Historia Del Imperio Romano Despues De Marco Aurelio (Gredos)


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Historia Del Imperio Romano Despues De Marco Aurelio (Gredos)

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 80

H ERODIANO

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO DESPUÉS DE MARCO

AURELIO

TRADUCCIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS POR

JU AN ). TORRES ESBARRANCH

& EDITORIAL GREDOS

Asesor para la sección griega: C arlos G arcía G ual . Según las normas de la B. C. G., la traducción de este volumen ha sido revisada por Javier A rce .

©

EDITORIAL CREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, 1985.

Depósito Legal: M. 10116-1985.

ISBN 84-249-0992-5. Impreso en España. Printed in Spain. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1985. — 5817.

INTRODUCCIÓN

1.

Vida de Herodiano y composición de la «H istoria»

Sobre la vida de Herodiano sólo contamos con la in­ formación que se desprende de su obra. Lamentable­ mente los datos son escasos y, a veces, imprecisos, cir­ cunstancia que ha dado lugar a numerosas conjeturas. Su Historia (Herodianoü tés meta Márkon basileías his­ toria) abarca un período de cincuenta y ocho años que se extiende desde la muerte de Marco Aurelio (180) has­ ta la subida al trono de Gordiano III (238) y se refiere, según nos dice el propio historiador en 1.2.5, a hechos que ocurrieron durante su vida, sucesos que él mismo presenció o de los que fue informado (según la norma de Luciano: Cómo escribir la historia, 47), o en los que participó, incluso, desde sus puestos de servicio impe­ rial y público. Herodiano estuvo, pues, inter vivos, si aceptamos su declaración, entre los años 180 y 238. Pe­ ro nos faltan datos seguros para saber cuánto deben prolongarse estas fechas y determinar así con exactitud los años de su nacimiento y de su muerte. Tampoco sa­ bemos a ciencia cierta, a diferencia del caso de su con­ temporáneo Dión Casio, las fechas de composición de su Historia, y desconocemos muchas precisiones biográ­ ficas sobre su origen, posición social, carrera, etc. Pare­ ce que siguió el consejo que Luciano daba al decir que

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el historiador en sus libros debía ser un extranjero, sin patria, independiente y sin rey (Luciano, ob. cit., 41). El primer problema se plantea al comparar dos pa­ sajes en los que Herodiano reflexiona sobre el período del que quiere ocuparse. En la «Introducción» con la que inicia el libro I escribe: «Durante un período de sesenta años el imperio romano estuvo en manos de más señores de los que el tiempo exigía...» (1.1.5). Pero en II. 15.7 leemos: «m i objetivo es relatar sistemáticamente los sucesos de un período de setenta años que abarca el reinado de muchos emperadores, hechos de los que tengo conocimiento personal.» Esta discrepancia en el número de años nos lleva al terreno de las hipótesis. Diversas explicaciones son posibles: a) Cabría la corrupción en los manuscritos, en la que muchos editores y estudiosos han pensado, pues se trata de numerales, cuya alteración no es difícil. Se po­ dría imaginar que en II.15.7 debería decir «sesenta» (hexékonta) en lugar de «setenta» (hebdomékonta), de acuer­ do con los años realmente abarcados por la Historia. b) Podría tratarse simplemente de un uso conven­ cional de los numerales para indicar un largo período o una edad avanzada, sin mayor significación (cf. C. R. Whittaker, Herodian, Londres, 1969, pág. XI). Sería un caso como el de Filóstrato, contemporáneo de Herodia­ no, cuando se refiere al final de la vida de Antíoco (II.4.570 Oleario), de Alejandro Peloplatón (II.5.576) y de Elio Arístides (II.9.585: «unos afirman que murió tras haber vivido sesenta años o casi setenta»; cf. trad. de M. C. Giner, Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 1982, págs. 182, 189 y 202.) Pero si creemos que no es necesario imaginar una corrupción de los manuscritos (no hay indicios en los códices) y damos a los numerales su valor real, nos en­ contramos ante otras posibilidades. Podemos pensar que hay una cierta contradicción entre los numerales de los

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dos pasajes o buscar una explicación que no suponga ningún tipo de inconveniencia entre ellos. c) Se puede hablar de contradicción o incoherencia entre los dos pasajes cuando en ambos casos se los con­ sidera igualmente una referencia concreta al período que Herodiano quiso abarcar, lo que lleva a pensar en una distracción del historiador y hace necesaria una expli­ cación que lo justifique. El «setenta» de II. 15.7 resulta incómodo y choca con 1.1.5, que se ajusta a los años realmente abarcados por la Historia redondeando la can­ tidad. Para solucionar el problema, J. Blaufuss (Ad Herodiani rerum Romanarum scriptoris libros V et V I observationes, Diss., Erlangen, 1893) sostiene la tesis de que en un caso se refleja el propósito inicial del autor y en el otro lo realmente conseguido al finalizar la His­ toria. Cuando escribió el pasaje del libro II, Herodiano tendría la intención de escribir la historia de los seten­ ta años que siguieron a la muerte de Marco Aurelio, pero, debido a su avanzada edad o a cualquier otra causa, tuvo que detener su narración en los aconteci­ mientos del 238, limitando su proyecto a sesenta años contrariamente a su primer propósito. Al final, en la redacción definitiva de la introducción del libro I, ha­ bría ajustado la cantidad al período verdaderamente cu­ bierto por su obra, olvidándose de lo escrito en II. 15.7 y dejándolo sin corregir. Esta circunstancia no debe ex­ trañarnos si pensamos en los métodos de composición de la historiografía de aquella época (véase Luciano, oh. cit., 47-48) y observamos el cuidado estilo de la intro­ ducción frente a los indicios de apresuramiento en la redacción de otras partes de la obra. Si aceptamos esta tesis, debemos pensar que Herodiano estaba escribien­ do la Historia al final del período que se proponía cu­ brir, unos setenta años después del 180, o sea, hacia el 250 más o menos (Véase, modernamente, W. Widmer, Kaisertum, Rom und Welt in Herodians «M etá Márkon

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basileías historia», Zurich, 1967, pág. 70). F. Cassola («Su­ lla vita e sulla personalitá dello storico Erodiano», Nao­ va Rivista Storica 41 (1957), 217-218) interpreta que la contradicción entre el « sesenta» y el «setenta» se debe a que, cuando Herodiano escribió el libro II, había aban­ donado ya su primer propósito y quería añadir los rei­ nados de Gordiano III y de Filipo el Árabe. Según Cassola, la publicación de la Historia no fue unitaria y el hecho de que Herodiano no modificara la afirmación de 1.1.5 se debería precisamente a que el libro I había sido ya publicado. d) R. Sievers («Ueber das geschichtswerk des Herodianos», Philologus 26 (1867), 30-31) admite la posibili­ dad de que el «setenta» de II. 15.7 refleje el propósito de Herodiano, pero fija su atención en el «sesenta» de 1.1.5 sugiriendo que allí no están contabilizados los do­ ce años del reinado de Cómodo, lo que explicaría la di­ ferencia entre los dos cálculos. Débiles argumentos apo­ yan esta hipótesis y no se ve una razón de peso para considerar aparte el reinado de Cómodo. En 1.1.5 Hero­ diano muestra su sorpresa por las rápidas sucesiones en el poder y los continuos cambios en un período de sesenta años, y es cierto que el reinado de Cómodo tuvo una duración normal frente a los de los emperadores que siguieron, pero no es menos cierto que Cómodo ya está en la línea de principes pueri cuya actuación mira Herodiano con malos ojos. e) Si no se consideran los dos pasajes equivalentes en el sentido de estar igualmente referidos al período que Herodiano quiere estudiar, y no se ve, por tanto, ninguna contradicción entre ellos, es posible encontrar otra explicación. En el pasaje del libro I Herodiano se referiría al período que quiere abarcar mientras que en el del II habría querido significar que dicho período se situaba dentro de los límites de su experiencia personal de setenta años. El problemático «setenta» de II. 15.7 no

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indicaría, pues, el período que Herodiano se proponía abarcar, sino la edad del historiador en el momento de la composición como ya había pensado A. Stahr (Herodians Geschichte, Stuttgart, 1858). Esta polémica en torno a los numerales no permite, sin embargo, más que suposiciones, pues no es fácil ob­ tener conclusiones más precisas y seguras a partir de los dos pasajes a los que nos referimos. Pero las hipóte­ sis formuladas tienen su interés a la hora de determi­ nar la fecha de composición de la obra. Si el «setenta» se refiere al proyecto que Herodiano tuvo que abando­ nar, debemos pensar que la meta y la fecha de composi­ ción de la Historia andarían por el año 250. Pero si refleja la duración de la vida de Herodiano hasta el mo­ mento de composición, la fecha de ésta estaría en este caso en función de la fecha del nacimiento del historia­ dor. Tenemos otros datos, afortunadamente, que nos ayu­ dan a precisar un poco estas fechas y a analizar las di­ versas posibilidades. Las declaraciones de Herodiano en el sentido de que tuvo conocimiento personal de los sucesos de los que trata su Historia por el hecho de que ocurrieron duran­ te su vida consciente (1.1.5,1.2.5, II.15.7) indujeron a pen­ sar que su nacimiento tuvo lugar con alguna anteriori­ dad al 180, hacia el año 170. Sin embargo diversas con­ sideraciones han ido inclinando a los investigadores a situar la fecha alrededor del mismo 180. Los partidarios de una fecha de nacimiento próxima al 170 in­ terpretan las afirmaciones de que conoció personalmente los he­ chos (1.2.5: ha para pátita ton em autoú bíon eidon te kat ékousa; II.15.7: has autos oída) en el estricto sentido de que si en el año 180 Herodiano no hubiera tenido por lo menos diez años no hubie­ ra podido recordar nada. En esto se basa la teoría de J. de Poblocki (De H erod ia n i vita, ingenio, scriptis, Diss. Münster, 1864, pág. 5), quien se alegra de coincidir con la conjetura de F. A. W olf (Herod. ed., Halle, 1792) en el mismo sentido. Modernamente encontramos

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esta tendencia en F. J. Stein (Dexippus e t Herodianus rerum scriptores quatenus Thucydidem secuti sint, Diss., Bonn, 1957, pág. 2). Blaufuss (ob. cit., pág. 6) pensaba que el margen de error era esca­ so si se enmarcaba la vida de Herodiano entre los años 170 y 250; admitía el nacimiento cercano al 170, pero no estaba de acuerdo con el planteamiento que los partidarios de esta fecha de naci­ miento efectuaban normalmente respecto a la fecha de composición. Los partidarios del 170 como fecha aproximada del nacimiento de Herodiano suelen defender, en efecto, la teoría de que la com­ posición de la obra tuvo lugar hacia el 240 durante el reinado de Gordiano III, poco tiempo después de los sucesos descritos en el libro VIII. Se basan generalmente en la hipótesis de que Hero­ diano tenía setenta años en el momento de la composición, lo que, partiendo del 170, lleva a la época de Gordiano III. Entre los de­ fensores del 240 como fecha aproximada de composición están los citados Poblocki y W olf — quien piensa que Herodiano murió tras acabar la H istoria, unos dos años después de la muerte de Maximino— y otros como Dopp («Herodianus», R. E. Pauly-Wissowa 8 (1912), 955 — la composición en el 240 explicaría además, según Dopp, el carácter de experiencia más directa y cercana de los últi­ mos libros— ), P. W . Townsend («The revolution of A. D. 238: The leaders and their aims», Yate Classical Studies 14 (1955), 49 sig.) y A. Piganiol (H istoire de R om e, 4.' ed., París, 1954, pág. 411), a quien sigue J. Fernández Ubiña (La crisis del siglo I I I y el fin del m u n d o antiguo, Madrid, Akal, 1982, pág. 20, n. 9) situando la com­ posición entre 238 y 244. Esta teoría, sin embargo, ha sido abandonada modernamente por muchos investigadores, partidarios de no exagerar el alcance de las palabras de Herodiano en el sentido de que fuera testigo consciente de los hechos durante todo el período 180-238. Se apo­ yan en convincentes argumentos para establecer otras fechas tan­ to para el nacimiento como para la composición. En algunos pasajes Herodiano se refiere a acontecimientos que él mismo ha presenciado. Sabemos así que durante los juegos de Cómodo del año 192 el historiador se encontraba en Roma, si es cierto lo que dice en 1.15.4. También debió asistir en el 204 a los Juegos Seculares de Severo (III.8.10). Se ha observado (véase F. Grosso, La lo tta p o lítica a l tem po di C om m odo, Turín, 1964, pági­ na 31; C. R. Whittaker, ob. cit., Introd., pág. X II) que, si JÍerodiano asistió a los juegos del 192, ya debía vestir la toga viril, pues de

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lo contrario seguramente no hubiera podido presenciarlos. Si este dato fuera cierto, significaría que en el 192 tendría por lo menos catorce años, con lo que el nacimiento sería anterior al 178; pero probablemente la fecha exacta no se alejaría mucho de este año si admitimos los argumentos en favor de una fecha de composi­ ción hacia el 250 y no tomamos sus afirmaciones en el sentido más estricto, de que en el año 180 Herodiano ya era un testigo consciente. Existen importantes argumentos contrarios a la tesis de una composición durante el reinado de Gordiano III (238-244). Básica­ mente se considera im probable que la publicación, sobre todo la de los libros V II y VIII, tuviera lugar en aquella época debido a que los comentarios de Herodiano sobre los Gordianos no son precisamente elogiosos, por lo que la aparición de la H istoria hu­ biera resultado peligrosa con anterioridad al 244. He aquí algunas razones: a) La caracterización de Gordiano I, el abuelo de Gordiano III, es negativa: es un hombre débil (VII.5.4 ¡qué distinto se mues­ tra, por ejemplo, al Pértinax de II.2.6 y II.5.5 en una situación semejante!), que acepta el poder de form a poco gloriosa (VII.5.7) y que muere de modo vergonzoso (historia en la que insiste: VII.9.4 y 9).

b)

La subida al trono del joven Gordiano III es expuesta sin

el menor entusiasmo: los pretorianos «lo proclamaron emperador puesto que no encontraban otro en aquellas circunstancias» (VIII.8.7). c)

Gordiano III tenía trece años en 238 y los principes pu eri

son objeto de repetidas críticas en la H istoria (1.1.6, 1.3.1-5, II. 1.3, II. 10.3, etc.). d)

Gordiano III ya había sido nombrado César (VII, 10, 6-9)

por presión del populacho y en oposición al senado. Tanto la ple­ be, que presionó para que fuera César, como los pretorianos, que lo proclamaron emperador, no son vistos con buenos ojos por He­ rodiano (sobre la « plebs Ín fim a » véase: 1.12.1, VII.7.1; sobre los pretorianos: 1.12.6, II.4.4, II.6.2, II.6.4, IV.5.1). e)

Algunas observaciones de Herodiano hubieran resultado es­

pecialmente peligrosas por su fácil aplicación a los primeros años (238-241) del reinado de Gordiano III (véase Scriptores Historiae Augustae, Gord. 23.7); concretamente las que se referían al papel

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de los libertos en la corte imperial (1.6.8, 1.13.8, II. 10.3) y al domi­ nio ejercido por una madre sobre su hijo (VI.1.10, VI.5.8, etc.). f) Tampoco parece probable la publicación de la H istoria du­ rante el período (241-244) en el que Timesiteo, prefecto del preto­ rio y suegro de Gordiano III, tuvo el poder. Hubieran podido esta­ blecerse paralelos entre Timesiteo y otros prefectos del pretorio como Perennis (I.8.1-2, 1.8.8, etc.), Cleandro (1.12.3-5, 1.13) y Plauciano (III. 10.6-7, III. 11.1-3, etc.), a los que Herodiano criticaba. Blaufuss ya apuntó algunas de estas razones en su excelente tesis (ob. cit., pág. 5: et septim u m qu id em et octavum libros iam n on im p erita nte G ordiano I I I conscriptos esse inde apparere videtur...), y en ellas han insistido posteriormente F. Cassola (art. cit., N .R.S. 41 (1957), 218), C. R. Whittaker (ob. cit., Introd., págs. XIIX IV ) y S. Joubert (R echerche sur la co m p o sitio n de VHistoire d ’Herodien, Thése dactyl., París-Sorbona, 1981, págs. 124-127). Son ra­ zones de peso que permiten afirmar que la Historia apareció con posterioridad al reinado de Gordiano III, o sea, después del 244. Si nos basamos, pues, en los argumentos anteriores y pensa­ mos en una composición posterior al 244, y tenemos en cuenta, al mismo tiempo, las hipótesis a las que nos hemos referido sobre la experiencia personal de unos setenta años en el momento de la composición y sobre la intención de Herodiano de escribir una historia de setenta años a partir de la muerte de Marco Aurelio, no parece desacertado situar el nacimiento en una fecha cercana al 178 y la composición unos setenta años después, durante el rei­ nado de Filipo el Árabe (244-249) o en el de Decio (249-251). El año de nacimiento seguramente no estaría lejos del term inus post qu em defendido por Whittaker. Se ha observado (Poblocki, ob. cit., pág. 3) que el libro I se caracteriza por la atención que presta a acontecimientos espectaculares (juegos, fiestas, tumultos calle­ jeros), que sin duda impresionarían especialmente al muchacho que entonces debía ser Herodiano. N o haría mucho que habría cumplido los catorce años cuando tuvieron lugar los Juegos de Cómodo y debieron llamarle la atención los animales que enton­ ces vio por primera vez y que antes sólo había podido admirar en los grabados (1.15.4); seguramente eran los primeros juegos a los que asistía. Pero G. Alfóldy («Herodians Person», A n cien t Society 2 (1971), 205-206) no está de acuerdo con la tesis de Whittaker; no cree que Herodiano asistiera a los juegos del 192 y piensa que su reía-

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to se basa en Dión Casio. El libro I no reflejaría por tanto la pro­ pia experiencia del historiador cuyo nacimiento habría tenido lu­ gar hacia el 180 o incluso algo más tarde, durante el remado de Cómodo, en el que habría discurrido su niñez. De todas formas, si admitimos cualquiera de estas fechas — 178 o algo antes, 180 o los años subsiguientes— y situamos la compo­ sición setenta años después aproximadamente, nos vamos al final del reinado de Filipo o al de Decio, o sea, hacia el 250. Blaufuss (ob. cit., págs. 5-6), frente a otros investigadores de su época, ya pensaba que la composición había tenido lugar hacia el 250 y, cre­ yendo ver indicios de anterioridad a los juegos del 248, concreta­ ba la fecha en los años 246-7. Posteriormente se fue abriendo ca­ mino la tesis de la composición al final del reinado de Filipo (véanse los citados F. Cassola, art. cit., N.R.S. 41 (1957), 218, y C. R. Whittaker, ob. cit., Introd., pág. XV, y además, F. Grosso, ob. cit., pági­ na 35 y W . W idm er, ob. cit., págs. 70-71) frente a los que pensaban en el reinado de Gordiano III. Al final del reinado de Filipo se cumplían efectivamente los setenta años a partir de la fecha en que comienza la H istoria y la edad del historiador £tndaría asimismo por los setenta. Pero hay, además, una serie de circunstancias en la vida de Filipo de las que encontramos paralelos tratados favorablemente en la Historia de Herodiano. Por ejemplo, Herodiano mira favorablemente, a di­ ferencia de Dión Casio (LXXIX.41.2), a Macrino, emperador del orden ecuestre como era Filipo. Los dos eran prefectos del preto­ rio cuando se hicieron con el poder en condiciones muy semejan­ tes. Herodiano no criticaba a los emperadores que no pertenecían a la nobleza senatorial, como Pértinax y Macrino, y ponía la virtus por delante de la nobilitas (1.5.6, II.3.2-5, V. 1.6-8). Así, las palabras de Macrino en V.1.5 («Y que nadie me desdeñe ni consideréis un error de la fortuna el hecho de que yo, un miembro del orden ecuestre, haya alcanzado esta dignidad...») podrían aplicarse per­ fectamente a Filipo, cuyo gobierno fue un intento de acercamien­ to al senado como también lo quiso ser el de Macrino según pa­ tentizan sus palabras en V.1.4: «Mientras yo tenga el poder, todo el mundo vivirá sin temor y no habrá derramamientos de sangre; más que un gobierno personal será una aristocracia». Estas pala­ bras reflejan el tipo del optim us princeps preconizado por la doc­ trina estoica. Frente a la tiranía de un gobierno personal (regnum ) se propugna la aristocracia del senado y los a m ici en tomo al

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p rinceps (respublica). El gobierno en manos de una sola persona deriva hacia la tiranía, según leemos en VII. 10.2. Herodiano no tenía, pues, nada que objetar a Macrino en este sentido (V. 1.5-7, V. 1.1-2). Los reproches que le hizo fueron debidos a otras causas, como su debilidad y falta de decisión y su inclinación a la vida fácil (IV.12.1, V.2.4-6, V.4.12, V.5.2). Pero en este aspecto era muy diferente Filipo, hombre decidido y esforzado y general victorioso en su campaña del Danubio iniciada en el 245 y terminada en el 247 (véase Whittaker, ob. cit., Introd., pág. XVI). Durante el reinado de Filipo hubo, además, una ocasión ex­ traordinariamente oportuna para que los escritores contaran con el apoyo imperial para la publicación de sus obras. Nos referimos naturalmente a los Juegos Seculares del 248, que entonces cele­ braban el Milenario de la fundación de Roma. Se ha pensado (C. R. Whittaker, ob. cit., Introd., págs. X V II-X V III) que Herodiano habría aprovechado esta ocasión para dar a conocer su Historia. El anuncio de los juegos en él 247, cuando Filipo regresó de la campaña del Danubio, debió ser la causa de que Herodiano aca­ bara precipitadamente su obra a fin de presentarla en aquella ocasión tan señalada. Otros autores aprovecharon también la cir­ cunstancia. Asinio Cuadrato, por ejemplo, publicó una historia ti­ tulada C h ilieterís (M ille n iu m ), que iba desde los orígenes de Roma hasta el reinado de Severo Alejandro (véase Schwartz, R. E. PaulyWissowa 31, 1603-1604). Se ha observado a este respecto el am­ biente de fin de siglo que se respira en la introducción de la H isto­ ria de Herodiano (por ej., 1.1.4). Frente a la tesis de la composición durante el reinado de Fili­ po, algunos autores piensan en el reinado de Decio o en una época un poco posterior incluso. R. L. B urrow s (Prolegom ena to Herodian, Diss., Princeton Univ.-Ann Arbor, 1956, pág. 13), por ejem­ plo, sugiere el reinado de Decio (hacia el 251), pero el argumento en que se apoya es inconsistente. Supone que Herodiano, a imita­ ción de Heródoto, estaba preparando un noveno libro, con el que habría abarcado los setenta años. Es una teoría sin fundamentar y podemos pensar igualmente que en el octavo habría puesto fin a su obra, en cuyo caso su modelo, si es que realmente lo había en un aspecto como éste, sería Tucídides. En oposición a Whittaker se sitúa G. Alfóldy (art. cit., pági­ nas 210-219), quien, aun reconociendo las condiciones favorables del 248 para la aparición de la H istoria, descarta la publicación

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durante el reinado de Filipo. La razón principal seria ia imagen desfavorable de los prefectos del pretorio, cargo que desempeña­ ba Filipo antes de vestir la púrpura imperial: Perennis, Cleandro y Plauciano conspiran contra su emperador (cf. supra, pág. 14). Otros son comparsas de su corrupción, como el danzante a quien Heliogábalo puso al frente de los pretorianos (V.7.6), o secuaces de su crueldad, como aquel Vitaliano a quien el pueblo odia (VII.6.4). Herodiano parece olvidarse de prefectos prestigiosos como Papiniano y Ulpiano y acentúa los rasgos negativos de otros como Pe­ rennis (véase G. M. Bersanetti, «Perenne e Commodo», Athenaeum 29 (1951), 151-170) y Plauciano, quien, según Dión Casio (LX XVII. 3.1), habría sido victima de una maquinación de su yerno Caracalia, versión que Herodiano conocía (III. 12.3-4) y que rechazó. Pero a este argumento de Alfóldy se puede objetar que también apare­ cen prefectos del pretorio a quienes Herodiano no mira con malos ojos. Hemos visto el caso de Macrino, cuyo paralelo con Filipo precisamente destacaba Whittaker como argumento a favor de la composición durante el reinado de Filipo. Podemos pensar tam­ bién en Leto (1.16.5,1. 17.4,1.17.7-11, II.1.3, II.2.1, II.2.5), en Adven­ to (IV.12.1, IV.14.2) y en Juliano (V.4.3, V.4.4). Además de argumentar en contra de la aparición de la H istoria durante el reinado de Filipo, G. Alfóldy propone una serie de razo­ nes en apoyo de su tesis de llevar la composición al reinado de Decio o incluso a una fecha posterior. Si Whittaker cree que Fili­ po respondía al tipo de op tim u s princeps preconizado por sofistas y filósofos por el que se interesa Herodiano, Alfóldy piensa que este tipo ideal se refleja mejor en la figura de Decio. Si Whittaker insiste en el paralelo entre Filipo y Macrino, Alfóldy piensa que Decio era para Herodiano un nuevo Pértinax, emperador por el que el historiador sentía una gran admiración. Decio, como Pérti­ nax, era un h o m o novus que llegó a los más altos puestos tras una serie de ascensos regulares; de igual fama por sus hazañas militares, también era comparable su actitud favorable al senado. Decio, además, era originario de Panonia, donde Pértinax era recordado especialmente como excelente general y gobernador por­ que «había dado pruebas de una valentía sin límites en los comba­ tes contra el enemigo, y había ofrecido a sus subordinados mues­ tras de benevolencia y honradez unidas a un mando moderado y ecuánime» (11.9.9). Alfóldy observa asimismo que Herodiano trató con un interés especial a las legiones de Panonia (II.9.11, 80.-2

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II.10.5, II. 10.8, III.4.1, III.6.6, VI.6.2), interés superior al que mues­ tra por otras legiones, y ve en esta circunstancia un reflejo de la propaganda imperial y un homenaje indirecto a Decio, que, ade­ más de ser panonio, había sido proclamado emperador por el ejér­ cito del Danubio. Se ha observado, sin embargo, que al mismo tiempo que Herodiano ensalza las cualidades físicas y militares del ejército ilirio, no les concede agudeza y vivacidad de espíritu (II.9.11), lo que parece invalidar el argumento de Alfoldy (S. Joubert, ob. cit., pág. 133). En realidad se refiere a la simplicidad frente a la astucia, a la incapacidad intelectual para descubrir la malicia o el engaño en palabras o acciones, lo que en las descripciones étnicas caracterizaba a los pueblos semibárbaros del norte, que se distinguían por su fuerza, frente a los civilizados pueblos orientales. G. Alfoldy plantea también la posibilidad de que la composi­ ción de la H istoria tuviera lugar después de la muerte de Decio, en el año 253 concretamente. Entre otros argumentos más discuti­ bles se refiere al proyecto de división del imperio entre un impe­ rio de Oriente y otro de Occidente que idearon Caracalla y Geta (IV.3.5-7). Para Alfoldy este proyecto era fruto de la imaginación de Herodiano, inspirado por la separación de facto que en el año 253 realizaron Valeriano y Galieno, cuando cada uno a efectos mi­ litares se ocupó de una parte encargándose Valeriano de Oriente y Galieno de Occidente. Alfoldy se apoya en la falta de informa­ ción sobre el proyecto de Caracalla y Geta; ni Dión Casio ni los Scriptores Historiae Augustae nos hablan de ello. Algunos investi­ gadores, sin embargo, piensan que por esta iónica razón no debe descalificarse la posible realidad del proyecto. W. W idm er (ob. cit., págs. 36-37, n. 165) sospecha que Herodiano tenía informaciones muy directas respecto a los hechos de 211-212, posiblemente debi­ do al puesto que entonces debía ocupar en el servicio imperial (1.2.5). El proyecto de Caracalla que nos presenta Herodiano era además de mayor alcance que las divisiones militares de Galieno, por lo que no parece probable que Herodiano imaginara el pro­ yecto de Caracalla y Geta bajo la influencia de los sucesos del 253 (S. Joubert, ob. cit., pág. 135).

En conclusión, la investigación sobre Herodiano es­ tá dividida en dos tendencias respecto a las fechas de nacimiento del historiador y de composición de la His-

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toña. Para unos habría nacido en torno al 170; para otros hacia el 178-180. La composición habría tenido lugar, según unos, durante el reinado de Gordiano III (238-244); para otros no es admisible una fecha anterior al 244. Éstos se dividen en tom o a dos tesis: unos piensan en los últimos años del reinado de Filipo el Árabe (244-49), y otros en el reinado de Decio (249-51) o incluso des­ pués de su muerte (por el 253). La composición durante la época de Gordiano parece inaceptable si se piensa en una fecha de nacimiento en tom o al 178-180 y en el proyecto de Herodiano de escribir una historia de setenta años. Hemos visto, además, que el análisis de la Historia nos ofrece una serie de razones que nos lle­ van a la conclusión de que la obra de Herodiano hubie­ ra resultado peligrosa en tiempos de Gordiano III. Si aceptamos esta conclusión, vamos, como se ha visto, a los reinados de Filipo el Árabe o de Decio o a los años subsiguientes. Posiblemente en el reinado de Filipo y, concretamente, en ocasión de los Juegos del Milenario de Roma encontró Herodiano las condiciones favorables, según piensa Whittaker. Tal vez fue algo más tarde, co­ mo cree Alfóldy. Como vemos hay una serie de opciones por las que decidirse y que conviene tener presentes al analizar la Historia.

2.

Nacionalidad y posición social

Una vez enmarcada la vida de Herodiano y analiza­ das las teorías sobre las fechas de nacimiento y de la composición de la Historia, podemos referirnos a otros temas biográficos tan importantes como su nacionali­ dad y posición social. Hemos visto que son temas en los que la precisión resulta difícil debido a la fidelidad con la que Herodiano siguió el precepto historiográfico enunciado por Luciano (cf. supra, págs. 7-8). El historia­

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dor fue efectivamente xénos kai ápolis en sus libros, puesto que su propia identidad quedó oculta por cum­ plir con su propósito de no adular ni honrar a empera­ dores, ciudades o particulares (1.1.2). Del mismo modo que no conocemos con exactitud las fechas de su nacimiento y de su muerte, tampoco tenemos datos precisos ni sobre su origen, ni sobre su posición social y cargos que desempeñó. Lo tratado {in­ teriormente sólo nos ha permitido llegar a la conclu­ sión general de que la vida de Herodiano debe enmar­ carse entre dos límites aproximados: 178-180 para el na­ cimiento y 248-253 para la composición de la obra. Pero en lo referente a otros datos biográficos seguimos entre hipótesis y dudas, pues la única fuente sigue siendo la Historia y nos faltan otros testimonios o alguna inscrip­ ción que pudiera confirmar las hipótesis. Respecto a su nacionalidad partimos de la única teo­ ría aparentemente segura, la de su origen griego u orien­ tal. J. Kreutzer (De Herodiano rerum romanorum scriptore, Diss., Bonn, 1881, págs. 7-11) analizó una serié de indicios en este sentido. Herodiano es un derivado del nombre griego Herodes (cf. infra, pág. 31). La Historia está escrita en griego y se dirige a un público que es griego u oriental; diversos pasajes (por ej.: 1.11.1,1.11.5, II. 11.8, IV.2.11, VI. 1.4, VII. 10.2, VIII.3.7, VIII.3.8) con­ firman que su público era griego en el sentido amplio que el término hoi Héllenes tenía entonces y, desde lue­ go, que no se trataba de gentes de Italia (véase II. 11.8: «Los Alpes, altísima cordillera, sin parangón en nuestra parte del mundo...»). Para referirse al emperador, Hero­ diano utiliza normalmente el término basileús según la costumbre griega, a diferencia de Dión Casio, que usa los términos autokrátór o kaisar. Esta circunstancia y el hecho de que destacara la figura de Cómodo debido a su sangre imperial (1.5.5, 1.17.12), hicieron pensar a Kreutzer en una mentalidad griega u oriental, no roma­ na.

INTRODUCCIÓN

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A partir de esta tesis se ha venido hablando normal­ mente del origen oriental de Herodiano, aunque se ha­ yan formulado algunas objeciones a los argumentos de Kreutzer. Blaufuss, por ejemplo, piensa que con estos argumentos se podría precisar la nacionalidad del pú­ blico más que la del historiador (Blaufuss, ob. cit., pági­ na 6: « Ñeque 1.11.1 ñeque 1.11.5 probatur, quibus locis id tantum firm atur Herodianum Graecis hominibus historiam composuisse»). Pero lo cierto es que arrancando del planteamiento general de un origen griego u orien­ tal se han formulado diversas hipótesis basadas en dis­ tintos pasajes de la Historia. He aquí estas teorías con sus principales argumentos y defensores: 1. Herodiano sería un egipcio de Alejandría (teoría defendida por A. Stahr, ob. cit., Introd.; E. Volckmann, ob. cit., pág. 9; J. de Poblocki ob. cit., págs. 2-3. Para Sievers, «Ueber das Geschichtswerk des Herodianos», Philologus 31 (1872), 636-7, Herodiano habría sido in­ cluso testigo de la matanza de Alejandría). El único ar­ gumento con el que cuentan los defensores de esta tesis es la descripción de la matanza de alejandrinos ordena­ da por Caracalla (IV.8.6-9, IV.9). El relato es tan vivo —argumentan— que hace pensar en que Herodiano es­ taba especialmente interesado o había sido testigo ocu­ lar del suceso, por lo que suponen que sería originario de aquella ciudad. Pero se les puede objetar sin dificul­ tad que su conclusión es precipitada e inconsistente, pues una tragedia de aquellas proporciones se prestaba a una descripción llena de viveza y colorido. Descrip­ ciones de este tipo eran, además, típicas del estilo de los sofistas, y parece que este pasaje de Herodiano —comparable a la descripción de la disolución de la guardia pretoriana por Septimio Severo (11.13)— consti­ tuye un ejercicio en este sentido: hay comentarios con­ vencionales como el de que el pueblo de Alejandría es «de natural irreflexivo y fácilmente influenciable»

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(IV.8.7) y el de que «los alejandrinos sienten una cierta propensión natural a la chanza...» (IV.9.2); encontramos conocidas expresiones estereotipadas, como la de IV.9.8: «tan grande fue la matanza que la desembocadura del Nilo... y la costa cercana a la ciudad quedaron comple­ tamente teñidas de rojo a causa de las corrientes de sangre que fluían a través de la llanura» (véase también Hdn. III.4.5 y Dión LXXVI.7.2) y la de «soldados arma­ dos contra gente sin armas» (IV.9.6; véase 1.12.7, II.5.3, II. 13.4, 11.13.11). Por otra parte el pasaje en el cual Herodiano explica las razones de la marcha de Caracalla a Alejandría (IV.8.6-7) parece incompleto y no da una explicación sa­ tisfactoria. Dice: «se puso en camino hacia Alejandría con el pretexto de que deseaba ver la ciudad fundada en honor de Alejandro y honrar al dios que aquel pue­ blo venera especialmente». Aquí esperábamos la antíte­ sis: «pero la verdadera causa era que...»; esta explica­ ción, sin embargo, no aparece: Whittaker (ob. cit., pági­ nas L X V II-LX V III) ha estudiado este pasaje analizando la correspondencia con Dión (LXXVII.22.1), donde se dice que Caracalla «partió para Alejandría ocultando su có­ lera y fingiendo que deseaba verlos». La comparación entre los dos pasajes permite llegar a la conclusión de que a partir de las palabras de Dión « epikryptómenos tén orgén» («ocultando su cólera»), se puede deducir la antítesis que Herodiano olvidó. Whittaker piensa que, cuando escribió el relato sobre la matanza de Alejan­ dría, Herodiano tenía presente, junto con alguna otra fuente, el pasaje de Dión, en el que se enfrenta el pre­ texto fingido a la verdadera causa que se oculta. Esto constituye una prueba más en contra de la singularidad de esta narración de Herodiano a partir de la cual se mantenía la tesis de la nacionalidad alejandrina del his­ toriador. N o hay, por tanto, argumentos concluyentes para defender la teoría de que Herodiano fuera alejan­

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drino, a pesar del atractivo de esta hipótesis que permi­ tía suponer que nuestro historiador era hijo del gramá­ tico Elio Herodiano, que había llegado a Roma durante el reinado de Marco Aurelio. Cronológicamente nada se opone a esta hipótesis, pero tampoco hay argumentos que la apoyen (véase W olf, ob. cit., praef. 35; Stahr, ob. cit., praef. 13; Poblocki, ob. cit., págs. 2-3). Otro argu­ mento inconsistente lo constituye la afirmación de He­ rodiano en el sentido de que Alejandría era la segunda ciudad del imperio (IV.3.7, VII.6.1), puesto que lo dice también de Antioquía (IV.3.7) y de Cartago (VII.6.1). 2. Según una difundida tesis Herodiano sería sirio, originario de Antioquía. Entre los partidarios de esta teoría están L. Kreutzer (ob. cit., pág. 8), K. Fuchs («Beitráge zur Kritik Herodians, IV -V III Buch», Wiener Studien 18 (1896), 180-200), Dopp (ob. cit., pág. 954), J. C. P. Smits (De Geschiedschrijver Herodianus en zijn Bronnen, Leiden, 1913, pág. 16), E. Hohl (Kaiser Commodus und Herodian, Sitzungsberichte der Deutschen Akademie der Wissenschaften zu Berlin, 1954, págs. 3, 5, 17) y E. C. Echols, quien en el mismo título de su traduc­ ción ya deja constancia de su preferencia por la hipóte­ sis siria (Herodian's o f Antioch History of the Román Empire from the death of Marcus to the accession of Gordian III, Berkeley, 1961). En opinión de Kreutzer Herodiano estaba mejor in­ formado sobre Siria que sobre cualquier otro lugar, y Antioquía, considerada también la segunda ciudad del imperio, fue el escenario de muchos sucesos de la His­ toria. El interés de Herodiano por los sirios se mani­ fiesta en sus frecuentes comentarios: «E l pueblo sirio es variable por naturaleza, predispuesto al cambio del poder establecido... Los sirios son por temperamento muy aficionados a las fiestas, y, en especial, los habi­ tantes de Antioquía» (II.7.9). «Los sirios son amigos de las bromas..., y se distinguen precisamente los de Antio-

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quía» (II.10.7). En III.11.8 dice de Saturnino: «era sirio y los orientales son hombres de muy fina inteligencia». Herodiano también paFece bien informado acerca de los hechos que se desarrollaron en Siria: guerra entre Níger y Septimio Severo, vida y personalidad de Heliogábalo, cultos de Emesa, etc. Precisamente la información que nuestro historiador demuestra sobre estos cultos ha servido de base a la teoría según la cual Herodiano estuvo en Emesa (véase G. W. Bowersock, «Herodian and Elagabalus», Y ale Classical Studies 24 (1975), 229-236). Todo este interés demostrado por Siria parece apo­ yar la tesis de un origen sirio, pero también podemos pensar que se debe simplemente al papel importantísi­ mo que tuvo Siria en realidad durante los años de los que se ocupa la Historia: dos emperadores, Níger y Macrino, se quedaron allí, sin dirigirse a Roma; allí se li­ bró la guerra entre Níger y Septimio Severo y fue la base de operaciones de Caracaila y Severo Alejandro en su guerra contra los partos. Es normal, por tanto, que fuera un tema importante en la obra de Herodiano. Contra la tesis siria se ha observado, además, que no es cierto que Herodiano conociera a fondo la histo­ ria y la geografía del Próximo Oriente (Cassola, art. cit., pág. 215; Whittaker, ob. cit., págs. XXV-XXVI; G. Alfóldy, art. cit., pág. 221). Se ha indicado, por ejemplo, que Herodiano parece ignorar la proclamación como Augusto de Diadumeniano, el hijo de Macrino, procla­ mación que tuvo lugar en Apamea, cerca de Antioquía (véase V.4.2). Hay errores en la cronología y la geogra­ fía de la campaña de Severo contra los partos (197-198); Herodiano no habla más que de un sitio de Hatra, cuan­ do, en realidad, hubo dos; confunde Arabia Félix y Ara­ bia Escenita (III.9.3-9); confunde asimismo a dos reyes de los partos, Vologeses IV y su hijo Artabano V (HI.9.10). Son errores que no resulta verosímil que los cometiera un sirio.

INTRODUCCIÓN

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También se ha señalado que Herodiano parece situar­ se aparte de los sirios cuando habla de ellos en III. 11.8 e incluso cuando se refiere a sus diferencias con grie­ gos y romanos (V.3.5). Por otra parte, los juicios sobre los sirios a los que nos hemos referido no son siempre favorables; siguiendo los tópicos de las descripciones étnicas (cf. supra 18) destaca su vivacidad de espíritu, pero en II.7.9 les reprocha su versatilidad. Debido a to­ das estas objeciones la tesis siria ha perdido adeptos y la investigación sobre Herodiano se ha dedicado a otras posibilidades, como la de que fuera originario de Asia Menor occidental. Pero antes de referimos a esta tesis conviene recordar la teoría de J. Blaufuss, que aposta­ ba por el origen griego de Herodiano. 3. En 1893 J. Blaufuss (ob. cit., pág. 7) defendía la tesis de que nuestro historiador, además de escribir en griego, era originario de la misma Grecia. Los argumen­ tos que daba eran los siguientes: a) Herodiano elogia la educación recibida por Geta y Alejandro, en la que la palestra y los ejercicios gim­ násticos propios de hombres libres tienen gran impor­ tancia (IV.3.3, V.7.5). Mamea quiere dar a su hijo, Ale­ jandro Severo, una educación griega y romana a la vez, intentando apartarlo del lujo oriental de Heliogábalo (V.7.5). b) En III.8.10 compara los Juegos Seculares con los Misterios de Eleusis, muy diferentes de las orgías egip­ cias y asiáticas. c) En IV .4.7 se refiere al donativo concedido por Caracalla tras el asesinato de Geta; lo hace en moneda ática (pentakosías drachmás Attikás). Pero a estos argu­ mentos se les puede objetar exactamente lo mismo que el propio Blaufuss objetaba a Kreutzer, o sea, que pue­ den probar la nacionalidad del público en lugar de la del historiador.

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4. Muy interesante es la teoría según la cual Hero­ diano podría ser originario de Asia Menor occidental (concretamente del noroeste-oeste de Anatolia, de las pro­ vincias del Ponto, Asia y Bitinia). Al sur de estas tierras pónticas está el Tauro, que, según Herodiano (III. 1.4), separa los pueblos del norte de los orientales (la misma línea divisoria que en la organización de Diocleciano se­ paraba las diócesis Oriens y Pontica). Hay razones para pensar que Herodiano —que cuando se refería a los pue­ blos orientales, de allende el Tauro, no parecía conside­ rarse perteneciente a ellos (III.11.8)— era originario de Asia Menor occidental o, por lo menos, que había resi­ dido bastante tiempo en aquella región, que podría ser también su lugar de retiro, si es cierta la hipótesis de que nuestro historiador se retiró a su país de origen (véase F. Cassola, art. cit., págs. 215-216; C. R. Whitta­ ker, ob. cit., págs. X X V I-X X V III; G. Alfóldy, art. cit., pá­ ginas 223-225). Es evidente el interés que Herodiano manifiesta por Asia Menor. Podemos pensar que contempló las mura­ llas de Bizancio por lo que dice en III.1.7: «Cuando al­ guien contempla las ruinas y los restos de la muralla que se conservan en la actualidad, todavía le es posible admirar la técnica de quienes primero la construyeron y la fuerza de los que más tarde la destruyeron». Su conocimiento de aquellas tierras se hace patente en una serie de descripciones detalladas como la de la cordille­ ra del Tauro (III. 3) y la de la bahía de Iso, en los límites entre Asia Menor y Siria (III.4.2-3). Uno de los argumen­ tos más interesantes lo constituye seguramente la fre­ cuencia con la que Herodiano cita ciudades del noroes­ te de Asia Menor en comparación con las referencias a ciudades de otras regiones semejantes (Whittaker, ob. cit., pág. X X VII). De aquella zona aparecen nueve ciu­ dades: Calcedón, Cízico, Ilion, Nicea, Nicomedia, Pérgamo, Perinto, Pesinunte y Bizancio, lo que es una

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proporción alta si pensamos que del resto de regiones griegas y orientales encontramos tan sólo referencias a once ciudades (aunque la frecuencia de Antioquía es muy alta) y que sólo aparecen cinco ciudades italianas y cuatro de provincias septentrionales y occidentales (véase índices). Parece, en suma, que Herodiano era buen conocedor-de Asia Menor y no se registran errores geo­ gráficos en sus descripciones de aquella zona. Por otra parte Cassola (art. cit., N.R.S. 41 (1957), 215-16) ha suge­ rido que Herodiano usa el término systéma (IV.10.3) —confederación política de varias ciudades en parte autónomas— en oposición a tó éthnos («provincia»), y que este término, systéma, en época imperial sólo se apli­ caba a algunos distritos de Anatolia occidental. Sería, por tanto, una prueba de la relación del historiador con Asia Menor. Whittaker (ob. cit., pág. X X V II) se interesa por la posible significación del uso de este término, pe­ ro insiste en que el pasaje de Herodiano tiene un signi­ ficado más amplio, no precisamente referido a las pro­ vincias y confederaciones de Asia Menor. El término systéma tenía también el significado general de «clan» o «sociedad». Otro argumento, por último, en favor de la tesis minorasiática sería la especial información que Herodiano parece poseer sobre la captura de Macrino en Calcedón, la capital de Bitinia (véase V.4.11 y com­ párese con Dión Casio, LXXVIII.39.5). De todas formas no ha aparecido una prueba defini­ tiva, y también en lo relativo a la patria de nuestro his­ toriador hemos de conformamos con hipótesis, en espe­ ra de nuevas pruebas o de tener la fortuna de que algún descubrimiento epigráfico nos proporcione la solución. En relación a la posición social también existen di­ versas hipótesis, aunque la teoría más extendida es la que considera a Herodiano un esclavo o un liberto im­ perial, funcionario de la administración pública. La in­ vestigación se basa en dos pasajes de la Historia. En

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1.2.5 dice: «yo he escrito una historia sobre los hechos posteriores a la muerte de Marco que vi y escuché du­ rante toda mi vida. Y en algunos de ellos participé directamente en mis puestos de servicio imperial y pú­ b lico» (metéschon en basilikais é démosíais hypéresíais genómenos). En el ya citado II. 15.7 insiste en su conoci­ miento personal de los sucesos relatados en su obra. A la partícula t de 1.2.5 se le ha dado una interpretación estric­ tamente disyuntiva, traduciendo la expresión de forma antitética como si existiera contraste entre el servicio imperial y el público. Cassola interpreta el pasaje en el sentido de que Herodiano estuvo en el servicio imperial y en la administación municipal en diferen­ tes épocas: «fu per un certo periodo al servizio dell'imperatore, per un altro al servizio di autoritá municipali (questo infatti deve significare il termine 6r|(iooíai: tutti gli studiosi interpretano «ca­ nche pubbliche», il che non avrebbe senso in antitesi con «imperiali»)» (art. cit., N uova R ivista S torica 41 (1957), 216). E. Hohl traduce «servicios imperiales o municipales» (ob. cit., pág. 5: «Kaiserlichen bzw. Kommunalen Dienstleistungen»), Pero H. G. Pflaum, en Revue des Études Latines 32 (1954), 450, señaló que la expre­ sión en basilikais t démosíais hypéresíais era equivalente a los términos latinos in caesareis et p u b licis officiis, y que se debía, por tanto, dar la traducción de «dans les bureaux palatins et publics de Rome»; se refería a los «puestos de servicio imperial y público» (Whittaker, ob. cit., vol. I, pág. 11: «during my imperial and public Service») sin que se m arcara una oposición entre los dos adjetivos. A partir de esta expresión se han formulado diver­ sas hipótesis sobre la carrera pública de Herodiano. Para unos habría sido un senador o un procurador ecuestre, mientras que otros prefieren pensar que fue un esclavo o un liberto imperial. Para Volckmann (ob. cit., pág. 6), por ejemplo, pertenecería a la clase senatorial; se basa en el conocimiento de Herodiano de un senatus con su ltu m tacitum , la resolución secreta tomada por el senado cuando eligieron como emperadores a Pupieno y Balbino (VII. 10.3). Pero este argumento es inconsistente, pues, además de que había filtraciones deliberadas de las resoluciones del senado, es improbable que el secreto se mantuviera durante diez años (Whit­ taker, ob. cit., pág. XX). Por otra parte, si comparamos la expe-

INTRODUCCIÓN

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riencia de ios asuntos senatoriales que muestran Herodiano y Dión Casio, la desventaja de nuestro historiador es evidente. Los lazos que ligan a Herodiano con el senado parecen más débiles que los de Dión, historiador que refleja claramente el espíritu de una élite senatorial que rechaza, por ejemplo, a un emperador ecuestre co­ mo Macrino, una actitud que no comparte Herodiano (cf. supra, pág. 15). N o parece, por tanto, probable que nuestro historiador fuera senador, aunque hubo incluso quien especuló con la posibi­ lidad de que fuera Ti. Claudius Herodianus, legado de Sicilia al que se refiere una inscripción (ILS 2938 = CIL X 7286. Véase E. Sommerfeldt «Z u r Frage nach der Lebensstellung des Geschichtschreibers Herodian», Philologus T i (1914-1916), 568-570, quien plan­ tea y rechaza dicha posibilidad). Es bien conocido, sin embargo, que en la historiografía roma­ na hay una larga tradición de escritores que, aunque ellos mismos no fueron senadores, contaron con el patronazgo de familias sena­ toriales. En el siglo m, por otra parte, hubo una gran movilidad entre la clase senatorial y la ecuestre, y no todos los senadores coincidían en sus opiniones; no había una postura única represen­ tativa de la clase senatorial, por lo que podemos pensar que Hero­ diano y Dión eran representantes de tendencias diferentes. Dión reflejaría la form a de pensar de la antigua élite senatorial, mien­ tras que Herodiano estaría más cerca de sectores nuevos del sena­ do y de la clase ecuestre. Según esto cabría que nuestro historia­ dor hubiera ascendido a senador como Elio Antípater, el ab epistulis frigio de Septimio Severo a quien el emperador ascendió in ter consulares (Filóstrato, ob. cit., 11.24.607), o como el sofista Apsines de Gadara, contemporáneo de Herodiano, que fue honra­ do con los ornam enta consularia (P I R 2 A 137, 978. Véase Whit­ taker, ob. cit., págs. X X -X X I), pero podía haber sido simplemente un procurador ecuestre como pensaron R. Sievers (art. cit., P h ilo ­ logus 26 (1867), 30-31) y E. Sommerfeldt (art. cit., págs. 568-570). En el caso de que Herodiano fuera un procurador ecuestre, el tér­ mino «público» de 1.2.5, según la interpretación de Cassola (art. cit., 216), podría referirse al servicio como magistrado municipal en una carrera que lo promocionaría hasta el servicio imperial en Roma. Pero en las hipótesis de que Herodiano fuera senador o procu­ rador ecuestre se olvida el significado del término hypéresta, que no suele aplicarse a altos funcionarios. En la H istoria Herodiano

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nunca utiliza este término para referirse a funciones elevadas co­ mo el consulado, la prefectura del pretorio o la urbana, el gobier­ no de una provincia, etc., designadas normalmente con los térmi­ nos arché, exousía, hegem onía. La palabra hypéresía es aplicada p or lo general a cargos inferiores, como son los a u licu li al servi­ cio del palacio (II.5.3, V.8.2). En otros pasajes aparece referido a actividades serviles como el aprovisionamiento de las tropas o el transporte de vinos (VEL8.ll, VIII.4.4), e incluso encontramos el término aplicado a los bajos y vergonzosos servicios de los adu­ ladores de Geta y Caracalla (III. 13.6) y a «servicios desleales» (111.12.12. Véase Blaufuss, ob. cit., págs. 9-10). Lo mismo ocurre con la palabra hypérétai, servidores, que aparece tanto en el senti­ do propio como en el figurado con significados de escasa altura (II.8.5, II.10.2, II.10.3, III.15.2, IV. 1.1, IV.5.4, IV.6.1, IV.13.4, V.8.8, VII.5.6, VII.7.3). Generalmente se refiere a esclavos o a libertos del servicio imperial. F. A. W olf, en el prólogo de su edición, ya sostenía la tesis de una posición social humilde de Herodiano; no imaginaba a Herodiano con experiencia senatorial, jurídica o militar. Posterior­ mente otros autores, con fundados argumentos, han defendido la tesis de que Herodiano era un liberto (A. v. Domaszewski, A rch iv f. Religions-wissenschaft 11 (1908), 237, n. 1; Dopp, ob. cit., pági­ nas 954-955; H. G. Pflaum, art. cit., pág. 450; Grosso, ob. cit., pági­ nas 34-5, 42; C. R. Whittaker, ob. cit., págs. X XI-XXII). Herodiano estaría en la línea de libertos imperiales que fueron historiadores como fueron los casos de Timágenes, esclavo de Pompeyo, de C. Julio Higinio, liberto de Augusto, de Flegón de Tralles, liberto de Adriano, y de Crisero, liberto de M arco Aurelio, autor de una His­ toria que acababa en el año 180, fecha en la que principiaba la narración de Herodiano. El origen servil de nuestro historiador puede deducirse de su propia obra, y se han señalado una serie de argumentos, además de los citados en torno a 1.2.5, en este sentido: a) El hecho de una falta de visión política más amplia y de fijar una especial atención en las intrigas y personajes de la corte es algo típico de un historiador liberto. b)

Su conocimiento detallado de los sucesos ocurridos en pa­

lacio permite pensar que Herodiano estaba al servicio del palacio imperial (véase 1.13.1 y IV. 1.5).

INTRODUCCIÓN c)

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La «mentalidad fiscal» que observó Cassola (N u ova Rivista

Storica 41 (1957), 221-2) en pasajes como 1.14.2-3, VII.3.4-5, Vü.12.6, era característica de los libertos, en cuyas manos estaban las fi­ nanzas y los negocios de Roma.' d) Resulta más difícil deducir la función concreta que desem­ peñó Herodiano. C. R. Whittaker (ob. cit., págs. XX II-X X III), sin embargo — basándose en los usos de los términos hype resta e hypérétés (véase D. Magie, D e R o m a n o ru m iu ris p u b lici sacrique vocabulis sollem nibus in graecum serm onem conversis, Diss., Leipzig, 1905)— señala que el uso más común de hyperétes equivale al tér­ mino latino apparitor. Los apparitores eran funcionarios inferio­ res, entre los que se encontraban los ayudantes del emperador y los diversos escribas a cuyo cargo estaban los libros del tesoro. Whittaker piensa que la expresión dém osía hypéresía significaría que Herodiano estaba al servicio del tesoro público (aerarium tó démósion. Véase D. Magie, ob. cit., pág. 61, y Hdn. II.4.7, II. 11.7), mientras que hyp&resía basiliké se referiría al servicio de appari­ tor Caesaris. La función y la posición social de estos apparitores están de acuerdo con los argumentos expuestos y explican el inte­ rés de Herodiano por los temas fiscales. Sus funciones le habrían permitido, además, vivir en la corte, viajar por las provincias y tener acceso a algunos documentos senatoriales, todo lo cual le facilitaría la información para su H istoria. Por otra parte estos libertos compartirían los intereses de clase media de las familias senatoriales y ecuestres de Roma, como se refleja perfectamente en la H istoria, y ellos mismos podrían ascender a posiciones más elevadas (véase H. G. Pflaum, Les carriéres procuratoriennes équestres sous le haut-em pire rom ain, París, 1960-61, nn. 174 y 352). A partir de los datos que tenemos es difícil también en este caso llegar a conclusiones más precisas. Conviene, finalmente, anotar unas referencias sobre el nombre de nuestro historiador. H eródianós es un derivado de Héródes, pe­ ro, así como Herodes es frecuente en todas las regiones donde se hablaba el griego, Herodiano está menos atestiguado (véase «H e­ rodes» y «H erodianus» en R. E. Pauly-Wissowa). Entre los que se llaman Herodiano encontramos algunos casos interesantes, que po­ drían tener alguna relación con el historiador: a) Herodiano de Alejandría, gramático del siglo n (véase R.E., «Herodianus», VIII, pág. 959).

32

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO b)

Originario de Egipto es también un Aurelius Herodianus

Ptolomaeus (C IL V I 13126), que fue guardia pretoriano y murió en Roma. c) Se pensó que el ya citado Ti. Claudius Herodianus, un senador que fue gobernador de Sicilia, tuviera algo que ver con nuestro historiador. Pero hemos visto que no era probable que Herodiano fuera senador; por otra parte se ha señalado que su conocimiento de Sicilia era imperfecto (Whittaker, ob. cit., X X X V X X X V I). Este Ti. Claudius Herodianus pertenecía seguramente a la familia de Herodes Ático, familia relacionada con los Gordia­ nos, una razón más en contra de que fuera nuestro historiador (cf. supra, págs. 13 y 29). d)

En Coloe, en Asia Menor, apareció una inscripción (IGRR

IV 1613) que en el año 256 hizo grabar un tal Aurelius Herodianus en la tumba de su familia. Tenía hijos y nietos, por lo que debía ser de edad avanzada, parecida a la que tendría nuestro historia­ dor si aún vivía. Esta inscripción ha dado pie a una interesante hipótesis (véase G. Alfóldy, art. cit., pág. 226), según la cual este Aurelius Herodianus podría ser un pariente de nuestro historia­ dor, que llevarla también el nombre de Aurelius si era hijo de un liberto de M arco Aurelio o de Cómodo. Incluso podría tratarse del mismo historiador que todavía siguiera vivo en el 256. La zona en que apareció la inscripción corrobora la hipótesis, pues coinci­ de con una de las teorías más verosímiles sobre la patria de Hero­ diano. De todas formas tampoco podemos permitimos aquí una conclusión definitiva, pues las inscripciones aparecidas hasta el momento no nos ofrecen pruebas concluyentes. Herodiano sigue siendo xénos kai ápolis y su identidad queda entre penumbras.

3.

La «H istoria». Análisis general. Plan de la obra, mé­ todo y cronología

En la formulación de propósitos con la que Herodia­ no inicia su obra quedan claros una serie de puntos. La verdad y la exactitud en la investigación histórica son más importantes que el aplauso; por ello no quiere aceptar ninguna información sin pruebas ni testigos y que no se ajuste a la verdad. Su Historia se refiere a

INTRODUCCIÓN

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hechos contemporáneos, que están al alcance de la me­ moria de los lectores de su tiempo. Piensa, además, que será del agrado de lectores posteriores, pues considera que el objeto de su investigación es un período excep­ cional por el sinnúmero de situaciones cambiantes y sor­ prendentes que se han sucedido en un corto tiempo; es una época intensa de la que no se encuentra parangón ni en períodos más largos. Entre los elementos sorpren­ dentes destacan las vidas de los emperadores, que fue­ ron también más numerosos de lo que el período exigía. El plan de la obra de nuestro historiador es, precisa­ mente, relatar lo que ocurrió durante cada una de las desiguales actuaciones de estos emperadores ordenan­ do los hechos cronológicamente y por reinados, katá chrónous kai dynasteías (1.1). Su intención es, por tanto, que los acontecimientos se sucedan en el relato de acuer­ do con el orden en el que tuvieron lugar, estructurán­ dolos, además, por reinados dentro de un marco gene­ ral que, según hemos visto, es el de su propia vida y cuyo inicio coincide con la muerte de Marco Aurelio (1.2.5). Al final del libro II Herodiano reflexiona de nuevo sobre el plan de la obra y sobre su método. Afirma que su objetivo es el relato sistemático de un período que abarca el reinado de muchos emperadores (ya vimos la polémica originada por el «setenta» de este pasaje y el «sesenta» de 1.1.5) e insiste en que se refiere a aconteci­ mientos de los que tiene conocimiento personal. Quiere que su narración siga un orden cronológico y que sea selectiva; refiriéndose a la época de Septimio Severo di­ ce que sólo se ocupará de las acciones más sobresalien­ tes, evitando toda adulación o elogio inmerecido, pero sin omitir nada que sea digno de mención o de recuer­ do (II. 15.7). En resumen, las principales preocupaciones de Herodiano, según estos dos pasajes, son: 8 0 .— 3

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

la verdad y la exactitud en el análisis del período en el que ha transcurrido su vida, período singular que considera de gran interés para lectores posteriores, la sistematización de los acontecimientos por orden cro­ nológico y por reinados, la selección de los hechos más sobresalientes evitando exageraciones y omisiones. Al analizar la Historia, deberemos recordar estas preocupacio­ nes de nuestro historiador y ver hasta qué punto ha sido fiel a sus propósitos. Herodiano distribuyó los reinados que se sucedieron entre los años 180 y 238 en ocho libros, según el siguiente plan general: L ib r o I:

De la muerte de Marco Aurelio a la muerte de Cómodo, con la que finaliza la dinastía de los Antoninos (marzo 180-31 diciem­ bre del 192). L ib r o II:

Reinado de Pértinax (1 enero-28 marzo del 193). El trono imperial es puesto «en venta» por los pretorianos. Reina­ do de Didio Juliano en Roma (finales de marzo-principios de junio del 193). Proclamación de Pescenio N íger en Siria (fines de abril del 193). Proclamación de Septimio Severo en Panonia (a mediados de abril del 193). Llegada de Séptimo Severo a Roma (a principios de junio del 193). Didio Juliano es asesinado. Preparativos de la campaña contra Níger. Para asegurarse la fidelidad del ejército de Bretaña, nom­ b ra César a Clodio Albino. L ib r o III:

Guerra en Oriente entre Septimio Severo y Pescenio N íger (julio 193-noviembre 194). Muerte de Níger. Severo marcha contra Albino al que derrota en Lyon (197). Continuación del reinado de Septimio Severo tras la muerte de sus rivales: Campaña de Oriente (197-202). Regreso a Roma (202). Conspiración de Plauciano (205). Rivalidad de los hijos .de Seve­ ro: Caracalla y Geta. Campaña de Bretaña (208-211). Septimio Severo muere en York (4 de febrero del 211).

INTRODUCCIÓN

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L ib ro IV:

Reinado común de Caracalla y Geta (febrero 211-febrero 212). Re­ greso a Roma (mayo 211). Discordia entre los hermanos. Geta es asesinado. R e in a d o de Caracalla solo (febrero 212-abril del 217). Expedicio­ nes a Germania y a Oriente. Caracalla es asesin ad o. P ro c la m a c ió n de Macrino (abril 217). Lucha de Macrino contra los p a rto s (verano/otoño del 217. Cf. infra, IV. 15, nota 359). L ib ro V: C o n tin u a ció n y fin del reinado de Macrino (verano/otoño del

217-mayo/junio del 218). Intrigas de Mesa en Emesa para colocar en el trono a Heliogábalo. Reinado de Heliogábalo (mayo del 218-marzo del 222). Sus extravagancias provocan su muerte a manos de los pretorianos. L ib r o VI:

Reinado de Severo Alejandro (marzo del 222-marzo del 235). In­ fluencia de su madre, J. Mamea. Asesinato de Severo Alejandro y de Mamea. El ejército proclama a Maximino: el prim er emperador-soldado (marzo del 235). L ib ro VII:

Primera época del reinado de Maximino (marzo del 235-marzo-abril del 238). Reinado de Gordiano I y de Gordiano II (marzo del 238). Proclamación de Pupieno y Balbino (a primeros de abril del 238). L ibro VIII:

Continuación y fin del reinado de Maximino, que es asesinado en Aquileya (marzo-abril 238-mayo-junio del 238). Reinado de Pupieno y Balbino (abril 238-julio del 238). Los pretorianos asesinan a Pupieno y Balbino y proclaman a Gor­ diano III (a primeros de julio del 238). Esta distribución de la H istoria en ocho libros fue sin duda obra de Herodiano, que solía acabar los libros con una simple fórmula de conclusión (III. 15.8, V.8.10), acompañada a veces de una reflexión (1.17.2, VI.9.8, VIII.8.8), o con el anuncio de lo que iba a ser el tema del libro siguiente (II. 15.7), procedimientos que podían combinarse (VII. 12.9). Además, a partir del libro II, inicia­ ba sistemáticamente cada libro con un resumen del anterior.

36

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO En lo referente a la sistematización por reinados, lo primero

que puede observarse es la tendencia a que los reinados de los diversos emperadores queden contenidos dentro de los límites de un solo libro: Cómodo (libro I), Pértinax (II), Didio Juliano (II), Geta y Caracalla (IV), Heliogábalo (V), Severo Alejandro (VI), Gor­ diano I y Gordiano II (VII). Las excepciones a esta tendencia se dan sólo en los relatos de tres periodos: 1.

abril 193-noviembre 194: Septimio Severo y Pescenio N íger

(libros II y III). 2. abril 217-febrero 218: Macrino (libros IV y V). 3.

año 238 hasta la proclamación de Gordiano III: Maximino,

Pupieno y Balbino (libros V II y VIII).

a)

193-194: años de guerra civil tras la muerte de Pértinax,

en los que varios emperadores luchan por el poder. El relato de este periodo se inicia en el libro II y termina en el III. El libro II, después de ocuparse de la figura de Pértinax y de su breve reinado (II. 1-5) entra en la época en la que se va a luchar por el imperio puesto «en venta» por los pretorianos y presenta a los emperadores rivales: Didio Juliano (II.6), Pescenio N íger (II.7-8) y Septimio Severo (II, 9-10); viene luego la marcha de Severo hacia Roma, el asesinato de Didio Juliano y la llegada a Roma con el castigo a los asesinos de Pértinax (11.11-14), para terminar con los preparativos de la expedición a Oriente contra Níger (11.14-15). La guerra entre Septimio Severo y Pescenio Níger, la derrota y la muerte de éste (noviembre del 194) ya se encuentran en el libro III (III. 1-4). Tras la victoria sobre su rival de Oriente, el resto del libro III está consagrado a Septimio Severo, figura central en rea­ lidad de los libros II y III. Encontramos, pues, en este caso el reinado de un emperador cuyo relato se extiende a lo largo de dos libros. También aparece en los dos libros el que fue su rival durante año y medio aproximadamente (abril 193-noviembre 194: Hdn. II.7-III.4. Véase Whittaker, ob. cit., vol. I, págs. 192 n. 2 y 274 n. 1). La disposición de los acontecimientos de estos años 193-194 que presenta la H istoria puede explicarse por la particular inten­ sidad de este período, en el que asistimos a la proclamación casi simultánea de tres emperadores y presenciamos el progresivo triun­ fo de Septimio Severo sobre sus rivales. En el libro II nos encon­

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tramos en diversos escenarios casi al mismo tiempo: en Roma Di­ dio Juliano es proclamado a fines de marzo; Pescenio Niger lo es en Siria y Septimio Severo en Panonia, ambos durante el mes de abril. En seguida se destaca la figura de Septimio Severo; la descripción de Herodiano lo presenta como el típico jefe enérgico al que sonríe la fortuna. «E ra entusiasta — dice— y bien dotado para las tareas de gobierno y, acostumbrado a una vida dura y agitada, resistía fácilmente las fatigas. Era, además, perspicaz en la reflexión y rápido en la ejecución de sus proyectos» (II.9.2). Los presagios le son favorables y aparece como salvador del imperio romano (II.9.3-7). V a recorriendo los distintos escenarios para im­ ponerse sobre sus rivales; mientras que en el libro II el marco geográfico es Occidente, en él libro III pasa a Oriente, desde don­ de más tarde, tras derrotar a Níger, regresará a Occidente para enfrentarse con Albino. Las proezas militares y la extraordinaria movilidad de Septimio Severo son objeto del elogioso comentario de Herodiano en el pasaje que sigue al relato de la victoria sobre Albino en el 197 (III.7.7-8). Esta excepcional capacidad de despla­ zamiento y las circunstancias históricas y geográficas a las que nos referimos son sin duda factores que influyen en la composi­ ción del relato de este período 193-194. Por otra parte, los sucesos subsiguientes al asesinato de Pértinax parecen estar dispuestos en una secuencia más dramática que cronológica. El orden de las proclamaciones no es, en principio, cronológicamente correcto. Pa­ rece como si Herodiano dejara para el final la presentación del triunfador, cuya energía y decisión contrastan con la apatía de sus rivales condenados al fracaso. Tras la exposición de las razo­ nes que explican el destino de N íger (II.8.9-10), se subrayan las virtudes de Severo (II.9.1-2). Puede pensarse que motivos de composición literaria están por delante de la cronología, pues sa­ bemos que Septimio Severo fue proclamado emperador con ante­ rioridad a la proclamación de N íger en Siria. La noticia de los acontecimientos de Roma debió llegar antes a Cam untum , donde se encontraba Severo, que a Siria, y, desde luego. Severo no pudo recibir noticias de Antioquía antes de su propio dies im p e rii mili­ tar que siguió inmediatamente a la recepción de la noticia de la muerte de Pértinax. La fecha del asesinato de éste fue el 28 de marzo del 193, la noticia debió llegar a Camunto unos diez días después, y la proclamación de Severo por las legiones de Panonia fue, según el Feríale D u ra n u m («The Feríale D u ra n u m », ed. por

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R. O. Fink, A. S. Hoey, y W . F. Snyder: Y ale Classical Studies 7 (1940), 1-122), el día 9 de abril. Sin em bargo el orden de la narra­ ción de Herodiano (11.7-8; ü.9.1-3) y las palabras que pone en boca de Severo (11.10.7) producen la impresión de que la procla­ mación de Severo hubiera sido posterior a la de Niger. Esta se­ cuencia, no obstante, podría explicarse pensando que Herodiano situaba el comienzo del imperio de Septimio Severo a finales de mayo, después del reconocimiento del senado. La confirmación del senado de la decisión de los soldados tuvo lugar, en efecto, a fina­ les de mayo, poco antes de la llegada de Septimio Severo; ante las noticias de su marcha sobre Roma el senado depuso a Didio Juliano y confirió a Severo la apellatio im peratoris (véase Vita Did ii Iu lia n i 8.7 y Dión Casio LXXIV.17. E l Feríale D uranum (11.10) da el 21 de mayo como dies im p e rii senatorial, fecha seguramente anticipada en unos diez días como explica Parsi (véase B. Parsi, D ésignation et investiture de l ’em pereu r rom a in — I " et //* siécles aprés J. C.— , París, 1963, págs. 166-168; C. R. Whittaker, ob. cit., vol. I, pág. XL1). Al utilizar el Feríale D uranum debemos tener presente que la composición de este calendario militar tuvo lugar durante el reinado de Severo Alejandro, en una época de respeto al senado, respeto que compartía Herodiano. Según esto la secuen­ cia de acontecimientos a la que nos referimos tendría una inten­ ción política; nuestro historiador habría considerado el dies im pe­ rii senatorial con preferencia al dies im p e rii militar, lo que en realidad no era asi tratándose de un emperador impuesto por el ejército (véase B. Parsi, ob. cit., pág. 155). Hay, en suma, un con­ junto de razones, de composición literaria, geográficas, históricas y políticas, que permiten explicar la disposición de los aconteci­ mientos del período 193-194 tal como los encontramos en los li­ bros II y III de la Historia. b) Otro reinado de un emperador cuyo relato se encuentra repartido entre dos libros es el de Macrino. Es u n 'íaso diferente al anterior. Septimio Severo era verdaderamente la figura central de gran parte del libro II y de todo el libro III, pero Macrino no constituye más que un enlace entre el reinado de Caracalla y la proclamación de Heliogábalo (desde IV.14 hasta V.4: abril 217-16 mayo 218, proclamación de Heliogábalo, y 8 jimio 218, derrota de Macrino). Esta disposición está impuesta sin duda por exigen­ cias de composición literaria. El libro IV se ocupa en su mayor parte de Geta y de Caracalla, que muere asesinado en el antepe-

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núltimo capítulo (TV.13.5). El asesino es un centurión de la escolta imperial que actuó por instigación de Macrino (IV. 13.2), uno de los prefectos del pretorio que tres dias después es proclamado emperador por el ejército. La necesidad y las exigencias del mo­ mento, más que la confianza y el afecto, movieron a los soldados (IV. 14.3). Artabano, rey de los partos, estaba avanzando contra ellos para vengarse del ultraje que le había inferido Caracalla durante el verano del 216 (IV. J 1.5-8). La proclamación de Macrino está, por tanto, ligada a la lucha contra los partos, que ocupa los dos últimos capítulos del libro IV y que acaba con un tratado de paz, que indemniza a Artabano, y con el regreso de Macrino a Antio­ quía (IV.15. Véase Whittaker, ob. cit., vol. I, págs. 464-467). Se tra­ taba de una situación provocada por Caracalla, situación que, si bien facilitó el acceso al poder de Macrino, le obligó a enfrentarse con un serio problema inmediatamente después de vestir la púr­ pura imperial. E l libro IV concluía, pues, con el fin de Caracalla y con una guerra suscitada por su vergonzosa actuación contra los partos cuyas consecuencias debe heredar su sucesor. Podemos decir, en suma, que este libro sólo comprende la parte del reinado de Macrino que se relaciona con Caracalla. En el libro V, por el contrario, ya nos encontramos con un Macrino independizado de la herencia de Caracalla. El marco geográfico también ha cambia­ do; de Mesopotamia se ha dirigido a Antioquía desde donde, como primera medida, dirige una carta a Roma (V.l). En Roma el sena­ do lo proclama em perador y el pueblo se alegra al verse libre de la difícil situación anterior (V.2.1). El programa de moderación, de seguridad y libertad que Macrino anunciaba en su carta empie­ za a ponerse en práctica con medidas de política interior (V.2.2). Pero en seguida la fortuna se trunca y aparecen las razones que explicarán el fracaso de aquel emperador procedente del orden ecuestre; se equivocó al no disolver las tropas y al no marchar rápidamente a Roma, y perdió el tiempo en Antioquía entre lujos que desagradaban a los soldados (V.2.3-6). A partir de aquí entran en escena las princesas fenicias, Mesa y sus hijas, que en Emesa preparan el camino a Heliogábalo (V.3). Llegan a Antioquía las noticias de Emesa y se precipita el final de Macrino (V. 4). Herodiano sitúa, por tanto, el reinado de Macrino como cami­ no de dos tramos entre los reinados de Caracalla y de Heliogába­ lo. El prim er tramo está en conexión con Caracalla: asesinato de éste y proclamación de Macrino, guerra heredada contra los par­

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tos; el marco es Oriente y la preocupación principal es la política exterior (libro IV). En el segundo tramo los errores de Macrino explican el fracaso de su política, a pesar de sus buenas intencio­ nes, y conectan con la proclamación de Heliogábalo. Aquí predo­ mina la política interior y el marco geográfico es, en buena parte, Occidente: Roma, donde el senado y el pueblo aprueban la procla­ mación de Macrino. Su permanencia en Antioquía, sin embargo, es el motivo que desencadena su derrota, como antes (II.8.9-10) había ocurrido con N íger (libro V). c)

Otros emperadores cuyo reinado no está contenido en un

solo libro son Maximino, Pupieno y Balbino, emperadores los tres en el 238, año crítico y complicado por el que se interesa Herodia­ no en los libros V II y VIII, la parte más lograda de su H istoria a juicio de algunos críticos (véase K. Dietz, Senatus con tra p rin cip em : Untersuchungen zu r senatorischen Opposition gegen K aiser M a xim in u s Thrax (Vestigia, Bd. 29), Munich, 1980, pág. 35). Estos libros V II y V III abarcan el período 235-238, desde el comienzo del reinado de Maximino hasta la subida al trono de Gordiano III, pero, en realidad, tras los tres primeros capítulos del libro VII, se centran en el 238, un año clave en la crisis del siglo ni, año de seis emperadores: Maximino, Gordiano I, Gordiano II, Pu­ pieno, Balbino y Gordiano III. La proclamación de Maximino (marzo del 235) se encuentra al final del libro VI, poco antes del asesinato de Severo Alejandro (VI.8.5-6). En el libro V II se inicia el relato del reinado de Maximi­ no y de las reacciones contra este emperador-soldado con el que comenzó el período de anarquía militar (235-284). La secuencia de acontecimientos tal como nos la presenta Herodiano es la siguiente: VII. 1-3: Relato de los tres primeros años del gobierno de Maxi­ mino. VII.4: Rebelión de la aristocracia latifundista africana (hacia fines de febrero o principios de marzo del 238). VII.5: Proclamación de Gordiano I. VII.6: Mensajes de Gordiano a Roma. Embajada para elimi­ nar a Vitaliano, comandante de la guarnición de Roma. VII.7: La revolución pasa a Roma y a las provincias (véase P. W . Townsend, «The revolution of A. D. 238: The leaders and their aims», Yale Classical Studies, 14 (1955), 3. The Geographical extent, 66-82.

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VII.8: Las noticias llegan a Sirmium, la actual Sremska Mitrovica, hacia el 21 de marzo. Maximino decide actuar contra Roma (23 marzo). Se pone en marcha (24 marzo). VII.9: En Cartago Capeliano, legado de Numidia, leal a Maxi­ mino, se enfrenta a los Gordianos. Muerte de Gordiano I y de su hijo. Gordiano II (hacia el 22 de marzo). VIL 10: Consternación en Roma por las noticias procedentes de Cartago (a primeros de abril). El senado nombra empe­ radores a Pupieno Máximo y a Balbino. El pueblo obli­ ga al senado a que proclame César a un nieto de Gor­ diano I, el futuro Gordiano III. VIL 11-12: Enfrentamiento en Roma entre el ejército y el pueblo. Se organiza la defensa contra Maximino. VIII. 1: Maximino llega a Emona (la actual Liubliana, al pie de los Alpes) hacia el 10. de abril. VIII.2: Después de cruzar los Alpes llega a Aquileya hacia el 20 de abril. Aquileya le cierra las puertas. VIII.3: Cris pino organiza la resistencia de Aquileya. VIII.4: Maximino prepara el sitio. VIII.5: Los esfuerzos de los asaltantes no prosperan. Un mes de asedio aproximadamente (desde fines de abril a últi­ mos de mayo o primeros de junio). Abundancia en Aqui­ leya y malestar en el ejército de Maximino. Asesinato de Maximino (a fines de mayo o, tal vez, a primeros de junio). VIII.6: Los jinetes que van a Roma a comunicar la muerte de Maximino se encuentran con Pupieno Máximo, que se dirige a Aquileya. Alegría en Roma. VIII.7: Pupieno Máximo llega a Aquileya. Estancia en Aquileya y regreso a Roma. VIII.8: El breve gobierno moderado de Pupieno y Balbino se ve truncado por la oposición del ejército. Brutal asesi­ nato de Pupieno y Balbino. Proclamación de Gordiano III (a primeros de julio del 238). Como vemos, el relato del reinado de Maximino se inicia en el libro V I con la proclamación, continúa en el V II y acaba en el VIII.5.9; se extiende, por tanto, a lo largo de tres libros. El rei­ nado de Pupieno Máximo y de Balbino comienza en el libro VII (VII. 10) y prosigue hasta el final del VIII. Herodiano dedica, pues,

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dos libros a estos emperadores cuyo reinado dura poco más de tres años en el caso de Maximino y unos tres meses en el de Pupieno y Balbino, unos meses del crucial 238 que ocupan la mayor parte de estos dos libros. La secuencia de hechos que encontra­ mos en la H istoria es una fiel traducción de la realidad y resulta evidente que la preocupación cronológica preside la composición de los dos libros. C. R. Whittaker afirm a con razón que «la com­ plicadísima cronología del año 238, entre la subida al trono de Gordiano I y la de Gordiano III, puede entenderse perfectamente siguiendo el testimonio de H erodiano» (C. R. Whittaker, ob. cit., vol. I, Introd., pág. XLQI). La revolución de Africa estalló cuando se cumplía el tercer año del imperio de Maximino (VII.4.1); a par­ tir de esta referencia podemos pensar que la rebelión y la procla­ mación de Gordiano I y Gordiano II tuvieron lugar en febreromarzo del 238, unos tres años después del 22 de marzo del 235, fecha de la proclamación de Maximino. Whittaker (ob. cit., vol. II, pág. 176) piensa en los últimos días de febrero o en los prime­ ros de marzo, mientras que R. A. G. Carson (Am erican N u m ism a tic S ociety C entennial P u blica tion, 1958, 134-57) sitúa la fecha de pro­ clamación de los Gordianos algo más tarde, hacia el 22 de marzo (con una diferencia de unos veinte dias que se mantiene para los acontecimientos subsiguientes). Las noticias sobre la rebelión de Cartago debieron llegar a Roma unos diez días después, o sea, hacia el 11 de marzo, si la rebelión fue el dia 1. Maximino, que estaba en S irm iu m , debió enterarse diez días más tarde, el 21 de marzo (véase VII.8.1), y, después de dos días de reflexión (VII.8.1), al tercer día (VII.8.3), el 23 de marzo anunció su decisión de mar­ char sobre Roma; al día siguiente (VII.8.9), el 24 de marzo, se puso en marcha. Coincidiendo con estos hechos en Africa morían los Gordianos (hacia el 22 de marzo), de suerte que las noticias sobre la decisión de Maximino y sobre la muerte de los Gordianos debie­ ron llegar a Roma de form a simultánea (toda esta cronología par­ te del supuesto de que el tiempo que se empleaba normalmente en los trayectos Cartago-Roma y Roma-Sirmium era de unos diez días). Inmediatamente (1 de abril) el senado nombró emperadores a Pupieno Máximo y a Balbino (VII. 10). Maximino debió llegar a Emona hacia el 10 de abril y por el camino se enteró sin duda de la caida de los Gordianos (VIII. 1.4-5). Llegó a Aquileya hacia el 20 de abril e inició el asedio que concluiría con su muerte, p ro ­ bablemente a finales de mayo. Un mes más tarde (hacia el 8 ó

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9 de julio) también morirían asesinados Pupieno y Balbino y Gor­ diano III sería proclamado emperador. Toda esta secuencia con­ cuerda perfectamente con la única fecha segura que tenemos: el 29 de agosto del 238. En esta fecha Gordiano III era el único Augustus y las monedas de Alejandría con el año I del reinado de Gor­ diano III ya habían sido acuñadas; las noticias de Roma, por lo tanto, debían haber llegado algo antes de esta fecha, dando tiem­ po a la acuñación (véase J. Vogt, D ie alexandrinischen Münzett, vol. I, Stuttgart, 1924, 193). El reinado de Pupieno y Balbino duró algo más de tres meses según diversas fuentes (Chronographus anni 354 — Mommsen, Chron. M in. 1.147— : 99 días; C h ron icon Paschale — 1.501 Bonn— : 100 días; Zonaras 12.17: tres meses). Si su proclamación fue el 1 de abril, su muerte debió ocurrir, como he­ mos dicho, hacia el 9 de julio. L a noticia de esta muerte y de la proclamación de Gordiano III llegaría, por lo tanto, a Alejandría a primeros de agosto (teniendo en cuenta que para el viaje RomaAlejandría eran necesarios unos veintiocho días). Se procedería entonces a la primera acuñación de monedas de Gordiano III, acu­ ñación corta como lo demuestra el escaso número de monedas halladas. (Para otros testimonios procedentes de Egipto cf.: POxy. 1433.11; P. W . Townsend, «A Yale Papyrus and a Reconsideration of the Chronology of the Y ear 238 A. D.», A m erican Journal o f Philology, 51 (1931), 62-66; J. R. Rea, Z e itsch rift fü r Papyrologie und Epigraphik 9 (1972), 1-19). En suma, cuando cotejamos la H istoria de Herodiano con otras fuentes, nuestro historiador nos parece la fuente más importante para el estudio de la cronología del 238 (cf. P. W . Townsend, art. cit., Yale Classical Studies 14 (1955), 49). Su valor es, desde luego, muy superior al de las biografías correspondientes a esta época de los S criptores H istoriae Augustae. La problemática sobre esta cronología podemos encontrarla en P. W . Townsend, «The Chro­ nology of the Year 238 A. D.», Yale Classical Studies 1 (1928), 231 y sigs.; C. E. van Sickle, «Som e Further Observations on the Chro­ nology of the Year 238 A. D.», Classical Ph ilo lo gy 24 (1929), 285-289. P. W. Townsend, art. cit., A m erica n Jou rn al o f P h ilo lo gy 51 (1931), 62-66; G. Vittucci, «Su lla cronología degli awenimenti dell' 238 d. C.¡», Rivista di F ilología e di Istruzione Classica 32 (1954), 372-382; R.A.G. Carson, art. cit.; C. R. Whittaker, ob. cit., vol. II, págs. 174 y sig., 186 y sig., 205, 212 y sig., 271, 285 y 309; X. Loriot, «Les premiéres années de la grande crise du IIP siécle: De l’avénement

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de Maximin le Thrace (235) á la mort de Gordien III (244)», Aufstieg und Niedergang d er R am ischen W elt 2, 1 (1975), 657-787; X. Loriot, «L es Fasti Ostienses et le dies imperii de Gordien III», Mélanges d 'h istoire ancienne offerts a W. Seston, París, 1974, 297-312. Una síntesis de las diversas cronologías propuestas se halla en el apéndice 1 del libro de Karlheinz Dietz, Senatus contra p rin cip e m (ob. cit., págs. 345-347).

Estos tres períodos a los que nos hemos referido ofre­ cen, pues, excepciones a la regla de que en la Historia los relatos de los distintos reinados no sobrepasan los límites de un libro. Son casos, valga la redundancia, ver­ daderamente excepcionales. En uno aparecen tres em­ peradores en un mes (de fines de marzo a últimos de abril del 193); en otro Roma tiene cinco emperadores en los cuatro meses que preceden a la proclamación de Gordiano III (de marzo a primeros de julio del 283). En el caso de Macrino hemos visto las razones por las que pensamos que el relato de su reinado se repartía entre los libros IV (Caracalla) y V (Heliogábalo). Pero, hay, además, algunos puntos que nos llaman la atención cuan­ do consideramos estos períodos dentro del conjunto de la obra de Herodiano. La Historia abarca en realidad cincuenta y ocho años y unos cuatro meses (desde el 17 de marzo del 180 al 9 de julio del 238). La parte co­ rrespondiente a los tres períodos en cuestión compren­ de en total seis años (abril 193 - noviembre 194: un año y siete meses; abril 217 -mayo/junio 218: un año y dos meses; marzo 235 - primeros de julio del 238: tres años y unos cuatro meses). Ahora bien, si nos fijamos en el espacio que ocupa el relato de estos seis años vemos que es de cuarenta y un capítulos (II.6.15, III. 1-4, IV.14-15, V.l-4, VI.9, VII. 1-12 y VIII.1-8), lo que supone mucho teniendo en cuenta que la Historia tiene en total noventa y nueve capítulos (a un período de tiempo que es aproximadamente un 10 % del total se dedica un es­ pacio de alrededor de un 40 %). Este desequilibrio re­ salta aún más si nos ceñimos, por una parte al período

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crítico de los tres emperadores hasta la muerte de Di­ dio Juliano y la llegada de Septimio Severo a Roma (fi­ nes de marzo - primeros de junio del 193), y, por otra, a los cuatro meses cruciales del 238 (desde marzo a pri­ meros de julio). Los dos meses del 193 ocupan diez ca­ pítulos y los cuatro del 238 se extienden a lo largo de diecisiete capítulos: unos seis meses en veintisiete capí­ tulos. (Herodiano dedica, pues, alrededor del 27 % de su Historia a un 0,8 % del tiempo abarcado). De estos cálculos podemos extraer la conclusión de que nuestro historiador se interesó más por los períodos críticos que por los largos reinados. No olvidó su preocupación por seleccionar los hechos más sobresalientes (II. 15.7) y su­ po comprender la importancia capital de los aconteci­ mientos del 238, de los que nos ofreció una acertada visión. En el relato de estos períodos, especialmente en el del 238, creemos apreciar, además, una atención más puntual de Herodiano a la realidad de los hechos y una mayor preocupación por la precisión cronológica, al me­ nos en lo que respecta a una secuencia correcta de los acontecimientos. Por el contrario, su preocupación pa­ rece menor cuando se trata de períodos más largos, en los que a veces nos sorprenden algunas omisiones, o cuando nos da cantidades como las de la duración glo­ bal de los reinados. En estos casos se ha observado la tendencia de Herodiano a redondear dichas cantidades: 1.17.12, Cómodo: 13 años; III.15.3, Septimio Severo: 18 años; IV. 13.8, Caracalla: 6 años; V.8.10, Heliogábalo: 6 años; VI.9.8, Severo Alejandro: 14 años; VII.4.1, Maxi­ mino: 3 años (cuando faltaban unos meses para concluir su reinado); la suma, sin contar el año de Macrino, por razones que expondremos a continuación, ni los meses de Pértinax, da los sesenta años que aparecían en 1.1.5 como duración total de la Historia, redondeando tam­ bién los cincuenta y ocho años y unos cuatro meses de

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su duración real. (Para las duraciones de los reinados cf. notas a 1.17.2, II.4.5, III.15.3, IV.13.8, V.2.2, V.3.1, V.8.10, VI.2.1, VI.9.3, VI.9.8 y VII.4.1). En algunos casos se ha pensado incluso en distracciones de Herodiano o en errores, que podrían imputarse también a la trans­ misión de los manuscritos (véase F. Cassola, «N ote critiche al testo di Erodiano», Rendiconti dell’Accademia di Archeoíogia, Lettere e Belle A rti di Napoli 38 (1963), 139-143). Así pueden explicarse los errores de bulto co­ mo son los casos de la duración de los reinados de Heliogábalo y de Severo Alejandro (seis y catorce años en la Historia frente a unos cuatro y trece, respectivamente, en la realidad: cf. notas a V.8.10 y a VI.9.8), aunque tam­ poco en estos casos faltan explicaciones que intentan justificar las cifras que nos da Herodiano (véase Whit­ taker, ob. cit., vol. II, pág. 73, n. 3). La cantidad que se refiere a Heliogábalo, por ejemplo, sería correcta en el supuesto de que el punto de partida para ella fuera la fecha de la muerte de Caracalla (abril del 217). Si esto fuera así, el asesinato de Heliogábalo (marzo del 222) habría tenido lugar efectivamente en el sexto año de su reinado. Este procedimiento de datación se basa­ ría en la damnatio memoriae de Macrino. Pensamos, ade­ más, que esto se relacionaría con lo que dijimos antes respecto a la distribución del reinado de Macrino en dos partes, una como prolongación del de Caracalla y otra ligada a la proclamación de Heliogábalo. Sería co­ mo si el reinado de Macrino no contara. En general Herodiano se preocupa más por la cro­ nología relativa que por la absoluta y las indicaciones de fechas exactas no son tan numerosas como desearía­ mos. Entre los procedimientos de datación que utiliza podemos señalar los siguientes: indicación del día (1.16.1, IV.15.4, VII.8.3, VII.8.9), del año (VI.2.1, VII.4.1), de las estaciones (V.5.3, VI.5.5, VII.4.2), de la edad (VII.5.2, VIII.8.8), de las fiestas (1.10.5,1.16.1-2, VIII.8.3) y de los

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momentos del día (II.2.2, II.2.10, II.5.2, III.4.4, VII.6.6, VII.6.7: son muy frecuentes las indicaciones de este ti­ po aplicadas, con un interés más dramático que crono­ lógico, a hechos como asesinatos, rebeliones, etc., en los que la hora —el amanecer, la noche...— parece jugar un papel importante). En las notas nos ocuparemos de algunos de estos pasajes con referencias cronológicas. Se ha reprochado a Herodiano la vaguedad de algu­ nas de sus indicaciones cronológicas (por ejemplo, K. Fuchs, art. cit., Wiener Studien 17 (1895), 248 y sig. y Wiener Studien 18 (1896), 229 y sig.; Whittaker, ob. cit., vol. I, Introd., págs. X L y sig.). A veces parece que escri­ be de memoria y con absoluta despreocupación utili­ zando expresiones como: «durante unos pocos años» (1.8.1), «no mucho después» (1.9.7), «después de uno o dos días» (II.6.3), etc. Imprecisiones como éstas y otras a las que ya nos hemos referido o a las que aludiremos en las notas no satisfacen a un historiador moderno, pero debemos pensar que la concepción cronológica de Herodiano, como la de muchos historiadores de la Anti­ güedad, era diferente de la nuestra. Lo importante era establecer un orden que hiciera inteligibles los aconte­ cimientos en su encadenamiento, y esto lo consiguió He­ rodiano a pesar de algunos errores e imprecisiones. En relatos como el del año 238 acertó plenamente y hoy debemos acudir a los libros V II y V III como fuente prin­ cipal e indiscutible. En otros casos nos encontraremos con algunas inexactitudes debidas a una serie de cau­ sas: carácter dramático de la narración y tendencia a la catalogación de sucesos con un criterio selectivo —causas de errores cronológicos y de omisiones—, exi­ gencias geográficas, históricas o políticas, insuficiente información del historiador respecto a algunos perío­ dos o acontecimientos, errores en la transmisión de los manuscritos... Pero, en conjunto, veremos que las im­ precisiones cronológicas de la Historia tienen una im­

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portancia mucho menor de lo que algunos críticos han querido suponer. Es posible que tengan una mayor importancia las omisiones, por las que Herodiano ha sufrido algunas criticas (véase Whittaker, ob. cit., vol. I, Introd., págs. X L V III y sig.). El mismo historiador, sin embargo, pare­ ce consciente de ellas cuando al final del libro II nos expone su método de investigación histórica. En un pa­ saje al que ya hicimos alusión (II. 15.6-7), refiriéndose al reinado de Septimio Severo dice: «Muchos historia­ dores y poetas, que han hecho de la vida de Severo el tema de toda su obra, han presentado con mayor ampli­ tud las etapas de esta expedición [contra Níger], los dis­ cursos que pronunció Severo en cada ciudad, la apari­ ción de frecuentes signos de la divina providencia, la descripción de los lugares recorridos, la disposición de las tropas... Pero mi objetivo es relatar sistemáticamen­ te los sucesos de un período... que abarca el reinado de muchos emperadores, sucesos de los que tengo cono­ cimiento personal. En consecuencia sólo presentaré una narración por orden cronológico de las acciones... más sobresalientes...». Es como si aquí Herodiano quisiera salir al paso de las omisiones que se le imputan, de las que precisamente hay varios ejemplos en el relato del reinado de Septimio Severo (III.5: omisión de la expedi­ ción contra los partos del año 195; III.9: tras la segunda campaña contra los partos, omite las visitas de Severo a Palestina, Arabia y Egipto —cf. Whittaker, ob. cit., vol. I, pág. 325, n. 4—; omisión del viaje a Africa en 203-204. Véase J. Hasebroek, Untersuchungen zur Geschichte des Kaisers Septimius Severus, Heidelberg, 1921, págs. 132-135). Son omisiones imputables en gran medida al carácter altamente selectivo de la Historia, al que se de­ bía asimismo la discordancia entre el tiempo historiado y el espacio que este tiempo ocupa en la obra. Todo ello motiva, sin duda, una cierta desigualdad en valor

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histórico y literario entre diversas partes de la Historia. Pero si es cierto que hay algunas omisiones importan­ tes, no es menos cierto que también hay informaciones que no aparecen en otras fuentes de la época (por ejem­ plo la insurrección de Materno en el año 187 —Hdn. 1.10—, confirmada por descubrimientos epigráficos y ar­ queológicos. Cf. L ’A nnée Epigraphique (1956), 90; Louis, Revue Archéologique 11 (1938), 253). Son informaciones importantes que compensan las omisiones. Una vez planteadas todas estas reservas respecto a su cronología y a sus omisiones, podemos llegar a la conclusión de que en líneas generales Herodiano ha si­ do fiel a su programa y a las preocupaciones formula­ das en 1.1 y en 11.15. Sistematiza los acontecimientos por reinados y en la presentación de los tres períodos conflictivos, a los que nos hemos referido especialmen­ te, sabe seguir el curso de los acontecimientos conju­ gando diversos criterios (cronológicos, dramáticos, geo­ gráficos, políticos...) y llevándonos de una escena a otra en una secuencia muy cercana a la realidad. La aporta­ ción que Herodiano supone para el estudio del siglo ui resulta muy válida y pensamos que en su preocupación por la verdad, por la objetividad (cf. infra, págs. 50 y sigs.) y por la precisión cronológica consigue aciertos de mayor peso que sus inexactitudes, circunstancia que explica la revalorización actual de nuestro historiador (cf. infra, págs. 70-72). La Historia de Herodiano es, por tanto, una fuente primordial para el estudio del siglo ni, a la altura, por lo menos, de Dión Casio y superior a los Scriptores Historiae Augustae. Todos ellos son fuen­ tes cuyas informaciones,, como las de tantos otros histo­ riadores de la Antigüedad, deben cotejarse con los da­ tos procedentes de inscripciones, papiros o monedas y con todos los conocimientos que nos ofrece la historio­ grafía sobre los acontecimientos y los personajes de su época. (Véase L. J. Piper. «W hy read Herodian?», Classi80.-4

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cal Bulletin 52 (1975), 24-28; Whittaker, ob. cit., vol. I, pág. X X X IX ; Cassola, «Sull’attendibilitá dello storico Erodiano», A tti dell’A ccademia Pontaniana 6 (1957), 191-200).

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Herodiano entre la objetividad histórica y los ideales de la aristocracia antonina. E l historiador y su época

Pensamos que Herodiano se esfuerza en ser objetivo y en comprender motivos y posturas de diverso signo. Así, por ejemplo, describe con interés las cualidades mi­ litares de Septimio Severo (II. 14.2, III.8.3, III.8.8, cf. supra, pág. 37), de Caracalla (IV. 12.2, V.2.5) y de Maxi­ mino (VI.8.1-3, VII.2.6-8), a pesar del espíritu antimilita­ rista que manifiesta en otras ocasiones (II.5.9. II.6.14, VIII.8.6-8, etc.). Otro ejemplo lo tenemos en su visión de Pescenio Níger, de Macrino y de Severo Alejandro. La concepción política de Herodiano lo lleva a ponerse de parte de estos emperadores respetuosos con el sena­ do. No por ello deja de criticar, sin embargo, su inefica­ cia y los errores de su gobierno. Lo mismo podemos decir respecto a Pupieno y Balbino; Herodiano apoya su postura pero critica su absurda rivalidad (VIII.8.4-5), causa del desprestigio de la institución que representan y de su propia ruina. Esta objetividad hay que verla, sin embargo, dentro del marco de la época, con las limitaciones propias de unos historiadores sometidos a relaciones de patronaz­ go (cf. supra, pág. 29). Incluso en los casos en los que el historiador parece alcanzar unos niveles de objetivi­ dad e imparcialidad, no podemos dejar de preguntar­ nos para quién escribe o qué postura representa. Hay que ver, en suma, cuál es la filosofía política de la obra. En el caso de Herodiano lo primero que nos llama la atención es que toda la Historia está dominada por

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la figura de un gran ausente, Marco Aurelio. Herodiano mira a todos sus sucesores a través de los ideales del emperador filósofo; los emperadores que le sucedieron se apartaron de estos ideales y de la concepción políti­ ca de Marco. De ahí sus errores y de ahí la progresiva decadencia del imperio, que Herodiano contempla con tristeza. En esta visión pesimista de la decadencia de su tiempo explicada por la ausencia de un gran jefe po­ demos pensar en un precedente ilustre, al que Herodiano tuvo presente en más de una ocasión: Tucídides. Tam­ bién la Historia de Tucídides está presidida por un gran ausente, Pericles, muerto dos años y medio después del inicio de la Guerra del Peloponeso. Tucídides admira a Pericles y también contempla a sus sucesores en relación a Pericles, símbolo de los ideales de Atenas y estadista en quien se conjugan la moderación y la pru­ dencia con la inteligencia, la energía y la previsión. Su muerte acarreará, según la visión de Tucídides, la de­ rrota y la decadencia de Atenas. Algo similar ocurre en la Historia de Herodiano respecto a Marco Aurelio, que, además de aparecer en los primeros capítulos, es cita­ do en muchas ocasiones a lo largo de la obra. Después de Marco el imperio entrará en una época de conmocio­ nes y de continuos cambios (1.1.4). Herodiano va dise­ ñando mediante los comentarios relativos a Marco el ideal de gobernante (optimus princeps. Cf. supra, pági­ na 15) en comparación con el cual juzga a los empera­ dores que se van sucediendo hasta llegar a Gordiano III. Marco Aurelio se preocupa por la cultura y la edu­ cación (1.2, 1.3): pone todos los medios para la forma­ ción de su hijo (1.2.1), es un enamorado de la literatura antigua y es autor de diversas obras (1.2.3), se interesa por las enseñanzas de la historia (1.3.2), numerosos sa­ bios son el fruto de su época (1.2.4). Su conducta pru­ dente da credibilidad a su filosofía (1.2.4). (Véase Marco Aurelio, Meditaciones, trad. de R. Bach e introd. de C.

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García Gual, Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 1977, págs. 7 y sigs.). Para sus hijas no busca a patricios de «largas genealogías» ni a hombres ricos, sino que quiere tener «yernos de carácter ordenado y de vida sobria» (1.2.2); el esfuerzo personal es una cualidad superior a la ri­ queza y a la nobleza de nacimiento (V.1.8). Une el valor y la moderación en todas sus acciones y conjuga las vir­ tudes militares y las políticas (1.2.5). Respecto a sus súb­ ditos es magnánimo y moderado (1.2.4, I.4.4-5); su acce­ sibilidad contribuye a su popularidad (1.2.4) y se preo­ cupa por la felicidad de su pueblo (II. 14.3). Por el contrario, inspira miedo a los enemigos del imperio ro­ mano y, si es preciso, los vence por las armas (1.3.5). Es valiente (1.2.5) y sus soldados lo consideran un com­ pañero (1.5.5). Respecto al senado es respetuoso; ningún senador es condenado a muerte, no hay confiscaciones ni delaciones (II.14.3, V.2.2, VI. 1.7) y los senadores pue­ den vivir sin miedo (II.4.2) y en libertad (V.1.8, V.2.2), según el ideal estoico (cf. K. Dietz, ob. cit., pág. 314). Los amici que le asisten con su consejo tienen un im­ portante papel (1.4.1, 1.8.1, V.1.8); es una aristokratía en la que se evitan los riesgos del poder personal (1.2.2, 1.3.5, II. 14.3). Estos son algunos de los rasgos del ideal que se encarna en Marco Aurelio; constituyen el punto de referencia al que acude siempre Herodiano cuando analiza los reinados de sus sucesores. Ninguno de estos reinados fue digno del modelo. Marco miraba el futuro con temor y los hechos le dieron la razón. Su hijo Có­ modo cayó en la tiranía y en los excesos; en seguida provocó la enemistad del senado y el miedo de los súb­ ditos; su conducta fue irresponsable y se mostró débil frente a los enemigos exteriores; aparecieron las dela­ ciones, las confiscaciones, el malestar del pueblo, en su­ ma, y su gobierno se fue degradando hasta acabar en el asesinato. Pértinax fue un frustrado intento de vol­ ver a los ideales de Marco (U.4.1-3), pero suponía una

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ruptura dé la sucesión hereditaria y no tenía de su par­ te a los pretorianos (II.4.4 s., U.5). Vino luego la vergon­ zosa venta del imperio al mejor postor, Didio Juliano, con lo que se provocó la rebelión de los ejércitos de las provincias. Como hemos visto unos proclamaron a Septimio Severo y otros a Níger. Fue la guerra civil. Severo se erigió en defensor del senado, vengador de Pértinax y salvador del imperio. Tras vencer a Níger, tuvo que dirigirse contra un nuevo rival, Clodio Albino. Después de acabar con él, cambió su política respecto al senado debido a que muchos senadores habían apo­ yado a Albino. Tuvo entonces que asegurarse la lealtad del ejército mediante generosos donativos. Se había de­ sencadenado un peligroso proceso que Herodiano comen­ ta con estas palabras: «A partir de este momento [el ase­ sinato de Pértinax]... la moral de los soldados empezó a corromperse. Una insaciable y vergonzosa codicia y el desprecio de la dignidad imperial fueron sus maes­ tros. El hecho de que nadie castigara a quienes tan cruel­ mente se habían atrevido a matar a un emperador, ni hubiera quien impidiera una tan indecente subasta y venta del imperio, fue la primera causa de una escanda­ losa situación de indisciplina destinada a prolongarse. La afición de los soldados por el dinero y el desprecio por sus emperadores, hasta el extremo de llegar al ase­ sinato, fueron continuamente en aumento» (11.6.14). Con esta situación se encontró Severo, que poseía muchas cualidades: inteligencia, valor, decisión..., pero que se caracterizó también por importantes aspectos negativos: codicia (III.8.7-8), asesinatos y confiscaciones (III.4.7, III.8.2, III.8.7), terror (III.8.2-3, III.8.8)... Severo se esfor­ zó por lograr una continuidad en el imperio y fundar una dinastía, pero fracasó en la educación de sus hijos. Tras su muerte en Bretaña, la rivalidad de Caracalla y Geta se encontró sin ningún impedimento y Caracalla asesinó a su hermano. Fue luego un tirano cruel y vio­

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lento que permitió cualquier licencia a los pretorianos y que mediante larguezas procuró mantener a su lado al ejército; pero el senado lo detestaba y al fin cayó ase­ sinado por orden de Macrino, prefecto del pretorio. El ejército de Oriente proclamó emperador a Macrino, pe­ ro éste conservó poco tiempo el poder; prevaleció el sen­ timiento dinástico, fue abandonado por todos y el ejér­ cito proclamó a Heliogábalo, nieto de una cuñada de Severo, un degenerado que se rodeó de sicofantas y que humilló al senado y a los ecuestres. Llegó a tales extre­ mos que su propia abuela, Julia Mesa, preparó su asesi­ nato y el nombramiento de otro nieto, Alejandro Seve­ ro. La Historia Augusta y la historiografía de la época hicieron de este emperador un símbolo del respeto a las tradiciones aristocráticas y al senado. Herodiano comparte este criterio (VI. 1.2), pero nos ofrece una vi­ sión más negativa en la que destacan la incapacidad mi­ litar y la debilidad de Alejandro Severo. Esto es una prueba de su objetividad y hoy la crítica le da la razón a nuestro historiador (cf. Guido Clementi, Guida alia storia romana, Milán, 1977, pág. 271). Los sucesores de Sep­ timio Severo fueron gobernantes jóvenes e inexpertos en muchos aspectos, pero sobre todo en el militar. En el caso de Severo Alejandro la guerra contra el persa Artajerjes precipitó su ruina. La propaganda oficial pre­ sentó a Severo como vencedor, pero es precisamente el relato de Herodiano el que nos acerca a la verdad po­ niendo en evidencia sus errores estratégicos. A partir de entonces los soldados ya no confiaron en él y fue asesinado por Maximino, el instructor de reclutas, quien desde un origen humilde, tras una brillante carrera mi­ litar, llegó a la dignidad imperial (VI.8). Maximino fue el primer emperador-soldado y supuso una ruptura tre­ menda respecto a las tradiciones. Inmediatamente se de­ sembarazó de todos los consejeros de Alejandro, que ha­ bían sido elegidos por el senado, institución por la que

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mostró un desprecio absoluto (VII. 1.2). Su actividad fue esencialmente militar, combatió a los germanos y, tras su victoria en esta contienda, permaneció en Panonia, sin dirigirse a Roma. Entretanto se organizó la reac­ ción del senado y en el 238 el conflicto estalló en Afri­ ca. Roma organizó la resistencia contra Maximino que se decidió a marchar sobre Italia. La aristocracia sena­ torial, tras la muerte de los Gordianos en África, nom­ bró a sus emperadores, Máximo Pupieno y Balbino. Aquileya detuvo el avance de Maximino y el ejército se dio cuenta de sus limitaciones. Maximino fue asesinado, pero poco después, en una especie de contrapartida, Pupieno y Balbino también eran víctimas de la violencia. La úni­ ca solución que quedaba era un muchacho de trece años, Gordiano III, con el que concluye la Historia de He­ rodiano. Es una conclusión que refleja sin duda el desaliento del historiador que se dio cuenta de cuán jus­ tificado era el temor de Marco Aurelio y que fue con­ templando cómo desde una edad de oro se llegó a aquel fin desesperanzados Todos los comentarios de Herodiano sobre el gober­ nante ideal y sobre la figura de Marco Aurelio no eran un simple ejercicio retórico, sino que servían a una im­ portante causa política de su época, la de la aristocra­ cia senatorial antonina (véase Whittaker, ob. cit., I, pá­ ginas LX X I-LX X X II). A esta aristocracia pertenecieron familias como los Claudii Severi y los Claudii Pompeiani (véase K. Dietz, Senatus contra principem..., págs. 124 sig., 127, 128, 334 sig., 354-55, 377), a las que pertene­ cían aquellos hombres «de carácter ordenado y vida so­ bria» (Hdn. 1.1.2) elegidos por Marco Aurelio como yer­ nos (cf. H. G. Pflaum, «Les gendres de Marc-Auréle», Journal des savants, 1961, 28-41) y sus nietos Claudius Pompeianus, L. Ti. Claudius Aurelius Quintianus y Cn. Claudius Severus, cónsules en el 231 el primero y en el 235 los dos últimos. Algunos de ellos debían figurar

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sin duda entre los consejeros de Alejandro Severo des­ pachados por Maximino (VII. 1.3). Entre estas relevan­ tes familias antoninas estaban los Statii y los Barbii, comerciantes de Aquileya interesados sin duda en el re­ lato de Herodiano sobre la resistencia de su ciudad (véa­ se A. Calderini, Aquileia romana, Milán, 1930, páginas 467-68 y 548-550; K. Dietz, ob. cit., págs. 161 y sig., 225, 336 y sig.), los Bruttii Praesentes (K. Dietz, ob. cit., pági­ nas 161 y sig., 336), los Fulvii Aemiliani (K. Dietz, ob. cit., págs. 160 y sig., 368), etc. Miembros de esta aristo­ cracia fueron hombres que destacaron por su oposición a Maximino como C. Petronius Magnus, organizador de una conspiración en el 235 (Hdn. VII. 1.5. Cf. K. Dietz, ob. cit., pág. 188), L. Flavius Honoratus, que dirigió la sublevación de Mesia Inferior contra Maximino (cf. K. Dietz, ob. cit., 156-158; P. W. Townsend, «The revolution of A. D. 238..., Yaíe Classical Studies, 14 (1955) 90; G. M. Bersanetti, Studi sull imperatore Massimino il Tra­ ce, Roma, 1940, reimpr. 1964, págs. 41-2), Rutilius Pudens Crispinus, defensor de Aquileya (cf. K. Dietz, ob. cit., págs. 210-226), etc. Estas familias sufrieron dolorosas experiencias durante los reinados de los emperado­ res que se apartaron de los ideales de gobierno antoninos, y reaccionaron siempre que les fue posible. Así se explican hechos como la conspiración de Lucila, su ejecución y el exterminio de aristócratas ordenado por Perennis durante el reinado de Cómodo (1.8), la du­ ra reacción de Septimio Severo contra el senado des­ pués de su victoria sobre Albino (III.8), los asesinatos de Caracalla después de eliminar a Geta (III. 15.4, IV.5.7-6.4), las ejecuciones de Heliogábalo (V.6.1) y la actitud de Maximino respecto al senado y a los conseje­ ros de Severo Alejandro (VII. 1.3-4). Algunas de estas fa­ milias antoninas eran originarias de Grecia o de Asia y mantenían relaciones con sus tierras de origen. Bajo su patronazgo se organizaban círculos literarios y no

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sería extraño que un historiador como Herodiano estu­ viera ligado a una de estas familias cuyos ideales cul­ minaron en la oposición contra Maximino el Tracio, de la que nuestro historiador nos ha dejado un brillante relato. En la Historia podemos ver los diversos factores del proceso que motiva el desaliento de Herodiano en la conclusión. Al final de la «edad de oro» de los Antoninos el imperio romano ya se enfrenta a problemas muy serios que preludian la crisis del siglo m. En el mismo reinado de Marco Aurelio con las numerosas dificulta­ des exteriores, ya apuntan los problemas militares, po­ líticos y económicos. Pero el mayor problema surge con la sucesión. A Marco Aurelio no le sucede el hombre más apto tal como había ocurrido con los anteriores emperadores antoninos; por desgracia tenía un hijo, un irresponsable con el que se agravaron los problemas. Cómodo ya murió asesinado, como muchos de los em­ peradores que le sucedieron, y consecuencias de su rei­ nado fueron la «subasta» del imperio y la guerra civil del 193. La paz y el bienestar de la era de los Antoninos habían terminado y el imperio ya estaba por los suelos; existía una clara conciencia de crisis y decadencia, por lo que empezó a proclamarse la necesidad de una res­ tauración tal como vemos en el discurso que Herodiano pone en boca de Septimio Severo (II.10.3-9): «Este impe­ rio —dice— fue gobernado con dignidad hasta la época de Marco, y era mirado con respeto. Cuando cayó en manos de Cómodo empezaron los errores...». Luego, en II. 13.6, reprocha duramente a los pretorianos la degra­ dación del imperio que ellos han provocado con el ase­ sinato de Pértinax. La idea de devolver la dignidad al imperio y de restablecer la prosperidad del pasado es un tópico a lo largo del siglo ni. Pero restablecer este feliz pasado es sumamente difícil; las circunstancias han cambiado, el equilibrio de fuerzas se ha roto y ya nó

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surgen emperadores «completos», con todas las cuali­ dades del «optimus princeps» estoico encamado en Mar­ co Aurelio, capaces de devolver la antigua grandeza. Es­ te parece ser el mensaje desilusionado de la Historia de Herodiano. En ninguno de los emperadores de su época se dieron las condiciones necesarias. Unos fue­ ron auténticos tiranos y otros, que fueron respetuosos con el senado y con las tradiciones e ideales de la época anterior, pecaron de inexperiencia o de debilidad y no contaron con el apoyo del ejército. Esta falta de presti­ gio y autoridad en la cúspide del imperio se vio agrava­ da por problemas como la recesión económica, la crisis agraria y la concentración de la propiedad, el aumento del gasto público y lo desórdenes sociales y políticos. G. Alfóldy («The crisis of the 3"* century as seen by contemporaries», Greek, R om á n and Byzantine Studies 15 (1974), 89-111) ha estudiado una serie de factores fundamentales para compren­ der la crisis y los cambios del siglo ni. Son factores que se refle­ jan perfectamente en la H istoria de Herodiano: E l carácter autoritario de la monarquía cuyo poder aumen­ tó a expensas del senado (paso del principado al domi­ nio). Véase III 8.4-7: Tras la victoria sobre Albino, Sep­ timio Severo concede privilegios al ejército y castiga duramente al senado. La inestabilidad del poder imperial que, a pesar de su auto­ ritarismo, se ve sometido a intrigas, usurpaciones y ase­ sinatos. Véase 1.1.4-5, donde Herodiano insiste en los con­ tinuos cambios en el poder característicos de su época. El creciente poder del ejército (II.6.14. Cf. supra, pág. 53). El predominio militar y político de las provincias. En 1.1.4 Herodiano destaca el hecho de que en su época las con­ mociones en las provincias fueron frecuentes. En las provincias se apoyaron diversos emperadores: Septimio Severo en Panonia, N íger en Siria, Maximino en Iliria y Tracia, y Gordiano en África (véase S. Takahashi, «H erodian’s Observations on Nationalities and Armies in the Román Em pire», Jou rn al o f Class. Stud. o f Japan 3 (1955)

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95 s.\. Altheim da mucha importancia a la presión de los pueblos de las provincias (cf. F. Altheim, D ie Soldaten Kaiser, Frankfurt, 1939). Las profundas transformaciones sociales (véase 1.12.3-4, III.8.7, V.7.7). Los problemas económicos (1.12.4, IV .4.7). Los problemas demográficos (1.12.1). La crisis moral y religiosa (I.6.1-2, V.5.7-10, V.6, V.7.7). Las invasiones bárbaras, a las que Dión Casio no da todavía la importancia que tienen. Herodiano, por el contrario, considera a persas y germanos como enemigos de la mis­ ma potencia que Roma (IV. 14.6, VI.2.3 s.).

Algunos de estos problemas ciertamente no eran nue­ vos. Pero lo que entonces resultaba más grave era que todos se presentaban a la vez. En ninguna época ante­ rior, nos dice Herodiano, hubo tantos cambios, conmo­ ciones y situaciones sorprendentes (1.1.4-5). Nuestro his­ toriador se dio cuenta, pues, de todos estos factores reseñados y reaccionó ante ellos como la aristocracia de su época: entusiasmo por el ideal que Marco Aurelio representaba y simpatía por los emperadores senatoria­ les. Supo hacerlo, sin embargo, con un grado aceptable de objetividad; reconoció aspectos positivos de postu­ ras contrarias a la suya, vio los errores de estos empe­ radores senatoriales y comprendió las limitaciones y di­ ficultades de su ideal político, lo que le condujo a una conclusión pesimista.

5.

Las fuentes.

F. Cassola abordó el estado de la cuestión y la bi­ bliografía sobre las fuentes de Herodiano en un artícu­ lo calificado de lúcido por Whittaker (véase F. Cassola, «Erodiano e le sue fonti», Rendiconti dell' Accademia di Archeologia, Lettere e Belle A rti di Napoli, 32 (1957), 165-172; Whittaker, ob. cit., vol I, introd., págs. LXI-

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

LX X I). Iniciaba Cassola su análisis denunciando los cri­ terios excesivamente rígidos y limitados que presiden la crítica de las fuentes en el campo de la historiografía griega y romana. Según estos criterios todo historiador antiguo tendría o una sola fuente o una fuente princi­ pal que en algunos pasajes estaría contaminada por otra fuente secundaria. Esta fórmula resulta muy cómoda: siempre puede pensarse que el escritor A es la fuente principal del escritor B si se admite que todos los pasa­ jes en los que A y B no coinciden se deben al uso oca­ sional de otras fuentes por parte de B. Sin embargo el asunto no es tan secillo y quienes piensan que es siem­ pre posible identificar y catalogar las fuentes de un his­ toriador antiguo parten de una serie de presupuestos falsos. Suponen que en la Antigüedad se escribieron po­ cos libros y que los lectores eran escasos; piensan que la cultura de un historiador antiguo era comparable a la de un estudioso que tendiera a basarse en una sola fuente o que se limitara, cuando un tema había sido tratado por varios predecesores, a contentarse con aquel que le pareciera mejor, procedimiento aplicable a los escritores medievales pero inaceptable tratándose de los clásicos. Así, los críticos de Herodiano que han seguido estos criterios se han esforzado por descubrir la fuente que nuestro historiador había elegido: para unos sería Dión Casio, para otros Mario Máximo; hay quien piensa incluso en un anónimo militar. Todos ellos olvidan lo que escribió el mismo Herodiano sobre el plan de su obra y su método de trabajo, y pasan por alto algo que es esencial, que los historiadores que narraron la histo­ ria de su propia época podían disponer, además de las literarias, de otras muchas fuentes: informaciones per­ sonales, tanto si eran debidas a la propia experiencia como si el historiador las obtenía de testigos con total respeto a la exactitud (véase Tucídides 1.22.2 y Herodia­ no 1.1.1 y II. 15.7); documentos escritos, como cartas,

INTRODUCCIÓN

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actas, etc.; monumentos y representaciones artísticas, pinturas, estatuas, relieves, arcos de triunfo, etc. Sería absurdo que estos historiadores no hubieran utilizado estas fuentes «com o si hubieran pasado su vida en una isla desierta, provistos sólo de una o dos fuentes que se dedicaron a copiar fielmente» (Cassola, art. cit., pági­ na 165). La principal bibliografía relativa a este tema es: J. Kreutzer,

ob. cit.; E. Baaz, De Herodiani fontibus et auctoritate, Diss., Berlín, 1909; J. C. P. Smits, ob. cit., Leiden, 1913, págs. 53-99. A. G. Roos, «Herodian’s method of composition», Journal o f Román Studies, 5 (1915), 191-202; E. Hohl, «Die Ermordung des Commodus; ein Beitrag zur Beurteilung Herodians», Berliner Philologische Wo-

chenschrift (1932), 1135-1144; Widmer, ob. cit.; y los citados Whit­ taker y Cassola. En el planteamiento de Cassola se basa A. M. González-Cobos Dávila, «Herodiano: estado de la cuestión», Studia

Histórica, H .a Antigua, vol I, n.° 1, ed. Univers. Salamanca (1983), 91-98. Para algunos problemas concretos sobre las fuentes utiliza­ das en el relato del reinado de Severo Alejandro véase: K. Dándliker, «Die drei letzten Bücher Herodians. Untersuchungen zur allgemeinen Geschichte von 222-238 n. Chr.», en M. Büdinger, Unters. zur rom. Kaisergeschichte, 3, Leipzig, 1870, 205-229; K. Fuchs, art. cit., Wiener Studien 18 (1896), 187-189; W . Thiele, De Severo Alexandro imperatore, Diss., Berlín, 1909, págs. 131-132. Los críticos suelen centrar su atención en las relaciones entre Herodiano y Dión Casio por el hecho de que no nos han llegado, a no ser escasos fragmentos, los relatos de otros historiadores que vivieran en aquella época y nos dejaran su testimonio de ella. No debe olvidarse, sin embargo, que hubo otros historiadores que vi­ vieron por los mismos años y se interesaron por los mismos te­ mas. Los estudios sobre las relaciones entre nuestro historiador y Dión Casio suelen llegar a una de las tres conclusiones siguientes: Herodiano ignora a Dión. Herodiano sigue a Dión. Herodiano y Dión Casio dependen de una fuente común. El propósito del artículo de Cassola es demostrar que las tres so­ luciones son inaceptables. La primera hipótesis, hipótesis muy extendida (cf. E. Hohl, «Die Ermordung des Commodus»...; N. H. Baynes, Cambridge Ancient

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

History, XII, pág. 710; Schwartz, «Cassius», Real Enciclopedia de Pauly-Wissowa, 3, 1720), revela una concepción muy pobre de la cultura greco-romana en la época imperial. Se admite en general que la actividad de Dión Casio terminó entre los años 216 y 222, o sea, más de veinte años antes de que Herodiano escribiera su

Historia (situando la composición en el reinado de Filipo el Ára­ be), y veinte años eran, sin duda, tiempo suficiente para que la obra escrita por un senador se difundiera por todo el imperio; en el caso que nos ocupa se daba, además, una notable coinciden­ cia: Dión Casio vivió los últimos años de su vida en las provincias orientales y Herodiano se retiró también a aquella parte del impe­ rio. Es inconcebible, por lo tanto, que Herodiano ignorara a Dión, por lo que es preciso, al menos, form ular esta primera tesis de la form a siguiente: Herodiano, a pesar de conocer la obra de Dión, no la tuvo muy en cuenta. Para defender la segunda teoría es preciso encontrar una serie de convergencias entre las dos obras que demuestren la depen­ dencia de Herodiano respecto a Dión. Es una labor que presenta algunas dificultades adicionales por el hecho de que la Historia

romana de Dión no nos ha llegado entera en su texto original, sino que en buena parte la conocemos a través de los epítomes de Xifilino (s. xi) y de Zonaras (s. xn). Del período que nos interesa para la comparación con Herodiano sólo nos ha llegado en el tex­ to original el relato que va desde la muerte de Caracalla hasta la mitad del reinado de Heliogábalo y, evidentemente, no es lo mismo comparar con los epítomes. Entre los partidarios de esta tesis encontramos a: J. Kreutzer, ob. cit., págs. 16-38; A. G. Roos, art. cit.; E. C. Echols, ob. cit., págs., 5-6; G. M. Columba, «Erodiano». Enciclopedia Italiana, Roma, 1951, vol. 14, pág. 258; G. Alfoldy, «Zeitgeschichte und Krisenempfindung bei Herodian», Her-

mes 99 (1971), 431-432; F. Kolb, Literarische Beziehungen zwischen Cassius Dio, Herodian und der Historia Augusta, Bonn, 1972. En relación a los argumentos en favor de la utilización de Dión por parte de Herodiano debemos puntualizar, de acuerdo con Whit­ taker (ob. cit., vol I, introd., págs. LX V I-LXVIII), lo siguiente: 1)

Si Herodiano nació, como hemos dicho, hacia el 178-180,

los años del reinado de Cómodo fueron los de su infancia, por lo que parece probable que en el relato de estos años dependiera de fuentes literarias de las que se iría independizando en la des­ cripción de épocas posteriores. Por eso Kreutzer (ob. cit., pág. 18)

INTRODUCCIÓN

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intentó demostrar por medio de una serie de convergencias que Herodiano habia seguido a Dión Casio en la secuencia y en la se­ lección de los acontecimientos de aquel reinado. Sin embargo la circunstancia de que los hechos se sucedan en el mismo orden en los dos historiadores posiblemente no constituye un argumen­ to concluyente, puesto que ambos siguen un criterio cronológico. 2)

En la descripción de ciertas escenas hay coincidencias lin­

güísticas muy importantes para ser atribuidas al azar. Compáre­ se, por ejemplo, Hdn., II.2.4 con Dión (X if.) LXXIII.2.2.4 (los gritos de alegría del pueblo tras la muerte de Cómodo; cf. Baaz, ob. cit., págs. 27-28. Esta obra de Baaz, partidario de la tesis de que Hero­ diano y Dión dependen de una fuente común, constituye un mag­ nífico repertorio de posibles convergencias entre los dos historia­ dores). 3) La mayor parte de los paralelos lingüísticos se encuentran en los libros I y II (y en menor medida en el III y en el IV). Son los libros en los que Herodiano relata los hechos más lejanos ensu memoria, pero también son libros cuya comparación con Dión resulta problemática puesto que sólo conocemos el texto corres­ pondiente de Dión a través de los epítomes. Sin embargo, cuando comparamos los libros V y V I de Herodiano con el texto original de los libros L X X IX y L X X X de Dión, no encontramos paralelos o semejanzas convincentes. Este hecho puede explicarse de varias maneras: a)

Herodiano tenía menos necesidad de la experiencia ajena

y de las fuentes literarias a medida que el relato se refería a acon­ tecimientos más cercanos. Él mismo, además, cada vez debió es­ tar más cerca de los centros de influencia y de poder. b) Los autores de los epitomes podrían ser los responsables de las coincidencias tal como sugerió Cassola. c)

Es también posible que, cuando los primeros libros esta­

ban siendo pulidos y adornados según las normas retóricas, la na­ rración de Dión sirviera para com probar y completar el relato de Herodiano. 4)

Mención especial merece un pasaje al que ya nos hemos

referido al tratar de las objeciones a la tesis de que Herodiano fuera originario de Alejandría. Es un pasaje en el que se explican las razones de Caracalla para dirigirse a Alejandría y que, como hemos comentado (cf. supra pág. 22), nos permite pensar que He­ rodiano, al escribirlo, tenía presente a Dión junto con otra fuente

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

que explicaría una razón que aparece en Herodiano y que no está en Dión: el deseo de Caracalla de ofrecer sacrificios al dios Sérapis (véase IV.8.6-7). Sin embargo muchas de las pruebas que se presentan en defen­ sa de esta segunda hipótesis tampoco son concluyentes y admiten otras explicaciones. Por otra parte las obras de Herodiano y de Dión tienen también notables diferencias en la presentación de los hechos (compárese, por ejemplo, Dión Casio, LXXIV.8.3 y He­ rodiano, III.4.6, Dión Casio, LX X IV . 1.3-5 y Herodiano, II. 14.1) y en el orden de la exposición, tanto en los pasajes en los que pueden confrontarse los dos autores directamente, como en aquellos en los que la H istoria de Herodiano sólo puede compararse con Xifilino. El hecho de que Dión y Herodiano coincidan en el conoci­ miento de algunas noticias ignoradas por otras fuentes tampoco resulta significativo (cf. Cassola, art. cit., 167) si se considera que otras fuentes (Aurelio Víctor, Eutropio, Epítome de Caesaribus) contienen escasa información o, si la tienen, se trata en gran me­ dida de noticias inventadas (H istoria AugustaJl La coincidencia se limita, por lo tanto, a que, entre los autores que nos han llegado, son los dos únicos bien informados sobre aquella época. Una con­ frontación entre Herodiano y Dión, basada en sus convergencias y divergencias, en las noticias que dan y en las que omiten, ten­ dría mayor interés si pudiéramos leer a Mario Máximo y a otros historiadores de la época. Los partidarios de esta tesis son, pues, conscientes de sus dificultades y reconocen que Herodiano es, en gran medida, independiente de Dión, pero en lugar de extraer de ello la conclusión de que Dión Casio era sólo uno de los autores leídos por Herodiano y de tener presente, además, que las fuentes escritas tienen una importancia secundaria para los historiadores de su propia época, deducen, a partir de las divergencias entre Herodiano y Dión, la existencia de una segunda fuente. Es una conclusión arbitraria. Podríamos, desde luego, catalogar los pasa­ jes en los que Herodiano y Dión se diferencian e intentar recons­ truir una segunda fuente, pero previamente sería preciso demos­ trar que estos pasajes dependen de una sola fuente, demostración que resulta imposible (Cassola, art. cit., pág. 168). Según la tercera hipótesis Herodiano y Dión siguieron una fuente común (desde Cómodo hasta Macrino). Esta teoría fue defendida principalmente por Baaz (ob. cit., págs. 19-64), deseoso de encon­ trar a toda costa convergencias entre los dos historiadores (cf. tam­

INTRODUCCIÓN

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bién Dopp, R. E. Pauly-Wissowa, 8958, y J. C. P. Smits, ob. cit., págs. 22-42). Según las conclusiones de Baaz (ob. cit., pág. 61) esta fuente común se caracterizaría por cinco características principales: a) su obra empezaría en el reinado de Cómodo y terminaría en el de Macrino, y la habría escrito poco después de la muerte de Macrino, posiblemente durante el reinado de Heliogábalo, de cuya licenciosa vida ya no se ocuparía. b) seria un autor especialmente interesado por la vida, cos­ tumbres y hechos de los emperadores. c) d)

por el contrario, su interés por la cronología sería escaso. se inclinaría por el senado y por los emperadores cuya po­

lítica fuera favorable al senado. e)

habría escrito su obra en latín, puesto que Dión y Herodia­

no no presentan muchas coincidencias en el uso de términos griegos. Sin embargo diversas objeciones se oponen a la tesis de Baaz. En primer lugar hemos de pensar en la notable diferencia de edad entre los dos historiadores. Herodiano era un niño durante el rei­ nado de Cómodo y un jovencito durante el de Septimio Severo; su experiencia de estas épocas tenia que ser, por lo tanto, muy diferente a la de Dión. Aun en el caso de que Herodiano no se hubiera ajustado a una sola fuente para los primeros años de su Historia, no podríamos pretender lo mismo de Dión, que preparó su obra durante muchos años (cf. Dión Casio, LXXII.23.5) y que debía conocer perfectamente aquella época. Por otra parte los argu­ mentos de Baaz se basan en pasajes que en su mayor parte proce­ den del epítome de Xifilino y los que proceden del texto original del libro L X X V III no son muy convincentes. Además las coinci­ dencias verbales son escasas; por lo general son de contenido, que tienen menor fuerza probatoria. Se puede pensar simplemente que Dión Casio y Herodiano tenían en común su propia experiencia de los acontecimientos de su época y que conocían asimismo los escritos históricos de su tiempo, tanto en latín como en griego. No hay necesidad de pensar en una fuente en particular. Las tres hipótesis sobre las relaciones entre Dión y Herodiano parecen, en suma, difícilmente defendibles, al menos en su estric­ to sentido. Hemos visto que la primera debía entenderse en el sen­ tido de que Herodiano, a pesar de conocer la obra de Dión, no la tuvo muy en cuenta. La segunda sólo sería admisible diciendo que Herodiano conocía a Dión además de a otros historiadores.

80 .

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L a tercera debería afirm ar simplemente que Herodiano y Dión, además de tener en común la experiencia personal de los aconte­ cimientos en los que participaron los dos, coincidían también en el conocimiento de la literatura histórica de su tiempo sin tener que depender de una fuente única y común (cf. Cassola, art. cit., págs. 167 y 170).

Podemos pensar, pues, que Herodiano conocía la obra de Dión, que la tuvo presente incluso en ciertos momen­ tos, lo que no significa que la siguiera fielmente como a veces se ha pretendido. Entre los dos historiadores existen importantes diferencias. La teoría que hoy se impone es la de que las fuentes de Herodiano, tanto es­ critas como orales, fueron múltiples. Igual que a Dión pudo tener presente a Mario Máximo o a otros, pero no dependió de nadie en exclusiva. El mismo historia­ dor se refiere a su conocimiento de otras fuentes litera­ rias: en 1.2.3 a los escritos de Marco Aurelio; en II.9.3-4 a la autobiografía de Septimio Severo, apología del em­ perador que influyó en Herodiano en más de una oca­ sión (véase II.8.9 y III.6.7: insistencia en la vida de lujo y depravación de los rivales de Severo); en III.7.3 a los autores que narraron la batalla de Lyon entre Septimio Severo y Albino, «historiadores contemporáneos cuyo relato no buscaba el halago sino la verdad». Por el con­ trario, en un pasaje ya citado, al final del libro II (II. 15.6-7), se refiere a otros historiadores del tiempo de Septimio Severo, que hicieron de la vida de Severo el tema de toda una obra y que se ocuparon ampliamente de sus expediciones y de los presagios divinos (II.15.6), y les reprocha su tendencia a la adulación que él desea evitar (II. 15.7). Se ha pensado (véase Cassola, art. cit., 171) que habría aquí una alusión a Dión Casio, muy preo­ cupado siempre por los signos divinos (véase F. Millar, A study of Cassius Dio, Oxford, 1964, págs. 79-80) y autor de una monografía dedicada a los sueños y presagios de Septimio Severo (véase Dión Casio, LXXIII.23.1-2) y

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de una historia de las guerras de Severo (véase F. Mi­ llar, ob. cit., pág. 29) que merecieron los elogios de aquel emperador. Dión Casio estaría, pues, entre estos histo­ riadores que estaban más atentos al halago (pros chárin) que a la verdad (pros alétheian). La alusión podría alcanzar también a Mario Máximo, quien en dos de los escasísimos fragmentos sobre Septimio Severo que nos han llegado (véase Scriptores Historiae Augustae, Clod. Alb. IX.2-4 y Alex. V.4) se refiere también a horóscopos y presagios. Algunos críticos han pensado en otras fuentes litera­ rias. Baaz (ob. cit., págs. 7-14), tras estudiar las digresio­ nes religioso-eruditas de Herodiano (1.11.1,1.14.4,1.16.1, V.3.5, V.6.4), afirma que nuestro historiador debió ser­ virse de la obra de M. Verrio Flaco, gramático de la época de Augusto utilizado por Ovidio. Pero los argu­ mentos de Baaz no son muy convincentes y, aunque es cierto que en la época de Herodiano circulaba un resu­ men de la obra de Verrio Flaco realizado en el siglo ii por Sexto Pompeyo Festo (véase la edición de Lindsay, Leipzig, Teubner, 1913), no lo es menos que abun­ daban las obras de este género. Herodiano tenía diver­ sas fuentes a las que acudir y podía utilizar al mismo Ovidio. J. C. P. Smits (ob. cit., págs. 53-99) compara los relatos de Herodiano, de Dión Casio y de la Historia Augusta y sostiene la teoría de que en el libro VI.2 hay una ruptura en el uso de las fuentes. En los cinco pri­ meros libros Herodiano habría utilizado a Dión Casio, pero a partir del libro V I su fuente habría sido un Anó­ nimo militar al que habría seguido fielmente. El princi­ pal argumento de Smits se basa en que al principio del libro V I (VI. 1) Herodiano cuenta a grandes rasgos los trece primeros años del reinado de Severo Alejandro, mientras que a partir de VI.2 el relato se intensifica, se hace detallado y nos ofrece una gran cantidad de he­ chos militares que no pudieron ocurrir en un solo año. Aquí, según Smits, Herodiano debió utilizar una nueva

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fuente que se interesaba especialmente por lo militar. Por otra parte la narración de Dión sólo llega hasta el principio del reinado de Severo Alejandro y la vida de este emperador en la Historia Augusta es un relato ba­ nal que no tiene nada que ver con la narración de Hero­ diano. La precisión en aspectos militares que adquiere en el libro V I la descripción de Herodiano fue lo que hizo pensar a Smits en que un militar con experiencia, bien situado, habría escrito un relato en el que se habría inspirado nuestro historiador. Pero no hay prue­ bas de la existencia de este relato y Herodiano se habría podido inspirar simplemente en los diversos tes­ timonios de los soldados que vivieron aquellos aconte­ cimientos, testimonios que él habría ordenado. Junto a las fuentes literarias estarían las otras fuen­ tes a las que antes hemos aludido. En primer lugar, la experiencia personal y las informaciones facilitadas por los testigos. A su experiencia personal se refiere en ex­ presiones como las contenidas en 1.2.5, 1.15.4, II. 15.7, III.8.10, IV.8.2, generalmente con el verbo «v e r» (eidon, eídomen, etc.). Puede adivinarse asimismo esta experien­ cia personal detrás de descripciones como la de la en­ trada en Roma de Caracalla y Geta a su regreso de Bre­ taña (1.1.3-5), la de las ceremonias de la apoteosis de Septimio Severo (IV.2), la de la piedra negra de Emesa (V.3.5; cf. G. W. Bowersock, «Herodian and Elagabalus», Y ale Classical Studies 24 (1975), 229-236. Herodiano es el único que la describe, no lo hacen ni Dión Casio ni la Historia Augusta), la de los sucesos ocurridos en Ro­ ma en el 238 (VII.7.1-6, VII.10.1-12, VIII.6.7-8), etc. A sus informadores anónimos se refiere mediante expresiones como las que leemos en 1.11.1, 1.11.3, 1.12.2, III.10.6, III.7.4, IV.8.4, VI.8.6, VII. 1.5, VIII.3.8 (los soldados de Maximino), etc., en las que utiliza verbos como légousi, phasí, etc. (aplicables también a fuentes escritas) o sus­ tantivos como lógos, phéme, etc. En estas fórmulas, apar­

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te de la simple referencia a sus informadores, puede descubrirse la preocupación de Herodiano por la ver­ dad y la imparcialidad. Cuando las informaciones no son seguras, expresiones como «dicen» y otras simila­ res liberarían al historiador de su responsabilidad. Lo mismo ocurre en ocasiones en que la opinión de otros contribuye a dar una imagen de imparcialidad. Matices de este tipo pueden descubrirse al analizar las expre­ siones a las que nos referimos dentro de sus contextos. En algunos casos nos da incluso varias explicaciones de un hecho: 1.11.1-2 (relato sobre la etimología de Pesinunte), III. 10.6 (dos explicaciones sobre la rápida ascen­ sión de Plauciano), VII. 1.8 (sobre la conspiración de Mag­ no), etc. Otras fuentes son las cartas, los documentos de ar­ chivos y los monumentos artísticos. Herodiano se refie­ re a menudo a cartas (1.9.9, II.10.1, II.12.3, III.l.l, IV.10.1, V .l.l, VI.2.1, VII.6.3, etc.), pero con menor frecuencia nos da su contenido. Tal es el caso de IV. 10.2 (carta de Caracalla a Artabano) y de V .l.l (carta de Macrino al senado), dos cartas inventadas según los procedimien­ tos retóricos, lo mismo que ocurre con los discursos. Herodiano está informado sobre las discusiones del se­ nado (II.3.5, II. 12.4, V.2.1, VII.10.3-5, etc.), pero su cono­ cimiento de las actas oficiales (acta senatus, acta urbis...) parece inferior al de Dión Casio (véase Kreutzer, ob. cit., pág. 16). El discurso de Pértinax, por ejemplo, parece más retórico que político; por el contrario Dión suele ser en estos casos más conciso y menos retórico (véase Herodiano II.3.5-10 y Dión Casio LXXIV.1.4). En rela­ ción a su conocimiento de los archivos, un caso que ha llamado particularmente la atención es el de la omisión de la sesión del senado en la que se crearon los vigintiviri en el 238. Sin embargo alude a ellos y parece cono­ cerlos (véase VII. 10.3). En cuanto a los monumentos ar­ tísticos como fuente utilizada por nuestro historiador

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

se ha señalado que Herodiano parece inspirarse a veces en las obras en las que pintores y escultores represen­ taron los principales acontecimientos de la época. Com­ párese, por ejemplo, la descripción de los juegos de Có­ modo del 192 con la representación del sarcófago de Meleagro del Museo del Capitolio (cf. E. Hohl, Kaiser Commodus... (1954), 27). Con respecto a este tema son también muy interesantes los artículos de G. Picard («Les reliefs de l'arc de Septime Sévére au Forum Romain», Comptes rendus des séances de l'Académie des irtscriptions et belles lettres (1962), 7-14) y Z. Rubin («Dio, Herodian and Severus second Parthian War*, Chiron, V (1975), 419-441), quienes demuestran que el relato de la campaña contra los partos escrito por Herodiano coin­ cide mejor que el de Dión con las esculturas del arco de triunfo de Septimio Severo en el Foro.

6.

Valoración de Herodiano. La transmisión del texto. Ediciones y traducciones

Pensamos que actualmente prevalece la tendencia a revalorizar a Herodiano. Este criterio, sin embargo, no ha sido siempre el dominante; la crítica ha fluctuado respecto a la Historia y se ha pasado de valoraciones muy negativas a otras claramente positivas. Se han da­ do divergencias considerables no sólo en cuestiones de detalle sino también en la valoración de conjunto. Unos critican a Herodiano tanto desde el punto de vista his­ tórico como literario; van a la caza de errores e incluso hay quien le acusa de incompetencia o de mala fe (Wolf, Sievers, Zürcher, Fuchs, Peter, Roos, Hohl, Graham, Kolb). Con razón se lamentaba Cassola de que nuestro historiador sirviera de cabeza de turco a los estudiosos de la historia imperial (cf. F. Cassola, «Sull’attendibilitá...» (1957), 191). Otros, sin embargo, prescindiendo de

INTRODUCCIÓN

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cuestiones de detalle y reconociendo incluso las limita­ ciones de Herodiano, ligadas a su particular concepción de la historia y a los aspectos negativos de la segunda Sofística —aspectos más relacionados con la técnica na­ rrativa que con la veracidad—, reconocen su esfuerzo por ser veraz y objetivo (cf. F. Cassola, ed.: Erodiano, Storia dell'impero romano dopo Marco Aurelio, Floren­ cia, 1967, Introd., págs. X V I-X V II) y sus aciertos en la selección de los acontecimientos que nos presenta, des­ tacan sus valores y los consideran, tras su apariencia de superficialidad y su pintoresquismo, como una fuen­ te de primer orden para el estudio del crítico siglo m. Es cierto que fija su atención en aspectos externos e individuales y que su lenguaje está sometido a limita­ ciones y a exigencias retóricas, pero también hay que admitir que tiene una clara idea de las fuerzas que ac­ túan en la historia de su tiempo y que, a pesar de todo, realiza un notable esfuerzo por ser objetivo y por dar­ nos una visión ordenada de los hechos que considera decisivos, hechos cuyo conocimiento piensa, con una cla­ ra intención didáctica y moralizante, que será de gran utilidad para lectores posteriores. Son hechos, además, de los que ha sido testigo y de muchos de los cuales tendríamos escasa información si no fuera por su His­ toria. La crítica ha ido, pues, decantándose hacia una valoración positiva, y hoy muchos autores dan más im­ portancia a sus informaciones y aciertos que a sus erro­ res, imprecisiones y omisiones. Así, por ejemplo, F. Altheim reacciona contra los detractores de Herodiano y elogia la clarividencia del historiador (Literatur und Gesellschaft in ausgehenden Altertum, Halle, 1948, pág. 165). Q. Cataudella considera que «Herodiano, aunque es menos conocido, no es inferior a Dión Casio y superior ciertamente a él en el aspecto artístico», y respecto a su obra afirma que «n o está tan henchida como la de Dión Casio del afán de exactitud cronológica y de amor

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

al detalle, pero que es más veraz y más cercana que aquella al concepto tucidídeo del estudio psicológico y, por lo mismo, más viva y más dramática, aunque tam­ bién más contaminada de los vicios de la retórica» (His­ toria de la Literatura Griega, trad. esp., Barcelona, 1954, pág. 316). F. Grosso (Lotta política..., págs. 45-47) y Cassola, en sus distintos trabajos sobre Herodiano, hacen hincapié en sus aspectos positivos; C. R. Whittaker, con los excelentes comentarios históricos de su edición, se propone destacar el valor del testimonio de nuestro his­ toriador (cf. ob. cit., I, pág. VII); M. Rostovzeff y S. Mazzarino confían en Herodiano en sus estudios sobre la época de los Severos y de Maximino; lo mismo podemos decir de W. Reusch en su artículo sobre Pescenio Níger (R. E. de Pauly-Wissowa), de P. W. Townsend respecto a la revolución del 238, de K. Dietz en su obra sobre la oposición senatorial a Maximino, y de otros como Niese, Komemann, E. Manni, A. Piganiol, Pugliese Carratelli, H. U. Istinsky, Bowersock, L. J. Piper, etc. Muchos de los estudios más recientes afirman la tendencia a confiar en la credibilidad de Herodiano. Es una obra valiosa en el desierto historiográfico del s. ni y parecen injustas las posturas extremadamente contrarias como la de Hohl, que pasa por alto sus muchas cualidades y aciertos. Esta notable fluctuación de los estudiosos entre po­ siciones extremas aumenta el interés por nuestro histo­ riador, interés que ya se despertó en la Antigüedad, po­ co después de su muerte. Desde entonces ya fue citado como una autoridad por escritores antiguos y empezó a recibir elogios y críticas (sobre los autores que lo ci­ tan o utilizan véase: Baaz, ob. cit., págs. 65-80; Dopp, R. E. Pauly-Wissowa, 959, y Whittaker, ob. cit., I, pági­ nas X XX VI-X XX VII). Fue leído y utilizado por los Scriptores Historiae Augustae, por Amiano Marcelino, Aure­ lio Víctor, Juliano el Apóstata, Zósimo, Juan Antioqueno,

INTRODUCCIÓN

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Focio, Suda, Juan Zonaras... Entre las críticas podemos citar la de uno de los autores de la Historia Augusta (siglo iv) que acusaba a Herodiano de ser favorable a Maximino (Scriptores Historiae Augustae, Max. XIII.4), crítica injusta de un autor que usaba a Herodiano cons­ tantemente (véase el estudio de A. Pasoli « L ’uso di Erodiano nella Vita M axim ini», Annuario del R. Ginnasio Stefano Antonio Morcelli di Chiari, Milán, 1927). De otros recibió elogios. Focio, por ejemplo, en el siglo ix, apre­ ciaba su sentido histórico y su agradable ¡estilo; según él Herodiano no caía en exageraciones ni en omisiones esenciales y pocos le aventajaban en cualidades historiográficas (Foc. Bibl. cod. 99). La importancia de Herodiano en la Antigüedad ha tenido su consecuencia en las numerosas ediciones que han aparecido a partir de la editio princeps de 1503 (Aldina). Desde entonces hasta nuestros días se han suce­ dido interesantes traducciones y estudios de diverso sig­ no; ha sufrido duras críticas y no siempre ha sido apre­ ciado. Hoy, sin embargo, tal como decimos, parece que asistimos a una revalorización de este historiador, reva­ lorización de justicia y en consonancia con el interés que ha despertado, primero, entre los autores antiguos y, después, a partir de su redescubrimiento, entre quie­ nes lo han estudiado con amplitud de miras. Es indiscu­ tiblemente una fuente de primer orden y un historiador de interesante lectura; no debe, por lo tanto, permane­ cer postergado como en ocasiones ha ocurrido. E l t e x t o d e H e ro d ia n o . — E l texto de la H istoria de Herodiano

se ha establecido básicamente a partir de cinco manuscritos (A B V g 1), clasificados en dos familias (O i), a los que se unen la editio princeps de Aldo Manuzio, considerada por Mendelssohn (ed. H erodiani ab excessu d ivi M ará, lib ri octo, Leipzig, Teubner, 1883) como transcripción de un solo manuscrito desconocido, y la ver­ sión latina de Angelo Poliziano, obra compuesta en 1487 por en­

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

cargo del Papa Inocencio V III y editada en Bolonia el año 1493, diez años antes de la edición principe. Poliziano trabajó sin duda sobre diversos manuscritos, sin sujetarse a ninguno; eran manus­ critos de la clase i con la que también se relaciona la edición aldina. Se ha contado, además, con los excerpta procedentes de la obra de Juan Antioqueno y con los de Macario Crisocéfalo. En todos estos elementos (A B V g 1 a P Jo Macar) se basa la edición más reciente, la de Whittaker, que sigue en lineas generales la siste­ matización de Mendelssohn. Existen, sin embargo, otros manus­ critos, menos estudiados por los editores, y otra versión latina renacentista, la de Antonio Bonfini, que fue oscurecida por la de Poliziano pero que resulta de indudable interés para un editor de Herodiano. Estos manuscritos y esta versión latina han merecido la atención de W . N. Nichipor en una tesis (Th e Text o f H erodian's History, Diss. Harvard Univ. Cambridge, Massachusetts, 1975) que concluye con un texto del libro I para el que establece un apparaíus (A B V O d f g p z Aid Bon lo Pol) que, manteniendo la división en dos familias, supone una ampliación respecto a los anteriores. Mantiene las siglas de Mendelssohn (a excepción de Aid en lugar de a para la Aldina y de Pol en vez de P para la versión de Polizia­ no) y añade otras nuevas para los manuscritos no utilizados por Mendelssohn respetando su sistema. Podemos, pues, clasificar la tradición manuscrita en dos grupos de la forma siguiente:

G r u po O

A = Codex Monacensis Graecus 157, manuscrito del siglo xiv, de la Bayerische Staatsbibliothek de Munich. Su fecha ha si­ do objeto de controversias. Según Mendelssohn y Whitta­ ker es del xv, pero el estudio del manuscrito realizado por Nichipor nos lleva a coincidir (cf. ob. cit., págs. 36-37) con la opinión de I. Hardt (Catalogus codicu m m anuscriptorum G raecorum bibliothecae regiae Bavaricae, II (1806), 184-186) que lo fechaba en el xiv. Presenta correcciones efectuadas por dos manos (A1 y A2) y fue colacionado por Basiner y Mendelssohn para la edición de este último. B = Codex Vindobonensis Graecus 59, manuscrito del siglo xv, de la Osterreichische Nationalbibliothek de Viena. Fue cola­ cionado por Basiner para la edición de Mendelssohn.

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INTRODUCCIÓN

V = Codex Vene tus Marcianus Graecus 389 (671), del siglo xv, per­ teneciente a la Biblioteca Nazionale Marciana de Venecia. Procede del legado del cardenal Besarión. Lo describieron y colacionaron parcialmente A. M. Zanetti y A. Bongiovan-

ni (Graeca D. M arci bibliotheca codicum manuscriptorum (1740), 187) y, posteriormente, fue colacionado por Bekker para su edición de 1826 y por Basiner para la edición de Mendelssohn. Estos tres manuscritos, A B V, se diferen­ cian de todos los restantes por sus errores y omisiones y resulta indudable su parentesco. Sin embargo B y V, in­ dependientes entre sí, presentan notables coincidencias fren­ te a A, lo que permite pensar en su dependencia de un modelo común (t). Bon. = Versión latina de Antonio Bonfini, que fue presentada a Matías Corvino en 1486. N o se imprimió, y se ha conserva­ do en un manuscrito vaticano, el Rossianus 483, y en otro de la Studienbibliothek de Salzburgo (Codex M II, 135). La importancia de esta traducción radica en su dependencia de un manuscrito de la familia O que no es idéntico a nin­ guno de los tres manuscritos A B V ni tampoco deriva de ellos. La versión de Bonfini es muy cercana a A, lo que lleva a pensar en un modelo común (i|>), del mismo modo que B V remontaban a $ (cf. W . N . Nichipor, ob. cit., pági­ nas 94-98). Según esto la familia O quedaría reflejada en el siguiente stemma O (perdido)

V

B

A

Bon.

G rupo i

g = Codex Leidensis G ronovianus 88, el manuscrito más antiguo, del siglo xi. Pertenece a la Bibliotheek der Rijksuniversiteit de Leiden. Tiene correcciones de una mano (g>) del si­ glo xv o xvi. Este manuscrito estuvo en la Biblioteca de

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO la Abadía de Florencia y fue consultado por Poliziano cuan­ do preparaba su traducción. Gronovius también visitó el monasterio benedictino durante su estancia en Florencia entre 1672 y 1674 y se llevó el manuscrito de Herodiano a Leiden. Mendelssohn lo colacionó para su edición de 1883.

p = Ambrosianus Graecus B 119 sup. (139), manuscrito del siglo xi, de la Biblioteca Ambrosiana de Milán. N o contiene el texto completo de la Historia sino sólo algunos discursos (II.10.2-9, IH.6.1-7, IV. 14.5-8 y VIII.3.4-6). d = Ambrosianus Graecus G 69 sup. (409), otro manuscrito de la Ambrosiana de Milán. Es del siglo xv. b = Codex Bruxellensis 11291-11293, del siglo xv, perteneciente a la Bibliothéque Royale de Bruselas. Este manuscrito figu­ raba en el catálogo de Pierre Pantin, que enseñó griego en Toledo antes de pasar a ocupar en 1591 el cargo de deán en Sta. Gúdula de Bruselas. En 1611, después de su muerte, el manuscrito pasó a manos del jesuita Andreas Schottus, que también había estado en España (cf. infra e = Codex Escorialensis). c = Laurentianus Conv. Sup. gr. 164 (c 323). Es del siglo xv y se encuentra en la Biblioteca Laurenziana de Florencia. Fue utilizado por Poliziano (cf. I. Maier, Les manuscrits d'Ange

Politien, Ginebra, 1965, pág. 435). f = Mediceus Laurentianus Plut. 57, 45, igualmente dei siglo xv y de la Laurenziana. Los manuscritos de Herodiano de es­ ta biblioteca fueron colacionados por Gronovius durante su estancia en Florencia. 1 = Mediceus Laurentianus Plut. 70.17, del siglo xv. Biblioteca Lau­ renziana. Fue colacionado por Basiner y aparece en el apparatus de Mendelssohn. m = Mediceus Laurentianus Plut. 70, 21, también del xv. s = Sinaiticus Graecus 1725 (565), manuscrito del siglo xv o del xvi, procedente del Monasterio de Santa Catalina, Monte Sinai. v = Venetus Marcianus Graecus 390 (855), manuscrito del xv, de la Biblioteca Nazionale M arciana de Venecia. Descrito por A. M. Zanetti y A. Bongiovanni (ob. c it, pág. 187). Este ma­ nuscrito y el V pertenecieron al cardenal Besarión, que poseía, pues, un manuscrito de cada familia.

INTRODUCCIÓN

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z = Venetus Marcianas Graecus, App. XI, 14 (1233), del siglo xv. Biblioteca Marciana, n = Neapolitanus graecus II C 32 (100), manuscrito del xv, de la Biblioteca Nazionale de Nápoles. Contiene una colección de excerpta de Herodiano. Su clasificación en la fami­ lia i no es segura. Los manuscritos de la familia i presentan también una serie de errores y omisiones que los distinguen de la fami­ lia O. Frecuentemente en las lecturas de i encontramos sinónimos o formas muy parecidas a las que se leen en la clase O, lo que hace pensar en que el modelo común de ambas fam ilias era un manuscrito con glosas margina­ les o interlineales respecto a palabras que parecían confu­ sas o inhabituales. El Leidensis Gronovianus 88 (g) es el más antiguo y más valioso de los manuscritos de la familia i con el texto com­ pleto. Su texto no presenta muchos de los errores encon­ trados en los manuscritos de su clase posteriores. El ma­ nuscrito Ambrosianus Gr. (p), debido a su fecha, no puede derivar de otro manuscrito del grupo i que no sea g. Nichi­ por (ob. cit., págs. 77-78), sin embargo, piensa que g y p son independientes. El manuscrito p, por otra parte, sólo contiene una selección de discursos, por lo que no puede depender de él ningún manuscrito con el texto completo. Los restantes manuscritos de la clase i descienden, directa o indirectamente, de g. El Venetus Marcianus 390 (v) es posiblemente una copia directa de g realizada en Venecia donde estaba el Leidensis Gronovianus en el siglo xv. El

Laurentianus 70, 17 (1) y el Laurentianus 57, 45 (f) parecen también derivar directamente del g, mientras que el Am­ brosianus G 69 (d) y el Venetus Marcianus Gr. App. XI, 14 (z) derivarían de un apógrafo (0) de g. El Laurentianus 57, 45 (f) form aría un subgrupo con cuatro manuscritos, b c m s, que no serían una copia directa de f sino de un apó­ grafo (a) (cf. Nichipor, ob. cit., págs. 79-88). Claramente relacionados con este subgrupo derivado de f estarían la edición aldina y un manuscrrito de El Escorial.

Aid. = La editio princeps aldina de 1503, que según Mendelssohn (cf. supra, pág. 73) era la transcripción de un único manus­ crito. Nichipor, sin embargo, piensa que deriva de un mo-

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO délo (y) que seria una copia de un manuscrito del subgrupo f (la Aldina presenta los mismos errores y omisiones que b c f m s) con algunas correcciones procedentes de d o de un manuscrito similar.

Escorialensis R. 111.16, manuscrito del siglo xvi (1540), de la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de E l Escorial. El escriba fue Alfonso Cortona (Scribebat Alfonsus Corta­

ría Toleti armo 1540 mense januarioJl H a sido descrito por P. A. Revilla en su Catálogo de los códices griegos de la biblioteca de el Escorial, I (1936), 181-182. Perteneció a la biblioteca del conde-duque de Olivares. Este manuscrito puede identificarse según Nichipor (cf. W . N . Nichipor, ob. cit., págs. 58-59) con el codex Hispa-

niensis del que Andreas Schottus obtuvo las lecturas que comunicó a Sylburg para su edición de 1590. Schottus en­ señó griego en Toledo y en Zaragoza durante los años 1584-1586. El manuscrito de El Escorial llama la atención porque contiene los errores, lagunas y características más impor­ tantes de la edición aldina de 1503. Son características que no se encuentran en ningún manuscrito anterior, por lo que es fácil concluir que este manuscrrito es una copia de la editio princeps o de otra edición anterior a 1540. Según lo dicho hasta aquí las relaciones de la familia i pueden sintetizarse en el siguiente stemma: i (perdido)

(W . N. Nichipor, ob. cit., pág. 100.)

INTRODUCCIÓN

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También se relacionan con la familia i la versión latina de Poliziano y los excerpta de Macario Crisocéfalo: Pol. = La traducción de Poliziano es una elegante versión latina, editada por prim era vez en 1493, que ha despertado el in­ terés de muchos editores (cf. infra, pág. 82). Han sido vanos todos los esfuerzos por relacionarla con un manus­ crito único. En su afán por conseguir un brillante estilo latino efectuó alteraciones que no dependen de ningún ma­ nuscrito griego. Sabemos que consultó el manuscrito g en la Abadía de Florencia y el Laurentianus Conv. Sup. 164 (c). Mientras preparaba la traducción debieron pasar por sus manos diversos manuscritos de Herodiano, como se desprende de las notas marginales del Laurentianus Rinuccinianus 20, que es la copia original de la traducción de Poliziano. Los editores coinciden en afirmar que Poliziano utilizó únicamente manuscritos de la clase i. Su traduc­ ción sigue las lecturas de estos manuscritos y no acude a los de la clase O cuando el texto de i es defectuoso. Mu­ chos manuscritos de i estaban entonces en Florencia (cf. G. Vitelli, «Codici fiorentini dello storico Erodiano», Studi

italiani di filología classica, 2 (1894), 470) y Poliziano debió utilizarlos sin dificultad. Macar = Macario Crisocéfalo incluyó en su obra titulada RhodO-

nía (siglo xrv) algunos excerpta de Herodiano, que parecen derivar de un manuscrito desconocido, próximo al grupo i. Aludiremos, finalmente, a un importante testimonio in­ directo del texto de Herodiano, que conecta con un ma­ nuscrito anterior y superior al modelo común de todos los manuscritos conservados. Se trata de los excerpta proce­ dentes de Juan Antioqueno. lo = Juan Antioqueno. Se le atribuyen unas Crónicas de las que, lamentablemente, no poseemos el texto completo; conta­ mos sólo con los excerpta realizados en el siglo x por or­ den del em perador Constantino Porfirogéneta, que ya fue­ ron estudiados por Mendelssohn para su edición de 1883 (cf. V. P. Boissevain, C. de Boor y T. Bütner-Wobst, Ex­

cerpta histórica iussu Imp. Constantini Porphyrogeneti confecta, 4 vols., Berlín, 1903-6). Estas Crónicas debieron citar ampliamente a Herodiano y utilizaron sin duda un texto de mayor calidad, conectado directamente con el arqueti­

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO po, y que nada tenia que ver con las dos familias citadas (cf. Stavenhagen, ed. Herodiani ab excessu divi Marci libri

ocio, Leipzig, Teubner, 1922, págs. IX-XI). Por lo general las divergencias entre los manuscritos de Hero­ diano no ofrecen grandes problemas a los editores, que encuen­ tran la principal dificultad en los pasajes con lagunas y corrupcio­ nes, generalmente comunes en unos códices alejados ya del texto original. Con respecto a la critica textual de la Historia véase: las tres ediciones de Teubner (Bekker, Mendelssohn y Stavenhagen); L. Goetzeler, «Eine W iener Herodianhandschrift», Bldtter für das

bayerische Gymnasialschulwesen 24 (1888), 418-421, Observationes Herodianeae, W ürzburg, 1888, y Questiones in Appiani et Polybii dicendi genus cum adpendice de codicibus quibusdam Herodianeis, W ürzburg, 1890; Blaufuss, ob. cit., págs. 13 ss.; G. Vitelli, ob. cit.; A. Salaé, «D e Herodiani locis aliquot», Listy Fiíologicke (1941), 205-209; Burrows, ob. cit., 1956; G. Giangrande, «Kritisches zum Historiker Herodian», Rheinisches Museum (1957), 263-271; Cassola, «N ote critiche al testo di Erodiano», Rendiconti dell’A ccademia di Archeologia, lettere e belle arti di Napoli, 38 (1963), 139-143; las ediciones de Cassola y de Whittaker, y, recientemente, la tesis ci­ tada de W . N. Nichipor. E d ic io n e s . — Las ediciones de Herodiano son las si­ guientes: 1503, editio princeps Aldina, Venecia; 1524, Aldina2; 1525, T. Martin, Lovaina; 1530, Walder, Basilea; 1535, 1543, 1549, 1563, H. Petrus-Io. Huoberus, Basilea; 1544, 1568, R. Estienne y E . Estienne, París; 1581, E . Estienne, París, Ginebra; 1590, Sylburg, con aporta­ ciones de Andreas Schottus procedentes de un «códice español» (supra, pág. 78, Frankfurt; 1593, 1608, 1617, Sartor, E . Angermayer, Ingolstadt; 1611, 1624, Vda. A. de Harsy, P. Ravaud, Lyon; 1627, 1630, D. Parei, Frank­ furt; 1635, 1637, 1639, Parei, ed. Harper, S. Brown, Lon­ dres; 1644, 1661, 1662, 1672, 1694, J. H. Boeder, con índice de Balthasar Scheidt, Estrasburgo; 1678, 1699, 1704, 1708, ed. Oxoniensis (1708, Harwood); 1685, Antonius Brigoncius, Padua; 1724, Patón, Edimburgo; 1759,

INTRODUCCIÓN

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Stroth, Halle; 1781, Schweighauser, Basilea; 1791, J. A. Barth, Leipzig; 1792, F. A. Wolf, Halle; 1789-1805, Irmisch, Leipzig; 1813, Duca, Viena; 1816, Weber, Leipzig; 1824, Lange, Halle; 1826, Bekker, Berlín; 1855, Bekker2, Teubner, Leipzig; 1883, Mendelssohn, Teubner, Leipzig; 1922, Stavenhagen, Teubner, Leipzig; 1967, F. Cassola, Florencia; 1969-70, C. R. Whittaker, Loeb Class. Libr., Londres. Son ediciones completas, imas sólo con el tex­ to griego y otras acompañadas de traducción. Las anti­ guas suelen llevar junto al original griego la versión latina de Angelo Poliziano; entre las más modernas tam­ bién las hay con traducción: la italiana de Cassola y la inglesa de Whittaker. Contamos asimismo con algunas ediciones parciales: 1578, los discursos de la Historia de Herodiano, París; 1832, Libro I; 1833, Libro II; 1833, Libro III, M. E. Lefranc, ed. A. Delalain, París; 1832, Vida de Cómodo; 1833, Vidas de Pértinax y Didio Julia­ no; 1836, Vida de Septimio Severo, H. Chappuyzi, ed. Maire-Nyon París; 1893, Libros V y VI, Blaufuss, Erlangen; 1956, Herodiano II.9.1 -III. 15.8, Burrows, Ann Arbor/Michigan Univ. Microfilms; 1975, Libro I, Nichipor, ob. cit. En la reconstrucción del texto destaca la obra de al­ gunos de estos editores. Después de la aportación ini­ cial de la edición príncipe y de la versión de Poliziano, E. Estienne efectuó una meritoria labor en su edición de 1581, edición que sirvió de base para otras. Fueron importantes las contribuciones de Sylburg en 1590, de Stroth en 1759, de W olf en 1792 y de la voluminosa edi­ ción de Irmisch. Debemos destacar, sin embargo, la la­ bor de Bekker, que en su edición de 1826 fue el primer editor que utilizó un manuscrito de la clase O (el V, que había colacionado con gran cuidado) como una de las bases de su texto, y, sobre todo, la edición de L. Mendelssohn, que ofreció un minucioso estudio de las dos familias de la tradición manuscrita. Su antiguo dis­ so. - 6

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

cípulo, O. Basiner, le ayudó con sus colaciones de los tres manuscritos de la familia O y de 1. El mismo Mendelssohn colacionó el Leidensis Gronovianus (g). Utilizó, además, la edición aldina, la versión de Poliziano y ci­ tas y extractos de escritores antiguos como los excerpta de Juan Antioqueno. Aportó asimismo enmiendas pro­ pias además de servirse de las efectuadas por Nauck. Su labor fue extraordinaria. Tanto Cassola (ob. cit., pá­ gina 406) como Whittaker (ob. cit., pág. L X X X V I) consi­ deran que la edición de Mendelssohn es la mejor y la más completa, superior incluso a la posterior de Stavenhagen a pesar de que éste utilizó las sugerencias y enmiendas de E. Schwartz. En consecuencia, sus edi­ ciones se basan esencialmente en la de Mendelssohn, línea seguida en nuestra traducción, que se ha apoyado en estas últimas ediciones, especialmente en la más re­ ciente, la de Whittaker. T r a d u c c i o n e s . — Las primeras traducciones de Hero­ diano fueron las latinas. La más antigua fue la de Omnibonus Leonicenus, escrita en el 1542 o antes e inclui­ da por Flavius Biondus en el libro segundo de su Roma Triumphans. No era una versión completa; contenía só­ lo un pasaje del libro IV, la deificación de Severo, pero se ha dicho que pudo inspirar a Poliziano. Las otras tra­ ducciones, a las que ya hemos aludido, fueron la de An­ tonio Bonfini (cf. supra, pág. 75) y la de Poliziano. La primera edición impresa de la de Poliziano fue la de Plato de Benedictis, aparecida en Bolonia el 31 de agos­ to de 1493. Fue revisada por el mismo Poliziano y es la más autorizada. Aparecen luego numerosas ediciones: el mismo año 1493, otra en Bolonia (apud Bazalerium de Bazaleriis) y una en Roma; 1498, Venecia; 1513, Es­ trasburgo; 1517, ed. Juntina, Florencia; 1523, Colmar; 1529, París; 1533, 1537, Lyon; 1544, París; 1545, 1559,

INTRODUCCIÓN

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1578, Lyon; 1538, 1566, 1576, 1585, Amberes; 1693, Lon­ dres; etc. Existen también ediciones parciales de la ver­ sión latina: 1832, Libro I; 1833, Libro II y Libro III; 1834, Vidas de Pértinax y de Didio Juliano, París. Entre las traducciones a otras lenguas podemos se­ ñalar las siguientes: Italianas: En dialecto toscano está la primera traducción de Hero­ diano después de las latinas: 1522, Antonio Francino, impr. P. Giunta, Florencia, en 1524, 1525 y 1539 se edita en Venecia; 1552, Cavani, Venecia; 1823, P. Manzi, Milán; 1967, F. Cassola, Florencia.

Inglesas: 1550, N. Smyth (de la versión latina), Londres; 1629, 1635, James Maxvell, Londres; 1652, Stapleton (en versos heroicos), Londres; 1698, «a gentleman at Oxford», Londres; 1749, J. Hart, Londres; 1789, The heir apparent: or, The Life o f Commodus; 1961, E. C. Echols, Berkeley, Los Angeles Univ., California; 1969-70, C. R. Whittaker, Loeb. Class. Libr., Londres.

Francesas: 1541, J. Collin (del latin), París, en 1546 en Lyon y en 1572 de nuevo en París; 1554, Jacques des Contes de Vintemille, Lyon, 1580, París; 1675, M. de Boisguilbert, París; 1700, 1745, 1784, 1836, 1842, 1875, l ’abbé Nicolas-Hubert Mongault, París, Orleans; 1840, M. J.-L. Gam ier, París; 1824, 1860, trad. de Léon Halévy, Didot, París.

Alemanas: 1531, 1532, 1565, J. Boner (de Poliziano), Ausburgo, Frankfurt; 1593, G. Melancephalae, Frankfurt; 1719, Halle; 1784, Johan Gottlieb Cunradi (de Poliziano), Frankfurt; 1830, C. N. Osiander, Stuttgart; 1858, A. Stahr, Stuttgart.

Existen también algunas traducciones en otras len­ guas, como la danesa de L. Holberg (Copenhague, 1746), las rusas de Ozereckovskij (1774) y de Obolenskij (1829), la rumana de R. Alexandrescu (Bucarest, 1960) y la re­ ciente versión checa de J. Burian y B. Mouchová (Praga, 1975). Lamentablemente en España hay un gran vacío en lo que se refiere a ediciones y traducciones de Herodia­ no. Únicamente contamos con una traducción y ésta no

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

está hecha sobre el texto original griego sino que proce­ de de la versión latina de Poliziano. Es obra del protonotario Fernán Flores de Xerez y fue publicada en 1532 (Historia de Herodiano hystoriador, nuevamente traduzida de latín en romance, que trata de los emperadores que sucedieron después del buen emperador Marco Aure­ lio hasta el emperador Maximino, M. D. X X X II. No figura lugar de impresión. Precede a la traducción un prólogo dirigido a don Fadrique Enríquez de Ribera, marqués de Tarifa y adelantado mayor de Andalucía). Creemos, por lo tanto, que nuestra traducción al cas­ tellano de la Historia de Herodiano es la primera que se hace en nuestra lengua directamente del original grie­ go. Esperamos que esta versión directa contribuya al conocimiento en nuestro país de esta obra de indudable valor histórico y literario. Palma de Mallorca, octubre de 1983

LIBRO

I

La mayoría de quienes se dedican a la compilación i histórica y aspiran a mantener vivo el recuerdo de he­ chos otrora acaecidos, en su afán de fama perenne para su enseñanza y con el fin de no pasar sin pena ni gloria inadvertidos por el gran público, se preocupan poco por la verdad en sus relatos pero cuidan sobre todo el voca­ bulario y el estilo, porque confían en que, aun en el ca­ so de que sus palabras linden con la leyenda, ellos reco­ gerán el aplauso de su auditorio y no será cuestionada la exactitud de su investigación. Algunos, bien por ene- 2 mistades privadas o por su odio a los tiranos, bien por adulación u honra de emperadores, ciudades o particu­ lares, han presentado gracias al mérito de sus palabras hechos triviales y sin importancia con una fama supe­ rior a la verdad. Pero yo no he aceptado ninguna infor- 3 marión de segunda mano sin pruebas ni testigos, sino que, subordinado al reciente recuerdo de mis lectores, con total respeto a la exactitud he recopilado los datos para mi historia. Y he creído además que no desagrada­ ría a los lectores posteriores el conocimiento de un tan gran número de importantes acontecimientos concen­ trados en un tan corto tiempo. En todo caso si alguien 4 pasara revista a todo el período que arranca de Augusto, desde que el régimen romano se transformó en poder personal, no encontraría en los cerca de doscientos años

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que van hasta los tiempos de Marco ni tan continuos relevos en el poder imperial, ni tales cambios de suerte en guerras civiles y exteriores, ni conmociones en los pueblos de las provincias 1 y conquistas de ciudades, tanto en nuestro territorio como en muchos países bár­ baros 2, ni movimientos sísmicos y pestes ni, finalmen­ te, vidas de tiranos y emperadores 3 tan increíbles, que 5 antes eran raras o ni siquiera se recordaban. De éstos unos mantuvieron su autoridad durante bastante tiem­ po mientras que para otros el poder fue pasajero; algu­ no yendo sólo en pos del título y de la gloria efímera rápidamente fueron derrocados. Durante un período de sesenta años4 el imperio romano estuvo en manos de más señores de los que el tiempo exigía y produjo un 1 El convencimiento que manifiesta Herodiano respecto al carác­ ter excepcional de la ¿poca analizada en su Historia nos lleva a pensar en el prefacio de Tucídides. La alusión a las conmociones de los pue­ blos de las provincias (etkriOn kintseis) nos recuerda también a Tucídi­ des, 11,2: KinSsis gár aúte d£ megístS tois Hellésin egéneto kai mérei tini ton barbárón... (Véase asimismo Hdn. III 7, 7 y VI 3, 2). La posible influencia del estilo tucidídeo en Herodiano ha sido estudiada por F. . J. Stein, Dexippus et Herodianus rerum scriptores quateruts Tkucydidem secuti sint, Diss., Bonn, 1957, págs. 140 ss. 2 Se quiebra la estabilidad de la «paz romana» y se,agravan los problemas militares, politicos y económicos (cf. Intr., pág. 57). A las dificultades interiores se unen los ataques de los pueblos «bárbaros». Se acentúan las divisiones sociales y los particularismos nacionales. Las provincias aumentan su influencia frente a Italia y a Roma (cf. Intr., pág. 58). Italia ya no es siempre el centro del Imperio y Roma está donde el emperador se encuentra (cf. Hdn. I 6, 5 y III 7, 7, y W. Widmer, Kaisertum, Rom und Welt in Herodians..., Zürich, 1967, pág. 49). Véase la referencia a Hdn. I 1, 4 en P. Ouv a , Pannonia and the Onset of crisis in the Román Empire, Praga, 1962, págs. 126 ss. 3 La oposición entre basileía o aristokratikt monarchía y tiranía (tyrannisj, entre los emperadores senatoriales, moderados, que siguen el modelo de Marco Aurelio, y los tiranos, en un tema constante en la Historia de Herodiano (cf. Intr., págs. 51-58 y 15-16). 4 Cf. Intr., págs. 8 ss. Años conflictivos entre la muerte de Marco Aurelio y la proclamación de un muchacho. Gordiano III, por los soldados.

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sinnúmero de situaciones cambiantes y sorprendentes. Los emperadores de edad más avanzada, por su expe- 6 rienda en los asuntos públicos, con suma diligencia man­ tuvieron el control sobre sí mismos y sobre sus súbdi­ tos, pero los que eran muy jóvenes llevando una vida más despreocupada introdujeron todo tipo de noveda­ des s; por eso, como es natural, la diferencia de edad y de autoridad se tradujo en actuaciones distintas. Mi intención es relatar lo que ocurrió en cada caso orde­ nando los hechos cronológicamente y por reinados6. Cuando Marco era emperador tenía muchas hijas, pero sólo dos hijos varones7. Uno de estos varones (su nombre era Verísimo) * murió cuando todavía era muy 5 Herodiano, como Dión Casio, intenta explicar los males de la historia de su tiempo por los errores y la incapacidad de los empera­ dores, especialmente de los jóvenes (cf. Intr., págs. 51-55). Es una vi­ sión personalista de acuerdo con la tradición historiográfica. 6 Cf. Intr., págs. 34 ss. 7 Marco Aurelio se casó en el año 145 con Ania Galería Faustina la Joven, hija de Antonino Pío (cf. cuadro genealógico 1). Faustina mu­ rió en el 176, y en sus treinta y un años de matrimonio alcanzaron, por lo que sabemos, la docena, seis hijos y seis hijas (cf. A. Stein, Prosopographia Im p erii R om ani I, 2.* ed., Berlín, 1933, págs. 122 ss.). Sin embargo, cuando en marzo del 161 sucedió a Antonino Pío sólo vivían cuatro hijas (Faustina, Lucila, Fadila y Cornificia) y, posible­ mente, un hijo (Adriano). El 31 de agosto del mismo año Faustina dio a luz a unos gemelos. Cómodo y T. Aurelio Fulvo Antonino. En 162-163 nació M. Anio Vero y en el 167 Vibia Aurelia Sabina, pero Adriano murió en el 162 y Aurelio Antonino en el 165. En el 166, por consi­ guiente, sólo quedaban con vida dos hijos varones. Cómodo y M. Anio Vero, y muchas hijas (las cinco citadas; la hermana nacida entre Fadi­ la y Cornificia, Domicia Faustina, habría muerto con anterioridad al 161). Así se explica este pasaje que demostraría la preocupación de Herodiano por la exactitud (cf. Intr., pág. 34). 8 M. Anio Vero, el hermano menor de Cómodo, murió en el 169. Se piensa (cf. G rosso, ob. cit., pág. 37) que Herodiano lo designa aquí, por error, con el sobrenombre que el emperador Adriano había dado a su padre, pero nada impide pensar, como cree Cassola (Erodiano...,

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joven, pero al sobreviviente, que se llamaba Cómodo9, su padre lo educó con sumo cuidado. Hizo venir de to­ das partes a los sabios más reputados en sus propias provincias con honorarios nada despreciables a fin de que atendieran en permanencia a su hijo y lo educaran w. A sus hijas, cuando llegaron a la edad, las entregó en matrimonio a los miembros más destacados del senado, no a patricios con largas genealogías ni a hombres ilustres por su entorno de riqueza, sino que quiso tener yernos de carácter ordenado y de vida soFlorencia, 1967, pág. 4), que el sobrenombre del padre se aplicara tam­ bién al hijo. 9 Lucio Ello Aurelio Cómodo hasta octubre del año 180; proba­ blemente en ocasión de su entrada triunfal en Roma (cf. Hdn. I 7) pasó a llamarse Marco Aurelio Antonino Cómodo, tomando, pietatis causa, el praenomen del padre, Marco, en lugar de Lucio como se habia lla­ mado hasta entonces (cf. C.I.L. XVI, 128, de marzo del 178: L. Aelius Aurelius Commodus). Al final de su reinado, en el 191, volvió a su primer nombre abandonando el de Marco Antonino y tomando de nue­ vo el de Lucio Elio, que recordaba a Elio César y a su hijo Lucio Vero (cf. cuadro genealógico 1). Este segundo cambio de nombre tendría un significado político contrario a los que esperaban una vuelta a los ideales de Marco Aurelio. Simbolizarla la ruptura de Cómodo con el pasado (cf. G rosso, ob. cit., págs. 43, 128-9, 325-6). 10 Marco Aurelio estaba hondamente preocupado por la educación (cf. Intr., pág. 51). En sus Meditaciones manifiesta su gratitud tanto cuando recuerda su propia educación juvenil como cuando se refiere a la educación de sus hijos: en I 4 agradece a su abuelo materno, L. Catilio Severo, el que ie haya proporcionado los mejores maestros sin reparar en gastos para su educación; en I 17 da las gracias a los dioses por haber conseguido para sus hijos educadores adecuados (cf. M asco A u re lio , Meditaciones, trad. de R. Bach e introd. de C. Garcia Gual, Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 1977. Véase Introd., pág. 9). Por otra parte, todas las fuentes reconocen a Marco el mérito de haberse preocupado por la educación de sus hijos (cf. Dión-X ifil. LXXI 36, 4). Pitolao y Cleandro, origen después de muchos problemas (cf. infra notas 48 y 77 y Hdn. I 12, 3/1 13, 6), fueron los nutritores (tropheis) de Cómodo. Onesícrates fue su maestro de griego, Antistio Capela lo fue de latín y T. Ayo Sancto le enseñó retórica. También debió intervenir en su educación el sofista Julio Pollux de Naucratis (cf. F. Grosso, ob. cit., págs. 117-123).

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bria ", pues pensaba que estas posesiones espirituales eran las únicas verdaderas 12 e indestructibles. 11 Los yernos de Marco Aurelio fueron: Cn. Claudio Severo (eos. II 173), casado con la mayor de las hijas de Marco, Ania Galería Aure­ lia Faustina, que en el 182, año de la conjuración de Lucila, ya habla muerto, con lo que Lucila seria entonces la mayor (cf. Hdn. I 8, 3); Ti. Claudio Pompeyano (eos. II 173), que se casó con Ania Aurelia Gale ría Lucila, esposa anteriormente del emperador Lucio Vero y, por tan­ to, Augusta e hija de Augusta (cf. Hdn. I 6, 4 y I 8, 3); M. Peduceo Plaucio Quintilo (eos. 177), marido de Arría Fadila; M. Petronio Sura Mamertino (eos. 182), casado con Cornificia; y, finalmente, L. Antistio Burro (eos. 181), que se casó con Vibia Aurelia Sabina, la sexta hija de Marco Aurelio. Todos ellos pertenecían a familias influyentes, co­ mo los Claudii Severi y los Claudii Pompeiani, que fueron perseguidas por los emperadores contrarios a los ideales antoninos (cf. Intr., pág. 55). Cómodo los trató duramente (cf. Hdn., I 8, 7-8). Cn. Claudio Seve­ ro, tras la muerte de su mujer, se retiró a Pompeyópolis en Paflagonia, provincia de Galacia, de donde procedían los Claudii Severi. Ti. Claudio Pompeyano, de una familia originaría de Antioquía, pertene­ cía al consilium de Marco Aurelio, que le dio a Lucila en matrimonio (cf. I 8, 3) contra la voluntad de ésta. Pompeyano, siguiendo las reco­ mendaciones de Marco (cf. I 4), intentó guiar a Cómodo (cf. I 6, 4). Estuvo fuera de la conjuración de Lucila, que lo detestaba (cf. I 8, 4), conjuración en la que participó un sobrino suyo, Claudio Pompeya­ no Quintiano (cf. I 8, 5). M. Peduceo Plaucio Quintilo era hijo de una hermana de L. Vero, Ceyonia Fabia; en el 205 fue condenado a muerte por Septimio Severo. M. Petronio Sura Mamertino pertenecía a una familia ecuestre que tenía propiedades en Ostia, los Petronii Mamertini. L. Antistio Bürro procedía de una familia africana, de Tíbilis; en el 181 ocupó el consulado con Cómodo. Tanto M. Petronio Sura como L. Antistio Burro murieron ejecutados por orden de Cómodo (cf. Gross o , ob. cit., págs. 260-262 y 359). Sus viudas, Cornificia y Vibia Sabina, fueron obligadas luego por Septimio Severo a contraer nuevos matri­ monios, inferiores a su categoría, con L. Didio Romano y L. Aurelio Agaclito respectivamente. La misma esposa de Cómodo, la emperatriz Crispina (cf. I 8, 4), también pertenecía a una de estas poderosas fami­ lias antoninas, los Bmttii Presentes, pues era hija de C. Brutio Presen­ te, un fiel colaborador de Marco Aurelio. Tampoco ella escapó de las muertes decretadas por Cómodo (cf. G rosso, ob. cit., apéndice B, pági­ nas 661-664: «La data di morte dell' impera trice Crispina»). Murió pro­ bablemente hacia el 191-192 tras ser desterrada a Capri, tal como le había ocurrido a su cuñada Lucila unos años antes (182-183). (Cf. infra I 8, 8, notas 68 y 69).

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Cultivaba todas las virtudes y era un enamorado de la literatura antigua, tanto que no iba a la zaga de nadie, ni griego ni romano; evidencian esta afirmación todos sus discursos y escritos que han llegado a nosotros. Se presentaba a sus súbditos como un emperador magnánimo y moderado, tanto acogiendo a los que le visitaban como no permitiendo que su guardia alejara a quienes se dirigían a él. Fue el único emperador que dio credibilidad a su filosofía no por sus palabras ni por sus conocimientos doctrinales sino por la dignidad de su comportamiento y por sú prudente forma de vi­ vir. Y un sinnúmero de sabios fue la aportación de la época de Marco, pues a los súbditos siempre les gusta vivir tomando como modelo la forma de ser de su jefe l3. Muchos doctos historiadores han escrito sobre el va­ lor y la moderación de todas sus acciones, reflejo de sus virtudes militares y políticas, tanto en sus campa­ ñas contra los habitantes de los territorios del norte co­ mo contra los de oriente. Pero yo he escrito una histo­ ria sobre los hechos posteriores a la muerte de Marco que vi y escuché durante toda mi vida. Y en algunos de ellos participé directamente en mis puestos de servi­ cio imperial y público u. Cuando Marco era ya un anciano l5, consumido no sólo por la edad sino también por los trabajos y preocu12 Privadas, auténticamente propias (idia). Cassola, aceptando la conjetura de Nauck (aídia), traduce por eternas. 13 Cf., por ejemplo, T á cito , Germania, 14, 1 [trad. de J. M. Requejo], Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 36, 1981, pág. 123; T ito Lrvio, I 21, 2. 14 Cf. Intr. págs. 27-31. 15 Sólo tenia cincuenta y ocho años. Su madre, Domicia Lucila, había muerto a los cincuenta y, según el mismo Marco Aurelio (Medi­ taciones I 17), murió joven. Pero él envejeció pronto. Marco Aurelio, de natural sedentario y pacífico, tuvo que envejecer en los frentes de sus campañas; junto al Danubio el clima y las penalidades minaron

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paciones, mientras estaba ocupado en la campaña de Panonia 16 una grave enfermedad se apoderó de é l 17. Sospechando que las esperanzas de restablecerse eran escasas y viendo que su hijo estaba en el umbral de la adolescencia, tuvo miedo de que, al encontrarse el ardor de su juventud en la orfandad, con el poder abso­ luto y sin trabas, rechazara las buenas costumbres y enseñanzas y se entregara a borracheras y desórdenes; pues fácilmente las almas de los jóvenes se deslizan ha­ cia los placeres y se apartan de los honestos hábitos de su educación. Como hombre muy culto que era, 2 le inquietaba sobremanera el recuerdo de quienes ha­ bían accedido al poder en su juventud: éste era el caso de Dionisio, el tirano de Sicilia que por su total incontinencia iba a la caza de nuevos placeres al más alto precio, y otro ejemplo lo ofrecían los excesos y vio­ lencias con sus súbditos de los sucesores de Alejansu salud enfermiza. La peste acabó con él, tras siete dias de agonia, en marzo del 180 (cf. D ió n -X ifil., LXXI 33, 4 e Historia Augusta, Vita Mará, 28, 8). 16 En Herodiano y en otro autores como Apiano, Filóstrato y 16simo, se da el uso de los étnicos Patones y Paionía en lugar de Pannórtioi y PannortÜL Panonia corresponde a las actuales tierras de Hun­ gría occidental (a la derecha del Danubio), de Eslavonia (territorios del Drave y el Save) y de Austria oriental con Vindobona, la actual Viena. Cf. Apiano, Historia Romana [Intr. trad. y notas de A. Sancho Royo], Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 34, 1980, pág. 394. 17 La enfermedad le sobrevino seguramente en Vindobona (cf. A u re lio V íc to r , Caesares 16, 14; Epitom e de Caesaribus, 16, 12), no en Sirmio como dice T e rtu lia n o (Apologeticum, 25, 5). 18 Se refiere a Dionisio II el Joven que gobernó en Siracusa en­ tre los años 367/6 y 345 a. C. y que como estadista no fue un digno heredero de su padre. Respecto a la edad en que subió al trono, cerca­ na a los treinta años, su caso no era comparable al de Cómodo que llegó al poder a los diecinueve años. Tanto Dionisio II como su padre, Dionisio I, sirvieron de tema para numerosas anécdotas recogidas por los escritores antiguos (cf. Claudio E liano, Historia Varia, ed. A. R. Benner y F. H. Fobes, Londres, Loeb Class. Libr., 1949, IX 8).

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dro '9, que deshonraron ¡el imperio del macedonio; Pto3 lom eo20, al llegar hasta el extremo de enamorarse de su propia hermana, transgredió las leyes de macedonios y de griegos; Antígono21, tomando en todo como mode­ lo a Dionisio, se coronó su cabeza con yedra en lugar de la diadema acoplada a la causía22 macedonia y 4 llevaba tirso en vez de cetro. Y todavía le entriste­ cía más el recuerdo de hechos ocurridos no mucho an­ tes sino hacía poco; la conducta de Nerón, por ejemplo, que llegó hasta el asesinato de su propia madre y que se ofreció él mismo al pueblo como espectáculo ridícu19 Herodiano, como otros autores antiguos, usa el término diádochos, «sucesor», en sentido lato, refiriéndose a la segunda generación de sucesores o «epígonos». 20 Probablemente Ptolomeo II Filadelfo (308-246 a. C.), que se ca­ só con su hermana Arsínoe (historia recogida por Justino, compilador de la época de los Antoninos que resumió las Historias Filípicas de Trago Pompeyo). Los matrimonios entre hermano y hermana eran practicados entre los faraones y la nobleza de Egipto, lo que hizo pun­ tualizar a Herodiano que las leyes transgredidas eran las griegas y las macedonias. Entre los Ptolomeos el primer caso de matrimonio entre hermanos fue el citado. Después hubo otros, el de Ptolomeo IV Filopátor, el de Ptolomeo V I Filométor, etc. 21 Se ha dicho que es una referencia a Antígono Monoftalmo, viejo macedonio, posiblemente el más valeroso y emprendedor de los diádocos, pero no sabemos de otra descripción referida a este personaje que sea semejante a la de este pasaje de Herodiano. Por esta razón puede pensarse en una confusión. E. Hohl cree que Herodiano confun­ de a Antígono con su hijo Demetrio Poliorcetes, pues era éste quien imitaba a Dionisio (cf. E. H o h l, Kaiser Commodus und Herodian, Sitzungsberichte der Deutschen Akademie der Wissenschaften zu Berlin, 1954, págs. 8 y 35). Esta tesis podría apoyarse, además, en el hecho de que Demetrio, a pesar de su excepcional talento militar, era conoci­ do por su versatilidad y su excesiva inclinación al placer y por la cir­ cunstancia de que acabara sus días a merced de Seleúco, que genero­ samente lo encerró en un lujosa residencia entregado a los placeres. 22 La kausía era un sombrero de anchas alas que fue considera­ do prenda nacional macedonia. La kausía real era purpúrea; la diade­ ma era una banda blanca, bordada de oro, que ceñía el sombrero y caía sobre los hombros (cf. infra IV 8, 2).

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l o 23, y las audacias de Domiciano que nada tenían que envidiar a la más extrema crueldad2*. Con estos mo- 5 délos de tiranía en su mente, Marco miraba hacia el futuro con temor. De forma extraordinaria le turbaban los germanos de la frontera a quienes todavía no había sometido del todo. A unos, a fuerza de persuasión, ha­ bía sabido ganárselos como aliados, y había vencido a otros por las armas. Pero había algunos que se habían replegado de momento y se habían retirado por temor a la presencia de un emperador como Marco. Sospecha­ ba por ello que, despreciando la edad del muchacho, le atacarían. Los bárbaros están siempre dispuestos a ponerse en movimiento fácilmente por cualquier cau­ sa 2S. Con su espíritu agitado por tales preocupaciones, 4 Marco convocó a sus consejeros y a todos los parientes que estaban con él, y dispuso que su hijo estuviera a su lado. Cuando todos estuvieron reunidos se levantó tranquilamente de su lecho y comenzó a dirigirles estas palabras 26: 23 Cf. S uetonio, Ñero Claudius, 24 y 27-30. 24 Cf. S uetonio, Titus Flavius Domitianus, 10-11. 25 Una de las observaciones étnicas de Herodiano, que se intere­ sa por las descripciones de este tipo (cf. Intr., págs. 18 y 23 e infra I 5, 8, I 6, 9, etc.). En general los temas étnicos eran del gusto de la Segunda Sofística. Uno de estos sofistas, Escopeliano, era maestro en ellos, «temas que, en mi opinión —dice Filóstrato— ha sido él el mejor en exponerlos y en transmitir a sus discípulos su modo de expo­ nerlos; en ellos, como un actor en escena, hacia ver la soberbia y lige­ reza de las constumbre de los bárbaros» (cf. F iló s tr a to , Vidas de los Sofistas [trad. de M. C. G in er Soria], Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 1982, I 21, 520 Oleario). Este interés por lo étnico está ligado naturalmente a la creciente influencia de !as provincias y a los movimientos de los pueblos «bárbaros» (cf. Intr., pág. 58, y notas a I 1, 4 y a I, 16, 6). 26 En su lecho de muerte Marco Aurelio confia el mando a su hi­ jo Cómodo y se despide estoicamente de sus consejeros y allegados. Cf. el discurso de Ciro en J en o fo n te, Ciropedia VIII 7, y el de Micipsa

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«N o es extraño que vosotros estéis apesadumbrados por el hecho de verme postrado en la cama. Es natural que los hombres compadezcan las desgracias de sus se­ mejantes, y cuando los males se presentan a la vista, provocan una mayor compasión. Pero pienso que en vuestra disposición hacia mí hay algo más que esto, pues mis propios sentimientos respecto a vosotros me permi­ ten esperar justamente un afecto en correspondencia. 3 Ahora se me presenta la ocasión oportuna para darme cuenta de que no os he dedicado en vano esfuerzo y estima durante tanto tiempo, y para vosotros es el mo­ mento de demostrar vuestra gratitud probando que no olvidáis los beneficios recibidos. Cuidad ahora de mi hijo, a quien vosotros mismos educasteis, recién llega­ do a la edad de la adolescencia y necesitado de buenos pilotos como en medio de un mar tempestuoso; que no se estrelle en los escollos de una vida indigna arrastra­ do por la falta de experiencia de lo que es su deber. 4 Vosotros que sois muchos sed padres para él en lugar mío que soy uno solo; atendedle y dadle los mejores con­ sejos. Ni la abundancia de dinero es bastante para la insaciabilidad de la tiranía, ni la protección de su guar­ dia es suficiente para proteger al gobernante si no 5 cuenta con el amor de sus súbditos11. Y llegan sin peligro al término de su reinado quienes no inspiran en los corazones de los gobernados temor por su cruel­ dad sino deseo por su bondad. No son los siervos por necesidad sino los que obedecen por convencimiento quienes viven sin sospechas y libres de toda fingida adu­ lación —tanto por activa como por pasiva—, y nunca se rebelan si no son forzados a ello por violencia o

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en S alu stio, Bellum Iugurthinum 10, discurso que Septimio Severo, al ver que iba a morir, envió a Caracalla, según nos cuenta Espartiano en la Historia Augusta. 27 Tópico que aparece también en los discursos citados en la no­ ta anterior (S alu stio, B.I.; J en ofon te, Cirop. VIII 7, 13-14).

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desmesura. Y es difícil guardar mesura y poner límites 6 a las pasiones cuando se tiene el poder en las manos. Aconsejadle pues en este sentido y recordadle lo que ahora está escuchando aquí. De esta forma haréis en vuestro beneficio y en el de todo el mundo un excelente emperador, honraréis mi memoria con la mejor de las gratitudes y sólo así podréis mantenerla viva para siempre». Después de decir esto, le sobrevino a Marco una 7 lipotimia y se calló. Cuando se acostó de nuevo absolu­ tamente agotado, la compasión se apoderó de todos los presentes de tal modo que algunos de ellos no pudieron contener los gritos de dolor. Vivió todavía una noche y un día antes de m orir “ , y dejó entre sus contempo­ ráneos la añoranza y a la posteridad el recuerdo peren­ ne de su virtud. Una vez que se extendió la noticia de su muerte, 8 todo el ejército que estaba con él y el pueblo entero fueron presa del mismo dolor y ningún súbdito del im­ perio romano hubo que recibiera aquel anuncio sin lágrimas. Todos a una voz le ensalzaban, irnos le llama­ ban padre bondadoso, otros noble emperador, otros ge­ neral valeroso y otros finalmente elogiaban la pruden­ cia y rectitud de su gobierno. Y ninguno se engañaba. Después de unos pocos días en los que tuvieron 5 al hijo ocupado en los funerales del padre, los conseje­ ros 29 decidieron presentar al joven en el campamento 28 El 17 de marzo del año 180. Cf. supra nota 15. 29 Entre los am ici de Marco (cf. F. G rosso, ob. cit., págs. 106 ss., J. A. Crook, Consilium principis: imperial councils and counsellors from Augustus to Diocletian, Cambridge, 1955) que estaban en el frente del norte podemos citar a Ti. Claudio Pompeyano, yerno de Marco (cf. no­ ta 11), a Vitrasio Polión, a C. Brutio Presente, suegro de Cómodo, a Tarruntenio Paterno, que debía estar en Vindobona en el 180 como prefecto del pretorio, a Sexto Quintilio Condiano y Sexto Quintilio Va­

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para que hablara a los soldados y, procediendo a una distribución de dinero, como es costumbre en las suce­ siones imperiales “ , se ganara al ejército con un gene2 roso donativo. Se dio la orden de presentarse para re­ vista general en la explanada de costumbre3I. Apareció Cómodo y ejecutó los sacrificios imperiales 32. A conti­ nuación subió a una tribuna que había sido levantada para él en medio del campamento y, después de situar a su alrededor a los consejeros de su padre —un buen número de avisados consejeros estaban allí con él—, pro­ nunció las siguientes palabras: 3 «Estoy plenamente convencido de que el dolor por lo ocurrido me une a vosotros y de que vosotros estáis tan afligidos como yo, ni un ápice menos. Cuando aún vivía mi padre, nunca pensé llevaros ventaja, pues él nos amaba a todos nosotros por igual, hasta el punto de que le agradaba más llamarme compañero33 que hi­ jo, porque consideraba que el título de hijo lo daba la naturaleza mientras que el de compañero procedía de la comunidad en el servicio. Y cuando todavía era un niño, con frecuencia me llevaba consigo y me ponía lerio Máximo y a M. Valerio Máximo. Según Herodiano (I 6, 6) la no­ bleza senatorial (cf. Intr., págs. 55-56) estaba en Vindobona acompa­ ñando a Marco. 30 El discurso y la distribución de donativa entre los soldados eran normales en las sucesiones imperiales como nos dice aquí Herodiano. 31 En Roma el ejército se reunía y pasaba revista fuera del cas­ tra praetoria; en campaña las reuniones tenían lugar en un terreno llano fuera del campamento. Pero en esta ocasión parece que la reu­ nión se celebró en el mismo campamento. 32 Herodiano recuerda siempre los sacrificios realizados por los emperadores al asumir el poder. El emperador era el pontífice máximo. 33 El término griego es systratiótés, «compañero de armas, con­ militón». La camaradería con los soldados es una de las cualidades del optim us princeps (cf. Intr., pág. 51 y Hdn. IV 7, 6, IV 14, 4, V I 8, 4, etc). Sobre el término systratiótai, cf. I n stin sk i , «Wandlungen rom. Kaisertums», Gymnasium, LXIII (1956), 260-268.

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en vuestras manos. Por eso no dudo que contaré con 4 vuestra lealtad sin dificultad; los más viejos tienen la responsabilidad de mi pupilaje M, y ante los de mi edad pienso que puedo invocar con razón nuestra condición de compañeros en el aprendizaje de las armas, puesto que mi padre a todos nosotros nos quiso por igual y procuró inculcamos todas las virtudes. Ahora la fortu- 5 n a 35 ha dispuesto que yo le suceda en el imperio, no cual advenedizo como mis predecesores que se enorgu­ llecían de un trono no heredado; por el contrario, yo soy el único que os he nacido en palacio; y en el mismo momento de salir del vientre de mi madre me acogió la púrpura imperial, sin que conociera pañales corrien­ tes: a la vez el sol me vio como hombre y como em­ perador M. Si consideráis esto, justamente me podéis 6 dar vuestro afecto como un emperador que no os ha sido impuesto, sino que ha nacido para serlo. Mi padre ha subido al cielo y ahora se sienta en compañía de los 34 Piénsese en las referencias de Tácito a Calígula, nacido en el campamento y criado en las tiendas de las legiones (Anales, I 41: « iam infans in castris genitus, in contubernio legionum eductus», y I 44: «legionum alumnus•). Véase R. G raves, Y o Claudio, trad. esp., Madrid, Alianza Ed., 1978, págs. 235-239. 35 El concepto de tyché o fortuna aparece frecuentemente en la Historia de Herodiano (cf. I 8, 3, I 9, 5, I 13, 6, II 2, 8, II 4, 5, III 7, 1, V, 3, 1, VI 5, 4, VI 8, 1, VII, 1, 2, etc.) con un significado no siempre preciso; puede ser suerte, azar o casualidad, fatum o destino, fuerza o voluntad divinas... El concepto de fatum (heimarméne) junto al de prónoia o providencia previsora, era extraordinariamente impor­ tante en el pensamiento estoico y constituía un tópico en la historiografía. 36 Desde Nerva el problema de la sucesión se habla resuelto me­ diante la adopción; el emperador elegía a su sucesor y lo adoptaba. Así podía gobernar el hombre más apto según el principio del optimus princeps. El senado aceptaba el sistema y los emperadores elegidos de esta forma respetaban al senado. Pero Marco Aurelio volvió al prin­ cipio de la sucesión hereditaria legando el imperio a su hijo (cf. Intr., pág. 57). Cómodo fue, ciertamente, el primer emperador romano cuyo padre, al nacer el hijo, era ya emperador. 80. — 7

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dioses 37. A nosotros nos incumben los hombres y la administración de los asuntos de la tierra. Poner en or­ den estos asuntos y consolidar el imperio está en vues­ tras manos, si lográis con vuestro valor liquidar los res­ tos de esta guerra y adelantar las fronteras del imperio 7 romano hasta el océano31. A vosotros esto os propor­ cionará la gloria y corresponderéis asimismo al recuer­ do de nuestro padre común con la gratitud que se me­ rece. Estad seguros de que él escucha vuestras palabras y observa vuestras acciones. Podemos estar contentos de cumplir con nuestro deber en presencia de un tal testigo. Las victorias que en el pasado habéis consegui­ do valerosamente son atribuibles a la sabiduría de su mando. Pero por cuantas pruebas de entusiasmo deis con un emperador joven como yo, vosotros mismos ob­ tendréis la fama por vuestra noble lealtad y valor. 8 Y colmaréis de dignidad nuestra juventud con la valen­ tía de vuestras acciones. Por otra parte, si ponéis freno a los bárbaros en el principio de un nuevo reinado, no se animarán ahora a causa de nuestra edad, y en el fu­ turo recelarán, temerosos por sus experiencias ante­ riores». Después de pronunciar estas palabras y de ganarse al ejército con un generoso donativo39, Cómodo regre­ só al palacio imperial. 6

Durante un corto tiempo, pues, todo se hizo según el criterio de los consejeros paternos, que estaban per­ 37 La deificación de Marco Aurelio fue decidida en una reunión extraordinaria del senado y el pueblo según leemos en la Vita Marci 18, 2-3 (senatus populusque, non diversis locis, sed in una sede propi-

tium deum dixit). 38 Referencia imprecisa (cf. I 6, 6). Se refiere, naturalmente, al Báltico y al Mar del Norte. 39 Cf. infra I 7, 6. La largueza de Cómodo con las tropas contras­ taba con la actitud de Marco Aurelio, quien, por ejemplo, se había arriesgado a negar un aumento de soldada tras una costosa victoria sobre los marcomanos.

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manentemente a su lado con sus prudentes adverten­ cias, concediéndole sólo el tiempo que consideraban su­ ficiente para un saludable cuidado de su cuerpo. Pero algunos miembros de su séquito, que con engaños ha­ bían logrado arrimarse a Cómodo, intentaban minar el carácter del joven emperador; su mesa era frecuentada por parásitos que medían la felicidad por su estómago y por sus vicios más abyectos ^ ellos le recordaban el lujo de Roma, describiéndole los placeres para la vista y el oído y enumerándole la abundancia de todo lo que allí había, a la vez que criticaban todas las esta­ ciones del año en las riberas del Danubio, una región que no daba frutos, siempre fría y cubierta de nieve41. «¿N o dejarás, señor —decían—, de beber esa agua helada y turbia mientras otros disfrutan las cálidas fuen­ tes y los frescos arroyos, el cielo calmado y el aire que sólo Italia ofrece?» 42. Presentando al muchacho imáge­ nes como éstas despertaron en su alma el ansia de placeres. Súbitamente llamó a los consejeros y les dijo que añoraba la patria; pero, avergonzado de confesar las causas del repentino deseo, simuló que tenía miedo de que algún rico patricio se apoderara en Roma del palacio imperial e intentara después, como desde una fortificada ciudadela, tomar el poder al disponer de fuer­ zas y recursos 43. El pueblo, en efecto, podía proporcio­ narle un buen número de jóvenes escogidos. 40 Cf. G rosso, La lotta política..., pág. 99. 41 Tal vez Herodiano tenía presente a Alejandro «Peloplatón», so­ fista contemporáneo que se había referido en un discurso al clima del Danubio. Este tipo de temas interesaban a los sofistas (cf. F iu ís tra to , Vida de los Sofistas, Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 1980, II 5, 57 Oleario). Sobre el clima del Rin y del Danubio cf. también infra VI 7, 6. 42 Un elogio similar del clima de Italia en Euano, otro contem­ poráneo de Herodiano (Historia varia, IX 16). 43 En otras ocasiones similares (cf. III 15, 6, V 2, 3, V 5, 1) Hero­ diano insiste en la importancia de que el nuevo emperador vuelva a Roma.

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Ante estos pretextos del joven, el desaliento se apo­ deró de los consejeros, que se pusieron a mirar el suelo con semblante compungido. Pero Pompeyo **, que era el más viejo de todos ellos y que por su matrimonio era pariente del emperador (pues estaba casado con la mayor de las hermanas de Cómodo), dijo: «Es natural, hijo y señor mío, que tú añores la patria; pues también a nosotros nos domina un parecido deseo de lo que s dejamos en casa. Pero los asuntos de aquí, al ser más importantes y apremiantes, se imponen sobre nuestros deseos. Gozarás de los placeres de la ciudad después, durante el resto de tu vida, y, además, donde el empera­ dor se encuentra, allí está Roma 4S. Pero dejar la gue­ rra inconclusa es, amén de deshonroso, también peli­ groso. Pues infundiremos animo a los bárbaros, que no lo imputarán al deseo de volver a casa sino a cobarde 6 abandono. Será hermoso para ti, después de someter a todos ellos y fijar los límites del imperio por el norte en el océano volver a Roma en triunfo y llevando en­ cadenados y cautivos a reyes y caudillos bárbaros47. 44 Ti. Claudio Pompeyano. Cf. Intr., pág. 55 y supra notas 11 y 29. Por lo que aquí dice Herodiano, Cn. Claudio Severo, el yerno de Marco casado con la hija mayor, ya habría muerto o se habría retira­ do. Pompeyano estaría así a la cabeza. Era un hombre de gran capaci­ dad política a quien Marco apreciaba, pero no contaba con las simpa­ tías de Faustina, su suegra, y de Lucila, su mujer (cf. Grosso, ob. cit., pág. 107 y K. D ietz, Senatus contra principem..., pág. 125). Según la Historia Augusta (Pert. 4, 10) Pértinax, tras la muerte de Cómodo, le ofreció el poder (cf. Hdn. II 3, 3), y Juliano escribió que Marco Aurelio hubiera debido nombrar heredero al yerno en lugar del hijo (cf. Julia­ no, Discursos [intr., trad. y notas de José García Blanco], Bibl. Clás. Gredos, Madrid, Césares 312 B). 45 Cf. supra notas 2 y 43. En contradicción con el discurso de Se­ vero de II 10, 9: «Seamos, pues, los primeros en tomar Roma, donde está la sede del imperio...». 44 Cf. supra I 5, 6. 47 En el original leemos basileis te kai satrápas barbárous. El tér­ mino «sátrapas» se usa normalmente referido a los gobernadores per-

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Esto hizo grandes y famosos a los romanos que te pre­ cedieron. Y no debes temer que alguien se apodere en Roma del poder. Pues la nobleza senatorial está aquí contigo y toda la fuerza militar presente defiende tu autoridad. El tesoro imperial está también aquí por en­ tero. Y el recuerdo imperecedero de tu padre te ha ase­ gurado la fidelidad y el amor de tus súbditos». Con estas palabras Pompeyo quiso impulsar al mu- 7 chacho a tomar el mejor camino, y durante un corto tiempo le hizo cambiar de parecer. Cómodo, avergozado por el discurso y no siendo capaz de replicar nada razonable, despidió a los consejeros diciéndoles que, con toda detención, examinaría en privado el camino a seguir. Pero, al seguir insistiendo sus asistentes 48, ya 8 no volvió a consultar a los consejeros, sino que por car­ ta les comunicó a quiénes confiaba la vigilancia de las riberas del Danubio y, a la vez que les ordenaba que resistieran los ataques de los bárbaros, les anunciaba su regreso a Roma. Ellos cumplieron, ciertamente, su cometido: no mucho tiempo después redujeron a muchos bárbaros por las armas mientras que con otros, por me­ dio de importantes subsidios, acordaron una alianza, sin que les costara convencerles. Pues los bárbaros son de 9 sas y partos. En F iló s t r a t o (Vida de los Sofistas, I 22, 3) lo encontra­ mos referido a un gobernador romano. Aquí se trata de la aristocracia guerrera germana y se refiere probablemente a los jefes, caudillos (Herzog) o nobles germanos. Se ha pensado (cf. W h itta k e r, ob. cit., vol. I, pág. 33) que esta expresión podía ser equivalente del reges et duces (c f. T á c ito , Germania 7, 1: reges ex nobilitate, duces ex virtute sumunt). 48 Los cortesanos, parásitos «que basaban la felicidad en el vien­ tre...», ganaron la partida a los consejeros de Marco encabezados por Pompeyano. Los custodes vitae pessimi, de los que habla la Vita Comm o d i 2, 6, pudieron más que los custodes vitae honestiores. Eran gen­ tes incompetentes en lo militar y de poca altura política pero hábiles en la vida de la corte (cf. G rosso, ob. cit., págs. 100, 116, 198 ss.). Entre ellos estaba M. Aurelio Oleandro, esclavo frigio que llegó a ser dueño de una inmensa fortuna (cf. notas 10 y 77, Hdn. I 12, 3-1 13, 6 y Grosso, ob. c it., págs. 116-120).

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naturaleza codiciosa y, con desprecio del peligro, por medio de incursiones y saqueos se procuran lo necesa­ rio para su subsistencia o negocian la paz a un alto pre­ cio. Cómodo, enterado de esto y deseoso de comprar su tranquilidad, puesto que tenia dinero en abundan­ cia, les concedió todo lo que pidieron. Tan pronto como se hizo público el regreso de Có­ modo, un revuelo enorme, evidentemente, se apoderó del campamento, y todos querían marcharse con él pa­ ra alejarse de la dura vida de la guerra y gozar de los placeres de Roma. Cuando el rumor se divulgó y llega­ ron mensajeros para anunciar el regreso del empera­ dor, el pueblo de Roma se alegró extraordinariamen­ te 49 y abrigó grandes esperanzas por la llegada del jo­ ven soberano pensando que el muchacho se parecería 2 a su padre. Cómodo realizó el viaje con entusiasmo ju­ venil. Cuando pasaba por las ciudades que se sucedían en su camino, en todas era recibido con honores de em­ perador y, al presentarse ante pueblos en fiesta, todos 3 los ojos le daban la bienvenida con amor. Cuando estu­ vo cerca de Roma, el senado en pleno y todo el pueblo de Roma, sin poder contenerse, queriendo cada uno ser el primero en ver a su joven y noble emperador, con guirnaldas de laurel y todas las flores que estaban en­ tonces en floración, como a cada uno le fue posible, le 4 salieron al encuentro fuera de la ciudad. Le amaban con sincero afecto porque había nacido y se había edu­ cado entre ello s 50 y, además, porque era emperador

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49 Según Grosso (ob. cit., pág. 126) la decisión de Cómodo de po­ ner fin a la costosa guerra contra los germanos fue causa de popularidad. 50 No sabemos con seguridad el tiempo que Cómodo pasó en Ro­ ma durante su niñez y adolescencia. Faustina, su madre, acompañaba a Marco Aurelio en sus campañas, y en I 5, 3 hemos visto que Cómodo había crecido entre los soldados. Cf. supra nota 34.

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Y SUS PARENTESCOS

CUADRO GENEALÓGICO

LOS ANTONINOS

CUADRO

LOS

GENEALOGICO

2

SEVEROS

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por familia, después de tres generaciones51, y patricio romano. Su familia por parte de padre había dado ilus­ tres senadores: Faustina, su madre, que había llegado a emperatriz, era hija de Antonino Pío y nieta de Adria­ no por parte de madre, y remontaba su genealogía has­ ta Trajano, su bisabuelo. Así era, pues, el linaje de Cómodo, que, además, por 5 estar en la flor de la juventud, tenía una apariencia ad­ mirable tanto por las proporciones de su cuerpo como 51 Cf. cuadro genealógico 1 y notas 7-11. Por la vía de la adop­ ción se sucedieron Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aure­ lio, que ya no acudió al procedimiento de la adopción al designar co­ mo sucesor suyo a su hijo Cómodo. Estas adopciones, sin embargo, se apoyaron en cierto modo en lazos familiares: Adriano estaba casado con Sabina, una sobrina nieta de Trajano; Marco Aurelio se casó con una hija de Antonino Pío, Ania Galería Faustina II, y Lucio Aurelio Vero, colega de Marco Aurelio, tomó por esposa a Lucila, hija de Mar­ co. Se ha señalado la importancia de estos lazos familiares para la estabilidad de un régimen que se había basado en la adopción. En este pasaje Herodiano se refiere a Ania Galería Faustina la menor, que era hija de Antonino Pío y «nieta de Adriano por parte de madre» Hadrianoú ékgonos katá thelygonían. En realidad el parentesco con Adriano no era cierto en estos términos, por lo que la afirmación de Herodiano en este pasaje suele considerarse como uno de sus errores. S ievers, art. cit., Phiíologus 26 (1967), 36-37, y H ohl, Kaiser Commo­ dus..., 12-13 y 37, piensan que Herodiano creía que la primera Ania Galería Faustina, la mujer de Antonino Pío, era hija de Adriano. P. Grenade, «Le réglement successoral d’Hadríen», Revue des études ancienrtes 52 (1950), 263, justifica la expresión katá thelygonían de Hero­ diano señalando que Matidia la mayor, sobrina de Trajano, era la bisa­ buela de la madre de Cómodo. Se podría pensar que la relación a la que alude aquí Herodiano es simplemente la de adopción, según la cual Faustina, como hija de Antonino Pío, era nieta adoptiva de Adria­ no y biznieta de Trajano. Pero para esta interpretación debería elimi­ narse la expresión katá thelygonían, como hace Cassola (cf. Cassola, Erodiano, Florencia, 1967, págs. 22 y 468 y «Note crítiche al testo di Erodiano», Rendiconti dell' Accademia di archeologia, lettere e belle arti di Napoli 38 (1963), 139 ss.), supresión sin suficiente fundamento (cf. W. N. N ichipor, The text..., pág. 184). Por otra parte, si sólo se refería a las relaciones de adopción, Herodiano habría podido hablar de cinco generaciones, remontándose hasta Nerva, en lugar de hacerlo de tres fek trigonías).

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por la belleza viril de su rostro. El resplandor de sus ojos era cálido y centelleante 52; su cabello, rubio na­ tural y rizado de suerte que, si alguna vez se ponía al sol, un brillo como de fuego fulguraba de forma tal, que algunos pensaban que se esparcía polvo de o r o 53 por encima cuando se presentaba en público, mientras que otros lo miraban como un dios, diciendo que una aureola celeste aparecía en tom o a su cabeza M. Y el primer vello ya brotaba de sus mejillas. Éste fue el em­ perador que vieron los romanos cuando lo recibieron con múltiples aclamaciones y con una lluvia de guirnal­ das y de flores. Después de entrar en Roma ” , se diri­ gió al templo de Júpiter y a los demás templos y, segui­ damente, manifestó su gratitud al senado y a la guarni­ ción de Roma por la fidelidad que le habían guardado. A continuación se retiró al palacio imperial. Durante unos pocos años, otorgó toda su estima a los consejeros paternos “ , y en todas sus actuaciones 52 ophthaímón te gár thermai kai pyródeis bolat, pasaje sobre el que se han hecho diversas conjeturas. G. Giangrande, Rheinisches Museum, 100 (1957), 263-264 da thermai frente a arthmtai de los manus­ critos de la familia i. Whittaker y Cassola aceptan la conjetura. Véase la cuestión en W. N. Nichipor, ob. cit., págs. 184-196, que propone una nueva posibilidad, orthai, con el significado de «penetrante». 53 Cf. Historia Augusta, Verus 10, 7, donde se dice que L. Aurelio Vero esparcía polvo de oro sobre sus cabellos rubios para que replandecieran. 54 Cf. Historia Augusta, Gallieni dúo 16, 4. 55 Probablemente ante esta entrada en Roma había cambiado de nombre para honrar a su padre (cf. nota 9). Tenemos testimonios nu­ mismáticos de la entrada en The Román Im perial Coinage III, 401 n.os 294-5 y en British Museum Catatogue IV 684 n.os 1728-31. Se distribu­ yó entonces un congiarium y un donativum (cf. supra nota 39). Fue el tercer congiarium de Cómodo, emperador de gran prodigalidad (cf. D. van Berchem, Les distributions de ble et d ’argent á la plébe romaine sous l ’empire, Diss., Ginebra, 1939, págs. 156-158). 56 Esta consideración respecto a los consejeros paternos decae du­ rante la prefectura del pretorio de Perennis (182-185).

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les pidió consejo. Pero, después que se hizo cargo per­ sonalmente de la dirección del imperio, puso al frente de la guardia pretoriana a Perenio ” , un itálico con las mejores virtudes militares (razón por la que, precisa­ mente, le nombró prefecto del pretorio). Pero Perenio se aprovechó de la edad del muchacho y, persuadiéndo­ lo a consagrar su tiempo a excesos y borracheras, le apartó de la responsabilidad y de las cargas imperia­ les, a la vez que él asumió directamente el gobierno del imperio. Su afán de riqueza era desenfrenado, tanto por la continua insatisfacción de las ganancias obteni­ das como por el anhelo insaciable de lo todavía no conseguido. Comenzó por presentar acusaciones contra los consejeros de Marco, levantando sospechas contra todo el que era rico y patricio; de tal forma asustaba al joven emperador que éste los hacía matar y daba a Perenio ocasión y facultad de apoderarse de sus propie­ dades. Durante cierto tiempo el recuerdo de su padre y el respeto a sus consejeros contuvieron al joven Cómodo. Pero, como si un golpe de fortuna adversa y desgracia­ da 58 diera al traste con la prudencia y rectitud que to­ davía tenía, ocurrió lo siguiente. Lucila era la mayor de todas las hermanas que le quedaban a Cómodo59. Era ella la que antes había estado casada con el empe­ 57 Herodiano usa la forma griega Perénnios, Perenio, por la lati­ na Perennis. Tigidio Perennis era un italiano, muy conocido por su experiencia militar, como dice aquí Herodiano. Algunos (cf. L. L Howe, The pretorian prefect from Commodus to Diocletian (A.D. 180-305), Chi­ cago, 1941, Appendix, 2) piensan que su nombramiento fue en el 180; se apoyan en la Historia Augusta (Vita Comm. 14, 8), según la cual Perennis fue nombrado por Marco Aurelio; pero Herodiano afirma que fue nombrado por Cómodo, y probablemente tiene razón (cf. A. Passerini, Le coorti pretorie, Roma, 1969, págs. 305-306; F. Cassola, «Sull’ attendibilitá dello storico Erodiano», Atti d ell’ Accademia Pontaniana, 6 (1957), 193). Su nombramiento debió ser hacia el 182. 58 Cf. supra nota 35. 59 Cf. supra nota 11. Prueba que Faustina había muerto.

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rador Lucio Vero *°, a quien Marco había asociado al imperio entregándole a su hija y haciendo de este ma­ trimonio con Lucio un vínculo de lealtad más fuerte. Pero cuando sobrevino la muerte de Lucio, aunque Lu­ cila conservó las insignias de su dignidad imperial, su 4 padre la entregó en matranonio a Pompeyanoél. Cómo­ do mantuvo las prerrogativas de su hermana sin mer­ ma; en el teatro seguía sentándose en trono imperial y el fuego ceremonial anunciaba su paso. Pero cuando Cómodo contrajo matrimonio con Crispina62 y fue ne­ cesario ceder la preferencia a la mujer del emperador, Lucila lo aguantó mal al considerar que el honor tribu­ tado a aquella era un insulto para e lla 63. Y sabiendo que Pompeyano, su marido, era amigo de Cómodo, na­ da le comunicó sobre su intención de hacerse con el poder; pero sondeó la opinión de Cuadrato M, un joven 60 Cf. cuadro genealógico 1 y supra nota 11. Lucio Aurelio Vero era hijo de Lucio Elio César. Como Marco Aurelio, fue adoptado por Antonino Pío por mandato de Adriano. En el año 161 fue asociado al gobierno por su hermano de adopción. Como garantía de fidelidad a Marco se casó con su hija Ania Aurelia Galería Lucila. Murió en el 169. 61 Cf. supra notas 11 y 44. Matrimonio precipitado por Marco Aurelio tras la muerte de L. Aurelio Vero, en contra de la voluntad de Lucila y de su madre Faustina (cf. D ión -X ifil. LXXII 4, 5 e Historia Augusta Vita Marci 20, 6-7). 62 Cf. supra nota l i e Intr., pág. 56. Era hija de C. Brutio Presen­ te (coi. II en el año 180) y hermano de L. Brutio Quintilio Crispino (eos. 187); pertenecía a una importantísima familia antonina que tuvo problemas en los últimos años del reinado de Cómodo. Ella fue acusa­ da de adulterio, desterrada y asesinada (cf. W h itta k er, Historia 13 (1964), 353). Posteriormente, en las inscripciones honoríficas se borró el nom­ bre de Cómodo pero se respetó el de Crispina (cf. H. Dessau, Inscriptiones Latinae Selectae, Berlín, 1892-1916, 405, 1117). 63 La personalidad y las motivaciones de Lucila han sido estudia­ das por Aymard, «La conjuration de Lucilla», Revue des études anciennes 57 (1955) 85-91. Para la conjuración de Lucila véase también Gros­ so, ob. cit., págs. 125 ss. 64 Este Umidio Cuadrato era probablemente hijo del primer ma­ trimonio de Cn. Claudio Severo, antes de que se casara con la hija

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noble y rico, con el cual se le acusaba de mantener rela­ ciones en secreto, y, lamentándose sin cesar por la pree­ minencia perdida, poco a poco logró persuadir al joven a que proyectara su propia ruina y la de todo el senado. Cuadrato consiguió persuadir a algunos eminentes se- 5 nadores a imirse a la conjura, y entre ellos había un joven llamado Quintiano65, impetuoso y audaz, que también pertenecía al senado. Lo persuadió a esconder un puñal entre sus ropas y a, después de acechar el momento y el lugar oportunos, abalanzarse' de improvi­ so sobre Cómodo y darle muerte. Dijo que él con algunos donativos se había ocupado del resto. Quintiano se ocul- 6 tó en la entrada del anfiteatro “ (era un sitio oscuro y por eso esperaba pasar inadvertido), desenvainó el pu­ ñal y se dirigió súbitamente contra Cómodo, diciendo a voz en grito que había sido enviado por el senado con­ tra é l 67; pero no se apresuró a clavarle el puñal y, mientras estaba entretenido pronunciando unas palabras y blandiendo el puñal, fue cogido por la guardia del em­ perador y sufrió el castigo por su insensatez, puesto que anunció sus intenciones antes de actuar, dejó que le des­ cubrieran y apresaran y que Cómodo, advertido, se pu­ siera en guardia. de Marco (cf. supra nota 11). Debió ser adoptado por M. Umidio Cua­ drato (eos. 167), sobrino de Marco Aurelio como hijo de la hermana del emperador, Ania Cornificia Faustina (cf. cuadro genealógico 1). Es­ taba, pues, ligado a la familia imperial. 65 Claudio Pompeyano Quintiano era probablemente el hijo de Claudio Quintiano, un hermano de Ti. Claudio Pompeyano, y, por lo tanto, sobrino de Lucila. Se casó con la hija del primer matrimonio de Lucila (cf. cuadro genealógico 1). Como Cuadrato fue considerado amante de Lucila (cf. D ió n -X ifil. LXXII 4, 4, Historia Augusta, Comm. 4, 2, Amiano M a rc elin o XXIX 1, 17). Según otra teoría seria hijo del primer matrimonio de Ti. Claudio Pompeyano, o sea que Lucila sería su madrastra. 66 El anfiteatro Flavio o Coliseo (cf. infra I 15, 9). 67 Cf. D ió n -X ifil. LXXII 4, 4.

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Este fue, pues, el primer y principal motivo de odio que tuvo el joven contra el senado. Las palabras de Quintiano habían herido su corazón, y tenía por enemigo a todo el senado en bloque, sin poder olvidar la voz de 8 su agresor. Perenio tuvo ya un pretexto con base sufi­ ciente y no dejó de sugerir id emperador el exterminio y la represión de los notables con cuyos bienes, que usurpaba, llegó a ser sin dificultad el hombre más rico de su época. Realizada una investigación con todo rigor por iniciativa de Perenio, Cómodo hizo ejecutar sin con­ templaciones a su hermana M, a todos los que estaban en la conjuración y a los acusados por cualquier sospe­ cha. 7

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Después de desembarazarse de todos, incluso de aquellos a quienes Cómodo respetaba, que le habían de­ mostrado un afecto de padre 70 y habían cuidado de su seguridad, Perenio, haciéndose con el poder, empezó a poner sus ojos en el imperio y persuadió a Cómodo a confiar el mando de los ejércitos ilirios a sus hijos 7I, aunque todavía eran jóvenes, mientras que él reunía una 68 Cf. supra nota 11 y 29 e Introd., pág. 56. Las víctimas de la represión de Cómodo-Perennis fueron numerosas; como dice Herodiano, fueron «los acusados por cualquier sospecha». Entre los condenados a muerte estaban P. Salvio Juliano (eos. 175), Tarruntenio Paterno (pre­ fecto del pretorio), la familia de los Quintilios (Valerio Máximo y su hijo Sexto Quintilio Condiano, cónsul epónimo en el 180, Sexto Quintilio Condiano y su hijo Quintilio Máximo, cónsul epónimo en el 172, dueños, por ejemplo, de la villa en la que residía Cómodo en el 190), Vitrasia Faustina, etc. Otros tuvieron que retirarse de la vida pública; Ti. Claudio Pompeyano, Helvio Pértinax, Didio Juliano, Septimio Seve­ ro, etc. Como se ve había entre ellos tres futuros emperadores; ningu­ no de los tres pudo levantar cabeza hasta la caída de Perennis (cf. G rosso, La lotta política..., págs. 154-163). 69 Tras ser exiliada a Capri fue ejecutada (cf. D ió n -X ifil. LXXII 4, 6). 70 Cf. supra I 4, 4. 71 En I 9, 8 y en D ió n -X ifil. LXXII 9, 3 sólo aparece un hijo.

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importante suma de dinero con el fin de levantar al ejér­ cito por medio de espléndidos donativos. Y sus hijos se pusieron a preparar secretamente sus fuerzas para el golpe de estado que tendría lugar cuando Perenio hu­ biera dado muerte a Cóm odo72. Pero se descubrió la trama de forma imprevista. Los 2 romanos celebran unos juegos en honor de Júpiter Capitolino espectáculos artísticos y competiciones atléticas de todas clases reúnen al pueblo en la ciudad imperial para asistir a la fiesta. El emperador está pre­ sente como espectador y juez con los otros sacerdotes, a quienes su colegio sacerdotal designa anualmente en turno rotatorio. Aquel día Cómodo había acudido a la 3 actuación de unos afamados actores y ya se había sen­ tado en su trono imperial. El teatro estaba lleno de gen72 A pesar de algunas omisiones, como la de los desórdenes de Bretaña y la de la delegación de mil quinientos soldados de Bretaña que se presentaron ante Cómodo para protestar contra Perennis y denun­ ciar la conspiración (D ió n -X ifil. LXXII 9), Herodiano es la fuente más completa acerca de esta conjuración de Perennis, sobre la que algunos historiadores han dudado. Sin embargo lo cierto es que Perennis fue ejecutado en el 185 tal como narra Herodiano. Respecto a la caída de Perennis véase Grosso, ob. cit., págs. 185-194 (cf. infra, notas 78 y 80). 73 El agón capitolino, fiesta de tipo griego instituida por Domiciano en el 86, se celebraba cada cuatro años (en junio-julio). Según los cálculos de Sievers, art. cit., Philologus XXVI (1867), 38, se celebró en el 182 y en el 186. Para el asunto que nos ocupa el 182 era pronto y en el 186 Perennis ya había muerto. Basándose en este cálculo H o h l, ob. cit., págs. 16-17, niega la veracidad de la noticia de Herodiano. Sin embargo cabría la posibilidad de que el agón no hubiera tenido la continuidad y regularidad que suponen Sievers y Hohl y que hubie­ ra tenido lugar en el 184, con lo que Herodiano estaría en lo cierto (cf. W h itta k e r, ob. cit., I, pág. 53). Según Grosso (ob. cit., pág. 174) otra explicación sería posible: el 15 de octubre de cada año se celebra­ ban unos antiquísimos juegos capitolinos (los ludi Capitolini, institui­ dos en el 389 a. C. en honor de Iuppiter Optimus Maximus). El aconte­ cimiento al que alude aquí Herodiano habría tenido lugar, según esta hipótesis, en octubre del 184, durante los ludi capitolini que en el re­ cuerdo del historiador se habrían confundido con el agón.

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te que había ocupado sus sitios en completo orden; los dignatarios estaban en asientos reservados y cada per­ sona se sentaba en el sitio que se le había dispuesto74. De repente, antes de que alguien pudiera decir o hacer algo para detenerle, entró corriendo en escena un hom­ bre con atuendo de filósofo (llevaba un bastón en su mano e iba semidesnudo con un morral colgado de sus hombros)75 y, colocándose en medio de la escena, hizo callar al pueblo con un gesto de su mano y dijo: «N o 4 es ahora, Cómodo, tiempo de celebraciones, ni de de­ dicarte a espectáculos y fiestas. Sobre tu cuello pende la espada de Perenio y, si no te guardas de este peligro, que ya es más una realidad que una amenaza 7Ó, pere­ cerás sin darte cuenta. Él reúne aquí, en Roma, fuerzas y dinero contra ti, y sus hijos están tratando de sobor5 nar al ejército ilirio. Si no te anticipas, estás perdido». Esto dijo el hombre, bien impulsado por alguna fuerza del destino, bien porque, al ser alguien desconocido e insignificante, el deseo de hacerse famoso le dio fuer­ zas, o por la esperanza de obtener del emperador una espléndida recompensa. Cómodo se quedó sin habla. To­ dos los demás, aunque sospechaban lo que aquel hom­ bre había dicho, fingieron no creerlo. Pero Perenio or­ denó que fuera apresado y llevado a la hoguera por loco y embustero. Sufrió este castigo por irse de la len6 gua a destiempo. Sin embargo en el séquito de Cómodo 74 Había asientos de honor para senadores, sacerdotes y vestales, funcionarios, etc. La gente acomodada podía comprar asientos reser­ vados para evitar las molestias de la aglomeración y de la espera, puesto que la gente acudía durante la noche anterior al comienzo de los jue­ gos. Se han encontrado gran cantidad de contraseñas de entradas con la indicación del tendido y del asiento. 75 Uno de los filósofos cínicos ambulantes que desdeñaban los bie­ nes materiales y despreciaban todo lo que era convención y no natura­ leza; se caracterizaron por la franqueza de sus criticas. Su patrón era Hércules; de ahí su indumentaria. 76 Expresión estereotipada. Cf. V I 8, 6, VII 5, 5 y VII 5, 7.

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todos los que hacían gala de serle adictos y que odia­ ban a Perenio desde hacía tiem po77, pues su soberbia y desenfreno le hacían absolutamente insoportable, en­ contraron entonces la ocasión oportuna para presentar acusaciones contra él. El destino, evidentemente, había determinado que Cómodo escapara de la conjura y que Perenio y sus hijos acabaran mal. Pues, no mucho des- 7 pués, llegaron unos soldados7>, sin que lo advirtiera el hijo de Perenio; traían consigo imas monedas acuñadas con la efigie de aquél ” . Aunque era prefecto, lograron evitar a Perenio, y, mostrando las monedas a Cómodo, le descubrieron la conjuración. Importantes recompen­ sas fueron el pago de esta acción. Al no saber Perenio 8 nada de todo esto ni esperar nada parecido, los envia­ dos de Cómodo le sorprendieron durante la noche y le cortaron la cabeza. Inmediatamente, por el camino más 77 Por una parte los cortesanos encabezados por Cleandro (cf. D ión -X ifil. LXXII 9, 3 y notas 10 y 48) y, por otra, los senadores y,

especialmente, las familias objeto de la persecución de Perennis (cf. nota 68). 78 Dión cuenta otra historia (cf. nota 72): una delegación de mil quinientos soldados llegó de Bretaña, donde se había originado un gran descontento por una serie de nombramientos irregulares ordenados por Perennis, para denunciar la conspiración. En general hay una no­ table diferencia entre las opiniones de Herodiano y de Dión acerca de Perennis (cf. G. M. B e rs a n etti, «Perenne e Commodo», Athenaeum 29 (1951), 151-170 y F. Cassola, «Sull’ attendibilitá dello storico Erodiano», A tti d ell’ Accademia Pontaniana 6 (1957), 193-195). Concreta­ mente en el caso de este pasaje: Herodiano nos habla de unos pocos legionarios ilirios, mientras que Dión se refiere a mil quinientos solda­ dos de Bretaña. Es difícil precisar de dónde procedió la primera acu­ sación que descubrió la intriga aunque es probable que las protestas contra Perennis fueran diversas. El hecho de que un hijo de Perennis fuera entonces legado en Iliria (cf. Dessau, Inscr. Lat. Sel., n. 395) apo­ ya la tesis de Herodiano respecto a que la denuncia procediera de un sitio donde la conjuración se estaba gestando; todo ello a pesar de algunos historiadores modernos a quienes cuesta admitir que Hero­ diano tenga razón frente a Dión. 79 El texto griego no deja claro si era del padre o del hijo.

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corto, a fin de anticiparse a cualquier información so­ bre los sucesos de Roma, Cómodo envió a unos hom­ bres para que, marchando a mayor velocidad que la no­ ticia, pudieran presentarse ante el hijo de Perenio antes de que se enterara de lo acaecido en Roma. Con la or­ den de que regresara le escribió una carta amistosa en la que le decía que en aquella convocatoria podía cifrar 9 sus mayores esperanzas. El hijo de Perenio aún no sabía nada de la intriga que se estaba urdiendo ni de la muerte de su padre. Cuando los mensajeros le trans­ mitieron la orden de Cómodo y le dijeron que su padre les había dado las órdenes verbalmente, sin ningún es­ crito, porque consideraba que la carta del emperador era suficiente, el joven dio crédito a sus palabras. Aun­ que estaba terriblemente contrariado porque dejaba sus proyectos inconclusos, sin embargo, por la confianza que tenía en el poder de su padre, a quien todavía creía vi10 vo, emprendió viaje hacia Roma. Pero, cuando llegó a Italia, unos hombres a quienes se había dado la orden, lo mataron. Éste fue el final de Perenio y de sus hi­ jos *°. Después de estos sucesos, Cómodo nombró dos prefectos del pretorio 81 porque pensó que sería más seguro no confiar a una sola persona un poder tan gran­ de. Creyó que, si lo dividía, tendrían menos fuerzas pa­ ra atentar contra el imperio. 10

No mucho tiempo después otra conspiración seme­ jante se tramó contra Cómodo. Materno era un exsolda­ 80 La Historia Augusta, Vita Commodi 8, 1, nos ayuda a fechar este acontecimiento al afirmar que Cómodo tomó el título de Félix inmediatamente después de la caída de Perennis, lo que se refleja en las monedas del 185 (cf. British Museum Catalogue, IV XLVIII ss.). 81 No suponía ninguna innovación. El mismo Augusto en el 2 a. C. nombró dos prefectos del pretorio y la práctica de la colegialidad fue seguida por otros emperadores (cf. A. Passerini, Le coorti pretorie, Roma, 1969, págs. 216 ss.).

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do de extraordinaria osadía; había desertado de su pues­ to y había persuadido a otros á que abandonaran el servicio con él. Después de haber conseguido reunir en poco tiempo una numerosa banda de criminales, comen­ zó a realizar correrías de saqueo por aldeas y campos. Pero, cuando se hubo hecho dueño de importantes su­ mas de dinero, reunió un verdadero ejército de malhe­ chores con promesas de ingentes recompensas y de par­ ticipación en el reparto del botín. Esto hizo que de la calificación de bandidos pasaran ya a la de enemigos Pues ya dirigían sus ataques contra grandes ciudades, en las que violentaban las cárceles y libertaban a los presos de sus cadenas sin importarles la causa de sus condenas; y, garantizándoles la impunidad, se los gana­ ban para su causa a cambio del beneficio. Asolaron to­ do el territorio de los Celtas y España “ ; atacaron las ciudades más importantes y, después de incendiar algu­ nas y saquear las restantes, se retiraron. Cuando estos hechos llegaron a oídos de Cómodo, preso de ira y ame­ nazante escribió a los gobernadores de las provincias acusándoles de negligencia y les ordenó que reunieran un ejército contra los bandidos M. Enterados éstos de 82 A partir de un motín militar se originó un movimiento de ma­ yor envergadura, designado con el nombre de bellum desertorum, que terminó en la conjuración de Materno (verano del 168 - marzo del 187). El bandolerismo encontró fácil camino entre el malestar de las pobla­ ciones rurales de las provincias y la creciente inseguridad del imperio. Este movimiento, claro precedente de los bagaudas, se desarrolló en­ tre el Rin y España para acabar en Roma con la conspiración de Ma­ terno. Herodiano es la fuente principal acerca de este acontecimiento al que dedica dos capítulos (I 10-11). Cf. G rosso, ob. cit., págs. 235 ss., 442-43 y 434). w El movimiento afectó a Germania, a la Galia y a España. Aquí Herodiano habla de ten Keltón kai IbtrBn chttran. 84 En Aquitania el gobernador era Pescenio Níger, en Bélgica Clodio Albino, y en Lugdunettsis Septimio Severo. Unos años más tarde los tres iban a luchar por el poder imperial.

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que una fuerza se preparaba contra ellos, abandonaron las regiones que habían devastado y, a escondidas, por atajos de difícil tránsito, en pequeños grupos se intro­ dujeron en Italia. Materno ya estaba forjando planes so­ bre el imperio entre otros importantes asuntos. Pues, ya que sus anteriores acciones habían rebasado toda es­ peranza, pensó que o debía conseguir el éxito en una gran empresa o, en todo caso, que no moriría sin fama ni gloria una vez que estaba metido en aquel trance. Pero, puesto que entendía que él no tenía una fuerza tan grande que le permitiera enfrentarse con Cómodo de igual a igual en batalla campal (pues contaba con que la mayoría del pueblo romano todavía era favora­ ble a Cómodo y con el apoyo de la guardia pretoriana al emperador), tenía la esperanza de vencerle por astu­ cia y conocimiento del oficio. En consecuencia, maqui­ nó el siguiente plan: Al comienzo de la primavera, cada año en un día fijo, los romanos marchan en procesión en honor de la madre de los dioses85. Todos los objetos más valiosos de los particulares y los tesoros imperiales, auténticas maravillas por su material o por su labor artística, des­ filan en la procesión delante de la diosa. Se da a todo el mundo licencia absoluta para cualquier tipo de di­ versión y cada uno se disfraza como quiere. Y no hay cargo tan alto o privilegiado que no permita a quien quiera hacerlo difrazarse con su indumentaria y con ello divertirse y esconder la verdadera identidad de tal for­ ma que no sea fácil distinguir entre la persona real y la imitada. Materno pensó que era la ocasión propicia para que el plan se pusiese en práctica sin despertar 85 Las fiestas a las que se refiere este pasaje eran las Hilarias, una especie de carnaval que se iniciaba el 25 de marzo, fecha que se­ gún la narración de Herodiano sería el terminus ante quem de la con­ juración. La captura de Materno debió tener lugar el mismo día 25 o durante los días anteriores (cf. G rosso, ob. cit., pág. 237).

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sospechas. Creyó que, si se disfrazaba de pretoriano y armaba del mismo modo a los suyos y, luego, se mez­ claba entre la multitud de guardias de tal manera que fuera considerado como parte integrante de la comiti­ va, nadie estaría prevenido cuando se abalanzara inopi­ nadamente sobre Cómodo y lo mataría. Pero lo traicio- 7 naron algunos de los suyos que llegaron antes a Roma y descubrieron la conspiración. (La envidia los impulsó a esto, ante la perspectiva de tener un jefe emperador en lugar de bandido). Antes del día de la fiesta Materno fue apresado y le cortaron la cabeza, y sus cómplices recibieron también el castigo merecido. Cómodo ofre­ ció un sacrificio a la diosa e hizo una pública acción de gracias; luego celebró la fiesta y participó gozoso en la procesión de la diosa. Durante la fiesta el pueblo con­ memoró la salvación del emperador*4. En nuestra investigación hemos encontrado la causa u por la que los romanos veneran especialmente a esta diosa, causa que parece oportuno recordar debido al des­ conocimiento que de ella muestran algunos autores grie­ gos 87. Dicen que la actual estatua de la diosa es la misma que cayó del cielo, pero nadie sabe ni de qué material está hecha ni qué artista la realizó y aseguran que no es obra de mano humana. La leyenda cuenta que hace tiempo esta estatua bajó del cielo a un lugar de 84 La autenticidad de esta conjuración de Materno ha sido pues­ ta en duda por algunos autores (cf. H o h l, Kaiser Commodus..., pági­ nas 18-19). Otros piensan que fue algo más tarde de la fecha señalada por Grosso, en el 187 (cf. W h itta k e r, ob. cit., pág. 67), o en el 188 (cf. Stein, R. Enciclopedia Pauly-Wissowa —Matemus 2— 2194). Hero­ diano se refirió a la época del año en que tuvieron lugar los hechos de Roma, pero no concretó el año. 87 Sobre el auditorio de Herodiano véase Introd., págs. 20-21 y 56-57. Discusiones en tomo a detalles eruditos, como la de este pasaje, eran frecuentes en los circuios literarios de la época, en la que abun­ daban, además, las obras de erudición (cf. Intr., pág. 67).

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Frigia (este sitio se llama Pesinunte, nombre que pro­ viene, según se dice, de la caída de la estatua desde el 2 cielo **) y que allí fue vista por primera vez. Pero otros lo cuentan de otra forma; dicen que allí tuvo lugar una batalla entre lio, el frigio, y Tántalo, el lidio, por dere­ chos de paso*9 según unos o por el rapto de Ganimed es 90 según otros. Por resultar la lucha muy incierta cayó un buen número de combatientes en cada bando y el desastre dio nombre al lugar. La leyenda dice tam­ bién que en este lugar Ganimedes fue secuestrado y desapareció del mundo de los vivos al despedazarlo su hermano y su amante tirando cada uno por su lado. Des­ pués de la desaparición de su cuerpo, los sufrimientos del joven fueron inmortalizados en el mito del rapto de Zeus. En Pesinunte asimismo los frigios celebraban de antiguo sus ritos orgiásticos en el río Galo que por allí discurre, cuyo nombre llevan los eunucos consagrados 3 a la diosa91. Cuando aumentó el poder de Roma, se cuenta que un oráculo anunció a los romanos que su imperio se consolidaría e incluso se acrecentaría si tras­ 88 Pesein en griego significa «caer», pero no es ésta la correcta etimología de Pesinunte, topónimo extraño al griego. Sin ambargo la opinión de que la estatua de la diosa había caído del cielo responde a la realidad, puesto que era un meteorito. 89 O «por una disputa de limites» si aceptamos la enmienda de C asaubon (hóron en lugar de hódon). 90 Hijo de Tros y hermano de lio, fundador de Troya. Según el mito más extendido fue raptado por Zeus. Pero existe otra leyenda según la cual el rapto fue obra de Tántalo, divinidad anatólica antiquí­ sima. Esta versión podría reflejar la forma originaria del mito o una visión posterior que intentara racionalizarlo. Éste es el caso de este pasaje de Herodiano que lo relaciona con otras leyendas de Asia Me­ nor: la Magna Mater de Pesinunte; lio y el hallazgo del Paladión junto a Troya. 91 Los Galos eran los sacerdotes eunucos de Cibeles, la Magna Ma­ te, cuyo culto tenía su sede principal en Pesinunte. Aparecen designa­ dos tanto en masculino como en femenino, como indicación de su na­ turaleza equívoca (gr. gálloi, gallai; lat. Galli, Callae).

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ladaban a Roma la estatua de la diosa de Pesinunte. Enviaron pues embajadores a Frigia para pedirles la es­ tatua 92; consiguieron su propósito fácilmente aducien­ do su parentesco y pasando revista a la línea sucesoria que iba desde Eneas el frigio hasta ellos. Cuando la na­ ve que transportaba la estatua llegó a la desembocadu­ ra del Tíber (que los romanos hacían servir de puerto) una fuerza sobrenatural la hizo encallar. Durante largo tiempo todo el pueblo de Roma estuvo tirando de la na­ ve, pero, por impedirlo el lodo, la nave no se liberó has­ ta que no se presentó la sacerdotisa de la diosa, que era V estal93; estaba obligada por el voto de castidad, pero pesaba sobre ella una acusación de corrupción. Cuando iba a ser juzgada, suplicó al pueblo que confia­ ra el veredicto a la diosa de Pesinunte; y soltándose el cinturón lo arrojó a la proa del barco con el ruego de que cediera la nave si ella era todavía una casta virgen. La nave amarrada al cinturón siguió fácilmente y los romanos admiraron a la vez el testimonio de la diosa y la inocencia de la virgen. Esta es la historia en torno a la diosa de Pesinunte; tal vez sea una exposición llena de fantasía, pero ofrecerá una información nada des­ preciable a quienes no estén familiarizados con la his­ 92 En el 204 a. C. Cf. la historia en T ito Lm o XXIX 10-11. 93 Es éste un pasaje corrupto que ha planteado algunos proble­ mas (cf. W. N . N ichipor , ob. cit., págs. 188-189). Herodiano se refiere, sin nombrarla, a Claudia Quinta, que, según otras versiones (cf. T ito L ivio , XXIX 14, 12 y O vid io , Fasti IV 305 ss.), no era una vestal sino una matrona, cuya reputación estaba en entredicho, « casta sed non credita» en palabras de Ovidio, que probó su castidad liberando el bar­ co encallado de la diosa Cibeles. Herodiano, sin embargo, no sólo alu­ de a la diosa Vesta (lo que puede ser una glosa marginal) sino que insiste en el voto de castidad de la mujer. Parece que existia también la versión de una Claudia Quinta vestal (cf. J. G. F razer ed., O vid , Fasti, Londres, 1929, vol, III, págs. 238-240). Se ha pensado, además, que este pasaje podría reflejar una confusión de los dos cultos (Vesta Magna Mater), tal como hizo Julia Domna, esposa de Septimio Severo (cf. W h it t a k e r , ob. cit., pág. 71).

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toria de los romanos94. Cómodo, después de escapar de la conspiración de Materno, dispuso a su alrededor una mayor guardia y más raramente aparecía en público; se apartó de los tribunales y de la administración impe­ rial pasando la mayor parte del tiempo en las fincas de las afueras y en propiedades imperiales más aleja­ das de Roma. 12

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Ocurrió por aquel tiempo que una peste invadió Ita­ l i a 95; pero la enfermedad fue más virulenta en Roma porque, además de tener de por sí una enorme pobla­ ción, recibía inmigrantes de todas partes. La consecuen­ cia fue una gran mortandad de hombres y de bestias de carga. Entonces Cómodo, por consejo de algunos médicos, se retiró a Laurento %; pues, al ser un lugar más fresco y cubierto por inmensos lauredales (de don­ de proviene el nombre del lu gar97), pensaban que era 94 Cf. supra nota 87. 95 S tein (Dexippus et Herodianus rerum scriptores quatenus Thucydidem secuti sint, Diss., Bonn, 1957, págs. 151-155) compara este pasa­

je (H dn . I 12, 1-2) con la descripción de la peste de Atenas de Tucidides (II 47 ss.) y encuentra algunas semejanzas en el léxico y en los inciden­ tes que se describen (superpoblación en la ciudades; Atenas y Roma más afectadas por la enfermedad; mortandad de hombres y animales, etc.), aunque la descripción de Herodiano es más general. Una diferen­ cia señalada por Stein se refiere al hecho de que según Tucidides nin­ gún medicamento ayudaba a los enfermos mientras que Herodiano in­ siste en el papel salutífero del aire puro y de las inhalaciones. Hero­ diano conocía sin duda la famosa descripción de Tucidides y es indu­ dable el uso que en su época se hace de los modelos áticos. No debe­ mos olvidar, sin embargo, que situaciones semejantes evocan unas ideas y un lenguaje similares. Dión (LXXII 14, 4) también se refiere, aunque de forma más escueta, a esta peste, que tuvo lugar hacia los años 188-189 (cf. Grosso, ob. cit., págs. 249-252). 96 Al sur de Roma, en la costa entre Ostia y Lavinium. 97 En V ir g ilio , Eneida V II 59-63, encontramos la misma etimolo­ gía. En este pasaje Herodiano no da el equivalente latino del griego dáphne, lo que indica su confianza en los conocimientos de latín de su auditorio.

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sitio seguro; tenía fama de ofrecer resistencia a la con­ taminación, que se transmitía por el aire, a causa de los olorosos efluvios de los laureles y de la agradable sombra de los árboles. Y también los habitantes de la ciudad, siguiendo la prescripción de los médicos, satu­ raban sus narices y oídos con inhalaciones M de esen­ cias muy perfumadas y constantemente hacían uso de hierbas aromáticas y de incienso porque les decían que, si el buen olor ocupaba primero los conductos de los sentidos, impediría que aspiraran el aire contaminado, o, en el caso de que la infección lograra introducirse, la destruiría por su mayor potencia. Pero, a pesar de todo, la enfermedad fue a más y sobrevino una gran mortandad de hombres y de todos los animales que ha­ bitan con los hombres. Al mismo tiempo también se adueñó de la ciudad 3 el hambre. La causa fue ésta. Había un hombre llamado Cleandro, frigio de nacimiento, uno de los esclavos que habitualmente son vendidos en pública subasta Ha­ bía entrado al servicio de la casa imperial y había pros­ perado a la vez que crecía el poder de Cómodo. Hasta tal punto el emperador le promovió en honor y poder que le puso en sus manos la jefatura de la guardia per­ sonal, el gobierno de palacio y el mando de los solda­ dos 10°. Pero sus ansias de riqueza y su insolencia lo llevaron al extremo de codiciar el mismo imperio. Acumuló una fortuna y acaparó los suministros de 4 trigo cortando su distribución. Alimentaba la esperanza de ganarse al pueblo y al ejército si, después de colo98 Galeno, contemporáneo de Herodiano, creía que muchas enfer­ medades se contraían por inhalación (Kühn ed., Leipzig, 1821-1823, VIII 289, XIV, 281). 99 Cf. supra notas 10, 48 y 77. 100 Jefe de los equites singulares o guardia personal del empera­ dor, chambelán (a cubículo) y prefecto del pretorio en 189-190, poco antes de su muerte (cf. G rosso, ob. cit., págs. 162 ss.).

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carlos en una situación de penuria, los atraía luego, cuando los viera dominados por el deseo de lo necesa­ rio, con generosos donativos. Les construyó también un gimnasio que les dedicó como baños públicos 101. De 5 esta manera intentaba seducir al pueblo. Pero los roma­ nos lo odiaban, lo hacían responsable de sus desgracias y detestaban la insaciabilidad de su codicia. Primero, en el teatro, se organizaron en grupos numerosos para insultarlo 102 y, después, cuando Cómodo vivía en las afueras 103, se presentaron en masa y le pidieron a gri6 tos la muerte de Cleandro. Mientras se producía este tumulto alrededor de la villa, Cómodo estaba entre­ gado a sus placeres en dependencias retiradas sin sa­ ber nada del griterío, puesto que Cleandro impedía que se le diera alguna noticia de lo que estaba ocurriendo. En eso apareció armada por orden de Cleandro toda la caballería im p erial104 que cargó e hirió a todo el 7 que se encontró en su camino. El pueblo, inerme con­ tra hombres armados y a pie frente a jinetes no fue capaz de resistir; se produjo la desbandada y huyeron hacia la ciudad. Murió mucha gente, pero no sólo los

101 Loutrón B V g. Según otra lectura (kai loutrón A lo) seria «un gimnasio y baños públicos». No se han encontrado restos. Los baños serian seguramente las termas comodianas, situadas probablemente al sur de las de Caracalla. Según la segunda lectura, aceptada por Cassola, la palestra seria un edificio independiente. 102 Las concentraciones en los espectáculos eran aprovechadas con frecuencia para manifestaciones políticas (cf. L. Friedlaender , La So­ ciedad Rómana, trad. esp., México, 1974, págs. 504 ss.). 103 En fa villa Quintiliana que había sido confiscada a la familia de los Quintilii (cf. nota 68). 104 Los equites singulares (Basíleioi hippeis) y, posiblemente, tam­ bién la caballería de los pretorianos, cuya rivalidad con las cohortes urbanas se refleja en este pasaje (cf. W h it t a k e r , Ob. cit., I pág. 79). 105 ánoploi prós hóplisménous kai pezoi pros hippeis. Juego de pa­ labras retórico que se repite varias veces en Herodiano: II 5, 3, II 13, 4, II 13, 11, IV 9, 6.

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que fueron alcanzados por los soldados o pisoteados por los caballos, sino que también perecieron muchos otros que fueron derribados por la turbamulta [y los jinetes], topando unos contra otros. Hasta las puertas de Ro­ ma la caballería prosiguió libremente la persecución y sin piedad mataban a los que caían. Cuando los que per­ manecían en la ciudad se dieron cuenta de la tragedia ocurrida, cerraron las puertas de sus casas y subieron a los tejados desde donde disparaban piedras y tejas a los jinetes l06. Se volvieron las tornas y sufrió la ca­ ballería lo que antes había causado, al dispararles el pueblo desde un lugar seguro sin enfretárseles nadie de cerca. Heridos e incapaces de resistir emprendieron la huida y muchos encontraron allí la muerte. Someti­ dos al continuo lanzamiento de piedras, los caballos, pi­ sando encima de los guijarros que rodaban, resbalaban y derribaban a sus jinetes. Cuando las bajas eran ya numerosas en ambos bandos, las cohortes urbanas 107 acudieron en auxilio del pueblo movidos por su odio a la caballería. Aunque se trataba de una guerra civil nadie que­ ría comunicar a Cómodo lo que ocurría por temor al poder de Cleandro, pero al fin la mayor de las herma­ nas de Cómodo, Fadila l08, acudió precipitadamente al emperador (como hermana tenía la entrada fácil y expe­ 106 Cf. V II 12, 5, descripción similar. Dopp (R. E. Pauly-Wissowa, «Herodian», 955) ha señalado este pasaje como posible imitación de Tucidides, II 4, 2. Cf. supra notas 1 y 95. 107 Las cohortes urbanas, dedicadas a mantener el orden en la ciu­ dad, dependían del praefectus urbis, que entonces debía ser un enemi­ go de Cleandro, Seyo Fusciano, un amicus de Marco Aurelio. ,M Cf. supra notas 7 y 11. Después de la muerte de Faustina y de Lucila era la mayor de las hijas de Marco. Según la versión de Dión (D ió n -X if il ., LXXII 13, 5) la que avisó a Cómodo fue Marcia, su amante. Sin embargo Herodiano parece estar mejor informado respec­ to a los acontecimientos ocurridos en palacio (cf. Intr., págs. 30-31).

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dita) y, con los cabellos sueltos, se arrojó al suelo ofreciendo una imagen de absoluto dolor. «Tú, mi empe­ rador» —dijo— , «al permanecer en la sosegada ignoran­ cia de lo que está ocurriendo, te pones en peligro de muerte. Nosotros, tu propia familia, en poco tiempo se­ remos eliminados. El pueblo romano y la mayor parte del ejército te han abandonado. Los nuestros nos hacen sufrir ahora lo que no esperábamos de parte de ningún bárbaro, y aquellos que recibieron tus favores son aho3 ra tus enemigos. Cleandro ha dispuesto al. pueblo y al ejército contra ti. A causa de sus diferencias y antago­ nismo los que le odian, [el pueblo], y los que le apoyan, [toda la caballería], están en armas y, destruyéndose unos a otros, llenan la ciudad de sangre hermana. Las des­ gracias de ambos bandos nos alcanzarán si no condenas a muerte inmediatamente a este mal siervo, que para ellos es ya responsable de tan enorme ruina y que pron4 to lo será también para nosotros». Después de pro­ nunciar estas palabras, se rasgó el vestido, y algunos de los presentes, que con las palabras de la hermana del emperador se habían animado a intervenir, excita­ ron a Cómodo. Aterrado éste y temiendo el peligro que pendía sobre él, no futuro sino ya presente 109, envió a buscar a Cleandro que nada sabía de la acusación de Fadila, aunque algo sospechaba. Tan pronto como lle­ gó, ordenó que fuera apresado y decapitado. Luego, cla­ vando la cabeza en una larga lanza la envió al pueblo s como agradable y deseado espectáculo. Así se atajó el mal y ambos bandos pusieron fin a las hostilidades; los soldados al ver que había muerto el hombre por el que habían luchado y por temor al enfado del empera­ dor, pues se daban cuenta de que, víctimas del engaño, se habían atrevido a acciones que no contaban con su aprobación; el pueblo, por su parte, quedó satisfecho

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109 Expresión estereotipada retórica. Cf. I 9, 4.

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con el castigo del autor de sus desgracias. Dieron muer- 6 te también a los hijos de Cleandro —tenía dos hijos varones 110— y a todos cuantos se sabía que habían si­ do sus amigos. Sus cuerpos fueron arrastrados e inju­ riados con todo tipo de ultrajes; finalmente, mutilados, los arrojaron a las cloacas. Éste fue el fin de Cleandro y sus amigos ,u. Podría decirse que la naturaleza qui­ so demostrar en aquel hombre que una pequeña e ines­ perada inclinación de la fortuna puede elevar a alguien desde la más extrema miseria hasta la mayor altura y derribar luego al que antes ha elevado 1U. Cómodo, aunque temía que el pueblo, en medio de 7 aquella agitación, intentara alguna revolución en su con­ tra, sin embargo, por consejo de sus amigos, volvió a la ciudad, donde fue recibido por el pueblo con aclama­ ciones y, escoltado por una gran comitiva, regresó al palacio imperial. Pero, después de la experiencia de tan serios peligros, empezó a tratar a todo el mundo con desconfianza dictando penas de muerte sin piedad y dan­ do fácil crédito a todo tipo de acusaciones sin admitir ya en su presencia a nadie que mereciera confianza; se apartó, al contrario, del estudio de la virtud, y de noche y de día los placeres del cuerpo, uno tras otro y sin freno, esclavizaron por completo su alma. Toda per- 8 sona prudente y que le recordara, aunque fuera de pa­ sada, los preceptos de su educación era expulsada de palacio como un insidioso, mientras que bufones y ac­ tores chabacanos le tenían dominado. Recibía lecciones de conducción de carros y de lucha con animales salva­ jes frente a frente, aficiones por las cuales sus adulado­ res ensalzaban su valentía. Pero su aprendizaje era me110 Dión-X ifil., LXXII 13, 6 menciona sólo un hijo. 111 El terminus ante quem para la calda de Cleandro nos lo da una inscripción (CIL XIV 4378) que presenta a Julio Juliano como pre­ fecto del pretorio único en julio del 190. 112 Cf. supra nota 35.

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nos decoroso de lo que convenía a la prudencia de un emperador. 14

Por aquel tiempo su produjeron algunos prodigios. Unas estrellas aparecieron sin interrupción durante el día, mientras que otras, que se habían soltado su cabe­ llera, parecían colgadas en medio del cielo " 3. Y con frecuencia animales de diversas especies nacieron sin respetar las leyes de su propia naturaleza, con extrañas formas y con partes de su cuerpo desproporcionadas. 2 Pero el más extraño prodigio fue uno que por aquel entonces causó inquietud y respecto al futuro turbó a todos los que practicaban la adivinación mediante augu­ rios y presagios casuales Sin que hubiera precedi­ do lluvia ni acumulación de nubes, sino sólo un peque­ ño seísmo, bien por un rayo caído en la noche, bien a causa de un fuego surgido de alguna parte a raíz del seísmo, ardió por completo el templo de la Paz " 5, que era el mayor y más hermoso de los edificios que había 3 en la ciudad. Era el más rico de todos los templos puesto que contaba con ofrendas de oro y de plata de­ positadas allí a causa de su seguridad. Todo el mundo guardaba lo que tenía de valor en el tesoro de aquel

113 Cf. S uetonio , Claudius 46, donde se habla de una serie de pre­ sagios que anunciaron la muerte de Claudio. También aparecieron co­ metas en el cielo (exortus crinitae stellae quam cometen vocantj y el rayo cayó en la tumba de Druso. 114 En griego oionismati kai phaúloi symbólBi. Distinción entre ob­ servaciones de signos buscados o esperados (augurio impetrativa) y pre­ sagios encontrados o experimentados casualmente (oblativa). 115 El templo de la Paz de Vespasiano, calificado por P u n ió (His­ toria Natural XXVI 24, 2) como uno de los más hermosos edificios del mundo. Vespasiano ordenó su construcción tras la conquista de Jerusalén en el 71. Este incendio ocurrió problamente hacia el 192. D ión -X if il ., LXXII 24, 1-3, lo considera un presagio de la muerte de Cómodo.

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templo " 6. Pero el fuego de aquella noche redujo a la pobreza a muchos ricos; por esto, aunque en común to­ dos lamentaron la pérdida de la propiedad pública, ca­ da uno en particular pensaba en la suya propia. Después de arder el templo y todo su recinto, el fuego se extendió por la mayor parte de la ciudad y acabó con espléndidos edificios. Cuando el templo de Vesta fue alcanzado también por las llamas, se pudo ver al descubierto la estatua de Palas, imagen que los romanos veneran y custodian sin exhibirla y que, según la tradición, había sido traída de Troya. Por esta razón los hombres de nuestra generación fueron los prime­ ros en verla desde su llegada a Italia procedente de Ilion “ 7. Las vírgenes vestales rescataron la estatua y por la Vía Sacra la trasladaron al palacio imperial. Ar­ dieron asimismo otros muchos sitios hermosos de la ciu­ dad y durante bastantes días el fuego siguió cebándose con todo lo que encontraba en su camino. No cesó hasta que cayeron las lluvias y detuvieron su avance. Por eso todo el acontecimiento fue considerado como sobre­ natural, por creer los hombres que entonces lo presen­ ciaron que el fuego se había iniciado y había cesado en virtud del designio de los dioses. A tenor de lo ocu­ rrido algunos interpretaron que la destrucción del tem­ plo de la Paz era presagio de guerra. Y los hechos que 116 Este templo, como otros, era un depósito de objetos valiosos e incluso de sumas de dinero. El incendio destruyó también la bibliote­ ca situada en un anexo del templo de la Paz a la que se refiere G aleno (XIII 362, ed. Kühn). 117 El Paladión de Troya, estatua mágica de Palas Atenea sobre la que existen numerosas y hermosísimas leyendas, estaba ligada a los orígenes de Roma, adonde fue llevada por Eneas. El Paladión ga­ rantizaba la integridad de la ciudad que la poseía y le rendía culto. Se explica asi el extraordinario celo con el que era custodiado. En Roma estaba en el templo de Vesta al cuidado de las Vestales (cf. A polo d o ro , Biblioteca III 12, 3; D ionisio de H alicarnaso, I 68, II 66; Ovidio, Fastos VI 421 ss., Matamorf. XIII 1 ss.; V irg ilio , Eneida II 162 ss.; etc.).

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siguieron, como a continuación relataré, por su resulta­ do confirmaron la profecía. 7 A consecuencia de las muchas desgracias que so­ brevenían continuamente a la ciudad, el pueblo roma­ no ya no miraba a Cómodo con buenos ojos sino que relacionaba las causas de los sucesivos desastres con las ejecuciones que el emperador había ordenado sin juicio y con los restantes errores de su vida. Pues ni sus actuaciones pasaban desapercibidas, ni siquiera él mismo quería que quedaran inadvertidas: las acciones realizadas en privado, por las que era acusado, tenía 8 la desfachatez de confirmarlas en público. A tal pun­ to de locura y paranoia llegó, que primero repudió el nombre de familia 118 y en lugar de Cómodo e hijo de Marco ordenó que se le llamara Hércules e hijo de Júpi­ ter " 9, y luego, después de despojarse de su vestido de emperador romano, empezó a cubrirse con una piel de león y a llevar una clava en sus manos. Se ponía tam­ bién ropas purpúreas y tejidas en oro, de suerte que se convirtió en el hazmerreír por su vestimenta que re­ medaba a la vez la preciosidad femenina y la fortaleza 9 heroica. De tal guisa aparecía en público; y cambió también los nombres de los meses del año, aboliendo los antiguos y denominándolos a todos de acuerdo con sus propios títulos l2°, que en su mayor parte hacían referencia, por supuesto, al extraordinario valor de Hér­ cules. Por toda la ciudad colocó estatuas de sí mis­ mo 121 e incluso frente a la casa del senado puso una en la que aparecía como arquero en actitud de disparo. " * Cf. supra nota 9. 1,9 El llamado programa teocrático del 191 (cf. G rosso, ob. cit., págs. 326 ss.). 120 Nombres como Amazonio, Invicto, Exsuperatorio, Lucio, Elio, Aurelio, Cómodo... cf. G rosso , ob. cit., págs. 373-374. 121 El famoso busto de Cómodo-Hércules del Palazzo dei Conservatori puede proceder de esta época.

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Naturalmente quería que sus estatuas inspiraran miedo al senado. Después de su muerte el senado quitó su efigie y ts la reemplazó por la estatua de la Libertad. Cómodo entoces, ya sin ningún freno, ordenó la celebración de es­ pectáculos públicos 122, anunciando que daría muerte con su propia mano a todo tipo de animales salvajes y que como un gladiador se enfrentaría a los jóvenes más fuertes. Cuando la noticia se divulgó, acudieron gen­ tes de toda Italia y de las provincias vecinas para ver lo que antes ni habían visto ni oído. Y era tema de con­ versación su excelente puntería y su preocupación por no errar al arrojar un dardo o disparar una flecha. Eran 2 sus maestros los más certeros arqueros partos y los mejores lanceros mauritanos, a todos los cuales aventa­ jaba en destreza. Llegó el día del espectáculo y el anfi­ teatro se llenó 12i. Se había dispuesto una barrera cir­ cular para protección de Cómodo, de suerte que no corriera peligro al combatir de cerca a las fieras, sino que, disparando desde un lugar elevado y seguro, hicie­ ra una demostración de su puntería más que de su valor 12\ A ciervos y gacelas y a otros animales con 3 cuernos, a excepción de los toros, acosándolos en su ca­ rrera, los hostigaba cortándoles el paso y les daba muer­ te con certera puntería. A leones y panteras y a otros 122 Cómodo intentaba sin duda recuperar la popularidad perdida con la peste, la carestía y los numerosos problemas. Así se explican los espectáculos y los dos congiaria anunciados para el 192. El prime­ ro (liberalitas V III) pudo distribuirlo, pero la conjuración que acabó con él en la última noche del 192 no permitió que repartiera el segun­ do (liberalitas IX). Lo hizo su sucesor, Pértinax, que redujo la cantidad a los cien denarios, normales antes de Cómodo (cf. D. van B erchem , ob. cit., págs. 157-158). 123 Se refiere seguramente a los ludi Romani (4-19 septiembre del 192). 124 Instalación descrita por D ión -X if il ., LXXII 18, 1, ss. 80.— 9

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nobles animales corriendo alrededor de la cerca los ma­ taba con sus dardos lanzados desde arriba. Y nadie vio que hiciera un segundo disparo ni otra herida que la mortal. En el momento de la arremetida del animal le asestaba en la cabeza o en el corazón, y nunca apuntó a otro blanco ni a ninguna otra parte del cuerpo alcan­ zó su dardo de manera que la herida no fuera mortal. De todos los países se traían animales para él. Enton­ ces ciertamente pudimos ver bestias que antes sólo ha­ bíamos tenido ocasión de admirar en los grabados l2i. Animales de la India y de Etiopía, del Sur y del Norte, si antes eran desconocidos, los mostraba a los romanos a la vez que les daba muerte. Todo el mundo quedaba asombrado por su puntería. En una ocasión por ejem­ plo, usó flechas cuyas puntas tenían forma de media lu­ na contra avestruces de Mauritania 126, que se mueven rapidísimamente no sólo por la velocidad de sus patas sino también por el aleteo de sus alas. Les disparaba contra la parte superior de su cuello y las decapitaba de tal forma que, con las cabezas cortadas por el im­ pacto, todavía seguían corriendo como si no les hubiera pasado nada. Otra vez, cuando un leopardo en veloz carrera se abalanzaba sobre una víctima que atraía su atención, Cómodo con su dardo se anticipó a la fiera en el instante en que iba a hincar sus colmillos; la mató y salvó al hombre. La punta de la lanza ganó al filo de los colmillos ,27. En otra ocasión cien leones solta­ dos al mismo tiempo salieron de los subterráneos y con idéntico número de dardos 128 acabó con todos, de suer­ te que, allí mismo tendidos los cuerpos en el suelo en 125 Cf. Intr., págs. 13-14. 126 Compárese esta descripción con las escenas representadas en el sarcófago de Meleagro del' Museo Capitolino. 127 En griego hay un juego de palabras entre aikhm t («punta de la lanza») y a k m í («filo de los colmillos»), 128 La misma habilidad tenia Domiciano según S uetonio , Dom. 19.

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larga hilera, todo el mundo pudo contarlos tranquila­ mente y comprobar que ni un solo dardo de más había disparado. Hasta entonces, aunque su actuación, a excepción 7 de su valor y puntería, era impropia de un emperador, todavía gozaba de cierto carisma entre el pueblo. Pero cuando entró en el anfiteatro desnudo y, blandiendo sus armas, se puso a luchar como un gladiador, entonces el pueblo contemplo un triste espectáculo: el muy noble emperador de Roma, después de tantas victorias conse­ guidas por su padre y sus antepasados, no tomaba sus armas de soldado contra los bárbaros en una acción dig­ na del imperio romano, sino que ultrajaba su propia dignidad con una imagen vergonzosa en extremo y deshonrosa. En sus combates de gladiador vencía sin 8 dificultad a sus oponentes y sólo llegaba a herirles al dejarse ganar todos por ver en él no a un gladiador sino al emperador 129. A tal grado de locura llegó que ya ni quería habitar el palacio imperial sino que quiso trasla­ darse a la escuela de gladiadores. Y ordenó que ya no se dirigieran a él con el nombre de Hércules sino con el nombre un famoso gladiador que había muerto 13°. De la enorme estatua del Coloso que veneran los ro- 9 manos 131 y que representa la imagen del sol hizo cor­ tar la cabeza y mandó poner la suya, ordenando que inscribieran en su base los habituales títulos imperiales y de su familia, pero en lugar del calificativo de «Ger­ mánico» puso el de «Vencedor de Mil Gladiadores» 132.

129 Combatía con armas embotadas (cf. Dión -X ipil., LXXII 19, 2). 130 Esceva, gladiador zurdo como el mismo Cómodo. >3i Originariamente un retrato de Nerón de proporciones colosa­ les. Vespasiano transformó la estatua en una imagen del sol y Adriano la colocó cerca del anfiteatro Flavio, que más tarde, a raíz de la proxi­ midad del coloso, pasaría a llamarse Coliseo. 132 Después de la muerte de Cómodo volvió a ser imagen del Sol.

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Era preciso ya acabar con la locura de Cómodo y con la tiranía que pesaba sobre el imperio romano. En el día primero del año nuevo iba a *** 13\ Los ro­ manos celebran la fiesta en honor del más antiguo dios local de Ita lia ,34. La leyenda cuenta, que cuando Satur­ no fue echado de su trono por Júpiter bajó a la tierra como huésped de este dios y que, por temor al poder de su hijo, permaneció allí escondido. Este hecho ha dado nombre a la región de Italia que se llama Lacio, a partir de una voz griega trasladada a la lengua del lugar I35. Por esto también hasta nuestros días los itá­ licos celebran primero las Saturnales en honor del dios que se escondió, y luego consagran la festividad del co­ mienzo del año al dios de Italia l3í. Las imágenes de es­ te dios lo representan con dos caras, puesto que con él comienza y termina el año. Llegó pues esta época de fiestas en las que los romanos se dedican de manera especial unos a otros y se saludan y se complacen en intercambiar regalos y compartir los bienes de la tierra y del mar l37. Ésta es también la primera ocasión en que los magistrados epónimos se ponen su ilustre y so­ lemne toga purpúrea l3í. Cómodo determinó presentar133 Hay una laguna en el texto. 134 Se trata de Jano, el dios de las dos caras, uno de los más an­ tiguos del panteón romano (cf. O vid io , Fastos I 63 ss., V irgilio , Eneida VII 180). La puerta (ianua) de su templo está siempre abierta en tiem­ po de guerra, pero permanece cerrada cuando reina la paz (cf. V irgi ­ l io , Eneida VII 610). 135 Del griego lathein, «ocultarse» (lat. lateo). Etimología errónea. 134 Las Saturnales duraban desde Domiciano siete días (del 17 al 23 de diciembre) y enlazaban prácticamente con el Año Nuevo. 137 Se intercambiaban sigilla, pequeñas estatuillas, y otros rega­ los. El intercambio de regalo y otras costumbres de estas fiestas han influido evidentemente en nuestra fiestas de Navidad y Año Nuevo. 13* El primero de enero, día en el que tradicionalmente los cón­ sules tomaban posesión de su cargo. En esta época, sin embargo, los relevos tenían una frecuencia mucho mayor (piénsese en el 190, el año de los veinticinco cónsules; cf. G rosso , ob. cit., págs. 280 ss.).

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se en esta fiesta de todos no desde el palacio imperial, según era costumbre, sino desde la escuela de gladiado­ res, y en lugar de vestirse con la toga imperial bordada de púrpura, decidió aparecer ante los romanos con las armas de gladiador y acompañado por una escolta de gladiadores. Comunicó su propósito a Marcia lw, su cortesana 4 favorita, que en nada se diferenciaba de una esposa le­ gítima sino que recibía todos los honores debidos a la emperatriz salvo el de la llama sagrada. Tan pronto co­ mo ella se enteró de una determinación tan absurda e indigna se puso a suplicarle insistentemente y, arroján­ dose a sus pies con lágrimas en sus ojos, le pedía que no deshonrara el imperio romano ni se pusiera en peli­ gro confiándose a gladiadores y a hombres desesperados. Después de mucho suplicar sin conseguir nada, se 5 retiró llorando. Cómodo envió a buscar a Leto l4°, el prefecto del pretorio, y a Eclecto m, el chambelán, y les ordenó que hicieran los preparativos para pernoctar en la escuela de gladiadores a fin de salir desde allí en procesión para la celebración de los sacrificios y apa­ recer armado ante el pueblo de Roma. Ellos, con insis­ tentes súplicas, le intentaron disuadir de una acción in­ digna de un emperador. 139 Marcia es probablemente la Marcia Aurelia Ceionia Demetriade de C. I. L, X 5918 = Dessau, Inscrip. Lat. Selec. 406. Después de la muerte de Cómodo se casó con Eclecto; fue condenada a muerte por Didio Juliano. Se piensa que fue cristiana o amiga de los cristianos. 140 Q. Emilio Leto fue nombrado prefecto del pretorio probable­ mente para reemplazar a Julio Juliano, poco tiempo después de la caí­ da de Cleandro (cf. G rosso , ob. cit., pág. 324). Era africano y fue ejecu­ tado por Didio Juliano por apoyar a Septimio Severo. 141 Antiguo liberto del emperador L. Aurelio Vero (por lo que su nombre completo seria tal vez L. Aurelio Eclecto). Pasó luego al servi­ cio de M. Umidio Cuadrato y, finalmente, al de la casa imperial de Cómodo. En la época en que Leto era prefecto del pretorio Eclecto era chambelán («a cubículo»). Ligado a Marcia (cf. I 17, 6). Murió leal­ mente junto a Pértinax.

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Cómodo, enfurecido, despidió a los dos hombres y se retiró a su habitación como si fuera a dormir su acos­ tumbrada siesta del mediodía. Pero cogió una tablilla —una de aquellas de madera de tilo cortada en láminas delgadas que se cierran por ambos lados doblándose una hoja sobre otra— y escribió los nombres de quienes de2 bían ser ejecutados aquella noche. La primera de la lista era Marcia y seguían Leto y Eclecto, y a continua­ ción un gran número de los líderes del senado. Quería desembarazarse de todos los viejos consejeros de su pa­ dre que quedaban, puesto que le incomodaba tener aque­ llos respetables testigos de sus actos vergonzosos. Te­ nía la intención de ser generoso con los bienes de los ricos repartiéndolos entre los soldados y los gladiado­ res, unos para que le protegieran y otros para que le 3 distrajeran 14J. Después de escribir la tablilla la dejó encima del lecho pensando que nadie entraría en la ha­ bitación. Pero había un pequeño paje, uno de aquellos niñitos que sin ningún vestido van ataviados con oro y piedras preciosas, con los que los libertinos romanos siempre se complacen. Cómodo lo amaba tanto que dormía con él a menudo. Le llamaban Filocómodo, nom­ bre que reflejaba la inclinación del emperador por el 4 niño MJ. En aquella ocasión, mientras Cómodo estaba 17

142 Cf. supra notas 39 y 122. MJ Según este pasaje el nombre de Filocómodo se deberla al amor del emperador por el paje, lo que coincide con una serie de historias acerca de la homosexualidad de Cómodo (cf. Historia Augusta, Vita Commodi, 5, 11; 10, 11). Sin embargo el térmimo Philokómodos, que probablemente es más un título de un sacerdote, aparece en un papiro de Arsínoe en Egipto (cf. H. H ungbr , «Ein Wiener Papyrus zur Eraennung der Priester in rom. Aegypten», Acta Antiqua, X (1962), 154, don­ de leemos philokóm modos kai philosárapis, «Filocómodo y Filosérapis»). Si pensamos que el culto a Sérapis, junto con el de Isis (como dioses tutelares del imperio), fue potenciado en el último bienio del reinado de Cómodo, podemos concluir con G rosso (cf. ob. cit., págs. 336 y 397) que la presencia de aquel muchacho en palacio y su nombre estarían relacionados con el citado culto.

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ocupado en su habitual baño y en beber unas copas, el niño, simplemente por juego, entró en la habitación como solía, cogió la tablilla puesta sobre el lecho, evi­ dentemente sin otra intención que jugar con ella, y sa­ lió del aposento. El destino quiso que se topara con Marcia. Ella, que también amaba al niño, entre abrazos y besos le quitó la tablilla porque temía que, sin darse cuenta mientras jugaba inocentemente, destruyera algo de importancia. Pero cuando reconoció la letra de Có­ modo 144, aumentó su curiosidad por leer el escrito. Y tan pronto como descubrió que contenía una orden de ejecución y que ella iba a m orir en primer lugar, seguida de Leto y de Eclecto, y que otros iban a tener la misma muerte, se puso a gemir diciendo para sus adentros: «¡Bien, Cómodo! ¡Ésta es tu gratitud por mi afecto y amor frente a tu arrogancia y a tus borrache­ ras, que he soportado durante tantos años! ¡Pero tú, borracho, no vas a librarte de una mujer sobria!». Di­ chas estas palabras, envió a buscar a Eclecto, que la visitaba normalmente en su calidad de chambelán, aun­ que también había quien la acusaba de entenderse con él. Entregándole la tablilla le dijo: «¡M ira qué fiesta va­ mos a celebrar esta noche!» El estupor se fue apode­ rando de Eclecto mientras leía. Como egipcio era un hombre bien dispuesto para actuar con resolución y se­ gún los dictados de su corazón 145. Selló la tablilla y la envió a Leto por medio de un hombre de confianza para que la leyera. También éste, espantado, fue a ver a Marcia con el pretexto de examinar con ella y con Eclecto las órdenes del emperador en lo relativo al traslado a la escuela de gladiadores. Fingiendo que se ocupaban 144 Este pasaje es un buen ejemplo del carácter dramático de la Historia de Herodiano. 145 Sobre el interés de Herodiano por los temas étnicos cf. supra nota 25. Este pasaje se utilizó como argumento de la tesis de un origen egipcio. Cf. Intr., pág. 21.

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de los asuntos del emperador, acordaron anticiparse en la acción antes de sufrir las consecuencias, y que no 8 era tiempo de demora o vacilación. Decidieron, pues, dar a Cómodo un veneno, que Marcia se comprometió a ad­ ministrárselo sin dificultad. Pues tenía la costumbre de mezclar ella misma el vino y de ofrecer al emperador la primera copa para que tuviera el placer de bebería de manos de su amada. Al volver Cómodo del baño Mar­ cia puso el veneno en la copa, mezclándolo con un vino aromático y le ofreció la bebida. £1, como copa de amor que habitualmente le brindaba Marcia después de sus frecuentes baños y combates con los animales, sediento, 9 la bebió sin darse cuenta. Al punto le sobrevino un sopor que le forzó a dormir y, pensando que esto le ocu­ rría a causa del cansancio, se acostó. Eclecto y Marcia, con el pretexto de dejar descansar al emperador, orde­ naron a todos que se retiraran y fueran a sus asuntos. Casos como éste le ocurrían a Cómodo a menudo a cau­ sa de la embriaguez. Pues, aunque sus baños y comidas eran frecuentes, limitaba el tiempo destinado al descanso para entregarse sin interrupción a un sinnúmero de pla­ ceres, de los cuales era esclavo emperdernido a cual­ quier hora. 10 Durante un rato permaneció tranquilo, pero cuando el veneno afectó al estómago e intestinos, se apoderó de él un mareo seguido de una vomitona, bien porque la comida y abundante bebida ingeridas antes rechaza­ ban el veneno, bien por haber tomado previamente un antídoto, como suelen tomar los emperadores siempre n antes de cada comida. Pero, ante aquella vomitona, Marcia y los otros, temiendo que arrojara todo el vene­ no y que se recuperara y fuera la ruina de todos, per­ suadieron con promesas de generosas recompensas a un tal Narciso l46, joven decidido y fuerte, para que se 146 Probablemente uno de los libertos de palacio (cf. A urelio Víc­ Césares 17, 8-9). Fue ejecutado más tarde por Septimio Severo (D ión -X if il ., LXXIII 16, 5). to r ,

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acercara a Cómodo y lo estrangulara. Él irrumpió en la habitación del emperador, que estaba abatido por el veneno y el vino, y le apretó el cuello hasta matarlo. Éste fue el fin de Cómodo después de trece años de gobierno 147 tras la muerte de su padre. De más noble cuna que los emperadores que le precedieron, aventaja­ ba a los hombres de su tiempo por su agradable apa­ riencia y las adecuadas proporciones de su físico, y, si hay que referirse a sus cualidades de varón, diremos que no fue inferior a nadie en puntería y destreza. Sin embargo deshonró las dotes que la fortuna le había de­ parado con una conducta vergonzosa, tal como antes se ha relatado. 147 Cf. Intr., págs. 45-46. Marco Aurelio murió el 17 de marzo del 180 (cf. supra 14, 7) y la muerte de Cómodo ocurrió el 31 de diciembre del 192. Faltaba pues poco tiempo para que se cumplieran los trece años y Herodiano optó por redondear la cantidad. Tal vez contribuyó a ello el hecho de que Cómodo fuera imperator desde el 23 de diciem­ bre del 176. En los casos de doble principado el segundo Augusto no tenía su dies imperii en la fecha de la muerte del primero (cf. B lanche P arsi, Designation et investiture de l'empereur romain, París, 1963, pá­ ginas 195-196); tenia el suyo en vida del primero y no lo renovaba o cambiaba a su muerte. Éste era el caso de Cómodo. (En el Feríale Du­ ranum no hay ni rastro de un dies imperii de Cómodo el 27 de marzo). Así Herodiano, atendiendo a su dies imperii, habría podido contar des­ de fines de diciembre coincidiendo, con ios últimos meses de vida de Marco Aurelio, lo que daba realmente trece años de gobierno. La muerte de Cómodo acabó con una tradición que había durado más de un siglo; desde el 96, afio del asesinato de Domiciano, los em­ peradores hablan muerto en la cama.

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En el primer libro de mi historia se ha expuesto có­ mo los conspiradores eliminaron a Cómodo. Luego, que­ riendo ocultar lo sucedido y a fin de no ser descubier­ tos por la guardia de palacio, envolvieron el cuerpo en una manta corriente y lo ataron en un bulto que entre­ garon a dos esclavos de su confianza para que lo saca­ ran como si se tratara de mobiliario que ya no era nece2 sario en la habitación. Los dos esclavos que transporta­ ban el fardo lo sacaron por en medio de los guardias, algunos de los cuales estaban amodorrados bajo efectos de la bebida mientras que otros, aunque despiertos, tam­ bién iban siendo vencidos por el sueño y se apoyaban en las lanzas que tenían en sus manos. No se preocupa­ ron en absoluto de lo que pudiera contener el fardo que se sacaba de la habitación, puesto que pensaban que ningún interés tenían en saberlo. Escondido de esta for­ ma, el cuerpo del emperador fue sacado por la puerta de palacio y de noche en un carro lo enviaron a las afue­ ras de la ciudad l4í. 3 Entretanto, Leto y Eclecto estuvieron deliberando con Marcia sobre el camino a seguir. Decidieron divulgar la noticia de que Cómodo había muerto repentinamente víctima de una apoplejía. Pensaban que el rumor ten144 Probablemente a la villa Quintiliana. Cf. supra notas 68 y 103.

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dría una fácil aceptación puesto que su modo de vida insaciable y desmesurado ya había sido objeto de críti­ cas. Pero, ante todo, tomaron la decisión de llamar co­ mo sucesor en el imperio a un hombre de edad avanza­ da 149 y moderado, con la intención de ponerse ellos mismos a salvo y para que todo el mundo respirara des­ pués del amargo desenfreno de la tiranía. Después de considerar diversos nombres, nadie les pareció tan ca­ pacitado como Pértinax 1S0. Era un itálico que había ga- 4 nado renombre en muchos puestos tanto militares co­ mo civiles y que había conseguido muchas victorias con­ tra los germanos y los bárbaros de Oriente. Era el úni­ co que quedaba con vida de los venerables consejeros dejados a Cómodo por su padre 1S1; no lo había ejecu­ tado o porque lo respetaba por su prestigio, al ser el más ilustre de los compañeros y generales de Marco, o porque su pobreza lo protegía. Buena parte de su fa­ ma se debía, en efecto, a que, aunque tuvo en sus ma­ nos más cargos que nadie, sus bienes, sin embargo, eran inferiores a los de cualquiera. A casa de este Pértinax, a altas horas de la noche 5 cuando todo el mundo estaba durmiendo, llegaron Leto 149 Critica de los principes pueri. 150 Publio Helvio Pértinax, de origen humilde, llegó a senador tras una larga y brillante carrera militar. Estuvo bajo el patronazgo de hombres de la aristocracia antonina como L. Hedió Rufo Loliano Avito y Ti. Claudio Pompeyano. Durante el mandato de Perennis tuvo que retirarse de la vida pública (cf. supra nota 68). Con Cleandro volvió a ocupar cargos y en la época final de Cómodo era praefectus urbis (cf. supra nota 107). Herodiano manifiesta su admiración por Pértinax (cf. Intr., pág. 17). 151 N o es cierto, y Herodiano lo sabe puesto que en I 17, 2 alude a que Cómodo quería desembarazarse de los consejeros de su padre que quedaban, y es evidente que no pudo hacerlo. En las páginas que siguen (II 3, 3) se refiere a Manió Acilio Glabrión, consejero de Marco, y también vivían todavía Ti. Claudio Pompeyano y M. Peduceo Plaucio Quintilo, yernos de Marco (el. supra nota 11.).

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y Eclecto al frente de unos pocos que participaban en la conspiración. Encontraron las puertas de la casa ce­ rradas y despertaron al portero. Aquél, al abrir y ver a los soldados que estaban allí con Leto, a quien cono­ cía como prefecto del pretorio, asustado y temblando 6 de miedo lo anunció a su amo. Pértinax les dijo que entraran pensando que la desgracia que en repetidas ocasiones había estado esperando le llegaba al fin. Pero cuentan que su presencia de ánimo fue tal que ni si­ quiera se levantó del lecho ni cambió de expresión cuan­ do entraron Leto y Eclecto, sino que, a pesar de que creía que estaban allí para matarlo, les dirigió la 7 palabra y, resueltamente y sin palidecer, les dijo: «Des­ de hace mucho tiempo, todas las noches, he estado es­ perando este fin de mis días, y, al quedar ya sólo yo de los consejeros de su padre, me sorprendía que Có­ modo retardara su actuación contra mí. ¿Por qué espe­ ráis? Cumplid vosotros las órdenes y yo me veré libre de una cobarde esperanza y de un temor constante». 8 Leto contestó: «¿N o dejarás de decir cosas indignas de ti y de tu vida pasada? Esta visita que te hacemos no es para tu ruina; su objeto es nuestra propia salvación y la del imperio romano. El tirano ha muerto. Ha reci­ bido el castigo que merecía y el destino que tenía pre­ visto para nosotros es el mismo que él ha sufrido por 9 acción nuestra. Nosotros estamos aquí para poner el im­ perio en tus manos porque conocemos tu primacía en el senado tanto por la moderación de tu vida como por el alcance de tu autoridad, y sabemos que por la respe­ tabilidad de tus años eres deseado y honrado por el pue­ blo. Por eso pretendemos que lo que es un deseo del 10 pueblo sea también nuestra salvación». Pero Pértinax replicó: «¡Dejad vosotros de burlaros de un viejo! No penséis que soy tan cobarde que tengáis que engañarme primero para matarme después». «Bien —dijo Eclecto—, puesto que no confías en nuestras palabras, toma esta

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tablilla. Conoces la letra de Cómodo, ya que tienes cos­ tumbre de leer sus escritos. Lee. Conocerás qué peligro hemos evitado y que no hay engaño sino verdad en nues­ tras palabras». Después de leer el escrito, convencido ya Pértinax por hombres que además eran antiguos ami­ gos e informado de todo lo sucedido, se confió a ellos. Como primera medida decidieron presentarse en el campamento pretoriano para poner a prueba los senti­ mientos de los soldados. Leto se comprometió a persua­ dirlos puesto que como prefecto le profesaban cierto res­ peto. Así pues, con cuantos allí estaban se dirigieron al campamento a toda prisa. Ya había transcurrido la mayor parte de la noche 152 y, siendo inminente el día de la fiesta, todo era movimiento antes del alba. Fue entonces cuando enviaron a unos cuantos de los suyos en diversas direcciones para pregonar que Cómodo ha­ bía muerto y que Pértinax estaba en camino del campa­ mento pretoriano a fin de ser proclamado emperador. Se propagó el rumor y todo el pueblo fue presa del en­ tusiasmo y, como si estuvieran poseídos, se pusieron a correr de un lado a otro; cada cual al ir a saludar a su patrono daba la noticia y, si eran gente rica o im­ portante, mayor era el motivo. Correteaban por templos y altares para manifestar su gratitud a los dioses. Se oían gritos para todos los gustos: unos decían que había muerto el tirano, otros se referían al gladiador, y aun había quienes pronunciaban palabras más impías e indecorosas 153. Con la llegada de la libertad se dio rienda suelta sin ningún temor a cuantas expresiones antes retenía el miedo. También la mayor parte del pue­ 152 Son muy frecuentes las indicaciones cronológicas de este tipo cuando la hora en que tiene lugar un acontecimiento parece ser im­ portante (cf. Intr., págs. 46-47). 153 Cf. Intr., pág. 63.

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blo acudió a todo correr al campamento pretoriano. Se apresuraron porque temían que los soldados no acep­ taran de muy buena gana la autoridad de Pértinax. 5 Suponían que los soldados no admitirían un mando de moderación cuando estaban acostumbrados a servir a la tiranía y eran muy duchos en rapiñas y violencias. Así, pues, para forzarles a someterse, acudió el pueblo en masa. Cuando llegaron al campamento, Leto y Eclec­ to entraron con Pértinax, y Leto reunió a los soldados y pronunció estas palabras: 6 «Cómodo, nuestro emperador, ha muerto de apople­ jía; él ha sido el único responsable de su muerte. Nunca prestó oídos a nuestros consejos, atentos siempre al bien de su salud. Vosotros no desconocéis su vida; por un atracón la muerte se lo llevó. Tuvo el fin que el destino le había reservado. Pues, aunque la causa de la muerte no es la misma para todos los hombres sino que hay causas diferentes, sin embargo todas conducen al mis7 mo fin. Pero en lugar de Cómodo nosotros y el pueblo romano os presentamos a un hombre respetable por su edad, moderado en su vida y que ha forjado su valor en la acción. De estas cualidades y de sus hazañas béli­ cas los veteranos ya habéis tenido pruebas; los otros lo habéis honrado y admirado durante sus años de pre8 fecto urbano. La fortuna nos ofrece ahora no sólo un emperador sino también un padre óptimo. Su gobierno será motivo de satisfacción tanto para vosotros, los pretorianos de Roma, como para los soldados de las guar­ niciones de las riberas de los ríos y para los acampados en los límites del imperio romano, testigos de sus accio­ nes que no le olvidan. Ya no tendremos que ganamos a los bárbaros con subsidios sino que, por la experien­ cia de lo que pasaron cuando Pértinax tenía el mando, se someterán por miedo». 9 Mientras Leto pronunciaba su discurso, el pueblo, sin poder contenerse, aunque los soldados todavía vaci-

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lantes estaban a la expectativa, lo proclamó Augusto, le dio el calificativo de Padre y lo honró con todos los títulos. Luego, también los soldados se unieron a las aclamaciones y saludaron a Pértinax como Augusto, aun­ que no lo hicieron con el mismo entusiasmo sino por la presión de la multitud que allí estaba; pues por todas partes les cercaba el pueblo en tanto que ellos se en­ contraban en inferioridad númerica y sin armas a cau­ sa de las fiestas. Después de los habituales juramentos y sacrificios realizados en nombre de Pértinax, todo el pueblo y los pretorianos con ramas de laurel, al rayar el alba, escoltaron a Pértinax hasta el palacio imperial.

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Después de ser acompañado por los pretorianos y 3 el pueblo, todavía de noche, tal como se ha expuesto, cuando ya estuvo instalado en el palacio imperial, Pér­ tinax empezó a sentir desasosiego a causa de graves con­ sideraciones. Y, aunque era bien conocido su ánimo fir­ me y valeroso ante cualquier situación, estaba asustado sin embargo por las circunstancias, no por una especial preocupación por su propia seguridad, pues muchas ve­ ces había despreciado peligros incluso mayores, sino por sus reflexiones sobre el súbito cambio de la tiranía y sobre la nobleza de nacimiento de algunos miembros del senado, que no aceptarían, pensaba, que, después de un emperador de la más alta nobleza, el imperio pa­ sase a manos de un hombre que arribaba a él proce­ dente de una familia plebeya y desconocida IM. Pues, 2 aunque su vida era alabada por su moderación y era famoso por sus acciones militares, sin embargo estaba muy por debajo de los patricios en lo tocante a su naci­ miento 155. Cuando fue de día, se dirigió a la sede del senado sin permitir que le precediera el fuego sagrado 154 Pértinax era un «homo novus» comparable a Decio, según G. Alfoldy (cf. Intr., pág. 17). 155 La virtus frente a la nobilitas. Cf. Intr., pág. 15.

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ni ninguna exaltación de cualquier insignia imperial 3 antes de conocer los sentimientos del senado. Pero tan pronto como hizo su aparición, todos los senadores unánimemente lo aclamaron y lo saludaron con los títu­ los de Augusto y de emperador. Pértinax empezó por rehusar la responsabilidad del mando y, alegando su vejez, pedía que le excusaran y afirmaba que había mu­ chos patricios más adecuados para el imperio. Luego, cogiendo a Glabrión 154 de la mano, intentaba hacerle salir exhortándolo a que se sentara en el trono imperial. 4 Glabrión era el patricio de más noble cuna, puesto que su genealogía remontaba hasta Eneas, hijo de Ve­ nus y de Anquises, y ya había desempeñado el consula­ do dos veces. Pero habló a Pértinax de este modo: «Y o, por mi parte, aunque tú me consideras la persona más idónea, renuncio al imperio en tu favor, y tanto yo co­ mo todos los restantes senadores estamos de acuerdo en otorgarte el poder supremo». Entonces, al suplicarle todos insistentemente, casi sin atreverse ocupó al fin el trono imperial y pronunció este discurso 157: 156 Manió Acilio Glabrión, eos. II 186, era uno de los senadores más distinguidos y habia sido consejero de Marco Aurelio. Según la Historia Augusta Pértinax dirigió su ofrecimiento a Ti. Claudio Pompe­ yano, no a Glabrión. Entre Pompeyano y Pértinax existia una antigua relación (cf. supra nota 150). Sin embargo parece ser que vivia retirado en su posesión de Tarracina (cf. S. H. A. Did. Jul. 8, 3) y, a pesar de que en la Historia Augusta (Pert. 4, 10) leemos que Pompeyano y Pértínax se encontraron antes de la sesión del senado, resulta difícil creer que Pompeyano tuviera tiempo de enterarse de lo que sucedia y de llegar a Roma, a no ser que estuviera previamente informado acerca de la conjuración. Parece, pues, que Herodiano tiene razón. 157 Discurso más retórico que político (cf. Intr., pág. 69). En este libro II hay mayor número de discursos que en ningún otro. En la Historia podemos contar un total de treinta y tres discursos (ocho en el libro I, diez en el II, cinco en el III, tres y una carta en el IV, una carta en el V, uno en el VI, dos en el VII, y, finalmente, dos en el VIII). La notable diferencia entre unos libros y otros nos hace pensar en que Herodiano no habia acabado su obra, que estaba entonces en la etapa de embellecimiento retórico (cf, Intr., pág. 9).

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«L a amable acogida con la que me habéis honrado y el excesivo entusiasmo que me demostráis con vues­ tra elección, al preferirme a hombres de tan alta alcur­ nia como hay entre vosotros, no entrañan sombra algu­ na de adulación sino que son prueba y demostración de benevolencia. A otro le hubieran inspirado valor y confianza para aceptar decididamente la labor encomen­ dada, y le hubieran revelado signos esperanzadores de una fácil misión como la de llevar la carga del imperio con el favor de unos súbditos de tan buena voluntad. Pero a mí, por el contrario, estas distinciones, aun 6 siendo de una importancia extraordinaria, me turban cuando pienso en lo que el honor supone, y me infun­ den una angustia y un desasosiego nada despreciables. Cuando se deben grandes beneficios, la justa correspon­ dencia es difícil de alcanzar. En las devoluciones, inclu­ so en los casos en los que se ha recibido poco, pagar con interés no es fácil pero es una prueba de agradeci­ miento. Sin embargo, cuando el que inicia los favores se hace acreedor de una gratitud insuperable, la inca­ pacidad de una correspondencia adecuada no se atribu­ ye a dificultades sino a insensibilidad e ingratitud. Me doy perfecta cuenta, por consiguiente, de que la 7 prueba propuesta para merecer el honor de vosotros re­ cibido no es una prueba cualquiera. Pues la dignidad del principado no reside en el trono, sino en los hechos, si no son causa de deshonor. Y cuanto más detestamos los sucesos del pasado, mayores son las esperanzas de un futuro dichoso. Pero, así como los hechos desgracia­ dos siempre se recuerdan, pues la aflicción es difícil de borrar, los éxitos, sin embargo, en el mismo momento de su disfrute, ya agotan su propio recuerdo 158. Igual 8 1M Cf. T ucidides II 61, 2 y S t e in , ob. cit., págs. 146-147. Este dis­ curso, como otros pasajes de Herodiano, nos recuerda a Tucidides. Cf. supra notas 1, 95 y 106.

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que la libertad no produce satisfacción en la misma me­ dida que la esclavitud aflige. Y quien está en la tranqui­ la posesión de sus bienes no lo considera una gracia, por creer que disfruta de lo que por derecho le pertene­ ce, pero quien ha sido desposeído de sus propiedades, éste conserva el recuerdo de la injuria eternamente. Na­ die, si hay un cambio favorable para la comunidad, pien­ sa que él mismo obtendrá mayores beneficios, puesto que la preocupación por el bien común y por el interés público es escasa entre los particulares, pero, en lo to­ cante a los intereses individuales, si cada uno no pro­ gresa según su deseo, considera que el rendimiento es 9 insuficiente. Además, quienes están acostumbrados a gozar de la pródigas e indiscriminadas liberalidades de la tiranía, al cambio a una administración más pruden­ te y moderada, forzado por la escasez de recursos, no le dan la calificación de economía inteligente ni de go­ bierno mesurado y responsable, sino que lo descalifi­ can con los reproches de cicatería y mezquindad. No se dan cuenta de que las larguezas indiscriminadas y sin tino no serían posibles si no fuera por el robo y la violencia, mientras que las distribuciones que la ad­ ministración realiza con mesura y según los méritos de cada cual, sin cometer ninguna injusticia ni ofrecer una ilícita abundancia de dinero, son maestras de una sabia 10 economía de los recursos realmente disponibles l59. Es preciso ahora que vosotros, conscientes de todo esto, me prestéis vuestro apoyo, considerando tarea común la administración del imperio, e igualmente es necesa­ rio que, con vuestra aceptación de la aristocracia y re­ chazo de la tiranía, estéis esperanzados y que transmi159 Pértinax encontró el erario en una situación extremadamente grave (cf. Historia Augusta, Vita Pertinacis 9, 1 y G rosso, ob. cit. pági­ nas 354 ss.). Después de los despilfarras de Cómodo (cf. supra notas 39, 122 y 142) era necesaria una politica económica realista. También se observa aquí la «mentalidad fiscal» de Herodiano (cf. Intr., pág. 31).

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táis vuestras mismas esperanzas á todos los súbditos del imperio». Estas palabras de Pértinax agradaron extraordinaria- u mente al senado. Todo el mundo le alabó el discurso y le concedieron todos los honores y distintivos. Luego lo escoltaron hasta el templo de Júpiter y los otros tem­ plos, donde ofreció los sacrificios rituales por el impe­ rio. Finalmente se dirigió al palacio imperial. Cuando las noticias de su discurso en el senado y 4 de su edicto al pueblo se divulgaron, la alegría fue ge­ neral, pues a todos les animaba la esperanza de tener un soberano respetado y magnánimo, que fuera un padre antes que un emperador. Dio órdenes a los soldados de que pusieran fin a la represión del pueblo y prohibió que llevaran hachas y que golpearan a los transeúntes. En todos los aspectos intentaba un cambio de rumbo hacia la honradez y el orden, y daba muestras de un carácter afable y pacífico en sus apariciones en público y en los tribunales. Complacía a los más viejos al hacer 2 que recordaran el imperio de Marco, cuya imitación pro­ curaba l6°. Y se granjeaba fácilmente el favor de todos los otros, que habían pasado de una cruel e insolente tiranía a una vida moderada y sin congojas. La fama de humanidad en el ejercicio de la autoridad, al exten­ derse por todos los pueblos, tanto entre los sometidos como entre los aliados, y por todos los campamentos, los incitó a atribuir a su autoridad un origen divino. Además, los bárbaros que anteriormente habían em- 3 pezado a rebelarse o que estaban preparando la suble­ vación, por temor y por el recuerdo de su valor en sus anteriores campañas, se sometieron voluntariamente a Pértinax. También los animaba la confianza en su inte­ gridad, seguros de que con nadie cometería injusticia 160 Cf. Intr., págs. 51-52.

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a sabiendas, y de que daría siempre a cada cual lo que por sus méritos le correspondiera, ajeno como era de cualquier favor vergonzoso o violencia cruel. Y llegaron embajadas de todas partes, congratulándose todo el mun­ do de que Pértinax estuviera al frente del imperio romano. 4 Todos los hombres, tanto en público como en privado, manifestaron su gozo por la disciplina y humanidad del emperador. Pero, lo que a todo el mundo complacía tan sólo disgustaba a los soldados de Roma que servían en la guardia imperial; pues, al ser apartados de robos y violencias con la invitación a la disciplina y a la mode­ ración, empezaron a considerar que la indulgente hu­ manidad del emperador constituía una injuria y un des­ honor para ellos y el fin de su poder ilimitado. Por eso 5 se opusieron a la disciplina del imperio. Al principio se mostraron remisos y desobedientes a las órdenes que les daban. Pero, después, cuando ni siquiera habían transcurrido dos meses completos del gobierno de Pértinax, breve período en el que ya había dado prue­ bas de su moderación y benevolencia, y durante el cual las mejores esperanzas ya habían hecho su aparición entre los súbditos, un golpe de mala suerte lo malefició todo y lo trastocó e impidió que magníficos proyectos beneficiosos para los súbditos al fin tuvieran cumpli­ miento. 6 El primer proyecto fue repartir en lotes, según los deseos y posibilidades de cada peticionario, todas las tierras sin cultivar que fueran completamente baldías en Italia y en las provincias Aunque fueran de pro­ piedad imperial, las adjudicaba a quien se cuidara de 161 Cf. Intr., págs. 45-46. En el original griego de.este pasaje lee­ mos «dos» flJ') cuando en realidad fueron casi tres meses (desde el 1 de enero hasta el 28 de marzo del 193). Mendelssohn propone la enmienda del texto ( y ’ = 3 en lugar de p' = 2). 162 Los latifundios imperiales.

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cultivarlas. Concedía, además, a los campesinos la com­ pleta exención de impuestos durante diez años y la per­ manente garantía de dominio. Prohibió que su nombre 7 fuera inscrito en las posesiones imperiales, alegando que no eran propiedad privada del emperador sino bienes comunes y públicos del imperio romano. También de­ cretó la abolición de todos los tributos que antes, du­ rante la tiranía, habían sido proyectados, con vistas a acrecentar los recursos, sobre el tráfico en los ríos y en los puertos de las ciudades y por vías y caminos 1W. Con esta abolición restauró la antigua libertad de tasas. Hubiera proyectado todavía otras reformas en benefi- 8 ció de sus súbditos, como su voluntad política permitía suponer. Había expulsado a los sicofantas de Roma y había ordenado que fueran perseguidos por todo el im­ perio, en previsión de que nadie fuera calumniado ni se viera sometido a infundadas acusaciones. Las espe­ ranzas de todo el mundo, y en especial del senado, apun­ taban entonces a una vida feliz y libre de temores. 9 Pértinax era un hombre tan modesto y sin pretensiones que a su propio hijo, que era ya un muchacho, no lo llevó a vivir al palacio imperial sino que lo dejó en la casa familiar, para que asistiera a las escuelas y a los gimnasios de costumbre como un particular y fuera edu­ cado y realizara todas sus actividades del mismo modo que los demás muchachos, sin ninguna vanidad ni pom­ pa imperial. Mientras que la felicidad y el orden presidieron la 5 vida de Roma, sólo los pretorianos estaban indignados por aquella situación y echaban de menos los robos y violencias que en medio de orgías y borracheras se ha­ bían dado durante la anterior tiranía IM. Por eso deci­ 163 Anuló los aumentos que estos impuesto habían experimenta­ do durante el reinado de Cómodo. 164 Cf. supra II 4, 4.

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dieron desembarazarse de Pértinax, ya que les resulta­ ba extremadamente molesto, y buscar en su lugar a otro que les ofreciera de nuevo un poder ilimitado y sin freno. Así pues, súbitamente, en medio de una situación de absoluta tranquilidad y sin que nadie lo esperara, los pretorianos, en un impulso tan furioso como irra­ cional, salieron a la carrera del campamento, al medio­ día y se dirigieron contra el palacio imperial con las lanzas en ristre y las espadas desenvainadas. Los áulicos, turbados por lo inesperado y extraordinario de la acción, al ser unos pocos hombres desarmados con­ tra una multitud armada no resistieron, sino que huyeron abandonando cada uno el puesto que le había sido confiado, ya en la puerta del palacio ya en las otras entradas. Unos pocos leales l67, sin embargo, anuncia­ ron la irrupción a Pértinax y le aconsejaron que hu­ yera y se pusiera bajo la protección del pueblo. Pero, a pesar de que quienes le aconsejaban una salida de aquella situación [...] lo convencieron, él, considerando que era una solución vergonzosa e impropia de un em­ perador a la vez que indigna de su vida y acciones ante­ riores, no quiso huir ni ocultarse, sino que decidió en­ frentarse con el problema e ir a parlamentar con los soldados esperando disuadirlos del absurdo propósito que los había movido. Salió, pues, de su habitación y se encontró con los soldados. Intentó informarse sobre las causas del ataque y procuró persuadirlos de que no se dejaran dominar por la excitación. En todo momento permaneció en una actitud moderada y noble y conser­ vó la dignidad propia de un emperador sin mostrar nin­ guna señal de hombre encogido ni acobardado ni supli­ cante. 165 Cf. supra nota 152, e Intr., pág. 47. 164 Cf. supra nota 105. Los «áulicos» son los ayudantes del empe­ rador y los siervos de palacio. 167 Entre ellos estaba Eclecto (cf. supra nota 141).

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«La muerte en vuestras manos —dijo— no es en 6 absoluto penosa para un anciano como yo que ha llega­ do a una avanzada vejez gloriosamente. Es necesario que toda vida humana tenga un final. Pero la circunstancia de que vosotros, aparentemente guardianes y protecto­ res del emperador y los defensores frente al peligro ex­ terior, os convirtáis en asesinos, manchéis vuestras ma­ nos con sangre de un ciudadano, emperador además, mirad que no sea ahora una impiedad y en el futuro un peligro para vosotros mismos. Yo tengo concien­ cia de no haberos causado ningún daño. Si todavía es- 7 táis contrariados por la muerte de Cómodo, nada tiene de extraño que le sobreviniera la muerte al ser simple­ mente un hombre. Si pensáis que ocurrió como conse­ cuencia de una conspiración, no es mía la culpa. Sabéis que yo estoy fuera de toda sospecha y que estaba me­ nos enterado que vosotros de los sucesos de entonces. Si sospecháis algo, dirigid vuestra acusación contra otros. Pero, a pesar de todo, aunque Cómodo esté muer- 8 to, alcanzaréis todos vuestros deseos con tal que res­ pondan al decoro y a vuestro mérito y no ejerzan pre­ sión sobre mí ni secuestro». La tentativa de convecerlos con sus palabras empe­ zaba ya a tener éxito en algunos casos. Varios soldados estaban dando la vuelta y se retiraban por respeto a la vejez del noble emperador. Pero otros, interrumpien­ do las palabras del anciano, se abalanzaron sobre él y lo asesinaron. Después de perpetrar un crimen tan 9 cruel, por temor a las consecuencias de su osadía y queriendo anticiparse a la reacción del pueblo, porque sabían positivamente que el pueblo no aceptaría lo su­ cedido, se retiraron al campamento a todo correr, ce­ rraron todas las puertas y entradas y se quedaron en el interior; situaron luego guardias en las torres para disponerse a la defensa si el pueblo los atacaba. Éste fue el fin de Pértinax, cuya vida y conducta política se han descrito anteriormente.

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Cuando la noticia del asesinato de Pértinax se di­ fundió entre el pueblo, todo el mundo fue presa de una dolorosa turbación. Corrían de un lado a otro como en­ loquecidos y, en una situación de enajenación colectiva, buscaban a los culpables sin poder encontrarlos ni cas­ tigarlos. Los senadores en especial estaban muy apena­ dos por lo ocurrido y lo consideraban una calamidad pública, pues se trataba de la pérdida de un hombre que era padre bondadoso y protector magnánimo. Sur­ gió de nuevo el miedo a la tiranía, puesto que creían que era del agrado de los soldados. Después de uno o dos días 16í, las gentes del pueblo, cada cual con su miedo, empezaron a retirarse, y los hombres de algún relieve huyeron a sus posesiones más alejadas de Roma para que el futuro poder no pudiera ocasionarles ningún daño al no encontrarlos en la ciudad. Cuando los soldados se dieron cuenta de que 4 el pueblo estaba tranquilo y de que nadie se atrevía a verganse del asesinato del emperador, aunque siguie­ ron encerrados en el interior del campamento, hicieron subir a aquellos que tenían mayor potencia de voz a lo alto de los muros y pregonaron que el imperio estaba en venta. Prometieron entregar el poder al mayor pos­ tor y conducirlo al palacio imperial bajo la protección de las armas. Cuando circuló el anuncio, los senadores más respetables y mejor situados, que eran patricios o que conservaban todavía su fortuna, sobrevivientes de la tiranía de Cómodo, ni acudieron a los muros del cam­ pamento ni quisieron alcanzar un poder ilícito e infame por medio del dinero. Pero un hombre llamado Julia­ no IW, un excónsul que tenía fama de nadar en la abun168 Cf. Intr., págs. 46-47. 169 M. Didio Severo Juliano era probablemente de origen africa­ no. Durante el reinado de Marco Aurelio estuvo en las guerras contra los germanos y fue gobernador de Dalmacia y de Germania inferior. Durante el mandato de Perennis fue separado de la vida pública (cf.

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dancia, al anochecer, durante un banquete, recibió la noticia de la proclama de los soldados en medio de los vapores de la embriaguez. Era uno de esos hombres que por su vida inmoderada son blanco de habladurías. Su mujer y su hija y unos cuantos convidados lo per­ suadieron entonces a que levantándose de su cama se fuera corriendo al campamento y se enterara de lo que estaba pasando. Le aconsejaron por todo el camino que se hiciera dueño del poder que estaba abandonado, y que, puesto que contaba con dinero en abundancia, pu­ jara más alto que cualquiera que le disputara el puesto. Así, pues, cuando llegó a los muros, empezó a prome­ terles a voz en grito que les daría todo cuanto quisie­ ran, añadiendo que tenía dinero en gran cantidad y te­ soros repletos de oro y plata. Al mismo tiempo llegó Sulpiciano l7°, excónsul igualmente y entonces prefecto urbano (era suegro de Pértinax). Su meta era también la compra del imperio. Pero los soldados no lo acep­ taron por temor a su parentesco con Pértinax; tenían miedo de que fuera un engaño para vengarse de su ase­ sinato. Bajaron una escalera e hicieron subir a Juliano sobre el muro, pues no querían abrir las puertas hasta conocer la cuantía del dinero que recibirían. Cuando es­ tuvo arriba, Juliano les prometió renovar la memoria de Cómodo, restableciendo los honores y estatuas que el senado había quitado, y devolverles a ellos toda la libertad de acción de que habían gozado durante el man­ dato de Cómodo. Finalmente, prometió que daría a ca­ da soldado más dinero del que esperaban pedir o reci-

supra nota 68). Luego volvió a la escena política. Cónsul suffectus en el 175 con Pértinax. 170 Tito Flavio Sulpiciano era el padre de Flavia Ticiana, mujer de Pértinax. Habia sucedido a Pértinax en el cargo de praefectus urbi (cf. supra nota 150). Luego apoyó a Albino, por lo que Septimio Severo lo condenó a muerte.

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bir, y que para hacerlo efectivo no tardaría sino el u tiempo de hacerlo traer de su casa. Todas estas prome­ sas colmaron las esperanzas de los soldados, que pro­ clamaron a Juliano emperador, añadiendo a su nombre de familia y gentilicio el nombre de Cómodo. Levanta­ ron luego los estandartes, en los que restablecieron las imágenes de Cómodo, y, en seguida, se prepararon 12 para la escolta. Después de ejecutar los usuales sacri­ ficios imperiales en el campamento, Juliano fue escol­ tado por una guardia más numerosa de lo normal, puesto que, por la fuerza y contra la opinión del pueblo, gra­ cias a un fraude vergonzoso y torpe, había comprado el imperio, y era lógico que temiera la hostilidad popu13 lar. Los soldados se pusieron, pues, la armadura com­ pleta y cerraron filas como en orden de combate, listos para combatir si fuera preciso. Colocaron a su empera­ dor en el centro y protegieron sus cabezas con los escu­ dos y las lanzas, no fuera que alguna piedra volara des­ de las casas contra la procesión. Así lo condujeron al palacio imperial, sin que nadie del pueblo se atreviera a oponerse pero sin que nadie tampoco lo vitoreara co­ mo es costumbre hacer al paso del emperador. Por el contrario, desde posiciones algo distanciadas le dirigie­ ron maldiciones e insultos porque había conseguido el imperio a cambio de dinero. 14 A partir de este momento, sin duda, la moral de los soldados empezó a corromperse. Una insaciable y ver­ gonzosa codicia y el desprecio de la dignidad imperial fueron sus maestros. El hecho de que nadie castigara a quienes tan cruelmente se habían atrevido a matar a un emperador, ni hubiera quien impidiera una tan indecente subasta y venta del imperio, fue la primera causa de una escandalosa situación de indisciplina des­ tinada a prolongarse. La afición de los soldados por el dinero y el desprecio por sus emperadores, hasta el ex-

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tremo de llegar al asesinato, fueron continuamente en aumento l7). Tan pronto como Juliano ocupó el poder, empezó a 7 dedicar su tiempo a lujos y borracheras, sin preocupar­ se de los asuntos públicos y entregándose a una vida muelle e innoble. Se descubrió además que con sus men­ tiras habia defraudado a los soldados al no poder cum­ plir lo que les había prometido. Pues ni disponía en 2 su casa de tanto dinero como el que había pregonado, ni tampoco lo tenía el erario público que estaba com­ pletamente agotado por el desenfreno y los gastos des­ mesurados y arbitrarios de Cómodo m. Por causa de la desconsideración de Juliano los soldados, frustrados en sus esperanzas, estaban de muy mal humor, y el pue­ blo, dándose cuenta de los sentimientos del ejército, des­ preciaba a Juliano, hasta el punto de insultarle cuando se presentaba en público, y se burlaba de él por sus vergonzosos y equívocos placeres. En el circo, donde se concentraban importantes 3 multitudes, insultaban a Juliano 173 y apelaban a Níger como defensor del imperio romano y protector del sa­ grado oficio de emperador, y le solicitaban que intervi­ niera cuanto antes porque estaban siendo víctimas del desprestigio. Níger 174 había desempeñado el consulado hacía al- 4 gunos años y, por el tiempo en que ocurrían en Roma 171 Este pasaje es la culminación de una serie de pasajes anterio­ res en los que ha criticado la moral de los pretorianos (cf. I 12, 6, II 4, 4; 5, 9; 6, 2; 6, 4). Cf. Intr., págs. 53 y 58). 172 Cf. supra notas 39, 122, 142 y 159. 173 Cf. supra nota 102. 174 Cayo Pescenio Níger o Nigro (C. Pescennius N iger lustus, gr. Nígros) procedía de una familia ecuestre. Su actividad militar fue muy importante: Egipto, Dacia, Galia durante la bettum desertorum (cf. su­ pra nota 84), etc. Ascendió al rango senatorial. Fue cónsul suffectus, posiblemente en el 188, y gobernador de Dacia en 188-190. Marchó

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los hechos arriba descritos, era gobernador de toda Si­ ria m, una extensa provincia, la mayor de entonces, puesto que Fenicia entera y el territorio que se extiende hasta el Éufrates estaban bajo la autoridad de Níger. Era un hombre de edad ya bastante avanzada que se había distinguido en muchas e importantes acciones. Te­ nía fama de persona ecuánime y amable que tomaba como modelo la vida de Pértinax, circunstancia que aca­ bó de convencer a los romano. El pueblo invocaba su nombre continuamente cuando se reunía, y, a la vez que insultaba a Juliano, que estaba presente, honraba a Ní­ ger, ausente, con títulos imperiales. Cuando empezaron a propagarse las noticias sobre los sentimientos del pue­ blo romano y sobre los continuos gritos en las reunio­ nes 17‘, Níger, como es natural, se dejó seducir por la esperanza de que la situación se pondría fácilmente de su parte. Dos importantes circunstancias lo animaban. La primera era el hecho de que Juliano había perdido la protección de los soldados de su guardia, por no cum­ plir sus promesas respecto al dinero, y la segunda se basaba en el desprecio que el pueblo sentía por Juliano, luego a ponerse al frente del gobierno de Siria, provincia de extraordi­ naria importancia. Allí sus soldados lo proclamaron emperador (a fi­ nes de abril del 193). Cf. Intr., págs. 34-38. 175 Poco después, para evitar los riesgos de una nueva guerra ci­ vil promovida desde aquella provincia, Septimio Severo la dividió en Celesiria y Siria Fenice (cf. infra I I I 5, 1). Desde Siria se sublevó Avidio Casio contra Marco Aurelio (175) y desde Siria llegó al poder Vespasiano. 174 Cuando estas noticias llegaron a Siria, Septimio Severo ya ha­ bía sido proclamado emperador en Panonia (cf. Intr., págs. 36-38 e in­ fra II 9, 11, nota 193). Un mensaje de Roma a Panonia debía tardar diez días y Septimio Severo fue proclamado inmediatamente después de que llegaran las noticias del asesinato de Pértinax. En este pasaje llegan a Antioquía las noticias del descontento de los romanos tras la proclamación de Didio Juliano; este descontento debió producirse en los primeros días de abril y se calcula que las noticias de Roma a Antioquía debían tardar, por lo menos, doce días, lo que nos lleva a la segunda quincena de abril para la proclamación de Níger.

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por considerarlo indigno del imperio que había compra­ do. Por estas razones Níger se abandonó a la esperanza de llegar a emperador. Comenzó por convocar a su casa, 7 en pequeños grupos, a los jefes de las legiones, a los tribunos militares y a los soldados más distinguidos. Conversó con ellos e intentó ganárselos exponiéndoles las noticias procedentes de Roma. Su intención era, asi­ mismo, que se divulgaran y llegaran a oídos de los sol­ dados y de los restantes habitantes de las provincias de oriente. Así, pues, tenía la esperanza de que, fácilmente, 8 todos se le unirían, si sabían que pretendía el poder no como resultado de una conspiración, sino porque los romanos lo habían llamado insistentemente para que los ayudara. La reacción fue general, por supuesto, y todos sin vacilar le suplicaron encarecidamente que les dejai ra participar también a ellos en la empresa. El pueblo 9 sirio es variable por naturaleza 177, predispuesto al cam­ bio del poder establecido. Sentían además un extraordi­ nario afecto por Níger, porque había sido un goberna­ dor benévolo para todos y frecuentemente se reunía con ellos en la celebración de las fiestas. Los sirios son por temperamento muy aficionados a las fiestas, y, en espe­ cial, los habitantes de Antioquía, la ciudad más impor­ tante y próspera, que celebran fiestas casi durante todo el año, tanto en la misma ciudad como en su comarca. Níger les ofrecía continuamente espectáculos, por los 10 que sentían especial predilección, y les daba permiso para fiestas y jolgorios, gracias a lo cual aumentaba su popularidad y, naturalmente, era respetado. Vista la situación, Níger convocó a las tropas de 8 toda la región para una fecha determinada. También acu­ dió el resto de la población. Llegado el momento, subió 177 Otra de las observaciones étnicas de Herodiano (cf. supra no­ ta 25). Sobre la teoría del origen sirio de Herodiano (cf. Intr., págs. 23-25).

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a una tribuna que le habían preparado y pronunció las siguientes palabras: 2 «Probablemente conocéis desde hace tiempo la afa­ bilidad de mi carácter y mi cautela a la hora de acome­ ter grandes empresas. Ahora yo no me hubiera presen­ tado ante vosotros para dirigiros estas palabras, si me movieran tan sólo mi particular iniciativa o una espe­ ranza irracional o una pasión más fuerte que la misma esperanza. Pero los romanos me llaman y su continuo clamor me impulsa a tenderles una mano salvadora, sin consentir así que nuestro glorioso y gran imperio, lega­ do de nuestros antepasados, se encuentre en esta pos3 tración tan vergonzosa. Del mismo modo que embarcarse en aventuras de esta envergadura sin motivo razonable puede resultar precipitado y temerario, así también la negligencia frente a quienes llaman en solicitud de ayu­ da puede ser causa de una acusación de cobardía a la vez que de traición. Por esto me he presentado para pre­ guntaros cuál es vuestro parecer y qué pensáis que de­ ba hacerse, con la intención de que seáis mis consejeros y compañeros en la presente situación. Pues, si el resul­ tado es favorable, nosotros compartiremos los beneficios. 4 N o me mueven esperanzas baladíes ni vanas, sino el pueblo romano al cual los dioses otorgaron la sobera­ nía sobre todas las cosas, por encima de la jefatura del imperio incluso, el mismo imperio que ahora está tam­ baleándose sin nadie que le ofrezca una base segura en que apoyarse. En esto se funda la seguridad de nuestra empresa, que se apoya tanto en la voluntad de quienes me llaman como en el hecho de que no haya nadie que s oponga resistencia. Los mensajeros de Roma afirman, en efecto, que ni los soldados, que le vendieron el impe­ rio, le sirven como guardianes fieles, ni Juliano cumple las promesas que les hizo. Manifestadme, pues, cuál es vuestro parecer».

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Tan pronto como hubo pronunciado estas palabras, todo el ejército y la multitud allí reunida lo proclama­ ron emperador y lo saludaron con el título de Augus­ to 17í. Le pusieron la toga purpúrea de emperador y lo honraron con las restantes insignias de la dignidad im­ perial, que improvisadamente habían logrado reunir. Luego lo acompañaron, precedido por el fuego sagrado incluso, a los templos de Antioquía y, finalmente, lo ins­ talaron en su propia casa, que desde entonces dejó de ser mansión privada para convertirse en palacio impe­ rial; la decoraron por fuera con todas las insignias del emperador. Níger estaba muy complacido por estas manifesta­ ciones y pensaba que tanto la voluntad del pueblo ro­ mano como el entusiasmo de sus hombres le asegura­ ban el imperio *79. Cuando la noticia, esparciéndose de un lado a otro, llegó a todos los pueblos que habitan la parte del continente situada frente a Europa, ningu­ no hubo que no se apresurara a ponerse voluntariamente a sus órdenes. Embajadores de todos aquellos pueblos fueron despachados hacia Antioquía como si fueran a presentarse ante el legítimo emperador. Los sátrapas y reyes del otro lado del Tigris y del Éufrates le envia­ ron mensajes de felicitación y le prometieron su ayuda, si fuera precisa. Níger les contestó con espléndidos re­ galos, pero, a la vez que les daba las gracias por sus promesas de apoyo, les decía que no necesitaba aliados. Afirmaba que el imperio estaba bajo su firme control, y que gobernaría sin derramamiento de sangre. Animado por estas esperanzas, empezó a desatender la dirección de los asuntos públicos mientras se aban­

178 Seguramente a fines de abril, cuando todavía no habrían lle­ gado a Antioquía noticias de la actuación de Septimio Severo. 179 El optim us princeps es querido por su pueblo en cuyo benefi­ cio gobierna. El apoyo del pueblo le da su fuerza (cf. supra II 8, 4).

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donaba a una vida muelle y se divertía en compañía del pueblo de Antioquía, entregándose a tiestas y espectá­ culos. Descuidó también su salida hacia Roma, en la que debía haber puesto el principal empeño. Y aunque visitar a los ejércitos ilirios y ganarse su apoyo antes que nadie era algo de urgente necesidad, Níger ni si­ quiera les informó de la situación, en la confianza de que los soldados de aquella región, en el momento que también estuvieran al corriente de lo que sucedía, esta­ rían de acuerdo con el deseo de los romanos y el pare­ cer de los ejércitos de oriente Mientras que Níger se figuraba esto y estaba pen­ diente de vanas e inciertas esperanzas, las noticias de lo que estaba ocurriendo 1,1 llegaron a Panonia e Iliria 182 y a todo el ejército que estaba estacionado allí, a orillas del Danubio y del Rin, para protección del imperio romano frente a los ataques de los bárbaros de allende. Severo un libio, era gobernador de toda lt0 La despreocupación de Níger contrasta con la energía de Septimio Severo expuesta a continuación (cf. Intr., pág. 37). Las cualida­ des de Níger (II 7, 4-5, 9) y sus buenos propósitos (II 8, 2-5) quedan anulados por su negligencia (raíhytnía). No reunía todas las condicio­ nes necesarias (cf. Intr., pág. 58). 1,1 En el texto griego no queda claro si se refiere a las noticias de Roma o a las de Siria. Lo históricamente correcto es que se refiera a las de Roma. 182 Parece que Herodiano utiliza el término «ilirios» en sentido amplio (cf. infra V I 7, 2). Cf. A pian o , ob. cit., pág. 387. 1,3 Cf. Intr., pág. 37. Lucio Septimio Severo nació en Leptis Mag­ na en África el año 145. Procedía de una familia ecuestre y fue elevado al senado por Marco Aurelio. Durante el mandato de Perennis tuvo que mantenerse apartado de la vida pública (cf. supra nota 68) y mar­ chó primero a Atenas y después a Siria, donde conoció a la que iba a ser su mujer, Julia Domna, hija del gran sacerdote de Emesa. Tras la caída de Perennis reempredió su carrera política: gobernador de la Galia Lugdunensis y de Sicilia, cónsul suffectus en el 190 y, a conti­ nuación, gobernador de Panonia Superior. Allí fue proclamado emperador.

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Panonia 144 (pues estaba bajo un mando único). Era en­ tusiasta y bien dotado para las tareas de gobierno y, acostumbrado a una vida dura y agitada, resistía fácil­ mente las fatigas. Era, además, perspicaz en la re­ flexión y rápido en la ejecución de sus proyectos Cuando por las noticias que le llegaban se dio cuenta 3 de que el imperio romano estaba expuesto al alcance de cualquier pretendiente —y pensaba en la desidia de uno y en la desgracia de otro— tomó la decisión de convertirse en su dueño. Lo habían persuadido unos sue­ ños que le hacían vislumbrar una cierta esperanza en este sentido, y también oráculos y otros presagios que aparecen para la previsión del futuro. Se reconoce que todos estos pronósticos no se equivocan y son verdade­ ros cuando los hechos posteriores les dan la razón. El 4 mismo Severo contó muchos de estos pronósticos, reco­ giéndolos en su autobiografía 187 y en las dedicatorias públicas de estatuas. Pero no podemos pasar por alto el último y más significativo de sus sueños 1M, el que >M Desde Trajano Panonia estaba dividida en dos provincias, la Superior con tres legiones y la Inferior con una. Según Dión (D ió n X if il ., L X X III14, 3) Septimio Severo comenzó la guerra con tres legio­ nes, por lo que sólo seria gobernador de Panonia Superior en contra de lo que aquí dice Herodiano. 1,5 Descripción estereotipada del triunfador; cf. T ucídides I 70, donde se dice de los atenienses que son «rápidos en hacer planes y en poner en práctica lo que deciden». 186 Es un pasaje corrupto. Parece referirse a Níger y a Juliano, a pesar del anacronismo; Severo podía saber que la presencia de Níger era solicitada en Roma, pero no podía tener noticias de los aconteci­ mientos de Siria. Podemos pensar, sin embargo, que las noticias de Roma le bastaron para imaginar la situación. Asi Severo pensaría en la desidia o despreocupación (rathymia) de Níger y en la desgracia o fracaso (dyspragía) de Juliano, que se encontraba sin ningún apoyo. Según otra interpretación (cf. W h itt ak e r , ob. cit., pág. 199) se refería a la negligencia de Juliano y al final desgraciado de Pértinax. 187 Cf. Intr., pág. 66. 181 Septimio Severo, como muchos de sus contemporáneos, con­ cedía una gran importancia a los sueños y a otros presagios (cf. Intr., págs. 66-67).

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le reveló todo el alcance de su esperanza. El día en que se anunció la sucesión de Pértinax, después de ofre­ cer los sacrificios públicos y de prestar juramento de fidelidad al imperio de Pértinax, Severo regresó a su casa y, al llegar la noche, se quedó dormido. Soñó en­ tonces que veía un alto y poderoso caballo, enjaezado con las faleras imperiales, que, montado por Pértinax, 6 cabalgaba por en medio de la Vía Sacra en Roma. Cuan­ do estuvo por la parte de la entrada del Foro en el sitio donde en tiempos de la república solían tener lugar las asambleas populares l89, soñó que el caballo se sacudía a Pértinax y lo derribaba. Luego el animal le presen­ taba la grupa a él, que se encontraba por allí, y, levan­ tándolo sobre sus lomos, lo llevaba confiado hasta dete­ nerse en el centro del Foro, donde sostenía en alto a Severo para que todo el mundo lo viera y honrara. Y hoy podemos ver en aquel lugar la enorme estatua de bron7 ce que conmemora el sueño. De esta manera Severo se afirmó en sus proyectos, creyendo que la divina pro­ videncia lo había llamado para hacerse cargo del impe­ rio, y empezó a efectuar pesquisas sobre el parecer de los soldados. Se reunió en su casa, en pequeños grupos, con los comandantes de las legiones, con los tribunos y con la élite de los campamentos, y el tema de conver­ sación fue el imperio romano y su situación de total abandono al no contar con nadie que lo gobernara no8 ble y dignamente. Severo acusó a los pretorianos por su deslealtad al haber manchado su juramento de fide­ lidad con sangre civil e imperial, y afirmó que era pre­ ciso perseguir y castigar a los asesinos de Pértinax. Sa­ bía que todos los soldados de Iliria 190 recordaban el

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189 En este sitio, en el ángulo noroeste del Foro, se levanta el Ar­ co de Septimio Severo, construido en el 203 (cf. Intr., pág. 70). Sin embargo la estatua a la que alude este pasaje se ha perdido. 190 En Herodiano Iliria tiene frecuentemente un sentido más am­ plio refiriéndose a Panonia y también a Mesia y Dacia. Aquí parece que sólo se refiere a Panonia. Cf. supra nota 182,

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gobierno de Pértinax, pues, durante el imperio de Marco, Pértinax había erigido con ellos muchos trofeos en su lucha contra los germanos. Y durante su época de gene­ ral y gobernador de las provincias ilirias, había dado pruebas de una valentía sin límites en los combates con­ tra el enemigo, y había ofrecido a sus subordinados muestras de benevolencia y honradez unidas a un man­ do moderado y ecuánime 191. Por esto honraban su me­ moria y estaban indignados con quienes se habían atre­ vido contra Pértinax de una forma tan cruel. Con este pretexto Severo, astutamente, los condujo con facilidad a donde él quería, simulando que no lo movían su aspi­ ración al imperio ni la pretensión de poder, sino el de­ seo de vengar el asesinato de un emperador como aquél. Los hombres de aquella región, físicamente, son altos y muy fuertes, bien dotados para el combate y muy san­ guinarios, pero, en lo tocante a su inteligencia, son obtusos y cerrados de mollera, si se les dice o hace algo con malicia o engaño 19J. Así, pues, dando crédito a Se­ vero, que fingía indignación y voluntad de venganza del asesinato de Pértinax, se confiaron a él hasta el punto de nombrarle emperador y ponerle el imperio en sus manos 193. Cuando Severo conoció el parecer de los panonios, despachó mensajes a las provincias vecinas y a todos los gobernadores de los pueblos del Norte so­ metidos a Roma. Y se los ganó sin dificultad persua­ diéndolos con esperanzadoras promesas. Era un ex­ traordinario maestro en. el arte de simular e inspirar confianza, y no ahorraba ningún juramento, aunque fue­ ra preciso violarlo con vistas a obtener alguna ventaja; su boca pronunciaba lo que no sentía su corazón.

191 Cf. Intr., pág. 17. 1,2 Cf. Intr., págs. 17-18 y supra notas 25 y 145. 193 La Historia Augusta (Severus 5, 1) da la fecha del13deabril pero el Feríale Duranum afirma que fue el 9 (cf. Intr.,págs.37-38).

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Severo escribió cartas 194 conciliadoras a todos los de las provincias ilirias y a sus gobernadores, y consi­ guió atraerlos a su causa. Reunió tropas de todas las regiones y tomó el nombre de Severo Pértinax, decisión con la que esperaba complacer tanto a los ilirios como al pueblo romano por el recuerdo de Pértinax que supo­ nía. Luego, convocó a los soldados en el campo de revis­ ta y, subiendo a una tribuna que le habían preparado, pronunció estas palabras: 2 «Vuestra ñdelidad y veneración a los dioses, a quie­ nes prestasteis juramento, y vuestra estima por los em­ peradores, a quienes respetáis, las habéis demostrado con vuestra indignación por el atrevimiento de los sol­ dados de Roma, servidores más de la pompa que del valor 195. Aunque jamás he concebido una esperanza co­ mo la presente —y vosotros sois testigos de mi sumi­ sión a los emperadores—, ahora estoy ligado al voto de llegar hasta el fin en el cumplimiento de vuestros de­ seos y no permitir que el imperio romano esté por los 3 suelos. Este imperio fue gobernado con dignidad hasta la época de Marco, y era mirado con respeto. Cuando cayó en manos de Cómodo empezaron los errores, im­ putables a su juventud, pero en todo caso fueron tapa­ dos por su noble cuna y por la memoria de su padre. Sus yerros inspiraban más compasión que odio, puesto que, en su mayor parte, no los atribuíamos a él sino a los aduladores de su entorno y a quienes eran a la 4 vez consejeros y cómplices de sus infamias. Pero cuan­ do el imperio volvió a manos de un venerable ancia­ no l96, cuyo recuerdo de valor y hombría de bien ha ca­ lado ya en nuestros corazones, los pretorianos no lo so-

10

194 195 giones 196

Cf. Intr., pág. 69. Este discurso está destinado a encender los ánimos de las le­ contra las cohortes pretorianas de Roma. Cf. supra notas 5 y 150.

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portaron sino que se desembarazaron de una persona de tal valía con un asesinato. Ahora, como sabéis, este gran imperio que se extiende por tierra y mar ha sido comprado de forma vergonzosa por un hombre que es odiado por el pueblo y ya no cuenta con la confianza de los soldados de Roma, a quienes engañó. Pero a 5 éstos, aunque estuvieran dispuestos a combatir por él con interés, vosotros les lleváis ventaja, en conjunto, por vuestro número e, individualmente, por vuestro valor. Vosotros os habéis ejercitado en el campo de batalla en vuestros continuos combates contra los bárbaros, y estáis acostumbrados a soportar todo tipo de fatigas, a despreciar fríos y calores, a cruzar ríos helados y a beber agua teniendo que romper el hielo en lugar de sacarla simplemente de un pozo; también os habéis ejer­ citado en el arte de la caza. Y contáis con tan excelen­ tes recursos para el valor, que nadie, aunque quisiera, os podría hacer frente 197. La piedra de toque de los 6 soldados es el esfuerzo, no la vida muelle. Los pretorianos, ebrios de la vida en la que se han desarrollado, no resistirían ni vuestro grito de guerra ni, mucho me­ nos, vuestro ataque. Si algunos se preocupan por los sucesos de Siria, pueden obtener la prueba de su insig­ nificancia y de su escasez de posibilidades en el hecho de que ni se han atrevido a salir de su territorio ni han afrontado el riesgo de planear la marcha hacia Roma, sino que permanecen allí satisfechos, y consideran el lujo de su vida diaria como una de las ventajas de un imperio inseguro. Los sirios son amigos de las bromas 7 hechas con gracia y para pasar el rato, y se distinguen precisamente los de Antioquía quienes, según las no­ ticias, se interesan de verdad por Níger. Los otros pue­ blos y ciudades, por no haber encontrado hasta ahora 197 Cf. Intr., págs. 17-18. 198 Cf. Intr., pág. 23.

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a nadie que sea digno del imperio, a falta de un hombre que sea un valeroso gobernante y un prudente adminis8 trador, fingen, evidentemente, apoyar a Níger. Pero si ellos llegan a saber que el ejército ilirio ha hecho su elección y se enteran de nuestro nombre, un nombre que no les resulta ni desconocido ni irrelevante a causa de mi servicio en aquella región como legado de le­ gión podéis estar seguros de que ni me acusarán de negligencia o debilidad ni optarán por hacer frente a vuestro valor e ímpetu en las batallas, al ser muy infe­ riores a vosotros tanto físicamente como por experien9 cia y en el combate cuerpo a cuerpo. Seamos, pues, los primeros en tomar Roma, donde está la sede del im­ perio; y partiendo de allí gobernaremos fácilmente el resto, confiando en las predicciones divinas y en la for­ taleza de nuestras armas y cuerpos». Después de este discurso los soldados aclamaron a Severo con los nombres de Augusto y Pértinax y le die­ ron pruebas de su absoluto entusiasmo y devoción. íi

2

Severo, sin pérdida de tiempo, ordenó que las tropas se prepararan de la forma más ligera que fuera posible y anunció la salida hacia Roma. Después de una distri­ bución de dinero y de provisiones para el viaje, empren­ dió la marcha. Con esfuerzo sostenido y terribles pena­ lidades hizo que se acelerara el paso, sin parar en ningún sitio ni conceder un descanso, salvo breves pau­ sas para que los soldados tuvieran un respiro y reanudaran la marcha. Compartía sus fatigas, usaba una tienda sencilla y se llevaba a la boca la misma comida y bebida que sabía que todos tenían. Nunca hizo osten­ tación de lujo imperial, con lo que aún se acrecentó el afecto de sus compañeros de armas. Los soldados lo rea199 Debió estar en Antioquía entre el 178 y 180 como legado de la IV legión.

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lizaban todo con entusiasmo y respetaban a Severo al ver que estaba con ellos en las fatigas y que era el pri­ mero, incluso, en afrontar las dificultades. Después de cruzar Panonia, llegó a la frontera de 3 Italia, y, anticipándose a las noticias, se presentó a los itálicos como emperador antes de que se supiera que iba a llegar. Un gran temor se apoderó de las ciudades de Italia cuando se enteraron de la llegada de un ejérci­ to tan poderoso, pues los hombres de Italia, libres de armas y de guerras desde hacía tiempo, se dedicaban a las pacíficas labores de la agricultura. En tiempo de 4 la república, cuando el senado enviaba a los generales a una campaña, todos los itálicos estaban en armas, y ocupaban tierras y mares en sus guerras contra grie­ gos y bárbaros. No había ni un pedazo de tierra bajo la bóveda del cielo donde los romanos no extendieran su dominio. Pero cuando el poder personal recayó en 5 Augusto, éste liberó a los itálicos de sus fatigas y les despojó de sus armas; basó la defensa del imperio en guarniciones y campamentos en los que situaba, como valladar del imperio romano, a soldados mercenarios, sujetos a un determinado sueldo. Fortificó también el imperio defendiendo sus fronteras con el caudal de los ríos, con los obstáculos de tajos y montes y con desier­ tos de tránsito dificultoso. Por esto entonces los itáli- 6 eos, cuando se enteraron de que Severo se acercaba con un ejército tan poderoso, se asustaron, como era natu­ ral, por lo desacostumbrado del suceso. No se atrevían a oponérsele ni a impedir su paso, sino que le salían al encuentro con coronas de laurel y le recibían con las puertas abiertas. Pero Severo tan sólo se detenía el tiem­ po necesario para obtener auspicios favorables en sus sacrificios y para dirigir unas palabras al pueblo, antes de ponerse en camino a toda prisa hacia Roma. Cuando estos hechos llegaron a oídos de Juliano, 7 éste cayó en un estado de extrema desesperación; cono­

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cía la fuerza y el número del ejército ilirio y no confia­ ba en el pueblo, puesto que lo odiaban, ni esperaba nada de los pretorianos, a quienes había engañado. Reu­ nió en seguida dinero de todas partes, de su propia for­ tuna y de las de sus amigos, y tomó el que había en el tesoro público y en los de los templos; probó a ganar­ se el apoyo de los soldados mediante un reparto, pero 8 ellos, aunque aceptaron sin reservas, no se sintieron Obli­ gados; consideraron que les pagaba una deuda, pero no que distribuía un donativo. Los consejeros de Juliano le recomendaron que sa­ cara al ejército y ocupara los pasos de los Alpes. Los Alpes, altísima cordillera sin parangón en nuestra parte del mundo 20°, se levantan a modo de muralla y consti­ tuyen una defensa de Italia. La naturaleza ha concedido a los itálicos, juntamente con otros dones, el regalo de que una fortificación indestructible defienda su tierra 9 desde la costa norte hasta la costa sur. Pero Juliano no se atrevió a marchar de la ciudad; ordenó a los sol­ dados que se armaran y fueran ejercitándose y que ex­ cavaran trincheras delante de la ciudad. Hizo los prepa­ rativos para el combate contra Severo con la intención de que tuviera lugar en Roma. Adiestró a todos los elefantes, que suelen utilizar los romanos en las proce­ siones, a llevar sobre sus lomos torres y hombres, pen­ sando que así asustaría a los ilirios y produciría el des­ concierto en la caballería enemiga por el aspecto y tamaño de unos animales que no habían visto antes. Du­ rante aquellos días toda la ciudad fabricaba sus armas y se preparaba para la guerra. 12

Mientras las tropas de Juliano efectuaban todavía preparativos para la guerra, sin demasiado convenci­ miento, llegó la noticia de que Severo estaba ya cerca. 200 Cf. Intr., pág. 20.

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Severo, además, había enviado un importante destaca­ mento con la orden de que se infiltraran en la ciudad. Estos hombres se habían distribuido por todos los ca­ minos y muchos, sin duda, ya habían entrado en Roma a escondidas durante la noche, ocultando sus armas y 2 con aspecto de simples particulares. Mientras que los enemigos ya estaban dentro, Juliano seguía en su desá­ nimo y nada sabía de lo que estaba sucediendo. Cuando los hechos llegaron a oídos del pueblo, todo el mundo andaba muy inquieto y, por temor a las fuerzas de Se­ vero, aparentaban estar de su lado, acusando a Juliano de cobardía y a Níger de negligente tardanza. Pero sen­ tían admiración por Severo al enterarse de la prontitud 3 con que había llegado. Juliano, absolutamente perplejo, sin saber cómo resolvería el problema, ordenó que se reuniera el senado y envió una carta en la que proponía un pacto con Severo; le hacía partícipe del imperio al proclamarlo emperador. El senado aprobó esta propo­ sición, pero cuando se dieron cuenta del estado de de­ sesperación en el que, cobardemente, se encontraba Ju4 liano, todos tomaron ya partido por Severo. Pasados dos o tres días, cuando supieron que Severo ya estaba muy cerca de Roma, con menosprecio de Juliano se reu­ nieron en el senado por orden de los cónsules, quienes normalmente se ponen al frente de la administración de Roma siempre que se está a la expectativa en la su5 cesión del im p erio201. Una vez reunidos se pusieron a deliberar sobre lo que debía hacerse mientras que Ju­ liano seguía en el palacio imperial, lamentando su ac­ tual suerte y suplicando que se le permitiera renunciar al imperio y ceder todo su poder a Severo. 6 Cuando el senado supo que Juliano estaba tan asus­ tado y que la guardia imperial lo había abandonado por 201 Esta reunión del senado nos lleva a pensar en la que tuvo lu­ gar en el 238 (cf. infra VII 10), cuando, ante la amenaza de Maximino, se reunió el senado para proclamar a Pupieno y Balbino.

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temor a Severo, votó la muerte para Juliano y que Seve­ ro fuera proclamado emperador único. Le enviaron en­ tonces una delegación, formada por magistrados y por los líderes del senado, para presentarle todos los honores anejos al título de Augusto 202. Entretanto un tri­ buno militar fue enviado a Juliano con la misión de ma­ tar al cobarde y miserable anciano que había comprado así, con su propio dinero, un final tan desdichado. Fue encontrado solo y abandonado por todos y vergonzosa­ mente, entre súplicas y lágrimas, fue ejecutado.

Cuando Severo recibió la noticia de la decisión del senado y de la muerte de Juliano, se creció ante la ex­ pectativa de más importantes objetivos, e ideó una as­ tucia para reducir y apresar a los asesinos de Pértinax. Envió en privado mensajes secretos con generosas pro­ mesas a los tribunos militares y a los centuriones para que persuadieran a los soldados de Roma a obedecer 2 sus órdenes con disciplina. Envió también un bando a las tropas ordenando que dejaran todas las armas en el campamento y que salieran en son de paz, como lo hacían normalmente cuando acompañaban en procesión al emperador al ir a sacrificar o a celebrar una fiesta; les ordenó asimismo que fueran a prestar juramento de fidelidad a su persona, plenamente confiados en que iban 3 a ser su guardia pretoriana. Los soldados confiaron en las órdenes y, persuadidos además por los tribunos, de­ jaron todas las armas y se apresuraron a salir, vestidos sólo con los uniformes de ceremonia y con coronas de laurel. Una vez que estuvieron en el campamento de Se­ vero, se le anunció que ya habían llegado al campo de revista en la forma que había mandado. Entonces Seve­ ro ordenó que se agruparan para dirigirles unas pala4 bras de bienvenida. Pero cuando se acercaron a él, que

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202 La fecha probable de estos hechos es el 1 de junio del 193.

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había subido a una tribuna, vitoreándolo unánimemen­ te, a una señal todos fueron rodeados. Severo había ordenado previamente a sus hombres que, cuando los pretorianos estuvieran pendientes de él, con la atención distraída, los cercaran como a enemigos. Les había dicho que no hirieran ni golpearan a nadie, pero que los man­ tuvieran cercados y los vigilaran con sus armas, blan­ diendo sus lanzas y jabalinas para que no se atrevieran a luchar por temor a ser heridos, al estar en inferiori­ dad numérica y desarmados frente a tropas más nume­ rosas y bien armadas 203. Cuando los tuvo cogidos den- 5 tro de un cerco de armas, como en una red, con voz de trueno y ánimo encolerizado, les dirigió estas pala­ bras: «Podéis daros cuenta en la práctica de que somos superiores a vosotros tanto por nuestra inteligencia co­ mo por la fuerza de nuestro ejército y el número de nuestros efectivos. Habéis sido cogidos fácilmente y sois nuestros prisioneros sin necesidad de lucha. Está en mis manos hacer de vosotros lo que quiera y vuestra situa­ ción ahora es la de víctimas sometidas a nuestro poder. Si se busca un castigo para vuestro atrevimiento, no 6 es posible encontrar una pena para imponeros en con­ sonancia con vuestro crimen. Asesinasteis a un venera­ ble anciano y excelente emperador, a quien debíais pro­ teger y guardar. El imperio romano, siempre glorioso, que nuestros antepasados conquistaron por su magnífi­ co valor y lo fueron legando en una línea de nobleza, este imperio vosotros lo vendisteis vergonzosamente y por dinero infame como si fuera una propiedad privada. Pero ni siquiera al que de esta forma elegisteis como 7 soberano habéis podido proteger y guardar, y lo habéis traicionado cobardemente. Por errores y crímenes tan enormes sois merecedores de mil muertes, si alguien 203 Respecto a esta descripción cf. Intr., pág. 22.

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quiere imponeros un castigo justo. Daos cuenta, pues, del castigo que merecéis. Yo, sin embargo, os perdona8 ré la vida y no imitaré vuestras acciones. Pero, puesto que sería una impiedad y una injusticia que continua­ rais siendo la guardia del emperador vosotros, que ha­ béis violado vuestro juramento y manchado vuestras ma­ nos con sangre civil e imperial y que habéis traicionado vuestra privilegiada posición de guardianes, vuestras vi­ das y cuerpos serán un regalo de mi benevolencia, pero ahora mismo ordeno a los soldados que os rodean que os despojen de vuestro grado, que os quiten de encima cualquier prenda militar que llevéis y que, una vez des9 pojados, os despidan. Os mando que marchéis lo más lejos posible de Roma. Y os amenazo, y os juro solem­ nemente que lo pagaréis con la cabeza si alguno de vo­ sotros aparece a menos de cien millas de Roma». 10 Después de dictar Severo esta orden, los soldados ilirios corrieron a quitarles las dagas, que llevaban col­ gadas, damasquinadas de plata y oro para usar en las ceremonias; les arrebataron también los cinturones y los uniformes y cualquier otro distintivo militar que lle11 varan, y los dejaron marchar despojados de todo. Ellos, engañados por la trampa en la que habían sido pillados, se rindieron. ¿Qué podían hacer unos pocos hombres inermes frente a un ejército armado? Se retiraron, pues, lamentándose y, aunque agradecían el regalo de su vi­ da, se arrepentían de haber salido sin armas al pensar que habían sido vencidos de una forma vergonzosa y 12 ultrajante. Severo tomó todavía otra precaución. Te­ miendo que, después de haber sido despojados, los sol­ dados, desesperados, corrieran hacia el campamento204 y cogieran las armas, envió a un grupo de hombres es­ cogidos, cuyo valor conocía, para que se adelantaran 204 El castra praetoria en el Viminal. El encuentro con los preto­ rianos debió tener lugar cerca de Roma.

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por caminos y senderos diferentes. Su misión era en­ trar en el campamento desierto, apoderarse de las ar­ mas y cerrar la entrada por si atacaban. Éste fue, pues, el castigo que recibieron los asesinos de Pértinax. Severo llegó a Roma 205 con todo el resto de su ejér- 14 cito sobre las armas, y su aparición inspiró asombro y miedo a los romanos, que conocían la audacia de su éxito. El pueblo y el senado acudieron a recibirlo con coronas de laurel; ningún hombre ni emperador había conseguido antes un éxito tan importante sin sangre y sin lucha. Lo tenía todo para ser admirado, pero des- 2 tacaban la vivacidad de su inteligencia, la tenacidad de su esfuerzo y la confianza combinada con el valor ante los riesgos 206. Entonces, después de recibirlo el pueblo con aclamaciones y de saludarlo el senado a las puertas de la ciudad, subió al templo de Júpiter, donde ofreció sacrificios; a continuación obtuvo también auspicios fa­ vorables en los otros templos, según la costumbre im­ perial, y, finalmente, se dirigió al palacio. Al día siguiente 3 fue al senado y pronunció ante la asamblea un discurso muy moderado y esperanzador. Saludó a todos tanto en común como particularmente, diciéndoles que había acu­ dido como vengador del asesinato de Pértinax y que su imperio significaría el comienzo de una aristocracia. Na­ die sería muerto sin juicio ni su propiedad confiscada, y no se toleraría a ningún sicofanta. En cambio, pro­ porcionaría a sus súbditos una sólida felicidad. Todo lo haría a imitación del imperio de Marco 207, y de Pér205 La llegada de Septimio Severo a Roma fue, según H asebroek Untersuchungen zur Geschichte des Kaisers Septimius Severus, Heidelberg, 1921, reimp., Nueva York, 1975, pág. 40), el 9 de junio. Se admi­ te, sin embargo, que pudo ser antes (cf. W h ittaker , ob. cit., vol. I., pág. 235). 206 Cf. Intr., pág. 50. 207 Cf. Intr., pág. 51.

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tinax no sólo tendría el nombre sino también los sentimientos. Este discurso encantó a la mayoría de sena­ dores, que confiaron en sus promesas. Pero algunos de los más viejos, que conocían el carácter de Severo, en privado ya hacían la advertencia de que era un hombre astuto, ducho en artificios y de una gran capacidad pa­ ra simular o disimular cualquier cosa, pero que a la larga conseguía su propio provecho y conveniencia. Y esto, más tarde, fue confirmado por los hechos. 5 Severo pasó poco tiempo en Roma. Realizó un gene­ roso reparto de dinero entre el pueblo y les ofreció es­ pectáculos; obsequió espléndidamente a sus tropas y se­ leccionó a los mejores para formar la guardia imperial 6 en lugar de los que habían sido separados 208. Luego marchó apresuradamente hacia Oriente. Puesto que N í­ ger todavía se entretenía y estaba ocioso, gozando de los placeres de Antioquía, Severo no quiso retrasar su encuentro con él, a fin de sorprenderlo desprevenido. Así, pues, ordenó que los soldados se prepararan para la campaña y fue reclutando tropas por todas partes; llamó a filas y alistó a jóvenes de todas las ciudades de Italia, y a las tropas que habían quedado en Iliria les ordenó que descendieran a través de Tracia y se re7 unieran con él. Equipó también una armada e hizo que zarparan todas las trirremes de las ciudades de Italia, tripuladas por tropas. Fuerzas numerosas y diversas fue­ ron preparadas con gran rapidez, pues Severo sabía que no le bastaba cualquier ejército para la campaña con­

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208 Cf. A P asserini, Le coorti pretorie, Roma, 1969, págs. 171 ss. Las cohortes pretorianas, un cuerpo de élite del ejército romano, se habían degradado (cf. supra nota 171) hasta llegar a ser la principal causa de los desórdenes del imperio. La primera medida de Severo al llegar a Roma fue una profunda reforma de estas cohortes, que pasaron a estar formadas por hombres de las legiones, procedentes de las provincias, especialmente de Panonia, Mesia y Tracia. Cf. Passe­ rini, págs. 174-180.

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tra el continente situado enfrente de Europa, que apo­ yaba la causa de Níger. Mientras dirigía hábilmente estos preparativos para la guerra, Severo, como hombre precavido y prudente que era, empezó a desconfiar del ejército de Bretaña, una fuerza numerosa y poderosa que contaba con exce­ lentes combatientes. Mandaba todo este ejército Albi­ no 209, un patricio miembro del senado, que había cre­ cido entre la riqueza y el lujo de sus antepasados. Así, pues, Severo decidió atraer a Albino tomándole la de­ lantera con una astucia. Temía, en efecto, que un día, con tantos incentivos como tenía para aspirar al impe­ rio, tanto si se apoyaba en su fortuna y linaje como en la fuerza de su ejército y en su prestigio entre los roma­ nos, se le ocurriera hacerse con el poder y apoderarse de Roma, que no estaba muy lejos de Bretaña, mientras él. Severo, estuviera ocupado en Oriente. Con el señuelo de los honores sedujo a Albino, que por otra parte era un hombre vanidoso y muy simple y entonces confió en Severo por las importantes promesas que le hacía en sus cartas. Lo nombró César y con esta participación en el poder se anticipó a la aspiración que más ilusio­ naba a Albino. Le envió una carta muy amable en la que le pedía que dedicara todas sus fuerzas al cuidado del imperio, puesto que, al ser él viejo y estar torturado por la gota y sus hijos todavía muy jóvenes, necesitaba —le decía— a un hombre de noble cuna que estuviera en la plenitud de sus fuerzas. Albino dio crédito a esta carta y aceptó el honor gustosamente, puesto que le com209 Décimo Clodio Septimio Albino (Septimio fue añadido proba­ blemente después de su nombramiento de César en el 193) debía pro­ ceder de África (Hadrumetum); durante el reinado de Cómodo estuvo en Dacia, tal vez como legado de una legión; fue cónsul suffectus y gobernador de Bretaña hacia el 191. De origen noble, contaba con el apoyo del senado.

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5 placía satisfacer su deseo sin lucha ni peligro. Severo expuso asimismo el contenido de la carta al senado, pa­ ra inspirarle una mayor confianza; ordenó que se acu­ ñaran monedas de Albino y por medio de erecciones de estatuas y de otros honores confirmó la dignidad conce­ dida. Después que sus relaciones con Albino estuvieron consolidadas por su inteligente actuación y hubo desa­ parecido todo temor procedente de Bretaña, y una vez que todo el ejército ilirio se hubo reunido con él, Seve­ ro consideró que todo estaba dispuesto de la forma que convenía a los intereses de su autoridad y se dirigió a toda prisa contra Níger. 6 Muchos historiadores y poetas, que han hecho de la vida de Severo el tema de toda su obra 2I°, han presen­ tado con mayor amplitud las etapas de esta expedición, los discursos que pronunció Severo en cada ciudad, la aparición de frecuentes signos de la divina providencia, la descripción de los lugares recorridos, la disposición de las tropas y el número de caídos en combate por 7 cada bando. Pero mi objetivo es relatar sistemáticamente los sucesos de un período de setenta años 211 que abar­ ca el reinado de muchos emperadores, sucesos de los que tengo conocimiento personal2U. En consecuencia sólo presentaré una narración por orden cronológico de las acciones de Severo más sobresalientes y logradas. No ensalzaré nada por adulación, como hacían los es­ critores contemporáneos, ni tampoco omitiré nada de lo que sea digno de mención o de recuerdo213. 210 211 212 213

Cf. Intr., págs. 66-67. Cf. Intr., págs. 8 ss. Cf. Intr., pág. 68. Cf. Intr., pags. 33 y 48.

L IB R O

III

En el libro precedente 214 se ha descrito la muerte i de Pértinax, el derrocamiento de Juliano, la llegada de Severo a Roma y la salida de su expedición contra N í­ ger. Cuando le comunicaron a Níger, que no esperaba nada parecido, que Severo se había apoderado de Roma y había sido proclamado emperador por el senado y que en aquel momento, además, estaba conduciendo contra él a todo el ejército ilirio apoyado por otras fuerzas de tierra y por una escuadra, cayó en un estado de terrible turbación y empezó a enviar mensajes a los gobernado­ res de las provincias exhortándolos a vigilar todos los pasos y puertos. Despachó también misivas a los reyes 2 de Partía, de Armenia y de Hatra 215 en busca de alian­ zas. El rey de los armenios le contestó que quería ser neutral y que se contentaba con defender su territorio desde el momento en que Severo atacara. El parto le 214 Cf. Intr., pág. 35. 215 Armenia fue una satrapía de los persas. Después de la muer­ te de Alejandro los sátrapas de Armenia se convirtieron en reyes prác­ ticamente independientes de los seléucidas. Luego se convirtió en una zona de disputa constante entre los partos (y después los persas: cf. infra VI 2) y los romanos. Hatra, una ciudad fortificada situada en el desierto central de Mesopotania cerca del Tigris, fue frecuentemen­ te asediada sin resultado por los romanos. Era un importante centro de caravanas.

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dijo que transmitiría a sus sátrapas una orden de leva, pues ésta era su costumbre siempre que era necesario reclutar un ejército, ya que no contaban con mercena3 rios ni con un ejército organizado. De Hatra llegó la ayuda de una tropa de arqueros; los enviaba Barsemio, que reinaba en el lugar. Níger formó el resto de su ejér­ cito con las tropas de los campamentos de oriente. Ade­ más, un importante contingente salido del pueblo de Antioquía, en su mayor parte jóvenes irreflexivos que sentían inclinación por la causa de Níger, se unieron al ejército en una decisión más impulsiva que surgida de 4 la reflexión. Ordenó luego que los desfiladeros y los altos de la cordillera del Tauro fueran cerrados con sólidos muros y fortificaciones porque consideraba que el difí­ cil tránsito de esta cordillera constituiría un serio obs­ táculo en el avance hacia oriente. El Tauro está situado entre Capadocia y Cilicia y separa los pueblos del norte 5 de los del este 2I6. Envió además un ejército en van­ guardia para que ocupara de antemano Bizancio, por aquel entonces la ciudad mayor y más próspera de Tracia, con una importante población y con plenitud de re­ cursos; situada en el punto más angosto del estrecho de Propóntide, sacaba del mar sus abundantes ingresos gracias a los derechos de navegación y a la pesca, y poseía también una tierra amplia y fértil; de los dos elementos, tierra y mar, obtenía grandes beneficios. 6 Por esta razón, porque era una ciudad muy poderosa, Níger quiso ser el primero en ocuparla, pero más que nada lo hizo porque confiaba en poder impedir la trave­ sía de Europa a Asia por el estrecho. La ciudad estaba fortificada por medio de una muralla sólida e ingente, construida con piedra porosa tallada en bloques con tan perfecta unión, que nadie pensaría que era una obra compuesta sino una construcción de un solo bloque. 2,6 Cf. Intr., pág. 26.

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Cuando alguien contempla las ruinas y los restos de la i muralla que se conservan en la actualidad, todavía le es posible admirar la técnica de quienes primero la cons­ truyeron y la fuerza de los que más tarde la destruyeron. Así, pues, Níger realizaba sus preparativos, con la mayor previsión y seguridad posibles, según pensaba. Severo se apresuraba con su ejército todo lo que podía sin ninguna concesión a la tranquilidad o al des­ canso 2I7. Cuando se enteró de que Bizancio ya había sido tomada, sabedor de que estaba sólidamente fortifi­ cada, ordenó que el ejército cruzara en dirección a Cízico. Em iliano218, el gobernador de Asia, a quien Níger había confiado la dirección de la estrategia, al enterar­ se de que el ejército de Severo iba hacia Cízico, tam­ bién él se dirigió hacia allí con todas sus tropas, las que él mismo había reunido y las que Níger le había enviado. Cuando los dos ejércitos se encontraron, se pro­ dujeron duros enfrentamientos en aquella zona; el ejér­ cito de Severo se impuso y el resultado fue la derrota y la huida de las huestes de Níger tras de sufrir un gran número de bajas. En un momento las esperanzas de las fuerzas de oriente se quebrantaron y las de los ilirios se consolidaron. Hay quienes opinan que la causa de Níger, traicionada por Emiliano, estuvo condenada al fracaso desde sus mismos orígenes. Se aducen dos motivos para en­ tender esta conducta de Emiliano. Unos afirman que 217 La actividad y la movilidad de Severo son subrayadas por He­ rodiano en diversas ocasiones (II 11, 1, 3; II 12, 1, 2; II 14, 6-7; III 6, 10; III 7, 7; III 8, 3; III 14, 3-4). Cf. Intr., págs. 37 y 66. 218 Aselio Emiliano desempeñó una brillante carrera: legatus pro praetore de Tracia, cónsul suffectus, legatus de Siria —puesto en el que precedió a Pescenio Níger— y procónsul de África en el 192. Tras la derrota de Cízico, en su huida, murió a manos de los hombres de Severo (cf. D ión -X if il ., L X X V 6, 4 e Historia Augusta, Severus 8, 16).

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conspiró contra Níger porque lo envidiaba, indignado porque, siendo Níger su sucesor en el gobierno de Si­ ria, iba a ser su superior como emperador y señor. Otros opinan 2,9 que fue persuadido por sus hijos que le ha­ bían escrito pidiéndole por su propia salvación, pues Severo los había localizado en Roma y los tenía bajo custodia. Con gran previsión se había valido de esta 4 estratagema. Era ésta una costumbre de Cómodo; re­ tenía a los hijos de los gobernadores enviados a las pro­ vincias con el fin de que fueran garantes de su buen comportamiento y fidelidad. Severo sin duda pensó en esto cuando, al ser proclamado emperador todavía en vida de Juliano, tomó la precaución de enviar en secre­ to a alguien que sacara a sus hijos de Roma para que 5 no cayeran en manos de un rival. Pero tan pronto como él llegó a Roma, detuvo a todos los hijos de los goberna­ dores o de quienes tuvieran alguna influencia en Orien­ te o en toda Asia a fin de que los gobernadores traicio­ naran a Níger, debido al ansia por la vida de sus hijos, o, si seguían simpatizando con él, antes de ocasionar algún daño, lo sufrieran ellos mismos gracias al secues­ tro de los hijos. 6 Después de la derrota de Cízico, los soldados de Níger huyeron tan deprisa como pudo cada uno; unos fueron rodeando los montes de Armenia, otros por Galacia y Asia, con la intención de anticiparse al enemigo en atravesar el Tauro a fin de situarse detrás de la lí­ nea de fortificaciones. El ejército de Severo pasó a tra­ vés del territorio de Cízico, dirigiéndose a toda prisa a la vecina Bitinia. 7 Cuando la noticia de la victoria de Severo se difun­ dió, inmediatamente la discordia y las diferencias de 219 Prueba de que utilizaba diversas fuentes. En más de una oca­ sión Herodiano manifiesta su preocupación por dar varias versiones o explicaciones de un hecho.

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opinión invadieron todas las ciudades de aquellas pro­ vincias orientales, no tanto por una cierta aversión o simpatía hacia los emperadores que estaban en guerra, como por la enconada rivalidad entre las ciudades y con vistas a la ruina y sometimiento de los conciudadanos. Éste es el antiguo mal de los griegos, quienes, peleando 8 siempre unos contra otros y queriendo destruir a los que parecían sobresalir, arruinaron Grecia. Las ciuda­ des griegas, ciertamente, se debilitaron en sus enfrenta­ mientos entre sí y resultaron fácil presa para los macedonios y para el dominio de Roma. Y este mismo mal de envidia y rencor ha pasado a nuestras ciudades más prósperas m. Así, pues, en Bitinia, inmediatamente des- 9 pués de la batalla de Cízico, los de Nicomedia tomaron partido por Severo y le enviaron embajadores con el mensaje de que acogerían al ejército y la promesa de suministrarles de todo. Pero los de Nicea, a causa de su odio hacia los de Nicomedia, decidieron lo contrario y acogieron a las tropas de Níger, tanto a los fugitivos que acudían a ellos como a las fuerzas enviadas por Ní­ ger para defender Bitinia. En consecuencia, uno y otro 10 bando se enfrentaron partiendo de las ciudades como base de operaciones, y tuvo lugar una violenta batalla en la que las tropas de Severo resultaron muy superio­ res. Los soldados de Níger que sobrevivieron, huyendo del campo de batalla, se dirigieron apresuradamente ha­ cia los desfiladeros del Tauro y, después de cerrar la fortificación, se dispusieron a defenderla. Níger dejó en aquel sitio una guarnición suficiente, en su opinión, y corrió hacia Antioquía para reunir ejército y dinero. El ejército de Severo, después de atravesar Bitinia y Galacia, entró en Capadocia y, ocupando las posicio­ nes, inició el asedio de la fortificación, empresa nada 220 Cf. A piano , Historia romana, Prólogo, 8.

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fácil porque el camino era dificultoso debido a su an­ gostura y aspereza. Por si fuera poco, los que ocupaban la crestería de la muralla les disparaban piedras desde arriba y resistían denodadamente. Con facilidad pocos 2 tenían a raya a muchos, pues el camino era estrecho y por un lado lo protegía una elevada montaña mien­ tras que por el otro un barranco profundo era cauce de las aguas que fluían desde los montes. Y Níger con la fortificación obstruyó completamente este camino pa­ ra impedir por todos lados el paso del ejército de Seve­ ro 221. 3 Mientras ocurría esto en Capadocia, en Siria se pro­ dujeron disensiones, por la enconada rivalidad de siem­ pre, entre dos ciudades: Laodicea y su rival Antióquía. Algo semejante ocurrió en Fenicia con los de Tiro, que odiaban a los de Berito 222. Cuando se enteraron de que Níger había sufrido una derrota se pusieron a suprimir los honores concedidos a Níger al tiempo que ensalza4 ban a Severo. Cuando Níger llegó a Antióquía recibió información de lo ocurrido en las ciudades y, aunque su carácter siempre había sido benigno, entonces, natu­ ralmente, se indignó por aquella insolente rebelión y en­ vió contra las dos ciudades a los lanceros mauritanos que lo acompañaban y a una sección de arqueros con la orden de matar a todo el que encontraran y de sa­ quear los bienes de las ciudades e incendiar las ciuda­ 221 Descripciones tan gráficas como ésta llevan a pensar que He­ rodiano asistió a los hechos que narra. (Cf. R. L. B urrows , Prolegomena to Herodian, pág. 26). Así ocurre en pasajes como la apoteosis de Severo (IV 2, 1-3, 1), la descripción de Bizancio (III 1, 5), la salida de Roma de Alejandro Severo para dirigirse contra los persas (VI 4, 1-4) y muchos acontecimientos de los libros VII y VIII. El conocimiento de Asia Menor (Tauro, Bizancio, etc.) que demuestra Herodiano ha ser­ vido de argumento a los que piensan que era originario de aquella región (cf. Intr., pág. 26).' 222 Berito, famosa por su escuela de Derecho. Sus ruinas se ha­ llan cerca de la actual Beirut.

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des mismas. Los mauritanos son muy sanguinarios y, 5 por su sencillo desprecio a la muerte y a los peligros, se atreven a todo como si estuvieran desesperados 223. Entonces, sin esperar, se abalanzaron sobre Laodicea e infligieron todo tipo de violaciones a la ciudad y a su población. Luego, desde allí corrieron hacia Tiro e incendiaron toda la ciudad después de someterla al pi­ llaje y a la matanza 224. Mientras ocurría esto en Siria y Níger reunía sus 6 fuerzas, el ejército de Severo seguía en su posición de asedio a la fortificación. Pero los soldados habían per­ dido la moral y la esperanza porque la defensa del ene­ migo era sólida e inexpugnable y estaba protegida por un monte y un precipicio. Cuando las tropas de Severo 7 ya estaban agotadas y sus enemigos pensaban que no tenían que preocuparse por la defensa de su posición, de noche, súbitamente, cayeron violentos aguaceros acompañados de una intensa nevada (toda Capadocia es, en efecto, de clima riguroso, y especialmente el Tauro). Un torrente caudaloso e impetuoso bajó precipitadamen­ te y, al encontrar obstruido su cauce natural por cerrar la fortificación el paso de la enorme y violenta torrentada, la naturaleza venció a la técnica; la muralla no pu­ do resistir la fuerza de la corriente y, poco a poco, la acción del agua desunió sus junturas; los cimientos, por haber sido construidos con precipitación y sin demasia­ do cuidado, cedieron a la corriente; todo quedó al des­ cubierto y el torrente desobstruyó el lugar y abrió el camino. Cuando las tropas que defendían la fortifica- 8 ción vieron esto, por temor a quedar cercados si los ro­ 225 Sobre la crueldad de los mauritanos cf. IV 15, 1, V I 7, 8, VII 2, 1 y VIII 1, 3. 224 Cuando Septimio Severo dividió Siria en Celesiria y Siria Fenice (cf. supra nota 175), la capital de la primera fue Laodicea y la de la segunda Tiro. Severo quiso recompensar a las ciudades que se habían puesto de su parte.

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deaban los enemigos, puesto que después de la torren­ tera ya nada se lo impedía, abandonaron su puesto y huyeron. El ejército de Severo se alegró por lo sucedido y se animaron por creer que la divina providencia225 les abría el camino. Cuando se dieron cuenta de que la guarnición enemiga había huido, atravesaron el Tau­ ro fácilmente y sin ningún obstáculo, y se dirigieron a toda prisa hacia Cilicia. Al enterarse de lo ocurrido, Níger, que había reuni­ do un ejército numeroso, aunque falto de la experiencia que dan el combate y las penalidades, se puso en mar­ cha rápidamente. Numerosos antioquenos, en efecto, en­ tre los que se contaba casi toda la juventud, se habían ofrecido para el servicio de las armas y para arrostrar el peligro por su causa. Ciertamente, el entusiasmo de su ejército era un soporte para Níger, pero en experien­ cia y valor quedaban muy por detrás de los ilirio s 226. Los dos ejércitos se encontraron a orillas de la bahía de Iso 221, en una llanura muy amplia y extensa que li­ mita con una colina a modo de anfiteatro y con una playa grandiosa por la parte del mar. Es como si la na­ turaleza hubiera construido un estadio para la batalla. Dicen que también fue en aquel sitio donde Darío libró con Alejandro su última y más gran batalla en la que fue derrotado y hecho prisionero; también en aque­ lla ocasión los pueblos de las regiones del norte vencie225 Cf. supra nota 35. 2“ Cf. supra II 9, 11, II 10, 5, II 10, 8. 227 La fecha de la batalla de Iso es objeto de polémica; parece ser que fue en el año 194 antes de noviembre, pero una mayor aproxima­ ción resulta difícil; pudo ser en el mismo otoño pero también existe la posibilidad de que fuera en la primera parte del año. 228 Error de Herodiano. Iso no fue la última batalla de Darío y Alejandro. Darío no fue hecho prisionero y se encontraron de nuevo en Gaugamela, cerca de Arbela. En esta ocasión tampoco cayó prisio­ nero Darío; logró huir de la batalla y fue luego apuñalado por los suyos.

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ron a los de oriente. Y todavía hoy podemos ver en lo alto de la colina, como trofeo en recuerdo de aquella victoria, una ciudad llamada Alejandría 229 y una esta­ tua de bronce del hombre que da nombre al lugar. No sólo se produjo la coincidencia de los ejércitos 4 de Severo y de Níger en aquel lugar; también coincidie­ ron las circunstancias de la batalla. Los dos ejércitos acamparon uno enfrente del otro al atardecer; estuvie­ ron en vela durante toda la noche en el mismo estado de preocupación y temor y, al amanecer, se lanzaron al ataque unos contra otros, animado cada bando por sus generales. Atacaron con todo su entusiasmo como si aquella batalla fuera la última oportunidad que les quedaba y la suerte eligiera entonces al emperador. Fue una lucha larga y tan sangrienta que los ríos de 5 la llanura llevaban hacia el mar más sangre que agua. Su resultado fue la derrota de las fuerzas de oriente. Los ilirios rompieron sus líneas y a irnos los hirieron y empujaron hasta el mar, que tenían a un lado, mien­ tras que a otros, que huían hacia la colina, los persi­ guieron y les dieron muerte juntamente con un conside­ rable número de hombres que habían acudido en gru­ pos desde las ciudades y campos vecinos tan sólo para contemplar la batalla desde un lugar seguro. Níger, montando un veloz caballo, huyó con unos 6 pocos y llegó a Antioquía. Se encontró con que la pobla­ ción que había quedado estaba huyendo, y todo era llanto y dolor por la ciudad, al llorar las gentes por sus hijos y hermanos. Desesperado, también él abandonó Antioquía. Se escondió en un sitio de las afueras, pero fue encontrado por la caballería que lo perseguía, que lo apresó y le cortó la cabeza. 229 Una de las muchas ciudades a las que Alejandro dio su nom­ bre. Ésta fue llamada Alejandría de Iso o Alejandría Escabiosa. Es la actual Alejandreta o Iskenderun.

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Éste fue el fin de Níger, que pagó con la muerte su morosidad y negligencia 23°. Por lo demás, según di­ cen, no fue un mal hombre, ni como gobernante ni co­ mo particular. Después de la muerte de Níger, Severo castigó sin contemplaciones a todos sus partidarios, tan­ to si se habían unido a él por libre elección como si lo habían hecho forzados por las circunstancias. Pero a los soldados fugitivos, cuando se enteró de que esta­ ban cruzando el río Tigris pasándose a los bárbaros por el temor que les inspiraba, les concedió la amnistía. Sin embargo, no pudo recuperarlos a todos, pues buena parte de ellos ya estaban en territorio extranjero. Ésta fue la principal causa de que las tropas de estos bárba­ ros de allende el Tigris fueran a partir de entonces más diestras en los combates cuerpo a cuerpo contra los ro­ manos. Pues antes sólo sabían combatir a caballo con el arco, no se protegían con armamento completo ni se valían de jabalinas ni de espadas en los combates, sino que iban pertrechados de’una forma ligera y con ropas cómodas. De esta forma casi siempre combatían huyen­ do y disparando hacia atrás 231. Pero los soldados fugi­ tivos, muchos de los cuales eran artesanos, al elegir la vida con los bárbaros, les enseñaron no sólo a usar las armas sino también a fabricarlas. Después de resolver los asuntos de oriente de la forma que consideraba mejor y más ventajosa para él 232, su primera intención fue atacar al rey de Hatra e invadir Partía, pues les reprochaba a ambos su amis­ tad con Níger. Pero pospuso estas expediciones 233 por­ 230 Cf. supra II 14, 6 y notas 174, 180 y 186. 231 Los jinetes partos eran temibles cuando, simulando la huida, disparaban sus flechas por encima del hombro. De ahí procede el di­ cho de «disparar la flecha del parto». 232 La división de Siria. Cf. supra notas 175 y 224. 233 Hubo, sin embargo, algunas operaciones de Severo en aquella zona en el 195 y comienzos del 196; esta expedición contra los partos

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que quería, en primer lugar, asegurar la completa trans­ ferencia de los poderes del imperio romano a sí mismo y a sus hijos. Después de la victoria sobre Níger, con­ sideraba a Albino como una molestia a eliminar. Le lle­ garon noticias, además, de que aquél se complacía de­ masiado con su título de César, comportándose más bien como un emperador. Le comunicaron también que mu­ cha gente, y especialmente los más destacados senado­ res, habían enviado a Albino cartas privadas en secreto intentando persuadirlo de que fuera a Roma mientras Severo estaba ocupado en tierras lejanas. Los patricios, en efecto, preferían a aquél como emperador porque per­ tenecía a una antigua familia n oble234 y se decía que tenía carácter. Aunque estaba enterado de esto, Se­ vero rechazó la idea de suscitar de inmediato una ene­ mistad declarada contra Albino y promover una guerra contra un hombre que no le había dado ningún motivo verosímil. Pero decidió realizar una tentativa por si po­ día engañarle y desembarazarse de él de forma discreta. Así, pues, llamó a los más fieles correos de los que transportaban normalmente la correspondencia impe­ rial y les ordenó que, al encontrarse en presencia de Albino, le entregaran sus cartas en público, pero que le pidieran que atendiera en privado a unas instrucciones secretas, y que, una vez persuadido a quedar sin escol­ ta, se abalanzaran sobre él por sorpersa y lo mataran. Les dio también un veneno para que, si les era posible, indujeran a algún cocinero o copero a administrárselo en secreto. Pero los consejeros de Albino desconfiaron y le advirtieron de que se guardara de un hombre enga(por la que Severo recibió los títulos de Parthicus Arabicus y Parthicus Adiabenicus) fue en realidad contra zonas de influencia pártica, Osroene, Adiabene y Arabia Escenita. Es posible que Herodiano ignorara estos episodios, pero pudo, simplemente, considerarlos de una impor­ tancia secundaría (cf. Intr., pág. 48). 234 Cf. Supra nota 209.

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6 ñador y ducho en maquinaciones. El comportamiento de Severo con los generales de Níger había desacredita­ do su manera de ser, pues después de persuadirlos por medio de sus hijos, como se ha explicado antes, a trai­ cionar la causa de Níger, una vez que se hubo aprove­ chado de sus servicios y hubo conseguido todo lo que quería, los eliminó a ellos y a sus hijos 235. Su carácter 7 pérfido se evidenció claramente en sus acciones. Por esto Albino se protegió con una guardia mayor incluso que la habitual; y ninguno de los que llegaban de parte de Severo se acercaba a él sin antes no se había des­ prendido de la espada que llevaba como soldado y si no había sido registrado por si llevaba algún arma 8 entre los pliegues de sus ropas. Así, pues, cuando llega­ ron los correos de Severo y, después de entregarle las cartas en público, le pidieron que escuchara aparte imas instrucciones secretas, Albino desconfió y ordenó que fueran apresados y, sometiéndolos a tortura por sepa­ rado, descubrió la maquinación. Los correos fueron cas­ tigados y él empezó a prepararse como contra un ene­ migo declarado 234. 6

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Cuando se enteró de esto, Severo, qye era impul­ sivo en todas sus acciones y de temperamento colérico, ya no ocultó su enemistad, sino que, convocando a todo el ejército, les habló de esta manera: «Que nadie, después de lo ocurrido, nos acuse de li­ gereza o inconstancia, ni piense que soy desleal o ingrato con quien era considerado amigo. Todo lo nuestro le pertenecía por su asociación a un imperio consolida­ do, un tipo de participación que incluso a los propios hermanos se otorga con dificultad. El poder que a mí 235 El caso de Aselio Emiliano. Cf. supra III 2, 2. 234 La ruptura definitiva entre Septimio Severo y Albino debió producirse en el año 195 (cf. W h it t a k e r , ob. cit., págs. 286-287).

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solo me concedisteis, yo lo repartí con aquél, y éste es el pago que Albino me da por los grandes beneficios que recibió de mi parte. Está preparando sus armas y su ejército contra nosotros, despreciando vuestro va­ lor y olvidándose de su compromiso conmigo. Quiere, por su insaciable ambición, apoderarse con riesgo de aquello en lo que participaba sin guerra ni disputas; no respeta a los dioses, a los que a menudo ha dirigido sus juramentos, ni tiene consideración por vuestros es­ fuerzos, que ya derrochasteis al luchar por nuestro imperio con tan glorioso valor. De vuestros éxitos tam­ bién él sacó partido y hubiera obtenido todavía una mayor parte de los honores que vosotros repartisteis entre nosotros dos si hubiera sido fiel a su palabra. Tan injusto resulta llevar la iniciativa en las vilezas como es cobardía no defenderse cuando se ha sido víctima de la injusticia 237. Combatimos a Níger más por una enemistad necesaria que por una causa razonable, pues no era nuestro enemigo porque intentara apoderarse so­ lapadamente de un poder que fuera nuestro previamen­ te, sino que, al estar el imperio abandonado y en litigio, cada uno de nosotros apuntó al mismo objetivo con idén­ tica ambición. Pero Albino, despreciando pactos y ju­ ramentos, después de obtener de mí lo que sólo se entrega a un hijo propio, ha preferido ser enemigo en lugar de amigo, rival en lugar de colega. Antes, tratán­ dolo como amigo, le otorgamos honores y fama, pero ahora juzgaremos su deslealtad y cobardía con nuestras armas. Su pequeño ejército insular 238 no resistirá vues­ tra fuerza. Vosotros, que solos y por vuestro propio arro­ jo y valentía habéis vencido en tantas batallas y habéis 237 Cf. T ucídides , I 120, 3. 238 Apoyaban a Albino las tres legiones británicas y algunas otras fuerzas como la legión española V II Gemina; el gobernador de la Ta­ rraconense, L. Novio Rufo fue después ejecutado por haber tomado partido por Albino (cf. Historia Augusta, Severus 13, 7 y C. I. L. II 4125).

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sometido todo el oriente, ahora precisamente, cuando tenéis a vuestro lado a tan notables tropas auxiliares y cuando está aquí casi todo el ejército romano, ¿cómo no váis a vencer fácilmente a un escaso ejército que no 7 está dirigido por un hombre valeroso y sobrio? ¿Quién no conoce su vida lujuriosa, más en consonancia con las filas de los coros (teatrales) que con las líneas de combate? 239. Vayamos, pues, contra él decididamente, con nuestro habitual arrojo y valentía. Están a nuestro lado los dioses, a quienes ha ultrajado al violar sus ju­ ramentos, y nuestros numerosos trofeos que él ha des­ preciado». 8 Después de este dicurso de Severo, el ejército en bloque declaró enemigo a Albino mientras que sus acla­ maciones a Severo y los gritos con que le prometían su total apoyo fueron para éste un nuevo estímulo y una base sólida para sus esperanzas. Luego Severo dis­ tribuyó un generoso donativo a sus soldados y empren9 dió la expedición contra Albino. Envió también unas tropas a sitiar Bizancio, donde se habían refugiado los generales de Níger y que todavía permanecía cerrada. Después la ciudad fue tomada por hambre y destruida por completo 240; privada de teatrps y baños y de toda consideración y honor, Bizancio fue donada a Perint o 241 con el status de población sometida. Lo mismo ocurrió con Antioquía respecto a Laodicea 242. Envió asimismo una importante suma para la reconstrucción de las ciudades que el ejército de Níger había destrui10 do. Él mismo, sin embargo, se puso en marcha sin per­ m itir ningún descanso ni con ocasión de fiestas ni para reponerse de los esfuerzos realizados, con el mismo des­ precio para el frío y el calor. A menudo, ciertamente, 239 240 241 242

Cf. Intr., pág. 66. Bizancio cayó probablemente en la primavera del año 196. Perinto había permanecido leal a Severo. Cf. supra nota 224.

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cuando pasaba por montes muy altos y de clima riguro­ so, él marchaba con la cabeza descubierta bajo la lluvia y la nieve, ofreciendo así a sus soldados una pauta de entusiasmo y valentía 243. De este modo ellos resistían los esfuerzos no sólo por temor a incurrir en falta sino también por deseo de imitar al emperador. Severo en­ vió asimismo a un general al mando de un destacamen­ to para apoderarse de los pasos de los Alpes y vigilar las entradas de Italia. Cuando Albino, que seguía viviendo ociosa y desor­ denadamente 244, recibió la noticia de que Severo no se entretenía sino que ya se estaba acercando, cayó en un estado de profunda turbación. Desde Bretaña pasó a la costa de la Galia situada enfrente, donde estableció su campamento. Escribió a todos' los gobernadores de las provincias vecinas ordenándoles que le enviaran dinero y provisiones para su ejército. Algunos obedecieron y se los enviaron para perdición suya, pues más tarde fue­ ron castigados por ello; pero cuantos no acataron la orden se salvaron gracias a aquella decisión más afor­ tunada que meditada. El resultado de la guerra evaluó la decisión de cada uno. Cuando llegaron las fuerzas de Severo a la Galia, tuvieron lugar algunas escaramu­ zas en distintos sitios, pero la batalla final se dio cerca de Lugdunum 24S, ciudad grande y próspera en la que Albino se había refugiado y donde permaneció al enviar a su ejército a librar la batalla. Se produjo un violento encuentro y durante largo tiempo la victoria permane­ ció sin decidirse por ninguno de los dos bandos. Los britanos por su valor y espíritu sanguinario no iban a 243 Sobre la extraordinaria capacidad de Severo cf. supra nota 217. 244 Los oponentes de Severo se caracterizan por su incapacidad y su vida desordenada. Son el estereotipo del jefe condenado al fraca­ so. Cf. el caso de Niger en II 14, 6. 245 La batalla de Lyon tuvo lugar el 19 de febrero del 197.

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la zaga de los ilirios, y la consecuencia de combatir dos excelentes ejércitos era que no fuese fácil la derrota de 3 ninguno. Según algunos historiadores contemporáneos, cuyo relato no buscaba el halago sino la verdadí44, la línea de combate del ejército de Albino fue muy supe­ rior por la parte en que Severo y sus tropas estaban situados, hasta el extremo de tener que ponerse a salvo. En su huida Severo fue derribado del caballo, pero pa­ só desapercibido porque se había desprendido de su manto imperial. Cuando los britanos ya iniciaban la per­ secución y cantaban el himno de victoria, pensando que ya habían vencido, apareció Leto 247, un general de Se­ vero, con las tropas a sus órdenes, que estaban frescas 4 por haber permanecido fuera de la batalla. Se ha acu­ sado a Leto de aguardar el resultado del combate y re­ tardarse voluntariamente, manteniendo las tropas bajo su mando frescas, porque él mismo aspiraba al impe­ rio. Por esto apareció cuando se enteró de que Severo había caído. Lo que ocurrió después confirma esta acu­ sación, puesto que más tarde Severo, después de poner­ lo todo en orden y al encontrarse en una situación de tranquilidad, recompensó generosamente al resto de sus generales, mientras que a Leto, como represalia por su 5 traición, según parece, lo condenó a muerte. Pero esto ocurrió más tarde; entonces, como hemos dicho, apare­ ció Leto con sus tropas descansadas y las fuerzas de Severo se animaron; colocaron a Severo en su caballo 6 y le pusieron su manto. Los soldados de Albino, pensan­ do que ya habían vencido y encontrándose en un gran desorden, al caer súbitamente sobre ellos unas fuerzas valerosas que no habían luchado antes, después de re­ sistir durante un breve tiempo, abandonaron y se origi244 Cf. Intr., pág 66.' 247 Probablemente Julio Leto, general de Severo, que no debe con­ fundirse con Q. Emilio Leto (cf. supra nota 140).

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nó una retirada desesperada en la que las tropas de Se­ vero los siguieron en una persecución sangrienta hasta que se refugiaron en la ciudad. Los historiadores con­ temporáneos han contado de acuerdo con sus propósitos el número de caídos o prisioneros de cada bando248. El ejército de Severo saqueó Lugdunum y la incendió. ^ Apresaron a Albino y le cortaron la cabeza, que ofrecie­ ron a Severo. Así, este ejército consiguió levantar dos ingentes trofeos, uno en Oriente y otro en el Norte. Es­ to hizo imposible el parangón con las batallas y victo­ rias de Severo, ni por la importancia de las fuerzas y pueblos que movilizaron, ni por el número de combates ni por las distancias y la velocidad de las marchas. Es cierto que las batallas de César contra Pompeyo, 8 en las que había ejércitos romanos en ambos bandos, fueron grandes, y también las de Augusto contra Anto­ nio y los hijos de Pompeyo, y algunas acciones anterio­ res de Sila y de Mario en sus guerras civiles entre ro­ manos y con otros pueblos. Pero en el caso de Sevejp un solo hombre derrocó a tres emperadores ya en el poder; a uno, que ocupaba el palacio imperial, lo venció gracias a la estratagema con la que engañó a la guarni­ ción de Roma; derribó a otro, que tenía el poder en orien­ te desde hacía tiempo y que había sido elegido empera­ dor por los romanos; y a un tercero, que había alcanza­ do el honor y la autoridad de César, lo sometió por su valor. No es fácil referirse a otro en términos semejantes. Éste fue el fin de Albino tras un fugaz disfrute de una funesta dignidad. Acto seguido Severo dirigió toda la fuerza de su 8 cólera contra los amigos de Albino en Roma. Envió la cabeza de Albino con la orden de que fuera empalada

248 80. — 13

Cf. Intr., págs. 66-69.

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en público; y en una carta249 dirigida al pueblo anun­ ciaba su victoria, añadiendo en una postdata que envia­ ba la cabeza de Albino para que fuera mostrada en pú­ blico y el pueblo la viera como símbolo de su enfado 2 y de su cólera contra los amigos de Albino. Severo aten­ dió entonces a los asuntos de Bretaña y dividió el gobier­ no de la provincia en dos jefaturas. Organizó también la administración de la Galia de la forma que conside­ raba más conveniente. Ejecutó a todos los amigos de Albino, tanto si se habían relacionado con él voluntaria­ mente como si lo habían hecho forzados por la necesi­ dad, y confiscó sus propiedades 25°. Luego marchó apre­ suradamente hacia Roma con todo su ejército a fin de 3 infundir un mayor respeto. Realizó la marcha a gran velocidad, como era su costumbre, e irritado con los amigos de Albino que todavía quedaban, entró en Ro­ m a 251. El pueblo, llevando ramas de laurel, lo recibió con todos los honores y con vítores, y el senado lo salu­ dó; la mayoría estaban completamente atemorizados por­ que creían que no les perdonaría por ser Severo un ene­ migo de temperamento dificilísimo y a quien bastaba un pequeño pretexto para causar un perjuicio. Y enton4 ces parecía contar con motivos bien fundados. Después de subir al templo de Júpiter y cumplir los restantes ritos, Severo se dirigió al palacio imperial y ofreció al pueblo un espléndido reparto de dinero en conmemora­ ción de sus victorias 252. Entregó también a los solda249 Cf. Intr., pág. 69. 250 Cf. Intr., pág. 53. 251 En junio del 197. 252 Aunque a Septimio Severo le preocupaba más la popularidad en los campamentos que la que pudiera tener en Roma, también fue generoso con la plebe romana. Herodiano alude a sus tres primeros congiaria (I. en H dn . II 14, 5, II en este pasaje, III 8, 4, y III en III 10, 2; en el tercero alcanzó una cifra jamás distribuida con anteriori­ dad, 250 denarios. Cf. D. va n B erchem , Les distributions de blé et d'argent..., págs. 158-159).

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dos una suma considerable y les concedió otros muchos privilegios que antes no tenían 253; fue el primero, en 5 efecto, en aumentarles la paga 254 y les permitió usar anillos de oro 255 y habitar con sus mujeres lo que se consideraba absolutamente contrario a la disciplina militar y a una pronta disposición para la guerra. Seve­ ro fue sin duda el primero en trastornar la gran fortale­ za y austeridad de su forma de vida y su obediencia ante las penalidades y el disciplinado respeto por sus jefes, enseñándoles a desear las riquezas y conducién­ dolos hacia una vida de molicie. Después de ocuparse de estas reformas, muy opor- 6 tunas en su opinión, se presentó en el senado donde to­ mó posesión del trono imperial. Luego acusó duramen­ te a los amigos de Albino sacando a relucir cartas se­ cretas de algunos de ellos, que había encontrado en los 253 En este pasaje (III 8, 4-7) se refleja la orientación política de Septimio Severo: profunda reorganización del aparato militar, milita­ rización del poder y humillación del senado. Cf. Intr., pág. 58. 254 A consecuencia de la inflación, acentuada desde Cómodo, la paga en dinero (stipendium) de los soldados perdió gran parte de su valor. Por esta razón las tropas consideraron primordial la paga en especie (cf. annona, gr. siterésion), trigo y otras provisiones, que a par­ tir de Septimio Severo se distribuyeron gratuitamente a los soldados. Los preteríanos habían recibido el frumentum menstruum, el trigo men­ sual gratuito, desde la época de Nerón. Era lógico que las legiones, que habían vencido a lo s pretorianos en el 193 (cf. supra II 13 y notas 195 y 208), reivindicaran el privilegio (cf. D. van Berchem, «L'annone militaire dans l’empire romain au IIe siécle», Mémoires de la Société nationale des antiquaires de France, sér. 8, vol. 10 (1937), págs. 122 ss.). 255 El anulus aureus como signo de la clase ecuestre. Septimio Se­ vero estableció que el grado de centurión, hasta entonces la máxima aspiración de un soldado, implicaba la admisión en el orden ecuestre, lo que les abría el paso a una carrera militar y civil. 254 Con anterioridad los soldados no podían tener familia legal. La convivencia de los soldados con una mujer sólo se legalizaba des­ pués de su licénciamiento. Severo autorizó el matrimonio legal y favo­ reció la vinculación de las tropas a las localidades en las que estaban estacionadas.

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archivos privados de Albino, y a otros les reprochó los regalos demasiado costosos que habían enviado a Albi­ no. A cada cual le inculpaba por un motivo diferente; a los hombres de oriente por su apoyo a Níger y a los 7 otros por sus relaciones con Albino; a todos los que en­ tonces destacaban en el senado y a los que sobresalían en las provincias por su riqueza o linaje los aniquilaba sin piedad 257. La severidad con sus enemigos no era más que un pretexto; en realidad, su codicia se había desbordado. Jamás un emperador fue tan esclavo del 8 dinero. Así como, por su firmeza de espíritu y su per­ severancia ante las dificultades y por su capacidad en la organización militar, no iba a la zaga de ninguno de los modelos que se proponen, paralelamente su codicia de riquezas procedentes de la injusticia sobrepasaba to­ da medida, y por cualquier causa que se presentara la condena era de muerte. Su gobierno se basó así en el 9 miedo de sus súbditos, no en su afecto25í. Intentaba, sin embargo, ganarse el fayor del pueblo ofreciendo con­ tinuamente magníficos espectáculos de todo tipo. Con frecuencia mató animales salvajes a centenares, traídos de tierras del imperio y de otros países, y efectuó gene­ rosas distribuciones de dinero. Celebró unos juegos triunfales, para los que hizo venir a actores y luchado10 res de todas partes. Vimos 259 durante su reinado re­ presentaciones de todo tipo de espectáculos, en todos los teatros simultáneamente, y ceremonias religiosas ce­ lebradas durante toda la noche a imitación de los mis­ terios. Los llamaron entonces Juegos Seculares porque se celebraron cuando habían pasado tres generaciones desde los últimos, según se decía. Los heraldos fueron 257 Cf. Intr., págs. 53 y 56. 258 Contrariamente al ideal del optim us princeps. Cf. supra nota 179. 259 Aquí se mezcla una referencia a los juegos del 197 con otra a los Juegos Seculares del 204. Cf. Intr., págs. 12, 25 y 68.

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de un lado a otro por Roma e Italia convocando a todos a que acudieran a contemplar los juegos que nunca ha­ bían visto y que nunca más verían. Así se recordaba que el intervalo entre una celebración y la siguiente so­ brepasaba la vida de un hombre. Después de pasar en R om a260 un tiempo suficiente para asociar a sus hijos al imperio con un nombramien­ to imperial queriendo ganarse una fama que no se limitara a una victoria civil contra ejércitos romanos —victoria que le avergonzaba celebrar como un triunfo— y deseando levantar trofeos por sus éxitos frente a los bárbaros, presentó como pretexto la amistad de Barsemio, rey de Hatra, con Níger e inició una campaña con­ tra oriente. Cuando estaba llegando a Armenia con in­ tención de saquearla, se adelantó el rey de los armenios enviándole suplicante dinero, regalos y rehenes y ha­ ciendo votos por un pacto de amistad. Después de arre­ glarse los asuntos de Armenia tal como él quería, Seve­ ro marchó a toda prisa contra Hatra 262. Abgar, el rey de Osroene263, también buscó la protección de Severo; le entregó a sus hijos como rehenes en garantía de su buena fe y condujo a un buen número de arqueros co­ mo fuerzas auxiliares para Severo. Cuando hubo atra­ vesado Mesopotamia y el territorio de Adiabene 264, Se­ 260 Estuvo en Roma sólo durante unos meses. A fines de verano marchó hacia Siria. 261 Caracalla fue destinatus imperator desde el 197. Algo más tar­ de, en el 198, Caracalla sería Augusto y Geta César. Caracalla ya era César desde el 196 y Geta no sería Augusto hasta el 208/209. 262 Cf. supra nota 215. 263 Osroene es una región situada en el curso alto del Eufrates. Tuvo la consideración de reino protegido o de provincia. Abgar era el nombre de sus reyes. 264 Adiabene era una región de la antigua Asiría septentrional en­ tre el Tigris y su afluente el Gran Záb, en los confines del actual Kurdistán. Más cercanos a los partos que a los romanos preferían ser va-

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vero se lanzó sobre Arabia Félix “ 5, región que produ­ ce hierbas aromáticas que usamos como perfumes e in­ ciensos. Después de arrasar muchas aldeas y ciudades y saquear la región, se dirigió al territorio de Hatra, 4 donde acampó y puso sitio a la ciudad 2“ . Hatra, situa­ da en lo alto de un escarpado cerro, rodeada por sóli­ dos y elevados muros, contaba con una importante guar­ nición de arqueros. El ejército de Severo acampó al lado y la sometió a asedio con todas sus fuerzas tratan­ do de destruirla. Todo tipo de máquinas de asalto se emplearon contra la muralla y ninguna técnica de ase5 dio fue olvidada. Pero los de Hatra se defendieron con valor y, disparando desde lo alto flechas y piedras, cau­ saron daños considerables al ejército de Severo. Lanza­ ron también sobre los asaltantes recipientes de cerámi­ ca que habían llenado de pequeños insectos voladores con aguijón venenoso; cuando éstos caían sobre los ojos o sobre cualquier parte del cuerpo descubierta, alcan­ zándolos sin que se dieran cuenta, los atormentaban 6 con sus picotazos. Y al no soportar la sofocante atmós­ fera a causa de la excesiva irradiación solar, caían en­ fermos y morían, de suerte que la mayor parte de los caídos murieron más por estas causas que luchando con­ tra el enemigo. 7 Cansado ya el ejército por las causas apuntadas, paralizado el asedio y contabilizando los romanos más fracasos que éxitos. Severo decidió levantar el asedio salios de los primeros. En época de Marco Aurelio fueron obligados a aceptar el protectorado de Roma. 265 Herodiano se refiere erróneamente a Arabia Félix, región ale­ jada de los recorridos de Severo que en las operaciones del año 195 estuvo en Arabia Escenita (cf. supra nota 233), y en el 199, tras el se­ gundo asedio de Hatra, visitó la provincia de Arabia. Cf. Intr., pá­ gina 24 y 48. 266 Se habla aqui de un solo asedio cuando en realidad hubo dos, uno en el 198 y otro en el 199.

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sin alcanzar el objetivo para evitar que el ejército fuera completamente aniquilado. Las tropas estaban disgus­ tadas porque el asedio no se había desarrollado según sus deseos; estaban acostumbrados a vencer en todas las batallas y consideraban la falta de éxito como una derrota. Sin embargo, la buena suerte, que por aquel tiempo participaba en las empresas de Severo, le com­ pensó, pues no se retiró con un fracaso total sino con un éxito mayor del que había esperado. El ejército bajó por el río embarcado en una numerosa flota, pero no llegó a la ribera romana, sino que, al contrario de lo previsto, la corriente lo llevó lejos y lo hizo arribar a territorio de los partos, a no mucha distancia de Ctesifonte 267, donde estaba la corte del rey de los partos, que entonces se encontraba allí, dedicado a actividades pacíficas, pensando que en nada le concernía la guerra de Severo contra Hatra. Por tanto permanecía tranqui­ lo, sin esperar ningún mal. Después de ser conducido por la corriente a la orilla opuesta, el ejército de Severo desembarcó y empezó a saquear la región, llevándose el ganado que encontraban, para tener provisiones, e incendiando las aldeas que estaban en su camino. Y avanzaron hasta que, sin darse cuenta, se encontraron a las puertas de Ctesifonte, donde se encontraba el gran rey Artabano 268. Cayendo sobre los bárbaros que estaban desprevenidos 269, los romanos empezaron por matar a todos los hombres que encontraban, saquearon luego la ciudad y cogieron prisioneros a todos los niños 267 Probablemente Severo atacó Ctesifonte durante el invierno 197-198, antes del asedio de Hatra (cf. H asebroek , ob. cit., que se basa en D ión -X if il ., LXXV 9). La cronología de estos hechos en Herodiano sería errónea. 268 Herodiano estaba mal informado sobre estos hechos. El rey de los partos no era entonces Artabano V sino Vologeses IV. 269 No parece que este ataque fuera a traición, tal como lo pre­ senta Herodiano, puesto que existía estado de guerra.

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y mujeres. Aunque el rey huyó con un escaso séquito a caballo, se llevaron su tesoro y, después de apoderar­ se de todos los objetos de valor y joyas, se retiraron. Así, pues, Severo, más por su buena suerte que por su estrategia, fue celebrado por su victoria contra los partos. Tras estos logros superiores a sus aspiracio­ nes, comunicó la noticia al senado y al pueblo, vanaglo­ riándose de sus empresas, y ordenó que se refirieran en inscripciones públicas sus batallas y victorias. El se­ nado le votó todos los honores y le otorgó los títulos de los pueblos conquistados.

Después de concluir con este éxito la campaña de oriente, Severo se puso en marcha apresuradamente ha­ cia Roma con sus hijos, que ya estaban en la edad de la adolescencia 27°. En el camino atendió a los asuntos de las provincias, según las circunstancias de cada ca­ so, y visitó los ejércitos de Mesia y de Panonia. Luego, al llegar a R om a271, fue recibido en triunfo por el pue­ blo romano con aclamaciones y pompa extraordinarias; 2 él ofreció sacrificios y dedicó al pueblo unas fiestas con espectáculos y festejos; efectuó asimismo un generoso reparto de dinero y pagó unos juegos triunfales. A par­ tir de entonces pasó unos años en Roma 272, durante los cuales se dedicó a la administración de justicia y a la dirección de la administración del estado, además de ocuparse de educar a sus hijos por el camino de la pru3 dencia. Pero los dos hijos, que eran ya dos mozos, ha­ bían sido corrompidos en sus costumbres por la lujosa

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270 Caracalla, nacido el 4 de abril del 188 en Lyon, tomó la toga viril en el 201 en Antioquia. Geta, que habia nacido el 27 de mayo del 189, la tomó en el 202 en Roma. 271 En abril del 202. Distribuyó entonces un congiarium de una cantidad sin precedentes. Cf. supra nota 252. 272 Entre el 202 y el 207. En 203-204 visitó África (cf. H asebroek , ob. cit., págs, 132 ss.).

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vida de Roma y por el excesivo afán de espectáculos, de carreras de carros y de bailes. Además los hermanos no se entendían; habían empezado a reñir por rivalida­ des infantiles, por luchas de codornices, peleas de ga­ llos y combates entre niños. Sus aficiones en lo referente a teatro y a recitaciones 273 acentuaban su espíritu pen­ denciero en cada ocasión que se presentaba; en nada tenían los mismos gustos, sino que todo lo que era gra­ to a uno al otro le resultaba odioso. Por ambas partes sus aduladores y siervos los enemistaban con halagos de sentido contrario ante los placeres de la juventud. Severo, al darse cuenta de esto, intentaba reconciliar­ los y corregirlos. Al mayor, cuyo verdadero nombre, antes de entrar en la casa imperial, era Basiano274, Severo, cuando al­ canzó la dignidad de emperador, lo llamó Antonino, por­ que quería que llevara el nombre de Marco; y tomó para él una esposa 275 con la pretensión de que el ma­ trimonio lo moderara. La joven era hija del prefecto del pretorio, un hombre llamado Plauciano 276, que había tenido una juventud humilde. (Se decía además que ha­ bía ido al destierro por el delito de sedición y por otros muchos crímenes). Pero era paisano de Severo, pues era libio como el emperador, y, según algunos, era pariente suyo. Otros, sin embargo, lo acusaban de haber sido amante de Severo en su juventud. Lo cierto es que Se­ vero lo promovió desde una condición muy humilde has­ 273 Alusión a la popularidad de las recitaciones de los sofistas. 274 El nombre de Basiano procedía del de su abuelo materno, Ju­ lio Basiano, sacerdote de Emesa. Septimio Basiano tomó el nombre de Marco Aurelio Antonino en el 196. Se le conoce normalmente como Caracalla, nombre de un manto militar galo. Herodiano se refiere a él con el nombre de Antonino. 275 Publia Fulvia Plautila Augusta. 276 C. Fulvio Plauciano, africano de Leptis Magna como Severo. Fue prefecto del pretorio entre el 197 y el 205.

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ta una situación de enorme poder, y lo colmó de rique­ zas al concederle las propiedades de los que habían sido ejecutados. Esto significaba en la práctica que lo 7 hacía partícipe del imperio. Pero Plauciano abusó del poder; la crueldad y la violencia estuvieron presentes en todos sus actos, llegando a ser el prefecto más temi­ ble de todos los tiempos. Éste era, pues, el hombre con cuya hija Severo casó a su hijo, uniendo las dos familias. 8 Antonino, sin embargo, no estaba muy contento con su matrimonio, realizado más por imposición que por libre elección. Era evidente su odio por la joven y por su padre; no compartía el lecho y el hogar, sentía aver­ sión hacia ella, y frecuentemente la amenazaba con ma­ tarla a ella y a su padre cuando fuera el dueño absoluto del imperio. La muchacha lo contaba cada vez a su pa­ dre y, al explicarle el odio de su marido, provocaba su ira. Plauciano se daba cuenta de que Severo era ya un viejo, continuamente aquejado por la enfermedad, mien­ tras que Antonino en cambio era un joven fuerte y ani­ moso; le preocuparon por tanto las amenazas del joven y decidió anticiparse en la acción en lugar de esperar 2 pasivamente. Muchos eran además los incentivos que lo movían a desear el imperio: un entorno de riqueza que antes nunca había tenido un particular, la conside­ ración de los soldados, los honores que los súbditos le tributaban, y la imagen con que aparecía en público; usaba el laticlavo, se colocaba con los senadores que habían sido cónsules por segunda vez, y llevaba, ade­ más del puñal en el cinto 277, los distintivos de todas 3 sus atribuciones. Cuando aparecía en público su aspec­ to era terrible. Nadie se atrevía a acercársele y los que se encontraban con él se apartaban. Sus acompañantes

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277 El pugio del prefecto del pretorio.

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le abrían paso ordenando que nadie se detuviera a mi­ rarlo; debían retirarse y bajar la mirada. Al enterarse de lo que ocurría, Severo no se alegró en absoluto; Plauciano empezaba ya a resultarle una pe­ sada carga, de suerte que lo despojó de parte de su auto­ ridad y lo invitó a que reprimiera su excesiva arrogan­ cia. Naturalmente Plauciano no aguantó el cambio de 4 actitud de Severo y se decidió a conspirar contra el im­ perio, para lo que urdió el siguiente plan: Saturnino era uno de los tribunos militares bajo su mando; atendía a Plauciano de una forma extraordinaria, y, aunque to­ dos los tribunos lo hacían, él le servía con una mayor devoción. Pensando Plauciano que este hombre era el más fiel y el único capaz de guardar y de ejecutar órde­ nes secretas, un día, al caer la tarde, cuando todos se habían retirado, lo llamó y le dijo: «Ahora tienes la oportunidad de poner un hermoso final al leal servicio que me has prestado, y yo tengo la ocasión de corres­ ponderse dignamente con el agradecimiento que tú me­ reces. Te encuentras ante una disyuntiva: o llegar a ser lo que ves que soy yo ahora y, como sucesor mío, here­ dar mi poder, o m orir ahora mismo sufriendo el castigo por desacato. Y que no te espante la magnitud de la em- 6 presa ni te turbes al nombrarte a la familia imperial. Sólo tú puedes entrar hasta las habitaciones donde duer­ men, al estar encargado por tumo de la guardia noctur­ na. Lo que tengas que hacer lo llevarás a término sin impedimentos y sin ser descubierto. No esperes para obedecer a que yo te dé más órdenes que las de ahora. Ve al palacio imperial y, con la excusa de llevarles un 7 mensaje urgente y secreto de mi parte, entra en su habitación y mátalos. Demuestra tu valor acabando fá­ cilmente con un viejo y un muchacho. Teniendo tu par­ ticipación en los peligros, participarás también en los grandes honores del éxito».

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Al oír esto, al tribuno se le heló el corazón pero no se le ofuscó la mente. Como hombre que no había perdido su lucidez (era sirio, y los orientales son de muy fina inteligencia) 27>, viendo la excitación de quien le da­ ba la orden y conocedor del poder de Plauciano, no re­ plicó, para no ser castigado por ello, sino que fingió haber oído algo deseado y agradable, y, después de sa­ ludarlo prosternándose como si ya fuera emperador, le j pidió un documento con las órdenes de muerte. Era una costumbre de los tiranos, siempre que enviaban a alguien a la muerte, dar la orden por escrito a fin de evitar los riesgos de las instrucciones verbales. Plaucia­ no, cegado por su ambición, le entregó el documento, y lo envió a ejecutar las órdenes de muerte, encargán­ dole que cuando hubiera acabado con los dos, antes de que el hecho fuera del dominio público, le enviara a buscar para estar ya en palacio cuando se divulgara la noticia de que había tomado el poder imperial.

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Según lo convenido, el tribuno efectuó la ronda por todo el palacio imperial, como de costumbre, sin ningu­ na dificultad. Pero, pensando que era imposible matar a los dos emperadores, sobre todo porque vivían en di­ ferentes sectores del palacio, se presentó en los aposen­ tos de Severo y, dirigiéndose a los guardias de la cáma­ ra imperial, les pidió que lo llevaran ante el emperador a fin de informarle de algo relativo a su seguridad. Los guardias lo comunicaron a Severo y por orden suya dejaron pasar al tribuno. Saturnino entró y dijo: «Ven­ go, señor, para ser — tal es la intención de quien me envía— tu asesino y verdugo; pero, por mi parte, mi deseo más ferviente es ser tu salvador benemérito. Plau­ ciano está conspirando contra el imperio, y me ha enco­ mendado tu muerte y la de tu hijo, y esto no sólo de 278 Cf. supra II 7, 9.

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palabra sino también por escrito como atestigua este documento. Yo acepté para que, al rehusar yo el traba­ jo, no lo encargara a otro; vengo ahora a denunciarte el hecho a fin de que su audacia no permanezca encu­ bierta». A pesar de las palabras de Saturnino y de sus 3 lágrimas, Severo no le dio crédito en seguida, sino que, por conservar en su corazón un gran afecto por Plau­ ciano, sospechaba que el asunto era una intriga para engañarlo, y pensaba que su propio hijo a causa de su enemistad con Plauciano y por el odio a su hija había preparado contra el prefecto una hábil acusación, que lo llevara a la muerte 2” . Envió a buscar, pues, a su 4 hijo y lo acusó de haber urdido aquella intriga contra un hombre que era leal a la casa. La primera reacción de Antonino fue jurar que no sabía nada de lo que le hablaba; luego, al insistir el tribuno y mostrarle el do­ cumento, Antonino le dio ánimos y le exhortó a presen­ tar pruebas. El tribuno se daba cuenta del peligro en el que se había situado; tenía miedo de la amistad de Severo por Plauciano, y sabía qüe, si la conspiración permanecía encubierta y sin ser probada, una muerte segura pendía sobre su cabeza. Por eso dijo: «¿ Y qué 5 prueba queréis, señor, de mayor peso, o qué demostra­ ción más evidente? Permitidme que salga de palacio y comunique a Plauciano por medio de un hombre de mi confianza que el trabajo ha sido realizado. Él vendrá confiado, pensando encontrar el palacio sin sus dueños. Cuando llegue, ya es trabajo vuestro descubrir la ver­ dad. Pero ordenad que el palacio se mantenga comple­ tamente tranquilo para que el conocimiento previo de lo ocurrido no le haga volver atrás».

279 Aquí Herodiano parece rechazar la versión de Dión según la cual Plauciano habría sido victima de una conspiración de su yerno Caracalla (cf. Intr., pág 17).

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A continuación ordenó a uno de sus hombres más adictos que llevara a Plauciano el mensaje de acudir cuanto antes; que los dos emperadores estaban muer­ tos, y que era preciso que él estuviera en palacio antes de que el pueblo se enterara de lo sucedido, a fin de que, con la ciudadela ocupada y el poder consolidado, todos, a gusto o a disgusto, lo aceptaran, no como can7 didato sino como emperador establecido. Ya había ano­ checido cuando Plauciano con la confianza puesta en el mensaje, y enardecido por sus esperanzas, se puso una coraza debajo de sus ropas para mayor seguridad; subió luego al carro, y, sin perder un instante, se diri­ gió al palacio imperial. Lo acompañaron unos pocos que se encontraban con él y que creyeron que los empera­ dores habían llamado a Plauciano por algún asunto 8 urgente. Al llegar a palacio, entró sin ningún impedi­ mento; los guardias no sabían nada de lo ocurrido. El tribuno le salió al encuentro, y, tendiéndole una tram­ pa, lo saludó como emperador; lo cogió de la mano co­ mo si fueran amigos, y lo condujo a la habitación donde 9 yacían, le dijo, los cuerpos de los emperadores. Ya Se­ vero había aprestado a los jóvenes de su guardia perso­ nal para que apresaran al prefecto cuando entrara. Plau­ ciano, al entrar, vio en contra de lo que esperaba a los dos emperadores de pie, y comprendió que estaba atra­ pado. Espantado por lo sucedido, empezó a suplicar con insistencia, y como defensa decía que todo era mentira, que era un montaje y una representación que se había 10 urdido en contra suya. Mientras que Severo le echaba en cara los muchos beneficios y honores que le había concedido, Plauciano le recordaba su lealtad y su anti­ gua amistad. La persuasiva elocuencia de Plauciano iba ganando poco a poco a Severo hasta qué apareció una parte de la coraza al rasgarse la ropa que la cubría. Al ver la coraza, Antonino, que era un joven resuelto y violento, y que odiaba profundamente a Plauciano,

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dijo: «Vamos a ver qué puedes contestar a dos preguntas que voy a hacerte. Has venido de noche a ver a los emperadores sin haber sido llamado. Entonces, ¿qué sig­ nifica esta coraza que llevas? ¿Quién va armado a un banquete o a una fiesta?». Dichas estas palabras, ordenó al tribuno y a los presentes que desenvainaran las espa­ das y dieran muerte al prefecto como enemigo declara­ do. Ellos sin vacilar obedecieron la orden del joven em­ perador; mataron a Plauciano, y arrojaron su cuerpo a la vía pública para que todos pudieran verlo y para que fuera escarnecido por quienes lo odiaban 28°. Éste fue el fin de Plauciano, que vivió dominado por una codicia inmensa e insaciable, y que al final confió en un áyudante desleal281.

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En lo sucesivo Severo nombró dos prefectos del pre- » to rio 2'2 y él pasó la mayor parte de su tiempo en las posesiones imperiales de las afueras de Roma o de la costa de Campania, dedicado a su labor judicial y a la administración del estado. Quería, en realidad, apartar a sus hijos de la vida de Roma y que gozaran de una vida honesta, ya que les veía entregados a los espectáculos más de lo que convenía a unos emperadores. Su enco- 2 nada rivalidad por estos espectáculos, al provocar en­ frentamientos y desacuerdos constantes, enturbió sus sentimientos fraternos y les incitó a una profunda ene­ mistad. Antonino estaba especialmente insoportable des­ de que se había desembarazado de Plauciano, pero res­ petaba y temía ( a su padre, que le impedía cometer cualquier im prudencia). Maquinaba entonces por to­ dos los medios la muerte de la hija de Plauciano, su propia mujer. Pero Severo la desterró a Sicilia en com- 3 280 Estos hechos ocurrieron en el 205, probablemente en enero. 2,1 Cf. Intr., pág. 30. 282 Cf. supra nota 81.

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pañía de su hermano 283, dándoles medios suficientes para vivir en la abundancia. Imitó el ejemplo de Augus­ to, que también había procedido así con los hijos dé Antonio284, a pesar de que hubiera sido su enemigo. Severo intentaba continuamente reconciliar a sus hijos e inducirlos a la concordia y a la unión recordándoles mitos y dramas antiguos, en los que siempre las desgra­ cias sobrevenían como consecuencia de disensiones en­ tre reales hermanos. Les mostraba los tesoros y los templos rebosantes de dinero, una fortuna y un poder de tal magnitud que hacían imposible cualquier conspi­ ración desde el exterior, puesto que el imperio contaba con abundantes recursos para atender al ejército sin preocupaciones ni privaciones. Las fuerzas de Roma ha­ bían sido cuadruplicadas 285, y el ejército acampado fuera 2“ , en defensa de la ciudad, era tan importante que ninguna fuerza exterior podía confiar en un enfren­ tamiento de poder a poder, ni por el número y fortaleza física de sus tropas, ni por la abundancia de recursos. Pero para nada les serviría todo esto, les decía, si lu­ chaban uno contra otro y se producía una guerra civil. Aprovechaba todas las ocasiones para hacerles reflexio­ nes en este sentido, rogando unas veces y reprendiendo otras, y se esforzaba por reconciliarlos por medio de sus consejos; pero ellos no le escuchaban, sino que se rebelaban e iban de mal en peor. Como que eran jóve­ nes rebosantes de salud, que, por el hecho de su poder 283 Fueron desterrados a Lípari. Unos años más tarde Caracalla los hizo ejecutar (cf. IV 6, 3). 284 No fue así. Marco, el hijo mayor de Antonio y de Fulvia, fue inmediatamente eliminado. Las hijas conservaron la vida pero fueron dedicadas a matrimonios de conveniencia. Tal vez aqui está pensando en los hijos de Marco y Cleopatra, perdonados por Augusto. 285 Habían aumentado, pero no en la proporción aquí indicada. Cf. A. P assbrini , Le coorti pretorie, pág. 60. 286 La seguda legión pártica del campamento del monte Albano (cf. infra VIII 5, 8).

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imperial, sentían una insaciable inclinación a todo tipo de placeres, cada uno de sus aduladores los incitaba en sentido contrario, tanto para prestar servicios a sus deseos y vergonzosas pasiones como en búsqueda de no­ vedades con que dar gusto al que adulaban y disgustar a su hermano. Y eso que Severo no había vacilado en castigar a quienes había sorprendido en estos actos de servicio. Mientras Severo andaba dolido por el género de vida 14 de sus hijos y su indecorosa afición a los espectáculos, el gobernador de Bretaña le envió un mensaje en el que le comunicaba que los bárbaros de la provincia se ha­ bían sublevado, y que saqueaban la región, llevándose botín y arruinándolo todo. Solicitaba por tanto más fuer­ zas en defensa de la zona o la presencia del propio em­ perador. Severo recibió estas noticias complacido por- 2 que, además de ser un hombre de natural amante de la gloria, deseaba levantar trofeos por sus victorias so­ bre los britanos que se sumaran a los triunfos y títulos conseguidos en oriente y en el norte. Pero se alegró to­ davía más porque quería sacar a sus hijos de Roma, pensando que recuperarían la sobriedad en medio de la disciplinada vida militar, lejos de las costumbres li­ cenciosas de Roma. Decretó por tanto la expedición con­ tra Bretaña 287, y, aunque era ya viejo y estaba enfer­ mo de gota, sin embargo su espirítu era más animoso que el de cualquier joven. Es cierto que durante la ma- 3 yor parte de la marcha lo llevaron en una litera, nunca, sin embargo, se detuvo a descansar mucho tiempo. Él y sus hijos concluyeron la marcha anticipándose a cual­ quier previsión o n oticia28*, y se presentaron en Bre­ taña después de cruzar el océano. Una vez allí Severo 287 En el año 208. 288 Cf. supra nota 217. 80. -

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se puso a organizar los preparativos bélicos con un gran ejército que había congregado gracias a una leva general. 4 Aterrados por la repentina llegada del emperador y enterados de que una fuerza grandiosa se reunía contra ellos, los britanos enviaron embajadores para tratar so­ bre la paz y para disculparse de sus anteriores errores. 5 Pero lo que pretendía Severo era prolongar su estancia con el fin de retrasar su regreso a Roma, y quería, ade­ más, conseguir un título por su victoria contra los bri­ tanos. Despidió por tanto a los embajadores con las ma­ nos vacías y se dedicó a los preparativos para la lucha. Realizó un especial esfuerzo por atravesar con ponto­ nes los terrenos pantanosos, con la intención de que los soldados no tuvieran dificultad para cruzarlos y pudie­ ran combatir bien asentados sobre una base sólida. 6 La mayor parte del territorio de los britanos, inundada continuamente por las mareas del océano, es pantano­ sa; los bárbaros se han acostumbrado a nadar por estos terrenos inundados y a transitar por ellos con el agua hasta la cintura. Al ir casi totalmente desnudos, no les 7 preocupa el barro. No están familiarizados al uso del vestido, pero ciñen su cintura y su cuello con hierro, considerando este metal como ornamento y signo de ri­ queza, lo mismo que para otros bárbaros es el oro. Tam­ bién tatúan sus cuerpos con diversos dibujos y pinturas de todo tipo de animales; por eso no usan vestidos, pa8 ra no cubrir los tatuajes de sus cuerpos. Son muy be­ licosos y sanguinarios, y se defienden sólo con un estre­ cho escudo y una jabalina además de una espada que cuelga de su cuerpo desnudo. No están acostumbrados al uso de la coraza ni del casco, que consideran un es­ torbo para circular por las marismas. Debido a los den­ sos vapores que emanan de estos terrenos pantanosos, la atmósfera de aquella región es siempre tenebrosa. Atento a estas circunstancias, Severo realizó todos los preparativos que iban a ser de utilidad al ejército ro­

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mano mientras que dificultarían o impedirían el ataque de los bárbaros. Cuando consideró que los preparativos de guerra eran suficientes, dejó a Geta, el hijo menor, en las tie­ rras sometidas a los romanos, para que administrara justicia y dirigiera la administración civil del imperio. Le destinó como consejeros a los amigos de mayor edad. Luego él en compañía de Antonino se lanzó contra los bárbaros. Cuando el ejército hubo cruzado los ríos y las fortificaciones que señalaban las líneas fronterizas del imperio romano, se produjeron frecuentes enfrentamien­ tos y escaramuzas con la consiguiente derrota de los bárbaros. Su retirada resultaba fácil ya que por su co­ nocimiento del lugar se ocultaban en bosques y panta­ nos; todos estos sitios ofrecían mayor dificultad a los romanos, y así se alargaba la' guerra. Pero una enfermedad más larga se apoderó de Se­ vero, que era ya un viejo, y lo obligó a permanecer en su residencia. Intentó entonces enviar a Antonino para que se hiciera cargo de la guerra. Antonino, sin embar­ go, se interesaba poco por la guerra contra los bárba­ ros; su preocupación era ganarse al ejército, y, con el objetivo de conseguir el mando único, intentaba persua­ dir a todos a que sólo estuvieran atentos a su persona mientras que desacreditaba a su hermano. La enferme­ dad de su padre se prolongaba mucho y su tardanza en morir le resultaba una pesada carga, hasta el punto de que intentó persuadir a médicos y sirvientes a que cometieran un error en su labor de cuidar al anciano, a fin de desembarazarse de él lo más pronto posible. Pero al cabo Severo murió consumido por su largo su­ frimiento, después de una vida militar más gloriosa que la de cualquier otro emperador2W. Ninguno de sus pre*•» Septimio Severo murió el 4 de febrero del año 211 en Eburacum, la actual York, a los sesenta y cinco años (cf. supra nota 183).

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decesores había conseguido tantas victorias ni en gue­ rras civiles contra sus rivales ni en sus expediciones contra los bárbaros. Después de estar al frente del im­ perio durante dieciocho años ” °, dio paso a la sucesión de sus jóvenes hijos, dejándoles una fortuna como nun­ ca nadie había dejado y un ejército invencible. 4 Antonino, tan pronto como su padre hubo muerto, tomó el poder, e inmediatamente empezó a llenar de muertes la casa de su padre; eliminó a los médicos por­ que le habían desobedecido al mandarles que cometie­ ran un error y que precipitaran la muerte del anciano, y a quienes habían cuidado de su educación y de la de su hermano, por su insistencia en rogarle que se recon­ ciliara con Geta. No permitió que sobreviviera ninguno de los que habían contado con la estimación del ancia5 no o le habían servido. Con regalos privados y grandes promesas trataba de ganarse a los jefes del ejército a fin de que intentaran persuadir a las tropas a procla­ marlo emperador en solitario. Al mismo tiempo ideaba todo tipo de artimañas contra su hermano. Pero no con­ siguió convencer al ejército; los soldados, recordando a Severo, y que habían tratado igual a los dos desde niños, les ofrecieron entonces igual servicio y lealtad. 6 Después de este intento fallido de ganarse al ejército, Antonino pactó con los bárbaros concediéndoles la paz a cambio de garantías. Luego salió del territorio de los bárbaros y corrió a encontrarse con su hermano y con su m adre291. Cuando estuvieron juntos, su madre inten­ 2,0 Herodiano redondea la cantidad puesto que el reinado de Sep­ timio Severo duró diecisiete años y alrededor de nueve meses (17 años, 9 meses y 25 días a partir del dies im perii militan 17 años, 8 meses y 15 días a partir del dies im perii senatorial. Cf. Intr., págs. 37-38). Cf. también Intr., págs. 45-46. 291 Julia Domna, hija de Julio Basiano, sacerdote del sol, de Eme­ sa (cf. cuadro genealógico 2). Se casó con Septimio Severo en el año 185. Los astrólogos hablan anunciado que Julia se casaría con un em-

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tó reconciliarlos, y también lo intentaron algunos dis­ tinguidos ciudadanos y consejeros, amigos de su padre. Al encontrarse con una total oposición a su propósito, Antonino, más por necesidad que por convencimiento, acabó por aceptar la concordia y una amistad más fin­ gida que verdadera. Así los dos se hicieron cargo del gobierno del imperio con igual poder. Decidieron luego zarpar de Bretaña y dirigirse rápidamente a Roma con los restos mortales de su padre. El cuerpo de Severo había sido incinerado y sus cenizas con perfumes ha­ bían sido colocadas en una urna de alabastro, que se llevaron entonces a Roma para depositarla en el sagra­ do mausoleo im perial2n. Embarcaron consigo al ejér­ cito, ya como vencedores de los britanos, y, después de cruzar el océano, arribaron a la costa de Galia situada enfrente. En este libro queda descrito cómo Severo terminó sus días y cómo sus hijos le sucedieron en el poder. perador y es sabido lo sensible que era Severo a los presagios (cf. su­ pra nota 188). Julia Domna fue una mujer inteligente y culta que se rodeó de hombres como Filóstrato, Diógenes Laercio y Eliano. 2,2 El Mausoleo de Adriano, el actual castillo de Sant’ Angelo. Cf. infra IV 1, 4.

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En el libro anterior 293 han quedado descritas las acciones de Severo en sus dieciocho años de emperador. Sus hijos, todavía unos jóvenes, junto con su madre re­ gresaron apresuradamente a Roma, y ya manifestaron su desacuerdo durante el camino. Ni paraban en los mis­ mos alojamientos, ni comían juntos; cada uno miraba con gran recelo todo lo que comía y bebía, no fuera que el otro se hubiera adelantado y a escondidas, o por me2 dio de algún criado, le hubiera puesto un veneno. Por eso aceleraron todavía más su marcha, animados uno y otro por la esperanza de vivir con mayor seguridad cuando llegaran a Roma y se repartieran el palacio. Allí los dos podrían llevar la vida que quisieran, cada uno por su lado, en un edificio amplio y espacioso, mayor que toda una ciudad 294. 3 Cuando llegaron a R om a29S, el pueblo los recibió con ramas de laurel y el senado les presentó sus salu­ dos. Los dos hermanos abrían la procesión vestidos con la púrpura imperial, y seguían detrás de ellos los cón­ sules en ejercicio llevando la urna que contenía los res­ tos mortales de Severo. Todos los que habían ido a 2,3 Cf. 294 En Augustana, 295 En

supra nota 214. realidad era un complejo de diversos edificios: domus Tiberiana, Fíavia, Severiana, etc. mayo del 211.

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saludar a los nuevos emperadores también se proster­ naron ante la urna. El cortejo siguió dando escolta a la urna hasta que la depositaron en el templo donde se veneran los sepulcros de Marco y de sus predeceso­ res 296. Luego, después de celebrar las ceremonias de ri­ tual en la entrada de emperadores en la ciudad, los dos hermanos se dirigieron a palacio. Dividieron el palacio y cada uno habitó su parte; todos los pasos privados fueron cerrados y sólo quedaron abiertas las entradas públicas 297• Cada uno nombró sus propios guardias, y nunca se les vio juntos, a no ser en breves apariciones en público en alguna ocasión. Pero lo primero que hi­ cieron fue celebrar las honras fúnebres por su padre. Es costumbre entre los romanos deificar a los em­ peradores que han muerto dejando a sus hijos como sucesores. Esta ceremonia recibe el nombre de apoteo­ sis 298. Por toda la ciudad aparecen muestras de luto en combinación con fiestas y ceremonias religiosas. Entierran el cuerpo del emperador muerto al modo del resto de los hombres, aunque con un funeral fastuoso. Pero luego modelan una imagen de cera, enteramente igual al muerto, y la colocan sobre un enorme lecho de mar­ fil cubierto con ropas doradas, que es expuesto en alto en el atrio de palacio. La imagen refleja la palidez de un hombre enfermo. El lecho está rodeado de gente la mayor parte del día. El senado en pleno se sitúa en el lado izquierdo, vestidos con mantos negros; en el dere­ cho están todas las mujeres a quienes la dignidad de sus maridos o padres hace partícipes de este alto ho2,6 Cf. supra nota 292. 297 El conocimiento del palacio imperial que parece tener Hero­ diano apoya la teoría de que estaba en la corte (cf. Intr., pág. 30). 298 Ceremonia llamada en griego apothéBsis y en latín consecratio, aunque el término griego también fue usado en latín. En este pasa­ je Herodiano nos da una descripción detallada. Cf. Intr., pág. 68.

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ñor. Ninguna de ellas lleva oro ni luce collares, sino que, vestidas de blanco y sin adornos, ofrecen una ima4 gen de dolor. Esta ceremonia se cumple durante siete días. Cada día los médicos acuden y se acercan al lecho, simulando que examinan al enfermo, y cada día anun­ cian que va peor. Luego, cuando ven que ha muerto, los miembros más nobles del orden ecuestre y jóvenes escogidos del orden senatorial levantan el lecho, lo lle­ van por la Vía Sacra, y lo exponen en el foro anti­ guo 2" , en el sitio donde los magistrados romanos re5 nuncian a sus cargosM0. A ambos lados se levantan unos estrados dispuestos en gradas; en un lado se en­ cuentra un coro de niños de familias nobles y patricias, y en el opuesto hay uno de mujeres de elevado rango. Cada coro entona himnos y cantos en honor del muerto, 6 interpretados en un ritmo solemne y lamentoso. A con­ tinuación vuelven a levantar en andas el fúnebre lecho y lo llevan fuera de la ciudad, al Campo de Marte, don­ de han erigido, en el lugar más abierto, una construc­ ción cuadrada sin otro material que enormes maderos 7 ensamblados en un armazón a modo de casa. En su interior está completamente llena de leña, y por fuera está decorada con tapices tejidos en oro, estatuillas de m arfil y pinturas diversas. Sobre este cuerpo se levanta otro, semejante en forma y decoración, pero más pe­ queño y con ventanas y puertas abiertas. Luego hay un tercero y un cuarto, siempre el de encima menor que el de debajo hasta que se llega al último, el más peque8 ño de todos. La forma de esta construcción es compara­ ble a las torres de luces que hay en los puertos, cuyo fuego orienta de noche las naves hacia fondeaderos se­ 299 El Foro Antiguo o Forum Romanum al que se añadieron los nuevos foros de los emperadores. 300 La tribuna antiguá (rostro, vetera) situada en la parte norte del Foro por oposición a los rostro lulia. Allí tenía lugar la ceremonia de la abdicatio.

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guros; son las torres normalmente conocidas con el nom­ bre de faros Suben luego el féretro y lo colocan en el segundo compartimento. Esparcen entonces todo ti­ po de inciensos y perfumes de la tierra y vuelcan mon­ tones de frutos, hierbas y jugos aromáticos. N o es po­ sible encontrar ningún pueblo ni ciudad ni particular de cierta alcurnia y categoría que no envíe con afán de distinguirse estos dones postreros en honor del empe­ rador. Cuando se ha apilado un enorme montón de pro­ ductos aromáticos y todo el lugar se ha llenado de per­ fumes, tiene lugar una cabalgata en torno de la pira, y todo el orden ecuestre cabalga en círculo, en una for­ mación que evoluciona siguiendo el ritmo de una danza pírrica. También giran unos carros en una formación semejante, con sus aurigas vestidos con togas bordadas en púrpura. En los carros van imágenes con las másca­ ras de ilustres generales y emperadores romanos. Cum­ plidas estas ceremonias, el sucesor del imperio coge una antorcha y la aplica a la torre, y los restantes encien­ den el fuego por todo el derredor de la pira. El fuego prende fácilmente y todo arde sin dificultad por la gran cantidad de leña y de productos aromáticos acumula­ dos. Luego, desde el más pequeño y último de los pisos, como desde una almena, un águila es soltada para que se remonte hacia el cielo con el fuego. Los romanos creen que lleva el alma del emperador desde la tierra hasta el cielo " . Y a partir de esta ceremonia es vene­ rado con el resto de los dioses. 301 El nombre de la isla (Pharos) situada frente a la costa egipcia en Alejandría donde se construyó una enorme torre de mármol blanco considerada como una de las siete maravillas de mundo. La obra fue realizada durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (cf. supra nota 20); se concluyó en el 279 a. C. y su arquitecto fue Sóstrato de Cnido. 302 Cf. Intr., pág. 20. De pasajes como éste puede deducirse que el público de Herodiano era griego u oriental. 303 Escena que encontramos representada en monedas y en es­ culturas.

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Después de deificar a su padre con estas honras fú­ nebres, los hijos volvieron a palacio. Pero a partir de entonces entre ellos no hubo más que peleas, odios e intrigas; cada uno lo intentaba todo para desembara­ zarse de su hermano y hacerse con el poder absoluto. 2 Estaban divididas las opiniones de todos los ciudadanos de cierto rango o dignidad; pues los dos hermanos en­ viaban cartas privadas y secretas en un intento de con­ seguir apoyos con el atractivo de extraordinarias pro­ mesas. La mayoría estaban por Geta, pues ofrecía una cierta apariencia de equidad y se mostraba como hom­ bre moderado y afable ante quienes se le acercaban 304. 3 Se ocupaba de actividades más serias, y procuraba atraer a su corte a hombres aplaudidos por su cultura; se inte­ resaba asimismo por la palestra y por los otros ejerci­ cios gimnásticos propios de hombres libres 305. Al ser bueno y generoso con sus partidarios, su excelente re­ putación se propalaba y le granjeaba la amistad y el soporte de un mayor número de gentes. Para Antonino, por el contrario, la dureza y la violencia eran normas 4 de conducta. Estaba muy lejos de lo que hemos dicho respecto a su hermano, y pretendía ser un enamorado de la vida de los soldados en campaña. Todo lo hacía con violencia, amenazando más que convenciendo; te­ nía amigos por miedo, no por afecto. En estas circunstancias los hermanos peleaban por todo lo que hacían, hasta por los asuntos más insignifi5 cantes, y su madre se esforzaba por reconciliarlos. Y ocurrió que los dos pensaron en repartirse el impe­ rio 306 a fin de no seguir en Roma en aquella situación 304 En este pasaje Geta aparece caracterizado como optimus prin­ ceps en oposición a Caracalla que representa la figura del tirano. Esta descripción de Geta contrasta con la de III 10, 3-4. Herodiano quiso subrayar las diferencias entre los dos hermanos. 305 Cf. Intr., pág. 25. 306 Este proyecto de división del imperio podía estar en la línea de los principados dobles (Augusto-Agripa, Tiberio-Germánico, M.

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de intrigas recíprocas. Convocaron, pues, a los conseje­ ros de su padre y, en presencia de su madre, decidieron que el imperio fuera dividido. Antonino tendría todas las provincias de Europa, mientras que Geta recibiría todo el continente situado enfrente de Europa, conoci­ do con el nombre de Asia. Dijeron que la providencia divina “ 7, por medio de las aguas de la Propóntide, ha­ bía separado los continentes de aquel modo. Acordaron además que Antonino establecería su campamento en Bizancio, mientras que Geta lo haría en Calcedón de Bitinia, de suerte que los dos ejércitos, situados frente a frente, defenderían el imperio de cada uno e impedi­ rían el paso. Decidieron también que todos los senado­ res de Europa se quedarían en Roma, y que los origina­ rios de Asia se marcharían con G eta30S. Geta dijo que la capital idónea para su imperio podría ser tanto Antióquía como Alejandría, dos ciudades que conside­ raba casi tan grandes como Roma. En cuanto a los territorios del Sur, Mauritania, Numidia y las tierras situadas junto a Libia, fueron adjudicadas a Antonino, mientras que los territorios al este de aquellas queda­ ban para Geta. Mientras ellos dos tomaban estos acuer­ dos, todos los demás con las caras sombrías miraban al suelo. Entonces Julia les dijo: «Habéis hallado, hijos míos, el medio de repartir la tierra y el mar, y es cierto que el Ponto separa los continentes. ¿Pero cómo ibais a repartir a vuestra madre? ¿Y cómo, mísera de mí, se­ ría partida y distribuida a cada uno de vosotros? Ma­ tadme, como es natural, primero, y que cada uno sepa­ re su parte y la entierre en su territorio. Así, también Aurelio-L. Vero) o suponer una separación más profunda de alcance territorial. 307 Cf. supra nota 35. 308 Muchos de los senadores de la aristocracia antonina procedían de Oriente (cf. Intr., pág. 56). En esta división hubieran quedado con Geta, más cercano a sus ideales.

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yo sería repartida entre vosotros, lo mismo que la tierra y el mar». Dijo estas palabras entre lágrimas y gemidos, y luego tendió sus brazos en torno a los dos y los estrechó en un abrazo, en un intento de reconci­ liarlos. La piedad se adueñó de la situación y la reunión fue disuelta; se rechazó el proyecto y los dos hermanos volvieron a palacio, cada uno a sus propias dependencias.

Pero el odio y la rivalidad iban en aumento. Siempre que debían efectuar nombramientos para cargos milita­ res o civiles, cada uno quería promover a sus propios amigos. Cuando administraban justicia, emitían juicios contrarios, a veces en perjuicio de quienes eran juzga­ dos, pues en ellos podía más la rivalidad que la justicia. 2 Hasta en los juegos apoyaban a bandos contrarios. Pre­ paraban todo tipo de intrigas e intentaban persuadir a coperos y cocineros a que pusieran algún veneno mor­ tal. Pero no era empresa fácil para nadie, puesto que se extremaban las medidas de seguridad y la vigilancia. Finalmente, Antonino ya no pudo soportar la situación y, espoleado por su deseo de ser el único soberano, de­ cidió que no le quedaba otra alternativa, o triunfar o caer noblemente abriéndose camino con su espada en3 sangrentada. Puesto que sus planes secretos no habían obtenido ningún resultado, pensó en la necesidad de ju­ garse el todo por el todo m. *** ... su madre por amor y su hermano a causa del engaño. Geta fue herido mortalmente y expiró derramando su sangre sobre el pecho de su m adrem. Antonino, después de llevar a cabo el asesinato, salió corriendo de la habitación y se puso a gritar por todo el palacio

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309 Aquí hay una laguna en todos los manuscritos. Según D ión X ifil., LXXVII 2, Geta hacía que lo custodiaran día y noche, pero en una ocasión que fue a las habitaciones de su madre unos enviados de su hermano le dieron muerte. 3,0 A fines de febrero del 212, probablemente el 27.

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que había escapado de un gran peligro y que apenas se había salvado. Ordenó luego a los soldados de la 4 guardia de palacio que se lo llevaran y lo condujeran al campamento. Les dijo que allí, bajo su custodia, esta­ ría a salvo, pero que, si se quedaba en el palacio impe­ rial, perecería. Aquellos confiaron en sus palabras, y, sin saber lo que había ocurrido dentro, todos salieron con él en precipitada carrera. La turbación se apoderó del pueblo cuando vieron que el emperador, al anoche­ cer, atravesaba la ciudad a todo correr. Tan pronto 5 como se encontró en el campamento y en el templo donde los estandartes y las imágenes del ejército son venerados 3", se arrojó al suelo, y luego ofreció un sa­ crificio en acción de gracias por su salvación. Cuando esto llegó a oídos de los soldados, como que algunos de ellos estaban en el momento del baño y otros ya se habían acostado, todos acudieron con gran sobresalto. Antonino se presentó ante ellos, pero no confesó en 6 seguida lo ocurrido. Empezó diciéndoles a voz en grito que había escapado de la peligrosa conspiración de un hombre que era un enemigo público y adversario perso­ nal —de esta forma se refería a su hermano—, y que, a duras penas, tras una larga lucha, había conseguido vencer a su enemigo. Los dos habían corrido peligro, pero la fortuna sólo había velado por uno de ellos para que fuera el emperador. Así, con estos rodeos, preten­ día que entendieran lo ocurrido sin necesidad de otra declaración3I2. Para celebrar su salvación y la conse- 7 cución del mando único, les prometió dos mil quinien­ tas dracmas áticas 313 a cada soldado, y les aumentó su 311 El sacetlum. 312 Cf. Historia Augusta. Caracallus 2, 10, donde se dice que Caracalla dirigió al senado un discurso confuso y elíptico. 313 La expresión en dracmas en lugar de denarios puede deberse simplemente a un uso aticista del término dracma equivaliendo a denario (cf. D ión -X if il ., LV 12, 4-5). Puede explicarse asimismo por el

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paga en una mitad de lo que venían cobrando 3H. Les dijo además que ya podían ir a coger el dinero de tem­ plos y tesoros, dilapidando en un solo día sin ningún cuidado toda la fortuna que durante dieciocho años Se­ vero había amasado y guardado a expensas de la desgra8 cia ajena. Cuando los soldados oyeron hablar de una tan elevada suma de dinero, aunque ya estaban enterados de lo ocurrido, debido a que los fugitivos de palacio ha­ bían divulgado la historia del asesinato, sin embargo aclamaron a Antonino único emperador y declararon a Geta enemigo público. 5

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Aquella noche Antonino permaneció en el templo del campamento, animado porque se había ganado el apoyo de los soldados mediante donativos. Al día siguien­ te se dirigió al senado con toda la guardia pretoriana, más pertrechada de lo que era su costumbre cuando escoltaba al em perador31S. Entró en el senado y ofre­ ció un sacrificio; luego subió al trono imperial y pro­ nunció las siguientes palabras: «N o desconozco el odio que todo homicidio familiar provoca tan pronto como se descubre; su sola mención hiere nuestros oídos e inmediatamente suscita duros reproches. La piedad, cier­ tamente, es compañera del fracaso, y la envidia del triun­ fo. Y en tales circunstancias se considera que el venci­ deseo de lograr una mejor compresión por parte de un auditorio no romano (cf. Intr., pág. 25). El carácter muy fluctuante del denario en aquella época podría explicar también la expresión en un sistema mo­ netario muy difundido. La dracma ática era una moneda de plata muy conocida cuyo peso era de 4,25 gr. El denario se había devaluado nota­ blemente durante los reinados de Marco Aurelio y de Cómodo, y, en época de Septimio Severo, su peso era de 3,40 gr. pero contenía sólo 1,70 gr. de plata. 314 La soldada de un legionario era de 500 denarios en época de Septimio Severo y subió a 750 durante el reinado de Caracalla (cf. D. v a n B erchem , L'annone militaire..., pág. 125). 3,5 Cf. supra II 2, 9 y II 13, 2.

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do es víctima de la injusticia, y que el vencedor es quien la comete. Pero si alguien, con recto juicio y sin 3 ninguna predisposición en favor del caído, reflexiona so­ bre los hechos, e investiga su causa profunda, puede descubrir que es tan razonable como necesario que quien se encuentra en situación de peligro se defienda y no quiera verse sometido; pues a la desgracia del caído tam­ bién le acompaña el reproche de cobardía, mientras que el vencedor se lleva, además de la salvación, la fama de valentía. Por lo demás, vosotros podéis llegar a 4 averiguar mediante tortura cuántas veces conspiró con­ tra mí con venenos y todo tipo de engaños. Por esto, ciertamente, he ordenado que sus servidores estuvieran aquí, para que vosotros encontréis la verdad. Algunos de ellos han sido interrogados y podéis escuchar su con­ fesión. Pero el último episodio ocurrió cuando yo esta­ ba con mi madre y él me atacó con algunos hombres armados con espadas, preparadas para aquella acción. 5 Yo, sin embargo, con gran previsión y astucia, me ente­ ré de lo que se tramaba, y me defendí como contra un enemigo, puesto que él no mostraba ninguno de los sen­ timientos propios de un hermano. Y defenderse de los conspiradores no sólo es una acción justa, sino que cuen­ ta además con el respaldo de la costumbre. Ahí tene­ mos el ejemplo del mismo fundador de esta ciudad, Rómulo, que no soportó a su hermano sólo porque hizo burla de su obra. Paso por alto a Germánico 316, her- 6 mano de Tiberio, a B ritánico3'7, hermano de Nerón, y 316 Puesto que todos los ejemplos son casos de hermanos debe re­ ferirse a Druso, llamado también Germánico, que fue hermano de Ti­ berio y padre de Claudio y de Germánico. Se decía que había sido envenenado (cf. S ueto nio , Claudio 1, 4) y que Tiberio lo odiaba (cf. S uetonio , Tiberio, 50, 1). Una muerte semejante tuvo también su hijo, el famoso Germánico, sobrino e hijo adoptivo de Tiberio (cf. id. 52). Debe recordarse que es un pasaje corrupto que fue enmendado por Sylburg. 317 Nerón y Británico eran hermanos de adopción y es cierto que

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a Tito, de Domiciano 3I8. El mismo Marco, que hacía gala de su filosofía y de su moderación, no soportó la insolencia de Lucio, su yerno, sino que mediante una intriga lo eliminó J'9. Yo, ciertamente, me he vengado de mi enemigo por los venenos que se me preparaban y la espada que pendía sobre mí. Y fueron sus acciones las que le dieron el nombre de enemigo. Es, por tanto, vuestro primer deber dar gracias a los dioses porque al menos os han dejado a uno de vuestros emperadores; debéis luego poner término a la división de sentimien­ tos y opiniones, y vivir sin preocupaciones, atentos a vuestro único emperador. Júpiter otorga el poder impe­ rial a un solo hombre, del mismo modo que él es el único señor de los dioses». Pronunció estas palabras a voz en grito, terriblemente encolerizado, mirando tor­ vamente a los amigos de Geta hasta el extremo de de­ jarlos temblorosos y pálidos. Luego regresó a palacio. Inmediatamente toda la corte y amigos de Geta fue­ ron asesinados 32°, y también el personal de la parte del palacio que él ocupaba; todos los que estaban a su ser­ vicio fueron eliminados. No hubo ninguna consideración por la edad, ni siquiera por los niños. Después de ser arrastrados y de sufrir todo tipo de vejájnenes, los ca­ dáveres fueron apilados sobre carros y sacados fuera de la ciudad, donde fueron quemados a montones o tira­ dos de cualquier manera. Nadie que se hubiera rela­ cionado, siquiera un poco, con Geta, sobrevivió. Atletas y aurigas e intérpretes de todos los géneros, todos los Nerón hizo envenenar a Británico (cf. Su eto nio , Claudio 33, 2 y T ácito , Anales, 13, 17). 318 Cf. S uetonio , Tito 9, 3 y Dom iciano 2, 3. 319 Lucio Vero y Marco Aurelio eran también hermanos por adop­ ción (cf. cuadro genealógico 1). Existía este rumor sobre la muerte de L. Vero (cf. Historia Augusta, Marco 15, 5-6 y Vero 11, 2). Sin duda no era más que un rumor. 320 Cf. Intr., pág. 56.

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que habían deleitado la vista o el oído de Geta, fueron destruidos. Los senadores que sobresalían por su linaje o por su fortuna fueron ejecutados como amigos de Geta por causas insignificantes o incluso inexistentes, víctimas de cualquier delación. Mató a la hermana de 3 Cómodo321, que era ya una anciana, y que había sido honrada por todos los emperadores como hija de Mar­ co. Alegó que había llorado con Julia, su propia madre, por la muerte de Geta. También dio muerte a la que había sido su mujer, la hija de Plauciano 322, que vivía en Sicilia; a un amigo suyo que llevaba el mismo nom­ bre que Severo, al hijo de Pértinax 323 y al de Lucila 324, hermana de Cómodo, y a cualquiera que fuera de estir­ pe imperial o senador descendiente de familia patricia; a todos los exterminó. Luego envió por los gobernado- 4 res 325 y procuradores de las provincias y los eliminó a todos alegando que eran amigos de Geta. Cada noche traía la noticia de asesinatos de hombres de toda condi­ ción. Enterró vivas a sacerdotisas de Vesta con la acu­ sación de que no habían observado su voto de castidad. Pero el colmo fue un hecho del que no había preceden­ tes. Mientras estaba contemplando una carrera de ca­ rros, el público abucheó a un auriga por el cual él se interesaba. Interpretando que era él el afrentado, orde­ nó a las tropas que arremetieran contra la muchedum­ bre y que detuvieran y ejecutaran a quienes hubieran insultado al auriga. Viéndose con licencia para matar y 5 robar, no pudiendo, por otra parte, descubrir a los res­ ponsables de los abucheos (pues era imposible encon321 Cornificia (cf. supra notas 7 y 11). Tras la muerte de Cornifi­ cia la única hija de Marco que quedaba con vida era Vibia Sabina. 322 Cf. supra notas 276 y 283. 323 Publio Helvio Pértinax, cónsul suffectus en el 212. 324 Ti. Claudio Aurelio Pompeyano, cónsul en el 209. 325 El gobernador de Bética, Sexto Cecilio Emiliano, fue ejecuta­ do (cf. Dión, Excerpta Valesiana, LXXVII 20, 4). 8 0 .-1 5

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tralos en medio de tanta gente sin que nadie confesara), los soldados detenían de forma indiscriminada a quie­ nes caían en sus manos y les daban muerte, o, tras qui­ tarles todo lo que tenían en concepto de rescate, a lo último les perdonaban la vida. A causa de acciones como ésta, la conciencia de sus crímenes lo atormentaba. Detestando además la vi­ da de la ciudad, decidió marcharse de Roma con el pro­ pósito, presumiblemente, de ocuparse de la administra2 ción militar y de inspeccionar las provincias 326. Así, pues, tras salir de Italia y llegar a orillas del Danubio, se puso a dirigir la parte norte del imperio. Se ocupó de ejercicios físicos, carreras de carros y combates frente a frente con todo tipo de animales salvajes, y de unos pocos juicios en los que, sin embargo, se mostró certe­ ro en sus conclusiones y rápido en dictar la sentencia 3 consiguiente. Se ganó a todos los germanos de allende la frontera, y los indujo a la amistad de tal forma que pudo obtener de ellos tropas auxiliares y formar su pro­ pia guardia personal con hombres seleccionados por su fuerza y apariencia. Con frecuencia, quitándose el man­ to romano, se vestía con prendas germánicas y aparecía con el sobretodo con bordados plateados que ellos usan normalmente 327; además se ponía en la cabeza una pe4 luca rubia peinada al estilo germánico. Los bárbaros se complacían con estos detalles y lo adoraban. Tam­

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326 Después del asesinato de Geta, en el 212, se sitúa la famosa Constitutio Antoniniana de Caracalla por la que se extendía la ciuda­ danía romana a todos los habitantes del imperio. Herodiano no men­ ciona aquí este edicto. Es una de sus omisiones (cf. Intr., págs. 48-49). Por otra parte Caracalla realiza dos expediciones a Germania (una en el 203 y otra en el 204) que en este pasaje (IV 7) aparecen unificadas. Los problemas y la impopularidad a causa del asesinato de Geta lo llevaron probablemente a buscar apoyo en las provincias y a marchar de Roma. 327 El caracallus. De ahí el sobrenombre del emperador.

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bién los soldados romanos estaban contentos con él, sobre todo por los donativos que les repartía generosa­ mente, pero también porque todo lo hacía como un sol­ dado raso; si era preciso excavar un foso, era el prime­ ro en coger la pala, y lo mismo si había que pontear un río o terraplenar una zanja. Cualquier trabajo manual 5 que supusiera esfuerzo físico él era el primero en em­ prenderlo. Su mesa estaba puesta con sencillez y en oca­ siones usaba una simple vajilla de madera para beber y comer. Se llevaba a la boca un pan poco elaborado, pues molía con sus propias manos el grano que necesi­ taba para el consumo, y lo comía después de trabajar él mismo la masa y de cocerlo sobre el carbón de leña. Prescindía de cualquier lujo y sólo hacía uso de lo menos 6 costoso, que estuviera al alcance del más pobre de sus soldados. Proclamaba su deseo de que le llamaran ca­ marada en lugar de emperador. Con frecuencia marcha­ ba a pie con ellos, montando pocas veces en carro o caballo, y transportaba su propio equipo. En alguna i ocasión incluso se cargaba sobre sus hombros alguno de los estandartes, que, al ser muy largos y estar ador­ nados con medallones de oro, apenas podían llevarlos los soldados más fuertes. Así, gracias a acciones como ésta y otras similares, sus hombres lo querían por sus virtudes militares y lo admiraban por su fuerza. Y sin duda era un hecho admirable el que un hombre de tan baja estatura fuera capaz de tan esforzadas empresas. Después de concluir su misión en el ejército del 8 Danubio y descender hacia Tracia, territorio vecino de Macedonia, de repente se convirtió en un nuevo Alejan­ dro. Por todos los medios restauró su memoria, y orde­ nó que en todas las ciudades se pusieran sus imágenes y estatuas; incluso llenó el Capitolio y otros templos de Roma con aquellas estatuas y pinturas que destacaban su parecido con Alejandro. En algunos sitios pudimos 2

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ver 328 imágenes ridiculas, en las que se representaba un solo cuerpo con dos medias caras en el contorno de una sola cabeza; una era de Alejandro y otra de Antoni­ no. Y él mismo se presentaba vestido al modo macedonio, con la causía 329 en su cabeza y las crépidas 330 co­ mo calzado. Formó unas tropas de élite con jóvenes escogidos y las llamó «falange macedónica»; y ordenó que sus jefes tomaran los nombres de los generales de 3 Alejandro. También envió a buscar jóvenes de Esparta, y les dio el nombre de «cohorte laconia de Pitaña» 33‘. A continuación, después de atender también a diver­ sos asuntos de las ciudades en la medida de lo posible, marchó apresuradamente hacia Pérgamo en Asia, deseo­ so de probar los remedios de Esculapio. Una vez allí, experimentó a su entera satisfacción el tratamiento de 4 la incubación 332, y luego se fue a Ilion. Allí recorrió 328 Cf. Intr., pág. 68. 329 Cf. supra nota 22. 330 El término crépidas (krepides) se aplicó a diversos modelos de calzado. Originariamente eran una especie de sandalias reforzadas y fueron el calzado de campesinos y soldados. Pero también fue calzado de lujo y elegante, muy usado por las mujeres. En Roma se considera­ ba, además, una moda extranjera. En Macedonia, para ceñirnos a la referencia del texto, las usaban los hombres y eran un calzado militar, muy adecuado para la marcha. 331 Pitaña era uno de los antiguos poblados (kómai) de Esparta. Respecto a la llamada «compañía de Pitaña» debemos recordar que Tucídides (I 20) negaba su existencia. Heródoto, sin embargo, se refie­ re a ella en su descripción de la batalla de Platea (IX 53). 332 El paciente-peregrino que acudía a un santuario de Esculapio era sometido primero a dietas, baños y purificaciones; pasaba después al tratamiento de la incubatio: pasaba una o varias noches durmiendo en el santuario y el dios de la medicina se le aparecía en sueños para indicarle el remedio más adecuado. Una vez realizada la incubatio, el sacerdote, si era necesario, explicaba o interpretaba el sueño. Caraca­ lla, según lo que nos ha dicho Herodiano en IV 7, era un hombre muy fuerte. Parece, sin embargo, que padecía una debilidad sexual (D ió n X i f i l ., LXXVIII 16, 1), razón por la cual habría acudido al santuario de Pérgamo.

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todas las ruinas de la ciudad y visitó la tumba de Aquiles 333, que cubrió con coronas y flores. Y otra vez se transformó, esta vez en Aquiles. Entonces, buscando a alguien para el papel de Patroclo, así fue cómo lo en­ contró. Entre sus libertos tenía un favorito llamado Festo, que estaba al frente de la secretaría imperial. Este hombre murió durante la estancia de Antonino en Ilion; hubo quien dijo que fue envenenado para poder ser hon­ rado con unos funerales como Patroclo, pero según otras opiniones, falleció a causa de una enfermedad 33\ Lo 5 cierto es que Antonino ordenó la conducción del cadá­ ver y la construcción de una pira con abundante leña. Después de colocar el cuerpo en el centro de la pira, degolló todo tipo de animales a su alrededor y encendió la leña; tomó luego una copa para las libaciones y diri­ gió una súplica a los vientos. Y cayó en el ridículo al buscar un mechón de su cabello para depositarlo en el fuego, puesto que era muy calvo 335. Pero todavía pudo cortarse el poco pelo que tenía. Los más altos elogios que dedicaba a un general eran para el romano Sila y para el libio Aníbal, a quienes dedicó estatuas y pintu­ ras. Después de partir de Ilion recorrió toda Asia, Biti- 6 nia y las restantes provincias, ocupándose en cada sitio de lo que era preciso, y llegó a Antióquía, donde fue recibido suntuosamente; pasó allí un cierto tiempo has­ ta que se puso en camino hacia Alejandría con el pre­ texto de que deseaba ver la ciudad fundada en honor de Alejandro y honrar al dios 336 que aquel pueblo ve333 Apolonio de Tiana, por quien se interesaba tanto Julia Domna, también había visitado la tumba de Aquiles. Cf. F ilóstrato , Vida de Apolonio de Tiana IV 11-60, trad., introd. y notas de A. Bernabé, Madrid, Bibl. Clás. Gredos 18, 1979, págs. 233-241. 334 Intr., págs. 68-69. 335 Cf. H omero , litada XXIII 138 ss. 336 Sérapis.

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ñera especialmente 33?. Alegaba, pues, dos importantes motivos, el culto al dios y la memoria del héroe. Orde­ nó, por tanto, que se prepararan solemnes sacrificios de reses y ofrendas de todo tipo en honor del héroe. Tan pronto como estas noticias llegaron a las gentes de Alejandría, pueblo de natural irreflexivo y fácilmen­ te influenciable, se quedaron gratamente sorprendidos al enterarse del extraordinario afecto del emperador. 8 Le prepararon, en consecuencia, un recibimiento como jamás —decían— se había tributado a un emperador. Por todo había instrumentos musicales de todas clases que ejecutaban un variado concierto. Fragancias de to­ do tipo de perfumes e inciensos invadían las entradas de la ciudad. Honraron el paso del emperador con an9 torchas y lluvias de flores. Tan pronto como entró en la ciudad con todo el ejército, se dirigió al templo, don­ de realizó muchos sacrificios y cubrió los altares de in­ cienso. Desde allí marchó a la tumba de Alejandro; se quitó su manto de púrpura, sils anillos de piedras pre­ ciosas, su cinturón y todo lo que llevaba de valor, y lo depositó sobre el sepulcro del héroe.

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Al ver esto, el pueblo se alegró sobremanera y pasó toda la noche celebrándolo sin conocer el oculto -desig­ nio del emperador. Todas aquellas manifestaciones eran, en efecto, una hipocresía de Antonino, pues su verdade­ ra intención era acabar con un buen número de ellos. La causa de esta oculta animadversión era la siguiente 338. Cuando aún vivía en Roma, tanto en vida de su hermano como después de su asesinato, había recibido informes en el sentido de que los alejandrinos se burla­ ban de él con frecuencia. Los alejandrinos, en efecto, 337 Cf. Intr., págs. 63-64. 338 Sobre todo este pasaje relativo a la matanza de Alejandría cf. Intr., págs. 21-22.

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sienten una cierta propensión natural a la chanza y a mordaces comentarios caricaturescos o chistes, y diri­ gen contra los poderosos frecuentes pullas, que a ellos les parecen graciosas, pero que resultan molestas a los afectados, a quienes irrita sobre todo lo que pone en evidencia la verdad de sus faltas. Imaginaron por tanto 3 numerosas burlas sobre el emperador, que hacían refe­ rencia al asesinato de su hermano y a su vieja madre, a la que llamaban Yocasta 339, y le ridiculizaban tam­ bién porque, siendo un hombre pequeño, quería imitar a Alejandro y Aquiles, que eran héroes muy fuertes y de gran estatura. Aunque los alejandrinos no les daban mayor importancia, todas aquellas bromas forzaron a Antonino, cuyo temperamento era colérico y sanguina­ rio, a tramar contra ellos un plan de perdición. Así, pues, habiéndose reunido con ellos para tomar 4 parte en su fiesta, cuando vio que toda la ciudad estaba rebosante de una ingente muchedumbre que había acu­ dido de todos los puntos de la comarca, ordenó por me­ dio de un edicto que todos los jóvenes se reunieran en un terreno abierto, con el pretexto de que quería for­ mar una falange en honor de Alejandro que llevara el nombre del héroe, del mismo modo que había formado las falanges macedónica y espartana. Ordenó luego que 5 los jóvenes se colocaran en filas separadamente para poder acercarse a cada uno y examinar su edad, talla y condiciones físicas necesarias para el ejército. Todos los jóvenes confiaron en estas promesas de Antonino, creyendo en su verosimilitud debido a que el empera­ dor había honrado previamente a la ciudad. Acudieron con sus padres y hermanos, que compartían su alegría y sus esperanzas. Antonino pasó entre las filas acercán- 6 339 Insulto doble porque se refería, por una parte, a la rivalidad de los hijos de Yocasta, Polinices y Eteocles ( = Caracalla, Geta), y por otra el incesto de Yocasta, ya que existían rumores acerca de las relaciones incestuosas entre Caracalla y su madre.

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dose a cada joven y dirigiéndole unas palabras de áni­ mo en particular. Entretanto todo el ejército los rodeó sin que cayeran en la cuenta ni lo sospecharan. Cuando Antonino supuso que ellos ya estaban cercados por las armas, como atrapados en una red, una vez que él ya había pasado por todas las filas, se retiró discretamen­ te con la guardia personal que le acompañaba. A una señal los soldados se lanzaron de todos lados sobre la juventud a la que habían rodeado y sobre todos los que se encontraban allí por cualquier causa. Los aniquila­ ron en una atroz carnicería, ya que eran soldados arma­ dos que habían encerrado completamente a gente sin 7 armas *°. Mientras unos soldados ejecutaban la matan­ za, otros, fuera del cerco, excavaban enormes fosas; arrastraban luego a los caídos y los arrojaban a ellas hasta dejarlas llenas de cuerpos. Por último las cubrie­ ron de tierra y levantaron rápidamente un ingente tú­ mulo común. Muchos hombres aún con vida fueron arrastrados, y hombres todavía ilesos fueron empuja­ dos con los demás. Incluso no pocos soldados perdieron 8 su vida, pues todos los que todavía con vida y en plenas facultades eran empujados se abrazaban a ellos y los precipitaban consigo. Tan grande fue la matanza que la desembocadura del N ilo —que ocupa una enorme extensión— y la costa cercana a la ciudad quedaron com­ pletamente teñidas de rojo a causa de las corrientes de sangre que fluían a través de la llanura. Después de es­ tas acciones contra Alejandría341, partió de allí para di­ rigirse a Antioquía. 10

No mucho después le acometió el deseo de recibir el título de «Pártico» y de comunicar a los romanos que había vencido a los bárbaros de oriente. Aunque reina340 Cf. supra nota 105. 341 La matanza de Alejandría debió ocurrir en septiembre del 215.

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ba una completa paz, maquinó el plan siguiente. Escri­ bió al rey de los partos, cuyo nombre era Artabano M1, y le envió una embajada con presentes de diversos ma­ teriales valiosos y artísticamente trabajados. En la carta le decía que deseaba casarse con su hija; que lo adecua­ do para él, que era emperador e hijo de emperador, no era convertirse en yerno de cualquier persona de hu­ milde cuna, sino casarse con una princesa hija de un gran rey. Le decía también que el imperio de los roma­ nos y el de los partos eran los más poderosos; que si se unían por el matrimonio, sin estar ya separados por un río, constituirían un único imperio invencible, pues los restantes pueblos bárbaros, [que todavía no estuvie­ ran sometidos al poder de estos dos imperios,] serían presa fácil para ellos, tanto por pueblos separadamente como por confederaciones 341■ Añadía que los romanos tenían una infantería invencible en el combate cuerpo a cuerpo con lanzas, mientras que los partos contaban con una numerosa caballería de probada puntería con el arco. Si estas fuerzas se unían, con la colaboración de todos en el éxito de la guerra, lograrían fácilmente someter todo el mundo bajo una sola corona. Por otra parte las plantas aromáticas que crecían en tierra de los partos o sus maravillosas telas y los metales que fabricaban los romanos o sus preciados productos ma-

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M2 Vologeses IV (cf. supra nota 268) murió en el 207-208. Le su­ cedió Vologeses V, contra quien se rebeló su hermano Artabano V. Los dos hermanos rivalizaron por el poder y Caracalla se aprovechó de la situación. En 213-214 debió mantener una alianza con Artabano que controlaba Media y Adiabene, siendo así vecino de los romanos. Pero en el 215 Vologeses buscó la alianza de Caracalla y éste cambió de política respecto a Artabano. El rechazo de la proposición matrimo­ nial debió ser el pretexto (cf. D ió n -X ifil. LXXVIII 1, 1) para iniciar las hostilidades. Tal vez hubo un ataque por sorpresa a los partos, lo que explicaría la historia del capítulo siguiente. 343 En griego systtmata. Sobre el término systema cf. Intr., pági­ na 27.

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nufacturados ya no serían pasados de contrabando por los comerciantes con dificultad y penuria, sino que, al ser uno el territorio y uno el poder, también se unifica­ ría el consumo y se suprimirían las trabas. Al recibir la carta de Antonino, la primera contesta­ ción del rey parto fue en el sentido de que no le conve­ nía a un romano el matrimonio con un bárbaro. ¿Qué armonía podría existir entre ellos —le decía— al no en­ tender uno la lengua del otro y tener costumbres dife­ rentes en la alimentación y el vestido? En Roma había muchos patricios y Antonino podría elegir a una de sus hijas. En su reino él contaba con los Arsácidas. Ningu­ na de las dos partes debía adulterar la pureza de su raza. Estas excusas fueron, pues, la primera reacción de Artabano. Pero al seguir insistiendo Antonino y dando pruebas de su entusiasmo por aquel matrimonio y de su buena fe mediante continuos regalos y juramentos, el rey bárbaro se convenció; prometió entregar a su hi­ ja y empezó a llamar a Antonino futuro yerno. Al divul­ garse la noticia, los bárbaros lo dispusieron todo para recibir al emperador de los romanos, animados por la esperanza de una paz duradera. Antonino cruzó los ríos 344 sin ningún obstáculo y entró en el territorio de los bárbaros como si ya fuera suyo. Por todas partes le dedicaban sacrificios y los altares estaban cubiertos con coronas y ofrendas de todo tipo de perfumes e in­ ciensos. Antonino fingía alegrarse con estos homenajes de los bárbaros. Siguió avanzando y, cuando ya había recorrido la mayor parte del camino y estaba cerca del palacio de Artabano 345, éste, sin aguardar, le salió al encuentro en la llanura situada delante de la ciudad y lo saludó como novio de su hija y yerno suyo. Todo el 344 El Tigris y el Eufrates, naturalmente. 345 El palacio real de Arbela.

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pueblo bárbaro celebró el acontecimiento. Iban corona­ dos con flores del lugar, vestidos con dorado y vario­ pinto ropaje, y saltaban rítmicamente al son de flautas y siringas y al compás de los timbales. En sus fiestas les gusta bailar de forma semejante cuando están ahi­ tos de vino. Una vez reunidos, todo el mundo desmontó de sus 4 caballos y, abandonando sus aljabas y flechas, dedica­ ron su atención a las libaciones y las copas. Una enor­ me muchedumbre de bárbaros se había reunido, y se habían colocado sin ningún orden según iban llegando. No esperaban nada extraordinario y todos se afanaban por ver al novio. Entonces Antonino, mediante una se- 5 ñal convenida, ordenó a su ejército que atacaran y die­ ran muerte a los bárbaros. Aterrados éstos por el súbi­ to ataque, acosados y heridos, emprendieron la fuga. El mismo Artabano fue sacado por su guardia personal y puesto sobre un caballo, y a duras penas consiguió escapar en compañía de unos pocos. Pero el resto de 6 los bárbaros encontraron la muerte al no disponer de los caballos, tan necesarios para ellos. Al descabalgar los habían dejado sueltos para que fueran a pacer. Tam­ poco podían correr en su huida porque el largo ropaje les trababa los tobillos. Habían abandonado además sus aljabas y sus flechas. ¿Para qué las necesitaban en una boda? Después de llevar a cabo una gran matanza de 7 bárbaros y de conseguir botín y un importante número de prisioneros, Antonino se retiró sin que nadie le hicie­ ra frente, incendiando aldeas y ciudades y dando per­ miso a sus soldados para que cada uno saqueara lo que pudiera y se quedara con lo que quisiera. Con esta inesperada tragedia se encontraron los bár- 8 baros. Antonino todavía siguió asolando el territorio de los partos hasta que sus soldados se cansaron de estar en el mismo sitio saqueando y matando. Entonces, re­

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gresó a Mesopotamia 346. Desde allí envió un mensaje al senado y al pueblo romano anunciándoles que todo el Oriente había sido sometido y que en el reino situado al este de Mesopotamia todo el mundo reconocía su auto­ ridad. Aunque el senado no desconocía lo ocurrido (pues es imposible que las acciones de un emperador pasen inadvertidas), sin embargo por miedo y adulación le otor­ garon con su voto todos los honores del triunfo. Des­ pués de esto Antonino se detuvo en Mesopotamia donde consagró su tiempo a las carreras de carros y a la caza de todo tipo de animales salvajes. Tenía Antonino dos prefectos del pretorio; uno era ya un hombre de cierta edad, inexperto en otros asun­ tos tanto privados como públicos, pero conocido por su experiencia militar; Advento 347 era su nombre. El otro prefecto se llamaba M acrino34>; no le faltaba experien­ cia en el foro y era un excelente conocedor de las leyes. A menudo Antonino se burlaba en público de Macrino acusándolo de inexperiencia militar y de cobardía; lle­ gaba hasta el extremo de la difamación rastrera. Cuan­ do se dio cuenta de sus gustos distinguidos, de que sen­ tía repugnancia por la vulgaridad y la mala calidad de las comidas y bebidas con las que él, Antonino, como buen soldado se complacía, y de que llevaba un manto y otras prendas muy elegantes, empezó a acusarle de cobardía y afeminamiento y no cesaba de amenazarlo 346 Volvió a cruzar el Tigris. 347 M. Oclatinio Advento, hombre de origen humilde, nombrado después senador por Macrino y cónsul en el 218. 348 Marco Opelio Macrino, originario de Cesarea en Mauritania. Comenzó su carrera como advocatus fisci bajo la protección de Plau­ ciano. Como miembro de la ciase ecuestre su llegada al poder imperial se encontró con oposiciones en el senado (cf. Intr., págs. 15-16). Fue el primer emperador ecuestre. Sobre los pasajes que siguen y el reina­ do de Macrino cf. Intr., págs. 38-40.

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con la muerte. Macrino no podía sufrir estas humilla­ ciones y estaba muy disgustado. Pero entonces ocurrió lo que voy a contar; pues ya 3 era inevitable que la vida de Antonino llegara a su fin. Su curiosidad era muy grande; quería saber todo lo hu­ mano e investigar, además, sobre los dioses y los espíri­ tus M9. Tenía la continua sospecha de que todo el mun­ do conspiraba contra él, por lo que consultaba a todos los oráculos y llamaba a sabios, astrólogos y arúspices de todas las regiones: nadie que practicara la magia le pasaba inadvertido. Pero sospechando que ellos para 4 adularlo no le revelaban la verdad, escribió a un cierto Matemiano 35°, a quien había confiado entonces todos los asuntos de Roma y al que consideraba su más fiel amigo y su único confidente. Le ordenó que consultara a los mejores adivinos y que evocara a los muertos para informarse sobre el fin de su vida y de si alguien estaba 5 conspirando contra el imperio. Poco le costó a Materniano cumplir las órdenes del emperador, y, o porque los espíritus así se lo revelaban, o, simplemente, por­ que quería comprometer a Macrino, escribió a Antoni­ no que Macrino conspiraba contra el imperio y que era preciso desembarazarse de él. Selló el mensaje y, con 6 el resto de las cartas, lo entregó de la forma acostum­ brada a los correos, sin ninguna indicación sobre lo que llevaban. Después de realizar el viaje a su velocidad ha­ bitual, aquellos se presentaron ante Antonino y, en un momento en que estaba subiendo al carro con su equi­ po de auriga, le entregaron el fajo de cartas, entre las que estaba el mensaje que acusaba a Macrino. Pero 7 Antonino, que ya estaba metido en cuerpo y alma en la carrera de carros, ordenó a Macrino que se retirara a leer las cartas en privado y que, si había algo urgente, 349 Es conocida la preocupación de la corte de los Severos por la magia, la astrología y el misticismo. 550 Flavio Matemiano.

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se lo presentara, pero si no, que él mismo como prefec­ to despachara los asuntos de trámite. Tenía la costum­ bre de mandarle esto con frecuencia. Después de dar este encargo al prefecto, Antonino siguió con lo que te­ nía entre manos. Cuando estuvo solo, Macrino abrió to­ das las cartas y, al llegar a la que le traía la muerte, se dio cuenta del manifiesto peligro que pendía sobre su cabeza. Conocía el temperamento colérico de Antoni­ no y su crueldad ante cartas como aquella; tendría por fin un buen motivo para matarlo. Hizo desaparecer, pues, la carta y respecto a las restantes le comunicó que eran de trámite. Pero temiendo que Matemiano enviara de nuevo el mensaje, prefirió actuar a esperar pasivamente. Tomó, pues, la iniciativa siguiente. En la guardia personal de Antonino había un centurión llamado M arcial351, que habitualmente iba en la escolta del emperador. Pocos días antes Antonino había condenado a muerte a un her­ mano suyo con acusaciones no probadas; y había inju­ riado al mismo Marcial, llamándolo cobarde, mal naci2 do y amigo de Macrino. Al darse cuenta Macrino de que Marcial estaba terriblemente dolido por la ejecu­ ción de su hermano y de que no podía soportar las inju­ rias que el emperador le dirigía, lo envió a buscar. Te­ nía confianza en él, antiguo cliente suyo que le debía muchos favores, y entonces lo persuadió a acechar el momento oportuno para conspirar contra Antonino. Mar­ cial, que además estaba lleno de odio y deseoso de ven­ gar a su hermano, fue persuadido por las promesas de Macrino y le aseguró que lo haría todo gustosamente cuando encontrara el momento oportuno. 3 No mucho después de esta decisión ocurrió que An­ tonino, que estaba pasando una temporada en Carras

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351 Julio Marcial.

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en Mesopotamia, quiso salir del campamento para diri­ girse al templo de Selene 352, a quien los naturales del país veneran especialmente. El templo está a una consi­ derable distancia de la ciudad, de suerte que se hace necesaria una auténtica marcha. Para no fatigar a todo el ejército, marchó con una reducida fuerza de caballe­ ría, con la intención de regresar inmediatamente des­ pués de ofrecer un sacrificio a la diosa. A medio camino, por la urgencia de un dolor de vientre, ordenó que todo el mundo se alejara y él se fue a un sitio apartado con un solo sirviente para desembarazarse de su molestia. Así, pues, todos dieron media vuelta y se retiraron por respeto y decoro. Pero cuando Marcial, que estaba al acecho de cualquier ocasión, vio que Antonino quedaba solo, simulando que el emperador le había hecho señas para que fuera a informarle de algo o a recibir órdenes, acudió corriendo. Se acercó a él por la espalda mien­ tras se estaba bajando los pantalones y lo hirió con el puñal que llevaba escondido en sus manos. La herida, que penetró por la clavícula, resultó mortal y Antonino murió inesperadamente, sin la protección de su guar­ dia 353. Después que el emperador hubo caído, Marcial saltó sobre un caballo y emprendió la fuga. Pero los jinetes germanos, que eran los favoritos de Antonino y constituían su guardia personal, no se habían alejado tanto como el resto y fueron los primeros en ver lo ocu­ rrido. En seguida salieron en persecución de Marcial y lo derribaron con sus azagayas. Cuando el resto del ejército se dio cuenta de lo ocurrido, todos se agolpa­ ron en el lugar del suceso. Macrino se acercó antes que nadie al cadáver y prorrumpió en fingidas lágrimas y suspiros. Todo el ejército se sintió muy contrariado por 352 El templo de Sin, dios masculino de la luna, confundido aquí con Selene. 353 El 8 de abril del 217 (cf. D ió n -X ifil., LXXVIII 5, 4).

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lo ocurrido, pues consideraban que, más que a un em­ perador, habían perdido a un camarada y compañero de fatigas. No tuvieron ni la más leve sospecha sobre la maquinación de Macrino, pensando que Marcial se 8 había vengado por razones de enemistad personal. Lue­ go se retiraron, cada uno a su tienda. Macrino incineró el cadáver y, después de colocar las cenizas en un urna, la envió a la madre de Antonino, que se encontraba en Antioquía, para que le diera sepultura. Habiendo perdi­ do a sus dos hijos en parecidas circunstancias, ella se suicidó 354; no sabemos si lo hizo voluntariamente o for­ zada por una orden. Este fue el fin de Antonino y de su madre Julia, tras una vida como la que anteriormen­ te se ha descrito. Todo el período en el que gobernó solo, sin su padre ni su hermano, no llegó a seis años 355. 14

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Después de la muerte de Antonino, el estupor y la indecisión se adueñaron del ejército. Permanecieron dos días sin emperador mientras reflexionaban sobre la elec­ ción que debían hacer. Para colmo llegó la noticia de que Artabano estaba avanzando con fuerzas muy nume­ rosas para exigir justicia y vengar a quienes habían si­ do asesinados cuando estaba vigente un tratado de paz. Así, pues, el primero en quien pensaron para empera­ dor fue Advento, puesto que era un experto militar y un buen prefecto; pero él rehusó alegando vejez, y en­ 354 Sobre el suicidio de Julia Domna cf. D ión-Xifil., LXXVIII 23, 1. 355 En el espacio de seis años. Computando desde el 212 a 217 con la inclusión de estos años, el reinado de Caracalla a partir de la muerte de Geta tiene lugar dentro de un período de seis años tal como dice este pasaje sin pretender una mayor precisión. En realidad desde el 27 de febrero del 212, fecha de la muerte de Geta, hasta el 8 de abril del 217 se cumplen algo más de cinco años. Por otra parte en febrero del 212 Caracalla, en compañía de Geta, ya llevaba un año de gobierno desde la muerte de su padre ocurrida en febrero del 211. Si se computa desde esta fecha Caracalla gobernó realmente seis años.

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tonces eligieron a Macrino 356, por la influencia que ejercieron algunos tribunos, sospechosos de participar en la conspiración contra Antonino y de ser cómplices de Macrino. Posteriormente, en efecto, después de la muerte de Macrino, fueron castigados, como más ade­ lante explicaremos 357. Macrino consiguió el imperio no 3 tanto por el afecto y confianza de los soldados como por la necesidad y exigencias del momento 358. Entre­ tanto Artabano se estaba acercando con su inmenso y poderoso ejército en el que había mucha caballería, un gran número de arqueros y unos jinetes que, montados sobre camellos y con la protección de una armadura, combatían con sus largas lanzas, manteniendo las dis­ tancias. Cuando le anunciaron que Artabano estaba 4 llegando, Macrino convocó a los soldados y les dijo lo siguiente: «N o es de extrañar que todos vosotros estéis afligidos por la pérdida de un emperador que ha sido, a decir verdad, un auténtico compañero de armas. Pero sobrellevar las desgracias y resistir con ánimo sereno las adversidades es empresa de hombres prudentes. El 5 recuerdo de Antonino, sin duda, permanecerá en nues­ tros corazones y pasará a las futuras generaciones. Su fama será eterna por las importantes y nobles acciones que realizó, por su afecto y simpatía hacia vosotros y por su participación en vuestros esfuerzos. Pero ahora, después de honrar debidamente la memoria del muerto y de cumplir vuestras obligaciones con él, es tiempo de ocuparse de asuntos que urgen. Sabéis que los bárba- 6 ros nos atacan con todas las fuerzas de oriente y que piensan que la causa de su enemistad es justa puesto 356 El dies im perii de Macrino fue el 11 de abril. Después de la muerte de Caracalla (8 de abril) los soldados permanecieron dos días sin emperador y al tercer día eligieron a Macrino. 357 Esta explicación no aparece, lo que parece probar que le fal­ taba revisión a la obra. 358 Cf. Intr., pág. 39.

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que la provocación fue nuestra al violar el tratado y suscitar la guerra cuando la paz era completa. Ahora todo el imperio romano depende de nuestro valor y leal­ tad. No es una disputa por límites territoriales, ni por ríos; es una guerra en la que nos lo jugamos todo con­ tra un gran rey que luchará para vengar a sus hijos y parientes, porque piensa que su muerte fue una injusti7 cia y una violación de los tratados. Tomemos, pues, las armas y organicemos nuestras líneas con el orden que nos caracteriza a los romanos. En los combates, el de­ sorden y la falta de profesionalidad de la turbamulta bárbara serán probablemente su peor enemigo. Por el contrario, el orden y la disciplina de nuestro ejército y la experiencia en el combate serán nuestra salvación y la ruina del enemigo. Combatid, por tanto, con la mo­ ral de victoria por la que los romanos siempre se han 8 distinguido. De esta forma rechazaréis a los bárbaros, alcanzaréis una fama gloriosa y demostraréis a los ro­ manos y a todo el mundo, confirmando con ello vuestra anterior victoria, que no cometisteis la injusticia de vio­ lar un tratado con una dolosa estratagema, sino que ven­ cisteis por la superioridad de vuestras armas». Tras este discurso de Macrino, los soldados, perca­ tándose de la urgencia de la situación, formaron en or­ den de batalla con sus armas. 15

Cuando salía el sol, apareció Artabano con la ingente multitud de su ejército 359. Después de saludar al sol, 359 Esta batalla tuvo lugar en Nisibis en el 217, año cuya crono­ logía presenta algunos problemas. Según el relato de Herodiano la ba­ talla no fue mucho después del 11 de abril, puesto que la rápida pro­ clamación de Macrino se explica por la proximidad del rey parto Arta­ bano. Si es cierto que los partos ya se habían puesto en marcha, tal como dice Herodiano, el encuentro debió tener lugar en abril-mayo o en el verano del 217 tal como piensa C assola (Erodiano, pág. 236). Inmediatamente después de la batalla Macrino debió retirarse a Antioquía y Artabano al otro lado del Tigris; del campo de batalla se pasa­

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como era su costumbre, los bárbaros, gritando con enor­ me alboroto, arremetieron contra los romanos con las flechas de su caballería ligera. Pero los romanos habían organizado sus líneas segura y ordenadamente; en los flancos estaban situadas la caballería y las tropas mau­ ritanas y el centro estaba ocupado por fuerzas armadas a la ligera, preparadas para cualquier escaramuza. De esta forma iniciaron el combate, haciendo frente a la acometida de los bárbaros. Éstos les causaban gran daño alcanzándolos desde sus caballos y camellos con una lluvia de flechas y con las largas lanzas de su caba­ llería pesada. Los romanos se imponían fácilmente en el combate cuerpo a cuerpo, pero cuando la numerosa caballería ligera y las tropas a camello los ponían en un aprieto, fingían retirarse y les tendían abrojos y al­ gunas otras artimañas de hierro con agudas puntas, que, al quedar cubiertos de arena y no ser vistos por los sol­ dados montados en caballos y camellos, resultaban fa­ tales para ellos. Al pisarlos los caballos y, sobre todo, los camellos, que tienen las plantas blandas, se queda­ ban cojos y doblaban las rodillas derribando a sus jine­ tes. Mientras montan sus caballos o camellos, los bár­ baros de aquellas regiones orientales combaten con valor, pero si desmontan o son derribados, son vend­ ría a las negociaciones para conseguir la paz. Una inscripción (Dessau, Inscrip. Lat. Selec. 1738) se refiere a un oficial imperial que murió probablemente en Samos en mayo-junio del 217 de vuelta de una expe­ dición, lo que sugiere que hubo un regreso de tropas a mediados del 217. Sin embargo, Dión (LXXVIII 26, 2-3) dice que hubo negociaciones antes de la batalla, y la v icto ria ) Part(hica) no aparece en las monedas hasta el 218, lo que induce a pensar que la batalla fue algo más tarde, tal vez en otoño (cf. M illa r , A Study of Cassius Dio, Oxford, 1964, pági­ na 165), y que las conversaciones para la paz se prolongaron en el invierno 217-218 para llegar a una conclusión a principios del 218. También se ha pensado en la posibilidad de que hubiera dos batallas (cf. P e trik o v its , K lio 31 (1938), 103-4). La Historia Augusta (Macrinus 2, 2 y 8, 2-3) parece apoyar la versión de Herodiano.

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dos fácilmente porque no resisten el combate cuerpo a cuerpo. Y para huir o perseguir, si llega el caso, se encuentran con el estorbo de su vestimenta que cuelga sin sujeción, trabando sus piernas. 4 Durante dos días combatieron desde el alba hasta el ocaso. La llegada de la noche ponía fin al combate y ambos ejércitos se retiraban a su propio campamento con la idea de que habían vencido. Al tercer día se en­ contraron en la misma llanura para iniciar el combate; los bárbaros, al ser muy superiores en número, intenta­ ron sorprender a los romanos rodeándolos; pero los ro­ manos abandonaron la disposición en profundidad de sus líneas, ampliando continuamente el frente para im5 pedir el cerco. Fue tal la matanza de hombres y animales que toda la llanura quedó cubierta, y se apilaron ingen­ tes montones de cadáveres, sobre todo de camellos, que caían uno sobre otro. Esto fue un obstáculo para los combatientes, que ya no se veían unos a otros porque los cadáveres estaban amontonados en medio en un in­ menso túmulo a modo de muralla. Así, al no poder pro­ seguir sus ataques, los dos ejércitos se retiraron a sus repectivos campamentos. 6 Macrino se dio cuenta de que la única razón por la que Artabano porfiaba en la lucha con tanto ardor era su creencia de que estaba luchando contra Antonino, porque siempre había sido costumbre de los bárbaros desanimarse y abandonar con facilidad si no conseguían 7 algún éxito en los primeros encuentros. Pero entonces persistían, con la idea de reemprender el combate des­ pués de levantar e incinerar a sus muertos, porque no suponían que el causante de su enemistad hubiera muer­ to. Macrino envió, pues, una embajada a los partos con una carta 360 en la que les decía que el emperador que había faltado al tratado y a sus juramentos había muer­ 360 Cf. Intr., pág. 69.

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to y que había pagado por su acción. Los romanos, a quienes pertenecía el poder, le habían confiado el impe­ rio. No le parecía bien lo ocurrido; devolvería los pri­ sioneros que quedaban con vida y pagaría el valor de lo que había sido saqueado. Deseaba cambiar su ene­ mistad por amistad y consolidar la paz con juramentos y tratados. Después de leer esta carta y de ser informa­ do por los embajadores sobre la muerte de Antonino, Artabano consideró que el violador de los pactos había recibido suficiente castigo. Su ejército estaba agotado, y él se contentaba con recuperar los prisioneros y el dinero sin derramamiento de sangre. Concluyó, pues, la paz con Macrino y volvió a su tierra. Macrino dio por terminada la estancia del ejército en Mesopotamia y marchó apresuradamente hacia Antióquía Ml. 361 El regreso de Macrino a Antióquía debió producirse con ante­ rioridad a la conclusión definitiva de la paz (cf. supra nota 359).

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En el libro precedente han sido descritos el imperio y la muerte de Antonino. También se hizo referencia a la conspiración por la sucesión. Una vez que estuvo en Antioquía, Macrino envió una carta al senado y al pueblo romanos en los términos siguientesm: «En vuestro conocimiento está mi plan de vida desde siem­ pre y la inclinación de mi carácter hacia la bondad. Es­ táis enterados de la paciencia de mi anterior actuación gubernativa, no muy distante del ejercicio del poder im­ perial en tanto que el mismo emperador confía en los prefectos del pretorio. Considero, por tanto, que sobran las palabras. Vosotros sabéis, sin duda, que yo no esta­ ba de acuerdo con lo que Antonino hacía, y que me ex­ puse por vosotros en las frecuentes ocasiones en que, dando crédito a las calumnias que llegaban a sus oídos, os trataba con dureza. También a mí me difamó y des­ acreditó muchas veces en público mi moderación y humanidad respecto a los súbditos; y se burló tachán­ dome de negligencia y debilidad de carácter. Se com­ placía con las lisonjas, y conseguían la calificación de amigos leales quienes lo incitaban a la crueldad cedien362 Herodiano nos habla de una sola carta de Macrino al senado, mientras que Dión (LXXVIII 16-17 y 27) se refiere a dos. Herodiano confundió probablemente dos cartas, una enviada tras la ascensión al poder y otra después de acordar la paz con Artabano. Cf. Intr., pág. 69.

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do a su temperamento y provocando su carácter coléri­ co con calumnias. Por el contrario, yo fui desde un prin­ cipio amigo de la paciencia y de la moderación. Y ahora tenéis una prueba. Hemos puesto fin a la guerra contra los partos, una guerra muy grave por la que todo el imperio romano estaba agitado. Lo hemos logrado, por una parte, combatiendo valerosamente sin sufrir la más mínima derrota, y, por otra, pactando con un gran rey, que nos atacaba con un numeroso ejército, y haciendo un leal amigo de un enemigo difícil de someter. Mien­ tras yo tenga el poder, todo el mundo vivirá sin temor y no habrá derramamientos de sangre; más que un go­ bierno personal será el de una aristocracia M3. Y que nadie me desdeñe, ni consideréis un error de la fortuna el hecho de que yo, un miembro del orden ecuestre, ha­ ya alcanzado esta dignidad. Pues, ¿de qué sirve una no­ ble cuna, si no la acompaña una naturaleza íntegra y humanitaria? Los dones de la fortuna alcanzan incluso a quienes no los merecen, pero la virtud del corazón humano otorga a cada persona una fama propia. La no­ bleza y la riqueza y otros bienes semejantes son objeto de envidia pero no de elogio, porque se han recibido de otra persona, mientras que la moderación y la hon­ radez, a la vez que son objeto de admiración, son moti­ vo de elogio para el hombre de recta conducta 364. ¿En qué os benefició, pongamos por caso, la noble cuna de Cómodo o el hecho de que Antonino sucediera a su pa­ dre? Hombres como éstos toman posesión del imperio como si se tratara de una herencia debida, y la derro­ chan de forma insultante como si fuera una propiedad privada que hubieran heredado de su familia. Por el con­ trario, quienes lo reciben de vosotros están siempre en deuda de un favor e intentan corresponder a los benefi­ cios recibidos. Además la nobleza de cuna de los empe­ 363 Cf. Intr., págs. 15-16. 364 La virtus frente a la nobilitas. Cf. supra nota 155.

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radores patricios degenera en orgullo por desprecio a sus súbditos, a quienes consideran muy inferiores; pero quienes han llegado al imperio desde una condición mo­ desta lo tratan con cuidado como algo adquirido con esfuerzo, y siguen respetando y honrando, como era su costumbre, a quienes antes eran más poderosos. Mi intención es no hacer nada sin vuestro consentimiento y contar con vosotros como colaboradores y consejeros en la administración del estado. Vosotros viviréis en una situación de seguridad y libertad 365) de la que fuisteis privados por emperadores patricios, pero que intenta­ ron restablecer primero Marco y después Pértinax, llegados ambos al imperio desde una cuna corriente. Me­ jor es, sin duda, ser para la descendencia el ilustre fun­ dador de una familia que recibir en herencia la gloria de los antepasados y deshonrarla con una conducta in­ digna». Después de leer esta carta, el senado lo proclamó emperador y le concedió todos lo honores de Augusto. Pero no fue tan general la alegría por la sucesión de Macrino como extraordinario el júbilo con el que el pue­ blo entero celebró la muerte de Antonino. Todo el mun­ do, y en especial quienes tenían alguna dignidad o car­ go, pensaron que se habían sacudido una espada que pendía sobre sus cabezas. Los delatores y los esclavos que habían denunciado a sus señores fueron crucifica­ dos. La ciudad de Roma y casi todo el imperio romano fueron limpiados de criminales; unos fueron castigados, otros desterrados, y los que consiguieron escapar tuvie­ ron buen cuidado en no llamar la atención. Durante aquel único añ o366 en que Macrino fue emperador, la 365 Cf. Intr., pág. 52. 366 Macrino fue emperador desde abril del 217 hasta junio del 218. Cf. Intr., págs. 38 y 45-46.

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vida discurrió en un ambiente de seguridad y con apa­ riencia de libertad. Pero Macrino se equivocó al no 3 disolver rápidamente a su ejército, enviando a los hom­ bres a sus casas, y al no marchar él mismo hacia Roma, donde se le echaba de menos y el pueblo pedía su regre­ so a voz en grito todos los días. Perdió el tiempo en Antioquía cuidando su barba, andando más pausadamen­ te de lo necesario y contestando a los que acudían a hablarle con tanta parsimonia y lentitud que frecuente­ mente no era posible enterarse de lo que decía a causa de su baja voz. Con estas poses trataba de imitar, se- 4 guramente, los hábitos de Marco, pero en los restantes aspectos de su vida no lo imitaba, sino que se abando­ naba continuamente a una vida de molicie 367, dedican­ do su tiempo a espectáculos de mimos y a intérpretes de todo tipo de artes y de danza rítmica, descuidando entretanto la administración del Estado. Iba ataviado con broches y con un cinturón cubierto de oro y piedras preciosas, lujo que no era del agrado de los soldados romanos, sino que parecía más a propósito para bárba­ ros y mujeres. Los soldados no aceptaban en absoluto 5 aquel espectáculo y desaprobaban su forma de vida con­ siderando que era demasiado licenciosa para un solda­ do; y cuando la comparaban con el recuerdo que con­ servaban del modo de vivir, propio de un disciplinado militar, de Antonino, se les hacía más patente el lujo de Macrino. Estaban molestos, además, por tener que 6 vivir en tiendas y en tierra extranjera, careciendo inclu­ so de víveres en algunas ocasiones y sin poder regresar a sus propias tierras a pesar de la aparente situación de paz. Al darse cuenta, pues, de que Macrino vivía en­ 347 En griego tó habrodíaiton, término que se encuentra varias ve­ ces en H erodiano (cf. II 7, 1, III 8, 5). La palabra aparece una vez en TucIdides (I 6, 3) y reaparece en Herodiano y en algunos autores de su época como Frínico, Ateneo y Diógenes de Enoanda (cf. nuestra tesis (inédita) Léxico y estilo de Tucídides, Univ. Barcelona, 1968).

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tre lujos y placeres, empezaron a rebelarse y a criticar­ lo en sus conversaciones, deseosos de encontrar cual­ quier pretexto para librarse de lo que les disgustaba. Pero estaba determinado por el destino que Macri­ no, después de gozar de las delicias del imperio tan só­ lo durante un año, perdiera a la vez vida y poder. La fortuna ofreció a los soldados un pequeño e insignifi­ cante pretexto para la ejecución de sus deseos. Había una mujer llamada M esa368, una fenicia de Emesa. Tal es el nombre de una ciudad de fenicia. Era hermana de Julia, la esposa de Severo y madre de Antonino. En vida de su hermana, vivió en la corte imperial todo el tiempo, durante el largo período en el que Severo y An­ tonino fueron emperadores. Después de la muerte de su hermana y del asesinato de Antonino, Macrino orde­ nó que Mesa regresara a su patria y se quedara a vivir entre los suyos, conservando todos sus bienes. Era due­ ña de una inmensa fortuna puesto que había estado li­ gada durante largo tiempo al poder imperial. La anciana regresó y vivió en su casa. Tenía dos hijas; la mayor se llamaba Soemis 369 y la otra Mamea 37°. Cada una te­ nía un hijo; el de la mayor se llamaba Basiano371 y el 368 Julia Mesa, que se había casado con Julio Avito, cónsul suffectus en época de Severo y procónsul de Asia. Fue proclamada Augus­ ta y mater castrorum en el 218. 369 Julia Soemis (Soemias) Basiana, casada con Sexto Vario Mar­ celo, un ecuestre sirio muy influyente durante la época de Septimio Severo. 370 Julia Avita Mamea, casada con Gesio Marciano, otro ecues­ tre sirio también procurador durante el reinado de Severo, como Sex­ to Vario Marcelo. 371 Vario Avito Basiano era hijo de Soemis y de Sexto Vario Mar­ celo. Dión Casio (LXXVIII 30, 2) lo llama Avito. Cambió su nombre por el de Marco Aurelio Antonino cuando subió al trono. Nació hacia marzo del 204. Respecto al sobrenombre Elagábalo o Heliogábalo cf., infra nota 373.

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de la menor Alexiano 372. Ambos habían sido educados por sus madres y su abuela. Basiano tenía unos catorce años y Alexiano andaba en los diez. Los dos muchachos 4 eran sacerdotes del dios del Sol, a quien veneran los habitantes de aquella región con el nombre fenicio de Elagábalo 37\ Este pueblo le ha construido un grandio­ so templo, sin escatimar el oro y la plata y con derro­ che de piedras. No sólo le rinden culto los habitantes del lugar, sino que todos los sátrapas vecinos y los re­ yes bárbaros cada año envían costosas ofrendas al dios con afán de distinguirse. No se ve ninguna estatua que 5 represente al dios hecha por la mano del hombre, como las de griegos y romanos. Hay, sin embargo, una enor­ me piedra, redonda por la base y terminada en punta por arriba, cónica y de color negro 374. Aseguran con orgullo que ha caído del cielo y muestran unos peque­ ños salientes e incisiones en su superficie; pretenden que es la imagen del Sol, en la que la mano del hombre no ha intervenido, y así es como la miran. Basiano era 6 sacerdote de este dios, pues, por ser el mayor de los dos, se le había encomendado el culto. Solía salir en público vestido al modo bárbaro con túnicas talares oro y púrpura de manga larga. Sus piernas también esta­ ban completamente cubiertas, desde las puntas de los pies hasta la cintura, con prendas igualmente bordadas 372 Al nacer debió llevar el gentilicio Gesio. Dión Casio (LXXIX 30, 3 y LXXX 18, 3) lo llama Basiano y nuestro historiador le da aquí el nombre de Alexiano, que era también un nombre de la familia. Cuando fue emperador se llamó Marco Aurelio Severo Alejandro. Nació el 1 de octubre del 208. 373 Elagábalo ( ’ Ihgbl) era un dios que se veneraba en Emesa. El ídolo que describe Herodiano es un meteorito comparable al de I 11, 1 (cf. supra nota 88). Debido a la naturaleza solar de este dios su nom­ bre se relacionó con el griego h ílios y fue llamado también Heliogába­ lo. El nombre del dios, con el que se identificaba Marco Aurelio Anto­ nino, fue adoptado como sobrenombre por el emperador. 374 Cf. Intr., págs. 23-24 y 68.

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en oro y púrpura. El colorido de una corona de pie7 dras preciosas lucía en su cabeza. Al combinarse en su persona belleza física, juventud y gracia en el vestir, era posible la comparación entre el muchacho y las her­ mosas estatuas de Dioniso. 8 Mientras Basiano desempeñaba sus funciones de sa­ cerdote y danzaba junto a los altares según el modo de los bárbaros al son de flautas, siringas y otros instru­ mentos, todos tenían sus ojos puestos en él y, en espe­ cial, los soldados, porque sabían que pertenecía a la fa­ milia imperial. Su hermosura juvenil atraía además las 9 miradas de todo el mundo. En aquel tiempo una im­ portante guarnición estaba acampada junto a Emesa en defensa de Fenicia 375; posteriormente fue trasladada como explicaremos más adelante 37‘ . Los soldados fre­ cuentaban la ciudad y, al ir al templo para el culto, les complacía mirar al jovencito. Algunos de ellos eran clien10 tes y protegidos de Mesa, quien, al ver que admiraban al muchacho, les explicaba —fuera verdad o mentira— que era hijo natural de Antonino, aunque pasara por ser hijo de otro 577. Les decía que Antonino se había acostado con sus hijas cuando eran jóvenes en la flor de la edad, en el tiempo en que ella vivió con su herma­ na en el palacio imperial. Los soldados fueron contando a sus compañeros lo que Mesa les había revelado, y el rumor se esparció de tal modo que se enteró todo el 11 ejército. Se decía que Mesa poseía una cuantiosa fortu­ na y que estaba dispuesta a entregarlo todo a los solda­ dos si recuperaban el imperio para su familia. Los soldados convinieron en que, si Mesa y los suyos se pre­ sentaban en ei campamento secretamente de noche, les abrirían las puertas, acogerían a toda la familia dentro 375 Esta legión era la Legio I I I Gallica. 376 Otra explicación que después olvida, prueba de una escasa revisión. 377 Cf. supra nota 371.

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y proclamarían emperador al hijo de Antonino. La anciana estuvo de acuerdo porque prefería arrostrar cualquier peligro antes que tener que vivir como un par­ ticular y pasar por desterrada. De noche, pues, secreta­ mente salió de la ciudad con sus hijas y nietos 378. Con la escolta de los soldados que eran los protegidos de Mesa, llegaron a las puertas del campamento donde fue­ ron recibidos sin el menor problema. Inmediatamente toda la guarnición aclamó al muchacho con el nombre de Antonino 379 y, revistiéndole el manto de púrpura, lo acogieron en el interior del campamento. Introdujeron luego todas sus provisiones y a sus hijos y esposas, que estaban en las aldeas y campos vecinos; cerraron las puertas y se prepararon para resistir un asedio si llega­ ra el caso.

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Cuando estos hechos fueron anunciados a Macrino, 4 que seguía en Antióquía, y se extendió por los restantes campamentos el rumor de que un hijo de Antonino ha­ bía sido encontrado y de que la hermana de Julia esta­ ba repartiendo dinero, la excitación se adueñó de las tropas al creer que todos aquellos rumores, además de posibles, eran ciertos. Diversas razones los incitaban con 2 fuerza a la rebelión: el odio que sentían por Macrino, la emoción que les producía el recuerdo de Antonino y, por encima de todo, el atractivo del dinero. Todo esto hacía que muchos desertaran y se pasaran al joven An­ tonino 38°. Pero Macrino menospreció el caso conside­ rándolo un juego de niños y siguió viviendo en medio de su habitual despreocupación. No se movió, pues, de 378 La noche del 15 al 16 de mayo del 218. El 16 fue la procla­ mación. 379 A partir de aquí Herodiano designa a Heliogábalo con el nom­ bre de Antonino. 380 El «joven Antonino» o el «nuevo Antonino» por oposición a Caracalla.

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su casa y envió a uno de los prefectos al frente de unas fuerzas con las que pensaba que destruiría fácilmente a los rebeldes. Cuando Juliano 381 (éste era el nombre del prefecto) llegó al campamento y se lanzó al asalto de los muros, los soldados del interior subiendo a las torres y almenas pusieron al muchacho a la vista del ejército que estaba fuera sitiándolos y lo aclamaron co­ mo hijo de Antonino; también les mostraron sus bolsas repletas de dinero como señuelo para la deserción. Convencidos de que era hijo de Antonino y de su ex­ traordinario parecido (pues esto era lo que querían ver), los soldados de Macrino cortaron la cabeza de Juliano y la enviaron a Macrino, mientras que todos ellos, fran­ queadas las puertas, fueron acogidos en el campamen­ to. Con estos refuerzos el ejército de Emesa no sólo era capaz de defenderse de un asedio sino que también po­ día salir a combatir cuerpo a cuerpo en una batalla cam­ pal. Y todos los días la llegada de desertores, aunque fuera en pequeños grupos, acrecentaba sus fuerzas 382. Al enterarse de esto, Macrino reunió todo su ejército y marchó con la intención de sitiar a los que se habían pasado al muchacho. Pero Antonino sacó sus tropas del campamento porque sus soldados no querían esperar el asedio; se habían animado a salir con toda confianza al encuentro de Macrino para enfrentarse con él en cam­ po abierto. Los dos ejércitos se encontraron en los límites de Fenicia y Siria 383. Las tropas de Antonino lu­ charon valerosamente por temor a sufrir el castigo por lo que habían hecho, si eran derrotadas. Las fuerzas de Macrino, por el contrario, se empleaban con menos en381 Ulpio Juliano. 382 La cronología de estos acontecimientos ha sido estudiada por P e trik o v its , K lio 31 (1938), 105-7. Cf. también W h itta k e r, ob. cit., II, pág. 27. 383 Entre Emesa y Antioquía, más cerca de esta última, el 8 de junio del 218.

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tusiasmo; había incluso quienes huían y se pasaban a Antonino. Cuando se dio cuenta de esto, Macrino tuvo 7 miedo de caer prisionero y ser terriblemente ultrajado, si sus tropas lo abandonaban del todo. Por eso, mien­ tras la batalla todavía se disputaba, al atardecer, se des­ pojó de su manto y de cualquier insignia imperial que llevara y huyó secretamente con unos pocos centurio­ nes de su entera confianza. Antes se había afeitado la barba, para no ser reconocido, y marchó con ropa co­ rriente de viaje y con la cara siempre cubierta. Viajó 8 de noche y de día, adelantándose a las noticias de su propia desgracia. Los centuriones conducían los carros a todo correr, como si Macrino fuera todavía empera­ dor y les hubiera enviado a una misión urgente. Así, pues, como acabamos de exponer, Macrino em­ prendió la huida. Entretanto los dos ejércitos conti­ nuaban luchando; en el bando de Macrino su guardia personal y soldados de palacio —los llamados preto­ rianos— resistían valientemente a todo el restante ejér­ cito por ser soldados escogidos y de gran corpulencia; por el otro lado todo el resto del ejército luchaba a fa­ vor de Antonino. Pero, después de un buen rato de no 9 ver ni a Macrino ni los estandartes imperiales, sus sol­ dados empezaron a preguntarse sobre su paradero; no sabían si estaba entre el gran número de caídos o si había salido huyendo; tampoco sabían cómo solucionar su problema, pues no querían luchar por alguien que no estaba presente, pero entregarse como prisioneros de guerra los avergonzaba. Cuando se enteró por los 10 desertores de la huida de Macrino, Antonino envió he­ raldos a los pretorianos para informarles de que esta­ ban luchando por un cobarde fugitivo. Les prometió solemnemente que una amnistía los libraría de todo cas­ tigo y los invitó a servirle como guardia imperial. Con­ vencidos por este ofrecimiento, se unieron a él. Luego Antonino envió a unos hombres en persecución de Ma-

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crino, que ya se había distanciado mucho. Lo prendie­ ron al fin en Calcedón de B itin ia3M, muy enfermo, debido al agotamiento del continuo viaje. Allí lo encon­ traron sus perseguidores escondido en las afueras de la ciudad y le cortaron la cabeza 385. Se dijo que mar­ chaba apresuradamente hacia Roma, confiando en el afecto del pueblo hacia su persona, pero que, cuando pasaba a Europa por el estrecho de Propóntide y ya es­ taba llegando a Bizancio, se encontró con un viento contrario. El viento lo restituyó a sus verdugos. Por muy poco Macrino no consiguió escapar de sus perseguido­ res. Encontró un desgraciado fin al querer volver a Ro­ ma emprendiendo demasiado tarde un viaje que debía haber realizado en un principio. A la vez lo abandona­ ron el acierto y la fortuna. Así acabó Macrino sus días. Con él encontró la muer­ te su hijo Diadumeniano38í, a quien Macrino había nombrado César. Después que todo el ejército se hubo pasado a An­ tonino y lo hubo proclamado emperador, él se hizo car­ go del imperio. Su abuela y los consejeros que la asis­ tían le resolvieron los asuntos urgentes de oriente, pues él era joven y sin experiencia de gobierno ni formación suficiente. Pero no demoró mucho tiempo su salida, de­ bido sobre todo a la impaciencia de Mesa por llegar al palacio imperial de Roma, al que estaba acostumbrada. Cuando el senado y el pueblo romano fueron informa­ dos de lo sucedido, todos escucharon las noticias a dis­ gusto, pero se sometieron por fuerza a la decisión del 384 Cf. Intr., pág. 27. 385 Por lo menos un mes después de la derrota del 8 de junio (cf. D ión, LXXVIII 39-40). 386 Marco Opelio Antonino Diadumeniano. Proclamado César en el 217. El nombre de Antonino también lo adoptó entonces. Todos que­ rían llamarse Antonino como Marco Aurelio.

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ejército. Condenaban la despreocupación de Macrino y su falta de carácter y decían que no había otro culpable sino él mismo 387. Después de salir de Siria, Antonino llegó a Nicome- 3 dia, donde se dispuso a pasar el invierno ya que así lo exigía la estación. Y al punto cayó en éxtasis y empezó a ejecutar las desenfrenadas danzas rituales del dios de Emesa, a cuyo culto había sido consagrado. Se vestía con los más costosos modelos tejidos en púrpura y oro y se adornaba con collares y brazaletes; en su cabeza llevaba una corona en forma de tiara cubierta de oro y piedras preciosas. Su atuendo estaba entre las ves- 4 tiduras de los sacerdotes fenicios y la lujosa indumen­ taria de los medos. Detestaba los vestidos romanos y griegos porque, decía, estaban hechos de lana, una po­ bre materia prima. Sólo le gustaban los tejidos de se­ da 38í. Aparecía en público al son de flautas y tambo­ res, sin duda en honor de su dios. Al verlo de esta manera. Mesa se enfadaba mucho 5 y suplicante intentaba convencerlo de que, al aproxi­ marse su llegada a Roma y su entrada en el senado, se cambiara aquellas ropas por un vestido romano. Te­ mía que aquel atuendo, extraño y bárbaro en todos sus detalles, disgustara en seguida a quienes lo vieran, por no estar acostumbrados y pensar que aquellos atavíos no eran propios de hombres sino de mujeres. Pero An- 6 tonino menospreció los consejos de la anciana y nadie pudo convencerlo. No admitía a nadie sino a los que tenían sus mismas costumbres y a los aduladores de sus faltas. Pero queriendo que el senado y el pueblo ro­ mano se familiarizaran con su indumentaria, y que se 387 Cf. Intr., pág. 16. 388 Lit. «los tejidos de los Seres», nombre dado al pueblo chino, productor de seda. Seres deriva del chino «sir», seda. Cf. latín seres y sericum. SO. -

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pusiera a prueba su reacción antes de llegar él en per­ sona, hizo pintar un enorme retrato en el que estaba representado tal como aparecía en público en el ejerci­ cio de sus funciones sacerdotales; hizo representar tam­ bién en el mismo retrato la imagen del dios de Emesa en el momento en que él le estaba ofreciendo un sacrifi7 ció favorable. Envió el retrato a Roma con la orden de que fuera colgado en el corazón del senado, en un lugar muy alto por encima de la cabeza de la estatua de la Victoria, en el sitio donde cada senador, a su llegada, quema incienso y ofrece una libación de vino. Ordenó a todos los magistrados romanos y a todos los que eje­ cutaban sacrificios públicos que dieran la precedencia al nombre del nuevo dios Elagábalo, delante de los de­ más dioses a quienes invocaban los oficiantes de los sa­ crificios. Así, cuando Antonino llegó a Roma m, vesti­ do como se ha descrito, los romanos acostumbrados al 8 retrato, no se asombraron. Entregó al pueblo las gra­ tificaciones habituales en las sucesiones imperiales 390 y les ofreció espectáculos de todas clases con afán de distinguirse y sin reparar en gastos; construyó a su dios un templo grandioso y bellísimo 391, alrededor del cual levantó muchos altares. Todos los días salía al amane­ cer y sacrificaba una hecatombre de reses e innumera­ bles ovejas que colocaba sobre los altares con monto­ nes de diversas plantas aromáticas 392, vaciando además delante de los altares muchas ánforas de los vinos más finos y añejos, de suerte que vino y sangre corrían jun389 En julio del 219. 390 La liberalitas II, del año 219. La cantidad de este congiarium fue de 150 denarios (cf. D. van B erchem , Les distributions..., pág. 161). 391 En el Palatino, cerca del palacio imperial. Cf. Historia Augus­ ta, Antoninus Heliogabalus, 3, 4. 392 En monedas e inscripciones alusivas a estos sacrificios no apa­ rece con el título romano de pontifex maximus, sino con el de sacerdos dei solis Elagabaíi. Cf. Intr., pág. 59.

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tos. Antonino bailaba en torno a los altares al son de 9 todo tipo de instrumentos y con él danzaban mujeres fenicias, rodeando los altares con címbalos y tambores en sus manos. Todo el senado y el orden ecuestre esta­ ban a su alrededor como si estuvieran sentados en el teatro. Las entrañas de las víctimas del sacrificio y los aromas no los llevaban en vasijas de oro sobre su cabe­ za sirvientes cualesquiera ni hombres corrientes, sino 10 los prefectos del pretorio y altos cargos, vistiendo túni­ cas talares de largas mangas al estilo fenicio con una banda purpúrea en el centro. Llevaban calzado hecho de lino como el usado por los sacerdotes de los orácu­ los fenicios. Se consideraba que alcanzaban un gran ho­ nor aquellos a quienes permitía participar en los sacri­ ficios. Aunque parecía no hacer otra cosa que danzar y 6 celebrar sacrificios, también ordenó la muerte de mu­ chos ilustres y ricos varones por acusaciones de que estaban descontentos y se burlaban de su modo de vi­ vir. Se casó con una mujer de la más alta aristocracia romana 393, a la que nombró Augusta, pero al poco tiempo la repudió, ordenándole que volviera a la vida privada y despojándola de sus honores. Después de aque- 2 lia, para que no hubiera duda sobre su virilidad, fingió enamorarse de una virgen consagrada a la diosa roma­ na Vesta, destinada por las leyes sagradas a permane­ cer pura y a ser virgen hasta el fin de su vida. La sacó del servicio de Vesta y de la casa de las vírgenes del templo y la hizo su esposa3M. Escribió una carta al se­ nado en la que disculpaba su crimen e impiedad dicien­ do que había sido víctima de una pasión humana; que 393 Su primera mujer fue Julia Cornelia Paula. m Julia Aquilia Severa. Volvió a ella después de su tercer matri­ monio con Ania Faustina.

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había sido vencido por el amor de una doncella y que el matrimonio de un sacerdote y una sacerdotisa era justo y santo 395. Pero también repudió a ésta no mu­ cho tiempo después y realizó un nuevo matrimonio con una tercera, cuyo linaje remontaba a Cómodo m. 3 No sólo jugó con los matrimonios humanos, sino que quiso también buscar esposa al dios al que servía; tras­ ladó a su propio aposento la estatua de Palas 397, que los romanos veneran en lugar protegido de miradas. No había sido movida desde su llegada de Troya, excepto en ocasión de un incendio del templo, pero él la movió y la condujo al palacio imperial para el matrimonio con 4 su dios. Pero luego dijo que el dios sentía desagrado por una diosa siempre en armas y amiga de la guerra, y envió a buscar la estatua de Urania, diosa muy vene­ rada por los cartagineses y los pueblos de Libia 398. Cuentan que Dido la Fenicia la había erigido cuando fundó la antigua ciudad de Cartago, después de cortar 395 En correspondencia a los matrimonios sagrados del dios (cf. infra V 6, 3). 396 Ania Aurelia Faustina. Era hija de Tiberio Claudio Severo Próculo (eos. ord. 200), de la familia de los Claudii Severi, y de Ania Faus­ tina. Tanto el padre como la madre estaban emparentados con Cómo­ do. Ti. Claudio Severo Próculo era hijo de un yerno de Marco Aurelio, Cn. Claudio Severo, casado con Ania Galería Aurelia Faustina (cf. su­ pra nota 11). Ania Faustina era hija de M. Umidio Cuadrato (eos. ord. 167) y nieta de Ania Cornificia Faustina, la hermana de Marco Aurelio (cf. supra nota 64). 397 Cf. supra nota 117. 398 La diosa cartaginesa Tanit, que en la religión cartaginesa ocu­ paba el sitio de la fenicia Astarté (o la siria Atargatis), hija de Sin, el dios de la luna (cf. supra nota 352), diosa del amor y la fecundidad, identificada por los griegos con Afrodita Urania (como hace aquí He­ rodiano) y llamada por los romanos Iuno Caelestis y Dea Syria, diosa relacionada con la Magna Mater, con Afrodita y con Venus (cf. R. A. Oden, Studies in Lucian's De Syria Dea, Harvard Semitic Monographs 15, 1977, y H. J. W. D ru vers, Cults and Beliefs at Edessa, Leiden, 1980, págs. 76-121: «The Cult of Atargatis»).

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la piel de buey 3". Los libios la llaman Urania, pero los fenicios la conocen con el nombre de Astroarque 400 y pretenden que es la diosa de la luna. Antonino mani­ festó que resultaba muy adecuado el matrimonio del sol y de la luna y envió a buscar la estatua con todo el oro que en el templo había. La diosa debía entregar además una gran cantidad de dinero, en concepto de dote, sin duda. Una vez que fue trasladada la estatua, la unió en matrimonio con el dios y decretó que todos los hombres de Roma y de Italia lo celebraran con todo tipo de fiestas y banquetes, en público y en privado, puesto que se trataba de un matrimonio de dioses. Construyó en las afueras de Roma un enorme y mag­ nífico tem plo401 adonde trasladaba al dios cada año a medio verano. Instituyó toda clase de fiestas y constru­ yó circos para las carreras de carros y teatros, pensan­ do que agradaría al pueblo si le ofrecía carreras de carros y todo tipo de espectáculos y fiestas que se pro­ longaran durante toda la noche. Para conducir al dios desde la ciudad hasta las afueras, lo colocaba en un ca­ rro cubierto de oro y de piedras preciosas. Tiraban del carro seis grandes caballos blancos sin mancha, engala­ nados con mucho oro y testeras decoradas. Ningún mor­ tal iba subido al carro, ni nadie llevaba las riendas, que estaban enganchadas en la estatua del dios como si él mismo estuviera conduciendo. Antonino corría delante del carro marchando hacia atrás con la vista dirigida 399 Sobre la fundación de Birsa, la ciudadela de Cartago, cf. V ir ­ g ilio , Eneida I 367-8. El término fenicio Bosra, lugar escarpado, debió relacionarse equivocadamente con el griego byrsa, «piel de buey». De ahí surgió la leyenda según la cual Dido compró todo el terreno que pudo circundar o cubrir con el pellejo de un toro. La piel fue cortada en tiras lo más delgadas posible para abarcar un mayor espacio. 400 Astarté o Atargatis. La palabra griega Astroárkhé significa «la señora de los astros». 401 Sobre este segundo templo se sabe muy poco.

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hacia el dios y sujetaba las riendas de los caballos; re­ corría todo el camino corriendo de espalda sin dejar 8 de mirar hacia la cara del dios. Para evitarle tropiezos y resbalones, al no ver por donde iba, una alfombra de dorada arena fue extendida bajo sus pies, y sus guar­ dias lo sostenían por ambos lados cuidando de su segu­ ridad en una carrera como aquella. Por los dos lados el pueblo corría con él con profusión de antorchas y sembrando el camino de coronas y flores. La caballería y todo el ejército abrían la procesión, delante de la ima­ gen del dios. Allí iban imágenes de todos los dioses con exvotos de gran belleza o valor y todos los estandartes 9 imperiales y los tesoros más preciosos. Después de conducir al dios e instalarlo en su templo, el empera­ dor celebraba los sacrificios de los que hemos hablado. Luego subía sobre unas enormes y altísimas torres que había mandado construir, y desde ellas arrojaba a la muchedumbre, para que todo el mundo pudiera coger­ lo, copas de oro y de plata, vestidos y finas telas de todas clases, animales domésticos de todo tipo, excepto 10 cerdos, de los que se abstenía según la ley fenicia. En las arrebatiñas muchos encontraban la muerte, pisotea­ dos por la multitud o atravesados por las lanzas de los soldados, de suerte que la fiesta de aquel dios causaba la desgracia de mucha gente. A menudo se veía a Anto­ nino conduciendo su carro o bailando; y no trataba de ocultar sus vicios. Aparecía en público con los ojos pin­ tados y con carmín en sus mejillas, afeando su rostro, hermoso de natural, con maquillajes lamentables. 7

Al ver esto Mesa, sospechando que los soldados des­ aprobaban el modo de vida del emperador, tuvo miedo de verse reducida de nuevo a una posición sin relieve si algo le ocurría a Antonino. Por eso persuadió a su nieto, que era por otra parte un joven irreflexivo y ne­ cio, a que adoptara, concediéndole el título de César,

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a su primo, también nieto de ella por la otra hija, Mamea. Le dijo para congraciarse que, puesto que él debía 2 consagrar su tiempo a sus funciones sacerdotales y al culto del dios, entregándose a los ritos orgiásticos y al servicio divino, era preciso que otro cuidara de la admi­ nistración de los asuntos humanos, dejándole libre de las cargas y preocupaciones del imperio; y no tenía ne­ cesidad de buscar a un extraño de otra familia, sino que podía confiar la misión a su p rim o402. Alexiano 3 tomó un nombre nuevo y pasó a llamarse Alejandro 403; cambió el nombre de/su abuelo por el del Macedonio, tan celebrado y honrado40* por el que parecía ser el padre de los dos primos. Las dos hijas de Mesa y la misma anciana pregonaban el adulterio de Antonino hi­ jo de Severo, para que los soldados aceptaran a los mu­ chachos, creyendo que eran hijos de aquél. Alejandro, pues, fue nombrado César y compartió el 4 consulado con Antonino 405. Cuando éste fue al senado para que fuera ratificado el nombramiento, todos los senadores se burlaron del voto que les era impuesto al tener que declarar padre al emperador, que tenía unos dieciséis años, y a Alejandro, que andaba en los doce, hijo *ot. Tan pronto como Alejandro fue nombrado Cé­ sar, Antonino quiso habituarlo a sus mismas aficiones, 402 Fue adoptado, nombrado César y recibió la toga viril proba­ blemente el 26 de junio del 221. Cf. Fink, Hoey y Snyder, The Feríale Duranum, págs. 141-142. La tradición según la cual Alejandro fue nom­ brado César en el 218 (cf. Historia Augusta, Alejandro 1, 2, Aurelio Víctor, Césares 23, 3) es errónea (cf. A. Jardé, Études critiques sur la vie et le régne de Sévére Alexandre, París, 1925, pág. 11, que se apoya en Herodiano y Dión Casio). Sobre este tema cf. 1. Moreno Ferrero, «La adopción de Alejandro Severo y su nombramiento como César», Studia Histórica, H.1 Antigua, vol. I, n.° 1, Univ. Salamanca (1983), 99-103. 403 Cf. supra nota 372. 404 Cf. supra IV 8, 1-2. 405 El consulado conjunto ya fue en el 222: 406 Cf. supra notas 371, 372 y 402.

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a brincar y bailar y a participar en sus funciones sacerdótales con los mismos vestidos y prácticas. Pero Ma­ mea, su madre, lo apartó de aquellas actividades ver­ gonzosas e impropias de un emperador; envió a buscar en secreto maestros de todas las disciplinas, y lo ejerci­ taba en prácticas de moderación al mismo tiempo que lo habituaba a las palestras y a los ejercicios viriles, dándole una educación griega y romana a la v e z 407. An­ tonino estaba muy irritado por ello y se arrepentía de haberlo adoptado y de haberlo hecho partícipe del im6 perio. Ahuyentó del palacio imperial a todos los maes­ tros de Alejandro; hizo matar a algunos de los más ilus­ tres mientras que a otros los desterró. Las acusaciones contra ellos eran sumamente ridiculas, como la de que estaban corrompiendo a su hijo adoptivo al no permi­ tirle bailar o caer en éxtasis y enseñarle, sin embargo, moderación y artes viriles. Derivó hasta tal grado de locura que puso al frente de los más importantes asun­ tos del imperio a todo tipo de gentes de la escena y de los teatros públicos, y nombró prefecto del pretorio a un hombre que había sido danzante y que, cuando era joven, había bailado en público en el teatro en Ro7 m a 40*. Igualmente sacó de la escena a otro para que se hiciera cargo de la educación y buenas costumbres de la juventud y le confió el censo de los miembros del senado y del orden ecuestre. Encomendó los puestos de mayor responsabilidad del imperio a aurigas, comedian­ tes y mimos. A sus esclavos y libertos, en la medida que cada uno destacaba en actividades vergonzosas, les confiaba el gobierno de las provincias consulares.

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407 Cf. Intr., pág. 25. 408 Estos nombramientos fueron una de las causas principales del descrédito de Heliogábalo. Este prefecto del pretorio fue P. Valerio Comazón, perteneciente a una familia de danzantes y actores.

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Cuando todo lo que antes se consideraba respetable 8 hubo caído en aquel estado de desenfrenado delirio W9, todo el mundo, y en especial los soldados, empezaron a mostrar su disgusto e inquietud. Sentían aversión por él al verlo con la cara maquillada, con más exageración que la permitida a una mujer decente, y ataviado afemi­ nadamente con collares de oro y vestidos ligeros, bai­ lando de tal forma que todos se fijaran en él. Así, pues, 2 empezaron a sentir predilección por Alejandro y a ci­ frar sus esperanzas en un muchacho educado con mo­ deración e inteligencia, al que protegían con sumo cuidado viendo que era objeto de las maquinaciones de Antonino. Mamea, su madre, no permitía que Alejandro probara ninguna bebida o manjar enviados por su pri­ mo. Los cocineros y coperos del muchacho no eran los que estaban para el servicio general del palacio impe­ rial, sino los elegidos por su madre, sobre cuya lealtad no había duda. Daba también bajo mano algunas canti- 3 dades de dinero para que se repartieran entre los solda­ dos en secreto a fin de ganarse su afecto por Alejandro incluso por medio del dinero, en el cual los hombres fijan especialmente su atención. Cuando Antonino se enteró de esto, empezó a ace­ char por todos los medios a Alejandro y a su madre. Pero Mesa, la abuela común de ambos, desviaba y des­ barataba todas las insidias. Mesa era una mujer que, además de ser hábil, [había vivido durante muchos años en el palacio imperial como hermana de Julia, la esposa de Severo, con la que vivió todo el tiempo en palacio.] Ninguna de las intrigas de Antonino se le escapaba, 4 puesto que éste tenía además un carácter indiscreto y con sus palabras y acciones descubría sus planes abier­ tamente y sin ningún cuidado. Antonino, puesto que sus planes no prosperaban, decidió relevar al muchacho de

409 Cf. Intr., pág. 59.

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su dignidad de César, y Alejandro dejó de aparecer en público en las salutaciones y en las procesiones. Los soldados reclamaban su presencia y estaban indignados porque suponían que había sido relevado del mando. Entonces Antonino hizo circular la noticia de que Ale­ jandro estaba agonizando, a fin de experimentar cuál sería la reacción de los soldados ante el rumor. Puesto que no veían al muchacho y estaban profundamente afec­ tados por la noticia, los soldados, enfurecidos, decidie­ ron no montar la guardia habitual en tom o a Antonino, y , encerrándose en el campamento, exigieron la presen6 cia de Alejandro en su templo 41°. Antonino, espantado, invitó a Alejandro a sentarse a su lado en la litera impe­ rial, que estaba adornada lujosamente con oro y pie­ dras preciosas, y se dirigió al campamento con Alejan­ dro. Los soldados abrieron las puertas para recibirlos y los llevaron al templo del campamento. Pero, mien­ tras que saludaron efusivamente a Alejandro y lo acla7 marón, trataron con gran indiferencia a Antonino. In­ dignado éste por la desatención, después de pasar toda la noche en el templo del campamento muy dolido y echando pestes contra los soldados, ordenó que los que se habían distinguido por su efusión en aclamar a Ale­ jandro fueran arrestados para ser castigados como cul8 pables, según pretendía, de sedición y tumulto. Esto acabó de indignar a los soldados que ya aborrecían a Antonino por otros motivos y que deseaban desembara­ zarse de un emperador que era una vergüenza. Pensa­ ron entonces que debían socorrer a los que habían sido apresados y, considerando que el momento era oportu­ no y el motivo justo, dieron muerte a Antonino y a su madre Soemis (que estaba allí como Augusta y ma­ dre) 4 1 También mataron a todo su séquito, todos los

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410 El templo de Marte, en el campamento. El culto a Marte su­ ponía una reacción contra los cultos orientales. 411 El 13 de marzo del 222.

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que fueron cogidos dentro y eran considerados ayudan­ tes y cómplices de sus crímenes. Entregaron los cuerpos de Antonino y de Soemis a quienes querían arrastrarlos e injuriarlos. Después de arrastrarlos durante mucho 9 tiempo por toda la ciudad y de mutilarlos, los arroja­ ron a las cloacas que bajan hasta el río Tíber. Así, con su madre, sucumbió Antonino en el sexto 10 año412 de su imperio, después de vivir tal como se ha descrito. Los soldados proclamaron emperador a Ale­ jandro413 y lo condujeron a palacio, aunque era muy joven y estaba completamente bajo la tutela de su ma­ dre y de su abuela. 413 O se trata del error de un copista (s' y e), o es una equivoca­ ción de Herodiano o se explica lo del sexto año por medio de una datación que arranque de la muerte de Caracalla (abril del 217) basán­ dose en la damnatio memoriae de Macrino. Heliogábalo en realidad no llegó a los cuatro años de reinado (mayo 218 - marzo 222) y, siguien­ do el método inclusivo, podemos decir que murió en el quinto año de su imperio; pero si partimos de la muerte de Caracalla, la de Helio­ gábalo habría tenido lugar ciertamente en el sexto año. Cf. Intr., pági­ nas 45-46. 415 Su dies im perii militar es el 13 de marzo del 122 (cf. Fink, H oey, Snyder, The Feríale..., págs. 85 ss.), mientras que la investidura senatorial (a la que se refiere Herodiano) parece que tuvo lugar al dia siguiente, el 14 de marzo (cf. B. Parsi, Désignation et investiture..., pá­ ginas 162 ss.). Cf. Intr., págs. 37-38.

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En el libro precedente se ha descrito el final del joven Antonino. Al acceder Alejandro al poder, la digni­ dad y el título de emperador estaban con él, pero la administración del estado y el gobierno del imperio eran controlados por las dos mujeres que realizaban un se­ rio esfuerzo por volver a un gobierno moderado y res2 petable. Como primera medida eligieron a los dieciséis senadores que inspiraban un mayor respeto por su edad y que vivían con mayor moderación para que fueran ase­ sores y consejeros del em perador4I4. No se decía ni se hacía nada que antes no hubiera sido examinado y apro­ bado por aquellos. Esta forma de principado, en la que se pasaba de una insolente tiranía a un modo de gobier­ no aristocrático415, fue del agrado del pueblo y del ejército, pero sobre todo del senado. 3 En primer lugar las estatuas de los dioses que An­ tonino había cambiado de sitio fueron devueltas a sus templos y santuarios de origen. Fueron privados de sus privilegios quienes habían sido promovidos por el ante­ 414 Esta comisión de dieciséis senadores no equivalía al consilium principis o consejeros privados del emperador, sino que era sólo una parte del mismo formada por estos dieciséis miembros cuya principal característica era que habían sido nombrados directamente por el se­ nado, no por el emperador. Cf. infra VII 1, 3. 415 Cf. Intr., págs. 51 ss.

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rior emperador a puestos de honor y poder sin ninguna razón, o por los crímenes que los habían hecho famo­ sos. Todos recibieron la orden de volver a su anterior posición. Confiaron la administración y todos los asun- 4 tos, tanto civiles como judiciales, a hombres muy ilus­ tres por sus conocimientos y con gran experiencia jurí­ dica 4I6. Al frente de los asuntos militares pusieron a hombres que habían adquirido experiencia y fama por su labor de organización y por sus acciones de guerra. Después de gobernar el imperio de esta forma du­ rante largo tiempo, Mesa, que era ya una anciana, mu­ rió 4I7; recibió honores imperiales y fue deificada, según la costumbre romana. Mamea, al quedar sola con su 5 hijo, se esforzó por dirigirlo y dominarlo de la misma manera. Y al ver que el muchacho ya contaba con todo el vigor de su juventud, tuvo miedo de que sus fuerzas juveniles, si recibían el apoyo de su poder sin límites, lo arrastraran a alguno de los errores de su familia. Por eso hacía vigilar el palacio por todas partes y no permitía que nadie con fama de vida licenciosa se acer­ cara al muchacho, por temor de que sus costumbres se corrompieran si los aduladores encaminaban sus ju­ veniles ansias hacia las pasiones más vergonzosas. Lo 6 impulsó a una continua actividad judicial en la que pa­ saba la mayor parte del día. Mientras estuviera ocupa­ do en asuntos tan importantes, indispensables para un emperador, no le quedaría tiempo para vicios. El carác­ ter de Alejandro era esencialmente afable y pacífico, in­ clinado siempre a la humanidad, como demostró en el transcurso de los años. Es un hecho que hasta el año 7 416 Referencia tácita a hombres como Domicio Ulpiano y Julio Paulo. El reinado de Severo Alejandro fue una época de eminentes juristas. 417 Sobre la fecha de la muerte y de la consecratio de Julia Me­ sa, cf. Fink, H oey, Snyder, The Feríale..., págs. 113-114, donde se de­ muestra que Mesa probablemente murió y fue deificada en el año 225

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decimocuarto 418 de su imperio gobernó sin derrama­ miento de sangre [y no se puede citar a un solo hombre que fuera ejecutado por él]. Aunque algunos fueron cul­ pables de los más graves delitos, sin embargo les perdo­ nó la vida, medida que desde el gobierno de Marco nin­ guno de nuestros emperadores había observado o había puesto en práctica con complacencia. No se podría ci­ tar ni recordar a alguien ejecutado sin juicio durante los muchos años del gobierno de Alejandro. Pero también censuraba a su madre y se disgustaba mucho al observar su codicia y su desmesurado afán por atesorar riquezas. Mamea, en efecto, fingía que es­ taba reuniendo dinero para que Alejandro pudiera dis­ tribuir sin problemas una generosa gratificación a los soldados; pero, en realidad, acrecentaba su propio teso­ ro. Esta circunstancia provocó un cierto descrédito del imperio, porque Mamea confiscaba por la fuerza las pro­ piedades heredadas de algunas personas contra la vo­ luntad de su hijo y a pesar de su indignación. Su madre le buscó también una esposa de familia patricia419, pero, cuando Alejandro ya vivía con ella y la aunaba, la expulsó de palacio con insultos. Quería ser la única emperatriz y estaba celosa de la joven por el título de Augusta. A tal extremo llegaron sus abusos que el padre de la muchacha, aunque contaba con toda la consideración de Alejandro, su yerno, no pudo soportar los ultrajes que Mamea les infería, a él y a su hija, y se refugió en el campamento. Aunque estaba agradeci­ do a Alejandro por los honores recibidos, acusaba a Ma(entre los límites de noviembre-diciembre del 224 y de la primera mi­ tad del 226). 418 Cf. infra nota 422. 4,9 Gnea Seya Hernia Salustia Barbia Orbiana, perteneciente a una importante familia de la aristocracia antonina, hija de Lucio Seyo, Cé­ sar y Socer Augusti (cf. R. O. Fink , American Journal of Philology 60 (1939), 328 ss.); emparentada con los Barbii de Aquileya (cf. K. D ietz, Senatus contra principem..., pág. 162).

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mea por sus injurias. La emperatriz, furiosa, ordenó que el padre fuera ejecutado y a la muchacha, que ya había sido expulsada de palacio, la desterró a Libia. Dio estas órdenes contra la voluntad de Alejandro, que fue obligado a consentir. Su madre lo dominaba sobrema­ nera y él hacía todo lo que le ordenaba. Por este único motivo se le podía censurar, porque, por su excesiva docilidad y por un respeto mayor del que debía, obede­ cía a su madre incluso en asuntos con los que no estaba de acuerdo.

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Así 420 durante trece años 421, Alejandro gobernó el imperio irreprochablemente en lo que de él dependía. Pe-

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420 A partir de este capítulo (VI 2) la atención de Herodiano por los hechos militares aumenta. Cf. Intr., pág. 67. 421 Es éste otro pasaje con numerales problemáticos. Véase la no­ ta siguiente respecto al «decimocuarto», relacionado aparentemente con este «trece», y a las enmiendas que sobre él se proponen. Si supri­ mimos el «decimocuarto» o lo cambiamos por «décimo» según la en­ mienda de Cassola, el «trece» se refiere evidentemente a la duración total del reinado de Alejandro, lo que parece estar en contradición con VI 1, 7, VI 9, 3 y VII 1, 1, donde se computan catorce años de reinado. Podría tratarse, desde luego, de cómputos con diverso siste­ ma (cf. infra nota 443). Trece años era la duración efectiva del reinado de Alejandro, pero según el antiguo sistema inclusivo estaba en el de­ cimocuarto año de su reinado. Si la explicación no fuera ésta, y si se opta por la supresión de la expresión con el problemático «decimo­ cuarto», podría pensarse también en una supresión del «trece». Así Herodiano diría simplemente que Alejandro gobernó irreprochablemente «en lo que de él dependía» (hóson ep' autói) pero que «inesperadamen­ te» (aiphnidids: «sin que lo esperara» en oposición a «lo que de él de­ pendía») llegaron las cartas con el anuncio de un conflicto exterior. Posteriormente un copista o un lector en un intento de racionalizar el texto habría añadido erróneamente las expresiones con los numera­ les en cuestión. Es una hipótesis, aunque se violente un poco el texto. Por otra parte, no debemos olvidar que los pasajes con numerales son especialmente propensos a corrupciones. Si no nos decidimos por la supresión, hemos de pensar que los numerales originarios podían ser otros. Así K. D a n d lik er («D ie drei letzten Bücher Herodians. Untersuchungen zur allgemeinen Geschichte von 222-238 n. Chr.», en M. Bü-

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ro [en el año décimofcuarto] ] (?) 422 inesperadamente le llegaron unas cartas de los gobernadores de Siria y de dinger, Unters. zur rom. Kaisergeschichte, 3, Leipzig, 1870, pág. 215) propone la enmienda de g’ (3) y d’ (4) en lugar de ig’ (13) y id' (14), con lo que la llegada de las cartas se situaría en el invierno del 225/226. 422 El texto, tras afirmar que Alejandro gobernó irreprochablemen­ te durante trece años, dice que en el año decimocuarto surgió el pro­ blema de la guerra con los persas. Este «decimocuarto» es cronológi­ camente inaceptable. Pero es impensable que Herodiano, pocos años después de los acontecimientos que narra, se equivocara respecto a un hecho tan importante como la guerra con los persas, situándola en el último año del reinado de Alejandro. La narración que sigue pa­ rece descartar la posibilidad de un error del historiador. Se pasa re­ vista a una serie de acontecimientos que no podían haber ocurrido en un solo año; era inconcebible que en un año tuvieran lugar unas largas conversaciones con los persas (VI 2, 3-5 y 3, 4-6), una moviliza­ ción (3, 1-2) y el traslado del ejército (4, 2-4), una revuelta en Siria y diversos traslados de tropas (4, 7), unas complejas operaciones con­ tra los persas (5-6), una campaña contra los germanos (7, 2-10)... La técnica narrativa y el carácter selectivo de la Historia de Herodiano le obligan a veces a resumir o concentrar diversos acontecimientos, pero suele hacerlo en una correcta secuencia cronológica y, desde lue­ go, sin caer en errores de bulto como seria el de este caso. Se hace por tanto necesario buscar una explicación que solucione el problema del texto. Es posible otra vez (cf. supra nota 412) el error de un copista o que el numeral procediera de la glosa de un copista que intentara racionalizar los hechos sin entenderlos. En este sentido se nos ocurre pensar que la afirmación de Herodiano en un pasaje anterior (VI 1, 7) respecto a que Alejandro llegó al año decimocuarto de un reinado sin derramamiento de sangre (se refiere a ejecuciones sin juicio, perse­ cuciones políticas... cf. infra VI 9, 8) habría podido ser la causa de que se interpolara el mismo numeral en V I 2, 1, pasaje en el que Hero­ diano iniciaba un resumen de los hechos de guerra del reinado de Ale­ jandro Severo; en el texto original no existiría el numeral en cuestión que habría sido añadido por relacionar los hechos de guerra, cuyo relato se inicia en VI 2, 1, con el gobierno que llega a su año catorce sin derramamiento de sangre (VI 1, 7). El copista autor de la interpola­ ción no habría entendido que se trataba simplemente de derramamiento de sangre civil y habría añadido el «decimocuarto» al inicio de la na­ rración de la guerra intentando así evitar lo que creía que constituía una contradición entre los dos pasajes citados. Si esta explicación re­ sulta válida debe suprimirse completamente la expresión «en el año decimocuarto» como ya hacía Poliziano en su traducción. Pero si no

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Mesopotamia, informándole de que Artajerjes 423, el rey de los persas, había derrotado a los partos, relevándo­ los de su dominio de Oriente, y había dado muerte a Artabano, el anterior gran rey coronado con dos diade­ mas. También había sojuzgado a todos los bárbaros de la región y los había sometido al pago de tributos. Des­ pués de todas estas victorias, seguía en estado de gue­ rra y no permanecía dentro de los límites del río Tigris, sino que, después de cruzar las riberas que constituían la frontera del imperio romano, saqueaba Mesopotamia y amenazaba a Siria. Creyendo que todo el territorio que mira a Europa, de la que está separado por el Egeo y el estrecho de Propóntide —conocido en conjunto con el nombre de Asia—, era una posesión de sus antepasa­ dos, quería recuperarlo para el imperio persa. Argumen­ taba que desde Ciro, el primero que traspasó la realeza de los medos a los persas, hasta Darío, el último rey de los persas, cuyo reino destruyó Alejandro de Máce­

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se opta por la supresión ni por dejar el texto con el error cronológico, es posible otra solución basada en una interesante enmienda de Casso­ la (cf. «Note critiche al testo di Erodiano», Rendiconti deü' Academia di Archeologia, Lettere e Belle A rti di N apoli 38 (1963), 139-143). Según esta enmienda el original diría «décimo» (dekátói), pero un copista o un lector, influidos por el tnskaideka de dos líneas antes, habrían co­ rregido el ordinal dekátói cambiándolo por tessareskaidekitoi... W hitta k e r (ob. cit., II, pág. 88), aunque con algunas reservas, acepta la en­ mienda de Cassola. Si es cierto que Herodiano escribió «en el décimo año», el problema cronológico más serio está resuelto y sólo quedan algunos problemas menores derivados de la concentración de los he­ chos anteriores a la guerra contra los persas al referirlos también al año 231, el «décimo» año del reinado de Alejandro. En realidad, las primeras alarmas llegaron a Roma en el 229 (octavo año del reinado); Ardashir o Artajerjes atacó Nisibis en el 230 (noveno año), y Alejandro se preparó para la guerra en el 231. Sobre la duración del reinado de Alejandro cf. infra nota 443. 423 Ardashir o Artajerjes, un persa vasallo de los Arsácidas, supo sacar partido de la rivalidad entre Vologeses V y Artabano V (cf. supra nota 342) y acabó con el dominio de los partos fundando la dinastía sasánida. 80 .



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donia, todas las tierras hasta Jonia y Caria habían sido gobernadas por sátrapas persas. Así, pues, creía que es­ taba en su derecho al restaurar todos los dominios per­ sas tal como habían sido antes. 3 Ante estos informes enviados por los gobernadores de Oriente, Alejandro se turbó terriblemente por aque­ lla súbita e inesperada noticia y, con mayor motivo, por­ que había sido educado desde su niñez en una situación de paz y había vivido siempre entre las comodidades de la ciudad. Así, como primera medida, después de con­ sultar con sus consejeros, decidió enviar una embajada para intentar detener el ataque y las aspiraciones de 4 los bárbaros por medio de una carta 424. Esta carta de­ cía que Artajerjes debía permanecer en su propio terri­ torio sin intentar cambiar el statu quo ni, animado por vanas esperanzas, provocar una gran guerra; que cada uno debía estar contento con su parte, y que la guerra contra los romanos no le iba a resultar tan fácil como las luchas contra vecinos y bárbaros de su misma raza. La carta le recordaba además las victorias de Augusto, Trajano, Lucio y Severo sobre ellos. Con este mensaje Alejandro pensaba que convencería o asustaría al rey 5 bárbaro consiguiendo que se mantuviera tranquilo. Pero Artajerjes no hizo caso de la carta, puesto que creía que el asunto debía dilucidarse por las armas más que con palabras. Así que siguió adelante devastando todo el territorio romano, recorriendo Mesopotamia con su in­ fantería y caballería, y saqueándola. Puso sitio a las guar­ niciones situadas en las riberas de los ríos como defen­ sa del imperio romano. Siendo de natural vanidoso y ensoberbecido por los inesperados éxitos, Artajerjes es6 peraba que se adueñaría de todo fácilmente. No care­ cían de importancia las razones que le incitaban a de­ sear un mayor imperio. Él fue el primero que se atrevió 424 Cf. Intr., pág. 69.

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a atacar el reino de los partos devolviendo su dominio a los persas. Después de Darío, que había perdido su reino a manos de Alejandro de Macedonia, los macedonios y sucesores de Alejandro se repartieron las nacio­ nes de Oriente y de toda Asia y las gobernaron durante muchos años. Pero al producirse diferencias entre ellos 7 y debilitarse la fuerza de los macedonios por las conti­ nuas guerras, el parto Arsaces fue el primero, según las historias, en incitar a los bárbaros de aquellos países a rebelarse contra Macedonia. Luego, por voluntad de los partos y de los bárbaros de la región, el mismo Ar­ saces tomó la corona y reinó sobre ellos. El poder per­ maneció en manos de sus sucesores durante mucho tiem­ po hasta llegar a nuestro contemporáneo Artabano, al que Artajerjes dio muerte recuperando el reino para los persas. Y entonces, después de someter fácilmente a los pueblos bárbaros que tenía a su lado, Artajerjes fijó su meta en el imperio romano 425. Cuando Alejandro, que permanecía en Roma, fue 3 informado de las acciones de los bárbaros de Oriente, pensó que su atrevimiento no era tolerable y, visto que los gobernadores de aquella región solicitaban su pre­ sencia, se dispuso para la campaña, a pesar de su dis­ gusto por tener que actuar contra sus deseos. Así, pues, en la misma Italia y en todas las provincias romanas fueron reclutados para la expedición todos los hombres considerados aptos para el combate por su buena cons­ titución física y por su edad. Un constante movimiento 2 de gentes se produjo por todo el imperio romano al reu­ nirse una fuerza en consonancia con el número de ata­ cantes bárbaros que referían las noticias. Alejandro reu­ nió la guarnición de Roma con la orden de que todos

425 Cf. Intr., pág. 59.

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se concentraran en el campo de costumbre 426 y, una vez que hubo subido a la tribuna, pronunció el siguien­ te discurso: «Hubiera preferido, compañeros, dirigiros el habitual discurso por el que yo hubiera obtenido fama de orador y vosotros placer al escucharme. Pues, después de dis­ frutar de paz durante muchos años, si ahora oís algo nuevo, probablemente os asombraréis por lo inespera­ do de mis palabras. Pero los hombres valerosos y sen­ satos, aunque deseen lo mejor, deben aceptar lo que les sobreviene. El goce de lo que se hace por placer es agra­ dable, pero del valor demostrado en el cumplimiento del deber surge la gloria. Iniciar una acción injusta no es un punto de partida alentador; pero rechazar a los perturbadores engendra confianza porque se actúa con buena conciencia, y la esperanza no acompaña al que comete injusticia sino al que lucha contra ella. Arta­ jerjes, el Persa, después de matar a su propio señor, Artábano, trasladó el poder a los persas; pero ahora, atreviéndose incluso con nuestras armas y desprecian­ do el nombre de Roma, se empeña en saquear y des­ truir las posesiones de nuestro imperio. Yo intenté, co­ mo primera medida, convencerlo por medio de cartas para que abandonara su insaciable e insensata codicia de los bienes ajenos; pero él, movido por su vanidad de bárbaro, no quiere permanecer en sus tierras sino que nos desafía a combatir. Nosotros no debemos dudar ni descuidarnos. Los más viejos podéis recordar las vic­ torias que con Severo y con Antonino, mi padre, conse­ guisteis a menudo contra los bárbaros; vosotros mis­ mos, en plena juventud y ansiosos de fama y gloria, demostrasteis que no sólo sabéis vivir en paz con mode­ ración y decoro sino que también, cuando las circuns426 Probablemente el campus junto al castra praetoria (cf. supra notas 31 y 204.

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tancias lo demandan, sois capaces de dirigir con éxito y valerosamente una guerra. Los bárbaros se crecen ante i transigencias y vacilaciones, pero ya no se oponen igual­ mente cuando encuentran resistencia, puesto que no ci­ fran sus esperanzas contra el enemigo en una batalla campal, sino que piensan que, con la táctica de ataques súbitos y retiradas, obtienen la ganancia de lo que el saqueo les proporciona. Nosotros, sin embargo, con nues­ tra organización y disciplina hemos aprendido a derro­ tarlos en todas las circunstancias». Todo el ejército recibió con aclamaciones este dis- 4 curso de Alejandro prometiéndole poner todo su ardor en la guerra. Después de un generoso donativo, ordenó que prepararan lo necesario para la partida. Luego, fue al senado, donde, con palabras semejantes a las dirigi­ das anteriormente a los soldados, anunció la salida. Cuando llegó el día señalado y hubo ejecutado los sacri- 2 ficios de ritual en las partidas, acompañado por todo el senado y el pueblo, salió de Roma 427, volviendo la vista continuamente hacia la ciudad y llorando. Entre el pueblo que lo despedía no había nadie sin lágrimas, pues había infundido al pueblo el amor a su persona al haber crecido entre ellos y gobernado con modera­ ción durante tantos años. Realizó la marcha a gran 3 velocidad dirigiéndose a las guarniciones de las provin­ cias ilirias, donde reunió una considerable fuerza; lue­ go llegó a Antioquía. Una vez allí, se dedicó a los prepa­ rativos bélicos, adiestrando a los soldados y realizando prácticas de guerra. Alejandro resolvió enviar otra em- 4 bajada al rey persa para negociar un tratado de paz; pues esperaba que su presencia le persuadiría o le asus­ taría. Pero el rey bárbaro despidió a los embajadores romanos sin que consiguieran su objetivo; él, por su par-

427 En el año 231.

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te, escogió a cuatrocientos persas, los de mejor presen­ cia, y los envió en misión diplomática a Alejandro; iban montados a caballo con sus arcos y ataviados con lujo­ sos vestidos cubiertos de oro. Pensaba que los romanos 5 se impresionarían al ver el aspecto de los persas. La embajada declaraba que el gran rey Artajerjes ordena­ ba que los romanos y su emperador abandonaran Siria y toda el Asia situada enfrente de Europa y que dejaran que los persas extendieran su dominio hasta Jonia y Ca­ ria y todos los pueblos que están separados por el Egeo y el Ponto; decía que estos territorios eran posesiones 6 ancestrales de los persas. Una vez que los cuatrocientos embajadores hubieron comunicado este mensaje, Alejan­ dro ordenó que fueran apresados; los despojó de todo el equipo que llevaban consigo y los envió a Frigia, per­ mitiéndoles habitar en aldeas y cultivar la tierra; tan sólo les impuso el castigo de que no pudieran regresar a su casa, puesto que creía que sería sacrilego e impro­ pio de un hombre valeroso ejecutar a hombres que no habían ido a luchar y que tan sólo habían comunicado 7 el mensaje que su señor les había ordenado. Después de este suceso, Alejandro se dispuso a cruzar los ríos e invadir con su ejército el territorio bárbaro. Se pro­ dujeron entonces algunas rebeliones de los soldados que procedían de Egipto y también de los estacionados en Siria, en un intento de provocar un cambio de empera­ dor. Los rebeldes fueron rápidamente descubiertos y cas­ tigados. Luego Alejandro trasladó algunas tropas a otras regiones, donde pensaba que serían más útiles para im­ pedir las incursiones de los bárbaros. 5

Después de tomar estas medidas y reunido un ejér­ cito muy numeroso, Alejandro consideró entonces que había equilibrio entre la fuerza de sus tropas y el nú­ mero de las huestes bárbaras. Tras consultar con sus consejeros dividió su ejército en tres columnas; a la pri­

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mera le ordenó inspeccionar los territorios del norte y, marchando a través de Armenia, región amiga de Ro­ ma 428, invadir el país de los medos. A la segunda la 2 envió a reconocer las comarcas orientales del territorio bárbaro, donde dicen las descripciones que numerosas lagunas reciben las aguas de la confluencia del Tigris y el Éufrates, por lo que aquellos ríos son los únicos cuya desembocadura pasa inadvertida. A la tercera co­ lumna, la élite del ejército, le reservó la misión de diri­ girse contra los bárbaros por la ruta del centro. Pensa­ ba que así, atacando por diferentes frentes, cogerían al enemigo indefenso y desprevenido y que el ejército per­ sa, continuamente dividido frente a sus atacantes, sería más débil y combatiría más desordenadamente. Como 3 es sabido, los bárbaros no tienen soldados a sueldo co­ mo los romanos, ni tampoco ejércitos organizados y per­ manentes entrenados en las artes de la guerra, sino que todos los hombres, y alguna vez también las mujeres, se reúnen cuando el rey lo ordena. Pero cuando la gue­ rra termina, cada uno regresa a su casa llevándose la ganancia de todo lo que ha saqueado. No usan los arcos 4 y los caballos sólo para la guerra como los romanos, sino que desde niños son educados con ellos y pasan el tiempo cazando sin desprenderse nunca de sus alja­ bas, ni desmontar de sus caballos. Su uso es constante, ya contra los enemigos, ya contra las fieras. Alejandro, en su opinión, había decidido el mejor plan de ataque, pero la suerte frustró sus previsiones. La 5 columna que había sido enviada a través de Armenia, después de atravesar a duras penas los montes de aque­ lla región, que son muy fragosos y escarpados (aunque «s parece que Armenia y Media Atropatene eran focos de resis­ tencia a los partos. Desde allí había actuado Artavasdes, hijo de Arta­ bano V, después que Ardashir derrotara a su padre (cf. supra nota 423). Entonces ya había sido capturado y ejecutado.

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al ser todavía verano 429 tenían el paso abierto), irrum­ pió en el país de los medos y lo asoló, incendiando y saqueando muchos poblados. Informado el rey persa acu­ dió en su ayuda con todos los medios posibles, pero no pudo de ningún modo rechazar a los romanos; pues la infantería podía marchar con seguridad y facilidad por aquel terreno accidentado, pero la caballería de los bár­ baros, por la aspereza del lugar, tuvo que dejar de galo­ par y no pudo avanzar ni atacar. Entonces llegaron al rey persa noticias de que otra fuerza romana había apa­ recido en la Partía oriental y de que estaban saqueando la región. Artajerjes tuvo miedo de que los romanos, después de devastar el territorio parto sin dificultad, invadieran Persia. Dejó, pues, una fuerza que conside­ raba suficiente para defender Media, y él, con todo el ejército, se dirigió a toda prisa hacia las comarcas del este. El ejército romano marchaba muy descuidadamente puesto que no aparecía nadie ni encontraban resisten­ cia; creían además que Alejandro con la tercera colum­ na, que era la más fuerte y numerosa, había penetrado en el territorio bárbaro por la parte central y que, al verse hostigados continuamente por frentes opuestos, los bárbaros les permitían a ellos avanzar con tranqui­ lidad y seguridad. Todas las tropas habían recibido la orden de penetrar en el territorio guardándose los flancos y se había fijado el lugar en el que debían en­ contrarse, una vez que hubieran controlado las zonas intermedias. Pero Alejandro les falló al no invadir el territorio con su ejército, bien por temor, para no arries­ gar su vida en defensa del imperio romano, bien porque su madre lo retenía por cobardía femenina y por un exa429 El verano del 232. Alejandro debió salir de Roma a principios del 231 y llegó a Antioquia a finales del verano; a partir de entonces se dedicaría a los preparativos de la guerra sin olvidar la posibilidad de un arreglo diplomático. En el verano siguiente se iniciaron las hostilidades.

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gerado amor hacia su hijo. Ella solía, en efecto, debilitar 9 sus valerosos impulsos persuadiéndole de que los otros debían arriesgarse por él, pero que él no debía situarse en medio de la batalla. Esto fue lo que arruinó la inva­ sión del ejército romano. El rey persa cayó con todas sus fuerzas sobre el ejército desprevenido y los rodeó, como en una red. Disparándoles desde todos los lados, destruyó las tropas de los romanos, que no podían en­ frentarse con un número superior y no hacían más que cubrirse con sus armas las partes descubiertas, que eran el blanco de sus enemigos; sólo aspiraban a proteger sus cuerpos, no a combatir. Finalmente se concentra- 10 ron en un mismo sitio y, disponiendo sus escudos en forma de muro, combatieron como si estuvieran en un asedio; alcanzados desde todos los lados y heridos, re­ sistieron valientemente hasta que les fue posible, pero finalmente todos perecieron. Esta desgracia terrible y de ingrata memoria sobrevino a los romanos al ser des­ truido un gran ejército que no era inferior a ninguno de los antiguos en valor y fortaleza. Y el éxito de una acción de tal envergadura infundió en el rey persa la esperanza de mayores empresas. Cuando fue informado del desastre, Alejandro estaba 6 muy enfermo, ya de melancolía, ya de falta de aclimata­ ción a la atmósfera, y le afectó terriblemente. El resto del ejército estaba indignado con Alejandro; estaba dis­ gustado porque, por faltar él a su palabra y no cumplir el plan acordado, el ejército invasor había sido traicio­ nado. Pero Alejandro ya no soportaba más su enferme- 2 dad ni la atmósfera asfixiante. También estaba enfermo todo el ejército; pero sobre todo los soldados ilirios que, al estar acostumbrados a un clima más húmedo y fres­ co y habituados a comida más abundante, se ponían muy enfermos y morían. En estas circunstancias decidió re-

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gresar a Antioquía y envió al ejército que estaba en Media la orden de que regresara. Aquel ejército, al regresar, pereció en su mayor parte en las montañas y fueron bastantes los que sufrieron amputaciones, pues era una región de clima riguroso, de suerte que de muchos que eran volvieron poquísimos. Alejandro se dirigió hacia Antioquía con su columna, de la que habían muerto tam­ bién muchos hombres. La consecuencia fue que acre­ centaron el desánimo del ejército y la impopularidad del emperador. Tanto el plan de Alejandro como su suer­ te habían fallado, y de las tres columnas en que había dividido sus fuerzas, había perdido la mayor parte en diferentes desastres provocados por la enfermedad, la guerra y el frío. 4 Al encontrarse en Antioquía 43°, después de pasar por la terrible aridez de Mesopotamia, Alejandro se re­ cuperó fácilmente gracias al agradable clima de la ciu­ dad y a su abundancia de agua; intentó entonces recu­ perar el afecto de los soldados y consolarlos con una generosa distribución de dinero; pues pensó que éste era el único remedio para la reconciliación con los sol­ dados. Y entretanto reunía unas tropas y se preparaba para atacar de nuevo a los persas, si causaban proble5 mas y no estaban tranquilos. Pero llegó la noticia de que el rey persa había licenciado a su ejército y enviado a todos a sus casas. Aunque parecía que los bárbaros se habían llevado la victoria por su superioridad en la batalla, sin embargo habían resultado dañados en los frecuentes encuentros en Media y en la batalla de Par­ tía porque habían sufrido muchas bajas y había muchí­ simos heridos. Los romanos habían vendido cara la vic­ toria; después de infligir al enemigo todos los daños que pudieron, habían caído tan sólo porque se encontraban 6 en inferioridad numérica. Los dos ejércitos tuvieron

3

430 En el invierno del 232/3.

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aproximadamente las mismas bajas, pero parecía que los supervivientes del ejército bárbaro habían vencido más por su número que por su fuerza. Una prueba nada despreciable del daño sufrido por los bárbaros, nos la ofrece el hecho de que durante tres o cuatro años per­ manecieron en paz sin tomar las armas. Al enterarse de esto, Alejandro se quedó en Antioquía más alegre y confiado; olvidó la preocupación por la guerra y se de­ dicó a los placeres de la ciudad. Alejandro consideraba que los asuntos persas esta- 7 ban tranquilos en aquella situación de paz no acordada que constituía para los bárbaros un obstáculo retardador de un nuevo ataque de su ejército. No era fácil, en efecto, reagruparlo una vez que había sido disuelto, pues­ to que no era una fuerza organizada y estable. Más que un ejército era una muchedumbre desordenada. Sus pro­ visiones eran las que cada hombre al presentarse traía para sus propias necesidades; estaban muy apegados a sus hijos y mujeres y a su propia tierra, y de mala gana los abandonaban. Mientras Alejandro pensaba to- 2 do esto, súbitamente las cartas que le traían unos men­ sajeros acabaron con su tranquilidad y le inspiraron una extraordinaria preocupación 431. Los gobernadores de Iliria le informaban de que los germanos habían cruza­ do el Rin y el Danubio y estaban devastando el imperio romano; atacaban las guarniciones de las riberas y las ciudades y aldeas con numerosas fuerzas. Por ello los territorios ilirios, limítrofes y vecinos de Italia, estaban en una situación de extremo peligro. Así, pues, era pre- 3 cisa, decían, la presencia del emperador con todo su ejér­ cito. Estas noticias inquietaron a Alejandro y afligieron a los soldados de Iliria al pensar que habían sufrido 431 Las noticias sobre los movimientos de los germanos debieron llegar a Alejandro a principios del 233.

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una doble desgracia, una por sus padecimientos en la guerra contra los persas y otra por las noticias que ca­ da uno había recibido sobre sus familiares muertos por los germanos. Estaban, pues, indignados; culpaban a Ale­ jandro de haberlos traicionado en la campaña de orien­ te por negligencia o cobardía y le reprochaban su acti­ tud vacilante y temerosa frente a los problemas del 4 norte. Alejandro y los consejeros que entonces lo acom­ pañaban estaban ya preocupados por la misma Italia, pues pensaban que el peligro germano no tenía nada que ver con el de los persas. Los habitantes de los terri­ torios orientales, separados por una gran extensión de tierras y mares, apenas han oído hablar de Italia. Pero las provincias ilirias ocupan un estrecho territorio del imperio romano que prácticamente hace de Germania 5 un país limítrofe y vecino de Italia. Alejandro decretó la expedición contra los germanos a disgusto y afligido, pero la necesidad se lo exigía. Dejó tropas suficientes, en su opinión, para defender la ribera romana del río; aumentó la capacidad defensiva de los campamentos y puertos fronterizos completando sus guarniciones con las fuerzas adecuadas. Luego, con el restante ejército, 6 se dirigió contra los germanos. Después de recorrer el camino con gran rapidez, llegó a orillas del Rin 432 y se puso a preparar la guerra germánica. Ponteó el río con barcos encadenados unos a otros a modo de puente con la idea de facilitar el paso a los soldados. El Rin y el Danubio son los dos ríos más caudalosos del norte; uno bordea Germania y el otro Panonia. En verano su curso es navegable debido a su profundidad y anchura, pero en invierno, al helarse a causa del frío, son recorridos 7 a caballo como si fueran tierra firme. Tan resistente y dura llega a ser entonces el agua, que no sólo puede aguantar los cascos de los caballos y los pies de los hom-

432 Pasó por Roma adonde llegó en el verano del 233.

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bres, sino que, si alguien quiere sacar agua, no lleva para ello cántaros ni vasijas vacías sino hachas y picos para cortar el agua y llevársela sin vasija como si fuera una piedra. Así son los ríos del norte, adonde llegó Alejandro 8 al frente de un gran número de soldados mauritanos y de arqueros de oriente, de la región de Osroene con­ cretamente, aunque también había partos desertores y mercenarios que se habían puesto a su servicio. Estas eran las fuerzas que preparaba para enfrentarse a los germanos, para quienes un ejército como aquél resulta­ ba muy molesto debido a que los mauritanos lanzaban su jabalina desde lejos y se valían de su táctica de ata­ car y retirarse rápidamente, y los arqueros disparaban también desde lejos apuntando a las cabezas descubier­ tas y a los enormes cuerpos de los germanos. Pero si se enfrentaban en combate cuerpo a cuerpo, los germa­ nos resistían a pie firme y muchas veces sus fuerzas se igualaban a las de los romanos. En estos preparativos bélicos estaba Alejandro. De- 9 cidió, sin embargo, enviar una embajada a los germa­ nos para tratar acerca de la paz, con la promesa de satisfacer todos sus deseos puesto que tenía, les dijo, dinero en abundancia. Por el oro sobre todo se dejan convencer los germanos, ya que son codiciosos y conti­ nuamente están negociando la paz con los romanos por dinero. Por eso Alejandro prefirió intentar la compra de una alianza a correr el peligro de una guerra. Pero 10 los soldados lamentaban que se produjera una inútil pér­ dida de tiempo y que Alejandro no mostrara ningún va­ lor ni inclinación a la guerra; miraban con malos ojos su afición a las carreras de carros y al lujo, cuando su obligación era combatir y castigar a los germanos por su anterior atrevimiento.

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En el ejército había un hombre llamado Maximi­ no 433, originario de una de las tribus semibárbaras del interior de Tracia. Se decía que procedía de una aldea donde había sido pastor en los años de su infancia. Al llegar a la flor de la edad por su estatura y fuerza había sido alistado en la caballería. Luego lo acompañó la for­ tuna y en poco tiempo pasó por toda la escala militar hasta que le fueron confiados mandos de legiones y provinciales 434. A causa de la mencionada experiencia mi­ litar, Alejandro puso a Maximino al frente de todos los reclutas para que les diera la instrucción militar y los preparara para el combate 435. Maximino desempeñó la misión encomendada con sumo interés y se granjeó el afecto de los soldados porque no se limitaba a enseñar? les lo que debía hacerse sino que les ofrecía el ejemplo de su actuación, de suerte que, además de sus reclutas¡ 433 El trienio de Maximino es una de las épocas por las que m is se interesa la investigación histórica y la fuente principal para este período es sin duda Herodiano. Cayo Julio Vero Maximino era un tracio; para un romano era un mixobarbaros, tal como lo define Herodia­ no. Sin embargo quiso realizar el sueño de Marco Aurelio de ensan­ char y asegurar las fronteras del imperio sometiendo a los germanos y llegando al océano (cf. I 5, 6, I 6, 6y VII 2, 9) y se esforzó como Septimio Severo por mantener el prestigio del imperio frente a sus enemigos. Pero desde el principio se le opuso el senado y la situación se agravó al aumentar la presión fiscal debido a los esfuerzos de la guerra. Su valor, su talento militar y su política exterior se vieron contrarrestados por las dificultades de la política interior. En el 238 la rebelión de los latifundios senatoriales de África fue el inicio de la caída de Maximino. Personalidad muy interesante y controvertida ha sido objeto de numerosos estudios. Cf. G. M. B ersan etti, Studi sulV imperatore Massimino il Trace, Roma, 1940; P. W. Towsend, «The revolution of A.D 238...», Y ale Classical Studies 14 (1955), 49 ss.; A. B e lle z za, Massimino il Trace, Genova, 1964; A. B a ú l, «C. Iulius Veras Maximinus ‘Thrax’», Boletín de la Real Academia de la Historia 157 (1965), 83 ss. 434 había sido praefectus castrorum en Egipto hacia el año 230 y, luego, en Mesopotamia. 435 Como praefectus tironibus.

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eran devotos imitadores de su valor 436. Se los ganó asi- 3 mismo mediante recompensas y honores de todo tipo. Por esto los jóvenes, que en su mayor parte eran de Panonia, elogiaban el valor de Maximino mientras que se burlaban de Alejandro porque estaba a las órdenes de su madre. Así la administración dependía de la vo­ luntad y el parecer de una mujer y el emperador se mos­ traba remiso y cobarde en la guerra. En las conversa­ ciones de los soldados estaban presentes las desgracias sufridas en oriente por culpa de su indecisión, y recor­ daban también que no había dado muestras de valor ni de entusiasmo al dirigirse contra los germanos. Es- 4 tando, pues, predispuestos a la rebelión, los soldados achacaron aquella situación del imperio al largo gobier­ no de Alejandro, que ya les resultaba desventajoso puesto que se habían acabado las larguezas. Por el contrario, el futuro se presentaba beneficioso y prometedor para ellos y lleno de codiciados honores para el hombre que inesperadamente se hiciera dueño de la situación. Deci­ dieron, por consiguiente, desembarazarse de Alejandro y proclamar a Maximino emperador y Augusto, puesto que era su compañero de armas y camarada 437 y, por su experiencia y valor, parecía la persona idónea para dirigir aquella guerra. Reuniéndose, pues, en el campo 5 con las armas que usaban normalmente en los ejer­ cicios, cuando Maximino se presentó para vigilar su instrucción, le pusieron la púrpura imperial y lo pro­ clamaron emperador 438. No sabemos si Maximino des­ conocía lo que se tramaba, o si estaba secretamente en los preparativos. Su primera reacción fue rehusar y 6 quitarse la púrpura 439, pero cuando los soldados insis436 437 438 439

Cf. Intr., pág. 50. Cf. supra I 5, 3, IV 14, 4, y nota 33. Hacia marzo del 235. El típico rechazo del poder, probablemente fingido.

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tieron sacando la espada con amenazas de muerte, Ma­ ximino optó por el riesgo futuro en lugar del presente y aceptó el honor. Con frecuencia, según explicó, los oráculos y los sueños le habían pronosticado aquella suerte. Manifestó a los soldados que aceptaba, obligado 7 y sin pretenderlo, porque acataba su voluntad, y los exhortó a consolidar sus decisiones con la acción. Debían apresurarse a tomar las armas para dirigirse con­ tra Alejandro antes de que le llegaran las noticias, mien­ tras todavía estuviera en la ignorancia. Así sorprende­ rían a los soldados del séquito imperial y a la guardia, y los persuadirían a dar su consentimiento o fácilmente los someterían al cogerlos por sorpresa totalmente 8 desprevenidos. Para incitarlos a una total adhesión y entusiasmo, Maximino dobló su paga y les prometió im­ portantes repartos de dinero y especies; les perdonó ade­ más todos los castigos y penas infamantes. Luego los condujo hacia su objetivo: el lugar donde acampaba Ale­ jandro con su séquito no estaba muy lejos. 9

Cuando se enteró de lo ocurrido, Alejandro sintió una enorme inquietud, espantado por la inesperada no­ ticia. Saltó fuera de la tienda imperial como un loco; tembloroso y llorando a lágrima viva reprochaba a Ma­ ximino su deslealtad e ingratitud enumerando todos los 2 beneficios que le había concedido. Acusaba a los re­ clutas de que se hubieran lanzado a esta aventura de forma precipitada y violando sus juramentos. Prometía asimismo que concedería todo lo que le pidieran y que rectificaría si tenían alguna queja. Los soldados de su séquito lo acompañaron durante todo aquel día dirigién­ dole palabras de aliento y prometiendo que lo protege3 rían con todas sus fuerzas. Después de pasar la noche, al amanecer anunciaron que Maximino estaba cerca; ha­ bía aparecido una polvareda que se levantaba a lo lejos y se pudo oír el griterío de una multitud. Alejandro sa-

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lió de nuevo de su tienda y convocando a los soldados les pidió que lucharan por él y que protegieran al em­ perador a quien habían criado y bajo cuyo gobierno habían vivido sin queja durante catorce años 440. Des­ pués de despertar sentimientos de piedad en todos sus hombres, ordenó que tomaran las armas y que salieran a enfrentarse al enemigo. Pero los soldados, frente a 4 sus promesas del principio, empezaron a volverse atrás unos tras otros sin querer tomar las armas. Unos pe­ dían la ejecución del prefecto del pretorio y de la corte de Alejandro, alegando que habían sido responsables de la retirada. Otros criticaban a su madre por su codicia y porque limitaba el dinero. Por esta cicatería y por la escasez de distribuciones había perdido su populari­ dad Alejandro441. Durante cierto tiempo los soldados 5 siguieron manifestando a voz en grito quejas como aque­ llas. Pero cuando el ejército de Maximino ya estaba a la vista, los jóvenes reclutas comenzaron a gritar invi­ tando a sus compañeros de armas a que abandonaran a su «roñosa mujercita» y a su «miedoso muchachito esclavo de su madre» y se pasaran al bando de un hom­ bre que era valiente y sensato, que siempre había sido su compañero de armas y que había consagrado su vida a la actividad militar. Persuadidos los soldados abando­ naron a Alejandro y se unieron a Maximino, a quien unánimemente proclamaron emperador. Muerto de mié- 6 do y perdiendo el sentido, Alejandro apenas consiguió regresar a su tienda; allí, según cuentan los relatos, es­ peró al que había de matarle abrazado a su madre, la­ mentándose y culpándola de su desgracia. Maximino, después de haber sido aclamado por todo el ejército, envió a un tribuno con algunos centuriones para que «0 Cf. V I 1, 7 y VI 9, 8. 441 En contraste con las primeras medidas de Maximino (cf. VI , ).

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mataran a Alejandro y a su madre y a sus acompañan7 tes que se resistieran. A su llegada irrumpieron en la tienda y mataron a Alejandro, a su madre y a los que consideraban sus amigos o favoritos. Algunos, sin em­ bargo, consiguieron escapar y esconderse durante un corto tiempo, pero Maximino los cogió no mucho des­ pués y los exterminó. 8 Este fue el fin de Alejandro [y de su madre] 442 des­ pués de gobernar durante catorce años sin tacha y sin derramamiento de sangre por lo que a sus súbditos se refiere 443. Fue contrario a los asesinatos, a la crueldad y a las injusticias y mostró inclinación por los senti­ mientos humanitarios y por la beneficencia.- Sin duda el imperio de Alejandro hubiera sido celebrado en su conjunto si la codicia y cicatería de su madre no hubie­ ran sido la causa de su descrédito. 442 Cf. C assola , art. cit. (1963), 143.

443 No se conoce la fecha exacta de la muerte de Alejandro Seve­ ro, pero es probable que fuera a mediados de marzo del 235. Habia subido al trono el 13 de marzo de 222. Su reinado duró, pues, en reali­ dad trece años, pero según el antiguo cómputo inclusivo la duración era de catorce años atendiendo a que estaba en el año decimocuarto de su reinado cuando murió. Cf. supra VI 1, 7 y VI 9, 3 e infra VII 1,1.

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En el libro anterior describimos la vida y muerte i de Alejandro, emperador durante catorce años 444. Cuando se hizo cargo del imperio 445, Maximino provo­ có un profundo cambio al ejercer su poder de forma cruel y aterradora. Se esforzó por trastocarlo todo pa­ sando desde un gobierno tolerante y muy humano a la crueldad de una tiranía446, consciente de la malque­ rencia hacia su persona porque había sido el primero en llegar a una situación tan afortunada desde la con­ dición más humilde. Era un bárbaro tanto por su ca- 2 rácter como por su cuna. Con el temperamento sangui­ nario heredado de sus antepasados y propio de su país, se propuso conservar el poder mediatite la crueldad por temor a sufrir el desprecio del senado y de sus súbdi­ tos, que no se fijarían en su presente fortuna sino en los humildes pañales de su nacimiento 447. Corría de bo444 Cf. nota anterior. 445 Cf. Intr., pág. 40. 444 Oposición constante en la obra de Herodiano. Cf. supra nota 3. Como en toda oposición se acentúan las características diferenciadoras. 447 Según observa G. M B ersanetti (Studi sull’ imperatore Massi­ m ino il Trace, Roma, 1940, pág. 19), Herodiano capta perfectamente en este pasaje el fondo del alma de Maximino cuyo recurso al terror estaría en buena medida determinado por la hostilidad que se le de­ mostraba y por su sentimiento de inferioridad derivado de su origen,

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ca en boca para su descrédito la historia de que en otro tiempo había sido pastor en las montañas de Tracia y de cómo, tras presentarse al modesto ejército de su país por mor de su estatura y fuerza, había llegado de la 3 mano de la fortuna hasta el imperio romano. Inmedia­ tamente se desembarazó de todos los compañeros y con­ sejeros de Alejandro, que habían sido elegidos por el senado 448; a unos los envió a Roma mientras que a otros los separó de sus cargos. Quería que lo dejaran solo, rodeado por su ejército, sin que se le acercara na­ die que se sintiera superior por su nobleza. Así podría dedicarse a los trabajos de la tiranía como desde una fortaleza, sin la presencia de nadie a quien fuera nece4 sario respetar. Despidió de la corte imperial a todo el servicio, que había estado con Alejandro durante tantos años. Ejecutó a muchos de ellos por sospechas de cons­ piración, pues sabía que lamentaban la muerte de Ale­ jandro. El descubrimiento de una conjuración que se trama­ ba contra él, en la que participaban muchos centurio­ nes y senadores, lo incitó todavía más a la crueldad y s al enojo con todos. Había un hombre llamado Mag­ no 449, un patricio consular, que fue acusado de reunir una tropa contra Maximino y de intentar persuadir a algunos soldados a que le pasaran el poder 45°. Su plan, sentimiento que le llevaría a procurar una mayor cultura para su hijo (cf. Historia Augusta, Vita M axim ini 27, 5). 448 Cf. supra nota 414 e Introducción pág. 54. Según Hohl esta reacción de Maximino contra el senado fue posterior a las conjuracio­ nes de Magno y de Cuartino (cf. H o h l , R.E. Pauly-Wissowa, X 860). 449 Probablemente es el Cayo Petronio Magno que figura en el ál­ bum de Canusium (D essau , Inscr. Lat. Sel. 6121). Cf. Intr., pág. 69. 450 A. P asoli («L ’uso di Erodiano nella Vita M axim ini», Annuario del R. Ginnasio S.A M orcelli di Chiari, Milán (1927), 3-16) compara la Historia Augusta, Vita M axim ini 10, con este pasaje de Herodiano relativo a la conjuración de Magno (VII 1, 4-8). Su conclusión es que el biógrafo de la Vita M axim ini se inspira directamente en el texto original de Herodiano.

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dijeron, iba a ser el siguiente. Maximino había pontea­ do el río y se disponía a cruzarlo para atacar a los ger­ manos. Inmediatamente después de apoderarse del man­ do, había iniciado las operaciones. Puesto que su elec­ ción había obedecido, al parecer, a su talla y fortaleza física y a su experiencia militar, quería confirmar con obras su fama y la opinión que de él tenían los solda­ dos; intentaba probar que los titubeos de Alejandro y su cobardía en las acciones de guerra habían sido justa­ mente condenadas. En consecuencia no paraba de en­ trenar y ejercitar a sus soldados, estando él mismo con­ tinuamente en armas y exhortando al ejército. Era, pues, el momento en que había terminado el puente y se dis­ ponía a cruzarlo contra los germanos. Se dijo entonces que Magno había convencido a unos soldados, un grupo de hombres escogidos a los que se había confiado la misión de montar la guardia del puente; debían cortar el puente después de pasar Maximino, entregándolo así a los bárbaros al quitarle toda posibilidad de regreso. La extraordinaria anchura y profundidad del río impe­ dirían que Maximino lo cruzara por no disponer de em­ barcaciones en la ribera enemiga y haber sido cortado el puente. Éste era el argumento de la acusación. No sabemos si reflejaba la verdad o si era una invención de Maximino451; no es fácil decirlo con exactitud pues­ to que no hubo ocasión de probarlo 452. Maximino no dio a nadie posibilidad de juicio ni defensa, sino que todo aquel que despertaba sus sospechas era súbitamen­ te apresado y ejecutado sin contemplaciones. Hubo también un motín de los arqueros de Osroene 453, que estaban muy apenados por la muerte de Ale451 Cf. Intr., pág. 69. 452 Una manifestación de su preocupación por la objetividad histórica. 453 Pasaje también estudiado por A. P a s o li (art. cit., págs. 8-10), que analiza la dependencia de la Vita Maximini, 11, 1-6 respecto a HeRODIANO, VII 1, 9-12.

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jandro. Topándose con uno de los amigos de Alejandro, un excónsul llamado Cuartino 454, a quien Maximino ha­ bía echado del ejército, lo secuestraron y, contra su vo­ luntad y sin previo aviso, decidieron que fuera su jefe; lo honraron con la púrpura y la procesión de las antor­ chas —honras funestas— y lo proclamaron emperador 10 contra sus deseos. Una noche, mientras estaba durmien­ do en su tienda, la traición cayó súbitamente sobre Cuar­ tino. Fue asesinado por un compañero, uno de sus ami­ gos en apariencia, que anteriormente había sido jefe de los osroenos. Se llamaba Macedón 455 y, a pesar de que había sido, de acuerdo con los osroenos, el cabecilla del secuestro de Cuartino y del motín, sin ningún motivo de enemistad ni de odio asesinó al hombre a quien él mismo había secuestrado y forzado a ser emperador* Luego, pensando captarse el favor de Maximino, cortó 11 la cabeza de Cuartino y se la envió. Aquella acción ale­ gró a Maximino porque pensaba que se había librado de un enemigo. Macedón, sin embargo, a pesar de sus grandes esperanzas y de que se figuraba obtener una extraordinaria recompensa, fue ejecutado, acusado de capitanear el motín y de asesinar al hombre a quien había forzado a actuar contra sus deseos, traicionando su amistad. 12 Asuntos de este tipo excitaron a Maximino, que ya mostraba esta natural inclinación, a una violencia y crueldad todavía mayores. Era, además, un hombre de aspecto tan terrible y tan corpulento que no podían fá­ cilmente igualarle ni un atleta griego ni el mejor gue­ rrero bárbaro. 2

Después de resolver los asuntos mencionados, Ma­ ximino cruzó el puente sin ningún temor con todo su 454 Sobre este Cuartino cf. K. D ie t z , Senatus contra principem..., pág. 209. Es un personaje de difícil identificación. 4S'' Desconocido.

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ejército, emprendiendo así la guerra contra los germa­ nos. Iba al frente de un numeroso ejército, formado por casi todas las fuerzas del imperio romano. Conducía ade­ más a un importante contingente de lanceros maurita­ nos y de arqueros osroenos y armenios, algunos de los cuales estaban allí como súbditos mientras que a otros los ligaba un tratado de amistad; también iban algunos partos al servicio de Roma, entre los que había deserto­ res atraídos por el dinero y prisioneros de guerra. Estas 2 tropas habían sido reunidas antes por Alejandro, pero fueron aumentadas y ejercitadas en prácticas de guerra por Maximino. Los lanceros y los arqueros, en especial, resultaban de gran eficacia para combatir contra los ger­ manos puesto que los atacaban por sorpresa y, arma­ dos a la ligera, se retiraban fácilmente. Después de 3 entrar en territorio enemigo, Maximino profundizó en su avance al no encontrar ninguna resistencia por ha­ berse retirado los bárbaros. Devastó toda la región, pa­ ra colmo con la mies en los campos, e incendió las al­ deas tras permitir al ejército que las saqueara. El fuego se extiende muy fácilmente por aquellas ciudades 456 y por todas sus casas, puesto que en su construcción hay poca piedra y ladrillo. Hay, sin embargo, espesos bos- 4 ques, de donde obtienen abundantes maderos con los que construyen el entramado y la tablazón de sus ca­ sas. Maximino avanzó largo trecho actuando como he­ mos dicho, llevándose botín y entregando al ejército los rebaños que encontraban. Los germanos se habían retira- 5 456 El texto griego dice aquí «ciudades» (póleis) después de hablar de «aldeas» (kúmas)1 Cf. T ácito , Germania 16: «Es de sobra conocido que los pueblos germanos no habitan en ciudades; ni siquiera sopor­ tan que sus casas estén agrupadas... No levantan sus aldeas como no­ sotros, con edificaciones juntas y apoyándose unas en otras; cada cual deja un espacio libre en torno a su casa, bien como remedio frente al peligro de incendio, bien por desconocer la técnica de la construc­ ción»... (trad. J. M. R equejo, Madrid, Bibl. Clás. Gredos, 36, pág. 124).

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do de las llanuras y de todas las zonas sin árboles y se habían escondido en los bosques esperando junto a los pantanos la ocasión para entablar la ofensiva en aquella zona. La frondosidad del lugar hacía ineficaces las flechas y las jabalinas de los enemigos, y la profun­ didad de los pantanos resultaba peligrosa para los ro­ manos debido a su desconocimiento del lugar. Ellos, por el contrario, por su experiencia de la zona, conocían los sitios invadeables y los de fondo resistente, y los va­ deaban fácilmente con el agua hasta las rodillas. Eran además expertos nadadores puesto que los ríos son su único lugar de baño. Fue precisamente en aquellos lugares donde se desa? rrollaron los encuentros, y allí el emperador en perso­ na valerosamente tomó la iniciativa del combate. Los germanos en retirada se habían refugiado en un exten­ so pantano y los romanos no se atrevían a penetrar en aquella zona en su persecución. Maximino fue entonces el primero en lanzarse al pantano con su caballo, aun­ que el agua llegaba por encima del vientre del animal, y mató a los bárbaros que le hicieron frente. La con­ secuencia de esta acción fue que el resto del ejército sintió vergüenza de traicionar a un emperador que com­ batía por ellos y se atrevió también a entrar en el pan­ tano. Un gran número de hombres cayeron por ambos bandos, muchos romanos y casi todas las fuerzas que entonces tenían los bárbaros. Fue el resultado de la bri­ llante acción de Maximino. La ciénaga se llenó de cadá­ veres y el agua mezclada con sangre daba a la batalla de un ejército de tierra el aspecto de una batalla naval. Maximino relató esta batalla y su decisivo papel en una carta al senado y al pueblo 457. Ordenó también 457 A pesar de las relaciones hostiles entre Maximino y el senado (cf. supra VII 1, 3), el reconocimiento del senado después de la procla­ mación de Maximino por los soldados fue perfectamente normal como demuestra G. M. Bersanetti. En este pasaje vemos cómo comunica su victoria a Roma.

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que todo ello se reflejara en enormes pinturas que de­ bían instalarse delante del edificio del senado para que los romanos pudieran contemplar sus proezas además de escucharlas. Más tarde el senado destruyó estas pin­ turas y las restantes dedicatorias en honor de Maximi­ no. Hubo otros encuentros, en los que también sobresa­ lió por su decisiva actuación personal en la batalla, y recibió honores en todas las ocasiones. Después de cap- 9 turar gran número de prisioneros germanos y con abun­ dante botín, regresó a Panonia porque ya llegaba el in­ vierno 45í. Pasó el invierno en Sirmio 455, la ciudad más importante de la provincia, dedicado a los preparativos de la campaña de primavera. Su proyecto era (y tenía la intención de cumplirlo) derrotar y someter a todas las tribus bárbaras germánicas hasta el océano440. Así fueron, pues, las hazañas militares de Maximi- 3 n o 441. Su actuación hubiera alcanzado la gloria si sus violencias no lo hubieran convertido en el terror de su propio pueblo y de los pueblos sometidos. ¿De qué ser­ vía la destrucción de los bárbaros si se producían más muertes en la misma Roma y en los países sometidos? ¿Para qué arrancar al enemigo prisioneros y botín si se despojaba completamente de sus bienes a los pro­ pios compatriotas? Se daba completa libertad, se inci- 2 458 Según W h it t a k e r , ob. cit., vol. II, págs. 166-167, Maximino, tras la campaña del 235, pasó el invierno 235/236 en Germania; en el 236 combatió contra dacios y sármatas y se retiró a Sirmio a pasar el in­ vierno 236/237; en el 237 prosiguió la guerra contra dacios y sármatas y de nuevo volvió Sirmio para invernar (237/238). Estos tres años están condensados en la narración de Herodiano. 459 Sirmio, junto al río Save, era el campamento de invierno de las tropas romanas en sus campañas danubianas. 460 El antiguo proyecto de Marco Aurelio, Cf. supra nota 433. 441 A partir de aquí Herodiano deja de ocuparse de la actividad militar de Maximino contra los bárbaros para tratar los problemas de política interior.

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taba incluso, a los sicofantas para calumniar y remover antiguos pleitos, si llegaba el caso, sin haber sido vistos y sin pruebas. Si una persona era llevada ante un tribu­ nal por un sicofanta, en un abrir y cerrar de ojos per­ día su causa y era privada de todos sus bienes. Diaria­ mente era posible ver a hombres que un día eran muy ricos y al siguiente pedían limosna; la codicia del tirano era insaciable so pretexto de los continuos gastos para el mantenimiento del ejército sus oídos cogían al vuelo cualquier acusación y no perdonaba ni la edad ni la posición. A muchos hombres que ocupaban pues­ tos de confianza en las provincias y en el ejército des­ pués del honor del consulado o de la fama conseguida con sus triunfos, por una acusación absolutamente in­ significante los hizo apresar, y ordenó que, puestos ellos solos sobre los carros, sin ningún servicio, viajando de noche y de día desde oriente o desde occidente, según el caso, o desde el sur, los condujeran a Panonia, donde él se encontraba. Finalmente, después de maltratar­ los e injuriarlos, los castigaba con el destierro o con la muerte. En tanto que este trato fue dado a individuos por separado y la desgracia no salió de un círculo privado, el asunto no preocupó mucho a los pueblos de las ciu­ dades o de las provincias. Las desdichas de quienes en; apariencia son afortunados y ricos no sólo no preocu­ pan al pueblo, sino que en ocasiones incluso alegran a algunos individuos mezquinos y viles porque sienten envidia ante el poder y la dicha. Pero cuando Maximino hubo reducido a la pobreza a la mayor parte de fami­ lias distinguidas 463, empezó a pensar que aquello era un procedimiento absolutamente ridículo e insuficiente 442 Éste era el verdadero motivo. La «codicia del tirano» es sin duda un tópico retórico. 463 Juicio exagerado. Cf. B ersanetti , ob. cit., págs. 83 ss. y W h it ­ t a k e r , ob. cit., vo II, págs. 172-173.

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para satisfacer sus deseos. Se dirigió entonces al tesoro público y empezó a apropiarse del dinero que se había recaudado en las ciudades para abastecimiento de ali­ mentos y subsidios destinados al pueblo, y de los fon­ dos reservados para teatros y fiestas. Los exvotos de los templos, las estatuas de los dioses, las ofrendas de­ dicadas a los héroes, todos los ornamentos públicos y adornos urbanos, cualquier material, en suma, que pu­ diera ser transformado en moneda, todo era fundido. Este espectáculo afligió extraordinariamente al pueblo. La apariencia de asedio sin lucha y sin armas provocó 6 el disgusto popular, de tal forma que algunos hombres del pueblo ofrecieron resistencia y montaron guardia en los templos dispuestos a caer asesinados ante los al­ tares antes de tener que contemplar los despojos de sus patrias. En las ciudades y provincias la indignación de las gentes estaba a punto de estallar. También los sol­ dados desaprobaban lo que ocurría al reprocharles du­ ramente sus familiares y amigos que Maximino actuara de aquella manera por su culpa. Estos motivos de queja, llenos de razón, excitaron 4 a las masas al odio y a la rebelión. Todo el mundo em­ pezó a suplicar y a invocar a los dioses injuriados, pero nadie se atrevió a tomar la iniciativa hasta que se cum­ plía el tercer año del imperio de Maximino ^ fue por un pretexto pequeño e insignificante, tal como ocurre en las caídas de los tiranos. Los libios fueron los prime­ ros en tomar las armas y lanzarse decididamente a la rebelión. La causa fue la siguiente. En la región de 2 Cartago había un procurador muy severo que adminis­ traba justicia y efectuaba exacciones con extrema cruel464 Probablemente febrero-marzo del 238. Para la cronología de los acontecimientos a partir del inicio de la revolución del 238 tal Co­ mo los presenta Herodiano cf. Intr., págs. 40-44.

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dad con la esperanza de conseguir el aprecio de Maxi­ mino, pues el emperador elegía a quienes veía que se ajustaban a su propia política. En aquel tiempo, si ha­ bía algún oficial del tesoro honesto —el caso se daba raramente—, aun sin quererlo imitaba a los restantes, porque tenía clara conciencia del peligro al conocer la 3 codicia del emperador. El procurador de Libia, con la habitual violencia con que procedía, había condenado al pago de unas multas a unos jóvenes que pertenecían a nobles y ricas familias de Cartago e intentaba cobrar rápidamente mediante la confiscación de unas antiguas propiedades patrimoniales. Indignados por la injusticia, los jóvenes prometieron entregarle el dinero pero pidie­ ron un plazo de tres días, que aprovecharon para pre­ parar una conspiración, persuadiendo a todos los que sabían que habían sufrido alguna injusticia o que te­ nían miedo de sufrirla. Dieron instrucciones a los jóve­ nes campesinos de sus tierras para que acudieran a la 4 ciudad, de noche, armados con garrotes y hachas. Aque­ llos obedecieron las órdenes de sus señores y, antes del amanecer, se reunieron en la ciudad, ocultando bajo sus vestidos las armas que llevaban para aquella inopinada guerra. Se reunió una gran multitud puesto que Libia está densamente poblada y cuenta con muchos campesi5 nos en sus tierras. Cuando ya fue de día, aparecieron los jóvenes y mandaron a la multitud de siervos que los siguieran como si formaran parte de la restante muche­ dumbre, ordenándoles que sacaran las armas que lleva­ ban escondidas y los defendieran decididamente tan pronto como algún soldado o paisano los atacara para 6 vengarse de la acción que ellos iban a realizar. Ellos mismos con puñales escondidos bajo sus ropas se pre­ sentaron ante el procurador con el pretexto de que iban a conversar sobre el pago del dinero, y abalanzándose súbitamente sobre él, que estaba desprevenido, lo ma­ taron a puñaladas. Cuando los soldados de la guardia

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del procurador desenvainaban sus espadas con la inten­ ción de vengar el asesinato, los que habían venido de los campos empuñaron los garrotes y las hachas en de­ fensa de sus señores y acabaron fácilmente con cual­ quier resistencia. Después de este éxito, los jóvenes se dieron cuenta 5 de su situación y comprendieron que la única posibili­ dad de salvarse era tapar su aventura con empresas de mayor envergadura. Era preciso para ello asociar a su causa al gobernador e inducir a la rebelión a toda la provincia. Sabían que desde hacía tiempo lo deseaban por su odio contra Maximino, a pesar de que el miedo los frenaba. Así, pues, cuando ya era mediodía, se di- 2 rigieron con toda aquella multitud a la casa del procón­ sul. El gobernador se llamaba Gordiano465 y había si­ do designado por sorteo para el proconsulado466. Era un anciano que rondaba ya los ochenta años. Había go­ bernado antes muchas provincias y había probado su capacidad en asuntos de gran importancia. Por esta ra­ zón pensaron que aceptaría de buen grado el imperio, como colofón de su anterior carrera, y que el senado y el pueblo romanos acogerían complacidos a un hom­ bre de noble cuna que llegaba a aquella dignidad des­ pués de pasar por muchos cargos en una sucesión regu­ lar. Sucedió que aquel día de los hechos Gordiano 3 estaba en su casa tranquilamente entregado al descan465 Marco Antonio Gordiano Semproniano Romano Africano ( = Gordiano I). Cf. K. D ie t z , Senatus contra principem..., págs. 56-73. Per­ tenecía a una rica y aristoci ática familia. Según la Historia Augusta era poeta y había realizado diversas traducciones (cf. Gordiani tres, 3). Cf. F ilóstrato , Vidas de los Sofistas, prólogo dedicatoria de Flavio Filóstrato a Antonio Gordiano, cónsul preclaro. 466 Las provincias romanas no amenazadas por los bárbaros de­ pendían del senado y sus gobernadores tenían el título de procónsules. Gordiano era procónsul de África desde tiempos de Alejandro Severo.

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so y sin ocuparse de ningún asunto. Los jóvenes, arma­ dos con espadas, y la multitud que los acompañaba, tras pasar por encima de los guardias que estaban en las puertas, irrumpieron en la casa del gobernador y lo sor­ prendieron reposando en una cama. Se situaron a su alrededor y le pusieron la túnica purpúrea aclamándo4 lo con los títulos de Augusto. Gordiano, sobresaltado por la inesperada situación, creyó que era un engaño que insidiosamente habían preparado contra él. Saltó de la cama arrojándose a sus pies y suplicándoles que perdonaran la vida de un anciano que no les había he­ cho ningún m al467, y que mantuvieran su devoción y su - lealtad al emperador. Pero mientras que ellos insistían, empuñando sus espadas, Gordiano, sin enterarse debi­ do al miedo que tenía, no conocía lo ocurrido ni la cau­ sa de aquella situación. Entonces uno de los jóvenes, que destacaba entre ellos tanto por su linaje como por su elocuencia, dando la señal de silencio hizo callar a los demás, y luego, con su diestra en la espada, dirigió 5 a Gordiano las siguientes palabras: «Te enfrentas a dos peligros, uno presente, el otro futuro; uno claramente previsible, el otro sujeto a la fortuna. Tú debes elegir hoy si quieres salvarte con nosotros y depositar tu con­ fianza en el esperanzador(.futuro en que todos confia­ mos, o si prefieres m orir ahora mismo a nuestras ma­ nos. Si eliges la oportunidad que tienes a tu alcance, no te faltarán ayudas en el camino hacia el éxito: el odio general contra Maximino, el deseo de liberarse de una cruel tiranía, tu prestigio por anteriores empresas, tu ilustre fama entre el senado y el pueblo romanos, 6 y, finalmente, tu autoridad siempre celebrada. Pero si niegas tu apoyo a nuestra causa, hoy será tu último día; nosotros mismos moriremos, si es preciso, después de 467 pág. 13.

Compárese esta actitud con la de Pértinax (II 2, 6). Cf. Intr.,

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acabar contigo. Hemos acometido una empresa que re­ quiere todavía una acción más desesperada. El esbirro del tirano yace muerto; ha pagado su crueldad con la muerte a nuestras manos. Si nos apoyas en nuestra causa y compartes nuestros riesgos, tú conseguirás los hono­ res del imperio, y la empresa que tenemos delante de nosotros será objeto de elogio, no de castigo». Mientras el joven pronunciaba estas palabras, la restante muchedumbre (todo el pueblo se había congre­ gado allí al divulgarse la noticia), sin esperar, procla­ maron Augusto a Gordiano. Aunque empezó por rehu­ sar alegando su v ejez468, sin embargo, deseoso de fama, acabó aceptando de buena gana porque prefería el peli­ gro futuro al presente. Pensaba, además, que en su ex­ trema vejez no sería tan malo morir, si fuera preciso, en medio de honores imperiales. Al punto toda Libia se sublevó; destruyeron todo lo que honraba a Maximi­ no y adornaron las ciudades con retratos y estatuas de Gordiano, a cuyo nombre añadieron el sobrenombre de Africano, que hacía referencia a ellos mismos puesto que éste es el nombre que dan a los libios en el sur quienes hablan la lengua de los romanos. Gordiano permaneció en .Tisdro 469, donde habían ocurrido los hechos, durante unos días, ya con el título y el porte de emperador. Luego partió de Tisdro y se dirigió a Cartago, porque la consideraba la ciudad más extensa y populosa y tenía la intención de actuar en todos los aspectos como si estuviera en Roma. Sólo Ro­ ma aventaja a Cartago en potencial económico y en po­ blación y extensión, y el segundo puesto está en litigio con Alejandría de Egipto. Con él fue toda la escolta im­ perial, los soldados estacionados allí y los jóvenes más 468 Cf. supra nota 439. 469 Tisdro estaba situada al sur de Cartago. Es la actual El-Djem.

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fuertes de la ciudad en calidad de guardia pretoriana. Las fasces iban laureadas —un signo para distinguir las del emperador de las restantes— y la antorcha lo prece­ día en las procesiones. Esto hizo que durante un corto tiempo la ciudad de Cartago tuviera el afortunado as­ pecto de Roma, como si fuera su imagen. Gordiano envió innumerables cartas a todos los que consideraba ciudadanos preeminentes de Roma, y es­ cribió a los senadores más distinguidos, muchos de los cuales eran amigos y parientes. Despachó también una carta pública al pueblo y senado romanos, en la que informaba del acuerdo con los libios a la vez que conde­ naba la crueldad de Maximino, sabiendo que les resul­ taba terriblemente odiosa. Por su parte les prometía una absoluta clemencia; desterraría a todos los sicofan­ tas, concedería una revisión del juicio a quienes habían sido condenados injustamente y devolvería a los exila­ dos a sus tierras. A los soldados les prometió un donati­ vo como nadie les había concedido antes, y anunció al pueblo una distribución de dinero. Luego su primera preocupación fue la de eliminar al comandante de la guarnición de Roma, un hombre llamado Vitaliano 47°. Gordiano sabía que actuaba con suma violencia y cruel­ dad, y que era un leal amigo de Maximino. Sospechó, pues, que se enfrentaría decididamente a sus proyectos, y que, por miedo al prefecto, nadie se uniría a su causa. Para solucionar el problema, envió al cuestor de la pro­ vincia, un joven de natural valeroso471, nada vulgar fí­ sicamente y en la flor de la edad. Estaba dispuesto ade­ más a arriesgarse por su causa. Gordiano lo puso al frente de unos centuriones y soldados, y les entregó una 470 Tal vez P. Elio Vitaliano, que había sido procurador en Mauretania Caesariensis. Cf. K. D ietz, Senatus contra principem..., pág. 178. 471 Según Zósimo (I 14, 1) sería P. Licinio Valeriano, el futuro em­ perador. Cf. K. D ie t z , ob. c it, págs. 177-181.

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carta sellada en tablillas plegadas, el método habitual que usan los emperadores para enviar mensajes priva­ dos y secretos. Les ordenó que llegaran a Roma antes 6 del alba y que se presentaran ante Vitaliano cuando to­ davía estuviera solo, retirado en el camarín del juzgado donde a solas solía examinar con cuidado los despachos considerados privados y secretos sobre la seguridad del emperador. Debían anunciar que llevaban un mensaje secreto de Maximino, que les había enviado para un asunto concerniente a la seguridad imperial. Dirían i asimismo que querían hablar con Vitaliano en privado para comunicarle las instrucciones. Luego, mientras el prefecto estuviera ocupado en el reconocimiento de los sellos, fingiendo que le iban a preguntar algo, le darían muerte con las espadas escondidas bajo sus vestidos. Todo ocurrió según las instrucciones de Gordiano. Cuan­ do aún era de noche —Vitaliano solía salir de su casa antes de romper el día—, se presentaron ante el prefec­ to que todavía estaba solo; no había mucha gente allí puesto que unos aún no habían salido y otros ya habían 8 regresado a su casa después del saludo matinal. Había, pues, tranquilidad y poca gente en la antecámara, y fue­ ron recibidos sin dificultad al anunciar las órdenes re­ cibidas. Después de entregarle la carta, mientras Vita­ liano se fijaba en los sellos, sacaron las espadas y le dieron muerte. Luego salieron precipitadamente empu- 9 ñando las espadas. Los que se encontraban allí se reti­ raron aterrados, pensando que la orden era de Maximi­ no, pues había actuado así muchas veces incluso con los que aparentemente eran sus mejores amigos. Enton­ ces los enviados de Gordiano bajaron por la Vía Sacra para presentar la carta que Gordiano dirigía al pueblo y entregar sus mensajes a los cónsules y a los restantes destinatarios. También hicieron circular el rumor de que Maximino había sido eliminado. 80 .

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Tan pronto como el rumor se extendió, todos se pusieron a correr como locos de un iado para otro. To­ das las masas son ciertamente propensas al cambio, pe­ ro el pueblo romano, formado por una ingente multitud abigarrada de hombres de diversas procedencias, pue­ de cambiar de opinión con extraordinaria facilidad 472. 2 Destruyeron, pues, todas las estatuas, retratos e ins­ cripciones en honor de Maximino, y el odio anterior­ mente soterrado a causa del miedo, al encontrarse en una situación de seguridad y libertad, surgió sin impe­ dimentos. El senado se reunió antes de tener una exac­ ta información sobre Maximino y, confiando en el futu­ ro a raíz de la presente fortuna, proclamó a Gordiano juntamente con su hijo 473 Augustos y despojó de sus 3 honores a Maximino. Los sicofantas y los acusadores huyeron o encontraron la muerte a manos de sus vícti­ mas. Los procuradores y jueces que habían actuado como agentes de la crueldad de Maximino fueron arras* trados por la turba y arrojados a las cloacas. Se derra­ mó también mucha sangre de hombres inocentes, pues hubo quienes irrumpieron en las casas de sus acreedo­ res o adversarios en el foro o de cualquier persona con­ tra la que tuvieran el más leve motivo de enemistad; les robaron y los asesinaron vejándolos como a sicofan4 tas. Bajo la apariencia de libertad y de pacífica seguri­ dad, se produjeron hechos propios de una guerra civil. Se llegó a tal extremo que cuando el prefecto urbano, un hombre llamado Sabino 474, de gran experiencia con-

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472 Cf. Intr., pág. 13. 473 El hijo, Gordiano II, se llamaba como su padre. M. Antonio Gordiano Semproniano Romano Africano (cf. K. D ie t z , ob. cit., pá­ ginas 74-77. 474 Personaje no identificado. Se duda respecto a si su muerte obe­ deció a que era amicus de Maximino o, simplemente, a que intentaba imponer el orden tal como afirma aquí Herodiano. Cf. K. D ie t z , ob. cit., pág. 227.

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sular, quiso poner coto a los desmanes, fue golpeado con un garrote en la cabeza y asesinado. En esta situación estaba el pueblo. El senado, por su parte, una vez lanzado al peligro, por miedo a Maxi­ mino hizo todo lo posible para incitar a las provincias a la rebelión. Enviaron a todos los gobernadores sin 5 excepción delegaciones de representantes designados por el senado 475 y de conocidos miembros del orden ecues­ tre. Llevaban cartas que explicaban los sentimientos de los romanos y del senado y exhortaban a los gobernado­ res a tomar el partido de quienes pensaban en la patria común y su senado; animaban a los pueblos de las pro­ vincias a ser leales a los romanos, en cuyas manos esta­ ba el poder del estado desde antiguo, en tanto que ellas, las provincias, desde los tiempos de sus antepasados eran amigas de Roma y estaban sometidas a su autori­ dad. La mayor parte recibieron a la delegación e incita- 6 ron a las provincias a la rebelión fácilmente, debido a su odio contra la tiranía de Maximino; ejecutaron a los funcionarios partidarios de Maximino y se unieron al partido de los romanos. Unos pocos, sin embargo, die­ ron muerte a los delegados cuando llegaron o los envia­ ron bajo escolta a Maximino, que los apresó y castigó cruelmente 476. Tales eran la situación y los sentimientos del pueblo 8 romano. Cuando Maximino tuvo noticias de lo sucedi­ do, se puso de mal humor y sintió una gran preocupa­ ción, aunque fingiera no darles importancia. Durante dos días permaneció sin salir, consultando a sus conse-

475 Posible alusión a los vigintiviri, comité de veinte miembros nombrados por el senado para la defensa de Italia contra Maximino. 476 Sobre el tema de la rebelión del 238 en las provincias cf. G. M. B ersanetti, ob. cit., 1940, págs. 55-70, y P. W. Townsend, art. cit. (1955), 66-82.

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477. Todo s u e j é r c it o y habitantes d e la r e g ió n conocían las noticias y todos los espíritus estaban inquietos por la audaz innovación de aquellas acciones, pero nadie decía nada a nadie y todo el mundo fingía no saber nada. La preocupación de Maximino era tan grande que nada le pasaba desa­ percibido; estaba en guardia contra todos, atento a sus conversaciones y a la más mínima palabra o señal de i sus ojos. Al tercer día, sin embargo, Maximino convocó a todo el ejército en el campo situado delante de la ciu­ dad y salió a dirigirles la palabra. Subió a la tribuna con el escrito que algunos de sus consejeros le habían preparado y leyó el siguiente discurso: 4 «Sé que voy a comunicaros hechos increíbles e ines­ perados, que no merecen, pienso, admiración sino bur­ la y ridículo. Quienes toman las armas contra vosotros y vuestro valor ya no son los germanos, a quienes he­ mos vencido en muchas ocasiones; ni los sármatas, que vienen continuamente a pedir la paz. Los persas, que hace algún tiempo invadieron Mesopotamia, ahora es­ tán tranquilos y contentos con sus propias posesiones; los detienen la fama de vuestras armas y el valor que conocieron por el escarmiento de mis acciones cuando tuve el mando de las legiones en las riberas del río. 5 Ahora son (y no es una broma) los cartagineses, que se han vuelto locos y han persuadido o forzado a un pobre viejo, que en su extrema vejez ha perdido el jui­ cio, a representar el papel de emperador en las proce­ siones como si se tratara de un juego. Pero ¿en qué ejército confían cuando sólo cuentan con los lictores478

2 j e r o s s o b r e e l c a m in o a s e g u i r lo s

477 Respecto a todo este capítulo cf. Intr., págs. 42-43. 478 Los lictores eran los oficiales que con las fasces precedían a los magistrados como símbolo de su poder. Su número dependía de la categoría del magistrado. En África, la provincia de Gordiano, igual que en Asia, los procónsules eran de rango consular; llevaban por tan­ to, doce lictores.

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para servicio de su gobernador? ¿Qué armas van a usar si no tienen más que las lanzas con las que los gladiado­ res luchan contra las fieras? Su única instrucción mili­ tar son los coros, las farsas y las danzas rítmicas. No debe inquietarse nadie por las noticias de Roma. Vita- 6 liano fue asesinado, sorprendido por una engañosa tram­ pa; vosotros no desconocéis la ligereza y la versatilidad del pueblo de Roma. Pero su valor sólo llega al grito. Tan sólo con ver a dos o tres soldados armados se em­ pujan unos contra otros y se pisotean; cada uno huye de su propio riesgo y se despreocupa del peligro común. Y si alguien os ha informado sobre el comportamiento 7 del senado, no os asombréis si nuestra moderación les resulta molesta y si prefieren a Gordiano por la coinci­ dencia de sus costumbres licenciosas. Nuestras accio­ nes, valerosas y honrosas, reciben el calificativo de terribles, pero su delirante desenfreno lo miran con bue­ nos ojos como algo civilizado. Por esto su actitud es con­ traria a mi imperio, porque es firme y moderado, mien­ tras que se complacen con el nombre de Gordiano, de quien no desconocéis su vida escandalosa. Contra éstos 8 y otros como ellos haremos la guerra, si es que la po­ demos llamar así. Mi opinión es que, tan sólo con que pongamos el pie en Italia, la mayoría, todo el mundo prácticamente, con ramas de olivo en sus manos nos presentarán a sus hijos y se postrarán a nuestros pies. Los restantes, por su miserable cobardía, huirán, de suerte que me será posible entregaros todas sus propie­ dades y vosotros podréis tomarlas y disfrutarlas libre­ mente». Con estas palabras Maximino lanzó un sinnúmero 9 de improperios contra Roma y su senado, amenazándo­ lo con las manos y con terribles gestos como si tuviera delante a aquellos que provocaban su enfado. Luego anunció la partida hacia Italia. Al día siguiente, después de distribuir entre sus hombres una importante suma

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de dinero, emprendió la marcha al frente de un nume­ rosísimo ejército, en realidad todas las fuerzas de Ro­ lo ma. Lo seguía también un número considerable de ger­ manos, a quienes había sometido por las armas o se los había ganado mediante un tratado de amistad. Lle­ vaba artillería e ingenios de guerra y todo el equipo que había traído para luchar contra los bárbaros. La mar­ cha se realizaba con bastante lentitud debido a que el transporte de carros de enseres y de víveres invadía 11 todas las calzadas. Esto ocurrió porque la expedición a Italia había sido decidida súbitamente, sin la habitual planificación previa; las provisiones para el ejército fue­ ron reunidas sobre la marcha y con apresuramiento. Así, para ganar tiempo, Maximino decidió enviar por delan­ te a las legiones panonias, en las que confiaba especial­ mente, pues habían sido las primeras en proclamarlo emperador y se habían comprometido voluntariamente a afrontar cualquier peligro en su defensa. Les ordenó que se adelantaran a las restantes fuerzas y que de an­ temano tomaran posiciones en Italia. 9

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Mientras el ejército de Maximino proseguía su mar­ cha, en Cartago los sucesos no fueron como se había esperado. Un senador llamado Capeliano 479 estaba al mando de la Mauritania puesta bajo jurisdicción roma­ na, conocida con el nombre de Numidia. Unas fuerzas defendían la provincia debido a la multitud de bárba­ ros mauritanos que vivían alrededor. Tenían la misión de contener sus incursiones de pillaje. Capeliano tenía, pues, bajo su mando un ejército considerable. Desde ha­ cía tiempo Gordiano estaba enfrentado con este Cape­ liano por una cuestión legal. Por esto cuando alcanzó 479 Tal vez descendiente de Cayo Julio Geminio Capeliano, sena­ dor en época de Antonino Pío, pariente de la familia de los Gemina de Cirta. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 109-120.

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el título de emperador, le envió un sucesor, y le ordenó salir de la provincia. Capeliano, indignado por esta or- 3 den, mostró su devoción por Maximino, de quien había recibido el mando, y reunió todo el ejército persuadién­ dolos a mantener su juramento de fidelidad a Maximi­ no. Luego se dirigió contra Cartago al frente de un ejér­ cito joven y muy fuerte con excelentes soldados en sus filas. Iban pertrechados con todo tipo de armamento y estaban preparados para el combate debido a la expe­ riencia adquirida en sus habituales enfrentamientos con­ tra los bárbaros. Cuando llegaron las noticias de que el ejército avan- 4 zaba contra la ciudad, Gordiano fue presa de un tre­ mendo pánico. Los cartagineses, en una situación de completa anarquía, pensando que las esperanzas de vic­ toria se cifraban en la multitud de sus gentes más que en el orden de un ejército, salieron en masa con la in­ tención de enfrentarse a Capeliano. El viejo Gordiano, según hemos sabido, cuando se produjo el ataque a Car­ tago, cayó en un estado de desesperación; conocía el poder del ejército de Maximino y se daba cuenta de que no había en Libia otra fuerza igual que fuera capaz de combatirle. Por eso se ahorcó 480. Su muerte fue encu- 5 bierta, y eligieron a su hijo para que se pusiera al fren­ te de la muchedumbre. Cuando se produjo el encuen­ tro, los cartagineses eran superiores en número, pero estaban sin ningún orden y sin preparación para la gue­ rra, puesto que habían crecido en medio de una profun­ da paz, dedicados continuamente a fiestas y placeres, y desprovistos de armas e ingenios bélicos. Cada uno 6 trajo de su casa una daga o un hacha y los venablos de sus cacerías. Cortando las pieles que pudieron con­ seguir y serrando maderas tal como las encontraban, como cada uno pudo, fabricaron escudos para proteger 480 Cf. infra VII 9, 9 e Intr., pág. 13.

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sus cuerpos. Pero los númidas eran tiradores certeros y excelentes jinetes, tanto que incluso sin riendas y sólo con una fusta podían dominar sus caballos al galope. 7 Derrotaron, pues, sin dificultad a la turbamulta carta­ ginesa, que, sin esperar su acometida, arrojaron las ar­ mas y huyeron. Al tropezar unos con otros y pisotearse, las propias turbas causaron más bajas que los enemi­ gos. Allí murió también el hijo de Gordiano y su séqui­ to, pero, a causa del enorme número de caídos, no fue posible el levantamiento de los cadáveres para darles sepultura, ni fue encontrado el cuerpo del hijo de Gor8 diano. De los muchos fugitivos sólo unos pocos, que pu­ dieron entrar en Cartago y esconderse dispersándose a lo largo y a lo ancho de la ingente y populosa ciudad, lograron salvarse. La caballería con sus azagayas y la infantería acabaron con la restante multitud mientras se apretaban en las puertas y cada uno se esforzaba 9 por entrar. La ciudad se llenó de gemidos de mujeres y de niños cuyos seres queridos murieron ante sus ojos. Respecto a Gordiano otras fuentes dicen que el viejo permanecía en su casa a causa de su avanzada edad, y que, cuando fue informado de la carnicería y de la entrada de Capeliano en Cartago, cayó en un estado de total desesperación y entró solo en su habitación dicien­ do que se iba a dormir. Allí puso fin a su vida ahorcán­ dose con un lazo hecho con el cinturón que llevaba. 10 Éste fue el fin de Gordiano, que, después de vivir feliz en épocas anteriores, murió representando el pa­ pel de emperador481. Al entrar en Cartago, Capeliano dio muerte a todas las personas de rango que habían conseguido escapar de la batalla, y no evitó la expolia­ ción de templos y el saqueo de bienes privados y públi11 eos. Se dirigió luego contra las restantes ciudades que habían destruido las inscripciones en honor de Maximi481 Hacia el 22 de marzo. No reinó mucho más de veinte días.

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no; mató a los ciudadanos preeminentes y expulsó a la gente del pueblo. Permitió a sus hombres que saquea­ ran e incendiaran campos y aldeas, con el pretexto de que imponía un castigo por la rebelión contra Maximi­ no, pero en el fondo procurándose la lealtad de sus sol­ dados. Así si Maximino sufría una desgracia, él mismo podría aspirar al imperio con el apoyo de un ejército leal. En esta situación estaban, pues, los asuntos de Li­ bia. Cuando llegó a Roma la noticia de la muerte del 10 anciano, una gran confusión y estupor se apoderó del pueblo y, sobre todo, del senado; había muerto Gordia­ no, aquél en quien habían puesto sus esperanzas. Sa­ bían que Maximino 482 *** y que no perdonaría a na­ die. La disposición natural de Maximino respecto a ellos siempre había sido distante y hostil, pero entonces, des­ de que le habían declarado su enemistad, tenía buenas razones para estar justamente indignado. Decidieron, 2 pues, reunirse para deliberar sobre el camino a seguir, que, una vez que ya se habían lanzado al peligro, sólo podía ser el de la guerra. Para ello el senado tenía que efectuar una selección entre sus miembros y nombrar a dos emperadores que deberían compartir el imperio a fin de evitár que el poder, al estar en manos de una sola persona, derivara de nuevo hacia la tiranía 4“ . Por esta razón no se reunieron en el sitio de costumbre, si­ no en el templo de Júpiter Capitolino, dios a quien los romanos veneran en su ciudadela. La reunión fue a 3 puerta cerrada en el santuario como si tomaran a Júpi­ ter por testigo, consejero y observador de sus actos. En una primera selección entre los hombres preeminentes 4,2 Hay una laguna en el texto, suplida en el Monacensis Graecus 175 (A) por las palabras «que era su enemigo implacable». 485 Cf. Intr. pág. 16.

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por su edad y rango 484, dieron el voto a los que consi­ deraban más capaces. Aunque otros también obtuvie­ ron votos, sin embargo fueron eliminados y la elección que los hizo emperadores recayó por mayoría en Máxi4 mo y Balbino. Máximo 485 había tenido mandos de tro­ pas en muchas ocasiones y había desempeñado con rectitud el cargo de prefecto de Roma; en opinión del pueblo era un hombre de aguda inteligencia y de vida moderada. Balbino 486 era un patricio que había desem­ peñado dos veces el consulado y había sido gobernador de diversas provincias de forma irreprochable, pero su 5 carácter era más simple que el de Máximo. Después que el voto los hubo designado, los dos fueron procla­ mados Augustos, y el senado los invistió por decreto con todos los honores imperiales. Mientras tenían lugar estos acontecimientos 487 en el Capitolio, el pueblo, bien por instigación del algunos ami­ gos y parientes de Gordiano, bien porque el rumor les había llegado, se presentó en las puertas del templo. Un inmenso gentío cerraba completamente la subida al Capitolio; iban armados con piedras y garrotes mostran­ do su oposición a los hombres elegidos por el voto del 6 senado. Rechazaban sobre todo a Máximo, pues había 484 Probable referencia a los vigintiviri. Cf. supra nota 475. 485 Marco Clodio Pupieno Máximo, senador de origen italiano (Volaterrae, Tibur), procónsul de Asia durante el reinado de Severo Alejandro, eos. I I ord. y praefectus urbi en el 234, habia sido legado propretor en Germania en época de Caracalla. De mayor experiencia militar que su colega representaba en esta elección a la tendencia mili­ tar del senado. Su misión era dirigir la guerra contra Maximino. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 129-134. 486 Décimo Celio Calvino Balbino pertenecía a una antigua fami­ lia aristocrática originaria de Itálica (sobre el hallazgo de un retrato de Balbino en Itálica cf. J. M. L uzón N ogué , «Un retrato de Balbino en Itálica», Habis 2 (1971), 263-271), eos. I I ord. en el 213. Permaneció en Roma dirigiendo la administración mientras Máximo Pupieno se dirigía contra Maximino. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 99-103. 487 Cf. Intr., págs. 40-44 y 68.

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gobernado con mano dura cuando había sido prefecto de la ciudad, y había tratado con mucha severidad cual­ quier leve movimiento de masas. Por esto, debido al te­ mor que les inspiraba, desaprobaban su nombramiento y a gritos amenazaban con matarlos. Querían que fuera elegido un emperador de la familia de Gordiano, y que el título del poder imperial quedara vinculado a la casa y al nombre de Gordiano. Balbino y Máximo, rodeándo­ se de jóvenes del orden ecuestre y de antiguos soldados armados con espadas, intentaron abrirse paso por la fuerza para salir del Capitolio, pero una lluvia de pie­ dras y palos los detuvieron hasta que, finalmente, al­ guien les sugirió una astucia para engañar al pueblo. Había un niño de corta edad, hijo de una hija de Gor­ diano, que se llamaba como su abuelo 488. Enviaron, pues, a algunos de sus acompañantes con la orden de traer al niño. Aquellos lo encontraron en su casa jugan­ do; lo levantaron sobre sus hombros y lo llevaron a través de la muchedumbre. Mientras lo mostraban a las masas, decían que era nieto de Gordiano y lo llamaban por su nombre. Así lo subieron hasta el Capitolio entre vítores del pueblo y bajo una lluvia de hojas y flores. Cuando el senado lo proclamó César, puesto que por su edad no podía ponerse el frente del estado, cesó la cólera del pueblo y permitieron que los emperadores se dirigieran al palacio imperial. Pero por los mismos días ocurrió una funesta des­ gracia a la ciudad de Roma; el motivo que la desencade­ nó fue la atrevida baladronada de dos senadores. En 488 Marco Antonio Gordiano (Gordiano III) era hijo de Junio Balbo y de Mecia Faustina, hija de Gordiano I y hermana de Gordiano II. En el momento de su nombramiento tenía trece años (cf. infra VIII 8, 8). Dexipo (según la Historia Augusta, Gordiani tres, 19) pensaba que era hijo de Gordiano II, pero las inscripciones dan la razón a Herodia­ no (cf. D essau , Inscr. Lat. Sel. 498 y 500).

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el senado estaban todos reunidos para examinar la situación. Los soldados que Maximino había dejado en el campamento (eran hombres cuyo licénciamiento ya estaba próximo y que habían permanecido en Roma a causa de su edad) se enteraron de aquella reunión y lle­ garon hasta la entrada del senado con la intención de informarse sobre lo que ocurría. Iban desarmados, ves­ tidos con una simple túnica y un sayo, y se situaron 3 con el resto de la gente. Aunque los otros se quedaron en la entrada, dos o tres, curiosos de oír con más deta­ lle las deliberaciones, traspasaron el umbral hasta llegar al altar de la Victoria. Entonces un senador recién sali­ do del consulado, un cartaginés llamado Galicano 489, y otro hombre llamado Mecenas 49°, un expretor, sin pen­ sarlo mucho, mientras los soldados tenían sus manos debajo de sus sayos, los apuñalaron en el corazón con 4 las dagas que llevaban escondidas bajo sus ropas. De­ bido a las luchas civiles y a los disturbios, todo el mun­ do, unos abiertamente y otros a escondidas, llevaba dagas; las llevaban, decían, para su propia defensa con­ tra los súbitos ataques de sus enemigos. Así, pues, heri­ dos mortalmente los soldados cuando menos lo espera­ ban, sin poder defenderse, cayeron al pie del altar. 5 Cuando los otros soldados contemplaron la escena, ano­ nadados por la desgracia de sus camaradas y atemori­ zados por el gentío al ir ellos desarmados, se dieron a la fuga. Entonces Galicano salió corriendo del senado y fue a situarse en medio del pueblo mostrándoles su daga y su mano ensangrentadas y exhortándolos a per­

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489 L. Domicio Galicano Papiniano, originario de África (Cartago). Fue cónsul suffectus hacia el 238 y ocupó el cargo de legado propretor en Dalmacia, Hispania citerior y Gemania inferior. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 140-143. 490 Desconocido. Según C. R. W h itt ak e r (ob. cit., II, pág. 235) po­ dría ser un error y referirse a P. Mesio Augustino Meciano, otro sena­ dor africano. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 185-187.

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seguir y matar a los enemigos del senado y del pueblo romano que eran amigos y aliados de Maximino. El pueblo, fácilmente persuadido, vitoreó a Galicano y per­ siguió a pedradas a los soldados hasta que pudo. Pero aquellos dejaron atrás a sus perseguidores y, a pesar de que unos pocos fueron heridos, consiguieron refu­ giarse en el campamento y cerraron las puertas; toma­ ron luego las armas y se dispusieron a defender los muros del campamento. Galicano, una vez que se hubo atrevido a una acción de tal envergadura, empezó a sus­ citar la guerra civil y una enorme ruina para la ciudad. Persuadió a las masas a que forzaran las puertas de las armerías públicas, aunque aquellas armas estaban dispuestas más para las ceremonias que para el comba­ te; allí cada uno se protegería con lo que pudiera. Tam­ bién abrió los cuarteles de los gladiadores y los hizo salir a todos pertrechados con sus propias armas. To­ das las lanzas, espadas y hachas que había en casas y talleres fueron requisadas. El pueblo trastornado trans­ formó en arma cualquier útil de un material adecuado que cayó en sus manos. Reunido, pues, aquel ejército, marcharon contra el campamento, y se lanzaron contra puertas y muros, con la evidente intención de tomarlo por asalto. Pero los soldados, con las armas de su dila­ tada experiencia y la protección de las almenas y escu­ dos, rechazaron al pueblo de los muros disparando sus arcos y repeliéndolos con sus picas. Finalmente, al estar el pueblo cansado y los gladiadores heridos y acercán­ dose ya la noche, decidieron retirarse. Al ver los solda­ dos que los atacantes daban la vuelta y regresaban dán­ doles la espalda sin ninguna preocupación, porque no imaginaban que un pequeño grupo se atreviera a salir contra una multitud tan numerosa, abrieron las puer­ tas súbitamente y se echaron encima del pueblo. Ma­ taron a los gladiadores y mucha gente del pueblo encontró la muerte en aquel lance. Los soldados sólo con­

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tinuaron la persecución en tanto que no se alejaron del campamento. Luego regresaron y permanecieron den­ tro de la fortificación. A raíz de este episodio la indignación del pueblo y del senado aumentó. Se procedió al nombramiento de generales y se efectuaron levas por toda Italia. Todos los grupos de jóvenes fueron reclutados y armados con las primeras armas que pudieron encontrar. Máximo to­ mó la mayor parte de estas tropas para combatir con­ tra Maximino; las restantes quedaron para guardar la 2 ciudad y defenderla. Todos los días se producían ata­ ques contra los muros del campamento, pero sin nin­ gún éxito. Los soldados desde su posición elevada re­ chazaban a los atacantes, que se retiraban maltrechos, heridos por las flechas y las picas. Balbino, que se ha­ bía quedado en Roma, publicó un edicto en el que pedía al pueblo que buscara un camino de reconciliación y prometía a los soldados una amnistía con el perdón de 3 todos sus crímenes. Pero no convenció ni a unos ni a otros, sino que la tensión iba en aumento de día en día porque el pueblo consideraba indigno el hecho de que tantos fueran despreciados por unos pocos, y los solda­ dos estaban indignados porque recibían de los romanos el mismo trato que de los bárbaros. Finalmente, puesto que nada habían conseguido con sus asaltos, los jefes de la operación decidieron cortar todos los conductos de agua que afluían al campamen­ to, a fin de someter a los soldados por sed y por falta 4 de agua corriente. Su táctica de ataque fue, pues, des­ viar hacia otros canales todo el suministro de agua, cor­ tando y cerrando las tuberías que conectaban con el cam­ pamento. Cuando los soldados se percataron, desespe­ rados, abrieron las puertas y salieron a combatir; tuvo lugar una terrible batalla cuyo resultado fue la derrota del pueblo y la victoria de los soldados, que en la perse-

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cución penetraron en la ciudad. La gente del pueblo, debido a que en los combates cuerpo a cuerpo llevaban la peor parte, subieron apresuradamente a los pisos de arriba desde donde causaron problemas a los soldados disparándoles tejas, piedras y otros cacharros. Los sol­ dados no se atrevieron a subir contra ellos por su des­ conocimiento de las casas, estando cerradas además las puertas de casas y talleres. Entonces prendieron fuego a todos los balcones de madera que encontraron, y ha­ bía un buen número de ellos en la ciudad. Al estar los edificios muy apretados y por la gran cantidad de ma­ dera en contacto, el fuego se extendió fácilmente por la mayor parte de la ciudad, de suerte que muchos pa­ saron de ricos a pobres al perder grandes y hermosas propiedades, valiosas unas como fuente de beneficios, y otras por su artística construcción. Muchos hombres murieron quemados al no poder escapar por estar ce­ rradas las salidas por el fuego. Las posesiones de algu­ nos ricos fueron completamente saqueadas, y en el sa­ queo malhechores y gente menuda se mezclaron con los soldados. La zona afectada por el incendio era tan ex­ tensa que ninguna de las más importantes ciudades, en su total extensión, podía compararse al sector dañado. Mientras en Roma ocurría e sto 491, Maximino había llegado al término de su marcha y ya estaba en la fron­ tera de Italia. Después de sacrificar en los altares de la frontera, emprendió la invasión de Italia, y ordenó que todo el ejército se armara y avanzara ordenada­ mente. Hemos relatado hasta aquí la rebelión de Libia y la guerra civil en Roma así como la actuación de Maxi­ mino hasta su llegada a Italia. Los hechos que siguieron serán narrados en el libro siguiente.

491 Cf. la cronología en Intr., págs. 40-41.

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La actuación de Maximino después de la muerte de Gordiano y su llegada a Italia, la rebelión de Libia y la discordia en Roma entre los soldados y el pueblo han sido expuestas en el libro precedente. Cuando llegó a la frontera, Maximino destacó a unos espías para que reconocieran el terreno y vieran si alguna emboscada se ocultaba en las gargantas o en la espesura de los 2 bosques. Luego él mismo hizo bajar el ejército a la lla­ nura y dispuso las legiones de infantería en una for­ mación en cuadro 492 en la que aumentaba el frente y disminuía el fondo a fin de cubrir un mayor espacio. Co­ locó en el centro todo el equipo con las carretas y las bestias de carga, y él se situó a continuación en la reta3 guardia con los pretorianos. Por los flancos cabalgaban los escuadrones de caballería pesada 493, los lanceros mauritanos y los arqueros orientales. También llevaba 492 El agmen quadratum. 493 Los catafractos (gr. Kataphráktoi, lat. cataphracíi). Cf. supra IV 15, 2. Era una caballería en la que tanto los jinetes como los caba­ llos iban protegidos con pesadas armaduras. Su arma de ataque era una enorme lanza; su carga en linea era irresistible, pero aislados eran muy vulnerables debido al peso de su armadura que les dificultaba la defensa. Fue una caballería de persas, partos y sármatas, pueblos a quienes imitaron los romanos cuando tardíamente la introdujeron en sus cohortes. Podemos contemplar esta caballería pesada en uno de los bajorrelieves de la columna Trajana.

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un importante contingente de caballería auxiliar germa­ na, a la que colocó en una posición muy adelantada pa­ ra que recibieran la primera embestida del enemigo, puesto que eran animosos y valientes en el comienzo de la batalla; aunque tuvieran que afrontar un riesgo, la vida de un bárbaro tenía escasa importancia. Des- 4 pués de recorrer toda la llanura en disciplinada forma­ ción, el ejército llegó a la primera ciudad de Italia, lla­ mada Hema 494 por las gentes del país, situada en el punto más elevado de la llanura que se extiende al pie de los Alpes. Allí la avanzadilla de exploradores y los espías se encontraron con Maximino y le informaron de que la ciudad estaba desierta y de que la población había huido en masa después de quemar las puertas de sus templos y casas; todo lo que había en la ciudad o en los campos o se lo habían llevado, o lo habían que­ mado, y no habían quedado víveres ni para los animales de carga ni para los hombres. La noticia de la rápida 5 huida de los itálicos alegró a Maximino, y concibió la esperanza de que todos los pueblos harían lo mismo y no esperarían su llegada. Pero el ejército estaba disgus­ tado porque no había hecho más que empezar y ya ex­ perimentaba el hambre. Después de pernoctar, unos en la ciudad en casas sin puertas, completamente vacías, y otros en el campo, al salir el sol se dirigieron hacia los Alpes. La naturaleza ha levantado esta enorme cor­ dillera como muralla de Italia; es tan alta que sus picos traspasan las nubes y tan extensa que divide toda Italia y desciende hasta el mar Tirreno por el oeste y hasta el golfo Jonio por el este. Están cubiertos por densos 6 y frondosos bosques y sus pasos están bordeados por despeñaderos, que quiebran bruscamente sobre impre­ sionantes abismos, o por escarpados riscos; son vere­ das artificiales, construidas con mucho esfuerzo por los 494 Emona, la actual Liubliana. 80 . — 21

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antiguos itálicos. El ejército pasó con gran recelo por­ que esperaban que las alturas estarían ocupadas y que los pasos habrían sido cerrados para impedir su paso. Su expectación y temor eran verosímiles a juzgar por la naturaleza del lugar. Pero una vez que hubieron cruzado sin tropezar con ningún obstáculo que les impidiera el paso, bajaron al llano con los ánimos recobrados y cantando himnos triunfales. Maximino abrigaba la esperanza de obtener fácilmente un éxito completo puesto que los itálicos no se habían arriesgado ni siquiera en un terreno dificul­ toso, donde hubieran podido ponerse a salvo escondién­ dose, o planear una emboscada y atacarlos desde luga2 res más elevados. Al llegar al llano, las patrullas de reconocimiento le informaron de que Aquileya, impor­ tantísima ciudad de Italia, había cerrado sus puer­ tas 495. Le comunicaron que las legiones panonias que habían sido enviadas por delante del grueso del ejército habían atacado las murallas valientemente, pero que, a pesar de haberse lanzado al asalto en repetidas oca­ siones, no conseguían nada y tenían que abandonar re­ tirándose bajo una lluvia de piedras, lanzas y flechas. Maximino se indignó con los generales de las legiones panonias, porque creía que combatían sin mucho inte­ rés, y él en persona con su ejército se dirigió a toda prisa contra la ciudad pensando que la tomaría al pri­ mer asalto. 3 Aquileya 496, al ser una importantísima ciudad, ha contado de antiguo con una numerosa población del país.

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495 En la resistencia de Aquileya debieron influir sin duda fami­ lias de aquella ciudad como los Barbii y los Statii, emparentadas con otras familias de la aristocracia antonina. Cf. Intr., pag. 56. 496 Aquileya, el primer puerto comercial del norte de Italia y cen­ tro de comunicaciones al pie de los Alpes Julianos, tenía una gran importancia comercial y militar. Su base étinca era gala y los romanos

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Como puerto comercial de Italia adonde concurren to­ dos los pueblos ilirios, suministra al comercio maríti­ mo mercancías traídas del interior por tierra y por los ríos, y expide a los pueblos del interior los artículos traídos por mar que les son necesarios y que los territo­ rios ilirios no producen debido a sus fríos inviernos. Por otra parte la comarca de Aquileya produce mucho vino y suministra bebida en abundancia a los pueblos que no cultivan la vid. A causa de esta actividad comer- 4 cial la ciudad es un hervidero de gentes, pues, además de los ciudadanos, hay extranjeros y comerciantes. En­ tonces, ante la llegada de Maximino, la enorme pobla­ ción se había multiplicado al confluir gentes de toda la comarca que habían abandonado los poblados y al­ deas situados alrededor de Aquileya, confiando en la se­ guridad de una ciudad que era más importante y estaba protegida por una muralla. Esta muralla era muy anti­ gua y una buena parte estaba en ruinas por aquel en­ tonces porque, después de la expansión del imperio ro­ mano, las ciudades de Italia ya no tuvieron necesidad de murallas ni de armas al haber cambiado las guerras por una paz completa y por la participación en la ciu­ dadanía romana. Pero entonces la necesidad las forzó 5 a reparar apresuradamente la muralla, reconstruyendo las ruinas y levantando torres y almenas. Después de una rápida fortificación de la muralla, cerraron las puer­ tas y el pueblo en masa se apostó sobre las murallas de día y de noche. Así fue como rechazaron a las tropas asaltantes. Tenían el mando de la plaza y la responsabi­ lidad de su defensa dos excónsules elegidos por el sena-

fundaron una colonia en el año 181 a. C. Sobre Aquileya cf. A. Calderin i , Aquileia romana, Milán, 1930; G. B ru sin , Gli Scavi di Aquileia, Udine, 1934; B. S. P anciera , Vita economica di Aquileia in etá romana, Venecia, 1957; M. B uora , Aquileia dalla fondazione aW alto medioevo, 1982.

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do. Uno se llamaba Crispino 497 y el otro Menófilo 498. Con gran previsión habían introducido en la ciudad abundantísimas provisiones, de suerte que no hubiera escasez si el asedio se prolongaba. Tampoco faltaría el agua, pues había muchos pozos en la ciudad; además un río 499 pasa al pie de la muralla, ofreciendo al mis­ mo tiempo la protección de un foso y suministro de agua. Así habían preparado la defensa de Aquileya. Cuan­ do Maximino se enteró de que la ciudad estaba bien defendida y con las puertas cerradas, decidió enviar a unos hombres, a guisa de embajada, para que negocia­ ran con los ciudadanos al pie de la muralla por ver si lograban persuadirlos a que abrieran las puertas. En el ejército había un tribuno cuya patria era Aquileya; sus hijos, su mujer y todos sus familiares estaban ence­ rrados dentro de la ciudad. Maximino lo envió en com­ pañía de unos centuriones con la esperanza de que co­ mo ciudadano fácilmente los convencería. Cuando los embajadores estuvieron al pie de la muralla les comu­ nicaron que Maximino, el emperador de todos, les orde­ naba deponer las armas pacíficamente y recibirlo como amigo, no como enemigo. Les dijeron que su tiempo es­ 497 Rutílio Pudente Crispino había gobernado varias provincias im­ periales durante el reinado de Alejandro Severo; tenía, por tanto, ex­ periencia militar. Cónsul suffectus en 237/8. Después de la muerte de Maximino fue enviado a España para enfrentarse con la oposición a Gordiano III (cf. A. B a ú l , «Los gobernadores de la Hispania Tarraco­ nense durante el Imperio romano», Emérita XXXII (1964), 31; K. D ietz , ob. cit., págs. 210-226. 498 Tulio Menófilo fue cónsul suffectus, miembro probablemente de los vigintiviri y gobernador de Mesia inferior en el 241. Cf. K. D ie t z , ob. cit., págs. 233-245. 499 Junto a Aquileya pasa actualmente el torrente Natisa. Antigua­ mente parece que desembocaba en el mar junto a Aquileya el río Natiso, hoy afluente del Isonzo (cf. E strabón , V 1, 8 (214); P l in io , Historia Natural, III, 22, 1; Mela, II 4, 15).

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taría mejor empleado en libaciones y sacrificios que en muertes, y que no permitieran que su ciudad fuera com­ pletamente aniquilada desde sus cimientos cuando es­ taba en su mano salvarse a sí mismos y salvar a la pa­ tria. El buen emperador les concedía la amnistía y el perdón de sus errores, pues no les hacía responsables a ellos sino a otros. Los embajadores, situados al pie 3 de la muralla, comunicaron el mensaje a voz en grito para que fuera perfectamente escuchado. La mayor parte del pueblo, excepto aquellos que hacían guardia en otras partes, estaban sobre la muralla y las torres, y escucha­ ron en silencio las palabras de los embajadores. Por 4 temor a que las masas, por su inconstancia, se dejaran seducir por las promesas y, eligiendo la paz en lugar de la guerra, abrieran las puertas, Crispino se puso a recorrer las murallas instando a todo el mundo a que se mantuvieran firmes y resistieran valerosamente, sin traicionar su lealtad al senado y al pueblo romanos. De­ bían recibir el título, les decía, de salvadores y defenso­ res de toda Italia, y no debían confiar en las promesas de un tirano perjuro y mentiroso, no fuera que, seduci­ dos por hermosas palabras, se entregaran a una muerte anunciada cuando les era posible probar la suerte de la guerra. Muchas veces pocos vencieron a muchos; y 5 fuerzas aparentemente más débiles destruyeron a otras cuya fama de valor era mayor. No debían espantarse, pues, por la magnitud del ejército. «Los que combaten por la causa de otro —les dijo—, y su éxito, si lo obtie­ nen, va a parar a este otro, suelen escatimar su ardor en la batalla, porque saben que, aunque ellos participen en los peligros, otro recogerá los mayores y más altos frutos de la victoria. Pero aquellos que luchan por su 6 patria pueden confiar más en los dioses puesto que no desean apoderarse de los bienes ajenos sino defender los propios. Su ardor en los combates no procede del mandato de otro sino de la propia necesidad, puesto que

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ellos obtendrán todo el fruto de la victoria». Con pa­ labras como éstas Crispino se fue dirigiendo a todos, tanto particularmente com o en general. Era un hombre que inspiraba un natural respeto, de fácil palabra en lengua latina y un buen jefe para ellos. Logró, pues, per­ suadirlos a que fueran fieles a su primera resolución, y ordenó que los embajadores se retiraran sin conse­ guir su objetivo. Se dijo que Crispino había insistido en sostener la guerra porque en la ciudad había mu­ chos expertos en el arte de la adivinación y de la inter­ pretación de entrañas, y le habían anunciado que los signos eran favorables. Los itálicos tienen mucha fe 8 en este tipo de observaciones. También se habían divul­ gado algunos oráculos según los cuales el dios de la ciu­ dad había prometido la victoria. Este dios, conocido con el nombre de Belen 50°, es objeto de un extraordinario culto y lo identifican con Apolo. Algunos soldados de Maximino afirmaron que su imagen había aparecido frecuentemente en el cielo luchando en defensa de la 9 ciudad. Yo no puedo decir si apareció realmente a algu­ nos o si fue una invención de quienes quisieron evitar que un ejército tan poderoso se viera en la ignominia de no haber podido resistir a un número muy inferior de gente del pueblo y decidieron que pareciera que ha­ bían sido vencidos por dioses y no por hombres. Lo in­ creíble del resultado permite creerlo todo.

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Cuando los embajadores regresaron sin éxito, Ma­ ximino se enfureció terriblemente y aceleró la marcha.

500 Beleño o Belino era el dios principal de Aquileya como de­ muestran las numerosas incripciones allí encontradas (cf. Cald erini, Aquileia romana, págs. 95-103). Era un dios celta. T ertuliano (Apol. adv. gent. 24) lo consideraba el dios de Nórico. En esta región y en la Galia su culto era efectivamente muy importante. El nombre de este dios se conserva en el topónimo Beligna, lugar cercano a Aquileya.

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Pero cuando llegó a un río 501 que dista dieciséis millas de la ciudad, encontró que la corriente bajaba a niveles muy altos de profundidad y anchura; la estación del año 2 fundía las nieves acumuladas durante el invierno en las montañas que dominan la ciudad y provocaba una extraordinaria crecida 502. Era imposible el paso del ejército puesto que los aquileyanos habían cortado y des­ mantelado el puente, obra grande y hermosísima cons­ truida por antiguos emperadores. Para su construcción se habían utilizado bloques de piedra rectangulares y se sostenía sobre pilas con salientes que se estrechaban gradualmente. El ejército sin puente y sin barcas se en­ contraba en un apuro. Algunos germanos, desconocedo- 3 res de las rápidas e impetuosas corrientes de los ríos itálicos, pensando que fluían lentamente como los de su país (el tranquilo deslizamiento de su corriente es la razón por la que se hielan fácilmente, dicho sea de paso), se lanzaron al río con sus caballos, que estaban acostumbrados a nadar, pero fueron arrastrados por la corriente y perecieron. Maximino acampó y excavó una zanja alrededor del 4 campamento en previsión de cualquier ataque. Durante dos o tres días estuvo en su orilla dedicado a estudiar cómo echaría un puente sobre el río. Al faltar la made­ ra y los pontones que necesitaba unir para salvar la corriente, algunos ingenieros le recordaron que en los campos desiertos había muchos toneles de vino vacíos, de tablas curvas, que los habitantes de la región desti­ naban al transporte, para que el vino llegara con segu-

501 Este río era el Sontius, el actual Isonzo. Actualmente discu­ rre más cerca de la ciudad, a unos 10 Km. pero la hidrografía de aque­ lla zona ha experimentado algunos cambios (cf. supra nota 499). 502 Este dato confirma la fecha de finales de abril (hacia el 20) que se da para la llegada de Maximino a Aquileya. Cf. cronología en Intr., págs. 42-43.

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ridad a sus clientes 503. Estos toneles eran curvos y huecos a modo de naves, y, si eran atados unos a otros, flotarían como barcas y no serían arrastrados por estar enlazados. Los cubrirían de leña y luego echarían tierra apisonándola uniformemente con la colaboración de to­ dos. Cruzó, pues, el ejército con Maximino al frente, y se dirigieron contra la ciudad. Encontraron las casas de los arrabales desiertas, pero arrancaron e incendia­ ron las viñas y todo el arbolado, acabando con la belle­ za que hasta entonces había tenido la región. Los árbo­ les en hileras iguales y las vides con sus sarmientos entrelazados por todas partes ofrecían una imagen de fiesta. Se hubiera podido pensar que eran como una guir­ nalda que adornaba el lugar. Pero todo esto el ejército lo arrancó de raíz cuando se dirigía contra las mura­ llas. Debido al cansancio decidió no atacar de inmedia­ to. Permanecieron fuera del alcance de las flechas y las legiones se distribuyeron en sus diferentes secciones al­ rededor de la muralla, en el sector que había sido asig­ nado a cada una. Luego, después de un día de descanso, emprendieron el asedio. Habían traído todo tipo de ingenios bélicos y se lan­ zaron al asalto con todas sus fuerzas, sin descuidar nin­ gún aspecto del asedio. Los asaltos eran continuos, prácticamente diarios, y el ejército tenía completamen­ te cogida a la ciudad como en una red. Pero los aquileyanos resistían, defendiéndose desde la muralla con gran energía y con todo su entusiasmo puesto en el combate. Habían cerrado templos y casas, y el pueblo en masa, incluidos niños y mujeres, combatían en lo alto de la muralla desde torres y almenas. Nadie era demasiado joven o demasiado viejo para tomar parte en la defensa 503 Esta forma de guardar el vino era, según P lin io , (Historia Na­ tural, XIV 27, 1), típico de los pueblos de los Alpes. En otros sitios se conservaba y se transportaba en ánforas y odres.

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de la patria. El ejército de Maximino había saqueado 8 los arrabales y todo lo que estaba fuera de puertas, y la madera de las construcciones era aprovechada para los ingenios de asedio. Por todos los medios intentaban destruir al menos un sector de la muralla a fin de que el ejército entrara y lo saqueara todo. Luego, después de asolar la ciudad, dejarían en pos de sí una región yerma y desierta. Por otra parte su marcha sobre Roma no merecería honores triunfales si no era destruida la ciudad que primero se les había opuesto en Italia. Por 9 eso Maximino y su hijo 504, a quien había nombrado Cé­ sar, recorrían a caballo todo el ejército y, con ruegos y promesas de recompensas, procuraban persuadir a los soldados e insistentemente intentaban despertar su en­ tusiasmo. Pero los defensores de Aquileya seguían dis­ parando piedras desde las murallas y, cuando el ejérci­ to se acercaba, arrojaban sobre los asaltantes, como si les cayera encima un aguacero, una mezcla de pez y aceite con azufre y asfalto, que habían puesto a calen­ tar en unos recipientes con largos mangos. Lanzada la lo pez con las otras materias citadas, penetraba por las partes descubiertas y se extendía por todo el cuerpo. Los soldados arrojaban sus corazas ardientes y las res­ tantes armas porque el metal abrasaba, y las partes de cuero y de madera quemaban y se consumían. Era un espectáculo ver cómo los soldados se habían quitado ellos mismos sus armas, que abandonaban como despo­ jos de guerra arrancados por la habilidad técnica pero no por el valor en el combate. El resultado fue que un 11 gran número de soldados perdieron la vista y sufrieron quemaduras en la cara y las manos o en cualquier par­ te descubierta de su cuerpo. Las máquinas de asedio 504 El hijo de Maximino era Cayo Julio Vero Máximo (cf. supra nota 447). Probablemente recibió el título de César en el 235, título que fue confirmado por el senado a principios del 236.

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que se habían acercado a las murallas también sufrie­ ron daños. Los sitiados les lanzaron antorchas empapa­ das igualmente con pez y resina y provistas de una pun­ ta de flecha en el extremo. Una vez encendidas eran disparadas, se clavaban fuertemente en las máquinas y las envolvían en llamas sin dificultad. Durante los primeros días la suerte de la batalla estuvo equilibrada e indecisa; pero a medida que pasa­ ba el tiempo, el ejército de Maximino se volvía remiso y mostraba su desánimo al sentirse frustrado en sus esperanzas. En contra de lo que habían esperado descu­ brieron que aquellos que no tenían que sostener ningún ataque no sólo resistían sino que incluso los rechaza2 ban. Por el contrario, los aquileyanos habían cobrado fuerzas y estaban rebosantes de entusiasmo. Los conti­ nuos combates les habían dado a la vez experiencia y confianza, y empezaron a despreciar a los soldados has­ ta el extremo de burlarse de ellos y de escarnecer a Maximino cuando circulaba entre sus tropas, lanzando contra él y contra su hijo terribles y ultrajantes insul­ tos. Maximino, al oírlos, si antes había desahogado su 3 bilis, de nuevo se llenaba de cólera. Pero al no poder descargarla contra el enemigo, castigaba a muchos ofi­ ciales de su propio ejército porque en su opinión se lanzaban al asalto cobardemente y sin interés. El resul­ tado fue el odio y el resentimiento de sus propios solda­ dos y el desprecio todavía mayor de sus enemigos. Ocurría además que los de Aquileya nadaban en la abundancia y no tenían falta de nada puesto que con gran previsión habían almacenado todas las provisio­ nes que necesitaban hombres y animales para comer y beber. Por el contrario, el ejército sufría escasez de to­ do puesto que ellos mismos habían arrancado los árboles 4 frutales y habían asolado los campos. Algunos vivían bajo improvisadas tiendas pero la mayoría estaban al

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aire libre y soportaban los rigores de la lluvia y del sol, y morían de hambre al ser interceptado el suministro de víveres procedentes de otras regiones, que tanto ellos como los animales necesitaban. Los romanos habían blo­ queado las calzadas de todas las regiones de Italia ins­ talando barreras y efectuando controles de puertas. El 5 senado había enviado además a excónsules acompaña­ dos por grupos especiales de funcionarios escogidos de todas las regiones de Italia, para que vigilaran toda la costa y los puertos y no dejaran zarpar a ninguna em­ barcación. Maximino estaba, pues, incomunicado, sin ninguna información de lo que ocurría en Roma. Las calzadas públicas y todos los caminos también estaban vigilados para que nadie pudiera pasar. En estas cir­ cunstancias resultaba que el ejército en apariencia si­ tiador era en realidad el sitiado 505 porque ni podía to­ mar Aquileya, ni salir de allí y marchar contra Roma, debido a la falta de barcos y de carros. Todos los trans­ portes habían sido previamente requisados y bloqueados. Las conjeturas motivaron que se esparcieran rumores 6 exagerados con respecto a la verdad en el sentido de que todo el pueblo romano había tomado las armas y de que contaban con el apoyo de Italia entera. Se decía asimismo que todos los ilirios y los bárbaros de Oriente y del Sur reclutaban un ejército, y que a todos los im­ pulsaba el mismo espíritu y los mismos sentimientos de odio contra Maximino. Debido al bloqueo la desespe­ ración de los soldados era absoluta; había falta de todo y apenas tenían agua. Únicamente contaban con 7 la del río que pasaba a su lado, y la bebían contamina­ da por la sangre y los cadáveres. Al no poder enterrar a los que morían en la ciudad, los aquileyanos los arro­ jaban al río. También en el ejército los que caían en el combate o morían por enfermedad eran abandona505 Tópico retórico. Cf. T ucídides , IV 29, 2 y VII 11, 4.

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dos a la corriente porque no tenían posibilidad de dar­ les sepultura. 8 En esta situación de extrema necesidad y de desáni­ mo estaba el ejército cuando de repente ocurrió lo si­ guiente. Era un día en que los combates habían parado y Maximino descansaba en su tienda; la mayor parte de los soldados también se habían retirado a sus aloja­ mientos o a los puestos de guardia que les habían confiado. De forma imprevista los soldados del campa­ mento del monte Albano 50é, cercano a Roma —donde habían dejado a sus mujeres y a sus hijos—, decidieron dar muerte a Maximino. Así pondrían fin a un largo e interminable asedio, y no tendrían que saquear Italia en nombre de un tirano a quien todos condenaban y 9 odiaban. Se armaron, pues, de valor y se presentaron en la tienda de Maximino hacia el mediodía. Empeza­ ron por arrancar su retrato de los estandartes con el apoyo de los pretorianos. Luego, en el momento en que Maximino salía de la tienda en compañía de su hijo, seguramente con la intención de hablarles, les dieron muerte al instante 507. Mataron también al prefecto del pretorio y a todos los consejeros afectos a Maximino. Finalmente, después de exponer sus cuerpos a los insul­ tos y vejaciones de todo el que quiso, los dejaron para pasto de perros y aves. Las cabezas de Maximino y de su hijo, sin embargo, fueron enviadas a Roma. Este fin tuvieron Maximino y su hijo como castigo de su desas­ troso gobierno. 6

Cuando las noticias llegaron al ejército, todos se quedaron perplejos; no fueron todos, sin embargo, los que aprobaron el suceso. Este fue el caso de los panonios y de los bárbaros tracios 50S, los que habían pues­ 506 Cf. supra nota 286. 507 Cf. Intr., págs. 42-43. 508 Cf. supra VI 8, 1 nota 433. El término bárbaro está usado aquí de forma convencional puesto que los tracios eran ciudadanos romanos.

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331

to el poder en manos de Maximino. Pero ante el hecho consumado, aunque a disgusto, no les quedó más reme­ dio que aceptarlo. Era necesario que fingieran congra­ tularse por lo ocurrido. Depuestas las armas, en son de 2 paz, los soldados se acercaron entonces a las murallas de Aquileya para anunciar la muerte de Maximino; pi­ dieron que les abrieran las puertas y que aceptaran la amistad de los enemigos del día anterior. Pero los generales de Aquileya no dieron la orden de abrir las puertas, sino que expusieron imágenes de Máximo, de Balbino y del César Gordiano cubiertas con coronas de laurel, y los aclamaron. Luego pidieron a los soldados que aceptaran y reconocieran por aclamación a los em­ peradores que habían sido proclamados por el pueblo y el senado romanos. Los dos Gordianos anteriores, decían, 3 ya estaban en las alturas en compañía divina. Instala­ ron luego un mercado encima de las murallas poniendo a la venta gran variedad de artículos, alimentos de to­ das clases y abundante bebida, vestidos y calzado, cuan­ tos productos, en suma, podía ofrecer una ciudad rica y floreciente. Este espectáculo asombró todavía más al 4 ejército; se dieron cuenta de que los sitiados estaban suficientemente abastecidos de todo, aun en el caso de prolongarse el asedio, mientras que ellos, en una abso­ luta falta de recursos, habrían muerto sin llegar a to­ mar la bien provista ciudad. El ejército siguió en torno a las murallas, donde cada hombre adquiría a voluntad lo que necesitaba. Conversaban unos con otros y había una actitud de paz y de amistad, aunque la apariencia fuera todavía de asedio, toda vez que las murallas se­ guían cerradas y el ejército permanecía a su alrededor. Esta era la situación en Aquileya. Entretanto los ji- 5 netes que llevaban a Roma la cabeza de Maximino ca­ balgaban a galope tendido, y todas las ciudades por las que pasaban les abrían las puertas y el pueblo los reci80.

-

22

332

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

bía con ramas de laurel. Después de atravesar las ma­ rismas y lagunas [situadas entre Altino y Ravena] en­ contraron al emperador Máximo que se había detenido en Ravena, donde estaba reuniendo las unidades espe­ ciales de Roma y las que procedían de toda Italia. También se le unieron allí un número considerable de tropas auxiliares germanas que aquellos pueblos le en­ viaban debido al afecto que sentían por él, desde su épo­ ca de gobernador, por su magnífica actuación. Así, pues, mientras Máximo estaba preparando sus fuerzas para combatir contra el ejército de Maximino, llegaron los jinetes con las cabezas de Maximino y de su hijo anun­ ciando la venturosa victoria, y comunicaron que el ejér­ cito ya estaba de parte de Roma y reconocía a los emperadores que el senado había nombrado. Una vez recibidas estas inesperadas noticias, inmediatamente fue­ ron ofrecidos sacrificios en los altares y todo el mundo se puso a celebrar con himnos una victoria que habían conseguido sin lucha. Después de obtener auspicios fa­ vorables, Máximo envió a los jinetes hacia Roma para anunciar los sucesos al pueblo y llevarles las cabezas. No es posible describir con palabras la fiesta de aquel día después que llegaron los jinetes y aparecieron súbi­ tamente en la ciudad mostrando la cabeza del enemigo empalada para que todos la vieran. Gente de todas las edades se dirigió corriendo hacia altares y templos, y nadie permaneció en su casa. Circulaban como posesos felicitándose mutuamente y corriendo todos juntos ha­ cia el circo como si se hubiera convocado allí una asam­ blea. Balbino en persona sacrificó hecatombes, y todos los magistrados y el senado y, en suma, todo el mundo rebosaban de alegría como si se hubiesen sacudido un hacha que pendiera sobre sus cuellos. Mensajeros y de­ legados con coronas de laurel fueron enviados a las pro­ vincias.

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Mientras Roma vivía aquel ambiente de fiesta, Má­ ximo partió de Ravena y se presentó en Aquileya des­ pués de cruzar las lagunas en las que el río Eridano y los pantanos de alrededor vierten sus aguas, antes de desembocar en el mar a través de siete canales. Ésta es la razón por la que los habitantes del país dan a aquel lago, en su propia lengua, el nombre de los Siete Ma­ res 509. Los áquileyanos en seguida abrieron las puertas y dieron la bienvenida a Máximo. Las ciudades de Italia enviaron delegaciones de ciudadanos principales, que, vestidos de blanco y con coronas de laurel, llevaban las estatuas de sus dioses patrios y las coronas de oro que había en sus tesoros. Todos aclamaron a Máximo y le cubrieron de flores. También se presentó el ejército que había sitiado Aquileya, en son de paz y con ramas de laurel. No era una actitud totalmente sincera, sino que lo hacían para ofrecer una imagen de lealtad y respeto, forzados por las presentes circunstancias del imperio. La mayoría estaban enojados y se lamentaban en priva­ do de que el emperador elegido por ellos hubiera sido derrocado mientras que los nombrados por el senado se asentaban en el poder. Máximo dedicó los dos prime­ ros días de su estancia en Aquileya a los sacrificios, pe­ ro al tercer día convocó en el llano a todo el ejército, y desde una tribuna que le habían preparado les dirigió las siguientes palabras: «Los beneficios que os ha reportado vuestro cambio de actitud y vuestra adhesión a Roma los estáis experi­ mentando. En lugar de estar en guerra, estáis en paz con los dioses por quienes jurasteis, y ahora sois fieles a vuestro juramento militar, que constituye el sagrado misterio del imperio romano. Es preciso que en el futu­ ro disfrutéis siempre de estos beneficios manteniendo vuestra lealtad al pueblo y al senado romanos y a noso­ S09 Cf.

P

u n ió

,

Historia Natural, III 20,

6.

334

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

tros, vuestros emperadores. El pueblo y el senado ro­ manos decidieron elegirnos a causa de nuestra noble cuna y por nuestras actuaciones a lo largo de una dila­ tada carrera en la que hemos ascendido gradualmente 5 hasta llegar a la dignidad de emperador. El imperio no es la propiedad privada de un solo hombre, sino que de antiguo es posesión común del pueblo romano. En Roma se asienta el destino del imperio, y nosotros he­ mos recibido el encargo de gobernar y administrar el imperio con vuestra ayuda. Si nos la prestáis con disci­ plina y con el orden conveniente y con el respeto y la estima que debéis a vuestros jefes, tendréis una vida feliz en la que nada os faltará. Todo el mundo, en las provincias y en las ciudades, vivirá en paz obedeciendo a sus gobernantes. Así, vosotros podréis vivir, según vuestro deseo, en vuestras propias casas, sin sufrir pri6 vaciones en tierra extranjera. Nosotros nos preocupare­ mos de que los pueblos bárbaros estén en paz. Al haber dos emperadores, la administración en Roma será más fácil, y si surge algún problema urgente en el extranje­ ro, ante la necesidad, siempre uno de los dos podrá acu­ dir fácilmente a la llamada. Y, en fin, que ninguno de vosotros piense que se conserva algún recuerdo de vues­ tra pasada actuación, ni por nuestra parte (puesto que cumplíais órdenes), ni por parte de los romanos o de otros pueblos que, al ser víctimas de la injusticia, se sublevaron. ¡Haya, pues, una completa amnistía, un pac­ to de amistad constante y compromiso de lealtad y dis­ ciplina para siempre!». 7 Al término de este discurso, Máximo les anunció una generosa distribución de dinero. Luego, después de pasar unos días en Aquileya, dispuso el viaje de regreso a Roma. Envió a la mayor parte del ejército a las pro­ vincias, a sus propios campamentos, y él regresó a Ro­ ma con los pretorianos, tanto la guardia del palacio imperial como los que habían ido de campaña con Ma­

LIBRO VIH

335

ximino. También fueron a Roma con él las tropas au­ xiliares que habían venido de Germania; Máximo con­ fiaba en su lealtad puesto que, antes de ser emperador, había gobernado la provincia con moderación 5i0. Al lle­ gar a Roma, le salió al encuentro Balbino con Gordiano César, acompañados por el senado y el pueblo, que lo recibieron con vítores como si estuviera celebrando su triunfo. A partir de entonces los emperadores gobernaron la ciudad con moderación y autoridad, siendo elogiados privada y públicamente en todas partes. El pueblo esta­ ba contento con ellos porque le enorgullecía contar con emperadores patricios que fueran dignos del imperio. Los soldados, sin embargo, estaban enfurecidos; no les agradaban las aclamaciones del pueblo y les molestaba la nobleza de los emperadores; su indignación obede­ cía, en suma, a tener que soportar unos emperadores elegidos por el senado. También motivaba su disgusto la presencia de los germanos junto a Máximo, viviendo en Roma. Pensaban que se opondrían a cualquier inten­ to de su parte, y sospechaban que les estaban al acecho para desarmarlos con algún engaño y, al estar allí los germanos, ocupar su sitio sin dificultad. El ejemplo de Severo, que desarmó a los asesinos de Pértinax, acudía a su memoria. Durante la celebración de los juegos capitolinos 511, mientras todo el mundo estaba ocupado en la fiesta y los espectáculos, los soldados descubrieron súbitamen­ te los sentimientos que guardaban en su interior. En un irracional arrebato de cólera dieron rienda suelta a sus deseos precipitándose todos a una hacia el pala­ cio para sorprender a los viejos emperadores. Tampoco 5,0 Cf. supra nota 485. 511 Cf. supra nota 73.

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entre aquellos reinaba la armonía; los dos habían ini­ ciado un forcejeo por el poder, como consecuencia nor­ mal del deseo de mando único y del carácter indivisible del poder. Balbino consideraba que él era el primero por su linaje y por la mayor antigüedad de su segundo consulado; Máximo por haber sido prefecto urbano y por su fama de experiencia en los asuntos de estado. [Ambos pertenecían a la nobleza patricia y sus familias tenían suficiente peso para que pudieran aspirar al man5 do único]. Sus desavenencias fueron la principal causa de su ruina5I2. Cuando Máximo se enteró de que la guardia imperial, los llamados pretorianos, se dirigían a palacio para matarlos, quiso enviar a buscar a los auxi­ liares germanos, que estaban en Roma, pensando que serían suficientes para enfrentarse a los conspiradores. Pero Balbino se opuso porque pensó que se trataba de algún astuto plan contra él; sabía que los germanos eran leales a Máximo, y dijo que no acudirían como defenso­ res para enfrentarse a los pretorianos, sino para entre6 gar a Máximo el mando único. Mientras estaban discu­ tiendo sobre esto, irrumpieron todos a una los soldados al tiempo que se retiraban los guardias de la entrada del palacio. Al punto se apoderaron de los ancianos; les arrancaron las sencillas ropas de andar por casa que llevaban puestas y los sacaron del palacio imperial des­ nudos con todo tipo de ultrajes y violencias. Entre golpe y golpe hicieron befa de ellos llamándolos empe­ radores del senado; los martirizaron con tirones de bar­ bas y cejas y con vergonzosas violencias por todo el cuer­ po, y los pasearon por el centro de la ciudad de camino hacia el campamento. No era su propósito matarlos en el palacio imperial; querían injuriarlos mientras esta­ ban vivos, para experimentar su sufrimiento por más tiempo. 512 Cf. Intr., pág. 50.

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Tan pronto corno los germanos se enteraron de estos hechos, tomaron las armas y corrieron en su auxilio. Pero, al saber los pretorianos que los germanos se acer­ caban, inmediatamente dieron muerte a los emperado­ res 513, cuyos cuerpos ya estaban completamente muti­ lados. Dejaron los cadáveres tirados en medio de la calle y, acto seguido, levantaron a Gordiano, que enton­ ces era César, y lo proclamaron emperador, puesto que no encontraban otro en aquellas circunstancias 514. Lue­ go pregonaron ante el pueblo que ya se habían desem­ barazado de aquellos a quienes el pueblo había recha­ zado para estar al frente del imperio, y que habían elegido a Gordiano, descendiente de aquel primer Gor­ diano, a quien los mismos romanos habían obligado a aceptar el imperio. A continuación, llevándose a Gor­ diano, se retiraron al campamento, donde cerraron las puertas y se quedaron quietos. Los germanos, al ente­ rarse de que aquellos por los que habían salido corrien­ do estaban muertos y tirados en medio de la calle, no teniendo ningún interés por emprender una guerra inú­ til por dos hombres muertos, regresaron a sus cuarteles. Este fin indigno e impío tuvieron aquellos dos res­ petables e ilustres ancianos, que habían alcanzado el poder por su linaje y por sus propios merecimientos. Gordiano, hacia los trece años 5IS, fue proclamado em­ perador y se hizo cargo del imperio romano. 513 5,4 515 con la de un

Cf. Intr., págs. 42-43. Cf. Intr., pág. 13. Cf. Intr., pág. 13. Conclusión pesimista. La Historia empezaba muerte de un optimus princeps y acaba con la proclamación princeps puer.

ÍNDICE DE NOMBRES *

Abgar, III 9, 2. Adiabene, III 9, 3. Adriano, I 7, 4. Advento, IV 12, 1; 14, 2; cf. n. 347. Africano (título de Gordiano I), VII 5, 8. Albano, VIII 5, 8. Albino, I I 15,1-5; I I I 5-8; cf. n. 209. Alejandría (de Egipto), alejandri­ nos, IV 3, 7; 8, 6-9, 8; VII 6, 1. Alejandría (de Iso), III 4, 3. Alejandro de Macedonia, I 3, 2; 4, 3; IV 8, 1-9; 9, 3-4; V 7, 3; VI 2, 2, 6. Alejandro Severo (Marco Aurelio

Antígono, I 3, 3; cf. n. 21. Antioquía, II 7, 9; 8, 6-9; 10, 7; 14, 6; III 1, 3; 2, 10; 3, 4; 4, 6; 6, 9; IV 3, 7; 8, 6; 9, 8; 13, 8; 15, 9; V 1, 1; 2, 3; 4, 1; VI 4, 3; 6, 2-4, 6. Antonino (Marco Aurelio Antonino, Caracalla), III 9, 1; 10, 3; IV 15; V 1, 1, 6; 2, 1, 5; 3, 2, 10-11; 4, 1-4; 7, 3; VI 3, 6; cf. n. 274. Antonino (Marco Aurelio Antonino, Heliogábalo), V 3-8; cf. n. 371. Antonino Pío, I 7, 4. Antonio (Marco Antonio), III 7, 8: 13, 3. Apolo, VIII 3, 8.

Severo Alejandro), V 3, 3, 10; 7,

Aquiles, IV 8, 4-5; 9, 3.

1-6; 8, 2-7,10; V I 1-9; V I I 1,1,34,

Aquileya, VIII 2-7; cf. n. 496.

6, 9; 2, 2; cf. n. 372.

Arabia Félix, III 9, 3. Armenia, armenios, I I I 1, 2, 6; 9, 2;

Alexiano, V 3, 3; 7, 3. Cf. Alejandro Severo.

VI 5, 1, 5; VII 2, 1.

Alpes, I I 11, 8; I I I 6, 10; V I I I 1, 4-6.

Arsaces, VI 2, 7.

Altino, VIII 6, 5.

Arsácidas, IV 10, 5.

Aníbal, IV 8, 5.

Artabano (Artabano V, rey parto),

Anquises, II 3, 4.

IV 10-11; 14-15; VI 2, 1, 7; 3, 5;

* Remitimos a libro, capítulo, párrafo y, en algunos casos, a la nota de presentación.

340

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

cf. n. 342. (En III 9, 10 usado

Bizancio, III 1, 5-7; 2, 1; 6, 9; IV 3,

erróneamente en lugar de Vologeses IV; cf. n. 268.)

Bretaña, britanos, II 15, 1-2, 5; III

Artajerjes, VI 2-6; cf. n. 423. Asia, III 1, 6; 2, 5; IV 3, 5; VI 2, 2,

6; V 4, 11. 7, 1-3; 8, 2; 14-15. Británico, IV 5, 6; cf. n. 317.

6; 4, 5. Como provincia: III 2, 2; IV 8, 3, 6.

Calcedón, IV 3, 6; V 4, 11.

Astroarque, V 6, 4; cf. n. 400.

Campania, III 13, 1.

áticas (dracmas), IV 4, 7.

Campo de Marte, IV 2, 6.

Atra. Cf. Hatra.

Capadocia, III 1, 4; 3, 1, 3, 7.

Augusta (título), V 6, 1 (esposa de Heliogábalo). V 8,8 (Soemis). VI

Capeliano, VII 9.

1, 9 (esposa de Alejandro Seve­ ro). Augusto, 1 1,4; I I 11, 5; I I I 7, 8; 13, 3; V I 2, 4. Augusto (título), II 2, 9; 3, 3 (Perti-

Capitolino (Júpiter), I 9, 2. Capitolinos (Juegos), VIII 8, 3. Capitolio, IV 8, 1; VII 10, 5-8. Caracalla. Cf. Antonino. Caria, VI 2, 2; 4, 5. Carras, IV 13, 3.

nax). II 8, 6 (Níger). II 10, 9; 12, 6 (Septimio Severo). III 9, 1 (hi­

Cartago, cartagineses, V 6, 4; VII

jos de Severo). V 2, 1 (Macrino).

Celtas, I 10, 2.

V I I 5, 3, 7; 7, 2 (Gordiano I). VII

César (Julio César), III 7, 8.

7, 2 (Gordiano II). VI 8, 4; 9, 6

César (título), I I 15, 3; III 5, 2; 7, 8 (Albino). V 4, 12 (Diadumeniano).

(Maximino). V I I 10, 5 (Máximo y Balbino).

4,

2-3; 6, 1-2; 8, 5; 9, 1-10; 11, 3.

V 7, 1, 4; 8, 4 (Alejandro Severo). V III4, 9 (hijo de Maximino). VII

Balbino, VII 10; 12, 2-3; VIII 6, 2,

10, 9; V III6, 2; 7, 8; 8, 7 (Gordia­

Barsemio, III 1, 3; 9, 1.

no III). Cibeles. Cf. Madre de los dioses.

Basiano (Septimio Basiano: Marco

Cilicia, III 1, 4; 3, 8.

6, 8; 7, 8; cf. n. 486.

Aurelio Antonino, Caracalla), III 10, 5; cf. n. 274. Basiano (Vario Avito Basiano: Mar­ co Aurelio Antonino, Heliogába­ lo), V 3, 3, 6, 8; cf. n. 371. Belen (Beleño), VIII 3, 8-9; cf. n. 500. Berito, III 3, 3. Bitinia, III 2, 6, 9; 3, 1; IV 3, 6; 8, 6; V 4, 11.

Ciro (el Grande), VI 2, 2. Cízico, III 2, 1-2, 6, 9. Cleandro, 112, 3-6; 13, 1, 3-6; cf. n. 48. Coloso, I 15, 9. Cómodo, 12, 1; 3,1; 4, 1; 5-17; I I 1-2, 7; 5, 7-8; 6, 5, 10-11; 7, 2; 10, 3; III 2, 4; IV 6, 3; V 1, 6; 6, 2; cf. n. 9. Comificia, IV 6, 3; cf. n. 321.

ÍNDICES DE NOMBRES Crispina, I 8, 4; cf. n. 62. Crispino, V III2, 5; 3, 4-7; cf. n. 497. Ctesifonte, III 9, 9-11. Cuadrato, I 8, 4-5; cf. n. 64. Cuartino, VII 1, 9-10.

Danubio, I 6, 1, 8; II 9, 1; IV 7, 2; 8, 1; VI 7, 2, 6. Darío (III), III 4, 3; VI 2, 2, 6. Diadumeniano, V 4, 12; cf. n. 386. Dido, V 6, 4. Dionisio (II de Siracusa), 13, 2; cf. n. 18. Dioniso, I 3, 3; V 3, 7. Domiciano, I 3, 4; IV 5, 6.

341

mujer de Heliogábalo), V 6,2 (sin nombrarla); cf. n. 396. Faustina (Ania Galería Faustina II, mujer de Marco Aurelio), I 7, 4. Fenicia, fenicios, fenicia, I I 7, 4; III 3, 3; V 3, 2, 9; 4, 6; 5, 4, 9-10; 6, 4, 9. Festo, IV 8, 4-5. Filocómodo, I 17, 3-4: cf. n. 143. Foro, II 9, 6; IV 2, 4. Frigia, frigio, 111,1-3; 12,3; V I4, 6. Galacia, III 2, 6; 3, 1. Galia, I I I 7,1-2; 8,2; 15, 8. Cf. 1 10, 2; cf. n. 83. Galicano, VII 11, 3-7; cf. n. 489. Galo (río de Frigia), I 11, 2.

Eclecto, I 16, 5; 17, 2, 5-11; II 1, 3, 5-6, 10; 2, 5; cf. n. 141. Egeo, VI 2, 2; 4, 5. Egipto, egipcio, 117,6; V I 4,7; VII

6, 1.

Elagábalo, V 3, 4-5; 5-6; cf. n. 373. Erna, Emona. Cf. Hema. Emesa, V 3, 2, 9; 4, 4; 5, 3. Emiliano, III 2, 2-3; cf. n. 218. Eneas, I 11, 3; II 3, 4. Eridano, VIII 7, 1. Esculapio, IV 8, 3.

Galos (sacerdotes de Cibeles), 111, 2; cf. n. 91. Ganimedes, I 11, 2. Germania, germanos, 13, 5; I I 1,4; 9, 9; IV 7, 3-4; 13, 6; VI 7-VII 2 VII 8, 4, 10; VIII 1, 3; 4, 3; 6, 6; 7, 8; 8, 2, 5, 7. Germánico (título), I 15, 9. Germánico (Druso. Cf. n. 316), IV 5, 6. Geta, I I I 9, 1; 10, 1-4; 13; 14, 9; 15, 4; IV 1; 3-6; 9, 2-3.

España, I 10, 2.

Glabrión, II 3, 3-4; cf. n. 156.

Esparta, IV 8, 3; 9, 4.

Gordiano (I), VII 5-10; V I I I 1, 1; 6,

Etiopía, I 15, 5.

3; 8, 7; cf. n. 465. Gordiano (II), V I I 7, 2; 9, 5, 7; VIII

Eufrates, II 7, 4; 8, 8; IV 11, 2; VI 5, 2. Europa, II 8, 7; 14, 7; III 1, 6; IV 3, 5; V 4, 11; VI 2, 2; 4, 5.

Fadila, I 13, 1-4. Faustina (Ania Aurelia Faustina,

6, 3; cf. n. 473. Gordiano (III), VII 10, 7-9; VIII 6, 2; 7, 8; 8, 7-8; cf. n. 488. Grecia, griego, 12,3; 3,3; 11,1; 16, 1; I I 11,4; I I I 2, 8; V 3, 5; 5, 4; 7, 5; VII 1, 12.

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HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

Hatra, III 1, 2-3; 5, 1; 9, 1-5, 7, 9. Heliogábalo. Cf. Antonino. Hema, VIII 1, 4. Hércules, I 14, 8-9; 15, 8. Ilion, I 14,4; IV 8, 3-4, 6. Cf. Troya. Iliria, ilirios, 19, 1,4; I I 8, 10; 9, 1-9; 10, 1,8; 11,7,9; 13, 10; 14, 6; 15, 5; III 1, 1; 2, 2; 4, 1,5; 7, 2; V I 4, 3; 6, 2; 7, 2-4; VIII 2, 3; 5, 6. lio, I 11, 2. India, I 15, 5. Iso, III 4, 2-5. Italia, I 6, 2; 9, 10; 10, 3; 12, 1; 14, 4; 15, 1; 16, 1-2; 111,4; 4, 6; 11, 3-5, 6, 8; 14, 6-7; III 6, 10; 8, 10; IV 7, 2; V 6, 5; V I 3, 1; 7, 2,4; VII 8, 8-9, 11; 12, 1, 8-9; VIII 1-7. Jano, I 16, 1-2; cf. n. 134. Jonia, VI 2, 2; 4, 5. Jonio (Adriático), VIII 1, 5. Julia (Julia Aquilia Severa, mujer

Juliano (Ulpio Juliano), V 4, 3-4. Júpiter, I 7, 6; 9, 2; 14, 8; 16, 1; II 3, 11; 14, 2; III 8, 4; IV 5, 7; VII 10, 2-3.

Lacio, I 16, 1. Laodicea, III 3, 3, 5; 6, 9. Laurento, I 12, 2. Leto (Julio Leto), III 7, 3-5. Leto (Q. Emilio Leto), 116,5; 17,2, 5-11; II 1, 3, 5-6, 8; 2, 1, 5, 9; cf. n. 140. Libertad, I 15, 1. Libia, libios, II 9, 2; I I I 10, 6; IV 3, 7; V 6, 4; VI 1, 10; VII 4, 1,3-4; 5, 8; 9, 4, 11; 12, 9; VIII 1, 1. Lidio, I 11, 2. Lucila, I 6, 4; 8, 3-4, 8; IV 6, 3. Lucio Vero, I 8, 3; IV 5, 6; VI 2, 4; cf. n. 60. Lugdunum (Lyon), III 7, 2-7. Luna, V 6, 4-5.

de Heliogábalo), V 6,2 (sin nom­ brarla). Julia (Julia Avita Mamea). Cf. Mamea.

Macedón, VII 1, 10-11. Macedonia, macedonio, I 3, 3; III

Julia (Julia Cornelia Paula, mujer

2, 8; IV 8, 1-2; 9, 4; VI 2, 6-7. Macrino, IV 12-V 5, 2; cf. n. 348.

de Heliogábalo), V 6,1 (sin nom­

Madre de los dioses, Magna Mater,

brarla.

I 10, 5-11, 5. Magno, VII 1, 5-8.

Julia (Julia Domna), I I I 15,6; IV 1, 1; 3,4-9; 4, 1-3; 5,4; 6, 3; 9,3; 13, 8; V 3, 2; 3,10; 4,1; 8, 3;cf.n.291. Julia (Julia Mesa). Cf. Mesa. Julia (Julia Soemias Basiana). Cf. Soemis.

Mamea (Julia Avita Mamea), V 3, 3, 10-11; 7, 1, 5; 8, 2-3, 10; V I 1, 5, 8; 5, 8; 8, 3; 9, 4-8; cf. n. 370. Marcia, I 16, 4-II 1, 3; cf. n. 139.

Juliano (M. Didio Severo Juliano),

Marcial, IV 13, 1-7. Marco Aurelio, I 1, 4; 2, 1, 4-5; 3,

II 6,6-13; 7,1-3, 5-6; 8,5; 9, 3; 10, 4; 11-13; III 1, 1; 2, 4; cf. n. 169.

4; 4, 2; 9, 9; 10,3; 14, 3; III 10, 5;

1-2, 4-5; 4, 7-8; 8, 2-3; 14, 8; II 1,

343

ÍNDICES DE NOMBRES IV 1, 4; 5, 6; 6, 3; V 1, 8; 2, 4; VI 1, 7. Mario, III 7, 8. Matemiano, IV 12, 4-6; 13, 1.

Océano, I 5, 6; 6, 6; III 14, 3; 15, 8; VII 2, 9. Osroene, osroenos, III 9, 2; VI 7, 8; VII

1, 9-10; 2, 1.

Materno, I 10, 1-7; 11, 5. Mauritania, mauritanos, 115,2,5;

Palas, I 14, 4; V 6, 3-4. III 3, 4-5; IV 3, 7; 15, 1; VI 7, 8; Panonia, panonios, I 3, 1; II 9, 1-2, VII 2, 1; 9, 1; VIII 1, 3. 12; 11, 3; III 10, 1; VI 7, 6; 8, 3; Maximino, VI 8-VIII 6; cf. n. 433. V I I 2, 9; 3,4; 8,11;VIII2, 2; 6,1. Máximo (C. Julio Vero Máximo, hi­

Partia, partos, II 15, 2; III 1, 2; 5,

jo de Maximino), VIII 4, 9; 5, 2,

1; 9, 9-12; IV 10-11; 14-15; V 1,4;

9; 6, 6-7 (sin nombrarlo); cf. n.

V I 2, 1, 5, 7; 5, 6-7; 6, 5; 7, 8; VII

2 , 1.

504. Máximo (M. Clodio Pupieno Máxi­ mo), VII, 10; 12. 1; VIII 6-8; cf. n. 485. Mecenas, VII 11, 3.

Pártico (título), IV 10,1; cf. III9,12. Patroclo, IV 8, 4-5. Paz, I 14, 2, 6. Perenio (Tigidio Perennis), 18, 1,8;

Media, medos, V 5, 4; VI 2, 2; 5, 1, 5, 7; 6, 2, 5.

9, 1, 4-10; cf. n. 57. Perennis. Cf. Perenio.

Menófilo, VIII 2, 5. Mesa (Julia Mesa), V 3, 2-3, 9-12; 4, 1; 5, 1, 5; 7, 1,3; 8, 2-4, 10; VI 1, 1-4; cf. n. 368. Mesia, III 10, 1. Mesopotamia, III 9, 3; IV 11, 8-9; 13, 3; 15, 9; VI 2, 1, 5; 5, 2; 6, 4; VII 8, 4.

Pérgamo, IV 8, 3. Perinto, III 6, 9. Persia, persas, V I 2-6; 7, 1, 3-4; VII 8, 4. Pértinax, I I 1-6; 7,5; 9-10; 13,1, 12; 14, 3; I I I 1, 1; IV 6,3; V 1,8; VIII 8, 2; cf. n. 150. Pesinunte, 111, 1-5. Pitaña, IV 8, 3. Plauciano, III 10, 5-13, 2; IV 6, 3;

Narciso, I 17, 11. Nerón, I 3, 4; IV 5, 6. Nicea, III 2, 9. Nicomedia, III 2, 9; V 5, 3. Níger, II 7, 4-6, 9-10; 8, 1, 7-8, 10; 9,

1, 3; 10, 6-7; 12, 2; 14, 6-7; 15,

5; III 1-6; 8, 6; 9, 1; cf. n. 174. Nilo, IV 9, 8. Numidia, númidas, IV 3, 7; VII 9, 1-3, 6.

cf. n. 276. Plautila (hija de Plauciano), I I I 10, 5-8; 13, 2-3; IV 6, 3 (sin nombrar­ la); cf. n. 275. Pompeyano (Ti. Claudio Pompeya­ no), I 6, 4, 7; 8, 3-4; cf. n. 44. Pompeyano (Ti. Claudio Aurelio Pompeyano, hijo de Lucila), IV 6, 3 (sin nombrarlo). Pompeyo, III 7, 8.

344

HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO

Ponto, IV 3, 8; VI 4, 5. Propóntide, I I I 1, 5; IV 3, 6; V 4, 11; VI 2, 2. Ptolomeo (II Filadelfo), I 3, 3; cf. n.

20 .

3; 3, 3, 6; 11, 8;V4, 6; 5, 3; VI 2, 1; 4, 5, 7. Sirmio, VII 2, 9. Soemis (Julia Soemias Basiana), V 3, 3,10-11; 7, 3; 8, 8-10; cf. n. 369.

Pupieno. Cf. Máximo.

Sol,

I 15, 9; V 3, 4-5.

Sulpiciano, I 6, 8-9; cf. n. 170. Quintiano (Claudio Pompeyano Quintiano), I 8, 5-7; cf. n. 65.

Tántalo, I 11, 2. Tauro, III 1, 4; 2, 6, 10; 3, 1-2, 7-8.

Ravena, VIII 6, 5; 7, 1.

Tíber, I 11, 3; V 8, 9.

Remo, IV 5, 5 (sin nombrarlo). Rin, II 9, 1; V I 7, 2, 6-8; VII 1, 5, 7.

Tiberio, IV 5, 6. Tigris, I I 8, 8; I I I 4, 7; VI 2, 1; 5, 2.

Roma, romanos, passim.

Tiro, III 3, 3, 5.

Rómulo, IV 5, 5.

Tirreno, VIII 1, 5. Tisdro, VII 6, 1.

Sabino, VII 7, 4.

Tito, IV 5, 6.

Sármatas, VII 8, 4.

Tracia, tracio, II 14, 6; III 1, 5; IV

Saturnales, I 16, 1-3; II 2, 2. Saturnino, III 11-12. Saturno, I 16, 1.

8, 1; V I 8, 1; VII 1, 2; VIII 6, 1. Trajano, I 7, 4; VI 2, 4. Troya, I 14, 4; V 6, 3. Cf. Ilion.

Seculares (Juegos), III 8, 10. Selene, IV 13, 3; cf. n. 352.

Urania, V 6, 4.

Sérapis, IV 8, 6-7 (sin nombrarlo).

Venus, II 3, 4.

Seres, V 5, 4; cf. n. 388.

Verísimo (M. Anio Vero. Cf. nota

Severo (L. Septimio Severo), II9-IV 2; IV 3, 1; 4, 7; 6, 3; V 3, 2; 7, 3; 8,

3; V I 2, 4; 3, 6; VIII 8, 2.

Seya (Gnea Seya Herenia Salustia

8), I 2, 1.

Vero. Cf. Lucio Vero. Vesta, Vestal, 111,4; 14, 4-5; IV 6, 4; V 6, 2.

Barbia Orbiana, mujer de Ale­

Vía Sacra, I 14, 5; II 9, 5; IV 2, 4;

jandro Severo), VI 1, 9-10 (sin

VII 6, 9. Victoria, V 5, 7; VII 11, 3.

nombrarla); cf. n. 419. Seyo (Lucio Seyo, suegro de Alejan­

Vitaliano, V I I 6,4-9; 8,6; cf. n. 470.

dro Severo), V I 1,9-10 (sin nom­ brarlo).

Vologeses (IV, rey parto). Cf. Arta­ bano.

Sicilia, I 3, 2; III 13, 3; IV 6, 3. Siete Mares, VIII 7, 1.

Yocasta, IV 9, 3.

Sila, III 7, 8; IV 8, 5. Siria, sirio, II 7, 4, 9; 10, 6-8; III 2,

Zeus, I 11, 2. Cf. Júpiter.

ÍNDICE GENERAL Págs. I n t r o d u c c ió n

1.

......................................................................................

7

Vida de Herodiano y composición de la Historia .......................................................

7

2.

Nacionalidad y posición s o c ia l................

19

3.

La Historia. Análisis general. Plan de la obra, método, cronología ...............................

32

4.

Herodiano entre la objetividad histórica y los ideales de la aristocracia antonina. El historiador y su é p o c a ..........................

50

5.

Las fuentes ..............................................

59

6. La valoración de Herodiano. La transmisión del texto. Ediciones y traducciones . . . .

70

El texto de Herodiano, 73. — Ediciones, 80. — Tra­ ducciones, 82.

L ib r o I .......................................................................................................

85

L ib r o I I ....................................................................................................

136

L ib r o I I I

.................................................................................................

175

L ib r o I V

.................................................................................................

212

....................................................................................................

244

.................................................................................................

266

..............................................................................................

289

L ib r o V I I I ..............................................................................................

318

I n d ic e

339

L ib r o V L ib r o V I L ib r o

V II

d e n o m b r e s ..........................................................................