Historia Social Y Politica De Alemania II

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ANTONIO RAMOS-OLIVEIRA

Historia social y política de Alemania

C O

Je FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

Primera edición, 1952' = Segunda edición (corregida y aumentada), 1964 Tercera edición (corregida, aumentada y puesta al día) , 1973

I). R . © 1952 F ondo

de

C ultura E conómica

Av. de la Universidad, 975; México 12, D. F. Impreso en México

I. EL NACIONALSOCIALISMO g u er ra había levantado los cimientos de la socie­ dad europea. Los cuatro años y medio; de ¡espantable lucha no podían menos de dañar m ortalm ente-;a las seculares y poderosas monarquías del centro y del este de Europa. El Imperio austro-húngaro,pía monarquía imperial prusiana y el zarismo, que en 1914 aún pare­ cían eternos -^cuando-menos a quienes los encarna­ ban— se desplomaban como colosos de barro. La revolución era inevitable en las naciones ven­ cidas, no sólo porque la derrota acentuaba en ellas la miseria y el descontento, sino también- porque las cla­ ses directoras habían perdido, con su fracaso en la política'y en la guerra., la autoridad moral que todavía les quedara. Inició el movimiento-' revolucionario europeo el so­ cialismo ruso con el destronamiento del zar, NicolásTI, en marzo d e l9 1 7 ;: el: 7 de noviembre los bolcheviques arrebataron el poder al- socialista Iíerensld. Y en seguida se vio que las masas europeas no se conformaban ya con la revolución política, con la República: querían la revolución social, la implantación de alguna forma de socialismo. En Baviera se constituyó un gobierno rojo. En Hungría, los obreros, acaudillados p or Bela Iíun, se apoderaron del Estado en 1920. Ese mismo año ocuparon las fábricas los obreros italianos^ Müstkfá Kemal, osando hacer lo que parecía imposible,: destruía la vieja e. indolente Turquía de los sultanes y los serra­ llos. En España, que ¡ había-sido neutral en la guerra, comenzaba a tambalearse.la. monarquía. Existía en los primeros años de la posguerra una coyuntura revolucionaria ¡ en Europa. Italia figuraba entre las potencias victoriosas .que habían perdido, la guerra; su triunfo había sido costoso y falaz. Las indus­ trias italianas estaban paralizadas; la miseria era; gene­ ral, pues la guerra había casi liquidado a la clase,media, justamente como en los países derrotados. Italia se

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retiraba de Versalles resentida y quejumbrosa, con un formidable complejo de inferioridad. Para las naciones descontentas no. hubo paz; la paz internacional fue el principio de la guerra civil. La tranquilidad de. Europa en lo futuro, dependía de cómo se resolviera es.ta. guerra civil.; El proletariado era internacionajista y quería la paz. Pero la burguesía, los gene­ rales, las; viejas castas habían sido afrentados por la derrota, que: ellos habían fraguado, y pronto soñarían con el desquite. Por si no . bastara .la humillación e in­ contables casos de ruina personal que, siguieron a la guerra, ahí estaba, el proletariado hablando de emanci­ pación y tratando de dar a esas clases sociales el golpe de , gracia. La revolución social venía, a acabar con lo. que quedaba de propiedad privada y a im plantar .un régimen intemacionalista. Pronto se produjo la reacción de los valores e intereses amenazados, y con doble ca­ rácter. Los ultraconservadores ; no podían aspirar a ganar a las masas , con programas reaccionarios trasnochados; ya no les era dable dirigirse, a la clase media, como antes, porque no había clase media. E n . esos países: la sociedad se había proletarizado. Era forzoso prometer hondas reformas sociales, pero las. reformas sociales, so­ cialistas, si: fuera menester, habrían de realizarse,: en el sentir, de los reaccionarios, en un marco nacional, nacio­ nalista; Porque el internacionalismo era incompatible con el impaciente afán de venganza que se apoderó de la burguesía y la aristocracia al verse vencidas,: insultadas y humilladas. Les urgía, así,-combatir al socialismo en su doble y —para ellas pernicioso— aspecto de doctrina colectivista y movimiento intemacionalista. La fórmula que comenzó a circular resultaba perfecta: socialismo nacional o nacionalsocialismo, por otro nombre, el fas­ cismo. El nuevo régimen triunfó primero en Italia; El so­ cialismo italiano se había radicalizado como consecuen­ cia del desbarajuste económico, que en 1920 daba a

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Italia apariencia de nación vencida en la guerra. El proletariado hizo una terrible cosa en política: atemo­ rizó a la burguesía sin tener la fuerza, ni el propósito, ni la decisión, indispensables para reemplazarla como clase directora. Los socialistas estaban divididos y des­ orientados. Ni “hacían la revolución” ni daban minis­ tros al rey. Los capitalistas acabaron diciendo a los obreros: “ ¡Haced la revolución, o dejadnos en paz!” En el régimen constitucional no había solución para aque­ lla crisis, y el rey resolvió el problema entregando el poder a Benito Mussolini. Mussolini, un soreliano me­ galómano, había desertado del socialismo y creado el movimiento fascista apoyándose en los ex combatientes y en el considerable sector social de los declassés, de las gentes que se habían quedado sin fortuna, sin ocu­ pación y sin meta en la vida como consecuencia de la guerra. Estas masas desesperadas y alharaquientas cons­ tituyeron en Italia la base social del fascismo. De igual pelaje eran las masas que reclutó el nacionalsocialismo alemán. En resumen, el fascismo era el tipo de contra­ rrevolución propio de una nación proletarizada/ cuya clase media había sido expropiada por la inflación y los impuestos y el desbarajuste de la guerra y cuya gran burguesía se sentía seriamente amenazada. Era una “contrarrevolución preventiva”, tal como la definió Fabri. Después que Mussolini pasó a gobernar en octubre de 1922, el nacionalsocialismo alemán estuvo en con­ tacto con el fascismo italiano. H itler envió agentes a Mussolini —uno de ellos Ludecke— para pedirle ayuda moral y fondos para el movimiento alemán. Los italia­ nos prometieron apoyar al partido nazi con la propa­ ganda y en su diplomacia. Sin embargo, entre el fascismo y el nacionalsocialis­ mo había algunas diferencias que precisa apuntar. El fascismo italiano recibió su principal impulso práctico de la gran burguesía industrial' y se hallaba en conflicto con el ejército, que no sentía simpatías por una orga-

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nizadón¡ .paramilitár;, demagógica que podía: socavar Lsu posición en el Estado. El ejército italiano se adhirió al fascismo^ cuando .ya =lo habían hedió los industriales,; y jamás llegó a identificarse completamente con ese movi­ miento.: En Alemania, por lo. contrario, el verdadero fun­ dador del. nacionalsocialismo fue el ejército, la Reichs­ wehr. La g ra n ,industria respaldó a H itler mucho más tarde, cuando va había adquirido el movimiento nazi fuerza incontenible. La .diferencia de origen entre el fascismo y el. nacionalsocialismo era lógica, y la esta­ bleció, por repercusión, el Tratado de Versalles. Italia no había¡.pasado p o r las: horcas caudinas. de la paz dic­ tada.. El:¡ejército italiano no : había . sufrido, la afrenta de una derrota definitiva, ni el Tratado de. Versalles le afectaba. Pero, el ¡T ratado de ¡Versalles aniquilaba lá orgahizadón¡ m ilitar alemana.. El disgusto.de Italia pol­ la forma ¡en que se ¡selló la¡ paz se había concentrado en los sectores imperialistas, en el capitalismo. Badoglio,. el jefe del Estado. M ayor italiano, despredaba a los fas­ cistas Pero Ludendorff, , su, equivalente en Alemania, figuró, al. lado de H itler en e l ¡putsch de, 19 2 3 .:Versalles, en resoludón, había h erid o ,al capitalismo italiano, capi^ talismo expansionista, pero no había ofendido al ejército italiano. • El Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán En la Alemania, de 1919.; se : produjo un fenómeno propio; de los.pueblos , en .crisis: apareció el curandero social. Formáronse gran número, de sectas, cada, una dé las cuales, pretendía poseer, el secreto o talismán que sacaría a la nación de su miserable estado. Una de esas sectas, constituida por 40 individuos,! era el Partido Obrero Alem án (Deutsche Arbeiterpartei), que, había fundado un obrero tornero sin trab ajo:.A n tón .D rexler ...Adolfo H itler sirvió, en el ¡frente durante la guerra, y cuando ¡llegó la desmovilización continuó ,adscrito; en Munich al nuevo ejérdto de voluntarios, ,1a Reichswehr,

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en calidad. de Gefreiter, especie de soldado distinguido. Echaba discursos a los soldados en los cuarteie ) en estas “lecciones" a la tropa advirtió —según, el : mismo contaba— que era capaz de hablar en público. Aparte; de eso, H itler tenía la misión de.asistir a las reuniones políticas, y en Munich, las había entonces de todo li­ naje; luego in fo rm ab aa sus jefes de lo que se decía en los mítines.:: D e : esta.- suerte; tomaba la Reichswehr; el pulso a la opinión pública. H itler era;,; en sustancia, un espía del ejército. Tenía por jefe: inmediato al capitán Rohm, de la sección política en el Estado M ayor, de Von Epp, comandante de lá, Reichswehr en Baviera. ;j , Atrajo a H itler el ambiente del Deutsche Árbeilerpartei y acabó ingresando en é l.;Desde un principio ..se situó a la cabeza del pequeño grupo. Vemos, pues,.que H itler inicia, sus pasos en la polí­ tica alemana como agente de la Reichswehr y que d Partido Obrero Nacionalsocialista Alem án, —nombre que dio H itler a la secta de D rexler— :aparece desdé un principio ligado al ejército. Bajo la dirección de H itler el movimiento se .des­ arrolla rápidamente. Gottfried Feder —un afiliado .que impresionó a H itler con su conocimiento de la econo­ mía— redactó el programa del partido. Gregrorio,;Stras: ser, jefe de los ex combatientes nacionalistas de Baviera, incorporó sus ttopas al nacionalsocialismo. .Entonces comenzó a llamarse esta organización param ilitar Sturm-Abteilung (S. A., Sección de Choque). La S. A. tenía la m últiple y escalofriante misión de ejercer una violenda total, psicológica y física, aterrorizar ■a las gentes y servir de fuerza m ilitar ; regular. Fue armada por el ejército. Se formó con elementos de los Freikorps, que se habían opuesto a las fronteras del Tratado de Versalles, con revolucionarios de la posguerra y todo género de delincuentes. Cuando salió de la cárcel y reorganizó;la S. A., H itler eligió por jefe a Fránz Pfeffer von Salomon, que había acaudillado los Freikorps en Westfalia y el Báltico, luchado en la A lta Silesia y to­

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mando parte en el putsch de Iíapp y en el sabotaje en el Ruhr. Todo miembro de la S. A. que contrariaba gravemente las normas de esta milicia era asesinado por sus compañeros. A esto llamaban Fememord. El partido no podía haber prosperado- sin apoyo financiero. Tam bién en esto fue la Reichswehr, no los industriales, la organización que primero aportó medios y ayuda al nacionalsocialismo. Los militares habían descubierto en H itler al agitador ideal, al hombre .que “entendía el problema” desde el punto de vista del ejército; y Rohm, es decir, la Reichswehr, tomó, a su cuenta que H itler no careciese en ningún momento de fondos; Así pudo el ex cabo hacer de una de tantas sectas; un partido, uniform ar y sostener a la S. A. y adquirir un elemento esencial para la propaganda: la prensa. Con dinero de la Reichswehr, Adolfo H itler adquirió el Vólkischer Beobachter (EL Observador Po­ pular) publicación quincenal, v lo transformó en diario del nacionalsocialismo. El movimiento hitleriano tenía traza y carácter dema­ gógicos. H itler sabía que sin un programa de contenido social no se atraería a las muchedumbres, ni restaría adeptos ál socialismo y al comunismo, y esa fue la razón de que prometiera el socialismo al pueblo alemán, un socialismo sui generis, compatible c o n : el más agresivo nacionalismo. El programa nazi ’ constaba de 25 puntos, algunos de los cuales, conviene reproducir aquí. Comienza el documento con una introducción sin duda necesaria, en la que se aclara que ha de tomarse como programa pro­ visional, dado que el nacionalsocialismo aspira a una revolución todavía más profunda1 que la perfilada en los 25 puntos. He aquí lo esencial: “ 1. Pedimos en nombre de la conciencia nacional la unión de todos los alemanes en una gran Alemania. “2. Pedimos-la anulación completa de los tratados de Versalles y Saint-Germain. “3. Pedimos tierras de cultivo para alimentar a

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nuestro pueblo, y colonias. para el exceso de nuestra población. “4. Sólo el individuo alemán puede ser ciudadano. Sólo el que lleva sangre alemana en las venas puede ser súbdito alemán. Así, los judíos no pueden ser ciudada­ nos alemanes. “10. El prim er deber de todo ciudadano alemán es el de crear intelectual y manualmente. La actividad del individuo no debe en modo alguno lesionar los intereses de la comunidad, sino solamente desenvolverse dentro de los límites de la utilidad general. “11. Por eso pedimos: La supresión de las rentas que no procedan directa­ mente del trabajo intelectual o manual. ' La abolición completa del interés que renta el ca­ pital. “ 13. Pedimos la nacionalización de las grandes em­ presas. “14, Pedimos el reparto de los beneficios de la gran industria. “17. Pedimos una reforma agraria radical, que sa­ tisfaga las necesidades nacionales, y la preparación : de una ley especial que instituya la distribución gratuita de tierras con fines de utilidad pública. “22. Pedimos el licénciamiento del ejército profe­ sional y la formación de un ejército nacional. “24. El Partido admite los principios fundamentales del Cristianismo, sin inclinarse, n o .obstante, a un culto determinado, sea el que sea; combate el espíritu judeomarxista dentro y fuera del movimiento, y está con­ vencido de que el pueblo no podrá curarse de la per­ niciosa influencia de éste más que inspirándose en el principio siguiente: el bien de todos para el bien de cada uno. “25. A fin de lograr todas las reivindicaciones que acabamos de exponer, el poder central del Reich debe ser fuerte, y el Parlamento central, al que estarán so­ metidos todos los países de la nación, como todas las

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instituciones del Estado, deberá gozar autoridad abso­ luta.” L a conquista de "Lebensraum” en el Este a expensas de Rusia Dé ese programa los puntos de mayor ¡ transcendencia eran el 2 y el 3 porque en ellos se anunciaba la guerra, y el partido nazi, debía ser visto, no cómo socialista, ni siquiera como partido antisemita ante todo, sino como un partido de guerra. Pero el punto o era, a nuestro ver, el más importante, pues H itler no tuvo otra fina­ lidad en su vida que: la de robar vastos territorios en el este de Alem ania y colonizarlos sin; piedad para sus dueños, como la antigua Orden Teutónica. En eso se resumía y aquilataba toda la política exterior de Hitler. ‘H itler desarrolla su tesis con sorprendente candidez en el capítulo 4 de M ein Kam pf (Mi Lucha). La po­ blación de Alemania —dice— crece a razón 1de' 900 mil personas por año. Cada día serán mayores las dificul­ tades pará alim entar ese ejército (Hitler ve =al pueblo como’ ejército)! de nuevos ciudadanos, y llegará un mo­ mento en qué"Alemania desemboque’ en una tremenda catástrofe, si no encuentra medios ni vía de atajar ese peligro de empobrecimiento que culminará en el-ham ­ bre nacional Alemania puede im itar a-Francia, y- redu­ cir artificialmente la natalidad, pero eso sería “robarle 'el- futuro al pueblo alemán”, Otra solución tal vez fuera la colonización interior —sigue discurriendo el Füh­ rer—, pero, no bastaría. Alem ania necesita nuevo terri­ torio y :nuevo suelo. Por tanto, la salida más ventajosa sería adquirirlo. ¿Dónde? No en los Camerones- (es decir, én África). Sólo en Europa cabía obtener nuevos territorios. La Providencia no quiso dar a un pueblo cincuenta veces más territorio ' que a otro. “Las fron­ teras políticas no pueden distraernos de -las fronteras étemás del derecho. Si en la tierra ;hay espacio para todos, es evidente que también se nos puede dar a

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nosotros el que habernos menester para vivir. Y eso no se hará de buen grado. Quiere decirse que tendremos que tomar el territorio con-el puño.” En Europa sólo a costa de Rusia cabía lograr territorio y tierra en gran escala —continúa el jefe nazi—, y el nuevo Reich tenía que haberse puesto en movimiento por la rula de los caballeros de la Orden Teutónica, y con la espada ale­ mana, dar al arado alemán el surco de donde obtendría la nación el pan de cada d ía ' • Para poder operar de ese modo —reflexiona más adelante H itler— había que entenderse con Inglaterra, y, cubierta la espalda, comenzar la nuevá campaña germánica. Teníamos el mismo derecho a hacerlo que nuestros antepasados. Ninguno de nuestros pacifistas se resiste a comer el pan del Este, aunque el prim er arado tuviera otro nombre: aspada. H itler concluye su filosofía del Lebensraum (espacio vital): “Se sabía que la adquisición de nuevas: tierras sólo podía buscarse en el Este. Viose que la-lucha era necesaria, pero se quiso la paz a cualquier precio.' Bien sabemos cómo se ha conseguido.” . ■ El punto 2 del programa nazi, la derogación-del Tratado de Versalles, era una aspiración más‘ realizable v menos importante para Hitler, aunque precediera en el programaba la conquista de territorio. Ese p u nto-y el 22, p o r el que se pedia la formación de un ejército nacional, apuntaban a una misma cosa: el rearme. Di­ ríase que el programa había ; sido, redactado en los cuarteles —y probablemente lo fue—, pues ésas eran ambiciones urgentes de los militaristas. _ H itler expondría también su política de-anexión de territorios en el Este en. el. Industrieclub, en /Ess'en, en el otoño de 193!, invitado por Fritz Thyssen, y en otras ocasiones. El 3 de febrero de 1933, recién llegado H itler al: poder, el. general Blomberg organizó u n a're­ unión de comandantes del ejército en casa del general Hammerstein-para celebrar el cumpleaños de-Von Neurath. A llí dijo H itler claramente que:iio-había más re­

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medio “que conquistar Lebensraum en el Este y germa­ nizarlo sin misericordia”. Viene a la memoria la excla­ mación, de Fausto: "Eróffn' icli Ráume vielen Millionen!” Un partido que en los puntos 13 y 14 de su pro­ grama reclamaba la nacionalización de la industria y=la expropiación de sus beneficios tenía que ser sospechoso en principio a los grandes capitalistas. El punto 17, con la petición de una reforma agraria y el reparto de, las tierras, constituía una amenaza para, los terratenientes. Mussolini, que necesitó desde el prim er momento el apoyo de los industriales, se guardó de publicar un programa, y más un programa que pudiera sembrar el recelo entre la burguesía. Sin duda por esa razón,; el condotiero italiano prefirió ir al poder sin un programa determinado e improvisar su política gubernamental, según ordenaran las circunstancias. El fascismo italiano siempre fue;pragmático.: A H itler: nunca le preocupó seriamente el programa social. Su instinto político le dijo que el racismo y el pangermanismo no bastaban para atraerse a las multi­ tudes. De. ahí su flagrante demagogia. La experiencia del fascismo en Italia tuvo mayor influjo del que comúnmente se cree en la formación del movimiento nacionalsocialista alemán. H itler se­ guía con atención la marcha de los acontecimientos en Roma, e incorporó: a su partido el contenido esencial de la política- de Mussolini y las ideas que vertían los líderes fascistas en sus publicaciones y discursos; Por algún tiempo, los nazis pensaron im plantar el Estado corporativo, y de él hicieron propaganda, en su prensa. H itler se declaró admirador de Mussolini, de quien tuvo un busto en su despacho de la Casa Parda en Munich. Para H itler, lo sustantivo era lo: nacional; el socia­ lismo lo adjetivo. Es más: todas sus ideas chocaban con este: último concepto ;y repugnaban cualquier clase de socialismo,- nacional o internacional. Por eso entró pron­

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to en conflicto con el grupo de nazis que creían inge­ nuamente que un partido se da un programa para realizarle y anteponían Ib social a lo nacional, bien que repudiando siempre el internacionalismo. La oposición de Otto Strasser en 1930 se originó en el violento anti­ socialismo del Führer. En realidad, H itler lamentaba haber tenido que dar al partido un programa equívoco. Cuando Otto Strasser le recordaba en 1930 que el partido se llamaba nacionalsocialista, H itler respondía desconcertado: “Esa palabra, socialismo, es lo malo.” En la visión del jefe, el socialismo nacional de Strasser era marxismo puro, bolchevismo. Lo que había de sincero en el programa nazi, y lo que la mayoría de los líderes se proponía cumplir eran los puntos 1, 2, 3, 4 y 22. La gran Alemania, la con­ quista de territorios en el Este, la destrucción del T ra­ tado de Versalles, el gran ejército y el antisemitismo. Los judíos eran la víctima propiciatoria, el chivo expiatorio de la religión nazi. La miseria, la especulación y la desmoralización nacional que siguieron a la guerra hicieron que resu­ citara con fuerza extraordinaria el antisemitismo ale­ mán. Ya lo había dicho Emilio Zola: “El antisemitismo es, en los países en que realmente adquiere virulencia, el arma de un partido político, o el resultado de una difícil situación económica.” Los jefes ?iazis A tal partido y a tal programa, tales hombres. Decía Napoleón en Santa Helena que el secreto de su triun­ fo era haber nacido en la época y en la nación justas para que se desarrollara su personalidad. H itler sólo podía triunfar en una sociedad desconcertada, nihilis­ ta. Su fuerza personal procedía de cierto poder hipnó­ tico que todos sus asociados íntimos han señalado. Poseía enorme sugestión personal sobre sus acólitos: Rohm, Goring, Gregor Strasser, etc. Pero su virtud

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hipnótica fallaba, con los individuos: de psicología, nor­ mal, Sus ‘ discursos, no hubieran sido eficaces, dirigidos a . una masa sá tisfecha, libre de rencores, con sentido del humor. H itler era un paranoico que hablabá a un pueblo; herido; gravemente. en su moral y- en.: su razón porvía: guerra y por 'el caos : d e . la posguerra, que en Alemania nunca tuvo fin .' Buena parte de los; jefes nazis eran también .hom­ bres: anormales, clientela de psiquiatra. La sugestión personal, el hipnotismo de Hitler, operaba sobre ellos conv fuerza que ellos mismos calificaban de; irresistible, pero nada misteriosa para el psicoanalista. En el orden moral eL nacionalsocialismo era una selección social al revés. El entourage de Hitler, el grupo de sus, íntimos en los: primeros años del movimiento, nacionalsocialista definía m ejor al partido y a su jefe que los; 25 puntos del programa. Rosenberg, el teórico del racismo, i r a -un soñador, un poseso; por la idea de la supuesta superio­ ridad de la raza nórdica. Rohm, Christian W eber y Julio Streicher, homosexuales;'notorios.; Emile Maurice, el chofer de Hitler^ un sádico. Hofmann, el fotógrafo de H itler, un amoral. Himmler, un hombre in cap ar de sen­ tir .‘.emoción. alguna,- depravado, escalofriante.; Goring, un sujeto brutal, degenerado, gran consumidor; de dro­ gas estupefactivas. Más tarde se, incorporó, al movimiento José Goebbels, un resentido contra la sociedad y contra la vida, cojo y contrahecho, un “diable boiteux". Adolfo H itler se movía entre esos individuos, y los más perversos eran sus más íntimos. Pero él no parti­ cipaba, de sus vicios.- Los ignoraba.- “He seguido mi camino con -lau-infalible seguridad de un sonámbulo”, decía e l-p ro p io Hitler. Buenos o malos, malvados o santos, H itler toleraba a todo el que se le rendía y le obedecía ciegamente. Los hombres eran para él simples instrumeritos de una política'.-: H itle r era un poseído por !a idea de la gran Alemania, y fuera de eso nada le atraía ni le absorbía. No tenía amigos, no amaba a nadie. Sólo le interesaban los libros; , repudiaba • las

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bebidas alcohólicas; no fumaba. Su religión era Alema­ nia. Decía que le seducía Wagner, la mitología nórdica. H itler no gozaba de la vida a la manera de los demás mortales. Y no. gozaba —decía Otto Strasser— por cálculo: los vicios restan energías y el “salvador" de Alemania las reservaba todas para su¡ misión histórica. ¿Cuál era esa misión? Emancipar a la “raza” ale­ m an a:)’ hacerla dueña del mundo. Pero Hitler, que era el producto de una situación específicamente ¡ ale­ mana, representaba cuanto en ese momento habíá de negativo en el pueblo alemán. El Führer era lanzado a la escena-por los,bajos instintos de la nación, despiertos y agresivos: el racismo, el expansionismo, el militaris­ mo, el deseo de desquite y venganza, el resentimiento. Un espíritu demoniaco se aprestaba a dar la batalla a todos los valores sociales que se oponían a la disolución nacional. Lo que había ,en el programa nazi de des­ tructivo, de anti, se realizaría; lo constructivo quedaría en letra muerta. H itler y Goebbels y. todos los propagandistas del nacionalsocialismo actuaban sobre una masa predispues­ ta a recibir sus doctrinas de destrucción. Por las grandes ciudades se paseaban miles y miles de oficiales del ejér­ cito que- no tenían nada que hacer, que se habían quedado sin profesión y sin medios de vida. Y no" era ésta la única masa sin esperanza. La guerra había; hecho estragos, en el alma del pueblo alemán. La gran desilu­ sión colectiva hacía a. unos escépticos o cínicos, como lo eran casi todos los políticos alemanes en la Repú­ blica, o fanáticos nihilistas, resentidos incurables, hom­ bres qúe sólo sabían odiar. H itler reunía todas las condiciones personales para triunfar en ése medio. Su lenguaje era el de un hombre fracasado en la vida que se dirigía a un pueblo fracasado en la Historia. Hasta ese momento ei destiño había sido sobremanera severo con Adolfo H itléí. Quiso ser ar­ quitecto, y no pasó de albañil. Soñó con triunfar como pintor de arte, y tuvo que pintar puertas y ventanas

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para poder vivir.1 Cuatro años estuvo en los frentes de guerra, y no pasó de caboj La parte psíquicamente enferma de la nación ale­ mana se encontraba, pues, a sí misma oyendo a Adolfo H itle r,: el Ausgeschlossener, el excluido. La multitud desesperanzada se identificaba con el orador; con el hombre frustrado. H itler no hubiera sabido hacer otra cosa. Si hubiese cambiado la situación de Alemania, H itler hubiera vuelto a ser el hombre de otros días: el inadaptado, el oscuro sujeto que odiaba en un rincón sin que nadie lo supiera. Pero en aquellas circunstancias H itler no tenía rival en el arte de arrastrar a. las m ul­ titudes. Aquella era su hora, y : lo milagroso hubiera sido que no triunfara, que se le escapara la presa. Si se le hubiese dicho que hablara de un tema constructivo se habría visto que no sabía. Si se le hubiese pedido que narrara ante las masas un episodio, con su lógica, con su principio y su fin, se habría visto que se perdía. Su fuerte eran las abstracciones, el llamamiento a las pasiones, no a la inteligencia. H itler odiaba a la in­ teligencia. Ante todo, H itler era un actor, sus recursos psico­ lógicos le permitían con asombrosa facilidad aparecer indignado o sereno, pasar de las fuertes borrascas de ánimo a la calma. Se autosugestionaba para el papel que iba a representar en la tribuna o en sus: famosos encuentros diplomáticos. Era el perfecto simulador, rico en estratagemas del más variado, carácter, todas ende­ rezadas a conseguir su designio de dominar o hacerse obedecer. Cuando los gritos y su poder hipnótico J e fallaban, derramaba lágrimas (de propósito no decimos que lloraba). Además de buen actor político, H itler era un genio de la propaganda. Con tales prendas y cualidades ac­ tuaba ventajosamente respecto de los demás líderes de la política alemana en ese momento. No sólo porque i “Un día estuvo claro para- raí que sería pintor”. Mein 'Kampfi I, p. 7. . .

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la nación: estaba enferma, sino también porque de to­ dos los hombres que tomaban parte activa en la direc­ ción de los destinos de Alemania, H itler era el único que sabía lo que quería y el único, igualmente, que estaba dispuesto a triunfar a toda costa. H itler creía en algo y creía fanáticamente. Los demás líderes de la política alemana eran medianías burguesas, que no creían en nada. La República de Weimar, tan domés­ tica y tan hueca, carecía de brillo y de sustancia. El putsch nazi de 1923 en Munich El golpe de Estado de Mussolini señaló el fin de la coyuntura revolucionaria creada en Europa por la gue­ rra. El fascismo inició la gran ofensiva de la reacción europea contra la amenaza proletaria. La reacción pasó entonces de la defensiva a la ofensiva. La toma del poder por los fascistas en Italia fue seguida de una dictadura m ilitar en España, de una situación política reaccionaria en Francia y del putsch de H itler y Ludendorff en Baviera. La llegada al poder de Mussolini es­ timuló al nacionalsocialismo alemán a hacer su primera salida contra la República. El general Von Epp, jefe de la Reichswehr en Ba­ viera, se le había hecho sospechoso al gobierno de Berlín, que no ignoraba los movimientos de los ex com­ batientes ni los contactos que existían entre esos ele­ mentos y la jefatura del ejército. Las tropas nazis habían celebrado en mayo de 1923 una concentración en Oberwiesenfeld, ensayo general del putsch que tuvo efecto en noviembre. En septiembre destituyó el go­ bierno del Reich a todos los altos jefes militares del ejército en Baviera y mandó a Von Kahr, un monái'quico, como hombre de confianza, en calidad de comisario del Estado con plenos poderes. Von Epp pasó a la reserva y fue sustituido por el general Von Lossow. De la jefatura de la policía bávara se encargó el coronel Von Seisser.

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Los nazis se reunían ' todas las; noches en cuartos reservados de la. BürgerbrdUj Timi cervecería de Munich. A llí conspiraban -libremente.; .Hitler sentía, impaciencia por desencadenar la revolución.; Creía que había llegado la hora.. Los conspiradores eran, entre otros, además; de H itler: Rohm, Goring,; Gregor Strasser, Hess y Streicher. El general Ludendorff, que vivía fuera de Munich y no asistía a las reuniones, estaba, también complicado en la conjura. H itler fijó el 8 de noviembre para dar el golpe. Ese día se concentraron en Munich unos 1 000 hombres del nacionalsocialismo. Von Kalir, el representante del gobierno de. Berlín en Baviera, iba a hablar en un m itin monárquico que se celebraba por la noche, en la Eürgerbrau. La idea de H itler era ganar a las autorida­ des para; la revuelta. Y así, a la hora convenida penetró H itler en el local, seguido de sus fuerzas de choque. Otros, destacamentos rodearon el edificio. En ese mo­ mento, pronunciaba. Von ICahr. su discurso; H itler inte­ rrumpió el mitin, se subió sobre una silla y disparó su revólver contra el techo.“ ¡Ha, comenzado la revolución nacional!.”, gritó con voz .nerviosa. A;, continuación; in­ vitó a Von Kahr, a Von Lossow y a Von Seisser. a lina conversación en habitación aparte. El jefe;¡nazi sacó su revólver otra vez y les dijo ;que había en él cuatro balas, una . por cabeza, por si; fracasaba. la revolución (De esto parece desprenderse que H itler pensaba suici­ darse si no triunfaba el golpe.) ¿Se unirían las autorida­ des a los sublevados? La situación del Comisario del Es­ tado, el jefe de la Reichswehr y el jefe d e .la policía no podía ser más singular, digna de que la pintara la pluma de Aristófanes. Entablóse una disputa bizantina, porque a Von Iíahr no le permitían sus principios mo­ nárquicos aceptar a H itler como jefe del Estado, que era el puesto que el agitador nazi se reservaba, A l fin llegaron a un acuerdo: H itler había cedido el alto sitial a la dinastía de los Hohenzollern. Los reunidos formaron un gobierno, en el que Von

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Kahr sería regente de Baviera, Ludendorff, jefe del¡ ejér­ cito nacional, Yon Lossow, ministro de la guerra, y Von Seissér, ministro de policía: del Estado federal. Entre tanto se había, presentado: Ludendorff¿ que se declaraba a la disposición del “gobierno nacional”; Los conjurados pasaron la noche en la incertidum^ bre, sin saber qué hacer, salvo Von Kahr y sus subordi­ nados, que tomaron medidas sigilosamente'pára sofocar el putsch. Las secciones de choque nazis habían comenzado a actuar p or su cuenta. A media1 noche, unos 200 hitle­ rianos, armados de granadas de mano, fusiles y pistolas; asaltaron los periódicos socialistas M ünchener Post y Bayerische V olksblattes. Destrozaron todos los vidrios y las bibliotecas y se llevaron las máquinas de escribir y todo el dinero que hallaron. A l día siguiente, 9 de noviembre, H itler propuso que se saliera a la calle, a hacer una demostración de. fuerza; Pero Munich estaba ya ocupado por la Reichswehr y la policía. A l frente de la manifestación iban H itler y Ludendorff. Los ¡ sublevados habían lan zad o'u n manifiesto. “Cinco años ha durado la revolución que en estos días t e r m i n a . E n la Marienplatz, el público vitoreó con entusiasmo a: los insurgentes. Peró al llegar los manifes­ tantes a la altura del Feldherrnlialle, las fuerzas del go­ bierno abrieron fuego, y Icomenzó la huida de los nazis. Ludendorff continuó avanzando imperturbable; H itler se parapetó detrás de U lrid rG ra f, un nazi que iba a su lado, y con toda rapidez se tiró al suelo. A todo esto, Rohm se había apoderado del edificio del antiguo ministerio de la guerra y sostenía en el patio encarnizada lucha con las tropas que trataban de recon­ quistar el ministerio, lo que consiguieron pronto, bien que no sin bajas por ambas partes. En aquellas refriegas murieron trece nazis, cuyos nom­ bres reproduce H itler en Mein Kam pf, y a los cuales dedica el libro. También hubo muchos heridos. .

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H itler escapó en un automóvil y se ocultó en casa del jefe de prensa nazi, Hanfstángl, hasta que le detuvieron. El tribunal condenó a H itler a cinco años de prisión en una fortaleza. Instalado en el castillo de Landsberg, la República le rodeó de comodidades. A llí fue donde H itler dictó a Hess, que también estaba preso, Mein Kampf. ’ El putsch había fracasado. Pero las circunstancias que concurrieron en el prim er asalto del nacionalsocialismo al nuevo régimen denunciaban urbi et orbi que la R epú­ blica era una fachada. Pohner, el jefe de la policía de Munich, se hallaba complicado en el complot, había pro­ metido apoyar a Hitler, y en el “gobierno nacional” le habían asignado la cartera de prim er ministro. La Reichs­ wehr tuvo sus momentos de vacilación: cuando Gregor Strasser se retiraba con sus fuerzas had a Landshut se cruzó con una sección del ejército. Strasser amenazó con hacer fuego si le cerraban el paso. La Reichswehr no le molestó.

II. L A RECUPERACIÓN ECONÓMICA U n a A l e m a n ia desganada por la anarquía implicaba una Europa sin paz. Para que hubiera orden y estabili­ dad en Europa predsaba poner concierto en Alemania y robustecer a la débil República de W eim ar. Pero ya se había visto que el desbarajuste alemán no se reme­ diaba con nuevas intervendones militares de los aliados. Con la ocupación del R uhr Francia había perdido eco­ nómicamente más que había ganado. Alem ania no pagaba las reparaciones. Ya en 1922 había pedido una moratoria, que Inglaterra estaba dispuesta a conceder, mas no así Franda. Existía paladina y per­ niciosa divergencia de intereses entre Inglaterra y Fran­ da, y con motivo de las reparadones se evidenció de nuevo que los antiguos aliados discrepaban en cuanto a la política que debían seguir respecto de Alemania.

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Para que se complicaran aun más las cosas, el Senado norteamericano había: marcado una política contraria a la de Wilson, y los Estados Unidos habían recuperado su libertad de acción y establecido con Alem ania rela­ ciones que ignoraban el Tratado de Versalles. Con todo, los Estados Unidos no podían abandonar sus intereses en Europa, por cuanto habían dado a los aliados cuan­ tiosos empréstitos durante la guerra. Aunque alejados de la Sociedad de Naciones, los Estados Unidos continua­ ron, pues, interviniendo en el asunto de las reparaciones. Europa no podía seguir en aquel estado caótico, y se resolvió, primero, asentar las reparaciones sobre bases más sólidas, y segundo, reincorporar a Alemania a la política europea, de la que estaba apartada como reo del delito de haber provocado la guerra. Alemania, en resolución, comenzó a recibir m ejor trato. Los aliados, que ya iban dejando de serlo, presentaron a principios de 1924 el Plan Dawes. El Plan Dawes, al que ya aludimos en el prim er tomo, perseguía, entre otras cosas, el saneamiento de las finanzas alemanas, em­ pezando por la moneda. En el verano del mismo año entró en vigor. Concedióse a Alemania un importante empréstito internacional, y con esa ayuda, el Dr. Schacht, Presidente del Reichsbank, estabilizó el marco e intro­ dujo el patrón oro. A fines de 1924 Alemania entraba en vías de normali­ dad y restablecimiento. Los franceses se habían retirado del Ruhr. La gran industria comenzaba a ser readaptada a la producción de paz. Prestamente se rehacía la nación. Además, al sanear Alemania su moneda, la Banca inter­ nacional volvió a abrirle crédito. Los industriales obtu­ vieron innumerables empréstitos a corto plazo. La nueva política de los aliados respecto de Alemania tuvo transcendentales consecuencias en el orden político. El Tratado de Versalles estaba ya quebrantado. Porque al desentenderse de Europa los Estados Unidos, las ga­ rantías que habían dado, junto con Iglaterra, para la seguridad de Francia, desaparecieron. Y Francia seguía

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temiendo a Alem ania; Por, ese motivó firmó una; serie de alianzas con otros vecinos;, del Reich; Pero, considerán­ doles insuficientes,: el gobierno de París, que veía a Ale­ mania, e n ;;vías de, levantarse, amenazadora, de nuevo, pedía nuevas garantías para la seguridad de Francia. .Así se llegó en ; 1925 al Pacto de Locamo. Alemania, Francia,; Bélgica, Italia e Inglaterra garantizaban colectivamente la inviolabilidad de las fronteras germano-belga y fran­ co-alemana, tales como.se fijaron en .el Tratado de Versalles; Alemania, estaba ya reincorporada: a la política euro­ pea. En septiembre de 1926 ingresó : en la Sociedad de Naciones y recibió un puesto; permanente en. el Consejo. En 1919 se liabía querido destruir al Reich como gran potencia. En 1926 se la reconocía políticamente: en pie de igualdad con las potencias de Versalles; Aun, cuando el nuevo, miembro de la Liga, seguía suje­ to al pago anual de reparaciones y al cumplimiento de. los artículos militares del Tratado de Versalles,:no cabía duda de que se había producido una revolución en: la política internacional. El efecto del cambió se dejó sentir inmediatamente en Alemania. Las masas, querían vivir, y en cuanto tuvieron trabajo.dismimíyeron los conflictos interiores. La guerra -civil se atenuó.: Con el prim er go­ bierno Stresemann se inició una nueva fase para la Re­ pública. Hindenburg, Presidente de ¡a República Vivía la República, y languidecía el nacionalsocialismo. Como había que esperar, el movimiento -de H itler entró en un periodo de crisis. Hasta fines de 1924 el partido nacionalsocialista estuvo: fuera de la ley. Pero no des­ apareció por eso, pues bajo la dirección de Ludendorff tomó el nombre de Partido Popular de la Libertad. En las elecciones generales de mayo, de 1924, este partido logró 1 920 000 votos, y llevó al Reichstag 32 diputados. En el verano comenzó a aplicarse el Plan Dawes; y en

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diciembre, cuando Alem ania comenzaba a experimentar mejoría material y moral; el partido; de Ludendorff no consiguió más que 84: m il sufragios;' perdió ¡ 20 actas en el Reichstag. E n;1925 murió Ebert, el primer Presidente de la Re­ pública,: y Alemania se dispuso á. buscarle sucesor. La Socialdemocracia presentó a Otto Braun, el Centro Ca­ tólico a; W ilhelm Marx, y : el partido demócrata a: W illi Helpack. (Estos tres partidos constituían la coalición de Weimar.) La derecha presentó a Jarres, el nacionalsocia­ lismo al general Ludendorff, los comunistas a Ernesto Thálmann. El Reichsblock, o bloque político de la derecha (la gran industria y los Junkers) percibió claramente que no lograría la victoria en la segunda votación, a menos que pudiera, presentar una: gran figura nacional um ver­ salmente respetada y admirada. Hindenburg, el “héroe de Tannenberg”, el hombre más popular de Alemania, accedió a los requerimientos del Reichsblock. El viejo mariscal —había cumplido los 78 años—, que se hallaba retirado, ajeno a las actividades políticas, en su residen^ cia de Hannover, salió elegido sin moverse de su rincón provinciano. Destacándose sobre las figuras grises y. me­ diocres de la República, Hindenburg no podía menos de ejercer efectivo influjo sobre el espíritu de las masas. El mariscal pasó a la más alta magistratura de: la nación por menos de un millón de votos por encima del candi­ dato, de la coalición de Weimar,: el centrista. católico W ilhelm Marx, ya mencionado. En realidad, la mayoría de los alemanes, habían repu­ diado a Hindenburg, por cuanto reunidos los sufragios de la coalición de W eim ar y los que obtuvo el candi­ dato comunista, Thálm ann, sumaban 15 682 766, contra 14 655 000 que alcanzó, el candidato de las derechas. Si los comunistas hubiesen apoyado a la coalición republi­ cana, Hindenburg hubiera salido derrotado. T riunfó por esta razón y, además, porque el Reichsblock, al presentar a Hindenburg, introducía, en las elecciones un nuevo

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valor: privaba a la lucha de carácter partidista, ya que Hindenburg, aunque Junker, estaba a los ojos del ale­ mán medio por e n c im a re los partidos. Vimos que el general Ludendorff fue el candidato del nacionalsocialismo en la primera votadón, pero sólo ob­ tuvo 210 988 votos. El tremendo fracaso del impulsivo soldado testimoniaba dos cosas: primera, que las masas repudiaban al extremismo político, y segunda, que veían en Ludendorff un hombre de partido. En la segunda elección H itler aconsejó a sus partidarios que votaran por'Hindenburg. Ludendorff no perdonó nunca a H itler. el desaire, y ésa fue la causa de que rompiera con él. El retroceso del nacionalsocialismo ¿Se estabilizaba la República? El movimiento hitleriano había vuelto a ser una secta. Los líderes reñían entre sí. Las masas veían a los nazis como sujetos anacrónicos, materia de circo político. El movimiento parecía ridícu­ lo, y los caricaturistas dé la prensa de la coalición de W eim ar se acordaban de cuando en cuando de H itler para presentarle como extravagante y pintoresco ciuda­ dano. Nadie creía entonces que el nacionalsocialismo tuviera algo que hacer en Alemania. Los únicos que to­ maban en serio a los nazis eran los comunistas, que an­ daban a diario en violentos altercados y zalagardas con ellos. La organización param ilitar del Reichsblock era la de los Stahlhelm (Cascos de Acero). Por entonces disminuyó el Reichswehr su apoyo a H itler y lo pasó a los Cascos de Acero, organización conservadora, en la que seguía confiando más la industria que en la S. A. Hasta 1930 la mayoría de las grandes empresas subvendonaron a aquellas tropas, que mandaba Seldte. P or ejemplo, en 1927 se celebró en Berlín una concentración nacional de Cascos de Acero, y los industriales westfalo-renanos ofrecieron 50 marcos a cada miliciano que concurriera al alarde de fuerza. El capitalista que más directamente

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influía sobre esa milicia era Hugenberg, el magnate de la industria y la prensa alemanas. Las elecciones; generales de mayo de 1928 señalaron punto menos que el fin del nacionalsocialismo. EL pro­ ceso de desintegración del partido alcanzó entonces su más alta manifestación. Era evidente que Alem ania se pronunciaba contra los extremismos. Desde las elecciones de diciembre de 1924 había en el Reichstag 14 diputados nazis. En 1928 H itler perdió otros 120 m il votos y dos puestos en la Cámara. Quedaban en el Reichstag 12 representantes hitlerianos. En ese mismo Reichstag los socialistas tenían 153 diputados. El proceso de la recons­ trucción de la economía alemana, la abundancia de tra­ bajo, la entrada de Alem ania en la Sociedad de Naciones y la relativa tranquilidad interna se habían reflejado en las urnas con el fortalecimiento de la coalición de Weimar. No sólo retrocedían los nazis. Los comunistas también sufrían merma en su fuerza electoral. En las elecciones de mayo de 1924 el partido comunista logró 62 puestos en el Reichstag. Les aconteció lo que a los nazis. En las elecciones de diciembre de 1924 perdieron 17 puestos. En 1928, los comunistas consiguieron cierto avance, pero sólo ganaron nueve puestos, faltándoles todavía ocho para recuperar la representación parlam entaria que tu­ vieron antes de la estabilización del marco. Sin duda, los partidos de la derecha esperaban de Hin­ denburg que les pagara el favor que le habían hecho al elevarle a la Presidencia de la República inclinándose de su lado en la interpretación de la Constitución. Pero con gran sorpresa, no sólo de la derecha, sino también de la izquierda, el viejo mariscal cumplía escrupulosa­ mente los preceptos constitucionales. Pronto se operó un extraño fenómeno en torno al Presidente. La reacción se consideró defraudada, retiró su confianza de otros días al octogenario mariscal y proclamó que “se había entre­ gado completamente a los republicanos y a los marxistas”. Por su parte, aquellos partidos que recelaban de

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Hindenburg,: como ¡ la .Socialdemocracia. comenzaron a simpatizar con el general ¡prusiano, y a. defenderle de; los ataques nuis o menos sinuosos de los que ;le habían encumbrado. H itler cambia de táctica ¿Y, Adolfoi Hitler? ¿Qué hacía. Hitler: :en aquella etapa de prosperidad:súbita :y de trabajo febril dél pueblo ale­ mán? Cuando el agitador'nazi abandonó,, en diciembre de 1924/ la fortaleza de Landsberg era :hombre más cau­ to. Habíase prometido: a- sí mismo y había prometido a los demás no repetir el alocado putsch de ¡923. En sus .reflexiones de::Landsberg cayó H itler en la cuenta de que pudo haber sido. expulsado .de Alemania, por no/ser súbdito aiemán (había nacido en 1889 en Braunau, aldea austríaca al pie de los Alpes bávaros). Para volver a ac­ tuar en la política alemana sin temor necesitaba'adquirir la nacionalidad alemana. .Otro problema tenía que resol­ ver: el levantamiento; del estigma de ilegal que -pesaba sobre el partido nacionalsocialista,. L a : nacionalidad ale­ mana la consiguió por haber sido:nombr'ado:,fundonario del Estado en Brunswick, cargo meramente nom inal: en su caso, por un ministro amigo de los nazis. H itler era ya alemán, y el peligro de: que: fuera .expulsado había desaparecido. .Le urgía ¡también a l fanático pangermanista que las autoridades: bávaras. autorizasen el funcionamiento'; del nacionalsocialismo. H itler estableció' contacto con: el mi­ nistro bávaro Gurtner.: Se entrevistó asimismo) con H err ¡Held, jefe del partido, popular católico d e : Baviera y prim er ministro bávaro. En su conversación con Held, el ex cabo se apresuró a retractarse de. su actuación-an­ terior. Confesó que-el‘putsch de Munich había sido una gran- torpeza, y en un plano más confidencial, dijo a su influyente interlocutor:que,condenaba el ateísmo de Lu­ dendorff. H itler se ¡reconciliaba coa los. católicos, ;sin ayu­ da de. los cuales poco se podía, hacer en Baviera. Held

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pareció impresionado por las palabras del Führer, y pro­ metió bienquistarlo con el cardenal-Faulhaber. El parti­ do nazi volvió a funciónar legalmente. Desde ese momento H itler se' esforzó por hacer ve r a la reacción que él era también reaccionario, que nada tenían que temer del nacionalismo los capitalistas. Pronto se ofreció coyuntura al jefe nazi de acabar con las dudas de los conservadores sobre el carácter del par­ tido nacionalsocialista. La República sometió a plebiscito la cuestión de la devolución de los bienes de los Hohenzollern. La izquierda se pronunció en contra, y la dere­ cha en favor. H itler tomó partido por la derecha. El D r Schacht, diputado del Reichstag y miembro de la comisión ejecutiva del partido demócrata,, también votó a favor de la devolución de los.bienes a los Hohenzollern, en conflicto con su partido, lo que le obligó a dejar los cargos que desempeñaba. ■ . En resolución, el nacionalsocialismo atravesaba un pe­ riodo de crisis. En el Reichstag figuraba entre los parti­ dos menos numerosos. Su situación financiera era lamen­ table. Las masas, repitámoslo, querían vivir, y la furia demagógica d e í nacionalsocialismo, su violento lenguaje, su falta de programa claro, las apartaba de ése movi­ miento. Hitler, por más que fuese insuperable en el arte de lá propaganda, necesitaba dinero para sustraer fuer­ zas a' la coalición de W eim ar; el nacionalsocialismo an­ daba mal de fondos y la propaganda' era cara. •■ Adolfo H itler se acercó a los industriales. La gran industria estaba haciendo entonces espléndido negocio, pero la política social de la República exasperaba a los capitalistas. La burguesía y los Junkers odiaban, desde luego, a la República. No tardó H itler en establecer contacto con Thyssen y con Schacht, y con Emilio ICirdorf, asociado a la indus­ tria del hierro, el hombre encargado de distribuir los fondos secretos de la industria pesada. El jefe nazi in­ cluso llegó a exponer en una reunión de directores de empresa los puntos de vista del nacionalsocialismo sobre

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la organización industrial de la futura Alemania. Los ca­ pitalistas se tranquilizaron. H itler ganaba, a los industriales para su causa, pero a q u e l l a parte del movimiento nazi que había tomado en serio el programa .anticapitalista del partido empezó a perder confianza en el Führer. La campaña nazi en. favor de io s Hohenzollern causó hondo disgusto entre los na­ cionalsocialistas radicales en la cuestión social. Esta desa­ zón se tomó en seguida en alzamiento revolucionario. Otto Strasser, que había ingresado en el partido en 1925 y que actuaba en Berlín con su hermano Gregorio, capi­ taneó la insurrección del norte de Alem ania contra Hit­ ler. Los nazis de Prusia se sublevaron contra los de Baviera y convocaron un congreso del partido en Hannover, en el cual incluso llegaron a aprobar un progra­ ma distinto del de los 25 puntos. El conflicto dentro del movimiento entre Otto Strasser y H itler no se resolvió definitivamente hasta 1930 en que Strasser se separó del partido y fundó él Frente Negro. No sólo estaba H itler en relación con los industriales y con personas tan importantes como Schacht. La polí­ tica.del nacionalsocialismo sobre la fortuna de la familia imperial lo hizo grato también a los círculos monárqui­ cos y le abrió las puertas de los palacios de la realeza y la aristocracia teutonas. H itler trabó cierta amistad con Augusto Guillermo de Prusia, con el gran duque de Ba­ viera, con el príncipe Christian Schaumburg-Lippe, con el príncipe Gwido Henckel-Donesmark y otros persona­ jes de las dinastías caídas. La coyuntura económica Con los fondos que comenzó a recibir de la industria pesada, el Führer pudo dar cierto impulso a la nrooaganda nazi, pero desde 1925 a 1929 Alem ania estuvo absorta en la tarea de la reconstrucción, el núme o de desocupados apenas pasaba del millón, y los seguros so-

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cíales, parte importantísima de la legislación republica­ na, aliviaban la situación de las clases más humildes. Ahora bien, Alemania disfrutaba una prosperidad falaz y artificiosa, cuyo secreto hábíá que buscar en la racio­ nalización. La racionalización; puesta en práctica con los empréstitos a corto plazo y con el gran empréstito inter­ nacional del Plan Dawes, tenía doble finalidad: trans­ form ar la industria de guerra en industria de paz y recu­ perar el tiempo que había perdido Alemania durante la conflagración desde el punto de vista tecnológico. Mientras duró la guerra:, Alemania no pudo perfeccio­ nar su aparato de producción. La maquinaria industrial había quedado anticuada. Aparte de readaptar la indus­ tria a la producción de paz, los capitalistas alemanes: organizaban las fábricas para la producción en serie, bus­ cando, además, la economía de mano de obra. En cuatro años se situó Alemania, en orden al perfeccionamiento técnico de la industria, a la altura de los Estados Unidos, y en algunos aspectos, sobre los Estados Unidos. EL es­ fuerzo fue fabuloso. Los economistas de entonces dieron otro nombre al lustró alemán de 1924-1929: le llamaron la “coyuntura de la racionalización” . Esta coyúntura o prosperidad fue, en efecto, el resultado inmediato de la racionalización de la industria. Alemania llegó a tener ocupada a casi toda su población activa, bordeando el pleno-empleo. Fundáronse multitud de nuevas fábricas y se construye­ ron verdaderas catedrales de la industria. Otras fábricas fueron reconstruidas y modernizadas. Nuevas máquinas y nuevos métodos de trabajo enriquecieron el aparato de la producción. Iírupp, que durante la guerra sólo cons­ truyó material bélico, produjo luego máquinas agrícolas, cajas registradoras, acero para la marina mercante, etc. La Gutehoffnung-Hütte, la empresa alemana más fuerte en la producción de acero, empleó 20 millones de dó­ lares en la reforma de su estructura productiva. Pero las consecuencias de este esfuerzo del trabajo ale­ mán financiado en principio por los aliados no tardaron

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en presentarse. Alemania producía ya con mayor ,rapi­ dez que los colosos industriales anglosajones. Asombra descubrir:el siguiente índice ;de la producción.de acero eri los Estados Unidos, Inglaterra:y, Alem ania en 1928 (índice: 100:1924, Estados Unidos): Alemania,. 144.9; Es­ tados Unidos, 116.8;: Inglaterra, 105.5. Este fenómeno nos va a. explicar; en parte al menos, lo que vino después.

III. LA CRISIS MUNDIAL DE 1929 E n 1929 el mundo capitalista se vio atacado en su basa­ mento por una crisis de tal magnitud, que hasta en los países de más fuerte estirpe parlam entaria impuso medi­ das de emergencia. De aquella, crisis nació el New_ Deal norteamericano. Inglaterra reaccionó constituyendo un “gobierno nacional”, ; verdadero golpe de Estado, pues MacDonald, el jefe laborista, puso al servicio de la polí­ tica conservadora una mayoría parlamentaria de izquier­ da y pasó a gobernar como “conservador”. Una de las causas de la crisis internacional fue la ex­ pansión industrial. En Alemania se dio un nombre espe­ cífico al desastre económico nacional: fue llamado ■“crisis de la racionalización”. En 1929 poseía Alem ania la industria más moderna del mundo, como ya insinuamos al final del capítulo anterior. A quella industria, por sí sola, estaba en condi­ ciones de abastecer de productos manufacturados a una parte considerable del Globo. “Ahora b ie n '—son pala­ bras de Krupp von Bohlen— fabricar es una cosa y ven­ der, otra.” El mercado interior no podía sostener a las formida­ bles empresas alemanas. La Gutehoffnung-Hütte emplea­ ba a 80 mil obreros, Krupp, a 100 000, la “IG” y la Leuna Werke, a más de . 100 mil cada una. ¿Dónde colocaba Alemania sus productos, si no había mercados? Oigamos de nuevo a Krupp: “Necesitamos

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mercados, pero los mercados del mundo se nos cierran. Inglaterra eleva sus tarifas arancelarias..En Francia, en Italia, en Suecia, en los Balcanes, en todas partes, tro­ pieza el comercio alemán con barreras que poco a poco se hacen infranqueables.” Cuatro años había durado la ilusión de los capitalistas alemanes: racionalizar, producir en mayor cantidad que nadie y tener la industria más moderna del mundo. De súbito, todo, el esfuerzo de la. racionalización resultó, no ya inútil, sino catastrófico. Esas fábricas gigantescas de que hemos hablado, verdaderos emporios de la téc­ nica, tuvieron que parar sus máquinas recién montadas. En un año el número de obreros que trabajaba en la Gutehoffnung-Hütte disminuyó de 80 mil a 60 mil. Krupp redujo su personal de 10.0 m il a 50 mil. Por aña^ didura, la racionalización había consistido en la elimi­ nación de mano de obra, de suerte que la Opel W erke sólonecesitaba ahora 7 mil obreros para producir lo que antes había exigido la mano de obra de 13 mil. A fines de 1930 la mitad aproximadamente del aparato de-pro­ ducción alemán estaba inactivo. El año de 1930 se inició en Alem ania con el despido en masa de los obreros industriales. En los quince pri­ meros días de enero quedaron sin ocupación 400 mil personas. A mediados de enero había ya cerca de 6 mi­ llones de proletarios sin trabajo. En el espacio de unos meses el número de desocupados subió de poco más de un m illón a seis millones. Los Estados Unidos e Inglaterra hicieron frente a la crisis con dificultad. Alemania ni la pudo resistir. Una nación de mendigos Los seis millones de desocupados habían de ser sosteni­ dos por el Estado y los municipios. El obrero alemán sin trabajo recibía un subsidio. Su alimentación consistía en pan, patatas y verdura. Una vez a la semana podía comprar carne, y a veces hasta recibía alguna mante­

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quilla. El seguro de paro era en Alem ania relativamente eficaz durante los seis primeros meses del desempleo. Pero a medida que se .prolongaba la falta de trabajo, el Estado iba abandonando al individuo. A l fin, se encar­ gaba de su manutención la beneficencia‘municipal. En­ tonces la ayuda quedaba reducida a lo mínimo. Ya no había, carne, ni mantequilla;- la; dieta del sintrabajo con­ sistía ya solamente en patatas y verdura. U n plato de­ patatas y verdura costaba —precio especial para los des­ ocupados— 25 centavos de marco. (El autor de esta his­ toria acompañó alguna vez a los sintrabajo de Berlín en estas frugales y desalentadoras comidas.). Además de los parados, había los obreros que sola­ mente trabajaban tres o cuatro horas diarias. A muchos otros se les había rebajado el jornal. En 1930 Alem ania volvió a ser un país de mendigos, como en la época de la gran inflación. Calculando que cada obrero sin trabajo hubiera de sostener a dos miem­ bros de su familia —discurriendo por lo bajo— nos en­ contramos con 18 millones de alemanes en la miseria, pendientes de la beneficencia pública. A esos 18 millones había que agregar otros 20 millones qué vivían- con sa­ larios disminuidos. : Había pueblos, como Falkenstein, en la Siberiá sajona, centro textil paralizado, donde el 50% de la población carecía de trabajo, y donde los que trabajaban percibían jornales que sólo rebasaban semanalmente e l seguro de paro en dos y cuatro marcos Otro pueblo, Fehrenbach, en Turingia, cerca de Weimar. Fehrenbach tuvo otro día una industria prosperadla del vidrio. El 90% de la po­ blación estaba en paro forzoso. Los ayuntamientos tenían que arrostrar, ese estado dé cosas económico. Pero los ayuntamientos tenían las cajas vacías. Las fábricas estaban paradas. No se cobraban los impuestos. Cierto que había muchas grandes fortunas en Alemania, pero la República respetaba la propiedad privada. Sí, en Alemania había grandes fortunas. La racionali-

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pación enriqueció aún más a algunos capitanes de indus­ tria: en 19S0 tenía Alemania 130 millonarios más que en 1925. . Los: impuestos fueron subiendo desde 1926,. hasta ha­ cerse insoportables para el proletariado y la clase media. Véase en qué proporción aumentaron los tributos —di­ rectos e indirectos— sobre los ingresos de la clase media y la obrera: 1926 1927 1928 1929 1930

45,6% 61 62,2 68,3 82,2

La crisis había expulsado a los socialistas del gobierno. Presidía el nuevo gobierno el centrista Brüning, que dic­ taba decretos sociales sólo comparables por su T igo r con las disposiciones del comunismo de guerra ruso. La desaparición de la clase media alemana La crisis vino a destruir la posibilidad de que renaciera la clase media alemana; y la experiencia parece haber demostrado que una República democrática, o una mo­ narquía parlamentaria, no puede sostenerse sin una clase media fuerte. La inflación destruyó a la clase media en Alemania, y esta clase social no pudo rehacerse en el breve interregno de la prosperidad industrial. Para apre­ ciar la verdadera situación social de Alem ania en 1930, hay qué ver cuál era la distribución de la fortuna nacio­ nal antes de la crisis. La población activa de Alemania se componía en 1928 de 32 500 000 individuos. De ellos, 29 millones ganaban menos de 200 marcos al mes. Tres millones y medio ga­ naban de 200 a 3 m il marcos mensuales. T reinta mil individuos ganaban de 3 a 1 000 000. Para comprender lo que esas cifras significaban, me­

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nester es fija r la atención: en la distribución de los in­ gresos en. Inglaterra en igual periodo. El número de personas activas en la Gran Bretaña sumaba 20 500 000. De ellas, el 75% (contra el 90% en Alemania)' ganaba menos de 10 libras esterlinas (200 marcos) , al mes.-1 El 25% de ia población británica activa constituía la clase media, contra el 10% en Alemania. Es decir, que la clase media británica era, comparativamente, dos veces y media más numerosa que la clase media alemana. Volvamos a las estadísticas referentes a Alemania. Los ingresos de los 29 millones de alemanes que cobra­ ban salarios o sueldos inferiores a los 200 marcos men­ suales se repartían así: 16 millones ganaban menos de 100 RM a 125 RM ; 7 millones, de 125 RM a 200 RM. La mitad d e 'la población trajabadora de Alemania recibía salario inferior al oficialmente reconocido como necesario para subsistir. Los 3 500 000 alemanes (en números redondos) que percibían de 200 a 3 m il RM se distribuían de este modo: 2 500 000 ganaban de 200 RM a 500 RM mensua­ les; 900 mil, de 500 RM a 1 500 RM ; 100 mil, de 1 500 RM a 3 m il RM. Eso en cuanto á los ingresos. Veamos ahora la distri­ bución de la fortuna entre la población total de Alema­ nia, activa y no activa: 62 500 000 alemanes (sin propie­ dad) ganaban 16 millones de RM ; 1 500 000 (clase media) poseían 35 000 millones de R M ; 80 m il (grandes propie­ tarios) poseían 35 000 millones de RM. La fortuna de los grandes, propietarios se repartía de la siguiente manera: 78 000 (ricos) poseían 25 000 millo­ nes de RM ; 2 000 (millonarios) poseían 6 000 millones de RM ; 150 (multimillonarios) poseían 4 000 millones de RM. En suma, 80 m il personas poseían en Alemania doble fortuna que 62 500 000 individuos. Descomponiendo el número de millonarios por cate­ gorías económicas resultaba: 2 200 individuos poseían de 1 000 000 a 5 millones de RM ; 107, de 5 millones a

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10 millones de RM ; 35, de 10 millones de RM para arri­ ba. Estos últimos 35 ciudadanos poseían el 1% de la fortuna privada total de Alemania. El número de multimillonarios era, pues, de 142,: y entre ellos se repartían 1 400 millones de RM, o sea una media por individuo de 10 millones de RM. El 96% de la población alemana,, por otra parte, care­ cía de propiedad (contra el 70% aproximadamente en la G ran Bretaña). Había 35 familias dueñas de tierras por valor de: 1 370 millones de RM. (El ex Káiser, 200 millones de R M ; el ex Kronprinz [príncipe heredero] 28 millones; los prín­ cipes de Thurn y Taxis, 200 millones de RM ; el gran duque de Sajonia-Weimar, 60 millones de RM, etcétera.) En la industria pesada, 19 familias poseían una fortu­ na de 810 millones de R M (Krupp, 200 millones; Petschek, 150 millones; Thyssen, 50 millones; Waldhausen, 30 millones; Haniel, 50 millones; Otto W olff, 50 m illo­ nes; Ottmar Strauss, 50 millones, etc.). En la industria química, 12 familias poseían 210 m illo­ nes de RM (Von Weinberg, 50 millones; Bayer, 20 mi­ llones; Merck, 20 millones, etc.). En el comercio, 9 familias poseían 200 millones de RM (Albert Loeske, 40 millones; Wertheim, 30 millones; Friedlander-Fuhl, 25 millones; Tietz, 20 millones de RM, etc.). En. la Banca, 32 familias poseían 800 millones de RM (Meldelsonh-Bartholdy, 120 m illones; Goldschmídt, 45 millones; Rotschild, 20 millones de RM, etc.). Entre los nuevos millonarios (fortunas debidas a la especulación) figuraban Jacob Michael (100 millones de RM); Fritz Mannheimer (50 millones de RM); Andreae (20 millones de RM). El resurgimiento del nacionalsocialismo Ésa era la situación cuando se presentó en Alemania, como un siniestro, la crisis financiera y económica de

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1929. Los cuatro años de prosperidad habían5hecho de la Socialdemocracia el partido más fuerte del Reichstag. En ju lio de 1928 había formado un gobierno de coali­ ción el socialista Hermann Müller, y en 61 entraron otros tres ministros socialistas. Es decir, la crisis mundial sorprendió en él poder a la Socialdemocrácia, un hecho que había de explotar el nacionalsocialismo. El gobierno de M üller cayó en marzo de 1930, y ese día se disolvió virtualm ente la coalición de Weimar. En los veintiún meses que presidió el gobierno un socialista, el Plan Young, que mejoró notablemente las obligacio­ nes de Alem ania en la cuestión de las reparaciones, sus­ tituyó al Plan Dawes. Las tropas aliadas abandonaron la orilla izquierda del Rin, El gobierno defendió los seguros sociales contra los ataques de los capitalistas, aumentó la base financiera deL seguro de paro forzoso y amplió eL seguro de accidentes del trabajo. El gobierno de M üller redujo el presupuesto de la Reichswehr, en 38 millones de RM, cosa que tenía cierta importancia en Alemania. Los socialistas no sólo impidieron que bajaran los sa­ larios, sino que lograron un aumento general del cuatro al cinco por ciento. Fue circunstancia histórica muy de lamentar que se presentase la crisis cuando Alem ania tenía un gobierno presidido por la Socialdemocracia. La prensa capitalista atribuía el dérrumbamiento a la política socialista. Los industriales resentían los aumentos de jornal y otras dis­ posiciones dictadas por el gobierno. El Estadb-beneficencia no facilitaba la lucha del capitalismo alemán por los mercados. El* Dr. Rochelin, presidente de la Cámara de Comercio de Essen, Mülheim y Oberhausén, decía: “No podemos competir con nuestros vecinos si hemos de soportar las cargas e impuestos de carácter social. Bélgica, Francia y Luxemburgo están en condiciones de producir la tonelada de acero bruto a 35 RM más barata que nosotros, porque en esos países las empresas pagan salarios e impuestos más bajos.”

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El nacionalsocialismo, casi olvidado durante cuatro años, resurgía ahora con la virulencia de una enferme­ dad en un organismo enfeblecido. Las elecciones del 14 de septiembre dé 1930 reflejaron las consecuencias de la crisis. La fracción parlamentaria hitleriana pasó de 12 diputados a 107. De un golpe ganó 95 puestos en, el Reichstag. Los comunistas ganaron 23, y reunieron 77 diputados. M urió el partido demócrata, uno de los tres que formaron la coalición de .Weimar; reducido a unos cuantos diputados, cambió de nombre y se llamó en ade­ lante partido del Estado. L a Socialdemocracia perdió 10 puestos. Los nacionales alemanes de Hugenberg bajaron de 106 diputados a 41. En la votación obtenida por los nazis anidaba cierto simbolismo. Cuando Alemania tenía un m illón dé des­ ocupados los sufragios nazis no llegaban en toda la na­ ción al millón. A l subir el número de sintrabajo a-seis millones, los nacionalsocialistas consiguieron seis millo­ nes de votos. El nacionalsocialismo había ido a las elecciones con abundancia de fondos. La gran industria se mostró ge­ nerosa con los nazis. Hitler, que hasta entonces sólo contó con la subvención de Thyssen, había comenzado a recibir en la etapa de gobierno socialdemócrata consi­ derables sumas de toda la industria pesada. El Führer apoyaba, a su vez, a ■los capitalistas en los conflictos sociales. En abril de 1930 se declaró una huelga en la industria de Sajonia y en ella tomaron parte los obreros nacionalsocialistas. La prensa del partido también de­ fendió el movimiento huelguístico. Con este motivo di­ rigió un ultimátum a H itler la Federación de Industria­ les. Decía así: “Si el partido nacionalsocialista y su prensa no con­ denan la orden de huelga ni se oponen a ella, especial­ mente el Sachsischer Beobachter, la Federación de In­ dustriales del Reich le suspenderá ■sus • subvenciones.” H itler ordenó a los nazis que volvieran al trabajo pero el ultimátum de los capitalistas causó hondo malestar en

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los .medios nacionalsocialistas, y Otto Strasser (que lo publicó) y .sus partidarios' resolvieron seguir apoyando la., huelga. La avasalladora propaganda nazi no podía dejar de producir efecto en una masa desesperada. Versalles, las reparaciones, Francia, eran los temas explotados por los agitadores hitlerianos. “El 18.7% de la población activa de Alem ania —decían— está en paro forzoso. Francia sólo tiene sin trabajo el 11.5% de su masa obrera. ¿A qué se debe esta diferencia? A las reparaciones, que han enri­ quecido a Francia en la medida en que han empobre­ cido a Alemania.” Para sujetar a las masas, que cada vez en mayor nú­ mero seguían a los nazis, el partido comunista adoptó a últim a hora la política de abolición del Tratado de Versalles. La nación alemana había ensayado en la posguerra casi todos los regímenes políticos imaginables. T uvo consejos de obreros y soldados, gobierno comunista en Baviera, gobiernos burgueses, gobiernos presididos por la Socialdemocracia. H itler era lo nuevo, lo que todavía no había fracasado en Alemania. , E1 resultado de las elecciones de septiembre de 1930 quebró definitivamente el equilibrio constitucional de la República. Habían desaparecido los partidos medios. El Reichstag no podía funcionar con 107 nazis y 77 comunistas, que iban a las sesiones armados. Las sesiones parlamentarias eran ya batallas campales, guerra civil. La Alemania , de W eim ar había muerto, y . alguien la tenía que enterrar. Durante algún tiempo la duda fue si la enterraría H itler o lá enterraría Thalm ann,

IV. EL FIN DE LA REPÚBLICA DE W E IM AR E l cen tro católico no había sido, desde que se reunió la Asamblea Nacional, menos árbitro de la política: ale­ mana que la Socialdemocracia. En 14 años presidieron

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los políticos del centro católico diez gobiernos. La base social de la política de ambos partidos hizo posible la colaboración de católicos y socialistas. Pero la coalición de W eim ar se había disuelto a consecuencia de la crisis. Vimos que uno de sus pilares, el partido demócrata, pereció en las elecciones de 1930. Estaban agotadas las posibilidades de constituir gobiernos parlamentarios. Por consiguiente, cuando Hermann Müller, el canciller socialdemócrata, cedió el paso a Heinrich Brüning, ; la cabeza m ejor organizada del centro católico, se inició el principio del fin de la República de Weimar. Brüning sólo podía gobernar semidictatorialmente, apoyán­ dose en el artículo 48 de la Constitución, porque la mayoría parlamentaria del nuevo gobierno era muy escasa. Los socialistas apoyaban a Brüning; le toleraban, considerándole un mal menor. “Hay que salvar a la República amenazada”, decían. Veintisiete meses tuvo el centro católico en sus manos los destinos de la nación. Redujo los seguros sociales. Aumentó los impuestos en términos que hacían aún más miserable la situación del proletariado y la clase media. El obrero alemán vivía peor que el obrero ruso después de la guerra civil. Cada Notverordnung (decreto de la necesidad) que dictaba el gobierno cons­ tituía un ataque al presupuesto de las clases modestas. Los socialdemócratas callaban, o protestaban, pero seguían apoyando a Brüning, en vista del peligro hit­ leriano. Cuando el canciller católico no pudo exprim ir más a las clases populares, se dirigió a menguar levemente los privilegios de los grandes terratenientes. En la se­ gunda fase de su etapa de mando, Brüning había concebido grandes, proyectos reformadores. Quería na­ cionalizar algunas tierras, con indemnización de sus propietarios, para asentar a los obreros en paro: forzoso. Parece ser que llegó a pensar en la restauración de la monarquía por decreto presidencial respaldado por una mayoría en el Reichstag. Brüning aspiraba a evitar la

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guerra civil, y ;sin duda creyó que la monarquía podría contener la galopante disolución, nacional. A n tes,; sin embargo, se ,proponía acometer ciertas reformas; econó­ micas, como la de los asentamientos campesinos. Pero la monarquía; ¡ constitucional habría; necesitado, para sostenerse, , una,; fuerte clase media,, y ese pedestal no lo podía levantar el laborioso canciller. Ni la nacionalización de las tierras ni el estableci­ miento, de una. monarquía constitucional contaban con las simpatías de los Junkers que rodeaban a Hinden­ burg. A l contrario, no más conocer los proyectos agra­ rios del canciller, comenzaron los grandes terratenien­ tes . a acusarle de, querer im plantar é l bolchevismo. La camarilla de la Casa Presidencial tenía ahora prisa por deshacerse de un' personaje que pudo ser aceptable mientras redujo los salarios y aumentó los impuestos de las clases modestas, pero que resultaba peligroso co­ mo reformador. Hindenburg despidió a Brüning en mayo, de 1932. : Nadie había puesto más pasión que Brüning en la reelección d e l: v iejo ; mariscal. dos meses antes.. Los re­ publicanos" veían todavía en el general prusiano,. que no ocultaba supino desprecio p or Hitler, lai últim a ga­ rantía para la salvación del régimen^: Y los partidos reaccionarios que le presentaron como candidato pre­ sidencial en 1925 continuaban recelando de.H in den ­ b urg-y opusieron en 1932 a Adolfo H itler al “héroe de Tannenberg”. Eranz von Papen H ada varios meses que el nacionalsocialismo, los nacio­ nalistas de Hugenberg y sus Cascos de Acero, Vón Papen y Schacht andaban ;en cábalas para derribar al gobierno de Brüning; La reacdón de los-grupos de oposición se concretó en una alianza que sellaron las organizaciones mencionadas en Harzburgo con el exclusivo objeto y fin de alcanzar el poder. El prim er acto público del

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Frente 'de Harzburgo consistió en presentar a Adolfo H itler como aspirante a la jefatura del Estado, frente a Hindenburg. En la primera votación ningún candidato obtuvo mayoría absoluta; Los sufragios se dividieron así: Hindenbürg, 18 millones; Hitler; 11 millones; Thalmann, 5 millones. En la segunda votación, Hindenburg se alzó con el 55% de los votos. H itler consiguió 13 millones. La, Socialdemocracia había apoyado a Hindenburg. En esas elecciones, a pesar del cuidado que puso la camarilla presidencial en subrayar ante el país que H indenburg no era hombre de partido, la lucha se presentó más clara que ¡en 1925. Hindenburg fue re­ elegido como guardia de la Constitución; L am ayo ría del pueblo alemán seguía viendo en H itler una ame­ naza, y en el general prusiano un elemento de esta­ bilización política y de orden, el padre de la patria. Pero Hindenburg había vivido ya 85 años, y la situación a que llegó Alemania requería en la Presiden­ cia del Reich un hombre con la cabeza clara. Hinden­ burg, que era Junker y prusiano —a 1 todo el mundo sorprendió la lealtad con que guardó la Constitución durante siete años— estaba entregando a la camarilla que le rodeaba: su hijo Oskar, el Secretario de Estado, Meissner, el Junker Oldenburg-Januschau y demás ami­ gos de la familia. T odavía no se había apagado el eco de los discursos de los hombres del centro y de los socialistas a favor dé H indenburg en la campaña presidencial, cuando ¡ el Presidente del Reich autorizó el prim er golpe dé Es­ tado: Franz von Papen sustituía a Brüning en la can­ cillería sin contar en el Reichstag con más votos que los de los seguidores de Hugenberg. El nuevo canci­ ller no disponía de otra fuente de poder que la presi­ dencial. Franz von Papen tenía ya accidentada historia cuando llegó a la cancillería. En la primera guerra

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mundial fue espía en los Estados Unidos, pero espía con inmunidad diplomática. Propietario del influyente diario católico Germania, miembro de la sociedad aris­ tocrática : prusiana y estrella;; del Herrenclub, este : ca­ tólico servil iba a desempeñar: turbísimo, papel en el caos político alemán de los últimos días de la R epú­ blica. , El Herrenclub, : los grandes terratenientes, la cama­ rilla presidencial; no. hallaban el personaje capaz de re­ emplazar a Brüning. Pero Papen era hombre siempre dispuesto a. encargarse de una gestión espinosa. Sustituir a Brüning era lanzarse a la aventura; más seductora que puede deparársele a un sujeto de la contextura moral de Papen, pues llegaba al poder con la orden de arrojar: a la Socialdemocracia del gobierno de Prusia, esto es, del gobierno regional o provincial prusiano. La misión era peligrosa, y pocos políticos alemanes se habrían atre-: vido a aceptarla. El nuevo canciller se cercioró primero de que podían contar con la Reichswehr y colocó a su jefe, el general K urt von .Schleicher, en el ministerio de la: guerra. Dos aventureros se encargaban de dar el delicado golpe. . Sabido es que Alemania era una República federal; el gobierno de, Prusia tenía jurisdicción sobre tres cuartas partes de la nación. Desde los días de Weimar, en el Landtag, o parlamento prusiano, había habido mayoría de socialdemócratas, católicos y demócratas. El gobierno de Prusia, formado por representantes de ésos tres partidos y presidido por el socialista Otto Braun, se hallaba en situación dificilísima desde el 24 d e , abril de 1932, fecha de las elecciones para la renovación de la Dieta prusiana. La composición de la nueva Cámara hacía imposible la formación de gobierno, pues era tal la distribución de las fuerzas políticas, que no cabía pensar en una coalición; y, por otra parte, ningún parti­ do disponía de suficiente número de votos para formar gobierno homogéneo. Habíanse anunciado elecciones para el Reichstag —1932 fue el año de las elecciones en

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Alemania—, y el propio parlamento prusiano acordo que continuara el mismo gobierno hasta que funcionara el nuevo Reichstag. Indudablemente a Papen no le era dable, dirigir la política general de la nación sin chocar con la oposición del gabinete autónomo de Prusia. El gobierno de los barones, nombre que recibió pronto el gabinete Papen, era incompatible coh el gobierno marxista de Prusia, como llamaban los reaccionarios a la coalición que presidía Braun. Brüning se había negado a deponer al gobierno de Braun cuando se lo pidieron los enemigos de la R epú­ blica, y ésta fue otra de las razones p or las cuales el canciller católico tuvo que ceder el puesto a Papen. El día 20 de ju lio de 1932, Von Papen, con la apro­ bación de Hindenburg, hizo público el decreto p or el que se nombraba a sí mismo comisario del Reich en Prusia y designaba como ayudante suyo al Dr. Brach, alcalde de Essen. En el mismo decreto se conminaba al gobierno de Prusia a disolverse. En la historia moderna de Europa tal vez no haya muchas fechas que sobrepasen a ésa en transcendencia. Prusia, la fortaleza socialista, era la última trinchera de la República alemana. Si la Socialdemocracia resistía, ¿quién podría evitar que se desencadenara la guerra ci­ vil latente? Y la guerra civil en Alem ania hubiera cam­ biado la faz política de Europa en cuanto habría hecho imposible, al menos por muchos años, otra guerra mundial. No es propio de la historia este linaje de especula­ ciones, pero la hipótesis no puede ser desechada, aun­ que el método haya, por fuerza, de repugnar al histo­ riador tanto como halaga al periodista. La fuerza m ilitar de que hubieran dispuesto los re­ publicanos en caso de guerra civil habría estado repre­ sentada por:

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........... ...... -• " Scíiutzpolizei (Géndármeria del E stad o)........ Reichsbanner (Milicia re p u b lican a).............. Frente R ojo Comunista (Milicia comunista) . T o t a l . . ..................

Hombres 100 000 1 500 000 500 000 1 650 000

La fuerza con que hubiera contado Von Papen ha­ bría sido: Reichswehr ........ ................. v. . . . . .................. Cascos de Acero ............ ........... S. A. y S. S. (Tropas de H itle r ) ............ ....... Total .......................

Hombres 100 000 1 000 000 400 0001 1 500 000

Militarmente, la derecha llevaría la ventaja, dado que la Reichswehr estaba m ejor preparada para la guerra que las organizaciones paramilitares. Pero los antifascistas habrían compensado esta desventaja con el arma de la huelga general, que por sí sola hizo que fracasara el golpe de Estado de Von Iíapp y puso en fuga a la brigada del coronel Erhardt y al regimiento del general Luttwitz en 1920. El 20 de ju lio de 1932 Rememoremos que el gobierno de Prusia estaba pre­ sidido por un socialdemócrata. Regentaba el ministerio del Interior otro socialdemócrata, ICarI Severing. El jefe de la policía o gendarmería prusiana era otro so­ cialdemócrata, Grzinsky. De 30 jefes de la policía pru­ siana, 19 era socialistas. La Schutzpolízei estaba rela­ tivamente bien armada. La había reorganizado Severing, y era una fuerza que obedecía a sus jefes sin vacilar; de ello nunca hubo dudas. A l conocerse en toda Alem ania el decreto de Von i La S. A. llegaría a estar formada por 4 500 000 hombres luego que los nazis se adueñaran del poder.

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Papen por el que expulsaba a la Socialdemocracia de su reducto de Prusia, la nación se puso en pie, como suele decirse. ¿Había llegado la llora de batirse? En la tarde del 20 de julio de 1932 las vías céntricas ele Berlín están concurridísimas (el proletariado alemán, sin trabajo en gran número, vivía prácticamente en la calle de ordinario). Los obreros esperan órdenes. Re­ publicanos y marxistas forman grupos que comentan, excitados, los acontecimientos. En la Alexanderplatz, la caballería de Severing disuelve las concentraciones de público que rodean al rojo edificio de la Jefatura de Po­ licía. Berlín vibra con emoción, desconcertado y ner­ vioso. En U nter den Linden carga también la policía montada contra los grupos, que se dispersan con gritos, para volver a formarse. Se recuerda el golpe fallido de Von Iiapp. El general Schleicher tiene movilizada a la Reichswehr para ap o yar. a Papen. Seis millones de obreros afiliados a los sindicatos libres (socialistas), 100 m il obreros influidos por el partido comunista, 1 200 000 adherentes de los sindicatos cristianos espe­ r a n ... Los siete millones de votantes socialistas, los cinco millones de votantes comunistas, los cuatro mi­ llones de votantes católicos, estos dieciséis millones de antifascistas saben que en cuanto se derrumbe la última línea de defensa de la República el terror se adueñará de la calle. La jornada es decisiva. Las sombras de la noche comienzan a envolver a la capital del Reich, y los líderes socialistas continúan deliberando, irresolutos, paralizados. ¿Por qué? Se reparte una hoja comunista en la que se incita a la huelga general. La masa obrera se apiña en la Inselstrasse (cuartel general de los sindicatos socialistas) y en la Lindenstrasse (sede de la Comisión Ejecutiva de la Socialdemo­ cracia y locales del Vorwarts). Los líderes socialistas mandan un lacónico mensaje a la masa: “ ¡Serenidad! ¡Serenidad!” El día ha sido fatigante, y caluroso. Noche cerrada

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ya, las multitudes/ desorientadas; se retiran d e ia s callesl Berlín está:ocupado: militarmente por lag en d arm ería de Severing. Schleicher- tranquiliza-a los jefes ,de la Reichwehr: "No pasará nada." . : = • ¡La fortaleza roja de Prusia se ha;rendido! Un .ofi­ cial y dos soldados han sacado a los: ministros socialdemócratas de sus -despachos: oficiales y les han acompa­ ñado -hasta-la:'puerta-principal. Severing había: jurado que sólo'-por la fuerza saldría del gobierno de Prusia; y por la fuerza ha salido. Los ministros socialistas creen que han cumplido con su deber. ' -1 La noticia de la claudicación corrió en la noche del díá 20 p o r toda Alemania. A l día siguiente aumentó el desaliento entre, el proletariado y la clase media re­ publicana. . Otto Braun y Iíarl Severing no se conformaron con lo ocurrido, y así, al abandonar el gobierno de Prusia, redactaron un enérgico manifiesto, muy razonado, de protesta contra el atropello, dirigido al T ribunal Cons­ titucional, en Leipzig. : El mismo día 20 de, julio se reunieron precipitada­ mente los jefes de la socialdemocracia y los sindicatos libres y . aprobaron una arenga, que publicó el Vorwarts al día. siguiente: “ ¡El día 31 todo el mundo a votar! Así acabará la dase obrera consciente, de Alemania con el régimen de los barones.” El 21 de julio el. proletariado alemán es ya un ejér­ cito con la moral derrumbaday si tenía moral. Los : insólitos acontecimientos del. 2 0 r de -jtiiio:-de 1932 desconcertaron al pueblo alemán. La. humillante y; absurda capitulación de la Socialdemocracia: en .Prusia acentuó la confusión: en el país. rMientras subsistió: el gobierno de la coalición dé W eim ar hubo, un muro;.de contención contra el desorden y la desesperación;.. La coaliciónide W eim ar .era la; piedra angular del régimen republicano y de la sociedad alemana. Con: la desapa­ rición del dique socialista-católico de Prusia quedó- li­

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bre y -desbordante. el- torrente demagógico.: Alemania volvia al caos de los años que siguieron a la guerra. H itler teme la guerra'civil Las elecciones generales del 31 de ju lio de 1932 refle­ jaron la decepción sufrida por las masas. La victoria electoral del nacionalsocialismo y los comunistas rebasó las presunciones más pesimistas entre los .republicanos. Hitler. obtuvo 13 700 000 votos, y pasó a contar en el Reichstag con 230 diputados. Los comunistas! lograron 89= asientos en, la Cámara. Los partidos de la clase media murieron:: definitivamente. La Socialdemocracia retroce­ dió a; la fuerza electoral que tenía en 1924. El-.; triunfo enloqueció —sería impropia cualquier otra palabra— a las tropas de asalto de Hitler. Por toda Alemania se extendió una oleada de terror pardo. En la Prusia oriental, en Silesia, en innumerables ciu­ dades y . pueblos comenzaron: los : nazis a perseguir a süs adversarios políticos y a asesinarlos alevosamente. Uno de los crímenes, más odiosos de los perpetrados entonces por los nazis fue la muerte que dieron cinco sujetos de la S. A. en agosto a un minero comunista y judío de Potempa, en la A lta Silesia, forzando a su madre a ser ■testigo, del asesinato. H itler envió un tele­ grama en el que se solidarizaba con los criminales. Hit­ ler respaldaba públicamente todos los excesos de 'sus partidarios. Von Papen declaró el estado de guerra, mientras el-general Schleiclier amenazaba con lanzar a la Reichs­ wehr contra la S. A. hitleriana. Papen se pronunciaba contra Hitler, y aseguraba que mantendría el imperio de la ley. Pero era cosa notoria que estaban en quiebra la República, el Estado y : las leyes más elementales de la vida en sociedad. El nacionalsocialismo: tenía ahora prisa por llegar al poder. Tenía prisa por destruir a las oposiciones... pero de, acuerdo con el gobierno. H itler concentró a la

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S. A . cerca de Berlín e hizo una proposición singular: prometió apoyar al gobierno de Papen, si el gobierno de Papen dejaba campar por sus respetos en la calle a la S. A. durante tres días. Antes de llegar al poder Adolfo H itler quería aterrorizar a sus enemigos. El gobierno no aceptó. La tarde del 13 de agosto, Hitler, Erick y Rohm visitaron a Hindenburg para pedirle que nombrara can­ ciller a Hitler. El viejo mariscal despachó a la comisión con gesto malhumorado. Había elegido a Papen para la cancillería, porque H itler prometió apoyarle, y . ahorá e l ex corporal de Bohemia, como Hindenburg llamaba a H itler, se negaba a cumplir la palabra dada. Lo más que Hindenburg estaba inclinado a conceder a H itler era la vicecancillería. La entrevista fue seca y breve. El octogenario prusiano reprochó a H itler los crímenes que cometían sus secuaces y dijo a sus tres visitantes que el gobierno tendría mano dura con ellos. Von Papen continuaba al frente del gobierno. H itler buscaba nuevas ayudas para adueñarse del Estado pacíficamente, y conspiraba contra Hindenburg y con­ tra el canciller. El nacionalsocialismo temía la guerra civil. H itler había cambiado mucho desde 1923. Ahora era la personificación de la cautela. Estaba persuadido de que si había lucha en las calles nunca llegaría a go­ bernar.: La guerra civil en Alem ania destruiría la posi­ bilidad de hacer la guerra a Europa, de vengar al Diktat de Versalles, de desahogar el odio que sentía hada Franda una Alem ania humillada. El caos nacional repercute en el nuevo Reichstag, como en una caja de resonancia. Goring sale elegido presidente de la Cámara con los votos del centro cató­ lico. Los comunistas presentan una proposición en la que piden la derogadón de todas las leyes y decretos del gobierno no sometidos a la aprobación del Reichs­ tag. Hitler, que trata de derribar a Papen, ordena a la fracción parlam entaria nacionalsorialista que vote la propuesta comunista. Sólo los diputados de Hugenberg

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apoyan al gobierno, que resulta derrotado por 512 votos contra 42. Papen responde disolviendo el Reichstag y convoca a elecciones para el 6 de noviembre. Acentúase el desorden nacional. Los obreros del transporte de Berlín se declaran en huelga, y los sin­ dicatos nazis se adhieren a este movimiento. Le urge a H itler debilitar al gobierno, desprestigiar definitiva­ mente a la República, disolver el Estado. Hindenburg tendrá que acudir a él, a Hitler, si hombres y partidos se gastan y se declaran impotentes para mantener el orden. Pero Papen ganó la partida a Hitler. En las eleccio­ nes del 6 de noviembre de 1932 los nazis obtuvieron 11 705 256 votos (contra 13 732 779 en ju lio anterior). El retroceso era significativo. Habían avanzado los nacionales alemanes de Hugenberg. También habían avanzado los comunistas. ¿Acaso habían votado, ahora por los comunistas cientos de miles de alemanes que en julio votaron por los hitlerianos? La desilusión de las masas era patente en la abstención de m illón y me­ dio de electores que acudieron a las urnas electorales en las últimas elecciones y en éstas se habían inhibido. El resultado electoral de noviembre de 1932 repre­ sentó el retroceso para el nacionalsocialismo. Si Hin­ denburg y Papen, persistieran en su táctica de cerrar a H itler el acceso a l poder, los nacionalsocialistas tendrían que batirse en la calle —lo que Hitler, con buen sen­ tido, rehuía—, o resignarse a perder fuerza en la opi­ nión, alejándose probablemente cada día más del poder. Ahora bien, ¿qué partido se lucraría d el retroceso nazi? Sin duda, el comunista. Y el avance comunista reconciliaría a las fuerzas del Frente de Harzburgo, es decir, a Papen, Hugenberg, Schacht y Hitler. La derrota del 6 de noviembre enfureció al Führer. Pero estaba convencido de que al cabo se le abrirían las puertas de la fortaleza gubernamental, tan débil­ mente guardada, sin que tuviera que recurrir a la vio­ lencia. Esa confianza le llevó a rechazar los consejos

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de sus amigos, que le proponían un-golpe de Estado desde la calle.. Lós¡ acontecimientos dieron - la., razón: a Hitler. El general Schleicher El. 2 de .diciembre de. 1932 principió en Alemania una de: las: tragicomedias: más extrañas de-.tódos: los tiempos.El, jefe de la,Reichswehr, general K urt von Schleicher; sustituyó a Franz yon P apen:en la cancillería. El evento era ya, de por sí, sorprendente, pues en Alem ania; tan dom inada;:por elm ilitarism o , jamás;-había= gobernado el ejército directamente. R urt v o n : Schleicher era otro intrigante. En este dominio separaba a Schleicher de Papen el hecho de que Schleicher contaba con; exceso en su fuerza per­ sona! y .carecía de sentido político. Papen era un in­ trigante diplomático. Schleicher era un soldado que h ab ía:llegado a mandar la Reichswehr sin haber man­ dado nunca un cuerpo de ejército. Todas las batallas las había ganado Schleicher en, las oficinas militares. Su carrera personal tenía algo de portento: a los 5 0 -años, jefe de la Reichswehr. sin haberse.; movido de su ídespadío. Pero Schleicher era,- a la postre, un m ilitar, con mayores probabilidades de :perderse; en -la inextricable situadón política dé la: Alemania :de¡ 1932 que el astuto propietario: de la- Gefmania.• : . .; Papen cayó, porque no podía gobernar un día más con tocia la nación.en contra.,En aquel maremágnum de ambiciones, .intrigas ;y>violendas, el gobierno de Papen se había gastado a los seis meses de nacer. Los nazis habían.perdido votos, pero la tranquilidad délas.clases conservadoras no había, aumentado:: con el avance de los. comunistas. Las- instituciones, republicanas éstaban en. franca : disolución; La, , camarilla: : presidencial, que quitaba y ponía-gobiernos, convenció a Hindenburg de que se necesitaba ,:un/ministro:, fuerte, una mano de hierro, que pusierá .orden eniel país, metiéndole eií dn-

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tura¿ Por su cargo d e je fe de la. Reichswehr, Schleicher era en ese momento, el hombre; más I-poderoso de Ale­ mania. Además, el burocrático general sentía;—la; había sentido siempre— desmesurada: ambición personal.- Su íntima amistad con Oslcar von Hindenburg y - demás personajes que circundaban al viejo mariscal le hacía el candidato más indicado piara reemplazar a Papen; que no hubiese sido canciller si la Reichswehr, es decir, Schleicher no. le. hubiera apoyado. : El general, Schleicher ¡llegó al gobierno con un pro­ grama de salvación nacional. En el: orden; político su designio era destruir : el movimiento - hitleriano. En el orden social,, Schleicher se presentaba con ¡ ideas no menos radicales. Para debilitar a, H itler entró en; con­ tacto con el; ala izquierda del; nacionalsocialismo, y ofreció la vicecancillería a Otto Strasser.. ¡También in­ vitó a form ar parte del gobierno al jefe de los sindicatos socialistas, Teodoro Leipart. ... Schleicher se condujo desde un principio como un m ilitar que tiene“ ideas” sobre la: función de gobernar -rtodos los militares ; tienen “ideas” sobre esto—, pero sin noción de las consecuencias que podrían acarrearle sus actos. El nuevo canciller comenzó dirigiéndose a la nación por, la radio. Alemania esperaba su declaración; con. im­ paciencia y, esperanza. Schleicher, dijo ,que había pasado el:momento de romperse la cabeza con el embrollo de las: teorías capitalistas y socialistas (sugestión típica de un general). Urgía dar trabajo a los seis m illones de alemanes que carecían de él. Criticó la política de; Pápen en relación con, la;agricultura. Y se calificó.-a- sí -mismo de; “general social”,; El nuevo canciller pasmó y descon­ certó a todos los alemanes. . Sin embargo, no reveló aún todo su; plan de gobierno, en el que entraba el asentamiento de los obreros sin tra­ bajo en las fincas agrarias yermas; además, suprimía Jos subsidios a la industria. ;; ; ;; -•«Los socialistas aparecieron : divididos. Unos; querían

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apoyar a Schleicher; otros se proponían votar contra el nuevo gobierno,: si pretendiera sostenerse en el Reichs­ tag. En general, la Socialdemocracia se pronunciaba; con­ tra el “general social”, pero los sindicatos se declaraban dispuestos a colaborar, con él. ; No más conocer los grandes industriales y los Junkers los proyectos de Schleicher y empezaron a maniobrar para: derribarle. La= camarilla presidencial empañó la reputación de Schleicher ante Hindenburg diciendo al presidente que toda la nación estaba escandalizada con los asuntos de faldas del general. Eso bastó para que se enfriara el entusiasmo de Hindenburg, que era un puri­ tano prusiano, por Schleicher. La amenaza representada por las audaces e intemperantes ideas del canciller reunió al Frente de Harzburgo. Papen invitó a H itler a entrar en la i conjura. El nacionalsocialismo estaba entonces abrumado por las deudas (12 millones de RM) y Papen prometió a H itler ayudarle a resolver su problema fi­ nanciero. En efecto, a fines de 1932 se celebró en Colo­ nia, en el domicilio del banquero Schroder, una entre­ vista entre Schroder, H itler y Papen; de ella salieron saneadas: las finanzas hitlerianas. Hitler, Schacht, Papen, Hugenberg y la camarilla pre­ sidencial estaban ya de acuerdo en la necesidad de cam­ biar el gobierno. Schleicher sabía que se intrigaba contra él en todas partes, pero creía; que sus fuerzas eran supe­ riores a las de los conjurados. Supo que Papen y H itler se habían reconciliado en casa del banquero Schroder. Y contraatacó denunciando a la nación que Papen había ayudado con fondos d e ! Estado a los terratenientes del Este del Elba, entre los que repartió millones con el pre­ texto de remediar la crisis de la agricultura. (Díjose que Oldenburg-Januschau, íntimo de Hindenburg, había re­ cibido cerca de m illón y medio de RM , con lo que pudo sanear sus tres grandes propiedades y comprar otra.) P or modo cierto, el canciller comprometió su situación al atacar de esta manera a V on Papen, pues al propio tiempo atacaba a la Casa Presidencial. Porque Oskar von

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Hindenburg y el propio Hindenburg se había benefi­ ciado de la generosa distribución de dádivas realizada por Papen. En enero de 1933 visitó a Hindenburg una comisión de terratenientes y le denunció la “ruinosa política” que estaba haciendo Schleicher respecto de la agricultura. “Ni bajo los gobiernos marxistas sé les había tratado peor que bajo el gobierno de Schleicher", puntualizáron los terratenientes al mariscal. La situación se hacía cada día más insostenible para el jefe de la Reichswehr y del gobierno. Pero no era Schleicher hombre que rectificara. Preparó una ley de excepción y amenazó a Oskar von Hindenburg con dar al país información sobre negocios que el hijo del pre­ sidente tenía motivos para mantener secretos. No po­ demos maravillarnos de que la camarilla presidencial arreciara en su ofensiva contra el canciller. De Schleicher podía decirse lo que, según recordamos en otra parte de esta obra, decía Federico el Grande de Francisco I, el emperador austríaco: qué siempre daba el segundo paso antes de dar el primero. Acosado en los salones, y desoído en la calle, Schleicher concibió disol­ ver el Reichstag antes de que comenzaran las sesiones, según la Constitución. Pero el decreto de disolución tenía que firmarlo Hindenburg,: y el presidente y su familia mostraban ya honda e irreprim ible malquerencia al canciller. A l fin advirtió Schleicher la verdadera magnitud de las fuerzas que se habían concitado contra él y el cerco que le ponían. Estaba como en el centro de un círculo de hierro que se iba cerrando poco a poco, y que acabaría inmovilizándole, haciendo de él, poco antes el hombre más poderoso de Alemania, un prisionero inmóvil. Pero en ningún instante pensó Schleicher en rendirse. Su falta de tacto político, su temeraria decisión de batirse en el terreno político con los temibles personajes del Frente de Harzburgo, su complejo de superioridad, no le impe­ dían apreciar que estaba en juego algo más que su ca­

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rrera: . su ¡propia:,vida. El canciller sabía que el enemigo que.tenía enfrente no perdonaba. Y no; perdía la esperanza de salir del atolladero. Después de todo, Papen, H itler, Hugenberg, Schacht, los Junkers,5eri una palabra, el antimarxismo,, no "lo: era.: todo en Alemania. Otras fuerzas, unos::20 millones de ¡alemanes, temían, como Schleicher, el triunfo de la reacción. El “general social”: va a ver, por tanto, si los socialis­ tas se avendrían —todavia.no es demasiado tarde— a hacer lo que no hicieron; cuando él mismo dio a Von Papen un teniente y. dos soldados para expulsar a Otto Braun; y, a; Ivarl Severing del gobierno. dé Prusia. Schlei­ cher cree.que sólo la guerra civil puede; salvarle. T al .vez está en; lo cierto. T al vez; es. ésa la única salvación, y no sólo para el canciller, sino; para. el. honor del proletaria­ do alemán, p ara. Alemania y para Europa. Schleicher tiene, en suma, su .plan.. Se entrevista con Breitsclieid, jefe del grupo parlamentario socialista; y le pregunta “si los socialistas irían a las barricadas en el caso de que el Reichstag ¡fuera;, disuelto y no. se..¡cele1 braran elecciones generales .en el; plazo señalado por la Constitución". Bréitscheid. nó quiere comprometerse: ni quiere comprometer a. su partido. Cauto, asustado ana­ crónico, Breitsclieid responde que “si eso ocurriese se producirían los. más.¡graves acontecimientos”. C om a el tiempo y se acercaba la fecha del 31; de enero en que habría de reunirse el Reichstag —hostil a Schlei­ cher-^-, o habría de ser disuelto, :para lo cual necesitaba el canciller la. autorización de Hindenburg. la nueva. Constitu­ ción-social es.:ia, fábrica. Su dirección recae en el jefe de lá empresa. El jefe de la empresa decide frente al personal de la fábrica en todos los asuntos de la explo­ tación. En esa fid elid ad ,se funda la comunidad, de la fábrica. En consecuencia, quedan abolidas todas fas le­ yes: d e ; importancia básica, como, ría de los consejos de fábrica, la de contratos colectivos j : tarifas de; jornales, la de. arbitraje y. la de jornada.”

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Dos meses antes, el 14 de marzo, había entrado en vigor una ley por la cual se encomendaba la dirección de toda la vida industrial de Alepiania a doce capita­ nes de la industria pesada, entre: ellos ICrupp v o n :Bohlen, ;Blohm, Rochlin, Enrich Hartkopl, Bruno Schiiler y Alberto Vogler. Todos los obreros habían de pertenecer al Arbeitsfront (Frente de Trabajo)* o sea a los sindicatos nazis dirigidos; por el Dr. Ley. Ciertamente, las leyes de 1934.. no creaban una situación nueva, sino que venían a dar valor jurídico a un estado de cosas que crearon los nazis en cuánto llegaron al p oder,: en colaboración con los nacionales alemanes, que en esto no discrepaban de H itler. De esa suerte se implantó en Alemania una especie de feudalismo capitalista o de capitalismo feudal. Las rebajas de salarios se presentaron en seguida. En 1934 no se falsificaban todavía las estadísticas de las empresas, y aún se hacían públicos datos fidedignos so­ bre las consecuencias de la política social del nacional­ socialismo en el prim er año de su imperio. He aquí los salarios pagados en 1932 y 1933 por cuatro grandes empresas (en millones de RM):

Gute-Hofnung-Hütte , Hosch Iírupp Siemens

1932

1933

38,843,6 69,5 55,6

31,1 38,9 67,4 48,2

.

Notamos que en: 1933 disminuyeron las sumas in­ vertidas en jornales por esas ;cuatro, empresas en un 33.7 p o r ciento con respecto del año anterior, pero el número de obreros empleados aumentó en las factorías Iírupp-en 8 mil, en las de liosch en 1 300-, y .en las. t!.c

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Siemens en 4 mil. En la Gute-Hofnung-bajó. He aquí ahora las cifras exactas: ^ La Gute-Hoffnung-Hütte pagó en 1932 un jornal sémanal medio, incluidos los sueldos de los directores y el altó personal, ¡ de 45.87 RM. En 1933, el primer año del régimen hitleriano, el salario medio fue de 36.92 RM. La empresa Hosch distribuyó en 1932 un salario medio semanal de 44.42 RM . En 1933 bajó a 36.82. Krupp, 37.54 en 1932 y 29.86 en 1933. Por consiguiente el salario semanal disminuyó en esas tres empresas en 1933 én un 20% por término medio. Veamos a continuación las ganancias líquidas de los grandes consorcios industriales (en millones de RM): Beneficio 1 líquido 1932 Hosch Krupp Iílockner

12,5 20,3 9,2

"

1933

% de aumento

23,7 35,3 20,8

89 75 125

La Gute-Hoffnung-Hütte, que perdió en 1932 7.6 millones de RM, redujo sus pérdidas en 1933 a 2.7 mi­ llones de RM. Es decir, en tanto que en el prim er año del régimen nacionalsocialista disminuyeron los jornales un 20 por ciento, los beneficios de los capitalistas aumentaron en un 100 por ciento. La industria pesada alemana estaba recibiendo ya enor­ mes subvenciones del gobierno. Sólo así podía explicarse que los beneficios no estuvieran en relación con la pro­ ducción. Por ejemplo, él cbnsorcio Hosch fabricó en 1933 ménós qué el año anterior, y era natural, porque toda la gran industria estaba adaptándose a la sazón a la pro­ ducción de guerra. Pero, a pesar de haber fabricado menos que en 1932-, el consorcio Hosch vio aumentados

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sus beneficios líquidos-en ¡11.2 millones de RM . Seme­ jante incremento no se explicaba por los 4.7 millones de RM que montaban las rebajas de jornales, n i p or el per­ feccionamiento de los métodos de trabajo. La gañanciá procedía de las subvenciones del Estado. El caso . de Krupp era más claro todavía. El valor de la producción dé Krupp en el año a que nos referimos aumentó en 22 millones de RM. La nó­ mina de salarios en 2.1 millones (pese a emplear 8 m il obreros más). ¿Cómo pudo aumentar el beneficio neto de esta empresa en 15 millones de RM? Lo que sucedía era que Krupp estaba fabricando ya material de guerra y podía ofrecer las cifras citadas, primero porque había rebajado los salarios, segundo porque el Estado le pa­ gaba el material de guerra a precios excepcionalmente altos, y tercero porque había recibido fuertes subvencio­ nes. (Alfredo Krupp von Bohlen pertenecía al partido nacionalsocialista desde hacía varios años.) En rigor, Hitler daba a los grandes industriales todo aquello porque habían luchado desde que comenzó a gobernar la coalición de Weimar. A cambio, los capita­ listas perdían la libertad de movimiento. La desventaja de los capitalistas en el nuevo régimen era la misma de los demás alemanes; no había en Alem ania otra ley que la de los nazis, lo que quería decir que en el T ercer Reich no había ley, ni derechos, ni respeto para la per­ sona. Un capitalista podía parar en un. campo de con­ centración lo mismo que un obrero. Pero el proletariado como clase había caído en la esclavitud y los capitalistas como clase eran más fuertes que bajo la República. La burguesía liberal de otros países supuso, con ma­ nifiesto error, que H itler estaba realizando una revolu­ ción porque el capitalismo y la economía alemanes se desenvolvían bajo el control de los nazis. Había en esto mucho de espejismo. Cierto que el nacionalsocialismo tenía representantes en los consejos de las empresas in­ dustriales y en los bancos. Cierto que un banco alemán no podía disponer de sus fondos con la misma libertad

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que un banco inglés;;¡norteamericano o francés. Y de cuando-en cuando llegaban noticias al extranjero de que los: nazis habían despojado de sus bienes a un acauda­ lado personaje y le habían metido en un campo de con­ centración.; Esto era; para mucha5opinión extranjera, una revolución. Pero esa opinión se equivocaba; En primer lugar, era lógico que el Estado, qiie había salvado a los bancos alemanes en la crisis de 1931, tuviera cierta inter­ vención en;: los negocios financieros, y esto sucedía en Alemania antes del triunfo nazi.; Dicho de otro modo, en ; Alem ania no ; había Banca i independiente. Por otro lado, los capitalistas de las naciones democráticas no comprendían, no querían, comprender, qué Alemania se hallaba en guerra con .Europa desde el momento en que Hindenburg rentregó: el poder a H itler.: H itler no tenía más misión en esos días que la de preparar al Reich para la guerra y dar la orden de marchar al ‘ejército ale­ mán cuando le pareciera oportuno. La prensa vespertina de París había escrito el 30 de enero de 1933: "C est la guerre”, y la prensa :de París tenía razón; Pero un go­ bierno qüe,:cúal el-d e Hitler, considera a su p i s en guerra, impone a la; nación una economía y una política de guerra. De suerte que la concentración de poderes, la mengua de:la:libertad individual,.el:control de las iridustrias y los bancos no eran en Alemánia sino medidas de emergencia, las mismas que toman todos los gobier­ nos de los países que se encuentran en guerra; En A le ­ mania sé acentuó la intervención del Estado —al fin y al: cabo el Estado de Krupp—; porque et capitalismo no podía vivir sin la ayuda oficial. Quienes veían en el go­ bierno de H itler un gobierno ele paz habían de ver en los hechos de los: :nazis, :sin embargo, una revolución, cuando en realidad no eran más que una subversión, y una subversión contrarrevolucionaria. >■Análogo era e l caso de Italia en el régimen de Mussolini. Un: capitalismo: en quiebra y amenazado por la re­ volución social se salvaba de la bancarrota y del "bolche­ vismo” creando él Estado-Banco, cuyo fin, aparte de

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destruir! las organizaciones' obreras,, consistía en acudir con .los'fondos de la nación a salvar a las empresas-pri­ vadas insolventes. Como ciudadano y como; empresario, el capitalista había perdido' una porción de la libertad que antes disfrutaba, pero el capitalismo no sólo ganaba con el cambio, sino que era el único beneficiario de la dictadura. La enajenación de su libertad representaba la prima ;que el propietario pagaba p o r el servicio de que el Estado le saneara sus empresas y le protegiese contra la amenaza de la revolución social. El problema del paro forzoso, que era la pesadilla de todos los gobiernos alemanes desde 1929, lo resolvió “ad­ mirablemente” Hitler. El 1° de mayo de 1934 anunció en su discurso de Tempelhof: “He reincorporado a la producción a más dé tres millones de alemanes." Y, ‘en efecto, en enero de 1933 había registrados más de seis millones de desocupados; en'diciembre de 1934 no que­ daban más que 2 600 000. Nadie dudaba de que el Führer se había preocupado por liquidar el ejército de los sintrabajo. Y cabía que resolviera el problema, pues se había arrogado poderes de que carecía la República. Como todas las dictaduras, el nacionalsocialismo inició una serie de obras públicas, muchas de carácter militar, que absorbieron mano de obra hasta entonces ociosa. El nacionalsocialismo eximió de impuestos a las nuevas industrias y a las fincas urbanas que fueran reformadas o se construyeran de nueva plánta. Con ello estimuló a los propietarios a realizar obras. Impuso varios cientos de miles de obreros sin trabajo a los agricultores para que ayudaran en las tareas del campo, a base de pagar el Estado una parte del salario del obrero; el resto, lo pagaba el terrateniente. Prohibió a los industriales des­ pedir personal, y a otros les obligó a admitir nuevos ope­ rarios; como compensación autorizó a los empresarios, a rebajar los jornales. Para los capitalistas este sistema constituía un buen negocio. Otra medida que contribuyó a reducir el número de los ociosos fue la expulsión de

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la m ujer de los empleos; y a; aquellos desocupados que H itler no podía colocar les suprimió el seguro de paro. U n buen día aparecieron cerradas las ventanillas de la Arbeitsvermittlungen y se dijo a los sintrabajo que bus­ caran ocupación en la agricultura.. I En la prim avera de: 1935, Adolfo H itler declaró que Alem ania no se consideraba ya ligada por el Tratado de Versalles e introdujo el servicio m ilitar obligatorio; E l ;nuevo ejército nacional acabó absorbiendo lo que quedaba de mano de obra inactiva; El Reichs-Fiihrer Paúl von Beneckendorff und Hindenburg, mariscal de campo, héroe oficial de Tannenberg y Presidente duran­ te nueve años de la República alemana, pasó de este mundo en la madrugada del 2 de agosto de 1934. La. des­ aparición del Presidente del Reich no creó ningún pro­ blema al nacionalsocialismo. Una vez más Adolfo H itler desconcertó a sus adversarios nombrándose a sí mismo Reichs-Fiihrer, es decir, concentrando en su persona las dos jefaturas, la del Estado y. la del gobierno. El mismo día 2 la oficialidad de la Reichswehr presta­ ba juramento de fidelidad y obedienda en todas las ciu­ dades de Alem ania al ex pintor austríaco. No era aquel un juramento de sumisión al jefe del Estado, sino a la persona de Adolfo Hitler. Nadie podía ya destituirle, salvo una revolución. Pero la revolución desde abajo era, después del 30 de junio de 1934,. punto menos que im­ posible. Los sucesos del 30 de junio componen una de las pá­ ginas más bochornosas de la historia de Alemania. El na­ cionalsocialismo quedó en ellos desnudo, durante dos días, a la faz del mundo, con todas sus lacras y todos sus vicios, y con humillante crudez, no sólo para la parte sana del pueblo alemán, sino también para toda una ci­ vilización. El conflicto en el seno del partido nazi era inevitable.

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Adolfo H itler había predicado la revolución, había pro­ metido a las masas lo que nunca pensó darles, y al año de gobierno del nacionalsocialismo el descontento se ex­ tendía por todos los sectores de la nación. El proleta­ riado estaba oprimido,, reducido a una servidumbre que sólo el terror podía sostener. Pero no era fácil imponer igual silencio a aquella parte del nacionalsocialismo:que no se conformaba con la política reaccionaria de Hitler, instrumento de Krupp y de la Reichswehr. Esos elemen­ tos radicales nazis eran los que escribían a Gregor Strasser pidiéndole que volviera a actuar, eran los que se creían con más derecho que los generales, a ser escucha­ dos por el Führer y se consideraban traicionados. El “nuevo” Estado aún no estaba sólidamente estable­ cido. La camarilla presidencial —por más que ya no exis­ tiera Hindenburg— continuaba intrigando, con Papen en el papel de principal villano. Los líderes nazis luchaban por asegurarse su futuro personal disputándose los pues­ tos más importantes. Goring y Himmler se peleaban por el control de la Gestapo (Geheimne Staatspolizei, o poli­ cía secreta del Estado). Goebbels temía a Goring. Himm­ ler desconfiaba de Rohm. Rohm recelaba de Goring. Goring despreciaba a Goebbels. La Reichswehr odiaba a la S. A. La S. A. envidiaba a la S. S. Y Adolfo Hitler, que necesitaba el orden, como los industriales y los mi­ litares, para acelerar el rearme de Alemania, veía con alarma aquella anarquía, de la cual podría salir su ruina personal y el fracaso de sus planes de dominación euro­ pea. De nuevo había proclamado su ideal en el discurso de Reiclienhall, en el mismo acto público en que anun­ ció el fin de la revolución: “Necesitamos el orden inte­ rior como condición de nuestra expansión hacia el ex­ terior.” Este orden sería inalcanzable mientras el partido nazi estuviera minado por el descontento. De todas par­ tes le llegaban a H itler sugestiones, consejos y estímulos contra los alborotadores y agitadores que se movían en el seno del partido. La Reichswehr pedía la liquidación de aquel estado de cosas. Papen, en nombre de los in­

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dustriales y los Junkers, pronunció el 17 de junio de 1934 un violento discurso eñ Marburgo en el que denun­ ció a los fomentadores de>la anarquía, a los doctrinarios fanáticos; a los que querían mantener a Alem ania en insurrección permanente. Mussolini había aconsejado también a: H itler en las entrevistas de V enena del 14 y 15 dé jm iio una política de -hierro, el aniquilamiento de la oposición1interna, la misma: política que recomendó a Dollfuss y a'Starhemberg para Austria unos meses antes. Mussolini era entonces —en el apogeo de su influencia personal en Europa— la más alta autoridad en el arte de gobernar por el terror, “e l prim er estadista” del con­ tinente, y H itler todavía no se había afirmado en el poder. El frente de los Junkers, la Reichswehr, los grandes industriales y los nazis reaccionarios contra los radicales del movimiento estaba definitivamente formado hacia el 20 de junio, e impaciente por atacar. La S. A., que entonces se componía de unos 4 500 000 turbulentos camisas pardas, había tenido mucho que ha­ cer en el prim er afió del régimen nazi. Pero la oleada general de terror había pasado. Los campos de concen­ tración estaban llenos, y la S. A: se encontraba sin una misión concreta que cumplir. Además,Ta S. S. (SchutzStaffel), la guardia pretoriana del Führer, se hallaba for­ mada por unos 300 000 hombres, los suficientes, con la gendarmería y la Gestapo y la Reichswehr, para defender el orden hitleriano. La S. A. carecía, pues, de sentido, ahora que él terror estaba organizado y H itler contaba con la :Reichswehr, al' frente de la cual se encontraba; cómo ministro uno dé sus admiradores, el general Von Blomberg. 'Había que licenciar’á ’la S. A., el proletariado de las tropas del régimen. Rohm, él jefe del Estado Mayor de la S. A., pensaba, sin embargo, de otra manera. En un consejo de ministros había ‘ propuesto la incorporación de la S. A. a-la Reichswehr. Se‘ crearía un gran ejército nacional con él, Rohm, por jefe, con lo que se haría due­

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ño de Alemania. Los líderes de la S. A. ingresarían'en ese gran ejército, en el que conservarían su graduación. Von Blomberg y Von Fritsch, el comandante en jefe de la Reichswehr,. opinaban: que la incorporación de las tropas, nazis a la Reichswehr entrañaría .la destrucción del ejército. Rohm sé atrevió a atacar a los generales; y los generales y Goring, Himmler, los industriales y los Junkers, todos apremiaron a H itler para que disolviera la S. A. La situación económica del Reich no podía ser peor. La exportación industrial de Alemania se había.derrum­ bado al triunfar. Hitler. La producción llegó a alcanzar, cierto, el nivel de. 1929, más o menos, pero esa produc­ ción era en gran parte material de guerra, y el pueblo alernán, que ahora trabajaba más, se alimentaba peor. El gobierno había elevado los aranceles, y reducido la importación de artículos alimenticios, para poder adqui­ rir elementos necesarios, como las materias, primas, para el rearme. Alemania tenía, por primera vez desde hacía muchos años, una balanza comercial deficitaria. Todo contribuía a mantener a la nación en un estado de in­ quietud, dé protesta y de confusión. H itler tenía que atacar. Tenía que llevar el terror al único' sector de la nación que hasta entonces había es­ tado libre de él, a su propio partido. Una gran San Bartolomé alemana La Reichswehr exigió la disolución de la S. A. para el mes de julio. Hizose entonces público que en los prime­ ros días de ese mes serían licenciados los S. A. por dos meses, y que no podrían usar los uniformes durante ese tiempo. La medida produjo el inevitable disgusto entre aquella soldadesca díscola y terrorista, que tan buenos servicios creía haber prestado al partido y a Hitler. Pero no existen pruebas de que Rohm y los demás jefes de la •S. A .-se aprestaran a-resistir la orden; La Reichswehr preveía un conflicto con los camisas

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pardas, y desde hacía varias semanas tomaba precau­ ciones. Adolfo H itler decidió'actuar y organizó, la represión de acuerdo con ¡Goring y con Himmler. A Goring le dio instrucciones sobre el . plan general del terror, para. Ber­ lín, instrucciones que el prim er ministro, de Prusia con­ fesó luego haber rebasado. H itler partió en avión para el¡ sur de Alem ania el 29 de junio por la noche, acompañado de Goebbels, que también tomaba sus precauciones, pues temía a la bru­ talidad de Goring. A las 4 de la mañana del 30, e lF ü h re r y el ministro de la Propaganda entraron en Municli. H itler había co­ municado por teléfono a Wagner, ministro y Gauleiter (especie de comisario) de Munich, que tomara medidas contra los jefes de la S. A. que se encontrasen en la ca­ pital bávara. Cuando H itler llegó al ministerio del In­ terior, ya habi’a habido en aquel centro oficial una es­ cena shakespeariana. Varios líderes de la S. A., entre ellos Schneihuber, Schmidt y Du Moulin, habían pereddo en la habitación en que pocas horas antes bebían y diarla­ ban con quienes les habían? citado allí para asesinarlos. El aviador Udet logró! escapar de la emboscada, más tarde recobró el favor de H itler y fue uno d e jo s jefes de la Luftwaffe en la guerra de 19 9-1945. Inmediatamente de conocer esta primera fase de la depuración en la capital del nazismo, H itler salió en automóvil, acompañado de su guardia, para Wiessee, pintoresco lugar veraniego a 30 kilómetros de Munich, donde Érnst, Rohm y otros jefes de la S. A. pasaban las vacaciones y esperaban el nuevo día para celebrar una reunión de jefes de la S. A., a la que había de asistir el Führer-Can ciller. A las 6 de la mañana del 30, H itler y sus acompañan­ tes, llamaban a la. puerta del jefe del Estado Mayor de la S. A. Éste era —según dijo después H itler en su dis­ curso de la Kroll-Opera— el día señalado para la suble­

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vación de los camisas pardas. Sin embargo, en Wiessee dormían los veraneantes. La detención de Rohm la realizó personalmente, re-! volver en mano, Adolfo Hitler, el Presidente-Canciller del Reich, caso insólito. H itler dijo luego que Rohm se entregó sin oposición. Pero según otras versiones, Rohm quedó algunos minutos en la habitación sólo con Hitler, y entre ambos se entabló acalorada disputa. En la habitación de enfrente practicó la guardia de H itler la detención de Edmund Heines, uno de los per­ sonajes más perversos del nacionalsocialismo. Heines se hallaba en la cama con ún jovenzuelo de su casta, homo­ sexual, al parecer su chofer. Ambos fueron asesinados en la misma alcoba. Con Rohm y su ayudante, Uhl, prisioneros, H itler y sus S. S. regresaron a Munich. En el camino se encontró el Führer con los jefes de la S. A. que marchaban en automóvil a la residencia de Rohm, sin duda para asistir a la reunión convocada por H itler para decidir sobre el futuro de la milicia. H itler les ordenó que volvieran in ­ mediatamente a Munich. En Munich, R udólf Hess había tomado, sin encontrar resistencia, la Casa Parda y habla sustituido la guardia de la S. A. con elementos de la S. S. -• Los detenidos en Wiessee fueron llevados a la prisión de Stadlheim, donde la S. S. les puso contra una pared y los fusiló. Así perecieron, entre otros muchos, los jefes de la S. A; Heydebrech, W ilhelm Hayn y Fritz von Krausser. A Rohm le encerraron en una celda y le dejaron un revólver con indicación de que debía suicidarse. Pero el hombre que había facilitado los primeros fondos al na­ cionalsocialismo, el organizador de las tropas de asaltó, murmuró que prefería que le quitara la vida el propio Hitler, o quien el Führer señalara. A las 5 de la tarde del l 9 de julio, cansados los S. S. de esperar en vaiio el suicidio de Rohm, le asesinaron. Así murió el amigo más íntimo dé Hitler.

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/ Entre tanto, Goring y, Himmler desahogaban antiguos odios en el terror de Berlín. Líderes católicos,, generales¿ ex ministros, clérigos, viejos; enemigos de los nazis que carecían ya de toda influencia en la política alemana, caían ante los piquetes de ejecución de. la S. S. La. Gestapo detuvo en Bremen el 30 de junio al líder de la S. A. de. Berlín, K arl Ernst, favorito de Rólirn y probable coautor del incendio del Reichstag, y le tras­ ladó en.avión a esa capital, donde fue fusilado con sus ayudantes Sanders y Karschbaum en -la; antigua escuela de cadetes de Gross-Lichterfield. Ernst estaba a punto, de salir para las Azores con su m ujer en viaje de luna de miel. . ■ Esos y otros líderes de la S. A. murieron gritando “ ¡Heil H itler!” Pensaban que sus verdugos eran los otros, los rebeldes, que se habían sublevado contra el Fülirer. Y no era éste el único detalle que excluía como im pro­ bable la existencia de un complot de la S. A. contra H itler, o la sospecha, propalada por los militares, de que Ernst proyectaba resistir la orden de licénciamiento, de la S. A. y ocupar Berlín con sus fuerzas. En Berlín tuvieron los católicos bajas de alta calidad. BTÜning escapó ,con vida., porque se. encontraba en . el campo. Treviranus, ex ministro de Brüning¡ .logró burlar la persecución de la S. S. en una accidentada carrera automovilística digna del cinematógrafo. Von Papen se salvó milagrosamente, acaso porque los nazis no querían suprimirlo por considerar que un hombre tan falto de escrúpulos podía ser útil todavía a un régimen que tan­ tas cosas desagradables; tenía ,que hacer. • Pero el Dr. Erich Elaus.ener, líd e r,de. Acción Católica; Adalbert Probst, líd e r. del movimiento juvenil, católico; Fritz von Bose, jefe de l a oficina de Papen, y el Dr. Edgar Jung, secretario particular y mano derecha de Papen,; perecieron asesinados cuando se hallaban, traba­ jando en sus respectivos despachos. También cayeron en las , redes de la Gestapo Von Iíahr, el jefe del gobierno bávaro en 1923, a quien

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Goring y Himmler no perdonaban; la antigua traición. Le llevaron al campo de concentración de Dachau, donde murió después de haber sido sometido a las usuales torturas nazis. Gregor Strasser se; hallaba almorzando con su familia cuando le detuvieron los agentes de Himmler. En una celda de la prisión de .la Prinz Albrechtstrasser le mata­ ron a tiros de revó lver., También : sucumbió en aquella espeluznante-jornada el padre Stampfle, el hombre que corrigió y retocó M ein K am p f. De los militares, perecieron el general Schleicher y el general Bredow. El general K urt von Bredow fue asesi­ nado en el umbral de su casa de dos tiros dé pistola. Las circunstancias que concurrieron én la muerte del general K urt von Schleicher demuestran, cómo eñ casi todos ios casos, lo lejos qué se hallaba esta víctima de imaginarse la suerte que le reseívaba' el destino en. ese instante. Schleicher fue sorprendido por sus ejecutores en su domicilio de Zehlendorf, cuando escribía unas car­ tas. A l ruido de los disparos acudió Frau von Schleicher, y otra descarga la dejó muerta en el acto. Así moría el "general, social", el hombre que confió demasiado, hasta el último momento, en su propia fuerza. Doce días después de esta San Bartolomé alemana, el 13 de julio, A dolfo.H itler quiso dar cuenta a la nación, desde la tribuna de la ICroll-Opera, edificio habilitado por los nazis para Reichstag, de los sucesos del 30 de junio; H itler cifró las víctimas en 7 7 .,Pero los muertos deí 30 de junio y el 1° de julio sumaban más de 1 000. Sólo en Munich perecieron 120 individuos a manos de la S. S., entre, ellos el Dr. W illi Schmidt, crítico de mú­ sica del Münchner Neueste-Nachrichten, a quien asesi­ naron los terroristas nazis creyendo que era un. jefe de la S. A. de igual nombre. A l jefe de la S. A. también le despacharon después.

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H itler trató de justificar el terror desencadenado por él y sus secuaces^ Acusó a los jefes de la S. A. y a los ge­ n e r a d asesinados de preparar^ un complot y de actuar al servicio de una potencia extranjera. El 29 de junio recibió noticias de tal gravedad —dijo—, que le incitaron a actuar sin pérdida de tiempo. Pero no aparecían prue­ bas, ni el canciller las' podía aportar, de que hubiera existido una conjura organizada contra su persona o contra la,Reichswehr. Lo que pasó fue que la atmósfera era ya sofocante para, el régimen; la tempestad tenía qiie descargar más tarde o más pronto. Ni Hitler. n i la Reichs-, wehr podían, esperar más, y el Führer desencadenó; la violencia. Perfecto hombre de acción, H itler se adelantó, como de costumbre, a sus enemigos. La S. A. quedó disuelta de ese modo: a tiros. L a S. S. y la Reichswehr eran ahora dueñas de la situación. El Dr. Goebbels enfocó todas las baterías de la propa­ ganda del Tercer R eid i sobre la escena en el dormitorio de Heines. Pretendió así presentar la matanza como un acto moralizador. Ño podía escapar a la atención dé Goebbels la verda­ dera causa de los sucesos, cuya raíz había que buscar principalmente en la decepción sufrida p or los nazis ra­ dicales al ver que H itler se entregaba a los capitalistas. Para despertar el rencor de las masas contra Rohm y los suyos, la propaganda nazi dio en llamarles los “reaccio­ narios rebeldes”. Era un modo de presentar a las vícti­ mas como enemigos de la revolución, para hacerles im­ populares. ' Fuera de Alem aniá no se comprendió en todo su alcán­ ce la significación de la depuración de junio. Ni la po­ dredumbre moral del nacionalsocialismo, ni la victoria de lá Reichswehr y de Krupp alarmaron a Europa. P rin­ cipalmente, quizá, porque los diplomáticos (salvo excep­ ciones cómo la del embajador norteamericano Dodd) y los gobiernos dé las democracias veían aún en el régimen nazi la gran barrera contra el bolchevismo, la última trinchera de la propiedad privada europea.

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VIII. HITLER: E IN GLATERRA L a s d i f i c u l t a d e s con que Alemania tropezaba para cons­

truir una máquina de guerra que le permitiera desafiar a las “potencias de Versalles” con ciertas perspectivas de éxito eran formidables, sí se considera la situación. eco­ nómica y financiera del Tercer Reich. Pero las facilida­ des que-en ese orden y en el diplomático iba a encontrar H itler para su gigantesco programa de rearme compen­ saban en grado superlativo aquellos inconvenientes. El mismo Führer no podía sospechar la resuelta, ciega, in­ sensata colaboración que le ofrecerían las naciones occi­ dentales para que llevara a cabo con éxito sú intento de destruirlas. Él “Frente de Stresa" Desde el preciso instante en qué H itler entró en la can­ cillería comenzó el rearme alemán. A la vista dé todo el mundo la industria alemana pasó de la producción de paz'a la producción de gúerra. En medio del mayor en­ tusiasmo los accionistas de las grandes empresas indus­ triales acordaban cambiar los nombres de sus fábricas, de acuerdo con la nueva situación. La Berlin-Kalsruher.-.In­ dustrien) erke, p or ejemplo, borraba los letreros ele sus edificios y ponía otros. Deutsche W affen und Munitionsfabriken (Fábricas alemanas;de armas y inuniciones). ; Schacht. el taumaturgo de las finanzas’ alemanas —di­ gamos, mejor, el prim er taumaturgo, porque lüego habría otros—, fue nombrado por H itler ministro de Economía el 2 de agosto de 1934, con la misión principal de orga­ nizar las finanzas del Reich para un rearme acelerado. El rearme había costado ya a Alemania 2 mil millones de marcos eñ 1933-1934. A Schacht sé le pedía úna proe­ za. —y por eso fue llevado al gobierno por H itler—, por­ que en ese momento estaban agotadas las reservas, en

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oro y divisas del Reichsbank.1 La política financiera de Schacht iba a consistir en obtener préstamos de todo el mundo, hasta contraer inmensas deudas, y pagarlos luego con productos y artículos elegidos por Alemania, no por sus acreedores. Esto enfureció a los incautos financiadores extranjeros del rearme alemán —¿o sabían lo que se hacían?—. Así podría Alemania invertir en el rearme 10 000 millones dé marcos en 1936-1937 y 16 000 millo­ nes en 1938-1939. El 10 de marzo de 1935, Hermann Goring, ahora ge­ neral Goring por propia decisión, anunció que Alemania tenía ya una magnífica aviación militar. El ministro de Negocios Extranjeros británico, Sir John Simón y Mr. Anthony Edén visitaron ese mismo mes al Führer en Berlín, y el Führer les reveló que A le­ mania era ya más fuerte en el aire que el Imperio b ri­ tánico. Simón y Edén se quedaron estupefactos. Edén siguió en viaje a Moscú, a hablar con Stalin. A Stalin no le había causado sorpresa el volumen del rearme ale­ mán. Hubo entonces unrapprochem ent entre la Gran Bretaña y la Unión. Soviética. Pero los que en Inglaterra formaban el “partido de la paz”, los ultraconservadores, no simpatizaron con la visita de Edén, á Moscú, y menos con la declaración oficial de que “actualmente no existe conflicto de intereses entre los gobiernos británico y so­ viético". L a alarma francesa se tradujo en el pacto franco-sovié­ tico de ayuda mutua que negoció Laval en Moscú. Pero en Francia también abundaban los ultraconservadores, y Laval y su. prim er ministro, Flandin, eran dos de ellos. El documento firmado en Moscú tenía, pues, un valor muy relativo, como el rapprochement anglo-soviético. Francia seguía tomando precauciones —las precaucio­ nes que podía tomar Laval— y pedía ayuda para el caso * Dociiments on Germán Foréign Policy, 1918-1945. Seríes C (1933-1937). The Third Reich: First Phase. Volume III; June 14, 1934-March 31, 1935. H. M. Stationery Office, London, 1959 ;

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de que el ejército alemán avanzase hasta el Rin. Ramsay MacDonald y Simón, Flandin y Laval y Mussolini —que ya preparaba su primera agresión— decidieron condenar en la conferencia de Stresa la infidelidad de Alemania a los tratados. La Sociedad de Naciones acordó a continuación designar un comité para: estudiar medidas “con­ tra los que ponen en peligro la paz de Europa”. Todos los países representados en Stresa votaron la condena­ ción de Alemania en, Ginebra, incluso Inglaterra, que en ese momento, cuando,protestaba contra el ataque de H itler al Tratado de Versalles, estaba negociando el pac­ to naval que se hizo público el 18 de junio de 1935, por virtud del cual el Reich quedaba autorizado para cons­ truir una flota de guerra de un tonelaje equivalente al 35% de la flota británica. (Lo grave era, además, que Inglaterra no había dicho nada a Francia del asunto.) Mussolini había formado parte del Frente de Stresa con la idea de obtener el asentimiento de Francia e In­ glaterra para su largo tiempo planeada conquista de Abisinia., Laval vio con simpatía el proyecto y Sir John Simón guardó silencio. (Los ingleses siempre guardan silencio en estos casos.) En octubre de 1935 el ejército italiano comenzó la campaña contra el Imperio del Negus. Inglaterra parecía dispuesta a no tolerar la agresión; Francia la frenaba. Se aprobaron las sanciones en la Sociedad de Naciones, pero Sir Samuel Hoare estaba de acuerdo con Laval en que no había que llegar al conflicto armado con Italia. Mientras Sir Samuel Hoare denunciaba en tonos enérgi­ cos la conducta de Italia, el propio Sir Samuel y Lavál preparaban un plan para el reparto de Abisinia, o Etio­ pía, en el cual le daban más de la mitad del territorio á Mussolini. El fracaso de la política anglo-francesa en la cuestión de Abisinia constituyó una victoria resonante para el te­ rrorismo internacional. Ya no habría otra ley en Europa que la del más fuerte o el más cínico. Las agresiones se

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iban a encadenar ahora, úna tras otra, ininterrumpida­ mente. El 7 de marzo de 1936, el ejército alemán ocupó la zona desmilitarizada del Rin. Francia había hecho-fra­ casar la'p o lítica de sanciones contra Italia. Ahora era Inglaterra quien contenía a Francia cuando Francia que­ ría que no= quedase sin! respuesta la destrucción por Ale­ mania del pacto de Locarno. El propio H itler rió espe­ raba que las democracias parlamentarias se encogieran de hombros ante el golpe alemán en Renania. El coman­ dante en jefe d el ejército alemán, generar Von Fritsch, había pensado antes del 7 de marzo que la aventura tendría graves consecuencias para el Reich. Joachim von Ribbentrop En mayo de 1936 Mussolini terminó la conquista afri­ cana. El prestigio de los dictidoies no podía ser mayor; tampoco podía serlo la humillación de las democracias. Dos meses después, H itler y ;‘Mussolini, ya puestos de acuerdo para explotar la complicidad pasiva de sus admi­ radores de las democracias parlamentarias, iniciaron la agresión contra lá República española valiéndose de la rebelión de los falangistas y gran parte del ejército espa­ ñol,-dirigidos por el general Francisco Franco. La carta antibolchevista proporcionaba a Adolfo H itler más éxitos que los que él mismo pudiera haber sospe­ chado. Por tanto, decidió jugarla ya: a fondo. El hombre que con mayor claridad había visto la con­ veniencia de disfrazar el neopangermanismo nazi con el ropaje del anticomunismo era Joachim von Ribbentrop, asesor privado de H itler en política exterior. Ribbentrop había tenido ocasión de recorrer Europa durante los años que viajó como comerciante del champaña alemán, y ha­ blaba varios idiomas. La preparación lingüística y el op­ timismo de Ribbentrop —el único hombre de los que rodeaban al Führer que nunca trataba de frenarle— eran las causas principales del favor que H itler le dispensaba.

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Estrechamente relacionado con las familias ricas de A le­ mania por su matrimonio con Ana Hendcel, hija de uno de los más ricos productores de champaña, Ribbentrop había sido la: persona que puso a H itler y a Papen en contacto con el banquero Schroder. El verdadero ministro, de: Relaciones:Exteriores de la Alemania nazi no era Von Neurath, que conservaba: su puesto porque tenía fama de ser amigo: de Inglaterra, sino el ex comerciante de vinos. Pero Ribbentrop, en apariencia frío y desapasionado, llevaba dentro un ex­ tremista, un hombre rencoroso; era pésimo psicólogo y había de ser, por fuerza, muy mal diplomático. H itler siempre temió a la guerra con Inglaterra. De ahí que tratara de ganar a Londres para su política de dominación europea. Su fórmula era: “Para nosotros la tierra, para Inglaterra el mar." Pero esta ambiciosa aspi­ ración nazi estaba en conflicto con la política tradicional inglesa y era de todo punto contraria a los intereses bri­ tánicos. Hitler, que daba a la cuestión racial una impor­ tancia que no le concedían los ingleses, no creía imposi­ ble una inteligencia con Londres a base del reparto del mundo entre los alemanes y los anglosajones, los Herrenvolker. Y las manifestaciones de simpatía que le llegaban constantemente de los sectores germanófilos ingleses, ahora mezclados con los antibolchevistas y los partidarios de la paz a toda costa, nutrían la fe del Führer en ganar a Inglaterra para sus ideas de aniquilar a Francia y ro­ barle territorio a Rusia. Mientras la presencia de Von Neurath en la Wilhelmstrasse servía para significar a los ingleses los deseos amis­ tosos de H itler, Joachim von Ribbentrop llegaba a Lon­ dres como embajador de Alemania y enviado personal del Führer, con la misión de precipitar el acercamiento anglo-alemán. Ribbentrop, sin embargo, cometió el error, luego de instalarse en la embajada, de hacer pública una furibunda, declaración contra el bolchevismo. Fue un paso en falso. La declaración causó mal efecto en los

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centros oficiales y disgustó a la opinión pública en ge­ neral. Con todo eso, el partido de la paz era tan fuerte en Inglaterra, que el embajador alemán fue tratado, hala­ gado y festejado privadamente en Londres como en mu­ cho tiempo no lo había sido ningún diplomático. Sin contacto con el pueblo inglés ni con su clase media, ro­ deado de apaciguadores y de reaccionarios, Ribbentrop llegó a la conclusión de que Inglaterra estaba podrida y de que no iría a la guerra en ningún caso. Esto fue lo que comunicó repetidamente a Hitler. El camino del Este La principal dificultad para una entente anglo-alemana consistía en la política de H itler respecto de Francia. Hitler, como sabemos, quería tener a Inglaterra por alia­ da en una guerra contra los demás países europeos. A cambio de la protección alemana del continente contra el bolchevismo, H itler pedía a Inglaterra que abandona­ ra a Francia. La cosa era disparatada, pero el gobierno alemán podía forjarse ilusiones en ese sentido. Con cierta lógica pensaban el Führer y Ribbentrop que presentando la agresión alemana como una cruzada contra el comunismo, Inglaterra no se opondría a la conquista del continente europeo. Ése fue el origen del Pacto Anticomintern, del Eje Berlín-Roma, en realidad de una alianza m ilitar a la que luego se adhirió el Ja ­ pón. La idea tenía el inconfundible sello del ex viajante de champaña. Un a a lia n z a m ilitar entre Alemania, Italia y el Japón hubiera alarmado en 1914 a Inglaterra, a Francia y a los Estados Unidos; pero en 1937 se cubría con el manto antibolchevista, y los ultraconservadores de las democracias parlamentarias no la temían. Inglaterra estaba conforme con el antibolchevismo, pero no quería formar en el frente anticomunista desca­ radamente, como no formó en la Santa Alianza de 1815 a pesar de aprobarla tácitamente.

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H itler pretendía obtener de Inglaterra mano libre en Europa. Inglaterra estaba dispuesta a concederle mano libre en el Este. El ideal de los conservadores británicos era un pacto de las cuatro potencias, otra conferencia de Stresa, pero esta vez con Alemania dentro. En el otoño de 1937 visitó a H itler Lord H alifax y se hizo público que el diplomático británico había ido “para explicar a H itler el deseo del gobierno británico de llegar cuanto antes a un pacto del Oeste, como garan­ tía de la seguridad y el statu quo en esta parte de Europa”. El camino del Este, por lo que concernía a Inglaterra, estaba, pues, libre para Hitler. Francia también alentaba la diversión de la furia ale­ mana hacia el Este: Georges Bonnet, ministro de Nego­ cios Extranjeros de Francia, firmaba con Ribbentrop el 6 de diciembre de 1938, en París, el pacto franco-alemán, “con la esperanza de dirigir el expansionismo alemán hacia el Este”. H itler se apodera de Austria y Checoslovaquia Joachim von Ribbentrop fracasó en Londres y regresó a Alemania despechado contra los ingleses. Lo que H itler perseguía como objetivo supremo, ganar a Inglaterra para una alianza con el Reich, no lo pudo conseguir su enviado especial. Pero ni en 1937 ni en 1938 daba Ingla­ terra señales de que llegaría un momento en que haría frente a los agresores. En marzo de 1938 las tropas alemanas entraban en Viena. En septiembre y octubre cayó Checoslovaquia, como consecuencia del pacto de Munich, pues dueño H itler de todas las defensas militares de la República checos­ lovaca, Praga quedaba a merced del agresor. En marzo de 1939 la República española estaba ven­ cida por H itler y Mussolini después de una resistencia

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tenaz opuesta por el pueblo español durante dos años y medio. La posición m ilitar del Eje Berlín-Roma. era ya tortí­ sima, aunque Alemania no estaba preparada todavia para la guerra. Cuando H itler conoció la entrada de los italianos y los alemanes en Barcelona, decidió, según confesó después, ocupar Praga. El 15 de marzo, en efec­ to, el ejército alemán se apoderaba de la capital checa. A l día siguiente de entrar los alemanes en Praga, la Federación de Industrias Británicas —mera coinciden­ cia— cerraba un convenio en Düsseldorf con la gran in­ dustria alemana. El convenio fue denunciado el 25 de marzo p or The Economist, de Londres. Por este pacto los industriales ingleses y alemanes acordaban fomentar acuerdos internacionales para poner fin a la “competen­ cia destructora”; completa cooperación, no sólo en el comercio, sino también “en toda la estructura industrial de los dos países (es decir la cartelización interna com­ pleta), y un proyecto de subsidios conjuntos a la industria p or parte de Inglaterra y Alemania. El documento contenía un párrafo particularmente notable: “Las dos organizaciones comprenden que las ventajas de los convenios entre las industrias de países o grupos de países pueden resultar invalidadas p or la competencia de las industrias de algún otro país que se niegue a participar en el convenio. En tales casos pu­ diera ser necesario para las organizaciones obtener la ayuda de sus respectivos gobiernos, y las dos organiza­ ciones acuerdan colaborar para conseguir ayuda.” El sentido del párrafo transcrito era éste, según The Economist: en determinadas circunstancias la Federación de Industrias Británicas buscaría subsidios del gobierno británico para apoyar al comercio alemán contra los Es­ tados Unidos de América. La guerra impidió que entrara en vigor el. pacto in­ dustrial anglo-alemán. Prosigamos el relato de las agresiones; alemanas de 1939. Después de apoderarse de Checoslovaquia, Alema­

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nia se anexó Memel, y Goebbels inició la campaña de propaganda contra Polonia. Hasta entonces Ribbentrop había acertado: Inglaterra no lucharía. Pero también iba a tener fin la paciencia inglesa. El partido de la paz británico había sufrido en la persona de Neville Chamberlain, el prim er ministro, una ofensa terrible. A l destruir el pacto de Munich H itler había engañado a Chamberlain, como había ido engañando a cuantos confiaban en su palabra. Munich había sido la realización del sueño de los ultraconserva­ dores: ¡e l pacto de las cuatro potencias! Como siempre, H itler había dicho en Munich que ya estaba satisfecho, y los apaciguadores le creyeron. Empezaba, según ellos, una nueva era en Europa. La ocupación de Praga dejó en situación ridicula a Chamberlain. H itler no sólo había destruido a Checoslovaquia, sino que, además, ha­ bía desunido a las potencias occidentales. La situación de los conservadores ingleses ante la opinión pública nacional no podía ser más crítica. El partido de la paz había puesto todo su caudal político a la carta de M u­ nich, y había perdido. Inglaterra iba a luchar ah o ra... por el Este, por Polonia. Desde febrero de 1938 era ministro de Negocios Ex­ tranjeros del Reich Joachim von Ribbentrop. El Dr. H jalmar Schacht, que sustituyó en 1934 al Dr. Schmidt en el ministerio de Economía y que había tenido la ha­ bilidad de costear el rearme alemán con la ayuda finan­ ciera inglesa, corrió la suerte de Von Neuraüi. El general en jefe del ejército alemán, W erner von Fritsch; el mi­ nistro de la Guerra, Von Blomberg —él primero acusado de homosexual y el segundo de lo contrario, de escánda­ los de faldas—, y una docena de generales más habían caído también en desgracia. Todos los políticos y mili­ tares que aconsejaban cautela a H itler perdían su con­ fianza.

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IX. LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL A l i n i c i a r s e la agresión alemana contra Polonia el l 9 de septiembre de 1939 comenzó oficialmente la segunda Guerra Mundial. Inglaterra se había comprometido a salir en defensa de Polonia y cumplía la palabra dada. Unas semanas antes se había producido uno de los acontecimientos más desconcertantes de la insólita his­ toria europea de los veinte años antecedentes. Joachim von Ribbentrop tomaba el avión, llegaba a Moscú y firmaba con el ministro de Negocios Extranjeros ruso, Molotov, el 25 de agosto un pacto germano-soviético de no agresión. Todo ello en unas horas y ante la estupe­ facción universal. El tratado hecho público llevaba un apéndice secreto por el cual la Europa oriental resultaba dividida en es­ feras de influencia rusa y alemana, y estas dos naciones se repartían a Polonia, que quedaba escindida por las corrientes de los ríos Narew, Vístula y San. Viose entonces claramente que por los días en que los ultraconservadores europeos daban por segura la marcha hacia el Este del ejército alemán, H itler estaba nego­ ciando con Stalin el pacto de no agresión. El desconcier­ to fue general. En algunos círculos ese suceso causó par­ ticular impresión. Para nadie era un secreto que la oficialidad del ejército francés se había hecho a la idea de que esta vez la guerra sería mayormente entre Alema­ nia y Rusia, y no estaba preparada psicológicamente para hacer frente a una invasión alemana. Los rusos denunciaron luego los planes del Estado Mayor francés, del general Weygang, para el bombardeo de Bakú al iniciarse las previstas hostilidades. La huida general del ejército francés en 1940 sólo admite una explicación psicológica. ¿Qué significación tenía el extrañísimo pacto ger­ mano-soviético? Por parte de Rusia, apaciguar a Ale­ mania. Pero, además, el temor a la invasión japonesa

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de territorio soviético en el Extremo Oriente. La Unión Soviética, mal preparada como estaba para una guerra, temía tener que hacer frente a dos, tener que luchar en dos frentes. Esta preocupación llevaría a Stalin a entre­ garse virtualmente a Hitler mientras rigió el pacto entre ambos. Por parte de Alemania, este pacto perseguía fines parecidos: la libraba de la guerra en dos frentes mien­ tras H itler así lo quisiera. La invasión de Francia cons­ tituía la obsesión de los nazis y de la Wehrmacht (el nuevo ejército alemán); y después de la ocupación de Polonia, antigua aliada de Francia, el ejército alemán había de virar al oeste. Otro factor determinante del pacto germano-ruso fue quizá la oposición de no pocos generales alemanes (Hitler todavía no dominaba al ejér­ cito) a entrar en colisión con el ejército rojo. El enemigo número uno de Alemania, para Hitler como para la Wehrmacht, los grandes industriales y los Junkers, era Francia. La invasión de Francia era, ade­ más, la única campaña que podía unir al pueblo alemán. Todo contribuía, pues, a que Francia y no Rusia fuera para los nazis el prim er objetivo de la guerra. Luchara o no Inglatei'ra, ningún obstáculo ni amenaza conten­ dría a H itler en su designio de hum illar a Francia. Ya la fulminante derrota de la nación gala en junio de 1940 unió, en efecto, a la nación alemana. Puede aventurarse que si ese día hubiese convocado H itler un plebiscito, Alemania le habría proclamado héroe nacional casi por unanimidad. Italia estaba ya en la guerra del lado del Reich. Inglaterra había comenzado a luchar, y los Estados Unidos de América, aunque dividida allí la opinión pú­ blica, apoyaban económica y moralmente a los ingleses, preludio de la participación norteamericana en la gue­ rra, que no podía demorarse mucho. H itler había vencido a Francia y había entrado en París como conquistador. Era la ambición de su vida cabalmente cumplida. La suerte que le deparara la gue­ rra, a él y a su pueblo, no le preocuparía ya.

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Werd’ ich zum Augenblicke sagen: Verwcile doch! du bist so sebón! Dann magst du rnich in Fesseln schlagen, Dann will ich gern zugrunde gehn! El terror aéreo alemán Todo el verano de 1940 estuvo esperando Alemania que el partido de la paz inglés recobrara su influencia en la nación. Pero los apaciguadores se sentían afrentados por la traición de que H itler les hizo víctimas al rasgar el pacto de Munich, y eran ahora, muchos por resentimien­ to personal, tan enemigos del Führer como el pueblo británico. Neville Chamberlain murió a poco convencido de que H itler era un personaje siniestro. Sin embargo, ni H itler ni Ribbentrop perdían la esperanza de que los ingleses, ahora que todo el continente estaba a merced de los nazis, se aviniesen a negociar la paz. Confirniábase que Alemania no podía derrotar a Inglaterra mi­ litarmente. La victoria tenía que ser de carácter polí­ tico. H iüer había comenzado la guerra sin poder naval suficiente, mientras que Inglaterra poseía la flota más poderosa del mundo. E Inglaterra, dominante en los mares, se mostraba todavía invencible. Alguna esperan­ za ponían los nazis en la guerra submarina y demasiada en la Luftwaffe. Hubo meses en: 1939, 1940 en que el volumen del tonelaje inglés hundido llego a alarmar al gobierno de Londres. Pero el bloqueo era un arma lenta, y los arsenales y astilleros del Imperio británico traba­ jaban febrilmente. En el otoño de 1941 empezó Alemania el ataque aéreo contra la Gran Bretaña. Los nazis atribuían excesiva importancia al terror que sembraban desde el aire. Este terror había dado a los alemanes y a los italianos gran­ des triunfos en España y en Polonia; pero ahí no se en­ contró la Luftwaffe con una aviación enemiga en núme­ ro bastante para destruir el virtual monopolio del aire que disfrutaban los secuaces de Goring.

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La ofensiva aereo-naval de Alem ania contra Inglaterra había fracasado ya al terminar el invierno de 1940-1941. La Royal A ir Forcé hizo imposibles los ataques aéreos del enemigo durante el día —los únicos de eficacia mi­ litar—, y la Luftwaffe tuvo que reducir su acción a los bombardeos nocturnos, con enorme estrago entre la po­ blación civil, pero con parva ventaja para la marcha de la guerra desde el puntó de vista de los intereses ale­ manes. En el prim er año y medio de la guerra se demostró sin asomo de duda que la aviación no era un arma capaz de anular a la marina de guerra. El alto mando alemán creyó que podría compensar su debilidad en el mar con su fuerza en el aire, y se equivocó. En ningún momento estuvo en peligro la seguridad de las Islas Británicas, ni siquiera en los días de la memorable evacuación de Dun­ kerque. Ésta era también la opinión del primer minis­ tro inglés, W inston Churchill, hedía pública después de la guerra. Siendo esa la situación en el Canal de la Mancha, Hitler no podía detenerse en la costa francesa. En parte arrastrado por Mussolini llevó, pues, la guerra a los Bal­ canes y' Grecia. Esta últim a nación, invadida por Italia, se defendía con éxito, e incluso contraatacaba. Derrotado militarmente en principio el régimen nazi, desencadenó en Europa una ofensiva política y diplomá­ tica. En mayo de 1941, R udolf Hess, hombre de con­ fianza de Hitler, se arrojó en paracaídas en Escocia al fin de un arriesgado viaje, cuyo objeto era ver si los ingleses estarían dispuestos a entablar negociaciones de paz. A l tiempo que el sub-Führer volaba hacia Escocia, un representante de Ribbentrop realizaba gestión aná­ loga cerca del Vaticano. La propaganda alemana utili­ zaba a la España del general Franco en la ofensiva de paz sobre Inglaterra; y el gobierno italiano lanzaba dis­ cretamente referencias a “una paz negociada”. La ma­ niobra no dio en ninguna parte el resultado que los alemanes buscaban; era demasiado tarde.

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La invasión 'de la Unión Soviética H itler había resuelto atacar a la Unión Soviética el 18 de diciembre de 1940, día en que firmó las directivas de un plan en tal sentido. Dieron a esta operación el nom­ bre de Barbarroja. Consistiría en arrollar al ejército rojo en una campaña relámpago de seis u ocho semanas, tras la cual Alemania impondría su ley a Rusia. Los prepa­ rativos continuaron durante el invierno y la primavera de 1941; Tenemos motivos para sospechar que el gobierno na­ cionalsocialista pensaba tal vez que luego que comenzara e l . ataque contra la Unión Soviética se allegaría en el campo aliado el apoyo que todavía se le negaba. Hoy sabemos que semejante presunción, si existió, como pro­ bablemente existió, no estaba fundada en la realidad. Bien al contrario, Inglaterra, que había trasmitido a Stalin más de un mensaje —mensajes personales de Chur­ chill—, en los que le advertía que H itler se proponía atacar a Rusia, insistía, ahora, con mayor seguridad en sus datos. Pero Stalin calificaba estas advertencias, y las que le llegaban de otras partes, de “provocación”. (Sta­ lin estaba dominado por el pasado histórico, y no olvi­ daba que Churchill fue uno de los animadores de la intervención internacional contra la revolución rusa.) Stalin fue la últim a víctima, y la menos concebible, de la fuerza hipnótica de Hitler. En mayo de 1945 diría e] propio Stalin a Harry Hopkins, el enviado especial de Roosevelt: “Nosotros llegamos a confiar en ese hombre”. La suerte estaba echada. El 22 de junio de 1941, el ejército alemán rompía los frentes rusos e iniciaba rápi­ dos avances hacia Leningrado, Moscú y Kiev. El mismo día, un domingo, Winston Churchill, después de consul­ tar a los Dominios e inform ar a los Estados Unidos, anunciaba por radio en un gran discurso que Inglaterra era desde ese momento aliada de la Unión Soviética. Durante todo el verano la campaña alemana en suelo ruso fue favorable en gran manera a las armas nazis.

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El avance en profundidad del enemigo constituyó un portento de movilidad y eficiencia. El 15 de octubre las divisiones mecanizadas. nazis llegaron a las puertas de Moscú. Los oficiales alemanes podían ver las cúpulas bi­ zantinas del Krem lin con los catalejos. En Moscú se pro­ dujo un movimiento de pánico y la población comenzó a huir. ¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaba el ejército rojo? Últimamente se ha hecho abundante luz sobre estos ex­ tremos. En 1961 y 1962 el Ministerio de Defensa de la Unión Soviética publicó en Moscú los primeros tres to­ mos de la historia oficial de la guerra escrita por un comité de historiadores bajo la dirección del profesor G. A. Deborin. Aquí encontramos las razones o causas por las cuales el ejército rojo carecía de preparación para hacer frente a la invasión alemana. Rusia no había aprovechado el periodo de respiro que le proporcionó el pacto germano-soviético. Y no le había aprovechado porque Stalin creyó a Hitler. El equipo m ilitar que la industria suministraba al ejér­ cito rojo era absolutamente insuficiente. Así que “aun­ que el número de aviones en las fuerzas armadas era doble que el existente en 1939, los nuevos modelos esca­ seaban todavía, y aún no había comenzado la producción en serie”. De modo análogo, el número de tanques en servicio en las zonas fronterizas era también inadecuado. En estas zonas las fuerzas soviéticas fueron superadas “cuatro o cinco veces por las tropas invasoras alemanas”. No se habían tomado medidas, a despecho de las leccio­ nes que se desprendían de las campañas alemanas en Polonia y en Francia, para hacer frente a concentracio­ nes de 100 tanques alemanes por kilómetro. “Los diez cañones —la mayoría inadecuados— que teníamos por kilómetro eran de todo punto insuficientes”. Igualmente grave era el hecho de que la doctrina es­ tratégica del ejército rojo, tal como se exponía en el Estatuto de Campaña de 1939, estaba basada en la pre­ misa de que cualquier ataque contra la Unión Soviética

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sería contestado con un “contraataque fulminante” por el ejército rojo, y que, en consecuencia, la guerra se liaría p or modo inevitable en territorio enemigo. Esta idea le había sido inculcada al pueblo ruso de manera tan sis­ temática, que la invasión del país, virtualmente incontenida en los cuatro primeros meses, causó enorme y dolorosísima sorpresa. Hasta el último momento el ejército rojo fue mante­ nido sobre una base de paz, ajeno a la posibilidad de una emergencia, y, al contrario que el ejército alemán, su experiencia práctica de la gueira era muy limitada. Preocupado el Estado Mayor ruso principalmente con la guerra ofensiva, o, por mejor decir, con la política de la contraofensiva, había descuidado las defensas, y ape­ nas se había hecho algo en el dominio de las fortifica­ ciones, trampas para tanques, etc., con vistas a organizar la defensa en profundidad. AÍ faltarle en cantidad sufi­ ciente fuerzas motorizadas, el ejército rojo tenía también mucha menos movilidad que el alemán. “La cuestión de tener que retirar grandes fuerzas amenazadas de copo nunca había sido estudiada”, y esta laguna en la teoría m ilitar soviética se acreditó de desastrosa. A mayor abundamiento debido a “las medidas repre­ sivas tomadas con Tukhachefsky y otros altos jefes y comisarios políticos del ejército rojo en 1937-1938, su di­ rección estaba muy quebrantada. Los tres principales comandantes en la primera fase de la guerra —Timoshenko, Budienny y Voroshilof— eran hombres que no habían adquirido nueva experiencia desde los días de la guerra civil, hacía veinte años, que nada tenía que ver con la guerra moderna. Otro factor pernicioso para la defensa de Rusia en 1941 —añade la historia rusa— fue la ceguedad de Stalin respecto de las intenciones de Hitler, el afán de apaci­ guarle, durante los meses que precedieron a la invasión. Por esa razón casi nada se liizo contra las incursiones de los “comandos” alemanes en territorio soviético ni contra los reconocimientos aéreos. Stalin tenía tanto in-

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terés en mantener el pacto germano-ruso, que descuidó completamente casi hasta el último momento la "propa­ ganda del odio contra el enemigo" más probable: la A le­ mania nazi. El ejército rojo se reharía pronto, pero Moscú estaba ya en el frente de guerra, tanto que tuvo que entrar en acción el anillo de defensa artillera de la capital. El gobierno ruso se trasladó a Kuibishef, pero Stalin permaneció en Moscú. La población civil salió también en grandes masas para el interior de Rusia. Cien mil moscovitas cavaban trincheras y creaban obstáculos para los tanques. Moscú se iba a defender. Fuerzas, en gran número, procedentes del interior de Rusia levanta­ ban la moral del pueblo a su paso por la capital camino del frente, tan próximo. La defensa de Moscú Entonces ocurrió lo que tantas veces ha acontecido en la historia: el alto mando alemán vaciló. No se atrevió a atacar de frente. Moscú era una fortaleza difícil de expugnar. Entre tanto, a mediados de octubre pudieron los ale­ manes verle la boca al invierno ruso. Se echó encima el mal tiempo, los transportes alemanes, en distancias tan inmensas, padecieron seriamente, y la organización alemana, combatida por miles de guerrilleros, principió a fallar en este sector. El alto mando de H itler decidió poner sitio a Mos­ cú. Un mes más tarde el enemigo iba ya envolviendo a la ciudad con la idea de ver si podía romper por los suburbios del sur y el norte y aislar a la ciudad cortándole las comunicaciones que le quedaban. A principios de diciembre Moscú estaba otra vez en pe­ ligro, medio rodeado por la Wehrmacht. En algunos puntos había llegado el invasor a 30 kilómetros del centro de la urbe. Por el sur, pasada en SO kilómetros al este la importantísima posición de Tula, los alema­

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nes amenazaban cortar las comunicaciones principales del este y el sudeste. Con todo eso, los rusos habían ganado un tiempo precioso para salvar a Moscú. Desaparecido el peligro del ataque de frente, el Estado Mayor ruso, que había podido acumular en Moscú formidables elementos, or­ ganizó una fuerte contraofensiva. Las fuerzas alemanas que se habían infiltrado por el este y que se dirigían a otras líneas de comunicación fueron destruidas. El enemigo no osó ya moverse de sus posiciones. Esta operación había salvado a Moscú. Porque los alema­ nes, cuya desesperada ambición era entonces convertir a la capital en refugio de invierno para reponerse de la fatiga y librarse de la inclemencia del clima, quedaban derrotados en medio de la nieve, expuestos a la impla­ cable venganza de los fríos que soplan de Siberia. A mediados de diciembre el ejército alemán em­ prendía su espectacular retirada napoleónica, acosado sin respiro de frente por las fuerzas soviéticas y por los guerrilleros a los costados y a la espalda, Sialingrado La derrota de Moscú, sufrida por una nación, un ejér­ cito y un régimen político no dispuesto a perm itir la merma del propio prestigio ni a ver humillado su or­ gullo, reclamaba una compensación, una victoria mi­ litar o diplomática que hiciera olvidar al mundo, cuan­ to antes, aquel desastre. Los nazis alentaron al Japón para que entrara en la guerra; y el domingo 7 de di­ ciembre de 1941 la aviación japonesa atacaba por sor­ presa y a mansalva las bases navales norteamericanas en el Pacífico, un hecho de inaudita perfidia. A continua­ ción declaraba el Japón la guerra oficialmente —trá­ mite asaz superfluo— a la Gran Bretaña y los Estados Unidos. El conflicto se extendía ahora a todos los mares y a todos los continentes. Cuatro días después

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estaban los Estados Unidos en guerra con Alemania e Italia. Fracasado ante las tapias de Moscú, el ejército ale­ mán ponía ahora todas sus esperanzas en la ofensiva con que esperaba apoderarse del sur de Rusia. Iniciá­ base el año de 1942 con un avance alemán sobre la Crimea. La primavera se la pasó el enemigo atacando en esta región. La histórica plaza de Sebastopol opuso tenaz resistencia. Rodeada por todas partes, no les fue dable a los alemanes tomarla hasta el l 9 de julio. Mediado mayo atacó con fuerza el mariscal Timoshenko en el sector de Ivharkhov, cruzó el Donetz y abrió una brecha de 1 1 2 kilómetros en las líneas ale­ manas. Pero ese mismo mes, el invasor avanzaba hacia Rostov. Pronto se cercioró el mando ruso de que se trataba de una formidable ofensiva con el Volga y el Cáucaso por objetivos. El empuje alemán era irresisti­ ble. A fines de julio se desarrollaron durísimos combates en las orillas del caudaloso Don, en la zona de Rostov. Timoshenko tuvo que replegarse, pero salvó su ejército y la mayor parte del material. Simultáneamente presionaban los alemanes con extraordinaria fuerza por la orilla nordeste del Mar Negro. En agosto amenazaron la base naval de Novorosisk. El 16 de ese mismo mes evacuaron los rusos Maikop, importante centro petrolero en la falda sep­ tentrional de las montañas. El ejército alemán parecía ahora contar con los cien brazos de Briareo, parecía no tener, fin, a tantos obje­ tivos apuntaba. Desde junio avanzaba también hacia Stalingrado. A finales de agosto había devorado ya 500 kilómetros y estaba a las puertas de la ciudad. Comenzó una batalla sin precedente, por su ferocidad, en la historia de las guerras. La batalla de Moscú había sido ganada por un ejército soviético que no existía cuatro meses antes. Stalin había levantado considerable número de nuevas tropas, de entre las cuales se había revelado una serie

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de brillantes generales. La batalla de Stalingrado co­ menzaba a poco de haberse consumado la reorganiza­ ción dél ejército rojo en agosto de 1942. En septiembre apuntaba ya en este ejército la magnífica fuerza que en 1943 sería invencible. A todo eso, dentro de Alemania se producía un hecho que no podía menos de acompañarse de extraor­ dinarias consecuencias. El 25 de agosto anunció H itler en el Reichstag que se había arrogado el supremo man­ do m ilitar e ilimitados poderes como jefe del Estado. Indudablemente, el conflicto entre-las fuerzas armadas y el partido nazi se había agudizado. El Führer declaró que no vacilaría a la hora de tener que destituir gene­ rales, jueces y otros altos funcionarios civiles. Por pri­ mera providencia, como generalísimo, ordenó la con­ quista de Stalingrado, costase lo que costase. Stalingrado domina el valle del Volga, y su caída en poder de los alemanes colocaría á estas fuerzas en ventajosísima situación estratégica. Pero la batalla de Stalingrado iba a representar una inmensa sangría para el ejército atacante. Ya habían sufrido los alemanes pérdidas colosales en todos los frentes en los tres meses de ofensiva. La Oficina de Información Soviética las cifraba en 1 250 000 bajas, de ellas 480 m il muertos. Los rusos habían sacrificado algo más de 600 m il hom­ bres, entre muertos, heridos y desaparecidos. La marcha de la guerra en 1942 La gran ofensiva teutónica de la p rim avera. de 1942 perseguía tres objetivos: las curvas del Don y el Volga; Astrakán, con la dominación del M ar Caspio, y la en­ trada al M ar Negro. Donde más avanzaron al principio los alemanes fue en el Cáucaso: la pérdida de Maikop quebrantó seriamente la estrategia soviética. El 24 de agosto cruzaron las tropas nazis el Don y se infiltraron en las defensas rusas al nordeste de Kotelnikovo. En

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los últimos días de ese mes llegaron los alemanes a la desembocadura del río Kuban en el M ar Negro. En los comienzos de septiembre se luchaba en las calles de StalingTado. El 80 habló H itler en Berlín y aseguró que Stalingrado no tardaría en caer. Pero esta ciudad rusa iba a ser para los alemanes el Verdún de la segunda Guerra Mundial. A l abrir H itler el frente oriental y lanzar contra la Unión Soviética el grueso de los ejércitos alemanes, dejó peligrosamente desguarnecido el occidente. Aquí, las defensas alemanas se extendían, sin la consistencia necesaria, desde Noruega al sur de Francia. Los aliados acumulaban rápidamente en la Gran Bretaña soldados y material para la ofensiva que tendrían que desenca­ denar sobre el continente. Comenzaban a llegar a In­ glaterra tropas norteamericanas en gran número. El bombardeo por los aliados de los centros indus­ triales alemanes era cada día más temible. La noche del 30 al 31 de mayo atacaron a Colonia más de l 000 aviones. Sin embargo, hasta el año siguiente no sería bombardeada Alemania incesantemente. El 16 de mayo de 1942 voló la aviación inglesa el dique de Molhne, en el Ruhr. Una zona industrial de 80 kilómetros quedó inundada. Los ingleses atacaban también con fuerza desde el aire el propio Ruhr, Hamburgo y otros centros vitales de la industria alemana. En julio quedó devastado Hamburgo en una serie de bombardeos. Ya en 1942 tantearon los anglosajones, aunque con poca fortuna, las defensas nazis del continente. El 4 de junio desembarcó una fuerza considerable entre Boulogne y Le Touquet. El 19 de agosto otras tropas in­ vadieron la zona de Dieppe. Aquí atacaron soldados británicos, norteamericanos y canadienses auxiliados por fuerzas francesas libres. Esta ofensiva tenía un ob­ jetivo limitado: el de silenciar las baterías alemanas de cañones de 6 pulgadas emplazadas en Berneval y Varengeville, al este y al oeste del puerto de Dieppe.

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La operación fue costosísima en hombres: de 5 000 canadienses, 3 500 fueron bajas. De momento renunciaban los aliados a la invasión de Europa, para concentrar su atención en otros esce­ narios de la guerra. El 5 de mayo de 1942 fuerzas navales y de tierra ocuparon la bahía de Courier, en la isla de Madagascar, que parecía amenazada por los japoneses. Los aliados habían decidido expulsar a los alemanes del Mediterráneo. El 12 de agosto marchó Mr. Winston Churchill, jefe del gobierno británico, a Moscú. Permaneció en la capital rusa cuatro días, durante los cuales mantuvo conversaciones con Stalin, a las que estuvo presente, en representación de los Estados Uni­ dos, Mr. A verell Harriman. Esta misión diplomática tuvo por objeto persuadir a los rusos de que los aliados no estaban aún en condiciones de abrir un segundo frente activo en Europa. A l propio tiempo, el político británico informó a Stalin de que los occidentales pre­ paraban una gran ofensiva en Libia y en el norte de África. El verano de 1942 concluía con pocos signos esperanzadores para las democracias. Los ejércitos alema­ nes continuaban su avance relámpago por las estribacio­ nes de la cordillera caucásica. Stalingrado estaba aún en peligro. Los submarinos nazis seguían causando estragos en la marina mercante aliada, en el Atlántico. Hasta entonces británicos y rusos habían sufrido derrota tras derrota. La ofensiva británica en el norte de África comenzó por la parte de Egipto en octubre de 1942. La dirigían los generales Alexander y Montgomery. Principió la campaña con un tremendo ataque frontal a las fuerzas nazis, mandadas por el ya famoso Rommel. El 23 se enzarzaron los dos ejércitos en una feroz batalla que recibió el nombre de El Alamein. El 28 contraata­ caron los alemanes, pero se estrellaron contra la coraza de acero británica. El 4 de noviembre obtuvieron los

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ingleses una importante victoria. Fueron destruidos o tomados más de 260 tanques enemigos. Los nazis se vieron obligados a emprender la retirada. El 12 de no­ viembre quedó el suelo de Egipto libre de alemanes. El 13 reconquistaron los ingleses la valiosa posición de Tobruk. El 20 estaban los aliados en Benghazi. A esas victorias se unieron otras en la vecina región del Norte de África. El 8 de noviembre desembarcaron los aliados en Orán, Casablanca y Argel. Tres días después ponían pie en Bujía. Mandaba estas fuerzas el general norteamericano Eísenhower. Los franceses sub­ ordinados al gobierno de Vichy —colaborador con el invasor alemán— opusieron resistencia a las tropas alia­ das; pero pronto se desmoralizaron, y el 1 1 de noviem­ bre ordenó el almirante Darían el cese del fuego en Argelia y en Marruecos. El 8 de diciembre se rindieron Dakar y el Africa occidental francesa. H itler se consideró traicionado por los franceses que hasta entonces habían colaborado con él activa o pasiva­ mente en la guerra y respondió a la invasión del norte de Africa por los aliados ocupando la parte de Francia todavía libre de tropas alemanas y gobernada por el mariscal Petain. También en los frentes rusos empezaba a presentar la situación cariz más favorable a los aliados. En octu­ bre de 1942 pudo advertirse ya que los ataques ale­ manes perdían la terrible violencia que habían tenido. A l noroeste de Stalingrado consolidaba sus posiciones el ejército de socorro del mariscal Timoshenko. En los primeros días de noviembre rompieron las tropas sovié­ ticas la primera línea de las defensas nazis. En el Cáucaso parecía asimismo cambiar la situación. El 20 de noviembre los rusos obligaron al enemigo a retirarse en el sector de Ordzkonikidge. En todo el frente ruso se iniciaban ya movimientos ofensivos soviéticos. Del 19 al 29 de noviembre de 1942 cayeron en manos de los rusos 66 000 prisioneros alemanes y unos 2 000 caño­ nes. El 30 fueron rechazados los nazis en el sur de

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Stalingrado, en el sector de Kotelnikovo, posición que cayó en diciembre. . El 15 de diciembre desencadenaron los soviéticos una fuerte ofensiva general en la zona del Don medio, con vértice sobre Millerovo, importante cruce de líneas férreas. La contraofensiva soviética La campaña soviética del invierno estaba ya en marcha en innumerables puntos del vastísimo frente. Para el 1? de enero de 1943 habían ocupado las fuerzas atacan­ tes Velilye Luki, a 400 kilómetros al oeste de Moscú. Su ocupación por las tropas soviéticas situó inmediata­ mente a los rusos en la línea de aprovisionamiento ene­ miga entre Alemania y Rusia por el sector de Riga. No menos impresionante era el avance ruso en el sector del Cáucaso. El 30 de enero entró el ejército rojo en Maikop. El 4 tomó Chernyshkowsky, centro ferroviario, en la zona del Don. En el sector de Leningrado fueron desalojados los alemanes, a mediados de enero, de Schlüsselburgo y otras posiciones fortificadas, en una encarnizada batalla que duró una semana. Quedó así levantado el sitio de Leningrado, que había durado dieciséis meses terribles para la población. La verdadera tumba del ejército alemán fue Stalin­ grado. A fines de enero quedaron copadas las fuerzas alemanas supervivientes. La batalla por la ciudad había concluido con una tremenda victoria rusa. Habían muerto 100 m il alemanes y 91 mil habían caído prisio­ neros, entre ellos el mariscal de campo Friedrich von Paulus. La capacidad ofensiva del ejército rojo parecía no tener fin, y ahora todas las ofensivas parecían obedecer a un plan general, esto es, se hallaban matemáticamente relacionadas entre sí. De otra parte, los rusos habían

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puesto en práctica nuevas técnicas militares que des­ concertaron a los alemanes. Concluyendo enero el ejército rojo estaba a las puertas de Rostov. El 16 ocupó Kliarkov, y el 8 de febrero tomó la no menos importante ciudad de Iíursk. Ivharkov se perdió otra vez para los rusos el 15 de marzo. Pero a pesar de esa victoria alemana la iniciativa habla pasado definitivamente a los soviéticos. Los ale­ manes no podían acometer ya ninguna ofen siva. de consideración. Su actividad consistía ahora en contener los avances rusos. Cosa imposible. En la región del lago lim en, el mariscal Timoshenko había tomado a Demyansk; y en las últimas semanas de julio pasó a la ofensiva el ejército rojo en el sector de Orel, con Ore] y Bryansk por objetivos inmediatos. Los alemanes pierden el norte de África El año de 1943 había comenzado en Africa con una mezcla de éxitos y fracasos de las tropas aliadas. A me­ diados de enero, el octavo ejército del mariscal Montgomery estaba a 48 kilómetros nada más de T rípoli. Pero los alemanes habían atacado desde Paid y Sened, y después de tres días de lucha los norteamericanos que combatían en ese. sector tuvieron que evacuar algunas posiciones. En febrero contuvieron los alemanes completamen­ te al octavo ejército británico en las defensas de Mareth. Montgomery se dispuso a romper esas posiciones fortificadas. Para retrasar esta ofensiva lanzó Rommel un contraataque, pero perdió más de 50 tanques. El 21 de marzo desencadenó el general británico su ofen­ siva contra la línea de M areth en un frente de diez kilómetros. Rommel opuso fuerte resistencia, pero tuvo que replegarse. Montgomery avanzaba ahora a razón de 65 kilómetros diarios. En el otro frente africano, el prim er ejército1 bri­ tánico, con contingentes norteamericanos y franceses,

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comenzó a dar señales de actividad el 1 de abril. Pudo avanzar hasta menos de 25 kilómetros de Mateur. Esta posición cayó en poder de los aliados en los primeros días de mayo. Tomadas subsecuentemente Túnez, Bi­ zerta y Ferryville, los alemanes quedaron reducidos el 11 de mayo a una bolsa de territorio en una extensión de unos 130 kilómetros cuadrados al oeste de Zaghouan. Rommel había huido ya a Europa y el general von Arnim era prisionero de los aliados. Caída de Mussolini y reconquista de Italia por los aliados El 14 de enero de 1943 se reunieron en Casablanca los jefes aliados: el Presidente Roosevelt, Mr. Churchill y el general De Gaulle. Stalin no acudió en vista de la crítica situación en el frente oriental, según dijeron, pero probablemente porque no quiso rom per su cos­ tumbre de no salir nunca de Rusia. En cualquier caso, el objeto principal de la conferencia era estudiar la marcha de la guerra y trazar planes para absorber fuer­ zas alemanas del frente oriental con una ofensiva sobre el continente europeo. En seis semanas ocuparon las fuerzas aliadas Sicilia (julio-agosto de 1943). Pero antes de que concluyera la ocupación de Sicilia se habían producido en Italia importantes acontecimientos. El 25 de julio cayó Mussolini por haberle retirado su confianza el Gran Consejo Fascista. Menester es recordar que Italia había fracasado en cuantas opera­ ciones había emprendido. Su valiosa marina de guerra estaba inmovilizada. Los aliados bombardeaban a me­ nudo ciudades y centros militares italianos. Ni la tropa ni la población civil sentían entusiasmo por la guerra. Mussolini había visitado a H itler precipitadamente para pedirle ayuda contra la invasión que proyectaban los aliados, pero fracasó. Cuando regresó de la entrevista con Hitler, el Gran Consejo y el partido fascista no

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ocultaron su hostilidad al Duce. El rey se atrevió ya a desafiarle. El Gran Consejo ordenó seguidamente la detención de Mussolini y su confinamiento en un lu ­ gar solitario, en el Gran Sasso. Pero el 8 de septiembre le salvaron paracaidistas nazis en un golpe audaz y le trasladaron a Alemania. H ider trató de crear un gobierno fascista presidido por Mussolini, pero sin gran empeño. Los fascistas ita­ lianos detuvieron al conde De Ciano, yerno de Mussoli­ ni, al general De Bono y a otros tres miembros del Gran Consejo Fascista que se habían pronunciado en favor de la destitución de Mussolini, les juzgaron y los fusilaron por la espalda, como traidores. El gobierno del Duce fue sustituido por un minis­ terio provisional bajo la presidencia del mariscal Badoglio. En el norte de Italia habían comenzado a actuar la guerrillas contra las fuerzas alemanas de ocupación. A principios de diciembre de 1943 invadieron los aliados a Italia. Los principales desembarcos se reali­ zaron el día 3. Pero los alemanes, que esperaban la invasión, ofrecieron desde los primeros instantes tenaz resistencia. Iban a defender a Italia palmo a palmo. El terreno montañoso del sur de Italia impuso a los alia­ dos insospechados. sacrificios en hombres. Hasta el 16 de septiembre de 1944 no pudieron pasar a la ofensiva las tropas aliadas que habían desembarcado el día 9. El 10 se realizaron nuevos desembarcos en la base naval de Tarento. El 12 tomaron esas fuerzas Brindisi. El l 9 de octubre entraron los aliados en Nápoles. El 17 pasaron el Volturno. A fines de octubre, los alemanes inundaron los pantanos del Pontino, para demorar el avance de británicos y norteamericanos hacia Roma. El 22 de enero de 1944 los aliados habían reali­ zado un desembarco en la zona de Nettuno, a 50 ki­ lómetros al sur de Roma. El puerto de Anzio cayó en manos del 59 ejército el 25 de enero, pero sólo con gran dificultad pudo conservar la cabeza de puente.

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La lucha por Cassino se prolongó de enero a mayo de 1944. Cassino era el punto clave de la formidable línea Gustav, construida por los alemanes para defender a Roma. A fines de enero pudieron tomar los norte­ americanos Monte Cassino, a tres kilómetros al norte del pueblo del mismo nombre. Pero hasta el 18 de mayo, en que fueron tomadas por asalto las alturas, no se retiraron los nazis. Por último, el 4 de junio entraron los aliados en Roma. La ocupación de menos de la mitad de Italia había entretenido a las tropas anglosajonas nueve meses. Durante el verano avanzaron ya a las puertas de Floren­ cia. El avance continuó en septiembre, y al terminar este mes los canadienses habían rebasado Rím ini. Esta­ ban ante la llanura de Lombardía . A l otro lado del Adriático, el movimiento de • la re­ sistencia dirigido por el mariscal Tito, de Yugoslavia, que había adoptado al principio la forma de guerrillas, se había convertido en un verdadero ejército. Con an­ terioridad a 1944, los aliados habían suministrado a T ito armas y le habían : reforzado con buen número de técnicos militares, particularmente británicos. A le­ mania se vio obligada a distraer varias divisiones para hacer frente a esta amenaza en los Balcanes. Las fuerzas yugoslavas de liberación recibieron pronto el apoyo del ejército rojo, que avanzaba rápidamente en esta región, y que a fines de septiembre de 1944 estableció contacto al oeste de Negotin con los hombres de Tito. El objetivo inmediato de ambas fuerzas era Belgrado, adonde se dirigían por el norte los rusos, que habían pasado ya el Tisza el 8 de octubre. Belgrado cayó antes de que terminara este mes. El derrumbamiento del ejército alemán ante el avan­ ce soviético había de reflejarse inevitablemente en el frente italiano. En la segunda quincena de abril de 1945 los aliados cruzaron el Po. Verona cayó el 26 de abril. Se realizó un desembarco en Rapallo, al tiem­ po que las guerrillas italianas se apoderaban de las

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principales ciudades del norte: M ilán, Turín, Venecia, Genova, demostrando que el italiano pelea con tanto arrojo., como el más cuando está interesado en una causa. El 2 de mayo se rindieron los alemanes que queda­ ban en el frente italiano. La invasión de Italia costó a los aliados inmenso esfuerzo e incontables bajas, no compensados, quizás por las ventajas conseguidas. Volvamos ahora al frente oriental. Triunfos aliados en el frente oriental La débil ofensiva alemana en el sector de Kursk en junio de 1943 había sido contenida por los rusos el 24 de julio. Alemania no podía soñar ya con la con­ quista de Rusia. La iniciativa había pasado definitiva­ mente al ejército rojo. Los alemanés comenzaron a replegarse ordenadamente sobre el Dnieper, combatidos sin cesar por las fuerzas soviéticas. Tan. pronto como terminó la ofensiva alemana co­ menzó la ofensiva soviética en el sector de Orel. Si­ multáneamente se lanzaron los rusos al asalto en el río Mius. El frente se extendió de súbito en una línea de 800 kilómetros. Orel y Byelgorod cayeron el 5 de agosto. Fue tan rápido el avance en este sector, que el 15 pudieron tomar los rusos Karachev, la última avanzada enemiga que protegía, a Bryansk. En él sur, los alemanes se esforzaban desesperada­ mente por contener el avance soviético hacia Poltava. ICharkov estaba ya amenazada. Entonces se reveló la verdadera magnitud de la ofensiva rusa. En esa misma semana de agosto desen­ cadenó el ejército rojo otro ataque incontenible, desde el noroeste y el sudeste, en Spasdemensk. El 23 entraron las fuerzas soviéticas en Iíharkov, después de infligir tremendo castigo a las tropas enemigas. Los alemanes no tenían respiro, y los rusos extraían sin pérdida de

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tiempo a cada victoria todas las ventajas posibles. El 23 de septiembre caía Poltava. La ofensiva rusa en el sector del Donetz tomaba vuelos impresionantes. El 30 de agosto reconquistó el ejército rojo Taganrog, en la costa del M ar de Azov. En la primera semana de septiembre había avanzado 60 kilómetros más allá de Stalino, y atacaba en direc­ ción de Dnepropetrovsk. Toda la cuenca del Donetz estuvo pronto en poder de los soviéticos. El 25 de septiembre cayó Smolensk, la base alema­ na más considerable dentro de Rusia. En el Dnieper se desarrollaban acontecimientos trans­ cendentales. Los cuatro cuerpos de ejército de Ucrania, que habían estado avanzando hacia la curva del rio, lo pasaban y establecían cabezas de puente en Kremenchug y en dirección a Kiev. Kiev quedó al fin rodeado, el ferrocarril Leningrado-Odesa cortado, y las comu­ nicaciones alemanas entre el norte y el sur por los pan­ tanos de Pripet, interrumpidas. En la primera semana de octubre de 1943 no que­ daban ya alemanes en el Kuban. Los rusos habían recuperado todo el Cáucaso. En la batalla final pere­ cieron 20 mil alemanes y 3 mil fueron hechos prisio­ neros. En la misma semana pasasron los rusos el Dnieper por tres sitios. Por aquellos días abrieron los soviéticos otra ofen­ siva mucho más al norte: su primer éxito fue la toma de Nevel. A comienzos de noviembre había desaparecido toda posibilidad de que escaparan los alemanes aislados en Crimea. El 6 de noviembre ocupó el ejército rojo la histórica ciudad de Kiev. El desastre alemán adquiría ahora dimensiones ca­ tastróficas. En ningún punto del frente oriental podía ser contenido el avance ruso. A últimos de noviembre, en menos de 150 días desde que concluyó la última ofensiva alemana, las fuerzas soviéticas habían avan­

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zado cerca de 600 kilómetros por terreno devastado y humeante. El 20 de enero de 1944 tomaron los rusos Novgorod. La línea ferroviaria Leningrado-Moscú estaba ya en su poder. El 2 de febrero llegaron a la frontera con Estonia. A l día siguiente fueron copadas las di­ visiones alemanas que defendían la curva del Dnieper. El 8 de febrero cayó Nikopol. El mes de febrero cerraba con toda la. provincia de Leningrado libre de invasores. Leningrado había cos­ tado a los alemanes 75 mil hombres. El 23 de junio lanzaron los rusos un nuevo ataque al norte y al sur de Vitebsk, con dirección a la frontera polaca. A fin de mes, los alemanes sólo disponían de un ferrocarril en este importantísimo sector. En el nor­ oeste pasó el ejército rojo el río Dvina y cortó la carre­ tera Vitebsk-Lepel. El 26 de junio tomó Vitebsk. Que­ daron rodeadas cinco divisiones enemigas, murieron 20 mil alemanes y 10 mil cayeron prisioneros. El 28 de junio cayó Lepel, y el 2 de julio Polotolsk. Los ejércitos soviéticos avanzaban sobre Minks por el nordeste, el sudeste y el este. El 3 de julio se rindió esta posición. La ofensiva roja del verano de 1944 casi expulsó a los teutones de territorio ruso. Según datos facilitados por Moscú, en los tres años de lucha los alemanes ha­ bían sufrido entre muertos y prisioneros 7 800 mil ba­ jas. Habían perdido 70 m il tanques, 60 mil aviones y 90 mil cañones. Las pérdidas rusas en material se cifra­ ban, según la misma fuente, en 49 m il tanques, 30 120 aviones y 48 mil cañones. Las pérdidas rusas totales en vidas humanas subirían en toda la guerra a 20 millones. Mediado el mes de agosto, la artillería rusa tronaba a las puertas de la heroica Varsovia, el ejército rojo ponía en peligro la Prusia oriental y las tropas alemanas quedaban virtualmente aisladas en Estonia y Letonia. Por el sur, los rojos habían cruzado la frontera rumana.

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Parecía ya hecho cierto la invasión de territorio ale­ mán por el ejército rojo, cuando, a fines de agosto, cesó la actividad en el frente oriental por haberse acentua­ do la resistencia alemana en la Prusia oriental y ante Varsovia. En este sector tuvieron que replegarse los rusos. El 1" de . agosto se habían sublevado los patriotas polacos de la resistencia, contando con poder apoyarse en el avance rojo. Los nazis reprimieron la insurrección polaca con inaudita ferocidad. En este triste episodio murieron 200 m il patriotas polacos. Hasta el 14 de enero de 1945 no estuvieron los ru­ sos en condiciones de reanudar la ofensiva. Ese día el prim er cuerpo de ejército mandado por el general Zhu­ kov inició un rápido avance en el centro de Polonia en u n . frente de 120 kilómetros. Fue este el primer movimiento dé una ofensiva sin precedente, tal vez, por su escala y su dinamismo, en la historia militar del mundo. El 17 de enero tomó Zhukov Grodzisk, a 28 kilómetros al sudeste de Varsovia, pasó el Vístula por el norte y entró en la capital. Simultáneamente, el 1er. cuerpo de ejército de Ucra­ nia, mandado por el mariscal Ivoniev, avanzaba hacia Czestochowa y Cracovia, en tanto que el mariscal Rokossovsky, al frente del 29 cuerpo de ejército de la Rusia Blanca, realizaba un avance hacia el Narew cubría 40 kilómetros en cuatro días. Czestochowa cayó el 16 de enero; Lodz y Cracovia, el 18. Ese mismo día, con perfecta sincronización, desen­ cadenaron los rusos la ofensiva por la Prusia oriental en un frente de 80 kilómetros. Esta operación estaba a cargo del 3er. cuerpo del ejército de Ucrania, a las órdenes del mariscal Cherniakosvsky. Las defensas ene­ migas se derrumbaron en seguida, y a fin de mes que­ daba aislada del resto de Alemania la Prusia orien­ tal, excepto por mar. Los rusos la ocuparon casi por completo. Koenigsberg, la capital, se convirtió en una especie de fortaleza solitaria, separada de lo demás de

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esta región alemana. El 3 de febrero entraron las fuerzas de Cherniakovsky en Landsberg y Bartendstein. El 9 ocuparon Elbing. A lo largo de la costa quedaron atra­ padas 20 divisiones alemanas. El 10 cayó Landau. Entre tanto, el mariscal Zhukov estaba ya también en territorio alemán en una profundidad de cerca de 50 kilómetros. El 12 de febrero estas fuerzas se encon­ traban a 24 kilómetros de la posición clave de Stettin y habían llegado a Zeheden, a 56 kilómetros de Berlín. Dentro de Alemania, las divisiones del mariscal Koniev habían pasado el río Oder, al sudeste de Breslau. La situación del ejército alemán era a todas luces desesperada. Había perdido inmenso número de hom­ bres; divisiones enteras con sus Estados Mayores que­ daban aisladas detrás de las líneas soviéticas. La Silesia, el gran centro de producción de material de guerra, estaba ya en gran parte en poder de los rusos. Berlín era invadido por los refugiados que huían ante el avance soviético. Berlín sufría bombardeos en una esca­ la desconocida hasta entonces. En tres días, del 12 a] 15 de febrero, 13 mil aviones aliados habían arrojado sobre la capital alemana 14 mil toneladas de explosivos. El 28 de mayo cayó Gdynia, el puerto polaco en la costa del Báltico, y el 30 entró el ejército rojo en Danzig. A principios de febrero se rindió Memel, y Lituania quedó enteramente libre de alemanes. Koenigsberg capituló el 9 de abril. Griefenhagen, al sur de Stettin, había sido tomado por los rusos el 16 de marzo, y el 17 fue cortada la carretera Altdamm-Berlín. Entre Breslau y las Cárpatos operaban tres colum­ nas soviéticas: una hacia Ostrava, la otra en la zona de Ratibor, y la tercera desde Oppeln. En Hungría resistían furiosamente los nazis. Hasta mediados de marzo no le fue dable al mariscal Tolbukhin desencadenar una ofensiva hacia la frontera austríaca. El 11, el 29 ejército de Ucrania, mandado por Malinovski, ocupó una serie de pueblos al sur y al este de Komarno,

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En Yugoslavia se luchaba encarnizadamente. Tolbukhin avanzó tan rápidamente, que el 4 de abril pudo tomar Badén, y el 6 estaba a las puertas de Viena, ayudado en gran medida por la aviación aliada que operaba desde Italia. La aviación aliada iba camino de destruir al Reich. El puerto de Hamburgo era un montón de escombros. Colonia, Berlín, Stuttgart, Munich y otras ciudades ale­ manas igualmente importantes habían sido arrasadas desde el aire. En el mes de abril de 1944 descargaron los britá­ nicos y norteamericanos sobre territorio enemigo 81 mil toneladas de metralla. En una sola noche tiraron sobre Colonia 4 5 0 0 toneladas de bombas. El 27 de mayo volaron sobre el Reich más de o m il aviones de los anglosajones. Aeródromos, fábricas, ferrocarriles, puen­ tes, diques, refinerías petroleras, puertos, barcos mer­ cantes, sufrían los efectos de la gran ofensiva aérea aliada. Mientras las democracias se preparaban para la in­ vasión del continente europeo, sus aviones acentuaban los ataques a Alemania y —en los primeros días de junio— atacaban objetivos militares en el Paso de Ca­ lais, el Sena, el Oise, Pvouen y el Havre. Pronto segui­ rían los ejércitos aliados a los bombardeos.

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A l f i n comenzó el ansiado —y para los alemanes te­ mido— desembarco en Francia de los ejércitos de las democracias. En la madrugada del 5 al 6 de junio de 1944 contingentes aliados ponían pie en las playas de Courseulles, Arromanches y otros pueblos del lito­ ral normando al norte de Bayeux y Caen. En las pri­ meras horas desembarcaron unos 250 mil hombres. En veinte días pasaron al Continente más de un millón de soldados. En septiembre había ya en Francia cerca

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de tres millones de combatientes aliados. El prim er obje­ tivo de las fuerzas aliadas consistió en consolidar las cabezas de playa entre la península de Cotentin y la desembocadura del Orne y establecer contacto con las secciones de paracaidistas lanzadas más al interior. La inferioridad alemana en el aire —por cada avión alemán había veinte aliados— y en el mar facilitó las operaciones de desembarco y el sostenimiento de las cabezas de playa. El 11 de jum o informaba el general Montgomery que los aliados habían ganado la batalla de las playas en un frente de noventa y seis kilómetros. El general alemán Von Ivluge, jefe de la defensa del Continente en este sector, concentró sus ataques sobre el ala británico-canadiense en la zona Caen-Tilly. De momento pudo contener a los aliados por el flanco izquierdo. Pero los norteamericanos avanzaron rápidamente p or la pe­ nínsula y con la ayuda de paracaidistas tomaron Cherburgo. Los alemanes casi quedaron rodeados en la Falaise. A l propio tiempo, el llamado maquis o resistencia popular francesa, iniciaba en toda Francia una violenta campaña de sabotaje: cortaba el ferrocarril entre Limoges y Bordeaux, y en el valle del Ródano paralizaba las comunicaciones con la destrucción de las líneas férreas, canales y diques. Los elementos de la resisten­ cia francesa tomaban pueblos, hacían prisioneros y en algunas regiones dominaban ya el campo cuando llega­ ron las fuerzas regulares aliadas. A mediados de agosto ya había liberado el maquis ocho departamentos en la Bretaña y en el sur de Francia. Ocupó Toulouse y Hendaya y casi liberó por completo todo el distrito de Lyon. El 24 ocupó esta ciudad. Controlaba todas las carreteras que ponen en comunicación a Francia con Italia. Pronto se combatía en París. En estas luchas tomaron parte muy activa, particularmente en el sur de Francia, contingentes del ejército republicano espa­ ñol refugiado —aunque sin carácter de ejército, claro

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es— en Francia. En no pocos pueblos del sur fueron los españoles quienes lograron la rendición de los ale­ manes. Mas sigamos el desarrollo de la invasión en Normandía. Los norteamericanos continuaron su avance. El 21 de agosto pasaron el Sena. El 22 entraron en Sens. El enemigo pidió entonces un armisticio y amenazó con destruir París si se le negaba. Por su parte, las fuerzas de la resistencia que actuaban en la capital ayu­ daron a los aliados. Tropas norteamericanas y francesas atacaron entonces las posiciones alemanas que defen­ dían a Versalles. Concluyendo agosto, los norteameri­ canos cruzaron el Mame. El general De Gaulle, jefe de la Francia combatiente, entró en París la noche del 25. Los colaboradores de los alemanes que habían for­ mado el llamado gobierno de Vichy comenzaron a dispersarse. El mariscal Petain fue trasladado por los alemanes a Baden-Baden. Laval quedó en Francia pro­ tegido por la Gestapo. Por aquellos mismos días, el 29 ejército británico pasaba el Sena inferior, llegaba al Somme y establecía una cabeza de puente en Amiens. Los canadienses ha­ bían ocupado Rouen y avanzaban hacia Dieppe, que tomaron jornadas más tarde. El 4 de septiembre cayó Abbeville y el 2° ejército entró en Arras. Dos columnas avanzadas aliadas habían cruzado la frontera belga el 2 de septiembre. El 3 fue liberada Bruselas. Lille re­ cibió a las fuerzas británico-norteamericanas el 4. En la segunda semana de septiembre estaban los aliados al otro lado del Mosela: habían avanzado 1 200 kilómetros en treinta y cinco días. El 2° ejército b ri­ tánico había cubierto 320 kilómetros en cinco días. El 6 de septiembre tomaron Ypres las tropas polacas. En el sur de Francia, fuerzas británicas, norteame­ ricanas y francesas desembarcaron el 15 de agosto en la costa mediterránea, entre T oulon y Niza. El 23 entraron en Marsella, que liberaron definitivamente el 28. En

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la primera semana de septiembre, toda Francia, desde el Ródano inferior hasta el Atlántico estaba libre de ene­ migos. T oulon y Niza cayeron el 31 de agosto. Los norteamericanos entraron en Lyon el 3 de septiembre. El 11 de septiembre ocuparon los franceses Dijon, y al oeste, las fuerzas francesas de liberación tomaron la ciudad de Burdeos el 31 de agosto. Los alemanes habían sufrido ya en Francia enormes pérdidas: 900 mil bajas entre muertos, heridos y p ri­ sioneros. Los británicos habían sacrificado 90 m il hom­ bres; los norteamericanos, 145 mil. La fortaleza nazi se había derrumbado con una rapi­ dez que aun los jefes aliados más optimistas no sospe­ chaban. Francia estaba liberada, como se decía, salvo en algunos puntos de la periferia. Bélgica, invadida por los aliados. A finales del otoño también ocupaban tropas de las democracias parte de Holanda. La conjuración 'de julio contra H itler Los grandes desastres militares no podían menos de repercutir profundamente en Alemania, bien que no en la medida en que debía haberse esperado. Los nazis no perdieron hasta última hora su dominación sobre el ejército y la población civil. Mas desde la formidable derrota de Stalingrado, el alto mando alemán, que atri­ buía la catástrofe a la torpe incursión de H itler en el campo de la estrategia militar, se había dado a cons­ pirar, y en la noche del 20 de ju lio de 1944 estalló una bomba en la habitación en que el Führer estudiaba los planes militares con su Estado Mayor en el cuartel general de la Prusia Oriental. La había colocado el co­ ronel conde de Claus von Stauffenberg. El centro de este complot había sido el cuartel general del ejército de reserva, en el cual era Stauffenberg una de las figu­ ras más destacadas. Como consecuencia de la explosión murió uno de los presentes y el propio H itler resultó levemente herido. El Führer ordenó la ejecución de

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varios generales, y los principales conspiradores fueron encarcelados. H itler todavía confiaba en ganar la guerra, o al menos, en no perderla por completo. Ponía vagamente sus esperanzas en la división de los aliados, sobre todo en la división entre las democracias parlamentarias y la Unión Soviética. Además, los alemanes comenzaban a usar nuevas armas: la bomba volante, el cohete estratos­ férico, y trabajaban, como ahora veremos, muy lenta­ mente, en la invención de la bomba atómica. Desde noviembre de 1943 bombardeaba la aviación nazi a Inglaterra con la bomba volante. En tres meses había lanzado 8 m il proyectiles de esta clase, de ellos 2 300 sobre Londres. Esta arma causó inmenso estrago en la capital inglesa. A medida que avanzaban por el litoral continental las fuerzas británicas y canadienses iban expulsando a los alemanes de las bases desde donde dis­ paraban la bomba volante. No obstante, subsistió el peligro, pues el enemigo halló el medio de bombardear a Inglaterra con ese artefacto utilizando como dispa­ radero aeroplanos propios en vuelo sobre el M ar del Norte. Y aún le estaba reservada a la población lon­ dinense otra desagradable sorpresa, más temible y menos fácil de contrarrestar que la bomba volante. Nos refe­ rimos al cohete estratosférico, arma que viajaba a altu­ ras de 112 a 145 kilómetros con velocidad superior al sonido. P or ambas razones no había defensa posible contra ella; mas su eficacia, descontado el terror que pudiera inspirar en las víctimas en potencia, resultaba menoscabada por la falta de exactitud del blanco. El cohete no podía ser dirigido contra ningún objetivo concreto. Sus bases estaban en Holanda y Jutlandia, desde las cuales lanzaron los alemanes sobre Inglaterra más de m il de estos mortíferos proyectiles. El celebrado ingenio científico tudesco no llegó a crear otras armas más siniestras que la bomba volante y el cohete estratosférico. Temióse que Alem ania lo­ grara dar con la invención de la bomba atómica, fenó­

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meno que, habida cuenta de la agresividad nihilista del Führer y sus colaboradores, hubiera tenido consecuen­ cias espantables para la Humanidad. Pero luego se vio que los alemanes apenas habían llegado a hacer algo en este orden de cosas. La efímera ofensiva alemana de las Ardenos Sigamos ahora el desarrollo de la guerra. Como había acontecido con la ofensiva rusa a las puertas de Var­ sovia, también ahora, en octubre de 1944, cortó de súbito el avance aliado el recrudecimiento de la resis­ tencia nazi en el frente occidental. En Holanda inte­ rrumpió el enemigo la marcha de los ejércitos de las democracias con la inundación de las tierras bajas. De momento, los hitlerianos habían logrado estabilizar el frente occidental. En la Europa oriental contuvieron al ejército rojo en el frente polaco y en la Prusia Orien­ tal. Sin embargo, fuerzas rusas avanzaban sobre Buda­ pest, tomaban las últimas posiciones enemigas en Letonia y el Báltico, y se anunciaba la capitulación de Finlandia, en el extremo norte, y el cruce por los sovié­ ticos de la frontera noruega. En noviembre de 1944 reanudaron los aliados la ofensiva en el frente occidental. Pero la iniciativa había pasado a los alemanes, y el 16 de diciembre desenca­ denó el mariscal Von Rundstedt una peligrosa ofensiva en el sector de las Ardenas. El mariscal Model, coman­ dante de grupo de ejército de Von Rundstedt, avanzó entre el Meuse y el Mosela y ocupó Bastogne, St. Hubert y Caroche. El 21 de diciembre obligó a la 7* divi­ sión blindada norteamericana a evacuar St. Vith. Con todo, esta últim a ofensiva alemana resultó ser un episodio aislado, el último resuello de un ejército ven­ cido. A fines de enero casi habían reconquistado los aliados el terreno perdido y estaban preparados para lanzar una gran ofensiva contra la línea Sigfrido y con­ tra Colonia. Rundstedt había inmolado a 120 m il hom­

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bres y abandonado la mitad de su material de guerra. En conclusión, la ofensiva alemana de las Ardenas no hizo más que retrasar unas semanas la destrucción total del poder m ilitar de Alemania. Es dudoso que H itler disfrutara todavía salud men­ tal suficiente —si alguna vez la tuvo— para apreciar la verdadera magnitud del desastre que se cernía sobre su pueblo. Todo lo que sabemos de su situación per­ sonal en ese momento es que había sido sustituido o suplantado por Himmler, el jefe de la Gestapo, ahora cada día más ostensiblemente en el papel de Führer. H itler había desaparecido de la escena como actor fra­ casado. Su acostumbrado discurso de aniversario a la nación fue leído esta vez por Himmler. La ofensiva general aliada La esperada ofensiva general aliada principió en febrero de 1945 dirigida por el general estadounidense Dwight Eisenhower. AI principio el avance de los ejér­ citos democráticos se caracterizó por su lentitud. Los canadienses hallaron fuerte resistencia en el norte. Mas los alemanes no pudieron aguantar al fin la presión de esas fuerzas, volaron los dos puentes sobre el Wesel e iniciaron la retirada hacia el este con extraordinaria precipitación. Las tropas norteamericanas llegaron el 4 de marzo a los arrabales de Colonia, donde la aguja gótica de la famosa catedral señoreaba una ciudad en escombros. Colonia fue tomada al día siguiente. Contra lo que se esperaba, el ancho y caudaloso R in no fue obstáculo de mayor cuenta en el camino del avance anglosajón, gracias a la buena organización y al valor y la eficiencia de los ingenieros aliados, que en pocas horas echaron ocho puentes sobre este río. Nada podía contener la arrolladora penetración de los aliados. A mediados de abril sólo quedaba ya en poder de los nazis una pequeña fracción de territorio alemán.

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Los campos de concentración y de exterminio No pocas cosas sorprendieron a los vencedores, algunas horrorizándoles, al internarse en el Reich. Hasta enton­ ces no había tenido el mundo noticia exacta de lo que habían sido los campos de concentración y de ex­ terminio alemanes. Terribles cuadros se ofrecieron a los ojos de los invasores. Montones de cadáveres insepul­ tos; supervivientes en el esqueleto —hombres, mujeres y niños— denunciaban la inconcebible crueldad del sis­ tema nazi. En uno de los campos se encontraron los restos de 2 mil obreros extranjeros, parte de la multitud que los nazis habían deportado a Alemania para reponer su mano de obra. Cerca de cinco millones de obreros extranjeros habían sido trasladados con esos fines a Alemania. Los tres grupos más numerosos eran el ruso (1 900 000), el polaco (850 mil) y el francés (765 mil). El notorio campamento de Buchenwald anonadó a los militares norteamericanos, quienes llevaron allí a grupos de alemanes para que vieran el mundo en cuya vecindad habían vivido. Algunos de los más perversos criminales, responsa­ bles directos de tales ignominias, fueron capturados por las tropas aliadas. Entre ellos, Joseph Kxammer, co­ mandante del campo de la muerte —¿y cuál no lo era?—, como se llamó al de Belsen. En el de Langenstein sólo quedaban con vida 1 100 personas de una población de 6 mil. En este dantesco lugar la vida de los prisioneros duraba por término medio tres meses. Los supervivientes eran esqueletos cubiertos de llagas. Halláronse cincuenta vagones de ferrocarril llenos de cadáveres. Las cámaras de torturas estaban intactas. En cada cabaña, construida para cincuenta personas, se había obligado a dormir a doscientas. Súpose que en el campo de Buchenwald, la m ujer del comandante se ha­ bía hecho construir adornos y objetos útiles con la piel humana de algunos de los prisioneros. Trozos de cuero

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llevados a Londres por una comisión parlamentaria in­ glesa fueron identificados por sir Bernard Spilsbury como piel humana, y era evidente que habían formado parte de una pantalla. En total los aliados pusieron en libertad a 32 mil prisioneros. Desde que los nazis llegaron al poder habían mos­ trado el resuelto propósito de poner en práctica sus doctrinas antisemíticas exterminando a la población ju ­ día. La persecución organizada comenzó con la promul­ gación de una ley el 7 de abril de 1933, por virtud de la cual los judíos fueron excluidos del servicio del Estado y las universidades. Las leyes de Nuremberg de 15 de septiembre de 1935 prohibieron los matrimo­ nios entre judíos y personas de “sangre alemana”, sea esto lo que quiera. Los judíos quedaron privados prác­ ticamente de todos los derechos del ciudadano. La persecución culminó, antes de la guerra, en el programa del 9-10 de noviembre de 1938 dirigido por la S. S. Les fueron confiscados a los judíos la mayor parte de sus bienes y aquellos que escaparon al asesinato permane­ cieron concentrados en ghettos hasta que estalló la guerra. Durante la guerra, el Estado nazi procedió ya de modo sistemático al exterminio de los judíos, y casi llegó a conseguirlo, ya que de 8 300 mil que vivían en la Europa ocupada por los alemanes alrededor de 6 millones perdieron la vida en los campos de concen­ tración y en los de exterminio, muertos violentamente de m il maneras, a cual más espeluznante, o a causa del hambre y las enfermedades. En Manthausen, uno de los establecimientos de exterminio en Austria, fueron des­ truidas 'cerca de 2 millones de personas, la mayoría ju­ díos. En Oswiecim (Auschwitz), en Polonia, desapare­ cieron en las cámaras de gas 2,500 000 seres humanos, y otros 500 mil murieron de privaciones y padeci­ mientos.

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Rápida desintegración del Reich Mediado el mes de abril de 1945 el alto mando alemán había perdido el gobierno de sus fuerzas. Alemania se desintegraba velozmente como Estado. Los tanques bri­ tánicos avanzaban hacia Harburgo, en la orilla meri­ dional del Elba, frente a Hamburgo. Por el oeste tam­ bién apretaban los aliados, hacia Emdem. El 26 de abril cayó Bremen en poder del 29 ejército británico. Por otro lado, los ejércitos norteamericanos habían pa­ sado ya el Danubio y avanzaban hacia el sur del Reich. El 26 tomaron Eger. Las fuerzas francesas habían ocupado Constanza, y contingentes norteamericanos estaban ya en Ingoldstadt, a sólo sesenta kilómetros al norte de Munich. Cortada Alemania en dos, las dos vanguardias alia­ das sólo estaban separadas por un estrecho corredor, de Berlín a Dresde. Este corredor desaparecía rápida­ mente. La moral alemana se había derrumbado, por fin, y la mayoría de los pueblos y ciudades se rendían a la prim era intimación de las fuerzas invasoras. Con no menos celeridad habían penetrado los ejér­ citos soviéticos en Alemania. El mariscal Zhukov rea­ nudó su avance por el norte desde las posiciones en que quedó detenido, y simultáneamente el mariscal Koniev, desde el sur, emprendía también la marcha hacia Ber­ lín. En diez días llegaron las fuerzas rusas a los subur­ bios de la capital alemana. Pero Berlín iba a resistir; los líderes nazis lo había elegido por tumba propia. Cada calle se convirtió en un campo de batalla. Palmo a palmo le fue disputado el terreno al enfurecido ejér­ cito rojo. Los nazis habían concentrado en la capital sus mejores tropas y su m ejor armamento, en realidad cuantos elementos les restaban. Gran parte de la pobla­ ción civil se ocultó en los refugios provista de ali­ mentos, a esperar que pasase el huracán de hierro y fuego que esperaba. La encarnizada y demoniaca batalla de Berlín tal

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vez carezca de precedente en la historia de las luchas humanas. Fueron 20 días terribles. Nazis y soviéticos combatieron en las calles, en los edificios, en el aire y en los subterráneos. La contienda se extendió al me­ tropolitano, que retumbó con el horrísono estampido de morteros y la artillería ligera. Otro Averno, Un mar deshecho en tormenta Por los vientos en guerra. Tempestuosa explosión del [infierno. Que con incesante furia acosa a los espíritus, Gira como un tornado y descarga con resentido enojo? De las bocas del “metro” salían las desesperadas tropas nazis para caer sobre la retaguardia del ejército ruso. Los invasores se vieron forzados a ocupar los tú­ neles y las estaciones principales. Sin embargo, la frenética y suicida resistencia nazi no pudo contener el avance ruso hacia los objetivos de la capital; y el l 9 de mayo de 1945 ondeaba la bandera roja en la Puerta de Brandemburgo y en el lu ­ gar donde estuvo el Reichstag. El desplome de la gigantesca y satánica fábrica le­ vantada por una ideología irracional cogía debajo y aplastaba a la mayoría de sus caudillos. El suicidio de H itler Heinrich Himmler se había acercado el 24 de abril al conde sueco Bernardotte, y le había encargado que ges­ tionara en los medios gubernamentales de la Gran Bre­ taña y los Estados Unidos —no de Rusia— un armis­ ticio. Con este motivo confió el jefe de la Gestapo al conde Bernardotte que Adolfo H itler padecía hemorra­ gia cerebral y no viviría más de dos días. El 1? de mayo la radio alemana anunció al pueblo que H itler había muerto y que había sido designado Führer el i Dante, Infierno, canto v. 28.

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almirante Karl von Dónitz, quien trataría de enta­ blar negociaciones de armisticio con los aliados. En efecto, H itler no existia ya. Sus últimos días los había pasado en el invulnerable refugio subterráneo que se había hecho construir al pie de la Cancillería. Habíase propuesto no caer vivo ni muerto en manos de los rusos. Por tanto, antes de que las tropas sovié­ ticas tomaran el centro de la capital se suicidó pegán­ dose un tiro en la tarde del 30 de abril en compañía de su m ujer —su antigua amiga o amante—, la actriz Eva Braun, con quien había contraído matrimonio en el refugio en las primeras horas del día 29. Cumpliendo instrucciones de Hitler, sus secuaces rociaron con gaso­ lina los cadáveres de ambos y los quemaron. Antes de perecer, H itler había decretado la expul­ sión del partido de Himmler y Góring y la detención de los dos, por haber entrado en negociaciones con el enemigo. En el testamento político dirigido a la nación ale­ mana, el Führer culpó de la guerra a otros, en prim er lugar a los judíos. En el mismo refugio en que se suicidó Hitler, o en otro inmediato hallaron los rusos los cadáveres de Joseph Goebbels, Frau Goebbels y sus hijos. Todos habían muerto por envenenamiento. También se suicidó, ingiriendo una ampolleta de cia­ nuro, Heinrich Himmler. Hermann Goring fue aprehendido por la policía m ilitar norteamericana y puesto en prisión, donde lue­ go, cuando le juzgaba el tribunal aliado, se quitó la vida envenenándose. Góring había declarado al tribunal que le sorprendía que se le incluyera entre los crimina­ les de guerra. Asimismo, fueron capturados Joachim von Ribbentrop (quien dijo que se perseguía a los que no lo me­ recían); Julius Streicher, R udolf Hess (preso en In­ glaterra) y otros líderes nazis de triste memoria.

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La capitulación de Alemania El lunes, 7 de mayo de 1945, a las 2:41 horas, el gene­ ral Alfredo Jod l y el almirante Hans von Friedeburg, en representación del alto mando alemán, firmaron un acta de rendición incondicional de todas las fuerzas ale­ manas de tierra, mar y aire en el Cuartel General del general Eisenhower en Reims, en presencia del general W alter Bedell Smith, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Expedicionaria Aliada, el general francés Francois Severz y el general ruso Suslaparov. El 23 de mayo la policía m ilitar detuvo en Flensburgo al sucesor de Hitler, el almirante Donitz, junto con otros individuos del "gobierno interino” del Tercer Reich. Alemania no tenía gobierno ni autoridad política central. Vencida Alemania, fácil les fue ya a los aliados concentrar sus fuerzas contra el Japón y poner fin tam­ bién a la guerra en Asia. La bomba atómica, empleada por los norteamericanos contra las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki, decidió rápida aunque siniestra­ mente, la contienda.

XI. YALT A Y POSTDAM l a rendición incondicional de una Alemania des­ organizada, sumida en el caos y en la miseria, desapare­ cieron el Estado y el gobierno. Así lo reconocieron y proclamaron los generales aliados en Berlín el 5 de ju ­ nio de 1945. Los Estados Unidos de América, la Unión Soviética, la Gran Bretaña y Francia se arrogaban la su­ prema autoridad sobre Alemania, “por cuanto no existe gobierno ni autoridad nacional capaz de mantener el orden, sostener la administración del país y poner en práctica las medidas que dicten las potencias victo­ riosas.” A l propio tiempo, las cuatro potencias anunciaron

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que funcionaría en Berlín un Consejo de Control A lia­ do, formado por los cuatro comandantes en jefe y sus asesores políticos, y que el territorio al oeste de la línea marcada por los ríos Oder y Neisse quedaría di­ vidido en cuatro zonas a los efectos de la ocupación m ilitar por los vencedores. Berlín, aunque dentro de la zona soviética, sería ocupado por las cuatro potencias y regido por una autoridad conjunta que recibió el nom­ bre ruso de Komandatura. Antes de pasar a describir las zonas de ocupación y de señalar los cambios fronterizos introducidos en los territorios del este de Alemania importa ver, para mejor comprensión de estas transcendentales alteraciones, cómo y cuándo, y si fuera posible, por qué, acordaron los aliados dividir a Alemania en zonas de ocupación y modificar sus fronteras en el este. Para ello hemos de referirnos a la Conferencia de Yalta y a la menos decisiva Conferencia de Potsdam. Una y otra vinieron a complementarse y a determinar el destino inmediato, no sólo de Alemania, sino también de gran parte del Continente. La Conferencia 'de Yalta Del 4 al 11 de febrero de 1945 conferenciaron en Yalta, dudad rusa de la Crimea, él Presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, el mariscal ruso Joseph Stalin y el jefe del gobierno británico, Mr. W inston Churchill, acompañados de sus ministros de Negotíos Extranjeros, jefes de Estado Mayor y otros asesores. Los reunidos trataron de llegar a acuerdos tanto sobre cues­ tiones estratégicas para concluir la guerra como sobre cuestiones de principio relativas a la reconstrucción po­ lítica y económica del mundo de la posguerra. Los principales asuntos examinados fueron: la ocupación de Alemania, reparaciones, países liberados, Polonia y la Organización de las Naciones Unidas. A l final hicieron pública una resolución, que entre

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otras cosas decía: “Estamos de acuerdo en punto a la política y a los planes comunes que hemos de desarro­ llar para imponer la rendición incondicional a la A le­ mania nazi, después de sofocada finalmente la resis­ tencia armada alem an a.. . Conforme con los planes aprobados, las fuerzas de las tres potencias ocuparán cada una por separado una zona de Alemania. Según ese plan, quedarán establecidos una administración y un control para las tres zonas, cuya coordinación co­ rrerá a cargo de una Comisión Central formada por los jefes militares superiores de las tres potencias, con Cuartel General en Berlín. Se ha acordado que Francia debe ser invitada por las tres potencias a ocupar, si así lo deseara, una zona y a figurar, como cuarto miembro, en la Comisión Central. Los límites de la zona francesa serán fijados, en nombre de los cuatro gobiernos inte­ resados, por sus representantes -en la Comisión Asesora Europea. “Es nuestro inflexible propósito destruir el milita­ rismo y el nazismo alemanes y asegurar que Alemania no vuelva a perturbar nunca la paz mundial. Estamos decididos a desarmar y licenciar a todas las fuerzas ar­ madas alemanas; a destruir para siempre el Estado Ma­ yor alemán, que repetidamente ha logrado resucitar al militarismo alemán; a eliminar o controlar toda la in­ dustria alemana que pudiera ser empleada en la pro­ ducción m ilitar alemana; a castigar rápida y justi­ cieramente a todos los criminales de guerra y exigir reparaciones en especie por la destrucción causada por los alemanes; a suprimir el partido nazi, las leyes na­ zis, las instituciones y organizaciones nazis y, consi­ guientemente, a tomar cuantas otras medidas sean necesarias en Alemania para garantizar la paz y segu­ ridad del mundo en lo futuro. No tenemos el designio de destruir al pueblo alemán, pero sólo cuando haya sido extirpado el nazismo habrá esperanza de una vida digna para los alemanes y un lugar para ellos en la co­ munidad de naciones."

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Además los tres jefes de gobierno resolvieron esta­ blecer “con nuestros aliados”, lo antes posible, “una organización internacional general para mantener la paz y la seguridad”. Para ello acordaron convocar una con­ ferencia de Naciones Unidas en San Francisco, Califor­ nia, para el 25 de abril de 1945, a fin de preparar la Carta para la organización siguiendo las propuestas pre­ sentadas en Dumbarton Oaks. Francia y China serían invitadas a patrocinar la organización juntamente con la Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos. Los reunidos previnieron un periodo de inestabilidad en la Europa liberada. Por tanto, estuvieron de acuer­ do en concertar las políticas de sus gobiernos “para ayudar a los pueblos liberados de la dominación de la Alem ania nazi y a los pueblos europeos de los que fue­ ron satélites del Eje (alusión al llamado Eje BerlínRoma-Tokio) a resolver por medios democráticos sus graves problemas políticos y económicos”. Hacíase re­ ferencia “al principio de la Carta del Atlántico —el derecho de los pueblos a elegir la forma de gobierno para su país—, la restauración de derechos soberanos y de autonomía a todos los pueblos que han sido p ri­ vados de ellos a la fuerza por las naciones agresoras". Los tres gobiernos ayudarían a todo Estado liberado o ex satélite del Eje a: 1) establecer condiciones de paz interior, 2) poner en práctica medidas de emergencia para socorrer a los pueblos necesitados, 3) form ar go­ biernos internos ampliamente representativos de todos los elementos democráticos, y 4) facilitar la celebración de elecciones. Habiendo sido Polonia completamente liberada por el ejército rojo, propuso la reorganización de su gobier­ no provisional sobre una base más democrática para incluir a los líderes democráticos que estaban entonces en la propia Polonia o en el extranjero. El propuesto gobierno polaco de unidad nacional se comprometería

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a celebrar elecciones libres tan pronto como fuera po­ sible sobre la base del sufragio universal y secreto. También se acordó que la frontera oriental de Po­ lonia en la posguerra seguiría la línea Curzon, aunque separándose de ella en algunas regiones de cinco a ocho kilómetros a favor de Polonia. Para compensar a Po­ lonia en la posguerra seguiría la línea Curzon, aunque se le daría territorio alemán al norte y al oeste de sus fronteras anteriores a la guerra. La Conferencia de Potsdam Los “tres grandes” se reunieron de nuevo, esta vez en Potsdam, el real sitio de los Hohenzollern, cerca de Berlín, del 17 de julio al 2 de agosto, mientras los ejér­ citos aliados daban remate a la ocupación de Alemania. En estas reuniones, los Estados Unidos estuvieron re­ presentados por su nuevo Presidente, Harry S. Trum an (Roosevelt había muerto el 12 de abril). Ya en marcha la conferencia, W inston Churchill regresó a Londres para hallarse presente en las elecciones. El partido con­ servador fue derrotado y subió al poder el partido labo­ rista, dirigido por Clement R. Attlee. A ttlee ocupó el lugar de Churchill al reanudarse las conversaciones en Potsdam. A semejanza de lo ocurrido en Yalta, ni Francia ni China fueron invitadas a asistir a la Conferencia de Potsdam. Los principales asuntos tratados fueron: re­ paraciones, reajustes territoriales, formación de un Con­ sejo de Ministros de Negocios Extranjeros, libertad de prensa y elecciones. La base de los debates en torno a la cuestión de las reparaciones fue el plan trazado por la Comisión Aliada sobre Reparaciones. Aconsejados por la experiencia de Versalles, los aliados acordaron lim itar las reparaciones a la confiscación de propiedades y biénes de capital industrial que creyeron constituían el fundamento de] potencial m ilitar de Alemania. Todo equipo industrial

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innecesario para mantener el nivel de vida de los ale­ manes en un plano nunca superior al de los Estados vecinos también sería apropiado por los vencedores. Las tres potencias ocupantes quedaron autorizadas a obtener las reparaciones de sus respectivas zonas. A Rusia se le permitió apoderarse del 25% del equipo industrial clasificado como desmontable en las zonas ocupadas por los Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia. Rusia podría también entrar en posesión de los llama­ dos bienes desmontables y equipo industrial propiedad de compañías alemanas en los países satélites de Ale­ mania. A cambio, la Unión Soviética renuncio a todo el oro (estimado en 1 000 millones de dólares) confisca­ do por las potencias aliadas en Alemania. Rusia cedió, asimismo, a sus aliados todos los bienes alemanes de igual carácter situados en el extranjero: Italia y otros países. También decidieron los tres grandes que las repa­ raciones debidas a Polonia salieran de la parte rusa. En Potsdam fueron acordados en principio los si­ guientes reajustes territoriales: 1. Quedó confirmada la resolución de Yalta de dar a Rusia la parte de Polonia al este de la línea Curzon. 2. Polonia ocuparía y administraría la parte de Ale­ mania al este de los ríos Oder y Neisse, que compren­ dería, con los puertos de Stettin y Swinemunde, en el Báltico, la Silesia, la mayor porción de Pomerania, Danzig y la parte meridional de la Prusia oriental. 3. Una faja septentrional de la Prusia oriental con la ciudad de Iídnigsberg, sería asignada a la Unión So­ viética. En su artículo 13 el Convenio de Potsdam decía: “Los tres gobiernos, después dé "examinar la cues­ tión en todos sus aspectos, reconocen que tendrá que realizarse el traslado a Alemania de los súbditos alema­ nes q u e ' queden en Polonia, Checoslovaquia y Hun­ gría. Y están de acuerdo en qué cualquier traslado dé

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población deberá efectuarse de un modo ordenado y humano.” Este párrafo del Convenio es importantísimo, por­ que afirma ya el carácter permanente de las nuevas fronteras, sin esperar el tratado de paz. Aunque ni Francia ni China había sido invitadas, como hemos dicho, a la Conferencia de Potsdam, las delegaciones norteamericana y británica declararon que era indispensable la participación de Francia, por lo menos en las discusiones preliminares sobre Jos tratados con los representantes de los países vencido del Eje y sus satélites, si se quería conseguir ün arreglo satis­ factorio. Un tanto a la fuerza, Stalin consintió en que se diera parte a aquellas dos naciones en las futuras conferencias de cinco ministros. Francia y China firmaron las declaraciones de Pots­ dam. Otro de los acuerdos de Potsdam fue que la primera reunión de ministros de Negocios Extranjeros se efec­ tuara en Londres. Su tarea consistiría en abocetar condi­ ciones de paz para Bulgaria, Hungría, Italia, Finlandia y Rumania. El documento sería presentado a la confe­ rencia general de la paz formada por todos los miembros de las Naciones Unidas que habían contribuido activa­ mente al vencimiento de las potencias del Eje. La cues­ tión de un tratado de paz con Alemania, o con el Japón, que todavía estaba en guerra, quedó aplazada. Tampoco se fijó fecha para la conferencia general de la paz. El Presidente T rum an y el prim er ministro Attlee defendieron la libertad de prensa y elecciones libres .en la Europa oriental. Finalmente se acordó que la prensa aliada tendría completa libertad para inform ar de los acontecimientos en Polonia antes de las elecciones y en el curso de ellas. Seguridades análogas se dieron en rela­ ción con Finlandia, Bulgaria, Rumania y Hungría. Tam­ bién se resolvió que en esos países debería haber eleccio­ nes libres y gobiernos verdaderamente democráticos y que se raería de ellos todo vestigio de nazismo o fascismo.

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La división de Alemania en zonas de ocupación Las decisiones por cuya virtud Alemania iba a quedar dividida en zonas de ocupación —ha declarado el general Eisenhoiver— no fueron tomadas a la ligera; antes bien, fueron el fruto de meditado y largo estudio. Esta cues­ tión empezó a ser tratada ya formalmente por los aliados a fines de 1943, cuando los occidentales preparaban la invasión del noroeste de Europa. Por aquellos días se es­ tableció en Londres un organismo denominado Comisión Asesora Europea, constituido por los representantes de los gobiernos de los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la Unión Soviética. La Comisión Asesora Europea tenía por misión recomendar ideas y planes para el gobierno de Alemania luego que fuese derrotada. Entre otras cosas, sugería las fronteras que dentro de Alem ania ten­ drían las zonas de ocupación de cada una de las poten­ cias aliadas. En un principio el Presidente Roosevelt deseaba que a los Estados Unidos se les asignara la superindustrializada región del noroeste de Alemania y no el más bucó­ lico sudoeste, donde el Presidente sólo veía paisaje, tu­ rismo y pesca, "de lo que no quería saber nada”. Hasta la segunda conferencia de Quebec, en septiembre de 1944, no abandonó el Presidente Roosevelt su idea de que los Estados Unidos debían ocupar el Ruhr. El 28 de enero de 1945, el embajador John W inant, represen­ tante en la Comisión Asesora Europea, escribió al Presi­ dente; "Usted también me dijo que quería que las tropas de los Estados Unidos ocuparan la zona noroeste... El haberme yo atenido a sus instrucciones ha sido la causa de que se haya demorado el acuerdo sobre las zonas.. . ” La aprobación final del plan de la división de Alema­ nia en zonas de ocupación, con los lindes que prevale­ cieron, no fue resuelta en Yalta, sino mucho antes, en septiembre de 1944, cuando los miembros de la Comisión Asesora Europea lo recomendaron y sus gobiernos lo aceptaron. El plan fue modificado en noviembre de aquel

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mismo año para que los ingleses tuvieran la zona del noroeste. Más tarde, los gobiernos británico y norteamericano, a fin de hacer a Francia copartícipe de la autoridad y la responsabilidad en la ocupación, segregaron de sus zonas una parte para los franceses. La división de Alemania en cuatro zonas de ocupación se efectuó al cabo, después de la rendición, del siguien­ te modo: Zona Oriental, bajo la Unión Soviética. Comprendía los cinco Lander (países o Estados) de Sajonia, Turingia, Mecklenburgo (con Vorpommern) y A nhalt; las provin­ cias prusianas y la mayor parte de Brandemburgo. La zona rusa abarcaba una superficie de 107 181 km2 y 17 313 000 habitantes. Zona del Noroeste, cedida a la Gran Bretaña. Se ex­ tendía por los Lander de Brunswick, Oldenburgo, Lippe, Schaumburg-Lippe, Hamburgo, y, al principio, Bremen y la sección septentrional de la que fue provincia prusiana de Renania, con el Ruhr, y las provincias de Westfalia, Hannover y Schleswig-Holstein. A finales de 1946 se había realizado ya una redistribu­ ción más lógica de estos territorios, formando entonces la. zona británica los tres Lander de la Baja Sajonia, el norte de Rin-Westfalia, Schleswig-Holstein y la ciudadterritorio de Hamburgo. La zona británica comprendía 97 699 kilómetros cua­ drados, con 22 300 000 almas. Zona del Sudoeste, entregada a Francia. Incluía el Palatinado y otros territorios al occidente del R in, más la porción meridional de la provincia prusiana del Rin; la cuenca del Sarre; las partes meridionales de Württemberg y Badén, además de un condado adyacente, Lindau, en Baviera. El territorio de dominio francés quedó con­ solidado en los tres Lander de Württemberg-Hohenzollem , Badén y Renania-Pfalz (Renania-Palatinado); más el Sarre, incorporado a Francia en 1947 con fines eco­ nómicos.

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La zona francesa sumaba 42 713 km2 y 5 940 000 ha­ bitantes. Zona Norteamericana. Se extendía sobre los Liinder de Baviera con la excepción de Lindau; el norte de Württemberg y el norte de Badén, fundidos en una nue­ va entidad territorial llamada Württemberg-Baden; y el gran Hesse, nuevo Estado, compuesto del anterior Land Hesse (al este del Rin) y partes de la provincia prusia­ na del Hesse-Nassau. También cayó bajo la jurisdicción de los Estados Unidos, después de varias alteraciones, la ciudad de Bremen como Land aparte, junto con el enclavamiento separado del puerto de Bremerhaven, para la entrada de suministros al ejército norteamericano. La zona asignada a los Estados Unidos abarcaba 107 459 km2 y tenía 17 175 000 habitantes. El gobierno de las zonas La autoridad suprema recayó en cada zona en un co­ mandante militar, que procedía de conformidad con las instrucciones de su gobierno. Los asuntos referentes a toda Alemania se confiaron a un Consejo de Control Aliado, compuesto de los cuatro comandantes de zona con sede en Berlín. El Consejo de Control Aliado se reunía una vez por mes para resolver cuestiones genera­ les relativas a las cuatro zonas. Los acuerdos sólo podían tomarse por unanimidad. La representación de las cuatro potencias se reprodujo en todas las subdivisiones del Consejo de Control A lia­ do. Una Comisión Coordinadora, subsidiaria del Conse­ jo, tenía la misión de integrar el trabajo de las distintas divisiones: militar, naval, aérea, económica, financiera, de transporte, reparaciones y restituciones, asuntos in­ ternos y comunicaciones, cuestiones jurídicas, prisioneros de guerra y personas desplazadas. A los efectos de la actuación cuatripartita, los jefes de división se constituyeron en directorio ejecutivo, donde cada nación ocupante estaba representada por especia­

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listas en la materia. La presidencia se ejercía por rotación mensual y era obligada la unanimidad a la hora de tomar decisiones. En cierto modo y en la medida en que fue eficaz el Consejo de Control, funcionó como un trasunto de go­ bierno central de Alemania. Berlín

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La división del gran Berlín en cuatro sectores repro­ ducía en pequeña escala la división de Alem ania en zonas de ocupación. La Comisión Asesora Europea que funcionaba en Lon­ dres había fijado a Berlín como la capital de una A le­ mania ocupada. Dentro del plan de zonas trazado por esa misma Comisión, Berlín quedaba muy dentro de la zona soviética, a 176 kilómetros de la frontera ruso-aliada occidental dentro del Reich. Según el general Eisenhower, él y su Estado Mayor, al conocer que Berlín iba a subsistir como la capital de Alemania, pero dividida en zonas o sectores, sugirieron la conveniencia de que no se hiciera semejante cosa. En vez de usar a esa metrópoli, muy destruida por los bom­ bardeos, como capital de una Alemania ocupada, debía levantarse una ciudad-campamento, por el estilo de los grandes campos de movilización construidos en los Esta­ dos Unidos para la instrucción de las tropas. Y propu­ sieron que esa ciudad-campamento con rango de capital fuera establecida en la intersección de las zonas norte­ americana, británica y soviética. Pero parece evidente que tanto los rusos como los aliados occidentales tenían con­ ciencia del valor político de Berlín y, por tanto, de la ventajosísima situación que disfrutaría quien la ocupara, si fuera una sola potencia, respecto de las demás en cuanto a su influjo sobre los destinos de Alemania. Por eso la ocuparon las cuatro. Los riesgos e inconvenientes de que la capital de la Alemania ocupada quedara tan al interior de la zona rusa no escaparon a la visión poli-

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tica de Roosevelt, ni seguramente a las representaciones británica y norteamericana en la Comisión Asesora. Es más: parece ser que en febrero de 1944 el propio Roose­ velt bosquejó un proyecto para la futura división de Alemania, según el cual las cuatro zonas llegarían a coin­ cidir en uno de sus puntos tangencialmente, en Berlín. Entre los aliados, occidentales el político más preocu­ pado ante la perspectiva de que los rusos conquistaran Berlín, se adueñaran de esa capital y establecieran allí un régimen político cognado del suyo era Winston Churchill. Los aliados —ha escrito el general Eisenhoiver— habían hecho sus planes para la invasión de Alemania a princi­ pios de la primavera de 1945. El grueso de las tropas anglosajonas estaba aún al oeste del Rin, a unos 500 kilómetros al occidente de Berlín, y con el rio Elba —obstáculo m ilitar considerable— en lontananza, lejano, atravesado en la ruta de su avance. Por entonces los rusos se hallaban acampados a no más que a 50 kilóme­ tros aproximadamente al este de Berlín. No tenían de­ lante ninguna barrera m ilitar de consideración, pues la última, el río Oder, la habían dominado con una gran cabeza de puente. El Estado Mayor norteamericano esperaba la noticia del desencadenamiento de la ofensiva final soviética de un momento a otro. Habida cuenta de los factores de tiempo y distancia era harto improbable que las fuerzas occidentales pudie­ ran tomar parte alguna vez en un asedio de Berlín y prácticamente imposible que lo hicieran ellas solas. Otra circunstancia del mayor alcance hubiera hecho punto menos que fútil en el orden de las consideracio­ nes políticas el esforzado avance de los occidentales hasta Berlín, adelantándose a los rusos o en coincidencia con ellos: estaba ya decidido que todo territorio tomado por los occidentales dentro de lo que había de ser la zona soviética tendría que ser devuelto a los rusos, y a la in­ versa.

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El general Eisenhower comunicó previamente a su go­ bierno el plan de avance del ejército norteamericano p or el interior de Alemania, en parte para que Stalin lo conociera y las operaciones de todas las fuerzas aliadas se desenvolvieran coordinada y armoniosamente. En los últimos días de marzo de 1945 las fuerzas del general Eisenhower avanzaban con inesperada rapidez, y este general se proponía tomar para los aliados la mayor extensión posible de territorio alemán. Churchill, agrada­ blemente sorprendido por la celeridad de la incursión anglosajona en Alemania, reaccionó, por otro lado, con disgusto al cerciorarse de los objetivos que perseguía Eisenhower. Churchill le proponía que abandonara su plan y tratase por todos los medios de tomar Berlín para los aliados occidentales, como el objetivo de mayor im­ portancia política. Pero Eisenhower respondía que no era fácil, ni tal vez fuera posible, cambiar radicalmente la orientación de los movimientos en marcha. Además, aunque las tropas de vanguardia norteamericanas llega­ ran a la ribera del Elba antes de mediados de abril, el grueso de esas fuerzas estaría todavía muy al oeste y ab­ sorto en misiones indeclinables. El Estado Mayor norteamericano también tenía pre­ sente la proposición de Churchill, pero siempre apoyó el plan de Eisenhower por considerar que así serían pronto destruidas las fuerzas que restaban a Hitler.

XII. LAS NUEVAS FRONTERAS Ocioso es apuntar que al aplicarse las decisiones de Pots­ dam sobre cambios fronterizos en el oriente de Alemania y en el levante de Polonia se introdujeron en estos te­ rritorios transcendentales mudanzas. Reparemos primero en los nuevos límites de Rusia en el oeste. Rusia dilató su frontera hacia el occidente a expensas de Alem ania anexándose aproximadamente la mitad septentrional de la Prusia Oriental, con su capital, Ko-

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nigsberg, que recibió el nombre de ICaliningrado. Kaliningi-ado fue la capital de una nueva República Socia­ lista Soviética Federal. Ello constituyó una profunda revolución social en ese rincón de la antigua Alemania y dio lugar al intercambio de poblaciones. Fuera de Alemania la Unión Soviética adquirió Ruthenia, la provincia más oriental de Checoslovaquia, de población predominantemente rusa. La frontera ruso-polaca también sufrió un cambio ra­ dical. Rusia recibió toda la Polonia al este de la línea Curzon. La línea Curzon nunca fue, como pudiera creer­ se, una frontera, sino la raya propuesta por lord Curzon, ministro de Negocios Extranjeros británico, el 11 de ju ­ lio de 1920 para el armisticio, esto es, para detener a los ejércitos de una y otra parte beligerante. Sin embargo, estaba basada en la línea establecida en diciembre de 1919 sobre el territorio del Imperio ruso en que Polonia tenía facultades para organizar una administración pro­ pia. Por el sur, en el territorio del antiguo Imperio aus­ tríaco, la línea Curzon se extendía a lo largo de la lla­ mada línea A, o sea una de las dos posibles particiones de Galitzia entre Polonia y el Estado de Ucrania. En su origen, pues, la línea Curzon no tuvo la significación de una propuesta frontera oriental de Polonia. Pero du­ rante la segunda Guerra Mundial, cuando principió a hablarse de revisión de fronteras, se pensó en la línea Curzon como nuevo límite racional entre Rusia y Po­ lonia. La nueva demarcación de la frontera ruso-polaca que­ dó fijada en un tratado que el 16 de agosto de 1945 fir­ maron en Moscú el ministro de Negocios Extranjeros soviético Molotov y el primer ministro polaco, OsobkaMorawiski. La nueva frontera devolvió a Polonia la pro­ vincia de Bialystok en el norte y un territorio menos extenso en el sur —con inclusión de Przemysl—, asigna­ dos a Rusia de conformidad con la línea RibbentropMolotov, cuando el 28 de septiembre de 1939 Alemania

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y Rusia se repartieron Polonia en el protocolo secreto del pacto Hitler-Stalin. En un pequeño intercambio o reajuste de territorios el 15 de febrero de 1951, la Unión Soviética adquirió una faja al sur de Brubieszow, al tiempo que devolvía a Polonia otro territorio de parecida extensión al sur de Przemysl, con el pueblo de Ustrrzyki inclusive. En el cambio de frontera con Rusia Polonia perdió unos 180 m il km2. Gomo habían acordado en Yalta y confirmado en Pots­ dam, para compensar a Polonia p or la cesión de esos territorios a Rusia, los aliados establecieron una nueva frontera germanopolaca de facto a lo largo de los ríos Oder y Neisse. Los anteriores territorios alemanes al este de esta línea, incluida la ciudad libre de Danzig, pero sin la parte de la Prusia Oriental dada a Rusia, fueron colocados bajo administración polaca. Polonia quedó también autorizada a disponer el traslado a Alemania de los alemanes que habitaban al este de los ríos Oder y Neisse. Alrededor de 4 500 000 alemanes de esos terri­ torios llegaron a la Alemania Occidental. Por tanto, Polonia se extendió al oeste en medida con­ siderable, tomando de Alemania unos 110 m il km2. Como Polonia había perdido a favor de Rusia 180 mil km2, el territorio polaco quedó reducido respecto de antes de la guerra en unos 70 m il km-. El 6 de julio de 1950 el prim er ministro de Polonia, Cyrankiewicz, y el prim er ministro de la República De­ mocrática Alemana, Otto Grotewhol, firmaron en Zgorzelec un acuerdo por el que reconocían como perma­ nente la frontera Oder-Neisse. Como consecuencia de los cambios de frontera el terri­ torio de Alemania resultó reducido en 127 mil km2. Después de los reajustes territoriales la superficie terri­ torial de Alem ania era de unos 357 m il km2. Este territo­ rio comprendía también al Sarre con una extensión de 6 700 km2 y un m illón de habitantes devuelto a Alema­ nia. Rememoremos que después de la segunda Guerra

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M undial Francia trató de separar de Alemania a esta región industrial. A tal efecto instituyó en 1947 una unión aduanera y monetaria de ese territorio con Fran­ cia. En octubre de 1955 Francia aceptó, sin embargo, la decisión del electorado sarrense sobre el futuro del terri­ torio, que fue favorable a la reincorporación a Alemania. Por un tratado francoalemán se fijó la reincorporación política y su reintegración económica para enero de 1960. Efectivamente, el 5 de julio de 1959 desapareció la frontera aduanera entre Alemania y el Sarre, y el marco alemán reemplazó al franco francés. En un territorio que venia a representar las tres cuartas partes de su superficie de 1938, la población de Alemania había aumentado de 58 700 000 en 1939 a 72 390 000 en 1959, en ambos casos incluido el Sarre. Porque aunque Alemania había perdido las poblaciones de los’ territorios administrados por Polonia o anexados por Rusia, en la práctica no hubo tales pérdidas, pues esos alemanes se avecindaron dentro de las nuevas fron­ teras del Reich, y con los expulsados de Checoslovaquia, Hungría, y Yugoslavia y otros países de la Europa cen­ tral y oriental sumaron cerca de 12 millones. Significación histórica de las nuevas fronteras En lugar anterior recogimos la observación del general Eisenhower según la cual la división de Alem ania en zonas de ocupación “no se hizo impulsivamente, sino después de mucho estudio”. Con mayor motivo podemos creer que las nuevas fronteras de Polonia y Rusia con Alemania fueron resultado.de largas y lentas cavilaciones en los medios aliados del Occidente. ¿Se excedieron en generosidad los Estados Unidos y la Gran Bretaña al aceptar los cambios fronterizos propuestos por la Unión Soviética? No es de suponer que Stalin consiguiera todo lo que pidió. El Presidente Roosevelt ha dejado fama de haber sido indulgente y desprendido en estos tratos con los rusos, cosa que tal vez sea cierta, porque a Roo-

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sevelt le preocupaba más lo presente que lo futuro, el nazismo que el comunismo, los alemanes que los rusos. Particularmente, le preocupaba que los rusos sospecha­ ran que no se jugaba limpio con ellos y que se ignoraban o incomprendían sus problemas, los del momento y los permanentes. Entre esos problemas, el de su seguridad tenía rango de obsesión en las cábalas del Kremlin. Es indudable que los rusos acabaron persuadiendo a sus aliados de que no había despropósito en sus redamacio­ nes; para ello les bastaría poner en un platillo de la balanza sus enormes pérdidas en vidas humanas (llegaron a 20 millones)1 y sus tierras y pueblos y ciudades arra­ sados en una guerra de agresión totalmente inmotivada. En el otro platillo ¿qué podían poner los aliados en favor de Alemania? Además, los rusos tenían de su parte el aura emocional de la hora. Si no hubo frivolidad ni ligereza por parte de los Es­ tados Unidos y la Gran Bretaña al aceptar las preten­ siones de la U nión Soviética en . orden a las fronteras, tampoco fueron improvisados los objetivos territoriales que persiguió y obtuvo Stalin. Antes bien, no ofrece duda de que respondieron a reflexiones y cálculos muy elaborados y, por descontado, extraordinariamente rea­ listas. Su principal finalidad era debilitar militarmente a Alem ania hasta reducirla a total impotencia. La experienda de 1941, cuando los alemanes llegaron a las puertas de Moscú en lo que fue casi un paseo militar, movió, sin duda, a los rusos a tratar de extender su territorio, hacia el oeste, en profundidad, en la mayor medida posible. La idea del territorio como factor en ocasiones decisivo para la defensa de un Estado fue ex­ playada por H itler en el capítulo 4 de Mein Kam pf: “En la gran extensión del territorio habitado por un pueblo existe ya. un factor capital determinante de su seguridad. Mientras, mayor es el espado de que dispone un pueblo, mayores son también su protecdón y defensa naturales. La razón es obvia: las conquistas militares se hacen i Germán'y Reports,' p. '32.'-

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siempre con mayor rapidez, más fácilmente, y sobre todo, más eficaz y completamente, contra pueblos aposentados en territorios pequeños que, a la inversa, contra Estados que dominan vastos territorios. En la vastedad de los dominios de un Estado existe siempre cierta protección contra los ataques por sorpresa, fulminantes; de tal suer­ te es esto cierto, que contra esos Estados únicamente se puede triunfar al cabo de luchas prolongadas y duras; de ahí el enorme riesgo de lanzar un ataque contra esos Estados, salvo que se den circunstancias extraordinarias. Por esa razón en la desusada extensión de un Estado reside la base o posibilidad de mantener fácilmente la libertad y la independencia de un pueblo, en tanto que lo reducido de un territorio incluso invita a tomar pose­ sión de él.” Para Rusia sólo era posible dilatar su territorio en profundidad hacia el oeste corriendo en esa dirección su frontera con Polonia. Pero más al occidente de la línea Curzon no le era dable hacerlo sin escándalo, y Stalin necesitaba una Polonia aliada y amiga, satisfecha con esa alianza. Empujó, pues, a Polonia hacia el oeste a expensas del territorio alemán de antes de la guerra (no siempre, como veremos, a expensas del territorio histórico alemán), con lo cual la Unión Soviética ganó también, aunque indirectamente, en profundidad terri­ torial. Polonia renacía como expresión geográfica y como Estado, ligada a Rusia de un modo peculiar, más fuerte y más espontáneo que en otras épocas de su historia. La heroica nación eslava sólo podría defender y conser­ var sus fronteras occidentales apoyándose en la Unión Soviética. Stalin había conseguido lo que buscaba. Una Polonia incondicionalmente leal era esencial para Rusia. Algo de esto había dicho el dictador soviético en Moscú, en mayo de 1945, al embajador de los Estados Unidos, Averell Harriman, al enviado especial de Roosevelt, Harry Hopkins, y a Charles Bohlen, del Depar­ tamento de Estado. Stalin habló mal de los ingleses. De­ fendió como “perfectamente legítima” la mediatización

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de Polonia por Rusia. Rusia —diio— necesita una Polo-i nia amiga; pero Inglaterra está tratando de resucitar e^ cardón scinitaire en torno de las fronteras de la Unióni Soviética. "Para impedir la reaparición del cardón sani-\ taire, para no volver al lazareto en que Rusia estuvo; encerrada entre las dos guerras, para librarse definitiva­ mente del complejo de claustrofobia que entonces pade­ ció la diplomacia soviética, los rusos precisaban poder confiar sin reservas en Polonia.” Todo el territorio de esa parte de Europa, las tierras bajas del norte de Alemania y Polonia es superficie are­ nosa, llana y despejada, inmensa planicie aluvial gene­ ralmente ondulante, moteada a trechos por bosques com­ pactos de pinares y alerces y cortada por los cauces de los ríos. Se trata de una formación geológica que arranca de las llanuras flamencas, y, ensanchándose, se prolonga cerca del mar de oeste a este por Bremen y Hamburgo, continúa p or Berlín, del que forma el suelo, y se pierde por Polonia y los antiguos dominios de Rusia. Ningún obstáculo de verdadero relieve —las tierras más altas no pasan de 600 metros sobre el nivel del mar— se opone ahí al movimiento de grandes ejércitos, a no ser las cau­ dalosas corrientes fluviales, de nombres familiares a la historia, que se arrojan ál Báltico; el Oder y el Vístula, o al M ar del Norte, el Elba. Fue en las orillas del Oder donde H itler creyó en la primavera de 1945 que podría contener de un modo permanente a los ejércitos soviéti­ cos en marcha hacia Berlín. Para su nueva frontera con Alemania, Polonia debió de ver en los ríos Oder y Neisse la linea divisoria ideal. No sólo porque era una raya neta y firme, sino también porque devolvía a Polonia territorios que perdió en dis­ tintos momentos de su violenta y lamentable historia. El Elba, más al oeste, sale al M ar del Norte por Ham­ burgo. El curso inferior de este río fue elegido para for­ mar en un trecho de 400 kilómetros la frontera occiden­ tal de la zona de ocupación soviética. En el centro la frontera coincide en un punto con la corriente del

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i-Verra. En el sur, otro río caudaloso, el Saale, marca ;ambién más o menos exactamente la línea divisoria en'se las dos Alemanias, la oriental y la occidental. Sólo el tiempo podría decir si hay algo de irónicamente sinto­ mático en esa frontera. Porque es exactamente el límite del Imperio occidental de Carlomagno: el Elba y el Saale. A hí comenzaba, hada oriente, el mundo eslavo entonces aún no cristianizado. La frontera de la zona de ocupación rusa en el Elba y en el Saale estaba concebida con propósitos de seguridad, como la frontera polaca en el Oder y el Neisse. La prolongación del territorio polaco hacia el oeste y la frontera de la zona rusa en el Elba y el Saale pri­ vaban a Alemania occidental de salida al Báltico, salvo en el extremo noroeste, en el Schleswig-Holstein, y sólo le dejaba un gran puerto en este lago germánico, el de Kiel. El Báltico se convertía así en un mar dominado por la Unión Soviética. Hemos consignado que el único territorio alemán ce­ dido a los rusos fue el norte de la Prusia oriental, con la capital Konigsberg. Ese territorio comprende lo 200 km2 y tenía una población alemana de 1 160 000, que los rusos expulsaron. La adquisición rusa del norte de la Prusia oriental se explica por el valor m ilitar de un territorio en el que Alemania tenía su principal fortaleza naval y m ilitar del Báltico oriental, con magníficos astilleros. Desde allí se domina militarmente esa parte del Báltico y la ruta ma­ rítima de Alemania al Golfo de Finlandia, donde se le­ vanta, al fondo, la antigua ciudad de San Petersburgo, hoy Leningrado. Los alemanes combatieron sañudamente a Leningrado desde los comienzos de la segunda Guerra Mundial. El sitio o bloqueo de esta urbe duró desde agosto de 1941 hasta enero de 1944 y fue una de las grandes tragedias de esa guerra. La accesibilidad que presenta Leningrado desde la Prusia Oriental debió de inspirar a los rusos el propósito de ocupar ese pequeño, pero importante territorio. En la Prusia Oriental tuvo

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H itler su cuartel general, y desde allí dirigió la cam­ paña rusa. Los territorios polacos Por su parte, Polonia, al extenderse hasta la línea del Oder y el Neisse recuperaba territorios que perdió en tiempos próximos o lejanos y ocupaba algún otro que nunca había estado bajo la soberanía polaca, como la sección de Brandemburgo que se le asignó, probable­ mente para ajustar la nueva frontera completamente a la línea del Oder. Los territorios cedidos a Polonia sumaban unos 102 mil km2, en los que habitaban 8 460 000 personas. La mayoría de la población alemana fue expulsada. Queda­ ron allí únicamente alrededor de 700 m il alemanes. Las fronteras germano-polacas han sido siempre la de­ sesperación de los estadistas y un problema para los his­ toriadores. Fronteras en continuo movimiento, sujetas a frecuentes y múltiples cambios desde la Edad Media. En el norte, la mayor parte de Pomerania quedaba bajo la administración polaca. Originalmente, en los princi­ pios de su historia, este territorio estuvo habitado sucesi­ vamente por celtas, teutones y eslavos. Pero los eslavos acabaron dominándolo, y le dieron nombre, Pomorze, que quiere decir “país junto al mar”. Pomorze fue el territorio que se extiende desde el Vístula inferior, en el oriente, al Oder inferior, en el occidente. Luego se propagó esta denominación al oeste del Oder, hasta Stralsund, incluida la adyacente isla de R.ügen. Toda Po­ morze formó parte hacia el año 1000 de la era cristiana de los Dominios de Mieszko I, el prim er rey histórico de Polonia, jefe de !una dinastía eslava. Su ley era obede­ cida también, o cuando menos pregonada, más al oeste, en las tierras que ulteriormente recibieron el nombre de Mecklemburgo. En 1107, a la muerte del duque po­ laco Swiatobor, Pomorze quedó dividida entre sus tres hijos: uno obtuvo la Pomorze Ulterior, o sea la parte

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oriental; otro imperó en la porción occidental (Pomorze Citerior) y el tercero tomó el gobierno de la Pomor­ ze Central, con Szczecin (Stettin). Seguidamente Po­ morze cayó bajo la protección del Imperio alemán. En el curso del siglo xni el país comenzó a absorber emigran­ tes alemanes. Iniciábase así la germanización de los pue­ blos; más tarde se germanizó también la nobleza rural. Acabamos, de reiterar que la frontera polaca de 1945 saltaba al otro lado del Oder para privar a Alemania del puerto de Stettin (Szczecin), perla del Báltico, capi­ tal de la Pomerania occidental. La población prim itiva de Szczecin, como la de Po­ morze, era eslava. Cristianizada en el siglo xii por el obispo Bamberg, enviado por el duque polaco Barnim I, fue la capital del ducado de Pomorze, o Pomerania, hasta 1637. Con el tiempo, los suecos se adueñaron de la Pomera­ nia Occidental, que pronto les disputó el Gran Elector de Prusia. Sin embargo, la empresa de unir Pomerania al naciente Estado alemán le estaba reservada al rey Fe­ derico Guillermo I, quien lo logró en 1720, por tratado. Esta anexión por parte de Prusia comprendía también el puerto de Stettin y una sección del Oder. Siguieron luego las particiones de Polonia. En la primera, en 1772, Prusia se apropió lo más del oeste polaco: el palatinado de Pomorze, menos Danzig; el palatinado de Chelmno, menos T orun; la porción sep­ tentrional de la Gran Polonia y los palatinados de Marienburg y W armia. A todos esos territorios reunidos les dieron los prusianos el nombre de Prusia Occidental. Bien será recordar aquí que la tercera partición, en 1795 y 1796, marcó el fin de Polonia: su nombre des­ apareció del mapa de Europa por más de una centuria. Aproximándonos ya más a nuestros días, recordaremos que las cuestiones fronterizas en esa parte de Europa tuvieron perplejos a los estadistas de Versalles. Después de la primera Guerra M undial Polonia recuperó Pomor­ ze y Posnan. Algunos territorios de la Prusia Oriental se

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lo disputaron alemanes y polacos. Como en otros sec­ tores, no era fácil trazar aquí la nueva frontera. Para de­ terminarla se consultó a las poblaciones en plebiscito en dos zonas, la de M arienwerder (Kwidzyn) y la de Allenstein (Olsztyn). Pero el plebiscito fue amañado por los alemanes. Todos los funcionarios que Prusia había pues­ to en esos territorios quedaron allí. La notoria e intimi­ dante presencia de la policía de seguridad alemana amedrentó a los votantes. Habíase estipulado que po­ drían votar, además de los adultos avecindados en las zonas de litigio, todos los que hubieran nacido en aquellos pueblos y vivieran en otra parte. Los prusianos enviaron a las zonas plebiscitarias más de 200 m il “emi­ grantes”, que representaron casi la mitad de los votan­ tes. En cambio, el 40% de los residentes se abstuvieron de votar. El plebiscito fue, en consecuencia, una farsa bien conocida. Seguramente, la parte más contenciosa de las fronteras germano-polacas ha sido de antiguo la codiciada Silesia. Silesia, Slask en polaco, fue una vez provincia del sur­ oeste de Polonia. Luego, en el siglo x i i la colonizaron alemanes llegados de Flandes, a los que se agregaron más tarde colonos de la Alemania occidental. . En las centurias que siguieron Silesia tuvo dueños de muy diverso pelaje, sucesiva o simultáneamente: Bohe­ mia, el Imperio de los Habsburgo, Prusia, y fue por sí sola la causa de dos guerras entre Prusia y Austria. Tras la primera gran conflagración mundial, las fron­ teras de Silesia constituyeron una de las cuestiones más enojosas de cuantas abrumaron a la diplom ada de Versalles. En la A lta Silesia se celebró un plebiscito que arrojó una leve mayoría a favor de Alemania. Pero en el sureste de la zona votante, el territorio más valioso desde el punto .de vista económico, preponderaron los sufragios a favor de Polonia. Las potencias, sin embargo, no llegaban a ponerse de acuerdo sobre las nuevas fron­ teras, debido, en parte, a que los ingleses querían dejar

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la industria en manos de Alemania. Hubo que pasar este asunto a la Sociedad de Naciones,, que el 12 de oc­ tubre de 1921 dio a Polonia tres cuartas partes de la producción de carbón y dos tercios de las fundiciones de acero. De esta suerte la Silesia polaca descansó sobre base económica saludable. Como sabemos, en Potsdam se resolvió en 1945, ade­ más de restablecer la frontera de 1921, transferir a la administración polaca toda la Silesia alemana, la A lta y la Baja, hasta el Neisse, sin duda buscando aquí para la nueva Polonia el límite natural representado por este río. Todos los habitantes alemanes fueron expulsados; y el 1° de junio de 1950 la Silesia polaca quedó divi­ dida en tres provincias, con la novedad de que en una de ellas se incluyeron distritos que antes de la guerra no habían figurado dentro de Silesia.

XIII. LA OCUPACIÓN DE ALEMANIA H e m o s visto que los rusos habían llevado las fronteras del comunismo al oeste del Danubio en la Europa cen­ tral y hasta el Elba en el norte. Esta situación creaba un nuevo horizonte histórico en Europa e ipso fad o disolvía la “Gran Alianza” entre las potencias occiden­ tales y la Unión Soviética. Faltaba poco para la Conferencia de Potsdam y ya se apuntaba en los medios aliados occidentales la idea de utilizar a Alemania como muralla política y m ilitar fren­ te a Rusia. A fines de marzo de 1945 el prominente fi­ nanciero norteamericano Mr. Bernard Baruch, enviado a Londres por Roosevelt, encontró al gobierno británico vacilante “entre el temor a una Alem ania renacida, ca­ paz de hacer la guerra de nuevo, y el deseo de levantarla como valladar contra una Rusia agresiva”. Churchill ex­ ploró el ánimo de Mr. Baruch sobre la posibilidad de una alianza m ilitar defensiva angloamericana. Baruch

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le respondió que no creía que la aceptaran los Estados Unidos.1 Mr. W inston Cliurchill era en Occidente el político más consternado por la manera como había acabado la guerra. La penetración m ilitar de los rusos y la subsi­ guiente emergencia, a su amparo, de Estados clientes del Krem lin en la Europa central y oriental arrancaron al prim er ministro británico comentarios patéticos. No más entrar Mr. Trum an en la Casa Blanca —abril de 1945—, Churchill le comunicó su alarma. “Señor Pre­ sidente —le escribía—: se. han producido cosas terribles con el avance ruso en Alemania. Tendrá usted que ac­ tuar con la mayor circunspección en las negociaciones con la URSS.” El 11 de mayo insistía Churchill: "Señor Presidente: en el curso de estos dos meses se decidirán los asuntos más graves del mundo. Si se permite a los rusos conser­ var sus conquistas, eso significará que la marea de la dominación rusa avanzará todavía 200 kilómetros (se re­ fería sin duda a la línea del Elba). Si ese acontecimiento se produjera sería el más triste de la historia.” U n día después, el 12 de mayo, el político británico cablegrafiaba a Trum an: “Han echado sobre su frente de guerra una cortina de hierro. A la luz de esas reacciones íntimas de Churchill se comprende m ejor el estado de ánimo en que se encon­ traba cuando expuso a Baruch el proyecto de una alian­ za m ilitar de los pueblos anglosajones. La expansión del comunismo sobre la haz de media Europa tenía que afectar profundamente a Churchill, no sólo por tratarse de un sistema político que le horro­ rizaba, sino también porque él, Churchill, había sido el estratega político máximo en esa guerra, y no sólo polí­ tico, sino, en ocasiones, también militar. En el nuevo mapa político de Europa podía, pues, leerse una derro­ 1 B ernard Baruch, The Public Years. p. 330. - Documentos del Departam ento de Estado dados a conocer p or Fletcher K uebel y:C harles W . Bailey.

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ta personal del prim er ministro y viejo guerrero britá­ nico. Y no cabe duda que Churchill lo sentía así por una natural personalización de la historia muy propia en los grandes hombres, sobre todo en los grandes hom­ bres de acción. Esa era su gran amargura. Sin embargo, todavía le esperaba otra que tampoco pudo imaginarse. W inston Churchill fue a las elecciones generales in ­ glesas de julio de 1945 con la aureola y el estruendo del hombre que ganó la guerra, que destruyó a H itler y tumbó en el polvo a la Cartago germánica. Pero el pue­ blo británico, que entregó unánimemente el poder a Churchill cuando estalló la guerra, dictaminó que no era el hombre cabal para el periodo de paz que se inaugu­ raba. Socialmente, la guerra había radicalizado un tanto a las masas inglesas. El partido conservador fue derro­ tado y Churchill tuvo que abandonar el poder. El viejo estadista se sintió humillado y víctima de la más supina ingratitud. Nada ganó Europa, sin embargo, con que el aura popularis británica privara a Churchill del poder en ese momento, porque al privarle del poder le privaba de responsabilidad. Es punto aclarado para los doctos en estas materias que si Churchill hubiese continuado al frente de los destinos de su país, la guerra fría no hubie­ ra tomado el feo y deplorable cariz que tomó, y las rela­ ciones internacionales no se habrían emponzoñado en la medida en que se emponzoñaron. (Luego que volvió Churchill al poder en 1951 no hizo más que presionar para que se entablaran de nuevo conversaciones con Stalin.) El discurso de Fulton - Churchill y Stalin Libre de la responsabilidad del gobierno, el 5 de marzo de 1946 pronunció Churchill en Fulton, Missouri, un discurso escalofriante. En esa oración demosteniana des­ cargó el estadista británico, a un tiempo su enojo, su amargura y sus preocupaciones. Atacó a Stalin, al comu­

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nismo, a la tiranía y al “rampante imperialismo sovié­ tico”. Churchill habló en el papel del Demóstenes de las filípicas. Demóstenes clamando contra Filipo de Macedonia, devorador de territorios, al que había que contener. Stalin era el Filipo de nuestro tiempo para Churchill. E l- orador acabó abogando por una unión más estre­ cha de los pueblos anglosajones. El discurso de Fulton conmovió al Congreso de los Estados Unidos. A l mes siguiente tuvo que desautorizar a Churchill el gobierno británico, para no perder el préstamo que estaba negociando en Washington: Dean Acheson, secretario de Estado, rechazó la invitación para un banquete que le daban a Churchill en Nueva York.3 Con todo, en el discurso de Churchill en Fulton se iba a inspirar la política exterior de los Estados Unidos en los años por venir, la política de contención, es decir, de acordonamiento del mundo comunista. El discurso de Fulton fue una voz de alarma al par que una declara­ ción de guerra, de guerra fría. Por sentado, la guerra fría existía ya en la fricción y en el forcejeo de rusos y occidentales dentro de Alemania; en la insuperable des­ confianza de los rusos; en la negativa cerrada de los occidentales a “reconocer” al comunismo y extenderle carta de naturaleza. La guerra fría existía ya, pero no era una guerra declarada, y Churchill la declaró. La oración de Fulton deprimió a los pacifistas (a los que consideraban vital la amistad entre los vencedores), estimuló al nazismo superviviente, halagó a los conser­ vadores en todo el mundo y sorprendió a los más. Entre éstos no se encontraba, a buen seguro, Stalin, quien cuando Churchill brindó en Yalta "¡Por mi amigo, el gran guerrero Stalin!” había respondido cautelosamente: “ ¡Por mi amigo en la lucha, Churchill!” Stalin sabía que la alianza (y la admiración de Chur­ chill por él) concluirían con la guerra. 3 Dean Acheson, Sketches, from Life, p. 57.

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Sobre ese fondo desabrido de guerra fría tenemos que situar los hechos que van a seguir. La fusión de las zonas norteamericana y británica En seguida se dibujaron dos posiciones: Rusia y Francia, las mayores víctimas del nazismo, pugnaban indepen­ dientemente por una Alemania sujeta, invertebrada, dividida y a ser posible, partida. Los Estados Unidos e Inglaterra deseaban una Alemania liberal, centralizada y fuerte. Sin embargo, no puede decirse que los anglo­ sajones llegaran con este programa. En realidad proce­ dieron, según costumbre, un tanto empíricamente, so­ bre la marcha, sin plan preconcebido; pero la tendencia a rehabilitar prestamente a Alemania fue manifiesta en ellos desde un principio. Los norteamericanos, particularmente, se señalaron en­ tre todos los aliados por su inclinación a olvidar; pare­ cían ser los menos preocupados ante la perspectiva de un resurgimiento de la Alemania nacionalsocialista. Los ingleses seguían de cerca a los norteamericanos en esa manera de ver las cosas. Entre la zona rusa y las otras tres hubo desde un prin­ cipio escasa o ninguna coordinación política. Muy dis­ tintos patrones guiaban a los rusos y a los occidentales. Pero entre éstos, Francia se oponía con los rusos a que se crearan organismos centrales alemanes. Las autoridades norteamericanas y británicas mostra­ ron muy pronto evidente aversión hacia la división en zonas, o balcanización de Alemania. Esa división no tenía mucha razón de ser, ciertamente, existiendo, como exis­ tía, bastante unidad de pensamiento y propósito entre los dos grupos anglosajones. Pero, además, motivos de eficiencia e imperativos ele carácter económico —razones prácticas, en suma— inducían tanto a ingleses como a norteamericanos a fundir de alguna manera sus zonas. A nadie sorprendió, por tanto, que a comienzos de

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1947 iniciaran los gobiernos de los Estados Unidos y la Gran Bretaña trabajos para reunir y desarrollar conjun­ tamente los recursos económicos de sus zonas, con la as­ piración de que en dos o tres años la zona económica resultante estuviera en condiciones de abastecerse a sí misma. Por lo pronto, los anglosajones fundaron conse­ jos económicos alemanes bajo su fiscalización militar. En mayo de 1947 los gobiernos militares británico y norteamericano crearon un Consejo Económico alemán para las zonas combinadas; luego más centralizante, com­ puesto de diputados elegidos por los Landtage y con sede en Francfort.. El nuevo Consejo Económico alemán trabajaba con subordinación a otro Consejo Bipartito formado por norteamericanos e ingleses. Los franceses no pudieron oponerse a esas medidas, pero las condenaron implícitamente negándose a auto­ rizar con su presencia un Consejo Tripartito. Hasta el otoño de 1949, después de constituida la República Fe­ deral de Alemania, no se convirtió la Bizonia norteame­ ricana en Trizonia con inclusión de los Ldnder de la zona francesa. El Consejo Económico alemán se transformó en 1948 en un sistema económico mucho más amplio bicameral, que equivalía a un gobierno alemán, pero reducido a los asuntos económicos. Además del Parlamento Econó­ mico, había un consejo de Ldnder (Landerrat) en el pa­ pel de segunda cámara o senado: se abocetaba así una posible constitución futura para Alemania. En el orden puramente político, en la zona confiada a los Estados Unidos, el gobierno m ilitar nombró a prin­ cipios de la ocupación un ministro presidente en cada uno de los Lander. Los ministros presidentes formaron sendos gabinetes de ministros también alemanes, cuyos nombres habían sometido previamente a la aprobación del gobierno m ilitar norteamericano. Esos gabinetes se apoyaron desde comienzos de 1946 en asambleas consul­ tivas (beratende Landesversammlung), cuyos miembros

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procedían de los cuatro principales partidos políticos y eran escogidos por los gabinetes. Los gobiernos alemanes de Land estaban bajo el con­ trol fiscalizante de la Comandancia M ilitar del gobierno de Land norteamericano. La Comandancia actuaba, a su vez, por delegación del comandante m ilitar superior con residencia en Francfort primero y en Berlín más tarde. En octubre de 1945 los tres ministros presidentes ale­ manes fueron autorizados a establecer el Lariderrat, una especie de Consejo Regional, para la coordinación en asuntos de interés para los tres Lander. El Landerral estaba fiscalizado por la Oficina Coordinadora Regional del gobierno m ilitar en Stuttgart. En el Landerrat se creó una secretaría alemana per­ manente, que más tarde fue ampliada y convertida en directorio; y este organismo se trocó más cada día en un gobierno alemán con jurisdicción para asuntos de im­ portancia secundaria en toda la zona asignada a los Estados Unidos, aunque siempre bajo la tutela de las autoridades militares norteamericanas. En la zona soviética, el gobierno de los Lander estaba disminuido por varios organismos administrativos cen­ trales alemanes bajo el control y la vigilancia de una Administración Central alemana establecida allí por los rusos, la cual se encontraba a su vez estrictamente subor­ dinada a las autoridades militares soviéticas. En 1947 los rusos crearon una Comisión Económica que vino a sus­ tituir a los organismos administrativos centrales, sustra­ yendo facultades a los gobiernos de los Lander y que resultó ser, como el Consejo Económico de Francfort, el núcleo de un futuro gobierno alemán. Los británicos seguían de cerca a los norteamericanos en el proceso, de crear en su zona un organismo central alemán aglutinante de los tres Lander, pero con menos entusiasmo y más pausadamente. No obstante eso, en marzo de 1946 crearon en Hamburgo una entidad poli-

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tica alemana parecida al Lánderrat: el Zonenbeirat, o Consejo Asesor de la Zona. Los franceses continuaban reacios a crear organismos alemanes en alto nivel. No hubo, pues, en su zona aquella consolidación de los Lander en un organismo común que se abrió camino tan pronto en las zonas norteamericana y británica. En la zona francesa los ale­ manes sólo estaban autorizados a participar en consejos y comisiones de poca monta, sin carácter ejecutivo. Con la impaciencia que hemos señalado p or traspasar el gobierno a los alemanes y por ceder la administración a personas civiles, los Estados Unidos iniciaron muy pronto la política de transferir a los Lander las funcio­ nes desempeñadas por el gobierno m ilitar propio. En abril de 1946 retiraron de los municipios y distritos a los representantes y fuerzas del gobierno m ilitar; y al acabar el año el gobierno m ilitar norteamericano dio por con­ cluidas sus funciones administrativas, reservándose úni­ camente la fiscalización y el asesoramiento. Oportuno será a esta altura que dejemos de dar cuen­ ta de otras medidas tomadas p or los aliados para trans­ ferir progresivamente la administración y la política a los alemanes. Otras actividades desarrolladas en ese pri­ m er periodo de la ocupación por las potencias tutelares, en cumplimiento del protocolo de Potsdam, exigen aho­ ra nuestra atención. Los criminales de guerra En Potsdam se había prometido someter a una justicia severa y expedita a los criminales nazis. Los aliados ha­ bían entrado en Alemania con una larga lista de nom­ bres de “criminales de guerra”, como se llamó a esos desaforados delincuentes. De noviembre de 1945 a octu­ bre de 1946 funcionó en Nuremberg un T ribunal Inter­ nacional formado por juristas eminentes de las cuatro potencias. Como secuela de las sentencias del Tribunal,

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once de los 24 nazis más cargados de responsabilidad perecieron en la horca, entre ellos Joachim von Ribbentrop y el azote de los judíos, Julius Streicher. Baldur von Scliirach, el líder de las juventudes hitlerianas; A lbert Speer, ministro de municiones de Hitler, y Rudolf Hess fueron condenados a prisión perpetua y con­ finados en la cárcel de Spandau, en Berlín. Uno de los más notorios criminales de guerra nazis, A dolf Eichmann, organizador del exterminio de los judíos avecindados en los países ocupados por Alemania, logró burlar a la justicia hasta mayo de 1960, en que fue secuestrado en Buenos Aires por agentes del gobierno de Israel y tras­ ladado a Jerusalén. En mayo de 1962 fue ejecutado. Paralelamente a los trabajos del T ribunal Internacio­ nal se sometía a juicio en las cuatro zonas a aquellos delincuentes nazis de menos odiosa notoriedad, cuya ca­ tegoría o cuyos crímenes, no aconsejaban que compare­ cieran ante el T ribunal en Nuremberg. Así se hizo jus­ ticia con unos 20 000 presuntos criminales de guerra en las zonas de los Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia. No siempre se encontraron motivos para con­ denarlos y muchos fueron absueltos. En las diversas causas llevadas por los Estados Unidos a Nuremberg aparecieron ante el Tribunal 1 672 nazis. De ellos, 258 fueron ejecutados; 219 recibieron senten­ cias de prisión perpetua; 870 fueron condenados a penas que oscilaban entre unos cuantos y 20 años de cárcel, y 325 resultaron absueltos. La mayoría de las condenas últimamente mencionadas se revisaron y redujeron más tarde. En 1955 los crímenes de guerra pasaron a la jurisdic­ ción de los Estados en la Alemania occidental. Por últi­ mo, concluyendo el año de 1958 se pusieron de acuerdo los diversos Estados en la Alemania occidental y estable­ cieron en el pueblecito de Ludwigsburg, en WüttembergBaden, una oficina central para la investigación de crí­ menes cometidos por los nazis.

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L a desnazificación

En Yalta y en Potsdam se había acordado disolver y raer de la vida política social de Alem ania al partido nacionalsocialista y sus organizaciones de toda clase, de manera que jamás pudieran ser resucitados en forma alguna. La desnazificación así anunciada comprendía, incluso, medidas como la de excluir de las oficinas y empleos públicos o semipúblicos y de posiciones de responsabilidad en las empresas privadas importantes a todas las personas que fueron miembros del partido nacionalsocialista y se distinguieron en sus filas, es de­ cir, a todos aquellos nazis cuya afiliación hubiera sido más que nominal. El programa era por demás ambicioso, y su reali­ zación, prácticamente imposible. En el mejor de los casos, los aliados tendrían que conformarse con una desnazificación parcial. Sabemos bien que media Ale­ mania había votado por los nacionalsocialistas. En las elecciones: del 5 de marzo de 1933 los nazis obtuvieron 17 300 000 votos. Sin embargo, esas elecciones se habían efectuado bajo el terror hitleriano y bien podemos no tenerlas en cuenta ahora. Pero en las presidenciales de 1932 H itler consiguió 11 millones de sufragios en la primera votación y 13 millones en la segunda. Y en las elecciones de julio de ese mismo año los nazis reci­ bieron también 13 700 000 votos. En las milicias nazis, la S. A. y la S. S. formaron 400 000 alemanes antes de llegar H itler al poder. Iba a ser, pues, sobremodo dificultoso suprimir el nacionalsocialismo. Tampoco serla más hacedero privar de empleo e influencia en el país a tan crecido nú­ mero de ciudadanos. Cabría contar que Alem ania había perdido en los frentes y por otras causas de guerra 4 700 000 hombres, y de ellos un alto número serían nazis:. Pero de los territorios tomados por Polonia, de Hungría, del país de los Sudetes en Checoslovaquia, de Yugoslavia, etc., habían llegado a Alemania 12

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millones de refugiados, población desarraigada, y he­ mos de creer que propensa á abrazarlo a no abandonar, un extremismo político del corte del nacionalsocialismo. Procedieron también los aliados a eliminar de las escuelas y centros docentes superiores los textos que merecían ser condenados a la luz de la razón, esto es perniciosos para la nueva y sana educación que debían recibir los alemanes. Junto a la campaña de desnazificación emprendieron los aliados otra más sutil y compleja: la de la reeduca­ ción política del pueblo alemán, su preparación para la democracia. A tal efecto se fundaron organismos ade­ cuados, y de los Estados Unidos, de la Gran Bretaña y de Francia llegaron grupos de flamantes educadores o reeducadores, expertos en ciencias políticas y socia­ les. Como era inevitable, cada potencia trató de im­ poner a la sociedad alemana su propia concepción, de la democracia. Pero no radicó ahí la mayor falla del plan, sino en la dirección que tomó la política occiden­ tal imponiendo a la República Federal un rearme con­ siderado por los reeducadores cuando menos prema­ turo. Sobre estos temas tendremos que volver al ocu­ parnos de la República Federal. La desmilitarización y el desarme Uno de los acuerdos de Potsdam que encamaron en la realidad en los primeros años de la ocupación fue el relativo a la desmilitarización y desarme de Alemania. Desde un principio quedaron suprimidos el ejército y las organizaciones paramilitares. Cesó totalmente la pro­ ducción de armas y máquinas de guerra. Atacóse el militarismo prusiano en su base del Estado prusiano disolviéndose formalmente y partiéndole en varios Lan­ der por la ley número 46 de 26 de febrero de 1947 del Consejo de Control Aliado. (No necesitamos re­ cordar que lo más del territorio de Prusia quedó en la

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zona soviética y un trozo fue cedido a los rusos y otra porción la ocuparon los polacos.) En el pensamiento de los hombres de Potsdam la desmilitarización y el desarme de Alem ania estuvieron muy ligados a la gran industria, que creyeron, y decla­ raron, había constituido la base del poderío m ilitar de la nación. A su vez, la cuestión de las reparaciones quedó estrechamente enlazada en el protocolo de Pots­ dam con la despotenciación industrial de Alemania, punto de vista distinto del que prevaleció en Versalles donde tanto se insistió en las reparaciones financieras. A fin de poner un límite a la industria alemana se incluyó ahora en las reparaciones todo equipo por en­ cima del necesario para mantener el nivel de vida de los alemanes en un plano nunca superior al de las naciones vecinas y por bajo de Rusia e Inglaterra. T ra­ tábase, evidentemente, de fijar a priori un tope a la expansión económica interna de Alemania. Esa política venía a ser una manifestación de cier­ tas ideas suscitadas antes de concluir la guerra por el candente y abstruso problema que Alemania había plan­ teado al mundo. ¿Qué hacer con semejante nación? El norteamericano Henry Morgenthau llamó la atención con su propuesta de que se convirtiera a Alemania en una nación de pastores, en otra Arcadia agreste y parsi­ moniosa. El pueblo alemán, pueblo de guerreros, se metamorfosearía, por la voluntad de los vencedores, en un pueblo de pacíficos y simpáticos apacentadores de rebaños, el cual se daría a tañer la zampoña y can­ tar églogas a las Filis y Amarilis: En verde prado de fresca sombra lleno. La iniciativa de Mr. Morgenthau cautivó a no po­ cos personajes, hasta en las alturas políticas de los Es­ tados Unidos. Mas pronto se cayó en que el proyecto resultaría de todo punto impracticable en una nación de 70 millones de habitantes.

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No era que Mr. Morgenthau, en coincidencia con los estadistas de Potsdam, estuviese equivocado al ba­ rruntar en la industria alemana un peligro descomunal para la paz del mundo. La gran industria alemana había financiado el movimiento hitleriano y había empujado a H itler a sus aventuras exteriores, y haría otra vez lo mismo, si las circunstancias se lo aconsejaran y lo per­ mitieran. La responsabilidad de la gran industria ale­ mana en la primera gran guerra había sido también innegable: los industriales westfalo-renanos impusieron la anexión de Alsacia y Lorena, y esa anexión contuvo ya en germen la explosión de 1914. Pero Alem ania tenía que ser, en nuestro tiempo, una nación industrial. De ahí que la solución del problema abocetada en Potsdam también era utópica, un poco menos, quizá, que el remedio propuesto por Mr. Morgenthau. ¿Cómo detener el nivel de vida alemán en un nivel determinado? Eso era tanto como querer remon­ tar el río de la historia. Admitida la ineluctabilidad de que Alemania había de tener una gran industria, para algunas gentes la cuestión se resolvería sacando a esa gran industria de manos de los capitalistas. En el concepto de otras per­ sonas, bastaría con un control severo del Ruhr, inter­ nacionalizándole, así como el control económico sobre determinadas zonas del oeste del Rin. Esta última era la posición francesa. Realmente, los franceses proponían una política de seguridad que no se apartaba mucho de la que impusieron en Renania después de la prime­ ra Gran Guerra. El gobierno laboiista británico propugnaba la nacionalización o la socialización de la gran industria del Ruhr. La Socialdemocracia alemana coincidía con los laboristas. En análisis final lo que se ventilaba era si el nuevo régimen político alemán debía contener el elemento de un socialismo de Estado, o si, por con­ traste, debía ser una economía de libre empresa y mer­ cado libre, una economía ultracapitalista, de big busi-

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ness. El conflicto entre los gobiernos de Londres y Washington fue ostensible y profundo desde el primer momento. Ahora bien, en breve se vio que los laboris­ tas tenían el semblante, no la sustancia, del poder. Y así aconteció que la política británica se separó en la práctica p or entero de la preconizada por el gobierno laborista, como nos recordó el diplomático norteameri­ cano Mr. Summer W elles: “La política británica —es­ cribió— era la misma de todos los gobiernos británicos después de la prim era Guerra Mundial. Fue en seguida notorio el favor dispensado a los industriales alemanes, incluso a los criminales de guerra.” 4 La misma acusación se hacía en publicaciones bri­ tánicas a los Estados Unidos. La disputa entre el gobierno laborista británico, la Socialdemocracia y los franceses, de un lado, y los in­ gleses y norteamericanos, de otro, en orden al destino que debía darse al R uhr era en el fondo académica. Porque los Estados Unidos e Inglaterra habían decidido ya que en la nueva Alemania cabrían perfectamente los grandes industriales y las grandes empresas privadas. Como cada cosa engendra su semejante —según la famosa frase de Cervantes en el prólogo al Quijote— los anglosajones iban a apoyar en Alemania occidental un sistema económico pariente (y esto en más de un sentido) del que privaba en sus respectivos países, en particular en los Estados Unidos, incluso con algu­ nas limitaciones, como la prohibición de cárteles y trusts. Las reparaciones El plan de la Comisión Interaliada de Reparaciones no pudo aplicarse porque la realidad presentó comple­ jidades imprevistas. En Potsdam se había acordado que las cuatro potencias ejercerían un control uniforme sobre toda la economía alemana. Se desmantelarían * Sum m er W elles, WItere are zuc Hcading?, p. S9.

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las industrias alemanas, con los frenos sobredichos, ten­ dientes a conservarle cierto nivel de vida al pueblo alemán. Igualmente, había de dejarse a Alem ania capi­ tal industrial suficiente para que pudiera pagar sus importaciones esenciales y sostenerse por sí misma. El prim er plan de nivel industrial, lanzado en 1946, preveía la reducción de la capacidad industrial de A le­ mania al 65 por ciento de la de 1936. El 29 de agosto de 1947 se publicó en la Bizonia angloamericana un plan de nivel industrial revisado. Por este plan se per­ mitía a Alemania una capacidad industrial análoga a la de 1936, con una producción de acero de 10 700 000 toneladas; 11 100 000 incluida la zona francesa. Se se­ ñalaron para Üesmantelamiento 496 fábricas en la zona británica, 236 en la francesa y 185 en la norteamericana. Entonces se presentó en los Estados Unidos una reac­ ción adversa al desmantelamiento, de la que fueron portavoces Herbert Hoover, James P. W arburg y co­ mités dirigidos por Humphrey y Herter. En abril de 1949 los Estados Unidos, la Gran Bre­ taña y Francia acordaron rebajar sustancialmente el número de industrias a desmantelar, y no pocas res­ tricciones y prohibiciones a la industria alemana queda­ ron suprimidas. La demanda de reparaciones industriales registrada por la Comisión se cifró en un equivalente a 320 000 millones de dólares. La primera decepción se presentó cuando se comprobó que no habría posibilidad de ob­ tener reparaciones por tan conspicua suma. Los aliados se resignaron y declararon que se conformarían con que se les compensara, aunque sólo fuere parcialmente p or los daños y sufrimientos de que Alemania les había hecho víctimas. La segunda dificultad que se puso de relieve en se­ guida para cumplir el plan de Potsdam surgió de la di­ visión de Alem ania en una zona oriental y otra occi­ dental. No cabía ahora el control unificado sobre la economía alemana, y en consecuencia nada podía me­

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dirse en un plano nacional o global. Alem ania no que­ daba en condiciones de abastecerse a sí misma, pues estaba excluida la circulación entre las zonas de pro­ ductos agrícolas e industriales intercambiantes; ni era posible retirar capital industrial cori conocimiento exac­ to del efecto que las retiradas producirían en la econo­ mía total. En resolución, el plan de reparaciones se había trazado para una Alem ania que no existía ya. Tras de renunciar por esa causa a la unificación del control económico, las potencias occidentales concen­ traron sus esfuerzos en unificar el de sus zonas, con la idea de im plantar en ellas el programa de reparaciones. Pero entre los aliados occidentales aparecieron distintos puntos de vista sobre la suma de capital industrial que cada cual debería apropiarse. Mientras Francia insistía en arramblar con todo lo que pudiera, para dejar a Alem ania sin aliento militar, los ingleses y los norte­ americanos sostenían que debía dejársele equipo indus­ trial bastante para que la nueva Alemania pudiera con­ tribuir a la reconstrucción de Europa. Por primera vez Alemania occidental, solidariamente, a la economía europea. De hecho, para concluir, las potencias occidentales renunciaron a las reparaciones que todavía les corres­ pondían. Las últimas fábricas desmanteladas salieron de la Alem ania occidental en abril de 1951. En total, sólo el 8 por ciento de la capacidad industrial de A le­ mania fue desmantelado. Alem ania dejó de pagar. Dejó de pagar y comenzó a recibir préstamos en gran cuantía. Lo que los aliados gastaron en la ocupación y en ayuda a Alemania fue más de lo que recibieron por reparaciones. Había habido un conflicto entre la exigencia de reparaciones y los imperativos de la reconstrucción de Alemania, y al final los aliados se echaron encima una carga. En la cuestión de las reparaciones, indudablemen­ te, a la Unión Soviética y a Polonia no les era dable hacer gala del desprendimiento que pudieron permitirse

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los opulentos occidentales. Rusia y Polonia habían su­ frido formidable devastación, que comenzó en 1941 con la táctica ordenada por Stalin a los rusos de asolar su propio país para que los alemanes sólo encontraran ruinas a su paso. La Unión Soviética y Polonia —en particular Po­ lonia— contaron con las reparaciones ¿em anas para poder levantar su economía con la mayor celeridad po­ sible. Como ya dijimos, las reparaciones debidas a Po­ lonia saldrían de las que correspondieran a Rusia, la cual las recibió por tres vías: por el desmantelamiento y traslado de equipo industrial; apropiándose produc­ ción corriente de empresas alemanas, y mediante la transferencia directa de propiedad industrial y agrícola alemanas a las corporaciones soviéticas. La Unión Soviética había pedido reparaciones por un total equivalente a 10 000 millones de dólares. De acuerdo con el convenio sobre reparaciones firmado en Moscú el 16 de agosto de 1945, Polonia recibiría el 15 por 100 de las que Rusia obtuviera de Alemania. A fines de 1950, según carta de Stalin a Grotewohl de 16 de mayo de ese año, la Alemania oriental había pagado reparaciones por valor de 3 650 millones de dó­ lares. La suma de reparaciones aún pendiente fue re­ ducida en un 50 por ciento, a 3 170 millones. El l 9 de enero de 1954 la Unión Soviética y Polonia renun­ ciaron a recibir nuevas reparaciones. Moscú anunció que devolvería a la República Democrática Alemana bienes de capital por un monto de 3 000 millones de marcos orientales, valor de las compañías soviéticas (lSowjet Aktien Gesellschaft) que operaban en la zona. XIV. DOS ALEMANIAS L a e s t u p e f a c c ió n p r o d u c id a p o r l a d e r r o t a , y lo s es­ tra g o s d e l h a m b r e , q u e a s o la b a co n o tr a s p la g a s —co m o l a d e lo s r e f u g ia d o s — a la s p o b la c io n e s , d is t r a je r o n d e l a p o lít ic a a l p u e b lo a le m á n e n e l p r im e r a ñ o d e la

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ocupación. Sin embargo, nada pudo impedir la inme­ diata reaparición de algunos partidos políticos que ya existieron en la República de Weimar, ni la organiza­ ción de otros con nombres nuevos. . M uy poco después de ocupar el territorio alemán, las autoridades militares aliadas autorizaron ya el fun­ cionamiento, en ciertas condiciones, de los partidos po­ líticos. Pero creyeron que no debía haber más que cuatro, por considerar que todos los matices de opinión e intereses cabían bajo cuatro denominaciones. En ju ­ nio de 1945 aprobaron la reaparición del Partido Co­ munista de Alemania y el Partido Socialdemocrático de Alemania, así como la fundación de la Unión De­ mocrática Cristiana, con su filial, la Unión Social-Cristiana en Baviera; y en julio, hicieron lo p r o p io con el Partido Democrático Liberal de Alemania. Ningún partido podía ser nacional, es decir, nin­ gún partido podía extenderse por toda la nación; y aun para que les fuera permitido funcionar en un condado, distrito o Land, los partidos —y los sindicatos obre­ ros— habían de proveerse de licencia especial dada por el gobernador m ilitar de la zona. El precepto que condenaba a los partidos a tener carácter local exclusivamente no pudo mantenerse. Ni se. sostendría la decisión de lim itar las organizaciones políticas a cuatro. No tardaron en despuntar otras que los gobernadores militares no pudieron ignorar. Entre ellas merecen mención el Partido Alemán, el bloque de Todos los Alemanes, también conocido por Asociación de los Expulsados y Privados de Derechos; el Partido Bávaro, el Partido de Reconstrucción Económica, el Partido del Centro y el Partido del Reich Alemán. La vieja y sufrida Socialdemocracia (Socialdemokratische Partei Deutschlands) resurgía literalmente como el Ave Fénix, de las cenizas, pero más conservadora, “más elástica” bajo su líder de postguerra, el Dr.. Kurt Sdiulimacher. La verdad era que había ahora dos Socialdemocracias, con sendos jefes, la de la Alemania occi­

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dental y la de la Alemania oriental, ésta dirigida por Otto Grotewolil. Pero tan anómala situación tuvo fin en abril de 1946, cuando la Socialdemocracia y el Par­ tido Comunista se fundieron en la zona oriental para form ar un nuevo Partido: el Partido de Unidad Socia­ lista de Alemania (1Sozialistisch Einheitspartei Deutschlands). El Partido de Unidad Socialista era un partido bicéfalo; lo acaudillaban W ilhelm Pieck, comunista, hombre ya muy entrado en días, a quien vimos en otra parte de esta historia como uno de los protagonistas de la revolución de 1919; y Otto Grotewohl, otro vete­ rano socialista. La fusión fue desaprobada por los socialdemócratas del oeste, y ahí tuvo fin la Socialdemocracia en la zona soviética. La Unión Democrática Cristiana (Christlich-Demokratische Union) y su hijuela bávara, la Unión So­ cial Cristiana (Christlich-Soziales Union) eran an­ tisocialistas y conservadoras, con clientelas católica y protestante; partido de los terratenientes, de la clase media acomodada y de la alta burguesía. La Unión Democrática Cristiana venía a ocupar en cierto sentido el lugar que tuvo el Centro Católico, y en ella se refu­ giaron viejos centristas, como su fundador, Konrad Adenauer. Había un Partido de Centro (Zentrum), pero el antiguo Centro Católico del Imperio y la Re­ pública de Weimar, que tanto tono dio a esas épocas de la política alemana, se había extinguido definiti­ vamente. El Partido Bávaro (Bayernpartei), también antiguo, y otro de los partidos indisolublemente unidos a la historia política moderna de Alemania, resurgía, asi­ mismo, con fuerte acento nacionalista y perspectivas poco halagadoras para sí mismo. Si bien la Unión Democrática Cristiana podía ser considerada representante, en parte, de la gran indus­ tria y el capital financiero, la organización política que parecía hablar más autorizadamente por estos sectores sociales alemanes era el Partido Liberal Demócrata (Li-

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berale Demokratische Partei), asilo de ex nazis de alto coturno; partido sin principios muy definidos, con base de aluvión, heterogénea y dividida en varias tenden­ cias.- Con la aparición de este partido liberal se conti­ nuaba la tradición alemana —y no sólo alemana—, se­ gún la cual los partidos liberales eran la representación de la gran industria en la política. El Partido Libe­ ral del siglo pasado había sido también el partido de la gran industria; y esa fue igualmente la característi­ ca del partido liberal que acaudilló Gustavo Stresemann en la República de Weimar. Este nuevo partido estaba a la derecha de la Unión Democrática Cristiana en po­ lítica interior, y en política exterior parecía abierto a la política, que siempre defendió la gran industria ale­ mana, de acomodamiento con la Unión Soviética. El Partido Liberal Demócrata cambió de nombre en la República Federal y se llamó Partido Demócrata Libre (Freie Demokratische Partei). El Partido Liberal Demócrata se llamaba en BadenW ürttemberg Partido Demócrata Popular (Demokra­ tische Volkspartei), y aquí era verdaderamente liberal, pues estaba alimentado por la clase media radical, sucesora de aquella clase media que bulló en la revolución de 1848. El Partido Demócrata Popular se separaría luego del Partido Liberal Demócrata y se uniría al Partido Alemán. Éste (¡Deutsche Partei) era un partido conservador y nacionalista moderado con fuerza en la Baja Sajonia. El Partido de Reconstrucción Económica (W ieder Arfba7ipartei),. partido regional bávaro, se presentaba por primera vez en la escena política y lo hacía con un virulento radicalismo. El Bloque de Todos los Alemanes, o Asociación de los Expulsados (\Gesamtdeutscher Block, o Bund der Heimatvertriebenen und Entrechteten) era un mo­ vimiento nuevo, nacido de la situación particular de la posguerra en las provincias alemanas:donde abundaban los refugiados de la Europa oriental. Este partido se

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uniría luego al Partido Alemán, en vista de que por sí solo carecía de fuerza fuera de ciertos Lancler o Es­ tados. De otros partidos y movimientos políticos que apa­ recieron más tarde en la República Federal hablaremos oportunamente. De los cuatro-grandes partidos, el Comunista es. el único que no consigue inspirarnos ningún comentario, a no ser el de que su situación en Alemania occiden­ tal fue desde el prim er momento incómoda y difícil. Más adelante sería suprimido y declarado fuera de la ley, pero en-los primeros años de la ocupación aliada fue un partido tolerado en las zonas occidentales y. aún dio ministros a los gobiernos de vaiios Estados. En 1946 se estimaba su fuerza en esas zonas en 300 mil afiliados. En marcha los partidos políticos, los antiguos y los nuevos, pronto pudieron celebrarse elecciones. Las elecciones de 1946 y 1947 Los norteamericanos se apresuraron sobre todos los de­ más aliados a convocar elecciones, y así las primeras elecciones efectuadas desde la rendición de Alemania lo fueron en la zona de los Estados Unidos. El 20 de enero de 1946 hubo elecciones de condado en Hesse y el 27 en Baviera y Württemberg-Baden. El 28 de abril se verificaron elecciones de condado —con la ley refor­ mada—, y el 25 de mayo elecciones municipales. El 30 de junio se efectuaron elecciones para los Landtage o parlamentos de Estado, que actuarían cómo asambleas constituyentes. Ibase, pues, rápidamente hacia la nor­ malización de la vida política en esa zona. Los ingleses procedieron con mayor lentitud que los norteamericanos en la convocación de elecciones; sin embargo, el 15 de septiembre de 1946 hubo en la zona británica elecciones, municipales y el 13 de octubre

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elecciones de condado; y el 20 de abril de 1947 se ce­ lebraron elecciones para los Landtage. Los franceses siguieron un tanto a los ingleses, pues también autorizaron en su zona las primeras elecciones municipales el 15 de septiembre de 1946 y de condado el 13 de octubre, y el 18 de mayo de 1947 elecciones para los Landtage. Mas continuaron reteniendo el con­ trol de la administración, con los alemanes subordina­ dos rigurosamente a las autoridades francesas. En la zona soviética tuvieron efecto elecciones mu­ nicipales y de condado a principios de 1946, y un mes después se eligieron dietas para los Lander. En octubre del mismo año hubo allí nuevas elecciones para los par­ lamentos de los cinco Estados o Lander y se constitu­ yeron gobiernos de coalición formados por represen­ tantes del Partido de Unidad Socialista y los otros partidos principales, que todavía existían en la zona oriental: la Unión Democrática Cristiana y el Liberal Demócrata. Estos partidos vivían tolerados y les era sumamente difícil actuar con independencia de las di­ rectivas del Partido Socialista Unificado, patrocinado por la Unión Soviética. A l concluir el año de 1947 todos los Estados o Lander en las cuatro zonas tenían parlamentos y go­ biernos parlamentarios más o menos expresivos de la voluntad popular. Con el fin de combatir la proliferación de pequeños partidos se había impuesto en las zonas occidentales el sistema de representación proporcional, y los que ob­ tuvieron menos del 5 por ciento de los votos no saca­ ron diputados. Los resultados de las elecciones para los Landtage fueron significativos. Los demócratas cristianos triun­ faron en las regiones católicas y en las de la gran industria: Baviera, Württemberg, Renania y Westfalia; también consiguieron votaciones lucidas en zonas de población protestante. Los liberales demócratas hi­ cieron la propaganda electoral con un programa anti-

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marxista y de libre empresa, y pudieron comprobar que tenían fuerza en Württemberg, en Berlín y en los gran­ des centros industriales de la zona británica; pero también lograron buenas votaciones en la zona sovié­ tica. Los comunistas salieron en cuarto lugar en todas partes. El que ocuparon en la zona oriental será siempre un enigma, pues con la unión de socialdemócratas y comunistas, la fuerza relativa de cada grupo fue impo­ sible de determinar. En aquellos años la zona soviética no era comunista, ni podía llamarse comunista al Par­ tido de Unidad Socialista, que si fue el que más votos logró en la zona soviética, ni allí ni en el Gran Berlín obtuvo la mayoría absoluta. Los socialdemócratas compartieron con la Unión Democrática Cristiana el triunfo en regiones industriales como Hesse y en la mayor parte de la zona británica. Las constituciones y los gobiernos de los Lcinder Los Landtage elegidos en 1946 y 1947 formaron gobier­ nos locales alemanes y debatieron y aprobaron consti­ tuciones regionales, de acuerdo con la política de descentralización del poder político alemán convenida en Potsdam. En la zona norteamericana los parlamentos aproba­ ron una constitución para Württemberg-Baden el 24 de noviembre, otra para Baviera y Hesse el l 9 de di­ ciembre de 1946 y más tarde, en 1947, otra para Bremen. Es de notar que con anterioridad a su aprobación por los parlamentos las constituciones fueron sometidas a la revisión del gobierno militar, el cual propuso cam­ bios que los legisladores alemanes aceptaron. Esas constituciones establecieron una asamblea le­ gislativa o parlamento (Landtag) elegido por cuatro años por voto directo, igual y secreto de todos los ciu­ dadanos mayores de 21 años. La constitución bávara introdujo el sistema bicameral, con una cámara popular y un senado de 60 miembros. Pero en este caso el

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senado no tenía carácter político, sino más bien asesor y lo formaron grupos profesionales o corporativos. El prim er ministro sería nombrado por mayoría de votos en el Landtag por un periodo de cuatro años. El jefe del gobierno elegía los ministros. En diciembre de 1946 los gobiernos de los tres Estados de la zona .norteamericana fueron reconstrui­ dos y se formaron coaliciones de los tres partidos prin­ cipales. El prim er ministro de Hesse era un socialdemócrata; el de Württemberg-Baden, un liberal demócrata y el de Baviera un representante de la Unión Social Cristiana. . En Baviera la coalición duró poco tiempo. En esta región particularista, patria del nacionalsocialismo, la política tomó en 1947 un sesgo violento y agrio en virtud del agresivo nacionalismo predicado por el Parti­ do Bávaro, y el radicalismo del Partido de Recons­ trucción Económica. El clima civil en los medios gubernamentales se tornó insoportable para los social­ demócratas, quienes acabaron retirando sus ministros de la coalición. Los ingleses, siguiendo su posición tradicional de desinterés por las constituciones escritas,' no propiciaron constituciones para los Lander de su zona. Hasta 1949, 1951 y 1952 no fueron promulgadas constituciones piara Schléswig-Holstein, Norte del Rin-Westfalia y la Baja Sajonia, respectivamente. Los franceses, en cambio, favorecieron constitucio­ nes para su zona y para el .Sarre en el curso de 1946 y 1947. Estas constituciones, estuvieron inspiradas en el sistema parlamentario francés. En la zona soviética también fueron promulgadas constituciones en 1946 y 1947. Contra lo que aconte­ ció en la zona norteamericana, donde las constituciones tuvieron muy diverso carácter, en la. zona rusa se siguió otra orientación. El Partido de Unidad Socialista pre­ paró una constitución política para toda Alemania, que seria puesta en vigor en lo futuro, y sobre este molde

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se escribieron las constituciones de los Estados; por ma­ nera que h u b o . entre todas bastante uniformidad. Las constituciones de la zona soviética conferían la máxima autoridad posible al parlamento, fuente supre­ ma de la autoridad, del cual dependería el gobierno, con atributos de brazo ejecutivo de la asamblea. A diferencia de las constituciones en las otras zo­ nas, en la zona oriental las constituciones estuvieron informadas en reivindicaciones de inusitado radicalismo social, como la de la reforma agraria, que más que re­ forma fue una revolución. A tal efecto, se estableció en las constituciones la expropiación de los dueños de grandes fincas; la tierra debía pertenecer a los pequeños agricultores. Asimismo, la industria sería nacionalizada. Como pocas veces ha ocurrido en el mundo, esos pre­ ceptos revolucionarios y expropiadores incorporados a las constituciones fueron llevados a la práctica antes de que aparecieran en las constituciones. Efectuóse de ese modo una hondísima revolución social que estudiaremos en otro sitio de esta obra con la atención que merece. La cuestión del R uhr Se apreciará que las profundas diferencias existentes en­ tre las constituciones del oeste y las del este de A le­ mania separaban radicalmente a esas dos regiones en la forma de concebir la unificación de Alemania. De acuerdo con las ideas, principios, propósitos y gobierno imperante en la zona rusa, la unificación de- Alemania habría de plasmar en patrones sociales por demás distin­ tos de los postulados en las constituciones de las zonas occidentales. Había surgido, pues, un obstáculo de di­ mensión histórica para la aproximación, y aun para la colaboración, entre las cuatro zonas. El Consejo de Mi­ nistros de Negocios Extranjeros encargado de proseguir las tareas de Potsdam en punto a la oi-ganización futura de Alemania —y la preparación de tratados de p a z había celebrado su primera reunión en Londres en sep­

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tiembre de 1945 (sobre tratados de paz, pero no para Alemania ni para el Japón). Los ministros no pudieron llegar a otro acuerdo que el de que estaban en desacuer­ do difícil de remediar. Luego se volvió a reunir el Con­ sejo de Ministros en Moscú varias veces. En las sesiones sostenidas en diciembre de 1945 en esa capital se de­ cidió convocar una conferencia de la paz para el l 9 de mayo de 1946; a esta conferencia, que tendría tanta trascendencia, acaso, como el Congreso de Viena, y en cualquier caso más que la Conferencia de Versalles que siguió a la primera Gran Guerra, asistirían representan­ tes de las veinte naciones que habían tomado parte en la guerra contra los Estados fascistas. (Sabido es que nunca se celebró.) En otra reunión en Moscú en diciembre de 1947 se abordó a fondo el punto de la reunificación de A le­ mania. La divergencia de opiniones entre rusos y occi­ dentales acerca de la estructura económico-social que debería darse a Alem ania fue el primer inconveniente serio, realmente insuperable, que se cruzó en el camino de un acuerdo favorable a la reunificación de Alema­ nia. Pero no eran solos los rusos quienes se oponían a la reunificación de Alemania. Los franceses rechazaban incluso la discusión del tema mientras no se hubiera aceptado la internacionalización del R uhr y el control económico de ciertas zonas al oeste del Rin. Con todo eso, la posición francesa admitía modifi­ cación, y los Estados Unidos confiaban en poder resol­ ver el problema planteado por la obstinación de sus aliados galos. Lo que después de esa conferencia de Moscú quedó paladinamente de manifiesto para los occidentales fue que con los rusos era ya imposible tra­ tar de la reunificación de Alemania. A su vez, los rusos pensaban lo mismo de los occidentales. Los Estados Unidos reconocieron que el convenio de Potsdam estaba ya muerto en las partes que todavía no se había cumplido; y acto seguido propusieron a sus vecinos en Alem ania —ingleses y franceses— la unifi­

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cación política de la Alemania occidental y su incorpo­ ración a la política y a la economía europeas. Lo que más urgía ahora a los Estados Unidos era convencer a los franceses. Por consiguiente, la actividad diplomática norteamericana se concentró, por lo que concernía a la cuestión, en esa inaplazable tarea. En 1948 se celebraron tres conferencias en Londres entre representantes de los Estados Unidos, Inglaterra y Fran­ cia en presencia de delegados de los gobiernos del Benelux: Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo. El tema en discusión era la integración de la Alemania occiden­ tal dentro de un marco europeo-occidental. En la ter­ cera conferencia se dio alguna satisfacción a los franceses en cuanto a la cuestión del Ruhr. El R uhr —la mayor zona industrial de Europa, 95 por ciento del carbón y 84 por ciento del hierro que produce Alem ania— quedaría bajo un Estatuto especial de control interna­ cional con participación alemana. Pero el Estatuto daba facultades limitadas a los aliados y dejaba a la gran industria en manos de sus antiguos dueños, mientras que los franceses habían propuesto que la gran indus­ tria fuera nacionalizada, o, de preferencia, pasara a ser propiedad de un organismo internacional. Los Estados Unidos se opusieron a esto, declarando que esa solución atentaba contra la libertad de empresa y los derechos de propiedad. Todo lo que consiguieron los franceses fue que hubiera algún control en lo relativo a la distribu­ ción de los encargos, las cuotas de producción y la política comercial para las industrias siderúrgicas y las minas de carbón del Ruhr. Los franceses cedieron ante la fuerte presión de la diplomacia angloamericana, pero lo hicieron de pésimo grado. La unificación de la Alemania occidental Antes de que quedara zanjada con los franceses la cues­ tión del Ruhr, había recaído acuerdo en la conferencia interaliada occidental de junio de 1948 en Londres de

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proceder a la unificación de la Alem ania occidental. Esta misión la iniciaron los tres gobernadores militares por conducto de los ministros presidentes de los once Estados alemanes occidentales reunidos en Francfort, a los cuales se dieron instrucciones en tres documentos: el primero contenía la propuesta de convocar una Asam­ blea Constituyente para el territorio de los once Lan­ der, no más tarde que el l 1? de septiembre de 1948; el segundo sugería cambios de límites interiores de los Estados, y el tercero establecía los principios de un Estatuto de Ocupación que las tres potencias se pro­ ponían promulgar. . El 8 y . el 21 de ju lio de 1948 fueron examinadas esas proposiciones por los jefes de gobierno de los Es­ tados alemanes, quienes la discutieron el 26 de julio con los gobernadores militares. Hubo acuerdo en cuanto a las bases de la unificación de la Alem ania occidental. Los ministros presidentes nombraron entonces un Co­ mité de Expertos con encargo de que redactara un proyecto de constitución. Este Comité se reunió del 10 al 23 de agosto de 1948 en la isla de Herrenchiemsee, en Baviera. El proyecto de constitución que pre­ sentaron sirvió al Consejo Parlamentario para orientarse en esta difícil cuestión. Formaron el Consejo Parlamentario 65 diputados elegidos a esos fines por los Landtage de los once Esta­ dos, de acuerdo con la fuerza que cada partido político tenía en ellos. En calidad de observadores concurrieron cinco representantes del sector occidental de Berlín. La representación de los partidos en el Consejo Parlamentario fue como sigue: la Socialdemocracia y la U nión Democrática Cristiana recibieron 27 puestos cada uno. El Partido Liberal Demócrata, 5. El Partido de Centro, eí Partido Alem án y el Partido Comunista 2 puestos cada uno. El l ’ de septiembre de 1948 se reunió el Consejo Parlamentario en Bonn, para iniciar sus trabajos, y eli­ gió presidente al Dr. IConrad Adenauer. Antes de reu­

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nirse el Consejo se habían dado a conocer varios pro­ yectos de constitución más o menos oficiales. El criterio predominante entre los aliados occidentales era que Alemania debería organizarse políticamente en una fe­ deración suelta de Estados independientes, con delega­ ción de ciertos poderes indispensables a un gobierno central. El Estado federal habría de ser menos centra­ lizante que la República de Weimar. A l cabo de ocho meses de trabajo el Consejo Par­ lamentario aprobó la Ley Básica para la República Fe­ deral de Alemania. Después de aceptarla los goberna­ dores militares con algunas reservas y ratificada por los parlamentos del Estado —con la excepción de Baviera, que la consideró demasiado centralizante—, la Ley Bá­ sica entró en vigor el 23 de mayo de 1949. Por la Ley Básica se creaba un Estado federal alemán fBund) consistente en un poder presidencial y otro eje­ cutivo encabezado por un Canciller; una Cámara legisla­ tiva o Parlamento, el Bundestag; una segunda Cá­ mara, el Bundesrat, foimada por los Estados, a través de la cual participaría en la legislación y la adminis­ tración de la Federación. Completaba el nuevo Estado un T ribunal de Garantías Constitucionales, protector de la constitución. El Bundesrat era una cámara muy distinta del Reichsrat de la constitución de W eim ar y del Bundesrat de la constitución del antiguo Imperio. En el Bundesrat los Estados tienen tres, cuatro o cinco votos, según el número de habitantes de cada uno. En el naciente Estado federal los Estados tendrían mayor independencia respecto del gobierno central que en la República de W eimar; los poderes y facultades no asignados explícitamente al gobierno federal perte­ necían a los Ldnder. Pero la Ley Básica trazaba la se­ paración del poder federal y del poder de los Ldnder de tal manera, que el gobierno y la legislatura federales podían alzarse fácilmente con poderes que no se les quiso dar. Y era así, porque se dejaba al arbitrio y decisión de la autoridad federal el arrogarse o no la

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jurisdicción en todos los dominios y asuntos en que entraban en competencia el Burid y el Land. En una palabra, el gobierno y el parlamento federales tenían en su mano el determinar el grado de centralización de la nueva república. En última consideración, según la Ley Básica, no había precepto ni obstáculo que im­ pidiera a la República Federal de Alemania convertirse en un Estado tan centralizado como la República de W eimar. En esto, como en todo, Alemania sería lo que los alemanes quisieran que fuera. U na cosa era también cierta: los Estados disfruta­ ban en el campo financiero más poderes que en la Re­ pública de Weimar. La Ley Básica refleja la preocupación de sus auto­ res por darle a Alem ania un parlamento soberano y al propio tiempo un gobierno fuerte y estable que no pudiera ser derribado tan fácilmente como en la Repú­ blica de Weimar. El canciller, o prim er ministro, no puede ser obligado a dimitir ni aun cuando la Cámara le vote la desconfianza, si el Bundestag no acierta a elegir quien lo reemplace. En tal caso el gobierno está autorizado a seguir en el poder indefinidamente. La única forma de cambiarlo es disolviendo el Bundestag. Es decir, que cabe que haya un gobierno en conflicto con el Parlamento; y cuando esto ocurra el gobierno puede declarar la "emergencia legislativa”, que le per­ mitirá legislar por decreto, un concepto que también aparecía en la Constitución de W eim ar (recordemos los Nolverordmingen del Canciller Brüning), sólo que en aquella situación el gobierno había de ten er. mayoría en el R.eichstag para poder sostenerse. Por manera que sin violar la constitución, el sistema parlamentario de la República Federal deja la puerta abierta a prácticas autoritarias y dictatoriales. El Presidente del Bund, o de la República, es ele­ gido por cinco años por una Asamblea Federal formada por los diputados del Bundestag y un número igual de delegados o compromisarios designados por los Land-

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tage. La Ley Básica deja libre el camino para el ingreso en el nuevo Estado de la zona oriental de Alemania y designa al Berlín occidental como un Land, pero de conformidad con la reserva de las tres potencias en este extremo, Berlín no puede ser gobernado por el Biind. Por uno de los artículos de la Ley Básica, varios Lander pueden unirse para constituir uno solo. En abril de 1952 los tres Lander de Badén, Baden-Württemberg y Württemberg-Hohenzollern se fundieron en un solo Land de Baden-Württemberg. El Estatuto de Ocupación La promulgación de la Constitución de la República Federal no devolvió a la Alemania occidental su sobe­ ranía plena. Cesaron en sus funciones los gobiernos militares, pero su lugar fue ocupado por una institu­ ción u organismo civil llamado A lta Comisión Aliada, en la que se hallaban representados los Estados U ni­ dos, el Reino Unido y Francia. Y en reemplazo del conjunto de preceptos, directivas, ordenanzas y leyes dictadas por los gobiernos militares, la Alem ania oc­ cidental recibió el nuevo código a que antes nos re­ ferimos denominado Estatuto de Ocupación. El Estatuto de Ocupación reservaba a los aliados poderes en relación con el desarme y la desmilitariza­ ción; los controles acordados para el R uhr; la aboli­ ción de los cárteles industriales; las reparaciones pen­ dientes; las relaciones exteriores, incluido el control del comercio y el intercambio exterior; la protección y seguridad para las fuerzas aliadas en territorio alemán, y el cumplimiento de la Ley Básica y las constitucio­ nes de los Lander. Se otorgaba soberanía casi completa a la República Federal en los asuntos internos, con algunas restric­ ciones por lo que concernía al uso de los fondos y víveres y otros artículos de prim era necesidad, que habían de ser satisfactoriamente administrados con el

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fin de que la Alemania occidental pudiera renunciar cuanto antes a la ayuda exterior. Finalmente, los aliados se reservaban el derecho de declarar nula toda ley que desconociera sus poderes. Las decisiones de los Altos Comisarios, como po­ demos muy bien llamarlos, tenían que ser tomadas por mayoría de votos; pero en los asuntos económicos nada podía decidirse sin el voto afirmativo de los Estados Unidos, o lo que era lo mismo: los norteamericanos tenían derecho de veto, fundado en la muy poderosa circunstancia de que su país llevaba la mayor parte de la carga financiera en la Alemania occidental. La unificación de la Alemania oriental A l constituirse la Alemania occidental en República Federal de Alemania, un hecho análogo se produjo en la zona soviética, o Alem ania oriental. Los rusos ha­ bían hecho campaña contra la unificación de la Alem ania occidental y el levantamiento allí de un Es­ tado, aduciendo que ese paso violaba los acuerdos de Potsdam. Mas la verdad era que poco quedaba ya de esos acuerdos, como está dicho, pues unos se habían cumplido más o menos estrictamente y otros no podrían cumplirse por la incompatibilidad insuperable que ha­ bía surgido y se había acendrado entre el modo de pensar y proceder de las potencias ocupantes. Tiempo había que los rusos esperaban la unificación de la Alemania occidental y su transformación en un Estado soberano. Por la orientación política y social que ha­ bían dado, o habían permitido dar, a sus respectivas zonas, tanto los occidentales como los rusos habían ido ya muy lejos en la intención de crear dos Alemanias y asegurarse la lealtad de la ocupada por cada uno. La historia registrará con interés el hecho de que en la Alemania oriental, el mismo movimiento funda­ do para protestar contra la tendencia de los occiden­ tales a levantar un Estado alemán en sus zonas fuera

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el que se encargó de constituir allí otro Estado alemán. Para despertar en las masas la sensación de peligro ante los propósitos unificadores de los occidentales, el Partido de Unidad Socialista convocó los días 6 y 7 de diciembre de 1947 en el Berlín oriental un Congreso del Pueblo (Volkskongress). Otro Congreso del pueblo, del mismo estilo, se reunió los días 17 y 18 de marzo de 1948. De este último Congreso salió un Consejo del Pueblo (Volhsrat) de 400 miembros, el cual co­ menzó en el otoño de aquel año los trabajos para darle una constitución a la Alemania oriental y con­ vertirla en una República Democrática Alemana, La nueva Constitución fue aprobada el 30 de mayo de 1949, una semana después de haberse promulgado en el oeste la Ley Básica, por un tercer Congreso del Pueblo de 1 525 miembros elegido a mediados de ese mes. La constitución de la República Democrática A le­ mana era notable por su radícalísimo contenido social, ya apreciado por nosotros al hablar de las constitucio­ nes de los Lander en aquella zona. Berlín A l conquistar Berlín, los rusos establecieron allí un gobierno municipal adicto. Eso les permitió in flu ir sin contradicción alguna en la ciudad (si entonces merecía tal nombre aquel inmenso montón de casas en ruinas, pues en Berlín habían destruido los aliados más edifi­ cios que jamás tuvo, por ejemplo, Munich). La influen­ cia soberana de los rusos se mantuvo hasta octubre de 1946, momento en que comenzó a ser quebrantada como corolario de las elecciones del día 20 en la ca­ pital, en las cuales el Partido de Unidad Socialista sólo obtuvo 26 de los 130 puestos en el parlamento municipal. El ayuntamiento original se disolvió luego con el consentimiento de los rusos, que comprendieron

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que Berlín debería tener un gobierno más conforme con la voluntad popular. La influencia rusa fue disminuyendo al par que crecía la de los occidentales, quienes contaban con la adhesión de la mayoría de los berlineses. Berlín, a 175 kilómetros de la frontera de la zona ruso-occidental, se reveló en seguida como un enclavamiénto hostil al comunismo, a la Unión Soviética y a sus aliados ale­ manes. Era una posición avanzada del anticomunismo, de inmenso valor político, centro de la propaganda y el espionaje occidental, una especie de caballo de Troya henchido de amenazas para la zona oriental. Aquel estado de cosas cada día desazonaba e irrita­ ba más a las autoridades militares soviéticas. Y cuando, a principios de 1948, las potencias occidentales resol­ vieron crear el núcleo de un futuro gobierno alemán en sus tres zonas, los rusos creyeron que aquel movi­ miento no debía pasar sin algún acto de protesta y re­ presalia por su parte. El 20 de marzo retiraron a su representante en el Consejo de Control Aliado y co­ menzaron a hacer dificultosas las comunicaciones, entre la Alemania occidental y la capital. La reforma mo­ netaria del 20 de junio siguiente en las zonas occi­ dentales (importante paso hacia la unificación econó­ mica, del que luego nos ocuparemos) les produjo tal contrariedad, que decidieron bloquear a las guarnicio­ nes militares que las otras potencias mantenían en Berlín. No parece que los rusos creyeran que con el blo­ queo podían expulsar de Berlín a las potencias occi­ dentales, para dominar ellos solos la capital, por más que lo desearan, sin duda. Seguramente pensaron que en Berlín tenían una carta diplomática, y quisieron jugarla en un alarde de fuerza. Los occidentales establecieron un contrabloqueo de la zona soviética y organizaron el abastecimiento de Berlín por el aire. El bloqueo duró hasta mayo de 1949, pero no modificó sensiblemente la situación. Los occi-

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dentales continuaron en Berlín. No obstante eso, aquel grave incidente tuvo consecuencias inmediatas. Prosiguiendo su política de ir traspasando el poder a los alemanes, en aquel mismo mes de mayo los occi­ dentales dieron al Berlín ocupado por ellos un nuevo estatuto, con el cual la administración de esa parte de la ciudad adquirió mayor independencia y todavía ma­ yores atribuciones siendo alcalde el socialdemócrata Ernst Reuter. La tirantez creada por el bloqueo entre los represen­ tantes de los sectores en pugna en el municipio de Berlín aconsejó en septiembre de 1948 a los socialdemócratas, demócratas cristianos y liberales h u ir del sector soviético y establecer su gobierno en Schoneberg, en el sector británico. Entonces quedaron prefigurados dos ayuntamientos o administraciones de la ciudad. El 5 de diciembre de 1948 se celebraron elecciones en el sector occidental de Berlín y en ellas triunfaron los socialdemócratas. Por último, después de un periodo de incertidumbre, durante el cual continuó la tensión, los rusos y los occidentales llegaron a un convenio que ya habían impuesto las circunstancias: Berlín quedó dividido en un sector occidental y otro sector oriental; pero dentro del área occidental se mantuvieron los sectores britá­ nico, norteamericano y francés. Berlín tenía dos go­ biernos independientes y extrañados uno de otto. El Gran Berlín se derrama sobre una superficie de 880 km-. Después de la división de la capital en dos sectores políticos correspondieron al Berlín oriental 400 km3 y alrededor de 1 200 000 habitantes. La extensión del Berlín occidental se cifró en 480 km2 y su población en 2 200 000 almas. En el curso de los años siguientes el número de habitantes fue disminuyendo en ambos sectores, lige­ ramente en el occidental y de modo más marcado en el oriental, cuya población bajó en 100 mil entre 1950 y 1959.

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XV. LA REPÜBLICA FEDERAL ALEMANA e m o s seguido paso a paso el proceso que condujo a la división de Alemania y a la formación de dos Esta­ dos de índole muy diversa. Por sus instituciones polí­ ticas y sociales, por su actitud respecto del mundo exterior —Weltanschauung—, la Alemania occidental y la Alem ania oriental eran dos naciones enfrentadas y antagónicas, divergentes, o sea con paladina tendencia a distanciarse progresivamente una de otra. Y si en las páginas antecedentes nos fue dificultoso hablar de una sola Alemania, porque ya no era aplicable a una lo que podía decirse de la otra, de aquí en adelante sería de todo punto imposible escribir los anales alemanes del periodo como si Alemania fuera una, entera e indivisa. Dedicaremos, pues, este capítulo y los siguientes a la Alemania occidental ya constituida en República Fe­ deral, y finalmente estudiaremos la política, la econo­ mía y el alcance social de la República Democrática Alemana, o Alemania oriental.

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El prim er parlamento y el prim er gobierno de la República Federal Establecido ya el nuevo Estado occidental alemán en la letra, esto es, en la denominada Ley Básica, se pasó a elegir las Cámaras, Presidente de la República y el gobierno de la Federación. El 14 de agosto de 1949 tuvieron efecto las elec­ ciones para el Bundestag, o parlamento federal, de con­ formidad con una ley electoral que reservaba el 40 por ciento de los puestos a la representación proporcional y el 60 por ciento a “personalidades” en distritos que sólo nombraban un diputado, por simple mayoría. Sin embargo, los electores seguirían las listas de los parti­ dos. Aquel certamen cívico se celebró en un ambiente de cierta apatía popular. Para suscitar interés en las

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masas —y además, acaso, satisfacer anhelos naturales en las circunstancias— todos los partidos, unos en grado más subido que otros, hicieron gala de sentimiento, o cuando menos de lenguaje, nacionalista. El esfuerzo pasional de los candidatos no debió de ser baldío, por cuanto acudió a las urnas cerca del 80 por ciento de los electores inscritos. He aquí los resultados de las elecciones: Diputados

Unión Democrática Cristiana (con su filial de Baviera) ................................................... Socialdemocracia ............................................ Partido Liberal Demócrata (luego Partido Demócrata Libre) ......................................... Partido Comunista ........................................ Partido Bávaro ............................................... Partido Alemán ............................................. Partido de Reconstrucción Económica . . . .

139 131 52 15 17 17 12

Una constelación de partidos más pequeños obtu­ vo la quinta parte de los votos emitidos. El Bundestag tuvo su primera sesión en Bonn —d u ­ dad elegida para sede del nuevo Estado— en septiem­ bre, un mes después de las elecciones. Simultáneamente se constituyó el Bundesrat. La Asamblea o Convención Federal eligió Presidente de la República al Dr. Theodor Heuss. El primer Presidente de la República Federal (a la sazón del Partido Demócrata Libre), andaba entonces en sus 65 años, procedía de las filas del Partido De­ mócrata Alemán, notorio en la República de Weimar, al que representó en el Reichstag de 1924 a 1928. Desaparecido el régimen nacionalsocialista, el Dr. Heuss volvió a la política y al periodismo en 1945 cuando las autoridades norteamericanas le permitieron publicar la

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Rhein Neckar Zeitung. en Heidelberg. Había escrito varios libros y era miembro de la Academia de Bellas Artes de Baviera y de la Academia Alemana de Lengua y Literatura. En 1920 colaboró en la fundación de la Academia de Ciencias Políticas en Berlín. El Presidente Heuss recortaría en la Alem ania occi­ dental la figura de un jefe de Estado burgués, llano, amable y en cierto modo popular, con esa popularidad que nimba a los magistrados afables y tenidos por ino­ cuos. Por tradición familiar, el Dr. Heuss pertenecía al liberalismo histórico alemán: su abuelo tomó parte en la revolución de 1848. Nacido en un puebledto del Estado de Württemberg, en el suroeste de Alemania, el mundo moral del Dr. Heuss era el de la. burguesía industrial y comerdal; y, evidentemente, en el Partido Liberal Demócrata o Demócrata Libre, encontró ade­ cuado encasillamiento político en la República Federal. Su hijo, Ernst Ludwig Heuss, dirigía una importante empresa en Loerrach-Baden. Cuando el nuevo Presidente visitó el lugar en que estuvo el campo de concentración de Gergen-Belsen pronunció unas palabras con las que abogó por la reconciliación de los alemanes. El Dr. Heuss fue reelegido Presidente en julio de 1954. Libre ya de las responsabilidades presidendales, en noviembre de 1961, el Dr. Heuss asistió a la conme­ moración del 150 aniversario de la fundadón de la Casa Krupp y creyó necesario declarar que sólo “el odio alentado por la guerra” podía haber creado la imagen de esa compañía como “la antesala del in­ fierno”, y que no debían perpetuarse “clisés equivo­ cados” sobre Krupp. Luego que fue nombrado el Presidente de la Repú­ blica por la Asamblea Federal, el Bundestag se apresu­ ró a form ar un gobierno. Como ningún partido tenía mayoría en la Cámara se impuso una coalitión, en la que entraron los demócratas cristianos, los demócratas libres y el Partido Alemán. El 15 de septiembre el

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Bundestag eligió Canciller Federal al Dr. Konrad Adenauer —quien también desempeñaría luego la cartera de Relaciones Exteriores— y Vicecanciller al Dr. Ludwig Erhard. Konrad Adenauer El Dr. Konrad Adenauer había nacido en Colonia en 1876; cumplía ahora, pues, 73 años. Hijo de un fun­ cionario del Estado, estudió Derecho y Economía en las universidades de Munich, Freiburg y Bonn, y, si­ guiendo la profesión paterna, sirvió algún tiempo en la burocracia estatal. Más tarde abrió bufete de abogado. La carrera política de Adenauer se inició en 1906 cuando fue elegido concejal en el ayuntamiento de Colonia. En 1912 era teniente de alcalde y en 1917 pasó a regir la ciudad, entonces la segunda de Alemania en importancia. Ocupó la alcaldía, hasta 1933, en que los nazis le obligaron a retirarse de la política. Como alcalde de Colonia, Adenauer dejó buena huella de su paso por ese cargo con la fundación de la nueva Universidad de Colonia, la construcción del prim er estadio deportivo que tuvo Alemania, la orga­ nización del prim er congreso internacional de prensa y la institución de las primeras ferias de Colonia. Cuando los nazis empezaron a perseguirle en 1933, el Dr. Adenauer ocupaba ya lugar eminente en la po­ lítica renana y no era desconocido para el resto de los alemanes. Durante la primera Guerra M undial entró en el senado del Estado de Prusia por nombramiento real, y en la República de W eim ar presidió el Consejo de Estado de Prusia. Pertenecía al Partido de Centro Ca­ tólico, en el que ténía un puesto en la Comisión Eje­ cutiva Nacional. Luego permaneció apartado de la política durante doce años, retirado en la M aría Laach, un lugarcito cerca de Colonia, de donde le sacaron los nazis para recluirle con su segunda mujer, Gussi, en la prisión de

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Brauweiler. Concluida la segunda Guerra Mundial, Adenauer sirvió a las autoridades militares norteame­ ricanas en Colonia como asesor especial, y en abril de 1945 le repusieron en su puesto de alcalde. Pero en octubre, le depusieron las autoridades británicas. A l dejar el ayuntamiento pudo dedicarse más resuelta­ mente a la organización de la Unión Democrática Cristiana, un partido que buscaba base más amplia que el Centro Católico y que por primera vez iba a reunir a católicos y protestantes bajo un mismo signo polí­ tico. (Adenauer sería elegido presidente de la Unión Democrática Cristiana en 1950.) Agreguemos, por último, a estos datos biográficos que Adenauer fue diputado en el Landtag del Norte del Rin-W estfalia y figuró, como sabemos, en el Con­ sejo Parlamentario que bajo su presidencia redactó y aprobó la Ley Básica de la República Federal. No puede ofrecer duda que Konrad Adenauer era la personalidad más vigorosa de la política alemana en la posguerra. Para infinito número de alemanes, en particular las generaciones jóvenes, Adenauer sería una revelación; no para las generaciones anteriores y menos para las poblaciones renanas. No había entonces en Alem ania hombre público m ejor dotado ni que, por tanto, pudiera compararse con este Néstor de la polí­ tica tudesca, en la que militaba hacía cerca de cincuenta años. Su estampa física no correspondía, ciertamente, a la representación que nos hacemos de un alemán nacido en el corazón de Renania, en la jovial Colonia. Había mucho de prusiano en Adenauer, quien en el fondo era un autócrata. Más temido que respetado, más respetado que amado, debía su ascendencia a un genio político fundado en un carácter, uiía sagacidad y una experiencia poco comunes. Pero sii vena autocrática y sus impulsos de dictador estaban temperados por un sentido muy agudo del predicado político por antonomasia: el instinto de lo que es posible en polí­ tica en cada momento. Éste era un rasgo bismarckiano

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prominente en Adenauer. Su visión de Alem ania tam­ bién era bismarckiana, pero corregida por un liberalis­ mo que Bismarck no sintió y que hada de Adenauer más bien el heredero político de Gustavo Stresemann. Para Adenauer “el establecimiento de la República Federal Alemana no significaba que se había creado un nuevo Estado, sino que se había restablecido el Reich anterior a 1945 —aunque con una lim itadón en su área, como consecuencia de los acontedmientos po­ líticos ocurridos desde 1945”. “La República Federal es la representadón legítima del Reich Alemán. Es idéntica al Estado alemán que nadó en 1867 como Confederación de la Alemania del Norte; en 1871 como Imperio alemán, y en 1919 —con un cambio impor­ tante de Constitución— como República de W eim ar.” 1 Adenauer viene a continuar la política del Imperio en la República Federal como Stresemann continuó la política del Imperio en la República de W eim ar.2 Y lo hará como heredero de la política del Partido liberal histórico, más que del Centro Católico. Pero veamos con más detalle el perfil político de Gustavo Strese­ mann. Stresemann, que nació en 1878, era dos años más joven que Adenauer. Los dos pertenecen a la misma generación, dato de cierta importancia para nuestro propósito. Stresemann era hombre liberal y ferviente patriota. A la muerte de Ernst Bassermann en 1917, Stresemann se alza con la jefatura del Partido Liberal Nacional. Después de la primera Gran Guerra trata de form ar un Partido Liberal unido, pero fracasa y funda el Partido Populista Alemán, que arrastra al ala dere­ cha de los viejos liberales nacionales. Aunque Strese1 Germany Reports, p. 103. 2 La continuidad de la política im perial en la R epública de W eim ar, especialmente por Stresemann, ha sido demos­ trada por el profesor Fritz Fischer en su libro G riff nach

der Weltmacht. Die Kriegszielpolitik des kaiserlichen Deulschland 1914/18, Düsseldorf: Droste Verlag.

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mann era monárquico, aceptó la Constitución de la República de Weimar. Quería que su partido fuera un puente entre la vieja y la nueva Alemania. En agosto de 1923 fue nombrado canciller y ministro de Negocios Extranjeros al frente de una gran coalición que abar­ caba desde los socialdemócratas hasta los populistas. Stresemann arroja del poder al gobierno comunista de Sajonia —elegido democráticamente— sirviéndose de la Reichswehr, y la Socialdemocracia abandona la coa­ lición. El hundimiento del marco hace imposible una vida económica normal y Stresemann llama al Dr. Hjalmar Schacht para que realice la reform a monetaria. Stresemann trata de acercarse a Francia, pero Poincaré le rechaza. En diciembre cae el gobierno Stresemann, quien sigue siendo ministro de Negocios Extranjeros. Alem ania recibe el empréstito internacional del Plan Dawes, reforma sus finanzas y entra en un periodo de recuperación económica espectacular, pero espuria. En 1925 Stresemann busca un arreglo político con Francia e Inglaterra; las negociaciones culminan en el Pacto de Locamo. Aunque repudia el Tratado de Versalles Stre­ semann quiere su revisión de acuerdo con Francia, pa­ cíficamente. Stresemann estaba persuadido de que no existía conflicto real de intereses entre Francia y A le­ mania y de que una vez satisfechas las exigencias de seguridad de Francia sería posible establecer fructuosa cooperación entre ambos países. Stresemann y Aristides Briand comienzan a hablar de la unión europea. En 1926 examinan los dos estadistas en Thoiry las posibi­ lidades de ayuda financiera de Alem ania a Francia. En 1926 Stresemann firma un tratado de neutralidad y amistad con la Unión Soviética. Stresemann, en suma, identificó los intereses de Alemania con los intereses de Europa en conjunto. Cuanto haga y diga Konrad Adenauer al frente del gobierno de la República Federal responderá funda­ mentalmente a la posición política que tuvo Gustavo Stresemann. Pero Stresemann fracasó. ¿Fracasaría tam-

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bién Adenauer? Por lo pronto, parecía actuar en con­ diciones más favorables. De Gaulle no era Poincaré; Europa estaba más madura para la unión, para cierta manera de unión; la prosperidad económica de Alema­ nia sería esta vez más real. Konrad Adenauer, diputado por el R uhr y ex presi­ dente del Consejo de Estado de Prusia, enarbolaba ya la bandera de la política imperial, que recogió donde la dejó Stresemann —jefe del partido de la gran in­ dustria— cuando murieron ambos: Stresemann y la Re­ pública de Weimar, en 1929. Adenauer llegaba con un lema: “Nada de experi­ mentos.” Lo mismo pudo haber dicho, parafraseando a otro gran político de otro país europeo: “Venimos a continuar la historia de Alemania” . El convenio de Petersberg Con la formación de gobierno, la Alemania occidental entraba ya francamente por la vía de su normalización política. Hacía algo más de un año que se habían puesto los cimientos de esa normalización con la re­ forma monetaria del 18 de junio de 1948. Sobre ello nos extenderemos en el capítulo siguiente. Pero con­ vendrá adelantar que entonces quedó estabilizada la moneda, y con ese paso prelim inar se facilitó el resur­ gimiento económico de la Alemania occidental. En el gobierno Adenauer figuraba como ministro de Econo­ mía y Vicecanciller el Dr. Ludwig Erhard, miembro también de la Unión Democrática Cristiana, director de la economía de las zonas occidentales bajo las au­ toridades militares aliadas y preconizador del sistema de la economía de libre empresa y competencia. capi­ talista a ultranza. El prim er gobierno de la República Federal era, pues, el gobierno más conservador que a la sazón po­ día formarse en Alemania. Ese gobierno tenía que hacer frente a problemas formidables. La situación de

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las clases proletarias era aún penosísima, y de momen­ to no la aliviaría en el grado deseable una política económica del cuño de la que cabía esperar de aquel gabinete. Abundaban los comestibles en las tiendas, pero los precios eran altos en demasía. Los obreros sin trabajo formaban legiones. La escasez de viviendas era otra de las cuestiones que redamaban urgente aten­ ción del gobierno. Si su política interior hacía extremadamente impo­ p ular al gobierno Adenauer, su política exterior no le recomendaba más a la oposición. Temíase que la in­ tima colaboración del nuevo régimen con las potencias occidentales provocara la hostilidad de los rusos hada la Alemania occidental, con peligro para la paz que acababa de restablecerse, y haría imposible la reunifi­ cación de Alemania, por la que Herr Adenauer, cuyo antiprusianismo era bien conocido, no parecía mostrar mayor interés. Pero en igual, o mayor medida, que el gobierno Adenauer desplacía a la Socialdemocracia, era bien­ quisto en los círculos gubernamentales y financieros de los Estados Unidos y la Europa occidental. El cré­ dito que ya habían abierto a la Alem ania occidental esos drculos le fue extendido y ampliado a la R epú­ blica Federal Alemana. Y el proceso de rápida rehabi­ litación política en el exterior siguió paralelamente al proceso de rehabilitadón económica en el interior. Los aliados occidentales hicieron cada día nuevas con­ cesiones a la Alemania ocddental. El 11 de octubre de 1949 autorizó la A lta Comisión Aliada al gobierno federal para que nombrara un representante en la Organizadón de la Cooperación Económica Europea en París. El 24 de noviembre la A lta Comisión Aliada suscribió un nuevo convenio (el convenio de Petersberg) con Herr Adenauer, un paso adelante muy firme en la marcha de la República Federal hacia su sobe­ ranía. Habría representación alemana en la Autoridad Internacional del R uhr y en el Consejo de Europa.

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Asimismo, la República Federal quedaba en libertad para restablecer relaciones consulares y comerciales en el extranjero. La situación de la industria alemana era uno de los asuntos que más preocupaban al gobierno de Adenauer. En lugar anterior vimos que el plan angloamerica­ no de nivel industrial de 29 de agosto de 1947, per­ mitía a Alemania una producción máxima de acero de 17 700 000 toneladas; incluida la zona francesa: 11 100 000 toneladas. También observamos que más tarde, en abril de 1949, los Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia acordaron reducir sustancialmente la lista de industrias que debían ser desmanteladas y derogaron buen número de restricciones y prohibicio­ nes que ataban a la industria alemana. A l constituirse la República Federal también se ace­ leró la desaparición de la política de controles y res­ tricciones sobre la industria. Cada vez se tendió más a dejar en libertad a la industria alemana, aunque los aliados insistirían en su política de descartelización y tratarían de impedir que existieran monopolios. Esta política aliada, realmente de los Estados Unidos, estaba sobremanera justificada, pues la industria alemana era antes de la guerra la más monopolística del mundo. Sabemos cómo se produjo en aquellos años fortísima concentración de la industria alemana en manos de unos cuantos magnates. A más de eso, se habían for­ mado, para controlar los precios, cárteles verticales, que representaban diferentes fases de la producción, y cár­ teles horizontales que corrían con trabajos relacionados con una fase determinada de la producción. Las in ­ dustrias del acero y la química superaron en realidad la fase de cártel y levantaron verdaderos trusts como consecuencia de la fusión de varias empresas poderosas. Desde el prim er momento los Estados Unidos de­ clararon su hostilidad a los cárteles y su intención de impedir que reaparecieran en la industria alemana. A l respecto dictaron la ley N? 27 en 16 de mayo de 1949

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y, de acuerdo con ella, el l 9 de ju lio de 1951 se or­ denó la disolución del antiguo trust del acero conocido por Vereinigte Stahhuerke y de la empresa de Otto W olff, de Colonia, y su transferencia a cinco compa­ ñías menores creadas con tal fin. . Siempre que se mantuviera la ley y la práctica de la descartelizadón, los Estados Unidos no tendrían es­ crúpulo en ver resurgir a la gran industria alemana. Como no ignoramos, ésta era una de las grandes aspi­ raciones del gobierno de Adenauer. Y una iniciativa del gobierno francés presentada por el ministro de Negocios Extranjeros, M. Robert Schuman, vino a fa­ cilitar los propósitos del gobierno alemán de suprimir los controles internacionales sobre la industria. El plan Schuman Schuman propuso el 9 de mayo de 1950 que se colo­ cara bajo una A lta Autoridad, en una organización abierta a todos los países de Europa, toda la produc­ ción francoalemana de carbón y acero. “A l poner en común toda la producción de carbón y acero —decía M. Schuman— se establecerán inmediatamente bases comunes de desarrollo económico —prim er paso hacia una federación europea— y cambiará el destino de esas regiones que durante mucho tiempo se han de­ dicado a la fabricación de armamento, del cual han sido ellas mismas continuamente las víctimas.” Nada así el proyecto de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. La propuesta de M. Schuman tenía su origen —apar­ te de la tendenda ya existente en Europa hacia una más estrecha cooperadón continental— en la dificul­ tad de controlar el R uhr intem adonalm ente, como querían los franceses, a causa de la oposidón de los Estados Unidos y los alemanes a esa política. La Comu­ nidad Europea del Carbón y el Acero era el medio o in stru m e n to q u e había hallado el ingenio político

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francés para fiscalizar la marcha de la gran industria alemana y, de paso, tener sobre ella algún freno. Pero así se iniciaba también la integración económica de la Alemania occidental en la Europa occidental. Ante esa propuesta del gobierno francés los minis­ tros de Negocios Extranjeros aliados occidentales acor­ daron en septiembre de 1950 una nueva revisión de la política de control de la industria alemana. La nueva concesión no satisfizo al Dr. Adenauer, quien declaró que no podía aceptar el Plan Schuman si no desapare­ cían todos los controles internacionales sobre la econo­ mía alemana. Entablaron negociaciones, y en diciembre de 1951 la A lta Comisión Aliada accedió a no restrin­ gir la producción alemana de acero y a levantar todos los controles directos sobre las industrias básicas. La Comunidad Económica del Carbón y el Acero entró en vigor el 25 de julio de 1952. Entonces que­ daron formalmente abolidas todas las restricciones alia­ das de posguerra impuestas por las potencias ocupantes sobre la producción de acero en Alemania. Inmediata­ mente se anunció la progresiva liquidación de la Auto­ ridad Internacional del Ruhr. Quedaba en una situación especial la empresa de Krupp. A lfred Krupp von Bohlen había recibido orden de vender su participación en las empresas que dirigía, sin duda debido a sus antecedentes nacionalsocialistas, pues sabido es que Krupp había figurado como miem­ bro de ese partido. Se le señaló, pues, un plazo para que liquidara sus intereses en esas empresas, pero no parecía existir en los medios gubernamentales alema­ nes prisa alguna porque se llevara a la práctica la decisión tomada por los aliados contra el renombrado magnate industrial. Fuese demorando su cumplimiento con ampliaciones del plazo. En 1961 se le dio otro plazo de un año. A nadie urgía menos que a Krupp que su nombre desapareciera del mundo de los nego­ cios con los que era consustancial: sus beneficios se calculaban para 1962 en 1 250 000 000 de dólares, ga­

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nancias que acaso no conociera ni bajo el régimen de Hitler. Las restricciones que quedaran sobre la industria alemana fueron abolidas el 5 de mayo de 1955 cuando entró en vigor el acuerdo de París que devolvía la soberanía a la República Federal. Las negociaciones para rearmar a la Alemania occidental Como queda dicho, con el ingreso de la Alemania oc­ cidental en la Comunidad Europea del Carbón y el Acero principiaba la incorporación de la economía ale­ mana a la Europa occidental. Simultáneamente se to­ maban medidas para integrar a la República Federal en el seno de otras organizaciones más gratas al dios M arte que a Mercurio. Tiempo hacía que los Estados Unidos habían de­ cidido rearmar a la Alem ania occidental, pero no se habían atrevido a hacerlo. Mas el bloqueo de Berlín y la aparición en la zona oriental de una policía mili­ tarizada en el verano de 1948 les alentaron por ese camino. Más tarde, la guerra de Corea agudizó la ten­ sión internacional de tal modo, que los aliados occi­ dentales, antes que proceder pausadamente con la remilitarización de Alemania, decidieron apresurarla. Para poder hacerlo tuvieron que recurrir de nuevo a integrar a la República Federal en otras organizacio­ nes de radio europeo u occidental. Iremos viendo que el problema planteado a Europa por Alem ania no admitía ya otras soluciones que aquellas que condu­ cían a compenetrar su destino con el resto de Europa. La historia parecía repetirse, pero abundaban en el proceso alemán elementos nuevos de suma impor­ tancia. El 18 de septiembre de 1950 los ministros de Ne­ gocios Extranjeros de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia acordaron poner fin al estado de guerra con

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Alemania y proclamaron la conveniencia de que la Alemania occidental participase en una organización m ilitar integrada que tendría por misión la defensa de Europa. El 25 de octubre la Asamblea Nacional francesa aprobó un plan presentado por el prim er ministro, M. Rene Pleven, dirigido a crear una Comunidad de la Defensa Europea con la activa participación de la Alemania occidental. Unos meses después, el 19 de diciembre, el Consejo de la Organización del Tratado del Norte del Atlántico (n ato ) propuso a los gobiernos de París, Londres y Washington que examinaran con­ juntamente con el de Bonn la posibilidad de una apor­ tación de la República Federal Alemana a esa organi­ zación militar. En la República Federal estaba ya puesto a debate, de una manera abstracta y confusa, el tema de la remi­ litarización. El principio tenía allí muy escaso número de partidarios. Nadie quería ejército alemán, excep­ tuados, quizás, los militares. Dentro de los partidos políticos las opiniones eran muy diversas en punto a lo que debería hacerse, en vista de la resolución aliada de imponer el rearme a Alemania. Todo dependería —se decía— de cómo y para qué se realizara la remilitarización. No existía mayor objeción a que la Alemania occidental diera un contingente a una organización m ilitar europea, siempre que fuera en un pie de igual­ dad con las demás potencias. Esta condición de la igualdad de condiciones la imponía lo mismo Herr Fette, presidente de los sindicatos socialistas, que el Dr. Adenauer. El Dr. K urt Schumacher explicó la posición de la Socialdemocracia en una conferencia de prensa en agosto de 1950 en Bonn: U n esfuerzo m ilitar sólo tendría sentido ‘‘si las democracias del mundo, en espe­ cial los Estados Unidos, defendieran a Alemania de un modo ofensivo hacia el E ste... si Europa, con todo su poder, buscara la decisión m ilitar al Este de Ale­ mania. Éste es nuestro prim er y único requisito para

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que digamos sí o no al rearme alemán.” Her Schumacher rechazó a continuación un rearme parcial y una guarnición insuficiente, pues la debilidad traería un peligro más. Y dijo: “La capacidad ofensiva tiene que ser tal, que permita una decisión m ilitar en el Vístula y en el Niemen.” El 6 de septiembre de 1950, en Stuttgart, H err Schumacher abundó en los mismos concep­ tos: “Estamos dispuestos a tomar las armas de nuevo si los aliados occidentales corren con nosotros el mismo riesgo y tienen la misma oportunidad de hacer frente a un ataque soviético estableciéndose con la mayor fuer­ za posible en el Elba.” 3 El gobierno de la República Federal presentó su nueva política de abandono de la neutralidad como motivada exclusivamente por el interés de Alemania; pero no convenció a vastos sectores de opinión. En fe­ brero de 1952 planteó el Dr. Adenauer ante el Bundestag la decisión de abandonar la política de neutra­ lidad. En favor de la beligerancia de la República Fe­ deral votaron 209 diputados; en contra, 156. Esto es, el gobierno ganó por una mayoría de 53 votos. Observe­ mos que 37 diputados se abstuvieron, o no acudieron a la sesión. El 26 de mayo de ese año se firmó en Bonn una convención en la que se ponían a revisión las relaciones entre las tres potencias occidentales, de un lado, y la República Federal de Alemania, de otro. Las fuerzas armadas de las potencias occidentales "continuarían en territorio federal, pero en lo sucesivo no tendrían el carácter de fuerzas de ocupación y pasarían á ser un ejército para la defensa del ‘mundo libre’, en el cual se incluía a la República Federal y al sector occidental de Berlín”. Así se haría. Pero, salvo que el amor propio alemán recibía cierta satisfacción, ¿qué diferencia esen­ cial había entre la nueva situación y la anterior? Los Estados Unidos tendrían en la Alemania occidental más de seis divisiones. El ejército británico del R in suma3 Germany Reports , pp. 291 y 292.

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ba 50 000 hombres en 1962. Alem ania seguía ocupada por fuerzas extranjeras, que estaban allí para defender a la Europa occidental. Pero al propio tiempo esas fuerzas garantizaban que Alemania occidental no se movería. Habíase resuelto el problema de la seguridad francesa a satisfacción de los alemanes y de los france­ ses. Ejércitos alemanes y territorios alemanes estarían controlados por los aliados. Porque en la zona soviética se creó una situación semejante. Se dominaba a los alemanes m ilitar y políticamente. En la Alemania occi­ dental no levantaría cabeza el comunismo, ni el capi­ talismo en la Alem ania oriental. El 27 de mayo de 1952, un día después del conve­ nio de Bonn a que terminamos de referirnos, se firmó en París el tratado por el cual se creaba la Comunidad de la Defensa Europea (edc ). Entraron en ella Fran­ cia, la República Federal de Alemania, Italia, Bélgica, los Países Bajos y el Luxemburgo. En ese tratado se definía a la edc como una organización de carácter supranacional, con instituciones comunes y fuerzas co­ munes de los países participantes. La dotación m ilitar consistiría en 43 divisiones: 14 francesas, 12 alemanas, 12 italianas y cinco que serían facilitadas por Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo. La Comunidad de la Defensa Europea desempeñaría un papel defensivo den­ tro de la n a t o .4 Francia quiere evitar el rearme alemán Por los Estados Unidos había acudido al acto de la firma del Tratado de la edc , el secretario de Estado, Dean Acheson. El Presidente de Francia, Vincent Auriol, le mandó llamar. Acheson creyó que se trataría 4 La n a t o fue fundada por pacto de 4 de abril de 1949. Entraron en esta alianza: Bélgica, el Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, los Países Bajos, No­ ruega, Portugal, la Gran Bretaña y los Estados Unidos de América. Grecia y T u rqu ía ingresaron en 1951.

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de algún acto social o diplomático, y fue al Elysée con su señora. “El Presidente nos recibió solo, en su estudio. Nos dijo con mucha pasión que nuestra política respecto de Alemania era un gran error. Él conocía a Alemania. Pasó revista a la historia de Alem ania desde Bismarck. Estábamos equivocados al pensar que el peligro mayor era Rusia. El peligro mayor era Alemania. ”Le pregunté —continúa Acheson— qué alterna­ tiva proponía él. Defendió la política del prim er pe­ riodo de la posguerra, con las cuatro potencias en control de Alemania. Cuando le dijimos que eso se había hecho ya y que el único acuerdo que podía obte­ nerse de los soviets era el que .pondría a toda Alemania bajo el control soviético, el Presidente se declaró en desacuerdo. Nos separamos con el ánimo decaído.” 5 L a República Federal Alemana quedaba fuera de la n a t o . Pero se asociaba a esta Organización por los dos protocolos que firm aron los ministros de Ne­ gocios Extranjeros de los seis países de la e d c y los representantes permanentes de los otros países en el Consejo de la n a t o . L os protocolos trataban de la ayu­ da que en caso de agresión darían los signatarios del tratado de la e d c a los países de la n a t o y viceversa. A mediados de 1954 la República Federal Alemana, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo habían rati­ ficado el tratado de la edc , pero Francia se resistía a hacerlo; y el 30 de agosto la Asamblea Nacional fran­ cesa se negó definitivamente a ratificarle. Todo el pro­ yecto se vino abajo. Los franceses seguían pidiendo garantías. Entonces propuso el gobierno británico que se admitiera a la República Federal Alemana directamente en la n a t o , de suerte que el rearme alemán se produciría únicamen­ te en el seno de una organización donde el tamaño del contingente m ilitar alemán sería fijado por acuerdo de. todas las naciones miembros, y el movimiento de tro5 Dean Acheson, Sketches frorn Life, pp. 50 y 51.

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pas alemanas estaría dirigido por el supremo coman­ dante aliado en Europa. Como una garantía más para los franceses, Inglate­ rra se comprometía a mantener sus fuerzas en el conti­ nente por tiempo ilimitado. Los Estados Unidos asegu­ raron, asimismo, a Francia que sus tropas continuarían en Alemania mientras hubiera peligro. Tales compromi­ sos de parte de Inglaterra y los Estados Unidos eran, en verdad, ominosos, pues al tiempo que esos gobiernos ejercían desusada presión para que se aceptara el rear­ me de Alemania, daban garantías a los franceses de que no perderían de vista a los alemanes y de que allí estarían sus tropas para evitar que Alemania atacara otra vez a Francia. La entrada de la República Federal en la n a t o fue examinada ampliamente en una conferencia de nueve naciones (los Estados Unidos, Inglaterra, el Canadá y los seis países de la edc) que se celebró en Londres del 28 de septiembre al 3 de octubre de 1954. Los acuerdos que allí recayeron fueron firmados en forma final en París el 23 de octubre siguiente. El problema del rearme de Alemania quedó resuel­ to mediante la admisión de la República Federal en la Unión Europea Occidental ( w e u ) —para lo cual fue extendido el tratado de Bruselas— y en la n a t o . Los acuerdos de París plasmaron en una serie de documentos. Primero se suscribieron convenios entre Francia, la República Federal de Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos sobre la terminación del régimen de ocupación de Alemania. Luego se firmaron docu­ mentos relativos a la revisión del tratado de alianza de Bruselas (17 de marzo de 1948) entre Bélgica, Fran­ cia, Luxemburgo, los Países Bajos y el Reino Unido, y su extensión a la República Federal y a Italia. Final­ mente, hubo protocolos relativos a la entrada de la República Federal Alemana en la n a t o ; en uno de ellos se puso límite a las fuerzas alemanas, que no debe­

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rían exceder el número fijado en el tratado de consti­ tución de la e d c de 27 de mayo de 1952. A l ingresar en el Pacto del Atlántico Norte la R e­ pública Federal se comprometió a “renunciar a todo acto inconsistente con el carácter estrictamente defen­ sivo de ese tratado”. Además, el gobierno federal con­ trajo la obligación de “jamás recurrir a la fuerza ,para conseguir la reunificación de Alemania o la modificación de las presentes fronteras de la República Federal A le­ mana y de resolver por medios pacíficos los conflictos que puedan presentarse entre la República Federal y otros Estados”. El Bundestag dedicó varios debates a los. acuerdos de París y finalmente los aprobó por mayoría de votos. Los socialdemócratas se pronunciaron en contra, porque la República Federal anteponía su incorporación a la n ato al intento de conseguir la reunificación de A le­ mania. Los acuerdos de París fueron aprobados por la Asam­ blea Nacional francesa el 23 de diciembre de 1954. De la parte alemana, el instrumento de ratificación de aquellos acuerdos fue firmado por el Presidente Heuss el 21 de marzo de 1955. El 5 de mayo siguiente habían ratificado los acuerdos de París todas las partes signatarias, y en esa fecha la República Federal A le­ mana pasó a ser una nación soberana. Ese mismo día se disolvió la A lta Comisión Aliada en Bonn y abrieron embajadas las tres potencias occidentales. El Canciller Adenauer declaró que la meta de su gobierno era “una Alem ania libre y unida en una Europa libre y unida”. El 7 de mayo el Dr. Adenauer tomó parte en París en el establecimiento de la Unión Occidental Europea. El 9 de mayo la República Federal de Alemania fue admitida como miembro de la n ato con plenitud de derechos y obligaciones.

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Las relaciones de la República Federal con la Unión Soviética Las relaciones de la República Federal Alemana con la Unión Soviética fueron también objeto de revisión. Adenauer visitó a Moscú, invitado por el gobierno so­ viético, del 7 al 10 de junio. A Rusia le urgía establecer relaciones diplomáticas con el nuevo régimen del oeste de Alemania. El gobierno de Bonn deseaba, igualmente, comunicarse con Moscú. Pero Adenauer puso como condición para abrir las embajadas que Rusia repatriara a los prisioneros de guerra alemanes. Antes de abandonar Moscú el Canciller alemán en­ vió una carta a Bulganin, el primer ministro soviético, en la que le decía que su gobierno representaba a toda Alemania y que la determinación final de las fronteras de Alemania tendría que hacerse en un tratado de paz. El 15 de septiembre declaró el gobierno soviético que había dos gobiernos alemanes y que la cuestión de las fronteras alemanas quedó “resuelta por el Convenio de Potsdam”. El 29 de septiembre el gobierno soviético anunció que ponía en libertad a 8 877 “criminales de guerra” alemanes y que entregaba 749 grandes delincuentes a los gobiernos de la República Federal o de la República Democrática de Alemania. El rearme El 17 de julio de 1955 votó el Bundestag la ley por virtud de la cual comenzaba la República Federal su remilitarización y su rearme. El 22 de julio la despachó el Bundesrat. La ley facultaba al gobierno para crear un ejército con el nombre de Burídeswehr, que podría llegar a tener hasta 500 mil hombres, de conformidad con los acuerdos de París. Para comenzar se crearía un cuerpo de voluntarios de 6 m il hombres, que serían sometidos a cursos de entrenamiento para servir de

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cuadros del nuevo ejército. La n ato aprobó un plan para una fuerza de paz dé 350 mil a 380 m il hombres para los tres servicios: tierra, mar y aire. El nuevo ejér­ cito tendría 200 m il soldados y una organización para la formación de la oficialidad y el entrenamiento de las tropas. La aviación m ilitar constaría de 80 m il a 100 m il hombres, y la marina de guerra de 27 m il a 30 mil. El gobierno de Bonn creó en junio de 1955 un ministerio de Defensa que confió a H err Theodor Blank. Para organizar la Bundeswehr el gobierno eligió con el título de Inspector General del Ejército al te­ niente general A dolf Heusinger. La elección de este general se tuvo en todo el mundo por imprudente e infortunada. Heusinger había sido jefe de la división de operaciones del Estado Mayor de las fuerzas de tie­ rra de Hitler. Complementaría la Bundeswehr una organización territorial llamada, en caso de guerra, a proteger las comunicaciones y hacer frente a emergencias en la reta­ guardia causadas por ataques aéreos. En ju lio de 1959 las fuerzas armadas de la República Federal consistían en 218 mil hombres: 135 mil del ejército de tierra, 48 m il de la aviación m ilitar y 19 mil de la marina de guerra. A la organización territorial pertenecían 15 m il hombres. Aunque el gobierno dictó la ley por la que se es­ tablecía el servicio m ilitar obligatorio en julio de 1957, alrededor del 50 por ciento de las fuerzas armadas ale­ manas eran voluntarios que se habían alistado por un número de años, y soldados de carrera. Los soldados de servicio obligatorio sumaban 90 m il y prestaban el servicio por un año. En 1961 el ejército de la República Federal había aumentado a 232 mil hombres, y el gobierno anunció que sería aumentado más allá del límite de 350 mil como consecuencia de la crisis de Berlín. En efecto, a

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fines de mayo de 1962 el ejército alemán había llega­ do ya a los 380 mil hombres. La República Federal había dado a la n ato once divisiones a fines de 1962: de infantería, motorizadas, de paracaidistas y de montaña. La undécima y última división, según el compromiso adquirido con la n a t o , estaría lista en 1963. En la reunión de la n ato en Atenas en mayo de 1962 los Estados Unidos propusie­ ron que la Alemania occidental ampliara su aportación a 16 divisiones, pero los alemanes declararon que les sería imposible hacerlo por falta de hombres. El nuevo ejército alemán, la Bundeswehr, respondía a una concepción más liberal de la milicia. La brutal disciplina prusiana de los ejércitos anteriores y la obe­ diencia ciega al superior quedaban abolidas, por lo menos en la ley, que tendía a hacer del ejército alemán una comunidad más humana y al soldado más cons­ ciente de sus deberes y de su misión como ciudadano. El nuevo sistema no escapó a la crítica mordaz, hasta de los propios soldados —en qué proporción, difícil es saberlo— que decían que aquello no era un ejército. La generalidad de los alemanes tenían una idea muy distinta del ejército, y estaba claro que tardarían en cam­ biar de opinión, o, si persistían en sus viejos hábitos, acabarían haciendo de la Bundeswehr lo que el bienin­ tencionado legislador no pretendió que fuera. El rearme de la Alemania occidental no fue autori­ zado por los aliados, como sabemos, sin limitaciones. La República Federal no podía tener tanques pesados, ni aviones de largo alcance, ni cohetes de largo alcance. La aviación m ilitar estaba equipada con M atador y Nike norteamericanos; la República Federal recibió cohetes norteamericanos Honest John. Aunque se autorizó al gobierno federal a construir instalaciones para el disparo de cabezas atómicas tácti­ cas, sólo la n ato podía facilitar la carga atómica en caso de guerra. En declaración pública los generales de la Bundeswehr pidieron armas atómicas para el ejér­

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cito, alentados moralmente por el nuevo ministro de Defensa de la República Federal, Franz Joseph Strauss. Cundió la alarma en los países comunistas del Este, y Polonia propuso un plan —el plan Rapackí, por su autor el ministro de Negocios Extranjeros polaco, Adam Rapackí— por el que se crearía en la Europa central una zona libre de armas atómicas. El principal objetivo de ese plan era evitar que la Alemania occidental adquiriera esas armas. El armamento para la República Federal saldría de la industria alemana y de la industria extranjera en la proporción de 50:50. Muchas aimas comenzaron a fabricarse ya en Alemania con licencia extranjera y otras, comunes a las naciones que formaban la n a t o , se producían en parte en Alemania y en parte en Italia y en Francia. En el verano de 1961 salieron de las fá­ bricas alemanas los primeros Lockheed F-104G y Fiat G91. Los motores de los Lockheed habían sido facili­ tados por los Estados Unidos y montados por la b m w Triebwerkbau GmbH. Esos motores se dieron en subcontrata a fábricas alemanas, las cuales fabricarían to­ das las piezas en 1962. En 1959 la República Federal pagó por adelantado pedidos de armas por valor de 1 800 millones de mar­ cos alemanes. A mediados de 1'961 había gastado ya 1 600 millones de dólares en los Estados Unidos en aviones de combate F-104G, Pershing y Nike y cohetes Honest John y Sergeant, sistemas de radar y piezas de recambio para todos los sistemas de armamento. Sin embargo, en 1962 el ejército alemán no había sido equi­ pado todavía con cohetes Sergeant. Solamente en 1951 el gasto de la República Federal en los Estados Unidos para armas subió a 400 millones de dólares. Por el tratado de Bruselas se había limitado el tone­ laje de la marina de guerra de la República Federal. Pero en mayo de 1961 se suspendió el tope “para hacer posible que la flota alemana llevara a cabo la .misión

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defensiva que le asignó la “ n ato " . Entonces se pudie­ ron construir 45 ó 50 auxiliares de flota proyectados a principios de 1961. Se autorizó un aumento del tone­ laje permitido para destructores y auxiliares a 6 mil toneladas y se permitió que los destructores montaran cohetes dirigidos. En enero de 1961 la República Fe­ deral encargó 50 cohetes Seacat en la Gran Bretaña. Progresivamente la Alemania occidental fue acre­ ciendo su potencial m ilitar y dedicando cada día una mayor parte de su presupuesto de gastos del Estado al ejército y al rearme. En el presupuesto de 1959 esos gastos ascendieron a 11 771 700 000 marcos alemanes, y en 1962 ya representaban el 35 por ciento del pre­ supuesto general de la nación.

XVI.

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E l “W ir t sc h a f t w u n d e r .” , o “milagro económico” ale­ mán, por otros llamado “milagro alemán”, fue el nom­ bre que dieron al prodigioso resurgimiento material de la Alemania occidental en la década de 1950-1960.1 El Dr. Erhard y la “economía de mercado social” La recuperación económica de Alemania occidental se inició con cierto brío en 1948 a raíz de la reforma mo­ netaria y financiera patrocinada por los aliados occi­ dentales, a la cual nos hemos referido ya en otro lugar de esta obra. El autor técnico de la reforma fue un profesor de economía que entonces andaba por los cin­ cuenta años, el Dr. Ludwig Erhard, director de la administración económica de las zonas occidentales 1 Documentación: Naciones Unidas: Economic Suruey o/ Europe; Estudio Económico Mundial; Germany Reporls, 1961, publicado por el gobierno de la R epública Federal Alem ana; Statistiches Jahrbuch fiir die Bundesrepublik

ücutsciiland.

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combinadas y asesor en estas materias de las autorida­ des aliadas. El Dr. Erhard se revelaría pronto como el nuevo teurgo, mago o Deits ex machina de la economía de la Alem ania occidental, sucesor en el papel providencialista de productor de milagros del Dr. Hjalmai Schacht, el demiurgo de las finanzas alemanas de la pri­ mera posguerra, personaje no del todo desconocido para el lector. Pero ambas figuras son comparables solamente hasta cierto punto. No había en el Dr. Erhard, hom­ bre obeso y, por consiguiente, pacífico y socarrón —se­ gún las conclusiones de Cervantes— aquella absoluta falta de escrúpulos que acabaron haciendo internacio­ nalmente odioso al Dr. Schacht, hombre, en verdad, si­ niestro. Por lo contrario, la personalidad del Dr. Erhard era la de una persona con sentido del humor, franca y cordial en su trato con los demás, y de convicciones, lo mismo en política que en su especialidad de eco­ nomista. El Dr. Erhard traía un concepción de la econo­ mía en la que se trataba de conciliar en cierta manera el liberalismo económico del siglo xix con los deberes y responsabilidades sociales de los estados modernos. Con esa inspiración llegaba a la política de su país, y además, con planes propios, que había madurado du­ rante la guerra, dando ya por seguro que Alemania la perdería. La formación del Dr. Erhard era la aventa­ jada de un estudiante de “management" y economía en la Escuela de Administración de Negocios de Nuremberg. En la Universidad de Francfort se había doc­ torado en sociología y economía. El Dr. Erhard era, así, sobre economista, sociólogo. Un tiempo dirigió en Nuremberg un instituto de investigación del mercado, puesto que tuvo que abandonar por negarse a perte­ necer al Frente del Trabajo nazi que dirigía el Dr. Ley. El acervo de ideas y ambiciones del Dr. Erhard y sus colegas economistas apuntaba a un régimen eco­ nómico para Alemania que rechazaba la planeación y la programación económicas por considerarlas inconcilia­

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bles con la libertad política e intelectual que debía caracterizar al nuevo régimen alemán. Esos economistas alemanes repudiaban a un tiempo la economía dirigida y el liberalismo histórico, al que acusaban —en lo cual no hallarían contradictores— de haber ignorado los valores de justicia y protección social. En su lugar, proponían lo que ellos llamaban economía de mercado social en la cual el Estado tiene la misión de salvaguar­ dar continuamente la competencia. “Sólo bajo la pre­ misa de una fuerte competencia puede aumentar de modo perdurable la productividad en beneficio del consumidor.” La economía de mercado social —aña­ dían— “únicamente puede justificarse por la mejora del nivel de vida de las masas y por el reajuste del pro­ ceso económico a las exigencias políticas y sociales del momento". Había en esas teorías algunas contradicciones de bulto, pero era obvio que el Dr. Erhard y sus colabo­ radores comenzaban a actuar apoyados en ciertas doc­ trinas económico-sociales. Hasta qué término merecían ser tomadas en serio, y no como un disfraz del más desenfrenado capitalismo —tan desacreditado en Ale­ mania— es cuestión que el lector decidirá por sí mismo. La buena dirección técnica de la economía —dis­ tinta de la orientación política— fue uno de los tres factores que sentaron las bases de la prosperidad en la Alemania occidental. Los otros dos fueron: la persis­ tente ayuda financiera de los Estados Unidos —directa e indirecta— y el fuerte rendimiento de la mano de obra, o extraordinaria productividad por hombre-hora. Pero antes de analizar esos dos factores —la ayuda ex­ terior y el esfuerzo nacional— importa advertir que sería un error considerar aisladamente el fenómeno de la rápida reconstrucción de la Alemania occidental, como si la Alemania occidental hubiera constituido una excepción singularísima en Europa; pues no sólo hubo un “milagro alemán”; Austria acompañó a la Alemania occidental en el “milagro”, y Dinamarca, Suecia, No­

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ruega, Finlandia, Francia y los Países Bajos no desme­ recieron cualitativamente respecto de la Alemania occi­ dental en cuanto a las tendencias de los índices principales de la producción y el trabajo. Italia, mucho más pobre en recursos naturales, es también acreedora a admiración, pues entre 1957 y 1961 el producto na­ cional bruto de este país aumentó en volumen en una media anual de más del 6 por ciento y la producción italiana lo hizo en un 9 por ciento. En fin, las reservas de oro y divisas de Italia subieron continuamente, hasta situarse en 1961 en más de 3 000 millones de dólares. Luego, la coyuntura económica mundial fue favo­ rable ab initio, esto es, desde 1948, a la Europa occi­ dental, cuya economía recibió vigorosísimo estímulo de un inmenso mercado en potencia, ávido de absorber toda la producción entonces imaginable, pues la des­ trucción de bienes en la guerra alcanzó dimensiones jamás conocidas hasta entonces. Y en 1950 avino la guerra de Corea —con su gran impulso a la expansión industrial— y los Estados Unidos comenzaron a rear­ marse en gran escala y Europa emprendió su propio rearme, en parte, también por cuenta de los Estados Unidos. Hechas esas aclaraciones nos concierne ahora dis­ cernir el secreto del notable progreso económico euro­ peo en la década de 1950-1960. No puede haber duda de que se debió esencialmente en general a la afortu­ nadísima combinación de un creciente rendimiento por hombre-hora, índices cada día más altos de producción total y un movimiento insignificante en los costos por salarios por unidad de producción. Ésas fueron las cur­ vas en la Alemania occidental y en los países mencio­ nados, entre los que no está Inglaterra, cuya economía siguió un curso menos favorable a causa del desequi­ librio entre el aumento de la producción y la produc­ tividad por un lado y el de los salarios por otro. Por lo demás, Inglaterra viene siendo un caso especial en la economía europea.

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T al vez estemos ya en condiciones de ver el flore­ cimiento económico de la Alemania occidental con perspectiva ajustada a la realidad. Esa perspectiva se nos aparecerá más clara todavía con una alusión a cier­ tas circunstancias privativas de la situación y del genio alemán. Por entendido, el caso alemán se impuso con pre­ sencia abrumadora a la atención de las gentes como proeza sin par debido a que Alemania había perdido la guerra. Pero ¿había perdido Alemania la guerra? Era una imposibilidad histórica que una guerra mundial (a cau­ sa de la cual murieron 50 millones de personas) desen­ cadenada por Alemania no tuviera graves y melancólicas consecuencias para esa nación: Alem ania reaparecía partida. Pero eso aparte, no tardó en poder ponerse en duda que Alemania hubiera perdido la guerra; y cuanto aconteció después aumentó esas dudas. En cualquier caso, entre los que creían que Alem a­ nia había perdido la guerra no estaba el alemán. Me­ nester es entender esta aseveración en un profundo sentido. El alemán ha mostrado repetidamente absoluta incapacidad para comprender que su país ha sido de­ rrotado. Desde el punto de vista político —y de la se­ guridad europea— eso, el hecho de que el alemán no advierta nunca que está vencido, ni cuándo está ven­ cido, es trágico; pero en otros órdenes de valores, por ejemplo, el económico, esa extraña cualidad del alemán ha salvado repetidamente a Alemania. Otro atributo del alemán, que, como el anterior, puede ser pernicioso o benéfico en extremo, es su nece­ sidad de vivir aventureramente. “El alemán necesita cierta clase de aventura para ser feliz, y cuando no está metido en ella, es peligroso.” Este juicio es del Dr. Er­ hard. Pues bien: producir y vender constituyeron la estupenda aventura que se le ofrecía al alemán en la posguerra. Producir y vender fueron también la gran válvula de escape para la energía de una Alemania des­

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militarizada y desarmada, sin apenas vida política, ni social, ni artística de interés. Para producir y vender el pueblo alemán recibió los fuertes incentivos que se desprendían de la reforma monetaria y financiera —y no era el menor el de una moneda estable y sólida en un país que había conocido dos inflaciones—. La ayuda exterior fue otro estímulo material y moral de impor­ tancia. Debió de sorprender, por cierto, a los alemanes que el mundo exterior les tratara en seguida como les trató, cuando debían esperar, quizá, venganza o indi­ ferencia de los vencedores. De todas partes se acudió a aliviar su situación: con remesas de víveres en pa­ quetes individuales; con los socorros de las organizacio­ nes internacionales y con las importaciones de emer­ gencia. Junto con la ayuda en especie empezó a llegar la ayuda financiera en forma de préstamos de emer­ gencia; de la banca privada de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos especialmente. Más tarde la reforma monetaria ganó para la A le­ mania occidental la confianza internacional. El estilo y la orientación de esa reforma no podía menos de li­ sonjear a los círculos financieros occidentales. De un golpe el Dr. Erhard puso fin al aluvión fiduciario de la posguerra: todos los valores monetarios fueron re­ ducidos a un décimo, y los créditos monetarios y bancarios se rebajaron al 6 .5 por ciento. La circulación fi­ duciaria quedó más o menos ajustada al principio de que la producción existente pudiera convertirse en dinero a precios normales en comparación con los del exterior y los anteriores a la guerra. La abolición ele los controles económicos Inmediatamente, el Dr. Erhard dio un golpe audaz en más de un sentido. Sin consultar a las autoridades mili­ tares aliadas, de las que dependía, se dirigió a la nación por la radio y anunció el fin del racionamiento, la supresión de la mayoría de los controles sobre los pre-

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dos y la derogación de las leyes y disposiciones aliadas que ponían cortapisas y restricciones a los negocios co­ rrientes. Las autoridades aliadas no ocultaron su alarma. Contábase que el general Ludus Clay, el gobernador m ilitar norteamericano, visitó al Dr. Erhard y le dijo: “H err Erhard: mis asesores me dicen que ha hecho usted algo terrible”; y que el Dr. Erhard le respondió: “No se preocupe, mis asesores me dicen lo mismo a mí”. La divisa del director de la economía alemana, se­ gún su propia expresión, era: “Dejemos sueltos a la gente y al dinero, y harán fuerte al país.” El concepto equivalía a la famosa arenga de los fisiócratas: ” ¡Enrichessez vous!”, que los mandiesterianos corearon con la equivalente y no menos famosa de “ ¡Get rich!” La ayuda financiera del exterior El terreno quedaba despejado en la Alemania occiden­ tal para la afluencia de capital extranjero en gran cuan­ tía. La descripción de esas entradas a p artir de 1948 nos va a ocupar ahora. Bajo el Programa de Reconstrucción Económica Europea (Plan Marshall) los Estados Unidos destina­ ron 17 000 millones de dólares para distribuir entre 16 países europeos y la Alem ania occidental en el periodo 1948-1951. A fines del año 1948, la Bizonia (como sabe­ mos, las zonas de los Estados Unidos y la Gran Bre­ taña unidas) recibió ya 414 millones de dólares. En el segundo año del Plan Marshall (1949-1950) se desti­ naron a la Alem ania occidental (Trizonia entonces) 384 millones de dólares más. La ayuda financiera de los Estados Unidos a la Re­ pública Federal de Alemania (parte de la ayuda indi­ recta representada por los gastos militares de los Estados Unidos) continuaría ininterrumpidamente por un pe­

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riodo que en 1962 aún no había terminado. Esta situa­ ción es por demás interesante, porque revela y atestigua que los Estados Unidos continuaron ayudando a la Alem ania occidental incluso mucho después de haber alcanzado esa nación insólito y envidiado bienestar. Así se desprende de los hechos que siguen. En los convenios sobre deudas firmados en Londres en agosto de 1953 se estipuló que una tercera parte de lo que la República Federal había importado hasta me­ diados de 1951, con límite en un total de 1 000 millones de dólares, sería considerado crédito de largo plazo. Los otros dos tercios —o sea 2 000 millones de dólares—, tendrían carácter de donación. Los suministros —lla­ mados auxiliares— hedios después de mediados de 1951, hasta un crédito de 17 millones de dólares, tam­ bién se consideraban donaciones. Y lo obtenido de la venta de esos suministros auxiliares por el gobierno de Bonn se computaba de un modo especial y se invertía en la economía. Mediante todas esas combinaciones de la ayuda exterior, el 31 de marzo de 1958 se desarrolla­ ban en la República Federal programas financieros de muy distinta condición. Su valor ascendía a 1 720 mi­ llones de dólares. Tratábase de programas que podían ser renovados continuamente en la proporción de lo que la República Federal devolvía a los Estados Unidos en concepto de intereses y reembolsos. De suerte que el Programa de Reconstrucción Europea o Marshall, que comenzó con un plazo limitado, se trocó luego, con otros nombres (Organismo de Seguridad. Mutua [1952]; Ad­ ministración de Operaciones Extranjeras [1953]; Admi­ nistración de la Cooperación Internacional), se trocó, decíamos, en un sistema de ayuda perenne, cualquiera que fuese la situación económica de la Alemania oc­ cidental. Paralelamente a la ayuda del Plan Marshall, la República Federal recibió inversiones directas del ca-

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pital privado norteamericano que en 1961 sumaban 1 006 millones de dólares. Ese factor de la ayuda exterior a la República Fe­ deral —uno de los tres factores que hemos considerado principales como concausantes de su resurgimiento eco­ nómicos— tuvo, pues, importancia suma. Pasemos ahora a estudiar el proceso del levanta­ miento económico de la Alemania occidental en sus diferentes aspectos. La expansión de la producción industrial Cuando la Alemania occidental fue incluida en el Plan Marshall se calculó que necesitaría inversiones por va­ lor de unos 1 720 millones de dólares, para que la pro­ ducción aumentara en 120% respecto de 1936, con lo que la población volvería a alcanzar el nivel de vida de ese año. La ayuda norteamericana se acercó a esa suma con las donaciones de 1948 y 1949-1950, mon­ tantes en total 1 298 millones de dólares. Sin embargo, en la primera mitad de 1948 la Ale­ mania occidental había iniciado su recuperación eco­ nómica con ayuda exterior muy insuficiente. Hasta me­ diados de ese año no subió la producción al 50% del nivel de 1936. Todos los demás países que recibían ayuda Marshall habían avanzado ya más que la Alem a­ nia occidental en la ruta de su recuperación y con pocas excepciones habían rebasado sus niveles de producción de anteguerra. En la segunda mitad de 1948 la mano de obra comenzó a rendir más y la producción media por hom­ bre-hora fue un 17.5% superior a la de abril del mismo año. Con todo, ese índice representaba todavía dos ter­ cios de la producción por hombre-hora de 1936. Pero ya en diciembre de 1948 la producción industrial llegó al 74% del nivel de 1936, y en el curso del año duplicó la producción de acero. Desde entonces continuó la expansión de la pro­

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ducción industrial, que desempeñaba, claro es, impor­ tantísimo papel en el aumento del producto bruto total. El índice del crecimiento de la producción industrial neta era de 282 en comparación con 118 en 1951, 155 en 1956 y 225 en 1959. Esas cifras ganan en elocuencia cuando se compa­ ran los aumentos de la producción industrial total de la Alem ania occidental con los de los Estados Uni­ dos, que eran respectivamente, en relación con el año anterior, de 11.0 para la República Federal y de 3.7 para los Estados Unidos. En la rama del acero, la Alemania occidental se convirtió pronto en la nación europea occidental de mayor producción, sólo superada en Occidente por los Estados Unidos (90 millones de toneladas). En 1958, antes de anexarse el Sarre, la República Federal había producido 22 786 000 toneladas de acero bruto. En 1960, con la anexión del Sarre, produjo 34 090 000. La Gran Bretaña quedaba ya bastante a la zaga de la Alem ania occidental, con 24 540 000 toneladas de acero bruto en 1960. En la agricultura ese esfuerzo de la República Fe­ deral no correspondió al realizado en el dominio in­ dustrial. El avance fue tan leve, que más pudiera tomar­ se p o r estancamiento. Sí fijamos en 100 el índice para 1953-1954, el de 1954-1955 fue de 101; luego subió imperceptiblemente en los años que siguieron, y en 1959-1960 no pasó de 108. La “economía de mercado social” parece no haber sido aplicable a la agricultura —conspicua falla en una filosofía económica—, pues el gobierno federal negó sus principios y postulados de competencia sin límite protegiendo fuertemente a la producción del campo. El producto nacional Sabido es que el crecimiento o decrecimiento general de la economía de una nación se expresa por el producto

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nacional (bienes y servicios). El aumento del produc­ to nacional bruto de la Alemania occidental (a precios corrientes) fue de 22.0 en 1950, de 8.8 en 1956 (igual que en 1960), de 5.3 en 1961. El comercio exterior En cuanto al comercio exterior, el índice de las exportaciones de la República Federal siguió el curso que se cita: 1950:100.

Valor Volumen

1951

1955

1959

175 140

308 246

492 387

En 1956 correspondió a la República Federal el 7.8 por ciento del comercio de exportación del mundo, a continuación de los Estados Unidos y la Gran Bre­ taña (9.4); en 1958 la República Federal se colocó al par con la Gran Bretaña (9.4); en 1959, con el 9.6 por ciento, ya rebasó a la Gran Bretaña (9.1) y se situó en segundo lugar, detrás de los Estados Unidos. La República Federal había mejorado la posición rela­ tiva que ocupaba en las exportaciones mundiales antes de la guerra. Sus importaciones fueron en 1959 el 84 por ciento de las de todo el mundo, mientras que las de la Gran Bretaña sumaron el 10.2 por ciento. En el conjunto de las exportaciones de la República Federal ocupó en seguida un lugar destacado el auto­ móvil; en 1959 fabricó 1 711 000 autos, y se calculaba que en 1962-1963 la República Federal se situaría en la producción de vehículos motorizados al nivel de la Gran Bretaña, con 2 millones de unidades; en 19651970 la producción alemana llegaría a 3 500 000 uni­ dades, con superación de la británica en 500 m il y de la francesa en 1 500 000.

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El mercado más atractivo para la industria alemana del automóvil era el de los Estados Unidos, al que en 1958 exportó, 98 mil unidades, 165 mil en 1959 y 152 mil en 1960. Eso no obstante, el comercio de la República Fe­ deral tenía que ver mayormente con los demás países de Europa, pues éstos representaban más de dos tercios de sus importaciones y dos tercios de sus exportaciones. La participación de la Alemania occidental en la Comunidad Económica Europea, o mercado común, le trajo grandes ventajas mientras sus precios fueron es­ tables y los costos por salario le permitieron competir fuertemente en ese mercado. Más tarde la situación se tornó menos favorable. La mano de obra La rápida expansión económica de la Alemania occi­ dental exigió, naturalmente, cada día más el aumento de la mano de obra empleada, que en 1960 había crecido en un 3.4 por ciento respecto de 1953. En 1960 trabajaban en ese país 24 850 000 personas. En dos años, de 1958 a 1960 se agregaron a la población em­ pleada 700 mil personas. Cada vez necesitó más la República Federal impor­ tar mano de obra extranjera, y entre septiembre de 1959 y 1960 el número de obreros extranjeros subió en dos tercios aproximadamente, a cerca de 330 mil, la inmigración neta de la Alemania oriental aumentó de 90 mil en 1959 a 150 m il en 1960; y en abril de 1962 se contaban 600 mil obreros extranjeros en aquel territorio. A pesar de que la inmigración procedente de la Alemania oriental cesó virtualmente en el verano de 1961, al quedar dividido Berlín por la tapia, en 1961 la afluencia total de mano de obra extraña en la Re­ pública Federal fue mayor que en 1960. A ún así siguió habiendo en 1961 escasez de mano de obra, escasez

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que se tradujo en algunas ramas de la industria en una baja en el grado de utilización de la capacidad de producción. La crisis de la mano de obra impuso, por otro lado, una mayor mecanización de las industrias, un aumento de la productividad del equipo para eco­ nomizar brazos; y entre los planes de los industriales para 1962 estaba la expansión de las industrias de bie­ nes de capital. Esa política de eliminación de mano de obra no carecía de peligrosidad para todo el mundo, pues podría llevar a Alemania a una situación análoga a la que se creó con la coyuntura de la racionalización en la década de 1920-1930. Una contracción brusca y generalizada de la demanda interna y externa podría tener consecuen­ cias dramáticas para toda la economía. Con eso no hacemos más que señalar una de las amenazas que se ocultaban en tan fuerte y acelerada expansión de la economía de la Alemania occidental. Otra de esas amenazas, la del balance de pagos de la República Federal, fue a poco un peligro real para el sistema de pagos internacionales, como veremos más adelante. Mas, por lo pronto, ahí estaba la prosperidad, prosperidad inaudita en una nación vencida en la guerra y postrada en 1945. La participación del pueblo en la prosperidad Ya dijimos que el quid de la prosperidad en la Alem a­ nia occidental había consistido en el aumento de la producción por hombre-hora y la producción total sin un correspondiente incremento en los costos, sobre todo en los costos por salario por unidad de producción. Hasta 1954 los salarios quedaron muy detrás del costo de la vida y este “ahorro forzoso” a expensas del pue­ blo creó un fondo de inversiones en manos de los ca­ pitalistas que sirvió para dar el prim er gran impulso a la expansión de la economía. El Dr. Erhard fue en­

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tonces el hombre más impopular de la Alemania oc­ cidental. Pasada la primera fase de la expansión en que el pueblo sufrió las consecuencias de la continua subida de precios, los precios comenzaron a estabilizarse. En las cimas de la prosperidad, de 1957 a 1959, la media anual del aumento de salarios no pasó del 5% y la pro­ ducción por hombre-hora siguió muy de cerca al aumen­ to de los salarios. Esa fase se caracterizó por un aumento de la elas­ ticidad de la oferta interna, más amplio margen ex­ terno y moderado aumento de precios. Las tasas de expansión fueron entonces más rápidas. Por ese cauce discurría la economía de la República Federal en los tres últimos años de la década de 19501960. La expansión económica, que, cual la expansión de un gas, tenía marcado un límite del que no podría pasar, llegó a la sazón a su altura meridiana. En esos tres años percibió el pueblo alemán los mayores bene­ ficios de la expansión económica. Los precios apenas se movieron, pero los salarios comenzaron a subir como no lo habían hecho antes. Y la causa casi única de las subidas de salarios fue la fuerte demanda de mano de obra frente a una oferta cero. Igual fenómeno se pre­ sentó en los demás países de la Europa occidental faltos de mano de obra. En la Alemania occidental se regis­ traron los siguientes porcentajes de aumentos de salarios respecto de igual trimestre de 1959 (para apreciar mejor su significación y cuantía los compararemos con los aumentos en la Gran Bretaña): Trimestres de 1960 Alemania occidental Gran Bretaña

V

2i

30

4’

7.2 1.8

8.3 2.4

11.3 2.6

11.7 3.6

Podemos considerar que entonces llegó el proleta­ riado a su participación máxima en la prosperidad. Una

EL

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porción considerable de las familias obreras pudieron adquirir el Volkswagen, el refrigerador, la radio, la televisión y demás artefactos que en nuestros días dan la medida del bienestar popular. En 1961 el pueblo alemán dio ya señales de que se había cansado de trabajar y se disponía a disfrutar de la prosperidad en una medida alarmante para el gobierno. El trabajo no era ya para él la gran aventura de los años anteriores. Pero de esto hablaremos en el capítulo siguiente. Ahora nos detendremos a examinar la peligrosa repercusión que la extraordinaria prosperi­ dad alemana tuvo en el sistema de pagos internacio­ nales. La crisis en el sistema de pagos internacionales En 1960 las reservas en oro y divisas de la Alemania occidental sumaron más de dos tercios de las reservas totales de la Comunidad Económica Europea (Mer­ cado Común), formada por Bélgica-Luxemburgo, Fran­ cia, Italia, los Países Bajos y la Alemania occidental. En concreto, las reservas alemanas ascendían a la suma de 1 188 millones de dólares, mientras que las reservas de la Gran Bretaña eran solamente de 339 millones de dólares, y los Estados Unidos, por primera vez desde 1896, tenían déficit en su balance de pagos en cuenta corriente. En 1961 fue puesto en duda el valor del dólar, y ello condujo a considerable presión en los mercados de cambios. Uno de los signos más espectaculares del nerviosismo financiero internacional se presentó en la compra de oro por el público en los mercados en que podía comprarse oro; y los precios pagados en esos mercados, una vez convertidos en dólares, rebasaron en gran medida el nivel oficial de 35 dólares por onza fina. De ese punto se pasó a otro de menos tensión a raíz de la declaración del Presidente Kennedy a p rin ­ cipios de 1961 en el sentido de que se podía mantener

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EL ‘ ‘1VIRTSCHAFTWUNDER”

y se m antendría el precio oficial del dólar a 35 dólares la onza; las autoridades de los Estados Unidos estaban resueltas a tomar las medidas necesarias para corregir el persistente déficit en el balance de pagos de la nación. La crisis fue atribuida a que la República Federal de Alem ania había creado un desequilibrio en el sis­ tema de pagos de Occidente. Mientras en el balance de pagos de la Alemania occidental se presentaba un superávit creciente, en el balance de pagos de los Estados se registraba un déficit también creciente. La Alemania occidental había estado actuando como centro de succión de capital internacio­ nal y exportando muy poco. En la década de 1950-1960 la República Federal recibió capital internacional líquido muy cercano a los 30 000 millones de marcos alemanes. Desde prin­ cipios de 1952 hasta fin de 1959 las inversiones priva­ das alemanas en el extranjero sumaron únicamente 540 millones de dólares. La década comenzó para la Alemania occidental con un déficit en el balance comercial de 3 000 millones de marcos alemanes. Ese déficit se había transformado en 1957 en un superávit de 5 000 millones de marcos. El superávit en el balance de pagos provenía, en parte, del superávit en el balance comercial, pero, como decimos, sólo en parte. Desde 1957 estuvo disminuyendo el superávit co­ mercial. Las exportaciones alemanas de capital privado y del gobierno fueron relativamente insignificantes en los primeros años de la década, según acabamos de in­ dicar. Sin embargo, al disminuir el superávit en el balance comercial, aquellas exportaciones alemanas de capital hubieran bastado con mucho para equilibrar la cuenta exterior de la República Federal en los últimos tres años. Pero cuando se inició la baja en el superávit del balance comercial, no se notó cambio alguno en el balance de pagos. La causa era que el balance de pagos siguió siendo alimentado por los gastos militares

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de los Estados Unidos en la Alemania occidental casi en la misma medida en que se reducía por la baja del superávit en el balance comercial. El superávit del balance de pagos de la Alemania occidental —en últim a instancia causado por el rearme de la República Federal financiado por los Estados Unidos— coexistente con el déficit en el balance de pagos de los Estados Unidos creaba la crisis en el sis­ tema de pagos de Occidente. Llamados a opinar, los expertos financieros inter­ nacionales decían que la solución del problema estaba en sangrar a la Alemania occidental de capital, cosa que podía hacerse de varios modos: mediante reducción por la Alem ania occidental de sus exportaciones, direc­ ta o indirectamente, o por virtud de una mayor expor­ tación de capital alemán, o acudiéndose a la reducción de los gastos militares de los Estados Unidos en A le­ mania. Otra solución —inaceptable para el gobierno de Bonn por razones políticas internas— consistiría en que la República Federal echara sobre sí la carga de los gastos militares de los Estados Unidos en aquel territorio. En 1961 el gobierno de los Estados Unidos apremió al de Bonn para que tomara diversas medidas a fin de desprenderse de capital líquido, o reducir las expor­ taciones. Los alemanes decidieron aumentar los présta­ mos y donaciones de la República Federal a otros países. Pero probablemente el dinero sobrante en las cajas alemanas se iba a emplear, en parte, en un nuevo impulso al rearme, pues en noviembre de 1960 el go­ bierno de Bonn había prometido hacer una mayor aportación a los costos de la Organización del Norte del Atlántico ( n ato ). También anunció que colocaría más pedidos de armamentos en los Estados Unidos. Además, adelantaría pagos de las deudas exteriores que contrajo después de la guerra. Otro aspecto de la autosangría de capital de la Re­ pública Federal fue la creación de un fondo de

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1 000 millones de dólares para ayuda a los países en desarrollo. Nada de eso impidió que en 1961 continuaran la presión general sobre la economía interior y el enorme superávit en el balance de la cuenta corriente de pagos, como si a la Alemania occidental, a semejanza de lo que le ocurría al rey Midas, todo se le convirtiera en oro. A principios de marzo de 1961 la República Fede­ ral revaluó el marco alemán en un 5 por ciento. En el segundo trimestre, siempre sacudiéndose de encima ca­ pital, los pagos adelantados de las deudas de guerra a los Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia ascendie­ ron a 800 millones de dólares. En el tercer trimestre siguió la República Federal aligerándose de capital lí­ quido con créditos que extendió a favor del Fondo M onetario Internacional por 270 millones de dólares. En noviembre la República Federal cambió radi­ calmente de política financiera reduciendo los tipos de interés para desanimar la afluencia de capital de corto plazo, y fijó reservas legales mínimas a fin de estimular la salida y desanimar la entrada de fondos extranjeros. Con esas medidas la Alemania occidental echó por la borda, como se suele decir, 2 000 millones de M A de sus reservas en oro y divisas. Si no hubiese hecho eso, el aumento neto de las reservas hubiera sido de 3 700 millones de MA. De esa suerte la cuenta de capital de la República Federal contribuyó significativamente, ya desde el pri­ mer trimestre de 1961, a aliviar la tensión en los pagos internacionales. Pero la revaluación del M A creó una situación de inseguridad. El mundo financiero se llenó de rumores que anunciaban nuevas alteraciones en los tipos de cambio del marco alemán, (y el guilder ho­ landés, también revaluado) en relación con otras mo­ nedas europeas. Se produjeron movimientos considera­ bles de fondos de corto plazo, que afectaron particu­ larmente a la libra esterlina. Varios Bancos Centrales europeos acudieron a sostener la libra con. créditos de

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corto plazo concedidos al Banco de Inglaterra que lle­ garon a suponer 900 millones de dólares. Con esta ayuda el gobierno británico pudo ganar tiempo para preparar un programa con objeto de hacer frente a las presiones internacionales sobre la libra esterlina. Vemos, pues, que la exorbitante prosperidad alema­ na puso en peligro al dólar y a la libra esterlina, como si Alem ania próspera o indigente, sana o enferma, fuera el epicentro de todos los sismos políticos y económicos que conmueven al mundo. Uno de los efectos que se buscaban con la revalua­ ción —frenar las exportaciones— no se logró en con­ junto, pues fueron un 6.3 por ciento mayores en valor y un 5.7 superiores en volumen que en 1960. Sin em­ bargo, los nuevos pedidos del extranjero eran ya me­ nores a principios de 1962, se debiera ello a la revaluación, o al alza en los costos de producción, o a ambas causas a la vez. El problema planteado en el susceptible ámbito de los pagos internacionales por la pletórica cuenta de ca­ pital de la República Federal de Alem ania no estaba resuelto aún. La cuestión seguía preocupando. Porque ¿qué pasaría cuando la Alemania occidental hubiera pagado todas sus deudas de guerra? Como medida de precaución los expertos aconsejaban al gobierno de Bonn que regalara cada día mayores sumas a los países en desarrollo creando un programa regular, y que esti­ mulara a los industriales alemanes a invertir mucho más vigorosamente en el extranjero.

XVII. LA CONSOLIDACIÓN DE LA REPÚBLICA FEDERAL Hacia 1960 la Alemania occidental estaba ya formada como Estado y como sistema político, pero en cuanto a sociedad no había tenido tiempo de fraguar; era una sociedad fluida en mayor medida que sus vecinas occi­

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dentales y en convulsión interna, plena de cuestiones fascinantes para el sociólogo y no carentes de interés para el historiador. No obstante, el curso de la vida en la República Federal era ya más normal, incluso por la aparición de conflictos nuevos, o precisamente por eso. La calma chicha, el ambiente gutbürgerliche creado por la prosperidad económica, la paz social, la falta de una oposición real al gobierno, todo eso tenia que acabarse. Según apuntamos en el capítulo anterior, la expansión económica había perdido impulso en 1961: el producto nacional bruto, que fue de 8.8% en 1960, quedó en 5.3% en 1961. La exportación de bienes y servicios, que aumentó en 1959 en 13.7% y en 1960 en 13.5% , únicamente creció en 4% en 1961. El incre­ mento de la producción industrial, que fue en 1960 de 10.7% respecto del año precedente, no pasó de 6.2% en 1961 respecto de 1960. En resolución, la Alemania occidental había llegado al final de un periodo en el que pudo darse la con­ ciliación de un rápido crecimiento económico y una economía estable gracias, sustancialmente, a la existen­ cia de importantes reservas de mano de obra. El agota­ miento de esas reservas encareció la mano de obra al no poderse impedir los aumentos de salarios, que su­ bieron ahora más de prisa que la productividad. La subida de los precios resultó ya incontenible. Para citar un ejemplo, el 30 de marzo de 1962 la Compañía Volkswagen anunció aumentos de 60 a 97 dólares en los precios de sus automóviles. Casi al mismo tiempo —para citar otro ejemplo— los obreros de la industria química pidieron un aumento de jornal de un 17%. En mayo, cerca de un millón de empleados y obreros del Estado federal amenazaban con la huelga si no se les aumentaban sueldos y salarios en un 9%. Los sindicatos aducían en favor de su demanda que en los últimos meses el índice del costo de la vida había subido un 4% . El 21 de marzo, el Dr. Erhard se había dirigido al

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país por la televisión advirtiéndole que en 1961 los salarios habían, subido un 10% y la producción por obrero sólo un 4% ; y . expuso su convicción de que la Alemania occidental corría el peligro de perder los mercados de la posguerra a causa de los precios. Re­ cordó a los alemanes que vivían m ejor de lo que les permitían sus medios; y cerró su reprimenda con un llamamiento al buen sentido de empresarios y obreros. Los lideres de los sindicatos obreros y de la Social­ democracia acusaron al ministro de Economía de la República Federal de iniciar una cruzada contra los trabajadores. El ala izquierda de la U nión Democrática Cristiana, su propio partido, también criticó al Dr. Erhard. Particularmente violenta fue la reacción del líder de los mineros, Heinz Gutermuth, quien dijo en Dormund, ante 20 000 obreros, que la campaña contra los sindicatos y en especial contra sus líderes había llegado a un extremo intolerable. “Los círculos que de nuevo lanzan su veneno en la nueva Alemania contra los sindicatos obreros —agregó H err Gutermuth— con­ tienen gran número de ex funcionarios del partido na­ cionalsocialista y del movimiento obrero de esa ban­ dera.” Los líderes de la paciente Socialdemocracia también replicaban malhumorados al autor de la prosperidad alemana. Erich Ollenhauer, presidente del partido, de­ nunció al Dr. Erhard por haberse servido de la tele­ visión, a espaldas del parlamento, para lanzar su ate­ morizante discurso. El “procedimiento era inadmisible en una democracia”. Herbert W ehner, vicepresidente de la Socialdemocracia, aconsejó al ministro de Econo­ mía que adoptara “otra actitud” hacia los obreros. Otro líder de la Socialdemocracia, W illy Brandt, al­ calde del Berlín occidental, dijo al Dr. Erhard que los obreros “no estaban indefensos”, palabras necesarias, al parecer. A veces hay que recordar ciertas cosas. Súbitamente se había producido en la Alemania occidental algo así como un chispazo de lucha de cía-

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ses. Lo cual alarmaría al Dr. Erhard más que la ame­ nazante subida de los precios en espiral y la temida inflación de costos. Porque parecía como si se pusiera en duda la eficacia de la economía de mercado sodal. Aquello no era una zalagarda o conflicto técnico. No era una disputa sobre datos de la economía, sino lucha de clases, posiciones sociales, no económicas, de los sin­ dicatos obreros y las empresas capitalistas. Y el líder de los mineros había hablado de los nazis incrustados en ciertos círculos que lanzaban veneno contra los sin­ dicatos obreros. A l cabo de una década de colaboración del capital y el trabajo surgía inesperada tirantez entre los factores sociales de la producción. Los sindicatos obreros en el nuevo régimen Simultáneamente con los movimientos políticos había reaparecido en Alemania después de la guerra el mo­ vimiento sindical. Las autoridades militares de las zonas occidentales alentaron el resurgimiento de las organi­ zaciones obreras sobre principios democráticos, de abajo arriba. Se permitió a los sindicatos, como a los partidos políticos, que funcionaran localmente, no en un plano nacional. Esa política condujo a la fundación de gran variedad de sindicatos. En algunos lugares se organi­ zaron por industrias, en otros por profesiones y en otros se formaron asociaciones generales. Pero en ningún caso se dividieron por tendencias políticas. Con el decurso del tiempo la mayoría fueron sindicatos industriales, junto con un número menor de asociaciones profesio­ nales. Poco a poco se fueron federando, primero dentro del Land, luego dentro de cada zona, y a comienzos de 1950 abarcó ya todo el territorio de la República Fe­ deral de Alemania una Federación de Sindicatos Alem a­ nes (Deutscher Gewerkschaftbund), de inspiración socia­ lista, que era, en rigor, la resurrección de los sindicatos aniquilados por Hitler. Por el estilo de lo que aconteció con la Socialde-

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mocracia, la organización de los sindicatos estuvo a cargo de antiguos líderes, no pocos supervivientes de los campos de concentración, o regresados del destierro. Esos hombres se empeñaron en una faena por demás ingrata. Los patronos o empresarios eran tan poderosos como antes de la guerra. Los sindicatos en form adón carecían de fondos. El paro forzoso estaba muy exten­ dido. Y los obreros no parecían comprender todavía la necesidad ni la eficacia del sindicalismo. Pero las circunstandas acabaron favoredendo a los organizado­ res, o reorganizadores, del movimiento sindical alemán, que prosperó al compás de la economía. En 1959 el 40 por dentó de los obreros, el 75% de los empleados públicos y el 25% de los oficinistas pertenecían en la República Federal a algún sindicato. El número de afi­ liados llegaba a los 8 millones, de ellos 6 500 000 en la gran federación mencionada. Ese año quince asocia­ ciones profesionales de carácter sindical con denomina­ ciones de cristianas se fundieron en Mainz en una organización nacional, la Federadón Sindical Cristiana (Christlicher Gewerkschaftsbund Deutschlands), con más de 180 000 afiliados. Desde un principio, luego que se formó el gobier­ no federal en septiembre de 1949, el movimiento sin­ dical comenzó a gozar cierta influencia en la política industrial. Se le consultó sobre medidas para descon­ centrar la industria pesada, y consiguió que se aceptara su plan relativo al derecho de codeterminadón (Mitbestimmungrecht) en dertos aspectos administrativos del gobierno de las industrias. Pero el movimiento obrero fracasó en su propósito de que se nacionalizaran esas industrias. El lector tiene ya noticia de que la nacionalización de la industria pesada fue la principal de cuantas cues­ tiones se plantearon al tratarse de la organización de la industria alemana después de la guerra. O tra cues­ tión importante era ésa del Mitbestimmungrecht. La insistencia de los sindicatos para que se estableciera

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cierto grado. de cocleterminación llevó al gobierno a promulgar el 10 de abril de 1951 una ley por la que se concedía a los obreros el derecho de codeterminadón sólo en las industrias básicas (carbón, hierro y acero). Los sindicatos, sin embargo, aceptaron esta ley como punto de partida nada más y pidieron la introducción del Mitbestimmungrecht en toda la industria alemana. Pero los empresarios se opusieron resueltamente a ello. Buscando una transacción, el gobierno llevó al Bun­ destag una Betriebsverfassunggesetz (ley dé los conse­ jos de trabajo) que el Bundestag aprobó el 19 de julio dé 1952 y entró en vigor el 1? de noviembre siguiente. Esta ley aplicable a las industrias distintas de las del carbón, el hierro y el acero, concedía un grado menor d e . codeterminadón, o facultad de decidir junto con los empresarios, que la ley anterior relativa a las indus­ trias pesadas y no tuvo, por tanto, buena acogida en los sindicatos ni en la Socialdemocracia. La estructura, del Mitbestimmungrecht quedó com­ pletada el 9 de junio de 1955, cuando el Bundestag pasó una ley de los consejos de personal, que establecía la colaboración del personal en asuntos de nombramien­ tos, ascensos, horas de trabajo, etc., para los funciona­ rios del Estado federal. Si cotejamos lo ocurrido después de la primera Guerra M undial en el dominio de la partidpación obre­ ra en el gobierno de las empresas con lo que pasó des? pues de 1945 en la Alem ania occidental, notamos poco progreso, a pesar del Mitbestimmungrecht. En 1920 también propusieron los sindicatos . la naaonalización de las industrias, pero igualmente en vano. Sin embar­ go, entonces, como ahora, se comprendió que la clase obrera debía participar de algún modo en el gobierno de la industria, y con esa finalidad se creó un sistema de consejos de trabajo. Los consejos de trabajo nunca tuvieron realidad. También fracasó a la, sazón el Con­ sejo Económico, un organismo de carácter parlamenta­ rio en el que estaban igualmente representados los

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obreros y los patronos. El verdadero poder continuó en las grandes asociaciones de industriales y en los sin­ dicatos obreros de resistencia, que influyeron en las empresas, ya fuera directamente o a través del go­ bierno. La idea de los consejos económicos renació después de la segunda Guerra Mundial en la República Federal. Los obreros podrían tomar parte en la planeación eco­ nómica en el nivel más alto de las empresas. Pero el proyecto' tampoco prosperó esta vez, porque los sindi­ catos pidieron una representación del 50% , y los indus­ triales y el gobierno no estaban dispuestos a hacer esta concesión. Cambios en la estructura de la sociedad alemana occidental En otros aspectos más generales la situación del obrero en la Alem ania occidental no había cambiado percep­ tiblemente respecto de la que tuvo en la República de Weimar. En el campo de los seguros sociales siguió favorecido con un sistema muy completo, que arranca­ ba del imperio, pues sabido es que el Estado prusiano se caracterizó por su avanzada legislación social cuando aún no existía en la mayoría de los países europeos. Desde el punto de vista económico, el obrero es­ pecializado disfrutaba en la República Federal una po­ sición relativamente holgada, que ya conoció en el imperio, pero que la República de W eim ar no pudo darle por, razones que nos son familiares. Socialmente, y mientras durara, ese hecho tenía importancia. Tanta, que, de perdurar, concluiría modificando la estructura social. Cambios más ciertos se registraban ya en la es­ tructura social de la Alemania occidental. A comienzos de la década 1960-1970 podía adver­ tirse la presencia de una nueva dase media y d e.u n a clase de nuevos ricos. Rememoremos que la clase media alemana del imperio desapareció después de la primera

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Guerra Mundial, destruida por la guerra y por la in ­ flación. Los cambios en la estructura de la población tam­ bién eran portentosos. La estructura social de la po­ blación en el territorio de la República Federal varió en un grado tal vez desconocido en Alem ania desde la guerra de los T reinta Años. La inmigración de sobre 12 millones de personas oriundas de las provincias del Este y de Europa central confundió decisivamente los cuadros o patrones históricos del poblamiento de A le­ mania, como en las mezclas de tribus. Porque las mul­ titudes llegadas de aquellos territorios venían con orga­ nización de tipo tribal. Desde entonces no hubo, quizá, ningún distrito en la Alemania occidental con población total arraigada, ni con religión, lenguaje y tradición uniformes. De la misma manera que en las épocas pasa­ das de migraciones de pueblos, unos refugiados empu­ jaron a otros, y muchos grupos se desplazaron de los lugares que se Ies habían asignado a otros de su elección. Así se mezclaron y barajaron en gran manera estas tribus germánicas modernas. O tro movimiento de población, también importan­ te, fue el que se originó en esa especie de segunda revolución industrial alemana, animadora de lugares donde antes apenas había vida económica y adonde llegaban de los campos millones de personas en busca de una existencia nueva. Por último, agreguemos a esas muchedumbres des­ plazadas los centenares de miles de obreros extranjeros y los refugiados políticos no alemanes —210 000 en 1960— que se radicaron en la República Federal. Esta población exótica no podía menos de in flu ir en la es­ tructura social de la Alemania occidental. Un fenómeno que podría acompañarse de conse­ cuencias sociales y políticas incalculables era el deí crecimiento de la población en el territorio de la Re­ pública Federal, que se cifró de 1939 a 1959 en cerca de 13 millones. La densidad de población subió de

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173 a 215 personas por kilómetro cuadrado. En 1962 el número de habitantes de la Alemania occidental se remontaba ya a los 56 millones. Por fortuna, la República Federal de Alem ania con­ taba, junto con Austria, Bélgica y Hungría, entre los países europeos con más bajo coeficiente de natalidad. En parte por eso, el aumento de la población andana era considerable. Las personas mayores de 65 años cons­ tituían en la República Federal el 10% de la población total, contra el 7.4% en 1939 y alrededor del 5% antes de la primera Guerra Mundial. En la población de la Alemania occidental, en parte también debido a la guerra, el sexo femenino prepon­ deraba en 1959 en más de 3 millones. Por cada 1 000 varones había 1 120 hembras. (Un millón de mujeres eran viudas de guerra.) O lo que es igual, millones de mujeres alemanas te­ nían que renunciar a casarse y resignarse a trabajar toda su vida en un grado nunca antes conocido en Alem ania, excepto en las poblaciones rurales. La m ujer alemana se incorporaría cada día más a la vida social y econó­ mica de la nación y, en consecuencia, a la política. Ya era notable el número de mujeres que figuraban en los parlamentos de Estado y en el Bundestag. Finalmente, señalemos la novedad representada por la desaparición de Prusia, como en efecto desapareció, bajo la dominación comunista, dejando a la República Federal la fisonomía de una Alem ania más liviana, ro­ mántica y meridional, influida por el predominio de las tradiciones católicas del sur y del oeste. El proceso político después de la fundación de la República Federal A l estudiar el proceso político en la República Federal de 1950 a 1962 varios hechos se adelantan a nuestra consideración. Uno es la situación de los partidos ale­ manes tenidos tradicionalmente por partidos de la

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clase obrera. El principal, la Socialdemocracia, que re­ surgió con proclividades conservadoras, continuó evo­ lucionando en la República Federal hacia el papel de un partido de clase media. Su prim er presidente en la posguerra,. K u rt Schumacher, había sostenido que los sodaldemócratas sólo contaron en el pasado con el voto obrero porque no eran bastante “nadonales”. Con esta inquietud, y para atraer masas católicas y protes­ tantes y a la dase media, el partido proclamó que no tenía posidón religiosa y que en él cabían personas de todos los credos. Y en el congreso extraordinario que la Socialdemocracia celebró en Bad Godesberg del lo al 15 de noviembre de 1959 abjuró su tradidón marxista y en gran parte su sodalismo. Pero no sería fácil de determinar la influencia que el cambio de programa tuvo en el avance electoral de la Socialdemocraria en la República Federal. La Socialdemocracia se mantuvo todo ese periodo en la oposidón al gobierno federal. Oposición un tanto nominal y sin firmeza, pues eí ala derecha del partido respaldaba la política exterior del gobierno de Adenauer. Hemos aludido al ala derecha de la Sodaldemocracia, importante fracdón que dirigían Herbert W ehner, vicepresidente del partido, y W illy Brandt, alcalde del Berlín ocddental. W illy Brandt (su verdadero nombre era Herbert Frahm) nació en 191o en Lübeclc, en una familia obrera y sodaldemócrata. M ilitó en el movimiento ju ­ venil socialista y colaboró en la prensa del partido. Cuando H itler llegó al poder en 1933, Herr Frahm buscó refugio en Noruega, cambió de nombre y se asodó activamente al partido laborista noruego, al principio como uno de los rebeldes del ala izquierda y luego como periodista y político más práctico. Se tras­ ladó a España, donde representó a varios periódicos escandinavos durante la guerra d vil. De nuevo en No­ ruega, al invadirla los alemanes en 1940 Herr Brandt escapó a Sueda. A llí obtuvo la carta de ciudadanía

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noruega y continuó en su profesión de periodista. En 1945, regresó a Alemania como corresponsal de prensa escandinava, y un año más tarde fue nombrado agre­ gado cerca de la misión m ilitar noruega en Berlín. Bajo la influencia del alcalde socialdemócrata del B erlín oc­ cidental, Ernst Reuter, W illy Brandt recobró la ciu­ dadanía alemana, pero no se desprendió de su nombre supuesto y comenzó a actuar en la política berlinesa con la meta de impedir que Berlín cayera bajo la dominación comunista. En 1949 fue elegido diputado al Bundestag, puesto que mantuvo en las elecciones generales siguientes. El 3 de octubre de 1957 pasó a ocupar la alcaldía-gobierno del Berlín occidental: al m orir Ernst Reuter. El 25 de noviembre de 1960 em­ pezó a actuar como líder de la Socialdemocracia de hecho y como presunto candidato a la cancillería. En el congreso del partido reunido en mayo de 1961 en Colo­ nia, H err Brandt, fue elegido vicepresidente del partido. W illy Brandt visitó a los Estados Unidos en marzo de 1961 y celebró una entrevista con el Presidente Kennedy, a quien aseguró que de ser elegido canciller de la República Federal continuaría la política exte­ rior del Dr. Adenauer. Por su estridente anticomunismo, que comprometía a los aliados occidentales y al gobierno de Bonn, Herr Brandt no disfrutó grandes simpatías, al principio, en esos medios. Además, un Berlín socialista no entusias­ maba al Dr. Adenauer. En la Socialdemocracia, el diná­ mico alcalde del Berlín occidental no dejaba de pre­ ocupar, principalmente p o r; su concepto personalismo de la política, que le impulsaba a apoyar la guerra fría y a desconocer el programa del partido. La línea política de H err Brandt se confundía a menudo con la del gobierno, y no sólo en el aspecto internacional. Esa ala derecha de la Socialdemocracia se fue im­ poniendo en el partido en el curso del período que analizamos, al punto de que, como hemos dicho, H err Brandt recibió el espaldarazo de futuro canciller. (No

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faltaría quien se preguntara si para ser canciller de Alemania bastaban el anticomunismo y la ausencia de principios políticos firmes.) La Socialdemocracia no pudo salir de la oposición, pero no cesó de avanzar en las urnas electorales. En las elecciones generales de 1957 para el Bundestag votaron por ese partido 9 945 571 ciudadanos, o sea el 31.75% del electorado inscrito; la Socialdemocracia con­ quistó 182 puestos (contra 131 que obtuvo en 1949). En las elecciones de septiembre de 1961 la Socialde­ mocracia mejoró aún más su situación en el Bundestag con 190 puestos (el 36.2 por ciento de los votos emitidos). En las elecciones de 1961 se confirmó que el sistema electoral, al conceder asientos en los cuerpos legislativos, entre ellos el Bundestag, sólo a los partidos que obtu­ vieran por lo menos el 5 por ciento de los votos o tres asientos p or sufragio directo, reservaba el Bundestag a los grandes partidos. El Partido Comunista de Alemania había sido de­ clarado fuera de la ley y disuelto por veredicto del T ribunal Constitucional Federal de 17 de agosto de 1956, de acuerdo con un artículo de la Ley Básica que ex­ cluía de la política alemana a los partidos políticos que pudieran poner en peligro la existencia de la República. La últim a vez que el partido comunista fue a las elec­ ciones para el Bundestag, en 1953, obtuvo el 2.2 por ciento de los votos emitidos. En 1946 habían votado por los comunistas 1 360 000 personas en la Alemania occidental y en 1953 lo hicieron 600 mil. El número de afiliados al partido comunista en la Alem ania occidental se estimó por las autoridades alia­ das en 1946 en 300 m il y por el gobierno de Bonn en 1953 en 80 mil. Cabe dudar que esos números refle­ jaran la fuerza real del partido ccimunista en la Alema­ nia occidental, y después de disuelto este partido su arrastre en la opinión era más enigmático todavía. Preciso es conectar esos dos hechos: la evolución

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de la Socialdemocracia hacia un socialismo nacional —la acentuación de su carácter de partido de la clase media y de la clase trabajadora más conformista— con la supresión del partido comunista en la Alemania oc­ cidental. Relacionados esos acontecimientos tal vez sea obligado pensar que se había creado un vacío en la República Federal en cuanto a la representación de la clase trabajadora en las Cámaras. En realidad, la política en la República Federal estaría monopolizada por un grupo de políticos y por dos o tres partidos, debido a los efectos conjuntos de la Ley Básica y del sistema electoral. El prim er Bundestag lo formaron siete partidos. El Bundestag elegido en 1957 se compuso de cuatro partidos; y en el Bundestag de 1961 sólo entra­ ron tres partidos; la Unión Democrática Cristiana, el Partido Demócrata Libre y la Socialdemocracia. Las minorías electorales no podían, pues, dejar oír su voz en el parlamento de la República Federal. Esto tenía ventajas que a todo el mundo se alcanzaban, pero también tendría inconvenientes. En todo el periodo la Unión Democrática Cristiana continuó a la cabeza de la política y del gobierno en la República Federal. En las elecciones de 1953 este partido retuvo el poder con el 45.2 por ciento de los votos y absoluta mayoría en el Bundestag. En las elec­ ciones de 1957 la U nión Democrática Cristiana (con la Unión Social Cristiana bávara) alcanzó 15 008 399 votos, o sea el 50.18 por ciento de los emitidos y estuvo representada en el parlamento federal por 287 dipu­ tados. En las elecciones del 17 de septiembre de 1961 la Unión Democrática Cristiana perdió electores en beneficio de la Socialdemocracia y del Partido Demó­ crata Libre. Con 45 puestos menos en el Bundestag, la u d c quedó sin la mayoría absoluta que disfrutaba desde las elecciones de 195S. Ya no pudo form ar go­ biernos homogéneos. La situación había cambiado lige­ ramente. En 1961 la República Federal volvió al gobierno de coalición. Pero la tarea de formarle no fue

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fácil en modo alguno. El Dr. Adenauer inició las ne­ gociaciones con los demócratas libres para constituir nuevo gobierno. Los demócratas libres, por más que desearan entrar en el nuevo gabinete, se resistían a aceptar a Adenauer como canciller. Ésta fue una de las causas de que las negociaciones se prolongaran exce­ sivamente, con amenaza para la estabilidad política del nuevo régimen. A la postre, el 7 de noviembre —cin­ cuenta días después de las elecciones, durante los cuales dimitió el ministro de Negocios Extranjeros de la u d c , Heinrich von Brentano— Adenauer fue confirmado por el Bundestag en el puesto de canciller. El nuevo gabi­ nete estaba formado por 15 demócratas cristianos (entre ellos tres de la Unión Social Cristiana bávara) y 5 demócratas libres. Los demócratas libres habían transi­ gido con la reelección de Adenauer para la cancillería, pero a condición de que el provecto jefe de la u d c se retirara antes que concluyera el periodo de cuatro años de la nueva cámara. En el congreso de la u d c , en Dortmund, a principios de junio de 1962, Adenauer decepcionó a su detractores declarando que pensaba continuar como canciller indefinidamente. Réstanos ver cómo se desenvolvió el Partido Demó­ crata Libre en ese periodo, a comienzos del cual aban­ donó su prim er nombre de Partido Liberal Demócrata. Es detalle de escasa monta, pero notable para la historia, que este partido, al que tenemos por sucesor en la política alemana, de cierta manera, del partido liberal histórico, decidiera trocar su' nombre en la República Federal, como el Partido Liberal Nacional cambió el suyo por el de Partido Populista Alemán -en la Repú­ blica en el prim er tramo de la República de Weimar. Las ganancias electorales del Partido Demócrata Libre en 1961 le levantaron al rango de tercera fuerza en la política federal. Y así, quebró la tendencia, muy acen­ tuada desde 1949, que parecía llevar a la política en la Alemania occidental al sistema clásico de los dos par­ tidos turnantes en el poder.

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El Partido Demócrata Libre se acusaba cada día más como el partido de la gran industria y el capital finan­ ciero por excelencia. Su pronunciado nacionalismo en política exterior aclaraba que la continuidad de la política del Imperio en la República Federal de Alema­ nia no tendría por portavoz a Adenauer únicamente, y menos a la Unión Democrática Cristiana. Si cabe, la política del Partido Demócrata Libre y su líder, Erich Mende —condecorado durante la guerra con la Ritterkxeuz creada por H iúer— se ajustaba más a la polí­ tica del Imperio, a causa de la persistente inclinación de los demócratas libres a un rapprochement con la Unión Soviética. Uno de los pilares de la política ex­ terior del Imperio en tiempo de Bismark había sido la alianza con la Rusia zarista, y en la República de W eim ar se firmó el Tratado de Rapallo, y Stresemann no se apartó un ápice de la tradición imperialista ale­ mana. Es decir, retornando a un tema que ya tocamos, Adenauer continuó la política imperial, pero menos perfectamente que en la concepción del Partido De­ mócrata Libre. Este partido propuso públicamente a principios de 1962 que el gobierno de Bonn iniciara por su cuenta conversaciones exploratorias con la Unión Soviética sobre la cuestión de Berlín y la cuestión ale­ mana en general. La declaración de los demócratas: li­ bres tuvo tal resonancia, que Herr Mende creyó ne­ cesario hacer un viaje a los Estados Unidos en marzo exclusivamente para dar seguridades al Presidente Ken­ nedy sobre la política exterior de su partido. Herr Men­ de no pudo negar que el Partido Demócrata Libre hu­ biera adoptado aquella posición, pero quiso aclarar que "en las últimas semanas el partido había revisado su política exterior y había encontrado pasada de moda” su actitud anterior. Entretanto, el Dr. Heuss había cumplido su segun­ do mandato, y la República Federal tuvo que elegir nuevo Presidente en julio de 1959. El Dr. Heuss des­ empeñó su papel tan a satisfacción de todo el mundo,

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que le invitaron a ocupar aquel encumbrado lugar por un tercer periodo, aunque no lo perm itía la Constitu­ ción. Alguien propuso que se enmendara la Ley Básica, paso que hubiera contado con la necesaria mayoría par­ lamentaria, pero el Dr. Heuss declinó el nuevo honor, insistiendo en que se mantuviera el precepto constitu­ cional que limitaba el desempeño del cargo presidencial por una misma persona a dos periodos de cinco años cada uno. Hubo, pues, que buscar nuevo Presidente. Adenauer propuso a Ludwig Erhard, quien no se avino a dejar la dirección de la política económica, y menos, quizás, a renunciar a la Cancillería cuando la abando­ nase Adenauer. ¿Había advertido el viejo canciller en el Dr. Erhard impaciencia por sucederle en la jefatura del gobierno y quiso acabar con esa desenfadada presión desde abajo? Ante la insistencia de su partido Adenauer se de­ claró dispuesto el 7 de abril a figurar como candidato de la u d c para la Presidencia. Su plan era continuar influyendo desde la Presidencia en la política exterior de la República Federal, y para ello deseaba que el nuevo Canciller fuera su ministro de Hacienda, Franz Etzel. Pero el partido reservaba la Cancillería al Dr. Erhard. Adenauer rectificó: no sería candidato a la Pre­ sidencia. El 4 de junio retiró públicamente su candi­ datura y reafirmó que seguiría siendo Canciller hasta las elecciones generales de 1961. Quienes deseaban que Adenauer dejara la Cancillería, que eran legión en la República Federal, y quienes, aunque en menor núme­ ro, querían que el nuevo Canciller fuera el Dr. Erhard sufrieron gran decepción. Mas nada pudieron hacer ante la terca y omnipotente voluntad del patriarca de la política alemana. Nuevo Presidente de la República: Heinrich Lñbcke El 1? de ju lio la Asamblea Federal eligió Presidente de la República al Dr. Heinrich Liibcke, candidato de la

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Unión Democrática Cristiana, por 526 votos de un total de 1038 emitidos, seis más que la mayoría absoluta re­ querida. El candidato de la Socialdemocracia, Cario Schmidt, obtuvo 3S6 votos y el del Partido Demócrata Libre, Max Becker, consiguió 99 votos. El nuevo Presidente había nacido en Amsberg, Westfalia, en 1894, hijo de un modesto terrateniente y arte­ sano. Siguiendo la orientación paterna Heinrich Lübcke estudió principalmente agricultura en varias universi­ dades: Bonn, Berlín y Münster. Después de la primera G uerra M undial organizó a los terratenientes en una entidad llamada Deutsche Buernschaft, y al mismo tiem­ po fue nombrado director de una organización dedi­ cada a asentamientos agrícolas, Buernland, también fundada por él. Lübcke había descollado en la República de W eim ar en el Centro Católico, al que representó en el parla­ mento del Estado de Prusia de 1931 a 1933. H err Lüb­ cke fue perseguido por los nazis, quienes le privaron de todos sus cargos políticos y le encarcelaron en di­ ferentes momentos por un tiempo total de 20 meses. Lübcke figuró entre los fundadores de la Unión Demo­ crática Cristiana en Westfalia, ocupó un escaño en el parlamento del Land del Norte del Rin-Westfalia, con Adenauer, entre otros. En 1947 el nuevo Presidente de la República Federal comenzó a desempeñar la cartera de Alimentación y Agricultura en el gobierno de aquel Land, cargo que conservó hasta 1952. Mientras tanto, en 1949, había sido elegido diputado para el Bundes­ tag. Desde 1953 colaboró en los gobiernos de Adenauer como ministro de Agricultura. Observamos que con la elección del Dr. Lübcke para la Presidencia, la más alta magistratura de la Alemania occidental pasaba a la Unión Democrática Cristiana. A un demócrata libre sucedía un demócrata cristiano; a un político ligado a la industria sucedía - en aquel puesto otro con intereses en la agricultura. La filiación política de uno y otro dentro de la economía alemana

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reflejaba, a nuestro modo de ver, los intereses predo­ minantes en cada uno de esos dos partidos, y en el caso del Dr. Lübcke particularm ente. recordaba cuánta fuerza tenía en la UDC el elemento agrario. EL neo-nazismo La nueva y constitucional transferencia del poder presi­ dencial de una a otra mano, de uno a otro partido, confirmaba que el nuevo régimen había alcanzado un alto grado de estabilización. Pero en el seno de la República se movían fuerzas que un día pudieran ame­ nazarla seriamente. En la navidad de 1959 oscuros elementos antisemitas profanaron por modo execrable la sinagoga de Colonia. El incidente tuvo repercusiones internacionales, que el gobierno de Bonn trató vanamente de mitigar. El ata­ que a la sinagoga de Colonia fue el más espectacular, pero no el único ese año, durante el cual se registraron én el territorio de la República Federal unos 350 inci­ dentes de esa naturaleza. En 1958 había habido ya más de 200 agresiones contra los judíos, y después de los sucesos de Colonia se notaron más de 600 actos vandá­ licos antisemíticos. Los desmanes de los grupos antisemitas, las activida­ des del nacionalismo extremado, los partidos y progra­ mas parientes del nacionalsocialismo, ponían a la R e­ pública Federal a una luz sospechosa e inquietante, a: despecho de saberse que detrás de esas demasías y mo­ vimientos sólo militaba una parte exigua de la pobla­ ción. Existía consenso general en que su importancia no estaba en lo que eran, sino en lo que podían llegar a ser si las condiciones les favorecieran. En total el nú­ mero de miembros de los partidos extremistas de dere­ cha no pasaba de unos cientos de miles en todo el te­ rritorio. Pero no eran más, y tal vez fueron muchos menos, en 1920. Sabíase que en Munich habían vuelto a establecer su

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cuartel general los alte Kam pfer hitlerianos. El más no­ torio de los partidos neo-nazis autorizados, el Deutsche Reichsparteij fue respaldado con 87 m il votos en Renania Palatinado en las elecciones de 1957, y con unos 200 m il en todo el país. Los movimientos juveniles nacionalistas eran nume­ rosos. Se calculaba que habría en esas organizaciones de 40 mil a 50 mil jóvenes hasta de 25 años. Podía darse por supuesto, con justo motivo, que muchos de esos jóvenes se alistaban en tales movimientos animados por el vicio nacional alemán de la marcha en forma­ ción; pues el pueblo alemán, sin excepción de credos políticos, no puede pasarse sin milicias y organizaciones paramilitares o semimilitares, aun en tiempo de paz. Tan es así, que en la República de W eim ar había mi­ licias de adultos y milicias juveniles, milicias femeninas y milicias masculinas. Todos o casi todos los partidos, de izquierda y derecha, tenían sus milicias, que por cierto de poco les sirvieron a los más. Y también ahora, en la República Federal, desfilaban las legiones juve­ niles los fines de semana por las calles de ciudades y pueblos. Algunos uniformes eran parecidos a los de los Cascos de Acero y otros recordaban los de la sa hit­ leriana. Gran porción de esa juventud marchante y cantante aparecía encuadrada en 1960 en un Movimiento Juvenil Nacional (Nationale Jugendbewegung Deutschlands). Como todo el extremo nacionalismo alemán del pe­ riodo, este movimiento juvenil repudiaba la alianza de la República Federal con la Europa occidental. “Las potencias aliadas de la última guerra mundial, que ju n ­ tas destruyeron el Reich alemán —decía—, no deben ser tenidas por naciones amigas, sino por fuerzas ex­ trañas, cuyas metas están en oposición directa de los intereses vitales del pueblo alemán.” Otra parte de la juventud miliciana pertenecía a una Federación Juvenil, compuesta de unos 15 grupos orien­ tados hacia los ideales de la tradición prusiana y pan-

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germánica, con nombres, que ya usaron los Cascos de A^ero: Scharnhorst, Bismarck, Kyffhauser. Buen número de estudiantes militaban en un Biind Nationaler Studenten, repartido en cuadros y células en todas las universidades de la República Federal. El Biind, con unos 2 m il miembros activos, publicaba un periódico, Studentenvolk, de recio tono nacionalista. Y puesto que de estudiantes hablamos vendrá bien que nos refiramos aquí a la vieja práctica del duelo en las universidades alemanas. En la Alemania occi­ dental había registradas 379 confraternidades duelistas. Esa mala usanza estaba fundada en la presunción de que un estudiante con el rostro marcado por una o más cicatrices era particularmente varonil y digno de admiración. Más que costumbre parecía, si bien se mira en ello, un hábito ritual, a la manera de los subsistentes en algunos países de África, y debía de venir de muy lejos, acaso del fondo de las selvas prehistóricas de Turingia, aunque no lo recuerde Tácito. La reaparición de los duelos estudiantiles en las uni­ versidades de la República Federal movió en marzo de 1962 a un grupo de 15 profesores —entre ellos el Dr. Hans Kopfeim ann, presidente del Prim er Instituto de Física de las Universidades de Heidelberg— a dirigir una carta abierta a la prensa, en la que proponían que se considerase delito el duelo entre estudiantes, por tenerle por una “vuelta a la barbarie”. Otra organización de dudosa conveniencia para la República Federal, subsistente como reliquia de ia Wehrmacht, era la W affen SS, formaciones militares que habían desempeñado misiones de muy diverso ca­ rácter durante la guerra. Algunas sirvieron para sojuzgar territorios ocupados sin reparar en los medios:' a la W affen SS se cargaban las matanzas de Lídice y de los ghetos de Varsovia, Ouradour y otros. Los campos de concentración de Bergen-Belsen, Ravensbrück y Auschwitz estuvieron custodiados por 35 000 hombres de la W affen SS. A otras formaciones no se les podía

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reprochar conducta criminal reñida con la práctica nor­ mal de la guerra. En la República Federal la W affen SS se había conservado bajo antiguos generales de la Wehrmacht como organización de veteranos interesados en ciertos privilegios y en servir al Estado y en la Bundeswehr. Del ambiente que a veces prevalecía en algunos rin­ cones de la Alemania occidental nos ilustra determi­ nada reunión de los Rilterkreuz —militares condecora­ dos con la Cruz de los Caballeros, la más alta conde­ coración dada por H itler durante la guerra. En octu­ bre de 1959 los susodichos Rxtterhreuz, constituidos en asociación de unos 1 000, se concentraron en Regensburgo, en Baviera, en un local decorado con la bandera negro, blanco y oro del Imperio. La finalidad del acto parece haber sido la de confraternizar cantando el Deutschland Uber Alies a los acordes de la banda de música de la cuarta división blindada de la Bundeswelur, que también envió cuatro jefes a aquella sintomática reunión. En Austria, las actividades terroristas del neo-nazis­ mo adquirieron tal gravedad, que en diciembre de 1961 el Canciller, Alfons Gorbach, apeló por la radio a la nación para que no siguiera desapercibida ante esa ame­ naza “al orden social existente”. En la República Federal Alemana, la política del go­ bierno ante las manifestaciones neo-nazis, pangermanistas y militaristas era confusa, desigual y, a menudo, equívoca. En el prim er gobierno de Adenauer figuraban ministros, y en los siguientes, funcionarios de muy alta graduación, que sirvieron a Hitler, A alguno de aqué­ llos, y en vista de tenaces campañas de prensa, tuvo que exigirle la dimisión el Canciller. A otros les mantuvo contra viento y marea. El nacionalsocialismo se extendió de tal suerte y pe­ netró tan hondo en la sociedad alemana, que era prác­ ticamente indesarraigable y sus hombres ineliminables. La Unión Democrática Cristiana y el Partido Demócrata

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Libre no había podido pasarse sin los ex nazis, o no había podido cerrarles la puerta. Preguntando el jefe de los demócratas libres si era cierto que su partido conte­ nía muchos nazis dijo que no habia admitido más que los otros partidos representados en el Bundestag. Un número de ex nazis que al principio ocultaron su pasado político, pronto se jactaron de ese pasado. Una ojeada al directorio o manual del Bundestag nos ponía al tanto de esa involución. En las primeras ediciones del manual, las biografías de los diputados, escritas por ellos mismos, contenían generalmente sucinta y esporádica información. En la cuarta edición más de 300 diputados mencionaron que habían servido en las fuerzas armadas en la segunda Guerra Mundial. Sesenta y cinco citaron sus heridas de guerra. Otros enumeraron las condecora­ ciones que habían recibido por actos de guerra, la Ritterkreuz inclusive. Lo más digno de notarse eran los cambios que algunos diputados habían introducido en esas biografías. Verbi gratia, uno de ellos —convengamos en que sus nombres no interesan a la historia—, que en la edición de 1957 se conformó con enumerar sus ante­ cedentes universitarios y su profesión de juez, en la edición de 1962 reveló que hizo la guerra como oficial de infantería y que había sido herido cuatro veces. Este diputado consignó también que tomó parte en la guerra todo el tiempo que duró. T an esforzado y herido dipu­ tado representaba a la Unión Democrática Cristiana. Un diputado del Partido Demócrata Libre decía en el directorio que luchó en la guerra como comandante y que fue condecorado con la hoja de roble de la R it­ terkreuz. Un diputado sodaldemócrata no quiso reservarse su misión en la guerra: “piloto de bombardeo y de caza de 1941 a 1945”. Otros diputados declaraban en el manual, con des­ enfado, su pasado nacionalsocialista, como el que con­ signó —un demócrata libre— que fue líder de la juven-

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tud hitleriana y funcionario de la administración nazi en la Checoslovaquia ocupada. Y aquí dejamos al Bundestag y a la República Fede­ ral Alemana organizada con el lema de “Nada de Ex­ perimentos”, mientras vamos en busca de la otra Ale­ mania, la del “Gran Experimento”, a la que nos llevan al galope la curiosidad y el imperativo de dar cima a esta historia.

XVIII. LA REPÚBLICA DEMOCRATICA ALEMANA e l capítulo xiv de este segundo tomo dimos no­ ticia somera de la constitución de la Alemania oriental en un sistema político-social al que nombraron Repú­ blica Democrática Alemana. La tarea que ahora nos asignamos radicará en completar aquella información, a fin de que se conozca al nuevo Estado y a la nueva sociedad que una parte del pueblo alemán levantó en aquel territorio. El Consejo del Pueblo Alemán, cuya gestación des­ cribimos, se transformó el 5 de octubre de 1949 en una Volhskammer, o Cámara Popular, la cual nombró un gobierno provisional, con Otto Grotewohl, social­ demócrata, y uno de los líderes del Partido de Unidad Socialista, por prim er ministro, y el comunista W alter Ulbricht, secretario general del nuevo partido, en el puesto de vicepresidente del gobierno. A l mismo tiempo se constituyó una Cámara provi­ sional con 34 diputados, una parte de los cuales repre­ sentaba a los parlamentos y otra a los Estados o Lcinder. Era una Cámara semejante a la Asamblea Federal que en la Alemania occidental nombraba al Presidente de la República. Aquella asamblea conjunta eligió “Presi­ dente del Estado” a W ilhelm Pieck, presidente del Partido de Unidad Socialista. La Administración M ilitar Soviética traspasó for­

En

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malmente a los alemanes las funciones legislativas y administrativas que hasta entonces había desempeñado en aquella zona. En lugar de la Administración M ilitar Soviética crearon una Comisión de Control soviética encabezada por un general ruso. Inmediatamente la Unión Soviética estableció rela­ ciones diplomáticas con la República Democrática A le­ mana y envió a Berlín oriental —donde, en Pankow, situó su gobierno el nuevo régimen— a un embajador llamado “Jefe de Ia Misión Diplomática de la URSS”. En agosto de 1953 la Unión Soviética y el gobierno de la República Democrática Alemana suscribieron un convenio que permitía al nuevo Estado alemán trans­ form ar sus representaciones diplomáticas en los países socialistas de Europa en embajadas o legaciones. A l mes siguiente, el Alto Comisario Semionov fue nombrado embajador de la Unión Soviética en la República De­ mocrática Alemana. El paso siguiente en la afirmación del nuevo Estado alemán se dio el 25 de marzo de 1954 con una decla­ ración del gobierno soviético en la que proclamaba la soberanía de la República Democrática Alemana. Dos días después, el gobierno de esa república confirmó la declaración soviética con otra de parecido tenor, por la cual aceptó las obligaciones provenientes del Convenio de Potsdam y las qué se derivaban de la con­ tinuación de las tropas soviéticas en el territorio de la República Democrática Alemana. Finalmente, el 6 de agosto de 1954, el gobierno soviético derogó las ordenanzas y decretos que habían dictado las autoridades soviéticas de ocupación desde el año 1945. La concentración del poder político A todo eso, la República Democrática Alemana había introducido cambios decisivos en su estructura territo­ rial, preludio de otros que vendrían después en la misma

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dirección. En esos cambios, el principio federal cedió al impulso centralizador. En 1952 fueron disueltos los gobiernos y los parlamentos de Land, y el territorio de los Lander quedó dividido en 14 distritos o Mezirke (15 con el Berlín oriental) bajo la autoridad directa del gobierno central; los Liinder subsistieron aún, pero como distritos administrativos autónomos. Conservá­ ronse las Cámaras de los Lander, coexistentes con la Volksliammer o Cámara Popular. Mas en diciembre de 1958 también fueron abolidas. Según los gobernantes de la República Democrática, esa mayor medida de unificación política interna era menester a fin de facilitar la federación del nuevo Es­ tado alemán oriental con el nuevo Estado alemán occidental en momento oportuno. Sin embargo, el ob­ servador político vería en la mayor centralización un medio de concentrar el poder político y centralizar el mando para llevar adelante la revolución a un tempo más enérgico. La formalidad electoral no dejó de mantenerse en la República Democrática Alemana. El 17 de octubre de 1954 se celebraron elecciones para la Cámara Popular y para las Cámaras de los Lander. Los partidos y organiza­ ciones políticas fueron a esas elecciones en una sola lista de “Frente Nacional de la Alemania Democrática” en­ cabezada por el Partido de Unidad Socialista. El Frente Nacional obtuvo el 99.46% de los votos. Elecciones de igual linaje tuvieron efecto el 16 de noviembre de 1958, y de nuevo se presentó el Frente Nacional con una sola lista de candidatos; los resultados de la votación dieron el 99.8% de los sufragios al Frente Nacional. Para con­ cluir, en las elecciones del 17 de septiembre de 1961 —celebradas el mismo día que las elecciones en la A le­ mania occidental— el Frente Nacional obtuvo el 99.96% de los votos. El rumbo que había tomado la República Demo­ crática Alemana la identificaba cada día más con el régimen político establecido en varios países de la Euro­

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pa oriental después de la guerra. Y, no obstante eso, contra lo que sobrevino en estos territorios, en la A le­ mania oriental se quiso mantener, a lo menos en los primeros años, una República socialista con atributos liberales. Los socialdemócratas que quedaron en la zona oriental tiraban en esa dirección; y la doble necesidad de conseguir la adhesión de las masas en el propio territorio y de atraer a las de la Alemania occidental, aconseja a los prohombres de la República Democrá­ tica Alemana poner en práctica una política flexible, no estorbada por dogmatismos cerrados. Su Constitución contenía los preceptos políticos comunes a las constitu­ ciones liberales —libertad de expresión, derecho de huelga, etc.—, aunque en el orden social resultaban privilegiados los trabajadores. Reparemos también en que en vez del emblema de la hoz y el martillo, la República Democrática adoptó el de un martillo y un compás. Y por bandera no se dio la roja de los países socialistas, sino la negro, rojo y oro de la República de Weimar, la misma que ondeaba en la República Fede­ ral Alemana. Los socialdemócratas de la Alemania oriental de­ bieron de resignarse a una evolución reñida con sus principios parlamentarios liberales, pero más acorde con sus principios socialistas que el crudo proceso de restau­ ración del capitalismo de preguerra en la Alem ania occi­ dental. Algunos debieron de romper, en conciencia, con lo. pasado y se acomodaron en aquella rama del nuevo partido inconfundiblemente “comunista”. Sinto­ máticamente, hombres como Friedrich Ebert, miembro del Politburó en 1961 e hijo del personaje que fue el prim er Presidente de la República de Weimar, prefi­ rieron permanecer en la Alemania oriental. ¿Pensaba acaso H err Ebert que dos experiencias como la de la República de W eim ar serían demasiado para una misma familia? Los hombres que privarían en la Alemania oriental

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serían aquellos en quienes la Unión Soviética tuviera absoluta confianza. Uno de éstos era Ulbricht. W alter Ulbricht En 1962 Herr W alter Ulbricht era prim er secretario del Partido de Unidad Socialista, presidente del Conse­ jo de Estado y presidente del Consejo de Defensa Na­ cional. H err Ulbricht tenía, pues, en sus manos en la República Democrática Alemana las riendas del go­ bierno civil y del poder militar. W alter Ulbricht nació en 1893 en la industriosa ciudad de Leipzig, hoy incluida en la República De­ mocrática Alemana. Su padre era sastre; hombre de ideas, de ideas socialistas, que cultivó en su hijo en cuanto llegó a la mocedad. Cuando el joven W alter estuvo en edad de elegir profesión prefirió la de eba­ nista, que no siguió mucho tiempo, por cuanto muy temprano, en 1912, le vemos militando en la Social­ democracia, en cuyos cuadros de funcionarios fue in­ cluido. A p artir de entonces, Ulbricht confundió su existencia personal con la del movimiento socialista, y más tarde con la del movimiento comunista alemán. Perteneció al Spartakusbund con Karl Liébknecht y Rosa Luxemburgo desde 1919, y participó en la fun­ dación del partido comunista de Alemania en diciem­ bre de 1920. Figuró en el Politburó del partido, y en 1928 entró en el Reichstag como diputado comunista. En 1929, en sus 36 años, Ulbricht estaba al frente de la organización del partido comunista en BerlínBrandemburgo, la más importante de ese movimiento. El año en que el nacionalsocialismo se adueñó de Alemania, en 1933, Ulbricht salió del país, refugiándose en Moscú, donde vivió en lo que duró la guerra, salvo periodos que pasó en Checoslovaquia y en España. En Moscú convivió Ulbricht con una muchedumbre de comunistas alemanes en el Hotel Lux, donde el go­ bierno soviético alojó a los miembros del Comintern

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o Internacional Comunista de todos los países tempo­ ralmente perdidos para la causa. La existencia de esos hombres parece haberse deslizado en una pesada atmós­ fera de misterio y de inseguridad personal, pues en las depuraciones decretadas por Stalin desapareció un nú­ mero de comunistas alemanes. Pero Ulbricht logró atravesar airosamente, sin daño para su persona, aquel terrible periodo. Como lugarteniente de W ilhelm Pieck, cuya estrella no dejó de b rillar en el firmamento comunista de Mos­ cú en ningún momento, Ulbricht disfrutó en su des­ tierro el rango de segundo jefe del comunismo alemán. A l final de la guerra los ejércitos soviéticos entraron en la Europa oriental y central con un séquito de líde­ res comunistas de cada país. Con el mariscal Zukhov iba el coronel W alter Ulbricht, que de este modo par­ ticipó en la conquista de Berlín. El grupo comunista alemán de Moscú se instaló en Berlín, todavía humeante, no más quedar ocupado por el ejército rojo. A l frente del grupo estaban Pieck y Ulbricht. Ya viejo, camino de octogenario —si bien viviría aún hasta 1960— H err Pieck sería un símbolo en la Alem ania oriental. El depositario del poder, desde un principio, en la zona soviética sería W alter Ulbricht, con sus 52 años, su dinamismo y su fría e insobornable lealtad a la “idea” y a la Unión Soviética. Ulbricht era un político que había seguido inflexiblemente, sin vacilar, una . misma línea política desde su juventud. Su privanza con el gobierno de Moscú parecería ame­ nazada en más .de una ocasión, y sus enemigos profe­ tizarían periódicamente que los días de W alter Ulbricht como po?itifex maximus en la República Democrática Alemana estaban contados. Pero este experimentado piloto mai-xista sortearía hábilmente los Escilas y Caribdis de la política interna y de las relaciones con la Unión Soviética. En 1946 Ulbricht fue elegido para la secretaría central del nuevo Partido de Unidad Socialista, y en

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1949 ocupó el puesto de vicepresidente del gobierno. En julio de 1950 fue elegido prim er secretario del Par­ tido de Unidad Socialista. Momentos particularmente difíciles para H err Ulbricht fueron las fechas que siguieron a la muerte de Stalin en 1953 y los comienzos de la era de Kruschef, sobre todo cuando Kruschef inició su campaña de desestalinización en 1956. Ulbricht era considerado stalinista, y no porque se hubiera significado a lo vivo en su adhesión a la persona y a los métodos de Stalin, sino porque había salido indemne, sin un rasguño físico ni político, de aquel periodo de prueba cuando vivió en Moscú. Se ha escrito que muerto Stalin, Lavrenti Beria, el notorio jefe de la policía secreta rusa, y Georgi Malenkov, sucesor de Stalin, quisieron destituir a U l­ bricht y buscar un entendimiento con la República Federal Alemana. Dos miembros del Comité Central del partido alemán, W ilhelm Zaisser y R udolf Herrnstadt, trataron de organizar una conjuración contra U l­ bricht por orden de Beria. Pero otros miembros del co­ mité central le apoyaron resueltamente y reventaron el complot. Ese mismo año, en junio, se produjo en la República Democrática Alemana la sublevación de los descontentos, tema que tocaremos en otro lugar. Pero tan grave suceso, antes que perjudicar a U lbridit, le afirmó en el poder. En 1956, al denunciar Kruschef en el congreso del partido ruso las demasías y crueldades de Stalin, a quien pintó como otro Iván el Terrible, se creyó en la República Democrática que le había llegado el fin a la privanza de Ulbricht. Sus enemigos le acusaban de mantener “el culto de la personalidad”, pero Ulbricht siguió disfrutando la confianza del Kremlin. Los miem­ bros del partido que se oponían a su persona o a su po­ lítica en la República Democrática eran arrinconados blanda y discretamente en puesto secundarios del mo­ vimiento, sin que Herr Ulbricht recurriera a depura­ ciones sangrientas. En el X X II Congreso del partido

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comunista de la Unión Soviética, en octubre de 1961, Ulbricht se unió a los oradores que atacaron al stalinismo. ¿Cuál era el secreto de Ulbricht? ¿Dónde estaban los resortes arcanos que le sostenían en un mundo tan conmovido como el de la República Democrática Ale­ mana? A buen seguro, en su carácter y en su perseve­ rante dedicación al partido. Su fisonomía era la de un profesor de instituto permanentemente en guardia con­ tra las usuales travesuras de los muchachos: ojos peque­ ños, penetrantes, fríos, generalmente casi cerrados tras los cristales de los lentes como en concentración de la mirada; barba pequeña y recortada con esmero; cabeza casi calva, abovedada, estatura por cima de la mediana. Si bien se examina el caso, poco misterio había en la hegemonía personal de Ulbricht en la República De­ mocrática. Se explica por sus extraordinarias dotes de organizador, su inagotable energía, que marcaba un fuerte ritm o de trabajo a sus colaboradores, su vivir alerta, la barba sobre el hombro, y su incuestionable devoción al partido. Un hombre de esa traza y composición no tendría muchos amigos. Para los alemanes del oeste, Ulbricht era el emblema de la división del país. El gobierno de Bonn no trataba con él por táctica, a ver si, aislándole, caía en desgracia con los rusos. Pero en la Alemania oriental miles de hombres y mujeres, en especial la ju ­ ventud, veían en Ulbricht un apóstol, el constructor del socialismo, “la figura tutelar de todo el pueblo”. En lo futuro tal vez se conozca este periodo histó­ rico de la Alemania oriental por la era de Ulbricht, como los años de gobierno de Adenauer en la Alemania occidental serán la era de Adenauer. Estas dos notables figuras de la política alemana se movían en mundos muy distintos —no tan distintos si consideramos que esos dos mundos eran alemanes—, pero esos dos hom­ bres no eran tan diferentes como pudiera creerse. Ambos

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eran hombres de gran tesón. Los dos eran también, cada uno en su campo, los políticos de más larga ex­ periencia. Uno y otro veían la “cuestión alemana” de manera similar; y ninguno se forjaba ilusiones sobre lo porvenir en la “otra” Alemania. Los dos veían en grande en política. La preocupación de Ulbricht era crear una nación en la Alemania oriental y unirla al bloque internacional de su preferencia. Así, pudo de­ clarar en 1962 que “el crimen” de los que se le oponían era pensar en la reunificación de Alemania antes que en la edificación del socialismo. Por el mismo estilo, Adenauer había estado insistiendo en que no debía sacrificarse la integración de la Alemania occidental a la reunificación. Pero las tareas que Ulbricht y Adenauer se impu­ sieron no podían ser más desiguales. De la obra de Adenauer en su parte de Alemania dijimos ya lo perti­ nente a esta historia. Páginas adelante veremos el curso que siguió la revolución, bajo Ulbricht, en la otra parte de Alemania.

XIX . LA REVOLUCIÓN A G R A R IA 1 C on 107 m il kilómetros cuadrados de territorio y unos

17 millones d e habitantes (15 millones en 1939) la Alemania oriental comprendía alrededor de una tercera parte del territorio alemán de la posguerra y, asimismo, una tercera parte aproximadamente de la población de Alemania en 1960. La densidad de población en la Repú­ blica Democrática era de 158 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que en la República Federal ascen­ 1 Documentación: Naciones Unidas: Economic Survcy o¡ Europe; Estudio Económico Mundial; Gcrmany Reporls; Statistiches Jahrbuch der Deutschen Demokratische Républik,

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día a 213. Es decir, que el problema de la superpobla­ ción, dibujado en lontananza en la República Federal, no se barruntaba en la República Democrática. El alemán del Este se movía en su Lebensmum más hol­ gadamente. La proporción de hembras respecto de varones era ligeramente mayor en la República Democrática que en la República Federal: 124 hembras p or cada 100 varones. La Alem ania oriental fue también embarazada por la invasión de millones de personas expulsadas de los territorios alemanes cedidos a Polonia, u obligadas a salir, por razones políticas, de otros países de la Europa suroriental y central. Pero en la zona oriental de A le­ mania los refugiados pudieron ser absorbidos con rela­ tiva rapidez; en parte porque había más espacio, y en parte porque la gran propiedad territorial facilitó una reforma agraria en escala harto más amplia que la ad­ mitida en el oeste; y, sobre todo, porque hubo el pro­ pósito de realizar esa reforma a fondo y en grande. La población refugiada en la Alemania oriental se elevaba en agosto de 1940 a 4 300 000, o sea el 24 por ciento de los habitantes. Mas pronto comenzó a men­ guar, y ya en 1953 quedaba reducida a 3 800 000 por haberse trasladado el resto al territorio de la República Federal. Bajo la égida de las autoridades soviéticas se repar­ tieron entre aquellos inmigrados fincas rústicas montan­ tes 762 300 hectáreas. Unos 348 m il fueron asentados en 90 600 granjas. Los inmigrados que no eran campesinos y tenían oficio artesano o industrial recibieron empleo en indus­ trias que en algunos casos se crearon expresamente para ellos. Esa fue la solución que se dio al problema creado por grupos de refugiados de Checoslovaquia, artesanos especializados en las industrias de la joyería, el vidrio y otras.

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Las repercusiones económicas de la división de Alemania El fraccionamiento cuatripartito del territorio alemán de antes de la guerra —territorios cedidos a Rusia y a Polonia en el este; territorio de la República Democrá­ tica y territorio de la República Federal— no podía menos de repercutir incisivamente en la economía ale­ mana en conjunto. La región al oriente de los ríos Oder y Neisse —territorios “devueltos” a Polonia— representaba alrededor de una cuarta parte de la tierra arable del Reich. De aquí sacaba Alem ania antes de la guerra cerca de la cuarta parte de su grano panificable y un tercio de su producción de patatas. En esa misma faja de territorio estaban los abundantes yacimientos de antracita, zinc y plomo de la A lta Silesia. Condigno final de la política prusiana de conquista de Lebensraum en el Este, del Drang nach Osten. Patere quam ipse fecisti legem, que decían los latinos en estos casos. Por lo que toca a la economía, la división de A le­ mania perjudicó a ambas partes, pero a la Alemania oriental en mucha mayor medida que a la occidental. La Alem ania occidental perdió el territorio agrícola alemán p or excelencia, el 75% del cual era tierra agrícola explotada. En la Alemania occidental se traba­ jaba, en cambio, alrededor del 55 por ciento únicamente. Avino, pues, que la Alemania occidental quedó más dependiente que el Reich anterior de la importación de productos alimenticios. En lo referente a materias pri­ mas, la Alemania occidental resultó privada de una porción importante de semillas y fertilizantes, de lignito, productos químicos, cerámica, vidrio, metales ferrosos, instrumentos ópticos y de precisión, maquinaria textil e hilados de lana, que constituían las principales mate­ rias' primas y artículos manufacturados del Este. Pero, comparada con la Alemania occidental, la Alemania oriental era una región pobre, de economía

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mucho menos valiosa. Sus yacimientos de antracita y mineral de hierro eran insignificantes. De las primeras materias tenían importancia en el Este los extensos ya­ cimientos de lignito, alimentadores de las grandes cen­ trales eléctricas y de las industrias químicas, que podrían producir gasolina sintética, goma y nitratos. Las industrias químicas de esa zona eran ya impor­ tantes en 1939. Las industrias de la alimentación tam­ bién prosperaron allí. Pero ninguna industria alcanzó tanto relieve como la textil. Era Sajonia, donde esta industria estaba concentrada, la segunda región indus­ trial de Alemania, con alrededor de la cuarta parte de la producción textil alemana en 1936. A la sombra de las fábricas de géneros textiles brotó en Sajonia una industria muy diversificada de maquinaria textil espe­ cial y también la del vestido. Floreció con fuerza en esa zona la industria del papel, y a su amparo la de publicaciones. La feria de pieles de Leipzig era famosa en todo el mundo. Los depósitos de uranio de Alemania, una de las materias primas de la industria nuclear, estaban tam­ bién en Sajonia. Para concluir esta relación, de los pocos yacimientos petrolíferos que ofrecía el subsuelo de Alemania, una parte, la menor, quedaba en territorio de la República Democrática, donde la producción de petróleo crudo fue en 1950 de 893 mil toneladas métricas. Berlín, del que tocaron a la República Democrática 400 kilómetros cuadrados (poco menos que el Berlín occidental) era la mayor ciudad en industrias de trans­ formación de Alemania. Con recursos tan escasos como los enumerados, la Alem ania oriental, al constituirse en República inde­ pendiente del resto de Alemania, se condenaba a una existencia económica parsimoniosa, incierta y "abocada a graves crisis. La revolución, que en grado eminente se emprendería para cambiar estructura económica tan

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rural y precaria, no haría de momento, como es ley que ocurra, más próspera a aquella economía. La revolución —escribió Trotski— crea miseria. La propiedad agraria en Alemania antes de la revolución Antes de la segunda Guerra M undial Alemania aparecía dividida con más o menos precisión en dos regiones por lo que hace al carácter de la propiedad de la tierra. En el oeste, en el sur y en la mayor parte de la Alemania central la tierra estaba mayormente en manos de los campesinos que la trabajaban. Algunos de esos propietarios agrícolas, especialmente en el noroeste, eran dueños de fincas bastante extensas y empleaban mano de obra asalariada. Otros, particularmente en el valle del Rin, eran pequeños propietarios, que traba­ jaban sus parcelas con la ayuda de sus familias y a veces reforzaban sus ingresos con alguna ocupación com­ plementaria en la industria o en el comercio. En la Alemania oriental, en especial al este del Elba, predominaba la gran propiedad agraria. Sólo el 12.4% de este territorio se trabajaba por arrendatarios. El resto estaba explotado por los grandes terratenientes. La quinta parte del suelo total de Alem ania pertenecía aquí a 34 mil propietarios, la mayor parte prusianos. La Prusia oriental y partes de Silesia eran propiedad de unos pocos terratenientes. Los cultivos —grano y patata generalmente— se llevaban en g T a n escala. La gran propiedad agraria de Alemania —situada, como está dicho en el territorio que luego sería la República Democrática Alemana— estaba formada en 1925 por 18 700 fincas de 100 hectáreas o más que abarcaban una extensión total de 5 millones de hec­ táreas. La propiedad mediana se distribuía en 200 m il ha­ ciendas de 20 a 100 hectáreas, en una extensión total de 7 millones de hectáreas.

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La pequeña propiedad se repartía en 3 millones de fincas de 0.05 a 2 hectáreas, en una superficie total de 1 500 000 hectáreas. Veamos ahora cómo se distribuía, por regiones, la pequeña, mediana y gran propiedad en toda Alemania. En 1933 las fincas de l a 5 hectáreas representaban en la Alemania occidental el 20% de todas las fincas, y en la Alemania oriental (incluidos la zona rusa y los territorios asignados a Polonia) el 8%. Las cifras de 5 a 20 hectáreas representaban el 45% en la Alem ania occidental y el 31% en la Alemania oriental. Las haciendas de 20 a 100 hectáreas sumaban el 30% en la Alem ania occidental y el 29% en la Alemania oriental. Las posesiones de 100 hectáreas para arriba consti­ tuían el 5% en la Alemania occidental y el 32% en la Alemania oriental. De las cifras anteriores se desprende diáfanamente el cuadro de la propiedad agraria alemana antes de la guerra. Hemos advertido cómo estaba concentrada la gran propiedad en los territorios al este del Elba, en Prusia y en Silesia, el 32 por ciento de todas las fincas rústicas de Alem ania mayores de 100 hectáreas. De todas las fincas de Alemania de 1 a 5 hectáreas sólo había en esta región el 8% . Pues bien: en esos territorios el Ju n ker conservaba gran parte de su antiguo poder feudal. Aunque la ser­ vidumbre fue abolida en 1807, quedaron en esos cam­ pos muchos usos de carácter medieval. Hasta 1918 el propietario de la tierra disfrutó poderes policiacos en sus fincas, como los señores feudales de otro tiempo. En Alemania nunca hubo revolución agraria, hasta hoy. Las reformas agrarias se abrieron camino durante el siglo x ix en las grandes fincas del centro, el sur y el suroeste y produjeron una propiedad equilibrada de pequeños y medianos propietarios, con algunos focos o islotes de grandes haciendas aquí y allá. Pero al este

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clel Elba jamás se impuso reforma alguna, aunque se intentaron por influencia de la revolución francesa. Cuando fue abolida la servidumbre en el siglo x ix el siervo se trocó en bracero, contratado por un jornal, comúnmente por seis meses en el año. Los jornales eran bajos, porque si el campesino sin tierra se negaba a trabajar por lo que le ofrecían los grandes hacendados o sus administradores, importaban mano de obra agríco­ la polaca. De esta situación se lucraban, no sólo los Junkers, sino también los grandes industriales de A le­ mania, que poseían así una fuente perenne de mano de obra de poco costo, dado que los salarios más bajos en la industria constituían ingreso codiciable para el obrero agrícola, por ser siempre más altos que los del campo en aquellas condiciones. De nuevo se echa de ver que la Alemania al este del Elba, la Alemania de los Junkers, predominante­ mente agraria, era una Alemania, a pesar de sus impor­ tantes focos industriales, distinta de la Alemania occi­ dental, donde la tierra estaba bastante satisfactoriamente repartida —con sólo un 5 por ciento de fincas mayores de 100 hectáreas— y la industria florecía con extra­ ordinario vigor. El Elba había marcado la línea divisoria entre dos Alemanias desde el tiempo de Carlomagno. Había en cierto modo dos Alemanias, y la división de 1945 vino a señalar, subrayar y confirmar un hecho antiguo y ostensible. La Alemania del este, la Alem ania cerealista, era el asiento de la antigua aristocracia prusiana y de los grandes terratenientes. Y de esas familias salía el cuerpo de oficiales del ejército alemán; oficiales que, cual Moltke, glorificaban la guerra y ensalzaban la agricultura. Agricultura y militarismo andaban de la mano en Prusia. Fue ese mismo Moltke quien dijo que el día que se hundiera la agricultura se perdería el imperio sin disparar un tiro. La salvación de la agricultura alema­ na, y por tanto, del imperio estaba en la protección del grano alemán respecto del grano extranjero. Hacia

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1870, la producción norteamericana de trigo en gran escala hizo que los alemanes pudieran comprar más barato el trigo importado que el nacional. Eso puso en peligro a la agricultura alemana del este, y consiguien­ temente, también al imperio, según los militaristas, pues Alemania, sin pan propio, podía ser víctima de los efectos de un bloqueo en caso de guerra. De manera que militaristas y grandes terratenientes tenían interés solidario en mantener aquella situación de agricultura antieconómica para el país, pero esencial para los Junkers, que eran, a la vez, los dueños de la tierra y —sus hijos— la oficialidad del ejército. En 1870 se estable­ cieron las tarifas protectoras del grano alemán. Igual­ mente se restringió por otros medios cuanto fue posible la importación de grano. Con el tiempo, esas medidas no bastaron para salvaguardar los intereses de los Junkers y se inventó un sistema de subsidios a la agri­ cultura llamado Osthilfe, ayuda al este. Con estos subsidios los terratenientes salían de deudas. La admi­ nistración de la ,Osthilfe dio lugar, siendo Hindenburg Presidente de la República, a varios escándalos finan­ cieros —ya mencionados en estas páginas— que el Reichstag investigaba cuando H itler llegó al poder. Los nazis, seguidores de la política del trigo alemán con fines militares, continuaron la Osthilfe y establecieron precios fijos para el grano. Era, pues, incalculable la influencia del este en la política alemana, y lo había sido en la historia de la nación de la última centuria. Cambios en el sistema de la propiedad de la tierra Entre las mutaciones revolucionarias que afectaron a la economía de la zona oriental de Alemania las rela­ tivas a la propiedad de la tierra deben ser consideradas como las de mayor profundidad y más largo alcance. En septiembre de 1945 comenzó allí una “reforma agra­ ria” que en sustancia fue una gran revolución, compa-

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rabie en cierto modo a la que conoció Francia a fines del siglo xvin. La reforma afectó a una tercera parte del total de la tierra cultivable. Unos 11 600 terratenientes fueron expropiados sin indemnización. El 25% de la tierra expropiada entonces eran latifundios, o.fincas .de desusada extensión, explotadas en gran escala. Compren­ didas en la reforma estaban propiedades mayores de 100 hectáreas, que en total representaban cerca de 3 mi­ llones de hectáreas, con las que el gobierno se propuso fundar 210 mil nuevos centros agrícolas y crear alrededor de 80 m il pequeños propietarios. La mayor parte de esa tierra quedó dividida en parcelas de 7 a 9 hectáreas, que se repartieron entre obreros agrícolas, agricultores ya dueños de pequeñas parcelas y refugiados del este. Después de la reforma el tamaño del 50% de las fincas agrícolas en la Alemania oriental era de 5 a 20 hectáreas, en tanto que en 1939 las fincas de esa extensión suma­ ban el 31 por ciento del total; y todavía quedaban en aquel territorio unas 83 mil propiedades mayores de 20 hectáreas. Aunque prima facie pareciese que el régimen político imperante en la zona oriental iniciaba la reforma agraria con la preocupación de abolir la gran propiedad y formar una clase de pequeños y medianos propietarios, no tardaría en verse que aquella política estaba llamada a ser provisional y que el designio ulterior del gobierno estribaría en llegar a alguna manera de socialización de la tierra. Porque la Alemania oriental era ya parte del grupo de países regidos por los partidos comunistas (aunque no por sistema comunista alguno), y su depen­ dencia de la Unión Soviética auguraba que allí acabaría implantándose un régimen político-económico semejante. La reforma fue criticada porque las fincas repartidas eran demasiado pequeñas —se considera que se nece­ sitan 20 hectáreas en secano para que una familia pueda vivir de la agricultura—, y porque aunque se dio la tierra a los campesinos no se les pudieron facilitar

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la mayor parte de las herramientas, los abonos, el gana­ do y otros elementos indispensables para el cultivo. Ni que decir tiene que tamaña subversión de la propiedad agraria, precedida, como lo había sido, por el empobrecimiento y el desorden causados por la gue­ rra en el campo, acarreaba cierto grave desconcierto en la agricultura y, por consiguiente, escasez de víveres y tensiones sociales. La política económica general del gobierno, por otro lado, no iba a remediar ningún mal en el campo, pues se caracterizaría por la concentra­ ción de los recursos de capital y mano de obra en la fundación de una industria pesada, o de bienes de capi­ tal, en mengua, en prim er término, de la agricultura, y luego de las industrias ligeras. Por esas y otras razones la agricultura quedaría estacionada en la Alemania oriental y tardaría un decenio en rebasar ligeramente, en conjunto, los niveles de antes de la guerra, con retro­ cesos en algunas ramas; el racionamiento de los artículos de primera necesidad duraría allí hasta 1958, y aun entonces la desaparición del racionamiento no sería muy definitiva. Una de las causas de mayor momento de la crisis de la agricultura en la República Democrática Alemana sería la dramática escasez de la mano de obra. Entre 1946 y 1950 abandonarían el campo por la industria en la zona oriental alrededor de 400 m il trabajadores agrícolas. Sustrajo también fuerza de trabajo en el cam­ po la conversión en propietarios de un subido número de campesinos sin tierra retirados del mercado de la mano de obra. Y aunque el gobierno se esforzó por mecanizar la agricultura, haciendo así menos necesarios los brazos de esa sección de la economía, poco se ade­ lantó en este asunto. Porque el mal no se originaba solamente en el traslado del campesino a las ciudades industriales. Esto acaecía también en la Alem ania occi­ dental. La falta relativa de braceros era común a ambas Alemanias. Pero en tanto que en el oste ese fenómeno se debía a la expansión general de la economía, en el

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este el desarrollo económico era sólo un factor, aunque de consideración, en la escasez de mano de obra. En la Alemania occidental era ése un problema económico. En la Alemania oriental era una tragedia política. La gente huía de la revolución, como en todos los tiempos y en todos los países; sólo que en este caso, por no existir barreras fronterizas en Berlín y estar libre el paso de los alemanes de una a otra zona, nada, a no ser la decisión y voluntad de cada cual de permanecer donde estaba, se oponía a la migración. Toda revolución impone riesgos personales y priva­ ciones, y a menudo —si la revolución tiene profun­ didad— el sacrificio altruista de renunciar a vivir en lo presente para que otros puedan vivir en lo futuro. Pero esa teoría filantrópica de la revolución a pocos compensa hic et nunc de las molestias e injusticias que han de sufrirse en su nombre. Y así, la gran revolución francesa hubiese despoblado a Francia si no hubiera sido por las fronteras. La no menos grande revolución inglesa del siglo x v i i i hubiese tenido consecuencias demo­ gráficas comparables si los deseosos de huir hubieran visto alguna vía por donde hacerlo. En Alem ania esa vía existía: Berlín. Creóse, pues, a la Alemania oriental una situación por demás crítica a causa de la emigración a la otra Alemania. De 1950 a 1959 perdería el 6 por ciento de su población total y el 8 por ciento de sus habitan­ tes en edad de trabajar (de 15 a 64 años). El gobierno estimaba que continuaría declinando la población adulta hasta bajar en 650 mil para 1965. La propor­ ción de mujeres en la población trabajadora llegaría a ser la más alta en Europa después de la U nión So­ viética; y la situación se iría agravando hasta 1970, en que se presentaría la tendencia a una lenta y leve recu­ peración en los años subsiguientes. Toda la economía, y más que la economía, toda la vida en la República Democrática se resentiría de esa sangría humana; pero seria en la agricultura donde

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tendría de momento consecuencias más graves para el régimen. La situación del campesino en el periodo de transición Reanudando ahora nuestro discurso sobre la revolución agraria en la zona oriental de Alemania añadiremos a lo ya expuesto que la tierra quedó dividida allí en fincas pequeñas, medianas y grandes, de propiedad privada, salvo la tierra que pertenecía al Estado, sin que se le ocurriese todavía al gobierno introducir nin­ guna forma de colectivismo agrario. Este patrón de la propiedad agraria se mantendría durante varios años, en el curso de los cuales surgieron las cuestiones y problemas clásicos, típicos de la revolución campesina, que ya llamaron la atención de todo el mundo en la revolución rusa. En el nuevo régimen, el campesino, aunque pro­ pietario, tenía mermada su independencia más de la cuenta para su gusto. Una Organización de Ayuda Mutua Campesina extendió desde primera hora su in­ fluencia sobre todos los aspectos de la vida en el campo. En 1949 se crearon las estaciones de tractores y máqui­ nas agrícolas (MTS), que constituían de hecho el monopolio por el Estado de esas herramientas indis­ pensables. Los controles directos en forma de entregas forzosas de productos sujetaban estrechísimamente al campesino al Estado. Pedíase al campesino a precio fijo una cuota forzosa de productos para el Estado. Y las cuotas por hectárea o por animal subían progresi­ vamente con él tamaño o la importancia de la finca. Esas cuotas se fijaron ya tan altas, que para muchos campesinos resultaba casi insignificante —cuando no lo eliminaban por completo— el incentivo de los precios más altos que pagaba el Estado por los productos fuera de cuota, o los que obtenía el campesino en el mercado libre, adonde podía llevar una pequeña parte de su producción.

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Tales sistemas de abastecimiento y precios cuando se aplicaban a gran número de granjas pequeñas, re­ sultaban difíciles de administrar, caros y confusos para los agricultores. Y en cuanto esos sistemas representaban un impuesto progresivo sobre la tierra, condujeron a veces a la reducción de la siembra e incluso al aban­ dono de las fincas. Con las entregas forzosas a precios bajos —que equivalían a un fuerte impuesto pagadero en especietrató de evitar el gobierno el consumo excesivo, o el acaparamiento, o la sobrealimentación del ganado, e incluso la resistencia a cultivar la tierra. Recurrióse también a las cuotas de entrega forzosa como medio de obtener víveres para las ciudades, dado que no cabía esperar un intercambio normal de mercancías entre el campo y la ciudad, por no existir en cantidad suficiente los artículos manufacturados de consumo, herramientas y demás productos industriales capaces de estimular al campesino a trabajar la tierra con entusiasmo. Y el siste­ ma de las entregas obligatorias se tornó más riguroso a medida que se acentuó la inclinación del gobierno a desarrollar la industria pesada, que perpetuaba la escasez de los artículos de consumo y de maquinaria y mate­ riales de construcción para las grandes granjas. En resumen: el campesino producía para organiza­ ciones distribuidoras estatales que le pagaban los sumi­ nistros forzosos a precios bajos, y el sobrante a precios más altos, o se lo pagaban en parte en especie, con los servicios de los mts. El mercado libre era puramente marginal. Para el gobierno, la cuestión general de la agricultura se encerraba en un gran dilema. Por un lado, no podía desconocer la necesidad de que el sector privado tuviera alicientes bastantes para dar el máximo rendimiento, pero el principal de esos alicientes, la posibilidad para el campesino de adquirir los artículos que le interesaban, estaba limitada por el hincapié que se hacía en el des­ arrollo de la industria pesada. Por otra parte, el

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gobierno era en principio adversario de la gran propie­ dad privada —de ahí los rigurosos impuestos progresivos que se exigían a los campesinos acomodados en forma de altas cuotas de entrega forzosa—, y en segundo tér­ mino el gobierno no ocultaba su escasa simpatía por la pequeña propiedad, que consideraba impropia, tanto desde el punto de vista económico como desde el punto de vista social. De 1945 a 1952 la socialización de la agricultura estuvo en el aire, como otra espada de Damocles, y esa perspectiva hacía a los campesinos reacios a invertir para m ejorar la tierra o el ganado. No podía, pues, sorprender que la producción agríco­ la fuera en la Alemania oriental inferior a la de antes de la guerra, e inferior a la demanda, que había crecido respecto de entonces, por ser mayor el número de habi­ tantes de las ciudades y el de obreros industriales y haber crecido el consumo total en el campo después del reparto de la tierra. (Éste es uno de los hechos más significativos en las revoluciones: la escasez se acentúa porque consumen los que antes no consumían.) La colectivizaciáti de la agricultura Líneas más arriba hemos apuntado la estrecha conexión política y económica de la Alemania oriental con la Unión Soviética y los demás países de la Europa orien­ tal dominados p or los partidos comunistas. Todos esos países formaban ya parte de un sistema más o menos cabal e integrado y propenderían cada día a una mayor concatenación bajo un Consejo de Ayuda Económica Mutua, que incluso llegaría a establecer una manera de división del trabajo en la economía de la Europa socia­ lista. La colectivización de la agricultura no sería, de consiguiente, una política privativa de la Alemania oriental, sino de todos esos países, aunque variaría de unos a otros en grado o en rigor. La campaña en favor de la colectivización de la agricultura empezó ya en la

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Europa oriental en 1948-1949, con Bulgaria en la van­ guardia. En la Alemania oriental este movimiento fue demorado hasta el 12 de julio de 1952, cuando funda­ ron allí la primera cooperativa agrícola de producción —Landwirtschaftliche Produktionsgenossenschaft— en la aldea de Brüsewitz, cerca de Schwerin. En la Alemania oriental, como en otras partes, el gobierno estimó que la transformación de la agricultura de una multitud de pequeñas parcelas en cooperativas para la producción en gran escala era necesaria a fin de liberar mano de obra campesina para la industria, evitar el exceso de población en los campos y sentar los cimientos de una agricultura más racional y pro­ ductiva. El gobierno daba por cierto que los beneficios sociales y económicos que a la larga traería la reagru­ pación de las parcelas de propiedad privada en granjas colectivas serían muy superiores a los que pudieran de­ rivarse inmediatamente de una política más contempo­ rizante y generosa hacia los campesinos. De ahí el pro­ pósito de crear las cooperativas y, luego, de favorecerlas abiertamente, en comparación con el trato que se daría a las fincas de propiedad privada. Por todos los medios se trató de animar a los cam­ pesinos a pertenecer a las granjas cooperativas. Entre los medios indirectos empleados a tal fin, el Estado dio preferencia a sus propias granjas, a las granjas coope­ rativas y a las estaciones asociadas de maquinaria y tractores. Los abonos químicos, los materiales de cons­ trucción de que se disponía, los tractores y la maqui­ naria se reservaban, pues, en prim er lugar, para el sector socialista, al paso que las cuotas de entrega forzosa de productos y los impuestos se tornaban más rigurosos para las granjas de propiedad privada. En teoría, la adhesión del campesino a la cooperativa era un acto voluntario; a nadie se imponía la colecti­ vización. Jurídicamente, o en teoría también, el campe­ sino seguía siendo dueño de su parcela, por cuanto al unirse a una cooperativa sólo realizaba un acto de

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asociación, como está explícito en ese nombre. Pero al entrar en la cooperativá el campesino enajenaba su independencia y la libertad de gobernar su propiedad, atributos muy acentuados en la personalidad del cam­ pesino, sujeto extraordinariamente individualista por lo común. La colectivización comenzó afectando a una pequeña parte de la tierra cultivable, el 3.3% en 1952. En 1953 la extensión trabajada por las cooperativas de los tres tipos, I, II y III, sumaba ya el 11.6% . A mediados de ese año alrededor de una tercera parte de la tierra agrícola estaba ya bajo alguna forma de propiedad colectiva: pertenecía a las granjas del Estado o a coope­ rativas agrícolas de producción, de las que había unas 4 800 en octubre, con una superficie total de 730 mil hectáreas. Se aceleró el movimiento pro colectivización de la agricultura, los campesinos entraron cada día en mayor número en las cooperativas, pero ese avance se logró a menudo a expensas de la eficiencia y la produc­ ción en la parte de las explotaciones agrícolas todavía de propiedad privada. Y las ventajas de la explotación en gran escala perseguida con la formación de coopera­ tivas resultó contrarrestada en gran manera por la escasez de personal capacitado, materiales- y maquinaria. El motín de junio de 1953 Por regla general, el campesino no vio con entusiasmo el establecimiento de las cooperativas, si bien no falta­ ron y lo fueron en gran número, terratenientes de nuevo cuño, favorecidos por la revolución e identifica­ dos políticamente con el régimen que entraron sin vio­ lencia en el sistema colectivista. La transición a este sistema, y más dada la resistencia del campesino al cam­ bio, tendría la consecuencia inmediata de que bajara la producción y escasearan los víveres. A eso añádase que la cosecha de 1952-1953 no fue buena. No sólo escaseaban los comestibles; también faltaban artículos

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manufacturados de consumo, conforme había previsto el gobierno al concentrar el mayor esfuerzo en el desarrollo de la industria pesada. La falta de herramientas y otros elementos de trabajo afectó principalmente a los pe­ queños agricultores que trabajaban su parcela. El plan quinquenal, por otro lado, exigía esfuerzos extraordi­ narios a todo el mundo. El prim er plan trazado por el nuevo régimen con metas fijas de producción fue el de 1948-1950. En enero de 1951 comenzó un plan quinquenal con el que se aspiraba a aumentar la producción industrial para 1955 en un 192% respecto del nivel de 1950. La presión ejercida por las autoridades sobre los campesinos con las cuotas de entrega forzosa, por una parte, y sobre la población urbana, por otra, para alcanzar los objetivos del plan quinquenal impuso a toda la población activa en la Alemania oriental sacrificios sin cuento. Pero no eran esos los únicos motivos de descontento general. Otros se originaban en el trato dado a las iglesias por el partido dueño del poder, en la supresión de la disi­ dencia política y, en una palabra, en las restricciones impuestas a la libertad en general. Esos últimos factores de descontento tenían sublevada a la clase media par­ ticularmente. En conclusión, los días 16 y 17 de junio de 1953 el Berlín oriental fue escenario de ún motín que se extendió en forma de huelgas y desórdenes por casi todo el territorio de la República Democrática. El acon­ tecimiento no llegó a revestir el trágico cariz que huhubiera tenido si las tropas soviéticas de ocupación o las autoridades de la República Democrática hubieran per­ dido la cabeza. No la perdieron, y la cosa no pasó de peripecia política y ocasión de desahogo para los adver­ sarios del régimen. Las fuerzas policiacas y militares de la República, ayudadas por el ejército soviético, res­ tablecieron el orden con su sola presencia, sin que hu­ biera que deplorar víctimas. La violenta protesta no carecía, sin embargo, de

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justificación y venía a advertir al gobierno que había ido ya demasiado lejos en su política de exigir a las personas el sacrificio de lo presente por lo futuro, y por un futuro que podía enfervorizar y hasta alboro­ zar, como sin duda enfervorizaba y alborozaba, a los miembros del partido, pero que no entusiasmaba a otros ciudadanos. El gobierno no desdeñó la lección e hizo grandes concesiones a los descontentos. Las mayores satisfacciones se dieron a los campesinos, prueba de que las autori­ dades percibieron que el estado de la agricultura y el desorden en el campo habían sido la causa principal de aquellos sucesos premonitorios. De momento se detuvo la colectivización de la agricultura, al tiempo que proclamaba el gobierno que la propiedad privada de la tierra tendría que desempeñar todavía importante papel en la economía de la Alemania oriental. Habría que hacer más productiva la agricultura, para lo cual se recompensaría al campesino más liberalmente. Se tomarían medidas para poner al alcance del campesino mayor cantidad de artículos duraderos de consumo, y se acrecerían las inversiones en la agricultura en ven­ taja, tanto de las granjas de propiedad privada como de las organizadas en cooperativa. Las cooperativas se­ rían montadas de tal suerte, que ganaran en atractivo para los campesinos. No habría ya tanta presión para que las cooperativas más simples se transformaran en unidades cerradas y rígidas del tipo del kolkhoz so­ viético. Con todo, el gobierno no abandonó la preferencia por las cooperativas, pues siguió considerando que las fincas grandes constituían una de las condiciones nece­ sarias para m ejorar los rendimientos de la tierra; pero se declaró dispuesto a tener una política más flexible, prestando mayor atención a los costos y a los ingresos de las distintas formas de explotación del suelo. Las cooperativas, sobre todo, recibirían nuevo estímulo fi­ nanciero, con la idea de que se viera que eran supe-

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riores, en cuanto sistema, al de la propiedad privada de la tierra. Otro gesto del gobierno para bienquistarse al cam­ pesino fue la rebaja de los tipos de impuestos comentes y la orden de que los atrasados en el pago de los impuestos quedaran exentos de la obligación de hacer­ lo. Esta disposición benefició en especial a los grandes propietarios, sujetos al pago de impuestos tan altos, que no podían pagarlos. También fueron reducidos los impuestos en especie mediante la disminución de las cuotas de entrega forzosa. Las rebajas en las cuotas fue­ ron mayores para los campesinos ricos, a los que se quiso compensar en algnua forma por el trato injusto que se les había dado en este punto. Después de la borrasca de junio de 1953 el gobierno trató también de reducir el costo de la vida como un medio de dar satisfacción a la población descontenta en general. Bajaron los precios de los artículos de consumo y hubo una disminución de los impuestos. La capacidad adquisitiva de las masas creció de modo notorio en 1954. Para aumentar la oferta el gobierno lanzó al mercado una parte de sus existencias de ar­ tículos estratégicos, así como comestibles. La reducción de los precios al por menor de artícu­ los manufacturados fue decretada en la segunda mitad de 1953 y benefició ostensible y prestamente a los cam­ pesinos. Asimismo, se lucró el campesino de la rebaja de los precios de bienes y servicios presentes en los costos de la agricultura, como los materiales de cons­ trucción. La rebaja de precios afectó por igual a los campesinos propietarios y a las cooperativas agrícolas, pero las concesiones que hizo el gobierno en el capítulo de los impuestos favorecieron más a las cooperativas. Como la capacidad de producción ele las industrias pesadas había estado creciendo desde 1950, el gobierno pudo mostrarse más comprensivo y autorizar un aumen­ to en la producción de artículos duraderos de consumo y herramientas para los campesinos. Y al abandonar un

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tanto la política de concentración de los recursos de capital y mano de obra en la industria pesada, cupo reducir algo la presión administrativa sobre los agri­ cultores, según vimos al hablar de las cuotas de entrega y de los impuestos, y fiar más en los incentivos estricta­ mente económicos para mejorar la producción agrícola. Nuevo impulso a la colectivización Las cifras que van a seguir reflejan la pausa que en 1954 introdujo el gobierno en la campaña pro colecti­ vización de la agricultura. Por ellas advertimos también que ese alto en la marcha hacia el colectivismo agrario cluró poco tiempo, pues al año siguiente tomó nuevo ímpetu la colectivización, que ya no cesaría hasta ter­ minar con la inclusión de casi toda la tierra cultivable en las cooperativas. En 1950 las cooperativas y granjas del Estado (sector socialista) abarcaban el 5.7 por ciento del total de la tierra cultivable. En 1953, el 24.9; en 1956, el 29.4; en 1958, el 45.6, y en 1960, el 90%. En ese sector socialista eran cooperativas de los tipos I y II (el tipo I es el menos avanzado o integrado y el tipo III representa el máximo de interdependencia de los elementos componentes de la cooperativa); en 1954, el 2.6% ; en 1959, el 3.6 y en 1960 el 31% . Las cooperativas del tipo III representaban en 1954 el 9.4%, en 1957, el 22.1 y en 1960, el 53% . Los números anteriores reflejan la inclinación pro­ gresiva de la política gubernamental a preferir el tipo más avanzado de cooperativa y dan al propio tiempo la medida de la profundidad de la colectivización. En 1955 comenzó el gobierno a poner en práctica un ambicioso plan de colectivización que duraría hasta 1960. A l acelerarse el tempo de la colectivización se acentuó paralelamente la consolidación de la agricul­ tura colectiva: las granjas colectivas mayores compren­ dían ya en 1958 el 37% de la tierra agrícola y eran del

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tipo III, estrechamente integrado; pero también cre­ cieron rápidamente a partir de entonces las cooperativas de las formas más sueltas, los tipos I y II. La gran campaña preconizadora de la colectivización total de la agricultura fue desencadenada por el Par­ tido de Unidad Socialista al final de 1959. Líderes menores y funcionarios del partido recorrieron los dis­ tritos rurales tratando de persuadir a las - poblaciones y a cada agricultor individualmente de las ventajas so­ ciales y personales del trabajo y de la producción en cooperativa sobre la explotación de la tierra aislada­ mente. Cuando, en 1959, se pudo trazar el cuadro de la di­ visión de la propiedad agraria en granjas del Estado, de las cooperativas y de propiedad privada, se vio que la tierra explotada por las cooperativas sumaba 2 908 000 hectáreas (1 565 000 en 1957); las granjas, del Estado, tenían 445 mil hectáreas (55 mil en 1958); en propiedad individual quedaban 3 095 000 hectáreas (4 351 000 en 1957). Las cooperativas y granjas del Esta­ do sumaban el 52.0% de la propiedad agraria contra el 32.7 en 1957. Como puede observarse, a pesar de la campaña del Partido, en 1959 subsistía aún en propiedad privada el 48 por ciento del suelo agrícola total. La campaña pro colectivización adquirió mayor brío en el mes de diciembre de ese año, pues 333 de las nuevas cooperativas que se fundaron en 1959 lo fueron en diciembre. Y en enero de 1960 cerca de 11 mil agricultores se unieron a las cooperativas, mientras que en enero-noviembre del año anterior la media mensual de adhesiones a las cooperativas había sido de 7 500 campesinos propietarios. Bien será decir ahora algo sobre el tamaño de las fincas resultante de la unión en cooperativa, pues ya señalamos que uno de los objetivos que perseguía el gobierno con la colectivización era la explotación en

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gran escala. La extensión óptima de la finca en coope­ rativa se fijó entre 1 500 y 2 500 hectáreas, pero el tamaño medio era de unas 280 hectáreas. En las gran­ jas cooperativas del tipo III el tamaño medio era de unas 540 hectáreas. Así fueron desapareciendo las fincas pequeñas y medianas, acotándose la tierra en grandes granjas. Una parte de la tierra cultivable, dividida en 1948 en 83 mil propiedades aproximadamente (generalmente de sobre 20 hectáreas cada una) aparecía convertida diez años después en unas 20 m il fincas. En 1958 sólo había ya algo más de 900 fincas rústicas que medían entre 50 y 100 hectáreas. La resistencia del campesino a la colectivización era manifiesta. H err Ulbricht la atribuía principalmente a elementos ex nazis, "seguidores del consejo hostil de la propaganda occidental”. Sea como fuere, aunque la resistencia a las cooperativas no podía considerarse general —pues si hubiese sido así el gobierno no hu­ biera podido avanzar paso en ese camino— tenía, sin embargo, suficiente importancia para mantener al cam­ po medio alzado y restar a la República mano de obra, técnicos y agricultores que le eran indispensables. La huida de los campos en la zona oriental de Ale­ mania había comenzado desde que la ocuparon las tropas soviéticas y aun antes cuando las nubes de polvo y humo en el horizonte anunciaron el avance del ejér­ cito rojo. Los Junkers y sus familias se fueron a la zona occidental, donde el clima sería más benigno para ellos. Con los Junkers huyeron otros muchos agricul­ tores propietarios. Después continuó la emigración de campesinos, ganando en fuerza con la colectivización. Según el gobierno de Bonn, desde 1952 hasta mayo de 1959 pasaron a la Alemania occidental más de 120 mil personas pertenecientes a la clase de pequeños propie­ tarios agrícolas, de los cuales 36 mil habían estado cul­ tivando su parcela. La última campaña en 1960 del

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Partido de Unidad Socialista en favor de la colectivi­ zación dio nuevo impulso al éxodo. El gobierno, preocupado, tornó a decir que la adhe­ sión a las cooperativas era un acto voluntario y dio seguridades a los campesinos de que no ejercería pre­ sión alguna para que todas las cooperativas de los tipos I y II se transformasen en cooperativas del tipo avan­ zado III. Entonces apareció también la tendencia en las es­ feras oficiales —el gobierno estaba rectificando cons­ tantemente su política agraria— a una dirección menos centralizada de la distribución por cosechas y a per­ m itir mayor flexibilidad en las cuotas de entrega forzosa de productos. Los tractores y las máquinas agrícolas, concentrados en los m t s , comenzaron a venderse a las cooperativas en vez de darlos en alquiler o facili­ tarlos con el personal correspondiente de los m t s para realizar faenas concretas. Las granjas colectivas adqui­ rieron asimismo el derecho de comprar nueva maqui­ naria, combustibles, piezas de recambio para las má­ quinas, etc., y el de tener sus propios servicios de reparación y mantenimiento, en iguales condiciones que los m t s y las granjas del Estado. Los m t s queda­ ron reducidos al papel de grandes centros de trabajo, transformados en Estaciones Técnicas y de Reparación ( r st ).

En 1959 había en la República Democrática Ale­ mana 60 300 tractores de 15 caballos de vapor, tres veces más que en 1953. El suministro de maquinaria agrícola al sector socialista aumentó de modo extraor­ dinario: los tractores, más del 50% y otras máquinas importantes, de un 20 a un 25% . Para 1961 se planeaba la rebaja de los precios de la maquinaria agrícola y la entrega de 14 mil tractores más a las granjas del Estado y de las cooperativas. De esos 14 000 tractores, 6 500 se asignarían a las zonas más necesitadas de mano de obra del norte del país.

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El sector socialista y el sector de la propiedad privada en la agricultura La propiedad agraria y la extensión de las fincas en 1960 se presentaban del modo siguiente: Sector socia­ lista: granjas del Estado y cooperativas agrícolas de producción (generalmente de más de 100 hectáreas y a menudo de más de 1 000 hectáreas). Sector privado: granjas de un tamaño medio de 6 hectáreas de tierra arable, y pequeñas parcelas propiedad de los campe­ sinos miembros de las cooperativas, con una extensión media en todas partes de un quinto de hectárea a media hectárea. Estas fincas eran, por lo común, huertas en las que el campesino perteneciente a la cooperativa cul­ tivaba por su cuenta y consumía con su familia una variedad de productos. La huerta, se sobreentiende, no tenía que ver con la demás tierra que “poseía” el cam­ pesino y formaba parte de la cooperativa. A l darle al campesino una pequeña parcela en pi-opiedad absoluta se quiso satisfacer su instinto de propietario y estimu­ larlo a trabajar en la cooperativa. Pero no parece que el sistema diera el resultado que buscaba el gobierno, por cuanto se dijo que el campesino ponía su mejor esfuerzo en el cultivo de la media hectárea de su pro­ piedad. Qué había de cierto en ello es difícil de esta­ blecer, por falta de documentación oficial. El plan septenal en la agricultura En la República Democrática Alemana la política gubernamental para el campo daba la sensación de que se estaba experimentando a la busca de un sistema que, dentro de los principios políticos y filosóficos del ré­ gimen, permitiera dar satisfacción al campesino alemán y crear una agricultura próspera. Pero el gobierno no abandonaría la colectivización, que, al contrario, habría de extenderse hasta comprender toda la tierra cultiva­ ble, según el plan septenal trazado para 1959-1965.

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Concluiremos, pues, el presente capítulo con una más amplia referencia a la parte reservada a la agri­ cultura en el plan septenal, que comenzaba anunciando notable aumento de las inversiones en ese sector de la economía. Para 1965 la inversión en maquinaria agrícola subiría un 125 por ciento: de 368 millones de marcos en 1958 a 829 millones en 1965. El número de tractores, que era de 37 mil en 1958 ascendería en 1965 a 174 mil. (Antes vimos que en 1960 había ya 60 300 tractores en la República Democrática Alemana.) Con la mayor mecanización se esperaba poder trans­ ferir gran cantidad de mano de obra agrícola a otras ramas de la producción. Confiábase en que para la recolección de 1965 todos los grandes colectivos y gran­ jas del Estado estarían completamente mecanizados. Junto a considerable avance en la productividad de la mano de obra como consecuencia de la mecaniza­ ción, el plan incluía grandes aumentos en el rendimiento por hectárea y por animal. E l-patrón de la producción campesina había sido abocetado en el plan en el sentido de obtener la ex­ pansión de los suministros de carne —y los consiguientes insumos en forrajes— en respuesta a la muy elástica demanda de carne y otros productos animales. La meta a alcanzar para 1965 se aproximaba a los altos niveles de consumo de carne prevalecientes en la Europa occi­ dental. El índice de la producción de trigo aumentaría a 129 (1954-1958:100); el de la remolacha azucarera, a 136; el del aceite de semillas a 157; el de las patatas a 149; el de los forrajes verdes, a 144; el del maíz, a 200; el del heno, a 139. El número de cabezas de ganado subiría vertical­ mente, así como los rendimientos de productos anima­ les por hectárea. Para ello habría grandes aumentos en la producción de forrajes. El ganado vacuno, del que había en 1958 en la República Democrática 60.3 cabezas

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por 100 hectáreas se elevaría en 1965 a 78.0 cabezas por 100 hectáreas. En el curso de los siete años se emprenderían im­ portantes obras de drenaje en 550 mil hectáreas de tierra cultivable, el 8% del área cultivable en 1959. La realización del plan había de tropezar con serios obstáculos de todo linaje. No todas las metas se alcan­ zarían en los primeros años. En 1960 fueron particular­ mente altas las inversiones en la agricultura y silvicul­ tura, pues ascendieron a un 10.4% de la inversión total en la República Democrática Alemana; porcentaje tanto más notable cuanto que el sector agrícola representaba una parte relativamente pequeña en la producción y el empleo totales. Buena porción de aquella inversión se destinó a la mecanización de la agricultura. El em­ pleo de abonos artificiales aumentó ese año un 50%. En el total de las adquisiciones de productos agrícolas por el Estado las entregas forzosas siguieron siendo altas en extremo. Pero las grandes diferencias que habían venido existiendo entre los precios pagados por el Es­ tado por los productos de las entregas obligatorias y los pagados por las entregas por cima de la cuota dis­ minuyeron mucho, estableciéndose una mayor nivela­ ción. Las siguientes cifras ilustran lo que acabamos de decir. En 1957 los precios del Estado para las cuo­ tas de trigo ascendieron a 104 (1955:100) y los precios para las entregas p or encima de la cuota fueron 192. En 1959 las cantidades respectivas fueron 111 y 117. El año de 1960 resultó bueno en conjunto para el plan septenal en la agricultura: aumentó la producción de casi todos los productos importantes, y e l número de cabezas de ganado creció en un 5% . En 1961 la situación de la agricultura en la Alema­ nia oriental no fue tan favorable. Lluvias torrenciales en el período de la recolección la estorbaron de modo considerable. Los .trabajos agrícolas se resintieron, como en años anteriores, de la escasez de mano de obra en las temporadas de la sementera y de la recolección, a

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pesar de la ayuda que prestaron obreros voluntarios los fines de semana y del empleo de soldados y estu­ diantes. Se perdieron cosechas por no haberse podido retirarlas del campo durante los cortos periodos de tiem­ po seco. Además, en muchas cooperativas del tipo I la recolección se efectuó ese año dentro de nuevos métodos institucionales, con los inevitables inconvenientes de toda transición. Corolario de todas esas dificultades fue que la producción agrícola y pecuaria quedó muy por abajo de la de 1960 y de la prevista en el plan. En junio se presentaron graves dificultades de abastecimiento y escasearon los comestibles. El gobierno, reacio a au­ mentar las importaciones, estableció un sistema de “ra­ cionamiento local". Se ponía de manifiesto una vez más que la agricultura era el talón de Aquiles de la República Democrática Alemana. Y no por sus defi­ ciencias y su desorganización, si bien se repara en ello; la escasez de comestibles tenía causas más pro­ fundas. La tierra en Alemania oriental era relativa­ mente pobre e insuficiente para alim entar 17 millones de almas. No toda la escasez era, pues, atribuible al sistema de explotación del suelo. La Alemania oriental, como Checoslovaquia (países con problemas similares) tendrían que importar víveres en grandes cantidades. En el periodo que estudiamos, la proporción de sus impor­ taciones de comestibles era el 25% de las importaciones totales. T anto la Alemania oriental como Checoslova­ quia importaban alrededor de la cuarta parte de sus necesidades totales de grano; y la importación de carne era todavía mayor en la Alemania oriental que en Checoslovaquia. La situación de crisis en la agricultura de la Alema­ nia oriental —acentuada por las malas cosechas de 1961— continuó en 1962 con perspectivas poco lison­ jeras en las producciones para el plan septenal. Mas el gobierno se mantuvo en sus trece, y en el gran con­ greso campesino —al que asistieron 2 m il delegados— que se reunió en marzo en Magdeburgo, reafirm ó su

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política colectivista, con desafío —según palabras de Herr Ulbricht— ‘‘de las gentes al servicio de los ene­ migos del Estado obrero y campesino, empeñados en dañar los colectivos”.

XX . LA IN DUSTRIALIZACION ! L as auto rid ad es de la Alemania oriental se esforzaron desde un principio por crear una industria pesada.La preferencia dada a la industria de bienes de capital sobre la de bienes duraderos de consumo y sobre la agricultura tenía fuerte significación política. Entrañaba el intento, no sólo de hacer independiente a la A le­ mania oriental de la economía de la otra Alemania, sino también de fundar un centro industrial en el oriente europeo que contribuyera positivamente a acelerar el desarrollo económico en esa constelación de países agra­ rios. Ése era el verdadero, y hasta 1953 el único, afán del gobierno de la República Democrática Alemana: la industrialización del país en el menor tiempo posible. Por haber concentrado los alemanes, de la zona orien­ tal lo m ejor de sus energías en ese empeño el pano­ rama que se nos ofrece al tocar la materia reservada al presente capítulo es asaz distinto del que tuvimos de­ lante cuando tratamos de la agricultura. Lo que allí eran reveses, descontento y presiones sobre el campe­ sino, es aquí a la inversa: adelanto, crecimiento y fruc-

1 Documentación: Naciones Unidas: Economic Survey of Europe; Estudio Económico M undial; Apergu de ¡'Expansión Industrielle, 193S-195S; Germany Reports; Slatistiches Jahrbuch der Deutschen Demokratische Republik. 2 Industria pesada: Combustibles, metalurgia de los meta­ les ferrosos, maquinaria y productos metálicos, productos químicos (incluido el caucho), materiales de construcción y otros. Industria ligeras Textiles, calzado y ropa, alimentación y otros.

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tuosa colaboración entre el gobierno y los obreros. Las tasas de crecimiento en la industria serán comparables con las de la Alemania occidental, y en los ramos de la minería y la energía eléctrica esas tasas serán relati­ vamente más altas que en el oeste. Por haber sido así, en una década la Alemania oriental llegó a ocupar el sexto lugar entre las naciones industriales de Euro­ pa, el segundo en el levante europeo (después de la Unión Soviética) y en la industria química pudo si­ tuarse en el sexto lugar en el mundo y el segundo en términos de producción per capita. La socialización de parte de la industria Como en la Alemania occidental, o tal vez en mayor medida, en la Alemania oriental la guerra y las repa­ raciones dejaron a la industria muy disminuida y desor­ ganizada. Pero, pasado el periodo más duro de desmantelamiento y traslado de industrias y materiales a la Unión , Soviética, los rusos se preocuparon por conse­ guir que en aquella zona se diera vigoroso impulso a la producción industrial mediante la máxima utiliza­ ción de la capacidad existente y la fundación de nuevas fábricas. A l propio tiempo, las autoridades soviéticas favorecieron la nacionalización de un número de im­ portantes empresas. La socialización de la industria comenzó allí en el verano de 1946, y como ocurrió con la tierra, los dueños fueron expropiados sin indemnización financiera ni compensación alguna de otra clase. Hubo también industrias que no fueron expropiadas manu militari, pero que acabaron sustraídas a los capitalistas por otros medios, cuales los impuestos progresivos francamente expropiadores. Las empresas nacionalizadas pasaron a pertenecer a la Comisión Económica, o a los Lánder, o a los mu­ nicipios, o a las cooperativas. La socialización de la industria concluyó en la A le­

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mania oriental oficialmente el 17 de abril de 1948. Entonces publicaron las autoridades militares soviéticas la orden N9 64j en la que se anunciaba que el Estado controlaba alrededor del 40 por ciento de la producción industrial de la zona. Los rusos no trasladaron a la Unión Soviética todo el equipo industrial que incluyeron en las reparaciones. Una parte continuó en la Alemania oriental como pro­ piedad de la URSS, incluida en compañías de respon­ sabilidad limitada, las Sowjet Aktiengeselschaften, de que ya hablamos. Así aconteció con importantes uni­ dades de la I. G. Farbenindustrie (el trust de los tintes), con fábricas productoras de química pesada, artículos electroquímicos, aluminio, caucho, nitratos, etc. Constituyéronse más de 100 compañías rusas de ese género. A estas compañías pertenecía al parecer, el 25% de la capacidad industrial de la zona. Para incrementar la producción concertadamente se trazó un prim er plan el 30 de junio de 1948. La producción industrial quedó ese año muy por bajo de la anteguerra —78.5% de la de 1936— y así era también en la Alem ania occidental. Pero en el este no sólo se trataba de aumentar la producción; dadas las miras con que actuaban las autoridades soviéticas y sus aliados alemanes, urgía allí organizar la industria sobre nuevas bases, introduciendo nuevas líneas de producción, que no tuvieron razón de ser cuando Alem ania era una, pero que ahora se imponían si la zona oriental había de cumplir la misión de centro industrial que se le asignaba. El prim er objetivo sería un fuerte desarrollo de la industria de bienes de capital, con preferencia para la construcción de maquinaria pesada. También había que acrecer la producción de materias primas y combustibles por todos los medios, pues con la pro­ ducción de entonces no podía pensarse en llevar muy lejos la industrialización. Es más: junto con la insufi­ ciencia numérica de mano de obra, la escasez de materias primas y combustibles surgía como el gran

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obstáculo para la industrialización en el este de Ale­ mania. En 1950 todavía no había logrado alcanzar la Ale­ mania oriental los índices de producción de 1936 en todas las ramas de la industria, pero en algunas indus­ trias los había rebasado- ligeramente. La producción de acero bruto, que fue en 1936 de 1 199 000 tonela­ das, sólo llegó a 999 m il en 1950. En lingote de hierro fue superada la producción de 1936 (202 m il tonela­ das) con 337 m il toneladas. Los resultados en la pro­ ducción de combustibles, energía eléctrica y materias primas fueron similares a los obtenidos en la industria. La producción de hulla estuvo todavía por debajo de la de preguerra, pues en 1936 sumó 3 500 000 toneladas métricas y en 1950 sólo 2 800 000. En la producción de lignito (carbón pardo) se registró ya un avance, de 101 millones de toneladas en 1936 a 137 millones en 1950. Lo mismo pasó con la energía eléctrica: 14 mil millones de kilovatios-hora en 1936, y 19 500 millones en 1950. Los planes quinquenales El plan puesto en práctica en 1948 sólo duró dos años, por haber sido reemplazado el l 1? de enero de 1951 por un plan quinquenal, cuyo objetivo principal era levan­ tar la producción industrial para 1955 en 192% del nivel de 1950. Las marcas de este plan no se alcan­ zaron generalmente, pero subió continuamente esos años la producción total de las industrias, como puede com­ probarse por los índices siguientes:

1950

1952

1953

1954

1955

100

142.3

159.6

176

189.6

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En el curso de ese lustro la situación cambió en la Alemania oriental por lo' que toca a la industria en va­ rios sentidos. El punto de partida fueron los desórdenes públicos de junio de 1953 (en realidad, el gobierno había comenzado ya a rectificar varios puntos de su política económica). El plan de inversiones para 1953 quedó modificado en la segunda mitad del año en un 3.5% aproximadamente, redistribuyéndose los recursos dentro del plan: la inversión en la industria pesada sufrió una merma de 600 millones de M A (o sea el 10% del programa total de inversiones), y el programa de viviendas, un tanto preterido hasta entonces, fue au­ mentado en 700 millones. La inversión en la industria ligera aumentó en 70 millones. Las medidas que a la sazón se tomaron para apaci­ guar a los campesinos tuvieron equivalente en la industria, donde se establecieron nuevos incentivos para los obreros y se hicieron importantes concesiones al sec­ tor de la propiedad privada. El aumento de la inversión en la industria ligera, al par que la reducción de los precios de los artículos de consumo, tenía por objeto acrecer la cantidad de artículos duraderos de consumo y hacerlos más asequibles a las masas. La producción bruta de las industrias ligeras aumentaría en adelante proporcionalmente más que la industria pesada, aunque la idea era usar en aquéllas de modo más completo la capacidad existente que dilatarla. También hizo en­ tonces el gobierno mayor hincapié en el aumento de la producción con vistas a la exportación. Por ejemplo, la producción de instrumentos ópticos y de precisión crecería un tercio en la segunda mitad de 1953; la de grandes turbinas de vapor se septuplicaría. en 1954, y la de grandes generadores eléctricos sería triplicada. El propósito que se perseguía con ese incremento de las ex­ portaciones obedecía a la misma política: poder impor­ tar comestibles y materias primas, en particular textiles y cueros, para mejorar la oferta de bienes de consumo. Los disturbios de junio de 1953 tuvieron asimismo

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otra secuela, si nos está permitido discernir en el cam­ bio de política de las autoridades soviéticas en la Ale­ mania oriental una repercusión de aquellos sucesos. Lo que sí podemos decir es que en agosto de ese año anunció el gobierno ruso que a partir del l 1? de enero de 1954 no extraería ya más reparaciones de la zona, condonaría las deudas de la República Democrática a la URSS, aumentarla los suministros de mercancías, concedería importantes créditos al gobierno y le trans­ fería . las S. A. G. que aún estaban en poder de las autoridades soviéticas. A l poner fin la URSS a las entregas por reparaciones en 1954 la República Democrática pudo incrementar las importaciones de combustibles y materias primas y utilizar más a fondo la capacidad de sus industrias lige­ ras. Inversiones anteriores en los sectores básicos de la economía comenzaron también a dar .fruto por aquellos días. Pero en los últimos meses de 1955 las industrias metalúrgicas tropezaron con serias dificultades para pro­ seguir su expansión, e incluso para mantener el nivel de las exportaciones. Un nuevo y notable impulso dado a las inversiones en 1956 se enderezaba principalmente a lograr la rápida expansión de los suministros nacionales de combustibles y primeras materias, así como la reno­ vación total de la maquinaria de las industrias mecá­ nicas en el plazo de dos o tres años. Ello se tradujo en un retroceso temporal de las exportaciones y en la intensificación de la escasez de materias primas aun antes de que disminuyeran de modo ostensible las dis­ ponibilidades de combustibles y minerales como efecto de las gravísimas crisis políticas en Hungría y Polonia hacia fines de 1956. Ese año se registró en la Alemania oriental el más débil aumento en la producción industrial de la pos­ guerra. Mas en 1957 mejoró considerablemente la si­ tuación en virtud de los muy crecidos envíos de combustibles y materiales —en especial por la Unión

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Soviética—, y del aumento de los pedidos soviéticos de maquinaria y manufacturas a la República Democrática. T an favorable proceso continuó en 1958. Los mer­ cados de la URSS y la Europa oriental absorbieron mayor cantidad de equipo industrial y artículos manu­ facturados de la Alemania oriental; y los combustibles bastaron para posibilitar el mayor aumento de la pro­ ducción registrado desde 1933. Modificaciones en la es­ tructura de la exportación y de la producción en las industrias de los metales permitieron que la producción fuera mayor que el aumento en los insumos de metal, y la productividad de la mano de obra en esos sectores creció con singular presteza. Simultáneamente la me­ jo ra de los suministros hizo posible la reducción de costos mediante un mejor uso de las capacidades en las ramas metalúrgicas. Todos esos avatares en la economía industrial y de las materias primas de la Alemania oriental se pro­ ducían ya dentro del nuevo plan quinquenal, que habría de realizarse entre 1956 y 1960. Las marcas eran muy altas en lignito, energía eléctrica, lingote de hierro y acero bruto, pero 1957, 1958 y 1959 serían años óptimos para el desarrollo industrial en la República Democrática Alemana. Fue el periodo en que se alcan­ zaron y sobrepasaron más marcas. Según el plan el empleo experimentaría un aumento de 2% , pero se consiguió un 3.8% en 1957 y un 2% en 1958. La pro­ ducción por hombre alcanzó la meta en 1957 y en 1958 llegó a un 8.7% (plan: 9.6%). Debe advertirse que esos grandes aumentos en la producción por hombre se obtu­ vieron después de disminuida la jornada de trabajo en una media de 3 horas por semana. Es más: el acorta­ miento de la jornada se acompañó en 1958 de un alza en la producción por hombre-hora de 11% . Pero el año de verdadero éxito en la producción industrial de la República Democrática fue el de 1959, cuando culminó el avance conseguido en ese periodo extraordinario. El crecimiento, tanto de la producción

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como de las inversiones, estuvo entonces muy por en­ cima de las tasas medias de los planes de largo plazo. Las inversiones fijas crecieron un 14% , y aun restaron a la Alemania oriental considerables recursos para m ejorar los niveles de consumo de las masas. Por tercer año consecutivo se anunció que la producción industrial había aumentado un 20% . Y la producción por obrero subió un 10% respecto de 1958, año en que aumentó respecto de 1957 en un 8.7%. El incremento de la pro­ ducción bruta, que el plan fijaba en u n 12.5% llegó a un 14.0%. Lo mismo, aproximadamente, ocurrió con la producción de bienes duraderos de consumo, con meta en el plan de 7.8% de aumento sobre 1958 y logro de 9.4%. La red de oleoductos de Rusia a la Europa oriental En tanto que la industria progresaba de ese modo en la Alemania oriental, el Consejo de Ayuda Económica Mutua negociaba proyectos de inversión conjunta para el desarrollo industrial de la Europa oriental que no podrían menos de tener pronto profundas repercusiones en la economía de esas naciones. Uno de esos grandiosos programas era la construcción de un oleoducto que lle­ varía petróleo crudo soviético desde los campos petro­ líferos situados cerca de Kuibyshev, a Hungría, Checos­ lovaquia, Polonia y la Alemania oriental. Este, proyecto fue concebido en 1957 y en diciembre de 1959 firma­ ron los países afectados el convenio correspondiente. Cada país comenzó a trabajar a principios de 1960 en la sección del oleoducto tocante a su territorio y en la construcción de nuevas refinerías necesarias para refinar mayores cantidades de petróleo importado. El oleoducto tendrá una longitud de 4 5 0 0 kiló­ metros, cruzará Rusia y el norte de Ucrania hacia Bielorrusia, donde, en el pueblo de Mozyr, se bifurcará, yendo una rama a la Alemania oriental a través de

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Polonia y la otra a Checoslovaquia a través de Ucrania y Hungría. El convenio de Moscú sobre el oleoducto establece el intercambio de maquinaria y equipo y otros materia­ les de inversión y traza los planes técnicos para la sec­ ción del oleoducto en cada país, comprometiéndose cada cual a construirla a su costa. Cada país será dueño de la instalación hecha por él en su territorio. La construc­ ción total debió terminar en 1963. Simultáneamente, todos los países iniciaron inme­ diatamente la construcción de refinerías de petróleo en gran escala. En Plock, en el Vístula, en Polonia, y en Schwedt del Oder, en la Alemania oriental, las capa­ cidades instaladas en 1963-1964 serán suficientes para refinar, cada una, de uno a 2 millones de toneladas de petróleo crudo; en 1966-1967 refinarán 4 millones de toneladas, y 8 millones en 1975. Mediante el oleoducto podrá desarrollar inmensa­ mente la Alemania oriental su industria petroquímica. El acontecimiento económico del año para la eco­ nomía de la Europa oriental fue en 1961 la terminación por Checoslovaquia en el mes de octubre del tramo que le correspondía en esa recl de oleoductos para el sumi­ nistro de petróleo crudo soviético a esos países. El puerto de Rostock La Alemania oriental se encontró virtualmente sin puer­ tos que pudieran rivalizar con el de Hamburgo o el de K iel en la Alemania occidental. Hamburgo particular­ mente, inmenso centro de tráfico marítimo, es un fac­ tor de prim er orden en la economía de la República Federal. Los alemanes del este se han propuesto hacer de Rostok, en el Báltico, el puerto de su zona, capaz para recibir trasatlánticos y, mediante la construcción de grandes astilleros, fabricar una marina mercante pro­ pia y buques para la exportación. Aunque Rostock nun­ ca podrá resistir comparación con Hamburgo, la Ale-

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mania oriental lia creado ya allí un puerto que le permite tener una industria marítima, aunque modesta. De los astilleros de Rostock salió en 1955 en forma de barcos el 6.7% de la producción total de las industrias metalúrgicas de la República Democrática, y en 1957 el 4.6%.En las exportaciones de las industrias de los metales correspondía a los barcos en 1955 el 11% y en 1957 el 9.3%. El sector socialista y el sector de la propiedad privad a en la industria

Menester será ahora que nos detengamos en nuestra exposición del desarrollo industrial de la Alemania oriental para ocupamos de la socialización en esta parte de su economía. La socialización de las industrias de la zona oriental de Alemania, iniciada en 1946 por las autoridades so­ viéticas, continuó, aunque sin grandes precipitaciones ni campañas acuciantes, en los años siguientes. En 1950 todavía era de propiedad privada el 35% de la industria textil, el 30% de la industria del papel y la celulosa, y el 20% de la mecánica fina: instrumentos ópticos y de precisión. En 1955 la parte de los negocios de propiedad pri­ vada en la producción industrial bruta representaba el 14.7%. Según el Apergu de l’Expansión Industrielle, de las Naciones Unidas, en 1957, había en la República De­ mocrática Alemana un total de 19 343 empresas indus­ triales: unas de propiedad pública, otras de las coope­ rativas y el resto de propiedad privada. Esas empresas empleaban a 3 092 600 personas. Además, había otras empresas llamadas artesanas, re­ gistradas, o sea negocios menores llevados por artesanos y dueños de talleres. Las empresas artesanas eran 208 574 y empleaban a 716 900 personas. El sector socialista se dividía en empresas públicas

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y cooperativas. Las empresas públicas sumaban 5 563, con 2 545 300 empleados y obreros, y las cooperativas, 706 empresas con 30 200 empleados y obreros. A las empresas socialistas hay que añadir las coope­ rativas de artesanos, que contenían 265 empresas con 9 500 trabajadores. En el sector de la propiedad privada el total de empresas de todas las industrias era de 13 074 con 517 100 obreros. Las empresas de artesanos que traba­ jaban en régimen de propiedad privada ascendían a 208 309, con 707 400 obreros. Observamos que aunque el número de empresas en el sector socialista —el 32.4% del total— era inferior al de las de propiedad privada, el número de personas empleadas en ellas —el 83.2% — sobrepujaba considera­ blemente al personal al servicio de las empresas de pro­ piedad privada. Por modo correspondiente, la suma de sueldos y salarios pagados se elevaba en el sector socia­ lista ese año de 1957 a 12 301 300 000 MA, y en el sector de la propiedad privada a 1 939 400 000 MA solamente. Quiere decirse, pues, que la mayor parte de la industria estaba ya socializada, aunque no la mayor parte de las empresas. Esta especie de paradoja favo­ recía la ilusión de que el sector de la propiedad privada seguía siendo importante, y. en rigor lo seguía siendo para el gobierno, por razones políticas y económicas. Lo que interesaba al gobierno era la socialización de la in­ dustria pesada y la de materiales estratégicos. En cuanto a las llamadas empresas artesanas, notamos que el número de las comprendidas en las cooperativas era todavía insignificante: 265, de un total de 208 574. Y el número de personas empleadas en las empresas artesanas organizadas en cooperativas ascendía sólo a 9 500, por 707 400 en las empresas artesanas de propiedad privada. En 1958 se había completado la socialización de la minería y la metalurgia. De las industrias químicas úni­ camente el 5% quedaba en propiedad privada. De las

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de materiales de construcción, el 12% . De la textil, el 13% . De la de papel y celulosa el 13% también. De la mecánica fina —instrumentos ópticos y de precisión— el 5%. A fines del año de 1959, la porción de los nego­ cios privados en la producción industrial bruta era el 4.9%. Dijimos más arriba que la socialización de la industria se había hecho sin precipitaciones, a lo menos sin las precipitaciones que dieron el tono a la colectivización de la agricultura. Y en efecto, después de 1950 el go­ bierno no puso ya en práctica los métodos directos y radicales de expropiación sin indemnización; antes bien, prefirió asegurar la participación del Estado en el negocio, ora mediante la inversión del propio capital en una empresa de propiedad privada, ora por la par­ ticipación de los hombres de negocios en una empresa propiedad del pueblo. La parte privada venía a tener una participación más bien pasiva, y el industrial pasaba a ser miembro de la compañía personalmente respon­ sable, con un sueldo sujeto a impuesto. Desde ese ins­ tante la nueva compañía recibía trato especial, de preferencia, en punto a los impuestos y al suministro de materiales. El capitalista o empresario formaba parte del majiagement y tenía un interés personal, a veces considerable, en el negocio. Ese modo de proceder por el lado del gobierno le allegaba técnicos, industriales avisados, hombres de acreditada capacidad para los negocios, que quedaban así unidos al régimen y comúnmente no seguirían el ejemplo de los capitalistas que se fueron a la Alemania occidental. A l concluir el año de 1959, 13 m il empresas, en nú­ meros redondos, que en 1957 formaban el sector de la propiedad privada habían quedado reducidas a 11 600. De ellas 1 4 0 0 habían aceptado la participación del capital del Estado. Eso por lo que concierne a las empresas propiamente dichas. El otro grupo de la producción industrial, el

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de las llamadas empresas artesanas, se mantuvo libre virtualmente de la intervención socializante del gobierno liasta 1957, cuando los directores de la economía en la República Democrática Alemana cayeron, al parecer, en la cuenta de que sería bien encauzar y desarrollar■den­ tro de cooperativas la capacidad productora de esas pe­ queñas industrias. Dictóse, pues, legislación al respecto, por virtud de la cual muchos de esos establecimientos quedaban asimilados a las empresas industriales, o ele­ vados a esa categoría. No consta que los artesanos opu­ sieran resistencia a ingresar en las cooperativas. Muchos se incorporaron a ellas espontáneamente. El desarrollo económico de la Alemania oriental, 1950-1959 En 1961 se pudo ya trazar el cuadro del desarrollo económico general de la Alemania oriental en la déca­ da de 1950-1959.3 La tasa media anual de crecimiento había sido de 8.8 en total. La agricultura había cre­ cido a razón de un 2.8% ; la industria, 11.1 por ciento; la construcción un 10.9% ; los transportes y comunica­ ciones, un 5.8% y el comercio un 5.1 por ciento. El rápido aumento de la producción industrial logrado en la década se acompañó de importantes incremen­ tos en el ingreso nacional, no sólo en términos absolu­ tos, sino también per capita. El aumento £ue tanto más notable cuanto que se alcanzó sin que creciera apreciablemente el porcentaje de la población dedicada a las actividades productivas. Consiguióse, fundamentalmente, merced a un aumento de la producción por persona, contribuyendo a ello, en prim er lugar, el incremento de la cantidad de capital invertido por trabajador y el desplazamiento de mano de obra de sectores menos productivos a otros más remuneradores, mayormente de la agricultura a la industria. 3 Estudio Económico Mundial, Naciones Unidas.

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Ese proceso se aprecia m ejor cuando se sabe que las tasas anuales de aumento de la población, de la mano de obra y del ingreso p er capita, también en ia década, fueron, respectivamente de 0.1% , 1.0% y 9.5%. La Alemania oriental figuraba ya entre los países industrializados del mundo. Las cifras que siguen lo proclaman y además denotan las direcciones en que se orientaba para lo futuro su economía. La distribu­ ción del ingreso nacional por sectores de actividad arrojaba en 1959 el 67.6% en la industria (55.7% en 1950); el 12.3% en la agricultura (20.4 en 1950); el 5.0% en los tamsportes y comunicaciones (6.4% en 1950) y el 9.0% en el comercio (12.3 en 1950). El plan septenal En 1959 culminó el proceso de crecimiento económico continuo y vigoroso en la Alemania oriental. El segundo plan quinquenal —en los años que duró— fue corona­ do por el éxito, y probablemente animado por tan fuerte estímulo, el gobierno anunció en vísperas del X aniversario de la constitución de la República, el 7 de octubre de 1959, la interrupción de ese plan y la in­ troducción de uno nuevo que duraría siete años, de 1959 a 1965. El plan septenal preveía un aumento anual de la producción industrial total de 9.4% y un incremento también anual de la producción por obrero de 9.2%. El producto nacional neto subiría anualmente a razón de 6.8 por ciento. El consumo per capita aumentaría a razón de 7.2%. La inversión bruta crecería a una tasa anual acumulativa —todas eran tasas acumulativas— de 10.4% al año. Las importaciones, a razón de 7.2% y las exportaciones en 9.3%, valores corrientes. La escasez de mano de obra imponía un aumento del empleo a menor ritm o que el desarrollo general de la economía, pero este menor crecimiento se compen­ saría, en parte, con el aumento acelerado, o mantenido,

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en la producción por obrero empleado. Se esperaba m ejorar la eficiencia de la producción mediante la cre­ ciente uniformización de productos y la concentración de empresas. Pero el grueso de las ganancias que había la esperanza de obtener en el dominio de la producti­ vidad se conseguiría gracias a la modernización, o la sustitución, de ía maquinaria anticuada en las plantas existentes y la instalación de equipo más moderno en nuevas empresas. Semejante innovación iría seguida y acentuada por la instalación de maquinaria economizadora de mano de obra, incluida la conversión en automáticos de algunos procesos, en gran escala. Las inversiones aumentarían en el periodo 1959-1965 algo más del doble, a precios corrientes, de las de 1950-1958. La industria y las empresas de la construc­ ción absorberían aproximadamente partes iguales de la inversión total, y su suma total subiría (a precios co­ rrientes) de 24 000 millones de M A durante 1952-1958 a 60 000 millones en el nuevo plan. Las inversiones en la industria química, ingeniería eléctrica y generación de energía (incluida una estación de energía nuclear) se triplicarían en conjunto entre 1958 y 1965; la minería y la metalurgia serían los sec­ tores más favorecidos. La industria química absorbería el 20% de la inver­ sión total en la industria (comparada con un 14 por ciento durante 1951-1959). Otras ramas respecto de las cuales se dieron proporciones precisas eran la metalurgia (8 p o r ciento, contra 13 por ciento durante 1951-1959) y vidrio y cerámica (2%). La Unión Soviética representaría un papel capital en el plan septenal, tanto como país suministrador de materias primas y combustibles como en cuanto mer­ cado para una considerable parte del aumento de las exportaciones de productos químicos, productos manu­ facturados y maquinaria. El plan septenal de la Alemania oriental pareció excesivamente optimista y ambicioso a algunos econo-

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mistas del Occidente, que estimaban limitadas las posi­ bilidades de expansión de la economía de una nación tan poco afortunada en recursos naturales. Con todo eso, en los dos primeros años se sobre­ pasaron los objetivos del plan en lo tocante a la ex­ pansión industrial y se repitió la tasa de 1959 de un 8.5 p or ciento de crecimiento general de la economía. Pero se registró notable disminución en la tasa de crecimiento de la industria, si bien las de 1959 habían sido extraordinariamente altas. T an halagüeños resultados no se alcanzaban sin fuertes luchas con las consabidas dificultades de los inadecuados abastecimientos de materias primas y pro­ ductos semielaborados, que estorbaron el funcionamiento de la industria durante la mayor parte de 1960, que­ dando frenada la expansión de varias industrias. La generación de electricidad subió en un 8 por ciento, a más de 40 000 millones de kilovatios-hora, pero no parece que se alcanzara la meta del plan; y el suministro de energía, duplicado desde 1950, siguió siendo insuficiente, y continuaría siéndolo hasta que las capacidades que entonces se acababan de instalar entra­ ran en producción. La producción metalúrgica alcanzó su objetivo global del plan septenal, y se rebasaron las marcas en lingote de hierro, acero laminado y productos de acero en la se­ gunda fase del proceso de elaboración. Adelanto significativo en el desarrollo de la industria química en la Alem ania oriental fue la puesta en ser­ vicio de seis nuevas plantas en las fábricas Buna. En el curso de ese mismo año de 1960 se intro­ dujeron innovaciones de gran alcance en la industria de la República Democrática en orden a nuevas líneas y nuevos procesos de producción, que se tradujeron en la manufactura de 1 400 nuevos productos. El año fue notable también por la fabricación en mayores canti­ dades que antes de artículos duraderos de consumo, como aparatos de televisión, refrigeradores y máquinas

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lavadoras. Sin embargo, la calidad y la variedad de esos y otros artículos continuaron siendo inferiores a las necesarias y deseables. En 1961 disminuyó aún más que el año anterior el ritmo de expansión de la economía de la Alemania oriental, como había sucedido también en la Alem a­ nia occidental, quizá porque ningún pueblo puede estar sometido, o someterse a sí mismo indefinidamente, a la presión de un proceso de trabajo realmente excep­ cional. Todo parecía apuntar en la Alem ania oriental a un crecimiento de la economía de pauta más lenta que la prevista en el plan septenal y que la conocida en la década extraordinaria de 1950-1959. La producción industrial no sólo reflejó los efectos adversos de la per­ sistente escasez de mano de obra, sino también los de la reorganización de la industria, emprendida en alto grado con objeto de reducir la dependencia del país de los suministros de maquinaria y piezas de recam­ bio de la Alemania occidental. Y la entrada de equipo fabricado en otros países de la Europa oriental impuso reajustes y readaptaciones de utillaje, que no podían menos de lim itar el incremento de la producción du­ rante el periodo de transición. La escasez de mano de obra seguía manteniendo en crisis a la economía de la Alemania oriental. Sin embargo, perduró allí constante el empleo industrial en 1959 y 1960, a pesar de la emigración de personal ca­ pacitado a la Alemania occidental. (Últimamente había disminuido el número de los que huían.) En un artícu­ lo publicado p or Právda el 30 de diciembre de 1961 H err Ulbricht cifró en unos 30 000 millones de MA la pérdida representada por el personal capacitado que emigró de la Alemania oriental después de la guerra. Ese era el costo de educar y capacitar a los que se fue­ ron a la zona occidental y luego a la República Federal. En 1957 el Institut fü r Weltwirlscliaftforschung, con sede .en Kiel, había calculado que la huida al oeste

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había costado a la Alemania orienta! 22 500 millones de MA. Anudando ahora el hilo que dejamos suelto, agre­ garemos que en 1961 no se alcanzaron los objetivos del plan septenal de la República Democrática ni en la minería ni en la metalurgia. Pero en la industria quí­ mica se cumplió la meta de producción con un aumento superior al de 1960. La producción en las industrias ligeras aumentó casi tan rápidamente como en 1960, y en general las metas del plan se alcanzaron o sobreexcedieron en esas indus­ trias. Para concluir este análisis del desarrollo industrial en la Alem ania oriental traeremos aquí ciertas conclu­ siones de los expertos, según las cuales los mayores problemas económicos para ese país seguirían siendo el reajuste del patrón de la producción industrial para sacar el mejor partido posible a la mano de obra, que estaba llamada a continuar estática por algunos años, y la necesidad de introducir nuevos reajustes estructu­ rales después de la decisión de aflojar más todavía los lazos económicos con la Alemania occidental y fortale­ cer los existentes con los países “comunistas”. Por su parte, las autoridades de la República De­ mocrática Alemana aseguraban que los años de 1961 y 1962 tenían que ser vistos como años de reajuste y de relativa austeridad antes de que pudiera iniciarse una nueva fase de rápida y general expansión dentro del marco del plan para 1959-1965. W alter Ulbricht, en su informe sobre el desarrollo económico en la República Democrática Alemana pre­ sentado al sexto congreso del Partido en el Berlín oriental el 15 de enero de 1963, dijo que el cierre de la frontera el 13 de agosto de 1961 había creado las condiciones indispensables para la estabilización de la economía nacional. Para 1970 —añadió— la produc­ ción industrial será seis veces mayor que cuando fue establecida la República. El plan de siete años prevé un aumento de la producción industrial de 160 por

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ciento en relación con 1963. A l propio tiempo el plan impone la tarea de aumentar la productividad de la mano de obra en la industria en un 165 por ciento comparado con el nivel actual. El comercio exterior

Reparamos líneas más arriba que en 1961 la República Democrática reafirmó su política de hacerse cada día más independiente de la República Federal en el plano comercial. Obligadas las empresas de la Alemania orien­ tal a disminuir sus compras en la Alem ania occidental, comenzaron a aplicarse generalmente los patrones tecno­ lógicos soviéticos ( g ost ), tanto para facilitar mayores transacciones con la URSS como para estimular eco­ nomía de insumos. Oficialmente no existían relaciones comerciales, ni de ninguna clase, entre la República Federal y la Re­ pública Democrática. Las negociaciones comerciales no las llevaban los gobiernos, sino unos funcionarios de cada parte, que se suponían procedían por su cuenta en una oficina especial abierta para esos tratos en el Berlín occidental. Oficial o no —y el expediente era verdade­ ramente ingenuo— el comercio entre ambas Alemanias tenía aún cierta importancia; en todo caso, con ningún otro país de occidente comerciaba la Alem ania oriental en esa escala. Considerado el Berlín occidental como parte de la República Federal, resultaba que el comercio anual entre el este y el oeste de Alemania montaba en 1961 una suma equivalente a 440 millones de dólares, o sea unos 60 millones menos que en 1960. Las exporta­ ciones del Berlín occidental a la República Democrática se cifraron en 1961 en unos 45 millones de dólares y las importaciones en 18 millones aproximadamente. Ese comercio menguó aún más como consecuencia de la mencionada decisión del gobierno de la Alemania oriental. Las importaciones de la Alemania y el Berlín occidentales bajaron un 9 y un 10 por ciento y las ex­

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portaciones a esos territorios un 15 y un 10% , respec­ tivamente. Desde un principio la Alemania oriental dirigió su comercio exterior principalmente a la URSS y demás países del bloque. El primer plan de dos años, 19491950, y el plan quinquenal que siguió en 1951 tendían a hacer independiente de modo paulatino a la R epú­ blica Democrática del comercio con el oeste. En sep­ tiembre de 1951 se concertó un tratado comercial de cuatro años -19 5 1 -1 9 5 5 — entre la U nión Soviética y la República Democrática Alemana. La URSS sumi­ nistraría todo el trigo, todo el algodón y todos los fo­ rrajes que necesitaba importar la Alemania oriental durante ese periodo; la mayor parte de la carne, grasas, lana, pescado, tabaco, té, minerales de manganeso y cromo y lingote de hierro; casi la mitad del acero lami­ nado, y pequeñas cantidades de coque. A cambio, la República Democrática suministraría a la URSS ma­ quinaria pesada, motores y equipo industrial en gran escala, junto con productos químicos, barcos, instru­ mentos de precisión, aparatos de televisión, etc. Conve­ nios comerciales análogos se firmaron por la República Democrática Alemana y los demás países de la Europa oriental. Después de 1948 se registró una rápida expansión del comercio de la Alemania oriental, que en 1953 tenía ya el comercio exterior más importante de todos los países de esa parte de Europa, y, después de China, era la nación del mundo más unida comercialmente a la Unión Soviética. Ese año el 41% de las importa­ ciones de la Alemania oriental consistían en productos alimenticios, el 39% en materias primas y artículos semielaborados y el 20% en artículos manufacturados. Las cifras correspondientes de las exportaciones eran 2 por ciento, 17% y 81% . En 1954 el comercio de la Alemania oriental con los países del bloque oriental ascendía a 1 9G0 millones de dólares (1 100 millones de dólares sólo con Rusia);

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con la Europa occidental, incluida la Alemania occi­ dental, sólo 460 millones de dólares, y con otros países 210 millones de dólares. El segundo plan quinquenal, que duró tres años, y el subsiguiente plan septenal perseguían los mismos ob­ jetivos: una mayor compenetración económica con el bloque oriental. En este último plano no se insistía ya tanto en el desarrollo de la producción de materias pri­ mas nacionales, abriéndose más la mano a las importa­ ciones de estos materiales; y a trueque, se incrementa­ rían las exportacionees de maquinaria y artículos dura­ deros de consumo. Como anteriomente, la mayor parte de las importaciones procederían de la Unión Soviética, de la cual dependía económicamente la República De­ mocrática Alemana en forma sorprendente. Las cifras que van a seguir, relativas al año 1960, no sólo ponen de relieve en qué inmensa medida tiene que importar materias primas la Alemania oriental, sino también en qué altísimo grado es tributaria de la Unión Soviética. Por cielito de sus necesidades a importar por la Alemania oriental

Carbón Coque Petróleo Mineral de hierro Trigo

75 44 100 73 51

Por ciento del total de las importaciones a suministrar por la URSS

63 40 92 65 48

Comprobamos, pues, que la Unión Soviética abas­ tecía a la República Democrática Alemana de casi todo el coque que importaba, de casi todo el petróleo, de la mayor parte del mineral de hierro, de casi todo el trigo y de la mayor parte de la hulla. La verdad era que la URSS sostenía económicamente a la Alemania oriental, y de tal forma, que la Alemania oriental era una carga para la URSS. Esta impresión

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se acentúa cuando ponemos atención en la ayuda fi­ nanciera. Entre los países de Europa oriental existe una especie de sistema de créditos mutuos. Los créditos ne­ tos recibidos por la República Democrática Alemana en la década de 1950-1960 sumaron 97 000 millones de rublos. La Unión Soviética prestó a la Alemania orien­ tal 3 103 millones de rublos, sin recibir ningún crédito de la Alemania oriental. No parecía haber gran pers­ pectiva de que la dependencia financiera y comercial de la Alemania oriental respecto de la URSS tendría fin en los años por venir, y así lo debía de entender el Kremlin, por cuanto asignó un subsidio anual a la Re­ pública Democrática. El de 1962, anunciado en marzo, ascendía a 1 300 millones de MA, o sea unos 325 mi­ llones de dólares. De ahí que urgiera tanto a la URSS conseguir que la República Democrática fuera recono­ cida por todo el mundo como nación, con lo que se ensancharían sus relaciones internacionales y se le abri­ rían las puertas de los bancos y los mercados del occi­ dente. XXI. EL “ESTADO OBRERO Y CAMPESINO” en la Alemania oriental no se detuvo en la economía, sino que se extendió virtualmente a todos los aspectos y manifestaciones de la vida social, institucional y aun individual, en forma ya bastante familiar para todo el mundo desde la Revolución rusa. Incúmbenos ahora averiguar cómo penetró esta radicaIísima subversión en la milicia, en la educación y la cultura en general, en las relaciones entre el capital y el trabajo y en el movimiento sindical.

L a r e v o lu c ió n

La “policía p o p u la r acuartelada”

Quien dice Estado dice milicia o ejército, y más en A le­ mania. No podía faltar, pues, alguna clase de milicia

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EL ‘ ‘OBRERO Y CAMPESINO"

u organización m ilitar propia al Estado que las autori­ dades soviéticas comenzaron a levantar en la zona orien­ tal de Alem ania cuando surgió la desavenencia funda­ mental entre las potencias ocupantes. Y luego que se retiraron los rusos del Consejo de Control Aliado de­ cidieron crear en aquel territorio una fuerza militar. Tomó a su cargo esta función el Departamento de Asuntos Interiores de la Administración m ilitar sovié­ tica en el verano de 1948. En septiembre aparecieron ya los primeros “grupos vigilantes” (Bereitschaften) alemanes. A fines de 1950 la nueva fuerza constaba, por lo menos, de 39 Bereitschaften, o batallones, organiza­ dos por armas o servicios. A l año siguiente fueron reor­ ganizados los Bereitschaften en 24 Dienstellen, o grupos de cómbate. Caracterizaba a esas formaciones militares de la Alemania oriental su condición de milicia eminente­ mente política. La mayor parte de esos soldados o po­ licías eran hombres de convicciones políticas, proceden­ tes del partido comunista y de la Socialdemocracia, identificados con el régimen y sus aspiraciones. La fi­ delidad y la disciplina con que los Bereitschaften y los Dienstellen sirvieron al gobierno de la Alemania orien­ tal, tanto en días normales como en momentos de crisis —cuando tan fácil hubiera sido para esas tropas deser­ tar en masa a la Alemania occidental— atestiguaba su condición de milicia política y de clase. Hasta qué punto merecía esa milicia el nombre de ejército, o era una fuerza policiaca más o menos bien armada, resultaba difícil de determinar. Mientras tanto, la Alemania occidental había crea­ do su policía interior sobre el tradicional patrón de la Schutzpolizei de la República, y los aliados occidentales iban adelante con su plan de rearmar a la República Federal e incorporarla a la Comunidad de la Defensa Europea. En esa sazón advirtió Herr Pieck, Presidente de la República Democrática, que la Alemania oriental crea­

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ría su propio ejército si se llegaban a firm ar los conve­ nios sobre el rearme de la Alemania occidental, como se firmaron, en Bonn el 26 de mayo de 1952 y al día siguiente en París. El 18 de junio aprobó la Volkskammer en la Repú­ blica Democrática una resolución que autorizaba al gobierno a crear un “ejército nacional”. La nueva milicia recibió el nombre de K asernierte Volkspolizei, ó "policía popular acuartelada”. Según informaciones en poder de los aliados occidentales, en febrero de .1954 la k v p se componía de siete divisio­ nes, de las cuales tres estaban mecanizadas. En perso­ nal, los efectivos de la Alemania oriental sumaban unos 140 m il hombres. Alrededor de 100 m il pertenecían al ejército de tierra, y el resto a la aviación y a la marina y a los destacamentos de seguridad interior. Todo el personal era voluntario, como en la Alemania occiden­ tal, y se alistaba por un tiempo mínimo de dos años. El pacto de Varsovia

A ejemplo de lo que habían hecho los occidentales creando la Comunidad de la Defensa Europea, los países de la Europa oriental se unieron militarmente el 14 de mayo de 1955 mediante la firma en Varsovia de un tra­ tado de defensa mutua que establecía en común, entre otras cosas, el mando único para todas las fuerzas m ili­ tares de esas naciones: la URSS, Albania, Checoslova­ quia, Hungría, Bulgaria, Polonia, Rumania y la Alema­ nia oriental. Sus ejércitos serían organizados siguiendo muy de cerca el modelo soviético, con el que podrían llegar a integrarse en caso necesario. El "ejército p o p u la r nacional”

El 26 de septiembre de 1955 la Volkskammer aprobó dos enmiendas a la Constitución por las que se decla­ raba deber nacional el servicio m ilitar obligatorio y se

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autorizaba al gobierno a presentar los proyectos de ley pertinentes para el rearme y la reorganización del ejér­ cito. El 18 de enero de 1956 la Volkskammer aprobó varias leyes, por virtud de las cuales se creaba un ejér­ cito nacional y un ministerio de defensa y se dotaba al ejército de nuevos uniformes. Días más tarde fue designado ministro de defensa Herr W illy Stoph, miembro del Bureau político del partido. La k vp se transformó en un “ejército popular na­ cional” ('Nationale Volksarmee) y lució un nuevo uni­ forme, similar al de la anterior Wehrmacht. Evidente­ mente, uno de los propósitos, si no el único, que se perseguía con el nuevo uniforme era continuar exter­ namente la tradición m ilitar alemana. (Las dos Alemanias rivalizaban en esto de presentarse como la “verda­ dera” Alemania.) El ejército renombrado y reuniformado continuó teniendo siete divisiones: dos o tres mecanizadas o de tanques, y lo demás infantería. Las organizaciones paramilitares A l lado del ejército popular nacional había la policía de fronteras, con unos 46 mil hombres que le servían de complemento. En los cuadros de la defensa de la Alemania orien­ tal tienen también importancia los grupos obreros' de combate (Kampfgruppen), organizados en 1953 ante la desconcertante experiencia de los desórdenes de ju ­ nio. Forman estos destacamentos los miembros del partido empleados en las grandes empresas, o pertene­ cientes a las universidades, órganos de la administración pública, estaciones de tractores y maquinaria agrícola, etc. Su misión estriba en proteger a las fábricas y a esas otras instituciones y servicios de “los saboteadores y agentes provocadores del occidente". Normalmente,

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estos grupos de combate suman alrededor de 300 mil hombres. El ejército cuida en parte de su preparación militar. Estimábase que sólo en el Berlín oriental había 32 m il obreros miembros de los Kampfgruppen. La Juventud Alemana Libre (Freie Deutsche Jugencl) también presenta los atributos de una organiza­ ción paramilitar. Desde 1952 estos jóvenes hacen la instrucción m ilitar con fusiles. A l igual que en la República Federal, en la Alem a­ nia oriental las organizaciones paramilitares tienen, si no la virtud, la justificación de satisfacer el anhelo de los alemanes por la marcha en formación y los unifor­ mes. La Juventud Alemana Libre usa la camisa azul que distinguía en la República de W eim ar a las juven­ tudes socialistas. Las actividades deportivas son otros de los medios que el gobierno de Pankow aprovecha para mantener a la población masculina militarmente en forma. En 1952 dictó el gobierno una disposición sobre preparación prem ilitar de los hombres en edad madura y los entu­ siastas de los deportes. Surgió entonces la “Sociedad Deportiva y Técnica”, en la que reciben instrucción en saltos en paracaídas, deportes acuáticos, técnicas de se­ ñales, etc., más de 600 mil hombres, jóvenes y menos jóvenes. El levantamiento del muro divisorio de Berlín en agosto de 1961 acentuó la tensión existente desde el final de la guerra entre las dos Alemanias y entre los aliados occidentales y los países del bloque soviético. La Alemania oriental y las otras naciones afines pusie­ ron en vigor nuevas medidas de seguridad. Fuerzas soviéticas, de la Alemania oriental, polacas y checas par­ ticiparon por primera vez en maniobras militares en el territorio de la República Democrática. Todos los países de la Europa oriental acrecieron ese año su capacidad m ilitar combativa con la modernización de su armamen­ to, aumento de las tropas y una preparación militar más intensiva. Se calculaba que, excluida la Unión

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Soviética, esas naciones tendrían alrededor de 1 035 000 hombres en sus fuerzas armadas, de ellos 885 m il en los ejércitos de tierra. El número de divisiones se cifra­ ba en unas 62, como sigue: Albania, 25 m il hombres y el equivalente de cerca de dos divisiones organizadas en brigadas; Checoslovaquia, 170 mil hombres, 14 di­ visiones; Hungría, 100 mil hombres, 6 divisiones; Bul­ garia, 115 mil hombres, 8 divisiones; Polonia, 200 mil hombres, 14 divisiones; la Alemania oriental, 75 mil hombres, 6 divisiones. Casi todos esos ejércitos tenían en servicio, aproxi­ madamente, el 70 por ciento de sus efectivos totales de tiempo de guerra, con 13 mil hombres por división. Esos efectivos podían ser ampliados rápidamente con la llamada de reservas perfectamente adiestradas. Entre los pasos dados por la Alemania oriental para fortalecer sus defensas en 1961 estuvieron la reorgani­ zación de la policía y la transferencia de la policía de fronteras del Ministerio del Interior al Ministerio de Defensa. Con la misma tendencia, la República Democrática promulgó en enero de 1962 una ley de servicio militar obligatorio. Todos los hombres de 18 a 22 años de edad quedaron comprometidos a prestar servicio m ilitar ac­ tivo durante 18 meses y los demás hombres hasta los 60 años de edad (65 en caso de emergencia nacional) pasaron a form ar las reservas. Las mujeres se alistarían en la Cruz R oja y en los grupos de defensa antiaérea. El gobierno llamó varias quintas. Para respaldar la ley ele sen-icio m ilitar obligatorio se puso en vigor un código m ilitar extremadamente severo, en el que se establecía la pena de muerte para muchas clases de infracciones. En 1962 el. ejército de la República Democrática debía de constar de unos 90 mil hombres. La aviación m ilitar tenía alrededor de 250 aparatos, entre los que había Migs 17 y Migs 19. En el desfile m ilitar del Pri­ mero de Mayo de ese año el gobierno exhibió un tipo

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de cohete que, al parecer, era igual al que derribó sobre la URSS al avión de reconocimiento norteamericano U-2, de diplomática memoria. Avanzado ya el año, al disminuir la tensión interna­ cional creada por la crisis de Berlín, el gobierno de la Alemania oriental comenzó a licenciar a millares de soldados que habían servido dos años cuando menos. Sus brazos hacían mucha falta en las granjas colectivas. La educación y las actividades culturales en general

Fueran cuales fuesen los fines que persiguiera el Estado con la exaltación de los deportes, lo cierto era que el gobierno de Pankow fomentaba el deporte en escala formidable, estimulando la participación en masa de las gentes en las pruebas atléticas, y el lugar que ocu­ paba el deporte en la educación de la juventud no podía ser más relevant e.Jederm ann an jedem O rt je-de Woche cinm al Sport (Todo el mundo toma parte en un depor­ te una vez a la semana) fue la divisa o lema lanzado por el gobierno. Que el gobierno de la Alemania oriental realizó desde el prim er momento un esfuerzo extraordinario en el dominio de la educación lo reconocían tirios y troyanos, amigos y enemigos del régimen. A pesar de la falta de técnicos y de brazos en la agricultura y en la industria, todos los niños tenían que asistir a la escuela por lo menos diez años. En el año escolar 19581959 se introdujo una reforma parecida a la puesta en práctica en la U nión Soviética en 1'958, por virtud de la cual se combinaba la enseñanza con el trabajo manual. Las nuevas asignaturas fuerzan a los niños y a los jó­ venes a conocer el trabajo manual en todas las fases de la educación. Y se tiende a que los que concluyen la segunda enseñanza acepten algún oficio manual. De esta suerte se combate la tendencia a preferir los em­ pleos burocráticos.

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E L "ODRERO Y C A M P E SIN O ”

Pei'o donde el gobierno lia mostrado más celo —exceso de celo, en nuestra opinión— ha sido en asegurar el acceso a las universidades de los hijos de los obreros y los campesinos. Por pobre que sea una familia, todos los estudiantes aventajados tienen abiertas las puertas de las seis universidades y las otras 44 instituciones de educación superior que hay en la Alemania oriental. (En la Alemania occidental las universidades son 18 y las demás instituciones de educación superior, 29.) En la selección de los becarios para las universidades el gobierno de la Alemania oriental ha seguido una política de clase muy cerrada. La mayoría de los estu­ diantes universitarios proceden de familias de campesi­ nos y obreros, con algún que otro hijo de la clase me­ día baja. Ellos son los verdaderos usufructuarios de las becas. De hecho, pues, el gobierno ha excluido de las universidades a los hijos de la clase media. Así se puso de relieve, más que en otros terrenos, que en el ‘‘Estado obrero y campesino” había poco espacio y esca­ sos atractivos para la clase media. Hízose muy difícil el ingreso en las universidades de los vástagos de los inte­ lectuales, de los hombres de ciencia, de los médicos, etc. Sin embargo, en la Constitución estaba escrito (art. 35) que “Todo ciudadano tiene derecho a la misma educa­ ción y a la libre elección de carrera o empleo”. Mas en las reglas que se dictaron en 1953-1954 para la admi­ sión en las universidades y otros establecimientos de educación se establecía: “Se dará préferencia 1) a los obreros y a sus hijos y 2) a los trabajadores del campo y a sus hijos.” Esa política educativa de clase influyó resueltamente en la decisión que tomaron no pocos ingenieros, quí­ micos, médicos y profesores, de abandonar la Alemania oriental. Los datos que siguen, facilitados por el go­ bierno de Bonn y no repudiados por el de Pankow, parecen demostrarlo.

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Personas ingresadas en la A lem ania occidental procedentes de ¡a orien tal Total

1955 1956 1957 1958

252 279 261 204

870 189 622 092

Ingenieros Profesores y Médicos y químicos estudiantes

2 583 2 797 2 295 2 529

344 467 440 1 242

4 555 3 884 4187 5 611

Un dato de la Oficina de Estadística de la Alema­ nia oriental viene a confirmar la precedente relación, pues da para 1957 una emigración neta de 242 m il per­ sonas. (La entrada de inmigrantes en la Alemania oriental era de 50 mil personas por año, en números redondos.) Otro aspecto de la educación en la República De­ mocrática que tenía que ofender y ahuyentar a la clase media era el grado descomedido en que la enseñanza servía, o se suponía que servía, los postulados políticos y los intereses del partido gobernante. El monótono doctrinamiento en las ideas del sistema político esta­ blecido abarca todas las fases y estados de la enseñanza y la educación. Existe, además, desmesurada concen­ tración en la enseñanza de las mal llamadas ciencias políticas. En todas las facultades tienen que pasar los estudiantes un curso en esas disciplinas. Por último, la enseñanza universitaria se resiente de superespecialización en los temas técnicos, como impone la necesidad de preparar personal para los planes quinquenales o septenales. Por todas esas razones el descontento de buen núme­ ro de intelectuales con el régimen era palpable. La in­ teligencia se hallaba allí subordinada a la política, como en la definición intelectual del régimen hecha por el escultor —escultor notable— y profesor Fritz Cremer en su discurso ante la Academia de la Alemania orien­ tal: “Aquí vive —dijo— el espíritu alemán, desde Wal-

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ter von der Volgelweicle hasta Holderlin. Aquí estudia­ mos a los gigantes espirituales M arx y Engels." Sin embargo, la cultura no estaba muerta en la Ale­ mania oriental. En algunos dominios de la cultura, como el teatro, se comprobaba pujante florecimiento, gracias a Brecht casi exclusivamente. Para ver buen teatro en Alemania había que ir al Berlín oriental. Pro­ minentes intelectuales comunistas, como Ludwig Renn, dispersos hasta el fin de la guerra por todo el mundo, se concentraron en la Alemania oriental y formaron su élite pensante. Quedaban allí, pues, escritores muy es­ timables entre los que descollaban A nna Seghers, Stefan Hermlin y Paul Wiens. El gobierno no regateaba recursos ni esfuerzos para estimular las actividades culturales. Así lo reconocían con encomio hasta los adversarios del régimen. “El gobierno alienta todas las cosas culturales —comentaba en Leipzig un padre de familia que no ocultaba su nos­ talgia por el antiguo régimen, el anterior a’ H itler—. No todo está mal aquí. Tenemos una magnífica orquesta sinfónica y una buena compañía de ópera, que actúa en un nuevo teatro de la Ópera. Las entradas no son caras: de uno a tres dólares.” Y, en efecto, la Orquesta Sinfónica del Estado, de Leipzig, seguía siendo una de las mejores orquestas del mundo. El nuevo Teatro de la Ópera en Leipzig es uno de los mejores de Europa y sus representaciones deben figurar también entre las de más alta calidad. Pero el teatro y la literatura se résentían con fre­ cuencia de un excesivo contenido político, que sólo el genio de Brecht podía m anejar sin caer en la vulgari­ dad y en la monotonía. El teatro estaba a veces al servicio del esfuerzo en la industria o en la agricultura. El levantamiento del muro que separa a los berline­ ses no podía menos de tener consecuencias para las actividades culturales en la Alemania oriental. Muchos artistas de la “Ópera del Estado Alemana” vivían en el Berlín occidental y trabajaban en el oriental. Si resol­

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vían seguir viviendo en el Berlín occidental perdían sus puestos en la Ópera. La mayoría decidió continuar en el Berlín occidental, y la Ópera perdió casi todos sus principales cantantes y directores de orquesta. La or­ questa quedó muy mermada de personal. De 170 músi­ cos y solistas, más de 100 se fueron al Berlín occiden­ tal. Lo mismo acaeció con el coro y con la compañía de ballet. Resultado de aquellas bajas en los cuadros de personal fue que en el Berlín oriental la temporada de ópera del invierno de 1961-1962 comenzó desastra­ damente con seis obras, de un repertorio de 41, y aún para poner esas seis obras los organizadores tropezaron con grandes inconvenientes. El estrago se reparó en cierta manera con cantantes y directores de orquesta de los teatros de otras ciudades alemanas, que llegaron al Berlín oriental con ese fin: de Leipzig y Dresde, sobre todo. Luego, en un gesto de solidaridad política y artística, se reunieron en el Berlín oriental cantantes de ópera de prim er orden de Moscú, Praga, Sofía, Bu­ dapest y Varsovia. No puede faltar en esta sección una referencia a la situación de las iglesias en la Alemania oriental. El conflicto entre la Iglesia y el Estado era inevitable en todos esos países, pero en la Alemania oriental estaba agudizado por la particular condición política de este territorio. Las impresionantes cifras del censo de 1946, según las cuales había en la Alemania oriental más de 15 mi­ llones de protestantes y más de dos millones de católi­ cos, han de leerse con escepticismo. Porque sumados esos millones a más de un millón que no eran ni pro­ testantes ni católicos daban una población religiosa superior a la población total. Según el censo, sólo había “sin religión” 2 076 personas. Lo que no puede ofrecer duda es que la Iglesia Evangélica tenia allí considei'able fuerza y que la Iglesia Católica contaba. Y el enérgico tono secularizante, por no llamarle ateo, del nuevo ré­ gimen había de sublevar a las iglesias. El choque entre

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el “Estado obrero y campesino” y las iglesias fue más violento con los protestantes que con los católicos. El conflicto surgió formalmente cuando en mayo de 1952 los altos dignatarios de la Iglesia Evangélica firmaron en Bonn con el gobierno de la Alemania oc­ cidental unas convenciones en las cuales se ignoraba que Alemania había dejado de ser una bien avenida para troncarse en dos en discordia. Las autoridades de la Alem ania oriental vieron en ese acto una declaración de guerra. Y si en los principios políticos, en las creen­ cias (o en las no creencias) de la República Democrá­ tica existía ya el germen de un conflicto agudo con la Iglesia Evangélica, la identificación de ésta con el régi­ men de Bonn soliviantó al gobierno de Pankow. Ade­ más, en su lucha por el alma de la juventud, la Repú­ blica Democrática no toleraría las Jungc Gemeinde, las organizaciones de la juventud protestante. Franca, re­ suelta, vehemente fue la campaña que desató el go­ bierno contra esas organizaciones. Pero situación tan enconada no convenía a ninguna de las partes, y en junio de 1953 se reunieron representantes del Estado alemán oriental y de la Iglesia Evangélica para buscar un modus vivendi. El comunicado que se dio después de aquellos tratos anunciaba que el Estado garantizaría la existencia independiente de la Iglesia siempre que renunciara a inmiscuirse anticonstitucionalmente en la vida económica y política de la República Democrática. Poco se adelantó, no obstante, con ese convenio. Los protestantes siguieron considerándose perseguidos, y se volvió a la tirantez y la acrimonia. La Iglesia se llamó a escándalo con los Jugendheide, una ceremonia secular que se les había ocurrido a los marxistas de la Alemania oriental en reemplazo de la confirmación cristiana de la juventud. La lucha entre el Estado y las iglesias en la Alema­ nia oriental contribuyó a provocar los tumultos de 1953. Los incidentes y querellas entre los dos poderes continuaron. En 1961 la situación no había mejorado.

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Las iglesias, sin poder levantar cabeza, eran aliadas políticas del régimen de Bonn contra el de Pankow. La República Democrática se defendía entorpeciendo la libertad de movimientos de los eclesiásticos. El obispo de Berlín y Brandemburgo no podía predicar en las partibus infidelium del este de Alemania que caían dentro de su diócesis. Monseñor Bengsch, obispo ca­ tólico nombrado el 18 de agosto de 1961, no podía pasar al Berlín oriental para presentarse a las ovejas que pu­ dieran quedarle allí. En fin, las iglesias evangélicas tuvieron que renunciar a celebrar una parte de su con­ greso de 1961 en el Berlín oriental. No lo pasaba mejor la Iglesia Católica, que resta­ bleció sus relaciones con el Estado de acuerdo con el concordato de 1933 (en el régimen de Hitler). La San­ ta Sede ignoraba la partición de Alemania. Para ella subsistían las fronteras y límites de anteguerra de las diócesis católicas y de las provincias alemanas, actitud que no la congraciaría con los alemanes orientales, po­ lacos y rusos. Volviendo a la situación general de la cultura en la Alemania oriental, bien será anotar que el propósito del gobierno de ganar a la juventud para sus ideas y su política socialistas —con fuerte acento en la propa­ ganda contra la guerra— se cumplía en gran parte. "La religión —comentaba nuestro alemán de Leipzig, dominado por la nostalgia del antiguo régimen—, la religión está muerta entre los jóvenes, como lo están las viejas tradiciones.” Entre esa juventud y sus ma­ yores se había alzado otro muro. “Los jóvenes están doctrinados por el Estado desde la escuela. Nos hacen responsables de que vinieran H itler y la guerra. Las luchas dentro de la familia son a veces amargas. La ver­ dadera diferencia está en que ellos —los jóvenes— puedan tener esperanza y creer que están construyendo algo que vale la pena para lo futuro. Pez'o nosotros, los viejos, podemos ver que todo esto es una estupidez, y

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no vislumbramos esperanza de que cambie. Es difícil vivir sin esperanza.” El obrero en la República Democrática Alemana Con el fomento de los deportes y las actividades cul­ turales y los espectáculos, el gobierno buscaba también, a buen seguro, dar. alguna animación a la vida en la Alem ania oriental, que los visitantes del Occidente en­ contraban fría, silenciosa y sin atractivo. Los occiden­ tales ediaban de menos las luces, la abundancia y los cabarets de la Alem ania occidental. Por sentado, la re­ volución en la República Democrática —cualquier revo­ lución— no podía ser cosa muy divertida. Pero en la Alemania oriental estaba incluida Prusia, y la revolu­ ción tendría algunas características prusianas. Una re­ volución hecha en parte por prusianos tenía que ser más “seria”, taciturna y ordenancista que si se hubiera hecho verbi gratia, en Austria o en Baviera. En todo caso, la revolución en la Alem ania oriental había privado al pueblo del disfrute de muchas cosas que están al alcance de las poblaciones —de las pobla­ ciones con algún dinero— en otros países, y mayor­ mente en la República, un tanto hedonista, de la Ale­ mania occidental. Bien sabemos que el gobierno de la República Democrática Alemana desatendió la produc­ ción de bienes de consumo para concentrar su afán productivo en la industria pesada. Y así, en 1950 los niveles de consumo era aún muy bajos en la Alemania oriental comparados con los de antes de la guerra, y —como indicaba el consumo de víveres— que en los demás países de la Europa oriental. La situación me­ joró a ojos vistas a partir de 1953. En 1961 la produc­ ción de artículos duraderos de consumo fue relativa­ mente extraordinaria. En la República Democrática se fabricaron refrigeradores, máquinas lavadoras y aparatos de televisión en cantidades que sobrepasaron la produc­ ción conjunta de los años 1955 a 1958: 18 mil refri­ geradores, 33 mil aparatos de televisión y 10 mil má­

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quinas lavadoras. El esfuerzo era notable, pero todavía insuficiente si se atiende al número de habitantes de la Alem ania oriental. Además, la calidad y variedad de esos y otros artículos continuaban siendo inferiores a las deseables, y el sistema de distribución siguió siendo blanco de críticas, por inadecuado, a pesar de la reciente reorganización de la red del comercio al por mayor. En la esfera del comercio al por menor, las socie­ dades cooperativas de consumo, de antigua y celebrada tradición en Alemania, tenían particular importancia. En la Alem ania oriental desempeñaban el doble papel de red comercial y de organizaciones de masas dirigidas por el partido. También desde 1953 mejoró continuamente en la República Democrática la capacidad adquisitiva del público, aunque la escasez de bienes de consumo im­ pidiera el aprovechamiento total por el pueblo de los mejores ingresos. Eso tal vez explique, a lo menos parcialmente, el ininterrumpido aumento del ahorro personal, que en 1959 montó 14 mil millones de mar­ cos, 17 mil millones en 1960 y 19 mil millones en 1961. El incremento de la capacidad adquisitiva de las masas se debía al aumento de los salarios reales, tanto por ser éstos más altos en términos absolutos, como por disminuir el costo de la vida. A este respecto la situa­ ción del obrero en la Alemania oriental había mejorado mucho en 1959, el año en que culminó la expansión industrial iniciada en 1948. De ello da alguna idea el A um en to del salario real en la industria 1957

1958

4.5

4.7

1959

9.7

Igualmente es digna de conocerse la Disminución del costo de la vida 1957

1958

1959

- 0 .7

- 1 .2

-2

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Ese año de 1959 el aumento del salario real fue en la Alemania oriental más fuerte que en los demás países de la región. En 1961 continuaba todavía ese proceso de incre­ mento del salario real, con un S.8 por ciento en los cinco primeros meses del año en relación con iguales meses de 1960. La tendencia comenzó a preocupar al gobierno, por cuanto establecía un desequilibrio entre el fondo de salarios y el suministro de artículos de consumo, con las consiguientes dificultades para hacer frente a la demanda. En la República Democrática Alemana los salarios estaban ajustados a la productividad. Es decir, si el obrero no trabajaba más, no podía esperar mejor salario (claro que la productividad estaba codeterminada por el insumo de otros factores). La necesidad de lograr que se cumplieran los planes de largo plazo había acon­ sejado al gobierno ofrecer fuertes incentivos al obrero que trabajaba en las industrias de bienes de capital. Y semejante política convirtió al obrero industrial en un ciudadano privilegiado. Los obreros industriales eran la nueva aristocracia. Otros obreros, los que trabajaban en empresas tenidas por menos importantes para los planes, y los obreros no calificados, así como los em­ pleados en servicios llamados un poco arbitrariamente improductivos, estos obreros no gozaban situación muy ventajosa. Sin embargo, el proletariado industrial en general no mostraba estar descontento con el régimen, contra lo que ocurría entre los campesinos. . Para poner orden en. la cuestión de los salarios el gobierno dictó un decreto el 17 de agosto de 1950 re­ ferente a aumento en las empresas industriales del sec­ tor socialista, que entonces empleaban a más de la mi­ tad de los obreros industriales. Por esa ordenanza se estableció un sistema diferencial de salarios, de acuerdo con la importancia relativa para la economía nacional de varias industrias. Púsose en vigor una mayor dife­ renciación dentro de cada industria. Y al propio tiem­

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po se introdujo salario igual para hombres y mujeres que hacían el mismo trabajo; ésta era una innovación revolucionaria en Alemania. Desde el punto de vista social tiene también interés para nosotros el hecho de que la escala de salarios se fijase de acuerdo con la importancia de la industria para el desarrollo económico; pero resultaba que el gra­ do de esa importancia aparecía a veces paralelo al grado de penosidad del trabajo. Así, los mineros estaban me­ jo r pagados que los obreros de la industria pesada, y los obreros de la industria pesada m ejor pagados que los de la industria ligera: el salario mínimo por hora asignado a un minero del carbón o de los minerales metalíferos era equivalente a 1.10 dólares, y el máximo a 1.95 dó­ lares. En la industria pesada el jornal mínimo baja res­ pecto del minero a 87 céntimos de dólar y el máximo a 1.80. El jornal mínimo en la industria textil era, en cambio, de 68 céntimos de dólar y el máximo de 1.32 dólares. El sistema diferencial de salarios se llevó aún más lejos el 1? de julio de 1952, cuando los salarios de los obreros calificados, los ingenieros y los hombres de ciencia ocupados en las industrias claves para los planes, fueron muy aumentados en algunos casos, a fin de captar a la intelligentsia técnica para el segundo plan quinquenal. Pero en 1953 y 1954 hubo alguna modifi­ cación en esas escalas entre los salarios de los obreros calificados y los no calificados y entre las industrias preferentes y las no preferentes, para corregir tan vio­ lento desequilibrio. Aunque el régimen sostenía que en la Alemania oriental los obreros eran los verdaderos dueños de las industrias, el sistema de. planeación total de la econo­ mía implantado en la República Democrática permitía al obrero menos participación en la dirección de la industria de la que podría desprenderse de aquella teoría. Y aunque privaba una manera de convenios co­ lectivos de trabajo, los sindicatos obreros no tenían mi­

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sión ni atribuciones que les llevaran a defender los inte­ reses reales de sus miembros. Los teóricos del régimen sostenían que esto no era cierto, porque lo que era bue­ no para el Estado socialista era bueno para los obreros. El movimiento sindical fue reorganizado en la A le­ mania oriental no más concluir la guerra, en junio de 1945, con la formación de una Comisión Ejecutiva de la Freier Deulscher Gewerkschnftbund, o Federación Sindical Libre Alemana. Se organizaron a la sazón 14 sindicatos industriales y 4 asociaciones profesionales. Como sucedió en la Alemania occidental, la nueva central sindical se fue extendiendo por el Berlín orien­ tal y la zona soviética. En agosto de 1950 la Federación Sindical contaba ya con 4 700 000 afiliados. Entre los sindicatos obreros de la República Federal y los de la República Democrática había diferencias de bulto. En la Alemania oriental la política sindical se hacía de arriba abajo, en la Comisión Ejecutiva. Fi­ nancieramente, el aparato sindical estaba también muy centralizado. Y la afiliación se fue haciendo obligatoria en la práctica. Con la rápida disminución de las empresas de pro­ piedad privada, los sindicatos obreros perdieron en la Alemania oriental su función propia y tradicional de defensores de los intereses de los obreros contra los abusos patronales, trocándose en instrumentos de la po­ lítica estatal. También se convirtieron en agentes del Estado para diversos servicios y actividades, como la ad­ ministración de los seguros sociales, la organización de la capacitación técnica, el doctrinamiento político de los obreros y la preocupación porque se realizaran los planes de largo plazo trazados por el gobierno. En junio de 1955 enmendaron los Estatutos de la fdgb , y los sindicatos cedieron la independencia po­ lítica que les restara, pasando bajo la dirección del Par­ tido de Unidad Socialista. Sus miembros perdieron el derecho de huelga consagrado en la Constitución de la República Democrática.

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En 1955 el número de afiliados a la llegado a unos 7 500 000.

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había

X X II. BERLÍN Y LA REUNIFICACIÓN DE ALEMANIA En l a madrugada del 13 de agosto de 1961 las auto­ ridades de la Alemania oriental cerraron la frontera entre el Berlín occidental y el oriental. Destacamentos del ejército y de la policía de fronteras y grupos de obreros armados vigilaban y protegían la operación de levantar un muro entre las dos Alemanias en la capital. Las radios y ediciones especiales de la prensa matutina informaron nerviosamente al público de los dos sectores de lo que estaba pasando. Una pequeña multitud de berlineses occidentales se congregó delante de la Puerta de Brandemburgo y condenó a voces la medida tomada por el gobierno de Pankow. La erección del muro no obedecía a , un impulso subitáneo ni a una ligera improvisación del régimen de la Alem ania oriental. Tiempo había, quizá dos años, que las autoridades de la República Democrática Ale­ mana pensaban en la necesidad de poner fin al tráfico entre los dos Berlines. La decisión de cerrar la frontera y levantar el muro se tomó a principios de agosto de 1961 en una reunión de los gobiernos firmantes, del pacto de Varsovia. En caso de que surgieran compli­ caciones —se acordó allí— la República Democrática recibiría la ayuda que requiriera de los demás gobiernos. Se advierte, pues, que al bloque oriental no se le ocultaba la gravedad de aquel acto. En días sucesivos al 13 de agosto los alemanes orien­ tales fueron construyendo la tapia a lo largo de los 40 kilómetros de la línea de demarcación en Berlín. Fue una resolución desesperada. Occidentales y orientales coincidían en estimar —aunque con opuestos sentimientos— que la libre comunicación entre las dos Alemanias en el punto de contacto de Berlín privaba

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de estabilidad política y económica a la República De­ mocrática y descartaba su consolidación. Ya subrayamos el catastrófico efecto que tenía para la Alemania orien­ tal la huida a la occidental de 200 mil personas al año. Para la Alem ania oriental el problema de Berlín presentaba dos aspectos. Uno era el de la intercomuni­ cación de los dos Berlines —que era la intercomu­ nicación de las dos Alemanias— y otro la mera existen­ cia del Berlín occidental. De momento, el muro no modificaba la situación por lo que se refiere a la exis­ tencia del Berlín occidental. Pero liquidaba casi com­ pletamente el prim er aspecto del problema al poner término a la emigración legal. Una de las significaciones más notorias de la tapia se desprendía del hecho de que creaba una frontera en el único punto de contacto de las dos Alemanias que aún quedaba por delimitar físicamente. Hasta entonces esa barrera había sido un tanto convencional, endeble y fluida, sin resonancia. Pero ahora la Alemania orien­ tal aparecía como una unidad territorial más cabal y definida, más completa, independiente. Por otro lado, el muro creaba la tragedia de la se­ paración de innumerables familias alemanas, puesto que de cada tres habitantes en la República Federal, uno tenía parientes en la República Democrática. Para comprender en todo su alcance la nueva si­ tuación en Berlín menester es averiguar qué ocurría antes de la construcción del muro. Toda la frontera de 40 kilómetros —cruzada por 81 calles y 12 ferrocarriles eléctricos municipales, y subterráneos— era puerta abierta. En 1'960 sólo en la estación del ferrocarril eléctrico en la Friedrichstrasse se registraban cada 24 horas las llegadas y salidas de 285 trenes con 93 mil pasajeros. Unos dos millones de personas cruzaban la frontera de sector todos los días. Sesenta mil habitantes del Berlín oriental trabajaban en Berlín occidental, y 18 mil habitantes del Berlín occidental trabajaban en el Berlín oriental. La única

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prohibición era llevar periódicos o dinero de una parte de Berlín a la otra. M otivos que tuvo el gobierno de Pankow para levan tar el m uro de B erlín

"En 1960-1961 —y aquí comenzamos a exponer el punto de vista del régimen de la Alemania o rie n ta llas empresas del Berlín occidental se esforzaron en re­ clutar para sus fábricas obreros del Berlín oriental. Por ejemplo, en empresas como Siemens y la A. E. G. se gratificaba con 50 marcos occidentales a todo empleado que indujera a un habitante del Berlín oriental a ir a trabajar al Berlín occidental. Nominalmente, el salario medio en ambos sectores de Berlín era el mismo. Pero en la práctica, los berlineses orientales que trabaja­ ban en el Berlín occidental y cobraban el salario en marcos occidentales podían, si así lo deseaban, cam­ biarlos por marcos orientales, con lo que doblaban o triplicaban sus ingresos (el tipo oficial de cambio era de 4 marcos orientales por 1 marco occidental). Natu­ ralmente, no faltaban individuos en el Berlín oriental que sucumbían ante el atractivo de este género de especulación. ”Los berlineses llamaban G renzganger (cruzafrontera) a quien residía en una parte de Berlín y trabajaba en la otra. La escasez de mano de obra en el Berlín oriental se agravaba profundamente a causa del gran número de Grenzgánger. Era cierto que 60 mil cruzafronteras en una ciudad como el Berlín oriental, de un m illón de habitantes, no influían decisivamente en la economía; sin embargo, algunas empresas tropezaban con grandes dificultades para cubrir sus cuadros de personal. Esto' era particularmente exacto con referen­ cia a la industria eléctrica, la más importante en Berlín; en el verano de 1961 quedaron paralizadas líneas enteras de transportadores e incluso algunas fábricas.

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"Los cruzafrontera perjudicaban a la República De­ mocrática en un doble sentido: disminuía la producción y al propio tiempo crecía la demanda de productos ali­ menticios y artículos duraderos de consumo. Los cruzafronteras trabajaban y creaban valores materiales al otro lado de la Puertta de Brandemburgo, pero vivían y consumían en este lado. Los impuestos los pagaban en el Berlín occidental, y en el oriental disfrutaban todos los beneficios sociales existentes aquí, entre otros, el alumbrado, el transporte público, las guarderías infan­ tiles, y las escuelas y viviendas facilitadas por el Estado.” La circulación en Berlín de dos monedas —raíz de parte del conflicto— soliviantaba a las autoridades del Berlín oriental. "El principal método empleado por los políticos occidentales en su intento de impedir la edificación del socialismo en la República Democrática Alemana era la hábil manipulación del tipo oficial de cambio, 4 marcos orientales por uno occidental, cuando la relación real entre una y otra moneda era aproxi­ madamente de 1:1. Ello se desprende paladinamente de cifras publicadas por los organismos estadísticos en los dos Estados alemanes, y, sobre todo, del abudante comercio entre ambos, que durante todo el periodo des­ de que se introdujo la reforma monetaria en 1948 se llevó sobre una base de paridad. "¿Cómo podía haberse llegado a un comercio mon­ tante 2 m il millones de marcos si las dos monedas no hubieran sido básicamente iguales? Pero a pesar de eso, los políticos del Berlín occidental, con la ayuda activa de las autoridades norteamericanas de ocupación, y valiéndose de una superabundancia de artículos de consumo —parte de origen norteamericano— en el Ber­ lín occidental, los políticos del Berlín occidental logra­ ron mantener allí un tipo de cambio artificial entre las dos monedas. "Medíante ese fraudulento tipo de cambio consi­ guieron sacar de la República Democrática una enorme suma de dinero. Fn los últimos años, el Senado del

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Berlín occidental y las autoridades norteamericanas de ocupación siempre tenían una reserva de alrede­ dor de 500 millones de marcos orientales. Con este fondo sostenían el injustificado tipo de cambio, paga­ ban a sus agentes políticos y financiaban el espionaje m ilitar y muchos actos subversivos y contrarrevolucio­ narios que se realizaban en la República Democrática. ”Con un tipo de cambio de 4:1 era fácil para los especuladores hacerse ricos en poco tiempo. Introducir en el Berlín occidental —no de contrabando porque era legal— una máquina de escribir, catalejos Zeiss o un reloj fabricados en la República Democrática pro­ porcionaba una ganancia de 100 marcos occidentales. "Debido, por tanto, al tipo de cambio se robaba al Berlín oriental en una escala fantástica en el curso de los años, y el Berlín occidental se apropiaba, a expensas del oriental, gran cantidad de productos alimenticios y valiosos artículos manufacturados. El gobierno de la República Democrática perdía anualmente unos 3 500 millones de marcos a causa de las maquinaciones con la moneda, suma equivalente al 10 por ciento del co­ mercio interior de la República Democrática. La siste­ mática y perturbadora actividad a que daba lugar el tipo de cambio impedía seriamente el desarrollo econó­ mico de la República Democrática. "Ya al día siguiente de quedar cerrada la frontera, el lunes 14 de agosto, la industria del Berlín oriental arrojó los índices de producción más altos de 1961, no obstante el hecho de que unos 20 mil obreros no acudían a las fábricas por hallarse de guardia, armados, junto al muro. Por lo que toca al abastecimiento de la pobla­ ción, la situación mejoró inmediatamente. En la primera semana que siguió al 13 de agosto la demanda de carne en la capital bajó en 100 toneladas y la de mantequi­ lla en 35 toneladas; serían al año 5 200 toneladas de carne y 1 820 toneladas de mantequilla. La demanda de pan disminuyó en un 18% , pues los berlineses oc­ cidentales no tenían inconveniente antes en viajar al

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Berlín oriental incluso para comprar pan. Registróse baja similar en la demanda de fruta, verduras y muchos otros artículos. Las bajas mayores se observaron en la demanda de porcelana (50%), máquinas de escribir (40%) y películas (30%). "Como por encanto desaparecieron muchas molestias enojosas. Solía ser casi imposible conseguir entradas para la Ópera o para el Teatro Brecht, pues las arrebata­ ban las gentes del Berlín occidental, que sólo pagaban la cuarta parte de su valor real. El servicio en los res­ taurantes es ahora más rápido y eficiente, porque no escasean los camareros, que han dejado de ir a buscar trabajo en el Berlín occidental. Tampoco hay que es­ perar horas en las peluquerías, que generalmente estaban llenas de clientes del Berlín occidental. "Entretanto la vida en la capital se normaliza rápi­ damente. Los 60 000 cruzafrontera han encontrado tra­ bajo en las empresas socialistas, y más o menos presta­ mente se han integrado en la vida de trabajo del Berlín oriental. "Ahora que los obreros están libres de la venal in­ fluencia del Berlín occidental se incorporan con entu­ siasmo al movimiento para aumentar la productividad de la mano de obra. Antes del 13 de agosto, la pro­ ducción industrial en el Berlín oriental daba al mes una media en valores monetarios de 14 millones de marcos. En septiembre la cifra subió a 17 millones. En octubre, a 18 millones. En noviembre, a 19 millones; y en diciembre alcanzó la suma sin precedente de 20 m illo­ nes de marcos. La capital ha quedado totalmente inte­ grada en la vida socialista de la República.”1 Por las líneas del Dr. Gerstner apreciamos en qué medida perjudicaba a la Alemania oriental la interco­ municación entre los dos Berlines. Pero ya hemos dicho que el Berlín occidental constituía un doble problema para la República Democrática y para la Unión Soviéi Dr. Karl-H einz Gerstner, en International Affairs, abril de 1962.

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lica. También liemos dicho que en cuanto boquete por donde se le iba a la República Democrática su energía vital, como en una hemorragia, el levantamiento del muro resolvía en gran pane ese aspecto del problema. B erlín como base de la N A T O

Mas Berlín no era sólo el puente por donde los ale­ manes de la región oriental podían pasar a la Alemania occidental, de donde se les llamaba, solicitaba y atraía con los señuelos de más alto nivel de vida, trabajo asegurado y una libertad política y personal que no existía en el régimen socialista del este. Berlín era, asimismo, y sobre todo, un enclavamiento occidental hostil en plena Alemania oriental, vivero o semillero de agentes de 140 organizaciones de espionaje —según el gobierno de la Alemania oriental. (Aunque ha de extrañar que con tantos espías a su servicio la erección de la tapia cogiera de sorpresa a las autoridades del Berlín occidental.) Las estaciones de radio r ía s y “Berlín Libre” y la compañía de Televisión dirigían continuamente su propaganda al Berlín oriental para minar la moral del pueblo en la República Democrática. Todo ello enojaba particularmente a los alemanes orientales adictos al régimen. No tanto a los rusos, para quienes Berlín tenía más importancia ofensiva como “base de la n a t o ” . No ofrece duda que con una guar­ nición de 12 mil hombres, unos norteamericanos, otros franceses y los demás británicos, el Berlín occidental podía ser tenido por una posición m ilitar establecida en territorio de la influencia y dominación de la Unión Soviética. La única posición m ilitar de los Estados Uni­ dos en la Europa oriental. Y el gobierno ruso veía en el Berlín occidental una amenaza para la Unión Sovié­ tica que venía a frustrar toda la estrategia política del gobierno ruso en la posguerra. Del lado opuesto, para los aliados occidentales era cuestión de suma importancia impedir que el Berlín oc-

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cidenLal cayera en poder de los alemanes orientales o de los rusos. Posición m ilitar y política de gran valor (aunque no se podría sostener en caso de guerra) los aliados occidentales no la podían abandonar sin graví­ simas consecuencias para ellos. El verdadero valor del Berlín occidental estaba en que había llegado a ser un símbolo en la porfía entre las grandes y opuestas alian­ zas internacionales de nuestro tiempo. Si la Unión Soviética conseguía imponerse al occidente en esta cues­ tión, infligiría una gran derrota a los aliados occiden­ tales, derrota que habría de acompañarse de profundas repercusiones políticas y psicológicas. Los alemanes oc­ cidentales se convencerían de que les convendría más romper con el Oeste y arreglarse con el Este. La “crisis de Berlín”, planteada por Kruschef en noviembre de 1958 al pedir que las fuerzas militares del Occidente evacuaran el Berlín occidental, podría, así, interpretarse como una nueva fase de la lucha entre el Este y el Oeste por Alemania. Más concretamente: lo que estaba en juego era si se había de permitir a la U nión Sovié­ tica consolidar la posición que conquistó en Alemania en la segunda Guerra Mundial. A l negarse a evacuar el Berlín occidental y persistir en hacer de esa parte de la ciudad modelo, los aliados occidentales proclamaban que esos kilómetros cuadrados de suelo alemán tenían extraordinaria importancia para ellos. Esa importancia subió de punto para los Estados Unidos después de 1956. Los Estados Unidos, hasta ese año, creyeron que podrían abrirse paso en la Europa oriental, quizá, por la caída de alguno de esos gobier­ nos a causa de una sublevación popular, que los orga­ nismos competentes norteamericanos estuvieron alen­ tando casi sin reparar en medios. Pero el aplastamiento de la rebelión húngara, y la solución, ese mismo año, de la grave crisis política en Polonia en sentido favorable a los intereses del partido comunista, convencieron al gobierno de los Estados Unidos de que no debía in­ sistir, al menos con tanto énfasis, en su plan de hacer

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retroceder las fronteras del comunismo establecidas des­ pués de la última guerra. Los Estados Unidos tenían que renunciar a poner pie en la Europa oriental. En­ tonces, después de 1956, la lucha que hasta ese año habían llevado los Estados Unidos en toda la periferia del oriente europeo —principalmente mediante la pro­ paganda— quedó concentrada en Berlín, su único ba­ luarte en la Europa oriental. Junto al factor m ilitar había otro, político, que real­ mente forzaba a los Estados Unidos a no retirar sus tropas del Berlín occidental (los ingleses estaban dis­ puestos a hacerlo en 1948, cuando el bloqueo). Este otro factor era las implicaciones políticas de la pérdida de la libertad para los berlineses occidentales. En la po­ lítica entre Estados nunca ha pesado gran cosa el desti­ no de las poblaciones que han sido cínicamente sacrifi­ cadas en su libertad o en su vida cuando así lo ha mandado la “razón de Estado”, o, en nuestra época, los intereses de una gran compañía comercial. Pero ya he­ mos apuntado las probables consecuencias políticas que en el plano internacional tendría para los Estados U ni­ dos el abandono del Berlín occidental. La evacuación de los ejércitos occidentales y la conversión del Berlín occidental en una ciudad libre —aunque las fuerzas occidentales fueran sustituidas por tropas de las Naciones Unidos, como propuso ICruschef— acarrearía la desaparición del Berlín occidental. Un síntoma de lo que acontecería en gran escala si eso ocurriera se apuntó después de levantado el muro divi­ sorio: el número de habitantes del Berlín occidental bajó en 100 mil. Hoy, el Berlín occidental está estre­ chamente unido a la República Federal, y no podría vivir sin ese lazo. Claramente vio el problema en 1949 Ernst Reuter, el prim er alcalde-gobernador del Berlín occidental: el Berlín occidental sólo podría existir a la larga agregado constitucional y económicamente a la Alemania occidental. (Berlín cuesta a la República Federal 500 millones de dólares al año en subsidios.)

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La Constitución del Berlín occidental R euter participó en las conversaciones que se celebraron entre norteamericanos, británicos y franceses y los go­ biernos de los Lánder de la Alemania occidental sobre el futuro de Berlín. Sus observaciones fueron aceptadas por todos los alemanes y tomaron forma oficial en la Ley Básica de la República Federal y en la Constitu­ ción de Berlín de 1? de septiembre de 1950, según las cuales Berlín es un Land en la República Federal. El Berlín occidental manda 22 diputados al Bundestag, nombrados por la Cámara de Representantes. Y aunque no tienen derecho de voto, esos diputados disfrutan las demás prerrogativas y cumplen las obligaciones de los demás miembros del Bundestag. Igualmente, el Se­ nado de Berlín envía cuatro representantes al Bundes­ tag. Y el alcalde-gobernador de Berlín es al propio tiempo el jefe del gobierno de Land. El gobierno de Land del Berlín occidental es el Senado, formado por un alcalde-gobernador, un vicealcalde-gobernador y nue­ ve senadores. El Bundestag resolvió en febrero de 1957 que Berlín es la capital de Alemania. Por su parte, W alter Ulbricht declaró el 27 de octubre de 1958 que todo Berlín per­ tenece al territorio soberano de la República Demo­ crática Alemana. La precaria situación del Berlín occidental Ningún precepto constitucional, ni la resolución de los aliados occidentales de continuar en el Berlín occiden­ tal, pueden desvirtuar el hecho de la precaria situación en que están allí ellos y sus aliados alemanes. El acceso a Berlín depende de la voluntad de la Unión Soviética, cuyas fuerzas controlan las vías terrestres. Claro que si los rusos les impidieran llegar a Berlín los ejércitos aliados podrían tratar de abrirse paso por la fuerza, pero eso no resolvería el problema, sino que lo complicaría aún más. La verdad es que el derecho de acceso a Berlín

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no había quedado establecido explícitamente cuando las cuatro potencias ocuparon la capital en 1945. La his­ toria de este asunto es más o menos como sigue: Las tres potencias, los Estados Unidos, la Unión Soviética y la Gran Bretaña acordaron, terminando la guerra, dividir a Alem ania en tres zonas de ocupación y un “área de Berlín”, que se repartirían las tres. In­ dudablemente, para que los Estados Unidos y la Gran Bretaña pudieran estar en Berlín primero tenían que poder entrar. El derecho de libre acceso a Berlín estaba implícito en el acuerdo básico por el que se establecie­ ron los derechos de ocupación de los cuatro (porque luego se agregaron los franceses) en aquella ciudad. Sin embargo, apenas había concluido la lucha cuan­ do los aliados occidentales pudieron advertir por primera vez que el acceso a Berlín pudiera no ser tan fácil como suponían. El mariscal Zhukov, comandante soviético a la sazón, trató de poner restricciones al movimiento hacia Berlín, de las guarniciones aliadas por carretera, ferrocarril y aire. El conflicto no culminó hasta tres años después, en 1948, cuando los rusos impusieron el bloqueo de que hablamos en otro lugar. Para entonces, los aliados occidentales habían reforzado ya el acuerdo de Londres con otros complementarios sobre el acceso a Berlín y con tres años de uso de las rutas de acceso sin inconveniente por parte de los rusos. El derecho de acceso a Berlín fue mencionado también por el Pre­ sidente T ram an en un intercambio de correspondencia con Stalin, incluso antes de la reunión de los aliados occidentales con el mariscal Zhukov, que tuvo efecto el 29 de junio de 1945. En esa reunión representó a los Estados Unidos el general Lucius Clay, quien en su li­ bro Decisión in Germany escribió cinco años después: “Aunque no se escribió nada en esa reunión, esa noche dicté mis notas, entre las cuales está lo siguiente: ‘Se acordó que todo el tráfico —por aire, carretera y fe­ rrocarril— estaría libre de inspección en la frontera por autoridades aduaneras o militares’.”

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Las negociaciones sobre B erlín

Cuando, en el discurso mencionado, propuso Kruschef que las cuatro potencias renunciaran a su situación es­ pecial: en Berlín, añadió que la Unión Soviética trans­ feriría las funciones que le quedaran en Berlín y en la frontera interalemana a la República Democrática. Se­ gún el orador así se pondría fin a una situación ilegal. (Para hacer esta afirmación Kruschef se fundaba proba­ blemente en que no regían ya las leyes de la ocupación cuatripartita.) El 27 de ese mismo mes la Unión Soviética envió una nota a las tres potencias occidentales y a la Repú­ blica Federal Alemana en la que pedía que se pusiera fin a la situación jurídica de las cuatro potencias en Berlín y que en el plazo de seis meses se estableciera un nuevo sistema sobre la base ele una “ciudad libre desmilitarizada”. De no hacerse esto, la Unión. Sovié­ tica pasaría unilateralmente sus derechos en Berlín a la República Democrática Alemana. La nota tenia el tono y la sustancia de un ultimátum soviético, que los occi­ dentales rechazaron, bien que se mostraran dispuestos a tratar del problema de Berlín y los problemas de la “seguridad europea”. El 10 de enero de 1959 la U nión Soviética mandó notas a todos los Estados que estuvieron en guerra con Alemania y a la República Federal Alemana y a la Re­ pública Democrática Alemana, con “propuestas para un tratado de paz con Alem ania”. Las tres potencias occidentales y la República Fe­ deral propusieron a la Unión Soviética el 16 de febrero siguiente que se celebrara una conferencia de ministros de Negocios. Extranjeros de las cuatro náciones. .Los rusos aceptaron esa propuesta, y la conferencia se efec­ tuó .en Ginebra con la misión de preparar una posible reunión “en la cumbre”, o sea una reunión de jefes de Estado o de gobierno. La conferencia de Ginebra co­ menzó el 11 de mayo. El 14 las delegaciones occiden­

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349

tales presentaron un plan de paz, que incluía el tema de la reunificación de Alemania y la seguridad europea a tratar en cuatro fases. Hasta que se realizara la reuni­ ficación se establecería una ciudad que comprendería a todo Berlín; las cuatro potencias la garantizarían y esa sería una solución provisional para el problema de Berlín. La últim a fase del arreglo de la cuestión alemana y el problema de la seguridad que se tratarían simula táneamente sería un acuerdo final sobre la paz con un gobierno alemán que representara a toda Alemania. La conferencia de Ginebra concluyó el 5 de agosto de 1959 sin que se diera un solo paso adelante en la cuestión de la reunificación de Alemania. En cuanto a Berlín la Unión Soviética renunció entonces de hecho, cuando menos de momento, a tomar las medidas sobre Berlín y las comunicaciones con el oeste que había anunciado tomaría en un plazo de seis meses. Pero Kruschef continuó manteniendo su posición de que había llegado la hora de revisar los antiguos acuerdos sobre Berlín —en la práctica ya inexistentes— y crear una nueva situación, tanto por lo que atañía al acceso de los occidentales a la ciudad como a las relaciones de la ciudad con el occidente. Sin embargo, después de le­ vantado el muro divisorio de Berlín el prim er ministro ruso no parecía tan impaciente porque se aceptaran sus propuestas. Los Estados Unidos debieron de comprender que a nadie convenía que se prolongara indefinidamente la crisis de Berlín, y en septiembre de 1961 se reanudaron las negociaciones. Los Estados Unidos, negociando en nombre de los aliados occidentales, buscaban un con­ venio relativo principalmente a la renovación de las ga­ rantías de libre acceso a Berlín. Pero a los rusos les preocupaba menos la cuestión del acceso que la de tratar de conseguir 1 ) la desaparición de lo que ellos llamaban Ja “base de la n a t o ” en Berlín, y 2) el reco­ nocimiento como nación de la Alemania oriental. Con ese reconocimiento los aliados occidentales aceptarían

350

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implícitamente la situación politicosocial existente en la Europa oriental desdé 1945. Kruschef insistió a lo largo del año de 1962 en que sí no se llegaba a un acuerdo en la cuestión alemana, la Unión Soviética firmaría un tratado de paz con la República Democrática, que pasaría entonces a contro­ lar el acceso de los aliados y los alemanes occidentales a Berlín. El peligro implícito en esa medida —inaceptable para el gobierno de Bonn, sobre todo— era conside­ rable. El traspaso al gobierno de Pankow del control de las comunicaciones entre la Alem ania occidental y Berlín podía llevar, si los alemanes orientales trataran de ejercer ese derecho, a un conflicto militar. Y en ese conflicto los alemanes orientales no estarían solos: muy probablemente acudirían a apoyarlos los rusos. Ante tan enojosa perspectiva, los Estados Unidos definieron más nítidamente su posición en el curso del año 1962. La negativa de los aliados .occidentales a re­ tirar sus tropas de Berlín era rotunda; sobre eso no negociaban. El meollo de las contrapropuestas norte­ americanas era conseguir garantías para el libre acceso al Berlín occidental como parte del mundo occidental. La regulación del acceso podría confiarse a un orga­ nismo internacional compuesto probablemente de igual número de países comunistas y occidentales, con tres neutrales. El revisionismo

El muro levantado por los alemanes orientales en Ber­ lín no sólo servía para impedir la huida de alemanes orientales a la República Federal; también tenía por objeto acabar de demarcar la “frontera nacional” de la República Democrática. Dijo Kruschef en marzo de 1962 en Moscú: “Las medidas de protección en la línea de demarcación con el Berlín occidental, tomadas por el gobierno de la Re­

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351

pública Democrática Alemana en agosto pasado, tu­ vieron grande y particular significación para la consoli­ dación de la soberanía de la República Democrática. El gobierno de la República Democrática ejercitó sus de­ rechos soberanos para salvaguardar la seguridad de sus fron teras.. . Fue aquella una conquista importante, gra­ cias a la cual la Unión Soviética, la República Demo­ crática Alemana, todos los países socialistas, podían llevar ahora su lucha por un tratado de paz desde posi­ ciones todavía más formidables." La tapia remataba físicamente la afirmación de la frontera interalemana, la única frontera de las que sur­ gieron después de la última guerra que aún no se había consolidado. El muro de Berlín venía a llam ar la atención de todos sobre el asunto más general de las nuevas fronte­ ras de Alemania, las fronteras con Polonia y con la Unión Soviética. Tales fronteras habían sido concebidas por esos países como cambios de interés militar, más que como un medio de extender sus territorios. El pro­ pósito era contener a Alemania, empujándola hacia el Oeste. Después del rearme de la Alemania occidental las nuevas fronteras ganaron en importancia militar. Porque el temor a la Alemania occidental era ahora mayor, más palpable en el Este; en Polonia y en Che­ coslovaquia constituía obsesión del gobierno. La inse­ guridad de la política interior alemana acrecía la intran­ quilidad en Varsovia y en Praga. En estos países no eran sólo los gobiernos quienes estaban persuadidos de que una Alemania occidental armada hasta los dientes aca­ baría amenazándolos; los pueblos participaban en ese sentimiento, lo cual explicaba por qué el régimen polí­ tico establecido en Polonia y en Checoslovaquia era tolerado por capas de la población fundamentalmente en desacuerdo con él. Temíase también al incalculable genio técnico de los alemanes. Y la insistencia del go­ bierno de Bonn de que se le dieran armas atómicas, aunque fuera dentro de la n ato , tenía que preocupar

352

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seriamente en la Europa oriental. Finalmente, declara­ ciones como la qúe hizo Adenauer en Roma, cuando visitó al Papa, en el sentido de que Alemania tenía la misión de defender a la civilización occidental contra el Este, tampoco eran muy tranquilizadoras. M ilitarmente, la Alem ania occidental aparecía inte­ grada en la n ato , pero era ya, otra vez, la primera potencia m ilitar del occidente europeo, y cada día pesaría más en esa organización, en particular porque los Estados Unidos lo exigían. Mientras la Alemania occidental estuviera inserta en la n ato tal vez no hu­ biera peligro. ¿Pero y si en una combinación fortuita de circunstancias, en la que culminara su fuerza m ilitar y una crisis política, la Alemania occidental decidía proceder por su cuenta, separándose de la n a t o ? Esta posibilidad inquietó a los franceses cuando se les pidió que accedieran a la admisión de Alemania en la Comu­ nidad de la Defensa Europea: “Una de las principales preocupaciones de los franceses era alguna forma de garantía por parte de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña de que los alemanes, luego que ingresaran en la cde con divisiones armadas alemanas, 110 se retirarían de esa organización para seguir un camino indepen­ diente.” Los norteamericanos se comprometieron entonces, para disipar los temores de los franceses, a mantener a la Alemania occidental dentro de la n ato y de la cde : “Los Estados Unidos estaban profundamente interesados como cuestión de seguridad, 110 sólo en la n ato , sino también en la cde., pues ambas organizaciones se halla­ ban ligadas entre sí, y cuanto afectase a la unidad o a la integridad de cualquiera de ellas sería considerado como una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos, y los problemas que planteara serían resueltos de acuerdo con el Tratado del Atlántico Norte.” 1 El compromiso que acabamos de señalar, por el cual se obligaban los Estados Unidos a meter en cintu1 Dean Acheson, Sketches ¡rom Life , pp. 49 y 50.

BERLÍN y

la

REUNIEICACIÓN

353

ra a la Alemania occidental si se descam ara m ilitar­ mente, no impresionaba a los rusos, checos y polacos, cuya seguridad fiaban, al rearme propio y a las nuevas fronteras. Esas fronteras eran sagradas para los gobiernos-de la Europa oriental. Nadie más sensible al problema que los polacos. Decía el ministro de Negocios Extranjeros de Polonia, Adam Rapacki, el 30 de junio de 1962 en un discurso a los obreros del puerto cíe Gdynia: “Hoy todos los políticos prudentes del mundo saben muy bien que los territorios occidentales se han convertido en territorios polacos para siempre. La frontera en el Oder, el Neisse y el Báltico es un hecho irrevocable. Los buscadores de desquite y los revisionistas de la Alemania occidental tienen que acabar de comprender esto.” Y Kruschef, en el discurso antes citado, declaró con referencia a las fronteras: “La posición de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana y los de­ más Estados socialistas que luchan por que se norma­ lice la situación en la Europa central está bien clara. Partimos de la situádón que tomó forma práctica después de la derrota de la Alem ania nazi, partimos de la existencia de dos Estados alemanes soberanos y de las fronteras establecidas después de la guerra.” La política oficial del gobierno de Bonn en las cues­ tiones de la reunificación de Alem ania y las nuevas fronteras la expuso Adenauer, una vez más, en su dis­ curso del 29 de noviembre de 1961 ante el Bundestag: “Reunificación de nuestro país en paz y libertad, no reconocimiento de la parte de Alem ania ocupada por los soviets, ni del régimen allí imperante. Solución de los problemas de fronteras en un genuino tratado de paz firmado con un gobierno de toda Alemania, un tratado por el que continuaremos luchando con toda nuestra fuerza. El gobierno federal sabe que esos ob­ jetivos no pueden alcanzarse medíante el uso de la fuerza. T al intento conduciría a la destrucción de núes-

354

BERLÍN V LA REUNIFICACIÓN

tro país y grandes extensiones del resto del mundo. Sería el fin de toda política en relación con Alemania.” La cuestión de las fronteras era también una de las que más apasionaban a los alemanes occidentales. A medida que la Alemania occidental fue resolviendo sus problemas internos, creció allí el interés por el tema de las fronteras. A principios de 1962, por primera vez, se entabló algo así como un debate nacional sobre la posibilidad de que la Alemania occidental renunciara a los territorios orientales que perdió en la segunda Guerra Mundial. Oclio personalidades de la Iglesia Evan­ gélica Alemana enviaron un memorándum a los tres partidos políticos de la Alemania occidental en el que pedían al gobierno renunciase a esos territorios y reco­ nociese la línea Oder-Neisse como frontera oriental de Alemania. La Sociaidemocracia declaró que no estaba conforme con el contenido del memorándum. Los de­ mócratas libres se negaron a hacer comentario alguno, salvo el de que el documento merecía ser leído. La Iglesia Evangélica apuntó que el memorándum era un documento particular de los ocho firmantes. He aquí sus nombres: profesor Karl-Friedrich con Weizsáecker; profesor W ern er Heisenberg, premio Nobel de física; Klaus von Bismarck, director de la radio del Estado del Norte del Rin-Westfalia; Joachim Beckmann, jefe de la Iglesia Evangélica de Renania; Ludwig Raiser, presi­ dente del Consejo Alemán occidental de Ciencias, y Dr. Günther Howe, Dr. Geor Picht y Hellmuth Becker, educadores. En orden a la reunificación de Alemania el memo­ rándum decía que el “indiscutible deredio moral y legal a la reunificación había sido enturbiado por la destrucción de la confianza del mundo occidental en Alemania como consecuencia de H itler y la guerra.” El notable documento concluía declarando que la mayoría de los políticos estaban de acuerdo en privado en que los territorios orientales no podían ser recon­ quistados. Esto,, la duplicidad de los políticos, era a

BERLÍN Y LA REUNIFICACSÓN

355

todas luces cierto. El propio Adenauer tenía en privado una posición diferente de la que exponía en público. En privado no le corría prisa la reunificación de Alemania. Veía Berlín y la reunificación de Alemania como “pro­ blemas humanos y nacionales. Si la gente en el Berlín oriental y en la zona oriental pudieran llevar una vida humana, digna de una persona, en ese caso el problema nacional de la reunificación sería menos agudo.” Públicamente ningún político alemán occidental po­ día oponerse, sin arriesgar su carrera de modo indubi­ table, a la corriente popular. El haber firmado el trata­ do de Versalles o haberse destacado en su justificación costó la vida después de la primera Guerra M undial a varios estadistas alemanes. Alemania no aceptaba las nuevas fronteras ni las aceptaría en un tratado de paz, porque así es la polí­ tica. La situación quizás hubiera sido distinta si al final de la guerra se hubiera firmado un tratado de paz. Si eso se hubiese hecho a tiempo tal vez la A le­ mania occidental habría renunciado sin grandes escrú­ pulos a revisar las fronteras. Pero al reconstruirse la Alemania occidental y ocupar el rango de prim era po­ tencia disminuyó o casi desapareció de todo punto la preocupación de los alemanes occidentales por lo que pudiera pensar de ellos la opinión pública en los demás países del occidente. El reajuste permanente se había tornado mucho más difícil. En todos los mapas oficiales de la Alemania occi­ dental aparece Alemania dividida en tres partes: los territorios adquiridos por Polonia figuran como tem­ poralmente separados. Y en el lenguaje de la Alemania occidental se llama Alem ania Central a la regida por H err Ulbricht y a la Alemania formada por los territo­ rios allende el Oder y el Neisse, en poder de Polonia, Alemania oriental. Los niños de las escuelas aprenden una geografía, en la cual las fronteras de Alemania son las de 1937. Así pues, los alemanes occidentales no renunciaban,

356

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ni renunciarían voluntariamente, a los territorios al este del Oder y el Neisse. Podíamos descubrir en esa actitud una concesión a los 12 millones de alemanes expulsa­ dos de la Prusia oriental, de los territorios al este del Oder y del Neisse, de Checoslovaquia —los sudetes— y en menor medida de Transilvania. Esos elementos ha­ bían establecido la costumbre de congregarse todos los años, en septiembre, en un festival para hacer afirma­ ción de sus derechos y protestar contra la expulsión. Era un movimiento nacionalista, irredentista y revisionista de importancia, que ningún partido político podía des­ conocer. Eran varios millones de votos. La perspectiva para la reunificación de Alemania Los alemanes occidentales de algún juicio político y sentido de la responsabilidad veían el problema de la reunificación de Alemania como asunto que había que abandonar a la acción transformadora del tiempo. Por el momento no había esperanza —pensaban— de mo­ dificar la situación. “Pero Polonia resucitó después dé 125 años de partición, y Alsacia y Lorena volvieron al seno de Francia al cabo de medio siglo de dominación alemana.” Entretanto, las dos Alemanias se separaban más cada día (en la Alemania occidental teatros y casas edito­ riales suprimían las obras de los autores de la Alema­ nia oriental); y en su. fuero íntimo pocas personas en todo el mundo lamentaban la división de Alemania en dos. Interroguémonos ahora: ¿Podría ser permanente la división de Alemania? ¿Podría levantarse en la Alemania oriental una nueva nación? Para contestar esta pregun­ ta precisa averiguar primero qué es una nación. Las naciones no están constituidas forzosamente por hom­ bres de igual “raza”, lengua, religión y tradiciones. Una nación es una porción de la humanidad ligada por un conjunto de instituciones generales y. una W eltan-

BERLÍN Y LA REUNIFICACIÓN

357

schauung, o modo particular de concebir el mundo y las cosas. Si esta definición de la nación es exacta, in­ dudablemente, la Alemania oriental puede acabar sien­ do una nación. Toda nación es una creación de la historia.

ÍNDICE I.

El n a c io n a ls o c ia lism o ..............................

7

El Partido Obrero Nacionalsocialista Alem án 10; La conquista de Lebensraum en el Este a expensas de Rusia, 14; Los jefes nazis, 17; El Putsch nazi de 1923 en M unich, 21

II.

La recuperación económica. . . .

24

Hindenburg, Presidente de la República, 26; El retroceso del nacionalsocialismo, 28; H itler cambia de táctica, 30; La coyuntura econó­ mica, 32

III.

La crisis mundial de 1929

........................

34

Una nación de mendigos, 35; La desaparición de la clase media alemana, 37; El resurgim ien­ to del nacionalsocialismo, 39

IV.

El fin de la República deWeimar

.

.

Franz von Papen, 44; El 20 de ju lio de 1932, 48; H itler teme la guerra civil, 51; El general Schleicher, 54

V.

Hitler, en el p o d e r .................................. 61 Hugenberg, 63; Intrigas conservadoras contra los nazis, 65; El golpe de Estado de H itler, 67

VI.

El terror h i t le r i a n o .................................. 69 D im itroff, 71; Las elecciones del 5 de marzo de 1933, 72; La destrucción de los partidos, 73

VIL

El Tercer R e i c h ........................................ 76 359

42

360

ÍNDICE

La guerra como fin en sí misma, 79; Las masas se llam an a engaño, 80; El Reichs-Führer, 88; Una gran San Bartolom é alemana, 91

VIII.

H itler e I n g l a t e r r a .................................... 97 El “Frente de Stresa”, 97; Joachim von Ribbentrop, 100; El camino del Este, 102; H itler se apodera de A ustria y Checoslovaquia, 103

IX.

La segunda Guerra M undial. . . .

106

El terror aéreo alemán, 108; La invasión de la U nión Soviética, 110; L a.d efen sa de Moscú, 113; S.talingrado, 114; La m archa de la guerra en 1942, 116; La contraofensiva soviética, 120; Los alemanes pierden el norte de Africa, 121; Caída de Mussolini y reconquista de Italia p or los aliados, 122; T riunfos aliados en el frente oriental, 125

X.

La victoria de los a l i a d o s ...................... 130 La conjuración de ju lio contra H itler, 133; La efím era ofensiva alem ana de las Ardenas, 135; La ofensiva general aliada, 136; Los campos de concentración y de exterm inio, 137; R ápida desintegración del Reich, 139; El suicidio de H itler, 140; La capitulación de Alem ania, 142

XI:

Yalta y Potsdam .

.

.

.

..

.

La Conferencia de Yalta, 142; La Conferencia de Potsdam, 146; La división de Alem ania en zonas de ocupación, 149; El gobierno de las zonas, 151; B erlín, .152.

XII.

Las nuevas fronteras , . . . . .

.

Significación histórica de las nuevas fronteras, 157; Los territorios polacos, 162.

154

ÍNDICE

XIII.

La ocupación de Alemania

361

. . . .

165

El discurso de Fulton: C hurchill y Stalin, 167; La fusión de las zonas norteam ericana y b ri­ tánica, 169; Los criminales de guerra, 172; La desnazificación, 174; La desmilitarización y el desarme, 175; Las reparaciones, 178

XIV.

Dos A le m a n i a s ................................................. 181 Las elecciones de 1946 y 1947, 185; Las cons­ tituciones y los gobiernos de los Lander, 187; La cuestión del R uhr, 189; La unificación de la Alem ania occidental, 191; El Estatuto de Ocupación, 195; La unificación de la Alem a­ nia oriental, 196; Berlín, 197

XV.

La República Federal Alemana

. .

.

200

El prim er parlam ento y el prim er gobierno de la República Federal, 200; Konrad Adenauer, 203; El convenio de Petersberg, 207; El plan Schuman, 210; Las negociaciones para rearm ar a la Alem ania occidental, 213; Francia quiere evitar el rearm e alemán, 215; Las relaciones de la R epública Federal con la Unión Sovié­ tica, 219; El rearm e, 219

XVI.

E! W ir ts c h a ftw u n d e r.................................... 223 El Dr. Erhard y la “economía de mercado so­ cial", 223; La abolición de los controles eco­ nómicos, 228; La ayuda financiera del exterior, 229; La expansión de la producción industrial, 231; El producto nacional, 232; El comercio exterior, 234; La mano de obra, 234; La p a rti­ cipación del pueblo en la prosperidad, 235; La crisis en el sistema de pagos internacio­ nales, 237.

XVII. La. consolidación dé la República Federal

241

362

ÍNDICE

Los sindicatos obreros en el nuevo régimen, 244; Cambios en la estructura de la sociedad alem ana occidental, 247; El proceso político después de la fundación de la R epública Fe­ deral, 249; Nuevo Presidente de la República: H einrich Lübcke, 256; El neo-nazismo, 258

XVIII. La República Democrática Alemana

.

263

La concentración del poder político, 264; W a lter Ulbricht, 267

XIX .

La revolución a g r a r i a .................................... 271 Las repercusiones económicas de la división de Alem ania, 273; La propiedad agraria en A le­ m ania antes de la revolución, 275; Cambios en el sistema de la propiedad de la tierra, 278; La situación del campesino en el periodo de transición, 282; La colectivización de la agricultura, 284; El m otín de ju n io de 1953, 286; Nuevo im pulso a la colectivización, 290; El sector socialista y el sector de la propiedad privad a en la agricultura, 294; El plan septenal en la agricultura, 294

XX .

La in d u s tr ia liz a c ió n ................................ 298 La socialización de parte de la industria, 299; Los planes quinquenales, 301; La red de oleo­ ductos de Rusia a la Europa oriental, 305; El puerto de Rostock, 306; El sector socialista y el sector de la propiedad privada en la indus­ tria, 307; El desarrollo económico de la A le­ m ania oriental, 1950-1959, 310; El plan sep­ tena], 311; El comercio exterior, 316

X X I.

El “Estado obrero y campesino”

. .

.

La “policía pop u lar acuartelada", 319; Él pac­ to de Varsovia, 321; El “ejército p op u lar ale­ m án”, 321; Las organizaciones param ilitares,

319

36S

ÍNDICE

322; La educación y las actividades culturales en general, 325; El obrero en la República Democrática Alemana, 332

X X II.

Berlín y la reunificación de Alemania

.

Motivos que tuvo el gobierno de Pankow para levantar el m uro de Berlín, 339; B erlín como base de la N ATO, 343; La Constitución del B erlín occidental, 346; La precaria situación del B erlín occidental, 346; Las negociaciones sobre B erlín, 348; El revisionismo, 350; La perspectiva para la reunificación de A lem a­ nia, 356

337

Este libro se acabó de im p rim ir el día 12 de octubre de 1973 en los talleres de I m p r e n t a N u e v o M t j n d o , Javier R ojo Gómez 396 (antes Calzada del Moral), Iztapalapa, México 13, D. F. Se tiraron 10,000 ejemplares y en su composición se utilizaron tipos Baskerville de 9:10 y 8:9 puntos. Cuidó la edición Lauro José Zavala.