ portancia para el cambio en la tónica de las investigaciones históri­ cas—, fue que ese desplazamiento significó la ruptura tajante con el modelo decimonónico de ciencias humanas. Annales connota, de la misma manera que otras modalidades historiográficas contemporá­ neas más allá de Francia, la superación de esa tensión característica del modelo historicista entre un estrato objetual al que se le asignó de sus otras respectivas determ inaciones." N iklas Luhm ann, Complejidad y modernidad: de la unidad a la diferencia, p. 220-221. 26 Cfr. A ndré Burguiere, La Escuela de Annales. Una historia intelectual, trad. de Tayra M. C. Lanuza N avarro, Valencia, U niversitat de Valencia, 2009, 342 p. H ervé Coutau-Bégarie, Le phénom ene nouvelle histoire. Grandeur et décadence de l'école des A nnales, 2e. ed., Paris, ed. Économ ica, 1989, 409 p. Frangois Dosse, La historia en migajas. De Annales a la "nueva historia", trad. Fancesc M orató i Pastor, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, 2006, 249 p.

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la tarea de definir todo contenido empírico para la historia y un sujeto historiador dotado de atributos trascendentales. Precepto que acarreó profundas ambigüedades y aporías. De entre los rasgos que pueden ser destacados en esta supera­ ción se encuentra por supuesto su alejamiento de la noción hecho histórico. Recusando su carácter único e irrepetible —lo que había dado pie a formular el pretendido método documental como proce­ so inductivo—, las nuevas modalidades de investigación trabajan el ámbito de aquellas estructuras que, más que reconducir a la con­ ciencia de los individuos como instancia explicativa última, refieren a la exterioridad de fenómenos sociales amplios. A partir de la historia económica y social y, posteriormente, de la historia de las mentalidades, las estrategias de trabajo desarrolla­ das buscaron establecer regularidades dejando de lado la recons­ trucción de hechos en su singularidad, rompiendo así con la idea de que las generalidades accesibles sólo son posibles inductivamente. Concertadamente los modelos aplicados (sociológicos, económicos, demográficos, etcétera) tienen como finalidad manejar la recurrencia de esos fenómenos colectivos de tal forma que se puedan construir series y series de series. Las técnicas de análisis toman desde enton­ ces estas construcciones no como datos susceptibles de compren­ sión, pues ahora la correlación, las muestras y sus interrelaciones estadísticas, los ciclos o las descripciones que apelan a diversas es­ calas, requieren el rejuego de las diferencias, de las variadas espe­ cificidades que valen en su discontinuidad. El objetivo de la historia — sostenido insistentemente por los historiadores adscritos a Annales, reivindicado en un sinfín de investigaciones particulares— no consiste en recuperar los eventos en su sucesión temporal —secuen­ cia estrictamente cronológica—, puesto que la perspectiva trata de discernir su dimensión de repetibilidad, de situarlos en el cruce con otras regularidades y dibujar con ello totalidades espaciales. Estas últimas se entienden, más que como cuadros que reprodu­ cen lo real, como complejidades construidas a partir del análisis serial y comparativo. Lo anterior condujo a una reconsideración respecto al trabajo de fuentes. La incorporación de métodos cuanti­ tativos, la implementación de técnicas de sondeo, de formas estadís­ ticas provenientes de la sociología, pero también los análisis de fluc­ tuaciones, de consumo y de producción de los economistas, así

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como la recurrencia a métodos demográficos, afectó sensiblemente el estatus del documento.27 Las propias fuentes historiográficas no salieron indemnes de esta ruptura, sobre todo tomando en cuenta que la historiografía historicista las consideró el centro definitorio de los procesos de investigación, desprendiendo de su utilización las cualificaciones metódicas que los legitimaban. Desde el siglo XIX y en el marco de la Escuela Histórica Alemana, la historia hizo depender de las fuen­ tes su acreditación como disciplina científica al delimitar su base metódica dese la intermediación documental.

Orden procedimental y clausura cognitiva Si las fuentes definen el ámbito de los procedimientos requeridos entonces, paralelamente, el historiador se faculta como sujeto cognoscente dado que su papel de intérprete autorizado le permite re­ construir los hechos pasados en términos de una objetividad com­ probable documentalmente. Hay que agregar que esta acreditación metódica del trabajo del historiador se encuentra ligada a dos cuestio­ nes centrales. Primero, el recurso a un trabajo crítico que no se conten­ ta con el simple examen de los testimonios escritos con el fin de es­ tablecer su autenticidad, sino que los transforma en una forma de corroboración de las declaraciones, es decir, en una prueba que sostiene la verosimilitud de lo dicho por parte del historiador. Paul Ricoeur hace hincapié en este nivel crítico hasta el punto de mostrar­ lo anterior a su introducción en la reflexión filosófica moderna. 28 27 Francisco Vázquez G arcía, Estudios de teoría y m etodología del saber histórico. De la Es­ cuela H istórica A lem ana al grupo de los "Annales", Cádiz, U niversidad de Cádiz, 1989, p. 90. Véase también, Peter Burke, La revolución historiográfica fra n cesa: la Escuela de los Annales, 1929­ 1989, traducción A lberto Luis Bixo, Barcelona, G edisa, 1996. 141 p. 28 "P ero solo la com probación de los testim onios escritos, unida a la de estas otras hue­ llas com o los vestigios, dieron lugar a la crítica, en el sentido digno de este nom bre. En reali­ dad, es en la esfera histórica donde apareció la m ism a palabra de crítica con el sentido de corroboración de las declaraciones del otro, antes de asum ir la fun ción trascendental que le asignará Kant en el plano de la exploración de los lím ites de la facultad de conocer. La crítica histórica se abrió un difícil cam ino entre la credulidad espontánea y el escepticism o de princi­ pio de los pirrónicos." Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, trad. de Agustín Neira, M adrid, Trotta, 2003, p. 225. Ricoeur rem onta esta actividad crítica a Lorenzo Valla y su dis­ cusión sobre la donación de Constantino, texto ligado a la tradición retórica, particularm ente

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Estableciendo otro tipo de cualidades que la filosofía estableció como necesarias de todo trabajo científico, la crítica ligada al docu­ mento adquiere calificación de trabajo científico por el hecho de in­ troducir un proceso de transformación y redistribución de materia­ les que, en un ambiente diferente —los archivos, la operación historiográfica, la multitud de instituciones académicas, etcétera — adquieren funciones diametralmente distintas a las que le dieron origen. Se trata de una profunda redistribución de los sistemas sígnicos que, gracias al trabajo crítico del historiador, remiten, por un lado, a la autoridad de lo ya dicho, y por el otro, a una suerte de exterioridad que se desprende por el acto de hacer hablar al docu­ mento. Su conjunción desplaza las fronteras propias de un cuerpo textual para producir una historia, es decir, para constituir, desde las escrituras tomadas como fuentes, los eventos que encadenados cronológicamente posibilitaban una secuencia reconocible. Éste es el segundo aspecto involucrado en el tratamiento documental. Si en principio la investigación de fuentes documentales acep­ taba sólo la singularidad del evento e inductivamente perfilaba sus encadenamientos, la legitimidad última del procedimiento descansa­ ba en el ámbito de comprensibilidad que aportaba la historia univer­ sal. A partir de Annales —insisto, tomando este ejemplo como signo de una situación más general—, el documento dejó de ser lo dado para el ejercicio interpretativo y se convirtió en resultado de toda una secuencia concertada de operaciones, de lugares y de técnicas aplicadas. Michel de Certeau, de manera incisiva, pone en claro la condición del documento sometido a un proceso continuo que va de lo encontrado a lo producido: En historia, todo comienza con el gesto de poner aparte, de reunir, de convertir en "documentos" algunos objetos repartidos de otro modo. Esta nueva repartición cultural es el primer trabajo. En realidad con­ siste en producir los documentos por el hecho de recopiar, trascribir o fotocopiar dichos objetos cambiando a la vez su lugar y su condición [...] El material es creado por acciones concertadas que lo distinguen en el universo del uso, que lo buscan también fuera de las fronteras del uso y que lo destinan a un nuevo empleo coherente. Es la huella de actos que modifican un orden recibido y una visión social. Esta ruptura, a las nociones de lo persuasivo y lo probable. Pero es hasta Quintiliano donde es posible encon­ trar una disquisición sobre las pruebas que se desprenden de los documentos. Ibid., nota 41.

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introductora de signos abiertos a tratamientos específicos, no es sola­ mente ni en primer lugar el efecto de una "mirada"; se necesita además una operación técnica.29 De tal manera que ya en pleno siglo xx el trabajo documental se en­ cuentra bajo sospecha y lo que se tiende a cuestionar es la suposición de que sólo con la crítica de fuentes tradicional puede validarse lo dicho textualmente, lo que me lleva a la segunda cuestión a resaltar. El carácter testimonial del documento histórico fue objeto de una revisión crítica, lo que forzó una sensible modificación que alcanzó para invalidar la noción misma de método documental. Buena par­ te de la cuestión trabajada por Marc Bloch expresa la reticencia en cuanto a tomar como coincidentes la realidad histórica y el juicio de autenticidad de la fuente realizado por el historiador. De ahí la ne­ cesidad de un trabajo comparativo, del establecimiento de diferen­ cias como secuencias de análisis, de la inclusión de otros vestigios no escritos, de la definición de correlaciones más allá de la causali­ dad simple o cronológica, etcétera, procedimientos que en conjun­ to tienden a ponderar la controversia por sobre la unanimidad del testimonio. En esta suerte de complejización de su orden procedimental, la duda será el instrumento no ya de corroboración sino de litigio en el trabajo de investigación histórica. Lo sobresaliente en este punto es el valor que llegaron a adquirir las preguntas que guían todo el pro­ ceso de trabajo sobre los cuerpos documentales: desde los criterios que permiten la selección de los documentos, su programación espe­ cífica, la delimitación de los niveles de análisis que soportan, hasta la manera de encauzar los resultados obtenidos. La fase metódica inicial no parte del documento —como nos lo hizo notar Bloch— sino del cuestionario que el historiador plantea, afirmación que puede decirse de otra manera: no existe trabajo documental sin teoría.30 Al 29 M ichel de Certeau, La escritura de la historia, 2a. ed., trad., Jorge López M octezum a, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, 1993, p. 85-86. 30 "L a historia 'o bjetiva' conservaba, por lo dem ás, con esta idea de una 'verd ad ', un m odelo tom ado de la filosofía de ayer o de la teología de antes de ayer; se contentaba con traducirlas en térm inos de 'hechos' históricos [...]. Los herm osos días de este positivism o, ya term inaron. D espués vino el tiem po de la desconfianza. Se probó que toda interpretación histórica depende de u n sistem a de referencia; que dicho sistem a queda com o una 'filosofía' im plícita particular, que al infiltrarse en el trabajo de análisis, organizándolo sin que éste lo advierta, nos rem ite a la 'subjetividad' del autor." Ibid., p. 69.

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sugerir que la labor crítica del historiador se establece contra la idea del testimonio documental como prueba irrefutable, el escepticismo adquiere connotaciones que ponen en crisis la crítica de fuentes con­ vencional y la capacidad erudita como su cualidad innegable.31 Lo que explica por qué la objeción que se formuló respecto al do­ cumento, asumido previamente como testimonio transparente y aproblemático, abrió un nuevo campo de discusión metodológica a partir de la interrelación de la historia con los procesos de investi­ gación social y con las cuestiones teóricas que en sus diferentes cam­ pos se venían planteando. Gracias al desarrollo de lo que después será denominado giro historiográfico32 —es decir, la capacidad de autorreflexión disciplinaria—, será evidente que no es ya posible obviar la interdependencia sistemática entre proceso metódico y marco de referencia, donde esta última expresión circunscribe el "condicionamiento teórico de la investigación histórica".33 No sólo la investigación no es posible sin decisiones teóricas previas, sino incluso el documento histórico es generado en su significación para la investigación —huella, vestigio, rastro, indicio — sólo porque ha sido transformado en cuerpo textual. No hay tampoco base documental sin modelos teóricos, al pun­ to de que las variedades de tratamiento no pueden ser espontáneas 31Cfr. M arc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, edición crítica preparada por Étienne Bloch, traducción de M aría Jim énez y Danielle Zalavsky, M éxico, INAH/Fondo de Cultura Económ ica, 1996, 398 p. Véase en particular el capítulo III: " La crítica" , p. 185-231. 32"Frangois D osse, en su libro L H isto ire ou le tem ps réfléchi, siguiendo a Pierre Nora, sostiene que la investigación histórica sólo será posible de aquí en adelante si se vuelve re­ flexiva, o dicho de otra m anera, si asum e el giro historiográfico [...]. Este nuevo im perativo categórico, que se dibuja en el territorio del historiador, se pude únicam ente enfrentar con éxito si se parte de una teoría de la historia que introduzca al historiador, en tanto que obser­ vador em pírico, en la construcción de su conocim iento." Alfonso M endiola, "E l giro historiográfico: la observación de observaciones del pasad o", H istoria y Grafía, M éxico, Universidad Iberoam ericana, n. 15, 2000, p. 186. 33Jorn Rüsen, "O rig en y tarea de la teoría de la historia", en Debates recientes en la teoría de la historiografía alemana, Silvia Pappe (coord.), traductor K erm it M cPherson, M éxico, Uni­ versidad A utónom a M etropolitana A zcapotzalco/U niversidad Iberoam ericana, 2000, p. 39. En la página anterior, este autor escribió lo siguiente: "E sto acerca a la conclusión (y m uchos la han extraído) de que el historiador debe perm anecer en su tarea, siendo tal tarea la inves­ tigación em pírica y que sólo de ella debería obtener sus fundam entos. En contra de este punto de vista, sin em bargo, hablan dos cosas: por un lado, el hecho de que la autorreflexión, que va m ás allá del desem peño de la investigación em pírica, es una necesidad de la ciencia, [... ] y por el otro, el hecho de que no puede haber cam bios capaces de producir progreso en u na ciencia que no hayan sido acom pañados y coproducidos por una autorreflexión crítica de la ciencia en cuestión."

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si es que alguna vez lo fueron, sino dirigidas, especificadas, encua­ dradas en programas que tienden a digitalizarlas, si se entiende que los valores utilizados son discretos, discontinuos, esto es, que so­ portan su encuadre en una programación binaria. Precisamente por esto se amplifican los tratamientos, aunque la variedad resultante no obstruye el tipo de programación aplicada sino que la justifica. Todas estas modalidades que profundizan la diversidad de estilos, ópticas y escalas presuponen la condición de sistematicidad de aquellos fenómenos sociales que son desde este momento los obje­ tos de estudio. En otras palabras, esta reorientación global de la disciplina manifiesta la introducción de otro tipo de procesos cognitivos y, por tanto, una constitución epistémica que no guarda con­ tinuidad con las formas de autocomprensión de las ciencias huma­ nas. Esta situación que se hará más evidente en la tercera oscilación, es decir, el ascenso del modelo lingüístico y su correspondiente re­ gión simbólica. De hecho este desplazamiento intensificó la transformación in­ augurada en los años treinta: la vinculación teórica y metodológica que la historia estableció con el conjunto de la investigación social. Tal conexión fue implementada a partir del traslado de teorías, sis­ temas conceptuales, modelos categoriales y métodos de las diferen­ tes disciplinas sociales al campo de la investigación histórica, como ya se ha descrito. Dos efectos visibles de ello se presentaron a lo largo del siglo xx: la continua ampliación de la base disciplinaria y una correlativa pérdida de fundamentación teórica. La primera la he caracterizado como dispersión paradigmática y se expresa en la aparición de una gran diversidad de ramas de investigación suma­ mente especializadas. Estas vertientes historiográficas se consideran como modalidades epistémicas que instituyen una gran variedad de objetos y problemas de investigación, temáticas y formas metó­ dicas de tratamiento.34 La diferenciación que se va alcanzando por las modalidades de combinación entre redundancia y variación en las disciplinas sociales acarreó dos efectos visibles en la correla­ tiva diferenciación de las ramas de investigación histórica.

34 Cfr. Georg G. Iggers, H istoriography in the twentieth century. From scientific objectivity to the postm odern challenge, H anover/London, W esleyan U niversity Press, 1997, 182 p.

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Primero, la reorientación del conjunto de estudios empíricos ha­ cia la experiencia/vivencia y no hacia la acción, como había sucedido en el momento de prevalecía de la región psicológica. Como se tra­ ta de una atribución del sistema hacia el entorno, donde la posibili­ dad de reflexionar sobre las decepciones introduce exigencias espe­ ciales debido a la doble contingencia involucrada, se requiere por ello de la introducción de expectativas de expectativas. El grado de reflexividad resultante —entiéndase como giro historiográfico— se enfrenta directamente con la imprevisibilidad o la incertidumbre ampliada en el terreno de la investigación social. Las observaciones sobre observaciones se tornan recurrentes al grado de que —segun­ do aspecto— cristaliza la clausura cognitiva de la ciencia histórica. La frustración involucrada en la estilización cognitiva de las expec­ tativas, alentada por lo demás desde las ciencias sociales, tiende a la generalización del medium verdad y su código correspondiente. Precisamente por esto, el conjunto de cogniciones del sistema ciencia histórica deben ser objeto de reflexión desde el propio siste­ ma, esto es, se trata de autoobservaciones que permiten condensar y canalizar las estructuras obtenidas.35 Tomando en cuenta que ya desde mediados del siglo xx se hace notar que el ejercicio de la in­ vestigación social logra una situación de clausura operativa, es decir, establece los límites de su operación como formas de racionalidad específica, se traslada hacia la investigación histórica el rasgo central de tal forma operativa: la combinación compleja de procedimientos hermenéuticos con aquellos reconocidos como propios de las ciencias nomológicas.36 En este último caso, se trata de elementos que deter­ minan los procesos de investigación, tales como la deducción desde teorías sociales de modelos e hipótesis, la delimitación de problemas y objetos, así como la validación de métodos considerados ad hoc a las teorías en cuestión. De tal forma que la investigación histórica puede ser considerada como un proceso de falsación de modelos sociales, de sus sistemas conceptuales y de los campos semánticos asociados.

35N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 112. 36Le m odele et l'enquete. Les usages du principe de rationalité dans les sciences sociales,

sous la direction de Louis-A ndré G érard-Varet et Jean-Claude Passeron, Paris, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1995, 580 p.

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Si esto puede delimitar el campo metodológico de la investiga­ ción histórica, la clausura cognitiva —fechable quizá alrededor de los años setentas del siglo pasado para el caso de la historia— apor­ ta no sólo la posibilidad de observar si la expectativa se cumple, sino que la alternativa de decepción o confirmación es producto de una distinción construida por el propio sistema. El grado de reflexividad alcanzado tiende a convertirse en teorías de tal forma que se permi­ ta un manejo interno adecuado, logrando así que la ciencia de la historia observe su propia operación autopoiética. El plural tiene que ver con esa suerte de pérdida de centralidad teórica. En realidad esta expresión sólo refiere a la autoconstatación por parte del siste­ ma de su propia incapacidad para describir teóricamente —desde una sola teoría— la complejidad involucrada en su autopoiesis. La teoría de la historia desarrollaba la presunción de que descri­ bía la unidad de la ciencia histórica, pero bajo el entendido de que dicha unidad era materia de justificación formal sólo a partir de la singularidad que presentaba en contraste con las ciencias nomológicas o empíricas. El marco de referencia para su fundamentación de­ pendía, como se ha visto anteriormente, de la contraposición ciencias del espíritu/ciencias naturales. De ahí la importancia de la dualidad metódica que únicamente podía acreditarse desde ese marco general —por ejemplo, explicación causal frente a comprensión teleológica—. La singularidad epistemológica así como metódica fue amparada por aquello que implicaba su involucramiento en el campo de las ciencias del espíritu: ser una disciplina característicamente hermenéutica. Esto se derivaba de la consideración de que el acceso a las realidades humanas sólo es posible por vía de comprensión, mientras las cien­ cias empíricas, operado en una esfera de realidad diferente —la na­ turaleza—, recurrían a la explicitación de relaciones causales y a enunciados cuya generalidad permitía expresar leyes o teorías de aplicación amplia. Fundamentar de esta manera es ya algo más que anacronismo, pues la oscilación que condujo al saber histórico a es­ tablecer relaciones de transferencia con las ciencias sociales, transfor­ mó sustancialmente el sentido de la reflexión epistemológica. La convencional teoría de la historia esquivaba constantemente la descripción de la disciplina como modalidad operativa, sustituyen­ do el tema de su autorreferencia por una teoría de la verdad soste­ nida heterorreferencialmente además de vincularla a la distinción

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sujeto/objeto y al conjunto de implicaciones que se desprenden de la misma. Las teorías reflexivas convierten en tema de comunicación — y por eso no se echa de menos la anterior centralidad teórica— a las estructuras y las operaciones del sistema observador, pero no por el potencial conceptual involucrado sino porque lo hacen desde las propias operaciones del sistema, distinguiéndose por lo tanto de su entorno. La distinción que guía a la necesaria autorreferencia del sistema es la que opera en las observaciones primarias que realiza: sistema/entorno. Esta reentrada de la distinción basal pasa también por la asunción de la diferenciación interna de la historia que repro­ duce, por su parte, la diferenciación del campo mismo de la inves­ tigación social. Aquí se presenta la cuestión de si el entorno de la ciencia histó­ rica es el conjunto de las ciencias sociales con sus propios entornos. Los límites establecidos por las ciencias sociales para observar el mundo a partir de distinciones —sistemas observadores— son los límites aceptados por las diversas modalidades de investigación histórica, aunque en ambos casos se reconoce que el observador no tiene un rango de externalidad respecto a ese mundo observado. Es un rasgo ampliamente característico, el que el sistema ciencia opere a partir de límites, de un conjunto amplio de restricciones o reduccio­ nes, teniendo como consecuencias una "alta especificación para los temas" y paralelamente, "una descarga considerable de las compleji­ dades de la vida cotidiana, como condición para la ganancia de su propia complejidad".37 Dejando por el momento de lado los corola­ rios de esa descarga considerable en término de autonomía, la espe­ cificación de los temas puede entenderse en el sentido de realización de las observaciones como formas de comunicación social. De ahí que el conocimiento en las ciencias sociales defina proce­ sos por los cuales se llevan a la comunicación temas que están direc­ tamente relacionados con el mundo social observado. Toda obser­ vación es una autoobservación del propio sistema, lo que es cierto en un sentido especial para el caso de las ciencias sociales. La autorreferencia y la heterorreferencia en su interrelación están dirigidas a proveer de comunicaciones a un mundo cuya totalidad está en dependencia directa de la unidad de la diferencia. En otras palabras, 37 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 436.

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las autoobservaciones construidas por esas ciencias dotan a la socie­ dad de comunicaciones sobre sí misma, de ahí que sea adecuado ver este proceso como autocomprensión si con este concepto se mani­ fiestan las distinciones operantes en la comunicación.38 La diferen­ cia entre acto de comunicar e informar es accesible en la recepción y es por tanto comprensión. La autocomprensión social incluye el nivel reflexivo requerido por un sistema social que opera a partir de observaciones de segun­ do orden, donde los temas están en relación siempre con la unidad de la distinción sistema/entorno. Pero el entorno que se expresa en las comunicaciones científicas (ciencias sociales) es interno a la socie­ dad, por eso la diferenciación es el punto crucial. Las investigaciones sociales refuerzan la diferenciación evolutiva alcanzada por el sis­ tema social, pues las comunicaciones generadas permiten la autocomprensión de una sociedad que existe como diferenciación fun­ cional. Se trata a todas luces de comunicaciones especiales dado que su producción está condicionada a la asignación de valores científi­ cos (verdadero/no verdadero) propios de una operación autorreferencial de la ciencia misma. Esto es, ese contexto interno de la sociedad, que es el entorno de las ciencias sociales, es procesado como fuente de irritaciones por medio de la introducción de conceptuaciones, mismas que permiten reducir la complejidad del entorno de las cien­ cias a la complejidad de la propia ciencia. Pero en el caso de la conceptuación se siguen los programas, que son modos de establecer la asignación de valor a partir del código, lo que incluye también a los sistemas teóricos. Los acoplamientos estructurales conseguidos permiten afrontar la complejidad del sis­ tema social por medio de reducciones.39 En suma, las ciencias so­ ciales son funcionales para el sistema porque tematizan la comple­ jidad evolutiva del propio sistema. No es casual que para estas ciencias, las diferenciaciones por ejemplo entre la ciencia económica y la ciencia política reproduzcan las diferenciaciones sistémicas en­ tre sistema económico y sistema político —aunque no necesariamen­ te este criterio es generalizable a todas esas formas de saber —. Lo que indica este ejemplo es que el campo de estudio de estas ciencias 38 N iklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineam ientos para una teoría general, p. 93. 39 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 27 p. y s.

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es el proceso mismo de diferenciación social, por lo que sus resulta­ dos como autoobservaciones coparticipan en la reproducción de los sistemas sociales y de sus índices de diferenciación.40 Frente a esta situación, la disciplina histórica presenta una sin­ gularidad que está en relación directa con su condición paradójica: una ciencia que sólo puede reproducir sus órdenes internos de ope­ ración de manera diferenciada. Por lo tanto, no es una disciplina, sino un conglomerado operativo, lo cual le es funcional a sus dife­ rentes entornos, es decir, a las ciencias sociales. El efecto paradójico entre homogeneización de campos diversos, producto de una suerte de cohesión interna de cada rama de investigación histórica se com­ plementa con el efecto inverso, la heterogeneidad entre los propios campos alentando la segmentación, lo que ya había abordado en el capítulo anterior. Este panorama explicita la determinación estructural que la histo­ ria alcanzó como logro evolutivo del sistema social, por lo que su realización se produce bajo la forma de acoplamientos con las con­ diciones de sus variados ambiente o entornos. Como cada rama de investigación histórica es posible porque su sensibilidad para los sucesos de su entorno se traduce en recursos operativos internos — en esto concluye, en mi opinión, el fenómeno de transferencia señalado por Foucault—, genera entonces sus propias condiciones recursivas.41 Su capacidad para transformar esos estímulos ambientales (irri­ taciones) en recursividad operativa resulta crucial para mantenerse 40 Esta situación se reproduce constantem ente en los repertorios que intentan describir el panoram a de la ciencia social o de la teoría social. Al dar cuenta de la diversidad de postu­ ras teóricas e incluso m etodológicas, finalm ente es la diferenciación en sí m ism a el tem a que habría que abordar, sin llam arse a escándalo por la falta de unidad. Véase, en cuanto a los aspectos teóricos, A nthony G iddens et al., La teoría social, hoy, versión española de Jesús Alborés, M adrid, A lianza, 1998, 537 p. En cuanto a la discusión m etodológica el siguiente texto es m ás que una sim ple indicación: Tratado de m etodología de las ciencias sociales. Perspectivas actuales, Enrique de la G arza Toledo, G ustavo Leyva (coords.), M éxico, Fondo de Cultura Económ ica/U niversidad A utónom a M etropolitana, U nidad Iztapalapa, 2012, 647 p. 41 "L o s sistem as recursivos operan entonces con base en su recursividad de un m odo fácticam ente pronosticable, al m ism o tiem po que determ inado de m anera estructural. La ciencia recursiva constituye, com o todo sistem a, un sistem a estructuralm ente determ inado: se encuentra siem pre únicam ente en el estado que ha alcanzado gracias a sus propias opera­ ciones. La transform ación de un estado a otro supone la existencia de estructuras determ ina­ das del estado que puede alcanzar sin que el sistem a se disuelva, esto es, sin que se desintegre en relación con su entorno." N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 200-201.

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como sistema operativo distinto de su entorno, pero también supo­ ne asegurar la diferenciación con otras ramas de investigación his­ tórica. En buena medida —hipótesis que debe ser analizada en su pertinencia— los procedimientos metódicos de cada rama de inves­ tigación histórica permiten la transformación de esas irritaciones en formas operativas recursivas. Las reservas de diferenciaciones entre redundancia y variación se cumplen metódicamente en cada moda­ lidad historiográfica de una manera que no necesariamente respeta los términos de su complementación en la ciencia social de origen. Siguiendo la formulación hipotética, aumenta la redundancia res­ pecto al tipo de investigación social con la que se conecta ambien­ talmente, disminuyendo tendencialmente la variación, o por lo me­ nos encuadrándola en una expectativa que busca constantemente falsearla.42 Esto es así porque cada operación historiográfica se despliega en consonancia con los programas generados en las ciencias sociales, de ahí que las teorías —los entramados conceptuales, así como los procedimientos metodológicos— deban ser objeto de traducción a las formas recursivas que postulan esas operaciones. En este senti­ do, las interrelaciones sistémicas responden por medio de un incre­ mento en la selectividad de los enlaces posibles debido a la diversi­ dad de los puntos de articulación que se producen. En general, la funcionalidad de las dispares modalidades de investigación histó­ rica se cumple como ejercicio crítico en un doble aspecto. Primero, estableciendo los límites operativos de las propias investigaciones sociales por medio del ejercicio de falsación de sus modelos, alen­ tando de este modo el índice de variación de la ciencia social de que se trate. Segundo y como consecuencia de lo anterior, incrementa los recursos de autorreflexión al introducir una referencia al pasado 42 "E l resultado de la investigación histórica es la negación com o diferencia, esto es, 'eso no era com o hoy'. El historiador produce negaciones con sentido, pues la historia consiste en decir 'eso no es'. El discurso histórico reflexivo trabaja con o en el lím ite de lo pensable, pues lo particular surge, en la práctica historiográfica, no com o lo pensado sino com o lím ite de lo pensable. Lo central para el historiador es m ostrar aquello que se le escapa, esto es, lo que le parece incom prensible. La investigación histórica actual, al situarse en los lím ites de los com prensible (en la fron tera en donde aquello que se ve m ás allá de ella es im pensable), revela el afuera de nuestra sociedad. Ella es un m ecanism o de control de nuestras form as de racionalidad ." A lfonso M endiola, "L a inestabilidad de lo real en la ciencia de la historia: ¿argum entativa y/o narrativa?", Historia y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 24, 2005, p. 125-126.

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del sistema social y, por tanto, de los subsistemas y de las observa­ ciones que sobre dicha diferenciación producen las ciencias sociales. Es una manera más de afrontar la complejidad del sistema social por medio de autoobservaciones. Para ambos niveles las investigaciones históricas se comportan, para todos los efectos de variación cognitiva y de reflexividad en la reproducción autopoiética, como productora de observaciones de tercer orden. Al producir comunicaciones sobre los estados pasados del sistema social, la historia participa en la configuración de la uni­ dad del sistema social a partir de señalar lo diferente. Las comunica­ ciones históricas refieren a esa diferencia a partir de la cual es posible establecer la unidad múltiple del sistema en términos temporales, es decir, introduciendo mayores índices de contingencia sin los cua­ les los sistemas no pueden operar y en esto es también crucial señalar constantemente los límites de sus propios modelos de racionalidad. Los límites de esos modelos no son otros que los de la propia ope­ ración y esta diferencia establecida es condición requerida para la autopoiesis del sistema.

Las programaciones historiográficas y su forma operativa Puede afirmarse entonces que las referencias al pasado —en todo caso diferencias respecto al presente del sistema— permiten obser­ var la unidad de la diferencia.43 Estas observaciones estructuradas por la historiografía en términos de la diferencia pasado/futuro asu­ men los dos lados de la distinción sólo porque las observaciones se producen desde el presente del sistema y son al mismo tiempo su condición de posibilidad. Estos horizontes temporales agudizados por las observaciones historiográficas actúan como formas especia­ lizadas para delimitar los estados presentes de la propia operación sistémica, lo actualmente dado y por tanto también lo posible.44 La 43 Ibid., p. 126. 44 "E sta diferencia fundam ental que se reproduce inevitablem ente en toda vivencia de sentido, confiere a toda experiencia valor de inform ación. En el curso del uso de sentido aparece que esto y no lo otro es lo que sucede: se sigue viviendo, com unicando y actuando de u n a m an era d eterm in ad a y no de otra, y que el seg u ir d eterm inad as p o sib ilid ad es da bu enos o m alos resultados". N iklas Luhm ann, Sistem as sociales. Lineam ientos para una teoría general, p. 93.

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diferencia respecto al pasado instituye un conjunto de previsiones susceptibles de ser transformadas en identidades presentes, mien­ tras lo posible se juega en un horizonte de aperturas que son esque­ matizadas conceptualmente e hipotéticamente planteadas bajo los registros metodológicos de las historias. En cuanto a la cuestión de las identidades del sistema —los lí­ mites identificados de la operación— es necesario señalar que, al permitir comparar el estado actual con los estados anteriores de los subsistemas, se le dota de elementos de control sobre sus propias formas de operación, además de abrir el espacio para las transfor­ maciones de las estructuras alentando su singular estabilidad dinámi­ ca.45 Ahora bien, el rango de especialización introducido quiere decir que todo este conjunto de procedimientos tiene lugar en los diferentes puntos de conexiones intersistémicas o de acoplamientos estructurales que se instituyen a partir de la relación sistema/entorno, donde el sistema se define como el ámbito diversificado de la ope­ ración historiográfica y el entorno sintetiza la variedad de entornos en tanto ciencias sociales. La reflexividad que se desprende con la introducción de la distinción pasado/futuro, y que es aportada a la ope­ ración de la investigación social, es aplicada sobre las distinciones que ella introduce en el proceso. Por eso mismo, cabe asumir que las observaciones historiográficas son ya de tercer orden. Esas investigaciones historiográficas no observan, por supuesto, el mundo, ni siquiera puede decirse que lo hagan desde distinciones. Observan las observaciones construidas por las ciencias sociales y, por así decirlo, buscan falsearlas metódicamente.46 Remiten, entonces, a la distinción de las distinciones propias de un observador de segun­ do orden, es decir, el científico social. Esta suerte de funcionalidad — una analogía posible de aplicar es la de un mecanismo de control— puede ser más visible si se atiende al marco metódico de la investi­ gación histórica y tratando de establecer, por lo menos en sus aspec­ tos más generales, la hipótesis formulada arriba. Los procedimientos 45 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 202. 46 "2 . La distinción de la referencia al sistem a (sistem a y entorno) del observador de prim er orden, de la referencia al sistem a (sistema/entorno) del observador de segundo orden: distinciones que se hacen sólo posible por un observador de tercer orden." N iklas Luhm ann, Teoría de los sistem as sociales: artículos II, trad. e introd. Javier Torres N afarrate, Chile, Univer­ sidad de los Lagos/ ITESO/Universidad Iberoam ericana, 1998, p. 77.

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metódicos utilizados como forma de atribución de valores a la codificación binaria verdadero/no verdadero, alientan por eso la trans­ formación de las irritaciones del entorno en formas operativas autorreferenciales. Esto último tiene relación directa con la reformulación de la re­ lación redundancia/variación puesto que los programas utilizados en esas lógicas de investigación se dirigen a falsear las expectativas generadas desde las ciencias sociales. Si en este proceso el conglo­ merado disciplinario denominado historia muestra su condición de sistema observador de tercer orden, es porque confronta directa­ mente el factor de inseguridad autoproducida propio del sistema de la ciencia y resultante de la contingencia involucrada, no para limitar­ lo sino para encuadrarlo en marcos manipulables para las operacio­ nes autopoiéticas.47 Es, por tanto, una forma especializada para tratar esas inseguridades inducidas y los riesgos inherentes a entor­ nos complejos. Ambos, por supuesto, suponen tratamientos tempo­ rales de la relación entre estados futuros y decisiones presentes. La noción programa, como se sabe, refiere a una forma que per­ mite establecer la correcta atribución de los valores del código bina­ rio científico: verdadero/no verdadero. Como el código sólo muestra una forma particular que presenta un "lado interior (la verdad) y uno exterior (la no verdad)" requiere ser diferenciado de tal manera que se capacite al sistema para determinar cómo se llevan a cabo los acoplamientos y qué es aquello que se acopla.48 Los acoplamientos y los desacoplamientos se refieren a la distinción medio/forma, donde la forma es el código y el medio es la manera de enlazar elementos de tal forma que convierta en probable la comunicación. Como se trata de un medio simbólicamente generalizado, esa comunicación condensa una expectativa o un conjunto de expectativas que se diri­ gen hacia el entorno.

47 Vid. supra, Capítulo 2, p. 138, n. 94. 48 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 136-137. En esta últim a página Luhm ann define la m anera de esta diferenciación del código: "P or lo m ism o, el código com o diferencia­ ción debe ser diferenciado aun en otro sentido: el de los program as del sistem a que especi­ fican bajo qué condiciones es correcto o incorrecto determ inar algo com o verdadero o no verdadero. Y sólo esta diferenciación entre el código y el program a le otorga al m edio la form a que designan aquellas operaciones que acoplan y desacoplan el m edio durante el continuo proceso de hacer enunciados capaces de contener la verdad."

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El código como forma estructura una diferencia basal que facul­ ta al sistema para que, posteriormente, se desarrollen progresivas diferenciaciones en el sentido de equivalencias funcionales. Éstas son también asimetrías que resuelven la tautología del código y las resultantes paradojas. Como esquema, su naturaleza binaria resuel­ ve las referencias del sistema al entorno (vivencias/experiencias) ges­ tionándolas como informaciones susceptibles de ser procesadas por el sistema mismo y, por lo tanto, comunicadas. De ahí que los pro­ gramas obtengan funcionalidad en un sistema que opera como si fue­ ra una máquina no trivial, puesto que realizan o permiten realizar operaciones recursivas.49 A diferencia de las máquinas triviales de las cueles se conocen con precisión todo el conjunto de inputs así como de sus respectivos outputs, la metáfora aplicada al sistema social y a sus subsistemas como las disciplinas científicas —son máquinas no triviales— atiende a los necesarios incrementos de incertidumbres inducidas y a los correlativos ejercicios de predictibilidad. Como todos los enunciados historiográficos que pueden contras­ tarse con el código verdadero/no verdadero, y como los criterios apli­ cables a la situación para la atribución de valor son falibles por na­ turaleza, la incertidumbre sobre su procesamiento metódico es compensada por estructuraciones (expectativas) sobre las que se conjeturan pronósticos condicionados. Luhmann hace hincapié en esto de la siguiente manera: No es necesario saber cómo es el mundo realmente. Sólo se tiene que disponer de la posibilidad de registrar y recordar (aunque en forma selectiva y olvidadiza) las expectativas propias. Entonces, la comuni­ cación puede trabajar con suposiciones fijables mediante el lenguaje, calibradas para posibles decepciones, y que pueden ser utilizadas como algo familiarizado porque se sabe o, en caso dado, se puede determinar rápidamente cómo iniciar las reparaciones y cómo seguir comunicando en forma comprensible.50 Estos enunciados, calibrados para posibles decepciones, se articulan en formulaciones específicas: las hipótesis científicas. Las hipótesis están relacionadas con las teorías —una parte de los programas—, y reflejan esa situación particular del sistema ciencia por el cual el 49 Ibid., p. 289. 50 Ibid., p. 103.

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conjunto de sus ejecuciones se produce bajo cuotas manejables de incertidumbre e inseguridad sobre los estados futuros del sistema. Por eso denotan las expectativas que pueden plantearse, mismas que no dependen en su correcta adecuación con el mundo o con el entor­ no, sino de su capacidad para responder ante la decepción. Aunque nada asegura cómo debe responder el sistema o qué acción tomar frente a una decepción de la expectativa, la disciplina histórica debe asegurar la gestión recursiva de sus operaciones. Esto quiere decir que tanto los aciertos como los errores posibilitan la selección de enlaces comunicativos. Su continuación debe asegurarse, lo que significa finalmente la reproducción de la disciplina misma. Por eso es menester determi­ nar qué tipo de selecciones son las apropiadas para cada caso, ya sea que la atribución señale a la hipótesis como verdadera o no verda­ dera. Esos conjuntos enunciativos que postulan pronósticos condi­ cionados son funcionales en el sentido de que permiten a las disci­ plinas científicas probar la capacidad que tienen para responder a la decepción de la expectativa o a su cumplimiento, siempre en relación con el código binario ya especificado. Muestran, por tanto, un rasgo central del conocimiento científico: la necesidad continuada de intro­ ducir ajustes, situación que puede comprenderse como aumento de variación.51 La noción de falsación expresa, en concordancia con lo planteado, la orientación central que tienen los procedimientos me­ todológicos, a saber, transitar de la improbabilidad a la probabili­ dad, de modo que la comunicación pueda continuar autopoiéticamente en ambientes altamente especializados. Ya estos elementos particulares de los programas, los enuncia­ dos teóricos hipotéticamente planteados, exhiben el papel crucial que juegan en la autopoiesis de la ciencia. Son componentes que actúan en el sustrato medial sin los cuales el sistema no tendría ma­ nera de aplicar la codificación establecida previamente. En tal caso, introducen la forma —la codificación— en el medio con el fin de apli­ car aquellos criterios necesarios que permiten acoplar o desacoplar comunicaciones a partir de enunciados que pueden ser considerados verdaderos o no verdaderos. No es el fin la atribución de valores, 51 "E n este sentido, el proceso de diferenciación de la ciencia sólo está forzando una re­ lación que se puede observar ya en la vida cotidiana y que com bina determ inación e indeter­ m inación para así perm itir un continuo ajuste de conocim iento". Idem.

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sino la manera de continuar las comunicaciones a partir de ella; no otra cosa, considero, quiere decir recursividad. Esto ni siquiera pre­ supone, sino que expresamente reconoce que la verdad no es el va­ lor supremo del sistema ciencia y, por tanto, de la disciplina histó­ rica. Es simplemente una atribución posible de una distinción codificada previamente, la cual necesita de programaciones para llevarse a cabo, mismas que son tan contingentes como el sistema mismo en su conjunto. Por eso mismo, lo que en un momento determinado y bajo una programación específica ha sido considerado verdadero —no olvidar que se trata de articulaciones enunciativas fijadas como escrituras impresas—, en otro momento y con otra programación puede con­ siderarse no verdadero. Esto cambia la impresión, hasta hace poco sostenida insistentemente, de que el método científico aplicado en cada rama de saber asegura por sí mismo —esto es, por su consisten­ cia lógica interna— la consecución de la verdad. La anterior proble­ mática está en relación con el fenómeno de limitacionalidad. Como la operación científica requiere de la especificación de un código bina­ rio que determine el valor de lo correcto y lo incorrecto gracias a la programación, el resultado aportado y previamente calibrado para las posibles decepciones se enfrenta al problema de asegurar logros cognitivos. Estos logros no coinciden con la asignación de verdad (valor positivo), pues ésta tiene más bien que ver con una redundan­ cia interna del sistema a la que se le da curso por medio de comuni­ caciones que tienden a reducir los factores de sorpresa. Por eso se trata de redundancias informativas en el sentido de que incrementan la posibilidad de producir otras comunicaciones a partir de ellas.52 No pasa lo mismo con las negaciones o con las asignaciones de no verdad (valor negativo), pues este lado de la codificación es el valor reflexivo mismo: requiere de esta reflexividad al tratar de enlazar con comunicaciones posteriores a esta asignación. Se entiende que el valor negativo —en realidad es el más positivo para el sistema de las cien­ cias— se enfrenta con las decepciones de las expectativas y, por tanto, con los factores de sorpresa, de tal modo que no puede ser conside­ rado un obstáculo en sí mismo para la recursividad. Por el contrario, como no se producen los enlaces como redundancias sino como 52 Ibid., p. 414.

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variaciones, a la no verdad se le considera como una verdad todavía en latencia (o si se prefiere, en potencia). Si esa atribución se basa en un error metódicamente identificado, entonces se sientan las bases para su corrección, lo que requiere de elementos adicionales a las comunicaciones basadas en redundancias informativas. El lado de la no verdad, con su exigencia de reflexión, hace apa­ recer la diferencia de la diferencia: es la re-entry de la distinción codifi­ cada verdadero/no verdadero en el lado negativo.53 Lo que supone que la reflexión aludida no es más que comunicaciones sobre la co­ municación (observaciones de segundo orden), es decir, operaciones ulteriores que permiten la reentrada de la distinción verdadero/no verdadero en aquello designado como no verdadero. La programa­ ción del código genera, de esta manera, asimetrías necesarias para el funcionamiento del sistema. Así, la asimetría entre redundancia y variación, es simétrica a la asimetría entre condensación y confirmación. Es precisamente por eso que la limitacionalidad se relaciona directa­ mente con el campo de las posibilidades abiertas a partir de una negación o de una asignación de no verdad. Fija entonces desde un no o una no verdad toda un área de aplicaciones futuras en términos de programaciones de la codificación respectiva. Estos serían los logros cognitivos, lo que nuevamente supone balancear las redundancias con las eventualmente incrementadas capacidades de variación. Entonces, la codificación requiere fijación y estabilidad temporal, mientras las programaciones necesitan ser ampliadas constantemente, definidas y redefinidas de acuerdo a exigencias del sistema, mientras él mismo depende de la constante estructuración de la codificación.54 Los programas se subordinan a las operaciones y no a la inversa. Nuevamente resulta contrastante 53 " E l valor reflexivo provoca que algo sólo puede ser designado com o verdad, si la posibilidad de ser no verdad, ha sido probada y rechazada; lo m ism o vale en sentido inverso. Tam bién se puede decir lo siguiente: del lado negativo del código, y sólo aquí, aparece la d iferencia en la diferencia. Sólo aquí existe la re-entry en el sentido de Spencer Brow n. La verdad designa lo que es. Es a través de la no verdad com o surge la reflexión sobre su perti­ nencia." Ibid., p. 149. 54 "L o s program as pueden ser cam biados m ediante operaciones del sistem a (m ientras el código no). La relación código/program a se puede form ular con la constelación de cons­ tante/variable, con tal de que no se entienda com o una relación de gradación; porque enton­ ces esto querría decir, siguiendo la concepción m etafísica, que la constante es m ás im portan­ te o m ás esencial que lo variable, cuando en verdad lo uno no es sino el lado de lo otro y la diferencia es la unidad que m arca la form a en la que se desem boca." Ibid., p. 289.

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con los supuestos —nunca demostrados, es decir, nunca sometidos a la codificación científica verdadero/no verdadero — que permitían la discusión metodológica en el seno de la filosofía de la ciencia con­ vencional y no sólo ahí. Esto es, el método define las posibilidades de la lógica de investigación y, por tanto, del conjunto vasto de ope­ raciones científicas. Finalmente la determinación de la importancia metódica recaía en que por medio de este procedimiento se enlaza­ ban los juicios científicos con el mundo de la experiencia, por su­ puesto, considerado instancia externa a la propia ciencia en cuestión. No es casual que se tendiera a reducir las problemáticas teóricas que tenían cabida en la investigación a la cuestión más limitada de cómo identificar y aplicar el método adecuado para asegurar ese enlace.55 Al contario de esta postura, la programación en la pers­ pectiva manejada por Luhmann alienta el proceso de asimetrización, al punto de distinguir entre heterorreferencia y autorreferencia gracias a la diferencia funcional que cumplen las teorías y los mé­ todos. Las teorías presentan la cualidad de ser predicativas, esto es, de establecer formas enunciativas y conceptuales, quedando así planteada su limitación. En el plano enunciativo y predicativo, ha­ cen posible las referencias a estados, objetos, propiedades, descrip­ ciones, por lo que su funcionalidad descansa, para el sistema, en la capacidad que tienen para comunicar las atribuciones que se for­ mulan respecto al entorno. Así, las teorías se asocian a la heterorreferencia porque se ar­ ticulan predicativamente comunicando elementos que tienen que ver con el entorno, aunque lo que comuniquen sean observaciones del propio sistema. Producen asimetría bajo la forma de la re-entry de la distinción sistema/entorno en el propio sistema.56 Los conceptos como condensaciones y generalizaciones de expectativas, participan 55 Para revisar una crítica pertinente a esta postura desde las ciencias sociales, Véase N arciso Pizarro, Tratado de metodología de las ciencias sociales, M adrid, siglo XXI, 1998, p. 65 y s. Por supuesto, se debe citar ese m onum ental estudio que Jürgen H aberm as dedicó al tem a: La lógica de las ciencias sociales, 2a. ed., trad. M anuel Jim énez Redondo, M adrid, Tecnos, 1990, 506 p. U n ejem plo de la postura convencional centrada en la distinción entre enunciados de ob­ servación y enunciados teóricos está en: R udolf Carnap, "E l carácter m etodológico de los conceptos teóricos", en Filosofía de la ciencia: teoría y observación, León Olivé, Ana Rosa Pérez Ransanz (com ps.), Dudley Shapere, et al., M éxico, Siglo XXI/U niversidad N acional A utóno­ m a de M éxico, Instituto de Investigaciones Filosóficas, 1989, p. 70-115. 56 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 292.

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en los enunciados teóricos y es en ellos que alcanzan cualidad dis­ cursiva o de corpus teóricos. Ya que la expectativa está condensada conceptualmente, las teorías suponen un proceso de destautologización de la operación autopoiética que se produce esencialmente de manera autorreferente. Se trata de una construcción del propio sistema para referir a una suerte de mundo externo, de tal modo que la referencia no requiere que la construcción refleje fielmente cualidades inherentes de ese mundo como unidad. La unidad de ese mundo expresado teóricamente es expresión de la teoría misma, y lo que expresa es la unidad del sistema que, bajo la forma unidad/ diferencia, deriva una distinción gracias al fenómeno de reentrada de la distinción basal. El valor de las teorías está sintetizado en esta distinción derivada que, como se ha visto hasta aquí, funciona heterorreferencialmente. Entonces, gracias a esta derivación, las teorías tienen la capaci­ dad de comparar por medio de reducciones de complejidad al es­ tablecer puntos fijos como perspectivas, adquiriendo potencialidad de clarificación bajo la modalidad de incremento de complejidad. Así se genera, de acuerdo a lo anterior, un aumento en la capacidad de enlace: pueden adquirir tal grado de universalidad al punto de incluirse a sí misma en la teoría o describirse bajo los postulados de la propia teoría. Todos estos elementos resumen condiciones de abstracción cada vez más elevados, por lo que se deja ver la impor­ tancia que tienen para manejar el caudal de información que el propio sistema produce de su entorno, donde esas informaciones son diferenciaciones del sistema mismo. Siguiendo el racionamien­ to previo, es posible comprender esto como un efecto de redundan­ cia producido por las propias teorías. Y ya que ellas persiguen for­ mular descripciones cada vez más complejas, no precisan realizar la atribución de uno de los valores del código ni está a su alcance llevarlo a cabo. Por lo demás, es absurdo suponer la posibilidad de considerar a una teoría verdadera o más verdadera que otra, puesto que su calidad está en los niveles de abstracción que puede alcanzar, y no en la exactitud susceptible de ser mensurable respecto al objeto descrito. Pero tampoco desde las teorías movilizadas por la ciencia de la histo­ ria el sistema está en condiciones de definir cómo asignar dichos va­ lores a otros elementos operativos no teóricos en el sentido apuntado

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arriba.57 Precisamente esta tarea la cumplen los métodos. Como son esencialmente mecanismos de autorreferencia, de esto depende su capacidad para definir inequívocamente las condiciones particulares y específicas que se tienen que cubrir para la correcta asignación de los valores codificados. Su objetivo no es otro que decidir entre la verdad o la no verdad de los enunciados formulados hipotética­ mente. Por supuesto que estos enunciados —las hipótesis historiográficas o científicas— son derivadas desde las teorías, por lo que no son arbitrarios ni efecto de una suerte de generación espontánea. Dichos enunciados se atribuyen en su condicionalidad a la arma­ zón conceptual que deben tener todas las teorías, por lo que logran la condensación de un conjunto de expectativas. De esto depende que adquiera plausibilidad el argumento presentado previamente y que afirma que los métodos se singularizan por falsear expectativas. Pero el argumento puede incluso desarrollarse más: las hipótesis requieren necesariamente de consistencia conceptual en su formula­ ción enunciativa. Precisamente. por eso son derivados teóricos. Com­ binan cualidades predicativas con consistencia conceptual, pero, a diferencia de las teorías, su rasgo de condicionalidad refiere a estados futuros expresados bajo los términos de expectativas. Es importante tener esto en cuenta para analizar la manera por la cual los historia­ dores formulan hipótesis y delimitan desde ellas los corpus docu­ mentales que utilizan como fuentes históricas. Ya desde este nivel puede notarse que la impresión, tan fuerte­ mente sostenida desde el siglo XIX, de que las fuentes son tales por­ que dotan de información a los historiadores, es por lo menos insostenible.58 Por el contrario, los elementos conceptuales expresados en las hipótesis son los que permiten el trabajo sobre las fuentes. Gracias a estos marcos conceptuales los historiadores se capacitan 57 "L a s teorías son program as com plejos que consisten en un bu en núm ero de afirm a­ ciones bajo la condición [...] de que se puedan designar con el concepto de redundancia. El trabajo con teorías no supone necesariam ente el que se eche m ano de un doble valor. Lo que se pretende m ás bien es lograr una descripción com pleja." Ibid., p. 296. 58 La afirm ación de que el docum ento es un m aterial que puede dotar de inform aciones al historiador preside toda consideración sobre su valor y naturaleza. Así, de una m asa do­ cum ental y por la vía de una crítica interna y externa de sus elem entos, se está ya en condi­ ciones de reconstruir ese caudal de eventos pasados que exigen, por supuesto, tratam ientos analíticos posteriores. D e ahí la equiparación de esta interm ediación com o procedim iento m etódico básico en el trabajo del historiador.

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para elaborar un cuestionario, como señaló Bloch, para formular hipótesis pertinentes que, en otro nivel de utilización, den la pauta para establecer cuerpos documentales y definir las vías para su tra­ tamiento empírico-analítico.59 Ahora bien, los métodos como forma de programación del sistema ciencia no disponen todas y cada una de las condiciones necesarias y suficientes para conseguir aquellos re­ sultados anticipados de forma inequívoca. No son recetas que deban seguirse estrictamente. Más bien configuran las probabilidades res­ pecto a la asignación de los dos valores. Pero la semántica heredada desde el siglo XIX del concepto méto­ do asegura una secuencia lógica y neutral de formas de proceder para la obtención de resultados objetivos. Era necesaria la coordinación de ambos aspectos —una lógica secuencial y la imparcialidad en su elec­ ción y aplicación—, siendo esta consideración la base prescriptiva de toda lógica de investigación científica. Por tanto, es posible obtener productos validados si y sólo si es convenientemente respetada la se­ cuencia lógica. El rigor aplicado asegura que ni las formas de proceder ni los resultados a los que se llega dependan de elementos contextuales o de intereses de carácter subjetivo, puesto que su función última consiste en producir conocimientos verdaderos u objetivos. Se han requerido grandes esfuerzos reflexivos para superar esta visión, in­ cluso para mostrar que los métodos no son elementos tan determi­ nantes como para sintetizar el conjunto más vasto de procedimientos. Tal y como se ha argumentado, la operación científica, así como la historiográfica, no se reduce a cuestiones de orden metódico.

Metodología e investigación histórica Por más que su importancia radica en conducir las probabilidades hacia uno de los dos lados de la distinción verdadero/no verdadero, sus funciones no se ajustan a los términos de una lógica estricta y formal. 59 Ricoeur destaca esta situación incluso en la obra del propio Braudel: "C onsiderado en el conjunto de preguntas, el docum ento se aleja continuam ente del testim onio. Nada es en cuanto tal documento, aunque cualquier residuo del pasado sea potencialm ente huella. Para el historiador, el documento no es dado sim plemente, como podría sugerir la idea de huella. Es buscado y encontrado. M ás aun, es circunscrito y, en ese sentido, constituido, instituido docu­ m ento, m ediante el cuestionam iento." Paul Ricoeur, La m em oria, la historia, el olvido, p. 234.

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Estos elementos pueden ser tomados como guías procedimentales — contrario al supuesto de que permiten una aplicación conducida de manera deductiva— lo suficientemente aptas para asumir o reac­ cionar a condiciones no previstas ni esperadas.60 Profundizando en esta aseveración, las programaciones metódicas escapan de la estre­ chez formalista pues toman en cuenta una aplicación en contornos decididamente policontextuales. Si permiten la decisión sobre la ver­ dad o no verdad del conjunto de enunciados condicionales (hipóte­ sis), para hacerlo de manera adecuada —se entiende que adecuada para el sistema— deben recurrir al tercero excluido. Al introducir esta suerte de paliativo a la sola binariedad del código, el sistema toma en cuenta otros criterios no incluidos desde el principio de la ope­ ración y que expresan tipos alternativos de valores, como los estéti­ cos, los políticos, etcétera, aunque sus asignaciones finales estén acreditadas sólo desde el código científico. Con estas pautas extrañas a la ciencia los sistemas codificados de manera binaria adquieren la distancia necesaria para observar sus operaciones, alcanzando así la capacidad de estructurar la propia com­ plejidad.61 Lo anterior supone necesariamente resolver las paradojas involucradas en toda codificación binaria y que se desprenden de la posibilidad de aplicar a la distinción verdadero/no verdadero los mis­ mos valores comprometidos por el código verdadero/no verdadero. Precisamente a ello se le debe su acreditación autorreferencial, que no significa otra cosa que la posibilidad del sistema de observar sus observaciones producidas. Por supuesto, se trata de observaciones metódicamente controladas, pero al fin observaciones de segundo orden con todas las cualidades que presentan las autoobservaciones sistemáticas, en particular aquella ya mencionada de volver a generar asimetrías gracias a la forma secuencial que asume, esto es, 60 "E l m étodo deductivo ve el m étodo com o el despliegue de las seguridades dadas; el m étodo cibernético, com o un constante practicar anticipaciones y recursiones. Los dos pro­ cederes son recursivos en la m edida en que am bos requieren enlazarse a resultados. Pero el enlace está regulado de m anera distinta en cada uno de ellos. En el m étodo deductivo se trata de u n recu rso a la p ru eba de seg u rid ad ; en el cib ern ético , de u n recu rrir a p o sicio ­ nes sem ifijas con un cierto control de los errores". N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 300. 61 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi, Glosario sobre la teoría social de Niklas Luhm ann, p. 132. C om párese con esta expresión de Luhm ann: "L a m etodología form ula program as para una m áquina histórica". N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 297.

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suministrar la distinción antes/después para identificar elementos y su ocurrencia a partir de ese índice de temporalidad. Me interesa particularmente para la hipótesis antes formulada la cualidad de observación de segundo orden que presenta la progra­ mación metódica. Lo que acarrea como implicación principal revisar aunque sea de manera general la situación metódica de la disciplina histórica en su contexto de interconexión con las ciencias sociales. La importancia de esta temática radica en que dicha programación in­ duce y orienta, desde la posibilidad de plantear problemas y resol­ verlos, la autorreflexión sistemática necesaria para la propia discipli­ na. Con esta cualidad se establece y reproduce como operación —finalmente, como racionalidad operativa— no desde la posibilidad de limitar y tratar sus campos objetuales como realidades estudiadas y/o explicadas, sino como un sistema cognitivo que se articula trans­ versalmente con el conjunto de la investigación social. Se ha tratado ya el tema de cómo se genera ese proceso de trans­ porte o transferencia categorial, lo que dota a la historia de compe­ tencia esquemática. Ahora se trata de transferencia de programas que abren sus posibilidades de investigación como proceso empíri­ co, pero es un nivel donde, de acuerdo a los términos de la hipótesis planteada, la investigación histórica adquiere cualidades metódicas de observación de tercer orden. Se ha afirmado que los procedimien­ tos metódicos de cada rama de investigación histórica permiten la transformación de las irritaciones producidas por sus entornos (cien­ cias sociales) en formas operativas especialmente importantes para la recursividad y reproducción autopoiética.62 Por tanto, se altera sensiblemente la relación redundancia/variación establecida en la dis­ ciplina de origen por parte de las programaciones metódicas apli­ cadas en cada rama de investigación histórica. Lo que dicha in­ vestigación falsea es la expectativa como forma de aprendizaje (variación), generando una mayor redundancia pero que alienta un incremento en la selectividad de los enlaces comunicativos. El doble efecto producido consiste en que esa falsación puede expandir, pa­ radójicamente, las variaciones en el terreno de las ciencias sociales,

62 Cfr. Aldo M ascareño, "Sociología del m étodo: la form a de la investigación sistém ica", Cinta de M oebio, Revista de Epistemología de Ciencias Sociales, U niversidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales, n. 26, diciem bre, 2006, p. 122-154.

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al tiempo que potencia la autorreflexión con la introducción de la diferencia pasado/futuro.63 Este doble efecto permite percibir cómo la discusión metodoló­ gica en la ciencia histórica ha cambiado drásticamente desde que se le atribuyeron facultades cognitivas. Ya en el siglo XIX la identifica­ ción de un método histórico fue factor esencial en la elevación de su rango como forma de saber. En ese momento la justificación formal de una ciencia dependía directamente de las confirmaciones metó­ dicas que cada disciplina estaba en condiciones de aportar. Resulta pertinente como un indicador de la transformación aludida caracte­ rizar el recorrido de los tratamientos del tema a partir de sus mo­ mentos estelares. No se trata de trazar una línea progresiva, pues las modalidades en esos tratamientos, los marcos conceptuales y reflexivos movilizados para justificarlos, así como los supuestos de base a los que se recurría, impiden, por suerte, su descripción como un solo proceso que, además de acumulativo en sus logros, sinteti­ zara los avances alcanzados. Los diferentes intereses buscados, los dispares fines que se per­ seguían y los heterogéneos contextos históricos desmentirían rápi­ damente un intento como ése. Es por eso que se trata aquí de una descripción que no busca ser exhaustiva ni terminante, sino sólo concordante en sus líneas generales con la hipótesis planteada y con los nuevos perfiles que adquiere en la actualidad la discusión meto­ dológica. El punto de partida consiste en tomar de las propuestas de Luhmann la perspectiva que alude a la naturaleza autorreferencial de los métodos, así como su correlativa cualidad de observaciones de segundo orden. Esos momentos estelares de la discusión metodo­ lógica tienen, sin embargo, algo en común: la motivación y los ele­ mentos más característicos se gestaron en terrenos que no fueron los 63 "C o n la necesidad de sim ultaneidad queda establecido que el presente respectivo debe ser utilizado com o punto de diferencia entre futuro y pasado. Con ello se asegura tam bién el que los horizontes de futuro y de pasado del sistem a y del entorno sean potencialm ente inte­ grables y se dejen sum ar com o horizontes del m undo. Sólo dentro de estos horizontes del m undo, y en consonancia con el flujo regular del tiempo, puede ocurrir el proceso de diferen­ ciación de los sistem as de sentido." Niklas Luhm ann, Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general, p. 196. Cabe entonces interrogarse si lo que se está planteando aquí no es otra cosa que la posibilidad de diferenciar entre la historia del sistema y la historia del mundo. Véase para esta discusión otro texto del m ism o autor: "Tiem po universal e historia de los sistemas. Sobre las relaciones entre los horizontes tem porales y las estructuras sociales de los sistem as so­ ciales", en D ebates recientes en la teoría de la historiografía alemana, p. 74 y s.

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de la investigación histórica. Así, el primero de esos momentos tuvo como marco de gestación el famoso problema del dualismo metódi­ co (siglo XIX); el segundo ubica la reacción documental que se pro­ dujo en la historiografía como efecto de la discusión anterior. La tercera fase fue expresión más o menos generalizada de esa pretendida unidad metódica de la ciencia que la filosofía de la pri­ mera mitad del siglo XX, por lo menos en su vertiente de empirismo lógico, se encargó de propalar y autorizar. Finalmente, y ya en el panorama de las últimas cuatro décadas del siglo anterior, se pre­ sentó la discusión generada entre historiadores como secuela pro­ ductiva de esa creciente interrelación de la historia con el conjunto de las ciencias sociales. A pesar del rasgo común señalado, es noto­ rio que sólo en la última fase se ponga en crisis la suposición gene­ ralizada en las etapas previas de que poder definir con precisión la naturaleza metódica del saber histórico permite automáticamente resolver el problema de su fundamentación científica. En cuanto a la primera etapa, son de sobra conocidos los términos de la discu­ sión en juego: la contraposición entre el método de la explicación causal y el método de la comprensión teleológica. El supuesto com­ partido por ambas posturas fue que la distinción planteada recogía en sustancia las diferencias más notorias entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu.64 Esta modalidad alcanzó sus límites en la extrapolación llevada a cabo por el neokantismo, de tal modo que pudo justificar la con­ traposición entre ciencias nomológicas y ciencias de la cultura. Sólo que al hacerlo introdujo subrepticiamente la dualidad entre lo em­ pírico y lo trascendental, pues en la opinión de sus autores más re­ conocidos —Windelband, Rickert, Cassirer— la distancias apreciables entre estas ciencias no sólo tenían que ver con esferas de realidad diversas, sino que esto sólo era expresión parcial de la sub­ ordinación de las ciencias nomológicas al rango de universalidad que presentaban los fenómenos culturales. Este aspecto fue abordado a partir de la presunta consistencia trascendental de las ciencias de la cultura. Por su parte y como efecto derivado de esta discusión, ya en el seno de la propia disciplina histórica se presentó la reducción de 64 Cfr. K arl-O tto A pel, La controverse expliquer-comprendre. Une approche pragm ático-transcendentale, traduit de l'allem and par Sylvie M esure, Paris, Cerf, 2000, 384 p.; Jürgen Haberm as, La lógica de las ciencias sociales, p. 81 y s.

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la problemática metodológica al plano de la necesaria intermedia­ ción documental. Esta cuestión, por supuesto, tenía una tradición más antigua y venerable que las temáticas filosóficas que se originaron en el siglo XIX. Reconociendo su continuidad con la diplomática, con la tradi­ ción jurídica que tendió a inaugurar la práctica archivística, con el trabajo de la exégesis bíblica y con la actividad de coleccionar docu­ mentos que, desde el siglo XV, encontró grandes mecenas, fue has­ ta el siglo XIX cuando esas operaciones fueron recuperadas y enmar­ cadas en la problemática metodológica de la disciplina histórica. Siendo la base para otra forma de erudición,65 y amparada en la especialización de un trabajo que incluía desde luego la filología y la archivística, esta operación se convirtió en el centro definitorio de una actividad especificada como aplicación del método de investi­ gación documental. La famosa crítica de fuentes supuso un particu­ lar trabajo de orden textual, mismo que permitía identificar aquellos enunciados particulares que formaban parte de la unidad textual del documento con el fin de determinar sus grados de significabilidad. Este procedimiento era seguido por un proceso inverso, consis­ tente en la recomposición textual en unidades cada vez más amplias y capaces de establecer otro orden textual accesible ahora al comen­ tario autorizado. Sin embargo, descomposición y recomposición textual tendían a ocultar el tipo de mediación que circunscribe la recurrencia a materiales escritos. Si esta forma era la tradicionalmen­ te sancionada, lo era porque convertía los monumentos del pasado en documentos de desciframiento para una conciencia presente. No está por demás señalar que incluso fuentes no escritas (monumen­ tos, gestualidades, oralidades), debían pasar por la tamización del lenguaje escrito como primer paso para su interpretación autoriza­ da. La intención de este recurso de análisis estaba dirigida a trans­ parentar la opacidad del documento, siempre y cuando se pudiera esquivar la materialidad que lo constituía, es decir, su consistencia 65 "E l erudito quiere totalizar las innum erables 'rarezas', producto de las trayectorias indefinidas en su curiosidad, y por lo tanto inventa lenguajes que aseguren su com prensión. Si juzgam os según la evolución de su trabajo (pasando por Peiresc y K ircher, hasta Leibiniz), el erudito se orienta, desde el f in del siglo XVI, hacia la invención m etódica de nuevos sistemas de signos gracias a procedim ientos analíticos (descom posición, recom posición)." M ichel de Certeau, La escritura de la historia, p. 87.

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lingüística. Siguiendo en este punto la famosa indicación de Michel Foucault, el documento ha tendido a convertirse en monumento, cosa que expresa una disposición distinta del saber histórico.66 Así, el paso del documento al monumento implica por lo menos dos cosas: la descripción del monumento-documento eleva su con­ dición de sustrato medial, de lo que se sigue que esa materialidad sobrepasa con mucho el trabajo de interpretación clarificadora por parte de una conciencia. El primer aspecto deriva en un tratamiento de orden semántico de esa masa documental. El segundo señala que el documento es producto de un trabajo previo que lo convierte en herramienta técnica para modelos conceptuales, relación que es ya indispensable para la investigación histórica amén de ser definitoria de consistencia autológica. Por eso mismo se ha hecho notar insisten­ temente la inconveniencia de dicha reducción, por lo que la reacción posterior en la propia historiografía fue la de ejercer una crítica pro­ funda contra la gran escuela que gestó este proceso, donde el papel de Annales anuncia la tónica que tendrá la expansión de los aspectos metodológicos para la segunda mitad del siglo XX. El tercer momento de la discusión se singularizó por la intención del proyecto más general que enmarcaba la problemática metódica. En pocas palabras, el interés filosófico estaba centrado en desarrollar las condiciones intrínsecas de la explicación científica. Era posible alcanzar esto por medio de un trabajo de análisis sobre la consisten­ cia lógica de las proposiciones teóricas y empíricas de las ciencias, además de una aclaración de los procedimientos de su comprobación, lo que supuso estandarizar aquellos considerados como justificados. El supuesto defendido por el empirismo lógico, en su versión de filosofía de la ciencia convencional, fue aquel que consideró que, in­ dependientemente del tipo de disciplina que se tratara, se expresaría 66 "D igam os, para abreviar, que la historia, en su form a tradicional, se dedicaba a 'm em orizar' los m onum entos del pasado, a transform arlos en docum entos y hacer hablar esos restos que, por sí m ism os, no son verbales a m enudo, o bien dicen en silencio algo distinto de lo que en realidad dicen. En nuestros días, la historia es lo que transform a los docum entos en m onu­ mentos, y que, allí donde se trataba de reconocer por su vaciado lo que había sido, despliega una m asa de elem entos que hay que aislar, agrupar, hacer pertinentes, disponer en relaciones, constituir en conjuntos [...] podría decirse, jugando un poco con las palabras, que, en nuestros días, la historia tiende a la arqueología, a la descripción intrínseca del m onum ento." M ichel Foucault, La arqueología del saber, 17a. ed., traducción de A urelio G arzón del Cam ino, M éxico, Siglo XXI, 1996, p. 10-11.

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al final una concordancia de estos procedimientos de comprobación con el método científico de base. Esa pretendida unidad metodoló­ gica, por tanto, estaba asegurada porque todas las ciencias buscaban como criterio último de validez la comprobación empírica. Dado que los procedimientos metodológicos de todas las disci­ plinas científicas dependen de una misma lógica de investigación, sus objetivos y la forma en que se realizan esos objetivos son por tanto idénticos para todos los saberes involucrados. Esos objetivos eran la descripción de estados de cosas, la explicación a partir de relaciones causales y la predicción controlada de resultados. La for­ ma de conseguirlos pasaba por la subsunción de los casos singulares estudiados bajo la cobertura de leyes generales planteadas hipotéti­ camente. El método científico permite comprobar una y otra vez dicho caso de subsunción.67 Las diferentes tentativas para delimitar con precisión los elementos básicos del método científico terminaron en una situación que, más que demostrar la existencia de un núcleo común de todo conocimiento posible, aportaron argumentos contra esa presupuesta unidad metódica de base.68 El quiebre de la discusión anterior se presentó cuando se abordó dicha unidad desde la distinción habida entre la típica explicación causal de los fenómenos por referencia a leyes generales y el con­ cepto de acción intencional, cuyo acceso sólo podía tener lugar por medios comprensivos. Pero esto no era simplemente la traducción más moderna de la contraposición explicación/comprensión decimo­ nónica, sino su disolución. El marco donde se realiza esta distinción es ya la discusión metodológica en el seno de las ciencias sociales, particularmente de la sociología posweberiana. Lo curioso es que la ponderación de la acción intencional como modelo de acción social haya pasado por el tamiz de criterios empiristas, actualizados y su­ puestamente aptos para ser aplicados a las diferentes modalidades de investigación social. Quizá por eso las propias ciencias sociales 67Karl R. Popper, The logic o f scientific discovery, New York, Harper Torchbooks, 1968, 479 p. V éase en particular el cap ítu lo II: "O n the p roblem of a theory as scien tific m eth o d ", p. 49-56; René Thom , "E l m étodo experim ental: un m ito de los epistem ólogos (¿y de los cien­ tíficos?)", en La filosofía de las ciencias, hoy, coord. por Jean Ham burger, trad. de Corina Yturbe, Claudia M artínez U rrea, M éxico, Siglo XXI, 1989, p. 14-31. 68Cfr. Thom as S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, trad. de A gustín Contin, M éxico, Fondo de Cultura Económ ica, 1975, 319 p. Tam bién H ilary Putnam , Razón, verdad e historia, traducción José M iguel Esteban Cloquell, M adrid, Tecnos, 1988, p. 175 y s.

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tardaron más que las ciencias naturales en poner a discusión crítica dichos presupuestos neopositivistas.69 Si se puede fechar el momento en que esta crítica genera su di­ solución para la discusión metodológica en la década de los sesenta, no parece de ninguna manera casual que también en la historio­ grafía se adquiriera por los mismos años un caudal de criticidad antiempirista en el orden metódico, al punto de romper definitiva­ mente con el reduccionismo documental. Esta situación resultó en una nueva distribución en la manera en que se trataron las cuestio­ nes metodológicas, por supuesto, más allá de las convencionales diferenciaciones al tipo de explicación vs. comprensión, o en su moda­ lidad de explicación nomológico deductiva vs. razonamiento práctico. En ese sentido, la convocatoria realizada por Braudel para ligar la inves­ tigación histórica a las ciencias sociales y a sus procesos de investi­ gación expresa dos planteamientos: por un lado, la vía de supera­ ción definitiva de una vieja historia centrada en los relatos de grandes acontecimientos; por el otro, la necesidad de dotarla de una base científica sólida.70 Por más que la demostración de esa sólida base científica de cien­ cias como la sociología se diera por descontada acríticamente, la sig­ nificación que presentó esa convocatoria fue sin duda crucial. Sinte­ tiza un estado diferente de enfrentar el trabajo de investigación, un nuevo papel para los edificios conceptuales —en realidad, se trata de la introducción de teorías sociales de diferente envergadura—, así como de los procedimientos metodológicos dirigidos ahora a fenó­ menos colectivos inconscientes para los propios participantes, objeto de tratamiento serial, estadístico e incluso de programación informá­ tica. Ese estado puede denominarse como constructivista, si tomamos en cuenta que el énfasis está puesto, según Braudel, en el tipo de decisiones previas que los historiadores deben tomar, incluso si se 69Cfr. A lvaro Peláez Cedrés, "E l em pirism o lógico y el problem a de los fundam entos de las ciencias sociales", en Tratado de m etodología de las ciencias sociales. Perspectivas actuales, op. cit., p. 33-48. Para un ejem plo de la preponderancia em pirista en la investigación social véase Ernest N agel, La estructura de la ciencia. Problemas de la lógica de la investigación científica, trad. de N éstor M íguez, Barcelona, Buenos A ires, Paidós, 1981, 556 p. Revísese el capítulo XIII: "P roblem as m etodológicos de las ciencias sociales", p. 404-452. 70Fernand Braudel, Las am biciones de la historia, ed. preparada y presentada por Roselyne de A yala y Paule Braudel, pról. de M aurice A ym ard, trad., M aría José Furió, Barcelona, Crítica, 2002, p. 35 y s.

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consideran importantes las decisiones todavía subjetivas o de volun­ tad personal. Quizá por eso el propio Braudel tuvo que reconocer la existencia de una crisis general en el campo de las ciencias humanas, lo que forzó un cambio en el rumbo de la disciplina histórica. Incluso su llamado a asumir como formas de trabajo aquellas que ya no coincidían con el historiador aislado, amparado en su erudición, sino las que se desprendían de esa dimensión colectiva que la investigación social ensayaba bajo un énfasis cada vez más agudo de multidisciplinariedad, enmarca su interés por las ciencias sociales. La ruptura que ellas operaron con el "humanismo retrógra­ do" dio la pauta para una reorganización de sus campos de investi­ gación, cosa que generó, según Braudel, un caudal de problemas donde la identidad disciplinaria fue el menor de todos.71 Pero por más que se pensara que la historia podía conformarse en una suerte de centro aglutinador de todos los esfuerzos llevados a cabo en for­ ma dispersa por las diferentes ciencias sociales, el reconocimiento alude a la complejidad del mundo social que reclamaba otras mo­ dalidades cognitivas que no se contentaban ya con las seguridades objetivistas previas. En estos esfuerzos ejemplificados por las posturas de Braudel se esconde la continuada ampliación de la base disciplinaria de la his­ toria, misma que no se identifica con un solo modelo teórico ni con un único procedimiento metódico autorizado. Esa necesaria vincu­ lación con las ciencias sociales que fue colocada en primer plano por la segunda generación de Annales terminó por diluir los prestigios de la añeja noción ciencias del espíritu, incluso en su versión neokantiana de ciencias de la cultura, lo que estaba por supuesto conectado con la pérdida de plausibilidad del marco transcendental que se adoptó en el historicismo y sus secuelas.72 Por supuesto que todavía 71 Fernand Braudel, Écrits sur l'histoire, Paris, Flam m arion, 1969, p. 41-42. 72 Lo que no quiere decir que se rom piera con el hum anism o com o tal, liberado de las ataduras de las viejas tem áticas. A sí lo expresó Braudel: "N o existe ningún rasero com ún entre este hu m anism o clásico, que nu estra un iversid ad defiende a pesar de sí m ism a en nom bre de sus program as, y el hum anism o esencial que se está elaborando com o una inm en­ sa revolución, bajo el influjo repetido de las diversas ciencias sociales. N osotros querem os participar en esta revolución para, de algún m odo, no dejar la tarea de construir el conoci­ m iento de un hom bre nuevo, que por lo dem ás debe ser trem endam ente m últiple, en m anos de las otras ciencias sociales, llenas de juventud y en plena form a, desde la etnología a la dem ografía, desde la econom ía política a la antropología, desde la geografía hum ana hasta

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en Braudel quedaba lejos el reconocimiento de que esa relación con las ciencias sociales implicaba algo más, mucho más en realidad, que el ejercicio de una complementación de esfuerzos. Sólo tiempo después, y ya en un marco historiográfico diferente al que vivió Braudel, llegaría la necesidad de replantear esa relación en otros términos.73 Desde este punto de vista, la discusión metodo­ lógica en historia reproduce las tónicas desarrolladas en el campo de la investigación social, lo que fuerza a dejar de lado la crítica docu­ mental tradicional. La afirmación de que sin teoría y sin la definición previa de ciertas orientaciones metodológicas no hay propiamente fuentes históricas, no es otra cosa que traducir las exigencias de una programación sistémica en el orden procedimental de las investiga­ ciones históricas. Aunque cabe aclarar que el factor institucional in­ fluye también en la constitución de las fuentes en su dimensión de archivo. Ahora bien, esa dinámica transferencial puede ser interpretada bajo otras connotaciones pero que resultan igualmente productivas para describir el estatus metodológico de la historia.

Falsación autorreferencial, limitacionalidad y observaciones de tercer orden Los modelos —expresión utilizada por Michel de Certeau para refe­ rirse a las construcciones teórico-metodológicas que el historiador hereda— colocan al saber histórico en sus propios límites. Esto quie­ re decir que los márgenes son esas zonas donde trabaja el historiador siempre en relación con una "racionalidad contemporánea" y ope­ rante en campos "científicos diferentes".74 Otra manera de expresar el hecho de que la historia no constituye por sí misma un campo científico diferenciado respecto a los otros saberes (los de las cien­ cias sociales), es considerar que su operación introduce esas dife­ renciaciones recibidas en su propio lado interno y las lleva a una la sociología. La historia tiene su propio lugar entre esas ciencias hu m anas." Fernando Braudel, Las am biciones de la historia, op. cit., p. 129. 73Cfr. Les form es de l'expérience. Une autre histoire sociale, Bernard Lepetit, dir., Paris, Albin M ichel, 1995, 337 p. Hervé Coutau-Bégarie, Le phénom ene nouvelle histoire. Grandeur et décadence de l'école des Annales, p. 126 y s. 74M ichel de Certeau, La escritura de la historia, p. 94.

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programación metódica. Entonces y a consecuencia del argumento precedente, una "táctica de la desviación" sería el signo definitorio del hacer historiográfico, según de Certeau.75 Para una perspectiva como ésta, los intereses científicos siempre exteriores inducen a la creación, en historia, de eventuales "laboratorios de experimenta­ ción epistemológica".76 Es ahí, en ese laboratorio, donde se ponen a prueba los modelos generados desde esos otros campos científicos y se establecen me­ diciones sobre sus márgenes, no sobre su validez teórica o empírica. Su función como investigación histórica, esto es, con la confronta­ ción de esos modelos científicos con áreas no necesariamente aptas para el tratamiento científico, consiste en la falsación de los modelos mismos. Se pensaría —con ciertas razones que de todos modos no pueden ser al final justificables— que esa experimentación estriba en un conocimiento cada vez más logrado de esos objetos o áreas de estudio resistentes a los tratamientos lógicos o técnicos, por ejemplo la sexualidad o la locura en el siglo XVI. Así como en las ciencias sociales las explicaciones consisten en subsumir los casos estudiados a la cobertura legal de regularidades expresadas teóricamente, en historia debía esperarse lo mismo puesto que los modelos que aplica no deben perder cualidades sintéticas o empíricas a pesar del ejerci­ cio de extrapolación realizado. No se trata de escoger entre dos opciones posibles para referirse a la investigación histórica: la de comprobar la validez de las hipó­ tesis formuladas desde teorías determinadas o la falsación de las mis­ mas y, por tanto, la señalización de un campo no válido cubierto por la teoría. Al contrario de las consecuencias derivadas de los ejerci­ cios de comprobación, el segundo recurso involucra la introducción de otro tipo ajustes constantes en la teoría desde la cual se derivó la hipótesis en cuestión. Ninguno de los dos ejemplos tiene que ver con la manera en que se conducen los laboratorios de experimentación 75 "U n a táctica de la desviación especificaría la intervención de la historia. Por su parte la epistem ología de las ciencias parte de una teoría presente (en biología, por ejem plo) y en­ cuentra a la historia en la m odalidad de lo que no había sido aclarado, o pensado, o considera­ do posible, o articulado previam ente, en estos casos, el pasado aparece en principio com o 'lo que faltaba'. La inteligencia de la historia está ligada a la capacidad de organizar diferencias o ausencias significativas y jerarquizables, porque se refieren a form alizaciones científicas actuales." Ibid ., p. 97. 76 Idem .

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histórica. El cambio de frente de la investigación al que alude Michel de Certeau apunta a cuestiones pragmáticas más decisivas. Ya se sabe desde hace un buen tiempo que las "coherencias" son en reali­ dad las instancias iniciales por las cuales los sistemas científicos pro­ ducen sus objetos, definen a priori los niveles de análisis requeridos, crean sus propios caudales de datos o series de series, así como ar­ ticulan los procedimientos necesarios para alcanzar los fines deter­ minados previamente. Entonces y de acuerdo a ese cúmulo de ele­ mentos, la cualidad del hacer historiográfico consiste en determinar los límites de aplicabilidad de dichas coherencias. Apoyándose sobre totalidades formales establecidas por decisiones, se dirige hacia las desviaciones que revelan las combinaciones lógicas de series y se desempeña mejor en los límites. Si tomamos un vocabulario antiguo que ya no corresponde a la nueva trayectoria, podríamos decir que la investigación ya no parte de "rarezas" (restos del pasado) para llegar a una síntesis (comprensión presente), sino que parte de una formalización (un sistema presente) para dar lugar a "restos" (indicios de límites y, por ahí, a un "pasado" que es el producto de un trabajo).77 Falsear modelos de esta manera se constituye en una modalidad de la limitacionalidad indispensable para la operación autorreferencial del sistema de la ciencia, si se sigue con Luhmann que tal cir­ cunstancia consiste en una relación de carácter funcional por la cual se delimita un lado de la distinción utilizada "en el campo de va­ riación que limita el otro lado".78 La codificación verdadero/no ver­ dadero al ser objeto de tratamiento metódico en alguna ciencia social, la antropología por ejemplo, conduce a un proceso de asimetrización que permite la atribución de algún valor distinguido en el código. Si se lleva el modelo antropológico a la investigación histórica, en­ tonces sobre la asimetría ya construida se introduce otra capa de asimetrías explotando la posibilidad de trabajar con elementos ex­ traños, en principio, a la codificación de origen. Con la asimetrización de las asimetrías ya establecidas previamente, la investigación en historia tiende a incrementar al grado de selectividad resultante, como ya se ha señalado.

77 Ibid., p. 92. 78 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 282.

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Se podría llevar la redundancia incluso más allá, pues el efecto de la limitacionalidad se expresa en la capacidad de la disciplina cien­ tífica por ampliar sus márgenes de autorreflexividad, de tal manera que la operación historiográfica vendría a ser la reflexividad de la reflexividad ya construida. Coincidentemente con esto, el énfasis puesto por De Certeau en la condición presente del saber histórico arroja consecuencias para analizar este proceso de asimetrización de las asimetrías constituidas de manera sistémica. Si la historia se en­ cuentra condicionada por "el sistema con que se elabora", ella misma es ya un producto emplazado en "algún punto de dicho sistema".79 Esto quiere decir que no es posible observar sus condiciones meto­ dológicas adoptando el punto de vista referencial, como si el pasado adquiriera la consistencia de lo dado hacia el que se dirige el trabajo del historiador. Esa realidad pasada sería accesible por el efecto com­ binado de una capacidad comprehensiva del sujeto, administrada de forma tal que lograra reconfigurar los conjuntos textuales que actúan como sus fuentes. El siglo XIX demostró, para nosotros, lo contrario del supuesto referencial. Si en ese momento la historia no pudo más que definir su campo objetual como el pasado en sí, esto obligó a establecer los aspectos metódicos en dependencia directa de sus posibilidades de captación de lo real. Pero lo que se evidenció ya para finales del siglo XX, y De Certeau es muestra de ello, fue que esa tradicional defini­ ción de la historia como ciencia del pasado carece de todo sustento, siendo sustituida por un análisis que sólo puede tener en cuenta las trayectorias operacionales para precisar su estatus metodológico. Este proceso podría caracterizarse por el paso que, de la referencialidad a la funcionalidad, realizan las investigaciones históricas . Con lo cual se identifica el paso hacia una perspectiva metodológica que no puede obviar el cometido de las "desviaciones" producidas, como forma de falsear esos modelos articulados por otras racionalidades operativas. 79 "A sí pues, el tener en cuenta el lugar donde se produce, perm ite al saber historiográfico escapar a la inconsciencia de una clase que se desconocería a sí m ism a com o clase en las relaciones de producción, y que por lo tanto, desconocería a la sociedad donde está insertada. El enlace de la historia con u n lugar es la condición de posibilidad de un análisis de la socie­ dad. Sabem os, por lo dem ás, que tanto en el m arxism o com o en el freudism o no hay análisis que no sea integralm ente dependiente de la situación creada por una relación, social, analíti­ ca." M ichel de Certeau, La escritura de la historia, p. 81.

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Esta funcionalidad, en un sentido análogo a la asimetrización pro­ puesta por Luhmann, consiste en producir negaciones que sólo des­ pués puedan ser reintroducidas al circuito de la investigación social. El efecto recursivo es evidente, aunque De Certeau alude a algo más: el pasado deja de ser realidad explicada o descrita, para convertirse en el resultado de un conjunto de operaciones concertadas. Aun más, es aquello que se muestra como diferencia, donde ésta se instituye gracias al sistema de sus procedimientos de investigación. Es un re­ sultado paradójico, puesto que se presenta como aquello que es resal­ tado en la aplicación metódica —en la falsación de los modelos reci­ bidos— sólo como diferencia respecto al presente de la racionalización. Es, por tanto, en palabras de Michel de Certeau, una relación entre los términos puestos en juego por el complejo de operaciones, donde el tiempo se reintroduce en el lugar mismo del saber.80 Ese complejo puede decirse que existe sólo en el presente, en el momento donde la ejecución de una operación se lleva a cabo, pero la secuencialidad implícita señala que al enlazarse con la operación subsiguiente se configura su propio futuro. En este proceso, la me­ moria del sistema debe ser capaz de recordar las operaciones ante­ riores o los estados pasados que dieron cabida a esa secuencialidad. En el presente de la operación —propiamente en su simultaneidad — se reproduce constantemente la distinción entre pasado y futuro, entre actualidad de la operación y sus potencialidades ulteriores.81 Si las unidades formales —los modelos o los programas en el voca­ bulario de Luhmann— son falseados en el sentido de que la inves­ tigación histórica establece sus límites de validez, por así decirlo, las desviaciones identificadas permiten referir al pasado. Insisto, ese pasado referido no es el producto de una síntesis de los datos o las informaciones manejadas: es la diferencia que resulta del empleo de esos modelos de racionalidad instituidos en el presente. Estos modelos en su nivel metodológico consisten en vocabu­ larios que presentan cualidades empíricas, esto es, que son suscep­ 80 "E l distanciam iento produce un doble efecto. Por una parte, historiza lo actual; ha­ blando propiamente, presentifica una situación vivida, obliga a explicitar la relación de la razón reinante con un lugar propio que, por oposición a un 'p asad o', se convierte en presente. Una relación de reciprocidad entre la ley y su lím ite engendra sim ultáneam ente la diferenciación de un presente y de un pasado." Ibid., p. 100. 81 N iklas Luhm ann, La ciencia de la sociedad, p. 168.

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tibles de ser falseados, mientras los vocabularios de las teorías no son falseables pero permiten identificar los criterios necesarios para definir problemas de investigación y formular hipótesis manejables metódicamente. Falsear consiste en el ejercicio de poner a prueba ese vocabulario condicional (las hipótesis) con el fin de producir errores, insuficiencias o carencias, que posteriormente pueden nue­ vamente ser utilizadas científicamente. De acuerdo con esto, quizá la apreciación de que el valor de la investigación científica consista en resolver problemas no sea ya adecuada; antes bien, esta investi­ gación permite ocultar que dicha funcionalidad depende, en reali­ dad, de la capacidad para formular nuevos problemas de manera incesante. Aceptando que en esto consiste la lógica de la investiga­ ción en ciencias sociales, lo que se resalta es que la historia no se adapta sin más a este procedimiento estandarizado. Es así, por lo demás, que las diferentes disciplinas sociales lo­ gran condensar la recurrencia de las observaciones producidas y acceder a sus clausuras cognitivas en términos de observación de observaciones.82 La diferencia estriba en que la historia falsea el modelo en su conjunto y no sólo los enunciados hipotéticamente planteados; diferencia que debe proyectarse también a los cierres cognitivos que cada rama de investigación histórica lleva a cabo. El procedimiento metodológico incluye, por tanto, la posibilidad de fal­ sear también los vocabularios teóricos, lo que en este trabajo se ha denominado modelos de racionalidad del presente. Se exhibe con esto una problemática crucial para entender la operación sistémica de la historia: esos modelos o unidades formales son en sus disciplinas 82 "L a investigación en ciencias sociales constituye un sistem a de observación de segun­ do orden en tanto que se enfoca en la observación de observadores que hacen sus observa­ ciones (de prim er orden). Es evidente que esto radicaliza y ubica en otro lenguaje a los plan­ team ientos herm enéuticos que hace tiem po repararon en este aspecto de las ciencias sociales, orientadas a la reconstrucción del sentido —y los m odos de com u nicación—, en tanto que para el constructivism o sistém ico-operativo, el sentido está im plicado necesariam ente en la observación." M artín Retam ozo, "C onstructivism o: epistem ología y m etodología en las cien­ cias sociales", en Tratado de m etodología de las ciencias sociales. Perspectivas actuales, p. 383. El autor se refiere a la tem ática que autores com o G iddens han resaltado: la investigación en ciencias sociales se construye desde dos pisos herm enéuticos o desde una doble herm enéu­ tica. El sentido que los actores aportan se recupera en el sentido que perm ite la reconstrucción de sentido de los científicos sociales. Traducido en térm inos de teoría social sistém ica, la observación de segundo orden es ya la aplicación m etodológica así com o su resultado, pues sus áreas de estudio no son otras que aquellas que se configuran com o operaciones de obser­ vación básicas.

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de origen característicamente ahistóricos. Esta condición debe to­ marse en un sentido restringido, puesto que sólo se afirma que están orientados a circunscribir temáticas actuales o presentes para el sis­ tema social. Sus autoobservaciones se dirigen precisamente a esa actualidad, orientación que igualmente determina sus potencialidades autorreflexivas o de autoobservación, por más que la secuencialidad mencio­ nada esté presente en sus formas operativas. Lo que quiere decir que la utilidad que presentan para la historia es producto de una adap­ tación a un ambiente de investigación diferente. Dicha adaptación se cumple como ejercicio de historización de los modelos que, para todos los efectos, consiste en la reentrada de la distinción pasado/futu­ ro desplegada en la temporalidad operativa misma. Esto se puede parafrasear utilizando conceptos propios de la filosofía de la ciencia convencional con el fin de evidenciar en qué consiste la reentrada de la distinción. Entonces, historizar consiste en el paso de una perspec­ tiva típicamente sincrónica manejada en la investigación social, a otra decididamente diacrónica, alterando hasta cierto punto las cualida­ des sintéticas que deben tener los vocabularios metodológicos. Esa cualidad que presentan los vocabularios en ciencias como la sociología se restringe, como se afirmó arriba, a los enunciados con­ dicionales, no a los enunciados predicativos. Se cumple de manera diferente, por tanto, la condición sintética que debe tener toda inves­ tigación científica en la aplicación metódica de la historia. Desde la perspectiva de las ciencias sociales, la historia sólo puede presumir de un carácter analítico. Esto es posible deducirlo desde la falta de un campo formal de objetos de estudio por parte de esta disciplina. En otras palabras, por no dotarse de un territorio empírico delimi­ tado con precisión, la historia sólo debería de poder formular enun­ ciados teóricos de cierta generalidad, sin el respaldo que aportan los vocabularios condicionales. Pero la reentrada de la distinción que se presenta en la secuencialidad operativa, pasado/futuro, permite precisamente la transformación de ese carácter analítico en compe­ tencia sintética. Si el sentido es el medium para la creación selectiva de formas en los medios de comunicación simbólicamente generalizados, ese medium no sólo tiene relación directa con la distinción menciona­ da entre actualidad y potencialidad, sino que ésa es precisamente su

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distinción central.83 Es plausible, entonces, concebir el proceso de adaptación como una resemantización de la forma sentido a partir de la semantización por la cual que las ciencias sociales la han condensado. Quizá a lo anterior se deba el que la programación metódica en historiografía no sea simplemente la reproducción de la misma pro­ gramación que se realiza en ciencias sociales. Y esto es probablemen­ te más claro en el siguiente nivel de adaptación: los modelos se co­ rrelacionan con bases documentales. Esos cuerpos documentales, fuentes de archivo, son textos que ya en su propia conformación impresa introducen la posibilidad de romper con la inmediatez de la comunicación, alargando el proceso de recepción. Con esto se alienta no sólo la complejización en el procesamien­ to de la información para el sistema, sino que permite introducir otro nivel de temporalización. La comunicación desde la aparición de la escritura impresa —independientemente de que se pueda ha­ cer énfasis en la autorreferencia (la comunicación misma) o en la heterorreferencia (la información comunicada) distinción sólo accesible desde la comunicación— ya no sólo se produce entre contemporá­ neos, sino que tenemos acceso a comunicaciones realizadas en el pasado.84 Por supuesto, el trabajo sobre las fuentes depende de las orientaciones teóricas, de los problemas formulados y de las previ­ siones metodológicas, a lo que habría que agregar la diversidad de tratamientos que es finalmente consecutiva a la variación en las mo­ dalidades de investigación. 83"C o n esta solución reflexiva del problem a de la recursividad secuencial —y podría hablarse de coevolución— converge el logro evolutivo m ás im portante que, en general, hace posible la com unicación: la representación de la com plejidad en la form a de sentido. También aquí form a significa distinción de dos lados. Los dos lados de la form a-sentido [...] son reali­ dad y posibilidad; o bien en consideración a su uso operativo, actualidad y potencialidad. Niklas Luhm ann, La sociedad de la sociedad, p. 106. 84Ibid., p. 117. Luhm ann refiere la im portancia del texto im preso en la autonom ización que logra sobre los diferentes contextos, tanto respecto al m om ento original com o aquellos a partir de los cuales puede ser leído, com o una tem poralización de la historia. Alfonso M endiola lo expresa así: "L a realidad construida por la com unicación escrita es radicalm ente diferente a la de la com unicación oral. La dim ensión de la tem poralidad que tiene prim acía en la cul­ tura im presa es el futuro y no el presente, com o en la oralidad. G racias a que tiene archivos textuales es capaz, a pesar de estar orientada a la novedad, de reconstruir sus pasados en función de su porvenir. En cuanto a la dim ensión social el m undo de lo im preso [ . ] crea una noción de m undo policontextual." Alfonso M endiola, "L as tecnologías de la com unicación. De la racionalidad oral a la racionalidad im p resa", H istoria y Grafía, M éxico, U niversidad Iberoam ericana, n. 18, 2002, p. 36.

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En suma, los niveles a partir de los cuales los modelos o progra­ mas son historizados se conjugan en ese factor de reentrada de la distinción temporal pasado/futuro en el lado actualidad de la distin­ ción operativa de sentido de actualidad/potencialidad. Las ciencias sociales sólo requieren la secuencialidad al nivel de la prosecución de sus operaciones/observaciones, por lo que incluso las observa­ ciones reflexivas (de segundo orden) no depende de realizar una referencia directa a la distinción temporal de la operación, a pesar de como observación segunda suponga ya tiempo en su conforma­ ción como evento al interior del sistema. Por supuesto que con esto conforman una complejidad de horizontes de temporalidad, pero la diferencia que se ha expresado en términos metodológicos —falsación de los modelos o programas— determina otro nivel de reflexividad que no necesariamente está presente en las ciencias sociales: volver contingentes los marcos actuales de racionalidad. El procedimiento metodológico que desarrollan las vertientes historiográficas es, como ya se vio, de naturaleza sintética o empíri­ ca, pero cubre el conjunto semántico del modelo expresado discursi­ vamente (enunciados predicativos y enunciados condicionales). Esa falsación permite establecer los alcances del modelo, es decir, sus límites, al identificar las diferencias que resultan en su contrastación con los corpus documentales. El conjunto de diferencias obtenidas alimentan nuevos procesos de falsación, ya sea en la ciencia social correspondiente o en la misma rama de investigación histórica. Po­ dría incluso pensarse que para esa disciplina social la investigación histórica aporta la posibilidad de una corrección (histórica) de sus modelos y programaciones que simplemente en su propio horizon­ te metódico no puede realizarse. Por tanto, participa en la reproduc­ ción autopoiética de esas ciencias, pero sólo cuando la historia mis­ ma está en condiciones de impulsar su clausura cognitiva. Esta clausura está relacionada con los programas desarrollados en las diferentes ciencias sociales. La circularidad dibujada com­ prende una combinación entre mutación y duración, entre variación y redundancia, al punto de considerar todo el campo de la investi­ gación social, incluyendo a la historia, como una diseminación de constantes interrelaciones que determinan la reproducción autorreferencial de todo el campo en su conjunto. Si esto es así, entonces cobra valor sostener que la clausura cognitiva de la historia participa

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en ese proceso global, aportando observaciones de tercer orden. De Certau hace referencia a esa circularidad no restringida a la discipli­ na histórica y que conjuga los factores de mutación y duración de la siguiente manera: Ya no puede hacer abstracción [el historiador] de los distanciamientos y de las exclusiones que definen la época o la categoría social a la que pertenece. En su operación, las permanencias ocultas y las rupturas instauradoras se amalgaman. Y esto lo demuestra claramente la histo­ ria, puesto que tiene por objeto diferenciarlas. La frágil y necesaria frontera entre un objeto pasado y una praxis presente comienza a tam­ balearse desde el momento en que al postulado ficticio de un dato que debe ser comprendido, lo sustituye el examen de una operación siem­ pre afectada por determinismos y que siempre puede ser reconsidera­ da, siempre dependiente del lugar donde se efectúa dentro de una sociedad, y por lo tanto especificada por problemas, métodos y funcio­ nes propias.85 Esa amalgama de permanencias (duración) y rupturas instauradoras (mutaciones) permite localizar los lugares presentes que deter­ minan toda operación. La circularidad dibujada entre ciencia histó­ rica e investigación social no sólo permite reencontrar a cada una en sus procedimientos analíticos lo que ya previamente se ha constitui­ do como su condición más eficiente. Esto mismo puede ser planteado para toda ciencia de la sociedad. La localización efectuada circuns­ cribe, finalmente, la capa de latencia involucrada en las operacio­ nes/observaciones, dando pie para el análisis reflexivo requerido en la reproducción de las operaciones/ observaciones subsecuentes. Lo que quiere decir que en la circularidad que muestra los procedi­ mientos y en las interrelaciones operativas (esa situación de transversalidad vectorial analizada) la historia encuentra su carácter fun­ cional: introducir elementos reflexivos con el fin de temporalizar — es decir, volver contingentes— las modalidades de autoobservación de las sociedades tardomodernas. Recordemos que la reflexión se relaciona con la manera por la cual el sistema obtiene informaciones sobre sí mismo. El dinamismo 85 M ichel de Certeau, La escritura de la historia, p. 53. Véase del m ism o autor: La debilidad del creer, trad. Víctor G oldstein, Buenos Aires, Katz, 2006, 326 p. La lectura del capítulo 7 ("L a ruptura instau radora", p. 191-230) resulta pertinente para lo planteado arriba.

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de la reflexión permite que la observación de un modelo del sistema genere operaciones posteriores que transformen sus estructuras, continuando de esa manera los ejercicios de autoobservación. Si como señaló de Certau la historia sitúa las operaciones y las obser­ vaciones en los lugares sociales en donde se producen, la reflexividad aportada consiste en comunicar lo indudable o evidente como lo más improbable. "Pensar como improbable lo ya existente".86 Lo que se deja entrever es la cualidad de la observación historiográfica como observación de tercer orden, pues en su articulación transver­ sal con las ciencias sociales estas ya operan como sistemas observa­ dores de segundo orden. No interroga los esquemas que permiten a un observador de primer orden ver lo que ve. En ese sentido, no observa la operación sino la observación que observa la operación. Si bien este tercer nivel comparte la restricción de toda observación de segundo orden —esto es, puede distinguir los esquemas de distinción del observador observado pero no los que utiliza para hacerlo—, encuentra legitimidad por la situación que guarda frente a las ciencias sociales. Aun así, como tercer nivel de observación sigue necesitando el factor autológico que toda ope­ ración de este tipo pone en juego. Así, el hecho de que las comuni­ caciones historiográficas se dirijan a observaciones de observaciones de observaciones, podría interpretarse como la capacidad de intro­ ducir reflexividad en la reflexividad adquirida como investigación social. Siendo posiblemente esta situación el correlato de una sociedad que sigue encontrando en una lógica de la diferenciación incremen­ tada sus posibilidad de reproducción autopoiética.

86 Alfonso M endiola, "L a inestabilidad de lo real en la ciencia de la historia: ¿argum en­ tativa y/o narrativ a?", p. 118.

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D I6

2015

Betancourt M artínez, Fernando Historia y cognición: una propuesta de epistemología desde la teoría de sistemas / Fernando Betancourt M artínez. — México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas; Universidad Iberoam ericana, 2015. 344 páginas. — (Instituto de Investigaciones Históricas. Serie Teoría e Historia de la Historiografía; 12) ISBN UNAM: 978-607-02-6586-0 ISBN UIA: 978-607-417-316-1

1. H istoria - M etodología. 2. Historiografía 3. H istoria - Filosofía. 4. Epistemología. 5. Cognición. 6. Teoría del conocimiento. 1.1. II. ser

Prim era edición: 2015 D R © 2015. Universidad Nacional Autónom a de M éxico I n s t it u t o

de

I n v e s t ig a c io n e s H is t ó r ic a s

Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n., Ciudad Universitaria Coyoacán, 0 4 5 1 0 México, D. F. www.historicas.unam.mx ISBN 978-607-02-6586-0 D R © 2015. Universidad Iberoam ericana, A.C. Prol. Paseo de la Reform a 880, Lomas de Santa Fe Alvaro Obregón, 01219, M éxico, D. F. ww w .ibero.m x ISBN 978-607-417-316-1

Im preso y hecho en M éxico

s

Indice

PRÓLOGO.............................................................................................

7

1. C iencia y sociedad : los m arcos de una DISCONTINUIDAD HISTÓRICA .................................................

17

Ciencia y criticidad: la fundamentación como problema filosófico................................................................................... Cognición y estructura: la lógica de las expectativas ............... La observación como operación. Evolución y teoría social . . . . Diferenciación y autorreferencia s o c ia l...................................... La comunicación como operación social .................................... Contingencia, complejidad e improbabilidad: el orden de lo laten te............................................................................ 2.

3.

EPISTEMOLOGÍA Y TEORÍA DE SISTEMAS: LO COGNITIVO EN uNA viSIóN TRANSFORMADA..........................................

17 25 35 44 52 60

71

El conocimiento y su atribución ................................................. Constructivismo, historia de la ciencia y socioepistemología . . . . Los límites de la epistemología convencional: lo empírico y lo trascendental .................................................................. Circularidad y conocimiento cien tífico...................................... La cibernética de segundo orden y el papel de las paradojas . . . . Autoobservación y regionalización de la epistemología ........... La temporalidad de la operación y la reflexividad..................... La verdad científica y su codificación ........................................

71 81 90 99 106 115 124 134

operativa .

LA HISTORIA MODERNA COMO RACIONALIDAD De la moralización a la c o g n ició n ___

147

Modernidad, moral y conocimiento............................................ La historia como empresa racional...............................................

147 155

342

4.

H ISTO RIA Y COGN ICIÓN

Antropología y retórica: el sujeto como un lado de la distinción ...................................................................... Positivismo y escatología: la unidad de la diferencia................. Sentido y teorías reflexivas: la asimetrización...........................

162 171 179

LA HISTORIA y su CONDICIÓN COGNITIVA. Epistemología e h is t o r iz a c ió n ........................................

193

Transversalidad y disciplina histórica: una modalidad epistémica................................................................................ Dispersión teórica y diferenciación procedim ental................... Foucault: bases para una lectura desde la teoría de sistemas .. Textualidades y comunicación..................................................... Configuraciones, a prioris históricos y complejidad sistémica.. Ciencias humanas e historia: un equívoco de origen ................. Transferencia categorial: esquematismo y problemática em pírica.................................................................................. La condición epistémica de las ciencias sociales y la transdiciplinariedad de la historia................................ 5.

193 201 209 218 224 232 241 251

La ciencia histórica como orden cognitivo em ergen te ..................................................................................

263

Historia y acontecimiento: el valor de la contingencia............... La diferenciación interna de la historia y su complejidad cogn itiva................................................................................ Las ciencias sociales como entornos de la historia..................... Orden procedimental y clausura cognitiva................................ Las programaciones historiográficas y su forma operativa . . . . Metodología e investigación histórica........................................ Falsación autorreferencial, limitacionalidad y observaciones de tercer orden ........................................................................

263 271 277 284 295 305

Bib l io g r a fía .....................................................................................

327

315

H istoria y cognición. Una propuesta de epistem ología desde la teoría de sistemas editado por el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, se terminó de imprimir el 8 de mayo de 2015 en Hemes Impresores, cerrada de Tonantzin 6, colonia Tlaxpana, 11360, México, D. F. Su composición y formación tipográfica, en tipo Book Antiqua de 11:13, 10:11 y 8:9.5 puntos, estuvo a cargo de Sigma Servicios Editoriales. La edición, en papel Cultural de 90 gramos, consta de 500 ejemplares y estuvo al cuidado de Israel Rodríguez