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Historia de México Segunda edición
BRIAN H A M N ETT ★
Traducción de C arm en M artínez G ím eno (1 .a edición) y Axel Alonso Valle (actualizaciones 2.a edición y capítulos 8 y
«Dionisio alegaba que él no era antiyanqui [...] p o r más que no hubie se niño nacido en M éxico que no supiera que los gringos, en el siglo xix, nos despojaron de la m itad de nuestro territorio, California, U tah, Nevada, Colorado, Arizona, N uevo M éxico y Texas. La generosidad de M éxico, acostumbraba a decir Dionisio, es que no guardaba rencor por ese terrible despojo, aunque sí m em oria. En cambio, los gringos ni se acordaban de esa guerra, ni sabían que era injusta. Dionisio los llamaba “Estados Unidos de Amnesia” [...] El hecho es que si los gringos nos chingaron en 1848 con su “destino m anifiesto” , ahora M éxico les daría una sopa de su propio chocolate, reconquistándonos con m exicanísi mas baterías lingüísticas, raciales y culinarias.» Carlos Fuentes, La frontera cristalina (México, 1995)
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Prólogo a la segunda edición
E n los años transcurridos desde la publicación de la prim era edi ción, los estudios sobre M éxico han seguido ampliándose, com o de muestran claramente los añadidos a la bibliografía. M éxico entró en una nueva etapa de su historia cuando en las elecciones presidenciales de julio de 2000 el electorado echó del poder m ediante sus votos al Partido R evolucionario Institucional (P R I). Los mexicanos se pregun taron ese año si el país se había convertido finalm ente en una dem ocra cia real, en la que los partidos de la oposición conseguían poder a nivel nacional y las instituciones del federalismo funcionaban de manera efi caz. Las altas expectativas de una presidencia reform adora se diluyeron gradualm ente en los años siguientes en m edio de acusaciones de retó rica vacía, promesas incumplidas y confusión política. H e incluido un breve análisis de la presidencia de Fox de 2000-2006 en un nuevo ca pítulo 8. Dado que soy historiador y no «politólogo», no efectúo pre dicciones sobre próxim os resultados electorales ni sobre futuros desa rrollos en el país. Esta segunda edición conserva la estructura, la periodización y los temas de la prim era. N o obstante, he retocado ciertas secciones, particu larm ente en el capítulo 2, a la luz de nuevas lecturas, y corregido un error de hecho en el capítulo 4, que nunca debería haber aparecido desde un principio. Al mismo tiempo, he eliminado varios com entarios sobre acontecimientos de finales de la década de 1990 en el capítulo 7, que en su m om ento parecían im portantes pero ahora no. E n retrospec tiva, daba la impresión de que la prim era edición ahondaba demasiado en el análisis económ ico y político. H e procurado restablecer el equili brio m ediante la inclusión en un nuevo capítulo 9 de una exposición de aspectos clave de la vida cultural mexicana, literatura y cine en par ticular. Estos dos últimos han causado un im pacto considerable en la com unidad internacional. Este capítulo responde tam bién a com enta 7
Historia de México
rios recibidos en conversaciones relativas a que M éxico llamó la aten ción p o r prim era vez a través de su literatura y su cine contem poráneos. Resulta posible consultar periódicos mexicanos a través de inter net. Latín American Newsletters: Latín American Regional Report - México and N A F T A , publicado m ensualm ente en Londres, proporciona infor m ación detallada para lectores de habla inglesa. Le estoy especialmente agradecido a la profesora Valerie Fraser, del D epartam ento de H istoria y Teoría del Arte de la Universidad de Essex, y conservadora de su colección de arte latinoam ericano, por su ayuda a la hora de seleccionar tres imágenes de la colección com o nuevas ilustraciones para esta edición. D e manera similar, he de dar las gracias al doctor R o d erick M cC rorie, del D epartam ento de M atemáticas de la misma universidad, por el uso de su colección privada de litografías mexi canas. R ecibí considerable ayuda de Belinda W aterm an, secretaria en el Departam ento de Historia, en relación con la tecnología de transmi sión de imágenes.
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Prólogo a la primera edición
M éxico es u n tema de investigación estimulante, que evoluciona con rapidez y cuyas perspectivas cambian reiteradamente. C on una p o blación que ronda los 95 millones de habitantes, forma parte del subcontinente norteam ericano y, desde comienzos del siglo xvn, pertenece al m undo atlántico que resultó de la expansión europea. Antes de esa épo ca, tam bién era parte de un m undo precolom bino desconocido para los europeos. Por esa razón, el país presenta un complejo m odelo m ultiétnico y multicultural que sigue repercutiendo en acontecimientos contem poráneos. N o obstante, cualquier interesado en M éxico descubre de in mediato que hay poco que pueda leer un principiante en la materia. Al mismo tiempo, aquellos que quizá regresen de su prim era visita al país buscarán en vano un libro que les perm ita analizar lo que han visto con alguna coherencia temática. D urante m ucho tiem po he venido perci biendo esa carencia en la literatura y por ello decidí escribir este libro, cuya bibliografía ayudará al lector a ampliar la dirección temática prefe rida. Puesto que esta obra ha de superar las monografías detalladas e identificar las líneas generales de la historia mexicana, espero que tam bién encuentre alguna resonancia entre mis compañeros de disciplina. Fui a M éxico p or prim era vez en 1966, com o estudiante investiga dor. Desde entonces, gran parte de m i propia historia la he vivido allí, y el país ha cambiado en ciertos aspectos m ucho más de lo reconocible. La escala del cambio refleja la dinámica sociedad norteam ericana que es M éxico, pero, al m ismo tiempo, sobre todo en las provincias y los pueblos, y en las actitudes y asunciones generales, siguen persistiendo, para bien o para mal, buena parte de los conceptos tradicionales. M u chas personas com binan los estilos externos de com ienzos del siglo x x i con las mentalidades del xvn. Al haberm e iniciado en la historia mexicana desde las perspectivas geográficas del centro y el sur, las zonas nucleares de la civilización 9
Historia de México
mesoamericana, siempre tuve conciencia de la arraigada herencia del pasado indígena americano. M i percepción de la importancia de la era precolombina ha ido aumentado a lo largo de los años que he dedicado a estudiar México, debido sobre todo a que la región a la que me dediqué al principio fue Oaxaca, centro de las culturas zapoteca y mixteca, que continúa siendo un estado con mayoría indígena. Luego me especialicé en finales de la era colonial. C uando llegué a M éxico por prim era vez, lo hice por mar desde Cádiz, tras un largo periodo de estudio en el Archivo de Indias de Sevilla. Navegué en un barco español de 6.000 t que dedicó dos semanas y media a alcanzar Veracruz vía Venezuela, Puerto R ico y la ' República Dominicana. Después de los turbulentos vientos de enero del golfo de México, no llegué a suelo mexicano sintiéndome un conquista dor. Sin embargo, había venido para estudiar la era colonial y había que tom ar valientes decisiones sobre cóm o proceder al respecto. En las ciu dades y pueblos del núcleo central de México, de Zacatecas a Oaxaca en el sur, puede apreciarse de inmediato la riqueza de una cultura colonial que se transforma de europea en americana. Ciudades com o Puebla, Tlaxcala, Querétaro, Guanajuato, Morelia (entoncesVaUadolid), San Luis Potosí, Zacatecas y la misma capital exhiben una riqueza arquitectónica y artística comparable con la de las ciudades europeas del periodo. Mi experiencia com o «mexicanista» com enzó de ese modo. Sin embargo, desde entonces han surgido muchas otras tendencias, siendo la más re ciente un profundo interés por el norte. Los lectores encontrarán el nor te y el «norte lejano» (descrito actualmente en los Estados U nidos com o el «sudoeste americano») muy presentes en las páginas siguientes. Este libro adopta varias posturas significativas. N o empieza en 1821 con la independencia de M éxico del Im perio español. N o asume que, en una perspectiva histórica, M éxico deba definirse com o la entidad política truncada del periodo posterior a 1836-1853, cuando los Esta dos U nidos adquirieron la m itad del territorio que M éxico reclamaba com o propio. El planteam iento es tem ático y cronológico, quizás alu sivo más que inclusivo. El libro se inicia con una mirada al M éxico actual y con algunas sugerencias sobre cóm o se convirtió en lo que es. Después retrocederem os a la era precolom bina en busca del com ienzo histórico real y continuaremos hacia delante m ediante una com bina ción de temas y cronología. La periodización que he adoptado corres ponde más a las reinterpretaciones contemporáneas de la historia m exi cana que a los enfoques tradicionales. 10
Prólogo a la primera edición
Al intentar revisar la periodización, volví a descubrir que tenía que hacer concesiones considerables. En principio, había esperado salvar las divisiones historiográficas tradicionales de Independencia (1810-1821) y Revolución (1910-1940) mediante una periodización más radical: «De sestabilización y fragmentación (1770-1867)», «Reconstrucción (18671940)» y «Partido monopolista (1940-2000)». Sin embargo, descubrí que las líneas divisorias en 1810 y 1910 no podían ni debían eludirse, pero al mismo tiem po tuve que acabar por colocar estos m om entos cruciales más tradicionales dentro del contexto de mis recorridos origi nales más amplios. M e pareció tam bién que el derrum be de la Interven ción francesa y, con ella, del Segundo Im perio de M aximiliano en 1867 representó un punto decisivo en el siglo xix . Significó el fin de los in tentos europeos por recuperar el control de M éxico y aseguró la super vivencia del estado soberano que había surgido de la guerra con los Estados Unidos (1846-1848). D e forma similar, 1940 y 1970 aparecie ron com o puntos de llegada y partida posteriores. El prim ero inauguró el periodo de consolidación de los cambios revolucionarios y propor cionó el inicio simbólico de tres décadas de expansión económ ica y estabilidad política; el últim o significó el com ienzo del declive durante tres décadas de división política y trastorno económico. Por supuesto, estas líneas de demarcación están sujetas a crítica y revisión. Espero que la cuestión de la periodización ocupe parte del debate histórico en cur so sobre la interpretación de la historia mexicana (y latinoamericana). Colegas de M éxico y de otros lugares han contribuido a este libro, a veces sin darse cuenta. M uchas conversaciones provechosas m e ayu daron a darle forma. A nte todo, tengo con el doctor Luis Jáuregui (U N A M , Facultad de Economía) deudas de amistad, hospitalidad y uso de su extensa biblioteca. Muchas de las ideas que discutimos en 19971998 aparecen en el texto siguiente. Le agradezco sus críticas y consejo, tanto informales com o al leer el manuscrito. La doctora Josefina Zoraida Vázquez (El Colegio de México) ha sido una fuente continua de aliento y apoyo en m uchos de mis proyectos recientes, y siempre una critica y discutidora estimulante. El profesor Brian C onnaughton (UAM-Iztapalapa) tam bién ha sido de gran ayuda para indagar en los problemas y temas de la historia mexicana de finales de la colonia y del siglo x ix , no solo com o resultado de los seminarios celebrados en la UAM , sino en los desayunos regulares de tres horas en la ciudad de M éxico, en los que se recorrieron las dinámicas de la cultura mexicana. El doctor B er 11
Historia de México
nardo García M artínez (El Colegio de M éxico), autor de una historia de M éxico alternativa, m e m ostró las dinámicas del norte en una m e m orable conversación m antenida en u n restaurante gallego de la ciu dad de M éxico en marzo de 1996, con la cual contribuyó decisivamente a m i cambio de perspectiva. El profesor Paul Vanderwood (Universidad de San Diego), que ha sido una fuente de ideas y crítica constructiva du rante dos décadas, me proporcionó su hospitalidad en San Diego en una etapa crucial de reconsideración y escritura a comienzos de enero de 1998. Las bibliotecas del Instituto José María Luis M ora y del Centro de Estudios de Historia de M éxico (C O N D U M E X ) m e brindaron unos lugares de nestudio m uy agradables. Los alumnos y colegas de la Universidad del estado de N ueva York en Stony Brook, la Universidad de Strathclyde y la Universidad de Essex m e ayudaron a retinar las ideas e interpretacio nes aquí ofrecidas. Estoy particularm ente agradecido a Xavier Guzm án U rbiola y Carlos Silva Cazares, de la ciudad de M éxico, por su ayuda para seleccionar las imágenes y mapas que form an una parte significa tiva de esta obra, Sven Wair efectuó una lectura critica del m anuscrito antes de enviarlo a imprenta, y sus agudos com entarios contribuyeron a que quedara más ajustado.
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M éxico en perspectiva
Puede que M éxico sea parte del «Nuevo M undo» (según la denom i nación europea), pero en realidad la mayoría del territorio incluido en la república actual pertenecía a un m undo muy antiguo, desconocido para los europeos hasta finales del siglo xv. Es necesario reconocer este pasado precolombino cuando se trata de analizar el M éxico colonial y contem poráneo. Es preciso examinar de qué m odo se ha expresado a lo largo del tiem po la civilización mexicana característica. Las extensiones cronológi ca y temática explican la estructura y el enfoque. El principal objetivo es exponer los temas y cuestiones principales, pues los detalles pueden en contrarse en muchas obras específicas. El M éxico contem poráneo pre senta la paradoja de ser un régim en ostensiblemente estable, pero con un recrudecimiento de los asesinatos políticos y las rebeliones populares, inmerso en la globalización, pero con crisis económicas recurrentes. Las fronteras territoriales modernas distorsionan las unidades culturales del m undo precolombino. La dimensión geográfica de la civilización maya, por ejemplo, incluía regiones que en la época colonial se convertirían en los territorios sudorientales del virreinato de la Nueva España (a saber, Yucatán) y los territorios centrales del R eino de Guatemala. Aunque sitios com o Palenque, Bonampak y Yaxchilán se encuentran en Chiapas, y U xmal y Chichén Itzá en Yucatán, ambos estados parte de la república M exi cana, ciudades del periodo Clásico maya com o Tikal, Uaxactún y Copan se hallan en las repúblicas de Guatemala y Honduras respectivamente. Hoy, el conocimiento de la civilización maya se difunde a Mesoamérica desde los museos de las capitales de los estados contemporáneos, aun cuando estas ciudades, en especial la de México, no desempeñaron ningún papel en su florecimiento original. En ese sentido, los estados nacionales se han apro piado de la herencia maya para reforzar su identidad y legitimidad históri cas. C om o en muchos otros ejemplos, se ha devuelto la vida al desapareci do m undo maya para servir a un objetivo político contemporáneo. 13
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1. DISTRITO FEDERAL 2. TLAXCALA 3. MORELOS 4. QUERÉTARO 5. AGUASCALIENTES 6. MÉXICO
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Mapa 1. México m oderno en el cambio de milenio.
México en perspectiva
Ha habido dos procesos centrales desde el derrum be del m undo precolom bino: la creación de un virreinato colonial español a partir de las unidades políticas y étnicas existentes, y el desarrollo de un estadonación m exicano m oderno a partir del antiguo virreinato. Se puede ver de inm ediato que en ambos procesos coexistieron discontinuidades y continuidades. Las discontinuidades y diferencias radicales entre el M éxi co contem poráneo y las eras precolom bina y colonial hacen imperativo que no escribamos la historia hacia atrás desde la perspectiva de nues tros días. La geografía y el entorno ayudan a explicar los desarrollos econó micos y políticos habidos en M éxico mediante la perspectiva histórica. La diversidad étnica y lingüística, combinada con las disparidades regio nales y locales, han moldeado la sociedad mexicana y han definido su cultura distintiva. Diversos contrastes acuden a la m ente de inmediato: la m odernidad, el dinamismo, la apertura hacia el norte, las mezclas cul tural y étnica de la zona central de Zacatecas y San Luis Potosí a Oaxaca, y el m undo maya de Yucatán y Chiapas. El federalismo, adoptado por vez prim era en 1824, pretendió reflejar esta diversidad y otorgar vida institucional a las relaciones cambiantes entre región y centro y entre las mismas regiones. Sin embargo, durante gran parte del siglo x x , el fede ralismo ha sido letra muerta.
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a c io n a l is m o y t e r r it o r io
Los creadores de la independencia consideraron su país com o el estado sucesor no solo del virreinato colonial español de la Nueva Es paña, sino también del Im perio azteca establecido originalm ente en Tenochtitlán, en el centro del lago Texcoco, en 1325. Para los naciona listas mexicanos de los siglos x ix y x x , la herencia azteca resultó funda mental para com prender la nacionalidad: distinguía a M éxico del resto de las sociedades hispanoamericanas, así com o de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el argum ento de que M éxico existía com o nación antes de la conquista española en 1521 no solo socavó la legitimidad del go bierno español, sino que también proporcionó una plataforma de resis tencia a la intervención francesa de 1862-1867. El presidente liberal Benito Juárez (1806-1872), aunque zapoteco de nacim iento del estado sureño de Oaxaca, se identificó con C uauhtém oc, el últim o em perador 15
Historia de México
azteca, que se había resistido a Cortés hasta que este le dio muerte. Los victoriosos liberales de la era de la R eform a (1855-1876) interpretaron la ejecución del archiduque Maximiliano de Habsburgo, que había pre sidido el Segundo Im perio mexicano (1864-1867), com o la reivindica ción del Im perio azteca caído, la reafirmación de la independencia y el m edio de consolidar las instituciones republicanas. C om o Habsburgo, Maximiliano era descendiente de Carlos V, en cuyo nom bre C ortés ha bía derrocado al Im perio azteca. La R evolución de 1910-1940 reafirmó el simbolismo del naciona lismo republicano, que ha constituido un aspecto esencial de la ideología dél partido monopolista gobernante desde su constitución com o Partido N acional R evolucionario (P N R ) en 1929. El m ito azteca ha trascendi do su base territorial original para abarcar a la república entera. El neoaztequismo, que surgió por prim era vez en el siglo xvm , ha formado parte de la ideología del estado contemporáneo. D e hecho, Octavio Paz (19141998), ganador del Premio N obel de Literatura en 1990, ha sostenido que la pirámide azteca era el paradigma del partido monopolista estatal, que ca racterizó gran parte de la historia mexicana del siglo xx. N o obstante, el M éxico m oderno no tiene la misma extensión, ni la tuvo nunca, que las unidades políticas más vagas gobernadas po r M octezum a II y sus predecesores en el m om ento de la llegada de C o r tés. En efecto, los límites septentrionales del estado azteca apenas alcan zaban el actual San Juan del R ío, a unas dos horas hacia el norte de la ciudad de M éxico. Sin embargo, esta línea no constituía los límites septentrionales de la cultura asentada, pues el territorio tarasco de M ichoacán y los principados del territorio del centro de Jalisco actual estaban fuera del control azteca. Además, los sitios arqueológicos de La Quemada, y Altavísta, en el estado actual de Zacatecas, aportan pruebas de la existencia de culturas sedentarias en Tuitlán, en el corazón del territo rio que más tarde pasó a control nómada. C uando los conquistadores españoles establecieron su capital sobre las ruinas de Tenochtitlán, apenas podían im aginar que en pocas déca das el gobierno hispánico se extendería hacia el norte hasta territorios p o r el m om ento no sometidos. D e form a similar, no podían haber pre visto la tenacidad de la resistencia que encontrarían a lo largo de lo que restaba de siglo.Tras la conquista, los españoles fundaron varías ciudades específicamente hispanas en las principales zonas de asentamiento indio. Puebla de los Angeles (1531) y Guadalajara (1542) fueron los ejemplos 16
México en perspectiva
más im portantes. Estas ciudades se convirtieron en centros de expan sión de la cultura hispánica entre la población indígena superviviente. N o obstante, el M éxico contem poráneo tam bién se desarrolló desde el em puje hacia el n o rte del siglo xvi, con la misma Guadalajara situada en una posición de delantera en el centro-oeste. El virreinato de la Nueva España, establecido en 1535, fue una enti dad política española que se superpuso a los estados indígenas preexisten tes y a los pueblos sometidos. Hasta su derrum be en 1821, se m antuvo subordinado al gobierno m etropolitano de España. El descubrimiento de ricos yacimientos de plata en el norte-centro y norte requirió la expan sión militar m ucho más allá del río Lerma y la consolidación inmediata del gobierno hispánico. D e este modo, el empuje hacia el norte se con virtió en un elem ento dinámico en la historia de Nueva España desde los inicios de la experiencia colonial. El norte aseguró que Nueva España sería m ucho más que la aglomeración de distintos sistemas de gobierno indígenas bajo la administración hispánica. El n orte y el norte lejano mexicanos (el últim o hace referencia al territo rio pasado el río Bravo o río Grande, ahora en los Estados U n i dos) solo se m antuvieron vagamente conectados con el centro político de la ciudad de M éxico. U na serie de unidades administrativas, p o r lo general bajo el m ando de un com andante militar, trataron de definir el control español. A unque se los denom inaba reinos —com o los de N u e va Galicia (capital, Guadalajara), Nueva Vizcaya (Durango) y N uevo León (M onterrey)—, form aron parte del virreinato hasta la organiza ción de la Com andancia General de las Provincias Internas en 1776. La incertidum bre de la frontera norte y la renuencia de la ciudad de M éxi co a contribuir con financiación efectiva para resolver el problema m i litar con los grupos indios belicosos frustraron continuam ente la con solidación territorial. N ueva España legó este problem a persistente al estado soberano m exicano a partir de 1821. C om o veremos en el capí tulo quinto, las décadas de deterioro de las finanzas gubernam entales a finales del periodo colonial dejaron al M éxico independiente u n pro blema de deuda, agravado p o r los préstamos externos y la recesión comercial. Las divisiones políticas internas socavaron todo intento de aplicar una política coherente hacia los territorios del norte lejano. C uando surgió la crisis p o r la secesión de Texas en 1835, M éxico no estaba en posición de lograr afirmar su soberanía frente a la resistencia de los colonos anglosajones. 17
Historia de México
M éxico se hizo independiente de la m etrópoli española en 1821 no com o república, sino com o Im perio mexicano, una m onarquía que se extendía al menos nom inalm ente desde O regón en el norte hasta Panamá en el sur. Su capital, la ciudad de M éxico, continuó siendo la más grande de las Américas y probablem ente la que más se distinguía p o r su arquitectura en esa época. El peso de plata m exicano se m antu vo com o una de las principales monedas del m undo: el dólar estadou nidense se basó en él y ambas m onedas conservaron la paridad hasta mediados del siglo x ix . El Im perio chino, con escasez de plata perenne, utilizó el peso com o principal m edio de cambio hasta el siglo siguien te1. En 1821, no parecía inevitable que el Im perio m exicano perdiera buena parte de su territorio y que a partir de 1848 fuera sobrepasado y em pequeñecido cada vez más por los Estados Unidos de América. La derrota en la guerra con los Estados Unidos (1846-1848) en un m om ento de división interna significó que se trazara una frontera inter nacional por lo que hasta entonces se había reclamado com o parte de la N orteam érica hispánica. A partir de 1846, los mexicanos de los territo rios que cayeron bajo la ocupación estadounidense pasaron a convertirse en ciudadanos de segunda clase del que había sido su país: expulsados de sus tierras o confinados en barrios, se enfrentaron a la discriminación de di versos modos. D e esa experiencia brotó el m ovim iento chicano desde la década de 1960, que se expresó en la cultura y la política. A pesar de verse hostigado por sus propias ambigüedades históricas, el m ovimiento chicano pretendía reafirmar la autenticidad y dignidad de la experiencia mexicana (y su conexión con M éxico) dentro de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, las migraciones mexicanas (y otras latinoamericanas) a las ciudades estadounidenses alteraron su carácter y, en definitiva, su vida política. Chicago, la segunda ciudad con más habitantes polacos del m undo, tam bién adquirió en las últimas décadas u n significativo carácter mexicano, que sobrepasaba con creces los territorios tradicionales de la órbita hispánica.
V iv ir c o n t o s E stado s U n id o s
M éxico y los Estados Unidos fueron productos de la misma época histórica, la era de la Ilustración y la R evolución del periodo com pren dido entre 1776 y 1826. Ambos se convirtieron en estados soberanos 18
México en perspectiva
com o resultado de m ovim ientos revolucionarios que derrocaron a los regímenes coloniales europeos. ¿Por qué son tan diferentes y por qué su relación tom ó el curso que presenta? En México, la Ilustración, las revoluciones atlánticas y el liberalismo del siglo x ix se encontraron con la herencia de la conquista española, el absolutismo hispánico y la C o n trarreforma, todas poderosas contrainfluencias. N inguna de ellas se in clin ab a hacia un gobierno basado en la consulta y el consentimiento. Aunque tanto M éxico com o los Estados U nidos adoptaron el federa lismo, el estudio comparativo de cóm o funcionó este aún está en paña les. La cuestión de por qué el federalismo fracasó en M éxico en 18351836, solo una década y m edia después de la Independencia, sigue generando polémica. Para M éxico, la inevitable relación con los Estados U nidos ha sido el elem ento predom inante en la política exterior desde la G uerra de Texas de 1836. Para los mexicanos, el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), que confirmaba la pérdida del norte lejano, continúa siendo un acontecim iento significativo. R atificó el cambio en el equilibrio de poder en el continente norteam ericano en favor de los Estados Unidos. En contraste, las perspectivas de los Estados U nidos no coinciden con las de los latinoam ericanos en general ni con las de los mexicanos en particular. Para los Estados Unidos, el resto del continente am ericano es, en buena medida, algo secundario en el m ejor de los casos, y un factor de estorbo en el peor. C om o potencia m undial del siglo x x , el principal foco de la política exterior de los Estados U nidos siempre fue Europa occidental y central, por una parte, y la cuenca del Pacífico N o rte (Japón y China), por la otra. Los asuntos del M editerráneo, el O riente Próxim o y el sudeste asiático constituyeron una esfera necesa ria pero secundaría, lo cual no niega el significado de la atención espo rádica prestada a los temas caribeños o latinoamericanos, sino que afir ma su naturaleza terciaria. N o es el lugar para debatir si estas prioridades políticas han sido las acertadas, dada la situación am ericana de los Esta dos Unidos, pero sí explican por qué las relaciones Estados U nidosM éxico -d o s países que com parten la frontera com ún más larga de Am érica Latina—se han m antenido tan cargadas de m alentendidos a lo largo del periodo com prendido desde 1836 hasta el presente. Desde la situación de ventaja de los Estados Unidos, M éxico pare ce subdesarrollado, potencialm ente inestable e incluso un riesgo para su seguridad. La prim acía de los sentimientos negativos sigue siendo un 19
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rasgo sorprendente de las nociones estadounidenses acerca de M éxico, que no disminuyó, sino que incluso aum entó durante la década de 1990, con la atención prestada por los medios de com unicación al trá fico de drogas, las violaciones de los derechos hum anos y la corrupción generalizada. El fracaso a la hora de erradicar estos problemas hace pa recer culpable a M éxico ante un gran sector de la opinión estadouni dense. Las nociones mexicanas acerca de los Estados U nidos suelen tender a ser igual de negativas, cuando no más. La pérdida del norte lejano es el punto de partida, reexaminado en detalle en una serie de conferencias celebradas en la ciudad de M éxico y en las capitales regio nales durante el curso de 1997-1998, en el 150 aniversario de la derro ta. «¿Cuál fue el error?» fue la pregunta planteada. E n los Estados U ni dos, el aniversario, opacado aún por la repercusión de su propia guerra civil (1861-1865), pasó con apenas un m urm ullo. C ualquier discusión en M éxico del proyectado tratado M cLaneO cam po de 1859 sobre los derechos de tránsito estadounidenses por territo rio m exicano reanuda los nacionalismos rivales heredados de los liberales y conservadores de mediados del siglo x ix . Dos desem barcos de fuerzas estadounidenses en Veracruz, en 1847 y 1914, suelen conm em orarse en M éxico con el vilipendio nacionalista de la traición y violación de la soberanía nacional por parte de los Estados Unidos. U na profunda sospecha, con frecuencia justificada, ha caracterizado buena parte de las relaciones entre los Estados U nidos y M éxico d u rante el curso del siglo x x , hasta el establecimiento del Tratado de Libre C om ercio de A m érica del N orte en 1992. N o obstante, los acon tecim ientos políticos y económ icos de las décadas de 1980 y 1990 re saltaron con creces la interdependencia de los dos países con una fron tera com ún de 3.000 km. D e todos m odos, el significado del T LC perm anece oscuro, sobre todo teniendo en cuenta el desarrollo des igual de los tres estados participantes y sus diferentes percepciones de su objetivo. Puesto que el tratado suponía im portantes concesiones del estado m exicano al capital privado estadounidense, hubo en M éxico serías advertencias sobre las funestas consecuencias sociales. Estas pre m oniciones se hicieron realidad con el estallido de la rebelión de C hia pas en enero de 1994, que llamó de nuevo la atención hacia las antiguas quejas indígenas. El T L C fue el resultado de una iniciativa m exicana a la que respon dió el gobierno de los Estados Unidos. Los motivos m exicanos eran 20
México en perspectiva
tanto políticos com o económicos, y reflejaban circunstancias internas a la vez que metas exteriores. En ese sentido, el gobierno mexicano arrastraba a los Estados Unidos a implicarse más en los asuntos m exica nos, mientras que, al m ismo tiempo, esperaba ganancias para M éxico en el m ercado estadounidense. Todo análisis sobre la relación existente entre los dos países precisa reconocer no solo las malas interpretaciones de las condiciones mexicanas y la falta de entendim iento del lenguaje y las susceptibilidades locales, sino tam bién la capacidad de m anipula ción mexicana. C óm o «manejar» a los estadounidenses constituye una parte esencial de las relaciones exteriores mexicanas. ■ Fundamentalmente, la relación México-Estados Unidos supone dispa ridades de riqueza y poder, que son el quid de la cuestión. Pese a los para lelismos y parecidos, ambos países operan en m undos diferentes. Su contexto internacional y sus ámbitos de referencia están m uy alejados. Quizá lo peor de todo es que ninguno de los dos piensa realmente en serio sobre el otro. M éxico está obsesionado consigo mismo. Pocos periódicos o diarios mexicanos presentan un tratam iento amplio y profundo de los asuntos internacionales, y m enos aún un análisis infor mado de los acontecim ientos estadounidenses, salvo quizá cuando con cierne a la conducta de la Bolsa de Nueva York. El com entario de E n rique Krauze de que M éxico es una isla simbólica, da en el clavo. Hay escasos institutos dignos de m ención de estudios estadounidenses en M éxico y pocos historiadores se especializan en su historia. El C entro de Investigaciones sobre Am érica del N orte, con base en la U N A M , en la ciudad de M éxico, constituye una notable excepción. A unque M éxico y los Estados U nidos aún no han logrado estable cer una relación satisfactoria después de dos siglos, no todo en esta «relación especial» ha sido u n desastre. Los presidentes estadounidenses suelen reunirse más a m enudo con sus hom ólogos m exicanos que con el resto de los jefes de estado, y los gobernadores de los estados fron terizos estadounidenses y mexicanos celebran encuentros anuales. Para el presidente de los Estados Unidos supone, inevitablem ente, cierta dim ensión internacional. E n noviem bre de 1997, por ejemplo, la visi ta del presidente Ernesto Zedillo a la Casa Blanca siguió a la del pre sidente chino, Jiang Z em in (quien después visitó M éxico). Las dos visitas subrayaron la diferencia de dim ensión entre C hina y M éxico en cuanto al lugar que ocupaban en las consideraciones de la política ex terior estadounidense. Además, las tres décadas de dificultades eco21
Historia de México
nómicas de M éxico desde 1970 costaron m ucho al país en cuanto a su posición en la escala estadounidense de im portancia mundial. Temas com o la frontera y el tráfico de drogas fueron discutidos de form a inevitable entre Ernesto Zedillo y Bill C linton. Sin embargo, la visita del presidente m exicano se echó a perder aún más el 10 de noviem bre de 1997, cuando C linton no logró convencer al congreso para que apoyara la tram itación rápida del tem a de la liberalización comercial de acuerdo con el TLC . La explicación son los tem ores por parte del Partido D em ócrata ante la com petencia m exicana en el m ercado de trabajo. Desde la crisis financiera del sudeste asiático a finales de 1997 y, com ienzos de 1998, la política de tram itación rápida ha sufrido una m uerte callada. M éxico, a diferencia de los Estados Unidos, no es una potencia m un dial, ni una fuerza militar significativa. La autocontem plación mexicana —mirarse al ombligo— im pide que el país tenga alguna posibilidad de ejercer influencia en los asuntos mundiales. A unque sin duda posee una cultura fuerte y resistente, com parte con la mayor parte de Am érica Latina la incapacidad de proyectarse de form a significativa en el esce nario mundial. En este sentido, Am érica Latina representa un factor ausente, una zona enorm e en cuanto a territorio y población, pero sin influencia en el curso de los acontecim ientos. D ebido a su relación con los Estados U nidos, la im agen que M éxico proyecta al resto del m undo es, con frecuencia, a través de estos. En consecuencia, rara vez resulta favorable.
La
fron tera
La presencia m exicana «al norte de la frontera» ayuda a explicar más la difícil relación entre M éxico y los Estados U nidos. Según se ve dentro de los Estados U nidos, el tem a de la frontera continúa siendo un problem a sin resolver entre los dos países. A un así, la frontera es más política que cultural, en el sentido de que el «sudoeste am erica no» nunca se superpuso p o r com pleto al n o rte lejano m exicano. M uy al contrario, la creciente repercusión m exicana en sus antiguos te rri torios com o Texas, A rizona y C alifornia es evidente para cualquiera que viva o viaje allí. Se ha venido produciendo una recuperación lenta y persistente de «M ex-América» bajo las superposiciones polí 22
México en perspectiva
ticas de 1848, Alguno hasta podría definirlo com o una «reconquista». D urante generaciones, las familias del n o rte de M éxico han m ante nido relaciones al otro lado de la «frontera», y el tránsito, p o r un motivo u otro, ha sido constante. Para muchas familias mexicanas de la zona fronteriza (prescindiendo del lado) es solo una form alidad po r la que hay que pasar siem pre que hay reuniones. Carlos Fuentes (nacido en 1928), en La frontera cristalina (M éxico, 1996), representó de form a directa esta experiencia en 10 relatos cortos que form an una especie de novela. Las novelas de frontera recientes del autor estadounidense C orm ac M cCarthy, com o A ll the Pretty Horses (N ue va York, 1992), aportaron a esta experiencia la perspectiva texana bien diferenciada. La misma frontera, pese a la discusión en curso sobre los inm igran tes ilegales, es más que nada un cruce de caminos. La sarta de ciudades gemelas -Calexico-Mexicali, Nogales (Atizona)-Nogales (Sonora), D ouglas-Agua Prieta, El Paso-C iudad Juárez, Eagle Pass-Piedras Negras, Laredo (Texas)-Nuevo Laredo (Tamaulipas), M cAllen-Reynosa, Brownsville-M atam oros- da una idea de las dimensiones en ju eg o . La vida en M onterrey (Nuevo León) no es radicalmente diferente de la de San A ntonio (Texas) y, sin duda, es m ucho más parecida a esta que a las cul turas predom inantes en el centro de M éxico. C o n todo, existen algu nas distinciones sorprendentes de u n lado a otro de la frontera. San D iego (California), a 22 km de la frontera m exicana, sigue siendo una ciudad estadounidense característica, orientada más hacia el resto de los Estados U nidos que hacia el sur, a M éxico, pese a la gran presencia m exicana en la vecindad y la retórica de la colaboración urbana con Tijuana. Los estudios sobre inm igración, que hacen hincapié en la entrada de europeos en los Estados Unidos, A rgentina, U ruguay y Brasil, sue len pasar p or alto la em igración latinoamericana hacia los Estados U n i dos. A unque puede que m uchos de estos inm igrantes aspiren a la ciu dadanía estadounidense y a los beneficios de su vida material, la cultura latinoam ericana es lo bastante fuerte com o para resistir la absorción en la cultura prevaleciente de lengua inglesa, y la mayoría de dichos in m igrantes no desearían perder sus identidades características. E n con secuencia, el reforzam iento a finales del siglo x x de la presencia histó rica latinoam ericana en el territo rio controlado p o r los Estados U nidos ha suscitado la cuestión de la integración cultural y lingüística. 23
Historia de México
Ju n to con el «tema de la frontera» m exicana, aparece el de la posición de la lengua española dentro de los Estados U nidos en relación con la posición oficial única (en el presente) de la lengua inglesa. Este últim o tem a sobrepasa con creces el asunto de la frontera m exicana, puesto que implica tam bién al m enos la presencia cubana, puertorriqueña y centroam ericana en los Estados U nidos. Los mexicanos, debido a su propia herencia cultural y a la contigüidad de la república M exicana, han resultado ser el grupo más fuerte de «infundibles» dentro de los Estados Unidos. La em igración anterior fue el resultado de la política agraria del . Basílica de la Virgen de la Soledad, Oaxaca, donde se venera particularmente esta advocación mariana. En su origen, se construyó sobre el sitio que ocupaba mía ermita en 1582. aunque la estructura actual es de 1682. La iglesia se consagró en 1690.
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N ueva España se había descrito com o «tierra mariana». A unque el guadalupanismo se relacionó en u n principio con M éxico central, m u chas otras manifestaciones del culto a la V irgen aparecieron en diferen tes localidades de todo M éxico, con basílicas o santuarios construidos a su alrededor. La Virgen de la Soledad en Oaxaca, la Virgen de O codán e n Tlaxcala, la Virgen de Zapopan en Guadalajara, la Virgen del Puebli to en Querétaro, fueron solo algunas de esas vigorosas devociones p o pulares. Sin embargo, desde mediados del siglo xv m , la devoción guadalupana aum entó, diseminada por las ciudades situadas al norte de la de M éxico p or párrocos formados en la capital. Eran las zonas menos indias de N ueva España. La extraordinaria profundidad del culto a laVírgen tanto en N ueva España com o en el estado m exicano que la sucedió suscitan muchas cuestiones. Se ha aducido el parecido con Malíntzin: dos símbolos fe meninos en polos opuestos o dos aspectos de la misma personalidad en línea con la dualidad de los dioses precolom binos. Los comentaristas de la psicología colectiva mexicana han señalado la rendición popular a la figura de la m adre com pendiada por la Virgen. M aría se ha convertido en la madre que redim e a la «patria» entregada a C ortés por Malintzin. Casi todas las definiciones contem poráneas de la identidad m exicana conducen antes o después al guadalupanismo. Los cultos a la virgini dad-m aternidad explican en parte la contribución de la era del barroco a la form ación cultural de M éxico m oderno. El guadalupanismo con tribuyó posteriorm ente a la definición del nacionalismo mexicano, com o poderosa protección contra las amenazas del exterior.
La v u l n e r a b i l i d a d d e l n o r t e y e l n o r t e l e j a n o
E n el noroeste, la resistencia yaqui retrasó el avance hispano duran te 100 años tras la prim era incursión en la década de 1530. La llegada de sacerdotes jesuítas a la región en la década de 1610 inicialmente dio com o resultados un com prom iso pacífico con los 30.000 yaquis y el establecimiento de más de 50 pueblos de misión en los valles fluviales de Sonora. Sin embargo, los jesuítas se ganaron la hostilidad por su oposición a los chamanes indios que m ediaban entre los vivos y las al mas de los difuntos. En las estribaciones de la Sierra M adre, los ópatas se convirtieron en aliados de los españoles. Desde allí los jesuítas co 121
Historia de México
m enzaron a pasar a territorios pima y papago antes de alcanzar los bordes de la frontera apache. La Gran Apachería era una zona que se extendía del río Colorado en Texas por el este al río Gila en el oeste, 1.390 km de anchura y 926 de profundidad, el núcleo desértico del norte lejano. Desde el punto de vista lingüístico, los apaches eran una nación, si bien dividida entre los chihuahuas al oeste y los mescaleros, lipanes y otros grupos en el este. Sin embargo, estaban rodeados por naciones hostiles, com o los chiricahuas que controlaban las llanuras de búfalos y los pueblos de N uevo M éxico, cuyo aborrecim iento por los apaches explicaba sus residencias en form a de fortalezas. U na vez que los españoles hubieron traspasado la frontera chichim eca en la década de 1590, se encontraron con la frontera apache. E n el norte, las respuestas indias al avance de la presencia hispánica fueron alternativamente violentas y pacíficas, según se em plearan dife rentes estrategias de supervivencia. Los levantamientos indios preten dían restaurar el equilibrio en las fronteras frente a la pérdida de tierras y las amenazas a la autonom ía y la identidad cultural que suponían el poblador, el presidio y la misión. Para los pobladores hispanos, la paz era necesaria para asegurar la m ano de obra india en los campos y las minas, pero con frecuencia quisieron im poner esta paz con medios violentos. Las bandas de colonos batían los territorios indios en represalia y en busca de esclavos y ganado. Las fronteras se trasladaban de form a cons tante; el conflicto se hizo salvaje en ambos bandos; la devastación de la guerra inflexible estaba en pugna con los valores culturales de la m i sión. En 1616, los tepehuanes se rebelaron contra los colonos españoles y las primeras misiones jesuítas en concierto con los indios aliados de la zona de Chihuahua, incluidos grupos tarahumaras. Los intentos de los misioneros de asentar perm anentem ente a los indios seminómadas, cuando cambiaban de residencia según las estaciones, amenazaban tan to a la religión com o a la cultura. D esde la década de 1630, los jesuitas com enzaron a establecer misiones entre los tarahumaras con la inten ción de proporcionarles una base agrícola, lo cual significaba que los indios cultivaran sus tierras. U na serie de levantamientos tarahumaras en el occidente de Chihua hua en 1646,1650,1652,1689 y 1696-1697 rechazaron la penetración hispánica en la Sierra M adre y destruyeron muchas de las misiones je suitas ya establecidas. Los tarahumaras eran uno de los pueblos seminó madas, pero habían absorbido una gran influencia hispana para fortale 122
Mueva España , i 620- í 770: el colonialismo español y la sociedad americana
cer su resistencia. Se especializaron en emboscadas y sus posiciones de defensa fortificadas neutralizaban las ventajas iniciales de los españoles en armas de fuego y caballos. Com erciaban con el ganado capturado niás hacia el norte. La zona tarahumara abarcaba en torno a 12.950 km 2 entre los paralelos 26 y 30. La revuelta final, que condujo a la destruc ción de siete misiones y se extendió por Sonora y Sinaloa, libró a buena parte de esta zona de la penetración hispánica durante varias décadas. En 1680, u n im portante levantamiento de los pueblo m ató a unos 380 colonos hispanos y a 21 misioneros franciscanos. El resto de los 2.000 pobladores e indios cristianizados huyeron río Grande abajo has ta las proximidades de El Paso, donde los jesuitas habían fundado una misión en 1659. E n los orígenes de la gran insurrección de los indios pueblo, se encontraban los conflictos por la distribución de la m ano de obra, el maltrato a los indios y la conducta de los funcionarios corrup tos. Además, los franciscanos habían com enzado a atacar los rituales indios, que continuaban ju n to a la práctica católica. E n 1661 habían prohibido los bailes, máscaras y plumas de oración indios, y ante un gran resentim iento local destruyeron enorm es cantidades de máscaras. Incluso tras la represión del levantamiento, los rituales indios y el cato licismo oficial (muy coloreado en cada caso por la práctica local) exis tieron en una relación dual. Las autoridades españolas no intentaron la reconquista hasta 1692. Por todo el norte y el noroeste lejanos, desde la década de 1680 había existido un claro rechazo a la presencia española, tom ara la forma de latifundio, mina, presidio o misión. La repercusión del alzamiento de los pueblos, en el que tam bién participaron mestizos, se extendió por tierras tarahumaras e influyó en las revueltas de 1689 y 1696-1697. La mayoría de los levantamientos indios defendían prácticas religiosas am e nazadas, apoyaban la autonom ía del pueblo y el uso de la tierra, y bus caban alianzas más allá del grupo inmediato. N o eran rebeliones tribales, sino alianzas opositoras construidas por los mismos dirigentes indios. En los casos de los pueblos y los tarahumaras, estos solían ser hombres atra pados entre dos culturas y con una respuesta ambigua al dilema de sus pueblos. Los últimos, con frecuencia confusos y divididos, tam bién se hallaban atrapados entre la seguridad aparente de una cultura jesuíta autoritaria y las promesas de sus chamanes de rem edio inminente. E n 1683 se descubrieron en Sonora las minas de Alamos, en un m om ento en que la población hispánica alcanzaba unos 1.300 habitantes. 123
Historia de México
En su último avance, entre 1685 y 1700, los jesuítas fundaron 25 misiones en la zona de Pimería, entre ellas San Javier del Bac y San Agustín del Tucson, ju n to al río Santa C ruz, pueblos transferidos más tarde a los Estados U nidos en 1853 según los térm inos del Tratado de La Mesilla. En 1697, los jesuítas fundaron la misión de N uestra Señora de Loreto en Baja California, la prim era de varias posiciones sostenidas a duras penas en la inhóspita península. El gobierno m etropolitano intentó consolidar la posición española en 1687 m ediante el establecimiento de un gobernador en la provincia nordoriental de Coahuila, con sede en Monclova, separado de D urango. Sin embargo, en la década de 1690 la sociedad de frontera española ya había com enzado a ceder bajo el im pacto de las hostilidades indias. La resistencia en el norte retrasó el asentam iento en Texas hasta 1716, pese a la urgencia de la presencia española para contener la penetración potencial de los franceses hacia el oeste desde Luisiana. E n 1718 se fundó San A ntonio de Béjar. La inspección m ilitar del brigadier Pedro de Rivera de 23 presidios en 1727 dio com o resultado una regulación real en 1729 para reorganizar la frontera, pero no siguió nada concreto. Texas continuó siendo el territorio con colonización más escasa del n orte lejano español. A comienzos del siglo xvm , em peoraron las incursiones de los in dios nómadas p o r toda la zona norte. Los com anches se habían trasla dado desde las M ontañas Rocosas hacia abajo y presionaban a los apa ches p o r las llanuras de Texas hasta N uevo M éxico. C om binaban el com ercio en la feria deTaos con las incursiones sangrientas en torno al Pecos y Galisteo. Los mismos apaches suponían una amenaza repetida a lo largo de las fronteras ópata y pima, pese al establecimiento de un presidio en Fronteras (Sonora) en 1692. E n la zona costera de Sonora, en 1725-1726 tuvo lugar una importante rebelión seri, y dos rebeliones en Baja California en las décadas de 1730 y 1740 privaron a las autorida des del control efectivo de la península. Además, la situación en Sonora fue de mal en peor. E n 1740, una gran parte de la nación yaqui se le vantó en concierto con los mayos para expulsar a los pobladores blan cos, La rebelión abarcó la vasta zona que cruzaba los ríos Yaqui, Mayo y Fuerte, casi hasta el río Sinaloa. La hostilidad surgió de los intentos del gobierno de alterar la posesión de la tierra y las tasas de tributo en los pueblos de misión, y la retención efectuada por los jesuítas de la m ano de obra en las tierras de la misión para trabajos pesados no rem u 124
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nerados. Los yaquis dem andaban el derecho a vender sus productos li bremente, a cargar sus armas y a ir si querían a trabajar en las minas. La rebelión de 1740-1742 destruyó la credibilidad de la misión jesuíta en el noroeste. O tra insurrección más, la de los ser i, tuvo lugar en 1748, con respaldo pim a y papago, y se alargó hasta la década de 1750. En 1760 es posible que ya hubiera una población de 233.000 habi tantes en el n o rte mexicano, de la cual m enos de la m itad pertenecía a las naciones indias. D e estos indios, 54.000 se hallaban en Sonora y 47.150 en N ueva Vizcaya. A mediados del siglo xvm , la situación en el norte y el norte lejano perm anecía en confusión.
L o s PR O C E SO S PO LÍT IC O S
El debilitam iento del poder m etropolitano español dejó al descu bierto la naturaleza cambiante de las relaciones entre el estado y la so ciedad en las Américas. La burocracia real quedó cada vez más subordi nada a los intereses de las elites coloniales. El predom inio político de las oligarquías locales durante el siglo x v i i significó que la relación clave en los estratos más elevados de la sociedad colonial fuera la existente entre los órganos burocráticos centrales y la elite m ercantil-financiera. El cargo virreinal y la audiencia estuvieron cada vez más en arm onía con los intereses de la elite residente. La autoridad virreinal podía in cluso parecer precaria a veces, com o en 1624 y 1692, cuando el palacio virreinal fue atacado durante las revueltas de la ciudad. El control polí tico se perdió tem poralm ente debido a las disputas entre las institucio nes y las personalidades de mayor rango. El breve intento m etropolitano de afirmar el predom inio durante la década de 1640 condujo a tensiones políticas de largo alcance. En el centro de estos conflictos se encontraba el obispo de Puebla, Juan de Palafox y M endoza (1600-1659), protegido del valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares (1587-1645). Su política aum entó la presión fiscal tanto en España com o en el im perio y provocó la oposición o el incum plim iento. La U n ió n de Armas, impuesta en 1624, se diseñó para maximizar las contribuciones fiscales de todas las regiones de la m onar quía para m antener a España com o potencia im perial. La lucha entre España y las Provincias Unidas de los Países Bajos, interrum pida en 1598, se renovó en 1621 y llevó en las décadas siguientes a que los 125
Historia de México
holandeses atacaran los cargamentos españoles y los dom inios am erica nos. El costo de la guerra proporcionó una causa para las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640, precisamente el m om ento en que Palafox llegó a N ueva España. Sin embargo, la caída de Olivares en 1643 dejó vulnerable a Palafox. Por consiguiente, el obispo se concentró en los asuntos diocesanos de Puebla e hizo tres visitas separadas a grupos de parroquias entre 1643 y 1646 para descubrir p or sí mismo la condición de la religión y el estado de los pueblos. Defensor de la supremacía del clero secular sobre el religioso, Palafox secularizó un gran núm ero de parroquias de Puebla, con lo que la pobla ción indígena quedó más expuesta a las influencias externas y facilitó la mano de obra voluntaria a las tierras de las haciendas cercanas, cuyo sig nificado económ ico aum entó en esa época. Palafox criticó al clero regu lar por m onopolizar las parroquias más ricas de la diócesis, mientras que los miembros del clero secular seguían sin puestos seguros. Su ataque a la posición de los jesuítas, la influencia religiosa y cultural predominante en la Nueva España del siglo xvn, acabó conduciéndole a su propia caída. Los jesuítas se habían convertido en los terratenientes más ricos del vi rreinato, con propiedades cuyo valor nom inal ascendía a más de cuatro millones de pesos. Palafox fue tan lejos com o para cuestionar la misma existencia de la Compañía. Estos conflictos y su intento de estrechar el control imperial com o visitador general de Nueva España desde 1640 y luego como virrey en 1642 causaron los conflictos más intensos del siglo. La desestabilización resultante del sistema político novohispano acabó conduciendo a la destitución de Palafox en 1649. La desesperada búsqueda de fondos de la C orona explicaba la ex tensión de la venta de cargos, iniciada bajo Felipe II, hasta los puestos en las audiencias. D e este m odo, los americanos lograron el acceso a la magistratura y fueron estableciendo su hegem onía contraviniendo ple nam ente las Leyes de Indias, que iban a codificarse en 1680-1681. Al mismo tiempo, varios prom inentes letrados de origen español se casa ron y tenían propiedades en el territorio en el que ejercían su jurisdic ción, de nuevo en contra del espíritu de las leyes. La audiencia, en su origen el bastión del absolutismo castellano, se fue convirtiendo poco a poco en u n organismo que expresaba las opiniones de los grupos de interés de los residentes, ya fueran de proveniencia española o america na. D e form a similar, la corte virreinal de la ciudad de M éxico reflejaba dichos intereses. 126
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M ientras el gobierno m etropolitano siguió siendo débil, la ciudad de M éxico dom inó N ueva España en la práctica en lugar de M adrid, lo cual no quiere decir que España hubiera perdido el control de sus territorios ultramarinos. En ningún sitio se desafió la autoridad de la C orona de form a significativa; la estrecha relación entre Iglesia y estado garantizaba la sanción religiosa más allá de la autoridad real; las repeti das amenazas a los territorios americanos por parte de potencias rivales hacían vital la conexión peninsular. Sin embargo, la realidad prevale ciente era que los españoles y americanos residentes estaban abandona dos a sus propios recursos para resolver sus problemas. El sistema colo nial español, modificado por las realidades americanas, continuó siendo el m edio de legitim ar la posición de los grupos de interés predom inan tes dentro de la N ueva España. U na compleja serie de vinculaciones y dependencias, que operaban en contextos laicos y eclesiásticos, se ex tendía de arriba abajo desde los ámbitos del poder y la riqueza hasta los estratos más pobres de la sociedad. A unque estas tendencias continuaron hasta la década de 1760, el gobierno m etropolitano com enzó lentam ente el laborioso proceso de reforma de las estructuras y prácticas gubernam entales tanto en España com o en el im perio. Esto ya había com enzado durante la década de 1690, cuando España salió de la peor década de su experiencia com o potencia. El establecimiento de la rama secundaria de la dinastía bor bónica francesa en el trono español tras la G uerra de Sucesión (17001715) reforzó la política de reforma. Felipe V (1700-1746) trató de im plantar el sistema de intendencias francés en la península en 1718, pero su estructura administrativa centralizada no se consolidó hasta pa sado 1739. La política metropolitana pretendió hacer de España una autoridad colonial más efectiva m edíante una serie de reformas adm i nistrativas y comerciales que proporcionaron la base para las medidas posteriores durante el reinado de Carlos III (1759-1788). Los primeros intentos de racionalizar los impuestos del com ercio am ericano se hi cieron en 1720, y en 1742 se autorizó a los barcos con licencia a co merciar con Perú p o r la ruta atlántica. Las ferias comerciales de Jalapa se establecieron en N ueva España en 1727 en un intento por fom entar una distribución más amplia de los productos transatlánticos. D entro de Nueva España, el gobierno virreinal inició una serie de medidas que tendrían significado más tarde. E n prim er lugar, en 1733, las autoridades reales asum ieron la administración directa de la Casa de 127
Historia de México
M oneda R eal con el objeto de centralizar la producción de la acuñación de oro y plata. Esta política comenzó un largo proceso de conclusión de los arrendamientos a particulares y corporaciones de las funciones e ingresos reales. Durante la década de 1740, el virrey Revülagigedo I (1745-1754) reclamó el arrendam iento de la alcabala de la ciudad de M éxico y su zona inm ediata administrada por el consulado. La m edida de Revillagigedo ilustraba la intención del gobierno borbónico de recuperar el control de la adm inistración de los ingresos reales y, de este m odo, au mentarlos. La clara implicación fue que los órganos del estado dentro del im perio se expandirían para hacer más efectiva a la autoridad m e tropolitana. El estilo de gobierno que acom pañó a estas políticas anun ciaba u n cambio en el pensam iento de la España m etropolitana sobre la naturaleza y propósito del im perio. A unque rara vez coherentes en cuanto a planteamiento y aplicación, las políticas borbónicas comenzaron a alterar el equilibrio de las relaciones entre España y las Indias, y dentro de los mismos dom inios americanos.
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Desestabilización y fragmentación, 1770-1867
D urante este periodo, una sociedad relativamente próspera organi zada com o el virreinato colonial español de Nueva España se transfor m ó en una república M exicana débil y dividida. C óm o ocurrió este proceso y qué supuso, continúa provocando desacuerdo en la literatura histórica. Hasta 1821, Nueva España formaba parte de una entidad im perial española más amplia. La m etrópoli daba prioridad a los intereses del im perio en su conjunto y no a los de cualquier parte específica de este. El apoyo del gobierno español a la m inería mexicana, aunque b e neficioso a corto plazo para los inversores mexicanos, no pretendía fom entar su provecho, sino el imperial. Los elevados intereses coloca dos en esta ayudaban a explicar el descuido en que tuvieron el gobier no y los inversores al sector cerealero, vulnerable en un m om ento de recuperación de la población. La misma España tam bién form aba parte del sistema im perial, si bien en las décadas de 1780 y 1790 ya era evidente que la m etrópoli no contaba con recursos suficientes para sostenerlo p o r m ucho más tiem po ante la creciente com petencia internacional. La desintegra ción del sistema financiero español p o r el aprem io de la guerra en las décadas de 1790 y 1800 increm entó la presión m etropolitana sobre la R eal H acienda mexicana. A partir de 1796, España dependió cada vez más de los subsidios m exicanos para sostener su posición tambaleante. El d errum be político de la España borbónica en 1808 inició el pro ceso de reorganización am ericana que acabó culm inando en el des plom e total del im perio en tierra firm e am ericana durante la década de 1820. Si bien el proceso de independencia constituyó el hecho decisivo del periodo, representó parte de la transform ación em prendida de un territo rio colonial europeo en un estado soberano dividido que exis tía precariam ente en un m undo exterior amenazante. A unque sin duda 129
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la independencia representó una ruptura en térm inos políticos, hubo m ucha continuidad entre las reformas borbónicas de los años 17601795 y el m ovim iento de R efo rm a Liberal que luchó p o r hacerse con el po d er en el periodo de 1855 a 1867. E n lo referente al territo rio , N ueva España pred o m in ó en el con tinente norteam ericano en los siglos anteriores a 1800. Por contra, entre 1836 y 1853, M éxico fue despojado de la m itad del territo rio heredado del virreinato colonial p o r unos Estados U nidos expansionistas, y se vio som etido a la intervención armada de Francia, en to n ces considerada la prim era potencia m ilitar de Europa, entre 1862 y 1867. Algunos historiadores, frente a estos reveses de la fortuna, hacen referencia al «declive de México» durante los prim eros tres cuartos del siglo x ix . Pero si hablamos de declive, debe entenderse en rela ción con el ascenso de los Estados U nidos com o potencia continental en el p erío d o com prendido entre 1800 y 1870. El virreinato de N ueva España se derrum bó com o entidad polí tica viable durante el periodo de 1795-1821. Sin em bargo, en el p e rio d o de 1821-1867 los m exicanos apenas lograron elaborar estruc turas alternativas perdurables. La historiografía de esos años sigue buscándole una explicación. E n este libro, 1867 se considera una fe cha term inal porque significó el fin efectivo de las amenazas externas de desm em bram iento o dom inación y señaló al m undo exterior la supervivencia de u n estado m exicano soberano e independiente. Pese a su debilidad, este estado era consciente de su identidad y de su ca pacidad de sobrevivir en un m undo peligroso en virtu d de sus fuerzas internas. El fracaso de la intervención francesa que había pretendido estimular el Segundo Im perio m exicano dem ostró el éxito del país al conjurar la amenaza de una nueva subordinación a una m etrópoli europea, y llegó tras la traum ática derrota m ilitar ante los Estados U nidos en 1846-1848. Sin embargo, las luchas políticas internas con tinuaron durante las guerras contra los Estados U nidos y la interven ción francesa. La restauración de la república en 1867 no significó su fin, sino, p or el contrario, su intensificación.
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Imagen 17. El virreinato de Nueva España (1811). Detalle de «Carte du M exique et des pays limitrophes sitúes au nord et á Test», el gran mapa anexo al prim er volumen de Alexander von Hum boldt, Essai politique sur le royaume de la Nouvelle Espagne, 5 vols., París, Chez E Schoell, Libraire, 1811. Esta sección central muestra los límites de la intendencia establecidos desde 1786. La intendencia de San Luís Potosí (en el mapa completo) incluye las provincias de Coahuila,Texas y Nuevo Santander, cuyo límite norte se muestra claramente como el río Nueces.
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P rim era p a r t e ; A p o g e o y d e r r u m b e d e N ueva E s p a ñ a , 17 7 0 -1 8 2 1
¿Economía expansiva o desarrollo distorsionado? La recuperación de la población y el crecim iento económ ico ex plicaron la resonancia y riqueza en aum ento de la N ueva España del siglo x v iii . La producción de plata m exicana ascendió de 12 millones de pesos en 1762 a 27 millones en 1804. Sin embargo, en realidad el auge m inero del siglo x v m fue un fenóm eno de décadas anteriores y no posteriores. El gobierno m etropolitano ayudó a los operadores de las minas rebajando a la m itad el precio del m ercurio y la pólvora en tre 1776 y 1801, liberando de im puestos de venta al equipo de m ine ría y refinam iento, y concediendo privilegios fiscales en el caso de inversiones de alto riesgo. Sin embargo, esta expansión ostensible y estas medidas aparentem ente ilustradas estaban llenas de com plicacio nes. El crecim iento del sector m inero no solo respondió a las medidas gubernam entales, sino, de form a más especial, a la dem anda de la eco nom ía internacional. La España m etropolitana quiso aprovecharse de la recuperación de la industria m inera mexicana durante el siglo xvm para elevar sus ingresos. C om o siempre, sus m otivos fueron funda m entalm ente fiscales más que u n interés general po r el equilibrio de la econom ía. El desem peño de la econom ía m exicana se medía en M adrid en virtud de su capacidad para generar ingresos m ediante una im posición mayor o más eficaz. Estas consideraciones imperiales subyacían en el núcleo de las «reformas borbónicas» y el despotism o ilus trado español. E n la década de 1790, la ciudad de M éxico poseía la mayor casa de m oneda del m undo. Los ingresos reales ascendieron de tres millones de pesos en 1712 a 20 millones de pesos durante la década de 1790. Entre 1770 y 1820, M éxico exportó de 500 a 600 millones de pesos p o r cuenta pública y privada, lo cual representaba una proporción con siderable de la producción de plata. En consecuencia, el mayor produc tor de plata del m undo experim entó repetidas veces una escasez de m oneda corriente, lo cual ya se había convertido en un asunto im por tante en la década de 1800. Desde 1792, la exportación de m oneda acabó excediendo la plata acuñada registrada. Solo en 1802, Nueva España exportó 96,7 millones de pesos, el equivalente a toda la plata acuñada desde 1799. La mayor parte era p o r cuenta pública, lo que 132
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señalaba el im pacto depresivo de la R eal Hacienda en el conjunto de la econom ía. A finales de siglo, la industria m inera ya dependía consi derablem ente del apoyo gubernam ental y de la desviación de recursos de otras partes de la economía. Al mismo tiem po, la base agrícola de Nueva España perm aneció precariam ente débil en cuanto a los recursos asignados y debido a su exposición continua a abruptos cambios m eteorológicos. Las contra dicciones de la econom ía y el sistema social novohispanos acabaron contribuyendo a profundizar la crisis durante las últimas décadas del siglo. La relación imprecisa entre elem entos económ icos, sociales, cul turales y políticos en el derrum be del gobierno colonial novohispano en el periodo com prendido entre 1800 y 1821 explica las interpreta ciones divergentes del periodo más amplio que se trata en este capítulo. Contrastes sociales y económicos al término de la Nueva España colonial D e la investigación reciente ha surgido un cuadro general de fina les de la N ueva España colonial que muestra una sociedad próspera socavada de form a creciente p o r agudas divisiones de riqueza y carac terizada p o r disparidades regionales. Al mismo tiem po, la expansión de la influencia empresarial española por N ueva España chocó con las percepciones populares tradicionales del m odo en que debían tratarse las relaciones sociales. Las tensiones étnicas y el desdén racista p o r par te de los españoles exacerbó estas divergencias económicas y culturales. Eric vanYoung, p o r ejemplo, ha presentado la noción de ciudades con una sorprendente arquitectura barroca, pero con mendigos en las calles y bandidos en las afueras. A la vez, la elite culta aspiraba a difundir las ideas de la Ilustración europea, mientras la sociedad campesina defendía su m odo de vida tradicional. La mayoría de los historiadores coinciden en que la econom ía se dirigía a la crisis a finales de siglo. Las tensiones sociales, resultado en parte de los niveles de vida deteriorados en un m om ento de salarios estáticos y crecim iento de población, asumieron proporciones alarmantes en zonas específicas del país. U n pequeño círculo de empresarios dom inaba las principales acti vidades económicas de la N ueva España dieciochesca. Su riqueza per sonal, exhibida ostentosam ente con frecuencia, los distinguía de los demás estratos de la sociedad colonial. Muchas de las más notables fi guras empresariales eran de origen peninsular español, si bien sus prin 133
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cipales intereses económ icos y conexiones familiares se encontraban en N ueva España. El andaluz Pedro R om ero de Terreros, p o r ejemplo, que se convirtió en conde de Regla en 1768, hizo fortuna en la m inería de la plata en R eal del M onte, cerca de Pachuca, desde 1742. Las relacio nes laborales en las minas de R egla siguieron siendo notoriam ente conflictivas. Sus intentos en 1766-1767 de reducir los costes laborales suprim iendo el derecho tradicional de los trabajadores a una parte del m ineral, conocido com o partido, al térm ino de cada turno, provocó una importante huelga. Doris Ladd lo ha descrito com o el conflicto de dos sistemas de valores. El árbitro de la Corona, Francisco Javier de Gam boa, la principal figura política am ericana de la audiencia de M éxico y una autoridad en legislación minera, apoyó las quejas de los trabajado res. Por su parte, el virrey A ntonio M aría de Bucareli (1771-1779), de m ente conservadora, defendió el partido. A unque inicialm ente se vio obligado a dar marcha atrás, Regla, junto con otros negociantes de plata, renovó sus esfuerzos para recortar los costes laborales de la industria m inera. En consecuencia, las relaciones laborales en las zonas mineras perm anecieron inestables durante el resto del periodo colonial. Regla ocupó un puesto en el cabildo de Q uerétaro desde la década de 1740, com pró cinco haciendas jesuítas por algo más de un m illón de pesos para abastecer a la ciudad de M éxico de pulque y se casó con una mexicana noble de título. Los inm igrantes vascos desempeñaron el papel principal en la reha bilitación de las minas de Zacatecas durante las décadas de 1780 y 1790. Entre el puñado de empresarios mineros que predominaron en esa zona, se encontraban los herm anos Fagoaga. El coronel Francisco M anuel Fagoaga, natural de la ciudad de M éxico, hizo fortuna en las minas de Zacatecas y se convirtió en marqués del Apartado en 1771. R esidentes en la ciudad de México, en la década de 1780, los herm anos Fagoaga invirtieron grandes sumas de capital con poca utilidad en las inundadas minas de Pabellón en Sombrerete. E n 1792, consiguieron la desgravación tem poral del quinto real para ayudar a la recuperación de la pro ducción. Sin embargo, antes de un año, la mina produjo una bonanza que condujo al gobierno virreinal a replantearse el acierto de las con cesiones fiscales. M ediante la reinversión de las ganancias en otras em presas de Fresnillo y la misma Zacatecas, en 1805 los Fagoaga poseían unos activos líquidos de más de 3,5 millones de pesos. Cada u no de los dos herm anos fundó una extensa dinastía que dio com o resultado co 134
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nexiones matrimoniales con los condes de Santiago, Torre de Cossío y Alcaraz. Francisco M anuel se casó con una dama de la familia Villaurrutia en 1772. Su esposa era herm ana de Jacobo y A ntonio deViUaurrutia, oidores respectivamente de las audiencias de M éxico y Guadalajara. El prim ero desempeñó un papel im portante en el m ovim iento autono mista de 1808 en la capital. Los hijos y sobrinos de A ntonio M anuel iban a desempeñar un papel notable durante los cambios políticos de la década de 1810. El segundo marqués, p o r ejemplo, se convirtió en di putado suplente m exicano de las C ortes españolas en 1813-1814 y asistió a las C ortes de M adrid en 1821. En Coahuila, la familia Sánchez Navarro controlaba en 1804 un total de 268.575 ha de tierra dedicada a la cría de ovejas. A diferencia de los Aguayo, cuyas fincas completas com praron en 1840, la familia administraba directam ente sus propiedades. En la ciudad de M éxico contaba com o asociado con el com erciante español Gabriel de Yermo, notable m iem bro del consulado, que colocaba su producción en el mercado. Yermo se convertiría en la figura central del golpe de estado peninsular de septiembre de 1808, dispuesto para abortar el desliza m iento hacia la autonom ía. E n 1815, el valor estimado de las fincas de los Sánchez Navarro ya alcanzaba 1.172.383 pesos. La ostentación de riqueza en los ámbitos más elevados de la socie dad contrastaba con las condiciones de vida de la mayoría de la pobla ción. La agricultura novohispana continuaba sujeta a abruptas crisis de subsistencia, que amenazaban los m edios de vida populares. La fluctua ción m eteorológica y el abastecimiento inadecuado daban com o resul tado la carestía. En su mayor parte, la infraestructura no lograba hacer frente a la tensión a que estaba sometida. Las crisis de subsistencia, ade más, afectaban a toda la economía. Los aum entos de los precios del cereal en 1713-1714,1749-1750,1785-1786 y 1808-1809 se extendie ron al resto de los alimentos. La zona m inera de Guanajuato, por ejem plo, necesitaba cantidades ingentes de maíz para alim entar a las 14.000 muías utilizadas en la amalgamación del mineral y el proceso de refinación.Tanto en 1785-1786 com o en 1808-1809, la escasez de alimentos resultó m ucho más seria en los distritos mineros y en el Bajío en gene ral que en los valles centrales. Sin embargo, la repercusión de la carestía fiie distinta de una localidad a otra, dependiendo de los tipos de suelo y de la efectividad de la ayuda. Los valles centrales y las tierras altas centrales de M ichoacán tenían acceso al abastecimiento de mayor alti 135
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tud, pero las zonas mineras seguían estando demasiado lejos. San Luis Potosí, p o r ejemplo, fae duram ente golpeado en 1785-1786, aunque se recuperó con rapidez para hacer frente a nuevas escaseces en 1788 y 1789. H ubo abundancia en 1791-1792. En 1808-1809, la sequía azotó a las principales zonas ganaderas en u n m om ento de ascenso de los precios del maíz. E n San Luis Potosí y Zacatecas, el precio se mantuvo en 40 reales, en contraste con el de la ciudad de M éxico de 30 reales. Las calamidades de 1785-1786 se repitieron por todo el Bajío, si bien la zona central de Guadalajara se vio m enos afectada en 1809 y 1810 que anteriorm ente. La zona productora de azúcar del actual estado de M o relos tam bién escapó al peor im pacto de la escasez de alimentos en 1809-1810. Al igual que en 1785-1786, las zonas mineras sintieron los efectos más severos de la carestía, sobre todo desde que en 1809-1810 la escasez de m ercurio exacerbó el problema. El im pacto social y político de la carestía está abierto al debate. N o existió una conexión autom ática entre la escasez de alimentos y la in surrección. La crisis de subsistencia de 1785-1786 fue más severa que la de 1808-1809, que precedió el com ienzo de la insurrección en 1810. Pero ningún alzamiento acom pañó o siguió a la prim era. Sin embargo, el trastorno pudo proporcionar las condiciones en las que floreció la insurgencia. La diferencia prim ordial entre las carestías de 1785-1786 y 1809-1810 fue que la últim a form ó parte de una crisis m ultidim ensional, que supuso factores a corto y largo plazo, y una crisis en el plano im perial con el derrum be de la m onarquía borbónica española en 1808 y la G uerra Peninsular de 1808-1814. La España metropolitana y la reorganización imperial M ientras esta superestructura im perial sobrevivió, no pudo darse prioridad a los intereses de M éxico. Por el contrario, sus recursos y provecho estaban subordinados a las estrategias imperiales. C om o re sultado, los recursos que debían haberse dedicado a la defensa y poblam iento del norte lejano se desviaron del país al conjunto del sistema imperial. Es más, las necesidades financieras de España en tiem pos de guerra presionaron m ucho a su rico dom inio americano. Estas presio nes aum entaron a partir de mediados de la década de 1760 hasta la de 1810, periodo de profundas contradicciones en la sociedad y econom ía novohispanas. La fortaleza de la m oneda de plata de Nueva España rea 136
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firm ó la postura internacional de la España imperial, que no podía sostenerse con los recursos peninsulares únicam ente. La amenaza británica en el C aribe y las Filipinas en 1761-1763 estimuló la renovación de las medidas reformistas borbónicas com en zadas p o r Felipe V ese mismo siglo. Las consideraciones defensivas acompañaron a las políticas destinadas a estrechar la relación política y comercial de la m etrópoli con el imperio. El gobierno im perial de M adrid identificó a N ueva España com o uno de sus dom inios peligro samente expuestos. E n consecuencia, en 1764 arribó una misión mili tar al m ando de Juan deVillalba en un intento de reclutar una fuerza de milicias colonial. Acosada perennem ente p o r dificultades financieras, la España im perial no podía perm itirse pagar el envío de u n ejército pro fesional a M éxico o reclutarlo allí, así que, en su lugar, recurrió a los medios de su dom inio más rico. M adrid, por ejemplo, se negó a aceptar la propuesta de 1776 de form ar un ejército de 13.000 soldados regula res con el coste de 1,3 millones de pesos. Las tropas regulares se solían pagar con los ingresos generales, pero, en su lugar, el gobierno m etro politano pretendió cargar el costo de la leva de milicias locales a los cabildos de N ueva España. Las preocupaciones fiscales continuaron ocupando el centro de la política borbónica de fines de la colonia. Nueva España sintió de forma creciente la presión fiscal. La visita oficial de José de Gálvez (1720-1787) en 1765-1771 intensificó las presiones fiscales. D e todos modos, la visita form ó parte de un conjunto de medidas más am plio.En 1733, por ejem plo, la Corona estableció su m onopolio de acuñación y en 1754 abolió el arrendamiento del cobro de las alcabalas al consulado de M éxico para la ciudad de M éxico y la región inmediata. Bucareli completó el proceso de restablecimiento del control real sobre la recaudación de los impues tos sobre las ventas 20 años después. El mismo Gálvez tenía poco interés en la agricultura o industria mexicanas, puesto que su preocupación pri mordial era aumentar los ingresos reales y expandir el sector de exporta ción. Ambos objetivos suponían el fortalecimiento y la expansión de la burocracia virreinal. E n el plano gubernamental, en 1790 el virrey R evillagigedo podía contar con cinco secretarías, en contraste con las dos que había hasta 1756, con 30 funcionarios. La recom endación efectuada p or Gálvez en 1768 de que se estable cieran nuevas autoridades provinciales p o r todo el im perio no surtió efecto hasta 1786, cuando se convirtió en ministro de Indias. E n su ori 137
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gen, el sistema de intendencias pretendía ser un m étodo para reforzar la unidad imperial. Gálvez había recom endado la sustitución del cargo de virrey (y, de este m odo, la supresión de la corte mexicana) a favor del control directo desde M adrid mediante los intendentes. Los intereses de los grupos de poder tradicionales de M adrid y M éxico se encargaron de subvertir una medida tan radical. C uando la R eal O rdenanza de Inten dentes estableció el sistema en 1786, resultó ser un compromiso, pues el virrey conservaba la fuerza suficiente com o para moderar aquellos as pectos de la reform a que entraban en conflicto con su posición. Gálvez había aspirado a aplicar los principios administrativos franceses del siglo xvii templados con una reforma de finales del siglo xvm desde arriba. El despotismo ilustrado se desmoronó rápidamente frente a las realida des mexicanas. A unque Bucareli había contribuido a la dem ora del es tablecimiento de las intendencias con objeciones financieras y el virrey M anuel A ntonio Flórez (1787-1789) se opuso a ellas abiertamente, el virrey Revillagigedo II (1789-1794) otorgó todo su apoyo a la nueva estructura administrativa. El logro principal del sistema de intenden cias estribaba en la capacidad de recaudar impuestos de la reorganización administrativa. El principal fallo se hallaba en el distrito, donde el nuevo subdelegado iba a haber reemplazado las redes financieras y comerciales de los alcaldes mayores y corregidores. La incapacidad de la C orona para pagar a sus nuevos encargados de distrito un salario satisfactorio condu jo al retorno de m uchos de los abusos tradicionales. E n 1795, el virrey ya había recuperado el control pleno sobre la administración financiera. Finalmente, la división política en M adrid abortó los últimos intentos de revisar el sistema de intendencias en 1803. Tras la participación española en la Guerra de Independencia ame ricana (1776-1783) del lado de los colonos americanos en alianza con Francia, en 1788 el gobierno m etropolitano tom ó la decisión de finan ciar una fuerza de milicias de 11.000 soldados, com plem entados con 6.000 soldados regulares (en tiempos de paz) con un costo de 1,5 millo nes de pesos. Sin embargo, durante la década de 1790 el gobierno virrei nal se m ostró dividido ante cuál era la m ejor form a de responder al tema de la defensa. Revillagigedo sostenía que la Hacienda mexicana podía sostener el costo de un ejército regular, puesto que sus ingresos se ha bían duplicado entre 1769 y 1789. Vigoroso defensor de las reformas centralizadoras con el fin de estrechar el control imperial, le repugnaba la idea de contar con milicias coloniales com o la línea de defensa prin 138
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cipal. En 1792, el costo de las fuerzas de milicia regulares y provinciales ya ascendía a 2,8 millones de pesos. El virrey Branciforte (1794-1797), en contraste, impulsó la form ación de milicias provinciales. Además, las consideraciones imperiales sometieron los recursos mexicanos a una fuerte tensión. El gobierno m etropolitano transfirió tres regimientos de infantería novohispanos para la defensa de Luisiana, adquirida a Francia en 1763, C uba y Santo Dom ingo. Al mismo tiempo, se requirió al Teso ro mexicano que pagara tres millones de pesos anuales en subsidios gubernamentales a estas y otras posiciones distantes del Caribe. Branci forte, por su parte, consciente del costo de la participación española en la lucha armada contra la Francia revolucionaría (1793-1795), envió a España 14 millones de pesos de los ingresos mexicanos en 1794-1795. Los costos imperiales significaban que nunca habría bastante dine ro para m antener u n ejército suficientem ente fuerte en N ueva España. Hasta 1795, la C orona dio prioridad a la defensa del Caribe, donde la amenaza británica parecía mayor. D urante la G uerra de 1796-1808, cuando España estaba en alianza con la Francia revolucionaria y napo leónica, la posibilidad de un ataque británico a N ueva España pareció posible. Por lo tanto, hubo que encontrar más fondos para pagar un acantonam iento de fuerzas de em ergencia en el interior deVeracruz en 1797-1798. El elevado costo de 1,5 millones de pesos llevó a la desban dada antes de 15 meses. El siguiente acantonam iento en 1806-1808 resultó aún más caro y m uy polém ico en vista de la decisión del virrey de abandonar la defensa del mismo puerto. Sin embargo, las guerras de 1796-1808 acabaron quebrando el sis tema fiscal colonial, que cada vez se basaba más en los ingresos extraor dinarios para cubrir los gastos. Las compañías mercantiles y mineras proporcionaban una gran parte de este subsidio, ya fuera de form a obli gada o voluntaria. La consecuencia política inmediata fue que el go bierno virreinal tuviera que hallar acom odo precisam ente con aquellos grupos privilegiados que se habían visto adversamente afectados p or las reformas borbónicas. Este proceso de derrum be financiero fue un im portante factor -c o n frecuencia dejado de la d o - que contribuyó a la desintegración del gobierno español en M éxico, proceso acelerado aún más p o r los conflictos armados de la década de 1810. La deuda de la R eal H acienda novohispana había ascendido a 13,9 millones de pesos en 1791, pero con el im pacto de la guerra y el conflicto civil aum entó a 37,5 millones de pesos en 1815. La descomposición del otrora viable 139
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sistema de finanzas gubernam ental m ucho antes del im pacto de la in surrección de 1810 hizo que el M éxico independiente heredara una tesorería agotada y una m ontaña de deuda interna. Comerciantes, mercados e industrias Los comerciantes que se ocupaban del comercio de importación du rante tiempos de paz se pasaron a la manufactura en tiempos de guerra. Siempre dispuestos a proporcionar inversión al sector textil, así com o a la minería, los intereses de los comerciantes en el mercado interno se exten dieron con la interrupción de las importaciones europeas. Los importado res conocían el mercado y pudieron ajustar la producción a la demanda. E n el caso de la industria textil algodonera de Puebla, comenzaron a ex tender sus inversiones a la zona del Golfo ocupada en el abastecimiento de materia prima. Para finales del siglo xvm , un pequeño grupo de alma ceneros de Puebla llegó a monopolizar el suministro de algodón a los tratantes y tejedores de la ciudad y sus zonas de producción adyacentes m ediante la provisión de crédito a las comunidades productoras. C om o en el caso paralelo (pero más extenso) de Oaxaca, los comerciantes-finan cieros utilizaron a los administradores reales del distrito como intermedia rios. M ediante los acuerdos con los arrieros de la costa del Golfo llevaban el algodón en rama hasta Puebla para proveer a sus clientes. D urante la década de 1790 y comienzos de la de 1800, las artesanías textiles de Puebla alcanzaron su punto culminante. Solo en la ciudad, las industrias textiles empleaban más del 20 por 100 de la población. Los comerciantes de la ciudad adelantaban préstamos a los artesanos, que les entregaban los productos acabados para su distribución. A unque el pe queño grupo de inversores-distribuidores obtenía un gran beneficio de estas condiciones, la industria textil m exicana en su conjunto perm ane ció atrasada tecnológicam ente en un m om ento de transformación de largo alcance en los procesos de producción en Europa nordoccidental. A las autoridades metropolitanas les desagradaba la proliferación de m a nufacturas coloniales, pero no estaban en posición de impedirlas. Sin embargo, la legislación real de 1767,1794 y 1802 estipuló la exporta ción de algodón libre de impuestos a la península, con la esperanza de desviar m ateria prim a de las industrias novohispanas a las de Cataluña. D entro de la misma N ueva España, Puebla fue sobrepasada desde 1803 por Guadalajara com o principal productora de textiles de algo140
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don en cuanto a su valor. Guadalajara podía contar con un acceso fácil al abastecimiento de m ateria prim a en la zona costera de Colima. El auge textil com enzó allí a partir de 1765. Antes de la década de 1770, la mayoría de los textiles se im portaban del noroeste de Europa o de las zonas productoras del Bajío. En la década de 1800, la mayoría ya se producía en la localidad com o consecuencia de un tipo de sustitución de im portaciones regional. El capital comercial, más que el cambio tecnológico, aum entó la producción artesanal, aunque los talleres si guieron en manos de productores por cuenta propia que trabajaban con su equipo. M uchos artesanos utilizaban telares básicos en sus casas fuera de la vigilancia de los gremios en declive. La zona de Guadalajara no fue m enos vulnerable a la com petencia europea que Puebla, com o pudo observarse cuando los textiles británicos com enzaron a entrar en la región por el puerto pacífico de San Blas vía Jamaica y el istmo de Panamá durante la década de 1810. Ello dejó a los artesanos textiles de la ciudad, que form aban el grupo ocupacional mayor, en una posi ción precaria tras la Independencia en 1821. Más de 39 obrajes continuaban funcionando en N ueva España al final del siglo x v i i i , con una producción anual por valor de 648.000 pesos. La apertura del com ercio de neutrales en 1797-1799 y de nuevo a partir de 1805, com o una medida gubernam ental extem poránea para sortear el bloqueo naval británico, afectó adversamente a las industrias novohispanas al perm itir la entrada de manufacturas producidas por sociedades más avanzadas tecnológicam ente. A partir de 1805,1a indus tria textil algodonera de Puebla cesó su expansión. El núm ero de distri buidores de tela española cayó de 34 a 9 entre 1807 y 1820. Varios co merciantes de Veracruz, com o Pablo Escandón y Esteban de Antuñano, transfirieron sus intereses comerciales a Puebla en u n intento de diver sificación en la m anufactura textil provincial durante las difíciles déca das de 1810 y 1820. El problema, sin embargo, siguió siendo predom i nantem ente tecnológico. Los problemas continuos del norte y el norte lejano Las medidas borbónicas pretendían abordar los problemas hereda dos del n orte lejano y el norte. Sin embargo, la falta de recursos dispo nibles, el prolongado rigor fiscal y la división política tanto en M adrid com o en la ciudad de M éxico se com binaron para frustrar una nueva 141
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salida a la reorganización de estos territorios sin protección. En última instancia, las decisiones adoptadas —o su falta—durante los últimos años del periodo colonial contribuyeron a que la república mexicana per diera finalm ente el norte lejano entre 1836 y 1853. España no estableció allí una nueva entidad política, separada defi nitivamente del gobierno virreinal de la ciudad de M éxico, que pudie ra intentar acabar con la m arginación del n orte y el norte lejano. Al igual que el sistema de intendencias, la introducción de la C om andan cia General de las Provincias Interiores fue una reform a incompleta. El gobierno metropolitano nom bró en 1765 al marqués de R ubí, antiguo oficial del ejército, para que inspeccionara las condiciones de los 20 presidios. Al año siguiente avanzó desde Zacatecas hacia el norte por Durango y Chihuahua hasta El Paso y de ahí río Bravo arriba hasta Albuquerque y Santa Fe. Le asombró la falta de toda estructura defensiva coordinada y la extorsión practicada a los colonos y la población de los presidios. Inform ó de la baja moral de los soldados. Abogó por la concen tración de los presidios en 15 posiciones en una línea defensiva que abarcara desde el golfo de California hasta el golfo de México, pero in cluyendo Santa Fe.En respuesta,la Corona emitió un R eglam ento délos Presidios de Frontera en 1772. C on todo, la actividad de los navajos y comanches en N uevo M éxico y las incursiones apaches en Chihuahua y Coahuila mantuvieron inestable la frontera durante toda la década de 1770. Bucareli, preocupado por el elevado costo de la defensa fronteriza, apoyó la concentración en la línea interior de Nueva Vizcaya y Coahui la. Pero las autoridades no habían logrado evitar la alianza apache-tarahumara de 1775-1776 y no fueron capaces de desalojar sus plazas fuertes. M ientras tanto, Gálvez condujo la mayor expedición a Sonora des de el siglo xvi, con el objeto de restablecer el pleno control español frente a las renovadas hostilidades seri y pima. Su visita tam bién preten día establecer una presencia efectiva por prim era vez en California, en respuesta a los avances británicos y rusos en la costa del Pacífico norte. Gálvez propuso una reorganización radical de la administración de las provincias del norte, que la Corona aprobó en 1769, m ediante el estable cimiento de una comandancia general directamente responsable ante el rey. La división en el gobierno m etropolitano y la oposición de Bucareli en la ciudad de M éxico demoraron su puesta en práctica hasta 1776, cuando Carlos III nom bró a Gálvez ministro de Indias.Teodoro de Croix (1730-1791), sobrino de un antiguo virrey y distinguido oficial del ejér 142
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cito que había comenzado su carrera en la Guardia Valona, se convirtió en el prim er comandante general de las Provincias Interiores ese mismo año. Desde el principio, la relación de la nueva estructura con el gobierno virreinal fue ambigua, sobre todo desde que Bucareli se opuso tanto al gasto com o a que el cargo de virrey perdiera peso. El com andante ge neral de las Provincias Interiores ejercía jurisdicción sobre Sonora, Sinaloa, NuevaVízcaya, Coahuila,Texas, Nuevo México, California y después Nuevo León y N uevo Santander. Sin embargo, su territorio siguió some tido a la audiencia de Guadalajara en asuntos judiciales. La presión ejerci da para el establecimiento de una tercera audiencia, por ejemplo en C hi huahua, sede del comandante general desde 1792, no obtuvo el efecto deseado. Sin embargo, en esa época la ciudad de C hihuahua no podía convertirse en el foco de una vida comercial reactivada ni de una vigoro sa vida política. Croix, en cualquier caso, recom endó a Gálvez en 1778 dividir las Provincias Interiores en dos jurisdicciones separadas. Pero no se hizo nada, y durante 10 años la Com andancia General permaneció indivisa y en buena medida más allá del control virreinal. C roix afrontó el problema de equipar una fuerza de defensa efectiva en el norte en un m om ento en que los seris, pimas, ópatas, yaquis, mayos y apaches intensificaban su actividad por toda la zona fronteriza, ocasio nando cuantiosas pérdidas de ganado. Sin embargo, las autoridades co loniales interrum pieron la acción ofensiva en julio de 1779 debido a la inm inencia de la entrada de España en la G uerra de Independencia americana. U na vez más, la posición imperial de la España europea tuvo prioridad sobre la situación interna de N ueva España. Sin embargo, en ese punto, un levantamiento de los yumas, irritados por la interferencia de la colonia militar española en su sistema agrícola de la confluencia de los ríos Colorado y Gila, expulsó a todos los misioneros, pobladores y soldados en 1780-1781. Puesto que los yumas nunca fueron reconquis tados, la ruta terrestre entre Sonora y California quedó interrum pida durante todo el resto del periodo colonial. El sucesor de Croix, Jacobo Ugarte y Loyola (1786-1790), veterano de las guerras europeas de 17401763 y previamente gobernador de Sonora y Coahuila, luchó con el problema de los apaches. E n última instancia, la resolución del problema fronterizo de N ueva España dependía de la derrota de los grupos apa ches que efectuaban incursiones en Chihuahua, Coahuila y Sonora o de alcanzar algún tipo de acuerdo con ellos. Las ofensivas españolas en 1784-1785 tam poco habían tenido éxito. U garte buscó prim ero alianzas 143
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con los enemigos comanches y navajos de los apaches, hizo la paz con los chiricahuas y lipanes en Sonora y NuevaVizcaya, y luego emprendió una campaña contra los gileños que, con sus aliados pimas y papagos, habían atacado el presidio de Tucson en 1784. Entre 1790 y 1810, la estrategia de paz obtuvo un éxito relativo. La resistencia india en el norte y el norte lejano planteó un problema m ucho mayor para la administración colonial española que la intromisión de las potencias europeas rivales, pese a la pérdida temporal de las Floridas ante Gran Bretaña entre 1763 y 1783. Sin embargo, España intentó resol ver este problema conservando solo una débil organización política en las provincias septentrionales y m anteniendo la dependencia de la vida co mercial deVeracruz y la ciudad de México, a pesar de la política general de liberalización comercial dentro del imperio. Las autoridades virreina les de la ciudad de M éxico, por su parte, siguieron resueltas a evitar la formación de una autoridad separada para toda la zona norte. Se opusie ron a fortalecer la fuerza de 3.000 hombres miserablemente inadecuada para defender la frontera entera. Finalmente, en 1787 el virrey Flórez consiguió autorización real no solo para la creación de dos comandancias distintas, una para las provincias orientales y otra para las occidentales, sino para que ambas fueran responsables directamente ante el gobierno virreinal. En 1793, la C orona cambió de idea y ordenó la reunión de las dos secciones. Permanecieron unidas hasta que las Cortes de 1813 reanu daron la política de división anterior. Sin embargo, el estallido de la insu rrección en M éxico central en 1810 obligó a las autoridades a desviar efectivos y recursos del norte en una etapa crucial. C om o resultado, la paz se desintegró en todos los territorios septentrionales. Crisis religiosa y percepciones populares E n N ueva España, la crisis religiosa se dio en varios planos: la per cepción de que el gobierno m etropolitano español y sus agentes locales se habían separado de las prácticas tradicionales agudizó los resenti m ientos por todo el espectro social. Gruzinski presenta la interpreta ción de una «Iglesia barroca» sustituida por una «Iglesia de la Ilustración», impuesta por el episcopado en su mayoría español nom brado por la C orona. La cuestión religiosa polarizó la opinión y dividió lealtades. Hasta cierto punto, la crisis religiosa representaba una expresión m exi cana de la crisis general dentro de la Iglesia católica romana durante 144
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finales del siglo x v m y comienzos del x ix bajo el im pacto de la Ilustra ción, la revolución y el inicio del liberalismo. E n N ueva España, la com binación de factores sociales y culturales perm itió que por p rim e ra vez hubiera una m ovilización popular a gran escala. La insurrección de 1810 fue encabezada por el cura M iguel Hidalgo (1753-1811), pá rroco de Dolores en la dinámica y densam ente poblada provincia de Guanajuato. Su extensión e intensidad tom aron p o r sorpresa a las auto ridades virreinales. El cambio de dinastía en 1700 había conducido al aum ento de las presiones del estado sobre los ingresos y la jurisdicción de la Iglesia. La ruptura tem poral entre la C orona española y la Santa Sede, seguida de los concordatos de 1737 y 1753, reflejó las percepciones del estado de su superioridad sobre el poder eclesiástico. Este «regalismo» alcanzó su pun to culm inante en los años com prendidos entre 1765 y 1808, cuando el aum ento de la presión gubernam ental llevó a la reducción de las inm u nidades eclesiásticas y la absorción de los ingresos y propiedades de la Iglesia. El arzobispo Francisco Lorenzana (1766-1772) y el obispo Fran cisco Fabián y Fuero de Puebla (1765-1773) fueron los principales ex ponentes del regalismo borbónico,Estas políticas reflejábanlas tensiones a las que el estado español, com o potencia imperial en un m undo euro peo competitivo, se veía constantemente sometido. Sin embargo, al mis m o tiempo, las ideas de la Ilustración com enzaron a entrar en Nueva España. N o eran necesariamente heterodoxas y m enos aún anticristia nas, pero desde mediados de siglo condujeron a la crítica de los m étodos y planes de estudio tradicionales. En consecuencia, el clero se dividió en «modernizadores» y «tradicionalistas». A unque no eran subversivas, las nuevas ideas aum entaron la presión estatal sobre la Iglesia institucional. La expulsión de los jesuítas —la mayoría de los 500 eran m exicanos— en 1767 provocó una amplia oposición en N ueva España que trascen dió distinciones sociales. Prom otores del culto a Guadalupe, los jesuítas actuaban al mismo tiem po com o los principales maestros en los cole gios a los que asistían los hijos de la elite criolla, com o confesores en los conventos de monjas y com o prom otores de hermandades m añanas laicas. La expulsión tuvo serias consecuencias morales, pues fue impuesta a la sociedad criolla novohispana por las autoridades coloniales españo las. Se abrió una profunda división entre la jerarquía peninsular y la Iglesia popular. La prim era perm aneció bajo el patrocinio real, mientras que la última ya había visto la bifurcación del camino. 145
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Imagen 18. R etrato del cura Miguel Hidalgo (1753-1811) realizado por Joaquín Ramírez, hacia 1865. Esta pintura trata de representar a Hidalgo menos como sacerdote revolucionario que como estadista potencial y fundador de la república, si bien durante su vida no fue ninguna de las dos cosas. Los muralistas de la Revolución de 1910 adoptaron una postura diferente, destacando el liderazgo revolucionario de Hidalgo, cuando no su papel mesiáníco. Orozco, por ejemplo, cubrió la escalinata del palacio del Gobernador de Guadalajara durante finales de la década de 1930 con escenas de conflicto revolucionario violento. Hidalgo, con el puño izquierdo apretado sobre la cabeza, extiende un tizón ardiendo entre las fuerzas reaccionarias. Juan O ’Gorman (1905-1982) retrató a Hidalgo como revolucionario nacionalista en su Retablo de la Independencia del castillo de Chapultepec en 1960-1961.
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Los obispos carolinos hicieron campaña contra las manifestaciones y cultos religiosos populares. Sus ataques a la «superstición» y el «fana tismo» ampliaron la brecha entre el gobierno colonial y la gente co mún. A unque la mayoría de sus críticas se centraron en procesiones, peregrinaciones, cultos a los santos y la Virgen, y el carácter nuclear de las practicas de las cofradías locales en las aldeas indias, varios m ovi mientos milenaristas revelaron la profundidad del desasosiego popular. Gruzinski ha sugerido una dim ensión mílenarista en el apoyo que se centró en A ntonio Pérez en 1760-1761 en la zona de tierras altas entre la ciudad de M éxico y Cuautla. D e form a similar, Taylor ha llamado la atención recientem ente sobre la rebelión mílenarista de 1769 en la zona de Tulancingo, al noroeste de la ciudad de M éxico, en la que la devo ción a la V irgen de Guadalupe tuvo un papel notable. Las autoridades coloniales de Guadalajara y la capital se tom aron m uy en serio un le vantam iento localizado enTepic (Nayarit) en 1801, organizado en to r no a un «rey» indio llamado M ariano, que iba a efectuarse en la festivi dad de laVirgen de Guadalupe. La dim ensión religiosa, con unas raíces sorprendentem ente profundas en la cultura popular novohispana, ex tendió las quejas m ucho más allá de las disputas habituales por los im puestos, la leva, los derechos de pastos y agua, los linderos de las tierras o los niveles salariales. Es más,Van Young propone una dim ensión m esiánica y mílenarista para la rebelión de Hidalgo de 1810. El descontento popular se com binó con un potencial liderazgo clerical para centrar las energías populares en una lucha contra el orden colonial. La mayoría de los 4.229 miembros del clero seglar del virrei nato vivía en la pobreza. El descontento clero inferior no solo encon tró bloqueadas sus perspectivas de ascenso por el dom inio peninsular de la Iglesia en M éxico, sino tam bién sus circunstancias materiales ad versamente afectadas p o r las medidas fiscales borbónicas. La diócesis de M ichoacán resultó un terreno fértil para la disidencia clerical. M anuel Abad y Q ueipo (1751-1825), obispo electo en el m om ento de la insu rrección de 1810, había advertido del potencial de revolución en su oposición a la reducción m etropolitana de las inm unidades eclesiásticas en 1799, Avisó que, aunque el clero disfrutaba de esta posición corpo rativa especial, el 80 p o r 100 de los de su diócesis vivía en la pobreza. Según la opinión de Abad y Q ueipo, cualquier reform a de la posición corporativa amenazaba con aflojar los lazos de lealtad sentidos por el clero, que ejercía una gran influencia en los corazones y m entes de la 147
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plebe, hacia el régim en colonial. Sin embargo, la política gubernam en tal m etropolitana tendió a prestar escasa atención al papel social del bajo clero dentro de los territorios americanos a finales del período borbóni co. C uando llegó la rebelión, puso en evidencia hasta qué punto gran des com ponentes de la población habían roto de form a implícita o explícita con el régim en colonial y el episcopado español que consti tuía una parte esencial de este. Los clérigos am ericanos que tom aron parte en la insurrección se encontraron atrapados en un m ovim iento de profundas dimensiones que apenas podían controlar. Crisis profundas en muchos ámbitos E n las regiones novohispanas más dinámicas, u n intenso sentim ien to de vulnerabilidad caracterizaba la vida de la clase baja al comienzo del siglo x ix. Los orígenes inmediatos de la insurrección de 1810 se encontraban en las condiciones particulares del Bajío y la zona central de Guadalajara. E n contraste, el campo de San Luis Potosí no se con virtió en ese m om ento en u n foco de insurrección. E n parte, el creci m iento demográfico, com binado con el abandono de la producción de maíz, socavó los niveles de vida de la clase baja del Bajío. Los cambios estructurales hicieron al pobre rural más dependiente de la elite dueña de las haciendas. U n a transformación paralela tuvo lugar en los sectores textil y m inero vinculados a la econom ía eerealera del Bajío. E n la zona central de Guadalajara, la expansión de la agricultura comercial en las haciendas productoras de trigo pareció amenazar a los cultivadores de maíz de los pueblos, que com petían p o r el m ismo m ercado urbano, con la proletarización. Esta percepción, que con frecuencia llegaba tras lar gas disputas por la tierra y la m ano de obra entre pueblos y haciendas, puede ayudar a explicar la opción de la actividad insurgente en la zona de la cuenca de los lagos de Guadalajara durante la década de 1810. Fuera del Bajío, la desesperación de los pueblos por la incapacidad de las autoridades coloniales para detener el deterioro de la vida local explicaba el descontento extendido. En las mismas haciendas, los traba jadores residentes disfrutaban de una seguridad razonable com o partí cipes de una red clientelar con el patrón. R ecibían alojam iento y una ración de maíz del propietario com o parte de su salario. Si el trato dado a los trabajadores era tolerable, la relación patrón-cliente tenía o portu nidades de sobrevivir en las condiciones de insurgencía de la década 148
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Imagen 19. Vista aérea del núcleo centra] de Valladolid de Michoacán (desde 1828, Morelia), capital del estado de Michoacán y sede del obispado fundado en 1536. La Corona española autorizó la construcción de la catedral actual (en el centro) en 1655; fue consagrada finalmente en 1705.
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de 1810, siempre que el hacendado no abandonara su propiedad por m iedo a las bandas rebeldes que se aproximaban. C om o resultado, los propietarios tuvieron la posibilidad, sobre todo si las autoridades regalistas los presionaban m ucho, de organizar fuerzas de defensa de las haciendas contra los insurgentes merodeadores. Entre 1795 y 1808, el régim en colonial de la ciudad de M éxico se encontró más débil económ icam ente y cada vez más aislado política m ente. Las tensiones dentro de los grupos gobernantes en las ciudades clave del centro-norte -Valladolid, San Luis Potosí, Zacatecas y Guadalajara—durante los años 1805-1810 agravaron la repercusión de la dis locación social. Am enazaron con la pérdida del control político en un m om ento de crisis de ám bito im perial en 1808 y tensiones sociales en aum ento en las localidades. El intento revolucionario y la insurgencia de la década de 1810 La causa inmediata de la insurrección de 1810 fue la desintegración de la legitimidad del gobierno virreinal en septiembre de 1808. P or vez prim era en 300 años, ninguna autoridad en Nueva España —incluso en la misma península—podía reclamar una lealtad inequívoca. Esta situa ción elevó a nuevas alturas la cuestión ya planteada de la representación política, que había surgido por prim era vez durante la década de 1770 en reacción a las reformas borbónicas. La deposición de los Borbones españoles p o r los franceses durante la primavera de 1808 presentó al virrey José de Iturrigaray (1803-1808) el problema de qué autoridad peninsular reconocer y con qué facciones alinearse en M éxico. Iturrigaray trató de salvar su posición prestando apoyo a las presiones proceden tes de la elite mexicana para la form ación de una serie de juntas que decidirían el futuro político de Nueva España sin referencia a ninguna autoridad española particular. E n caso de tener éxito, este procedim ien to podría haber asegurado una transición pacífica del absolutismo pe ninsular al gobierno nacional. La autonom ía y una form a oligárquica de constitucionalismo fueron abortadas bruscam ente p o r un rápido golpe de estado efectuado desde dentro del sector peninsular de la elite la noche del 15 de septiembre de 1808. El golpe destituyó a Iturrigaray y llevó a la detención de los principales autonomistas. El golpe peninsular destruyó la legitimidad del gobierno colonial. Asi mismo, evitó que la elite de la ciudad de México tomara la delantera en la 150
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oposición al absolutismo y el dominio peninsular. La iniciativa recayó en las provincias y su clero bajo disidente, los oficiales de milicias jóvenes y los miembros de las profesiones liberales. N o fue el resultado del fracaso de las instituciones estatales, sino de la pérdida de legitimidad del régimen colo nial. Por esta razón, el proceso de independencia asumió una forma dife rente en México a la de los territorios españoles de Sudamérica, donde las élites de las capitales y los oficiales de las milicias se hicieron con el control en un estadio anterior. El impacto de la crisis multidimensíonal hundió más a M éxico en una situación revolucionaria durante los años 1808-1810. La insurrección de 1810 y la insurgencia posterior fueron fenómenos excepcionales en la historia mexicana. N o fueron simples levantamientos campesinos, sino que desde el comienzo tuvieron características más ge nerales. La aversión a los españoles y un sentimiento de creencia religiosa ofendida constituyeron un sucedáneo de ideología para los levantamien tos ocurridos desde septiembre de 1810. Hidalgo, en contra del consejo de sus colaboradores más próximos, convocó a la movilización popular y colocó a la Virgen de Guadalupe a la cabeza de un movimiento que re clamaba la retirada de la administración española de la ciudad de México. Así pues, Nueva España se apartó de la estrategia urbana de toma del poder de Sudamérica mediante la subversión de las milicias coloniales. Sin embargo, las quejas criollas contra el gobierno peninsular no resulta ron tan potentes com o el tem or al descontento social. A unque no era en absoluto u n culto subversivo, la tradición guadalupana simbolizaba una identidad religiosa mexicana específica, que se había desarrollado lentam ente desde mediados del siglo xvn. Las di mensiones religiosas revelaban el propósito mílenarista de enderezar el m undo m ediante un acto repentino de violencia colectiva dirigido contra los responsables de los males que afligían a la sociedad.VanYoung, po r ejemplo, ha sostenido que el im pacto inicial de la rebelión de H i dalgo fue el resultado de «un sentido fundam ental de que algo había ido mal en el m undo y que las realidades externas ya no se ajustaban al orden m oral de la gente campesina». D entro de América Latina, la insurgencia mexicana se distinguió por la escala de la movilización popular, su larga duración y profundo arraigo local. A su paso, dejó una estela de extenso dislocamiento social y econó mico. La investigación en curso continúa examinando las percepciones de los grupos sociales inferiores y los motivos de su participación o apoyo al prim er gran alzamiento rural de la historia mexicana. En el centro de 151
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Nueva España, por ejemplo, las comunidades corporativas, parte integral de la estructura colonial, permanecieron en buena medida intactas. En frentadas a m enor competencia de las haciendas, conservaron mayor con trol sobre sus tierras y mano de obra, y n o se unieron a la insurrección de 1810 ni siquiera cuando las fuerzas rebeldes alcanzaron las cumbres que bordean el v ale de M éxico en octubre. Esta indiferencia ayuda a explicar la pérdida de confianza de los insurgentes y las derrotas en M onte de las Cruces el 30 de octubre y Aculco el 7 de noviembre. Las milicias reclutadas en San Luis Potosí, zona con una estructura social diferente a la del Bajío, constituyeron el núcleo del ejército realista victorioso en Aculco. Los párrocos locales, más com o individuos que com o grupo, contribu yeron sustancialmente a la legitimación de la rebelión en un m om ento de dislocación económica y social, y le proporcionaron liderazgo. Los coman dantes del ejército realista, com o José de la Cruz en Guadalajara, culparon al clero local, sobre todo de la diócesis de Michoacán, de dar rienda suelta a los sentimientos de insurrección .Taylor sugiere que quizá uno de cada 12 del total de párrocos participó en la insurgencia durante la década de 1810, sobre todo en las tres zonas principales, el centro-norte-oeste, la tierra ca liente del Pacífico y las tierras altas del estado actual de México. El estado virreinal no se derrum bó en 1810, a pesar de las debilidades estratégicas de las ciudades de tierra adentro y la debilidad política del cen tro. Aún más significativo, las autoridades coloniales no perdieron el control de sus fuerzas armadas pese a las deserciones. Estos factores hicieron que la situación de Nueva España fuera diferente a la de la Francia revolucionaria en 1789 y al mismo México en 1911. Aunque la España metropolitana ya había sido derrotada en guerra y arruinada financieramente en 1808 y pese a la guerra dentro de la península entre 1808 y 1814, el estado virreinal no se desplomó aún durante el periodo de 10 años comprendidos entre 1810 y 1820. Es más, cuando el sacerdote José María Morelos (1765-1815) re emplazó a las bandas indisciplinadas de la época de Hidalgo con una fuer za más efectiva, su dependencia de la tierra caliente com o zona base acabó frustrando sus principales intentos de lograr el control de los valles centra les de Puebla y M éxico en 1811-1813. Incapaces de desalojar a las fuerzas realistas, los insurgentes adoptaron la estrategia política de formar un go bierno alternativo para desafiar la legitimidad del gobierno virreinal. Esta estrategia también fracasó, debido en parte a que el movimiento contaba con los clanes locales y los caciques para su liderazgo y apoyo. Los insur gentes resultaron incapaces de transformarlas insurrecciones locales en una 152
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Imagen 20. R etrato del cura José María Morelos (1765-1815) realizado por Petronilo Monroy, hacia 1865. C om o en el caso del retrato semejante de Hidalgo, se prefiere la postura de hombre de estado a la de revolucionario, si bien aquí se conservan el característico pañuelo con que cubría su cabeza y las botas de montar.
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revolución política generalizada. Por consiguiente, los centros provinciales donde primero se generó la insurgencia contribuyeron a su desintegración a largo plazo. Los limitados horizontes y conexiones frecuentes con los terratenientes (si es que no lo eran ellos mismos) de los jefes locales inhi bieron el desarrollo de una visión nacional y una perspectiva social. Las realidades locales estaban en pugna con la visión social más am plia de los dirigentes de la insurgencia. M orelos y sus partidarios más inmediatos concebían una revolución dual: independencia de España combinada con la abolición de las distinciones de casta en el país. E n el Congreso de Chilpancingo, que se inauguró en septiembre de 1813, y la C onstitución de Apatzingán (octubre de 1814), quisieron crear un sistema constitucional republicano definido por el principio de igualdad ante la ley. E n cierto sentido, representaba una respuesta insurgente a la C onstitución española de 1812, que estableció una monarquía institu cional basada en principios liberales. Sin embargo, el liderazgo de M o relos instituyó u n principio que el resto de los dirigentes asumirían en circunstancias más propicias. D entro del mismo movimiento, Vicente Guerrero (1783-1831), que luchó p o r afirmar su supremacía tras la eje cución de M orelos en 1815, defendió estos principios hasta su asesinato judicial p o r parte de las fuerzas conservadoras en febrero de 1831. A partir de entonces, Juan Alvarez (1790-1867), cacique de las tierras in teriores del Pacífico, siguió la tradición de Morelos y Guerrero. El experimento constitucional español Por encima del odio generado en el plano microcósmico, otros dos fenóm enos requieren atención: la lucha de las elites mexicanas para transform ar el absolutismo colonial en un estado autónom o y consti tucional, y el objetivo de las elites provinciales de reducir el poder del gobierno virreinal centralista y realzar la posición de los centros de p oder regionales. E n 1808, la división de la elite en la ciudad de M éxi co sobre la distribución del poder central y la situación de N ueva Es paña en relación con la m etrópoli com plem entaron - y fragm entaroneste proceso. La abrupta finalización del prim er experimento de autonomía en septiem bre de 1808 privó al centro de liderazgo y proporcionó una oportunidad para las elites provincianas. A su vez, estas no lograron subvertir a las milicias y, en su lugar, llamaron a la movilización popular, lo cual liberó el odio contenido que ya estaba a punto de ebullición y, 154
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ESTADOS U N ID O S DE A M ERICA
CALIFORNIA y (Gobierno)
N U E V O M E X IC O (Gobierno)
LUISIÁNA
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1, T laxcala (G o b ie rn o ) 2. In te n d e n c ia d e G u a n a ju a to • P rin c ip a le s ciudades ------- L ím ites d e la in te n d e n c ia ------- L ím ites d ei v irre in a to
Mapa 5. El virreinato de Nueva España en 1810.
tras dos malas cosechas, desató la violenta insurrección que dio rienda suelta a la animosidad social y racial. Es comprensible que se haya pres tado atención a este últim o proceso, ya que los esfuerzos por crear un estado soberano m exicano independiente surgieron p o r prim era vez durante el intento de revolución. R ecientem ente tam bién se ha pasado 155
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a estudiar cóm o el ejército realista contuvo la insurgencia, pero quedó desgastado en el proceso. Este últim o proceso tam bién es im portante debido a que arroja luz sobre cóm o España acabó perdiendo el control en la parte norteam ericana de su im perio. Sin embargo, se ha escrito poco sobre la conducta de las elites durante estos acontecim ientos. El estudio de Virginia Guedea sobre los guadalupes de la ciudad de M éxi co se ocupa de la actitud cautelosa de la elite de la capital ante la insur gencia al m ando de M orelos, por una parte, y, por la otra, de sus inten tos de progreso político m erced a los procedim ientos establecidos por la C onstitución española de 1812. En opinión de Tim othy Anna, «el principal efecto del prim er ex perim ento de España en reforma parlam entaria y constitucional du rante los años com prendidos entre 1810 y 1814 al amparo de las Cortes y la C onstitución fue que reveló a los americanos la esencia de su po sición com o súbditos coloniales»: «quedó claro que las Cortes y la C onstitución de Cádiz no hicieron nada para resolver la crisis america na». Parte de su explicación radica en el hecho de que «la mayor debi lidad de la C onstitución era [...] el m odo en que trataba al vasto im pe rio com o un monolito». La incapacidad de los constitucionalistas españoles para tratar eficazmente la cuestión am ericana fue m uy signi ficativa, puesto que m uchos am ericanos hubieran preferido la autono mía dentro del im perio a la independencia total. El fracaso de la vía m edia propuesta por las Cortes de un constitucionalismo unitario (que no hacía concesiones a la autonom ía americana) em pujó a la América española al camino del separatismo. Desde la perspectiva de la relación de los territorios americanos con la metrópoli española, esta interpretación es perfectamente correcta. Sin em bargo, existe otra dimensión en la Constitución de 1812: su impacto in terno. La Constitución hacía de la municipalidad la base de la organización social y política. Establecía igualdad jurídica entre indios y población his pana (aunque excluía de la representación a las «castas» y los negros) y abolía las repúblicas de indios coloniales en favor de los cabildos constitucio nales. Estas disposiciones tuvieron un impacto duradero en el M éxico del siglo xix. Las Cortes extendieron el núm ero de municipios de acuerdo con la población y los inauguraron mediante elecciones libres con un amplio electorado que incorporaba un extenso abanico de grupos socioétnicos. El número de cabildos aum entó notablemente, sobre todo en zonas de población predominantemente india como Oaxaca, o con una gran 156
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representación indígena como Puebla, México,Tlaxcala y Michoacán. Es tos cabildos asumieron poderes que antes ejercía el estado colonial. La defensa de la autonomía municipal se convirtió en el grito de convocato ria de los políticos populares hasta la revolución de la década de 1910. Sin embargo, la liberalización de los municipios también tuvo otras implicaciones. La Constitución establecía el clásico principio liberal de igualdad ante la ley. Por consiguiente, dejaron de existir los «indios» com o categoría para convertirse en parte indiscriminada de un cuerpo genera lizado de «ciudadanos». Perdieron la protección del derecho colonial es pañol. Los antiguos municipios indios se abrieron a todos los grupos socioétnicos, cuyos miembros obtendrían a partir de entonces el control de los recursos campesinos. La lucha por el poder dentro de los m unici pios se convirtió en una fuente de conflicto local a lo largo de ese siglo. La restauración del absolutismo por Fernando VII (1808-1833) entre 1814 y 1820 abortó estos nuevos desarrollos notables. Sin embargo, el derrum be del absolutismo real en 1820 condujo en España a la procla m ación de la Constitución de 1812 por parte de los oficiales del ejército más jóvenes. E n septiembre de 1820, el sistema constitucional ya se había restablecido en Nueva España. 44 de los 49 diputados electos de Nueva España ocuparon sus escaños en las Cortes de M adrid de 1820-1821. Entre ellos se incluían Lucas Alamán (1789-1853) y Lorenzo de Zavala (1788-1836). Sin embargo, las Cortes demoraron su actuación en las cues tiones americanas. Las objeciones peninsulares subvirtieron los intentos americanos de ampliar la estructura del im perio y la base de la repre sentación, con el resultado de que los últimos intentos p o r salvar la unidad hispánica en ambos hemisferios se atascaron rápidamente. En ju n io de 1821, p o r ejemplo, los diputados m exicanos pidieron la divi sión territorial de las Cortes en tres secciones que representaran a Nueva España-América Central, el norte de América del Sur y Perú-ChileBuenos Aires, con una autoridad suprema nom brada por el rey (posi blem ente u n m iem bro de la familia real) en cada una de ellas con su propio consejo de estado y tribunal supremo de justicia. El gobierno de M adrid consideró dicha propuesta una violación de la Constitución. Para cuando se cerró la sesión el 30 de ju n io de 1821, solo seguían 23 diputados mexicanos. N o obstante, dentro de Nueva España, los acontecim ientos puestos en m archa entre 1812 y 1814 tuvieron un efecto aún más dramático tras 1820. Proliferó el núm ero de municipalidades constitucionales 157
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com o poder delegado a los estratos locales de la sociedad, Al mismo tiempo, el núm ero de diputaciones provinciales, establecidas original m ente en seis en 1813-1814, se m ultiplicó en respuesta a la dem anda provincial de estos pequeños comités electos. E n el conjunto del terri torio virreinal había 8 funcionando en 1821,19 (incluido N uevo M éxi co) a finales de 1822 y 23 a finales de 1823. A unque destinadas por las C ortes a ser agencias para el cum plim iento de la política metropolitana, se convirtieron en la realidad en representantes de la opinión de la elíte provincial. La difusión del poder que se había sustraído al estado co lonial para entregarlo a las localidades y provincias reflejaba la reacción de largo alcance del país ante el centralismo de la administración bor bónica. El derrocamiento final del estado colonial (1820-1821) La desintegración de la autoridad virreinal en la ciudad de M éxico condujo a un vacío político que la elite trató de llenar en persecución de su meta tradicional de lograr una representación y autonom ía limi tadas dentro del imperio. El instrum ento elegido fue el desacreditado coronel Agustín de Iturbide (1783-1824), a quien el virrey Juan R u iz de Apodaca, conde delVenadito (1816-1821), repuso en el m ando militar en noviem bre de 1820. Iturbide provenía de la capital provincial de Michoacán, donde se había casado con la hija de Isidro Huarte, uno de los comerciantes y terratenientes más importantes de Valladolid (Morelia). Había sido el principal opositor militar de Morelos en el Bajío entre 1813 y 1816, pero se le había retirado del m ando por alegaciones de corrupción y conducta arbitraria. En contraste con 1808, la elite de la ciudad de M éxico contaba ahora con un brazo militar. C oordinando su estrategia con los comandantes de los ejércitos de las provincias, Iturbide optó p o r retom ar la estrategia de cercar la ciudad de M éxico desde las provincias periféricas que había intentado sin éxito M orelos en 18111814. Sin embargo, dos condiciones previas para su logro eran el apoyo de la mayoría de los mandos nacidos en España cuyas carreras se habían foqado en la contrainsurgencia realista y la colaboración de los jefes insurgentes, com o Guerrero, que aún seguían en el campo. El acerca m iento a esas figuras contribuyó a que el m ovim iento fuera amplio pero contradictorio y tuviera garantizada la fragmentación una vez consegui do el éxito. El apoyo de la jerarquía eclesiástica, en su mayoría de origen 158
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español, se logró por su m iedo a la política eclesiástica de las Cortes dominadas por los liberales de M adrid. El Plan de Iguala de Iturbide del 24 de febrero de 1821 proporcio nó una plataforma para que se alineara tácticam ente el amplio consen so de opinión en Nueva España favorable a la obtención de un estado m exicano distintivo dentro de la m onarquía hispánica. El Ejército de las Tres Garantías de Iturbide (Independencia, U n ió n y R eligión) entró en la ciudad de M éxico el 21 de septiem bre de 1821. El nuevo régim en pretendía conservar lo más posible del antiguo. En esencia, representa ba un intento de recrear el poder central desde dentro de la elite de la capital, en alianza con una parte sustancial del ejército realista. El obje to era detener la rápida transferencia de poder a las regiones y las capas más bajas de la sociedad desde el restablecimiento de la C onstitución de 1812. Puesto que el impulso de este m ovim iento provino de la elite, la finalidad autonom ista (la realidad que había tras los objetivos aparen tem ente contradictorios de Independencia y U nión) claramente se de rivaba de 1808. Se concibió una forma limitada de constitucionalismo, que podía garantizar la perpetuación de la elite en el poder en el ám bito nacional.
S egunda
parte:
Los
fraca so s y l o g r o s d e u n n u e v o esta d o soberano,
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Autonomía, imperio y separatismo El Tratado de C órdoba firm ado en agosto de 1821 entre Juan de O ’D onujú, nom brado jefe político superior de Nueva España por las Cortes, e Iturbide garantizaba la autonom ía novohispana dentro del Im perio español y bajo la m onarquía borbónica. El estado sucesor de N ueva España, descrito com o el Im perio mexicano, invitaría a Fernan do VII a gobernar en M éxico com o em perador y, en su defecto, a su herm ano m enor, don Carlos. D e este m odo, la ciudad de M éxico, en lugar de M adrid, se convertiría en el centro de los dom inios hispánicos, com o había hecho R ío de Janeiro en la m onarquía luso-brasileña entre 1808 y 1821. En caso de negativa, unas C ortes mexicanas designarían (o, en la práctica, buscarían) un monarca entre las diversas casas reales europeas. M ientras tanto, una regencia ejercería el poder ejecutivo en 159
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ausencia del monarca. Todas las leyes existentes, incluida la C onstitu ción de Cádiz de 1812, perm anecerían en vigor hasta que esas Cortes de la ciudad de M éxico prom ulgaran una nueva C onstitución, El nuevo régim en, en el que Iturbide se convirtió en el em perador Agustín I en mayo de 1822, com binaba un im perio centralista con un sistema constitucional. La prim era acción de la Junta Provisional G u bernativa fae convocar un congreso constituyente para determ inar la estructura de la nueva entidad. El principio sería la representación se gún la población, si bien con elección indirecta siguiendo el m odelo de Cádiz. Sin embargo, a Iturbide y a sus aliados tradicionalistas de la coa lición les desagradaban las ideas liberales de Cádiz y pretendieron esta blecer alguna form a de representación corporativa restringida más fa vorable a las elites. La Junta, por consiguiente, declaró su intención de no estar limitada por la C onstitución de 1812. C uando se inició el congreso en febrero de 1822, se atribuyó a sí mismo la soberanía, lo cual, por una parte, parecía reducir el papel de Iturbide y, por la otra, frustrar el deseo de las provincias de obtener una posición constitucio nal más fuerte m erced la participación en el ejercicio de la soberanía. El conflicto entre el congreso y el ejecutivo se agudizó durante la pri mavera de 1822. La desestabilización en el centro político pronto pro porcionaría a las provincias la oportunidad de impulsar el estableci m iento de un sistema federal. C om o observó Anna, «el origen del problem a fue que M éxico intentaba transform ar las estructuras colo niales españolas en las apropiadas para u n estado independiente sin tra dición indígena de representación nacional». La lucha de México por una solución constitucional viable La prim era C onstitución federal de octubre de 1824 pretendió equilibrar la institucionalización regional en la form a de u n sistema federal con u n gobierno central que retuviera el papel de coordinador. D el derrum bam iento del P rim er Im perio m exicano en m arzo de 1823 se siguió el conflicto entre las elites regionales prominentes (respal dadas por sus defensores militares) en 1823-1824 y el gobierno central residual. La falta de respaldo popular de estas elites p erm itió al cen tro im poner u n com prom iso sobre la distribución de la soberanía con la estructura federal que surgió en 1824. La interpretación de la histo ria política m exicana del siglo x ix suele conducir a la hipótesis tenta 160
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dora de la polarización existente entre región y nación. El argum ento es que las lealtades regionales y la defensa de los derechos de los esta dos socavaron la posibilidad de que existieran cohesión y conciencia nacionales. El fracaso de la prim era república federal al resolver la re sistencia de los estados a aportar una contribución fiscal efectiva y proporcionada para el gobierno nacional presta credibilidad a dicho planteam iento. Sin embargo, la explicación de esta renuencia se en cuentra en la percepción provinciana de un sistema político colonial supercentralízado, que Iturbide había pretendido continuar, y el tem or a que un centro fiscalmente sólido condujera a la subordinación reno vada de las regiones. La fortaleza del federalismo m exicano radicaba en la creencia de que la nación estaba form ada no p o r una im posición sobre las provincias, sino p o r la unión voluntaria de los m uchos y va riados elem entos com ponentes regionales del pueblo mexicano. En consecuencia, el centralismo excesivo se consideraba la causa de la inestabilidad. E n 1827-1828, las tensiones políticas entre las facciones que susten taban la república federal estallaron en un conflicto armado. La inversión de los resultados de las elecciones presidenciales de 1828 p o r la inter vención armada del partido derrotado produjo la prim era violación fla grante de la C onstitución por parte de aquellos que declaraban apoyar sus principios. La sospecha entre región-centro y las tensiones socio-ét nicas se com binaron para socavar el prim er intento serio de la nueva república soberana de establecer un sistema constitucional sobre una base duradera. N o fue la intervención militar, sino la invitación de los políticos civiles a los dirigentes militares a que los ayudaran en la perse cución de sus metas particulares, lo que caracterizó la conducta política del periodo com prendido entre la Independencia y la R eform a. Los políticos centralistas del periodo 1836-1846 se concentraron en el tema de la inestabilidad. Su objetivo era reforzar el sistema cen tralista m ediante el apoyo de la Iglesia y el ejército, lo cual resultó de masiado optimista, puesto que la jerarquía eclesiástica aún se encontra ba en proceso de reconstitución a m ediados de la década de 1840. Además, desde la caída del im perio en 1823, el ejército estaba form ado po r facciones desconectadas bajo mandos rivales. Los oficíales que ro deaban al general A ntonio López de Santa Anna (1794-1876) preten dieron reconstruir un ejército nacional consistente durante los prim eros años de la década de 1840 y la de 1850, pero el estado de las finanzas 161
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Imagen 21. Litografía del general Antonio López de Santa Anna (1794-1876). Presidente de 1833 a 1835,1841 a 1844,1846 a 1847 y 1853 a 1855, su reputación continúa siendo polémica. Elogiado por la derrota de la fuerza de invasión española en 1829, después fue execrado por la pérdida de Texas en 1836 y la derrota a manos de las fuerzas invasores estadounidenses en 1847, aunque elogiado por sus acciones contra la primera intervención francesa de 1838. Sus dos intentos de establecer una dictadura en 18421844 y 1853-1855 terminaron en fracaso. Natural del estado de Veracruz, Santa Anna poseía allí una potente red clientelar, así com o en Puebla y la ciudad de México. Su fortaleza radicaba en una personalidad muy atractiva, pese a su falta de fiabilidad general, y en el apoyo de buena parte del ejército. Fluctuando entre las facciones federalista y centralista, inicialmente cumplió la función de contener los extremos. Sus frecuentes reapariciones se debieron en gran medida a su habilidad como mediador político.
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gubernamentales y la fortuna variable de Santa Anna tanto político cuanto com o general frustraron sus objetivos. Los centralistas identifi caban dos fuentes im portantes de inestabilidad, según su parecer: la excesiva participación popular en los procesos políticos y una base fis cal nacional inadecuada. Sin embargo, sus medidas de tributación di recta exacerbaron el descontento popular. El régim en centralista se propuso restringir la extensión de la parti cipación popular en los procesos políticos. Los requisitos de renta y el recorte de la representación municipal constituyeron los dos aspectos más característicos del centralismo en estos años. Al mismo tiempo, las dos Constituciones centralistas, las Siete Leyes de 1836 y las Bases O r gánicas de 1843, sancionaron la abolición de la estructura federal creada en 1824 y su reemplazo por departamentos al m ando de gobernadores nombrados por el presidente. U n sistema de prefecturas agrupó a los distritos, gobernados p or subprefectos en una jerarquía de dependencia del gobierno nacional. Este sistema tam bién fracasó por la cuestión fiscal y la escalada de la resistencia desde mediados de la década de 1840. La división militar, las rivalidades sectarias y las polaridades regionales des truyeron el prim er intento de dictadura de Santa Anna en 1844. El co mienzo de la guerra con los Estados Unidos durante 1846 socavó el intento del general M ariano Paredes y Arrillaga de trascender partidos y facciones m ediante el establecimiento de un sistema autoritario, del que se rum oreaba que era un preludio para alguna form a de monarquía. Finanzas y economía En 1822, el gasto gubernamental excedió los ingresos en más de cua tro millones de pesos. Estos eran la mitad de la cifra de finales de la colonia y el gasto se encontraba m uy por encima del nivel de 1810. El ejército había duplicado su tamaño a 35.000 hombres y consumía una buena par te del presupuesto. Había serias consideraciones de defensa que lo explica ban, pues fíente a Veracruz permaneció una fuerza española hasta 1823. España seguía controlando Cuba, no mostraba indicios de reconocer la independencia mexicana y desembarcó una fuerza de 3.500 hombres en 1829 en un vano intento de reconquista. Además, los Estados Unidos, que en 1819 adquirieron la Florida española, representaban una amenaza po tencial, debido en particular a la economía algodonera en expansión de los estados sureños y a la penetración angloamericana en el este de Texas. El 163
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M éxico independiente estaba mal preparado para afrontar dichos peligros. El gobierno imperial, que había heredado una notable deuda de 76 mi llones de pesos del régim en colonial, incluidos 10 millones de pesos de intereses no pagados, reconoció 45 millones de pesos de esta deuda en 1822. Dos préstamos obtenidos en 1824-1825 de las bancas comerciales londinenses de Goldschmidt & Co. y Barclay, H erring, Richardson & Co. crearon el nuevo fenómeno de la deuda externa. D e los 32 millones de pesos proyectados, M éxico solo recibió 17,6 millones, debido a las comi siones y demás costos administrativos. Estos préstamos, que indicaban la precaria posición de la república, no lograron aliviar la situación financiera del gobierno federal recién establecido desde octubre de 1824. U n tercio de los ingresos de aduanas deVeracruz y Tampíco debía dedicarse a pagar la deuda. Los obligacionistas británicos, que habían apreciado la oportuni dad de hacer dinero en México, consideraban el país un productor de plata bien dotado. Sin embargo, en 1827 el gobierno federal ya no pu do pagar los intereses debidos a sus acreedores de Londres, lo que conlle vó que los obligacionistas se quedaran sin cobrar desde entonces. Se formó en Londres un comité de obligacionistas para pedir ayuda al gobierno británico. M éxico,junto con la mayoría de los países latinoamericanos, perdió su solvencia crediticia a juicio de la com unidad banquera internacional. E n consecuencia, la deuda interna del gobierno ascendió de forma alarmante. La práctica de hipotecar los futuros ingresos de las aduanas a cambio de préstamos inmediatos de los comerciantes com enzó en tor no a 1828. Al centrar el aum ento de ingresos en el com ercio exterior, el gobierno evitó el tem a políticam ente polém ico de la tributación sistemática y directa. Este tem a siguió constituyendo el núcleo de los problemas fiscales de la prim era república federal y la república central que la siguió. El fenóm eno del em pobrecim iento del reciente estado independiente continuó siendo im portante en u n país potencialm ente rico. E n los círculos políticos, la atención se centraba, prescindiendo de las ideologías, en la riqueza de la Iglesia, sobre todo en vista de los ele vados ingresos diocesanos de M éxico y Puebla. Durante la década de 1830, la situación financiera em peoró conside rablemente. En 1832-1833, por ejemplo, el gobierno suspendió los sala rios de los empleados públicos y los reemplazó por bonos. El gasto alcan zó los 16 millones de pesos en 1833-1834, aunque los ingresos no producían más que 13 millones. La decisión del prim er gobierno liberal de 164
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Imagen 22. Entrada de las fuerzas estadounidenses en la ciudad de México, 14 de septiembre de 1847.Tres derrotas mexicanas, Churubusco (20 de agosto), Molina del Rey (8 de septiembre) y Chapultepec (13 de septiembre) a las afueras de la capital, abrieron la ciudad al ejército del general W infield Scott. El conflicto político interno, las extensas rebeliones populares en respuesta a las medidas gubernamentales desde finales de la década de 1830, los problemas logísticos y los fallos tácticos en el campo contribuyeron a que México, no lograra rechazar a las fuerzas de invasión. La ocupación estadounidense de la capital nacional duró hasta el 12 de ju n io de 1848. Mientras tanto, el gobierno federal se volvió a convocar en Q uerétaro de octubre de 1847 a julio de 1848.
transferir los ingresos eclesiásticos al estado contribuyó a su caída en abril de 1834. E n 1835-1836, el sistema federal se derrum bó. La abolición de los estados centralizó las finanzas en el gobierno nacional. E n 1835, el ré gim en centralista hipotecó la mitad controlada por el estado de las minas de plata de Fresnillo com o garantía de un préstamo de u n millón de pe sos de un consorcio de empresarios: 36 de ellos, incluido Manuel Escandón, constituyeron una compañía para hacer productivas las minas. La crisis de Texas degeneró en hostilidades directas en 1835-1836, pero el gobierno de Santa Anna solam ente pudo encontrar al principio 3.500 soldados listos para el combate. El elevado coste del ejército no había producido una fuerza suficientem ente grande capaz de una m o vilización rápida. Santa Anna tuvo que reunir un ejército expedicionario improvisado de 6.000 hombres con el objetivo específico de derrotar a los rebeldes de Texas. A la pérdida de esta, que dejó a N uevo M éxico 165
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peligrosamente expuesto, le siguió una disputa con los franceses, que condujo al bloqueo naval de Veracruz en 1838 y frustró los esfuerzos de reconquista. Esta prim era intervención francesa devolvió el favor a Santa Anna tras su hum illante captura por las fuerzas texanas de Sam H ouston en San Jacinto en 1836. Las medidas fiscales introducidas p o r el régim en centralista entre 1836 y 1846 se concibieron para afrontar estos problemas heredados, pero a largo plazo no lograron resolverlos. A unque la deuda británica se consolidó en 1837 a un interés del 5 por 100, continuaron acum u lándose los intereses no pagados. En 1839, solo el déficit presupuestario ya se acercaba a los 16 millones de pesos. E ntre 1835 y 1840, hubo 20 ministros de finanzas. El gobierno continuó en buena m edida a m erced de los im portadores con capital suficiente para actuar com o acreedores. La generalización del im puesto de capitación en 1842 proporcionó la chispa que prendió la m echa de una serie de rebeliones locales por las principales zonas en las que los indígenas y campesinos retenían la tie rra. A finales de la década de 1840, apareció la movilización popular más extendida desde la insurgencia de la década de 1810. D urante la segunda presidencia de José Joaquín de H errera (junio de 1848-enero de 1841), hubo 16 ministros de finanzas, de los cuales el más capaz fue M anuel Payno. En julio de 1848, tras la derrota nacional, Payno calculó que la deuda interna y externa combinadas habían al canzado los 56,3 millones de pesos. Desde 1821, el 26 po r 100 de los ingresos aduaneros, el principal del gobierno, se había asignado al ser vicio de la deuda. Asimismo, el gobierno ya debía a los empleados civi les y militares 25 millones de pesos atrasados. Payno intentó reorganizar las finanzas nacionales en 1850-1851 recurriendo a un im puesto del 5 p or 100 del valor de todas las propiedades urbanas y rurales. Al mismo tiem po, el gobierno pretendió renegociar la deuda londinense contraí da en 1824. Las obligaciones de la deuda externa, sin cancelar entre 1828 y 1851, restringían aún más la capacidad de m aniobra financiera del gobierno. La C onvención de Doyle de 1851 inició un breve perio do de repago de intereses de la deuda británica.Tras el retorno final de Santa A nna al po d er en 1853, el gasto se calculó en más de 17 millones de pesos, de los cuales el ejército costaba 8,5 millones. La rápida des com posición del régim en tras la m uerte de Alamán, su figura principal, em peoró más el estado de las finanzas nacionales y condujo al desen gaño de los empresarios que al principio lo habían sostenido. 166
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El estado adverso de las finanzas nacionales, com binado con la percepción de la inestabilidad política debida a los cambios frecuentes de gobierno p o r m edios violentos, dio a los observadores extranjeros la im presión de un pueblo abyecto incapaz de gobernar sus asuntos com o estado independiente. Las opiniones negativas de los diplom áti cos extranjeros pueden leerse en los archivos. Los gobiernos europeos establecieron sus políticas basándose en ellas. M éxico, sin embargo, era en m uchos aspectos más rico y estable de lo que parecía. E n p rim er lugar, la principal exportación del país, la plata, continuó disfrutando de una gran dem anda internacional a lo largo de la prim era parte del siglo x ix . El agente m exicano de B aring Bros, calculó que la exporta ción legal de oro y plata presentó una m edia anual de 8 millones de pesos entre 1826 y 1851, pero que la exportación ilegal probablem en te fue ligeram ente mayor, lo que suponía un total final de 18 millones de pesos. En 1860, la cifra oficial de la producción de metales precio sos llegó a los 24 millones de pesos, comparable a los años mejores de finales de la era colonial. La guerra con ¡os Estados Unidos (1846-1848) y la pérdida del lejano norte mexicano La guerra de 1846-1848 constituyó la parte más dramática de un proceso que había com enzado en 1835 con la rebelión de Texas y que no com pletó su curso hasta la derrota final de la C onfederación en la guerra civil de los Estados U nidos en 1865 y el derrum bam iento del Segundo im p erio m exicano en 1867. Este proceso supuso el reajuste del equilibrio de po d er en el continente norteam ericano en favor de los Estados U nidos y en d etrim ento de M éxico. A unque sus orígenes se rem ontaban a la com pra de Luisiana en 1803 y la pérdida española de las Floridas en 1819, M éxico no sintió las im plicaciones plenas de la expansión territorial de los Estados U nidos hasta la década de 1830. El Tratado de G uadalupe Hidalgo de 1848 confirm ó la pérdida de Texas, N uevo M éxico y Alta California. El significado de estos acon tecim ientos queda oscurecido por la atención histórica tradicional prestada a las revoluciones de 1848 en Europa. Si esos hechos repre sentaron, com o sostuvo A. J. P. Taylor, u n m om ento crucial que E u ropa central dejó pasar, en el continente am ericano la historia lo aprovechó con decisión. Incluso tras la pérdida de todo el n o rte leja 167
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no entre 1846 y 1853, la presión estadounidense para ob ten er más cesiones territoriales en Baja California, Sonora y C hihuahua, y de rechos de tránsito p o r te rrito rio m exicano hasta el océano Pacífico, n o cesó hasta al m enos 1860. D e hecho, la década posterior a Guada lupe H idalgo fue un perio d o de presión intensa p o r parte del gobier no estadounidense e intereses privados deseosos de lograr concesio nes de M éxico. Esta presión alcanzó su clímax durante la G uerra Civil m exicana de la R efo rm a (1858-1861) y culm inó en el Tratado M cL ane-O cam po de 1859. La guerra entre M éxico y los Estados U nidos se originó en el de creto del congreso estadounidense que anexaba Texas a los Estados U nidos en ju n io de 1845, que la R epública de Texas aceptó el 4 de julio. El gobierno de H errera ordenó a Paredes y Arrillaga avanzar ha cia el norte con 7.000 soldados, pero este no hizo caso de la orden y perm aneció en San Luis Potosí para esperar el m om ento de deponer el gobierno. H errera buscó medios de evitar la guerra en vista de la deses perada situación financiera de M éxico, la falta de preparación m ilitar y la situación política dividida. El gobierno m exicano estaba incluso dis puesto a reconocer la independencia texana, pero el m om ento había pasado. La rem oción de H errera por parte de Paredes el 31 de diciem bre de 1845 em peoró las relaciones, pero la evidente preocupación del nuevo gobierno p o r los conflictos internos dem oró las respuestas a las crecientes presiones de los estados sureños estadounidenses por su con flicto anexionista con M éxico. El gobierno dem ócrata del presidente James K. Polk, que ocupó el cargo en marzo de 1845, representaba esas tendencias. M ientras tanto, el ejército del brigadier general Zachary Taylor avanzó hasta el río Bravo a comienzos de marzo, con el objetivo de amenazar M atamoros. Esta acción, que ha ocasionado m uy poco com entario en la literatura, constituyó una violación calculada de la frontera m exicana posterior a 1836, que se hallaba ju n to al río Nueces, no más al sur, ju n to al río Bravo. Las fuerzas mexicanas em prendieron la acción al otro lado del río Bravo (es decir, operando estrictamente en territorio mexicano) el 25 de abril de 1846 para librar del peligro al puerto fluvial norteño. M aria no Arista (1802-1855) trató sin éxito de m antener a Taylor al norte del río Bravo en las dos batallas de Palo Alto y Resaca de la Palma el 8 y el 9 de mayo, cuando la artillería estadounidense ocasionó las primeras bajas cuantiosas a la infantería mexicana. El fracaso condujo a la pérdida 168
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definitiva del territorio del departam ento de Tamaulípas entre los ríos N ueces y Bravo. El gobierno de los Estados Unidos sostuvo que este territorio formaba parte de la República de Texas anexionada en 1845, lo cual históricam ente no era así. Sin embargo, la acción en este entorno proporcionó el infundado pretexto para la declaración de guerra de los Estados Unidos el 11 de mayo. La desastrosa retirada mexicana de M a tamoros el 17 de mayo, abandonado por Arista, redujo la fuerza original de 4.000 hombres a solo unos 2.600. El 7 de julio de 1846, el congreso m exicano advirtió a los Estados Unidos que rechazaría a las fuerzas de invasión, aunque no llegó a hacer una declaración de guerra. La guerra asumió enseguida proporciones catastróficas. E n 1846, la situación deteriorada de Alta California ya se había degenerado hasta el borde de la guerra civil entre norte y sur. M onterey y San Francisco, las dos principales posiciones en el norte de Alta California, cayeron ante las fuerzas estadounidenses en los prim eros días. El com odoro R o b e rt F. Stockton ocupó Los Angeles el 13 de agosto. El 17 de agos to, el gobernador M anuel A rm ijo entregó virtualm ente N uevo M éxi co a una fuerza estadounidense de 850 hom bres de Fort Leavenworth (Kansas) al m ando del coronel Stephen W. Kearny, que había marchado cruzando el C am ino de Santa Fe. Kearny tom ó San Diego, la última posición im portante en California, el 12 de diciembre. La lucha se reanudó en la zona de Los Angeles, pero la resistencia ya había sido aplastada el 8 de enero de 1847. Sin embargo, u n levantam iento contra las fuerzas estadounidenses en Taos, N uevo M éxico, retrasó el pleno control p or parte de los Estados Unidos hasta comienzos de febrero. D e este m odo, lo que restaba del norte lejano, por el cual se había com batido am argam ente desde m ediados del siglo xvn, se perdió en unos pocos meses. El derrum be de la frontera nordoriental puso al país en peligro de invasión. E n consecuencia, M onterrey se convirtió en el objetivo esta dounidense. La seriedad de la situación había producido el desplome del régim en de Paredes, cuando el general M ariano Salas tom ó el po der en la ciudad de M éxico el 6 de agosto. La consecuencia inmediata fue el fin de la república centralista de 1836-1846 y la restauración del sistema federal de acuerdo con la C onstitución de 1824. El cambio de estructura política en m edio de una guerra que M éxico no iba ganan do desestabilizó aún más el país. El acuerdo alcanzado entre Valentín G óm ez Farías y Santa Anna devolvió al últim o al poder com o salvador 170
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potencial de la nación. Para cuando Santa Anna salió hacia el frente el 28 de septiembre, M onterrey ya había caído ante las fuerzas estadouni denses cinco días antes, tras una apretada lucha en las calles. Asimismo, hubo una segunda fuerza de invasión estadounidense operando en C hihuahua y Coahuila desde octubre de 1848. Dejando a Góm ez Farías al control del gobierno de la ciudad de M éxico, Santa Anna hizo de San Luís Potosí su base de operaciones, pero el 16 de noviem bre Taylor ocupó Saltillo. Santa Anna trató de recuperar esta ciudad a com ienzos de 1847. Al inicio de febrero, salió de San Luis Potosí una fuerza compuesta p o r 21.000 hom bres para expulsar a las fuerzas de ocupación estadounidenses de la capital del estado de Coahuila, pero las penosas condiciones de la marcha se com binaron con las deserciones para reducir este ejército a 4.000 hombres. Taylor resistió al ejército de Santa Anna, de nuevo m erced al uso deci sivo de la artillería, en la batalla de Angostura (o Buenavista) el 22-23 de febrero. Al sufrir serias pérdidas entre m uertos, heridos y desapare cidos, Santa Anna se retiró hacia San Luis Potosí, hecho que le costó la m itad de la fuerza que le restaba. A pesar de las pérdidas de territorio m exicano y las derrotas, la guerra había continuado 10 meses desde abril de 1846 sin una derrota m exicana final. La lucha proseguiría siete meses más hasta la ocupación de la ciudad de M éxico en septiembre de 1847. El resultado territorial de la guerra ha oscurecido el hecho de su larga duración teniendo en cuen ta la debilidad mexicana. Las tres fuerzas de invasión estadounidenses experim entaron considerables bajas, más que las ocasionadas p o r el ejército francés durante la G uerra de Intervención de 1862-1867. U na vez más, esto no se reconoce generalmente en la literatura histórica. Los Estados U nidos pusieron en el campo 104.556 hom bres entre re gulares y voluntarios, pero 13.768 m urieron en la que acabaría cono ciéndose com o la «Guerra Mexicana». R epresenta la más alta tasa de m ortandad de las guerras combatidas por los Estados U nidos en su historia hasta el m om ento actual. C om o cabe esperar, la guerra produ jo un im pacto considerable en los Estados U nidos, sobre todo porque el Partido R epublicano y una de sus figuras en ascenso, Abraham Lin coln, se opusieron a ella con ahínco, basándose fundam entalm ente en que solo iba en interés del sur. Estos factores podrían m uy bien contri buir a explicar por qué no se tom ó más territorio m exicano en el tra tado de 1848 y por qué, pese a los designios estratégicos estadouniden 171
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ses y los intereses materiales del sur, no se intentó ocupar y anexar el istmo de Tehuantepec de un m odo comparable a la ocupación de la zona del canal de Panamá en 1903. El rechazo m exicano a las propuestas de paz estadounidenses con dujo a la apertura de u n segundo frente en Veracruz, concebido para poner fin a la guerra m edíante la ocupación de la ciudad de M éxico. Este proceso final se alargó siete meses. Los cinco días de bom bardeo de la artillería del general W infield Scott sobre Veracruz desm oronaron la m oral de la ciudad portuaria, que se vio abandonada financiera y m ilitarm ente p o r el gobierno nacional. Su rendición el 28 de marzo de 1847 abrió el segundo frente estadounidense. El ejército m exicano del frente oriental, form ado a toda prisa con entre 10.000 y 12.000 hom bres, no logró resistir a las fuerzas estadounidenses en el paso estratégi co de C erro Gordo, entre las tierras tropicales de la fiebre amarilla y las tierras altas, más sanas, el 17 y el 18 de abril. La penetración llevó a la caída de Jalapa y al cruel abandono del general Valentín Canalizo del fuerte de Perote, lo cual dejó a Puebla indefensa ante la ocupación es tadounidense el 15 de mayo. La guerra con los Estados U nidos final m ente alcanzó el valle de M éxico, cuando antes había parecido un asunto lejano limitado al norte, poco diferente de la G uerra de Texas que la había precedido en 1835-1836. La capital, a diferencia deVera cruz, inm une al ataque extranjero en 1829 y 1838, se enfrentaba a la perspectiva de la derrota y la ocupación. Por prim era vez en su historia nacional, los políticos de la ciudad de M éxico habrían de ser testigos de las consecuencias de sus conflictos intestinos y sus fracasos. Las primeras derrotas en el perím etro de la ciudad de M éxico en Padierna y C hurubusco el 19 y el 20 de agosto, pese a las fuertes posi ciones defensivas y a las fuerzas superiores en núm ero, presentaron la perspectiva de u n derrum be final. La tregua del 23 de agosto abrió el camino para las propuestas de paz iniciales de los Estados Unidos. Pre sentadas el 1 de septiembre, preveían una nueva frontera norte en el río Bravo, lo cual suponía la pérdida com pleta de N uevo M éxico y Alta California, y el derecho estadounidense al tránsito libre perpetuo por el istmo de Tehuantepec. El rechazo de estos térm inos condujo a la renovación de hostilidades el 7 de septiembre. H ubo dos terribles de rrotas más, en M olino del R ey y Chapultepec el 8 y el 12 de septiembre, produciéndose en la últim a u n bom bardeo de 13 horas de la ciudadela defendida en parte p o r cadetes de la Escuela Militar. Al día siguiente, las 172
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fuerzas estadounidenses entraron en la ciudad de M éxico. Santa Anna dimitió el 16 de septiembre y la resistencia term inó oficialmente el día después. En contraste con la intervención francesa posterior, la lucha militar contra las fuerzas de invasión estadounidenses se desarrolló casi por com pleto entre ejércitos sin una participación popular a gran escala. Q ueda m ucho p or decir sobre la falta de resistencia comparable a la de la in surrección española contra los franceses en la G uerra de Independencia peninsular en 1808-1813 o la oposición juarista a los franceses en M éxico a partir de 1862. La guerra de 1846-1847 puso en evidencia el fracaso de los cuerpos de oficiales mexicanos, las armas obsoletas del ejército y su apoyo logístico inadecuado. La artillería estadounidense desempeñó un papel clave en todos los estadios. Los designios territoriales de los Estados Unidos sobre el norte le jano mexicano se saciaron en parte con el Tratado de Guadalupe Hidal go, firm ado el 2 de febrero de 1848. La cuestión de obtener más conce siones en C hihuahua, Sonora y Baja California, así com o derechos de tránsito por suelo mexicano hasta los puertos del Pacífico y tam bién por el istmo de Tehuantepec, persistieron durante toda la década de 1850. Los derechos de tránsito y la construcción de una carretera, ferrocarril o canal por el Istmo, im portante objetivo estadounidense debido a las presiones de los intereses comerciales de Nueva Orleans, se habían for mulado en los térm inos preliminares propuestos por los Estados Unidos durante el breve cese el fuego del 24 de agosto al 7 de septiembre de 1847, pero no se incluyeron en las cláusulas del tratado de paz final. Sin embargo, este tema reapareció en el Tratado de La Mesilla en diciembre de 1853, que dispuso la C om pra Gadsden del territorio que incluía Tucson al sur del río Gila. La cuestión del tránsito constituyó la base del Tratado M cLane-O cam po de diciembre de 1859. El istmo de Tehuantepec, aun teniendo el carácter de zona fronte riza desde la independencia, perm aneció indefenso durante la guerra con los Estados Unidos. Las graves rebeliones debidas a las arraigadas quejas locales hicieron que el gobierno estatal de Oaxaca perdiera el control efectivo del sur del Istmo a partir de febrero de 1847. Sin embar go, las fuerzas estadounidenses nunca invadieron Oaxaca, pese al avance por los estados contiguos de Veracruz y Puebla. A unque el gobierno estatal oaxaqueño continuó m ostrándose aprensivo, las fuerzas estado unidenses nunca trataron de tom ar el Istmo durante la guerra. Su deseo 173
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de ponerle fin resultó evidente una vez que se hubo tomado la ciudad de México. C o n todo, llevó casi cinco meses alcanzar la paz final. Sigue sin respuesta la pregunta de p o r qué M éxico no perdió más territorio en 1848. Q uizá se debiera al impacto de la guerra dentro de los Estados U nidos, las profundas divisiones políticas sobre todo entre N o rte y Sur, la gran pérdida de vidas durante el conflicto y el reconocim iento de que las restantes metas territoriales podían perseguirse m ediante m éto dos diferentes. La persistencia del malestar social La insurgencia de la década de 1810 no resolvió ninguno de los conflictos sociales de N ueva España, que resurgieron a intervalos repe tidos durante los 50 años que siguieron a la independencia. La estrecha vinculación existente entre las rebeliones rurales y las principales agita ciones políticas de ám bito nacional, puestas de manifiesto en la década de 1810, reapareció durante las de 1840 y 1850, com o lo haría de nue vo durante la revolución de la década de 1910. Esta interrelación dis tinguió a las rebeliones del siglo x ix de las de la era colonial y sugiere una mayor integración nacional, com binada con la conciencia política de los campesinos, de lo que tradicionalm ente se ha supuesto. Las divi siones de la elite del centro acompañaban a las rivalidades existentes entre centro y regiones y entre capitales regionales y localidades. E n las décadas de 1840 y 1850, las rebeliones populares alcanzaron su inci dencia máxima desde la época de la insurgencia. La guerra con los Estados U nidos o currió en medio de u n periodo de conflicto social interno, que esta em peoró. El conflicto por la tierra adquirió mayor im portancia en la protes ta rural de la que había tenido en la era colonial, cuando las disputas más com unes se centraron en las cargas fiscales y los abusos administra tivos. Puede verse la resistencia campesina en la defensa de las tradicio nes de la com unidad y la autonom ía municipal. Los campesinos habían tom ado parte en alianzas interclases durante la insurgencia y a finales de la década de 1820, la de 1840 y la de 1850. E n ciertas provincias y contextos, los mismos campesinos tam bién tom aron la iniciativa para foijar alianzas dentro de sus propios grupos sociales y más allá. D e he cho, la experiencia de la insurgencia amplió sus perspectivas, con el 174
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resultado de que los m ovim ientos del siglo x ix supusieron alianzas más amplias y una intención política más francamente política sobre un vasto abanico de temas. La resistencia campesina se extendió por el perím etro m eridional de los valles centrales desde Tlapa y Chilapa a partir de 1842 y de ahí a la Oaxaca mixteca. E n 1847, las disputas por la posesión de la tierra y las salinas en el sur del Istmo estallaron en conflicto arm ado desde 1847. E n el m ism o año, com enzó la «guerra de castas» en la zona azucarera de Yucatán, que se arrastraría durante las décadas siguientes. La acción campesina directa en la M ixteca, descrita de nuevo localm ente com o «guerra de castas», continuó hasta com ien zos de la década de 1850; en la zona costera de Veracruz, el conflicto por los títulos de propiedad de la tierra y las invasiones de las haciendas inflamaron la situación en Tuxpan, Papanda y H uejuda entre 1847 y 1849; en Tula, al norte del valle de M éxico, tuvo lugar u n gran levanta m iento en 1847-1848. La rebelión de Sierra Gorda en agosto de 1847 se extendió p o r Q uerétaro, Hidalgo y Guanajuato, zonas que habían experim entado una vigorosa actividad insurgente en la década de 1810, y am enazó al sector sur de San Luis Potosí. Para contenerla, tarea difícil tras la derrota nacional, acabó constituyéndose una fuerza armada de unos 3.000 hombres. La década de 1840 representó la movilización popular más extensa desde la de 1810, aunque con la diferencia de que hasta la R evolución de Ayuda de 1854-1855 no existió un liderazgo de ám bito nacional. El conflicto de la elite, en el plano nacional y estatal, grave desde 1844, proporcionó el resquicio para que dichos m ovimientos tuvieran tal impacto. La derrota nacional en i 847 explicó la dislocación general y la incapacidad militar. Alamán utilizó la oportunidad de la derrota na cional combinada con la agitación interna para sostener el regreso al tipo de m onarquía que, en su opinión, había llevado la estabilidad a M éxico durante el p eriodo virreinal. Alamán fundó el Partido C onser vador en 1848, en ese m om ento particularm ente difícil para M éxico. Las principales fuentes de conflicto se centraban en el control del gobierno local y la extensión del derecho de voto, las implicaciones de la ciudadanía y la participación en los procesos políticos, y la relación entre el centro y las regiones. La introducción del im puesto dé capita ción de 1,5 pesos anuales en 1842 agravó estos asuntos, que acabaron avivando la R evolución de Ayuda. Álvarez, en general intranquilo con respecto a la actividad campesina autónom a, utilizó esta agitación para 175
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construir una alianza de intereses destinada a acabar con el intento de Santa A nna de form ar una dictadura centralista. La coalición de fuerzas que desde marzo de 1854 acabaron com poniendo el m ovim iento re volucionario forzó la salida de Santa A nna en agosto de 1855. M ovim iento sureño y popular en sus orígenes, la R evolución de Ayuda no tom ó el poder sin la intervención de los barones políticos del norte-centro y norte. M uchos de ellos, com o Santiago Vidaurri (18081867) en N uevo León y Coahuila, actuaron con independencia de los rebeldes originales de Ayutla y persiguieron sus propios objetivos espe cíficos. El liderazgo inicial proporcionado por Alvarez respondió a las condiciones existentes dentro de la esfera de influencia que había ido extendiendo hacia el norte desde la costa durante la década de 1840. E n realidad, actuó com o agente entre las comunidades de los pueblos y el gobierno de la ciudad de M éxico. El restablecimiento del federalis m o en 1846 reconoció su poder creando el estado de G uerrero en 1849. Alvarez se convirtió en el prim er gobernador estatal, cargo que después pasó a su hijo entre 1862 y 1869. La era de la Reforma (1855-1876) y el ascenso de Benito Juárez El m ovim iento de R eform a Liberal presentó un desafío directo a la herencia católica de M éxico. Este llegó en diversas etapas, determ i nada la intensidad de cada una por el vigor de la resistencia. Para la jerarquía eclesiástica, el m ovim iento de R eform a llegó tras la reconsti tución de la jerarquía mexicana durante las décadas de 1830 y 1840. La alarma católica p o r las medidas estatales adoptadas desde mediados de la década de 1820 y las de reform a del vicepresidente Góm ez Farías (1833-1834) ya había estimulado una defensa polém ica de la identidad católica de M éxico y la estrecha integración de Iglesia y estado. La prensa católica surgió a finales de la década de 1840 y periódicos com o La Cruz (1855-1858) som etieron la ideología liberal a un ataque con certado. El Partido Conservador adoptó la defensa de la religión en peligro com o tem a principal. Los antecedentes de la legislación de la R eform a Liberal se en cuentran no solo en las medidas previas de G óm ez Farías, sino en las adoptadas p o r las Cortes españolas de 1810-1814 y 1820-1823. Todas tenían raíces com unes en la Ilustración europea, que pretendió reducir el papel de la Iglesia católica en la sociedad. La principal legislación de 176
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Imagen 23. Benito Juárez (1806^1872). Este retrato está tomado de La América Ilustrada, vol. 1, núm. 14, de fecha de 30 de junio de 1872, justo antes
de la m uerte de Juárez el 9 de julio. Casi todas las fotografías de este son formales y sombrías, marcando un contraste consciente con las espléndidas representaciones de figuras militares como Santa Anna, a quien Juárez despreciaba. La imagen elegida de Juárez es la del compendio y defensor de las virtudes republicanas. El pintor contem poráneo Francisco Toledo (nacido en Jucliitán en 1940) ha explorado su simbolismo en dos seríes de pinturas recientes.
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la R eform a llegó en dos fases, 1855-1857 y 1858-1860. La prom ulga ción de la segunda C onstitución federal de M éxico en febrero de 1857 se efectuó al final de la prim era fase. Las dos fases siguientes, 1861-1863 y el período a partir de 1867, correspondieron a las victorias liberales en dos guerras civiles con sus rivales conservadores y condujeron a otros intentos de im poner el programa de R eform a. La R evolución de Ayutla representó una amplia coalición de fuer zas. Los liberales form aron parte de estas, pero estaban divididos entre m oderados y radicales. Esta división se rem ontaba al m enos a la década de 1830. Los m oderados proporcionaron el puente que llevó a los ca tólicos y conservadores a la coalición. La figura clave del ala moderada era Ignacio C om onfort (1812-1863), coronel retirado de milicia, ha cendado de Puebla y antiguo prefecto de Tlapa a comienzos de la dé cada de 1840. A unque estrecham ente vinculado a Alvarez desde su etapa com o adm inistrador de aduanas en Acapulco, C om onfort llevó a la coalición de Ayutla a m oderados com o el político guanajuatense M anuel Doblado (1818-1865) y el general conservador Félix Zuloaga (1813-1898), que provenía de una notable familia de hacendados de C hihuahua. Sin embargo, la im portante influencia radical en el gobier no provisional de Alvarez de octubre-diciem bre de 1855 destruyó esta alianza. El general queretano Tomás M ejía (1820-1867), que había lo grado prom inencia en la guerra contra los Estados U nidos, se pasó a la oposición en nom bre de la defensa de la identidad católica de M éxico y se levantó en rebelión en Sierra Gorda. Esta zona proporcionó a M e jía la base de operaciones desde la cual lanzar una serie de campañas contra los regímenes liberales durante los 8 años posteriores. D e estas divisiones políticas y conflictos militares surgió la presidencia de B eni to Juárez (1806-1872). A unque concebida com o una m edida m oderada, el principal de creto de la R eform a abrió de par en par las divisiones latentes en el país. La Ley Juárez de noviem bre de 1855 pretendía subordinar el pri vilegio corporativo eclesiástico al derecho civil, más que abolido por completo. Juárez, gobernador de Oaxaca de 1847 a 1852 y secretario de Justicia y Asuntos Eclesiásticos en el gobierno de Alvarez, era un defen sor notable de la supremacía del poder civil. El arzobispo Lázaro de la Garza (1785-1862) de la ciudad de M éxico condenó la ley com o un ataque a la Iglesia. Las rebeliones clericales de Puebla en 1855-1856 socavaron las políticas conciliatorias del gobierno y condujeron a una 178
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operación, m ilitar a gran escala para reducir a la obediencia a la pro vincia. La Ley del 25 de ju n io de 1856, identificada con el ministro de Fi nanzas M iguel Lerdo de Tejada (1812-1861), resultó considerablemente más polémica que su predecesora. La Ley Lerdo preveía la conversión de las propiedades corporativas de la Iglesia y de las comunidades indias en unidades de propiedad privada, favoreciendo generalmente a los ocu pantes existentes. Inicialmente, los objetivos eran dobles: liberar al m er cado las propiedades hasta entonces inalienables, fom entando de este m odo el desarrollo, y elevar los ingresos gubernamentales m ediante la tributación de este proceso. Estas metas tan idealistas dejaban sin reco nocer la condición agitada de los asuntos políticos, la escala de la oposi ción que probablem ente suscitaría, las oportunidades que proporciona ría a los especuladores y la naturaleza generalm ente complicada de los procedimientos que conllevaba. M uy pronto, la guerra civil volvió capi tales las consideraciones fiscales. En consecuencia, el propósito liberal de facilitar el surgim iento de una clase de pequeños propietarios num ero sos y activos pronto quedó de lado. La ley, en todo caso, no había estipu lado la división previa de las propiedades antes de las ventas. La entrada en vigor de la ley creó muchos nuevos intereses que se opusieron vigo rosamente a su revocación. La adjudicación y las ventas parecen haber alcanzado un total de unos 20,5 millones de pesos a finales de 1856. El mismo Lerdo creía que en ese periodo se había transferido m enos de la m itad del valor de las propiedades eclesiásticas que reunían los requisitos necesarios. Pero no fue la Iglesia, dueña sobre todo de propiedades urbanas compradas po r m uchos políticos liberales, la más castigada por la Ley Lerdo, sino el gran núm ero de comunidades campesinas. Su respuesta a las políticas liberales dependió de las ventajas o desventajas que pudieran esperar. Lo cual, a su vez, dependía de la velocidad con la que los regímenes liberales locales hicieran cum plir la ley y el alineam iento de fuerzas que los sostenían. Algunas comunidades con una tradición de uso de la tie rra individual o familiar pudieron beneficiarse, sobre todo donde ya estaban bien integradas en la econom ía de mercado. La década de gue rra de 1857 a 1867 im pidió la plena im posición de la ley. La pérdida de poder de los liberales en el ámbito nacional entre enero de 1858 y enero de 1861,y de nuevo de ju n io de 1863 aju lio de 1867, interrum pió el procedim iento de desamortización. 179
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La creencia de C om onfort de que la C onstitución de 1857 debili taba al ejecutivo central y entregaba el poder efectivo a los gobernado res estatales condujo a la desintegración de su gobierno liberal moderado a finales de 1857 y a que el ejército impusiera un régim en conservador en la zona nuclear central. Juárez, que com o presidente de la C orte Suprema tenía derecho constitucional a la sucesión, fue reconocido como presidente interino en los territorios controlados por los liberales m e diante una alianza de radicales y gobernadores del norte-centro en enero de 1858. Derrotados repetidas veces por los generales conservadores M i guel M iram ón (1831-1867), Leonardo Márquez (1820-1913) y Mejía, que m antuvieron el control de las zonas centrales, los liberales acabaron estableciendo su gobierno en Veracruz desde mayo de 1858 hasta co mienzos de enero de 1861. El gobierno de Veracruz retom ó las medidas de R eform a en julio de 1859 presionado por Lerdo. La Ley para la Nacionalización de las Propiedades Eclesiásticas del 12 de ju lio hizo explícita la conexión entre la desamortización y el deplorable estado de las finanzas naciona les. Los cálculos del gobierno sobre el valor de las propiedades eclesiás ticas de entre 100 y 150 millones de pesos en ese m om ento eran pro bablem ente demasiado elevados considerando las pérdidas desde la era borbónica. Asimismo, los cálculos liberales incluyeron con frecuencia edificios eclesiásticos y tesoros com o los recipientes sagrados. Lerdo es peraba en vano conseguir un préstamo en los Estados U nidos garanti zado con las entradas de las ventas de las propiedades expropiadas. Los go bernadores estatales anticlericales de Jalisco, M ichoacán, Nuevo León y Tamaulipas ya se habían anticipado al decreto de Veracruz y puesto en vigor medidas propias. E n definitiva, los ingresos resultaron decepcio nantes. El estado m exicano recibió apenas más de un m illón de pesos de la desamortización en 1856 y algo más de 10 millones de pesos de la continuación del proceso y la nacionalización juntos en los años previos a la pérdida del control p or parte de los liberales de la ciudad de M éxi co ante la intervención francesa. E n 1910, los ingresos totales recibidos solo alcanzaban 23 millones de pesos. O tra serie de leyes restringieron el papel de la Iglesia católica en la sociedad. El 26 de abril de 1856, se suspendió el reconocim iento civil de los votos religiosos y el 11 de abril de 1857 la Ley Iglesias, que res pondía a las quejas locales sobre las presiones fiscales del clero, privó al clero parroquial de diversos pagos tradicionales. La Ley del 23 de julio 180
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determ inó que el m atrim onio fuera legalmente un contrato civil, aun que no fue tan lejos com o para legislar el divorcio con el derecho a volverse a casar durante la vida de la pareja separada. Por la legislación del 28 de julio, entró en vigor un R egistro Civil para nacimientos, m atrim onios y defunciones, y Juárez registró debidam ente a su hijo recién nacido. El núm ero de fiestas religiosas se redujo el 11 de agosto y se introdujeron varías festividades seculares para conm em orar acon tecim ientos nacionales. El gobierno liberal prohibió las celebraciones religiosas fuera de los edificios eclesiásticos y som etió a reglamentación el uso de las campanas de las iglesias. Se prohibieron los hábitos religio sos en público. El 4 de diciembre, el régim en liberal legisló la libertad religiosa, de acuerdo con la neutralidad de la C onstitución sobre el tema de la institución católica exclusiva. Ello abrió el camino para la evangelización protestante del país, que los liberales vieron con agrado una vez que recobraron el poder tem poralm ente en 1861 y de forma definitiva desde 1867. La C onstitución de febrero de 1857, en contraste con su predecesora de 1824, no reconocía el catolicismo com o la religión del estado. La oposición de la jerarquía eclesiástica, avivada por las leyes anteriores de Juárez y Lerdo, fue inmediata. Los obispos, encabezados por el arzo bispo Pelagio Labastida (1816-1891) y el obispo C lem ente de Jesús M unguía (1810-1868) de Michoacán, definieron la C onstitución como un asalto al catolicismo y com o un intento de reemplazar la que enten dían com o una sociedad católica por un m odelo secularizado basado en ejemplos extranjeros. La jerarquía y los polemistas clericales aboga ron p o r la defensa de la identidad católica de M éxico heredada de la era colonial española. Al mismo tiempo, argum entaron en contra de la doc trina liberal de la soberanía del pueblo y en favor del derecho de la Iglesia a poseer propiedades y a ejercer el control sobre la educación y la m o ralidad privada. M unguía encabezó el ataque a las Leyes de R eform a m ediante el M anifiesto de los Obispos del 30 de agosto de 1859. Los esfuerzos de Lerdo por conseguir el préstamo estadounidense, acompañados por la negociación del Tratado M cLane-Ocam po, facilita ron el juego a los conservadores. El gobierno de Juárez consiguió el reconocim iento estadounidense el 6 de abril de 1859. A unque los libe rales lo consideraron un triunfo político al verlo com o una identifica ción más estrecha de las dos repúblicas norteamericanas, los conservado res lo juzgaron com o una entrega al enemigo nacional. Puesto que el 181
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gobierno estadounidense había retirado el reconocim iento al régimen conservador de la ciudad de M éxico debido a que se negaba a conside rar más cesiones territoriales, los conservadores advirtieron que la polí tica exterior liberal daría com o resultado más pérdidas de territorio e incluso la completa subordinación de M éxico a los Estados Unidos. Lerdo, O cam po y Juárez se mostraron sensibles a estas críticas, que ame nazaban con ocasionar un serio daño a las credenciales nacionalistas de la causa liberal. E n consecuencia, el Tratado M cLane-O cam po de di ciembre de 1859 evitó cesiones territoriales a los Estados Unidos, pero concedió derechos de tránsito tanto a los puertos del Pacífico com o por el istmo de Tehuantepec. El tratado frustró los designios expansionistas del gobierno estadounidense, pero nunca entró en vigor debido al de terioro de la situación política en los Estados U nidos en 1860-1861. Tras la derrota militar de los conservadores en diciembre de 1860, los liberales recuperaron el control de la capital, aunque las guerrillas conser vadoras operaban p o r el campo. M iram ón, que había ganado la mayoría de las batallas pero perdido la guerra, se fue al exilio a La Habana y de allí a Europa. Sin embargo, M árquez permaneció activo y Mejía operó desde su bastión personal de Sierra Gorda. U n puñado de exiliados monárqui cos que se hallaban en Europa, con el apoyo de algunos conservadores, intrigaron con Napoleón III para lograr el restablecimiento de la m onar quía en M éxico merced a una intervención militar extranjera. Juárez, que ya llevaba tres años en el cargo com o presidente deJacto en la zona liberal, fue elegido presidente de la república por prim era vez en marzo de 1861 p o r una mayoría convincente. N o obstante, su elección no puso térm ino a las divisiones sectarias y las rivalidades per sonales dentro de su partido. Tras la restauración del gobierno constitu cional, estas hostilidades se extendieron por los procesos políticos, po niendo al congreso en contra del ejecutivo y a los gobernadores estatales contra el poder central. Los conflictos internos debilitaron al gobierno nacional, que ya soportaba el pago de intereses de la deuda externa com o resultado de la repercusión de la guerra civil en las finan zas nacionales. El total de la deuda, que ya había alcanzado los 90 mi llones de pesos en 1851, ascendía a 82 millones de pesos en 1861. La notable deuda con los obligacionistas británicos, que formaba parte de dicho total, suponía más de 51 millones de pesos en este últim o año. Al m ismo tiempo, la fragm entación de los Estados U nidos con la secesión de los estados del sur y la form ación de la C onfederación en 182
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febrero de 1861 tuvo serias implicaciones para México. E n prim er lugar, no estaba claro si la Confederación pretendía continuar la tradicional expansión hacia el sur a expensas de M éxico o ponerle fin. La existen cia de estados secesionistas ju n to a la precaria frontera norte de M éxico afectó a la relación de los estados fronterizos con el gobierno nacional de la ciudad de M éxico. Se suscitó una considerable polém ica sobre la idea de una «república de la Sierra Madre», formada por la hilera de los estados del norte quizás asociados con Texas independiente y arrastrando a N uevo M éxico a su órbita. Esta idea había ganado aceptación durante la R evolución de Ayuda, cuando el nordeste se rebeló contra la dicta dura tambaleante de Santa Anna. Vidaurri, que había anexionado Coahuila a N uevo León en 1856 y tenía designios sobre los ingresos de aduanas federales del rio Bravo desde Piedras Negras hasta M atamoros, perm aneció de buena o mala gana en el centro de la oposición regionalista al gobierno de Juárez. La intervención (1862-1867) El 17 de ju lio de 1861, el gobierno de Juárez in ten tó afirm ar el control del gob iern o federal sobre todos los ingresos que se habían apropiado los gobernadores estatales. Incluían los aportados p o r los puertos fluviales, así com o los de las costas del Golfo y el Pacífico. El propósito evidente del gobierno era fortalecer su posición fiscal en un m o m en to en que la situación en la frontera n o rte seguía siendo precaria. Sin em bargo, este decreto suponía la suspensión de pagos sobre la deuda externa por u n periodo de dos años, una m oratoria so bre los desembolsos de intereses. Las potencias europeas, cuyos in te reses financieros ya habían resultado afectados p o r la guerra civil, lo tom aron com o p retexto para hacer una dem ostración de fuerza con el fin de obligar a M éxico a cum plir sus com prom isos. G ran Bretaña, Francia y España firm aron la C onvención T ripartita de Londres en octubre de 1861, que estipulaba la ocupación conjunta de las casas de aduanas de los principales puertos, com enzando p o r Veracruz, para obligar al pago de la deuda. La am enaza de la intervención eu ropea desvió seriam ente al gobierno de Juárez de sus dos objetivos principales: el firm e establecim iento del sistema constitucional y las Leyes de R efo rm a, y la estabilización de la situación en la frontera norte. 183
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Juárez logró extraer de un congreso renuente la concesión de fa cultades extraordinarias en un intento de defender la soberanía nacio nal frente a la intervención europea. En octubre de 1862 y mayo de 1863 obtuvo mayores concesiones de este. Las leyes sobre traición se aplicarían a aquellos que colaboraran con la intervención. La medida de más largo alcance fue la Ley del 25 de enero de 1862, que im ponía el juicio por corte marcial y la pena capital p o r colaborar con la inter vención, sin posibilidad de perdón gubernam ental para los condenados p o r esa ley, que proporcionó la base para que el gobierno de Juárez tratara la intervención. Maximiliano, M iram ón y M ejía fueron ejecuta dos en ju n io de 1867 de acuerdo con sus estipulaciones. Los designios políticos franceses en M éxico se hicieron posibles p o r la guerra civil que había estallado en los Estados U nidos en abril de 1861. La constatación de que los franceses pretendían intervenir directam ente en los asuntos internos m exicanos y obligar a un cambio de régim en condujo a la retirada de las otras dos potencias en la pri mavera de 1862. La intervención unilateral francesa tras abril de 1862 presuponía la anulación de la elección de Juárez el año anterior y la superposición en M éxico de u n sistema aceptable al gobierno francés. D e este m odo, M éxico caería en la órbita im perial francesa, aunque de form a más indirecta que Indochina o Argelia. El objetivo francés, que al inicio obraba en concierto con los exiliados m exicanos, era supri m ir la república establecida según la C onstitución de 1857 en favor de una m onarquía co n un príncipe europeo. El candidato seleccionado fue el archiduque Fernando M axim iliano, herm ano m enor del em pe rador de Austria Francisco José. M axim iliano había gobernado Lom bardía con m ente liberal en 1858-1859 y había viajado a Brasil, donde la em peratriz Leopoldina tam bién era Habsburgo. Sin embargo, este plan suponía una previa conquista de M éxico po r parte francesa y la asunción de que los conservadores m exicanos serían colaboradores efectivos. Pero los cálculos militares franceses no aprendieron de la experiencia estadounidense de 1846-1847 de largas dilaciones e in gentes pérdidas de vidas. La derrota francesa a las afueras de Puebla el 5 de mayo de 1862 pospuso la ocupación de la capital un año más. Este revés militar de m oró los planes m onárquicos de N apoleón III. Juan N epom uceno Alm onte (1803-1869), hijo ilegítimo de M orelos, regresó a M éxico con la intervención com o la principal figura conservadora. Había luchado 184
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en la campaña de Texas y de nuevo a comienzos de 1846. Su intención era utilizar la intervención com o base para la construcción de un régi m en conservador. Pero las Instrucciones Secretas de N apoleón III al mariscal Forey el 3 de julio de 1862 excluían el dom inio conservador del gobierno en favor de u n régim en m oderado de notables de todas las facciones. La ocupación francesa de la ciudad de M éxico en ju n io de 1863 obligó al gobierno de Juárez a reagruparse en San Luis Potosí. Las fuerzas imperiales francesas y mexicanas se proyectaron hacia fuera para controlar todas las principales ciudades y puertos desde el verano de 1863 hasta el otoño de 1866, cuando su posición m ilitar com enzó a derrum barse deprisa. El gobierno francés había subestimado las dificul tades de conquistar México. Por razones políticas y financieras, N apo león III solamente había enviado una fuerza expedicionaria de unos 27.000 hombres, una décima parte del núm ero que N apoleón I había puesto en la península Ibérica para som eter a un país con un tam año la m itad que el de M éxico. E n ella se incluían soldados de la Legión Ex tranjera francesa y auxiliares del norte de África. Los restos del ejército conservador la com plem entaban, y luego llegaron voluntarios belgas y austríacos. C o n todo, las fuerzas imperiales nunca fueron capaces de hacerse con el campo p o r algún tiem po y las ciudades desprotegidas cambiaron de manos varias veces. El tro n o im perial m exicano había estado om inosam ente vacante desde la caída de A gustín I en m arzo de 1823. M axim iliano, con el apoyo de su esposa C arlota, hija de Leopoldo I de Bélgica, se dejó persuadir p o r los conservadores y m onárquicos m exicanos de que podía convertirse en el salvador de su país. El C onsejo de R egencia, dom inado en su inicio p o r A lm onte y Labastida, pretendió establecer su autoridad hasta la llegada de la pareja im perial. El com andante m ilitar francés, Achille Bazaine (1811-1888), sin em bargo, cada vez fue dejando más de lado a los regentes, siguiendo la política confi dencial de N apo leó n III de m arginar a los conservadores y preparar el cam ino para u n régim en m oderado que aceptara el apoyo de cual quiera dispuesto a unirse al im perio. Bazaine había conseguido su experiencia militar en Argelia, España durante la Prim era G uerra C ar lista de 1833-1840, la Guerra de C rim ea (1854-1856) y la Guerra Franco-Austríaca en Italia en 1859. Maximiliano y Carlota no llegaron a M éxico hasta junio de 1864, cuando se aproximaba la derrota del ejército confederado. Aunque Francia 185
Hi>iortochtecas 65,68 ’olk, James K. 168 ’o niatowska, Elena 355,361 orfiristas 214-215,221,223
U4
Portes Gil, Emilio, presidente de M éxico (1928-1930) 2 46,251,258 Portugal 107,109,126 Posada, José Guadalupe 196,218 Posadas, Juan Jesús, cardenal arzobispo de Guadalajara 304 prensa 25, 3 0,33,176, 207,210, 216-219, 2 2 1 ,2 3 8 ,2 8 5 ,3 1 3 ,3 1 6 D iario del H ogar 217,222 E l Demócrata 2 2 ,1 6 8 ,2 1 9 ,2 2 8 ,3 0 7 ,3 4 7 E l H ijo d e lA h u iz o te 217 E l Imparcial 217 E l M onitor Republicano 219 E l M u n d o 9 ,1 3 ,1 5 ,1 8 ,2 2 ,3 0 ,3 5 ,4 3 ,4 7 ,
51-52, 54, 6 5 -6 6 ,7 3 ,7 6 -7 7 ,8 2 ,8 6 , 90-91, 9 7 ,9 9 ,1 1 4 ,1 1 8 ,1 2 0 ,1 2 9 -1 3 0 ,1 3 2 ,1 4 5 , 15 1 ,1 9 3 ,2 0 3 -2 0 5 ,2 1 6 ,2 5 9 ,2 7 5 ,2 8 9 ,2 9 3 , 300-301,327,329-330,344,349,352-353, 358,364,369, 371 E l Observador 215-216,266,297 E l Partido Liberal 176,209,213,215-216, 218,221,244 E l Renacim iento 5 4 -5 5,82,109,196, 246, 253,317,368 L a C r u z 1 1 6 -1 18,124,152,176,357,359,
361 L a Jornada 237, 313
libertad de 9 0 ,9 3 ,1 8 1 ,2 1 0 ,2 1 7 -2 1 8 , 247-248,312,324,341,356,361 Proceso 2 5 ,3 4 ,4 1 -4 2 ,4 4 , 5 4 ,6 3 ,7 0 ,7 2 -7 3 , 79-82, 8 4 ,86,88, 95-96, 99,103,105,120, 12 7 -1 2 9 ,135,137,139,151,154-156,161, 1 6 7 ,172,179-180,195,207-208,214,237, 242-243,246,252,258-260,262,267-268, 270, 274-275,281,294, 302,307,314,351, 365-366,369,371,377 presidencia 7 ,3 4 ,7 2 ,1 6 6 ,1 7 8 ,2 0 9 ,2 1 1 -2 1 3 , 2 1 5 ,2 1 9 ,2 2 5 ,2 2 8 ,2 4 3 ,2 4 7 ,2 4 9 , 258,262, 268, 271,273,283,287-288, 290,293, 295-296,306-307,315,338,340-342,377 Constitución de 1917 33-34,72,228, 236-237,239,2 4 3 ,2 4 6 -2 4 7 ,2 7 7 ,3 0 1 ,3 3 9 , 376
dom inio 3 1 ,6 2 ,7 5 ,7 9 ,1 3 6 -1 3 7 ,1 4 7 ,1 5 1 , 1 8 5 ,188,230,235,244,251-252, 270,277, 3 0 6 -3 0 7 ,339,357,373,376 sucesión 127,180,207,216, 219-221,228, 24 0 ,2 5 0 ,2 5 9 ,2 6 2 ,2 7 0 ,2 8 1 ,3 0 6 ,3 2 0 presidios 9 5 ,1 2 4 ,1 4 2
índice analítico
Prigione, m onseñor Girolamo 303,336 principales 1 3 ,1 6 ,1 8 ,2 8 ,3 2 ,4 6 ,4 8 ,5 0 ,5 4 , 5 6 -5 7 ,6 3 ,6 8 ,8 7 ,9 1 ,9 6 -9 8 ,1 0 1 ,1 0 3 -1 0 6 , 1 0 9 -1 1 1 ,1 1 4 ,1 1 8 ,1 3 3 ,1 3 6 ,1 4 5 ,1 5 0 ,1 5 2 , 1 6 6 ,1 7 0 ,1 7 4 -1 7 5 ,1 8 3 ,1 8 5,189-190,196, 199,201, 203,208,21 6 -2 1 7,220-221,241, 2 5 2 ,2 5 8 ,2 6 8 ,2 7 2 , 2 7 7 ,2 8 0 ,292,299,310, 3 2 6 ,3 4 1 ,3 4 5 ,3 5 8 ,3 6 0 ,3 6 6 ,3 6 8 privatización 302-303 Procuraduría General de la República 28, 336 propiedad corporativa (véase desamortización) 33 protestantismo 181,378 Provincias Vascas (España) 98 actividades mineras 100,134 comerciantes 53, 65,97-100,102-103, 10 9 ,1 1 1 -1 1 2 ,1 4 0 -1 4 1 ,1 5 8,164,225 vascos 100,134 Puebla 1 0 ,1 6 ,3 1 ,6 2 ,6 7 ,7 0 ,8 1 ,8 9 ,1 0 3 -1 0 7 , 110-111,118,125 -1 2 6 ,1 4 0-141,145,152, 1 5 7 ,1 6 2 ,1 6 4 ,1 7 2 -1 7 3 ,1 7 8 ,1 8 4 ,1 9 9 ,2 0 2 , 2 1 5 ,2 3 2 -2 3 3 ,2 3 6 ,2 4 1 ,2 5 8 ,2 7 7 ,2 8 3 ,2 9 1 , 3 2 0 ,3 3 3 ,3 6 0 ,3 7 2 capilla del R osario 110,114 ciudad de 1 1 -1 2 ,1 6 -1 8 ,2 0 -2 1 ,2 3 ,2 8 , 3 1 -3 2 ,4 4 ,4 6 ,4 8 , 51-58,6 0-61,64-65, 69, 7 1 -7 2 ,7 6 -7 7 ,7 9 ,8 1 ,8 4 -8 5 ,8 9 ,9 4 -9 5 , 9 8 -9 9 ,1 0 1 ,1 0 3 -1 0 5 ,1 0 7 ,1 10-114,116, 11 9 ,1 2 5 -128,132,134-137,140-144,147, 150-1 5 1 ,1 5 4 ,1 5 6 ,1 5 8 -1 6 0,162,165, 17 0 -1 7 4 ,1 7 6 ,1 7 8 ,1 8 0 -1 8 3,185,188,190, 193,198,200-202,214-215, 217-218,222, 2 2 6 ,2 2 9 ,2 3 1 ,2 3 3 -2 3 6 ,2 4 3 ,2 4 6 ,2 7 7 , 2 8 0 -2 8 1 ,2 8 3 -2 8 7 ,2 9 1 ,2 9 8,308,310, 3 1 6 -3 1 7 ,3 2 0 ,3 3 2 -3 3 3 ,3 3 6,338,341-342, 345-346,348-350,356-361,363,366-370, 372-373 diócesis de 9 4 ,1 2 6 ,1 4 7 ,1 5 2 ,3 1 3 estado de 1 0 -1 2 ,1 5 -1 7 ,2 0 -2 1 ,2 4 ,2 8 -3 1 , 3 3 ,3 8 ,4 0 ,4 2 -4 4 ,4 6 ,5 3 -5 5 ,5 7 ,6 2 ,6 8 , 7 2 -7 3 ,7 9 ,8 1 ,8 6 -8 7 ,9 3 -9 4 ,9 8 -1 0 0 ,1 0 5 , 108-110,121,125-130,135-136,145, 148-150,152-162,164-167,171,176, 180-181,185,189-190,193,204-206, 2 0 9 -2 1 0 ,2 1 4-216,218-221,223,225, 229-233,236-241,245,247-249,251-252, 256-263,265-268,272,280-282,284-285, 289-2 9 2 ,2 9 6 ,3 0 1 -3 0 2 ,3 0 4-308,310,315,
321.324-325,328-329,331,333-334, 336-337,340-341,343-344,349,358-360, 362.367-368,370-372,377-378 producción cerealera 107 producción textil 105,1 4 0 ,1 9 9 ,2 0 1 ,2 7 7 valles de 3 9 ,5 5 ,6 1 -6 2 ,7 0 ,8 9 ,1 0 6 -1 0 7 , 121,135,152,175 pueblo, indios 9 1 ,9 5 ,1 2 3 Puuc, cerros de (Yucatán) 48,50 Querétaro 1 0 ,3 3 ,1 0 4 ,1 1 4 ,1 2 1 ,1 3 4 ,1 6 5 , 1 7 5 ,1 9 0 ,2 0 4 ,2 3 6 ,2 4 8 ,2 5 3 ,3 2 0 ,3 4 0 ,3 7 6 caída en 1867 210 capital nacional 1 6 5 ,1 7 2 ,220,234,272, 276,278 cerro de las Campanas 190-191 ciudad de 11-1 2 ,1 6 -1 8 ,2 0 -2 1 ,2 3 ,2 8 , 3 1 -3 2 ,4 4 ,4 6 ,4 8 ,5 1 -5 8 ,6 0 -6 1 ,6 4 -6 5 ,6 9 , 71 -7 2 ,7 6 -7 7 ,7 9 ,8 1 ,8 4 -8 5 ,8 9 ,9 4 -9 5 , 98 -9 9 ,1 01,103-105,107,110-114,116, 119,125-128,132,134-137,140-144,147, 150-151,154,156,158-160,162,165, 170-174,176,178,180-183,185,188, 190, 193,198,200-202,214-215,217-218,222,
2 2 6 ,2 2 9 ,2 3 1 ,2 3 3 -2 3 6 ,2 4 3 ,2 4 6 ,2 7 7 , 2 8 0 -2 8 1 ,2 83-287,291,298,308,310, 316-317,320,332-333,336,338,341-342, 345-346,348-350,356-361,363,366-370, 372-373 convención constitucional de 1916 237 convento de Santa Rosa de Viterbo 114 estado de 10-12,15-17, 2 0-21,24,28-31, 3 3 ,3 8 ,4 0 ,4 2 -4 4 ,4 6 ,5 3 -5 5 ,5 7 ,6 2 ,6 8 , 72-73,79, 81,8 6 -8 7 ,9 3 -9 4 108-110,121,125-130,135-136,145, 148-150,152-162,164-167,171,176, 180-181,185,189-190,193,204-206, 209-210,214-216,218-221,223,225, 229-233,236-241,245,247-249,251-252, 256-263,265-268,272, 280-282,284-285, 28 9 -2 92,296,301-302,304-308,310,315, 321.324-325,328-329,331,333-334, 336-337,340-341,343-344,349,358-360, 362.367-368,370-372,377-378 industria lanera 104 Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada) 53-55, 5 8 -6 0 ,6 5 ,8 1 ,8 4 Q uintana R o o 28 Quiotepec (Oaxaca) 46
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Historia de México
vamírez, Ignacio 146,211,218 ,amos, Samuel 353