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Spanish; Castilian Pages 260 [296] Year 2022
Francisco de Terrazas Fragmentos de Nuevo Mundo y conquista Edición crítica, introducción y notas de Antonio Río Torres-Murciano
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teci Textos y estudios coloniales y de la Independencia Editores Karl Kohut (Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt) Sonia V. Rose (Université Toulouse Jean Jaurès)
Vol. 24
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Francisco de Terrazas
Fragmentos de Nuevo Mundo y conquista Edición crítica, introducción y notas de Antonio Río Torres-Murciano
UNAM - México Vervuert - Frankfurt - Iberoamericana - Madrid 2022
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Investigación realizada gracias al Programa UNAM-PAPIIT IN403318 y al Programa UNAM-PASPA 2020
Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2022 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es © Vervuert, 2022 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es © Universidad Nacional Autónoma de México, 2022 Ciudad Universitaria, alcaldía de Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México. Escuela Nacional de Estudios Superiores, Unidad Morelia Antigua Carretera a Pátzcuaro 8701, Ex Hacienda de San José de la Huerta, C. P. 58190, Morelia, Michoacán, México. ISBN 978-84-9192-245-2 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-238-8 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-239-5 (E-book) ISBN 978-607-30-5639-7 (UNAM) Depósito legal M-143-2022 Diseño de la cubierta: Juan Carlos García Cabrera Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico blanqueado sin cloro Impreso en España
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Índice Prefacio 7 Abreviaturas 9 Introducción 11 I. El poeta 11 II. El poema 24 1. Plan 28 2. Fuentes 34 3. Modelos 37 4. Estilo 41 5. Lengua 44 6. Métrica 46 7. Propósito 47 8. Fortuna 60 III. El texto 66 1. El manuscrito 66 2. Esta edición 68 Siglas 73 Fragmento 1 75 Fragmento 2 85 Fragmento 3 89 Fragmento 4 99 Fragmento 5 109 Fragmento 6 113 Fragmento 7 117 Fragmento 8 121 Fragmento 9 125 Fragmento 10 129 Fragmento 11 137 Fragmento 12 143 Fragmento 13 155 Fragmento 14 159 Fragmento 15 189 Fragmento 16 193 Fragmento 17 203 Fragmento 18 221
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Fragmento 19 225 Fragmento 20 229 Apéndice I 249 Apéndice II 259 Apéndice III 267 Bibliografía citada 269 Manuscritos 269 Impresos 272 Índice onomástico 293
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Prefacio La idea de editar críticamente los fragmentos conservados de Nuevo Mundo y conquista a la manera en que se han editado en el ámbito de la filología clásica las obras fragmentarias de los autores antiguos, infiriendo del análisis minucioso de cada pasaje y de los testimonios externos acerca del poema perdido una reconstrucción del plan y la estructura de este que no por conjetural deje de resultar útil al lector interesado, surgió desde que una primera incursión en el corpus de la épica cortesiana, allá por 2014, me condujo a las octavas de Francisco de Terrazas. Tras haber madurado durante los tres años y medio en que desarrollé mi investigación «De la épica romana a la épica de Indias: la pervivencia de los modelos clásicos en las epopeyas sobre la conquista de México» (CONACYT, Ciencia Básica 2014/241095), cuajó en el proyecto «Edición crítica y estudio de Nuevo Mundo y conquista de Francisco de Terrazas» (PAPIIT IN403318), financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México, del que el presente libro, terminado durante una estancia sabática de doce meses en la Universidad de Santiago de Compostela patrocinada por una beca del Programa de Apoyos para la Superación del Personal Académico de la misma Dirección General, es resultado. No me han faltado, gracias a Dios, apoyos a lo largo del camino. Al personal de la Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson agradezco encarecidamente el pronto envío de un microfilm de la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España de Baltasar Dorantes de Carranza cuando la labor apenas comenzaba, así como la cordial atención que me dispensaron durante mi visita a la Universidad de Texas en Austin en octubre de 2019 y el permiso posteriormente otorgado para que pudieran ser reproducidas en este volumen algunas páginas de dicho códice. No fueron menores la diligencia con que respondieron a mis consultas, a distancia e in situ, los responsables del Archivo General de Indias de Sevilla, ni la solicitud de los colegas cuya paciencia me permití poner a prueba con diversas cuestiones. Debo a Enrique González González preciosas y eruditas noticias acerca de la sociedad novohispana de la segunda mitad del xvi, a Sandra Romano Martín que compartiera conmigo su artículo acerca de la tradición virgiliana en Nuevo Mundo y conquista cuando este aún se encontraba en prensa, a Francisco Luis Jiménez Abollado la veloz generosidad con que me hizo llegar su transcripción de la carta de Francisco de Terrazas padre a Carlos V, a Tadeo Pablo Stein una valiosa puntualización a propósito de la biografía de Bernardo de Balbuena, a Ignacio Silva Cruz su ayuda con los términos
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en náhuatl, a María Sierra el procesamiento digital de las ilustraciones, y a Araceli María Alanís Corral y a Adriel Mayorga Ocaña el cuidado con que limpiaron de erratas mi manuscrito. Estoy, además, en deuda con Miguel Ángel Pérez Priego por las certeras observaciones que hizo cuando expuse el proyecto en el XX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Jerusalén, 7-12 de julio de 2019), con José Pascual Buxó por la benevolencia con que lo saludó en el XI Simposio Internacional «Actualidad de los estudios de la literatura virreinal» (Ciudad de México, 7-9 de noviembre de 2018), y con Raquel Barragán, Aurora Díez-Canedo y Ana Castaño por las oportunidades que, respectivamente, me brindaron para presentarlo en el Seminario de Estudios Literarios del Siglo de Oro (Ciudad de México, 22 de mayo de 2018), en el Coloquio 500 Años del Desembarco de Hernán Cortés (Ciudad de México, 6-9 de mayo de 2019) y en la Jornada «La espada y la pluma. Hernán Cortés en la literatura novohispana» (Ciudad de México, 29 de octubre de 2019). Y nunca agradeceré suficientemente al Laboratorio Nacional de Materiales Orales (LANMO) la invitación a participar en el proyecto «Ruta de Cortés», que en junio de 2017 me llevó a seguir junto con un grupo de profesores y estudiantes de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, Unidad Morelia los pasos de los conquistadores desde las riberas de Veracruz. Ha sido, por supuesto, un honor que los profesores Karl Kohut y Sonia V. Rose hayan tenido a bien acoger este trabajo en la colección «Textos y Estudios Coloniales y de la Independencia» de Iberoamericana Vervuert, con la que han rendido al estudio de la épica cortesiana servicios tan notables como la publicación de la Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, en edición de Nidia Pullés-Linares, y la de El peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán, en edición de María José Rodilla León. Dudo, con todo, que hubiera tomado la dirección que me ha traído hasta aquí si no me hubiera animado Anastasia Krutitskaya. A ella, a su hijo Andrey y a cuantos me han hecho amable la vida al otro lado del océano —a mis tíos Amando y Magdalena Río Pasantes; a mi prima María Dolores Lorenzo Río y a sus hermanas Magdalena, Isabel y María del Mar; a mi ahijado Santiago Cortés Granados; a mis colegas y amigos de Morelia Berenice Granados Vázquez, Caterina Camastra, Cecilia López Ridaura, María Ana Masera Cerutti, Sue Meneses Eternod, Rodolfo González Equihua, Santiago Cortés Hernández, Cristian Estrada Cortés y Marco Mancera Alba— van dedicadas estas páginas en el quinto centenario de la toma de México. La Coruña, mayo de 2021.
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Abreviaturas Los títulos de los libros de la Sagrada Escritura se abrevian según los sigla Bibliorum Sacrorum de Colunga y Turrado (1985: XXIX), de cuya edición hemos tomado el texto de la Vulgata. Nos hemos servido, por lo demás, de las abreviaturas siguientes: Actas de Cabildo de la Ciudad de México, 27 vols., México, El Municipio Libre/Imprenta Central/Aguilar e Hijos/El Correo Español/A. Carranza y Compañía, 1889-1908. Aen. Publio Virgilio Marón, Eneida (Mynors 1969). AGI Archivo General de Indias, Sevilla. AGN Archivo General de la Nación, México. Ar. Alonso de Ercilla, La Araucana, Madrid, Pierres Cosin/Pedro Madrigal, 1569-1589 (Lerner 19982). Aut. Real Academia Española, Diccionario de autoridades, 6 vols., Madrid, Francisco del Hierro y Herederos, 1726-1739. BNE Biblioteca Nacional de España, Madrid. CF Luis Zapata, Carlo famoso, Valencia, Juan Mey, 1566. CORDE Real Academia Española, Corpus diacrónico del español. http://corpus. rae.es/cordenet.html Cov. Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, Luis Sánchez, 1611 (Arellano y Zafra 2006). CV Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Primera parte de Cortés Valeroso y Mexicana, Madrid, Pedro Madrigal, 1588 (Pullés-Linares 2005). DC José Luis Martínez, ed., Documentos cortesianos, 4 vols., México, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica, 1990-1992. DLE Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 23ª ed., [versión 23.3 en línea]. https://dle.rae.es FVP Flores de varia poesía (Peña 2004). HNM Gaspar de Villagrá, Historia de la Nueva México, Alcalá, Luis Martínez Grande, 1610 (Encinias et al. 1992). Merc. Arias de Villalobos, Canto intitulado Mercurio, México, Diego Garrido, 1623 (García 1907: 183-280). Mex. Gabriel Lobo Lasso de la Vega, Mexicana, Madrid, Luis Sánchez, 1594 (Amor y Vázquez 1970). NMC Francisco de Terrazas, Nuevo Mundo y conquista. OF Ludovico Ariosto, Orlando furioso, Ferrara, Francesco Rosso da Valenza, 1532 (Segre y Muñiz 2002). AC
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Ivonne Mijares (coord.), Catálogo de Protocolos del Archivo General de Notarías de la Ciudad de México. Fondo Siglo XVI, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2014. http://cpagncmxvi.historicas.unam.mx/index.jsp Marco Aneo Lucano, Farsalia (Housman 1927). Antonio de Saavedra Guzmán, El peregrino indiano, Madrid, Pedro de Madrigal, 1599 (Rodilla León 2008). Nicolás Espinosa, La segunda parte del Orlando, con el verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles, Amberes, Martín Nucio, 1556.
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Introducción I. El poeta En 1884 don Joaquín García Icazbalceta publicó en el segundo tomo de las Memorias de la Academia Mexicana un estudio, titulado «Francisco de Terrazas y otros poetas del siglo xvi», con el que daba a la luz una serie de fragmentos poéticos en octavas reales atribuidos o atribuibles a Nuevo Mundo y conquista, poema épico sobre la conquista de México compuesto por el poeta novohispano Francisco de Terrazas en la segunda mitad del quinientos. Los escasos datos biográficos acerca del autor procedían, al igual que los fragmentos y el título del poema, de un texto dirigido en 1604 al virrey don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montes Claros, por Baltasar Dorantes de Carranza —hijo de aquel Andrés Dorantes que había llegado a la Ciudad de México en 1536 con Álvar Núñez Cabeza de Vaca— al que José Fernando Ramírez —que había poseído el manuscrito regalado posteriormente a García Icazbalceta por Alfredo Chavero y conservado hoy en la Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin bajo la signatura JGI 664— había dado el título de Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual de los descendientes legítimos de los conquistadores y primeros pobladores españoles1. Entre los folios 387v y 388r de dicho manuscrito —que en adelante designaremos con la sigla D— se encuentra la noticia acerca de la sucesión legítima del conquistador Francisco de Terrazas, al hablar de cuyos tres nietos por línea primogénita —Francisco, Luis y Pedro de Terrazas— se dice que «el padre de estos, que fue el hijo mayor del conquistador y de su nombre, fue un excelentísimo poeta toscano, latino y castellano, aunque desdichado, pues no acabó su Nuevo Mundo y conquista» (D 388r; Ágreda y Sánchez 1902: 178-179)2.
De esta sucesión de transmisiones, que ha dejado en el propio manuscrito huellas como los añadidos de Ramírez y la dedicatoria de Chavero a Icazbalceta, da cumplida noticia Luis González Obregón en su prólogo a la transcripción publicada por Ágreda y Sánchez (1902: I). Fue, de hecho, Ramírez el primero en extraer de la Relación de Dorantes datos biográficos de Terrazas, que consignó en un «Apéndice a la biblioteca de Beristáin» manuscrito citado por Pimentel (1892: 98-99). 2 Transcribimos directamente el texto del manuscrito, en cuyo folio 387v se asigna por error a la casa de Francisco de Terrazas el número 52 y no el 54, que es corrección de Ágreda y Sánchez (1902: 178). 1
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Ilustración 1. Noticia de Dorantes acerca de la descendencia de Francisco de Terrazas el conquistador (D 387v-388r). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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INTRODUCCIÓN
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Fue, pues, nuestro autor primogénito y homónimo de aquel Francisco de Terrazas «vecino y conquistador de México» que, según señaló el propio Dorantes, «vino con Cortés» (D 387v; Ágreda y Sánchez 1902: 178-179), recordado por Bernal Díaz como «mayordomo» de este y «persona preminente» (cap. 205; Serés 2011: 1018). Tras nombres tan destacados como los de Francisco de Montejo, Bernardino Vázquez de Tapia, Juan Jaramillo y Andrés de Tapia figura, en efecto, el de Francisco de Terrazas padre al comienzo de la «Relación de las personas que pasaron a esta Nueva España y se hallaron en el descubrimiento, toma y conquista de ella, así con el marqués del Valle don Hernando Cortés como con el capitán Pánfilo de Narváez como después, y las mujeres e hijos de los conquistadores y pobladores de esta Nueva España e otras personas que han dado peticiones y memorias a Vuestra Señoría Ilustrísima sobre lo tocante al repartimiento general de esta tierra, que son las siguientes, así vecinos de esta ciudad de México como de otras ciudades e villas de esta Nueva España», publicada por Francisco A. de Icaza (1923)3. Gracias a este memorial colectivo, dirigido al virrey don Antonio de Mendoza hacia 1547, sabemos que Francisco de Terrazas el conquistador, hijo del bachiller Diego de Terrazas, fue n atural 3 La declaración de Terrazas padre, que debe datarse hacia 1547 por cuanto el declarante afirma haber pasado a la Nueva España con Cortés —es decir, en 1519— «veinte e ocho años ha», figura en sexto lugar entre las mil trescientas ochenta y cinco que se recopilan en dicha Relación, y ha sido aducida por Porras Muñoz (1982: 438), Martínez (1990: 593), Himmerich y Valencia (1991: 249), Díez-Canedo Flores (2012: 417) y Rincón Montiel (2016: 100). El texto completo es el que sigue: «Dice que es vecino de esta cibdad, y natural de la villa de Fregenal, e hijo del bachiller Diego de Terrazas; e que pasó a esta Nueva España con el marqués del Valle, veinte e ocho años ha, y en el propio navío en que el dicho marqués vino; y se halló en la conquista y toma de esta cibdad de México, y de las demás provincias de esta Nueva España, que para ganarla fueron necesarias hacer; y después, en las de Pánuco y Higueras e Honduras, con sus armas e caballos, a su costa, siendo uno de los capitanes nombrados para ellas por el dicho marqués, donde se hizo muchos y grandes gastos, en remuneración de lo cual le fue encomendado el pueblo de Tulancingo, la mitad del cual le fue después quitado, y en recompensa de él se le dio la mitad de Igualtepeque, que todo lo cual renta poco según la casa y familia y honra que siempre ha sustentado; e que habrá quince años que se casó con Ana de Castro, de la cual le quedaron tres hijos e una hija, y otro hijo y dos hijas naturales, la una de las cuales está por casar, siendo de edad para ello; y, demás de lo susodicho, tiene en su casa y sustenta cinco hijos de su segunda mujer; y que ha tenido cargos en esta tierra de Su Majestad, en que ansí mesmo le ha servido; y tiene su casa poblada con sus caballos, armas y familia, con mucho gasto, e ha socorrido a muchas personas que han ido a servir a Su Majestad con lo necesario, por lo cual está muy alcanzado e adeudado, y que de todo tiene hecha probanza, si Vuestra Señoría Ilustrísima es servido verla» (AGI, México, 1064, L.1, 2v-3r; Icaza 1923: I 6-7).
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de Fregenal de la Sierra, en la actual provincia de Badajoz, que pasó a la Nueva España con Cortés en el mismo barco que este, que participó en la toma de México y en las expediciones a Pánuco y a las Hibueras, recibió en encomienda los pueblos de Tulancingo y de Ihualtepec, y desempeñó cargos que, según la información extraída por Georges Baudot (1988: 1084) de las actas del cabildo de la Ciudad de México, fueron los de regidor, diputado, tenedor de bienes de difuntos y alcalde ordinario de dicha ciudad, puesto que ocupaba por segunda vez cuando falleció —«de su muerte», según Bernal Díaz del Castillo (cap. 205; Serés 2011: 1018)— entre el 6 y el 7 de agosto de 15494. Declaró, asimismo, el propio Terrazas en la citada «Relación» haberse casado «habrá quince años» —es decir, hacia 1532— con Ana de Castro, «de la cual le quedaron tres hijos e una hija, y otro hijo y dos hijas naturales» (AGI, México, 1064, L.1, 3r; Icaza 1923: I 7). Entre los legítimos fue primogénito el poeta, que tuvo por hermanos a Diego de Terrazas, a Luis de Castro Terrazas y a Catalina de Terrazas5. Fallecida Ana 4 La noticia de la muerte de Terrazas padre —que fue, además, veedor de la expedición que, bajo el mando de Francisco de Ulloa, envió Cortés a explorar California en 1539 (Serrano y Sanz 1916: 236-239)— se asentó, como hizo notar ya Porras Muñoz (1982: 441), en el acta del 9 de agosto de 1549, haciendo constar que había fallecido «puede haber dos o tres días» (AC: V 267). 5 Los cuatro comparecen como demandantes en un largo pleito —perdido en última instancia— contra Diego de Guevara y sus herederos por unas casas construidas por Terrazas padre en la Ciudad de México (AGI, Escribanía, 952, [739r]). Catalina es mencionada por su marido, Cristóbal de Cuñada, en una escritura de licencia (PAGN, Sánchez de la Fuente 1553a); y, en otra de finiquito por la dote de Aldonza Téllez, mujer de Diego (PAGN, Alonso 1577), comparece Luis de Castro Terrazas como hermano y representante de este, cuyo año de nacimiento —1538— se puede inferir de la declaración prestada por él mismo en el proceso penal que se le sustanció en 1568 por su implicación en la conjura del marqués del Valle, en la que afirma que «es edad de treinta años, y que es natural de esta tierra y ha nacido en esta ciudad de México, y que es hijo de Francisco de Terrazas y de Ana de Castro, que el padre era natural de la villa de Fregenal de la Sierra, cerca de la ciudad de Sevilla, y su madre natural de la villa de Béjar» (AGI, Patronato, 217, R.1, 3r-3v). De los hijos naturales sabemos que Hernando de Terrazas fue «natural de Fregenal e hijo de Francisco de Terrazas» (AGI, México, 1064, L.1, 62r; Icaza 1923: I 148-149) y que, de las dos mujeres, una permanecía soltera en 1547, según afirmó su padre (AGI, México, 1064, L.1, 3r; Icaza 1923: I 7), mientras que la otra se casó hacia 1541 con Sebastián Vázquez, receptor de la audiencia de México, sin que el nombre de ella haya sido mencionado en la declaración de este recogida en el memorial colectivo (AGI, México, 1064, L.1, 62v; Icaza 1923: I 150) ni en su información de méritos de 1575 (AGI, Patronato, 74, N.1, R.8). Este mismo Sebastián Vázquez ejerció como curador de los hijos legítimos, por ser estos menores de edad, durante la fase inicial del pleito contra Diego de Guevara, incoado en 1557 (AGI, Justicia, 176, N.4). Emparentada en algún grado con la familia debió de estar,
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de Castro, matrimonió de nuevo el padre con una «segunda mujer» que no fue otra que la Mari López de Obregón celebrada por Baltasar Dorantes por su longevidad y por lo numeroso de su descendencia6, pues este es el nombre de la que años después figura como viuda de Francisco de Terrazas en dos contratos7. Los «cinco hijos de su segunda mujer» que este alojaba en su casa y sustentaba en 1547 tuvieron, pues, que contarse entre los siete que esta Mari López de Obregón había tenido de su anterior casamiento con el difunto Rodrigo de Baeza, sin que faltara la doña Ana Osorio que por aquel entonces declaraba ser «de edad de doce años» (AGI, México, 1064, L.1, 80v-81r, 213v; Icaza 1923: I 199, II 325)8. Con esta precisamente habría de contraer nuestro poeta el matrimonio del que habrían de nacer los tres hijos legítimos —Francisco, Luis y Pedro— que le atribuye Dorantes9. además, la Ana de Castro cuyo nombre figura junto al del primogénito Francisco en dos listas de particulares a los que se mandó requisar libros prohibidos en 1573 (Fernández del Castillo 1982: 472, 476), y junto al del ilegítimo Hernando en un elenco de deudores del diezmo eclesiástico del partido de Tulancingo (PAGN, Moreno 1593). 6 «Y fueron los susodichos hijos y nietos y bisnietos [sc. de Rodrigo de Baeza y Mari López] más de setenta y dos, y el día de la muerte y entierro de la dicha Mari López de Obregón, madre y abuela, fueron al entierro de loba, capuz y toca negra setenta hijos, nietos y bisnietos, y los más son vivos, y en sus honras celebraron la misa en San Francisco de esta ciudad de México cinco nietos suyos sacerdotes y otro que predicó; murió la susodicha de más de noventa años, y yo la conocí» (D 616v; Ágreda y Sánchez 1902: 311). 7 V. PAGN, Sánchez de la Fuente 1562 y PAGN, Trujillo 1575. No hay, pues, razones para creer, con Himmerich y Valencia (1991: 249), que Francisco de Terrazas padre hubiera estado casado por primera vez en España y que la «segunda mujer» y Ana de Castro hayan sido la misma persona. 8 Los hijos de Rodrigo de Baeza y Mari López de Obregón fueron, según Dorantes (D 615v-616v; Ágreda y Sánchez 1902: 310-311), cuatro varones y tres mujeres: Baltasar de Obregón, Gaspar Carrillo «el Cojo», Luis de Obregón, Bartolomé Osorio, doña Elvira, doña Inés de Obregón y doña Ana Osorio. Puesto que en 1547 el mayor había heredado de su padre la encomienda de Tezontepec y el segundo contaba ya veintidós años, es probable que los acogidos en casa de Terrazas fueran los otros cinco; Luis afirma tener por entonces dieciséis años, mientras que Bartolomé se limita a decir «lo mismo que dicen estos hermanos suyos» y Elvira e Inés ni siquiera figuran entre los declarantes (AGI, México, 1064, L.1, 80v-81r, 213v-214r; Icaza 1923: I 199, II 324-326). 9 Por lo hasta aquí expuesto —y a pesar de que Yera Sucías (2020: 582-585) se haya enredado recientemente en viejas confusiones— no habrá quedado duda de que, cuando Dorantes dice «doña Ana Osorio, mujer que fue de Francisco de Terrazas, que tuvieron tres hijos» (D 616v; Ágreda y Sánchez 1902: 311), se está refiriendo al poeta y no al padre, como bien supo ver Porras Muñoz (1982: 440) a pesar de Castro Leal (1941: X), quien, siguiendo a Cuevas (1924: VIII-IX), corrigió a García Icazbalceta (1884: 360) aun cuando este había entendido bien que el poeta había sido yerno de Mari López de Obregón
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Las encomiendas de Tulancingo e Ihualtepec pasaron, a la muerte de Terrazas el viejo, a su primogénito Francisco10, quien, tras haber prestado servicios ocasionales al marquesado del Valle, estableció con un Pedro de Molina una compañía para traficar con esclavos, ganado, cacao y otras mercancías que duró apenas dos años y medio11. «En su pueblo de Tulancingo» —equivocando, eso sí, el nombre de Ana Osorio con el de una «María de Obregón» que no figura en Dorantes—. El segundo de los tres hijos es, quizás, el fray Luis de Terrazas mencionado como profeso en el convento dominico de Coyoacán a propósito de la institución de una capellanía (PAGN, Alonso 1576). El Francisco de Terrazas «clérigo de epístola» —es decir subdiácono— que en 1564 declaró tener veintiún años en un proceso por libros prohibidos (Fernández del Castillo 1982: 50, 78) —el mismo, probablemente, que en 1587 renunció a la capellanía de la ermita de los Remedios (AC: IX 226, 230)— no pudo ser, por razones de edad, hijo de nuestro poeta ni de ninguno de sus hermanos legítimos —puesto que el matrimonio de los padres de estos se celebró hacia 1532—, así que debió de serlo del hermano ilegítimo Hernando de Terrazas, que en el memorial colectivo de 1547 declaró haber tenido de su esposa, hija de Bernardino de Santa Clara, dos hijos y dos hijas —mientras que en esa fecha una de las dos hermanas ilegítimas permanecía soltera y la otra, casada con Sebastián Vázquez, tenía dos hijas, según consta en el citado memorial (AGI, México, 1064, L.1, 3r, 62r-62v; Icaza 1923: I 7, 148 150)—. El otro hijo de Hernando de Terrazas pudo ser el Hernando de Terrazas mencionado por Dorantes (D 389r; Ágreda y Sánchez 1902: 179) como nieto ilegítimo del conquistador —acaso el mismo Hernando de Terrazas que en 1560 se ofreció al cabildo de la Ciudad de México para «escribir en metro algunas personas en loor de San Hipólito» (AC: VI 408)—. 10 La sucesión está documentada, como hizo notar Toscano (1947: 46), en la «Lista de los pueblos de indios que están en el distrito y subjetos a la gobernación de esta Nueva España, ansí del Estado del marqués del Valle como encomendados en personas particulares», publicada por García Pimentel (1904: 157-158): «La mitad de Tulancingo —2.527 tributarios—, en el arzobispado de México, e la mitad de Gualtepeque y Asuchiquizala, en el obispado de Guaxaca, fueron encomendados en Francisco de Terrazas, conquistador e primero tenedor, por cuya muerte sucedieron en Francisco de Terrazas, su hijo, e lo posee. La mitad de Igualtepeque y de Asuchiquizala —285 tributarios—, en el obispado de Guaxaca, fueron encomendados en García de Aguilar, conquistador e primero tenedor, e lo posee»; v. también AGI, México, 242A, N.6, [3r]. La mitad de Ihualtepec se le había adjudicado a Francisco de Terrazas padre para compensarlo, según él mismo afirmó, después de que se hubiera dividido en dos la encomienda de Tulancingo (AGI, México, 1064, L.1, 2v-3r, 20r; Icaza 1923: I 6-7, 50), cuya otra mitad cupo a Francisco de Ávila y era poseída en 1568 por su hijo Hernando de Ávila, según se hizo constar en el proceso penal contra Diego de Terrazas (AGI, Patronato, 217, R.1, 2r); v. Himmerich y Valencia (1991: 123, 249) y Jiménez Abollado (2009a: 59-67). 11 V. PAGN, Ysla 1553 y PAGN, Sánchez de la Fuente 1553b, 1553c, 1555a y 1555b. Existe, además, constancia de que en ocasiones pagaron deudas con servicios de esclavos tanto nuestro poeta (PAGN, Alonso 1578a y 1578b) como su hijo Francisco (PAGN, Sarabia 1590).
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residía en noviembre de 1571, según declaró ante el recién instaurado Santo Oficio su cuñado Sebastián Vázquez en una información a propósito de «unas preguntas y respuestas por metro» acerca de la ley de Moisés que se había intercambiado Terrazas con el poeta peninsular afincado en la Nueva España Fernán González de Eslava (O’Gorman 1940: 599)12. Y como a «hombre de calidad y señor de pueblos», además de «gran poeta», se refiere a él el arzobispo don Pedro Moya de Contreras cuando, en una carta dirigida al presidente del Consejo de Indias el 24 de enero de 1575, difundida por Icaza (1915: 63-64), se queja de que el virrey don Martín Enríquez de Almansa hizo encarcelar a Terrazas y a González de Eslava por causa de las críticas a la imposición de la alcabala que se habían vertido, mediante un entremés y un pasquín, durante los festejos con que en diciembre del año anterior se había celebrado la consagración del propio prelado13. Mas la ponderación que de la excelencia literaria de Terrazas hizo el arzobispo no debe entenderse como mera consecuencia de una toma de partido de aquel en el pleito que enfrentó a este con el virrey, puesto que, en la década siguiente, el hijo del mayordomo de Hernán Cortés era celebrado como poeta en las dos Españas. En la ya mencionada noticia de Dorantes acerca de la sucesión de Terrazas el viejo (D 388r-388v; Ágreda y Sánchez 1902: 179) se recogen los epitafios que dedicaron a Terrazas el joven Alonso Pérez14 y José de Arrázola15: La declaración fue presentada el 21 de febrero de 1572, pero la referencia en esta contenida a la promulgación del edicto general de gracia del Santo Oficio, que tuvo lugar el 4 de noviembre de 1571, permite retrotraer su fecha hasta finales de este mes (Castro Leal 1940: 378). 13 A Terrazas se le achacó concretamente el pasquín, «porque es gran poeta, y dicen que podría haber hecho las coplas que estaban en el papel que hallaron a la puerta de la iglesia» (Icaza 1915: 63). Acerca de este lance del enfrentamiento entre el arzobispo y el virrey, v. Icaza (1915: 61-76), Alonso (1940: 224-248), Frenk (1989: 16-18), Arróniz Báez y López Mena (1998: 31-39) y Cebrián (2001: 36-41). El texto íntegro de la carta de Moya de Contreras a Juan de Ovando, presidente de los Consejos de Indias y Hacienda (incluida en AGI, México, 336A), fue impreso por Zaragoza (1877: 176-194). 14 De los dos Alonsos Pérez previamente mencionados por Dorantes (D 361v-362r; Ágreda y Sánchez 1902: 162) en su listado de las casas de los conquistadores —el bachiller Alonso Pérez y Alonso Pérez de Zamora— el tenido por «persona docta», según nota más adelante el propio Dorantes (D 431r; Ágreda y Sánchez 1902: 203), era el primero, que debió de ser el mismo bachiller Alonso Pérez que, según Bernal Díaz del Castillo, «después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino de México», y que en la Noche Triste le había recordado a Cortés el célebre romance «Mira Nero de Tarpeya» («señor capitán, no esté vuesa merced triste, que en las guerras estas cosas suelen acaescer, y no se dirá por vuesa merced “Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo se ardía”», cap. 145; Serés 2011: 596). No es imposible que viviera, 12
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Y así dijo de él en su túmulo Alonso Pérez:15 Cortés en sus maravillas con su valor sin segundo, Terrazas en escribillas y en propio lugar subillas son dos estremos del mundo; tan estremados los dos en su suerte y en prudencia que se queda la sentencia reservada para Dios, que sabe la diferencia. Y a este propósito Arrázola: Los vivos rasgos, los matices finos, la brava hazaña al vivo retratada, con visos más que Apolo cristalinos, como del mesmo Apeles dibujada, ya con misterios la dejó divinos en el octavo cielo colocada Francisco de Terrazas, fénix solo, único desde el uno al otro polo. Es, además, sabido que Miguel de Cervantes (1585: 331r-331v) incluyó a Francisco de Terrazas entre los «ingenios de la región antártica» elogiados en el canto de Calíope del libro 6 de la Galatea: De la región antártica podría eternizar ingenios soberanos, que, si riquezas hoy sustenta y cría, también entendimientos sobrehumanos. Mostrarlo puedo en muchos este día, y en dos os quiero dar llenas las manos: uno de Nueva España y nuevo Apolo, del Perú el otro un sol único y solo. aunque provecto, a la muerte de Terrazas —a no ser que, como entendió Porras Muñoz (1982: 391), se trate de su nieto Alonso Pérez Bocanegra, mencionado por Dorantes junto al abuelo en dos ocasiones (D 361v, D 431r; Ágreda y Sánchez 1902: 162)—. 15 Acerca de este, v. la introducción a las notas al apéndice I. Esta octava que Dorantes le atribuye fue impresa por primera vez por Pimentel (1892: 98-99), que la tomó del «Apéndice a la biblioteca de Beristáin» de José Fernando Ramírez.
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Francisco el uno de Terrazas tiene el nombre acá y allá tan conocido, cuya vena caudal nueva Hipocrene ha dado al patrio venturoso nido. La mesma gloria al otro igual le viene, pues su divino ingenio ha producido en Arequipa eterna primavera, que este es Diego Martínez de Ribera. En ambos casos se trata, eso sí, de fama póstuma, puesto que existe una carta de la real Audiencia de México a Felipe II de 16 de diciembre de 1580, encontrada en el Archivo General de Indias por Georges Baudot (1988: 1086), que deja claro que el poeta estaba muerto en esa fecha (AGI, México, 70, R.3, N.37, [1r-1v]): En cumplimiento de lo ordenado por Vuestra Majestad, se han buscado en el archivo de esta real audiencia papeles tocantes a historia de las Indias, y no se ha hallado en él ninguno de esta calidad. Francisco de Terrazas, vecino de esta ciudad, la comenzó a hacer en verso de todas las cosas acaecidas en el descubrimiento y conquista de esta Nueva España y provincia de ella, y, habiendo hecho una buena parte, falleció. El cual dejó mujer e hijos que entendemos querrán aprovecharse de lo que su padre había escrito y por estas causas no se ha tratado con ellos la envíen ante Vuestra Majestad, según se ha entendido. Notó Baudot (1988: 1086) al respecto que «por lo que se deduce del estado de sorpresa e impreparación consiguientes de la viuda y de los huérfanos, se trataba de un fallecimiento acaecido en ese mismo año de 1580». Y, en verdad, no pudo haberse producido mucho antes, toda vez que Diego Muñoz Camargo, en un pasaje de la Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala que tiene que ser posterior a mayo de 157916, menciona a Francisco de Terrazas como si todavía estuviera vivo y dedicado a la redacción de su Nuevo Mundo (13r; Acuña 2000: 49)17: 16 Mes en que tomó posesión como alcalde mayor de Tlaxcala Alonso de la Nava, quien encargó a Diego Muñoz Camargo la redacción de la relación geográfica de la ciudad (Acuña 2000: 15). 17 En un pasaje de la Historia de Tlaxcala del mismo Diego Muñoz Camargo, aducido junto a este por Díez-Canedo Flores (2012: 418-419), se dice a propósito de la expedición de Cortés a las Hibueras que «lo refiere en particular Francisco de Terrazas, en un tratado que escribió del aire y tierra» (Reyes García 1998: 245), sin que se pueda saber a ciencia
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Y, por no salir de los límites de nuestra relación, que tan solamente trata de la descripción de esta provincia, dejaremos a Francisco de Terrazas, que en grado más supremo escribe la crónica de este Nuevo Mundo, a quien nos remitimos, y a las copias y relaciones que tiene y ha llevado de esta ciudad. Puesto que la edición príncipe de la Galatea data de 1585, y que en el canto de Calíope insertado en esta se expresa el propósito de «cantar de aquéllos solamente / a quien la Parca el hilo aun no ha cortado» (Cervantes 1585: 318r), hay que concluir que Cervantes no llegó a tener noticia de la muerte de Terrazas antes de la publicación de su novela pastoril —cuyo canto de Calíope pudo haber sido compuesto algunos años antes—, o bien que prefirió callarla (Rincón Montiel 2016: 121). Todavía más anacrónico resulta, a la luz del documento descubierto por Baudot, un pasaje de la Carta de las damas de Lima a las de México atribuida a Mateo Rosas de Oquendo traído a colación por Emilio Carilla (1996: 428), en el que Francisco de Terrazas y su amigo Fernán González de Eslava integran un pequeño parnaso mexicano que, por el lugar que en él se otorga a la fama ultramarina de Bernardo de Balbuena, difícilmente pudo haberse configurado antes de 1604 (Paz y Meliá 1907: 168)18: Y, por que más dignamente sus alabanzas se canten, van a buscar el favor de Terrazas y González; cierta si el mencionado es Terrazas padre —como creyó Carlos María de Bustamante, que se empeño en atribuirle la relación del «Conquistador Anónimo»— o Terrazas hijo —hacia quien se inclinó García Icazbalceta (1884: 362) «por cuanto sabemos que era hombre de pluma»—; v. García Icazbalceta (1858: XIX-XXIII), Gómez de Orozco (1953: 401-404) y Díez-Canedo Flores (2012: 419 n. 6). 18 Aun cuando el joven Balbuena fue premiado en varios certámenes literarios a los que concurrió desde 1585 (Rojas Garcidueñas 1982: 18-19), el elogio de Oquendo debe de ser posterior a la impresión de la Grandeza mexicana en 1604, si no —por su alusión a la extensión al Viejo Mundo de los conceptos del poeta— a la publicación del Siglo de oro en las selvas de Erífile en España, donde se encontraba el autor, en 1608. La hipótesis de que Oquendo —a quien atribuyó la Carta Paz y Meliá (1907: 167-169), sin que Lasarte (2007: 68), a pesar de su justificada cautela (Lasarte 1990: XIII), haya descartado del todo tal posibilidad— haya añadido los versos referidos a Balbuena en fecha posterior a la de la redacción de los referidos a Terrazas y a Eslava no acaba de convencernos; piénsese que su obra más conocida, la Sátira a las cosas que pasan en el Perú editada por Paz y Meliá (1906) y por Lasarte (1990), está datada en una fecha tan tardía con respecto a la muerte de nuestro autor como 1598.
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y [d]el divino Balbuena, cuyos conceptos suaves al Viejo Mundo se extienden porque en el Nuevo no caben. Parece, en efecto, que Oquendo se limitó a reunir aquí una especie de terna intemporal de poetas de la Nueva España, sin tener en cuenta que, cuando Bernardo de Balbuena pasó allá hacia 1584 —como es sabido gracias a Guillermo Porras Muñoz (1950: 592)—, Francisco de Terrazas había fallecido hacía cuatro años19. Los testimonios expresos de la gloria poética de Terrazas escritos en vida de este son, pues, los proporcionados por el arzobispo Moya de Contreras y por Diego Muñoz Camargo, a los que habría que añadir el soneto anónimo descubierto por Pedro Lasarte y Melissa Dinverno (1997) en el manuscrito Spanish 56 (hoy Ms. Codex 193) de la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania (fol. 69r) que es elogio de un «mexicano Marón» no nombrado20. No cabe, con todo, 19 Probablemente porque Oquendo había tenido noticia en el Perú de la poesía, o cuando menos de los nombres, de Eslava y de Terrazas, pero no de sus vicisitudes biográficas, que acaso habría podido conocer mejor si hubiera realizado un viaje a la Nueva España acerca del cual la principal evidencia sería esta Carta de las damas de Lima a las de México. Pero la Carta bien puede haber sido, como ha apuntado Lasarte (2007: 69 n. 15), un mero juego literario, destinado quizás —conjeturamos— a presentar en algún momento una colección de poesías de Oquendo enviada a México desde el Perú. 20 «Honor y gloria del castalio coro, / mexicano Marón, que en voz divina / corriente das al agua cabalina / por arcos de cristal y caños de oro. / Indiana mina que nos da el tesoro, / no de oro, plata, ni de perla fina, / mas de una vena heroica y peregrina / que dora nuestra edad de hierro y lloro. / Las alas cansas a la gigantea, / suspendes al de Tracia el dulce llanto, / y ciego dejas al pastor de Juno. / Porque de todo bien eres la idea, / águila en el mirar, cisne en el canto, / sacre en el vuelo y Fénix en ser uno» (Lasarte y Dinverno 1997: 328-329). A los argumentos aducidos por Lasarte y Dinverno (1997: 331) y por Tenorio (2010: I 191 n. 1) para identificar con Terrazas al poeta aquí elogiado podría añadirse que Baltasar Dorantes se refiere a nuestro autor llamándole precisamente «nuestro Marón» en dos ocasiones, al introducir los fragmentos 13 y 15 (D 49v, 76v; Ágreda y Sánchez 1902: 15, 35), y que en Nuevo Mundo y conquista se encuentran sendas referencias a la decadencia de las edades (20.9) y a Argos, el monstruo de muchos ojos (20.24.3-4), que podría estar evocando el autor del soneto anónimo con su «nuestra edad de hierro y lloro» (8) y su «ciego dejas al pastor de Juno» (11). El hecho de que en el manuscrito vaya este soneto acompañado de «otro por los mismos consonantes» que, en una de sus dos variantes, está dedicado a Pedro de Oña (Lasarte y Dinverno 1997: 330-332), hace asimismo pensar que en algún momento pudieron presentarse ambas composiciones —de la misma mano o de diversas— como sendos elogios de los respectivos «Virgilios» o grandes poetas épicos de México y del Perú.
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duda de que pocos años después de su muerte su poesía, o al menos su renombre como poeta, había excedido el ámbito de la Nueva España. La obra de Terrazas cayó, sin embargo, en el olvido y hubo de ser paulatinamente recuperada entre los siglos xix y xx. De los cinco sonetos suyos que viajaron a España con el cancionero manuscrito Flores de varia poesía, recopilado en México en 1577 (BNE, MSS/7982) 21, tan solo tres —«Dejad las hebras de oro ensortijado», «Ay basas de marfil, vivo edificio» y «El que es de algún peligro escarmentado»22— habían sido dados a la imprenta por Bartolomé José Gallardo (1863: cols. 1003, 1007-1008) cuando García Icazbalceta (1884) publicó los pasajes de Nuevo Mundo y conquista citados por Baltasar Dorantes de Carranza en su Sumaria relación. Los otros dos —«Royendo están dos cabras de un nudoso» y «Soñé que de una peña me arrojaba»23— fueron menospreciados por Menéndez y Pelayo (1911: 39 n. 1), que se limitó a citar los respectivos versos iniciales, y habrían de aguardar la atención de Pedro Henríquez Ureña (1918), que los imprimiría junto con los otros cuatro sonetos —«Parte más principal de esta alma vuestra», 21 Es sabido que este cancionero, en el que están notablemente representados dos poetas peninsulares de la escuela sevillana —Gutierre de Cetina y Juan de la Cueva— que habitaron en la Nueva España en vida de nuestro autor —en los años 50 el primero (Ponce Cárdenas 2014: 31-35) y entre 1574 y 1577 el segundo (Cebrián 2001)—, se hallaba en Sevilla, en posesión de un tal Andrés Fajardo, en 1612, según reza una inscripción en el tercer folio de guarda (Peña 2004: 32). La posibilidad de que el propio Terrazas hubiera realizado un viaje a la península, aventurada reiteradamente desde García Icazbalceta (1884: 361-362), es meramente conjetural —y, aun cuando no lo fuera, habría sido difícilmente posible que el poeta mexicano coincidiera en España con Cervantes, como ha hecho ver Rincón Montiel (2016: 120)—. 22 Estos sonetos primeramente rescatados llevan los números I, IV y VII en Castro Leal (1941: 3, 6, 9) y 120, 255 y 301 en Peña (2004: 281-282, 474, 578-579); el primero figura también en Méndez Plancarte (1942: 22) y el segundo y el tercero en Tenorio (2010: I 183-184). Los tres han sido estudiados recientemente por Rincón Montiel (2016: 124-141, 160-171); acerca del primero v. también Millán (1946: 85-87), Fucilla (1960: 114), Herrera (1988), Peña (1992: 38-42), Bustos Táuler (2003:11-11, 16-17), Peña (2004: 663-664) y Grossi (2010: 105-114), y acerca del segundo Blanco (1992: 154-155), Íñigo-Madrigal (1996) y Peña (2004: 666-667). García Icazbalceta (1884: 362), Pimentel (1892: 99) y Menéndez y Pelayo (1911: 38) prefirieron no reproducir este por considerarlo poco decente, pero ya antes lo había hecho imprimir Gallardo (1863: col. 1007) —fue, pues, este y no Medina (1926: 87 n. 3) el primero en darlo a conocer, a pesar de Rincón Montiel (2016: 160-161)—. 23 Números II y III de Castro Leal (1941: 4-5) y 315 y 186 de Peña (2004: 596-597, 369), también impresos por Méndez Plancarte (1942: 22-23) y, el segundo, por Tenorio (2010: I 186); recientemente han sido estudiados por Rincón Montiel (2016: 171-172, 152160).
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«Cuando la causa busco del efecto», «La mano que os dejó de una sangría» y «La diosa que fue en Francia celebrada»24— y la epístola en tercetos hallados por él entre los folios 268r y 273r de otro cancionero quinientista25. El descubrimiento por Edmundo O’Gorman (1940) del expediente inquisitorial al que nos hemos referido arriba a propósito de la estancia de Terrazas en su encomienda de Tulancingo aportó las diez quintillas dobles con que dio este su réplica y contrarreṕlica a la cuestión que le había planteado Fernán González de Eslava acerca de la vigencia o caducidad de la ley de Moisés (AGN, Inquisición, 222, 206r-208r)26. Y Pedro Lasarte (1997: 4748) añadió, en fin, al corpus de la obra conocida de nuestro autor un soneto inédito —«Aquella larga mano que reparte»— que encontró, junto con los ya publicados «Soñé que de una peña me arrojaba» y «Royendo están dos cabras de un nudoso», en un manuscrito de principios del siglo xvii —el ya mencionado Spanish 56 (hoy Ms. Codex 193)— de la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania (92r-92v)27. Este «himno a la Amistad» (Lasarte 24 Números V, VIII, VI y IX de Castro Leal (1941: 7, 10, 8) y 153-157 de Labrador Herraiz et al. (2006: 258-262). Sobre las dificultades del último, recogido por Tenorio (2010: I 184-186) junto con el primero y el segundo, ha arrojado luz Bustos Táuler (2003: 6-10). 25 El Cancionero sevillano de Toledo, que Henríquez Ureña consultó cuando estaba depositado en la BNE, procedente de la Biblioteca Provincial de Toledo, bajo la signatura MSS/19661, y que hoy se encuentra de nuevo en la ciudad imperial (Biblioteca de CastillaLa Mancha / Biblioteca Pública del Estado en Toledo, Ms. 506). Si sus editores recientes han acertado al datarlo entre 1560 y 1570 (Labrador Herraiz et al. 2006: 21-22, 28), la poesía de Terrazas habría pasado a la península bastante antes de que hubiera llegado a esta Flores de varia poesía —que pudo haber sido llevado por Juan de la Cueva al regresar de México en 1577 (Bustos Táuler 2003: 13), aunque tal posibilidad no pasa de mera conjetura (Cebrián 2001: 13)—. La epístola «Pues siempre tan sin causa pretendiste» —editada, además de por Henríquez Ureña (1918: 52-54), por Castro Leal (1941: 12-16) y por Tenorio (2010: I 187-189)— se encuentra asimismo, sin atribución de autor, entre los fols. 296r y 297v del Ms. 617 de la Real Biblioteca de Madrid (Labrador et al. 1994: 455-458), como ha hecho notar Íñigo-Madrigal (2013: 15). 26 La copia del debate poético entre Eslava y Terrazas, con respuesta final de Pedro de Ledesma, que presentó en 1572 a la Inquisición Sebastián Vázquez, cuñado de nuestro poeta, fue publicada, después de por O’Gorman (1940: 600-609), por Castro Leal (1940: 380387) y por Alonso (1940: 282-290), si bien la mejor edición —desconocida, al parecer, por Cebollero (2014)— es la de Frenk (1989: 25-34, 435-464), quien esclarece admirablemente las vicisitudes en torno a la versión mutilada de dicho debate, publicada por Toro (1932: 181-185), que desencadenó en 1564 el proceso contra Juan Bautista Corvera. 27 No se tiene, por lo demás, la menor noticia de los versos latinos e italianos que, si damos crédito al ya mencionado juicio de Dorantes («fue un excelentísimo poeta toscano, latino y castellano», D 388r; Ágreda y Sánchez 1902: 178-179) fueron compuestos por Terrazas.
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1997: 48) recogido posteriormente por Martha Lilia Tenorio (2010: I 186187) es, hasta donde hoy sabemos, el único soneto de tema no amoroso escrito por Francisco de Terrazas, y la única de las doce composiciones líricas de su autoría —los diez sonetos, la epístola y las quintillas dobles— no rescatada a tiempo de que entrase en la edición de las poesías del primer poeta de renombre en lengua española nacido en México —si no en América— preparada en 1941 para Porrúa por Antonio Castro Leal28.
II. El poema El poema acerca de la conquista de México fue, sin duda, el más ambicioso proyecto literario de Francisco de Terrazas, y como tal suscitó en Pretender que, como sugirió Toscano (1947: 46) y creyó Peña (2004: 94), lo «toscano» pudiera hacer referencia aquí a meras «influencias italianas», recibidas acaso de los poemas castellanos «de tono petrarquista» recopilados en Flores de varia poesía, y no a versos efectivamente escritos en lengua toscana, sería tanto como pretender que lo «latino» haga referencia a meras influencias latinas, y no a versos escritos en latín. No fue, por lo demás, Terrazas el único en atreverse a cultivar la lengua de Petrarca en la América de la segunda mitad del xvi, pues tenemos los dos sonetos —«Chi per veder la cima dʼElicona» y «Chi sepe calpestrare gli tesori»— compuestos en el Perú por Diego Dávalos y Figueroa (1602: 50r, 153v) —v. Bellini (1982: 12) y Colombí-Monguió (1985: 128)—, así como los lemas y versos italianos compuestos en México para la fiesta de las reliquias de 1578 (Mariscal Hay 2000: 54, 60, 102-103); no es, pues, de extrañar que Eugenio de Salazar haya dicho refiriéndose a la Nueva España por aquella misma época que «también la Toscana envía las lindezas / de su lenguaje dulce a aqueste puesto» (Tenorio 2010: I 236). De la habilidad de Terrazas para las lenguas da, por lo demás, prueba el hecho de que en 1573 la Inquisición mandó recogerle un salterio en catalán y unos Moralia de Plutarco en latín: «Francisco de Terrazas tiene a [Juan] Fero sobre el Eclesiastés, Psalterio en vulgar catalano, prohibido por catálogo, Suma de corónicas de todo el mundo —si es de Juan Carrión, es prohibida por catálogo en cualquier lengua—, Morales de Plutarco en latín» (Fernández del Castillo 1982: 472). 28 Henríquez Ureña (1918: 4) fue el primero en plantear la cuestión de la posible prelación de Terrazas respecto de sus coetáneos dominicanos doña Elvira de Mendoza, sor Leonor de Ovando y Francisco Tostado de la Peña; puesto que los poemas de Ovando y de Tostado recogidos por Eugenio de Salazar en su Silva de poesía, donde Mendoza tan solo es mencionada (Real Academia de la Historia, Ms. 9/5477, 205v-209v, 211v) —v. Aguilar Salas (1997: 21 n. 4 y 22 nn. 5, 6)—, son, como ya se podía advertir por la información suministrada por Henríquez Ureña (1936: 119-121), posteriores a la llegada de Salazar a Santo Domingo en 1573, debe hacerse constar el hecho —notado por Castro Leal (1941: X) y por Tenorio (2010: I 181)— de que las quintillas dobles de Terrazas acerca de la ley de Moisés, redactadas antes de finales de 1563 (Frenk 1989: 460), son anteriores en al menos diez años. De la recentísima edición crítica de la lírica de Terrazas —los diez sonetos y la epístola— preparada por Fernández (2021) tuvimos noticia cuando el presente libro se encontraba ya en prensa.
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sus coterráneos una halagüeña expectación cuyos efectos se hicieron sentir pronto tras la muerte del poeta. Aquella «crónica de este Nuevo Mundo» que, en palabras de Diego Muñoz Camargo (13 r; Acuña 2000: 49), escribía Terrazas «en grado más supremo» iba, en efecto, a ser considerada como su mérito más conspicuo en los elogios fúnebres que, según Baltasar Dorantes de Carranza, le tributaron Alonso Pérez y José de Arrázola29. No es, pues, de extrañar que, al poco tiempo de haber fallecido nuestro autor dejando su Nuevo Mundo a medio escribir, se pensara en darle a este continuación, como lo prueban dos líneas, no transcritas por Baudot (1988: 1086), de la ya citada carta dirigida por la Audiencia de México a Felipe II el 16 de diciembre de 1580 (AGI, México, 70, R.3, N.37, [1v]): «E la obra es cosa que parescerá bien cuando se haya acabado. Vuestra Majestad mandará en él todo lo que sea servido». No habían pasado cinco años de esto cuando Alonso de Zorita, que había regresado a la península tras haber desempeñado el cargo de oidor de la Real Audiencia de México entre 1556 y 1566, se enteró del nombre del continuador por noticias que le dio en Granada don Juan Cano, nieto del conquistador homónimo y bisnieto de Moctezuma, según él mismo cuenta en un paso de su Relación de la Nueva España (Ruiz Medrano y Leyva 2011: I 112) sobre el que llamó la atención Salvador Toscano (1947: 46-47)30: Juan Cano, natural de Cáceres, que fue casado con una hija de Moctenzuma, escribió una relación de aquella tierra y de su conquista, y se halló en ella, y así por esto como por respeto de su mujer le encomendó Hernando Cortés muy buenos repartimientos de pueblos de indios. Y don Juan Cano, su nieto, que vino a Granada a negocios de Gonzalo Cano, su padre, me ha dicho cómo Francisco de Terrazas, vecino de México, hijo de uno de los conquistadores de aquellas tierras, donde tiene un muy buen repartimiento, comenzó a escribir en metro de octava rima la conquista de la Nueva España. Era hombre suficiente para ello La «brava hazaña» a que se refiere Arrázola no puede, en efecto, ser otra que las que Alonso Pérez llama «maravillas» de Cortés escritas por Terrazas; los textos de estos elogios se han citado en el apartado I. 30 El «catálogo de los escritores que han escrito historias de Indias o tratado algo de ellas», en el que figura la referencia a Terrazas, tiene que haber sido redactado antes del 20 de octubre de 1585, día en que fecha Zorita la dedicatoria de su Relación a don Hernando de Vega, presidente del Consejo de Indias. Acerca de la relación perdida de Juan Cano de Saavedra el conquistador, que casó con doña Isabel Moctezuma, v. Martínez Baracs (2018). 29
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y de buen juicio y que tenía muy buena habilidad para todo género de versos castellanos; y, porque murió antes de la acabar, la prosigue Juan González, clérigo capellán de la iglesia mayor de México, y que tiene habilidad y suficiencia para ello y que escribe y lleva el mismo estilo que Terrazas. En modo alguno podría creerse que el aquí aludido como simple capellán sea el Juan González, canónigo de la catedral de México, que ocupaba el rectorado de la universidad cuando Zorita obtuvo el grado de doctor en noviembre de 1556, y que, tras haberse retirado a la ermita de la Visitación en 1564, murió con fama de santidad en 1590, sin haber dado pruebas de afición a las letras profanas31. Pero tampoco parece que pueda afirmarse con toda seguridad, como hizo Ernesto de la Torre Villar (1987: XXXII), sin revelar las razones en que sustentaba su convencimiento, que se trate en realidad de Fernán González de Eslava, el poeta amigo de Terrazas encarcelado junto con él en 1574 por causa de las desavenencias entre el arzobispo Moya y el virrey Enríquez; pues, aun cuando pudiera disculparse la equivocación del nombre en alguien que, como Zorita, había dejado la capital de la Nueva España cuando Eslava empezaba apenas a cobrar celebridad, no está —hasta donde sabemos— acreditado que el autor de los Coloquios espirituales haya ejercido su ministerio como capellán de la iglesia mayor32. ¿Habrá que pensar acaso en el Juan González, clérigo natural de México, mencionado por Moya en la relación del clero de su diócesis que remitió a Felipe II el 24 de marzo de 157533? La conjetura es más bien débil, por cuanto obligaría a dar por supuesto que este personaje prácticamente desconocido pasó en algún momento de la cura de indios que tenía entonces en el pueblo de Atitalaquia a una capellanía en la catedral, y que para que emprendiera la continuación de Nuevo Mundo y conquista
V. OʼGorman (2016: 165-172). Acerca de la actividad de Eslava como capellán no hemos podido recabar más noticias que las que él mismo proporciona en su testamento (Maldonado Macías 1991: 182183, 187), donde afirma haber servido una capellanía de Diego Guzmán y doña Isabel de Barrios, una de Bernardino Vázquez de Tapia —fundada por los herederos de este sobre las casas que dejó construidas en la calle de Tacuba, según Maldonado Macías (1991: 187 n. 40)—, y otra del convento de San Jerónimo. 33 «Joan González, natural de México, de treinta años. Es virtuoso, aunque no muy hábil porque no sabe más que muy poca gramática. Es lengua mexicana y otomí. Ha tres años que es cura de indios; ha dado buena cuenta, y está al presente en Atitalaquia» (Zaragoza 1877: 215). Debemos esta noticia a la generosa erudición de Enrique González González. 31 32
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no fue impedimento insuperable la «poca gramática» que le achacaba el atrabiliario arzobispo. En cualquier caso, la continuación del poema de Terrazas de la que Zorita tuvo noticia en Granada no se llevó a cabo o no llegó a ver la luz pública, puesto que el 12 de febrero de 1596 el Consejo de Indias, en una consulta dirigida al rey acerca de la provisión del cargo de cronista mayor de las Indias, proponía como candidato a Lupercio Leonardo de Argensola —además de a Esteban de Garibay y a Antonio de Herrera— con el argumento de que, por ser este a la vez historiador y poeta, resultaría idóneo para llevar a término la obra inconclusa del novohispano (AGI, Indiferente, 743, N.209, [1r-1v])34: Lupercio Leonardo Argensola, hombre docto y leído en letras humanas, de buen estilo, disposición y lenguaje en escribir, y de quien por estas buenas partes se tiene esperanza que dará muy buena cuenta de la historia, ayudando también a ello haberse entendido que es buen poeta, que viene a ser a propósito para acabar la historia de la Nueva España que dejó escrita en estancias la mayor parte de ella Terrazas, uno de los primeros descubridores, que dicen es una de las mejores cosas que hay escritas en nuestra lengua, y tan corregida y llegada a la verdad y sin la licencia de que suelen usar los poetas que se puede estimar como de uno de los graves historiadores antiguos. No fue, sin embargo, elegido Argensola, sino Antonio de Herrera, con lo cual debió de frustrarse este segundo proyecto para continuar a Terrazas. Es, por lo demás, evidente que, en el momento en que lo plantearon, los miembros del Consejo de Indias ni disponían de información exacta acerca de la identidad del autor —a quien por la homonimia confunden con su padre, que sí fue «uno de los primeros descubridores»— ni conocían el texto sino por oídas. Fue, en cambio, buen conocedor del poema de Terrazas el criollo novohispano don Antonio de Saavedra Guzmán, «bisnieto del conde del Castellar, nacido en México», según reza en la portada de su poema épico El peregrino indiano, que se imprimió en Madrid, en casa de Pedro de Madrigal, en 1599. Hizo, en efecto, Saavedra en esta obra un uso de la de Terrazas que, por lo callado, da más en plagio que en continuación o imitación, como se verá en el apartado II.8. No parece, pues, desencaminado achacarle cierta 34 Este documento fue dado a conocer primero por Arocena (1963: 33 n. 48), según hizo notar Amor y Vázquez (1962: 415 n. 43), y después por Baudot (1988: 1088-1090).
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responsabilidad en el hecho de que Nuevo Mundo y conquista, a pesar del notable interés que había suscitado en ambas orillas del Atlántico entre 1580 y 1596, fuera todavía en 1604 «obra [...] no sacada en moldes ni aun a los ojos de nadie», si hemos de creer a Baltasar Dorantes (D 491r; Ágreda y Sánchez 1902: 240)35. Sin embargo, dado el estado fragmentario en que las citas intercaladas por este en su Sumaria relación nos han transmitido el texto de Terrazas, la epopeya de Saavedra nos procurará una no desdeñable ayuda a la hora de intentar reconstruir, siquiera sea de manera conjetural, el programa poético pergeñado por nuestro autor36.
1. Plan Por Dorantes sabemos que el título completo del poema de Terrazas, que en dos ocasiones abrevia como Nuevo Mundo (D 46r, 72v; Ágreda y Sánchez 1902: 13), era Nuevo Mundo y conquista37, y que la obra quedó inacabada (D 388r; Ágreda y Sánchez 1902: 179), al igual que iba a ocurrir con casi todos los proyectos similares iniciados durante la segunda mitad del quinientos38. Nuestro poeta debió de comenzar a escribir tras la p ublicación El manuscrito de la Sumaria relación es fechado en 1604 por el propio Dorantes: «en este año de 1604»; «cuando esto se escribe, que es en el año de 1604» (D 478r, 487v; Ágreda y Sánchez 1902: 234, 239). 36 La utilidad del Peregrino de Saavedra para reconstruir el Nuevo Mundo de Terrazas ha sido reconocida por Castro Leal (1941: XVII), Torre Villar (1987: XXXIII-XXXIV) y Cebollero (2009: 84). 37 Título quizás «no muy feliz» (Castro Leal 1941: XV), y de estructura bimembre poco habitual en la poesía épica del Siglo de Oro. En el catálogo de poemas épicos españoles (1550-1700) confeccionado por Pierce (1961: 327-366) no hay un solo título bimembre a la manera de Nuevo Mundo y conquista anterior a la Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana de Gabriel Lobo Laso de la Vega (Madrid, Pedro Madrigal, 1588) y después de este solamente uno, de Bernardo de la Vega (La bella Cotolda y cerco de París. Relación de las grandezas del Pirú, México y Puebla de los Ángeles, México, Melchor de Ocharte, 1601). En el título del de Terrazas habrá influido quizás el título con que se publicaron por primera vez conjuntamente las dos obras históricas de Francisco López de Gómara dedicadas al Nuevo Mundo (La historia de las Indias y conquista de México, Zaragoza, Agustín, Millán, 1552), en las que el novohispano se basó. Para este «Nuevo Mundo» es, por lo demás, una sinécdoque por «Nueva España» o «México»; v. n. a 1.2.1. 38 La única excepción la constituye El peregrino indiano de Saavedra Guzmán, ya que Gabriel Lobo Lasso de la Vega dio a la imprenta su Cortés valeroso (Madrid, Pedro Madrigal, 1588) y su Mexicana (Madrid, Luis Sánchez, 1594) sin haber llevado hasta el final en ninguna de las dos versiones el relato de la conquista, que en la primera se prolonga hasta la llegada de Pánfilo de Narváez a Veracruz y en la segunda hasta la batalla de Otumba. La publicación de las dos obras de Lasso no fue, por lo demás, conocida —o 35
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de la primera parte de la Araucana (Madrid, Pierres Cosin, 1569), puesto que modela sobre el proemio de esta el suyo propio (fr. 1)39, para proseguir la tarea hasta su muerte en 1580, puesto que resuenan en algunos versos ecos notables de la segunda parte de la epopeya de Ercilla (Madrid, Pierres Cosin, 1578)40. El plan narrativo abarcaría la conquista de México desde las expediciones previas de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva (frs. 3-4) hasta, seguramente, la toma de la ciudad por las tropas de Cortés y la prisión de Cuauhtémoc —con esta concluye el Peregrino indiano (20.97-103) de Antonio de Saavedra—, siguiendo, como se verá con detalle en el apartado II.2, la Historia de las Indias y la Conquista de México de Francisco López de Gómara. La ya citada carta de la Audiencia de México al rey de 16 de diciembre de 1580 dice que Terrazas falleció «habiendo hecho una buena parte» (AGI, México, 70, R.3, N.37, [1r]), que en la consulta del Consejo de Indias de 12 de febrero de 1596 se convierte en «la mayor parte» (AGI, Indiferente, 743, N.209, [1r]). Mas los fragmentos transmitidos por Dorantes llevan a pensar que el poeta no había llegado tan lejos. Dorantes recoge veintitrés fragmentos épicos de tema cortesiano que suman un total de ciento setenta y siete octavas. De estos, atribuye diez (frs. 2, 3, 6, 7, 11, 12, 14, 16, 17 y 19) a Terrazas, dos (frs. 13 y 15) a un «Marón» que no puede ser otro que este, uno a Salvador de Cuenca y otro a «Arrázola» —es decir, a José de Arrázola— después de haber tachado el nombre de Terrazas. El hecho de que en este último caso se haya preocupado Dorantes de hacer la corrección, unido a que, cuando introduce la octava de Salvador tenida en consideración— por Dorantes cuando dijo de Saavedra que había sido «el primero que ha sacado a luz lo que estaba tan sepultado, contentándose todos los autores que describen de esto con irse tan despacio que primero lo consume y acaba el tiempo todo que lleguen a darnos de sus ingenios más que una gran voluntad y buenos deseos, con que todo duerme y está cubierto» (D 430v; Ágreda y Sánchez 1902: 203). 39 La imitación de la primera parte de la Araucana es, por lo demás, un recurso tan habitual y tan perceptible en los fragmentos de Terrazas que debe creerse que el poema de Ercilla fue no solo uno de sus principales modelos, sino también el estímulo que lo movió a componer una especie de «Araucana» de México, a pesar de Amor y Vázquez (1962: 395 n. 3). V. nn. a 1.1.7, 4.1.3, 4.3.3-4, 9.1.7, 10.6.1-4, 10.8.7-8, 11.1.1-2, 14.4.1, 17.22.1-6, 20.10.8. 40 El hecho de que estos ecos se concentren, además de en el episodio de Huítzel y Quétzal (fr. 17), en el proemio (frs. 1-2) podría inducirnos incluso a posponer el comienzo de la redacción del Nuevo Mundo a la publicación de la segunda parte de la Araucana —a no ser que Terrazas haya compuesto, o retocado, el proemio tiempo después de haberse puesto a escribir—. V. nn. a 1.3.2, 1.4.6, 2.1.6, 10.8.7-8, 17.1.5-6, 17.20.7-8, 17.22.1-6.
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de Cuenca seguida de dos de Terrazas (fr. 6), se encarga de especificar claramente la autoría de la una y de las otras mediante notas al margen, lleva a pensar que para el autor de la Sumaria relación citar a Terrazas constituye una norma con respecto a la cual hay que señalar las excepciones, y que, en consecuencia, deben de haber salido de la pluma de nuestro poeta también todos o la mayoría de los nueve fragmentos anónimos, como creyeron García Icazbalceta (1884: 364) y Castro Leal (1941: XV). Hemos, pues, considerado que formaron parte de Nuevo Mundo y conquista ocho de estos (frs. 1, 4, 5, 8, 9, 10, 18 y 20), relegando —por razones métricas y de contenido— las octavas acerca de Andrés de Tapia (apéndice II), al igual que hemos hecho con las atribuidas a Arrázola (apéndice I) —a pesar de que no descartamos del todo que puedan ser de Terrazas— y con la de Salvador de Cuenca (apéndice III)41. Reconstruir el plan de la epopeya de Terrazas a partir de los veinte fragmentos —ciento sesenta y cuatro octavas— que consideramos de nuestro poeta entre los transmitidos por Dorantes no es tarea fácil, máxime porque este copia aquí y allá sin seguir ningún orden no solo pasajes narrativos (frs. 3-7, 10, 12, 14-18), sino también reflexiones diversas (frs. 8, 9, 11, 13, 19 y 20) cuya ubicación en el relato es más incierta que la de los primeros. Algunas de estas las trae a propósito de momentos de la historia de la conquista que es poco probable que Terrazas hubiera llegado a tratar, como ocurre con el fr. 11, cuya meditación acerca del poder de la palabra aplica a la persuasión empleada por Cortés con Cuauhtémoc después de que este hubiera sido hecho prisionero, o con el fr. 13, cuya meditación acerca del poder de las dádivas aplica a la manera en que sobornó el extremeño a los soldados de Pánfilo de Narváez. Y no tiene que ver directamente con la conquista, sino con sus secuelas, la larga queja anónima por la situación en que se encuentran los descendientes de los conquistadores (fr. 20), que, por haber sido imitada por Saavedra Guzmán en su Peregrino indiano (15.1-7), puede ser razonablemente atribuida a Terrazas, e incluso ubicada al comienzo de un canto42. Porque, como se verá con más detenimiento en el apartado II.3, son numerosos los fragmentos de contenido reflexivo (4.1-2, 8-9, 11, 14.1-3 y 19) en los que pueden percibirse la estructura retórica y algunos temas propios, cuando 41 Acerca de los argumentos concretos que sustentan la exclusión de las octavas sobre Andrés de Tapia y la atribución a Terrazas de cada uno de los fragmentos anónimos, así como la sospecha de que el atribuido a Arrázola podría ser de nuestro autor, v. las respectivas introducciones a las notas a cada pasaje. 42 Acerca de los argumentos concretos en que se basan la ubicación de este fragmento y las de los demás, v. las respectivas introducciones a las notas a cada pasaje
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Ilustración 2. Pasajes expresamente atribuidos por Dorantes a Salvador de Cuenca (apéndice III) y a Francisco de Terrazas (fr. 6) (D 46v). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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no imitaciones, de los proemios didácticos con los que Ercilla suele encabezar, a la manera de Ariosto, los cantos de la Araucana. Permítasenos, pues, que, aun reconociendo el carácter especulativo de nuestro intento, tomemos estas concomitancias como base para aventurar una reconstrucción de Nuevo Mundo y conquista que vaya más allá de la ordenación cronológica de los fragmentos que, según la pauta proporcionada por las historias de López de Gómara, propuso en su día García Icazbalceta (1884: 364-407) y aceptó a su vez con pocas variaciones Castro Leal (1941: XV-XVII). El último acontecimiento de la conquista mencionado en cuanto del Nuevo Mundo de Terrazas nos ha hecho llegar la Sumaria relación de Dorantes es la destrucción de las naves españolas por industria de Cortés en la costa de Veracruz (fr. 18). Y no parece que nuestro poeta hubiera avanzado mucho más, puesto que, como notó ya José Amor y Vázquez (1962: 402), sería ciertamente extraño que, de haber sido más largo el texto del que dispuso Dorantes, este hubiera citado fragmentos de Terrazas en los que se mencionan muchos de los principales sucesos acaecidos entre las expediciones de Hernández de Córdoba y de Grijalva y el hundimiento de las naves de Cortés y ninguno, en cambio, posterior a este. Cuesta, además, creer que, si Terrazas hubiera llegado a narrar la prisión de Moctezuma, Dorantes se hubiera privado de reproducir el pasaje correspondiente al alistar esta hazaña entre las cuatro mayores de Cortés, como hace en el caso de la de las naves (D 47v-50r; Ágreda y Sánchez 1902: 14-16). Si suponemos, pues, que nuestro poeta fue desarrollando el plan de su poema de manera más o menos lineal —y no «prout liberet quidque et nihil in ordinem arripiens», como habría hecho Virgilio según Donato (Vita Vergili, 23; Brugnoli y Stock 1997: 28-29)—, no parece descabellado conjeturar que bien pudo llegar a escribir unos cinco o seis cantos, a lo largo de los cuales relató la conquista de México desde las incursiones previas de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva, hasta el hundimiento de las naves por orden de Cortés. La distribución de los episodios pudo haber sido aproximadamente la que sigue: Canto 1 (frs. 1-3): –Proemio (frs. 1-2). –Expedición de Francisco Hernández de Córdoba (fr. 3). Canto 2 (frs. 4-7): –Proemio (fr. 4.1-2). –Regreso de Córdoba a Cuba y expedición de Juan de Grijalva (fr. 4.310).
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–Recelos de Diego Velázquez (fr. 5). –Preparativos de la expedición de Cortés (fr. 6). –Catálogo de capitanes (fr. 7). Canto 3 (frs. 8-10): –Proemio (frs. 8-9). –Travesía de Cuba a Cozumel y tormenta (fr. 10). –Llegada a Cozumel. Canto 4 (frs. 11-13) –Proemio (fr. 11). –Prédica de Cortés a los habitantes de Cozumel (fr. 12). –Reflexión acerca del poder de las dádivas (fr. 13). Canto 5 (frs. 14-16) –Encuentro con Jerónimo Aguilar y narración retrospectiva de este (fr. 14). –Comparación de Cortés con Moisés (fr. 15). –Pesca del tiburón (fr. 16). Canto 6 (frs. 17-18) –Batallas de Tabasco. –Narración retrospectiva de Huítzel (fr. 17). –Llegada a San Juan de Ulúa y fundación de la Villa Rica de la Veracruz. –Recibimiento en Cempoala. –Motín de los partidarios de Diego Velázquez contra Cortés. –Destrucción de las naves (fr. 18). No hay, pues, que precipitarse a achacar la ausencia de escenas de batalla a una presunta ineptitud del Terrazas lírico para la épica, como han pretendido Menéndez y Pelayo (1911: 40) y Castro Leal (1941: XVIII). Es probable que el poeta no haya llegado a narrar más combates que los que se trabaron en Tabasco al inicio de la conquista, y que estos pasajes narrativos hayan sido obviados por un Dorantes que, como ya se ha hecho notar, muestra cierta inclinación hacia los pasajes reflexivos43. De estos hemos dejado para el final, como hizo ya García Icazbalceta (1884: 399-407), dos 43 Acerca de la medida en que nuestra percepción del poema de Terrazas resulta limitada por los personales criterios de selección de Dorantes, v. Peña (2000: 50-51) y Dolle (2007: 777-778).
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—los fragmentos 19 y 20— cuyas respectivas meditaciones acerca de la astucia en el juego y los padecimientos de los descendientes de los conquistadores constituyen apostillas no fácilmente ubicables en el curso del relato que, como a continuación se verá, diseñó Francisco de Terrazas basándose en Francisco López de Gómara.
2. Fuentes El poema de Francisco Terrazas que aquí nos ocupa era una «crónica de este Nuevo Mundo», según Diego Muñoz Camargo (13r; Acuña 2000: 49), y como «historia de las Indias» que nuestro poeta «comenzó a hacer en verso» lo consideraba la Audiencia de México en su carta a Felipe II de 16 de diciembre de 1580 (AGI, México, 70, R.3, N.37, [1r]). En su consulta al rey, el 12 de febrero de 1596, atribuía el Consejo de Indias a Terrazas una «historia de la Nueva España que dejó escrita en estancias [...] tan corregida y llegada a la verdad y sin la licencia de que suelen usar los poetas que se puede estimar como de uno de los graves historiadores antiguos» (AGI, Indiferente, 743, N.209, [1r-1v]). El gran mérito de Nuevo Mundo y conquista residía, pues, en que más que poesía con licencia para introducir ficciones, era crónica en verso o «historia verdadera», como había dicho Ercilla de su Araucana (Lerner 1998: 69) al inaugurar la serie de vindicaciones de veracidad inscrita en los prólogos de las epopeyas de Indias.44 Ni siquiera Baltasar Dorantes parece haberse sustraído a esta idea, puesto que, aun reconociéndole a Terrazas el encumbrado mérito como poeta que supone equipararlo a Virgilio llamándole «nuestro Marón» al introducir los fragmentos 13 y 15 (D 49v, 76v; Ágreda y Sánchez 1902: 15, 35), lleva al extremo su tendencia a citarlo como fuente historiográfica cuando confiere plena credibilidad histórica a los amores de Huítzel y Quétzal (fr. 17), al La pretensión de historicidad tiene uno de sus más obstinados exponentes en Saavedra Guzmán, que insiste en ella tanto en el prólogo (Rodilla León 2008: 63) como en el texto de su Peregrino indiano (1.50-51, 9.127-128, 10.28, 11.68), mientras que el problema de la proporción que debe guardar la verdad con la poesía en la épica histórica, planteado ya por Jerónimo Sempere en el argumento de su Carolea (Valencia, Juan de Arcos, 1560), es objeto de las reflexiones preliminares de Gabriel Lobo Lasso de la Vega en su Cortés valeroso (Pullés-Linares 2005: 131-132); v. Río Torres-Murciano (2018: 427-428) y Río Torres-Murciano (2019: 85). Las observaciones de Vega (2010) y de Kohut (2014: 37-39) acerca de la teoría de la épica histórica implícita en los prólogos de las epopeyas han resultado preciosas para comprender mejor la «historicidad» y el «verismo» respectivamente atribuidos a la épica hispánica por Menéndez y Pelayo (1884: 361 n. 1) y por Menéndez Pidal (1949: 124-129). 44
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igual que hace con los de Juan Cansino y la india Culhúa relatados en el Peregrino indiano (18.1-77) de Saavedra Guzmán (D 501r-503r, 428r-432v; Ágreda y Sánchez 1902: 248-249, 202-204). El problema estriba en que, a diferencia de Ercilla, cuyo libro «porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios» (Lerner 1998: 69), Terrazas no podía basar la narración en su propia experiencia, puesto que quien había participado en los hechos que se proponía narrar no había sido él mismo, sino su padre —con el que el Consejo de Indias lo confunde al atribuir el poema—. Optó, pues, por recurrir al expediente empleado ya por don Luis Zapata en su Carlo famoso (Valencia, Juan Mey, 1566), que no era otro que tomar como fuente a Francisco López de Gómara45. Así, los fragmentos narrativos siguen no solo la Conquista de México, de la que se toma la acción principal del Nuevo Mundo, sino también la Historia de las Indias impresa junto con ella desde la edición príncipe (Zaragoza, Agustín Millán, 1552), de la que se toma lo relativo a las dos expediciones que precedieron a la de Cortés (frs. 3 y 4.46)46. Pueden, sí, espigarse en el Nuevo Mundo datos e interpretaciones que aparecen en obras novohispanas entonces inéditas pero escritas en la época de Terrazas, como son la Crónica de la Nueva España en la que trabajaba hacia 1567 Francisco Cervantes de Salazar47 y la Historia eclesiástica indiana iniciada hacia 1573 por fray Jerónimo de Mendieta48. Y no faltan Los pasajes dedicados por Zapata al descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón y a la conquista de México por Cortés en tres de los cincuenta cantos de su Carlo famoso (11.15-62; 12.1-110; 13.1-44) fueron publicados separadamente por Medina (1916), a cuya selección sumó Reynolds (1984) otras ciento una octavas en las que se narra lo sucedido desde la salida de Veracruz hasta la toma de Tenochtitlan (14.38-129) y la recompensa dada a Cortés por el emperador (15.1-10). En las notas de Medina y en las añadidas a las de este por Reynolds, así como en Terrón Albarrán (1981: XXVIII-XXXIV, XXXVIII), se hace patente la dependencia que muestra el texto de Zapata con respecto a la Conquista de Gómara, señalada asimismo por Morínigo (1946: 48) y por Amor y Vázquez (1958: 372). 46 V. Amor y Vázquez (1962: 402), Marrero-Fente (2007: 163-165) y Marrero-Fente (2017:153). 47 V. nn. a 3.5.1, 6.1.2, 6.1.6, 17.15.8, 17.23.4. En otras ocasiones se aparta, sin embargo, Terrazas notablemente de Salazar para permanecer fiel a Gómara; v. nn. a 12.1.3-4, 16.12.6. Aun cuando no haya pruebas de que Terrazas y Salazar se hayan tratado, como ha señalado Peña (2000: 50 n. 4), no es imposible que el primero haya accedido total o parcialmente al manuscrito de la crónica del segundo. Acerca de la posible influencia en Terrazas del Túmulo imperial dado a las prensas de Antonio de Espinosa por el mismo Salazar (México, 1560), v. n. a 1.2.1. 48 A propósito de la designación divina de Cortés como instrumento para promover la conversión de los indios; v. nn. a 14.2.1-2, 14.2.5-7, 15.1.1. 45
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aquí y allá recuerdos de ideas y ejemplos presentes en obras tan señeras del xvi español como son el Reloj de príncipes de fray Antonio de Guevara49, la Silva de varia lección de Pedro Mejía50, la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo51 y la Historia pontifical y católica de Gonzalo de Illescas52, así como reminiscencias de autores antiguos —Suetonio, Plutarco, Julio Capitolino, Macrobio, Cicerón, Filóstrato, Heliodoro de Émesa y Valerio Máximo53— y de leyendas hagiográficas54. Pero la fuente historiográfica principal es Gómara, como lo había sido antes para Zapata y lo será después para Gabriel Lobo Lasso de la Vega y para Antonio de Saavedra Guzmán55. Y la cercanía del texto de nuestro autor al del cronista soriano es por momentos tanta que, aun cuando se perciban discrepancias en algunos detalles56, el lector de Terrazas no puede rehuir a veces la impresión de que está releyendo a Gómara en versos endecasílabos57. Mas ¿quiere esto decir que tanto los oficiales de la Audiencia de México como los del Consejo de Indias estaban en lo cierto cuando adscribían la obra de Terrazas antes a la historia que a la poesía? ¿Es Nuevo Mundo y conquista poco más que una «crónica rimada»? Solo quien desconozca la complejidad del juego mediante el que nuestro autor conjuga su fuente historiográfica con sus modelos poéticos dará hoy por bueno este inexacto marbete, aun cuando, en la estela de los reproches románticos hechos a Ercilla por Bouterwek (1804: 410) y por Schlegel (1815: II 95), extendidos V. nn. a 11.2-3, 11.4.7-8, 17.22.1-6, 20.9, 20.15.5-6. V. nn. a 4.2.7-8, 4.10.7, 8.1.1.-2, 8.2.1, 17.4.8, 17.20.7-8. 51 V. nn. a 4.3.5-8, 8.2.1, 14.17.4, 20.13.1-2. 52 V. n. a 19.1.1-4. 53 V. nn. a 4.2.1-2, 4.2.3-4, 4.2.7-8, 5.4.8, 11.1.1-2, 11.3.5-8, 11.4.3, 17.4.1-6, 17.13.1-8, 20.4.8. 54 V. nn. 1.4.7, I.8.5-6. 55 No ha dejado de ser notado que Lobo Lasso sigue a Gómara tanto en su Cortés valeroso, donde lo menciona incluso de manera explícita (1.29.3) (Pullés-Linares 2005: 38-39), como en su Mexicana (Amor y Vázquez 1970: XX), ni que Saavedra Guzmán depende igualmente del cronista soriano (Amor y Vázquez 1966: 30). 56 V. nn. a 6.1.2, 6.1.5, 6.1.6, 12.10-16, 12.17.5-6, 14.5.6, 14.13.8, 14.16.2, 14.24-29, 14.25.5-8, 16.12.6, 16.12.7. 57 V. nn. a 3.4.1-3, 3.5.5-8, 3.6.2, 3.6.5-6, 3.6.7-8, 4.4.6, 4.4.7, 4.5.2, 4.5.7, 4.6.3-4, 4.7.1-2, 4.7-3-4, 4.7.5, 4.7.6, 4.7.7-8, 4.8.3-4, 4.9.3, 4.10.5-6, 6.1.1, 6.1.4, 6.1.5, 6.1.7, 6.2.3, 10.1.1-5, 10.4.1-2, 10.4.3, 10.5.1-8, 12.1.3-4, 12.3.4, 12.8.1, 12.16.1, 14.4.1, 14.4.2, 14.4.7, 14.5.1, 14.5.8, 14.6.2, 14.6.3-4, 14.6.5-8, 14.7.1, 14.7.7-8, 14.8.1, 14.8.3, 14.8.7.8, 14.11.5, 14.11.7-8, 14.12.7-8, 14.13.1, 14.14.1-4, 14.14.5-8, 14.20.5-8, 14.22.7, 14.23.8, 14.30.5-8, 14.32.3, 14.32.7-8, 14.33.1-7, 14.34.1-6, 14.35.1-5, 16.1-4, 16.6.1-2, 16.9.5-6, 16.10.7, 16.11.5-6, 16.11.7-8, 16.12.1-2, 16.12.3-4, 17.24.3-5, 18.1.7. 49 50
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después por Ticknor (1849: II 469) a la totalidad de la épica hispana, lo haya aplicado Menéndez y Pelayo (1911: 42) a la epopeya de Terrazas.
3. Modelos El modo narrativo empleado en Nuevo Mundo y conquista permanece apegado a la historia en lo fundamental. Es, pues, Terrazas un poeta ercillesco, en la medida en que, a la manera de Lucano, se ocupa de hechos históricos recientes y rechaza la posibilidad de desarrollar la narración en dos niveles superpuestos habitados respectivamente por personajes humanos y sobrehumanos, como es preceptivo en la épica a la manera de Virgilio, para ceñirse al primero de estos58. Tan solo en la invocación con la que Francisco de Morla achaca a Neptuno haber causado la tormenta que se ha abatido sobre la flota de Cortés (fr. 10.3) podría atisbarse un indicio de la injerencia de personajes sobrenaturales, pero nada permite asegurar que esta haya sido efectiva y no presupuesta por el propio Morla59. Escasean, sin embargo, en el texto de los fragmentos conservados las reminiscencias, probablemente indirectas, de la Farsalia60, mientras que, como bien ha hecho ver Sandra Romano Martín (2017), abundan las de la Eneida, que Terrazas conoció en el original latino61. Y no se agota el virgilianismo de este que No se pierda sin embargo de vista que, en la estela de la distinción trazada por Lara Vilà en los trabajos que incluimos en la bibliografía, consideramos que el lucaneísmo de Ercilla es fundamentalmente narrativo —por cuanto combina el rechazo de la narración en doble plano con la adopción de la linealidad propia de la historiografía—, pero no político —puesto que, a pesar de Quint (1993: 157-185) y de sus seguidores, no hay nada en el texto que permita atribuir a don Alonso una ideología anti-imperial análoga a la del épico neroniano—; v. Río Torres-Murciano (2018: 429-431) y Río Torres-Murciano (2020b: 70-76). 59 Aun cuando en la Mexicana de Lobo Lasso (1.12-2.38) la tormenta es producto de una maquinación infernal protagonizada por Plutón y por Neptuno y finalmente vencida por Dios y por San Miguel, esta se reduce a la intervención inicial de Lucifer en el Peregrino indiano de Saavedra Guzmán (1.75-109); v. Río Torres-Murciano (2019: 77-89). 60 V. nn. a 6.2.2, 10.3.1, 10.8.7-8. 61 El error en que incurrió a este respecto Rey (1948: 174), cuando afirmó que las frases virgilianas presentes en la versión que da Terrazas del episodio de Aguilar eran «de segunda mano, traídas de la Araucana», ha sido corregido por Romano Martín (2017: 641-642) al aseverar a propósito de nuestro poeta que «no cabe duda de que conocía la Eneida de primera mano». Es cierto que en la segunda mitad del xvi circuló mucho la traducción de Gregorio Hernández de Velasco, empleada por Gabriel Lobo Lasso de la Vega (Río TorresMurciano 2018: 434 n. 38, 449 nn. 83-84); pero nótese, por ejemplo, que, de las tres versiones que del quamquam animus meminisse horret luctuque refugit de Virgilio (Aen. 2.12) dio el toledano —«aunque rehúya y tema la memoria» (1555: 10v), «aunque rehúse y tema 58
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Baltasar Dorantes llamó «Marón» novohispano en evocaciones dispersas del supremo modelo clásico62, sino que determina en medida no desdeñable la estructura del relato. Si ya el banquete ofrecido por el calachuní de Cozumel a Cortés y el posterior discurso pronunciado por este durante la sobremesa parecen modelados sobre la recepción dada a Eneas por la reina Dido a su llegada a Cartago (Aen. 1.695 y ss.)63, los posteriores recuentos de desgracias que hacen Jerónimo de Aguilar (fr. 14) y el indio Huítzel (fr. 17) constituyen sendos ejemplos de imitación sostenida de la Eneida. El de Aguilar procede, sí, de Gómara, pero Terrazas, aun sin dejar de seguir muy de cerca el hilo narrativo recabado de la crónica, lo entrelaza con los de los relatos que de sus respectivas desventuras hacen Eneas a Dido y Aqueménides a Eneas64. El de Huítzel constituye, en cambio, un episodio de amores desdichados entre indios similar a los introducidos por Ercilla en la Araucana, y más concretamente al de Glaura (Ar. 28.6-44), si bien basado en pasajes de Pedro Mejía (Silva de varia lección, parte 2, cap. 15; Lerner 2003: 369) y Heliodoro de Émesa (Etiópicas, 1.30.1-3, 2.22.4)65. A la huida nocturna de la pareja indígena asaltada por los españoles de Francisco Hernández de Córdoba en el pueblo de Naucol subyace, sin embargo, la de Eneas y Creúsa durante el saco de Troya66, y a la separación de Huítzel de su amada Quétzal la ruptura entre Eneas y Dido67. Es, además, prueba clara de preferencia por Virgilio en detrimento de Ercilla el hecho de que, en el caso de los infortunios de los indios, el narrador secundario sea Huítzel, un la memoria» (1574: 10v) y «aunque rehúse el llanto la memoria» (1577: 25r)—, ninguna traduce literalmente el animus del original latino, mientras que nuestro poeta sí lo hace («que aun su memoria el alma me atormenta», 14.12.6). Téngase, por lo demás, en cuenta que de Terrazas dijo Dorantes que «fue un excelentísimo poeta toscano, latino y castellano» (D 388r; Ágreda y Sánchez 1902: 178-179), y que desde 1528 enseñaba gramática —es decir, letras latinas— en la Ciudad de México el bachiller Blas de Bustamante, que pudo tener entre sus alumnos a un exponente tan señalado de la primera generación de criollos como Juan Suárez de Peralta (González González 2009: 554-555). 62 V nn. a 4.8.7-8, 10.3.1, 10.6.1-4, 16.3.3-8, 16.4.2. 63 V. nn. a 12.1.1, 12.9.1-2. Nótese que Saavedra Guzmán, que en su Peregrino indiano (2.50-61) imitó profusamente el discurso atribuido a Cortés por Terrazas, antepuso un suntuoso banquete (2.44-49) en el que otorgó el papel de anfitrión menos al calachuní que a la esposa de este, como si la fidelidad al modelo virgiliano requiriera la hospitalidad de una reina. 64 V. nn. a 14.12.6, 14.13.8, 14.16.7-8, 14.17.4, 14.17.7-8, 14.18.3-4 14.20.1, 14.28.8, 14.29.3-4, 14.31.7-8, 14.32.6. 65 V. nn. a 17.1.5-6, 17.3.5-8, 17.4.1-6, 17.13.1-8, 17.20.7-8. 66 V. nn. a 17.2.4, 17.3.5-8, 17.4.1-6. 67 V. nn. a 17.8.1-4, 17.17.6, 17.19.2, 17.19.7-8.
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aguerrido varón que cuenta su historia al rey de Tabasco como Eneas había contado la suya a la reina de Cartago (Aen. 2.1 y ss.), y no una afligida mujer interpelada por un soldado español con el que se ha encontrado por casualidad. Así, los relatos retrospectivos puestos por Terrazas en boca de algunos de sus personajes exceden las convenciones del entrelazamiento de episodios romancescos, ejecutado a la manera de Ariosto por Ercilla68, para derivar en analepsis épicas que, por su semejanza con las insertadas en la Eneida a imitación de las de la Odisea homérica, se apartan de la linealidad narrativa de índole historiográfica observada por Lucano. La filiación ercillesca del poema de Terrazas salta, con todo, a la vista desde el primer verso, cuya proposición negativa («no de Cortés los milagrosos hechos / no las victorias inauditas canto», 1.1-2) es evidentemente deudora del inicio de la Araucana («no las damas, amor, no gentilezas / de caballeros canto enamorados», 1.1-2)69. La imitación de Ercilla es, al igual que la de Virgilio, en algunos casos puntual, pero muy literal70, y en otros estructural. A esta segunda modalidad pertenecen los que a todas luces parecen proemios didácticos que debieron de estar situados al comienzo de los cantos de Nuevo Mundo y conquista, como lo están al comienzo de la mayoría de los de la Araucana. De los seis pasajes que en nuestra opinión pertenecieron a proemios de este tipo (fr. 4.1-2, frs. 8-9, fr. 11, fr. 14.1-3 y fr. 19), tres resultan muy cercanos a algunos de los proemios de Ercilla por los temas de los que se ocupan, ya se trate de los vaivenes de la fortuna (4.1-2; Ar. 2.1-6), de la función desempeñada por la naturaleza como instrumento de la Providencia divina (11; Ar. 9.2-3) o de la simulación (19; Ar. 17.1-4). La manera misma que tiene Terrazas de conjugar la fortuna con la Providencia hasta terminar subordinándola a esta, bien perceptible en el paso del fragmento 4 a los fragmentos 8, 9 y 11 y perfectamente consolidada en el fragmento 14, repite la operación llevada a cabo por Ercilla para relegar la fortuna y el hado a meros nombres inexactos de la Providencia, según la idea de Juan de Mena corriente en la literatura y el pensamiento españoles del siglo xvi que Gonzalo Fernández de Oviedo había aplicado al caso de las suertes opuestas de Cortés y Diego Velázquez71. Tanto en Nuevo Mundo y conquista como en la Araucana el plan de Dios para la conversión de los habitantes del Nuevo Mundo sanciona en última instancia la legitimidad de la acción épica, sin V. nn. a 3.8.1, 14.4.1. V. nn. a 1.1.1, 1.4.8. 70 V. nn. a 1.1.7, 1.3.2, 1.4.6, 9.1.7, 10.8.7-8, 12.9.1-2, 14.28.8, 20.10.8. 71 V. nn. a 4.3.5-8, 8.2.1. 68 69
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que por ello dejen de criticarse la codicia y los excesos de los españoles que la llevan a cabo72. La denuncia de los abusos cometidos por estos contra los indios se circunscribe, sin embargo, en Terrazas a las intenciones y los resultados de la expedición de Francisco Hernández de Córdoba (frs. 3 y 17), sin que nada permita suponer que nuestro poeta haya levantado contra Cortés y los suyos una acusación que, como se verá en el apartado 7, habría comprometido la reivindicación de la perpetuidad de las encomiendas para los descendientes de los conquistadores de México. Las vicisitudes de Huítzel y Quétzal pueden remontarse en último término a las de la pareja formada por Isabella y Zerbino en el Orlando furioso (12.88-13.43) a través de las sufridas por Glaura y Cariolano en la Araucana (28.6-44)73. No se aprecian, sin embargo en Nuevo Mundo y conquista imitaciones directas de Ariosto, a pesar de la amplia circulación que tuvo la traducción de Jerónimo de Urrea (1549). La pesca de un tiburón por los españoles en las costa de Yucatán (fr. 16) la narra Terrazas en estilo llano, sin alejarse demasiado de la crónica de Gómara allí donde don Luis Zapata (Carlo famoso 12.50-67) la había reescrito para escenificar un esforzado combate singular de Cortés con un escualo muy semejante al monstruo marino con el que había luchado el Orlando ariostesco (Orlando furioso, 11.28 y ss.)74. Que nuestro autor haya modelado a su Jerónimo de Aguilar sobre el Aqueménides de Virgilio podría, sin embargo, ser indicio de que conoció la obra de Zapata (12.72-73)75. Hay, además, en Nuevo Mundo y conquista algún que otro pasaje bajo el que se diría que late la lectura de La segunda parte del Orlando, con el verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles de Nicolás Espinosa (Zaragoza, Pedro Bernuz, 1555)76, así como varios en los que parece
V. nn. a 3.3.5, 17.22.1-6. La filiación ariostesca del episodio ercillesco ha sido reiteradamente notada desde Ducamin (1900: 199 n. 1); v. Aubrun (1956: 265), Chevalier (1966: 152) y Schwartz Lerner (1972: 624). 74 V. Chevalier (1966: 142). De que la épica romancesca italiana no estaba entre los modelos directos de Nuevo Mundo y conquista se percató ya Bellini (1982: 7). 75 A propósito de esto debimos, sin embargo, ser algo más cautos en Río TorresMurciano (2016:92), puesto que no hay entre el Carlo famoso y Nuevo Mundo y conquista paralelismos textuales inequívocos, y es posible que los respectivos autores hayan recurrido a la Eneida de manera independiente; v., empero, n. a 1.3.6. 76 V. nn. a 1.4.8, 4.2.5, 4.9.6, 10.7.5. Acerca de la no escasa fortuna del poema de Espinosa, del que se hicieron cinco impresiones entre 1555 y 1579, v. Chevalier (1976: 135), Vilà (2001: 683, 685) y Leonard (2006: 298). 72 73
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resonar el discurso de la novela de caballerías piadosa o cristianizada a la manera de las Sergas de Esplandián77. Fue, por lo demás, un ingrediente literario fundamental para Terrazas, también en su poema épico, la lírica petrarquista que él mismo cultivó. De las variadas inflexiones de esta se sirvió como a continuación se verá para templar ocasionalmente el estilo elevado propio de la poesía heroica.
4. Estilo El fragmento 1 de Nuevo Mundo y conquista constituye un híbrido de proemio épico modelado sobre el de la Araucana y elogio lírico basado en el soneto 22 de Garcilaso de la Vega78. No hay en él una petición de inspiración a la musa, como en Virgilio (Aen. 1.8), ni una solicitud de protección al rey en cuanto dedicatario del poema, como en Ercilla (Ar. 1.3-4), sino un laudatorio apóstrofe al héroe (1.3-4) que, en su tópica modestia («no lo puede escribir humana pluma / que en la mente divina está la suma», 1.2.7-8), alcanza por un instante sublimidad análoga a la de una poesía a lo divino recogida entre las que se recopilaron en México en 1577 (FVP 8.47-48). Utiliza asimismo Terrazas en su exaltación proemial de Cortés ciertos momentos de elevación panegírica que se encuentran en las églogas garcilasianas (1.1.7, 1.4.8), al tiempo que repite el lenguaje figurado de estas («al bajo son de mi zampoña ruda», égloga 3.42) para afirmar la insuficiencia de la flauta pastoril («al bajo son de mis groseras cañas», 2.1.5). Por la ineptitud del humilde estilo lírico corre, en efecto, el poeta el riesgo de «manchar» (1.4.1) la grandeza de su héroe —a quien asigna el ambicioso mote «todo es poco lo posible» (1.4.4), reiteradamente glosado desde el Cancionero general—, de manera similar a como Horacio (Odas 1.6.11-12) se arriesgaba a deturpar por la pequeñez de su ingenio proclive a la lira las glorias guerreras de Augusto y de Agripa. Pero el impostado retraimiento del que se había valido el romano para rechazar la poesía épica en favor de la lírica no disuadirá al novohispano de su intento de alcanzar las cumbres de la primera.
77 Piénsese en la idea de que los caballeros militan al servicio de Dios (fr. 9 y cap. 133 del Esplandián; Sainz de la Maza 2003: 670), que se ocupará de premiarlos aun cuando quienes están obligados a hacerlo no lo hagan (frs. 7.1.7-8, 20.24.5-8 y cap. 30 del Esplandián; Sainz de la Maza 2003: 259), o en el modo en que, en determinadas circunstancias, los caballeros y reyes pueden perfectamente sermonear como verdaderos predicadores (fr. 12 y caps. 138-143 y 176 del Esplandián; Sainz de la Maza 2003: 681-689, 793-795). 78 V. nn. a 1.2.3, 1.3.1-8.
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El estilo medio propio de la crónica, que se conserva en las versificaciones de pasajes de Gómara, adquiere espesor en los fragmentos de contenido reflexivo mediante el juego retórico de la ejemplaridad propio —pero no exclusivo— de los proemios didácticos, que admite parangones traídos tanto de la historia sagrada (14.2, 15.1, 20.11.5-8) como de la profana antigua o moderna (4.2, 6.2.2, 10.7.5-6, 11.4.1-6, 19.1.1-4, 20.2-5), e incluso de la natural (11.2). Las honduras de la lírica amorosa se tocan solo en el fragmento 17, que narra las aventuras de Huítzel y Quétzal con sonoras imitaciones de Garcilaso (17.4.8, 17.19.7-8, 17.20.3) y algún que otro eco, directo o indirecto, de Petrarca (17.8.1-4, 17.19.7-8)79. Está, sin embargo este mismo pasaje saturado de tradición virgiliana, como se ha hecho ver en el apartado anterior, y en él eleva el poeta el estilo mediante un recurso tan genuinamente épico como es la intercalación de símiles que —salvo uno procedente de las Etiópicas de Heliodoro (17.13)— se remontan a los que el propio Mantuano utilizó (17.8.1-4, 17.8.5-6). Y no otra cosa sucede en el episodio de Jerónimo de Aguilar, si bien allí los símiles virgilianos (14.18.3-6, 14.20.12) se alternan con uno de inspiración bíblica (14.15.1-6) y otro —el de los carneros en el matadero (14.23.1-4)— que, a pesar de las resonancias escriturarias, se acerca por su bajo realismo al de los jugadores tramposos (19.2) y a las avillanadas comparaciones que se hayan en el relato de la caza del tiburón (16.3, 16.10). Desmerecen estas, sí, de la augusta seriedad de la Eneida, pero no por ello dejan de constituir preciosas muestras de la habilidad de nuestro autor para pintar con detalle escenas de la vida cotidiana, desplegada igualmente en tres de sus sonetos —«Royendo están dos cabras de un nudoso», «La mano que os dejó de una sangría» y «El que es de algún peligro escarmentado»— y extremada ahora hasta la comicidad que, al final del fragmento (16.3), provoca una especie de «suspensión de la gravedad épica» —por decirlo con la expresión empleada por Rodrigo Cacho Casal (2012: 77) para definir el efecto causado por la introducción de la batalla de los ratones y los gatos en el Carlo famoso (23.31-73) de Zapata—. En otras ocasiones, el estilo épico se ve modulado por inflexiones satíricas como las que permean la amarga queja por las penalidades que sufren los descendientes de los conquistadores (20.8.6, 20.13.1-2), análogas a las que se pueden encontrar en un par de sonetos anónimos reproducidos por Dorantes, en la Sátira hecha por Mateo Rosas de Oquendo a las cosas
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que pasan en el Pirú, en la crítica que Gutierre de Cetina hizo a la vida en Sevilla y en una epístola moral de Juan de la Cueva a Diego Girón80. En el extremo opuesto al que ocupa el rebajamiento satírico o cómico se sitúan aquellos pasajes en los que la elevación del estilo descansa no sobre ecos virgilianos, sino sobre referencias bíblicas. Se introducen estas ya por vía de comparación —Hernán Cortés y Jerónimo de Aguilar son respectivamente equiparados a Moisés y a Aarón (14.2.5-7, 15.1), y los descendientes de los conquistadores al profeta Jonás (20.11.5-8)—, ya mediante sutiles evocaciones textuales tanto del Nuevo Testamento (7.1.8, 12.1.5, 12.5.2) como del Antiguo (1.4.7, 11.4.7-8, 12.3.4, 14.15.1-6, 14.21.5-8), del cual prefiere Terrazas los Salmos y los Proverbios81. Y el resultado de esta cercanía a la Sagrada Escritura de un poeta que no se priva de dirigir, en los fragmentos 8 y 9, interpelaciones directas a Dios —absolutamente extrañas a la práctica habitual de un narrador épico al modo de Ercilla82— es una estilización del relato de la conquista a lo divino que, en comparación con las maneras desarrolladas por la épica cortesiana posterior —incluida la de un imitador tan cercano de Terrazas como Saavedra Guzmán— se revela como un rasgo muy peculiar de Nuevo Mundo y conquista83. 80 En el caso de Cetina no debe excluirse la posibilidad de que el español haya sido imitado por el novohispano, pues de la «analogía con la manera de Cetina» de que habló a propósito de Terrazas Menéndez y Pelayo (1911: 39) dan prueba en Nuevo Mundo y conquista numerosos pasajes de tono lírico (v. nn. a 1.1.7, 1.3.6, 2.1.5, 17.20.2, 20.9.8, 20.24.34, 20.24.5-8). Piénsese, además, que algunas de las poesías líricas de Terrazas figuran junto con varias de las de Cetina tanto en Flores de varia poesía como en el Cancionero sevillano de Toledo, y que de la cercanía de las epístolas de Terrazas a algunas de las del sevillano, notada por Tenorio (2010: I 187 n. 28), da muestra la caracterización de los advenedizos como sanguijuelas (20.8.6), que se encuentra en la versión de la epístola satírica cetiniana contra Sevilla recogida en la recopilación mexicana (FVP 297.70-72). Más escasas y vagas son las posibles concomitancias con Juan de la Cueva (v. nn. a 17.1.1, 17.20.7-8, 20.13.1-2) y con Fernán González de Eslava (v. nn. a 10.6.1-4, 20.8.5-6, 20.15.5-6, 20.24.3-4). 81 Por una lista de libros prohibidos que se debían requisar consta que nuestro autor poseía no solo una Biblia, sino también una versión de los Salmos al catalán: «Francisco de Terrazas, tiene Biblia; ver si está enmendada por este Santo Oficio y a Juan Fero sobre el Eclesiastés y Chiliadas de Erasmo y Flores epigramatum, Psalterio en vulgar catalano prohibido por catálogo, las Crónicas todas del mundo, y si es la de Juan Carrión es prohibida por catálogo en cualquier lengua que sea, y Morales de Plutarco, si son en latín, se traigan» (Fernández del Castillo 1982: 476). 82 V. nn. a 8.1.1, 14.4.1. 83 Las reiteradas alusiones bíblicas de Terrazas, en las que se fijó ya Amor y Vázquez (1962: 406-407), recuerdan los modos en que, mediante versiones y paráfrasis de pasajes concretos, se evoca la Escritura en las canciones dedicadas por Fernando de Herrera a la
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Las metáforas son poco frecuentes y a veces vulgares —el «corte de la tela» (14.14.6), el «manso vado» (19.3.5-6)— o manidas —los caminos de la fortuna (4.3.7-8, 4.5.3-4, 20.18.4) o de la Providencia divina (8.1-2)—, si bien otras merecen ser notadas por su bella expresividad —la «colación» de la predicación (12.1.5-6), el amanecer de la evangelización (20.14.36)—, o porque llevan el sello de Ercilla —el aquilatamiento de Cortés (9.1.6-7)—, de Garcilaso —las «ruinas de Cartago» (20.9.8)— o de Cetina —el desangramiento de la Nueva España por los mercaderes extranjeros (20.8.5-6)—. Llaman, además, la atención una metonimia —«hacéis al barro sacrificio» (12.2.8)— que sobresale entre las mitológicas de uso común —Apolo por el Sol (10.4.2), Calisto por la Osa Mayor (14.31.5)—, una delicada perífrasis de contenido amoroso —«blandos ejercicios» (17.1.1)— y una inspirada combinación de hipálage con oxímoron —«alhajas míseras» (17.9.6)—, así como la personificación de la Nueva España mediante los patéticos apóstrofes que el poeta le dirige (20.7-15). De esta manera, la confluencia de las fuentes historiográficas con los múltiples modelos poéticos manejados por un autor profundamente imbuido, además, de lecturas bíblicas ha generado en la poesía heroica de Terrazas un estilo rico, variado y oscilante, moldeado con apreciable maestría a fin de expresar un mensaje que —como se verá en el apartado II.7— es reescritura literaria de las reclamaciones y quejas largamente reiteradas en memoriales y relaciones de méritos.
5. Lengua La grafía empleada en el manuscrito de Dorantes es arbitraria en cuanto respecta a la distribución de «b» y «v» —«pobrísismos» (20.15.2) pero «proveza» (20.7.8), «brava» (10.1.4) pero «pribado» (2.1.7)—, a la notación de «h» inicial aspirada —«hecho» (10.7.8) pero «yziere» (7.1.5)— y a la alternancia entre «s» y «ss» —«escamosa» (17.13.3) pero «ponzoñossa» (17.13.5), «tardase» pero «llegasse» (14.3.7-8)—. Resulta, sin embargo, posible inferir del texto transmitido algunos aspectos fonéticos básicos de la lengua de Terrazas, que aspira habitualmente la «h» inicial procedente de «f» latina o de aspiración arábiga —con una sola excepción («hicistes», 20.20.3)—, mantiene la distinción entre los fonemas confundidos por victoria de Lepanto y a la derrota de Alcazarquivir, así como en los coloquios y canciones de Fernán González de Eslava. Las referencias al texto sagrado que se pueden espigar en el Tratado del descubrimiento de las Indias de Juan Suárez de Peralta son, en cambio, citas de autoridad.
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el seseo —«braços» rima con «pedaços» (10.1.7-8) y con «embaraços» (16.9.1-5), pero «escaso» con «paso» (17.3.1-5)— y admite fluctuaciones entre «agora» (3.5.4, 3.8.1, 5.3.4, 7.1.2, 9.1.1, 12.2.5, 12.13.7, 14.17.6, 14.33.6, 16.11.3, 16.13.6) y «ahora» (14.33.1) y entre «levantallo» (14.8.1) e «investigarlo» (8.2.7)84 —mientras que la vacilación entre «mesmo» (12.16.2, 17.16.5, 19.1.8) y «mismo» (5.4.8, 20.17.6) podría haberse introducido en el texto durante la labor de copia85—. A Terrazas se remontan sin duda las alternancias que en el plano morfológico se dan entre «trajera» (14.13.3) y «trujese» (4.9.1), «vi» (14.22.3) y «vide» (17.9.3, 17.12.5), «vio» (3.1.3, 10.4.5, 14.16.6, 17.7.7, 17.13.5) y «vido» (5.4.8, 10.2.1, 10.4.3, 10.5.4), puesto que comprometen en la mayoría de los casos la construcción de los versos. Y otro tanto puede decirse de la variación caprichosa entre los pronombres «lo» («hacello», 20.11.7) y «le» («alcanzalle», 1.3.7; «estorballe», 5.3.7) en función de complemento directo. La sintaxis es en general correcta, aunque la aqueja cierta laxitud cuando nuestro autor, llevado de su tendencia a rimar gerundios, se despreocupa de que los sujetos a los que se refieren estas formas verbales queden bien definidos (12.14.4, 14.22.3, 20.23.4). El léxico abunda en cultismos («inauditas», 1.1.2; «infinidad», 1.2.2; «contrariedades», 5.1.6; «melancólico», 5.2.2; «omnipotente», 11.1.2; «adoración», 12.14.4; «martiriza», 16.3.8; «volumen», 17.21.8; «permanentes», 20.9.3, 20.17.5), los más de ellos presentes ya en Ercilla («efecto», 2.1.7, 12.15.7, 17.15.5, 17.20.5; «conceptos», 8.2.2; «disposición», 12.7.3; «admiración», 4.1.4, 12.9.5; «saludable», 12.9.6; «instrumento», 14.2.1, 14.25.4, 14.27.1, 20.18.2; «solemne», 14.25.3), en Garcilaso («ingratitud», 20.1.6) o en ambos («fabricados», 12.12.1; «sujeto», 2.1.8, «fantasía», 5.4.7, 12.10.2; «doctrina», 12.14.5; «monstruo», 14.18.1, 16.2.1). En la Araucana se encuentran muchos de los términos con que se describen en Nuevo Mundo y conquista los afanes de la guerra («munición», 6.1.8; «bastimentos», 6.1.8; «cuadrillas», 10.3.4; «emboscada», 14.4.1; «escuadrón», 14.30.4) y del mar («nao», 3.7.5, 10.1.2, 10.5.6, 16.10.8, 18.1.7; «timón», 10.1.5, 10.5.4, 16.2.8; «jarcias», 10.1.8; «árboles», 10.1.8; «gobierno», 10.2.2; «ballena», 16.2.4; «entenas», 16.2.8; «mástiles», 16.2.8; «banda», 16.4.5; «tiburón», 16.6.2, 16.11.2), si bien en este segundo ámbito introduce nuestro poeta vocablos que, como «boya» (16.5.3), «volantín» (16.5.4) y «agalla» (16.7.5), dan muestra de una notable tendencia a la precisión en el 84 85
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detalle que lo lleva a veces a echar mano de tecnicismos y aun de palabras de jerga, como se percibe bien en sus incursiones en los campos semánticos del juego, ya sea el de pelota («botivoleo», 16.6.5; «bote», 16.6.6) o el de naipes («flores», 19.2.3; «alburea», 19.2.4; «encuentros», 19.2.5), y de la cetrería («punta», 10.6.3; «señuelo», 10.6.4). Al cuidado puesto en la representación de escenas de la vida cotidiana en los términos que a estas les son propios se debe asimismo la presencia de sustantivos que, como «bondejo» (16.10.1), «jiferos» (14.23.3), «cimarrón» (16.8.2) y «tenazadas» (16.13.8), desdicen de la elevación de estilo propia de la poesía épica, al igual que ocurre con los diminutivos («tantico», 16.4.1; «simplecico», 14.18.3; «barquillo pequeñuelo», 16.5.3), pero proporcionan riqueza de registros a la lengua de Terrazas —que Menéndez y Pelayo (1911: 40) juzgó «sana, pero no de mucho jugo»—. El ingrediente indígena del lenguaje de Nuevo Mundo y conquista lo constituyen, en fin, algunas voces traídas de las crónicas, como las taínas «canoa» (14.3.8) y «cacique» (14.16.2) —usada esta última por Ercilla—, la maya «calachuní» (12.1.7, 12.10.3), los topónimos «Guanajos» (3.4.2), «Acuzamil» (14.3.6), «Jamaíca» (14.14.5), «Xamanzana» (14.30.7), «Chetemal» (14.33.1) «Champotón» (17.24.5) y «México» (20.6.7) y los antropónimos «Aquincuz» (14.30.5, 14.32.2), «Taxmar» (14.32.3), «Nachamcán» (14.33.3) y «Mochocoboc» (17.24.3) —mientras que «Naucol» (3.8.3) y «Canetabo» (14.16.2, 14.22.2, 14.30.6) parecen ser invenciones de Terrazas—. El náhuatl ha dejado, por lo demás, su huella en los nombres que nuestro poeta ha asignado a los amantes ficticios «Quétzal» (17.2.3, 17.5.5, 17.7.8, 17.12.5, 17.16.1, 17.23.8) y «Huítzel» (17.16.8, 17.17.2) y en la expresión «casa de agua» (17.23.4), empleada por este último para referirse a la nave española dada al través por los indios, así como en el monstruoso xipate del cacique Canetabo (14.17.2).
6. Métrica Entre los mil trescientos doce versos —ciento sesenta y cuatro octavas— que se han conservado de Nuevo Mundo y conquista predominan ampliamente, como en la Araucana, los endecasílabos con acentos en sexta y décima sílabas (89,71%) sobre aquéllos con acentos en cuarta, octava y décima (9,98%). En el 0,31% restante entran dos endecasílabos con acentos en cuarta, séptima y décima (3.6.4 y 14.6.2) y dos versos hipermétricos (7.1.3, 16.8.8) que habría que achacar a errores de copia de Baltasar Dorantes o de algún copista intermedio, a no ser que, por haberle impedido la muerte a Francisco de Terrazas acabar su poema, hubiera quedado el
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original deturpado por descuidos que no tienen parangón en la obra lírica de nuestro autor, y que una última lima habría subsanado86. En pos del ejemplo de Ercilla, las rimas se ordenan según el esquema regular de la «ottava rima» italiana (abababcc) en todos los fragmentos salvo en el dedicado a la hazaña de los doce juramentados a las órdenes de Andrés de Tapia, que hemos relegado al apéndice II porque la variación que presentan sus octavas (abbabacc) con respecto a las empleadas en el resto de Nuevo Mundo y conquista constituiría una rareza en el panorama de la épica española del xvi87. No hay, por lo demás, nada especialmente reseñable en el tratamiento de los fenómenos métricos habituales, si no es alguna sinéresis abrupta, pero no desusada («guía», 14.29.2) o alguna diéresis llamativa («Jamaíca», 14.14.5), más un hiato que, aunque parece haber chocado a García Icazbalceta entre los demás que, de manera poco extravagante, se encuentran a lo largo del texto, cuenta con el aval de Garcilaso («entregado, heme» 17.20.3). Los hipérbatos son por lo general moderados y los encabalgamientos suaves —con excepciones como las que se encuentran en 12.8.7-8, 14.22.3 y 20.21.1-2—, si bien lucen con todo su esplendor en la apertura del primer fragmento («no de Cortés los milagrosos hechos, / no las victorias inauditas canto / de aquellos bravos e invencibles pechos / cuyo valor al mundo pone espanto», 1.1.1-4).
7. Propósito No faltaron entre los primeros criollos novohispanos algunos aficionados notables a las letras, como lo fueron, además de nuestro Francisco de Terrazas, su sobrino político Baltasar de Obregón —hijo y homónimo del mayor de los seis hermanos de su esposa, doña Ana Osorio88—, Juan Suárez de Los endecasílabos líricos de Terrazas, tal como figuran en Flores de varia poesía (Peña 2004: 281-282, 369, 474, 578-579, 596-597), en el Cancionero sevillano de Toledo (Labrador Herraiz et al. 2006: 258-262) y en el Ms. Spanish 56 (hoy Ms. Codex 193) de la biblioteca de la Universidad de Pensilvania (Lasarte 1997: 47-48), son de hecho perfectamente regulares y aun monótonos, con un abrumador predominio de los acentuados en sexta y décima (96,6%) sobre los acentuados en cuarta y octava (2,9%); hay, eso sí, un raro e italianizante «y era creer que te contentarías», acentuado en cuarta y décima, en el v. 56 de la epístola «Pues siempre tan sin causa pretendiste» (Labrador Herraiz et al. 2006: 259). 87 V. n. a II.3.1-2. 88 No fue, pues, primo hermano de nuestro poeta, como creyó Cuevas (1924: VIIIIX), que no solo hizo madre, y no mujer, de Terrazas a doña Ana Osorio, sino que además equivocó el número de los hijos que tuvieron Rodrigo de Baeza y Mari López de Obregón, 86
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Peralta —sobrino carnal por su padre, Juan Suárez de Ávila, de Catalina Suárez Marcaida, primera mujer de Hernán Cortés— y don Martín Cortés —hijo primogénito del conquistador—. A diferencia de este, autor ocasional de apesadumbrados versos líricos89, tanto Obregón como Peralta optaron por la prosa. Escribió el primero una Corónica, comentario y relaciones de los descubrimientos antiguos y modernos de la mayor parte de estas Indias finalizada en 1584 que, a despecho de la ambiciosa amplitud del título, es relación de las sucesivas expediciones mandadas desde México al noroeste durante los virreinatos de don Antonio de Mendoza y don Luis de Velasco el primero90. El segundo nos dejó, además de un Tratado de la caballería de la jineta y brida (Sevilla, Fernando Díaz, 1580) y un Libro de albeitería (BNE, MSS/4255), un Tratado del descubrimiento de las Indias y su conquista terminado en 1589 que engloba el lapso de tiempo comprendido entre «el origen y principio de las Indias e indios» y el nombramiento como virrey de don Luis de Velasco el segundo91.
según los datos de Dorantes (D 615v-616v; Ágreda y Sánchez 1902: 310-311), pues no fueron tres varones y dos mujeres, sino cuatro varones y tres mujeres. 89 A su pluma se deben el epitafio a su padre transmitido por López de Gómara (Conquista cap. 251, Miralles Ostos 1988: 336), que reproducimos en n. a 20.24.5-8, las octavas pastoriles recogidas en Flores de varia poesía, que llevan el número 196 en la edición de Peña (2004: 381-382), y el soneto «De mil cosas cansado abro los ojos», impreso junto con las Varias poesías de Hernando de Acuña (1591: 146r). 90 La mayor parte de la crónica está, de hecho, dedicada a la expedición que capitaneó entre 1563 y 1567 Francisco de Ibarra, en la que, en consonancia con su profesión de armas y letras (lib. 2; Cuevas 1924: 241-242), tomó parte el propio autor. El título que transcribimos es el que da este a su obra en la carta de 26 de abril de 1584 que, junto con otra de 17 del mismo mes y año, precede al cuidado manuscrito (AGI, Patronato, 22, R.7) que el padre Mariano Cuevas publicó bajo el título de Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nueva España, acaso porque este condecía mejor con el de «primer historiógrafo de la nacionalidad mexicana» que él mismo quiso otorgar al sobrino de Terrazas (Cuevas 1924: XVIII) —a despecho, todo sea dicho, de Saavedra Guzmán, que se tituló primer historiador nacido en México («que soy en México nacido, / donde ningún historiador ha habido», PI 11.13.1-7) en una obra que, si bien es quince años posterior a la de Obregón, obtuvo, a diferencia de la de este, los honores de la imprenta—. 91 La obra, dada a la imprenta por primera vez por Zaragoza (1878) con el título de Noticias históricas de la Nueva España, ha sido reimpresa en dos ocasiones como Tratado del descubrimiento de las Indias (Noticias históricas de la Nueva España) (Gómez de Orozco 1949 y Silva Tena 1990) y editada, ya con el título original y transcripción directa del manuscrito (Biblioteca de Castilla-La Mancha / Biblioteca Pública del Estado en Toledo Ms. 302), por Perissinotto (1990); v. González González (2009: 536-537).
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Por el Tratado del descubrimiento de Suárez de Peralta sabemos que, en 1563, el regreso a la Nueva España de don Martín Cortés, que había acompañado a su padre a la península veintitrés años antes, «dio grandísimo contento a la tierra y más a los hijos de los conquistadores, que lo deseaban con muchas veras», y que en aquellos felices días «no se trataba de otra cosa si no era de fiestas y galas» (caps. 28 y 30; Silva Tena 1990: 172, 177). Pero sobre aquella «jeunesse dorée de regocijados y pretenciosos hijos de los primeros conquistadores» (González González 2009: 553) se cernía entonces una nube que había de ensombrecer tanto las crónicas de Obregón y de Peralta como el poema épico de Terrazas. Los tres eran hijos de encomenderos, y en los tres hizo mella el hondo malestar provocado entre los de su casta por la inminente caducidad del régimen de encomiendas que, como han señalado numerosos estudiosos, constituye una ineludible clave de lectura de Nuevo Mundo y conquista92. Los conquistadores habían aspirado a que sus familias se consolidaran como una suerte de nobleza territorial sostenida por los tributos en especie y las prestaciones personales con que debían acudirles los habitantes de los pueblos de indios que Cortés les había repartido, y su aspiración había sido en un primer momento favorecida por una real cédula de 26 de mayo de 1536 (Encinas 2018: II 200-202) que, ratificando lo aceptado por la emperatriz Isabel en una carta al primer virrey don Antonio de Mendoza de 16 de junio de 1535 (Puga 1878-1879: I 368-370), permitía que los encomenderos difuntos fueran sucedidos por sus hijos o mujeres, en virtud de la cual la Audiencia de México había emitido una provisión entre cuyos beneficiarios figuraban, entre otros conquistadores y primeros pobladores, Francisco de Terrazas el viejo y Rodrigo de Baeza, padre de la que habría de ser esposa de nuestro autor (AGI, México, 1088, L.3, 207v). Pero todo había cambiado a peor para las expectativas de los primeros criollos novohispanos cuando las Leyes Nuevas de 20 de noviembre de 1542, promulgadas en México el 13 de marzo de 1544, habían venido a prohibir la sucesión hereditaria en las encomiendas, disponiendo que estas se incorporaran a la Corona tras la muerte del actual poseedor (García Icazbalceta 1866: 215). No se desencadenó, sin embargo, en la Nueva España una rebelión abierta 92 V. Amor y Vázquez (1962: 508-510), Amor y Vázquez (1966: 44), Hernández Monroy (1994: 156-159), Peña (1994: 290), Peña (1996: 452), Mazzotti (2000: 144-149), Peña (2000: 53-54), Pullés-Linares (2005: 57, 86-88), Rodilla León (2008: 38-42), Cebollero (2009: 75-81), Benítez (2012: 308-310), Díez-Canedo Flores (2012: 429-431), Herrera Lara (2013: XIII-XV, XXII), Terukina Yamauchi (2017: 108-109, 117-118, 125-126, 218, 235, 320-321) y Yera Sucías (2018: 260-273).
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como la que tuvo lugar en el Perú, y, si se profirieron bravatas al respecto entre lenguaraces de baja condición que no se habrían alzado «ni aun con un cesto de higos», fueron reprimidas con implacable rigor por el virrey Mendoza, según el testimonio de Suárez de Peralta (cap. 23; Silva Tena 1990: 151-153). Los encomenderos novohispanos optaron, en cambio, por enzarzarse con la Corona en una febril estrategia defensiva a base de memoriales, relaciones, informaciones y probanzas de méritos y servicios, en la que desempeñó un destacado papel el padre de nuestro poeta cuando, el 1 de junio de aquel mismo año de 1544, dirigió a Carlos V una misiva en la que, con atrabiliaria libertad, lamentaba «estas nuevas tristes que acá llegaron», exponía las ventajas que del régimen de encomiendas se seguían para la conservación y prosperidad de la Nueva España, así como los innumerables trabajos sufridos por los conquistadores con la única esperanza de que los pueblos de indios les quedaran «a nuestros hijos y a los que de ellos descendieren», y exhortaba al rey a repartir este nuevo reino «con quien se lo dio, porque de otra manera no habrá hombre que aventure su vida por ganar palmo a Vuestra Majestad» (AGI, México, 95, 389r-391r)93. Al indudable éxito obtenido al año siguiente mediante la real cédula expedida en Malinas el 20 de octubre (Puga 1878-1879: I 472-475) con la que se restablecía el derecho a heredar las encomiendas por una segunda vida —la del hijo mayor o, en su defecto, la mujer del primer titular— siguió el revés que supuso la prohibición, por real cédula de 22 de febrero de 1549 (Puga 1878-1879: II 14-18), de los servicios personales que prestaban los indios, con lo que la encomienda se perfilaba ya como la simple cesión a los encomenderos del tributo que debían aquellos al rey según tasaciones oficiales94. Estando así las cosas, el hecho de que en 1555, mediante una carta enviada por Carlos V a don Luis de Velasco el primero (Encinas 2018: II 210), se tolerara por vía de disimulación la sucesión por una tercera vida —la de los nietos de los primeros poseedores— no impidió que la creciente inquietud de los encomenderos oscilara entre el temor a que sus descendientes 93 Esta carta, que citamos por la transcripción que con rauda generosidad nos ha facilitado Francisco Luis Jiménez Abollado, fue dada a la imprenta por Paso y Troncoso (1939: IV 105-113). 94 Parece, sin embargo, que esta solución jurídica, propuesta ya por Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la segunda Audiencia de México (García Icazbalceta 1866: 169170), no debió de surtir enseguida efectos prácticos de manera general, puesto que, en no pocos casos, los recursos extralegales que para continuar sirviéndose del trabajo de los indios tenían a su disposición los encomenderos harían posible que estos no se vieran reducidos inmediatamente a meros «pensionistas de la Corona», como bien ha hecho notar Himmerich y Valencia (1991: 16). V. también Gibson (1964: 62-63).
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p erdieran para siempre las encomiendas y la esperanza en un repartimiento general y perpetuo que, aunque prometido por Cortés (DC 34; Martínez 1990-1992: I 281), encargado por el emperador a Mendoza mediante cédula expedida en Ratisbona en abril de 1546 (Puga 1878-1879: I 479-480), apoyado reiteradamente por el cabildo de la Ciudad de México, las dos primeras audiencias, los sucesivos virreyes y los superiores de la órdenes mendicantes y reclamado hasta la extenuación a través de un sinfín de instancias —entre las que se cuenta la asistencia de Bernal Díaz del Castillo a la Junta de Valladolid en 1550 (cap. 211; Serés 2011: 1061-1065)— nunca acababa de llegar95. Tanto fue así que el rumor de que se había recibido una real cédula que suprimía la sucesión por la tercera generación vino a desencadenar el conato de revuelta que, tras haber sido descubierto en julio de 1566, les costó las vidas a varios notables de la incipiente sociedad novohispana, empezando por los hermanos Ávila, y al segundo marqués del Valle el destierro96. En la represión subsiguiente cupo alguna parte —aunque no, desde luego, la peor— a la familia de nuestro poeta, ya que su hermano Diego de Terrazas fue apresado a finales de 1567 en Tulacingo, el pueblo cuya mitad poseía a la sazón en encomienda Francisco por herencia de su padre. Tras habérsele formado un proceso penal por rebelión basado en informaciones de testigos que afirmaban haberle oído decir en cierta ocasión en Zinguilucan que «pues Su Majestad no daba de comer a los hijos de los encomenderos, que podría ser que antes de dos años estaría vuelta la tierra» (AGI, Patronato, 217, R.1, 3v), se le impuso una pena de destierro por diez años de la Ciudad de México y cinco leguas alrededor más una multa de seiscientos ducados —rebajadas después a seis años y cuatrocientos ducados—, a pesar de que no había admitido los cargos (AGI, Patronato, 217, R.1, 71r-71v)97. La que Manuel Orozco y Berra (1853) haría pasar a la historia como «conjuración del marqués del Valle»98 debió, pues, de dejar una honda 95 V. Zavala (1973: 40-168, 321-770), Himmerich y Valencia (1991: 3-105), Jiménez Abollado (2007: 47-56) y Jiménez Abollado (2009b: 129-137). 96 Del revuelo causado por las murmuraciones acerca de la cédula quedó constancia tanto en Suárez de Peralta (cap. 30; Silva Tena 1990: 178) como en la documentación de los procesos sustanciados contra los implicados (Orozco y Berra 1853: 86, 88, 102, 234, 240, 321, 334). V. Jiménez Abollado (2007: 56-63) y Jiménez Abollado (2009b: 137-144). 97 V. Jiménez Abollado (2007: 63-67) y Jiménez Abollado (2009b: 144-147). 98 A pesar de que don Martín fue exculpado por Alonso de Ávila (Orozco y Berra 1853: 382) y por el provincial de los franciscanos (Torquemada, Monarquía indiana, lib. 5, cap. 19; León-Portilla 1975-1983: II 394), así como por Suárez de Peralta (cap. 31; Silva Tena 1990: 181).
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h uella en el ánimo de nuestro poeta, encomendero en segunda vida con mujer, hijos y deudos a su cargo99, que ya en diciembre de 1574 había sido tenido por rebelde a las disposiciones del virrey Enríquez100. No es, pues, de extrañar que en su Nuevo Mundo y conquista dé expresión literaria al melancólico resentimiento de los criollos. Pero no porque los hechos acaecidos entre 1563 y 1566 hubieran tenido lugar «por la época en que Terrazas escribía» (Amor y Vázquez 1962: 408), puesto que habrían de pasar todavía tres años para que la publicación de la primera parte de la Araucana en 1569 ofreciera al poeta novohispano el modelo sobre el que proyectar una personalísima «Mexicana»101 que fuera, sí, el gran poema épico acerca de la conquista de la Nueva España, pero también una sonora vindicación de los mal remunerados méritos de los conquistadores. El «granillo de memorial de pretendiente» que, en palabras de García Icazbalceta (1884: 401-402), «llevaban mezclado» los poemas de la conquista se puede percibir incluso en los cantos finales de la tercera parte de la Araucana (Madrid, Pedro Madrigal, 1589), ensombrecida hacia su conclusión por cierta amargura de servidor mal pagado no diversa en lo esencial a la que impregna el fragmento 20 de Terrazas102. Pero, a diferencia de lo que 99 Existe constancia documental de que en los años sesenta y setenta habitaban en el pueblo de Tulancingo, encomendado por entonces a nuestro poeta, no solo él mismo (O’Gorman 1940: 599), sino también dos de sus hermanos, el legítimo Diego (AGI, Patronato, 217, R.1, 1r) y el ilegítimo Hernán, además de una Ana de Castro que debió de estar emparentada con ellos (PAGN, Moreno 1593), así como de que su cuñado Sebastián Vázquez, casado con una de las hijas ilegítimas de su padre, se quejó en 1575 de la necesidad que padecían él y su familia (AGI, Patronato, 74, N.1, R.8, [4r-4v]). 100 Aun cuando parece que no pasó de mera sospecha que el pasquín contra las alcabalas fuera obra de nuestro autor, es, como notó Alonso (1940: 246), evidente que este no habría sido encarcelado entonces por esta causa si no fuera conocida su desafección al virrey. De la tendencia levantisca de la familia dan muestra, por lo demás, ciertas acusaciones lanzadas contra Terrazas padre, que bajo la primera Audiencia fue denunciado por decir «que cada mañana del mundo rezaba un Ave María por que Dios llevase al paraíso al presidente y oidores», y en 1532 fue mencionado en una información acerca de ciertos desacatos contra la segunda (Porras Muñoz 1982: 440); parece, además, que no llegó a obtener la confirmación regia para permanecer en el cargo de regidor que le había cedido en 1538 Juan de Mancilla (Porras Muñoz 1982: 85, 441). 101 «Nuevo Mundo» es en Terrazas sinónimo, por sinécdoque, de «Nueva España» o «México», de la mima manera que lo es en Suárez de Peralta; v. n. a. 1.2.1. 102 En el contexto de una «economía de las mercedes» (Folger 2011: 5) que gravitaba en torno al juego muchas veces azaroso de la pretensión, el favor y el disfavor, el que Mazzotti (2000) ha llamado «resentimiento criollo» es, de hecho, una de las manifestaciones —todo lo específica que se quiera— de un fenómeno general que llevó, por ejemplo, a Góngora
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harán primero Ercilla y después Antonio de Saavedra Guzmán, no permite Terrazas que se deslicen referencias concretas a su propia peripecia individual en un discurso en el que el empleo reiterado de la primera persona de plural (20.11.5-8, 20.13) sirve para incluir a quien escribe en un amplio grupo de agraviados, al igual que ocurre en la carta que había escrito su padre a Carlos V a raíz de la promulgación de las Leyes Nuevas (AGI, México, 95, 386v, 388r-390r)103. Pues, si la celebración épica de las proezas de la conquista constituye la relación de méritos, la queja del fragmento 20 la contrapesa como memorial de agravios desde que se abre con el inequívoco planteamiento de la contraposición general entre gratitud e ingratitud: Dichoso el beneficio que merece ser del que le recibe agradecido, y desdichado aquel que le acaece ser por el bien que hizo aborrecido (20.1.1-4). Es esta una máxima que, tras una primera alusión a la «culpa» de Cortés (20.1.5-8), sobre la que volverá el poeta más adelante (20.16-22), se aplica particularmente a los casos opuestos de los caballeros que sirvieron durante la Reconquista de España, premiados con títulos de nobleza y señoríos a escribir los sonetos que Alonso (1985: 92) denominó «memoriales en verso», y que en el ámbito de la corte puede percibirse bajo el melancólico descontento de personajes tan dispares en rango como el secretario Gonzalo Pérez y el marqués de los Vélez (Marañón 1969: I 19-20, 130-131). Acerca de los argumentos en razón de los cuales consideramos que el fragmento 20, que ha sido el objeto principal de la única monografía dedicada hasta el presente a Nuevo Mundo y conquista (Cebollero 2009), perteneció efectivamente al poema de Terrazas, aun cuando Dorantes (D 53r; Ágreda y Sánchez 1902: 18) no hace de él atribución expresa, v. la introducción a las notas a dicho fragmento. 103 Mientras que Ercilla, que se representa a sí mismo como personaje de su narración y no necesita identificarse ante un rey que lo conocía desde que ambos eran niños, se limita a hacer constar la dureza de los trabajos pasados (Ar. 35.33-66) —v. Martínez 2017: 137—, con creciente desilusión a propósito del valor de los propios logros en las estrofas finales (Ar. 37.66-76) —v. Río Torres-Murciano (2020a: 40-43)—, Saavedra, que pertenece al mismo medio social que Terrazas, hace saber su condición de descendiente de conquistadores y primeros pobladores casado con una nieta del conquistador Jorge de Alvarado (PI 11.22.7-8; 15.5-8), así como su desempeño como visitador de la Audiencia de México en Texcoco (PI 18.86-87) y como corregidor de Zacatecas, cargo del que dice haber sido privado por manejos de sus enemigos (PI 11.19-23). Al imitar el alegato de Terrazas en favor de los descendientes de los conquistadores se refiere, además, a estos en tercera persona de plural (PI 15.9-11), reservando la primera de singular para quejarse de la privación de la encomienda («y digo bien que soy quien más padece / pues de mi sucesión me han despojado», PI 15.5.1-2).
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jurisdiccionales hereditarios a perpetuidad (20.2), y los conquistadores de México, privados incluso del derecho a que sus descendientes los sucedan en las encomiendas sin límite de generaciones (20.22). Con lo que resuenan también aquí los ecos de la carta de Terrazas padre, que no se había privado de traer a colación las generosas recompensas recibidas por quienes habían participado en la guerra de Granada (AGI, México, 95, 389v-390r)104. El caso es que la epopeya, al adoptar un fin semejante al que perseguían las relaciones de méritos —obtener de la instancia a la que se dirigen la remuneración a la que se cree tener derecho en razón de los servicios prestados—, se ve irremediablemente contaminada por el discurso quejumbroso propio de estas, tanto en el plano del contenido como en el de la expresión. Así, Terrazas invoca a Felipe II («Señor», 14.4.1), pero no solo como a fuente de inspiración, seguro amparo y receptor primordial de la obra literaria que se le dedica, como sucede en Ercilla, sino también como a destinatario de una lastimosa queja que, a la hora de la captatio benevolentiae, debe ser exonerado de la culpa que le pudiera haber cabido en la injusticia que se le expone («que el ser tan estimada [sc. la «llorosa Nueva España»] no aprovecha / del gran Filipo», 20.7.5-6)105. Y esto lleva a señalar a otros posibles culpables, de manera que, si Terrazas el viejo había imputado en su carta a los malos consejeros106 —individuados por Gómara (Historia, cap. 153; Dantín Cereceda 1922: II 96) en fray Bartolomé de las Casas a propósito de la sublevación del Perú107—, Terrazas el joven achaca las miserias que padecen en el presente los hijos a la imprevisión de la generación de los padres («pues sus padres tan mal lo previnieron», 20.16.4), y muy especialmente a la negligencia del glorioso capitán bajo cuyo mando estos habían militado: «que fue la causa de este mal notable / serles Cortés tan poco favorable» (20.16.7-8). Nos encontramos, llegados a este punto, frente a la gran contradicción que compromete el discurso épico de Terrazas. Porque el «magnánimo Cortés» (20.1.5, 20.17.2) ahora vituperado es el mismo «valeroso Cortés» V. n. a 20.2.1. V. n. a 14.4.1. El ejemplo de Ercilla y la secuela trazada por Saavedra Guzmán dejan, por lo demás, perfectamente claro que el destinatario de la reclamación de Terrazas es, a pesar de Benítez (2012: 310), el rey y no, como sucederá en Dorantes, el virrey de turno, que en el caso de nuestro autor habría sido el mismo don Martín Enríquez de Almansa que lo había hecho encarcelar en 1574 por causa del pasquín contra las alcabalas —al que habría correspondido protocolariamente el tratamiento de «Excelencia», y no el de «Señor»—. 106 V n. a 20.7.5-6. 107 El dominico será, a su vez reiteradamente criticado por Suárez de Peralta (caps. 6, 14 y 15; Silva Tena 1990: 77-78, 117, 119-120), aunque no con respecto a las encomiendas. 104 105
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(1.3.1) cuyo incondicional elogio ocupa en el proemio de Nuevo Mundo y conquista (1.3-4, 2.1) el lugar que, siguiendo una práctica consolidada, le había otorgado al rey Ercilla (Ar. 1.3-4)108; el mismo en quien, tras los pasos de fray Toribio de Benavente alias Motolinía, ha reconocido Terrazas al hombre designado por Dios para que se pudiera llevar a cabo la conversión de los indios (9.1) como lo había sido Moisés para sacar al pueblo de Israel de Egipto (14.1-3, 15.1), según comparación establecida en la Historia eclesiástica indiana de fray Jerónimo de Mendieta (lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 306)109 —quien, dicho sea de paso, era contrario al régimen de encomiendas (lib. 4 caps. 37 y 38; García Icazbalceta y Rubial García 1997: II 203-213)—. También en el fragmento 20 se encuentra, embellecida por la metáfora del amanecer (20.14.1-6), una referencia a la debelación de la idolatría que es idea fundamental de Nuevo Mundo y conquista desde el proemio (1.2.5)110; pero los responsables del logro son ahora los «mil y trescientos españoles» (20.14.1) que participaron en el asedio de México, de cuyos «tan milagrosos y tan altos hechos» (20.18.8) se hace aquí el panegírico, mientras que en el proemio los «milagrosos hechos» (1.1.1) celebrados eran los de Cortés. A este se le atribuye, en cambio, una «culpa que ya jamás tendrá disculpa» (20.1.8) por no haber usado en beneficio de sus hombres las facultades que presuntamente le habría conferido el rey para que alcanzara a todos la recompensa que al final había quedado circunscrita a él mismo (20.20)111. Pues, mientras que Cortés había recibido el marquesado del Valle de Oaxaca como señorío hereditario a perpetuidad para sí y sus descendientes por vía de mayorazgo, con jurisdicción civil y criminal sobre veintitrés mil vasallos (20.17), los hijos de los demás conquistadores seguían soñando por la época de la conjura con los nunca obtenidos títulos de nobleza que antes habían ambicionado sus padres112.
V. n. a 1.3.1-8. V. nn. a 14.2.1-2, 14.2.5-7, 15.1.1. 110 Es esta la última de las varias referencias a la victoria sobre el infierno (1.2.5, 10.3.4, 12.17.4, 14.2.2) perfectamente entendibles en el marco del dualismo teológico cristiano —denominado por Gregory (2006: 12-14) «Mosaic distinction»— que subyace a la que Cañizares-Esguerra (2008: 59-120) ha dado en llamar «épica satánica»; v. Río TorresMurciano (2018: 441-442). 111 No parece, sin embargo, que Cortés hubiera recibido en ningún momento autorización oficial para encomendar indios, a pesar de que así lo creyeron Terrazas, Bernal Díaz y Baltasar de Obregón; v. n. a 20.20.4. 112 V. nn. a 20.17.5, 20.22.5. 108 109
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La crítica a Cortés se reduce, con todo, a la responsabilidad por omisión que se le atribuye en el malogro de las expectativas de retribución de sus subordinados, y no parece que afectara al proceder del de Medellín durante la conquista. El rapto de la princesa india Quétzal sitúa, sí, a los españoles en el feo lugar que correspondía a los moros en la historia recogida por Pedro Mejía que parece haber inspirado a Terrazas este episodio113; y nuestro autor pone, además, en boca de Huítzel una acusación contra la soberbia, avaricia y lujuria de los raptores (17.22) que se enmarca en la estela del justo reproche del bárbaro a los conquistadores acuñado por fray Antonio de Guevara con su «villano del Danubio» (Reloj, lib. 3, cap. 4; Blanco 1994: 700-703) y evoca la invectiva del Galbarino ercillesco (Ar., 23.11-13) —aun sin que el personaje de Terrazas alcance el grado de irritación del de Ercilla, ni llegue a denunciar cuanto de pretexto pudiera tener la evangelización al modo en que este lo hace—. Pero esta censura se restringe a la expedición de Francisco Hernández de Córdoba, cuyo objetivo —reducir a la esclavitud a los pacíficos habitantes de las islas de los Guanajos—, cautamente afeado por Terrazas (3.2-4), fue condenado por Gómara y por Bernal Díaz, así como antes por el propio Cortés114. La benéfica conquista encargada a este por la Providencia se deslinda así claramente de la cruel rapacidad de quienes lo precedieron, como bien entendió Dorantes en su introducción al fragmento 17: «Sólo a este capitán hallo que caminó con diferente celo y camino que otros que llaman descubridores, que, si Vuestra Excelencia me da licencia, en buen romance se llaman fures, ladrones, porque hacían lo que hace hoy el inglés» (D 495v; Ágreda y Sánchez 1902: 245)115. V. n. a 17.20.7-8. V. nn. a 3.2.8, 3.4.1-3. Poco tienen, pues, que ver los comedidos comentarios de nuestro poeta a este respecto con las resueltamente críticas manifestaciones de Ercilla (Ar. 32.4.1-4, 34.31) acerca de la crueldad de los medios empleados en la conquista —aun cuando la legitimidad del fin último de esta queda asimismo salvaguardada en la Araucana mediante el reconocimiento de la aprobación divina—; v. Río Torres-Murciano (2020b: 70-75). 115 Establece, en consecuencia, Dorantes una distinción paralela —y perfectamente acorde con los propósitos que persigue su Relación— entre los resultados que el régimen de encomiendas ha dado en La Española y en la Nueva España: «En aquellos tiempos corría en La Española, y algo de ello en esta tierra, aquella disolución que puso freno a no pasar adelante por el escarmiento que se tuvo con la experiencia del fin y cabo de los indios, y cierto que verdad que en esta Nueva España son tan diferentes los términos y respectos, en especial en estos tiempos, que no hay indios conservados ni bien tratados, amparados y regalados como los de los encomenderos, que en sus trabajos y pleitos les son defensa, y en sus necesidades les son verdaderos padres, y en sus enfermedades sus médicos y 113 114
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No arroja, pues, el reproche a Cortés sombra alguna de ambigüedad acerca del desarrollo de una conquista en la que se apoyan las pretensiones colectivas de retribución hereditaria. Al de Medellín se lo vitupera por lo que dejó de hacer en favor de sus hombres después de ganada la Nueva España, no por lo que hizo en perjuicio de los indios mexicanos para ganarla mediante una gesta memorable que es enaltecida sin objeciones, en recta aplicación de la concepción panegírica de la poesía épica entonces imperante116; sin que por ello deje de ser cierto que la doble postura adoptada por nuestro poeta a propósito del conquistador resulta más cercana al melancólico desencanto de Bernal Díaz que a la incondicional adhesión de Suárez de Peralta y de Obregón, por no hablar de Terrazas padre117. e nfermeros, curándolos a su costa con medicamentos y regalos; y, si como el obispo [sc. fray Bartolomé de las Casas] vio aquellos calamitosos tiempos, alcanzara estos tan dichosos a que jamás él se pudo persuadir, sin duda alegara con otros derechos para que se hiciera el repartimiento en la Nueva España; y aun es verdad que de quien él trata con mas comedimiento y menos queja es de esta tierra, pues, en alguna objeción de su libro que hace a los argumentos de sus opósitos, dice que, si no es en la Nueva España, que en otra parte de las Indias no se guarda ley, ni justicia, ni conservan los naturales, y que son en ella muy instrutos en la fe católica, porque tienen menos daños, estorbos e impedimentos de los españoles y son más amparados por muchas razones» (D 517r-518r; Ágreda y Sánchez 1902: 259). 116 Acerca de esta, v. Kallendorf (1989), Alves (2001, 21-44), y Vilà (2011b, 151-152). 117 V. n. a 20.16.7-8. Nótese que Bernal, aun cuando critica a Cortés por haber velado más por su propia remuneración que por la de sus compañeros (cap. 210; Serés 2011: 10581059), como critica reiteradamente a Gómara por haberle atribuido a aquel todo el mérito de la conquista, no tiene empacho en reconocerlo como «muy varón», «muy esforzado» y «buen capitán» (cap. 204; Serés 2011: 1011-1012), ni pierde la ocasión de rebatir la acusación de crueldad levantada por Las Casas (Martínez Torrejón 2013: 42-43) a propósito de la matanza de Cholula (cap. 83; Serés 2011. 293-295), al igual que hace Suárez de Peralta (cap. 15; Silva Tena 1990: 120). Este, sin embargo, convierte a Cortés en clave de una apología de la conquista enderazada a la reclamación de los premios debidos (González González 2009: 557, 573), de manera que no solo lo defiende de todo reproche (caps. 18 y 19; Silva Tena 1990: 133-137), sino que llega a afirmar que «si durara gobernando lo que vivió, fuera de mucha importancia para la tierra, porque miraba mucho por ella y por los indios» (cap. 14; Silva Tena 1990: 128). Baltasar de Obregón —en cuya obra la vindicación del repartimiento se desarrolla de manera más oblicua, mediante el énfasis puesto en las ventajas que el sistema ofrece para la consolidación de las nuevas conquistas y los inconvenientes provocados cuando este no se ha aplicado (lib. 1, caps. 20, 21 y 23; Cuevas 1924: 128, 131, 140), pero sin descuidar el carácter hereditario de los merecimientos (lib. 1, cap. 19; Cuevas 1924: 121)— no solo critica, como Peralta (cap. 24; Silva Tena 1990: 155-156), los efectos de la legislación contraria al régimen de encomiendas (lib. 1, cap. 1; Cuevas 1924: 15), sino que reconoce la misión divina de Cortés de manera más explícita que este (lib. 1, cap. 3; Silva Tena 1990:61), mediante la afirmación de la falsa coincidencia
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Entre el fragmento 20 y el resto del poema se establece, pues, una relación que reproduce en cierta manera la estructura bimembre propia de los escritos de los pretendientes —exaltación de las proezas llevadas a cabo en servicio del rey seguida de lastimosa queja por lo magro de la remuneración—, y que reposa sobre el desdoblamiento efectuado por el poeta para separar el Cortés de la conquista, celebrado por una voz inequívocamente épica, del Cortés de las posconquista, criticado por una voz de inflexiones líricas y satíricas que no deja, sin embargo, de jugar con ideas y recursos expresivos tomados del género heroico. La insalvable escisión temporal entre un remoto pasado idealizado y un presente que en modo alguno podría igualarse a la extinta grandeza se remonta en última instancia a un planteamiento que es en la épica tan antiguo como Homero118. Pero Terrazas (20.9) se sirve de los tópicos de la edad de oro y del ubi sunt? de manera semejante a como los había utilizado fray Antonio de Guevara, y lo hace para abrir un traumático hiato entre dos generaciones inmediatamente sucesivas —la de los padres que en su día conquistaron México y la de los hijos que ahora ven peligrar las encomiendas—, de tal manera que, en un movimiento antivirgiliano, propone en el ámbito secular una visión netamente pesimista de la evolución de la Nueva España análoga, por su división en dos etapas, a la que propone fray Jerónimo de Mendieta en el ámbito eclesiástico. Ambos contraponen, en efecto, a la decadencia actual un pasado idealizado no demasiado lejano, constituido respectivamente por la que John Leddy Phelan (1970: 41-77) llamó «golden age of the Indian church» (1524-1564), durante la que los mendicantes habían podido hacerse cargo del cuidado espiritual de los indios sin mayores intromisiones del clero secular ni de las autoridades designadas por la Corona, y la que Robert Himmerich y Valencia (1991: 17) ha denominado «the golden age of the encomienda in New Spain» (1521-1555), durante la temporal del nacimiento del conquistador con el de Martín Lutero (cap. 2; Cuevas 1924: 11) que, proveniente de Illescas (1573: 234r), se encuentra también en Mendieta (lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 306); v. Río Torres-Murciano (2020a: 47). De la inquebrantable fidelidad de Terrazas padre al de Medellín dan, en fin, prueba tanto su declaración de 1534 en el juicio de residencia sustanciado contra este (AGI, Justicia, 224, N.1, 189-235; extracto en DC 129) como la carta que, en calidad de mayordomo, le escribió el 30 de julio de 1529 para informarle de las maquinaciones tramadas contra él por los miembros de la primera Audiencia de México (AGI, Patronato, 180, R. 82; DC 163); v. Yera Sucías (2018: 259-260, 263, 269). 118 Es sabido que la dicción formular sirve en Homero para, entre otras cosas, insistir en la pequeñez de los hombres del presente frente a la extraordinaria fuerza física de los grandes héroes del pasado (Ilíada 1.271-272 5.302-304, 12.381-383, 12.445-449, 20.285-287).
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cual los encomenderos habían podido disfrutar sin grandes restricciones del tributo y los servicios de los indios119. La irrevocabilidad de «aquella santa edad» (20.9.5) hace que el discurso de nuestro poeta se adelgace ahora en un lamento lírico de evocaciones garcilasianas —las «cenizas de Cartago» (20.9.8)— que, aun cuando se desvía hacia la sátira al reprocharle agriamente a una Nueva España personificada que sea «madrastra rigurosa» para sus propios hijos y «madre pía» para los forasteros (20.8.6, 20.13.1-2), termina por consolidarse mediante el reemplazo del «nosotros» propio de la reivindicación colectiva por el «yo» de la última octava (20.24), que rebasa los límites del subjetivismo virgiliano para incurrir en un campo más próximo al de la elegía que al de la irritada indignación lucanea120. La hipérbole con la que se lamenta la «lástima» que supone la adjudicación de encomiendas a beneficiarios que no descienden directamente de los conquistadores rehace, sin embargo, un antiquísimo tópico épico de origen homérico —aquel en virtud del cual el poeta se reconoce sobrepasado por la amplitud de una materia que no podría cantar ni aunque tuviera muchas lenguas y muchas bocas (Homero, Ilíada 2.488-489; Virgilio, Eneida 6.425-427)—; pero son ahora los ojos los que no bastarían para llorar el desamparo en que se hallan los criollos, ni aun cuando fueran tantos como los del monstruo mítico Argos (20.24.3-4). Y la esperanza en el justo premio de Dios, que en la carta de Terrazas padre a Carlos V había revestido un carácter poco menos que amenazante —«nuestros hijos le pedirán justicia si antes Vuestra Majestad no fuere servido hacerla a nosotros, y a ellos Jesucristo se la hará» (AGI, México, 95, 389r)—, se afianza en la apelación de Terrazas hijo a Felipe II como último consuelo de una irremediable melancolía ni aun ahora exenta de resonancias panegíricas121:
V. n. a 20.9. La melancólica sensación de acabamiento de un tiempo mejor, en el sentido en que este es recordado por Terrazas, se encuentra asimismo en Suárez de Peralta: «Ella [sc. Nueva España] fue una en la vida y no más, que, primero que se halle otro México y su tierra, nos veremos los pasados y los presentes juntos en cuerpo y ánima delante del Señor del mundo, aquel día universal donde será el juicio final» (cap. 22; Silva Tena 1990: 149). Virgilio, en cambio, había presentado la implantación del régimen de Augusto como una restauración de los lejanos siglos de oro («Augustus Caesar, divi genus, aurea condet / saecula qui rursus Latio regnata per arva / Saturno quondam», Aen. 6.792-794). 120 El «sentimiento elegíaco» fue percibido ya por Benítez (2012: 309). 121 V. n. a 20.24.5-8, así como Mazzotti (2000: 149) y Cebollero (2009: 76, 78), si bien la afirmación del primero acerca la supuesta cercanía de Terrazas a la «épica de los vencidos» de Quint (1993: 157-185) nos parece desencaminada por las razones que hemos expuesto en Río Torres-Murciano (2020b: 70-76). 119
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Porque paga tan justa y verdadera debe Dios, como sabio, de guardalla, viendo que temporal no es suficiente, que vayan a gozalla eternamente (20.24.5-8). No se logró, en fin, el objetivo de tantos anhelado: «las encomiendas que perpetuas fueran» (20.22.6). La mitad de Tulancingo, que todavía en 1604 estaba en posesión del primogénito de nuestro poeta (D 387v; Ágreda y Sánchez 1902: 178) se dio en 1610 a don Antonio de Velasco, hijo segundo del virrey don Luis de Velasco el primero (AGI, Indiferente, 449, L.A2, t. 2, 125v)122, ya fuera porque el tercer Francisco de Terrazas había fallecido sin dejar hijo ni mujer que pudieran sucederlo o porque la encomienda había sido declarada vacante después de que este la hubiera disfrutado en tercera vida, como ocurrió en el caso del hijo de Baltasar de Obregón123. Mejor suerte tuvo al final de su vida Juan Suárez de Peralta, a quien, a pesar de que era segundón y de que la encomienda heredada de su padre por su hermano Luis se había perdido a la muerte de este, se le concedió en 1612 una renta anual de quinientos pesos en indios vacos, ratificada al año siguiente en favor de su mujer y de su hijo124.
8. Fortuna Del inmediato impacto causado por el proyecto inconcluso de Terrazas entre algunos miembros de la sociedad novohispana en cuyo seno se gestó dan prueba, en primer lugar, los dos intentos de continuarlo —en México, con el conocimiento de la real Audiencia y por mano del clérigo Juan González, y en la península, bajo los auspicios del Consejo de Indias y por mano de Lupercio Leonardo de Argensola— a los que nos hemos referido V. Zavala (1973: 645). Dorantes —que reprocha a las Indias que «vuestros sucesores no llegan al tercer poseedor de vuestra hacienda» (D 271r; Ágreda y Sánchez 1902: 113) pero cuenta no menos de quince hijos, treinta y dos nietos, tres bisnietos y tres yernos de conquistadores que tenían indios encomendados en 1604 (D 393r, 436r, 460r; Ágreda y Sánchez 1902: 182, 206, 223)— dice al hablar de Baltasar de Obregón el primero, sucedido por su hijo el cronista en el pueblo de Tezontepec —asignado en primera vida a su padre Rodrigo de Baeza— que «hoy vive en la Puebla el nieto que quedó del nombre del padre y del abuelo, sin indios, que los vacaron» (D 615v; Ágreda y Sánchez 1902: 311); v. Gibson (1964: 432) y Himmerich y Valencia (1991: 126). La disimulación de la cuarta vida, negada por Felipe II en una carta enviada al virrey Martín Enríquez en 1575 (Encinas 2018: II 212), no fue oficialmente autorizada hasta 1607 (Zavala 1973: 643). 124 V. González González (2009: 563-566). 122 123
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al comienzo de este apartado II, acerca de cuya suerte no podemos dar más noticias de las que ya hemos dado. Por Baltasar Dorantes tenemos, además, conocimiento de que, al igual que Terrazas, escribieron octavas acerca de la conquista de México Salvador de Cuenca (apéndice III) y José de Arrázola (apéndice I), sin que los datos que acerca de estos poseemos permitan establecer una cronología relativa que arroje luz sobre las semejanzas que se dan entre sus versos y los de nuestro autor. El primero debió de pertenecer, como este, a la primera generación de criollos —si hemos de dar por buena la conjetura de García Icazbalceta (1884: 364) que lo hace hijo del conquistador Simón de Cuenca—, y es autor de una octava acerca del paralelismo entre Cortés y Moisés que pudo haberse inspirado en Terrazas (14.2.5-8, 15.1), si es que no sucedió de manera inversa, o bien directamente en fray Jerónimo de Mendieta125. Del segundo sabemos que sobrevivió a nuestro autor, pues compuso para su túmulo el elogio que hemos reproducido en el apartado I (D 388v; Ágreda y Sánchez 1902: 179), y que sus nueve octavas acerca de la lebrela encontrada por Francisco de Salceda en el puerto de Términos fueron atribuidas en un primer momento a Terrazas por el propio Dorantes (D 327v; Ágreda y Sánchez 1902: 139), cosa que no es de extrañar dadas las evidentes analogías en las ideas y en el estilo126. Tampoco hay, sin embargo, en este caso manera de determinar quién imitó a quién ni aun si se produjo efectivamente imitación, o si debe concederse crédito inconcuso a la corrección de Dorantes. Nos mueve, en efecto, a poner en duda la atribución a Arrázola del fragmento acerca de la lebrela de Términos el hecho de que este haya sido estrechamente imitado por don Antonio de Saavedra Guzmán al relatar el lance en El peregrino indiano (3.27-32)127, pues varios pasajes significativos de esta obra son, como se ha venido apuntando, reescritura de las partes correspondientes de Nuevo Mundo y conquista. Fue, sí, nuestro Terrazas poeta «desdichado», no solo porque, como afirma Dorantes (D 388r; Ágreda y Sánchez 1902: 179) «no acabó su Nuevo Mundo y conquista», sino también porque la parte que había llegado a escribir cayó en manos de un coterráneo que la utilizó abundantemente para componer su propia obra callando el nombre del autor. Es, a pesar de la marrullería, evidente que, en los episodios de la predicación de Cortés a los habitantes de Cozumel (PI 2.50-61) y del hallazgo de Jerónimo de Aguilar (PI 2.88-3.17), V. nn. a 14.2.1-2; 14.2.5-7, 15.1.1, III.1.5-6. V. nn. a I.8.1 y ss., I.8.5-6, I.9. 127 V. nn. a I.3.7-8, I.4.1-2, I.4.5-6, I.5.5, I.6.3-4, I.6.7-8, I.7.1-8. 125 126
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Saavedra rehace en numerosas ocasiones los versos de Terrazas conservando las ideas, los términos y a veces incluso las rimas, así como algunos detalles narrativos que no se encuentran en las crónicas128. Lo imita, además, de manera más sutil cuando introduce tras el proemio del poema el panegírico de Cortés (PI 1.15)129, cuando aduce ejemplos históricos para ilustrar la oblicua manera de actuar de la Providencia (PI 3.3-4)130, cuando pone fin al catálogo de los conquistadores con una preterición retórica (PI 1.69.5-8)131 y cuando introduce una historia de amores desventurados entre indios narrada por el protagonista masculino, la de Cabalacán y Ricarchel (PI 5.41.55), que no parece ajena a la de Huítzel y Quétzal132. Y también su lamento por los infortunios de los descendientes de los conquistadores (PI 15.1-17) es manifiesta imitación, si no «flojo remedo» (Amor y Vázquez 1966: 44), del de nuestro poeta133. En la Historia de la Nueva México de Gaspar de Villagrá (Alcalá, Luis Martínez Grande, 1610), poema épico en endecasílabos sueltos acerca de la expedición al norte en la que en 1598 participó el propio autor bajo el mando de Juan de Oñate, se inserta igualmente una queja a Felipe III por la falta de remuneración de las sucesivas oleadas de conquistadores que recuerda la de Nuevo Mundo y conquista, tanto en el planteamiento general como en algún que otro punto concreto134. De estirpe terraziana se dirían, asimismo, el énfasis puesto en la intervención de la Providencia, especialmente cuando este se expresa mediante invocaciones directas a Dios (HNM 12.365-389, 19.306, 318)135, y el sermón dirigido por Oñate a los indios en San Juan de los Caballeros136, así como algunos elementos narrativos y descriptivos que muy probablemente proceden de un lectura directa de 128 V nn. a 12.2.1-4, 12.2.7-8, 12.8.7, 12.12, 12.13.1-4, 12.14.1-4, 12.15.3, 12.16.1, 14.1.5-6, 14.3.1-4, 14.3.5-6, 14.14.5, 14.16.2, 14.16.7-8, 14.20.5-8, 14.22.2, 14.24.1, 14.24.3, 14.25.5-8, 14.26.1, 14.26.4, 14.28.1-6, 14.29.5, 14.32.4, 14.32.7-8, 14.33.1-7, 14.34.1-6. Sin entrar en detalles textuales, ya Amor y Vázquez (1966: 44) identificó como pruebas de la imitación subrepticia de Terrazas por Saavedra estas semejanzas, que habían sido vagamente señaladas por Reynolds (1978: 31) cuando todavía el estado de los conocimientos no hacía posible establecer la cronología relativa; v. también Rodilla León (2008: 37). 129 V. n. a 1.3.1-8. 130 V. n. a 4.3.2. 131 V. n. a 7.1.5-8. 132 V. n. a 17.19.5-6 133 V. nn. a 20.7.5-6, 20.8.1, 20.8.8, 20.13.1-2, 20.15.1-2. 134 V. nn. a 20.8.1, 20.15.1-2, 20.15.5-6. 135 V. n. a 8.2.1. 136 V. n. a 12.2.1-4.
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Nuevo Mundo y conquista, a pesar de que tampoco desconoció Villagrá El peregrino indiano, al que hace una referencia expresa (HNM 2.280-281)137. Ecos puntuales de Terrazas parecen sonar asimismo en dos pasajes del Canto intitulado Mercurio (México, Diego Garrido, 1623)138 en los que su autor, el bachiller Arias de Villalobos, toca el problema de la situación de los descendientes de los conquistadores139. Más arduo resulta seguir el rastro que la lectura de Nuevo Mundo y conquista haya podido dejar en Gabriel Lobo Lasso de la Vega, autor de dos epopeyas acerca de la conquista de México —la Primera parte de Cortés valeroso y Mexicana (Madrid, Pedro Madrigal, 1588) y la Mexicana (Madrid, Luis Sánchez, 1594)— bien conocido por Saavedra Guzmán140. La comparación de Cortés con el romano Pompeyo presente tanto en Terrazas como en Lobo Lasso pertenece, sí, a la tópica del sobrepujamiento de las hazañas de los antiguos por las de los modernos141, y las alusiones a la Eneida que pueden detectarse en los proemios de uno y de otro142, así como en sus respectivas versiones del hallazgo de Jerónimo de Aguilar143, pueden deberse a que hayan recurrido a Virgilio de manera independiente. Se dan, sin embargo, llamativos paralelismos, tanto en el contenido como en la expresión, entre el fragmento 8 de Terrazas y un proemio didáctico de
V. nn. a 10.6.1-4, 14.16.7-8, 14.26.1. Villagrá emplea, además, una técnica repetidamente utilizada por nuestro poeta cuando introduce en el texto de su Historia de la Nueva México referencias bíblicas que funcionan ya como ejemplos (4.53-54, 4.313-314, 6.394-395, 8.136-139, 8.318-319, 10.22-24, 11.316-318, 14.172-174, 14.211-212, 27.184185, 29.113-115), ya como sutiles alusiones literarias (7.229-330, 11.361-362, 14.238-239, 16.300-302, 30.297-299). 138 Este poema en octavas, que a la narración de la conquista yuxtapone el panegírico de la Ciudad de México, fue impreso junto con la Obediencia que México, cabeza de la Nueva España, dio a la Majestad Católica del rey don Felipe de Austria, que el mismo Arias de Villalobos escribió en prosa por encargo de la real audiencia, y rescatado del olvido por Genaro García, que editó ambas obras bajo el título de México en 1623 (García 1907: 125281) tras haberlas copiado de un rarísimo ejemplar encontrado en la Biblioteca Lafragua de Puebla. 139 V. nn. a 20.13.1-2, 20.16.4. 140 La deuda de Saavedra con Lasso, percibida ya por Amor y Vázquez (1966: 44-45), la hemos investigado en Río Torres-Murciano (2019: 87-88). Acerca de las razones literarias y extraliterarias que llevaron a Lasso dar a la imprenta en 1594 una segunda versión «emendada y añadida» del poema publicado en 1588, v. Río Torres-Murciano (2018). 141 V. n. a 10.7.6. 142 V. n. a 1.2.5. 143 V. n. a 14.17.4. 137
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Lobo Lasso (CV 6.1-2, Mex. 12.1-2)144 y entre la octava final del fragmento atribuido a Arrázola y una del Cortés valeroso (6.52)145, así como entre los respectivos contextos en que imitan un mismo verso de la Araucana (14.6.8) nuestro autor y Lobo Lasso (CV 8.14.8)146. ¿Podría esto significar que el fragmento que atribuyó Dorantes primero a Terrazas y después a Arrázola formó parte —como sospechamos— de Nuevo Mundo y conquista, al que Lobo Lasso habría tenido acceso? La segunda parte de la cuestión es, desde luego, delicada, puesto que una respuesta afirmativa implicaría suponer que el texto de Terrazas se encontraba en Madrid, donde habitaba Lasso, antes del 8 de marzo de 1584, fecha en que se aprobó el Cortés valeroso. Sabemos, sin embargo, que en mayo de 1580 se afanaba en defender sus pretensiones ante la corte de España Saavedra Guzmán, y que en algún momento llegó a compartir con Lasso la cercanía de este a los descendientes del conquistador de México, puesto que uno de los sonetos preliminares a El peregrino indiano es de Jerónimo Ramírez, secretario de don Fernando Cortés, tercer marqués del Valle, y redactor del prólogo de la Mexicana147. ¿Llevó Saavedra consigo en su primer viaje a la península una copia manuscrita de Nuevo Mundo y conquista que no receló dar a conocer en el círculo del exiliado don Martín Cortés, en torno al que se movía Lobo Lasso? No podemos sino aventurarlo como mera conjetura —menos arriesgada, eso sí, que la de quienes, en pos de García Icazbalceta (1884: 361-362), han postulado un viaje de Terrazas a España del que no se ha aportado indicio alguno—. Más allá de las imitaciones textuales seguras o probables, permanece inconmovible el hecho de que a Francisco de Terrazas le corresponde la gloria de haber fundado, en pos de la Araucana de Alonso de Ercilla, el llamado «ciclo cortesiano» de la épica hispánica, que habría de prolongarse hasta las primeras décadas el siglo xix148. Y lo hizo imprimiendo a la poesía V. n. a 8.1.5-6. V. n. a I.9. 146 V. n. a 14.28.8. 147 Acerca de los tres viajes a España que Saavedra llevó a cabo en 1580, 1591 y 1598 —el último tras haber enviado previamente desde México el manuscrito del Peregrino— ha aportado recientemente datos preciosos Cacho Casal (2019). Ya Amor y Vázquez (1966: 45) reparó, por lo demás, en el nexo que Jerónimo Ramírez pudo constituir entre Saavedra y Lasso, acerca de cuyas relaciones con el hijo y el nieto de Cortés v. Franco Carcedo (1994: 11-12, 15), Weiner (2005: 93-120), Martínez (2010: 176) y Río Torres-Murciano (2018: 432 n. 30, 435-436, 445-446, 453.). 148 Bajo el marbete «ciclo cortesiano», que propusieron Méndez Plancarte (1942: XXV) y Reyes (1946: 334, 367) con pocos años de diferencia, se pueden englobar, además de los 144 145
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narrativa acerca de la conquista de México un carácter reivindicativo análogo al de los memoriales y relaciones de méritos que iba a permear, con variaciones favorables a Cortés, toda la épica cortesiana del quinientos. Pues, si Saavedra Guzmán persevera en la denuncia del abandono de los descendientes de los conquistadores removiendo la sombra de responsabilidad con la que había oscurecido Terrazas la reputación del de Medellín149, Lobo Lasso restringe de manera implícita a los herederos de este desterrados de la Nueva España, bajo cuyo patrocinio escribe en Madrid, la recurrente cuestión de la retribución debida por la Corona en pago de los servicios prestados150. Habría, en fin, que hacer un análisis detallado de la poesía novohispana del siglo xvii, que excedería ampliamente nuestros alcances, para poemas de Terrazas, Lobo Lasso, Saavedra y Villalobos, las Cortesíadas de Juan Cortés Ossorio (anteriores a 1665), que han sido recientemente editadas por Cadenas León (2021) a partir del manuscrito conservado en la BNE (MSS/3887, 128r-229v), la Hernandía de Francisco Ruiz de León (Madrid, Viuda de Manuel Fernández, 1755), Las naves de Cortés destruidas de José María Vaca de Guzmán (Madrid, Joaquín Ibarra, 1778), Las naves de Cortés destruidas de Nicolás Fernández de Moratín (Madrid, Imprenta Real, 1785) —resultantes ambas del certamen fallado a favor de la primera por la Real Academia Española en 1778, al que concurrieron además otros cuarenta manuscritos (Rodríguez Sánchez de León 1988: 579-589)—, la México conquistada de Juan de Escóiquiz (Madrid, Imprenta Real 1789), el Canto a Cortés en Ulúa de José González Torres de Navarra (México, Juan Bautista Arizpe, 1808) y La conquista de México por Hernán Cortés de Pedro Montengón (Nápoles, Giovanni Battista Settembre, 1820), así como dos poemas latinos: la Cortesias seiscientista de Pedro Paradinas, publicada por Scheer (2007: 185-408) a partir del manuscrito conservado en la British Library (Add. Ms. 13984, 45r-59v) y traducida al español por Aguayo Hernández (2018), y el Cortesius nondum absolutus de Giovanni Battista Marieni (Venecia, Domenico Lovisa, 1729). Se han perdido la Octava maravilla en verso heroico de Bartolomé de Góngora (1628), de la que se conserva la hoja inicial en el AGI (Patronato, 15, R.4) (Reynolds 1967: 19 n. 13), el Origen y conquista de México del capitán Luis Ángel Betancourt (siglo xvii) (García Pimentel 1903: 270) y la Cortesíada del padre jesuita Agustín Castro (siglo xviii) (García Pimentel 1903: 368). 149 Lo exime, además, Saavedra de las acusaciones de haber tenido trato con demonios (PI 7.35.7-8) y de haberse regocijado con las matanzas (PI 19.88); v. Río Torres-Murciano (2020b: 67-68). 150 En el enaltecimiento de las proezas de Cortés mediante el poema épico de Lasso debieron de ver sus mecenas un acicate para propiciar a Felipe II, aun sin el mínimo atisbo de queja expresa; como si la mejor manera de alcanzar el favor real fuese darlo por recibido, la profecía de las glorias de los Cortés, puesta en boca de la ninfa Calianera en el Cortés valeroso (11.60-77) y en boca del río Tabasco en la Mexicana (11.11-37), obvia toda referencia a la desairada situación de don Martín, que murió en 1589 sin que se le hubiera restituido la jurisdicción sobre el marquesado del Valle.
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c omprobar si la pista de Nuevo Mundo y conquista se pierde, como parece, entre 1604 —año en que fecha Baltasar Dorantes de Carranza su Sumaria relación— y 1623 —año en que imprime Arias de Villalobos su Canto intitulado Mercurio— y no se reencuentra ya hasta que, en 1884, don Joaquín García Icazbalceta añade a sus beneméritas aportaciones a la historiografía literaria de México la publicación de los pocos fragmentos a los que, en tanto que no se produzca un descubrimiento sensacional, se reduce cuanto podemos leer de la malograda epopeya de Francisco de Terrazas151.
III. El texto 1. El manuscrito El códice en que se nos ha conservado la Sumaria relación de Baltasar Dorantes de Carranza fue regalado a García Icazbalceta por Alfredo Chavero, que lo había adquirido tras la muerte de José Fernando Ramírez, y, como tantos otros valiosos documentos que pertenecieron a don Joaquín, forma hoy parte de la Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin, con la signatura JGI 664. Este testimonio único, al que hemos asignado la sigla D, constaba de 628 folios de papel en cuarto de 21 x 15 cm, de los cuales se han perdido los primeros 14. La foliación original resulta perfectamente legible desde el folio 19, a pesar de que a partir del 44 convive en el ángulo superior derecho de los rectos con otras tres foliaciones tachadas de la misma mano y tinta —que comienzan en dicho folio con los números 4, 8 y 34—. Del folio 449 se pasa al 451, de manera que el último folio está numerado como 629. Se encuentra, además, en el ángulo inferior izquierdo de los versos otra foliación que comienza por el número 16 en el folio 15v, añadida probablemente por José Fernando Ramírez.
151 De la fortuna literaria de Nuevo Mundo y conquista posterior a la publicación de los fragmentos se halla un notable y —hasta donde sabemos— solitario ejemplo en el cuento «Huitzel y Quetzal» incluido en el libro de idéntico título de Alexis Díaz Pimienta (1991), cuyo protagonista masculino, al reconocer a su amada en un hospital para enfermos de sida, se entrega inmediatamente a los médicos de manera semejante a como el Huítzel de Terrazas (17.20.7-8) se pone a sí mismo en poder de los españoles que han hecho prisionera a Quétzal.
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Ilustración 3. Portada y título añadidos al códice de Dorantes por José Fernando Ramírez (que equivocó aquí el nombre de Baltasar por el de su padre Andrés). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
De mano de Ramírez son sin duda el título —Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, con noticia individual de los descendientes legítimos de los conquistadores y primeros pobladores españoles— y la «Advertencia» manuscritos en dos hojas antepuestas al códice original —en el verso de la primera de las cuales se conserva la dedicatoria de Chavero a García Icazbalceta—, así como el «Índice», la «Nómina de los conquistadores y de sus descendientes», el «Discurso y variedad de los sucesos de los conquistadores y pobladores y de su número y otras cosas de sus discursos», la «Nómina de los pobladores, sus descendientes y servicios» y las «Noticias particulares» que pueden leerse en otras diez hojas añadidas al final. El exlibris que figura en el reverso de la cubierta delantera del volumen, encuadernado en pasta holandesa, es, en cambio, el de Icazbalceta, con el mote latino otium sine litteris mors est. El texto, escrito en bastarda española, es, como intuyó Luis González Obregón (Ágreda y Sánchez 1902: I), el autógrafo de Baltasar Dorantes —que afirmó haber preferido su propia letra, «tan mala y larga», a la de los
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escribanos (78r-78v; Ágreda y Sánchez 1902: 36)—, pues así lo indican, a pesar del escepticismo manifestado por Robert Folger (2011: 73), evidentes correcciones de autor152. De manuscritos diversos debió de copiar Dorantes los fragmentos épicos, que se encuentran distribuidos en cinco bloques153. En el caso de Nuevo mundo y conquista, pudo haber utilizado el autógrafo de Terrazas —que se encontraba a su muerte en poder de su familia, según informó la Audiencia de México a Felipe II el 16 de diciembre de 1580 (AGI, México, 70, R.3, N.37, [1r])— o bien un apógrafo intermedio igualmente perdido. Que Dorantes haya escrito que Nuevo Mundo y conquista era todavía en 1604 «obra [...] no sacada en moldes ni aun a los ojos de nadie» (D 491r; Ágreda y Sánchez 1902: 240) nos inclinaría a optar por la primera posibilidad, si bien el hecho de que el poema de Terrazas haya sido conocido e imitado por Antonio de Saavedra Guzmán y por Gaspar de Villagrá, como se ha hecho ver en el apartado II.8, invita a no excluir del todo la existencia de alguna copia. El caso es que, por descuido de Dorantes o de un hipotético copista intermedio —si no del propio Terrazas, que no pudo dar la última mano a un poema que la muerte le impidió concluir—, los versos de Nuevo Mundo y conquista citados en la Sumaria relación presentan evidentes errores de copia e irregularidades métricas que justifican la labor de edición iniciada por Icazbalceta, a la que se deben mejoras notables pero también no pocas distorsiones.
2. Esta edición El propósito de la presente edición es ofrecer al lector interesado en Nuevo Mundo y conquista un texto de las partes conservadas de este poema que esté, en la medida de lo posible, limpio de los errores que lo afean ya en el manuscrito de Baltasar Dorantes, así como de las deformaciones que se En el fol. 210v se encuentra, por ejemplo, tachada una nota marginal acerca de la influencia del clima en la constitución anímica de los japoneses que figura con escasas variaciones en el fol. 190v (Ágreda y Sánchez 1902: 79), ya haya sido porque Dorantes, olvidándose de que ya la había añadido a un pasaje previo, la haya repetido y después la haya tachado, ya porque, en una revisión, haya preferido adelantarla. 153 El primero entre los fols. 46v y 57r —ap. III (46v), fr. 6 (46v-47r), fr. 18 (47v), fr. 13 (49v-50r), fr. 2 (50r-50v), fr. 8 (52v-53r), fr. 20 (53v-57r)—, el segundo entre los fols. 72v y 77r —fr. 11 (72v-73v), fr. 15 (76v-77r)—, el tercero entre los fols. 226v y 235v —fr. 5 (226v-227v), fr. 4 (229v-231v), fr. 1 (233r-233v), fr. 9 (234v), fr. 7 (235r-235v)—, el cuarto entre los fols. 318v y 386v —fr. 16 (318v-321r), ap. I (327v-329r), fr. 14 (330v-339r), ap. II (348r-348v), fr. 10 (384v-386v)— y el quinto entre los fols. 483v y 509r —fr. 19 (483v484v), fr. 12 (491v-405v), fr. 3 (496v-498r), fr. 17 (503r-509r). 152
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fueron deslizando en las sucesivas ediciones dadas a la imprenta por Joaquín García Icazbalceta (1884), José de Ágreda y Sánchez (1902), Antonio Castro Leal (1941), Alfonso Méndez Plancarte (1942), y Ernesto de la Torre Villar (1987), sin dejar de aprovechar cuanto de bueno haya en cada una de ellas. En su estudio de 1884 «Francisco de Terrazas y otros poetas del siglo xvi»154, transcribió García Icazbalceta los fragmentos épicos citados en el manuscrito de Dorantes modernizando la ortografía y la puntuación e introduciendo correcciones —algunas más acertadas155 que otras156—, sin que a veces sea dable distinguir claramente dichas correcciones de los errores de transcripción157. Para contar con una edición impresa del códice entero, incluidos los añadidos de José Fernando Ramírez, un prólogo de Luis González Obregón y tres apéndices, habría que esperar a la que publicó en 1902 el Museo Nacional de México en «traducción paleográfica» de José de Ágreda y Sánchez158. Mas no fue esta tan «exacta y fidelísima» como González Obregón, que ayudó a Ágreda a cotejar su texto con el original y a poner la puntuación, afirma en el prólogo (Ágreda y Sánchez 1902: I-II), pues, por cuanto toca a las citas de Terrazas, se deslizaron en ella varios errores159, así como algunas enmiendas poco afortunadas, ya del propio Ágreda160 ya de García Icazbalceta161. Este fue el texto de la Relación de Publicado, como ya se ha dicho, en el tomo 2 de las Memorias de la Academia Mexicana (García Icazbalceta 1884) y reimpreso primero en el tomo 2 de las Obras del autor (García Icazbalceta 1896) y después, ya como libro, en el primer volumen de la Bibliotheca Tenanitla publicada por José Porrúa Turanzas (García Icazbalceta 1962). 155 V. 2.1.7, 3.3.4, 4.1.2, 5.3.4, 10.6.3, 10.7.2, 12.11.2, 12.15.7, 14.9.4, 14.28.8, 16.12.4, 17.14.5, 17.22.6, 20.16.3, 20.20.5, 20.23.8, I.1.2. 156 V. 14.31.5, 16.1.8, 16.10.1, 20.3.7, 20.18.3, 20.20.3, 20.20.7. 157 Hay claros errores de transcripción en 3.1.3, 5.4.2, 10.6.6, 10.6.7, 11.1.1, 12.1.5, 12.2.1, 12.2.5, 14.6.4, 14.10.6, 17.21.4, 20.6.1, 20.7.3, 20.14.7, 20.15.7, I.1.5 y I.9.1. Podrían ser correcciones o errores los que se encuentran en 2.1.2, 10.4.8, 10.7.8, 11.2.8, 11.3.5, 11.3.7, 12.13.5, 14.12.2, 14.19.2, 14.22.3, 14.26.8, 14.33.5, 17.20.3, 17.21.5, 20.11.8 y I.6.6. 158 Los apéndices son el estudio «Conquistadores de México» de Manuel Orozco y Berra, un «Memorial de los conquistadores de esta Nueva España» fechado en 1604 y una «Información de los méritos y servicios de los capitanes Andrés Dorantes y Juan Bravo de Lagunas, y de don Baltasar y don Sancho Dorantes de Carranza» fechada en 1613 (Ágreda y Sánchez 1902: 333-491). De esta edición de Ágreda existe una reproducción facsimilar salida de las prensas de Jesús Medina (Ágreda y Sánchez 1970). 159 V. 4.5.5, 6.2.1, 10.1.7, 14.10.6, 14.14.3, 14.15.4, 14.19.2, 14.22.3, 17.8.2. 160 V. 14.25.6. 161 V. 16.10.1, 20.18.3. 154
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Dorantes reeditado ochenta y cinco años después como número 87 de la Biblioteca Porrúa, con útiles preliminares y apéndices documentales, por Ernesto de la Torre Villar, quien, con la intención de corregir los errores de transcripción —sin haber visto el manuscrito— y modernizar la ortografía, según él mismo anunciaba en su introducción (Torre Villar 1987: X), desfiguró los pasajes poéticos hasta el punto de quebrar en varias ocasiones la rima o la medida de los versos162. No estaba exenta de defectos análogos la edición de las Poesías de Francisco de Terrazas salida igualmente de las prensas de Porrúa, como número 3 de la Biblioteca Mexicana, en 1941 por obra de Antonio Castro Leal, quien, sin haber tenido acceso al manuscrito, había establecido a partir de las transcripciones de García Icazbalceta y de Ágreda y Sánchez el texto de los veintiún fragmentos atribuibles en su opinión a Nuevo Mundo y conquista. Afean dicho texto, además de correcciones innecesarias o errores de transcripción heredados de Icazbalceta163, enmiendas poco atinadas de mano del nuevo editor164, sin contar tres omisiones y una transposición que pueden haberse debido a equivocaciones de este o del cajista165; faltas que, unidas a alguna que otra errata166, hicieron que continuara siendo preferible el texto de don Joaquín. En este se basó el padre Alfonso Méndez Plancarte para imprimir en el primer tomo de su Poetas novohispanos, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México al año siguiente de que hubieran visto la luz las Poesías editadas por Castro Leal, partes de los fragmentos 14 (6-35) y 17 (1-4, 7-9, 13-23) y el apéndice I167, que en algunos lugares aparecieron depurados por el buen juicio del erudito michoacano168. V. 5.4.8, 14.7.3, 14.20.4, 16.8.1, 17.9.3, 17.12.5, II.2.1 y II.3.8. Más acertado estuvo el editor en la incorporación de catorce documentos relativos a la vida de Baltasar Dorantes y de unos cuadros demostrativos de las fuentes utilizadas por este, así como de un índice de personas y lugares elaborado por Ramiro Navarro de Anda (Torre Villar 1987: XXXVIILXII, 421-450). 163 V. 3.1.3, 10.4.8, 10.6.6, 10.6.7, 10.7.8, 12.2.5, 16.1.8, 17.20.3, 17.21.4. 164 El número de las correcciones acertadas (4.3.4, 14.22.3, 14.22.5) es, de hecho, bastante inferior al de las desacertadas (3.2.2, 3.5.7, 5.4.8, 10.1.5, 12.8.6, 14.5.7, 14.23.7, 14.24.6, 14.33.1, 16.2.8, 17.7.4), varias de las cuales quiebran la rima o la medida de los versos. En 14.25.6 el desacierto procede de Ágreda y Sánchez. 165 V. 4.6.7, 10.1.2, 17.9.1, II.3.1-2. 166 Hay sin duda erratas en 3.5.2 y 17.5.3, mientras que en 1.3.8, 3.6.6, 10.7.1, 14.34.1 y 19.2.5 no está claro si la variante es producto de un error o de una corrección desacertada. 167 La prueba de que la fuente fundamental de Méndez Plancarte (1942: 30-35, 23-30, 36-39) fue García Icazbalceta estriba en que reproduce errores de transcripción o correcciones innecesarias de este que podría haber enmendado si hubiera seguido a Ágreda 162
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La edición de los fragmentos de Nuevo Mundo y conquista que ahora ve la luz es, pues, la primera basada directamente en el manuscrito de la Sumaria relación de Baltasar Dorantes desde la transcripción que de este publicó José de Ágreda y Sánchez en 1902.168 El texto se ofrece con las abreviaturas resueltas, la acentuación y la puntuación modernizadas y la ortografía regularizada incluso en cuanto respecta a los timbres vocálicos, que en D presentan vacilaciones caprichosas («siguir», 16.1.8, pero «seguido», 17.14.5; «siguro», III.1.3, pero «seguro», 17.20.6, I.9.8, «segura», 14.14.5, 17.8.3, I.4.7, «seguramente», 3.1.4, «aseguraron», 14.5.3, «asegurando» 17.5.5; «ovimos», 14.31.2, pero «huvo», 12.10.1, etc.). Se han deshecho las contracciones hoy desusadas y se ha adaptado a los criterios vigentes la distribución entre «i», «j» e «y», «u» y «v», «b» y «v», «c» y «q», «c», «s» y «z» —excluyendo la «ç»— y «g» y «j» —excluyendo la «x» salvo para «México»—, así como la escritura de la «h» y del grupo consonántico «sc». Se ha antepuesto «e» a la «s» líquida en formas como «sta» (1.2.8), «squiva» (14.21.1), «stuvo» (17.2.7), «scura» (17.6.6), «scuadrón» (17.14.3) y «strecha» (17.3.2, 20.7.3), así como en «stremo» (4.3.5, etc.), «stremeño» (5.3.5), «straño» (12.9.5, etc.) y «strangeros» (14.6.3) —conservando la «s» de D frente a las formas que en el mismo manuscrito aparecen con «x» («extravagantes», 3.6.3)—. El uso ocasional de consonantes dobles sin valor fonológico —«effecto» (17.15.5, 17.20.5), pero «efecto» (2.1.7, 12.15.7); «casso» (19.3.1), pero «caso» (7.1.6, etc.)— se ha eliminado, y el grupo consonántico culto «ct», representado o simplificado por el autor del manuscrito de manera semejante, pero no idéntica, a como lo hace la ortografía actual —«efecto» (2.1.7, etc.), «doctrina» (12.14.5), «sujeto» (2.1.8, 17.20.3), pero «sancta» (12.8.6, 20.9.5)—, se ha tratado conforme al uso de esta incluso allí donde la pronunciación de la oclusiva velar —no contemplada, evidentemente, por el poeta— habría comprometido la rima («efecto» 2.1.7, 12.15.7, 17.20.5). Se han respetado, en cambio, las formas antiguas de topónimos y antropónimos («Chetemal», 14.33.1; «Bamba», 4.2.5; «Moisén», 14.2.5-6; «Arom», 14.2.7). y Sánchez (17.20.3, I.9.1) o a este y a Castro Leal (14.6.4) —a pesar de que para cada fragmento de Nuevo Mundo y conquista da como referencia las páginas de estas dos ediciones—. 168 Propuso Méndez Plancarte apreciables enmiendas a 14.6.2 y 14.11.3, y en 14.10.6, 14.22.3 y 14.31.5 restableció, sin haber visto el manuscrito, las lecturas de este deformadas por las transcripciones erróneas de Icazbalceta y de Ágreda, si bien introdujo en otros pasajes correcciones innecesarias (14.11.4, 14.22.4, 14.22.8, 14.24.6).
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Los mismos criterios se han adoptado para transcribir la prosa de la Sumaria relación de Dorantes y para regularizar la ortografía de la mayor parte de los textos citados, aun cuando se hayan tomado de ediciones modernas. La lectura del manuscrito D se consigna en transcripción paleográfica en el aparato crítico cuando justifica nuestra elección frente a lecturas que se encuentran en alguna o algunas de las ediciones impresas, o bien cuando ha sido enmendada en el cuerpo del texto. En ambos casos se registran todas las variantes que se han dado para el pasaje pertinente, encerrándolas entre paréntesis cuando son meramente ortográficas. Las enmiendas se han introducido en aquellos lugares en los que el texto transmitido por Dorantes presenta manifiestos errores de copia o descuidos de autor que comprometen el sentido, la sintaxis, la escansión o la rima de los versos; las hemos tomado las más de las veces de los editores que nos han precedido —sobre todo de García Icazbalceta (3.3.4, 4.1.2, 5.3.4, 10.6.3, 10.7.2, 12.11.2, 14.9.4, 14.28.8, 16.12.4, 17.14.5, 20.16.3, 20.20.5, 20.23.8, I.1.2), pero también de Castro Leal (4.3.4, 14.22.5)—, salvo en dos lugares que hemos corregido de propia mano (12.4.2, 14.6.2), limitándonos en otro a proponer la corrección en nota (16.8.8) y dejando como loci desperati un verso hipermétrico (7.1.3) y un endecasílabo dactílico (3.6.4). Las notas a los fragmentos pretenden constituir un exhaustivo comentario filológico que permita al lector comprender cabalmente el texto en su contexto histórico y literario, así como estimar los argumentos en que se han basado nuestras decisiones editoriales cuando sea preciso.
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Siglas D I A C M T
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Ms. JGI 664. Nettie Lee Benson Latin American Collection (University of Texas at Austin). García Icazbalceta, Joaquín, ed. (1884): «Francisco de Terrazas y otros poetas del siglo xvi», Memorias de la Academia Mexicana, 2, 357-425. Ágreda y Sánchez, José de, ed. (1902): Baltasar Dorantes de Carranza. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, Ciudad de México, Imprenta del Museo Nacional. Castro Leal, Antonio, ed. (1941): Francisco de Terrazas. Poesías, Ciudad de México, Porrúa. Méndez Plancarte, Alfonso, ed. (1942): Poetas novohispanos. Primer siglo (1521-1621), Ciudad de México, Universidad Nacional Autónoma de México. Torre Villar, Ernesto de la, ed. (1987): Baltasar Dorantes de Carranza. Sumaria relación de las cosas de la Nueva España, Ciudad de México, Porrúa.
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Fragmento 1 Proemio 1 No de Cortés los milagrosos hechos, no las victorias inauditas canto de aquellos bravos e invencibles pechos cuyo valor al mundo pone espanto, ni aquellos pocos hombres ni pertrechos que ensalzaron su fama y gloria tanto que del un polo al otro en todo el mundo renombre han alcanzado sin segundo. 1
2 Tantos rendidos reyes, Nuevo Mundo, infinidad de cuento de naciones, segunda España y hecho sin segundo, ejércitos vencidos a millones, dioses postrados falsos del profundo a quien sacrificaban corazones, no lo puede escribir humana pluma, que en la mente divina está la suma. 3 Valeroso Cortés, por quien la fama sube la clara trompa hasta el cielo, cuyos hechos rarísimos derrama con tus proezas adornando el suelo, si tu valor, que el ánimo me inflama, se perdiese de vista al bajo vuelo, si no pueden los ojos alcanzalle, ¿quién cantará alabanzas a su talle? 2
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1.1.5 pertrechos CT : peltrechos DIA. 1.3.8 su DIAT : tu C.
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4 No quiero yo manchar, ni Dios lo quiera, del pecho sabio el ánimo invencible cuyo blasón, fijado allá en la esfera, contiene «todo es poco lo posible», ni aquella temeraria fuerza fiera con que allanaste casi lo imposible, que es agotar a mano un mar copioso: solo diré de paso lo forzoso. 3
4
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1.4.4 posible IACT : pusible D. 1.4.6 imposible ICT : impusible DA.
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Notas al fragmento 1 D 233r-233v. Fr. 1 Castro Leal (1941: 25-26). García Icazbalceta (1884: 364-365); Ágreda y Sánchez (1902: 97-98); Torre Villar (1987: 92-93). 4 octavas. Perteneció con toda seguridad al canto 1. Baltasar Dorantes cita este fragmento inmediatamente después de enumerar con admiración los «hechos tan milagrosos» de Cortés, sin mencionar al autor de las octavas ni anteponerles una introducción propiamente dicha (D 232r-232v; Ágreda y Sánchez 1902: 97): El barrenar Cortés los navíos, el ahorcar a Xicoténcatl, capitán general y señor y uno de los cuatro de aquella señoría de Tlaxcala, el prender a Moctezuma, rey y señor, emperador universal de toda la tierra, el hacer justicia en casa, reino y hacienda ajena del gran señor de Nautlán, y antes de todo esto el fundar villa en la Veracruz, elegir regidores y alcaldes, renunciar los poderes de Diego Velázquez, desistirse del cargo de general y resignarse a la voluntad de todos, habiendo sido sus súbditos y que necesariamente tendría enemigos y envidiosos, el pedir e instar que se nombrase otra persona que en nombre de Su Majestad gobernase aquella gente y ejército y prosiguiese en el descubrimiento y conquista, cosas hechas con grandes fundamentos y con grande ánimo, ¿quién pudiera u osara fiarlas todas de la fortuna, arrojándose en tantas aventuras que parece imposible el efecto de ellas en tan buenos fines y gloria de su nación, y acrecentamiento de su casa, servicio y grandeza de su rey, con tanta grandeza y hechos tan milagrosos?
Debe, sin embargo, sobreentenderse que los versos son de Terrazas, a quien, llegado a este punto, Dorantes ha citado ya cinco veces (frs. 6, 13, 2, 11 y 15) de manera expresa y otras cinco (frs. 18, 8, 20, 5 y 4) de manera tácita (Castro Leal 1941: 103). En el folio 211r ha comenzado la narración de la historia de Hernán Cortés («acabada en esta suma la variedad de las cosas de Colón, entran las de Cortés en sus primeros principios»), que entre los folios 226v y 235v ilustra con cuatro citas tácitas (frs. 5, 4, 1 y 9) y una expresa (fr. 7) de Nuevo Mundo y conquista. Pocas dudas puede haber de que el fragmento que nos ocupa constituía, como creyó García Icazbalceta (1884: 364), el proemio de este poema, inequívocamente marcado en su primer verso por una alusión al primer verso de la Araucana.
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V. Amor y Vázquez (1962: 404 n. 18), Peña (1996: 451-452), Pullés-Linares (2005: 86), Cebollero (2009: 15, 42), Marrero-Fente (2007: 158-159), Cabrera Pons (2015: 152), Marrero-Fente (2017: 145-151), Romano Martín (2017: 633635), Terukina Yamauchi (2017: 115), Río Torres-Murciano (2018: 442) y Yera Sucías (2020: 592-594). 1.1.1 No de Cortés los milagrosos hechos. La apertura del poema con una enunciación negativa habría sido ciertamente chocante si no existiera el precedente de la Araucana: No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados, ni las muestras, regalos y ternezas de amorosos afectos y cuidados, mas el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles esforzados que a la cerviz de Arauco no domada pusieron duro yugo por la espada (1.1). La imitación de Ercilla es, sin embargo, más original de lo que ha pretendido Cebollero (2009: 15), pues se encuentra aquí una correctio atípica que en el último verso del fragmento («solo diré de paso lo forzoso» 1.4.8) se resuelve como un «no canto A, sino parte de A», defraudando la expectativa del lector que, con el recuerdo puesto en la Araucana, haya esperado un «no canto A, sino B» —como ocurre, p. ej., en unas octavas atribuidas a Gutierre de Cetina en FVP (232.1724; Ponce Cárdenas 2014: 902)—. La correctio que en Ercilla era cualitativa, por oposición a la apertura al tema amoroso de Ariosto («le donne, i cavallier, l’arme, gli amori», OF 1.1.1), es en Terrazas meramente cuantitativa, y esta reducción del todo a la parte viene determinada por la minutio retórica de la capacidad del poeta, que funciona como correlato tópico de la amplificatio de las hazañas del héroe según la lógica de la excusatio propter infirmitatem (1.2.7-8, 1.4.1). No se percibe el rechazo conjunto de la épica mitológica de Virgilio y de la romancesca de Ariosto que, entendiendo el «no [...] los milagrosos hechos» como un repudio de los acontecimientos sobrenaturales en beneficio de la historicidad —como si «milagroso» fuera sinónimo de «fabuloso»— ha querido ver aquí Marrero-Fente (2007: 158-159; 2017: 145-146). 1.1.7 que del un polo al otro. La expresión había sido empleada por Ercilla en su hiperbólica descripción de la extensión de Arauco («que del un polo al otro se estendía», Ar. 1.12.4), evidentemente deudora del panegírico de Garcilaso al duque de Alba don Fernando de Toledo («la cumbre y señorío terná solo / del uno al otro polo», égloga 2.1756-1757; Morros 1995: 218) —en el que se inspiraron, entre otros, Gutierre de Cetina («hacerme oír del uno al otro polo», FVP 232.40; Ponce Cárdenas 2014: 903), González de Eslava («el ganado / que hay del uno al
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otro polo», 13.10; Arróniz Báez y López Mena 1998: 510) y el autor anónimo de una de las composiciones hechas en México para la fiesta de las reliquias de 1578 (Tenorio 2010: I 150)—. V. Cobos (1997: 161-163). 1.2.1 Tantos rendidos reyes. El escudo otorgado a Cortés por real cédula de 7 de marzo de 1525 traía en su segundo cuartel «tres coronas de oro en campo negro, la una sobre las dos en memoria de tres señores de la gran cibdad de Tenustitán y sus provincias que vos vencisteis, que fue el primero Moteczuma, que fue muerto por los indios teniéndole vos preso, y Cuetaocin, su hermano, que sucedió en el señorío y se rebeló contra nos y os echó de dicha cibdad, y el otro que sucedió en el dicho señorío, Guauctemucin, y sostuvo la dicha rebelión hasta que vos le vencisteis y prendisteis [...], y por orla del dicho escudo en campo amarillo siete capitanes y señores de siete provincias y poblaciones que están en la laguna y en torno de ella, que se rebelaron contra nos y los vencisteis y prendisteis en la dicha cibdad de Tenustitán, apresionados y atados con un candado debajo del dicho escudo» (DC 46; Martínez 1990-1992: I 334). Estos siete reyes fueron, según Bernal Díaz: «Montezuma, gran señor de México; Cacamatcin, señor de Tezcuco; y los señores de Iztapalapa y de Cuyuacán y Tacuba, y otro gran señor que era sobrino del Montezuma, a quien decían que le venía el cacicazgo y señorío de México, que era señor de Matalcingo y de otras provincias, y a este Guatémuz sobre que fue el pleito» (cap. 156; Serés 2011: 678). V. Martínez Cosío (1949: 93-96). Nuevo Mundo. La sinécdoque por la que se reduce el Nuevo Mundo a la Nueva España conquistada por Cortés, que Terrazas reitera en 14.2.4 —y que figurará, ya perfectamente consolidada, en el subtítulo de la obra de Vetancurt (1698)—, no se encuentra en Gómara («México, el más grande y fuerte lugar de las Indias y Nuevo Mundo»; Conquista cap. 130, Miralles Ostos 1988: 185), pero sí al comienzo del De rebus gestis Ferdinandi Cortesii («cuius [sc. Cortesii] ductu et impensis [...] alter hic terrarum orbis potissimum est inventus et debellatus»; Pellús Pérez 2007: 84), al igual que en Diego Muñoz Camargo («Francisco de Terrazas, que en grado más supremo escribe la crónica de este Nuevo Mundo», 13r; Acuña 2000: 49), en el coloquio 15 de Fernán González de Eslava (1, 291, 488; Arróniz Báez y López Mena 1998: 568, 578, 585), en Juan Suárez de Peralta —quien considera que Dios eligió al extremeño «para una de las cosas más grandiosas que hombre a hecho, que fue el descubrimiento y conquista [y] pacificación del Nuevo Mundo», y que «para él tenía la riqueza y conquista de aquel Nuevo Mundo» (cap. 7; Silva Tena 1990: 80, 87)— y en Gaspar de Villagrá (HNM 3.242, 4.372, 6.45). Es, ya antes, recurrente en las obras de Francisco Cervantes de Salazar impresas en México —de donde trae, quizás, origen—, ya sea en los tres Diálogos latinos dedicados a ensalzar la capital de la Nueva España (García Icazbalceta 1875: 2, 24, 150, 278, 290) o, de manera completamente explícita, en el Túmulo imperial («la fidelidad y amor que a su rey y señor este Nuevo Mundo tiene», «haber Hernando Cortés […] conquistado el Nuevo Mundo»; O’Gorman 1963: 182, 189) —mientras que en su Crónica
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manuscrita convive con la acepción amplia de Nuevo Mundo (p. ej. lib. 1, caps. 1, 2, 10 y 18, lib. 2, cap. 22, lib. 4, caps. 9, 18, 20, 23, 24 y 25; Magallón 1914: 2, 4, 21, 34, 106, 293, 301, 309, 314, 315, 321)—. Aparece asimismo en el verso final («pues solo sujetaste un Nuevo Mundo») del soneto «No aquel famoso defensor troyano», atribuido a Juan de Vadillo en el Cancionero sevillano de Toledo (poema 169; Labrador Herraiz et al. 2006: 270). 1.2.3 segunda España. Es esta una variación menos habitual de lo que podría pensarse sobre el topónimo «Nueva España», propuesto a Carlos V por Cortés en la segunda carta de relación antes de haber completado la conquista (Delgado Gómez 1993: 308). Se encuentra bastante más tarde en la Crónica franciscana de fray Alonso de la Rea, publicada en México en 1643 («en la ciudad de México, cabeza de este Nuevo Mundo y metrópoli de esta segunda España»; Escandón 1996: 96). sin segundo. El hábito de calificar la conquista de México como «hecho sin segundo» lo había inaugurado el propio Cortés con los versos que, según Gómara, había mandado inscribir en la culebrina de plata que había enviado al emperador, («aquésta nació sin par; / yo en serviros sin segundo; / vos sin igual en el mundo», Conquista cap. 169, Miralles Ostos 1988: 233); pero Terrazas (1.1.8) ha preferido extender el «renombre» granjeado por el hecho al conjunto de los conquistadores. La expresión se encuentra, rimada igualmente con «profundo» (1.2.5), en el soneto 21 (6-7) de Garcilaso, cuyo primer cuarteto imita Terrazas poco más abajo (1.3.1-5), y en una epístola de Diego Hurtado de Mendoza recogida en FVP (110.123). 1.2.5 dioses postrados falsos del profundo. Es posible que, como ha sugerido Romano Martín (2017: 634), haya aquí un eco de la presencia de los dioses paganos en el proemio de la Eneida (inferretque deos Latio, 1.6) —que será mucho más claro en Lobo Lasso (Mex. 1.2.4-8)—. La debelación del paganismo se constituirá, en todo caso, en lugar común de los proemios de la épica de Indias posterior a Terrazas (PI 1.1.5-8; Pedro de Oña, Arauco Domado 1.2.1-4), a pesar de que Ercilla había optado por dejar para más adelante (Ar. 1.40) la mención del culto de los indios al demonio. 1.2.7-8 no lo puede escribir humana pluma / que en la mente divina está la suma. El tópico panegírico de la incapacidad técnica del poeta frente a la grandeza de su materia adquiere una dimensión notablemente hiperbólica mediante la denegación de toda humana habilidad —y no, de la habilidad estilística propia, ya en términos absolutos («mi torpe estilo», Ar. 1.5.3), ya frente a la de los más altos modelos («la elegancia del verso no es de Homero, / de Lucano, Virgilio, Ovidio, el Dante», CV 1.3.5-6)—. «Pluma» rima con «suma» en dos versos celebérrimos de Garcilaso («hurté de tiempo aquesta breve suma, / tomando ora la espada, ora la pluma», égloga 3.39-40; Morros 1995: 225) y también en Ercilla («fue hecho tan notable que requiere / mucha atención y autorizada pluma, / [...] / [...] / diré cuanto
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en mi estilo yo pudiere, / aunque todo será una breve suma», Ar. 4.7.1-6), pero el modelo inmediato de Terrazas parece hallarse en las «octavas de Juan de Herrera en loor de Nuestra Señora» recogidas en FVP («y aquí para mi pluma, / que en la mente divina está la suma», 8.47-48). Saavedra imitó estos versos de Terrazas en dos lugares, hablando respectivamente de la conquista de México («que querer reducirlo a breve suma / sólo es bastante la divina pluma», PI 1.12.7-8) y de las virtudes de Cortés («será querer pintarlo humana pluma / poner en un garbanzo el mundo, en suma», PI 1.16.7-8). 1.3.1-8 Valeroso Cortés, por quien la fama / sube la clara trompa hasta el cielo, / cuyos hechos rarísimos derrama / con tus proezas adornando el suelo, / si tu valor, que el ánimo me inflama, / se perdiese de vista al bajo vuelo, / si no pueden los ojos alcanzalle, / ¿quién cantará alabanzas a su talle? Este apóstrofe al héroe del poema es ciertamente singular, pues no se trata de una petición de inspiración que sustituya a la musa por un mortal que es dedicatario —pero no protagonista— de la obra, como había hecho Lucano (Phars. 1.33-66) con Nerón —para escándalo de Alonso López Pinciano (1596: 474)—, ni de encomendar el poema a la protección de un mecenas, como hace Ariosto (OF 1.3-4) con Hipólito de Este, o a la del rey, como hacen Zapata (CF 1.5-7) y Ercilla (Ar. 1.3-4) con Felipe II. El modelo no épico, sino lírico, que Terrazas sigue aquí —y que viene imitando desde 1.2.3— es el soneto 21 (1-8) de Garcilaso, elogio de un «marqués» no nombrado que podría ser don Pedro de Toledo, el de Villafranca, o Alfonso de Ávalos, el del Vasto (Morros 1995: 39): Clarísimo marqués, en quien derrama el cielo cuanto bien conoce el mundo, si al gran valor en que el sujeto fundo y al claro resplandor de vuestra llama arribare mi pluma, y do la llama la voz de vuestro nombre alto y profundo, seréis vos solo eterno y sin segundo, y por vos inmortal quien tanto os ama. Lasso (CV 1.7-8) utilizará el elogio inicial de Cortés para hacer que este ocupe el lugar de las musas como fuente de inspiración, mientras que Saavedra (1.15) se limitará al puro panegírico al modo del que tenemos en Terrazas —insertándolo, eso sí, tras la dedicatoria de rigor a Felipe III—. 1.3.2 la clara trompa. La trompa de la fama —elemento ajeno a la célebre personificación virgiliana (Aen. 4.173-190) pero presente ya en Juvenal («foedae bucina famae», Sátiras 14.152) y ampliamente difundido a partir quizás del Anticlaudianus (9.137-148) de Alain de Lille (Hardie 2012: 620)— se encuentra, junto con el adjetivo «clara», en un pasaje de Ercilla en el que el verbo «derramar» se usa de modo muy semejante a como lo hace Terrazas en 1.3.3 («la fama con sonora y clara trompa, / dando más furia a mi cansado aliento / derrame en todo el orbe de la tierra / las armas, el furor y nueva guerra», Ar. 16.1.5-8). hasta el cielo. Se diría que resuena aquí un eco
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del virgiliano «fama qui terminet astris» (Aen. 1.287), como ha notado Romano Martín (2017: 635). 1.3.6 al bajo vuelo. La imagen de la elevación del héroe al cielo merced a sus hechos gloriosos, recurrente desde la épica romana (Aen. 9.641; Valerio Flaco, Argonáuticas 1.563; Silio Itálico, Púnicas 15.100, 106-107), se opone aquí a la incapacidad del poeta para alcanzar dicha altura en términos semejantes a los empleados por Zapata en su invocación a Felipe II («y así a volar tan alto yo concedo / que la pluma jamás me levantara», CF 1.7.1-2). Análoga contraposición de la bajeza del elogiador a la inalcanzable altura del elogiado se encuentra en unas octavas de tema amoroso incluidas entre las poesías de Gutierre de Cetina en FVP («mas ¿quién podrá jamás volar tan alto / que de lo que valéis al punto llegue», 232.33-34; Ponce Cárdenas 2014: 903). 1.3.7 alcanzalle. En D se prefieren resueltamente las formas asimiladas de este tipo en posición final (3.2.1, 3.2.3, 3.2.5, 5.3.7, 12.2.4, 12.2.6, 12.3.7, 14.4.8, 14.8.1, 14.8.3, 14.8.5, 14.19.78, 20.11.7, 20.24.2, 20.24.4, 20.24.6), con las excepciones de «investigarlo» e «intentarlo» (8.2.7-8), mientras que en interior de verso se da una relación más equilibrada en la que las formas hoy regulares (3.5.4, 12.12.2, 12.15.4, 12.16.4, 14.11.7, 14.17.6, 17.6.4, 17.11.6, 17.12.4, 17.13.6, 20.16.8, 20.21.1) priman ligeramente sobre las asimiladas (5.3.7, 14.11.2, 14.19.2, 14.27.8, 14.32.6, 15.1.2, 16.8.3, 17.15.1, 19.1.4, 20.24.8). A propósito de esta alternancia —no explotada en el texto transmitido de los poemas líricos de Terrazas, que contienen solo formas asimiladas tanto en FVP («temelle», 301.2) como en el Cancionero sevillano de Toledo («deseallo», 154.14; «dolelle», 156.10; Labrador Herraiz et al. 2006: 261, 262), pero sí en la Araucana («dedicarlo» 1.4.1 frente a «matallo» 5.51.3, etc.)—, recuérdese la observación hecha por Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua: «Lo uno y lo otro se puede decir; yo guardo siempre la r porque me contenta más. Es bien verdad que en metro muchas veces está bien el convertir la r en l por causa de la consonante» (Barbolani 1982: 178). 1.4.1 No quiero yo manchar. La idea de que la gloria de un alto personaje puede verse deteriorada por la incompetencia del poeta que lo alaba tiene su locus classicus en la recusatio dirigida por Horacio a Agripa («laudes egregii Caesaris et tuas / culpa deterere ingeni», Odas. 1.6.11-12). 1.4.3 esfera. En sentido amplio el cielo, entendido como el conjunto de las esferas concéntricas que se superponen a la de la tierra, al igual que en Ercilla («la máquina y concierto de la esfera», Ar. 27.53.5). La celeste imagen de un Cortés definitivamente superior a este «bajo mundo» se encuentra ya en el epitafio que, según Gómara, le dedicó su hijo don Martín: «Padre, cuya suerte impropiamente / aqueste bajo mundo poseía; / valor que nuestra edad enriquecía, / descansa agora en paz eternamente» (Conquista cap. 251, Miralles Ostos 1988: 336). 1.4.4 «todo es poco lo posible». Mote recogido en el Cancionero general —números 564 y 591/1 de la edición de González Cuenca (2004: II 624, 646)— que
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ha sido objeto de un amplio número de glosas; v. Labrador Herraiz et al. (2010: 801-803). 1.4.6 allanaste casi lo imposible. En rima con «del pecho sabio el ánimo invencible» (1.4.2) y con «lo posible» (1.4.4), este verso es evidentemente deudor de un pasaje de Ercilla referido a Tucapel: «lo más dudoso y de más riesgo emprende / y poco lo posible le parece, / que el pecho grande y ánimo invencible / allana y facilita aun lo imposible» (Ar. 25.33.5-8; el pareado final repite sin variaciones Ar. 23.14.7-8). 1.4.7 que es agotar a mano un mar copioso. Podría subyacer a esta metáfora, modelada sobre un pasaje de Isaías («quis mensus est pugillo aquas?», 40.12), la leyenda medieval acerca del niño que, con la ayuda de una concha, pretendía vaciar el mar entero en un hoyo hecho en la arena, con el cual se topó San Agustín de Hipona cuando meditaba acerca del insondable misterio de la Trinidad; v. Ahl (1999: 367). 1.4.8 solo diré de paso lo forzoso. Ercilla utiliza reiteradamente «forzoso» en función adverbial para referirse a las interrupciones a que lo obliga el entrelazamiento narrativo ariostesco (Ar. 4.79.3, 9.38.4, 12.58.7, 32.91.7). Aquí, en cambio, el adjetivo sustantivado tiene el sentido de «inexcusable», en que lo utiliza igualmente Dorantes («yo entré en este papel con intención de decir poco y lo forzoso, y el sabor me ha llevado alargando a más», D 77r-77v; Ágreda y Sánchez 1902: 35). Así, junto con el adverbio «solo» y la locución adverbial «de paso» («ligeramente, sin detención o reflexión en las especies», Aut., s. v. «paso»), la restricción a «lo forzoso» sirve para resolver la negación planteada en los primeros versos de este fragmento: «no canto los hechos gloriosos de Cortés porque mi capacidad como poeta no alcanza a ensalzarlos dignamente en su totalidad, pero resumiré aquello que no puede dejar de decirse». En conexión con la tópica de la modestia, la idea de cantar solo «parte» de las inabarcables hazañas heroicas aparece en la épica renacentista española con Espinosa («que la voz de mi verso dé tal salto / que en parte cantar pueda las hazañas / que en este día hicieron las Españas», SPO 34.1.7), después de que Garcilaso se haya excusado por no poder ensalzar en su totalidad las gracias y virtudes de la doña María elogiada en la égloga 3 («lo menos de lo que en tu ser cupiere, / que esto será lo más que yo pudiere», 31-32; Morros 1995: 225). Y en lo difícil que resultaría hacer un relato exhaustivo de las numerosas hazañas de Cortés, tal como reconoce Bernal Díaz («no quiero decir de otras muchas proezas y valentías que vi que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son tantas e de tal manera que no acabaré tan presto de las relatar», cap. 204; Serés 2011: 1012), insiste con reiterado encarecimiento Juan Suárez de Peralta: «diré ahora de Hernando Cortés, primer marqués del Valle, algunas cosas, porque todas será imposible»; «no quiero tratar todas las cosas que le pasaron en este discurso por no ser prolijo»; «sólo diré parte de la buena fortuna de este caballero»; «tratar
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de todas las cosas que sucedieron a Hernando Cortés en el discurso de su viaje, y en la conquista y pacificación de la Nueva España, sería alargarme»; «en lo que fuere de la conquista y llegada de Hernando Cortés a México, trataré en suma de lo que me pareciere es al propósito que pretendo» (caps. 7 y 9; Silva Tena 1990: 80, 82, 94).
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Fragmento 2 Apóstrofe a Cortés 1 Magnánimo Cortés, cuyas hazañas al mundo otro mayor han añadido, honor y gloria de ambas las Españas, de Dios para sus hechos escogido, si al bajo son de mis groseras cañas no pudiere cumplir lo prometido, vos os habéis privado del efecto de que haya pluma igual a tal sujeto. 5
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2.1.2 major D (mayor ACT) : mejor I. 2.1.7 efecto DAT : efeto IC.
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Notas al fragmento 2 D 50r-50v. Fr. 2 Castro Leal (1941: 27). García Icazbalceta (1884: 365); Ágreda y Sánchez (1902: 16); Torre Villar (1987: 27). 1 octava. Perteneció probablemente al canto 1. Dorantes cita el fragmento como apostilla a las palabras que tuvo Cortés con Pánfilo de Narváez cuando lo hizo prisionero (D 50r; Ágreda y Sánchez 1902: 16): Y como Narváez se vido preso, dijo a Cortés que tuviese en mucho tener presa su persona; y le respondió el bizarro estremeño: «la menor cosa que yo he hecho en esta tierra es prenderos a vos». Y así, le embarcó y envió preso a Santo Domingo y a España. Y dice Terrazas de las grandezas de Cortés, que cierto lo fueron [...].
No se establece, empero, conexión narrativa alguna con la prisión de Narváez, más allá de la vaga referencia a las «grandezas» de Cortés en general, ni parece probable, por las razones expuestas en el apartado II.1 de la introducción, que Terrazas haya llegado a relatar este lance. La octava parece continuar el elogio proemial del conquistador iniciado en el fragmento 1, y conviene, pues, mantenerla en el lugar en que la ubicó García Icazbalceta (1884: 365). V. Marrero-Fente (2007: 159), Díez-Canedo Flores (2012: 421), Cabrera Pons (2015: 152), Marrero-Fente (2017: 146), Yera Sucías (2018: 267) y Yera Sucías (2020: 594). 2.1.2 otro mayor. La misma idea se encuentra en una carta enviada por fray Bartolomé de las Casas al Consejo de Indias en 1531, si bien acentuada por la habitual vehemencia del dominico: «otro (aunque nuevo) mundo, y cierto, muy mayor mundo que el que allá teníamos por gran mundo» (Castañeda et al. 1995: 66). 2.1.3 ambas las Españas. La expresión —que se halla referida a las Españas Citerior y Ulterior en Ambrosio de Morales (1574: 192v)— volverá a referirla a España y a la Nueva España Bernardo de Balbuena en la dedicatoria al conde de Lemos que figura entre los preliminares de la Grandeza mexicana en la edición de Diego López Dávalos (Íñigo-Madrigal 2014: 343). 2.1.5 si al bajo son de mis groseras cañas. Nuevo eco de la égloga 3 de Garcilaso («al bajo son de mi zampoña ruda», 42; Morros 1995: 226), notado por Romano Martín (2017: 639 n. 46), que se suma a los presentes en el fragmento anterior
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(1.2.7-8; 1.4.8). «Al son mi musa de grosera lira» se encuentra en el v. 7 de la «Epístola y enfados» de Gutierre de Cetina cuyo verso inicial dice «Señor, pues del airado y fiero Marte» (Ponce Cárdenas 2014: 1082). 2.1.6 cumplir lo prometido. Ercilla (Ar. 22.5.3) había utilizado idéntica expresión para referirse a la necesidad de llevar a cabo su proyecto poético.
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Fragmento 3 La expedición de Francisco Hernández de Córdoba 1 Tras el felice fin de aquella guerra a Cuba fue con escogida gente, y en breve tiempo vio toda la tierra pacífica servir seguramente. Mas, como el fundamento que se yerra hace salir errado lo siguiente, para las minas de oro que hallaron esclavos a hacerse comenzaron. 7
2 La causa de esto no es a mí juzgalla, ni aún este es lugar de decidirse si pudo la sazón justificalla y en otra ha sido justo el impedirse; sé que, después de bien examinalla, vino con gran rigor a prohïbirse, aunque el remedio a tiempo se enviase que a reparar las islas no bastase. 8
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3 Antes fue decayendo de tal suerte en breve tiempo aquel dichoso estado que de los indios con estrago y muerte un número infinito fue acabado; y, como nadie de oro se convierte 12
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3.1.3 y en DAT : en IC. 3.2.1 juzgalla DIA : juzgarla CT. 3.2.2 lugar DIAT : el lugar C. 3.2.3 justificalla DIA : justificarla CT. 3.2.5 examinalla DIA: examinarla CT. 3.3.4 un IC : en un DAT
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al rústico provecho del ganado, para labrar las minas fue la traza hacer de ciertos hombres simple caza. 4 Junto a Honduras una mansa gente las islas de Guanajos habitaba, humilde y simple, que muy fácilmente por fuerza o por engaños se tomaba; y, como empresa que era conveniente a la labor del oro, que aflojaba, tres vecinos de Cuba la emprendieron y con Diego Velázquez se avinieron. 5 Si de esto se dio parte al almirante o si con causa de ello estuvo acedo, más claro se verá más adelante ya que en decirlo agora corto quedo. El uno fue Cristóbal de Morante, el otro Lope Ochoa de Caicedo, Francisco Hernández Córdoba el tercero, por capitán de todos y primero. 13
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6 Armados menos que en esfuerzo finos soldados ciento y diez lleva la armada de extravagantes hecha y de vecinos, más que en la guerra en contratos fundada. Era piloto Antonio de Alaminos, veedor fue Bernardino de Calzada, con quien Velázquez una barca envía porque entrar a la parte pretendía. 15
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3.5.2 si DIAT : sin C. 3.5.7 Cordova D (Córdova A, Córdoba IT) : de Córdoba C. 3.6.6 bernardino D (Bernardino IAT ) : Bernardo C.
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7 Y, como las jornadas de antes hechas al medio de los polos se inclinaban, donde por conjeturas y sospechas hallar grandes riquezas confïaban, también aquestas naos iban derechas o poco de aquel rumbo desvïaban, las islas de Guanajos procurando, casi casi al sudueste navegando. 8 Nadie a decir agora me compela los trances de fortuna que pasaron, la presa de Naucol, la carabela con que los indios presos se le alzaron, que en fin por donde nadie dio la vela al viento y de él forzados arribaron a tierra nunca vista ni sabida, que fue para su daño conocida.
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Notas al fragmento 3 D 496v-498r. Fr. 3 Castro Leal (1941: 28-30). García Icazbalceta (1884: 366-367); Ágreda y Sánchez (1902: 245-247); Torre Villar (1987: 211-213). 8 octavas. Perteneció quizás al canto 1. Dorantes cita estos versos para ilustrar la diferencia que a su juicio se dio entre el modo de actuar de Cortés y el de los demás descubridores (D 495v-496r; Ágreda y Sánchez 1902: 245): Sólo a este capitán hallo que caminó con diferente celo y camino que otros que llaman descubridores, que, si Vuestra Excelencia me da licencia, en buen romance se llaman fures, ladrones, porque hacían lo que hace hoy el inglés, enemigo común: robar los pueblos, sacar la gente, despoblar las marítimas, hacer pillajes tomando el oro y la plata y dando unas cuentecillas de vidro y otros juguetes por tan gran riqueza, diciendo como hace el inglés o francés: esto bono para ti y este bono para mí; y, después de hecho esto, darles albazos y modorrazos, llevándolos a todos, chicos y grandes, niños, hombres y mujeres, y embarcándolos para servirse en sus minas y saca de oro y perlas, haciéndolos esclavos. Y, aunque había audiencia en Santo Domingo y gobernadores, se permitía o disimulaba tan estraña invención; y así lo explana en una palabra u en un verso nuestro Terrazas [...].
De los fragmentos de contenido narrativo que Dorantes ha conservado es este el que ocupa el primer lugar en el desarrollo cronológico del relato, que sigue ya desde aquí a López de Gómara (Historia, cap. 52). Tras una elíptica referencia al paso de Cortés de La Española a Cuba y a la conquista de esta última isla bajo el mando de Diego Velázquez, narra Terrazas los preparativos de la expedición que este envió, con Francisco Hernández de Córdoba como capitán, a las islas de los Guanajos. V. Amor y Vázquez (1962: 401, 405), Díez-Canedo Flores (2012: 423), MarreroFente (2007: 162-165), Marrero-Fente (2017: 152-154) y Yera Sucías (2020: 594595). 3.1.1 Tras el felice fin de aquella guerra. La llevada a cabo en la isla Española contra Anacaona bajo el mando de Diego Velázquez: «y dende a poco se fue [Cortés] a la guerra que hacía Diego Velázquez en Aniguaniagua, Bucaiarima y otras provincias que aún no estaban pacíficas con el alzamiento de Anacaona, una viuda grande señora» (Gómara, Conquista, cap. 3; Miralles Ostos 1988: 9).
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3.1.2 a Cuba fue. «Envió el almirante don Diego Colón, que gobernaba las Indias, a Diego Velázquez que conquistase a Cuba, el año de 11, y diole la gente, armas y cosas necesarias. Fernando Cortés fue a la conquista por oficial del tesorero Miguel de Pasamonte, para tener cuenta con los quintos y hacienda del rey; y aun el mesmo Diego Velázquez se lo rogó, por ser hábil y diligente» (Gómara, Conquista, cap. 4; Miralles Ostos 1988: 9). 3.2.2 ni aún este es lugar de decidirse. Debe leerse este verso con pronunciación bisilábica de «aún», como en «ni aún me hallo donde me he perdido» (Boscán, poema 104.18; Clavería, 1999: 215); a no ser que se prefiera aceptar la corrección «el lugar» (Castro Leal 1941: 28). 3.2.6 vino con gran rigor a prohïbirse. La prohibición de hacer a los indios esclavos se consignó en las Leyes Nuevas, promulgadas en la Nueva España el 13 de marzo de 1544: «Ítem: ordenamos y mandamos que de aquí adelante, por ninguna causa de guerra ni otra alguna, aunque sea so título de rebelión, ni por rescate ni otra manera, no se pueda hacer esclavo indio alguno, y queremos que sean tratados como vasallos nuestros de la corona [real] de Castilla, pues lo son» (García Icazbalceta 1866: 212). No fue, sin embargo, hasta el virreinato de don Luis de Velasco el primero (1550-1564) cuando, obedeciendo a una provisión de Felipe II, «se dieron por libres todos los esclavos» en la Nueva España, según relata el doctor Francisco Ceynos, oidor de la Audiencia, en carta que le dirige al rey el 1 de marzo de 1565 (García Icazbalceta 1866: 239). De la conmoción causada por esta medida entre los criollos da prueba Juan Suárez de Peralta, que expresa al respecto un parecer diverso del de Terrazas sin las cautelas de este: «¿Qué razón hay de escrúpulo que se pueda dar al privado particular para que se deje de servir de negros o indios esclavos, como se puso tan recio en todas las Indias hasta darse todos por libres? Porque el principal fundamento que el obispo de Chiapa [sc. fray Bartolomé de las Casas] tuvo fue decir que por la mayor parte se habían hecho los indios esclavos con fuerzas de los españoles y engaños. Pero tampoco pudo negar que los había y hubo entre los indios esclavos, por venderse ellos o nacer de padres esclavos. Como pudo haberlos mal hechos, también los había bien hechos. Tanta injusticia es quitar el esclavo a su dueño, si le tiene con justo título, como contra ella hacer al libre esclavo. Menos justicia fue, porque hubiese algunos mal hechos, darlos a todos por libres sin diferenciar» (cap. 6; Silva Tena 1990: 77-78). 3.2.8 a reparar las islas no bastase. La idea de que la esclavización de los indios fue causa principal de la despoblación de las islas, y concretamente de la de La Española, se encuentra en Gómara —que resume a Fernández de Oviedo (lib. 3, cap. 6; Pérez de Tudela 1959: I 66-69)—: «Hiciéronlos esclavos en la repartición, por lo cual, como trabajaban más de lo que solían y para otros, se murieron y se mataron todos; que de quince veces cien mil y más personas que había en aquella sola isla, no hay agora quinientos. Unos murieron de hambre, otros de trabajo, y
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muchos de viruelas. Unos se mataban con zumo de yuca, y otros con malas yerbas; otros se ahorcaban de los árboles. Las mujeres hacían también ellas como los maridos, que se colgaban a par de ellos, y lanzaban las criaturas con arte y bebida por no parir a luz hijos que sirviesen a extranjeros. Azote debió ser que Dios les dio por sus pecados. Empero grandísima culpa tuvieron de ello los primeros, por tratallos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo» (Historia, cap. 33; Dantín Cereceda 1922: I 77-78). 3.3.2 dichoso estado. Es esta una fórmula habitual para referirse al estado de felicidad del ser humano previo a la caída original, p. ej. en fray Luis de Granada (Mora 1848-1849: I 678, II 594). La identificación entre los indios de las islas y los bienaventurados habitantes de la antigua edad de oro se inicia, como bien ha hecho ver Cro (1990; 1994: 394-404), con Pedro Mártir de Angleria, aunque hay que notar que a veces se ha subestimado la ironía del milanés al hablar de la propensión de los insulares a guerrear entre ellos: «Sed Hispaniolos nostros insulares beatiores esse sentio, modo religione imbuant, quia nudi sine ponderibus, sine mensura, sine mortifera denique pecunia, aurea aetate viventes, sine legibus, sine calumniosis iudicibus, sine libris, natura contenti vitam agunt, de futuro minime solliciti. Ambitione et isti tamen imperii causa torquentur et se invicem bellis conficiunt, qua peste auream aetatem haudquamquam credimus vixisse immunem; quin et eo tempore “cede, non cedam” inter mortales pererraverit» (déc. 1, cap. 2; Angleria 1530: 6v). La inclinación a la guerra civil es, por cierto, una característica fundamental de los araucanos de Ercilla (Ar. 2.30), subrayada mediante inequívocas alusiones al proemio de Lucano (Phars. 1.3, 1.8). 3.3.5 de oro. El reproche de la codicia de oro es un tópico de la literatura de Indias del xvi desde el auri dira fames de Pedro Mártir (déc. 7, cap. 1; 1530, 91v) —modelado sobre el auri sacra fames de Virgilio (Aen. 3.57)—. Se encuentra en Gómara a propósito de la mortandad de los habitantes de La Española («acodiciándose más al oro que al prójimo», Historia, cap. 33; Dantín Cereceda 1922: I 78) y es recurrente en Ercilla, tanto en palabras del narrador (Ar. 1.68.3-4, 2.92-93, 3.1-4) como en las de los indios (Ar. 16.76.7-8, 23.12.7-8). 3.4.1-3 Junto a Honduras una mansa gente / las islas de Guanajos habitaba, / humilde y simple. «Están los Guanajos cerca de Honduras y son hombres mansos, simples y pescadores, que ni usan armas ni tienen guerras» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 114). Dado el carácter pacífico de los habitantes de estas islas, su reducción a la esclavitud habría sido ilícita según las Leyes de Burgos de 1512, que, con anterioridad a la prohibición total consignada en las Nuevas de 1542 —a la que se refiere Terrazas en 3.2.6— habían asentado el principio de que solo los fieros caribes podían ser esclavizados; v. Altamira (1938: 74). Las expediciones esclavistas a los Guanajos —el actual archipiélago de Bahía— fueron, de hecho, expresamente condenadas por Cortés y por Bernal Díaz. Si este
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reprochó a Diego Velázquez que hubiera impulsado la que ahora nos ocupa («y desque vimos los soldados que aquello que nos pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos que lo que decía no lo mandaba Dios ni el rey, que hiciésemos a los libres esclavos», cap. 1; Serés 2011: 18-19), el conquistador de México escribió al emperador en la quinta carta de relación, fechada el 3 de septiembre de 1526, lo siguiente: «Ya, Muy Católico Señor, hice a Vuestra Majestad relación de ciertas isletas que están frontero aquel puerto de Honduras que llaman los Guanajos, que algunas de ellas están despobladas a causa de las armadas que han hecho de las islas y llevado muchos naturales de ellas por esclavos. Y en alguna de ellas había quedado alguna gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica nuevamente habían armado para ellas para las acabar de desolar y destruir, y para remedio invié una carabela que buscase por las dichas islas el armada y les requiriese de parte de Vuestra Majestad que no entrasen en ellas ni heciesen daño a los naturales porque yo pensaba apaciguarlos y traerlos al servicio de Vuestra Majestad» (Delgado Gómez: 1993: 637). Dorantes consideró, en cambio, que la de Hernández de Córdoba había sido la última expedición esclavista enviada a las islas: «Pues estos tres [v. 3.5.5-8] armaron para robar hombres y riquezas, y otros hacían esta mesma rapiña en estas costas y pueblos de los miserables indios, con que iban acabando aquellas grandes poblazones; y el último que usó esto, que fue Francisco Hernández de Córdoba, que llaman descubridor, y fue derrotado del viaje de los Guanajos a que iba a pescar gente, y dio sin pensar en Punta de Mujeres y costa de Yucatán» (D 498v; Ágreda y Sánchez 1902: 247). 3.4.5-6 como empresa que era conveniente / a la labor del oro. Terrazas opta aquí por el segundo de los dos propósitos alternativos que atribuye Gómara a la expedición de Córdoba: «para descubrir y rescatar; otros dicen que para traer esclavos de las islas Guanajos a sus minas y granjerías, como se apocaban los naturales de aquella isla, y porque se los vedaban echar en minas y a otros duros trabajos» (Historia, cap. 52, Dantín Cereceda 1922: I 114). 3.5.1 Si de esto se dio parte al almirante. Difícilmente se podría haber dado parte a don Diego Colón, segundo almirante de la Mar Océana, puesto que la expedición de Córdoba tuvo lugar en 1517 y don Diego se había visto obligado a abandonar La Española para regresar a la península en 1515; el permiso para explorar las islas cercanas a Cuba se lo dieron a Diego Velázquez los frailes jerónimos enviados por el cardenal Cisneros para hacerse cargo del gobierno de Santo Domingo tras la deposición del almirante (AGI, Indiferente, 419, L. 6, 596v-597r), como bien ha notado Serés (2011: 19 n. 50). Parece, pues, que Terrazas evoca aquí anacrónicamente anteriores atropellos de las prerrogativas de Colón por parte de Velázquez, de los cuales quiso Cortés «dar aviso» al almirante, según cuenta Cervantes de Salazar: «Después que Hernando Cortés tuvo entendida la tierra y conosció los motivos e intentos de Diego Velázquez, que eran pretender la gobernación de Cuba, porque estonces era teniente de don Diego Colón, hijo del almirante,
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primero descubridor, del cual se ha de hablar en la primera parte de esta historia, comenzó, como hombre bullicioso, a tratar con ciertos amigos suyos, que sería bien dar aviso al almirante, que estaba en Santo Domingo, cómo Diego Velázquez trataba de alzarse con la gobernación de Cuba, para la conquista de la cual había sido inviado Diego Velázquez en nombre de Colón y de los Reyes Católicos en el año de mil e quinientos y once» (Crónica, lib. 2, cap. 18: Magallón 1914: 100). 3.5.5-8 El uno fue Cristóbal de Morante, / el otro Lope Ochoa de Caicedo, / Francisco Hernández Córdoba el tercero, / por capitán de todos y primero. «Armaron Francisco Hernández de Córdoba, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, el año de susodicho [sc. 1517], navíos a su costa en Santiago de Cuba [...]. Fue capitán de estos tres navíos Francisco Hernández de Córdoba» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 114). 3.6.2 soldados ciento y diez lleva la armada. «Llevó [sc. Córdoba] en ellos [sc. los tres navíos] ciento y diez hombres» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 115). 3.6.4 más que en la guerra en contratos fundada. Endecasílabo dactílico; v. n. a 17.2.3. 3.6.5-6 Era piloto Antonio de Alaminos, / veedor fue Bernardino de Calzada. «Por piloto a un Antón Alaminos, de Palos, y por veedor a Bernaldino Íñiguez de la Calzada» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 115). Sabido es que el mismo Antón de Alaminos habría de ser piloto de la flota de Grijalva y de la de Cortés (Gómara, Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 17-18). 3.6.7-8 con quien Velázquez una barca envía / porque entrar a la parte pretendía. «Y aun dicen que llevó [sc. Bernaldino Íñiguez de la Calzada] una barca del gobernador Diego Velázquez, en que llevaba pan y herramienta y otras cosas a sus minas y trabajadores, que si algo trajesen le cupiese parte» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 115). 3.8.1 Nadie a decir agora me compela. El poeta se niega a relatar aquí la toma del pueblo de Naucol por los españoles de Hernández de Córdoba (3.8.3) y la posterior derrota de estos, sucesos que serán narrados por el indio Huítzel en el fr. 17. Parece, pues, que esta octava constituye un resumen anticipatorio de lo que se va a contar más adelante, a la manera de aquellos con los que, en la estela de Ariosto, suele estimular Ercilla la curiosidad del lector al finalizar varios cantos de la Araucana —con un «que a decir tan gran cosa no me atrevo / si no es con nuevo aliento y canto nuevo» (Ar. 3.93.7-8) se excusa, p. ej., cuando deja para el canto siguiente la narración de la gesta de los catorce de la fama—. Podría, en consecuencia, pensarse que con esta estrofa —seguida quizás de otra, no citada
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por Dorantes, en la que no faltarían las tópicas apelaciones al cansancio del cantor o del oyente propias del pareado final de la última octava al modo ariostesco— concluía el canto 1 de NMC. 3.8.3-4 la presa de Naucol, la carabela / con que los indios presos se le alzaron. Nada sabemos de este pueblo saqueado por la expedición de Hernández de Córdoba ni de la nave subsiguientemente apresada por los indios hechos prisioneros en dicho lance si no es por Dorantes: «Así parece que puede decírsele a Francisco Hernández de Córdoba: él fue desgraciado y todos pararon en mal porque el uso y oficio de los piratas no acarrea otros fines, como los que tuvieron los que iban en aquella carabela cuando hicieron el saco del pueblezuelo de Naucol, que los indios que iban presos y cautivos mataron a los españoles y echaron a la mar, y la misma carabela vino a dar a la costa al propio pueblo y casa de los indios, habiendo escapado todos sin quedar español vivo, quedando ahogados y sumergidos en la aguas de Faraón» (D 500r-501r; Ágreda y Sánchez 1902: 248). Hay que entender que Naucol se ubica en las inmediaciones de Champotón, ciudad de la costa occidental de la península de Yucatán cuyos habitantes infligieron a Córdoba una sonora derrota (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 116-117); si bien el nombre del pueblo puede deberse, como el resto del episodio de Quétzal y Huítzel narrado en el fr. 17, a invención de Terrazas.
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Fragmento 4 La expedición de Juan de Grijalva 1 ¡En cuántas cosas ciega y desatina a los que tiene ya por desechados Fortuna, que juzgada fue divina con tanta admiración de los pasados! Y, cuando a dar favor se determina, ¡qué medios toma nunca imaginados, quitando de delante trompezones y allegando las buenas ocasiones! 16
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2 A Julio César hizo que no abriese la carta que la vida le importaba, a Galba que su fin no previniese, pues claro en los agüeros se mostraba; por otra parte a Bamba que rey fuese por fuerza cuando menos lo pensaba, y a Pertinaz, de muerte receloso, le hizo emperador muy poderoso. 18
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3 Y porque mucho no nos apartemos trayendo ejemplos de la antigua historia, el que en Velázquez y Cortés tenemos dará de lo que digo fe notoria. Notorios, digo, son los dos estremos del don y privación de honor y gloria: 20
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4.1.2 tiene IC : tienen DAT. 4.1.7 tronpeçones D (trompeçones A, trompezones T) : tropezones IC. 4.2.5 Bamba D : Wamba IACT. 4.2.7 Pertinaz D : Pertinax IACT. 4.3.4 dará C : darán DIAT.
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al uno inconvenientes va poniendo, y al otro los caminos va barriendo. 4 Descubre a Yucatán la no sabida Francisco Hernández Córdoba llamado, tierra firme, poblada y bastecida mejor que hasta allí se había hallado, do solo sacó el riesgo de la vida de treinta y tres heridas lastimado; huyendo, muertos veinte compañeros, sirvieron los demás de mensajeros. 5 Así que la noticia con que él vino, la muestra de riqueza que traía creyó Diego Velázquez ser camino que su dichosa suerte le ofrecía. Armó a Juan de Grijalva, su sobrino, y a rescatar a Yucatán le envía; lleva doscientos hombres escogidos, con armas y rescates prevenidos.
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6 Más bien, mayor riqueza y esperanza Grijalva descubrió que imaginaba; mas nunca osó gozar la buena andanza que para Cortés solo se guardaba; y en ver Diego Velázquez la tardanza de nueva, y que el sobrino no tornaba, a unos y a otros ruega con la empresa, y así vino Cortés a haber la presa. 22
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4.5.5 juº de grixalba D (Juan de Grijalva IC) : Juan Grixalva A (Juan Grijalva T). 4.6.7. y a otros DIAT : y otros C.
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7 No bastó que Grijalva despachase a Alvarado, que ricas cosas lleva, ni que Diego Velázquez le enviase a Cristóbal de Olid con gente nueva: Fortuna urdió que nadie se encontrase y que a poblar Grijalva no se atreva, que Baltasar Bermúdez se le excuse, y que Velázquez el gastar rehúse. 8 Abrió a Cortés Fortuna aquí la puerta que a todos los demás iba cerrando, y con Diego Velázquez lo concierta, ni gasto ni peligro recelando; e hizo su ventura buena y cierta ser diligente y no tardar dudando, que aquél con la fortuna está bien puesto el que a sus tiempos es resuelto y presto. 9 Y no porque Grijalva al tío trujese gran relación del mundo descubierto, ni aunque en Velázquez tal mudanza hubiese para querer salirse del concierto, bastó que aquel camino no siguiese que su dichoso hado muestra abierto: ni astucias ni cautelas fueron parte, Cortés, para prenderte ni estorbarte. 10 De aquí vino la rabia en que se siente arder Diego Velázquez las entrañas, de aquí la emulación de tanta gente, la adulación que siempre usó sus mañas;
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de aquí el llegado amigo y el pariente con chismes, con embustes y marañas, de aquí el pesar de la ocasión perdida que poco a poco le consume en vida.
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Notas al fragmento 4 D 229v-231v. Fr. 5 Castro Leal (1941: 40-43). García Icazbalceta (1884: 373-375); Ágreda y Sánchez (1902: 94-97); Torre Villar (1987: 89-91). 10 octavas. Perteneció quizás al canto 2. Dorantes ilustra con estos versos su relato de los preparativos del viaje de Cortés, introduciéndolos con las siguientes palabras (D 229r; Ágreda y Sánchez 1902: 94): Los efectos de él, los sucesos y grandezas ¿quién los sabrá decir ni escribir, aunque más se anime, y Diego Velázquez sienta su desdicha en tan gran fortuna de su opósito?
No lo atribuye expresamente a Terrazas, pero puede sobreentenderse que es de él porque lo ha citado ya cinco veces (F 6, 13, 2, 11 y 15) de manera expresa y otras cuatro (F 18, 8, 20 y 5) de manera tácita (Castro Leal 1941: 104-105). García Icazbalceta (1884: 373-375) antepuso con razón este fragmento 4 al fragmento 5, que en D (226v-227v) se cita dos folios arriba, puesto que el 4 no solo introduce, con un resumen bastante elíptico de la expedición de Juan de Grijalva, los resquemores de Diego Velázquez que se desarrollan en el 5, sino que daba probablemente inicio a un canto — el 2, quizás — de Nuevo Mundo y conquista con lo que parece un proemio moral a la manera de Ercilla (v. n. a 4.1.3). La narración sigue de cerca a Gómara (Historia, caps. 49 y 52; Conquista, cap. 7). V. Amor y Vázquez (1962: 401, 405), Cebollero (2009: 68-69), Díez-Canedo Flores (2012: 424-425), Romano Martín (2017: 641-642) y Yera Sucías (2020: 598). 4.1.3 Fortuna. De los cinco proemios que dedica Ercilla a los vaivenes de la fortuna (Ar. 2.1-6, 10.1-2, 26.1-2, 28.1-2, 34.1-2), Terrazas parece haberse inspirado en el del canto 2, si bien desdoblando la idea, pues plantea que Fortuna desfavorece a unos y favorece a otros donde Ercilla había planteado que Fortuna hace caer a los mismos que antes había encumbrado. divina. Ercilla se había referido a la Fortuna como a «la varia diosa» (Ar. 10.1.1). 4.2.1-2 A Julio César hizo que no abriese / la carta que la vida le importaba. La historia según la cual Julio César, cuando se dirigía al Senado el 15 de marzo de 44 a.C., tomó de un hombre en la calle una carta en la que se denunciaba la conspiración que iba a acabar con su vida aquel mismo día, pero la guardó sin haberla leído, ha sido transmitida por Suetonio (César 81) y por Plutarco (César 65).
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4.2.3-4 a Galba que su fin no previniese, / pues claro en los agüeros se mostraba. Servio Sulpicio Galba, sucesor de Nerón en el imperio entre 68 y 69, fue advertido por un arúspice del peligro que lo amenazaba poco antes de que fuera asesinado en el foro el 15 de enero de 69, según relatan Plutarco (Galba 24-25) y, más brevemente, Suetonio (Galba 19). 4.2.5-6 a Bamba que rey fuese / por fuerza cuando menos lo pensaba. La idea de que el anciano Bamba —o Wamba—, rey visigodo de España entre 672 y 680, había sido obligado a aceptar la corona se encuentra ya en la Historia Wambae regis de San Julián de Toledo (Díaz y Díaz 1990: 90) y en el Poema de Fernán González («buscando lʼ por España lo ovieron de fallar / fizieron le por fuerça esse reino tomar», 29.2; Victorio 2010: 48). Parece haber, sin embargo, aquí una alusión a la «leyenda de la elección de Bamba», consolidada en la Crónica de 1344, que presentaba a este como un oscuro labrador forzado a dejar el arado para hacerse cargo del poder al igual que le había ocurrido al dictador romano Cincinato; v. Catalán y Andrés (1971: LVII-LVIII, 86-89). Claramente se había referido a esta leyenda Nicolás Espinosa —en un pasaje que llamó la atención de Juan de Mal Lara (Chevalier 1976: 135)— para proponer al godo como ejemplo de las mudanzas provocadas por los hados: «Bamba el godo rey, que estaba arando, / la más antigua madre descubriendo, / en sólo su cosecha imaginando / y en la yunta guiar sólo entendiendo, / del cetro ni del reino no curando, / por orden celestial bien escogiendo, / de pobre labrador en rey de España / le vimos convertido, cosa extraña» (SPO 16.2). 4.2.7-8 y a Pertinaz, de muerte receloso, / le hizo emperador muy poderoso. A Publio Helvio Pertinaz —o Pértinax—, emperador romano entre 192 y 193 en quien recayó la púrpura tras el asesinato de Cómodo, lo trae Pedro Mejía como ejemplo de «hombres que de bajos principios subieron a grandes estados y lugares»: «Aelio Pertinaz, emperador de Roma, hijo fue de un oficial y su abuelo fue un libertino; pero, no obstante esto, por su virtud y esfuerzo e sabiduría fue elegido por emperador» (Lerner 2003: 485). La noticia acerca del miedo inicial a los soldados la consigna Julio Capitolino en la Historia augusta: «Fictum est autem quod morbo esset Commodus extinctus, quia et milites ne temptarentur pertimescebant. Denique a paucis primum est Pertinax imperator appellatus» (Vita Helvii Pertinacis, 4; Jordan y Eyssenhardt 1864: I 104). 4.3.2 ejemplos de la antigua historia. Después de Terrazas fue seguido tal procedimiento por Ercilla (Ar. 34.1-2) y por Saavedra (PI 3.3-4), en sendos proemios didáctico-morales dedicados respectivamente a las mudanzas de la fortuna y a la Providencia divina. 4.3.3-4 el que en Velázquez y Cortés tenemos / dará de lo que digo fe notoria. «Esto verse podrá por esta historia / ejemplo de ello aquí puede sacarse» (Ar. 2. 2.5.1-2).
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4.3.5-8 Notorios, digo, son los dos estremos / del don y privación de honor y gloria: / al uno inconvenientes va poniendo, / y al otro los caminos va barriendo. Idéntica comparación se encuentra en Gonzalo Fernández de Oviedo: «ni a Diego Velázquez quiso la fortuna dejar de destruirle ni a Cortés de favorescerle para salir con su propósito» (lib. 33, cap. 12; Pérez de Tudela 1959: IV 59). 4.3.7-8 los caminos. La metáfora del camino es recurrente en NMC, ya se refiera, como en este caso, a la fortuna (4.5.3-4; 20.18.4), ya al hado (4.9.5-6), ya a la Providencia (8.1-2), ya al progreso en la virtud (8.1.7). 4.4.6 treinta y tres heridas. Tantas fueron las que recibió, en efecto, Francisco Hernández de Córdoba, derrotado por los hombres de Mochocoboc en la batalla de Champotón, según el testimonio de Gómara: «Quedó Francisco Hernández con treinta y tres heridas; embarcose a gran priesa, navegó con tristeza y llegó a Santiago destruido, aunque con buenas nuevas de la tierra» (Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 117). 4.4.7 muertos veinte compañeros. «Al embarcar mataron a flechazos veinte españoles» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 117). 4.5.2 la muestra de riqueza que traía. «Luego que Francisco Hernández de Córdoba llegó a Santiago con las nuevas de aquellas tan ricas tierras de Yucatán, como luego diremos, se acodició Diego Velázquez, gobernador de Cuba, a enviar allá tantos españoles que, resistiendo a los indios, rescatasen de aquel oro, plata y ropa que tenían» (Gómara, Historia, cap. 49; Dantín Cereceda 1922: I 107-108). 4.5.7 doscientos hombres. «Armó cuatro carabelas y diolas a Juan de Grijalva, sobrino suyo, el cual metió en ellas doscientos españoles; y partiose de Cuba el primer día de mayo del año de 18» (Gómara, Historia, cap. 49; Dantín Cereceda 1922: I 108). 4.6.3-4 más nunca osó gozar la buena andanza / que para Cortés solo se guardaba. «Si Juan de Grijalva supiera conocer aquella buena ventura y poblar allí, como los de su compañía le rogaban, fuera otro Cortés. Mas no era para él tanto bien, ni llevaba comisión de poblar» (Gómara, Historia, cap. 49; Dantín Cereceda 1922: I 110). La misma idea será explotada por Lasso («sólo a Cortés los hados concedieron / la dudosa ocasión de señalarse», CV 1.56.5-6) y por Saavedra («para sólo un varón fue reservado / el más supremo asiento de la Luna, / que allí le tiene puesto y levantado / la varia e instable diosa de Fortuna», PI 1.70.1-4). 4.7.1-2 que Grijalva despachase / a Alvarado, que ricas cosas lleva. «Despachó desde aquel lugar para Diego Velázquez a Pedro de Alvarado en una carabela con los enfermos y heridos y con muchas cosas de las rescatadas, por que no estuviese
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con pena, y él siguió la costa hacia el norte muchas leguas, sin salir a tierra» (Gómara, Historia, cap. 49; Dantín Cereceda 1922: I 110). 4.7.3-4 que Diego Velázquez le enviase / a Cristóbal de Olid con gente nueva. «Como tardaba Juan de Grijalva más que tardó Francisco Hernández a volver, o enviar aviso de lo que hacía, despachó Diego Velázquez a Cristóbal de Olid en una carabela, en socorro y a saber de él, encargándole que tornase luego con cartas de Grijalva» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 14). 4.7.5 Fortuna urdió que nadie se encontrase. Atribuye Terrazas a la personificación de la Fortuna los desencuentros narrados por Gómara: «Empero el Cristóbal de Olid anduvo poco por Yucatán, y sin hallar a Juan de Grijalva se volvió a Cuba […] Llegó Pedro de Alvarado, después de partido Cristóbal de Olid, con relación del descubrimiento» (Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 14-15). 4.7.6 que a poblar Grijalva no se atreva. «Le decían los enfermos que de allá vinieron cómo no tenía gana de poblar» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 15). 4.7.7-8 que Baltasar Bermúdez se le excuse, / y que Velázquez el gastar rehúse. «Rogó a Baltasar Bermúdez que fuese; y, como le pidió tres mil ducados para ir bien armado y proveído, dejole, diciendo que sería más el gasto, de aquella manera, que no el provecho» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 15). 4.8.3-4 y con Diego Velázquez lo concierta / ni gasto ni peligro recelando. «Habló a Fernando Cortés para que armasen ambos a medias; porque tenía dos mil castellanos de oro en compañía de Andrés de Duero, mercader, y porque era hombre diligente, discreto y esforzado, rogole que fuese con la flota, encareciendo el viaje y negocio. Fernando Cortés, que tenía grande ánimo y deseos, aceptó la compañía y el gasto y la ida, creyendo que no sería mucho la costa; así que se concertaron presto» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 15). 4.8.7-8 que aquél con la fortuna está bien puesto / el que a sus tiempos es resuelto y presto. Eco del proverbial «audentis Fortuna iuvat» virgiliano (Aen. 10.284), señalado por Romano Martín (2017: 641-642). 4.9.3 en Velázquez tal mudanza hubiese. «Volvió a Cuba Juan de Grijalva en aquella misma sazón, y hubo con su venida mudanza en Diego Velázquez, que ni quiso gastar más en la flota que armaba Cortés, ni siquiera que la acabara de armar. Las causas porque lo hizo fueron querer enviar por sí solas aquellas mismas naos de Grijalva; ver el gasto de Cortés y el ánimo con que gastaba; pensar que se le alzaría, como había él hecho al almirante don Diego» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 15-16).
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4.9.6 su dichoso hado. La juntura se encuentra en Espinosa (SPO 16.49.4), ya que Ercilla prefiere en casos como este otros adjetivos de significado análogo («próspero», 1.57.5, 2.5.8, 2.92.8, 3.38.6, 10.3.7, 22.15.2, 24.14.3; «diestro», 4.58.3; «felice», 23.2.2; «favorable», 25.36.3, 25.69.5; «amigo», 25.69.5; «piadoso», 31.6.2; «propicio», 33.11.2). La intercambiabilidad entre la fortuna y el hado como factores explicativos del acontecer humano, habitual en la Araucana («mudando la Fortuna en triste estado / el curso y orden próspera del hado», Ar. 2.5.7-8; «hizo a Fortuna y hados resistencia», 3.46.5; «el ímpetu y pujanza resistiendo / de la gente, del hado y la fortuna», 6.30.3-4; «y que Fortuna en vuestro daño ruede; / mirad que os llama ya el preciso hado», 8.40.5-6; «del hado de Felipe y su fortuna», 18.12.4; «el hado, la fortuna, el tiempo y muerte», 18.30.8; «siguiendo el hado y próspera fortuna», 22.15.2; «no detengamos / nuestra buena fortuna que nos llama; / del hado el curso próspero sigamos», 24.14.1-3; «la fortuna y favorables hados», 25.36.3; «ni el rigor del hado y toda cuanta fuerza / pone en sus golpes la Fortuna», 29.3.6-7; «la fortuna y poderoso hado», 30.50.5), procede de la Farsalia de Lucano («dux etiam votis hoc te, Fortuna, precatur, /[...]/ vix fata sinunt», 2.699-701; «non ultra fata morabor: / involvat populos una fortuna ruina», 7.88-89; «nec Fortuna diu rerum tot pondera vertens / abstulit ingentes fato torrente ruinas», 7.504505), donde ha sido justamente señalada por Feeney (1991: 280), si bien apunta ya en algún que otro pasaje de la Eneida («dulces exuviae, dum fata deusque sinebat, / accipite hanc animam meque his exsolvite curis/ vixi et quem dederat cursum Fortuna peregi», 4.651-653; «me pulsum patria pelagique extrema sequentem / Fortuna omnipotens et ineluctabile fatum / his posuere locis», 8.333-335). 4.10.5-6 el llegado amigo y el pariente / con chismes, con embustes y marañas. «Oír y creer a Bermúdez y a los Velázquez, que le decían no fiase de él, que era extremeño, mañoso, altivo, amador de honras y hombre que se vengaría en aquello de lo pasado. El Bermúdez estaba muy arrepentido por no haber tomado aquella empresa cuando le rogaron, sabiendo entonces el grande y hermoso rescate que Grijalva traía, y cuán rica tierra era la nuevamente descubierta. Los Velázquez quisieran, como parientes, ser los capitanes y cabezas de la armada, aunque no eran para ello, según dicen» (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 15-16). 4.10.7 el pesar de la ocasión perdida. El tema de la ocasión, entrelazado en este fragmento con el de la fortuna (4.8.7-8), es objeto de todo un capítulo, el 8 de la cuarta parte, de la Silva de Mejía —titulado «Cómo se debe conocer el tiempo y oportunidad para hacer las cosas y negocios y tener aviso que no se pierda, y cuán galana y discretamente pintaban los antiguos la ocasión y la declaración de la pintura»—, en el que, entre otras cosas, se afirma «que Ausonio Galo pinta e dice también que a las espaldas, o junto a la figura de la Ocasión, estaba otra imagen que tenía por nombre Penitencia o Arrepentimiento, porque, en perdiendo o pasándose la oportunidad, ordinariamente queda el pesar e penitencia de no haber usado de ella» (Lerner 2003: 825).
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Fragmento 5 Los recelos de Diego Velázquez 1 Sintió Diego Velázquez grande afrenta de ver que a su pesar Cortés camina, que la imaginación le representa el claro fin que el cielo le destina. De cosa ni de sí no se contenta, cien mil contrariedades imagina, de día ni de noche no reposa, ni buen medio a tomar acierta en cosa. 2 De todos sus amigos anda esquivo viviendo melancólico, apartado, muchos tiempos anduvo pensativo y casi de las gentes afrentado. Por una parte el corazón altivo le tiene de Cortés maravillado, por otra ver la empresa que así pierde el ánimo de rabia le remuerde. 3 La muestra de riquezas que ha traído el capitán Grijalva nuevamente, la noticia del mundo no sabido que agora ha descubierto al occidente, temor que el estremeño que allá es ido señor ha de ser de él con poca gente, y el no poder prendelle ni estorballe causan que en infernal pena se halle. 23
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5.3.4 al IC : el DAT. 5.3.8 causan DACT : hace I.
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4 Pensando está cómo castigue y dome a aquel que su ventura le contrasta, y, hasta que venganza de ello tome, paciencia y sufrimiento no le basta; dormir no puede ya, y apenas come, que humor de sus entrañas propias gasta, y en su desvanecida fantasía vido en visión la misma en que se vía. 25
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5.4.2 a aquel DACT : aquel I. 5.4.8 bido D (vido IAC) : vino T || vya D (via IA) : veía C : reía T.
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Notas al fragmento 5 D 226v-227v. Fr. 6 Castro Leal (1941: 44-45). García Icazbalceta (1884: 375-376); Ágreda y Sánchez (1902: 92-93); Torre Villar (1987: 88-89). 4 octavas. Perteneció quizás al canto 2. Dorantes introduce este fragmento tras haber relatado la reconciliación entre Cortés y Velázquez, que de mandar prender al extremeño pasa a encargarle la expedición, y lo hace del modo siguiente (D 226r-226v; Ágreda y Sánchez 1902: 92): Velázquez, como le vio tomar la cosa tan de veras, y conociéndole su brío y atrevimiento, y temiendo lo que podía ser, como lo fue, y con los malos terceros que andaban de por medio, tuvo gran arrepentimiento de lo hecho, e procuró estorbarle, e le hizo mil estorsiones y agravios por quitarle o que dejase la jornada.
La atribución a Terrazas se sobreentiende por las mismas razones que la del fragmento 4, del que, como ya supo ver García Icazbalceta (1884: 375), es continuación este. V. Amor y Vázquez (1962: 405), Díez-Canedo Flores (2012: 425), Romano Martín (2017: 642) y Yera Sucías (2020: 598). 5.1.4 que el cielo le destina. Se pasa aquí del lenguaje de la fortuna, el hado y la ocasión, empleado en el fragmento anterior, al de la Providencia, que se consolida en el fragmento siguiente. La juntura se encuentra en las octavas de Francisco de Aldana que comienzan con el verso «Marte, dios del furor, de quien la fama» (Lara Garrido 1985: 267). 5.3.1-2 La muestra de riquezas que ha traído / el capitán Grijalva nuevamente. Se repite aquí con pocas variaciones el v. 4.5.2 («la muestra de riqueza que traía»), referido arriba al regreso de Francisco Hernández de Córdoba. Acerca de la riqueza del rescate obtenido por Grijalva, v. Gómara, Historia, cap. 49 (Dantín Cereceda 1922: I 108-111); Conquista, cap. 6 (Miralles Ostos 1988: 12-14). 5.3.3 la noticia. Sigue reutilizando Terrazas los versos referidos a Hernández de Córdoba en el fragmento anterior («la noticia con que él vino», 4.5.1). mundo no sabido. Si Francisco Hernández de Córdoba había bordeado Yucatán desde Punta de Mujeres hasta Champotón, Juan de Grijalva, tras haber hecho un recorrido semejante desde Cozumel, prosiguió, pasando por la bahía de Términos, hasta la
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desembocadura del río que llevaría su nombre, en Tabasco, y de allí hasta San Juan de Ulúa, donde fundaría Cortés la Villa Rica de la Vera Cruz; v. Gómara, Historia, caps. 49 y 52 (Dantín Cereceda 1922: I 107-111, 116-117); Conquista, cap. 5 (Miralles Ostos 1988: 11-12). 5.4.7 y en su desvanecida fantasía. Este verso se encuentra casi idéntico, sin la «y» inicial, en el canto 8 de la Historia del Nuevo Reino de Granada de Juan de Castellanos (Paz y Meliá 1886: I 232). desvanecida. «Desvanecemos a uno loándole demasiado y adulándole. Desvanecerse la cabeza es darle algún vaguido que turba el sentido. Desvanecerse, entonarse demasiado con el favor, la riqueza, o con el cargo y mando. Desvanecido, el flaco de cabeza o el necio, loco, presumido, o que da crédito a las lisonjas» (Cov., s. v. «desvanecer»). fantasía. «La segunda de las potencias que se atribuyen al alma sensitiva o racional, que forma las imágenes de las cosas. Es voz griega, que vale imaginación. Lat. phantasia (Aut., s. v. «phantasía»). Se llama también al movimiento repentino, o impulso del espíritu, que mueve o incita a ejecutar una cosa sin consideración ni reflexión. Lat. phantasia, vana excogitatio (Aut., s. v. «phantasía»). Vale también presunción, entono y gravedad. Lat. arrogantia, vana elatio» (Aut., s. v. «phantasía»). [1]
[2]
[3]
5.4.8 vido en visión la misma en que se vía. Por efecto de la fantasía, Velázquez experimenta una visión —probablemente en sueños o en duermevela como es habitual en la poesía épica desde Homero (Ilíada 2.1-46)— que lo representa a él mismo en la situación que le causa angustia, de manera semejante a como, a propósito de quienes están inquietos por los vaivenes de la fortuna, describe Macrobio, en su muy leído comentario al «sueño de Escipión» de Cicerón, el ἐνύπνιον o insomnium: «est enim ἐνύπνιον, quotiens cura oppressi animi corporisve sive fortunae, qualis vigilantem fatigaverat, talem se ingerit dormienti: […] fortunae, cum se quisque aestimat vel potentia vel magistratu aut augeri pro desiderio aut exui pro timore» (1.3.4; Eyssenhardt 1893: 484).
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Fragmento 6 Hombres y pertrechos 1 Por todos son quinientos compañeros, caballos trece solos van por cuenta, no se cuentan aquí los marineros, que con once navíos van cincuenta, seis tirillos de campo bien ligeros, ballestas y escopetas eran treinta, los indios de servicio son doscientos y alguna munición y bastimentos. 2 Catad aquí el ejército famoso que el Jerjes nuevo al Nuevo Mundo lleva, con cuánta artillería va espantoso a dar de su valor tan clara prueba; mirad con qué pujanza va animoso a dar al rey de España estotra nueva; mirad con qué ganó tan alto nombre, y da a los hombres Dios y a Dios tanto hombre. 27
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6.2.1 catad DIC : contad AT.
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Notas al fragmento 6 D 46v-47r. Fr. 7 Castro Leal (1941: 47). García Icazbalceta (1884: 376); Ágreda y Sánchez (1902: 13-14); Torre Villar (1987: 25). 2 octavas. Perteneció quizás al canto 2. Es este el primer fragmento de Nuevo Mundo y conquista citado por Dorantes. Lo trae a colación en calidad de fuente historiográfica a propósito del número de los conquistadores, anteponiéndole inmediatamente la octava de Salvador de Cuenca que imprimimos como anexo III (D 46r-46v; Ágreda y Sánchez 1902: 13): El número de los conquistadores cosa sabida es que, en los que vinieron con Cortés, Pánfilo de Narváez y Francisco de Garay y Camargo, Jerónimo Ruiz de la Mota, Miguel Díaz de Auz y Julián de Alderete, que vino por tesorero por hebrero del año de 21, y otros, fueron 1326 con los primeros que trajo Cortés, que fueron 550 hombres, que los 50 eran marineros. Y de lo demás trujo tan poco que ni el rebufar de los caballos ni el ruido de artillería pudo espantar, porque solos fueron 13 caballos y seis tirillos de campo, ballestas y escopetas 30, 200 indios isleños de Cuba de servicio, munición poca y menos bastimentos, como lo esplana nuestro poeta Terrazas en su Nuevo Mundo, y Salvador de Cuenca, diciendo […].
En la idea de que al relato de los recelos de Diego Velázquez podría haber seguido la descripción de los preparativos de la expedición y del abasto de la flota, y a esta un catálogo de los capitanes de las once naves que concluiría con el fragmento 7, hemos dejado estos versos en el lugar que les asignó García Icazbalceta (1884: 376), seguido por Castro Leal (1941: 46). V. Amor y Vázquez (1962: 405-406), Terukina Yamauchi (2017: 119-120) y Yera Sucías (2020: 598). 6.1.1 quinientos compañeros. «Hizo luego Cortés alarde en Guaniguanigo, y halló quinientos y cincuenta españoles, de los cuales eran marineros los cincuenta» (Gómara, Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 17). 6.1.2 caballos trece. Contradice aquí Terrazas a Gómara, quien afirma que los «caballos y yeguas» fueron «dieciséis» (Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 18), en lo cual lo sigue Cervantes de Salazar (Crónica, lib. 2, cap. 21; Magallón 1914: 105). Fueron, sin embargo trece más adelante, al salir de Cempoala, según una
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versión recogida secundariamente por el mismo Salazar: «Partido Cortés de Cempoala, que por su grandeza y asiento llamó Sevilla la Nueva, y que fue a diez e seis días de agosto del mismo año que entró en la tierra, sacó consigo, dejada la guarnición que dije en la nueva villa, cuatrocientos españoles (otros dicen que trescientos), con quince caballos (aunque otros dicen que trece), con seis tirillos y con mil y trescientos indios» (lib. 3, cap. 25; Magallón 1914: 186). 6.1.4 once navíos. «Repartiolos en once compañías y diolas a los capitanes Alonso de Ávila, Alonso Fernández Portocarrero, Diego de Ordaz, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Salceda, Juan de Escalante, Juan Velázquez de León, Cristóbal de Olid y un Escobar. Él, como general, tomó también una. Hizo tantos capitanes porque los navíos eran otros once, para que tuviese cada uno de ellos cargo de la gente y del navío» (Gómara, Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 17). cincuenta. V. n. a 6.1.1. 6.1.5 seis tirillos. Es este un dato que se recoge más adelante en el relato de Gómara: «Partió pues Cortés de Cempoallan, que llamó Sevilla, para México a 16 días de agosto del mismo año, con cuatrocientos españoles, con quince caballos y con seis tirillos» (Conquista, cap. 44; Miralles Ostos 1988: 68). 6.1.6 ballestas y escopetas eran treinta. No se encuentra este dato en Gómara, quien se refiere por primera vez a las «ballestas y escopetas» que llevaban los españoles, sin dar números, tras la arribada de estos a Cozumel (Conquista, cap. 14; Miralles Ostos 1988: 26). De «treinta ballesteros» habla Cervantes de Salazar bastante más adelante, al narrar una salida de los españoles desde Texcoco en las jornadas previas al asedio de México: «salió de Tezcuco con doscientos españoles, en los cuales llevaba diez e ocho de a caballo y treinta ballesteros e diez escopeteros e cuatro mil indios amigos tlaxcaltecas» (Crónica, lib. 5, cap. 52; Magallón 1914: 177). 6.1.7 los indios de servicio son doscientos. «Había también doscientos isleños de Cuba para carga y servicio, ciertos negros y algunas indias» (Gómara, Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 18). 6.1.8 bastimentos. «Hallo eso mesmo cinco mil tocinos y seis mil cargas de maíz, yucas y ajís. Es cada carga dos arrobas, peso que lleva un indio caminando. Muchas gallinas, azúcar, vino, aceite, garbanzos y otras legumbres; gran cantidad de quincallería como decir cascabeles, espejos, sartales y cuentas de vidrio, agujas, alfileres, bolsas, agujetas, cintas, corchetes, hebillas, cuchillos, tijeras, tenazas, martillos, hachas de hierro, camisas, tocadores, cofias, gorgueras, zaragüelles y pañizuelos de lienzo; sayos, capotes, calzones, caperuzas de paño; todo lo cual repartió en las naos» (Gómara, Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 18).
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6.2.2 el Jerjes nuevo. La amplitud del ejército llevado contra Grecia por Jerjes I, rey de Persia, durante la segunda guerra médica (480-478 a.C.) había devenido lugar común hasta el punto de que, donde Garcilaso pondera la amplitud del ejército de Carlos V («era la muchedumbre tan estraña, / que apenas la campaña la abarcaba / ni a dar pasto bastaba, ni agua el río», égloga 2.1518-1520; Morros 1995: 209), anota Fernando de Herrera «imita lo que refiere Heródoto [7.49] del ejército de Jerjes» (Pepe y Reyes 2001: 896). La comparación con Jerjes, cuyo locus classicus se encuentra en la equiparación de Julio César al monarca persa llevada a cabo por Lucano (Phars. 2.672-677), es empleada por Terrazas en otro lugar (10.7.6) para ensalzar a Francisco de Morla, y, referida nuevamente a Cortés, reaparece en Arias de Villalobos (Merc. 157.2); v. Reynolds (1962: 261-265-266). Nuevo Mundo. V. n. a 1.2.1. 6.2.3 con cuánta artillería va espantoso. Este adjetivo es el clímax de la ironía que impregna la octava, cuya idea fundamental —que el mérito de Cortés es más grande por lo menguado del ejército con el que salió de Cuba— se encuentra ya en Gómara: «Tal, y no mayor ni mejor, fue la flota que llevó a tierras extrañas que aún no sabía. Con tan poca compañía venció innumerables indios. Nunca jamás hizo capitán con tan chico ejército tales hazañas, ni alcanzó tantas victorias ni sujetó tamaño imperio» (Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 18). 6.2.8 y da a los hombres Dios y a Dios tanto hombre. La idea contenida en la segunda parte de este retruécano se encuentra también al final de las redondillas dedicadas por Lope de Vega a Cortés en el libro 3 de la Arcadia, citadas por Dorantes inmediatamente después del fragmento 2: «Cortés soy, el que venciera / por tierra y por mar profundo / con esta espada otro mundo / si otro mundo entonces viera. / Di a España triunfos y palmas /con felicísimas guerras, / al rey infinitas tierras / y a Dios infinitas almas» (D 50v; Ágreda y Sánchez 1902: 16).
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Fragmento 7 Memoria de los no nombrados 1 Tiempo vendrá que haga la memoria que agora por el tiempo se me impide, pues no son dignos de menos honra y gloria los por nombrar, ni es justo que se olvide; y, si de todos no hiciere historia tan clara como el caso me la pide, allá los tiene Dios, que no se olvida, escritos en el libro de la vida. 28
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7.1.2 agora DIA : ahora CT.
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Notas al fragmento 7 D 235r-235v. Fr. 9 Castro Leal (1941: 48). García Icazbalceta (1884: 377); Ágreda y Sánchez (1902: 99); Torre Villar (1987: 93-94). 1 octava. Perteneció quizás al canto 2. Dorantes usa este fragmento, que atribuye expresamente a Terrazas, para ensalzar la memoria de los compañeros dados por Dios a Cortés (235r; Ágreda y Sánchez 1902: 99): Y todo se le aliñó tan bien en su buen tiempo y fortuna que a medida del deseo fueron los sucesos con los fines conseguidos por tales manos como por tan valientes corazones, que se las ayudaron a emplear por particular gracia, dándole Dios tales compañeros y comelitones; de quien dice Terrazas, prometiendo de sus alabanzas sus gloriosos hechos [...].
No parece descabellado aventurar que estos versos, que García Icazbalceta (1884: 377) y Castro Leal (1941: 48) imprimieron tras el fragmento 9, respetando el orden en que Dorantes cita ambos pasajes, hayan constituido la conclusión de un catálogo de capitanes —mencionados, estos sí, por sus nombres— introducido por el fragmento 6. El catálogo de combatientes es un elemento fundamental del poema épico desde Homero (Ilíada 2.494785) que Saavedra Guzmán (PI 1.51-1.69), imitador de Terrazas, inserta precisamente tras el encarecimiento de la escasez de los conquistadores —siguiendo, por lo demás, a Gómara (Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 17), quien, tras dar el número de quinientos soldados y cincuenta marineros, enumera los nombres de los capitanes a cuyo cargo queda cada una de las once compañías (v. n. a 6.1.4)—. V. Terukina Yamauchi (2017: 119-120) y Yera Sucías (2020: 599). 7.1.3 pues no son dignos de menos honra y gloria. Verso hipermétrico. 7.1.5-8 y, si de todos no hiciere historia / tan clara como el caso me la pide, / allá los tiene Dios, que no se olvida, / escritos en el libro de la vida. El catálogo de Saavedra concluye con una praeteritio bastante similar a esta, si bien de tono más secular y referida exclusivamente a los méritos de Pedro de Escobar: «mas no pienso cansar mi seso loco / viendo que he de faltar en lo que quiero; / allá a la eterna fama lo remito, / donde sin faltar punto estará escrito» (PI 1.69.5-8). 7.1.8 escritos en el libro de la vida. Expresión de inconfundibles resonancias bíblicas
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(«quorum nomina sunt in libro vitae», Phil. 4.3; «et non delebo nomen eius de libro vitae», Apoc. 3.5; «quorum non sunt scripta nomina in libro vitae», Apoc. 13.8, 17.8; «qui non inventus est in libro vitae scriptus», Apoc. 20.15; «qui scripti sunt in libro vitae», Apoc. 21.27; «deleantur de libro viventium, et cum iustis non scribantur», Ps. 68.29).
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Fragmento 8 Las ocultas vías de Dios 1 Mi Dios, al juicio humano qué apartadas van las secretas sendas que caminas, las del hombre ignorante qué trilladas, qué incógnitas y ocultas las divinas; y, cuando van las cosas dedicadas a Ti y por Ti, cuán bien las encaminas, que a estorbar el camino al virtüoso ningún trabajo humano es poderoso. 2 Secretos son, Señor, que no alcanzamos, conceptos tuyos son que no entendemos trazas y ocultas vías que ignoramos, estilos son que no comprehendemos. Cuando más cerca de ellos nos juzgamos menos de sus caminos conocemos, y así, siendo imposible investigarlo, es opinión prudente no intentarlo. 29
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8.2.4 comprehendemos DIAC : comprendemos T. 8.2.7 imposible ICT : impusible DA.
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Notas al fragmento 8 D 52v-53r. Fr. 10 Castro Leal (1941: 49). García Icazbalceta (1884: 377); Ágreda y Sánchez (1902: 18); Torre Villar (1987: 28-29). 2 octavas. Perteneció quizás al canto 3. Dorantes cita el fragmento a modo de cautela, después de haber achacado tímidamente las desdichas de los descendientes de los conquistadores a la culpa contraída por sus mayores por causa de la sangre derramada durante la conquista (D 52r-52v; Ágreda y Sánchez 1902: 17): Sólo hallo a estos valerosos hombres por desdichados en la satisfacción que sus grandes servicios merecían. La causa y secreto Dios la sabe, que, aunque fueron los fines buenos, con tan grandes efectos los medios se pudieron errar. Porque predicar evangelio con la espada en la mano y derramando sangre es cosa temerosa, y que parece acá al juicio humano que sus descendientes van haciendo penitencia de esta soltura, porque apenas se hallará hombre de esta cepa que no ande mendigando, y aun por ventura por puertas ajenas. Aunque por otra parte vemos y sabemos que los santos ayudaban a los conquistadores en las batallas, y aun la sacratísima Reina de los ángeles; y no hay quien alcance esta teología, porque los secretos de Dios y sus juicios son inescrutables.
La atribución a Terrazas, aunque no está expresa, parece evidente, pues entre los folios 46v y 50v preceden de cerca a esta cita otras tres (F 6, 13 y 2) que sí son atribuidas a nuestro autor. El planteamiento de la intervención de la Providencia en la historia a que habrían llevado las reflexiones acerca de la fortuna de Cortés iniciadas en el fragmento 4, a través de un primera insinuación de la proveniencia celeste del destino del extremeño en 5.1.4, se hace aquí en términos generales que recuerdan los de los proemios morales; y la sospecha de que pudiéramos estar ante uno de estos proemios, acaso el que daba inicio al canto 3, se ve incrementada por el hecho de que en el Cortés Valeroso de Gabriel Lobo Lasso de la Vega (6.1-2) hay uno con idéntico contenido y notables concomitancias textuales (v. n. a 8.1.5-6). V. Amor y Vázquez (1962: 406) y Yera Sucías (2020: 599). 8.1.1 Mi Dios. La invocación directa a Dios es hecha a veces por personajes de los poemas épicos (p. ej. Ar. 28.43.4; Mex. 11.40.5-6; PI 1.38), pero puesta en boca del narrador, como parece que es el caso aquí y en el fr. 9, constituye una rareza.
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8.1.1-2 al juicio humano qué apartadas / van las secretas sendas que caminas. El tópico tratado aquí por Terrazas se encuentra bien resumido en Pedro Mejía: «Son tan secretas a los hombres las vías y maneras por donde Dios hace y ordena todas las cosas que, por donde pensamos que van perdidas, se cobran y concluyen, y, por el contrario, por el camino que paresce que se encaminan, las vemos desbaratadas y no conseguir el fin que desean» (Lerner 2003: 403). 8.1.5-6 y, cuando van las cosas dedicadas / a Ti y por Ti, cuán bien las encaminas. Con estos dos versos y con el entero fragmento tiene notables paralelismos, tanto en el contenido como en la expresión, un proemio moral de Lobo Lasso (CV 6.1-2, Mex. 12.1-2) —en el que el «señor» invocado no es Dios, sino don Fernando Cortés, tercer marqués del Valle—: Las cosas por los hombres intentadas cuyo principio y fin a Dios se envía, yendo a tan cierto blanco enderezadas, el mismo Dios las traza, ordena y guía; si al humano entender son intricadas, Él abre la intratable, ignota vía; su voluntad midiendo a nuestro intento, nos hace para obrarlas su instrumento. Por camino ordinario muchas de ellas, y algunas donde falta industria humana y el medio natural para entendellas —a nuestro parecer pretensión vana—, estas a conseguillas y tenellas venimos por la mano soberana; que lo que más, señor, dificultamos, yendo con tal intento lo alcanzamos. 8.2.1 secretos son, Señor, que no alcanzamos. A propósito de la parcialidad de la fortuna para con Cortés en detrimento de Diego Velázquez, a la que se ha referido Terrazas en 4.3, se había pronunciado en términos parecidos a los que ahora usa nuestro poeta Gonzalo Fernández de Oviedo: «Yo veo que estas mudanzas e cosas de grand calidad semejantes no todas veces anda con ellas la razón que a los hombres les paresce que es justa, sino otra definición superior e juicio de Dios que no alcanzamos; y como él es movedor de todo (o más servido de lo que sucede) e sin su voluntad ninguna cosa se puede concluir, tengamos por mejor lo que vemos efectuar, pues no se alcanzan los fines para que se hacen las cosas; e de la Providencia de Dios no nos conviene platicar ni pensar sino que aquello conviene» (lib. 33, cap. 12; Pérez de Tudela 1959: IV 59). La subsunción de los vaivenes de la fortuna bajo el designio de la Providencia hasta el punto de tener a aquélla por un falso nombre de esta, de acuerdo con la síntesis de Juan de Mena
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(Laberinto de Fortuna 24.5-8), es una idea tópica en el siglo xvi español a la que dedicó Pedro Mejía todo un capítulo —el 38 de la segunda parte— de su Silva de varia lección («cómo los romanos e muchos antiguos creyeron haber fortuna [...] y cómo no hay fortuna y el cristiano todo lo ha de atribuir a Dios»; Lerner 2003, 497), y que es igualmente operativa en Ercilla (Ar. 18.30, 24.84.3-4); v. Río TorresMurciano (2020b: 72-75). Villagrá parece hacerse eco de este verso de Terrazas en dos ocasiones («estos secretos yo no los alcanzo», HNM 12.385; «secretos son ocultos que nos muestran / ser todo por su sacrosanta mano /socorrido, amparado y remediado», HNM 19.316-318). 8.2.4 estilos. Debe significar aquí «modos de proceder», aplicada a Dios una de las acepciones de este término que, en sentido puramente humano, recoge Covarrubias (s. v. «estilo»): «en más larga significación la costumbre y modo de proceder un hombre en todas sus cosas».
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Fragmento 9 El designio de Dios 1 Agora al gran Cortés que va en tu nombre —y solo en Ti el intento soberano— encargas el remedio de tanto hombre, carga, Señor, de esfuerzo más que humano; y con peligros, por que el caso asombre, el oro vas tocando de tu mano, por descubrir quilates de aquel pecho a quien cometes el divino hecho.
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Notas al fragmento 9 D 234v. Fr. 8 Castro Leal (1941: 47). García Icazbalceta (1884: 376); Ágreda y Sánchez 1902: 98-99; Torre Villar (1987: 98-99). 1 octava. Perteneció quizás al canto 3. Dorantes cita esta octava para corroborar su propia afirmación acerca de la dimensión providencial de la gesta de Cortés (D 234r-234v; Ágreda y Sánchez 1902: 98): A Cortés en estas dificultades le crecía el ánimo, y como otro César echaba sus suertes a lo que pudiera suceder, casi lleno siempre de una gran confianza, con que acabó grandísimas hazañas que nadie pudo ni podrá pintallas al vivo, ni en entendimiento humano pueden caber sus alabanzas, pues Dios le escogió para que en su nombre hiciese tan divino hecho.
La cita, aunque no atribuida expresamente a Terrazas, figura entre el pasaje que, a todas luces, constituye el proemio de Nuevo Mundo y conquista (fr. 1), transcrito en los folios 233r-233v, y el dedicado a los conquistadores no nombrados (fr. 7), transcrito en los folios 235r-235v, que sí lleva el nombre de nuestro autor. El poeta concreta aquí, en el caso de Hernán Cortés, la idea de la insondable implicación de la Providencia en los asuntos humanos planteada en términos generales en el fragmento 8, y lo hace interpelando directamente a Dios al igual que en este. Parece, pues, que entre los fragmentos 8 y 9 se produce un movimiento de lo general a lo particular como el que es propio de la retórica de la ejemplaridad que informa con frecuencia los proemios morales. En consecuencia, hemos juzgado oportuno imprimir el fragmento 9 tras el 8 y no al revés, a pesar de García Icazbalceta (1884: 376-377) y de Castro Leal (1941: 47-49), quienes además intercalaron entre ambos el fragmento 7. V. Yera Sucías (2020: 598-599). 9.1.4 Señor. V. n. a 8.1.1. 9.1.5 con peligros. El poeta podría estar refiriéndose retrospectivamente a los peligros en que pusieron a Cortés los recelos de Diego Velázquez, quien, a través de Amador de Lares, intentó evitar que el extremeño partiese de Cuba (Gómara, Conquista, cap. 7; Miralles Ostos 1988: 16) o prospectivamente —quizás mejor, puesto que este fragmento parece pertenecer a un proemio— a la tormenta que se abatió sobre la flota española durante la travesía entre Cuba y Cozumel (Gómara,
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Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 19), de cuya narración forma sin duda parte el fragmento 10. 9.1.7 por descubrir quilates de aquel pecho. «Mas la virtud del brazo y la excelencia, / ésta hace a los hombres preferidos, / ésta ilustra, habilita, perficiona / y aquilata el valor de la persona» (Ar. 1.17.5-8).
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Fragmento 10 El timón de Francisco de Morla 1 Cortés, dijimos, que llamar se oía de aquella nao, que en gran peligro estaba, de Francisco de Morla, a quien había de un golpe temerario la mar brava llevádole el timón que le regía, y, a despecho de quien le gobernaba, se le arrebata de los fuertes brazos, haciendo jarcias y árboles pedazos.
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2 El animoso capitán que vido llevar así el gobierno a su navío, y, casi ya en las ondas sumergido, andarse deslizando a su albedrío, de varonil esfuerzo prevenido, fiando en Dios, con más que humano brío da un temerario tiento a su ventura, y contra el mar y vientos se aventura. 3 «Crüel Neptuno», dice, «a quien es dado de estos salados reinos el gobierno, que hoy contra esta flota te has aunado con furiosas cuadrillas del infierno, en vano ha de salir lo concertado, que el Dios de las alturas sempiterno quiere a despecho de tus crueles manos dar ayuda y favor a sus cristianos».
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10.1.2 en gran DIAT : en C. 10.1.5 le DIAT : la C. 10.1.7 le DI : lo C: la AT.
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4 Barriendo sale entonces el lucero al luminoso Apolo la carrera, cuando a la escasa luz vido el madero que le robó furiosa la mar fiera; y, como le vio cerca el caballero, «En nombre de Dios», dice y más no espera, que es mayor el peligro en la tardanza, y a las furiosas ondas se abalanza. 34
5 Rompe las aguas el valiente pecho, con los pies y cabeza gobernaba, reman los fuertes brazos, y derecho navega do el timón vido que estaba; más de doscientos pasos son de trecho los que el madero de la nao distaba, mas el famoso capitán con brío le agarra y da la vuelta a su navío. 6 Cual a la caza va sacre animoso rompiendo el aire y con superno vuelo, hecha su punta, vuelve presuroso con la presa en las uñas al señuelo, así el valiente Morla valeroso se arriscó con un ánimo del cielo, y apenas se arrojó a ganar la empresa cuando vuelve gallardo con la presa. 35
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10.4.8 hondas DA (ondas T) : olas IC. 10.6.3 presuroso IC : presurosa DAT. 10.6.6 arriscó DAT : arrisca IC. 10.6.7 arrojó DAT : arriscó IC.
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7 Llega al navío e izan el madero, de los que dentro estaban ayudado; vuélvelo a su lugar como primero, que no parece haber de allí faltado. ¿De qué Diego García, bravo y fiero, de qué Pompeyo o Jerjes se ha contado haber nunca en el mundo sucedido tan valeroso hecho y atrevido? 38
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8 «¡Morla!» diga la Fama, Morla asiente, borre trofeos, batallas, vencimientos, que otros vencieron hombres solamente, Morla a los invencibles elementos; los cuales, viendo así tan fácilmente estorbar solo un hombre sus intentos, confusos se retiran aire y fuego, y dejan cielo y aguas en sosiego.
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10.7.1 al DIA : el C. 10.7.2 ayudado IC : ayudando DAT. 10.7.8 tan baleroso hecho D (tan valeroso hecho AT) : hecho tan valeroso IC.
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Notas al fragmento 10 D 384v-386v. Fr. 12 Castro Leal (1941: 52-54). García Icazbalceta (1884: 379-381); Ágreda y Sánchez (1902: 176-178); Torre Villar (1987: 156-158). 8 octavas. Perteneció quizás al canto 3. Dorantes transcribe estas octavas al tratar de la falta de descendencia de Francisco de Morla en su listado alfabético de las casas de los conquistadores (D 384r-384v; Ágreda y Sánchez 1902: 175-176): Del capitán Francisco de Morla no quedó sucesión; escribo de él por un caso milagroso que le sucedió, que no es bien que se quede en los borrones de la tinta. No se puede significar sino con sólo demostrarle en esta labor para que luza a los ojos de Vuestra Excelencia, pintándosela a los lejos y sombras de otro Apeles que la hermosee en esta tabla y saque del paño negro en que está. Francisco de Morla, capitán de los diez, valiente y determinado, murió en el pueblo que llaman Morrote peleando, y acabó este caballero por su gran corazón y determinación, de la cual había ya harta satisfacción en muchas cosas y casos de grandísima importancia, y en esta de que quiero tratar, que hizo viniendo navegando a la conquista con Cortés cuando la tormenta, que por ser relación de gusto la haré a Vuestra Excelencia entre las demás.
No lo atribuye expresamente a Terrazas, pero, tras ocho citas explícitas (F 6, 13, 2, 12, 15, 7, 16 y 14) y siete implícitas (F 18, 8, 20, 5, 4, 1 y 9), pocas dudas pueden quedar de que el «otro Apeles» autor de este fragmento que Dorantes compara a una pintura es el mismo que el «Marón» de los fragmentos 13 y 15. La tormenta a la que se refiere Dorantes es la que se abatió sobre la flota de Cortés después de que esta hubiera partido de Cuba el 18 de febrero de 1519, según cuenta López de Gómara (Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 19): La primera noche que se partió Fernando Cortés y que comenzó de atravesar el golfo que hay de Cuba a Yucatán, y que ternía pocas más de sesenta leguas, se levantó nordeste con recio temporal; el cual desrotó la flota; y así, se derramaron los navíos y corrió cada uno como mejor pudo. Y, por la instrucción que llevaban los pilotos de la vía que habían de hacer, navegaron y fueron todos salvo uno a la isla de Acuzamil, aunque no fueron juntos ni a un tiempo.
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En el fragmento se relata con épica grandilocuencia cómo recuperó Francisco Morla el gobernalle de la nave de la que era capitán, que le había sido arrebatado por un golpe de mar durante la tormenta, siempre según la versión de Gómara. V. Millán (1946: 89), Amor y Vázquez (1962: 402), Dolle (2007: 777), Cebollero (2009: 39-40), Romano Martín (2017: 642-643), Río Torres-Murciano (2018: 442 n. 61), Río Torres-Murciano (2019: 77-79) y Yera Sucías (2020: 600-601). 10.1.1-5 Cortés, dijimos, que llamar se oía / de aquella nao, que en gran peligro estaba, / de Francisco de Morla, a quien había / de un golpe temerario la mar brava / llevádole el timón que le regía. «Las [sc. naves] que más tardaron fueron la capitana y otra en que iba por capitán Francisco de Morla, que o por descuido y flojedad del timonero, o por la fuerza del agua mezclada con viento, se llevó un golpe de mar el gobernalle al navío de Morla; el cual, para dar a entender su necesidad, izó un farol desparramado. Cortés, como lo vio, arribó sobre él con la capitana, y, entendida la necesidad y peligro, amainó y esperó hasta ser de día, para conhortar los de aquel navío y para remediar la falta» (Gómara, Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 19-20). 10.3.1-2 «Crüel Neptuno», dice, «a quien es dado / de estos salados reinos el gobierno». El título con el que invoca Morla al dios pagano del mar reescribe, como ha señalado Romano Martín (2017: 642), las palabras con las que este vindica en la Eneida contra Eolo su parcela de poder («non illi imperium pelagi saevumque tridentem, / sed mihi sorte datum», Aen. 1.138-139). La increpación jactanciosa a los dioses durante la tormenta se remonta a Lucano (Phars. 5.654-659), si bien Ercilla (Ar. 16.9.5-8) la había reescrito como invocación piadosa al Eterno Padre (Cristóbal 1988: 137). Terrazas se ha servido de ella aquí para enfrentar el bando infernal de Neptuno, opuesto a la empresa de los españoles, al «Dios de las alturas sempiterno» (10.3.6) que la ha dispuesto; pero no es dable saber si esta dicotomía se agotaba en una percepción subjetiva de Morla o si más bien servía de base a una doble maquinaria narrativa divina e infernal como la que se encuentra, precisamente a propósito de la tempestad y con singular protagonismo de Neptuno, en Gabriel Lobo (Mex. 1.12-44; 2.5); v. Río Torres-Murciano (2019: 78). 10.4.1-2 Barriendo sale entonces el lucero / al luminoso Apolo la carrera. El planeta Venus, lucero de la mañana, precede al Sol al amanecer: «quiso Dios que, cuando amaneció, ya la mar abonanzaba y no andaba tan brava como la noche» (Gómara, Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 20). 10.4.3 cuando a la escasa luz vido el madero. «Y, en siendo de día, miraron por el gobernalle, que andaba alrededor entre las dos naves» (Gómara, Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 20).
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10.5.1-8 Rompe las aguas el valiente pecho, / con los pies y cabeza gobernaba, / reman los fuertes brazos, y derecho / navega do el timón vido que estaba; / más de doscientos pasos son de trecho / los que el madero de la nao distaba, / mas el famoso capitán con brío / le agarra y da la vuelta a su navío. Cuenta Gómara que «el capitán Morla se echó a la mar atado a una soga, y a nado tomó el timón, y lo subieron y asentaron en su lugar como había de estar» (Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988, 20), mientras que Bernal Díaz del Castillo asevera que Cortés llegó a Cozumel más tarde que Pedro de Alvarado «por causa que un navío, en que venía por capitán Francisco de Morla, con el mal tiempo se le saltó el gobernalle, y fue socorrido con otro gobernalle de los navíos que venían con Cortés» (cap. 25; Serés 2011: 95). La versión de Bernal es, con todo, producto de una corrección efectuada sobre otra muy similar a la de Gómara después de haberla aceptado en un primer momento, puesto que en el manuscrito de Guatemala (19v), se tachó «y volvieron por la mar en busca del gobernalle y le hallaron y le pusieron en su lugar, con que luego navegó la nao cuyo era» (Barbón Rodríguez 2005: 63). La corrección tuvo, por lo demás, que hacerse antes de que se enviara a Madrid el manuscrito perdido que sirvió para la edición impresa de la Historia verdadera realizada por fray Alonso Remón (1632: 16v), en la que figura ya la versión corregida. 10.6.1-4 Cual a la caza va sacre animoso / rompiendo el aire y con superno vuelo, / hecha su punta vuelve presuroso / con la presa en las uñas al señuelo. El modelo virgiliano de este símil («quam facile accipiter saxo sacer ales ab alto / consequitur pennis sublimem in nube columbam / comprensamque tenet pedibusque eviscerat uncis», Aen. 11.721-723) ha sido identificado por Romano Martín (2017: 643), quien hace remontar el substantivo «sacre», usado por Terrazas aquí en el sentido de «especie de halcón» (Cov., s. v. «sacre») —«sacres» en Ercilla (Ar. 13.35.5) tiene el significado de «arma de fuego» (Aut., s. v. «sacre»)— al adjetivo latino sacer («sacro», «sagrado») empleado por Virgilio —etimología contemplada ya en Aut.: «unos le deducen del arábigo sacrón y otros del latino sacer, fundados en llamarle ave sagrada Virgilio lib. 11 en su Eneid.» (s. v. «sacre»)—. 10.6.3 hecha su punta. «Hacer punta el halcón es desviarse» (Cov., s. v. «punta»). 10.6.4 señuelo. «Un cojinillo de cuero con dos alas a los lados y en medio ciertas correas en que ponen la carne; con este instrumento llaman los cazadores el halcón cuando se va remontando y cae en él entendiendo ser ave, y se ceba o en la dicha carne o en algún ave que le echan viva» (Cov., s. v. «señuelo»). En el símil épico del ave de rapiña, que se remonta a Homero (Ilíada 22.138-142) y había sido reutilizado reiteradamente por Ercilla (Ar. 11.9.5-8, 20.13.5-8, 25.23.6-8) —y antes por Ariosto (OF 2.38.4, 2.39.1-4, 2.50.3-4, 25.12.1-69) y por Espinosa (SPO 1.42.1-6)— la referencia al arte de la cetrería no es habitual —se encuentra, sí, en un pasaje ariostesco (OF 43.63.3-4) que es acaso deudor de los cuatro símiles dantescos (Inferno 17.127-132; Purgatorio 19.64-67; Paradiso 18.45; 19.34-36) estudiados por Niebuhr (2011), y posteriormente en Villagrá (HNM 14.24-32)—; aquí procede [2]
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probablemente de una contaminación con el motivo lírico que Alonso (1947: 66) llamó «la caza cetrera de amor», vuelto a lo divino por González de Eslava tanto en los coloquios (16.1083-1102; Arróniz Báez y López Mena 1998:663) como en las canciones (Frenk 1989: 136) y por Diego Dávalos y Figueroa (1602: 153r153v) en un soneto, así como en el panegírico novohispano anónimo a la Anunciación de María editado por Stein (2021: 80-84, 167). 10.7.5 Diego García. Diego García de Paredes (1468-1533), militar que sirvió en Italia a las órdenes del Gran Capitán, célebre por su rodomontadas y elogiado por el cura del Quijote como sigue: «este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas, que si, como él las cuenta y las escribe él asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes» (1ª parte, cap. 32; Rico 2004: 323). La obra a que se refiere Cervantes es la Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes, la cual él mismo escribió, que fue impresa como apéndice a la Crónica del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba y Aguilar (Sevilla, Andrea Pescioni, 1580) —después de que Luis Zapata se hubiera servido de alguna versión manuscrita para narrar en el canto 27 del Carlo famoso el episodio al que después dedicó Lope la comedia La contienda de García de Paredes y el capitán Juan de Urbina—; v. Terrón Albarrán (1981: lxix-lxxxi), Sánchez Jiménez y Sánchez Jiménez (2004), Sánchez Jiménez (2006), Suárez Figaredo (2017) y López Diez y Pérez Hernando (2018). Ya Nicolás Espinosa (SPO 2.4.7) trae al Sansón de Extremadura como ejemplo de sobrepujamiento de las glorias de los antiguos por las de los modernos; y Bernal Díaz del Castillo, a la hora de explicar por qué llama simplemente «Cortés» a su comandante, aducirá como causa suficiente que «era tan tenido este nombre de Cortés en toda Castilla como en tiempo de los romanos solían tener a Julio César o a Pompeyo y en nuestros tiempos teníamos a Gonzalo Hernández, por sobrenombre Gran Capitán, y entre los cartagineses Aníbal, o de aquel valiente, nunca vencido caballero, Diego García de Paredes» (cap. 193; Serés 2011: 934). 10.7.6 de qué Pompeyo. Cneo Pompeyo Magno (106-48 a. C.), político y militar romano que constituyó, junto con Cayo Julio César y Marco Licinio Craso, el primer triunvirato, después de haber obtenido triunfos sobre África, Hispania y Oriente. Lobo Lasso lo incluye en su lista de ilustres conquistadores antiguos sobrepujados por Cortés («¿qué Pompeyo, triunfando en edad tierna / del abatido Hyarbas, hizo tanto?», CV 1.64.1-2, Mex. 23.9.1-2). Jerjes. V. n. a 6.2.2.
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10.8.7-8 confusos se retiran aire y fuego, / y dejan cielo y aguas en sosiego. La descripción del final de la tormenta como restablecimiento de la separación natural entre los cuatro elementos —tierra, agua, aire y fuego— revierte un pasaje de Ercilla, quien, siguiendo a Lucano («extimuit natura chaos; rupisse videntur / concordes elementa moras rursusque redire / nox manes mixtura deis», Phars. 5.634-636) —cuyo poema conoció a través de la traducción española de Martín Laso de Oropesa («la natura mesma temió otra vez la confusión del caos, porque los elementos parecían haber rompido su concordia y límites, y que volvía aquella noche donde se habían de mezclar los infernales con los celestiales dioses y vivir todos de consuno», Laso de Oropesa 1541: 69r)— había descrito la tempestad sufrida por la flota española que se dirigía a Chile desde el Perú como retorno de los elementos al caos primigenio: «Los cuatro poderosos elementos, / contra la flaca nave conjurados, / traspasando sus términos y asientos, / iban del todo ya desordenados: / indómitos, airados y violentos, / removidos, revueltos y mezclados / en su antigua discordia y fuerza entera, / como en el caos y confusión primera» (Ar. 16.5). V. Río Torres-Murciano (2019: 78-79).
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Fragmento 11 El don de la palabra 1 Naturaleza, sabia y gran maestra regida del saber omnipotente, no solamente en el crïar se muestra madre amorosa y sierva diligente; mas para conservar la vida nuestra provee de lo que más es conveniente, dando defensas de su larga mano desde el hombre soberbio al vil gusano. 41
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2 Diole al león aquella fortaleza por quien toda otra fiera se le inclina, al toro duras armas y braveza, vuelo a la simple y mansa golondrina, a la tímida liebre ligereza, al torpe zorro la hedionda orina, hasta a la abeja y el gusano el cielo dio el aguijón y ponzoñoso pelo. 43
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3 Al hombre solo, que en el mundo manda y para quien el resto fue crïado, diole por armas una gracia blanda en el hablar süave y avisado. Con esta al enemigo duro ablanda y viene a ser de amigos prosperado; 45
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11.1.1 sabia y DACT : sabia I. 11.1.6 conveniente IACT : conbinyente D. 11.2.7 el DAT : al IC. 11.2.8 y DACT : y el I. 11.3.5 esta D (ésta ACT) : esto I.
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con esta a sí el querer de todos tira, quebranta y doma el odio y mortal ira. 46
4 Que, si con señas pudo y con meneo, en tanto que silencio profesaba, amansar el famoso Tïaneo el pueblo que a su rey matar tentaba; y, sin hablar palabra, el caso feo de la plebeya furia en paz tornaba, ¿qué no hará una lengua comedida llamada con razón árbol de vida?
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11.3.7 esta D (ésta ACT) : esto I.
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Notas al fragmento 11 D 72v-73v. Fr. 14 Castro Leal (1941: 61-62). García Icazbalceta (1884: 384-385); Ágreda y Sánchez (1902: 33-34); Torre Villar (1987: 41-42). 4 octavas. Perteneció quizás al canto 4. Dorantes cita estos versos a propósito de las blandas palabras dirigidas por Cortés a Cuauhtémoc después de que este, hecho prisionero, le hubiera alargado un puñal rogándole que lo matase (D 72r-72v; Ágreda y Sánchez 1902: 32-33): El marqués se demudó y turbó, aunque no hizo ningún mudamiento del asiento en que estaba, antes con palabras muy blandas y amorosas le habló y regaló e hizo sentar cabe sí dándole con muchas caricias libertad y que se fuese donde quisiese; y, diciéndole que pidiese todo lo que quisiese, le ganó por muy fiel y leal amigo, que todo esto puede la urbanidad y buena crianza, como en mil efectos y ocasiones lo mostró siempre Cortés, con que llegó a sus deseos. Y a este propósito quiero traer lo que Terrazas dice en otro en su Nuevo Mundo [...].
No es, sin embargo, creíble que Terrazas haya llegado en su relato hasta la prisión de Cuauhtémoc, puesto que sabemos por el propio Dorantes que «no acabó su Nuevo Mundo y conquista» (D 388r); afirma, además, Dorantes al citar el fragmento que cuanto en este se contiene lo dice Terrazas «en otro en su Nuevo Mundo», refiriéndose probablemente a otro caso, lugar o canto que no resulta fácil identificar. García Icazbalceta (1884: 384) lo ubicó tras la prédica de Cortés a los habitantes de Cozumel recogida en el fragmento 12, con intuición no exenta de cautela («sospecho, y nada más, que para encarecer el efecto que produjo la alocución de Cortés, escribiría Terrazas las siguientes octavas») que fue seguida por Castro Leal (1941: 61-62). Consideramos, por nuestra parte, que podríamos estar no ante una apostilla a las palabras de Cortés, sino ante un proemio didáctico previo a estas, de manera que Terrazas daría comienzo a un canto —quizás el 4— de su Nuevo Mundo y conquista con un tópico narrativo tan genuinamente épico como es el discurso del huésped durante la sobremesa (v. nn. a 11.1.1-2, 12.1.1). V. Amor y Vázquez (1962: 406-407), Pullés-Linares (2005: 85) y Yera Sucías (2020: 602-603).
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11.1.1-2 Naturaleza, sabia y gran maestra / regida del saber omnipotente. La idea de que la naturaleza es un instrumento al servicio del poder de Dios se encuentra en uno de los proemios de Ercilla: «Que si al enfermo quiere Dios sanarle, / por su costumbre y tiempo convalece; / si al bajo miserable levantarle, / por modos ordinarios le engrandece; / si al soberbio hinchado derribarle, / por naturales términos se ofrece, / de suerte que las cosas de esta vida / van por su natural curso y medida. / Por do vemos que Dios quiere y procura / hacer su voluntad naturalmente, / sirviendo de instrumento la natura, / sobre la cual Él solo es el potente (Ar. 9.2-9.3.1-4). Con ella corrige Terrazas en sentido cristiano la clásica presentación de la elocuencia humana como don de la naturaleza en el De natura deorum de Cicerón («ad usum autem orationis incredibile est, nisi diligenter attenderis, quanta opera machinata natura sit», 2.59.149; Goethe 1887: 177). 11.2-3. El modo en que Terrazas, mediante el hincapié final en el valor del don de la palabra, hace que el hombre resulte beneficiado de la comparación con los animales —que, en la forma tradicional del tópico, le era desventajosa (Rico 1974: 133)—, recuerda un pasaje de Francisco Decio (1547: 8) sobre el que ha llamado la atención Rico (2014: 185-186): «Leonem naturam unguibus ac robore ad pugnam armavit, cervum lomgaevum esse voluit, lyncem ornavit acie videndi, lepusculo tradidit pernicitatem, canem olfatu fecit insignem, anseribus auditus contulit honores. Quid reliqua animalia commemoro, quorum ornamenta tota tantaque sunt ut nobis collati vermiculi longo intervallo antecellant? At rursus huic homini tam vitreo, tam frivolo et inermi, rationem indidit, quae illi ad omnia copiae cornu foret; tum aptavit sermonem, per quem cogitata animi sui exponeret aliorumque exposita intelligeret; quibus sane duobus ornamentis omnium animalium dotes simul accepit, ut iam hac quoque ratione parvus quidam mundus dici iure possit». La idea general se encuentra, por lo demás, en el Reloj de fray Antonio de Guevara («una de las excelencias que el criador dio a los hombres fue saber y poder hablar», lib. 2, cap. 25; Blanco 1994: 560), así como en la dedicatoria de la crónica de Baltasar de Obregón a Felipe II: «[Dios] nos infundió el don de la habla para que con ella especialmente fuésemos preferidos a las demás criaturas, y para ser enseñados y amaestrados en el conocimiento de las cosas y en la buena moderación de ellas, siendo intérpretes de nuestras voluntades, conceptos y pensamientos. Este don de lengua fue de los sabios tenido por tan excelente que juzgaron ser del mismo precio que la inmortalidad y el mejor tesoro del hombre, la cual es guía de la verdad, vida de la memoria; ha sido siempre preferida a las historias este testigo de los tiempos y sucesos, luz de antigüedad» (Cuevas 1924: 4). La ponderación de los dones hechos por Dios al hombre informa, asimismo, el soneto de Terrazas «Aquella larga mano que reparte», rescatado por Lasarte (1997: 47-48) y recogido por Tenorio (2010: I 186-187).
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11.3.5-8 Con esta al enemigo duro ablanda / y viene a ser de amigos prosperado; / con esta a sí el querer de todos tira, / quebranta y doma el odio y mortal ira. «Hac [sc. eloquendi vi] gestientes comprimimus, hac cupiditates iracundiasque restinguimus» (Cicerón, De natura deorum 2.59.148; Goethe 1887: 177). 11.4.3 el famoso Tïaneo. De Apolonio de Tiana, santón del siglo i nacido en esta ciudad de Capadocia, cuenta Filóstrato (Vida de Apolonio de Tiana, 1.15) que, sin romper el voto de silencio que guardó durante cinco años, calmó una sedición provocada por la escasez de grano en Aspendo de Panfilia, librando al gobernador de la muerte por fuego que le tenían aparejada. De que una traducción latina de la obra griega de Filóstrato viajó desde Sevilla a la Nueva España en 1600 tenemos noticia gracias a Leonard (2006: 465). 11.4.7-8 lengua comedida / llamada con razón árbol de vida. «Lingua placabilis lignum vitae» (Prov. 15.4). El encarecimiento del poder pacificador de la palabra se encuentra, por lo demás, en fray Antonio de Guevara: «porque leemos de muchos príncipes que con sola su elocuencia amansaron sediciones en la república» (lib. 2, cap. 25; Blanco 1994: 565).
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Fragmento 12 El sermón de Cozumel 1 Después que fue acabada la comida, Cortés, viendo la gente sosegada, por lengua no tan diestra ni expedida cuanto de la ocasión es demandada, les dio de la Palabra de la vida la colación que tiene aparejada; vuelto al calachuní con alegría y a todos los demás así decía: 47
2 «La obligación, amigos, en que os quedo y las prendas de amor con que me hallo, y ver que en otra cosa yo no puedo mejor que en la presente demostrallo, hacen que os vede, como agora os vedo, tener un dios ajeno y adorallo, y que dejéis la ceguedad y vicio con que hacéis al barro sacrificio.
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3 »Si en lo demás es justo que os alabe, en esto solo os juzgo por livianos. Decidme: ¿en qué juïcio humano cabe que adore las hechuras de sus manos? Quien no vive ni siente y nada sabe ¿en qué os podrá valer, decid, hermanos? Si dioses son, y yo puedo hacellos, más justo es que me adoren que yo a ellos.
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12.1.5 la palabra DACT : las palabras I. 12.2.1 q̃os D (que os ACT) : que I. 12.2.5 hacen DAT : hace IC.
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4 »¿Qué bien ni qué consejo darme pudo un dios que aún no puede lo que pude? Haced que tome un arco, espada, escudo, que tire, que me ofenda o que se escude; haga otro bulto así de piedra mudo, decid que un paso de do está se mude: veréis cómo no es dios sino hechizo, que verdadero Dios es el que os hizo. 50
5 »No es Dios quien no da luz ni la destierra, mas quien hizo la luz y es luz de hecho; no es Dios quien dar no puede paz ni guerra, mas quien sembró la paz en nuestro pecho; no es Dios el que hombre hace de la tierra, mas el que de la tierra al hombre ha hecho, eterno Dios, Dios sabio, omnipotente y sobre todas cosas excelente. 6 »Aqueste solo Dios es verdadero que hizo el mundo, el cielo, el sol, la luna; aqueste a hombre puso ley y fuero, y pena si le quiebra en cosa alguna. Es dulce padre y es jüez severo, castiga y con regalos importuna; aqueste da la gloria y el tormento, de aqueste os quiero dar conocimiento. 7 »Cómo habéis de creer la fe que creo sabréis de mí a su tiempo largamente, 12.4.2 q̃ aun lo que yo puedo no puede D (que [...] AT) : que hacer no puede lo que pude IC. 50
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que no es disposición la que ora veo ni lengua la que os habla suficiente. Que no sacrifiquéis solo deseo, ni a vanos dioses honre vuestra gente; que deis de buena gana también pido a Dios el corazón y a mí el oído. 8 »Esta señal de cruz que aquí os he visto de dónde haya venido acá me espanta, porque es retrato de otra en que obró Cristo la redención humana en pena tanta; y así a que la adoréis antes insisto como señal bendita, sacra, santa, mas sabed que no es dios de temporales ni dios, mas do quitó Dios nuestros males». 51
9 No se movió una ceja ni pestaña, ni un hombre dio ni recogió el aliento, ni en tanto respiró de la montaña a mover una hoja el manso viento; con dulce admiración, con gracia estraña se acepta el saludable parlamento, y todos al señor dieron la mano, que tiene, aunque mancebo, el seso cano. 10 Después que tanto cuanto hubo callado y recogido en sí la fantasía, el buen calachuní se ha levantado haciendo humilde y grata cortesía; y con grave tono sosegado, testigo del valor que en sí tenía,
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12.8.6 sacra, sancta DA (santa IT) : sacrosanta C.
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abre la boca, la voz clara suelta, diciendo así con lengua desenvuelta: 11 «Sacar, señor, mis obras tan de quicio, poniéndoles el nombre que les pones, será por ejercer el propio oficio que tienen generosos corazones: pagar con gran merced chico servicio y dar por bajo don preciosos dones. Mas a hacernos bien, todo se diga, tu Dios, tu ser y nuestro amor te obliga. 52
12 »Estos dioses de mano fabricados, no serlo cierto a mí no es cosa nueva, mas tras el vano error de los pasados el uso y ceguedad nuestra nos lleva; y no nos dejan ver nuestros pecados lo que con natural razón se prueba, que al que lo mira bien no es cosa oscura ser más el hacedor que su hechura. 13 »Más llégase a excusar el yerro luego la falta de la luz que hoy se nos muestra, que mal irá sin riesgo el hombre ciego si aquél que tiene vista no le adiestra; así que, sin tener divino riego, ¿qué fruto puede dar el alma nuestra? Agora que en tu lumbre lumbre vemos, tu fe, tu religión, tu Dios queremos. 53
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12.11.2 poniéndoles IC : ponyendolas D (poniéndolas AT). 12.13.5 asi q̃ D (así que ACT) : así es que I.
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14 »Y, mientras de ti somos instrüidos, verás los sacrificios ir cesando, los ídolos quebrados, destrüidos, la falsa adoración suya dejando, prestar a tu doctrina los oídos, a Dios el corazón aparejando; mas al que por de lluvia yo tenía por qué se deba honrar saber querría. 15 »Sé que es cosa que nadie hay que la vea de quien en gran honor no sea tenida, y sin saber qué causa de ello sea a amarla los espíritus convida. Lo cual es ocasión de que se crea que alguna virtud tiene no sabida, algo divino y santo que en efecto debe ser a nosotros aun secreto. 54
16 »De seis que a Yucatán han aportado de vuestros mismos trajes y manera sabido hubiera ya lo deseado, si modo para haberlos yo tuviera; mas están en poder de un rey malvado que no podrán haberse comoquiera, presos para comer en una sima, y ellos tienen la cruz en grande estima». 55
17 Cortés atentamente le escuchaba de amor y maravilla y gozo lleno,
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12.15.7 efecto DAT : efeto IC. 12.16.2 mismos CT : mesmos DIA.
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por ver cuán fácilmente se apartaba del ciego error y del profundo cieno. Y lo que para el caso les restaba remite a la sazón del tiempo bueno, en tanto que a librar los seis cristianos procura de poner cuidado y manos.
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Notas al fragmento 12 D 491v-495v. Fr. 13 Castro Leal (1941: 176-178). García Icazbalceta (1884: 381-384); Ágreda y Sánchez (1902: 240245); Torre Villar (1987: 207-211). 17 octavas. Perteneció quizás al canto 4. Dorantes cita este pasaje tras haber alabado encarecidamente a Cortés por haberse propuesto como fin principal de la conquista la evangelización de los indios (D 490r-491v; Ágreda y Sánchez 1902: 240): Una de las cosas que más le valió en su conquista fue fundarla buscando primero el reino de Dios, no tomando ni permitiendo tomar a los indios ni sola una tortilla, y castigando mucho a los que se adelantaban a eso, siempre pagando lo necesario y forzoso y no tomando lo extraordinario, ni haciendo exceso, advirtiendo a lo principal de la doctrina de los indios, el aconsejarles y predicarles como si fuera un teólogo, el derribar los ídolos y otros buenos efectos en esta conformidad, con que le creció Dios y tuvo buenos fines en su conquista. Y, desde la primera tierra y pueblo que vio, donde halló una cruz que adoraban los indios por Dios de las lluvias, que fue en Acuzamil, después de haber parado allí algunos días y acariciado la gente en disposición de buena amistad, dice Terrazas que les hizo la plática que se sigue, que, por ser obra de sus manos y no sacada en moldes ni aun a los ojos de nadie, porné un pedazo de ella para que entre la maleza, riscos y breñas de esta lectura halle Vuestra Excelencia algo que la aliente a mejor gusto. Y así voy en todas las cosas que se ofrece entremetiendo algo a propósito de este autor y otros que aun no han parecido ni aun en los lejos de sus escritos; y esto me deberán a mí, pues los muestro a Vuestra Excelencia, que con su grandeza y sombra los ilustre y haga grandes.
El discurso dirigido por el héroe a su anfitrión después del banquete de bienvenida es lugar común en la épica desde la Antigüedad, ubicado al inicio de un libro o canto tanto en la Eneida (2.1 y ss.) como en la Odisea (9.1 y ss.). Podría, pues, pertenecer este pasaje, precedido quizás por el proemio moral que constituiría el fragmento 11, según la práctica ariostesco-ercillesca, al comienzo de un canto —acaso el 4— de Nuevo Mundo y conquista. La diferencia respecto de los modelos clásicos estriba en el contenido de la plática del protagonista, que no es aquí una narración retrospectiva de sus propias hazañas, como lo era en Virgilio y en Homero, sino un sermón religioso encaminado a promover la conversión de los indios, dirigido principalmente a un jefe —el calachuní de Cozumel— que
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por su prudencia recuerda al Colocolo ercillesco (Amor y Vázquez 1962: 400). Terrazas amplifica así notablemente la noticia que acerca de este lance proporciona Gómara (Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21), que no otorga en este momento protagonismo al calachuní, y no reproduce en estilo directo ni las palabras de Cortés ni la respuesta de los interpelados. Es, pues, esta —junto con la de Cervantes de Salazar (v. n. a 12.1.3-4)— una de las primeras plasmaciones literarias del Hernán Cortés «misionero» que con sus homilías recuerda a los caballeros y reyes devenidos predicadores hacia el final de las Sergas de Esplandián (caps. 138-143, 176; Sainz de la Maza 2003: 681-688, 793-795), pergeñado ya en el retrato que el conquistador había hecho de sí mismo en las Cartas de relación, como ha hecho ver Aracil Varón (2016: 69-72), y consumado por obra de Juan Cortés Ossorio en las Cortesíadas (5.19-101; Cadenas León 2021: 166192). El tratamiento dado por Terrazas a este episodio, que resumió Lobo Lasso (CV 2.46-47, Mex. 3.8.5-8) con brevedad heredada de Gómara, fue estrechamente imitado, con más amplificaciones que variaciones, en el Peregrino indiano (2.50-61) de Saavedra Guzmán (v. nn. a 12.2.1-4, 12.2.7-8, 12.8.7, 12.12, 12.13.1-4, 12.14.1-4, 12.15.3, 12.16.1). V. Amor y Vázquez (1962: 400, 406, 407 n. 2), Dolle (2007: 769 n. 24), Cebollero (2009: 74), Pullés-Linares (2005: 85), Díez-Canedo Flores (2012: 426), Romano Martín (2017: 643-644) y Yera Sucías (2020: 601-602). 12.1.1 después que fue acabada la comida. Es esta una transición narrativa tópica en la épica desde Homero (Odisea 8.72), a quien siguió Virgilio («postquam prima quies epulis, mensaeque remotae», Aen. 1.723) 12.1.3-4 por lengua no tan diestra ni expedida / cuanto de la ocasión es demandada. «Como Cortés vio que estaban asegurados de su venida y muy domésticos y serviciales, acordó de quitarles los ídolos y darles la cruz de Jesucristo nuestro Señor, y la imagen de su gloriosa Madre y Virgen Santa María; y para esto habloles un día por la lengua que llevaba, la cual era un Melchor que llevara Francisco Hernández de Córdoba. Mas como era pescador, era rudo, o más de veras simple, y parecía que no sabía hablar ni responder. Todavía les dijo que les quería dar mejor ley y Dios de los que tenían» (Gómara, Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988. 21). En Cervantes de Salazar (Crónica, lib. 2., cap. 30; Magallón 1914: 122) la prédica de Cortés se transmite, en cambio, a los indios «por lengua de Aguilar», puesto que se ubica después y no antes del hallazgo de este, a diferencia de lo que ocurre en Gómara.
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12.1.5 la Palabra de la vida. «Quod perspeximus, et manus nostrae contrectaverunt de verbo vitae» (1 Jo. 1.1); «verbum vitae continentes» (Phil. 2.16); «verba vitae aeternae habes» (Jo. 6.69); «loquimini in templo plebi omnia verba vitae huius» (Act. 5.20). V. Amor y Vázquez (1962: 407 n. 2). 12.1.7 calachuní. El título de los señores mayas que se da al cacique de Cozumel —del maya halach uinic, «hombre verdadero, el señor» (Castillo Farreras 1983: 474, 480; s. vv. «calachuni» y «halach uinic»)— se encuentra con esta forma en Gómara (Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 20-21), y antes en Fernández de Oviedo (lib. 8, cap. 30; Pérez de Tudela 1959: I 268). Aquí es sin duda vocablo agudo, pues así lo requiere el ritmo del verso. 12.2.1-4 La obligación, amigos, en que os quedo / y las prendas de amor con que me hallo, / y ver que en otra cosa yo no puedo / mejor que en la presente demostrallo. «Bien sé la obligación en que he quedado / a la merced, cacique, recibida, / y conozco que estoy a ti obligado / mientras durare el curso de la vida, / y, por que en lo de veras seas pagado / del tesoro mayor de mi venida, / te quiero dar, y ansí te pido y ruego / que tú y los tuyos me oigas con sosiego» (PI 2.50). El amor será asimismo la causa que en Villagrá moverá a Juan de Oñate a predicar a los indios: «Que la causa de haberlos él llamado / era sólo el amor que les tenía, / y que éste le oprimía y le forzaba / a que les enseñase una gran cosa» (HNM 17.194-196). 12.2.7-8 y que dejéis la ceguedad y vicio / con que hacéis al barro sacrificio. «Dejaras esa usanza de tus vicios / y simple adoración y sacrificios» (PI 2.51.7-8). 12.3.1 en lo demás es justo que os alabe. No así Cervantes de Salazar: «así en las costumbres y policía humana, como en la religión, estábades engañados» (Crónica, lib. 2., cap. 30; Magallón 1914: 122). 12.3.4 las hechuras de sus manos. El mismo argumento de raíz bíblica («simulacra gentium argentum et aurum, opera manuum suorum», Ps. 113.12) se encuentra en el discurso de Cozumel referido por Cervantes de Salazar («ellas [sc. esas feas estatuas] no son dioses, ni lo pueden ser, pues las fabricaron vuestras manos», Crónica, lib. 2., cap. 30; Magallón 1914: 123) y en la prédica que, según Gómara, les dirigió Cortés más adelante a los indios de Potonchán («les dijo la ceguedad y vanidad grandísima que tenían en adorar muchos dioses, en hacerles sacrificios de sangre humana, en pensar que aquellas estatuas les hacían el bien y el mal que les venía, siendo mudas, sin ánima, y hechura de sus mesmas manos», Conquista, cap. 23; Miralles Ostos 1988: 37). 12.3.5 quien no vive ni siente y nada sabe. «Os habent, et non loquentur; oculos habent, et non videbunt. Aures habent; et non audient; nares habent, et non odorabunt. Manus habent, et non palpabunt; pedes habent, et non ambulabunt; non clamabunt in gutture suo» (Ps. 113.13-16).
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12.4.2 un dios que aún no puede lo que pude. La lectura de D («un dios que aun lo que yo puedo no puede», 492r), transmitida por Ágreda y Sánchez (1902. 241) y por Torre Villar (1987: 208), quiebra la rima. García Icazbalceta (1884: 381) la corrigió en «un dios que hacer no puede lo que pude», enmienda aceptada por Castro Leal (1941: 56) que sería hipermétrica si se aspirara, como ocurre casi siempre en NMC, la h de «hacer». Proponemos, pues, esta corrección de propia minerva, con pronunciación bisilábica de «aún» como en «si quisiere, y aún sabrá querello» (Garcilaso, soneto 1.11; Morros 1995: 12), o en «ni aún me hallo donde me he perdido» (Boscán, poema 104.18; Clavería, 1999: 215). 12.5.2 mas quien hizo la luz y es luz de hecho. A este verso subyacen unas palabras pronunciadas por Cristo en el Evangelio según San Juan («Ego sum lux mundi», 8.12), así como la definición de Dios Hijo con respecto a Dios Padre como lumen de lumine en el Credo de Nicea. 12.7.4 ni lengua la que os habla suficiente. V. n. a 12.1.3-4. 12.8.1 Esta señal de cruz que aquí os he visto. «Al pie de aquella misma torre estaba un cercado de piedra y cal, muy bien lucido y almenado, en medio del cual había una cruz de cal tan alta como diez palmos, a la cual tenían y adoraban por dios de la lluvia, porque cuando no llovía y había falta de agua, iban a ella en procesión y muy devotos; ofrecían codornices sacrificadas por aplacarle la ira y enojo que con ellos tenía o mostraba tener, con la sangre de aquella simple avecica. Quemaban también cierta resina a manera de incienso, y rociábanla con agua. Tras esto tenían por cierto que luego llovía. Tal era la religión de estos acuzamilanos, y no se pudo saber dónde ni cómo tomaron devoción con aquel dios de cruz; porque no hay rastro ni señal en aquella isla, ni aun en otra ninguna parte de Indias, que se haya predicado en ella el evangelio, como más largamente se dirá en otro lugar, hasta nuestros tiempos y nuestros españoles. Estos de Acuzamil acataron mucho de allí en adelante la cruz, como quien estaba hecho a tal señal» (Gómara, Conquista, cap. 15; Miralles Ostos 1988: 26). 12.8.7 dios de temporales. Es decir, «de lluvia» (12.14.7); v. n. a 12.8.1. La entera octava fue imitada por Saavedra Guzmán: «Aquella cruz que allí tenéis guardada / dios de lluvias entendéis que ha sido; / es justa cosa haber sido adorada, / aunque no como es justo se ha entendido. / Allí la suma Majestad sagrada / por salvarnos se ha puesto y padecido, / y humanando su ser al mundo vino, / para allanar el áspero camino» (PI 2.53). 12.9.1-2 No se movió una ceja ni pestaña, / ni un hombre dio ni recogió el aliento. El silencio con el que los acuzamilanos reciben las palabras de Cortés podría evocar, como ha sugerido Romano Martín (2017: 643-644), el de los cartagineses antes de que comience a hablar Eneas en el celebérrimo verso con que se
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abre el libro 2 de la Eneida («conticuere omnes intentique ora tenebant»), si bien la formulación es, como notó Wogan (1941: 372), ercillesca: «Ceja no se movió, y aun el aliento / apenas al espíritu halló vía / mientras duró el soberbio parlamento / que el gran Caupolicano les hacía» (Ar. 8.21.1-4). 12.9.8 que tiene, aunque mancebo, el seso cano. El tópico del puer senex o mozo con prudencia de anciano, consolidado en la Antigüedad tardía (Curtius 1955: I 149-153), se introduce aquí con el eco de un célebre paso de Petrarca («sotto biondi capei canuta mente», 213.3; Bettarini 2005: II 996). 12.10-16. La respuesta dada a Cortés por el Calchuní, que no se encuentra en Gómara ni tampoco en Cervantes de Salazar, constituye una libre amplificación de un brevísimo pasaje del primero: «Respondieron que mucho enhorabuena» (Gómara, Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21). 12.10.2 fantasía. V. n. a 5.4.7. 12.11.2 poniéndoles. La lectura «poniéndolas» de D (494r) se ha corregido, con García Icazbalceta (1884: 383) y con Castro Leal (1941: 58), porque no se encuentra en el texto conservado de NMC ningún otro caso de laísmo, y este único choca, además, con «les pones» al final de este mismo verso. 12.12 Estos dioses de mano fabricados, / no serlo cierto a mí no es cosa nueva, / mas tras el vano error de los pasados / el uso y ceguedad nuestra nos lleva; / y no nos dejan ver nuestros pecados / lo que con natural razón se prueba, / que al que lo mira bien no es cosa oscura / ser más el hacedor que su hechura. «No dudo yo, señor, en cuanto creo / que no es Dios el de mano fabricado, / mas de costumbre mala el mal deseo / de nuestra ceguedad es ayudado. / Ésta nos lleva al mal que agora veo / de tantas desventuras rodeado, / y no niego que el Hacedor excede / a lo que es su hechura y que más puede» (PI 2.58). 12.13.1-4 Más llégase a excusar el yerro luego / la falta de la luz que hoy se nos muestra, / que mal irá sin riesgo el hombre ciego / si aquél que tiene vista no le adiestra. «Y, aunque la culpa es grave y muy pesada, / alíviala sin duda la ignorancia, / que aun nuestra vista, si no es alumbrada, / no era el tener ojos de importancia, / ansí que, si de mí fuera alcanzada, / hubiera ya gozado esta ganancia, / que mal puede guiar ciego un camino / si falta de la vista el claro tino» (PI 2.59). 12.14.1-4 Y, mientras de ti somos instrüidos, / verás los sacrificios ir cesando, / los ídolos quebrados, destrüidos, / la falsa adoración suya dejando. «Y, en tanto que de mí fuere sabida, / cesará el holocausto y maleficio, / trocando en justa ley la pervertida / y la usanza del vano sacrificio» (PI 2.60.1-4).
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12.14.7 de lluvia. V. n. a 12.8.1 12.15.3 sin saber qué causa de ello sea. «No supo dar razón ni que entendiese / por qué causa la cruz fuese adorada» (PI 2.61.1-2). 12.16.1 seis que a Yucatán han aportado. «Y hacían señas con las manos hacia Yucatán, que estaban allí cinco o seis hombres barbudos, muchos soles había» (Gómara, Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21). Se trata de los náufragos de la expedición de Valdivia que quedaron a merced de los indios de Yucatán, como Jerónimo de Aguilar, unos de los supervivientes, relatará detalladamente más adelante (14.14-34). También aquí fue Terrazas objeto de la imitación cercanísima de Saavedra Guzmán («sólo certificó de seis barbados / que estaban en Quimpeche aprisionados», PI 2.61.7-8). 12.16.2 mismos. La vacilación de D entre «mesmo» (12.16.2, 17.16.5, 19.1.8) y «mismo» (5.4.8, 20.17.6) parece haberse debido más a mano de copista que a la del autor, toda vez que la preferencia de este por la segunda forma queda de manifiesto en las asonancias internas que se encuentran en versos como «vido en visión las misma en que se vía» (5.4.8) e «hiciera de sí mismo sacrificio» (FVP 255.8). 12.16.5 un rey malvado. El cacique antropófago Canetabo; v. 14.16-30. 12.17.5-6 Y lo que para el caso les restaba / remite a la sazón del tiempo bueno. No hay dilación en Gómara («y así los llamó al templo, hizo decir misa, quebró los dioses y puso cruces e imágenes de nuestra Señora, lo cual adoraron con devoción; y mientras allí estuvo no sacrificaron como solían», Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21), ni tampoco en Cervantes de Salazar («fue cosa de ver cómo los indios ayudaron luego a los cristianos a quebrantar los ídolos», Crónica, lib. 2, cap. 30; Magallón 1914: 123). En Saavedra Guzmán sigue «un mitote solemne» (PI 2.62.6) que quizás estaba ya en NMC, dada la cercanía con la que este ha venido imitando la obra de Terrazas.
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Fragmento 13 El poder de las dádivas 1 ¿Qué es lo que no podrán hacer los dones? ¿A qué fiera la dádiva no doma? ¿Dónde hay más eficaces persuasiones, y quién más presto cualquier lengua toma? No hallo yo entre todas las naciones con quien el interés no duerma y coma; a sabios ciega, a poderosos vence, a los dioses aplaca y los convence.
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Notas al fragmento 13 D 49v-50r. Fr. 19 Castro Leal (1941: 82). García Icazbalceta (1884: 398); Ágreda y Sánchez (1902: 16); Torre Villar (1987: 26). 1 octava. Perteneció quizás al canto 4. Dorantes cita el fragmento a propósito de la venalidad de los hombres de Pánfilo de Narváez, quienes, a su juicio, traicionaron a su capitán sobornados por Cortés (D 48v-49v; Ágreda y Sánchez 1902: 15): Y se cree que los más capitanes y oficiales de guerra de Narváez estaban muy bien ganados de Cortés, pues entre otras cosas [a] Joan de Ortega, su paje, le dió su cadena de oro el día que prendieron a Narváez para que Cortés la enviase con uno de sus espías; y, en el tiempo que se gastó en tratos y querer confederar a los dos generales, la maña pudo vencer los ánimos y la fidelidad que debían a su capitán, pues sus soldados, con no haber pasado de la Vera Cruz y viniendo tan pobres, remanecieron con tantas cadenas y ladrillos de oro, de que Cortés y los suyos tenían grandísima cantidad por el espacio con que habían estado en la tierra y los muchos presentes y dádivas que Motectzuma les había hecho. Y el suceso lo muestra, que con ir Cortés desde México a la Vera Cruz nunca lo supo Narváez, ni creyó que se atreviera a tal, y primero estuvo en los aposentos de Cempoala con él que lo supiese. ¿Qué quiere decir esto, y el llegar y hallar al artillero descuidado y qué dio lugar a que diez soldados de los de Cortés le enclavasen la artillería que estaba a las puertas y entradas de los aposentos, y con las mesmas picas y alabardas de los descuidados soldados de Narváez les hizo Cortés la guerra, y nadie osó hablar ni defender a su capitán, que le prendió Cortés? Y en propósito dice nuestro Marón [...].
No es de creer, sin embargo, por las razones expuestas en el apartado II.1 de la introducción, que Terrazas haya llegado en su relato hasta el regreso de Cortés a Cempoala y la subsiguiente derrota de Narváez. Hay que notar, además, que Gómara, a quien nuestro poeta sigue habitualmente, se refiere muy de paso al posible soborno de los de Narváez («unos cuentan que ellos se amotinaron y otros que Cortés los sobornó con cartas, ofertas y una carga de collares y tejuelos de oro que envió de secreto al real de Pánfilo de Narváez con su criado», Conquista, cap. 98; Miralles Ostos 1988: 140); pero encarece por dos veces el poder ejercido por las dádivas sobre las voluntades de los habitantes de Cozumel. La primera, al exponer los medios empleados por Cortés para ganarse al calachuní (Conquista, cap. 10; Miralles Ostos 1988: 21):
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El calachuní habló a Cortés con grande humildad y ceremonias, y así fue muy bien recibido y amorosamente tratado. Y no solo le mostró Cortés por señas y palabras la buena obra que españoles le querían hacer, más aun por dádivas; y así le dio a él y a otros muchos de aquéllos suyos cosas de rescate, las cuales, aunque entre nosotros son de poco valor, ellos las estiman mucho y tienen en más que el oro, tras que todos andaban.
La segunda, al explicar cómo consiguió que tres isleños accedieran a llevarles un carta a los españoles perdidos en Yucatán (Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21-22): Fernando Cortés, considerando cuánto le importaría tener buen faraute para entender y ser entendido, rogó al calachuní le diese alguno que llevase una carta a los barbudos que decían. Mas él no halló quien quisiese ir allá con semejante recado, de miedo del que los tenía, que era gran señor y cruel y tal que, sabiendo la embajada, mandaría matar y comer al que la llevase. Viendo esto Cortés, halagó tres isleños que andaban muy serviciales en su posada. Dioles algunas cosillas, y rogoles que fuesen con la carta. Los indios se excusaron mucho de ello, que tenían por cierto que los matarían. Mas en fin, tanto pudieron ruegos y dádivas que prometieron de ir.
En consecuencia, hemos decidido ubicar este fragmento de Terrazas acerca del poder de las dádivas después de que, durante el recibimiento en Cozumel, el calachuní haya mencionado a los españoles perdidos (12.16), y antes del relato que de la aventura de estos hará Jerónimo de Aguilar en el fragmento 14. Nos apartamos, pues, de García Icazbalceta (1884: 398), quien relegó este fragmento al antepenúltimo lugar, antes solo del 19 y del 20, en la idea de que parecía referirse a la expedición de Narváez, y de Castro Leal (1941: 82), quien lo siguió —aunque imprimió el fragmento 20 como penúltimo y el 19 como último—. V. Amor y Vázquez (1962: 407) y Yera Sucías (2020: 607). 13.1.4 cualquier lengua toma. «Tomar lengua» es «informarse de alguna cosa, de algún país o algún sujeto, o de palabra y noticias o por las señas que le dan para que venga en conocimiento» (Aut., s. v. «tomar lengua, voz, o señas»). Gómara (Conquista, cap. 11; Miralles Ostos 1988: 21-22) se refiere al «poder de ruegos y dádivas» a propósito de las empleadas por Cortés, deseoso de «tener buen faraute para entender y ser entendido» —este será el Jerónimo de Aguilar que aparecerá en el siguiente fragmento (14.2)—, para convencer a los isleños de Cozumel de que lleven una carta a los españoles perdidos en Yucatán —los mismos que han sido mencionados por el calachuní en el fragmento anterior (12.16)—.
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Fragmento 14 El encuentro con Jerónimo de Aguilar 1 Cuando con tal cuidado y diligencia aun para casos fáciles, livianos, un hombre a sus ministros en ausencia suele proveer con liberales manos, ¿qué hará la divina Providencia en sus divinos hechos soberanos, sino proveer de todo muy cumplido a quien para sus cosas ha escogido? 56
2 Escoge a Cortés Dios por instrumento para librar su pueblo del profundo, que lleve al prometido salvamento no solo un pueblo: todo el Nuevo Mundo. Tuvo Moisén de lengua impedimento, también lo tiene aquí el Moisén segundo: al uno proveyó de Arom, su hermano, para el otro guardó vivo un cristiano. 57
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3 ¿Quién no creerá que de Él fue permitido que en tierra de enemigos se perdiese uno que estando entre ellos oprimido su lengua y sus secretos entendiese, que Cortés, por el caso referido, con tal peligro a Acuzamil volviese, 60
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14.1.7 todo DIAT: todos C. 14.2.5 moysen D (Moysen IA) : Moisés CT. 14.2.6 moysẽ D (Moysen IA) : Moisés CT. 14.2.7 Arom D (Aron IA) : Aarón CT. 14.3.6 Acuçamil DA (Acuzamil IT) : Cozumel C.
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y que por la tormenta se tardase hasta que la canoa allí llegase? 4 Dejé, Señor, a Tapia en la emboscada los cuatro navegantes esperando, llegados ya a la arena deseada y por la tierra adentro caminando. Salió la oculta gente a mano armada los descuidados hombres asaltando; al agua se tornaban los tres de ellos y el uno porfïando a detenellos. 5 En lengua no entendida se hablaron y en fin de su hablar se detuvieron; mas aun del todo no se aseguraron, antes la flecha y arco apercibieron; y así como animosos esperaron los doce que al encuentro les salieron, y el uno a todos va de buena gana hablando en nuestra lengua castellana. 61
6 Hablando con los que iban delanteros, «Decid, señores», dice, «¿sois cristianos?» «Sí somos», le responden, «no estranjeros, que naturales somos castellanos». Y él, los llorosos ojos lastimeros alzando al cielo, juntas ambas manos, estando en el arena arrodillado, dijo: «¡Seáis, mi Dios, siempre alabado!».
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14.5.7 ba D (va IAT) : ya C. 14.6.2 dezid [...] dezi D (decí [...] decí I, decid [...] decid ACT) : decid [...] dijo M. 14.6.4 q̃ D (que ACT) : y IM.
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7 Deshácese llorando de alegría haciendo gracias al bendito Cristo, que ya por su bondad libre se vía del largo cautiverio en que se ha visto, de la infïel y dura tiranía del bárbaro poder del Antecristo; si es miércoles entonces preguntaba, que aun unas horas tiene en que rezaba. 64
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8 Andrés de Tapia llega a levantallo y todos a dar gracias le ayudaron, uno a uno vinieron a abrazallo y de placer con él todos lloraron. Al capitán acuerdan de llevallo, que en ir a donde está poco tardaron, mil cosas preguntando y respondiendo, consigo esotros tres también trayendo. 66
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9 Como, venido ya a su propia tierra, es recibido el hijo peregrino que tenido por muerto fue en la guerra y acaba en cas del padre su camino, que el un hermano y otro con él cierra abrazando al hermano que les vino, y aun no le dan lugar de ver la madre ni de besar las manos a su padre, 69
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14.7.3 vya D (via IA, vía C) : veía T. 14.7.6 antexpo D (Antexpo A) : Anticristo ICT. 14.8.1 lebantallo D (levantallo IA) : levantarlo CMT. 14.8.3 abraçallo D (abrazallo IA) : abrazarlo CMT. 14.8.5 llevallo DIA : llevarlo CMT. 14.9.4 cas ICM : casa DAT.
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10 así, corriendo de una y otra parte, como si fuera hermano muy querido, vinieron todos luego de aquesta arte a ver a su español recién venido, que apenas de un abrazo se desparte cuando otro y otro está con él asido, sin dar casi lugar de esta manera, de poder ir a do Cortés lo espera. 70
11 Llegado a su presencia y de la gente a besalle las manos se arrodilla, y como a aquel por quien librar se siente llorando de terneza se le humilla. Cortés lo recibió amorosamente, también enternecido a maravilla; vestirlo manda, y que le cuente a una quién es y cuál ha sido su fortuna. 71
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12 En todos no quedó corazón fuerte que viéndolo llorar dolor no sienta, y dijo: «Aunque no sé en qué modo acierte de tanta desventura a daros cuenta, atento oíd, señor, mi triste suerte, que aun su memoria el alma me atormenta. Jerónimo mi propio nombre ha sido, y tuve de Aguilar el apellido. 74
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14.10.6 y otro DIACM : y otros T || sta D (está M) : están I (stán A) CT. 14.11.2 besalle DIA : besarle CMT. 14.11.3 como a aquél M : como aquel DIACT. 14.11.4 terneza DIACT : ternura M. 14.12.2 biendolo D (viéndolo ACT) : viéndole IM.
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13 »En Écija nací, y a Dios pluguiera que en Écija también me sepultara, y el juvenil hervor no me trajera do tanta desventura me hallara; en casa de mis padres me estuviera y con mi suerte allí me contentara, que no me ha sido el cielo tan avaro que no me diese un padre rico y claro. 14 »El año de once fue la suerte dura que para La Española dimos vela, y al triste fin, a fin tan sin ventura, nos lleva una pequeña carabela. Llegando a Jamaíca, muy segura de estar cerca del corte de la tela, en los bajos de Víboras caímos, do el oro y nave y todos nos perdimos. 75
15 »Como aventado ciervo va corriendo espesas matas y árboles saltando, que del rüido solo va huyendo a la encubierta red enderezando, así nosotros con buen tiempo yendo, incautos, nuestro mal no recelando, primero nos hallamos ya perdidos que fuésemos del daño prevenidos. 76
16 »Digo que vimos la infelice tierra del malvado cacique Canetabo,
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14.14.3 a fin DICM : al fin AT. 14.15.4 encubierta DICM : cubierta AT.
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que si crueldad, que si maldad se encierra en el reino infernal de cabo a cabo, la suma, el colmo de ella en paz y guerra, se vio en aqueste solo por el cabo, horrenda catadura, monstrüosa, ronca la voz, bravísima, espantosa. 17 »La cara negra y colorada a vetas, gruesísimo xipate por estremo, difícil peso para dos carretas: debió ser su figura Polifemo. De tizne y sangre entrambas manos prietas, bisojo que aun soñarlo agora temo, los dientes y la boca como grana, corriendo siempre de ella sangre humana. 18 »Venimos a poder del monstruo fiero, a la inhumana, a la bestial presencia, cual simplecico al lobo va el cordero pensando que su madre lo aquerencia, que en los dientes se ve del carnicero pagando con la vida la inocencia: al sacrificio así fuimos llevados, creyendo que era a ser muy regalados. 19 »Al triste de Valdivia echó las manos para cenalle luego el primer día, que ya con unos golpes muy livianos en vano su morir entretenía; ya con promesas, ya con ruegos vanos, porque con la flaqueza no tenía 77
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14.19.2 cenalle D: cenallo IA : cenarlo CMT.
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más de solo el sentir para sentillo, sin fuerzas ni poder de resistillo.
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20 »Como al pollo llevar suele el milano, que apenas se rebulle y se menea, así el flaco Valdivia clama en vano, forceja entre sus brazos y pernea. Echolo en un tajón de piedra llano, con tosco pedernal en él golpea, sacole el corazón vivo del pecho y ofrenda a los demonios de él ha hecho. 80
21 »¡Oh buen Valdivia, que tu muerte esquiva y el alma a Dios ofreces juntamente! Si ya en tu voluntad víctima viva te haces de tu Dios omnipotente, ¿qué demonio podrá ser que reciba tu noble corazón dado en presente? Mal quitarán ministros del infierno el sacrificio hecho a Dios eterno. 22 »Del casi vivo pecho palpitando la sangre Canetabo había bebido, cuando su cuerpo vi descuartizando, en pequeños pedazos repartido; mas, porque está un banquete aparejando, y aquesta colación muy breve ha sido, 81
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14.19.7 sentillo DIA : sentirlo CMT. 14.19.8 resistillo DIA : resistirlo CMT. 14.20.4 forcexa DA (forceja ICM) : forcejea T. 14.22.3 desquartizãdo D (descuartizando CM) : descuartizado IAT. 14.22.4 en DIACT : y en M. 14.22.5 aparejando CM : aparejado DIAT.
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en otros cuatro hizo aquel malvado pasar lo que Valdivia había pasado.
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23 »Como en el rastro vemos los carneros que uno a uno se van disminuyendo, y, al ojo y voluntad de los jiferos, este y aquel y estotro van asiendo, así los miserables compañeros vimos llevar al sacrificio horrendo, donde los cinco de ellos acabaron, y en cebo a esotros siete nos guardaron. 85
24 »Una jaula de vigas nos hicieron de grosor indecible y de grandeza, y a cebo como a puercos nos pusieron en tanto que duró nuestra flaqueza. Oh cuánta mayor hambre padecieron por excusar un fin de tal crüeza, pues toda la cuitada compañía, por no morir, de hambre se moría. 86
25 »El tiempo de una fiesta se llegaba, que suele ser de treinta en treinta soles, la cual muy más solemne se esperaba con plato de los tristes españoles. El bárbaro instrumento resonaba de rallos, huesos, gaitas, caracoles, y aquello se entendía sin experiencia que fue notificarnos la sentencia. 87
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14.22.8 que DIACT : que en M. 14.23.7 dellos DIA (de ellos MT) : a ellos C. 14.24.6 crueza DIA : crudeza CMT. 14.25.6 rallos DIM : rayos ACT.
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26 »Dos cuchillos guardamos escondidos, que no sé cómo no nos los hallaron, pues, cuando en la prisión fuimos metidos, sin que quedase cosa nos cataron; los maderos más bajos escondidos con ellos a gastarse comenzaron, como el que un monte de grandeza inmensa a puñadas de tierra acabar piensa. 88
27 »El instrumento boto, chico y malo con que se fabricaba la salida, la gran dureza de aquel grueso palo y la menguada fuerza enflaquecida, tan gran labor, tan breve el intervalo, quitaban la esperanza de la vida, que, si por no perdella se ayunaba, para poder salvalla nos dañaba. 89
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28 »Mas tanto hizo el miedo de la muerte, que ya, ya a los alcances nos venía, que hubimos de romper la jaula fuerte casi dos horas antes de ser día, cuando del largo baile nuestra suerte a todos ya cansados los tenía, de nuestra libertad muy descuidados, en vino y grave sueño sepultados. 91
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14.26.8 puñadas D : puñados IACMT. 14.27.7 perdella DIA : perderla CMT. 14.27.8 salvalla DIA : salvarla CMT. 14.28.3 hubimos CMT : ovymos D (ovimos IA). 14.28.8 sepultados IACMT : descuydados D.
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29 »Del maldito estalaje nos libramos, salimos del lugar sin guía ninguna, y con la luz escasa caminamos del émulo del Sol y de la Luna, hasta dar en un monte do esperamos no la salud, no próspera fortuna, sino tan solamente procurando poder morir siquiera peleando. 30 »Y, allá en la furia ardiente de la siesta, habiendo sin parar gran tierra andado, topamos al bajar de una gran cuesta un pequeño escuadrón bien ordenado. La poca gente de Aquincuz es esta con Canetabo el fiero enemistado, señor de un pueblo dicho Xamanzana, tratable gente y algo más humana. 31 »Dijera de sus tratos y costumbres, cómo hubimos la gracia de esta gente, puesto que en cautiverio y servidumbre, sin esperar más bien perpetuamente; mas ya Calisto puesta en la alta cumbre trastorna la cabeza al occidente, y la callada noche se resfría y a los ojos el dulce sueño envía. 93
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32 »Las guerras que acabamos y vencimos en tiempo de Aquincuz, que fue muy breve,
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14.31.2 hubimos ICMT : ovimos DA. 14.31.5 Calisto DM : Calixto IACT.
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y de Taxmar su hijo, a quien servimos espacio de ocho años o de nueve, la mísera miseria que sufrimos el alma a renovalla no se atreve; basta saber que en fin nos acabamos, y que otro solamente y yo quedamos. 95
33 »En Chetemal reside ahora Guerrero, que así se llama el otro que ha quedado, del grande Nachamcán es compañero y con hermana suya está casado; está muy rico y era marinero, agora es capitán muy afamado, cargado está de hijos y hase puesto al uso de la tierra cuerpo y gesto. 96
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34 »Rayadas trae las manos y la cara, orejas y narices horadadas; bien pudiera venir si le agradara, que a él también las cartas fueron dadas. No sé si de vergüenza el venir para o porque allá raíces tiene echadas; así se queda, y solo yo he venido porque él está ya en indio convertido». 98
35 Los ánimos de todos los oyentes dejó de un miedo helado casi llenos, los pelos erizados en las frentes, los corazones muertos en los senos,
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14.32.6 renovalla DIA : renovarla CMT. 14.33.1 Chetemal DIACM : Chetumal T || aora D (ahora IAT) : ora C. 14.33.5 y era DACMT : para I. 14.34.1 rajadas DIAMT : bajadas C.
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viendo que van a do se comen gentes, a donde de piedad son tan ajenos, do no valen palabras ni razones, regalos ni promesas ni otros dones.
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Notas al fragmento 14 D 330v-339r. Fr. 15 Castro Leal (1941: 63-74); García Icazbalceta (1884: 385-392); Ágreda y Sánchez (1902: 141150); Torre Villar (1987: 128-135). Las octavas 6-35 Méndez Plancarte (1942: 23-30). 35 octavas. Perteneció quizás al canto 5. Dorantes afirma que «todas las cosas de las Indias son de milagro» (D 326v), y aduce como ejemplos la historia de la lebrela narrada en el fragmento atribuido a Arrázola (apéndice I) y el «milagroso aparecimiento» de Jerónimo de Aguilar, que enseguida relata con versos de Terrazas (D 329v330r; Ágreda y Sánchez 1902: 141): Y del milagroso aparecimiento que hizo Jerónimo de Aguilar ¿qué diremos? Habiendo estado cautivo en poder de los indios muchos años, y tenía rayada la cara y narices y orejas horadadas, fue la principal lengua e intérprete en estas partes, de que hizo mucho servicio a Dios y a Su Majestad, y sirvió en todo lo demás que se ofreció muy bien. Y de tal hombre como este no quedó sucesión legítima, aunque tuvo dos hijos naturales en una india principal llamada doña Elvira Toznenitzin, hija de un principal de Topoyanco, provincia de Tlaxcala, llamado don Alonso Quauhtimotzin, y de doña Francisca Acatlmina, su mujer, padres de la dicha doña Elvira Toznenitzin. Al fin a este hombre le trajo Dios a tiempo, que fue con Cortés lo que Arón con su hermano Moisén, y tráelo a la memoria Terrazas por significación y por socorro del cielo, que le sacó y trajo a tal tiempo para remedio de la nación indiana y de su cristianismo por la intervención y medio de este hombre.
La llegada a Cozumel del náufrago Jerónimo Aguilar, que había vivido durante ocho años entre los mayas de Yucatán y en lo sucesivo sirvió a Cortés como intérprete, había sido tenida «por muy gran misterio, milagro de Dios» ya en la carta de Veracruz (Delgado Gómez 1993: 124), y no otra cosa habían opinado Gómara («y certísimo les pareció ser milagro», Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24) y Cervantes de Salazar («Dios encaminaba los negocios mejor que Cortés lo podía desear», Crónica, lib. 2, cap. 25; Magallón 1914: 110). El fragmento de Terrazas —que, con sus 35 octavas, es el más extenso de los conservados— se abre, en consecuencia, con una reflexión acerca de la Providencia divina que, como en el caso del fragmento 8, podría constituir un proemio moral —quizás el que daba
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inicio al canto 5—, tras el cual se reanuda la narración al modo ariostescoercillesco (v. n. a 14.1.5-6, 14.4.1). Esta está puesta en su mayor parte en boca del propio Aguilar, siguiendo de cerca a Gómara (Conquista, cap. 12) —quien, según Cervantes de Salazar (Crónica, lib. 2, cap. 25; Magallón 1914: 113), había seguido a su vez a Motolinía—, y en ella se entremezclan numerosos ecos virgilianos, procedentes principalmente de los relatos que de sus respectivas penalidades hacen Eneas a Dido (Aen. 2.1 y ss.) y Aqueménides a Eneas (Aen. 3.588 y ss.) (v. nn. a 14.12.6, 14.13.8, 14.16.78, 14.17.4, 14.17.7-8, 14.18.3-4, 14.20.1, 14.28.8, 14.29.3-4, 14.31.7-8, 14.32.6). La huida de Aguilar y sus compañeros del cacique antropófago que los tenía en su poder se relata con numerosos detalles no transmitidos por las crónicas y atribuibles, por tanto, a invención de Terrazas, que también aquí fue profusamente imitado por Saavedra Guzmán (v. nn. a 14.1.56, 14.3.1-4, 14.3.5-6, 14.14.5, 14.16.2, 14.16.7-8, 14.20.5-8, 14.22.2, 14.24.1, 14.24.3, 14.25.5-8, 14.26.1, 14.26.4, 14.28.1-6, 14.29.5, 14.32.4, 14.32.7-8, 14.33.1-7, 14.34.1-6). V. Wogan (1941: 372), Amor y Vázquez (1962: 406), Blanco (1992: 158-159), Peña (2000: 48-49), Dolle (2007: 772-777), Cebollero (2009: 40-44), Zugasti (2011: 267-268), Díez-Canedo Flores (2012: 426-427), Conover Blancas (2013: 162-169), Río Torres-Murciano (2016: 91-95), Romano Martín (2017: 644-650), Río Torres-Murciano (2018: 429 n. 16, 442), Yera Sucías (2018: 267-268) y Yera Sucías (2020: 603-605). 14.1.5-6 qué hará la divina providencia / en sus divinos hechos soberanos. Saavedra Guzmán imitó estos versos de Terrazas para comentar en un proemio didáctico la aventura de Jerónimo de Aguilar («¡Oh cuánto la divina providencia / encierra en sus secretos soberanos!», PI 3.1.1). 14.2.1-2 Escoge a Cortés Dios por instrumento / para librar su pueblo del profundo. Esta idea —planteada ya en 9.1.1-4— había sido formulada por el propio Cortés en la cuarta carta de relación, de 15 de octubre de 1524 («Dios nuestro Señor fue servido de me hacer medio por donde veniese en su conocimiento»; Delgado Gómez 1993: 522), y reiterada después por Motolinía, que en su carta a Carlos V de 2 de enero de 1555 había defendido al de Medellín de quienes murmuraban contra él afirmando, a propósito de su celo por la conversión de los indios, que era «aquél a quien Dios había dado este don y deseo y le había puesto por singular capitán de esta tierra de Occidente», y concluyendo que «por este capitán nos abrió Dios la puerta para predicar su santo evangelio, y este puso a los indios que tuviesen reverencia a los santos sacramentos, y a los ministros de la Iglesia en acatamiento» (45 y 51; OʼGorman 1971: 421, 423). Los términos empleados aquí por Terrazas —que ya en 2.1.4 se ha dirigido a Cortés como al hombre providencial
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«de Dios para sus hechos escogido»— son, sin embargo, muy similares a los que se encuentran en la Historia eclesiástica indiana de fray Jerónimo de Mendieta: «Débese aquí mucho ponderar cómo sin alguna duda eligió Dios señaladamente y tomó por instrumento a este valeroso capitán don Fernando Cortés para por medio suyo abrir la puerta y hacer camino a los predicadores de su evangelio en este Nuevo Mundo» (lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 305); v. n. a 14.2.5-7. 14.2.4 todo el Nuevo Mundo. V. n. a 1.2.1. 14.2.5-7 Tuvo Moisén de lengua impedimento, / también lo tiene aquí el Moisén segundo: / al uno proveyó de Arom, su hermano. Se alude al pasaje del libro del Éxodo en que Dios, ante la preocupación de Moisés por su falta de elocuencia, le promete la ayuda de su hermano Aarón: «Ait Moyses: Obsecro, Domine, non sum eloquens ab heri et nudiustertius: et ex quo locutus es ad servum tuum, impeditioris et tardioris linguae sum. Dixit Dominus ad eum: Quis fecit os hominis? aut quis fabricatus est mutum et surdum, videntem et caecum? nonne ego? Perge, igitur, et ego ero in ore tuo: doceboque te quid loquaris. At ille: Obsecro, inquit, Domine, mitte quem missurus es. Iratus Dominus in Moysen, ait: Aaron frater tuus Levites, scio quod eloquens sit: ecce ipse egreditur in occursum tuum, vidensque te laetabitur corde. Loquere ad eum, et pone verba mea in ore eius: et ego ero in ore tuo, et in ore illius, et ostendam vobis quid agere debeatis. Ipse loquetur pro te ad populum, et erit os tuum: tu autem eris ei in his quae ad Deum pertinent» (4.10-16). El paralelismo entre Moisés y Aarón, por un lado, y Cortés y Jerónimo de Aguilar, por el otro, se encuentra desarrollado en fray Jerónimo de Mendieta, que propone la comparación entre el conquistador de México y Moisés desde el título del capítulo 1 del libro 3 de la Historia eclesiástica indiana («De cómo en la conquista que don Fernando Cortés hizo de la Nueva España parece fue enviado de Dios como otro Moisén para librar los naturales de ella de la servidumbre de Egipto»; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 304), y la desarrolla poco más abajo como sigue: «Al propósito de esta similitud que hemos puesto de Cortés con Moisén, no hace poco al caso el haber Dios proveído (y podemos decir miraculosamente) al Cortés (que fuera como mudo entre los indios, y no pudiera buenamente efectuar su negocio) de intérpretes, y muy a su contento, así como a Moisén (que era balbuciente y no tenía lengua para hablar a Faraón, ni al pueblo de Israel cuando lo guiase como a su caudillo) le dio intérprete con quien hablase a Faraón y al pueblo todo lo que quisiese. Los intérpretes de Cortés fueron la india Marina, natural mexicana que halló en la costa de Yucatán, la cual como hubiese estado captiva en Potonchán, sabía bien la lengua de allí, y de la natural suya no estaba olvidada; y Jerónimo de Aguilar, español que en el mismo Potonchán estuvo también ocho años captivo. Y el cobrar a éste se puede tener por harto milagro y particular provisión divina» (lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 306). V. Phelan (1970: 29-38). Los paralelismos textuales que al tratar
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esta equiparación del conquistador con el personaje bíblico se dan entre Terrazas y Mendieta —tanto aquí como en 14.2.1-2 y en 15.1— son, a pesar de Cebollero (2009: 40 n. 5), suficientemente evidentes como para que deba postularse una relación de dependencia, en la cual nos inclinamos a conceder la prelación al franciscano —que debe de haber inspirado igualmente la octava de Salvador de Cuenca que imprimimos como apéndice III— a pesar de Dolle (2007: 773 n. 40), teniendo en cuenta que las ideas de este, en la medida en que podían ser divulgadas desde el púlpito, alcanzaron seguramente una difusión mayor que la del poema de Terrazas desde antes de que la redacción de la Historia eclesiástica indiana, iniciada hacia 1573, hubiera concluido. Fray Bernardino de Sahagún comparó, en cambio, la milagrosa protección otorgada por Dios a Cortés con la dispensada a Josué, sucesor de Moisés al frente del pueblo de Israel, y al Cid (Historia general de las cosas de la Nueva España, lib. 12, pról.; Garibay Kintana 1975: 698). 14.2.8 un cristiano. Jerónimo de Aguilar, cuyo nombre no se revelará hasta que lo diga él mismo cuando empiece a relatar su historia en 14.12.7-8. 14.3.1-4 que de Él fue permitido / que en tierra de enemigos se perdiese / uno que estando entre ellos oprimido / su lengua y sus secretos entendiese. «Permitió que Aguilar fuese perdido / por lo que con ser lengua se ha ganado» (PI 3.4.1-2). 14.3.5-6 que Cortés, por el caso referido, / con tal peligro a Acuzamil volviese. «De Acuzamil fue la flota a tomar la costa de Yucatán, a do es la punta de las Mujeres, con buen tiempo, y surgió allí Cortés para ver la disposición de la tierra y la manera de la gente. Mas no le contentó. Otro día siguiente, que fue Carnestolendas, oyeron misa en tierra, hablaron a los que vinieron a verlos, y embarcados, quisieron doblar la punta para ir a Cotoche, y tentar qué cosa era. Pero antes de que la doblasen, tiró la nao en que iba el capitán Pedro de Alvarado, en señal de que corría peligro. Acudieron allá todos a ver qué cosa era; y como Cortés entendió que era un agua que con dos bombas no podían agotar, y que, si no fuese tomando puerto, que no se podía remediar, tornose a Acuzamil con toda la armada» (Gómara, Conquista, caps. 12; Miralles Ostos 1988: 23). «Ordenó que a Alvarado se le abriese / su nave sin poder aderezalla / para que a Cozumil Cortés volviese» (PI 3.3.1-3). 14.3.6 Acuzamil. La isla de Cozumel, llamada así por Gómara (Conquista, caps. 10-15; Miralles Ostos 1988: 19-26). 14.4.1 Dejé. Es fórmula empleada por Ercilla para reanudar, al comienzo del canto y tras el proemio didáctico, una narración interrumpida (Ar. 15.6.1, 32.6.1), al igual que hará Saavedra Guzmán (PI 17.4.1). Señor. El aquí apostrofado no es, obviamente, el divino «Señor» invocado en 8.2.1 y 9.4.1, sino el señor mortal a
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quien se dedica el poema, interpelado como destinatario de la narración a la manera en que interpelaba Ariosto a Hipólito de Este; debe de tratarse, pues, de Felipe II, el monarca reinante, a quien Ercilla se dirige de este modo reiteradamente (Ar. 1.5.7, 1.8.7, 3.63.1, 4.98.1, 5.45.7, 9.4.6, .9.18.1, 11.1.8, 12.39.1, 12.69.2, 12.74.5, 12.82.7, 16.2.1, 16.3.61, 20.6.3, 23.1.1, 23.87.6, 24.77.3, 26.52.5, 28.45.4, 28.46.1, etc.), al igual que se dirigirá Saavedra Guzmán a Felipe III (PI 1.7.7, 1.10.3, 1.51.1, 1.67.1, 5.5.1, 6.42.8, 8.104.7, 9.6.7, 9.65.8, etc.). Tapia en la emboscada. «Estando Cortés comiendo, le dijeron cómo atravesaba una canoa a la vela, de Yucatán para la isla, y que venía derecha hacia do las naves estaban surtas. Salió él a mirar adónde iba; y, como vio que se desviaba algo de la flota, dijo a Andrés de Tapia que fuese con algunos compañeros a ella, orilla del agua, encubiertos, hasta ver si salían los hombres a tierra; y, si saliesen, que se los trajesen» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). Acerca de Andrés de Tapia v. n. a II.1.1. 14.4.2 los cuatro navegantes. «La canoa tomó tierra tras una punta o abrigo, y salieron de ella cuatro hombres desnudos en carnes, sino era sus vergüenzas, los cabellos trenzados y enroscados sobre la frente como mujeres, y con muchas flechas y arcos en las manos» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.4.7 al agua se tornaban los tres de ellos. «Tres de los cuales hubieron miedo cuando vieron cerca de sí a los españoles, que habían arremetido a ellos para tomarlos, las espadas sacadas; y querían huir a la canoa» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.5.1 En lengua no entendida. «El otro se adelantó, hablando a sus compañeros en lengua que los españoles no entendieron, que no huyesen ni temiesen» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.5.6 los doce que al encuentro les salieron. El número de los españoles que les salieron al encuentro a Jerónimo de Aguilar y a sus acompañantes no se consigna en Gómara ni en Cervantes de Salazar. Puede haber sido invención de Terrazas, relacionada, quizás, con la leyenda de los doce heroicos compañeros de Andrés de Tapia que se trata en el apéndice II. 14.5.8 hablando en nuestra lengua castellana. «Y dijo luego en castellano» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.6.2 «Decid, señores», dice, «¿sois cristianos?». «“Señores, ¿sois cristianos?”» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). Mantener la lectura «dezid [...] dezi» de D (331v), regularizando la ortografía ya en «decí [...] decí» (García Icazbalceta 1884: 386), ya en «decid [...] decid» (Ágreda y Sánchez 1902: 143; Castro Leal 1941: 64; Torre Villar 1987: 129), implicaría dar por buenos tanto el endecasílabo anapéstico (v. n. a 17.2.3) como la inserción de una pregunta en
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Ilustración 4. «Dezid, señores, dezi, sois cristianos» (14.6.2) (D 331v). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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estilo directo sin verbo introductorio. De ahí el intento de subsanación de Méndez Plancarte (1942: 23, 35), cuya propuesta «decid [...] dijo» se aleja, sin embargo, del texto de D más que la corrección que ahora planteamos, toda vez que el paso de «dize» a «dezi» podría bien explicarse por una metátesis recíproca de las vocales propiciada por la cercanía del inicial «dezid». 14.6.3-4 «Sí somos», le responden, «no estranjeros, / que naturales somos castellanos». «Respondieron que sí, y que eran españoles» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.6.5-8 Y él, los llorosos ojos lastimeros / alzando al cielo, juntas ambas manos, / estando en el arena arrodillado, / dijo: «¡Seáis, mi Dios, siempre alabado!». «Y él hincose de rodillas en el suelo, alzó las manos y ojos al cielo, y con muchas lágrimas hizo oración a Dios, dándole gracias infinitas por la merced que le hacía en sacarlo de entre infieles y hombres infernales, y ponerle entre cristianos y hombres de su nación» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.7.1 Deshácese llorando de alegría. «Alegrose tanto con tal respuesta que lloró de placer» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.7.6 Antecristo. Al hacer que Jerónimo de Aguilar se refiera así al cacique indio Canetabo — cuyo nombre se hará esperar hasta 14.16.2— Terrazas ubica la hiperbólica percepción de su personaje en la estela de la tendencia tardoantigua y medieval a identificar los reinados de príncipes seculares hostiles a la fe católica, como Nerón o Juliano el Apóstata, con la tiranía del Anticristo profetizada para el final de los tiempos —que inspiró una comedia de Juan Ruiz de Alarcón (1634: 133r-156v) y otra atribuida a Lope de Vega (Menéndez Pelayo 1893: LXXVIIILXXIX, 557-585)—; v. Maluenda (1647: I 38-59), McGinn (1997: 61-70, 99-102, 118, 139-140, 156, 172) y Malik (2020: 79-126). Dado que la estatura gigantesca era uno de los rasgos monstruosos por los cuales podría ser reconocido el Anticristo según algunos tratadistas (McGinn 1997: 80), parece además relevante para la comparación que aquí nos ocupa la dimensión ciclópea de Canetabo (14.17.34), al igual que ocurre en un pasaje de la comedia lopesca Acertar errando («el gigante bracilargo / con señales de Antecristo, / príncipe de mala mano»; Cotarelo y Mori 1917: 49). 14.7.7-8 si es miércoles entonces preguntaba, / que aun unas horas tiene en que rezaba. «Preguntó si era miércoles, porque tenía unas horas en que rezaba cada día» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). Por «horas» debe entenderse el libro de horas o breviario «en que, como diácono, rezaba el Oficio Divino, y que —desnudo y aindiado— realmente conservaba» (Méndez Plancarte 1942: 35). El mismo Jerónimo de Aguilar le manifestó, en efecto, a Cortés «que tenía órdenes de evangelio» —es decir, que había sido ordenado diácono—,
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según el testimonio de Bernal Díaz (cap. 29; Serés 2011: 106); v. Conover Blancas (2013: 20-21). 14.8.1 Andrés de Tapia llega a levantallo. «Andrés de Tapia se allegó a él y le ayudó a levantar» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.8.3 uno a uno vinieron a abrazallo. «Y le abrazó, y lo mismo hicieron los otros españoles» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.8.7-8 mil cosas preguntando y respondiendo, / consigo esotros tres también trayendo. «Él dijo a los tres indios que le siguiesen, y vínose con aquellos españoles hablando y preguntando cosas hasta donde Cortés estaba» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.9.5 el un hermano y otro con él cierra. «Cerrar» significa aquí «arremeter con denuedo y furia una persona a otra o a muchas, o al contrario» (Aut., s. v. «cerrar con alguno»). El paralelismo con el retorno del hijo pródigo de la parábola evangélica (Lc. 15.11-32), aducido por Amor y Vázquez (1962: 406) y por Dolle (2007: 774) choca con que este, aunque recibido jubilosamente por su padre, es rechazado por su hermano. 14.11.5 Cortés lo recibió amorosamente. «El cual le recibió muy bien» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.11.7-8 vestirlo manda, y que le cuente a una / quién es y cuál ha sido su fortuna. «Y le hizo vestir luego y dar lo que hubo menester; y, con placer de tenerle en su poder, le preguntó su desdicha y cómo se llamaba» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.12.6 que aun su memoria el alma me atormenta. El relato de Aguilar se inicia, como bien notó Méndez Plancarte (1942: 35), con una reminiscencia del comienzo de la narración retrospectiva que de sus propios peregrinajes hace Eneas a la reina Dido, tras haber sido acogido por esta en Cartago, en un verso virgiliano («quamquam animus meminisse horret luctuque refugit», Aen. 2.12) sobre el que volverá Terrazas hacia el final del parlamento del ecijano (14.32.6); v. también n. a 14.31.7-8. 14.12.7-8 Jerónimo mi propio nombre ha sido, / y tuve de Aguilar el apellido. «Señor, yo me llamo Jerónimo de Aguilar» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). 14.13.1 En Écija nací. «Y soy de Écija» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23).
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14.13.8 un padre rico y claro. Como hemos hecho notar en otro lugar (Río Torres-Murciano 2016: 93 n. 26), con esta inesperada referencia de Aguilar a la prosperidad paterna, que no se encuentra en Gómara, parece querer insinuar Terrazas, a través de una sutil oppositio in imitando, la analogía entre el náufrago ecijano y el Aqueménides de Virgilio —nacido, este sí, de padre pobre («genitore Adamasto / paupere», Aen. 3.614-615)— que establecerá con mayor claridad más adelante; v. n. a 14.17.4. 14.14.1-4 El año de once fue la suerte dura / que para la Española dimos vela, / y al triste fin, a fin tan sin ventura, / nos lleva una pequeña carabela. «Que, estando en la guerra del Darién, y en las pasiones y desventuras de Diego de Nicuesa y Vasco Núñez Balboa, acompañé a Valdivia, que vino en una pequeña carabela a Santo Domingo, a dar cuenta de lo que allí pasaba al Almirante y Gobernador, y por gente y vitualla, y a traer veinte mil ducados del rey, el año de 1511» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23). Aguilar había llegado a la isla Española en 1509 con la flota del almirante Diego Colón y aquel mismo año había partido hacia Veragua con Diego de Nicuesa, cuyo enfrentamiento con Vasco Núñez de Balboa se produjo en 1511 porque este desafiaba en el Darién la autoridad que a aquel le había sido conferida como gobernador de Tierra Firme; v. Conover Blancas (2013: 17-75). 14.14.5-8 Llegando a Jamaíca, muy segura / de estar cerca del corte de la tela, / en los bajos de Víboras caímos, / do el oro y nave y todos nos perdimos. «Y ya que llegamos a Jamaica se perdió la carabela en los bajos que llaman de las Víboras, y con dificultad entramos en el batel hasta veinte hombres, sin vela, sin agua, sin pan y con ruin aparejo de remos; y así anduvimos trece o catorce días, y al cabo echonos la corriente, que allí es muy grande y recia, y siempre va tras el Sol a esta tierra, a una provincia que dicen Maya» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 23-24). 14.14.5 Jamaíca. La necesidad de la escansión cuatrisilábica, empleada asimismo por Saavedra Guzmán en lugar análogo («llegando a Jamaíca nos perdimos», PI 2.96.1), fue notada ya por Méndez Plancarte (1942: 35): «Jamaíca, y no Jamaica, pronunciaba aún su abad Balbuena, con cuatro sílabas y rimando con “rica” (Bernardo, XIX, oct. 83)». 14.15.1-6 Como aventado ciervo va corriendo / [...] / [...] / a la encubierta red enderezando / así nosotros con buen tiempo yendo, / incautos, nuestro mal no recelando. Este uso del símil del ciervo perseguido por los cazadores que, por su contexto no amoroso, se aparta de la tradición virgiliana y petrarquesca seguida por el propio Terrazas en 17.8.1-4, parece ser deudor del libro de los Proverbios («velut si avis festinet ad laqueum, et nescit quod de periculo animae illius agitur», 7.23), al que nuestro poeta ha aludido en otro lugar (11.4.7-8).
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14.16.2 del malvado cacique Canetabo. «A Valdivia y otros cuatro sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, a cuyo poder venimos, y después se los comió, haciendo fiesta y plato de ellos a otros indios» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). Ni en Gómara ni en ninguna otra fuente aparece el nombre de este «malvado cacique», que debe haber sido invención de Terrazas imitada a su vez, como ya señaló Amor y Vázquez (1966: 44), por Saavedra Guzmán («Canebato, el cacique tan malvado», PI 2.101.2), sin que sea dable decir si la metátesis por la que «Canetabo» devino «Canebato» fue producto de una voluntad de variación o de un descuido del poeta o del impresor (Río Torres-Murciano 2016: 94, 97-98). Para el nombre pudo haberse basado Terrazas —más que en «el jactancioso mozo Caniotaro» de fugaz aparición en la Araucana (21.31.8) (Dolle 2007: 33)— en el de Caonabo, cacique de la isla Española (Gómara, Historia, caps. 32 y 57; Dantín Cereceda 1922: I 75, 128). 14.16.7-8 horrenda catadura, monstrüosa, / ronca la voz, bravísima, espantosa. La descripción de Canetabo comienza, como bien ha notado Romano Martín (2017: 648) con un eco de la que Virgilio hace del cíclope Polifemo («monstrum horrendum, informe, ingens», Aen. 3.658), con el que el cacique maya será identificado expresamente en 14.17.4. El Canebato de Saavedra Guzmán es igualmente «de una horrenda y fiera catadura» (PI 2.98.5); y en Villagrá se aparece a los antepasados de los mexicanos un demonio bajo apariencia de vieja «de fiera y espantosa catadura» (HNM 12.17), que poco después es comparado al Atlante de la mitología grecorromana mediante un giro parecido al trazado por Terrazas al equiparar a Canetabo con Polifemo. 14.17.1 La cara negra y colorada a vetas. Es decir que Canetabo llevaba la cara pintada a rayas —negras y rojas—, al igual que Gonzalo Guerrero según se dirá más adelante; v. n. a 14.34.1. 14.17.2 gruesísimo xipate por estremo. Anota García Icazbalceta (1884: 388 n. 1), a quien sigue Méndez Plancarte (1942: 36), que la voz xipate parece ser corrupción de xipalli, procedente a su vez del náhuatl tenxipalli, que Molina (1571: 100r; s. v. «tenxipalli») traduce por «labrio o bezo». Y esta interpretación no parece desencaminada, toda vez que Gómara describe a los habitantes de Cempoala diciendo que «traían asimismo horadados los labios bajeros, y en los agujeros unos sortijones de oro con muchas turquesas no finas; mas pesaban tanto que derribaban los bezos sobre las barbillas y dejaban los dientes de fuera, lo cual, aunque ellos lo hacían por gentileza y bien parecer, los afeaba mucho en ojos de nuestros españoles, que nunca habían visto semejante fealdad» (Conquista, cap. 28; Miralles Ostos 1988: 45). Este es precisamente uno de los rasgos principales de la descripción que de Gonzalo Guerrero, antiguo compañero de Aguilar afincado entre los indios de Yucatán —que será mencionado más adelante (14.33.1)— hizo este según Bernal Díaz, afirmando que «tenía labrada la cara y horadadas las orejas y el bezo de abajo» (cap. 29; Serés 2011: 107).
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14.17.4 debió ser su figura Polifemo. La equiparación de Canetabo a Polifemo lleva implícita la de Jerónimo de Aguilar a Aqueménides —el marinero de Ulises que, según Virgilio (Aen. 3.588-691), se unió a los troyanos de Eneas en Sicilia, donde lo habían abandonado inadvertidamente sus compañeros al huir del cíclope—, que, mediante ecos textuales del correspondiente pasaje de la Eneida (3.601-606), se establece en Zapata (CF 12.73) y después en Lobo Lasso (Mex. 3.22); v. Río Torres-Murciano (2016). La identificación de los caníbales del Nuevo Mundo con los cíclopes de Homero y de Virgilio en razón de la antropofagia practicada por unos y otros se encuentra ya en una carta de Pedro Mártir a Pomponio Leto («nec fuisse Lestrigones vel Polyphemos humanis carnibus depastos dubites», lib. 7, epístola 146; Angleria 1670: 81) y en Fernández de Oviedo («que en esto del comer carne humana dice Plinio que entre los escitios hay muchas generaciones que se substentan de comer carne humana, e que en el medio del mundo, en Italia e en Secilia fueron los cíclopes e estrigones [sic] que hacían lo mismo», lib. 5, cap. 3; «¿mas qué diremos que en el medio del mundo o lo mejor de él, que es Italia, y en Secilia fueron los que llamaron cícoples [sic] y los lestrigones?», lib. 6, cap. 9; Pérez de Tudela 1959: I 122, 169). 14.17.7-8 los dientes y la boca como grana, / corriendo siempre de ella sangre humana. Romano Martín (2017: 649) ha identificado aquí un eco de la descripción que el Aqueménides virgiliano hace de cómo Polifemo devoró a sus compañeros («vidi atro cum membra fluentia tabo / manderet et tepidi tremerent sub dentibus artus», Aen. 3.626-627). 14.18.3-4 cual simplecico al lobo va el cordero / pensando que su madre lo aquerencia. «qualis [...] / [...] / quaesitum aut matri multis balatibus agnum / Martius a stabulis rapuit lupus» (Aen. 9.563-566) (Romano Martín 2017:649). 14.19.1 Valdivia. Juan de Valdivia, designado por Vasco Núñez de Balboa como comandante de la flota que había de dirigirse a Santo Domingo para procurar vituallas y dar cuenta al almirante don Diego Colón de los enfrentamientos entre españoles que habían tenido lugar en el Darién; v. Conover Blancas (2013: 74-83). 14.20.1 Como al pollo llevar suele el milano. «qualis ubi aut leporem aut candenti corpore cycnum / sustulit alta petens pedibus Iovis armiger uncis» (Aen. 9.563564) (Romano Martín 2017: 649). 14.20.5-8 Echolo en un tajón de piedra llano, / con tosco pedernal en él golpea, / sacóle el corazón vivo del pecho / y ofrenda a los demonios de él ha hecho. En los términos con que describe Terrazas el sacrificio de Valdivia suenan ecos de un pasaje de Gómara a propósito de la inspección echa por Cortés en las inmediaciones de la que luego sería la Villa Rica de la Vera Cruz: «Halláronse allí muchos papeles, del que ellos usan, ensangrentados, y mucha otra sangre de hombres
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s acrificados, a lo que Marina dijo, y también se hallaron el tajón sobre que ponían los del sacrificio, y los navajones de pedernal con que los abrían por los pechos y les sacaban los corazones en vida, y los arrojaban al cielo como en ofrenda, con cuya sangre untaban los ídolos y papeles que ofrecían y quemaban» (Conquista, cap. 29; Miralles Ostos 1988: 47). El relato de Saavedra Guzmán es, como notó Amor y Vázquez (1966: 44), muy similar en este punto al de Terrazas: «Delante de nosotros le tendieron / en un tajón de mármol bien labrado, / y allí cien mil rajadas le hicieron, / y el tierno corazón le han arrancado» (PI 2.99.1-4). 14.21.5-8 ¿qué demonio podrá ser que reciba / tu noble corazón dado en presente? / Mal quitarán ministros del infierno / el sacrificio hecho a Dios eterno. «Sacrificium Deo spiritus contribulatus; cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies» (Ps. 50.17). 14.22.2 la sangre Canetabo había bebido. «Y la sangre primero le ha chupado» (PI 2.99.6). 14.22.7 en otros cuatro. «A Valdivia y otros cuatro sacrificó a sus ídolos un malvado cacique, a cuyo poder venimos» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). 14.23.1 rastro. «El lugar donde se matan los carneros» (Cov., s. v. «rastro»). los carneros. La comparación entre seres humanos y carneros en un contexto épico es tan antigua como la Ilíada (3.193-8), si bien aquí la dimensión sacrificial del episodio, recalcada por Terrazas a propósito de la muerte de Valdivia (14.21), mueve a recordar el bíblico «sicut ovis ad occisionem» (Is. 53.7). 14.23.3 jiferos. «Lo que pertenece al matadero [...]. Úsase como sustantivo, y unas veces vale el cuchillo con que matan y descuartizan a las reses, y otras el oficial que las mata y descuartiza» (Aut., s. v. «xifero»). 14.23.8 y en cebo a esotros siete nos guardaron. «Yo y otros seis quedamos en caponera a engordar para otro banquete y ofrenda» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). 14.24-29. En lo tocante a la huida de Aguilar y sus compañeros, Terrazas amplifica notablemente la escueta noticia de Gómara: «y, por huir de tan abominable muerte, rompimos la prisión y echamos a huir por unos montes» (Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). 12.24.1 Una jaula de vigas nos hicieron. «Una jaula nos hizo de maderos» (PI 2.101.1).
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12.24.3 y a cebo como a puercos nos pusieron. «Metionos a cebar en caponera» (PI 2.100.1). 14.25.5-8 El bárbaro instrumento resonaba / de rallos, huesos, gaitas, caracoles, / y aquello se entendía sin experiencia / que fue notificarnos la sentencia. El hecho de que Aguilar y sus compañeros entiendan que se acerca su muerte por el estrépito del baile que precede al sacrificio humano también en Saavedra Guzmán («de nuestro daño oímos los agüeros / de un baile que era entre ellos muy usado, / que el día antes por costumbre había / cuando este sacrificio se hacía», PI 2.101.5-8), sin que Gómara haya transmitido noticia alguna al respecto, es una de las pruebas más claras de la deuda contraída por este con Terrazas; v. también n. a 14.26.1. 14.25.6 rallos. «Instrumento bien conocido que se reduce a una plancha de hierro, por lo regular con un poco de cavidad, en la cual están abiertos y como sembrados unos agujerillos ásperos con los cuales se desmenuza el pan, queso y otras cosas estregándolas contra él; y por extensión se llama así cualquiera otra plancha con los mismos agujeros que sirve a otros usos» (Aut., s. v. «rallo»). De «rallos» o ralladores empleados para rallar raíces con las que se hacía pan en la Española habla, en efecto, Dorantes en otro lugar (D 157r; Ágreda y Sánchez 1902: 67), pero en el presente contexto debe de tratarse de instrumentos musicales de percusión conformados a modo de ralladores, iguales a los que menciona Saavedra Guzmán al describir la música de los indios («sonajas, cuerno, rallo y pito», PI 2.48.7; «cuernos, rallos, pitos y sonajas», PI 6.23.7; «silvos, rallos, pitos y algaradas», PI 15.34.2); la forma «rayos» impresa por Ágreda y Sánchez (1902: 147), Castro Leal (1941: 71) y Torre Villar (1987: 133) es, pues, ortográficamente incorrecta, e induce a error acerca del significado de la palabra. 14.26.1 Dos cuchillos guardamos escondidos. Es este un particular inventado, no transmitido por crónica alguna, que imitó Saavedra Guzmán («que dos botos cuchillos escondimos», PI 2.102.2), fundiendo este verso con el que da comienzo a la siguiente octava («el instrumento boto, chico y malo», 14.27.1). Y el pasaje de Saavedra debió de inspirar, a su vez, aquel de Villagrá (HNM 34.285) en el que los indios Témpal y Cotumbo piden «sendos cuchillos botos» para rebanarse las gargantas tras haber sido derrotados en el peñol de Ácoma. 14.26.4 sin que quedase cosa nos cataron. «Aunque ya del horrendo monstruo fuerte / mirados mucho y remirados fuimos» (PI 2.103.3-4). 14.26.8 a puñadas de tierra. Frente a la lectura «puñados», fruto de un error o corrección de García Icazbalceta (1884: 390) que pasó después a todos los editores, hemos restablecido el «puñadas» de D (336v), que tiene un paralelo en un pasaje de Bernal Díaz («eran tantos guerreros que a puñadas de tierra nos cegaran», cap. 63; Serés 2011: 222).
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14.28.1-6 Mas tanto hizo el miedo de la muerte, / que ya, ya a los alcances nos venía, / que hubimos de romper la jaula fuerte / casi dos horas antes de ser día, / cuando del largo baile nuestra suerte / a todos ya cansados los tenía. Saavedra empleó los mismos consonantes, aunque cambiando el orden, en los versos impares de la siguiente octava: «Quiso nuestra dichosa y buena suerte, / que dos botos cuchillos escondimos, / aunque ya del horrendo monstruo fuerte / mirados mucho y remirados fuimos. / Y, viendo tan cercana nuestra muerte, los maderos grosísimos rompimos» (PI 2.102.1-6). 14.28.8 en vino y grave sueño sepultados. «Sepultados» es conjetura de García Icazbalceta (1884: 391), basada en un verso de la primera parte de la Araucana («en vino y dulce sueño sepultados», 14.6.8) que, como ha notado Méndez Plancarte (1942: 35) se remonta a Virgilio («somno vinoque soluti», Aen. 9.189, 316). Tras su incorporación por Ágreda y Sánchez (1902: 148), ha figurado en todas las ediciones; la hemos acogido igualmente en nuestro texto teniendo en cuenta la frecuencia con la que Terrazas imita a Ercilla, y que la lectura «descuydados» de D (337r) puede fácilmente explicarse como un error de copia —análogo al que se encuentra en 20.16.3— por el que se repitió al final de este verso la palabra que cierra el inmediatamente anterior. Se encuentran, además, imitaciones del mismo endecasílabo ercillesco en Lobo Lasso, que propone un horripilante contexto de canibalismo semejante al imaginado aquí por Terrazas («en vino y carne humana sepultados», CV 8.14.8) —v. Pullés Linares (2005: 257 n. 47) y Río Torres-Murciano (2018: 429 n. 16)—, y en el Bernardo de Bernardo de Balbuena («en sueño están y en vino sepultados», 8.146.4; Zulaica López 2017: I 431)—. 14.29.3-4 y con la luz escasa caminamos / del émulo del Sol y de la Luna. Se trata de la luz del planeta Venus, el lucero de la mañana que precede a la salida del Sol —recuérdese que Aguilar y sus compañeros de cautiverio pudieron romper la jaula «casi dos horas antes de ser día» (14.28.4)—. Parece haber aquí una reminiscencia del final del relato de la caída de Troya que le hace Eneas a Dido («iamque iugis summae surgebat Lucifer Idae / ducebatque diem», Aen. 2.801-802). 14.29.5 hasta dar en un monte. «Fuímonos por un monte y espesura» (PI 2.102.7). 14.30.5-8 La poca gente de Aquincuz es esta / con Canetabo el fiero enemistado, / señor de un pueblo dicho Xamanzana, / tratable gente y algo más humana. «Y quiso Dios que topamos con otro cacique enemigo de aquél, y hombre humano, que se dice Aquincuz, señor de Xamanzana; el cual nos amparó y dejó las vidas con servidumbre, y no tardó a morirse» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). 14.31.3 puesto que. Locución conjuntiva concesiva («aunque»), muy habitual en el español de la época.
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Ilustración 5. «En bino y grave sueño descuydados» (14.28.8) (D 337r). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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14.31.5 Calisto. La Osa Mayor, constelación en la que fue transformada la ninfa Calisto (lat. Callisto), rechazada por la casta diosa Diana por haberse quedado embarazada de Júpiter, tras haber sido previamente metamorfoseada en osa (Ovidio, Metamorfosis 2.409-530). 14.31.7-8 y la callada noche se resfría / y a los ojos el dulce sueño envía. Eco de la introducción del relato de Eneas a Dido («et iam nox umida caelo / praecipitat suadentque cadentia sidera somnos», Aen. 2.8-9) (Méndez Plancarte 1942: 35) que se suma a los otros dos presentes en 14.12.6 y en 14.32.6, contaminado por Terrazas con una iunctura virgiliana procedente de otros dos pasajes de la Eneida («nocte silenti», Aen. 7.87, 102-103) (Romano Martín 2017: 650). 14.32.3 Taxmar su hijo. «Después acá he yo estado con Taxmar, que le sucedió» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). 14.32.4 espacio de ocho años o de nueve. «Sucediole Taxmar, libre de vicio, / y ocho años nos tuvo en su servicio» (PI 3.11.7-8). 14.32.6 el alma a renovalla no se atreve. Nueva variación sobre un verso virgiliano («quamquam animus meminisse horret luctuque refugit», Aen. 2.12) imitado ya por Terrazas en 14.12.6, y contaminado ahora con otro procedente también del exordio del relato que hace Eneas a Dido («infandum, regina, iubes renovare dolorem», Aen. 2.13); v. también n. a 14.31.7-8. 14.32.7-8 basta saber que en fin nos acabamos, / y que otro solamente y yo quedamos. «Poco a poco se murieron los otros cinco españoles nuestros compañeros, y no hay sino yo y un Gonzalo Guerrero» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). «Los cuatro compañeros se murieron / de muerte natural, quedamos vivos / yo y otro» (PI 3.12.1-3). 14.33.1-7 En Chetemal reside ahora Guerrero, / que así se llama el otro que ha quedado, / del grande Nachamcán es compañero / y con hermana suya está casado; / está muy rico y era marinero, / agora es capitán muy afamado, / cargado está de hijos. «Gonzalo Guerrero, marinero, que está con Nachancán, señor de Chetemal, el cual se casó con una rica señora de aquella tierra, en quien tiene hijos, y es capitán de Nachancán, y muy estimado por las victorias que le gana en las guerras que tiene con sus comarcanos» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). «Es casado / con una hermana del señor propicio; / él era del Condado, y marinero» (PI 3.14.5-7). 14.34.1-6 Rayadas trae las manos y la cara, / orejas y narices horadadas; / bien pudiera venir si le agradara, / que a él también las cartas fueron dadas. / No sé si de vergüenza el venir para / o porque allá raíces tiene echadas. «Yo
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le envié la carta de vuestra merced y a rogar que se viniese, pues había tan buena coyuntura y aparejo. Mas él no quiso, creo que de vergüenza, por tener horadadas las narices, picadas las orejas, pintado el rostro y manos a fuer de aquella tierra y gente, o por vicio de la mujer y amor de los hijos» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24). «No sé si por estar habituado / al uso de la tierra y ejercicio, / o por tener el rostro muy rayado, / o por ser grato al mucho beneficio. / Tiene cinco o seis hijos, y es casado» (PI 3.14.1-5). 14.34.1 rayadas. Así debe entenderse en nuestra opinión el «rajadas» de D (338v), atendiendo al mismo uso ortográfico según el cual Dorantes escribe en 2.1.2 «major» por «mayor» (D 50r), a pesar de que el «rajadas» de García Icazbalceta (1884: 392) figura en todas las ediciones salvo en la de Castro Leal (1941: 74), cuyo «bajadas» debe de ser errata. Que Gonzalo Guerrero tenía «el rostro muy rayado» (PI 3.15.3) es lo que se lee claramente en la edición príncipe del Peregrino de Saavedra Guzmán (1599: 39r), que conoció bien el texto de Terrazas; no hay, por lo demás, duda de que con este adjetivo se expresa mejor la imagen contenida en el pasaje de Gómara en el que se basó nuestro poeta («pintado el rostro y manos a fuer de aquella tierra y gente», Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24), así como en la descripción que el mismo Aguilar ha hecho de Canetabo («la cara negra y colorada a vetas», 14.17.1). 14.35.1-5 Los ánimos de todos los oyentes / dejó de un miedo helado casi llenos, / [...] / [...] / viendo que van a do se comen gentes. «Gran temor y admiración puso en los oyentes este cuento de Jerónimo de Aguilar, con decir que allí en aquella tierra comían y sacrificaban hombres» (Gómara, Conquista, cap. 12; Miralles Ostos 1988: 24).
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Fragmento 15 El ejemplo de Moisés 1 Al gran caudillo de la hebrea gente, para sacalle a tierra prometida, le proveyó de lengua suficiente a causa que la suya era impedida, de esfuerzo, autoridad, seso prudente y copia de milagros nunca oída, que en fin ha de hacerse lo que Él quiere estórbelo o resista quien quisiere. 99
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15.1.2 sacalle DIA : sacarle CT.
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Notas al fragmento 15 D 76v-77r. Fr. 16 Castro Leal (1941: 75). García Icazbalceta (1884: 392-393); Ágreda y Sánchez (1902: 35); Torre Villar (1987: 43). 1 octava. Perteneció quizás al canto 5. Dorantes cita el fragmento para ilustrar las reflexiones acerca de la providencia de Dios a que lo ha llevado la opinión de fray Domingo de Betanzos —expresada, como ha notado Torre Villar (1987: XXXI) en el Parecer y la Carta de este dominico publicados por García Icazbalceta (1866: 190201)— sobre el acabamiento de los indios (D 74v-75r, 76r-76v; Ágreda y Sánchez 1902: 34-35): Tenía México doscientos mil vecinos, que todos los acabó la guerra y las granjerías de los españoles, como acabaron en las islas de Santo Domingo millón y medio de indios, o porque Dios quiere que se acaben, como lo dice en consequencia el santo fray Domingo de Betanzos, de la orden de Santo Domingo, que residió en esta tierra. Con espíritu casi profético, antes de ver con los ojos corporales la ruina de los indios, se la adivinó con los del alma, diciendo que todos los medios que se tomaren para su acrecentamiento se han de errar para que más presto se acaben, como lo vemos por la experiencia. Y en la guerra acabaron tantos que no tiene cuenta su número […]. Quiso Dios que esto se acabase, porque la fuerza de los conquistadores sin los medios del cielo no pudieran; y víase visiblemente que Nuestra Señora de Guadalupe y los apóstoles San Pedro, abogado de Cortés, y Santiago, de la nación española, peleaban en la conquista por los españoles, conque conquistaron la tierra. Y cuando Dios quiere conforma los efectos a la voluntad del hombre, y los hombres poderosos no lo pueden estorbar, como nos lo cifra nuestro Marón alegado [...].
El ejemplo de Moisés y Aarón es el mismo que se ha propuesto a propósito del encuentro de Cortés con Jerónimo de Aguilar en el fragmento anterior (14.2.5-8). García Icazbalceta (1884: 392) imprimió, en consecuencia, después de este la octava que ahora nos ocupa, advirtiendo que «está de por sí en otra parte del códice; mas parece que no quedaría mal entre la primera y segunda del fragmento anterior». Otra posibilidad sería que Terrazas hubiera reiterado el paralelismo bíblico para ilustrar un segundo sermón que Cortés habría dirigido a los habitantes de Cozumel empleando como intérprete no ya al inepto indio Melchor (v. n. a 12.1.3-4), sino al recién
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llegado Aguilar, de acuerdo con lo relatado por Gómara (Conquista, cap. 13; Miralles Ostos 1988: 24-25): Luego a otro día que Aguilar fue venido, tornó Cortés a hablar a los acuzamilanos para informarse mejor de las cosas de la isla, pues serían bien entendidas con tan fiel intérprete; y para confirmarlos en la veneración de la cruz y apartarlos de la de los ídolos [...]. Así que Jerónimo de Aguilar les predicó aconsejándoles su salvación; y con lo que les dijo, o porque ya ellos habían comenzado, holgaron que les acabasen de derribar sus ídolos y dioses, y aun ellos mismos ayudaron a ello. V. Yera Sucías (2020: 605). 15.1.1 gran caudillo de la hebrea gente. Moisés, a quien proveyó Dios de la «lengua suficiente» (15.1.3) de su hermano Aarón para que le ayudara a sacar de Egipto al pueblo de Israel, según un pasaje bíblico (Ex. 4.10-16) que fray Jerónimo de Mendieta puso en paralelo con el empleo de Jerónimo de Aguilar como intérprete de Cortés, llamando precisamente a Moisés «caudillo» (Historia eclesiástica indiana, lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 306); v. nn. a 14.2.5-7, III.1.5-6.
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Fragmento 16 La pesca del tiburón 1 Calmado les ha el aire en un momento y las hinchadas velas se han caído, que, no surtiendo ya soplo de viento, todo quedó suspenso, enmudecido. Cortés nuevo pesar, nuevo tormento dentro de las entrañas ha sentido de ver cuántos estorbos se ofrecían que seguir su vïaje le impedían.
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2 Y no le dio lugar un monstruo horrendo para poder parar en esta pena, que, por entre la flota entretejiendo, un bulto señalaba de ballena, con tanta ligereza discurriendo que los ojos le siguen a gran pena; del agua que levanta a borbollones tiemblan entenas, mástiles, timones. 102
3 Con una y otra nave se empareja, esta y estotra espanta de pasada, como con el villano anda la abeja que del panal de miel fue despojada: al rostro y a la mano y a la oreja acude a la venganza de enojada, y así lo muele, cansa, atemoriza, con tal velocidad lo martiriza.
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16.1.1 calmadoles D (calmádoles IACT). 16.1.8 seguir ICT: siguir DA || su DAT : este IC. 16.2.8 entenas DIAT : antenas C.
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4 Donde a tocar tantico se desmanda, caer un monte encima les parece; con tal presteza a todas partes anda que en un punto parece y desparece. Corriendo acuden todos a la banda do sienten allegarse el fiero pece: aquí súbito claman, allí callan, aquí se desparece, allí lo hallan. 5 Un pequeño rejón es el anzuelo, un gran carnero el cebo fue que coma, la boya es un barquillo pequeñuelo, sirve de volantín una maroma, atado el cabo de ella junto al suelo al pie del árbol, do más fuerza toma; y, desque allí el nadar derecho trae, al agua el grave peso y cebo cae. 6 Tal es la ligereza y el deseo que de cebarse el tiburón traía, que parece que un hombre diestro veo la pelota jugar de gallardía, y dar tan presto algún botivoleo que casi un solo bote parecía, así que el cebo al agua apenas toca cuando cogido va en la fiera boca. 7 Y aun no bien dentro de ella el cebo halla cuando en el ancho vientre lo aposenta; aquí fue el miedo, aquí fue la batalla, aquí la confusión y la tormenta. En sintiendo tirarse de la agalla, bufando corre, el agua al cielo avienta;
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ya salta, ya se encoge y hace bola, ya cimbra con el cuerpo y con la cola. 8 El fiero pece de grandeza inmensa, como caballo cimarrón cansado, resiste sin valelle la defensa, y fácilmente va donde es halado. Admírase la gente, está suspensa viendo muerto al diabólico pescado, con prisa acuden todos y contento a ver el terribilísimo portento. 103
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9 Libres de tantos miedos y embarazos, de todas partes armas han traído; allí prueban la fuerza de los brazos con tanta rabia cuanto el miedo ha sido: dentro en la mar lo hacen mil pedazos para que pueda arriba ser subido. Sobre cubierta el vientre le han abierto, cortando a su placer en cuerpo muerto. 10 Como se ha visto algún bondejo lleno de varias menudencias atestado, o, por mejor decir, toro relleno que para alguna boda estaba asado, de esta arte abierto el espacioso seno mil diferentes cosas ha mostrado, y quinientas raciones de tocino que de todas las naos cogiendo vino.
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16.8.1 peçe D (pece IAC) : pez T. 16.8.3 balelle D (valelle IA) : valerle CT. 16.8.4. halado DIA (jalado T) : hallado C. 16.10.1 bondexo D : conejo I (conexo A) CT.
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11 Que cuanto a desalar al agua echaban tanto les iba el tiburón cogiendo; agora aquí los dueños lo cobraban, sus propios ataderos conociendo. Bien eran diez tocinos los que estaban hechos raciones y en el vientre horrendo, y dicen más sabrosas las hallaron que las que a desalar al agua echaron. 12 Con sus cabezas pieles de carnero hallaron siete en el relleno estraño, cinco zapatos, un cajón entero, y dos platos también tiene de estaño; un pequeño barril de un marinero, dos bonetes con un calzón de paño, también tiene en el vientre cuatro quesos y grande cantidad de mondos huesos. 107
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13 El pedazo del pece a pies medían, el resto por aquel considerando, a cada novedad que descubrían nuevo alboroto y risa levantando. De lo que antes tan gran temor tenían hacen agora juego y van burlando; la cabeza por sí, ya fría y muerta, aun daba tenazadas boquiabierta. 109
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16.12.4 y dos IACT : dos D. 16.12.8 grº D (grande I) : gran ACT. 16.13.1 peçe D (pece IAC) : pez T.
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Notas al fragmento 16 D 318v-321r. Fr. 17 Castro Leal (1941: 76-80). García Icazbalceta (1884: 396-398); Ágreda y Sánchez (1902: 133-136); Torre Villar (1987: 121-123). 13 octavas. Perteneció quizás al canto 5. Dorantes trae a colación este fragmento como apostilla a su propia descripción de la naturaleza de los tiburones (D 317r-318v; Ágreda y Sánchez 1902: 132-133): Hay en estas Indias otros animales o pejes de la mar, grandes carniceros, y que por monstruosidad llaman tiburones. Son unos peces de hechura de cazones, o al menos todo el cuerpo, la cabeza bota y la boca en el derecho de la barriga, con muchos dientes, bestia bravísima y carnicera de hombres. El mayor terná de luengo diez o doce palmos, de gordo por lo más poco menos que un hombre. Tranza la pierna de un hombre y de un caballo y de otro cualquier animal por poderoso que sea. Dentro del agua son muy golosos, conque cualquier cabo que pongan de carne o pescado en un anzuelo de cadena, luego caen y se toman. Historias hay de lo que tragan: cualquier cosa que se eche de los navíos a la mar, y aunque sea estiércol, lo engullen sin dejar algo, y, después que los toman y abren el buche, se halla dentro todas las cosas que han tragado, y ha acaecido hallarles botijas enteras, piernas enteras de caballo, cabezas de toros o novillos con toda su cornamenta, y a uno se halló un negrillo de 8 a diez años, aunque esto a mí se me hace increíble, y otras muchas cosas de grande admiración. Y, si una vez los prenden con el anzuelo y al subir en el navío, como es muy pesado, se desgarra, no por eso escarmienta, sino que por su golosina, tornándole a echar cebo, tarde que temprano, si la nao no anda mucho, es tomado. Cómese como cazón bien harto de ajos, y con él hartas veces se mata en los navíos el hambre. Y, para que se sepa la disformidad de esta bestia, porné como la describe Terrazas por uno que topó el armada de Cortés, que les dio bien en que entender cuando venía a la conquista de esta tierra, que como animal no conocido hasta entonces admiró a toda la gente de la flota.
La pesca de un tiburón por los hombres de Cortés en la punta de las Mujeres, relatada en términos perfectamente realistas por Gómara (Conquista, cap. 16) —y antes por Andrés de Tapia en su Relación (García Icazbalceta, 1866: 558)— había sido transformada por Luis Zapata en su Carlo famoso (12.50-67) en un sobrehumano combate singular del extremeño con un escualo semejante al monstruo marino con el que había tenido que luchar
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el Orlando de Ariosto (OF 11.28 y ss.) (Chevalier 1966: 142). Terrazas prefirió, en cambio, ser fiel a Gómara, enfocando el hecho como empresa colectiva y narrándolo con un realismo que no se ve menoscabado por la intercalación de símiles traídos más de la vida cotidiana que de la tradición épica (16.3, 16.10), de cuya elevación de tema y estilo decaen bastante las hipérboles groseras (16.5.1-4) y el tono jocoso de la escena final (16.13). De ahí, quizás, que ni Lobo Lasso ni Saavedra Guzmán, que tan de cerca sigue a nuestro poeta en otros lugares, hayan considerado este lance digno de figurar en sus epopeyas. V. Millán (1946: 89), Amor y Vázquez (1962: 402), Dolle (2007: 769-772), Cebollero (2009: 50-53), Díez-Canedo Flores (2012: 427-429), Romano Martín (2017: 651-652) y Yera Sucías (2020: 605). 16.1-4 Calmado les ha el aire en un momento / y las hinchadas velas se han caído, / que, no surtiendo ya soplo de viento, / todo quedó suspenso, enmudecido. «Cuando llegó a la punta de las Mujeres calmó el tiempo, y estúvose allí dos días esperando viento; en los cuales tomaron sal, que hay allí muchas salinas, y un tiburón con anzuelo y lazos» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.2.4 ballena. El empleo aquí de este término como si fuera sinónimo de «tiburón» debe entenderse como una especie de licencia poética, toda vez que «tiburón» —único término usado por Gómara en un capítulo, el 15 de su Conquista, que se titula precisamente «Del pece tiburón» (Miralles Ostos 1988: 27)— es el término introducido por Terrazas allí donde, a diferencia de lo que habría ocurrido aquí, encaja perfectamente en la medida del verso (16.6.2, 16.11.2). Covarrubias, que distingue perfectamente entre la ballena, conocida ya por Plinio (Nat. 9.3) y por la Sagrada Escritura (Ps. 103.26), y el tiburón, trae como autoridad a propósito de este precisamente a Gómara: «Un pescado grande que sigue las naves que van a las Indias y es muy tragón, y engulle cuanto cae de ellas al mar. Cuenta Gómara en su historia que, matando uno de estos, le hallaron en el buche un plato de estaño, dos caperuzas y siete perniles de tocino y otras cosas» (s. v. «tiburón»). 16.3.3-8 como con el villano anda la abeja / que del panal de miel fue despojada: / al rostro y a la mano y a la oreja / acude a la venganza de enojada, / y así lo muele, cansa, atemoriza, / con tal velocidad lo martiriza. Terrazas ha rebajado notablemente el tono épico del modelo virgiliano, identificado por Romano Martín (2017: 651-652) en el símil con que se ilustra en la Eneida la reacción de los latinos al asedio a que los someten los troyanos («inclusas ut cum latebroso in pumice pastor / vestigavit apes fumoque implevit amaro; / illae intus trepidae rerum per cerea castra / discurrunt magnisque acuunt stridoribus iras; / volvitur
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ater odor tectis, tum murmure caeco / intus saxa sonant, vacuas it fumus ad auras», Aen. 12.587-592), al hacerle perder la dimensión colectiva otorgada por el Mantuano tanto a este como al más célebre símil apícola del libro 1 (430-436), imitado por Saavedra Guzmán (PI 8.21). 16.4.2 caer un monte encima les parece. Como ha notado Romano Martín (2017: 652), podría haber aquí un eco del praeruptus aquae mons ideado por Virgilio para su descripción de la tempestad que arroja a los enéadas a las riberas de Cartago (Aen. 1.105), máxime si se tiene en cuenta que el propio Terrazas define más adelante (16.7.4) como «tormenta» el trabajo y la confusión provocados por la violenta resistencia del tiburón. 16.6.1-2 Tal es la ligereza y el deseo / que de cebarse el tiburón traía. «Es tan goloso que se va tras una nao, por comer lo que de ella echan y cae, quinientas y aun mil leguas; y es tan ligero que anda más que ella aunque lleve más próspero tiempo, y dicen que tres tantos más, porque al mayor correr de la nave le da él dos y tres vueltas alrededor, y tan somero que se parece y ve cómo lo anda» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.6.5 botivoleo. «El golpe que se da a la pelota en el aire muy cerca del suelo, pero sin tocar en él. Es voz compuesta del nombre “bote” y de “voleo”, que equivale a “vuelo”» (Aut., s. v. «botivoleo»). 16.8.8 a ver el terribilísimo portento. Este verso hipermétrico podría quizás corregirse en «a ver terribilísimo portento». 16.9.5-6 dentro en la mar lo hacen mil pedazos / para que pueda arriba ser subido. «No le pudieron subir al navío porque daba mucho lado, que era chico y el pez muy grande. Desde el batel le mataron en el agua y le hicieron pedazos, y así le metieron dentro en el batel, y de allí en el navío, con los aparejos de guindar» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.10.1 Como se ha visto algún bondejo lleno. La lectura «conejo», impresa por García Icazbalceta (1884: 397), pasó a Castro Leal (1941: 79) y a Torre Villar (1987: 192) después de haberse introducido con grafía arcaizante («conexo») en la transcripción de Ágreda y Sánchez (1902: 135), que no fue en este punto tan «fidelísima» como Luis González Obregón afirma en el prólogo (Ágreda y Sánchez 1902: I-II), máxime si se tiene en cuenta que, poco después de haber citado el fragmento de Terrazas que nos ocupa, el propio Dorantes explica que el manatí es «tan provechoso como un cebón de bondexos, manteca y mil provechos que alegran la casa como el día que se mata un puerco» (D 323r-323v), sin que en este caso el transcriptor (Ágreda y Sánchez 1902: 137) haya creído oportuno modificar la lectura del manuscrito. También para el presente pasaje ofrece este con toda c laridad la lectura
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«bondexo» (D 320v), es decir, «vientre de porqueta lleno de farro», según la definición que, bajo la voz sorticillus, da de «bondeio» Alfonso de Palencia (1490: 465r). La forma «bondejo» fue empleada con la acepción de estómago de mamífero curtido —para ser usado, probablemente, en la confección de embutidos, como indica la etimología de Covarrubias («a munditie, por estar muy raído y limpio», s. v. «mondejo»)— por un contemporáneo de Terrazas como Sebastián de Horozco (Labrador Herraiz et al. 2010: 205), y figura como entrada en Oudin (1616), con referencia al uso del estómago vacuno para cuajar la leche. EL DLE recoge todavía hoy la forma «mondejo», que define como «cierto relleno de la panza del cerdo o del carnero» [21/10/2020], siguiendo muy de cerca el «cierto relleno de la panza del puerco o del carnero» de Covarrubias (s. v. «mondejo»); acerca de la relación etimológica entre formas como «bondejo», «bandujo» —definido por el DLE como «tripa grande de cerdo, carnero o vaca, llena de carne picada» [21/10/2020]— «mondejo» y «mondongo», v. Corominas (1980, s. v. «bandullo»). 16.10.7 y quinientas raciones de tocino. «Halláronle dentro más de quinientas raciones de tocino» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.11.3-4 agora aquí los dueños lo cobraban, / sus propios ataderos conociendo. «Muchos conocieron sus raciones por las ataduras y cuerdas» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.11.5-6 Bien eran diez tocinos los que estaban / hechos raciones y en el vientre horrendo. «En que, a lo que dicen, había diez tocinos que estaban a desalar colgados alrededor de los navíos» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.11.7-8 y dicen más sabrosas las hallaron / que las que a desalar al agua echaron. «Cuentan aquéllos de la armada de Cortés que comieron del tocino que sacaron al tiburón del cuerpo que sabía mejor que lo otro» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.12.1-2 Con sus cabezas pieles de carnero / hallaron siete en el relleno estraño. «Y cierto él traga tan desaforadamente que parece increíble; porque yo he oído jurar a personas de bien, que han visto muchas veces estos tiburones muertos y abiertos, que se han hallado dentro de ellos cosas que, si no las vieran, las tuvieran por imposibles: como decir que un tiburón se traga uno y dos y más pellejos de carneros con la cabeza y cuernos enteros, como los arrojan a la mar, por no pelarlos» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27).
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Ilustración 6. «Como se ha visto algun bondexo lleno» (16.10.1) (D 320v). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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16.12.3-4 cinco zapatos, un cajón entero, / y dos platos también tiene de estaño. «También se halló dentro de su buche un plato de estaño que cayó de la nao de Pedro Alvarado, y tres zapatos desechados» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27). 16.12.4 y dos. La «y» es añadido de García Icazbalceta (1884: 397), aceptado por todos los editores, para enmendar el verso hipométrico que ofrece D en este lugar. 16.12.6 dos bonetes. Llama la atención que este detalle, que no se encuentra en Gómara (Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27) ni en su fuente, la Relación de Andrés de Tapia (García Icazbalceta 1866: 558) —ni tampoco en la Crónica de Cervantes de Salazar, que pasa por alto este episodio—, reaparezca, atribuido a Gómara, en Covarrubias («dos caperuzas», s. v. «tiburón»). 16.12.7 también tiene en el vientre cuatro quesos. «Y más un queso» (Gómara, Conquista, cap. 16; Miralles Ostos 1988: 27).
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Fragmento 17 Los amores de Huítzel y Quétzal 1 De blandos ejercicios fatigados, que el día todo se pasaba en esto, al dulce sueño entrambos entregados y en brazos cada cuál del otro puesto, fuimos súbitamente salteados con un rüido temeroso y presto, al tiempo que a la lumbre venidera dejaban las estrellas la carrera. 2 Y, no esperando a ver qué cosa fuese, prestísimo salté del lecho a escuras, a Quétzal recordé, que me siguiese metida por cerradas espesuras hasta que claramente se entendiese la causa del rumor, y a penas duras despierta estuvo cuando yo sin tino mostrándole iba incierto mi camino. 110
3 Siguiendo un resplandor de luz escaso por una estrecha senda mal abierta, mi bien iba esperando paso a paso sin ver que del temor va medio muerta; falta la fuerza al desmayado paso, ya ni a mi rastro ni a la senda acierta; de vista finalmente nos perdimos, de suerte que hallarnos no pudimos.
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17.2.2 escuras DIA : oscuras CMT.
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4 Puesto encima de un árbol divisaba el fuego de las casas encendidas, los llantos y las quejas escuchaba de míseras mujeres doloridas; una espantosa grita resonaba de voces muy feroces no entendidas, que solo yo juzgaba que serían tus largas manos que tras mí vendrían. 111
5 Movido a compasión del mal tamaño que el inocente pueblo padecía, bajé corriendo, y cada punto un año de grave dilación me parecía; y, asegurando a Quétzal de aquel daño rendirme a tus ministros pretendía, que en mí todo el furor ejecutasen con tal que al triste pueblo perdonasen. 112
6 Busqué gran rato por el bosque umbroso del alma mía la gloria fugitiva, y, cuanto más buscaba congojoso, de poderla hallar más lejos iba; hasta que el rayo ardiente luminoso que al mundo de tiniebla escura priva quitó también la duda de mi pecho, y fui de mayor daño satisfecho. 113
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17.4.1 divisaba ACMT : devisaba DI. 17.5.3 cada punto DIAT : cada un punto C. 17.6.6 scura DA : oscura ICT.
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7 Acaso me halló un vecino mío que el pueblo andaba a voces convocando diciendo que acudiésemos al río, por do una nueva gente iba bajando, de quien robadas con violento brío muchas personas nuestras van llorando, y entre otras que llevar vio maniatadas mi Quétzal y su hija eran nombradas. 114
8 No como yo con tal presteza parte ciervo que sin sentido el curso aprieta, cuando en segura y sosegada parte herido siente la mortal saeta; ni nunca por el cielo de tal arte correr se ha visto la veloz cometa, que a ver de mi desdicha el caso cierto con miedo y con amor volaba muerto. 115
9 Y, a una legua o poco más andada, hallé los robadores y robados, vide una gente blanca muy barbada, soberbios y de limpio hierro armados, vi la cautiva presa en medio atada, de sus alhajas míseras cargados, al uso y voluntad de aquellos malos que aguijándolos van a duros palos. 116
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17.7.4 iba DIAMT : va C. 17.8.2 el curso DICM : al curso AT. 17.9.1 o poco mas D (ó poco más I, ó poco mas A, o poco más MT) : o más C. 17.9.3 bide D (vide IACM) : vi T.
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10 Tan cerca en fin llegué que me sintieron y vueltos hacia mí se repararon, mas los cuitados presos que me vieron un alarido al cielo levantaron; socorro lamentando me pidieron, causas de obligación representaron, como si para aquella gente fiera bastante desarmado y solo fuera. 11 Entre otras cosas ponen por delante el agradable hospicio recibido, sus obras buenas y el amor constante, la estima en que de todos fui tenido; pues ¿qué hará el que apenas es bastante a lamentarlos triste y condolido, que aun para consolar su sentimiento la voz robó el dolor al flaco aliento? 12 Mas cuando de palabras mal compuestas, cuales el triste caso permitía, razones tuvo el ánima dispuestas y echarlas por la boca pretendía, a Quétzal vide estar que a manos puestas socorro vanamente me pedía, mi nombre cien mil veces repitiendo y arroyos de sus lágrimas haciendo. 118
13 Cual tórtola tal vez dejó medrosa el chico pollo que cebando estaba por ver subir al árbol la escamosa
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17.12.5. bide D (vide IAC) : vi T.
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culebra que a su nido se acercaba, y, vuelta, vio la fiera ponzoñosa comerle el hijo encarnizada y brava, bate las alas, chilla y vuela en vano, cercando el árbol de una y otra mano, 14 así yo, sin remedio, congojado de ver mi bien en cautiverio puesto, llegaba al escuadrón desatinado clamando en vano y revolviendo presto, de suerte que, seguido y esperado, detuve un rato el robador molesto, que vuelto, atento, con piedad, sin ira, del nuevo caso con razón se admira. 119
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15 Mas, como ni salvalla peleando pudiese ni morir en su presencia, tal vez al enemigo amenazando, tal vez pidiendo humilde su clemencia, sin otro efecto los seguí, luchando con el dolor rabioso y la paciencia, hasta llegar al río do se entraban en casas de madera que nadaban. 16 Pues la cuitada Quétzal, que meterse en una veo y del todo ya dejarme, arrastrando tentaba defenderse y a gritos no dejaba de llamarme; del mismo robador quería valerse pidiéndole lugar para hablarme. 121
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17.14.5 esperado ICM : esperãdo D (esperando AT). 17.14.6 el DAT : al ICM. 17.16.5 mismo CMT: mesmo DIA.
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«Siquiera aqueste bien se me conceda», le dice, «que hablar a Huítzel pueda». 17 Volviendo a mí en llanto derretida, «Huítzel», me dijo, «pues mi dura suerte, y sin que pueda ser de ti valida, me lleva do jamás espero verte, recibe en la penada despedida el resto de las prendas de quererte, y aquesta fe postrera que te envío con cuanta fuerza tiene el amor mío. 18 »Que quien por ti la patria y el sosiego, el padre, el reino y el honor pospuso, y puesta en amoroso y dulce fuego seguirte peregrina se dispuso, ni en muerte ni en prisión el nudo ciego que amor al corazón cuitado puso podrá quitar jamás sin ser quitada el alma presa a la mortal morada. 19 »Si voy para vivir puesta en servicio, tenerme ha tu memoria compañía, y en un continuo y solitario oficio llorando pasaré la noche y día; mas si, muriendo en triste sacrificio, fortuna abrevia la desdicha mía, a donde estés vendré, no tengas duda, espíritu desnudo y sombra muda». 20 Díjele: «No podrá, yo te prometo, apartarnos el hado triste y duro:
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heme entregado, heme aquí sujeto al fin incierto de mi mal futuro». Diciendo aquesto púselo en efecto con paso largo y corazón seguro, metiéndome en poder luego a la hora de aquel nuevo señor de mi señora. 122
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21 Hice los nuevos hombres admirados y a todos los amigos afligidos, no tanto de su daño lastimados cuanto del mío propio condolidos. Finalmente quedamos embargados y entre los robadores repartidos junto con el despojo que tomaron, do más volumen que valor hallaron. 124
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22 Callo su preguntar y su malicia, su gran soberbia, su mandar airado, su mucha crüeldad, poca justicia, y aquel desprecio del haber robado, sus rigurosos modos, su codicia, y el deshonesto vicio libertado, que todo se pagó en muy pocos días con gran venganza por diversas vías. 126
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23 Que desde a poco tiempo nos libramos por un dichoso caso que tuvimos,
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17.20.3 heme aquí DAT : aquí heme ICM. 17.20.5 effecto D (efecto AT) : efeto ICM. 17.21.4 quanto DA (cuanto MT) : cuando IC. 17.21.5 embargados DAT : embarcados ICM. 17.22.5 codicia ICMT : cudicia DA. 17.22.6 el ICM : al DAT. 17.23.1 desde DIACT : dende M.
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en que a la mar las guardas arrojamos y con la casa de agua al través dimos a la cercana costa, do saltamos y por la tierra adentro nos metimos, tomando yo de nuevo mi camino con Quétzal solo, incierto y peregrino. 24 Y, sin saber adónde caminaba, llegué con más trabajo del que digo do a la sazón Mochocoboc estaba, prudente, osado y de virtud amigo, que sosegado en Champotón reinaba sin miedo y sin noticia de enemigo, el cual me recibió de la manera que el propio hijo recibido fuera.
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Notas al fragmento 17 D 503r-509r. Fr. 4 Castro Leal (1941: 31-39). García I cazbalceta (1884: 368-372); Ágreda y Sánchez (1902: 249-255); Torre Villar (1987: 215-220). Las octavas 1-4, 7-9 y 13-23 Méndez Plancarte (1942: 30-35). 24 octavas. Perteneció quizás al canto 6. Dorantes da continuidad a la historia de la toma del pueblo de Naucol por los españoles, anunciada al final del fragmento 3 (D 498r), introduciendo tres folios más adelante el pasaje de Terrazas acerca de los amores de Huítzel y Quétzal (D 501r-503r; Ágreda y Sánchez 1902: 248-249): Y por ser el suceso dicho de nueva invención y ánimo, de indios, en la mar, de que no sabían, y la fuerza que aun en estos que llamamos bárbaros tan sin razón la hace el amor, contaré aquí algo de esta historia porque este discurso sea mas sabroso y lleve de todo. Parece que Huítzel, un valeroso mancebo indio, valiente y gran señor, hijo y heredero del rey de Campeche, se enamoró de la india Quétzal, hija y asimismo heredera del rey de Tabasco, que era la suprema cabeza y rey de toda aquella costa. Concertados y hecho el robo, fuéronse huyendo por diversas partes y caminos por no ser alcanzados ni vistos, y con este cuidado vinieron a dar a lo lejos y marítimo, a un pueblezuelo de pescadores, gente simple, que se llamaba Naucol. Pararon allí porque no los conocieron, y, haciéndose a aquella vida, disimulando la calidad y el lenguaje, vivieron en gran quietud algún tiempo en aquellas cabañas entre las redes, como si toda su vida hubieran usado aquel oficio, y sin acordarse más, con sólo gozarse, de sus p[adres] y reinos y de las grandezas en que se habían criado. Y, estando una noche al sabor de Morfeo, diéronles asalto unos españoles que venían en aquella carabela. Los dos enamorados dieron a huir, y por breñas y sendas no sabidas vinieron a escaparse por un rato, y con la temeridad y escuro de la noche perdiose el uno del otro. Al fin la hermosa Quétzal vino a dar a las manos de los piratas y cosarios, y lleváronla entre otras cautivas maniatada y en cadena. Huítzel, hallada menos, buscó el mesmo camino de su cautiverio, y metiose por las manos de los robadores de su Elena, y todos fueron embargados; y él, como animoso y, aunque en indio, de sangre real, cometió con los demás un gran imposible. Al fin la fuerza y la necesidad, que es grande inventora, les hicieron echar a los españoles en la mar, y, sin saber por donde iban ni quedaban, dio la carabela al través en la costa, tan cerca de sus casas y pueblo que la misma mar los restituyó a su tierra, y sobró en los elementos lo que
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faltó en los hombres; y, por que de este cuento lleve algo de Terrazas, diré aquí como le empieza a sentir, para que Vuestra Excelencia esté mas informado, no acabando el todo, porque aun en la parte temo el ser largo.
No hay duda de que este lance se encuadra en la expedición de Francisco Hernández de Córdoba tratada en el fragmento 3, en razón de lo cual el que ahora nos ocupa fue ubicado inmediatamente tras este por García Icazbalceta (1884: 367-373), a quien siguió Castro Leal (1941:31-39). Es, sin embargo, pertinente distinguir aquí entre tiempo de la historia y tiempo del relato, pues todo parece indicar que nos encontramos ante una narración retrospectiva que de sus propias aventuras hace en primera persona un personaje a otro que funge como anfitrión suyo, como es habitual en la tradición de la épica culta en pos de los modelos constituidos por Odiseo y Alcínoo (Odisea 9-12) y Eneas y Dido (Aen. 2-3) —usado este por Terrazas para modelar sobre él las noticias dadas a Cortés por Jerónimo de Aguilar (v. nn. a 14.12.6, 14.29.3-4, 14.31.7-8, 14.32.6)—. También aquí Quétzal está refiriendo sucesos pasados a un rey, su suegro, que lo es de Tabasco (v. n. a 17.4.8), de manera que, aun cuando no podemos saber con certeza en qué momento —posterior, por supuesto, a la expedición de Córdoba— ubicó Terrazas este relato retrospectivo, no parece descabellado conjeturar que, como en los modelos clásicos, la entrevista del héroe con su anfitrión haya tenido lugar en el reino del monarca al que se dirige el narrador secundario. En la hipótesis de que la historia de Quétzal podría tener la función de informar a su suegro acerca de los españoles recién llegados a sus dominios —y teniendo además en cuenta que Saavedra Guzmán (PI 5.41.55), que utilizó reiteradamente el texto de Terrazas, situó precisamente en Tabasco el relato de amores hecho por el príncipe indio Cabalacán al español Escobar (v. n. a 17.19.5-6)—, hemos decidido imprimir este fragmento entre el 16, que narra la pesca del tiburón en la punta de las Mujeres, durante la ruta marítima de Cozumel a Tabasco, y el 18, dedicado al hundimiento de las naves que, como es sabido, se produjo ya en las riberas de Veracruz. El episodio, cuya resolución tiene concomitancias con el paradigma caballeresco del rescate de la dama de manos de los malandrines que la han hecho prisionera, es probablemente invención de Terrazas basada en un ejemplo de amor conyugal recogido por Pedro Mejía (v. n. a 17.20.7-8) y en las Etiópicas de Heliodoro (v. nn. a 17.4.1-6, 17.13.1-8), pero con numerosos ecos virgilianos (v. nn. a 17.1.5-6, 17.2.4, 17.3.5-8, 17.4.1-6, 17.8.14, 17.8.5-6, 17.17.6, 17.19.2, 17.19.7-8). La cercanía de nuestro poeta al Mantuano se hace, en efecto, patente desde el primer momento por el solo hecho de que el narrador secundario sea un varón principesco que se dirige
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a un rey, y no una india desvalida que se dirige a un soldado español como ocurre en la historia de Glaura (Ar. 28.6-44), identificada como modelo ercillesco de este pasaje por Menéndez y Pelayo (1911: 40-41) y por Amor y Vázquez (1962: 400). V. Menéndez y Pelayo (1911: 40-41), Millán (1946: 88), Amor y Vázquez (1962: 400), Pullés-Linares (2005: 84-85), Cebollero (2009: 70-75), Díez-Canedo Flores (2012: 423-424), Cabrera Pons (2015: 156-157), Marrero-Fente (2017: 156-157), Romano Martín (2017: 635-642) y Yera Sucías (2020: 595-598). 17.1.1 De blandos ejercicios fatigados. Se diría que subyace a este verso el primero del soneto 58 de Juan de la Cueva («en varios ejercicios ocupaba»; Cueva 1582: 56r), muy mejorado por Terrazas merced a lo delicado de su perífrasis. 17.1.5-6 fuimos súbitamente salteados / con un rüido temeroso y presto. Resuenan aquí ecos tanto de la historia de Eneas («clarescunt sonitus armorumque ingruit horror / excutior somno», Aen. 2.301-302) (Romano Martín 2017: 636), como de la que cuenta Glaura en la Araucana («de donde escuché luego un gran rüido», 28.33.5). 17.2.3 Quétzal. Méndez Plancarte (1942: 30-35) se apartó de los demás editores al dar a este antropónimo acentuación llana —en lugar de la aguda que reproduce más fielmente la del náhuatl quetzalli («pluma rica, larga y verde», Molina 1571: 89r, s. v. «quetzalli»)— para evitar el endecasílabo anapéstico en 17.5.5. y en 17.16.1. Dado que no hay ningún endecasílabo con acentos en cuarta y séptima sílabas en toda la obra lírica de Terrazas, y en NMC solo dos (3.6.4, y 14.6.2) cuya existencia puede achacarse al estado inacabado de la obra o a descuido de Dorantes al copiar los fragmentos, aceptamos la lectura del erudito michoacano. La acentuación llana pudo, además, haber sido propiciada por analogía con la de «Huítzel», que es llano en náhuatl; v. n. a 17.16.8. recordé. «Metafóricamente vale despertar al que está dormido» (Aut., s. v. «recordar»). 17.2.4 por cerradas espesuras. «Per opaca locorum» (Aen. 2.725) (Romano Martín 2017: 636). 17.3.5-8 falta la fuerza al desmayado paso, / ya ni a mi rastro ni a la senda acierta; / de vista finalmente nos perdimos, / de suerte que hallarnos no pudimos. La irrupción de los españoles —que, en pos del modelo ariostesco (OF 13.29) servía en la Araucana (28.17) para evitar la inminente violación de Glaura por un pretendiente rechazado— provoca en cambio aquí la separación de los amantes, inspirada, como notó ya Méndez Plancarte (1942: 36) y ha corroborado Romano Martín (2017: 636), en el relato que hace Eneas de la pérdida de Creúsa,
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su primera esposa, durante la huida nocturna de Troya («erravitne via seu lapsa resedit, / incertum; nec post oculis est reddita nostris», Aen. 2.739-740). 17.4.1-6 Puesto encima de un árbol divisaba / el fuego de las casas encendidas, / los llantos y las quejas escuchaba / de míseras mujeres doloridas; / una espantosa grita resonaba / de voces muy feroces no entendidas. En el incendio de 17.4.2 podría encontrarse la alusión virgiliana («iam Deiphobi dedit ampla ruinam / Volcano superante domus, iam proximus ardet / Vcalegon», Aen. 2.310-312) identificada por Romano Martín (2017: 637), si bien el entero pasaje recuerda uno de las Etiópicas de Heliodoro (1.30.1-3) —novela griega claramente imitada por Terrazas nueve octavas más abajo (17.13.1-8)— en el que se describe cómo se ven de lejos las consecuencias del asalto por sorpresa efectuado contra un emplazamiento costero por unos recién llegados, a raíz del cual Teágenes creerá haber perdido a su amada Cariclea: «Et licuit videre etiam e longinquo eos qui extremas partes lacus et aditum ipsum incolebant iam venire in hostium potestatem. Nam ii que advenerant cadentium vel fuga sibi consulentium naves et tuguria succenderant, a quibus flamma in vicinam paludem proiecta et harundinem cuius magna vis in ea erat acervatim vorante, ingens quidam et intolerabilis splendor ab igne redditus in oculos, in aures autem fragor et strepitus incurrebat, et omnis belli species ciebatur et exaudiebatur [...]. Ex quibus omnibus sonitus quidam conflatus in aerem ferebatur» (Warschewiczki 1552: 27). 17.4.8 tus largas manos. El interlocutor de Huítzel es el padre de Quétzal, como anota al margen Dorantes («habla con el rey su suegro, ya reducido, contándole el suceso», D 504r), de quien ya antes nos ha hecho saber que era rey de Tabasco (D 501r). Méndez Plancarte (1942: 36) remitió la expresión «largas manos» a Garcilaso (égloga 2.1564; Morros 1995: 210), por quien fue aplicado a don Fernando de Toledo, duque de Alba, un tópico que se halla planteado como tal en Pedro Mejía: «es traída muy antigua sentencia ya por refrán entre los antiguos, que los reyes tienen muy largas manos» (Lerner 2003: 326). 17.6.6 escura. Hemos completado con «e» y no con «o» al «scura» de D, a pesar de García Icazbalceta (1884: 369), Castro Leal (1941: 33) y Torre Villar (1987: 216), porque en 17.2.2 se lee claramente «escuras». 17.8.1-4 No como yo con tal presteza parte / ciervo que sin sentido el curso aprieta, / cuando en segura y sosegada parte / herido siente la mortal saeta. El célebre símil de la cierva herida aplicado a Dido enamorada por Virgilio (Aen. 4.69-73) había sido trasladado al ámbito masculino por Petrarca («e qual cervo ferito di saetta / col ferro avvelenato dentr’al fianco / fugge, e più dolsi quanto più s’affretta», 209.9-11; Bettarini 2005: II 978); v. Romano Martín (2017: 638).
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17.8.5-6 ni nunca por el cielo de tal arte / correr se ha visto la veloz cometa. La equiparación de un personaje épico a un cometa tiene resonancias virgilianas (Aen. 10.272-275), si bien el tercio de comparación es allí el brillo ominoso que comparte el fenómeno astronómico con la cimera de Eneas, y no —como en este caso— la velocidad. 17.9.5 la cautiva presa. «Presa, término militar, lo que se ha robado del campo enemigo, latine praeda» (Cov., s. v. «prender»). 17.12.5 a manos puestas. «Poner las manos» es «levantarlas y ponerlas extendidas y juntas, o cruzados y entretejidos los dedos unos con otros, delante del pecho: lo que regularmente se ejecuta para hacer oración o para pedir piedad y misericordia» (Aut., s. v. «poner las manos»). 17.13.1-8 Cual tórtola tal vez dejó medrosa / el chico pollo que cebando estaba / por ver subir al árbol la escamosa / culebra que a su nido se acercaba, / y, vuelta, vio la fiera ponzoñosa / comerle el hijo encarnizada y brava, / bate las alas, chilla y vuela en vano, / cercando el árbol de una y otra mano. El símil de la pajarilla a la que han sido arrebatados sus polluelos, presente ya en Homero (Odisea 16.216-218), tuvo gran fortuna a partir de la reescritura que en términos amorosos hizo de él Virgilio para ilustrar la reacción de Orfeo a la pérdida de Eurídice (Geórgicas 4.511-515), como bien mostró Lida de Malkiel (1975: 100117). Pero aquí la nidada es devorada por una serpiente —y no sustraída por un campesino, como ocurría en Virgilio—, con lo cual el pasaje de Terrazas resulta más cercano por su contenido —pero no por su contexto amoroso-conyugal— a un símil elaborado por Mosco (Mégara 21-26) sobre otro pasaje de Homero (Ilíada 2.308-317) e imitado después por Estacio (Tebaida 5.599-604) y por Heliodoro (Etiópicas 2.22.4). En estos versos de NMC, el regreso de la madre al nido que previamente ha abandonado, precedido de la mención expresa del árbol que sirve de asiento a este, podría apuntar a la Tebaida («umbrosa [...] in ilice [...], / illa redit», 5.600-601; Hill 1996: 127), si bien el modelo principal lo han constituido, sin duda, las Etiópicas, obra muy difundida y apreciada en el último tercio del xvi tanto en la Península como en la Nueva España —v. Leonard (2006: 178)— que, a juzgar por los paralelismos textuales, leyó Terrazas no en la versión española disponible en su tiempo (Anónimo 1554: 62v) —empleada por el autor de un soneto anónimo recogido en el Cancionero sevillano de Toledo (poema 36; Labrador Herraiz et al. 2006: 83)—, sino en la latina de Warschewiczki (1552: 42-43): «Liberis, inquit [sc. Calasiris], a latronibus privatus et maleficos noscens sed ulcisci non valens, versor in hoc loco et luctu dolorem prosequor, non secus atque avis quaepiam, cum illius nidum draco populatur et prae oculis subolem vorat, accedere quidem reformidat, fugere autem non potest, amor enim in ipsa repugnat ac dolor; sed stridens circumvolat obsidionis calamitatem, in aures inmanes et quas natura misericordiam non docuit nequiquam maternum et supplicem luctum ingerens». En un contexto amoroso-conyugal —y no paterno-filial como el propuesto
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por Heliodoro— la concreción específica del ave indeterminada de las Etiópicas evoca, por lo demás, el antiguo tópico de la fidelidad de la tórtola, familiar entre los poetas del xvi por hallarse en el romance de Fontefrida y en la lírica cancioneril; v. Bataillon (1953) y Rico (1990: 1-32). 17.15.8 casas de madera que nadaban. Esta denominación dada a las naves por los indios no se encuentra en Gómara, pero sí en Cervantes de Salazar, quien la pone primero en boca de Teudile, el gobernador de Moctezuma con el que se reúne Cortés en la costa donde después fundará Veracruz («y los navíos, asimismo, dijo que le habían admirado a causa de que eran grandes casas de madera que andaban sobre el agua», Crónica, lib. 3, cap. 3; Magallón 1914: 144), y después en la de Cortés («diréis a vuestro amo Motezuma que, pues con tantos trabajos, por más de dos mil leguas, metidos en casas de madera, he venido por mandado del emperador, mi señor, no a otra cosa sino a verle y a hablarle, que no haría yo lo que debía si me volviese sin hacerlo», lib. 3, cap. 5; Magallón 1914: 147-148). V. n. a 17.23.4. 17.16.8 Huítzel. «Espina grande o puya» (Molina 1571: 157v, s. v. «vitztli»). 17.17.1 en llanto derretida. Recuerda el garcilasiano «convertido en agua aquí llorando» (soneto 11.13) (Romano Martín 2017: 639). 17.17.6 el resto de las prendas de quererte. El verso evoca, como ha hecho ver Romano Martín (2017: 639), el célebre dulces exuviae (Aen. 4.651) referido por Dido a las prendas dejadas por Eneas en Cartago, imitado ya por Garcilaso («oh dulces prendas por mi mal halladas», soneto 10.1; Morros 1995: 25); v. también Yera Sucías (2020: 596). 17.19.2 tenerme ha tu memoria compañía. Parece que se hace eco aquí Terrazas de las palabras empleadas por Eneas al despedirse de Dido («nec me meminisse pigebit Elissae», Aen. 4.335), como ha notado Romano Martín (2017: 641). 17.19.5-6 mas si, muriendo en triste sacrificio, / fortuna abrevia la desdicha mía. Quétzal plantea aquí a modo de hipótesis una posibilidad, la de que sea sacrificada, que será la que de hecho sufra la Ricarchel de Saavedra Guzmán, cuya triste suerte relata al español Escobar en Tabasco su enamorado el príncipe Cabalacán (PI 5.47-55). 17.19.7-8 a donde estés vendré, no tengas duda, / espíritu desnudo y sombra muda. Como ya notó Méndez Plancarte (1942: 36), hay aquí una imitación combinada de Garcilaso («ir a veros como quiera, / desnudo espirtu o hombre en carne y hueso», soneto 4.13-14; «desnudo espirtu o carne y hueso firme», égloga 2.882; Morros 1995: 15, 183) —deudor, a su vez, de Petrarca («io saró là tosto chi’io
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possa, / o spirtu ignudo od uom di carne e d’ossa», 37.119-120; Bettarini 2005: I 199)— y de Virgilio («et, cum frigida mors anima seduxerit artus, / omnibus umbra locis adero», Aen. 4.385-386). 17.20.2 el hado triste y duro. La juntura se encuentra en el v. 38 de la «Canción en la muerte de una gata» de Gutierre de Cetina (Ponce Cárdenas 2014: 788). Las referencias a la dureza del hado son, por lo demás, recurrentes en la Araucana («el duro disponer del hado duro», 3.7.2; «el incontrastable y duro hado», 3.33.7; «hado riguroso», 6.1.2; «duro hado», 6.15.7, 13.44.3, 14.38.7, 15.78.8, 24.27.1, 24.84.3, 25.76.4, 26.43.7; «preciso hado», 8.40.6; «hado miserable», 11.85.6; «el preciso hado y dura suerte», 13.56.1; «de los hados el áspero decreto», 16.3.6; «riguroso hado incontrastable», 17.58.7; «su hado y suerte dura», 18.22.4; «el hado preciso y dura suerte», 19.16.2; «el siniestro hado y dura suerte», 23.14.1; «adverso hado», 24.55.6; «duros hados», 26.12.8; «fieros hados variables», 26.25.5; «el rigor del hado», 29.3.6; «hado incontrastable», 30.37.2; «hado y dura suerte», 32.6.5; «contrarios hados», 32.25.2). 17.20.3 heme entregado, heme aquí sujeto. El texto de García Icazbalceta (1884: 372) presenta aquí una transposición («heme entregado aquí, heme aquí sujeto») que pasó al de Castro Leal (1941: 37) y al de Méndez Plancarte (1942: 34), ya se haya debido a un error de transcripción o a una corrección para evitar el hiato — que está perfectamente autorizado por el ejemplo de Garcilaso («heme entregado, heme aquí rendido», égloga 2.566; Morros 1995: 169)—. 17.20.7-8 metiéndome en poder luego a la hora / de aquel nuevo señor de mi señora. El impulso de descubrirse para entregarse a los captores de su enamorado Cariolano está en la Glaura de Ercilla (Ar. 28.34-35), pero este lance de la historia de Huítzel parece deudor de un notable ejemplo de coniugali caritate incluido en la Collectanea de Battista Fulgoso (1509: lib. 4, cap. 6), reproducido por Pedro Mejía como sigue: «Fue que, andando un pobre cerca de la mar en su labor, acaso andaba su mujer apartada de él, y de una fusta de moros que andaba a hacer salto fue tomada y metida en la mar; desde a poco, como el labrador no halló a su mujer do la había dejado y vido la fusta allí cerca, luego fue conocido y visto por él que su mujer era captiva. Pues, queriendo antes ser cativo con su mujer que vivir libre sin ella, se echó a nado a la mar, dando voces al capitán de la fusta, diciendo que lo tomasen a él, pues llevaban a su mujer. Y así fue recibido en la galera con grande admiración de todos y lágrimas de su mujer» (Silva, parte 2, cap. 15; Lerner 2003: 369). A la misma fuente se remontan, como bien hizo ver Dámaso Alonso, la aventura de Celia y Arnaldo en la Comedia del degollado de Juan de la Cueva (Alonso 1937) y la de Constanza y don Fernando en Los baños de Argel de Cervantes (Alonso 1927).
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17.21.5 quedamos embargados. No es necesario sustituir el «embargados» de D (508r), perfectamente legible tanto aquí como en la introducción al fragmento (502v), por «embarcados», como hizo, por error de transcripción o con ánimo de corregir, García Icazbalceta (1884: 372), a quien siguieron Castro Leal (1941: 38) y Méndez Plancarte (1942: 34). De ser corrección, constituiría una lectio facilior frente a la lectura del manuscrito, perfectamente aceptable si «embargar» significa «detener, impedir, especialmente con mandamiento de juez competente» (Cov., s. v. «embargar»); es cierto que este verbo se refiere con mayor frecuencia a cosas, pero, según los datos del CORDE (s. v. «embargado» [23/01/2020]), se encuentra referido a personas en los Anales de la Corona de Aragón de Jerónimo Zurita («estas rehenes se habían embargado») y en las Aventuras del bachiller Trapaza de Alonso de Castillo Solórzano («fue embargado en la cárcel»). El uso de «embargar» y «desembargar» con los sentidos respectivos de «aprisionar» y «dejar libre» a un ser humano está, por lo demás, documentado en el portugués de la época gracias a Luis de Camões (Costa Pimpão 2005: 91). 17.22.1-6 Callo su preguntar y su malicia, / su gran soberbia, su mandar airado, / su mucha crüeldad, poca justicia, / y aquel desprecio del haber robado, / sus rigurosos modos, su codicia, / y el deshonesto vicio libertado. La soberbia y la codicia son los pecados capitales imputados a los españoles en la Araucana, ya sea por boca del narrador —que emplea en una ocasión una octava con los mismos consonantes en los versos impares que utiliza en esta Terrazas («crecían los intereses y malicia / a costa del sudor y daño ajeno, / y la hambrienta y mísera codicia, / con libertad paciendo, iba sin freno. / La ley, derecho, el fuero y la justicia / era lo que Valdivia había por bueno», Ar. 1.68.1-6)— o por boca del indio Galbarino, cuya enérgica denuncia —en la que a la insolencia y a la codicia se añaden la lujuria, el latrocinio y la hipocresía— ha sido traída a colación por Wogan (1941: 371) y por Amor y Vázquez (1962: 400) a propósito del presente pasaje de NMC («su pretensión de la codicia mana, / que todo lo demás es fingimiento, / pues los vemos que son más que otras gentes / adúlteros, ladrones, insolentes», Ar. 23.13.58). Tanto el tono como el contenido de estas acusaciones —entre las que Terrazas suprime solo la de hipocresía— siguen, por lo demás, el modelo establecido por fray Antonio de Guevara con su célebre invectiva del villano del Danubio contra los romanos (Reloj, lib. 3, cap. 4; Blanco 1994: 700-703) —acerca de cuya difusión v. Lupher (2006: 50-56)—. 17.23.4 casa de agua. «Andan en esta alaguna más de cien mil canoas o barquillos de una pieza, de figura de lanzaderas de tejedores; los indios las llaman acales, que quiere decir “casas de agua”; por[que] atl es, “agua”, y calli “casa”» (Cervantes de Salazar, Crónica, lib. 4, cap. 17; Magallón 1914: 302). V. n. a 17.15.8.
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17.24.3-5 do a la sazón Mochocoboc estaba / [...] / que sosegado en Champotón reinaba. «De Campeche fue Francisco Hernández de Córdoba a Champotón, pueblo muy grande, cuyo señor se llamaba Mochocoboc» (Gómara, Historia, cap. 52; Dantín Cereceda 1922: I 116).
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Fragmento 18 Las naves barrenadas 1 Mas Dios, que el fin de todo ve y alcanza, pone en las voluntades y las vidas ánimo de seguir con esperanza las cosas menos ciertas y sabidas. Y así, con esta firme confianza, en las ondas del mar estremecidas el famoso Cortés las naos barrena por morir o triunfar en tierra ajena.
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Notas al fragmento 18 D 47v. Fr. 18 Castro Leal (1941: 81). García Icazbalceta (1884: 398); Ágreda y Sánchez (1902: 14); Torre Villar (1987: 26). 1 octava. Perteneció quizás al canto 6. Dorantes se apoya en estos versos para engrandecer la primera de las cuatro mayores hazañas llevadas a cabo por Cortés durante la conquista (D 47v; Ágreda y Sánchez 1902: 14): Pues con tan poca gente y menos pertrechos salió el valeroso Cortés de Cuba y acometió tan gran hecho que, sin el principal efecto, en los cuatro particulares que hizo mostró la grandeza del corazón que Dios le dió, que el uno fue barrenar y quemar los navíos para perder la esperanza de la vuelta, o morir o vencer.
Dado que la cita se introduce entre los fragmentos 8 y 13, atribuidos expresamente a Terrazas, resulta claro que este es el segundo pasaje de Nuevo Mundo y conquista incluido en el manuscrito. No trae a colación Dorantes verso alguno de nuestro poeta a propósito de las otras tres proezas del capitán extremeño que alista inmediatamente después de haber reproducido esta octava —la prisión de Moctezuma, el castigo de Qualpopocatzin y la derrota de Pánfilo de Narváez—, probablemente porque Terrazas no había llegado a tratarlas. El hundimiento de las naves españolas fondeadas en la costa de Veracruz, maniobra con la que respondió Cortés al motín de la facción inclinada a regresar a Cuba, es, pues, el último episodio del relato de la conquista en cuanto se ha conservado de la epopeya de Terrazas, quien sigue, como habitualmente, a Gómara (Conquista, cap. 42). V. Amor y Vázquez (1962: 402), Dolle (2007: 769 n. 24), Díez-Canedo Flores (2012: 425) y Yera Sucías (2020: 605-606). 18.1.7 barrena. «Determinado, pues, de quebrarlos, negoció con algunos maestros que secretamente barrenasen sus navíos, de suerte que se hundiesen, sin los poder agotar ni atapar; y rogó a otros pilotos que echasen fama cómo los navíos no estaban para más navegar de cascados y roídos de broma, y que llegasen todos a él, estando con muchos, a se lo decir así, como que le daban cuenta de ello, para que después no les echasen culpa» (Gómara, Conquista, cap. 42; Miralles Ostos 1988: 65). Parece, por este verso, que Terrazas siguió fielmente a Gómara —como hizo después, de manera muy amplificada, su imitador Saavedra Guzmán (PI 8.22-33)— a pesar de que, como bien señaló Reynolds (1959: 320), la versión según la cual las naves habrían sido, además o en vez de barrenadas, quemadas
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—contemplada por Dorantes (D 47v; Ágreda y Sánchez 1902: 14) al citar este pasaje de NMC, así como por Muñoz Camargo (Descripción, 12v; Acuña 2000: 85) y por Suárez de Peralta (cap. 9; Silva Tena 1990: 95-96)— circulaba en la Nueva España al menos desde el Túmulo imperial de Cervantes de Salazar («los navíos en que pasó quemados y echados al través»; O’Gorman 1963: 192), a quien Amor y Vázquez (1961) atribuye el origen de la inexactitud.
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Fragmento 19 El ejemplo de Francisco I 1 El grande rey Francisco, que en Pavía con daño suyo dio tal gloria a España, contando la batalla se ofrecía ganalla, de otra vez puesto en campaña. Yo en la primera para mí querría tener ventura junto con la maña, porque jamás se ha visto juego entero ir por los mismos lances que el primero. 129
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2 Cual juegan dos contrarios jugadores, pensando cada cuál que al otro engaña, con mil engaños que ellos llaman flores, uno alburea la suerte, otro la apaña; junta encuentros el uno, otro mejores, el uno amarra bien, otro maraña, y cada cuál, a su cautela atento, no tiene cuenta en el contrario intento. 131
3 Y no hay dudar que el caso más dañoso es el que a veces menos se recela; mas ¿quién sabe si es bueno o si es odioso lo que cubierto está con otra tela? En fin, el manso vado es peligroso más que el que con corriente brava vuela, y aun en el ajedrez es cosa cierta ser más dañoso el lance de encubierta.
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19.1.4 ganalla DIA : ganarla CT. 19.1.8 mismos CT: mesmos DIA. 19.2.5 otro DIAT : otros C.
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Notas al fragmento 19 D 483v-484v. Fr. 21 Castro Leal (1941: 92-93). García Icazbalceta (1884: 399-400); Ágreda y Sánchez (1902: 237); Torre Villar (1987: 204-205). 3 octavas. Dorantes cita estos versos a propósito del presunto arrepentimiento de Cortés, quien habría manifestado su disposición a obtener para sus compañeros las debidas recompensas si se le hubiera presentado una nueva oportunidad (D 482v-483v; Ágreda y Sánchez 1902: 236-237): Sólo hallo entre todos los conquistadores que el que mejor hizo su fato fue Hernando Cortés, que como astuto supo escoger y perpetuar su casa jugando a dos manos: una de cumplimiento con sus compañeros y una otra en demostración a su rey, haciéndose dueño de todo lo servido y hecho, con que granjeó él solo la satisfacción, sintiendo que bastaba lo dispuesto con los demás, mostrando para con ellos como un arrepentimiento de no haberles hecho más merced en nombre de Su Majestad, remitiéndolo en disculpa a imposibles. Y para mí, Dios me lo perdone si miento, sospecho que en los secretos no les fue buen tercero ni padrino, y no quiero decir aquí las causas que me llevan a esto por no dar en alguna lástima; y tampoco quiero creer lo que él decía después de conseguidos sus buenos efectos: que, si se la dieran de la segunda, él no errara la primera, alcanzando por los servicios de todos la perpetuidad y mercedes de Su Majestad. Mas no falta quien le contradiga en este propósito, y así dice Terrazas [...].
La cita podría, pues, tener relación por su tema con el alegato en favor de los descendientes de los conquistadores contenido en el fragmento 20, de ahí que preceda a este en la edición de García Icazbalceta (1884: 399400) y lo siga en la de Castro Leal (1941: 92-93). De las dos partes de que consta el texto —el ejemplo de Francisco I de Francia (19.1), cuya aplicación al caso de Cortés no podemos saber si estaba ya, explícita o implícita, en Terrazas o fue más bien cosa de Dorantes, y la descripción de la astucia en el juego (19.2-3)— la segunda recuerda por su contenido moral los proemios en que, con diversos enfoques, reflexionan acerca de la simulación tanto Ercilla (Ar. 17.1-4) como Ariosto (OF 4.1-2). V. Cebollero (2009: 78-80), Río Torres-Murciano (2020a: 50) y Yera Sucías (2020: 609).
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19.1.1-4 El grande rey Francisco, que en Pavía / con daño suyo dio tal gloria a España, / contando la batalla se ofrecía / ganalla, de otra vez puesto en campaña. Debe de referirse Terrazas a las palabras pronunciadas por Francisco I, rey de Francia, después de haber sido hecho prisionero por las tropas de Carlos V en la batalla de Pavía, el 24 de febrero de 1525, recogidas por Gonzalo de Illescas en la Historia pontifical y católica: «Por cierto que, si me pusiesen las cosas en los términos en que las vi esta mañana, no dudaría de dar esta y otras batallas como ésta» (lib. 6, cap. 26, párr. 3; Illescas 1573: 282v). 19.2.3 con mil engaños que ellos llaman flores. «Entre los fulleros significa la trampa y engaño que se hace en el juego» (Aut., s. v. «flor»). 19.2.5 encuentros. «En el juego de naipes, vale la concurrencia o junta de dos cartas iguales, especialmente en el que llaman del parar, como cuando vienen dos reyes, dos caballos, etc.» (Aut., s. v. «encuentro»).
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Fragmento 20 Reivindicación de las encomiendas 1 Dichoso el beneficio que merece ser del que le recibe agradecido, y desdichado aquel que le acaece ser por el bien que hizo aborrecido. Magnánimo Cortés, aquí se ofrece de ingratitud un caso conocido, que se atribuye a vos alguna culpa, culpa que ya jamás tendrá disculpa. 2 Si los de don Pelayo restauraron la noble España, andaba el rey presente, y el famoso renombre que aumentaron permaneciendo va de gente en gente, y el rico premio que con él ganaron fue también largo, honroso y preeminente, y ocupan hoy con honra a maravilla los mejores lugares de Castilla. 3 Y aquellos famosísimos romanos, cuando victorias grandes alcanzaban, los premios eran casi sobrehumanos que en triunfo solemnísimo les daban; y por maestros de curiosas manos estatuas de metal les fabricaban, donde su fama nunca se acabase y su claro valor se eternizase. 132
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20.3.7 donde DACT : con que I.
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4 Eumenes, capitán que fue elegido, sabio y fuerte varón, de aquel senado contra el bravo Antïoco, que había sido enemigo de Roma declarado, aunque él y el campo fueron a partido por mano de los cónsules pagado, como su gran lealtad y esfuerzo vieron, cuantas tierras ganó tantas le dieron. 5 Ricas ciudades, villas y lugares en premio recibió del vencimiento, con ser sin cuento de oro los millares con que le socorrió el ayuntamiento. Y, sin que cite premios singulares, generales se saben y sin cuento: lleno está el siglo, por guardar las leyes, de generosas pagas de los reyes. 6 Hasta los que no guardan ley divina, que razón natural solo rastrean, a aquellos premian y honran más aína que en servir a sus reyes más se emplean. Todo hombre humano a pïedad se inclina, todos la quieren, aman y desean; solo a ti, triste México, ha faltado lo que a nadie en el mundo le es negado. 133
7 Llorosa Nueva España, que deshecha te vas en llanto y duelo consumiendo,
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20.6.1 ley DACT : la I.
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vente mis tristes ojos tan estrecha, va el pernicioso daño así cundiendo, que el ser tan estimada no aprovecha del gran Filipo para no ir cayendo de tiempo en tiempo siempre en más tristeza, en más miserias, hambres y pobreza. 134
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8 Que, aunque virreyes casos semejantes remedian con piedad a duras penas, de quien este dichoso tiempo y antes has tenido favor a manos llenas, si los más que te habitan son tratantes que te agotan la sangre de las venas, si falta quien se duela de tu daño, forzoso ha de ir creciendo el mal estraño. 9 ¿Qué es de aquellos varones excelentes que con su propia sangre te regaron, cuando ganando nombres permanentes en ti la fe con viva fe plantaron? ¿Dó aquella santa edad, aquellas gentes que tu valor consigo se llevaron? ¿Dó están los siglos de oro? ¿Qué es del pago, que solo veo cenizas de Cartago? 10 ¿Qué daño es este que tras ti camina, que tan trocada estás de lo que fuiste? ¿Cuál infelice estrella predomina? ¿Qué tiempo es este tan adverso y triste? Si es que el alto cielo determina
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20.7.3 tristes ojos DACT : ojos tristes I. 20.7.6 Fhilipo DA (Filipo C): Pilipo T : Felipe I. 20.7.8 pobreza IACT: proveza D.
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que no veas más la gloria en que te viste, de dolor en dolor a peor estado, que te condena ya el preciso hado; 11 y, si los pocos hijos que en desiertos te quedan con miseria y con afrenta hacen tus graves daños ser tan ciertos, echada con piedad la justa cuenta, de ti nos echa como a cuerpos muertos que cual Jonás causamos la tormenta, que, si ha de haber bonanza con hacello, no quede de nosotros ni un cabello. 137
12 Juegue la parca la guadaña airada, remátese con muerte tanta pena, quede de propios hijos descargada y de estrañas naciones harta y llena; si, por ser tu tiniebla así alumbrada convertida ya en luz clara y serena, con muerte pagas, muerte es la que pido, si muerte ha de ser fin de lo servido. 13 Madrastra nos has sido rigurosa y dulce madre pía a los estraños, con ellos de tus bienes generosa, con nosotros repartes de tus daños. Ingrata patria, adiós, vive dichosa con hijos adoptivos largos años, que con tu disfavor fiero, importuno, consumiendo nos vamos uno a uno.
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20.11.8 ny un D (ni un ACT) : un I.
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14 Que, de mil y trescientos españoles que al cerco de tus muros se hallaron, y, matizando claros arreboles, tus oscuras tinieblas alumbraron, cuando con resplandor de claros soles del poder de Satán te libertaron, contados hijos, nietos y parientes, no quedan hoy trescientos descendientes. 138
15 Los más por despoblados escondidos tan pobrísimos, solos y apurados, que pueden ser de rotos y abatidos de entre la demás gente entresacados: cual pequeñuelos pollos esparcidos diezmados del milano y acosados, sin madre, sin socorro y sin abrigo, tales quedan los míseros que digo. 139
16 Dejémoslos a solas padeciendo, pues para solos y sin bien nacieron; vayan en su miseria pereciendo, pues sus padres tan mal lo previnieron que es ir en infinito procediendo. Volvamos al origen que tuvieron, que fue la causa de este mal notable serles Cortés tan poco favorable. 140
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20.14.7 hijos, nietos DACT : nietos, hijos I. 20.15.7 madre DACT : madres I. 20.16.3 pereciendo IC : padeciendo DAT.
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17 Pues con vidas y sangre os ayudaron, magnánimo Cortés, estos varones, y vuestro nombre y fama eternizaron que vuela de naciones en naciones, y estados permanentes os ganaron a costa de sus mismos corazones, y de marqués el ínclito renombre de ellos tuvo principio y claro nombre; 18 y pues los caros compañeros fueron vivo instrumento para el bien que os vino, barriendo con la sangre que vertieron de vuestra suerte próspera el camino, con ánimo del cielo que tuvieron para tan alta empresa cual convino, bien fuera que quedaran satisfechos tan milagrosos y tan altos hechos. 141
19 Si por ser vuestro ejército tan bueno es única en el mundo vuestra espada, si está de esta hazaña el mundo lleno y solo a vos la gloria dedicada, ¿qué premio puede haber en lo terreno que iguale a tanta sangre derramada, precio de tantas almas para el cielo, aumento y gloria del cristiano suelo? 20 Y, si el sacro monarca que reinaba, a quien se hizo el único servicio,
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20.18.3 barryendo D : regando IACT.
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dijo que cuanto hicistes aprobaba, y en esto os daba a vos su real oficio, ¿cómo en premio tan justo se acortaba un bravo corazón que tan propicio el largo cielo tuvo a sus proezas, inauditas hazañas y grandezas? 142
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21 ¿Do está la fe de serles que pusistes no señor, sino padre verdadero, cuando en Cuba al partir les ofrecistes por premio a cada cuál un reino entero? Riquezas, honra y gloria prometistes para el felice tiempo venidero, y solo han ido siempre en tantos años siguiéndose unos daños a otros daños. 145
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22 Ya que no fueron títulos ni estados, de que tan dignos sus servicios eran, que así como por vos fueran nombrados para siempre jamás permanecieran; siquiera, ya que solo encomendados, las encomiendas que perpetuas fueran, y no que ya las más han fenecido, y los hijos de hambre perecido. 23 Y algunas también quedan sucedidas por líneas transversales procediendo, que, no habiendo llegado a las tres vidas
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20.20.3 yzistes D (hizistes A) : hicisteis IC : hiciste T. 20.20.5 en IC : el DAT. 20.20.7 el DACT : al I. 20.21.1 pusistes DIAC : pusiste T. 20.21.3 ofreçistes D (ofrecistes IAC) : ofreciste T. 20.21.5 prometistes DIAC : prometiste T.
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quedan por matrimonios poseyendo, las propias partes ya destituidas mil miserias y afrentas padeciendo, y el fruto habido sangre derramando viéndolo a estraño dueño estar gozando.
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24 Otra lástima es esta que pudiera con mil causas de nuevo lamentalla; dejémosla, que, aunque Argos me volviera, no pudiera con mil ojos lloralla. Porque paga tan justa y verdadera debe Dios, como sabio, de guardalla, viendo que temporal no es suficiente, que vayan a gozalla eternamente. 149
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20.23.8 viéndolo IC : biendola D (viéndola AT). 20.24.2 lamẽtalla D (lamentalla IA) : lamentarla CT. 20.24.4 lloralla DIA : llorarla CT. 20.24.6 guardalla DIA : guardarla CT. 20.24.8 gozalla DIA : gozarla CT.
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Notas al fragmento 20 D 53v-57r. Fr. 20 Castro Leal (1941: 83-91). García Icazbalceta (1884: 402-407), Ágreda y Sánchez (1902: 18); Torre Villar (1987: 29-33). 24 octavas. Después de haber contemplado la posibilidad de que la lamentable situación en que se encuentran los descendientes de los conquistadores se haya debido a un castigo de Dios por los abusos cometidos durante la conquista, citando el fragmento 8 acerca de los inescrutables caminos de la Providencia, Dorantes aborda el problema de la caducidad de las encomiendas, introduciendo estas octavas a propósito de la responsabilidad que le haya podido caber a Cortés (D 53r; Ágreda y Sánchez 1902: 18): Los desventurados quedaron arrastrados como la culebra. Habiendo el marqués del Valle hecho su fato, no advirtió a remunerar a sus compañeros, pues la Majestad del emperador Carlos V lo quería y mandaba con facultad de perpetuar la tierra, y después la tuvo el ilustrísismo don Antonio de Mendoza; y, para que no llegase a efecto, no faltó quien escribió a España haciéndole sospechoso en que quería dar a su hijo el señor don Francisco la ciudad de Huejotzingo y su tierra, que entonces tenía setenta mil tributarios, con que cesó todo; y no falta quien lo llore y se queje del gran Cortés.
No las atribuye expresamente a Terrazas, pero entre los folios 46v y 53r ha hecho tres citas explícitas (frs. 6, 13 y 2) y dos implícitas (frs. 18 y 8) de su poema, sin haber mencionado a ningún otro poeta salvo a Salvador de Cuenca —como autor de la octava que precede al fragmento 6—. Sobreentendieron, pues, que eran de nuestro poeta tanto García Icazbalceta (1884: 402) como Castro Leal (1941: 113), a quienes siguieron en esto todos cuantos en lo sucesivo se ocuparon de Nuevo Mundo y conquista. El argumento fundamental a favor de la autoría de Terrazas lo constituye, en nuestra opinión, el hecho de que también este fragmento fue objeto de la subrepticia imitación o «flojo remedo» (Amor y Vázquez 1966: 44) de Saavedra Guzmán (PI 15.1-7), que García Icazbalceta (1884: 402) juzgó «impertinente» por el lugar que don Antonio se reservó a sí mismo en su lamento por los descendientes de los conquistadores (v. nn. a 20.7.5-6, 20.8.1, 20.8.8, 20.13.1-2, 20.15.1-2). Podría incluso conjeturarse que el memorial de agravios de Terrazas estuvo ubicado, al igual que el de Saavedra, al comienzo de un canto, pues en las octavas transmitidas por Dorantes puede percibirse el funcionamiento de la retórica de la ejemplaridad —la máxima
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general (20.1.1-4) seguida de su aplicación a un caso particular (20.1.5-8), sin que falten los ejemplos históricos (20.2-5)— habitualmente empleada en los proemios morales a la manera de Ariosto y de Ercilla. El reproche a Cortés por haber velado por sus propios intereses descuidando los de sus compañeros, del que se hace eco Dorantes en las respectivas introducciones a este fragmento y al anterior, es en sustancia el mismo que le hace al extremeño Bernal Díaz (cap. 210; Serés 2011: 1058-1059), expuesto aquí por Terrazas con inflexiones satíricas semejantes a las que empleará Dorantes (D 268v-273v; Ágreda y Sánchez 1902: 112-114) en una «disgresión y esclamación» contra las Indias que recuerda, por lo demás, el tono invectivo de fray Antonio de Guevara (v. nn. a 20.8.5-6, 20.13.1-2). V. Millán (1946: 89), Amor y Vázquez (1962: 508-510), Amor y Vázquez (1966: 44), Hernández Monroy (1994: 156-159), Peña (1994: 290), Peña (1996: 452), Mazzotti (2000: 147-149), Peña (2000: 53-54), Pullés-Linares (2005: 57, 86-88), Dolle (2007: 766, 774), Rodilla León (2008: 38-42), Cebollero (2009: 75-78), Benítez (2012: 308-310), Díez-Canedo Flores (2012: 429-431), Herrera Lara (2013: XIII-XV, XXII), Terukina Yamauchi (2017: 108-109, 117-118, 125-126, 218, 235, 320-321), Yera Sucías (2018: 268-273) y Yera Sucías (2020: 607-609). 20.2.1 los de don Pelayo. Bajo esta referencia a don Pelayo —el príncipe visigodo que, a los pocos años de haberse producido la invasión musulmana de 711, capitaneó en Asturias el comienzo de la Reconquista cristiana de España— se engloba a todos cuantos se destacaron por sus servicios en las guerras contra los moros, a quienes se hacen remontar los linajes de los nobles castellanos que disfrutan de los señoríos jurisdiccionales hereditarios concedidos a sus antepasados. Si ya Gómara, en la dedicatoria a Carlos V antepuesta a su crónica a partir de la edición de Medina del Campo (Guillermo de Millis, 1553), había fundamentado el deber que tenía el rey de retribuir a los conquistadores en la relación de continuidad entre reconquista de España y conquista del Nuevo Mundo («comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, por que siempre guerreasen españoles contra infieles [...]; justo es pues que Vuestra Majestad favorezca la conquista y los conquistadores», Miralles Ostos 1988: 4-5), la diferencia entre las retribuciones obtenidas por los caballeros que tomaron parte en la una o en la otra aflora como causa de la amargura de Bernal Díaz del Castillo: «cuando el rey don Jaime de Aragón conquistó e ganó de los moros mucha parte de sus reinos, los repartió a los caballeros e soldados que se hallaron en lo ganar, y desde aquellos tiempos tienen sus blasones y son valerosos, y también cuando se ganó Granada» (cap. 207, Serés 2011: 1042-1043); v. Lupher (2006: 41, 237). Y precisamente la reconquista de Granada fue aducida a este mismo propósito por Francisco de Terrazas el conquistador, padre de nuestro poeta, en la carta que envió a Carlos V desde México el 1 de junio de 1544: «Acuérdese Vuestra Majestad de su abuelo el Rey Católico de
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gloriosa memoria que a su costa y por su mesma persona y con tantas muertes de cristianos ganó el reino de Granada y dio muchos lugares a caballeros que hasta hoy día y para siempre los ternán; cuánto más de esto que nosotros ganamos sólo con la ayuda de Dios y con el grande ánimo y esfuerzo del marqués del Valle que la conquistó y ganó y de los que con él pasamos, es razón que nos haga mercedes» (AGI, México, 95, 389v-390r). Baltasar de Obregón (lib. 1, cap. 26; Cuevas 1924: 163-164) no durará en equiparar una oscura batalla contra los indios del norte de México con hitos de la secular lucha de la cristiandad contra el mahometismo como las batallas del Salado y de Lepanto. 20.4.1-4 Eumenes, capitán que fue elegido, / sabio y fuerte varón, de aquel senado / contra el bravo Antïoco, que había sido / enemigo de Roma declarado. Eumenes II, rey de Pérgamo participó al lado de los romanos en la batalla de Magnesia (190 a. C.), de la que salió vencido el monarca seléucida Antíoco III (Tito Livio, Historia de Roma, lib. 37, caps. 8-56). 20.4.5-6 partido / por mano de los cónsules pagado. La alianza militar establecida entre Pérgamo y Roma para hacer frente a Antíoco («en el juego se llama el conjunto o agregado de varios que entran en él, como compañeros, contra otros tantos», Aut., s. v. «partido»). Los romanos fueron comandados en aquella ocasión por el cónsul Lucio Cornelio Escipión. 20.4.8 cuantas tierras ganó tantas le dieron. Valerio Máximo (Hechos y dichos memorables, lib. 4., cap. 8.4) propone como ejemplo de generosidad el que dio el pueblo romano al conceder a Átalo II —hermano y sucesor de Eumenes II en el trono de Pérgamo— las tierras ganadas a Antíoco III en Asia Menor. 20.5.4 el ayuntamiento. La alianza con Roma, de cuyos recursos se benefició Eumenes II de Pérgamo en la guerra contra Antíoco III —a diferencia de los conquistadores de México que no recibieron ayuda económica alguna de la Corona—. La idea general es la misma que se encuentra en Bernal Díaz: «Y, si miramos las escrituras antiguas que de ello hablan, si son así como dicen, en los tiempos pasados fueron ensalzados y puestos en grande estado muchos caballeros, así en España como en otras partes, sirviendo como en aquella sazón sirvieron en las guerras y por otros servicios que eran aceptos a los reyes que en aquella sazón reinaban. Y también he notado que muchos de aquellos caballeros que entonces subieron a tener títulos de estados y de ilustres no iban a las tales guerras [...] sin que primero les pagasen sueldos y salarios, y, no embargante que se los pagaban, les dieron villas y castillos y grandes tierras y perpetuos privilegios con franquezas, las cuales tienen sus descendientes» (cap. 207, Serés 2011: 1042). 20.7.5-6 el ser tan estimada no aprovecha / del gran Filipo. El rey Felipe II es exonerado aquí de culpa, como lo había sido su padre Carlos V en la carta que,
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tras la promulgación en México de las Leyes Nuevas, le había dirigido el padre de nuestro poeta el 1 de junio de 1544: «que no es posible ni quiera Dios que creamos que Vuestra Majestad por sí de tal crueldad usara contra sus vasallos, pues no cabe en su católico pecho tal pensamiento, sino que lo que Vuestra Majestad con nosotros ha intentado ha sido por las informaciones de los que a Vuestra Majestad indican, las cuales son aviesas del servicio de Dios y no leales al de Vuestra Majestad» (AGI, México, 95, 389r). Las pruebas de la estimación real son, por lo demás, explicitadas por Saavedra Guzmán en su amplificación del pasaje de Terrazas: «Nuestro sacro Filipo siempre ha hecho / lo más posible en esto, dedicando / los cargos de gobierno y de provecho, / con los más beneméritos hablando, / entendiendo que había satisfecho / a tanta obligación, y, esto ampliando, / a los más muchas cédulas les daba, / y el ser obedecidas encargaba» (PI 15.13). 20.7.8 pobreza. Hemos corregido, entendiendo que se trata de un error de copia, la metátesis vulgar presente en D («proveza», 54v), que no afea el «pobrísismos» del v. 20.15.2 (55v). 20.8.1-2 aunque virreyes casos semejantes / remedian con piedad a duras penas. Los virreyes podían socorrer a los conquistadores y a sus descendientes en casos concretos otorgándoles cargos u oficios remunerados en las poblaciones —corregimientos, regimientos, alcaldías, etc.— o mercedes sobre rentas de la Corona; pero, para quienes pretendían que se hiciera un repartimiento general y perpetuo de los pueblos de indios —es decir, que se los designara como perceptores del tributo que debían al rey los habitantes de estos, y que dicha designación pudiera transmitirse a sus herederos sin límite de generaciones— la discrecionalidad del virrey de turno resultaba de todo punto insuficiente. No diversa es la queja de Saavedra Guzmán: «que no es tampoco justo limitarlo / a quien cualquier virrey quisiere darlo» (PI 15.15.7-8). Bastante más duro con los virreyes será Villagrá (HNM 20.228-281). 20.8.4 has tenido favor a manos llenas. Los virreyes se mostraron, por lo general, favorables hasta cierto punto a las pretensiones de los criollos, desde don Antonio de Mendoza (1535-1550), a cuyo interés en lograr el repartimiento perpetuo se refiere al introducir este fragmento Dorantes (D 53r; Ágreda y Sánchez 1902: 18), hasta don Martín Enríquez, que adoptó la misma postura por la época en que Terrazas escribía, pasando don Luis de Velasco y por don Gastón de Peralta, que intentó mitigar la represión de la conjura de 1566 iniciada por la Audiencia de México; v. Zavala (1973: 95-97, 107, 136, 585). 20.8.5-6 si los más que te habitan son tratantes / que te agotan la sangre de las venas. «La costa de nuestras personas y casas, como todo viene de España, es a peso de oro, por manera que los mercaderes gozan más de nuestras haciendas que nosotros» (carta de Francisco de Terrazas el viejo a Carlos V de 1 de junio de 1544;
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AGI, México, 95, 389r). Quizás haya sido esta la primera vez en que se utilizó a propósito del Nuevo Mundo la metáfora económica del desangramiento, que habría de hacer fortuna como título de un exitoso panfleto político del siglo pasado —sin que del texto de este pueda inferirse conexión alguna con el que ahora nos ocupa—. Con xenofobia similar a la de Terrazas (v. n. a 20.8.8) la había aplicado a Sevilla Gutierre de Cetina en una epístola satírica contra la vida de la ciudad («andan, señor, aquí los estranjeros, / hechos de nuestra sangre sanguijuelas») —en la versión recogida en FVP (297.70-72), pero no en la del Cancionero sevillano de Toledo (poema 245; Labrador Herraiz et al. 2006: 333-336), como bien ha anotado ad loc. Ponce Cárdenas (2014: 1139-1140)—. En parecidos términos se expresa González de Eslava en en los coloquios, aunque sin hacer explícito un referente concreto («las sanguijuelas hinchadas / de chupar el bien ajeno», 15.537-538; Arróniz Báez y López Mena 1998: 587). Y en el menosprecio del comercio insistirá a su vez Dorantes: «Vendiendo vino o especias o sinabafas o hierro viejo se hacen grandes mayorazgos» (D 269r-269v; Ágreda y Sánchez 1902: 113). 20.8.8 el mal estraño. Es decir, el mal causado por el auge de los advenedizos («estrañas naciones», 20.12.4; «estraños», 20.13.2). «De allí a los de otras partes ven juzgando / las provincias más gruesas del estado, / y al otro que ayer vino gobernando / donde sangre ni pelo no ha tocado» (PI 15.10.1-4). 20.9. En esta octava se encuentra la primera aplicación al contexto novohispano del tópico medieval del ubi sunt?, que, empleado todavía con ejemplos del Viejo Mundo (Carlos V y su madre doña Juana) por Pedro de Trejo en su imitación de las coplas de Jorge Manrique (Méndez Plancarte 1942: 6), llegará a acoger la memoria de los señores prehispánicos en las «liras de Nezahualcóyotl» de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl («¿qué es de Cihuapatzin / y Cuauhtzontecomatzin el valiente / y de Acolnahuacatzin?»; Méndez Plancarte 1942: 144); v. Buxó (1975: 15, 23). El énfasis puesto no tanto en la fugacidad de las glorias pasajeras como en la decadencia de la generación actual con respecto a las pasadas es, por lo demás, característico del uso retórico dado a este tópico por fray Antonio de Guevara (Reloj, lib. 3, caps. 14 y 16; Blanco 1994: 761-762, 772). 20.9.5 aquella santa edad. Idéntica expresión utilizará don Quijote (parte 1, cap. 11; Rico 2004: 97), para referirse a los «siglos de oro», lejana encarnación de un pasado ideal fabulosamente mejor que el corrompido presente cuya invención se remonta a los Trabajos y días de Hesíodo (109 y ss.), pero que Terrazas identifica enseguida con la época de los conquistadores («¿dó están los siglos de oro?», 20.9.7), de manera semejante a como hará Dorantes («oh conquistadores llenos de trabajos y en aquella simplicidad de aquellos dichosos tiempos donde no sacastes mas que un nombre excelente y una fama eterna», D 268v-269r; Ágreda y Sánchez 1902: 112). No se refiere, sin embargo, Terrazas aquí tanto a los años de la conquista (1519-1521) como a la que Himmerich y Valencia (1991: 17) ha denominado «the golden age of the encomienda in New Spain» (1521-1555), período radicalmente opuesto a las «miserias,
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hambres y pobreza» (20.7.8) actuales por la sencilla razón de que durante él los encomenderos habían podido servirse de los indios a su placer, como con perspicuo prosaísmo describe Suárez de Peralta: «El servicio personal se sintió mucho porque con él los vecinos tenían los bastimentos de balde, pan y yerba, gallinas, el beneficio de sus haciendas y el servicio de casa, la cual todos tenían muy llena; y el día que se quitó empezaron a comprarlo todo y a perdérseles las haciendas y verse en mucha necesidad, la que nunca habían tenido ni sabían qué era, ni aun pobres mendicantes, como luego los hubo, que así hacían milagro pareciéndoles que lo era andar los hombres por las calles a pedir, que decían: “¿qué más hay en España, sino esto?” Porque de esto se empezó, como he dicho, a sentir necesidad, que antes que se quitase el servicio personal todos tenían sus casas llenas de todo cuanto se cogía en la tierra, que era mucho, hasta frutas, miel blanca de abejas riquísima, que se da en aquellas partes la mejor del mundo, miel negra que llaman de magueyes que en sabor no le hace ventaja esa otra y aun hay gustos que dicen que es mejor que la de abejas; de ella hacen conservas y muchas cosas, y yo vi en este tiempo que era muy muchacho, en casa de mi padre y tíos, derramar los cántaros de la miel para echar la nueva que los indios traían de tributo, por que no se perdiese» (cap. 24; Silva Tena 1990: 155). V. también Mazzotti (2000: 147). 20.9.8 cenizas de Cartago. Las ruinas de Cartago, ciudad cuya destrucción por el ejército romano en 146 a. C. puso fin a la tercera guerra púnica, habían sido propuestas por Garcilaso como imagen de la decadencia de lo pasajero en el célebre soneto A Boscán desde La Goleta («aquí donde el romano encendimiento, / donde el fuego y la llama licenciosa / sólo el nombre dejaron a Cartago, / vuelve y revuelve amor mi pensamiento, / hiere y enciende el alma temerosa, / y en llanto y en ceniza me deshago», 33.9-14; Morros 1995: 57), así como por Cetina en el soneto «Excelso monte do el romano estrago» (Ponce Cárdenas 2014: 461), que mereció el elogio de Fernando de Herrera (Pepe y Reyes 2001: 473-474); v. Alatorre (2001: XXVIII-XXIX). 20.10.8 que te condena ya el preciso hado. La juntura «preciso hado» es empleada por Ercilla con sentido similar en dos ocasiones («mirad que os llama ya el preciso hado / a dura sujeción y trances fuertes»; «pues ya el preciso hado y dura suerte / me amenazan con áspera caída», Ar. 8.40.6-7, 13.55.1-2). 20.11.5-8 de ti nos echa como a cuerpos muertos / que cual Jonás causamos la tormenta, / que, si ha de haber bonanza con hacello, / no quede de nosotros ni un cabello. El profeta Jonás se había embarcado con rumbo a Tarsis para huir de la llamada de Dios, que le había ordenado predicar en la ciudad asiria de Nínive; y, al desencadenarse una tempestad sobre el barco en que viajaba, entendió que aquello ocurría por causa de su desobediencia e incitó a los marineros a que lo arrojaran al mar, hecho lo cual cesó el mal tiempo (Jon. 1.1-16).
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20.13.1-2 Madrastra nos has sido rigurosa, / y dulce madre pía a los estraños. No fue la Nueva España, sino la isla Española, la primera tierra de las Indias motejada de «madrastra» por los desencantados, a juzgar por el testimonio de Gonzalo Fernández de Oviedo: «En conclusión que todas las cosas que he dicho que se trujeron de España, aquellas se dejan de hacer e multiplicar de que los hombres se descuidan e no curan, porque el tiempo que las han de esperar le quieren ocupar en otras granjerías gruesas e de más provecho e para enriquecer más pronto [...]. E por tanto ningunos o muy raros son los que quieren ocuparse en sembrar pan o poner viñas, porque los más que por acá andan tienen esta tierra por madrastra, aunque a muchos hales ido muy mejor que en su propria madre» (lib. 3 cap. 11; Pérez de Tudela 1959: I 80). Haciendo a Nueva España «madrastra» de los suyos y «dulce madre pía a los estraños» mediante una doble antítesis, Terrazas encuadra el mote en el tópico satírico del mundo al revés, que utilizó Cetina en los versos contra Sevilla que hemos traído a colación en n. a 20.8.6 (FVP 297.37-39, 73-75) y —en conexión con el tópico de la decadencia de las edades, empleado arriba por Terrazas (20.9.5)— Juan de la Cueva en una epístola moral a Diego Girón (Tenorio 2010: I 172-173); se encuentra, asimismo, en dos sonetos anónimos acerca de México —«Minas sin plata, sin verdad mineros» y «Niños soldados, mozos capitanes»— recogidos por Dorantes (D 273v, 275v-276r; Ágreda y Sánchez 1902: 114-116), en cuya «esclamación» resuenan claramente los ecos del presente pasaje de NMC: «¡Oh Indias! Madre de estraños, abrigo de forajidos y delincuentes, patria común a los innaturales, dulce beso y de paz a los recién venidos [...]. ¡Oh Indias! Madrastra de vuestros hijos y destierro de vuestros naturales, azote de los propios, cuchillo de los vuestros!» (D 271v-272r; Ágreda y Sánchez 1902: 113-114). De los descendientes de los conquistadores dirá Saavedra Guzmán que «son los bastardos hijos aburridos, / de la mala madrastra castigados» (PI 15.11.1-2). Y la metáfora de la madre desnaturalizada reaparece, como ha notado Terukina Yamauchi (2017: 126, 218), en Arias de Villalobos, que la refiere a la Ciudad de México: «haber que se ganó ciento y dos años, / y hoy ser Babel y emporio de naciones, / tan madre natural de los extraños, / que echa a los que parió, por los rincones» (Merc. 188.1-4). El apóstrofe execratorio del poeta a la tierra que lo ha tratado mal se halla, por lo demás, en la literatura satírica —con un «oh tierra de confusión, / fuego del cielo te abrase» increpa Mateo Rosas de Oquendo al Perú en el v. 2058 de su Sátira (Lasarte 1990: 51)—. 20.14.1-2 de mil y trescientos españoles / que al cerco de tus muros se hallaron. «El número de los conquistadores cosa sabida es que, en los que vinieron con Cortés, Pánfilo de Narváez y Francisco de Garay y Camargo, Jerónimo Ruiz de la Mota, Miguel Díaz de Auz y Julián de Alderete, que vino por tesorero por hebrero del año de 21, y otros, fueron 1326 con los primeros que trajo Cortés, que fueron 550 hombres» (D 45v-46r; Ágreda y Sánchez 1902: 13).
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20.14.8 no quedan hoy trescientos descendientes. Bastantes más eran a principios del xvii, según el testimonio de Dorantes: «Las casas y familias que he podido descubrir, que en este año de 1604 hay de gente capaz para oficios y provisiones de Su Majestad, son 196 de conquistadores, en que hay 109 hijos, y yernos 65, y nietos 479, y de bisnietos 85, que todos son 934 personas. Y a mi me maravilla mucho, que de 1326 conquistadores, pocos mas o menos, que fueron el tronco y principio de estas generaciones y familias, no haya mas número; y debiéronse de deshacer, como ya he dicho, desamparando lo ganado y yéndose a España y a otras provincias, sin los que murieron, y otros se desaparecieron por agravios que algunos de los que por aquellos tiempos gobernaron les hacían» (D 478r-478v; Ágreda y Sánchez 1902: 234). 20.15.1-2 Los más por despoblados escondidos / tan pobrísimos, solos y apurados. «O como los que en pueblos no sabidos / andan acá y allá descarrïados» (PI 15.11.5-6). También Villagrá se ocupará de recordarle al rey «los otros pobres, / hijos perdidos, nietos y biznietos / de aquellos esforzados que os sirvieron / y aqueste Nuevo Mundo conquistaron» (HNM 20.222-225). 20.15.5-6 cual pequeñuelos pollos esparcidos / diezmados del milano y acosados. Esta comparación, que aparece con un tono proverbial en fray Antonio de Guevara («muy mal se pueden fiar los pollos del milano», Reloj, lib. 3, cap. 70; Blanco 1994: 1051) y en González de Eslava («como pollos del milano», 11.579; Arróniz Báez y López Mena 1998: 477), es recurrente en la interpretación de ciertos pasajes bíblicos, ya sea el evangélico de la gallina que reúne a sus pollos como Dios quiso reunir a sus fieles («volui congregare filios tuos, quemadmodum gallina congregat pullos suos sub alas», Mt. 23.37), que fray Luis de Granada (Mora 1848-1849: II 582) comenta añadiendo la referencia a la rapacidad del milano, ya un versículo de Zacarías («et habebant alas quasi alas milvi», 5.9), que fray Pedro de Valderrama (1603: 141v) interpreta del siguiente modo: «por haber tenido alas de milano, esto es, por haber sido robador y avaro, desangrando pobres como suele el milano los pollos». No parece, por lo demás, ajeno a este pasaje de Terrazas otro semejante de Villagrá, a pesar de que este lo ubica en diferente contexto —la inminente derrota de los indios de Ácoma— y convierte a los milanos en víctimas: «cuales milanos tristes, sin respeto, han de ser despreciados y arrastrados» (HNM 26.187-188). 20.16.3 pereciendo. Hemos aceptado, al igual que Castro Leal (1941: 88), esta corrección de García Icazbalceta (1884: 405) porque el «padeciendo» que se lee en D (56r) procede seguramente de un error de copia —análogo el cometido en 14.28.8— por repetición del «padeciendo» con que finaliza el v. 20.16.1. 20.16.4 pues sus padres tan mal lo previnieron. La imprevisión de la generación de los conquistadores será denunciada asimismo por Arias de Villalobos: «Tarde
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llegaron los conquistadores / a aprender de la abeja y la hormiga, / pues la prosperidad se les fue en flores, / y aquel que guarda halla y no mendiga. / De encomendados hay comendadores, / que éstos guardaron bien granos de espiga; / mas los que a sus veranos dieron rienda, / vino el invierno y fuese la encomienda» (Merc. 189). 20.16.7-8 que fue la causa de este mal notable / serles Cortés tan poco favorable. No otro es el parecer de Bernal Díaz: «Me preguntó un doctor oidor de la audiencia real de Guatimala que cómo Cortés, cuando escribió a Su Majestad y fue la primera vez a Castilla, por qué no procuró por nosotros, pues por nuestra causa, después de Dios, fue marqués y gobernador. A esto respondí entonces, y ahora lo digo, que, como tomó para sí al principio, cuando Su Majestad le hizo merced de la gobernación, todo lo mejor de la Nueva España, creyendo que siempre fuera señor absoluto y que por su mano nos diera indios o quitara, y a esta causa se presumió que no lo hizo ni quiso escribir, y también porque en aquel tiempo le dio Su Majestad el marquesado que tiene, y, como le importunaba que le volviesen la gobernación de la Nueva España como antes la había tenido y le respondió que ya le había dado el marquesado, no curó de demandar cosa ninguna que bien nos hiciese, sino solamente para él» (cap. 210; Serés 2011: 1058). 20.17.5 estados permanentes. El marquesado del Valle de Oaxaca, instituido como señorío jurisdiccional hereditario en favor de Cortés y sus descendientes por real cédula de 6 de julio de 1529, en el que se englobaban las veintidós villas y veintitrés mil vasallos concedidos al de Medellín por otra real cédula de la misma fecha (DC 157, 158). 20.20.1 el sacro monarca que reinaba. Carlos V, rey de España y titular del Sacro Imperio Romano Germánico. 20.20.3 dijo que cuanto hicistes aprobaba. Es este el único caso de sinalefa ante una «h» inicial procedente de «f» latina, aspirada por lo demás en toda la obra conservada de Terrazas. 20.20.4 y en esto os daba a vos su real oficio. Entiende Himmerich y Valencia (1991: 12) que Cortés fue autorizado a asignar encomiendas en octubre de 1523, pero lo hace con base en un paso de la cuarta carta de relación (Delgado Gómez 1993: 522-523) que no prueba tal cosa, y sin que Carlos V se haya pronunciado explícitamente al respecto en las cédulas por las que confirió después al de Medellín la gobernación de la Nueva España y la dignidad de adelantado (DC 25, 45). Lo cierto es que Cortés, que solicitó a la Corona la perpetuidad de los repartimientos de indios ya en julio de 1519, estableció de hecho el régimen de encomiendas a pesar de las instrucciones expresas del rey en sentido contrario (DC 4, 30, 34, 36; Martínez 1990-1992: I 79-80, 267, 281, 289), y que, aun cuando posteriormente la
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Corona optó por permitirlo, las ulteriores provisiones favorables al repartimiento tuvieron como destinatarios al juez de residencia Luis Ponce de León, a la Audiencia de México y al virrey Mendoza, no al marqués del Valle; v. Zavala (1973: 4849, 53-55, 90-91). Ello no fue, sin embargo óbice para que la especie de que este había sido facultado para hacer el repartimiento se difundiera entre los interesados, quizás por haber estos entendido mal el ítem de las ordenanzas de 20 de marzo de 1524 en el que se afirmaba lo siguiente: «Yo, en nombre de Su Majestad, digo e prometo que a las personas que esta intención tuvieren e quisieren permanecer en estas partes no les serán quitados los indios que por mí en nombre de Sus Majestades tuvieren señalados para en todos los días de su vida [...]; e que, teniendo en estas partes legítimo heredero e sucesor, sucederá en los dichos indios e los ternán para siempre de juro e de heredad como cosa suya propia, y prometo de lo enviar a suplicar a mi costa a Su Majestad, que así lo conceda e haya por bien, y solicitallo» (DC 34; Martínez 1990-1992: I 281). Pruebas de la propagación de esta convicción se encuentran en el aserto de Bernal Díaz al respecto («después alcanzamos a saber mandó Su Majestad que de lo que tenía sobrado diese a los que con él pasamos», cap. 210; Serés 2011: 1059) y en el que hace Dorantes al introducir el presente fragmento («la majestad del emperador Carlos V lo quería y mandaba con facultad de perpetuar la tierra», D 53r; Ágreda y Sánchez 1902: 18). Constituye, por lo demás, un ejemplo notable de las fantasías que circularon acerca de este asunto el hecho de que Baltasar de Obregón pretendiera que Cortés, durante su primer viaje a España —que él fecha en 1522, cuando en realidad tuvo lugar en 1528— había obtenido, junto con el título de marqués del Valle y el nombramiento de capitán general «merced [...] de la dozava parte de todo lo que descubriese, conquistase e ganase, con facultad de poder encomendar pueblos en todas partes» (cap. 2; Cuevas 1924: 12); la «merced de la dozava parte» se le hizo, sí, en su capitulación con la emperatriz Isabel para el descubrimiento de la mar del Sur, de 27 de octubre de 1529 (DC 165; Martínez 1990-1992: III 78), pero ni en el citado documento ni en las cédulas de otorgamiento del marquesado y de la capitanía general de 6 de julio de aquel mismo año (DC 158, 159) se le concede expresamente la facultad de encomendar. 20.21.3-4 cuando en Cuba al partir les ofrecistes / por premio a cada cual un reino entero. «Y aquí yo vos propongo grandes premios, mas envueltos en grandes trabajos [...]. Y, si no me dejáis, como no dejaré yo a vosotros ni a la ocasión, yo os haré en muy breve espacio de tiempo los más ricos hombres de cuantos jamás acá pasaron» (Gómara, Conquista, cap. 9; Miralles Ostos 1988: 19). 20.22.5 ya que solo encomendados. Tras la prohibición de las prestaciones personales en 1549 (Puga 1878-1879: II 14-18), el régimen de encomiendas consistía en la época en que escribe Terrazas en la cesión al encomendero del tributo que los indios a él encomendados debían al rey, de acuerdo con la solución propuesta por Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de la segunda Audiencia de México,
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adoptada por las Leyes Nuevas de 1542 y por las ordenanzas dictadas por Felipe II en 1573 (Zavala 1973: 81-97, 139-140). Esta realidad quedaba ya muy lejos del viejo sueño de los conquistadores, que habían pretendido que se les dieran los indios por vasallos con jurisdicción civil y criminal sobre ellos y posibilidad de transmitirlos perpetuamente a sus descendientes por vía de mayorazgo, al igual que ocurría con los estados de los títulos de Castilla y con el marquesado del Valle (Zavala 1973: 50). Todavía en 1566 los conjurados en torno a los hermanos Ávila «hacían ya [...] títulos en los pueblos de duques y condes» (Juan Suárez de Peralta, cap. 30; Silva Tena 1990: 179), y este fue uno de los cargos que se les imputaron en el proceso por rebelión (Orozco y Berra 1853: 15, 197). 20.22.6 las encomiendas que perpetuas fueran. La transmisión de las encomiendas por vía hereditaria sin límite de generaciones se había convertido en la principal reivindicación de las familias de los conquistadores desde que, en 1542, las Leyes Nuevas habían derogado la cédula de 26 de mayo de 1536 (Encinas 2018: II 200-202) que autorizaba la sucesión por parte de los hijos legítimos o, en su defecto, las mujeres de los primeros titulares, estableciendo en cambio la inmediata incorporación a la Corona a la muerte del actual poseedor. Y ni la cédula de 20 de octubre de 1545 que revocaba a este respecto las Leyes Nuevas (Puga 18781879: I 472-475) ni el hecho de que en 1555, a instancias del virrey don Luis de Velasco (Encinas 2018: II 210), se autorizara por disimulación la sucesión por una «tercera vida» —la de los nietos— pusieron coto a la creciente inquietud provocada por este asunto, hasta el punto de que el rumor de que acababa de llegar de la península una cédula prohibiendo la sucesión en la tercera generación provocó la conjura de 1566 por la que fue procesado, entre otros —algunos tan notables como los hermanos Alonso y Gil González de Ávila y el mismísimo don Martín Cortés, segundo marqués del Valle—, Diego de Terrazas, hermano de nuestro poeta (AGI, Patronato, 217, R.1); v. Orozco y Berra (1853: 86, 88, 102, 234, 240, 321, 334), Zavala (1973: 40-168, 321-770), Himmerich y Valencia (1991: 9-17) y Jiménez Abollado (2007: 47-56; 2009b: 129-137). 20.23.2 por líneas transversales. Es decir, por matrimonio y no por herencia de padres a hijos, como en el caso de la encomienda de Alonso Dávalos, que, según cuenta Dorantes, «sucedió [...] por transversal en doña Mariana Infante Samaniego, mujer que fue de don Gonzalo Dávalos, hijo del dicho Alonso Dávalos, que no dejó hijos; y la dicha doña Mariana casó segunda vez con don Rodrigo de Villegas» (D 542r; Ágreda y Sánchez 1902: 270-271); de casos similares se ocupa Himmerich y Valencia (1991: 76-77). Acerca del descontento causado porque de esta manera pasaban las encomiendas a «extraños» que nada tenían que ver directamente con los antiguos merecimientos de los conquistadores —máxime porque la sucesión entre hermanos era, en cambio, rara vez tolerada—, así como de los fraudes que se producían en este tipo de transmisiones y de las medidas que se arbitraron para evitarlos, v. Zavala (1973: 60, 166, 640).
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20.24.3-4 que, aunque Argos me volviera, / no pudiera con mil ojos lloralla. Ha llevado a cabo aquí Terrazas una singular reescritura del tópico épico mediante el cual los poetas reconocían su propia incapacidad para cantar un asunto de extraordinarias dimensiones, aun cuando tuvieran diez lenguas (Homero, Ilíada 2.488-489) o cien (Aen. 6.425-427), influida quizás por un soneto de Gutierre de Cetina en el que se trae, como aquí, a colación a Argos o Argo, el monstruo de los cien ojos a quien, en las Metamorfosis de Ovidio (1.624-627), encarga Juno pastorear a la ninfa Ío transformada en vaca («si con cien ojos como el pastor Argo, / antes si con cien mil mirase atento / [...] / no basta a ver las partes que sin cuento / el cielo de beldad os hizo cargo», FVP 105.1-2, 7-8; Ponce Cárdenas 2014: 289). La referencia a los ojos de Argos era, por lo demás, bastante tópica, y González de Eslava la utiliza tanto en los coloquios (16.1320; Arróniz Báez y López Mena 1998: 672) como en las canciones (Frenk 1989: 181). 20.24.5-8 Porque paga tan justa y verdadera / debe Dios, como sabio, de guardalla, / viendo que temporal no es suficiente, / que vayan a gozalla eternamente. La idea de que a aquellos cuyos méritos no han sido justamente retribuidos durante la vida mortal los aguarda el premio dispuesto por Dios en la eterna —que Terrazas ha tocado a propósito de los conquistadores de México en otro lugar (7.1.5-8), y que impregna el epitafio de Cortés compuesto por su hijo don Martín («padre, cuya suerte impropiamente / aqueste bajo mundo poseía; / valor que nuestra edad enriquecía, / descansa agora en paz eternamente», Conquista cap. 251, Miralles Ostos 1988: 336)— constituye un tópico de la lírica encomiástica que se encuentra, p. ej., en un soneto dedicado por Cetina al duque de Alba («que si el triunfo del mundo es pobre y falto / si corresponde mal con tal sujeto ⁄ allá os le tiene el cielo aparejado», 12-14; Ponce Cárdenas 2014: 633)—. Y la misma esperanza se esgrime, casi en tono de amenaza, en la carta de Terrazas el viejo a Carlos V de 1 de junio de 1544: «Nuestros hijos le pedirán justicia si antes Vuestra Majestad no fuere servido hacerla a nosotros, y a ellos Jesucristo se la hará» (AGI, México, 95, 389r). No podía, pues, faltar este pensamiento en Saavedra Guzmán, según el cual los infortunados descendientes de los conquistadores penan «sin tener en la tierra más que al cielo, / de quien sólo esperando están consuelo» (PI 15.9.7-8).
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Apéndice I Fragmento atribuido a Arrázola 1 «Destrozados así como quedamos, por incógnitos mares nos metimos, y más de treinta días navegamos y en ellos muchas veces nos perdimos; y, cuando ya la tierra divisamos, la costa de Tabasco descubrimos, y, demarcando ser el paso cierto, por aguardarte allí tomamos puerto. 153
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2 »Y sucedionos, ya llegando a tierra, una cosa, señor, maravillosa, que, notándola bien, cierto que encierra grande merced del cielo milagrosa, y fue estar deshaciéndose una perra en la desierta playa, que era cosa de ver lo que le aflige un dolor fuerte que claro vimos ser de ausencia o muerte. 155
3 »Ladra, gime y arrástrase en el suelo, puesta una vez en pie y otra se echaba, otra con el aullido rompe el cielo, casi dando a entender que nos llamaba; tales estremos hace, tanto duelo en triste soledad manifestaba, que racional criatura no pudiera mostrar más vivo el mal que padeciera.
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I.1.2 incógnitos IM : incógnitas DAT. I.1.5 y cuando DAMT : cuando I. I.2.7 le DIAT : la M.
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4 »Visto que fuimos ya desembarcando, estremos de alegría está haciendo, tales que a todos anda visitando por toda la compaña discurriendo, los unos y los otros halagando con la cola o las manos o lamiendo; y, ya que de su bien se hubo segura, alegre se metió por la espesura. 5 »En la playa nosotros ya alojados, admirados del caso peregrino, de pura hambre todos desmayados, la lebrela, siguiendo su camino, en los aires nos trujo tres venados, de tres veces que fue corriendo y vino, tan grandes, tan hermosos y tan bellos, que todo el campo se hartó con ellos. 6 »Que están aquellos frescos bosques llenos de gran diversidad de montería, liebres, conejos muchos y muy buenos, de que tanta abundancia nos traía; que más de veinte fueron por lo menos los que juntaba al campo cada día, con que todos muy bien nos sustentamos, y aun cecina muchísima guardamos. 156
7 »Mira las pieles por la nao tendidas de que las gavias todas vienen llenas, que, aunque muchas echamos por perdidas,
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I.6.6 al DAT : el IM.
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casi no se parecen las entenas. Después de Dios por esto con las vidas escapamos de tanta hambre y penas; y este es, señor, el fin de mi suceso, y de mis desventuras el proceso». 8 «Mi Dios», dice Cortés, «cuán llano y cierto está el socorro en Ti de tus criaturas: los navegantes traes al dulce puerto y sustento en los yermos les procuras. Con pan a San Antón en el desierto buscaba el cuervo allá en las espesuras, y aquí a los tuyos, que en aprieto viste, con piadosa clemencia socorriste. 9 »Gracias, Señor, te doy humildemente por tantos beneficios recibidos, y dámela Tú a mí, Jesús clemente, para que mis deseos sean cumplidos, y aquella infinidad de cruda gente por mi mano a tu fe sean reducidos; y, pues tu causa es esta que procuro, de tu socorro voy cierto y seguro».
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I.9.1 señor te doy D (Señor, te doy AT) : te doy, Señor IM.
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Notas al apéndice I D 327v-329r. Excluido por Castro Leal (1941). García Icazbalceta (1884: 393-395); Ágreda y Sánchez (1902: 139141); Torre Villar (1987: 125-127). También Méndez Plancarte (1942: 36-39). Dorantes aduce el fragmento como ejemplo de los numerosos milagros que, en lo referente a los animales, se producen en las Indias (D 326v-327v; Ágreda y Sánchez 1902: 138-139): De manera que todas las cosas de las Indias son de milagro, así en su grandeza como en haber aparecido en el occidente, donde se ha dicho que había opinión que ni aun bestias habitaban. Esa es la sabiduría de Dios, que la de los hombres es nada en su comparación; todas fueron maravillas, y hasta los perros fueron maravillosos: aquel que llamaron Becerrillo de Blasco [sic] Nuñez de Balboa, y otro de este nombre de Hernando Cortés que trujeron en las conquistas de sus tiempos, y por sus grandes hechos ganaban a sus amos sueldo cada uno de ellos de arcabucero; pues aquella perra que apareció al capitán Francisco de Salceda cuando se apartó y perdió de la flota de Cortés, ¿qué diremos sino contarlo a Vuestra Excelencia como lo describe Arrázola, sacando alguna suma por la brevedad?
Este José de Arrázola —acerca de la acentuación llana o esdrújula de cuyo apellido dudaba Menéndez y Pelayo (1911: 40)— figura con su nombre de pila en el encabezamiento del soneto «Con cinco panes Dios la muchedumbre» —impreso por Pimentel (1892: 102) gracias a García Icazbalceta, que lo tomó de un «Memorial de hijos de conquistadores de Nueva España que vivían el año de 1590, en el primer gobierno de don Luis de Velasco, hecho por Luis de Tovar Godínez, secretario de la gobernación de este reino, año de 1622»— y en el manuscrito Spanish 56 (hoy Ms. Codex 193) de la Biblioteca de la Universidad de Pensilvania (181v, 187v), en el que se atribuyen a este autor una epístola en respuesta a fray Pedro de Ledesma, publicada por Lasarte (1997: 63-66), un Padrenuestro glosado, del que Lasarte (1997: 64 n. 33) se limitó a dar noticia, y la glosa «Esfuerza, esfuerza, pastor», dada a la imprenta por Tenorio (2010: 133-135). Méndez Plancarte (1942: 36-39) tomó de García Icazbalceta (1884: 361, 393-395) los dos textos del mal conocido poeta transmitidos por Dorantes: la octava para el túmulo de Francisco de Terrazas, que hemos reproducido en el apartado I de la introducción, y las que ahora nos ocupan. En el preámbulo a estas, Dorantes (D 327v) escribió «Arraçola» encima de una tachadura bajo la que se puede leer el nombre de «Terrazas»; y, por causa de esta corrección,
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que llevó a Castro Leal (1941) a excluirlas, las hemos relegado al presente apéndice, a pesar de que la posibilidad de que el verdadero autor haya sido Terrazas no debe, en nuestra opinión, descartarse del todo. Hay, en efecto, llamativas similitudes en el contenido y en el tono entre estas octavas y otras que sí son de nuestro poeta de acuerdo con el testimonio explícito de Dorantes, o que pueden razonablemente atribuírsele (v. nn. a I.8.1-4, I.8.56, I.9), así como indicios de que Saavedra Guzmán las imitó en su Peregrino indiano, al igual que hizo con tantas de las de Nuevo Mundo y conquista (v. nn. a I.3.7-8, I.4.1-2, I.4.5-6, I.5.5, I.6.3-4, I.6.7-8, I.7.1-8). La fuente cronística del pasaje es, por lo demás, la Conquista de México de López de Gómara (cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28), quien, siguiendo la Relación de Andrés de Tapia (García Icazbalceta 1866: 557) —con la salvedad de que esta ubica el episodio antes, y no después, de la pesca del tiburón— cuenta lo que les acaeció con una perra abandonada a los tripulantes de la nave que, por causa del temporal, no había podido llegar a Cozumel. V. Amor y Vázquez (1962: 403 n. 16), Dolle (2007: 770 n. 29) y Yera Sucías (2020: 599-600). I.1.2 incógnitos mares. El «incógnitas» de D fue corregido en «incógnitos» por García Icazbalceta (1884: 393) y, en pos de este, por Méndez Plancarte (1942: 37) con razón, puesto que el femenino chocaría con el «en ellos» del v. I.1.4. nos metimos. El interlocutor de Cortés debe de ser el «Salceda» indicado por Dorantes en la introducción a este fragmento y en nota marginal a la primera octava (D 327r, 327v; Ágreda y Sánchez 1902: 139) —es decir, el Francisco de Salceda que, según Gómara (Conquista, cap. 8; Miralles Ostos 1988: 17), capitaneó uno de los once navíos—. Ni Gómara (Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28) ni Tapia (García Icazbalceta 1866: 557) ni Cervantes de Salazar (lib., 2, cap. 23; Magallón 1914: 108) dan, en cambio, el nombre del capitán de la nave perdida en esta ocasión, quien, según Bernal Díaz (cap. 30; Serés 2011: 110), no fue Salceda, sino Escobar. El «Salcedo» o «Salzeda» o «Salzedo» que relata a Cortés el hallazgo de la lebrela en el Peregrino indiano (PI 3.21.5, 3.24.1, 3.25.7; Saavedra Guzmán 1599: 40v, 41r) no parece, pues, ajeno a este pasaje, ya sea su autor Arrázola o —como escribió Dorantes en un primer momento— Terrazas, imitado reiteradamente por Saavedra Guzmán. I.1.6 la costa de Tabasco. Según Gómara (Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28), la lebrela fue encontrada en «una gran cala que ahora llaman Puerto Escondido, en la cual se hacen algunas isletas», que es muy probablemente el mismo lugar que Bernal Díaz (cap. 30; Serés 2011: 110) llama «puerto de Términos» —es decir, la laguna de Términos, en el actual confín del estado de Campeche con el de Tabasco—.
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Ilustración 7. El apellido de Arrázola sobrescrito encima del de Terrazas (D 327v). Benson Latin American Collection, JGI 664 (University of Texas at Austin).
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I.2-3 La descripción de la angustia de la lebrela abandonada, que no procede de las crónicas, está evidentemente inspirada en el poema dedicado por Garcilaso al mismo tema (soneto 37; Morros 1995: 61): A la entrada de un valle, en un desierto do nadie atravesaba ni se vía, vi que con estrañeza un can hacía estremos de dolor con desconcierto; ahora suelta el llanto al cielo abierto, ora va rastreando por la vía; camina, vuelve, para, y todavía quedaba desmayado como muerto. Y fue que se apartó de su presencia su amo, y no le hallaba, y esto siente: mirad hasta do llega el mal de ausencia. Moviome a compasión ver su accidente; díjele, lastimado: «Ten paciencia, que yo alcanzo razón y estoy ausente». I.2.5 una perra. La duda acerca de qué expedición habían dejado abandonada la lebrela por aquellos parajes, expresada por Gómara («no supieron si la lebrela fue de Córdoba o de Grijalva», Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28), fue posteriormente resuelta en favor de la de Grijalva por Bernal Díaz (caps. 10 y 30; Serés 2011: 50, 110). I.2.7-8 un dolor fuerte / que claro vimos ser de ausencia o muerte. «Mirad hasta do llega el mal de ausencia» (Garcilaso, soneto 37.11; Morros 1995: 61). I.3.1-3 Ladra, gime y arrástrase en el suelo, / puesta una vez en pie y otra se echaba, / otra con el aullido rompe el cielo. «Ahora suelta el llanto al cielo abierto, / ora va rastreando por la vía» (Garcilaso, soneto 37.5-6; Morros 1995: 61). I.3.5-6 tales estremos hace, tanto duelo / en triste soledad manifestaba. «Vi que con estrañeza un can hacía / estremos de dolor con desconcierto» (Garcilaso, soneto 37.3-4; Morros 1995: 61). I.3.7-8 que racional criatura no pudiera / mostrar más vivo el mal que padeciera. «Que yo alcanzo razón y estoy ausente» (Garcilaso, soneto 37.14; Morros 1995: 61). La idea es trasladada por Saavedra Guzmán a las muestras de regocijo dadas por la perra al desembarcar los recién llegados: «haziendo lo que un hombre muy prudente / mostrara cuando está con alegría» (PI 3.28.3-4). I.4.1-2 Visto que fuimos ya desembarcando, / estremos de alegría está haciendo. «Y ya que en tierra algunos estuvimos / estremos grandes en la perra vimos» (PI 3.28.7-8).
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I.4.5-6 los unos y los otros halagando / con la cola o las manos o lamiendo. «Halagolos con la cola saltando de uno en otro con las manos» (Gómara, Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28). «A unos retozando les lamía, / la cola entre las piernas sacudiendo, / a otros de las manos les asía» (PI 3.29.1-3). I.4.7-8 y, ya que de su bien se hubo segura, / alegre se metió por la espesura. «Y luego fuese al monte que estaba cerca» (Gómara, Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28). I.5.5 en los aires nos trujo tres venados. «La lebrela volvió con un venado» (PI 3.31.7). I.6.3-4 liebres, conejos muchos y muy buenos, / de que tanta abundancia nos traía. «Volvió cargada de liebres y conejos» (Gómara, Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28). «Cantidad de conejos ha traído, / liebres de noche, esto en abundancia» (PI 3.32.1-2). I.6.7-8 con que todos muy bien nos sustentamos / y aun cecina muchísima guardamos. «No solamente se habían mantenido de carne fresca los días que allí habían estado, aunque era cuaresma, pero que se habían también bastecido de cecina de venados y conejos para largos días» (Gómara, Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28). «Que, habiendo asaz a todos mantenido, / fue muy grande socorro y de importancia. / [...] / [...] / De cecina hemos hecho una gran parte, / que habrá para mi gente y para darte» (PI 3.32.3-8). I.7.1-2 Mira las pieles por la nao tendidas / de que las gavias todas vienen llenas. «Preguntados de qué tenían por las jarcias tantos pellejos de liebres y conejos y de venados, dijeron cómo luego que allí llegaron vieran andar por la costa un perro ladrando y escarbando de cara al navío, y que el capitán y otros salieron en tierra y hallaron una lebrela de buen talle que se vino para ellos [...]. Y en memoria de aquello pegaban por la jarcia las pellejas de los conejos y liebres, y tendían al Sol los cueros de los ciervos para secarlos» (Gómara, Conquista, cap. 17; Miralles Ostos 1988: 28). «Las pieles de testigos han servido /del tiempo que aquí ha sido nuestra estancia» (PI 3.32.5-6). I.8.1 y ss. «Mi Dios», dice Cortés, «cuán llano y cierto...». Estos versos son cercanos, por su contenido, a los dedicados por Terrazas a la Providencia a propósito del hallazgo de Jerónimo de Aguilar (14.1-2, 15.1), y, por el tono piadoso y la invocación directa a Dios, a los que dan inicio al fr. 8 («mi Dios, al juicio humano qué apartadas...», 1.1 y ss.). I.8.5-6 Con pan á San Antón en el desierto / buscaba el cuervo allá en las espesuras. A propósito de San Pablo el Eremita se cuenta en la Leyenda áurea
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(Graesse 1801: 95) y en las sucesivas versiones hispanas del Flos sanctorum que de ella derivan (p. ej. Vega 1568: 23v) que, cuando este recibió la visita de San Antonio Abad, el cuervo que solía servir milagrosamente al primero trajo pan para ambos. De este mismo ejemplo hagiográfico, aplicado aquí a la situación en que se hallan los españoles de manera similar como lo está el ejemplo bíblico de Moisés en Terrazas (14.2.1-4, 15.1), se encuentra un uso satírico en el primer cuarteto de un soneto del Cartapacio de Mateo Rosas de Oquendo: «Tres años ha que espero al gran virrey / y trece que no como, ¡ay compasión! / ¿Cómo está, pues el cuervo a San Antón / le daba pan, y a San Isidro el buey?» (Reyes 1917: 361-362). I.9 Gracias, Señor, te doy humildemente / por tantos beneficios recibidos, / y dámela Tú á mí, Jesús clemente, / para que mis deseos sean cumplidos, / y aquella infinidad de cruda gente / por mi mano a tu fe sean reducidos, / y, pues tu causa es esta que procuro, / de tu socorro voy cierto y seguro. La idea de que la causa de Cortés es la causa de Dios, formulada con otras palabras en el 9.1.1-3 («agora al gran Cortés que va en tu nombre / —y solo en Ti el intento soberano— / encargas el remedio de tanto hombre»), se encuentra expresada de manera notablemente similar —aunque por boca del poeta y no del capitán— en una octava de Lobo Lasso: «A vos, dulce Jesús, en cruz muriendo / por la culpa primera y yerro humano, / cuyo abierto costado está vertiendo / rojo licor con flujo soberano, / a vos mi estilo débil encomiendo / y el movimiento de mi torpe mano, / haced mi proceder al mundo grato / pues es la causa vuestra de que trato» (CV 6.52). I.9.3 y dámela Tú a mí. Entiéndase la gracia de Dios («gracias» I.9.1).
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Apéndice II Fragmento acerca de Andrés de Tapia 1 ¿Quién de Tapia podrá pintar los hechos, una difícil prueba a ingenio humano, un brío y un esfuerzo soberano que atemoriza los soberbios pechos: los doce que en el reino mexicano prometieron vencer o ser deshechos, que sobrepuja el nombre al fiero Glauco y a los catorce del famoso Arauco? 2 ¿Dónde se vido un Serna y un Baena, un Sevilla, Banegas, Olmos, Nieto, que pusieron con Robles en aprieto al bando indiano con rigor y pena? ¿Dónde un Victoria, con Granado inquieto, Román López, y Aguilar que suena tanto en valor, con el osado Pardo que forman diestro un escuadrón gallardo? 158
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3 Paréceme locura y devaneo querer engrandecer tan alto nombre. Basta que al indio oprima, a España asombre, y que acorte los pasos al deseo, que donde sobra causa falta un hombre, si quiere hacer aquí soberbio empleo. Oh pluma, no te pierdas de arrogante, do no llega tu voz la fama cante. 160
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II.2.1 bido D (vido AI) : vio CT. II.2.2 banegas D : Vanegas IACT. II.3.1-2 DIAT : transp. C. II.3.8 do DIAC : donde T.
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Notas al apéndice II D 348r-348v. F 11 Castro Leal (1941: 50-51); García Icazbalceta (1884: 378-379); Ágreda y Sánchez (1902: 156); Torre Villar (1987: 140). Dorantes cita estas octavas al comenzar, por la «A» de Andrés de Tapia, su listado alfabético de los linajes de los conquistadores, tras una prolija introducción que transcribimos aquí in extenso porque es imprescindible para comprender de qué tratan los versos subsiguientes (D 344r-347v; Ágreda y Sánchez 1902: 154-155): Este fue un valeroso y venturoso capitán en las cosas de la guerra y prudente en las de paz; y, para el buen efecto de la conquista, entre otras cosas grandes que hizo fue una de su grande ánimo, jurando un concierto con otros doce, que fueron: Román López, su alférez Gonzalo de Robles Alonso de la Serna García de Aguilar Victoria Marcos Ruiz de Sevilla Cáceres Baena Francisco Olmos Julián Pardo Francisco Granado Banegas Los cuales todos, habiéndose encomendado a Dios y estando oyendo misa del Espíritu Santo, que habían hecho decir, teniendo el sacerdote el Santísimo Sacramento en las manos, hicieron pleito homenaje de abstenerse todo lo posible de pecar mortalmente, prometiendo de andar juntos para socorrer a españoles e indios amigos y librarlos de cualquier peligro, o morir sobre ello. Hiciéronse grandes efectos y libraron a muchos de la muerte, y, cuando alguno otro hacía algún buen hecho, decían generalmente que no hiciera mas si fuera de los conjurados, como si dijera «no hiciera mas si fuera de los de la fama». Y así es bien que se conozcan estos valientes guerreros que merecían ser eternizados como los doce de la fama, que este nombre y título de grandeza y tan loable también le adquirieron de la guerra, como también le pudieron conseguir los catorce españoles que cuenta don Alonso de Ercila y Zúñiga, en el cuarto canto de la primera parte de su Araucana, intimándolos en la alteza de su verso.
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Aunque allí un español disfigurado, que yo no digo aquí cuál de ellos era, dijo viendo tan poca gente al lado: «¡Oh, si nuestro escuadrón de ciento fuera!» Pero Gonzalo Hernández, animado, vuelto al cielo responde: «A Dios pluguiera fuéramos solos doce y dos faltaran, que doce de la fama nos llamaran» [Ar. 4.23]. Mas es muy indiferente [sic] el particular de los unos a los otros y la estimación en mayor grado, así por ser menos en el número, como porque en los otros hubo un temor, en alguno de ellos, de corazón lleno de sombra, de muerte, pues dijo: «¡Oh si nuestro escuadrón de ciento fuera!» Lo otro, ser los nuestros menos en el número y no hacer sus hechos acaso, sino con particular promesa y conjuración para morir o vencer, y buscando las ocasiones y peligros de cada día, que denotaba su grande ánimo y corazón y el alma sacrificada de voluntad. La obra hecha de entrañas y la penitencia ofrecida de gana y la caridad con deseos y efectos más alma tienen, más recompensa, más premio, más loable y grandiosa es su memoria. Y, aunque la hay muy grande de aquellos caballeros de Chile, es por diferente camino, pues fueron acaso, e iban seguros a buscar a Valdivia a la fuerza de Tucapel y hallaron una emboscada en el camino de valerosísimos indios, y, con los que trajo de refresco Lautaro, tuvieron bien que hacer en apretar las manos y corazón; donde, con morir en la batalla los siete de ellos cumplieron con su obligación, y los otros siete escapando por gran ventura y milagro todos salieron de la batalla como debían, y los nuestros mexicanos de las muchas que vencieron con grandísima gloria, y se deben celebrar por famosos. Sólo les ha faltado un Lucano que levante la grandeza de sus obras en la elegancia y conceptos del alma, en que viva su nombre en la generación de los hombres y los coloquen entre los dioses.
El fragmento poético hemos decidido imprimirlo aparte en el presente apéndice porque, aun cuando fuera de Terrazas, a quien Dorantes no lo atribuye expresamente, cuesta creer que haya podido pertenecer a Nuevo Mundo y conquista por causa de las rimas de las octavas, que se apartan del esquema de la octava real regular empleada tanto en esta obra como en la mayoría de los poemas épicos españoles del siglo xvi —en cuyo panorama constituiría una rareza una epopeya en la que se hubieran mezclado octavas regulares junto con otras en las que las rimas se hubieran ordenado de manera diversa (v. n. a II.3.1-2)—. Tratan, además, estas octavas un episodio que, por haber tenido lugar durante el asedio de México, excede con mucho el ámbito temporal que, según creemos, pudo haber abarcado el poema
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inconcluso de Terrazas. La historia a la que el fragmento hace referencia parece, en efecto, haber tenido origen en un hecho que relata Cervantes de Salazar (lib. 5, cap. 158; Magallón 1914: 692) —pero no Gómara (cap. 140; Miralles Ostos 1988: 199-200), ni tampoco Bernal Díaz (cap. 155; Serés 2011: 665)— a propósito de una expedición enviada por Cortés a Malinalco bajo las órdenes de Andrés de Tapia: Usó Andrés de Tapia en el discurso de la guerra de un muy avisado ardid y consejo para emprender mayores cosas que otro y salir con ellas, y fue que se juramentó con los mayores vínculos y firmezas que él pudo con veinte escogidos soldados de su compañía, los cuales contaré después, en esta manera: que juntos todos acometiesen y ninguno se apartase del lado del otro e que todos muriesen por uno e uno por todos, mirando de tal suerte los unos por los otros que a ninguno dejasen matar sin que todos los demás, con toda fidelidad, hasta librarle, se pusiesen al mismo riesgo, y así los de esta compañía entraban y salían con mucha victoria e acontescíales no solamente ayudarse a sí, pero a los de otras compañías.
El paso de los veinte hombres escogidos mencionados por Salazar a los doce que se habrían conjurado con Andrés de Tapia para constituir una especie de orden de caballería, según la versión de Dorantes, parece fruto de una imaginación poética influida por el canon medieval de los nueve de la fama —sumado a las leyendas acerca los doce pares de Francia y los caballeros de la Mesa Redonda—, así como por la réplica dada a este por Alonso de Ercilla con sus catorce de Arauco (v. n. a II.1.8). Hay, efectivamente, en la lista de los doce de Tapia —la de los veinte no la da en otro lugar Salazar, a pesar de haberlo anunciado— miembros acerca de los cuales ni siquiera Dorantes ha podido dar información alguna más allá de la muy escueta que le ha proporcionado el pasaje poético anónimo (v. nn. a II.2.1, II.2.2, II.2.3, II.2.5, II.2.6, II.2.7), al cual parece haber reconocido el carácter de fuente historiográfica como ha hecho con Terrazas (fr. 17) en el caso de los amores de Huítzel y Quétzal (D 500v; Ágreda y Sánchez 1902: 248) y con Saavedra Guzmán (PI 18.1-77) en el de los de Juan Cansino y la india Culhúa (428r-432v; Ágreda y Sánchez 1902: 202-204). V. Amor y Vázquez (1962: 400), Cebollero (2009) y Díez-Canedo Flores (2012: 425). II.1.1 Tapia. Andrés de Tapia, a quien se refiere Dorantes (D 344r; Ágreda y Sánchez 1902: 154) como a «maestre de campo y teniente general, vecino y conquistador de México», fue natural de Medellín, al igual que Cortés, a quien acompañó
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en la conquista de México, en la expedición a California (1535) y en sus dos viajes a España (1528 y 1540); desempeñó los cargos de alguacil mayor y regidor del cabildo de México, y fue autor de la Relación publicada por García Icazbalceta (1866: 554-594); v. Icaza (1923: I 4-5) y Himmerich y Valencia (1991: 257). II.1.5-6 los doce que en el reino mexicano / prometieron vencer o ser deshechos. Esta conjura de Andrés de Tapia con sus hombres tuvo lugar, según Cervantes de Salazar (lib. 5, cap. 158; Magallón 1914: 692), durante la expedición a Malinalco, pero fueron veinte y no doce. Habría, quizás, que relacionar este número con «los doce que al encuentro les salieron» a Jerónimo de Aguilar y a los indios que lo acompañaban, igualmente bajo el mando de Tapia, en 14.5.6 —pues el dato numérico no lo proporcionan ni Gómara ni Bernal Díaz al relatar el lance—. II.1.7 fiero Glauco. Es seguramente referencia al guerrero licio de este nombre, nieto de Belerofonte y aliado de los troyanos, que se encuentra con el griego Diomedes en un célebre pasaje de la Ilíada (6.119-232). II.1.8 los catorce del famoso Arauco. Son, como indica el propio Dorantes (D 345v-346r; Ágreda y Sánchez 1902: 155) citando a Ercilla («a Dios pluguiera, / fuéramos solos doce, y dos faltaran, / que doce de la fama nos llamaran», Ar. 4.23.6-8), los catorce españoles que, en la Araucana (4.1-76), luchan heroicamente contra los indios que los emboscan cuando van a reunirse con Pedro de Valdivia en el fuerte de Tucapel. II.2.1 Serna. Alonso de la Serna, según noticia del propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154), quien, al ocuparse de su descendencia, anota que «vino con Cortés» y que fue «vecino y conquistador de México, y uno de los conjurados» (D 359v; Ágreda y Sánchez 1902: 160); v. Himmerich y Valencia (1991: 243-244). Baena. Orozco y Berra (1902: 406) recoge el nombre de un Alonso Lores (sic) Baena entre los de quienes firmaron en 1520 la carta del ejército de Cortés al emperador publicada por García Icazbalceta (1858: 435). II.2.2 Sevilla. Marcos Ruiz de Sevilla, según noticia del propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154), que nada más dice de él; Orozco y Berra (1902: 377) lo alista entre los que pasaron a México con Cortés. Banegas. De este no proporciona Dorantes ni el nombre de pila; hubo un Cristóbal Vanegas entre quienes pasaron a México con Pánfilo de Narváez, según la lista de Orozco y Berra (1902: 391). Olmos. Francisco de Olmos, según noticia del propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154), que, al ocuparse de su descendencia, lo califica como «conquistador y uno de los conjurados» (D 390v; Ágreda y Sánchez 1902: 181); pasó a México con Narváez; v. Orozco y Berra (1902: 388), Icaza (1923: I 48-49) y Himmerich y Valencia (1991: 206-207). Nieto. No hay ningún «Nieto», sino un «Cáceres», en la lista de los doce de Andrés de Tapia que da Dorantes
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(D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154); hubo un Gómez Nieto y un Diego Nieto (Orozco y Berra 1902: 388, 408), así como un Pedro Nieto (Himmerich y Valencia 1991: 202) entre los que pasaron a México con Narváez, pero probablemente se trata del Diego Hernández Nieto que «pasó a esta Nueva España con el marqués del Valle, y se halló en la conquista y toma de esta ciudad de México y en las demás conquistas que antes de ellas se hicieron» (Icaza 1923: I 64). El arte de componer versos y aun estrofas enteras mediante enumeraciones de nombres propios es muy del gusto de Ercilla, que lo utiliza para hacer la relación de los catorce héroes: «Almagro, Cortés, Córdoba, Nereda, / Morán, Gonzalo Hernández, Maldonado, / Peñalosa, Vergara, Castañeda, / Diego García Herrero el arriscado, / Pero Niño, Escalona y otro queda / con el cual es el número acabado: / don Leonardo Manrique es el postrero, / igual en el valor siempre al primero» (Ar. 4.8). II.2.3 Robles. Gonzalo de Robles, según noticia del propio Dorantes (D 344r; Ágreda y Sánchez 1902: 154), que, al ocuparse de su descendencia, lo califica como «conquistador, vecino de Guajaca y uno de los conjurados» (D 422r; Ágreda y Sánchez 1902: 198); pasó a México con Narváez (Orozco y Berra 1902: 410) y figura entre los firmantes de la carta del ejército de Cortés al emperador de 1520 (García Icazbalceta 1858: 435); v. Icaza (1923: I 36-37) y Himmerich y Valencia (1991: 222). II.2.5 Victoria. Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154) no da el nombre de pila; Orozco y Berra (1902: 392) incluye a un Alonso de Victoria y a un Cristóbal de Victoria en la lista de los que pasaron a México con Narváez. Granado. Francisco Granado, según noticia del propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154); Orozco y Berra (1902: 368) lo alista entre los que pasaron a México con Cortés, y debe de ser el mismo que como «Francisco Granados», que «dejó muchos hijos e hijas, mestizos, pobres» es mencionado en el «Memorial de los conquistadores de esta Nueva España» de 1604 publicado por Ágreda y Sánchez (1902: 442). II.2.6 Román López, y Aguilar que suena. Verso hipométrico e irregurar en la distribución de los acentos. Román López. Alférez de Andrés de Tapia según el propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154), que reitera esta información al ocuparse de su descendencia: «vino con Cortés y fue uno de los conjurados y alférez del capitán Andrés de Tapia» (D 469r; Ágreda y Sánchez 1902: 228); Orozco y Berra (1902: 370, 371) incluye en la lista de los que pasaron a México con Cortés a dos «López Román» que parecen ser uno y el mismo, anotando acerca del primero «perdió un ojo y murió en Oaxaca» y acerca del segundo «alférez de Andrés de Tapia; pobló en Oaxaca»; v. Himmerich y Valencia (1991: 185). Aguilar. García de Aguilar según noticia del propio Dorantes (D 344r; Ágreda y Sánchez 1902: 154), que, al ocuparse de su descendencia, lo califica como «vecino de la ciudad de los Ángeles, y uno de los conjurados» (D 424r; Ágreda y Sánchez
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1902: 200); figura entre los firmantes de la carta del ejército de Cortés al emperador de 1520 (García Icazbalceta 1858: 433) y en el «Memorial de los conquistadores de esta Nueva España» de 1604 (Ágreda y Sánchez 1902: 445); participó en la expedición de Grijalva y después en la de Narváez; v. Icaza (1923: I 49-50) y Himmerich y Valencia (1991: 114). II.2.7 Pardo. Julián Pardo según el propio Dorantes (D 344v; Ágreda y Sánchez 1902: 154); pasó a México con Narváez (Icaza 1923: I 60-61). II.3.1-2 Paréceme locura y devaneo / querer engrandecer tan alto nombre. En Castro Leal (1941: 50) estos dos versos han sido objeto de una transposición recíproca provocada seguramente por una tendencia inconsciente del editor a regularizar las rimas de las octavas de este fragmento, que presentan el esquema abbabacc en lugar del esquema abababcc habitual en la mayoría de los poemas épicos españoles del xvi. A modo de cuarteto riman igualmente los primeros cuatro versos de unas octavas que se reproducen en el Túmulo imperial (abbaacca; abbaacac) (O’Gorman 1963: 202) y las que componen el Arauco domado de Pedro de Oña (abbaabcc).
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Apéndice III Fragmento de Salvador de Cuenca 1 Altísimo saber sumo y sagrado, cuán grandes son tus trazas y rodeos, que llevas al seguro apostolado de aquel incierto cambio a San Mateo, y al tartamudo sacas del ganado para lengua y caudillo al pueblo hebreo, y de Cuba, isleta pobre y chica, quien tu supremo reino multiplica. 162
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III.1.1 sumo y sagrado DACT : sumo, sagrado I. III.1.3 seguro CT : siguro DIA.
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Notas al apéndice III D 46v. García Icazbalceta (1884: 393); Ágreda y Sánchez (1902: 13); Castro Leal (1941: 106); Torre Villar (1987: 24-25). Dorantes antepone esta octava a aquella de Terrazas dedicada a consignar el número de hombres y pertrechos que llevaba Cortés cuando salió de Cuba (frag. 6), atribuyendo cuidadosamente a sus respectivos autores la una y la otra mediante sendas notas marginales (D 46r-46v; Ágreda y Sánchez 1902: 13). La de Salvador de Cuenca, única obra conocida de este «poeta probablemente mexicano, de quien no se sabe nada» (Castro Leal 1941: 106), la imprimió Pimentel (1892: 102-103) tras haberla tomado de García Icazbalceta (1884: 393), que la había ubicado inmediatamente después de otra de Terrazas (fr. 15) en la que se plantea, como en esta, el paralelismo entre Cortés y Moisés. Pensó, además, García Icazbalceta (1884: 364) que el autor «era probablemente hijo» del Simón de Cuenca que fue, como Francisco de Terrazas padre, «mayordomo» de Cortés, según noticia Bernal Díaz (cap. 205; Serés 2011: 1018). Las ideas aquí expresadas acerca de los intrincados caminos y «rodeos» de Dios (III.1.2) y del papel desempeñado en estos por Cortés como instrumento para la difusión del evangelio, ilustrada esta mediante la comparación del conquistador con Moisés (III.1.58), son evidentemente semejantes a las que se encuentran en Terrazas (frs. 8, 9, 14.2, 15.1.1-6) y en fray Jerónimo de Mendieta (Historia eclesiástica indiana, lib. 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 305-308). III.1.3-4 que llevas al seguro apostolado / de aquel incierto cambio a San Mateo. Sabido es que la vocación de San Mateo, el futuro evangelista, se produjo cuando lo llamó Cristo al pasar ante la mesa a la que se sentaba aquel como recaudador de impuestos: «Et, cum transiret inde Iesus, vidit hominem sedentem in telonio, Matthaeum nomine. Et ait illi: Sequere me. Et surgens, secutus est eum» (Mt. 9.9). III.1.5-6 y al tartamudo sacas del ganado / para lengua y caudillo al pueblo hebreo. La referencia a la falta de facundia aducida por Moisés ante Dios en el libro del Éxodo (4.10-16) es la misma que la empleada por Terrazas en 14.2.5-7 y 15.1.1-6, incluida la denominación de «caudillo» (15.1.1) procedente, como la comparación entera, de fray Jerónimo de Mendieta (Historia eclesiástica indiana, lib 3, cap. 1; García Icazbalceta y Rubial García 1997: I 306); pero la aplicación al caso de Cortés es diversa: mientras que Terrazas, siguiendo a Mendieta, distribuye los papeles de caudillo y lengua —Moisés y su hermano Aarón— entre Cortés y Jerónimo de Aguilar, Cuenca hace que ambos confluyan en el capitán extremeño.
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Índice onomástico Aarón (Arom) 43, 71, 159, 190, 191, 268 Aguilar, García de 16, 259, 260, 264 Aguilar, Jerónimo de 33, 37, 38, 40, 42, 43, 61, 63, 150, 154, 157, 159, 162, 171-175, 177-184, 187, 190, 191, 212, 256, 263, 268 Agustín de Hipona, santo 83 Alaminos, Antonio de 90, 96 Alcínoo 212 Alderete, Julián de 114, 243 Aldana, Francisco de 111 Alighieri, Dante 80 Alva Ixtlilxóchitl, Fernando de 241 Alvarado, Pedro de 101, 105, 106, 134, 174, 202 Angleria, Pedro Mártir de 94, 181 Anticristo (Antecristo) 161, 177 Antonio Abad, santo 257 Aqueménides 38, 40, 172, 179, 181 Aquincuz 46, 168, 184 Ariosto, Ludovico 9, 32, 39, 40, 78, 81, 96, 134, 175, 198, 226, 238 Arrázola, José de 17, 18, 25, 29, 30, 61, 64, 171, 249, 252-254 Ávalos, Alfonso de 81 Ávila, Alonso de 51, 247 Ávila, Francisco de 16 Ávila, Hernando de 16 Baena 259, 260, 263 Baeza, Rodrigo de 15, 47, 49, 60 Balbuena, Bernardo de 7, 20, 21, 86, 179, 184 Banegas 259, 260, 263 Bamba, rey de España 71, 99, 104 Betancourt, Luis Ángel 65 Betanzos, Domingo de 190 Boscán, Juan 93, 152, 242 Bustamante, Blas de 38 Cabalacán 62, 212, 216 Cacama (Cacamatcin) 79 Calachuní 38, 46, 143, 145, 149-151, 156, 157 Calzada, Bernardino de 90, 96 Camões, Luis de 218 Canetabo 154, 163, 165, 168, 177, 180, 181, 182, 184, 187
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Cano, Juan 25 Cano de Saavedra, Juan 25 Cansino, Juan 35, 262 Carlos V, emperador 7, 50, 53, 59, 80, 116, 172, 227, 237-241, 245, 246, 248 Carrillo, Gaspar 15 Castellanos, Juan de 112 Castillo Solórzano, Alonso de 218 Castro, Ana de (madre del poeta) 13, 15 Castro, Ana de (pariente del poeta) 15, 52 Castro, Agustín 65 Castro Terrazas, Luis de 14 Caupolicán (Caupolicano) 153 Cervantes, Miguel de 18, 20, 22, 135, 217 Cervantes de Salazar, Francisco 35, 79, 95, 114, 115, 150, 151, 153, 154, 171, 172, 175, 202, 216, 2018, 223, 253, 262, 263 Cetina, Gutierre de 22, 43, 44, 78, 82, 87, 217, 241, 242, 243, 248 Ceynos, Francisco 93 Cicerón, Marco Tulio 36, 112, 140, 141 Colocolo 150 Colón, Cristóbal 35, 77 Colón, Diego 93, 95, 179, 181 Cómodo, Lucio Aurelio, emperador 104 Cortés, Fernando 64, 79, 93, 123, 132 Cortés, Hernán 8, 13, 14, 17-19, 25, 28-30, 32-41, 43, 44, 48, 49, 51, 53-58, 61-65, 77, 78, 80-86, 92, 94-96, 99-101, 103105, 109, 111, 112, 116, 118, 122, 123, 125, 126, 129, 132-135, 139, 143, 147, 149-153, 156, 157, 159, 162, 171-174, 177, 178, 181, 190, 191, 197, 212, 216, 221, 222, 226, 229, 233, 234, 237, 238, 245, 246, 248, 251, 253, 256, 257, 262265, 268 Cortés, Martín 48, 49, 64, 247 Cortés Ossorio, Juan 150 Cuauhtémoc (Guatémuz, Guauctemucin) 29, 30, 139 Cuenca, Salvador de 29-31, 61, 114, 174, 237, 267 Cuenca, Simón de 61 Cueva, Juan de la 22, 23, 43, 213, 217, 243
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Cuitláhuac (Cuetaocin) 79 Culhúa 35, 262 Cuñada, Cristóbal de 14 Dávalos, Alonso 247 Dávalos y Figueroa, Diego 24, 135 Díaz de Vivar, Rodrigo (Cid) 174 Díaz del Castillo, Bernal 14, 17, 51, 134, 135, 238 Dido 38, 172, 178, 184, 186, 212, 214, 216 Diomedes 263 Dorantes, Andrés 11, 67 Dorantes de Carranza, Baltasar 7, 11, 22, 25, 66, 69, 73 Eneas 38, 39, 152, 172, 178, 181, 184, 186, 212, 213, 215, 215 Enríquez de Almansa, Martín 17, 54 Ercilla y Zúñiga, Alonso de 9, 29, 32, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 41, 43, 44, 45, 46, 47, 53, 54, 55, 56, 64, 78, 81, 82, 83, 87, 94, 96, 103, 104, 107, 124, 133, 134, 136, 140, 174, 175, 184, 217, 226, 238, 242, 262, 263, 264 Escalante, Juan de 115 Escobar 115, 118, 212, 216, 253 Espinosa, Nicolás 10, 40, 83, 104, 107, 134, 135 Estacio, Publio Papinio 215 Este, Hipólito de 81, 175 Felipe II, rey de España 19, 25, 26, 34, 54, 59, 60, 65, 68, 81, 82, 93, 140, 175, 239, 247 Felipe III, rey de España 62, 81, 175 Fernández de Córdoba, Gonzalo (Gran Capitán) 135 Fernández de Oviedo, Gonzalo 36, 39, 93, 105, 123, 151, 181, 243 Filóstrato 36, 141 Galba, Servio Sulpicio, emperador 99, 104 Galbarino 56, 218 Garay, Francisco de 114, 243 García de Paredes, Diego 135 Garibay, Esteban de 27 Glauco 259, 263 Glaura 38, 40, 213, 217 Góngora, Bartolomé de 65 Góngora, Luis de 52 González, Juan (canónigo) 26 González, Juan (capellán) 26 González de Ávila, Gil 51, 247
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González de Eslava, Fernán 26, 43, 44, 78, 79, 135, 241, 244, 248 González Torres de Navarra, José 65 Granada, Luis de 94, 244 Granado, Francisco 259, 260, 264 Grijalva, Juan de 29, 32, 96, 99-101, 103, 105-107, 109, 111, 255, 265 Guevara, Antonio de 36, 56, 58, 140, 141, 218, 241, 244 Guevara, Diego de 14 Heliodoro de Émesa 36, 38, 42, 212, 214, 215, 216 Hernández de Córdoba, Francisco 29, 32, 38, 40, 56, 89, 92, 95-97, 105, 111, 135, 212, 219 Hernández de Velasco, Gregorio 37 Herrera, Antonio de 27 Herrera, Fernando de 43, 116, 242 Homero 58, 59, 80, 112, 118, 134, 149, 150, 181, 215, 248 Huítzel 29, 33, 34, 38, 40, 42, 46, 56, 62, 66, 96, 97, 203, 208, 211, 213, 214, 216, 217, 262 Hurtado de Mendoza, Diego 80 Illescas, Gonzalo de 36, 58, 227 Isabel, emperatriz 49, 246 Jaramillo, Juan 13 Jerjes 113, 116, 131, 135 Jonás, profeta 43, 242 Josué 147 Julián de Toledo, santo 104 Julio Capitolino 36, 104 Julio César, Cayo 99, 103, 116, 135 Juvenal, Décimo Junio 81 La Rea, Alonso de la 80 Lares, Amador de 126 Las Casas, Bartolomé de 54, 57, 86, 93 Lautaro 261 Leonardo de Argensola, Lupercio 27, 60 Leto, Pomponio 181 Lille, Alain de 81 Lobo Lasso de la Vega, Gabriel 8, 9, 28, 34, 36, 37, 63, 122 López, Román 259, 264 López de Gómara, Francisco 28, 29, 32, 3436, 38, 40, 42, 48, 54, 56, 57, 79, 80, 82,
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ÍNDICE ONOMÁSTICO 92-97, 103, 105-107, 111, 112, 114-116, 118, 126, 132-134, 150-154, 156, 157, 171, 172, 174, 175, 177-184, 186, 187, 191, 197-200, 202, 216, 219, 222, 238, 246, 253, 255, 256, 262, 263 López de Obregón, Mari 15, 47 López Pinciano, Alonso 81 Lucano, Marco Aneo 37, 39, 80, 81, 94, 107, 116, 133, 136, 261 Macrobio 36, 112 Mal Lara, Juan de 104 Manrique, Jorge 241, 264 Marieni, Giovanni Battista 65 Marina 173, 182 Mateo, apóstol 267, 268 Mejía, Pedro 36, 38, 56, 104, 107, 123, 124, 212, 214, 217 Mendieta, Jerónimo de 35, 55, 58, 61, 173, 174, 191, 268 Mendoza, Elvira de 24 Mendoza, Antonio de 13, 48-51, 237, 240, 246 Mendoza, Francisco de (hijo del anterior) 237 Mendoza y Luna, Juan de 11 Mochocoboc 46, 105, 210, 219 Moctezuma (Moctenzuma) 25, 32, 77, 216, 222 Moctezuma, Isabel 25 Moisés (Moisén) 17, 23, 24, 33, 43, 55, 61, 71, 159, 171, 173, 174, 189-191, 257, 268 Montejo, Francisco de 13, 115 Morante, Cristóbal de 90, 96 Morla, Francisco de 37, 115, 116, 129-134 Moya de Contreras, Pedro 17, 21 Muñoz Camargo, Diego 19, 21, 25, 34, 79, 223 Nachamcán (Nachancán) 46, 169, 186 Narváez, Pánfilo de 13, 28, 30, 86, 114, 156, 157, 222, 243, 263-265 Nava, Alonso de la 19 Nicuesa, Diego de 179 Nieto 259, 263, 264 Núñez Cabeza de Vaca, Álvar 11 Núñez de Balboa, Vasco 179, 181 Obregón, Baltasar de (cronista) 47-49, 55, 57, 60, 140, 239, 246
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Obregón, Baltasar de (hijo del cronista) 60 Obregón, Baltasar de (padre del cronista) 15, 60 Obregón, Elvira de 15 Obregón, Inés de 15 Obregón, Luis de 15 Ochoa de Caicedo, Lope 90, 96 Olid, Cristóbal de 101, 106, 115 Olmos, Francisco de 259, 260, 263 Oña, Pedro de 21, 80, 265 Ordaz, Diego de 115 Orlando 40, 198 Osorio, Ana 15, 16, 47 Osorio, Bartolomé 15 Ovando, Juan de 17 Ovando, Leonor de 24 Ovidio Nasón, Publio 80, 186, 248 Pablo el Eremita, santo 256 Pasamonte, Miguel de 93 Paradinas, Pedro 65 Pardo, Julián 259, 260, 265 Pedro, apóstol 190 Pérez, Alonso 17, 25 Pérez Bocanegra, Alonso 18 Pérez de Zamora, Alonso 17 Pertinaz, Publio Helvio, emperador 99, 104 Petrarca, Francesco 24, 42, 153, 214, 216 Plutarco 24, 36, 43, 103, 104 Polifemo 164, 180, 181 Pompeyo Magno, Cneo 135 Quétzal 29, 34, 38, 40, 42, 46, 56, 62, 66, 97, 203-207, 210-214, 216, 262 Ramírez, Jerónimo 64 Ramírez de Fuenleal, Sebastián 50, 246 Remón, Alonso 134 Ricarchel 62, 216 Robles, Gonzalo de 259, 260, 264 Rosas de Oquendo, Mateo 20, 42, 243, 257 Ruiz de la Mota, Jerónimo 114, 243 Ruiz de Sevilla, Marcos 260, 263 Saavedra Guzmán, Antonio de 8, 10, 27, 28, 30, 34-38, 43, 48, 53, 54, 61, 63-65, 68, 118, 150, 152, 154, 172, 174, 175, 179, 180, 182, 183, 187, 198, 199, 212, 216, 222, 237, 240, 243, 248, 253, 255, 262 Sahagún, Bernardino de 174
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FRAGMENTOS DE NUEVO MUNDO Y CONQUISTA
Salazar, Eugenio de 24 Salceda, Francisco de 61, 115, 252, 253 Santa Clara, Bernardino de 16 Serna, Alonso de la 259, 260, 263 Silio Itálico, Tiberio Cacio Asconio 82 Suárez de Ávila, Juan 48 Suárez de Peralta, Juan 38, 44, 49-52, 54, 57, 59, 60, 79, 83, 93, 223, 242, 247 Suárez Marcaida, Catalina 48 Suetonio Tranquilo, Cayo 36, 103, 104 Tapia, Andŕes de 13, 30, 47, 161, 175, 178, 197, 202, 253, 259, 260, 262-264 Taxmar 46, 169, 186 Téllez, Aldonza 14 Terrazas, Catalina de 14 Terrazas, Diego de 13, 14, 16, 51, 247 Terrazas, Luis de 11, 16 Terrazas, Francisco de (hijo del poeta) 11, 60 Terrazas, Francisco de (padre del poeta) 1116, 49, 238, 240, 268 Terrazas, Francisco de (poeta) passim. Terrazas, Francisco de (subdiácono) 16 Terrazas, Hernando de (medio hermano del poeta) 14, 16 Terrazas, Hernando de (¿hijo del anterior?) 16 Terrazas, Pedro de 11 Toledo, Fernando de 78, 214 Toledo, Pedro de 81 Tostado de la Peña, Francisco 24 Trejo, Pedro de 241 Tucapel 83 Ulises (Odiseo) 181, 212 Urrea, Jerónimo de 40
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Vaca de Guzmán, José María 65 Vadillo, Juan de 80 Valdivia, Juan de 154, 164-166, 179-182, 218, 261, 263 Valerio Flaco, Cayo 82 Valerio Máximo 36, 239 Vázquez, Sebastián 14, 16, 17, 23, 52 Vázquez de Tapia, Bernardino 13, 26 Vega, Garcilaso de la 41, 42, 44, 45, 47, 78, 80, 81, 83, 86, 116, 152, 214, 216, 217, 242, 255 Vega, Hernando de 25 Vega Carpio, Lope de 116, 177, 257 Velázquez, Diego 33, 39, 90, 92, 93, 95, 96, 99-101, 103-106, 109, 111, 112, 114, 123, 126 Velasco, Antonio de 60 Velasco, Luis de (el primero) 48, 50, 60, 93, 240, 247 Velasco, Luis de (el segundo) 48, 252 Vetancurt, Agustín de 79 Victoria 259, 260, 264 Villagrá, Gaspar de 9, 62, 63, 68, 79, 124, 134, 151, 180, 183, 240, 244 Villalobos, Arias de 9, 63, 65, 66, 116, 243, 244 Virgilio Marón, Publio 9, 21, 32, 34, 37-41, 59, 63, 78, 80, 94, 134, 149, 150, 179-181, 184, 199, 214, 215, 217 Zapata, Luis 9, 35, 36, 40, 42, 81, 82, 135, 181, 197 Zorita, Alonso de 25-27
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