Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Autores Mexicanos en Booket CARLOS FUENTES

Cantar de ciegos En esto creo Los cinco soles de México ÁNGELES MAST RETTA

Arráncame la vida Mujeres de ojos grandes JosE: AGUSTÍN

El rey se acerca a su templo De perfil La tumba Cerca del fuego PACO IGNACIO TAIBO 11

La bicicleta de Leonardo Cuatro manos ENRIQUE SERNA

Uno soñaba que era rey Señorita México

Próximamente JORGE IBARGÜENGOITIA

La ley de Herodes VICENTE LEÑERO

Los periodistas LUIS SPOTA

Las horas violentas La plaza Juan Villero Albercas



Ernesto Guevara también conocido como el Che

Divulgación

Paco Ignacio Taibo 11 (Gijón,

1949) vive en México desde 1958. Inició

su actividad literaria con la primera de las nueve novelas del detec­

(1976), a la que (1977), Algunas nubes (1985), No habrá final feliz (1989), Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia (1989), Amorosos fantasmas (1989), Sueños de frontera (1989), Desvanecidos difuntos (1991) y Adiós, Madrid (1993). El activismo político lo llevó a la cróni­ ca y a la historia: Las dos muertes de Juan R. Escudero (1983; 2ª, 1990) y Memona roja: luchas sindicales de /os años 20 (1984), ambos con R. Vizcaino; preparó una antología de José C. Valadés: El socialismo libertario mexicano (siglo XIX) (1984); y a esta lista se tive Héctor Belascoarán Shayne: Oías de combate

seguirían Cosa fácil

suman: Bolshevikis. Historia narrativa de /os orígenes del comunis­

mo en México, 1919-1925 (1986) que ganó el Premio nacional de historia; Cárdenas de cerca: una entrevista biográfica

(1994) y

Arcángeles (1998). La historia, la novela y el misterio convergen en Héroes convocados (1982), Sombra de la sombra (1986), De paso

(1986), Sintiendo que el campo de batalla. . . (1989), Cuatro manos (1990), La lejanía del tesoro (Premio Planeta I Joaquín Mortiz 1992), La bicicleta de Leonardo (1994), B general orejón ese (1994), La vida misma (1995), Que todo es imposible (1998) y Retornamos como sombras (2001). La biografía Ernesto Guevara, también conocido como el Che (1996) obtuvo en Italia el Premio Bancarella 1998 como el "libro del año". A la memoria pertenecen: 68 (1988) y Primavera pospuesta. Una versión personal de México en /os 90 (1999). Sus más de 45 obras han sido traducidas a una docena de idiomas y publicadas en 28 países. Ha obtenido tres veces el Premio interna­ cional Dashiell Hammett.

Paco Ignacio Taibo 11 Ernesto Guevara también conocido como el Che Nueva edición definitiva, corregida y actualizada

Planeta

© 1996, Paco Ignacio Taibo lI Derechos reservados © 1996, 2003, 2005, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Avenida Insurgentes Sur núm. 1898, piso 11 Colonia Florida, 01030 México, D.F. Diseño de portada: Ana Paula Dávila Fotografías de interiores: archivo del autor excepto donde se indica. Fotografía del autor: Marina Taibo Edición original: octubre de 2003 Primera edición en bolsillo: septiembre de 1997 Primera edición en booket (España): agosto de 2004 Primera edición en booket (México): octubre de 2005 ISBN: 968-27-1012-X Ningunirparte de esta publicación, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor. Impreso en los talleres de Litográfica lngramex, S.A. ?e C.V. Centeno núm. 162, colonia Granjas Esmeralda, México, D.F. Impreso y hecho en México - Printed and made in Mexico www.editorialplaneta.com.mx www.planeta.com.mx

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Para hacer algo hay que querer mucho. Para querer apasionadamente hay que creer con locura. Regís Debray, hablando del Che

La nostalgia se codifica en un rosario de muertos y da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a una máquina de escribir, aun sabiendo que eso es también una especie de fatalidad, aun si uno pudiera consolarse con la idea de que es una fatali­ dad que sirve para algo. Rodolfo Walsh

Compañeros, tengo un póster de todos ustedes en mi casa. Che (leído al pie de un carrel en Hamburgo, donde Guevara nos sonríe.)

Este libro es para mis amigos Miguel Bonasso y Juan Gelman, argentinos y guevaristas, dos cosas que juntas no son muy bien vistas en estos últimos tiempos.

NOTA DEL AUTOR

(a esta nueva y definitiva edición, 36ª edición en español, primera en Grecia y primera en Turquía)

Las botas sin amarrar, una constante gu. evarista.

No hay lectura inocente. Hoy sabemos que la segunda oleada de la revo­ lución lacinoamericana se estrelló y fracasó, que el modelo industrial que el Che planteaba para la revolución cubana funcionó en el cono plazo y se fue desgasrando en el mediano, sin su esrilo y su vigilancia; incluso leeremos esre libro sabiendo cuál fue el desrino final de la operación del Che en Bolivia. Y aún sabiendo codo esro, quisiera lograr que el libro se leyera como una hisroria que sucede mientras se va narrando. No se puede contar la hisroria desde las consecuencias hacia los orí­ genes, se vicia la perspecriva. La biografía no es la hisroria de un muerco que se explica. Lycron Strachey decía en un momento de tremenda luci­ dez que "los seres humanos son demasiado imponantes para ser cracados como simples síntomas del pasado". Los personajes se consrruyen en ac­ tos cuyas consecuencias no pueden alcanzar a descubrir. La hisroria que me interesa no funciona como una explicación a partir del destino, sino como una provocación que viene del pasado, cuyos personajes centrales nunca fueron propietarios de una bola mágica que les revelaba en sus presentes el futuro. Por otro lado este no es un libro fácil, sin duda esta historia esrá arrapada por la visión de los que llegaron más carde, de la generación del "ererno después" y de sus inocentes hijos, y sin embargo hay que intentar leerlo como una h isroria de entonces, de la América Latina de los 60. Es sorprendente, pero cierro, el fantasma del Che, como un viajero fronterizo sin visas ni pasaporres, está arrapado a mirad de un puente generacional. entre unos jóvenes que saben muy poco de él, pero que lo intuyen como el gran comandante y abuelo rojo de la uropía, y la ge­ neración de los 60 (aquellos de los que decía Paco Urondo presagiando su propio destino: "Es que vamos a perder/la vida de mala manera"), cuyos supervivientes entienden que el Che sigue siendo el heraldo de una revolución larinoamericana, que por más que parezca imposible, sigue siendo absolutamente necesaria. Haría falta alguien más inteligente y con más recursos hisroriográfi­ cos y literarios que yo para poder contar a dos cipos de lecrores absolura­ mente diferentes, dos versiones de la historia con el mismo marerial; para contar a lecrores dentro y fuera de América Latina la misma hisroria. Haría falta dedicarle a unos explicaciones y narraciones de contexto a las que he renunciado para centrarme en el personaje, y mayor abundancia 10

en el debate político del momento a los otros. Las omisiones han sido voluntarias, que cada cual cargue con sus culpas. Por si esto fuera poco, el Che además es un fantasma que, muy a pe­ sar de su humor cáustico y de su reiterada timidez, ha quedado preso en la parafernalia de la imagen y de las maquinarias inocentes o dolosas, que se dedican a vaciar de contenido todo aquello que se cruza a su paso, para volverlo camiseta, souvenir, taza de café, póster o fotografía, destinadas al consumo. Y esa es la condena de los que provocan la nostalgia: estar atra­ pados en los arcones del consumo o en los reductos de la inocencia. Quedar preso en el limbo del mito. II Partir del supuesto de que por más que lo intente este libro será en mu­ chos sentidos un fracaso, ayuda al historiador. Escribía, al firmar la primera edición, que tenía que pensar en él como en un primer texto que habría de provocar aclaraciones y desmentidos, correcciones, aparición de nuevos documentos, debate, y quizá y sobre todo, la publicación de la enorme cantidad de materiales que aún permanecen sin editar de Er­ nesto Che Guevara. Tal cosa sucedió. Reconforta pensar que un libro no es algo muerto, sino una especie de alien provocador y mutante. Este es también el libro de las pequeñas historias, las historias per­ sonales, sean o no significativas. Más que las palabras, los actos. Y las pa­ labras cuando explican o proponen actos. Recolección de historias que, como el Che decía, son problemas particulares y se discuten de tal manera que no se hacen públicos y no hay ocasión de estudiarlos cuando se analiza la historia de la revolución.

A lo largo de todos estos años de lecturas y conversaciones, algunas cosas se me presentaron como claves: una frase, una imagen . . . por ejem­ plo, las botas a medio abrochar. Me resultaba curioso ir encontrando fo­ to rras foto que mostraban al director del Banco nacional, al ministro de Industria, al embajador revolucionario, con los últimos ojales de las bo­ tas mal abrochados, quizá porque siempre tenía prisa. Este personaje del que decía Desnoes que "debía cegar si los más opacos quedaban ilumi­ nados a su paso" y que fue caracterizado por Debray como "el más sobrio de los practicantes del socialismo".

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Desde la aparición de la primera edición de este libro en octubre de ) 996, nuevas informacio nes so bre la vida de Ernesco G uevara se han he­ cho públicas: apareció Otra

vez,

el diario del segu ndo viaje por América

Latina del Che y en 1 997 otras eres biografías (Castañeda, Kalfón , Jon Lee Anderson ) , a l as q ue se sum aría la de Calzada años más carde . He cenido acceso a una copia del cuaderno verde de poemas que se encontró en su mochila en Bolivia. Se publ icó un libro con las focos que comó a lo largo de su vida (wbre codo en México) y apareciero n nuevos res rimo­ nios de Aleida March, Orlando Borrego , Enrique Acevedo, Papico Ser­ guera, Harry Vil legas, Víctor Dreke, Dariel Alarcón , Barbarroja Piñ eiro, Lisandro Otero , Olcmki; un nuevo rexco de Deb ray, eres libros del ge­ neral cubano William Gálvez, un par de nuevas biografías de Tania, una ampliación de los resrimo nios recogidos por Marra Roj as, un libro de Fra n q ui so bre C a m i l o , las en trevis tas de B áez con m e dio c e n t e n a r de generales cubanos, resrimonios d e miliran tes argentinos, varios libros de focos y m ul rirud de trabaj os de divulgación de variada calidad. A eso habría que sumar los millares de artículos que se publicaron y carras, co­ men tarios, nocas, focos y documentos que llegaron a mis manos; y nuevas conversaciones y en trevistas con algunos de los actores de esca his­ toria. El cadáver del Che y los de varios de sus compañeros fueron des­ cub iercos y exh u m ados en Valle Grande y hoy los resrm reposan en Sanca Clara, Cuba.

Han pas �do casi siere años desde que en tregué a la edirorial el pri­

mer man uscriro. Para la acrualizació n de esca n ueva edición sumé a los millares de libros, arr ículos, do cumen cos y en rrcvisras utilizados en l a pri mera versió n , orros cienros. Aunque n o sie nco haber realizado cam­ bios esenciales a l a primera edició n , se corrigen errores, se m arizan his­ corias y se incorporan anécdotas que enriq uecen la visión del perso naje; de pasada, he aprovechado para polemizar con algunas de las vers io nes circulan tes . IV Los rexros en cursivas perrenecen al Che, son fragmen cos de carras pri­ vadas, carras abiertas, diarios, nocas man uscritas, mensajes, artículos, poe­ mas , libros, discursos, conferen cias , in rerven cio nes públicas o semi públi­ cas de las que se levan raron acras, res puestas a en trevistas, incluso frases

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suyas regisrradas por rescigos confiables. Él es el segundo narrador de esra h istoria, el q u e im porta. Las noras de cada capírulo han s ido agrupadas al final del rexro (pp.

733-813), incl uyen explicaciones de las fuentes i n formarivas usadas, breves esbozos de varios de los personajes claves, referencias a h istorias se­ cundarias , polémicas, ampliaciones e in terpreraciones. Se sacaro n d el rex­ co para no d isrraer una lectura flu ida, pero revisándome y releyéndome, rengo la sensación de q u e un lector crírico no las debería dejar pasar. En ese caj ón de sasrre hay muéhos mareriales claves. V La lisra de agradeci mientos es inmensa: no me olvido de M iguel y su fo­ rocop iadora, mi roca yo Paco Rosas y su malcra de recorres, rodas los vie­ jos guevarisras ; J usro Vasco, q u e revisaba i m precisio nes y cubanías, los fotógrafos habaneros, la d irección de Verde Olivo y qu iero des racar par­ ricularmente al periodista Mariano Rodríguez (que me ayudó a escribir un li bro que m erecía escrib ir él) y a los novel i sras Daniel Chavarría (quien operó como mi chofer en La H abana por sol idaridad pura ) , José Larour (que acruó como documen talisra por razo nes de maravillosa a m israd ) , Luis Adrián Berancourr (que h izo de la con fianza un monu­ mento cediéndome su arch ivo) y m i colega Jorge Casrañeda, quien m ás allá de las d iscrepancias en la v isión del p erso naje (d iscrepancias q u e se han venido agrandando al paso de los años, conforme Jorge vendía s u al­ ma al diablo y se al ejaba del fan tas ma del Che), fue durante la erapa en la que se escri bió la primera versión, el más leal comperidor, confirmando mi idea original de que en la historia nadie es propietario de documen­ tos, can sólo de in terpretacio nes y maneras de contarla. A esta lista se han añadido varios nombres : Santiago Behm que me h izo llegar su archivo famil iar, Orlando Bo rrego, Zo ila Balu arte, Patty G o nzález, Roberto Fernández Retamar, Ismael G ó mez Dantés, Laura Brown y David Cabrera. VI La elaboración de la primera versión de esta biografía m e dejó en un es­ tado deplorable, repleto de obsesiones y angustias. No sabía que hacer una biografía era llegar tan cerca de la piel ajena. No sabía lo cerca de la locura que te po ne el estar varios años obsesivamente encerrado con un

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personaje, en el cuarto originalmente vacío, que poco a poco se llena de detalles, mientras la historia se fabrica. Resulta peligroso acercarse de­ masiado a un personaje como ésce. Meterte en su cabeza, salir y tomar distancia, y eso una y otra vez. Mientras escribía su biografía sentía que el fuego me llegaba a los pies , aumentaba las horas de trabaj o, unía las noches con los días. ¿Qué m ierda era esto? ¿ El mécodo Stanislavski en la historia? Aunque me dijera que si no te meces en la piel del personaje no podrás entenderlo, si no te acercas no lo comprenderás. El distancia­ miento es un recurso de historiadores del medioevo. Pero el Che quema, quema, acelera, obliga, impone . . . Supongo que escribir esca segunda versión no ajustará m is cuencas personales con Ernesto G uevara y que seguirá visitándome en s ueños, para regañarme por no estar poniendo ladrillos en una escuela en cons­ trucción. VII

A lo largo de la lectura de todos los nuevos materiales me he topado fre­ cuentemente con una polémica sub terránea, que distorsiona de mala manera la historia: las profundas diferencias de muchos de los historia­ dores y testimoniances con la actual dirección de la revolución cubana, en panicular con Fidel. Es a parcir de escas diferencias como se viaj a al pasado para reafirmarlas, aun a costa de falsificar lo sucedido. Y la histo­ ria del Che y sus relaciones con Fidel y la revolución cubana se revisa a la luz de manías , acontecimientos que habrían de producirse 20 años más tarde o fenómenos que G uevara no vivió. Po r otro lado, la tentació n desde Cuba d e p roponer un Che perfecto, modelo no discutible d e en­ carnación de la revolución, penetra centenares de textos, censura, auco­ censura y omite. He intentado que las trampas de los m itógrafos, evan­ gelizadores de la imagen del Che, no me involucren y que los antifidelistas no me contaminen con sus obsesiones extra históricas. De cualquier manera, invito al leccor a que no se confíe y haga de ésta, como de codas las otras, una lectura tan crítica, irreverente y p iojosa, como sea posible. El Che se los agradecería. VIII

El Che fue desde su primera j uventud un aventurero, vagabundo y romántico. Tragador de cierra ajena, paracaidista en territorios descono-

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cidos, practicance de una ética de las emociones que mandaban sobre los límites oscuros de la razón . Estas tres grandes virtudes , matizadas, mo­ deradas por la experiencia y las derrotas, lo acompañaro n a lo largo de su vida.

La izquierda neanderthal de los años 60, con la que yo crecí, tenía esas palab ras en el catálogo de las perversiones, eran nombres de mal­ dades y enfermedades, "desviaciones pequeñoburguesas". ¿ Desviaciones de qué? ¿Caminos hacia dónde? Recuperar al Che hoy, es recuperar pa­ labras como éstas, recuperarlas en sus sen tidos origi nales . Ro mántico: aquel que acaricia las ideas amorosamente, las ideas más allá de su viabi­ lidad. Vagabundo: aquel que concibe el mundo como un escenario de viaj e perm anente en el que no hay que apol tronarse y detenerse. Aven ­ turero: aquel que concibe l a vida como u n a avencura cuyas consecuencias resultan incalculables . Y j u nco a ellas palabras como utóp ico (aquel que cul tiva el amor por la utopía) , informal (aquel que prescinde y está en co n cra de las formas), irreverente (aquel que no hace reverencias ante el poder) , igualitario (aquel que practica la igualdad en el reparto de los bienes y las miserias), imprudente (aquel cuyo lenguaje y cuyos actos no miden consecuencias y que ha perdido el conservador sentido de la pru­ dencia) . Palabras que asocio fuercemence a la imagen del Che, que crece co n­ forme escribo sobre él. PIT lI México, D F, 2003

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CAPÍTULO 1 El pequeño

Guevara: infancia es destino

Celia de la Serna, el nuevo Ernesto Guevara y Guevara Lynch, la Joto del horrible ropón.

Ernesto y el burrito. La primera de una larga se­ rie de foros en su relación con los animales de cuatro patas. (Archivo Bohemia).

Una foto en Caraguatay, Mis iones, tomada en 1929, mostrará a un Ernesto Guevara de 14 meses de edad transportando una tacita en la mano (¿una bombilla de mate?) , vestido con un abriguito blanco y cu­ bierrc por un horrendo gorrito que recuerda a un salacot colonial, pre­ figurando el desastre que en materia de indumen taria le acompañará to­ da la vida, el estilo peculiarmente desarrapado que hará su sello personal. O bien " infancia es destino" como decía el sicólogo mexicano San­

tiago Ramírez, y se van grabando en la memoria recién organ izada del personaje cen tral las experiencias que forzarán los actos del futuro, o bien in fancia es accidente, es prehistoria de un ciudadano que se fabrica en la vida apelando a la vol un tad y al libre albedrío. No es tará nada claro. Algo debe haber de las dos cosas, piensa este ecléctico autor. Uno de los tantos marxistas de Pandora que han biografiado al Che, se obses ion ará con la idea de que las imágenes de la selva tropical del nordeste argen tino, de Misiones, donde circularán los días de la primera in fancia de Ernesto Guevara, prefigurarán su destino en las selvas boli­ vianas. No acaba de convencerme. Si in fancia es destino, n o lo es de una manera tan simple. Para el historiador, el argumento convincente, qu izá la prueba concl uyen te de que algunos de los elementos sign i fi cativos de la infancia contienen el futuro, es la foco que muestra a Ernesto y al burrito. Es 1932, el personaj e tiene cuatro años, se encuen tra en la es­ tancia de unos amigos de sus padres. La foto está dominada por el burro, de ojos dormilones y semice­ rrados; in móvil, sobre él, un Guevara con poncho y sombrero boliviano del que sólo se adivinan los ojos y la media son risa, símbolo de placer. Muy erguido, transparentando su amor por los burros, los mulos, los ca­ ballos, los animales de cuatro patas que se puedan mon tar. Ernesto y el burro miran a la cámara. Ambos saben que son el personaje central. Y si infancia es destino, 25 años más tarde y a m itad de un bom­

bardeo, al frente de los rebeldes cubanos, llamados por sus·enemigos "los mau-mau", el comandante de la columna cuatro, un tal G uevara, cono­ cido como el Che, avanzará montado en el burro Balansa, erguido, dis­ plicente, ocultando un terrible ataque de asma que lo tiene al borde del ahogo, y mirará a la cámara con esa m isma actitud de perplej idad res­ pecto al por qué es sujeto de la historia cuando el burro, que también

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contemplará al objetivo, lo amerita más. Y en esa primera foro de Ca­ raguatay, estará el origen de los providenciales mulos que aparecerán du­ rante la invasión al occidente de la isla de Cuba cuando la columna del Che esté cercada por soldados y aviones, y desde luego del mulo Arman­ do, al que Zoila Rodríguez en memoria y amor al doctor Guevara aten­ derá ucomo si fuera un cristiano", y del camello que estrenó en las pi­ rámides de Egipto, incluso de aquel caballito boliviano al que tanto quiso y que terminó comiéndose. Esa foto de Misiones estará en el profundo germen de la leyenda que aún hoy se cuenta en Cochabamba, Bolivia: �En las noches, el Che Guevara, junto con el Coco Peredo, cabalgan en unas mulas grandes, ¡bien grandes!, con sus máusers en las manos y lle­ gan a Peñones, Arenales y Lajas, a Los Siranos, a Loma Larga y Piraymirí, hasta Valle Grande". O de la nue\·a versión de una canción mexicana agrarista, que dice: �Tres jinetes en el cielo, cabalgan con mucho brío, y esos tres jinetes son: Che, Zapata y Jaramillo". Sea así o al contrario; sea esto tan sólo mala imaginación de no­ velista, de la que tanto ha abundado en las narraciones que sobre la vida

y destino del Che se han hecho, lo que sí parece evidente es que Ernesto Guevara será el último de nuestros tan queridos próceres a caballo (o en mulo, o en burro, tanto da para un hombre que se reía de sí mismo) en la tradición heroica de América Latina. En el origen de Ernesro se encuentra una hisroria familiar interesante, que no llega al melodrama. En el remoro pasado de los Guevara existió un virrey en ::-\ueva España, don Pedro de Castro y Figueroa, quien sólo duró gobernando un año y cinco días mediado el siglo :\.\111, quien

rurn

un hijo llamado Joaquín, que secuestró en Louisiana a su esposa y cuyos sucesores vivieron la fiebre del oro en San Francisco para terminar, quién sabe por qué azares de errática geografía, durante el siglo XL\: en la Argentina. De esta época de San Francisco se pueden rescatar parientes de nombres absurdos, como Rosminda Perlasca, y un río Gorgoño que se dedicaba a criar reses para ,·ender carne a los gambusinos. De la rama Lynch vienen los irlandeses emigrantes de rodas las emi­ graciones (¿de ahí las vocaciones de viajero permanente?, ¿la picazón en el culo que no habría de abandonarle?, ¿las alas en los pies?). Irlandeses a los que se puede encontrar en la Argentina desde el inicio del siglo :\.\lll. :-\o mucho más del lado De la Serna, fuera del abuelo Juan �1arrin de la Serna. dirigente de la juventud radical, militancia compartida por

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uno de los Lynch, el río abuelo G uillermo, por la que ambos intervi­ nieron en la fracasada revol ució n de 1890. De cualquier manera parece que al paso del tiempo no habrá de guardar Ernesto demasiada conmiseración por el personal, al que califi­ cará en bloque: Los antepasados ( . . . ) eran miembros de la gran oligarquía

vacuna argentina. Aunque la dureza al j uzgarlos debe ser cosa del futuro, porque en la p rimera infancia l as n a r racion e s s o b r e los a b u e l itos e n California y la fiebre del oro, las hazañas de su abuelo agrimensor que estuvo a pun­ to de morir de sed, eran escuchadas como material de una fascinante novela. Lo m ejor de su padre, un constructor civil que emprendió mil ne­ gocios y fracasó en la mayoría, es que lo expulsaron del Colegio nacion al por haberle dado una bofetada a Jorge Luis Borges, después de que éste lo denu nció diciéndole a un maestro: "Señor, este chico no me deja estu­ diar". Ernesto G uevara Lynch era u n aven t u rero a m edias, es tudiante de arquitectura q ue había dej ado l a carrera para incursionar en el m u ndo de los pequeños empresarios y sacado la lotería, según él mismo reco no­ cería, al casarse en Córdoba con Celia, pretendida por todos y alcanzada por ninguno. La madre, Celia de la Serna, católica ferviente reconvertida al libe­ ralismo de izquierda, conserva del catolicismo inicial la fuerza de sus p a­ siones. Una de sus sobrinas recordaría más tarde: "Fue la primera m u j e r (según mi mamá) que se cortó ( e l pelo a lo) garron, es decir que se cortó el pelo cortitico por la nuca, fumaba y cruzaba la pierna en público, que ya era el colmo de la avanzada feminista en Buenos Aires". Cuando se produce el noviazgo, Celia es menor de edad y rompien­ do

rrm

su fa milia se va a casa de una tía para luego casarse con Ernesto.

Cultos, u n tanto bohemios, progresistas, ateos, herederos vergon­ zantes de una oligarquía que les parecía pasiva y timorata, el matrimonio G uevara-D e la Serna habría de aportar a sus hijos el espíritu de aven tura, la pasión por las letras, el desenfado, que Ernesto convertiría en b anderas virales años m ás tarde. Pero vamos a darle forma

a

la historia:

J unio de 1928, G uevara padre y Celia venían descendiendo el río Paraná en b arco y viaj e de negocios y aprovechando para que el p rimero de sus hijos naciera en B uenos Aires, pero los dolores de parto se presen­ taron prematuramente a la altura de la ciudad de Rosario. Ernesto na­ cerá pues el 14 de j u nio en la maternidad del hospital Centenario anexo

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a la faculrad de medicina. Los resrigos del recién nacido hijo accidental de la ciudad de Rosario, serán premonirorios del fururo carácter viajero del bebé: un taxista brasileño (el hombre que los llevó al registro civil) y un marino (su tío Raúl). Habrá nacido el mismo día que Antonio Maceo, el mismo día que José Carlos Mariátegui, el más heterodoxo de los revolucionarios cubanos del fin del siglo XIX y el más hereje de los marxistas latinoamericanos del inicio del siglo XX.

La primera foto conocida del pequeño Ernesto, lo muestra en el parque de Rosario vestido con un horrendo ropón, contrastando la be­ lleza fría de su madre con el rostro enfurruñado del personaje, que mira hacia la derecha de la cámara. Muy poco después sufriría su primera en­ fermedad, una potente bronconeumonía que casi habría de matarlo. Sus tías Bearriz y Ercilia viajarán desde Buenos Aires para ayudar a la joven madre a cuidarlo; a partir de esto quedará vinculado amorosamente a ambas. Hay una foto que me resulta todavía más atractiva, romada en Entre Ríos en l 929, el mini-Ernesto, con pelusa y orejón, vestido con una camiseta, un ropón, se está chupando con gesro concentrado los dedos índice y anular de la mano izquierda, con los dedos sobrantes pareciera estarle haciendo un gesro obsceno a los observadores. Los dos primeros años de vida de Ernesto transcurrirán entre Caraguatay, en la provincia de Misiones, en una zona donde su padre tiene una plantación de yerba mate (no conservará memoria de aquello5 tiempos aunque más tarde le contarán frecuentemente historias del "te­ rrirorio salvaje", de la "selva misionera") y Buenos Aires, donde la fami­ lia renta un pequeño departamento en la calle Santa Fe. Movidos por los negocios desafortunados del padre, que ha de sufrir en aquellos años el robo de coda la producción de su plantación, la fami­ lia vivirá una vida errabunda. En Buenos Aires nacerá, hacia el final de l 929, su hermana Celia y allí será reclurada su nana Carmen, una gallega,

robusta, pequeña y muy pecosa que lo acompañará hasta los ocho años. Cuando casi riene dos años, su padre se traslada a San Isidro, sobre el Paraná, casi en la frontera con Paraguay, donde es socio de un astillero que anda mal económicamente y que quiere levantar. Sabido es que las biografías se escriben del presente hacia el pasado remoto, de adelante hacia atrás, como una escritura exótica; y en ese que­ hacer se corre siempre el riesgo de rastrear el pasado en búsqueda en la in­ fancia de la anécdota que se ajusta al personaje muerto, de olvidar lo que no corresponde en el escenario fururo y mosrrar con obsrinación aquello

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que produce concordancia, borrando púdicamente lo que genera disonan­ cia. En las memorias de su padre, la tentación aparece con frecuencia: En aquellos años "Ernestito comenzaba a caminar. Corno a nosotros nos gustaba tornar mate, lo mandábamos hasta la cocina, distante unos veinte metros de la casa, para que nos lo cebara. Entre la cocina y la casa, una pequeña zanjita ocultaba un caño. Allí tropezaba siempre el chico y caía con el mate entre sus manitas. Se levantaba siempre enojado y cuando volvía con una nueva cebada, de nuevo se volvía a caer. Empecinado siguió trayendo el mate una y otra vez hasta que aprendió a saltar la zanja". El salto de la zanja, como un loop cinematográfico que repetirá a lo largo de los años la escena, recontando a Ernesto y su terquedad, su fu­ tura y proverbial terquedad , su idea de que la llave de la vida era la vo­ lu ntad y el resorte que la ponía en movimiento la tenacidad . Y uno se pregunta: ¿es prefiguración ese niño de menos de dos años que tropieza una y otra vez en la zanja? ¿O se trata de un recuerdo acopl:!do? En mayo del 3 1, el pequeño Ernesto sale del agua tras haberse.: baña­ do en el río con su madre y comienza a toser. La tos lo acompaña de una manera persistente, angustiante. Un primer médico le diagnostica una bron­ quitis, más tarde, cuando la enfermedad no cede, otros doctores hablan de una bronquitis asmática perseverante. Finalmente, un doctor dice que se trata de un ataque de asma y lo relaciona con la neumonía que sufrió Ernesto a los pocos días de nacer. Todos los médicos coinciden en que nunca han visto a un niño con ataques de asma tan agudos. Años más tarde su hermana Ana María rescata un recuerdo de la memoria familiar: "Era tan terrible el asma que mis padres, desesperanzados, pensaro n que se iba a morir". Permanecen horas , días y noches al lado de la cama, mien tras el enfermo abre desesperadamente la boca y agi ta las manos buscando el aire que le falta. De su pecho escapa un son ido ronco. Don Ernesto recordará años más tarde: "Nunca pude acostumbrarme a oírlo respirar co n ese ruido particular de maullidos de gato que tienen los as máticos". Una de las primeras palabras que aprende a decir el niño es "inyec­ ción"; es lo que pide cuando siente que el ataque se le viene encima. Guevara padre contará: "El asma es una enfermedad caprichosa y todos los asmáticos tienen características diferentes. Lo que a uno le hace mal a otro le puede hacer bien; es cuestión de sensibilización" . Los padres tar­ dan en aprender esta lección, los médicos no encuen tran respuestas, se limitan a insistir en que el clima húmedo de Misiones le afecta profun­ damente y le provoca los ataques, los periodos "más bravos".

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El asma de Ernesto y los extraños negocios de don Ernesto siguen siendo el motor de sus vidas. En 1932 la familia se muda a Buenos Aires, donde nace el tercer hijo, Roberto. Pero la cosa no funciona. Su madre recuerda: u Ernesto no resistía el clima capitalino. Guevara Lynch se acostumbró a dormir sentado en la cabecera del primogénito para que éste recostado sob1e su pecho sopor­ tara mejor el asma", y su padre completa la imagen: "Celia pasaba las noches espiando su respiración. Yo lo recosraba sobre mi abdomen para que pudiera respirar mejor, y por consiguiente yo dormía poco o nada". En 1933, buscando huir del asma, viven por un tiempo en Argüe­ llo, Córdoba. El asma retorna. Siguiendo consejos médicos deciden bus­ car un clima seco de montaña y en junio van a dar a Alragracia, una pe­ queña población en la provincia de Córdoba. Ernesto parece mejorar en ese dima pero, aunque las condiciones no serán ran terribles como en Mi­ siones o Buenos Aires, la enfermedad no habrá de abandonarlo nunca más. T iene cinco años, vivirá en Alragracia hasta los 17. Su padre reseña con rabia: MCada día imponía nuevas restricciones a nuestra libertad de movimientos y cada día quedábamos más a merced de aquella maldita enfermedad". Los Guevara viven en Alragracia en el hotel La Gruta, ahí Ernesto hace sus primeras amistades, que habrán de acompañarlo los años de juventud, en panicular Carlos Ferrer, conocido como Calica, hijo de un doctor que atiende a Ernesto durante sus ata­ ques de asma. Celia lo enseña a leer porque no puede ir al colegio de manera regu­ lar a causa de la enfermedad. De esa época data el primer resrimonio escri­ to del joven Guevara: una postal a su ría Beatriz dictada a un adulto, que él firma de su puño y letra "Teté", el apodo qué le ha puesto su nodriza. En enero de 1934 nace su hermana Ana María, que cinco años más tarde le servirá de apoyo: "Yo le servía de bastón cuando íbamos a pasear. fl apoyaba su brazo en mi hombro y recorríamos varias cuadras de ese modo; era cuando se encontraba fatigado por el asma. En esos paseos conversábamos mucho y me contaba bellas historias". Se mudan a un chalet más barato, dentro del pueblo, Villa Nydia. Para darle sentido a las muchas horas que pasa en cama reposando, su padre le enseña los mo­ vimientos de las piezas de ajedrez, Ernesto se enfada cuando lo dejan ga­ nar. Así no juego. A los nueve años se le presenta una grave complicación a su asma, los médicos diagnostican uros convulsa". Guevara padre cuenta: "Al sen­ tir que le venían los ataques se quedaba quieto en la cama y comenzaba a 23

aguantar el ahogo que se produce en los asmáticos durante los accesos de ros. Por consejo médico yo tenía a mano un gran balón de oxígeno, para llegado el momento álgido de los accesos de tos, insuflarle al chico un chorro de aire oxigenado. Él no quería acostumbrarse a esta panacea y aguantaba todo lo que podía, pero cuando ya no podía más, morado a causa de la asfixia, empezaba a dar saltos en la cama y con el dedo me señalaba su boca para indicar que le diera aire. El oxígeno lo calmaba in­ mediatamente". ¿Cómo es el personaje que va forjando la enfermedad? A los diez años no basta con resistir y leer en cama. Comienza entonces su perso­ nal guerra contra las limitaciones del asma: paseos sin permiso, juegos violentos .. . Desarrolla una cierta fascinación por el peligro, buscar el riesgo, la situación límite. De cierta manera la ha heredado de su madre. Hay decenas de anécdotas sobre las muchas veces que Celia ha estado a punto de ahogarse. Guevara padre registra impotente: "Había que acos­ tumbrarse a estas terReridades de mi mujer". Ernesto mismo ha sido tes­ tigo de aquella vez en que se lanzó al Paraná y comenzó a ser arrastrada por la corriente. Sentado en el banco de un yate contempló cómo su madre, a la que una faja de goma le cortaba la respiración, estaba a pun­ to de morir ahogada; o aquella otra vez en el río de La Plata cuando des­ de la arena de la ribera la veía ser arrastrada. Celia, una excelente nadado­ ra, se sentía atraída por el peligro. Guevara padre, mucho más pacífico, atestigua: " Esta misma manera de enfrentarse heredó Ernesto pero con una gran diferencia: calculaba bien cuál era el peligro". En el 36 Celia recibe una circular del ministerio de Educación pre­ guntando por qué el niño no asiste a la escuela, y deciden que dado que está pasando cortas temporadas sin ataques ha llegado el momento de enviarlo a estudiar. Hasta ese momento Celia le enseñaba a leer y escri­ bir en casa. Entra. a estudiar en la escuela pública, rodeado de niños de padres sin recursos económicos. Su hermano Roberto recordará: "Las relaciones de mis padres eran las de los ricos, y las nuestras, las de la gente pobre, que eran los que vivían permanentemente en la zona. Nuestros amigos fueron los hijos de los campesinos y de los caseros". El asma impedirá que Ernesto sea un alumno normal, según su madre: "Sólo cursó regularmente segundo y tercero; cuarto, quinto y sex­ to los hizo yendo como podía. Sus hermanos copiaban los deberes y él es­ tudiaba en casa". Gracias a las memorias de su padre quedará el registro de los juegos de infancia de Ernesto, algunos se han vuelto casi eremos, otros ya lo 24

eran enconces y son reconocibles: fúcbol, indios, policías y ladrones, rayuela; un par de ellos conservan nombres exóticos que hoy no dirán nada al historiador: "la mancha venenosa", "piedra libre", pero contienen el atractivo del enigma. Parece ser que, a pesar de la enfermedad, Ernesco se convierte en el jefe de un pequeño grupo de niños que se reúne en los terrenos del fondo de su casa. La hazaña mayor del grupo es haber que­ mado un cañaveral por andar jugando a "las comidas". El padre se siente desgraciado en Alcagracia, confiesa: "Me sencía anulado y preso. No podía aguantar aquella vida entre la gente enferma o entre los que acompañan a los enfermos"; comienza a sufrir frecuentes neurosis e irricaciones. Celia se muestra más fuerte ante la adversidad, reacciona abandonando lencamente su fuerce formación cacólica. Ernesto padre crabaja en la construcción de un campo de golf. La economía fa­ miliar naufraga; sin caer en la miseria, pero se pasan penurias. Clase me­ dia en crisis permanente, viven de las rentas de un par de tierras, una de él y ocra de Celia. Tienen que pagar una niñera pues Celia no puede con los requerimientos de cuatro hijos. Dinero que no hay para codo: cole­ gios, ropa, gastos exorbitantes en medicinas para Ernesco. La familia veranea en una playa de Mar del Placa. Hay un cierto pacetismo en las focos, una pequeña tragedia: Ernesco con pantalones y descamisado, sin duda con un ataque de asma, rodeado de niños en tra­ je de baño. Focos de grupo con Ernesto encamisado, fotos de Celia ci­ roneando de su brazo mientras él tiene los pies en el agua, a la que no puede entrar. Un amigo recuerda que en ese verano del 36, a la gente se le ocurrían sugerencias infalibles contra el asma y Ernesto disciplinado aceptaba, por decisión de sus padres, los más absurdos consejos como dormir con gatos, bolsas de arena, tomar codo cipo de tés, ser perseguido por fumigaciones e inhalaciones. 1937, Altagracia. A Ernesto se le cae la baba oyendo a su padre na­ rrar en las sobremesas las hiscorias familiares, en particular las historias de las aventuras de su abuelo el geógrafo cuando trabajaba marcando los límites en el Chaco, bajo calor atroz y emboscadas de indios. A las aven­ turas del abuelo se suman en aquel 1937 los peligros de la narrativa de la realidad, cuando llegan exiliados los hijos del doctor republicano español Aguilar y son acogidos en Villa Nydias. Con ellos, en el radio que acaba de comprar su padre y en los periódicos, entra en la vida del joven Guevara, encre los nueve y los once años, la guerra civil española. Para Ernesto la victoria de la república contra los militares y los fascistas se 25

vuelve un problema personal. Comienza a seguir el desarrollo en un ma­ pa en el que va clavando banderitas y observando la evolución de los frentes: en los terrenos de acrás de la casa conscruye con sus amigos la re­ producción del cerco de Madrid, una serie de crincheras cavadas en la cierra donde se armaban tremendas peleas con hondas, piedras y cascotes, incluso tuercas; a Roberto casi le rompen una pierna y Ernesto anduvo cojo unos cuantos días, lo cual no le impidió aprenderse de memoria co­ dos los nombres de los generales republicanos. En la democracia de la infancia sus amigos son los hijos de los por­ teros de las villas de verano, a los que se suman los Figueroa y Calica Fe­ rrer. Decenas de años después el mozo del hotel de Alcagracia sigue recor­ dando: " Ernesto era un muchacho de barrio, no andaba con los niños bien sino con nosotros". Y en los recuerdos del pueblo se mantiene un mico guevarisca preChe: Juan Mínguez, un vecino de Alcagracia dirá: "Si jugábamos fútbol y sólo éramos cinco, él quería actuar de portero contra los ocros cuatro". La versión se vuelve menos heroica cuando la explica su amigo César Díaz: "Actuaba de arquero porque con lo del asma no podría correr mucho". Lo que ha de quedar claro es que siempre fue un desarra­ pado al que le gustaba usar gorra de visera pero con la visera hacia atrás. Lo que el asma le niega se lo dará la tenacidad: durante meses que­ da segundo en codas las competencias de pin-pon en el hotel Alcagracia, gana siempre Rodolfo Ruarce. Un día le informa al campeón que se retira temporalmente del asumo. En la clandescinidad del hogar fabrica una mesa de pin-pon y practica en solitario. Luego reaparece para retarlo y ganarle. Los domingos dispara al blanco con su padre. Desde los cinco años sabe manejar una pistola y destruye ladrillos a tiros. Y lee, lee, lee a codas horas. En los orígenes Julio Veme, Alexander Dumas, Emilio Salgari, Roben Louis Scevenson, Miguel de Grvantes. En el 37 la familia se cambia a una nueva casa, el Chalet Fuentes, y Ernesto descubre su amor por los disfraces: indio, griego, gaucho, mar­ qués. Hace de boxeador en una obra de cea ero en el colegio. En la versión de su hermana Ana María, codo iba muy bien hasta que "entraba un ha­ da con una varita mágica y los muchachitos que escába�os estáticos, automáticamente adquiríamos movimiento. Roberto y Ernesto estaban vestidos de boxeadores y el hada preguntó: -¿Vosotros, muñequitos, qué sabéis hacer? Y ellos respondieron: -Esperad un momento y os asombrareis -y empezaron mecánica26

menee a boxear, moviendo los braciros. Ernestito le dio más duro de lo normal a Roberro y éste comenzó a fajarse de verdad, y la maestra llora­ ba al ver el desastre que se estaba armando porque el hada con codo y su varita de limitada magia, no podía pararlos". Y el asma proseguía. Durante años el padre de Ernesro llevó un registro de las medicaciones que se le daban, las reacciones a objeros o alimenros, las condiciones climatológicas, la humedad del ambiente: "Amanece bien, duerme con la ventana cerrada(. .. )se le dio una inyección de cal­ cio glucal intravenosa( . . . ) miércoles 1 5. mañana semi nublada. Seque­ dad ambiente". El padre registra: "Era tal la angustia que soportábamos a causa de esca persistente enfermedad que no abandonaba al niño, que pensando mejorarlo hacíamos roda clase de pruebas. Seguíamos los con­ sejos de médicos o profanos. Inventábamos roda clase de remedios case­ ros y apenas salía una propaganda en los diarios asegurando una panacea contra el asma, enseguida la adquiríamos y se la administrábamos. Cuan­ do me recomendaban este crecimiento o aquel cocimiento de yerba o yuyos para mejorar a un asmático, apenas había terminado de indicarme el remedio cuando ya lo estaba preparando para que lo romara Ernesto". "La desesperación nos llevó hasta caer en el curanderismo y aún peor: recuerdo que alguien me dijo que dormir con un garo dentro de la cama aliviaba mucho a un asmático. No lo pensé dos veces y una noche pesqué un gato vagabundo y se lo mecí a Ernesro en la cama, el resulrado fue que a la mañana siguiente el garo había muerto asfixiado y Ernesto seguía con su asma a cuestas". "Cambiamos el relleno de los colchones, de las almohadas, reem­ plazamos las sábanas de algodón por sábanas de hilo o nylon. Quitamos de las habitaciones toda clase de cortinajes y alfombras. Limpiamos de polvo las paredes. Evitamos la presencia de perros, garos y aves de corral. Pero codo fue inútil, el resultado fue decepcionante y desalentador. Fren­ te a la persistencia del asma sólo podíamos saber que la desataba cual­ quier cosa, en cualquier época del año, con cualquier alimento y el saldo de todo nuestro empeño fue saber a ciencia cierta que lo más conve­ niente para su enfermedad era el clima seco y de altura (. . . )y hacer ejer­ cicios respiratorios, especialmente natación". Curiosamente el agua fría era un poderoso desencadenante de los ataques de asma. En 1 939, cuando Ernesto tiene 1 1 años, los Guevara se trasladan a un nuevo domicilio dentro de Altagracia, el chalet de Ripamonce. Ese año 27

será precioso en su memoria, porque conoce al aj edrecisca cubano Ca­ pablanca. El año 39 tam bién escará relacio nado con los b u rros y con una derroca. Su madre cuenca que dado que m uchos de los niños del pueblo llegaban a la escuela en burro se organizó una carrera, pero el bu rro en el que moneaba Ernesto, cuando se dio la salida, se negó a correr y se q uedó parado por más palos y jalones que le daban. Nuevos am igos entran en su vida. A través de los Aguilar aparece Fernando Barral , un niño huérfano español, refugiado con su madre en la Argentina, solicario, recraído. Barral lo recordará bien: " Puedo con fe­ sar que en cierra medida le cenía envidia a Emesco por su decisi ó n , auda­ cia y seguridad en sí m ismo y sobre todo por la teme ridad que yo recuer­ do como una de las expres iones más ge n u inas de su carácter ( . . . ) una falca toca! de miedo anee el pel igro, y s i lo cenía no se le nocaba, una gran seguridad en sí mismo y una i ndependencia toral en sus o p i n iones". Porque la cemeridad es un rasgo discin civo del carácter del personaje, el ponerse a prueba, el salear desde un cercer piso de azotea en azotea para hacer palidecer a sus am igos. Su am iga Dolores Moyana lo calará bien, encontrará lúcidamente las raíces del compo rcam iento adolescente del joven G uevara: "Aún así, los desafíos de Ernesco a la m uerce, su coqueteo hem ingweyano con el peligro, no era impetuoso n i exh ibicionista. Cuan­ do hacía algo pel igroso o prohibido, como com e r gis o cam inar sobre una valla, lo hacía para saber si podía hacerse, y sí, cuál era la mejor ma­ nera. La acritud subyacen te era i ntelectual, los mocivos ocul cos eran la ex­ perimentación". Un año más carde, en plena guerra m u ndial, su padre se afilia a Ac­ ción Argentina, una organización antifascista que s i m patiza con los alia­ dos . Ernesco ciene su credencial, que a los 1 2 años m uestra orgulloso, in­ cluso se ofrece voluntario para hacer averiguaciones sobre la presencia de infilcración nazi encre los alemanes que habitan en la zona de Al cagracia. Pero segu i rá siendo la lectura su gran pasión de la primera adoles­ cencia, obligado por el reposo de los ataques de as ma a la pasividad físi­ ca. El viejo G uevara cuenca: "Cuando Ernes co llegó a los doce años, poseía una cultura correspondience a un muchacho de 1 8 . Su bibl ioteca esraba atiborrada de coda clase de libros de aventuras, de novelas de via­ jes". Años m ás carde, en b usca del orden perdido, llenó uno de sus múl­ ti ples cuadernos con la J isca de los l i b ros leídos, algunos de ellos comen­ taJos , y lo llamó "Cuaderno alfabé tico de lecturas generales" . En el apartado dedicado a Veme anoca 23 novelas (el hiscoriador, que sólo l legó a 2 1 , no p uede dej ar de identificarse co n el personaje y envidiarl o ) .

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Ernesro rrabajará por primera vez a los crece años. Un día se le aparece a su padre, jumo con su hermano Roberro, y le pide permiso para cosechar uvas en uno de los raros viñedos que existían en la región. En aquel mes de febrero se enconrraba de vacaciones de la escuela secundaria Manuel Solares de Alcagracia. Les pagarían 40 centavos por día y rodas las uvas que pudieran comer. Durante tres días están trabajando, al cuarto rea­ parecen en la casa familiar indignados. Ernesro había tenido un ataque de asma y trató de seguir a pesar del ahogo, pero le fue imposible. Cuan­

do le pedí que nos pagara lo que nos debía, el muy sinvergüenza nos dio sólo la mirad porque según él, no habíamos cumplido con el contrato. Es un hijo de la gran puta y yo quiero que vengas con nosotros a romperle el alma. En 1 942, a los 14 años, se matricula en el liceo Oean Funes en Córdoba, una escuela pública y liberal, en lugar de ir a la Monserrare, que era donde es­ rudiaba la arisrocracia. Viaja rodos los días 35 kilómerros en eren desde Altagracia. En Córdoba conoce a los hermanos Granado, Tomás, su compañero de escuela, y Alberro, seis años mayor. Tomás, que resulta caurivado por su compañero de pelo rapado muy corco y una agresividad fuera de lo común en el deporte, a pesar del asma, se lo presenra a su hermano mayor para que lo incorpore al equipo de rugby, el Esrudiances. Alberto lo observa no muy convencido, está es­ rudiando medicina y la primer impresión no es favorable porque le no­ taba ··un respirar anhelanre que indicaba un mal funcionamienro". Le hacen una prueba que consiste en saltar sobre un palo de escoba colocado sobre dos sillas a 1 .20 de altura y caer sobre el hombro. El "Pe­ lado" Guevara comienza a saltar, tienen que pararlo porque va a hacer un agujero en el piso del patio. Pocos días más tarde comienza a enrrenarse, y poco después a jugar. A veces a mitad de partido tiene que salir a la banda y usar el in halador antiasmático. Corría por la cancha aullando:

-¡Apártense, aquí va el Furibundo Serna.' Fúser, Fúser, su futuro apodo. Juega como si le fuera la vida, pero no dedica la vida al juego. Sigue siendo un adolescenre sorprendenre que al­ terna la guerra conrra el asma por el mérodo de poner el cuerpo por de­ lanre, de arriesgarse, de ir a los límires, con la pasión por la lectura. En los raros libres, an ees de iniciarse un enrrenamiento, sus compañeros lo ob­ servan frecuenremenre abrir un libro y ponerse a leer. En cualquier lugar, bajo un poste de alumbrado, en el borde de la cancha mienrras orros la desocupan, Ernesro saca de su chaqueta un libro y desaparece del mundo. 29

Y lee de una manera incensiva, caótica, pero indudablemence con un método, con una extraña guía. Literatura de aventuras y acción, libros de viajes; América Latina: Quiroga, Ingenieros, Neruda; London. . . Celia le enseña francés y lee a Baudelaire en su idioma original. Y El decamerón de Boccaccio. Le inceresa parcicularmence la sicología, lee a Jung y Adler. El padre de José Aguilar, un médico exilado español, se sorprende de ver­ lo leer a Freud, y lo comenca con sus hijos; sugiere que quizá es una lec­ tura prematura, "antes de tiempo". Alberto Granado· que le lleva varios años no acaba de creerse que haya leído tanto; discuten sobre Zola . .. se apasionan con Santuario de Faulkner. ¿A qué horas lee el Furibundo?

-Oye, Mía/ (de Mí Alberto), cada vez que el asma me ataca, o que tengo que quedarme en casa tratándome con los sahumerios que me han re­ cetado, aprovecho esas dos o tres horas para leer todo lo posible. El asma no sólo lo recluye, cuando comienzan los ataques desaparece el apetito. Sin embargo el viejo Guevara registra: "A Ernesto le encamaba comer bien cuando su enfermedad se lo permitía. Al regresar de la escuela, lo pri­ mero que hacía era meterse en la cocina y allí se tragaba todo lo que es­ tuviera a mano (...) Cuando estaba bien se desquitaba con verdaderos atracones de sus ayunos obligados por los ataques de asma". Prueba caminos. Se matricula en un curso de dibujo por correspon­ dencia en la academia Oliva de Buenos Aires. Es un curso mediocre, cuesta dinero, la familia no anda muy bien de plata y Ernesto no tiene talento. Acaba desertando. En 1 943, cuando tiene 1 5 años, su hermana Celia encra en el liceo de señoritas de Córdoba. Con los dos hijos mayores estudiando allí, al iniciarse el año, Guevara Lynch se asocia con un arquitecto cordobés y alquila una oficina en el centro de Córdoba. La familia se muda, viven en el número 2288 de la calle Chile, una casa en la periferia, grande, al bor­ de de un gran parque y en la cercanía de una villa miseria; chalets de clase media en decadencia mezclados con casas baratas que se estaban de­ rrumbando. La literatura lo persigue y él a ella. Lee Las viñas de úz ira de Stein­ beck. Lee a Mallarmé, Engels, Marx, Lorca, Verlaine, Antonio Machado. Descubre a Gandhi que lo emociona profundamente. Sus amigos lo re­ cuerdan recitando. A Neruda, desde luego, pero también a poetas es­ pañoles. Una cuarceta lo persigue: "Era mentira/ y mentira convenida en verdad triste,/ que sus pisadas se oyeron/ en un Madrid que ya no existe". Ernesto será un argentino atípico por muchos motivos, pero quizá el esencial es su incapacidad para distinguir el tango de otras músicas 30 •

populares. Su primer biógrafo , el cubano AJdo Isidrón lo deja claro : �su oído res iste al mensaje sonoro. A cal extremo que no es capaz de idenci­ ficar siquiera un cango. Para bailar memoriza los pasos". Y por canco ne­ cesita para poder bailar, aunque

sea

de vez en cuando, que sus amigos le

digan de qué pieza se erara: (Un fox, un cango? Su prima la �egrica cuen­ ca: " Cuando 1b amos a los bailes, sacaba a bailar a las más feas, para que no se quedaran sin bailar, aunque él era sordo para la m úsica".

La Negrita es no sólo su compañera de bailes , probablemente sea también su primer amor adolescente. Cuen ca: MEn plena adolescencia Ernescico y yo fuimos un poco más que amigos, un día ( . . . ) me pregun­ tó si yo ya era una mujer y hubo una es pecie de idilio amoroso ( . . . ) Se sabía los 20poemas de amory una canción

desesperada de Pablo Neruda y

comenzaba a recicarlos uno a uno y no terminaba hasta el final. Ten ía una gran memoria". Si ese es su primer amor placónico, será una sirvien ta llamada la Negra Cabrera, con q uien se iniciará sexualmente en

esa

época. Siguien­

do las investigaciones de Anderson, no será la única trabajadora domés­ tica con la que man tenga relaciones dl!rante su adolescencia. El 1 8 de mayo nace Juan Manin, el último de los herman os de Er­ nesto. Refiriéndose a su propia entrada en escena referirá: MNo es que m is viejos ruvieran mucho ingenio para poner los nombres. A Ernesto se lo pusieron por mi padre; a Celia, que era la que seguía, por mi madre. A Roberto le cocó el nombre de mi abuelo y a Ana el de mi abuela. Yo fui el úlcimo, quedaban dos abuelos y me tocó llamarme Juan Martín, por nacer varón". AJ paso del tiempo Ernesco también tendrá cinco hijos y repetirá la fal ta de imaginación de sus padres en materia de nombres. En Córdoba ganará un hermano y perderá a su perra Negrina, que los había acompañado desde AJcagracia. CaJlejeando será descubierta por un funcionario de la perrera que le arrojará cianuro en el lomo. La perra se envenena al lamerse y muere casi in mediacamence. Ernesco organiza a sus amigos para buscar al asesino infructuosamente. En la derrota orga­ niza un encierro del animal, con codo y ataúd. Prosigue en el rugby con los hermanos G ranado. Pasa del Estudian­ tes al Club Atalaya. Su amigo Barral lo recuerda como ..el más duro". Sigue j ugando con el vaporizador a un lado de la can cha. De aquella época es el apodo maldico que lucirá con orgullo.

-Me decían el Chancho.

-(Por lo gordo?

-No, por lo cochino. 31

Su fobia al agua fría, que le desencadena a veces los ataques de asma, se ha convenido en unos hábitos higiénicos poco sólidos. Su falta de amor por los baños y las duchas lo acompañará el resto de los días de su vida. En esos años despliega no sólo sus malos hábitos higiénicos sino también su antimilitarismo. Ante un golpe militar que se produce en esos días en Argentina declara en clase:

-Los miliram no le dan cultura al pueblo. porque Ji el pueblo faera culto no los aceptaría. Se produce un pequeño escándalo, la maestra se asusta y lo saca de la clase. A fines del 43 Granado está en la cárcel a causa de la huelga uni­ versitaria contra los militares golpistas, Ernesto lo visita a veces. Su ami­ go le pide que hable en mítines, que haga protestas. Ernesto contesta que si a él no le dan una pistola no sale a la calle. No le interesa mayormente la acción política. Ni entonces ni dos años más tarde ( 1 94 5 ) , aunque de vez en cuando se ve atrapado en ac­ tividades, como cuando acompaña a un acto a su amigo Gustavo Roca, dirigente estudiantil, que es reprimido por la policía. El mito de su mili­ tancia adolescente se diluye en la nada. No tuve ninguna preocupación so­ cial en mi adolescencia y no tuve ninguna participación en l.a.s luchas políti­

cas o estudiantiles en

la Argentina.

Es entonces, en el 43, a los 1 5 años, un adolescente en el que co­ mienzan a desdibujarse los rasgos aniñados, la boca se endurece levemen­ te, la apariencia de niño precoz va dejando lugar a la del adolescente fa­ choso que conserva el pelado al rape. Sus calificaciones en el Dean Funes en cuarto de bachillerato resultan coherentes con el personaje. Parece ser que Ernesto no admite el accidente: muy buenas en literatura, pésimas en inglés; muy buenas en filosofía, pésimas en música; buenas en histo­ ria, flojas en matemáticas e historia natural. Al año siguiente comienza a integrar un diccionario filosófi co a par­ tir de sus lecturas; se trata nuevamente de ordenar el desorden, de impo­ nerle orden al caos. Lo seguirá durante un par de años. Intenta sistema­ tizar lecturas, dejar registro de ideas. Utiliza un simple sistema alfabético: "Platón" y ahí van las notas, "paranoia" y ahí van; tiene además una utili­ dad práctica para su autoconsumo y el de los estudiantes, como le diría más tarde a Eduardo Galeano. Se quedará la costumbre de registrar las lecturas junto con la de anotar un comentario sobre los libros. Sólo una personalidad caótica puede ser tan ordenada en sus lecturas. Los "cuader­ nos filosóficos" muestran el incerés por el marxismo, que va creciendo a 32 •

lo largo de los años, y que incluye textos de Stalin, biografías de Lenin, una revisión de Engels y de Marx; expurga Mi lucha de Hicler y los es­ critos de Mussolini. Lee a Zola sobre el cristianismo y se sumerge en una lectura atenta de Freud, Nietzsche, Bertrand Russell y H.G. Wells. An­ derson registra la manera en que su hermano Roberto se sorprendía por cómo Ernesto repasaba minuciosamente la Historia contemporánea del mundo moderno, una colección de 24 tomos de la biblioteca familiar. Al paso del tiempo iría tomando notas sobre las notas, en la medida en que cambiaba su percepción y retornaba a las lecturas sobre un mismo tema. El 24 de febrero de 1 946 se llevan a cabo las elecciones que ratifican el mandato de Perón. No puede votar, porque le faltan unos meses para ser mayor de edad. Se inscribe en el servicio militar y lo declaran no apto a causa del asma. Termina el liceo en el Dean Funes. Decide estudiar ingeniería. ¿Por qué no letras, filosofía o sicología, que parecen ser los mayores intereses en su vida juvenil? ¿Domina una mentalidad práctica sobre las pasiones? Viaja entonces a Buenos Aires y se instala en casa de su tía Beatriz y su abuela Ana, la madre de su padre, con las que siempre ha estado muy ligado emocionalmente. Se inscribe en la facultad de ingeniería de la uni­ versidad. Hijo de una clase media que no se puede dar demasiados lujos, aprovecha las vacaciones para estudiar un curso de laboracorista de sue­ los y lo aprueba junto a su amigo Tomás Granado. En una carta a sus padres cuenta que es laboratorista de campaña en los Laboratorios de Vialidad. Trabajábamos por las mañanas y estudiábamos por las tardes (. . . )

Aprobamos el curso en los primeros lugares y nos adjudicaron elpuesto de es­ pecialistas en suelos. Trabaja en planes viales y de construcción de obras públicas en pe­ queñas ciudades entre Córdoba y Rosario. Hacia fin de año le escribe a su padre: Me contaba el encargado que yo era el único laboratorista que él había conocido en 1 O años que no aceptaba la comida y uno de ÚJs dos o tres

que no coimeaba. Vos tenés miedo de que les tuviera demasiada conside­ ración, pero yo les he hecho parar y recompactar un buen cacho de camino. Combatiendo contra constructores que suelen facilitar las cosas ofreciendo "mordidas", se entera del asesinaco de Gandhi, su héroe de ju­ ventud, lo que le afecta profundamente. Decide continuar con el traba­ jo e iniciar los estudios de ingeniería por la libre, por lo que pide los pro­ gramas de estudio. Le escribe a su padre: Si se puede rendir libre {las materias de ingeniería para las que pidió los programas) me voy a quedar todo el invierno, pues calculo que ahorraría entre 80 y 1 00 pesos mensuales. 33

Tengo 200 de sueldo y casa. De manera que mis gastos son en comer y com­ prarme unos libros con qué distraerme. Pero algo altera sus planes: se enferma su abuela Ana y cuando recibe una carta de su padre renuncia al trabajo en Vialidad y viaja de in­ mediato a Buenos Aires para cuidarla. Durante 17 días, al pie de la cama de su abuela, que ha tenido un derrame cerebral y una subsecuente hemi­ plejía, acompaña a la mujer cuidándola y alimentándola hasta su muerte. Sin ninguna duda, los largos días de la agonía de su abuela a la que estaba muy ligado, quizá su propia experiencia con el asma que ha lleva­ do a cuestas estos años, lo hacen tomar una decisión radical. Decide es­ tudiar medicina en lugar de ingeniería y se inscribe en la nueva carrera.

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CAPÍTULO 2

Toda esa fuerza que se gasta inútilmente

La famosa Joto de su viaje por Argentina en bicimoto, 4 500 kilómetros. Córdoba 1950. (Archivo Bohemia).

Caminando sobre el acueducto, eljuego y el riesgo.

En busca del personaje perdido. Es una foto que se puede adivinar anees de verla, anticipada. La vieja fotografía muestra el anfiteatro de una fa­ cultad de medicina; un par de docenas de estudiantes se retratan anee un cadáver desnudo y abierto en canal depositado en una plancha. ¿Necro­ filia, tradición o reto profesional? Algunos de ellos sonríen címidamente, la enorme mayoría asume su papel de futuros doctores con la seriedad y el decoro obligado; el único con una sonrisa abierta, casi ofensiva, está colocado en la fila superior, casi oculto, es un Ernesto Guevara de 20 años . . . Hay tres mujeres en la foto, una de ellas, una muchacha de ros­ tro redondo pero duro, quizá a causa de unos ojos un t3nto separados y de mirada incensa, es Berta Gilda Infante, llamada por sus amigos lita. Tita, cuenca: "Escuché varias veces su voz grave y cálida, que c.on su ironía se daba coraje a sí mismo y a los demás, frente a un espectáculo que sacudía al más insensible de esos futuros galenos. Por su acento era un provinciano, por su aspecto un muchacho bello y desenvuelto (. .. ) Una mezcla de timidez y altivez, quizá de audacia, encubría una in­ teligencia profunda y un insaciable deseo de comprender y, allá en el fon­ do, una infinita capacidad de amar". Cuando empecé a estudiar medicina

la mayoría de los conceptos que tengo como revolucionaría estaban ausentes en el almacén de mís ídeas. Quería tríunfar, como quíere tríunfar todo el mundo; soñaba con ser un ínvestígadorfamoso, soñaba con trabajar infatí­ gablemente para conseguír algo que pudíera estar, en definitiva, puesto a dis­ posíción de la humanidad, pero en aquel momento era un tríunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medía. El sonriente Guevara parece estarse tomando en serio el asunto en ese primer año: pasaba de 1 0 a 1 2 horas diarias en la biblioteca. El secre­ tario académico Mario Parra, reseña: "Lo conocí porque los empleados de la biblioteca me lo señalaron como ejemplo de estudio. Cuando estu­ diaba no conversaba con nadie" . ¿Y está estudiando medicina? Porque en este primer año sólo presenta tres materias y sus notas no son excepcio­ nales: abril del 48, anatomía descriptiva con calificación de "bueno"; en noviembre parasitología "bueno" y en agosto embriología con can sólo un "aprobado". ¿Concentración? Sí. ¿Mucho interés? No está tan claro. ¿Qué hace entonces en la biblioteca? Lee literatura, desde luego. Lee sicología; estudia l9s temas médicos que le interesan, no los que está cur­ sando. ¿Se ausenta de su casa a causa de las tensiones familiares? 36 •

Desde 1 948 la familia se ha mudado a Buenos Aires donde viven en la calle Araoz 2 1 8 0. Su padre ha alquilado un pequeño despacho en la calle Paraguay donde duerme frecuentemente. Aunque no existe ningún testimonio directo del padre, la madre o el propio Ernesto sobre esta se­ paración, parece ser que los conflictos entre Celia y Guevara Lynch habían llegado al límite y que se encontraban al borde de la ruptura, re­ suelta temporalmente con una separación a medias: el padre vive en su despacho aunque visita la casa familiar. Cuesta trabajo al historiador des­ entrañar la verdad y de esa verdad, su trascendencia. En el origen de las tensiones estaban sin duda los líos de "faldas" de don Ernesto y sus con­ tinuas aventuras económicas que solían acabar en desastre. Quizá debido a esto, Ernesto pasa más tiempo en la biblioteca de la facultad de medi­ cina que en su cuarto en la calle Araoz, un cuarto curioso, según la des­ cripción de su padre: " Una pieza chiquita y muy extraña. Tenía por un lado un gran balcón corrido que daba a la calle y por otro lado tenía una puerta con balcón también, pero este balcón inexplicablemente miraba a la escalera de entrada. En él también dormía Ro berro. Tenían una cama marinera doble, todo el resto de la pequeña habitación estaba ocupado por un gran ropero, una cómoda, dos bibliotequitas, una mesa y una mesita sobre las cuales se amontonaban libros de todas clases". A esos días se remonta la famosa foto del adolescente soñador, un bello retrato en el que Ernesto está acostado en el suelo del balcón, cer­ cado por las rejas, con los brazos cruzados bajo la cabeza y una camisa blanca, mirando al cielo; un cielo que se adivina y se ve más allá de los rejados de una ciudad de edificios roñosos y árboles pelados por el otoño. No acaba de quitarse la apariencia de un adolescente aunque renga 20 años. La camisa blanca tiene historia; historia de verdad. Según su her­ mano Juan Martín, la camisa tenía nombre, era de nylon y la llamaba .. la semanera" porque con lavarla una vez por semana era suficiente y se planchaba sola. Calzada recupera una conversación entre Ernesto y su prima la Negrita: -¿Sabés qué dij'o Buda? -0:0. -Que con un hombre que cambia mucho de ropa biar ideas.

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se p ueden cam-

La apariencia desarrapada de Ernesto siempre fue motivo de con­ versación familiar y amistosa. El padre recordará en el futuro que Ernesto jamás se ponía una corbata y que llegó a usar .. bocines de distinto color y 37

distinta forma'' , a más de unos pantalones sin planchar y "la semanera". Uno de sus amigos registra que conseguía zapatos viejos y que una vez consiguió unos que eran de color café deslavado, casi lilas. En su primer año de estudios retorna el amor por el ajedrez. Com­ pite en el interfacultades, representando a la facultad de medicina, inclu­ so llega a jugar una simultánea con el gran maestro internacional Miguel Najdorf en el hotel Provincial de Mar del Plata y pierde. Lo curioso es la combinación entre las vocaciones de la reflexión y la violencia del rugby, que sigue practicando. Su amigo Roberto Ahumada señala: " Para un as­ mático correr durante 70 minutos jugando rugby era una proeza", y Er­ nesto se destacaba como jugador fuerte con "estilo macho". Su afición lo llevará un par de años más tarde a ser editor y cronista, bajo el seudóni­ mo asumido y ahora achinado de Changcho, de la revista Tackle. De aquellos años quedan en el recuerdo sus relaciones paternales con el pequeño Juan Martín, así mismo llamado por Ernesto Patatín, o Tudito, por "pelotudiro", cosa que al pequeño lo sacaba de quicio. El niño lo veía como a un gran personaje, un carácter heroico que se crecía en sus es­ fuerzos por buscar la normalidad a pesar de los terribles ataques de asma. Emesto le había enseñado al pequeño Juan Martín un poema: " Dos ami­ gos se fueron corriendo/ debajo de un árbol/ huyendo de un trueno que los sorprendió./ Bum ... el trueno cayó./ Pero el que tenía la imagen de san Crispiniro/ a ese, a ese lo mató". Las señoras se azoraban ante tan tre­ mendo ateísmo recitado por un infante con rostro angelical. De 194 8 queda también su empleo en la sección de abastos de la municipalidad en la que luego trabajaría como vacunador. En el 49 participa en la olimpiada universitaria, que se realizaría en Tucumán, en ajedrez y atletismo, y como el reto le parece menor, sor­ prendentemente se inscribe en salto de garrocha con un registro inicial de 2 . 8 0 m. Los biógrafos panegiristas futuros partirán de esta locura para añadir a los deportes practicados por Ernesto el salto de pértiga. Testimo­ nia su amigo Carlos Figueroa: "Cuando le preguntaron dónde tenía la garrocha respondió que creía que la proveían en la universidad. Le con­ siguieron una y saltó, pero no pudo figurar en nada, porque no tenía ni noticias de cómo se usaba". Su paso por la universidad es muy poco atractivo, se limita a pre­ sentar una materia en marzo, una julio y una en noviembre, con roda cal­ ma y obteniendo simples "aprobados". Políticamente se mantiene al mar­ gen de las fuerzas d� izquierda. Un militan�e de la Juventud comunista \

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que suele pasarle marerial escrito de su organización comenrará: � La relación era ríspida, difícil", y define a Ernesto como un hombre con ideas éricas, pero no políricas. Con Tira Infame, que es miembro de la Juventud comunista, suele rener ásperas discusiones en las que acusa a los marxistas de sectarios y faltos de flexibilidad. Quizá su desapego por la universidad quede explicado en una reflexión de la propia Tira: "Ambos por distintas razones éramos un tanto extranjeros a esa facultad, él quizá porque sabía que no podía encontrar ahí sino muy poco de lo que bus­ caba. Nuestro contacto fue siempre individual. En la facultad, en los cafés, en mi casa, rara vez en la suya ... " Sigue jugando rugby a pesar de las advertencias médicas de que le puede cosrar un disgusto bajo la forma de un ataque al corazón; su padre trata de convencerlo, pero Ernesto se cierra ante cualquier sugerencia y responde: aunque rroienre, y a lo más que llega el padre es a convencer a algún compañero para que corra al costado de la cancha al mismo tiem­ po que él con un inhalador, y de vez en cuando Ernesto se deriene para darse unos cuantos bombazos. En los últimos días del 49, Ernesto se despide de sus compañeros con un: Mientras u.sudes se quedan aquí preparando esas tres asignaturas, yo pimso recorrer la provincia de Santa Fe, el norte de Córdoba y el este de Mendouz y de paso estudiar algunas asignaturas, para aprobarlas. Había planeado un extraño viaje en la lógica del "raidismo", la filo­ sofía de los errantes, los vagabundos organizados, los viajeros a ulrranza. Adaptando un pequeño motor de fabricación italiana marca Cucciolo a su bicicleta, pensaba aumentar la potencia y viajar estudiando. El primero de enero, ante la fascinación de sus hermanos menores y el des­ consuelo de sus padres por las �locuras de Ernesto", parte. Deja como huella de su salida la superfoto de los lentes oscuros. Está romada frente al hospiral iraliano de Córdoba. Tiene un aspecto fiero, con gorra y an­ tiparras, sentado sobre su biciclera y con un abrigo de cuero. Una foto que sería pública antes de que Guevara fuera el Che, porque terminó im­ presa como publicidad en la revista Gráfico duranre varias ediciones, ha­ ciendo las delicias de Juan �fanín, que rigurosamente la recortaba: '" El estudiante de medicina argentino Ernesto Guevara de la Serna en su bi­ cicleta con motor Cucciolo, ha recorrido con ella toda la república�. Cuando salía de Buenos Aires, la noche del l 0 de enero iba lleno de

dudas sobre la potencialidad de la máquina que llemba )' con la ;ola e;pe­ ranui de llegar pronto y bien a llar, fin de la jornada, ;eg1i11 decían alguna; lenguas bien intencionadas de mi ca;a, y luego a Pergamino. 39

Pero el viaje progresa sin mayores problemas. Muchas horas de pe­ dal, algo de motor y descansos a medio día para estudiar medicina abajo de un árbol. Conforme avanzan los días, el cuerpo pide a gritos un colchón, pero la voluntad se opone y continúo la marcha. Al salir de Villa María recurre nuevamente a ir de remolque de un carro particular, pero a causa de un reventón de una llanta va a dar al sue­ lo. Se levanta milagrosamente indemne y decide festejar la supervivencia durmiendo al borde del camino. Llega a Córdoba en un camión vacío que le da un aventón con todo y la máquina. En el camino se ha de encontrar con un vagabundo que, además de darle mate en un termo de dudoso origen, se acuerda que fue peluquero y le corta el pelo. Llevé mi cabeza pelada como si faera un trofeo a casa de

los Aguilar cuando fai a visitar a Ana María, mi hermana. Durante la visita a su hermana hará turismo visitando un lugar lla­ mado Los Chorrillos donde hay una bellísima caída de agua. Hará sus primeras experiencias de alpinismo (Ahí aprendí la ley primera del alpi­ nismo: es másfácil subir que bajar) y jugando a bordear el peligro, como ha hecho tantas veces desde la infancia, practica clavados ante el horror de sus amigos en una poza que no tiene más de 60 centímetros de pro­ fundidad. El 29 de enero sigue su viaje hacia la leprosería donde está trabajan­ do el mayor de los Granado, Alberto. Pedaleando y con el motor a medio quemarse, llega al leprosario José ]. Puente en el pueblo de Chañar, en las cercanías de Córdoba. En uno de aquellos días, el futuro doctor y el especialista atienden juntos a una paciente muy joven y bonita que tiene lepra y se niega a aceptarlo. Granado le va aplicando frío y calor en las zonas insensibles de la espalda y ella primero traca de adivinar y luego se va sugestionando; de repente Granado le pincha la zona con una enorme hipodérmica y ella no reacciona. Ernesto por poco lo mata, lo llama indiferente, insen­ sible y permanece indignado con su amigo por días. Granado no entien­ de, se ve obligado a explicarle que era la única prueba definitiva, la única manera . .. ¿Moraleja en la historia? Supuestamente la hay en todas. ¿Qué sería de una anécdota biográfica sin moraleja? ¿De qué se trina entonces? ¿ Debilidad del personaje? ¿Hipersensibilidad? No parecen ser esas las motivaciones profundas de Ernesto. Más bien una reacción a uno de los grandes pecados que ha ido estableciendo en su decálogo, un pecado im­ perdonable: las afrentas a la dignidad. Si es �álida la dureza, no lo es nun­ ca, jamás, el engaño. \

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Días más carde s igue Ernesto G uevara su viaje rumbo a Samiago del Estero. De ahí a La Banda, Tucumán. Va consumiendo el norte de Ar­ gentina. Un vagabundo, al que encuentra cuando va a dormir en un al­ camarillado, le pregunta, al enterarse del viaje que el joven está haciendo: -¿Toda esa fuerza se gasta inútilmente usced?

El j oven Guevara escribe en sus notas de viaje:

Me day cumra que ha madurado m mí algo que hace tiempo crecía dmrro del bufficio ciudadano: y ts el odio a fa civilización, fa burda imagm de gmm moviéndose como fo­ cos al compás de ese ruido trnnmdo. En el camino se encuenrra con un mocociclisca que crae una moro de verdad, una Harley Davidson nuevecita y que le ofrece remolque a 80 o 90 kilómecros por hora; Ernesro, que ya ha aprendido que a más de 40 resulca m uy pel igroso, se rehúsa. Un día después volverá a cruzar su ca­ mino co n el perso naje al entrar a un pueblo, pero lo encontrará muerto en un accidente. Luego, la muerce escá allí, en la carretera. También . En el camino no sólo estudia medicina, va aprendiendo a narrar. En las páginas de su diario se ajusca la metáfora, mejora la descripción, apa­ recen observados cuidadosamente los paisajes, al m ismo tiempo que se complace cada vez más en sus meditaciones de

ermitaño.

En Salra lo dejarán dormi � en una camioneta, subira pedales la cordillera. Cruzará Tucumán y La Rioja y finalmente Mendoza donde su cía Maruja no lo reconoce a causa de la mugre que carga encima. Y cuan­ do al fin acepta que eso es su sobrino, le da un tremendo almuerzo, le la­ va la ropa y le llena la mochila de bollos. Luego el retorno por San Luis y de ahí a Buenos Aires. Han sido 4 500 kilómetros, y cam bién algo más . ¿Qué? No escá nada claro, la experiencia de la soledad, las carreceras, tar­ dará en aposentarse. Un par de fotos para el regiscro, la del aguerrido bicimocociclisca, con mochilón, gabán y antiparras, y la bo rrosa foto de un adolesceme haciendo equilibrios sobre el