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MARCOS WINOCUR
HISTORIA SOCIAL DE LA REVOLUCION CUBANA ( 1952- 1959) Las clases olvidadas en el análisis histórico
FAC U LTAD DE ECONOMIA, UNAM
HISPANICAS
Primera edición: 1979 Segunda edición: 1989 D R S 1989 Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Economía Ciudad Universitaria 04510, México, D.F. Impreso y hecho en México ISBN 84-7423-078-0
INTRODUCCIÓN Con la historia contemporánea ocurre que vive el prota gonista junto al historiador. Vive físicamente o su recuerdo lo hace por él. Y el historiador, no decimos el cronista, pertur bado por esa presencia, tiende menos a pisar el apagado al fombrado de los archivos y más a dejarse aturdir por el griterío de la calle. De ahí los riesgos de abordar un tema contempo ráneo. Y junto a los riesgos la tentación de asumirlos. Pues, en cuanto el historiador logra poner un poco de silencio en su cabeza, no cesa de asombrarse: esto y esto otro, y lo de más allá, ¡tanto y tanto ha quedado sin decirse! Así vi las cosas desde un comienzo, cuando hace ocho años emprendí la tesis bajo la dirección de Pierre Vilar. El tema no podía ser más contemporáneo: las clases en la revolución cubana, período de insurrección contra la dictadura, años cin cuenta. Cedí, pues, a la tentación y asumí los riesgos. Mi pro puesta fue aceptada en el marco de la entonces École Pratique des Hautes Études de París. Pude así participar del seminario dictado por Pierre Vilar en aulas siempre colmadas y, en fin, tuve el privilegio de trabajar a su lado durante tres, años. El tema escogido era ya Historia. Cualquiera que fuera el destino ulterior de la isla de los cubanos, el ciclo insurrectivo contra la dictadura se había cerrado. Pero todavía el ruido de armas aturdía. Y esto contó para mi elección. No se
trataba de todas las clases, sino de prestar oídos a las caídas en un olvido donde hasta hoy permanecen: burguesía azucarera y clase obrera cubanas. Curioso fenómeno. Eran reconocidas antes de los años cincuenta como los dos boxeadores sobre el ring. Y después de los años cincuenta. Una reaparecía fugaz mente para ser expropiada y la otra ponía manos a la construc ción del socialismo. Que es como decir: terminada la pelea, el árbitro levantaba el brazo de la clase obrera declarándola ven cedora. Pero tanto ésta como la burguesía azucarera se eclip saban en los rounds decisivos, librados durante los años cin cuenta. ¿Qué había sido de ellas? Y también se trataba de las masas rurales. No desaparecían del escenario histórico pero se las presentaba sin iniciativa social: como despertadas a la revo lución más que accediendo a ésta en función de las propias necesidades de clase. ¿Qué había pasado? Fui a averiguarlo sobre el terreno. Una investigación his tórica tiene en cuenta la bibliografía existente sobre el tema, pero no se basa en ella. Tanto para la tesis como para este trabajo se ha recurrido a un conjunto de fuentes donde cuen tan censos, colecciones de publicaciones periódicas, documen tos oficiales, crónicas, informes, correspondencia. Y sobre el terreno vi las gentes y el país, las huellas de aquel torbellino de los recientes años cincuenta, sin dejar de recoger testimo nios directos. Conté en todas las instancias con la mejor volun tad del Instituto de Historia de Cuba, dirigido entonces por Julio Le Riverend. Y bien, regresé a mi escritorio y a mi máquina de escribir • con una bolsa de información a procesar. El relevamiento y fichaje de prensa había sido particularmente ilustrativo. En fin, la incorporación historiográfica de clase obrera, burguesía azucarera y masas rurales de la sierra replanteaba la proble mática de la revolución cubana. Por cierto, no cabe aquí oponer las convicciones que asis tan sobre la dirección en que trabaja la Historia. Puede que en
una vida no se cambien, pero la realidad es más rica que toda convicción. «Gris es la teoría, pero verde es el árbol de la vida», había escrito un hombre de letras de los siglos XVIII y XIX, y gustaba repetir un revolucionario del siglo XX. Cada campana que suena tiene sus razones y de ellas difícilmente nos enteramos sin prestar atención al tañido. Y éste forma parte de la realidad, aun de aquella destinada a desaparecer. De donde el lector encontrará en las páginas que siguen testimonios y evidencias recogidos desde los más diversos án gulos. Queremos saber de la situación social de los pobladores de la sierra al momento mismo en que deviene teatro de gue rra. Cederemos la palabra tanto a Fidel Castro como a Pedro A. Barrera Pérez, comandante de operaciones del ejército de Fulgencio Batista. Y, contra todo cuanto pudiera suponerse, las versiones no son, como sus armas, encontradas. Nada han perdido con ello las convicciones. La versión de hechos y situaciones, en cambio, verificada por un examen cruzado, ha ganado. No puedo dejar de asociar aquí al pro fesor Ruggiero Romano, a quien permítaseme evocar a través de un recuerdo personal. Tenía en su casa un perro a quien mucho estimaba, de nombre Orly. Un día en que yo recorría los estantes de su biblioteca, reparé en varios libros que trata ban sobre gatos. Le manifesté mi extrañeza y él, que había puesto su mirada crítica sobre mis trabajos, contestó signifi cativamente: «Hay que conocer al enemigo». No he olvidado estas y otras palabras suyas, como tampoco las de Fierre Vilar. Todavía un nombre se asocia a estas pá ginas, a través de tantas conversaciones e intercambios sobre la problemática latinoamericana, el de Georges Fournial, cuya amistad me dispensó generosamente en esos años de trabajo de tesis en París. En cuanto a la viabilidad metodológica del proyecto, una constatación ¡inicial dio su medida. Masas rurales de la sierra y clase obrera están en la isla'y en la época estructuralmente
imbricadas, y ambas reconocen en la tercera, la burguesía azu carera, su explotador. De ahí que sea accesible su tratamiento de conjunto. Quedan fuera otros sectores sociales, notoriamen te la pequeña burguesía. Precisamente, sobre ella se ha venido insistiendo en la crónica y en la bibliografía al punto de no dejar escuchar al resto. Y, no obstante, queda pendiente su estudio de clase. Pero en todo caso las urgencias no son las mismas. Hoy debe tenderse a restablecer un equilibrio, ce diendo la palabra a quienes permanecían en silencio. Pues ¿qué ha venido ocurriendo? La pequeña burguesía se ha dejado oír no a través de estudios que la traten específica mente, sino en todo cuanto se refiera a la revolución cubana. En fin, siendo el caso de encontrarse la bibliografía en fase polémica cuyo centro lo impone la presencia viva o reciente de los protagonistas... se cae, aun sin quererlo, dentro de un de terminado marco de clase. Fidel Castro... no era hace cuarto de siglo el dirigente que luego sé revelara, adhiriendo al socialismo, sino representativo de un movimiento de emancipación nacional, el 26 de Julio. Fidel Castro abogado, Raúl Castro estudiante, Ernesto Gueva ra médico y otros cuadros de primera línea, caídos en la lucha, como Frank País, maestro, y Abel Santamaría, quien ha cur sado estudios, a más de su extracción de tipo burgués, apa recen en ese entonces como hijos de las aulas universitarias y de su entorno. Tal cual en otros países del continente latino americano, en ellas se genera una fuerte corriente pequeñoburguesa con tendencia a radicalizarse. Otros cuadros del 26 de Julio reconocían distinta extracción de clase, pero en todos se dejaba sentir la impronta de la organización política de la cual muchos provenían, el Partido Ortodoxo. Representaba éste la oposición pequeñoburguesa y los jóvenes del 26 de Julio creían posible la revitalización de sus contenidos en la fidelidad a la memoria del líder del Partido Ortodoxo, Eddy Chibas. Éste, en esfuerzo por sacudir la conciencia de las masas, se había sui
cidado teatralmente ante un micrófono de radio al final de una de sus alocuciones. Había sido el protagonista de la oposición cívica. Esa muerte exaltaba su memoria. Fidel Castro, Raúl Castro y Ernesto Guevara han recono cido esta filiación pequeñoburguesa y las limitaciones que im plicaba} Como fuere, un hecho resulta indiscutible: un sector radicalizado de la pequeña burguesía encabezó la revolución cubana en el período. Y naturalmente se ha tendido a destacar su rol. Pero debe repararse en otro hecho no menos indiscutido: sin la respuesta positiva del resto del contexto social, la pequeña burguesía hubiera quedado en camino en solitaria y fracasada revuelta. Y de esto poco y nada se ha hablado. Por eso se trata aquí de las otras clases. Esto es, intentar poner de relieve la actitud y el rol de la clase obrera, las masas rurales y la burguesía azucarera en el período de los años cin cuenta. Cuando, entre el golpe de Estado de Fulgencio Batista y la caída de su régimen y secuelas, se crean condiciones para un subsiguiente cambio: las masas reclamando una reforma agraria cuyo comienzo tuvo por escenario la sierra durante la guerra civil, mientras un ejército de nuevo tipo y el protago nista de la oposición armada, Fidel Castro, como así un ala del 26 de Julio y otras corrientes políticas, se colocan a la altu ra de la demanda social sin temer por las consecuencias. M. W .
1. Marcos Winocur, «L’assaut á la caserne Moneada», La Nouvelle Cri-, tique, París (julio 1973).
UN PAÍS DE ROSTRO VUELTO HACIA AFUERA Gente «muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley». Así describe Cristóbal Colón a los indígenas cuando su arribo a Cuba. Cultivaban la tierra a su manera. Con un palo puntiagudo abrían un hoyo en el suelo y, de una en una, dejaban caer en él la semilla. Los descubrido res y acto seguido los conquistadores, motivados por otros intereses, venían tras la ruta del oro. Pronto se desengañaron. No era en la isla donde debían buscarlo, sino en el México de Moctezuma. Pero la tierra cubana era fértil. Y la explotación agropecuaria fue retomada y reordenada por mano de quienes se hicieron propietarios, los llamados hacendados. Cedió en tonces la explotación colectiva indígena a la parcelación te rrateniente, y el igualitarismo tribal dio paso a diversas for mas de sometimiento. Vinieron el caballo y el arado. Y el hacha de hierro. Cedió la floresta, se levantaron construccio nes a la manera europea. Y como los indígenas no resistían el trabajo forzado, pronto arribaron en su reemplazo negros africanos traídos en las bodegas de los barcos. Configúrase así la conquista como una ruptura. Todo el entonces continente americano puede ser tomado como un conjunto autónomo y aislado del resto del globo hasta sobre venir los hechos del descubrimiento y la conquista. ¿Cuál era su característica fundamental? El no haber accedido la pobla
ción indígena a la sociedad de clases. Apenas si podrá consi derarse a incas y aztecas como en transición. Para el resto de las tribus — tal el caso cubano de tainos, siboneyes y guanatabeyes— el estadio social donde corresponde ubicarles es an terior a la sociedad de clases, esto es, la comunidad primi tiva. Por el contrario, las naciones coloniales europeas como Es paña, Portugal e Inglaterra, se desarrollan por la época en ple na sociedad de clases. Transcurren los tiempos modernos y el viejo mundo, un pie puesto en el feudalismo y otro en el capitalismo, conforma un conjunto históricamente más avan zado que el americano. Y bien, los conquistadores se dan así con un doble fenómeno: por un lado, una alta disponibilidad de mano de obra y, por otro lado, un desnivel histórico que presenta al indígena en estado de indefensión. Canoas frente a carabelas, arcos y flechas contra armas de fuego... y ello cuando los indígenas despiertan del sopor: considerando a los conquistadores como enviados de los dioses, les habían abier to las puertas. Como resultado sobrevendrá la reducción del conjunto americano a subconjunto del conjunto europeo. O,, en otras palabras, el establecimiento del régimen colonial. Y bajo el signo del trabajo forzado. Es decir, la extrapolación histó rica: fuera de época se reimplanta la esclavitud como domi nante observándosela en plantaciones, minas y otras labores. Va tomando diversas denominaciones y mantos jurídicos; sin por ello excluirse otras formas de sometimiento. Todo esto se aplica a la isla de los cubanos con el agra vante de que la ruptura operada por la conquista sé da — como en la vecina isla de Santo Domingo — en términos de extermi nio. De los 80.000 indígenas estimados para 1515 el número de sobrevivientes no supera los 1.350 hacia 1570. Es el resul tado del trabajo forzado, las migraciones y el abandono de
las zonas de alimentación, las epidemias, la guerra, cuando no el desesperado suicidio colectivo. La conquista es un hecho de armas encargado por los mer cados del viejo mundo. Una masa de productos urgía por entrar en circulación. Y el oro, ese comodín que pone toda mercancía al alcance de la mano, era requerido al efecto. Vendría al viejo mundo como botín de la conquista americana. Fueron los mer cados quienes pusieron audacia, fiebre y codicia en la cabeza de descubridores y conquistadores: encontrar el oro tentando las rutas que hubiere menester para volcarlo a la circulación a partir del viejo mundo, tal fue uno de los imperativos de los siglos xv y xvi. La colonia aparece como continuidad de la conquista. Pero su índole es otra. No es un hecho de armas, sino operado en el dominio de la producción. La finalidad es la explotación de riquezas extrafronteras, circunstancia que — ya veremos cómo en el caso cubano— tipifica el fenómeno. Dícese que la espada del conquistador fue trocada en instrumento de labranza. Cabe agregar que éste iba a ser manejado por alguien en cuyas ma nos otro lo había depositado. De ese alguien y de este otro nos ocuparemos, que es decir de las clases sociales. Van creán dose bajo la colonia para proyectarse sobre la república. Y con mayor razón si de la isla de los cubanos se trata, considerando lo tardío del planteo independentista. Y bien, con el curso de las generaciones el hacendado es pañol pasó a ser padre, luego abuelo. Sus descendientes cada vez menos se sintieron ligados a una patria lejana y cada vez más a una tierra a la cual asociaban esfuerzos y ambiciones. Iba creciendo el sentimiento de nacionalidad entre quienes se constituían en la clase criolla poseedora por excelencia: terra tenientes ganaderos y azucareros. Estos últimos eran, además, propietarios del rudimentario trapiche de molienda de caña y luego de los más evolucionados ingenios. Ganado primero, exportándose como tasajo, azúcar después. Desde fines del si
glo xviii la isla se convierte en la primera productora mun dial. También para la exportación se cosechan tabaco y café. Por su parte, el ganado no desaparece, pero se irá subordi nando: los bueyes serán para transportar las cañas de azúcar y la carne para nutrir un creciente mercado interno. En efecto, de año en año la población registra elevados incrementos. Que responden, más que a la tasa de crecimiento demográfico, a la inmigración. Había un problema a resolver. La mano de obra. ¿Quién reemplazaría a los indígenas? El mercado mundial tomó nuevamente la palabra. Necesitaba el azúcar, proveerá la mano de obra. Hacia 1512 se detecta un primer cargamento de esclavos africanos con destino a Cuba. Lo temprano de la fecha da una idea de la perspectiva de fra caso que los indígenas planteaban ante la empresa esclavista metropolitana. Había dado comienzo el volver a «llenar» la isla. Proceso que se extenderá a lo largo de los cuatro siglos que abarca la colonia, de más en más a impulso de una economía de planta ción. Para 1841 se calcula que se ha superado el millón de ha bitantes donde su 43,3 % es de raza dé color. Venidos de ul tramar, hombres blancos y negros van cubriendo el país de occidente a oriente. Unos esclavos, para la plantación. Otros libres, estableciéndose como campesinos en el entorno del la tifundio, formando parte de la pequeña burguesía de los cen tros poblados, ingresando como asalariados en diversas manu facturas o integrándose al sector cada vez más numeroso de trabajadores manumitidos del ingenio. Y esto último se da a medida que un nuevo hecho conmueve a la colonia en sus raíces: la revolución industrial toca las costas de Cuba, Corre el siglo xix y los mercados del mundo reclaman más azúcar. Y así como antes proveyeran mano de obra esclava,, ahora aportan tecnología. De la tracción y la fuerza motriz animal se pasa a las máquinas. Mientras la caldera a vapor se instala en la molienda, en el transporte azucarero se va licen-
ciando al buey y la carreta en beneficio del ferrocarril. Y tam bién el esclavo será finalmente despedido para acto seguido ser reingresado como asalariado. Cesará entonces la importa ción de negros africanos y serán abiertas de par en par las puertas a la inmigración. Un país en vías de remodelación. Pero hasta cierto punto y tomando un cierto rumbo. Intacta se conserva la institu ción del latifundio así como las relaciones que, teñidas de rasgos feudales, se han trabado entre campesino y señor de la tierra. Tampoco se renuevan las técnicas de cultivo. Ciertamen te, los ingenios significan una apertura capitalista. Peto este nuevo tipo de desarrollo no es dictado en función de las ne cesidades del mercado interno, sino de la demanda de ultra mar, cuyo requerimiento es uno: el azúcar. Y tanto insistir en él la economía de la isla quedará remodelada como de monoproducción. Será en el siglo xx. Mientras tanto otro país ha dejado sentir su presencia, los Estados Unidos. Todavía Cuba es co lonia cuando su comercio con la isla supera en varias veces el de ésta con España. Y las inversiones norteamericanas espe ran la república. La vecindad con los Estados Unidos sig nará en adelante la vida de la isla amalgamándose con su destino azucarero: es con ese rumbo que partirá la mayor par te del producto. Ya a fines de siglo podía afirmarse la coinci dencia geográfica con la histórica: la isla se encuentra, luego de emprender dos guerras por la independencia, tan lejos de España como cerca de los Estados Unidos. Y es dentro de esas nuevas proporciones que se inaugura la república en 1902. Para conocer su rostro nada mejor que echar un vistazo a la capital, La Habana. Una ciudad de playas privadas y barrios residenciales exclusivos. Una ciudad de lujo pero donde el rasgo que le da su fisonomía debe buscarse en otra parte. Hotelería y diversiones de todo orden, la última palabra para el turista. La Habana no mira hacia dentro, no se ve a sí
misma como capital-de Cuba. La Habana se contempla en el mar. Es hasta cierto punto natural. Con una economía pen diente de los compradores de fuera, difícilmente se pondrán los ojos dentro, en un poco y nada significativo mercado inte rior de consumo. Día tras día La Habana se colma de gentes venidas del vecino del norte, y esto contribuye a la fisonomía de sus ciu dadanos: ¿qué se puede ofrecer al turista de dinero fácil? Muchas novedades. Desde las playas tropicales a la artesanía doméstica, desde la gastronomía local a los cuerpos mulatos. Y bien, el turismo se erige, luego del rubro exportaciones, en la gran fuente de divisas, al punto de ser llamado por los cubanos su «segunda zafra». Un rostro vuelto hacia fuera con que La Habana responde por el país. No le venía del siglo xx sino de mucho antes. Prácticamente del día. de su fundación en el siglo x v l La geografía tenía entonces la palabra porque el hombre aún no había dado la suya. Tomemos el caso de las comunicaciones, el transporte y el comercio. Todo dependía de encontrar un buen puerto natural. Es decir, los muelles se construían don de la naturaleza lo consentía. Y bien, como escala hacia el próximo continente, el mejor emplazamiento se consideró so bre el extremo occidental del país. Allí fue levantada La Habana. Puerto antes que nada, punto de reunión a partir del siglo x vn de la flota de Indias. Fortaleza contra piratas. Y ciudad capital, asiento de la autoridad colonial. Que es de cir comerciantes y armadores de barcos, funcionarios, curas y soldados, marinos y prostitutas. Porque una necesidad lo im ponía. El oro de los aztecas debía ser transportado hacia el centro mundial de la circulación en Europa. Convocada por el tráfico comercial y por la geografía, allí se dio cita la demografía. Y Lá Habana no tardó en asumir el destino que conservaría con el transcurso de los siglos: polo burocráticó-militar.
Por la capital había pasado el conquistador — Diego Velázquez, el primero, fue su fundador en 15 15 — , luego el ca pitán general al mando de la colonia, más tarde el presidente de la república nacida en 1902. Bajo la colonia se levantó la fortaleza del Morro, sobrevenida la república su lugar lo pasó a ocupar el cuartel Columbia. Es donde se concentra la fuerza, de donde invariablemente parten los golpes de estado. De sus cuadros militares surge el por un cuarto de siglo «hombre fuerte» de Cuba, el sargento Fulgencio Batista. Polo burocrático-militar, puerto, centro de atracción tu rística, la capital tiende de más en más a desprenderse del entorno rural. Zafra, eso ocurre en «otro país» que se des cubre en cuanto se marcha hacía el oriente. Y, llegados los años cincuenta, también a ese «otro país» pertenecen huelgas y acciones armadas. Envuelta La Habana en rumor de muelles y de multitudes de visitantes, separada por los muros del cuar tel Columbia, parecía que, salvo la agitación en torno a su universidad, nunca le llegarían los ecos de cuanto por enton ces agitaba al pueblo y sacudía la república.
La burguesía cubana se integraba al mercado mundial dán dose allí con los competidores que actuaban dentro del área de la oferta internacional del azúcar. Hecho particularmente sentido a contar del siglo xix, cuando los valores de exporta ción de la isla fueron cobrando peso en relación al total co mercializado en el mercado mundial. Pero el siglo xrx es to davía para los cubanos tiempo de. colonia española. Que la burguesía traducía en estos términos: obstáculos en el acce so al mercado mundial. Antes debía pasar el hacendado por las oficinas recaudadoras del estado colonial, sin contar que, en la medida que subsistieran trabas al libre comercio, la me trópoli española se erigía como intermediario ante el mercado mundial. Y a su vez esos obstáculos guardaban una significa ción precisa: recortar la cuota de la burguesía azucarera en la apropiación del plustrabajo. Como se sabe, plustrabajo significa trabajo no retribuido. En otras palabras, la diferencia entre el- valor alcanzado por el producto en el mercado y el valor del trabajo retribuido como salario al trabajador libre o como manutención al siervo o al esclavo. De la extracción a la realización del plustrabajo, en cada uno de los dos extremos un personaje se veía importante. El hacendado, quien se decía: yo produzco; agregando: vendo lo
más y lo más caro que puedo. Y la demanda internacional, quien se decía: yo encargo el producto; agregando: compro lo que necesito y cuanto más barato pueda. Naturalmente, es el segundo quien imponía las reglas del juego. Contra suyo nada podía el hacendado. Le quedaba, eso sí, un recurso: vol verse contra los intermediarios con quienes tropezaba en su camino el plustrabajo. Como vimos, se trataba de la metrópoli española y también había otros: la iglesia cuyas cargas imposi tivas se agregaban a las del estado colonial; el capital usurario cuyos intereses debía, sin contar fletes por transporte ultra marino y pagos para amortizar las inversiones en bienes de capital, los dos últimos abonados a compañías extranjeras. Todos, de una u otra manera, eran competidores del hacen dado en la disputa por el plustrabajó que éste extraía a los productores directos. El hacendado era, pues, un singular personaje en singular posición. A un costado tenía las masas de explotados, del otro costado contaban sus competidores. Viviendo las alternativas de la colonia no menos le concernían los avatares del mercado mundial. Y llegado el siglo xix: urgido a mecanizarse y a aceptar nuevas relaciones con los campesinos, obligado a con sentir la ampliación del sector de trabajadores libres en el ingenio cuando aún no ha dejado de ser amo de esclavos... el hacendado se encuentra en el centro de las contradicciones o, en otras palabras, es el protagonista de la colonia. Lo es en lo económico y social, y lo será en lo político.
S i g l o x i x : L a e x p a n s ió n a z u c a r e r a PARA LA APERTURA REPUBLICANA
Viviendo la colonia y asomados hacia fuera, los hacenda dos están en posición de unlversalizar su visión y, en esa me dida, madurar una conciencia de clase. Conocen sus intereses
y quienes se los disputan. Y, entre éstos, reconocen al enemi go vulnerable: el imperio español. Traducirán, pues, política mente: la defensa de esos intereses pasa por la independencia. De ahí que los hacendados asuman el rol dirigente en la guerra patria estallada en 1868 y que se prolongará hasta 1878. Ciertamente, no son los únicos. Por su lado la pequeña burguesía de las ciudades, y en particular sus elementos ilus trados, había ya por entonces tomado la nueva perspectiva bajo el ejemplo revolucionario del resto del continente y la influencia del pensamiento radical de la época. Pero le faltaba el potencial social y económico necesario para la empresa. La Historia aguardaba en Cuba a los hacendados..Vemos aquí recorrer los nombres de quienes encabezaron la guerra esta llada en 1868. Carlos Manuel de Céspedes, el primero en dar el grito de libertad en La Demajagua, quien para la posteridad será conocido como el Padre de la Patria; Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio, Pedro Figueredo, Donato Mármol, Calixto García, Vicente García, Félix Figueredo, Luis Figueredo, Manuel Calvar, Jaime Santiesteban, Julio y Belisario Grave de Peralta, Ricardo Céspedes, Tomás Estrada Pal ma, Bartolomé Masó y.otros. Hacendados, o de alguna manera conectados a sus intereses, son pioneros y nombres sobresa lientes de aquella guerra. Mientras tanto, la burguesía azucarera irá aceptando el punto nodal de la transición social que le ha impuesto el si glo x ix : no más esclavos. Pues ¿quiénes sino ellos formarán fila en los ejércitos y a qué precio irían a enrolarse sino al de su emancipación? Y así la abolición del trabajo forzado re gistra tres aspectos, a saber: a) como consecuencia de la mecanización operada en el ingenio: crecimiento del sector de trabajadores libres en de trimento del sector esclavo, proceso in crescendo a lo largo del siglo;
b) como urgencia de la coyuntura política a fines de la década del sesenta en la provincia de Oriente, cuna del mo vimiento independentista; c) como acto jurídico que otorga sanción definitiva y uni versal a través de una resolución del gobierno de la colonia en la década del ochenta. También extrafronteras el andamiaje esclavista se había sentido sacudido, comenzando por el tráfico. Ya en 1817 Es paña suscribía ante la industrial Inglaterra el compromiso de cesar la trata en sus dominios y en 1835 le otorgaba el dere cho de apresar en alta mar los barcos de bandera española que contravinieran la prohibición. Claro está, el tráfico proseguía ilegalmente. Pero se hacía difícil y, en consecuencia, caro. Un esclavo pasó a valer en precios constantes de $400 en 1840 a $1000 en 1860. La idea del asalariado se abría paso en la mente del hacendado. Comprar más manutención del trabaja dor forzado durante todo el año llegó a resultar una inversión más desventajosa que el pago de un salario por los meses de zafra. Y con esto se removía el gran obstáculo para emprender francamente la tarea de liquidar el régimen colonial. Hubo, no obstante, hacendados de mentalidad conservadora, quienes no aceptaron la idea de independencia al precio de la abolición de la esclavitud. Y salieron al paso con una propuesta anexio nista: se trataba, sí, de separarse de España, mas para unirse a los estados de la confederación sureña, donde regía la escla vitud. La guerra de secesión acabó con estas ilusiones en 1865. En el continente el norte imponía al sur la abolición. Y enton ces tres años después los hacendados cubanos de mentalidad renovadora tomaron la iniciativa. Lanzando por la borda toda solución de compromiso, se alzaron en armas contra el poder colonial español. Y una de sus primeras medidas fue emanci par a los negros que se incorporaban a las filas patriotas.
Nos damos, pues, con un hecho operado en el campo de las fuerzas de producción, a saber: las innovaciones tecnológi cas aplicadas a la molienda del azúcar. Y cómo ese hecho va a repercutir sobre las relaciones dominantes de producción, de tipo esclavista, y en los acontecimientos políticos. Esclavo por asalariado y sumisión a la colonia por lucha independentista son cambios correlativos a otros cambios: caldera a vapor en lugar de fuerza motriz animal, aparatos de hierro en lugar de madera y extracción al vacío en lugar de hacerlo a cielo abierto. Por lo demás, el aumento de productividad hizo cre cer sin pausa a lo largo del siglo los volúmenes de producción, y con ello se reforzó el peso de la burguesía azucarera en la sociedad colonial. Mecanizarse fue la voz de orden dada por el mercado mun dial en el siglo xix. Ahora bien, no en toda la isla se acató con igual ritmo. En el occidente se habían concentrado las ma yores inversiones en el azúcar, las cuales disponían en conse cuencia de mejores medios para importar la maquinaria.,En oriente de la isla, en cambio, una más débil concentración de la riqueza hacía en la época más lenta y difícil de financiar la nueva tecnología. Agravaban este estado de cosas las deudas que pesaban sobre un buen número de propiedades terrate nientes de la zona. Y así, en el siglo xix, mientras en las pro vincias occidentales sobre 760 ingenios había 660 que fun cionaban con calderas a vapor, en las provincias centrales y orientales sólo lo hacían 266 sobre 756. La situación tomó entonces un nuevo giro. Dentro de la misma clase de los hacendados se generó un campo competi tivo. Localizado geográficamente, tendía a desplazar de los mercados a quienes no alcanzaran a tiempo a mecanizarse. La condición desfavorable en que se colocaba a los orientales pue de medirse según las siguientes cifras comparativas de rendi miento promedio, obtenidas para la molienda de 1860 en tres tipos de ingenios. Dotado de fuerza motriz animal (escla
va): 11.843 arrobas. Semimecanizado: 41.630 arrobas. Me canizado; 80.391 arrobas (1 arroba = 11,5 kg). Como se recordará, el camino de la independencia pasaba por sacudirse la metrópoli en tanto que competidora. A me dida que avanzaba el proceso de mecanización y cobraban fuerza como clase los hacendados insistentemente se pregun taban: ¿quién hace el negocio, nosotros o la metrópoli? Pero, claro está, sobre la isla se proyectaba un ejército de ocupación pocas veces visto en los dominios de la corona española, la reserva de un estado imperial que se aferra a una de sus últi mas colonias. Nadie dudaba cómo la pregunta sería contestada y qué alto precio costaría a quienes osaran formularla de viva voz. Ciertamente, y por lo demás, resultaba irritante mantener un ejército extranjero sobre propio suelo., la esclavitud cedía como argumento antiindependentista mientras las ilusiones anexionistas se desvanecían y los hacendados en conjunto adquirían mayor peso y conciencia de clase, sin contar el ejem plo de las repúblicas americanas. Todos factores que obraban en el mismo sentido: acceder a la emancipación y al gobierno propio. Pero todavía se vacilaba sobre la ocasión de desenca denar la guerra. Y con mayor razón los hacendados, occiden tales. Con el logro de la mecanización tenían á la vista la coyuntura de un próspero giro a sus empresas, lo cual de mo mento tendía a hacerles olvidar la pregunta «estructural» de ¿quién hace el negocio, nosotros o la metrópoli? Faltaba algo, algo que irresistiblemente empujara hacia el encuentro con la Historia. Y fue dado por la perspectiva que se alzaba ante los hacendados orientales, donde no se excluía la amenaza de ruina. A la pregunta ¿quién hace el negocio, nosotros o la metrópoli? se agregaban para ellos inquietantes interrogantes: ¿nosotros o los hacendados occidentales?, ¿no sotros o los acreedores hipotecarios? Del mercado mundial no podían deshacerse ni tampoco de los competidores de su clase.
Y estaban los orientales obligados a responder al reto de la mecanización que uno y otros les arrojaban. No contaban ha cerlo con éxito a partir del capital, insuficiente para reinvertir a ritmo rápido en importaciones de maquinaria. Ni tampoco po dían recurrir a la superexplotación de la mano de obra escla va, ya en declinación. No quedaba otra alternativa, fueron a las armas. De ellas esperaban no sólo deshacerse de metrópoli y acreedores, sino hacerse del estado y desde él manejar una política de importaciones que anulara la desventaja sufrida en la carrera por la tecnificación. Fue así que la guerra patria estalló por oriente en 1868. En ese paso los hacendados de la zona representaban no sólo sus intereses, sino los de la nación entera. Con retraso de medio siglo, ahora el momento revolucionario se apuraba. Pero, a pesar de prolongarse las hostilidades por diez años, no se logró ganar en igual medida a la nación entera. En occidente los hacendados se mostraron en general reticentes. Finalmen te la relación de fuerzas se inclinó a favor del imperio que concentraba sus fuerzas militares y, perdida la guerra para los cubanos, el dominio colonial continuó vigente. No fue muy alentador el recuento para los hacendados orientales. En lugar de la salida a un conflicto de raíz econó mica, fue la tierra asolada, las familias diezmadas. El senti miento independentista continuó vivo. Pero la empresa ya no suscitaría entusiasmo entre los hacendados. Y así, cuando años después de una segunda guerra patria tenga lugar, encontrará a su cabeza a hombres de muy distinta extracción social, como serán el abogado José Martí, el ínicialmente sargento Máximo Gómez., el mulato arriero de muías Antonio Maceo y otros. Mientras tanto no se trataba sólo de España, sino de los Estados Unidos. Geográficamente están a un paso de la isla: 180 km separan ambas costas. Y económicamente han venido reduciendo las distancias. Hacia 1860 el comercio exterior cubano se distribuía como sigue: 62 % a los Estados Unidos,
22 % a Inglaterra y 3 % a España (el 13 % restante corres pondía a otros países con quienes no existía tráfico regular). Este dominio norteamericano en la posición compradora se explica, pues su industria refinadora de azúcar se abastecía en Cuba. Y tiempo después, hacía 1895, se constata en la isla una considerable inversión de capitales norteamericanos del orden de los 50 millones de dólares. Que, por lo demás, debe ser vista en perspectiva: veintisiete años después se ha brán radicado por un monto veinticuatro veces mayor, en el orden de los 1.200 millones de dólares. Y ello significará para la década del veinte una cifra récord entre los países la tinoamericanos. En efecto, los Estados Unidos vienen actuando de muy distinta manera que España. Ésta se reducía a exportar mer cancías, aquéllos han pasado a exportar capitales. Han variado las formas del expansionismo. De modo que a fines de siglo los cubanos se dan con una singular variante dentro de las luchas independentistas latinoamericanas, resultante de lo avanzado de la época y del vecino que les tocara en suerte. No hay a su frente un poder, sino dos. Y cada uno viene actuando a su manera. Han corrido diecisiete años desde el fin de la primera .guerra patria cuando se inicia la segunda. Corre 1895 y es nuevamente por la provincia de Oriente. Ya no bajo la tutela de los hacendados, sino contando como dirigentes a hombres de otra extracción social y otra mentalidad, más bien ligados a los intereses de las masas rurales, clase obrera y pequeña burguesía. Da la impresión de ser esta última el orientador ideológico. Sin embargo, a la hora de las negociaciones, los hacendados harán sentir una presencia que escatimaron en el curso de esta segunda guerra patria. Y para entonces habrá muerto en el campo de batalla José Martí, líder cívico de la independencia. Pero su pensamiento refleja la singularidad de aquel mo-
mentó histórico. José Martí, ya declarada la guerra contra el imperio español, no pierde de vista al otro poder y, en carta postuma e inconclusa fechada dos días antes de morir y con siderada como su testamento político, escribe: «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». ¿Qué importancia tenía esta cuestión para el líder cívico? Él mismo lo subraya a renglón seguido: «Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso»; De modo que, lejos de tratarse de una actitud circunstancial, signaba su vida. Y, para dar más fuerza al concepto, insistía en la misma carta con vehemencia inusitada y casi insultante: «impedir que en Cuba se abra, por anexión de los Imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos ce gando, de la anexión de nuestros pueblos de América al Nor te revuelto y brutal que les desprecia». El texto y la vocación que de él trasciende son terminan tes. No obstante, no era proclamada a voces. Debe repararse que se trata de una carta privada. Por el contrario, ninguna denuncia contra el expansionismo norteamericano se encuentra en el documento público más importante de la época, el lla mamiento a la liberación, conocido como manifiesto de Monte: cristi. Fue suscrito en 1895 por el general Máximo Gómez y por José Martí. ¿Por qué la diferencia? Pues bien, es el últi mo de los nombrados quien, a renglón seguido de la carta que venimos comentando, se encarga de explicitarlo: «En si lencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de procla marse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin». Está Claro: una cuestión de táctica. No había razón, mientras fuera posible, de irritar al vecino del norte. Se trataba más bien de llegar hasta sus corrientes
de opinión y ganarlas para la causa de la libertad de Cuba: Y la ocasión se presentó con el ofrecimiento de sus columnas que eí diario norteamericano New York Herald hizo a José Martí. No era el caso de rehusar la tribuna ni tampoco de revelar una prevención hacia la política expansionista de los Estados Unidos. Fue entonces que su pluma — fechando la nota el 2 de mayo de 1895, bajo su firma y la del jefe militar, general Má ximo Gómez— escribió: «Los Estados Unidos, por ejemplo, preferirían contribuir a la solidez de la libertad de Cuba, con la amistad sincera a su pueblo independiente que los ama y les abrirá sus licencias todas». Y párrafos más adelante: «estas legiones de hombres [cubanos] que pelean por lo que pelea ron ellos [los norteamericanos ] ayer, y marchan.sin ayuda a la conquista de la libertad que ha de abrir a los Estados Unidos la Isla que hoy les cierra el interés español». Como se advierte, no es únicamente el tono, sino el con cepto. Del 2 al 18 de mayo, fecha esta última de la carta antes citada, corren apenas dieciséis días de diferencia, vivién dose siempre las alternativas de la guerra. Y de la nota perio dística a la carta, el líder cívico expresa ideas difícilmente conciliables: al New York Herald abrir la isla a los Estados Unidos, en documento privado cegarles el camino. Difícilmen te conciliables salvo si se las considera a la luz de la misma confesión del autor: «hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas». ¿Por qué ocultas? Y aquí, además del señalado efecto extrafrontera's, caemos en plena problemática de clases. José Martí no echa la expe riencia en saco roto. El proyecto de liberación nacional pasa ba por aquello que la primera guerra independentista no logra ra por reticencia.de los hacendados occidentales: la unidad de lá nación entera contra el ocupante español. De modo que se trataba ahora más que nunca de acumular sobre el polo revo
lucionario todas las fuerzas posibles para obtener una relación de fuerzas favorable. ¿Cuál fue la respuesta de los hacendados? Vimos que los diez años de la primera guerra les había agotado, especialmen te a los orientales. Había que regañarlos, venciendo en ellos no sólo una subsecuente tendencia hacia el conformismo, sino otras reservas. Esta segunda guerra que los hacendados no dirigían ¿qué clase de negocio era? Por ejemplo: ¿qué signi ficaba esa activa participación de los obreros del tabaco junto a José Martí? ¿No sería militarmente más seguro y política mente más prudente asumir la tarea independentista bajo la protección de los Estados Unidos? Contra este renacimiento de la corriente anexionista entre los cubanos se levantaba sin vacilaciones José Martí. Pero «en silencio ha tenido que ser y como indirectamente» porque, a la vez, la revolución no podía darse el lujo de prescindir de los hacendados. Y ¿cómo atraerlos a su seno denunciando abiertamente la política anexionista norteamericana cuando los hacendados estaban tentados de considerarla, si no un bien, un necesario mal menor? Tres, años después de la muerte de José Martí el anexio nismo se imponía. Desde ambas orillas. No únicamente por constituir la materialización de una arrolladora realidad impe rialista, sino facilitada desde la misma isla: «doy a usted la seguridad más completa de la cooperación del ejército cubano con las fuerzas militares de los Estados Unidos». Tal el texto dirigido al presidente norteamericano con la firma de uno de aquellos hacendados que se había levantado en armas en 1868, Tomás Estrada Palma. Texto que fue ratificado por el Consejo de gobierno (revolucionario) de Cuba el 11 de marzo de 1898. Y, como un eco, él 20 de abril comenzó el bloqueo de la isla por la flota de guerra norteamericana. Dos meses antes otro hecho había contribuido en el mismo sentido: la voladura de
uno de sus barcos anclado en el puerto dé La Habana, el acorazado Maine. Tres años bacía que duraba esta segunda guerra hispanocubana. La intervención del vecino del norte precipitó su de senlace en semanas. Y fue este mismo país quien a renglón seguido y de acuerdo con las estipulaciones del Tratado dé París (1898), procedió por el término de cuatro años a la ocupación de Cuba. Cesada ésta en 1902 quedará vigente la Enmienda Platt, agregada a la Constitución, por la cual los Estados Unidos se reservaban el derecho de continuar intervi niendo militarmente en la isla. Cerrábase así el capítulo de las luchas independentistas de la colonia. Tomadas ambas guerras en conjunto, es notorio que el espíritu heroico de 1868 ha cedido al espíritu de concilia ción de 1898. Uno y otro, a la apertura y al cierre, son encar nados por el hacendado. Convencido a la postre que debía dejar de ser amo de esclavos, y ese costado de su personalidad vertirlo al capitalismo, lo hizo pactando las condiciones con lós inversionistas norteamericanos, a saber: a) no se dispondrían otras industrias nativas de significa ción que no pertenecieran al rubro azucarero, salvo las ya exis tentes destinadas igualmente a la exportación (tabaco, ron); b) el hacendado cubano continuaba como señor terrate niente e inversor azucarero, compartiendo esta posición con el capital norteamericano; c) el capital norteamericano se hacía cargo de las inver siones en servicios públicos, destilerías de petróleo, minería, bancos; y compartiendo con el capital nativo otros rubros (turismo, ganadería). Claro está, no fue un pacto en el sentido usual de la pala bra, resultado de deliberaciones convocadas al efecto y luego formalizado sobre un papel. Fue un pacto entre clases, no ad
quiriendo las formas de un acto jurídico pero dotado de tanto imperio como si lo fuera; la mejor garantía de su cumplimiento es qué correspondía a una relación de fuerzas dada. Y de ahí que su letra, ausente en el papel, haya quedado indeleble mente grabada en el devenir de la sociedad cubana. Bajo tales condiciones el hacendado continuó siendo el pro tagonista nativo. Como otrora, subordinado extrafronteras. Por cierto que en virtud de otros mecanismos y en otra me dida: lo que va de colonia a semicolonia y de esclavismo inde pendiente a capitalismo dependiente. Como semicolonia la isla guardó formalmente la independencia política. Pero las palancas del poder estaban fuera. Y dictaban la fórmula si guiente: monocultivo (del azúcar), más cuota (de ese produc to), más no-industrialización (diversificada según las necesidadees del mercado interno y autosuficiente), más tarifas aduane ras preferenciales. ¿Cuál es el desarrollo de la fórmula? Más o menos como sigue. Los Estados Unidos, en expansión industrial, necesitan imperiosamente una ración de azúcar que por el momento su producción doméstica no tiene posibilidades de cubrir. Los Estados Unidos, en expansión territorial, encuentran al alcan ce de su mano un suelo feraz, Cuba. Conclusión: Cuba puesta a abastecer de azúcar a los Estados Unidos. Vale decir, el mo nocultivo. Tal es el primer paso de la fórmula. En un segundo paso resulta que los Estados Unidos no necesitan cualquier cantidad de azúcar sino una que, aun re gistrando incrementos periódicos, sea fija, determinada por su capacidad de consumo y la concurrencia de otros abastecedores menores. De ahí la necesidad de establecer una cuota', tanto compran los Estados Unidos y ni un gramo más. En un tercer paso se concluye que si los cubanos están ab sorbidos por la producción azucarera y cuentan con un com prador seguro, no tienen tiempo ni tampoco necesidad de le
vantar fábricas. A cambio de la dulce mercancía todo lo ma nufacturado lo proveen los Estados Unidos, desde el comesti ble envasado al automóvil. De ahí la no-industrialización cuba-, na, entendida como unilateralización azucarera de tecnología y reposición de maquinaria subordinada al exterior. Y, por fin, la competencia de otros abastecedores de bienes de consumo (manufacturas, etc.) o materias primas (petróleo, etcétera), que no fueran norteamericanos, quedaba neutrali zada con las tarifas aduaneras preferenciales establecidas a fa vor de los Estados Unidos. Era el cuarto paso y con él la fór mula se cerraba sobre Cuba. Una vez cubierta la cuota norteamericana la isla quedaba en libertad de realizar ventas a distintos países que concurrían al mercado mundial. Ahora bien, éste, en principio más elásti co, llegaba a saturarse. En suma, cuota norteamericana más mercado mundial conformaban un total al cual en definitiva debía adecuarse el volumen de la producción azucarera de la isla. Por su parte, volumen y precios se ligaban estrechamente. Una gran afluencia de azúcar cubano — del primer país pro ductor— sobre el mercado mundial hacía bajar los precios tan to en éste como respecto de la cuota norteamericana. Cuenta habida de estos aspectos complementarios y del an tes visto pacto de clases interfronteras; monocultivo más cuota más no-industrialización más tarifas aduaneras preferenciales era igual a Cuba. Un organismo consultor de los círculos norteamericanos, el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, en informe preparado sobre el terreno que elevara en 1951 al gobierno de la isla, pudo así expresarse: «Pocos países dependen de su co mercio exterior en tan alto grado como Cuba. En realidad, mientras no se tenga idea exacta de la medida én que esa nación constituye un organismo exportador basado sobre un
monocultivo, será imposible comprender los problemas bási cos de su posible desarrollo económico».1
C a r a c t e r iz a c ió n d e fu e n t e s
Con el tránsito de la colonia a la república iremos a con centrar la visual sobre los años cincuenta del siglo. Con ello no hacemos sino responder al cambio operado en el ritmo his tórico. Éste se acelera llegada la instancia revolucionaria al punto de cubrir en pocos años las distancias políticamente no recorridas en siglos. Tal aceleración produce en el historiador el efecto contrario, obligándole a disminuir el paso. Todavía una cuestión metodológica referida a las fuentes. Con frecuencia recurriremos a la consulta directa de la pren sa. Tratándose de la burguesía azucarera se utilizará con pre ferencia el órgano mensual empresario Cuba Económica y Fi nanciera. Si bien existía en la época otra publicación, Cubazúcar, vocero de la Asociación Nacional de Hacendados, la primera, con mayor audacia y claridad que la segunda, fue reflejando la real situación de deterioro. Cuba Económica y Financiera, revista empresarial sin filiación de entidad alguna, cedió sus páginas a la corriente opositora que se abría paso en el seno de la burguesía azucarera, mientras los directivos de la Asociación Nacional de Hacendados, más ligados al compro miso con el gobierno, no la dejaron oír hasta los tramos finales del período. Cuba Económica y Financiera, como prensa especializada, contaba con canales propios de venta a través de las suscrip-
1. Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento, Informe sobre Cuba (Estudios y recomendaciones de una misión económica y técnica, Francis Adams Truslow, jefe, 1950), Washington, 1951, t. III, libro V III, cap, 40, p. 3.
dones. Era en ese sentido prototípica. Una prensa «entre nos» los hombres de negocios, donde la clase se confiesa. Y cuyas columnas presentan sus intereses y la defensa de éstos en constante primer plano. Distinto ocurre con la «gran prensa», orientada por las mismas clases pero con un tercero como des tinatario: el hombre de la calle y para quien casi todo se en mascara. Otro caso es el de la revista semanal de actualidades Bo hema, la de más vasta difusión en la isla y de mayor tiraje en la época entre los países del área del Caribe. Llegó en una edición al récord absoluto de un millón de ejemplares. Un fuerte populismo teñía sus páginas, que en ocasiones le sig nificaba un compromiso a favor de reivindicaciones sentidas por las masas. De ahí su aceptación y características duales tí picas de una actualidad pequeñoburguesa corriente. Bohemia se había plegado al anticomunismo de los años de guerra fría y en ello le iban otros réditos: el respaldo de la Sociedad Interamericana de Prensa y muchas voluntades dentro de las esferas norteamericanas. Bohemia permanecía fiel a una tra dición democrática interna que, en las difíciles condiciones vi vidas en la isla durante los años cincuenta, le llevaba a reflejar hechos que el resto de la prensa comercial silenciaba. Y que naturalmente contribuía a mantenerle su masa de lectores. De ahí que sus características duales — populismo, anticomunis mo, democratismo— le situaban en un área de protección dada por influyentes amigos y por su prestigio, acumulado en casi medio siglo de ediciones. La medida de ese prestigio puede catarse incluso hoy. Bo hemia es, si no el único, uno de los contados rótulos qué ha sobrevivido a los torbellinos de la revolución cubana y que al presente continúa editándose en la .isla. El resto de la prensa — no sólo de los sectores que pasaron a la contrarrevolución, sino del mismo 26 de Julio o del partido de los comunistas, como fueran respectivamente los rotativos Revolución y
Hoy— ha finalmente desaparecido. Una conserva su tradicio nal rótulo y presentación, la revista Bohemia. Ahora bien, otro elemento aquí nos interesa. Bajo el ré gimen de Fulgencio Batista -—que llegó a complacerse a través de su prensa en mostrar fotografías de cadáveres mutilados por «fallidos actos terroristas» que se sabía eran resultado de la tortura— ese prestigio, que hacía a su autodefensa, reco nocía límites: una gaffe en la información podía ser pretexto suficiente para que el régimen se decidiera a la clausura per manente de Bohemia. Y esta situación da aún mayor valor a su testimonio. No sólo por la masa de información inestimable que sus columnas proporcionaban semana a semana, sino en razón de la amenaza pendiente sobre su cabeza. Ella le impo nía un severo control sobre la veracidad de la información y cuidarse de no caer en exageraciones opositoras. De modo que dos serán los registros de prensa preferente mente escogidos. Para conocer el pensamiento de la burguesía, Cuba Económica y Financiera. Y para evaluar el desarrollo de los hechos bajo la dictadura, Bohemia.
S ig l o x x :
La
r e st r ic c ió n a z u c a r e r a
PARA EL EPÍLOGO REPUBLICANO
Y bien, la república cubana del siglo xx. De década en dé cada la burguesía azucarera conoció altibajos. Los buenos años veinte de «la danza de los millones» cuando no se sabía de restricciones en los mercados. Los malos años treinta cuan do, a partir de la crisis mundial, los precios cayeron vertical mente. Y los años cuarenta de recuperación modesta, favore cidos por las compras que provocara.la segunda gran guerra. Era la historia de siempre: no bastaba producir, había que co locar el azúcar en los mercados. Los buenos años hacían olvi dar la competencia, los malos la volvían sobre el tapete.
Dentro de ese último marco desembocamos en nuestro tiempo corto de la década del cincuenta. Condicionada por la necesidad de colocar el azúcar, Cuba oscilaba entre dos polí ticas: zafras libres, sin limitación, y zafras restringidas por debajo de la capacidad productiva de la isla. La década del cincuenta experimentó ambas. Libre hasta 1952, la zafra reco lectada ese año batió todos los récords alcanzando los 7.012.000 de toneladas." Pero este suceso, lejos de aportar la riqueza, planteó serios problemas: por primera vez des de 1941 la zafra pudo ser sólo parcialmente colocada en un volumen de 4.859.000 de toneladas,3 Vale decir, el 30,6 % de la producción azucarera de 1952 quedó como excedente para ser vendido en años subsiguientes. La consecuencia no se hizo esperar: vuelta a la política de zafras restringidas a partir de 1953. ¿Cómo repercutió este cambio? Catastrófico para la eco nomía cubana, calificó un comentarista en el tradicional Diario de la Marina. Y pasaba a enumerar: la contracción se agravó, disminuyó el ingreso nacional, la recaudación fiscal, las expor taciones y las importaciones, que lo hicieron de 517,6 millones a 489 millones, cerrándose el balance de pagos internacional con déficit; el ingreso azucarero total bajó de 4 11,5 millones a 253,9 millones, y los correspondientes a los agricultores de 144 millones a 125,4 millones; cifras dadas en peso cubano a la par del 'dólar.4
2. Anuario azucarero de Cuba, 1959, en Hugh Thomas, Cuba or the pürsuii of freedom, Eyre and Spotriswoode, Londres, 1971, p. 1564. 3. Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar, Compilación estadística, en Michel Gutelman, L’agriculture socialisée h Cuba, Maspero, Pa rís, 1967, p. 38. 4. José Antonio Guerra, «La industria azucarera cubana: 1932-1957», Diario de la Marina, La Habana (15 septiembre 1957). Citado en Raúl Cepero Bonilla, Política azucarera (1952-1958), Editora Futuro, México, s.d., p. 69. Prólogo firmado por el autor en La Habana, 2 de agosto de 1958.
Más que exhaustiva verificación estadística, importa la cita en tanto que muestra de cómo una corriente de alarma por los efectos de la restricción azucarera buscaba eco en la opinión pública. Y en la ocasión se echaba mano al principal órgano de la «gran prensa» de la isla. Si bien las cifras manejadas por el comentarista lo son de manera incompleta, no por ello sus conclusiones son menos rigurosas. Tal se desprende de la com pulsa estadística a que hemos sometido los rubros citados y otros que hacen al termómetro de la economía de un país.5 Todos denuncian sensibles bajas acentuadas en los dos años subsiguientes (1954-1955) componiendo el tablero de un de terioro económico general, sin llegar a la crisis. Y, en fin, se agrega el incremento en. los niveles de desocupación. De toda la década, 1955 fue el año de más corta zafra: 69 días.6 ¿Qué hacer? La respuesta llegó desde el mundo de los negocios. «Cuba ha de competir o perecer», proclamaba edito rialmente y asumiendo el hecho de la superproducción azuca rera registrada, la revista empresarial Cuba Económica y Fi nanciera en 1952.7 Ciertamente, no era la única alternativa. Podía comenzar
Los precios del azúcar son dados'en centavos de pesos cubanos por unidad de peso (libra) inglesa. 5. «Ingreso nacional cubano (1952-1958)», Cuba Económica y Finan ciera, La Habana, XX XIV , n." 404 (noviembre 1959), p. 15; Cepero Bo nilla, op. cit., p. 185; Anuario azucarero de Cuba, 1959; Compilación esta dística, en M. Gutelman, op. cit., pp. 38-39; «Editoriales. El intercambio cubano-americano», Cuba Económica y Financiera, X X XIII, n.° 386 (mayo 1958), p. 3 Fuentes procesadas en Marcos Winocur, Cuba: sucre, café et révólution (tesis del tercer ciclo), Hachette, París, 1975. 6. «Primer fórum nacional sobre la reforma agraria», séptima sesión (5 de julio de 1959), en Antonio Núñez Jiménez, La ley de reforma agra ria y su aplicación, Delegación de Gobierno, Capitolio Nacional, La Haba na, s.d., p. 7. 7. «Editoriales. O competimos o perecemos», Cuba Económica y Fi nanciera, X X VII, n.° 318 (septiembre 1952), p. 3.
por buscarse otras espaldas que soportaran el peso de la mala hora. Desde hacía un tiempo no se abonaba a los trabajadores azucareros un rubro salarial llamado diferencial, convenido en la década del cuarenta. Pero ése era el límite...; más allá, fren te a una clase obrera de reconocidas tradiciones de lucha y que recibía su ración dentro del deterioro económico general, era no sólo difícil sino peligroso. Incluso se trataba de un límite precario que la burguesía azucarera no alcanzaría a conservar. El diferencial debió ser restituido, al menos en parte, luego de una violenta huelga estallada en vísperas de la zafra de 1956. Fallaba, pues, la posibilidad entrevista de incrementar plustrabajo vía superexplotación y compensar así menores entra das causadas por la contracción. Otra alternativa consistía, como el mundo empresarial lo manifestara al jefe de estado, en «promover un inmediato de sarrollo económico por otros cauces».8 Por otros cauces: sig nificaba incrementar y diversificar los cultivos no azucareros e industrializarse. De ese modo, al tiempo que se creaban fuen tes de trabajo, se sustituían importaciones. Ahora bien, los países compradores lo eran siempre y cuando, por igual valor del azúcar adquirido, fueran vendedores a Cuba. Y si Cuba se ponía a producir bienes de consumo sustituyendo importacio nes, no había manera de colocar el azúcar. Un ejemplo será ilustrativo. Proviene de la revista empre sarial que titula «Nuevos ataques injustos contra Cuba».9 Un senador norteamericano, Frank Carlson, exhortaba al Con greso a reducir la cuota de importación de azúcar cubano adu ciendo que la isla había anunciado la construcción de dos mo linos harineros. Según el senador, ello implicaría restricción a
8. «Exposición de las clases económicas al jefe de estado», Cuba Económica y Financiera, XXIX, n.° 343 (octubre 1954), p. 20. 9. «Nuevos ataques injustos contra Cuba», Cuba Económica y Finan ciera, X X XII, n.“ 373 (mayo 1957), p. 8.
las compras cubanas de harina norteamericana. La revista em presarial reaccionaba vivamente: si ese punto de vista predo minara — decía— nuestro país «tendría que resignarse a ver “congelada” su economía, de una parte por la limitada cuota azucarera norteamericana y la competencia mundial, y de otra para mantener su mercado interno sin cambio alguno en bene ficio de los exportadores extranjeros».30 Conjugando los ver bos en presente, eso era lo que estaba ocurriendo. Por lo de más, la burguesía azucarera no tenía ningún interés en cambios en el mercado interno que de contragolpe hicieran peligrar sus ventas al exterior. De modo que otra de las alternativas, cul tivos e industrialización que produjeran sustitución de impor taciones, resultaba vetada. No quedaban mayores opciones. La burguesía marchó ha cia el planteo de una agresiva competencia en los mercados exteriores, a saber: lanzar todo el azúcar capaz de producirse a la venta. Implicaba un regreso a las zafras libres, con sus consiguientes riesgos. Por lo pronto, la caída en los precios. Pero no se excluía la perspectiva de romper el círculo de los compradores tradicionales y, en desafío a la guerra fría de los años cincuenta, intentar el intercambio con los países so cialistas u otros en vías de desarrollo. No era una apuesta fácil, mas no se advertía otro camino: las zafras restringidas conducían a la asfixia. De todos modos, aclaremos desde ya, no se llegó a rebasar los marcos formulativos, pues antes que nada era preciso — como veremos— mover obstáculos de ín dole política. Y'cuando se hizo, derribando la dictadura, fue tarde: la audacia competitiva de los hacendados había queda do muy atrás, devorada por el torbellino revolucionario. Mientras tanto, las zafras restringidas eran bien vistas en los mercados exteriores. Conducían a la isla a una política
10. Ibid.
pasiva ante los competidores. Unos se destacaban, los cultiva dores de remolacha azucarera (y de caña) norteamericanos. Frente al proveedor número uno impugnaban con renovada fuerza de año en año la cuota que su país había asignado a la isla. No en balde ya en los años cuarenta un autor clásico cu bano había titulado: «De la remolacha enemiga».11 Las zafras restringidas significaban, pues, un primer obs táculo para el intento de una política azucarera expansiva. Un segundo obstáculo lo configuraba el Convenio (internacional) de Londres, que rigiera entre enero de 1954 y diciembre de 1958. Se trataba de un instrumento regulador, en cuya virtud la mayoría de los países productores de azúcar acordaron dis tribuirse una participación en el mercado mundial. Sus de fensores argumentaban que de ese modo se evitaban los efec tos nocivos de la competencia y los azares de la demanda y la oferta incontroladas, todo en vistas a asegurar a cada país la colocación de un volumen mínimo de azúcar e impedir la caída de los precios internacionales. El Convenio de Londres venía así a articularse con las zafras restringidas. ¿Cuánto azúcar producir? Exactamente (descontando una pequeña porción para el consumo interno) la suma de dos volúmenes. Uno, la cantidad fijada en la cuo ta norteamericana. El otro, el tonelaje regulado para los cu banos en virtud del Convenio de Londres. En fin, una mo desta seguridad erá el precio de renunciar a la competencia. Ahora bien, esta modesta seguridad no dio los resultados previstos por los defensores del instrumento internacional. Los precios azucareros cayeron en 1954-1955, es decir, no bien comenzara a aplicarse. En cuanto a la participación cu bana en el mercado mundial, disminuyó en el 16,8 % del 11. Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963, cap. «De la remolacha enemiga», p. 521. Publicado originalmente en 1940.
cuatrienio 1954-1957 respecto al mismo lapso 1951-1953.12 Las críticas arreciaron. Se detectan desde los más diver sos ángulos. El III Fórum Nacional Azucarero reunido en la Universidad de La Habana (1955), que congregara a hacen dados, colonos (pequeños y medianos cultivadores de caña), técnicos y otros representantes.13 La revista de actualidades Bohemia14 y la empresarial Cuba Económica y Financiera,15 He aquí tres ópticas diferentes que se conjugan en la crítica del Convenio de Londres y, a la vez, de las zafras restringi das: un autorizado y específico fórum, un órgano popular y otro del mundo de los negocios. Era este último precisamen te quien resumía la situación: «con zafras cada día más res tringidas, con el aumento ininterrumpido de la producción en
12. «El convenio azucarero internacional para 1959-1963», Cuba Eco nómica y Financiera, X X X III, n.° 393' (diciembre 1958), pp. 31-32. Cf. Cepero Bonilla, op. cit., pp. 178-179. 13. Mario del Cueto, «Problemas de la industria básica cubana. Fi guras, trabajos y acuerdos del III Fórum Nacional Azucarero», Bohemia, La Habana, XLVII, n.° 51 (18 diciembre 1955), pp. 98-100 y 170-172. 14. Baldomero Casas, «Un análisis de la situación azucarera. La restric ción azucarera es un error que nos va a traer desastrosas consecuencias», Bohemia, XLV, n.° 16 (16 abril 1953), pp. 16 y 84-86; José Pardo Liada, «Azúcar, politiquería y especulación», Bohemia, XLVII, n.° 34 (21 agos to 1955), p. 72. 15. Baldomero Casas Fernández, «Es factible la zafra libre», Cuba Económica y Financiera, X X X, n.“ 347 (febrero 1965), p p .'41-43; Luis José Abalo, «Ensayos de pronóstico económico. Las necesidades y posi bilidades futuras de la economía nacional», Cuba Económica y Financiera, X X X, n.° 353 (agosto 1955), pp. 11-14; Juan de Dios Tejada Sainz, «Opio para azucareros», Cuba Económica y Financiera, XXX, n.° 352 (julio 1955), pp. 35-36; «Nuevos motivos de inquietud», Cubazúcar, La Habana (abrilmayo 1957); «Opiniones azucareras internacionales», Cuba Económica y Financiera, XXXII, n.° 374 (junio 1957), p. 43; Baldomero Casas Fer nández, Alejandro Suero Falla, Federico Fernández Casas y Luis Mendoza, firmantes de artículos varios publicados en Cuba Económica y Financiera, Bohemia o Prensa Libre, en el mismo sentido dé oposición a la política azucarera oficial, eran hacendados, propietarios de uno o varios ingenios.
otras áreas, con precios que declinan en todos los mercados y con el dogal de un convenio azucarero internacional, el mer cado americano adquiere para nosotros una importancia vital. La defensa, por tanto, de este mercado — concluía— es un imperativo económico y social».16 Llama la atención la expresión usada en el último párra fo: «La defensa...». ¿Es que la cuota norteamericana estaba amenazada? Pues, si así fuera, ese elemento en el contexto general sería trascendente. En efecto, hemos constatado: a) un deterioro económico general de la década del cin cuenta, el cual afectaba incluso a la burguesía; b) la perspectiva de tentar una agresiva política de com petencia: c) dos obstáculos a remover, las zafras restringidas y el Convenio de Londres. Y bien, en razón de c no se ha logrado siquiera ensayar b a fin de remediar a cuando se advierte un peligro mayor: retroceder incluso en las posiciones conquistadas. Y — como lo señala a modo de conclusión Cuba 'Económica y financie ra— en la más importante, la cuota norteamericana. Veamos, pues, este último punto. Con alarma, la isla iba registrando las noticias de ultramar. La revista empresarial titulaba: «Los remolacheros americanos y la batalla de las cuo tas». ¿Por qué batalla y en qué consistía? Veintidós estados norteamericanos — daba cuenta la revista empresarial:— pa saban a beneficiarse de 343.066,8 hectáreas asignadas por el Departamento de Agricultura para siembra remolachera. Sobre estos estados (que cubren el 67 % del área territorial de los Estados Unidos y abarcan el 40 % de su población) se lan 16. Juan de Dios Tejada, «La defensa de la cuota azucarera de Cuba en los Estados Unidos. Un poco de historia y una pauta», Cuba Económica y Financiera, XX XIX, n.° 343 (octubre 1954), p. 20.
zaba en especial una campaña publicitaria: norteamericanos, consumid el mejor, el azúcar norteamericano.17 «No ha dejado de sorprender aquí — editorializaba en otra ocasión la revista empresarial— y nada favorablemente, el descubrimiento de que la ayuda americana está fomentando cultivos de caña en varios sitios del hemisferio occidental, Oriente y África, de paso que también impulsa las siembras de remolacha en al gunos países de la zona templada. Y desde que el prominen te azucarero mister Kemp descorrió ese velo, ante el Sugar Club de Nueva York días atrás — agregaba la revista empre sarial— , en Cuba se comenta el hecho con evidente amar gura.» 18 La burguesía azucarera se sentía desplazada. El tono ofre ce los matices de una ruptura... se recordará: «Cuba ha de competir o perecer». ¿Qué se decía desde la otra orilla? Nue vamente un senador americano salía a la palestra, sin reparos en hacerse oír a través de Bohemia: «así como los cubanos tienen que defender sus intereses — enfatizaba el represen tante por Louisiana, Alien J. Ellender— , ¡yo tengo que de fender los de mis electores! Yo represento en el Senado ame ricano una vasta zona productora de azúcar de. los Estados Unidos. Y tengo que demandar aquí todo lo que tienda a beneficiarla». Y añadía el senador: «Cuba se ha excedido en la producción [... ] Los que permitimos producir a vuestro país somos nosotros».19 La última frase, no por insolente, era menos cierta: había 17. Juan de Dios Tejada y Sainz, «Los remolacheros americanos y la batalla de las cuotas», Cuba Económica y Financiera, X X IX , n.° 344 (noviembre 1954), p. 45. 18. «Editoriales. El intercambio cubano-americano», art. cit. 19. Vicente Cubillas, jr., «¡Sensacional! ¡Exclusivo! Habla el enemigo n.° 1 de Cuba. Los cubanos defienden sus intereses. Yo defiendo los de mis electores», Bohemia, XLVII, n.° 10 (6 marzo 1955), pp. 30-32 y 97; «Azúcar. Cambio de táctica», Bohemia, XLVII, n.° 12 (20 marzo 1955), p. 80.
que pedir permiso al vecino del norte antes de dar luz verde al azúcar, pues ¿de qué servía producirlo si el principal clien te rehusaba comprarlo? Y éste, por boca del senador, lanzaba a los cubanos: señores, os habéis excedido en la producción. Y no lo decía en 1952, tras una zafra libre, sino en 1955, en pleno régimen de restricción azucarera. Pues claro: todavía en tonces los cubanos continuaban pagando culpas viejas, colo cando en el mercado mundial los excedentes de aquella zafra libre de 1952. Era así un factor de arrastre, incidiendo como agravante en el trasfondo general: un deterioro económico sobre el cual será necesario insistir. La producción de los años cincuenta se encontraba en alza respecto de las dos décadas anteriores. Pero nuestros ín dices de comparación no pueden detenerse ahí. Pues, no obs tante la relativa recuperación, el azúcar registraba niveles del mismo orden que tres décadas atrás. Si tomamos el sexenio de zafras restringidas y lo comparamos con otro de tres déca das atrás, obtenemos estos índices. Promedio anual de pro ducción azucarera 1925-1930: 4.749,8 toneladas. Promedio anual de producción azucarera 1953-1958: 4.981,5 tonela das.20 Como se ve, son cifras del mismo orden. El término de estancamiento aquí no es exagerado. Sólo que, en ese lapso de tres décadas, la población — no obstante haber cesado el flujo inmigratorio— no había tenido la gentileza de estan carse y, lejos de ello, había crecido en el orden del 70 % .21 20, Hugh Thomas, op. cit., pp. 1563-1564. 21. Censo del año 1945. Informe general, P. Fernández y Cía., La Habana, 1945, p. 811; Fernando González Q. y Jorge Debasa, Cuba: eva luación y ajuste del censo de 1953 y las estadísticas de nacimiento y defunciones entre 1943 y 1958. Tabla de mortalidad por sexo, 1952-1954, Centro Latinoamericano de Demografía, serie C, n.° 124, Santiago de Chile, junio 1970, p. 29 (tabla de población 1943-1957); Censos de pobla ción, viviendas y electoral. Informe general. 1953, Tribunal Superior Electo
Para un país no industrializado y no diversificado en sus cultivos, que importaba los bienes de consumo en función de sus ventas de azúcar, convertido éste así en la moneda inter nacional cubana, ello significaba más bocas que alimentar y menos que poner en ellas. Para un país cuya fuente de tra bajo número uno era la zafra, ello representaba más brazos disponibles y nada que hacer con ellos. No en balde 1955 ha bía arrojado el saldo de una zafra de sólo 69 días de ocupación para la masa obrera, según se consignara, y no muy prósperos negocios para la burguesía. La producción cayó ese año al más bajo nivel de la década, a 4.404.000 toneladas.22 Era precisamente luego de esta zafra que se formulaban las declaraciones del senador norteamericano Alien J. Ellender. Por lo demás, las perspectivas futuras no aparecían como alentadoras. Las perspectivas futuras... con ellas volveremos a la pre gunta formulada párrafos atrás, y cuya respuesta venimos in tentando: ¿es que la cuota norteamericana estaba amenaza da? La trascendencia de la pregunta -—recordemos-— residía en que, bloqueada virtualmente la participación cubana en el mercado mundial conforme a lo estipulado en el Convenio de Londres, quedaba una esperanza: la cuota norteamericana. Pues ella, de tiempo en tiempo, sufría incrementos en fun ción del alza en la demanda en los Estados Unidos. Y bien, la hora de los esperados incrementos sonó en 1956. Sólo que... pero antes aclaremos: para los cubanos, cuota norteamerica na significaba los volúmenes que en su virtud, tejían asigna dos y el derecho a conservar íntegra la proporción que había
ral, Oficina Nacional de los Censos Demográfico y Electoral, P. Fernández y Cía., La Habana, acuerdo del 22 de agosto de 1955. 22. Anuario azucarero de Cuba, 1959, en Hugh Thomas, op. cit., p. 1564.
determinado esos volúmenes. Esa proporción había llegado a cubrir en una época más del noventa por ciento de la deman da norteamericana, y luego disminuido al 43,20 % que se registraba en 1956. Pero ese año — como decíamos— llegó la noticia de nuevos incrementos en la cuota... con una disminución en la proporción: del 43,20 % se bajaba al 29,59 % , disposición a regir durante cinco años a contar de 1957. Vale decir, durante ese período Cuba dejaría de ven der un estimado de 2.419,275 toneladas de azúcar que co rrespondía a la diferencia (13,61 % ) que se le había supri mido. La pérdida o, mejor dicho, lo que se dejaría de ganar en esos cinco años a causa del cercenamiento de la cuota én su proporción dentro del mercado norteamericano, se estima ba en unos 240 millones de dólares.23 Estaba la mano de los competidores, ninguna duda cabía: ellos cubrían lo que a los cubanos se cercenaba. Y muy espe cialmente los dueños de casa, los remolacheros norteameri canos quienes — se ha visto— contaban con la defensa de sus intereses en el seno mismo del organismo de decisión, el Con greso de los Estados Unidos. Nada más significativo que mostrar la evolución compa rativa entre la producción remolachera de ese país y sus com pras de azúcar cubano. Tomaremos dos sexenios: el de zafras restringidas de los años cincuenta y el que inmediatamente le antecede, registrando las variaciones porcentuales de uno a otro. Producción remolachera norteamericana 1947-1952: 9.835 millones de toneladas. Idem 1953-1958: 11.952 millones de toneladas. Aumento:■ 17,71 % . Ventas azucareras cubanas en el mercado norteamericano (cuota) 1947-1952: 16.810,7 mi llones de toneladas. ídem 1953-1958: 15.680,8 millones de
23.
Cepero Bonillo, op. cit., p. 69.
toneladas. Disminución: 6,12 % .24 Vale decir, acusaban ten dencias contrarias: la primera en alza, la segunda en baja. «Cuba ha de competir o perecer.» Era otra forma de ex presar el veredicto dado por el Banco Internacional de Re construcción y Fomento en su informe sobre la isla, ya cita do: «Pocos países dependen de su comercio exterior en tan alto grado como Cuba». Ese estado era tolerable — y tole rado— si los negocios se mantenían prósperos. Pero llegados los tiempos de las vacas flacas... las voces de los hacendados se fueron dejando oír. Una crítica que iba subiendo de tono. Contra la zafra restringida, contra el Convenio de Londres, contra las medidas tomadas en los Estados Unidos. Por la apertura de nuevos mercados. Uno de los hacendados se fer licita de las ventas de azúcar (200.000 toneladas) a la Unión Soviética, operadas en 1955.25 Pero este hecho dentro, de la política oficial aparece como una excepción. Y1 así las críticas van convergiendo hacia el plano político, contra el gobierno de las zafras restringidas, firmante del Convenio de Londres, y de la pasividad ante los Estádos Unidos: el gobierno de Fulgencio Batista. «Guerra de los dos azúcares», se había complacido en lla marla ya en los afíos cuarenta un autor clásico cubano, Fer nando Ortiz.26 Ahora bien, estos azucareros cubanos de la caña que entreveían la salida en enfrentar competitivamente a los azucareros norteamericanos de la remolacha ¿habían acumulado como clase la fuerza necesaria para lá empresa? La respuesta es afirmativa. No cabe, sin embargo, medir esa' 24. Agricultural statistics, 1958, Department of Ágriculture, United States, Government Printing Office, Washington, 1959, p. 81, cuadro 115; Agricultural statistics, 1966, Department of Agriculture, United States, Government Printing Office, Washington, 1966, p. 86, cuadro 126; Com pilación estadística, en M. Gutelman, op. cit., p. 38. 25. B. Casas Fernández, «Es factible la zafra líbre», art. cit. 26. F. Ortiz, op. cit., p. 94.
fuerza en función de la expansión azucarera. Ello fue válido en el siglo xix, mas no en el siglo xx, luego que la produc ción se estancara. Otro índice proporciona la respuesta. La burguesía cubana se había convertido en «expropiadora» de los capitales azucareros norteamericanos de la isla. Éstos, y otros también de origen extranjero, estuvieron dispuestos a vender los ingenios menos tecnificados y rentables, reinvirtiendo en distintos rubros, como la ganadería. Y así nos da mos con las siguientes proporciones invertidas: a) en 1939 el 55,07 % de la zafra fue producto de ca pitales norteamericanos y el 22,42 % de capitales cubanos (el 22,51 % restante correspondió a inversores españoles, ca nadienses, ingleses, holandeses y franceses); b) en 1958 el 62,13 % de la zafra es'producto de ca pitales cubanos y el 36,65 % de capitales norteamericanos (el 1,22 % restante corresponde a inversores españoles y fran ceses).27 Continuaba siendo patrimonio del capital norteamericano poco más de un tercio de las inversiones azucareras existentes en la isla. En un período de expansión «cubanizadora» coin cidente con el planteo de una disputa por mercados, uno se focalizaba como el competidor: el capital norteamericano. Ca ñero en ía isla, remolachero en su país de origen, no era tra dicionalmente bien visto en razón de las franquicias obteni das sobre suelo cubano y del privilegio de que gozaba para elegir el espectro de mayor rentabilidad, situaciones acentua 27. Anuario azucarero de Cuba, 1958, en Antonio Núñez Jiménez, Geografía de Cuba, Editorial Nít .ional de Guba, Editorial Pedagógica, La Habana, 19653, p. 287; «Primer fórum...», en A. Núñez Jiménez, La ley de reforma agraria y su aplicación, pp. 15-16. «Evoluciona la propiedad de los ingenios», Cuba Económica y Financiera, X X VIII, n.° 331 (oc tubre 1953), p. 19.
das bajo el gobierno de Fulgencio Batista. Y a cuya política de 2afras restringidas agregaba un nuevo motivo: el reparto inequitativo de los cupos de molienda. Fue así como un sec tor de los hacendados, los llamados propietarios de pequeños ingenios, levantó su voz para reclamar «igual tratamiento que esos intereses [extranjeros, los cuales son] objeto de privi legios».2* Para el propio resguardo llegaron a fundar un Co mité Ejecutivo de los Pequeños Ingenios Cubanos, reiterando las críticas a la política oficial azucarera y frente a la actitud no solidaria de la Asociación Nacional de Hacendados.29 Otrora, en el siglo pasado, la contradicción entre grandes y pequeños hacendados se había localizado geográficamente, en desventaja para los de oriente. La región desde entonces se hubo de recuperar constituyendo un denso polo producti vo. Ya no geográficamente, la contradicción en el seno de la clase continuaba vigente sobre idéntica base: la diferencia de poder económico entre las unidades productoras del azúcar. Claro está, la situación no puede parangonarse. No se trataba de la posición asfixiante a que había sido conducido un sector otrora, ni ahora la coyuntura llevaba a los hacendados a ser protagonistas. Pero, en su medida, la contradicción interna de clase obraba sobre la contradicción externa aportando un elemento más para el planteo de una política audazmente com petitiva. De esta última contradicción precisamente se trata. El desarrollo capitalista había sido dado a la isla en función de una división internacional del trabajo, particularizado por co mercializar la mitad o más de la monoproducción azucarera a 28. Tony Deláhoza, «No queremos ser víctimas de los poderosos de la industria, afirma Luis de Armas, líder del grupo de ingenios cubanos de pequeñas compañías», Bohemia, XLÍV, n.° 36 (7 septiembre 1952), pp. 62-63 y 95. 29. Ibid.
un solo país, el vecino del norte. Una relación de tipo bila teral pero regida unilateralmente por una de las partes, los Estados Unidos vía su Congreso. Con esa situación heredada de sus antepasados se daban los hacendados. Habían hecho trans ferencia del poder de decisión, ciertamente, Pero no firmado la rendición incondicional. Y, en esa medida, guardaban ca pacidad para generar contradicciones extrafronteras. ¿Qué decía en esencia aquel pacto de clases bajo cuyo sig no había nacido a principios de siglo la república azucarera? Ustedes —los cubanos— producen; nosotros —los norteame ricanos— compramos. Y he aquí lo irritante: mientras la vo luntad azucarera cubana se afirmaba, la voluntad compradora norteamericana se debilitaba. Es lo que antes vimos: mientras la burguesía nativa reinvertía en el rubro, el vecino del norte venía disminuyendo, de reajuste en reajuste, las proporciones de la cuota asignada a la isla, hasta dar en la quita de 1956, Era irritante. Y ello ¿qué trascendencia tenía? Todo de pende de ubicar el carácter,de la clase. No componían los ha cendados una burguesía nacional (interesada en la evolución del mercado interno). Tampoco conformaban una de las lla madas burguesías compradoras (agentes de negocios del ca pital extranjero). La burguesía azucarera cubana al promediar el siglo se situaba, si se quiere, en un punto intermedio. Intentaremos sistematizar. Utilizaremos dos combinato rias que arrojarán una resultante final. Llamaremos a a la bur guesía nacional y b a la burguesía compradora. En virtud de rasgos coincidentes u opuestos respecto de a y b, la burguesía azucarera cubana se reagrupa en dos combinatorias: 1) a semejanza de a y a diferencia de b contaban sus intereses propios; 2) a semejanza de b y a diferencia de ¡3 era dependiente. Resultante final de las combinatorias 1 y 2: sin pretender
romper el status impuesto por el mercado mundial, la bur guesía azucarera no dejaría, llegado el caso, de defender sus posiciones. Dualidad que le otorgaba alta sensibilidad frente a la coyuntura. De ahí que lo irritante no fuera un mero estado de ánimo, sino que pesara sobre las decisiones de la clase. Pero veamos todavía un poco sobre su estructura y de qué manera lo dual en la burguesía azucarera cubana era componente de arrastre. Cotitular de la monoproducción del país, se erigía como máxima expresión nativa de capitalismo monopolista. Contra ella la competencia de sus compatriotas se tornaba vana. Interfronteras ocupaba así un lugar de privilegio que debía al proyecto del mercado mundial, y que en consecuen cia agradecía. Extrafronteras, el panorama era otro. A la bur guesía azucarera cubana le era aplicada la misma vara con que ella medía a sus compatriotas. Como capitalismo d ep en d ien te no era admitida a integrarse en igualdad de condiciones al mercado mundial. Y aquí el proyecto no resultaba ya de su agrado. Con los buenos tiempos la burguesía azucarera tendía a olvidarse de su condición dependiente (se recordará: vía di recta regulación estatal en el caso norteamericano o en virtud de la demanda-oferta en otros mercados, la colocación del producto se subordinaba a resortes extrafronteras, sin contar la provisión de insumos, maquinaria, petróleo y tecnología sujetos a importación). Con los malos tiempos la burguesía azucarera llegaba a pensar que de poco valían sus prerrogati vas interfronteras si no marchaban los negocios extrafronteras y entonces, vivamente tocada por su condición dependiente, la clase se volvía contra los competidores del mercado mun dial. ¿Hasta qué punto? Ello dependería de cuánto arriesgaba y de la coyuntura del momento histórico. Si la perspectiva era arruinarse, no vacilaría en acudir a cualquier medio, inclusive
el dumping, que es, como se sabe, arma de guerra declarada por los mercados. Y en esta audacia los hacendados irían a reivindicar la memoria de sus bisabuelos de 1868. Si solamen te se trataba de un recorte de beneficios y la coyuntura no se presentaba favorable, tal vez la actitud de los hacendados en definitiva fuera conciliadora. Y en esta prudencia reivindicaría la memoria de sus abuelos de 1898. De modo que muy variadas actitudes podría llegar a asu mir la burguesía azucarera. Y bien, arribados los años cin cuenta, ¿qué situación impresiona dibujarse? De un recorte de beneficios, ciertamente. Pero que encendía las luces rojas de peligro: en medio de las zafras restringidas importaba una amenaza de asfixia. De ello dan cuenta estadísticas antes cita das y que corresponden a los sexenios 1947-1952 y 19531958. Los remolacheros norteamericanos estaban a la ofen siva no sólo por boca de sus representantes en el Congreso de los Estados Unidos, sino en la base: en la producción de azúcar. Y venían desplazando a los cañeros cubanos del mer cado de su país sin dar muestras de ceder en la presión com petitiva. La mejor prueba la dieron los hechos posteriores. Una crisis política (1960) dio ocasión al Congreso de los Esta dos Unidos para suprimir la cuota de compras azucareras en Cuba. Y no fue para dejar a los ciudadanos norteamericanos reducidos a un menor consumo del producto, sino para ceder ese inmenso espacio dejado vacante (del orden de los tres mi llones de toneladas) a los competidores, comenzando por casa: los remolacheros norteamericanos. ¿Con qué situación impresiona, pues, que nos damos a medida que avanzan los años cincuenta? No por cierto la as fixia en los términos que se planteaba para los hacendados orientales en 1868, pero sí como tangible amenaza a corto plazo. De ahí que escuchemos las voces, en ocasión airadas, de los hacendados. Claro está, no eran los únicos ni fueron los
primeros en manifestarse. La demanda por cambios en la po lítica económica era general e insistente a medida que trans curría el período. Desde la clase obrera hasta los sectores no azucareros de la burguesía, pasando por los demás producto res o intermediarios, urbanos o rurales, todos tenían su ra ción dentro del deterioro económico. Y a todos concernía ese común destino de los cubanos, el azúcar. Los propios hacendados recurrían al argumento del des contento general para abonar sus tesis. Veamos un ejemplo. Un propietario de ingenios, manifestando su disconformidad con las zafras restringidas, citaba en su abono la opinión de diversos sectores sociales del entorno: los colonos (campesi nos cultivadores en el llano) que le abastecían de caña, los trabajadores afectos a la maquinaria y los comerciantes de la jurisdicción.30 Ningún esfuerzo costará encontrar en el res to de la prensa comercial — en la medida en que ésta podía expresarse bajo una dictadura— la protesta expresada desde el ángulo de los particulares intereses de clase. Había, pues, una presión social generalizada que, desde la base hacia la cúspide de la pirámide, actuaba sobre la burguesía tras la de manda de cambios en la política económica. Una expresión combativa lo había constituido la ya citada huelga general azucarera en vísperas de la zafra de 1956. Pero ambos factores no deben confundirse. Obraba la presión social generalizada y obraba la burguesía desde sus propias contradicciones e intereses de clase. Es así como he mos tomado a los. hacendados en tres momentos de defini ciones políticas colocados bajo el signo común de una idén tica tarea histórica, la independencia nacional. Nos referimos a la primera y segunda guerras emancipadoras (1868-1878 y
30. «Opiniones azucareras internacionales. Cuba», Cuba Económica y Financiera, X X X III, n.° 384 (marzo 1958), p. 45.
1895-1898) y . al torbellino revolucionario de los años cin cuenta. Como se expresara, la burguesía perdió la iniciativa social en el segundo momento. Sin embargo, su actitud en el tercer momento no está limitada a dejarse arrastrar por los acontecimientos, sino que aporta desde el ángulo de sus inte reses y contradicciones de clase. Y si el torbellino de la guerra civil apurará sus decisiones, no es menos cierto que ésta la encuentra armada de una voluntad azucarera: en el interior de la isla reinVirtiendo en detrimento del capitalismo extran jero, y en el exterior en actitud de disputa por los mercados. Y aun cuando la iniciativa social hubiera escapado de sus manos, mientras los hacendados no veían amenazada su pree minente posición monopolista, nada obstaba a utilizar el tor bellino de los años cincuenta como respaldo nacional para el planteo de una agresiva competencia extrafronteras. Torbe llino revolucionario, decíamos. Pero esto se hizo claro des pués. Mientras tanto, aparecía como torbellino a secas. La burguesía azucarera no lo temía. Como en tiempos de la colonia, el hacendado se veía protagonista. Y en verdad continuaba siéndolo. Había hecho slogan de sí mismo a tra vés de los mass media, de su «gran prensa», slogan que la calle, repetía e incluso la letra de canciones de moda: sin azúcar no hay país. Como el azúcar tenía dueño... el razonamiento era claro para todos: el azúcar se erigía en destino y la bur guesía en condición para el ser nacional. Nada más cubano que el azúcar, el hacendado su dueño: nadie más cubano que el hacendado. Todo lo demás pasaba por un monótono mapa: cañas, ingenios, esclavos de ayer u obreros de hoy, tierras, ferrocarriles, puertos. De todo el ha cendado se sentía poseedor o por lo menos que, dentío de la isla, servía a sus fines. Sin azúcar no hay país resumía su filosofía. Y si algo faltaba era sacar la cabeza fuera de la isla y decírselo a los remolacheros del vecino del norte. En otras palabras, una actitud.de agresiva competencia. Todo se
venía conjugando en ese sentido. Entonces, si algo faltaba, fue dado por la palabra «oficial» de la clase cuando el patriarca azucarero, el mayor productor de todos, no sólo de la isla sino del orbe entero, salió a la palestra. ¿Quién era? Julio Lobo. En realidad, ya le conocemos. Aquel hacendado que vimos páginas atrás argumentar contra las zafras restringidas en nom bre d e sus colonos, obreros del ingenio y comerciantes del entorno, ése era Julio Lobo. Ya en tal actitud aparecía clara la inteligencia de colocar la na ción, a través de una gama de sus sectores sociales, tras el hacendado. Corría marzo de 1958. Tras huelgas, brotes in surgentes y lucha armada en la sierra, la guerra civil poco después sacudirá al país de un extremo al otro. Es hora de dar un paso al frente. Y para esa misma época Julio Lobo hará algo mác: salir al encuentro de los remolacheros en casa de éstos. El N ew York Herald Tribune, en la época que nos ocupa uno de los más importantes cotidianos norteamericanos, nos ofrece su semblanza: «En Cuba donde azúcar es todo, y más que todo sinónimo de nación, Mr. Lobo es simplemente “Ju lio” para los hombres de negocios, los conductores de taxis y los miles de empleados de sus once ingenios. Internacionalmente, es el Rey del Azúcar [ . . . ] para sus enemigos su exis tencia se presenta por sí sola como una violación de las res tricciones internacionales contra los cariéis. Mas, tal cual el proverbio de los negocios predica, “busines alone is n ot a c n m e , J ». 31 He aquí el trazo de una pluma periodística. Julio Lobo, figura patriarcal en la tierra del azúcar. Julio Lobo, el rey, el más poderoso, controvertido y temido internacionalmente. 31. David Steinberg, «Lobo dreams of benefits for Cuba in plan to modernize sugar milis», New York Herald Tribune (23 marzo 1958), sec ción 2: Financial-Business, pp. 5-6.
Pues bien. Esta figura —remarca el mismo comentario perio dístico— deja el silencio impuesto a sus cuarenta años de vida activa como hombre de negocios, para salir a la pública palestra. Poco, en efecto, le hubiera costado publicar una so licitada o un anuncio comercial más, del tamaño y precio que fuera. No, esta vez él personalmente concede la entrevista en inusual descarga del peso de su autoridad. Tampoco era cues tión de hacerlo a través de un diario cubano, sino del New York Herald T ribune,32 Era, pues, la tribuna dirigida a los norteamericanos. La ocasión se prestaba, pues Julio Lobo acababa de adquirir in genios azucareros por valor de 24,5 millones de dólares, com prendiendo un ferrocarril, factorías, etc.33 ¿Qué decía el entre vistado? «Debemos modernizarnos o morir.» Otra vez la situación planteada en términos de alternativa dramática. Con una variante; «modernizarnos». Ahora bien, todo el mundo sabe lo que en buen romance significa: bajar los costos. Y bajar los costos es esencialmen te para eso: ganar mercados, desplazar la competencia. «De bemos modernizarnos o morir» no era, pues, sino otra alter nativa conocida: «competir o perecer». Mas, como se ha señalado, la tecnificación no proporcionaba grandes posibili dades y, en realidad, para competir hacía falta otra cosa: de cidirse a producir azúcar a capacidad plena y lanzarlo tod o al mercado, esto es, el sistema de las zafras libres. Es lo que, en otros términos, concluía en definitiva Julio Lobó: «Estamos firmemente convencidos que del reto al azúcar hoy día puede responderse con un consumo aumentado, en lugar de una pro ducción disminuida».34 Tales los párrafos que por su parte elige la revista em 32. 33. 34.
Ibid. Ibid. Ibid.
presarial para reproducir en süs páginas, añadiendo este co mentario: «Precisamente esta es la posición que ha adoptado Cuba Económica y fin an ciera durante largos años. No es res tringiendo zarras, ni defendiendo exclusivamente el precio como mejor se sirve a nuestra industria azucarera. Estos dos sistemas son negativos, tanto a cortó como a largo plazo, pues a menor producción mayor costo por unidad y mayor oportunidad damos á otros países para aumentar su capa cidad».35 Hemos seguido la actitud de la burguesía azucarera a tra vés de manifestaciones recogidas en la prensa del período, re matando en las declaraciones de Julio Lobo. Declaraciones que se expresan con motivo de sus reinversiones azucareras. Es precisamente esta cuestión la que se encuentra en la base, necesariá para medir si la burguesía se iba en palabras o si en principio ya acompañaba de hechos sus manifestaciones de descontento. Y bien, la actitud asumida por Julio Lobo coin cidía con la observada en general en el seno de la clase. , Cierto que los hacendados habían sido acusados de pre ferir prudentes reinversiones en inmuebles en Miami o New York, en bonos dél gobierno federal norteamericano o bien del atesoramiento dé dólares en bancos extranjeros.36 Quizás optaran por ello antes que reinvertir en industrias no azuca reras. Pero la tendencia general de las dos ultimas décadas era expansiva: la «cubanización» de las inversiones extran jeras del azúcar al punto de haber triplicado en ese lapso la capacidad productiva. Todo indicaba una voluntad azucarera que, arribada la crítica coyuntura de los años cincuenta, mo torizaba una situación competitiva originaria, pasando a un planteo de guerra por los mercados que tenían por destinata rios los remolachéros del norte. 35. 36.
«Opiniones azucareras internacionales. Cuba», art, cit., p. 39. Informe sobre Cuba, t. I, cap. 4, pp. 9-10 y cap. 24, pp. 22-23.
Guerra por los mercados. Pero no sólo ésa, la «de los azúcares». Otra guerra, en el sentido más propio de la pala bra, conmovía por entonces al país y se libraba en la provin cia de Oriente, en cuyas montañas se hacía fuerte la guerrilla comandada por Fidel Castro. Curiosamente, en el mismo ejem plar del New York Herald Tribune donde Julio Lobo había' lanzado su desafío anti-remolachero, se cronicaba y apreciaba el estado de la lucha armada. «La Mguerra total” comenzará el primero de abril, dicen los rebeldes cubanos dirigidos por Fidel Castro. Fue un ultimátum directo a la dictadura del pre sidente Fulgencio Batista. La osada proclama rebelde de “gue rra total” —continuaba el rotativo norteamericano— parece a primera vista como destinada a hacer ruido, a la luz de sus comparativamente escasas cohortes en las montañas de la provincia de Oriente. Sin embargo, se trata de un manifiesto que debe ser tomado en serio en vista del hecho de que los rebeldes se han batido tenazmente contra las tropas de Batista, y además de que su espíritu revolucionario parece haber cala do hondo rápidamente en Cuba.» 37 No se equivocaba el diario norteamericano. La fuerza de la guerrilla instalada en las montañas cubanas no podía medir se por el número de sus efectivos, sino por el apoyo crecien te con que contaba, por la solidaridad que le llegaba, incluso desde los núcleos de la burguesía azucarera, especialmente en la provincia de Oriente. Y, en cuanto a la población en gene ral, venía sufriendo no sólo el deterioro de las condiciones económicas, sino el peso de una dictadura, tal cual el New York Herald Tribune califica al gobierno de Fulgencio Batista. Una mecánica de protesta-represión-protesta iba en ascenso, cobraba las formas más agudas, pues la dictadura no conocía
37. «Cuba rebel threat», New York Herald Tribune (23 marzo 1958), sección 2: Politics-Financial, p. 2.
límites en el empleo de la represión, ni el pueblo cejaba en su respuesta. Fue entonces cuando la burguesía azucarera prestó aten ción. ¿Qué estaba pasando en la isla? ¿Qué significaba todo ese ruido de armas? ¿Quién era este Fidel Castro, especie de Robin Hood de las montañas de Oriente? Uno que bien pron to podía suceder en el gobierno a Fulgencio Batista. Y que tenía la audacia que le faltaba a éste, el hombre de la zafra restringida, de la firma del convenio de Londres, de la pasi vidad frente a los remolacheros del norte. Ahora bien, este Fidel Castro tenía audacia, pero quizá demasiada para el gusto de la burguesía. Y ésta, para recon siderar políticamente sus posiciones, exigió ciertas garantías. Fidel Castro las dio. «Nuestro movimiento 26 d e Julio —de cía un reportaje publicado en la revista norteamericana Look— nunca proclamó la nacionalización de las inversiones extranjeras aunque yo, por mis veinte y tantos años, p erso nalmente abogué por la nacionalización de los servicios pú blicos. La nacionalización nunca puede ser tan beneficiosa como una correcta inversión privada, sea criolla o extranjera, que lleve como finalidad la diversificación de nuestra econo mía. Sé que la revolución —agregaba Fidel Castro— parece una medicina amarga a muchos hombres de negocios. Pero después del primer shock encontrarán que ella les significa ba un beneficio, no más recaudadores de impuestos ladrones, no más jefes y oficiales del ejército hambrientos de exacciones que les chupan la sangre. Nuestra revolución es tanto moral como política.» 38 La nacionalización de las compañías eléctrica y telefóni ca, propiedad de capitales norteamericanos, había sido pro 38. Fidel Castro, «Inside Cuba’s Revolution», reportaje de Andrew St. George, Look (4 febrero 1958), pp. 24-30.
puesta por Fidel Castro en 1953 cuando pronunciara su ale gato frente a los magistrados que lo juzgaban por el asalto al cuartel Moneada, alegato conocido como La historia m e absolverá. Por esos años —tanto en 1953 como en 1958-— Fidel Castro no había adherido al socialismo. No forzaba las cosas cuando en lugar de nacionalizaciones colocaba como programa honradez administrativa y, por encima de todo, vo luntad de tranquilizar a los capitales, fueran nacionales o ex tranjeros. Y ésta no era una declaración aislada, sino típica de esa hora.39 Cuando, en los primeros meses de 1958, Fidel Castro tiene ocasión de expresarse repetidamente en la prensa norteamericana y, a través de ella, llegar tanto a la opinión pública del vecino país como a los sectores empresariales de la isla. Éstos accedían a esa prensa en razón de encontrarse vedado expresarse localmente, dada la censura que en Cuba se abate en 1958. Era un momento histórico donde la revolución advertía la proximidad del enfrentamiento militar decisivo y, con éste, la necesidad de acumular en un polo todas las fuerzas sociales capaces de cerrar paso o, cuando menos, restar apoyo a la dictadura. O, dicho en otras palabras, aislar al enemigo. Era, pues, un momento de necesario repliegue programático. Difí cilmente los hacendados se plegarían —o declararían una neu tralidad objetivamente favorable a la revolución— a , quien pregonara nacionalizaciones. Y, así, el paso siguiente a las declaraciones por la prensa —tanto las de Julio Lobo como las de Fidel Castro— es la firma de un pacto donde queda concretado el frente político antibatistiano. Su texto da cuen 39. Fidel Castro, «Why we Sght», Coronel, Chicago (febrero 1958), pp. 80-87; «Inside Cuba’s Revolution», art. cit.; «Castro on eve of his big bid», Life (14 abril 1958), pp. 26-27; «Cuba this man Castro», Time (14 abril 1958), pp. 35-36; Fidel Castro, La Revolución Cubana, recopila ción de Gregorio Selser, Palestra, Buenos Aires, 1960, «Cuestionario de Jules Dubois», pp. 147-151 (el cuestionario corresponde a 1958).
ta del repliegue programático y de la voluntad unitaria. Como telón de fondo, ya sabemos: la «guerra de los dos azucare?» y la guerra civil en fase de agudo y decisivo enfrentamiento en la Sierra Maestra. No sin vicisitudes se arribó al que se bautizara como Pac to de Caracas, fechado el 20 de julio de 1958.40 Permanecerá vigente hasta la caída del régimen y, no obstante ausencias que pueden destacarse entre los firmantes, constituye el do cumento fundamental de unidad de las fuerzas de oposición. Junto a Fidel Castro figuraban connotados representantes de corrientes políticas tradicionales como Carlos Prío Socarrás •—el presidente depuesto por el golpe de estado de 1952— y personalidades sin partido como José Miró Cardona. Nombres vinculados a las altas esferas de negocios que operaban en la isla, contaban en el momento de requerirse amplitud en el movimiento antidictatorial.41 El Pacto de Caracas convocaba a la nación entera, con expresa mención de los hacendados. ¿Cómo respondieron éstos en conjunto? Un proceso cuyos rasgos sobresalientes se ha intentado dibujar a lo largo de la década culminaba. De más en más la burguesía azucarera fue traduciendo las expectativas económicas en definición po lítica. Y ésta fue apurada por un hecho que súbitamente tor nó dramática la situación. En diciembre de 1958 la guerra civil se extendía desde la Sierra Maestra en oriente hacia el centro del país, por cuya causa no podía darse comienzo á la 40. El Pacto de Caracas reclamaba explícitamente la unión de obre ros, estudiantes, miembros de las profesiones liberales, comerciantes, indus triales, colonos, campesinos y hacendados. Texto incluido en L a Revolu ción Cubana, «Documento de unión de las fuerzas oposicionistas», pági nas 152-155. 41. Fidel Castro, Discurso pronunciado por el primer ministro del go bierno revolucionario (1-2 de diciembre de 1961), Comisión de Solidari dad con la Revolución Cubana de la República Argentina, Buenos Aires, s.d. Edición cubana en Obra revolucionaria.
zafra. Ésta en peligro, la burguesía azucarera en bloque aven tó toda duda: que cayera Fulgencio Batista. Desde luego, el compromiso se remontaba a meses atrás, cuando la firma del Pacto de Caracas. Dejemos que dos de sus partidarios, quienes ocuparon altos cargos en el gobierno, nos hagan el relato de esas sema nas finales de 1958 en el marco de la Asociación Nacional de Hacendados. Con cierta amarga ironía, explican: «Se discutía con inusitado patriotismo si debía o no exigírsele al presi dente Batista que renunciara. Se describía la situación y se planeaba la forma de ubicarse mejor junto a la revolución con frases como éstas: “Señores, la revolución es. un hecho. No debemos permanecer alejados de quienes están llamados a es^ calar el poder” . Algunos [hacendados], más listos, descu brían que desde hacía rato estaban, en contacto con el 26 de Julio. Otros, los más comprometidos con el gobierno, se jus tificaban con un: “No vamos a conspirar contra Batista, sólo a proteger nuestros intereses que son los de la nación”».42 Fulgencio Batista... en tal trance puede pensarse que ya nadie estaba dispuesto a brindarle apoyo. Pocos días antes de su caída, sin embargo, el senador norteamericano Alien J. EJlender, de visita a La Habana, declaró a la prensa que él estaba decididamente a favor de Fulgencio Batista y en contra de Fidel Castro, llamando a este último «bandido».43 Como’ se recordará, el senador era el defensor de los intereses de sus representados, los remolacheros norteamericanos...
42. Jorge García Montes y Antonio Alonso Ávila, Historia del Par tido Comunista de Cuba, Ediciones Universal, Miami, 1970, p.p. 546-547. 43. «Enemigo público n.° 1 de Cuba», Bohemia, LI, n.° 10 (8 mar zo 1959), p. 19.
Si el hacendado del ingenio y del cañaveral había madu rado su proceso autoconsciente de clase desde aquella ubica ción privilegiada que le permitía unlversalizar la visión, a su hora tuvo la réplica. También el obrero del ingenio y del ca ñaveral —y de otras ramas de la producción— fue accedien do a ese, punto, bien que por otros medios: no por el reparto del plustrabajo, sino a partir de una toma de conciencia: que ese era también su trabajo, sólo que no retribuido. De ahí a comprender que su suerte es compartida con todos los productores directos del mundo, no había sino un paso. Y el paso fue dado. El obrero cubano unlversalizó a su turno la visión y la contrastó con la del hacendado. Sin azú car no hay país, había éste hecho slogan y lo repetía, en el curso de discusiones laborales, por boca del presidente de su Asociación Nacional, «Sí, pero sin obreros no-hay azúcar», fue la réplica del dirigente proletario cubano Jesús Menéndez. En otras palabras, la huelga. La clase obrera reivindicaba salir del indiferenciado panorama en que, junto a máquinas y tierras, le había colocado la burguesía azucarera y rescataba su personalidad de productor directo: sin sus' brazos, sin su fuerza de trabajo, ni una caña se tumbaba, ni un gramo se molía. Por eso, la huelga: en su virtud los términos se inver tían: sin azúcar no hay país y sin obreros no hay azúcar. Lue
go, sin obreros no hay país. Y si de éste venían proclamán dose sus dueños los hacendados, el siglo xx vio, ya en las primeras décadas, cómo el proletariado cubano cuestionaba ese título de propiedad heredado de épocas de la colonia. Ahora bien, mientras el grueso de la clase obrera descien de en línea directa de la masa de esclavos del ingenio y del cañaveral, una rama del árbol creció en forma autónoma. Nos referimos a los trabajadores del tabaco. Su cultivo y manu factura fue conocido en la colonia, compitiendo con éxito y adquiriendo renombre en los mercados del mundo. A diferen cia del azúcar, no conoció en general asentamiento latifun dista, sino a través de pequeños y medianos propietarios, lla mados vegueros. Y no empleó mano de obra esclava, sino libre. A mediados del siglo pasado, cuando el trabajo forzado todavía se prolongaba en el azúcar, se contaban 15.000 asa lariados armadores de cigarros en Cuba, Allí se ganaron voluntades para la segunda guerra independentista, bajo el influjo de José Martí. Fue éste quien, rei terando alusiones a silencio y unidad, al ayer del primer in tento emancipador y al presente y futuro de nueva propuesta donde contaba la clase obrera, se expresara a fines de siglo: «Lo que hacemos el silencio lo sabe. Pero eso es lo que de bemos hacer todos juntos, los de mañana y los de ayer, los convencidos,de siempre y los que se vayan convenciendo, los que se preparan y los que rematan, los trabajadores del libro y los trabajadores del tabaco: ¡juntos, pues, de una vez, para hoy y para el porvenir, todos los trabajadores!». Advino la república. La clase obrera fue creciendo en número y organización, al tiempo que adquiría variada expe riencia. Movimientos reivindicativós o de carácter insurrectivo, huelga política o accionar legal, solidaridad y coordinación con los pobladores rurales en sus demandas por la tierra, la gimnasia fue rica y reconoce pocas pausas. Una central única
de trabajadores tomó cuerpo, adhiriendo a las posiciones de la III internacional. Dentro de ese contexto se destaca la huelga general po lítica que, articulada con un pronunciamiento cívico-militar, derribó la dictadura de Gerardo Machado y, luego de algunas alternativas de transición, dio paso a un gobierno dé nuevo tipo, hechos que tuvieron lugar en la segunda mitad de 1933. Fue éste uno de los malos años que siguieron a la crisis mun dial. La producción azucarera descendió de zafras anuales entre cuatro y cinco millones de toneladas —1925-1930— a una del orden de los tres millones de toneladas en 1931 para pasar a otras entre dos y dos y medio millones de toneladas anuales en 1932-1936. Y ni que hablar de los precios donde la caída fue vertical, registrándose los más bajos del siglo. Como ocurrief-a luego en los años cincuenta, ello no dejó de repercutir en los planos social y político, creándose un momento histórico revolucionario. Vale decir que, si hasta ahora tomábamos 1868-1878, 1895-1898 y 1952-1959, nada obsta a intercalar completando: 1868-1878, 1895-1898, 19331934 y 1952-1959. La huelga general política de 1933 —que, desatada en agosto, fuera del tiempo de zafra, desplazó su centro a los trabajadores del transporte— mostró la fuerza que en el seno de la sociedad había cobrado la clase obrera. Como resultado del movimiento popular asumió un gobierno nacionalista de izquierda, presidido por Raúl San Martín y orientado por su ministro Antonio Guiteras. Este gobierno intentó desatar al gunos nudos de la dependencia, audacia que dio con su caída en enero de 1934. D e' donde el momento histórico revolucionario, abierto en 1933, se cierra en 1934. Todavía la isla bajo la sombra de la Enmienda Platt, los acontecimientos se suceden bajo presión: ¿intervendrán los norteamericanos como en ocasio nes anteriores? No lo hacen militarmente, pero sí a través de
la misión de Summer Welles (y su continuador Jefferson Caffery). El dictador Gerardo Machado, incapaz de «reacomodar» el país luego del shock azucarero, tiene los días contados. Está, pues, en el orden del día la cuestión de su relevo. Para re solverla sin que la relación cubano-norteamericana resultara afectada en sus pautas tradicionales, Summer Welles llega a la isla en mayo de 1933. Los documentos de la época —sus me morándums de entrevistas, gestiones ante el entonces sargen to Fulgencio Batista y toda una intensa actividad desarrollada dentro de la vida cubana— trascendieron en su momento y más tarde fueron oficialmente publicados en buena parte, se gún la ley norteamericana, por el Departamento de Estado. En medio de este ajetreo, con barcos de guerra de los Estados Unidos a la vista de La Habana, crece el movimiento popular. Derroca al dictador Gerardo Machado y en un se gundo paso —no obstante las presiones-— consagra al citado gobierno nacionalista de izquierda. Por una vez el movimien to popular conmueve La Habana. La ciudad pasa a ser cen tro de los acontecimientos. Pero el polo burocrá tico-militar no tardaría en operar el cierre. Por factores que no entramos aquí a analizar, son las presiones de extrafronteras quienes en definitiva se imponen. Es cuando aparece en escena como «hombre fuerte» Fulgencio Batista, Consuma un golpe de estado derribando al gobierno nacionalista de izquierda en 1934. Cuartel Columbia mediante, fue la primera vez. Con igual procedimiento se hará luego con el gobierno en 1952. Transcu rridas menos de dos décadas, la memoria de los cubanos con servaría fresco el recuerdo de la experiencia vivida: shock azucarero, golpe de Fulgencio Batista. La combinación de los años treinta se reedita en los años cincuenta. Y ello contri buye —en todos los niveles sociales— a desconfiar de la re ceta de amarga medicina. Mientras tanto, una vez reglada la cuestión del relevo de
Gerardo Machado y comprobada la eficacia del golpe de esta do, la Enmienda Platt fue derogada en 1934. Nuevos meca nismos políticos se ponían en funcionamiento. La Habana era sede de una misión militar norteamericana y en Guantánamo, provincia de Oriente, estaba instalada una base naval donde regía el principio de extraterritorialidad a favor de los Esta dos Unidos. Pero la pieza fundamental de los nuevos meca nismos políticos era el golpe de estado. Cuando se prendían las luces rojas de peligro, el gobierno civil era derribado. Ocurrió en 1934. Y también cuando amenazaban encenderse, como en 1952. El golpe es aquí pre ventivo. Impide las elecciones convocadas para ese año e instaura la dictadura militar que habrá de consagrar un cli ma de violencia desde antes desatado, De la década del cua renta a la del cincuenta las formas democráticas se venían deteriorando en coincidencia con la evolución de la situación internacional. Cuando, entre 1946 y 1949, la guerra fría se echaba a andar por el mundo y sus pasos tocaban costas cu banas. Precedido por el asesinato del portuario Aracelio Iglesias, el 20 de enero de 1948 se produjo el crimen de Jesús Menéndez. Negro, comunista como el anterior nombrado, diri gente de los trabajadores del azúcar, su desplazamiento de la conducción gremial resultaba difícil de operar, salvo elimi nación física. Y tal ocurrió ese día sobre el andén de la esta ción ferroviaria de Manzanillo, provincia de Oriente. Al co nocerse la noticia —cuenta en sus memorias Francisco García, un obrero del ingenio azucarero— «fue la rabia mal conte nida: salté de la locomotora, no quise creer, di un puntapié a un montón de cañas»; y luego fue el recuerdo: cuando el compañero asesinado había escuchado de boca del presidente de la Asociación Nacional de Hacendados aquello de sin azú
car no hay país, y dado por respuesta: «sí, pero sin obreros no hay azúcar».1 La guerra fría tocaba costas cubanas. Una primera medi da: reprimir el movimiento obrero, de excepcionales tradicio nes dé lucha en el Caribe. Pero la guerra fría no venía sola, sino al encuentro de algo que le esperaba en tierra: crujía la estructura económica cubana tras el shock de las zafras res tringidas . A esta cita es convocado Fulgencio Batista. Es el «hom bre fuerte», capaz de administrar guerra fría y shock. Con los tanques en la calle, concurre en la madrugada del 10 de mar zo de 1952. No tardará en conocerse su decisión de restrin gir la producción azucarera y de inmediato es bienvenido por la guerra fría. Francis L. McCarthy, gerente de la agencia norteamericana de noticias United Press, se expresa con cla ridad días después del golpe: «el problema del comunismo o la democracia tendrá que ser solucionado algún día en el cam po de batalla».2 ¿Cómo se entendían por entonces estas pa labras? Para muchos el «algún día» no sonaba lejano. Casi se confundía con el presente mismo: estaba en curso la gue rra de Corea. El articulista hacía los elogios de Fulgencio Batista, al punto de compararlo con Napoleón Bonaparte. Claro que los elogios no venían solos, sino acompañados de una recomen dación: a la larga —escribía— si el nuevo mandatario «es realmente un demócrata, se verá precisado a declarar ilegal al Partido Comunista en Cuba».3 El consejo fue seguido, y más allá. Como es usual en estos casos se acabó por ilegali1. Francisco García, Tiempo muerto. Memorias de un trabajador azu carero, texto abreviado, Instituto del Libro, La Habana, 1969, pp. 81-83. 2. Francis L. Me Carthy, «Historia de una revolución (Batista: ¿dicta dor o demócrata?), 2 “ parte», Bohemia (6 abril 1952), pp. 60-61 y 74-75. 3. Ibid.
zar a toda la oposición. Y en cuanto al plano internacional, Fulgencio Batista no fue menos coherente: sellando su ali neación con los Estados Unidos en la guerra fría, rompió re laciones con la Unión Soviética. ¿Cómo reaccionó el pueblo cubano frente a la dictadura? Conocido es el desenlace: tras años de luchas dio por tierra con Fulgencio Batista y ello significó cubrir un momento his tórico decisivo para los destinos de la nación. Pero el 10 de marzo de 1952 no podía en rigor hablarse de oposición al golpe de estado. Ciertamente, el país se sintió conmovido y hubo pronunciamientos, como el de la Universidad. Pero no se fue mucho más allá. Pocos salieron a la calle. Y no tar daban en regresar desalentados a sus casas. De modo tal que los niveles declarativos de la protesta fueron escasamente traspuestos. No hubo masiva movilización y, faltando la uni dad necesaria para cerrar el paso a los golpistas, éstos se im pusieron con facilidad. Por lo demás, el gobierno civil se ha bía desmoronado sin ofrecer resistencia y la corriente liberal mayoritaria (Partido Ortodoxo) tampoco fue capaz de dar proporcionada respuesta a la asonada militar. Y en cuanto al movimiento obrero, una difícil situación le había llevado a replegarse. Vimos la ofensiva desatada contra los trabajadores orga nizados en los años de guerra fría. Los sindicatos fueron asal tados, cegada su vida democrática, los fondos copados y, pro tegida por la policía, una burocracia gangsteril se adueñó de sus direcciones. Y en ese clima fue posible consumar la divi sión del movimiento obrero. Los trabajadores fueron tomados por sorpresa. Años de luchas reivindicativas legales —favorecidos por la coyuntura internacional de la segunda guerra— se vieron bruscamente cortados. El movimiento obrero no alcanzó a organizar la re sistencia. Y ese estado de desarme —que se venía reflejando.
incluso en la formación ideológica de los cuadros— favoreció las acciones en su contra y forzó el repliegue. A todo esto no fue ajena la situación vivida por los co munistas, quienes tradicionalmente venían ocupando la direc ción de los sindicatos. Una polémica a nivel internacional tuvo lugar a poco de terminar la segunda guerra. Earl Browder, del Partido Comunista de los Estados Unidos, sostenía que, dadas las condiciones creadas por la victoria aliada, no resul taba necesario mantener las organizaciones políticas de la clase obrera. Dicho en lenguaje de izquierda, se trataba de una posición «liquidadora». Jacques Duelos, del Partido Co munista de Francia, fue el encargado de refutar y en su do cumento aludió al Partido Socialista Popular (comunista) de Cuba, afirmando que se encontraba influido por el browderismo. Este último partido —si bien con reservas de forma— admitió el error, tal cual quedó expresado a través de su por tavoz Fundamentos. La subsiguiente guerra fría acabó por demostrar la inconsis tencia del browderismo. Pero no es seguro que sus efectos -—no obstante la postura autocrítica— hayan sido desterra dos del partido de los comunistas cubanos. Pues, ¿qué exigía la hora de los obreros frente a la ofensiva desatada en su contra? Levantar defensas. Y ¿qué inculcaba el browderis mo? Precisamente lo contrario: abatir las defensas. Fue así como a secretario general de la CTC (Confedera ción de Trabajadores de Cuba) llegó a ser promovido Eusebio Mujal, quien vino a dar nombre a la corriente sindical gangsteril: el mujalismo. Éste se imponía y dejaba allanado el ca mino para el golpe de estado. El 10 de marzo de 1952 el mujalismo amagó con una huelga general de resistencia, mas no pasó del gesto y no tardó en alinearse junto al flamante dictador. No podía ser de otro modo. Es sabido que la burocracia sindical carece de futuro sin el sostén del aparato estatal. Los
matones no bastan para evitar las asambleas de los trabaja dores y deben saber que gozan de impunidad, que los jueces cerrarán los ojos o carecerán de pruebas para condenar por que la policía jamás las proporcionará. Y a cubrir los costos concurren «fondos especiales» provenientes de las arcas del estado. Y bien, producido el golpe de estado, el mujalismo no se iba a resignar a la orfandad. Incluso le favorecía el cambio político: en adelante no sólo se.apoyaría en la poli cía —como hasta entonces venía sucediendo bajo el gobierno civil— sino en las bayonetas del general Fulgencio Batista.
La e s t r u c t u r a . d e c l a s e
La nueva coyuntura política de los años cincuenta se al zaba ante la clase obrera. Ella irá dando sus propias respues tas. Pero antes de entrar a considerarlas ¿cómo era el titular de esas respuestas? O, en otros términos, su estructura de clase. Difiere de la clásica imagen del proletario europeo. In tentaremos reunir rasgos que cooperen a visualizarla. Para proponer, así sea provisionalmente, una clasificación en nive les en el interior de la estructura, se han combinado tres cri terios: localización en sentido de lo urbano a lo rural, c o n centración por empresa y grado de especialización (maquina ria, etc.). Un prim er nivel corresponde al obrero industrial salvo en la rama del azúcar, cuya especificidad demanda se trate apar te. Típicamente ligado a la maquinaria, de la más alta con centración registrada en la época por establecimiento, se agru pa como sigue: a) en catorce fábricas de ramas varias como textil, ta bacalera y alimentación, reuniendo cada una entre 500 y algo
más de 2.000 operarios;4 industria de la construcción; do mina como propietario la burguesía cubana (no azucarera); b) servicios públicos como electricidad, teléfonos, trans portes; refinerías de petróleo y minas (situadas fuera de radio urbano pero cuyo tipo de obrero se asimila al resto); domina como propietario el capital norteamericano. Un segu n d o nivel se integra con empleados de comercio mayor, administración pública, bancos e infraestructura turís tica; repartidos en las ciudades, concentración media y desli gados del manejo de maquinaria. Un tercer nivel cuyá característica común es la más baja concentración y donde, si se manipulan máquinas, no son del tipo gran industria. Nos referimos a los asalariados de manu facturas, comercio menor, talleres de reparación, todos de menos de 500 dependientes por establecimiento; donde se cuentan los llamados chinchales —cubanismo usado para sig nificar pequeño negocio— cuyo personal se reduce a un par de asalariados. Un cuarto nivel localizado decididamente en el agro en fundón de la plantación de base latifundista donde, sin ser el único, gobierna el cultivo de la caña de azúcar y su apén dice fabril de la molienda. Aquí se inscriben: á) cien mil proletarios del sector industrial más desarro llado (161 ingenios); b) cuatrocientos mil macheteros que durante tres meses al año se dan cita en la zafra 5 y además en otras recolecciones 4. Banco de Fomento Agrícola, Industrial y Comercial, relevamiento censal de 1954, en Carlos Rafael Rodríguez, «La defensa de la economía cubana», Universidad Popular, segundo ciclo, Defensa de Cuba, La Ha bana, julio 1960, p. 157. 5. Las estadísticas coinciden en redondear esas cifras para la mano de obra empleada en la época en la zafra.
de tipo colectivo (café, etc.), si bien en estas últimas en mu cho menor número. Una movilización de fuerza de trabajo excepcional, vís ta una vez por año, tal es la zafra. En el más breve tiempo posible deben cortarse las cañas y de inmediato el ingenio molerlas, a fin de que no pierdan en su concentración de azú car. Prácticamente se recurre a toda la fuerza de trabajo dis ponible en un esfuerzo que tiene pendiente al país entero. Dentro de los macheteros distinguimos dos sectores. Uno está integrado por obreros agrícolas temporeros y el otro sec tor se inserta a partir de una distinta extracción de clase: los pequeños campesinos. Es el caso, que veremos más adelante, de los agricultores cafetaleros de la provincia de Oriente, Obligados por compulsión económica a dejar la parcela para concurrir a vender una parte de su fuerza ,de trabajo, partici paban como asalariados en las recolecciones colectivas. No por ello perdían la condición originaria de productores individua les pero, bien que temporalmente, se integraban en el seno de Ja clase obrera. Había, pues, el fenómeno de la movilidad horizontal tras trabajo. Penoso deambular entre zafra y zafra, cíclico desem pleo llamado «tiempo muerto». Al hombre del «tiempo muer to» que ños ocupará especialmente en el oriente del teatro de operaciones militares, se le puede reencontrar una vez que ha dejado atrás los ingenios enmudecidos, en cualesquiera de dos extremos: subiendo a la sierra para intentar un cultivo propio o esperando sea tiempo de otras recolecciones, o bien marchando a la ciudad en búsqueda azarosa: trabajador de la construcción, vendedor ambulante, sin faltar la mendicidad. En fin, se trataba de una movilidad horizontal que hacía de correa de transmisión entre clase obrera y pequeño campesi nado, al punto de confundir sus límites en la base de la pi rámide social. Fuera de este circuito, gozando de mayor asen
tamiento, existían otros tipos de obreros rurales, como el peón de la explotación ganadera. Es así como la movilidad horizontal, nacida de un estado de necesidad, ligada a la estructura específica de la clase obre ra cubana, d e p or sí agitaba. Verdadero revulsivo en el seno de las masas, se presentaba como el vehículo para su radicalización actuando a favor del «contagio» de la ideología de los trabajadores. Sin pretender otorgarles funcionalidad fuera del ámbito de este trabajo, quedan consignados rasgos que nos dibujan al titular a través de su estructura de clase. Volvemos, pues, a los términos de una pregunta formulada líneas atrás: ¿cómo se fue dando su reacción frente a la nueva coyuntura política?
A
c c io n a r d e l a c l a s e
y
co yun tura p o l ít ic a
Y bien, se dejaba sentir el deterioro económico. Desde hacía años la curva de crecimiento demográfico subía por el ascensor mientras que la producción azucarera lo hacía por la escalera. Un paulatino desequilibrio que al correr de la déca da del cincuenta sufre un brusco agravamiento en virtud de la política adoptada de zafras restringidas. Con ellas se con gela la producción azucarera y, en lugar de subir,, la vemos detenida en un piso, cuando no llegando a descender varios escalones. Mientras tanto, ia curva demográfica continúa su viaje por ascensor. Incrementado de año en año, el deterioro económico alcanza su pico en 1955. Como se recordará, se trata de una de las zafras de más corta duración en lo que va de décadas, significando una disminución de salarios del orden del 23 96. Y esto —-conjugado con oscilaciones de los precios internacionales y estancamiento en el nivel de las exportacio nes— repercutió en los ingresos de la población como dan cuenta, sector por sector, las estadísticas publicadas en la re
vista empresarial.6 El deterioro económico trajo malestar social, y éste buscó las vías para su expresión, cada vez más explo sivas. Con toda su fuerza se hará aquí presente lo que hemos dado en llamar el cuarto nivel dentro de la estructura de la clase obrera cubana: los trabajadores azucareros, quienes se lanzarán a la huelga en diciembre. Eran los más afectados por la reducción de la zafra anterior (enero-marzo de 1955) y, a punto de iniciarse una nueva (enero-marzo de 1956), su des contento se cristalizó en una reivindicación: un diferencial en función de los precios de venta del azúcar al exterior, reivindi cación que se integraba al salario, y que había sido conquis tada en tiempos de Jesús Menéndez. La burguesía azucarera (y los inversionistas norteamericanos) rehusaban pagar ese di ferencial desde hacía cuatro años. Meses antes de la zafra, en agosto de 1955, en pleno «tiempo muerto», suceden choques en el central azucarero Washington, propiedad de altos funcionarios del gobier no, en Manacas. El saldo es de varios heridos, siguiendo una inmediata repercusión por la provincia de Las Villas: 'el 3 de septiembre una asamblea obrera de asistencia unánime es disuelta por el ejército a la voz de «¡Tiren abajo y a matar!». El recuento de la crónica lleva a Bohemia a comentar en la misma edición: «Iniciativas de huelga comenzaban a germi nar» ,7 El ambiente estaba agitado. En el mismo septiembre es talla una huelga dentro del segu n do nivel: los empleados bancarios. Tuvo la virtud, a más de su significación como lucha, de desenmascarar ante vastos sectores a la dirección mujalista de la CTC. La actitud entreguista de ésta fue denunciada inclu 6. «Ingreso nacional cubano (1952-1958)», art. cit. 7. «En Cuba. Azucareros. Palabras en la CTC. "Rigurosamente exac to”», Bohemia (11 septiembre 1955), pp. 69-71.
so por federaciones que hasta entonces le respondían: «ísj¿ hay justificación —decían dirigentes del gremio de la elec tricidad— para que la CTC rebaje la dignidad de los traba jadores llamándoles a romper un movimiento, acto que tiene la calificación de rompehuelgas». Y los dirigentes telefóni cos: la CTC se sitúa «como un vehículo que se pliega a la clase patronal» .e Y a todo esto venía sumándose una creciente moviliza ción estudiantil. Paros en las casas de .estudio (universitarias y secundarias), enfrentamiento en las calles con la policía, des tacándose un insólito acontecimiento: la represión televisada. En efecto, el 4 de diciembre un grupo de estudiantes irrum pió en el campo de juego del estadio del Cerro, en La Habana, desplegando un cartel donde se demandaba la libertad de sus compañeros presos. De inmediato fueron cercados por la poli cía y apaleados ante los miles de espectadores en el estadio y a los ojos del país todo, que seguía el match por televisión. Y bien, en ese clima se declara la huelga azucarera, en di ciembre de 1955. ¿Cuáles fueron sus características y significación dentro del proceso? Hemos intentado sintetizar en los puntos que siguen. 1) La huelga concierne al cuarto nivel, el económica y socialmente más importante, de lejos, en Cuba. 2) Toma características insurrectivas: en las formas de violencia que adopta y por la evolución de su contenido, de lo reivindicativo a lo político. Veamos sucintamente el primer elemento, las formas asumidas por la huelga azucarera, según lo comenta en la época Bohemia-, «los huelguistas tomaron los ayuntamientos [... ] obreros y soldados chocaron repeti 8. «En Cuba. Bancarios. "No hemos perdido la guerra...”», Bohemia (18' septiembre 1955), pp. 75-76.
das veces [ .. . ] tránsito paralizado a consecuencia de dos va gones volcados. La población, amedrentada, no salía de sus casas [.. . ] los festejos de fin de año no pudieron celebrar se [ . . . ] cartel en la fachada [de un local sindical, dejado por la policía]: “Se prohíbe la entrada a los obreros azucareros” [ . . . ] cortada la luz eléctrica, el ejército acuartelado, obstrui da la comunicación con el exterior, las calles desiertas, llenas de vidrios, piedras y muebles,- el tren paralizado, cerrado el comercio [ .. . ] fueron obligados a barrer las calles [ tres con cejales oficialistas]».9 Estos brochazos de crónica correspon den a las poblaciones de Colón, Sagua la Grande, Quemado de Güines, Marta Abreu, Santo Domingo, Cienfuegos y Placetas, repartidas por diferentes zonas azucareras de la isla. Tal, pues, la violencia que en sus formas asume la huelga azucarera. Configurando características insurrectivas, señalá bamos otro elemento: la evolución de su contenido, de lo rei vindica tivo en dirección a lo político. De tal suerte —consig na Blas Roca— «las masas no gritaban solamente por el pago del diferencial, sino también por la derrota de la tiranía. ¡Aba jo el gobierno criminal!, era la consigna repetida por las ma sas que se trababan en lucha por las calles».10 Vale decir: el signo nuevo (acompañado por las formas de violencia) es esta evolu ción del contenido hacia lo oolítico. No obstante, con 9. José Lorenzo Fuentes, «¡Nos quieren arrebatar el diferencial! —di cen los trabajadores azucareros», Bohemia (25 diciembre 1955), pp. 72-73; Conrado Rodríguez, «La industria azucarera ha obtenido fabulosas ganan cias», Bohemia (25 diciembre 1955), p. 71; «En Cuba. Obreros. La lucha por el diferencial», Bohemia (1 enero 1956), pp. 68 y 73-74; José Lorenzo Fuentes, «La huelga azucarera», Bohemia (8 enero 1956), pp. 62-63 y 88; «En Cuba. Obreros. "No quiero ciudades muertas"», Bohemia (8 ene ro 1956), pp. 69-70 y 72-74. 10. Blas Roca, La Revolución Cubana (VTII Conferencia del Partido Socialista Popular de Cuba, informe del 21 de agosto de .1960), Funda mentos, Buenos Aires, 1961, p. 20.
tinuaba predominando lo reivindicativo: al obtenerse la sa tisfacción parcial de la demanda salarial el movimiento cesó. 3) El cambio en el ánimo de los trabajadores entrañaba su incorporación al proceso. Quienes no habían dejado sus hogares cuando el golpe de estado de Fulgencio Batista -—en 1952—, ahora —en 1955— se enfrentaban con la dictadura y aun desarmados, se hacían dueños de la situación, ocupaban lugares de trabajo y centros poblados, a los que declaraban «ciudades muertas».11 Si bien esta línea de acción no era por el momento convergente con la de Fidel Castro, éste valoró la significación de la huelga azucarera cuando —desde su exi lio en tierras mexicanas, mientras organizaba la expedición armada del yate Granma— supo referirse a ella en los si guientes términos: «el país estaba convulsionado por la heroi ca rebeldía estudiantil y el formidable movimiento de los obreros azucareros en demanda del diferencial».12 4) La participación solidaria de otros sectores sociales. La FEU (Federación Estudiantil Universitaria) —en conflicto permanente con la dictadura desde sucedido el golpe-— con vocó, luego de una serie de paros en las casas de estudio y manifestaciones callejeras, a una demostración nacional de protesta. Consistía en un paro general de-actividades (labora les, docentes, profesionales), recabándose el apoyo «no sólo de la masa obrera, sino de la industria, el comercio y la ciu dadanía en general».13 Este paro es programado para el 14 de diciembre, pocos días antes de estallar la huelga azucarera. Obtuvo un eco relativo. Pero, más allá de sus resultados inme diatos, anticipaba y contribuía a una voluntad unitaria que, a 11. «En Cuba. Obreros. "No quiero ciudades muertas”», art. cit. 12. Fidel Castro, «El Movimiento 26 de Julio», Bohemia (1 ju nio 1956), y reproducido en Fidel Castro, La Revolución Cubana, p. 109. 13. «En Cuba. Estudiantes. Cinco minutos históricos», Bohemia (25 di ciembre 1955), pp. 64-65.
más de la solidaridad estudiantil, llegó a abarcar a otros sec tores: en las zonas azucareras el pequeño comercio cerró las puertas, sacerdotes ofrecieron sus iglesias como refugio a la persecución policial (dos obreros fueron muertos, uno de ellos a culatazos), los profesionales y, en general, la pequeña bur guesía se adhirió solidariamente al movimiento. Un ejemplo: en Sagua la Grande —da cuenta Bohemia— «la iglesia, la sociedad Yacht Club, el Casino Español y el Centro de Deta llistas fueron ocupados militarmente, debido a que las “clases vivas” apoyaban sin reservas el movimiento».14 Se gesta en estas acciones la unidad que tres años después —en 1958— será instrumento decisivo para derribar la dictadura. 5) La recuperación del movimiento obrero no es extraña a los comunistas, quienes venían trabajando clandestinamente en la organización de los Comités pro Defensa de las Deman das Obreras y por la Democratización de la CTC. Éstos juga ron su rol en diversos movimientos y -—destaca Blas Roca— «muy especialmente en la huelga azucarera de diciembre de 1955».15 Fue ese año en que tales organizaciones realiza ron clandestinamente un congreso nacional dándose una direc ción a ese nivel y contando con la presencia de alrededor de 200 delegados obreros.16 6) Las direcciones sindicales mujalistas fueron desbor dadas por los trabajadores ante quienes fue claro el acuerdo entre los dueños del azúcar, la dictadura (que inicialmente dictaminara en contra de la petición obrera del diferencial) y los muj alistas, quienes —comentó Bohemia— «sentían tem blar la tierra bajo sus pies».17 14. «En Cuba. Obreros. "No quiero ciudades muertas"», art. cit. 15. Blas Roca, op. cit., p. 31. 16. Joaquín Ordoqui, Elementos para la historia del movimiento obre ro en Cuba, Dirección Nacional de Escuelas de Instrucción Revoluciona ria, La Habana, 19625, pp. 37-38. 17. «En Cuba. Obreros. “No quiero ciudades muertas”», art. cit.
7) El gremio azucarero obtuvo parcialmente la satisfac ción del rubro salarial cuya demanda le llevara a la huelga. Ahora bien, la experiencia estaba hecha: las masas podían en frentarse con la dictadura y ésta verse obligada a retroceder. Andrés Valdespino, comentarista de Bohem ia, pudo entonces valorar cómo el régimen «se encontró en una dramática encru cijada ante la rebelión nacional del sector más importante y numeroso del país. Para un gobierno cuya legitimidad se dis cute a diario y cuya impopularidad nadie discute, las persoéctivas de una huelga general no eran cosa de juego».18 ¿Cómo evolucionaba entretanto la coyuntura política? Dado el golpe, un vacío se produjo y caracterizó el campo de la oposición. Mientras los partidos burgueses no acertaban a dar respuesta adecuada al hecho de fuerza que les había arrin conado, los trabajadores y su partido habían sido obligados a retroceder como resultado del mujalismo. ¿Quiénes —qué clase y a través de qué dirigentes— cubrirían ese vacío? ¿Por qué vías se emprendería el accionar oolítico en el nuevo te rreno que se planteaba? Tales cuestiones fueron interrogante al otro día del golpe. Pero recién entraría a vislumbrarse las respuestas a casi año y medio después, en la madrugada del 26 de julio de 1953. Ese día, luego de minuciosa preparación, algo menos de dos centenares de jóvenes dirigidos por Fidel Castro marcharon al asalto de dos cuarteles emplazados en la provincia de Oriente, el Moneada en la ciudad de Santiago y el de Bayámo. No se trataba de cualquier asalto a cualquier cuartel. La operación estaba concebida como el inicio de una insurrección popular. Tomaba de blanco inicial a dos emplazamientos mili 18. ro 1956).
Andrés Valdespino, «Más allá del diferencial», Bohemia (22 ene
tares, con cuya captura se esperaba cortar las comunicaciones y obtener las armas por sorpresa a fin de repartirlas de inme diato entre los civiles. Puede argumentarse que no estaban aún creadas las condiciones para emprender la tarea, pero la operación militar no marginaba las masas, sino que contaba con ellas como su fundamento. En este punto se diferenciaba la empresa encabezada por Fidel Castro de una concepción conspirativa, la cual ya se había hecho presente en el escenario de la oposición antidictatorial y sería reiterada después por distintos grupos insurrectivos. Tampoco la elección del punto para iniciar la acción -—que en definitiva debía extenderse a toda la isla— quedó librada al azar. En oriente, como réplica al occidente burocrático-militar, se había creado un polo productivo-demográfico de juego institucional más libre. El centro urbano correspondía a la capital, Santiago. Las tradiciones independentistas prestaban marco histórico, mientras el valor estratégico estaba dado por la distancia que se ponía respecto del cuartel Columbia de La Habana y la presencia en Oriente de los desplazamientos mili tares citados, los cuales se procuraba copar de entrada. Ya en ese primer paso la operación falló. Ninguno de los dos cuarte les cayó en manos de los atacantes. No obstante, la repercu sión política fue de primer orden. Comenzó así a darse res puesta a las cuestiones que la hora planteaba: a) asumían la vanguardia de la lucha antidictatorial sec tores radicalizados de la pequeña burguesía; b) se apuntaba una nueva dirección en el campo oposi tor, que surgía con Fidel Castro y su movimiento 26 de Julio-, c) se proponía la vía armada como idónea para enfren tarse con la dictadura. Por lo demás, a medida que se conocen los pormenores,
queda a descubierto el grado de la naturaleza represiva del ré gimen: decenas de prisioneros fueron fusilados luego de tor tura tras los muros del cuartel Moneada a contar de la tarde de ese mismo 26. Nunca la isla en su medio siglo de vida re publicana había conocido tamaña descarga represiva. La tar de del 26 daba así razón a la madrugada del 26: contra la dictadura no cabía sino la vía de la insurrección. Y es de tal suerte como los dos hechos relevantes del lapso 1953-1955 se articulan tras un objetivo común: dar por tierra con el régi men. El asalto a los cuarteles Moneada y de Bayamo señalaba la vía armada a las masas, y la huelga azucarera incorporaba a éstas a la resistencia. Fue una conjunción de este tipo la que cobró vida casi tres años y medio después a partir de la Sierra Maestra de la provincia de Oriente con el arribo del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956. A su bordo venía, y desembarcó en costas cubanas, una expedición compuesta de 82 hombres. Habían partido de México días antes y al frente marchaba nuevamente Fidel Castro. Obradas ciertas rectificaciones tác ticas y habiendo madurado las condiciones, se trataba una vez más de insurreccionar el oriente. Luego de fracasar la operación de asalto a los dos cuar teles, Fidel Castro había caído prisionero para luego ser juz gado y condenado a quince años de reclusión. Pero la cárcel no pudo retenerlo. Una campaña popular le devolvió, junto a otros presos políticos, la libertad. Fue una amnistía que caracterizó una breve tregua. Ante la continúidad de un des contento, cuyo tono hacía presagiar nuevos enfrentamientos protagonizados por las masas, la dictadura no tardó en retornar a la represión habitual. Comenzó entonces a temerse por la vida de Fidel Castro, a quien funcionarios del gobierno hacen objeto de provocación. Decide, pues, partir al exilio: «me marcho de Cuba —declaró en julio de 1955— porque me han cerrado todas las puertas de la lucha cívica».
En trance de cerrarse la tregua que Caracterizara él dicta do de la amnistía, era, en efecto, la continuidad del proceso general de agotamiento de la legalidad vivido bajo Fulgencio Batista. Contra éste se alzaba Fidel Castro y, en las mismas declaraciones, agregaba con particular énfasis: «de viajes como éste no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies».19 El 2 de diciembre de 1956 el yate Granma toca costas cubanas; a su bordo, la expedición mandada por Fidel Castro. Ha transcurrido un año y medio desde que éste dejara su pa tria, y durante ese lapso se han venido registrando las luchas populares descritas: las huelgas azucarera y bancaria, las mo vilizaciones estudiantiles y cívicas. Cabría agregar los comba tes por la tierra, frente a una ola de desalojos rurales desa tada precisamente en zonas colindantes al desembarco del Granma. Fidel Castro -—de regreso en un momento de ten sión en el ánimo de las masas y encarnado en la figura de oposición a la dictadura— es bien recibido por sus compatrio tas. Tanto en general, cuando se difunde por la isla la noticia de que el combate armado se ha entablado, como en particu lar: en ese teatro de operaciones bélicas que fue la Sierra Maestra, donde la población rural soldó una alianza militar con Fidel Castro. ¿Por qué esa alianza? Los pobladores rura les necesitaban defenderse, abatir el brazo armado que los expulsaba de sus tierras y asesinaba. Esto es, las patrullas enviadas en operaciones por el ejército de la dictadura y de las cuáles se servirían los latifundistas para operar los desa lojos. Y estos pobladores rurales ¿quiénes eran? La respuesta la dan los pequeños campesinos, cultivadores en la zona del 19. «Una carta de Fidel Castro (La Habana, julio 7 de 1955)», en Fidel Castro, La sierra y el llano, Casa de las Américas, La Habana, 1969, p. 69.
café y de otros frutos menores; como así nuevamente el cuarto nivel de la estructura de la clase obrera. Cuarto nivel que dejamos en el llano, lo reencontramos en la sierra, des plegando las características señaladas: movilidad horizontal, interpenetración clasista. Como fruto de este último fenó meno, colocado entre el pequeño campesino y el proletario, se daba el tipo precarista, así llamado por carecer de todo título o derecho jurídico para asentarse sobre una parcela. Este precarista se veía precisado' a vender parte de su fuerza de trabajo para poder subsitir. Ya tendremos ocasión de examinarlo en detalle más adelante. Por ahora señalemos cómo en el precarista —tipo muy difundido en la provincia de Oriente— vinieron a conjugarse los ya examinados facto res estructurales de movilidad con la coyuntura de una nueva ola de desalojos rurales, producida en la sierra luego del des embarco del yate Granma. De modo que si la clase obrera se había hecho presente en las ciudades y en el llano de los cañaverales, tampoco es taba ausente de la sierra. Por lo demás, el eco de los movi mientos reivindicativos de los trabajadores azucareros —y en particular la huelga de 1955— no tardaba en llegar desde el llano hasta lo alto de las montañas. Y de éstas descendía ahora otro eco, el de la guerrilla de Fidel Castro. Una ciudad, antes que ninguna, supo recoger ese eco: Santiago de Cuba. Capital de la provincia de Oriente, segunda ciudad de la isla, aglutinaba en su torno un "polo opuesto a La Habana. Hacía unos cuatro años, el asalto del cuartel Moneada. Santiago había espiado la subsecuente masacre de prisioneros ocurrida tras los muros del cuartel. Y más tarde había presenciado la sublevación de los militantes del 26 d e j u lio, el 30 de noviembre de 1956. Fallida esta sublevación, se trató de hacer llegar ayuda a los expedicionarios del Granma, desembarcados dos días después. De Santiago partieron —organizada ahora la soli-
claridad, como antes dirigida la sublevación, por el joven Frank País— voluntarios, armas y abastecimientos para la guerrilla de la Sierra Maestra. Santiago-Sierra Maestra —ligados por la proximidad geo gráfica— se constituyen en el eje revolucionario del país a contar de 1957. Bautizada como «Capital de la Rebeldía», Santiago paga caro el honor de ese título: la represión la toma como blanco. Los crímenes y las torturas de militantes se suceden. Ya el 4 de enero de 1957 una manifestación de mujeres vestidas de negro recorre sus calles, portando en alto un cartel: «Cesen los asesinatos de nuestros hijos».20 Deterioro económico, malestar social: en Santiago, un factor agudizaba este último más que en ningún otro pun to de la isla, lo ponía al rojo vivo: la represión. Promediando 1957 los acontecimientos se precipitan. Frank País dirige desde la clandestinidad la resistencia. El 30 de julio su escondite es detectado por la policía, cayendo junto a otro compañero. Santiago se siente vivamente heri da, y la tormenta se desata. Nada será más elocuente que la . síntesis cronológica de los hechos sucedidos en esos días, poco y mal conocidos. Santiago, 31 d e julio. Al grito de «¡libertad!», una ma nifestación de mujeres recibe al embajador norteamericano Earl Smith, de visita oficial a la ciudad, entregándole una nota donde se pide cesen los Estados Unidos su apoyo al go bierno de Fulgencio Batista.21
20. «Año nuevo. Las madres cubanas. En Cuba», Bohemia (13 ene ro 1957), p. 72; Hugh Thomas, op. cit., p. 912. 21. Carlos M. Castañeda, «El embajador en Santiago (31 de julio de 1957). Tal cual se produjo el sonado incidente ocurrido la víspera de la imposición de la censura de prensa», Bohemia (2 febrero 1958), pá ginas 64-66.
Santiago, 1-5 d e agosto. Vestido con el uniforme color verde olivo de comandante guerrillero, es sepultado Frank País junto a su compañero Raúl Pujol. Un cortejo que ocupa catorce cuadras acompaña los féretros. Desde el mediodía del día primero los comercios mantienen cerradas sus puertas. A los soldados que intiman la reapertura —^reporta B ohe mia— «igual contestación: el portazo en las mismas narices». Ese día -—relata Vilma Espín, militante del 26 d e Julio— «ocurrieron cosas insólitas: al paso del cortejo un oficial de la Marina de Guerra que estaba junto a un jeep se cuadró y saludó militarmente. Cerca del cementerio había un carro (automóvil) microonda patrullero del ejército. Cuando vie ron la multitud que avanzaba [ . . . ] huyeron a todo correr». En el cementerio la bandera cubana fue puesta a media asta y la bicolor del 26 d e Julio colocada en el mausoleo independentista. Comienza la huelga general. Choques armados. Patrullas militares, rompiendo puertas y vidrieras, intentan en vano forzar la reapertura. «El hijo del conocido industrial “Pepín” Bosch —informa Bohemia— fue conducido al cuar tel Moneada, como rehén, para garantizar el funcionamiento de las fábricas de Hatuey y Bacardí.» La huelga general se ex tiende por la isla, en particular a las provincias de Oriente, Camagüey y Las Villas. La Habana no se pliega a la huelga. Las garantías constitucionales (formalmente vigentes) son sus pendidas y es establecida la censura de prensa a fin de evitar que el gobierno —reconocerán luego portavoces oficiales— «se hubiera desplomado en la primera semana de agosto» (cit. Humanismo). Por su parte, el periodista norteamericano Jules Dubois comentó: « [ l a agitación y la huelga general] amena zaron su caída». Y Ernesto Guevara: «marcó un viraje en toda la estructura del movimiento revolucionario [ . . . ] Este fenómeno popular sirvió para que nos diésemos cuenta que era necesario incorporar a la lucha por la liberación de Cuba
el factor social de los trabajadores».22 Intentando nuevas con clusiones: 1) La lección de las masas. Un hecho era que la gue rrilla había prendido en la sierra, y otro no menos cierto resultaba que, sin extenderse la insurrección a lo largo de la isla, la dictadura no sería derribada. El instrumento clave —se le había visto operar con neto sentido político a partir de Santiago— era la huelga general revolucionaria. Como surgé de la cita de Ernesto Guevara, ello no pasó inadvertido para la guerrilla mandada por Fidel Castro. 2) El carácter predominantemente espontáneo de esta huelga, que representaba una dóble faz. Por un lado, eviden ciaba hasta qué punto el estado insurrectivo había madurado en el ánimo de las masas: sin consigna reivindicativa alguna de por medio y sin que la orden fuera lanzada por movimien to alguno, había estallado la huelga general en repudio al crimen. La decisión había sido tomada por propia cuenta de las masas, en momentos en que los féretros de Frank País y de su compañero desfilaban por las calles de Santiago, ya entonces una ciudad enlutada. Si la huelga azucarera —en 1955— había significado un cambio respecto de la actitud de las masas cuando el golpe de estado —en 1952—, esta huelga general —en 1957— marcaba un nuevo avance dentro
22. «La muerte de Frank País (30 de julio de 1957)», Bohemia (2 fe brero 1958), pp. 60-62; Vilma Espín, «Vilma evoca a Frank País», Revo lución, La Habana (1 diciembre 1963); «Un reportaje especial dé En Cuba», Bohemia (18-25 enero .1959), p. 5; Ildegar Pérez-Segnini, «Análisis del informe de Jules Dubois sobre la situación de la prensa en Cuba», p. 87; Jules Dubois, «La situación de lá prensa en Cuba» (informe a la Sociedad Interamericana de Prensa, New York, 9 de septiembre de 1957), Humanismo, México, VI, n.° 7. (enero-febrero 1958), p. 67; Ernesto Che Guevara, «Proyecciones sociales del Ejército Rebelde», en Obras, 19571967, Casa de las Américas, La Habana, 1970, t. II, pp. 13-14.
de] mismo proceso: la creación de condiciones subjetivas re volucionarias. Pero hablábamos de una doble faz, dentro de su carácter de dominante espontaneidad. En efecto, por el otro lado, virtualmente sin conducción, el movimiento se ago taba luego de días de resistencia sin que la caída de la dicta dura fuera propuesta claramente como objetivo. 3) No sólo en razón de su contenido, sino de su exten sión, se advierte el cambio sobre la huelga de diciembre de 1955 (limitada al sector azucarero). En esta ocasión, encon trándose ya concluida la zafra, el movimiento cubre los cen tros poblados sobre los dos tercios del territorio del país, abar cando parte de los n iveles prim ero, segu n d o y tercero de la clase obrera. 4) Un rasgo ya observado se confirma y acentúa. Las masas trabajadoras cuentan con la solidaridad a la par, inclu so en la iniciativa, de la pequeña burguesía (que cierra sus negocios). Y se agregan ahora sectores no azucareros de la burguesía industrial, quienes venían manifestando su oposi ción al régimen desde tiempo atrás; así, declarada la huelga, presenciamos cómo el hijo de un fuerte y conocido industrial de Santiago marcha como rehén del ejército, hasta tanto su padre consienta en reabrir sus fábricas. 5) El descontento generalizado y la acción revoluciona ria llegan a golpear dentro mismo de las instituciones edifi cadas para la salvaguarda de «el orden», que en Cuba se lla maba Fulgencio Batista. De ello dan cuenta los episodios pro tagonizados por un oficial de marina y luego por los patrulle ros del ejército, cuando el sepelio de Frank País. 6) Si la huelga azucarera de diciembre de 1955 amenazába convertirse en un peligro para el régimen, la huelga ge neral de agosto de 1957 directamente lo constituyó. De esto dan cuenta portavoces del propio gobierno y testimonios tan insospechados como el del periodista norteamericano Jules Dubois. Vale decir, los síntomas se hacían claros: por un
lado las masas pasaban a la acción, mientras por el otro lado el régimen daba muestras de debilidad y descomposición in terna: sus mecanismos se atascaban, las medidas represivas no surtían efecto. En fin, la correlación de fuerzas se incli naba contra Fulfiencio Batista. Y bien, un nuevo par de hechos —como antes el asalto al cuartel Moneada y la huelga azucarera (1953-1955)— se complementan y concurren a idéntico objetivo, esta vez a un más alto nivel: el desembarco del Granma que replantea la lucha armada en distinto escenario, y la huelga a partir de Santiago que incorpora a los trabajadores a una lucha cuyo contenido fundamental no lo constituye lo reivindicativo, sirio lo político (1956-1957). La revolución irá finalmente a golpear las puertas del reducto de Fulgencio Batista, el cuartel Columbia en La Ha bana. Tres huelgas —dos ya examinadas— escalonan ese pro ceso. Precedido por el conflicto bancario y por una intensa movilización estudiantil, el paro azucarero de diciembre de 1955. Precedida de una escalada del crimen, bajo el impacto emocional de la muerte de Frank País, la huelga general de agosto de 1957. De la tercera nos toca ahora ocuparnos; deján dose sentir desde antes, es declarada en enero de 1959. Estamos hacia fines de 1958, y ella se encuentra en el orden del día. El llamado Pacto de Caracas —firmado el 20 de julio de 1958 y que consagra a nivel político el frente antidictatorial— así plantea la estrategia común de lucha: «derrocar la tiranía mediante la insurrección armada, refor zando en un plazo mínimo todos los frentes de combate, ar mando a los miles de cubanos que estén dispuestos a comba tir por la libertad. Movilización popular de todas las fuerzas obreras, cívicas, profesionales, económicas, para culminar el
esfuerzo cívico en una gran huelga general, y el bélico en una acción armada, conjuntamente con todo el país».23 La huelga general reaparecía. Cuando el 26 de julio de 1953, a ella se proyectaba acudir una vez capturados los cuar teles Moneada y de Bayamo, según lo ha puntualizado Fidel Castro en el discurso conmemorativo a veinte años de esa fecha.24 Cuando el 2 de diciembre de 1956, el desembarco del yate Granma y la sublevación de Santiago debían combi narse con la llamada a la huelga general. Fidel Castro lo había planteado desde tierras mexicanas, antes de hacerse a la mar: «una insurrección apoyada en una huelga general re volucionaria que venga de la base».25 Cierto es que en ambas ocasiones no estaban aún dadas las condiciones para dar ese paso y que, como lo ha puntua lizado Ernesto Guevara, «predominaba una mentalidad que hasta cierto punto pudiera llamarse subjetivista; confianza ciega en una rápida explosión popular, entusiasmo y fe en poder liquidar el poderío batistiano por un rápido alzamiento combinado con huelgas revolucionarias espontáneas y la sub siguiente caída del dictador».26 Tampoco ha llegado el momen to de lanzar la consigna de paralizar el país cuando el 9 de abril de 1958 se intenta en vano, fracasando —explica Ernesto Guevara— «por errores de organización, entre ellos princi palmente la falta de contactos entre las masas obreras y la dirección, y su equivocada actitud. Pero la experiencia —agre 23. Fidel Castro, L a Revolución Cubana, «Documento de unión...», p. 153. 24. Fidel Castro, E l pueblo cubano protagonista de la revolución (dis curso del 26 de julio de 1973), Ateneo, Buenos Aires, 1973, p. 15. 25. Cit. en Rene Depestre, «El asalto al Moneada: revés victorioso de la revolución latinoamericana», Casa de las Américas, La Habana, XIV, n.° 81 (noviembre-diciembre 1973). 26. Ernesto Che Guevara, «Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana», en Obras t. II, p. 95.
ga— fue aprovechada [...]■ enseñó a sus dirigentes [del 26 d e Julio] una verdad preciosa que era, y que es, que la revolución no pertenecía a tal o cual grupo sino que debía ser la obra del pueblo cubano entero».27 De modo que: a) la huelga general no estuvo ausente de la estrategia guerrillera; entre 1953 y 1958 fue reiteradamente planteada, mas sin alcanzar éxito; b) se convinieron rectificaciones dictadas por las expe riencias del llano, particularmente a partir dél segundo mo vimiento de huelga (agosto de 1957); c ) obradas éstas, y en la medida que se fue fortaleciendo y prestigiando el Ejército Rebelde como poder militar de la revolución, se hizo posible alcanzar el objetivo de derribar la dictadura culminando civilmente con el tercer movimiento de huelga (enero de 1959). Tuvo lugar una suerte de convergencia catalizadora. La huelga general llegó a plantearse como exigencia de los he chos y reencuentro para el Ejército Rebelde. No ya como idea a priori, sino confrontada en vivo y alumna de una clase obre ra en acción. No sólo como apoyo civil de la actividad militar, sino en pie de igualdad con ésta, tal cual se deja formulado en el líneas atrás recordado Pacto de Caracas. En fin, que el movimiento de huelga respondiera a la propia dinámica de clase: menos despertada ésta por un hecho ajeno (asalto al Moneada, desembarco del Granma) y más «que venga de la base», según se ha citado y llegara a puntualizar en una oca sión Fidel Castro. Y bien, producida la convergencia cívico-militar a nivel 27. p. 14.
Ernesto Che Guevara, «Proyecciones sociales...», en Obras, t. II,
nacional, el tiem po corto precipitó su desenlace. 1958: desde diciembre se sabía que no habría zafra. No sólo la guerra civil, sino su componente de culminación: la actitud del cuar to nivel de la clase obrera era definitiva: no habría zafra con Fulgencio Batista. De modo que si —como se viera en otro capítulo— toda duda se aventó entonces del ánimo de los hacendados sobre la inconveniencia de seguir sosteniendo a la dictadura, y a ello no fue ajeno el hecho de la zafra en pe ligro, el marco de decisiones lo prestaba la clase obrera: los macheteros se cruzaban de brazos. Y así se llegó a los últimos días de 1958. De la Sierra Maestra habían partido dos expediciones, una al mando de Camilo Cienfuegos y la otra dé Ernesto Guevara. No obstante no superar entre ambas los trescientos hombres, llegaron rá pidamente al centro de la isla. El país vuelto contra el régi men, las masas abrían paso a los efectivos del Ejército Re belde. Y éste cobraba las victorias sobre los desmoralizados cuerpos enemigos. El 31 de diciembre por la noche, viendo perdida la situación, Fulgencio Batista abandona la isla no sin antes dejar sucesores. Una maniobra de palacio sin futuro y que da ocasión a la sierra para convalidar la voluntad ya en marcha del llano, lanzando la consigna de la huelga general. Como comandante así lo hizo Fidel Castro desde su cuartel general de la Sierra Maestra, el primero de enero de 1959. En una de sus pro clamas, dirigida en especial y tributando merecido homena je a la ciudad con la cual se había trabado el eje insurrectivo, así decía: «Santiago de Cuba: ¡contamos con tu apoyo! Desde hoy a las 3:00 de la tarde la ciudad debe quedar totalmente paralizada. Todo el mundo debe abandonar su trabajo en so lidaridad con los combatientes^ que te van a liberar. Sola mente la planta eléctrica debe continuar laborando pará que el pueblo pueda orientarse a través de sus radios. Santiago de Cuba: repetimos: serás libre porque te lo has ganado y por
que no es justo que los soldados de la tiranía continúen ho llando con sus botas esas calles que ha bañado tantas veces la sangre revolucionaria».28 En fin, el país entero se paralizó bajo la consigna de: «¡Todo el poder al Ejército Rebelde!». Y Fidel Castro pudo así, un año después, en su discurso del 18 de noviembre de 1959, «afirmarlo con toda la autoridad que nos da el haber sido actores de aquellas horas decisivas: fue la huelga gene ral la que destruyó la última maniobra de los enemigos del pueblo; fue la huelga general la que nos entregó las fortalezas de la capital de la república; y fu e la huelga general la que dio io d o el p o d er a la revolución »?9 Y bien, en el movimiento participan los cuatro n iveles de la clase obrera, cubriendo la totalidad del territorio, inclu so La Habana. Por vez primera los trabajadores se presentan organizati vamente coordinados y respondiendo a una dirección sindical clandestina unificada. Es un factor que asegura el éxito de la huelga general, y que precisamente estuvo ausente en el fa llido intento del 9 de abril de 1958. Las organizaciones que vienen actuando en desafío al aparato burocrático-mujalista de la CTC, integran finalmente una dirección superior que, sin discriminaciones ideológicas, contempla en su seno las co rrientes opositoras a Fulgencio Batista. Se trata notoriamente de los ya mencionados Comités pro Defensa de las Demandas Obreras y por la Democratización de la CTC, y del Frente Obrero Nacional —surgido a iniciativa del 26 d e Julio—, los cuales pasan a constituir el FONU (Frente Obrero Nacional 28. Granma, suplemento dedicado a Radio Rebelde (8 marzo 1973), p. 29. 29. Fidel Castro, discurso del 18 de noviembre de 1959 ante el X Congreso de la CTC, en Manual de capacitación cívica, MínFar, La Habana, 1960. El subrayado me pertenece,
Unido). Y éste cumple su rol en la huelga general de enero de 1959. Podemos ahora recapitular los tres grandes movimientos que se dan en el período, agrupados según los tres siguientes cuadros: 1) elementos para su descripción; 2) objetivo y re sultados; 3) precisiones complementarias. El balance de los tres cuadros quizá pudiera compendiar se advirtiendo dos o tres casilleros del último nivel: una huelga insurreccional que logra su objetivo. Con ese desen lace todo el resto puede que parezca obvio. Históricamente, sin embargo, interesa la constatación de los resultados en tanto que eslabón de un proceso. Y, no obstante que un rá pido recorrido por el último nivel de los tres cuadros basta para advertir el grado óptimo, recién cuando entramos a la comparación inter-niveles nos alcanza la idea de cómo se ac cedió a ese grado a través de un proceso. Y cuyo signo es la progresividad. Un movimiento aporta y avanza cualitativamente sobre aquel que cronológicamente le precede. De tal modo, la optimización es fruto de «pedir prestado» a quien antes se exigió para llegar hasta donde las condiciones se lo permitían. Que el Ejército Rebelde aparezca en el último casillero de la columna cuatro del tercer cuadro es elocuente. Los movimientos de huelga parecen estar espe rando el peso de su presencia para jugar la carta decisiva. In cluso se diría que tienen dificultad en contenerse, desbordán dose en la espontaneidad registrada en el segundo nivel de los cuadros, tras ser azuzadas las masas por el auge de la represión. Y a la vez que el Ejército Rebelde aparezca en el señalado último casillero es elocuente en otro sentido. Indica cómo no se hace esperar en vano: actuará en el momento óptimo, aquel que recolecta los aportes •anteriores, notoria mente el de los casilleros primero y segundo de la columna cuatro del segundo cuadro: deterioro. Ha sido sembrado con
Descripción de los tres grandes movimientos de huelga habidos en los años cincuenta Época de la huelga
19 55 diciembre
1957 agosto
1959 enero
Duración
entre 1 y 2 semanas
6 días
1 semana **
Area
Gremios adheridos
rural
del azúcar
cuarto
masivo
de pacífico evoluciona a formas violentás
urbana
huelga general
primero, segundo y tercero
masivo, salvo occidente
rápidamente adopta formas violentas
urbana y rural
huelga general
todos
masivo
violento a pacífico ***
Niveles intervinientes de la clase obrera
Acatamiento obrero *
Carácter del conflicto
* No se han obtenido los porcentajes de absentismo laboral correspondiente a los días de huelga. ** Como huelga general debe ser considerada a partir de su declaración el primero de enero. No obstante, el movimiento es un hecho a medida que avanza diciembre; desde entonces se ha ido dejando de trabajar en distintas zonas y la zafra, que debía comenzar ese mes, no lo ha hecho. *** Evolución marcada por la suerte corrida porel régimen y la marcha del Ejército Rebelde. Mientras la huelga se combina con la insurrección general contra la dictadura, es violenta. Producido el derrumbe batistiano y la ocupación militar del territorio por el Ejército Rebelde, se toma de apoyo a éste, y pacífica.
Objetivo y resultados de los tres grandes movimientos de huelga habidos en los años cincuenta Resultado inmediato
Objetivo
Época de la huelga
Descripción del reclamo
Resultados mediatos
Calificación
Sobre la dictadura
Sobre la clase obrera
Sobre el Ejército Rebelde
19 5 5 ' diciembre
reimplanta ción de diferencial agregado al salario
reivindicativolaboral
positivo (logro parcial)
deterioro
la incorpora a la resistencia antidictatorial
19 57 agosto
contra la represión
político
negativo
deterioro
la coloca a la ofensiva
revaloriza la huelga como instrumento político
19 59 enero
liquidación de la dicta dura y secuelas
político positivo (en grado insurreccional)
extinción
la ubica comoprotagonista de la revolución
confluye decisivamente a otorgarle el poder
Cuadro 3
Precisiones complementarias respecto de los tres grandes movimientos ae huelga habidos en los años cincuenta Época de la huelga
Actitud del sindicalismo oficialista
Promotor del movimiento
Precedentes inmediatos
Contexto social
19 55 diciembre
desfavorable
Comités pro Defensa . huelga bancaria Demandas Obreras y agitación y Democratización CTC estudiantil
19 57 agosto
en contra
declarado espontáneamente
. auge de la represión
solidaridad de la pequeña burguesía; y, en oriente, de los sectores no azucareros de la burguesía
19 59 enero
en contra ’
FONU
victorias del Ejército Rebelde
todas las clases nativas acuerdan el cese de la dictadura
solidaridad de la pequeña burguesía del entorno
profundidad por las dos primeras huelgas al punto de fructi ficar en el corazón de la dictadura, dentro de sus institutos militares. Allí la semilla crece, cobra vida propia y toma nom bre: desmoralización. Y de ésta se servirá a su hora el Ejér cito Rebelde. Intégrase así una relación que tentados estamos de llamar dialéctica. El accionar del Ejército Rebelde es p reced en te —y tal figura en el cuadro— del tercer movimiento de huelga. Y su victoria es a la vez co n secu en te de aquel factor de de terioro en la medida en que ha sido francamente acusado por el enemigo. Fácil es continuar interrelacionando entre sí los casilleros. Hay veces en que, sin dejar la misma columna, se establece una suma: rural más urbana igual a rural y urbana. Otras veces se trata de corregir un factor en cuanto tiene de nega tivo y así nos damos con una resta: huelga política menos espontaneidad igual a huelga política y organizada. Tal re sulta el pensamiento de Fidel Castro cuando desde la Sierra Maestra señalaba: «la huelga espontánea que siguió al asesi nato de nuestro compañero Frank País no venció a la tiranía, pero señaló el camino a la huelga organizada».30 Así, pues, los caminos que en el período fueron llevando al «rojo vivo» de que hablara el recordado Frank País. No advinieron por generación espontánea, sino por acumulación de fuerzas. Allí donde cada acción de masas contaba, donde cada experiencia quedaba registrada, donde ■condiciones fa vorables y voluntad de crearlas eran integradas en una: se hacía lo que había que hacer.
30. Fidel Castro, discurso desde la Sierra Maestra difundido por Radio Rebelde los días 18-19 agosto de 1958, en Nuevo curso de ins trucción revolucionaria, n.° 3, FAR, La Habana, 1966, p. 115.
Estructura de clase y perído de tiem po corto (1952-1959) continuarán ocupándonos, ahora respecto de las masas rura les. Una cuestión inicial de terminología. Venimos enume rando: burguesía azucarera, clase obrera, masas rurales. De las dos primeras nadie duda en cuanto a su carácter. La ter cera, en cambio, parece desafinar: ¿por qué masás a la par de clases? Aquí el término de masas debe entenderse no excluyente sino ampliamente comprensivo del concepto de clase, en razón de la gama abarcada: el p eq u eñ o cam pesino en variada y compleja tipología, casos fronterizos como el denominado precarista y, en fin, el poblador rural cayendo dentro del cir cuito sierra-llano, esto es, una compartida condición de o b re ro agrícola, como se adelantara en el capítulo anterior. Nos circunscribimos desde luego a una región, la que fue teatro primigenio de la lucha armada, las montañas de orien te. Y se excluye del concepto de masas rurales a campesinos medios y ricos, así como a latifundistas. En cambio, se hará hincapié en los signos específicos y distintivos de la zona en función de los hechos acaecidos a partir del desembarco del Granma. A los conceptos asociativos de campesino-proletario, rural-urbano, sierra-llano, se agregarán otros: latifundio-mini fundio, supervivencias feudales-despegue capitalista; y las múltiples relaciones del nuevo poder militar —guerrilla' pri
mero, Ejército Rebelde después— con distintos factores de orden sociohistórico o político: pauperismo, movilidad hori zontal, desalojos masivos, tradiciones agrarias, bandolerismo, represión. ¿Cómo se interactuaban? ¿Influyeron estos facto res sobre el desarrollo del poder militar? En fin, el concepto de masas rurales tiene que ver con todo eso, otorgando un tratamiento específico de clase que resulta difícil de rotular, sin provocar equívocos, bajo el clásico término de campesi nado. Y bien, hemos hablado del azúcar y hecho referencia al ta baco. Toca su turno al café. También cultivo de plantación, a su hora conoció de la mano de obra forzada. Tuvo un marca do incremento en la producción a contar de comienzos del siglo xix, cuando el arribo a la isla de cultivadores blancos que huían de la rebelión dé esclavos estallada en la vecina Haití. Su fase manufacturera reconoce un tratamiento más simple que el tabaco o el azúcar, agotándose en el secado de los granos. El café se asentó en Cuba sobre diversos tipos de propie dad: pequeños y medianos campesinos, campesinos ricos y latifundistás. Sobre predios . de estos últimos se fueron dando varias modalidades de arrendamiento de parcelas. Conforme las categorías establecidas en las dos leyes de reforma agraria (17 de mayo de 1959 y 4 de octubre de 1963) se considera en general pequeño campesino a quien posea una parcela de menos de 25 hectáreas; campesino medio, 25-67 hectáreas; y campesino rico 67-402 hectáreas; de ahí en adelante se esti ma que existe propiedad latifundista. Como el azúcar y el tabaco, aun cuando en menor medida, significaba el café tradicíonalmente un producto para la exportación. Y, concentra da sobre una zona, la producción nacional en un 88 % co rrespondía, según censó dé 1946, a la provincia de Oriente.1 1.
Cifra indicada como promedió. Para el año 1945 sé indica el 90,7 %
Este último dato será significativo. Como vimos, por oriente de la isla desembarcó la expedición armada de 82 hombres que arribó a bordo del yate Granma, en 1956. No era concebible que ese grupo fuera a derrocar la dictadura. De modo que el porvenir militar dependía: a) en una primera instancia de la respuesta de los po bladores de la zona y esto, en términos de producción, que ría decir café; b) de la respuesta más general que en una segunda ins tancia diera la isla toda y esto, en términos de producción, quería decir azúcar. Parte. del contenido de los dos puntos, en particular el segundo, ha sido ya visto al abordarse el comportamiento de la burguesía azucarera y de los trabajadores. Mientras tanto, nos ocupa el punto .a: la geográficamente localizada, en la zona oriental, primera instancia del café (y de otras recolec ciones menores) donde un personaje veremos destacarse: el pequeño campesino. Pues, ¿quiénes habitaban la zona dé desembarco del yate Granma? Pregunta que, en términos dé producción, se formu la así: ¿quiénes cultivaban y quiénes recogían el café? Y cu yas respuestas esclarecerán esta cuestión: la integración do minante en sus filas y el abastecimiento del Ejército Rebelde en la Siefra Maestra de la provincia de Oriente. «El que quiera conocer otro país, sin ir al extranjero, que vaya a Oriente; que se vaya a las montañas de Oriente
de Ja producción cafetalera nacional, correspondiendo a doce jurisdiccio nes municipales —entre ellas El Cobre en plena Sierra Maestra—: de la provincia de Oriente (.Memoria del censo agrícola nacional, 1946, P. Fer nández y Cía., La Habana, 1951, p. 191).
[ . . . ] Que monte en una muía pequeña y de cascos firmes y se adentre por los montes donde la luz es poca a las tres de la tarde y los ríos, de precipitado correr, se deslizan claros por el fondo de los barrancos, con las aguas frías como si vinieran del monte. Allí encontrará no sólo una naturaleza distinta, sino también costumbres diferentes y hasta hombres con sentido diverso de la vida.»2 Así describía la región Pablo de la Torriente-Brau, un periodista que en los años treinta recorrió los parajes tras un reportaje sobre las luchas campesinas que por entonces se dieron en el llamado Realen go 18. Allí en ese «otro país», se instalaban miles de caficultores. Zonas montañosas de difícil acceso, recorridas a lomo de mulo. Esta particular conformación del terreno y el señalado vehículo animal hacían lentas y difíciles las comunicaciones y el transporte de cargas. Además, significaban una incidencia particular sobre el caficultor: le obligaban a dedicar parte de la tierra al pastoreo, lo cual reducía su área de explotación y le incrementaba los costos. Y era indispensable, so pena de verse imposibilitado de concurrir a los secaderos y luego a los centros de almacenamiento. Había caficultores que se veían forzados —por lo reducido de la parcela o por carecer de fon dos para adquirir ganado mular— a recurrir al alquiler de los animales, llegado el momento del transporte de los granos, lo cual les resultaba más oneroso aún. Ahora bien, no era precisamente la tierra lo que sobraba en la zona (Sierra Maestra de la provincia de Oriente). Según la Asociación Nacional de Caficultores, presente en el Primer Fórum Nacional de la Reforma Agraria (La Habana, 1959), el mínimo rentable para la explotación de café comprendía
2. Pablo de la Torriente-Brau, Realenga 18 (y Mella, Rubén y Ma chado), Nuevo Mundo, La Habana, 1962, p. 67.
una extensión de 26,8 hectáreas.3 ¿Y qué ocurría? De los da tos proporcionados por la misma entidad, surge que el pro medio por parcela cultivada no sobrepasaba el tercio d el míni mo vital. La tierra se presentaba así como de baja rentabilidad, influyendo además —según informa el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento— 4 el atraso en los métodos de cultivo: insuficiente empleo de abonos, operación de secado de los granos sobre barro —-lo cual incidía negativamente en la calidad— , ausencia total de arados de discos, tractores u otra maquinaria, realizándose las labores agrícolas en for ma manual. A todo esto debía sumarse todavía el fenómeno de la erosión. Y, en la base misma de la economía de plantación, el latifundísmo acaparaba las mejores tierras. Provocábase así por un lado el éxodo de los pequeños campesinos hacia es pacios marginales de abrupta fisonomía y, por el otro lado, aparejaba su apiñamiento*(alta concentración demográfica) so bre un excedente no acaparado de tierras que fueran media namente aptas parados cultivos. De modo que una serie de elementos se reunían en la base: a) áreas de explotación del café por debajo del mínimo considerado rentable; b) difícil comunicación y transporte; c) necesidad de ganado mular; d) dedicación de parte de la parcela a pastoreo oalqui ler de las bestias; e) asentamiento de los pequeños productoressobre tie rras marginales o sobre dominios del latifundista; 3. «Primer fórum...», en A. Núñez Jiménez, op. cit., sesiones de 3 y 9 de julio, p. 6. 4. Informe sobre Cuba, t. III, cap. 44, p. 10.
/) erosión; g) métodos atrasados de cultivo. Una serie de elementos de base determinaba así que en la zona los pequeños caficultorés constituyeran una masa em pobrecida. Nótese cómo la extensión tope considerada en ge neral para la parcela de un pequeño campesino. (25 hectáreas) coincide virtualmente con el mínimo rentable para la explota ción del café (26,8 hectáreas). Pero ¿qué venía a resultar? Que la masa de los pequeños caficultorés no excedía el tercio de tales extensiones. Contra el empobrecimiento, por salir de él y capitalizarse, luchaba este campesino. ¿Con qué resultados? Se verá en se guida. Antes debemos tocar el régimen de trabajo y propie dad bajo el cual se desenvolvía, cuyas combinatorias arrojan las tipologías campesinas del medio.'
Q
u ié n e s
co n vo can
Diferentes situaciones podían presentarse para el pequeño (y, en ocasiones, para el medio) caficultor. 1)
Según el cam pesino fuera-.
a) propietario de la parcela; b) arrendatario; c) precarista: sin título alguno que legitimara su pre sencia y proporcionara amparo jurídico, ocupante de tierras de propiedad del estado, de latifundistas o de campesinos ri cos; en unos casos consensualmente, en otros como «usurpa dores».
2)
Según el campesino-.
a) fuera propietario de la plantación y de los instrumen■tos de trabajo (incluido el ganado mular); b) detentara sólo el usufructo de la plantación pertene ciendo ésta en propiedad al arrendador, el cual, o un tercero, proporcionan al campesino arrendatario los instrumentos de trabajo. 3)
Según el ca m p esin o:
a ) fuera propietario de la cosecha íntegra; b ) entregara parte de ésta como pago en especie de arrendamiento. 4)
Según el campesino/.
a) realizara el mantenimiento del cafetal y la recolec ción exclusivamente mediante su trabajo y el de su familia; b) empleara mano de obra asalariada temporera para la recolección. Las combinatorias de estas situaciones entre sí arrojan los diferentes casos observados én la zona. Tomemos uno de los económicamente más favorables que podían presentarse, y que surge de la combinatoria la-2a~3aAb: en función de 4b (empleo de mano de obra asalariada para la recolección), el campesino se sitúa en extractor directo o primario de plustrabajo. Otros casos, económicamente menos favorables, son los siguientes. La combinatoria lb-2b-3b-4a o bien le (pre carista consensual)-2¿>-3¿,-4íZ: en función de 3 b (entrega de parte de la cosecha como pago del arrendamiento), el arren dador, generalmente latifundista, extrae plustrabajo como ren ta en especie. La combinatoria la-2a-3a-4a: en función de los cuatro ele
mentos, propietario y productor directo se confunden en la personalidad del campesino y, en consecuencia, en la fase productiva no hay apropiación de plustrabajo. La combina toria 1b-2b-3b-4b: en función de 3b (entrega de parte de la cosecha como pago en especie del arrendamiento) y dé 4b (em pleo de mano de obra asalariada) el campesino en fase pro ductiva es, a la vez, extractor y objeto de plustrabajo. Naturalmente, estas combinatorias no eran las únicas, pero se contaban entre las frecuentes. Hacían al régimen bajo el cual el caficultor desarrollaba su producción. Deben a la vez relacionarse con la fase subsiguiente, la circulación. En ésta hemos distinguido una primera instancia, el recorrido a lomo de muía hasta los secaderos y centros de almacenamiento. Y luego dos instancias más se agregan: una segunda (todavía dentro de los límites del país) y una tercera (donde intervenía el mercado exterior) completando ambas la fase de la circu lación. Detengámonos en la segunda instancia. Otros agentes ha cen aquí su aparición. Pues en tod os los casos, cualesquiera que sean las combinatorias elegidas, los pequeños cultivado res del café caían bajo una común dependencia inherente a la segunda instancia. Llegado el café (o, en su caso, el maíz, cultivado en surcos paralelos, u otros frutos menores como frijoles, plátano, o los tubérculos malanga, yuca y boniato) a los centros de almacenamiento, una compañía comercializadora los adquiría a los productores, haciendo de intermediaria entre éstos y el mercado. Naturalmente, al serle vedado el acceso p or sí al mercado, el productor quedaba a merced de ■la compañía comercializadora... que por lo general era con trolada por el latifundista. De modo que la apropiación del plustrabajo se daba a favor del latifundista por diferentes vías:
a) a través del arrendamiento; b) a través de las compañías comercializadoras; c) y, todavía, cerrando el circuito, a través de la tienda de raya o de ramos generales (igualmente controlada por el latifundista) donde el caficultor debía proveerse de todo —-des de alimentos a útiles de labranza— a los precios fijados por la tienda que, dado lo aislado del medio, actuaba virtualmen te sin competencia. Es posible que algún caficultor intentara escapar a este circuito de índole económica. Había entonces un remedio a mano, el estado lo proporcionaba: la guardia rural. Era, por lo demás, una de las formas de retribuir los servicios presta dos por el estado. Un día la guardia rural «se. alzaba con un puerquito» del campesino o bien —en caso de reincidencia— le quemaba el bohío, llevándose esta vez consigo todo lo que podía. Si la guardia rural no era suficiente, el latifundista crea ba su propio aparato represivo, encarnado en la figura del mayoral, a quien más adelante veremos en acción. Había, además, la institución del endeudamiento. La tien da no rehusaba en general la entrega de mercancías. Pero de jaba atado al campesino con una deuda de día en día crecien te y que podía ser exigible compulsivamente —guardia rural de por medio y sin pasar por autoridad judicial urbana— en cualquier momento. Era, pues, un nuevo motivo de inseguri dad, de cercenamiento de su libertad individual —1pues colo caba al campesino a merced de un tercero-— y, llegado el caso, de efectivo despojo. El mismo mecanismo funcionaba á favor del latifundista, pues éste con frecuencia se constituía en acreedor del campesino por alquiler de tierras, de instrumen tos de labranza o ganado mular, o bien en concepto de prés tamos en dinero o en especie. Párrafos atrás, al tratar de los elementos de base, obser vamos que los pequeños campesinos eran tanto centrífuga
mente lanzados sobre tierras marginales, como centrípetamen te concentrados sobre parcelas que fueran medianamente ap tas para el cultivo. Entre los primeros predominaban los propietarios o los precaristas «usurpadores» de predios del estado. Entre los segundos predominaban los arrendatarios sobre tierras del latifundista. Y estos últimos eran, en la zona de sierra que nos ocupa, una numerosa capa sobre la cual -—en tanto que objeto directo de plustrabajo y en tanto que asentados sobre una plataforma algo más favorable en razón de la calidad de la tierra— se ejercía un control específico: el contrato de arrendamiento. Predominaba el llamado de colonato, donde no sólo la parcela alquilada era de propiedad del latifundista, sino tam bién la plantación, con cuyo producto (cosecha), en propor ción de una tercera parte a un 40 % , se abonaba el precio del arrendamiento. ¿Qué significaba este hecho de mantener el latifundista la propiedad sobre la plantación? Le relevaba de toda indemnización al pequeño campesino llegado el día de su partida por extinción o rescisión del contrato. Y, en efecto, este tipo de cláusulas se encuentra virtualmente en todo con trato de colonato (también usual en algunas modalidades de aparcería). Por lo demás, como se ha visto, regía el pago en especie. El tenedor de la tierra conservaba sólo una parte de lo. cose chado, otorgando el resto en pago del alquiler. Este tipo de operaciones restringía la circulación" monetaria y reducía la posibilidad de transacción comercial para el campesino tene dor de la tierra. El caso del caficultor era particularmente significativo. Un cafetal insume de cuatro a cinco años de trabajos y cuidados hasta que la planta comienza a dar frutos (la cual prolongará su vida fértil por veinte o treinta años más), Pero si él con trato se firmaba por diez años, o menos, o bien, si s